Ensayos Sobre La Guerra Restauradora

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ENSAYOS SOBRE LA GUERRA RESTAURADORA

Foto poco conocida del General Gregorio Luperón. (Fuente: Archivo de Emilio Cordero Michel. En Revista Clío, órgano de la Academia Dominicana de la Historia, No. 164, p.78, Santo Domingo, junio-diciembre, 2002).

ENSAYOS SOBRE LA GUERRA RESTAURADORA

JUAN DANIEL BALCÁCER [Editor]

Santo Domingo, República Dominicana 2007

COMISIÓN PERMANENTE DE EFEMÉRIDES PATRIAS LIC. JUAN DANIEL BALCÁCER Presidente LIC. EDGAR VALENZUELA Director Ejecutivo Miembros LIC. RAFAEL PÉREZ MODESTO DRA. MU-KIEN ADRIANA SANG DRA. VIRTUDES URIBE GENERAL (R) HÉCTOR LACHAPELLE DÍAZ

PUBLICACIONES DE LA COMISIÓN PERMANENTE DE EFEMÉRIDES PATRIAS 2004-2007 VOLUMEN NO. 23 ACADEMIA DOMINICANA DE LA HISTORIA, VOLUMEN LXXVII Primera edición: Editora Universitaria-UASD, 2004 Segunda edición corregida y ampliada: Comisión Permanente de Efemérides Patrias, agosto, 2007 Título de la publicación: Ensayos sobre la Guerra Restauradora Editor: Juan Daniel Balcácer Composición y Diagramación: Eric Simó Diseño de portada: Elizabeth Del Rosario Impresión: Editora Búho ISBN 978-9945-16-133-5 Impreso en República Dominicana / Printed in the Dominican Republic

Índice

PRESENTACIÓN JOSÉ CHEZ CHECO Presidente de la Academia Dominicana de la Historia .............. 9 Palabras del Rector Magnífico de la Universidad Autónoma de Santo Domingo ROBERTO REYNA .......................................... 17 Antecedentes históricos y sociológicos de la Anexión a España MANUEL A. PEÑA BATLLE ............................................................. 19 Examen crítico de la Anexión de Santo Domingo a España ALEJANDRO ANGULO GURIDI ......................................................... 39 Capotillo y la Restauración ALCIDES GARCÍA LLUBERES ............................................................ 83 El día histórico ALCIDES GARCÍA LLUBERES ............................................................ 87 La batalla del 6 de septiembre de 1863 CÉSAR HERRERA .............................................................................. 93 CENTENARIO DE LA RESTAURACIÓN Ley 3, que declara el año de 1963, AÑO CENTENARIO DE LA RESTAURACIÓN NACIONAL ..................................... 107 Decreto 95, que crea la COMISIÓN NACIONAL DEL CENTENARIO DE LA RESTAURACIÓN ............................... 109 Programa de actividades del Centenario de la Restauración ....... 115

Homilía de Monseñor HUGO E. POLANCO BRITO, en el Centenario de la Restauración ......................................... 121 Discurso del Presidente JUAN BOSCH, en el Centenario de la Restauración ......................................... 125 Elogio del Gobierno de la Restauración EMILIO RODRÍGUEZ DEMORIZI .................................................... 135 La Restauración y sus enlaces con la historia de Occidente PEDRO TRONCOSO SÁNCHEZ ........................................................ 153 Perfil nacionalista de Gregorio Luperón HUGO TOLENTINO DIPP ............................................................... 177 Anexión y Guerra Restauradora JUAN DANIEL BALCÁCER / MANUEL GARCÍA ARÉVALO ............. 229 Reflexiones sobre la Guerra de la Restauración FRANCISCO ANTONIO AVELINO .................................................... 241 Anexión, Restauración e Iglesia, 1860-1865 ANTONIO LLUBERS, SJ ................................................................... 259 Características de la Guerra Restauradora, 1863-1865 EMILIO CORDERO MICHEL ........................................................... 271 Notas sobre la participación haitiana en la Guerra Restauradora RICARDO HERNÁNDEZ .................................................................. 301 APÉNDICES 1. Acta de Independencia, Santiago, 14 de septiembre de 1863 ...... 313 2. Adiciones y Firmas en Luperón, Notas autobiográficas ............... 319 3. Exposición a S. M. la Reina de España ............................................ 323 4. Exposición al Gobierno de Inglaterra .............................................. 329 5. Ramón Mella, a sus conciudadanos .................................................. 332 6. Convenio de El Carmelo .................................................................... 335 7. Comentarios editoriales Convenio de El Carmelo ......................... 356 Datos biográficos de los ensayistas ................................................. 363

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Presentación JOSÉ CHEZ CHECO Presidente de la Academia Dominicana de la Historia

La Guerra Restauradora, como su nombre lo indica, tuvo por finalidad mostrar al país y al mundo que era factible materializar el pensamiento de Duarte, expresado en el artículo 6 de su Proyecto de Ley Fundamental, que reza: “Siendo la Independencia Nacional la fuente y garantía de las libertades patrias, la Ley Suprema del pueblo dominicano es y será siempre su existencia política como Nación libre e independiente de toda dominación, protectorado, intervención e influencia extranjera, cual la concibieron los fundadores de nuestra asociación política al decir el 16 de julio de 1838, DIOS, PATRIA Y LIBERTAD, REPÚBLICA DOMINICANA, y fue proclamada el 27 de febrero de 1844, siendo, desde luego, así entendida por todos los pueblos, cuyos pronunciamientos confirmamos y ratificamos hoy; declarando además que todo gobernante o gobernado que la contraríe, de cualquier modo que sea, se coloca ipso facto y por sí mismo fuera de la ley”.1 1

Juan Pablo Duarte. Proyecto de Ley Fundamental. Clío, No. 17, Fascículo V, p. 138. Santo Domingo, septiembre-octubre de 1935 (Academia Dominicana de la Historia).

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Esta Guerra Restauradora, considerada por muchos estudiosos e historiadores como la verdadera gesta independentista o como uno de los puntos más luminosos de dicho proceso, de lo cual es un elocuente ejemplo el insigne humanista Pedro Henríquez Ureña, resaltó el espíritu y el temple patrióticos del pueblo dominicano cuando vió mancillada su soberanía con el acto proditorio de Pedro Santana de anexar la República de apenas 17 años de nacida a la Corona española. Los héroes del 2 de mayo de 1861, que tempranamente se proclamaron en contra de la Anexión; Francisco Sánchez del Rosario, fusilado junto a sus compañeros en San Juan de la Maguana, el 4 de julio del mismo año; los héroes de Capotillo, Montecristi, Santiago, Puerto Plata, Samaná, Sur y Este del país –desde que empezó la guerra, en 1863, hasta el abandono de Santo Domingo por las derrotadas tropas españolas, en 1865–, y los más humildes hijos del pueblo que en masa se integraron a la lucha libertaria, dándole a la misma un carácter eminentemente social, demostraron que cuando un pueblo se une tras la búsqueda de nobles y patrióticos objetivos, lo dirigen auténticos líderes civiles o militares de elevados pensamientos y ejemplos de vida y se emplean acertadas alianzas políticas y tácticas de lucha es capaz de alcanzar metas trascendentales. En la guerra patriótica de la Restauración, página brillante de la historia dominicana y del Caribe, jugaron un destacado papel grandes figuras civiles y militares, partidarias del pensamiento liberal, como el general Gregorio Luperón, Gaspar Polanco, José Antonio Salcedo (Pepillo), Santiago Rodríguez, Benito Monción, José Cabrera, Manuel Rodríguez Objío, Ulises Francisco Espaillat, Benigno Filomeno de Rojas, entre otros, y se utilizaron eficaces tácticas de lucha como fueron la guerra de guerrillas, la tierra arrasada y la tea. Con la finalidad de comprender esos aspectos, así como el contexto internacional de la época, la situación económica, social 10

y política anterior a la Anexión, las odiosas medidas de diversa índole tomadas por el gobierno español mientras la República fue una de sus provincias de ultramar, el carácter anticolonialista de la Guerra Restauradora y su posterior repercusión en países como Cuba y Puerto Rico, entre otros, la Academia Dominicana de la Historia, la Universidad Autónoma de Santo Domingo y la Comisión Permanente de Efemérides Patrias realizan esta segunda edición de Ensayos sobre la Guerra Restauradora, seleccionados por el Presidente de dicha Comisión y académico de número Juan Daniel Balcácer. La primera edición de esta obra fue realizada en el año 2004 con motivo del 466º aniversario de la fundación de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, como parte del acuerdo firmado entre esa alta casa de estudios y la Academia Dominicana de la Historia. Afirmaba en la Presentación el entonces Rector de la UASD, Dr. Porfirio García Fernández, que “si escudriñar la historia era alimento para solidificar el cuerpo de la conciencia nacional de los pueblos, creemos que como academia dejamos en la presente publicación un precioso legado a la juventud estudiosa de nuestro país”. Esta segunda edición de Ensayos sobre la Guerra Restauradora, publicada en ocasión del 144º aniversario de tan trascendental efemérides patria, viene a enriquecer el programa bibliográfico de la Comisión Permanente de Efemérides Patrias y se añade a las dos obras que vieran la luz pública en el 2005 tituladas Proclamas de la Restauración 1863 y Apoteosis del general Gregorio Luperón, compilada esta última por el entonces Senador por Puerto Plata, Ricardo Limardo, e impresa en el año 1926. La presente Recopilación comprende los siguientes ensayos: Antecedentes históricos y sociológicos de la anexión a España de Manuel A. Peña Batlle, donde su autor analiza “las razones de orden social y las circunstancias de filosofía política que produjeron aquel momento de nuestra historia”; Examen crítico de la Anexión de Santo 11

Domingo a España, de Alejandro Angulo Guiridi, publicado en el periódico caraqueño El Constitucional, en 1864, cuando todavía no había terminado la guerra, y donde él analiza las causas que provocaron la Anexión y plantea, entre otros asuntos, que la “España misma desconocía la verdadera índole, el carácter destituido de la revolución que en agosto de 1863 había estallado y que una muestra de la ignorancia del fondo del asunto era “la insistencia con que a toda costa sostiene una lucha de la cual, aun triunfando, había de salir perjudicada en sus intereses materiales, y surgirían a poco serias complicaciones políticas que pusieran en grave riesgo su denominación en Cuba y Puerto Rico”; Capotillo y la Restauración y El día histórico de Alcides García Lluberes, quien expone en una carta y en un pequeño artículo el significado histórico del sitio donde el domingo 16 de agosto de 1863 comenzara la Guerra Restauradora; La batalla del 6 de septiembre de 1863 de César Herrera quien la considera “una de las más brillantes acciones de las armas dominicanas cuando el naciente ejército restaurador atacó infructuosamente el fuerte de San Luis, en Santiago de los Caballeros, con el resultado de la casi total destrucción de esa ciudad por el incendio que se produjo como consecuencia de las operaciones militares”; un conjunto de trabajos publicados en 1963 en la revista Clío, órgano de la Academia Dominicana de la Historia, con motivo de la conmemoración del año del Centenario de la Restauración: la Ley Nº 3 que lo designó, el Decreto que organizó la Comisión Nacional del Centenario, el Programa de Actos, la homilía de Monseñor Hugo E. Polanco Brito pronunciada en la misa celebrada en el Estadio Cibao, el discurso del entonces Presidente de la República, Juan Bosch, en la sesión del Congreso Nacional, realizada en la ciudad de Santiago; el discurso en elogio del Gobierno de la Restauración, pronunciado por Emilio Rodríguez Demorizi el 14 de septiembre de 1963 al conmemorarse el Centenario de la Instalación del Gobierno restaurador; La Restauración y sus enlaces con la historia de Occidente de Pedro Troncoso Sánchez, donde se pone de relieve la influencia que 12

tuvo la situación política internacional, sobre todo las relaciones entre Europa y Estados Unidos, para que se produjera la anexión del país a España y subsecuentemente la Guerra Restauradora; Perfil nacionalista de Gregorio Luperón, de Hugo Tolentino Dipp, ensayo que obtuvo el Primer Premio del Certamen Literario organizado por la Comisión Nacional del Centenario de la Restauradora de la República y que expone los principales rasgos de la vida del héroe destacando su participación en la guerra y en los años posteriores a la misma, especialmente contra la política antinacional de Buenaventura Báez; Anexión y Guerra Restauradora, de Juan Daniel Balcácer y Manuel García Arévalo, donde los autores resaltan que la Restauración fue una guerra de liberación nacional y una guerra social que, como sostuviera Eugenio María de Hostos, tuvo una trascendencia continental y una mayor proyección histórica que la del 27 de febrero; Reflexiones sobre la guerra de la Restauración, de Francisco Antonio Avelino, quien expone, entre otros aspectos, “una comprensión sociológica de la proeza militar de dicha guerra; Anexión, Restauración e Iglesia, 1860-1865, de Antonio Lluberes, S. J., conferencia dictada en la Universidad Católica Tecnológica del Cibao, La Vega, el 3 de agosto de 2006 como parte del Ciclo de Conferencias que auspiciaron la Academia Dominicana de la Historia, la Comisión Permanente de Efemérides Patrias y la Universidad Autónoma de Santo Domingo con motivo del 143º aniversario de la Guerra Restauradora y del 75º aniversario de la fundación de la Academia. En dicho ensayo, su autor expone la participación de Iglesia, vista en sentido amplio de laicos y eclesiásticos, en la Anexión a España y, posteriormente, en la lucha restauradora. En esos hechos, unos diez y nueve eclesiásticos, como Gaspar Hernández, Francisco Xavier Billini y Gabriel Moreno del Christo, apoyaron la Anexión a España mientras otros, como el presbítero Fernando Arturo de Meriño, le manifestaron al propio Pedro Santana lo desarcetada de su acción anexionista y, luego, estuvieron del lado de los restauradores. Otra figura destacada que es analizada por Lluberes es la del sacerdote español 13

Bienvenido Monzón y Martín, designado arzobispo de Santo Domingo el 3 de agosto de 1862 y quien trató de “organizar la iglesia según el modelo institucional y pastoral español”; Características de la guerra Restauradora, 1863-1865, de Emilio Cordero Michel, donde el académico expone, entre otros temas, los antecedentes políticos de la Anexión a España; la situación demográfica y económica del país hacia 1861; las protestas contra la Anexión; las irritantes disposiciones económicas, sociales y políticas de dicho gobierno; el estallido revolucionario y popular del 16 de agosto de 1863; las campañas militares durante el período 1863-1865, donde resaltan las tácticas de la tea y de la tierra arrasada empleadas por los restauradores, así como la guerra irregular de montaña o guerrillera, siguiendo las instrucciones que había redactado Matías Ramón Mella cuando fue Ministro de Guerra, en septiembre de 1863; los hechos del Gobierno Restaurador, algunos lamentables e injustificados como el fusilamiento de Salcedo, el 5 de noviembre de 1864; el costo económico de la Guerra Restauradora tanto por España como para los dominicanos y las doce consecuencias más importantes de dicha guerra; finalmente en el presente texto se incluye el ensayo Notas sobre la participación haitiana en la Guerra Restauradora, de Ricardo Hernández, en el cual su autor destaca, entre varios aspectos, el respaldo que principalmente en el ámbito diplomático brindó el gobierno haitiano al movimiento restaurador por considerar “la reaparición de España en la isla como un elemento atentador de su independencia”. La colección Ensayos sobre la Guerra Restauradora concluye con un Apéndice de 9 documentos –sobresaliendo el “Acta de instalación del Gobierno de la Restauración”, firmada el 14 de septiembre de 1863 y que dio movimiento al período denominado Segunda República–, que ofrecen valiosas informaciones de tan importante hecho histórico. La Academia Dominicana de la Historia, la Universidad Autónoma de Santo Domingo y la Comisión Permanente de Efemérides 14

Patrias, al auspiciar esta obra, ponen en manos del público un conjunto de valiosos ensayos y documentos históricos que contribuyen a un mayor conocimiento y a una cabal comprensión de la Guerra Restauradora y su trascendencia para el continente americano. Loor a los héroes civiles y militares de la Restauración y que su ideario y ejemplos de vida alienten a los dominicanos de buena voluntad a seguir luchando en la construcción de una República Dominicana, como la soñara Juan Pablo Duarte, libre, soberana e independiente. Santo Domingo, República Dominicana. 16 de agosto de 2007.

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Mensaje de Roberto Reyna, Rector Magnífico de la Universidad Autónoma de Santo Domingo

Con motivo del 469 Aniversario de su fundación, la Universidad Autónoma de Santo Domingo publica, llena de orgullo, este libro contentivo de una amplia diversidad de puntos de vista sobre la Restauración de la República. Ensayos sobre la Guerra Restauradora es la expresión, no sólo de la epopeya que libró el pueblo dominicano para consolidar su independencia nacional, al mismo tiempo comporta una visión múltiple de las diversas circunstancias que rodearon la Guerra Restauradora. Eximios historiadores dominicanos de épocas distintas vierten sus juicios y opiniones sobre los hechos acaecidos antes y durante el proceso de la Restauración de la Independencia que nuestro pueblo había conquistado a fuego y sangre. Se trata de una obra de autoría múltiple en la que se conjuga lo más granado de nuestra historiografía republicana. Aquí se verifica una suma del talento dominicano puesta al servicio del país a través de una obra de análisis diversos escrita en estilos distintos, pero con la orientación única en el sentido de la verdad histórica.

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Nuestra Universidad Primada de América cumple un deber patriótico al poner en manos de la juventud dominicana los ensayos en los que se evidencian fielmente el valor y el arrojo de los Restauradores de la nacionalidad. En esta colección del movimiento restaurador, se examinan algunas de sus motivaciones y consecuencias históricas. Aunque no es un libro de historia, lo cierto es que los lectores encuentran, en la argumentación en el análisis de los hechos y en la valoración de la epopeya, la grandeza de espíritu de los prohombres que reconstruyeron la dominicanidad. Ensayos sobre la Guerra Restauradora nos pone en contacto con aquella dominicanidad que había sido despedazada por la falta de sentido histórico de los anexionistas, que es como decir que la patria yacía cual cadáver insepulto, y nos pone en contacto también con la dominicanidad luminosa que fue revivida, resucitada como Lázaro, por el milagro de la Restauración.

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Antecedentes históricos y sociológicos de la Anexión a España* MANUEL A. PEÑA BATLLE

I No nos es dable extendernos en consideraciones sobre la Anexión de la República Dominicana a España, sin antes

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Este ensayo se publicó en la revista El Día Estético, S. D., No. 2, 1929. La siguiente carta es una nueva prenda del interés del Lic. Peña Batlle por todo lo relativo al General Santana. “Ciudad Trujillo, 8 de marzo de 1937.- Señor don Vetilio J. Alfau Durán, Higüey.Muy señor mío: Con sumo interés he leído las notas biográficas del General Pedro Santana que publicó Ud. en el Listín de ayer domingo. Como casi todo lo que Ud. escribe sobre historia nacional, estas notas biográficas acusan en Ud. un gran amor por la materia y una vocación decidida hacia ese género de estudios. Yo lo leo siempre con gran delectación. Para los fines que puedan interesarle le informo de que el testamento del General Santana fue publicado íntegramente por mí en el año 1923 y en el número 4 de la Revista Claridad (Santo Domingo, marzo 31 de 1923). El documento es muy interesante y confirma muchos de los datos que usted suministra en su trabajo de ayer sin comprobación documental. En espera de que puedan serle de interés estas informaciones, soy de usted, atentamente, M. A. Peña Batlle”. El testamento aludido figura en la obra del Lic. Rodríguez Demorizi, Papeles del General Santana, Roma, 1952.

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determinar las razones de orden social y las circunstancias de filosofía política que produjeron aquel momento en nuestra historia. Al estudiar detenidamente el origen y las consecuencias de la Anexión a España, es necesario determinar a la luz de un exacto examen de nuestro desarrollo político, las tendencias que caracterizan la vida pública de los directores de aquel movimiento de opinión, comparándolas con las tendencias que en el escenario de nuestros sucesos públicos se manifestaron en pugna con aquellas. En ninguna manifestación pueden estudiarse esas actividades con mayor exactitud que en las luchas de partidos, en las sinceraciones de bando. De ahí que tengamos forzosamente que aprovechar para nuestro estudio, el acopio de revelaciones y la cantera de experiencias que ofrecen a la arquitectónica ordenación de la historia política dominicana, la actividad desplegada por los diversos partidos que han asumido la dirección de nuestros asuntos públicos. En la historia de la República Dominicana, ningún momento, ninguna época ofreció más amplio campo de acción a la iniciativa personal, a la labor individual, a la inspiración de un hombre de aquella época de ensayos y experimentaciones que siguió a la constitución del Nuevo Estado. En esa época decimos, al nacer la República Dominicana, se incubó dolorosamente la cruenta y desesperante evolución que ha sufrido luego y se asentaron sobre bases definitivas los sufrimientos, las transiciones y las caídas que nos han acompañado en todo el curso de nuestra vida social. A raíz de proclamada la separación de Haití, constituida ya la República Dominicana, tal como la concibiera su ilustre progenitor, varón de virtudes todavía no bien conocidas de sus compatriotas; a raíz de ese suceso trascendental, las aspiraciones torcidas, las ambiciones solapadas, el afán de preponderancias, de los que hasta el momento antes habían estado sirviendo a los intereses haitianos, desataron sus fuerzas invisibles y determinaron para 20

mucho tiempo, la profunda división de tendencias, que, nacida al día siguiente de creada la República, se ha mantenido inalterada hasta nuestros propios días. Esa es la abrumadora verdad histórica que caracteriza aquella época. Antes de nacer, nos condenamos a morir nosotros mismos; hubo voluntades concentradas en el mal, pensamientos inspirados en el mal, y entonces, dolorosamente venció el mal. Los buenos, los puros, fueron ridiculizados: la frente poseída de Duarte, fue blanco de la rechifla soez, del insulto grosero, de la imputación infame, el brazo potente, la recia musculatura de Santana, ajena al bien como al mal, sostén salvador en un momento, se impuso al país y a sus hombres. Santana se armó contra Duarte, el pensamiento y lo venció. Desde el año mil ochocientos treinta y ocho, se había acentuado el ambiente de la antigua colonia española, una débil aspiración de mejoramiento político, que más tarde, al imponerse definitivamente, favorecería la realización, casi imposible, de la concepción trinitaria. Esa corriente de progreso social y político se vinculaba estrechamente a los trabajos y preparativos de la revolución, y estaba alentada por la mente y la voluntad de Duarte, el Apóstol, y por los hombres que al conjuro de ese apostolado se habían entregado a la causa de la libertad. II Iniciamos en el año de 1838, con la fundación de la Trinitaria, los trabajos revolucionarios, y concretados el propósito y las aspiraciones de Duarte, en una extensa labor de propaganda separatista no pudieron, sin embargo, esos trabajos, revestirse de un efectivo carácter de realidad patriótica, hasta el año mil ochocientos cuarenta y tres, época en que, merced al movimiento revolucionario que promovió en Haití el General Charles Herard en contra 21

del Presidente Boyer, tomaron los trabajos dominicanos gran aliento por la razón de que esta parte española de la isla, fue factor determinante en el éxito de las aspiraciones revolucionarias de occidente. Ese movimiento a que hacemos referencia conocido en la historia dominicana con el nombre de La Reforma, y que culminó felizmente con el grito de Praslin, es el momento inicial de las profundas divisiones de partidos que se manifestaron luego en nuestras luchas políticas. Desde entonces, antes de nacer la República estaban divididos, y rivalizaban lamentablemente nuestros hombres de Estado. Ahondemos un poco en el futuro estudio de aquellos sucesos y veremos en aquel momento, cuando todavía no habíamos nacido, el germen de lo que luego fue desgraciada e inconsulta anexión a España. En el año mil ochocientos cuarenta y tres, derrocado ya del poder el Presidente Boyer, estaban en Puerto Príncipe, en calidad de diputados por Santo Domingo, los señores Buenaventura Báez, Manuel María Valencia, Juan Nepomuceno Tejera, Francisco Javier Abreu, Remigio del Castillo, Pablo López Villanueva, y otros quienes, independientemente de Duarte y sus compañeros, trabajaban en el sentido de deshacerse del yugo haitiano, a cambio del protectorado francés, o de la cesión pura y simple del territorio dominicano a Francia. Para entonces, era cónsul francés en Haití Mr. Levasseur, y estaban presentes también en Haití Mr. Adolfo Barrot, en una misión especial, y el Almirante Mosges, comandante en jefe de las fuerzas navales francesas de las Antillas, personajes con quienes se entendían directamente los dominicanos que aspiraban al protectorado francés o a la anexión a Francia. Los trabajos anexionistas de Báez y sus compañeros recibieron un gran aliento con la llegada del cónsul francés, Mr. Juchereau de 22

Saint-Denis, designado para El Cabo, quien, debido a una estratagema de los franceses, fue trasladado a Santo Domingo, porque el terremoto de 1842 había destruido casi totalmente aquella ciudad. En este momento, concertados ya definitivamente Báez y el Almirante Mosges, quien sólo esperaba instrucciones que había pedido a su gobierno caído en vías de ejecución el Plan de Levasseur, sufría aguda crisis el ideal revolucionario: Duarte, ausente, acosado por la persecución encarnizada de los haitianos; Sánchez enfermo, y oculto; Mella, Bonilla, Valverde y muchos más, presos en Haití, por denuncia que hiciera “La Chicharra”, libelo que tenía el Gobierno a su disposición; todo hacía pensar entonces, que la causa separatista estaba a punto de fracasar definitivamente. Estos acontecimientos se sucedieron en la segunda mitad del año mil ochocientos cuarenta y tres. La situación política de la isla, y especialmente de Santo Domingo, para esa época, era muy agitada, y se manifestaba muy compleja. Las dos tendencias, que separaban y enfrentaban a los hombres dirigentes de la política, marchaban por muy opuestos caminos a la consecución definitiva de sus propósitos. La encarnizada oposición que los afrancesados hacían al proyecto generoso de Duarte, llegó a comprometer muy seriamente el éxito de la revolución. Está rigurosamente comprobado según lo expresa el articulista de “El Teléfono”, quien parece que entonces tenía a la mano documentos de la época, la versión de que, una vez triunfante el movimiento de la Reforma, Duarte, ansioso de unificar la mente y la acción de todos los dominicanos prestantes de la época, convocó un grupo de personalidades, para una reunión que se celebraría en la casa de don José Diez y en la cual les expondría el Maestro su proyecto de emancipación y los medios de realizarlo; a esta reunión concurrieron varios elementos de la escuela adversa a Duarte, quienes no sólo no ofrecieron su concurso para la obra de la Separación, sino que correspondieron a la noble invitación “con una acción vituperable, nada menos que con la denuncia 23

clara y descarnada de todos sus planes, acompañada de la indicación de los individuos principales que estaban comprometidos a realizarlos”. El observador sagaz echará de ver en todo esto que el movimiento revolucionario de los trinitarios necesitó defenderse con mayor energía y audacia de las maniobras de los ataques de los afrancesados que de la propia iniciativa haitiana. También se echará de ver que el elemento haitiano estaba manejado antojadizamente por los enemigos de Duarte, quienes hacían uso de aquel elemento para combatir a los radicales dominicanos, combatiendo así, a conciencia plena, la separación pura y simple de Haití, en defensa de un propósito de anexión a Francia. Eran directores principales de aquel cuadro de combinaciones, Báez abiertamente y Bobadilla entre bastidores. Llegó un momento en que se vieron tan avanzados los trabajos de Báez y sus compañeros con el Cónsul Levasseur y el Almirante Mosges que ante el inminente peligro de que esos trabajos llegaran a tener éxito, los trinitarios decidieron precipitar los acontecimientos asegurando el triunfo de la causa al amparo de un golpe de audacia; si el pronunciamiento del 27 de febrero no revistió los caracteres de preparación y madurez que una medida de esa naturaleza requería, se debió, indudablemente, a la necesidad en que se vieron los directores del movimiento de hacer fracasar los propósitos y los trabajos de Levasseur y los dominicanos afrancesados. Esta lucha azarosa, sostenida a un mismo tiempo contra elementos de carácter tan distinto, como eran entonces la política oficial haitiana y la política torcida y tendenciosa de Levasseur y sus acólitos dominicanos, es lo que, a todas luces, magnifica la labor irritante, porque la fuerza y la rectitud de esa labor sufrieron todo género de pruebas y pasaron a través de todas las vicisitudes imaginables, antes de concretarse en una obra real y duradera. El 24

ideal revolucionario puro, antes de culminar gloriosamente en 1844, sufrió un desarrollo de tal modo violento, que algunos meses antes del 27 de febrero muy pocas personas tenían fe absoluta en el éxito de las ideas radicales. Nuestro medio ambiente manifestaba tan absoluta carencia de sentido nacionalista, que fuerza le era sentirse ajeno a la corriente avanzadísima que indicaba para entonces el ideal trinitario. No podían imperar esas ideas, definitivamente, en un medio que distaba de ellas por lo menos un siglo de atraso. “Un pueblo que ha vivido en la atmósfera de la inmoralidad y la injusticia, que está inficionado de vicios, de errores fundamentales, que no conoce más prácticas gubernativas que las que en esta tierra han podido perdurar, las de la tiranía; que está revuelto siempre por ideales subversivos...” “Un pueblo que carece en absoluto de tradición aprovechable y de educación” no puede convertirse “de un día a otro, surgiendo de la sombra de la noche todo estropeado, harapiento, con el rostro pálido y demacrado a la mañana deliciosa de un despertar inesperado”, no puede convertirse “en un pueblo adulto robusto y sano, lleno de vigor moral, con ideas justas, con nobles propósitos, con hábitos sociales y políticos, que le permitan dar en su nuevo género de vida la misma notación de los pueblos que como Suiza, Inglaterra y los Estados Unidos de América, no sólo necesitaron siglos para llegar ahí, sino que contaban con elementos étnicos superiores, por una preparación y una adaptación lenta y natural al medio geográfico y al medio internacional”. Un pueblo que acaba de atravesar períodos históricos tan deprimentes como el período de la España boba, y el período de dominación haitiana, un pueblo que no había dejado de tener amos en ningún momento de su vida, forzosamente debía dar preferencia a las ideas anexionistas de Báez y de Bobadilla, para quienes el ideal trinitario no era sino la obra desmedrada y risible de un grupo de ilusos. 25

Si es verdad que el triunfo de los trinitarios fue aplastante y que, momentáneamente, en la noche del 27 de febrero lograron imponer sus ideas proclamando la separación absoluta de Haití y la constitución de la República Dominicana como Estado independiente, dueña de sí, y de su propio gobierno y destino, no es menos cierto también, que la efímera y fugaz expresión de ese triunfo no fue sino la obra providencial de las circunstancias, y que, tan pronto como los enemigos acérrimos del febrerismo se dieron cuenta de que el chispazo audaz y juvenil del 27 de febrero tendría consecuencias definitivas, al amparo de las circunstancias imprevistas del momento, malograron en su cuna la viabilidad de ese movimiento imprimiéndole, con el solo hecho de tomar parte en su realización, el sello inconfundible del pesimismo, de bajo sentimiento práctico, de falta de fe en los altos dictados de preservación nacional, que caracterizó desde antes el bando de los descreídos. Ya veremos como el desarrollo de los acontecimientos subsiguientes al 27 de febrero, comenzando con la constitución de la Junta Central Gubernativa, hasta la propia anexión a España, llevan impreso el carácter escéptico y claudicante de los hombres que fueron como Bobadilla el alma propulsora de aquella época nefasta, “la época de los grandes destinos del primer período de la República, época de fusilamientos y ostracismos, de inacabables agravios al patriotismo, de rivalidades y sacrificios”. Estudiando detenidamente el verdadero sentido de aquellos sucesos y de aquella época, hemos llegado a la conclusión de que el triunfo del 27 de febrero, el triunfo de los trinitarios fue el triunfo de las ideas reaccionarias, y que la democracia y el buen gobierno, no derivaron de aquel acontecimiento ningún impulso generoso, ningún avance atendible. Consecuencia dolorosa de las condiciones sociales, étnicas y políticas del pueblo dominicano, que no estuvo preparado entonces para vivir y adelantar la corriente de innovación y de nacionalismo, que atesoraba la grandiosa 26

concepción del Maestro, de Duarte, la única figura excelsa de nuestra emancipación política. Los directores del movimiento radicalista, a fines del año mil ochocientos cuarenta y tres, en el mes de diciembre, tuvieron conocimiento de que, para el mes de abril del año entrante, mil ochocientos cuarenta y cuatro, se pondrían en ejecución los planes de Báez y de Levasseur. Esta circunstancia de graves proporciones, hizo pensar a los trinitarios en promover cuanto antes un pronunciamiento y “declarar la parte del Este, Estado libre e independiente”. Este movimiento, por sus consecuencias políticas, constituye el más importante y fecundo período de la historia política de la República Dominicana. El año mil ochocientos cuarenta y tres, especialmente en su segunda mitad, fue de mucho movimiento para los conjurados. Tanto para los trinitarios como para los afrancesados. De tal modo fue así que, por razones muy atendibles, no se dio el grito de libertad en el mes de diciembre de ese año. Para esa fecha estaban ya definitivamente constituidos los partidos políticos que mayor arraigo tuvieron en la Primera República. Es evidente que en ese período de nuestra vida política se perfilaron dos tendencias, se opusieron dos sistemas que, más o menos transformados, más o menos cubiertos, han perdurado en todo el curso de nuestra vida social. Hubo entonces lucha de principios, choque de tendencias; las ideas tuvieron su imperio, efímero es verdad, pero elocuente, digno, esforzado. Después de ese momento, después de esa lucha, que fue a muerte después de la caída estrepitosa de los febreristas, después del fracaso lastimoso del ideal trinitario, expresado en el fracaso de Duarte; después de eso no ha habido en Santo Domingo un duelo tan tremendo, una corriente de civismo tan intensa como aquella; el gesto inmaculado de Duarte, al caer, no ha sido superado en ningún momento. Es único. Se sacrificó, en toda la 27

extensión del sacrificio, a la idea, la salvó definitivamente, inmolándose en su holocausto. Si Duarte no se resigna vencido, si no renuncia a sí mismo, a sus aspiraciones, a sus ambiciones, a su propia personalidad; hubiera sacrificado el Ideal y oscurecido su Apostolado. Un momento de debilidad del Maestro en el seno de la Junta Central Gubernativa, cuando ésta concluyó formalmente con Francia la cuestión de la bahía de Samaná, hubiera comprometido definitivamente la suerte de la República. Un momento de ambición o de egoísmo, cuando su nombre fue lanzado a la arena de las ambiciones políticas, proclamándolo Mella y Villanueva en el Cibao como presidente de la República; un momento de indecisión, de aturdimiento entonces, hubiera comprometido la fuerza y la elevación de su ideal purísimo. El pueblo dominicano no estaba preparado para comprender y consagrar ese ideal, los hechos comprobaron esa verdad en menos de tres meses. Sin embargo, el ideal se salvó porque Duarte, gran corazón y gran pensamiento, supo vivir para el ideal; porque Duarte supo morir para que su muerte diera aliento supremo al apostolado de su vida. Tal fue la misión de aquel gran hombre: sacrificarse a su concepción. Los dos partidos, intransigentes y afrancesados, sufrieron la inevitable influencia del personalismo. Los hombres no dejaron de imperar, y aunque había fundamental división de ideas y de tendencias, no pudieron éstas imponerse al pueblo por la sola virtualidad de su existencia, sino que necesitaron para consagrarse en el ambiente, de la directa y personal influencia de los hombres. Así vemos como aquellos dos partidos, que sostenían propósitos tan diversos, y que en realidad vivían para dos principios determinados, no pudieron perpetuarse con denominaciones apropiadas a sus tendencias, sino con el nombre de los hombres que estaban a la cabeza de ellos. Hubo partido Duartista y partido Santanista. Imperaban los hombres, aun en el caso en que hubiera ideas en el palenque de los públicos hechos. Este fenómeno se 28

produjo aun antes de constituida la República cuando sólo se hacía política de conjuración. Después de una larga e insistente persecución de parte de los haitianos y los dominicanos enemigos de sus ideas políticas el día dos de agosto del año mil ochocientos cuarenta y tres, Duarte tuvo que abandonar el país, aconsejado y asesorado por sus mismos compañeros, quienes veían en la posible y casi inminente captura del Maestro, el fracaso de las ideas separatistas. La ausencia de Duarte tiene una gran significación en el proceso de los últimos acontecimientos. En el momento culminante faltó la dirección inspirada, la mente creadora, el consejo iluminado. Después de la salida de Duarte, se inicia, progresivamente, la decadencia del ideal radicalista, hasta perecer a raíz de hecha la separación, en la punta ensangrentada de la espada del hatero seibano. En aquella época eran muy escasas y muy dilatadas las vías de comunicación con el extranjero, de ese modo pues, Duarte, desde Venezuela, no podía dirigir principalmente la revolución, a pesar de que no desmayó ni un solo momento en su empeño, ni escatimó contingentes ni sacrificios en bien de la causa. No hubo una estrecha armonía en la acción; lejos Duarte del país, la concepción trinitaria comenzó a sentir la influencia negativa de Bobadilla quien llegó a ejercer decidido imperio sobre los acontecimientos. De tal modo influyó este hombre, quien días antes había estado al lado de los haitianos, que, en el manifiesto lanzado al país por los conjurados para dar a conocer las razones de la separación de Haití, fechado en 16 de enero de mil ochocientos cuarenta y cuatro, escrito seguramente por la mano de Bobadilla, llegaron a expresarse las ideas y los propósitos de los afrancesados. En el mes de septiembre, el día 10, celebró Duarte una reunión en Caracas, en la casa de su tío J. P. Diez, con el propósito de ordenar los trabajos y dar una orientación adecuada a sus labores 29

revolucionarias. Se determinó en esa reunión “que los señores Juan Isidro Pérez y Pedro Alejandro Pina partieran a Curazao en donde podían ellos ponerse en relaciones con nuestros amigos de Santo Domingo y poner en su conocimiento nuestros planes, y al mismo tiempo pedir informes sobre el estado en que se hallaba nuestra grande empresa”. De modo pues que, todavía a mediados de septiembre, no había tenido Duarte noticia ninguna del estado en que se hallaban los trabajos. Este estado se prolongó seguramente hasta el día quince de diciembre, fecha en que recibió comunicación de Sánchez y Vicente Celestino Duarte, dándole informes, muy escasos, de la labor realizada durante cinco meses. En esta carta, además, se hablaba de precipitar los sucesos, por temor de la audacia de un tercer partido. La circunstancia de que la carta en referencia llegara a su destino con un manifiesto retraso impidió tal vez que el grito de separación se diera en el mes de diciembre del año mil ochocientos cuarenta y tres. Decimos tal vez, porque no acertamos a comprender hasta qué punto estaban desconcertados unos de otros los directores del movimiento. Es decir, lo ignorante que estaban unos y otros de la situación por la que respectivamente atravesaban. Con efecto, en la carta comentada, dicen Sánchez y Vicente Celestino: “Después de tu salida, todas las circunstancias han sido favorables, de modo que sólo nos ha faltado combinación para haber dado el golpe. A esta fecha los negocios están en el mismo estado que tú los dejaste; por lo que te pedimos así sea a costa de una estrella del cielo, los efectos siguientes: 2000 ó 1000 ó 500 fusiles a lo menos; 4000 cartuchos; 2 y medio ó 3 quintales de plomo; 500 lanzas o las que puedas conseguir. En conclusión: lo esencial es un auxilio por pequeño que sea, pues este es el dictamen de la mayor parte de los encabezados”; luego en otro párrafo de la misma carta le decían: “procurando si fuere posible, comunicarlo a Santo Domingo, para ir a esperarte a la costa el 9 de diciembre o 30

antes, etc.” Se le pedía a Duarte, desterrado, desprovisto de dinero aun para atender a sus necesidades personales, perseguido por sus enemigos, para que lo obtuviera en el escaso tiempo de diez o quince días, el contingente de mucho tiempo, de muchas y muy buenas relaciones, de mucho dinero y de mucho conocimiento de los hombres y de la vida. Se le pedía a Duarte, joven, advenedizo en Venezuela, desconocido, oscuro, lo imposible, lo que muchos en mejores condiciones que él, no hubieran podido conseguir. El fracaso del Maestro en esas diligencias fue aplastante, Rosa Duarte, su ingenua biógrafa en el documento tantas veces citado así lo expresa: “su estadía en Caracas era ver si podía allegar recursos con qué proporcionarse pertrechos y armamentos, para poder libertar su patria, para cuyo efecto solicitó por medios de la Respetable Sra Dn. María Ruiz, su compatriota, una audiencia del honorable Sr. General Carlos Soublette el que me recibió con la cortesía y afabilidad que le eran naturales. Él acogió de la manera más digna mi noble propósito, me ofreció su cooperación en todo lo que estuviera a su alcance... ofrecimiento que no pasó de palabras. Mi intención no es culpar al esclarecido patriota, culpo tan sólo al destino (como vulgarmente se dice) los insuperables obstáculos que en mi patria se oponían a mis pasos, me siguieron al destierro haciendo todos mis esfuerzos infructuosos”. Aún cuando la carta de Sánchez y Vicente Celestino hubiese llegado oportunamente a manos del Maestro, admitiendo que, despachada esa carta de Santo Domingo el día 15 de noviembre, pudiera llegar a manos de Duarte, a tiempo de que éste el “9 de diciembre o antes”, estuviera en las costas de Santo Domingo con un convoy a bordo, admitiendo eso, tendríamos que aceptar que aun así, contando con la ayuda de Duarte, con la ayuda que le pedían los conjurados en la carta del quince de noviembre, no hubiera podido, en modo alguno, realizarse el pronunciamiento; sencillamente, porque le habían pedido lo imposible; lo que no podía dar. Ahora bien, es posible 31

pensar que esa petición, ese encarecimiento, esa premura con que se intimaba a Duarte, fuera la obra aviesa de sus enemigos, de los enemigos de la separación absoluta; muy posiblemente, eso que Sánchez y Vicente Celestino, de buena fe, llamaban “el dictamen de la mayor parte de los encabezados” era la influencia de Bobadilla, “encabezado” ya e interesado en desacreditar a Duarte, en restarle la confianza y el respeto de sus amigos, y en comprometer el éxito de la labor radicalista. Todo es posible tratándose de hombres como los que siempre tuvo Duarte de frente. En singular contraste con la carta en comentario, escribía el prócer Juan Isidro Pérez, desde Curazao y en 27 de noviembre del mismo año, a José Patín y Prudencio Diez “En conformidad con lo que les diga Freites, que es el conductor de ésta, espero que Uds. venderán sus relojes, Juan Pablo el suyo y su cadena, mi paisano Mariano las hebillas de sus breteles, pudiendo contribuir con más, a fin de que no deje Juan Pablo, por falta de dinero, de marcharse inmediatamente a verse con su familia; así lo exige el honor”. ¡Cómo andaban las cosas y los hombres de la revolución!, mientras desde Santo Domingo, compañero cercano del Maestro, iniciaba una colecta entre sus amigos para prepararle un viaje que lo acercara al padre moribundo deseoso de ver por última vez al hijo predilecto! Nuestra sugestión no carece de fundamento, toda vez que tanto Sánchez, amigo íntimo de Duarte y de su familia, como Vicente Celestino, hermano del Maestro, conocían a fondo la situación de éste y debían tener la absoluta seguridad de que la ayuda pedida no podía obtenerla Duarte, sino con sus propios recursos, los cuales estaban en Santo Domingo, y eran escasos. Además, ya para mediados de noviembre, seguramente estaban iniciados en los trabajos trinitarios, Bobadilla, Mercenario, Cabral Bernal, Moreno, Echavarría y otros, los futuros perseguidores de Duarte, afrancesados conocidos y figuras prominentes del anexionismo. Esas personas, la probable “mayor parte de los encabezados” de 32

que hablan Sánchez y Vicente Celestino, firman todos en lugar preferente, la manifestación de los pueblos del Este sobre las causas de la Separación, la cual manifestación está suscrita en primer término por Bobadilla. Detengámonos un poco en la observación y en el estudio de este momento, para llegar forzosamente a la conclusión de que el triunfo del 27 de febrero fue un triunfo indiscutible del partido anexionista, un triunfo de las ideas reaccionarias, de las tendencias que desde la Reforma, contrarrestaban y perseguían los trabajos de La Trinitaria y La Filantrópica. Este fenómeno lo produjo principalmente la ausencia de Duarte, quien se vio en la necesidad de abandonar el país, acosado más bien por sus enemigos dominicanos, viles y descarados manejadores de la influencia haitiana, que por la determinación del gobierno exótico. Para la realización de los planes y las miras de los afrancesados, era un grande inconveniente la presencia de Duarte en el teatro de los acontecimientos. El prestigio del Maestro, sus arraigos en nuestra sociedad, su posición económica, eran motivos seguros de recelos y de temores de parte de los enemigos de la revolución, por eso desplegaron todas sus actividades en miras de alejarlo del país; es una verdad histórica el hecho de que hicieron más daño a la revolución los manejos de las intrigas de los dominicanos que los mismos haitianos, quienes estuvieron casi ajenos al móvil y enseñanza de los trinitarios. Una profunda observación política nos permitirá determinar el cambio radical que acordó a los acontecimientos y a los afrancesados, los enemigos de la revolución, lograran alejar del país al hombre que había incubado y dirigido el movimiento radical. Si aceptamos como forzoso resultado de serias investigaciones históricas, el hecho de que enconadas pasiones partidarias, innobles combinaciones bastardas de sus enemigos políticos, produjeron la ausencia de Duarte, es preciso determinar ahora, a la luz de hechos y acontecimientos posteriores a aquel suceso, cuáles 33

fueron las consecuencias y cuáles fueron las ventajas que desviaron los afrancesados de aquellas funestas estratagemas, cuál fue el cambio casi fundamental que operó en el curso de los trabajos revolucionarios; por qué este cambio alteró el significado y el propósito de la revolución iniciada por los trinitarios, y por qué, finalmente, el triunfo del movimiento separatista fue el triunfo de las ideas reaccionarias y conservadoras de los enemigos de Duarte y de sus compañeros de acción. Hasta ahora, el verdadero significado de los hechos históricos que sucedieron antes del 27 de febrero, ha permanecido ignorado de la mayoría de los dominicanos, y muy pocos historiadores se han detenido ante esos hechos para desentrañar de su razón filosófica el verdadero sentido científico de la historia política de aquel período. La unidad en la acción y en el pensamiento, la necesaria centralización que requiere toda labor revolucionaria, se perdió desde que Duarte, forzado a ello, tuvo que abandonar el teatro de los acontecimientos; desde ese momento quedaba el movimiento separatista a merced de la influencia poderosa y de la posición eminente de los afrancesados. Con efecto, traspasada la dirección del movimiento, una vez ausente el Maestro, a manos de la figura más sobresaliente y de mayores simpatías en el ambiente, que lo era indiscutiblemente Sánchez, el intrépido y denodado amigo de Duarte, no pudo aquel, sin embargo, impedir que las voluntades torcidas y los manejos solapados, fueran poco a poco incautándose de los destinos de la revolución, y llegaran, en un momento dado, a manejar, de hecho, los trabajos y los propósitos trinitarios, haciéndolos fácil instrumento de aspiraciones impuras. Veamos en primer término, para comprobar nuestras tesis, el sistema de gobierno que escogieron los directores del movimiento, antes del pronunciamiento, para la futura República Dominicana. 34

“Dividido el territorio de República Dominicana en cuatro provincias a saber: Santo Domingo, Santiago o Cibao, Azua, desde el límite hasta Ocoa y Seybo, se compondrá el gobierno de un cierto número de ellas para que así participen proporcionalmente de su soberanía”. “El Gobierno Provisional se compondrá de una junta compuesta de once miembros electos en el mismo orden. Esta junta resumirá en sí todos los poderes hasta que se forme la constitución del Estado, y determinará el medio que juzgue más conveniente para mantener la libertad adquirida, y llamará por último a uno de los más distinguidos patriotas al mando en jefe del ejército que deba proteger nuestros límites agregándoles los subalternos que necesiten, etc.” Desde ese momento, antes de estar constituida la República, estaban determinados los acontecimientos que se sucederían, una vez que triunfara la Revolución. Con efecto, el sistema de gobierno provisional adoptado por los conjurados, cuando la conjuración hubiera estado en manos de quienes la iniciaron en el año 1838, sólo hubiera tenido como resultado poner el gobierno de la República en manos de quienes lo hubieran consagrado a la democracia y a los buenos principios; pero ese sistema, ideado seguramente por quienes tenían ya miras ulteriores o intereses creados a la sombra de la revolución, constituía un indiscutible peligro para la suerte de la República, porque en el estado en que estaban las cosas, teniendo mayoría en el elemento dirigente los hombres que sustentaban ideas conservadoras, significaba aquel gobierno provisional, la centralización absoluta de los destinos de la República en manos de Bobadilla y sus acólicos. Veremos después cómo confirman los hechos esta apreciación. En cuanto a que fueran los afrancesados quienes iniciaron esta política, no hay duda ninguna, el mismo Báez lo ha dicho: 35

“Es cierto que no tuve parte en la combinación que dio por resultado el pronunciamiento del 27 de febrero, y que dudé del éxito de aquella empresa, hasta el extremo de temer que hiciera abortar los planes en que teníamos otros mayor fe; pero luego que vi la resolución de mis conciudadanos, me uní a ellos y les merecí la confianza de ser nombrado consejero del General Santana con cuyo carácter asistí a la batalla de Azua”. Algunos meses antes de la salida de Duarte, según reza una muy atendible versión histórica, en la reunión que promovió éste en casa de don José Diez, con eI propósito de aunar voluntades y elementos disidentes en bien de los trabajos revolucionarios, los afrancesados, enemigos de la tendencia radicalista no pudieron ni quisieron llegar a un acuerdo con el Maestro, y sin pararse ahí, denunciaron al general Herard ainé, los planes y proyectos de los trinitarios; sin embargo, poco tiempo después, alejado Duarte del país por intrigas malsanas de ese mismo elemento disidente, con fines no bien determinados todavía, los representantes más caracterizados de la tendencia retrógrada entraban en relaciones íntimas con los radicales que habían quedado al frente del movimiento separatista y llegaban casi a desplazarlos de esa dirección, sin que por ello dejaran de pensar en cuanto a política, del modo como lo habían hecho siempre. La buena fe y la sinceridad indiscutible de los trinitarios no podían vislumbrar en los manejos interesados de sus enemigos los acontecimientos desgraciados que se sucedieron en contra de los padres de la revolución, en julio del año 1844, pero la crítica política sí ha de ver la razón íntima y el origen de aquellos hechos. Ya en enero del año 1844, los afrancesados tenían plenamente desarrollados su plan de acción. En el primer documento oficial de la Revolución, en el acta de independencia, se ven esbozados los acontecimientos que sucedieron al 27 de febrero, y están condensados en un solo párrafo, las ideas conservadoras y los anhelos anexionistas de los afrancesados: “Nuestra causa es 36

santa: no nos faltarán recursos o más de los que tenemos en nuestro propio suelo, porque si fuera necesario, empleamos los que nos podrían facilitar en tal caso, los extranjeros”. Duarte no hubiera escrito ni firmado este párrafo, lo demostró luego. El sistema de gobierno provisional, caprichoso y advenedizo, creado por este manifiesto y la facultad de poder llamar “a uno de los más distinguidos patriotas al mando en Jefe del ejército que deba proteger nuestros límites” era, indiscutiblemente, un inteligente ardid de los afrancesados, seguramente un ardid de Bobadilla, porque así: cuando contaran los conservadores con mayoría en la futura junta de gobierno, podían centralizar en manos de una sola persona de su elección, la dirección del naciente Estado. En las circunstancias en que nació la República, tener el mando del ejército, era tener la dirección de los asuntos políticos, era tener la dirección del país. Ahora bien, ya en enero del año 1844 los afrancesados podían contar con una mayoría en la Junta Central Gubernativa porque entre las personas que firman el acta de independencia figuran, entre los de primera línea, entre los que más tarde irían a constituir la Junta, más elementos conservadores que radicales, hasta el punto de que tanto por la expresión de las ideas como por la expresión numérica, aparecen los trinitarios en segundo término. ¡Cuánto desinterés y qué bello ejemplo de abnegación! La política de los afrancesados, hábilmente manejada, había llegado a un perfecto grado de madurez, interesada en alejar a Duarte, hizo todo cuanto pudo por lograrlo, convencida además de que no podría realizar sus propósitos de anexión frente a las labores de los trinitarios, se dispuso debilitar el espíritu de resistencia que manifestaba la política separatista de Duarte, y concibiendo el propósito de aunarse con sus enemigos, lograron manejar las tendencias revolucionarias, y ponerla al alcance de sus ideales políticos, haciendo de la organización política provisional que recibiría el futuro Estado dominicano un 37

medio fácil, un instrumento favorable, para poder manejarlo a su antojo e imprimirle, en su organización definitiva, el sello inconfundible de su credo político: desconcertante y baja aspiración de anexionistas y vendimiadores.

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Examen crítico de la Anexión de Santo Domingo a España* ALEJANDRO ANGULO GURIDI

La guerra de independencia que el pueblo dominicano sostiene contra los españoles, no es, por cierto, como materia de hechos, un asunto desconocido para la América; pero dudo mucho que en ella se conozcan las causas que produjeron la anexión de Santo Domingo en marzo de 1861, y no sé que se hayan puesto en tela de juicio los probables efectos que en el caso de quedar España triunfante, se harían sentir en la causa de la libertad latinoamericana. Por otra parte: creo que en España misma se desconoce la verdadera índole, el carácter distintivo de la revolución que en agosto de 1863 estalló en la frontera Norte de Santo Domingo, y que en pocos días quedó triunfante en las dos extensas provincias del Cibao (Vega y Santiago), sin más excepción que la reducida

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Este ensayo lo publicó Alejandro Angulo Guridi en los números 19-31, 34 y 36 del periódico caraqueño El Constitucional (1864). Rodríguez Demorizi lo incluyó en su obra Antecedentes de la Anexión a España, Editora Montalvo, Santo Domingo, 1955, pp. 375-412. Para esta edición utilizamos la copia de El Constitucional que obtuvimos en la Biblioteca Nacional de Venezuela.

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área del Castillo San Felipe, de Puerto Plata; debiéndose en parte, a no dudarlo, a esa ignorancia del fondo del asunto, la insistencia con que a toda costa sostiene una lucha de la cual, aun triunfando, habría de salir perjudicada en sus intereses materiales, y surgirían a poco serias complicaciones políticas que pusieran en grave riesgo su denominación en Cuba y Puerto Rico. Delinear, pues, esos tres puntos del drama Dominico-Hispano, y sobre ellos llamar la atención de los pueblos y gobiernos libres de este hemisferio, así como del Gabinete de Madrid, son los fines que me propuse a escribir este folleto, creyendo firmemente, y con la mejor buena fe posible, que con un trabajo de esa especie haría un señalado servicio no solo a Santo Domingo, sino a todas estas nacionalidades de origen español, y hasta a los cubanos y porto-riqueños, cuyos destinos políticos, en un plazo más o menos largo, tendrán que asimilarse con los de aquellos por una consecuencia lógica de su posición geográfica, del desenvolvimiento de sus facultades intelectuales así como de su riqueza, de la distancia que los separa de España y del sistema de gobierno con que los rige, el cual, en economía es proteccionista y restrictivo, tiránico en política, y repugnante en alto grado, porque es condición inseparable del despotismo el relajar las costumbres así públicas como privadas. Ocúrreseme desde luego imaginar, que no faltará quien diga, o cuando menos piense, que después de haberse escrito mucho en la prensa de todos estos países, en la de los Estados Unidos, Cuba y España, sobre la revolución dominicana, parece innecesario este trabajo; y por lo mismo quiero prevenir la respuesta. Y diré –que a pesar de lo mucho que para los periódicos se ha escrito sobre aquella desigual contienda, todavía no se ha herido el tema en el corazón. Los escritores suramericanos casi se han limitado a ofrecernos sus simpatías, porque carecen de conocimiento práctico del país dominicano, y acaso porque preocupados con sus lamentables deserciones interiores, y actualmente con el escandaloso atentado 40

cometido por Mazarredo y Pinzón en las islas Chinchas, no han tenido tiempo ni sosiego para fijar detenidamente su atención en nuestra lucha. Los norte-americanos no han hecho ni hacen más que cronicar en cartas de corresponsales, siempre escritas a la ligera, las noticias de la guerra que hallan en los poco verídicos partes oficiales de las autoridades militares de Santo Domingo y Cuba: y los españoles, desatarse generalmente en exagerados elogios del valor y disciplina de sus tropas, y en inmediatas, pueriles divagaciones y bravatas sobre el honor nacional y la necesidad que a su juicio, existe de vengar las ofensas que se le han infligido y se le siguen infligiendo por los soldados republicanos. También algunos oficiales del ejército español en Santo Domingo escriben de vez en cuando artículos para los periódicos de La Habana y la Península; pero por desgracia ninguno de ellos revela las cualidades necesarias para servir el asunto con la sensatez, la imparcialidad y el aplomo que requiere por su aspecto y sus trascendentales ramificaciones. Limítanse esos señores a farfullar miserables epístolas en lenguaje vulgar con ribetes jocosos, llenos de rencorosas y punzantes injurias contra todos los dominicanos, no exceptuando ni a los que todavía figuran como leales al gobierno metropolitano; a fingir victorias en los momentos en que acaban de ser derrotados y a ridiculizar a los mismos que desconciertan y humillan a los vencedores de Tetuán; sin apercibirse de que tanto cuanto más se esmeran en pintar los harapientos, descalzos y mal armados tanto mayor es el bochorno de que debe cubrirse el ejército realista al fijar su mirada sobre sus trajes aseados y uniformes, sus triángulos, galones y estrellas de oro, sus rojas fajas de seda y sus limpias, nuevas y arregladas armas de fuego, y al juzgar después los resultados positivos de su lucha con aquellos heroicos sans culottes. Y es lástima, en verdad, que de entre todos esos militares así dados a escribir sobre la campaña de Santo Domingo, no haya descollado ningún escritor sesudo que con desapasionada entonación pusiera en claro el fondo y forma 41

de la revolución que zahieren; pues como producto de españoles, y a más, testigos oculares, su opinión, a no dudarlo, produciría en la península el benéfico efecto de ilustrar una cuestión que realmente desconocen allí hasta las personas que más parecen estudiarla, como el Sr. Félix de Bona, escritor concienzudo que se ha consagrado a abogar por la suerte de las colonias hispano-americanas, pero lejos de eso, aquellos corresponsales, lo mismo que el chabacano escritorzuelo de a 25 en librÍÍ que se firma R., en Las Novedades, periódico de Madrid, tal parece que se han propuesto por fin de sus desaliñados artículos el mayor y más amargo ensanamiento de las pasiones, agriar hasta el colmo el ánimo de todos los dominicanos con lanzarles al rostro denuestos, burlas e insultos a cual mortificantes, sin siquiera hacer pausa en ciertos casos ante la tersura y limpieza con que resplandece la verdad a favor de sus calumniados. En esos escritos no hay aún asomos de la calma que garantías de rectitud a nuestras opiniones; nada del análisis juicioso que nos conduce al descubrimiento de la verdad; nada, en fin del bien entendido patriotismo con que se deber suyo servir a su engañada patria, cuyos tesoros y sangre están explotando vergonzosamente varias autoridades y la oficialidad de Santo Domingo, por miserable sed de medros pecuniarios, y de ascensos conquistados sin la bizarra exposición de vidas que los justificaban en tiempos menos afeminados y corrompidos que los actuales. Lo único que con imparcialidad y no escasa exactitud se ha escrito sobre el asunto, es un folleto impreso en Nueva York que lleva por título Santo Domingo y España; pero aún esa obra deja vacíos muy notables, pues por ejemplo en ella se refiere la historia de algunos acontecimientos como causas de la anexión a España, pero no se completa el cuadro desentrañando y trasmitiendo al lector, como debió hacerse, las causas políticas y morales que, nacidas del estado social, de las Constituciones y algunas leyes, de las frecuentes oleadas de los partidos, de los casi incesantes abusos del poder ejecutivo de la República Dominicana, y del 42

estado de guerra exterior, fueron las que en realidad facilitaron a Santana y su camarilla la consumación de su apostasía patriótico-republicana. Además, se dice en esa obra que a Santana queda “en propiedad exclusiva la infausta fama de haber sido el único dominicano capaz de cometer traición, tan insigne”, y en honor de la verdad debo decir que ni eso es así, pues otros dominicanos, mucho antes que él lo pensara, quisieron estrangular la autonomía de la República, ni es justo atribuirle solidariamente la responsabilidad del gran acto liberticida a que me contraigo. En el trabajo que hoy al público diré algo sobre esta; la historia, en su día, completará el cuadro. Y por último, ni se da en el aludido folleto una idea completa y clara de la verdadera índole de la revolución de agosto, ni se discurre sobre sus lógicas consecuencias en relación con la estabilidad de las instituciones democráticas en los pueblos de origen español. Pero no es por eso mi ánimo rebajar ni en lo más mínimo el valor de aquel folleto. Lejos de eso, lo celebro por el innegable servicio que con él ha prestado su autor a la causa dominicana. Ni sería justo, por otra parte, el culpar por algunos de esos lunares a quien confiesa haber escrito su obra guiándose por datos que se le han comunicado en el país extranjero en donde aparece impresa, y que revela no haber vivido tiempo alguno en la República Dominicana. Yo que en Santo Domingo tengo mi origen; que a sus destinos he identificado mi suerte, y que he servido su causa desde 1852, tengo motivos para conocer a fondo el asunto de que trato, y el imperioso deber de hacerlo por bien de aquella patria infeliz y de las demás repúblicas hermanas. No soy, es verdad, ni puedo ser amigo de los españoles como gobernantes aquí en América, porque su sistema colonial es impolítico, injusto y anti-económico: porque por más buena fe con 43

que los sirvamos nosotros los criollos, siempre nos tratan con recelo, nunca creen en nuestra sinceridad: porque el hecho de nacer nosotros en América, es bastante para que todo español nos mire con desdén, juzgándonos inferiores a ellos en condición social, aún cuando nuestros padres y madres sean peninsulares; y en fin, porque cuando ocupan un puesto de autoridad cualquiera en el orden civil, militar o eclesiástico, su estilo, su tono, su lenguaje y sus maneras toman, tal aire de aspereza, por no decir otra cosa, que se hacen de todo punto insoportables, sin apercibirse de que con eso, unido a su mal gobierno, engendran y acrecientan ellos mismos el pensamiento y los planes de emancipación. Pero, a pesar de eso, no pertenezco al número de los exagerados enemigos políticos de los españoles, y menos al de sus enemigos sociales; porque no soy exclusivista; porque ni busco ni rechazo a los hombres tomando al efecto sus partidas de bautismo como barómetro de mis afecciones y en fin, porque soy sensible a ese secreto impulso que, así como nos hace amar a nuestras familias, nos inclina instintivamente a la colectiva, o sea aquella que consta de los miembros de una misma raza. Acepto, en el español, al hombre; rechazo en el español, al político en América. Además, soy justo por obra de la naturaleza y del estudio. Así, pues, no haya temor de tropezar en este opúsculo con rasgos de apasionadas, insostenibles inculpaciones contra España. No; yo no la acusaré de lo que no se merezca. Abrigo la convicción de que ni a los pueblos ni a los gobiernos se les sirve bien cuando se les engaña, siquiera se haga esta solamente en parte, sino cuando se les habla el lenguaje de la verdad desnuda de ambages, ficciones y animosidad; y creo también que la política es un principio, y así mismo debe ser prácticamente, una ciencia en todo caso ajustada a la moral. Lo único que a mi juicio podrá tacharse a este trabajo, aparte su desaliño, será de falta de apoyo que a algunas ideas le prestarían citas de autores bien reputados; y acaso de algún anacronismo u 44

otro error tratando de puntos históricos; pues como en el incendio que destruyó la ciudad de Santiago de los Caballeros en septiembre de 1863, perdí mis libros con cuanto más poseía, escribo ahora sin otro auxiliar que mi memoria; y como conozco que esa facultad no siempre nos es fiel en la reproducción de sus impresiones, no he querido usar con mucha frecuencia de su archivo. Si los gobernantes y tribunos de estas repúblicas latinoamericanas, al leer esta obrita contraen su atención a las causas que eficientemente, y desde muy atrás, produjeron la anexión de Santo Domingo a España; si seguidamente tienden la vista por las sociedades que dirigen, y creyendo hallar en ellas esas mismas o muy parecidas causas, ese idéntico germen de decadencia en la infancia –fenómeno político del cual deben escandalizarse los amigos de la libertad–, se alarman, se afanan, se afanan y se esfuerzan por asegurar sobre bases sólidas sus respectivas nacionalidades; y si, sobre todo, lo consiguen, entonces mi corazón se agitará de un placer muy puro –y quedará plenamente satisfecha mi única ambición–, ser útil a la libertad americana. I En el folleto Santo Domingo y España se nos dice que las únicas causas de la anexión fueron, primera: el haberse familiarizado los dominicanos con la idea de renunciar su nacionalidad para adquirir la española, desde que tal cosa hicieron muchos de ellos cuando en 1856 el Encargado de Negocios y Cónsul General acreditado por el gabinete de Madrid cerca del de Santo Domingo, Sr. Don Antonio María Segovia, abusó escandalosa y deliberadamente del artículo 7º del tratado que ambas potencias acababan de celebrar; segunda, la semilla del españolismo que el mismo agente consular sembró en el ánimo del General Santana, entonces Presidente de la República, con el hecho de haberle presentado un proyecto de protectorado español que de nación independiente 45

sólo dejaba el nombre a aquel pequeño estado; tercera, el haber visto Santana que por no haber accedido entonces al españolizamiento de su patria, fue despopularizado en parte por obra y gracia de las intrigas del Señor Segovia; que merced a las mismas volvió al país y a la suprema magistratura su enemigo Báez, y que éste lo condenó al ostracismo; y cuarta, el haberse abatido el ánimo de Santana y sus ministros con motivo de la humillante satisfacción, y del injusto abono de sumas no adeudadas, que se vieron forzados a efectuar en vista de las amenazadoras exigencias que Francia, Inglaterra, España, Cerdeña y Dinamarca les intimaron en 1859 con motivo de la cuestión suscitada por los cónsules de esas naciones, relativamente a las cantidades que sus ciudadanos poseían del papel-moneda emitido por Báez durante el sitio de Santo Domingo. “Tales y no otras, dice el autor de aquel folleto, han sido las causas de la anexión de la República Dominicana a España”. Pero yo no creo sino que esos hechos, siendo efectos más o menos mediatos o inmediatos, en su parte dependiente de la voluntad de los dominicanos, de las verdaderas causas por las cuales la República, hallándose en un lamentable estado de atraso social y de indeferentismo y cansancio político, fácilmente consintió en que se le arrebataran su libertad y soberanía para sustituírselas con la dependencia y restricciones del sistema colonial de España. No; un hecho escandalosamente grande e inaudito como ese, que cambia y afecta profundamente el aspecto político y social de un país, importando teorías, leyes civiles, penales y administrativas, y hasta hábitos, opuestos a los que poseía, no puede ser efecto de meros accidentes en la vida de un pueblo libre, los cuales, además, se han operado antes en mayor o menor escala, y con más o menos semejanza, en las demás repúblicas de este hemisferio, sin indicar siquiera remota ni indirectamente síntomas del mismo funesto resultado. No; se trata de un hecho extraordinario 46

–la reversión de la libertad a la servidumbre–, y para explicarlo de una manera cumplida no basta, no puede satisfacer la relación de aquellos accidentes. Es preciso entrar el pensamiento en la desgraciada asociación que, por haberlo ofrecido al mundo, ha caído bajo el dominio de la crítica; y buscar el origen, las verdaderas causas en su condición política y social. Preciso es para que los hijos de una nacionalidad independiente y soberana consientan en su absorción, que sus ánimos estén muy acosados por la desgracia; que desconozcan o no amen el valor real del bien que poseen; que la instrucción pública, si existe entre ellos, esté concretada a un círculo muy reducido, o que no haya hecho aún progreso alguno sensible; que las leyes de ese país infortunado no hayan tendido a robustecer o provocar el espíritu público, esencia y vitalidad del republicanismo; que o sean libres por efecto de algún accidente, ajeno de las arraigadas convicciones con que se inspiran los verdaderos republicanos dados a las elevadas abstracciones de las ciencias sociales, o que como autómatas, o por ser de su yo gente fosfórica y novelera, cedieran al impulso que les comunicó alguna minoría ilustrada que erró al juzgar las masas de su país preparadas para comprender, apreciar y usar con sensatez los fueros inherentes a la democracia; o en fin, que empeñados en una guerra desastrosa con uno o más estados poderosos, faltos de fuerzas propias, y sin ningún apoyo de otras potencias, compren el sosiego y la prosperidad social a precio de su existencia política. Pero entiéndase que con esto aludo a algún estado pequeño, y que lo dicho no extralimita la esfera de los cálculos o razones pura y simplemente hipotéticas, pues la historia no nos ofrece ningún ejemplo análogo al de Santo Domingo. Eso de renunciar un pueblo el nombre propio que lo distingue entre los demás Estados independientes, confundiéndose en el seno de otro, equivale a un suicidio político; y así como el individuo no se lanza en sus desgracias al extremo y repugnante recurso 47

de quitarse la vida, sino arrastrado por gravísimas razones de honor, o por violentas impresiones de algún dolor íntimo y desgarrador, que exalta su imaginación y le viste con las galas del deber y del heroísmo lo que nunca será más que prueba de dudosa varonilidad y carencia de principios morales, así tampoco es de creer que una nación se suicide por motivos leves, o muy penosos pero de carácter transitorio. Los que a tan humillante recurso lo arrastren, necesariamente deben ser extraordinarios, poderosos, y tales que encarnados muy de atrás en la asociación, hayan trabajado tanto los ánimos que al fin pudieran ver con indiferencia y hasta animadversión las instituciones que la regían. Y si eso puede y debe decirse como principio general, ¿qué no diremos relativamente a una sociedad regida por instituciones democráticas que renunciara su nacionalidad para convertirse en colonia de una monarquía? Pero aún más: no para echarse en brazos de Inglaterra, ni de una nación que la imitara en su sabiamente liberal sistema de cuasi selgovern ment aplicado a sus colonias; si no nada menos que en los de España que no ha querido mostrarse benévola, justa y previsora en ese punto imitando la política seguida por aquella ilustrada potencia; sino que por el contrario, aferrada a sus añejas nociones, gobierna descaminadamente a Cuba y Puerto Rico, y cree que el mejor medio de conservar esos restos de su antiguo poderío en el Nuevo Mundo, es el despliegue de fuerza armada, la erección de fortalezas y murallas, la segregación de los naturales de esas islas de toda clase de empleos públicos, y su no participación en las discusiones y la votación de los presupuestos de gastos, ni de las contribuciones que pagan; olvidando que, como dijo Washington, “el medio más seguro que tenéis de convertir un amigo en enemigo, es indicarle que desconfiáis de él”. Todo estamos familiarizados desde nuestra primera juventud con el ansia, la agitación y los grandes sacudimientos populares tendientes a adquirir libertad e independencia, pues la historia 48

nos los revela en las bancas del escolar; y además, de la existencia en nuestros días de ese mismo impulso ennoblecedor de la humanidad, nos persuaden diariamente los lamentos de los vencidos y el hosanna de los vencedores. Continuamente oímos de cerca y de lejos el ruido estrepitoso de esas reñidas luchas en que entran los amantes de la dilatación de los poderes públicos contra los partidarios del absolutismo y de la centralización; resuena en las tribunas parlamentarias la voz elocuente y simpática de inspirados oradores liberales en pugna con la tiranía, al mismo tiempo que por otras partes se baten esos antagonistas con el plomo y el acero; desplómanse los viejos y viciados edificios políticos, y sobre sus ruinas se elevan nuevos altares a los dogmas de los vencedores. Por todas partes se agitan, bullen y entran los pueblos en el vasto circo de los gladiadores de la libertad. Italia lucha por ensanchar la suya; Garibaldi, el Cincinato del siglo que arrebató al despotismo de los Borbones el reino de las Dos Sicilias, y seguidamente volvió a su modesto retiro de Caprera, quiere, como toda la Italia, que Roma sea de nuevo la capital de su patria, y que el mundo contemple libre de las bayonetas austriacas a la bella y antigua señora del Adriático; Hungría aspira a reconquistar su autonomía, y ya por ella han muerto muchos de sus más distinguidos hijos; Polonia, esa noble mártir del despotismo de los Zares, obra en el mismo sentido, obedece al mismo justificado impulso, y actualmente asombra al mundo con la desigual, pero gloriosa contienda que sostiene contra sus opresores; y, sin ir tan lejos, Cuba, la bella y rica pero desgraciada Cuba, se ha esforzado varias veces desde 1812 a ’55, por sacudir el estancador gobierno que la rige; pero desgraciadamente aquellos de sus defensores que no han derramado su preciosa sangre en un patíbulo, como López, Agüero, Armenteros, Cerulia, Estrampes, Pinto y otros héroes, han muerto proscriptos en playas extranjeras como Varela y Heredia. La tendencia a rescatar y a conservar cada cual la autonomía de su patria, ese instinto de su nacionalidad que ya empieza a ser 49

algo respetado por los grandes gabinetes europeos, es más que un principio, es un amor, y un deber preferente. La irresistible fuerza del despotismo, aislado como obró la Turquía contra Grecia, o colectivamente como las potencias del Norte de Europa e Inglaterra cuando la alianza por antonomasia y sarcasmo nada más, pudiera llamarse Santa, puede borrar del mapa algunas nacionalidades, pero no de los corazones de sus víctimas; pues en tales casos los pueblos recogen el guante y aplazan para una ocasión propicia el desagravio de sus humillaciones; porque, como dice Saco, la nacionalidad es la inmortalidad de los pueblos. Por eso Grecia, los Países Bajos, la Holanda y Suecia han vuelto a figurar en el grupo de la gran familia de las naciones, y por eso la Irlanda no abandona la esperanza de restablecer su autonomía, como lo prueban los nobles esfuerzos hechos por O’Connell y O’Brien. Todos esos movimientos, los brillantes discursos de los tribunos, la agitación de la prensa, y el mortífero estruendo de las armas; todo ese concierto de acción a favor de la libertad e independencia, son actos lógicos, naturales, consecuentes con las ideas de la dignidad del hombre y del instinto que lo impele incesantemente hacia el progreso. Pero el volver atrás en esa hermosa senda, el abjurar y renegar de los inapreciables bienes de un gobierno propio, de una inexistencia democrática, eso es lo raro, lo extraño, lo opuesto a la sana razón, a la propia dignidad, y a ese mismo instinto a que acabo de aludir, con el cual Dios, al imprimírnoslo, no parece sino que grabó en nuestros corazones la palabra, adelante. Además, los pueblos, tomada esta voz en su sentido genuino, son instintivamente democráticos, pues en todo hombre existe, como lo dice Campos en su Desigualdad Personal, un constante anhelo de nivelarse con los demás, naciendo de ahí la popularidad de las modas y los sacrificios que por ellas se hacen. Esto es innegable. Desde los más remotos tiempos de la antigüedad ha existido la lucha del inferior por nivelarse con su superior en la 50

jerarquía social. Los plebeyos romanos, con sus frecuentes retiradas estratégicas al monte Aventino, y con las acaloradas defensas de sus tribunos, representan una de las muchas pruebas que pueden aducirse en favor de ese aserto. En la Europa feudal arrancaron los vasallos a sus señores alguna libertad concejil, la cual, como es bien sabido, es la cuna de la soberanía popular. Las disensiones interiores de Inglaterra por aquella época no tuvieron otro origen; y la Carta Magna concedida por Juan Sin Tierra, que es la base y fuente de la primera y más liberal monarquía representativa que se conoce, ¿qué fue sino un triunfo popular? La administración seccional del Languedoc, el Delfinado y la Bretaña en la misma edad media, los fueros que Aragón conservó con tenacidad hasta Felipe II, y generalmente toda la jurisprudencia foral de España, en particular la vizcaína con sus elecciones efectuadas democráticamente bajo el célebre Árbol de Guernica, prueban de una manera no revocable a duda, que en los pueblos modernos de Europa ha existido desde su infancia el germen del progreso a que me contraigo. Sobre todo aquí en América es más visible y constante esa propensión a la democracia. Partió el movimiento de las trece colonias inglesas de que nacieron los Estados Unidos. En su Declaración de Independencia, fuente del Derecho Político moderno, se consignó como un dogma el principio de la igualdad política, y como un axioma que todo pueblo tiene el derecho de derrocar el gobierno que lo rige, cuando no corresponde a los grandes fines para que se le creó, y sustituirlo con otro más adaptable a sus necesidades. Esas palabras de consuelo, que en la precisión, firmeza y elegante solemnidad con que las trazó la brillante pluma de Tomás Jefferson, tal parecen verdades emanadas del Evangelio, obtuvieron un triunfo magnífico contra las huestes del obstinado Jorge II; y como las virtudes espartanas de Washington, Hamilton, Henry, Adams y demás insignes varones que constituían la hermosa pléyade de 1776, las elevaron con su ejemplar 51

conducta al bello ideal de la ciencia del gobierno, su popularidad fue prontamente extraordinaria y universal. Porque entonces se vio que la república, alzada a la mayor y más difícil altura con la descentralización ejecutiva, no era un mero sueño platónico, sino una verdad práctica y de consoladores resultados. Si la forma republicana fue concepción de la antigüedad, su crédito universal como teoría susceptible de feliz realización, y en muy grande escala, es obra de los hijos de aquellos virtuosos y entendidos peregrinos que, huyendo de la intolerancia religiosa reinante por entonces en Inglaterra, vinieron a crearse con arreglo a sus liberales principios una nueva patria en las agrestes y melancólicas selvas de la América del Norte. ¡Benditos varones, cuya primer diligencia después de guarecerse contra la intemperie y los animales feroces que en vano querían contrarrestar su noble intento, fue el crear templos y escuelas, y redactar pactos sociales que no respiraban más que libertad y democracia! Sí, benditos una y mil veces; porque, aun cuando indudablemente sin aspirar a tanto, y acaso sin presentirlo, al colocar así la primera piedra del edificio de su patriarcal felicidad, modelaban un porvenir de nueva vida política para todo este hemisferio. La América del Sur debía tener también su Washington; los principios proclamados en las márgenes del Delaware no podían quedar reducidos a una determinada porción de la humanidad, y cuando menos debían infiltrarse, y producir su consiguiente efecto, en todas las sociedades del Nuevo Mundo, pues no parece sino que Dios reservó a los hombres su descubrimiento, para que en él se hospedaran las libertades públicas cuando desaparecieran del otro con la decadencia de Grecia y Roma, y con la barbarie que se siguió a la caída de la segunda. Tocqueville cree que en los elementos de las conquistas de todas las fracciones de toda la América se importó el germen de la democracia. Pero aun cuando eso sea controvertible, no creo lo sea también que el verse los hombres colocados aquí a una gran distancia de los gobiernos en 52

cuyo nombre tomaban posesión de los países que conquistaban, así como el no ver después, cuando se organizó su administración, reyes ni el boato de ellos en los gobernadores que venían de Europa, debió naturalmente inspirarles varoniles ideas de independencia y dignidad individual; explicándose sin duda alguna, con esa especie de aura de libertad que respiraban nuestros padres, el que frecuentemente se negaren a acatar y ejecutar los preceptos del rey de España, dando así lugar al envío de Comisarios Regios con el especial encargo de residenciarlos, arreglar sus rencillas y, en muchos casos, destituirlos de sus empleos y enviarlos a la Península bajo partida de registro. Y es muy lógico el inferior –más aún, está probado–, que nosotros los hijos de esos hombres, hallándonos en las mismas circunstancias que ellos, hemos heredado el mismo sentimiento de independencia y dignidad. Nuestro apartamiento de la Europa inclina los ánimos al gobierno propio, los incita a la vida independiente y libre. Pero de todos modos, es un hecho que dado el impulso en los Estados Unidos, y establecido en ellos el saludable ejemplo práctico de la incitadora felicidad social que pueden conseguir los pueblos por medio de instituciones basadas en los derechos de la individualidad, era inevitable que, como lo previó el muy avisado Conde Aranda, las colonias españolas aspirasen a obtener por los mismos medios aquel grado de esplendor con que desde luego se presentó a los ojos de la asustada Europa la cuna de la libertad más sazonada, y la más bien encerrada en el círculo de las leyes, que hasta entonces habían contemplado los filósofos y políticos. Y así sucedió en efecto. En las márgenes del Orinoco tronó también la voz de erguidos patriotas republicanos y desvainó su espada el Washington de nuestra raza, Bolívar, político previsor, genio de la guerra, y patriota tan ardiente y sincero como infortunado. Como sol de la libertad brilló de uno a otro extremo del territorio Sur-Americano; y no contento con desvanecer las sombras del despotismo en las inmensas llanuras, subió el primero con un ejército 53

a las crestas de los Andes; y desde ellas, como Moisés en el monte Sinaí, circuido por la brillante aureola de su gloria, dictó las tablas de la nueva ley política a los pueblos que aún se hallaban oprimidos por el enemigo común; y de triunfo en triunfo durante diez años de sangrienta lucha, conquistó la independencia para sus hermanos, y para él la inmortalidad. Desde entonces todo el continente americano quedó regido por instituciones democráticas, (pues también México se independizó de España), sin más excepción que Brasil, el cual, sin embargo, adquirió vida propia –por cierto con sabiduría previsora–, y las fracciones de la Guayana pertenecientes a Inglaterra, Francia y Holanda. Catorce naciones latinoamericanas disfrutan los beneficios del gobierno propio y republicano; libertad del pensamiento, franca importación de libros y periódicos, libre facultad de reunirse y de armarse, tolerancia de cultos, acceso a los cargos públicos para todos sus ciudadanos capaces, y hasta juicio por jurados en algunas de ellas. Todos tienen existencia propia sin auxilio extraño, y elementos de duración; todas satisfechas con su régimen, y aunque balanceado casi a cada paso que dan por causas lógicas con sus orígenes, y porque han descuidado la difusión de las luces en las masas, marchan con perseverancia a la conquista del porvenir, repitiendo a coro que malo periculosam libertatem, quam quietum servitium. Y puesto que ese espectáculo que se ofrece aquí ala vista del observador, ¿no es de admirarnos el hecho de que un pueblo igualmente regido por las formas democráticas, como el dominicano, se despojara de ellas para convertirse en colonia de España? Y pues ha podido efectuarse ese fenómeno político, ¿no es racional el negarnos a admitir que dieran causa a él acontecimientos que sólo podían alterar la superficie de aquella asociación; y afirmar que, por el contrario, los motivos de esa aberración han debido ser de carácter grave y hondamente encarnado en la mayoría de

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los hijos de Santo Domingo? Creo que el discurrir de ese modo es conforme con las inspiraciones del buen sentido práctico, y con los instintos del hombre a que ya me he contraído. La primera de las razones alegadas como causas únicas de la anexión, en el folleto Santo Domingo y España, en ningún caso haría fuerza más que respecto a aquellos dominicanos que se matriculaban como españoles, cuyo número creo que no llegó a mil. Y si quisiera decirse que esos, familiarizados desde entonces con la idea de renunciar su nacionalidad para adquirir aquella otra, pudieron hacer propaganda a favor de la anexión, yo contestaría en primer lugar –que ninguno de los dominicanos que se disfrazaron de españoles a la Segovia lo hizo con ánimo de permanecer para siempre como extranjero en su patria, sino simplemente para ayudar la vuelta de Báez al país y a la Presidencia, como lo reconoce el mismo autor a quien aludo cuando en la página 15 dice que Santana– “mal interpretando el movimiento de la matrícula en 1856 por decidida adhesión y amor a la nacionalidad española con preferencia sobre la propia, cuando no fue más que un medio de conspirar contra él, concibió $.,” por lo cual no sería lógico ni justo el atribuirles que, pasados cinco años de realizado el fin para el cual se matricularon, y cuando de veras se trataba de españolizar el país, pudieran haberse dedicado a la propaganda en favor de ese movimiento retrógrado; y en segundo lugar, que iniciada y consumada la anexión por Santana y los suyos, no es imaginable que esos ex-pseudo-españoles, siendo sus acérrimos enemigos, se consagraran a ayudarlos en ninguna empresa, y mucho menos en una que tan brillante campo les abría para la oposición. Además, quizás no había en el territorio dominicano en 1861 dos docenas de aquellos baecistas, pues todos salieron de la capital con su jefe en 1858 cuando él capituló con Santana, siendo éste General en jefe del ejército, y J. D. Valverde el nuevo Presidente. Por tanto, no le concedo ninguna fuerza a ese primero de los supuestos motivos de la anexión.

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El segundo, esto es, el germen de españolismo que en el ánimo de Santana sembró el Cónsul Segovia con lo del protectorado, sólo es sostenible en un sentido, como causa del hecho de concebir la idea de la anexión, y del de iniciarla; pero no de su consumación; o lo que es lo mismo, que si pudo ejercer influjo en el alma de Santana, no así en el del país; a menos que se quisiera alegar que inoculado él con el virus realista, era lo bastante para que impusiera su voluntad omnímoda a la inmensa mayoría de sus pasiones; especie que ya se ha dicho por algunos, pero que es falsa como lo probaré más adelante. En cuanto a los otros dos motivos digo otro tanto, que no dudo inclinaran el ánimo de Santana a buscar en una potencia fuerte el apoyo que juzgó necesario para librarse él de un nuevo triunfo por parte de Báez, y que también creyó lo necesitaba su patria para no verse a menudo expuesta a humillantes e injustas exigencias por parte de las que llamábamos amigas en fuerza de cortés acatacamiento a los usos internacionales; pero de que él pensara con tan supino egoísmo en cuanto al modo de ponerse a salvo de su enemigo, ni de que creyera ser la anexión el único medio que oponer podía a los abusos de fuerza de las potencias europeas, ¿puede colegirse en sana lógica que sólo por eso consintió el pueblo dominicano en la cesión de su territorio, en la pérdida de su autonomía? No; ni es imaginable, ni fue por tales motivos que se operó aquella estupenda metamorfosis política. Yo voy a explicar ya sus verdaderas causas; y al hacerlo, impetro la benevolencia del lector, pues la materia exige me remonte a una época muy anterior al nacimiento de la República Dominicana. II Aunque la isla de Santo Domingo fue el primer establecimiento de los españoles en América, y aunque con harta razón se la halagó con la denominación de Primada de las Antillas, nunca mereció 56

de su Metrópoli un celo asiduo, constante y eficaz por desarrollar sus variados y abundantes gérmenes de riqueza pública y privada; pues muy poco tiempo después de comenzada su colonización, vinieron los descubrimientos de las minas de oro y plata de México y el Perú a desviar de ella la atención así de los reyes de España, como de los conquistadores y pobladores que de allá venían ganosos de aventuras, gloria, y sobre todo de medros personales que por entonces se hacían vincular en la explotación de aquellos preciosos y codiciados metales. De Santo Domingo se sacaron hombres para las conquistas de aquellos vastos imperios, y la fama del buen éxito de tales empresas, y de los tesoros descubiertos, la perjudicaron notablemente por cuanto a que se distraían de su seno los medios que debieran haberse empleado en la explotación de sus elementos de prosperidad. Y con tanta indiferencia o descuido veía el gabinete español a la desgraciada isla, que aunque se había ordenado que la ciudad de Santo Domingo, su capital, se edificara al E. del río Ozama, pues aquel lado posee condiciones higiénicas de que carece el del O. No se cumplimentó ese acertado precepto, basándose la desobediencia en el hecho de haber allí grandes criaderos de hormigas bravas, cuando su inconveniencia pudo evitarse con establecer la ciudad algo más al interior, conservando siempre la posición a barlovento de aquel insalubre río. Así es que el país adelantaba con lentitud y trabajosamente, sin que jamás creciera allí tanto la riqueza de los particulares que llegaran a conocerse los goces de las grandes comodidades, y menos aún los placeres del lujo, según nos lo refiere el estudioso Padre Valverde (dominicano) en su obra titulada la Idea del valor y riqueza de la isla de Santo Domingo, cuando establece un paralelo entre la casi mitad que de la isla cedió España a Francia, y el resto que se reservó; en donde con abundancia de datos estadísticos, prueba que mientras la colonia española estaba estancada en el camino del progreso, y hasta que va retrocediendo, en la francesa, y señaladamente en el Guarico, todo era movimiento ascendente, 57

lujo y prosperidad. De manera que los dominicanos, no hallando en la voladora de la máquina administrativa una fuerza de impulsión tal que los indujera a sacudir la indolencia habitual en los hijos del trópico, sin más que algunas honrosas excepciones limitaban sus deseos al presente; nada de grandes aspiraciones para el porvenir; nada de la actividad, del movimiento ni del genio emprendedor que en otros países revelan al hombre del progreso; nada, en fin, y por lógica consecuencia, del interés que debieran haber desplegado por la marcha de la cosa pública de su país. Y no se crea que esa falta de prosperidad fue poco influyente en el carácter y las costumbres de aquellos habitantes. Recuérdese que el progreso económico, como que es creador de la riqueza privada y pública, engendra en todo el pueblo el gusto por las comodidades, el estímulo, la rivalidad y competencia entre las fortunas particulares, el espíritu de mejoras agrícolas y fabriles; provoca, además, la inmigración de extranjeros útiles en artes y ciencias, atrae capitales, y, en una palabra imprime en todo actividad, e inspira la muy loable ambición de un gran bienestar a casi todos los miembros de la asociación. Y por el contrario la pobreza, pues trae consigo la inanición, cierta implicidad en los hábitos y costumbres, y tan limitación de aspiraciones, que a la larga se apodera de los hombres la inercia, esa parálisis del entendimiento y la voluntad, que con su fuerza negativa, agosta la fuente del espíritu público. Y es claro que cuando las cosas llegan a ese punto, tienen cabida la predicción de Tocqueville, a saber, que entonces los pueblos se hallan preparados para la conquista por parte de los activos y poderosos. Pero no obstante ser mucha verdad lo que dejo expresado como consecuencia del atraso del país, obsérvese que no vinculo únicamente en ella los resultados que vengo historiando, sino que sólo les atribuyo lo que no creo se me conteste; esto es, que fue influyente en el carácter y las costumbres del pueblo dominicano. Y esto advertido, continuaré mis observaciones. 58

Los municipios corrían en Santo Domingo la misma suerte que los de las demás posesiones de España en América; sus leyes orgánicas eran otros tantos eslabones del sistema restrictivo, centralizador y desconfiado por excelencia con que invariablemente gobernaba a nuestros padres el mal inspirado gabinete de Madrid. Su círculo de acción era limitadísimo; la elección de sus concejales estaba en las manos de los Capitanes Generales; y no podía elegirse corregidor o alcalde que previamente no se supiera ser de su agrado. Todo, pues, estaba bien calculado para impedir el nacimiento del espíritu público, del sentimiento a ideas de la soberanía popular que, como ya he dicho, tienen su origen en esas pequeñas asambleas. Además, aún cuando en la capital había una Real y Pontificia Universidad para el estudio de las carreras eclesiásticas, médica y judicial, la instrucción pública tenía formas tan raquíticas, estaba reducida a tan corto número de escuelas de primeras letras dirigidas por particulares, quienes, como es de suponer, cobraban por la enseñanza, que el saber leer, escribir, contar y los rezos del Catecismo de Ripalda, era privilegio exclusivo de ciertos círculos de las ciudades; las masas, sobre todo los de los campos, carecían hasta de los tres primeros de esos escalones de los conocimientos humanos; y en cuanto a los rezos, sabíanlos por tradición de padres a hijos. Así, pues, indolentes por naturaleza y por falta de los estímulos con que sus gobernantes debieran haber procurado neutralizarla; embrutecidas por obra del sistema represivo que España observaba en todas sus colonias de América; y siendo, además, gentes de una índole mansa, crédula y buena como la de pocos países, ¿no es claro que estaban dispuestas a ceder como autómatas al impulso que les diera cualquier hombre de capacidad intelectual, o de arrojado valor? Su historia, que a saltos preferiré sin más que tocar los puntos relativos a mi propósito, probarán al lector que a esa pregunta debe responderse afirmativamente no sólo por lógica indeferencia, sino también por confirmación de los hechos. 59

Pero antes de pasar adelante debo decir, en honor de la verdad, que como España no había sufrido aún en América derrota alguna por parte de sus gobernados, su política en Santo Domingo no fue maquiavélica, ni desconfiada y tirante como lo ha sido en Cuba y Puerto Rico desde que se le independizaron sus posesiones del Continente. Mandaba allí con alguna suavidad; y los naturales obtenían a una con los peninsulares los destinos públicos para que estaban calificados, por lo cual no había prevenciones –a lo menos de una manera ostensible–, entre españoles de aquende y de allende los mares. Vivían todos como en familia, sin más enojos que los causados por saltuarios rasgos de áspera altivez por parte de algunos empleados peninsulares. Por el tratado de Basilea cedió España a la Francia el resto de la isla, en circunstancias de estar sufriendo el rey Fernando VII la presión del gran capitán del siglo. Fue a Santo Domingo el General Ferrand como su nuevo gobernador; y al decir de varios dominicanos sensatos que alcanzaron aquella época, fue su breve gobierno el más suave y progresista que hasta ahora ha tenido aquel país; tanto que, aparte de otras mejoras materiales, había emprendido Ferrand la conducción a la capital de las aguas del río Higüero, mejora que era y es muy necesaria en la capital, pues allí sólo se bebe agua de aljibes por no ser potable la del Ozama; y llegó a colocar hasta a una gran distancia la cañería conductora para la formación de fuentes públicas. Mas por su desgracia nombró jefe de la policía a un tal Gallardo, abogado peninsular dotado de algún talento, pero que en sus excesivas e injustas crueldades hizo época en el país, de tal modo, que su nombre pasará allí de generación en generación como el de un modelo de iniquidades; siendo de advertir que Ferrand las sancionaba sin excepción alguna. Eso, pues, trocó en disgusto y mala voluntad el contento que en el pueblo engendró la marcha de mejorar a que ya he aludido. Y por otra parte, españoles de corazón unos, y los más por imitación, los dominicanos veían a su nuevo gobernador con idéntica 60

antipatía a aquella con que sus hermanos de la Península veían a su nuevo rey, José Bonaparte. Había en el país un sujeto de carácter recio y vastas relaciones, oficial de milicias, llamado Don Juan Sánchez Ramírez, el cual, percibiendo el disgusto que sus compatriotas empezaban a revelar contra el extranjero gobierno que se les había impuesto, concibió el pensamiento de ser el Pelayo dominicano. Púsose de acuerdo con el Gobernador de Puerto Rico, don Toribio Montes, quien, así como los ingleses, le ofreció su cooperación; preparó sigilosamente su plan en la provincia del Seibo, y sin concierto alguno con los hombres de la capital, efectuó un pronunciamiento a favor del rey de España, con lo cual no hizo más que provocar al gobernador francés para que saliera al campo, porque su ánimo no era marchar contra la capital sin obtener previamente alguna victoria sobre su enemigo. Y sin tardar se le presentó la ocasión, y mejor, sin duda, de lo que pudo prometerse, pues el mismo Ferrand salió al frente de sus tropas en busca de Sánchez Ramírez. Este tuvo de ello oportuno aviso, y se preparó para recibirlo, escogiendo para su grupo de valientes una ventajosa posición. Llegar Ferrand a tiro de fusil de los pronunciados, hacerse mutuamente una descarga, y quedar victoriosos los dominicanos en un furioso ataque al arma blanca, salvándose poquísimos franceses, fue obra de media hora según refiere algunos hombres de aquella época. Ferrand, pues, a vista de aquel desastre, huyó al monte en su caballo, y de un pistoletazo puso fin a su existencia. Sánchez Ramírez marchó seguidamente sobre la capital, y después de nueve meses de sitio entró triunfante en ella, (1809). Celebróse con mucho júbilo el suceso en todo el país, y el vencedor ofició inmediatamente al gobierno español, dándole cuenta de cómo había expelido a los franceses, y poniendo a la disposición del trono el fruto de la victoria, pues los dominicanos sólo querían ser regidos por la Metrópoli. Aceptada la reincorporación; y arreglado el asunto con Napoleón por el tratado de París, volvió Santo Domingo a depender del gabinete de Madrid, habiendo 61

quedado Sánchez Ramírez al frente del gobierno colonial con el grado de Brigadier de los reales ejércitos. Si el españolismo de los dominicanos hubiera sido débil antes de aquel acto de reversión, sin duda que éste habría bastado para fortificarlo en todos los corazones; pues como los hombres ilustrados del país lo aprobaron, y encomiaron en altos términos como un triunfo nacional, y como según queda dicho, no existía allí diferencia alguna entre criollos y peninsulares, todas las clases, así de las ciudades y los pueblos como de los campos, le impartían también su aprobación, y tenían a mucha gloria y honra el haber vencido a los franceses para volver a ser mandados por su rey. Muerto Sánchez Ramírez, recayó la Capitanía general de Santo Domingo en el peninsular Don Carlos de Urrutia, sujeto de alguna edad y cuyo carácter acre y destemplado, al par que su política de cuarteles, probaron que no era el hombre a propósito para contentar al pueblo que acaba de dar una esplendente prueba de adhesión, y al cual, por lo mismo, debía tratársele con más templanza y consideraciones que las empleadas en la época corrida desde la colonización hasta que se operó el traspaso a favor de la Francia. Y entiéndase que al emitir este juicio del Gobernador Urrutia, no me aparto ni en lo más mínimo de la idea que de él me dio en 1852 el señor Manuel Joaquín Delmonte, quien fue una de las glorias forenses de Santo Domingo, en cuya capital nació, y que así por el rango de su familia, como por haber sido oidor honorario de aquella Real Audiencia, y Asesor de Real Hacienda, tuvo motivos por que poder alternar con la primera autoridad del país, y conocer sus cualidades personales. Verdad es que la administración de Urrutia no fue tan draconiana o taconiana que sus excesos se hicieron sentir en todas las clases de la sociedad; pero si lo bastante para desagradar y entibiar el ánimo de los nativos que por sus conocimientos, y elevada posición social, podían sentir y juzgar a parte viciosa de sus actos. Y casi me parece excusado el observar que eso es siempre, 62

y en todo el país, lo bastante para sublevar las voluntades de la mayoría, pues sabida cosa es que en tales casos los hombres ilustrados hacen de atalayas, y conductores de su propio desagrado, el cual prontamente se infiltra en las masas, y toma las serias proporciones de opinión pública. Y tanto es verdad que Urrutia no estaba calificado para el gobierno de la colonia, que el mismo Delmonte, a quien acabo de aludir, con ser muy adicto al gobierno de la Metrópoli, llegó a sentirse tan exasperado, y tan herido en su amor propio por aquel impolítico Gobernador, en una cuestión motivada por querer éste imponerle su voluntad sobre como debiera fallarse cierto expediente que cursaba ante el juzgado de Real Hacienda, que no pudo evitar de dirigirle esta enérgica observación: “Advierta U. S. que aún no está del todo concluida la fábrica, para que se echen a un lado los andamios”; con cuya última frase aludió a sí mismo por los servicios que prestó a España, como consejero de Sánchez Ramírez, en el plan de la reincorporación. Ya por entonces la América del Sur llevaba a mal traer al león de Castilla, y las victorias que contra él obtenían Bolívar y sus generales, despertaban simpatías en el corazón de los hombres ilustrados, y amantes de la libertad en las demás colonias españolas. Así, pues, por esta, como por cobrarse de cierta ofensa que en su buena opinión y fama de profundo y probo jurisconsulto recibió a manos del Fiscal de la Real Audiencia, Núñez de Cáceres, a quien he citado en una nota como cantor de la hazaña de Palo Hincado, concibió y puso por obra el pensamiento de independizar su patria del gabinete de Madrid. Y ahora empiezan las pruebas históricas de lo que he dicho antes, a saber, que las masas de aquel país, por la simplicidad de sus costumbres, el lamentable atraso de su inteligencia, y su falta de espíritu público, estaban dispuestas para obedecer, sin conciencia de lo que hicieran, al impulso que se le antojara darles un hombre de capacidad intelectual, o de arrojado valor. 63

La guarnición de Santo Domingo no constaba más que de dos regimientos de infantería, en los cuales había algunos oficiales y cadetes criollos, siendo jefe de uno de ellos un negro llamado Alí, que se había distinguido a favor de la Madre Patria; y de un pequeño número de dragones. Ganóse Núñez de Cáceres a Alí y a varios de aquellos oficiales y cadetes, encendiendo su imaginación por medio de la hermosa pintura que con su seductora elocuencia les hizo de las ventajas inherentes al gobierno propio y republicano, así como con promesas de ascensos en su carrera; conquistó a muchos hombres influyentes por su honradez y riqueza, de los demás pueblos y ciudades, para todo lo cual le valieron de mucho el gran crédito que disfrutaba como hombre de ciencia sólida y varia, y el haber desempeñado, a más de otros puestos públicos, el de Auditor de Guerra de aquella Capitanía General; y fácilmente, sin derramar una gota de sangre, tomó prisionero al Capitán General, que lo era entonces Don Pascual Real, a quien halló muy descuidado en el palacio de gobierno; y proclamó la república como Estado de Colombia, cuya bandera enarboló –30 de noviembre de 1821–, habiéndolo secundado sus tenientes con el mismo buen éxito en los demás pueblos del territorio. Pero cumplióse aquella vez lo de que el error del sabio es el más trascendental pues la suave revolución de Núñez de Cáceres, como que careció de un plan bien combinado, no produjo más que la transitoria satisfacción de redimir el país del gobierno de la Metrópoli, y seguidamente su nunca bien lamentado sometimiento al de los haitianos! Debo hacer alto aquí en la relación de los hechos principales, para referir uno incidental que contribuye, y no poco, a ilustrar lo que le he dicho sobre que en Santo Domingo no había, porque no podía haberlo, espíritu público en la inmensa mayoría de sus habitantes. Una de las primeras diligencias de Núñez de Cáceres, tan luego como los españoles desalojaron el país, fue crear una junta 64

como gobierno provisional, de personas notables unas por su capacidad intelectual, y otras por su riqueza e influencia en los lugares del interior; de cuyo cuerpo él era el Presidente. Resolvióse en la primera sesión, entre otras cosas, que Núñez de Cáceres redactase la carta política del nuevo estado, (creo que como base provisional), y que para su aprobación la leyera a la junta en una de sus próximas reuniones. Llegó ese día; leyóse la constitución por su mismo autor, y cuando éste, muy entusiasmado en la atmósfera de las teorías sociales, daba explicaciones sobre ciertos artículos objetados por uno de los miembros de la junta, otro de ellos, hacendado rico, y hombre de avanzada edad, lo interrumpió diciendo en alta voz: “Pero señores, díganme, ¿por qué correa (aludía a los de España) nos ha venido esa Constitución?” Al oír Núñez de Cáceres tan peregrina pregunta en boca de uno de los hombres que él mismo había elevado al alto rango de los legisladores y padres de la patria, dicen que fueron tales su pena, su vergüenza y su dolor, que poniéndose ambas manos en la cabeza exclamó: “¡Hombre! ¡Hombre! ¡Por Dios! ¿Qué correos, ni niños muertos, habían de traernos la constitución que nos defina nuestra vida independiente? ¿No sabe U. que nos hemos separado de España? ¿Que ahora somos republicanos? ¿Que nos gobernamos por nosotros mismos, siendo U. uno de los que firmaron el acta en que se acordó que se redactara esta constitución?” Pero para mayor desconsuelo de Núñez de Cáceres, aquel buen patricio dijo seguidamente con cándida seriedad: “¡Ah! ¿Es decir que ahora estamos sin rey ni Roque?” Como es de suponer, esa especie hizo prorrumpir en muy espontánea risa a Núñez de Cáceres y la mayoría de los miembros de la junta; y el examen de la constitución continuó, sin que aquel bendito inocente volviera a desplegar sus labios en todo lo que duró la sesión, pues aunque tan limitado como queda visto, la descarga de risa con que le contestaron Núñez de Cáceres y otros miembros de la junta, le hizo comprender que allí se hallaba fuera 65

de su elemento; y desde aquel instante guardó la prudente reserva y gravedad de todo el que en asambleas públicas, o reuniones de aquella clase, llega a sentirse corrido y amostazado, cuando por cualquier medio le hacen sentir el peso de su insignificancia científica o intelectual. Ese hecho me fue referido en La Habana, por los años de 1844 a 45, por un abogado dominicano muy veraz, muy honrado; quien cuando la aludida independencia de Santo Domingo era bachiller en leyes, cuya circunstancia prueba que ya entonces tenía edad suficiente para rozarse con los hombres de la atmósfera de Núñez de Cáceres, y estar al corriente de lo que acontecía en cuanto al nuevo orden de cosas. Podrá decirse que necios como el prohombre de la junta a que me contraigo, se hallan en todo país y en todos tiempos. No puede negarse; pero también debe advertirse que esos tales pertenecen a una esfera muy humilde; mientras que aquel sujeto era un hacendado rico; y como tal tenía a su favor la presunción, cuando menos, de no ser tan incapaz como se mostró; pues de lo contrario no se explicaría su exaltación al alto puesto que desempeñaba. No hay que dudarlo; el estado en que se hallaba su entendimiento, es una de las muchas pruebas que podrían aducirse en justificación de lo que dejo dicho relativamente a la instrucción del país, a la falta de espíritu público que se notaba en la inmensa mayoría; de sus hijos, así como a que éstos podían obedecer dócilmente el impulso que se les quisiera comunicar, aún sin conciencia de lo que hicieran. Dicho se está que Núñez de Cáceres quiso que su patria figurara como parte de la República de Colombia; pensamiento muy patriótico y prudente, pues no sólo prueba que el sabio dominicano no estaba dominado por los deslustradores impulsos de la ambición personal, sino también que comprendía la necesidad de proveer a su patria de la protección conveniente

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para el caso, con harta razón esperado por él, de que España pretendiera someterla de nuevo a su dominio por medio de las armas. Pero si en eso fue previsor Núñez de Cáceres, incontrovertible es que dejó de serlo respecto de otro peligro aún más apremiante, más próximo, y de menos fácil repulsión que aquél: esta es, el que estaba abocado por el hecho de existir en la misma isla una República compuesta de los ex-esclavos de los colonos franceses, y presidida nada menos que por hombre tan sagaz, ilustrado e intrépido como lo era el General Juan Pablo Boyer; siendo, además, oportuno el advertir en este lugar, que en la Constitución política de los haitianos se decía desde que se organizó aquella sociedad, que: “El territorio de la isla, es una e indivisible. Por todo lo cual, y aparte lo injustificable y hasta peregrino de la declaratoria, de suyo muy obvio, muy lógico era el temor de que, pues Núñez de Cáceres no declaró libres a los esclavos de Santo Domingo al separar de España los destinos de su patria, aquel jefe, que contaba con todos los recursos de que puede disponer un gobierno ya organizado, con rentas abundantes, y en pleno goce de envidiable paz en el interior así como en el exterior, había de aprovecharse de esa circunstancia para lanzar su pueblo a la conquista del naciente estado, y dar así un notable ensanche al acariciado programa antillano que era y aún es el núcleo de la República de Haití. Admira, sorprende que un hombre de tan clara inteligencia y vasta instrucción como Núñez de Cáceres, no hubiera comprendido lo inminente del riesgo a que se expuso, y que prontamente después veló su fugaz victoria con manto espeso y negro; cuando basta referir esos antecedentes, llamar la atención sobre la existencia y miras de aquellos vecinos, para percibir al instante que en Santo Domingo era mucho más que en el resto de la América, urgente el acto de purgar su sociedad del repugnante padrón o cáncer que se llama Esclavitud.

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Quizá Núñez de Cáceres pensó en aquel peligro, y creyó poder conjurarlo enarbolando la bandera colombiana; o quizás se prometió que el Presidente de Haití no se atrevería a invadir el territorio mientras España no reconociera la independencia de Santo Domingo, y que por consiguiente él tendría tiempo para consolidar su obra. Pero en todo caso debió haber sido menos confiado respecto de tamaño riesgo; más cuidadoso respecto al bienestar presente y al porvenir de sus conciudadanos. Uno y otro deber, que se refunden en uno solo, pudo haberlos llenado poniéndose de acuerdo con Bolívar antes de efectuar la independencia, de modo que la ayuda armada de Colombia hubiese coincidido con la declaración de aquel gran acto republicano. Sin embargo; no seré yo, por cierto, quien con severidad juzgue, y con dureza condene, tan singular acontecimiento, y al hacerlo inquiete y ofenda la venerable sombra de un patricio tan puro como Núñez de Cáceres; y confió en que los historiadores de Santo Domingo al ocuparse de su conducta política, le harán la justicia de decir: “Erró, pero de todos modos su memoria debe ser respetada, no solo por la acrisolada honradez de toda su vida, sino porque a él, a su sublime delirio, debe el pueblo dominicano la independencia y libertad de que disfruta”. Además, Núñez de Cáceres fue traicionado por dos compatriotas suyos llamados Márquez el uno y Valdez el otro; quienes al mismo tiempo que lo ayudaban en el plan de independencia, estaban de acuerdo. con el Presidente de Haití traicionando a una a su patria y al hombre que los honraba con su no merecida confianza. Así fue que pocos días después de proclamada la independencia, recibió Núñez de Cáceres una comunicación de Boyer en la cual le manifestaba que, no pudiendo existir dos naciones en la misma isla, debía (Núñez de Cáceres) enarbolar la bandera haitiana, o caso de negativa, iría él al frente de una fuerza conveniente para enarbolarla; ocultando así, bajo tan especioso 68

pretexto, el pensamiento cardinal que lo movía, el cual era civil en primer término, secundariamente político. No faltó quien aconsejara a Núñez de Cáceres que emancipase los esclavos, indicándole que ellos mismos ayudarían a defender las libertades de todos, y que así se removiera la verdadera causa de la antipatía de Boyer y de su pueblo; pero el buen patriota contestó, que no sería su mano la que de una plumada redujera a una espantosa miseria a sus conciudadanos. ¡Fatal escrúpulo sobre su anterior y también fatal imprevisión! El golpe era inevitable, y siéndolo, ¿no valía mil veces más recibirlo a sus manos que a las de un intruso y antipático extranjero? ¿No era infinitamente mejor perder no más que los valores representados en los esclavos, pero conservando la autonomía, que no perder unos y otra? ¡Oh! Cuán distinta de lo que ha sido y es, sería hoy la suerte de Santo Domingo, si su nacionalidad se hubiera nutrido con la ciencia y el ejemplo práctico de los muchos hombres verdaderamente virtuosos e ilustrados que por entonces poseía, y apoyándose al nacer en la invencible espada del héroe ilustre de Junín y Boyacá! La imaginación se extasía de tanto como se eleva, y el corazón se ensancha de placer, al representarse el cuadro hermoso que ahora ofrecería la antigua Primada de las Antillas al ojo atónito del político, del filósofo y del moralista. Pero, lo penoso es que sólo se eleva la imaginación para caer seguidamente en una realidad amarga y desconsoladora; y que si el corazón se ensancha por unos instantes, cae después en más profundo abatimiento. Núñez de Cáceres consintió en la absorción de su patria por la República de Haití; y Boyer, alentado por la traición de Márquez y Valdez, quienes lograron hacer que en Santiago de los Caballeros, y aún me parece que en algún otro pueblo, se confeccionara un acta de adherencia al vecino estado, tomó posesión del territorio dominicano en enero de 1822, entrando en él con diez y ocho mil hombres de todas armas, sin hallar oposición en ningún 69

pueblo ni jugar de su tránsito hasta la capital, en donde fue recibido con silencio y luto así en los semblantes como en los corazones. Boyer declaró inmediatamente la libertad de los esclavos; y en las plazas principales de todos los pueblos y ciudades hizo construir unos terrados cuadriláteros, de mampostería, llamados por él y por los suyos, Altares de la Patria; ridículos estorbos, informe materialización del patriotismo, en cuyo centro se plantó una palma criolla, como símbolo de la Libertad. Ahora bien. Cuando Núñez de Cáceres proclamó siete semanas antes, la independencia de la colonia, empezaron a emigrar de éste todos los empleados, peninsulares y criollos, así civiles que militares, llevándose cada cual su familia; pero cuando más notable en número se hizo la emigración dominicana, pues se efectuaba a barcadas, fue seguidamente después de haber entrado en él los haitianos. E hízose entonces con tanta precipitación por todas las personas connotadas del país, de la raza blanca, que ni aún quisieron permanecer allí el tiempo necesario para realizar sus propiedades rústicas y urbanas. Todo lo abandonaron con una abnegación que les honraba en vida, y que siempre les habrá de honrar en el concepto de las gentes sensatas, y como sensatas enemigas de las exageraciones políticas, y de los odios sociales que humillan y conducen a la retrogradación. ¡Pobres emigrantes! Grande debió ser su dolor, acerba la amargura de sus corazones cuando, desde las cubiertas de las naves en que se alejaban de la infortunada patria, con la vista fija en las elevadas montañas que guarecen sus verdes valles y sirven de valladar al Océano; y con el semblante velado por profunda melancolía, recordaban su ayer de goces, sosiego, comodidades y halagadoras esperanzas; lloraban en silencio por el infortunio que los oprimía, y temblaban por lo incierto del porvenir de ellos, de sus esposas y de sus hijos.

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Como nuevos parias se derramaron por la América del Sur, Méjico, Cuba y Puerto Rico. Sentados en las playas de sus patrias adoptivas, lamentaron las desgracias de la natural; y sin duda muchos de aquellos ilustrados patricios, al meditar en ella, con el corazón afectado por la nostalgia, sin duda repetirían los trenos del Rey profeta, preguntándola en su interior: ¿Con quién te compararé, o a quién te igualaré, desventurada hija de Sión? ¡Porque grande como la mar es su dolor!... Apenas quedaron en el país hombres de significación por sus riquezas y conocimientos. Pueden contar los de la última de esas categorías, y asegurarse que no llegaban a doce; pues aún cuando algunos más habían resuelto no abandonar sus hogares bien pronto, espantados por los haitianos en puebladas nocturnas, y por indirectas sugestiones y, en determinados casos persecuciones de las autoridades, tuvieron que embarcarse para algunos de los países antes indicados. Entretanto a Núñez de Cáceres, diré que Boyer, en el mismo día o al siguiente de su entrada en Santo Domingo, ocultando maliciosamente que conocía el español, tuvo con él una larga conversación en latín, en la cual le manifestó de una manera positiva que si no salía voluntariamente del país, él lo embarcaría; fundándose en que su presencia era un inconveniente para el nuevo orden de cosas que acababa de inaugurarse. Núñez de Cáceres no dio lugar a que el Presidente haitiano no cumpliera su amenaza; fue a México. Más tarde el virtuosísimo P. Valera, quien era otra notabilidad del país, acosado por las persecuciones de los extraños mandarines, tuvo también que alejarse de su patria para siempre. En 1833 murió del cólera morbus en La Habana, siendo su Obispo. Y para que mejor se comprenda cuán despoblado de gente notable se quedó entonces el territorio dominicano, diré que cuando el sitio de Sánchez Ramírez emigró también gran número de

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naturales, con sus familias; y que mayores que entonces habían sido las emigraciones de 1801 y de 1805, a causa de haber invadido el país Toussaint Louverture, y el Atila y Nerón de las Antillas, el negro Rey Cristóbal, quien de puro y selvático despecho, a su retirada por el Cibao, pasó a degüello a muchos inofensivos habitantes, entre ellos a algunos sacerdotes; e incendió las poblaciones de Moca y Santiago de los Caballeros. Yo no creo que la parte española de Santo Domingo haya tenido una población de 400 y ni aún 350,000 almas no obstante las aseveraciones de algunos geógrafos extranjeros, tales como Letrone que en 1858 le atribuyó 300,000; siendo lo cierto, que ni entonces ni hoy excederá de 250,000, si es que asciende a tantas; y este último dato probaría en todo caso, que las cifras estadísticas de aquel país mermaron en 50,000 habitantes por efecto de las emigraciones, o sea una quinta parte del mínimum, o un 25 por ciento del máximum, que he establecido por una inferencia comparativa; inferencia que sin duda no andará distante de la verdad aritmética, habida consideración de lo exiguo del guarismo que presenta la población actual. Esto, no obstante de ser muy procreadora la raza africana, según es bien sabido; la cual, en notable mayoría, predomina en aquella isla sobre la blanca y la que resulta de la unión de ambas. Y aludo aquí al todo de la Antilla, porque, como se verá después, duró veinte y dos años la dominación haitiana en el territorio dominicano; y esta circunstancia, sobre aquellas emigraciones, contribuyó notablemente al mayor desequilibrio social en esa parte del país. Boyer trató desde luego a Santo Domingo como tierra conquistada. Cerró la Universidad y el Colegio Seminario; impuso el idioma francés en todos los actos oficiales y judiciales; importó sus leyes, es decir, los códigos de la Restauración francesa, arregladas para Haití por una comisión de abogados parisienses; y tan marcada era la intención de proscribir por completo el idioma patrio, que en las escuelas se prescindía de la gramática castellana, 72

usándose en su lugar la francesa. Y ésta es razón de más, por cierto de mucho peso, para que no sorprenda, y si se tolera, el hecho de que en Santo Domingo se cometan, señaladamente en la conversación, gran número de galicismos; de tal modo, que si hubiera durado más de lo que duró la dominación haitiana, tal vez se habría cumplido allí al pie de la letra lo que dice Iriarte en su fábula titulada Los Dos Loros. De lo dicho se deduce sin ningún esfuerzo, que las carreras liberales, los estudios científicos en general, y hasta los literarios, sufrieron un golpe mortal a mano del retrógrado gobierno de los haitianos; y que por consecuencia no había ya esperanzas de reemplazos de los hombres sazonados en el campo del saber, sólido por metódico y concienzudo, que antes ostentaba la Primada de las Antillas. Los claustros del convento dominico, en donde por largos años existió la Real y Pontificia Universidad Literaria, desde entonces quedaron en silencio y soledad; los salones a que antes asistía una juventud estudiosa y ávida de saber, para oír las elocuentes lecciones de profundos latinos, filósofos, teólogos, médicos y jurisconsultos; y el cual magna en donde después iba a recibir el lauro concedido a su aplicación y aprovechamiento, quedaron desde entonces cerrados y desiertos y como para que más completa fuera la semejanza, sus anchos patios se cubrieron de yerbas y flores silvestres, y bejucos y enredaderas se entrelazaron a los pilares y columnas de sus vastos corredores. Desde entonces la juventud, con pocas excepciones, al salir de las escuelas se colocaba en escritorios de comerciantes, detrás de los mostradores de las tiendas de lienzos, quincalla, etc., o se dirigía a los cortes de maderas, para medir y entregar éstas en las playas. ¡Qué dolor! Algunos contados padres de familia, de los pocos instruidos que se quedaron en el país a la entrada de los haitianos, pasaron a sus hijos el legado de sus conocimientos en Medicina, Farmacia y jurisprudencia, si bien solo sé 73

de un caso de esta última facultad; y a esas contadas excepciones se redujo, en veinte y dos años, el reemplazo de la antigua pléyade de aventajados alumnos de Minerva que allí hubo para honra de su patria. De manera que según ese fiel relato, en punto a ilustración el país perdió mucho respecto de lo que fue en tiempo de España; pues aun cuando es cierto que bajo la dominación haitiana podían entrar allí libremente toda clase de obras, no es menos cierto que, faltando la fuente de su interpretación y enseñanza metódica, cuanto más podía hacer con ellas la juventud era leer ad libitum, errando, como es de suponerse, en los puntos graves y de pensamientos científicos profundos; pues sabido es que el entendimiento necesita en sus primeros pasos, y más aun en materias de aquella especie, los andadores representados en las explicaciones y la síntesis de los maestros. Por resultado lógico de ese estado de cosas, las carreras liberales no tuvieron en la antigua parte española de aquella isla, bajo el gobierno haitiano, más que meros aficionados; pues aun cuando la brillantez del talento y viva imaginación de sus hijos es mucha, y hasta proverbial, ¿qué pueden por sí solas las dotes naturales cuando se trata de materias arduas, cuyo estudio exige y presupone el análisis, la interpretación y concordancia iluminadas por la voz de buenos profesores? Muy poco, en verdad. Y si del estado intelectual pasamos la moral y material del país, veremos que no fue menos deplorable en cuanto a ellos la dominación de los haitianos. Tan luego como Boyer se apercibió del movimiento de emigración producido por el cataclismo social y político de que él con sus tropas era la personificación, quiso castigar el desagrado y altas ideas que lo dictaban; y al efecto declaró por una orden escrita, que no se reconocerían con valor alguno legal los poderes que los emigrantes otorgaran a favor de terceras personas, aun cuando fueran parientes suyos, para la administración de sus 74

bienes. Medida injusta a todas luces; más aún, inicua, inaudita, pues con ella atentaba contra una facultad establecida y acatada en todos los países civilizados, desde la infancia de la ciencia del Derecho hasta nuestros días. Pero sobre ser eso, como dejo dicho, una venganza contra las familias decentes y de almas bien templadas que no quisieron vivir bajo aquel funesto orden de cosas, era al mismo tiempo un medio eficaz de adquirir rico botín con que galardonar la traición de algunos, contentar a muchos de los jefes militares de su expedición, y convertir en propietarios a los libertos del territorio dominicano. Y lo consiguió; porque, según queda dicho los emigrantes desplegaron en aquellas circunstancias una abnegación que los recomienda en alto grado. Quizá si ellos le hubieran preguntado –¿qué nos dejáis, pues?– habría parodiado a Aníbal, contestándoles como éste a los romanos, la vida! porque tal fue su programa. Pero no contento con eso, Boyer, diciéndose representante de la libertad, coartó también la de los mismos que a sus manos recibieron la civil, pues no permitió que se embarcara ninguno de los muchos que de la capital quisieron emigrar como libres serviciales o compañeros de sus antiguos amos. Coartó, respecto de unos habitantes, el libre derecho de expatriación, mientras que inducía a otros a ejercitarlo... Redujo, pues, el país a lo que le convenía. Cuando regresó a Puerto Príncipe, capital de su patria y desde entonces de toda la isla, dejó de Gobernador de la parte del Este (así llaman los haitianos, aun hoy, el territorio dominicano), al General Borgellá, hombre que, al decir de cuantos lo trataron y tenían capacidad para juzgarlo, era sujeto de finas maneras, algo instruido, y el más apto de todos los tenientes de Boyer para aquel delicado mando. Por lo demás, era también el más blanco de todos ellos, pues hasta tenía pelo rubio y ojos azules; cuya circunstancia daba a su elección el aparente deseo de conciliar los primeros escrúpulos sociales. 75

A poco de vuelto Boyer a Puerto Príncipe, expidió un decreto acordando como plazo ultramarino uno que no recuerdo si fue de seis meses o de menos, para que los dominicanos ausentes se presentaran a tomar posesión de sus propiedades; so pena de que éstas pasaran a serlo del Estado, sin miramiento alguno a las reglas establecidas por el Derecho Civil en tales casos para la sucesión de los ascendientes, descendientes y colaterales del difunto, o ausente cuyos derechos perimen. Y como que Boyer no circuló ese decreto, según era su deber hacerlo, por su Ministerio de Relaciones Exteriores a los de los países extranjeros, en donde de pública notoriedad sabía que se hallaban aquellos propietarios; y como era por todo extremo imposible el que tal medida llegase a conocimiento de los que vivían en Cuba y Puerto Rico, quienes eran los más, sucedió que casi ninguno pudo aprovecharse del lapso de tiempo concedido; y por consecuencia, sus fincas, urbanas y rústicas, con los bienes muebles y semovientes anexos a las últimas, así como hasta las sumas de dinero que en juicios testamentarios se cobraban de las personas en deuda para con los testadores, y que se imputaban a aquellos en su legítima o porción hereditaria, todo, todo acreció a los bienes del Estado. Así quedó irrevocablemente sancionada la completa ruina de muchísimas familias que, del más alto grado de riqueza y esplendor, descendieron súbitamente al más humilde de pobreza abatimiento y abandono en playas extranjeras. El recuerdo de la dominación haitiana sólo puede ser grato a los que con ella medraron; y a quienes por ser tan faltos de corazón sensible como sobrados de egoísmo y de innobles, instintivas prevenciones, no se han detenido ni un solo día a ser justos respecto del arbitrario, inmoral despojo operado contra un gran número de sus conciudadanos. Adjudicadas, pues, al Estado las fincas rústicas de los dominicanos ausentes, Boyer repartió muchas de éstas, señaladamente las de labor, en donación a los antiguos siervos y siervas, por 76

lotes llamados cuadrados (medida equivalente a cuatro cordeles en cuadro), y peonías, medida aún más pequeña; si bien en algunos casos las tales donaciones boyeranas, que allí deberán ser memorables como lo son en España bajo otro sentido las Enriqueñas, constaron de dos, tres y aun más cordeles a favor de un solo agraciado. Fraccionada así la propiedad, y entregadas sus fracciones a individuos pobres, e indolentes por naturaleza, sucedió con poquísima diferencia lo que de las tribus nómadas nos cuentan los viajeros e historiadores; es decir, que la producción se redujo a lo indispensable para las necesidades de cada productor y sus familias, y aun poco más que llevar en venta a los mercados, para con su valor en especie hacerse de ropa y demás artículos de urgente uso. Bastando decir, para que mejor se comprenda cuán exiguo era el rendimiento de los antiguos ingenios de azúcar, cafetales, y estancias, desde aquella época convertidos en diminutos conucos, que allí no se produce el azúcar, el arroz ni el café suficiente para el consumo interior; siendo indispensable, por lo tanto, el importar de otros países la cantidad necesaria para cubrir las demandas por la diferencia. Este solo dato basta a probar el retroceso agrícola del país, pues en tiempo de la dominación española producía éste no solamente el azúcar y el café que la bastaba, sino hasta para exportar a la península y a los Países Bajos, según nos lo refiere el mismo P. Valverde que, en su ya citada obra, se lamentaba del poco progreso de su patria. Sin embargo, en las dos provincias de La Vega y Santiago, o sea el Cibao, siempre se continuó cultivando el tabaco en tales términos que nunca bajó de cincuenta mil quintales la exportación de este artículo, el cual constituye el primer ramo de su movimiento comercial, y es causa de la riqueza comparativa de aquel hermoso departamento. Pero eso se debe a que allí nunca hubo tantos esclavos como en el Sur de la antigua colonia; el trabajo libre producía las ventajas que le son inherentes; y por lo tanto, 77

cuando Boyer abolió la esclavitud, ya los hombres de la raza africana, los cuales no eran muchos, habían adquirido los hábitos y el estímulo de quienes saben que trabajan para su provecho. Pero por el Sur, es decir, en las jurisdicciones de Santo Domingo y Azua, pues la provincia del Seybo fue siempre más ganadera que agrícola, aconteció todo lo contrario. En vez del movimiento, lujo y hasta comodidades de los campos del Cibao, apatía, holgazanería, miseria y casi desnudez: en vez de la limpieza y el orden de los conucos y alrededores de las casas de vivienda que se observa en aquellos, –desarreglo, montes de arbustos y yerbas silvestres, así como una curiosa variedad de bejucos entrelazados en los platanales, cafetos y demás árboles útiles. El campesino del Cibao, señaladamente de la provincia de Santiago, y las comunes de la capital de La Vega, Moca y Jarabacoa, para ir a poblado se viste siempre con chaqueta de paño, pantalones de dril o casimir, corbata de seda, camisa de hilo o algodón, sombrero de jirón o Panamá, y botines de becerro. Muchos llevan medidas; raro es el que no monta en un hermoso caballo, y más aún el que sobre la silla de montar no lleva un pellón que le importa de dos a cuatro pesos fuertes. Pero los campesinos del Sur, ¡qué contraste tan grande ofrecen con relación a aquellos! Baste decir que, por regla general, el uno es el vice versa del otro. Sin embargo, en una cosa es muy poco alterada la mancomunidad que existe entre unos y otros campesinos y gentes de los pueblos, así como entre la mayoría de los que habitan en las ciudades; a saber, en que carecen de toda clase de aspiraciones; no se apuran por el mañana, –les basta cubrir las necesidades del presente, y por lo mismo no experimentan impulso alguno que los estimule a trabajar con asidua constancia para asegurarse paz y descanso en el porvenir. ¡El porvenir! El suyo no rebasa del día próximo siguiente: cuanto más se extiende respecto de algunos, es una semana. La hormiga, por lo tanto, es más previsora que ellos. 78

Dedúcese, pues, de lo dicho, que aquella simplicidad de hábitos y costumbres, aquella limitación de aspiraciones, y su consiguiente falta de espíritu público, a que he aludido al referir de paso la condición social y administrativa del pueblo dominicano bajo la dominación española; se aumentaron notablemente bajo la haitiana, –resultado que sin duda no sorprenderá al lector que haya venido leyendo con atención lo relativo a las condiciones dadas al país definitivamente en enero de 1822. Y si de los campos pasamos a los pueblos, aun a la misma antigua capital, ¿qué rastro dejó la dominación de los haitianos? Análogo en un todo, si bien con el barniz que le trasmitía la presencia de las personas decentes, y el aspecto de los edificios públicos y particulares que resistieron al terremoto de 1842, y a la inercia y codicia de aquellos dominadores. Yo llegué a Santo Domingo en septiembre de 1852, y voy a decir en pocas palabras el aspecto que ofrecía. Sus murallas que miran al mar, y la base de su hermoso castillo y torreón llamado El Homenaje, situado a la entrada del puerto, derruidas y ennegrecidas por el musgo; las calles llenas de surcos, y cubiertas de yerbas; muchas, muchísimas casas en ruinas, desde el aludido terremoto, por incuria o por miseria de sus dueños, amenazando a los transeúntes con sus hendidos fragmentos de paredes, y todas llenas de basuras, de yerbas y enredaderas que tendían sus hebras desde sus partes más altas hasta el pavimento de las calles. El ex-convento de San Francisco, que fue un magnífico edificio, también en ruinas; porque Borgellá sacó de él materiales para la hermosa casa de columnas y dos pisos que para sí construyó en la plaza de la Catedral; sus extensos patios, sus atrios, claustros, naves, prebisterio, paredes y techos de bóveda, cubiertos también de yerbas y bejucos, inspiran ideas melancólicas, y provocando al viajero a que hiciera comparaciones entre el presente y el pasado, le obliga a retirarse de sus alrededores con el corazón lleno de tristeza, y la imaginación preocupada con dolorosas reflexiones... 79

De las casas habitadas, pocos, muy pocos frentes revelaban haber sido pintados de uno o más años atrás a aquella fecha; la mayoría de ellos tenían musgo por pintura, y solamente las de muy contadas familias, que no llegarían a una docena, revelaban en su interior, por lo menos en sus salas, apego a los objetos de lujo, y buen gusto para escogerlos y colocarlos. Había muchísimas casas, la mayor parte, con gran ausencia de aseo en sus puertas, pisos y paredes; con algunos taburetes viejos, y una o dos hamacas en las salas, habitadas por familias pobrísimas de la gente redimida en 1822. De esas, gran número ofrecían a la vista del transeúnte el cuadro de un comercio humildísimo, efecto de la haraganería, consistiendo en un reducido número de frutos del país, y algunas otras bagatelas colocadas unas en el suelo y otras en una tabla que descansaba sobre dos barriles, todo ello cerca de la puerta de la calle. Penoso, y hasta difícil era para mí el persuadirme de que me hallaba en la antigua capital en donde nacieron, y se ostentaron con todo su saber, sus virtudes, lujo y decencia, los Ceresanos, Garayes, Cocas, Montillas, Heredias, y demás ornamentos de aquella su malaventurada patria. ¡Tan distinta la hallaba de la pintura que en mi niñez y adolescencia había oído en boca de muchos dominicanos emigrados de 1801 a 1822! ¡Pobre Santo Domingo! En cuanto a la parte moral de sus habitantes, más honda y lamentable fue la huella que allí dejaron los haitianos. No descenderé a dar detalles sobre este penoso particular, porque no los considero indispensables para el fin que me ocupa; pero sí diré que en cuanto a las cualidades, costumbres y propensión completamente virtuosas que siempre habían caracterizado al pueblo dominicano, había mucho por qué maldecir la metamorfosis político-social de 1822. Si aun hay virtudes en el país; si a pesar de todo cuanto en su contra se ha conspirado, el cataclismo no fue

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completo en ese sentido, y aún hay recato y pudor, y es siempre Santo Domingo el país clásico de la buena fe, tanto, que allí todas las transacciones mercantiles y demás negocios se hacen verbalmente, aun entregándose grandes sumas de dinero, –débese a la genial bondad del carácter, a la sanidad nunca bien elogiada de aquellos habitantes, tan caballerosos bajo ese punto de vista como los antiguos hidalgos de España. De Haití puede decirse con entera propiedad, que es la Sodoma de América; o con otras palabras, que los haitianos son los Mormones del mar de las Antillas. Mezcla repugnante de la corrupción francesa, y de los hábitos relajados del esclavo africano a quien sus crueles amos trataron como a bestia, no haciendo nada por pulirlo con la religión y las prácticas morales; el haitiano ha vivido siempre sumergido en la procacidad. Polígamo hasta la exageración; profesando una completa indiferencia hacia el matrimonio, salpicada de crítica y hasta de cínico desprecio y burla; entregado a la licencia y la vida más libertina; considerando los impulsos del pudor y el recato de las jóvenes solteras, y las inspiraciones del deber de las casadas, como ridícula hipocresía, o meros preliminares cómicos de las concesiones que solicita, y todo esto con poquísimas excepciones, sin diferencia alguna por razón del alto puesto público que ocupa; –el haitiano es el modelo de la relajación humana, la antítesis más odiosa de la moral privada.

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Capotillo y la Restauración* ALCIDES GARCÍA LLUBERES

Santo Domingo, 12 de agosto de 1935. Señor Doctor Alcides García Lluberes Ciudad. Querido maestro y amigo: Usando de la confianza que ha sabido usted inspirarles a sus discípulos, le suplico ilustrarme sobre lo siguiente: ¿Sucedió o no algo en el lugar de Capotillo el 16 de agosto de 1863? Y, en caso afirmativo, ¿qué fue lo que sucedió? Con ruegos de perdonar esta molestia, hija de mis deseos de conocer lo que hay de cierto en este hecho histórico, le saluda atentamente su discípulo y amigo, CARLOS SELIMÁN

* En Listín Diario, No. 14899, S. D., agosto 16 de 1935.

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Santo Domingo, 13 de agosto de 1935. Señor Bachiller Carlos Selimán Ciudad. Estimado discípulo y amigo: Por complacer al viejo y buen alumno, y para contribuir de algún modo a la celebración del 72º aniversario del alzamiento de Capotillo, revuelvo algunos papeles antiguos y contesto su atrayente y patriótica carta. El montañoso paraje que se denominaba primero Capotillo Español y luego Capotillo Dominicano es la indiscutible cuna de la magna guerra que provocó el abandono de nuestro país por el ejército hispano en el año 1865. Entre el movimiento armado que estalló en febrero de 1863 y que se extendió desde Guayubín hasta Santiago, y el resonante grito del 16 de agosto de este último año, Capotillo Dominicano fue el más transitado lugar de paso de los revolucionarios del Cibao que se dirigía a Haití; el sitio de refugio más útil para estos mismos rebelados compatriotas y hasta la temible manigua de donde los llamados merodeadores de la frontera, encabezados sobre todo por José Cabrera, bajaron en el espacio de cinco meses desde marzo hasta agosto, a tirotear las guarniciones españolas vecinas, objetivando con tan significativos hechos que la anhelada epopeya restauradora de la República no podía tardar mucho. A atacar a los revoltosos en sus madrigueras de Capotillo Dominicano adentro, acudió nada menos que el terrible comandante español Campillo, quien recorrió triunfalmente la región aunque fue hostilizado con dureza entre David y La Ermita Vieja de Capotillo, lugares comprendidos ambos en el histórico sitio de que hablamos. Ahora me concretaré a responder a 84

las preguntas que me hace Ud. en su simpática carta. Los patriotas a quienes vemos reunidos en Capotillo Dominicano el 16 de agosto de 1863 concurrieron allí para proclamar la Restauración de la República, y si pudieron recorrer sin derramamiento de sangre tan áspera región fue debido a que el destacamento español de Capotillo estaba ausente. El mismo 16 de agosto a las cuatro de la mañana fue cuando el general Buceta le ordenó al capitán de Cazadores del Batallón de San Quintín: que con cuarenta individuos de su compañía hiciera una recorrida por las Lomas de David, en vista de las noticias alarmantes que le llegaban. Cuando esta tropa llegó a Capotillo ya los restauradores habían dejado aquella memorable jurisdicción, para descender divididos en dos pequeños grupos, el uno mandado por José Cabrera y Santiago Rodríguez, y el otro por Benito Monción, a invadir respectivamente las regiones de Sabaneta y Guayubín, operaciones para las cuales contaban con la ayuda de Pedro Antonio Pimentel y muchos otros bravos dominicanos esparcidos por todos estos contornos. La ejecución de este plan dio origen a las primeras acciones de la Guerra de la Restauración, las cuales se realizaron, a partir del 18 de agosto, en Arroyo Guajabo, Macabón, Guayubín, Dona Antonia, Guayacanes y el territorio comprendido entre Sabaneta y San José de las Matas. La primera bandera dominicana enhestada por los hombres de agosto fue hecha en Cabo Haitiano por Humberto Marsán, quien se la regaló a Benito Monción: esa legendaria insignia recorrió a Capotillo Dominicano el 16 de agosto de 1863 sostenida por el épico brazo de Alejandro Bueno, quien por orden de Monción la levantó en una altura de Los Cerros de las Patillas, cuando la columna llegó a este lugar, para que la viesen los españoles de Dajabón; pero éstos no “ejecutaron ningún acto hostil contra nosotros“, dice Monción en su relación histórica De Capotillo a Santiago. Así es que los bautismos de fuego y de sangre los debió recibir dicha enseña en los combates de Arroyo Guajabo. 85

No se me han agotado todavía los relatos interesantes atañaderos a las preguntas de su carta; pero me falta el tiempo, y tampoco quiero cansar más su atención con unos renglones que sólo la cortesía me ha obligado a borronear. Le saluda atentamente y se reitera a sus gratas órdenes el DR. ALCIDES GARCÍA

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El día histórico* ALCIDES GARCÍA LLUBERES

La Guerra de la Restauración comenzó el domingo 16 de agosto de 1863, primer día de una semana inmortal, en la montuosa comarca de Capotillo Dominicano, con un estentóreo y trágico grito de Libertad o Muerte. Los que bajaron ese día de la legendaria sierra, en franca actitud bélica, con el pabellón de la cruz blanca y los cuadros rojos y azules desplegado, fueron José Cabrera, Santiago Rodríguez y Benito Monción. A éstos, y sus pertrechos de guerra, los esperaban los siguientes señalados comprometidos: Pedro Antonio Pimentel y Juan Antonio Polanco. Los dos primeros, Cabrera y Rodríguez, se encaminaron en dirección de Sabaneta. Monción se unió a Pimentel; éstos emprendieron la laboriosa, heroica e imponderable persecución de Buceta. Polanco, ya bastante bien armado, empezó la guerra propiamente dicha con la expugnación de Guayubín. En los días 16 y 17 de agosto no sonaron los tiros (Diario de Buceta; en la fechas de Monción hay muchas equivocadas); éstos

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En García Lluberes, Alcides. Duarte y otros temas. pp. 423-426. Academia Dominicana de la Historia. Vol. XXVIII, 1991

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rompieron en el asalto y toma de Guayubín, llevados al cabo en la mañana del 18, por el coronel Juan Antonio Polanco, y en los ataques empezados ese mismo día también por Pimentel y Monción contra los soldados que escoltaban al comandante general del Cibao Manuel Buceta, refriegas estas últimas que terminaron en combates casi singulares “en la parte arriba del Cementerio de Guayacanes y en El Cayucal”. Dice Manuel Buceta en los comentarios del día 17 de su Diario: “En este día se recibió una comunicación de Guayubín manifestando que un hermano del alcalde de aquella población había manifestado a la autoridad municipal, que se le había dicho que el coronel D. Juan Antonio Polanco, recientemente amnistiado, tenía comprometidos a algunos paisanos para sorprender aquella población” (Anexión y Guerra de Santo Domingo, por el general La Gándara, T. 1., pág. 311). Monción y Pimentel le enviaron las armas y municiones entradas de Haití el 16, que Polanco les había encargado, y este bravo y sobresaliente oficial, jefe de regimiento, llevó al cabo lo que les tenía prometido a sus compañeros, la operación con la cual empezó la guerra propiamente dicha de la Restauración: sorprendió y ocupó a Guayubín en la mañana del 18, llevando como subalternos a Francisco Antonio y a Félix Gómez. El coronel Polanco ordenó un incendio local, para hacer rendir la guarnición, y el voraz elemento destruyó casi toda la población, y hasta enfermos hospitalizados sucumbieron. El coronel Polanco dejó tendidos en el campo al general Sebastián Reyes, a la sazón teniente gobernador, “vecino y rico propietario del pueblo de Guayubín, que en los últimos acontecimientos se distinguió como partidario de la causa de España”; al teniente de San Quintín, Montero; al alférez notario, de Cazadores de África, y a casi toda la guarnición. El 6 de septiembre siguiente, otro hermano del coronel Polanco, el general en jefe Gaspar, “mandó quemar una casa de madera contigua al fuerte de San Luis, Santiago”, “para que el humo y las llamas acosaran a sus defensores”, y “el fuerte viento que estaba

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soplando lo propagó a casi toda la población”. (De Capotillo a Santiago, por Benito Monción, etc.). ¡Los valentísimos y homéricos hermanos Polanco, en el enardecimiento de sus pasiones patrióticas, gritaron dos veces en la Guerra Restauradora: ¡Arda Troya! y sigan el rastro de la candela, para emular a Héctor en Ilión y a Máximo Gómez en la sublime campaña de la invasión de Cuba, y llegar así al triunfo! Esta misma bandera de fuego fue también enarbolada en Puerto Plata el 4 de octubre de 1863, la cual estuvo en su inmaterial e inasible asta durante tres días y tres noches; pero en este sitio y oportunidad sus enhestadores fueron los hispanos: los soldados del nuevo gobernador brigadier Rafael Primo de Rivero, que quisieron ver el abrazo que se dieron en esta data Gaspar Polanco, general en jefe de sus sitiadores por espacio de diez y siete meses y Benito Martínez1, quien los hirió en ese día con su defección. Y para poder seguir viéndolos y agrediéndolos, sin el parapeto encubridor de la ciudad, a aquellos dos temibles y gigantescos capitanes, mientras la guerra durase! Por eso dijo el capitán Ramón González Tablas, en la pág. 105 en su Historia de la Dominación y Última Guerra de España en Santo Domingo: “Después de la destrucción

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Este encorajado hijo de Isabel de Torres fue aquel que en la batalla de Beler el lunes 27 de octubre de 1845, dio muerte a un moreno dominicano, con un formidable tajo de machete. Advertido de la lamentable y terrífica equivocación en que incurría, gritó fuera de sí: ¡El que sea prieto que hable claro! Martínez murió después en Cafemba, en el ataque que sufrieron las líneas que mandaba el jefe Gaspar Polanco en Puerto Plata, y acción de la que dice en la elogiosa necrología de Polanco, que publicó el periódico ministerial El Monitor, en su número 118, del 17 de diciembre de 1867: “El 31 de agosto de 1864 el enemigo atacó con fuerzas innumerables, y como era consiguiente se apoderó de Cafemba: el hecho de armas tuvo lugar por la tarde, y aquella misma noche el General Polanco, sin otra fuerza que el heroísmo de 40 patriotas, pernoctaba en sus posiciones”. Por todo esto fue por lo que dijo el austero historiador español Nicolás Estébanez, quien nos combatió en nuestra Guerra Restauradora: “No hay pueblo más belicoso en el continente colombiano, ni quizás en el mundo, que el suelo de Santo Domingo”.

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de la ciudad, podían verse ya cara a cara los dos bandos enemigos, a los que servía de línea divisoria o campo central el carbonizado sitio que aquello había ocupado”. Una vez en posesión los restauradores de San Lorenzo de Guayubín, la caída del resto de la Tenencia del Gobierno era la consecuencia forzosa. Dice el general Gándara en la pág. 307 del T. 1ro. de su citada obra: “Por un nuevo parte del coronel Abreu de fecha 21 llega a noticia del capitán general una comunicación directa del general Hungría del 20, confirmándole el incendio de Guayubín y la destrucción casi completa de su guarnición. Hungría además afirmaba hallarse de nuevo y resueltamente alzado el estandarte de la rebelión; manifestaba, que a su juicio, era muy crítica la situación de los destacamentos de Capotillo, Dajabón y Sabaneta, después de haber caído Guayubín en poder del enemigo”. Tanto era certísimo todo esto, que la tropa española embotellada en Dajabón, la cual estaba mandada nada menos que por el terrífico Campillo, tuvo que refugiarse en Haití, sin pelear, a la sola nueva de que las tropas restauradoras mandadas por el coronel Juan Antonio Polanco, el expugnador de Guayubín, quien llevaba como segundo al comandante José Antonio Salcedo, se acercaban a la plaza. El Cabo Peninsular, en su Diario de las Operaciones de la Guerra de la Restauración, códice que se conserva en el archivo del historiador García, y que el Licdo. Leonidas García Lluberes publicó en el No. 109 de Clío, de enero-marzo de 1957, le llamó Guerra de Guayubín a la Guerra Restauradora, porque ésta comenzó real y efectivamente en la pequeña población de Guayubín. Se expresa así el cabo historiador: “18, 20, 21, 22 y 23 id., Guerra de Guayubín, columna de D. Florentino García, muerte del mismo, de doña Beite y de Robles”. Todos, españoles y nacionales, vieron brotar nuestra segunda gran epopeya, como una tromba coronada de relámpagos, de Guayubín, y nada más que de Guayubín. El Pbro. Dr. Manuel 90

González Regalado y Muñoz, quien en realidad era antianexionista, y el cual fue después, mandado preso por los españoles al Castillo del Morro de La Habana, habló en la siguiente forma a sus feligreses en carta del 27 de enero de 1864, dada a la luz en la Gaceta de Santo Domingo del 8 de febrero de ese mismo año, No. 261: “Cuando se acercó a nuestro pueblo (Puerto Plata) la Revolución devastadora, y que tanto nos aflige, os dirigí con fecha del 29 de agosto de 1863, una circular para que por medio de los capitanes de partido, a los que les recomendaba que os la leyeran, llegara hasta vosotros mi voz paternal, con el objeto de ver si escuchándola, hubiera yo logrado, como lo deseaba, contener el torrente, que desbordándose del infausto Guayubín, venía inundando nuestra querida Patria, hasta entonces tan tranquila y pacífica, y por consiguiente tan feliz y prosperante”. ¡Loor a San Lorenzo de Guayubín, la heroica villa del ángulo fluminense, cuyo vértice se convirtió en volcán el 18 de agosto de 1863, y escribió con fuego y con sangre el primer capítulo de nuestra segunda gran cruzada libertadora! ¡El gentilicio guayubinero o guayubinense honra a quien lo lleva, porque evoca toda una historia de Patria, Heroísmo y Libertad!

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La batalla del 6 de septiembre de 1863* CÉSAR HERRERA

Una de las más brillantes acciones de las armas dominicanas fue, sin duda, la batalla del 6 de septiembre de 1863, cuando el naciente ejército restaurador atacó infructuosamente el fuerte de San Luis, en Santiago de los Caballeros, con el resultado de la casi total destrucción de esa ciudad por el incendio que se produjo como consecuencia de las operaciones militares. El ejército español, y las reservas dominicanas asediadas estrechamente en dicha fortaleza, recibieron el auxilio de una poderosa columna española, que marchó desde Puerto Plata, bajo el comando del coronel Mariano Cappa, que tuvo necesidad de batirse continuamente, hasta volver a la ciudad atlántica, en la gran retirada española, bajo la implacable persecución de las fuerzas dominicanas. Un oficial español, cuyo nombre no figura al pie del documento, hizo un interesante relato de todas esas peripecias, que transcribimos más adelante, para aumentar el conocimiento histórico acerca de esos sucesos.

* Periódico El Caribe, septiembre 6, 1961.

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La Restauración es una epopeya magna de la historia nacional, y como está próxima la celebración de su primer centenario, procede publicar las fuentes, para que se pueda escribir una obra definitiva sobre acontecimientos de tantos relieves en la formación nacional.

LIGERA DESCRIPCIÓN DE LA COLUMNA EXPEDICIÓN A SANTIAGO DE LOS CABALLEROS Y RETIRADA A PUERTO PLATA A la llegada del batallón de Madrid a Puerto Plata encontramos allí dos batallones de la Corona, uno de Cuba, una sección de ingenieros y cuatro piezas de artillería de montaña; esta fuerza ya había tenido un combate en las calles de la población en la madrugada del 28, en el que hubo varios muertos y heridos de ambas partes, contándose entre los primeros el jefe de la fuerza nuestra, coronel de Ingenieros Arizón, que con una sección de su cuerpo había llegado de Cuba el mismo día que fue muerto; allí supimos que la mayor parte del país estaba en rebelión, que varios pequeños destacamentos del interior habían sido aprendidos o muertos y que otros habían podido salvarse ganando las fronteras de Haití, que el brigadier Buceta estaba sitiado en un fuerte de Santiago de los Caballeros con 1,200 hombres de todas armas aproximadamente y cuatro o cinco piezas de artillería, de las que ya le habían tomado los enemigos en una salida y que toda esa fuerza se encontraba en el mayor aprieto, que 300 ó 400 hombres que se creían leales y habían sido armados y equipados en Puerto Plata, habían engrosado las filas rebeldes, y que esperaba nuestro desembarco para organizar una columna en dirección a Santiago, para salvar las tropas sitiadas. Bajo estos auspicios y después de una sentida y enérgica alocución del jefe de la columna, coronel don Mariano Cappa salimos el día 1ro. de septiembre en dirección de Santiago, un batallón de la Corona, uno de Cuba y el de Madrid, con dos piezas de 94

artillería, marchando Madrid a la vanguardia y una Compañía de Cazadores con la del Bon. de Cuba de descubierta; a las diez de la mañana precisamente se dio un descanso a la columna en el que comió el primer rancho y durante él, el general Suero de las reservas del país, hizo un reconocimiento o exploración por los bosques inmediatos en el que invirtió cerca de una hora, regresando después al sitio en donde estábamos descansando y anunciando al señor coronel Cappa, que dentro de poco encontraríamos a los enemigos. Efectivamente, después de emprender la marcha y como a las dos de la tarde, al llegar a un sitio llamado Hojas Anchas, el fuego empeñado por las compañías que marchaban de vanguardia, nos avisó que allí estaban los enemigos, inmediatamente el jefe de la columna mandó formar los batallones que lo hicieron a cuatro de fondo y por el flanco, pues en aquel sitio no permitía la estrechez del camino otra formación y en esta situación marchamos algo más hasta que una descarga que salió del bosque que teníamos a nuestra derecha, nos indicó el punto a que debíamos dirigir nuestros fuegos, que se rompieron enseguida y se generalizaron en toda la columna haciendo también algunos disparos la artillería. El fuego se sostuvo por algún tiempo y se mandó a mi Compañía cargar a la bayoneta, la que embistió inmediatamente, pero apenas habíamos penetrado en el bosque algunos pasos se la mandó retirar y volver nuevamente a su formación, sin duda por haber conocido que ya era infructuosa o bien porque el fuego enemigo había cesado, o bien por los obstáculos que presentaba la espesura del bosque la hacían casi imposible; en esta pequeña acción tuvimos un subteniente muerto y un sargento y tres o cuatro soldados heridos. Después emprendimos la marcha hasta Los Llanos de Pérez a donde acampamos en una posesión del general Suero; en esta jornada quedaron algunos soldados rezagados y murieron dos de Madrid de calor y fatiga. En la mañana del día siguiente emprendimos la marcha para Puerto Plata nuevamente; no se supo entonces entre nosotros el 95

motivo de esta determinación, pero se dijo después que un crecido número de facciosos nos esperaban en varias posiciones del camino y cuyas fuerzas no podían ser contrarrestadas por las nuestras, hizo tomar esta medida. Esta jornada se hizo sin la menor novedad, y después de un día de descanso en que se nos incorporó al Batallón Cazadores de Isabel 2a llegado de La Habana el día 2 ó 3, emprendimos la marcha de nuevo el día 4 la fuerza siguiente: Dos batallones de la Corona, el de Cazadores de Isabel 2a, que marchaba a la vanguardia, un batallón de Cuba, las dos compañías de preferencia de Madrid y dos piezas de artillería de montaña; las compañías del centro de Madrid, quedaron guarneciendo Puerto Plata. La marcha hasta Santiago se hizo sin novedad en tres jornadas, haciendo dos noches en el camino en las que después de tomar todas las avenidas y alturas inmediatas al campamento se estableció en ellas el servicio correspondiente, este camino es un continuo desfiladero flanqueado siempre por bosques y alturas y en él pagó el Batallón Cazadores de Isabel 2da. el tributo que ya habíamos pagado nosotros en las anteriores jornadas, dejó muchos rezagados y de ellos varios perecieron de cansados. Según se dijo antes de llegar a Santiago el plan que se tenía convenido para entrar era el de dividir la fuerza en dos columnas que tomando distintos caminos algo antes de llegar a la población, viniesen a caer sobre ella al mismo tiempo con lo que es probable se hubiera cogido entre dos fuegos a los enemigos que necesariamente deberían estar defendiendo la entrada; pero según se dijo después también se había cambiado este plan porque habiendo descubierto la población envuelta en llamas y oyéndose tiros de cañón bastante seguidos se creyó que eran los últimos y desesperados esfuerzos de nuestras tropas sitiadas y no se pensó ya más que el salvarlas, habiéndose resuelto entonces que la brigada de vanguardia marchase sin detenerse más que lo preciso para abrirse paso hasta llegar al fuerte ocupado 96

por los nuestros y así debió ser por cuanto al llegar mi compañía a la entrada de Santiago defendida por los enemigos ya no estaba allí la primera brigada. Los rebeldes estaban situados en tres fuertes llamados Dios, Patria y Libertad y que defendían perfectamente la entrada del pueblo y que protegían su retirada con el cementerio ocupado también por ellos, en el primero de los puestos o sea el Dios, tenían un cañón que enfilaba perfectamente el camino y tanto en éste como en los dos restantes un crecido número de hombres con fusiles y trabucos y otros varios dispersos en el espacio que mediaba entre los fuertes; varios disparos de cañón abrieron claros en nuestra columna, sufriendo las mayores pérdidas el Batallón de Isabel 2da. que marchaba a la cabeza. Un “Viva la Reina” que vino de la cabeza de la columna reproduciéndose con rapidez por las mitades que la formaban, sirvió como de aviso a los que no veíamos lo que sucedía por delante que ya habíamos empezado a combatir, al llegar con mi compañía al pie del primer fuerte seguí el movimiento que venía de la cabeza desfilando por la derecha y haciendo hileras a la izquierda y cuando la mitad que me precedía me despejó el frente situándose como toda la demás fuerza que ya allí estaba, resguardados, detrás de las mallas, para contestar a los fuegos del Fuerte Dios, me detuve un momento con ella buscando un sitio donde poderla abrigar del fuego enemigo, y entonces vi la artillería que se había situado a la derecha del camino y dirigía disparos muy certeros al fuerte referido, habiéndome hecho también notar en el mismo instante el subteniente de mi Compañía don Blas López el nutrido fuego que nos dirigían de los otros dos fuertes. En este instante mismo se oyó una voz que debió ser del coronel Cappa que decía: Adelante, viva la Reina, y que repetida por mí a mi Compañía, sirvió de indicación para dirigirme con ella al Fuerte “Libertad”. 97

Efectivamente, a la carrera y con las armas sobre el hombro, corrimos a él y los enemigos lo abandonaron, así que estuvimos a 15 ó 20 pasos de ellos, refugiándose en el Fuerte Patria y en un grupo de casitas situadas entre los fuertes y el cementerio; después que ya estuvo allí toda mi Compañía, envié al subteniente don Blas López a desalojar el expresado Fuerte Patria defendido por un corto número de hombres y el referido soldado lo efectuó con unos 20 soldados de la Compañía. En este estado, dueño ya con mi Compañía de los dos fuertes me adelanté con algunos soldados a desalojar a los rebeldes que habían quedado en el grupo de bohíos de que ya se ha hecho mención. Todos los rebeldes que se habían desalojado de esas posiciones y los que también habían empezado a retirarse del Fuerte Dios, se habían retirado al cementerio, manteniéndome yo sin avanzar más y en las posiciones que había ocupado, desde donde dirigía los fuegos al Fuerte Dios y al cementerio; momentos después de esto, ya estaba allí el 2do. Batallón de la Corona y la Compañía de Cazadores de un batallón en la explanada del cementerio, que había sido desalojado y tomado por ella; entonces el teniente coronel Velasco reunió toda esa fuerza y permanecimos bastante tiempo en las inmediaciones del cementerio y Fuerte Dios, mientras se recogían los heridos y subía la artillería a nuestro Fuerte. Mi Compañía en estas operaciones tuvo dos muertos y nueve heridos y la de Cazadores un muerto. El aspecto de la población era horroroso, más de tres mil casas hechas cenizas y rescoldos, la parte baja de la población, o sea, la parte inmediata al cementerio y fuertes, llena de muertos y en todas partes tirados por el suelo y en desorden efectos de todas clases, ropas, piezas de ricos géneros, muebles, comestibles, bebidas y cuantos objetos pueden existir en un pueblo rico. Los enemigos se habían retirado ya a sus posiciones a espaldas de la población y dominando nuestro Fuerte, al que nosotros nos retiramos también cuando empezaba a anochecer. No sé el pormenor 98

de lo que pasó en los demás cuerpos de la columna, pero me consta que todos se han batido con bizarría y que todos también han tenido bajas de consideración. Durante nuestra permanencia en Santiago salimos dos días a forrajear, habiendo costado en la segunda salida 4 muertos y 16 heridos, y sufriendo todos los días alguno que otro disparo de cañón que nos dirigían los enemigos con muy buena puntería. Las provisiones en el Fuerte estaban tan escasas que la ración consistía sólo de una pequeña cantidad de arroz, una escasísima cantidad de manteca y un pedazo de pan que tendría tres o cuatro onzas. Entonces cundió la voz entre la tropa de que tanto por la escasez de víveres cuanto porque nuestra permanencia allí carecía de objeto, después de salvada la guarnición, se trataba de volver a Puerto Plata pero que se tocaba el inconveniente de que no teníamos medios para conducir 200 heridos y enfermos aproximadamente que teníamos en el hospital y que por esta circunstancia, se había entrado en negociaciones con el enemigo y se habían suspendido las hostilidades como lo estuvieron efectivamente el día 12. El 13 por la mañana formó toda la tropa en la Plaza del Fuerte, se cargaron las acémilas y la artillería de montaña se clavaron e inutilizaron las piezas que había de plaza, se quemaron en grandes hogueras todos los objetos que había dentro del Fuerte de alguna utilidad y no podían conducirse, se distribuyó el poco arroz y manteca que quedaba y todas las municiones que podían cargar los soldados, inutilizando las restantes, mojándolas y quemándolas. En este estado, cuando esperábamos todos la voz de mando para el desfile nos mandaron otra vez volver a las trincheras y mismos sitios que antes ocupábamos; nada sabíamos del motivo de esta última determinación, cuando el coronel Cappa reuniendo y arengando las tropas, nos manifestó que habiendo los enemigos interpretado mi sentimiento de humanidad de nuestra parte al pedir gracia para nuestros enfermos y heridos, por un acto de 99

cobardía y amilanamiento, había tenido la audacia de exigir de nosotros que depusiéramos las armas y fuéramos a embarcar a Monte Cristi, pero que esta ridícula pretensión había sido rechazada con indignación antes que manchar tan alevosamente el pabellón de nuestra Patria, concluyendo la arenga con entusiastas vivas a la Reina y a España. No pasaría media hora, cuando se mandó de nuevo formar la tropa y se mandó desfilar, habiéndose sabido entonces que nuestros jefes habían convenido con los rebeldes en que no habíamos de hostilizarnos mutuamente en la salida y camino y que nuestros heridos que quedaban en Santiago, serían respetados, cuidados y atendidos por ellos. La columna salió con bayoneta armada y tambor batiente por las calles de la que había sido población de Santiago, que estaba a la sazón ya llena de enemigos y que nos miraban desfilar impasiblemente como nosotros los mirábamos a ellos. Siete u ochocientas familias que se habían refugiado en el fuerte y que también emprendieron la marcha con nosotros, estaban diseminadas por el pueblo, para seguir sin duda a la retaguardia, confiadas en la seguridad que se les había ofrecido, pero el asesinato cometido por varios de aquellos forajidos a la altura de las últimas hileras de la columna en las personas de dos mujeres, muertas ferozmente a machetazos, a presencia del 1er. médico don Camilo Vásquez hizo comprender a las demás del peligro que corrían y se precipitaron entonces a tomar puesto más seguro entre las filas de nuestros soldados. Con este motivo se mandó hacer alto a la brigada de retaguardia para que pudieran colocarse a vanguardia de ella las familias emigradas y estuviesen así más resguardadas. Incorporados ya todos a la columna, emprendió la marcha, siguiendo a su retaguardia, una turba inmensa de rebeldes, que con gran gritería pedían nuestras armas, teniendo algunos atrevimientos de adelantarse a preguntarnos dónde íbamos a dejarlas. 100

La columna siguió su marcha sin hacer caso de aquella gente que seguía por la orilla del río que corre paralelo a la izquierda del camino, hasta que ya un poco más adelante y cuando era más espeso el bosque, que mediaba entre ellos y nosotros, empezaron a descargar sus armas sobre nuestra izquierda y retaguardia en la que también nos hostilizaban con una pieza de artillería. La brigada de retaguardia la componían un batallón provisional compuesto de fuerza de San Quintín, las dos compañías de Madrid y la fuerza del Batallón de Cuba, tras de éste formaba el Batallón de Cazadores de Isabel 2da. y tras de él las compañías de Cazadores de Cuba y Madrid que cerraban la marcha. Una hora después de nuestra salida, la Compañía de Granaderos de Madrid recibió orden de ir a proteger a su hermana la de Cazadores, lo cual efectuó de inmediato. Cinco minutos después de estar mi Compañía en este nuevo puesto, fui herido y la dejé al mando del teniente más antiguo. Desde este instante nada presencié de lo que ocurrió en la retaguardia, pero he sabido después que el fuego continuó bien nutrido por los flancos y retaguardia hasta bien entrada la noche. Una hora o más después de anochecer y marchando yo en el centro de la columna, se oyó un fuego nutrido y prolongado por la vanguardia. Estábamos en aquel momento en un bosque muy espeso cuyos árboles enviaban sus copas sobre nuestras cabezas en términos que era tal la oscuridad que a dos pasos de distancia no se distinguía ningún objeto. Las compañías que habían empeñado el fuego a la vanguardia lo sostuvieron bien y atacaron a la bayoneta según se comprendía por el toque de sus cornetas, pero no sé por qué motivo se detuvo allí la columna, y la cola del Regimiento de la Corona que formaba vanguardia, estuvo bastante tiempo detenida y con ella el resto de la fuerza. 101

Emprendida nuevamente la marcha por un camino escabrosísimo y oscuro, pasamos por un campamento enemigo que al parecer acababa de ser abandonado porque había aún ardiendo en él muchas hogueras. Por aquella noche no fue molestada más la vanguardia, si bien no sucedió lo mismo con la retaguardia a la que molestaron por algún tiempo todavía las emboscadas, según he oído después a mis compañeros que venían en ella. Tanto por la oscuridad y escabrosidad del camino, cuanto por algún otro motivo que no está a mi alcance, parte de la vanguardia se extravió en aquella noche y algunos grupos de ella se incorporaron al resto de la columna una o dos horas después que estaba descansando toda ella. Entre éstos, recuerdo al capitán de cazadores don Juan Corchado y dos oficiales de la Compañía de Granaderos del Batallón que con unos 150 hombres aproximadamente de ambas compañías se incorporó entrando en el camino por el bosque que teníamos a nuestra izquierda. El campamento estuvo aquella noche sobre el mismo camino en un lugar en que era bastante ancho estableciendo en los costados de él centinelas avanzados. Allí se descansó desde las once de la noche aproximadamente hasta el amanecer, en que emprendió la marcha nuevamente hasta Altamira, en cuya jornada fuimos perpetuamente hostilizados por emboscadas. A Altamira llegamos a las tres de la tarde y permanecimos en él hasta la madrugada del siguiente día que se inauguró con una gran emboscada que nos tenían preparada a la salida y una cortadura en el camino dispuesta de modo que estuvo detenida la columna más de media hora para poderse abrir paso; en este día fue disuelto el Batallón provisional y agregadas las dos compañías de Madrid al Cuartel General y encargadas del flanqueo que vinieron practicando hasta Puerto Plata. Aquí fueron las emboscadas más frecuentes y las cortaduras y trincheras del camino más continuas hasta que llegamos a Los

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Llanos de Pérez en cuyo punto y en la misma hacienda de Suero que habíamos pernoctado anteriormente se dio un descanso a la columna habiendo tenido al llegar que hacer varios disparos de artillería y disponer que las dos compañías de Madrid que marchaban a la vanguardia del flanqueo, viniesen a la retaguardia a cargar sobre los enemigos que, desde los bosques y con audacia, nos molestaban muy de cerca con cuya operación se creyó que permaneceríamos tranquilos algún tiempo, pero defraudadas nuestras esperanzas muy pronto, tuvimos que salir algo de prisa por haber incendiado los rebeldes un gran cañaveral propiedad del general Suero que estaba a barlovento de nuestra posición y cuyo fuego teníamos ya encima. Emprendimos de nuevo la marcha, pero no bien habíamos andado quinientos pasos y al vadear el Río primero que encontramos, una gran emboscada nos molestó bastante con sus tiros y tuvo que detenerse la columna, para abrirse paso por entre otro nuevo obstáculo que cruzaba el camino. Algo más se anduvo en esta jornada bajo los fuegos enemigos en las mismas formas que había sucedido anteriormente, pero ya más adelante y como a unas cuatro leguas cesaron y no se nos molestó más hasta la llegada a Puerto Plata que se efectuó al oscurecer del día 15. De las familias que habían salido de Santiago puede asegurarse que más de una tercera parte había quedado en el camino, heridos, muertos o cansados, y era desgarrador el aspecto de estas pobres gentes al oírlas lamentarse del hijo, esposo o padres, perdidos en la marcha; mujeres y niños heridos del fuego enemigo y otros desfallecidos del cansancio venían auxiliados por nuestros soldados, apenas podían sostenerse a nuestra llegada a Puerto Plata. No sé las pérdidas que tendrían nuestras fuerzas en esta marcha, pero los heridos que íbamos al concluirla éramos más de ciento.

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CENTENARIO DE LA RESTAURACIÓN*

*

Este capítulo titulado Centenario de la Restauración incluye: Ley No. 3 y Decreto No. 95; Programa de actividades; Homilía de Monseñor Hugo E. Polanco Brito; y Discurso del Presidente Juan Bosch; publicados en el No. 120 de Clío, órgano de la Academia Dominicana de la Historia, y Elogio del Gobierno de la Restauración, de Emilio Rodrígiuez Demorizi, que apareció en la obra Actos y doctrina del Gobierno de la Restauración. Santo Domingo. 1963.

Ley No. 3 y Decreto No. 95

La República acaba de celebrar en paz, bajo un Gobierno constitucional y democrático, el primer Centenario de la Restauración, de la gloriosa gesta emprendida en Capotillo el 16 de agosto de 1863. Iniciada por el Presidente de la República, Profesor Juan Bosch, el Congreso Nacional votó la siguiente Ley: EL CONGRESO NACIONAL En nombre de la República NÚMERO: 3. CONSIDERANDO: que los pueblos están en el deber de honrar los grandes hechos de sus antepasados, y los Gobiernos deben cuidar de que así sea; CONSIDERANDO: que el acontecimiento histórico de la Restauración fue, además de una epopeya libertadora, el agente que reafirmó de manera definitiva nuestra nacionalidad;

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HA DADO LA SIGUIENTE LEY: Art. 1.- Se declara el presente año de 1963; AÑO CENTENARIO DE LA RESTAURACIÓN NACIONAL. Art. 2.-

Se faculta al Poder Ejecutivo para disponer la erección de un monumento en Capotillo, destinado a honrar la memoria de los Héroes y los Mártires de la Restauración Nacional.

Art. 3.-

El Presidente de la República dictará las disposiciones de lugar para proveer los fondos necesarios para la erección del monumento indicado en el artículo anterior, los demás gastos ocasionados por las celebraciones del Centenario de la Restauración y todo lo concerniente al programa que regirá las mencionadas celebraciones.

DADA en la Sala de Sesiones del Senado, Palacio del Congreso Nacional, en Santo Domingo, Capital de la República Dominicana, a los trece días del mes de marzo del año mil novecientos sesenta y tres; años 120 de la Independencia y 100 de la Restauración.- (Firmados) Dr. Juan Cassasnovas Garrido, Presidente; Antonio Jaime Tatem Mejía, Secretario; Tomás Bobadilla, Secretario. DADA en la Sala de Sesiones de la Cámara de Diputados, Palacio del Congreso Nacional, en Santo Domingo, Distrito Nacional, Capital de la República Dominicana, a los catorce días del mes de marzo del año mil novecientos sesenta y tres; años 120 de la Independencia y 100 de la Restauración.- Miguel Ángel McCabe Aristy, Presidente; Antera Peralta de Aybar, Secretaria; Francisco Manuel Valdez Dalmasí, Secretario. JUAN BOSCH Presidente de la República Dominicana

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En ejercicio de la atribución que me confiere el artículo 55, inciso 2, de la Constitución de la República, PROMULGO la presente Ley, y mando que sea publicada en la Gaceta Oficial para su conocimiento y cumplimiento, y en un periódico de amplia circulación en el territorio nacional. DADA en Santo Domingo, Distrito Nacional, Capital de la República Dominicana, a los quince días del mes de marzo, del año mil novecientos sesentitrés, años 120 de la Independencia y 100 de la Restauración. JUAN BOSCH II Como era de lugar, el Presidente de la República creó por Decreto Núm. 95, la COMISIÓN NACIONAL DEL CENTENARIO DE LA RESTAURACIÓN: Decreto Nº 95, que constituye la Comisión Nacional para la celebración del Centenario de la Restauración de la República. JUAN BOSCH Presidente de la República Dominicana NUMERO: 95. CONSIDERANDO: que el próximo 16 de agosto del presente año se cumplirá el Primer Centenario de la Restauración de la República, y que esta fecha gloriosa en que el pueblo dominicano ratificó su voluntad inquebrantable de ser libre e independiente, deberá conmemorarse solemnemente; En ejercicio de las atribuciones que me confiere el artículo 55 de la Constitución de la República, dicto el siguiente

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DECRETO: Art. 1.- Queda constituida la Comisión Nacional para la celebración del Centenario de la Restauración de la República de la manera siguiente: por el Secretario de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos, el Arzobispo de Santo Domingo, el Presidente de la Academia Dominicana de la Historia, el Gobernador Civil de la provincia de Santiago, el Director del Archivo Histórico de Santiago, el Director del Archivo General de la Nación, quien actuará como Secretario, y el Dr. Max Henríquez Ureña, quien la presidirá. Art. 2.-

Dicha Comisión deberá formular los proyectos de programas de los actos conmemorativos del Primer Centenario de la Restauración y hacer al Poder Ejecutivo cuantas recomendaciones estime pertinentes para dar a los mismos el mayor esplendor y solemnidad.

Art. 3.-

El presente decreto deberá publicarse también en un periódico de amplia circulación en el territorio nacional, para su conocimiento y cumplimiento.

Art. 4.-

Queda derogado el Decreto Nº 8979, del 19 de diciembre de 1962.

DADO en Santo Domingo, Distrito Nacional, Capital de la República Dominicana, a los veintinueve días del mes de marzo de mil novecientos sesenta y tres, años 120º de la Independencia y l00º de la Restauración. JUAN BOSCH Las personas a que se refiere el Decreto son: Buenaventura Sánchez Féliz, Secretario de Estado de Educación y Bellas Artes; Monseñor Octavio A. Beras, Arzobispo de Santo Domingo; 110

Lic. Emilio Rodríguez Demorizi, Presidente de la Academia Dominicana de la Historia; Dr. Virgilio Mainardi Reyna, Gobernador de la Provincia de Santiago; Román Franco Fondeur, Director del Archivo Histórico de Santiago; Dr. Vetilio Alfau Durán, Director del Archivo General de la Nación; y Dr. Max Henríquez Ureña, Miembro de Número de la Academia Dominicana de la Historia, Presidente de la Comisión. Como Secretario Auxiliar de la Comisión figuró el Dr. Fabio T. Rodríguez Castellanos. La comisión actuó en el local de la Academia de la Historia, y celebró diversos actos y reuniones, además, en Santiago, Puerto Plata y Barahona. Realizó un Certamen histórico, literario y musical, en el que obtuvieron los primeros premios de historia el Dr. Hugo Tolentino Dipp y el profesor Rufino Martínez; y de música el Prof. Manuel Simó y doña Ninón Lapeiretta de Brouwer. Con los auspicios de la Comisión y con fondos suministrados por el Gobierno, se publicaron las siguientes obras: Dr. Max Henríquez Ureña, ORACIÓN DEL CENTENARIO. Pronunciada en Santiago el 16 de agosto de 1963. Lic. Pedro Troncoso Sánchez, LA RESTAURACIÓN Y SUS ENLACES CON LA HISTORIA DE OCCIDENTE. Discurso en la sesión solemne de la Academia Dominicana de la Historia, el 17 de agosto de 1963. Dr.F. A. Mota y E. Rodríguez Demorizi, CANCIONERO DE LA RESTAURACIÓN. Edición de la Academia Dominicana de la Lengua. Emilio Rodríguez Demorizi, PRÓCERES DE LA RESTAURAClÓN, y ACTOS Y DOCTRINA DEL GOBIERNO DE LA RESTAURACIÓN. Ediciones de la Academia Dominicana de la Historia. 111

E. Rodríguez Demorizi, DIARIOS DE LA GUERRA DOMINICO-ESPAÑOLA DE 1863-1865. Edición del Ministerio de las Fuerzas Armadas de la República. C. A. Herrera, DOCUMENTOS PARA LA HISTORIA DE LA ANEXIÓN Y LA RESTAURACIÓN. Edición del Archivo General de la Nación. (10 Vols. en prensa). Román Franco Fondeur, COPIADOR DE OFICIOS DE LA GOBERNACIÓN DE SANTIAGO EN 1863-1865 (en prensa). Lic. Francisco Elpidio Beras, LA BATALLA DEL 6 DE SEPTIEMBRE DE 1863. Edición de la Academia Dominicana de la Historia (en prensa). La Comisión del Centenario contó en su labor con el concurso de la Iglesia y de la ciudadanía en general; distribuyó miles de banderas nacionales por todo el país; dedicó diversos bustos a los principales próceres restauradores, obra del escultor Priego, en Santiago, y erigió sendos monumentos conmemorativos de la Restauración en Capotillo, Sabaneta y Guayubín. A varios de los actos asistió el Presidente de la República, cuyo discurso central, del 16 de agosto, ante el Congreso Nacional, se Inserta en esta edición de CLIO. También se insertan aquí el Programa de los actos del Centenario y los trabajos históricos galardonados. Entre las contribuciones particulares a la citada celebración se cuenta la de la Biblioteca Espaillat, de Santiago: y la obra PAPELES DE ESPAILLAT, importante recopilación de escritos de este ilustre restaurador, grande figura civil de la República. También merece especial mención el Hon. Ayuntamiento de Puerto Plata así como su distinguido munícipe, el Dr. José Augusto Puig, por su entusiasta participación en los festejos del

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Centenario. Allí se erigirá, costeado por la citada Comisión, un busto en bronce del prócer Espaillat, obra del escultor italiano Licari. La Comisión Nacional del Centenario y la Academia Dominicana de la Historia han de agradecer al Presidente de la República, Prof. Juan Bosch, su personal empeño en la digna celebración del Centenario de la Restauración. A la Academia de la Historia le ha honrado y complacido por demás que uno de sus más distinguidos miembros, el académico Dr. Max Henríquez Ureña, fuera el escogido para presidir la Comisión del Centenario, y que él cumpliera su cometido, como era de esperarse, con singular brillantez y acierto.

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Programa de Actividades (COMISIÓN NACIONAL DEL CENTENARIO DE LA RESTAURACIÓN DE LA REPÚBLICA) Miércoles, 14 de agosto de 1963 Alborada y Diana en toda la República. 9:00 a. m.

En Santo Domingo. Alocución del ciudadano Presidente de la República al Pueblo Dominicano, retransmitida a todo el país por las estaciones de radio.

9:30 a. m.

En Santo Domingo. Desfile y maniobras militares conforme al Programa de las Fuerzas Armadas.

7:00 p. m.

En Dajabón. Recepción a la Comitiva Oficial que asiste a las ceremonias de Capotillo. Jueves, 15 de agosto

8:00 a. m.

En Capotillo. Salva de 101 cañonazos. Himno Nacional. Misa de Campaña. Discurso del ciudadano Presidente de la República. Escenificación simbólica de los grupos de jinetes restauradores que iniciaron la jornada de Capotillo. Inauguración del monumento conmemorativo. Himno de Capotillo, letra del restaurador Manuel Rodríguez Objío y música de Ignacio Marty. 115

10:40 a. m.

En Loma de Cabrera. Acto cultural en el Ayuntamiento.

12:30 p. m.

En Santiago Rodríguez (Sabaneta). Disertación histórica por Alejandro Bueno, hijo del Restaurador del mismo nombre, acerca de los primeros episodios de la epopeya restauradora. Inauguración del Monumento dedicado a los Próceres de Sabaneta.

12:00 a. m.

Repique general de campanas en las Iglesias de la República. Viernes, 16 de agosto Te-Déum en todas las Iglesias de la República. En Santiago:

12:05 a. m.

Misa seguida de Te-Déum en el Estadio Cibao.

9:00 a. m.

En la Gobernación. Salutación a los Poderes Públicos y al Cuerpo Diplomático por el Gobernador Doctor Virgilio Mainardi Reyna.

9:15 a. m.

Sesión solemne del Congreso Nacional en pleno. Discurso por el Ciudadano Presidente de la República. Ejecución del Himno Nacional por cinco bandas de música, al inicio del acto. Desfile militar. Ceremonia de adjudicación y entrega de títulos del Instituto de la Vivienda en Barrio Libertad, Santiago.

3:30 p. m.

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Siembra, por el ciudadano Presidente de la República, del roble simbólico de la Restauración, en el Parque Restauración, del Instituto Superior de

Agricultura, en La Herradura, Santiago. (Discurso del Presidente Bosch, y del Ing. D. Tomás A. Pastoriza Espaillat a nombre del Instituto). 5:00 p. m.

Inauguración de los bustos de los restauradores Gaspar Polanco, Gregorio Luperón y Benito Monción en la Avenida de los Restauradores, ante el Monumento de la Restauración.

8:00 p. m.

Sesión solemne de la Comisión Nacional del Centenario de la Restauración, en el Instituto Politécnico de Santiago, conforme al siguiente Programa:

a)

Discurso del Presidente de la Comisión, Dr. Max Henríquez Ureña.

b)

Lectura de los trabajos, prosa y versos premiados en el Certamen convocado por la Comisión1.

c)

Ejecución, por la Orquesta Sinfónica Nacional, de las obras musicales premiadas en el mismo Certamen2.

d)

Entrega al ciudadano Presidente de la República de ejemplares de libros conmemorativos de la Restauración. Clausura del acto por el Primer Magistrado.

4:00 p.m.

En Guayubín. Inauguración del monumento dedicado a los Próceres restauradores de Guayubín.

1

Primer Premio, Dr. Hugo Tolentino Dipp. Segundo Premio, don Rufino Martínez. (Jurado: Lic. Pedro Troncoso S., Lic. Federico C. Álvarez y Dr. V. Alfau Durán).

2

Primer Premio, Prof. Manuel Simó. Segundo Premio, doña Ninón Lapeyretta de Brouwer.

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4:00 p.m.

En Castillo, Provincia Duarte. Acto de colocación de la primera piedra para el emplazamiento del busto del Prócer Olegario Tenares. En toda la República, actos culturales y fiestas populares, organizados por los Ministerios de Interior y Policía, y Educación, Bellas Artes y Cultos, y por las Gobernaciones y los Ayuntamientos. Sábado, 17 de agosto

8:00 p. m.

En Santo Domingo. Sesión solemne de la Academia Dominicana de la Historia. Discurso del académico Lic. Pedro Troncoso Sánchez. Lunes, 19 de agosto

8:00 p. m.

En Santo Domingo. Palacio de Bellas Artes. Exposición de Pintura dominicana, del 19 al 31 de agosto. Martes, 20 de agosto

8:00 p. m.

En Santo Domingo. Sesión solemne del Ateneo Dominicano. Miércoles, 21 de agosto

8:00 p. m.

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En Santo Domingo. Palacio de Bellas Artes. Concierto por la Orquesta Sinfónica Nacional, dirigida por el Maestro don Manuel Simó. Ejecución de las obras premiadas en el Certamen de la Comisión. En la segunda parte participación del violinista Carlos Piantini.

Jueves, 22 de agosto 8:00 p. m.

En Santo Domingo. Palacio de Bellas Artes. Inicio del Festival de Teatro con la presentación de diversas obras de autores nacionales, durante cuatro días, con programas diferentes. Martes, 27 de agosto

9:00 a. m.

En Puerto Plata. Escenificación, por las Fuerzas Armadas, del primer desembarco de las fuerzas españolas que venían a combatir el movimiento restaurador. Viernes, 6 de septiembre

8:00 a. m.

En Santiago. Misa pontifical de réquiem por los caídos durante la guerra restauradora.

9:30 a. m.

Escenificación, por las Fuerzas Armadas, de la batalla de Santiago del 6 de septiembre de 1863. Domingo, 8 de septiembre

5:00 p. m.

En Puerto Plata. Inauguración de un busto del Prócer Gregorio Luperón y otros actos en su homenaje. Sábado, 14 de septiembre

5:00 p. m.

En Santiago. Conmemoración del Centenario de la instalación del Gobierno de la Restauración y homenajee al Prócer Ulises Francisco Espaillat. (Discurso del presidente de la Academia 119

Dominicana de la Historia, Lic. Emilio Rodríguez Demorizi). 6:00 p. m.

Sesión solemne del Ateneo Amantes de la Luz, de Santiago. Develamiento de los retratos de los próceres Benigno Filomeno de Rojas y Pedro Francisco Bonó.

Nota adicional: otros actos culturales y patrióticos y otros festejos populares, en diversas fechas, en otras poblaciones, con carácter local, dentro del mes de la Conmemoración del Centenario de la Restauración, del 14 de agosto –día en que empezaron a reunirse los patriotas de Capotillo– hasta el 14 de septiembre, fecha en la cual quedó constituido, en Santiago, el primer Gobierno restaurador.

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Homilía de Monseñor Hugo E. Polanco, en el Centenario de la Restauración*

Honorable señor Presidente de la República; Excelentísimos señores Nuncio Apostólico y Arzobispo Primado; Miembros del Gobierno Nacional; Dominicanos todos. Un siglo ha transcurrido desde el momento memorable en que un grupo de aguerridos patriotas lanzó la primera acometida en busca de la libertad y la patria se vio “vivificada por el nuevo sol de independencia que se alzó radiante en Capotillo”. (Meriño, disc. del 27-II-1867). La llama restauradora se extendió rápida y segura por el territorio nacional, la bandera tricolor volvió a flotar con gallardía en las sabanas del Noroeste y pronto el incendio patriótico de Santiago acabó de iluminar el cielo dominicano y se dio como seguro el triunfo.

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Misa de medianoche, en el Estadio Cibao, del 15 al 16 de agosto de 1963.

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Largas han sido las vicisitudes sufridas por nuestro pueblo al través de tan largos años, pero al fin y al cabo somos libres e independientes. Los héroes gloriosos, Cabrera, Monción, Rodríguez y Pimentel, acechaban en una noche como ésta, esperando el salir del sol para lanzar el toque de diana glorioso e inolvidable, que habría de conducir a que la patria recobrara otra vez su perdida libertad. Estamos congregados en nombre de toda la nación para recordar aquella noche angustiosa de los patriotas, que no sabían si el país había de secundar su empuje de titanes. Y no estaban solos. Montecristi y Guayubín cayeron en poder de los patriotas. Sabaneta pasa a las filas de la insurrección. Se combate en Puerto Plata y La Vega. Y Moca, San Francisco de Macorís y Cotuí se suman a los pueblos que han izado la bandera nacional. Santiago, en un acto de heroísmo legendario, quema sus propias casas, llegando a sacrificar sus propios hijos en aras de la libertad. En cenizas, pero libre, Santiago quedó en poder de los patriotas y fue el asiento del primer gobierno provisional restaurador. Yamasá se levanta en armas. Samaná, San Cristóbal y El Maniel inician la lucha de la libertad. Hato Mayor es atacada y el Este se incendia con los mismos colores de las llamas que destruyen a la heroica Puerto Plata. Baní y Azua, Neiba y Barahona irradian el ardor de la lucha por los calcinados caminos del Sur. En fin, toda la patria está en pie de guerra y sus hijos no descansarán hasta verla redimida el 11 de julio de 1865, día en que terminó el embarco de las tropas españolas destacadas en Santo Domingo. Haciendo el recuento de este siglo restaurador y de los años pasados desde la independencia hasta la anexión, deberíamos esta noche mirar nuestra actitud para corregir los defectos en que in122

currieron nuestros mayores, y poder contemplar el porvenir con esperanza y seguridad, como el viajero fija sus ojos en el puerto después de sufrir las angustias de la tormenta. Nuestro país tiene todavía mucho camino por delante, y sólo nosotros, los hijos de la tierra, tenemos la obligación de luchar y de sacrificarnos para alcanzar la plenitud de vida, de bienestar y de justicia que todos anhelamos. Inútil será la celebración de este Centenario, si los dominicanos, que somos herederos de los héroes cuya memoria jubilosos recordamos en esta noche, no hacemos un esfuerzo para superar todas las dificultades, para conservar el patrimonio espiritual de la patria, basado en su ideal cristiano del escudo nacional, y para hacer que el sol de todos los beneficios sociales de hombres libres sea una realidad en cada hogar. Es urgente que aquellos en cuyas manos puso la Providencia el poder de gobernar, dirigir y orientar a nuestro pueblo, sientan el peso de sus respectivos cargos y sepan que están allí para servir y sacrificarse por el bien de los hermanos; que cada ciudadano se dé cuenta perfecta que el Gobierno no está obligado a hacerlo todo, sino que es absolutamente necesario la cooperación y el trabajo decidido de cada uno. Reunidos junto al altar de Dios, Dador Supremo de todo bien, celebramos este acto religioso como un homenaje de la Patria toda al Supremo Señor, de quien depende la suerte de las naciones. El Santo Sacrificio de la misa acaba de ser ofrecido por el representante de Su Santidad Paulo VI, como supremo acto de adoración al Padre Celestial, en unión de Jesucristo Redentor para agradecer los inmensos beneficios otorgados a nuestra nación, y para guía y luz en el futuro. Honorable señor Presidente de la República: Agradeced a Dios el haberos concedido el privilegio de presidir estos actos centenarios. 123

Pensad en la bandera gloriosa que los hombres de la Restauración ponen hoy en vuestras manos. ¡¡Qué el porvenir de la Patria no se empañe jamás mientras tengáis en ella la enseña tricolor!! Pueblo dominicano que me escuchas. Considera que no puedes defraudar lo que por ti hicieron tus hombres hace un siglo. Hoy debes luchar por tu bienestar espiritual y material y construir una patria grande y próspera, que mientras pronuncia las palabras del Te-Déum, “A Ti, oh Dios, alabamos”, sepa mirar su bandera “más arriba, mucho más”.

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Discurso del Presidente Juan Bosch en el Centenario de la Restauración

Estamos aquí, legisladores, ciudadanos, prelados, militares, niños y jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, pueblo y Gobierno y representantes de naciones extranjeras conmemorando un hecho que comenzó hace hoy un siglo: la guerra de los dominicanos para restaurar su República. Si hemos de ser justos, la lucha conocida en nuestra historia con el nombre de Restauración comenzó desde el momento mismo en que el general Pedro Santana proclamó la anexión de nuestro país a la Corona española. Los mártires que dieron la sustancia de sus vidas para alimentar el coraje dominicano, antes del 16 de agosto, van desde el ciego José Contreras hasta el epónimo Francisco del Rosario Sánchez; son gentes humildes de nombres desconocidos o Padres de la Patria; los hay que apenas se hacen entender en la lengua elemental de los campos cibaeños y los que al morir musitan sentencias en latín.

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Discurso ante el Congreso Nacional, en Santiago de los Caballeros, el 16 de agosto de 1963.

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Pero el turbión de la lucha reventó de verdad en Capotillo español el 16 de agosto de 1863 al empuje del pueblo. Entre los héroes de ese día hay uno cuyo nombre no recuerda nadie, y hay también un español, el corneta Angulo, como para que no fallara esa curiosa matemática del heroísmo que ha colocado en todo país de América a un hijo de España en cada combate por la libertad. Hay leyes, todavía misteriosas porque el ser humano no ha alcanzado a estudiarlas, que parecen identificar de una manera constante a las criaturas de Dios con el lugar en que han nacido. Digo criaturas de Dios y no me refiero sólo a los hombres. Algo difícil de conocer obliga a la alegre foca que recorre los mares del Japón a retornar a las frías costas de Alaska para tener allí sus crías; una fuerza incontenible hace que los salmones retornen, cruzando el Atlántico y trepando por las cascadas de los ríos del Canadá, a desovar en los sitios donde nacieron; un mandato que no pueden desobedecer trae a las anguilas de los ríos de Europa a dejar sus huevos en el Mar de los Sargazos; igual mandato conduce las bandadas de golondrinas y de palomas que desafían la distancia de millares de kilómetros y van sin un desvío a tener sus crías en el sitio donde las madres las tuvieron a ellas. Si el instinto conduce a los animales, para renovar la especie, al punto donde comenzaron su vida, resulta lógico que el apego del hombre al pedazo de tierra que le vio nacer sea tan fuerte, y sea tan ciego, que le lleve a sacrificar su existencia, si es necesario, para vivir ahí, para tener ahí sus hijos, para que ahí esté su sepultura. Nadie puede explicar dónde está el origen de ese amor delirante que la humanidad ha llamado patriotismo. Pero es un hecho que el ser humano prefiere su patria, aún cuando sea pobre y desdichada, a la patria de otros hombres, aunque ésta sea rica y venturosa, como es un hecho real que la foca y el salmón y la

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anguila y el ave migratoria prefieren para perpetuar la especie y quizá para morir el sitio donde nacieron. ¿Tiene tal vez cada pedazo de tierra una frecuencia magnética oculta que conforma al que nace en ella sin que él se dé cuenta? ¿Qué relación desconocida hay entre el grosor del aire, la dulzura del agua, el color de los árboles de un lugar determinado y los sentimientos de la criatura de Dios que nace allí? No lo sabemos, y acaso la humanidad tarde mucho en saberlo. Pero la historia, que es el espejo de los actos colectivos, nos enseña que el amor a la patria es un valor constante en todos los pueblos; que el esquimal ama su rudo paisaje de nieves eternas, que el tibetano ama la extraordinaria soledad de sus montañas, que el africano ama sus selvas pobladas de leones, de culebras y caimanes, que el norteamericano ama su continente de rascacielos y automóviles. Nosotros los dominicanos amamos hasta la muerte, este pedazo de isla en el cual nos tocó nacer, en el cual hemos luchado y en el cual esperamos morir.

FUERON MUCHO MÁS Los dominicanos de hace un siglo no podían ser menos que nosotros. Fueron mucho más, y por eso estamos hoy en esta ciudad de Santiago de los Caballeros rindiéndoles el homenaje de nuestra gratitud, de nuestra admiración. Nos toca a nosotros, por voluntad del destino, mirarlos a una distancia de cien años, verlos penetrar con valor de suicidas por el Capotillo español para iniciar una guerra que terminaría dieciséis meses después con la Restauración de la República; y al verlos así, con los ojos de la imaginación, ir de combate en combate hasta el incendio de Santiago, hasta Guanuma, hasta La Canela, no podemos evitar que esa sucesión de luchas, de sacrificios y de heroísmos deje en todos nosotros el valor de una lección.

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Hay guerras justas y hay guerras injustas. De las últimas no podemos extraer lección alguna, y ojalá que en los anales de nuestro pueblo no hubiera ninguna de ellas para que ningún dominicano se sintiera tentado de imitarla. Entre las guerras justas, la que se hace para defender la patria es la de más alta categoría histórica. Los dominicanos conocemos dos, pues la Reconquista no fue una guerra de independencia sino una reacción contra las ideas liberales de la Revolución Francesa disfrazada con la apariencia de una lucha de los dominicanos por su tierra. Toda guerra por la libertad tiene en su seno el germen de una revolución. La lucha contra Haití comenzó a organizarse para crear la República, pero se hizo bajo el signo de la Reforma, que era una revolución; y si bien de esa revolución quedó como balance positivo la creación de la República, la verdad es que la voluntad revolucionaria fracasó, y en fin de cuentas siguió en el poder la sombra de don Juan Sánchez Ramírez con el nombre de Pedro Santana, quien al igual que el vencedor de Palo Hincado terminó su historia y su vida bajo el amparo de la bandera española. La revolución que se malogró en el 1844 se inició de nuevo el 16 de agosto de 1863. En esta última ocasión fue también una guerra por la libertad, pero más afortunada, terminó restaurando la libertad nacional y a la vez con un nuevo grupo social en el comando de la República. En un sentido estrictamente histórico, a pesar de los veintiún años transcurridos entre febrero de 1844 y los inicios de 1865, la victoria de los restauradores es en verdad la victoria de los trinitarios. La Trinitaria fue la siembra de una pequeña clase media que dio frutos para esa clase sólo cuando los restauradores pudieron tomar el poder a partir de 1865. En la perspectiva histórica no tiene ninguna significación real el hecho de que Buenaventura Báez y muchas figuras políticas de la primera República retornaran ocasionalmente a los puestos de mando de los gobiernos que tuvo el país a partir de 1865. Lo importante 128

es que las ideas no escritas, nunca dichas de manera clara pero evidentemente perseguidas a través de su conducta por los fundadores de La Trinitaria, lograron convertirse en realidad sólo a través de los hombres de la Restauración. Por esa causa la Restauración es el movimiento político dominicano más fecundo y más cabal. A él le tocó coger en plena sazón los frutos del árbol que sembraron Juan Pablo Duarte y sus compañeros en 1838. Esta no es la ocasión apropiada para hacer un estudio en detalle de la revolución, que llevaba por dentro la guerra restauradora. Es la ocasión de señalar algunos puntos importantes que saltan a la vista como lección que todo dominicano consciente debe aprender para no olvidar jamás. Un escritor alemán dijo que toda guerra es la continuación de una política determinada. Nosotros podemos asegurar que la acción política es una forma de la guerra cuando la guerra es justa y cuando la acción política se lleva a cabo con el único propósito de salvar el país. El jefe de armas que batalla para hacer libre a su tierra no busca popularidad ni esconde el pecho al plomo que puede quitarle la vida; no ve la acción libertadora como una asociación de batallas victoriosas, sino como un combate incesante en el cual la victoria de hoy puede ser seguida por la derrota de mañana. Para ese jefe de armas lo importante es que su pueblo logre la libertad aunque él haya caído en la acción; lo importante es, como en frase feliz dijo el más grande de los franceses de este siglo, ganar la guerra, no ganar una batalla. En el acaecer político de cada día, el líder oposicionista desde la calle y el gobernante desde el poder deben luchar por el país, por la libertad del pueblo. Las armas de la política no son las armas de la guerra, pero la conquista de la libertad del pueblo requiere tanto tesón en el campo político como en el campo de batalla. En el fragor de los combates el caudillo no puede detenerse a lamentar la pérdida de uno de sus tenientes, porque su objetivo es conquistar la posición enemiga y no puede pensar en los caídos 129

sino después que el aire haya levantado sobre el campo de sangre el humo de los cañones y cuando al tronar de los fusiles haya sucedido el toque de la corneta que canta la victoria. Como el caudillo de la guerra, el gobernante de la paz, y el líder político, si tienen que crear una vida de libertad sobre escombros de tiranías, deben trabajar por la victoria final, y sólo alcanzada la victoria llegará el momento de rememorar a los caídos y de condecorar los pechos de los héroes. Hoy, cien años después del 16 de agosto de 1863, se reanuda la historia dominicana en el punto en que quedó trunca cuando el ideario de los restauradores se precipitó hacia el abismo de la tiranía bajo el mando de Ulises Heureaux. Si a esta generación nuestra le hubiera tocado realizar lo que hoy está haciendo en el año 1890 y no en el 1963, otro sería el espectáculo de la República Dominicana; pues todo el tiempo perdido entre la tiranía de Heureaux, al comenzar, y la tiranía de Trujillo, al terminar, ha sido de hecho una derrota de los restauradores así como el triunfo de los restauradores fue una victoria de los trinitarios y así como el predominio de Santana fue una continuación del predominio de Juan Sánchez Ramírez. Desde el 1808 hasta ahora la República ha venido debatiéndose entre avances de una revolución a veces oculta y a veces expresada, y los triunfos de una reacción siempre prepotente que no quiso abandonar el castillo de su poder ni con Sánchez Ramírez, ni con Santana, ni con Heureaux, ni con Trujillo.

DEMOCRACIA EN LAS MANOS Al cabo de más de siglo y medio nos encontramos hoy con la democracia en las manos como un instrumento con el cual podemos edificar la patria justa y libre y hacer la revolución necesaria que iniciaron en el siglo dieciocho los Borbones españoles, la que el Gobierno de Ferrand puso en rápido movimiento, la que quiso 130

realizar la generación de la Trinitaria, sin que pudiera hacerlo, la que la voluntad de los restauradores impulsó profundamente; la revolución democrática por la cual, sabiéndolo o sin saberlo, miles de hombres han muerto en esta tierra dominicana, unos conducidos por ese sentimiento ciego y tenaz del patriotismo que da de su propio corazón la tierra en que se nace, otros conducidos por la voluntad firme y resuelta de ser ellos y sus hijos los dueños de su destino. A través de nuestra historia podemos distinguir hoy a los dominicanos divididos en revolucionarios y contrarrevolucionarios; a Duarte y a Santiago Rodríguez encabezando a los primeros; a Pedro Santana, que entregó la República, a Ulises Heureaux, que trató de entregarla, y a Trujillo, que la cambió por dinero, encabezando a los últimos. A esta altura del tiempo, cien años después del día en que comenzó la guerra restauradora en Capotillo español, podemos estar seguros de que no volveremos a tener Santanas, ni Heureaux, ni Trujillos, pero no podemos estar tan seguros de que la revolución democrática avance con la rapidez con que tiene que hacerlo si es que de verdad queremos evitar a nuestro pueblo días más negros que los que padeció bajo Santana, bajo Heureaux y bajo Trujillo. Los dominicanos conocemos dos guerras justas, la de 1844 y la de 1863; y conocemos guerras injustas a montones. En las primeras el pueblo estuvo unido; se unieron las masas y los líderes; en las segundas el pueblo estuvo dividido: masa contra masa, líderes contra líderes, caudillos contra caudillos.

POLÍTICA JUSTA La política justa es como la guerra justa y requiere, como ésta, la unidad de los líderes y la unidad del pueblo. Si hemos de volver a las divisiones sangrientas que hicieron de los dominicanos 131

baecistas y santanistas entregados al furor de la matanza, bolos y rabuses disputándose el poder día y noche a filo de machete y a boca de fusil, no somos dignos de estar conmemorando el centenario de la Restauración. Para ser dignos de ese acto y de este momento histórico, debemos luchar juntos con el propósito inquebrantable de dar a los dominicanos no sólo la libertad nacional que conquistaron los trinitarios y consagraron los restauradores, sino la profunda y real libertad que tal vez de manera inconsciente alentaba en el seno de la revolución que era el alma del movimiento trinitario y de la revolución que fue el alma del movimiento restaurador. En la lengua actual esa revolución quiere decir reforma agraria, quiere decir justicia social, quiere decir cultura para todos, quiere decir salud para el pueblo, quiere decir presencia de la masa dominicana en el escenario de la República como actora del drama colectivo y no como espectadora que lo ve a distancia. El patriotismo es un instinto pero su ejercicio sólo se justifica cuando conduce al bienestar de las mayorías. La guerra restauradora hubiera sido un fracaso si nos hubiera hecho saltar un siglo atrás. La democracia de 1963, que es la heredera directa de esa hazaña, y que está por tanto en la obligación de justificarla superándola, será un fracaso si nos conduce a la división armada de sesenta años atrás. En cierto sentido esta democracia de hoy es obra de los restauradores. Sin duda fueron muy importantes los jefes de esa guerra, los Santiago Rodríguez, los Gregorio Luperón, los Gaspar Polanco, los Pedro Antonio Pimentel. Pero la verdadera importancia de ese movimiento estuvo en que el pueblo lo inició, lo mantuvo y lo llevó no sólo hasta el final de la etapa armada sino mucho más allá, hasta el establecimiento de ferrocarriles, de comunicaciones cablegráficas, de la luz eléctrica, de centrales azucareros, de escuelas, de periódicos y bibliotecas, pues todo eso fue obra de la revolución que llevaba por dentro la guerra restauradora. 132

A cien años del 16 de agosto de 1863, el pueblo tiene más categoría, más importancia, más valor histórico. Al pueblo nos debemos todos. Y así como al pueblo de un siglo atrás se consagraron los héroes de la Restauración, todos unidos en un mismo propósito de libertad primero, y de progreso después, así a este pueblo de hoy nos debemos todos y todos le debemos la unión para afirmar las libertades públicas y la justicia social. Es ley de la naturaleza que no haya nada tan bueno que no deje un sedimento de algo malo, ni algo tan malo que no produzca algún resultado bueno. En el orden político, esto es más cierto cuando se vive bajo un Gobierno democrático. La libertad sirve para edificar, pero también sirve para destruir y en medio de la libertad los hombres que han nacido para destruir destruyen libremente mientras que los que han nacido para edificar edifican con trabajo, con lentitud y cercado por las pasiones, a veces por las pasiones más bajas. Un pueblo que no está hecho a la vida democrática puede ser confundido hasta el punto de que sólo vea de la democracia el lado malo. En una guerra libertadora, como fue la de la Restauración, también había un lado malo y feo: el de los combates en que los hombres morían, el de los incendios en que desaparecían Guayubín y Santiago y Moca y Puerto Plata, el de la justicia de hierro de los campesinos e incluso las luchas que terminaban en el patíbulo. Toda obra digna pasa a menudo bajo las sombras de la infamia; el que combate, sin embargo, no puede detenerse ante la infamia. Hay un camino a seguir, en la guerra como en la política: el camino que desembocará un día en la unión de todos para asegurar el bienestar de todos bajo un sol de libertad. Seguir ese camino, en el taller, ante el altar, en el conuco, en la escuela, en el cuartel, en la oficina pública, es el único homenaje real, el verdadero homenaje digno que los dominicanos de hoy pueden rendir a los que iniciaron la restauración de la patria, hace ahora cien años. 133

Rindamos ese homenaje con pasión dominicana y humildad democrática. Desde su cielo de gloria, los héroes están esperanzados que lo hagamos.

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Elogio del Gobierno de la Restauración* EMILIO RODRÍGUEZ DEMORIZI

Señor Vicepresidente de la República, Señoras y Señores: Qué emoción la de tener ante los ojos un antiguo campo de batalla o los vetustos muros en que entre el fragor de las armas o los destellos del genio fue desviado el curso de la Historia! Qué emoción más profunda la de hallarnos aquí, porque para nosotros, dominicanos, el Baluarte del Conde, las cimas de Capotillo y esta Casa, que en este instante ha de ser para nosotros la misma que existía aquí en 1863 erguida entre las cenizas y rescoldos de Santiago, son las tres altas cúspides de nuestros derechos ciudadanos y de nuestra libertad. Nadie trasponga estos sacros umbrales; nadie llegue hasta aquí sin recoger su espíritu en las evocaciones y reflexiones del patriotismo, porque éste es Sagrario de la fe republicana que le dio nueva vida a nuestra Patria.

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Discurso pronunciado en Santiago el 14 de septiembre de 1963, Centenario de la Instalación del Gobierno restaurador. En Actos y Doctrina del Gobierno de la Restauración. Academia Dominicana de la Historia, Vol. XV, 1963.

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Aquí, hace hoy un siglo, se instaló solemnemente el Gobierno Provisional de la Restauración y se firmó el Acta de nuestra segunda Independencia. Por aquí pasaron las tempestades de la guerra y las siniestras cerrazones de la política; por aquí pasó Juan Pablo Duarte, quien vino a decir presente en esta Sala; aquí vibró la voz de mando de Ramón Mella, glorioso organizador de la guerra de guerrillas que le dio el triunfo a nuestra causa; por aquí pasaron los paladines de Capotillo; por aquí pasó Gaspar Polanco con su espantable sable de cabo y Pepillo Salcedo con sus espuelas de oro y plata y Gregorio Luperón con su espada de cruz; aquí se declaró a Santana fuera de la Ley y se ordenó a todo jefe de tropa que le apresara pasarle por las armas; pero frente a todo cuanto pasara por aquí, hombres y hazañas, había algo que permanecía por encima de todo como si fuese parte viva de este ámbito: la idea civil, el predominio y señorío de la idea civil encarnada en Rojas, en Bonó, en Espaillat, en Grullón, adalides de la civilidad que le dieron a la guerra sentido democrático y humano. Pasma el número y la diversidad de resoluciones heroicas que a diario parten desde aquí: que está decretada la guerra entre la República y España; que se declara en estado de sitio a la Nación; que todos los dominicanos, de los 15 a los 60 años de edad son soldados de la patria; que los espías, los propagandistas y los convictos de robo serán pasados por las armas; a Santiago Rodríguez, que se presente en esta casa; a Mella, que pase al Cantón de Puerto Plata; que los Inspectores de Agricultura provean a las tropas de ganados y de víveres; que se lea en Villas y Campamentos el Acta de la Independencia; que se trate de herir más que de matar; que los soldados dirijan su puntería más a los soldados españoles que a los criollos para incitarles a pasarse a nuestras filas; que se observen estrictamente las reglas de la guerra. Desde aquí se contiene a Santana en su Campamento de Guanuma como en un sombrío círculo vicioso; se aprovisiona a 136

los patriotas de armas y de pertrechos, ansiosamente pedidos de todos los Cantones; se crean escuelas primarias en todas las Comunes y escuelas superiores en las Provincias liberadas; se aboga por la instalación de talleres y de planteles para la educación intelectual y material, se predica la unión entre los dominicanos y se difunden por pueblos y campos los principios de la Revolución; se envían emisarios a Caracas, a Lima, a Puerto Príncipe, a Washington, en busca de apoyo para la causa; se restablece en la República en armas, como antes de la Anexión, la libertad de conciencia y la tolerancia de cultos. Pasma también la energía con que el Gobierno mantiene la disciplina: nada menos que al hosco Gaspar Polanco le devuelve las comunicaciones de algunos díscolos subalternos y le requiere hacerse respetar del Ejército de su mando y establecer la subordinación y disciplina; y al resuelto Gregorio Luperón le advierte que ha visto con extrañeza y desagrado que esté haciendo Generales y Coroneles a su arbitrio, y le conmina a que respete la propiedad privada, “porque ve en sus proclamas que habla de confiscación de bienes, lo cual es contra la letra de todas las Constituciones dominicanas, y además es impolítico agriar a los compatriotas en momentos tan graves como los presentes, conducta en que están de acuerdo todos los Generales...” Apenas instalado el Gobierno restaurador le dirigió a la Reina Isabel la severa exposición de los motivos que habían decidido al pueblo dominicano a levantarse contra España, haciéndola juez de nuestros propios agravios. Al repetir ahora la palabra de aquellos próceres nos parecerá su misma voz, la misma que resonó fuerte y viril en este histórico recinto: “La lucha, señora, entre el pueblo dominicano y el Ejército de Vuestra Majestad, sería por todo extremo ineficaz para España, porque, créalo vuestra Majestad, podríamos perecer todos y quedar destruido el país por la guerra y el incendio de sus pueblos y 137

ciudades, pero gobernarnos otra vez autoridades españolas, eso nunca, jamás. “Sobre cenizas y escombros de la que no hace muchos días era la rica y feliz ciudad de Santiago se ha constituido este Gobierno Provisional precisamente para armonizar y regularizar la revolución; y estos escombros, estas cenizas y estas ruinas, en fin, que nos llenan el alma de honda melancolía, así como las de Guayubín y de Moca, dicen bien a las claras que el dominicano prefiere la indigencia con todos sus horrores para él, sus esposas y sus hijos, y aún la muerte misma, antes, Señora, que seguir dependiendo de quienes le atropellan, le insultan y le asesinan sin fórmula de juicio…” Pero este vigoroso reto no quedaba ajeno al grito de la sangre, de nuestra entrañable hispanidad, expresada en hermosa invocación digna de la estirpe: que tocaba a Su Majestad el apreciar en su debido valor la exposición de los poderosos motivos que habían forzado a los dominicanos a separar sus destinos del Gobierno español y hacer que esa forzada separación terminase de la manera más justa, imparcial, templada y amistosa que cumplía a naciones cultas y ligadas, a pesar de todo, por los fuertes vínculos del origen, la religión, el carácter y el idioma. Infortunadamente la voz clamante de los hijos no logró conmover entonces a la Madre Augusta y prosiguió la contienda sin que el Gobierno de Santiago se desviara, en la firme dirección de la guerra, de sus usos y principios, ratificados desde esta Sala por Rojas, por Mella y Espaillat en su rotunda declaración de que en la guerra hecha a las armas españolas no se habían separado un solo instante de los principios humanitarios que caracterizan a las naciones más civilizadas, y que tanto respecto al mismo Gobierno español como a los de Inglaterra, Francia, Estados Unidos y Haití, habían dado los pasos necesarios para llegar a un avenimiento pacífico, honroso para el Gobierno español y provechoso para el pueblo dominicano. 138

Para los restauradores su obra no era una simple revolución local o de mero nacionalismo, sino una revolución más altruista, proyectada hacia toda la América, al par en pro de la democracia y contra el colonialismo. En sus épicas proclamas el ejemplar Gobierno de Santiago no se dirigía sólo a nuestro pueblo; se dirigía también al Continente, declarando que observaba con placer la marcha de la Revolución y que estrechaba sus relaciones con el exterior; que podía y debía asegurar que nuestra independencia estaba consolidada y que la marcha progresiva de la libertad en el suelo americano era ya un hecho consumado. Y en período grandilocuente, digno de la tribuna alzada entre los escombros de la ciudad, los paladines de Santiago se jactaban de estar llamando la atención del Mundo: “Contenidos en un pequeño territorio –decían– ya cercenado por efecto de una política viciosa, aparecemos sin embargo grandes a la vista del Universo. Nuestro nombre suena respetuosamente más allá del Océano obteniendo su debida participación en las glorias de la época. Italia, Polonia, Santo Domingo! He aquí la sublime trilogía de la Independencia moderna! He aquí a nuestra Patria ocupando un alto rango en el gran banquete de la regeneración política del Mundo! Así hablaban entonces los restauradores y con la perspicacia y la sabiduría de verdaderos hombres de Estado, señalaban que la Anexión chocaba con la Doctrina de Monroe, que constituía una amenaza para Haití, por lo que el Estado vecino no debía permanecer indiferente en la contienda, y a la vez se preguntaban: ¿deberá quedar vencido Santo Domingo para que perezca en Haití la libertad, y para que ensanchándose más y más el principio monárquico quede Cuba para siempre esclava de sus opresores? Impresiona cómo los próceres de Santiago iban más lejos aún mostrando su obra guerrera como ejemplo y propicia ocasión de libertad. “La Isla de Cuba –decían– con sobrados elementos en sí misma y rodeada por todas partes de escollos, no puede dejar escapar la 139

ocasión y sacudir la ominosa coyunda de sus tiranos. Y Haití... Haití que más que ningún otro pueblo debe esforzarse en que se lleve a cabo la resolución del importante problema de la igualdad de las razas; Haití, tan próximo a Cuba que, con sólo poner atento el oído, podrían oírse los ayes y lamentos de una numerosa porción de la humanidad que gime bajo el peso de las cadenas de la esclavitud. Haití, que en sus diversas constituciones políticas ha establecido como ley fundamental de su sociedad y por su propia conservación, la exclusión compleja de las razas europeas, ¿consentirá jamás en que la España volviese a dominar esta parte, para que luego sometiese aquella? ¿Consentirá Haití, ese pueblo tan a justo título orgulloso y fiero de su propia gloria, en trocar el noble título de ciudadano de un Estado libre por el de súbdito o esclavo de una Nación que detesta a todo lo que nace en América aun cuando sea su propia sangre?” Y al final de estas preguntas encaminadas a forzar a Haití a pronunciarse resueltamente en pro de nuestra causa, exclamaban proféticamente: Santo Domingo será libre, Cuba debe serlo, o Haití será esclavo de España. El Ministro de Relaciones Exteriores, Manuel Rodríguez Objío, Tirteo de la Restauración, autor del Himno de Capotillo, denunciaba entonces, públicamente, que la intervención europea pesaba de una manera fatal sobre las nacionalidades de Sudamérica, por lo que no habían podido crearse una política propia y abogaba porque las Repúblicas sudamericanas se uniesen para repeler esa intervención y porque Santo Domingo y Haití, cuyos intereses debían considerarse solidarios social y políticamente, diesen la señal de esa alianza. Sorprende –estamos frente a una insólita sede de sorpresas– cómo los hombres de pensamiento de Santiago enlazaban su obra a la de los demás pueblos del Universo que luchaban entonces por la libertad. La democracia es la ortodoxia 140

política del siglo, su Dios, la libertad; su templo, el Mundo, exclamaban, y en el estilo oratorio de los tiempos, tiempos de hierro y a la vez tiempos románticos alzaban la voz fuera de nuestras lindes, por encima de ese absorto testigo que fue Diego de Ocampo. Como el soldado de guerrilla alzaba el machete, el soldado de letras alzaba la palabra, y tras de ardientes apóstrofes en que flameaban los nombres de Garibaldi y de Mazzini, de Washington, de Tell y de Bolívar y de Benito Juárez, anunciaba a la América el desastroso fin que años después había de tener el desdichado Emperador de México, vaticinio concentrado en esta restallante frase: Vibra una mirada de fuego sobre la corona prestada de Maximiliano, pronto a desaparecer bajo los cascos del bridón de Juárez! Desde su inicio el Gobierno de Santiago había formulado su doctrina, reveladora del espíritu democrático que le animaba: que la guerra no es de un grupo, sino del pueblo, de la universalidad de los dominicanos; que la Patria es de todos y todos deben cuidarla y defenderla; que la guerra en todos los tiempos y en todos los países del Mundo es una serie de triunfos y de derrotas y que es raro ver una campaña que principie y acabe en triunfo; que el sistema republicano era incompatible con los tratamientos peculiares a las monarquías, por lo que se prohibía atribuir a las autoridades dominicanas los títulos de Excelentísimo y Vuestra Excelencia, Su Señoría y otras expresiones del mismo linaje y que en lugar de la arcaica fórmula Dios guarde a V. muchos años, al final de las comunicaciones oficiales, se escribiesen las sacras palabras de Dios y Libertad. La norma democrática, el sentido social, se manifestaba en todos los actos del gobierno, como lo demuestra, además, el hecho de que en plena guerra se vinculara el Ejército a fines puramente civiles, como en el Decreto sobre la organización de la Guardia Nacional, todavía digno de la atención de nuestros hombres de armas, en que afirmaban que la organización del Ejército 141

era indispensable tanto para el sostenimiento de la Independencia cuanto para el fomento de la Agricultura y de las Artes. Basta un solo documento, la Circular del Vicepresidente Espaillat del 14 de septiembre de 1864, para conocer en toda su emocionante intensidad la maestría y decisión del Gobierno en la admirable conducción de la guerra. En vista de que el poderoso enemigo hacía hincapié en que la toma de Santiago, que se proponía realizar con fuerzas imponentes, sería la muerte de la Revolución, el Vicepresidente Espaillat se adelantó a prevenir cualquier síntoma de desmoralización mediante una serie de advertencias en que enlazaba, de mano maestra, lo militar y lo psicológico: que Santiago no era una ciudad fortificada que pudiera sostenerse hasta el grado de impedir que el enemigo la tomase, pero que si tal cosa sucedía quedaría sitiada de inmediato, como le ocurrió al enemigo en San Cristóbal; que no habiendo almacenes de víveres en Santiago, no sería cuerdo dejarse sitiar, sino dejar que el mismo enemigo se sitiase, ocupando los restauradores las campiñas y sus recursos; que las guerrillas nunca habían podido impedir que un Ejército llegara al punto que se propuso; que no podían oponerse al enemigo grandes masas ni exponerse a dar batallas campales porque nuestras tropas tenían que permanecer diseminadas en todo nuestro vasto territorio; que si el sistema de guerrillas era insuficiente para impedir la marcha del enemigo, era sin embargo el más eficaz, el único a nuestro alcance y el más terrible para los españoles, y que era el sistema que exclusivamente debía adoptarse, salvo en circunstancias demasiado favorables; que a pesar de que estaban tomadas todas las medidas para disputar el terreno al enemigo palmo a palmo y pulgada a pulgada, y a pesar de que se tenía la convicción de que sus esfuerzos habían de estrellarse antes de llegar a Santiago, quería el Gobierno que si ello sucedía no se disminuyese en lo más mínimo la confianza en la victoria definitiva de la Revolución, porque ella no estaba circunscrita a tal o cual punto, sino 142

más bien cimentada en el corazón de cada dominicano; y en que el Gobierno estaba firmemente decidido a correr la misma suerte del Ejército antes que aceptar condiciones degradantes; que los dominicanos todos vivieran en la firmísima convicción de que el triunfo de la revolución era seguro, fuesen cuales fuesen los reveses que pudieran experimentar las tropas, que para ello se contaba con la protección de la Divina Providencia que siempre protege al débil contra el fuerte; con la vastedad de nuestro territorio por todas partes sembrado de obstáculos para el enemigo; con la abnegación del pueblo dominicano, y con la superioridad del sistema de guerrillas, único que debía emplearse en la mayoría de las circunstancias; y que cada cual se mantuviese firme en el puesto que el honor y la confianza de la Nación le habían asignado, teniendo fe en la energía, decisión y firmeza del Gobierno. Nada, en fin, era descuidado por el previsor Gobierno de Santiago. Ni aún los maleantes propagandistas, plaga infanda de todos los tiempos, contra los cuales prevenía al pueblo mediante señas de sonriente ingenuidad y simpleza, pero todavía valederas: toda persona que al oír una noticia buena la oye con frialdad y calla, ese es de la propaganda. Todo individuo que al proporcionársele la ocasión de servir a su país da excusas, ese es de los que creen que la neutralidad les va a servir de algo. Todo individuo que al oír una mala noticia se alegra, ese es de ellos...” Puesto que es de esos hechos singulares que sólo se producen en las hidalgas tierras de Don Alonso Quijano, valga señalar que la Guerra de la Restauración se reprodujo en la Madre Patria, en la prensa y la tribuna, en el Gobierno y en las Cortes, de una parte los pro santanistas, los anexionistas, y de la otra los liberales, los restauradores de allende; unos en pro de la dominación del país a sangre y fuego, y los otros en pro de la causa restauradora, del abandono. Parte principalísima de esa victoria de la causa dominicana era la admirable doctrina del Boletín Oficial, órgano del Go143

bierno radicado en esta vieja mansión de Madame García. Nada más edificante, pues, nada más revelador de la nobleza de la raza, de su unidad indisoluble, que ese desdoblamiento de la guerra restauradora, y que el triunfo de la causa se lograse mediante la admirable fórmula de conciliación y de concordia propuesta a España desde esta misma Casa: el abandono puro y simple de la efímera Provincia hispana, tal como lo pedía Espaillat en la Exposición a la Corona, no en una batalla decisiva ni en las charcas de sangre que alimentan los odios, sino como la justa guerra de Enriquillo. Es que el concepto de justicia de los amigos de nuestra causa, en la prensa de Madrid, no podía ser más radical, más español, más digno de alabanza. “La justicia está sobre todo –decían– sobre el hombre y sobre la sociedad, sobre las conveniencias y sobre la Patria”. Y a ese concepto español de la justicia correspondía la actitud de otros españoles que aquí empuñaban el arma en nombre de su Patria. El caso del valiente Campo Elías en las huestes de Bolívar, se repite a diario, aunque en modesto grado, en la lucha restauradora: grupos de peninsulares se pasaban a las filas dominicanas, escogiendo la libertad y la justicia de la causa, de tal suerte que el Gobierno de Santiago debió declarar que como Nación cristiana acataba los fueros de la humanidad y ordenó en consecuencia que a todo criollo o español que fuese aprehendido o que se presentase voluntariamente no se le molestase ni de hecho ni de palabra. Era una guerra en la que predominaba la hidalguía, como lo evidencia también la apreciable cantidad de españoles que al término de la guerra permaneció aquí fundando nuevos hogares dominicanos, como si se tratase de una fugaz guerra civil, lo que constituyó la mayor victoria moral de los restauradores: tener simpatizadores y adeptos en las filas enemigas y en la misma noble Nación que combatían. Consciente del valor y trascendencia de su obra el Gobierno restaurador equiparó el 16 de agosto al 27 de febrero, declarándolo 144

fiesta nacional por Decreto del 11 de agosto de 1864, y aquí mismo, cinco días después, el pueblo de Santiago se congregaba para celebrar el primer aniversario de la Restauración, “con toda la pompa que permitían las circunstancias”. Cada brindis tenía una clara significación, aún válida, reveladora de esa conciencia en la empresa que se estaba realizando. Brindó el Vicepresidente Espaillat “por el próximo y completo triunfo de la democracia en todo el hemisferio americano, y por su progreso en todo el resto del orbe”. Pablo Pujol, Ministro de Relaciones Exteriores, brindó por el Clero, aludiendo a la cruz de nuestro pabellón. Por los beneméritos héroes de Capotillo brindó el Ministro de la Guerra, Belisario Curiel; y el Presbítero Quezada, “interrumpiéndole en un arrebato de entusiasmo, exclamó que brindaba por los invictos Monción y Cabrera y por todo el Ejército que sufriendo los peligros y sinsabores de los Cantones, daban la más brillante prueba de abnegación y patriotismo”. Así celebraron los patriotas el primer aniversario de la Restauración, y ahora tenemos nosotros la satisfacción y la gloria que nos depara el destino, pero también la responsabilidad, de celebrar aquí mismo el primer Centenario de la instalación del Gobierno que realizó la magna hazaña restauradora, igualada desde entonces a la hazaña de la Puerta del Conde. Como nos satisface hoy que a esa justa equiparación del 16 de agosto y del 27 de febrero, que tuvo su punto de partida en esta Casa, correspondiera, magnificándola y superándola, el juicio del Sabio Apóstol de la Educación en la República. “El 16 de agosto –decía Eugenio María de Hostos– no es el segundo, o el primer día de los de la Patria Dominicana. Militar, política, socialmente, el 16 de agosto corresponde en la vida de esta nación a esfuerzos, a propósito nacional y a evolución social que no requirió el 27 de febrero. Pelear contra haitianos y vencerlos no es gloria sino en las efemérides íntimas de la República, al par que el vencimiento de los españoles por los dominicanos, no sólo es gloria nacional, 145

sino lo que vale mucho más, una página de la Historia de todo el Continente sudamericano”. Para el egregio Maestro los restauradores reconstruyeron la república mientras que los separatistas no hicieron más que despertar una Nación dormida. Y la verdad es que la Restauración repercutió en todo el Continente y aún en Europa, y creó, como decía el Apóstol, la solidaridad de Independencia en las Antillas. Basta señalar que el Grito de Lares, primer movimiento armado del separatismo en Puerto Rico, y el Grito de Yara, comienzo de la libertad de Cuba, fueron, como lo reconocieran las autoridades españolas, los primeros resonantes ecos de la Restauración dominicana. Asombra el hecho de que ni en la Separación ni en la Restauración se contrajo ninguna deuda que afectara el destino de la República. Así, con todo derecho, en las postrimerías de la guerra los restauradores pudieron vanagloriarse de que en la grandiosa obra de la emancipación no abrieron cuenta corriente con ningún mercado exterior; ni contrajeron empréstitos gravosos, ni encadenaron el porvenir a responsabilidades judaicas que hubiesen comprometido sus más caros intereses. Sólo al final de la contienda se realizó un exiguo empréstito interno para la regularización del sistema monetario, y admira ver cómo los patriotas del Cibao, en tan precarias circunstancias, acudieron de inmediato en auxilio del Gobierno, Polanco y Espaillat entre los primeros. Como en toda guerra, la actividad económica del Gobierno restaurador es parte trascendental de su Historia. Si la guerra de la Separación se hizo con la caoba exportada a Inglaterra, en particular de los cortes de caoba de Bávaro, del modesto latifundio de Santana, la guerra de la Restauración fue hecha con el tabaco del Cibao. Para ello el Gobierno de Santiago tomó medidas admirables: decretó la abolición del monopolio del tabaco; reglamentó su exportación; cuidó de su cultivo por medio de Inspectores de Agricultura como nunca activos y multiplicados por toda la región; y con la anuencia del cosechero gran parte de la cosecha se 146

convertía en armas y pertrechos que venían subrepticiamente por vía de Cabo Haitiano y de las Islas Turcas. El tabaco fue, pues, en la guerra, lo que ha de ser en la paz en el Cibao, cuando la Presa Restauración y cuando el Instituto Superior de Agricultura, de La Herradura, de las nuevas generaciones restauradoras, empiecen a dar sus esperados frutos; que así se enlazan hoy el pasado y el presente; que al cabo de un siglo la Restauración renueva en nosotros el fervor patriótico y las aspiraciones de bien formuladas en esta Casa, sitio irremplazable para honrar a sus próceres y para señalar al pueblo dominicano su destino. En esta hora de glorificación nada más justo, pues, que nos detengamos ante las magnas figuras del Gobierno de Santiago, de Rojas, de Bonó, de Espaillat, de Mella, de Curiel, de Pujol, de Grullón, de Rodríguez Objío; pero fue tal su entrañable unidad en el servicio de la Patria que la alabanza de uno sólo es laurel para todos. Sea, pues, Uliises Francisco Espaillat. Adelantándose a su época, Espaillat revela ahora, mejor que todos a través de un siglo, las fuentes democráticas del Gobierno de la Restauración, porque la realidad es que a los actos del Repúblico, en la rectoría de esta Casa, corresponden sus ideas de gobierno y de bien patrio llegadas a nosotros, suficientes para señalarle no sólo como al primero de los ideólogos del Gobierno de Santiago, sino como al más esclarecido de nuestros ideólogos. Partiendo del sabio principio de que el deber de salvar la Sociedad le está encomendado a ella misma mucho más que a los Gobiernos expone sus ideas, ora con la simplicidad de Franklin, ora con la clarividencia de Sarmiento, ideas que hoy, acatadas, serían la felicidad de la República. El Ejército –dice– exige perentoriamente que se le regularice, se le organice, moralice y discipline, y exclama: “Yo sé que valdría más que no lo tuviéramos, pero el estado de completa indisciplina a que nos han conducido las revueltas lo hace indispensable como elemento de orden y organización; con la organización del Ejército se acabarán las revoluciones”. 147

Pide que se enaltezca la idea religiosa, porque levantando la religión el amor patrio renacerá, lo que él considera obra de un clero patriota. Es quizás el primero entre nosotros en hablar de las masas, cuya ilustración estima suficiente para la erradicación de la guerra, y a las que defiende del dictado de bárbaras, aunque señala que ellas deben ser morigeradas. Observa que las condiciones en que se encuentra el trabajo entre nosotros son sumamente desfavorables; que el problema es complejo, pero soluble; apunta como lo haría un político de hoy, la falta, en la clase campesina, del ejercicio de sus derechos ciudadanos; y a su abierta mirada de sociólogo no escapa el más inquietante de los problemas del día: “Ya es tiempo –advierte– de formar una Sociedad que pueda llamarse Gran Sociedad Obrera de Santiago”, no para las demasías de los Sindicatos de perturbadora extracción política, sino para el auxilio mutuo, para el progreso y la superación. Es lógico que el problema constitucional, tal como sería planteado en nuestros días, fuera el que más ocupara su atención, dentro del marco de las ideas de la época más cónsonas con nuestro medio: “La rueda principal del mecanismo constitucional –dice el Repúblico– es la irresponsabilidad del Poder Ejecutivo combinada con la responsabilidad de los Ministros. Al hacer irresponsable al primero, tuvieron por fin los legisladores el hacer imposible la remoción violenta del Jefe del Estado, es decir, de las revoluciones; y al establecer la responsabilidad de los Ministros, quisieron hacer posible la renovación de los Gobiernos, puesto que éstos, los Ministros, y no el Presidente, son los que deben gobernar la Nación. Pero en la América Latina se han desentendido de todo esto; y cuando los pueblos han creído que el Gobierno no marchaba de acuerdo con la opinión pública, en lugar de atacar a los Ministros por medio de la prensa y de las Cámaras, que son sus verdaderos y legítimos apoderados, se arman y derrocan, no a los Ministros, que son responsables por la Constitución, sino al Presidente, que no lo es. Por otra parte, el Jefe del Ejecutivo en otras 148

Repúblicas ha asumido, por lo regular, la responsabilidad de los actos de su Gabinete, constituyéndose en sostenedor de sus Ministros, es decir, en destructor de la armonía de todo el sistema”. También, como si fuera hoy, Espaillat se alzaba contra el canibalismo político. Quería que las cuestiones políticas se trataran con la misma frialdad que las científicas, y que siempre se diese la preferencia a aquellas cuestiones que afectasen radicalmente a las sociedades, haciéndose uso del lenguaje más decoroso, y como correspondía a verdaderos publicistas, pues para él lo eran todos aquellos que escribían sobre la difícil ciencia de la política. Qué flagrante actualidad la de esa admonición, porque ya es pasada la hora de seguir aventando, más que sobre los Poderes Públicos, sobre el fatigado pueblo, el dramatismo apocalíptico declamatorio y hastiante y a veces salpicado de vilezas, del político frustrado; porque lo que demanda el pueblo es la austera oposición de que hablaba el Dr. Francisco Henríquez y Carvajal a la caída de Ulises Heureaux o la nobleza y gallardía de la oposición a España y a los anexionistas que sostenía desde aquí mismo el Gobierno de Santiago, no con denuestos ni histerismos ni indignidades, sino con la energía de la razón y con hidalgas invitaciones a la paz y a la fraternidad. Para el egregio prócer de Santiago el salvador remedio a nuestros males políticos era la Fusión, que él definía como “el arco iris que apareció en el cielo después del Diluvio, como la señal de la paz y de la alianza entre Dios y los hombres..., es –agregaba– la alianza entre los antiguos partidos…, es la sustitución de la ley, con toda su majestad, a la voluntad de los mandatarios con toda su barbarie…, es el derecho que todos tienen de esperar que los agitadores se queden quedos y no continúen arruinando más y más el país…, es el deber de todos los dominicanos de sostener el estado de cosas impidiendo toda conmoción, cualquiera que ésta sea, que es el único medio de lograr que se reponga la fortuna pública, se ilustre la Nación, se organice la Justicia y triunfe la 149

virtud del vicio..., es el deber que todos los pretendientes a los puestos públicos tienen de esperar que a cada cual le llegue su turno, sin meterse a inventar evoluciones políticas cuyo resultado cierto es prolongar indefinidamente el malestar de la Nación, si a más de esto no se agregase el traer a quien menos se piensa...” Tales eran las ideas de la más alta mentalidad del Gobierno de Santiago, que desde aquí propugnaba por la glorificación del trabajo; por los bienes del progreso, de la educación y la justicia, por la instauración de la República en España; por el culto de la hispanidad, pero a base de igualdad entre dominicanos y españoles; y en cuyo mesiánico ideario fulgura una expresión que nos parece la más realística y a la vez la más poética y más certeramente proyectada hacia el futuro de su Patria: Sembremos –decía– pero no hojarascas; sembremos cosas útiles. Sembremos con lo que podremos sembrar. Sembremos agua. Que extraña expresión, sembrar agua, y sin embargo qué simple y previsora y grávida de sustancia, porque ¿qué será la Presa de Tavera, la Presa Restauración, sino la máxima siembra de agua en la República? En esa magna siembra de agua demandada por Espaillat están ahora las mayores esperanzas de bien para la Patria; pero esa enormizante siembra de agua dejará la tierra estéril si no se siembra en el espíritu de nuestra juventud la noble simiente que tenemos hoy en nuestras manos: las ideas democráticas del Gobierno de la Restauración, las ideas de bien patrio acendradas entre estos muros por el dominicano más afín del Padre de la Patria, por el restaurador Ulises Francisco Espaillat, que aquí regía la República hace una Centuria, como un San Luis, prodigio de virtud y de razón en tiempos de hierro. Mal cabría en breve y apresurado discurso el elogio del Gobierno que hizo de esta Casa su Palacio Nacional, porque su historia no es tan sólo la historia heroica de Santiago, Numancia del 150

Cibao, sino la íntegra Historia de la Restauración, mas como síntesis de ese elogio podríamos decir que en nuestra vida republicana ni aún la mediatizada Junta Central Gubernativa, de 1844, cumplió tan ejemplarmente su destino como el Gobierno instalado en esta Casa hace hoy un siglo. No fue, como podría creerse, una simple Junta, una de esas malaventuradas Juntas Cívico-Militares o uno de esos lamentables Gobiernos de transición ajenos a su propio destino, que hemos padecido, sino un Gobierno eminentemente civil, eminentemente democrático, consciente de su misión y de que tenía ante sí a su propio pueblo y a los pueblos de América y de Europa, y de que su obra se proyectaba hacia los horizontes del Porvenir. Los actos del Gobierno de Santiago trascienden a nuestro presente por esa milagrosa continuidad de las ideas que, realizadas a medias, resurgen luego vencedoras del tiempo, en anhelosa búsqueda de su realización cabal; que ahora es cuando el ideal democrático de la Restauración empieza a realizarse en todas sus proyecciones, en el complejo sentido social de nuestros tiempos. Todo lo que nació aquí tiene el sello de las cosas perennes, porque esta Casa, pedazo del corazón de Santiago, la más gloriosa, la más plena de historia en la República, está predestinada a ser convertida en digna sede del Museo de la Restauración y del Archivo Histórico de Santiago, que es el destino que tienen el deber de darle los hijos del Yaque, los hijos y los nietos de los que aquí restauraron la República. El pueblo que cuenta con tal Santuario, tiene, más que una reliquia que guardar y venerar, una grave responsabilidad ante la historia, porque esta Casa, y todo lo que ella simboliza, desde el memorable 14 de septiembre de 1863 nos está reclamando día por día, con el derecho de su ejemplo soberano, la final Restauración de la República, que no nos llegará sino cuando imperen entre nosotros, sin la amenaza del vendaval, la democracia y la fraternidad. 151

Y puesto que la hora nunca fue más propicia, que no haya sido en vano trasponer estos umbrales: que nos acompañen y nos iluminen y nos guíen los Manes de esta Casa.

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La Restauración y sus enlaces con la historia de Occidente* PEDRO TRONCOSO SÁNCHEZ

El centenario de un gran acontecimiento es ocasión que estimula fuertemente el espíritu para mejorar su conocimiento, para extraer su significado y señalar sus consecuencias, y para la más clara reconstrucción de sus detalles. En esta labor lo primero es el propósito de objetividad, el reexamen de las ideas hechas y la búsqueda, valoración y clasificación de nuevas fuentes. Mucho se debe al meritorio esfuerzo realizado últimamente por nuestros principales historiógrafos, al aproximarse el centenario de la Restauración, en la tarea de agregar nuevos aportes documentales a los ya conocidos y elaborados por nuestros viejos historiadores, entre los cuales sobresaldrá siempre con perfiles titánicos José Gabriel García. La cantidad de datos obtenida hasta ahora, llamada a crecer mucho más cuando se desarrolle y metodice la investigación dominicana en archivos extranjeros, ofrece base al que se inclina a

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Discurso de orden pronunciado en ocasión del Centenario, en la Academia Dominicana de la Historia.

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contemplar los hechos históricos no sólo en sí mismos sino en función del tiempo pasado y el futuro y en función del panorama mundial en que tuvieron lugar, para contribuir con una visión en perspectiva a definir aquel conocimiento, a extraer su real significado y a destacar sus antecedentes y consecuencias. No hay duda de que, así como el papel de una figura contenida en un extenso tapiz se conoce mejor relacionándolo con todos los detalles del mismo, así la realidad e importancia de un acontecimiento histórico se comprenden mejor cuando lo miramos insertado en un escenario de mayores dimensiones temporales y espaciales. Al llegar a este punto podríamos intentar la comprensión de la Guerra de Restauración en el conjunto de la historia dominicana y en medio a las concomitantes circunstancias políticas reinantes en el mundo occidental, pero para mayor claridad, no debemos hacerlo sin antes distinguir entre lo que es una comprensión sociológica y una comprensión filosófica. En la primera intervienen solamente los factores psicológicos, biológicos y físicos, todos pertenecientes a la esfera de la causalidad natural. En la segunda se agrega la consideración de la acción espiritual del hombre en cuanto ser libre, es decir, de la supra-causal presencia de la voluntad guiada por los valores. En lo adelante trataré de una comprensión sociológica, sin ahondar en el enfoque filosófico. Creo que para obtener una comprensión sociológica de la Guerra de Restauración es suficiente con que nos remontemos a la época del Tratado de Basilea de 1795. Antes de ese doloroso acontecimiento, el pueblo dominicano (si algún sujeto colectivo había que hubiera podido llamarse así), como las demás posesiones hispanas de América, vivía totalmente inmerso dentro de un orden y una concepción de formato colonial. Considerado en sí mismo, nuestro pueblo era un pueblo inhistórico. No obstante las condiciones peculiarmente trágicas de la era colonial dominicana, no obstante la decadencia sufrida en el siglo XVI, la brutal 154

despoblación de las costas Norte y Noroeste y las invasiones inglesas y francesas del siglo XVII y la pobreza y las guerras del siglo XVIII junto con la amenazante formación de la colonia francesa de Saint-Domingue, el alma colectiva dominicana no había marcado progreso alguno en la vía de la autoexpresión. Habiendo hecho del infortunio un hábito, vegetaba sin internas inquietudes sobre el tácito supuesto de que el régimen colonial era el modo normal y natural de suceder las cosas, a pesar de sus defectos e injusticias. La moral patriótica se asentaba fuertemente en los sentimientos de lealtad al rey y a la nación que la había engendrado y gobernaba, y nadie que se sepa pensaba en que debía revisarse esta situación. Es la noticia del Tratado de Basilea lo que más profundamente hiere el alma dominicana. Este instrumento internacional que la desliga de la Madre Patria después de haber combatido tanto por ella, y la ata a otra metrópoli destruye de un día para otro la piedra sobre la cual dormía. Más aún, le arranca la raíz adherida a la cual vegetaba, y la deja en el vacío. Se opera entonces un intenso desgarramiento y un súbito despertamiento que por un lado provoca el éxodo de todo el que se puede ir a otras tierras que siguen siendo hispanas y por el otro un difuso e inorgánico estado de inconformidad no conocido antes, en la remanente población. El alma dominicana se ve obligada por la nueva circunstancia a aprender a girar sobre sí misma en lugar de hacerlo en torno a la metrópoli, lo cual constituye un primer estadio de autonomía. Después del dramático episodio de 1801 y tras el eclipse de Toussaint Louverture, el lazo que la liga a la nueva metrópoli es puramente externo. Una vinculación espiritualmente íntima es imposible. Ser súbdito francés es violentar la naturaleza de nuestra vida. Ese estado de cosas exige una solución y esa solución se anhela con forma de soberana voluntad de los dominicanos: o volver a ser españoles o ser independientes. He aquí el más remoto antecedente del irrefrenable impulso independentista que 155

encontró realización en la joven generación de 1863. Es biológica y psicológicamente explicable que en el seno de esa difusa e inorgánica inconformidad se operara pronto un fenómeno que no tenía precedente y que no se hubiera producido de no haber ocurrido Basilea: la plasmación de un caudillo político y militar destinado a dar forma orgánica, concreción y efectividad al latente espíritu de inconformidad y rebeldía. Juan Sánchez Ramírez es el primer caudillo dominicano. Es el troquel que formará muchos otros en el futuro y es la esencia tradicional que mejor explica los rasgos de caudillos tan dispares como Pedro Santana y Gregorio Luperón. Palo Hincado se recuerda mucho como primera actuación histórica propiamente dominicana, al par que de las de mayor estilo en nuestros anales, pero hay otro hecho dominicano de aquellos días no menos histórico y no menos glorioso que sin embargo se tiene casi olvidado y que reveló con igual fuerza moral la existencia de un germen nacional dominicano: la asamblea de Bondillo; con el mérito, sobre la batalla, de no haber sido una mera manifestación de fuerza sino un hecho político realizado en el nivel democrático. Es verdad que la decisión fue reincorporar el país a España, olvidando el menosprecio de Basilea, en vez de declarar la independencia, decisión que tiene fundamento sociológico, pero lo cierto es que esta reincorporación es un acto de voluntad dominicana que la vieja metrópoli tuvo que aceptar. Sin esta raíz brotada en el lejano 1808 y desarrollada a lo largo de cincuenta y cuatro años llenos de toda clase de experiencias no hubiera habido en 1863 la madurez necesaria para emprender la vasta y heroica lucha comenzada el 16 de agosto y sostenida durante dos años para reconquistar la independencia contra un enemigo incalculablemente más fuerte que el pueblo dominicano. Desde la impropiamente llamada Reconquista hasta la Guerra de Restauración puede observarse una gradual sustitución del alma colonial por el alma nacional, una evolución ciertamente lenta y 156

pesada que no termina con las gloriosas jornadas de 1863 a 1865, pero que éstas contribuyen a estimular y llevar adelante hasta llegar a nuestros días en que todavía no está del todo desarraigada del alma dominicana la tendencia a esperar de afuera lo que podemos hacer nosotros mismos. Para marcar el inicio de esta evolución nos sirve más la asamblea de Bondillo que toda la campaña bélica. Esta fue sin duda un hecho esencialmente dominicano, pero el apoyo del gobernador de Puerto Rico y de los ingleses venidos de Jamaica le dieron el tinte de contienda internacional de viejo estilo entre españoles e ingleses de una parte y franceses de la otra, mientras que en aquel primer congreso nacional dominicano celebrado el 13 de diciembre de 1808 en la sección de Bondillo, cercana a la capital, sólo tuvieron voz y voto los delegados dominicanos de todos los pueblos del país. La poca atención prestada a la readquirida colonia por las autoridades españolas en el subsiguiente período de la España Boba, cuya principal causa fue el frente que hacían al formidable fermento revolucionario que se desarrollaba en el continente desde México hasta Buenos Aires, motivó bastante para que en Santo Domingo se dejara sentir decisivamente la aspiración independentista, si bien la voluntad de rebeldía culminó en una ocasión en un brote trágico. La generalidad consiguió lo que quería: verse de nuevo cobijada bajo el pabellón rojo y gualda de la añorada Madre Patria en vez de por el tricolor francés. A esta general y anodina complacencia contribuyó el retorno de algunas personas y familias principales, al par que el instinto de conservación rechazaba la idea de la independencia en vista del ostensible propósito imperialista de los temidos haitianos. La independencia de 1821 fue la obra del sentimiento autonómico iniciada a fines del siglo anterior, que hizo progresos en un sector de la clase elevada estimulado por el desgano español y el poco tacto del gobernador Pascual Real, pero no fue un movimiento propiamente popular. La tranquila gente del pueblo la tomó 157

y aceptó como algo dispuesto por “don José” que correspondía a la decepción reinante, y no como la consecuencia del vehemente deseo de la mayoría. A José Núñez de Cáceres se le respetaba como a un sabio y cuando el pueblo se enteró del acontecimiento en la mañana del primero de diciembre se encogió de hombros y dijo: “don José sabe lo que hace”. En este momento la naciente alma nacional daba un paso adelante superando el frente ligeramente independentista nacido en 1808, pero quedaba muy detrás de la manifestada en sucesivas etapas de la larga y ominosa ocupación haitiana y sobre todo en 1838, l843 y 1844. El carácter intermedio de la jornada de 1821 se evidencia en el hecho de que al proclamarse la independencia se declaró al nuevo Estado bajo el protectorado de la Gran Colombia. Se hizo más que en 1808, pero menos que en 1844 y si bien se ha criticado a Núñez de Cáceres la pésima preparación de su movimiento, hasta ahora ningún dominicano ha desaprobado aquella decisión de mediatizar la soberanía sometiendo al país al protectorado de otra nación. El bienio 1843-1844 presenta características ético-políticas que, en mi opinión, no se han estudiado con suficiente objetividad. Los representantes del alma nacional prevalecieron esta vez contra quienes encarnaban lo que por brevedad he llamado el alma colonial, que incluye afrancesados y españolizados. Este hecho mostró la marcha ascendente que seguía recorriendo nuestro país hacia la plena realización de su destino por sí mismo como sujeto colectivo, pero mediaban todavía gravísimas circunstancias que imponían serias consideraciones contrarias al ideal de independencia pura. En aquella época se pudo todavía ser patriota, patriota puro, sin mezcla de egoísmos ni de envilecimiento, tanto persiguiendo la independencia como deseando la protección de una potencia europea, según la dispuso sudamericana Núñez de Cáceres, en 1821. La prédica y acción de Duarte, encaminadas a la independencia pura, se corresponden tan poco con lo que cuerdamente aconsejaba el sentido común, que no caben en una 158

comprensión sociológica de nuestra evolución histórica. Para comprender a Duarte dentro de la ciencia histórica precisa concebirlo como la incidencia de un factor espiritual eminentemente revolucionario que desafía los dictados del sentido común e impone una nueva fuerza desvinculada de procesos causales. Es lo que en el marco de la comprensión filosófica se llama una espontaneidad. El patriotismo no ha de tomar siempre y en todas partes, necesariamente, la forma del independentismo como elemento esencial. El día que veamos esta verdad con claridad salvaremos la memoria de muchos próceres dignos de la mayor veneración sobre los cuales se proyectan sombras o pesa la amenaza de quedar estigmatizados como faltos de patriotismo si se descubren evidencias documentales de que no siempre buscaron la salvación del país en la independencia absoluta. Hay que reconocer las causas por las cuales el tránsito del alma colonial a la idea nacional fue lento y pesado entre nosotros. El haitiano Price Mars se complace en declarar que el pueblo haitiano es más patriota que el dominicano porque desde su rebelión aspiró a ser independiente mientras que nosotros nos dividíamos entre independentistas y afrancesados o españolizados. Esta afirmación es falsa y nosotros tenemos en parte la culpa de que la haga. Frente a tal aserto habría que observar: 1) que Haití, contrariamente a nosotros, no necesitó la protección de nadie para defender su vida, que no estaba desamparada ni amenazada, y 2) que en el haitiano era inconcebible que una protección le viniera del odiado blanco esclavizador. No le quedaba a Haití más alternativa que ser independiente. En el 1844 se impuso la generación joven independentista, guiada por la sublime y arriesgada doctrina de Duarte, sobre el todavía fuerte movimiento conservador, y si bien los trinitarios quedaron derrotados y anulados antes de finalizar el año, lo notable es que su ideal quedó dominando en la República puesto que ante el hecho consumado de la independencia absoluta el caudillo 159

militar de mentalidad colonial, junto con el partido que lo apoyaba, aplazó sus planes proteccionistas y el pueblo todo los apoyó en la obra de mantenimiento de la independencia contra las embestidas haitianas. No puede afirmarse con seguridad que el espíritu nacional hizo grandes progresos durante la Primera República a pesar de que el pueblo mantuvo unido y con moral elevada su guerra con Haití, por encima de diferencias partidarias. Se gozó durante 17 años de la satisfacción de no depender de nadie, pero las experiencias negativas sufridas ofrecieron algún margen a la decepción con respecto a la viabilidad del país bajo el Gobierno propio. Además, los gobiernos que se sucedieron fueron todos de factura conservadora, que no alentaron el desarrollo del nacionalismo sino con respecto a Haití. De ahí que no cesaron y más bien se intensificaron las diligencias oficiales para obtener la protección de alguna potencia europea, especialmente de España. Sin embargo, alguna recóndita evolución se operó en el pueblo dominicano, que lo predispuso a la explosión, pues bastó que trascendiera en 1860 el rumor de que Santana tramaba la anexión en vez de gestionar un protectorado, para que se reavivara y creciera repentinamente el ideal duartiano bajo la inspiración de los patriotas nacionalistas encabezados por Sánchez, Mella y Meriño y con el concurso de adversarios políticos de Santana del sector conservador. Esta última circunstancia hizo creer y ha hecho sostener a algunos que la rebeldía antianexionista y la Guerra de Restauración fueron situaciones de carácter partidista, pero el análisis crítico de aquella época revela claramente que principalísimamente fueron la manifestación violenta del alma nacional en oposición a la colonia empinada por encima de las divisiones políticas. La anexión fue el estímulo para que repentinamente la nueva generación, en todos los estratos sociales, se decidiera vigorosamente por la independencia, en abierta antítesis al clima predominante 160

en la generación de los padres. La moral nacionalista comenzó a manifestarse en 1861 más sólida y más definida que en 1844 y años subsiguientes, como la de esta época más fuerte que en 1821 y ésta más extensa que la de 1808. Para descubrir la verdad de esta afirmación no debe pensarse en la actitud del pueblo dominicano frente a Haití sino en relación con las grandes naciones cuya protección se deseaba ostensible o secretamente. La sangre derramada en Moca y en San Juan de la Maguana en el mismo año de 1861 anuncia la envergadura de la realidad político-social que se creaba al tiempo que abonó el ambiente para que aquella débil alma nacional que asombrada se descubrió a sí misma en 1795, y que lentamente había crecido, se convirtiera en un coloso de acerados músculos en 1863. Los sucesos históricos de este año revelaron que algo maduraba en el alma dominicana; que un capítulo de la historia se cerraba y otro se abría proyectando en la lejanía de las cosas pasadas y superadas la busca de la protección extranjera, con mengua de la soberanía como solución cuerda y patriótica al problema dominicano. Es verdad que de la época de la Restauración en adelante no faltó un trasnochado intento de anexión a los Estados Unidos, pero ante la conciencia pública no fue sino una extravagancia reñida con el patriotismo y el sentido común. Es verdad también que en sucesivas etapas de nuestra historia financiera la República se vio compelida a convenir en penosas garantías que afectaron la soberanía, pero estas situaciones corresponden a una figura sociológica diferente de la aquí descrita y a la cual no podría referirme ahora en detalle sin quebrantar la unidad de este desarrollo. Para apreciar la transformación histórica de 1863 es preciso tener presente que no se trataba de Francia ni de Haití, sino de España, de aquella Madre Patria cuya añoranza en más de medio siglo había dado paso a una mística en el alma dominicana y que aún es objeto de particular simpatía y veneración entre nosotros. Los supervivientes de la vanguardia patriótica y nacionalista de cuño duartiano de 1838 y 1844 se vieron rodeados por la 161

juventud. Si diez dominicanos se manifestaron anexionistas, atados todavía a convicciones tradicionales, cien jóvenes mambises tomaban voluntariamente las armas infundidos por el espíritu del nuevo tiempo. A España se la miraba ahora como a una intrusa potencia extranjera, para sorpresa de Santana, Alfau, Ricart y Torres, Castro, Fernández de Castro, Del Monte y Valverde y en agudo contraste con la generación de Palo Hincado y Bondillo. El sucesor de Santana en el mando, general Felipe Ribero y Lemoine, percibió a principios de año la realidad moral y emocional dominicana y avizoró en el horizonte la tempestad que se formaba. “Este país está moralmente en estado de rebelión”, dijo convencido después de pulsar el ambiente, percibiendo al mismo tiempo el error cometido por su Gobierno al aceptar la anexión. Los hechos confirmaron pronto su apreciación. Los brotes revolucionarios de Neyba, de Guayubín, de Sabaneta y de Santiago eran las primeras ráfagas, pero todavía no daban idea de la magnitud de la tormenta. No se trataba de una revuelta por inconformidad con las actuaciones de un gobierno. Éste podía ser excelente pero, como en 1808, estaba dirigido por extranjeros cuando lo justo y natural era, según las leyes de Dios y a la altura de 1863, que el pueblo dominicano, una entidad social definida y caracterizada, se gobernara por sí mismo y por sí mismo proveyera a su desarrollo interno y seguridad exterior. No fue un hombre, no fue un partido, no fue un concepto político en oposición a otro lo que convirtió a todo el Cibao en un ardiente crisol revolucionario entre el 16 y el 30 de agosto no obstante la pericia de los jefes y tropas españolas y la calidad de su armamento, puesta a prueba contra un pueblo impreparado y desarmado. Fue la bandera de la Patria enarbolada en Capotillo, más arriba de las razones de seguridad, de raza, de cultura, de bienestar y de progreso. Ese ardor, ese esfuerzo supremo, ese heroísmo, ese sacrificio al incendiar Santiago y ese luchar sin fatiga de tantos cabecillas y soldados restauradores, que antes no se sabían héroes; esa 162

revelación repentina de Luperón como gran capitán, hasta ganar la fortaleza de San Luis y dejar instalada la nueva República en armas, sólo tuvo como fuente una recóndita dominicanidad largo tiempo gestada. Los rápidos triunfos de la voluntad de ser independientes en el Cibao tuvieron su efecto en el resto del país y lo que quedaba de regresionismo, voluntario o forzado, bajo la forma de partido santanista o de externo sometimiento al déspota, se desintegró y quedó asimilado a la causa nacional, puede decirse que para siempre, antes de finalizar el año 1863 hasta en la región del Seybo, el mayor reducto santanista. El largo y terrible año de 1864 y los meses de 1865 que transcurrieron antes de la terminación de la guerra, época la más difícil que ha vivido el pueblo dominicano en toda su historia, en que a la escasez de recursos materiales para sostener aquella lucha tan desigual se sobrepuso la voluntad de ser independientes, no dejaron duda alguna de que la segunda voluntaria reincorporación a España fue un hecho tardío, artificial y arbitrario que no se correspondió con el momento histórico de nuestro pueblo en 1861. Si Santana hubiera tenido el mismo buen sentido de los hombres de 1808 y hubiera sometido al pueblo el proyecto en forma plebiscitaria o en una asamblea de representantes de todas las demarcaciones –que fue lo que debió exigir el Gobierno de Madrid antes de decidirse–, habría sido rechazado y se hubiera ahorrado al país mucha miseria, mucha sangre y muchas lágrimas. Pero en Santana no podía esperarse ese buen sentido porque en diez y siete años de hegemonía su patriotismo retrógrado le había creado una mente paternalista según la cual la anexión era lo único que preservaría al país contra los haitianos cuando él faltara. Del mismo modo que considero posible reconocer patriotismo puro y desinteresado en quien aspiró a un protectorado entre 1843 y 1861, se impone establecer que la Guerra de Restauración determinó una transformación de nuestras circunstancias en forma 163

tal que éstas excluyeron desde entonces la justificación de la vieja política proteccionista. El pueblo dominicano, al sostener esa guerra, demostró vocación y capacidad para bastarse a sí mismo y vivir soberanamente no obstante los peligros externos que confrontaba. La fe de Duarte, que al confiar en el futuro creó futuro, quedó así confirmada. Nuestro pueblo le demostró para siempre al pueblo haitiano que sus esfuerzos para una haitianización de la isla serían inútiles e hizo que se cerrara definitivamente la era de las invasiones provenientes de occidente. Es verdad que esa vocación y esa capacidad no guardan proporción con la escasa capacidad del pueblo dominicano para la paz interna y el orden institucional, pero esta deficiencia no se remedia con tutelas extranjeras sino con una obra de autoeducación. Con lo dicho hasta ahora he querido enfocar el hecho de la Restauración de la República dentro de un panorama de mayor extensión temporal, para obtener de ello una comprensión sociológica. En lo que sigue lo haremos dentro de un panorama de mayor extensión espacial, es decir, dentro de un espacio que rebasa los límites de la República Dominicana y se amplía hasta abarcar la situación política internacional reinante en el mundo, para demostrar hasta qué grado esta situación contribuye a estructurar la historia de un país. De no haberse operado en 1860 un cambio importante en las relaciones entre Europa y los Estados Unidos, a consecuencia de sucesos internos en estos últimos es muy posible que no se hubiera realizado la anexión del país a España y por consiguiente no se hubiera producido la Guerra de Restauración. La explicación de las circunstancias políticas internacionales que contribuyeron grandemente a que ambos acontecimientos figuren en nuestra historia ha de comenzar con el recuerdo de la llamada Santa Alianza, concertada entre Rusia, Austria y Prusia en 1815 a la que luego se unió Luis XVIII de Francia. Tras este pacto regresionista comenzó a manifestarse la codicia de las potencias 164

europeas hacia las posesiones españolas y portuguesas de América, incitada por la desastrosa situación prevaleciente entre la decadente y convulsionada península ibérica y aquellas vastas posesiones. Los indicios de que se tramaba el asalto y repartición de esos territorios americanos alarmó a los gobernantes de los Estados Unidos y dio lugar a un movimiento de cancillería y a que fuera tomando perfil una idea y una política que culminó con la adopción de la Doctrina Monroe en 1823. Los tres puntos en que ésta se expuso fueron tres muros que contuvieron los apetitos europeos y permitieron que las posesiones españolas y portuguesas que luchaban por el autogobierno se convirtieran en naciones independientes y no en un conjunto de colonias europeas a la manera de África, Asia y Oceanía. A la altura de 1843 y 1844 estaba en su plena efectividad la Doctrina Monroe, apoyada en el creciente poderío de los Estados Unidos, y hay que descubrir en esta circunstancia la causa principal de que el Gobierno francés no se animara a aprobar los entusiastas planes de protectorado que en connivencia con grupos criollos favorecían los esforzados cónsules Levasseur y Saint-Denis. Idéntica causa determinaba las evasivas del Gobierno español a las reiteradas solicitudes de protectorado que se le dirigieran con posterioridad al fracaso de aquel plan hasta 1860. ¿Por qué en este año de 1860 el Gobierno de España cambió de actitud y comenzó a interesarse en el estudio del solicitado protectorado, prefiriendo la anexión pura y simple? No es una aventura vincular este cambio de frente con lo que estaba ocurriendo en los Estados Unidos, en la nueva y colosal nación americana que mantenía a raya los designios europeos para con las débiles repúblicas latinoamericanas. No es tampoco dable atribuir a una pura y casual coincidencia que entre aquel año y el 1865 no sólo se produjera el retorno del dominio español a Santo Domingo sino la acción combinada de Francia, España e Inglaterra contra México, la invasión francesa del territorio mexicano, la 165

instalación de un príncipe austriaco en el mismo país, y los actos bélicos españoles contra el Perú y Chile. En efecto, si dirigimos la mirada a la historia de los Estados Unidos observaremos que el año de 1860 fue de gran crisis debido a que se ahondaba la división existente entre los Estados del Norte y los del Sur y prosperaba rápidamente la tendencia a la secesión hasta que el 20 de diciembre del mismo año comenzó a cristalizar con la separación de la Carolina del Sur. A este grave hecho siguió la separación de Mississipi, la F1orida, Alabama, Georgia, la Luisiana, Texas, Virginia, Arkansas, Tennessee y la Carolina del Norte y la división de Kentucky y Missouri, la reunión del congreso de Montgomery, que decidió la creación de la Confederación, la dotó de una Constitución y de un presidente, y por último la Guerra de Secesión comenzada el 12 de abril de 1861. Todos estos hechos fueron vistos desde Europa como el comienzo del fin de la gran potencia que desde principios de siglo había surgido en el Norte de América y, por consiguiente, como señal segura de inefectividad de la Doctrina Monroe. El panorama era para creer que la división de la gran república en dos federaciones se había consumado para siempre, que la guerra debilitaría a ambas partes contendientes, y que una sola de las dos federaciones no tendría la fuerza de todos los Estados juntos para contener el asalto europeo sobre la América Latina. Consiguientemente, en la misma medida en que se le perdió el respeto a los Estados Unidos cambió sin tardanza la política europea frente a nuestros países y se registraron los hechos arriba anotados. He aquí a grandes rasgos estos hechos: En lo concerniente a México ocurrió que en 1861, en París, Napoleón III se puso de acuerdo con desterrados conservadores mexicanos para restablecer la monarquía en aquel país y, con la secreta intención de congraciarse con Austria, recomendó para monarca a un hapsburgo, mientras por otra parte concertaba una acción común con España e Inglaterra contra México en apoyo 166

de reclamaciones de sus súbditos motivados por la suspensión del pago de la deuda externa. Para España e Inglaterra el único objeto del acto de fuerza era obtener satisfacción a las reclamaciones, proteger la vida y propiedades de los extranjeros y poner al pueblo mexicano en condiciones de elegir un Gobierno que asegurara la tranquilidad y el cumplimiento de las obligaciones internacionales, pero las miras ocultas de Napoleón III eran otras, aprovechando la guerra norteamericana. Las escuadras de las tres potencias llegaron a Veracruz en diciembre de 1861 y en enero de 1862 se celebró una conferencia entre los comisionados europeos, de una parte, y el representante de México de la otra. Esta conferencia culminó en un acuerdo provisional en virtud del cual se retiraron españoles e ingleses, pero el Gobierno francés se opuso a lo acordado y en lugar de retirar sus tropas a la costa en cumplimiento de lo convenido para el caso de no avenencia, las reforzó con un ejército de 6.000 hombres llegados de Francia bajo el mando del general Lorencez y ordenó la marcha sobre la capital. Se libró entonces la batalla de Puebla y se realizó la subsiguiente ocupación de la ciudad de México. Bajo el dominio francés una junta compuesta por conservadores proclamó la monarquía y fue llamado a ocupar el trono el archiduque austriaco Fernando Maximiliano. Todos sabemos el desgraciado desenlace de esta aventura por causa del retiro de las tropas francesas dispuesto por Napoleón III cuando, una vez terminada la Guerra de Secesión con la victoria de los Estados del Norte y restablecida más fuerte que nunca la unión norteamericana, sintió la presión de los Estados Unidos en 1867. En lo relativo al Perú la nueva línea dura española se dejó sentir en agosto de 1863 en ocasión de viejas deudas de la época de la independencia y de malos tratos dados a súbditos españoles en la hacienda de Talambo. Una escuadra venida de la península al mando del almirante Pareja se apoderó de las islas Chincha el 14 167

de abril de 1864 para cobrar las deudas explotando el guano, y esto dio lugar a que el Gobierno peruano del general Pezet ordenara la adquisición de buques de guerra, artillería y otros elementos bélicos, pero al demorar los pedidos el mismo gobierno se sometió a las exigencias españolas mediante un tratado firmado el 27 de enero de 1865. Este hecho causó la impopularidad del presidente Pezet, quien fue derrocado por una revolución dirigida por el general Mariano Ignacio Prado. Éste asumió el mando, firmó una alianza con Chile y el 14 de enero de 1866 declaró la guerra a España apreciando sin duda que la situación internacional le era favorable después del triunfo unionista del Norte. La Madre Patria tuvo que aceptar el reto en una época en que hubiera ya preferido evitar conflictos con países americanos y se desarrollaron los episodios de bombardeo de Valparaíso, el bloqueo y bombardeo del Callao y la retirada de la escuadra ibérica. A la alianza peruano-chilena se habían sumado Ecuador y Bolivia y en 1871, debido a la intervención de los Estados Unidos, se acordó una tregua que años después fue perfeccionada con un tratado de paz. En Santo Domingo el primer preludio del cambio de actitud de España ante las demandas dominicanas se produce discretamente con el arribo del brigadier Joaquín Gutiérrez de Ruvalcaba el 5 de julio de 1860, cuando ya en los Estados Unidos había de hecho una secesión y se veía venir la tempestad. A la llegada del comisionado español se suceden conferencias con el vicepresidente Alfau y el informe remitido a su Gobierno por el emisario, favorable a una anexión de la antigua colonia. Después tiene lugar la llegada de inmigrantes españoles procedentes de la península y de Venezuela y la de una comisión de instructores militares, hechos estos que posiblemente se relacionaron con el proyecto de protectorado o de anexión que se estudiaba. A seguidas se realiza el viaje del coronel Antonio Delfín Madrigal a los Estados Unidos, que el historiador García califica de misterioso. El misterio 168

sigue tan espeso como antes y sería interesante buscar en los archivos de Washington algún documento, si lo hubiere, que arroje luz sobre el asunto, pero las circunstancias que rodean aquel viaje permiten suponer que la misión de Madrigal consistió en sondear los ánimos en la capital norteamericana para prever su posible reacción en caso de un regreso de la soberanía española a Santo Domingo. No parece que interesara mucho el tema en el hervidero de conflictos políticos internos que era Washington en aquellos días. Es significativo que el regreso de Madrigal coincidió con la llegada a la capital dominicana de un personaje español de mayor jerarquía que Ruvalcaba: el brigadier Antonio Peláez de Campomanes, segundo cabo de la capitanía general de Cuba. Éste se ve con Santana en la célebre entrevista de San José de los Llanos y queda asombrado de la rusticidad del caudillo y de su vehemente deseo de realizar la anexión. Como consecuencia de este encuentro va a La Habana el ministro Pedro Ricart y Torres con el evidente propósito de ganar el poderoso concurso del capitán general Serrano para formar al todavía renuente Gobierno español, presidido por O’Donnell, a aceptar la anexión. La misión de Ricart contó con el apoyo del brigadier Peláez y obtuvo el de Serrano. La contestación que dio O’Donnell a la comunicación que Serrano le había remitido después de sus conversaciones con Ricart y Torres es sumamente cautelosa y en ella dice, por una parte, que el mal éxito de la empresa “crearía al gobierno de S. M. una posición sumamente falsa relativamente a las demás naciones del nuevo mundo”, y por la otra promete la anexión si el pueblo dominicano se pronuncia por ella de manera ostensible, espontánea y unánime. Desde el regreso de Ricart a Santo Domingo con esta noticia, todos los resortes de la dictadura santanista se ponen en movimiento, con el sigilo que es posible en tales circunstancias, para realizar el pronunciamiento en toda la República, ante la alarmada suspicacia de aquellos individuos y grupos que encarnan ideas y 169

sentimientos nacionalistas. Mientras tanto la ventajosa ocasión a que, para convencer a la antigua metrópoli, se referían Santana y sus emisarios mejoraba para ellos puesto que en los Estados Unidos la secesión se producía a fines de diciembre de 1860 y la guerra entre el Sur y el Norte estaba a punto de estallar. Todo se dispone precipitadamente en catorce días y el 18 de marzo de 1861 se lleva a cabo el pronunciamiento en la capital, seguido rápidamente por el de los otros pueblos y por la llegada de contingentes de Cuba y Puerto Rico. Los cuatro años y cuatro meses de soberanía española en Santo Domingo fueron de una creciente amargura para sus autores y para el gobierno de España, a causa de la progresiva rebeldía dominicana, a pesar de que la transformación del panorama político internacional calculado por el Gobierno español al decidirse a considerar en serio la solicitud de los retrógrados dominicanos y al resolverse por la anexión, quedó demostrada en hecho con el fracaso de la misión diplomática que llevó a Washington, por encargo del ministro de relaciones exteriores del Gobierno restaurador, Ulises Fco. Espaillat, al general Pablo Pujol en marzo de 1864. El Departamento de Estado no quiso recibirlo oficialmente ni reconocer la beligerancia dominicana, y Pujol tuvo que regresar a Santiago sin haber obtenido “más que promesas del Presidente Lincoln”, según se aprende en J. G. García, Historia de Santo Domingo. Es la segunda vez en el siglo XIX que una gloria de la historia mundial no manifiesta su grandeza en relación con nosotros, por razones circunstanciales. En 1821 Bolívar evita apoyar nuestra independencia y deja que Haití nos trague por estar empeñado en su campaña del Perú y para no disgustar sus grandes amigos los haitianos. En 1864 Lincoln resuelve olvidar en perjuicio nuestro la Doctrina de Monroe y no quiere incurrir en el enojo español en los momentos comprometidos de su guerra contra los Estados Confederados. 170

La noticia del fracaso de Pujol en Washington alentó al capitán general José de la Gándara, que era opuesto a la corriente española favorable a devolver su independencia a Santo Domingo, y quiso capitalizarla tratando de influir en los diputados de la Unión Liberal en Madrid para que se opusieran al proyecto de ley de abandono. Esta ley, sin embargo, se dictó el primero de mayo de 1865 y como consecuencia de la misma la ida de las autoridades y tropas españolas quedó completada el 11 de julio del mismo año. Poco antes, el 3 de abril, en los Estados Unidos, las tropas de la Unión habían ocupado Petersburg y Richmond y el 9 deponía el general sureño Lee las armas en Appomatox-Court House ante el ataque del norteño Grant. Días después, el 27 de abril, Johnston se rendía igualmente en Raleigh, con el resto de los confederados, al general Sherman. De este modo terminó la guerra civil norteamericana, que también había durado cuatro años, salvándose así, y resurgiendo más fuerte que antes, la unidad política de la gran república anglosajona. ¿Tiene este hecho relación con la cuerda y ecuánime disposición del Gobierno español presidido por Narváez, y de las mayorías parlamentarias en Madrid, a abandonar Santo Domingo y respetar el deseo del pueblo dominicano de ser libre e independiente? Una contestación concluyente a esta pregunta quizás se obtenga con una investigación en los viejos archivos de las cancillerías norteamericana y española, pero es razonable anticipar que no obstante la coincidencia de tiempo y el aparente enlace no tienen nada que ver el uno con el otro hecho, contrariamente a la relación que sí hubo entre Secesión y Anexión en 1861, por las siguientes razones. 1.- Porque salta a la vista que la causa eficiente del retiro de los españoles fue el heroico esfuerzo de los dominicanos para recuperar su independencia, si bien es dable que en Madrid midiera por propia cuenta las consecuencias del suceso norteamericano; 171

2.- Porque en aquella época ejercía en España el predominio político el partido de ideas más avanzadas y la nación era gobernada por una reina de sentimientos generosos. 3.- Porque Santo Domingo no era un país que ofrecía a España perspectivas económicas halagüeñas, y 4.- Porque entre la terminación de la guerra norteamericana y el triunfo del movimiento político español favorable a devolver su independencia a Santo Domingo no medió tiempo suficiente para que sobre el asunto hiciera la Cancillería norteamericana alguna representación cerca del Gobierno de Madrid. Esta conclusión, difícilmente rebatible, no puede venir más a propósito para destacar la gloria de la gesta cuyo centenario celebramos hoy, para honrar la memoria de las huestes restauradoras y sus ilustres paladines. Mientras en los orígenes de la anexión a España hay que admitir factores pertenecientes a la política internacional de la época, el triunfal desenvolvimiento de la lucha contra ella se opera no obstante la indiferencia norteamericana y en su terminación sólo brillan como factores decisivos el patriotismo del pueblo dominicano y la hidalguía de la Madre Patria. ¿Qué efectos tuvo la Restauración en los años que le siguieron, además de la existencia de la Segunda República? En el orden interno, la más grande empresa bélica dominicana de todos los tiempos creó una tradición que robusteció la conciencia de nación autárquica y puso base histórica a la confianza del pueblo dominicano en sí mismo para conservar su independencia. Desde entonces se generalizó en el pueblo la creencia orgullosa de que éramos los mejores guerreros del mundo, que podíamos vencer a cualquier nación que pretendiera invadirnos. Ningún cerebro normal pudo pensar ya que necesitábamos sacrificar nuestra soberanía, en totalidad o en parte, 172

en beneficio de una gran potencia, para librarnos de una nueva ocupación haitiana. Naturalmente que el orgullo de nuestra eficacia bélica cambió radicalmente en 1916, pero quien en esa época tenía conciencia de las cosas puede recordar aquel sentimiento de autoconfianza, que se reflejaba hasta en canciones populares, y me dará la razón. Hay que reconocer también que en el orden interno la gran experiencia de guerra adquirida de 1863 a 1865 produjo como resultado una reafirmación del recurso a las armas como factor de lucha partidista en nuestra vida republicana y dejó a los tiempos subsiguientes una legión demasiado grande de capitanes que, haciendo de la guerra su profesión, colocaron y defendieron durante muchos años sus posiciones políticas sobre el pedestal de sus méritos patrióticos. En el plano internacional los efectos principales fueron dos. Primero, el cambio de actitud de Haití con respecto a nosotros. No fue un simple cambio de política. Fue algo más profundo, fue un vuelco completo en la apreciación de la realidad y en su lógica con respecto a los dominicanos. Desde la generación haitiana que presenció desde más allá de la frontera la Guerra de Restauración, la idea de la unidad política de la isla bajo la soberanía haitiana quedó relegada al pasado. Y segundo, la influencia de nuestra titánica contienda, que fue la empresa de armas de mayor envergadura realizada hasta ese momento en las Antillas hispanas, en las vecinas islas de Cuba y Puerto Rico, y sobre todo el efecto alentador que produjo en ambas posesiones españolas la retirada de las tropas peninsulares, en los ambientes independentistas. No transcurrieron tres años y medio cuando en Cuba se produjo el alzamiento de La Demajagua y en Puerto Rico el grito de Lares, ambos movimientos con el concurso relevante de veteranos dominicanos, aureolados por el prestigio de su reciente hazaña. Este centenario glorioso debiera invitarnos también a vislumbrar el futuro y no solamente a reconstruir el pasado. No hay 173

duda de que a la altura de este año de 1963 hemos hecho grandes progresos políticos después de la amarga experiencia de la tiranía, y de que el orgullo patrio de los dominicanos se ha fortalecido al quedar afirmado por segunda vez que en Santo Domingo los tiranos terminan mal. A la tradición del esfuerzo por la independencia se ha agregado con mayor fuerza la tradición del cuido de la libertad. Pero como con el progreso en la esfera política ha venido por primera vez el planeamiento en gran escala de la cuestión económico-social, la vida del país se muestra incierta y rodeada de peligros, tanto en el aspecto institucional como en el del desarrollo económico. Hoy en día nadie puede pasar por alto la necesidad de mejorar el régimen social tradicional, que antes aceptábamos ingenuamente como algo impuesto por la naturaleza, para que haya justicia para todos. Empero las condiciones nuestras de país no desarrollado imponen reconocer también que la justicia social tiene que regir en la medida en que no altere la confianza ni desaliente la acción creadora del hombre individual. Hasta ahora no se ha inventado nada que supla la iniciativa privada, la diligencia libre y espontánea de los individuos, como el primer factor de desarrollo y adelanto de los pueblos. En los países en donde se ha alcanzado ya un grado muy avanzado de desarrollo económico y cultural podría implantarse un régimen sustancialmente socialista sin que sufra la vida futura de esos países. Pero en donde tantas cosas fundamentales faltan por hacer, como entre nosotros, un régimen revolucionario nos condenaría a un mayor empobrecimiento si tal régimen se exagera al grado de anular el natural aliciente del hombre de empresa. En vez de traer lo que buscan y reclaman los desposeídos, traería un aumento de la miseria y la desesperación. En esta gran conmemoración de la Patria, mirémosla desde lo alto dentro del panorama mundial y comparémosla con muchas otras patrias para que así sintamos intensamente la necesidad de 174

levantarla al nivel que exigen los tiempos poniendo a contribución toda la inteligencia, toda la sabiduría y toda la prudencia de que podamos disponer para que las soluciones que se adopten determinen un positivo progreso y no una caída lamentable que malogre la oportunidad del presente renacer.

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Perfil nacionalista de Gregorio Luperón* HUGO TOLENTINO DIPP

CONTEXTO HISTÓRICO Al través de las intrincadas leyes del decurso histórico, paso a paso y dolor a dolor, en hondo proceso de transformaciones sociales, germinaba la personalidad nacional desgastando las estructuras coloniales. Múltiples, sin embargo, fueron los desaires de la historia para con nuestro pueblo, para con su ambición de ser independiente. Largo embarazo. Dolorosa gestación la que alumbró el 27 de febrero de 1844 la ansiada libertad. Duarte, Sánchez y Mella fueron los más altos nombres de la gloriosa efemérides. La angosta vida impuesta a los dominicanos por la dictadura de Boyer, no pudo resistir la explosión de la nacionalidad. Los jalones de una evolución propiciaron el cambio. Y flotó una bandera: simbólico jirón de aquel trabajo de años en consciente e inconsciente hilvanar la independencia.

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Primer Premio del Certamen Literario organizado por la Comisión Nacional del Centenario de la Restauración de la República. Publicado en Clío, órgano de la Academia Dominicana de la Historia. No. 120.

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En la dura lucha que fraguó el triunfo, tan tropezado por desventuras y traiciones, se dieron cita las necesidades de los hombres de ser independientes y el pensamiento filosófico de los racionalistas franceses del siglo XVIII. En esa gran ebullición del patriotismo, en 1839, junto casi al nacimiento de la Trinitaria, vio la luz Gregorio Luperón. La independencia continuaría, por más de medio siglo, siendo la historia de su vida y, sobre todo, su vida. San Felipe de Puerto Plata le vio nacer. Rancia ciudad del Norte, sosegadamente recostada a la montaña, fronteriza al Océano, al Atlántico: mar de pródigas corrientes por donde Europa, su sabiduría, mantiene un lazo directo con las costas de su primera aventura descubridora. Sus padres, Pedro Castellanos y Nicolasa Duperrón, lo concibieron sin otro vínculo que el del amor. La madre era de muy modesto linaje y condición. Hijo sólo de su madre, por la inhumana ley, el vástago llevaba el apellido Duperrón. Más tarde la fuerza de las cosas, ¡cuántas! y, ante todo, la de nuestra cultura, españolizó la sonoridad del apellido convirtiéndolo en Luperón. En el ventorrillo de su madre dio los primeros pasos y conoció la estrechez y los largos sudores por el escaso pan. Por bondad y por el afán del niño, un inspector de Instrucción Pública le enseñó a leer. Mozalbete, en 1851, fue encargado por don Pedro E. Duboq, súbdito francés de alma más que generosa, de los cortes de madera que el rico propietario tenía en los bosques de Jamao. Allí, bajo la lozanía de los inmensos árboles, en el rudo trabajo, va forjando su carácter y su fuerza física. Tal era su agilidad y destreza, que muy pronto la leyenda local se enriquecía con sus primeras hazañas. Alcanzó, en medio de los hombres que guiaba en el trabajo, “consideración prematura”, según relata uno de sus biógrafos.

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La triste realidad de su tierra, de sus conciudadanos, fue repasada en muchas noches de paz campesina al través de hondas críticas. Entre otras lecturas, en un febril deseo de cultivarse, de abrirse horizontes, leyó las “Vidas Paralelas” de Plutarco. Con qué hondura debió penetrar el pensamiento del historiador y moralista griego en el espíritu de Luperón. “La maldad, decía Plutarco comparando a Lisandro y a Sila, aún con nobleza es digna de desprecio, y si a la virtud se tributan honores, no es por su nobleza, sino por sí misma”.1 En el humilde capataz, aquella frase debió nutrir su vocación al mando y a la gloria honesta. Temple de hombre y dolor de simple dominicano, iban también profundizando en él. No podía ser menos ante el penoso e irritante espectáculo de su pueblo, frágilmente independiente, caminando adolorido por las traiciones de los hombres que antes y después de ser libres lo querían esclavo. _____o0o_____ Aquel pueblo, todo intrepidez y arrojo, sacrificio y martirio, batallaba en Azua, en Santiago el 30 de marzo, para defender su soberanía en peligro. La nacionalidad la fue galvanizando el brazo popular en dura guerra contra el testarudo invasor. Desgraciadamente, no sólo era exterior el peligro. Dentro de la patria misma, los oscuros intereses y las malhadadas ambiciones se agrupaban en nefando contubernio antinacional.

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Plutarco. Vidas Paralelas.

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La institucionalidad republicana inaugurada por la primera Constitución, la de San Cristóbal, tan hija de los esfuerzos democráticos de las constituciones de Cádiz, de Norteamérica y de Francia, fue víctima de los grupos retrógrados que con la fuerza apoyaron a Santana a atribuirse los poderes absolutos que el artículo 210 de esa Carta Fundamental le otorgó. Santana, como si quisiera mostrar que su valentía y su lucha en los campos de batalla eran tan sólo los riesgos obligados de su desmedida ambición, pisoteaba los hombres y las leyes. El 27 de febrero de 1845, un año día tras día, después de la independencia, pagó al pueblo sus largos sacrificios, fusilando a María Trinidad Sánchez, heroína y mártir. Y, sobre todo, mujer. Muy oscuras había que tener las entrañas para asesinar a la mujer que bordara, en afanes domésticos clandestinos, la primera bandera dominicana. Ya entonces no hubo tregua para la desesperanza. La madre de Duarte fue expulsada el 19 de marzo. La irrespetuosa actitud ante las fechas gloriosas ayuda a describir al hombre. Ahora bien, aquellos gestos no eran el producto de iras momentáneas o caprichoso desequilibrio. Esbozaban toda una actitud política, proyectada,, como sombrío augurio hacia el porvenir nacional. La patria independiente, tan llena de frustraciones para el pueblo, se convirtió en botín de bastardas aspiraciones. Hasta las luchas heroicas contra Haití, fueron muchas veces usadas en el juego político interno para apoyar banderías que por su arrojo e intrepidez en la lucha, se creían con el derecho de atribuirse, como si fuera un premio, el dominio traicionero de la patria. _____o0o_____

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Por los caminos de Estrelleta, Beler, Las Carreras, Cachimán, Santomé, Cambronal, Sabana Larga, seguía el pueblo sembrando su resuelto e inveterado amor a la independencia. Taimadas y oscuras ambiciones burlaban todo ese continuado empeño. En 1850, en el primer gobierno de Báez, se hablaba ya de protectorado norteamericano. Antes, antes mismo de la independencia y poco después, se negociaba con Francia la mutilación de la soberanía. Entre Santana y Báez, anexionar a los dominicanos, quebrarle su albedrío, fue casi un vértigo. ____o0o_____ Ya en 1857 Luperón había abandonado los cortes de madera en Jamao, para desempeñar el cargo de comandante auxiliar del Puesto Cantonal de Rincón, nombrado por el gobierno del general Valverde. No duró largo tiempo el intento de Valverde de romper con aquella desleal dualidad encarnada por Santana y Báez. En junio de 1858 el primero asumía de nuevo la dirección de la República. II LA NACIONALIDAD OSCURECIDA El 18 de marzo de 1861, un nublado cielo cubrió la patria: la Anexión a España. Obseso, Pedro Santana, desde el balcón del Senado, hizo proclamar la pérdida de la soberanía. El lugarteniente del capitán general leía: “Numerosas y espontáneas manifestaciones populares han llegado a mis manos; y si ayer me habéis investido de facultades extraordinarias, hoy vosotros mismos anheláis que sea una verdad lo que vuestra lealtad siempre deseó”. 181

Santana mentía y mentían los hombres que junto a él querían hacer creer al mundo que el pueblo dominicano deseaba la Anexión. Al pueblo se traicionó, así es de simple decirlo y comprenderlo. Un testigo ocular de la proclamación de la Anexión, el cónsul inglés en Santo Domingo, Martín T. Hood, describe la escena a Lord Russell, ministro del Foreign Office, de la siguiente manera: “El lugarteniente de Santana se adelantó entonces hacia el balcón y leyó la Proclama, de la cual yo le envío una copia y traducción, declarando que Santo Domingo fue reincorporada a los dominios españoles”. “Hubo unos pocos, muy pocos, vivas en el balcón, los cuales fueron respondidos por los españoles presentes en la plaza. Pero ninguno de los dominicanos, ni siquiera los soldados, ni los extranjeros, tomaron parte en ellos”.2 Triste, pero alentadora verdad. En otros sitios, en Moca, Puerto Plata, Santiago, cuando no protestas hubo dolor y llanto nacidos en lo más recóndito del amor a la patria. Para el gobierno español, la Anexión tuvo razones varias: el temor a los intentos norteamericanos de hacer de las Antillas su propiedad, amenazando así las colonias españolas de Cuba y Puerto Rico; la ambición de agrandar sus dominios coloniales y la necesidad de distraer la atención del pueblo Ibérico hacia una nueva conquista, para hacerle olvidar la alocada y costosa política que frente al África del Norte había auspiciado. En resumen, razones viles e infecundas. ___o0o___

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Public Record Office. F. O. 23. Vol 43. Nº 912. Carta fechada el 12 de marzo de 1861. Documento copiado por el autor en Londres.

Desde el vértice del patriotismo, desde el corazón de Francisco del Rosario Sánchez, se abalanzó la nacionalidad en defensa de la independencia. La “Regeneración Dominicana”: como llamó al movimiento revolucionario que encabezaba, iba dirigido contra la Anexión sobre todo, pero también contra las pesadas herencias que la habían prohijado. Mal herido en la refriega, preso, Sánchez moría fusilado el 4 de julio de 1861 en San Juan. Y en el pecho también herido del pueblo dominicano, el eco engrandecía la frase venturosa: “Yo soy la bandera nacional”. ____o0o____ Luperón se irguió frente a la Anexión y se juró muy fuerte libertar su tierra y recobrar la nacionalidad. Su lucha se alimentaría de toda la historia: pasado y presente. Su misión era porvenir. Nadie encarnaría, tan cabalmente como él, la ansiedad y la lucha seculares del pueblo dominicano por su libertad. Desde Yásica, donde vivía de un pequeño comercio, se dirigió a Puerto Plata dispuesto a oponerse a la Anexión. Cuando llega, la felonía había sido consumada. A la invitación que se le hace para firmar el Acta de Anexión, opone una rotunda negativa. Valiente hasta las últimas consecuencias, comenzó a aglutinar las voluntades tristes o desesperadas y a unificarlas para el gran combate. Cuando el inspector de Jamao convoca al pueblo y le hace conocer que, mediante Reales Órdenes, todos los dominicanos debían entregar sus armas, Luperón, que allí se encontraba, expresó: “No, no entreguen Uds. esas armas: ellas deben servirnos para ser libres”. Ya entonces no se dio reposo. Conspira. Va y viene en ajetreos de insurrección. Cae prisionero y luego se fuga de la cárcel en gesto de bravura y osadía. 183

Tenazmente perseguido por las autoridades españolas sale del país. Parte a Cabo Haitiano, luego a los Estados Unidos, México, Jamaica. La idea era única en su mente: liberar su pueblo, encender la llama restauradora. De vuelta clandestinamente a Santo Domingo, se oculta bajo el nombre de doctor Eugenio. “Apóstol ya consagrado de la causa revolucionaria”, como lo llama Rodríguez Objío, recomienza, desde Sabaneta, “anudar los espíritus nacionalistas” en vista a la revuelta. Santiago Rodríguez, Ignacio Reyes, Norberto Torres, Benito Monción, Antonio Batista, Juan Antonio Polanco, Lucas de Peña, Manuel Jiménez, Bartolo Mejía y otros, se suman al afán libertador y suman sus comarcas. Representaban el anhelo de sus pueblos, lo aglutinaban. La faena patriótica era exaltante, febril. En ella buscaban los hombres entera comunión con los principios de libertad e iban al reencuentro de su razón de ser dominicanos, herederos de una lejana historia de luchas, ampliamente florecida en 1844. Ante la fuerza española y el ánimo guerrero de Santana, cualquiera pensaba que era vana temeridad e irreflexivo empeño, la actitud de aquel puñado de soldados. Pero David era más que un hombre, era todo un pueblo. ____o0o____ Lucas de Peña fue escogido como general en jefe de la Revolución. Luperón, con apenas veintidós años, fue designado, junto a Norberto Torres e Ignacio Reyes, miembro del Consejo de Jefatura con el rango de General de Brigada. El 21 de febrero de 1863, el pequeño ejército restaurador ocupa Guayubín. Luego Montecristi. En San José de las Matas y en Santiago, un clima de insurrección testimoniaba el patriotismo. 184

La reacción española fue violenta. En la persecución de los patriotas surgen las figuras espeluznantes de Buceta, Gobernador de Santiago, y de Campillo, ayudante de aquel. Un torrente de sangre dejaron tras sus crueldades los feroces defensores de la España colonialista. Sin embargo, feraz será la tierra fecundada con sangre libertadora! Luperón, perseguido, se oculta. España pone a precio su cabeza. Ante el primer fracaso, conociendo el temple de su pueblo, ni un desmayo, ni un temor, ni una duda cupieron en su espíritu. Subrepticiamente reinicia de inmediato el peregrinaje hacia la liberación nacional. Las Lagunas, Puerto Plata, Jamao, La Vega, prestan oídos a su propaganda revolucionaria. Desde La Vega se mantiene en contacto estrecho con los nacionalistas de todo el Cibao. ____o0o____ En los primeros meses de 1863, un agitado espíritu de rebeldía aventaba los campos del Cibao y la Línea Noroeste. Sabaneta, fértil suelo para el impulso revolucionario, se subordina la primera. Y el 16 de agosto, Guayubín se alumbra del fuego restaurador. La revolución regaba su caluroso grito hasta las puertas mimas de Santiago. En lucha singular, bizarría y esfuerzo compitiéndose la gloria, se pone cerco a Santiago. Los intentos para tomar el fuerte, bastión y refugio español, llenan la historia de audacias y valentías. En la batalla del 6 de septiembre, Luperón se jugó la vida como si el hecho de batirse por la libertad lo hiciera invulnerable. Entre los soldados y frente al pueblo su fama crecía, un justo renombre le iba coronando. 185

Los españoles, arrinconados en el fuerte, piden negociar. Luperón, desde su cuartel general en Marilópez, cerrando el paso a todo compromiso que pudiera desvirtuar el triunfo, escribe a los generales Gaspar Polanco, Benito Monción y José A. Salcedo: “Bajo cualquier punto de vista que se considere la situación, y a despecho del orgullo tradicional español, esos hombres son nuestros prisioneros y somos nosotros quienes debemos dictar las condiciones. Tal es mi sentir: si no se rinden a discreción deponiendo las armas, que perezcan todos en el castillo; pues en cuanto a mí no les permitiré ni comer ni beber sin que jueguen la vida a cada paso. Refuercen sus campamentos y no descuiden ninguna avenida para no dejarles brecha por donde escaparse y mantener con honra el derecho de la guerra y de nuestra independencia”. 3 Tras varios intentos, los españoles logran salir del fuerte. Luperón los persigue y les causa bajas sensibles. De regreso a Santiago da su aprobación a las iniciativas de José Antonio Salcedo para la creación de un ejecutivo provisorio. El 14 de septiembre de 1863 quedó instalado el Gobierno con Salcedo como Presidente y Benigno Filomeno de Rojas en la Vicepresidencia. Antes del nombramiento de Salcedo, los miembros del Gobierno escogieron a Luperón para presidirlo pero éste declinó el ofrecimiento. Tenía apenas 24 años cuando ya podía ostentar el más alto cargo de Gobierno. No quiso aceptarlo, porque no era su ambición ser presidente, sino simple soldado al servicio de la causa independentista.

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Manuel Rodríguez Objío. Gregorio Luperón e Historia de la Restauración. Santiago, 1939. T. I., pp. 70-71.

El Gobierno Provisorio le nombró entonces comandante de armas y gobernador de Santiago. Tampoco aceptó, dando como razones de su actitud los siguientes argumentos: “Siento infinitamente no poder desempeñar ni el uno ni el otro encargo, porque ambos destinos se hallan en abierta oposición con mis deseos. Al lanzarme en la arena de la revolución sólo he tenido por móvil el ansia de ver restaurada la República Dominicana, sus leyes y libertades”. Y agregaba: “Además, son las circunstancias excepcionales de una revolución, las que me han decorado con el título de general; nunca he sido militar y prefiero ante todo el dictado de ciudadano”. El porvenir, ancho y abierto del gran restaurador, se encargaría de demostrar, más de una vez, que en aquellas palabras no había trasfondo de retenidas ambiciones. El gesto de hoy, sería el de siempre. La libertad de la patria, la independencia, sin condiciones capaces de mediatizarla, total, esa era la ambición del líder nacionalista y él la defendía como el primero. Pocos días después de la famosa batalla del 6 de septiembre, Salcedo propuso a Luperón hacer llamado a Buenaventura Báez, a la sazón en Europa y quien no tardaría en vestir el traje de mariscal de campo español. Luperón rechazó de plano y con entereza semejante proposición. El mismo día de la instalación del Gobierno Provisorio se redactó el Acta de Independencia. El documento exhortaba a España a comprender el error en que había incurrido anexionando la República Dominicana: “...nuestra anexión a la Corona no fue la obra de nuestra espontánea voluntad, sino el querer fementido del general Santana y de sus secuaces...” _____o0o_____

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Ante las dificultades encontradas en La Vega, donde un grupo de pro-anexionistas mantenía una propaganda dañina a la causa restauradora, fue necesario designar un hombre capaz de poner límite a tan funesta situación. La elección fue simple, no podía ser otra: Luperón se encargaría de la defensa del Cibao. Para facilitarle la misión se otorgaban plenos poderes y el rango militar de general en jefe de las líneas Sur y Este. A su llegada a La Vega, sintió de inmediato la cargada atmósfera. El rumor persistente de la presencia de Santana en el Cibao aumentaba el desarreglo. Dice Rodríguez Objío, relatando la situación: “Los reaccionarios eran conocidos y sus manejos casi visibles; era preciso amedrentarles rápidamente o dejar perder la revolución; pero esos reaccionarios eran por desgracia dominicanos y Luperón no osaba herirlos: su corazón se negaba al sacrificio de sus conciudadanos”. 4 El profundo conocimiento que tenía de la sicología de sus compatriotas le hizo sentir la delicada coyuntura en que se encontraban La Vega y los pueblos aledaños. El ambiente se deterioraba día tras día. Comprendió entonces, que frente al problema de enajenación que ciertos grupos habían creado en la masa de esos pueblos, tenía necesidad de golpear rudamente la conciencia colectiva con un hecho que la hiciese recapacitar, primero, y ya luego volcarse libremente por el sendero de sus conveniencias nacionales. Afortunadamente, el hecho aconteció. Tomado prisionero el coronel español Galdeano, mientras se dirigía por escabrosos caminos rumbo a La Vega, pudo comprobarse que su misión era la de espiar y hacer contactos con los elementos anexionistas de la

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Rodríguez Objío. Op. cit. T. I., pág. 86.

villa. Sin ninguna vacilación y aplicando la justicia de la guerra, Luperón ordenó su ejecución. Dice la historia, que Galdeano fue fusilado a las diez de la mañana y que ya a las tres de la tarde del mismo día el Acta de Independencia, que La Vega no había acogido con entusiasmo, contenía más de dos mil firmas. Aquella actitud y las que cotidianamente tenía ante los mil problemas de la guerra, conjugaron en torno a Luperón las grandes mayorías de la región. Resuelto aquel grave problema se dio de lleno a la organización del ejército para afrontar al mariscal Pedro Santana. Ya para este entonces, Salcedo manifestaba abiertamente la ojeriza que tenía contra Luperón, entrabándole la libertad de mando tan necesaria en aquel momento. Con su cuartel general en Cotuí, el caudillo restaurador trataba de obviar todas las dificultades. El 30 de septiembre, apareció Santana en Bermejo. Luperón le salió al paso, teniendo antes que arengar a la tropa un poco indecisa frente a la fuerza del ejército español y al reputado nombre militar de quien lo comandaba. El ejército libertador inicia el ataque desde la montaña. Su empuje irresistible hace que el enemigo retroceda. Baja al llano a perseguirle, redobla la violencia de su ataque y no detiene su impulso hasta no ver la desbandada del enemigo. Gregorio Luperón, su patriotismo y su bizarría, alzaba triunfante la bandera nacional. No había mayor altura para colocar su estrella. _____o0o_____ Subyacentes, las debilidades y las ambiciones humanas carcomían el espíritu de Salcedo. Sin excusas, sin razones aparentes, el Presidente del Provisorio destituye a Luperón de su cargo de general en jefe del Ejército Libertador en las líneas del Este y del Sur. 189

Abrumado de pesar se encaminó a Santiago. A su paso salían los pueblos a pedirle que no abandonase la lucha por la libertad. Como si en algún momento hubiese transitado en su mente semejante idea. Para la patria su ánimo no tenía fisuras, ni cabía en él el menor desaliento. El hombre podía estar lastimado, pero los dolores eran parte de la lucha por los grandes ideales y, más bien, aceraban su voluntad. En Santiago, pidió permiso para ir a Jamao a ver su familia. Cada alto en su camino lo llevaba, vieja querencia de la tierra que encerraba sus recuerdos remotos, a Jamao, a Puerto Plata. De regreso a Santiago es nombrado general en jefe de las Fuerzas del Sur. Una vez en su destino, inicia con ardor la organización de las fuerzas de esa región. Ya el 7 de noviembre de 1863, tras mucho batallar, entra triunfante a San Cristóbal. Mientras el pueblo dominicano aunaba sus esperanzas en Luperón, un pequeño grupo, encabezado por el mismo Presidente Salcedo, atizaba pasiones y discordias contra el glorioso soldado. Vanas excusas servían a los juicios contra su persona. El agravio llegó a límites insospechados. En Baní, el general Pedro Florentino recibe la orden, firmada por Salcedo, de “sumariarlo y ejecutarlo”. El laconismo de los términos no se debía a razones de estilo militar, sino a la falta absoluta de argumentos para fundamentar tan grande injusticia. Florentino no cumplió la orden y lo dejó en libertad diciéndole: “Vaya Ud. al Cibao para que el Gobierno ejecute por sí mismo lo que me ha encomendado”. No se le escapaba al astuto general el fondo de las intrigas fraguadas contra Luperón. En Baní la Junta de Gobierno certifica en defensa del soldado los beneficios que su actuación aportó a la causa restauradora en aquellas comarcas. Los hombres más representativos de Ocoa hicieron igual. 190

Su llegada al Cibao produjo emoción. La gente le salía al encuentro para reclamarle que actuara. Pero él era incapaz de un gesto que pudiera dañar la independencia o manchar su nombre. Una vez en presencia del Gobierno Provisorio expresó, que “venía para que ellos lo ejecutaran, ya que Florentino no tuvo valor para hacerlo”. El Ejecutivo lo envió entonces a Sabaneta, en calidad de prisionero, bajo el cuidado de Santiago Rodríguez. No podían algunos levantados espíritus del Gobierno Provisorio mostrarse indiferentes ante las calumnias que querían deshonrar al gran patriota. Ramón Mella y Ulises F. Espaillat, pugnando por restablecer el honor y la entereza del restaurador, le aconsejaron, en carta firmada por Mella, de exponer ante la Secretaría de Guerra del Provisorio las etapas de su última campaña. Luperón lo hizo con lujo de detalles. La leal y caballerosa alianza de Mella y Espaillat dio feliz resultado. ____o0o____ Luperón fue destinado a Montecristi, bajo las órdenes de Benito Monción. A pesar de todas las ambiciones y del desequilibrio que aquella dura lucha creaba en algunos hombres, la historia se fue ordenando. Los acontecimientos mismos sirvieron para que aparecieran en su justo lugar los verdaderos valores. Al iniciarse la Segunda Campaña del Este, Luperón fue llamado a Santiago y enviado a la vanguardia de la lucha. El 29 de enero es nombrado segundo jefe del Ejército Libertador. Los días subsiguientes fueron de ruda refriega. En el combate de la Sabana del Vigía, la lucha se trabó cuerpo a cuerpo. Para ambos ejércitos las pérdidas fueron dolorosas. 191

En la batalla, Luperón se cubrió de gloria. El relato histórico de su lucha en medio de las tropas españolas alcanza lo sublime. Las implicaciones políticas de esta campaña fueron importantes. El gobierno español tomó conciencia de la fuerza de sus adversarios y del invariable propósito de los dominicanos de ser independientes. Decidió entonces entablar negociaciones para una suspensión de armas. La entrevista entre los representantes de ambas partes tuvo lugar en Bermejo, el 3 de febrero de 1864. Frente a la inclinación de Salcedo a aceptar la tregua, Luperón, apoyado por el general Eusebio Manzueta, mantuvo la tesis de continuar la guerra sin ningún paréntesis que pudiese desorganizar y hasta mediatizar el clima alcanzado por las armas restauradoras. Dice Rodríguez Objío que de haberse aceptado la tregua, “... ya la fuerza o ya el soborno habrían aniquilado pues radicalmente la Revolución Restauradora”. 5 La negativa de Luperón tenía legítimas razones: el temor de que el descanso de la guerra, la pérdida del ritmo que la contienda imponía a los hombres, diera lugar a que las apasionadas ambiciones, a la sombra de dudosas transacciones políticas, pudieran deformar o impedir el triunfo de la causa nacional. Se rumoraba que el Gobierno español preparaba una formidable invasión al Cibao al mando del temido general Juan Suero, apodado el Cid Negro en honor a su valentía. Luperón, seguro de que nada estimula y nutre con más fuerza el valor que lo honesto y lo justo del ideal que se defiende, respondió a Salcedo en los días en que se hablaba de tregua: “si continúa la guerra, sin municiones, sin armas y con pocos hombres, yo aseguro que el enemigo no pasará de aquí”. 6

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Rodríguez Objío. Op. cit. T. I., pág. 152.

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Rodríguez Objío. Op. cit. T. I., pág. 152.

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El Gobierno Provisorio confió en sus argumentos y le ascendió a general de brigada. En los primeros días de marzo se reinició la lucha. Después de haber derrotado al enemigo en Monte Plata y ya luego en Yerba Buena, el día 24 de ese mes, en reñido encuentro con los españoles, en el célebre combate de Paso del Muerto, cae mortalmente herido el Cid Negro. ——–o0o——– Cada triunfo de Luperón redoblaba las intrigas y azuzaba las envidias. En mayo del mismo año, enfermo, toma el rumbo de Puerto Plata buscando calma y reposo junto al solar nativo. Con todo y sus éxitos, la causa nacional peligraba. La invasión española a Montecristi, lograda tras feroz combate librado contra Pimentel, Polanco y Monción, comprometía la unidad alcanzada en todo el Cibao y la Línea Noroeste por las armas restauradoras. Las ambiciones de Salcedo, al margen totalmente de los ideales nacionales, contribuían poderosamente al menoscabo de aquella unidad. Frente a este estado de cosas, el Gobierno Provisorio llama a Luperón y le nombra Jefe Superior de Operaciones de la Línea Noroeste y delegado del Gobierno. El líder restaurador se dedica de inmediato a cohesionar los ánimos, muy abatidos y dispersos por ese entonces. “Las autoridades todas, locales y generales, declinaron su poder en aquel joven soldado, que resumía todo el prestigio y toda la fuerza de aquella época”. 7 A pesar de la valentía que como soldado mostraba, muchas quejas fueron acumulándose contra Salcedo. El general Gaspar

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Rodríguez Objío. Op. cit. T.I., pág. 181.

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Polanco, mediante un hábil movimiento militar derroca al Gobierno, y más tarde ordena la muerte de Salcedo. Gesto, en realidad, desafortunado. Luperón, aunque conociendo los enturbiados manejos de Salcedo y sabiendo las tantas intrigas que tejió contra su persona, protestó por su ejecución, considerando la actitud de Polanco contraria a la entereza de un soldado de la Restauración. ____o0o____ Polanco fue proclamado Presidente del Provisorio el 10 de octubre de 1864. El Gobierno que se inauguraba iba a tener como misión cardinal la integración en la lucha contra España de todos los intereses nacionales. La conformación humana misma del nuevo Gobierno lo hacía altamente representativo de los ideales populares independentistas. Vislumbrándose el triunfo, la administración de Polanco fue creando las estructuras administrativas en las que se iban a sedimentar y actuar las instituciones políticas de la República. Luperón fue llamado para ocupar el cargo de gobernador de La Vega. En su nuevo destino, se desvivió por dar a aquella ciudad una administración sólida. Y así lo hizo. Desde mayo de 1864 hasta enero de 1865 el Gobierno de Polanco mantuvo una política altamente benéfica para el triunfo de la causa nacional. Su fuerza, su entereza, fueron rasgos necesarios para marginar las oscuras corrientes que, alimentadas por intereses políticos extemporáneos y bastardos, arriesgaban desviar los objetivos de las clases afanosas de ganar la independencia. El fin inmediato que se propuso alcanzar el Gobierno fue la restauración de la soberanía. El proceso de la lucha y la firmeza con que lo orientara, dan sobradas razones para juzgarlo positivamente. 194

Ahora bien, a medida que el triunfo se hacía realidad, una parte de las fuerzas hasta ayer aglutinadas en el ideal nacional, iniciaron un movimiento político que prefiguraba las futuras contiendas intestinas. Frente a esa actitud, el 25 de noviembre de 1864, el Gobierno del general Polanco lanzó una célebre proclama, en la que ponía al descubierto las ambiciones de las diferentes banderías políticas que en el seno mismo de la guerra orientaban sus intereses futuros, y trazaban en líneas generales la orientación que dentro de la problemática nacional se proponía seguir el Partido Nacional, fundado en los inicios de la Restauración. La intrincada situación y el riesgo de que una guerra civil comprometieran pesadamente la independencia nacional, hizo que los miembros del Gobierno Provisorio, con Ulises Francisco Espaillat a la cabeza, decidieran dar su dimisión. El general Polanco tuvo que someterse ante la fuerza de los acontecimientos. Luperón fue encargado del Poder Ejecutivo. Los generales Pedro Antonio Pimentel, Benito Monción y Federico García, jefes del movimiento contra Polanco, nombraron el 24 de enero de 1865 una Junta Superior Gubernativa, designando a Benigno Filomeno de Rojas como Presidente y a Luperón, en calidad de Vicepresidente. Al gran soldado se le había ofrecido anteriormente la Presidencia, pero no quiso aceptarla. Convocada la Asamblea Nacional se reunió para la elección del Presidente y de los diputados. El general Pedro Antonio Pimentel resultó electo para presidir el Ejecutivo. La guerra contra España había terminado, prácticamente, a principios del año 1865. El 11 de julio de 1865 las tropas españolas abandonaban el territorio de la República Dominicana. Más tarde escribía Luperón sobre la Anexión a España y resumía en algunos párrafos, la heroicidad del pueblo dominicano en su lucha por conquistar la libertad: “En aquella grandiosa batalla de la independencia, que será eternamente la mayor gloria y honra de 195

la nación dominicana, cada pueblo y cada lugar era un inmenso campo de combate, y cada dominicano se convirtió en un soldado de la libertad!”. 8 La magnífica epopeya restauradora fue la prueba más contundente de la madurez del espíritu nacional. Frente a la Anexión, obra de obcecados intereses políticos, el pueblo dominicano, ampliamente, con toda la amplitud de las clases que lo componían, luchó hasta alcanzar la victoria y realizar políticamente sus ambiciones de conglomerado con características propias. III POR LA INTEGRIDAD NACIONAL Lograda la independencia y encauzada libremente la nacionalidad, Luperón regresó a Puerto Plata. Al triunfo de la revolución contra Pimentel encabezada por el general José María Cabral, éste le pidió que viniese a verle a Santiago a fin de que cambiasen impresiones. Como resultado del encuentro Luperón prometió apoyar al Gobierno, aceptando el cargo de gobernador de Santiago. Contra Cabral se levantaron en armas los representantes del baecismo y una facción del Partido Nacional. El general M. Rodríguez, quien encabezaba el grupo disidente del Partido Nacional, escribió al patriota restaurador, diciéndole que su movimiento nombraba “Protector de la República al general Luperón”. Su respuesta fue definitiva: “Ud. invoca en sus propósitos, decía a Rodríguez, como el tutelar apoyo de su empresa, el nombre del pueblo dominicano y al pronunciar ese nombre no dudo

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Emilio Rodríguez Demorizi. Escritos de Luperón. Santo Domingo, 1941, págs. 230231.

comprenderá Ud. y los individuos que lo rodean, que el gran pueblo lo compone la masa nacional, la familia toda que constituye la República: y esa misma masa, sin coacción alguna fue la que, sin amenaza de fuerza y voluntariamente, se adhirió en el mes de agosto al santo grito dado en la capital. Esa misma masa, que no la compone un individuo, ni una sola población, fue la que estando en el pleno goce de su autonomía, creó sus autoridades, su Gobierno Provisional, que apresurándose a cumplimentar fiel y religiosamente el encargo de su corta y transitoria misión, ha convocado y dejado instalar un Congreso que hoy representa en Santo Domingo lo que se llama pueblo dominicano”. Su amor a la democracia, su profundo respeto a las instituciones libremente surgidas de la voluntad popular, no pueden tener mejores ejemplos que esos agudos pensamientos, hijos de su profundo espíritu cívico. Los cantos de sirena del poder lo dejaban indiferente: “Paso en silencio el risible ofrecimiento que se me hace de la Protectoría...” Termina su carta ofreciendo garantías para los insurrectos, pero advirtiendo severamente: “...desde que se dispare un solo tiro, quedará sin efecto mi promesa, y todos correrán la suerte de la guerra”. 9 La conspiración baecista triunfó, y el mismo Presidente de la República, a quien el Partido Nacional reprochaba su debilidad y tolerancia frente a las maniobras de Báez, se adhirió al nuevo estado de cosas. Al llamado que le hiciera Cabral para que sumara su voluntad en favor de Báez, Luperón contestó: “Vistos los oficios del general Cabral, Protector de la República, y el Manifiesto que los acompaña, por el cual se proclama a Buenaventura Báez Presidente de la República, figurando el citado

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Rodríguez Objío. Op. cit. T. I., pág. 295.

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general José María Cabral, como el primer firmante, ordenándoseme al mismo tiempo que pronuncie esta provincia de mi mando a nombre de esos principios antinacionales; y no siéndome posible como soldado de Capotillo y prohombre de la gloriosa Restauración dominicana, llenar ese cometido sin traicionar mi conciencia y la santa causa de la independencia dominicana, vengo por la presente a deponer el mando...” 10 ____o0o_____ El mismo día de la juramentación de Báez, el 8 de diciembre de 1865, Luperón empuñaba las armas para defender los fueros nacionales. Puerto Plata fue el centro de este primer movimiento contra el gobierno. En un manifiesto, los revolucionarios señalaban las múltiples tentativas de Báez para comprometer la soberanía. Tantas fueron las causas adversas al triunfo inmediato de la revolución y al establecimiento de una firme unidad entre las fuerzas del Partido Nacional, que Báez pudo asentarse, con dureza dictatorial, en el poder usurpado. Luperón partió para las Islas Turcas. Amargas son, en verdad, las vicisitudes que hace correr a los hombres la amorosa dedicación a la causa de los intereses nacionales. Sólo seis meses habían transcurrido desde el triunfo restaurador y ya Luperón, el más conspicuo jefe de aquella gloriosa jornada, sufría las desventuras del ostracismo. Ahora bien, el Gobierno de Báez no contaba con la fuerza capaz de apuntalarlo y permitirle imponer al pueblo sus sombríos propósitos.

10

198

Gregorio Luperón. Notas Autobiográficas y Apuntes Hlstóricos. Santiago, 1939. T. I., pág. 362.

Unificados los criterios de la resistencia interna en torno al ideal del gran restaurador, se reinició la revolución contra Báez. El 8 de abril de 1866 desembarca en Puerto Plata. Al ofrecimiento que le hicieran los generales del movimiento para que asumiera la dictadura absoluta, rehúsa oponiéndole su respeto a las instituciones democráticas. Se formó un Triunvirato compuesto por Luperón, Federico García y Pimentel. Temeroso de que dentro de las filas nacionales se iniciaran rivalidades por el poder y para evitar confusiones acerca del motivo que lo llevaba a la lucha, escribe al general Pimentel una carta, en fecha 15 de julio de 1866, en la que externa “Soy entusiasta y ardoroso campeón, cuando se trata de combatir al extranjero o a sus representantes, pero tiemblo ante la perspectiva de una lucha de hermanos, movida por rivalidades o personales sentimientos”. 11 Al término victorioso de la revolución, presentó renuncia de su cargo de triunviro y de su rango de general en jefe, para retornar de inmediato a las Islas Turcas. En una carta de renuncia puntualiza: “Antes de concluir, permítanme Uds. reiterarles otro propósito que por mi manifiesto tengo expresado: “soldado de la Restauración, no pertenezco a ningún partido y nunca serviré intereses extranjeros, los que antes bien estoy siempre resuelto a combatir. Téngase eso bien en cuenta”. 12 El desarrollo del proceso revolucionario corría el riesgo de ser trastocado por la aparición de intereses contrarios al bienestar nacional. La urdimbre de ambiciones personales amenazaba la estabilidad alcanzada. La nueva situación obligó a Luperón a posponer su decisión. En una alocución explicaba al pueblo las

11

Rodríguez Objío. Op. cit. T. I., pág. 345.

12

Rodríguez Objío. Op. cit. T. I., pág. 344.

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razones de su vuelta al seno del gobierno: “…los acontecimientos que en el corto espacio de diez días se desarrollaron en el suelo dominicano, y las circunstancias de haber descubierto en el extranjero una intriga tendiente a relajar el principio de nuestra nacionalidad, me movieron a abandonar aquellas playas y unirme nuevamente a mis demás colegas, a fin de salvar a todo trance el orden perturbado y la patria amenazada”. 13 ——o0o—— El 22 de agosto de 1866 el general José María Cabral asume la Presidencia de la República. No queriendo aceptar ningún cargo público, Luperón instala una casa de comercio en Puerto Plata. La elección de Cabral significaba, en principio, el triunfo del Partido Nacional. Pese a los constantes esfuerzos del baecismo para fomentar la revuelta, el apoyo dado a Cabral por parte de los prohombres de la Restauración, sobre todo por Luperón, contribuyó a la estabilización del Gobierno. Desde el extranjero Báez no cesaba en su empeño de comprometer la soberanía a fin de alcanzar el poder. Desgraciadamente, Cabral, con propósito ambicioso y buscando neutralizar a Báez, empleaba procedimientos similares a los de éste. Luperón le escribía desde Puerto Plata, diciéndole, entre otras cosas: “Hoy se acusa a su Gobierno de proyectos antinacionales, y se asegura, que pretende negociar la Bahía de Samaná con el Gobierno americano. Ilústreme sobre este particular, porque en semejante caso, no estoy dispuesto a sostener su administración, antes bien, sería el primero en combatirla”.14

13

Rodríguez Objío. Op. cit. T. II., pág. 28.

14

Rodríguez Objío. Op. cit. T. II., pág. 67.

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La revolución baecista, apoyada por el dictador y antipatriota haitiano Salnave, irrumpió apoderándose de Montecristi. Luperón no podía vacilar. El equilibrio de la soberanía nacional estaba quebrantado. Quienes antes de 1844 habían tratado mil veces de venderla al extranjero, amenazaban otra vez con ponerla en pública almoneda. El caudillo restaurador alzó la voz y desnudó la brillante espada: “Dominicanos: la historia de Báez os es bastante conocida para que yo trate de bosquejárosla. Él siempre ha sido enemigo de la patria, y hoy, para colmo de su infamia, trata de vendernos por dos millones a los Estados Unidos de América... ¿Qué le importa a él nuestra independencia cuando no sabe lo que cuesta?”. 15 Cabral no apoyó de inmediato los pronunciamientos nacionalistas de Luperón. Subyacentes, las maniobras de Báez continuaban royendo el Gobierno. Luperón expresó a Cabral que con la ayuda inmediata de los líderes nacionalistas, podía darle el frente a Báez y vencerlo. El Presidente vaciló otra vez. Comprendiendo las dobleces de Cabral, partió de nuevo hacia las Islas Turcas. Desde allí le escribió con ánimo conturbado, aunque lleno de iracundo patriotismo: “Después, para mi mayor sorpresa, supe por vía de San Tomas, que Ud. negociaba con el yanquee parte de nuestro territorio, y este hecho me ha parecido el más horrible de su carrera pública”. 16 Acusación terrible, pero cierta. La historia confirma, más de una vez, las razones del líder restaurador para quejarse, tan amargamente, frente a un hombre que ayer nacionalista, hoy caía en un inaudito oportunismo.

15

Rodríguez Objío. Op. cit. T. II., pág. 89.

16

Rodríguez Objío. Op. cit. T. II., pág. 102.

201

____o0o____ En enero de 1868 Cabral capitulaba en las manos del general Hungría, quien asumió la Presidencia provisionalmente. El mes de mayo Buenaventura Báez, “Gran Ciudadano”, prestaba juramento como Presidente. Un largo período de reiterados atentados a la soberanía y a la nacionalidad se abría con este nuevo Gobierno de Báez. La política gubernamental estaría dirigida, paulatina y sistemáticamente, a mermar la integridad nacional. “Aún antes de prestar juramento, Báez manifestó su deseo de negociar inmediatamente para el arrendamiento del territorio de Samaná...”17 Sin detenerse en esas negociaciones, propuso luego la venta de Samaná por un millón de dólares en oro, más cien mil en armamentos, y dejaría para más tarde, no mucho tiempo después, la oferta de anexión del país a los Estados Unidos. ____o0o____ Las ambiciones de Báez encontrarían un gran incentivo en las declaraciones francamente imperialistas del Presidente Johnson, hechas en un mensaje extraordinario dirigido al Congreso a fines del año 1868. El jefe del Ejecutivo norteamericano trazaba en este documento las líneas generales de una política internacional expansionista, ya conocida, pero raramente puesta en claro con tanta falta de pudor. Al tiempo que declaraba la incapacidad de la República Dominicana y de Haití para edificarse sobre bases institucionales republicanas, traía a colación, a título de argumento efectista, la Doctrina de Monroe: “Si bien los Estados Unidos han profesado siempre una falta de inclinación a permitir que

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202

Sumner Welles. La Villa de Naboth. Santiago, 1939. T. I. Págs. 327-28.

cualquiera porción de este continente o de sus islas adyacentes se conviertan en teatro de un nuevo intento para el establecimiento de los poderes monárquicos, hemos hecho muy poco por añadir las comunidades que nos rodean a propio país...” Continuaba Johnson más adelante: “Esta cuestión es sometida a vuestra consideración con fervor, porque estoy convencido de que ha llegado el momento en que un procedimiento directo, como lo es la proposición de la anexión de las dos repúblicas de la isla de Santo Domingo no sólo tendría el consentimiento del pueblo interesado, sino que también será motivo de satisfacción para todas las demás naciones extranjeras.18 El gran cinismo de Johnson encontró eco favorable en el Gobierno de Báez. Sin tardanza el Presidente dominicano y su Gabinete escribieron una carta insólita al mandatario norteamericano expresándole en uno de sus párrafos: “Vuestra idea es preferible a cualquier otra política, en lo que se relaciona con nuestro país, puesto que es altamente honorable y muy aceptable a todo nuestro pueblo, cuyas esperanzas y deseos son de colocarse bajo la protección de esa poderosa República hermana”. En el año 1869 el Gobierno norteamericano, presidido por el general Grant, dará calor a la idea y pondrá en marcha todo el engranaje imperialista para tratar de anexar la República Dominicana.19 ____o0o____ Por encima de todas las divisiones que entre los diferentes líderes se manifestaban en el exilio, Luperón aparecía como el

18

Welles. Op. cit. T. I., págs. 327-28.

19

Welles. Op. cit. T. I., pág. 329.

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símbolo de las fuerzas patrióticas. Contra Báez no había mejor bandera que la del nacionalismo. Junto a ella todo el pueblo dominicano se aglomeraba en férvido abrazo. Y para defenderla sin demora ni cálculo, un nombre atravesaba el ámbito nacional: Luperón. En toda la República y en el extranjero, el caudillo era aclamado como el máximo defensor de los valores nacionales. El 29 de abril, desde San Tomas, escribía el general Pimentel: “Yo también tengo recibidas varias cartas de los amigos que están en el país, por las cuales me llaman a organizar y encabezar un movimiento contra el mariscal: parece que ellos lo creen posible y fácil. Con tal motivo he venido a esta plaza para unificar a todos los dominicanos amantes de su patria, y verdaderos enemigos del Gobierno antinacional de Báez, a fin de que apersonados y sin espíritu de extranjerismo, echemos las bases de una revolución vigorosa y nacional”.20 Pimentel ambicionaba la dirección del movimiento contra Báez, pero ante la amplitud de la solidaridad popular con Luperón le escribe reconociéndole la calidad y el mérito para ejercer la jefatura del movimiento: “Cualquier otro hombre que así se hubiese interpuesto en mi camino me habría condenado a la indiferencia, o a continuar mi marcha sin reparar en él; pero Ud. mi querido compañero, significa para mí la idea nacional...”21 Y era que Luperón, oponiéndose a los interesados propósitos con que algunos defendían la causa nacional, se entregaba a ella, en cuerpo y alma, con un despego hacia lo material difícilmente igualado en la historia dominicana.

20

Rodríguez Objío. Op. cit. T. II., pág. 128.

21

Rodríguez Objío. Op. cit. T. II., pág. 133.

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Los meses subsiguientes serían de gran tráfago en los preparativos de la revolución. Luperón, general de división y jefe del Poder Ejecutivo de la Revolución dominicana, viajaría constantemente por todas las pequeñas islas antillanas y Haití, en un afanoso empeño de atar cabos, de apretar voluntades y exaltar el espíritu patriótico en pro de la faena nacionalista. El arzobispo Meriño, a la sazón en Barcelona, escribe a Luperón lleno de júbilo por la decisión del caudillo de aceptar la dirección de la revolución. “¡Muy bien! amigo mío, yo le felicito de corazón! Ud. no desenvainará inútilmente su espada siempre vencedora, y su nombre que otras veces ha hecho estremecer los eternos enemigos de la patria, bastará ahora para confundirles”. En la misma carta, Meriño señalaba que tenía plena confianza en él para la creación de un Gobierno “patriótico, nacional, liberal y enérgico”, cuyos líderes fueran dedicados y “fieles servidores de la Ley”.22 Luperón respondió a Meriño con prístinos conceptos: “Para nuestro país, antes que todo, deseo la paz, y yo quiero que ella se establezca basada en instituciones liberales, que sean practicables entre nosotros”. Esta creencia, sobre lo que debía ser la República Dominicana, sus instituciones, era algo enraizado de manera reflexiva en el espíritu del gran patriota. Jamás, y así lo mostraría al correr de los años, tuvo la debilidad de improvisar sobre las conveniencias de su patria. Sus largos viajes por el extranjero, sus conocimientos, los virtió en función de las necesidades dominicanas, los orientó al través de las características de su pueblo. En él no hubo, nunca, bastardo y acomplejado intento de extranjerizar las instituciones nacionales. A título de conclusión, expresaba al prelado su gran

22

Rodríguez Objío. Op. cit. T. II., pág. 151.

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ambición: “…radicar en nuestra patria el verdadero sentimiento de nacionalidad”.23 Ese era su empeño más alto: troquelar el sendero de la nacionalidad, hacer que en él germinaran los sacrificios que el pueblo había pagado en las cruentas luchas por el logro de su independencia. ____o0o____ Acelerando su desbocada carrera hacia la intervención norteamericana y desirviendo constantemente el sentimiento nacionalista del pueblo dominicano, Báez atizaba todas las discordias e imponía su dictadura. Luperón protestaba ante el mundo por el compromiso con que se quería ligar la nación en perjuicio de su soberanía. Luego de poner al descubierto las diligencias de Báez y de los agentes norteamericanos, proclamaba: “Nuestras instituciones están muy claras, muy terminantes. Ellas prohíben, en cualquier forma, la enajenación de todo o parte del territorio de la República. Esto quiere decir, que constitucionalmente, la enajenación de Samaná es irrealizable; y lo es aún más cuando la mayoría del pueblo dominicano no presta ni prestará jamás su conformidad a semejante sacrificio, porque la venta de Samaná a una potencia extranjera, será un peligro para la independencia de la República Dominicana”. Y en las conclusiones de este histórico documento, decía con encendimiento: “Protesto de la manera más solemne contra toda negociación que tenga por objeto la venta de Samaná a cualquier potencia extranjera, sea en la forma que fuera, por creerla inconveniente a los intereses y a la seguridad del país y contraria a la Constitución del Estado”.24

23

Rodríguez Objío. Op. cit. T. II., pág. 160.

24

Rodríguez Objío. Op. cit. T. II., págs. 166-67.

206

Desde Kingston se dirige a bordo del vapor Carabela, hacia San Tomas. A su paso por Santiago de Cuba vinieron a verle algunos exilados dominicanos que allí se encontraban. Al invitarlo a bajar a tierra, contestó diciendo que no amaba pisar en suelo esclavizado. Ya por estos años los contactos de Luperón con los revolucionarios cubanos y puertorriqueños eran íntimos y sostenidos. Su fervor por la causa independentista de los dos pueblos hermanos constituirá una de sus más caras preocupaciones. A su fe nacionalista era consubstancial el ideal antillano. La altura humana alcanzada por Luperón no podía ser indiferente al doloroso drama que en Puerto Rico y Cuba se desarrollaba. El 23 de septiembre de 1868 Puerto Rico se irguió armado tras el Grito de Lares. Al través del Dr. Ramón Emeterio Betances, Luperón dio calor a la gloriosa hazaña. El fracaso de Lares no desanimó al patriota, ni aminoró su pasión por la independencia de aquella isla hermana. Más tarde, junto a Hostos, encontrará los mejores argumentos para alentar el ideal de Confederación de las Antillas. 25 ____o0o____ El Gobierno de Báez, no pudiendo enajenar la República, tentaba a su soberanía mediante empréstitos costosos. Mientras esto ocurría, las distintas fuerzas políticas revolucionarias experimentaban profundas divisiones, colisiones de intereses de grupos y hasta de personas. Atentó sólo al bienestar de su patria y frente a la inminencia del peligro a que estaba expuesta la soberanía dominicana por las

25

E. Rodríguez Demorizi. Luperón y Hostos. Santo Domingo, 1939, págs. 14 y15.

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últimas actuaciones del Gobierno baecista, Luperón escribe una carta al Secretario de Estado de Asuntos Exteriores norteamericano, en la que le envía adjunta una copia de la proclama hecha en Kingston. En uno de sus párrafos dice al Secretario de Estado Seward: “Como esa protesta la comuniqué también a los diferentes gobiernos de América y Europa, y la generalidad de esos gobiernos oportunamente me han acusado el correspondiente recibo, mientras V. E., acaso por sus numerosas atenciones, no lo ha hecho todavía; y como al mismo tiempo hay fundados motivos para creer que el General Báez no ha desistido en sus miras de enajenar aquel territorio, sin embargo de prohibírselo terminantemente el espíritu y la letra de la Constitución; asegurándose hoy que una asociación fundada en New York, u otro punto de los Estados Unidos, está en negocios con el mencionado señor Báez, circunstancia que trae en completa alarma a la República Dominicana, que no quiere, ni tiene voluntad de desprenderse de ninguna porción de su territorio, aunque sí siente las mejores inclinaciones a conservar con las naciones amigas, y especialmente con los Estados Unidos, sus más íntimas relaciones de amistad y de comercio...”26 Entre tanto, Luperón se lanzaba de lleno en la revolución contra Báez, en el barco El Telégrafo, perteneciente a la causa revolucionaria. A su llegada a Haití, a San Marcos, donde podía fácilmente establecer contacto con los patriotas del Sur, redacta una proclama A LOS DOMINICANOS, en la cual señala las actividades baecistas contra la soberanía dominicana, “ayer queriendo volver a españolizar el país, y hoy tratando de americanizarlo con la venta de Samaná, como lo confirman los documentos oficiales, los discursos producidos en el Congreso de los Estados Unidos...”27

26

Rodríguez Objío. Op. cit. T. II., pág. 211.

27

Rodríguez Objío. Op. cit. T. 11., pág. 241.

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Después de establecer los contactos con las fuerzas revolucionarias y encontrar solución a mil delicados problemas, zarpó de San Marcos el 29 de mayo en dirección a Puerto Plata. Bombardea El Castillo y pone proa hacia Samaná, donde desembarca y toma la ciudad. Desde el cuartel de Santa Bárbara de Samaná dirige una alocución a sus conciudadanos señalándoles que “el hecho Restaurador que se produjo ayer en vuestro recinto, es un hecho nacional...” En Samaná inició de inmediato la estructuración de los organismos del Estado revolucionario, al través de una Junta de Gobierno, en la que él asumía la Presidencia. Y para dotar a este Gobierno de proyecciones y de normas públicas, puso en vigencia el Manifiesto hecho el 17 de abril de 1869 a bordo del vapor El Telégrafo y firmado por la mayoría de los líderes del movimiento, en el cual se asentaba: “... la nación procederá a reconstruir su modo de ser político, por los medios de costumbre, llevando por lema la unión de todas las comuniones políticas que tengan cabida bajo el girón de su bandera nacional, pues que, en lo adelante, todos los dominicanos, sin excepción, tendrán el imprescriptible derecho de sentarse a su albedrío en el regazo de la patria, para cuyo logro se abolirá para siempre la pena de expulsión”.28 En Luperón no había odios. Demasiado grande y generosa era la causa que defendía para permitir que en ella encontraran caldo de cultivo los rencores personales. Los principios de libertad, de soberanía, de independencia poblaban sus ideales democráticos. Sólo los que trataran de mancillar la patria eran sus enemigos, porque lo eran del pueblo, de la nacionalidad. A la indiferencia con que eran escuchadas sus continuadas protestas dirigidas al Gobierno de Báez y al Gobierno norteamericano,

28

Rodríguez Objío. Op. cit. T. II., pág. 269.

209

respondió tomando a Samaná por las armas en gesto simbólico de su decisión de defender la soberanía, de su afán de oponerse, con su persona de por medio, a los intentos de vender esta porción del territorio de la República. Interponía su pecho entre el pueblo dominicano y sus tiranos. ¡Vigorosa e inexpugnable armadura para resguardar la integridad nacional! Luperón parte de Samaná a la Saona y de allí, pasando por Baní y Azua, llega a Barahona. La expedición de El Telégrafo no dio los beneficios deseados, pero creó un serio impacto en la conciencia dominicana. El vapor fue declarado fuera de ley cuando el régimen de Báez lo calificara de pirata. El Gobierno norteamericano dio todo su apoyo para destruir El Telégrafo, enviando barcos a perseguirlo por todo el mar Caribe. Poco tiempo después la embarcación era secuestrada por los ingleses. Luperón hizo una larga exposición a la Reina Victoria, demostrándole la falsedad de la acusación de pirata y su profundo respeto a las leyes internacionales. _____o0o_____ Terminado el año de 1869, escribe una carta al Presidente norteamericano Grant, en la que con juicio clarividente protesta, por las actitudes imperialistas e intervencionistas del Gobierno norteamericano. En uno de sus párrafos más relevantes, decía el gran estadista dominicano al general Grant: “Si apeláramos ambos a un juicio imparcial de las naciones cultas, y preguntáramos cuál es el verdadero pirata: entre el General Luperón, que montaba el vapor “Telégrafo” y procuraba salvar la integridad territorial del suelo que le vio nacer, o el Presidente Grant que envía sus vapores a ampararse de Samaná, sin previa autorización del Congreso americano la solución sería a mi ver difícil. Señor Presidente: S. E. ha abusado de la fuerza para proteger la más baja corrupción. Y si es cierto que es humillante para el pueblo dominicano tener 210

mandatarios tan traidores, no es menos indecoroso para el gran pueblo americano el que su Gobierno consienta en tan ruines achicamientos. Para ambas naciones el hecho es afrentoso”. Preciso es señalar, que el nacionalismo de Luperón, con todo lo intransigente que era, no tuvo nunca recurso al vilipendio contra los pueblos cuyos gobiernos trataban de anexar el país. Frente al pueblo norteamericano jamás tuvo un desliz. El razonado y profundo análisis que hacía de todas las circunstancias que rodeaban una situación política, nacional e internacional, lo llevaba a comprender el sitio preciso en que se colocaban las responsabilidades. Frente a los gobiernos norteamericanos imperialistas, era firme y tajante. Frente al pueblo norteamericano demostró comprender su gran sensibilidad democrática. Inspirada su lucha en los afanes populares, conocía el espontáneo amor de los pueblos por las causas justas. Ya en carta a José Joaquín Delmonte, Luperón expresaba: “La Gran Nación americana es bastante sabia y prudente para seguir a sabiendas una falsa política en nuestra tierra...”. Cuando así hablaba las negociaciones por Samaná no alcanzaban aún la gravedad presente. Pensaba, que la fuerza de la opinión pública nacional de los Estados Unidos se opondría de lleno a la anexión, tal vez sin querer creer que las dobleces de la política de aquel país la mantendrían al margen, ignorante de los inescrupulosos designios de sus gobernantes. En la carta dirigida a Grant, prevenía al Gobierno norteamericano del error que podía cometer anexando una porción o la totalidad del territorio dominicano: “En esta tarea degradante, decía el líder nacionalista, los traidores pierden el tiempo, el trabajo y el honor; más tarde o más temprano los hechos se restablecen. Las estafas de este género no tienen porvenir, no se borra una Nación por pequeña que sea, como una huella estampada sobre arenas. El Gobierno americano notificó a los franceses el año 66, que su permanencia en Méjico era una amenaza para la América; el pueblo dominicano pensaba lo mismo, y nuestro 211

Congreso discernió al invicto Juárez el título de “Benemérito de América”. Ahora bien, ¿no serán una amenaza para la América las usurpaciones de vuestro Gobierno?” Y luego continuaba más adelante: “La repetida doctrina de Monroe tiene sus vicios y sus delirios, nosotros creemos que la América debe pertenecer a sí misma, alejada de toda influencia europea, vivir como el mundo viejo, de su vino propio, local e independiente; pero no pensamos que la América deba ser yanquee. De un hecho al otro hay una gran distancia que no se puede salvar. Nosotros conocemos la respuesta que dio Washington a los ingleses cuando éstos le pedían un puerto en el litoral Norte, para establecimiento de una escala: “Cada pulgada del territorio americano cuesta al pueblo una gota de sangre”. La República Dominicana es un pedazo de tierra bien pequeño, que ha abortado grandes calamidades para las naciones que han pretendido usurparlo”.29 El análisis de Luperón a la doctrina de Monroe no podía ser más contundente. Situaba la política norteamericana dentro del ámbito internacional del siglo XIX, época de grandes cambios en la balanza de las fuerzas mundiales. Los Estados Unidos, con su famosa doctrina de Monroe, se apoyaron en la excusa de querer preservar toda América de la ambición colonialista europea. Aunque la doctrina hizo un pretendido planteamiento moral, apenas encubría las verdaderas intenciones del imperialismo norteamericano. La lucha entre las grandes potencias de la época no tuvo razón de ser filosófica ni de principios. Era, simplemente, un afrontamiento de grandes intereses económicos, pugnando por agrandar sus zonas de dominio.

29

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Academia Dominicana de la Historia. Informe de la Comisión de Investigación de los E.U.A. en Santo Domingo en 1871. Prefacio y notas de E. Rodríguez Demorizi. Santo Domingo, 1960, págs. 18-19.

De todas esas potencias, Norteamérica sería la más poderosa a partir del último cuarto del siglo XIX. La vecindad de Latinoamérica con aquella nación la situaba al alcance de los zarpazos de su imperialismo. ____o0o____ Grant no hizo ningún caso a los argumentos de Luperón y continuó impertérrito alimentando las miras antinacionales de los baecistas. La actitud desdeñosa del presidente norteamericano lo decidió a dirigir una exposición al Congreso de los Estados Unidos de América, protestando por las negociaciones que contra la soberanía dominicana se estaban llevando a cabo. En efecto, el 29 de noviembre de 1869 fueron firmados el Tratado de Anexión de Santo Domingo a los Estados Unidos y la Convención negociando el arrendamiento de la Bahía y la Península de Samaná. Considerando el Presidente Grant que, si no el Tratado, por lo menos la Convención sería ratificada por el Senado de los Estados Unidos, decidió enviar un buque de guerra y tomar posesión en nombre de su país, de aquella porción del territorio dominicano. Haciendo un llamado a la cordura y al sentimiento democrático de los representantes de la Nación norteamericana, Luperón protestó en términos precisos y con razonamientos concienzudos, dando prueba de un fino conocimiento del Derecho Público Interno como Internacional: “La República Dominicana, es abiertamente hostil a la idea de abismarse en una extraña nacionalidad...” Y agregaba: “El Gobierno Dominicano carece de poder legal, para resolver, como lo ha hecho, la cesión de Samaná por ahora, y la de todo el país más adelante, pues esos actos sólo son atributivos a la nación en masa, única que puede decidir la incorporación de una parte o el todo de ella, sin que dicha potestad pueda ser trasmitida a cuerpo ninguno del Estado”. Y remataba sus argumentaciones jurídicas con la siguiente frase: “En casos de 213

legal arrendamiento territorial de una nación a otra, la soberanía y la jurisdicción quedan incólumes y no declinan en favor del arrendador, como en el caso presente. La ocupación pues de Samaná, constituye un acto de violencia consumado por la fuerza que hiere la soberanía del pueblo dominicano y que la Gran Nación que V. V. S. S. representan debe rechazar como contrario a su civilización, al respeto debido al derecho y autonomía de los pueblos”. 30 Pero la codicia de las clases gobernantes dominicana y norteamericana, no prestaba oídos a juicios de derecho o a sentimientos humanos. ____o0o____ En el mes de febrero de 1870 Luperón se encontraba de nuevo en Cabo Haitiano. El almirante norteamericano del buque Severn, quien había llegado allí el mismo mes, fue a la goleta Concepción, embarcación que condujo a Luperón a ese puerto, con intenciones de hacerlo prisionero. Al enterarse de ello, el soldado nacionalista hizo una protesta formal ante el cónsul norteamericano. De haberse consumado la trama, difícil sería saber la suerte que le hubiese cabido. A partir de aquí la faena de Luperón sería más ardua. De Haití pasó a Capotillo a fin de fomentar la revuelta. De regreso a territorio haitiano, el Presidente Grant, al través del cónsul norteamericano Abraham Croswel, trató de sobornarlo, ofreciéndole quinientos mil dólares “para que pagara todos los gastos que había hecho en la revolución y que además le daría el nombramiento de gobernador general de la isla de Santo Domingo, con un sueldo de cincuenta mil pesos oro americanos anual, a

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214

Rodríguez Objío. Op. cit. T. II., págs. 321-322.

cambio de su adhesión a la anexión de la República Dominicana a los Estados Unidos”. Frente a tal infamia, Luperón dio el encargo a Croswel, “de decir al Presidente Grant, que las opiniones sinceras y honradas y de verdadero patriotismo ni se vendían ni se compraban. Que él, como patriota dominicano, cumplía con su deber y lucharía hasta morir en defensa de los derechos y de la independencia de su patria”.31 La entrevista tuvo lugar en presencia de Meriño, quien apoyó sin reservas la patriótica actitud. Había que tener poco tacto y muy roída el alma para proponerle a él, a Luperón, cometer semejante deslealtad. ____o0o____ Grant utilizaba todos los argumentos y todos los medios a su alcance para convencer a los representantes del pueblo norteamericano de la necesidad de anexar la República Dominicana a los Estados Unidos. Ante el fracaso de las negociaciones en el Congreso, gracias en gran parte a la oposición que hiciera el senador Charles Sumner, Presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, se dio autorización a Grant para que enviara una Comisión a la República Dominicana, compuesta de tres personas, con el encargo de investigar sobre el terreno mismo todo lo concerniente a la proyectada anexión. En los días vecinos a la llegada de la comisión circuló en todo el territorio de la República una hoja suelta, firmada por Luperón, en la que el gran soldado llamaba al pueblo a oponerse con las armas a las negociaciones anexionistas: “Aquí estoy yo”, expresaba

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Gregorio Luperón. Op. cit. T. II., págs. 169-70.

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Luperón en la patriótica página, “no como mandatario, sino como soldado del pueblo, dispuesto a apoyar su voluntad con toda clase de recursos; y a consagrarle mi vida con la misma fe que en los días de nuestra Restauración”. Terminaba el documento con la vibrante frase: “Amigos y compatriotas! ¡A las armas! La lucha sólo os puede preservar de la ignominia, sea nuestra única divisa. ¡Dios, Patria, Libertad, Independencia o la muerte!”32 Felizmente, el informe presentado por la comisión tampoco prosperó en los Estados Unidos. No era desconocida a los representantes norteamericanos la perenne actitud nacionalista y antianexionista del pueblo dominicano. A pesar de la desazón que todos estos fracasos producían a Báez, no lograban, sin embargo, apartarlo de la idea de menoscabar la soberanía dominicana. El 28 de diciembre de 1872, llegó a un acuerdo con una asociación de financieros norteamericanos para arrendar la Bahía y Península de Samaná. ____o0o____ Durante todo el año 1872 Luperón no descansó en su lucha contra Báez, contra la anexión, conciliando las distintas tendencias existentes dentro del movimiento revolucionario mismo. En el mes de mayo de 1873, desde Dajabón, donde estableció su cuartel general, se levantó en armas, viendo que en el pueblo dominicano habían madurado todas las condiciones para lanzarse a la lucha definitiva. Desde allí dirige una proclama al pueblo pidiéndole hacer la guerra a Báez, “para que, en fin, alcancemos a ser verdaderamente libres, lo mismo en la conciencia que en nuestras propiedades. Sí,

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216

Academia Dominicana de la Historia. Op. cit., pág. 31.

dominicanos, queremos vivir libres e independientes en esta tierra conquistada palmo a palmo por el esfuerzo de todos y de la que no dejaremos arrebatarnos ni una pulgada”.33 El bizarro soldado comenzó a combatir a Báez con denodado valor y firme esfuerzo. Poco a poco el movimiento fue ampliando su frente, encontrando eco en todos los rincones dominicanos. Ahora bien, el triunfo inminente de la revolución nacionalista, hizo tomar conciencia a las fuerzas reaccionarias del baecismo, quienes iniciaron un movimiento tendiente a perpetuarse en el poder, sacrificando a Báez. El general Ignacio María González, gobernador de Puerto Plata, dirigió el movimiento y constituyó en aquella ciudad un Gobierno Provisorio. Las características negativas del Gobierno de González eran evidentes, pero lo fueron más aún, cuando, mediante un decreto, excluyó de la revolución a los generales Luperón, Pimentel y Cabral. Queriendo asegurar su poder, González pensó que “no le era conveniente en esos momentos la presencia en la República del soldado restaurador. Dado el ambiente revolucionario del país, tomó aquella medida para evitar que el liberalismo y la honestidad de Luperón pusieran demasiado al descubierto su oportunismo y su incapacidad. Báez presentó renuncia en fecha 2 de enero de 1874 y en abril González asumió la Presidencia definitiva, luego de haber pasado algunos meses a la cabeza del Gobierno Provisorio. Elegido presidente y habiendo articulado el poder en su beneficio, emitió un decreto permitiendo a los generales proscritos volver a su patria. De regreso a Puerto Plata, Luperón reinició sus actividades comerciales, sin ambición política alguna.

33

Gregorio Luperón. Op. cit. T. II., pág. .191.

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Desgraciadamente, González no podía soportar la fama y la pureza del caudillo nacionalista. Más que por simple odio personal, la actitud agresiva, que el presidente le mostraba cada día con mayor encono, estaba condicionada en sus razones profundas por el lugar destacado en que la opinión pública colocaba a Luperón. González regía la nación en contradicción con las aspiraciones del pueblo. En toda la República, y sobre todo en Santiago, un aire de esperanzas democráticas levantaba el entusiasmo en pro de un movimiento con proyecciones revolucionarias. Para colmar ese espíritu el pueblo mantenía el mismo símbolo: Luperón. González quiso entonces eliminar al patriota y planeó su muerte. Del episodio que ilustra la trama y el atentado, salieron engrandecidos la serenidad, el coraje y el amor a la patria que caracterizaban ya al héroe restaurador. El atentado contra Luperón conmovió la nación. Desde Santiago, M. Grullón, Ulises Francisco Espaillat y Maximiliano Grullón, encabezando una carta al gobernador de Puerto Plata y firmada por lo más avanzado de aquella ciudad recriminaron el acto y expresaron enérgicamente los vicios del Gobierno de González. Íntimamente tocado por el gesto solidario del pueblo santiagués, Luperón contestó, en carta redactada por Hostos, con términos profundos, y austeros. El positivismo hostosiano, con toda su feliz influencia en nuestro medio, volcó en aquel documento lo mejor de su filosofía: “Voz de los buenos, voz del pueblo...” comenzaba diciendo. Y continuaba con conceptuosos pensamientos: “Mas si no quieren, si se obstinan en no devolver al pueblo la soberanía que consintió en delegar, digámonos y repitámonos, digamos y repitamos que no es para gozar de las corruptoras delicias del poder, sino para reformar las condiciones esenciales y las jurídicas de la vida dominicana, para lo que 218

reivindicamos la soberanía delegada”. Y en uno de sus últimos párrafos, consagraba lo que en Luperón fue un espontáneo juramento y dulce obligación: “…afirmar ante Dios, ante América, y ante nuestra propia conciencia, que nunca cometeremos la insensatez, que hoy es infamia, de ser dominicanos y no ser antillanos, de conocer nuestro porvenir y divorciarlo del porvenir de las Antillas, de ser hijos de la nueva idea y de abandonarla en Cuba y Puerto Rico”. 34 En Puerto Plata, junto a Hostos y al través de “La Liga de la Paz”, insuflaba a toda una nueva generación el espíritu patriótico y el amor a la nacionalidad. A la nacionalidad dominicana, propia, pero también a aquellas de los pueblos que como Cuba y Puerto Rico buscaban florecer por los caminos de la libertad. Desde su llegada a la República Dominicana, donde desembarcó en 1865, Hostos trabó íntima amistad con Luperón. Contaba el Maestro, años después, su primer encuentro en Puerto Plata: “Confieso que no dejó de parecerme extraordinario el encontrarme detrás del mostrador de una mercería al hombre que en la guerra nacional y en la civil había deslumbrado tantas fantasías”. 35 En lo adelante, estos dos campeones de la libertad lucharían unidos bajo el mismo sueño de confederar las Antillas. ____o0o____ El Gobierno de González no podía mantenerse largo tiempo ante el empuje de todo un pueblo ansioso de un Gobierno democrático.

34

Gregorio Luperón. Op. cit. T. II., págs. 245-50.

35

Rodríguez Demorizi. Luperón y Hostos, pág. 18.

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El movimiento revolucionario se inició en Puerto Plata encabezado por Luperón. En Santiago, donde la revolución tenía su más encendido espíritu, los líderes proclamaron la libertad. El impulso renovador se volcó por todo el país como un mensaje bienhechor. En documento público Luperón lanzó y apoyó la candidatura de Ulises Francisco Espaillat. La idea fue de inmediato acogida favorablemente por todos los grupos, ya que Espaillat gozaba del mayor prestigio y respeto en toda la República. Electo Presidente de la República, pidió a Luperón que aceptara el cargo de ministro de Guerra y Marina, a lo que éste accedió. El Gobierno inició de inmediato una serie de medidas benéficas para el país. Sus componentes, en todos los pueblos y ciudades, representaban lo mejor y más honesto. Por desgracia, la sorda conspiración de 108 elementos antinacionales no cesaba. El baecismo, amparado en la tolerancia de las autoridades, se daba de lleno a la labor de minar las bases democráticas del nuevo régimen. Apenas siete meses tenía el Gobierno cuando González, apoyado por la reacción baecista, promovió una revolución y derrocó a Espaillat, obligándole a buscar asilo en el consulado inglés. Luperón, después de hacer esfuerzos desesperados por contrarrestar la revuelta antipatriótica, partió de nuevo al exilio, a San Tomas. Las banderías políticas iniciaron una lucha estéril, que culminó con el triunfo de los baecistas, quienes llamaron al “Gran Ciudadano” a ocupar la Presidencia. El 27 de diciembre de 1876, Báez se instaló en el poder como dictador. Mientras prometía al pueblo un Gobierno democrático, lo traicionaba expresando al agente norteamericano su deseo de anexar el país, cosa que este último comunicó al Secretario de Estado en un informe secreto y confidencial de la siguiente manera: “En una conversación privada con el General Báez, éste me dijo que la

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única salvación del país está en la anexión, y todavía tiene esperanza de que ella pueda ser llevada a cabo”. 36 _____o0o_____ Báez fue derrocado, asumiendo el poder el general Ignacio María González, quien, gobernando sin ningún sentimiento democrático, hizo comprender al pueblo la necesidad de un nuevo orden de cosas. Desde Puerto Plata, Luperón inició el movimiento revolucionario. En agosto 3 de 1878, un amplio manifiesto fundamentaba lo justo de su causa: “Sí, la revolución a que nos lanzamos es el resultado de una lógica, de un sentimiento, de una aspiración hacia un orden mejor de Gobierno y de sociedad, de una sed de desarrollo y de perfeccionamiento en las relaciones de los ciudadanos entre sí; semejantes revoluciones son una manifestación incontrastable de la juventud y una vida que prometen largos y gloriosos períodos de crecimiento a esta comprimida sociedad”.37 El movimiento triunfó y el grupo de patriotas que lo encabezaba pidió a Luperón que aceptara ser postulado para la Presidencia de la República en el periodo constitucional que se iniciaba ese año. El gran nacionalista expuso en un documento las razones que le impedían de nuevo, aceptar aquel ofrecimiento. En uno de sus párrafos decía: “Todos deben conocerme y saber que siempre me he consagrado a servir los grandes intereses de mi patria en días de inminente peligro. Pero mi espada restauradora que es lo único de alguna valía que puedo poner al servicio de esos intereses, no debe pesar en la balanza de los

36

Welles. Op. cit. T. I., pág. 406.

37

Gregorio Luperón. Op. cit. T. II., pág. 383.

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destinos públicos sino para garantizar la independencia nacional e integridad del territorio patrio; y, como soldado de la democracia, para custodiar y defender las garantías y los derechos de mis conciudadanos”.38 El argumento resumía su vida. Ambición política personal no abrigaba ninguna. Mantener la independencia y la soberanía de su patria era su más cálido y exaltado anhelo. Cesáreo Guillermo fue electo Presidente y pocos días después partió Luperón para Europa. El Gobierno de Guillermo no tardó en ser totalmente antipopular. _____o0o_____ Cuando Luperón regresó de Europa y desembarcó en Puerto Plata a fines de 1879, encontró que aquel Gobierno se había convertido en una dictadura, llenando las cárceles de patriotas y persiguiendo sin tregua a todo el que se opusiera a su férrea voluntad. Las tropelías de Cesáreo Guillermo hicieron a todos los patriotas volver los ojos hacia el recién llegado. Encabezados por Luperón y el Padre Meriño, Puerto Plata desconoció la autoridad del Presidente y se dio un Gobierno Provisional. A Guillermo no le quedó más recurso que renunciar. La crítica situación en que se encontraba el país obligó a Luperón, presionado por la voluntad de todo el pueblo, a mantenerse durante un año a la cabeza del ejecutivo provisional. Su Gobierno devolvió la confianza a sus conciudadanos y creó, en todos los órdenes, las instituciones necesarias para el progreso del

38

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Gregorio Luperón. Op. cit. T. III., págs. 12-13.

país. Ni cárceles ni persecución se alzaron contra nadie. Gozó el pueblo del sistema más democrático de su historia. En el orden internacional la República se encontró con un crédito abierto y sano. La nacionalidad, la soberanía, la independencia, jamás habían disfrutado de mejores auspicios para firmar las bases de la personalidad dominicana. Al finalizar su mandato, no queriendo continuar en la Presidencia, avanza la candidatura del Padre Meriño para llenar el período constitucional. _____o0o_____ Meriño fue electo y Luperón inició un gran peregrinaje por Europa, donde, además de ser recibido por todos los jefes de Estado, conoció e intimó con lo más avanzado y lo más liberal del mundo de las artes y de la política europeas. Víctor Hugo, Gambetta, Garibaldi, tres hombres que resumían con su obra y su vida los ideales democráticos más puros, fueron sus amigos y compartieron con él sus nobles esperanzas. En sus funciones de Ministro Plenipotenciario y Enviado Extraordinario de la República ante diversos gobiernos europeos, aportó lo mejor de su ingenio para estrechar las relaciones internacionales entre su país y aquellos gobiernos. Para la República Dominicana no podía haber mejor embajador que aquel denodado soldado y civilista, defensor de las causas justas y de los más encumbrados ideales. Mientras estuvo en Europa no descuidó su vida como hombre de América, de las Antillas. Los exilados cubanos y puertorriqueños encontraron en él la mano abierta y generosa tendida hacia ellos. Flor Crombet, el nacionalista cubano, tuvo en Luperón un hombre de su causa. El Dr. Betances, ilustre puertorriqueño, vivió junto a él, en calidad de Secretario de la Legación dominicana 223

en París, y recibió de su espíritu el cálido aliento para la noble lucha por la independencia de Puerto Rico. _____o0o_____ A fines de 1882 Luperón regresa a Puerto Plata. Para el nuevo período electoral apoya la candidatura de Heureaux, quien no mostraba aún desmedidos impulsos ni ambiciones personales. Heureaux fue electo. El Partido Nacional, cuyo jefe era Luperón y ante el cual casi la totalidad de las fuerzas antagonistas habían hecho un paréntesis en sus luchas partidistas para sumar sus esfuerzos a las arduas tareas que imponía el equilibrio social de la patria, aglutinaba las grandes mayorías. Al finalizar el período del general Heureaux, bajo la égida de ese partido, triunfa en los comicios la candidatura Gregorio BilliniAlejandro Wos y Gil. En las postrimerías del año 1884 Luperón parte para España. A su regreso, cinco meses después, encuentra la situación del país bastante confusa. Por renuncia de Billini, Alejandro ‘Wos y Gil asume la Presidencia de la República y Luperón, a fin de consolidar la posición del Partido Nacional, acepta el cargo de delegado del Gobierno en el Cibao. Al acercarse los nuevos comicios, propone la candidatura Heureaux-Moya. Infortunadamente, la unidad existente en torno al Partido Nacional venía ya, por el resurgimiento de ciertos intereses, entrando en una etapa precaria. Moya rompe sus nexos políticos con Heureaux y forma candidatura aparte con Billini. La votación popular favoreció a Heureaux como Presidente y a Imbert como Vicepresidente. Las frustradas esperanzas de los perdedores no tardaron en desatarse con las armas en las manos. La República Dominicana 224

recomenzaba un doloroso trance de luchas intestinas, aguijoneadas por las pasiones y los intereses contrarios a las conveniencias nacionales. La revolución iniciada por los fanáticos de Moya, sangrienta y agotadora para todo el país, favoreció a Heureaux. Luperón apoyó la constitucionalidad del Gobierno, pero comprendió muy pronto las incontrolables ansias de poder existentes en Heureaux. Poco tiempo después de haberse juramentado éste, partió para los Estados Unidos y Europa, habiendo antes renunciado al cargo de delegado del Gobierno en el Cibao. En Aix les Bains, en Francia, encontró momentáneo alivio a una enfermedad que no pararía de atormentarlo hasta su muerte. De regreso a la República Dominicana, constató que sus temores frente a Heureaux tenían fundamentos reales. Las prisiones estaban llenas de presos políticos. Las persecuciones contra los oponentes de Heureaux mantenían una situación de desasosiego en todo el país. Luperón protestó de inmediato frente al sesgo que tomaba el Gobierno e hizo manifiesta su repulsa. El recio combate que ahora libraría tendría la misma altura patriótica de sus múltiples luchas nacionalistas. Heureaux comprometía el porvenir dominicano contratando empréstitos extranjeros lesivos a la soberanía. El compromiso contraído con la casa Westendorp, de Holanda, se manifestó, desde el inicio, como perjudicial a las finanzas públicas y peligroso para la integridad nacional. Luperón desaprobó de inmediato el empréstito y acusó públicamente al Gobierno de encaminarse por un sendero de entreguismo. Las negociaciones para el arrendamiento de la Bahía y Península de Samaná, aunque llevadas a cabo con cierta cautela, trascendieron públicamente, alertando e hiriendo la conciencia nacional dominicana. El Presidente norteamericano Harrison con el apoyo de su gabinete y de múltiples congresistas, sometía a 225

Heureaux un contrato de arrendamiento totalmente lesivo a la soberanía nacional. El dictador tomó medidas drásticas contra la alarma popular que aquel oscuro compromiso había despertado, y, por encima de todo miramiento, orientó su política de acuerdo a los intereses del imperialismo norteamericano. Contra todas esas infidelidades a la causa nacional, escribía entonces Luperón: “Endeudada fraudulentamente la nación; dilapidada la hacienda, se ha asociado el general Heureaux con los especuladores banqueros Westendorp y Mathieu, después de haber estafado a los accionistas de los funestos empréstitos de diez millones de pesos en Europa, para negociar con el Gobierno norteamericano la venta de la Bahía de Samaná. Como se ve, la insaciable codicia de oro, impulsa al tirano a la horrible traición de la patria, mientras se aprovecha de la falta de acuerdo en los partidos para dominarlos a todos. Está preparando siniestros planes para que la nación tolere dominaciones peores que la suya...”39 Impelido por las ansias de su pueblo, Luperón aceptó presentar su candidatura para los próximos comicios electorales. Y para ese efecto, se funda en Santo Domingo un Centro Propagador de la candidatura de Luperón. Heureaux estaba convertido en un verdadero tirano. Para poder subvenir a los enormes gastos con que había recargado la administración, en pago de prebendas, no temía comprometer la economía y la soberanía del país con empréstitos de más en más onerosos y leoninos para el tesoro público. ____o0o____ Luperón decidió lanzarse directamente a la lucha. Viniendo desde París, encabezó de inmediato la revolución y firmó en San

39

226

Gregorio Luperón. Op. cit. T. III., pág. 306.

Tomas el manifiesto lanzado por un grupo de patriotas desde Dajabón en el que acusaban al Gobierno de Heureaux de múltiples atentados a los derechos humanos, y, sobre todo, a la soberanía nacional. Decía el manifiesto a este último respecto: “...apurados todos los recursos pecuniarios de la República, aumentando el tipo de los impuestos, comprometidas en absoluto las rentas, agotados los millones que en sus manos pusieron los ruinosos empréstitos de 1888 y 1890, y en la necesidad de nuevos medios para consumar la ruina de la patria; el general Ulises Heureaux ha llevado la infamia hasta el extremo de vender en secreto a una compañía americana la Bahía de Samaná; lo que apareja, tras la vergüenza de la enajenación parcial del territorio dominicano, la absorción de la Patria de febrero y agosto por el poder americano, que, con todo su progreso, su libertad y su prestigio, esterilizará los sacrificios de nuestros padres en las sagradas aras de la independencia y de la dignidad nacionales”.40 El entusiasmo popular provocado por el anuncio de la candidatura de Luperón, enfureció la tiranía de Heureaux. Todo aquel que mostraba antipatía por su régimen, pagaba con la vida como precio de la osadía. ____o0o____ Los años subsiguientes los pasará Luperón en el exilio. Desde allí, no cejará un sólo instante de combatir la tiranía. A cada atentado de Heureaux contra la soberanía, constantemente amenazada al través de la codiciada Samaná, su voz se alzará en defensa de la nacionalidad. “Nada hay imposible para el heroico pueblo dominicano...”, decía esperanzado en las postrimerías de su vida.41 40

Gregorio Luperón. Op. cit. T. III., pág. 312.

41

Gregorio Luperón. Op. cit. T. III., pág. 330.

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A finales de 1896, en San Tomas, enfermo de gravedad, acepta la invitación que le hace Heureaux para que vuelva a la Patria. De lo recóndito de su alma envilecida, sacaba el tirano una actitud humana, tal vez la última que le quedara, para mostrarse agradecido y respetuoso ante el hombre puro. ____o0o____ Agotadora había sido la faena, muy largo el tránsito en lágrimas y heroísmos. El 20 de mayo de 1897, en Puerto Plata, su vieja ciudad amada, se le ausenta el aliento: alto definitivo de Gregorio Luperón, el más grande soldado de la causa nacionalista. Del pueblo, inagotable venero del patriotismo, abrevó sin cesar para nutrir su lucha por la causa nacional. Porque quiso el pueblo ser libre, más amó la libertad. Y fue su genio el de entregarse en cuerpo y alma, ignorando fatigas, a realizar la obra redentora. Por la historia, por el infinito acaecer, su vida se proyecta en el tenaz y cotidiano batallar de un pueblo que defiende su nacionalidad. Perdurable consejo el de Hostos a un amigo dominicano: “Es necesario que ustedes cultiven en el pueblo y en sí mismos la memoria de Luperón”.

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Anexión y Guerra Restauradora* Y

JUAN DANIEL BALCÁCER MANUEL GARCÍA ARÉVALO

Desde 1844 hasta 1861, cuando fue consumada la anexión a España, transcurre el período que en la historia dominicana se conoce como la Primera República. Durante esa época dos grandes caudillos se enseñorearon en el campo político criollo, los generales Pedro Santana y Buenaventura Báez, en torno de los cuales giraron los más destacados políticos de ese período. Ninguno de los dos tuvo fe en la potencialidad del pueblo dominicano para proporcionarse, y mantener incólume, la anhelada libertad. Ninguno de los dos creyó que el pueblo dominicano era capaz de sostenerse libre por sí mismo. Y cada cual, siempre que tuvo la oportunidad, hizo todo cuanto estuvo a su alcance para anexar Santo Domingo a España, a Francia, a Inglaterra o a los Estados Unidos. Para ellos no había preferencias, aun cuando pudieron mostrar alguna inclinación especial hacia España. Lo importante era ofertar el joven Estado al mejor postor; y el que primero aceptara la codiciada oferta, resultaría la metrópoli beneficiada.

*

La Independencia dominicana. Ediciones Mapfre de las Américas. Barcelona, 1992.

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LA ANEXIÓN A ESPAÑA En cuanto se refiere a la materialización del proyecto anexionista, Santana se adelantó a Báez, pues siendo presidente de la República Dominicana en 1861, gestionó y obtuvo de España la incorporación del país en condición de provincia ultramarina de la monarquía española. Ese acto inconsulto se perpetró el 18 de marzo de 1861. Las consecuencias de tal proceder fueron inmediatas. Santo Domingo devino en Capitanía General. El propio Santana fue degradado y de presidente de la República se convirtió en capitán general, cargo del cual posteriormente se vería compelido a dimitir alegando motivos de salud. Se restablecieron las instituciones jurídicas hispánicas. Se instauró una administración político-militar de trasfondo despótico. Los burócratas españoles desplazaron a los nativos de las principales posiciones administrativas del país. Se reorganizó el ejército y muchos altos oficiales criollos quedaron fuera de ese organismo castrense. Se aplicó una política de discriminación racial contra los dominicanos. Se establecieron elevados impuestos sobre el campesinado. El clero nacional también se vio afectado y hasta se intentó penetrar en los misterios de la masonería, una institución que fue respetada incluso por el general Pedro Santana.

PRIMERAS MANIFESTACIONES CONTRA LA ANEXIÓN Se ha dicho, sobre escasa fundamentación histórica, que ante la constante amenaza de las invasiones haitianas, el pueblo dominicano deseaba la anexión a España y que el general Pedro Santana en 1861 obró de acuerdo con ese supuesto anhelo popular. Nada más incierto.

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La anexión fue un acto reprobado por la generalidad de los dominicanos desde el mismo día en que ese paso fue consumado. El mismo 18 de marzo en la ciudad de San Francisco de Macorís, se originó un suceso de fatales consecuencias: cuando las tropas adictas al santanismo y al nuevo orden de cosas se dispusieron a arriar la gloriosa bandera nacional de los trinitarios, para izar en su lugar la bandera ibérica, un grupo de dominicanos intentó impedir que el sagrado lienzo tricolor fuese mancillado. Ello obligó al general Juan Ariza a disparar el cañón de la plaza causando la muerte de por lo menos tres compatriotas. Poco tiempo después, el 2 de mayo, en el poblado de Moca, el bravo coronel José Contreras –casi ciego– organizó un pequeño contingente para repeler las tropas españolas acantonadas en el pueblo. El movimiento fracasó en su génesis; Contreras y otros compañeros fueron reducidos a prisión y por órdenes impartidas personalmente por el general Santana fueron pasados por las armas. Al mes siguiente se organizó una expedición dirigida por los generales Francisco del Rosario Sánchez y José María Cabral, en la cual predominaba la facción baecista, que penetró a territorio dominicano procedente de Haití. El intento, sin embargo, tuvo singular importancia porque su trágico y fatal desenlace debió haber estremecido la conciencia nacional de la época. El valeroso Sánchez, aquel que el 27 de febrero de 1844 se había cubierto de gloria al enarbolar sobre la memorable Puerta del Conde la inmortal bandera dominicana, fue emboscado y herido en una breve refriega que tuvo lugar en la comarca de El Cercado. Apresado junto con 20 compañeros más fueron juzgados por un tribunal integrado por militares dominicanos y condenados a la pena capital. El 4 de julio de ese mismo año fueron inmisericordemente fusilados en San Juan de la Maguana. Después del lamentable final de Sánchez y sus correligionarios el pueblo dominicano, al parecer, optó por tolerar pacientemente

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la anexión y esperar hasta que se presentaran las condiciones apropiadas para iniciar su lucha de reivindicación nacional a fin de rescatar la República, y restituir las instituciones democráticas.

LA GUERRA RESTAURADORA En febrero de 1863 se produjeron en el país tres movimientos revolucionarios que las fuerzas españolas reprimieron con rapidez y eficacia: el día 3 en Neiba; el 21 y 23 en Guayubín y Sabaneta, simultáneamente; y el 24 en Santiago. El intento de mayor resonancia fue precisamente el de Santiago porque en la conjura estuvieron involucrados importantes personas de la elite de comerciantes del pueblo y porque, además, los principales cabecillas del movimiento fueron condenados al patíbulo. Entre esos desdichados patriotas se encontraba un joven poeta de nombre Eugenio Perdomo, de quien se dice que cuando las autoridades le ofrecieron un burro para conducirlo al patíbulo (porque era costumbre española transportar sobre un burro a los condenados a la pena capital), el bardo rechazó la oferta al tiempo de señalarle a sus ejecutores que los dominicanos cuando iban a la gloria, marchaban a pie y con la frente en alto.1 Los movimientos insurgentes de febrero no lograron cuajar. Dejaron, sin embargo, el germen efervescente de la revolución. Las autoridades españolas presentían o, mejor dicho, sabían que en todas partes se conspiraba; que existía un malestar generalizado, y que la gran mayoría del pueblo añoraba los tiempos de la independencia. Fue así como varios meses después, el 16 de agosto de 1863, varios patriotas que habían penetrado a territorio dominicano

1

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Véase “Diario de Eugenio Perdomo”, Clío, órgano de la Academia Dominicana de la Historia, 1942.

desde Haití –porque contaron con el respaldo del gobierno de ese país–, izaron en el cerro de Capotillo la bandera tricolor dominicana y dieron el célebre grito de revolución que marcó el inicio de la gloriosa epopeya restauradora. Entre esos valientes hombres figuraron Santiago Rodríguez, José Cabrera, Benito Monción y otros. De Capotillo, el movimiento se extendió vertiginosamente por toda la Línea Noroeste del territorio dominicano. Los españoles desplegaron infructuosos esfuerzos y desperdiciaron cuantiosos recursos con tal de sofocar la rebelión. Pero todo fue inútil, aunque justo es señalar que los dominicanos tuvieron que pagar un precio muy elevado por el triunfo. Ya para finales de agosto casi toda la Línea Noroeste se había pronunciado contra el régimen colonial español; de modo que Guayubín, Monte Cristi, Sabaneta, Puerto Plata, La Vega, San Francisco de Macorís y Cotuí pronto fueron comarcas estremecidas por las conmociones inherentes a los fenómenos revolucionarios. A medida que el movimiento evolucionaba, a los restauradores se les hacía imperativo escoger un lugar que fuera el centro de operaciones de la jefatura mayor política y militar de la revolución. Ese lugar, además, debía de representar un punto geográfico de no poca importancia para los líderes del movimiento restaurador. Y era obvio que en toda la Línea Noroeste y del Cibao, ese lugar no podía ser otro que la ciudad de Santiago, a la sazón bajo el control de una fuerte guarnición ibérica al mando del temible brigadier Manuel Buceta, de quien se dice que era tan cruel que el refranero dominicano recogió, de labios de la masa popular, la expresión “más malo que Buceta”.2

2

Al brigadier Manuel Buceta se le atribuyeron no pocos actos de violencia y atrocidades durante la anexión. Su nombre fue citado en la proclama dirigida a la reina Isabel, cuando los dominicanos decidieron restaurar la República.

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Los restauradores, pues, concentraron sus mejores fuerzas sobre Santiago. Rodearon a los españoles, que estaban situados en la estratégica fortaleza San Luis, y el 6 de septiembre iniciaron la batalla más larga que registran los anales de la historia dominicana, pues la misma duró 14 días ininterrumpidos.3 Los dominicanos, después de un cruento combate, terminaron imponiéndose sobre los ocupadores no sin antes haberse vistos precisados a adoptar la decisión de incendiar el pueblo de Santiago y obligar así a los españoles a abandonar una guarnición que ya no representaba, para ellos, la importancia geográfica de antes. Los ibéricos entonces tuvieron que abandonar el lugar, que había quedado completamente destruido, y replegarse hasta Puerto Plata. Los restauradores, por su parte, ocuparon lo que otrora era Santiago y de inmediato iniciaron la reconstrucción del pueblo a la vez que iniciaron el 14 de septiembre, el Gobierno Restaurador.

ACTA DE NACIMIENTO DE LA SEGUNDA REPÚBLICA Durante la sesión de instalación, el 14 de septiembre de 1863, del Gobierno de la Restauración se convino crear una comisión que redactaría un manifiesto o acta de nacimiento de la Segunda República. En dicho documento, consignó la comisión redactora, se debía anunciar al mundo y al gabinete español, las muy justas causales que han obligado a los dominicanos a sacudir, por la fuerza y las armas, el yugo con que dicha Nación hasta hoy les ha oprimido, y romper las cadenas a que una engañosa y forzada Anexión a la Corona de Castilla, preparada por el General 3

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J. Bosch, La Guerra de la Restauración, pp. 113-122, Ed. Corripio, S. D., 1982.

Pedro Santana y sus satélites, les había sometido, quedando restaurada la República Dominicana, y reconquistado el precioso don de la libertad, inherente de todo ser creado [...]. 4 Ese mismo día fue redactado el manifiesto en el cual los restauradores explicaban los motivos que les habían inducido a empuñar las armas, a fin de restablecer la República y reconquistar la libertad, “el primero, el más precioso de los derechos con que el hombre fue favorecido por el Supremo Hacedor del Universo”, decía el célebre texto. La anexión a España no había sido obra del pueblo dominicano, sino el querer fementido del general Pedro Santana y de sus secuaces, quienes en la desesperación de su indefectible caída del poder, tomaron el desesperado partido de entregar la República, obra de grandes y cruentos sacrificios, bajo el pretexto de anexión al poder de la España, permitiendo que descendiese el pabellón cruzado, enarbolado a costa de sangre del pueblo dominicano y con mil patíbulos de triste recuerdo.5 Reconocían los revolucionarios que los propósitos e intenciones de su majestad, la reina doña Isabel II, respecto del pueblo dominicano no eran lesivos, pero que los subalternos de la Corona por estas latitudes obraban en sentido contrario, al extremo de que las providencias de la Capitanía General se han transformado en medidas bárbaras y tiránicas que este pueblo no ha podido ni debido sufrir. Para así probarlo, 4

E. Rodríguez Demorizi (ed.), “Acta de Independencia“, Santiago, 14 de septiembre de 1863. Inserto en Actos y Doctrina del Gobierno de la Restauración, pp. 23-28, Academia Dominicana de la Historia, Vol. XV, Ed. del Caribe, S. D., 1963.

5

Actos y doctrina, p. 24.

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baste decir que hemos sido gobernados por un Buceta y un Campillo, cuyos hechos son bien notorios. La anexión de la República Dominicana a la Corona de España ha sido la voluntad de un solo hombre que la ha domeñado; nuestros más sagrados derechos, conquistados con diez y ocho años de inmensos sacrificios, han sido traicionados y vendidos; el Gabinete de la nación española ha sido engañado, y engañados también muchos dominicanos de valía e influencia, con promesas que no han sido cumplidas con ofertas luego desmentidas.6 Los dominicanos fueron tratados con cierta discriminación por las autoridades españolas, pues ellas se manejaron con “marcada arrogancia” ante un pueblo devastado por su lucha contra Haití, exasperándolo con agravios y medidas impositivas y reprimiéndolo con “persecuciones y patíbulos inmerecidos y escandalosos”; de ahí, en gran parte su firme resolución a luchar por el rescate de la libertad y la independencia “por las cuales estamos dispuestos a derramar nuestra última gota de sangre”.7 Desde Santiago, a los restauradores les fue posible estructurar un plan de defensa y ataque mucho más sistemático y eficaz. Recibieron colaboración internacional, específicamente de Haití y Venezuela. Intentaron, aunque infructuosamente, obtener respaldo del presidente norteamericano Abraham Lincoln, pero el concurso de la gran nación del norte le fue negado al emisario dominicano, que lo fue el general Pujols. Se reorganizó el Gobierno. El ejército nacional restaurador fue reestructurado y fue distribuido de acuerdo con las necesidades existentes, destinando los mejores recursos hacia las regiones de mayor atractivo e interés para el

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Ibid., pp. 26-27.

7

Op. cit., p. 27.

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gobierno como lo eran entonces el Sur y el Este que para mediados de septiembre aún no se habían pronunciado a favor de la santa causa nacional. En estas regiones, empero, no tardó en brotar, vigoroso y sólido, el sentimiento nacionalista y, ya para el mes de octubre, el Sur, parte de Santo Domingo y el Este estaban bajo el ardor libertador de la guerra restauradora. Los españoles realizaron esfuerzos descomunales a fin de detener el avance progresista de la revolución nacional dominicana. El general Santana, que ya había tenido severas contradicciones con las máximas autoridades españolas, se puso al frente de una imponente escuadra con el propósito de ir al encuentro de las fuerzas comandadas por el general restaurador, Gregorio Luperón, que marchaban victoriosas hacia Santo Domingo. Santana experimentó una estrepitosa derrota: sus tropas fueron repelidas en Arroyo Bermejo y, desmoralizado, retornó a Santo Domingo. Murió sorpresivamente el 14 de junio de 1864. Su inesperado deceso produjo la estampida de sus colaboradores más cercanos hacia las filas restauradoras, pues consideraban que ya nada tenían que hacer del lado de los españoles si su principal líder había desaparecido. Incluso en España se había generado un movimiento de opinión a favor de la emancipación de Santo Domingo, palpable en la prensa de la época. Los Estados Unidos, por su parte, también tuvo oportunidad para manifestar su desacuerdo con la reanexión de Santo Domingo a España, pues argumentaba que la intervención de potencias europeas en el hemisferio occidental atentaba contra los intereses comerciales norteamericanos en el Caribe. Entretanto, un país –como Santo Domingo– despoblado y asolado por la guerra, sin posibilidades de volver a tolerar la esclavitud, con pueblos aislados y sin caminos transitables que los uniera, en donde España tenía que invertir grandes recursos humanos y materiales, con escasas posibilidades de rentabilidad –dado el lastre de la guerra–, determinó que la permanencia de España en 237

Santo Domingo no representaba ventaja alguna, que no fuera obtener el triunfo en las armas, como cumplimiento del deber y salvaguarda del prestigio español en América, sobre todo de cara a sus posesiones de Cuba y Puerto Rico. 8 Después de casi dos años de cruenta lucha en la que el gran ejército español sufrió una de las más vergonzosas derrotas de su historia militar en el Caribe, los generales españoles optaron por proponerle a los restauradores un plan de evacuación. Para tal efecto se suscribió el pacto del Carmelo y el 10 de julio de 1865 salieron de la isla de Santo Domingo las tropas españolas, que se habían establecido en el país desde 1861. Con este hecho finalizaba la guerra y se restauraba, refulgente y orgullosa, libre y democrática, la República que 21 años atrás habían creado los trinitarios: la inmortal y gloriosa República Dominicana. Las consecuencias de la guerra restauradora fueron diversas. El Gobierno colonial español duró cuatro años y cuatro meses. En ese lapso hubo cuatro capitanes generales, que fueron los generales Pedro Santana (dominicano), Felipe Ribero, Carlos de Vargas y José de la Gándara (españoles). Entre Santana, las autoridades españolas con asiento en Cuba y los oficiales que le sustituyeron en el mando se suscitaron severos choques por el poder político y militar dentro de la jurisdicción colonial ibérica de Santo Domingo. Desde el 14 de septiembre de 1863, cuando se instaló el Gobierno Restaurador en Santiago, hasta la salida de los españoles

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Véanse las interesantes opiniones sobre la presencia de España en Santo Domingo durante el período de la Anexión, en R. Olivar-Bertrand, «Conflictos de España en el Caribe Juzgados por los Estados Unidos (1860-1870)», Cuadernos Americanos, nº 1, 1967; y la documentada obra de C. Robles Muñoz, Paz en Santo Domingo (1856-1865). El fracaso de la Anexión a España, CSIC, Madrid, 1987. Además, M. M. Guerrero Cano, «Causas de la Anexión de Santo Domingo a España», en revista Presencia Hispánica, n.º 1, enero-junio de 1987, Santo Domingo.

en julio de 1865, transcurrieron dos años y dos meses. En el decurso de ese breve período, los dominicanos si bien lograron mantener la unidad frente al enemigo común, no pudieron sustraerse de los conflictos internos dentro de los intersticios de la clase gobernante criolla. Fue así como, en el lado restaurador, se sucedieron tres gobiernos: el del general Pepillo Salcedo, que duró desde septiembre hasta octubre, cuando fue derrocado por un golpe dirigido por Polanco (Salcedo sería posteriormente fusilado); el que presidió el mismo general Gaspar Polanco, uno de los genios militares de la Restauración (a pesar de que no sabía leer ni escribir) y finalmente el que dirigió el general Pimentel, a partir de enero de 1865 cuando se materializó un plan urdido por él para derrocar a Polanco. La guerra restauradora es el conflicto social de mayor significación histórica en los anales de la República Dominicana. Fue al mismo tiempo una guerra de liberación nacional y una guerra social en la que participaron las más puras esencias del pueblo dominicano. Generó un movimiento de opinión de carácter eminentemente continental. Sus repercusiones fueron, pues, mundiales, y no se circunscribieron, como la revolución de febrero de 1844, a los límites naturales de la isla. Tal vez ha sido por eso que el egregio maestro puertorriqueño don Eugenio María de Hostos sostuvo que en el libro de la historia nacional dominicana, la Restauración había sido una página de trascendencia continental y de mayor proyección histórica que la del 27 de febrero. Y es que proclamar la República el 27 de febrero de 1844 fue mucho más fácil que la hercúlea empresa que advino inmediatamente después de la noche heroica del Baluarte del Conde. Lo difícil fue mantener la República erguida, soberana y libre; lo difícil fue defenderla de los frecuentes ataques, a veces combinados, de las potencias europeas y de los entreguistas nativos, que amenazaban con absorberla colonialmente para devorar todas sus riquezas; lo difícil fue ma239

durar la conciencia nacional de modo que cada dominicano se convirtiese, por sus propias convicciones, en un celoso defensor del patrimonio nacional. Pues bien, todo eso se logró durante la guerra restauradora. De ella emergió el pueblo más seguro, revestido de una inmensa fe en el porvenir, convencido de que era capaz de autogobernarse, y de enfrentarse a cualquier poder de la Tierra, para defender su autonomía. Una vez superadas las asperezas surgidas durante el proceso de emancipación, el pueblo dominicano no anidó sentimientos de animadversión hacia España, a pesar de lo cruel y devastadora que resultó para el país la guerra restauradora. En este sentido, el propio general Gregorio Luperón, cuya espada combatió con heroísmo a las fuerzas anexionistas de Isabel II, expresó de manera enfática en sus Notas Autobiográficas: sépalo quien tenga interés en saberlo. España no tiene hoy enemigos en las naciones que fueron sus colonias de América, sino hijos emancipados que son para los españoles verdaderos hermanos”. 9

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Cfr Notas Autobiográficas y Apuntes Históricos, general Gregorio Luperón, p. 31, t. I, segunda edición, Editorial El Diario, Santiago, R. D., 1939.

Reflexiones sobre la Guerra de la Restauración* FRANCISCO ANTONIO AVELINO

CRITERIOSPRELIMINARESDENUESTRAINTERPRETACIÓNHISTÓRICA En el recién iniciado siglo XXI, es un lugar común de los estudiosos de la historia dominicana valorar los hechos sociopolíticos transcurridos de 1861 a 1865 como los acontecimientos que iniciaron el protagonismo de las masas populares, sobre todo campesinas, y algunas capas urbanas en las luchas patrióticas y las lides políticas. En la realidad de las cosas, las luchas sociales en todas las épocas, países y regiones del mundo las han realizado los pueblos. Los jefes de tribus, caciques, jeques, caudillos, dirigentes, líderes, conforme prefiera llamárseles según los tiempos y lugares de actuación, han sido los conductores principales que organizaron y se beneficiaron mayormente de los hechos históricos. Los grandes cambios sociales y políticos en la historia humana no han sido hasta nuestros días (2003) otra cosa que una lucha

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Publicado en Clío, órgano de la Academia Dominicana de la Historia, No. 164.

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más o menos violenta hasta llegar a la guerra que concluye con la dominación de las mayorías por las minorías. Bien es verdad que estas minorías han sido en escala ascendente más numerosas en el largo trayecto de la historia: la aristocracia gentilicia de la antigua Grecia; los patricios romanos; los señores feudales; la alta burguesía; y el partido del proletariado y su vanguardia (los jefes del partido). Desgraciadamente, inclusive en los experimentos socialistas del pasado siglo XX, siempre se formó una burocracia minoritaria que gobernó y, en mayor o menor medida, se convirtió en una nueva clase privilegiada. Esperamos que en un futuro la humanidad pueda superar esta fatal tendencia hasta llegar al Gobierno de las mayorías. Partiendo de esta constante de la historia humana es que intentamos comprender la historia dominicana de 1861 al 1865. Ahora bien, estos hechos sociales no pueden explicarse sin tener en cuenta los acontecimientos que le precedieron: los más importantes fueron la hegemonía haitiana de 1822 a 1844 y las guerras de independencia, (Separación como decían quienes la hicieron). En otras palabras, la historia de la isla, toda entera, debe procesarse en el laboratorio. No podemos hacer un estudio serio de nuestro pasado sin tener en cuenta la historia de la colonia francesa, su revolución entiesclavista y el surgimiento del Estado haitiano. De ahí hemos partido, para tratar de aproximarnos a una comprensión de la Guerra de la Restauración. El criterio básico de interpretación es el siguiente: la insurrección antiesclavista haitiana desplazó del poder y exterminó a los dominadores franceses y de su volcán surgieron dos aristocracias o elites: una mulata y otra negra, las cuales se disputaron el poder en todo el decurso de la historia de ese pueblo. Desde las luchas guerreras con la colonia francesa, y luego, enfrentados al recién constituido Estado haitiano, los dominicanos forjaron una alianza tácita de clases que la minoría prohispánica rompió en 1861. De esta ruptura surgió la Guerra de la Restauración. Más tarde, 242

después de la derrota del baecismo y la casi realizada anexión a los Estados Unidos de América (1870-71) se formó una “renovada” aristocracia –el Partido Azul, mezcla de las antiguas clases dominantes y los caudillos y líderes ideológicos– surgida de las consecuencias históricas de la Guerra de la Restauración. Este proceso se acentuó con la preeminencia del caudillismo de Ulises Heureaux.

VISIÓN SOCIOLÓGICA Los 78 años que transcurrieron desde 1795 hasta 1873 fueron el período de formación de la conciencia nacional dominicana. Durante ese largo espacio de tiempo, los dominicanos padecimos la dominación de dos naciones europeas y una americana. En 1795 fuimos enajenados a Francia por el Tratado de Basilea, ejecutado en 1801 por un ejército haitiano, bajo el mando de Toussaint Louverture a nombre de Francia. En 1802 fuimos invadidos por un ejército francés al mando del general Leclerc. En 1805 un ejército del recién formado Estado haitiano nos invadió con el propósito de expulsar a los franceses y hegemonizar el poder político en toda la isla. Fracasó su expedición y en su retirada saqueó poblaciones, persiguió personas inocentes, secuestró y asesinó varios cientos de inermes pobladores no beligerantes. Habían surgido de la guerra social haitiana una nueva aristocracia: la elite mulata y la negra que pondrían en acción estrategias para hegemonizar el poder político en toda la isla. En 1809, con ayuda española e inglesa, encabezados por la aristocracia de origen español, fue expulsado el ejército francés de apenas mil soldados. En vez de constituir un Estado independiente, se produjo la reincorporación a España restableciéndose la colonia. Este acto de sumisión al orden colonial fue un hecho casi único en la historia decimonónica de Hispanoamérica. En 243

1821 fueron expulsados los españoles y se intentó incorporarnos a la Gran Colombia del libertador Simón Bolívar. Antes de haber transcurrido dos meses fue aceptada, casi forzadamente, la unificación con la República de Haití. La elite de la aristocracia criolla de estirpe española se vio obligada a ceder su recién alcanzada soberanía ante la acción política de la aristocracia mulata haitiana, que obtuvo la colaboración de esa aristocracia, las clases medias de sangres mezcladas y 12,000 esclavos recién liberados. En 1844 se produjo la separación de los haitianos y hubo que defender la independencia política en cuatro sangrientas campañas de guerra: 1844, 1845, 1849 y 1855-56. En 1861 se renunció a la independencia con una nueva reincorporación a España. ¿Por qué todas estas vicisitudes que condujeron a tantos cambios en el dominio político ejercido sobre la sociedad de los continuadores históricos de la antigua colonia española? La respuesta a esta incógnita nos conducirá a la comprensión de las causas de la Anexión a España en 1861 y de su consecuencia lógica: La Guerra de la Restauración. Según Jean Price-Mars, tomando prestado el tropo de Benedetto Croce, la gran insurrección antiesclavista haitiana fue la hazaña de la libertad. Lo fue, indudablemente, pero desgraciadamente Dessalines manchó la gloria de la gesta con la grave culpabilidad del genocidio de toda la población francesa. Este holocausto le imprimió un profundo sentimiento de horror, indignación y temor en la psicología colectiva de los pobladores de la antigua colonia española. A partir de este proceso histórico, toda la acción política de la mayoría de los dirigentes de los continuadores históricos de la colonia española, se impulsó por ese sentimiento de horror, indignación y temor. Había que evitar la repetición en la parte del Este, de una guerra social inmisericorde, que trastornara el orden social con244

virtiendo en dominadores a los dominados, y en dominados a los dominadores. Era el “mundo al revés”. En la República de Haití los africanos mandaban y los europeos que quedaron vivos (muy pocos) obedecían. En el siglo XIX Europa dominaba, en proceso expansivo, a una parte de América, una apreciable porción de África y algunos territorios de Asia. El sistema capitalista y el perfeccionamiento de las armas de fuego habían permitido imponer su dominio en una gran parte del planeta. Ese orden jerárquico, que se considera consecuencia de la superioridad innata de los europeos, se veía cuestionado por la proeza haitiana. A los antiguos colonos españoles les resultaba difícil aceptar ese “mundo al revés” que significaba la Revolución Haitiana y su nuevo Estado independiente. Así las cosas, en la parte del Este, hegemonizada por los haitianos, sólo un pequeño grupo de hombres de excepción, encabezados por Duarte, concibió la independencia absoluta. Ese es el gran valor de Duarte: le bastó la experiencia del despotismo haitiano para concebir la nacionalidad dominicana. Muchos entendieron que no era posible la plena soberanía, pues para ellos lo esencial era evitar la repetición del “mal ejemplo haitiano“, y en consecuencia, era preferible un protectorado o, mejor aún, la anexión a una gran potencia europea o americana de origen caucásico. Los próceres de excepción, los nacionalistas químicamente puros, los Duarte, Sánchez, Mella y sus seguidores, fueron desterrados; se impusieron Santana y Báez, caudillos anexionistas. Sánchez y Mella regresaron a partir de 1848 y se integraron a las pugnas partidistas (santanismo-baecismo). Durante la Primera República (1844-1861) la hegemonía política en las luchas internas fue de la aristocracia de origen español. El mismo Báez actuaba por ideología e intereses de clase como caudillo anexionista. En esa contienda interna terminaron por 245

imponerse los santanistas. Esta división de la aristocracia de estirpe española se reflejaría notablemente durante la Anexión y la Guerra de la Restauración. El 18 de marzo de 1861 Santana anexó la República Dominicana a la monarquía española. La oposición a la anexión a España la iniciaron desde antes de su consumación los próceres que permanecieron fieles a su compromiso político de 1844: Sánchez y Mella, quienes habían sido desterrados para facilitar el crimen de lesa patria. Fueron ellos quienes encabezaron desde el exilio y los nacionalistas de San Francisco de Macorís y Moca, las primeras resistencias a la anexión. Los partidarios de Báez se sumaron a la resistencia frente a la anexión, más por su antagonismo a todo lo que hiciese Pedro Santana que por una genuina convicción de patriotismo. La encubierta propaganda por la Anexión a España la hicieron Santana, sus consejeros y tenientes políticos, ofreciendo el acariciado ensueño de la modernización capitalista, que, en cierto modo, había ya propuesto a fines del siglo XVIII el padre Antonio Sánchez Valverde, consistente en endurecer la esclavitud para alcanzar la eficiencia productiva de la colonia francesa. Ahora se acariciaba la posibilidad de un orden colonial semejante al de Cuba y Puerto Rico. En el convenio de Anexión se había estipulado que la esclavitud no sería reimpuesta. Resultaba obvio que el propósito de imitar a las colonias esclavistas de Cuba y Puerto Rico contradecía esa estipulación del pacto de Anexión. Todo indicaba una obligación que, más temprano que tarde, terminaría incumpliéndose; así fue vista por José Contreras en mayo de 1861 y por muchos otros dominicanos ilustres, que ya habían alcanzado la intelección de la identidad nacional. Seguramente fue hijo de la nostalgia hispánica de fines del siglo XX, el aserto de 246

José Gabriel García, que consideró un absurdo pensar que España restablecería la esclavitud. Santana y los propagandistas de los beneficios de la Anexión ofrecieron y lograron pactar en la convención del hecho: 1.- El no establecimiento de la esclavitud. 2.- La República Dominicana, al ser anexionada, se consideraría como provincia de España. 3.- Se utilizarían los servicios del mayor número posible de aquellos hombres que le habían prestado servicios importantes a la patria desde 1844. 4.- Se amortizaría la moneda. 5.- Se reconocerían todos los actos de la República Dominicana de 1844 a 1861. Los partidarios de la Anexión difundieron la esperanza de que la administración española realizaría la construcción de caminos, puertos y otras obras públicas necesarias para el desarrollo del comercio. Se presentó el Gobierno español como una institución civilizada y progresista. Bien pronto los dominicanos se percataron del ilimitado autoritarismo de la administración española, con los fusilamientos de Moca, San Juan y Santiago. La moneda dominicana, que se ofrecía amortizar favorablemente, sólo se canjeó a contados personajes muy allegados al estrecho núcleo de los amigos del general Santana, mientras los comerciantes hacían del cambio un desvergonzado y lucrativo negocio. A las masas populares y a los que no eran santanistas se les rechazaba el cambio de la moneda bajo el pretexto de que las papeletas estaban deterioradas y podían ser falsas. Sólo un minúsculo grupo de oficiales permaneció en el ejército activo, la gran mayoría fue relegada a la reserva pagándosele la mitad del sueldo que percibía un oficial español. Las obras públicas se demoraron indefinidamente, no se veía ninguna mejora económica, 247

sino que por el contrario los comerciantes españoles recién llegados les hacían una competencia desleal a los comerciantes dominicanos. El autoritarismo se hipertrofió y degeneró en despotismo. La intolerancia se extremó en lo religioso, imponiendo un control indiscreto en la vida privada de los sacerdotes dominicanos limitándoles sus ingresos. Se prohibió la práctica de cultos religiosos del cristianismo reformado. También se prohibieron las sociedades masónicas. Tal vez el mayor error político fue que no se hizo nada para impedir el prejuicio racial y las prácticas de discriminación racial que se copiaban de Cuba y Puerto Rico. Los dominicanos se percataron, casi de inmediato, que eran súbditos de segundo orden por el simple hecho de tener sangre mezclada. Recuérdese que la generalidad de los colonos de la parte Este eran híbridos desde la segunda mitad del siglo XVII y la mayoría de la población continuaba siéndolo en mayor proporción en la segunda mitad del siglo XIX. Los prejuicios raciales que exhibieron los españoles hacían temer que la esclavitud podría restablecerse en un futuro próximo. Los excesos arbitrarios del general Buceta, nefasto jefe militar del Cibao, colmaron la copa de la paciencia dominicana. Fue la cruda realidad del régimen colonial español la causa de que muchos dominicanos que siguieron sintiéndose españoles a pesar de las independencias de 1821 y 1844, cambiaran sus convicciones políticas. Después de 1861 el despotismo español y la discriminación racial, religiosa y doctrinal, los llevó no sólo a diferenciarse de los haitianos, sino también de los españoles. La Guerra de la Restauración fue el inicio del final procesal de la concepción colectiva de la identidad nacional como llegaron a sentirla e imaginaron su onticidad los dominicanos de la segunda mitad del siglo XIX y el siglo XX.

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APROXIMACIÓN PARA LA COMPRENSIÓN SOCIOLÓGICA DE LA PROEZA MILITAR DE LA GUERRA RESTAURADORA Numerosos partidarios de Santana y España bien pronto desertaron y se sumaron al movimiento restaurador. Este proceso explica el portentoso milagro militar que fue la rápida derrota del ejército español en toda la Línea Noroeste y casi todo el Cibao. En poco menos de 30 días,1 los restauradores expulsaron del Cibao a las tropas españolas y sus generales y asesores criollos sólo pudieron defender y retener en sus manos una Puerto Plata sitiada y a Samaná prácticamente no hostilizada. La Guerra de la Restauración, que había comenzado como una conspiración de los oficiales híbridos de los mandos medios del ejército diseminados en la Línea Noroeste, o refugiados en Haití, logró la colaboración masiva del campesinado. Se había convertido en una guerra popular. ¿Cómo explicar este prodigio político y militar? Ni la pericia ni el don de mando del general Gaspar Polanco, o el talento, audacia y valor de generales como Santiago Rodríguez, Gregorio Luperón, Benito Monción, Pedro Antonio Pimentel, Federico de Js. García, José Cabrera, José Antonio Salcedo y tantos otros alcanzan a explicarlo. La razón es más profunda que una acertada dirección política y militar. Los dominicanos vivieron una alianza de todas sus clases sociales para enfrentar al adversario francés del Occidente durante los siglos XVII y XVIII. En el siglo XIX (1838-18441856) se reconstruyó una alianza para resistir primero y derrotar después la hegemonía de los haitianos. Ahora, en 1863, se reconstruía la alianza rota parcialmente por parte del sector anexionista de los criollos de elevada condición social. En el Cibao primero y luego en todo el país, las masas de sangres mezcladas y la minoría

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El 13 de septiembre Buceta se retiró de Santiago y se abrió paso hacia Puerto Plata.

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nacionalista de los criollos ilustrados se unieron de nuevo para enfrentar a los españoles y a sus asesores criollos. Esta alianza inició la formación de una nueva aristocracia, cuya elite formaría, andando el tiempo, los cuadros dirigentes del Partido Azul. Guerra de independencia y guerra civil a la vez fue el signo característico de la gesta de la Restauración. Las descripciones de Luperón, Rodríguez Objío, Bonó, La Gándara, González Tablas, José Gabriel García, Archambault y López Morillo no dejan lugar a dudas sobre el carácter popular de esta cruenta guerra en la que se sentenció a muerte a Pedro Santana2 y se organizaron los Consejos de Guerra Verbales para castigar a los hombres que colaboraban y espiaban para los anexionistas. 3 La Guerra de la Restauración fue el incentivo psicológico y el modelo de estrategia militar de la guerra de la independencia de Cuba. Los cubanos pensaron que si los dominicanos habían derrotado al ejército español, ellos también podían hacer lo mismo. Los puertorriqueños también iniciaron en Lares su primer movimiento independentista. Máximo Gómez aprendió, combatiendo a los restauradores, la táctica de la guerra de guerrillas que Ramón Matías Mella impuso por su circular en octubre de 18634 y el vicepresidente Espaillat ratificó por su circular del 24 de septiembre de 1864. 5

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Rodríguez Demorizi, Emilio. Actos y doctrina del gobierno de la Restauración. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1963. pp. 72-73. (Academia Dominicana de la Historia, Vol. XV). Rodríguez Demorizi, Emilio. Actos y doctrina, pp. 94-95. La instrucción para la guerra de guerrillas, oficio No. 212 del Gobierno Provisorio de Santiago, del 26 de enero de 1864, en donde se alude a la famosa circular del mes de octubre del año anterior, reproduce casi íntegramente, con muy pocas variaciones, la circular citada. Véase Rodríguez Demorizi, Emilio. Homenaje a Mella, Santo Domingo, Editora El Caribe, 1964, pp. 251-257. (Academia Dominicana de la Historia, Vol. XVIII). Véase también Rodríguez Demorizi, Emilio. Actos y doctrina..., pp. 14-15. Rodríguez Demorizi, Emilio. Diarios de la guerra dominico-española. Santo Domingo, Editora El Caribe, 1963, pp. 107-109.

Algunos estudiosos de la historia dominicana imaginan –en su entusiasmo patriótico– que la estrategia de la guerra de guerrillas fue una creación del genial talento del insigne prócer Ramón Matías Mella; en realidad, el acierto de Mella, quien actuaba como miembro de la Comisión de Guerra del primer Gobierno Restaurador, fue su valoración de la utilidad de esa especial estrategia para la guerra que aplicaban los dominicanos a partir de 1863. Mella, Luperón, Espaillat, Grullón y otros habían leído el famoso libro de Plutarco titulado Vidas Paralelas 6, en donde relata la biografía de Fabio Máximo, quien vigiló, hostigó y debilitó, mediante pequeños combates, a Aníbal, sin exponerse a una batalla decisiva. Fue éste uno de los primeros precedentes de la estrategia guerrillera. Los asesores militares franceses contratados durante el primer gobierno de Báez, probablemente relataron a sus alumnos dominicanos los criterios que expuso Clausewitz sobre la guerra irregular.7 Es muy probable también que relataran la experiencia del gran ejército de Napoleón en Rusia en 1812, cuando fue perseguido y asediado por medio de la estrategia guerrillera; y cómo Kutusov evitó una batalla decisiva y se retiró hasta las proximidades de Moscú y sólo fue por presiones del zar y el alto mando que consintió en arriesgar el ejército ruso en la batalla de Borodino.8 Por otro lado, es necesario tener en cuenta que Mella y los dominicanos de buena información cultural, entre ellos Espaillat, Bonó, Grullón, Rojas y el mismo joven Gregorio Luperón, y sobre todo los dedicados al oficio militar, fueran o no ilustrados, conocían por relatos de testigos presenciales la estrategia guerrillera que

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Plutarco. Vidas paralelas, Madrid, Gráficas Exprés, 1966, pp. 291-315.

7

Von Clausewitz, Karl. De la guerra, Tomo III. 3ra. ed. México, Editorial Diógenes, 1977. Cap. XXVI, pp. 181-188.

8

Véase general De Caulaincourt, Armand. Con Napoleón en Rusia. Buenos Aires, Editora Interamericana, 1942. pp. 151-192; y Tarlé, Eugueni. Napoleón. México, Editora Grijalbo, 1965, pp. 282-325.

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usaron nuestros vecinos haitianos para derrocar a los 58 mil soldados del ejército expedicionario francés de los generales Leclerc y Rochambeau. Toussaint Louverture fue derrotado por Leclerc precisamente por aceptar una batalla frontal contando con tropas menos disciplinadas y peor armadas que las francesas, en vez de usar la estrategia guerrillera que tantos éxitos le había proporcionado en un reciente pasado. Una mayoría de los oficiales dominicanos se formaron en las milicias haitianas durante la ocupación 1822-1844. Los oficiales dominicanos fronterizos, aún los analfabetos, como el general Gaspar Polanco, debieron escuchar narraciones de testigos presenciales de la epopeya haitiana. La estrategia guerrillera era muy conocida en Europa y en Asia, y en consecuencia era materia de estudio de las academias militares, aunque bien es cierto, que se abordaba tan sólo como un pequeño capítulo o apéndice de la teoría general de la guerra. Algunos grandes teóricos, como Jomini en su compendio,9 ni siquiera se refieren a ella; no obstante, se sabía que Du Guseline, el caballero boyardo, y Enrique de Navarra la habían utilizado exitosamente, y los españoles la usaron contra los mariscales de Napoleón. Ahora bien, el asunto principal de la Guerra de la Restauración, desde el punto de vista militar, es explicar las causas y razones de la victoria dominicana y la consecuencial derrota española. Los españoles adujeron que se trató fundamentalmente de falta de voluntad política para ganar la guerra; dicho de otra manera, no se quiso invertir lo suficiente en recursos económicos, ni poner en peligro a miles de españoles que era necesario arriesgar para obtener el triunfo. Se argumentó en el Gobierno español que los franceses en los primeros años del XIX no pudieron derrotar a los haitianos a pesar de los miles y miles de soldados del

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Jomini, A.H. Precis de l‘art de lá guerre. París, Éditions Lurea, 1994. pp. 1-390.

ejército expedicionario. Se ponderó que serían necesarios por lo menos 100,000 hombres para pacificar la parte española de la isla, mientras el Gobierno sólo le prometió a La Gándara 30,000 soldados más y no tuvo tiempo para cumplir su promesa, pues cayó en gran parte por su responsabilidad en la Anexión y la guerra. El general José de La Gándara adujo como excusa de su inacción que si conquistaba Santiago invadiendo el Cibao desde Montecristi pronto sería sitiado en esa ciudad, pues el Gobierno se retiraría a otra población, como La Vega o San José de las Matas. Esto mismo pensaba el vicepresidente Ulises Francisco Espaillat. La Gándara olvidaba el principio fundamental de la ciencia-arte de la guerra, consistente en destruir la fuerza combativa del adversario. Si esto no puede hacerse la guerra está perdida o se prolonga por mucho tiempo. No comprendía el general español, las enseñanzas de Napoleón y Clausewitz, los grandes teóricos de la guerra del siglo XIX, pues era muy difícil que un general europeo no los hubiese estudiado a la altura de 1863-65. La verdad es que el general José de La Gándara infravaloraba a los dominicanos en general y a sus dirigentes políticos y militares. Creyó que operaban con “ignorancia de toda táctica ordenada y compacta”,10 cuando por el contrario aplicaban una muy bien pensada estrategia que Clausewitz califica de levantamiento nacional, parte de un muy especial proceso social que bautizó como “La nación en armas”. Los dominicanos habían movilizado a casi toda la población masculina capaz de tomar las armas para las campañas de las guerras dominico-haitianas. Mas no fue necesario para derrotar a los haitianos recurrir al levantamiento nacional descrito por el más grande teórico de la guerra, pues después de batallas decisivas los ejércitos haitianos siempre se retiraron a su territorio.

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De La Gándara, José. Anexión y guerra de Santo Domingo, Tomo II, 2da. ed. Santo Domingo, Editora Santo Domingo, 1975, p. 187. (Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Colección Cultura Dominicana, No. 9).

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Para enfrentar al ejército español, mucho más disciplinado y mejor armado, y al final de la guerra muy numeroso, fue necesario armar a los campesinos y diseminarlos por todo el país para que con el apoyo del ejército restaurador hostilizaran las vanguardias, los flancos y la retaguardia de las columnas españolas. También se aprovecharon los accidentes del terreno, bosques, ríos, pantanos, montañas, para emboscar y sorprender al adversario. Se le hostilizaba de tal manera que no tenía descanso y, de noche, tenía que apagar las fogatas por los certeros disparos de las guerrillas, mientras los mosquitos provocaban la malaria. Esta enfermedad, excusa aducida por los generales españoles, alcanzó en realidad su magnitud a causa del constante asedio de las guerrillas, particularmente cuando las tropas españolas acampaban en lugares insalubres, cerca de ciénagas en que se criaban los mosquitos, lugares en que se les dejaba de hostilizar. La fiebre amarilla devino en una parte esencial de la estrategia guerrillera del ejército dominicano. Las descripciones que hace Clausewitz de las tácticas de guerra que define como “La nación en armas” tienen pasajes parecidos, cuando no idénticos, a las descripciones que nos aporta José de La Gándara sobre la táctica y estrategia de los restauradores. Von Clausewitz describe la acción de los campesinos en la fenoménica social que llama “La nación en armas”: “Por el contrario, los campesinos armados cuando están desparramados se dispersan en todas direcciones, para lo cual no se requiere ningún plan elaborado. Con esto se hace más peligrosa la marcha de cualquier pequeño cuerpo de tropas en territorio montañoso, muy boscoso o accidentado, porque en cualquier momento la marcha puede convertirse en un encuentro. En realidad, aún si durante algún tiempo no se hubiera sabido nada de estos cuerpos armados, sin embargo, los campesinos que ya han sido ahuyentados por la cabeza de una columna, pueden en cualquier momento hacer su aparición en su retaguardia”. 11 11

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Von Clausewitz. Op. cit., Tomo III, Libro VI, Capítulo XXVI, p. 184.

El general José de La Gándara, por su parte, describe la táctica guerrillera de los dominicanos:

“Así, no bien las columnas iniciaron su movimiento sobre los cuatro radios, comenzó sobre ellas el tiroteo de alarma, que al punto se convirtió, como de reglamento, en serio y nutrido fuego de combate. De conformidad con el indicado principio, rara vez el dominicano se encierra ni se defiende en un pueblo, reducto o posición donde pueda ser cercado o envuelto: se interpone audaz entre el enemigo que avanza y el objeto que quiere cubrir o conservar; pero si, como siempre le sucedía, comprende que es vana o costosa la resistencia al empuje arrollador del que se acerca, un instinto de conservación, en que seguramente no entra por nada el temor, le aconseja poner en la fuga el mismo empeño que en el ataque; y en un solo instante, el hombre tenaz, inmóvil, tan arraigado al suelo como el árbol que le oculta, se convierte en la fiera traqueada que se arrastra y esconde en la espesura del monte. Desde ese punto se rompen los flojos lazos de táctica y disciplina; la dispersión, tomada así como maniobra salvadora, debe ser completa, divergente, repentina, rápida; y el individuo por sí solo, despliega todos los recursos con que la naturaleza dota al hombre campestre y primitivo”.12 Von Clausewitz dice: “Las cosas nunca deben llegar hasta un encuentro defensivo, decisivo de primera clase; porque por más favorable que sean las circunstancias, la leva nacional será derrotada”.13 Este pequeño capítulo permite valorar los conocimientos estratégicos de Ramón Matías Mella, Ulises Francisco Espaillat, Gregorio Luperón, Grullón y otros consumados estrategas del alto mando restaurador. Estas consideraciones las conocían directamente por haber leído a Von Clausewitz o de modo indirec12

De La Gándara, José. Op. cit., Tomo II, pp. 187 a 188.

13

Von Clausewitz. Op. cit., Tomo III. p. 186.

255

to, por las lecciones de los asesores franceses contratados en el primer Gobierno de Buenaventura Báez o por los relatos de los veteranos de la guerra de independencia haitiana. Por otro lado, es conveniente resaltar que José Gabriel García y Luperón estimaron que los generales españoles eran muy inferiores a los generales dominicanos, tanto los del ejército restaurador como aquellos otros estrategas dominicanos que combatían junto a las tropas españolas. Aludiendo a la excusa de la inclemencia del clima y la estación que supuestamente imponían al ejército español una inacción forzosa, dice García: “Triste consuelo, por cierto, para quien había luchado por realizar su propósito, con la mira de marchar sobre Santiago y dominar el Cibao, ilusión perdida que puso de relieve a los ojos de España la realidad de las cosas y la incompetencia de los hombres que en ella habían intervenido”.14 Luperón consideró que en el ejército español los mejores generales eran los dominicanos como Santana, Contreras, Suero:

“En el ejército español, en esta guerra, agregó Luperón, los generales Santana, Puello, Suero y Contreras probaron una superioridad incuestionable, no sólo por su arrojo en los combates, sino por la energía imponderable en la lucha, por la rapidez en los movimientos y la impetuosidad en los ataques. Esos generales pudieron tal vez no ser comprendidos ni apreciados por los españoles; pero es seguro que cuando murieron Santana, Contreras y Suero, los patriotas notaron en seguida el vacío que dejaban en las filas españolas, y la gran diferencia en los que los reemplazaron. Eran aquellos, tipos militares de primer orden, capitanes entendidos, intrépidos y diestros, y España no tenía sus iguales en la guerra de Santo Domingo”.15

14

García, José Gabriel. Compendio de historia de Santo Domingo. Tomo III. Santo Domingo, Publicaciones ¡Ahora!, 1968, p. 476.

15

Luperón, Gregorio. Notas autobiográficas y apuntes históricos, Tomo I, Santo Domingo, Editora Santo Domingo, 1974, p. 340. (Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Colección Cultura Dominicana No. 7).

256

La verdad es que el alto mando español debía conocer muy bien toda la teoría de la guerra, pero ni en Santo Domingo (18631865) ni en Cuba (1868-1878,1895-1898), supo o pudo enfrentar la estrategia del “levantamiento nacional” y “La nación en armas” que brillantemente con innovaciones notables realizó en Cuba el máximo estratega latinoamericano Máximo Gómez.

CONCLUSIÓN Probablemente no fue terquedad ni desconocimiento del alto mando español, sino que ese tipo de guerra es en realidad un fenómeno social en ocasiones imposible de derrotar. Pensamos en las guerras de Vietnam y la de los soviéticos en Afganistán en los tiempos recientes, para no referirnos a esa otra que parece que no tiene fin después de varias décadas de contienda: la guerra civil colombiana. En los inicios del siglo XXI sufrimos los latinoamericanos y todo el denominado Tercer Mundo, un proceso creciente de desindustrialización explicado con el superficial pretexto del libre comercio. Esta fue la bandera ideológica de los adversarios de la España imperial de Carlos V y Felipe II, como refirió Manuel Arturo Peña Batlle en sus ponderados argumentos de La Isla de la Tortuga. El pretexto propagandístico se usaría después contra la India, China y todo el mundo atrasado en el desarrollo tecnológico industrial. Este siglo XXI es una nueva oportunidad de construir el gran objetivo de Bolívar: una unión de naciones latinoamericanas para detener la dominación de las grandes potencias. Una alianza de clases como la realizada por los dominicanos frente a Francia, Haití y España, a que se hizo referencia, es necesario forjarla a nivel continental, y constituye la única defensa efectiva frente a los métodos coercitivos: bloqueo financiero que esgrime la Orga-

257

nización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional y los bancos u organismos financieros controlados por las grandes potencias. Los latinoamericanos, como pensó Bolívar, no somos ni indios, ni negros, ni europeos, sino una nueva realidad sociocultural. El latinoamericano de hoy (2002), excluyendo a los indios habitantes de las selvas remotas, no son ya indios culturalmente, como tampoco son negros culturales los africanos transculturados en Brasil e Hispanoamérica; menos aún el criollo-europeo, que ya no es portugués o español, pues la cultura latinoamericana en formación muy avanzada lo transforma en latinoamericano. Pedro Henríquez Ureña creía que la cultura hispana nos unifica y conduce a una nueva realidad sociocultural que superará en creaciones de todo tipo lo hecho por el hombre hasta nuestra época. La experiencia de cambio social del siglo XX indica que en un futuro previsible es irrealizable el gran objetivo del gobierno de las mayorías. En consecuencia, se debe buscar la unión entre minorías y mayorías, a fin de lograr una Federación de Estados que beneficie y proteja a los latinoamericanos.

258

Anexión, Restauración e Iglesia, 1860-1865* ANTONIO LLUBERES,

SJ

Ya todos ustedes saben que esta conferencia es parte de una serie que se están impartiendo en los centros universitarios del país con ocasión de la conmemoración del 16 de agosto de 1863, fiesta de la Restauración de la Independencia Nacional. Las mismas son patrocinadas por la Comisión Permanente de Efemérides Patrias, la Academia Dominicana de la Historia y la Universidad Autónoma de Santo Domingo. A mí se me ha asignado su universidad, la UCATECI, y el tema es la Anexión, Restauración e Iglesia. Con mucho gusto estoy con ustedes, muchos amigos personales. Gracias por venir. El título demanda una aclaración de carácter social y teológico. Hay que dilucidar qué se entiende por Iglesia. La opinión más común es entender a los eclesiásticos, a lo que propiamente se llama la jerarquía. Pero debemos tener claro que siempre, pero mucho más ahora, al entender Iglesia nos referimos a la comunidad

*

Conferencia pronunciada en el Salón Juan Pablo II, de la Universidad UCATECI, en La Vega, el 3 de agosto de 2006.

259

de los creyentes, al pueblo de Dios. En sentido estricto, todo bautizado es Iglesia, aunque no esté plenamente incorporado.1 Si es así, en un caso como la Anexión-Restauración en la República Dominicana de 1860-1865 se nos hace difícil historiar la participación de la Iglesia visto que la casi totalidad del pueblo era bautizado y se consideraba creyente. Pero sabemos también, que hay una equidistancia de creyentes. No todos son igualmente creyentes, tienen el mismo nivel de convicción y coherencia y pautan su vida según las enseñanzas y exigencia de la Iglesia. Se nos impone entonces, proceder distinguiendo. Tenemos entonces que ver la participación de las personas, laicos y eclesiásticos; y de las ideas de religión, libertad, independencia, nacionalidad y patria para entender la participación de lo eclesial en los hechos restauradores. Para entrar en materia, independencia, protectorado y anexión son proyectos que conviven en los procesos políticos que se operaron en el país desde, digamos, 1795. La República nació bajo este signo. República independiente fue el proyecto de un grupo reducido de jóvenes trinitarios que pugnó con otros sectores proteccionistas amparados en proyectos de orientación española, inglesa y francesa. El más conocido de todos fue el proteccionismo francés, llamado Plan Lavasseur. Pero como hablamos de anexión a España se debe señalar que la idea de retornar a España estuvo siempre muy presente. No debemos olvidar la reconquista de Juan Sánchez Ramírez (1808), ni la misión de Fernández de Castro (1830), ni los proyectos de los sacerdotes Gaspar Hernández y Pedro Pamies y del General Villanueva, quienes, cada uno a su manera, defendieron y promovieron el protectorado español durante el periodo de la Dominación Haitiana.2

1

Ver, del Concilio Vaticano II, la Constitución Dogmática Lumen Gentium, 14.

2

Frank Moya Pons, Manual de Historia Dominicana. Santiago, 1977, p. 269.

260

Para inicios de 1860, el gobierno del general Pedro Santana y su grupo habían ya concebido y gestionaban un plan de anexión a España. En el orden del tema que nos hemos dado, le toca al joven sacerdote Fernando Arturo de Meriño, protagonizar una primera parte en las relaciones con el presidente Santana.3 Lo primero fue el sermón del 27 de febrero de ese año donde sutilmente mostró un pensamiento patriota e independentista. «Nosotros, Señores –concluía– ¿qué porvenir nos preparamos? A qué nos conduce esa cruel indiferencia con que vemos los destinos de esta patria? Aún es tiempo de sofocar las bastardas pasiones que se oponen al bien común, al bienestar social. Sacrifíquense en las aras de la patria esas pasiones mezquinas que nos van desgarrando y que tanto amilanan nuestra dignidad…».4 La misma idea la repitió Meriño el 27 de febrero de 1861. Volvió a tratar el tema en los mismos tonos patrióticos. Contrastó el patriotismo y el egoísmo y dirigiéndose al presidente Santana, le dijo: «Permitid a un ministro de la divina palabra que al hablar delante de vos en este solemne día, os encarezca el amor que debéis tener a vuestros conciudadanos, y que como depositario que sois de la confianza de la nación, trabajéis con un celo constante por el bien de la comunidad. Teneos en vuestra mano el arma poderosa de la opinión pública, arma invencible que os ha cubierto de gloria cuando habéis luchado protegiendo los intereses comunes en defensa de la Patria; herid

3

Fernando Arturo de Meriño nació en Antoncí, Yamasá, familia hatera, de padre canaria y madre dominicana, en 1833. Se ordenó de sacerdote en 1856. Su primer trabajo pastoral fue en Neyba. Allí fue elegido diputado para el congreso de Moca en 1858. Tuvo buenas relaciones con Santana. Habiendo fallecido en Curazao el canónigo Gaspar Hernández, el 21 de julio de 1858, entonces provisor y vicario de Santo Domingo, mientras se eligiese nuevo arzobispo, dirigía de facto la Iglesia dominicana el Padre Calixto María Pina en su condición de cura del sagrario de la catedral, pero como Santana no se llevaba muy bien con él decidieron que Pina seguiría con el cargo en su dimensión espiritual mientras Meriño se ocuparía de las relaciones con el Gobierno. El 25 de febrero de 1860 Meriño fue nombrado vicario general y gobernador eclesiástico de la arquidiócesis.

4

Emilio Rodríguez Demorizi, «Discursos Históricos». Clío 71-73 (julio-diciembre 1945) 54.

261

con ella al egoísmo. La nación os mira como el caudillo de la libertad; sostened, pues, con honor, el glorioso pendón de la independencia. Trillad la senda de la justicia; haced siempre el bien, que la vida es corta, el poder de los hombres pasa, el juicio de Dios es recto y la historia queda en manos de las generaciones venideras».5 Todavía más, ante la inminencia de la proclamación de la anexión, se dice que Meriño visitó a Santana en privado y le hizo ver lo desdoroso que sería para la nación y para él la decisión que planeaba y los perjuicios que sobrevendrían al país por ese hecho que el pueblo no aceptaría. Santana no escuchó razones y procedió a actuar según sus planes. Generó un movimiento de adhesión a la anexión entre sus leales y el 18 de marzo la proclamó anticipándose así a la decisión de la corona española que fue el 19 de mayo de 1861. Nouel nos reporta otros dos datos. Dice que Meriño llegó a conspirar con políticos y militares amigos, de sentimientos antianexionistas, para contener el desarrollo de los hechos, pero no tuvo éxito.6 Finalmente, en la víspera, el 17, Santana llamó a Meriño a palacio y le pidió que motivara a los sacerdotes para que apoyaran la anexión. Meriño prudentemente se rehusó y le insistió: «Pero General... ya que Ud. me dice que todo el país quiere la anexión, ¿por qué no deja Ud. que se pronuncien los pueblos, y entonces salva Ud. su responsabilidad apareciendo someterse a la voluntad nacional? Piénselo bien, y penétrese de que, lo que le digo, me lo dicta el afecto que le profeso». Santana contestó diciendo que él debía «iniciar el pronunciamiento». Terminaron fríamente la conversación, Santana acompañó a Meriño hasta le puerta y le dijo: «Piénselo Padrecito». Al tiempo, fracasada la anexión, humillado y renunciado, Santana, sometido casi todo el país al control

5

Carlos Nouel, Historia eclesiástica de la arquidiócesis de Santo Domingo primada de América. Santo Domingo: Editora de Santo Domingo, 1979, p. 144.

6

Nouel, p. 149.

262

de las fuerzas restauradoras, se dice que Santana reconocía que «el único hombre que me habló siempre la verdad fue el Padre Meriño».7 En un segundo momento, el día de la proclama de la anexión, el mensaje que se leyó aducía que españoles y dominicanos formarían «un sólo pueblo, una sola familia como siempre lo fuimos; juntos nos prosternaremos ante los altares que esa misma nación erigiera, ante esos altares que hoy hallará cual dejó, incólumes, y coronados aún con el escudo de sus armas, sus castillos y leones, primer estandarte que al lado de la cruz clavó Colón en estas desconocidas tierras...» Se concluía aclamando: «¡Viva doña Isabel II, viva la libertad, viva la religión, viva el pueblo dominicano, viva la nación española!» 8 Le tocó después al P. Gabriel Moreno del Christo, quien fungía como capellán de palacio, celebrar el tradicional Te-Deum y tener el sermón donde planteaba parecidos criterios políticos y religiosos sostenedores de la anexión. «Habéis satisfecho hoy –decía– cumplidamente las vehementes aspiraciones de este pueblo; le habéis puesto bajo el amparo de S. M. C., asegurándole para siempre sus más caros intereses, su religión, su libertad y su única y bien entendida nacionalidad, la nacionalidad española. Aceptad, pues, en nombre de la Iglesia una magnífica ovación. He dicho».9 Se notará que en una y otra palabras identificaban lo español y lo católico, lo que se ha llamado el nacional catolicismo característico de los regímenes de cristiandad, como el colonial de Santo Domingo que había durado tres siglos. En la mente de sus autores, la anexión retrotraería el país al régimen de cristiandad colonial. Pero es de todos conocidos que esa síntesis había sido ya desarticulada y superada en las guerras de independencia de América. Independencia y nacionalidad se desvincularon de España y

7

Nouel, p. 150-151.

8

Gral. José de La Gándara, Anexión y guerra de Santo Domingo, T. I. Santo Domingo: Editora de Santo Domingo, S. A., 1975, p. 171-173.

9

De La Gándara, p. 174.

263

del catolicismo. Muchos independentistas hicieron una nueva y diferente asociación. Unieron España y catolicismo a la opresión colonial hasta el punto de negar una y otra. En cambio, es también de nuestro conocimiento que en nuestro país, Juan Pablo Duarte estableció una diferente relación que le permitía afirmar la independencia y la libertad y seguir siendo católico. La oposición inicial de Meriño no significaba que todo el clero fuese opositor a la anexión. Sin poder precisar persona por persona, se puede conjeturar que un buen sector del clero fue partidario. Ya sabemos del Padre Moreno, pero también Francisco Javier Billini fue un militante partidario hasta el final. Santana redactó una lista de diez y nueve «eclesiásticos que cooperaron a la anexión».10 Y no sería extraña esa inclinación en el clero visto el componente católico de España. El mismo Meriño aceptó, estando en Puerto Rico, que era colonia española, un nombramiento de canónigo al gobierno español. Después, sin embargo, habría sacerdotes que cambiaron de opinión hasta el punto que el gobierno español consideró que el clero fue uno de los factores de la rebelión. Para implementar el nuevo régimen de relaciones Iglesia-Estado durante el 1862 se tomaron varias medidas. El 10 de abril se expulsó a Meriño.11 El 20 de abril se decretó la subvención del clero por el estado y, por lo tanto, la gratuidad de todos los servicios religiosos. El 4 de mayo se suprimió el matrimonio civil. Y el 25 de mayo, en Madrid, se consagró arzobispo de Santo Domingo al sacerdote español, Don Bienvenido Monzón y Martín, quien tomó posesión de su diócesis el 3 de agosto. 10

Pedro Santana, «Relación nominal de los eclesiásticos que cooperaron a la anexión de Santo Domingo», 20 de diciembre de 1862. Emilio Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la Anexión a España. Santo Domingo: Editora Montalvo, 1955, p. 308-309.

11

Meriño anunció su expulsión en circular del 11 de abril, fue a Puerto Rico y desde allí, delegó en Calixto María Pina el gobierno eclesiástico interino.

264

El arzobispo Monzón vino acompañado de nueve sacerdotes españoles, quienes ocuparon los puestos dirigentes de la iglesia en la ciudad de Santo Domingo. Ellos se aplicaron a organizar la iglesia según el modelo institucional y pastoral español. Establecieron el cabildo de canónigos de la catedral, el inventario de bienes, los archivos, la reglamentación de las funciones sagradas, el listado de bienes eclesiásticos reclamados, las clases y el código de disciplina del seminario... El 1 de enero de 1863 el obispo emitió una carta pastoral en donde establecía su plan pastoral tendente a disciplinar la vida del dominicano en sus aspectos privado y público. Subyacía en la carta la concepción que tenían los españoles sobre la laxitud de la vida privada de los dominicanos: licencia sexual, amancebamiento, poligamia. Sobre los matrimonios, quería saber el arzobispo el número de matrimonios canónicos que había en cada parroquia y cuantos estaban unidos y separados con o sin la debida autorización. Cuantos matrimonios civiles había y cuantos amancebados. Se preguntaba sobre la libertad de culto de los protestantes y legalidad de la masonería.12 El 10 de enero de 1863 anunció el arzobispo su primera visita pastoral que lo llevaría a Samaná, Puerto Plata, Montecristi, Santiago y La Vega. Visitó Samaná, Sabana de la Mar, Higüey, El Seybo, Hato Mayor, Los Llanos, Monte Plata y Guerra.13 Noticias del levantamiento de Guayubín del 24 de febrero lo hicieron retornar a Santo Domingo.14 El arzobispo hizo pública varias circulares y pastorales. Tenemos noticia de las del 22 de febrero, la del 7 de marzo y la del 27 de junio, pidiendo al clero que exhortase a la paz y concordia, a la fraternidad entre dominicanos y españoles y el respeto a la

12

De La Gándara, p. 227.

13

Nouel, p. 178.

14

Ibidem.

265

ley y a la autoridad representada por Isabel II.15 Una iniciativa interesante fue la carta que envió al general Eusebio Manzueta, dominicano al servicio de la anexión, pero luego pasado a las filas restauradoras, invitándolo a reconsiderar su decisión. * (Emilio Rodríguez Demorizi, Actos y doctrina del gobierno de la Restauración. Santo Domingo: Editora del Caribe, 1963, p. 95). Todos sabemos que los hechos siguieron sus propios derroteros. La oposición a la anexión fue temprana. José Contreras se sublevó en Moca a principios de mayo de 1861, Francisco del Rosario Sánchez invadió el país por la parte sur a fines del mismo mes, y así se repitieron alzamientos hasta la proclama de Capotillo del 16 de agosto de 1863. El 14 de septiembre se firmó el Acta de Independencia. Los firmantes invocaban la presencia de Dios, Supremo Hacedor del Universo. Varios sacerdotes se hicieron militantes de la Restauración. El P. Miguel Quezada fue uno de los firmantes del Acta. * (Rodríguez Demorizi, Actos…p. 22 y 28). Los seminaristas se unieron a las actividades revolucionarias.16 La guerra se extendió por todo el país al punto que para la retirada de Santiago de septiembre de 1863 el ejército español sólo controlaba las ciudades de Santo Domingo, Puerto Plata, Samaná; y Azua, El Seybo e Higüey, pero bajo amenaza de las fuerzas restauradoras. Santana, políticamente desplazado por las nuevas autoridades y militarmente vencido por los ejércitos nacionales se tuvo que replegar y, depresivo, falleció el 14 de mayo de 1964. La guerra insurreccionó todo el país envolviendo a casi todos los grupos

15

Nouel, p. 178 y 179.

16

María Magdalena Guerrero Cano, «El arzobispo Monzón». Santo Domingo. Editora Amigo del Hogar. 1991, p. 48. Hugo Eduardo Polanco Brito, «Seminario Conciliar Santo Tomás de Aquino (1848-1948)». Santo Domingo: Imprenta San Francisco, 1948, p. 50 cita a Emiliano Tejera, quien era seminarista en la época. «Los restos de Colón en Santo Domingo», 1928, p. VII-XIV.

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sociales. La guerra desgastó reservas humanas y económicas de España hasta el punto que el gobierno español tuvo que plantearse y discutir las conveniencias y las formas de poner fin a la anexión y a la guerra que ella implicaba. En el contexto de los debates parlamentarios para poner fin a la anexión, el capitán general José de La Gándara, en amplio informe de fecha 9 de enero de 1865, donde exponía la situación, las causas de la guerra y su propuesta de solución, presentaba al arzobispo Monzón como «una parte considerable en la responsabilidad moral de los hechos que motivan este informe. Su celo evangélico se alarmó sin duda a la vista del cuadro poco edificante de las costumbres sociales de su grey; diose pues a poner remedio a los desórdenes, y descuidando un tanto la precaución y cautela necesaria, quiso disciplinar con manos justa la concupiscencia que vivía sin freno en pueblos y campos». En concreto se fijaba en los matrimonios canónicos realizados sin la necesaria libertad. La censura a la masonería «que en este país había tenido un carácter político más bien que religioso». La supresión de iglesias protestantes en un país donde imperaba la libertad de cultos desde hacía medio siglo. Y los requerimientos disciplinarios que hizo al clero dominicano, «influyente en los pueblos e omnipotente en los campos», que los contrariaba en sus hábitos y los distanciaba de una anexión que había originalmente aceptado. Compartía el general una idea del sacerdote italiano U. Pasagi, cura de Santa Bárbara, que al despedirse del capitán general español sostenía que la «verdadera causa de la revolución ha sido el desprecio de los sacerdotes dominicanos».17 Atrapado el arzobispo en esa situación, casi reducido a la ciudad de Santo Domingo, abrumado por hechos que no comprendía y quería cambiar, carente de recursos materiales y

17

Nouel, p. 194-195 y De La Gándara, p. 222-223.

267

personales, se vio obligado a reconsiderar sus puntos de vista y planes. Consideró que lo que el país necesitaba no era una diócesis y un obispo como él había tratado de establecer, sino una vicaría y una congregación religiosa que la misionara. Recomendó que se le asignara a la Compañía de Jesús. Percibió que «los curas del país todos están más o menos decididos por la insurrección... que los que no son del país unos han y otros renuncian y se preparan para salir de una isla en la que no hay paz ni seguridad alguna».18 En mayo de 1864 el arzobispo decidió ir a España a «tratar y arreglar personalmente con el gobierno varios negocios graves de esta isla» ya que de seguir en esa situación «perderá la salud».19 En España hizo una amplia exposición ante las cortes explicando que su celo apostólico por devolver la unidad religiosa al país, moralizar la vida familiar y disciplinar al clero no se basaba en una nueva doctrina sino en los cánones de la Iglesia. Dijo que todo lo intentó siempre no usando «otros medios que la predicación constante de la divina palabra, de la oración y buen ejemplo y de los avisos y exhortaciones más o menos vivas de un padre que desea entrañablemente la salvación de sus hijos quienes ve correr hasta el abismo. Pudiera en muchas ocasiones haber empleado las conminaciones y amenazas del juez; pudiera haber hecho de las penas y censuras canónicas, y pudiera también haber implorado el auxilio de la autoridad civil para hacer efectivo mis mandatos, pero creí que no era prudente hacer todo esto por entonces, y lo dejé de hacer por preocupación y por cautela».20 Llegado a esa situación, el gobierno restaurador dirigió una respetuosa carta a la Reina Isabel II en la que reconocía «las estrechas relaciones y profundas simpatías» existentes entre ambos pueblos, pero invitándola a ver los desastres de la guerra tanto para

18

Guerrero Cano, p. 61.

19

Ibidem.

20

Nouel, p. 216-237.

268

el ejército español como para la población y bienes dominicanos y pidiéndole haga cesar la lucha. Se debe destacar que la carta precisa que, «la unánime voluntad de los dominicanos apeló a Dios y a su valor para reconquistar la patria, la libertad y la Independencia».21 El gobierno español entendió las conveniencias de la paz y el 29 de abril de 1865 las Cortes derogaron la anexión de la República Dominicana. Esta decisión encontró al arzobispo aún en España. Está claro, creo que no debo ni siquiera intentar demostrarlo, que la Restauración no fue obra ni de los desatinos pastorales del arzobispo Monzón ni de la prédica revolucionaria de los sacerdotes dominicanos. Santana y los españoles se equivocaron en sus análisis de la sociedad y de la iglesia dominicana, en las expectativas de la anexión y en la ejecución de su gobierno. República Dominicana era ya otra cosa después de más de cincuenta años separada de España y viviendo bajo ordenamientos republicanos liberales, ya sean franceses, haitianos o nacionales. Por ejemplo, las cuatro constituciones redactadas en el periodo 1844-1861, aunque profesaban la catolicidad del pueblo y del estado, eran liberales con la excepción de las interpolaciones autoritarias que obligatoriamente introdujo Santana en las de 1844 y diciembre de 1854. No debo olvidar de mencionar que la Revolución de Julio de 1857, de raíces societales cibaeña, fue inminentemente liberal. Pero quizás, lo más importante era que los dominicanos, pobres, políticamente divididos y en lucha, bajo la permanente amenaza haitiana, vivían acordes a una ética de sobrevivencia, en lo económico, en lo político, en lo religioso y en lo familiar que le permitía asociar y contemporizar con principios y prácticas para poder convivir y sobrevivir. Práctica que enraíza en los lejanos días de la colonia, se acentúa en el siglo XVII y se hace vida

21

Nouel, p. 184.

269

cotidiana a partir de 1795. El gobierno y la iglesia españolas intervinieron, y por acción o por omisión, ofendieron y dislocaron esa sociedad hasta el punto de insurreccionar a la intelectualidad, a grupos urbanos y campesinos, a la oposición baecista, a los masones –no tengo información del comportamiento de los pocos protestantes extranjeros que había en el país–, y hasta a los sectores de la población que originalmente apoyaron la anexión, parte destacada el clero dominicano. Más grave aún fue la situación si estamos de acuerdo en que de verdad en la conciencia del pueblo dominicano, de los que son o se creen blancos y de los mismos negros, había un sentimiento favorable y de simpatía hacia lo español. Los desaciertos y la ofensa debieron ser muy grandes. Buenas noches, muchas gracias.

270

Características de la Guerra Restauradora, 1863-1865* EMILIO CORDERO MICHEL

Para tratar el tema Características de la guerra restauradora, tendré que referirme, ligeramente, a sus antecedentes a la Anexión a España, acontecimiento que ocurrió en un momento histórico en el que existía una coyuntura internacional muy especial. En efecto, Europa se encontraba sacudida por una de las crisis cíclicas del capitalismo, que ya había señalado Carlos Marx. España intentaba reconstruir su imperio colonial con Leopoldo O´Donnell y el Partido Unión Liberal con las expediciones militares a las costas africanas, y el interés de reincorporar a Santo Domingo para garantizar la posesión de sus últimas colonias en América: Cuba y Puerto Rico. Por otro lado, Francia se había embarcado en la aventura colonial de Cochinchina y se preparaba para ocupar a México, mientras Inglaterra se expandía en la India y, poco a poco, iba controlando el mercado mundial. Por último, en los Estados Unidos de América, donde, desde diciembre de 1860, con la separación de Carolina del Norte de la Unión, se

*

Publicado en Clío, órgano de la Academia Dominicana de la Historia, No. 164, Santo Domingo, junio-diciembre, 2002.

271

había formado la Confederación de los 14 Estados que atacó el fuerte Summer en abril de 1861, se iniciaba la guerra de Secesión que duró cinco años. Por esa situación internacional, la correlación de fuerzas en el Caribe favorecía a España, ya que Francia, Inglaterra y los Estados Unidos de América confrontaban problemas que mantenían a sus gobiernos ocupados en solucionarlos. Fue por ello que, aprovechando las reiteradas propuestas anexionistas del presidente Pedro Santana, representante de una clase social que nunca creyó en la viabilidad del Estado dominicano y desde la separación de Haití, en 1844, procuró el protectorado o la incorporación a una potencia extranjera, se pudo efectuar la Anexión a España. Ahora bien, ¿cuál era la situación del país en ese momento? Según el cónsul español, la población ascendía, en 1860, a 186,700 habitantes, cifra que algunos hacían subir a 250,000, de los cuales el 80% era mulato o negro y el 20% blanco1. El secretario de lo Interior de Buenaventura Báez, Manuel María Gautier, señaló a la comisión Senatorial Norteamericana que estuvo aquí en 1871, basado en fuentes del tribunal eclesiástico sobre la distribución de las parroquias, una población de 207,000 personas, ubicadas por provincias y comunes que podrían reunirse de la siguiente manera: Santo Domingo, 41,400 representando el 20%; El Seibo, 28,900 representando el 13.9%; Azua, 36,000 representando el 17.44%; Puerto Plata y Monte Cristi, 9,500 representando el 4.6% y Samaná y Sabana de la Mar, 2,100 representando el 1%2. En 1

Álvarez, Mariano. “Memorias. Santo Domingo, 20 de abril de 1860”. En Rodríguez Demorizi, Emilio, Antecedentes de la Anexión a España. Ciudad Trujillo, Editora Montalvo, 1955, pp. 87-88. (Academia Dominicana de la Historia, Vol. IV).

2

Gautier, Manuel María. “Memorándum sobre la situación política de la República Dominicana. Población. Santo domingo, 20 de febrero de 1872”. En Rodríguez Demorizi, Emilio, Informe de la Comisión de Investigación de los Estados Unidos de América en Santo Domingo en 1871. Ciudad Trujillo, Editora Montalvo, 1960, pp. 362-364. (Academia Dominicana de la Historia, Vol. IX).

272

total, la zona oriental tenía el 33.9%; Azua, el Cibao, la Línea Noroeste y el Norte, el 65.1%. Es decir, casi dos tercios de la población total residía en los territorios que sirvieron de escenario a las acciones militares de la guerra restauradora. La producción era muy limitada porque descansaba, fundamentalmente, en el tabaco cibaeño, cuya cosecha llegaba a 60,000 u 80,000 quintales anuales, dependiendo de las benignidades del clima y de la situación política, que se exportaba a los mercados europeos; algún café que se comenzaba a cultivar en el Cibao y en el Sur; poca cantidad de azúcar; 100 mil galones de miel de abejas; 6,300 quintales de cera; 3,400,000 pies de caoba y maderas preciosas; 4,000 cabezas de ganado mayor en pie, y cueros tanto vacuno como caprino.3 De un cuadro que he elaborado, basado en diversas fuentes, de los valores de los productos en los años 1862 y 1863, se desprende que el Cibao aportó el 65% del valor total de las exportaciones, desglosado así: tabaco, 35%; café, 3%; cacao, 4%; azúcar, 4%; maderas, 9%; miel y cera, 7% y ganados y cueros, 3%. En total, el Cibao, la Línea Noroeste, Puerto Plata, Monte Cristi y el Sur exportaron productos que representaron casi los dos tercios del valor total. Parte del Sur y el Este solamente exportaron: maderas, 15%; ganado y cueros, 15%; miel y cera, 3%; café, 2%; un 35% del valor total. Si se analiza el origen de los renglones de exportación se verá que el 66% estaba constituido por productos naturales. Esto es: que con ninguna o muy poca actividad del hombre se cortaban los árboles que nadie sembraba; se criaba ganado vacuno, caballar, mular, asnal, caprino, ovino y porcino sin técnica ni cuido alguno; se obtenía miel de abejas y cera que nadie atendía porque

3

Véanse “Memoria” de Álvarez, Mariano y “Memoria” de Peláez Campomanes, Antonio. En Rodríguez Demorizi, Emilio, Antecedentes, pp. 88, 89, 95 ,97, 98, 106 y 107.

273

eran cimarronas. Solamente el tabaco, café, cacao y la caña de azúcar representaban el inicio de un tímido desarrollo precapitalista en el país. Con sobradas razones, el último capitán general, gobernador y comandante en jefe del derrotado ejército español, el mariscal José de La Gándara dijo que:

“La agricultura puede decirse que no existe; pues a excepción de unos 60,000 quintales de tabaco que se recolectan en las provincias Santiago y Concepción (de La Vega, ECM), y una corta cantidad de café de superior calidad en las del Sur, que se exporta para el extranjero, no se cultiva ningún otro producto, a pesar de la facilidad con que se obtendrían todos con la mayor abundancia; no hago mención del azúcar porque escasamente se fabrica el necesario para el consumo de la isla”.4 La situación monetaria era grave. Las fraudulentas emisiones de papeletas realizadas por Buenaventura Báez, en los años 18571858, no habían sido redimidas y se devaluaban día a día, lo que provocaba el descontento de la población y un creciente y desalentador retraimiento económico. El cónsul inglés que sustituyó a Sir Robert H. Schomburgk, Martín T. Hood, informó a la Cancillería británica que Santana inició, desde diciembre de 1860, una política de desarmar al pueblo y que cuando se proclamó la Anexión, el 18 de marzo de 1861, ya en el país había unos dos mil soldados y oficiales españoles que fueron reforzados, en lo inmediato, con 6,000 hombres comandados por el brigadier Antonio Peláez Campomanes. Esa fue la gran traición de Pedro Santana, eclipsar la soberanía nacional y convertir el país en un territorio ultramarino español, por lo que recibió los siguientes premios: nombramiento de teniente general de los ejércitos reales, con sueldo; designación de gobernador y capitán general de la colonia, con sueldo; nombramiento 4

274

La Gándara y Navarro, José. Anexión y guerra de Santo Domingo. Tomo I. Madrid, Imprenta de El Correo Militar, 1884, p. 401.

de senador honorífico del reino; título de marqués de Las Carreras; caballero de la gran cruz Isabel la Católica, con sueldo y una pensión vitalicia de 12,000 pesos españoles anuales. La Anexión provocó inmediatas protestas armadas: en San Francisco de Macorís, el 23 de marzo; en Moca, el 2 de mayo, aplastada a sangre y fuego por Santana; y la expedición del patricio Francisco del Rosario Sánchez y el general José María Cabral que culminó con el fusilamiento del primero y parte de sus compañeros. Esos movimientos oposicionistas fracasaron en la consecución de sus objetivos patrióticos porque no contaron con apoyo popular como ocurrió dos años después. De los países hermanos de América Latina, solamente tres manifestaron su protesta ante la Anexión: Haití, bajo la presidencia de Fabré Geffrard, el gran amigo de los restauradores, Chile y Perú. El gobierno de la Anexión no cumplió con las promesas que había hecho España de desarrollar económicamente el país y promover el bienestar de la empobrecida población. Implantó medidas, algunas desconocidas en la sociedad dominicana, que provocaron un enorme disgusto en la mayoría de los sectores sociales y originaron el levantamiento popular de 1863. Entre las disposiciones que más irritación produjeron estaban: •

No fomentar la producción agrícola y minera;



Monopolizar la comercialización de todas las mercancías de uso y consumo en manos de españoles, coartando la libertad de comercio;



Establecer el estanco del tabaco cibaeño a unos 40 a 50 mil quintales con lo que el comercio de la hoja fue controlado por la metrópoli;



No amortizar totalmente el papel moneda por la lentitud en la conversión y no cambiar las papeletas por monedas de oro y plata, sino de cobre;

275

276



No construir, como había ofrecido España en las negociaciones de Santana con el general Francisco Serrano, capitán general y gobernador en Cuba, puertos, ferrocarriles, carreteras y canales para hacer navegables los ríos Yuna y Yaque del Norte;



Implantar aranceles de importación en favor de mercancías españolas a las que se cobraba el 9% de su valor, mientras que las de otros países pagaban el 30% y el 35%;



Monopolizar en beneficio de buques de matrícula española el transporte de todos los bienes exportados e importados;



Cobrar compulsivamente un impuesto del 4% sobre la renta anual producida por las propiedades urbanas y rurales;



Recolectar anualmente, conforme a la ley de patentes dictada al efecto, una suma determinada a los profesionales liberales, comerciantes, pequeños industriales, etc.;



Crear una burocracia española con altos sueldos que desplazó a la burocracia dominicana, particularmente santanista;



Establecer el trabajo forzado de los campesinos en la construcción y mantenimiento de caminos;



Imponer el servicio de bagajes y alojamiento de tropas, que consistía en que los soldados españoles, para movilizarse o trasladar abastecimientos y pertrechos, quitaban a los campesinos sus bestias y las devolvían, si acaso lo hacían, flacas, enfermas y destrozadas. Igualmente era obligatorio para los campesinos alojar a las tropas españolas que pernoctaban en cualquier casa o rancherío;



Establecer, mediante ley, la censura a la prensa y a las imprentas.

Estas disposiciones no solamente disgustaron a los dominicanos, sino que causaron tan grave perjuicio a la agricultura y a la producción del tabaco, que incidía de manera determinante en el PNB nacional, que frenó el proceso de desarrollo de la economía mercantil simple que imperaba en el Cibao y zonas aledañas. Pienso que quizás más importantes que las disposiciones económico-políticas implantadas por el gobierno colonial anexionista, fueron las de carácter social y moral que afectaron contundentemente a todas las clases sociales: a la oligarquía (hateros y latifundistas, dueños de cortes de madera, grandes comerciantes, clero católico y a los altos burócratas); a la pequeña burguesía (medianos y pequeños dueños y productores agrícolas, medianos y pequeños comerciantes, bajos burócratas y profesionales liberales, dueños de talleres artesanales y oficiales del ejército; y a los obreros agrícolas, artesanos, soldados y desempleados. Se intentó: •

Prohibir las reuniones, la libertad de expresión y de movimiento, así como todas las manifestaciones de las libertades públicas.



Imponer leyes de ornato desconocidas en el país que se aplicaron arbitraria y militarmente, como es el caso de la recogida de la basura en Santiago, dirigida de madrugada por el arbitrario general Manuel Buceta;



Proscribir los amancebamientos que eran y siguen siendo en la actualidad, la manera en que la mayoría de las parejas dominicanas se une y exigir la obligatoriedad del matrimonio religioso;



Discriminar a los sacerdotes extranjeros y dominicanos reduciéndoles sus ingresos y sustituyéndolos por peninsulares;



Perseguir y prohibir las creencias religiosas que no fueran las orientadas por El Vaticano, así como a los masones 277

que fueron considerados herejes y cuyas logias fueron cerradas. El obispo Bienvenido Monzón, cual feudal inquisidor, hostigó a los protestantes sin tomar en consideración que la mayoría de la población de Puerto Plata y casi toda la de Samaná practicaba creencias bautistas, metodistas, anglicanas y wesleyanas; -

Establecer una brutal y casi desconocida discriminación racial en el seno de una sociedad en la que más del 80% era negra o mulata.

A mi modo de ver, esa política de discriminación racial fue la que aumentó la agudización de las contradicciones hasta llevarlas a un nivel explosivo. Burócratas, oficiales y soldados que venían de Cuba y Puerto Rico no podían aceptar la igualdad con negros y mulatos dominicanos. El mariscal La Gándara fue quien lo destacó al afirmar:

“Los oficiales y soldados del ejército peninsular, así como los empleados que España mandó a su nueva Antilla, acostumbrados a considerar la raza negra y a los mestizos como una especie de gente inferior, no se recataron en manifestarlo ni era posible impedirles que lo hiciesen en las intimidades de la vida social. Aconteció con frecuencia que los blancos desdeñasen el trato con los hombres de color o que repugnaran su compañía. En ocasiones hubo algún blanco de decir a un negro que si estuviera en Cuba o Puerto Rico, sería esclavo y podrían venderlo por una cantidad determinada”.5 En otro sitio añadió: “(...) la cuestión de la raza venía a dificultar o imposibilitar la interpolación en los cuadros respectivos de un gran número de generales y jefes de color. El soldado y raso español no podía darse cuenta de que

5

278

La Gándara. Op. cit., pp. 237-238.

realmente fuera general o coronel el negro o mulato que detrás de un mostrador le regateaba un objeto de comercio”.6 Por ello, los militares dominicanos se sintieron más que humillados cuando compararon su situación con la de los militares españoles que percibían cuatro y hasta cinco veces más salario, aunque casi todos los oficiales dominicanos apoyaron a Santana en sus proyectos anexionistas, cuando vieron el territorio nacional hollado por la soldadesca española y comenzaron a sufrir en carne propia los efectos de la política económica y fiscal del gobierno colonial, agravada con la suspensión de las libertades públicas y la discriminación racial y religiosa, dieron inicio a los intentos restauradores de comienzos de 1863 que culminaron con el estallido revolucionario y popular del 16 de agosto de ese año. En el mes de febrero de 1863 ocurrieron varios levantamientos armados que fracasaron en sus intentos por restaurar la república. El primero fue el de Neyba, el día 3, dirigido por el general Cayetano Velásquez; el segundo fue el de Guayubín, el día 17, dirigido pro los coroneles Lucas de Peña, Benito Monción, Norberto Torres y el general Juan Antonio Polanco; el tercero fue el de Sabaneta, el día 23, dirigido por los generales Santiago Rodríguez, José Cabrera y Pedro Antonio Pimentel y el futuro héroe Gregorio Luperón; el cuarto, fue el mismo día, el de Monte Cristi y Dajabón y; el quinto, el día 24, el de Santiago, cuando se intentó tomar la Fortaleza San Luis. Casi todos los conspiradores de este último intento insurreccional fueron apresados, juzgados y condenados de muerte algunos y otros a sufrir penas de confinamiento en Ceuta, isla-prisión de la que rarísima vez salía con vida un prisionero político. En Santiago fueron fusilados: el poeta Eugenio Perdomo; el capitán Pedro Ignacio Espaillat; el coronel Carlos Lora; el 6

La Gándara. Op. cit., p. 233.

279

comandante Miguel Pichardo; el general Pedro Batista; el coronel Pierre Tomas y el zapatero Ambrosio Cruz. Fueron condenados a diez años de prisión en Ceuta: Sebastián Valverde; Pablo Pujols; Julián Belisario Curiel; Juan Luis Franco Bidó; Alfredo Deetjen; Ulises Francisco Espaillat y otros integrantes de la pequeña burguesía cibaeña. Esos movimientos fracasaron porque España reaccionó con rapidez y mano dura. La actuación militar en la Línea Noroeste y zona fronteriza del coronel Juan López Campillo, conocido por su crueldad, y del brigadier Buceta, más brutal que éste, aplastaron esos intentos restauradores. Sin embargo, los que pudieron escapar, como Santiago Rodríguez, José Cabrera, Benito Monción y Pedro Antonio Pimentel, se refugiaron en Haití y, con la ayuda de Fabré Geffrard, se mantuvieron activos haciendo incursiones a través de la frontera desde febrero hasta el 16 de agosto, fecha en la que un grupo de 14 hombres izó en Capotillo la bandera nacional e inició la Guerra Restauradora. Ese pequeño grupo se dividió: Rodríguez y Cabrera reunieron y comandaron 80 hombres; Pimentel, 40 y Monción 36. Esos 116 restauradores fueron los que derrotaron a Buceta y al coronel López Campillo, obligando al primero a huir desesperado por toda la Línea Noroeste, después de haberlo derrotado en Doña Antonia. Al anexionista general dominicano José Hungría, lo derrotó Monción en El Pino, lo que determinó que José Antonio Salcedo (Pepillo), quien era coronel en ese momento, y Juan Antonio Polanco tomaran a Monte Cristi y Dajabón. Ese fue el momento en el que el hermano de Juan Antonio Polanco, el general Gaspar Polanco, que estaba en las filas anexionistas adscrito a las reservas, se incorporó al movimiento revolucionario restaurador. Los restauradores marcharon hacia Santiago, tomaron la ciudad luego de desalojar de El Castillo a las tropas españolas y se inició el sitio a la Fortaleza San Luis donde se habían atrincherado las tropas anexionistas y refugiado decenas de familias hispánicas. 280

La fortificación no pudo ser tomada y en el curso de los combates Santiago fue incendiada. Se discute todavía quién le dio fuego. Algunos aseguran que fue el brigadier Buceta, al disparar varios cañonazos con trapos empapados en brea sobre las casas de la ciudad que estaban, en su casi totalidad, techadas de yagua y canas y eran de maderas, según consta en el informe de una comisión investigadora nombrada por el Gobierno Provisional Restaurador.7 Considero que pudo haber sido Gaspar Polanco, una especie de Dantón dominicano que aplicó la tea revolucionaria en todas partes, quien incendió a Santiago. Es bueno recordar que los restauradores no solamente incendiaron a Santiago, sino que también destruyeron con el fuego a parte de Puerto Plata, a Monte Cristi, a Barahona, a San Cristóbal, a parte de Baní, a Azua, a Neyba y a todos los villorrios por los que pasaban cuando retrocedían para emboscar a los españoles o para provocar que los persiguieran para alejarlos de sus bases de abastecimiento. Cuando en las campañas militares los restauradores se retiraban, no dejaban a sus espaldas nada que pudiera servir al enemigo: destruían los cultivos; mataban los animales domésticos que no se podían llevar, quemaban los ranchos, almacenes y viviendas. Era la táctica de la tierra arrasada y de la tea. El capitán español de infantería Ramón González Tablas fue bien explícito al referirse a la táctica de la tea y de la tierra arrasada:

“(...) ¿En qué lugar, con poco coste y ventaja de la fuerza material y moral podrán descansar los fatigados, cuidarse los heridos y organizarse los recién llegados, sean éstos procedentes de las otras Antillas o bien del ejército de la Península? Por ninguna parte y en ninguna, preciso es decirlo, absolutamente en ninguna, porque dejándose indefenso todo lo que le queda

7

“Investigación sobre el incendio de Santiago”. En Rodríguez Demorizi, Emilio, Actos y doctrina del gobierno de la Restauración. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1963, pp. 45-61. (Academia Dominicana de la Historia, Vol. XV).

281

a la espalda de este ejército valiente que avanza, podrá apenas llegar su noticia cuando logre sin duda pisar victorioso la frontera haitiana, que el camino que viene de recorrer tiene por metas sucesivas o por etapas los ceniceros en que han dejado las ciudades que vivían todavía a su frente, por la sola influencia de la ofensiva, en la lucha inicial, ofensiva que es en esta ocasión sumamente precaria”.8 Además de esta táctica de tierra arrasada y de la tea, los restauradores emplearon otra que desquició a los estrategas militares españoles: la guerra irregular de montaña o guerrillera. Las tropas españolas la sufrieron cuando la columna del brigadier Primo de Rivera y el coronel Cappa marchó de Puerto Plata a Santiago para rescatar a los sitiados en la Fortaleza San Luis y llegó a dicha ciudad después de tener más de 1,300 bajas. Constantemente esa columna fue atacada por Salcedo y Luperón por la vanguardia, la retaguardia y los flancos con la táctica guerrillera. Una carta de un teniente español a un compañero describe con gran dramatismo la forma empleada por los dominicanos para combatir a ese cuerpo de ejército: “Puerto Plata, 26 de septiembre de 1863. Mi querido K. (...) Extrañarás que ni una broma se me ocurra en esta carta conociendo mi carácter, que aún en grave peligro de morir, me he reído hasta de mí mismo. Pues bien, ya no me río. Aquí sólo se piensa en morir. Esto es cien mil veces peor que nuestra guerra civil, que Sebastopol y que todo; basta saber que en media hora de fuego perdió el batallón de Isabel II diez y nueve oficiales y el de la Corona trece. Si preguntas por la segunda compañía del batallón de San Quintín, te dirán que se ha mudado de barrios; sólo quedó el subteniente D. Juan Rueda, y eso porque estaba en Puerto Plata; los demás están comidos de los cerdos en Guayubín. De la tercera del mismo 8

282

González Tablas, Ramón. Historia de la dominación y última guerra de España en Santo Domingo. Barcelona, Talleres Gráficos de Manuel Pareja, 1974, p. 389. (Sociedad Dominicana de Bibliófilos, No. 6.)

batallón sólo quedó el subteniente Uría porque también estaba en Puerto Plata. La primera de Isabel II sólo tiene 20 hombres, los demás han muerto. Nuestros soldados en todas partes se baten con un valor admirable, pero en cuanto queman el último cartucho mueren. Aquí no vale el valor ni nada, porque nos batimos con los árboles. Me explicaré: el terreno está cubierto de una vegetación imposible de describir. No hay caminos, se anda por los cauces de los ríos, de monte en monte y de precipicio en precipicio. Todo el país es un desfiladero. Pues bien; sale una columna y se le echan encima trescientos o cuatrocientos hombres, que conocedores del terreno y parapetados en los inmensos árboles, hacen fuego por los flancos, por vanguardia y por la retaguardia. Te ciñen en un círculo de fuego que si avanzas, avanzan; si retrocedes, retroceden. Detrás de cada árbol hay un fusil que vomita muerte. No hay momento seguro. Oyes silbar las balas y no sabes de dónde viene (...) esto es horroroso, K. (...) Por último, aquí no se bate uno, lo que se hace es morir, te repito”.9 Por otro lado, el citado capitán González Tablas, que siempre combatió al frente de sus tropas, señaló que: “El sistema de guerra que adoptaron los dominicanos fue (...) el que se llama de guerrillas y emboscadas y cuyo principal papel está reservado a la infantería. Si en todas partes es este sistema funesto para el invasor, en ninguna lo puede ser tanto como en Santo Domingo, que puede asegurarse que es un bosque continuado de portentosa frondosidad. Emboscados los enemigos a orillas de las sendas que a uno y otro lado están cerradas por altísimas paredes de follaje, esperaban seguros el paso de las tropas, elegían impunemente sus víctimas, disparaban sobre ellas y se deslizaban por la espesura.

9

“Carta de un soldado español”. En Rodríguez Demorizi, Emilio. Diarios de la Guerra dominico-española de 1863-1865. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1963, pp. 104-105.

283

Al principio era de un efecto terrorífico aquello de que marchando una columna se oyese un tiro que parecía escapado y se supiese que había matado a un jefe u oficial. Era en verdad imponente para una tropa que marchaba en son de guerra, con las debidas precauciones, el experimentar sensibles pérdidas por los disparos de enemigos que jamás se dejaban ver. (...) Pues estos individuos (...) eran temibles por el conocimiento de los montes, de las sendas y de los vados y sabiendo lo que en ella valían y de lo que eran capaces, no la abandonaban. (...) Así se ha visto que con escaso número bastará cien veces para molestar a una columna al vadear un río, o al pasar un desfiladero, y aún en esos caminos que aunque rectos y anchos, estaban cercados de espesos bosques”.10 Un soldado de infantería señaló, en carta publicada en el Boletín Oficial No. 11, del 2 de julio de 1864, que: “(...) El diablo me lleve si yo le veo término a esto. A estos malditos indios no se les ve nunca; tan pronto están aquí como se desaparecen, y cuando hemos creído que han sido derrotados, se aparecen tirando que es un gusto. Y cuenta que no son malos tiradores. No parece sino que los malditos han pasado toda su vida cazando, pues donde apuntan, Jesús, no hay más que santiguarse; ahí tiene usted el hombre tendido cuan largo es. Y eso que no están todos armados, y las armas que tienen, con excepción de muchas carabinas que nos han tomado, y no prestadas, son malas. ¿Qué será, pues, el día que a esos pillos les lleguen las buenas armas de precisión? Tú sabes que al militar le gusta la guerra, puesto que así asciende y adquiere honores, pero te aseguro, bajo palabra de caballero, que ésta tiene mala cara. ¿Cuándo llegaremos a pacificar un país tan vasto, cortado por todas direcciones, por montañas y desfiladeros; poblado de una maldita canalla que tan bien vive en los montes como en un palacio; que conoce el terreno como tú

10

284

González Tablas, Ramón. Op. cit., pp. 210-213.

conoces tu dormitorio, mientras que nosotros no podemos tener completa confianza en ninguno de los que brindásemos como amigos nuestros se les ve en el semblante el deseo incesante de que demos en cualquier celada, y que darían la mitad de la vida porque el diablo nos llevase a todos?” 11 Luperón emitió su juicio sobre las características de la táctica guerrillera y del combatiente restaurador cuando afirmó: “En los combates a la distancia de 700 a 900 metros, las ventajas estaban del lado de los españoles, no ya por lo que se ha dicho del alcance de sus armas, sino porque era más certera su puntería. Pero mientras más corta era la distancia, más ventajas obtenían los dominicanos, porque los españoles se batían en columnas cerradas, y los dominicanos en líneas abiertas y desplegadas. (...) En la mayor parte de las peleas que se dieron a la bayoneta y al sable (Machete o sable gallito, ECM) por los dominicanos, la victoria quedaba casi siempre a favor de estos últimos.”12 El historiador Pedro María Archambault, basándose en la reseña de “un técnico español”, hizo una apología del machete como arma de guerra que enfrentó y venció al fusil y a la bayoneta. Al describir el fiero combate de La Barranquita (Guayacanes) contra fuerzas españolas que contaban con el apoyo de piezas de artillería, apuntó: “(...) Los dominicanos rompieron el fuego con una violenta descarga que les hizo algunas bajas a los españoles. Se trabó el combate con una bizarría de parte y partes (...) Animados los valientes de Monción y Pimentel (...) y chispeando la bravura de aquellos furiosos macheteros, una voz de jefe gritó “¡Al machete! ¡A los cañones!” Los jefes, impacientes y seguros del éxito, lejos de contener, excitaban a su gente y preparaban la acometida. Los españoles, avisados por los gritos de sus contrarios, se habían preparado a recibirlos con el

11

Rodríguez Demorizi, Emilio. Actos y doctrina..., p. 14.

12

Luperón, Gregorio. Notas Autobiográficas y apuntes históricos. Tomo II. Santiago, editorial El diario, 1939, pp. 7-8.

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mayor frente posible y la formación más cerrada de un cuadro, las piezas en el centro y la infantería en las alas, más atrás, y muy cerrados, el resto de los infantes y los caballos. Los dominicanos (...) se lanzaron como fieras sobre el cuadro. El comandante García gritó a todo pulmón ¡calen! Y brillaron las bayonetas bajo un sol de fuego. Se empeñó el combate al arma blanca: los unos a la bayoneta, los otros a machetazo limpio.

Muchos soldados españoles perdieron la mano izquierda bajo la briosa acometida de nuestros encabados”.13 Recientemente, José Miguel Soto Jiménez anunció el lanzamiento al público de su libro Los motivos del machete, reflexiones, apuntes y notas para una interpretación cuartelaria de la historia y la sociedad dominicana, en el que analiza el papel desempeñado por ese instrumento de trabajo y arma mortal en las contiendas bélicas en las que se ha visto involucrado el pueblo dominicano. Desconozco la obra, no así uno de sus capítulos centrales, “Machete y machete”, publicado en el suplemento cultural Isla Abierta. Aseveró el militar e historiador que: (...) El machetero como infante o dragón en la caballería, fusilero en las primeras fases de todo combate o lancero a caballo, arribaba al momento supremo del empleo del machete, cuando la corta distancia daba pie al combate cuerpo a cuerpo, enfrentándose casi siempre con la bayoneta, la cual sin importar las habilidades del diestro en su efectiva esgrima, tan popular en Norteamérica y en Europa, siempre resultaba mal parada frente a la acometida del “encabao” dominicano. Los mandobles iniciales del “encabao” siempre iban dirigidos a mutilar los brazos o las manos que sostenían el mosquete o el fusil (...)

13

286

Archambault, Pedro María. Historia de la Restauración. París, La Librairie Technique et Économique, 1938, pp. 82-83.

El machete en Santo Domingo, se impuso varias veces y en varias épocas a las armas de los soldados franceses, venció a las tropas expedicionarias inglesas y derrotó a los ejércitos haitianos. De alguna forma, eso quiere decir, que en Santo Domingo, el machete venció a la espada, la pica y la alabarda, sometió a silencio al arcabuz, al mosquete y a la carronada, se impuso sobre el sable, la pistola y el fusil, humillando y yugulando el orgullo filoso de la bayoneta y segando la voz ronca de los cañones de campaña. (...) Pero jamás el machete fue tan “machetemente” nuestro y grande como en la Restauración, cuando derrotando a las tropas de la Corona Española, el coraje venció a la tecnología de un imperio (...)

La Restauración fue el momento más alto del mechete (...)14 La táctica de combate a la que me he venido refiriendo obedecía a las famosas instrucciones para la guerra de guerrillas del Gobierno Provisional Restaurador, redactadas por Matías Ramón Mella cuando era ministro de Guerra, en septiembre de 1863, anunciando la forma en que se debía combatirse a las tropas españolas. En 10 normas ordenó: 1ro. Usar la mayor prudencia para no dejarse sorprender a fin de igualar la superioridad del enemigo en número, disciplina y recursos. 2do. No enfrascarse jamás en un encuentro general ni exponer a la fortuna de un combate la suerte de la república. 3ro. Tirar mucho, rápido y bien, hostilizando al enemigo día y noche; interceptándole sus bagajes, sus comunicaciones y cortándole el agua.

14

Soto Jiménez, José Miguel. “Machete y machete” Isla Abierta. Suplemento Cultural del periódico Hoy. Santo Domingo, 15 de octubre de 2000, pp. 4-5.

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4to.

Agobiarlo con guerrillas que tuvieran unidad de acción por su frente, retaguardia y flancos, no dejándolo descansar ni de día ni de noche ni dejarse jamás sorprender y sorprenderlo siempre que se pudiera.

5to.

Pelear siempre que se pudiera abrigados por los montes y por el terreno y hacer uso del arma blanca cada vez que se vislumbrara la posibilidad de abrirle al enemigo un boquete para metérsele dentro y acabar con él; sin presentarle nunca un frente por pequeño que fuera.

6to.

Nunca dejarse sorprender y sorprender siempre al enemigo aunque fuera a un solo hombre.

7mo.

No dejarlo dormir ni de día ni de noche para que las enfermedades hicieran en ellos más estragos que nuestras armas.

8vo.

Si el enemigo replegaba, averiguar si era una falsa retirada; si no lo era, se le debía seguir hostilizando por todos lados; si avanzaba se le debía hacer caer en emboscadas acribillándolo con guerrillas; en una palabra, hacerle a todo trance y en toda la extensión de la palabra, la guerra de manigua y de un combatiente invisible;

9no.

Mientras más se separara al enemigo de su base de operaciones, peor sería para él; si intentaba internarse en el país, más perdido estaría;

10mo.

Organizar dondequiera que estuviera situado, un servicio eficaz y activo de espionaje, para saber a todas las horas del día y de la noche el estado, la situación, la fuerza, los movimientos e intenciones del enemigo.15

15

288

Rodríguez Demorizi, Emilio, Diarios de la guerra, pp. 107-109.

En la Circular Nº 247, del 26 de enero de 1864, dirigida por el Gobierno Provisional Restaurador a los generales José Antonio Salcedo, Eusebio Manzueta, Gaspar Polanco y Aniceto Martínez, se les ratificó que solamente debían utilizar la táctica establecida en las aludidas Instrucciones para la guerra de guerrillas, cuya fiel ejecución había dado la victoria a los restauradores. A pesar de ello, algunos jefes se estaban apartando de las mismas, por lo que se les exigía su exacto cumplimiento porque: “(...) mientras los dominicanos sigan observando la táctica de guerra de guerrillas, tal como se hizo al principio, serán invencibles aunque la España mande aquí 50, 000 hombres, pero que en el momento en que los dominicanos se aparten de ella y quieran adoptar la táctica europea o del ejército español, serán infaliblemente derrotados”.16 Inmediatamente después de proclamarse la Restauración, se redactó el Acta de Independencia y se creó el Gobierno Provisional integrado por: José Antonio Salcedo, presidente; Benigno Filomeno de Rojas, vicepresidente; Máximo Grullón, Pedro Antonio Pimentel, Sebastián Valverde, Vicente Morel y Genaro Perpiñán por la Comisión de Interior y Policía; Ulises F. Espaillat, Pedro F. Bonó, Julián Belisario Curiel, Pablo Pujol y Manuel Ponce de León por la Comisión de Relaciones Exteriores; Pablo Pujol, José M. Glas, Ricardo Curiel, Alfredo Deetjen y Rafael María Leiva por la Comisión de Hacienda y Comercio; Matías Ramón Mella, Pedro F. Bonó, Pablo Pujol, Julián Belisario Curiel y Máximo Grullón por la Comisión de Guerra y Marina.17 Se iniciaron las campañas militares en el Cibao, Línea Noroeste, Centro y Sur y en casi todas se utilizó la táctica de la guerra de

16

Rodríguez Demorizi, Emilio. Diarios de la guerra, Nota Nº 24 al pie de pp. 107-108.

17

Ventura, Juan. Presidentes, juntas, consejos, triunviratos y gabinetes de la República Dominicana, 1844-1984. Santo Domingo, Talleres ONAP, 1985, pp. 7-8. (Colección de Documentos Históricos de ONAP, Nº 6).

289

guerrillas, excepto en dos ocasiones. La primera, cuando Salcedo y Luperón quisieron variarla por la de posiciones y fueron derrotados por el general dominicano anexionista Antonio Abad Alfau en el combate de la Sabana del Vigía, sobre el cantón restaurador de San Pedro, acción que se extendió hasta Arroyo Bermejo. La segunda, cuando Gaspar Polanco atacó en Monte Cristi, el 24 de diciembre de 1864, a los bien atrincherados españoles. Las tácticas de la guerrilla, la tea y la tierra arrasada, empleadas en las campañas del Sur, Centro, Cibao, Noroeste y Este, obligaron al mariscal La Gándara a concentrar sus tropas en San Carlos, Monte Cristi, Puerto Plata y Samaná, después del ocaso de Santana por su fracaso militar en Guanuma, Monte Plata, El Seibo e Higüey. Los intentos del comandante español, con más de 4,000 hombres bajo su mando, de aplastar el movimiento restaurador en el Sur quedaron frustrados con los ataques de los dominicanos en Nigua, Fundación, Sabana Grande, Nizao, Yaguate, Azua, San Juan, Las Matas, Barahona y Neyba. En su marcha por los campos agrestes del Suroeste, La Gándara solamente encontró cultivos destruidos y abandonados, poblados vacíos e incendiados. Para octubre de 1864, las acciones militares restauradoras estaban estancadas, situación que provocó que Gaspar Polanco, junto a otros dirigentes, el día 10 lanzara un manifiesto acusando al presidente Salcedo de vacilante, de iniciar negociaciones de paz con La Gándara para traer a Báez a la presidencia y de abandonar los cantones del frente de Montecristi. El restaurador, poeta y escritor Manuel Rodríguez Objío, exaltó a José Antonio Salcedo y a la vez lo denigró con una grave acusación, al juzgarlo con las siguientes palabras:

“El general José Antonio Salcedo era humano, generoso, desinteresado; tenía en fin todas las virtudes de un soldado valiente, pero débil y descuidado en sus atenciones políticas. Su bondad ingénita, unida a los dos grandes defectos que hemos indicado, fueron la causa principal de su desgracia. Un vicio común afeaba además sus bellas dotes; ese vicio que hizo 290

despreciable a Marco Antonio el rival de Augusto, contribuyó mucho a inclinar la balanza a favor de sus enemigos”.18 Dicho de otra manera, además de tacharlo de débil y pusilánime, lo acusó de nefandario o sodomita: de homosexual. Gregorio Luperón, que combatió bajo sus órdenes y tuvo con él desavenencias, no fue tan severo, aunque criticó su debilidad de carácter.19 En el último volumen de su obra, mencionó a un grupo de ciudadanos que consideraba notables y estimados: “(...) los unos por sus virtudes cívicas, los otros por su heroísmo, varios por una entera firmeza en los principios y muchos que por su abnegación y patriotismo, han dado al país ejemplos sublimes de verdadero amor a la patria, y son acreedores de nuestra sincera admiración. Son los siguientes: el general Eusebio Pereyra y sus valerosos compañeros de San Cristóbal. Los denodados generales Pedro Antonio Pimentel, José Antonio Salcedo (...)20 El desconocimiento de Salcedo como jefe del Gobierno Provisional Restaurador, causó su derrocamiento y que los jefes restauradores proclamaran presidente a Gaspar Polanco. El nuevo gobierno se convirtió en una dictadura revolucionaria por la serie de medidas que implantó y por activar la guerra patriótica en todos los frentes. Personalmente, en violación a las instrucciones para la guerra de guerrillas, Polanco atacó a los 7,000 y tantos españoles comandados por La Gándara y Primo de Rivera que habían desembarcado en Monte Cristi con el objetivo de marchar sobre Santiago. Esa valerosa y casi suicida acción fue llamada por La Gándara “la Inocentada Gaspar” y, aunque no logró sacar a las tropas anexionistas de Monte Cristi, impidió que avanzaran hacia Santiago.

18

Rodríguez Objío, Manuel Nemesio. Gregorio Luperón e Historia de la Restauración. Tomo I. Santiago, Editorial El Diario, 1939, p. 210.

19

Luperón, Gregorio. Op. cit., Tomo I, pp. 255 y ss.

20

Luperón, Gregorio. Op. cit., Tomo III, p. 408.

291

Por otro lado, Polanco acabó con el colaboracionismo, creó las escuelas primarias, reorganizó el ejército y dictó varios decretos revolucionarios e innovadores. Entre ellos, los más notables fueron: el que prohibió aceptar como desertores a soldados españoles; el que proscribió el empleo de todo tratamiento incompatible con el sistema democrático, en particular los títulos de señoría, excelentísimo, excelencia, etc. También desterró el uso, al final de las cartas y comunicaciones, de expresiones como la de “Dios guarde a usted muchos años” que fue sustituida por “Dios y Libertad”. Concedió plazos a los nacionales que estaban en Haití y en las Antillas circundantes para que efectuaran su presentación y acta de adhesión ante el gobierno restaurador, so pena de perder sus derechos ciudadanos.21 Sin embargo, Polanco tuvo un lado muy oscuro: el injustificable fusilamiento de Salcedo, el 5 de noviembre de 1864 en la playa de Maimón, por el coronel Agustín Peña Masagó, crimen en el que estuvo presente, siendo oficial de bajo rango, el posteriormente famoso dictador Ulises Heureaux (Lilís). En España, el 16 de septiembre de 1864, un grupo de oficiales encabezado por el general Ramón María Narváez depuso al general Leopoldo O‘Donnel por el fracaso político de la Unión Liberal y, especialmente, por el descalabro del ejército español en Santo Domingo, que en una campaña de 13 meses había sufrido miles de bajas a un costo de millones de dólares. Narváez ordenó a La Gándara concentrar todas las tropas en las ciudades portuarias de Santo Domingo, Puerto Plata, Monte Cristi y Samaná y que bajo ninguna circunstancia realizara actividades bélicas, salvo en caso de defensa. Ante esa situación, Gaspar Polanco ordenó atacar a San Carlos, San Gerónimo, Galindo y Pajarito (los tres

21

292

Rodríguez Demorizi, Emilio. Actos y doctrina...En las pp. 192 y ss. figuran los textos de los decretos que establecieron estas medidas.

primeros hoy barrios de la ciudad de Santo Domingo y el último la actual Villa Duarte, en la margen oriental del río Ozama). El 3 de marzo de 1865 Polanco envió, por mediación de Fabré Geffrard, una exposición a la reina Isabel II en la que le suplicó: “(...) una vez más a V.M. se digne hacer cesar la efusión de sangre y poner término a una situación deplorable”. Le solicitó, además, que se llegara a un acuerdo de paz por medio del cual “(...) esta porción de tierra, patria de los dominicanos, sea desprendida por vuestra real y magnánima voluntad, de las vastas posesiones que forman la Monarquía española”. Concluyó confiando en que: (...) la paz y tranquilidad sean por vuestra real disposición devueltas al pueblo dominicano, y esta concesión será uno de los hechos más gloriosos de vuestro reinado, porque será un acto de humanidad y de resplandeciente justicia”.22 Al conocer esta misiva, Pimentel y Monción se sublevaron en Dajabón, marcharon con sus tropas sobre Santiago, desconocieron el gobierno de Gaspar Polanco y crearon, provisionalmente, una Junta Superior Gubernativa presidida por Benigno Filomeno de Rojas; con Luperón de vicepresidente y Vicente Moral, Eusebio Pereira, Pimentel y Monción en los ministerios.23 Dicha junta convocó a la Convención Nacional que, el 27 de febrero de 1865, puso en vigor la liberal Constitución de Moca de 1858 y eligió a Pimentel presidente; a Rojas vicepresidente y a José del Carmen Reinoso, Vicente Morel, Teodoro Heneken y Pedro Martínez en los ministerios.24 Polanco fue sometido a juicio ante un consejo

22

“Exposición dirigida por el Gobierno Provisorio a S.M.C. el 3 de enero de 1865”. En Rodríguez Demorizi, Emilio. Actos y doctrina..., pp. 256-257.

23

Ventura, Juan. Op. cit., pp. 9-10.

24

Ibid., p. 10.

293

de guerra y condenado a muerte por el asesinato de Salcedo, pena que no fue ejecutada porque el prisionero se fugó de la cárcel y se refugió en Haití. Puesto que las cortes de España habían acordado abandonar a Santo Domingo, el 1ro. de mayo de 1865, la reina sancionó el decreto de desocupación. Las tropas españolas comenzaron a abandonar el territorio dominicano y solamente quedaron concentraciones de soldados en los puertos de Santo Domingo y Samaná. El 11 de julio de 1865, salieron del territorio dominicano los restos del derrotado ejército español. Había fracasado rotundamente, igual que en 1809-1821, el segundo intento por reincorporar el territorio nacional a la soberanía española. Igualmente fracasó un nuevo intento, que no sería el último, del sector antinacional que no creía en la vocación del pueblo dominicano por autogobernarse y ser dueño de sus destinos. En la guerra librada en Santo Domingo, España llegó a tener un ejército de 63,000 hombres de todas las armas, integrado por 41,000 peninsulares, 10,000 cubanos y puertorriqueños y 12,000 dominicanos. Además, 27 buques, muchos de ellos de vapor y cascos de metal, que mantuvieron un estricto bloqueo naval a toda la isla para evitar que los restauradores recibieran pertrechos bélicos. Esa contienda produjo a España gran cantidad de bajas, tanto por heridas provocadas en los combates, como por la fiebre amarilla. Las bajas fueron 18,000 peninsulares y 5,000 de cuba, Puerto Rico y República Dominicana, para hacer un total de 23,000. Su costo en dinero fue de 129 millones de dólares que, en la época, constituía una respetable cifra. Lo que la Guerra Restauradora costó al pueblo dominicano nunca ha sido cuantificado y únicamente se hicieron estimaciones. Se mencionaron, sin apoyo documental fehaciente, 10,000 bajas: 6,000 muertos y 4,000 heridos. Los combatientes dominicanos totalizaron entre 15,000 y 17,000 hombres, mal armados y mal vestidos. Vale la pena recordar lo que relató Pedro Francisco Bonó, 294

cuando, en su calidad de ministro de Guerra del Gobierno Provisional Restaurador, el 5 de octubre de 1863, inspeccionó el cantón de Arroyo Bermejo. Escribió estas dramáticas observaciones: “(...) La comandancia de armas era el rancho más grande de todo el cantón, donde todo estaba colocado como Dios quiera. El parque eran ocho o más cajones de municiones que estaban encima de una barbacoa y acostado a su lado había un soldado fumando tranquilamente su cachimbo. Varias hamacas tendidas, algunos fusiles arrimados, dos o tres trabucos, una caja de guerra, un pedazo de tocino y como 40 ó 50 plátanos era todo lo que había. (...) El cantón, como una colmena humana, hacía un ruido sordo. Había una multitud de soldados tendidos en el camino acostados de una manera particular: una yagua les servía de colchón y con otra se cubrían, de manera que aunque lloviera como acababa de suceder, la yagua de arriba les servía de techumbre y la de abajo como una especie de esquife, por debajo de la cual se deslizaba el agua y no los dejaba mojar. A esta yagua en el lenguaje pintoresco de esa época se llamaba la frisa de Moca. (...) Cerca ya de mi rancho vi un individuo dándose paseos gravemente vestido con un frac de paño negro, pero debajo del cual, como el escudero del Lazarillo de Tormes, no había camisa ni otra pieza que impidiera su contacto con las carnes: este individuo sólo tenía unos calzoncillos. (...) Se pasaba revista. No había casi nadie vestido. Harapos eran los vestidos; el tambor de la Comandancia estaba con una camisa de mujer por toda vestimenta; daba risa verlo con su túnica; el corneta estaba desnudo de la cintura para arriba. Todos estaban descalzos y a pierna desnuda. Se pasó revista y se contaron doscientos ochenta hombres: de Macorís como cien, de Cotuí unos cuarenta, de Cevicos diez y seis, de La Vega como cincuenta; los de Monte Plata contaban setenta hombres, todos, aunque medio desnudos, con buenos fusiles, pues con armas y bagajes se habían pasado de las filas españolas a las nuestras. Se pasó revista de armas cotuisanas, macorisanas, ceviqueñas, sólo tenían seis trabucos, cuarenta carabinas, diez y seis fusiles; la caballería sólo tenía dos o tres pistolas de piedra, pero todos tenían sables de infantería y caballería. (...) Acabóse ésta y todos se dispersaron: unos cogieron calabazos y bajaban 295

por agua al arroyo; otros mondaban plátanos y los ponían a asar (...) El cantón en masa vivía del merodeo, pero le era fácil, porque estaba en medio de una montería. 25 Por su parte, el capitán Ramón González Tablas hizo las siguientes observaciones del combatiente dominicano: (...) Sin otra instrucción que saber malamente cargar y disparar; sin otro armamento que el que cada cual puede facilitarse, a excepción de algún que otro caso muy raro, en que el gobierno podía repartir para muchos miles de hombres, algunos cientos de fusiles que regularmente sirvieron a otras naciones, y fueron desechados por inútiles. El soldado dominicano no conoce el uniforme, se presenta como estaba en sus tareas, que generalmente es destrozado, descalzo y por todo morrión un mal pañuelo atado a la cabeza. Mucho menos conoce el uso del correaje ni de la mochila; gasta una especie de esportilla, que llama macuto, que con una cuerda a modo de asa, cuelga del hombro izquierdo. En aquella especie de zurrón o morral, lleva todo su ajuar de campaña: el tabaco, la carne, los plátanos, alguna prenda de ropa, si por casualidad tiene, y los cartuchos: todo allí va revuelto”.26 Estos dominicanos, procedentes de los sectores de las clases populares, mal comidos, desarrapados y pésimamente armados, derrotaron a los bien alimentados, debidamente uniformados, rigurosamente entrenados y magníficamente armados soldados españoles. ¿Cómo fue eso posible? Aparte de la vocación patriótica y el deseo de ser libres o morir en la empresa, porque emplearon correctamente la táctica de la guerra de guerrillas que venció a soldados y oficiales españoles.

25

Bonó, Pedro Francisco. “En el cantón de Bermejo”. En Rodríguez Demorizi, Emilio. Papeles de Pedro F. Bonó. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1964, pp.119-122. (Academia Dominicana de la Historia, Vol. XVII).

26

González Tablas, Ramón. Op. cit., p.40.

296

El costo económico de la Guerra Restauradora para los dominicanos tampoco ha sido cuantificado. Ciudades, villas y poblados destruidos: Santiago, Puerto Plata (parcialmente), Sabaneta, Guaraguanó (Monción), Guayubín, Monte Cristi, Dajabón, Bánica, Comendador, Las Matas, Neyba, El Cercado, San Juan de la Maguana, Azua, Barahona (parcialmente), Baní (parcialmente) y San Cristóbal. En las zonas rurales, salvo en algunas regiones cibaeñas, solamente quedaron campos devastados que afectaron severamente la producción y exportación de tabaco, café, cacao, azúcar, maderas, ganado, pieles vacunas y caprinas, miel de abejas y cera. Se agravó el caos financiero y aumentó la depreciación de la moneda porque España no amortizó las emisiones baecistas y porque, además, el propio gobierno restaurador hizo varias emisiones de papel moneda sin garantía alguna. En definitiva, en la lucha por restablecer la eclipsada soberanía, el pueblo dominicano sufrió el empobrecimiento general de todos los sectores de su vida productiva, el decrecimiento de su economía y el estancamiento del proceso de su desarrollo histórico. Para concluir, pasaré a señalar algunas de las más importantes consecuencias de la Guerra Restauradora: 1 El restablecimiento de la soberanía nacional y la desaparición del llamado “gran traidor” Pedro Santana, lo que significó el triunfo de los liberales nacionalistas y la derrota de los anexionistas; 2 La devastación de los campos y la destrucción de ciudades y poblaciones, con el consiguiente estancamiento del desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad dominicana; 3 La demostración de la capacidad de sacrificio de la casi totalidad del pueblo dominicano y de su vocación de luchar por el mantenimiento de su libertad e independencia; 297

4 Las tácticas de la guerra de guerrillas, la tierra arrasada y la tea, demostraron que un pueblo pobre y mal armado puede vencer a un país poderoso con un ejército moderno superior en armas y soldados; 5 Sirvió de ejemplo a los pueblos colonizados de Cuba y Puerto Rico, en especial al primero, que inició su guerra de independencia en 1868 usando las tácticas restauradoras, bajo la dirección de militares dominicanos, particularmente del genio de las guerrillas, Máximo Gómez. 6 El fortalecimiento del pensamiento liberal y nacionalista caribeño, puesto de manifiesto por primera vez en la revolución tabacalera de 1857, en la Constitución de Moca de 1858 y en la formación del Partido Azul que recogió el objetivo clasista de la pequeña burguesía de defender la soberanía nacional y promover en el país el desarrollo económico; 7 El surgimiento de la tesis geopolítica de la unidad insular de República Dominicana y Haití para luchar contra los enemigos comunes de ambas naciones, que dio origen al antillanismo o confederación antillana para combatir por la defensa de la soberanía nacional de los dos países, la independencia de Cuba y Puerto Rico e impedir que Estados Unidos de América, con su voraz expansionismo, se apropiara de tres de las grandes Antillas.27 8 El surgimiento de líderes militares de origen popular que se convirtieron en caudillos nacionales (Pimentel Cabrera, Guillermo, Luperón y Heureaux);

27

298

Cordero Michel, Emilio. “El antillanismo de Luperón”. Ecos, Año 1, N. 1, Santo Domingo, 1993, pp. 45-66 (Instituto de Historia de la Universidad Autónoma de Santo Domingo).

9 El incremento de la injerencia de los Estados Unidos de América en los asuntos internos dominicanos y de su desbocado interés por apropiarse de la Bahía y Península de Samaná; 10 El inicio de una política de endeudamiento externo que por años lesionó severamente la soberanía nacional: los empréstitos con las casas bancarias Hartmont, Westendorp San Domingo Improvement Company, etc.; 11 Fue una revolución que, según Manuel Rodríguez Objío, “(...) comenzó desde luego á germinar en el seno del verdadero pueblo: ella vino de abajo para arriba en contraposición de otras revoluciones: de aquí el carácter social con que se presentó”. 28 12 Por ello, fue un verdadero proceso revolucionario de origen popular que marcadamente reunió objetivos de liberación nacional, sociales y raciales en la más hermosa gesta del siglo XIX, la cual, empleando una opinión de Pedro Henríquez Ureña, “galvanizó” el sentimiento nacional y consolidó en la conciencia de los dominicanos su decisión inquebrantable de ser libres o morir.

28

Rodríguez Objío, Manuel Nemesio. “Consideraciones escritas en Santo Domingo el 1º de enero de 1868”. En Relaciones. Ciudad Trujillo, Editora Montalvo, 1951, pp.202203. (Colección del Archivo General de la Nación Vol. VIII).

299

Notas sobre la participación haitiana en la Guerra Restauradora RICARDO HERNÁNDEZ

EL SIGNIFICADO DE LA GUERRA RESTAURADORA En la jornada por la restauración de la soberanía (1863-1865) participaron diversos sectores de la sociedad dominicana en favor de la expulsión de los representantes del poder español en esta parte de la isla, los cuales, desde 1861, venían gobernándonos como consecuencia de la anexión del país a España por parte del sector social de los hateros, representado por Pedro Santana. Aunque los hateros, desde años atrás, estaban tratando de que España nos asumiera nuevamente como colonia, es en 1861 cuando decide aceptarnos de nuevo como una forma de contrarrestar el avance de los Estados Unidos1 hacia el Caribe, con lo que también protegía sus colonias en el área (Cuba y Puerto Rico).

1

Desde mediados del siglo 19, los Estados Unidos habían proclamado “América para los americanos”, lo que se consideró una advertencia a las potencias europeas para que descontinuaran su práctica colonialista en América, pues la misma era el “patio trasero” de los Estados Unidos, en consecuencia lo tendrían de frente defendiéndola. A partir de entonces los norteamericanos comenzaron a intervenir por diversas vías en diferentes territorios de América Latina y el Caribe.

301

Aunque en el proceso de resistencia en contra de los españoles, participaron ciertos remanentes del movimiento trinitario, sectores liberales del Cibao, comerciantes, labradores, artesanos, criadores, hateros, etc., y a pesar de que existían sectores inspirados en ideales patrióticos, la mayoría del pueblo se movilizó en oposición a las medidas represivas implementadas por el gobierno español en esta colonia. El aumento de los impuestos y la devaluación progresiva de la moneda, siendo esto último lo que afectó mayormente a los productores de tabaco del Cibao. El deterioro ascendente de las condiciones sociales y económicas de los dominicanos fue desarrollando un flujo de protesta por la presencia del imperio español. En tal sentido se sucedieron insurrecciones en Neyba, Guayubín, Sabaneta, Montecristy, Santiago y Puerto Plata; la Línea Noroeste y el Cibao constituyeron el embrión de la Guerra Restauradora. La multiplicidad de sectores sociales participantes en la guerra defendiendo lo dominicano y la expansión territorial que alcanzó la misma, le dieron una dimensión popular, convirtiéndose en una reafirmación de lo nacional, frente a la derrota del colonialismo español, evidenciada en los cantones restauradores y en el heroísmo de los hombres y mujeres que se integraron a esta gesta. De manera que en la Guerra Restauradora se sintetiza la diversidad cultural-regional del dominicano para enfrentar el poderío español, lo que vino a validar la definición de nuestra nación con perfiles auténticos, diferentes a los de España.

IMPACTO INTERNACIONAL DE LA ANEXIÓN Varios países repudiaron la anexión de la República Dominicana a España; otros, en cambio, la apoyaron. Haití desató una “ofensiva diplomática” en contra de la anexión, debido a que 302

consideraba la reaparición de España en la isla como un elemento atentador de su independencia. Este país se mantuvo vigilante frente al entreguismo de los sectores dominantes dominicanos (hateros), pues temía que al ser ocupada la República Dominicana por una potencia extranjera, ésta intentara revivir el colonialismo en la parte occidental de la isla. Además, como nación libre, era práctica cotidiana de Haití apoyar los procesos independentistas gestados en América2 por lo que las potencias llegaron a considerarlo “un foco rebelde”. Esta posición era impulsada en lo fundamental por los sectores liberales haitianos, los cuales también –para enfrentar la anexión– buscaron el apoyo de Inglaterra y Francia. Estados Unidos consideró la anexión como un atentado de las potencias europeas a los principios de la Doctrina Monroe, en ese sentido encaminaron algunas gestiones diplomáticas que resultaron de poco efecto y mediatizadas por los conflictos internos de ese país. El Perú también impulsó algunos esfuerzos diplomáticos protestándole al gobierno español por haber aceptado la anexión, considerándola un acto ilegítimo. Al final de cuentas, la postura más beligerante fue la de Haití; los demás países trataron de sacarle ventajas particulares al momento, o no rebasaron el espontaneísmo diplomático. Como ocurrió con Inglaterra, que se mostró partícipe de la anexión, porque la misma se conectaba con sus planes de boicotear la Doctrina

2

El asesinato de Jean Jacques Dessalines en 1806 condujo a la división de la República de Haití en dos partes. En el norte gobernaba Henry Cristóbal y en el sur Alejandro Petión. Este último “le dio a Bolívar* artillería, armas ligeras, municiones, pólvora, dinero, embarcaciones...”. En otras ocasiones Bolívar volvió a recibir de Petión ayuda militar. (Bosch, Juan. De Cristóbal Colón a Fidel Castro, el Caribe frontera imperial, 5ta edición dominicana. Santo Domingo Ed. Alfa y Omega, 1986, pp. 517 y 521). * Se refiere a Simón Bolívar (R.H.)

303

Monroe3. Los ingleses aprovecharon la coyuntura para manipular a España y utilizarla como mecanismo de contención de cara a las demás potencias europeas, que no deponían su práctica esclavista mientras que Francia apoyó la anexión, debido a que la misma abría una posibilidad de alianza con España y de nuevo colonizar toda la isla.

LA REACCIÓN DE LOS HAITIANOS FRENTE A LA ANEXIÓN El impacto de la anexión fue tal en Haití, que el gobierno haitiano, de forma airada, convocó a los haitianos para que tomaran las armas en contra de la misma. Pero esta decisión no trascendió a la práctica. Tal pronunciamiento estaba dirigido a la defensa de la independencia haitiana, para la cual los haitianos no habían escatimado ningún tipo de esfuerzo y sacrificios, y en ese momento estaban dispuestos a continuar firmes en favor de lo que tanto esfuerzo les había costado.

3

“.... la Doctrina Monroe fue formulada en 1823, en un mensaje que el presidente de los Estados Unidos presentaba habitualmente a fin de año. Su propósito inicial era oponerse a las supuestas o reales amenazas de la Santa Alianza en el sentido de restablecer el sistema colonial en aquellas repúblicas recién proclamadas en el continente. Hubo otras razones: las actitudes rusas en Alaska y las inglesas en Oregón. La idea original procedía de Inglaterra que se la sugirió a Estados Unidos para que adoptara una forma conjunta frente a la Santa Alianza. Esta idea fue recogida por los estadistas norteamericanos, Jhon Quinc y Adams principalmente, pero como idea exclusivamente norteamericana, tal como fue finalmente presentada por el presidente Monroe”. (Mir, Pedro. Las raíces dominicanas de la Doctrina de Monroe. Santo Domingo, Ed. Taller, 1984, pp.-19). Con el propósito de evidenciar aún más la naturaleza de esta doctrina, presentamos un fragmento de la misma. “Por consiguiente, nosotros debemos declarar, para la pureza y el carácter amistoso de las relaciones existentes entre los Estados Unidos y aquellas potencias, que debemos considerar cualquier intento de su parte para extender su sistema político a cualquier porción de este hemisferio como un peligro para nuestra paz y nuestra seguridad”. (Tomado del texto completo de la Doctrina Monroe, incluido en la citada obra de Pedro Mir, pp.-105)

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Formalmente, el 6 de abril de 1861 el gobierno haitiano hizo pública su protesta en contra de la anexión, donde establecía su oposición a que España ocupara el territorio dominicano, planteando que Pedro Santana no tenía ningún derecho a “enajenar ese territorio”. El gobierno presidido por Fabre Geffrad, manifestó que no reconocería el gobierno de esta parte de la isla y (que) se reservaba el empleo de todos los medios que, según las circunstancias, pudieran ser propios para asegurar y afianzar sus más preciosos intereses4. En consecuencia, el aporte de los haitianos fue tan significativo y determinante que algunos autores lo han considerado “la retaguardia” de las guerrillas restauradoras5. Haití vino a constituir una fuerza inagotable de recursos económicos y militares, a donde acudían los restauradores permanentemente en búsqueda de los mismos. Cuando España se informó de que Haití estaba apoyando a los restauradores dominicanos, de inmediato ejecutó varias medidas para detener la solidaridad haitiana. Por la postura asumida, Haití tuvo la obligación de: Pagar una indemnización de 25,000 pesos fuertes; sus costas fueron asediadas por la marina española y los españoles se dedicaron a vigilar la frontera para que los restauradores no realizaran contacto con los haitianos. En ese período las posiciones políticas conservadoras en el gobierno haitiano estaban adquiriendo mayor peso, por lo que las reprimendas españolas fueron suficientes para que el apoyo que se le venía ofreciendo abiertamente a Francisco del Rosario

4

García, José Gabriel. Compendio de la historia de Santo Domingo, tomo 3, 4ta edición. Santo Domingo, Publicaciones ¡Ahora!, s/f. pp.-389.

5

Véase. Cassá, Roberto. Historia social y económica de la República Dominicana, tomo 2, Santo Domingo, Ed. Alfa y Omega, 1986, pp. 86-90.

305

Sánchez se le retirara formalmente. Sin embargo, la colaboración haitiana se mantuvo, esta vez de forma clandestina, pues en ese momento el mantenimiento de la independencia dominicana era una salvaguardia de la independencia haitiana. El movimiento de la Regeneración dominicana estuvo encabezado por Francisco del Rosario Sánchez y José María Cabral, los cuales se trasladaron desde Saint Thomas hacia Haití, intentando obtener el apoyo de otros generales dominicanos, con el ánimo de provocar una insurrección nacional, lo cual no se consiguió. Cuando salieron de Haití fueron protegidos por una columna del ejército haitiano, por lo menos hasta la frontera. Los patriotas contaron con el apoyo solidario de los pueblos de Mirabalais, y Caobas, cuyos habitantes flotaban la bandera dominicana, como símbolo de apoyo. “Los rebeldes tuvieron un apoyo amplio de los pueblos y parajes de las regiones fronterizas, muchos de cuyos pobladores se sumaron a los expedicionarios, la mayoría de las tropas gubernamentales también les dieron el apoyo a los rebeldes y se incorporaron a sus filas”6. Los regeneradores estaban inspirados en el radicalismo trinitario, aunque el movimiento contaba con una amplia base baecista. Lamentablemente las noticias previas que tenía Pedro Santana sobre este movimiento posibilitaron su derrota militar. Es válido decir que la presión ejercida por España contribuyó a que la colaboración haitiana disminuyera, pues Lamonte, el secretario haitiano, de corriente liberal, aspiraba a enviar una columna del ejército haitiano a combatir junto a Sánchez y los su-

6

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Álvarez, Luis. Dominación Colonial y Guerra Popular 1861-1865, Santo Domingo, Ed. UASD, 1986, pp. 65.

yos. A lo que se le suma la presión de los sectores conservadores haitianos para que Haití se asumiera como observador del proceso restaurador.

GUERRA RESTAURADORA Y PARTICIPACIÓN HAITIANA Entre 1861 y 1863 surgieron, además de la de Sánchez, varias protestas armadas en diferentes puntos del país, sin que ninguna de ellas afectara la estabilidad del poder español en Santo Domingo. Esto así, hasta que el 16 de agosto de 1863 un grupo de patriotas encabezados por Santiago Rodríguez enarbolaron la bandera dominicana en la comunidad fronteriza de Capotillo dándole inicio a la Guerra Restauradora, la cual no se detendría más hasta conseguir la expulsión de los españoles del país. Santiago Rodríguez, Benito Monción, José Cabrera, entre otros, al calor de la lucha restauradora se vieron obligados a viajar a Haití, a donde fueron con el propósito de buscar pertrechos para encender otra vez la hoguera de la protesta. Por su parte, Benito Monción se mantuvo haciendo contacto en Haití en beneficio de la causa y recorriendo continuamente la frontera “tirando tiros” para revivir los ánimos patrios. Estas acciones conspiradoras fueron afectadas por la presencia de las naves españolas en las costas haitianas, lo que obligó al gobierno a simular el retiro de su colaboración a los dominicanos. El movimiento restaurador creó ciertas convulsiones en el interior de los sectores dominantes haitianos porque no todos estaban decididos a apoyar la causa dominicana. El General Noel Philitrope fue un eficaz favorecedor de la independencia dominicana, el cual hábilmente engañó a los españoles, a los que consideraba el obstáculo principal de la independencia isleña. 307

La situación llegó al extremo de que el general Therésias Simón San gestó una conspiración con la que se proponía derrocar a Fabre Geffrad y sacar a los españoles de Santo Domingo; este movimiento no prosperó. No obstante, Geffrad mantuvo su apoyo a los dominicanos a través del General Obart Daguerre quien sostenía contacto permanente con Santiago Rodríguez, el cual estableció un centro de conspiración cerca de Cabo Haitiano, donde diariamente se le sumaban nuevos elementos haitianos y extranjeros ofreciendo su contribución. Para la causa dominicana, comerciantes haitianos compraron pólvora y pertrechos de guerras, a lo que se les sumaron los ofrecidos por el General Salnave, pretextando que los mismos serían usados en contra de Geffrad, lo cual era un simple pretexto, ya que todo el pueblo haitiano favorecía ardorosamente la independencia dominicana. La colaboración haitiana a pesar de su clandestinidad se mantenía en tal forma que patriotas de Santiago, Moca, La Vega y el resto del Cibao continuamente atravesaban la frontera con “instrucciones y municiones” tratando siempre de no ser descubiertos por los españoles, aunque éstos no tenían amigos en la franja fronteriza. El General Noel se mantenía reflejando imparcialidad frente a los españoles a tal punto de que visitó al General Buceta en Dajabón para explicarle que las idas y venidas de gente armada por la frontera, obedecía a movimientos de la policía haitiana para sorprender el contrabando. Estas evidencias de imparcialidad permitieron que los revolucionarios dominicanos mantuvieran una pequeña marina en Puerto Plata, la que contaba con el apoyo de las autoridades de Cabo Haitiano y el desconocimiento de las autoridades españolas.

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El gobierno provisional restaurador fue instalado el 14 de septiembre de 1863 en Santiago de los Caballeros, teniendo como presidente a José Antonio Salcedo, vicepresidente a Benigno Filomeno Rojas, ministros; Ulises Francisco Espaillat, Máximo Grullón, Pedro Pujols, Pedro Francisco Bonó, Alfredo Deetjen, Sebastián Valverde y Belisario Curiel. Estos redactaron una carta de independencia donde establecían sus propósitos, entre los cuales estaba el de sacar a los españoles del país. Dicha acta fue firmada por 10,000 personas. En 1864, el gobierno restaurador le solicitó al gobierno haitiano que lo reconociera, pero éste se negó, aludiendo las relaciones que mantenía con España. Dos razones fundamentales pudieron motivar esta actitud del gobierno haitiano: 1) Que los sectores conservadores influyeran al tomarse esa decisión y 2) Evitar nuevas sanciones de España. Esa medida motivó el surgimiento de un movimiento en Haití que exigía una política amistosa y protectora con la revolución dominicana, el mismo estaba conducido por el general Longuefosse; los disidentes intentaron fraguar un golpe contra el ministro de guerra General Felipeaux, pero el mismo fracasó. El ilustre General Longuefosse trató de escapar de una goleta que traía a las aguas dominicanas trescientas7 carabinas y varias municiones que enviaba el agente dominicano en Cabo Haitiano Monsier A. Grimard. Esas armas las confiscó el gobierno haitiano y nunca más fueron devueltas, a pesar de las gestiones hechas por los restauradores. Las acciones del gobierno haitiano son el resultado de un juego diplomático de Haití frente a España con el que se trataba de

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Archambault, Pedro. Historia de la Restauración, 2da edición, Santo Domingo, Ed. Taller, 1973, pp. 237.

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evitar la confrontación bélica. No podemos catalogar las mismas como declinaciones de la colaboración haitiana al proceso restaurador pues los “aportes” nunca dejaron de llegar, aunque por medios clandestinos. Los conflictos entre los sectores dominantes haitianos no redujeron la solidaridad del pueblo haitiano y de algunos sectores liberales. Los haitianos, además, sirvieron de mediadores en la negociación que se llevó a cabo entre restauradores y españoles en la fase final de la guerra. El presidente haitiano Fabre Geffrad aparentaba neutralidad frente a los españoles pero en realidad estaba identificado con la causa dominicana, a la que favoreció en medio de las negociaciones, las cuales desembocaron en la expulsión de los españoles de la República Dominicana, quedando eliminados todos los vestigios del dominio español en ese período.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Álvarez, Luis. Dominación Colonial y guerra popular, 1861-1865. Santo Domingo, Ed. UASD, 1986. Archambault, Pedro. Historia de la Restauración, 2da edición. Santo Domingo, Ed. Taller, 1973. Bosch, Juan. Composición social dominicana: historia e interpretación. Santo Domingo, Ed. Alfa y Omega, 1973. ———,————. De Cristóbal Colón a Fidel Castro, El Caribe, frontera imperial, 5ta edición. Santo Domingo, Ed. Alfa y Omega, 1986. Cassá, Roberto. Historia social y económica de la República Dominicana, tomo 2. Santo Domingo, Ed. Alfa y Omega, 1982.

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García, José Gabriel. Compendio de la historia de Santo Domingo, tomo 3, 4ta edición. Santo Domingo, Publicaciones ¡Ahora!, s/f. Lugo Lovatón, Ramón. Sánchez. Ciudad Trujillo, Ed. Montalvo, 1947. Mella, Nelson. Una jornada interminable. Cedee, 1991. Moya Pons, Frank. Manual de historia dominicana, 6ta edición. Santo Domingo, Ed. UCMM, 1981. Price-Mars, Jean. La República de Haití y la República Dominicana, diversos aspectos de un problema histórico, geográfico y económico. Tomo 3. Puerto Príncipe, 1953. Rodríguez Demorizi, Emilio. Actas y doctrina del gobierno de la Restauración. Academia Dominicana de la Historia, 1963. Welles, Summer. La Viña de Naboth, tomo 1. Santo Domingo, Ed. Taller, 1973.

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Apéndices* 1. ACTA DE INDEPENDENCIA Santiago, 14 de septiembre de 18631 Nosotros los habitantes de la parte Española de la isla de Santo Domingo, manifestamos por medio de la presente Acta de Independencia, ante Dios, al mundo entero y al trono de España,

*

Tomado de Actos y doctrina del Gobierno de la Restauración. Santo Domingo, 1963.

1

Se aportan aquí algunas noticias para el conocimiento del trascendental documento, Acta de nacimiento de la Segunda República. En el Acta de instalación del Gobierno de la Restauración, el 14 de septiembre de 1863, dice: “Por fin acordó el Gobierno se redacte un Manifiesto o Acta de Independencia, en que se patenticen al mundo y al Gabinete español, las muy justas causales que han obligado a los dominicanos a sacudir, por la fuerza y las armas, el yugo con que dicha Nación hasta hoy les ha oprimido, y romper las cadenas a que una engañosa y forzada Anexión a la Corona de Castilla, preparada por el general Pedro Santana y sus satélites, les había sometido, quedando restaurada la República Dominicana, y reconquistado el precioso don de la libertad, inherente de todo ser creado; se nombró una Comisión para redactar dicho Manifiesto o Acta y concluyó la presente sesión. Benigno F. de Rojas, P. Pujol, J. B. Curiel, Ulises F. Espaillat, P. F. Bonó, Ricardo Curiel, Genaro Perpiñán”. En el Acta de la sesión del dia 15, dice: “Abierta la sesión con asistencia del señor Vicepresidente y de todos los demás miembros del Gobierno, se dio lectura al acta anterior y fue aprobada. En seguida presentó la Comisión encargada de redactar la minuta o Acta de Independencia acordada en la sesión anterior, la que a continuación se inserta aprobada unánimemente por el Gobierno, y suscrita por todos los señores que al pie de ella se expresan”.

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los justos y los legales motivos que nos han obligado a tomar las armas para restaurar la República Dominicana y reconquistar nuestra libertad, el primero, el más precioso de los derechos con que el hombre fue favorecido por el Supremo Hacedor del Universo, justificando así nuestra conducta arreglada y nuestro imprescindible obrar, toda vez que otros medios suaves y persuasivos, uno de ellos muy elocuente, nuestro descontento, empleados oportunamente, no han sido bastantes para persuadir al Trono de Castilla: que nuestra anexión a la Corona no fue obra de nuestra espontánea voluntad, sino el querer fementido del general Pedro Santana

Y a seguidas aparece la Minuta del Acta de Independencia con un centenar de firmas. En la misma sesión del día 15 se dispuso enviar al capitán general de Santo Domingo, Felipe Rivero, el Acta de Independencia y asimismo a los representantes consulares de las potencias extranjeras. En el asiento del día 17, dice: “Se redactó y se firmó el Acta de Independencia”. Debe referirse a la revisión final del documento, que ya estaba redactado según la anotación del día 15. En la sesión del 19 se ordenó al Comandante de Armas de San José de las Matas reunir “todos los alcaldes pedáneos y personas notables de aquella población, les lea el Manifiesto o Acta de Independencia, haciendo que la firmen voluntariamente y procurando inculcarles los santos principios de la causa que defendemos, pues siendo todos dominicanos debe ser uno solo su pensamiento”. En el Acta de la sesión del día 22 consta que “se ha dirigido a San Juan y demás poblaciones el Manifiesto de Independencia”. Y el día 25 se le ordenó al general Eusebio Manzueta hacer “sacar copias del Manífiesto y dirija a los diferentes puntos de su jurisdicción”. Luperón apenas habla del Acta de Independencia. Refiriéndose a la instalación del Gobierno, el 14 de septiembre, dice: “En seguida se redactó el Manifiesto de la Revolución. Léase aquí este interesante documento...” (Luperón, Notas autobiográficas..., Vol. 1, p. 150). En cambio, en la obra de Rodríguez Objío, Gregorio Luperón e historia de la Restauración (Vol. 1, p. 77, 85, 86), hay mayores noticias: “Como se ve la instalación del primer Poder Ejecutivo de la Revolución restauradora tuvo lugar el día 14 de septiembre de 1863. Cerraremos este capítulo con el Acta de Independencia levantada en aquel mismo día, de la cual se remitieron copias a todas las localidades y campamentos dependientes de la Revolución para ser firmadas. Estamparemos al pie las firmas más notables que la autorizaron”. A continuación del Acta, dice: “y otra inmensa cantidad de firmas, recogidas de las diversas copias”. Y agrega este comentario:

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y de sus secuaces, quienes, en la desesperación de su indefectible caída del poder, tomaron el desesperado partido de entregar la República, obra de grandes y cruentos sacrificios, bajo el pretexto de anexión al poder de la España, permitiendo que descendiese el pabellón cruzado, enarbolado a costa de sangre del pueblo dominicano y con mil patíbulos de triste recuerdo. Por magnánimas que hayan sido las intenciones y acogida de S. M. la Reina Doña Isabel II (q. D. g.) respecto al pueblo dominicano, al atravesar el Atlántico para ser ejecutadas por sus mandatarios subalternos, se han transformado en medidas bárbaras y tiránicas que este pueblo no ha podido ni debido sufrir. Para así probarlo, baste decir que hemos sido gobernados por un Buceta

“El Acta de Independencia fue redactada por el abogado venezolano Manuel Ponce de León. Nosotros la hemos transcrito con toda su originalidad, no queriendo alterar en lo más mínimo ese precioso documento histórico. Las faltas son notorias, y sólo pueden excusarse si se considera la inquieta disposición de los ánimos en aquellos supremos instantes. Sin causales profundas y concluyentes, falta de solidez y energía, parece revelarse en ella la incertidumbre del porvenir, la falta de fe en la Revolución, más bien que la confianza en el acontecimiento, y la decisión de sustentarle. ¿Quién no comprende a primera vista que los hechos gloriosos de aquella sublime epopeya nacional eran dignos de basarse en un documento más razonado, más sencillo si se quiere, pero que revelase mejor la justicia, la fuerza de la Restauración? Faltó en verdad la pluma de Mella para redactarle, y en medio de tanto entusiasmo, álzase descolorido e informe el primer documento de aquella época. Mas, siendo nuestro propósito referir, habría parecido cometer un atentado inaudito si hubiésemos consentido en modificar la forma o el fondo de aquella Acta. La historia la recogerá tal como fue producida: nosotros se la legamos intacta”. Más adelante, refiriéndose a la copia del Acta llevada por Luperón a La Vega, dice: “El Acta de Independencia no contenía firma alguna, ni aún la de aquellos patriotas fogosos que aunque poco o nada se debían tener en consideración para el porvenir... Luperón formó su Estado Mayor delante de su morada, extendió sobre una mesa el Acta de Independencia... y a las tres de la tarde el Acta contenía más de dos mil firmas. Todos se atropellaban a protestar su adhesión a la causa nacional...” El venerable historiador Manuel Ubaldo Gómez dice que el Manifiesto fue redactado por Espaillat, pero parece más cierta la afirmación de Rodríguez Objío (M. U. Gómez, Resumen de la historia de Santo Domingo, Vol. II, p. 129). Es curioso que en la Minuta del Acta no aparece el nombre de Espalllat y sí en las copias.

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y un Campillo, cuyos hechos son bien notorios. La Anexión de la República Dominicana a la Corona de España ha sido la voluntad de un solo hombre que la ha domeñado; nuestros más sagrados derechos, conquistados con diez y ocho años de inmensos sacrificios, han sido traicionados y vendidos; el gabinete de la nación española ha sido engañado, y engañados también muchos de los dominicanos de valía e influencia, con promesas que no han sido cumplidas, con ofertas luego desmentidas. Pronunciamientos, manifestaciones de los pueblos, arrancadas por la coacción, ora moral, ora física de nuestro opresor y los esbirros que lo rodeaban, remitidas al gobierno español, le hicieron creer falsamente nuestra espontaneidad para anexarnos; empero muy en breve, convencidos los pueblos del engaño y perfidia, levantaron sus cabezas y principiaron a hacer esfuerzos gloriosos, aunque por desgracia inútiles, al volver de la sorpresa que les produjo tan monstruoso hecho, para recobrar su independencia

No hemos logrado ver el Acta en hoja impresa, de la época: en sesión del Gobierno, del 20 de septiembre, “se resolvió enviar una Comisión a la República de Haití, compuesta por los señores Alfred Deetjen, Máximo Grullón y José Joaquín López, agregándole al joven Justiniano Ximenes para hacer imprimir el Manifiesto y otros varios objetos... (Boletín del Archivo General de la Nación, S. D., Núm. 2, 1938, p. 167). La inclusión de Lorenzo Justiniano Jiménez en la Comisión se debía a que él era tipógrafo. Además del encargo de ‘imprimir el Manifiesto’, tendría el de adquirir una imprenta para el Gobierno, porque, según parece, la que existía allí fue destruida por el incendio de esos días, del 6 de septiembre. Jiménez fue designado director de la Imprenta del Gobierno el día 17 de noviembre de 1864. (E. R. D., Próceres de la Restauración. S. D., 1963). Según Archambault (Historia de la Restauración..., p. 125), “esta importante Acta fue firmada por 8 ó 10,000 firmas, fue impresa en la Imprenta Nacional sita en la Cárcel Vieja y produjo un magnífico ambiente para la santa causa en las jurisdicciones de la República en que aún no se había manifestado por las armas la protesta republicana”. El Acta fue impresa por lo menos a fines de octubre de 1863. En Puerto Plata, el 2 de noviembre, fueron ocupados por los españoles dos ejemplares del Acta impresa. (Así consta en E. R. D., Diarios de la guerra domínico-española de 1863-1865. S. D., 1963, p. 386 y 387).

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perdida, su libertad anonadada. Díganlo si no las víctimas de Moca, San Juan, Las Matas, El Cercado, Santiago, Guayubín, Montecristi, Sabaneta y Puerto Plata. ¿Y cómo ha ejercido España el dominio que indebidamente adquirió sobre unos pueblos libres? La opresión de todo género, las restricciones y la exacción de contribuciones desconocidas e inmerecidas, fueron muy luego puestas en ejercicio. ¿Ha observado, por ventura, para con un pueblo que de mal grado se le había sometido, las leyes de los países cultos y civilizados, guardando y respetando cuál debía las conveniencias, las costumbres, el carácter y los derechos naturales de todo hombre en sociedad? Lejos de eso, los hábitos, las costumbres de un pueblo libre por muchos años han sido contrariadas impolíticamente, no con aquella luz vivificadora y que ilustra, sino con un fuego quemante y de exterminio.

Comparando los diversos textos se advierten escasas diferencias, quizás por falta de los copistas. No así en lo que se refiere a las firmas: en la Minuta (B. A. G. N., Núm. 2, 1938, p. 170), aparecen unas 100 firmas; en la obra de Rodríguez Objío, citada, unas 25; en la Colección de Leyes, (Vol. IV, p. 175), unas 45; en La Voz de Santiago, No. 22, del 22 de agosto de 1880, y en las Notas autobiográficas, de Luperón, unas 150; y en la Historia de la Restauración, de Archambault, igual cantidad. El Lic. Leónidas García publicó el Acta –la misma versión de la Colección de Leyes– con este comentario: “La copia del Acta de Independencia de la Restauración, autentificada por Du-Breil, como copia exacta de su original, fue probablemente expedida a solicitud de Alejandro Angulo Guridi, cuando fue a Washington como secretario de la Misión Pujol, pues es el primero que la publica con esta particularidad: en su folleto Santo Domingo y España, Nueva York, 1864”. (Clío, Núm. 113, 1958, p. 81). Es de advertirse que el Gobierno de Santiago expidió, con anterioridad a la Misión Pujol, otras copias del Acta, autentificadas: las remitidas al Gobierno español y a los representantes consulares de las potencias extranjeras en Santo Domingo, pocos días después de su redacción, a fines de septiembre de 1863. Hay, pues, no sólo diferencia en las firmas en cuanto al número, sino también en cuanto a su colocación. Sólo coinciden, con la versión de 1880, de La Voz de Santiago, los textos de Luperón y de Archambault. Estas divergencias obedecen, con toda probabilidad, a la forma arbitraria en que fueron recogidas las firmas, en diversas copias y en distintas localidades. La investigación queda, pues, pendiente: esperamos que aparezca el impreso de 1863, ya que es quizás imposible que se hayan conservado los originales del trascendental documento.

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Escarnio, desprecio, marcada arrogancia, persecuciones y patíbulos inmerecidos y escandalosos son los únicos resultados que hemos obtenido, cual corderos de los subalternos del trono español a cuyas manos se confiara nuestra suerte. El incendio, la devastación de nuestras poblaciones, las esposas sin sus esposos, los hijos sin sus padres, la pérdida de todos nuestros intereses y la miseria, en fin, he aquí los gajes que hemos obtenido de nuestra forzada y falaz anexión al trono español. Todo lo hemos perdido, pero nos queda nuestra independencia y libertad, por las cuales estamos dispuestos a derramar nuestra última gota de sangre. Si el gobierno español es político, si consulta sus intereses, y también los nuestros, debe persuadirse que a un pueblo que por algún tiempo ha gustado y gozado su libertad, no es posible sojuzgársele sin el exterminio del último de sus hombres. De ello debe persuadirse la Augusta Soberana Doña Isabel II, cuya noble alma conocemos, y cuyos filantrópicos sentimientos confesamos y respetamos; pero S. M. ha sido engañada por la perfidia del que fue nuestro presidente, el general Pedro Santana, y la de sus secuaces; y lo que ha tenido un origen vicioso, no puede ser válido por el transcurso del tiempo. He aquí las razones legales y los muy justos motivos que nos han obligado a tomar las armas y a defendernos, como lo haremos siempre, de la dominación que nos oprime y que viola nuestros sacrosantos derechos, así como las leyes opresoras que no han debido imponérsenos. El gobierno español deberá conocerla también, respetarla y obrar en consecuencia. Santiago y septiembre 14 de 1863. Firmados: Benigno F. de Rojas, Gaspar Polanco, A. Deetjen, P. Pujol, José A. Salcedo, Benito Monción, Manuel Rodríguez, Pedro A. Pimentel, Juan A. Polanco, Gregorio Luperón, Genaro Perpiñán, Pedro Francisco Bonó, Máximo Grullón, J. Belisario

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Curiel, H. S. Riobé, Esteban Almánzar, Ulises Espaillat, C. Castellanos, Juan Valentín Curiel, F. Scherffemberg, Juan A. Vila, F. A. Bordas, J. Jiménez, A. Benes, Ramón Almonte, Manuel Ponce de León, F. Casado, J. E. Márquez, J. Alva, Dionisio Troncoso, R. Martínez, presbítero Miguel Quezada, L. Perelló, R. Velázquez, P. Pimentel, Gabino Crespo, J. A. Sánchez, M. de J. Jiménez, Rufino García, Juan Riva. Siguen más firmas. Es copia conforme. El oficial mayor de la Comisión de Relaciones Exteriores, Francisco Du Breil.

2. ADICIONES2 I Firman en el Registro de las Actas del Gobierno Provisional de la República. Libro D. Núm. 4, en Archivo General de la Nación. Reproducido en Boletín del Archivo General de la Nación, Núm. 2, 1938: Benigno Filomeno de Rojas, Gaspar Polanco, Alfred Deetjen, Pablo Pujol, J. A. Salcedo, Benito Monción, Manuel Rodríguez, P. A. Pimentel, Juan A. Polanco, Gregorio Luperón, Genaro Perpiñán; P. F. Bonó, Máximo Grullón, Juan V. Curiel, F. Scherffemberg, J. A. Vila, F. A Bordas, J. Jiménez, Andrés Benes, R. Almonte, Manuel Ponce de León, Francisco Casado, J. E. Márquez, J. Alva, Dionisio Troncoso, Ramón Martínez, Miguel Quezada, Presbítero; L. F. Perelló, R. Velásquez, P. Pimentel, P. Crespo, J. A. Sánchez, Manuel de Js. Jimenes, Rufino García, J. Rivas, Gregorio Sánchez, Telésforo Pelegrín, Lorenzo Quiró, Pa-

2

Se agregan aquí las firmas del Acta que aparecen en la Minuta y en la obra de Luperón, así como la refutación de la prensa española.

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blo Ricardo, general Ignacio Reyes, Julián Silva, Anastacio Mercado, Vicente Collado, José Herrera, Juan María Jimenes, Eugenio Vásquez, Santiago Petitón, José Miguel Reyes, Jacobo Rodríguez, Pedro E. Curiel, Rafael Gómez, R. García, D. Rodríguez, Antonio Bona, José Hernández, José Manuel Reyes, Marcelino Rodríguez, Saturnino Hernández, Bartolo Aybar, José R. Balcácer, José J. López, Pablo López, Miguel E. Santelises, Secundino Espaillat, Esteban Aybar, Joaquín Díaz, José Ma. González, Manuel Tejada, José J. Méndez, Lorenzo Núñez, Manuel Peralta, Manuel López, José de Portes, Ramón López, Enrique de Lima, Domingo Pérez, Bonifacio Saviñón, Francisco González, M. de la Cruz Herrera, Ramón D. Pacheco, Juan de Js. Mejía, Isidoro de la Cruz Ramos, Manuel de los Reyes, Francisco A. de Peña, Juan Antonio Colón, Miguel Muñoz, Jovino Martínez, Faustino García, Tancredo Fondeur, Manuel de Js. Reyes, Pedro Antonio Rodríguez, Fernando Martínez, Evaristo Aybar, Eugenio Collado, D. Miguel Pichardo, Valentín Valdés, Eugenio Valerio, Juan L. Domínguez, F. Díaz, Francisco Cruz, F. Domínguez, Martín Santo, Pedro Quintín Reynoso, José Benito, Juan Tabera, Zacarías Torre, Faustino Escoto, José Vélez, José Reyes, Juan de Dios Fulgencio, José Torres, Pedro Claudio, Pedro Ortega, Carlos Medrano, Ramón Morel, Cecilio Toribio, Andrés Avelino Cruz, Isidro Gallardo, Tomás Mata, José Amaro Díaz, Pedro Méndez, José Cabrera, Valentín Sosa, Liborio Gil, Sebastián Ventura, Alejandro Morel, Juan Requero, Lázaro Reyes, Pedro Facenda, Cosme Grullón, Francisco Antonio Gómez, Manuel de Js. Tavares, Luis Pérez, Manuel de Jesús de la Cruz, Dámaso Mañoso, Felipe Álvarez, Domingo Ortiz, Blas Domínguez, Francisco Javier Polanco, Dionisio de la O., Fernando Saballo, Juan Chave, Manuel Domínguez, Juan Minalla, capitán Soñé, Tomás de Peña, Eulogio del Rosario, Juan Antonio Miniel, Eugenio de Castro, Juan Abad Vega, Benedicto Abréu, Santiago Tabera, Juan Mendoza, Simeón Núñez, José María

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Almonte, Severo Gómez, Justo López, Paulino Brito, Francisco Sánchez, Andrés Santo; Silverio Delmonte, Pedro Cueva, Santiago de León, E. Lapeireta, etc. etc. (siguen muchas firmas). [Las erratas principales en la edición del Boletín, enmendadas en la transcripción anterior, en vista del original, son las siguientes: I. A. Vila por J. A. Vila; I. E. Márquez por J. E. Márquez; I. A. Sánchez por J. A. Sánchez; José I. López por José J. López; José I. Méndez por José J. Méndez; Enrique de Sima por Enrique de Lima; Francisco Andepena por Francisco de Peña; y Juan Sánchez por Francisco Sánchez]. II Firmas en Luperón, Notas autobiográficas..., Ponce, 1895, Vol. I, p. 153, y en el periódico La Voz de Santiago, No. 22, del 22 de agosto de 1880: Gaspar Polanco, Gregorio Luperón, José A. Salcedo, Benito Monción, Benigno F. de Rojas, P. Pujol, J. Belisario Curiel, Pedro Francisco Bonó, Genaro Perpiñán, Juan Antonio Polanco, Ricardo Curiel, Pedro A. Pimentel, Ulises F. Espaillat, H. S. Riobé, F. A. Salcedo, Esteban Almánzar, Juan V. Curiel, Cirilo Castellanos, Juan A. Vila, F. Scheffemberg, Ramón Almonte, Dr. M. Ponce de León, Francisco Casado, J. Epifanio Márquez, Dionisio Troncoso, Pbro. Miguel Quesada, R. Velásquez, Gavino Crespo, Francisco Reyes, Anastasio Mercado, José Herrera, Juan María Jiménez, Santiago Petitón, José Miguel Reyes, Jacobo Rodríguez, Pedro E. Curiel, Rafael Gómez, Domingo A. Rodríguez hijo, José J. López, Pablo López, José Hernández, J. Ramón Balcácer, Marcelino Rodríguez, Secundino Espaillat, R. Gómez, Joaquín Díaz, Manuel de Jesús Reyes, Ramón D. Pacheco, Andrés Tolentino, Francisco A. de Peña, Manuel Tejada, Ramón López, Bonifacio Saviñón, Ulpiano de Córdoba, Eugenio Valerio, Domingo Miguel Pichardo, Ramón

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Batista, Remigio Batista, Evaristo Aybar, José Espaillat, Federico Miranda, Tancredo Fondeur, Miguel Muñoz, Faustino García, Wenceslao Reyes, M. R. Rodríguez, Juan de Jesús Mejía, Manuel López, Francisco Javier Angulo Guridi, Francisco Ángela, Furcy Fondeur, Esteban Aybar, José J. Méndez, Santos Quesada, Miguel A. Román, Martín de Moya, Virginio López, Sebastián María Poncerrate, Isidro Pacheco, Félix María García, Daniel J. Pichardo, Sebastián Pichardo, Manuel A. Román, Eugenio Fondeur, Vicente Morel, Emeterio Disla, Alejandro A. Reyes, Vicente Tavárez, Manuel de Jesús Tavárez, José A. Olavarrieta, Macario de Lora, Juan E. Gil, Antonio Ureña, Juan Antonio Pichardo, Clisancio de los Santos, Pedro Tapia, Basilio Tapia, Doroteo. A. Tapia, Tomás Cocco hijo, Manuel de Jesús de Vargas, Juan José de Vargas, Sebastián Valverde, Agustín Franco Bidó, Santiago de Lora, Florencio Calderón, Telésforo Reinoso, Manuel María Grullón, Buenaventura Grullón, Juan Ricardo, Justiniano Curiel, José R. Curiel, Manuel María Curiel, Manuel María Abreu, Joaquín Balcácer, Manuel María Ramos, Faustino Caballero, Ramón Guzmán, Bone Angrand, Simón Valdés, Santiago Ureña, Silverio Almonte, Pedro Batista, Ramón Calderón, José Michel, Tomás Morilla, Eusebio Gómez, Santiago Tabera, Juan del Rosario, Zacarías Ferreira, Zacarías Espinal, Adolfo de Lara, Benigno de Lara, Gregorio Ureña, Fermín Cepeda, Manuel de Jesús Raposo, Tomás Aybar, Raimundo Camejo, Narciso Román, Manuel de Jesús Núñez, Emeterio Morel, Joaquín Silva, José Gabriel García, Santos Murasachi, Narciso Quintero, Federico Morel, José María García, Filomeno Beato, Marcos Mejía, etc., etc. Siguen las firmas. [En la edición de 1939 dice José María Cabral en vez de José María García].

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3. EXPOSICIÓN A S. M. LA REINA DE ESPAÑA Septiembre 24 de 1863 (Boletín Oficial, Santiago, Núm. 4, febrero 2 de 1864). EXPOSICION a Su Majestad la Reina Doña Isabel II3 Nosotros, los infrascritos, miembros del Gobierno Provisional de esta República Dominicana, tenemos la honra de someter a la imparcial apreciación de V. M. los justos y poderosos motivos que han decidido a este pueblo a levantarse contra el anterior orden de cosas que el traidor general Pedro Santana y los suyos le impusieron inconsultamente, siendo de ningún valor y hasta ridículo el asentimiento de unos pocos en negocio de tanta importancia y trascendencia que interesaba a la mayoría de la Nación, cual fue el acto extraño de renunciar su autonomía. Tanto más extraño, cuanto que el pueblo dominicano, avezado a la lucha que durante diez y ocho años sostuviera contra sus vecinos los haitianos, no podía comprender que peligrase en lo más mínimo su Independencia; razón especiosa que diera el mismo hombre que tanto empeño tomara en las glorias de este pueblo, y que tantos esfuerzos hiciera por crear el más puro amor a su libertad. Y aun cuando esto no hubiera sido verdad, no era por cierto consultando el querer de unos pocos como debía resolver tan

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Según los restauradores José Benoit y Domingo Antonio Rodríguez, este documento fue redactado por Benigno F. de Rojas (U. F. Espalllat, Escritos. Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi. S. D., 1962, p. 386). No intervino en su redacción el poeta Ml. Rodríguez Objío, quien no llegó a Santiago sino en abril de 1864, junto con Duarte. Comentarios de la Exposición, por A. Angulo Guridi, en E. R. D., Antecedentes de la Anexión a España. S. D., 1955, p. 371.

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grave y delicada cuestión un hombre público que como el general Santana había llegado a poseer en tan alto grado la confianza de su pueblo. ¿Por qué, pues, si la Patria estaba en peligro no la salvó? Y si no podía salvarla, ¿por qué no resignó el poder en manos de la Nación? Esta, a no dudarlo, lo habría hecho. Cuarenta años de libertad política y civil de que gozó este pueblo bajo el régimen republicano, la tolerancia en materias religiosas, acompañadas de un sinnúmero de otras ventajas entre las cuales no deben contarse por poco una representación nacional y la participación en los negocios públicos que indispensablemente trae consigo la DEMOCRACIA, debían avenirse mal con el régimen monárquico y peor aún con el colonial. No es la culpa, señora, de los hijos de este desgraciado suelo, cuyo anhelo siempre ha sido permanecer amigo de los españoles, sus antepasados, que un infiel mandatario, poniendo a un lado todo linaje de consideraciones hubiera sacrificado a sus intereses personales la existencia de un pueblo, al que otra política más elevada, más grandiosa y más en armonía con las luces del siglo, acostumbrara a ser tratado como amigo y como igual, trocando los dulces lazos de la fraternidad por los pesados vínculos de la dominación. No es la culpa, señora, de los dominicanos, que aún hoy mismo desean continuar siendo amigos de los súbditos de V. M., que la mala fe o la ignorancia en materias políticas de sus gobernantes, les hubiese hecho desconocer los gravísimos inconvenientes del sistema colonial, en el cual, las mejores disposiciones del Monarca siempre se han trocado en medidas odiosas y desacertadas, siendo la historia de los acontecimientos recientes de este país la repetición, punto por punto, de lo que ha sucedido en todas las colonias, desde la primera que el poder de la Europa fundara en este Nuevo Mundo. A pesar de tan sólidas y poderosas razones para que la Anexión de este país a la Corona de España fuese mal aceptada, el pueblo, sin embargo, ya fuese que el incesante deseo de mejoras y 324

de progreso que era uno de los rasgos característicos de la sociedad dominicana, le hiciese conllevar su suerte, con la esperanza de encontrar en su fusión con una sociedad europea, los elementos de la prosperidad y de los adelantos por los cuales venía anhelando ya hacía diez y ocho años; ora fuese que la conducta templada de las primeras tropas y el carácter franco y leal de los oficiales superiores hiciesen entrever como posible lo que en los primeros momentos del asombro y de la sorpresa pareciera de todo punto irrealizable: el pueblo, decimos, calló y esperó; mas ¡cuán cortos fueron estos instantes de grata ilusión! Como si se hubiese temido que la desunión inevitable de dos sociedades se retardaría demasiado continuando en ese sistema de suavidad y moderación, se principió desde luego a discurrir los medios de engendrar el descontento y el desaliento que muy luego debieran producir un completo rompimiento. Había transcurrido ya, señora, el término que el general Santana en vuestro auto nombre había fijado para la amortización del papel moneda de la República y cuando todos ansiaban por ver desaparecer tan grave mal, apareció el célebre decreto de la Comisaría Regia. No cansaremos, señora, la augusta atención de V. M. con el relato minucioso de semejante disposición, bastando decir que sus efectos, como era de esperarse, se hicieron sentir en todas las clases de la sociedad, como sin disputa sucede siempre con todas las medidas que afectan la circulación monetaria de un país. Empero, a pesar de tan desastrosa disposición que en cualquiera parte del mundo hubiera causado una revolución, aquí se sufrió con la mayor resignación, no oyéndose más que súplicas, lamentos y suspiros, como si el pueblo dominicano dudase aun que tamaños desaciertos pudiesen ser creación de los sabios de Europa, a quienes (gracias a nuestra modestia) hemos considerado superiores en inteligencia. Estaba escrito según parece, que la obra de los desatinos económicos debía consumarse y la sustitución del papel moneda de 325

la República, incluso sus billetes de banco, por los de la emisión española y la moneda de cobre, vino a ser el termómetro que midiera la buena fe y conocimientos de los agentes de V. M. y el sufrimiento y tolerancia de sus nuevos súbditos. No distraeremos demasiado, señora, la elevada atención de la augusta persona a quien este escrito se dirige. Baste decir que semejante error económico no lo ha cometido ni aún la oscura República de Haití, en los momentos de su nacimiento; no lo ha padecido, señora, la humilde y modesta República Dominicana. Nada diremos, señora, del fausto con que se inaugurara la Capitanía General de Santo Domingo, ni de un sinnúmero de otras medidas que, aumentando exorbitantemente las erogaciones de la nueva Colonia, (cuyos anteriores gastos eran en extremo moderados) habían de sufrir forzosamente un déficit que no podría cubrirse sin el aumento escandaloso de las contribuciones e impuestos. Todos estos particulares han sido juzgados y apreciados en su verdadero valor por personas de juicio de la misma península y la opinión pública está acorde sobre este punto que, en la nueva Colonia de la monarquía española, todo ha sido extravío y desaciertos. Superfluo sería, señora, ocupar la atención de V. M. con el relato de las puerilidades, insulseces, arbitrariedades, groserías y despotismo del último gobernador comandante general de la provincia del Cibao, don Manuel Buceta; baste decir que por muy idóneo que fuese para gobernador del presidio de Samaná, era, empero, inadecuado para regir los destinos de una de las provincias más adelantadas de la que había sido República Dominicana. Semejantes trivialidades ni son para dichas en un escrito de la naturaleza de éste, ni dignas tampoco de ser escuchadas por la augusta persona a quien se dirige; sólo diremos que el desaliento se tornó en un profundo abatimiento y que los buenos habitantes de este suelo perdieron toda esperanza, no ya de ser mejor gobernados de lo que fueron en otra época, mas ni aún tan bien. Aunque 326

quisiésemos no podríamos callar, señora, porque pesa demasiado sobre nuestros corazones la última catástrofe debida únicamente a la ligereza e impericia de este Sor. brigadier, quien no contando ni con recursos para sostener un sitio, ni menos con el auxilio de los naturales del país, se encerró imprudentemente en el denominado Castillo de San Luis, para entregar luego a las llamas a una de nuestras primeras ciudades que ha quedado reducida a cenizas, evacuándola ocho días después. Lo propio habría que decir, señora, de las injusticias, desmanes y asesinatos del comandante Campillo. El generoso corazón de V. M. se lastimaría al oír el relato de los actos de este oficial cual se lastimaba el de vuestra augusta predecesora la Grande Isabel con los sufrimientos de los indios aborígenes de este propio país; de idéntico modo se nos ha tratado. Callaremos, señora, aunque no fuese más que por guardar decoro a las leyes de la humanidad, las persecuciones infundadas, los encarcelamientos injustos e inmerecidos de nuestros principales patricios, los patíbulos escandalosos e injustificables, los asesinatos a sangre fría de hombres rendidos e indefensos que se acogían a un indulto que se ofrecía en nombre de V. M. Callamos, señora, porque la pluma es ineficiente para describirlos; el lenguaje es débil para pintarlos, y porque ahorrar queremos a V. M., señora, el dolor y la angustia que le proporcionarían el convencimiento de que mandatarios infieles, abusando de vuestro nombre y de la credulidad de estos habitantes en el honor e hidalguía de la nación española, se sirviesen de ellos, y los convirtiesen en una poderosa palanca de trastornos y revoluciones: la que atravesamos es eminentemente popular y espontánea. ¡Dios haga que no haya quien a V. M. diga lo contrario por dar pábulo a la continuación de la guerra, porque de ella se promete el mejoramiento de su posición social! La lucha, señora, entre el pueblo dominicano y el ejército de V. M. sería por todo extremo ineficaz para España; porque, créalo 327

V. M., podríamos perecer todos y quedar destruido el país por la guerra y el incendio de sus pueblos y ciudades; pero gobernarnos otra vez autoridades españolas, eso nunca, jamás. Sobre cenizas y escombros de la que no hace muchos días era la rica y feliz ciudad de Santiago se ha constituido este Gobierno Provisional precisamente para armonizar y regularizar la revolución; y estos escombros, estas cenizas y estas ruinas, en fin, que nos llena el alma de honda melancolía, así como las de Guayubín y Moca, dicen bien a las claras que el dominicano prefiere la indigencia con todos sus horrores para él, sus esposas y sus hijos, y aun la muerte misma, antes, señora, que seguir dependiendo de quienes le atropellan, le insultan y le asesinan sin fórmula de juicio.4 Nuestro pueblo dice a una voz que a España no tiene reconvenciones que encaminar, sino contra los que la engañaron. Por consecuencia, no deseamos la guerra con ella, y lejos de eso, la veríamos como una gran calamidad. Lo único que apetecemos es nuestra libertad e independencia; y mucho nos llenaría de placer el acabar de completarlas, con la posesión de Santo Domingo, Samaná y Puerto Plata, sin más sangre, lágrimas ni ruinas. Toca, señora, al Gobierno de V. M. el apreciar en su debido valor la breve exposición de los poderosos motivos que han forzado al pueblo dominicano a separar sus destinos del Gobierno de V. M. y hacer que esta forzada separación termine de la manera

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Acerca de las causas de la insurrección, véanse importantes noticias en Informe de la Comisión de Investigación de los E.U. A. en Santo Domingo en 1871. Prefacio y notas de E. R. D., 1960, p. 65-67, 231, 350, 540, 569-575; en E. R. D., Antecedentes de la Anexión a España. S. D., 1955; y Hernando Navas, Memoria del Auditor de Guerra relativa a las causas que han dado origen a la insurrección. Madrid, febrero de 1864. En documentos relativos a la cuestión de Santo Donnngo remitidos al Congreso de los diputados por el ministro de la Guerra. Madrid, 1865, p. 29. Acerca de la actitud de la masonería en los días de la Anexión y la Restauración, véase Gándara..., Vol. I, p. 244; González Tablas..., p. 126; Infonne de la Comisión..., p. 66, 67; y Antecedentes de la Anexión..., p. 319.

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justa, imparcial, templada y amistosa que cumple a naciones cultas y ligadas, a pesar de todo, por los fuertes vínculos del origen, la religión, el carácter y el idioma: y al logro de un objeto tan eminentemente honroso, que a no dudarlo, sería un espléndido triunfo de la moral y del progreso humano, desde luego nos anticipamos a someter a la alta apreciación de V. M. la conveniencia de nombrar por cada parte dos plenipotenciarios, quienes, reuniéndose en un territorio neutral establecieran las bases de un arreglo del cual surja en hora feliz un tratado, que nos proporcione los inapreciables bienes de la paz, la amistad y el comercio. Sírvase V. M. aceptar con su genial agrado esta franca exposición de nuestras quejas, derechos y firme resolución de rescatarlos, y resolver en su consecuencia según en ella tenemos el honor de proponer a V.M.- Santiago, septiembre 24 de 1862.- A.L.R.P. de V.M. El Vicepresidente del Gobierno Provisional, encargado del Poder Ejecutivo. Benigno F. de Rojas.- Refrendado: La Comisión de la Guerra, Pedro F. Bonó. La Comisión de Relaciones Exteriores, Ulises F. Espaillat. La Comisión de Hacienda, Pablo Pujol. La Comisión de Interior y Policía, Genaro Perpiñán.5 4. EXPOSICIÓN AL GOBIERNO DE INGLATERRA Noviembre 1o de 1863 (Boletín Oficial Núm. 5, febrero 12 de 1864) República Dominicana. Gobierno Provisorio. Comisión de Relaciones Exteriores. Excmo. Señor: La Toma de la ciudad de Santiago de los Caballeros por el Ejército Dominicano, dio por resultado inmediato,

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No aparece la firma del general José A. Salcedo, Presidente del Gobierno, por hallarse entonces en campaña.

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la creación de este Gobierno Provisional, y uno de sus primeros pasos fue hacer llegar a conocimiento del Gobierno de S. M. británica, por medio de sus Sres. cónsules residentes en Santo Domingo y Puerto Príncipe, un relato sucinto de lo ocurrido en este país, y de las causales de la actual revolución por la cual está pasando. Los pueblos que componían la anterior República Dominicana, han juzgado oportuno protestar contra la ilegalidad del acto, por el cual el general Santana, entonces jefe del Estado, y su ministerio, cedieron a la España este país, reconocido por varias naciones como Estado libre, independiente y soberano, y sobre el cual ni aun la misma España se reconocía derecho alguno, habiendo renunciado en favor de los dominicanos los que podía haber pretendido por el Tratado de reconocimiento, paz, comercio y amistad, celebrado entre aquella potencia y la República Dominicana. El acto, hemos dicho, fue ilegal, puesto que el derecho natural de gentes, no reconoce en ningún soberano la facultad de trasladar la soberanía a ningún poder extraño, siendo un privilegio que la Nación se reserva exclusivamente. La voluntad del pueblo no se consultó de ninguno de los modos legales y decentes que harían de la transformación política de la República Dominicana, un hecho irrevocable. No se convocó un Congreso exprofeso, que expresara el voto de la nación, y ni aun se habrían atrevido a reconocerse el derecho de disponer de la soberanía de la Nación, puesto que les estaba explícitamente prohibido por la Constitución del Estado. ¿A quién, pues, consultó el general Santana para hacer lo que en un ciudadano, funcionario o Corporación, por elevada que sea, se califica en cualesquier parte del mundo, como delito de LESA NACION, y se castiga con la última pena? A una fracción insignificante de la Nación; los empleados públicos; a los que habían servido su partido en las diferentes revoluciones del país; a los 330

oficiales del Ejército, hechuras suyas en su mayor parte, puesto que los partidarios del ex Presidente Báez habían casi todos emigrado, y a algunos particulares, principalmente hacendados, gentes de pocas luces por lo regular, en este país. Para esto se emplearon diferentes medios más o menos indecorosos, ya abandonando con anterioridad la defensa del país, para poder luego explotar el sentimiento anti-haitiano de unos, ya haciendo concebir esperanzas de ver realizados hechos que se encuentran totalmente en oposición a las luces del siglo y a la política de las naciones civilizadas; ya comprando a fuerza de oro, la conciencia de los menos escrupulosos. Por lo expuesto verá V. E. que estos pasos, preliminares a los que llamaron “pronunciamientos espontáneos de los pueblos”, están muy lejos de ser conformes al derecho universal, que rige los destinos y soberanía de las naciones; y por consiguiente, la inmensa mayoría del pueblo, la única y verdadera soberana, debió reservarse el derecho de protestar en tiempo oportuno. Hoy lo está haciendo, excelentísimo señor, del modo más solemne, pues con las armas en la mano se halla en los campos de batalla, defendiendo el pabellón de su país el único al cual habían prestado juramento en los campos del honor, y al que tan profusamente habían consagrado su propia sangre. Hasta aquí está cumpliendo con su deber, y lo es del Gobierno Provisional, que este mismo pueblo ha escogido, para que lleve a buen fin la revolución que tan favorablemente ha inaugurado, tomar las medidas y dar los pasos conducentes, a fin de que las calamidades de la guerra cesen, si posible es, restableciendo al mismo tiempo los derechos a ser libres e independientes, que como dejamos sentado, tienen incontestablemente los ciudadanos de este país. Cumple a nuestro deber poner en conocimiento de V. E. que hoy día las cuatro quintas partes del territorio que componía la 331

República Dominicana, se han pronunciado por la causa de la Independencia, y por consiguiente, puede decirse, que lo está la mayoría de la Nación; pudiendo asegurar, sin temor de oscurecer la verdad, que si el resto de las poblaciones no ha dado ya su voto, es porque se encuentra bajo la presión de fuerzas españolas, y porque este gobierno se ha trazado por línea de conducta, el dejar a todos en completa libertad de seguir su opinión. Bajo esta cubierta tengo el honor de acompañar a V. E. copia del “Acta de Independencia” y “Exposición elevada por mi Gobierno a S. M. la Reina Doña Isabel II”. Mi Gobierno, pues, solicita del de S. M. británica, se digne interponer sus buenos oficios para con el gabinete español, con el objeto de que, cesando la guerra, se restablezca la autonomía de la República Dominicana y con ella, la paz y amistad entre ambos pueblos. Con sentimientos de la más distinguida consideración, tengo el honor de suscribirme de V. E. su más obsecuente servidor. Q.B.S. M.-Santiago, noviembre 19 de 1863.-Excmo. Señor. Comisión de Relaciones Exteriores, firmado Ulises F. Espaillat. Es copia. El jefe de Sección de Relaciones Exteriores, Francisco Du Breil. Excmo. señor secretario de Relaciones Exteriores de S.M. británica. 5. RAMÓN MELLA, A SUS CONCIUDADANOS. SANTIAGO, ENERO 16 DE 1864. RAMÓN MELLA, general de la República Dominicana. A sus conciudadanos, DOMINICANOS: La República nos ha llamado ¡a las armas! y yo cumpliendo mi deber he venido a ocupar mi puesto entre vosotros. Yo soy soldado de la columna del 27 de Febrero, vosotros me conocéis, y vengo a llamar a los pocos de los míos, a quienes la mentira y la fuerza bruta de sus opresores retienen todavía 332

separados de sus antiguas filas. Sandoval Lluberes, Sosa, Maldonado, Juan Suero, Valera, Marcos Evangelista, Juan Rosa, Gatón, no olvidéis que la República que os dio gloria y fama es el puesto de honor en que nuestros compañeros os aguardan: la República Dominicana nunca ha dejado de existir; ni la traición, ni los patíbulos pudieron aniquilarla. Los héroes del campo de Capotillo, son también los soldados del 30 Marzo del 44: sus principios son hoy los mismos: ellos recogieron la bandera de la cruz que el desgraciado general Sánchez dejó plantada sobre su tumba en El Cercado. Allí fue él el primer mártir de la Independencia... Allí está su sombra llamando ¡a las armas! y los Puello, Duvergé y su hijo, Concha, Matías de Vargas. Pedro Ignacio Espaillat, Perdomo, Vidal, Batista y sus compañeros, sacrificados por Santana, se levantan más allá del sepulcro pidiendo ¡venganza! ¡venganza! ¡Dominicanos! Oíd ese patriótico lamento de tantos mártires de la libertad. Y tú, Eusebio Puello, oye aquel que habla a tu conciencia para decirte: “Deja las filas del asesino de tus hermanos... no profanes más la sangre que inocentes derramaron para dejarte una patria libre”. ¡Seibanos! Duvergé y su hijo, Alberty Dalmau os piden ¡venganza! ¡Y nosotros, mis amigos de Santo domingo, no olvidéis que Santana fue el asesino de Trinidad Sánchez! ¡VENGANZA os pide la patria! ¡DOMINICANOS! Yo no vengo cual perturbador del orden armado con el puñal del asesino alevoso, ni con la tea del incendiario salvaje: la misión que tengo y la que me he impuesto yo mismo, es la de un soldado civilizado y cristiano. No es mi propósito excitaros a una inútil rebelión; pero sí es de mi deber como ciudadano libre, haceros comprender que la insurrección no es un crimen cuando ella ha llegado a ser el único medio para sacudir la opresión; pero sí es crimen no es pequeño, el indiferentismo que la sostiene y alimenta. 333

DOMINICANOS: Los días llegaron ya en que la España, única nación que se obstina en conservar esclavos, debe perder sus colonias en las Antillas. La América debe pertenecerse a sí misma; así lo dispuso Dios, cuando entre ella y la vieja Europa puso la inmensidad del Océano. Si para convencer a la España de esta verdad no ha bastado el escarmiento de los campos de Carabobo, Boyacá y Junín, ni el genio de Bolívar, aquí está el sable de nuestros soldados y el clima de Santo Domingo. Dominicanos! Respeto al derecho y a la propiedad. Patria, honor y humanidad. Tal es la divisa con que os quiero ver llegar al templo de la fama.- R. Mella. Santiago, enero 16 de 1864. [De hoja suelta, impresa. Reproducida en nuestro artículo “Mella y la Restauración”, en La Nación, S.D., agosto 16 de 1941]. En fe de lo cual, nos, los infrascritos comisionados especiales de la República Dominicana y de S. M. C. lo hemos firmado por duplicado y sellado con nuestros sellos particulares en San Gerónimo.

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6. CONVENIO

EL CARMELO. DOCUMENTOS RELATIVOS A LAS NEGOCIACIONES. MAYO 29-JUNIO 16 DE 18656 DE

I Señores generales don José del Carmen Reinoso y Don Melitón Valverde, y Presbítero D. Miguel Quezada. Santo Domingo, mayo 29 de 1865. Muy señores míos y de mi consideración: Tengo el gusto de incluir a V.V. el adjunto pliego para el Sr. general Pimentel, rogándoles que después de enterados de su contenido, le den la más pronta dirección. Como mis relaciones oficiales con el Gobierno dominicano tienen que partir de la comunicación arriba mencionada, no extrañarán V. V. que no tenga esta carta forma oficial; pero desde el momento en que enterados de mi participación al Presidente, se presenten V. V. con el carácter de sus comisionados acreditados, no habrá por mi parte dificultad ninguna en reconocerles este carácter, y dar principio a las conferencias. Estoy dispuesto a prescindir de las formas en todo cuanto no sea esencial, y por esta razón pueden V. V. dar por establecido el hecho de un armisticio, que podremos regularizar en nuestra primera entrevista, pues V. V. saben demasiado que estas medidas son el resultado de un convenio recíproco, y que por lo tanto, por más que yo tome en cuenta y aprecie en todo su valor el cartel del señor general Manzueta, del... del actual, no puedo aceptarlo ni por su forma ni por su fecha más que como una cortés invitación que establece el hecho que después; legalizaremos.

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Los importantes documentos insertos aquí pertenecieron aI Pbro. Lic. Carlos Nouel. Ahora reposan en nuestro archivo personal, un volumen de documentos del periodo 1865-1880.

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En consecuencia, pueden V. V. resolver su venida para la quinta de San Gerónimo que quieran designar, el día y hora que tengan por conveniente, suplicando a V. V. que me lo avisen con la posible anticipación, manifestándome si piensan fijar en ella su residencia o sólo quieren concurrir accidentalmente desde otro punto en que la fijen, para los días y horas en que debamos reunirnos. Excuso repetir a V. V. la seguridad del respeto y la consideración con que serán tratados, al llegar al punto designado para nuestras reuniones, habiéndose comunicado las órdenes necesarias a los puestos avanzados. Me repito con toda consideración de V. V. atento y seguro servidor. Q. B. S.S. M. José de la Gándara. [Del original. Papel con monograma de Gándara, firma y rúbrica. Letra de Galván. Biblioteca de E. R. D.] II Señores generales D. José del C. Reinoso y D. Melitón Valverde, y Presbítero D. Miguel Quezada. Santo Domingo, 30 de mayo de 1865. Muy señores míos y de mi consideración: acuso a V. V. recibo de su nota de hoy y en contestación tengo el gusto de manifestarles que pongo a la disposición de V. V. para residir en ella, la quinta inmediata a San Gerónimo de la propiedad del señor Abraham Coen, y que las conferencias podrán celebrarse en la inmediata de los señores Pou, adonde concurriré en el momento en que me avisen V. V. su llegada. La necesidad me obliga a designar los expresados puntos, como los únicos que pueden servir al objeto. Ciertamente que no llenan la condición de la equidistancia por V. V. deseada, en mi opinión con el propósito de llenar una fórmula de Cancillería, porque no puedo suponer que cualquiera que esté bajo nuestra salvaguardia no inspire a V. V. la seguridad de todo género de garantías. 336

El señor Pimentel y sus compañeros en Montecristi, los señores Heneken y Valverde en Puerto Plata, han residido en nuestros campamentos y no creo que tengan motivo de queja de la lealtad y cortesía de las tropas españolas. Sentiría vivamente que encontraran V. V. dificultades en aceptar los puntos señalados, porque con pena mía, me vería en la imposibilidad de variarlos, si V. V. no preferirían aceptar mi hospitalidad en esta capital. Me suscribo de nuevo de V. V. muy atento y seguro servidor Q.B.S.M. José de la Gándara. [Del original. Firma y rúbrica de Gándara. Biblioteca de E. R. D.] III Dios, Patria y Libertad. Ministerio de Relaciones Exteriores. Acuerdo del Gobierno Dominicano. Santiago, junio 1o de 1865. Señores José del Carmen Reinoso, Melitón Valverde y Presbítero Miguel Quezada, Comisionados nombrados para tratar con los agentes de S. M. C. en las cercanías de Santo Domingo. Señores comisionados: La comunicación de Vds. fecha 27 de mayo próximo pasado acaba de estar recibida, acompañada de una copia de la contesta del general La Gándara al primer parlamento del general Manzueta y copia de un oficio del Arzobispado de Santo Domingo, dirigida al Presbítero Benito Páez en Los Llanos; todos los cuales fueron sometidos al señor Presidente de la República, quien me ha instruido comunicar a Vds. la siguiente resolución, a saber: ACUERDO Resultando primero, que por falta de poderes y de instituciones de parte del general La Gándara están expuestas las negociaciones 337

con el Gobierno español a un atraso indefinido y mucho más allá de lo calculado, de lo cual entre otras cosas resulta que la prolongada ausencia del Sr. Presbítero Miguel Quezada ocasiona graves perjuicios a sus feligreses y a esta parroquia de Santiago. Segundo: Que las instrucciones positivas dadas a los comisionados les ordenan que el lugar para las conferencias debe ser precisamente a extramuros de la ciudad de Santo Domingo y que la proposición del general La Gándara para celebrarlas dentro de la ciudad es inadmisible bajo todos aspectos. Tercero: Que las instrucciones del Gobierno no autorizan a los comisionados a mantener comunicaciones ni a celebrar entrevistas confidenciales e individualmente con el General La Gándara ni con ninguna otra persona. Cuarto: Que los poderes de que se hallan revestidos los comisionados les autorizan únicamente a negociar con el comisionado o Comisionados debidamente acreditados por S. M. O. o por sus representantes. Quinto: Que llamado el Presbítero Benito Páez a la ciudad de Santo Domingo por el Gobierno interino de aquel Arzobispado para comunicarle asuntos concernientes a la Iglesia, lo desaprueba el Gobierno. Ha resuelto el Sr. Presidente de la República, después de haber oído el dictamen de los secretarios de Estado lo siguiente: 1º Vista la falta de poderes de la parte del general La Gándara, que los señores comisionados Presbítero Miguel Quezada y Melitón Valverde regresen inmediatamente a esta ciudad. 2º Que el Sr. Comisionado José del Carmen Reinoso, quede hecho cargo de las negociaciones pendientes, cualquiera que sea el estado en que se hallen, de acuerdo con el general Manzueta, y las continúen en conformidad a esta resolución hasta nueva disposición. 338

3º Que el señor Presbítero Calixto María Pina fije su residencia por ahora en el pueblo de San Cristóbal. 4º Que de estas disposiciones se manden copias a los interesados en las partes que les concierne y al benemérito general Eusebio Manzueta para los fines que convengan y para que obre los efectos consiguientes. Dios y Libertad. El Presidente de la República P. A. Pimentel. El ministro de Relaciones Exteriores. T. S. Heneken. [Del original. Firmas y rúbricas. Biblioteca de E. R. D.] IV Poderes al general Gándara. Junio 2 de 1865. (Boletín oficial, Núm. 31, julio 5 de 1865). Capitanía General y Ejército de Santo Domingo. E. M. G. Don Carlos de Fridrich y Álvarez Benito, condecorado con la placa de tercera clase del Mérito Militar, Comendador de la Real y distinguida de Carlos III, Caballero de la primera clase de San Fernando y de la de San Hermenegildo con otras por mérito de guerra, brigadier de Ejército y jefe de E. M. G. del de Operaciones en Santo Domingo. Certifico: que en Real Orden, acordada en Consejo de Ministros en 13 de abril último, se hacen al Excmo. señor capitán general de esta isla y general en jefe del Ejército entre otras prevenciones, las siguientes: 1o Como el titulado Gobierno Provisional de Santo Domingo no tiene el carácter de gobierno de una nación amiga ni enemiga reconocida como pueblo independiente, por otras naciones, no es del caso revestir a V. E. de carácter diplomático cerca de él. V. E. como general en jefe del ejército que opera en esa Isla, tiene por su propia representación, la bastante para tratar, estipular y convenir cuantas medidas crea oportunas, a fin de facilitar las sucesivas operaciones necesarias para la evacuación, luego que se determine así por la ley; 2o Tan 339

luego como V. E. la reciba la pondrá oficialmente en conocimiento del jefe de las fuerzas enemigas, o del Presidente del Gobierno provisional, haciéndolo a uno u otro si son distintos, según el mayor grado de fuerza, o extensión de facultades que cada uno tenga. Le indicará V. E. que puede tratar directamente, trasladándose a la Capital, o bien que autorice competentemente a otra persona para ello. Santo Domingo, dos de junio de 1865. Firmado: Carlos de Fridrich. V. B. Gándara. (Hay un sello de la Capitanía General de Santo Domingo). [El manuscrito original en Biblioteca de E. R. D.] V Notas del Convenio presentadas a la Comisión por el general Gándara en junio 2 de 1865. Convenio celebrado entre el capitán general de Santo Domingo, general en jefe de su Ejército, y los generales Dn. José del Carmen Reynoso y D. Melitón Valverde, y el Presbítero D. Miguel Quezada, comisionados especiales por parte del Gobierno del pueblo dominicano, en virtud de la Ley de primero de mayo del corriente año, por la cual se deroga el Real Decreto de diez y nueve de mayo de mil ochocientos sesenta y uno, que declaraba incorporado a la monarquía el territorio de la República Dominicana. Artículo 1.- El pueblo dominicano al recobrar su independencia por un acto de magnanimidad de la Nación española, reconoce y declara que ésta obedeció a los móviles de la más alta generosidad y nobleza, cuando tuvo a bien aceptar la reincorporación de Santo Domingo, a la cual prestaron las circunstancias todo el carácter de la espontaneidad y del libre querer de los dominicanos; y que en esta virtud, España ha estado dentro de los límites de su buen derecho al oponerse por medio de las armas a la restauración de la República, mientras pudo creer que contaba 340

con la adhesión del país en la gran mayoría de sus habitantes, y ha procedido con su tradicional hidalguía cuando, convencida de que la generalidad de los dominicanos desea, sobre todo, su independencia nacional, ha suspendido el uso de la fuerza, y renuncia a la posesión del territorio de Santo Domingo, dando de este modo una relevante prueba de su respeto a los legítimos derechos de cualquier pueblo, sin atender a su fuerza o a su debilidad. El pueblo dominicano declara asimismo que es su firme propósito conservar la generosa amistad de la Nación española, que le dio ser y origen, y en quien por esta misma causa, espera encontrar siempre mayor benevolencia y más eficaz protección, en ningún otro pueblo. Declara también, que tiene el vehemente deseo de celebrar con España, un Tratado de reconocimiento, paz, amistad, navegación y comercio. Artículo 2.- Se conviene en un canje recíproco de prisioneros, sin sujeción a número, calidad o categoría, entregando cada parte a la otra todos los que tengan en su poder, dándose desde luego las órdenes para que se verifique la entrega respectiva en el punto más cercano de los depósitos. Artículo 3.- Quedan anulados, en todos sus efectos, los decretos expedidos por el Gobierno dominicano desde el principio de la revolución, contra las personas y los bienes de los peninsulares y dominicanos adictos a España. Los actos políticos de toda clase de individuos, sin excepción de personas ni categorías, durante el curso de los pasados acontecimientos, estarán exentos de todo género de responsabilidad, no pudiéndose perseguir, inquietar, ni dirigir cargos a nadie por las opiniones que hayan manifestado y sostenido. Los dominicanos que hayan sido fieles a España, sirviendo su causa con las armas en la mano, demostrando su adhesión de cualquiera otra manera, podrán permanecer en el país, bajo la 341

salvaguardia de sus leyes y autoridad, y respetados por consiguiente, pudiendo al marcharse, o después desde el país donde se fijen, enajenar sus bienes, o disponer de ellos, según tengan por conveniente, con la misma libertad que los demás dominicanos en general. Los que tuvieren por conveniente seguir la bandera española a otros puntos del territorio de la monarquía, podrán regresar a este país en cualquier día, sometiéndose a sus leyes, y disfrutando de las mismas franquicias e iguales derechos que sus demás conciudadanos. Los súbditos españoles residentes en el territorio de Santo Domingo podrán permanecer en él o ausentarse, regresando cuando les convenga, siendo respetados en sus personas y propiedades del mismo modo que los súbditos y ciudadanos de la Nación más favorecida. Se exceptúan de los beneficios de este artículo los desertores del Ejército. Artículo 4.- El Gobierno dominicano se obliga a pagar al de S. M. una indemnización, cuya ascendencia se estipulará en un Tratado posterior, por la conversión del papel moneda dominicano, por los gastos de la guerra, del gobierno y administración del país y por las mejoras locales que son el producto del capital y administración española. La época del pago y la forma en que deba verificarse, son puntos que también comprenderá el Tratado de que se hace arriba mérito. Artículo 5.- Mientras llega el día de que el Gobierno español celebre con el dominicano el Tratado a que se refiere el artículo primero, el mismo Gobierno dominicano se obliga a dispensar a los buques que naveguen con pabellón español, las mismas franquicias aduaneras que a los que llevaren la bandera de la nación amiga más favorecida, acordándoles la protección y auxilios que el derecho de gentes prescribe para los casos de avería, arribada forzosa, o cualquier siniestro marítimo. 342

Artículo 6.- Los enfermos del Ejército y las reservas que hubiere en los hospitales en el momento de la evacuación, y cuyo estado de gravedad no permita su embarque inmediato sin peligro de sus vidas, quedarán bajo la salvaguardia del derecho de gentes, obligándose el Gobierno dominicano a tratarlos con los miramientos que exige la humanidad, haciéndolos asistir y cuidar con toda la consideración y el esmero necesarios, siendo de cuenta del Gobierno español los gastos que ocasionen, los cuales serán satisfechos puntualmente por el Comisionado que más tarde se encargue de recoger dichos enfermos. Artículo 7.- El Gobierno dominicano se obliga a no enajenar el todo ni parte de su territorio a otra nación, ni establecer con ella ningún convenio que afecte los intereses de España en sus posesiones de las Antillas, sin la intervención y el consentimiento del Gobierno español. Artículo 8.- Para velar sobre el cumplimiento de los puntos estipulados en este Convenio, así como para proteger a los súbditos españoles que permanezcan en el país, podrán quedar en él agentes públicos del Gobierno español con el carácter de comisarios especiales, ínterin se lleva a efecto la celebración del Tratado de paz y amistad de que se ha hecho referencia en el artículo primero. [Del original, letra de M. de J. Galván. Biblioteca de E. R. D.] VI Proyecto de arreglo presentado por la Comisión observando el propuesto por el general Gándara. (Güibia, junio 9 de 1865). Excmo. señor capitán general don José de la Gándara, general en jefe del Ejército Español en Santo Domingo y los Sres. generales D. José del Carmen Reinoso y don Melitón Valverde, y el Pbro. don Miguel Quezada. Comisionados especiales del Gobierno 343

de la República Dominicana, después de haber examinado y canjeado sus respectivos poderes, han ajustado y celebrado el siguiente convenio: Art. 1.- El pueblo dominicano al restaurar su Independencia, apreciando la magnanimidad de la Nación española en el acto de renunciar su autonomía por la ley de 1o de mayo del corriente año, declara: que ésta obedecía a los móviles de la más alta generosidad y nobleza, cuando tuvo a bien aceptar la reincorporación de Santo Domingo, cuyas circunstancias la hicieron aparecer con el carácter de la espontaneidad y del libre querer de los dominicanos; que en esta virtud, España se vio en la obligación de oponerse por medio de las armas a la Restauración de la República, mientras pudo creer que contaba con la adhesión del país; y ha procedido con su tradicional hidalguía, cuando convencida de que la generalidad de los dominicanos desea sobre todo su autonomía e independencia nacional, ha suspendido el uso de la fuerza y renuncia para siempre a la posesión del territorio de Santo Domingo; dando de este modo una relevante prueba de su respeto a los legítimos derechos de cualquier pueblo, sin atender a su fuerza o a su debilidad. El Gobierno dominicano declara asimismo que es hoy como ha sido siempre su firme propósito de conservar la leal y generosa amistad de la nación española a quien debe ser y origen; y en quien por esta misma causa, espera encontrar la mayor benevolencia y más eficaz protección que en ningún otro pueblo. Declara también que tiene el vehemente deseo de celebrar con España un tratado de reconocimiento, paz, amistad, navegación y comercio. Art. 2.- Se conviene en un canje recíproco de prisioneros sin sujeción a número, calidad o categoría, entregando cada parte a la otra todos los que tenga en su poder, dándose desde luego las órdenes para que se verifique la entrega respectiva en el punto más cercano de los depósitos. 344

Art. 3.- Se conceden las más amplias garantías en conformidad con las leyes vigentes de la República, a todos los dominicanos que habiendo militado en las filas españolas con calidad de jefes, oficiales y soldados de las reservas del país, quieran quedarse en él al retirarse el ejército peninsular, quedando bajo la protección del Gobierno y de las leyes patrias las personas y los bienes de los peninsulares y dominicanos adictos a España. Y, al garantizar el Gobierno dominicano de la manera más franca, liberal y efectiva que cumple a su legislación e instituciones, a las personas, familias y propiedades de dominicanos y españoles, favorecerá en todo tiempo la libertad que a todos los dominicanos en general de disponer de sus intereses de la manera que le sea más conveniente. Del mismo modo los bienes de los dominicanos presentes y ausentes del país que hayan sido embargados o afectados por disposiciones gubernativas de la autoridad española, serán entregadas a sus dueños con revolución del producto e intereses que hayan devengado. Los dominicanos de origen o condición que tuvieren por conveniente seguir la bandera española o ausentarse para cualquier punto extranjero podrán regresar en cualquier día, invocando los derechos de ciudadanía de la República con las mismas franquicias y obligaciones que sus demás conciudadanos a menos de haber renunciado a sus derechos aceptando otra nacionalidad (quedando desde luego en esta condición los oficiales superiores del Ejército español de origen dominicano). Los súbditos españoles residentes en el territorio de Santo Domingo podrán permanecer en él o ausentarse regresando cuando les convenga, siendo respetados en sus personas y propiedades, del mismo modo que los súbditos y ciudadanos de las demás naciones. Se exceptúan de los beneficios de este artículo los que hayan invocado el derecho de nacionalidad y prestado juramento de fidelidad a la... 345

Art. 4.- Las indemnizaciones a que haya lugar en derecho serán discutidas y estipuladas en un arreglo posterior. En caso de no poderse avenir las partes contratantes, se someterá la cuestión al arbitraje de una o más potencias amigas. Art. 5.- Mientras llega el día en que el Gobierno español celebre con el dominicano el tratado a que se refiere el Art. 1, el mismo Gobierno dominicano se obliga a dispensar a los buques que naveguen con pabellón español, las mismas franquicias aduaneras que a los que llevaren la bandera de la nación amiga más favorecida; acordándoles la protección y auxilios que el derecho de gentes prescribe para los casos de averías, arribada forzosa, o cualquier siniestro marítimo. Art. 6.- Los enfermos del ejército español y las reservas que hubiere en los hospitales en el momento de la evacuación, y cuyo estado de gravedad no permita su embarque inmediato sin peligro de sus vidas, quedarán bajo la salvaguardia del derecho de gentes, obligándose el Gobierno dominicano a tratarlos con los miramientos que exige la humanidad, haciéndoles asistir y cuidar con toda la consideración y el esmero necesarios, siendo de cuenta del ejército español los gastos que ocasionen, los cuales serán satisfechos puntualmente por el Comisionado que más tarde se encargue de recoger dichos prisioneros. Art. 7.- Queda sentado que la República Dominicana, consecuente con sus eternas aspiraciones y constantes esfuerzos para mantener ilesa su independencia, a la que ha prodigado tan inmensos sacrificios, no enajenará jamás a nación alguna, la más mínima parte de su territorio, como tampoco efectuará ningún convenio que afecte los intereses de España en las Antillas, no perjudicando tampoco los de la República, a juicio de árbitros. Art. 8.- Para proteger las personas e intereses de los súbditos españoles, el Gobierno de su nación podrá nombrar en la República comisionados con el carácter de agentes comerciales, ínterin 346

se lleva a efecto la celebración del tratado de paz y amistad de que se ha hecho mención. Art. 9.- Las causas civiles y criminales incoadas en los tribunales españoles de las diversas partes de este territorio, deberán seguir su curso en los del país que se establezcan, con la sola excepción de aquellos que versen puramente sobre intereses entre súbditos españoles y las de los prevenidos acusados de la misma nación. Art. 10.- Al retirarse las fuerzas españolas de los puntos que ocupan en el territorio dominicano, queda entendido: que los parques en que existían las armas, pertrechos y artillería de la República en 1861 permanecerán en el estado que corresponde, dejando la entrega de dichos parques y armamentos a la generosidad y buen nombre de la autoridad española. Del mismo modo los archivos antiguos y modernos de todas las oficinas públicas, como igualmente de las notarías, serán recibidos por la comisión que designe. Art. 11.- A propuesta del señor general en jefe de las fuerzas españolas el desalojo total del territorio se efectuará el día.... y la Municipalidad de la Capital de Santo Domingo recibirá la plaza con las formalidades de costumbre. Güibia. Quinta de Grand Gerard, a 5 de junio de 1865. VII De las condiciones del protocolo adicional7 Para la formación del protocolo que ha sido convenido redactar como complemento del convenio dominico hispano firmado

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En Luperón..., Vol. I, p. 310. Manuscritos de éste y del anterior documento en Biblioteca de E. R. D.

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el seis de junio actual en la Quinta El Carmelo por el Excmo. señor capitán general don José de La Gándara y los comisionados especiales, Generales don José del Carmen Reinoso y Melitón Valverde, y Pbro. Miguel Quezada, se presentan las cuestiones siguientes que son las que a juicio de la comisión deberán tratarse con las demás que el Sr. capitán General estime conveniente.

Primero. -Sobre causas civiles y criminales La comisión opina y desea que las causas civiles y criminales incoadas en los tribunales españoles de los diversos puntos de este territorio, deberán seguir su curso en los del país que se establezcan, con la sola excepción de aquellos que versen sobre intereses entre súbditos españoles, y los de los prevenidos y acusados de la misma nación. Segundo. -Bienes embargados de los dominicanos Las propiedades de toda clase de los dominicanos presentes y ausentes del país que hayan sido embargadas o afectadas por disposiciones gubernativas de la autoridad española en cualquier parte del territorio, serán descargadas del embargo y entregadas al Ayuntamiento, a cuyo efecto se le pasarán las relaciones, registros, rentas e intereses que hayan devengado, para su devolución según lo disponga el Gobierno dominicano. De igual manera serán devueltos los productos de aquella parte de los bienes embargados que por cualquier caso hayan sido enajenados. Tercero.-Entrega de los arsenales, parques, edificios públicos y archivos de toda clase Los parques y arsenales en que existían las armas, pertrechos y artillería de la República en 1861, espera la Comisión que permanezcan en el estado que corresponde y a partir de los inventarios 348

del armamento de aquella fecha; dejando su entrega y reposición a la generosidad y buen nombre de la autoridad española. Es también de desear que las oficinas y edificios públicos con los muebles que le pertenezcan, sean recibidos por el Ayuntamiento a beneficio de inventarios. Del mismo modo los archivos antiguos y modernos de todas las oficinas públicas, como igualmente de los notarios, serán recibidos por la Comisión que se designe.

Cuarto.-Asuntos eclesiásticos En este asunto la Comisión, obedeciendo al sagrado deber de conservar incólumes los elevados intereses de nuestra sacrosanta religión, suplica al Excmo. señor Vicario real patrón, interponga su influencia para que se delegue la jurisdicción espiritual al candidato del Gobierno dominicano Pbro. Don Calixto M. Pina, quien recibirá a beneficio de inventario todo lo perteneciente a la Iglesia y al Seminario Conciliar. Quinto.-Entrega de la Capital La Comisión desea que a propuesta del general en jefe de las fuerzas españolas, se fije el día en que se efectuará la evacuación total del territorio, y que la Municipalidad de Santo Domingo recibirá la plaza con las formalidades de estilo. Güibia, junio nueve de 1865. Bases del convenio adicional presentado al general Gándara por los comisionados. VIII Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Ministerio de Relaciones Exteriores. Santiago, 8 de junio, 1865. 349

Señor general: En este Ministerio se han recibido tres oficios de la Comisión que preside V. de fechas 2 y 3 de los corrientes, acompañados de varias piezas concernientes a las primeras conferencias que tuvieron lugar con el general de la fuerza española, Sr. La Gándara. El Sr. Presidente de la República, se encuentra ausente en este momento, pero se espera por hora; así pues, se servirá V. ceñirse a las instrucciones que se le han dado como a los oficios ulteriores que debe V. haber recibido ya. Dios y Libertad. El ministro de Relaciones Exteriores T. S. Heneken. Sr. general José del Carmen Reinoso, San Gerónimo. [Del manuscrito original. Biblioteca de E. R. D.] IX Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Cuartel General en San Cristóbal a 8 de junio de 1865. Eusebio Manzueta, general de División y comandante en jefe de las líneas Este y Sur. Señores miembros de la Comisión encargada de las negociaciones. San Gerónimo. Señores: He tenido el gusto de recibir su atento oficio de ayer, de cuyos extremos quedo bien impuesto. He determinado salir pasado mañana para Galá desde donde escribiré a V.V., con el objeto de anunciarles una entrevista que indispensablemente necesito tener con la Comisión. Desde Baní escribí a mi digno compañero de armas el general Cabral, invitándole a que se uniera a mí, quien me ha prometido así hacerlo, en las vísperas de la entrada a la Capital. Por tanto, si V. V. saben aproximadamente la fecha en que se efectuará la

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desocupación, tengan la bondad de decírmela, para yo participarla a mi amigo Cabral. Dios y Libertad. D. O. El Corl. Secret. Luis Ma. Caminero. [Del manuscrito original. Biblioteca de E. R. D.] X Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Comandancia General del Ejército de E. y S. Señores miembros de la Comisión, etc. Señores: Conforme a lo que manifesté a V. V. antes de ayer, me hallo en este puesto de Galá, esperando tener la conferencia que deseo cuanto antes, si es posible, porque pienso estar hoy mismo en San Cristóbal, por exigirlo así el mejor servicio ppco. Si ninguno de V. V. puede venir a este lugar, tengan la bondad de escribirme y comunicarme lo que haya hasta hoy, a fin de saber yo a qué atenerme en la parte que me corresponde. Soy de V. V. affmo. S.S. El general en jefe. D. O. Secr. Luis Ma. Caminero. Galá, junio 10, 1865. [Del manuscrito original. Biblioteca de E. R. D.] XI Capitanía General y Ejército de Santo Domingo, E. M. G. Señores Generales D. José del C. Reinoso y Melitón Valverde, y Presbítero D. Miguel Quezada. Señores: Recibí oportunamente la comunicación de V. V. de 9 del actual, conteniendo nota comprensiva de las cuestiones que deseaban V. V. sirvieran de fundamento al protocolo

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que debía redactarse, como complemento del convenio firmado el día seis. Como la naturaleza de alguna de aquellas cuestiones no se presta a ser incluida en el protocolo, y el protocolo mismo no sea de forma muy propia en este caso, he creído deber manifestar a V. V. que sin alterar ninguno de mis ofrecimientos, serán resueltos todos ellos en favor de V. V., con el espíritu de benevolencia que me anima y que está de acuerdo con lo que el Gobierno de S. M. ha tenido por conveniente prevenirme, asegurándoles de nuevo que tan pronto como el Convenio celebrado empiece a tener ejecución por la entrega de los prisioneros, me apresuraré a dar cumplimiento a mis promesas en todo aquello que sea inmediatamente realizable, disponiendo que el Ayuntamiento reciba, a beneficio de inventario, y como representante del gobierno dominicano, los archivos y edificios públicos que vayan desocupándose y continuando del mismo modo con todos los demás asuntos, en proporción que llegare su oportunidad, hasta terminar con la entrega de la plaza el día de su evacuación. Reitero a V. V. que con ligeras alteraciones acepto el contenido de la nota a que me refiero. Dios guarde a V. V. muchos años. Santo Domingo, 13 de julio, 1865. José de La Gándara. [Del original. Biblioteca de E. R. D.] XII Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Cuartel General en San Cristóbal, a 13 de junio de 1865. Eusebio Manzueta, General de División y comandante en jefe de las líneas Este y Sur. Señores miembros de la Comisión, etc., etc. San Gerónimo.

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Señores: Sin ninguna de V. V. a que referirme, me cabe el placer de dirigirles algunas líneas, aunque en parte tenga que participarles la mala nueva de la muerte del coronel Pepe Román acaecida anoche por la bala de un alevoso que se ignora todavía. Yo hago las más escrupulosas indagaciones sobre el hecho, de cuyo resultado daré a V. V. conocimiento. Espero por momento contestación de mi oficio de ayer, y mi secretario general pasará a ese lugar a asuntos del servicio tan pronto como V. V. me den la contestación. Está de más el advertir a V. V. que cualquiera cosa de que tengan necesidad y que esté a mi alcance remediar, pueden mandar como mejor parezca: soy amigo de V. V. y amante de mi Patria. Siempre de V. V. affo. S. S. D. O. El Corl. Secrt Luis Caminero. [Del manuscrito original. Biblioteca de E. R. D.] XIII Capitanía General y Ejército de Santo Domingo. E. M. G. Señores Generales D. José del C. Reinoso y don Melitón Valverde, y Presbítero D. Miguel Quezada. Señores: Con la comunicación de V. V. fecha de este día, anunciándome haber recibido órdenes de su gobierno de suspender las conferencias para que estaban acreditados, y trasladarse a San Cristóbal, he recibido un pliego del general D. Eusebio Manzueta, en que sustancialmente me participa lo mismo. Me complazco en satisfacer los deseos de V. V. incluyéndoles el salvoconducto, para que, cuando gusten, puedan emprender su viaje, en la inteligencia de que por mi parte, no hay reparo en que puedan acortar o prolongar a voluntad su permanencia, toda vez que, terminadas de hecho nuestras conferencias desde el día seis del actual, en que firmamos el convenio que fue su resultado,

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carece ya de objeto y significación la orden que me anuncian V. V. haber recibido. Dios guarde a V. V. muchos años. Santo Domingo, 16 de junio de 1865. José de La Gándara. [Del manuscrito original. Biblioteca de E. R. D.] XIV Señores D. José del C. Reinoso, D. Melitón Valverde y D. Miguel Quezada. Santo Domingo, 16 de junio de 1865. Muy apreciables señores míos: No puedo menos de manifestar a V. V., aunque de un modo puramente confidencial, el sentimiento de extrañeza que me ha causado la noticia que me dan V. V. de haber recibido órdenes de suspender las conferencias conmigo y retirarse. Conocen V. V. sobradamente que ciertas cosas no tienen más que un modo de ser y que no es posible cambiar caprichosamente su verdadero carácter. No puedo, pues, darme por entendido oficialmente del pensamiento que pueda envolver esa orden, ni atribuirle ningún propósito determinado. Su forma, sin embargo, es tan rara, que privadamente me autoriza a formar juicios pocos satisfactorios y me obligan a hacer a V. V. algunas indicaciones que pueden servirles de gobierno, para el sensible caso en que pudieran realizarse mis particulares impresiones. Si la citada orden pudiera en algún modo referirse a un propósito de anular o desvirtuar lo convenido, debo confesar a V. V. con toda franqueza, que no lo sentiría por mí, pero que me haría cambiar completamente en mi modo de ver en las cuestiones de que nos hemos ocupado y que mis resoluciones en lo sucesivo, serían diametralmente opuestas a las que han determinado la conducta

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que he seguido hasta la fecha, y que desentendiéndome en absoluto de todo género de consideraciones, atendería sólo a lo que corresponde a los intereses y a la dignidad del país que represento. Si fuera posible que llegara el caso de ver a V. V. de cualquier modo desautorizados, después de haber sido acreditados en la forma más solemne, y de haber dado yo, por ello, completa fe a su representación, no habría medio posible de nueva inteligencia, porque las más sencillas nociones del deber, de la dignidad y del decoro, me obligarían a encerrarme en una incomunicación absoluta y a obrar con completa independencia. No quiero en esta ocasión, faltar a la lealtad y a la franqueza con que me he conducido en todas, al tratar desde el principio las diferentes cuestiones que han mediado entre nosotros, y por eso no extrañarán V. V. les diga, que en lo sucesivo no podría tener fe ni inspirársela a mi Gobierno, en las relaciones que pudiera tener, con quien, en el caso supuesto, hubiera desconocido todas las reglas del derecho, de las conveniencias y hasta de sus propios intereses. Esto supuesto, cumple a mi lealtad terminar asegurando a V.V. que me negaría a toda comunicación y que obraría en lo sucesivo, y hasta el último momento, del modo que convenga a mis propósitos. Aprovecho esta ocasión para reiterar a V. V. la seguridad de la personal consideración con que me suscribo de V. V. muy atento y seguro servidor Q. B. S. M. José de La Gándara. [Del manuscrito original. Biblioteca de E. R. D. También figura en Luperón..., Vol. I, p. 312.]

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7. COMENTARIOS EDITORIALES CONVENIO DE EL CARMELO (BOLETÍN OFICIAL, NÚM. 31, JULIO 5 DE 1865) El hábito de estudiar y presentir sobre las diversas fases de los pueblos, hace que en estos días de nuestra larga vida periodística lleve cuanto avanzamos cierto aire profético y de infalibilidad que el tiempo se apresura a confirmar. No por esta coincidencia, que tampoco es un privilegio, ni menos un argumento para hacer mérito ridículo de aventajadas facultades, pasaremos a creer que tenemos el derecho de exigir la ciega adoración de nuestros juicios; pero sí a esperar que, frutos del más depurado patriotismo y sometidos a un riguroso análisis, merezcan por lo menos la atención pública cuando los ofrecemos a su fallo. Nuevos en el estudio de la ciencia política, que en otras localidades veíamos con un espanto racional, la hemos abordado sin embargo en nuestra patria sin limitaciones ni reservas. Verdad que venimos a tomar esta resolución en sus últimos días de peligro; pero ni podíamos expandirnos bajo el imperio de los anteriores miembros del Gobierno –gratuitos enemigos nuestros con sólo dos excepciones–, ni en el libre y verdaderamente democrático de hoy se había hecho necesaria hasta entonces nuestra ingerencia en materia que, si bien un tanto adormecida, fue como la tranquilidad de los volcanes, para en breve estremecer con sus rugidos y amenazar con sus erupciones la insegura tranquilidad del territorio. De todos modos escribimos en política, y prácticos en esto de observar respectivamente la índole de cada una, no vacilamos en apuntar cuáles serían las aspiraciones de la española al cumplir el real precepto de suscribir con nosotros el pliego de la paz y alejar sus tropas del país. Pudiera decirse con presencia del paralogismo de El Convenio que, Diablos Cojuelos de la época, cuanto dijimos en el alcance de 30 de abril, lo habíamos escuchado a los políticos españoles de Santo Domingo, desde un secreto nicho del Palacio, o a favor de una pérfida mampara; y pudieran decirse ellos al

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releerlo, como pauta para el porvenir: nihil est operlam quod non revelabitur, et ocultum quod non scietur. Hoy publicamos un documento oficial, o para ser más explícitos, una real orden que en copia certificada y con fecha 13 de abril ha llegado a nuestras manos. En ella se hacen prevenciones al capitán general de Santo Domingo, de las cuales dice la primera: “como el titulado Gobierno Provisional (el Gobierno dominicano) no tiene el carácter de una Nación amiga ni enemiga, reconocida como pueblo independiente por otras naciones, no es del caso revestir a V. E. de carácter diplomático cerca de él. V. E., como general en jefe del ejército que opera en esta isla, tiene por su propia representación la bastante para tratar, estipular y convenir cuantas medidas crea oportunas, a fin de facilitar las sucesivas medidas necesarias para la evacuación, luego que se determine así por la ley”. Glosemos el artículo. Al capitán general se le hacen terminantes prevenciones: luego no puede salvar su órbita sin abrir concepto al arbitrio de nulidad para sus actos. Al capitán general se le previene que, por no ser la República nación amiga ni enemiga, tampoco es del caso revestirlo de un carácter diplomático: luego todo lo que ha hecho en este orden lleva invivito el sello de la reprobación como excedente de su poder y su carácter. Al capitán general se le dice que como general en jefe del Ejército que opera en esta isla tiene por su propia representación la bastante para tratar, estipular y convenir cuantas medidas crea oportunas, a fin de facilitar las sucesivas medidas necesarias para la evacuación, luego que se determine así por una ley. De manera que ni por esa Real Orden ni por el Real Decreto de primero de mayo el capitán general no estaba facultado a proponer, ajustar y suscribir un convenio diplomático como el que se redactó en Santo Domingo a su sabor, sino meramente a tratar de la desocupación, a facilitar las sucesivas medidas necesarias,

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a efectuarla luego que se determinara así por una ley. Y como esa ley, que es el Decreto de primero de mayo, vino después sin rehabilitarlo en sus aspiraciones diplomáticas; el capitán general debió concretarse al espíritu de su primer artículo que, según se registra en nuestro número anterior, dispone terminantemente la evacuación del territorio, y sólo le ofrece ahora la oportunidad de tratar, estipular y convenir por aquel único efecto, en uso de su representación como jefe del Ejército; pero jamás con un carácter diplomático que se le negó terminantemente en la Real Orden de abril y cuya negativa se ratificó en el Real Decreto de mayo, que es la ley anunciada, cuando se le intima la desocupación, reservándose España por el artículo 2 el derecho de tratar con la República sobre materias de alta política e internacionales relaciones. El Convenio de El Carmelo carece, pues, de carácter legal por las razones poderosas que dejamos aducidas, provenientes de la misma voluntad de la Corona, y por faltarle la necesaria sanción de la primera autoridad de la República; carece también de carácter legal, porque amén de que en las facultades de ambos contratantes no es otra cosa que un mero borrador, y suponiendo que la expresada autoridad lo hubiese suscrito; faltaríale siempre para producir sus efectos las formalidades de la ratificación y del canje; carece de carácter legal porque ese Convenio (ya que así quiere llamársele) sólo se refiere a beneficios para una parte, contra los que se ha protestado dentro del término que señalan todos los derechos; en fin, carece de carácter legal porque la naturaleza de los sucesos y la ventajosa actitud de la República, rechazan por sí ante el criterio de la misma España esa violenta y extemporánea prestación al reconocimiento exclusivo de unas responsabilidades y unas declaratorias tales, que ni aún compartidas nos lograrían colocar en buena parte. Poco, o nada mejor dicho, ha logrado el capitán general de Santo Domingo con la posesión de una copia del Convenio firmada por nuestros representantes. Y si al llegar con ella a España, 358

se promete enfrentarse con el Gabinete exclamando jubiloso como el poeta clásico: Mirad la perla que robé a los mares; desde ahora le anunciamos el fruto de disgustos y digna reprobación con que los gobiernos honrados contemplan siempre los actos que ponen en evidencia sus programas. No es España, no, una nación prostituida; si algo hay por qué acusarla, el juicio universal está conteste en que ese algo es el abuso de personería que se ejerce por estas regiones apartadas... y es de esperar por eso que a las satisfacciones mal fundadas del jefe del Ejército que opera en Santo Domingo, responda con la exhibición de los Reales Documentos acompañados de estas enérgicas palabras: “Ved si habéis cumplido la explícita voluntad de la Corona...” Un hecho hay, además, digno por todo extremo de notarse como una verdadera antilogía política, y que está en abierta divergencia con la soñada bondad que se nos brinda. Es, a saber, que mientras se monopolizan las ventajas en las fojas del Convenio, a punto de quedar nuestra patria casi como San Bartolomé, desollada y con su propia piel al hombro, las prendas que recibimos de gratitud y complacencia son las de volar el Castillo levantado en Puerto Plata sobre los cimientos y los muros de nuestra parroquia, llevarse los cañones del fuerte St. Pierre, en Montecristí, que tantos sacrificios nos costaron, y anunciar como un despique la extracción de los que cubren la plaza de Santo Domingo, también de nuestra exclusiva propiedad. Esto nos trae a la memoria la conducta de los romanos para con los sabinos, aunque sin poder consignar una comparación definitiva: porque no se concibe que aquellas violencias y perfidias hayan venido a través de tantísimas centurias a encarnar en nuestros corazones, desmintiendo la teoría de la degeneración físico-moral de nuestra especie... Sea como fuere, y por síntesis de los anteriores raciocinios, diremos que sólo hemos procurado certificar hasta el presente la 359

ineficacia del Convenio, como opuesto a nuestros derechos y a la armonizadora intención de la Corona. En cuanto a lo demás, levantaremos si necesario fuere nuestra voz apelando al respetable fallo de los pueblos, tanto libres como esclavos; pero ni corrompidos ni insensibles. Dios y el mundo nos contemplan: Dios revelará su voluntad al mundo, y el mundo como su instrumento nos hará la razón y la justicia. -Protocolo de El Carmelo. (Alcance al Núm. 31 del Boletín Oficial, julio 7 de 1865). I A continuación registrarán nuestros lectores tres documentos oficiales, de los que dos, principalmente, son por todo extremo interesantes; como que manifiestan por una parte la digna prestación del Gobierno dominicano a un avenimiento racional con la Corona de España, y por otra la resistencia del general La Gándara a todo lo que no sea para nosotros degradante, y esto con desdén del buen sentir y de las explícitas ordenanzas de su soberanía. Al rematar nuestro artículo anterior, que como todos no es otra cosa que la expresión de los principios del Gobierno, creíamos haber dejado suficientemente explicadas las razones que en derecho nos asisten para declarar la nulidad del Convenio de El Carmelo; y esperábamos que se procediera a las nuevas estipulaciones que habrían de recabar las diferencias, sacando en triunfo la dignidad de ambas naciones, en vez de tupirse más y más la franca vía que condujese a tal extremo. Empero nuestra creencia ha sido una quimera, bien que no poderosa a sorprendernos; porque siempre sospechamos, y desde un principio venimos sospechando que: el egoísmo diplomático gira en derredor de los propósitos más santos de los pueblos, sacrificando su dicha de presente y su provenir a la inmoral satisfacción de haber abusado de

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la buena fe y la confianza con que concurren (pocos) al peligroso palenque de los pactos. Con efecto: esa creencia nuestra que verdaderamente hubiera sido el rara avis de la política española (¡y por Dios que sentimos haber de personificarla en este caso!) ha huido avergonzada al oír leer la nota del general La Gándara, dejando destacarse en su lugar a la sorpresa más natural y más apacible al propio tiempo. Apacible, sí; porque no somos nosotros de los hombres que se aterran, ni tampoco de los que desconfían; y siempre respondemos a las amenazas, que Dios es la justicia y nuestro patriotismo una verdad. Bien examinado, debiéramos publicar la nota sin comentarios, encomendando esta tarea a la opinión pública, la cual entre nosotros casi nunca se equivoca; pero se hace indispensable el que así lo hagamos, siquiera sea para certificar que tenemos por sistema aplicar la urbanidad y la razón allí donde se regatean por la misma causa, no aspirando en ello más que a merecer que se establezcan comparaciones necesariamente para nosotros ventajosas... El general La Gándara responde a la circunspecta comunicación de nuestros comisionados, que queda interrumpida toda otra que no esté basada en la CONFIRMACIÓN y ACEPTACIÓN del Convenio celebrado el seis del presente mes, (el de junio); y dicho esto, procede a intimar que evacuará el territorio hasta donde le convenga, y que de la suerte de sus prisioneros DURANTE EL NUEVO PERIODO le responden los prisioneros dominicanos que están en su poder. Pedir que le dirijan notas, o comunicaciones, como él las llama, en que se confirme y acepte el Convenio de El Carmelo, es declarar a golpe de trompeta lo que decimos en nuestro último número, a saber: que la copia que posee, firmada por nuestros representantes no es otra cosa que un mero borrador; y es también establecer que sea

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o no de nuestro agrado, conforme o difiera de nuestros intereses, hónrenos o ridiculícenos a la faz del mundo, él necesita que se confirme y acepte, o mejor dicho, él lo exige; consagrando en pleno siglo XIX el célebre aforismo del emperador romano, cuando dijo: Sic volo et sic júbeo. Estamos de acuerdo en la ineficacia de la copia memorada, tanto que sin esta convicción nos habríamos abstenido de enviar nuevo Comisionado; pues nuestro candor bien explotado, se halla sin embargo muy lejos de la región de la ignorancia, y sabemos distinguir entre proposiciones y hechos consumados como puede saberlo otro cualquiera. Pero no convenimos en que se confirme y acepte para glorificación de España un pacto que independientemente de su extemporaneidad, puesto que el Real Decreto sólo impera la evacuación del territorio, nos rodearía de compromisos ajenos de nuestro resorte, amén de la ridícula actitud a que nos traería con sus agencias, con su culto a los traidores y con otras varias exigencias semejantes.

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Datos biográficos de los ensayistas

ANGULO GURIDI , ALEJANDRO (1823-1906) Hijo de padres dominicanos, nació accidentalmente en Puerto Rico y murió en Nicaragua. Periodista, narrador, abogado, educador. Desempeñó importantes funciones públicas, entre ellas la de emisario del gobierno dominicano ante naciones del extranjero. Obras publicadas: Los amores de los indios (1843), novela. Examen crítico de la anexión a España (1864); El triunfo liberal (1874); Temas políticos (1891); Observaciones sobre la reorganización política (1857); La joven Carmela (1841); La venganza de un hijo (1842). AVELINO, FRANCISCO ANTONIO (1935-) Abogado, historiador, catedrático. Estudió en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, donde fue profesor durante 38 años. Fue el primer director de su departamento de Ciencias Políticas. Obras publicadas: Curso de historia del pensamiento político (1981); Reflexiones sobre algunas cumbres del pasado ideológico dominicano

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(1995); El manifiesto comunista de 1848 (2000); Martí y Gandhi (2000); La ilustración francesa, la Revolución Norteameriana y la Revolución Francesa (2000); con la colaboración de Carmen Durán; y Reflexión sobre la Guerra de la Restauración y el asesoramiento pedagógico de los gobernantes dominicanos (2003). BALCÁCER, JUAN DANIEL (1949-) Historiador y ensayista. Es Miembro de Número de la Academia Dominicana de la Historia. También pertenece a la Academia de Ciencias de la República Dominicana y al Instituto Duartiano. Fue presidente de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc. Ha sido catedrático de la Universidad Católica Santo Domingo y de la Universidad APEC; y colaborador editorial de los principales periódicos y revistas dominicanos. En la actualidad es presidente de la Comisión Permanente de Efemérides Patrias. Obras publicadas: Juan Pablo Duarte, el padre de la patria (1978), (Biografía para niños y jóvenes); Pedro Santana, historia política de un déspota (1974); Pensamiento y acción de los Padres de la Patria (1995); Papeles y escritos de Francisco J. Peynado (1992); Vicisitudes de Juan Pablo Duarte (1994); La independencia dominicana (1992) (escrito en colaboración con Manuel García Arévalo); Américo Lugo: el patriota olvidado (1984); Algunas reflexiones sobre la democracia dominicana (1993). CORDERO MICHEL, EMILIO (1929-) En 1952 obtuvo el título de Doctor en Derecho en la Universidad Autónoma de Santo Domingo y realizó estudios de Sociología y Economía en el Huller College de la University de New York y en la Universidad de México. Por 33 años fue profesor en las escuelas de Economía, Historia y Antropología de la UASD. Es fundador de la Editora Universitaria. Académico de Número de la Academia Dominicana de la Historia. 364

Obras publicadas: Cátedras de historia económica, social y política dominicana (1970); El antillanismo de Luperón (1992); Luperón y Haití (2002); Las expediciones de junio de 1959 (1999); Características de la Guerra Restauradora, 1863-1865 (2002); República Dominicana, cuna del antillanismo (2003); Máximo Gómez, a cien años de su fallecimiento (2005). GARCÍA ARÉVALO, MANUEL (1948-) Arqueólogo, educador, historiador, empresario. Es fundador de la Fundación García Arévalo y de la Academia de Genealogía. Es Miembro de la Academia de Ciencias de la República Dominicana; y Miembro de Número de la Academia Dominicana de la Historia. Pertenece a la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc., y al Instituto Duartiano. Ha sido Director del Departamento de Investigaciones del Museo del Hombre Dominicano. Obras publicadas: El Arte Taíno en RD (1977); El Museo Arqueológico de Altos de Chavón (1980); Hacia una Política Artesanal en la R.D. (1987); Dimensión y Perspectiva del Quinto Centenario del Descubrimiento de América (1992); Inmigración Española a Santo Domingo: Temas Dominicanos del V Centenario (1993). GARCÍA LLUBERES, ALCIDES (1889-1967) Médico e historiador. Hijo de que quien es considerado el padre de la historia dominicana, José Gabriel García. Aunque trabajó en el hospital Padre Billini, se dedicó casi exclusivamente a la docencia y a la investigación histórica, aprovechando el archivo de su padre. Fue director de la biblioteca de la Universidad de Santo Domingo. Muchos de sus trabajos se hallan en la revista Clío, órgano de difusión de la Academia Dominicana de la Historia, algunos de los cuales aparecen en su libro Duarte y otros temas, Academia Dominicana de la Historia, Vol . XXVIII, 1971. 365

HERNÁNDEZ, RICARDO (1964- ) Nació en Cotuí el 3 de abril. Licenciado en Historia, tiene una Maestría en Educación, mención en Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), profesor de la Escuela de Sociología de la UASD en el CURNE, San Francisco de Macorís; técnico del área de Ciencias Sociales en la Regional de Educación No. 16; director de proyectos de Comunidad Cosecha y miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Historia. Obras publicadas: Las fiestas patronales en honor a la Inmaculada Concepción de Cotuí, desde sus orígenes hasta 1991(1993); Los movimientos sociales en el municipio de Cotuí (2006); entre otras. HERRERA, CÉSAR (1910-1989) Investigador, historiador. Desempeñó importantes cargos en la administración pública, como Síndico Municipal de Baní, Gobernador de Azua, Director de la Oficina de Desarrollo de la Comunidad, Diputado y Director de la Biblioteca Nacional, 1986-1988. Fue Director del Archivo General de la Nación y Miembro de la Academia Dominicana de la Historia. Obras publicadas: Divulgaciones históricas (1989); De Hartmont a Trujillo (1955); Las finanzas de la República Dominicana (1955); Cuadros históricos dominicanos (1949); La Batalla de Las Carreras (1950). LLUBERES, ANTONIO (1946-) Sacerdote jesuita. Estudió Humanidades y Filosofía en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. Luego estudió Historia Civil, Historia Eclesiástica, Teología y Sociología en España, Italia y los Estados Unidos de Norteamérica. Fue director de Radio Santa María, en La Vega,

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donde reforzó su línea informativa, así como de la Unión de Emisoras Católicas (UDECA). Es miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Historia. Obra publicada: Breve historia de la Iglesia dominicana (1998). PEÑA BATLLE, MANUEL ARTURO (1904-1954) Jurista, historiador, político. Estudió Derecho en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Está considerado como uno de los principales ideólogos del anti-haitianismo. Durante la Era de Trujillo diseñó la política de dominicanización de la frontera. Fue miembro de la Academia Dominicana de la Historia. Obras publicadas: Historia de la cuestión fronteriza dominico-haitiana (1946); La rebelión de Bahoruco (1948); Antología de la literatura dominicana (1944); Orígenes del Estado haitiano (1954); Las devastaciones de 1605 y 1606 (1938). RODRÍGUEZ DEMORIZI, EMILIO (1908-1986) Investigador, documentalista y compilador. Fue Director del Archivo General de la Nación, y Presidente de la Academia Dominicana de la Historia. Es, quizás, el más prolífico de los escritores dominicanos, con más de cien títulos publicados, que incluyen trabajos de historia, literatura y biografías. Su producción historiográfica aparece completa en Emilio Rodríguez Demorizi. Bibliografía e iconografía, de Orlando Inoa, Fundación Emilio Rodríguez Demorizi, Santo Domingo, Editorial Letra Gráfica, 2006. TOLENTINO DIPP, HUGO (1930-) Abogado, historiador, educador, político. Estudió en la Universidad Central de España, y en París, en el Instituto de Altos Estudios Internacionales. Ha

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sido Rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), Presidente de la Cámara de Diputados y Cancilller de la República. Obras publicadas: Raza e historia en Santo Domingo (1978); Significado histórico de la fundación de la ciudad de Santo Domingo (1972); Gregorio Luperón, biografía política (1977). TRONCOSO SÁNCHEZ, PEDRO (1904-) Abogado, historiador, político. Fue presidente de la Suprema Corte de Justicia, Rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, Embajador ante El Vaticano, Presidente del Instituto Duartiano, de la Academia de Ciencias de la República Dominicana y Miembro de Número de la Academia Dominicana de la Historia. Obras publicadas: Biografía de Juan Pablo Duarte (1975); Episodios Duartianos (1977); entre otras.

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PUBLICACIONES DE LA C OMISIÓN PERMANENTE DE EFEMÉRIDES PATRIAS 2004-2007 1. Constitución política de la República Dominicana de 2002. 2. Guerra de abril. Inevitabilidad de la historia. 3. Apuntes para la historia de los trinitarios JOSÉ MARÍA SERRA 4. Proclamas de la Restauración 5. Apoteosis del General Luperón RICARDO LIMARDO 6. Constitución política de la República Dominicana de 1844 y 2002 7. Minerva Mirabal. Historia de una heroína WILLIAM GALVÁN 8. Ideario de Duarte y su Proyecto de Constitución 9. Diario de Rosa Duarte

ALCIDES GARCÍA

10. Ensayos sobre el 27 de Febrero LLUBERES / LEONIDAS GARCÍA LLUBERES / VETILIO ALFAU DURÁN

11. Los movimientos sociales en el municipio de Cotuí RICARDO HERNÁNDEZ

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ULISES FRANCISCO

12. Ideas de bien patrio ESPAILLAT / EMILIO RODRÍGUEZ DEMORIZI

13. Buscando tiempo para leer y Lecturas recomendadas JOSÉ RAFAEL LANTIGUA / JUAN TOMÁS TAVARES 14. Informe Torrente ÁNGEL LOCKWARD 15. El Presidente Caamaño. Discursos y documentos EDGAR VALENZUELA 16. Diario de la Independencia ADRIANO MIGUEL TEJADA 17. Los Panfleteros de Santiago y su desafío a Trujillo EDGAR VALENZUELA 18. Constanza, Maimón y Estero Hondo: La Victoria de los caídos DELIO GÓMEZ OCHOA 19. Caamaño frente a la OEA 20. Sobre el bien y el mal de la República JUAN TOMAS TAVARES KELNER 21. Rasgos biográficos de Juan Pablo Duarte y Cronología de Duarte JOSÉ GABRIEL GARCÍA / EMILIO RODRÍGUEZ DEMORIZI 22. Los orígenes del Movimiento 14 de Junio ROBERTO CASSÁ 23. Ensayos sobre la Guerra Restauradora JUAN DANIEL BALCÁCER

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Esta segunda edición corregida y ampliada del libro Ensayos sobre La Guerra Restauradora, de Juan Daniel Balcácer [Editor], se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Editora Búho, en el mes de agosto de 2007, en Santo Domingo, República Dominicana.