Ensayo Dictaduras

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DICTADURAS EN AMÉRICA LATINA La definición de dictadura o dictador son subjetivas y según diferentes contextos. Puede ir desde una persona con poder gubernamental ilimitado hasta un gobernante que tiene poder completo en un país obtenido por la fuerza y lo usa de manera injusta o cruel. Sin embargo, como bien afirma Natalie Shaw: “[E]stán asociados con pobreza severa, represión y abusos de derechos humanos entre la población en general. […] experimentan tasas crecientes de enfermedades mentales, disminución de la salud y la esperanza de vida, hambruna, educación deficiente y otros problemas” (“Ocho dictadores actuales”). Por lo cual quizá no sea tan difícil comprender el surgimiento y, sobre todo, el sostenimiento de dictaduras en regiones de tales características. Aunque el número de dictaduras ha disminuido, todavía hay varios dictadores en ejercicio. Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿Qué tienen los centroamericanos y sudamericanos que los hace vulnerables a aceptar dictadores?, y, ¿cuáles pueden ser otras razones para que los dictadores sean más prominentes en América Central y del Sur? Considero que las personas en América Central y del Sur son más propensas a aceptar el gobierno dictatorial. Sustentaré esta idea en dos partes: En primer lugar, explicaré el contexto geopolítico latinoamericano de la segunda mitad de. Siglo XX. En segundo lugar, expondré las razones de la presencia de dictadores en dicho continente. El objetivo es demostrar es que, pese a los tipos de gobiernos dictatoriales y problemas de injusticias y privilegios en la región, las dictaduras han prosperado. La explosividad política y social en Latinoamérica, actualmente, corrobora lo expresado, lo cual tiene décadas de casos bastante conocidos en la región. Desde la segunda mitad del siglo XX, los países latinoamericanos han tenido regímenes dictatoriales. En muchos casos, esta violencia del Estado fue dirigida contra la insurgencia social o para prevenirla. El Ejército de cada país actuó al servicio del poder y violentó a aquellos grupos relacionados con partidos rebeldes o críticos, o asociaciones sindicales, entre los cuales había también jóvenes universitarios. Hay muchos ejemplos bastante simbólicos de lo anterior, como los golpes de Estado de Brasil y Chile. Por otro lado, cabe considerar, acudiendo a las estadísticas históricas, que de los veinte países de Latinoamérica, catorce experimentaron dictaduras, la mayoría militares impuestas tras golpes de Estado. Por ejemplo, en Honduras y Argentina capturó el poder una junta militar pero que luego tuvieron conflictos al interior por lo que una figura acaparó el mando o,

en su defecto, lo delegaron. En Chile y Paraguay la dictadura fue detentada por una sola figura. Por su parte, en Uruguay, Juan María Bordaberry disolvió la cámara de senadores y procuró eliminar los partidos tradicionales y la izquierda política. Brasil, Guatemala, Honduras y Panamá tuvieron regímenes militares que simularon la permanencia y garantía de las instituciones democráticas. En Colombia y Perú, las dictaduras están relacionadas inclusive a grupos paramilitares. En Centro América, en Nicaragua y Haití, el poder del Estado fue transferido de manera dinástica; en el primero los Somoza, en el segundo los Duvalier. También es cierto que las poblaciones latinoamericanas han sido varias veces vulnerables a las falsas promesas dictatoriales. Es decir, no en todos los casos este tipo de regímenes carecieron de apoyo popular, al menos durante alguno tiempo. Como señala Natalie Regoli, algunos de los siguientes factores explican dicho apoyo social a las dictaduras: Pueden tener un efecto disuasorio sobre el crimen. Por ejemplo, bajo la autodenominada administración de la dictadura de Duterte en Filipinas, entre el año fiscal 2016 y el año fiscal 2017, el número de crímenes violentos, delitos focalizados (como robos e incidentes de secuestro) disminuyeron drásticamente. […] Dentro de una dictadura, hay muy poca burocracia. Si el dictador decreta que se debe tomar una acción, entonces se hace. (“16 Pros y contras de la dictadura”) De tal modo, en una región de tanta y explicable convulsión y volatilidad sociales como Latinoamérica, cabe considerar que una dictadura puede ser atractiva para algunos sectores de la población al proporcionar estabilidad gobernante; ya que los gobiernos que se basan en una dictadura a menudo ven a un solo gobernante o un grupo a cargo durante varias décadas. Incluso los dictadores violentos que no se preocupan por la vida de su gente pueden permanecer a cargo durante un período prolongado. Por estas y otras razones, el poder de una dictadura puede parecer atractivo, especialmente para naciones que han estado luchando económicamente. Otro factor que señala Regoli es que, usualmente, las experiencias de vida del gobernante se perciben relacionadas con las mayorías, lo que permite aceptar la idea de que sacrificar sus derechos por el bien de todos es una idea que vale seguir. Lo anterior nos conecta con el fenómeno del populismo identificado en varios gobiernos del continente, como los de Argentina, Perú, Chile, Brasil, México o Ecuador. Si bien cada uno tuvo características propias, como resultado del tiempo y del tipo de sociedad en los que le tocó actuar. Algunos historiadores trataron de legitimar en la década de

1960 los regímenes populistas explicando que estos sistemas de gobierno defendieron intereses de un pueblo compuesto por gente simple y virtuosa; y sostuvieron que, dado que en América Latina no se habían generado por diferentes razones las condiciones objetivas necesarias para el desarrollo económico, no existía una cultura democrática consolidada, ni un sistema de partidos fuerte. Y puesto que había importantes desigualdades en la distribución del ingreso,

que ocasionaban fuertes tensiones sociales, los regímenes populistas

representaron una garantía del orden interno. En la misma década, otros autores explicaron que los populismos latinoamericanos debían ser interpretados como una etapa intermedia entre la sociedad tradicional y la moderna. Así que la justicia social fue vista como el beneficio tangible que se debía esperar de este tipo de gobiernos. Partiendo de este planteamiento, se entiende mejor cómo en estos países los cantos de sirena de los gobernantes populistas resultaron más creíbles. Si la población parecía anestesiarse en los grandes mítines de los líderes populistas, no era porque no fuera capaz de discernir que muchas de las promesas que oían eran pura demagogia, sino por la necesidad que tenían de confiar en una posibilidad de construir un futuro distinto, mejor que el actual, en el que los desposeídos y descamisados tuvieran una mayor participación de las riquezas que se pregonaba había en los países donde vivían. La frase de “queremos promesas, no realidades” (repetida en muchas manifestaciones de América Latina) reproduce fielmente estos sentimientos. Si los dictadores utilizaron los discursos populistas demagógicos no fue sólo por la necesidad que tenían de legitimar el ejercicio del poder con un baño de masas (cosechando los votos necesarios que les llevaran al poder), sino también por la urgencia de convertir el desorden social y las frustraciones existentes en un clima de esperanza. Por eso, también cabe entender que los populismos, con o sin dictadura de por medio, son sistemas antidemocráticos, ya que la democracia se basa en la participación consciente y reflexiva de la ciudadanía en las tareas de interés común general, mientras que estos regímenes centran su acción en una relación emocional entre masas irreflexivas y la acción de un líder político con fuertes capacidades taumatúrgicas apoyado en un discurso redentor que sin estar basado en una ideología clara promete un mundo feliz al que se llegará de forma rápida y fácil sin necesidad de realizar muchos esfuerzos. Por otro lado, la corrupción está tan extendida en Latinoamérica que un gobierno dictatorial no se ve necesariamente como negativo. Cuando nos referimos a la

aceptación social de dictaduras de cuño populista, hay que vincular esto al precario funcionamiento del Estado de Derecho, no pudiendo interpretarse que las dictaduras fueran causantes de la destrucción del sistema de partidos, sino que por el contrario se apoyaron en la crisis de representación ocasionada por la desconfianza de los ciudadanos en el sistema político imperante. También es verdad que una vez que los gobernantes o dictadores populistas lograron el poder, trataron por todos los medios de debilitar el funcionamiento de las instituciones. Tal explicación, sin duda, ayuda a entender por qué cuando finalizaron los regímenes dictatoriales-populistas no se restablecieron de forma automática los Estados de Derecho que algunos interpretaban que existían antes de que los populismos aparecieran en el escenario político del continente. La parte trágica de esta historia continental es que, a finales del siglo XX, las experiencias populistas de mediados del mismo siglo tuvieron un final oscuro y común. El aumento de las frustraciones políticas colectivas, al no conseguir el paraíso prometido, y la desesperación de los líderes, al no poder encontrar la piedra filosofal capaz de curar todos los males y convertir cualquier material en oro, acabaron impulsando desórdenes sociales e incluso dramas personales. Mientras Getulio Vargas se suicidaba en Brasil, y Juan Domingo Perón se veía obligado a huir de Argentina, las sociedades latinoamericanas caían en un ciclo de desesperación que fue aprovechado o bien por los militares –de tendencia ultraderechista– o bien por regímenes revolucionarios de distinto signo para tratar de conseguir cambios drásticos en poco tiempo (Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua entre 1979 y 1989). No obstante, todo ello no impidió que los líderes populistas y sus gobiernos fueran recordados pasado el tiempo como héroes en épocas de abundancia. Enfocando los procesos dictatoriales en su real dimensión, y volviendo al análisis de Natalie Regoli, muchas personas inocentes quedan atrapadas en estas luchas de poder. Esto ocurre porque, en el fondo, los regímenes dictatoriales están al servicio de inequidades y la reproducción histórica de ordenamientos sociales que ya no se sostienen en términos de justicia y democracia reales. Si hay un rival político, todos los seguidores reales o percibidos de ese rival serán eliminados con ellos. Ya que aquel control absoluto del aparato estatal, que al comienzo pudo ser una ventaja para realizar planes y reformas, se convierte en un continuo abuso del poder: las leyes se pueden cambiar en cualquier momento, incluso en respuesta al comportamiento de un individuo o grupo específicos, para eliminar la idea jurídica de inocencia a través de la aplicación retroactiva de la ley.

En general, los pros y los contras de una dictadura a menudo concluyen en negativo por una razón principal: la mayoría de los dictadores tienen un poder ilimitado y lo usan para su propio beneficio, así como para el sostenimiento de un engranaje social desigual de donde extraen diversos beneficios. En muchos sentidos, esta forma de gobierno es como un láser. Si apuntas el rayo en la dirección correcta, puedes lograr resultados rápidos y sorprendentes. Sin embargo, si se aferra al láser durante demasiado tiempo, el equipo puede sobrecalentarse y quemarse. En lugar de velar por la seguridad e integridad nacionales, y ponerse al servicio de los intereses mayoritarios, los mandos militares, los funcionarios públicos y la policía se dejan seducir por la vida y reproducción de un sistema político-económico que beneficia a las clases económicas altas, articulándose con dicho poder y orden imperantes a cambio de dádivas, privilegios y sobornos. Ambición desmedida, entreguismo y fronteras abiertas al capital imperialista. Lo que sucedió entre 1964 y 1990, es un capítulo oscuro en la historia de América Latina, como bien ha analizado y descrito Roberto Malta (2018). Casi todos los países de la región se vieron envueltos por la Guerra Fría, y con apoyo estadounidense, muchos volcaron a sus líderes elegidos democráticamente. Bajo la ‘Doctrina de Seguridad Nacional’, Estados Unidos impulsó la serie de golpes de Estado que se sucedieron en Latinoamérica desde la década del 50 en adelante. El objetivo: detener el avance del comunismo –en el marco de la Guerra Fría– y la revolución en América a través del control y la represión interna de la población. Particularmente, la amenaza se volvió real luego del triunfo de la Revolución cubana en 1959, alentando la injerencia cada vez mayor de EE.UU en las situaciones internas de cada país. De aquellos países, tres son de particular relevancia por su tamaño y la violencia de sus regímenes: Brasil, Argentina y Chile. La tortura institucionalizada se convirtió en parte del modus operandi de las fuerzas de seguridad, los escuadrones de la muerte de derecha, junto con elementos militares, y se desaparecieron y asesinaron a miles de opositores. En verdad, la intervención político/militar, en distintas formas, es uno de los mecanismos de dominio que usó (y continúa usando) Estados Unidos para apropiarse de recursos estratégicos, como recursos naturales y explotación de la fuerza de trabajo. También para tener el control territorial en zonas de influencia que puedan ser útiles para defender sus intereses frente a la amenaza de otras potencias (actualmente, la guerra comercial con China) o de un proceso revolucionario.

Al respecto, el revelador ensayo de Jaime Wheelock Román, “Imperialismo y dictadura: fracaso del nacionalismo burgués” (1978), donde a partir del caso nicaragüense se documenta e ilustra la historia narrada anteriormente: A raíz de la Revolución cubana, el imperialismo [norteamericano] incorporó a Nicaragua en su estrategia global contrarrevolucionaria destinada a evitar que la deprimente situación de explotación internacional e interna prevaleciente en América Latina, pudiera ser el factor detonante para nuevas victorias populares contra el neocolonialismo y las dictaduras locales. Tras una mascarada de demagogia reformista, se puso en práctica el proyecto “Alianza para el Progreso” contando con el beneplácito de las burguesías locales y una bolsa de miles de millones de dólares apostados por el complejo financiero de las corporaciones multinacionales. (80) En conclusión, aunque aquel ignominioso pasado (que toda Latinoamérica conoce) ha sido denunciado por diversos colectivos ciudadanos en países latinoamericanos, y también de otras latitudes, la impunidad se mantiene todavía ya que solo fueron juzgadas las cúpulas y algunos de los altos mandos militares, dejando afuera a gran parte de las fuerzas represivas (muchos agentes continúan incluso en actividad), y a todos los empresarios y funcionarios cómplices de procesos dictatoriales. Esto ha ido aparejado, muchas veces, a una sorprendente indiferencia social, debida principalmente al descrédito en que han caído los otroras representantes de los grupos en el poder, así como las instituciones vinculadas a una democracia representativa que no ha solucionado problemas estructurales. De ahí que los regímenes dictatoriales y el discurso populista hayan calado en muchas coyunturas de estos países. A pesar de ello, hay que destacar las actuales movilizaciones populares e iniciativas diversas para desenmascarar dicha historia, y para denunciar la inequidad en la distribución de la riqueza generada socialmente. Ahora que los movimientos de extrema derecha resurgen en todo el mundo, incluso en América Latina, nos corresponde reflexionar sobre aquel dolor y sufrimientos no del todo en el pasado. Las poblaciones y sus organizaciones ciudadanas deben (debemos) permanecer vigilantes, y la comunidad internacional debe rechazar cualquier perspectiva de un control brutal del poder para evitar pérdidas irreparables. Para que, por fin, las dictaduras latinoamericanas –civiles o militares, populistas o sangrientas, breves o duraderas– sean solo una parte oscura de la historia, y no algo resurgente en nuestro presente o, peor aún, en nuestro futuro.

Bibliografía García, Raúl.  Micropolíticas Del Cuerpo: De La Conquista De América a La Ultima Dictadura Militar.  Editorial Biblos. Latitud Sur Colección, última edición, 2000. Impreso  Gaona, José Mauricio.  “Mezcla democrática: el nuevo modelo de dictaduras en América Latina”. jia.sipa.columbia.edu.  12 Jun (2018). Web 05 Nov. 2019 Malta, Roberto.  “Dictaduras militares latinoamericanas”.  Risetopeace.org. 14 Sep. (2018). Web 05 Nov. 2019 Regoli, Natalie.  “16 Pros y contras de la dictadura”. Vittana.org. 22 Abr. (2019). Web 07 Nov. 2019 Ribeiro, Vanessa.

“The New Breed of Latin American Dictators”. Pontifical Catholic

University of Peru. Researchgate.net Aug (2018). Web 07 Nov. 2019 Roman, Jaime Wheelock. Imperialismo y Dictadura. Siglo Veintiuno, última edición, 1978. Impreso Shaw, Natalie.  “Ocho dictadores actuales”. Borgenproject.org. 21 Mar. (2018). Web 05 Nov. 2019