Ella Quince - Juegos Infantiles

JUEGOS INFANTILES de ELLA QUINCE TRADUCTORA: © 2012 SINOPSIS Xena obtiene nuevos conocimientos sobre Gabrielle cuand

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JUEGOS INFANTILES de ELLA QUINCE

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© 2012

SINOPSIS Xena obtiene nuevos conocimientos sobre Gabrielle cuando las dos amigas se encuentran con una mujer del pasado de Gabrielle.

Descargos de la traducción: Esta traducción es libre al español realizada para entretener a todas las personas que les gusta este tipo de lecturas. Es totalmente gratuita, por lo que no se puede comercializar. Esta traducción no se puede publicar en cualquier tipo de página de internet dedicada a la publicación de traducciones de fanfics o libros de temática lésbica, sin el permiso de la traductora. Pueden ponerse en contacto conmigo a través de este correo [email protected] Este correo, también puede ser utilizado por las lectoras que quieran hacer cualquier comentario constructivo sobre la traducción.

Descargos de la autora:

NOTA PARA EL LECTOR: Esta historia contiene más romance que argumento, así que si estás aburrido u ofendido por la idea de que dos mujeres se amen entre sí, entonces te sugiero que leas algo más. Para aquellos lectores que están familiarizados con mis trabajos anteriores, esta es en realidad una vieja historia mía, escrita hace más de un año, que finalmente decidí publicar. Ella Quince [email protected]

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Gabrielle estaba tejiendo sus cuentos ante un público especialmente agradecido esta noche. La posada estaba llena de viajeros obligados por las fuertes lluvias a entrar, la misma lluvia que al final me convenció para abandonar cualquier noción de acampar fuera. Cuando llegamos, habían sido un grupo hosco, ceñudo como un segundo banco de nubes de tormenta... Hasta que Gabrielle empezó a hablar. Sentada con las piernas cruzadas en el marco una ventana, el único lugar desocupado, había comenzado suavemente al principio, dirigiéndose a las personas directamente a su alrededor. Luego, uno por uno, los comensales en las mesas de caballete, callaron, tratando de oír sus palabras. Y el sonido creciente de su voz había sido como la salida del sol, esparciendo calor y alegría por toda la habitación. Gabrielle había prometido no contar cuentos acerca de la Princesa Guerrera, así que esta vez pude disfrutar de su actuación, sin vergüenza. Me recosté contra la rugosa pared de piedra, cansada de nuestro largo día de viaje. Por lo general, evito muestras de debilidad, pero estaba escondida en la sombra, en el otro extremo de la sala. Si el problema empezaba, lo vería antes. —Esto es bueno. Me volví con el sonido de la voz susurrante del posadero en mi oído. Callus estudió a la multitud con ojos calculadores. A pesar de haber alcanzado la edad

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madura, era un hombre delgado, demasiado tacaño para permitir un gramo de grasa de más en su cuerpo. —Ya no están tan inquietos, —dijo con alivio—. No habrá peleas está noche, no se romperán cosas, no habrá quejas. —¿Significa eso que conseguimos una habitación? —Le pregunté, rápido para tomar ventaja de su gratitud. Callus, gruñó como dolido por mi petición, y luego dijo: —Eso sí, todo lo que puedo prescindir es el espacio de un siervo del tamaño de un armario. Un camastro. Y tendrá que pagar el precio completo de eso. La mayoría de los que están aquí esta noche no obtendrán mucho. Van a dormir en estas mesas. —Un armario va a hacerlo, —le dije, ansiosa por concluir nuestra negociación para poder escuchar a Gabrielle. Además no había pedido una segunda cama, pero eso no era asunto de nadie, sino mío. El posadero sello nuestro trato con un gesto taciturno, luego frunció el ceño y dijo: —No es bueno. —He seguido su línea de visión a una de las mesas, luego me di cuenta qué su atención ya se había trasladado a otras preocupaciones—. Necesitamos más sopa de aquí. ¿De qué sirve una mujer si no puede mantener la comida en la mesa? Él se desvaneció en las sombras y unos minutos más tarde, una mujer delgada con una bandeja cargada de platos pasó junto a mí. El aroma que arrastraba tras ella me recordaba cuánto tiempo había pasado desde que había comido... y si yo tenía hambre, Gabrielle se moría de hambre. Vi como las ansiosas manos se acercaban a los cuencos y me pregunté cuanta comida quedarían al final de la tarde. Tan pronto como la bandeja se vació, la mujer del posadero abrió paso de nuevo entre las mesas. Se dirigió a la cocina cuando la voz de Gabrielle sonó en una línea especialmente dramáticas de su historia. La mujer quedó paralizada.

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Luego se volvió y por primera vez miró a través de la habitación a la bardo. Ella lanzó un suspiro suave. Me acerqué y le hable en voz baja. —¿Estás bien? —¿Qué? —La mujer salió de su trance, nerviosa y sonrojada—. Oh, sí, estoy bien... es justo, esa bardo... es muy buena. —Sí, lo es. Después de ver una vez más fijamente a Gabrielle, la mujer del posadero salió corriendo de la sala. Despertó mi curiosidad, me quedé con un ojo vigilante para el regreso de la mujer, pero nunca volvió a aparecer. Una hora más tarde, después de que Gabrielle se había inclinado ante el aplauso estruendoso y de recoger una cantidad halagadora de monedas, se unió a mí en una de las mesas provisionales. Yo había asegurado una franja de espacio con una sonrisa -con firmeza- los ocupantes de la mesa, apresuradamente se apretaron hacia el otro extremo de los bancos. Fue una victoria pequeña para una ex señora de la guerra, pero Gabrielle y yo llevábamos una vida espartana y estos pequeños lujos eran todo lo que podía ofrecerle. Animada por su éxito, Gabrielle estaba alegre, brillante y muy hambrienta. Desafortunadamente, no importo cuán firmemente le había sonreído a los sirvientes que pasaban, y no importaba cuán fuertemente temblaran sus rodillas, no había más comida. —Acerca de la cena... —empecé a regañadientes, tratando de fraguar a través del torrente de sus palabras. Antes de que pudiera terminar mi pensamiento, un plato de sopa apareció sobre la mesa. Miré hacia arriba para encontrar la mujer del posadero que nos sirvió. Gabrielle todavía estaba tan ocupada hablando que apenas notó el segundo

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recipiente que le puso, y no reaccionó en absoluto a las miradas de soslayo de la mujer en su dirección. —... y tenía mis dudas sobre qué nuevo final para el Señor de la Guerra de Argeria, pero todo el mundo se echó a reír en los lugares adecuados. —Alargó la mano hacia uno de los cuencos. —Gabrielle... La voz era tentativa, no firme, pero Gabrielle se detuvo, con su mano suspendida en el gesto. Levantó la vista y buscó el rostro de la mujer que la había llamado por su nombre. El reconocimiento llegó poco a poco, pero me di cuenta cuando llegó, porque Gabrielle se puso pálida. —¿Althea? La mujer sonrió, pero podía ver la tristeza en sus ojos. —¿He cambiado tanto? —No... no, yo... no esperaba verte, eso es todo. —Pregunté acerca de ti la última vez que visité a mi madre, pero... La voz de Gabrielle, por lo general tan fluida, era lenta y quebradiza cuando dijo: —Ahora no vivo en Potedaia. —Eso es lo que Lilla dijo... y... y me enteré de Pérdicas. Lo siento. Un largo silencio se extendía entre ellas hasta que Gabrielle finalmente dijo: —Gracias. —Se aclaró la garganta—. ¿Cómo está tu hermano Ajus? He oído que se lesionó la espalda durante la última cosecha. —Oh, él está mucho mejor. ¿Y qué acerca de tu primo Galor? A medida que continuaron un cortés intercambio de consultas sobre una fuente aparentemente inagotable de sus familiares, tranquilamente comí mi sopa.

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También estudié a la amiga de Gabrielle. Tal vez Althea había cambiado mucho, examinada de cerca en una luz más fuerte, me di cuenta de que la mujer no era mucho mayor que Gabrielle, sin embargo, carecía del color fuerte de Gabrielle o la tensión elástica de un cuerpo joven. Su pelo largo, sostenido en un rodete desordenado recogido en el cuello, era de un color marrón mediocre. Cuando Althea se alejó de la mesa, se movía con la rigidez de una mujer que le doblaba la edad. —Será mejor volver al trabajo... Callus, va a pensar que estoy perdiendo el tiempo... es un mal ejemplo para los sirvientes. Dio otro paso atrás, pero aún no podía dejar de mirar a Gabrielle. —Althea... —la frente de Gabrielle se frunció con preocupación—, ...¿es bueno contigo? Su pregunta rompió el vínculo entre ellas. La mujer desvió la cara. —Te veré más tarde, —murmuró y huyó de la sala. Esperé algún comentario de Gabrielle que explicara la extraña tensión entre ella y la mujer del posadero, pero mi joven amiga estaba despojada de su anterior exuberancia. Miró a su sopa, y luego dijo: —No tengo mucha hambre... me voy a la habitación ahora mismo. Sabiendo lo inútil que era confrontar a Gabrielle, cuando no estaba de humor para explicarme algo, la deje irse sin preguntar. Mis ojos la siguieron mientras cruzaba la sala, se demoró cuando se detuvo para preguntar a un sirviente de paso como llegar a nuestro cuarto, luego seguí su regreso al trayecto hasta que se perdió de vista. Y entonces me acordé de que los ojos de Althea también se habían mantenido fijos en Gabrielle. —Escuche, si no se va a comer eso....

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Tirando de mi atención de nuevo a la mesa, miré fijamente al hombre que se inclinaba más y más a la comida sin tocar de Gabrielle. —No te preocupes, no se va a perder, —le dije y cogí el cuenco. La escena que acababa de presenciar se repetía en mi mente mientras bebía la segunda ración de caldo tibio. Descartando las palabras banales que las dos mujeres habían dicho, me concentré en recordar el sonido de sus voces y los silencios incómodos en que habían caído entre líneas. No había una cualidad muy familiar en la conversación, pero sin duda me equivocaba.... Cuando termine de comer, tomé los cuencos vacíos y me dirigí a la cocina de la posada.

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10 Siguiendo las instrucciones que un sirviente me había dado, he encontrado mi camino hacia el patio que separa la cocina de los establos. Las lluvias habían cesado. Al salir una niebla vespertina se aferró a mi pelo, busqué mi presa. La mujer del posadero estaba acarreando agua de un pozo en el centro de la plaza. Althea se volvió por el sonido del eco que producían mis botas empapadas contra las losas. No había rastro de sorpresa en su cara cuando me vio caminando hacia ella. Soltó la cuerda de sus manos y esperó a que estuviera de pie ante ella. —Ella viaja contigo. Era más una afirmación que una pregunta, pero le dije —Sí, —y observe un destello de luz de fuego en los ojos de la mujer. No era del todo ira, más bien de sus amigos cercanos: los celos. Esta infusión de la emoción revelaba una delicada belleza en el rostro de Althea que no había sido evidente antes, pero se desvaneció rápidamente y sus ojos volvieron a un sordo y derrotado marrón.

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—¿Cuánto te ha contado sobre mí? —Preguntó Althea en una voz plana. Tras una breve pausa para acallar mi conciencia, me encogí de hombros. —No todo. —¿Me odia? —Antes de que pudiera responder, la mujer respondió a su propia pregunta—. No, por supuesto que no. No Gabrielle. Nunca he visto odio en ella, ni siquiera esa noche. —Yo tampoco. —Cogí la cuerda tensa que serpenteaba sobre el borde del pozo y comencé a levantar el cubo. —Creo que eso es lo primero que noté acerca de ella. Cuando éramos pequeñas, los otros niños detectaron que Gabrielle era diferente, que veía el mundo de otra manera que no era el suyo. Y se sentía tan herida cuando era rechazada o se burlaban de ella, pero en lugar de llorar o enojarse, contaba una historia que les hacía reír a todos con ella en vez de ella. —Ese instinto le ha hecho ser una buena bardo, —dije en voz baja. Dejé a un lado el cubo lleno y tomé otro vacío. —Pero entonces su padre la castigaba por contar tantas historias, —dijo Althea—. Para él, cualquier cosa que no era un hecho, era una mentira. Era un hombre duro. A pesar de que sólo había cruzado con el hombre pocas palabras, estuve de acuerdo con su evaluación. Y me reproche por haber pensado tan poco sobre la dureza de la infancia de Gabrielle. Subí la segunda carga de agua del pozo. Cuando me volví, Althea estaba mirando a los músculos flexionados de mis brazos. —Nunca habría funcionado, —dijo la mujer. —¿Ah, sí? —Me las arreglé para mantener mi pregunta casual, casi distraída, mientras enderece mis hombros para equilibrar el peso de los dos cubos

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que recogí. Podría haber caminado más rápido en nuestro viaje de regreso a la cocina, pero deliberadamente acorte mi paso para prolongar la conversación. Althea paseaba a mi lado, los ojos fijos en algún punto distante, como hablando para sí misma. —Me rogó y me rogó que me marchara de Potedaia con ella, pero ¿a dónde habríamos ido? Fue sólo hace unos años, pero parece la mitad de una vida. Éramos tan jóvenes. Sé ahora que no podíamos haber sobrevivido por nuestra cuenta. —Me miró—. Después de todo, no soy una guerrera. Cuando había terminado de volcar el agua en un barril en la cocina, Althea extendió sus manos rojas y ásperas y las miró. La visión pareció desencadenar una nueva ola de recuerdos. —Si tan solo el tacto de mi marido fuera la mitad de suave o generoso, que el de ella.... —Se interrumpió y dijo—. Eres muy afortunada. —Sí. Sí, lo soy. Una mirada cerrada se apoderó de su rostro, y me di cuenta no había nada más para decir entre nosotras. Estaba a punto de salir, casi a través de la puerta que llevaba a los dormitorios de la servidumbre, cuando Althea volvió a hablar. —Gabrielle ha sido siempre tan decidida, tan persistente... Le sonreí, era una buena descripción. —... Yo... Tuve que decir cosas crueles para hacerla irse. Mi sonrisa se desvaneció. Mis manos estaban apretadas convulsivamente, como si llevara un arma. —Trátala tú mejor que yo, —suplicó Althea. —Sí, —dije con gravedad—. Lo haré. —Y me aleje sin mirar atrás.

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La vela se estaba por apagar cuando entré en la habitación estrecha que Callus había reservado para nosotras. Gabrielle estaba acostada vuelta hacia la pared, fingiendo dormir, pero me di cuenta que estaba despierta por el ritmo de su respiración. Después de sacarme en silencio mi armadura, me deslice por debajo de la raída colcha de hilo para reunirme con mi amiga en el jergón lleno de paja. Fingía no darme cuenta de la rigidez de los músculos de Gabrielle cuando nuestros cuerpos se tocaron. Sabía que tan pronto como me hubiera asentado en mí lugar, Gabrielle comenzaría a relajarse otra vez, lentamente dejándose caer en el abrazo de mis brazos. Y en medio de la noche finalmente anidaría su cabeza en mi pecho, dejándola allí hasta la mañana. Desde hace varias semanas que dormíamos juntas, compartiendo las mismas mantas en el campamento o la misma cama en una posada. El patrón había comenzado, supuestamente, por necesidad, cuando el clima se volvió frío y húmedo. Sin embargo, incluso en las noches cálidas ocasionales no nos habíamos separado otra vez.

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Hubo momentos en que me quedé despierta, esperando que Gabrielle se perdiera en el sueño, para poder disfrutar de nuestra cercanía. Y una noche, después de la fogata había quemado en ascuas, había dado paso a la tentación, dejando que mi mano se deslizara con tanta ligera sobre la curva de sus senos. Me detuve, temerosa y expectante, cuando Gabrielle se agito, podría haber jurado que escuche un leve suspiro de placer... pero la promesa se rompió cuando

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Gabrielle abrió los ojos y luego se alejó. Y, sin embargo, la noche siguiente había colocado las mantas juntas como de costumbre. Era un juego de una creciente frustración. Hasta esta noche, siempre había supuesto que Gabrielle era demasiado ingenua para comprender lo que estaba pasando entre nosotras, que estaba perturbada por las emociones que nuestro contacto podia despertar. Su breve noviazgo y el matrimonio con Pérdicas no habían permitido mucho tiempo para la exploración de este tipo. Yo no me había mostrado renuente a seguir la atracción con demasiada fuerza. Con los hombres que estaban bien versados en la forma de complacer y ser complacidos, pero esa experiencia no fue una gran preparación para hacer el amor a una inocente como Gabrielle. “Si tan solo el tacto de mi marido fuera la mitad de suave...” Sin embargo, si lo que Althea había dado a entender era verdad, Gabrielle no era tan inocente después de todo. Respiré profundo, estremeciéndome ante la imagen de Gabrielle y Althea juntas, desnudas, tocándose de la manera en que había atormentado mis sueños. —¿Xena? —Gabrielle murmuró soñolienta—. ¿Estás bien? —Sí, estoy bien, —le susurré. ¿Por qué no me has amado así? Había una respuesta preparada para esa pregunta. A pesar de su compasión y generosidad, Gabrielle podría no considerar la posibilidad de que una guerrera manchada de sangre fuera digna de ser amada de esa manera. Sentí el peso del cuerpo de Gabrielle cambiar y acercarse. El impulso de acariciarla era tan fuerte...

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Existía otra posibilidad, una que ofrecía la esperanza de una respuesta diferente. “Tuve que decir cosas crueles para hacerla irse”. De una forma u otra, me prometí, descubrir la verdad en este asunto... porque no podíamos seguir así por mucho tiempo.

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Me desperté temprano la mañana siguiente. Cuidadosamente me desenrede de los brazos de Gabrielle que dormía, me fui en busca de la mujer del posadero. La encontré en la cocina, su piel cetrina tirando a un verde oliva oscuro por el calor del horno. Tan pronto como me vio, Althea asintió en señal de saludo en silencio y luego le ordenó a dos sirvientes que se fueran de la habitación a hacer recados triviales. —Tenía la esperanza de verte esta mañana. —Sacó un paquete de tela de un estante y lo puso en mis manos. Era suave y cálido—. Guardé una barra de pan de la hornada de la mañana para Gabrielle. Tendrá hambre cuando se despierte, pero como suele levantarse tarde, estaba preocupada de que podría quedarse sin comida antes de que tuviera la oportunidad de… —Necesito saber lo que le dijiste, lo que hizo que se fuera. La mujer dio un respingo, como si la hubiera golpeado. —No... —Althea se echó hacia atrás, sus manos volando como para evitar otro golpe—. Nunca me he perdonado a mí misma por pronunciar esas palabras... no me atreví a…

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—Por su bien, por favor dime. Es muy importante. —No era una bardo, no podía suscitar un discurso persuasivo y elocuente, sin embargo, mi apelación concisa arrancó un gesto reticente de Althea. La mujer para ganar tiempo, primero avivo el fuego del horno con palos de madera, luego descubrió un plato con pasta de levadura. Mientras sus dedos anudaban en la mezcla de harina gruesa, empezó a hablar en un susurro seco. —Tenía un corazón tan fuerte y era todo mío... pero ella estaba comprometida con Pérdicas y yo lo estaba a Callus. Acepté el hecho de que una vez que me casara, tendría que dejar Potedia, dejarla... —Pero Gabrielle no estaba de acuerdo. —No. Insistía en que teníamos una opción, que podríamos forjar nuestra propia vida. Pero yo tenía miedo y no quería deshonrar a mi familia. Así que le dije... le dije que lo que habíamos llamado amor era un juego infantil que las niñas jugaban juntas a la espera de crecer y casarse con su marido. Le dije que había crecido finalmente y ella también tendría que crecer. Y... —Detuvo abruptamente, el movimiento de sus manos y acallo su lengua. —No hay más, —le dije. —Sí. —La mujer cerró los ojos—.Me reí de ella. Con un esfuerzo consciente, tragué mi rabia. Después de todo, ¿quién era yo para juzgar? En comparación con el asesinato y los alborotos de la guerra, romper el corazón de una joven era un pecado menor. —Gracias. Eso es lo que necesitaba saber. Dejé Althea sola con su dolor y su sentimiento de culpa.

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Cuando volví a nuestra habitación, Gabrielle seguía durmiendo, pero sus brazos se envolvieron alrededor de la almohada que había acunado mi cabeza. Me preguntaba si mi olor persistía allí y si por eso su rostro estaba presionado en los pliegues de la tela. En los confines cerrados de la habitación, el aroma del pan recién horneado era abrumador, tuve la tentación de tirar la barra, pero el deseo de mezquina venganza me avergonzó. En lugar de eso, puse el paquete sobre una mesa baja y me metí de nuevo en la cama estrecha. Mientras acomodaba mi peso a su lado, los brazos de Gabrielle aflojaron su control sobre la almohada y buscó mi cintura. Con un suave suspiro de satisfacción, se acurrucó contra mí y su respiración retomó su ritmo profundo y constante. Me acordé de todas las señales que ella se sentía atraída por mí, y mi confusión cuando una y otra vez se había colocado muy cerca y luego se había alejado. “Un juego infantil que las niñas juegan…” Gabrielle fue siempre tan rápida en tomar a mal si pensaba que yo la estaba tratando como una niña. Si cree que el deseo de tocar a otra mujer también es infantil, entonces habría intentado ocultar ese anhelo. Y yo había confundido su retirada como rechazo o incertidumbre. Así que cada vez que la tentación me hizo señas, había calmado mis manos temblorosas y obligado a mi pulso a disminuir en lugar de perturbar a Gabrielle con una visión de mi pasión. Incluso la había dejado casarse con Pérdicas... Lo que no había considerado era que mi reserva estaba enmascarando los signos de deseo que ella habría reconocido, signos familiares que podrían haber animado a cerrar la distancia entre nosotras. Gabrielle se agitó contra mí. Su nariz se movió.

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—Te he traído algo para desayunar, —le dije, y abrió los ojos. Incluso empañados con el sueño, pude sentirla ponerse rígida en alarma al encontrarme encerrada en su abrazo. Tenía ganas de curar con un beso sus miedos... pero no aquí, ni ahora, ni con la fragancia del pan de Althea que nos rodeaba. Así que salí de la cama y descubrí el pan. Todavía está caliente al tacto, lo partí con mis manos. Trabajando para mantener mi voz sin inflexiones, le ofrecí un pedazo y le dije: —Althea lo ha horneado para ti. Gabrielle no hizo nada para tomarlo. En cambio, me miró y dijo: —¿Cuánto tiempo tenemos que estar aquí? Mi corazón saltó. —Podemos irnos ahora. —Pero las lluvias... todo ese lodo... —Estudió mi cara y parecía sacar fuerzas de mi compostura—. Sí, por favor, me quiero ir ahora. Tiré el pan partido a un lado. —Vámonos. —Y le tendí la mano.

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La luz del amanecer del color de un melocotón maduro, prometió un día claro para viajar. Esperaba que fuera un buen augurio para nuestra salida precipitada. No había cuentas que saldar con Callus, por lo que éramos libres de abandonar la posada en cualquier momento, todavía sentía como si Gabrielle y yo estuviéramos huyendo con sigilo. Cuando nos dirigimos a los establos, las voces de los sirvientes de cocina se hicieron eco a través del patio. Me puse rígida cuando escuche el sonido de la

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voz de Althea entre las demás. Le eché una rápida mirada de cuestionamiento a Gabrielle. —No, —dijo—. No quiero decir adiós. Enmascare mi alivio detrás de un gesto neutral, asintiendo, sin embargo, no podía dejar de caminar un poco más rápido. Gabrielle emparejo mí paso a su paso y luego paseo impaciente mientras ensillaba a Argo. La lluvia caída, el suelo más allá de los establos era demasiado fangoso para caminar, por lo que Gabrielle me tomó la mano y dejó que la subiera a la espalda de Argo, al igual que me había dejado tirar de ella desde los confines de nuestra habitación. Con una prensa de rodillas, inste a Argo a un trote rápido hacia el camino. Nos fuimos de la posada sin mirar atrás. Si Gabrielle se hubiera vuelto, incluso por un breve instante, lo hubiera sabido, habría sentido la tensión en los brazos musculosos que estaban bien envueltos alrededor de mi cintura. Y en ese mismo momento se me ocurrió que montar juntas era otra intimidad que Gabrielle se permitió sólo cuando fue absolutamente necesario. Así que no me sorprendió que tan pronto como el fango dio paso a tierra firme, Gabrielle se deslizara fuera de Argo y continuamos nuestro viaje a pie. Su retiro fue familiar, sólo que esta vez mi entendimiento del mismo era nuevo. —Creo que... —dijo Gabrielle, después de haber viajado en silencio por un tiempo—, ... que ella es muy infeliz. —Creo que tienes razón. —Y no hay nada que pueda hacer al respecto, ¿verdad? —No.

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—Me gustaría que las cosas hubieran salido… de manera diferente... —Luego susurro, como para sí misma—, ...para ella. Afortunadamente, la audición de Gabrielle no fue lo suficientemente aguda como para escuchar mi suspiro de alivio, y aprendí cómo evitar que las emociones, como la alegría, se reflejaran en mi rostro. Viajamos toda la mañana, haciendo un progreso lento pero constante, dejando a Althea más y más atrás con cada kilómetro. Al mediodía tuve el placer de ver la mirada tensa y distante en los ojos de Gabrielle desvaneciéndose. Las dos caímos en nuestras bromas normales y ella comía alegremente en una manzana arrugada y queso viejo de tres días. Nuestra amistad aparecía sin cambios... pero sabía que no era así. Fue el lodo lo que finalmente nos detuvo. El suelo todavía era demasiado blando para el peso de Argo, incluso después que desmonté para caminar a su lado. Hice la mayor parte del raspado para quitar los terrones en sus cascos, pero Gabrielle por ayudar se manchó de barro. —Soy un desastre, —dijo Gabrielle consternada. La miré. Sabiendo lo que hacía, no pude contenerme. —No... eres hermosa. Este no era un momento perfecto para una declaración de amor, ni siquiera era un momento muy bueno. Tendría que hacerlo, porque no podía esperar más. La besé. Cuando nos separamos, la sorpresa estaba escrita todavía en su rostro. —¿Xena? —Gabrielle susurró, pero antes de que pudiera responderle, me devolvió el beso… vacilante al principio, luego con una creciente confianza mis brazos rodearon su cintura. Sus brazos entrelazados alrededor de mi cuello, tirando de mí aún más cerca.

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Y entonces empezó a llover. —Oh, Hades, —se quejó, cayendo contra mi pecho. Miré hacia arriba, parpadeando frente a las gotas de lluvia y fruncí el ceño a los dioses que se burlaban de nosotras. —Sólo tenemos que reagruparnos. Decidida a mantener este momento, tome a Gabrielle en mis brazos y la lleve bajo el refugio de las ramas de un árbol cercano. —Aquí vamos a estar lo suficientemente secas… —Mis botas se resbalaban en el musgo húmedo, lanzándome hacia delante. Aplaste a Gabrielle contra el tronco del árbol con la fuerza suficiente para sacar el aliento de su cuerpo. Cuando pudo volver a respirar, se echó a reír. Suspiré. —Lo siento, supongo que esto no es realmente el momento ni el lugar... Un anhelo feroz se abrió camino a través de mi renuncia y me encontré diciendo: —Pero he querido esto por un tiempo muy largo. —¿En serio? —Sus ojos se ensancharon con sorpresa—. Pero nunca he visto... tú no... ¿Por qué no me lo dijiste? Elegí mis palabras con deliberación, a sabiendas de lo que necesitaba oír. —No estaba segura de que tenías la edad suficiente para este tipo de amor. —Sentí el apretón convulsivo de sus manos sobre mis hombros. Mis palabras habían abierto una vieja herida, pero fue una herida que se había enconado el tiempo suficiente. —¿No lo suficiente mayor? —Dijo Gabrielle, su voz temblorosa muy levemente. Con una sonrisa irónica, le confesé: —Estaba preocupada que te asustaras.

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—Bueno, te has equivocado en eso. —Sus ojos verde oscuro, como nubes de tormenta hirviendo sobre el mar abierto—. También he querido esto… te quería. Un crudo deseo -mantenido atado por mucho tiempo- desarrollándose dentro de mí. Me incliné y la besé otra vez, más duro y Gabrielle emparejó mi urgencia con la suya. Pronto, besarse no fue suficiente. Las hebillas de mi armadura sucumbieron bajo los dedos insistentes de Gabrielle y me empezó a tocar en lugares que nunca había tocado antes. Entonces vi cambiarle el rostro -con expresiones que nunca había visto- mientras me hacía eco de sus toques. Después de todo este tiempo juntas, todavía teníamos mucho que aprender una de la otra. Continuamos con esta exploración.... Miré a mi alrededor, buscando en vano un pedazo de tierra que pudiera sostener nuestro peso sin que nos cubriera el lodo. —Gabrielle... —No voy a parar, —me susurró al oído—, por lo que tendremos que hacer esto de pie. No estaba de humor para discutir con ella. Al poco tiempo mi cuero cayó en una pila con mi armadura, y fueron seguidos por la túnica y falda de Gabrielle. Luego, riéndonos de la situación absurda en que nos encontrábamos, detuvimos nuestra febril lucha el tiempo suficiente para también extraer las botas. Clavando los dedos de los pies en el musgo esponjoso, tomé el peso de Gabrielle en mis brazos una vez más. Mis pezones se habían arrugado por el aire frío y húmedo, y cuando deslizó una pierna entre mis piernas, me quede sin aliento en estado de shock por el tacto frío de la piel, sensaciones que de alguna

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manera habían aminorado un poco mi deseo. Al ver su mirada de disgusto, sonreí y dije: —No te preocupes, pronto voy a calentarme de nuevo. Y lo hice. Como ella lo hizo. No había ninguna delicadeza en nuestra forma de hacer el amor, no con la gravedad que nos amenazaba con desequilibrarnos a cada paso. Fuimos torpes e ineptas para aprender este extraño patrón nuevo del amor que se había llevado nuestra familiar amistad, tartamudeando palabras nuevas que llevaban demasiado peso para ser dichas fácilmente. No, no era un momento perfecto en absoluto... hasta que vi los ojos de Gabrielle revolotear cerrados y oí su grito en la quietud del bosque. Luego se convirtió en el momento más perfecto que podía imaginar.

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