El Sitio de Cuautla

EL SITIO DE CUAUTLA I DR UN CR?OLLO 18I2 Tomo I Se-zt;z.i 1a,-! - -•--i lititut,ü de Investigacions Hktiricas I j

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EL SITIO

DE CUAUTLA

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DR UN CR?OLLO 18I2

Tomo I

Se-zt;z.i 1a,-! - -•--i lititut,ü de Investigacions Hktiricas I

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Entridii triunfal de Callcja en Mexico (pkg. 104).

EL SITIO DE CUAUTLA

año de 1812 habla comenzado halagador para los realis. tas: l a Villa imperial de Zitácuaro no era ya otra Cosa •i e un irimenso campo de calcinados escombros, que :arecIa decir al viajero que medroso circulaba a sus inlunCs, aquellas tremendas palabras, por todos repetidas, de L

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Sépase quien es Ca lie/a.

D. José Maria Morelos recibió la noticja del desastre de la Junta Sin cólera ni SOrpresa. —No podia sorprenderle,_me dijo el compadre Mascarilla,porque ;amás espero nada bueno de las pretendidas dotes guerre-

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ras de los de la Junta: tampoco le dió cólera ci suceso porque en su mano estaba tomar, como tomaria se propuso, la revancha. —Veamos, compadre,—dije vo que me encantaba con las senciHas narraciones del andaluz insurgente;—veamos Jo que bicieron ustedes. —Muchacho, Jo quc nosotros hicimos fué lo quc siempre haclamos, estar listos para seguir a niestro general seguro-s de que él sabrca conducirnos a Ia victoria. —Y cuál fué ella? —La del jueves 23 de Enero de 1812 en Tenancingo. —Pero entendámonos, ;fuë una victoria en regla? —Escucha. —Venga la historia compadre. —Has de saber que ci virey habla destacado sobre nosotros al buen marino D. Rosendo PorJier, que acostumbrado it moler a golpes a los insurgentes del primer eTercito. Jlego no solo it creerse un Cid, que esto ningün perjuicio nos hacia, sino un azole de los insurgentes en general: esto ya nos tocaba muy de cet-ca y no podrIamos haberlo consentido durante mucho tiempo: preciso nos tuë, pues, demostrarie que las cosas babian ya cambiado y que el gran jefe independiente en nada se parecIa al Sr. Hidalgo, si no es que fuese en el amor acendrado a su patria. —Compadre,—observe yo interrumpindoie,—pareceme que no habla con todo ci rcspeto que debiera del amigo de mi padre, del valeroso D. Miguel. —Muchacho, no suelo gustar de que nadie me interrumpa, pero tampoco puedo consentir que imagines que no sé dar lo suyo a cada cual. No le niego sus méritos a D. Miguel, pero conste seor muchacho, que ante Ia grandeza del Sr. D. José Maria Morelos, no hay j vive Cristo! quien pueda entre nosotros alegar mentos dignos de cornpararJos it Jos suyos: pero a ti te pasa, es ciaro, Jo que a todos, habláis sin saber Jo que habláis, repetIs sin conciencia de Jo que decIs lo que decir habeis oldo, y nuestro gran Morelos, compara bie solo a los Alejandros. los Césares y los Napoleones. se pierde casi en la sombra de vuesira ingratitud. Entiéndeio bien, muchacho, si Dios no nos hubiera enviado un Morelos, la obra del benemérito cura del pueblo de los Dolores no hubiera sobrcvivido a su fusilamiento en Chihuahua. Quien quebranto la piedra

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angular del editicio colonial fuë ci Sr. .Morelos, el Sr. Morelos, ;lo entiendes? ci y nadie rnás que él. Y como yo le conoci, y como a su lado estuve y testigo fuI de sus hechos, yo bien sd lo que me digo y... clarito, chicuelo, no admito discusión, pues fuera poner a prueba si el sol es el astro que nos alumbra, cuando diariamente vemos que lo mismo es esconderse ci detrás del horizonte que quedarnos a oscuras: victor, pues, al Sr. Hidalgo y victor a! Sr. Morelos, pero entindse que aquel fu6 la voz del trueno y éste el rayo: asusta ci primero, hiere el segundo: llama a D. Miguel In cuna de Ia patria, pero reconoce en el Sr. Morelos ci padre de esa patria. jVive Cristo! que esta es In verdad: solo un leOn como l podia haberla cngendrado. Era ci compadre Mascarjlja hombre de malas pulgas y ni por la mente me pasO entablar discusión con dl. En primer lugar su rudo lenguaje convencIa a cualquiera, mxime a ml que era un muchacho fácil de convencer En segundo. siempre que Se irritaha ci compadre, lenia la perra costumbre de accionar con su pata de palo, que era al pegar tan dura Comb el hiem-ro, y sin excepciOn cuantas veces accionaba con ella, pegaba con seguridad. Dejtfle, pues. que tomase ci hilo de su narración y escuché: —Porlier debiO haber concurrido por disposiciOn de Caileja al ataque de Zitàcuaro, pero Venegas que en todo 'e metIa y siempre traló de disgustai al jefe reaiista, dispuso que Porlier marchase sobre Tenango, cuartel general del inmrpido insurgente Oviedo: hizolo asI saliendo de Toluca el iS de Diciembre, y ci 29 entrO en Tenango. que durante In noche anterior habia sido abandonado por los insurgentes: entretOvose en arrasar y destruir Ins fortilicaClones y fábricas de pólvora y cahones, y ci dIa 3 de Enero sostuvo Contra Oviedo una reñida acción en Ia barranca de Tecualoya quedando vencedores los realistas y muerto ci pobre Oviedo. Retiróse Porlier a Tenancingo y antes de que hubiese podido saborear su triunfo, Ic !lego la noticia de que el niismo Sr. Morelos en persona habiase encargado de vengar a Oviedo. En efecto, ci señor Galeana no tardó en presentarse en el campo precediendo al Gran Caudi llo con sus dos brazos derechos D. Nicolás Bravo y don Ma riano Matamoros Porijer tuvo un golpe de audacia y queriendo ganar tiempo se lanzó sobre Galeana a quien halló en la barranca

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de Teualoya ci 17 de Enero y la cosa anduvo mal por arnbas par. tes, pero al fin los realistas hubieron de recogerse en la, noche a Tenancingo rnaltrechos y cariacontecidos. El 22 Cl Sr. Morelos se presentó con su ejërcito ante la plaza realista y no pudiendo montar a caballo de resultas de una calda que se dió en lzicar,

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...dando a !a una de la tarde Ia

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hizo que le colocasen, en lugar que deterrninó, una caja de guerra y en ella se sentó dando a la una de la tarde la señal del htaque. Realistas ë insurgentes se portaron aquel dIa, la verdad, en toda regln: la Victoria estuvo mucho tiempo sin decidirse por ninguno de los dos handos: tales fueron los prodigios de valor en ambos. Tan pronto Porlier se metia en nuestro campo y se lievaba los canones que volvia contra Ilosotros, como Galeana y D. Nicolãs Bravo los recobraban corifundiéndose con supremo arrojo con los enemigos: nos daban sobre todo rnucho que hacer Jos picaros negros de las haciendas de D. Gabriel Yermo, que se batlan coma

tigres al mando de su administrador D. José Acha: malditos , jque arroados y valientes eran! Repito que en pocas situaciones de mi vida, vi Ia muerte tan de cerca como en aquel dia: al fin nosotros fuimos los vencedores, pero 1 cuánto no nos costó lograrlo! P"riier se portó como los marinos sabemos portarnos siempre, pero Ia suerte no quiso serle favorable y no solo viO caer uno a uno sus soldados, sino que perdió también sus principales jeres , entre elios los dos tenientes de navio D. Pedro Toro y D. Francisco Michelena. Ni Ia noche pudo poner fin a aquella reñida y sangrienta acción; ci combate continuó hasta más dé las diez de la noche, hora en que Porlier, convencido de Ia inutilidad de In resistencia, determinO retirarse, como lo hizo, entre los resplandores del incendio que se cehaba en Ins casas de Tenancingo; a los pocos dias entró en Toluca. sin artilierfa, sin tropas casi y con un gran nOmero de heridos, en estado tol de gravedad que Ia mayor pane no pudieron resistir con vida ni In primera curación. El botmn que en tal acciOn se recogiO fuë muy considerable, pero de pocu nos sirviO In artiilerIa realista porque Ia hizo clavar Porher al verse obligado a abandonanla.

II No recuerdo pithicas familiares tan entretenidos como Ins que en nuestro cómodo hogar, reclinando yo la cabeza en ci hombro de mi buena madre v viendo a mi padre rerearse en las miradas de su sawn esposa, tenian lugar cuando siendo yo casi un niño demostraba a los idolatrados autores de mi existencia, cuán digno era del cariño sin limite que me pi-ofesahan. Todo era calma en derredor de nosotros; Ia paz de Ins conciencias, for y fruto de Ins almas, perfumaba Ia atmOsfera en clue viVIamos y ci mutuo cariño convertia nuestra morada en ci templo en que rnejor se adora i Di -s. e tLfl! dC una lam ii :i dich osa. No éralnos rios pero gzatarn c;m:i aunuc mdsta POsición: no necesitan más para ser felies aqudlos que no tienen ha d esgracia de haber sentido anudarse alguna vez a su garganta la

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sierpe de Is ambición. Solo los que han sido pobres pueden darse cuenta de las ventajas de una córnoda mediania. El recuerdo de las miserias pasadas acrecienta el valor del bien presente, y Is niemoria terrorIfica de los males de otros dIas, inspira tal gratitud a Dios por haberlos alejado de nosotros. que creerIamos ofenderle pidindole aigo más que el olvido de ellos: 13 conformidad surge entonces magnanima v poderosa. entonces. SI, solo entonces, pues pox- más que los moralistas nos la recomienden en todos los instantes de Is vida, no puede ni podra nunca exi-tir pars el que no posee aquello que su educación y sus costumbres exigen: con formarse con his miserias y ]as desgracias podrá ser muy cristiano, pero es imposible; is conformidad solo puede existir en Is cc,modidad relativa, sin que deje por esto de ser una virtud. pues natural es en ci hombre Is ambición, a Is cual los unos ilanian envidia y en-xulaciOn los otros: innata en 61 Is idea de Is igualdad predicada pox- Is religion que profesamos, Is humanidad desgraciada protestará siempre por Is voz de su miseria contra Ins injusticias de Is suerte. y la falta de equilibrio social Is lanzará sicmpe también a esas tremendas luchas del proletariado y Is opulencia: los hombres no tienen Is culpa de que ci alma y sus aspiraciones sean las mismas en todas las capas socioles; ellas se tendrán Ia culpa si se quiere, por no haber acertado desde ci primer instante a conservar Is igualdad en quc todas fueran crcdas, pero In razón de ]as causas desapaece frecuentemente ante Is violencia de Jos electos. No se nos digs que expeditos estári los caminos pars Is inteligencia y el mérito: rnrito é inteligencia vienen desde que el mundo es mundo sucumbiendo ante Is ceguedad de una suerte contraria: Is suerte; este es ci secreto. ci enigma indescitrable; pox- indescifrable irrita al hombre. i Ic lnnza a Is violencia. y engendro en él ci odio contra tan patente injusticia. v Ic arrastra a Is vengauza, bálsamo y consuelo de las heridas de csa injusticia. Pero dejémonos de ,filosofias, vedadas a los hombres sencillos y casi sin instrucción como yo: quienes nunca nos hemos visto en sjtuaciOn de hacer de Is ciencia un oticio, solemos decir muchas tonteria3 porquc hablamos con el corazOn que es lo primero que debe faltarie a un buen lilOsofo, quien segün Is mods debe no sOlo no creer cosa alguna, sino negarlo todo, religion, familia, deberes, obligaciones: todo, en tin, cuanto constituye un hombre honrado.

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—Qua tiempos aqueflos,-_me decla mi buen padre;—no diera ni ci negro de una uña por volver a ellos, y esto no obstante, me atrcverIa a decir quc en algunas, quizás en muchas cosas, hemos empeorado. Jamás olvidaré los ratos de agradable diversion que tengo pasados en ci coliseo 6 teatro como poco a poco fué nornbrándole Ia gente. Por 10 que a la fzlbrica del editicio respecta pudes decir, hijo mb, que le conociste tal cual estuvo en tiempo de los vireyes, pues hasta la reforma que se Ic hizo en 1824 poco 6 casi nada habIa cambiado. Ali padre decIa bien: en 1824 contaba yo catorce afios, y recuerdo las obras que se hicieron en mejora del coliseo, hasta 1845 en que puede decirse que fué transformado por compieto, sin per- der, no obstante, la solidez de sus muros que aun en nuestros dIas e,dstcn. —Pocos dIas despus dc la toma y destrucción de Zitácuaro, decia mi padre, inc encontraba yo en Mexico, donde habia venido a ver a tu buena madrc y hacerte unas caricias antes de rcgrcsar a unirme con ci ejército del Sr. Morelos: eras td, me decia, un diabulb, todo lo que puede Ilamarse un diablilbo: dicciscis meses contabas de vida, no Itegabas I una vara de estatura y ya hasta los colmilbos habIas echado: no hablabas mucho que digamos, cmi cuanto al nümero de palabras que poseias sc entiende; pero, en carnbio, las de tu caudal las repetIas sin cesar, y otras invcntabas 6 las grunias de tal modo, que, por Dios, era necesarlo ser tus padres para acertar a comprenderlas; pero Jo repito, Csto no te irnpedia ser una verdadcra taravilia, en medio de la cual no te faltaba cierta elocuencia, que tu madre y yo comparábamnos a la que habiamos oido elogiar en un rnosiu Mirabeau, que habia hecho en Paris diablura y media por aquellos dias en que los franceses iban a degollar ó habian degollado ya .-i sus reyes. Perdonen mis lectores que haya transcrito aquI ]as antcriores palabras de mi padre; Ic quise mucho y a ml me parecieron Siemnpre tan buenas como se Jo parecieron a él mis infantiles charlas La verdad es, que el mismo compadre Mascarifla rue d Uo muChas veces que cuando chiquito tenla yo mucho talento: desgraCla damente con Ia edad fué todo éI desapareciendo, como bien podran juzgarbo mis lectores. Touo I

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Episodios Hisfóricos Mexicanos

Pero tomemos de nuevo la narración de mi padre, el inolvidable Benito Arias. —Pues bien, hijo mb, vuelvo a decir quo a mediados de Enero do 1812, me encontraba yo en la capital: todo era en ella agitacion, contento y alegrIa: del martes 14 de aquel mes al jueves 16 del mismo, habian liegado a Veracruz los navios ,Vino y Aigeciras

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primeros cuerpos expedicionarios españoles...

procedentes de la Coruna, conduciendo al tercer batallón del regimiento do Asturias y al primero de Lovera, primeros cuerpos oxpedicionarios espafioles mandados por la regencia de Espana en auxilio del gobierno do Mexico. Pero cómo pudo hacer tat cosa la regencia? —Pues ahI verás t: Jos espafioles europeos de Mtxico quisieron hacer una nueva ofensa a los criotlos 31 se salieron con Ia Suya. —No entiendo. —To lo explicaré, hijo mb: habIase dado el caso do que algunas tropas realistas se pasasen a los insurgentes, como ya dejé referido en mis anteriores relaciones; y el temor de que otras pudiesen hacer lo mismo, sugirió a muchos particularcs la idea de precisar

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al consulado a qua se dirigiese oficialmente a Espana, pidiendo tropas do la-Peninsula por no deberse confiar mitcho de los criollos. —;Pero eso fué una injustjcja! —Y tanto quo Si: los realistas nos venban haciendo hasta entonces una guerra formidable con sóIo tropas criollas, pero qué quicres hijo, asi paga ci diablo a quien mejor Ic sirve. Lo ciorto del caso es, quc Ia población de Veracruz recibió con ilimitadas muestras de entusiasmo a los cuerpos expedicionarjos, esperandolos an ci rnuelle, pues era al anochecer, con innumcrables hachas do viento, conduciéndoies entre vftores y aciamaciones al local quo para alojamiento so les prcparó; convites, frascas y ohsequios se sucedieron an nümero ta!, quo D. José Enriquez, mayor del primer batalidn de Lovera, antes do salir para Jalapa, dió oficialmente ]as gracias a Ia pobIacián por rnedio de un papei qua dirigio a don Carlos de TJrrutia, coniandante de Ia plaza. Esto no obstante, los amigos do los insurgentes, qua no faltaban an Veracruz, compusieron ci siguiente pasquin quo tuvieron ci valor de fijar an el palo mayor do uno do los buques:

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De Veracruz IIegó al Puerto ci veloz navo Algeciras, con Quijotes que traen miras de desfacer un entuerto. Pero yo tengo por cici-to clue nada conseguirán, y cump1umdose ci refrn unos hoy, otros mañana, los clue Vinieron por lana trasquiiados quedarán. Observancia de la icy, justicia bien distribuida, pondrin en paz nuestra grey: de no, pronto está perdkla la aihaja mejor del rev.

Si rnucho fué el cntusjasmo con quo an Veracruz so rccibió a ]as tropas españolas, no to digo nada del extremo al qua ese entusiasmo Ilegaria an Jalapa, donde el elemento espafiol dominaba casi an abS Qiuto: las rnismas señoras salieron zi la entrada del pueblo y an raitad de la plaza abrjeron una colecta de dinero an obsequio de I IS

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las tropas, colecta que produjo en aigunos minuto g ochocientos pesos, que Sc distribuycron entre los soldados, cabos y sargentos: esto sucedió ci 23 de aquel mes: tres dIas antes, el 20, el famoso navIo Asia arribó tarnbitn a Veracruz, procedente de Cádiz, conduciendo al primer batallón del regimiento de infanterfa amcricano y al brigadier D. Juan José de Olazabal, y mariscal de campo conde de Castro Tcrrefto. Con esto, y con la victoria de D. Felix Maria Calieja en Zitácuaro, punto menos se creyó que la paz del reino habIasc restablecjdo. TI' Repito que todo era en Mexico regocijo en ocasión de Jos sucesos apuntados. No obstante, algo como una gran nube negra se cernIa sobre aquel malamente despejado ciclo. Por una parte, Ia derrota de Porlier, que hasta entonces en todos lados habia vencido i los insurgentes, daba bien claro a entender que ci Sr. Morelos estaba por la providencia destinado a propagar ci incendio, cuya chispa habia brotado en Dolores: por otra los disgustos entre ci Virey y Calkja tomaban alarmantes proporciones. El jefe del ejército Ilamado del centro, después de su corta permanencia en Zitácuaro y su descanso en MaravatIo, saiió de Cste CI 23 de Enero con intención de situarse con todas sus fuerzas en Celaya, y dedicarse desde aIlI a la cornpIeta pacificación de las provincias internas. Venegas no Jo estimó asI conveniente, y le ordenó se dirigiera a Tasco y en él atacase al Sr. Morelos, antes de que Cste cayese sobre Tenancingo: respondió Calleja quc esta comisión se le diera a algün otro jefe a cuyas órdenes podrian ponerse ]as tropas que se esperaban de Espana; Venegas no quiso hacerlo asl, y cnfuiiinado Calleja, pidió se Ic separase del mando, a Jo cual contestó ci vircy accediendo, pero reiterando las órdenes ya dadas, por cuyo inotivo ci campeón realista insistió desde Ixtiahuaca en su renuncia en oficio del 26. Venegas, que con la liegada de las tropas españolas se creyd menos solo que lo habfa estado hasta entonccs, aprovechó la ocasión y nombró para suceder a Caileja a D. Santiago Irisarri, brigadier de marina.

Pero aquI fué lo bueno, porque sus fropa, apenas de esto tuvieron noticia, dirigieron una representación al virc y , diciéndole sin ernbozos ni evasivas que no reconocIan a! nuevo jefe ni servirIan i las órdenes de nadie que no fuese D. Felix Maria Calleja. Vcnegas hubo de ceder por micdo a un alzarnicnto militar, y devorando las ofensas en su arnor propio resentidas, punto nienos que suplicó a su temible rival no insistiese en su renuncia, por patriotisrno y por correspondncia al arnor qu le prokaban sus tropas. Calleja contestó en los siuient t':rrninos: tExcmo. Sr.: Me ha sorprendido Ia copia de representación de los jefes de este cjército, adjunta al superior oticio de V. E. de ayer las once de la mañana, en la quo entre otros, dan por ori gen de las cnfermcdadcs que sufro, la sensacidn que pucden haber hecho en mi espiritu rnurmuracjones y hablilias despreciables, a las que soy tan superior, que rniro con lastima al dCbil, que no encontrando ci camino del honor y de la gloria, entra por ]as sendas tenebrosas de Ia negra calumnia. Este ejárcito, restaurador del reino, vencedor en cuatro acciones generales y treinta y cinco parciales, está mu y a cubierto de toda murmuracjón racional, y yo muy tranquilo sobre este punto. 'Vo he hecho por mi patria cuantos sacrificios ella tiene derecho exigir do m(, sin pretension ni aun a que Se conozcan, y si ahora hablo de dos, es porque la necesidad de desvanccer ci más love indicio de que los econornizo por resentimientos, me obliga a ello. Yo he sido el ünico jefe en el reino que ha levantado y conservado tropas, arrancandolas del seno misrno de la insurrecciOn, y este propio cjCrcjto, cuyo mando me hizo V. E. ci honor dc conflame, se compone de ellas en la mayor parte. Abandon-4 mis intereses que hubiera podido salvar como otros, y que fueron presa del enernigo; dejO mi familia en ci lugar de mi residencia, para alejar de SUS habitantes la sospecha de que temIa se perdiese: la expuse al mayor riesgo, y con efecto, perseguida por Jos montes, cayó en sus manos y por rniras interesadas me Ia volvieron escoltada por sus tropas, con la propuesta de que si yo dejaba ]as armas de Ia mano, inc devolvemian mis inters, me asignarian una buena hacienda, Inc Se ialarjan veinte rail pesos de renta anual, y me acordarian la graduaci6n de general americano.

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Soy tambin ci ünico jefe quo ha batido y desharatadolas grandes masas do rebeides, y soy finalmente ci ünico, quo después del ataquc quo padeció mi salud ocho dIas antes de Ia batalia (le Calderdn, so puso a la caheza do sus tropas, casi mortal, y ha continuado tin ano a la del ejército en los misrnos términos. Todo es notorio, como ci sincero deseo del bien pi.thlico quo me ha conducido; y si los miserables restos de salud quo me quodan fucren dtiles a ml patria, no dude V. E. un rnomonto on que los sacrificaré; pero ella me ha reducido a término que por ahora me es absolutamente iniposibic continuar con un mando quo tantos obsticu1os pone a mi restablecimiento. Si puesto on sosiego, regimen y curación mctddica (lo que no Cs combinable con Ia situacidn actual) restableciose mi salud, Jo manifcstarC a V. E. sin perder instante, a fin de que me emplee cuando me crea titii; Por to quo ruego a V. E. nuevamente se sirva nombrarme sucesor. El anterior documonto fuC fechado en Toluca ci r. * do Febrero de 1812 a la una y media de la tarde. IV Irisarri, ci brigadier de marina con quien segün ya dije quiso Venegas sustituir a Calleja, expedicionaba mientras tanto on la provincia do Puebla con una division a la cual se agregO ci primer batailón de infanteria americano quo el navIo Asia condujo, como, ya queda dicho, a Veracruz: ci 2 de Febrero sus tropas vencieron en las inmediaciones do Zacapuaxtia a algunas partidas insurgentes quo tenfan en constante jaque a aquella poblaciOn. Esto no era, sin embargo, to bastante para acreditar un nombre enteramente desconocido en ci ejército, y ci virey hubo de sucumbir nuevamente at prestigio de Calleja, reiterándole Ia süplica de quo permaneciera at frente de sus tropas, invitándole a pasar con ellas a Mexico, en tanto que Porlier quedarIa encargado de la guar. da y defensa de Toluca. Era ci miércoles 5 de Febrero, conmemoraciOn del mártir mexicano San Felipe dejesus. Nuestros amigos los tertulianos de Ia rebotica del licenciado

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en farrnacia D. Cleofs Madana, que tuvimos el gusto de conocer en ci Episodic que a dste precede, caminaban en alegre grupo por la carrera que habIa Ilevado la proce.sión que, partiendo de la Catedral, tenia su término en la opulenta iglesia de San Francisco. D. Martin Cabrera y Alba, ci yerno de D. Sóstcncs de Pantoja, abrIa la marcha dando ci brazo a su esposa doña Beatriz, radiante de lujo ya que no de belleza, y escoltahan a la feliz pareja D. Sostenes, D. Cleofás y D. Buenaventura del Valle que lucia su flamante unilorme de comandante en retiro de ]as tropas del capitán general de Guatemala. Todos ellos, y con especialidad D. Martin, lucian sus mejores galas: doña Bcatriz se recreaba más que en sus propias joyas, que Jos transeuntes celebraban al paso, en la gallarda presencia de su marido. ConstituIan las principales piezas de su traje, sombrero de prirnera, casaca de pano finisirno, caniisa de olán corno lavada, almidonada y planchada en Paris, corbata correspondiente, chaleCo y pantaiOn más blanco que ci armiño, medias botas con lustre brillante, caña de China, sortija de diamantes, reloj de trescientos pesos con cadena y iguetiIlos de igual precio, entendido que ci reloj era de oro y a la moda, hecho en Génova, con un circulo de punta de diamantes figurandcr cocolitos; la cadena y Jos dijes estaban formados de toda suerte de l)icdras preciosas, alguna de muy regular tam aflo. —Felices nosotros,—decia D. Sóstenes,—quc hemos alcanzado estos tiempos que, segün espero, habrán de ser descritos con ietras de oro en las páginas de la historia. —Dice muy bien mi señor de Pantoja,—ohservO D. Buenaventura, que, como se recordará, era siempre de la opiniOn de los hombres ricos. —No harán mal efecto esas letras de oro sobrc ci fondo rojo de ]as páginas,—dijo a su vez D. Cleofás. —Por qué rojo?—pregunto D. Sóstencs. —Ahi es na d a,—contestó D. Cleofás,—parecc a ustedes poca la sangre deri-arnada en ci mundo en los ültimos anos? — Tiene razón ci Sr. Madana,—_dijo D. Sóstenes,—no le parece a Usted asI, Sr. D. Buenaventura' —V tanto que si, mi señor de Pantoja, y tanto que sI. Pero convengamos en que tal derramarniento no habri sido initi: la hu-

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man idad como at individuo necesita de vez an cuando una sangria, para conservar ci equilibrio de la vida. —D. Buenaventura habla como militar qua es: por fortuna no se halla an servicjo. —Estuvi&alo a no habérme!o impedido ci mal estado de mi saItid: porque, convcngámosio asI, señores, que nada hay tan envi diabie como Ia gloria de un mititar de la talla del Sr. Calleja, cuya entrada an la capital debemos presenciar boy a rncdio dia, y an cuyo honor hállanse adornaclas las calles y lucen los balcones cotgaduras de mil diversos matices y tal cual de fabuloso precio. —A proposito,—.observó D. Sóstenes,—,crcern ustedes que ]as malas gentes andan diciendo pot ahI, qua se ha clegido ci dla de boy para Ia entrada del ejército del Sr. Caileja, para qua at adorno de las cafles destinado d Ia procesión, sirva para dat mas grandee csplendor at recibimiento del Sr. Calleja? —No, si Ic dio a usted qua estos revolucionarios teóricos son incorregibles: todo to convierten an sstancia. —Mi señor dc Pantoja, no se sulfure usted pot tan poca cosa, y deje decir. For más vueltas qua le den, ci espectácu!o qua bo y va i ofrecernos Ia entrada an Mexico de los vencedores de Aculco, Guanajuato, Caiderón y Zitácuaro, es uno de los más grandes espectacuos qua ha admirado la Nueva Espafia: asi lo afirmo como soy militar y me ilamo Buenaventura del Valle. —Tiene usted razón, mi cornandante,—dijo D. Sóstenes;—ade. mis supongo qua no considerarán los descontentos qua ci magniflco arco levantado por D. José Mariano Beristain, arcediano de Mxico... —: Qué arco as ese? —LTno magnitico qua se aiza an at lindero de la hacienda de Becerra, próxima al Pasco Nuevo, con esta inscripcion: AL VICTOR IOSO EJRC!TO XOVO- H ISPAXO. SC ISVICTO GENERAL.

A LA FORMIDABLE COLUMNA DE ORAXADEROS. A LA VALIEXTE COMPAiA DE GASTADORES.

A LA MEMORIA DE SC DIFUNTO CAP1TAN VIZCAYA. FM EL LINDERO DE ss TIERRAS COMSAGRA ESTE A.R :O EL \_

.X DE MEXICO.

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—Pobre D. Jose Ignacio Vizcaya,—exclamó con sentida voz don Buenaventura;—era en efecto un bravo capitán que, despues de haberse distinguido en toda la campafia, tuvo el disgusto de morir en San Luis, de muerte natural, COfflO Si no hubiera podido satiric al encuentro en cualesquiera de ]as acciones en que tornó parte. —Estos militares son terribtes,—observó D. Cleofás;—véanio

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—Aprobado.thjo D. Marta

ustedes; compadece a Vizcaya porque Dios Ic perrnitió morir tranquilamente en su carna, en vez de haber hecho que una b3la le partiese por mitad del espinazo. —Amigo D. Clcofás, —rcplicó D. Buenaventura; —ustedes no pueden comprender esto: al soldado le sucede aigo parecido a Jo que sucede a los marinos, quienes no se mueren a gusto si no mueren ahogados. — La verdad es que ci aspecto de las calles es magnifico. —Como que ha tornado especial ernpeño en que Jo parezca ci oflcio de plateros, a cuyo arte se dedi: en su uve iks años San Felipe de Jesus, Toga

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—Los altares de los tales plateros son de una riqueza maraviIlosa. —Como que hay mucho dinero an esta capital. —Cicrto, y ojalá sea siempre asI. —Eso 51 qua no lo asegurarIa yo,—observó D. Sdstenes. —Ni yo,—afiadió cl ex-comand ante, —eco fiel de la opinion del señor de Pantoja. —Pero otra cosa me ocurre a mI,—dijo D. Cieofás Madana. —Vcarnos qu6 es ello. —Quo puesto que pasamos frentc a un café y novena, y la mañana está deliciosa y picante el sol, obsequiernos a nucstra excelente señora doña Beatriz do I'antoja de Cabrera, con un refresco. —Aprobado,—dijo D. Martin, mientras su esposa agradecla con pulidas frases la galentcrIa del licenciado an Farmacia. Cuando todos hubiOronsc sentado an derredor do una mesa cuadrada de madera, cuidadosamente cubierta con un iimpio mantel quo an sus dos extremos terminaba una punta 6 faja do tan primoroso trabajo quo una blonda parecIa, y después de verse todos servidos, la convcrsaciOn continuO asI, tocándoie aquella vez el abriria a doña Beatriz. —;Vieron ustedes qué hermosa iba an su coche de maque la hermosa marquesa do Cervera, condesa de Orizaba? —Cierto qua si,—respondió Madana;—por más señas qua ci magnIfico tronco de mulas retinto golondrino quo lievaba, Ic ha costado mil doscientos pesos an la carroceria de la calle do San Juan. —Bien puede pagat- eso y mucho más; el conde su manido as uno de los mds fuertes capitalistas de Nueva Espafia. —.V por fin, han hecho ]as paces ci conde, la marquesa y don Alvaro? —Dicen qua si. —Lo cual yo no creo,—observó D. Buenaventura:—la broma qua D. Alvaro jugd al conde sacándole de su casa Ia noche misma do sus bodas, no pudo ser de peor gusto. —Pero siguen ustedes creyendo quo fué bromal —AsI se ha dicho al menos. —Va; pero yo sd qua si providencialmente no acude an su auxiho un negro Ilamado Carlos quo hoy tiene a su servicio y qua en

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otros dIas to estuvo at de D. Alvaro, tstc hubiera dado algo que sentir at señor conde. En fin, to cierto es que una hora despus de haber salido de la sala, v cuando ya Ia marquesa y todos Jos convidados ernpezába-. mos a temer una desgracia, ci conde regresó tranquilizándonos a todos. —Pero at dIa siguiente ocurrió entre cilos un desafio. —Eso fu6 cuento. —Cuento eh pues por POCO no to cuenta. D. Alvaro, pues se paso en cama ocho dIas. —10h! ci tal D. Alvaro es una aihaja que lucirIa adrnirablemen. te at extremo de Ia cuerda de la horca; pero ci bribOn ha nacido de pie, y ahi Ic tienen ustedes gastando la fortuna que Ic ha cedido la marquesa, en zambras, jaus y obsequios a las cOrnicas del coliseo. En este momento las savas de artilleria y los bulliciosos repiques de las carnpanas de las iglesias, anunciaron que !as vanguardias del ejrcito de Caileja, hablan llegado a Ia garita. Acababan de sonar las doce y media del dIa.

V Q uien se hubiese atrevido aqucila mañana a no manifestar sus sirnpatIas a Espana y a sus tropas, habrIa sido sin duda asesinado por cuantos Ic rodeasen y oycsen: tal era ci jCibilo y entusiasmo de la rn uchedumbre que por primera vez asistIa a un imponente csPectáculo militar. En Ia garita del Paseo Nuevo esperaban zi Caileja todos Jos jefes ruilitares de la plaza v un lucido cortejo que rompió en aclamaciones que no debfin cesar hasta ci palacio niismo de los vireyes, en el cual \Tefleras esI)crai)a ran uniforme a su feliz antagonista. Rompia Ia rnarclia Ca]i con su escolta costosamente vestida, Y montada en caballos prie/o.c todos iguales: rodeábale un lujoso estado mayor y formaban Ia cabeza de la columna Jos granaderos, en cuya primera fila marchaba corno soldado raso D. Domingo Mioo natural de Galicia, en Espana. I

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Episodios Hisóricos Mxica,:os

—Bravo!-1e gritaban los criolios,—hc ahI un cspañol rico que da ejemplo I sus paisanos, de cómo deben portarse los verdaderos patriotas! Efectivamente, D. Domingo Miono liabIa tenido tal intención al alistarse en las tropas de Calieja, quien un dIa Ic dijo: —Señor Mioño, cumple usted con su deber y nada rnás: no obs. tante, corno por dcsgracia son pocos Jos quo tal hacen, usted merece un prcmio y quiero dárselo. —Usted dirá, mi general,—respondió Miono. —Pues bien; es usted capitán, Sr. Mioño. —Mi general... es eso! :acaso desea uted otra cosa? —Si, nii general. —;Qu6 es ello? qud quiere usted ser? —Mi generai, nada más que ci primer granadero de la columna, nada mis; soldado raso nada mis, pero lo repito, ci primero de Ia colu m na. Calleja se conmovió con esta respuesta, pero sercnándose bien pronto, partió en dos pedazos ci nombramiento de capitán quo habIa cornenzado a extender, y dijo: —Sea como usted lo quiere. Es usted ci primer granadero de la columna, pero yea de hacerse digno de tal distinción. Desde entonces D. Domingo Miono fguró siempre como ci primer granadero de la columna y primero fué siempre en batirse contra los insurgentes. Detrás dc los granaderos desfilaron entre las aclamaciones de la, muititud, aquclias temibles tropas levantadas por Caileja en San Luis, Jos farnosos yedras, asI liamados por ci color azulado de sus uniformes, los tremendos tamari,zdos al rnando de su cororel ci conde de Casa Rul: ci cjército de Calleja se componIa de tres mu novecientos ochenta y dos hombres, dos mil ciento cincuenta de ellos infantes y mil ochocientos treinta y dos cabailos: a su paso ]as calles se nubiaban con la inmensa cantidad de flores y tiras de papel de color que los espectadores arrojaban desde baicones y azoteas, literalmente rebosando de curiosos. Todo marchaba a maravilla cuando on la esquina del portal de Mercaderes, y frente a la ültima casa de la calie de Plateros, ci cabailo quo montaba ci director de artiiieria D. Judas Tadeo Tor-

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El Sitio de Cuanila

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nos, se asustd con el vocerIo y los repiques y alzmndosc do rnanos did con ellas en la cabeza de Calieja y le hizo caer en tierra, en la cual recibió tan fucrte golpe que fud preciso trasladarle a la casa del platero Rodallega y esperar a!lI un rato a quo se repusiese. Al paso del ej&cito frente a los balcones del i'a!acio, ci virey descubrid su cabeza y victorcó a las tropas, al roy y a Espana. Cuando Calleja se trasladd con toda su plana mayor a la cimara vireinal, Venegas Ic abrazd y so dirigió con éi y su séquito a la Catedral, magnfficamente iiuminada y adornada, y en ella canto ci cabildo eciesiástjco un Ta Deum en accidn do gracias. Caiteja en los coches do palacio se trasladó a Ia casa ntimero 12 de la caile de Capuchinas, habitaciOn del conde do Casa Rul, donde so ic habfa preparado espléndido alojarniento. El resto de la tropa se alojd en los conventos, tocandole al regimiento do Granaderos ci de San Agustin, en ci cual habia estado la tarde anterior ci mjsno virey on persona, disponiendo quo todo so preparase del modo más conveniente y cómodo. La multitud permanccjó ain rnucho rato forrnapdo corrilios on las calics, cubiertas con una gruesa alfombra de ramas y fibres. En uno do aquellos corrillos, formado en su totalidad do afectos a Ia revolucidn, se decia con regocijo y en voz baja: —No hay quo dudarlo, ci sol realista comienza a ilegar i Sn ocaso. —SI, eh? pues hay? —;No lo han visto ustedes? —Que cosa? —Que en medjo do su triunfo, Calleja ha venido al suelo pisoteado por un cabailo. —Pero eso -qu,5 tiene que ver? —Qué tiene que vet? Ahi es nada. Esta caIda es un presagio fatal para los realistas. —Bien pudiera set que la Providencia... —No lo duden ustedes, Ia Providencia nos anuncia cuc esta dispuesta a retirar su favor a los ralitas. sea. —No obstante, no hay quo fiar much en agLieros. —;Por qué no? No les salici a los realistas a pedir do boca ci de las supuestas palmas quo so vieron en el cielo de Zitdcuaro?

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Episodios Hisidricos M€xicanos

—Cierto. —Pues amigos, sigamos su ejemplo, y aguero por aguero, hagamos a nuestra vez servir an nuestro provecho ci qua tan maravillosamente nos ha ofrecido el porrazo de D. Fdlix Calleja del Rey. El ejército tardó an desfitar por ]as calles de Plateros nada menos de tres horas y media, pues marchaban despus de las tropas mil quinientas cargas de vlveres, toda la artillerta tomada en Zitácuaro y un nümero inmenso de soldaderas cargadas con los despojos de aquella villa. Al distribuirse a ]as tropas los premios qua el virey les otorgó, se hizo circular con profusion el siguiente soneto an su eiogio: Ejército valiente, hijos de Marte, terror y espanto de Ia vil canalla, de este reino feliz fuertc muralla y cada cual un héroe por su parte: Ved cômo con los premios que reparte os llama nuevamente i la batalla el gran Venegas: satisfecho Se halla de vuestro brio, lealtad, bravura y arte. Sabio, justo, benético y premiando vuestras hazailas os alienta y deja vuestro honor la causa de Fernando. Gratitud y valor! mayores glorias os prepara Venegas, y Calleja en los campos de honor nuevas victorias.

Tal era ci fruto dc la musa del entusiasmo an aquellos dIas; tal la canija inspiracion de aquellos poetas; y aun hay por ahI quien se ha atrevido a decir qua no puede sostenerse a la luz de Ia sana critica nii opiniOn de qua durante Ia dominación espanola no hubo an A16xico poeta que valiese titulo de tal, excepciOn hecha de D. Juan Ruiz de AlarcOn y Sor Juana Inds de Ia Cruz. No me abandonen mis lectores y de ello les dare pruebas y motivos para reir. VI Ufano por demás con la honra qua Ic resultaba de alojar an su casa al jefe espanol, ci condo de Casa Rul desplegO an su obsequio

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kr El Stizo de Cuoufla

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un lujo verdaderamente oriental: todo era regocijo y alegrIa en Ia gran casa de la calle de Capuchinas, máxime cuando con motivo de la Ilegada dc Calleja, Ia esposa del conde, que de resultas de la irregular conducta de su marido habIase retirado al convento de Regina, se dignó regresar a su casa que era sin ella triste y melancólico desierto. El convite del dIa ç en aqueltos vastos salones, fué verdaderamente fastuoso y se sirvieron los abundantes manjares en una primorosa vajilla de plata sobredorada de inmenso valor, no tanto por ci metal de que estaba formada, sino por su niaravilloso cincelado, obra do artistas italianos. No faltaron, por supuesto, los brindis encomisticos, y voy a transcribir aquf algunos de ellos, para demostrar una vez ms a mis lectores el rnérito y alcances de los poetas de aquellos dIas. He aqui ci pronunciado por ci arcediano de Mexico Dr. D. Jos6 Mariano Beristain: Bebamos, señores, con las copas Ilenas, alegres brindando por Ia pafria egregia. Bebarnos, brindemos, con las copas Ilenas, por ci rev Fernando, seflor de esta tierra. Bebamos, señores, con his copas lienas, alegres brindando por nuestro Venegas. Bebamos, brindemos con las copas ilenas, por la generala que hoy honra esta mesa. -

Bebamos, brindemos con las copas Ilenas, por la heróica tropa que en Mico hov entra.

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Episodios Hisióricos Mxicanos Bebamos, brindenios con Ns copas Ilenas, porque tenga fin esta tan cruel guerra. Bebarnos, brindemos con las copas Ilenas, y después gocemos de la vida eterna.

Estupendos brindis habrn oido mis lectores an Jos convites a quo an su vida havan asistido, pero ninguno quizã tan original como ci citado, obra do una persona de grande posición y nombradia, ilustrada sin discusión an aquella sociedad, y atrevida como pocas, scgtmn puede colcgirse do la muestra, para forjar nialos brindis y peores versos. No se estirnaban sin duda asI an aquelios dias, y 10 demuestra el quo el periódico do Ia dpoca, at Diana de Mexico, Jos publicara ccdindo1cs ci lugar de honor. Mucha fe tcndrIa el arcediano an su inspiración poética y mucho debIanse celebrar sus obras, puesto quo a seguida de Jos aplausos con qua so acogió su brindis, es/do la siguiente irnprovisación: Es adagio muy vulgar quo solo al inteligente, corresponde propiamente caiificar y elogiar. No me toca, pues, habiar ni aun siquiera discurrir, puesto que he liegado a oir a un militar diestro y sabio, que es Calleja nuestro Fabio, y no hay ya mas quo decir.

A cuya dcima respondió prontamente ci Sr. Dr. D. -Melchor de Froncerrada, oidor de la Real Audiencia, con Ia siguiente: Fabio ganó retirando, Callejas acomctiendo: ci Fabio triunfó cansando pero Cailejas venciendo: y a lo poco que yo entiendo en ci arie militar,

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El Sitio de Cuau/L:

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no se puede comparar un Fabio con un Cailejas, aflá hubo acciones perplejas, todo aqul purl triunfar.

Los poctas de aquellos dias habIan formado para cultivo v adelantarniento d la poesIa una socicdad quc se titulaba Arcadia .Llcxicana, su presidente denorninábase mayoral y los tircades 6 socios :agaies: sus composiciones publicabanse en ci Diarlo de Jhxico y se firmaban con los seudónimos de F/a castro Cicnc,

Batilo, .-iminto, Cioslapa, Tirsis, Damon, Ascanlo, ci aplicado An -

riso y otros por ci estilo. Fué su presidente ó mayoral por aque.

lbs dias el P. F. Jose LaI de Gavic, que cscribia epigrarnas como ci siguientc: Antes 1ue yo me casara era Un angel mi mujer: ;ué hun,ildad! señor! qu cara! iquel modito de 'er! vaya; si era cosa

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Pero después de casado, ;qu genio! iqu altaneria! ;u hocico tan retobado! màs que con ella valia vivir con un condenado!

En otros nrncros, ci Diana apadrinaba y dábanse a luz prodigios de cuitura é ingenio corno ci siguiente:

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Un maestro dijo a un mu:hacho; rne tienes por macho? di! y ci chico respodió: si porque quien no es hembra es macho.

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A faita d más espontáneos elogios, los arcades mismos se felicitaban por sus mutuos talentos, en cornposicioncs que, como dejo dicho, vetan la iuz en ci Diana, siempre a la cabeza del periódico, Y segcin los tales, estrecho les venia ci Pat-naso para albergar ]as grandezag de sus méritos: mucho he registrado aqueilos papeles de los que mi padre formaba colección, v humilde y de pobre ingefliO COO soy, y xnas asequible por tanto a adrnirarrnc de cualquier Cosa, ni Ia rirIs !eve sorpresa rue causS nunca el ncnio dc aqueTo

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Episodios Hi1dricos Mexicauos

lbs señores; su inspiracián raquItica corrIa pareja con lo baladI de Jos asuntos quc- elegian para sus composiciones, escritas casi constantcmente on versitos de arte menor, que la mayor parte dc. mostraban su desconocimiento de Ia prosodia, 6 su falta de oIdo conio decimos los del vulgo: vaya otra muestra del irigcnio de un Arcade, quo firmaba zVoatino Giosado: Yo vi, Tania, inconstarite, en ci ciprs erguido A una tórtola amante que desde el triste nido a Ji'piter Tonante dirigia su quejido: Porque on el hosqce hjoso un implo cazador, con el arpón Ilioso del arco destructor, le dió muerte a su esposo

sordo 6 tanto clamor. De compasión cubierto la dije con blandura: lioremos de concierto nuestra igual desvcntura, tt'i it tu consorte muerto, yo a ml viva perjura.

Pongo fin a este asunto con la siguiente composicion suscrita por Anthnio, quo con ser la mejor que a Ia vista he tenido, 110 CS, a la verdad, para. envidiada: Prstame, suave Orfco, tu delicada lira, para cantar las gracias de una discreta nina. A quien naturaleza en su obra compiacida Ic prodigó sus dones y la hizo sus delicias. Es una honesta Diana, una hermosa Ericina, una sabia Minerva y una Safo poetisa.

El Sillo dc Cunulla

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Su tino trato encania, su amable aspecto hechiza, u virtud prcsta ejemplos y su talento admira. Hasta su bello nombre de lo divino es cifra, pues se llama ioh misterio! Ia sin par Angeflta. Celestial cut usiasmo clue en el Olimpo habitas al valle rnexicano desciende en este dia. Descicnde, si. desciende y conceptos me dicta, dignos de su alabanza que oiga afable y ber.igna. Ven, entusiasmo, yen, que ya las cuerdas vibran de mi laud, en aplauso de tan preciosa nifla.

En nustros dIas, que no son en verdad los de Homero, con Poemzs corno ci anterior felicitan nuestros muchachos ci santo i su papa, 6 pide el repartidor dc periódicos su calavera ó su tarascez.

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VII

El dia 5 de Febrero que ha venido ocupándonos, terrninó con una solemnidad rns, que dejó imperecedera memoria. D. Fdlix Maria Calleja asistjó a Ia funcjón del coliseo, siendo de tal modo a plaudido y aclamado, que Venegas sintió celos y deterrninó no Volver a concurrir al teatro mientras Calleja permaneciera en Mexico, puesto que asi se le dejaba hacer un papel secundario y desai rado. En aqudilos dIas se canto con cxtraordjnarjo (xito la 6pera de Paisiello El Barb.ro de Sevilla, que produjo al asentista 6 CmpreSario P in --Vies utilidades. El teatro habfa skin adornado coil todas a q uellas galas con quc

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Episodic's His!drwos Mexicanos

so disfrazaba en Jos dias del santo 6 cumplcanos do los rycs: colgaduras do muselina y seda primorosamente bordadas do oro v estambre do colores, cubrian los antepechos; coronas y guirnaldas de fibres de tela, so entrelazaban con Jos trofeos, aiegorIas ó los tarjetones con ]as iniciales de Fernando VII: ]as aratas que pendicntes del cielo raso derramaban Ia luz producida por Ia combustión del accite, habIan sido aumentadas, y grandes albortantes do rnadera sostenIan grupos de olorosas velas de cera con arandelas do papel encarrujado. En los palcos, que so nombrahan aposentos 6 cuartos, lucIan su belleza y joyas, do tal valor como no son boy muy comunes, las damas y señores de la córtc y Ia buena sociedad. En este puno no estarnos, lo repito, corno entonces: la riqueza en aquellos dias era grande: no dirernos otro tanto del gusto; pero aunque mal engarzadas ó montadas, ]as perlas, los brillantes y !as piedras prociosas usábanse con profusion por nuestras abuelas: al metal blanco quo hoy usarnos, sustituIa entonces la plata, de la cual cran ]as vajillas enteras, Jos Utiles de tocador, las escupideras, ]as escudilias, y mil y miI otros objetos domésticos, sin exceptuar los vasos, 6 como pueda ilamárseles, que so colocaban debajo do ]as camas para el servicio do noche. Mucha era entonces la riqueza acumulada en Mexico. Por aquellos dIas el teatro ofrecIa en sus localidades una disposición aigo diversa de la actual. El proscenio se adelantaba unas dos varas sobre ci patio, afectando la forma de un trapccio, de cuyos vertices partIan las dos cailes 6 pasos para el püblico do bancas 6 lunetas: cinco eran las filas de Cstas y venIan siendo tanto más largas cuanto más se acercaban a la mitad de la sala; CXCCpción hecha de la prinlera, que contaba veinte asientos, seguia la segunda con diecinueve, Ia tercera con veinte, la cuarta con veintidos y con veintitrés la quinta; oblicuas a los palcos contabanse a uno y otro lado otras tantas pequefias filas de lunetas, contando en total ciento diccinueve asientos. Detrás de la tiltima banca hallábase ci mosquete, capaz para 369 personas que permaneclan en pie durante toda la funciOn: alguna vez quo en el mosquete se pusicron bancas, pudieron en dos tomar asiento doscientas ochenta y ocho personas. Los palcos primeros 6 cuartos deprimera andanada, eran dieci-

El Silio de C:iauIla

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ocho, ocupando los vireyes Jos nümeros i, 2 y 3; segunda y tercera andanadas contaban igualmente dieciocho palcos ó cuartos, pero en los teceros, Los nümeros del 8 al 13, quo Se liamaban de cornuriidad, se venclian por asientos, debienclo tornarse por entero los demás.

El paraiso 6 caz,eia estaba dividido on dos partes enteramente separadas y sin comunicación alguna, la ca:ueia de hombres con cinto cincuenta y nueve asientos y cazuela de mujeres con doscientos treinta y SCIS. En los cuartos primeros cablan ciento setenta y cuatro personas; en los segundos, ciento noventa y nuevc, y en los terceros ciento cuarenta v tres. Las temporadas cómicas se abrian ci domingo de Pascua de Resurrección y se cerraban ci rniércolcs de ceniza, dandose funciones sin intcrrupci6n todos los clIas de la semana, excepto los sIbados. Un cuarto de primera 6' segunda andanada, costaba de abono, por toda Ia temporada, trescientos pesos, y doscientos por solo los dIas de fiesta: se pagaba ademas por entrada diana por persona, dos reales los dIas on quo se dobiaban los precios, un real on clias de fiesta ó trahajo, y nada en los quo se liamaban de coca, quo eran funciones a bajo precio ó on obsequio del p6blico como ahora se dice. El abono a banca 6 luneta costaba seis pesos at mes; la entrada eventual 6 afquiler de una luneta vaila seis reales en los dIas dol'fes, cuatro or los dfas de fiesta, tres on los de trabajo y uno en los de coca.

La enti-ada al mosquete, un real on los dobles y medio en los demas; ]as cazuefas dos reales on dIas dobles, un real on los de fiesta V trabajo y medio on los de coca. La entrada eventual ó aiquiler de mi paico costaba cinco pesos en dias dobles, tres y medio en los de fiesta y trabajo y doce en los de coca. Por lo regular estaban abonados todos los palcos primeros y SCgundos, con excepción de cinco 6 sets quo se ponIan a la yenta, y todas las lunctas, excepto cincuenta. D escontada la parte correspondiente al abono, ci teatro hacIa, de lo que podemos Ilamar entraJa evta, seiscintos 1S0S en das dobis

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Episodios Hisfóricos Mexicanos

En los tres afios de 1783 a 85, durante cuyastemporadas cxpiotó ci colisco una sociedad de particulares abonados, los beneficios lIquidos que resultaron fueron doscientos mil cuatrocientos setcnta y Un pesos, habiendo importado los gastos un miIIón veintithi mil ochocientos cuarenta pesos, y las entradas totales un milión doscientos setenta y un mil trcscientos doce pesos. No he temido molestar a mis kctores, apuntando los citaclos nth meros, ya por lo que ellos tienen tie curioso, ya porque la inniensa generalidad los ignoraba de seguro, ya en fin para quc se estime con aigtn fundamento ci descenso y miscria 1 que en nuestros dIas ha ilegado entrc nosotros la iitil y civilizadora diversián del teatro. Y no se crea que ci gusto de aquella dpoca fucse tan nlalo corno han dado en decir los que de todo hablan sin tomarse ci trabajo de estudiarlo: en nuestro csccnario se vcIan con general contento ]as obras maestras do los grandes poetas del si-lo do oro do la literatura drarnática espaflola, y a nadie fastidiaban El escondido y la tapada, El gaidnfantasi,za, Dana lode y no dan nada, La dama duendo, La vida es sueño y otras muchas obras de D. Pedro Calderon do la Barca; El d-sdén con ci desdén, de Moreto; todas ]as de Lope de Vega, alternandose unas y otras con La ninjer lionrada y cuerda vence al manido, de D. Juan PisOn y Vargas; El mjor par do las dccc, do D. Juan dc Matos Fragoso; El mdgico do Salerno, El negvo del cucipo blanco, y otr as no tan apreciables.

No faltó vez en quo poctas criollos hiciesen tarnbién representar comcdias originales, y notable fué por los incidentes a que did lugar la titulada: lfexi:o sewnda vez conquistado, cuyo argumento se basaba en las desgracias do Cuatimotzin, y en ci descontento Con que en Jos prirneros dias do la conquista se vid la muerte del ltimo y gigante rcy azteca. Las compaiIIas estaban forrnadas de un gran ndrnero do individuos, y las constituIan tres secciones: (IC' representado, de canto y do balk.

Una primera clama, con obligaciOn do trabajar en cinco comedias sernanarias, ganaba anualmente, aparte do los beneficios, cuyas funciones conccdia ci rnismo virey, previa solicitud y exposicidn do méritos, dos mil setecientos pesos; mil ochocientos un primer galán; una prinlera cantarina, mil ochocientos 6 dos mil; una priinera bailarina, ochocientos 6 mu.

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El teatro que era propiedad y rcnta del Hospital Real de Naturales, producia de arrendamiento ocho mil doscientos 6 nueve mu pesos, cosa quo boy a la verdad no puede contar; Jos gastos de escenario importaban cuatro mil quinientos pesos; mil quinientos los de alumbrado, y trcs mil cuatrocientos cuarenta los do orquesta. Por no cansar a mis lectores no entro mayores dctalles; pero bastan los apuntados para demostrar quo dejo dicho.

VIII

oto n a t on on on

Démonos ahora un inocente rato de gusto penetrando foro ó vestuario do los actores. Entonces, como ahora, abundaban él maridos modelos y solteros alegres, quo con niás 6 menos sanas intenciones, pero en busca de un entretenimiento sul izeris, visitaban los tablados con grande satisfacción de actorcs y actrices, que cada amigo von un regalo do bcneficio, tanto más considerable cuanto más on su conlianza so insinüan. Entonces, como ahora, las virtudes eran la escena tan escasas, corno abundantes los vicios más 6 menos bien disfrazados. Entonces, corno ahora, pot ültimo, era ci tabiado un lugar de gozosa y radiante alegria, quo solo se modera 6 desaparece cuando ci püblico so obstina en no concurrir con ci precio de entrada a las utilidades do la compañfa. Penetremos, penetremos, que no habrán de faltarnos amigos 6 con ocid Os. He ahI, desde luego, zi D. Alvaro de Cervera, departiendo on amable confianza con nuestro buen D. Martin Cabrera y ci bravo D. Buenaventura. —EsplCndida ha estado Ia función,—dice don Alvaro. —Espléndida, si,—repitió D. Martin,— y deliciosa Inés Garcia en la sirnpática Rosina. —FIola! hola!—exc1am6 ricndo D. Alvaro,—parece quo a ml senor D. Martin no to estorba para admirar bueno ci amor quo a su cspo;a doña Beatriz do Pantoja profesa. —Por la ianza do San Jorge,—dijo D. Buenaventura,—no tan

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Episodios HishJrios A1xica,zos

sáIo no le estorba, sino que Ia misma D.a Beatriz nos ha enviado a feiictar a su nombre a la Incsita. —;Bravo! amigos; mis plácemes, señor D. Martin: no suelen por to regular las mujeres dejar on tanta libertad a sus maridos. —Por Santiago, señor D. Alvaro, quo tampoco en todas partes se escucha asI como se quiera una duizura de voz corno Ia de mesilla, ni se contemplan on actrices como ella, empeflo tat en ci tra. bajo ni apiicación más constante. —Asl es la verdad, y si a todo eso uninios su espléndida belleza... —Lo dicho, a D. Martin to gusta la Garcia. —Por qué he de negarlo? muciio quo si me gusta. —v a nil tanibién, voto a Cribas,—anacljó D. Buenaventura:_ desde los tiempos de Gertrudis Soils y dcspués de Cecilia Ortiz, nada he oldo on cantarinas quo niás me agrade: tenla yo entonces... (el.comandante se dctuvo y prosiguio diciendo): Ia edad no hace al caso: pero Ia sangre estaba caliente y ligera, y señores, rue enanioré de Cecilia Ortiz: era bailarina, pTo vivo Dios, ;qué bailarina! en ci jalco de Jerez aquclia mujer se movIa como una culubra, y a cada quiebro de cintura, a cada inclinación de su linda cabeza encerrada on ]as curvas deliciosas de sus mórbidos brazos, las almas se desprendlan de los cuerpos 6 iban a caer a Sus pies, ly qué pies! señores, Jos dos juntos cablan en ni caja de rape y se hubiesen necesitado labios do angeles para besarios, y... on fin, sefiores, tin polvo; gustan ustedes?—dijo don Buenaventura sacando y abriendo su caja de rape y sorbiCndole media onza de una vez. D. Alvaro rcla a carcajadas, y D. Martin contemplaba con desniesura'Jos ojos at buen ex-cornandante que tan transformado \'cia at infiujo oninipotente do sus recuerdos juveniles. —Salud, sefiores,-._dijo en aquel instante Un hombre de buen parecer, ataviado con ci traje de majo del Barbero. —Vengan esos brazos, señor D. Luciano CortCs,—respondió D. Alvaro:—;rnagiiutico barbero, amigo mb, rnagnhfico barbero! —y despuCs anadió dirigiCndosc a D. Martin y a D. Buenaventura: —tengo, señores, ci honor de presentarles at rev de los ,a1ancs d másica del coliseo. —jOh!—exclamó el ex-comandante:_tengo ci gusto dc conoeerie desde hace ticmpo: ;no es cierto, señor CortCs, quo Cecilia Ortiz era una cantarina de prirnera fuerza? Sz acuerda usted de ella?

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— Efcctivarnente, señor mb, lo era y no podré olvidarlo jamás, porque en cierta ocasi6n me valiO un disgusto que par poco me Ileva al otro mundo. _Z_Q ul6n liace cuenta de eS o—observó el ex-cornandante visiblenjente contrarjado —;SI, eh?—dIjo D. Alvaro para quien no paso desapercibida Ia turbacji i de D. l)uenavcnt ura;reficra usted la ocurrencia, amigo Corts, refiérala usted mientras Ia Inesilla acaba de vestirse y puedo presentarje estos Señores. El ex-corriandante hizo cuanto pudo para cortar aquella conversacin que más desen 1bozadanente cada vez dernostraba contrariarle, pero todo fuO ini.til y Cortcs prosiguiO diciendo: —F'igürense ustedes que andaba yo con Jos vientos perdidos por la Cecilia cuaiido me apercibi de que cierto niilitar, cuyo nombre callo porque sin duda alguna vive aim, era mi rival. D. Bu enaventura quiso hablar, pero se decidiO a no hacerlo, en vista de la pruderite reserva que al parecer se proponia guardar Cortés; éste contjnuO asi: —Mi rival, señores, se prcstaba g r andemente al ridIculo, y yo fortmi nd partido de atacarle por este lado, y con tal fin compuse ci Siguiente sOneto. D. Buen aventura estaba en ascuas y su agitaciOn iba cambián_ dose en rnanifiesta cOlera. — 'Venga ci SOn eto,dijo D. Alvaro que to Jo habia ya cornprendjdo — Decja asi:

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Toto 1

Mucho buclerjzado en el cairel, corbatin sobre ci hombro volador, casaca con botn de similor, Y venera fingida en tin clavel. Un sombrero ojaidrado cual pastel, un relox que es archivo del prinior, una caja de poivos con olor. y tin hablar en más lenguas que un Babel: Unos pasos medidos a el andar, un coituTh afectado presumir, tin d.e todo y de todos murmurar. Un modelo de tin asno on discurrir, tin soneto en que quise retra tar un militar con sucido y sin seryir. 123

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Ebisodios Hisiôrico.c

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Mexicanos

D. Buenaventura no pudo más y an at paroxismo de la rabia dio una trernenda patada an at tabiado; pero rnal dije, no fuá at tablado at qua Ia recibió sino at delicioso piececito de la mismIsima Inesilla, qua Ianzó un lay! lastimero y cayó desmayada an los brazos de D. Alvaro, qua an vez de entregarse a los transportes de la cornpasidn rela con estruendosas carcajadas. D. Martin se quedd como un bobo: igndrase si por to imprevisto del caso 6 efecto de la admiracidn qua Ic causó at contemplar de cerca a la Inesilla. Luciano Cortés abrió sus labios para dirigir cargos a D. Buenaventura, pero ëstc no Ic perrnitid habiar, porque tornándole con energia de un brazo, y haciéndole a un lado, le dijo echando chispas pOr los ojos: —Sailor mb, penso usted muy bien at pensar qua la victima de su soneto vivIa, aün viva, viva efectivarnente, y to soy yo, qua asi como entonces atravesé a usted un brazo con mi espadmn, le atravesaré ahora la Iengua, si no se comprometc a olvidar para siempre su indecente soneto. Sin esperar respuesta aiguna at ex-cornandantc salió del escenario sin despedirse de nadie, y aun sin esperar a D. Martin, qua, conio estatua de sal, permanecIa an muda contempiación ante la hermosa Inds Garcia. Ix El mismo dIa S de Febrero an qua at virey dió a Calieja la orden de ponerse nuevarnentc an marcha, debia at sailor Morelos cntrar an Cuautla, segdn noticias dadas a Venegas por dos soldados del batallón de Tula, liegados at dIa anterior de Cuxyoacan, y fugados de las tropas del caudillo insurgente, qua habiales hecho prisioneros an Tasco. Se hacia, pues, indispensable qua at terrible vencedorde Aculco, Guanajuato y Caldardn no tardase an caer sobre at ternible enernig o de las instituciones coloniales. Venegas rnismo nos ha dejado Ia siguientc pintura del poco satisfactorio cuadro de su situacidn. La ciudad de Mexico se hallaba rodeada de gavillas qua tenian

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por todos rumbos interceptadas las comunicaciones, tanto de pro. visiones como do correos, siendo notable la escasez do las primeras, ternible ci caso de quo quedasen completarnente obstruidos los carninos de Texcoco y Toluca, que verdaderarnente nunca hablan estado en completa franquicia. La gran reunion compuesta de las gavillas do los Villagranes, y cura Correa, de Nopala, despus de haber tornado, no sin hallar en él vigorosa resistencia, el real do Zirnapan, amenazaban a Ixmiquilpan, ramiflcándose por todo aquel rumbo hasta unirse con los cabecilias de las inrnediacjones do Querétaro, que tenfan aniquilado at cornercio de tierra adentro: imposibilitada Ia rernisión do azogues, póivora y dernás efectos indispcnsabies para la elaboraciOn de la plata, resentIanse sobre todo de esos daños las provincias de Guanajuato, San Luis, Zacatecas, Nueva Galicia y las internas. La cncadenacidn do aquellos insurgentes con los de la Villa do CarbOn, Tepeji, Chapa do Mota,Jilotepec, Santa Maria de Tixrnadej, y dernás pueblos y ranchos, hacIa fáciles sus correrias por el Montealto, Cuautitlan, Cuesta do Barrientos, Tialnepantla, Atzcapotzalco, los Remedios, Tacuba y hasta ]as garitas de la capital. Los de Santa Maria Tixrnadejé y algunos otros pueblos do Ia dirccciOn do Valladolid, interceptaban Ia correspondeneja y giro con aquella ciudad, y después de i-etirado el ejército do Toluca, volvieron a aparecer gavillas en Tenancingo, mantenjéndose en rebelión los ranchos y tierras inrnediatas a aquella ciudad, el real de Ternascattepec Sultepec y lugares conlinantes. Poor aspecto presentaba todavia el carnino de Puebla por Aparn I., toda la provincia: los insurgentes ocupaban con fuerzas considerabies Jos pueblos de Teotihuacán, Otumba, Aparn, Calpulalpan, y ]as haciendas del territorio, con grave riesgo 0 inquietud do los adicto a Ia ad ministracjOn espafiola. Tlaxcala habia sido invadjda distintas veces, obligando a sus mor adores a vivir en ella corno en plaza sitiada: Ia provincia do Tepeaca estaba dominada casi en general por los independientes y efecto de la suspensiOn de los trabajos do campo y siernbra, ternIase Ia plaga del harnbre para el año siguiente. A tat estado de trastorno püblico unIase Ia absoluta incornunica. d On de la capital con la provincia do Oaxaca y el temor do que otro

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Episodios His/trios Mexica ns

tanto sucediese con la plaza y puerto de Veracruz, ültimo goipe qua hubiera podido darse at comercio del reino. Las transacciones mercantiles habIanse paralizado: existian an Ia capital friás de dos miliones de pesos, qua deblan haberse exportado ya, no habinclosc asi vcriIicado an at cspacio de aigunos meses por la diticultad qua ofrccIan los caminos y la falta de tropa para superarla. Todos estos males, ci perjuicio de estar interceptado ci cornercio de Acapulco, 6 imposibilitadas Ia descarga de la nao y Ia traslación de sus efectos at interior del reino, privándose el real erario en medio de su penuria, de un milton de pesos qua dcberIan reportarIc los derechos de aquel cargamento, y la inminencia de qua aqua. ha plaza y su puerto pudieran sucumbir a la fuerza de la insurrección, to consideraba ci virey, apoyado en la persona del señor Mo. relos, de quien decla ser cprincipal corifco de Ia insurrección an la actualidad, y podernos decir que ha sido en ella ci genio de mayor firnieza, recursos y astucias, ' envalentonado con sus victorias. Venegas consideraba, pues, indispensable combinar un plan para destruir at señor Morelos, 6 hacer escarmiento tal qua, aterradas sus tropas, Ic abandonasen si no se lograba aprehenderk. Segün las noticias qua tenia Ia cOrte vireinat, Jos principales puntos ocupados por el señor Morelos, eran Izücar, Cuautla y Tasco; a ha vez ocupaba los pueblos de Topata, Buenavista, Juchi, Tlalmanalco y Chaico, y su vanguardia habIase retirado a Topa!a y Cuautla teniendo avanzadas an Buenavista. El plan era atacar simultáneamente a Izcar y Cuautla, con el fin de impedir Ia reuniOn de los insurgentes, y aunquc Sc creyO oportuno atacar con la misma simultaneidad i Tasco, se desistio de ello por no subdividir las fuerzas realistas, escasas de oficiales sobre todo. Dispuso, por to tanto, Venegas qua ci ej.rcito emprcndicsc su martha desde Mexico, por Chalco, Tenango, Amcca, Ozumba v Atlatlauca, que, segtmn persona práctica, era la ruta adaptable a Ia artilleria, debiendo lievar algunos indios zapadores para la habili. tación de un crto trecho de camino más allã de Ozumba, donde habia qua dar una corta vuelta a los Cedritos C introducir las fuerzas por tierras dc labor, pues las veredas disponibles eran angostas cubiertas de bosques an sus dos costados, los qua se quiso evitar

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por si acaso el eneniigo se aprovechaba dc esta venaja para irnpcdir la marcha del ejército. En consecuencia dc lo acordado en este plan que he transcrito casi con la-; mismas palabras del virey, ci to de Febrero saiiO dc Mexico una vanguardia compuesta del segundo batallón de grana. deros de la Corona y la correspondiente caballeria y se situO en Chaico, de donde se retiraron las prin-zeras avanzadas del señor Morelos, quien, no el dIa 8, sino ci 9, entrO con sus tropas en Cuautla. En la tarde del miércoles 12 los balcones y ventanas voivicron a engalanarse con colgaduras, para despedir dignarnente at ejCrcito de Calleja, cuyas tropas acamparon en ci ilano de San Lázaro, transformado con este motivo en un paseo, at que Se trasladO Ia mitad de la población, que nunca habfa visto un campamento, y toda La noche se paso en fiestas y regocijos, en los cuales el paisanaje hizo ci gasto fraternizando con la tropa y entre gándose i Los locos transportes de entusiasmo y alegria. Los pueblos son asi; siryen to mismo para un fregado que para un barrido, como dice ci refrán, y con tal que el pan y las fiestas no fatten, estáasiempre at lado del que manda 6 triunfa. • A la salida del so!, que fud. espindida, pues el astro rey se presentó vivido y centellante entre pabeilones de ptrpura roja y girones de orode los rnás belios matices, las müsicas y clarines dejaron oir los dukes y arrnonjosos acordes de Las dianas militares, y adamado por gigantes vitores, D. Felix Maria Calleja del Rey con su estado mayor y palatina escolta, se presentO en el campamento y diO las voces de marcha, entre ci estruendo de las salvas de Jaguarnición de Mexico y los repiques de los entonces multiplicados ternPI de la capital.

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X Obedeciendo en tin todo las órdencs de \negas y sin ha',),--r OCurrido en ci camino cosa alguna particular, ci 17 de Febrro alleja se situaba en Pasuico, a dos leguas cortas de Cuautla. Sus i ncesantes triunfos, las muestras de acendrada sirnpatia que on Mx1c0 acababa de recibjr, Ia conflanza quc tenia en sus tropas, 4 todos y cada uno de cuyos soldados querla como a hijos, pues 0

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Episadios His1ric's Mxi:.iuos

habialos forrnado 6 irnbuIdo si.i arrojo militar; todas estas circuns. tancias juntas, le hicieron creer qua, nuevo César, su victoria no se retardaria sino at tiempo necesario para librar la primera accion. Dcjó, pues, a Pasuico at dla iS y so adelantó sobrc Cuautla con objeto de intentar un reconocimiento y elegir los puntos do ata quo; pero con gran sorpresa suya se vió de improviso atacado por • las tropas de Ia plaza, ganosas do habérselas con at famoso caudillo realista; tanto éste corno ci campcón insurgonte habian hecho n-ial sus cá[culos: uno y otro to esperabari todo do una sola acción: Ca. lieja esperaba ser dueño do Cuautla at siguiente dia, y at Sr. Morelos esperaba tambidn para la misma próxima fecha, encontrarse en camino de Mexico por efecto de su victoria sobre los realistas. Dejo an to de adelante Ia palabra at compadre Mascarilla: —No hablase aün disipado,—decia,—Ia nube do polvo levantada por at enemigo, cuando at Sr. Morelos, transfigurándosc A nuostra vista, gritó: —1Mi caballo! j Mi cscolta! A su puesto cada uno. —Señor,—exclamó Galeana,—;quC pretende usted? —Medir por ml niismo la talia do Calleja. —;Con solo la escolta?—observó D. Mariano Matamoros. —:Que Ic extraña a usted? Acaso, por to qua podernos distin. guir, acompana a Caileja otra cosa qua su escolta? iValc acasomzi3 la suya qua la mia? —Senor...—murmuró D. Leonardo Bravo sin atreverse a prose. guir. —Al menos, djonos usted acompanarle,—suplicO Galeana. —1)e ningün modo,—contestó at caudii!o,—seria demasiado honor para Callcja qua saliesc yo ai recibirie con todos mis jefes. —Señor... —Ni una palabra más. —Señor... —DCjeme usted, Galeana; s510 voy at Caivario a reconocer con mi anteojo a! enemigo. Nadia se atrevió a aventurar una nueva observación, y dando la voz do marcha, at Sr. Morelos saliO de Ia población tomando Ia carretera de Mexico. La nube de polvo levantada por los reaiistas desapareció enton

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ces: habianse detenido, pero por otras que a la distancia se aiza. ban, podia colegirsc que el grueso del ejército realista, 6 at menos su vanguardia, seguIa at general; pero tarnbién aquei!as nubes desaparccieron bien pronto dctrás de los matorrales. D. 1-Tcrmenegilclo Galeana, que de todo estaba pendiente, gritó entonccs: —Listo, vive Dios, todo el rnundo: ]as vanguardias enemigas se han eml)oscado en aqucUos matorrales; no ha podido verlas ci señor Morelos, pero, vive Dios, ml vista no me engaa. El Sr. Morelos continuaba mientras tanto avanzando a todo ci galooe dc los caballos de su escolta, que no pasaba de cien hornbres. Dc pronto Ilcg a nosutros Un ruido seco y breve: ci Sr. Morelos habia disparado una de sus pistoias: to conocirnos porque vimos cacr un enernigo y salir disparado ci caballo que montaba: s510 el Sr. Morelos podia haber disparado; era hombre que jarnás erraba un tiro. Dc detrás de los rnatorrales virnos entonces salir un relárnpagG y aizarse una inmensa bola de humo: unos segundos después sc escuchd la deto nacjón del cañonazo y en nuestra escolta Sc trastornó la forrnacjón: la bala habia abierto en sus filas un claro de cinco hornbres; ci fuego se hizo entonces general. —; A cilos!—gritó D. Hermenegildo, saliendo a su vez de la plaza seguido por doscientos soldados. La escolta de nuestro caudillo se batIa mientras tanto con desesperación, v sus hombres caiaij sin cesar, como heridos por ci rayo: aquello era horrible. Galeana no liegaba y el Sr. Morelos casi solo, distintamente to virnos, habIa sido envuelto por ci enemigo. nos cogen at general!—grito entonces con voz terrible fluestro atalava. A este grito res pondieron en Ia plaza miflares de bocas que Ian. zaban acentos de angustia y desesperación. Espantados del estrago causado por los realistas, los pocos soldados de Ia escoita que quedaron vivos dironse a la fuga, sin escuchar la voz del Sr. Morelos que decIa: T; Muchachos, no con-an, que por Ia cspalda no se yen las balas! Ln niornento rnas y todo se hubiera perdido, pero Ia fortuna estaba de nuestra parte v en ci instante en que un granadero echaba

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Episodios Históricos Mxica,,os

mano a las riendas del caballo del Sr. Morelos, D. Hermenegildo derramó las doscientas balas de ]as carabinas dc sus costeños sobre ci enernigo, y detuvo al caudillo qua en su ciego arrojo pretcndió resistirse exciamando: —;Mzis honroso es mont matando, qua entrar an Cuautla corriendo! El triunfo quedd pot nosotros: los realistas se retiraron despus de haber visto segar gran nümero de sus cabezas al espantoso machete suriano. D. Hermenegildo regresó a Cuautla trayendo coisigo al Sr. Mo. rclos, qua no fué por los suyos recibido con vitores ni aclamacio. nes, sino con mudas pero elocuentes protestas contra su temerario arroj o. —Tenéis razón, hijos mIos,—exclamó ci gran caudillo,—pero yo no podia presentanic a Caileja sino mi cara. Pero auello, con todo y el peligro descrito, no habia pasado de una simple escaramuza: lo bueno nos lo habia rcservado Dios para el siguiente dIa, miércoles i6 de Febrero. Apcnas amaneció, los ataiayas avisaron qua ci ej6rcito de Calleja, dividido en cuatro columnas, avanzaba sobre Cuautla, trayendo an ci centro la artilienia y la caballerIa an los flancos. Todos nos hallábamos an nuestro lugar: yo me encontraba con D. Hcrmcnegildo en la plaza de San Diego, D. Leonardo Bravo en Ia de Santo Domingo, y an la hacienda de Buena-vista D. Victor Bravo y D. Mariano Matamoros. Como si Ilevasen Ia seguridad del triunfo, los granaderos de Ca. lieja avanzaron como quien marcha an formación por la calla Real, situada al extremo norte de la ciudad, d hicieron alto frente a nuestra trinchcra de San Diego, enfilando sus cationes, qua al toque de ciarin hicieron fucgo, dando La senal de Ia acción: contestaron inmediatarnente los nuestros, y no se disipaba aun ci bumo, cuando pudimos sorprendernos del arrojo de los granaderos realistas qua se encontraban al pie del parapeto: Jos gnitos de iviva ci rev! eran lanzados casi an nuestro carnpo: D. J-Icrmcnegildo quiso entonces no ser menos an aqucilas demostraciones de valor, y sa!tó sobre la trinchera a tiempo qua igual cosa hacia ci coronel realista Sagarra, quien, conociendo a Galeana, disparó sobre ël su pistola a quema ropa: ileso milagrosamente quedd D. Hermenegildo y tomando la

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carabina del soldado mas próximo, apuntó a Sagarra, y Sagarra rodó del parapeto dejando en 61 La tapa de los sesos. Lanzándose entonces a vengar su rnucrte se presentó en ci lugar dcl comandante realista otro bravo hombre que montaba un magnffico cabailo blanco. Galeana dió La orden de fuego y ci jinete vino a ticrra mortalrnente herido: los soldados que seguian lanzaron una terrible imprecación de dolor, y tomando su cuerpo se retiraron con él: era ci conde de Casa Rul. Irnposiblc me es describir menudamente los detailes de aquel asaito: los realistas cargaban cada vez con más grande furor, y también cada vez y con niis grande furor los rechazabamos nosotros: ci piso temblaba a los golpes de Jos cuerpos muertos que sobre ci caIan: los lamentos de los heridos, las maldicioncs de los moribundos, sobre cuyos miembros pisaban espoleados los cabaIlos, competian en ci conjunto de su ruido con ci estrépito de Jos disparos de las piezas: algunas casas, 6 mejor dicho jacaics de zacate, ardlan y nos ahogaban con su humo: otras de mis sólida construcción, sin dejar por eso de set débiles fábricas, se derrum. baban sobre los zapadores realistas quc pretendIan penetrar en la plaza de San Diego, horadando las paredes divisorias: en alguno de estos casos hundIanse las azoteas arrastrando tras de si a los grupos de nuestros honderos que mataban i pedradas a los realis. tas. En otras partes no htbia tiempo para voiver a cargar los fusiles y se combatla a culatazos: por aquf D. Pablo Galeana nos des. embarazaha de los asaltantes, arrojándoies granadas de mano que estailaban con estrépito y ci famo3o Viño, ci primer cañon que tuvo ci Sr. Morelos, ametrallaba a la vez a amigos y enemigos, pues tal era Ia confusiOn en que envueltos Sc encontraban. El cornbate revestia los mismos horribles caracteres en otros puntos de Ia ciudad: los crueles, aunque denodados tamarindos ilegaron a apoderarse de una gran parte del recinto insurgente, Pero su jefe, D. Juan Nepomuceno Oviedo, que ellos ilarnaban ci amo, pot haber sido su admjnjstrador en La Hacienda de las Bocas, en ]as Irmediaciones de San Luis, cavó muerto en ci asalto, produciendo su desgracia, entre sus patriotas. ci misino efecto producido pot Ia del conde de Casa Rul entre Los suyos. Mientras uno y otto daban ejem10 de su natural, aunquc infor. tunado valor, ci brigaiir rz' otum• TONO I

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brado a cornbatir en Espana contra los franceses, se hacIa acreedor por su cobardia a quc Calleja le quitase ci rnando y le reprendiera pü hi i cam en te. Sis horas lievaba ya de duración aquel treniendo combate y aun Ia victoria PernaflecIa indecisa, cuando de pronto la VOZ de un infame ó de un traidor, gritó cerca de la trinchera de San Diego, punto principal del ataque: —jTodo se ha perdido, han derrotado a Galeana! Oh! lo que entonces !pasó no puede describirse: nadie supo ya lo quc sucedla, ci fuego se suspendió, las voces de entusiasmo enmudecieron, y los que en nuestro puesto nos conservábamos eramos arroliados por los que huIan sin saber de quién ni i dónde: los hasta entonces denodados defensores de nuestra trinchera, re• tiráronse a su vez de ella, obligando al capitán Larios a abandonar una pieza en ci momento mismo en que iba a dispararla, y los dragones realistas se posesionaban del punto abandonado, cuando un niño ilamado Narciso Mendoza, corre a la pieza cargada de metralla, Ic da fuego y causa horrible mortandad en los asaltantes que retroceden con espanto. D. Hermenegildo Galeana vuelve sobre Ia trinchera con tropas de refresco conducidas por el mismo Sr. Morelos, y por fin, ]as tres de la tarde, despuCs de tres asaltos, agotado el parque y muertos sus principales oficiales, Caileja da la senal de retirada, y sin que los irisurgentes tengamos ánimo de perseguirle va a situarse con sus diezmados batallones en La Hacienda de Santa InCs. Ap enas unos cuantos hombres rnenos fatigados que los demds, nos atrevemos a salir de Cuautla y adelantarnos por la carretera que vemos cubierta de heridos. No habiamos adelantado gran cosa, cuando Ilamó nuestra atención ci cadaver de un hombre coigado de un árbol cerca de una. choza al ]ado izquierdo del camino. Un papel blanco con gruesos caracteres manuscritos estaba prendido de sus ropas y decIa: cFusilado por traidor,. Pobre! ci cadaver era ci de un andaluz a quien llamábamos compadrc Currc'.

El Sr. Morelos le habia echado mario, aiiá al principio de su alzamiento, perdonándole, por inofensivo, la vida, y tomádole por

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criado; era ocurrente y chistoso por dernás, a nadie hizo nunca rnal, y vino a ser fusilado por orden de Caileja, su conipatriota. iBravas justicias hacIa el buen senor! XI

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La noticia del infructuoso ataque dado a Cuautia por ]as tropas de Cafleja, Ia recibiO ci virrey en los niomentos en que visitaba la Casa de monada y Apartado de Mexico, y a no haber sido porque la divuigaciOn del suceso podrIa haber ejercido una influencia fatal en Ia opinion pübiica, Venegas se hubiese apresurado a pubiicaria corno un medio de destruir ci ascendiente de su tcrnibie y odiado rival; los pormenores del desastre quedaron, pues, en ci mayor secreto posible, y ci parte de Calieja no vió la iuz en Ia Gaceta. Por primera vez en su vida, ci jefe cspañoi no se atrevió d deternhinar cosa alguna por sI mismo, y en la noche siguiente a la acciOn, IlarnO a junta a todos los principales jefes con ci fin de c onsultarles. La lecciOn habIa sido dernasiado fuerte para privar a todos y cada uno de altos de todo sentimiento de vanidad y orguho: la generalidad convino en la inutilidad de intentar un nuevo asalto con los pequenos elernentos rni!itares de que podia disponer un ejército formado para cornbatjr en canipo raso, y no para asaltar plazas iii aun medianarnente fortiticadas. Cuautla se hallaba en efecto en un regular estado de defensa, merced a ]a-.obras con tal fin emprendidas por D. Leonardo Bravo, durante la expediciOn del Sr. Morelos a Taxco y Tenancingo: no obstante, sus ligeras fortificaciones de nada hubiesen p0dd 0 servir, sin la muralla como hemos visto inexpugnable, formada por los pechos de las denodadas tropas insurgentes: éstas podian estim arse en unos cuatro mil hombres, pues aun cuando ci total de 103 encerrados en Cuautia fuese numeroso, la inmensa mayoria c arecIa de armas y de instrucciOn mititar, sj bien fueron muy Utiles para todos los trabajos que hubieron de emprenderse durantc ci Sitio: su artilleria era escasa, no pasando de unas diez y seis piezas de dtvei-sos c alibres. La ciudad estaba situada sobre una meseta liger amente elevada sobre los terrenos circunvecinos que formaban una especie de baj(o bastante hlano: at Oriente, entre la pob!aciOn y • _1I..

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Episodios Histórieos Mxicnos

las lomas de acatepec, y en ci fondo de un profundo cauce dc doscientas varas de ancho, se deslizaba con abundante y rápida Co. rriente ci rio, que nacia en las cumbres elevadas del majestuoso Popocatepet!: de su caudal surtiase una extensa atarjea construIda con rnurallones de marnposterIa de vara y media dc grueso, que al Ilegar a la hacienda de Buenavista, cu y a casa y ouicina se en contraban dentro de la pobiación, aicanzaba a una altura de doce varas: menos por ci lado del Poniente, i-odcaba al caserfo una tupida IInea d exuberantes bosques quc ostentaban en todo su esplendor Ia rica y maravillosa vejetacidn de la tierra caliente: la ciudad, cuya may or longitud era de media legua por un cuarto de anchura, estaba formada de pohrcs cdificios, en su mayor partc jacales, en medio de pequenas huertas con cercados de piedras: como de costumbre, en aquelios dias, sus rnás sólidos ediuicios cran las iglesias y capilias y las Casas Reales situadas en Ia plaza de Santo Domingo. Con Ufl mediano tren de batir, Cuautla hubiese quedado en pocos momentos destruida, a pesar y a despecho de todo ci heroismo de sus defensores. AsI lo comprendió la junta de ofIciales, y lo comunicó Calleja al virrey, diciéndole: Cuautla está situada, fortiiicada y guarnecida de on modo, que no es empresa de pocas horas, de poca gente y de pocos auxilios: exige on sitio de seis ü ocho dias, con tropas suficientes para diriir tres ataques y circunvalar un pueblo, que aunque su recinto ocupa dos leguas, puede reducirse a la tercera parte. Estas tropas neccsitan acopios de subsistencias, forrajes, algunos morteros, artillerfa de más calibre, on hospital do sangre en ci mismo paraje en que lo están las provisiones y forrajes, y quinientos ó seiscientos trabajadores. Conozco que todo esto exige gastos, tiempo y mucho trabajo, pero los talentos politicos y militares de V. E. compararán ]as ventajis que producen, con los males que de no hacerlo nos deben resuitar. Para evitar estas funestas consecuencias, Cuautia debe ser demolida, y si es posible, sepultados los facciosos en su recinto, y todos los efectos serán contrarios: nadie se atreverá en adelante a encerrarse en los pueblos, ni encontrarán otro medio para librarse de la muerte que el de dejar las arrnas.

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Si Cuautia no quedase dernoljda como Zit4cuaro, el eneniigo creerfa haber hailado un medio seguro de sostenerse: multiplicaria sus fortificaciones en parajes convenientes, en los que reuniria el inmenso nümero que de temor se Ic separa, y desde ellas intercepta. na los caniinos y destruiria los pueblos y haciendas: ]as pocas tropas con que contamos se aniquilarian, y Ia insurrección que se halia en su ültinio término, cundirla rIpidamente y tomaria un nuevo y vigoroso aspecto. Calleja se retiró at pueblo de Cuautlixto en espera de las resoluciones del virrey: desistiendo éste de su proyecto de atacar a Izicar al mismo tiernpo que a Cuautla, dió sus órdenes al brigadier Llano para que acudiese a reforzar ci ejército de Calleja. Para Llano esta orden fué la salvación, Si no personal, Si at menos de su honor. Dire par qué. En c umplirnjento de suprernas disposiciones, y at frente de lo que se tituió 'Ejércjto del Sur, compuesto de dos mil hombres, Llano se sitné frente a Jzücar en ci cerro del Calvario, y Cl 23 de Febrero a la una de Ia tarde, rompió ci fuego sobre la población, hacicndo a las tres de la tarde avanzar dos columnas, al mando la una del mayor D. José EnrIquez y la segunda de Francisco Caminero: dos escuadrones de caballerla formaban Ia retaguardia al niando del coronet D. Jos Antonio Andrade. Tan vigorosa fué la resistencia que el Padre Sanchez, Guerrero y Sandoval le opusieron, que Llano hubo de retirarse a su campamento del Calvario, despues de dos horas de infructuoso ataque; Ic repitió no obstante, at s iguiente dia 24, y no con mejor fortuna, pues fuC segunda vez rechazado Sin in convenjente obedeció en cOflsecuencja la orden del v1rre ' y ci 26 se puso en camino para Cuautia; pero ni aun m archarse en paz Ic dejaron los valientes sitiados en Izijear, que hicleron sobre CI un vivo fuego at tener a Jos realistas al alcance de SUs Parapetos, y no se lirnitaron a esto, sino que saliendo de la po. biacion, m otestáronle de tal modo en su retirada, que en la barranca de Ttavacaque hubo Llano de sostener una acción en regla con ci enemigo, Vj ndose precjsado a abandonarle un cañdn, cuya cu rena se inUtjljzd en a quellos dificiles pasos. dfa 29 de Febrero Llano lIegó al campo de Calteja, después d eEl haber segu!d O el djffcjly escabroso camino, que pasando por ci 'IL

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Epi.sodios Thslóricos Mexica,sos

rancho de Temascalapa y las haciendas de San Ignacio y Santa Clara, da vuelta al grandioso volcán del Popocatepeti. Aprovechãndose de la salida de Llano, y obrando por su propia cuenta, sin que de ello pueda resultar culpa alguna a los verdaderos caudillos insurgentes, un salteador y bandido liamado Vicente Gomez, mas conocido por un repugnante apodo conquistado mutilando bárbaramente a sus prisioneros, a los cuales no quitaba la vida, cayó el 25 de Febrero sobre San Martin Texmelücan, entrando en Ia población y cometiendo en ella los crueles actos a que le impulsaba su sanguinario instinto; poco duró no obstante alit, pues sabido en Puebla el suceso, salió dc ella con un corto destacamento el coronel D. Francisco Ordóñez, y Vicente Gómez huyO, prendiendo fuego a unas casas del pueblo y zi la hacienda de San CristObal. Con el refuerzo de las tropas de Llano y algunas municiones, pertrechos y auxilios quc Venegas le remitió, Calleja se decidió a emprender el sitio de Cuautia: EL JUEVES 5 DE MARZO DE 1812, puede decirse que comenzó el asedio, pues en dicho dia circunvaió ci ejército Ia plaza, situándose ci general en jefe al Poniente, en tierras de la hacienda de Buenavista y Llano al Oriente en las lomas de Zacatepec: Las trincheras (la descripción estã tomada del mismo Calleja), se abrieron a! Sur entre la derecha del general en jefe y la izquierda de D. Ciriaco Llano, a medio tiro de fusil de las baterIas enernigas: a! Norte, en el punto del Calvario, se construyó un fuerte reducto bien guarnecido con infanterla y artilleria, y en las lomas de Zacatepec, en ci centro de la divisiOn de Llano, se lcvantó otro para defender la caja del rio. Los intervalos de unos a otros de estos puntos, se cubrian con partidas de caballeria de veinticinco hombres de dIa y cincuenta de noche, y para la fadl comunicaciOn entre ellos, se abrieron de unos a otros caminos de veinte varas de ancho a tiro de fusil de Cuaut!a, atravesando suertes de cafa y echando puentes sobre los apant/es 6 canaics destinados al riego: se abriO tambiSn un camino en Ia quebrada 6 barranca liarnada del Agua hedionda, por correr por ella los derrames de un manantial azufroso, y en ci pueblo de Arneicingo, a la derecha de la barranca, acarnparon ci batailOn de Lobera y cscuadrOn de Puebla a las Ordenes del mayor D. José Enriquez: se puso en comunicación este punto con ci del Calvario por medio de un puente

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sobre ci rio, protegido por un fuerte espaldón: lo miSmo Sc hizo al Sur entre la derecha de Calieja s. izquierda de Llano, y asi quedo formada una linea de circunvalación de más de dos leguas, aunque con grandes intervalos entre los cuerpos que la defendian, por no bastar su nümero a guarnecer tan dilatado espacio. Al lado de la habitación de Calleja 6 en sus inmediaciones, se encontraban el alojamiento del cuartel maestre, los de Jos mayores generales de infanterIa y cabailerIa, los depósitos de parque, La proveedurIa y el hospital: forrnaban un semicirculo dando frente a la plaza y protegiendo los citados lugares, la columna de granaderos, ci batailón de Guanajuato, ci escuadrón de lanceros de Meneso, el batallón de la Corona, ci regimiento de caballerla de San Luis, los patriotas de San Luis, el regimiento de caballerIa de San Carlos, los escuadrones de lanceros de Zarzosa y Armijo y los de Mxico y Espafia. tJn camino de comunicación unla ci cuartel general con las baterfas de Buenavista y del coronet Gordoncillo Situado at Sur de Cuautla; otro cubierto iba de ella a Ia del capitán Murga, y a corta distancia alzábasc la trinchera construfda en ci camino de Coahuixia: detrás de La baterIa del capitán Murga se encontraba un espaldón para morteros, y siguiendo la linea de circunvalación, ci puente que daba acceso al campo de D. Ciriaco del Llano: en las faldas del Zacatcpec acampaban el batallón de Asturias, ci escuadrón de Tulancingo y ci batailón mixto: al otro lado de La barranca del Agua hedionda, y comunicados por un camino cubierto y próximo at pueblo de Amelcingo, estaban situados ci eScuadrón de los dragones de Puebla y ci batalldn expedicionario de Lobera, a cuyo cargo corrIan la ilamada baterIa de agua de Juchitcngo, y un espaidón para. la infanterla alzados a su frente: un Puente sobre ci rio desernbocaba en ci camino del reducto del Calvario en ci camino Real de Mexico y, protegido por un espaidón que sostenjan infantiles y artilleros, iba a terminar la lmnea militar en Ia habitacjón de Calteja. Tat era Ia disposicion dada por 103 realistas a sus obras de asedio, como mejor he podido describirlac para suplir la presencia dl piano respectivo.

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Episodios His?âricos Mexicanos

XII Aun no registra en sus páginas nuestra historia defensa más gbriosa que la que de Cuautla hizo ci Sr. D. José Maria Morelos; no debe, pues, extrafiarse que me extienda en pormenores sobre aquella monumental gloria de la independencia nacionab, cuyo relato debiera hacerse aprender de memoria a los ninos que asisten a nuestras escuelas, acostumbrándoles a pronunciar ci nombre de Cuautla, con la misma veneración que pronuncian los de Sagunto y Numancia, Gerona y Zaragoza. S610 un dIa y una noche, durante los cuales Llano y Calieja ocuparon sin excepción de individuo a todo su ejército, habIan bastado A los realistas pat-a emprender y terminar sus obras de asedlo. No habfan en verdad mostrado menor actividad los insurgentes en rnejorar las do su defensa, encaminadas más bien que a hacer inexpugnable la plaza, Jo cuai no era posible, a diticultar los avances del enemigo caso do quo intentase un nuevo asalto; en los quo Cableja diese estaban las ünicas probabilidades de victoria de los independientes: no pudiendo competir ni en nümero ni en ciementos con los realistas, qucrer batir a éstos en campo liano equivaiIa a Ilevar la pérdida por segura; asf lo comprendió Calieja que, con el fin do sacar al señor Morelos de la plaza, recurriO al ardid de hacer caer en manos del insurgente Larios una comunicación dirigida al virrey, participandole la perdida sufrida por sus tropas en ci ataque ci 19 do Febrero y la poco menos que absobuta escasez de municiones de su ejército. Todos los oficiales generales insurgentes se enteraron do la tal comunicación con inmcnso rcgocijo y ci entusiasmo de D. Hermenegildo fut tan grande, que propuso salir inrnediatamentc do Cuautla y atacar a Caileja en su campo, dándole desde luego pot destruldo: sus camaradas opinaron del mismo modo y todos con-fan a ceñirse sus espadas y tomar sus cabalbos, cuando la voz del señor Morelos les detuvo, impidiéndoles salir. Grande fué la sorpresa que les causó aquel quo ellos suponIan acto de debilidad, y con mayor asombro todavIa se convencieron

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del talento prodigioso del caudillo, que les hizo ver La asechanza tendida a sus valientes enemigos pot ci astuto y pérfido realista. Su prodigiosa vista fué tat, que algunos dIas después los sitiados surtian su rnaestranza con los fragmentos de Los innurnerabies proyectiles que los sitiadores hicieron hover sobre Cuautla. El entusiasrno de los habitantes de ósta era extraordinario; todos contribufan ó con rnaterialcs 6 con su trabajo personal a La construcción de las fortificaciones de la casa y oficinas de la hacienda de Buenavista, en cuyos terrenos acampaba Calleja, y a la formadon del reducto que frentc al carnpo de Llano unia un platanar con la orilla derecha del rio: de las plazas de San Diego y Santo omingo se formó un fuerte recinto circunvalado pot cortaduras, parapetos y baterias amerlonadas, guarnecidas en to posibie con las piezas de que disponian; todos, Jo repito, tomahan parte en estas obras, hombres, mujeres y niños: con los üitimos se habf a formado una compania infantil, que se titulaba CompanIa de los emulantes Era su capitan D. Juan Nepomuceno Almonte, hijo mayor de D. Jost Maria Morelos, amante entonces, corno su propio padre, de su patria, por más que aun fuese un pequeftuelo. El muchacho era listo y simpático por demás, y tat su penetración, que puede decirse que veIa las intenciones y deseos de los hombres con solo verles ci rostro, razón por La cual Ia sencilla gentc suriana le Ilamaba ci zdivino, y Ic adoraba pot valiente y por hijo de su general; los infantiles militares hallábanse perfectamente instruidos en su arte, y era cosa de morirse de gusto, ci verbs rnaniobrar ante la casa, habitaciOn del general, armados todos con carabinas de cabailerIa y pequeflos sables. En una ocasiOn estos muchachos se empenaron en un ataque que sostenjan los sitiados contra los realistas, y enredándose a los pies del caballo de un granadero, le sorprendieron de tat modo que le hicieron dar en tierra y se apoderaron de su persona después de desarmado y Ic metieron en triunfo a la plaza: el Sr. Morelos perdono at granadero y le dejO en hibertad: pero 61 no quiso marcharse y fut en Lo de adelante uno de los defensores de Cuautia. Quiso no obstante el caudillo castigar ci temerario arrojo de ha Comañta de e,nujantes y dispuso que su capitán quedase arrestado Y d eten:dos en una s:ila de D. Francisco Cardoso y Padilla, alcai1 4 dedela carce,, ulez y ocho de los niftos mas traviesos.

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El pequeno capitán tornO muy a mal tanta severidad y amante

padre de sus diminutos soldados reuniO a los más decididos que

quedaban libres y subiéndose- a la azotea de la casa del alcaide, por medio de reatas que echO a los prisioneros sacó cuatro de ellos, pero a punto de ser descubierto antes de haber podido salvar a los catorce restantes, tuvo con mucho pesar que dejarlos abandonados a su suerte. Esto dió motivo a que el alcaide rindiese al general ci siguiente parte: