El Ser y Quehacer Del Sacerdote Diocesano

EL SER Y QUE HACER DEL SACERDOTE DIOCESANO El ministerio pastoral del sacerdote, un carisma al servicio de la comunidad.

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EL SER Y QUE HACER DEL SACERDOTE DIOCESANO El ministerio pastoral del sacerdote, un carisma al servicio de la comunidad. En la vida de la Iglesia, el Espíritu se manifiesta de diversas formas a través de variados carismas para el ejercicio de los ministerios que necesita la comunidad para el desarrollo y el cumplimiento de la Misión que el Padre le encomendó a Jesucristo su Hijo. El texto de San Pablo a los Corintios en el capítulo 12 es profundamente iluminador. Esa diversidad de carismas se ha manifestado, a lo largo de la historia de la Iglesia desde sus inicios, con una gran variedad de acciones e iniciativas apostólicas para trasmitir la Buena Nueva del Reino. Sin embargo San Pablo también habla del orden que debe haber en el ejercicio de estos carismas. En primer lugar, dice, los apóstoles. A ellos se les ha enviado directamente a anunciar la Buena Nueva, les toca ser cabeza, asumir la tarea del Pastor que va adelante para cuidar, para ver el camino, para orientar hacia buenos pastos. El presbítero debe tener conciencia de que participa de esta tarea apostólica, como lo entendía San Agustín: "con ustedes soy cristiano, para ustedes soy obispo; lo primero es motivo de gozo, lo segundo de preocupación." Las Órdenes y Congregaciones, carismas para responder a una situación concreta Esta tarea sacerdotal está ciertamente condicionada por las necesidades de la comunidad. La elección de los diáconos, narrada en los Hechos de los Apóstoles, es un ejemplo de la respuesta suscitada por el Espíritu para compartir las responsabilidades de servicio pastoral. Las Órdenes y Congregaciones religiosas han nacido también como respuestas del Espíritu para que la Iglesia atienda al Pueblo de Dios en sus circunstancias y necesidades históricas concretas. Algunas de estas necesidades de orden interior; otras de asistencia a sus necesidades materiales, desarrollo, salud, educación, pero unas y otras son fruto de la condición humana, necesitada de amor. De esa forma nació la Orden Franciscana, Benedictina, Carmelitas, Agustinos, Jesuitas, Mercedarios, etc. Es una interminable lista que aún no termina de hacerse porque siguen floreciendo nuevas congregaciones acordes a las necesidades de este tiempo. Cada Orden o Congregación suele hablar de su carisma, de su espiritualidad, de su identidad fruto de la experiencia de su fundador ante el Evangelio y la vida. La visión del fundador marca de alguna forma el trabajo de quienes pertenecen a determinada Orden o Congregación. Desde la identidad, el carisma y la espiritualidad se alimenta la mística de distintas formas externas o internas que se convierten también en signos de su pertenencia a su comunidad religiosa. Cuando la identidad está muy definida y el sentido

de pertenencia es profundo; hablan con orgullo de su pertenencia a su Congregación. Escuchamos que responden inmediatamente: soy salesiano/a; soy Jesuita; soy Benedictino/a. soy Oblato/a; soy Dominico/a.

El Carisma del Sacerdote Diocesano. Sin embargo, el sacerdote diocesano da muchas veces la impresión de que no tiene claridad en su propia identidad. Ciertamente es sacerdote como todo sacerdote de cualquier orden o congregación religiosa. Pero, ¿cuál es su identidad, su carisma, su espiritualidad? Como se expresa, se alimenta y se vive la mística de la vida diocesana. En qué o en quién se finca el sentido de pertenencia, del que debe expresarse con alegría. Hay que reconocer que no hemos trabajado mucho en asimilar y asumir el carisma diocesano, pues, como es entre nosotros la expresión mayoritaria de la vida sacerdotal, se da por supuesto su comprensión desde el quehacer diocesano. En los lugares donde la presencia de sacerdotes religiosos es la más visible, los sacerdotes diocesanos son comprendidos como los que dependen directamente del obispo. Casi podía decirse que su definición, para algunos, es desde la afirmación de que el sacerdote diocesano es "aquel que no es religioso". Si el carisma es un don específico al servicio de la comunidad, ¿cuál es el servicio específico que la comunidad necesita y espera del sacerdote diocesano? El sacerdote diocesano comparte de una manera directa e inmediata el ministerio del Obispo en lo que toca a la atención de la Iglesia particular en un determinado territorio. Este ministerio está en función de presidir la comunión y animar la acción pastoral en nombre de Cristo de una forma integral. En consecuencia podemos decir que el carisma del sacerdote diocesano es servir particularmente a la comunión de la Iglesia, en el territorio diocesano, ordinariamente desde la parroquia, para que ésta pueda ejercer su misión evangelizadora de forma integral. Características del Carisma Diocesano. En el ejercicio de este carisma está el convocar, animar, promover e impulsar todo lo que se refiere a la vida de comunión en su territorio parroquial para fortalecer la vida comunitaria, eclesial, y desde ahí integrar a su comunidad parroquial con la comunión diocesana. Este carisma supone pues capacidad humana de convocatoria y coordinación; al mismo tiempo que discernimiento de los demás carismas para integrarlos en la acción común de su comunidad parroquial.

El sacerdote diocesano no puede orientar su preferencia pastoral por un grupo exclusivamente, puesto que le toca fortalecer la vida de la comunidad como lo hace el padre de familia que atiende y entiende a todos sus hijos en diferentes situaciones ayudándoles a que mantengan la unidad para bien de ellos y de toda la familia. Sin embargo necesita tener una claridad en el horizonte hacia el que debe orientar el caminar de la vida de sus feligreses. Horizonte compartido desde la visión diocesana. Su identificación con el proyecto pastoral de la Diócesis y su relación con las instancias diocesanas le permiten avanzar en la misma dirección aunque a veces a diferente ritmo, según las circunstancias concretas de la comunidad parroquial. Diferencia con el carisma de las Congregaciones Aquí encontramos una diferencia con el trabajo de quienes pertenecen a alguna Congregación u Orden religiosa. Ellos ofrecen el anuncio evangelizador preferentemente a un grupo específico para el que se han capacitado: sea en el campo de la educación, la salud, la migración, la juventud, etc. Desde ahí colaboran a la edificación del cuerpo. Sin embargo también se les llega a confiar el cuidado de parroquias y deben, en ese caso, sin descuidar su carisma, asumir la vida diocesana con todos sus proyectos. Discernir y buscar respuestas pastorales. Así como al Obispo le toca ver la realidad de su diócesis, discernir sobre los carismas necesarios para la atención pastoral y cuidar que éstos se coordinen correctamente para que no haya acciones desvinculadas o paralelas; de la misma manera al sacerdote diocesano, sobre todo en su condición de párroco, le corresponde ver la realidad parroquial, discernir y buscar las diversas respuestas pastorales adecuadas a las necesidades; orientándolas todas al objetivo común del plan parroquial de pastoral. Sin visión común y sin objetivo común todas las acciones corren el riesgo de estar desvinculadas e incluso en conflicto. Reconocer las diferentes necesidades del pueblo de Dios, que peregrina en su parroquia; y discernir para reconocer los distintos carismas al servicio de este mismo pueblo es parte del carisma propio del sacerdote diocesano. Amplia visión pastoral, fruto del conocimiento de la realidad socio-pastoral de la parroquia; intenso discernimiento evangélico personal y comunitario, fruto de su contemplación de la acción y la palabra de Cristo; y, habilidad para fortalecer la comunión, desde la coordinación de los diversas tareas pastorales, que debe impulsar en su parroquia, son elementos indispensables para vivir el carisma del sacerdote diocesano. La coordinación es parte importante de su ministerio específico. De ahí la necesidad de capacitarse para ejercer mejor esta función. Fortalecer la comunión en el presente para construir el futuro.

El sacerdote diocesano está llamado a entregar su vida en un territorio concreto, la parroquia como parte de la Iglesia particular diocesana. En ese territorio hay diversidad de carismas y necesidades; hay pluralidad de pensamientos y visiones; hay diferencias culturales, sociales, económicas, políticas; hay en ocasiones enfrentamientos dolorosos al interior de la comunidad. El sacerdote diocesano por su misión al frente de la comunidad está llamado a fortalecer la comunión y convocar a quienes se han alejado, a buscar la unidad respetando las diferencias. A él le toca ayudar a discernir sobre los diversos carismas que existen en la comunidad para que puedan ser puestos al servicio común, como signos del amor de Dios. Este carisma, como todos los carismas, está puesto al servicio del Reino con una visión escatológica. Se trata de trabajar en el presente para construir el futuro en un doble nivel; el futuro inmediato de la comunidad por la transformación de las condiciones de injusticia, mentira, egoísmo y muerte, en realidades que reflejen la justicia, la verdad, el amor y la vida en el entorno social de la parroquia. Aunque también con la conciencia, desde la fe, que esta tarea será permanente hasta que lleguemos a la plenitud del Reino, cuando todo se consume en Cristo y, como lo dice la Escritura, alcancemos un "cielo nuevo y una tierra nueva" (Ap 21,1). La identidad del sacerdote diocesano. La identidad depende en primer lugar, como en cualquiera que ha sido ordenado para el presbiterado, de la conciencia que tiene de su identificación con el sacerdocio ministerial de Jesucristo. Esto debe ser resultado, no sólo de una sólida formación teológica, sino de la experiencia personal de fe y de encuentro con el Señor Jesús, a lo largo del camino que ha recorrido hasta su ordenación y que sigue recorriendo en su ministerio sacerdotal. Si no hay un cuidado en estos aspectos hay muchos riesgos de perder la misma identidad. En un mundo en el que crece el relativismo y aún el desconocimiento de los roles y valores fundamentales de la persona humana, no es difícil desconocer la misma identidad cristiana y lo que de ella se deriva. En esas circunstancias da lo mismo ser laico que sacerdote y llegamos a descuidar fácilmente la función que, por la naturaleza de nuestra consagración sacerdotal, nos corresponde. El otro elemento de identidad lo da la pertenencia directa a la Iglesia Diocesana. Es ella la que nos pide un estilo de vida sacerdotal y una referencia constante a la comunidad diocesana y a su caminar pastoral. Este elemento de referencia nos lleva a vivir la fraternidad sacerdotal en las instancias diocesanas: parroquias, decanatos, comisiones... Ahí está la voluntad de Dios, manifestada a través del obispo, a quien le hemos prometido obediencia. Impulsar el trabajo con alegría en estas instancias, al mismo tiempo que hace

más visible el amor por su Iglesia particular, manifiesta más claramente su carisma y su identidad diocesana. La identidad con la Diócesis crece cuando hay un mayor y mejor conocimiento de su historia, de sus logros y dificultades, pues de esa manera el trabajo pastoral se realiza como un paso más del caminar que tiene un pasado inmediato y remoto en el que Dios se ha manifestado de muchas formas. El conocimiento de la historia diocesana nos ubica en el presente, agradeciendo el pasado y mirando con esperanza el futuro (cf.NMI 1). Pero también es necesario reconocer nuestro presente. ¿Quiénes somos? ¿Cuántos somos? ¿Cuáles son los desafíos actuales? ¿Cuáles son nuestros logros y cuáles nuestros límites? El sacerdote diocesano está llamado a conocer cada vez mejor y más ampliamente la realidad actual de su diócesis, como el religioso la de su congregación, para identificarse mejor con ella, a fin de responder más eficazmente con su trabajo a lo que pide su ser diocesano. La mística diocesana Tener el carisma diocesano supone alimentarlo con una mística que le permita vivirlo cada día con gratitud, hacerlo crecer y gozar su ejercicio ministerial. Esta mística se debe sostener y manifestar con una espiritualidad propia de la vida diocesana; entendiendo por espiritualidad el estilo característico de relacionarnos con Dios, de seguir a Jesucristo, desde nuestra forma particular de vida. Contemplación de la realidad socio-pastoral La vida de la Diócesis, inmersa en el amplio campo de la realidad social y pastoral es la que debe alimentar la mística del ministerio diocesano. La actitud contemplativa del sacerdote diocesano lo lleva a ver el conjunto de la realidad de su Iglesia particular como un espacio de diálogo permanente con el Señor sobre los desafíos que se le presentan para que el Evangelio se haga Buena Noticia concreta en su comunidad parroquial. Sin conocimiento de la realidad cambiante permanentemente, en su conjunto, no hay retos valederos ni comprensión de los signos de los tiempos. La disponibilidad para entender los signos de los tiempos que se manifiestan en el conjunto de los distintos sectores humanos de su comunidad: niños, jóvenes, adultos, ancianos, pobres, ricos, empleados, empresarios, indígenas, mestizos, presos, enfermos, desempleados, madres solteras, matrimonios, familias, etc. Estos signos también se manifiestan en las coyunturas sociales, políticas, económicas, religiosas, culturales, educativas, de todos esos sectores de su comunidad. Así como los análisis diocesanos no pueden parcializarse, deben ser del conjunto; así también la visión del sacerdote diocesano que alimenta la mística de su ministerio debe ser del conjunto para tener la visión global aplicada a la realidad de su comunidad.

Disponibilidad a la Palabra y al Magisterio. La misma actitud que se da frente a la visión de la realidad, como alimentadora de la mística diocesana, se da también en la contemplación de la Palabra de la Escritura y frente al Magisterio. Pues si el trabajo del sacerdote diocesano lo lleva a atender una vida comunitaria con diversos aspectos, a través de una pastoral de conjunto, no puede tampoco parcializar su visión de la Palabra o del Magisterio. Necesita un conocimiento amplio y constantemente actualizado para que, desde la fidelidad a la integridad del Evangelio y del Magisterio, pueda iluminar el amplio y complejo conjunto de realidades en las que se desenvuelve la vida de su comunidad. Capacitación pastoral Su mística se fortalecerá con el estudio y la formación permanente, teniendo muy en cuenta, las necesidades personales para crecer en la capacitación pastoral que le permita atender mejor a su comunidad como sacerdote diocesano, al que se le encomienda muy particularmente coordinar la vida pastoral de la parroquia para atender a todos los fieles laicos y laicas de su territorio. La coordinación del trabajo pastoral para fortalecer la vida de comunión en su parroquia, teniendo como criterios la convergencia, la complementariedad y la corresponsabilidad de toda la comunidad, será también un importante elemento retro-alimentador de su mística diocesana. Hará comprender a todos los distintos grupos y agentes de pastoral, incluidos religiosos y religiosas que trabajan en su parroquia, que su labor es importante porque complementan la pastoral integral, pero que debe converger a un objetivo común que les permita a todos sentir la responsabilidad compartida desde su trabajo específico. De esta forma se supera más fácilmente cualquier dificultad de integración o coordinación que limita, en algunos casos, la comunión. Oración atenta a la realidad diocesana. Su oración personal vibrará siempre en sintonía con el conjunto de las realidades que le rodean, tratando de pedir al Señor la luz necesaria para comprender y discernir sobre los acontecimientos y la voluntad del Señor para él y para la comunidad. Su oración comunitaria, sobre todo en la liturgia Eucarística, será el momento de poner ante el Señor las inquietudes de su comunidad en los diversos campos socio-pastorales que deben ser atendidos, en el nombre de Cristo, por la misma comunidad parroquial. Pero sobre todo su oración será una contemplación cotidiana de la persona de Jesucristo, Buen Pastor, en sus actitudes humanas y en su preocupación permanente por atender todas las necesidades de las personas que le salen al encuentro: leprosos, ciegos, publicanos, pecadores, fariseos, pobres y ricos, sabios e ignorantes. A cada uno le presenta la opción del Reino como la posibilidad de liberación y de felicidad total. Esa

contemplación de Jesucristo nos llevará a especializarnos en todos. Es decir, nos ayudará a ver la comunidad como una gran familia, en la que debemos ser el eje que permite que nos ayudemos mutuamente para cumplir juntos la voluntad del Padre: vernos como hermanos y transformar este mundo, dañado por el mal, en un mundo conforme a los valores que Cristo nos entrega con su muerte y resurrección: paz, justicia, verdad, amor y vida en plenitud.

Santo Domingo Tehuantepec. 20 de Enero de 2013. + Oscar A. Campos Contreras Obispo de Tehuantepec