El Poder de La Seduccion

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Giuditta Conti

El poder de la seducción Como el corazón de un proxeneta, Giuditta es negra de pelo, negra de ojos, ¿negra de alma?, y, por su manera de mirar, negra de intenciones. Se dice que los hombres tenemos manía –manía persecutoria– a las mujeres. Hacemos chistes sobre ellas, hacemos frases sobre ellas y hacemos lo que podemos sobre ellas. Que muchas veces no es mucho. 92

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s la eterna lucha entre el perseguidor y el perseguido, hombre o mujer, aunque nunca se sabe bien cuál es uno y cuál es otro, pero, eso sí, siempre da la casualidad de que al final de la carrera el hombre suele estar más fatigado, sobre todo si en esa carrera participa un ejemplar de tus características, Giuditta. Tú, que, no sé por qué, perteneces al llamado sexo débil. Pero, queridos amigos que me estáis leyendo, observad la potencia, la fuerza, el irresistible empuje que mana de su figura. Se distorsiona, descompone el esqueleto y la lógica armonía de todo su conjunto, para darnos una muestra de lo que hará

Su mirada fija es el preludio de una lucha entre unas sábanas, tras una puerta o bajo la hojarasca del monte

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De su figura mana potencia, fuerza y un irresistible empuje

contigo si tú te dejas. Esa mirada fija a tus ojos es el preludio de una lucha incruenta entre unas sábanas, detrás de una puerta o bajo la hojarasca del monte en otoño. Y ahí sí que es donde el hombre tiene todas las de perder. Porque lo que pierde al hombre es el hambre. El hambre de carne humana, suave y tierna, cálida y escurridiza, con olor a sudor de primavera. Y ésa es la eterna lucha, el antiquísimo problema, la inacabable disputa. ¿Quién caza y quién es cazado? Normalmente es el hombre el que sale de caza, y normalmente es el hombre el que regresa entre redes. Pero vuestra habilidad es tanta, Giuditta, lo sabes bien, que os tornáis en corderitos indefensos con balido infantil para que el macho, una vez más, pueda demostrar su poderío, su irresistible dominio y predominio. Y ésa es la ley del juego. A través de los años, los siglos, las etnias y todas las habitaciones del mundo, el hombre ha sido y será el señuelo que lo convierte en el cazador cazado. Amor y sexo van de la mano. Sobre todo uno de los dos. Y la batalla llegará cuando así lo disponga el deseo masculino, con la caritativa concesión del reino femenino. Pero también no deja de ser cierto que cuando el hombre se ve engañado, siente el placer seudomasoquista de jugar a la víctima. —Giuditta, no sé si eres verdad o mentira, pero no importa. —Con eso contamos. —Gustas y excitas, que es tu norte. —Y el de toda mujer que pueda jugar con el lobo. —Son los pechos lo que más enseñas. —Es de los pechos de lo que más se aprende. —Y de lo que uno no se desprende. —Sois tan niños... —Será por eso. —Dan ganas de acunaros. —Bueno, siempre que la cuna sea suficiente. —Toda cuna es suficiente. —Y todo lo que llevamos dicho.

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JOSÉ LUIS COLL 96

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