El Poblamiento Parroquial en Santander en tiempos de la colonia

EL POBLAMIENTO PARROQUIAL EN SANTANDER EN TIEMPOS DE LA COLONIA Por: Roger Pita Pico1* Resumen El poblamiento en Santa

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EL POBLAMIENTO PARROQUIAL EN SANTANDER EN TIEMPOS DE LA COLONIA

Por: Roger Pita Pico1*

Resumen El poblamiento en Santander durante el siglo XVIII estuvo marcado por la erección de una gran cantidad de parroquias, formadas bajo el impulso del crecimiento demográfico de blancos y mestizos. La consolidación de estos poblados respondía a la intención del gobierno español por reforzar el control sobre sus vasallos. Durante este proceso fue notoria la influencia de la Iglesia y de las necesidades de adoctrinamiento, además del mancomunado compromiso económico de los vecinos para organizarse administrativa y políticamente. El interés de los parroquianos en ascender de categoría le imprimió una especial dinámica al desarrollo social y económico de este territorio. Palabras clave: parroquias, poblamiento, período colonial, Santander, blancos, mestizos, desarrollo urbano.

* Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de Historia, Correo electrónico: [email protected]. Fecha de recepción: 4 de octubre de 2011; fecha de aceptación: 25 de noviembre de 2011.

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THE LOCAL POPULATIONAL ESTABLISHMENT IN SANTANDER IN TIMES OF THE COLONY Abstract The populational establishment in Santander lived in the XVIII century was marked by the formation of a great quantity of counties, thanks to the impulse of the demographic growth of white and racial mixture. The consolidation of these towns responded to the intention of the Spanish governments to reinforce the control on their vassals. In this process it was notorious the influence of the Church and of the indoctrination necessities, besides the joint economic commitment of the neighbors to be organized administrative and politically. The interest of the local in ascending of category printed it a special dynamics to the social and economic development of this territory. Key words: Populational establishment, whites, racial mixture, urban development, Santander, Colonial period.

Las jerarquías del poblamiento español Ante la estructura de asentamientos dispersos acostumbrados por las comunidades indígenas, las ordenanzas de poblamiento contempladas por la Corona en 1573 instituyeron desde muy temprano un modelo que perseguía concentrar y reunir vasallos en torno a núcleos urbanos, emulando el mejor estilo de las ciudades europeas de la época. Claro está que tal pretensión iba un poco en contravía de una sociedad que aún era prácticamente rural. De todas formas, se impuso en el Nuevo Reino de Granada un modelo de poblamiento hispánico de corte jerárquico, basado en la delimitación clara y excluyente de dos “repúblicas”. Por un lado, los pueblos de indios, y por el otro, el conjunto de ciudades, villas y parroquias que agrupaban al blanco y al mestizo. Era indiscutible que esta estructura vertical de poblamiento tenía el explícito propósito de marcar una diferenciación social entre los asientos blancos y los indígenas. Estos últimos quedaban supeditados a los primeros, sirviéndoles y proveyéndoles recursos. La jerarquía también regía al interior del sistema de poblamiento blanco, de tal modo que la ciudad era la cúspide a la que podía llegar asentamiento alguno, lo cual le confería además la posibilidad de ser capital de provincia. Sus vecinos gozaban de privilegios y honores especiales.

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Las ciudades también eran centros de la administración colonial. Gobernadores, regidores, alcaldes, encomenderos y demás funcionarios residían allí ostentando las riquezas y excedentes económicos. En sus comienzos, estaban habitadas fundamentalmente por blancos españoles que debían satisfacer ciertos requisitos para obtener tal categoría, lo cual les concedía expresa preeminencia en el protocolo. A diferencia de las ciudades de la Conquista que se fundaron con tranquila libertad de escoger el sitio más idóneo2, las parroquias y villas surgieron en territorios en donde ya existía amplia presencia social: resguardos indígenas, trapiches, hatos ganaderos y haciendas. Por tal razón, el lugar geográfico no era siempre el más adecuado, esto se comprueba en el caso del nororiente neogranadino —que comprende una buena parte de lo que hoy se conoce como departamento de Santander— en donde se erigieron pueblos de libres en empinados cerros y escarpados terrenos, todo en medio de una compleja interacción entre blancos, indios, mestizos, mulatos y negros. Tal como lo indica el historiador Jacques Aprile-Gnisset, allí se abrió paso a un singular modelo de asentamiento: […] nace en la región un urbanismo de laderas comunicando residencia y trabajo integrando el recinto de vivienda a la plástica natural del ambiente agreste, y de paso se rompe la hegemonía de la plaza como elemento único de composición de la estética. Con las perspectivas de las vías pendientes abiertas hacia el paisaje se acaba la visión hacia adentro y exclusivamente centrada sobre la plaza y la iglesia3.

La población blanco-mestiza fue sin lugar a dudas la verdadera propulsora del poblamiento. Su vertiginoso crecimiento demográfico y las bondades económicas de la zona hacían propicia la migración hacia nuevas tierras. Prueba de esta diáspora en el siglo XVIII fueron los vecinos de San Gil y Oiba que aventuraron vida en la localidad de Barichara y Confines, mientras que los de Aratoca hicieron lo propio en San Vicente de Chucurí4. Las villas eran por lo general ejes de una economía regional que mantenían otras diferencias con las ciudades de Conquista puesto que no representaron una concentración de soldados y funcionarios que aferraban su poderío en 2



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Ejemplos de estas primeras fundaciones son las ciudades de Santa Fe, Tunja y Vélez, entre otras. Jacques Aprile-Gnisset, La ciudad colombiana (Bogotá: Biblioteca Banco Popular, 1991), t. I, 484. Ángela Inés Guzmán, Poblamiento y urbanismo colonial en Santander (Bogotá: Universidad Nacional, 1987), 87-88.

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títulos nobiliarios y encomiendas. No obstante, su fundación requería previa anuencia del Rey, estaba precedida además de un largo y dispendioso proceso que exigía a los vecinos proponentes no pocos esfuerzos y diligencias en Santa Fe y en la propia España. Algunas de las ventajas que obtenían eran: eliminación del cobro de la alcabala durante los primeros veinte años de fundación, contribución del gobierno central para edificar el templo, pago de diezmo al párroco, autonomía para ejercer poder político-administrativo y de justicia en la jurisdicción5. Básicamente, estaban compuestas por campesinos blancos y mestizos excluidos de los privilegios que en décadas anteriores gozaron los primeros españoles, pero que, ahora solidariamente juntaban sus intereses en torno a un propósito organizativo. La primera población en merecer tal distinción en el marco geográfico que nos ocupa fue San Gil hacia el año de 1689. Le siguió El Socorro, gracias al inusitado crecimiento demográfico y desarrollo económico que experimentó en el siglo XVIII, hasta el punto de convertirse en una de las localidades más prolíficas del Nuevo Reino de Granada. No obstante, para acceder a tal categoría debió afrontar un largo pleito jurídico que duró casi un siglo. Pero, quizás el principal resultado del irrefrenable mestizaje vivido en Santander, y que de hecho marcó la diferencia con otras latitudes, fue el desarrollo del modelo de poblamiento parroquial, cuya mayoría estaba representada por la creciente capa de mestizos y blancos pobres que lograron asiento debido a los impedimentos que tenían de arraigarse en los pueblos de indios y cuya precaria condición social “solo les permitía llegar hasta los arrabales de las ciudades y villas establecidas”6. En este caso, se puede afirmar que la fuerza del mestizaje condujo a nuevas dinámicas de poblamiento urbano. Ante las trabas y engorrosos requisitos exigidos para constituir villa o ciudad, la parroquia fue entonces una opción válida que iba acorde a las políticas urbanas y a las condiciones fiscales del momento. Para el gobierno virreinal, el levantamiento de este tipo de aldeas no le acarreaba demasiados afanes fiscales puesto que la construcción de la iglesia y la casa cural, la dotación del templo, el pago de congrua y el predio para establecer la trama urbana, eran gastos que corrían a cargo del conglomerado de vecinos

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Amado Antonio Guerrero Rincón, La provincia de los Comuneros: orígenes de sus poblamientos urbanos (Bucaramanga: Ediciones UIS, 1997), 32. Amado Antonio Guerrero Rincón, La provincia de Guanentá: orígenes de sus poblamientos urbanos (Bucaramanga: Ediciones UIS, 1996), 41.

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interesados en el proyecto. Las cofradías y hermandades bajo la advocación mariana y de los santos patrones coadyuvaron en cierto sentido a alivianar las costas que conllevaba el proceso. La irrupción más fuerte de esta clase de poblados tuvo lugar en el siglo XVIII. En el cuadro 17 se observa cómo 39 de las 55 entidades parroquiales contabilizadas hasta 1819 nacieron durante este lapso de tiempo. Si nos introducimos en un análisis más pormenorizado, se deduce que un poco más del 80% se ubicaron en la segunda parte de esta centuria, lo que obedeció en gran medida a la drástica reorganización poblacional aplicada por el fiscal Francisco Antonio Moreno y Escandón. Cuadro 1. Cronología de las fundaciones parroquiales Fundación

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No.

Siglo XVII

Málaga, Socorro, Suaita

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Siglo XVIII

Piedecuesta, Cepitá, San Andrés, Concepción, Barichara, Aratoca, Molagavita, Enciso, San Miguel, Macaravita, Carcasí, Matanza, El Cerrito, Pinchote, Mogotes, Valle de San José, Simacota, Páramo, Onzaga, Chima, Confines, Ocamonte, Guadalupe, La Paz, Aguada, San Benito, Güepsa, Guavatá, Gámbita, Jesús María, El Pedral, Zapatoca, Puente Real, Bucaramanga, Suratá, Charalá, Cincelada, Oiba, La Robada*

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Siglo XIX** *

Parroquias

Rionegro, Floridablanca, El Palmar, Chipatá, Cite, Las Flores, San José de Miranda, Encino, Curití, Cabrera, Palmas del Socorro, Guapotá, Capitanejo

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Hoy conocido como municipio de Galán En esta centuria solo entran en consideración las fundaciones efectuadas hasta 1819

Los curas y alcaldes fueron sin duda las autoridades más visibles de estos emergentes centros urbanos. Allí la vida social giraba en torno de las misas dominicales, los días de mercado y las fiestas cívicas y religiosas. Desde luego, se respiraba en estos espacios un ambiente mucho más apacible y coloquial. La prosperidad agrícola y artesanal evidenciada en esta región 7

Este cuadro fue levantado con base en la información contenida en los seis libros sobre poblamiento urbano de las provincias de Santander, publicados por la Escuela de Historia de la UIS.

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confería a los vecinos cierta holgura y tranquilidad a la hora de encarar el reto de la organización política y administrativa. Hacia 1763, el cura Basilio Vicente de Oviedo ya anotaba cómo las nuevas parroquias eran mejores y más populosas que algunas de las más antiguas ciudades. Para ello, expuso como ejemplo demostrativo a Socorro, Charalá, Tequia, Simácota y Mogotes, entre otras más8. A su vez, don Eloy de Valenzuela, cura de la parroquia de Bucaramanga, comentó en carta despachada en 1802 al gobernador de Girón, don Francisco Vallejo, la estrecha conexión entre crecimiento de la población libre, organización política y adelanto económico: […] se fueron estableciendo algunos vecinos que por necesidad habían de hacer labranzas; sus hijos seguían el ejemplo y acomodábanse por allí cerca y cuando ya había considerable número en un sitio, solicitaban parroquia, y de estas, con el tiempo se han ido desmembrando otras. Así nacieron y van creciendo las provincias de Socorro, Charalá, San Gil, Girón, etc., que son las mejores del Reino y las únicas que dan frutos para la exportación a España9.

En resumidas cuentas, en ninguna otra parte del vasto territorio neogranadino se registró igual grado de densidad de parroquias, traslucido en el hecho de que muchas veces estas localidades no alcanzaban a distar 30 kilómetros unas de otras. De esta manera, parroquias, villas y ciudades moldearon un elaborado entramado urbano cuya estructura jerárquica jalonó a las élites locales a ascender en ese andamiaje de poblamiento regional, con la seguridad de poder acumular más privilegios. En cierta medida, el origen étnico era una condición que, junto a la riqueza y los títulos, configuraban el rango social al interior de los pueblos. El núcleo político y religioso de la población era la plaza que constituía entonces el escenario por excelencia para reafirmar las distinciones sociales. Los nobles y acaudalados tenían la fortuna de instalarse en el propio marco de dicho epicentro o en sus cercanías. En ocasiones alcanzaron a disponerse otros centros de carácter secundario conocidos como las plazoletas. En el Socorro por ejemplo, existía la plaza

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Basilio Vicente de Oviedo, Cualidades y riquezas del Nuevo Reino de Granada (Bucaramanga: Imprenta Departamental de Santander, 1990), 122-123. Archivo General de la Nación (AGN), Sección Colonia, Fondo Poblaciones de Santander, t. 2, f. 446r.

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de Chiquinquirá ubicada a escasas cuadras de la principal y en donde se situaban los blancos pobres y los mestizos con pretensiones españolizantes. Al tiempo que tomaban impulso las parroquias, asimismo adquirió fuerza el anhelo por el ascenso social y por el reconocimiento de noblecía tanto por parte de blancos pobres como por mestizos que buscaban mejor estatus a través del proceso de blanqueamiento. Eso se comprueba en el hecho de que progresivamente empezaron a aparecer pleitos por probanza de limpieza de sangre y disensos matrimoniales. La admisión a las más prestigiosas instituciones educativas de entonces, el Colegio Mayor de San Bartolomé y el Colegio Mayor del Rosario, también estaba supeditada a probanzas, en cuyos procesos debían superarse severas pruebas de nacimiento legítimo y de linaje. Los datos recogidos para la franja nororiental del Nuevo Reino revelan que las ciudades y villas como Socorro, San Gil, Vélez y Girón fueron las que más alumnos enviaron, lo cual encuentra explicación en la mayoría de gentes blancas que tenían allí asiento. Pero, por otro lado, se observó que desde los años finales del siglo XVIII empezaron a cursar candidatos de parroquias, todo esto como fruto del extraordinario auge alcanzado por estos pequeños centros urbanos. En cifras globales, se halló con que la quinta parte de los estudiantes provenían de parroquias como Bucaramanga, Piedecuesta, Barichara, Oiba, Charalá, entre otras10.

Orígenes fundacionales Las visitas programadas por el gobierno virreinal, esencialmente para dar cuenta de la situación de los naturales, si estaban o no bajo la égida Real y divina, terminaron indirectamente ofreciendo solución a las necesidades espirituales de la emergente población de blancos, mestizos y negros esclavos. La incapacidad económica de la Iglesia para garantizar en el área rural el culto a cada uno de estos grupos por separado, hizo que por fuerza mayor y contra la voluntad de las autoridades se terminara transgrediendo el principio de segregación. Fue así como se optó por permitir que la variada gama de grupos sociales y étnicos asistiera a la doctrina fijada para los nativos. Desde luego, esta medida estimuló aún más la presencia de aquellas gentes tanto al interior de los resguardos como en sus alrededores. Así lo 10

María Clara Guillén de Iriarte, Nobleza e hidalguía en el Nuevo Reino de Granada. Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario 1651-1820 (Santa Fe de Bogotá: Ediciones Rosaristas, 1994).

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dispuso Lesmes de Espinosa en su visita de inspección y reordenamiento, llevada a cabo en 1617: […] todos los hatos, estancias, ingenios, trapiches y otras cualesquiera haciendas que están en contorno y partido de la ciudad de Vélez, se han de reducir en cuanto a la doctrina a las parroquias de los pueblos de indios más cercanos y para que esto se pueda hacer justificadamente, así en lo que toca a la asignación como al repartirles el estipendio con toda igualdad, conviene y así os mando que conozcáis, sepáis y entendáis qué género de personas asisten y habitan de ordinario en las estancias y demás haciendas, así de españoles como mestizos, mulatos y negros libres y esclavos y indios11.

Ante el inesperado repunte demográfico de la población no indígena, hacia el año de 1622, el arzobispo Hernando Arias de Ugarte puso de nuevo a prueba las disposiciones que establecían la separación entre etnias. Fue este jerarca quien avaló una situación que por cierto ya ocurría en la práctica: la asistencia de campesinos blancos y mestizos a las doctrinas de indios resguardados, a donde eran vinculados espiritualmente en calidad de “agregados”12. Esto paulatinamente fue infundiendo entre los vecinos un mayor sentido de comunidad, lo que de paso allanó el camino para independizarse y organizarse política y religiosamente, primero en viceparroquias y luego en parroquias, con lo cual se pretendía mejorar el estatus social y ganar una mayor autonomía política. La posibilidad de erigir esta clase de poblados dependía fundamentalmente de la densidad del número de vecinos, la iniciativa de ellos para organizarse y qué tan lejos quedaban para recibir el pasto espiritual. El 18 de mayo de 1670, el licenciado Jacinto de Vargas Campuzano, anunció lo siguiente en su visita al partido de Vélez: […] por cuanto como es notorio y la experiencia ha mostrado los grandes inconvenientes que se siguen de aquellas casas de los vecinos de esta provincia que están dilatados y apartados de las parroquias y pueblos, pues sucede padecer el llevar los cuerpos a enterrarlos con peligro de los que llevan por la corrupción y mal olor, y que las criaturas mueren en el camino llevándolas a bautizar, y también el que en el ínterin que llaman un cura para hacer alguna confesión muera […] por la dicha distancia y para ocurrir al reparo de este daño considerando la conveniencia de las almas y servicios de Dios AGN, Sección Colonia, Fondo Visitas de Santander, t. 9, f. 539v. Hermes Tovar Pinzón, Convocatoria al poder del número (Santa Fe de Bogotá: Archivo General de la Nación, 1994), 40.

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Nuestro Señor, que uno y otro pide la atención que conviene, Su Majestad en la mejor forma que haya lugar en derecho y usando de su comisión general de visita y por lo que toca al Real Patronato, manda que se hagan iglesias y capillas con título de viceparroquias a poca distancia de unas casas a otras para que cesen los dichos inconvenientes y se ocurra a reparo de ellos. Y para que tenga mejor efecto, su Majestad ruega y encarga al señor maestro Juan Esteban Vasco, visitador general eclesiástico de esta provincia […] para que por lo que le toca, apoye y fomente lo referido13.

Un día antes de proferido este mandamiento, el visitador había prescrito por los motivos expresados levantar una capilla en el valle de Lenguaruco para atender espiritualmente a los vecinos dueños de trapiches junto con sus negros, quienes permanecían agregados al pueblo de Chitaraque. En estas coyunturas, algunos exponentes de la raza blanca no dudaron en sacar a relucir su esclarecida ascendencia y su estirpe como pretexto para no juntarse con los indios por ser estos de menor estatus. El presbítero e historiador Isaías Ardila, rescató del archivo de la curia de San Gil una misiva de don Salvador de Poveda, remitida en 1686 al arzobispo de Santa Fe, en la que dejó muy en claro los deseos de su comunidad para disgregarse del pueblo indígena de Guane: […] que tengamos nuestro fuero aparte y que no seamos agregados a fuero de indios, por ser distintas personas los unos de los otros, por ser como somos personas beneméritas e hijos patrimoniales de la ciudad ilustre de Vélez y que no seamos radicados de nuestro fuero al de los indios, por ser prohibidos por cédulas del Rey Nuestro Señor y Reales ordenanzas que españoles puedan vivir en pueblos de indios14.

Mediante el mismo dispositivo de segregación surgieron las parroquias de Carcasí, Cácota de Suratá y Zapatoca. La parroquia del Socorro se formó fundamentalmente con feligreses asociados en el pasado al repartimiento indígena de Chanchón. Es clave observar además cómo los curas alcanzaron a ejercer un marcado control social en su contorno rural. Nunca hay que perder de perspectiva el hecho de que estos representantes del poder eclesiástico se incluían dentro de la categoría de blancos. De algún modo, este precedente brinda algunas luces explicativas sobre el rol que en ciertas oportunidades asumieron los integrantes de ese estamento. AGN, Sección Colonia, Fondo Visitas de Boyacá, t. 14, f. 277r.

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Isaías Ardila Díaz (Pbro.), Historia de San Gil en sus 300 años (Bogotá: Editorial Arfo Ltda., 1990), 59.

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En los conflictos entre libres y nativos, se alinderaron a una de estas partes tras evaluar los perjuicios o beneficios que se vislumbraban. Fue así entonces como algunos de ellos enarbolaron la causa de los indígenas y se unieron acérrimamente para combatir la intrusión mestiza. En otros contextos, no vacilaron en adherirse a la meta de los libres, orientándolos y colaborándoles en lo posible, teniendo como justificación lo económicamente provechoso que se aseguraba con el nuevo curato y el aporte de la crecida cantidad de feligreses en comparación con la pobreza de la doctrina de indios. Las gentes libres agregadas al valle de Güepsa se dirigieron al superior gobierno quejándose que desde hacía tres lustros se hallaban desamparados ya que el cura de Vélez no les había facilitado doctrina y se les dificultaba movilizarse por lo áspero de los caminos y por lo distante de sus haciendas hasta esa ciudad. Esto, según ellos, había provocado “la ruina espiritual” viviendo con escándalos y concubinatos, muriendo algunos sin la bendición religiosa y sin aplicación de los sacramentos. Solo gracias a la caridad del cura de la doctrina de Güepsa habían podido ser atendidos sin recibir aquél nada a cambio. Como el número de naturales no pasaba de ocho y el doctrinero no tenía cómo sustentarse, se pidió retomar la administración del pueblo y de su cura solicitando además se les declararan como feligreses agregados. Luego, tras la visita de Moreno y Escandón, se verificó la agregación de los nativos a Chipatá y se dispuso que el cura Manuel Antonio Calderón, quien les había servido caritativamente casi veinte años, se convirtiera ahora en el líder espiritual de la proyectada parroquia. Esta fue la carta que en tal sentido suscribieron quince representantes de ese vecindario15*: […] tan necesaria en este lugar, así por ser donde continuamente concurren los mencionados, como todo el demás feligresado de esta demarcación al santo sacrificio de la misa en los días festivos, como también por serles más fácil y pronta la administración de los santos sacramentos, y que de allí continuamente los han recibido, y se les administran sus enfermos, predicándoles el santo evangelio, enseñándoles la doctrina cristiana y ocurriendo a sus necesidades espirituales y temporales, y como al mismo tiempo se halla reedificada la iglesia ampliada, ornamentada y alhajada a costo del mismo cura sin que se verifique haber pechado indio ni vecino alguno en lo más mínimo ni obligándoles al trabajo sin pagarles el jornal correspondiente en los días que voluntariamente trabajaban y con la devoción particular Dentro de la lista de firmantes figuraba Ambrosio Pisco, el mismo que años más tarde asumió un papel protagónico en los acontecimientos de la revuelta Comunera.

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de los vecinos y agregados blancos fuese por donde se adquirieron las cortas alhajas que este beneficio tenía como parte constará en sus mismos inventarios16.

Calderón había comprado a la Corona en pública subasta una parte de los resguardos y a su costa reedificó la iglesia y la ornamentó con todas las alhajas indispensables para el culto divino. Todo esto con miras a erigir allí parroquia pero al momento de acercarse su muerte aún no había sido emitida la licencia correspondiente de la Curia Arquidiocesana, lo cual lo motivó a dejar debidamente aclarado en su testamento unas cuantas instrucciones. Cedió entonces de manera generosa los antiguos terrenos del resguardo para la plaza y divisiones requeridas para levantar la nueva parroquia. Así quedó consignado en la cláusula 66 de su carta testamentaria: “[…] es mi voluntad que de las tierras se den las correspondientes cuadras para su fundación y población […] que todas las alhajas y ornamentos que de mi peculio he costeado queden para adorno y culto de dicha iglesia”17. Dejó mil pesos para dorar el tabernáculo y demás altares de la iglesia. Tuvo asimismo otra muestra de desprendimiento al disponer dejarle limosna a los naturales que había evangelizado, lo cual se ejecutó tal como consta en una diligencia llevada a cabo por el alcalde del pueblo, don Joaquín de Olarte y el entrante doctrinero, el cura Joseph María Currea, quienes se dieron a la tarea de convocar a los 83 indios existentes para repartirles la suma de 250 pesos18. Fue finalmente en 1797, un año después del fallecimiento del religioso benefactor, cuando se dio el visto bueno para conformar parroquia en ese sitio, rango que se finiquitó en buena medida gracias a su gestión. Cuando los libres ocuparon el mismo lugar del pueblo indígena —tal como sucedió en el descrito caso de Güepsa— emprendían una nueva configuración urbanística dejando atrás el aspecto de ranchería de sus ancestrales ocupantes, remodelándolo con un carácter urbano y teniendo como referencia el trazado español aunque no de manera tan estricta19. Esos poblados tuvieron que ser objeto de ciertas rectificaciones a las tradicionales manzanas rectangulares que daban una forma alargada del pueblo casi lineal y también debía revaluarse la utilización de huertas en el solar que en realidad le imprimían un carácter semi-rural20. 18 19 20 16 17

Archivo Notarial de Vélez (ANV), Fondo Notaría 1ª de Vélez, t. 62, f. 245r. AGN, Sección Colonia, Fondo Poblaciones de Santander, t. 2, f. 614v. ANV, Fondo Notaría 1ª de Vélez, t. 62, f. 136r. Aprile, ob.cit, 484. Ibídem, 481-482.

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Asimismo, parte de la infraestructura que sostenía la organización social de los resguardos alcanzó a ser utilizada para la emergente conformación de la población blanco-mestiza. Fue así como con el objeto de racionalizar gastos, algunas antiguas iglesias doctrineras pasaron automáticamente después de la extinción de resguardos a ser el polo cardinal de la recién concebida parroquia de vecinos. Es decir, operó una cierta continuidad entre doctrina y parroquia. Esta conversión implicaba además una transformación sustancial en la arquitectura religiosa. Así las cosas, el viejo templo de bahareque y techo de paja pasó a ser una edificación más grande y mejor amoblada, siendo reflejo esto de la sustitución social registrada en donde los vecinos querían alardear su nuevo estatus21. Con estas variaciones, los nuevos parroquianos pretendían distanciarse de los naturales y mostrar su interés por identificarse más con el paradigma de las ciudades españolas. Este tipo de sustitución adquirió mayor ímpetu en el marco de la visita adelantada por Moreno y Escandón, hacia el año de 1778, en donde la supresión de resguardos y la intención por levantar parroquias fueron procesos casi simultáneos. Aquí se pueden mencionar otros casos, como los de las parroquias de Bucaramanga, Oiba, Onzaga y Curití. Resulta pertinente aclarar que las alternativas de erección parroquial no se agotaron exclusivamente en aquellas relativas a la separación de las doctrinas indígenas. De por sí, un buen número de parroquias emanaron a partir del interés de feligreses que sufrían serias dificultades para asistir al culto dispuesto en alguna parroquia, villa o ciudad ya establecida. En estos contextos era evidente la desproporcionada extensión que tenían algunas parroquias. Las distancias y la dispersión de los habitantes hacían más dispendiosa la labor pastoral de los párrocos. En 1777 se concentraron varios feligreses vecinos de la ciudad de Vélez ante el escribano don Miguel Bernal, en el propósito de otorgar poder a don Antonio Joseph Beltrán Pinzón para que gestionara la construcción de la parroquia de Guavatá. Para ello fijaron los correspondientes linderos y plantearon dos justificaciones que daban peso a su proposición: el suficiente número de vecinos y la considerable distancia de la parroquia de Puente Real que impedía a muchos movilizarse hasta allí para recibir misa. Para ello, colocaron como respaldo sus bienes muebles e inmuebles22. Ibídem, 496. ANV, Fondo Notaría 1ª de Vélez, t. 58, ff. 242v-244v.

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Hacia 1783, don Ramón Pinzón, alcalde partidario de Poima, en representación de los vecinos agregados a la parroquia de Charalá, emprendió gestiones para independizar su comunidad por la inmensa dificultad que tenían y en solicitud del remedio y consuelo de sus almas. Entre las causas esenciales estaba la suma pobreza para llevar sus familias a oír misa a Charalá que quedaba muy lejos con fragosidad de caminos, especialmente en temporada de invierno. Se relataron casos en los que algunos hogares llevaban años sin participar del culto divino, en donde algunos habían muerto sin confesión por los aprietos del cura para llegar a tiempo y hasta por la escasez de mulas para transportarse rápidamente. A este abandono espiritual se le atribuía el origen de innumerables pecados, discordias, amancebamientos y hasta de unas cuantas jóvenes de doce años “paridas sin conocer la doctrina cristiana”. Argumentaban además que, ya el visitador eclesiástico, don Felipe Salgar, había seleccionado los terrenos y linderos de la nueva parroquia. A su turno, el cura de Charalá don Domingo Viana y su homólogo de Cincelada habían cedido una porción de sus jurisdicciones para tal propósito. Viana, consciente de los obstáculos expuestos, no vaciló en darle un empuje al proyecto con el ofrecimiento de cien pesos para la adecuación de la iglesia, a lo que se sumó el obsequio de un cuadro de san Juan Nepomuceno para que lo advocasen como patrono23. Pueden traerse a colación otros ejemplos como el de la parroquia de Santa Bárbara de Chima que se desmembró del feligresado de la parroquia de Santa Bárbara de Simacota24. Por lejanía y dificultad del terreno se conformaron las parroquias de El Hato, Valle de San José y Páramo. En algunos casos, el número de vecinos llegó a ser tan considerable que se resolvió levantar dos parroquias. Así sucedió en 1778 con los vecinos agregados al resguardo de Servitá, quienes decidieron levantar las parroquias de Gallinazo y Cerrito. Pero finalmente, terminaron imponiéndose las razones de austeridad y fusión. Eso fue lo que a la postre sugirió el visitador Moreno y Escandón: […] juntos podían componer y fomentar una población y que fuese útil para ellos mismos y al Estado, pero separados es muy difícil que ninguna de las dos pueda lograr crecer y aumentar por la división de fuerzas y voluntades, mayormente habiendo sido en tiempos anteriores ambos feligresados del vecindario del mismo pueblo de Servitá25. 23

AGN, Sección Colonia, Fondo Miscelánea, t. 83, ff. 440r-442v.

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AGN, Sección Colonia, Fondo Visitas de Santander, t. 3, f. 917v. Ibídem, 936r.

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Piedecuesta representó un caso atípico ya que allí tuvo lugar la contienda de dos sectores que convergían en el mismo sitio geográfico, de tal modo que cada uno levantó su iglesia trenzándose luego en una pugna por el reconocimiento sobre quiénes eran en verdad los fundadores oficiales26. El resultado de este choque de intereses se vio materializado en la particularidad de tener dos iglesias ubicadas una a cada esquina de la otra dentro de una misma cuadra de la plaza, solo separada por las casas curales. Al llegar a este punto del análisis, es clave aclarar que las dos anteriores fórmulas no se pueden examinar desde una óptica radicalmente diferente o excluyente ya que se presentaron algunos matices en el momento de conformar parroquias con vecinos adscritos a doctrinas indígenas y con otros cuantos adjuntados a poblaciones urbanas previamente constituidas. Eso fue justamente lo que ocurrió con la creación de la parroquia de Aratoca cuando corría el año de 1781: Ilmo. Señor; nos, los abajo firmados, vecinos de la villa de San Gil y agregados unos a la parroquia de Cepitá y otros al pueblo [indígena] de Curití, por nos los firmados y los demás por quienes no saben firmar […] ante V. S. Ilmo. con el más obsequioso acatamiento que debemos y podemos, parecemos y decimos: preventivamente de poder gozar del pasto espiritual y santos preceptos de Nuestra Santa Madre Iglesia y de oír la palabra divina con nuestras familias, por los gravísimos inconvenientes tan crecidos que se nos acaecen, porque si ocurrimos a la parroquia de Cepitá a que el párroco salga con el viático a administrar los enfermos, no lo podemos conseguir por lo fragosísimo de los caminos y cuestas tan fuertes y dilatadas, y a mas de esto un río tan caudaloso que es preciso pasarlo por maroma con bastante peligro de vida, el cual nos detiene lo más del tiempo de dos o tres días para poder ir y volver, y a más de esto tenemos que pagar el paso de la maroma de ida y de vuelta, y ser una tierra tan fragosísima que solo por horas señaladas se puede andar, y asimismo si ocurrimos al pueblo de Curití se nos acaece el mismo inconveniente por las cuestas tan fragosas y fuertes y lo dilatado de los caminos que se acaecen dos jornadas de ida y de vuelta, a mas de esto acaecen dos quebradas muy fuertes y distantes de una a otra y que lo más del tiempo rebosan sus crecientes que no se pueden pasar de dos a tres días27. Francisco Antonio Moreno y Escandón, Indios y mestizos de la Nueva Granada a finales del siglo XVIII (Bogotá: Banco Popular, 1985), 464. 27 AGN, Fondo Archivo Diocesano de San Gil-Socorro. Erección de parroquias, vol. 15, ff. 1r y v. 26

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En razón a los continuos cambios y reacomodamientos, las condiciones reinantes y el vaivén de las circunstancias, hacían también que se presentaran situaciones inversas, es decir, aquellas en las que se formalizaba la separación de parroquias para agregarse a doctrinas indígenas. En el año de 1809, unos veinte vecinos pobres del sitio Las Quebradas demandaron ser apartados de la parroquia de Cepitá para adjuntarse al pueblo de indios de Guaca a donde podían concurrir con más facilidad y sin tantos impedimentos para cumplir con sus obligaciones cristianas por ser menos fragosa la ruta28. Guaca les quedaba a tres horas de camino mientras que a Cepitá se gastaban medio día de viaje. Una decisión de esta naturaleza traía consigo otras implicaciones ya que las tierras que poseían los vecinos pasaban de una jurisdicción a otra. Otra faceta de erección parroquial se generó sobre la base de la coincidencia de intereses entre blancos, mestizos e indios por vivir juntos y por disfrutar de un hábitat común. Así sucedió en Tequia29*, hacia el año de 1812, en plena época de Independencia. Allí, unos y otros bregaron no por la segregación sino por la erección de la vieja doctrina indígena en parroquia. Para tal efecto, el respectivo alcalde partidario de los nativos, Manuel Salcedo, y el de los blancos Tomás Rangel, aunaron voluntades y diligentemente se aprestaron a llenar los requisitos pertinentes. Aclararon que, allí se les habían agregado los nativos de Carcasí y Cácota de Suratá y que además contaban con una iglesia decente, alhajas, ornamentos, cárcel y casa cural. Particularmente, los indios escudaron su petición resaltando cómo el gobierno civil “[…] los había elevado a la categoría de hombres libres e iguales ciudadanos para hacer República con los blancos, eximidos del pago de tributo”. Al paso de un par de años, la Arquidiócesis de Santa Fe condescendió a esta petición otorgando como linderos de la nueva parroquia los mismos de la antigua doctrina de indios30. La capacidad organizativa del segmento blanco-mestizo también se dio a raíz de capillas de hacienda que con el tiempo fueron convocando más y más gentes hasta el punto de pensarse en la posibilidad y conveniencia de instalar parroquia. Un ejemplo ilustrativo de esto puede ser el de Suaita, cuyo vecindario empezó a converger alrededor de una capilla de hacienda de cañaverales y trapiches, que finalmente, terminó siendo templo parroquial31. AGN, Sección Colonia, Fondo Poblaciones de Santander, t. 1, f. 1.039r.

28

Hoy municipio de San José de Miranda. Jairo Gutiérrez Ramos y Armando Martínez Garnica, La provincia de García Rovira. Orígenes de sus poblamientos urbanos (Bucaramanga: Ediciones UIS, 1996), 58-59. 31 Guerrero, ob. cit, 72. 29 30

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En Chima valió también el denuedo de los trabajadores de las haciendas que se congregaron para edificar una capilla de paja y madera, ante cuyo crecimiento poblacional tomaron la iniciativa de cimentar parroquia32. En otras circunstancias, fueron las apariciones milagrosas las que marcaron la pauta para aunar voluntades entre el feligresado. Aquí vale mencionar, como ejemplo memorable, la pretensión que oficializaron hacia 1741 los moradores de Barichara para fundar parroquia: Certifico yo el Dr. Francisco Basilio de Benavides, comisario partidario de la Santa Cruzada, juez de las rentas decimales de San Gil, cura y vicario de los pueblos de Guane y Curití e interino de la dicha villa, en la manera que puedo y hago fe para ante los S. S. que la presente vieren, que el sitio de Barichara, feligresía de la villa de San Gil, está inmediato y contiguo al resguardo de este pueblo de Guane y de esta a dicho sitio está fabricada una iglesia de rafas y tapia, cubierta de teja adornada con tabernáculo de madera y en él colocada una piedra en la cual se venera una imagen de la Concepción Purísima de María Santísima milagrosamente aparecida, y asimismo tiene ornamentos para celebrar el santo sacrificio de la misa, su campanario con dos campanas, y en dicho sitio hay también algunas casas edificadas de bahareque y paja, habitadas de personas residentes y cercanas a dicho sitio se hallan también muchas posesiones, estancias y en el discurso de diez años poco mas o menos que he residido de cura en este dicho beneficio de Guane he visto y sabido que varios peregrinos de estos de toda la jurisdicción de dicha villa y de otras partes ocurren a visitar a la referida imagen milagrosa, y por súplica y ruego hemos ido yo y mi compañero sacerdote diferentes ocasiones a decirles misa y he experimentado bastante concurso de gente que ocurre a oír en dicha iglesia de Barichara. Por cuya razón siempre he hallado ser muy conveniente que se mantuviere un sacerdote en dicho sitio para veneración de la imagen y consuelo de los peregrinos, de los estantes, de los circunvecinos33.

La historia da cuenta de más casos surgidos a raíz de apariciones marianas como en San Benito, y de otros, como el de la parroquia de Jesús María, erigida a partir del descubrimiento de una imagen del Sagrado Corazón de Jesús.

Ibídem, 127. Fray Enrique Báez, La orden dominica en Colombia (Paipa: [obra inédita], 1950), t. XV, 22-23.

32 33

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Diligencias y requisitos En la formación de parroquias se observó la fuerte influencia de la Iglesia y la necesidad de adoctrinamiento en lo que sería finalmente la organización política y administrativa del actual territorio. Esto se comprobó en el hecho de que para erigirlas se acudía primero al arzobispado de Santa Fe y luego a una instancia administrativa del gobierno virreinal, la cual en últimas, era la que reiteraba el dictamen proferido por el estamento religioso y rubricaba o negaba el respectivo título. Es decir, en este proceso fundacional de poblamiento, primero se tramitaba la bendición eclesiástica y después se creaba la entidad civil, situación que se invirtió en tiempos republicanos. El primer paso era la voluntad expresada por los vecinos para asociarse y gestionar formalmente el nombramiento de parroquia. Uno de sus representantes llevaba la vocería viajando en algunas ocasiones hasta Santa Fe para comunicar personalmente la propuesta, dentro de la cual se exponían razones demográficas, económicas, religiosas y políticas. Uno de los requisitos vitales tenía que ver con la estrategia mediante la cual el feligresado costearía la construcción de la iglesia, la cárcel, la casa cural, la dotación de ornamentos, la garantía de la congrua para el sostenimiento del cura, los gastos del culto divino, el mantenimiento de tres cofradías y la celebración de festividades religiosas. Había además que adquirir el predio sobre el cual se plasmaría el casco urbano. Todos estos requerimientos se alcanzaron por donaciones de prestantes vecinos o mediante la fórmula del censo o hipoteca. En Simácota, hacia el año de 1703, un grupo de veinte feligreses oficializó una obligación hipotecaria para el pago de la congrua del cura en el primer intento serio por organizarse. Estos decididos moradores presentaron como fianza sus estancias, en las cuales mantenían cultivos de plátano, cacao, caña de azúcar y varias cabezas de ganado. Cuatro de esas propiedades eran trabajadas con mano de obra esclava. La preocupación de estos habitantes se acentuó al verse urgidos de sufragar el gasto que requería la reedificación de la iglesia y el sostenimiento de tres cofradías, además de mirar cómo se solventaría a futuro la congrua. Como respuesta a esta inquietud, se acordó que cada uno debía aportar anualmente un peso o dos libras de hilo mientras que aquellos poseedores de esclavos o padres de hijos mayores de catorce años estarían llamados a contribuir con un peso y medio o dos libras de hilo.

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Siete años mas tarde, después de levantada la capilla viceparroquial y ante un inusitado crecimiento demográfico, un conglomerado más nutrido de 109 vecinos se fijó como derrotero encumbrar el poblado a la categoría de parroquia, bajo la advocación de Nuestra Señora de Chiquinquirá. De nuevo, se comprometieron a satisfacer el pago de la congrua con 23½ estancias de ganado mayor, 5 trapiches, 390 reses, 26 mulas, 12 yuntas de bueyes, casas, huertas, platanales, cacaotales y otros cultivos. En 5 de las 25 heredades registradas había esclavos que sumados llegaban a 2334. Décadas después, más exactamente el 22 de julio de 1760, fueron los integrantes de la viceparroquia de Zapatoca los que mostraron su interés por desligarse definitivamente de la doctrina indígena de Guane para constituirse en parroquia independiente. Para ello, ofrecieron hipotecar varias pertenencias dentro de las cuales figuraban tres solares y casas en el campo y en el poblado, 54½ estancias de ganado mayor, 7 trapiches, 18 esclavos, 910 cabezas de ganado vacuno, 155 yeguas, 110 mulas, herramientas y cultivos (ver Cuadro No. 2). Una vez se expedía la declaratoria oficial de parroquia, había entonces que delimitar el territorio y pasar luego a la demarcación del mapa urbano. La trama ortogonal propia de los pueblos santandereanos corresponde a una imposición de las leyes de la Corona, de tal forma que su organización física se encuadraba dentro de los cánones de la estructura política de dominación española. Dentro de las diligencias adelantadas por el visitador Moreno y Escandón en 1778, se dispuso que antes del remate y venta de tierras del resguardo de Bucaramanga se debía separar “[…] el plan de parroquia que se ha de dividir en solares y avaluarse separadamente dando mayor valor a los del círculo de la plaza y proporcionalmente a los demás, para que se venda a los vecinos como que son obligados a tener casa poblada”35.

AGN, Fondo Archivo Diocesano de San Gil-Socorro. Erección de parroquias, vol. 7, ff. 26r-29v.

34

AGN, Sección Colonia, Fondo Visitas de Santander, t. 2, f. 904r.

35

1 en plaza de viceparroquia

casas de palo y paja y de tapias y teja casas de palo y paja casas de palo y paja casas de palo y paja

20 estancias de ganado mayor

casas de teja

1 estancia de ganado mayor 1½ estancia de ganado mayor 1 estancia de ganado mayor 3 estancias de ganado mayor

Don Francisco Gómez Farelo Don Salvador de Rueda Don Teodoro Gómez Farelo Don Lorenzo Gómez Farelo Don Melchor de la Prada y Arenas Don Pedro de la Prada Don Juan Miguel Gómez Farelo

1 en traza de viceparroquia

1 casa de tapia y teja

2½ estancias de ganado mayor

3 estancias de ganado mayor

Don Bartolomé Gómez

1 en traza de viceparroquia

Casas

1 de teja en la viceparroquia y 1 de palo y paja

4 estancias de ganado mayor

Don Antonio de Rueda Don Agustín Gómez

Solares

10 estancias de ganado mayor

Tierras

Propietarios

1

1

1

1

1

Trapiches

8

3

Esclavos

100

50 5

40

2 fondos

caña dulce

5

10 30

20

5

50

200

platanales

platanales, caña dulce

Cultivos

20

3 fondos

1 fondo de 120 libras

3 fondos

Herramientas

50

40

50

Yeguas

platanales

10

varias de arria

Mulas

20

100

100

Reses

Cuadro 2. Propietarios de Zapatoca que en 1760 hipotecaron sus bienes para el pago de la congrua

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1 estancia de ganado mayor ½ estancia de ganado mayor 1 estancia de ganado mayor ½ estancia de ganado mayor ½ estancia de ganado mayor 2 estancias de ganado mayor ½ estancia de ganado mayor

Don Ignacio de Rueda Don Joaquín Serrano Francisco León Carreño Don Pablo Rueda Don Juan Félix Gómez Farelo

1 estancia de ganado mayor ½ estancia de ganado mayor

Don Joaquín Cortés de Zárate Doña Lucía Gómez Farelo

Solares

casas de palo y paja

casas de palo y paja

casas de palo y paja

casas de palo y paja casas de palo y paja

1 casa de teja

casas de palo y paja

Casas

1

1

Trapiches

7

Esclavos

50

50

20

20

100

Reses

Fuente: AGN, Fondo Archivo Diocesano de San Gil-Socorro. Erección de parroquias, vol. 19, ff 27r-31v.

1 estancia de ganado mayor

Don Mauricio Joaquín de Rueda

Don Rumaldo Pérez

Pedro de León

Tierras

Propietarios

5

25

Mulas

Yeguas

Herramientas

platanales

platanales

platanales

Cultivos

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En el marco de la misma visita se ordenó la extinción del pueblo de Cácota de Suratá y su traslado al de Tequia, y se mandó avaluar y rematar las tierras del resguardo. Se llamó a un “alarife de inteligencia” con presencia de dos testigos para fijar los linderos y separar el plan para la fundación de la parroquia […] que es el mismo donde está fundado el pueblo [indígena] […] y medida la plaza se tiró la cabuya y se midieron treinta y dos cuadras fuera del sitio de la iglesia, el de la capilla, cárcel y casa del cura, y cada cuadra consta de cincuenta y cuatro varas en cuadro por lo incómodo del terreno […] y que a cada cuadra solo se le pueden regular cuatro solares pequeños36.

Fueron avaluadas a veinte patacones las cuadras más próximas a la plaza, es decir, a 5 pesos cada solar, y 8 cuadras que se tasaron en 16 patacones a 4 cada solar. Las restantes 12 cuadras “más remotas e incómodas” se avaluaron 6 de ellas a 12 patacones a 3 cada solar y las otras 6 a 8 pesos. Cabe anotar que estas diligencias no estaban exentas de dificultades. En ciertas ocasiones emergían serias inconformidades respecto a la inequitativa distribución de los solares. El 14 de noviembre de 1778, don Felipe de Navas, residente en la nueva parroquia de Bucaramanga, expuso varios motivos en ese sentido: “[…] el señor visitador previno que el alcalde mayor de minas procediese a la demarcación de solares y su asignación, en la que no se ha observado aquella proporción que demanda la justicia […] porque a unos se les ha repartido a siete, a otros a menos y a mí cercenado uno, no obstante de hallarme con crecida familia que se halla en edad capaz de aumento y con los méritos que expresa la copia de escrito”37. Dentro de los merecimientos aludidos por Navas estaba el haberse desempeñado como alcalde en tres oportunidades: “[…] los méritos de mis ascendientes y los propios que he granjeado con la honrosidad y justificación que es notoria en aquellos países. Este atributo tuvieron muy presentes las leyes para compensar en parte los desvelos y afanes de los que se emplean con honor en servicio de S.M.”38. Asimismo, basaba su petición en el entendido de que sus hijos podían “llenar de una honrada y distinguida prole aquel vecindario”. Su anhelo era que le asignaran solares próximos a la plaza. Estos terrenos fueron finalmente vendidos al año siguiente y se avaluaron entre 9 y 15 pesos. En la parroquia de Matanza también se denunció AGN, Sección Colonia, Fondo Caciques e Indios, t. 47, f. 526r.

36

AGN, Sección Colonia, Fondo Tierras de Santander, t. 36, f. 606r.

37

Ibídem, 606v.

38

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la desigual repartición de solares, tomándose algunos una cuadra entera en perjuicio de otros39. El marco de la plaza era el epicentro de estos emergentes poblados. Por lo general, allí se ubicaban las sedes de los órganos de poder político, religioso y militar, además de ser el escenario de los vecinos más acomodados. Francisco Reyes construyó en una de las esquinas de la plaza de Simácota un bohío de paja y bahareque contradiciendo las disposiciones del cura que había ordenado que esas casas que miraban hacia la plaza fueran de teja “como correspondía”, con la amenaza de que si no cumplían este mandato debían entregar el solar a otra persona. En su visita de 1778, el visitador Moreno y Escandón respaldó la decisión del cura y conminó al alcalde partidario para que impidiera cualquier edificación rústica que rompieran con los parámetros urbanos preestablecidos40. Este trámite mediante el cual el vecindario intentaba hacer oír su pretensión de parroquia ante las autoridades competentes fue en muchos casos arduo y dispendioso. Implicaba no solo tiempo y dedicación sino también una estimable inversión de dinero, además del que había que desembolsar para solventar los gastos propios del culto divino y otros más. En el testamento redactado en 1753 por el capitán Juan de Herrera y Tovar, español oriundo de Moguer, es posible examinar las innumerables peripecias económicas que debía emprender el grupo de postulantes con tal de ver cristalizado su sueño. Este hombre fue el escogido entre el vecindario para gestionar ante la Curia Arquidiocesana de Santa Fe la oficialización del título de la parroquia de Guadalupe. En total, las diligencias se prolongaron por un año y tres meses y los gastos ascendieron a más de 2.000 pesos. Tanta demora obedeció a la férrea oposición interpuesta por el cura del pueblo de Oiba. Para su propósito, Herrera contó con la generosa colaboración de vecinos y familiares quienes aportaron dinero, 100 arrobas de azúcar, 30 pesos en hilo, e incluso, su cuñada se desprendió de una joya de oro y esmeralda, la cual según palabras de ella misma, regaló al presidente del Nuevo Reino don Francisco de Meneses “para moverle el ánimo”41. Según algunos feligresados fue un proceso demasiado tortuoso y no exento de trabas y celos jurisdiccionales. Confines por ejemplo, debió pasar por tres intentos y solo pudo disfrutar del rango parroquial setenta años después de haberse organizado su vecindario. Moreno, F., ob. cit. 478. AGN, Sección Colonia, Visitas de Santander, t. 8, f. 978r. 41 ANV, Fondo Notaría 1ª de Vélez, t. 40, f. 312r. 39 40

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En ciertas circunstancias fue común encontrar que el mismo vecindario se encargara de postular como futuro párroco a uno de los hijos del feligresado que con mucho esfuerzo había podido estudiar en los afamados colegios capitalinos. Sin duda, un motivo de orgullo para ellos. Un ejemplo de esto sucedió al promediar el siglo XVIII en la localidad de Barichara cuando sus residentes eligieron a don Joseph Martín Pradilla como su primer párroco. Este religioso era hijo de don Francisco Pradilla y Ayerbe y de doña Bárbara de la Parra Cano, los más grandes propietarios de tierra en aquel valle. Joseph había vestido el hábito de becario en el Colegio Mayor del Rosario42. Desde un principio, el que pertenecía a una ciudad se le solía llamar oficialmente vecino. Posteriormente esta nominación se fue popularizando hasta el punto de ampliarse a los asentados en villas y parroquias. En la práctica, tal título entrañaba una serie de compromisos y responsabilidades tanto civiles como religiosas. Para constatar esto, basta echarle un vistazo al siguiente documento extraído dentro del marco de un proceso judicial que transcurría por el año de 1793: […] certifico yo el cura de la parroquia de San José del Llano de Enciso […] que hace el tiempo de cinco meses, poco más o menos, me requirió Francisco de Paula Baptista y su yerno Juan de Sierra sobre si los admitía por vecinos de este lugar, a lo que condescendí, y en el mismo acto se hicieron sentar en el padrón de este vecindario, los que como tales vecinos han cumplido con el precepto anual en esta santa iglesia ellos y sus familias, asistiendo a los divinos oficios de semana santa, fiesta de Corpus, en la cual fue nominado el dicho Baptista por el alcalde de este lugar a vestir una esquina de la plaza para la procesión que se celebra el dicho día43.

Este título se incluía dentro de las exigencias para acceder a cargos así como para efectos judiciales. Desde luego, cualquier cambio de domicilio debía ser notificado oportunamente.

La dispersión en el área urbana Las mismas críticas que se le hacían a los indios por su dispersión, se enfocaron luego hacia los propios blancos y mestizos que aún seguían en proceso de reacomodarse. Guerrero, A, ob. cit, 1996, 130. AGN, Sección Colonia, Fondo Negros y esclavos de Santander, t. 3, f. 224r.

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Por esta razón, al llegar al trono español la dinastía de los Borbones, fue manifiesta la intención de implementar una serie de reformas que, entre otros aspectos, propugnaban por una reorganización territorial que concebía una reformulación administrativa dirigida a reforzar el centralismo. Con ello, se aspiraba a mejorar las relaciones de poder entre la península y el territorio americano para asegurar un efectivo dominio colonial. La empresa consistía en impulsar una política urbanizadora en aquellas áreas despobladas en donde aún no había llegado con firmeza la impronta Real. La idea era entonces garantizar un control mas estricto sobre las gentes que andaban esparcidas y por fuera de la estrecha estructura política y social imperante44. El conglomerado de mestizos que antes no tenía cabida en el rígido sistema social, halló amparo e inclusión bajo el marco de esta política borbónica. La estrategia comprendía la reducción y agregación de poblados y sitios. El principal promotor de esta política en la provincia de Cartagena fue Antonio de La Torre y Miranda; en Antioquia, Francisco Silvestre y Antonio Mon y Velarde, y en los actuales departamentos de Boyacá, Cundinamarca y Santander se dio bajo la égida de Andrés Verdugo y Francisco Antonio Moreno y Escandón. Pero surgió un dilema al respecto ya que aún cuando se protocolizaba la creación de parroquia, esto no significaba automáticamente la juiciosa estadía en el espacio urbano. Fue indispensable entonces hacer repetidos llamados para darle vida y dinamismo a esas nacientes poblaciones. Esta relativa resistencia al proceso de urbanización era entendible toda vez que los más importantes centros productivos como trapiches y haciendas tenían por obvias razones su sede en el campo. Indicios de ese debate sobre lo rural y lo urbano ya se habían registrado en los intentos por legalizar parroquia. Los vecinos de Onzaga confesaron en 1778 al visitador Moreno y Escandón el fenómeno de la evidente dispersión en el área rural, lo cual dificultaba el adoctrinamiento, el buen gobierno y la congregación de voluntades para terminar de erigir la parroquia y trazar el poblado urbano: […] a excepción de algunos vecinos venidos recientemente que no exceden el número de diez, y uno o dos de los antiguos, ninguno de los demás tiene casa poblada en el plan de la parroquia por vivir todos en sus estancias, de los cuales por ser el feligresado tan distante que Jorge Conde Calderón, Espacio, sociedad y conflicto en la provincia de Cartagena: 17401815 (Barranquilla: Ediciones Universidad del Atlántico, 1999), 56-58.

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algunos distan un día de camino por uno y otro extremo, particularmente los de Petaquero, Caguanoque y Susa, no es fácil puedan asistir todos los días festivos a la celebración de misa y oficios divinos como muchos no lo verifican sino en las festividades de Natividad, Corpus y semana santa, y que por este mismo motivo y el de no haber en esta misma parroquia juez alguno, por serlo de este vecindario los alcaldes partidarios de la de Mogotes, tampoco es fácil se logre (a lo menos en lances urgentes) la buena administración de justicia45.

Ante esta lejanía y desparramamiento poblacional, finalmente los residentes del sitio de Petaquero, prevenidos ante la necesidad de pasar por un torrentoso río, decidieron levantar una capilla con el deseo de que fueran asistidos espiritualmente por lo menos en calidad de viceparroquia. Pero al no encontrar eco a su propuesta, plantearon que fueran nuevamente agregados a la parroquia de Mogotes donde anteriormente pertenecían ya que solo distaba tres o cuatro horas de camino. Al final, las autoridades virreinales le concedieron un plazo de ocho días al cura más cercano a Onzaga para que colocara un sacerdote que administrara en el dicho sitio de Petaquero, con el fin de que todos —incluyendo los ancianos y embarazadas— recibieran el pasto espiritual. Al llegar Moreno y Escandón a la parroquia de Zapatoca, sus vecinos le informaron que las 2.271 almas que conformaban su feligresado vivían arregladamente, a distancia proporcionada y con asistencia espiritual y temporal ya que contaban en ese momento con autoridad civil y eclesiástica plenamente constituida. Aunque se resaltaron estos adelantos, de todas maneras se recomendó al alcalde partidario don Luis Forero que los moradores edificasen sus casas en el poblado urbano46. Años más tarde, el misionero capuchino Joaquín de Finestrad intervino también en el debate de este tema. De hecho, la idea de reducir a sociedad todas las gentes fue precisamente uno de los proyectos económicos abanderados dentro de su recetario para promover los adelantos y hacer floreciente al Nuevo Reino de Granada, después de los estragos sufridos por cuenta de la revuelta de los Comuneros: En caso de haber muchas haciendas distantes de la parroquia, convendrá mucho que a distancia proporcionada se fabrique una viceparroquia hasta que, multiplicadas las gentes y radicados los adelantamientos de la agricultura, se forme nueva parroquia precisando al cura respectivo que les provea entretanto de sacerdote idóneo para que les administre el pasto espiritual y les enseñe el 45

AGN, Sección Colonia, Fondo Visitas de Santander, t. 8, f. 955v.

46

Ibídem, 973v-975r.

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santo temor de Dios. Congregados los hombres en sociable unión conocerán ellos mismos las ventajas tan seguras que acarreó tan sabia providencia47. En concreto, propuso la fundación de pueblos a lo largo del camino Carare-Opón, una fórmula idónea que, según su criterio, permitiría mantener transitable esa vía al río Magdalena, reactivaría el comercio y ocuparía a un sinnúmero de vagos. En las postreras décadas del siglo XVIII y comienzos del siguiente, continuó vigente la álgida discusión de quienes atribuían el atraso del Nuevo Reino al despoblamiento y predominio de habitantes desperdigados en áreas rurales. Como consecuencia de estas inquietudes fue expedida en Aranjuez la cédula real del 24 de abril de 1801 que buscaba precisamente aglutinar vecinos en torno a poblados urbanos para estar bien gobernados y con mayores expectativas de prosperidad. Persuadidos por este mandato, los cabildos de San Gil, Socorro y Vélez propusieron once sitios que en teoría debían convertirse en parroquias (véase Cuadro 3), encontrándose cada uno de esos terrenos “tan poblados que solo necesitan de iglesia y cura”, y que a excepción de la de Chucurí, todas producirían al menos 800 pesos para el mantenimiento del servicio religioso. Según la sala capitular del Socorro, con la erección de parroquias nuevas estarían más cerca unas a otras, y de este modo, la gente andaría más a la vista del párroco y de los jueces. Si bien algunas de estas ideas prospectivas se concretaron, aunque no de manera tan inmediata, también hay que reconocer que en términos generales la medida no tuvo tan eficiente cumplimiento como la agregación y concentración de indios en pueblos. Su puesta en marcha estuvo precedida de serias objeciones. Don Francisco Javier Meléndez de Valdés, cura de la parroquia de Zapatoca, dijo en carta dirigida al año siguiente al cabildo de San Gil, que era consciente sobre lo arduo y dificultoso de esa política: […] aunque es cierto que mucha parte del vecindario habita en el campo de su jurisdicción, cuidando y acopiando sus labores con el mayor esmero y aplicación (motivo porque no se ven vagamundos ni aún un pobre limosnero) no por eso dejan de venir continuamente a la parroquia y con particularidad los días festivos, en que todos (a excepción de uno u otro) cumplen con el precepto de oír misa y no se hallan tan sumergidos de ignorancia48. Joaquín de Finestrad, El vasallo instruido en el Estado del Nuevo Reino de Granada y en sus respectivas obligaciones (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2000), 155. 48 AGN, Sección Colonia, Fondo Visitas de Boyacá, t. 1, f. 938r. 47

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Cuadro 3. Propuestas de los gobernantes de San Gil, Socorro y Vélez para erigir nuevas parroquias en sus jurisdicciones Gobiernos

Parroquias propuestas 1.

Villa de San Gil

Villa del Socorro

Ciudad de Vélez

En la montaña del Opón a los márgenes del río Chucurí, para el fomento del camino entre Zapatoca y el río Magdalena. 2. En el llano de Macaregua, feligresía de la parroquia de Barichara. 3. En el sitio de Trinidad, feligresía de la parroquia de Barichara. 4. En el sitio de Santo Domingo, entre las parroquias de Simácota y La Robada. 5. En el sitio de Buenavista, feligresía de la villa del Socorro y la parroquia de Pinchote. 6. En el sitio de las Palmas, feligresía de la villa del Socorro. 7. En el sitio de las Monjas, feligresía de las parroquias de Oiba, Guadalupe y Suaita. 8. En el sitio de Barbosa, feligresía de la ciudad de Vélez. 9. En el sitio del Topui, feligresía de las parroquias de Pare y Moniquirá. 10. En el monte del Moro, feligresía de la parroquia de Puente Real y del pueblo de Saboyá. 11. En el sitio de Las Flores, camino del Carare que conduce al río Magdalena.

Fuente: AGN, Sección Colonia, Fondo Visitas de Boyacá, t. 1, ff. 1.010 r y v.

Confrontando las acusaciones lanzadas por don José María Lozano, vecino de Santa Fe, sobre lo despoblado y ruin en que se hallaba el Nuevo Reino, el cura aceptaba que en el interior se veían muchas villas y ciudades que en otrora eran muy florecientes pero ahora estaban enteramente decaídas hasta el punto de desmerecer tales títulos. No obstante, también era consciente de la permanencia de muchas otras modernas de regular lucimiento y disposición que albergaban bastantes vecinos de distinción. Por su lado, los regidores sangileños respondieron así a lo dispuesto por la citada real cédula: […] en esta villa y lugares de su jurisdicción aunque no se hallan las gentes tan ilustradas como la de la capital, con todo no carecen de una mediana instrucción bastante a conocer la ley santa de Dios, como abrazan y observan fervorosamente como informan dichos curas [de la jurisdicción] […] y el que se reduzcan a vivir en los poblados nos parece el mayor delirio porque, si no se cultivan los campos, con qué

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nos hemos de mantener […] las feligresías de estos lugares, todas están a corta distancia de suerte que ninguno tiene grave inconveniente para oír misa todos los días de fiesta, ni para asistir a todos los actos de religión y cumplir con los preceptos de ella. Por el contrario, si todos se redujeran a vivir en poblado indubitablemente se habían de entregar a la ociosidad y a los demás vicios hijos de ella49.

Don José Tomás Jiménez Ardila, cura interino de la villa del Socorro, insistió en el hecho de que al reducir a poblado a los campesinos y labradores se malograría la vida y el comercio de la región. Todos estos puntos de vista en rechazo al espíritu de la ley, reflejaban una compleja realidad regional que de por sí había alcanzado una cantidad considerable de parroquias, para algunos ya suficientes. Pese a las intenciones del gobierno virreinal, aún a finales del período colonial muchos vecinos seguían radicados en el ámbito rural. Hacia 1806, en Carcasí se informó que una gran parte de los vecinos vivían en sus estancias, y aunque algunos tenían morada en la parroquia, era solo para hospedarse cuando acudían al acto litúrgico y a los oficios de semana santa50.

Las pugnas jurisdiccionales y los ascensos de categoría Las pretensiones organizativas de blancos y mestizos fueron desde un comienzo conflictivas ya que en la búsqueda de su hábitat geográfico chocaban con posesiones latifundistas y haciendas, y por otro lado, con los resguardos. Dada la asimétrica relación de poder entre cada uno de los actores sociales, no es difícil deducir cómo los indígenas fueron los más damnificados tras ser desplazados y reducidos ante la incesante presión ejercida sobre sus tierras. A menudo, se desataban también agudas discrepancias religiosas ya que los párrocos y doctrineros solían resistirse a la pérdida de sus beneficios. Paralelo al auge de los núcleos parroquiales en el siglo XVIII, se registró una decadencia de las antiguas ciudades de raigambre español como Vélez y Girón, situación que fue corroborada por Moreno y Escandón en 1778 al marcar el contraste con el impulso inusitado que tomaron las villas de San Gil y Socorro, sumado al considerable número de parroquias. Sin duda, el florecimiento de parroquias causó celo y resistencia entre la élite blanca y criolla: “[…] las viejas castas, anquilosadas en sus ciuda Ibídem, 940v. AGN, Sección Colonia, Fondo Caciques e indios, t. 36, f. 927r.

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des, difícilmente podían aceptar el ascenso incontrolado del campesinado mestizo, y desde sus arruinados cabildos enfrentan, sin tardar, a los libres amenazando sus feudos territoriales”51. Extensos legajos del Archivo General de la Nación contienen largas y apasionadas discordias entre los cabildantes de las ciudades reacios a lo que el historiador Jacques Aprile llama “el progresivo desmantelamiento de sus territorios”. Con el ascenso de las parroquias, el grupo blanco instalado en las ciudades vio amenazado su poder jurisdiccional. Percibían con inocultable antipatía e intransigencia la autonomía política local y el reconocimiento institucional ligado a la erección de parroquias. Era claro observar entonces cómo se fue erosionando la capacidad de influencia de las ciudades, lo que en últimas significaba un proceso sistemático de descentralización del poder. La prueba más fehaciente fue el paulatino recorte territorial que sufrió Vélez al afrontar en forma reiterada los ímpetus segregacionistas de libres asociados: San Gil, Socorro, Cabrera, Güepsa y Chipatá, para citar solo unos cuantos. En especial, fue de mucha resonancia la impugnación de los regidores de Vélez frente a la creación de la villa de San Gil, toda vez que ello implicaba cercenar una porción sustancial de su territorio52. En 1797 los vecinos agregados al valle de Güepsa se dirigieron al superior gobierno lamentándose que desde hacía dieciséis años no tenían pasto espiritual debido en parte a la negligencia del cura de Vélez. Asimismo, se veían en serios aprietos para ir hasta esa ciudad por la dureza de los caminos y por lo distante de sus haciendas. Tan pronto se oficializó el traslado de los indios a Chipatá, los inconformes lugareños buscaron levantar parroquia, lo cual originó el descontento del religioso. Cuando el campesinado no indio agregado en Bucaramanga y Piedecuesta quiso escindirse de Girón, se tropezaron con bastante oposición de los “españoles” de esta ciudad pero las autoridades centrales a través del visitador Moreno y Escandón se inclinaron a favor de aquellos promotores por ser una colectividad dinámica económicamente y con potenciales productivos, particularmente en el cultivo del tabaco. Por otro lado, el mencionado Padre Oviedo se quejó de que en los diez años en que estuvo al frente del servicio espiritual en San Gil debió sortear múltiples obstáculos que menguaron ostensiblemente sus ingresos: “[…] tenía San Gil cuando entró de cura sobre 1.000 vecinos feligreses y luego me despojaron violentamente de la mitad o más de ellos para erigir la parroquia de Aprile, J., ob. cit., 490. Báez, E., ob. cit., 6-10, 440-441.

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Barichara, luego me despojaron de otros 200 vecinos para erigir la parroquia de Cepitá”. A su vez, sobre este último curato puntualizó: “[…] su feligresado pasará de 300 vecinos, pues solo de mi curato de la villa de San Gil para dicha creación desmembraron 100, del curato de Mogotes 20, los del Basto y Champán, del curato de Tequia otros, y al fin otros del curato de Girón”53. A lo último, resultaron vanos los alegatos ante sus superiores y ante la Real Audiencia. Específicamente ante el arzobispado expresó su perplejidad por habérsele negado la apelación sobre la intención de los vecinos de Barichara por desmembrarse de su beneficio. Adujo que la erección de parroquia era a todas luces ilegal por cuanto aquellas gentes asistían a la iglesia de San Gil sin ningún inconveniente y que desde el tiempo en que él estaba a cargo de ese curato nadie había muerto sin recibir los santos sacramentos. Seguía convencido de que la solución no era el levantamiento de una nueva parroquia independiente sino el nombramiento allí de un coadjutor54. Igualmente, surgieron disputas entre unas y otras parroquias, todo en procura de preservar o incrementar el número de feligreses. Hacia 1767, el cura de la entonces parroquia del Socorro, don Manuel de Caicedo, acudió ante los juzgados eclesiásticos para interponerse a la idea de los vecinos de Páramo por hacer curato aparte. Según el religioso, la división de esta feligresía que, desde vieja data había permanecido adscrita a su parroquia, le era de inmenso perjuicio. Defendía enfáticamente el derecho adquirido sobre sus fieles y recalcó haberles administrado el pasto espiritual de la mejor forma. De ninguna manera creía fundadas las tesis planteadas por estos separatistas. ya que solo distaban unas pocas horas de camino, con un recorrido sin mayores contratiempos que impidieran la debida cristianización. Por su parte, los feligreses de Páramo se valieron de la cédula real del 18 de octubre de 1764 en la que se pedía al arzobispo nombrar un coadjutor que facilitara el pasto espiritual a aquellas comarcas que quedaban distantes de las parroquias. Sin embargo, se les hizo caer en cuenta que todavía no tenían iglesia construida, ni ornamentos ni demoras, ni mucho menos poblado urbano55. Otro caso de graves consecuencias ocurrió a partir de la meta del vecindario de Guadalupe por obtener el título de parroquia. Esta gestión produjo una recia animadversión del cura de Oiba, quien no se resignaba a perder parte de su feligresado, razón por la cual procedió a excomulgar a don Bernardo, don Nicolás y don Domingo Camacho, líderes gestores de la nueva Oviedo, B., ob.cit., 237 y 253. AGN, Sección Colonia, Fondo Curas y Obispos, t. 46, ff. 920r-925v. 55 AGN, Sección Colonia, Fondo Curas y Obispos, t. 42, ff. 683r-684r 53 54

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entidad parroquial. Además, para que no quedaran dudas, el castigo divino fue publicado sobre tablillas en la puerta de la iglesia de Oiba56. En consideración a las ventajas inherentes a los títulos de villa y ciudad, era lógico esperar no pocas intenciones de algunas parroquias por ascender en la cerrada escala de poblamiento español. La alta densidad poblacional y la prosperidad fueron dos factores claves que alentaron a iniciar las gestiones con tal de cumplir dicha meta. Hacia 1710, los habitantes de la parroquia del Socorro elevaron solicitud para que se les reconociera la nominación de ciudad. Para ello, argumentaron ser una pujante población de más de 400 casas con calles, plaza e iglesia decente, compuesta por vecinos nobles y beneméritos. El derrotero era que sus moradores “[…] hayan de gozar y gocen de todos los privilegios y prerrogativas que gozan y están concedidas a los fundadores de ciudades que como tales atenderán al mayor aumento de dicha ciudad empleándose en el servicio de ambas Majestades”57. Como se sabe, todos estos esfuerzos resultaron inútiles aunque algunas décadas después tuvieron el consuelo de conseguir el título de villa. En mayo de 1805, los parroquianos de Barichara exploraron ante el gobierno central la posibilidad de avanzar a la categoría de villa con su correspondiente cabildo, señalamiento de rentas de propios y demás privilegios contemplados por las leyes. Las razones aducidas eran el notorio aumento del vecindario, los tangibles desarrollos en la agricultura y el comercio, y la necesidad de jueces locales que impartieran oportuna justicia. El expediente fue respaldado por las opiniones favorables del corregidor de la provincia, el fiscal y el asesor general del virreinato. La proyectada jurisdicción abrazaría las parroquias de Zapatoca y La Robada. Desde luego, a este anhelo se opusieron abiertamente los regidores de San Gil por la eventual desmembración de sus dominios58. Al soplar los vientos de Independencia, el esquema tradicional de poblamiento jerarquizado empezó a ser revaluado. El nuevo régimen de tinte republicano, en su denodado y acucioso empeño por lograr aceptación, procedió a complacer viejas aspiraciones de localidades ávidas por subir de rango, de forma tal que algunas de ellas como Barichara y Charalá conquistaron el honroso título de villa59. Eran estas determinaciones administrativas desprovistas de las talanqueras y rigurosos requisitos de antaño. 58 59 56 57

Guerrero, A., ob. cit., 1997, 102. AGN, Sección Colonia, Fondo Empleados Públicos-Miscelánea, t. 26, f. 76r. AGN, Sección Colecciones, Fondo Enrique Ortega Ricaurte, caja 209, carpeta 768, f. 120r Cuando Barichara obtuvo el título de villa, levantó el descontento y recelo del poder tradicional asentado en San Gil. Véase: Horacio Rodríguez Plata, La antigua provincia del Socorro y la Independencia (Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 1963), 562-563.

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