El pequeno androide - Marissa Meyer

Mech6.0 se paró en la pared del hangar de recarga, uno de cientos de centinelas mudos mirando a los pasajeros fluir con

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Mech6.0 se paró en la pared del hangar de recarga, uno de cientos de centinelas mudos mirando a los pasajeros fluir con sus cochecitos de equipaje y sus charlas animadas. Enfrente de ella, un Tritón imponente en el centro del hangar, empequeñeciendo a la multitud mientras los anfitriones escaneaban los chips de identificación de los invitados y les daba el paso para abordar. El primer viaje de un barco siempre era una ocasión festiva, pero esta parecía más vibrante de lo usual, pues el Tritón estaba a punto de marcar el récord de ser el crucero más grande que se ha lanzado antes. Meseros repartían copas de champaña a los pasajeros mientras abordaban el crucero y se acomodaban sus maletas, las mujeres iban vestidas con sus mejores kimonos y vestidos elegantes de noche, incluso una banda en vivo había sido contratada para el entretenimiento de los asistentes. Aún con el contexto festivo, el crucero mismo apareció por primera vez amenazante para Mech6.0, cuando su panel metálico brillante y sus pequeñas ventanas redondas parpadeaban detrás de las luces del hangar. No había parecido tan grande cuando ella había estado trabajando en él, con el trabajo de los cables, haciendo piezas de las soldaduras y atornillando el panel protector. En ese momento, se sintió como si ella y sus hermanos fueran parte de esa enorme bestia metálica. Mil pequeñas piezas haciendo una gran y eficiente máquina. Ahora, el resultado de su trabajo estaba listo para zarpar y ya no se sintió unida a él, ni un poco. Sólo empequeñecida ante su magnificencia. Y quizás un poco abandonada. Mientras los invitados reían, conversaban y discutían cuántos cruceros espaciales había habido antes, la belleza de la nueva nave y las comodidades que se habían patrocinado, Mech6.0 observaba y escuchaba. El zumbido de electricidad calentaba su interior. —¡Todos a bordo! ¡Tritón desembarcará en seis minutos! ¡Advertencia! ¡En seis minutos! — La multitud se disminuyó. El monótono “beep” de los escáneres de identidad se redujo a un ocasional y esparcido ritmo. Una rampa se levantó y cerró la nave, con un ruido sordo que vibró a todo lo largo del piso del hangar hasta las bandas de Mech6.0, luego otras dos rampas, luego tres. —¡Esperen! — La voz de una mujer hizo eco a través del hangar, seguido de pasos acolchados. —¡Ya vamos! ¡Estamos aquí!— dijo respirando con dificultad, arrastrando a una pequeña niña detrás de ella. —Justo a tiempo— dijo uno de los anfitriones, escaneando la muñeca de la mujer, —suban—.

La mujer le agradeció efusivamente y quitó de su rostro un rizo de cabello rebelde. Apretando nuevamente su agarre en la muñeca de la niña, le dio al carrito flotador de su equipaje un jalón y lo subió a la rampa. El scanner de Mech6.0 detectó algo pequeño y liso caer de la mochila de la niña, y revolotear hacia el anfitrión, quien no lo notó. Su programación la alertó de esta incongruencia y ella barajó respuestas adecuadas a ello. Si ella encontró algo que un humano perdió, ella debe devolverlo. Pero no debía interrumpir el proceso de abordaje, más ahora que el capitán ha ordenado sellar la nave y prepararse para el desembarque. Tan pronto como la rampa empezó a subir, Mech6.0 supo que su oportunidad de devolver el objeto perdido se había ido. Mantuvo su scanner clavado en la pequeña tarjeta mientras que la rampa subía cada vez más, haciendo que la tarjeta se deslizara y girara en el aire. Más allá de los anfitriones que ya estaban retirando las cuerdas de las filas de emisión de boletos, más allá de sus hermanos inmóviles, más allá de los músicos, hasta que se detuvo en las rampas de Mech6.0, quedándose ahí. El rugido del motor del crucero llamó su atención de vuelta y su scanner se elevó más y más arriba, hacia el techo del hangar que empezaba a abrirse. Los engranajes giraron y retumbaron, revelando primero un poco de luz de la luna y después un poco de cielo estrellado. Luego, lentamente, una galaxia entera justo sobre el hangar. Era hermoso. Mech6.0 disfrutó este momento, anticipándolo cada vez que completaban un nuevo proyecto y lo preparaban para ser enviado al cielo. Ese pequeño vistazo de la galaxia no era como nada en su mundo, un mundo que estaba lleno normalmente de mecánica, herramientas en la oscuridad, con sus espacios llenos de sombras dentro de una quieta, y solitaria nave espacial. La galaxia, había comprendido, era vasta, brillante, infinita. Una oleada de electricidad la sorprendió, como un brillo directo a su procesador, que estaba protegido detrás del panel de su torso. Sorprendida, volteó su cabeza para espiar las filas de androides idénticos. Primero a su izquierda, luego a su derecha. No sólo no parecía que no habían sentido la urgencia repentina, sino que ninguno de ellos miraba siquiera para arriba, al cielo. Rígidos y sin curiosidad, permanecieron mirando al frente. Mech6.0 volvió su atención a la nave, que se levantaba del piso y flotaba sobre el campo magnético que cubría el piso del hangar. Los propulsores lanzaron aire blanco y caliente por un momento, la nave se elevó cada vez más alto, alcanzando el límite del techo antes de abalanzarse con gracia al cielo nocturno lleno de estrellas y desaparecer.

Cuando los aplausos y vítores se extinguieron y la multitud empezó a dispersarse, los músicos empezaron a empacar sus instrumentos. El enorme techo empezó a bajar y se ancló, cerrándose bien otra vez. No mucho después, el espacio se había vaciado y las luces se habían apagado con tres ruidosos clics, dejando a los meca-droides en absoluta oscuridad y silencio. Cuatro minutos pasaron, en los cuales Mech6.0 seguía recordando la vista de las estrellas, que sabía que siempre estarían ahí, pero de algún modo fuera de su alcance, hasta que recordó la tarjeta perdida de la niña. Su lámpara parpadeó, creando un círculo de luz azul pálido alrededor de ella. Sus vecinos giraron un poco las cabezas, quizás por curiosidad, pero era probable que fuera más bien desaprobación; ignorándolos, dirigió la luz a su rampa. Extendiendo su brazo, pellizcó la tarjeta entre sus pinzas acolchadas y la levantó. Era delgado, pero rígido, como una hoja de aluminio, y un lado tenía impreso con letras elegantes y brillantes “Hologramas de Celebridades, Serie de Colección, Edición 39, 124 T.E”. Giró la carta y un holograma parpadeante y pálido se levantó de ella, rotando. Estaba mirando a un lindo chico adolescente con cabello negro despeinado y una sonrisa relajada. Le pareció vagamente familiar. Mech6.0 sintió su ventilador tartamudear una manera extraña, y se preguntó si habría algo dañado en su sistema. Si esto seguía, tendría que alertar al mecánico de mantenimiento. Pero ese pensamiento fue fugaz cuando abrió su compartimiento de almacenamiento vacío de su abdomen y metió la tarjeta holográfica dentro. Tal vez la devolvería algún día, consideró, aunque sus cálculos le decían que eso probablemente nunca sucedería. *** Pasaron dos días antes de que Mech6.0 fuera asignada a una nueva tarea, junto a catorce de sus compañeros meca-droides. Se formó en la fila con los demás mientras Tam Sovan, el propietario del astillero, caminaba alrededor del proyecto, inspeccionando el tren de aterrizaje y discutiendo planes con su nuevo cliente, Ochida Kenji. Ochida – shifu era un hombre de mediana edad con un poco de barba y un traje aparentemente muy caro. Su nave era un yate recreacional, lujoso y con suficiente espacio para aquellos que pudieran pagar esos lujos. Mech6.0 escaneó la nave mientras esperaba a recibir sus instrucciones, agregado la información a su base de datos. A 94 T.E. Orion Classic; una de las naves más caras actualmente y una de las más populares por su renovación en la década pasada. El nombre “Child of the Stars” había sido escrito cerca de la proa, pero se había desvanecido con el paso del tiempo. —El cuerpo está en buen estado, Ochida-shifu— dijo Tam. —Pero estamos ante una reconstrucción completa que codificar, y remodelar el interior para

incluir todas las comodidades modernas va a requerir que quitemos el panel completo. Aunque confío en que cubriremos el plazo que desea, manteniendo la forma original de la nave—. —Su reputación habla por sí misma— dijo Ochida Kenji —no tengo duda de que la dejo en buenas manos—. —Excelente, permítame presentarle al ingeniero que dirigirá la reconstrucción. Este es Wing Dataran, una de nuestras más brillantes estrellas— Como un reflejo programado, el sensor de Mech6.0 giró hacia el grupo. Aunque Wing Dataran había estado trabajando en el astillero por casi un año, sus caminos nunca se habían cruzado. El Tritón había sido un proyecto enorme, y ella nunca había sido asignada a ninguno de sus pequeños proyectos. Pero ella ya lo conocía. Lo había buscado en su base de datos la primera vez que lo vio – tal y como lo había hecho con los demás trabajadores humanos – pero algo sobre él la había dejado con su perfil a la mano en su memoria. Un joven ingeniero en hardware, había sido contratado apenas salió de la universidad donde se había especializado en motores espaciales con trabajo extra curricular en diseño interior y sistemas mecanizados. Por razones que no podía computarizar completamente, se encontraba frecuentemente buscándolo con su sensor en la multitud de androides y técnicos, y siempre que lo encontraba, su ventilador hacia ese extraño brinco, como el que había hecho cuando encontró el holograma. Apenas se dio cuenta que había similitudes entre Dataran y la figura holográfica. Todos los humanos eran similares, con sus dos ojos y sus narices protuberantes, con sus manos carnosas con cinco dedos. Pero Dataran y el chico en el holograma tenían pómulos pronunciados y rostros delgados, que sugerían una gracia particular. Y ambos habían hecho chisporrotear su ventilador. ¿Qué significaba eso? Dataran sacó su portavisor de su cinturón de herramientas cuando terminaron con las introducciones. —Ya he empezado con algunos planes iniciales— dijo, mostrando algo en su pantalla a Ochida —pero quiero discutir cualquier petición que pudiera tener antes de que lo termine. Particularmente aquellas nuevas características lujosas, que pueden agregar algo de trabajo extra en el motor. Quiero asegurarme de que está completamente…— Su voz se apagó, sus ojos enganchados en algo sobre el hombro de Ochida. Todos siguieron su mirada, incluyendo a Mech6.0 Una chica había salido de la nave, usando un kimono naranja y blanco.

—Ah, ahí estás mi princesa— dijo Ochida, saludándola e invitándola a acercarse, —¿has estado dentro de la nave todo este tiempo?— —Sólo despidiéndome— dijo la chica, bajando la rampa, como si flotara — cuando la vea de nuevo, será como conocer un barco completamente nuevo—. —No seas ridícula, tú y yo estaremos involucrados en cada paso de reconstrucción, para asegurarnos que mi nena obtiene la nave que desea—. Ochida la abrazó con un solo brazo antes de alzar una ceja hacia Tam Sovann —¿Es ese un problema? — —Claro que no. Sus sugerencias son bienvenidas, queremos que estén completamente satisfechos con el resultado final—. —Muy bien. Caballeros, esta es mi hija, Miko. Yo tendré opiniones y dinero, pero es a ella a quien tienen que complacer con esta reconstrucción. Piensen que es su nave, no la mía—. Miko saludó bajando su cabeza un poco, con respeto hacia el dueño del astillero y a Datara, quien se paró derecho cuando sus miradas se cruzaron. —Parece un lugar muy ocupado— dijo Miko, mirando alrededor, a las naves de diferentes tamaños y estados de construcción, a los hombres, mujeres y androides escurriéndose alrededor de las pistas de aterrizaje, empujando enormes cajas de herramientas, para allá y para acá. —¿Cómo pueden mantener todo en orden?—. —Cada proyecto tiene un equipo asignado— dijo Tam —y ellos se enfocan en ese único proyecto desde el mero principio hasta su final. Encontramos que es el uso más eficiente de nuestros trabajadores—. Ella miró nuevamente a Dataran. —¿Y usted estará en nuestro equipo? —. Hubo un poco de rubor en sus mejillas, Mech6.0 lo notó inmediatamente. Pensó que quizás estaba más cálido de lo normal en el hangar, aun cuando ella no venía equipada con medidores de temperatura atmosférica, así que no estaba segura. —Sí, Ochida-mei— balbuceó. —Seré su ingeniero, el que… la complacerá… eh…— se sonrojó aún más. —Puedes llamarme Miko— dijo la chica con una sonrisa amistosa, —sé un poco de mecánica, pero quizás aprenda de ti durante este proceso—. Él abrió la boca para responder, pero no salió ningún sonido. —¿Por qué no ponemos a trabajar a los androides en el desmantelamiento exterior? — dijo Tam. —¿Dataran, quizás puedas darle un tour a Ochida-méi por el astillero, mientras se firman los papeles?—.

—C…claro – respondió, intentando torpemente regresar el portavisor a su cinturón. Sacó una pequeña y reluciente cadena, que metió rápidamente a su bolsillo. —¿Te…te gustaría?—. —Me gustaría mucho—. Mientras su padre la hizo avanzar un poco hacia adelante, Miko llevó sus manos a su cabeza para arreglar un poco de cabello que tenía en el cuello, con lo que el sensor de Mech6.0 notó algo pequeño y oscuro, que sugería una anormalidad, ¿una marca de nacimiento quizás, o un tatuaje? Mientras su procesador recibía el primer set de instrucciones, Mech6.0 escogió un área al frente de la nave, donde podría desatornillar un poco mientras su sensor permanecía atento al ajetreado hangar. Observó a Dataran señalando varias maquinarias y modelos de naves, intentando adivinar qué es lo que le decía a Ochida Miko. ¿El propósito de las diferentes herramientas? ¿La historia de las naves? ¿Cómo es que ellos tenían el sistema de androides obreros de todos los astilleros de Comunidad? Lo vio presentar a la chica a todos los mecánicos e ingenieros que pasaban mientras le mostraba el lugar. Por un rato, desaparecieron dentro del casi terminado WindWalker800, y Mech6.0 sólo pudo ver partes de ellos por las pequeñas ventanas de la nave. Podía verlos sonreír claramente. Dataran llevó a Miko al almacén de piezas, el cuarto de pintura, incluso a los centros de carga de los androides, y mientras Mech6.0 no podía escucharlos, podía reconocer los hoyuelos de su sonrisa, notando sus miradas más animadas, más perspicaces y clavas en Miko, igual que las de ella a él. Para el momento en que Dataran abría el portón y animaba a Miko a pasar a ver las plataformas suspendidas sobre el agua mientras llenaban tanques, Mech6.0 notó que había dejado de trabajar. Volteó su sensor hacia el panel, al que sólo le quedaban dos tornillos fijados al casco, echó una mirada a su compañero. Todos ellos llevaban al menos tres paneles ya retirados. Esto era muy extraño. No sólo su fascinación hacia los humanos, sino que esto podía distraerla de sus tareas, dejándolas incompletas. Quizás algo estaba realmente mal con ella. Después de todo, tendría que ir a ver al mecánico después de su turno. Entonces, mientras quitaba su primer panel, alguien grito. Mech6.0 volteó a tiempo para ver uno de las enormes grúas tambalearse por su pesada carga, estirando su brazo y meciéndolo, peligrosamente por un momento que parecieron años, antes de que encontrara un punto de inflexión. El enorme brazo

de metal se dobló sobre las plataformas suspendidas, mientras los pernos se rompían y cables volaban por los aires. Aún en el puente colgante, Miko gritó. Datara la empujó fuera del camino. El brazo de la grúa se agrietó contra su eje, el sonido llegó hasta la cabeza plástica de Mech6.0. Él estaba inconsciente antes de que su cuerpo cayera hacia el tanque de aceite debajo de él. Miko gritó de nuevo, aun colgando de los rieles flotantes. La grúa cayó pesada y uno de los cables voló perdido desde el techo. La plataforma se inclinó a un lado, pero los cables que quedaban resistieron. Mech6.0 no tuvo tiempo de procesar la información y calcular el mejor curso de acción… ya estaba rodando hacia los contenedores. Alrededor de ella, la gente gritaba y la maquinaria chilló y se detuvo, las pisadas retumbaron y el pasillo raquítico tembló sobre ellos. Alguien pidió una escalera o una cuerda, pero Mech6.0 ya había activado sus magnetos para aferrarse de los tornillos y, con toda su concentración, se encontró a sí misma trepando por un lado del enorme tanque, sujetándose como podía, lanzando su cuerpo hacia arriba. Era una subida muy difícil, pues su cuerpo no estaba hecho para algo así. Sus cintas golpeaban el tanque, esforzándose por subir, mientras que sus brazos se agitaban con cada agarre. Sus articulaciones se tensaban bajo su peso. Pero ella se animaba para llegar hasta el borde, que era apenas lo suficientemente amplio para que se pudiera parar. El tanque de aceite era tan oscuro como el cielo nocturno sin estrellas. Negro y atemorizante. Mech6.0 se paró de puntas cuando llegó a la repisa y se sumergió. Se hundió rápidamente, y aunque encendió su lámpara con todo el brillo posible, no ayudó mucho. Estirando sus brazos todo lo que pudo, buscó por el tanque, sabiendo que él estaba en alguna parte, él está por aquí, por aquí, él está por aquí… Aquí. Ajustó sus pinzas y arrastró su cuerpo hacia él a través del grueso aceite. Se estaba metiendo en su panel, bloqueando sus enchufes, borboteando en su entrada de carga. Pero lo tenía. Envolvió con sus brazos su torso e intentó llevarlo a la superficie. Estaba más pesado de lo que esperaba y se le ocurrió que las conexiones de pernos de sus brazos no iban a poder resistir el peso, pero siguió luchando. Cuando encontró la pared del tanque, plantó sus púas a ella y empezó a escalar.

Ya no había más luz, ningún sentido en absoluto, sólo el sonido de sus pinzas y el ruido de su cinta golpear la pared, mientras que la presión de su cuerpo aumentaba, conforme se esforzaba por subirlos a ambos, arriba, arriba, arriba… Llegaron a la superficie. El ruido la golpeó, más gritos y jadeos. De repente, alguien estaba quitándole el piso de encima, y Mech6.0 apenas logró colapsar con su sensor hacia abajo, fuera del tanque, antes de que su programación reconociera esta conducta auto – destructiva y apagara el poder de sus miembros. Quedó tendida, sola y sin ayuda, mientras el aceite escurría de su sensor. Empezó a reconocer formas humanas en la plataforma y su audio logró recoger discusiones de toallas, conductos de aire y sangre en su cabeza, pero todo esto le parecía que tomaba mucho tiempo, el aceite embotaba todos sus sentidos, y de repente, él estaba tosiendo y vomitando, respirando por fin; los humanos estaban felices y cuando decidieron que ya habían quitado suficiente aceite de su cara y que podía abrir los ojos, Dataran los miró a todos. Primero a todos los humanos y después, por primera vez, a ella. *** Dataran había sido llevado al hospital y Mech6.0 enviada a la oficina de mantenimiento de androides, sus extremidades habían sido frotadas para ser limpiadas – tan limpias como se pudo – por un hombre vestido con un overol verde, que seguía agitando su cabeza. —Estas tampoco podrán recuperarse— dijo, mientras chasqueaba la lengua, revisando sus enchufes. No estaba haciendo un trabajo particularmente bueno al limpiarla, pensó Mech6.0, porque se sentía más lenta y drenada a cada minuto. Se le ocurrió que estaba irreparable. Que quizás él ni siquiera trataría de repararla. Suspirando, el hombre giró en su silla con ruedas hacia la pantalla que tenía en una pared y teclear algo. Mech6.0 echó un vistazo a su cuerpo, sus articulaciones y las costuras de sus paneles estaban manchados con restos café oscuro del aceite. Al menos su visión estaba bien y su procesador parecía estar trabajando, aunque un poco lento. Se sorprendió al ver que todavía tenía los tornillos de la Orion Classic, estiró sus pinzas hacia ellos, feliz de ver que su sensor de agarre seguía funcionando, mientras tomaba uno y otro, dejándolos caer poco a poco, poniéndolos sobre la mesa del mecánico. Quiso tomar el último, se estiró y se pausó. Se estiró un poco más. No era un tornillo, sino la punta de una cadena que estaba atorada en su parte trasera. Le dio un tirón y lo que sea que haya tenido

dentro magnético, se cayó. Se encontró mirando un medallón, que debía de ser de oro si no estuviera lleno de aceite. Recordó ver a Dataran devolviéndolo a su bolsillo con prisa. Esto le pertenecía. El mecánico giró de nuevo a ella, y ésta escondió el medallón detrás de ella. Él la miraba sospechando algo y agitando su cabeza nuevamente, cuando la puerta se abrió y el dueño del astillero entró. —¿Y bien?— El mecánico sacudió su cabeza. —Su cuerpo está arruinado. Podría pasar un par de semanas tratando de limpiarlo, pero francamente no le veo el punto. Sería mejor si sólo buscáramos uno nuevo—. Tam frunció el ceño cuando miró al androide de arriba abajo. —¿Qué hay del procesador, el cableado…? ¿Puede ser salvado?— —Probablemente algunas partes puedan ser ocupadas más tarde. Empezaré a desmantelarlo mañana, a ver qué obtenemos. Pero el procesador y el chip de personalidad… ese debió estar dañado desde antes de caer al aceite— . —¿Por qué dices eso? — El mecánico pasó su manga sobre su frente sudada. —¿Viste cómo reaccionaron los otros androides cuando Dataran cayó al aceite? — —Creo que no hicieron nada— —Exactamente. Eso es lo que deben hacer. Sólo seguir trabajando, no involucrarse en dramas y tomarse molestias. Lo que este hizo… no es normal. Algo está mal con el—. Un brillo parpadeó dentro de Mech6.0. Empezó a sospechar, pero también le preocupó comprobar lo que iba a suceder. —¿Qué crees que sea? — —¿Quién lo sabría? Escuchas historias cada cierto tiempo. Androides, que, debido a su inteligencia artificial, alcanzan un punto de aprendizaje en el que desarrollan tendencias casi humanas. Razonamiento impráctico, respuestas casi emocionales. Hay muchas teorías del porqué sucede, pero lo importante es que no es bueno—.

“No estoy muy de acuerdo – el dueño cruzó sus brazos sobre su pecho – este meca-androide salvó la vida de Dataran hoy.” “Entiendo eso, y agradezco a las estrellas. ¿Pero qué pasará la próxima vez que haya un disturbio? La realidad es, que un androide impredecible es un androide peligroso – se encogió – mi consejo: o lo reprogramas o lo borras completamente.” Presionando sus labios en una delgada línea, Tam dejó llevar su atención al cuerpo de Mech6.0. Ella presionó el medallón dentro de su pinza de tres dedos. “Bien – dijo Tam – pero preocupémonos por eso mañana. Creo que todos podemos tomarnos el resto de la noche. La dejaron en la mesa del mecánico, y apenas se apagaron las luces, Mech6.0 se dio cuenta que esta era la primera noche en su existencia que, no la habían puesto a cargar. Porque cargarla ya no era necesario. Porque mañana sería desmantelada y arrumbada en alguna repisa, y lo que ya no sea útil de ella sería enviado al basurero. Mañana, ella ya no estaría aquí. Analizó estas palabras por un largo tiempo, su procesador zumbaba y revoloteaba alrededor de ellas, tratando de calcular las horas y minutos que le quedaban de existencia, antes de que su conciencia se volviera sólo un agujero negro. Se preguntó si Dataran pensaría en el androide que no funcionaba bien, que había salvado su vida y había sido destruida por ello. Dataran. Ella tenía algo que le pertenecía. Estaba en su código el devolverlo, si podía. Trajo el medallón a su sensor del frente y escaneó sus dimensiones, la pequeña bisagra que tenía y el pequeño mecanismo de cerrado. Fue un reto para ella abrirlo con sus pinzas algo torpes, pero lo logró. La galaxia se abrió en frente de ella. El holograma llenó toda la oficina. El sol, los planetas, las estrellas, las nébulas, los asteroides y las cometas… toda la belleza del espacio contenida en este pequeño, simple medallón. Mech6.0 lo cerró con cuidado, volviendo a guardar al universo en su pequeña prisión, otra vez. No. No podía quedarse ahí. No podría soportar estar perdida en la oscuridad para siempre, cuando había todo un universo que no había visto nunca.

***

Mech6.0 nunca había estado fuera del astillero antes, no desde que había sido programada, armada y comprada. Descubrió rápidamente que el mundo era caótico y ruidoso, lleno de mucha información sensorial; le preocupaba que su agotada sinapsis quedara frita antes de que alcanzara su objetivo. Intentó enfocarse en el mapa de Nueva Beijing y el perfil que había encontrado en línea, volviéndose hacia las primeras cabinas comerciales, llenas de barriles de especias y cobijas tejidas que colgaban de bastidores de alambre y pantallas parlantes en cada pared. —Gatos robóticos, dos por el precio de uno ¡Sólo hoy! Sin soltar pelo, ¡Sólo ronroneos!—. —¿Depresión? ¿Baja energía? ¿Infertilidad? Cual sea tu sufrimiento, ¡Tenemos la cura! Incluso tenemos las nuevas gotas que previenen la Fiebre Azul, ¡Probadas y aprobadas!—. —Vino de ciruela, vino de arroz, ¡Ven, prueba una muestra gratis!—. —Gran venta de droides de servicio, ¡es el tiempo de mejorar! Nuevos modelos, pase a verlos—. Mantuvo su sensor bajo e intentó verse discreta. La red estaba llena de historias de robo de androides, y estaba preocupada de ser aplastada entre tantos humanos, se encontró de pronto preocupada de terminar con un nuevo dueño que no dudara en desmantelarla, una vez descubrieran que estaba dañada. Finalmente, encontró una cabina sencilla exactamente donde el directorio dijo que estaría. Las paredes estaban llenas de estantes que se doblaban por el revoltijo de herramientas y partes de androide, de portavisores viejos de hasta tres capas de ellos. Mech6.0 rodó hasta la mesa que bloqueaba la entrada. Una chica estaba parada cerca del fondo de la cabina, usando gruesos guantes y pantalones tipo cargo, escaneando algo con su portavisor. La chica pausó y le dio golpecitos con los dedos la pantalla, después reacomodó algunos artículos de la repisa y escaneó otro de ellos. —Discúlpeme…— dijo Mech6.0, sus sentidos chirriaron por el esfuerzo. No tuvo muchas oportunidades de hablar en el astillero, y el largo viaje la había dejado cansada. La chica le echó una mirada. —Oh, disculpa, estaré contigo en un minuto—. Terminó de meter la información que estaba buscando en su portavisor y lo ajustó a su cinturón. — ¿Cómo puedo ayudarte?—. —Estoy buscando a Linh Cinder—.

—La encontraste— La chica ladeó su cabeza a un lado, uniendo sus cejas —¿Tu caja de voz está fallando?—. —Todo el cuerpo… ¿conseguir… uno?— logró decir Mech6.0. Le tomó un momento, pero Linh Cinder murmuró —Oh, seguro. Puedo hacer eso. ¿Está tu propietario por aquí?— MEch6.0 sintió que su poca energía se acababa, pero se sintió aliviada al notar que era sólo una sensación temporal. Ahora que había encontrado al mecánico, apagó su base de datos en orden de conservar toda la energía que pudiera. —No propietario—. Las cejas de Linh Cinder se alzaron. Sus ojos se precipitaron sobre el androide que estaba con ella. —Oh, ya veo—. Buscó su portavisor otra vez y lo puso en la mesa en medio de ellas, antes de teclear algunos comandos. —Bueno, puedo ordenar un cuerpo de reemplazo hoy pero usualmente toma una semana en llegar, a menos que el almacén en el pueblo tenga alguno disponible. Eres un 6.0 ¿no? No creo que tengan uno. ¿Te importa esperar una semana?—. —¿Puedo esperar aquí?— —Uh…— dudando, Cinder miró sobre su hombro a la cabina llena de herramientas, máquinas y cajas. Entonces, murmuró: —Claro, puedo hacerte un poco de espacio—. Ajustó su coleta de caballo algo deshecha y se sentó en la silla que sacó de debajo de la mesa. —Pero… si no tienes un propietario, ¿cómo piensas pagar por esto?—. Pagar. Dinero. Monedas. Univs. Para la compensación del servicio obtenido. A los androides no se les paga. —Intercambio— dijo Mech6.0 —¿Intercambio?— Cinder profundizó su mirada en la forma agotada de Mech6.0. —¿De qué?—. Mech6.0 abrió el compartimiento de su abdomen, sus pinzas encontraron el medallón desde su cadena. Su ventilador se ralentizó, casi se detuvo.

Buscando de nuevo, encontró otra cosa. Sus pinzas emergieron con una pequeña tarjeta holográfica. La puso en la mesa. Quitándose el guante de la mano derecha, Cinder recogió la tarjeta y la volteó, leyendo lo que decía, antes de volver a girarla y activar el holograma. —Una tarjeta holográfica del Príncipe Kai – murmuró, rascando su ceja con la mano que seguía con el guante puesto —‘justo lo que necesitaba’—. Suspirando, miró a Mech6.0 otra vez. —Lo siento, pero esto sólo vale 20 microunivs. Apenas y te costearía un tornillo—. La miró realmente preocupada mientras le regresaba la tarjeta. Mech6.0 la tomó gentilmente con sus pinzas. —¿No tienes algo más?—. Su procesador pulsó. El medallón. Pero no era suyo. Le pertenecía a Dataran y ella iba a devolverlo. Cuando tuviera un nuevo cuerpo. Cuando lo viera otra vez. Su fuente de poder volvió a fallar. Los colores a su alrededor se atenuaron ante su sensor. —Nada… nada más…— Linh Cinder frunció el ceño, simpáticamente. —Entonces lo siento. No puedo ayudarte—. Mech6.0 analizó la situación otra vez, calculando el potencial del valor del medallón y la importancia de un nuevo cuerpo. Pero, a pesar de su razonamiento lógico diciéndole que el medallón quizás valía lo suficiente para completar el intercambio, había un nuevo factor en el cálculo. El valor de su única posesión, algo que le había pertenecido a Dataran. El valor de su sonrisa cuando se lo devolviera. Ella sabía que la decisión era ilógica, que no tendría que devolverlo cuando tuviera un nuevo cuerpo, y aun así, se encontró metiendo la tarjeta holográfica a su torso, dando la vuelta. Fue cuando se dio cuenta de que no tenía ningún lugar a donde ir, y que además, no podría llegar muy lejos. Notó al comerciante de androides en el camino y la oscuridad que se establecía en su visión. Su cinta se atascó un poco, mientras empezaba a caminar hacia la multitud. —Espera—. Pausando, se giró hacia la cara del mecánico, que sobaba su cien con los dedos, dejando una marca de grasa en su piel.

—Mi hermana pequeña en realidad adora a ese tipo— dijo, gesticulando hacia la tarjeta holográfica, así que… quizás tenga algo. Espera—. Arrastrándose para levantarse, se fue al fondo de la cabina. Mech6.0 esperó mientras Linh Cinder movía y reacomodaba cajas de herramientas y otros artículos de máquinas. —Bueno, no es la gran cosa, pero— dijo Linh Cinder —tengo esto—. Salió de la parte trasera con el cuerpo de una chica cubierta sólo de un brazo. Movió con el hombro una caja de herramientas, puso a la chica sobre la mesa con un golpe sordo. Un brazo salió de la mesa en dirección a Merch6.0 y su escáner reconoció dedos claramente delineados, la natural curva de los dedos, las venas semi azules debajo de la piel. Y después, notó la apenas visible marca en su muñeca. Un código de barras. Era una escolta – droide. —Tiene casi treinta años— dijo Linh Cinder —y está en muy mala forma. En realidad, la tenía por aquí por algunas de sus partes—. Ajustó el rostro del androide para que Merch6.0 pudiera verlo bien. Su rostro era hermoso y convincentemente vivo, con ojos oscuros y cabello oscuro y delgado. Con la mirada vacía y un rubor sonrosado en las mejillas, parecía muerta, pero reciente. —Si no mal recuerdo, algo está mal con su caja de voz. Creo que se volvió muda y el propietario anterior no quiso reemplazársela. También era propensa a tener bajones de energía, así que quizás quieras reemplazar su cableado y encontrar una nueva batería tan pronto como puedas—. Linh Cinder le quitó un poco de polvo de la ceja. —Y sobre todo eso, como es muy vieja no sé si sea compatible con tu chip. Quizás puedas encontrarte con algunos fallos algo extraños, pero… si la quieres…— Mech6.0 volvió a sacar la tarjeta holográfica

*** —¿Así que… eres una electricista?— preguntó Tam Sovann, escaneando su perfil en su portavisor. Mech6.0 asintió, sonriendo como había visto a los humanos hacerlo. Le había tomado casi dos semanas establecer un perfil en la red y robar ropa apropiada y que le quedara, a pesar de que su código androide insistía en que no lo necesitaba. De todos modos logró hacerlo y volver al astillero, con un cuerpo humanoide, una identidad convincente y el medallón de Dataran en el bolsillo.

—Y te especializas en naves clásicas y cruceros, particularmente en los lujosos… que impresionante—. Levantó la mirada hacia ella, tratando de decidir si el perfil era creíble o no. Ella siguió sonriendo. —Y eres… muda—. Ella asintió. La miró sospechosamente por un momento, antes de mirar su perfil otra vez. —Bueno, en realidad aquí si trabajamos en modelos lujos…— Ella ya lo sabía. —… Y he tenido muchas renuncias de electricistas últimamente—. También ya lo sabía. —Te vamos a dar un salario base, hasta que pruebes que puedes hacer bien el trabajo. ¿Lo entiendes?—. Asintió. Habiendo nunca recibido un salario, no sabía que podría hacer ahora con uno. —Bien, pues démosle una oportunidad— dijo, aunque no podía creérselo. Mech6.0 no estaba segura de sí era su mutismo lo que lo hacía dudar, o el hecho de que su cuerpo era sorprendentemente atractivo, aún en su ropa sencilla de trabajo. —¿Cuál es tu nombre, otra vez?— dijo antes de pestañear ante su sonrisa paciente —ah, claro, disculpa, eh…— escaneo nuevamente su perfil. — Hoshi… Star—. Mech6.0… no, Hoshi Star, asintió. —Bien entonces. Bienvenida a bordo, Hoshi-méi. Tengo un proyecto que quizás sea perfecto para ti. Por aquí—. Se preparó a sí misma antes de levantarse de la silla. Su chip de personalidad todavía no se sincronizaba muy bien con el cuerpo y Linh Cinder tenía razón; tenía una falla particular que se manifestaba cuando ella caminaba. El esfuerzo le provocaba mucho esfuerzo en los cables de las piernas y hasta el pecho, dañando su sinapsis. La primera vez que pasó, gimió y colapsó en la banqueta, y tuvo que sentarse temblando cerca de una hora, mientras una luz cegaba todos sus sentidos. Dolía. Nunca había sentido dolor antes. Los androides no deberían ser capaces de sentirlo en absoluto. Pero ella no dudaba de que eso era lo que sentía. Tal y como el cerebro humano lo reconocía cuando algo iba terriblemente mal, su

procesador le avisaba que ese cuerpo no era suyo. Que esta combinación no duraría. La tercera vez que le sucedió, había considerado volver al centro mercantil y rogarle a Linh Cinder que se lo quitara, pero se negó rotundamente a hacerlo, no antes de ver a Dataran de nuevo. Con el tiempo, el dolor se volvió más soportable, aunque haya sido solamente porque estaba aprendiendo a separarlo de su enchufe sensorial. Apretando los dientes, se levantó de la silla y siguió a Tam-shifu al astillero. Empezó a buscarlo apenas pisaron el hangar. Sus ojos iban de humano en humano, buscando un hermoso rostro y una sonrisa fácil. Desde que se fue, estaba preocupada de que no se hubiera recuperado bien del accidente con el aceite, estaba aterrorizada de no haberlo salvado a tiempo. A pesar de que su mirada viajaba por cada esquina, espacio y rincón del astillero conforme caminaban, no había signos del joven ingeniero. —Aquí estamos— dijo Tam, haciendo gestos hacia el yate espacial, el Orion Classic. En las últimas dos semanas, el exterior había sido casi completado, pero podía adivinar que todavía había mucho que arreglarle en el interior. —Este es para uno de nuestros clientes principales, y no está reparando en gastos. Pero por supuesto, tiene un horario ajustado, como siempre sucede. Te descargaré algunos planos y… ¡ah! Te vas a reportar directamente con Wing-jun, que está ahí. Dataran, ven a conocer a nuestra nueva electricista—. Se acercó rodeando el frente de la nave, con un portavisor en la mano y un lápiz sobre su oreja, provocando una corriente eléctrica tan rápida a través de su cuerpo, que ella pensó por un momento estar experimentando un verdadero desmayo. Pero no lo hizo, y cuando él inclinó su cabeza amablemente a forma de salud, ella recordó hacerlo también. —Es un placer conocerte— le dijo, —¿estarás trabajando en el Orion Classic con nosotros? — Ella sonrió, pero Tam ya estaba despidiéndose. —Así es, es una experta con los clásicos. Mantenla ocupada. Veremos qué puede hacer, ¿de acuerdo? — Miró al puerto —Yo tengo que revisar el corredor. Dataran, ¿te importa mostrarle las cuerdas? — —Para nada, señor—. Tam ya se estaba yendo antes de que él terminara de responderle. Dataran se estaba riendo un poco de él. —No lo tomes personal. Él es así de directo con todos—.

Su sonrisa hizo que el dolor de permanecer de pie se desvaneciera un poco, lo que la hizo sonreír con un poco de esperanza. —Lo siento, no sé tu nombre—. Pestañeando, abrió la boca, pero por supuesto, nada salió. Encogiéndose, acercó una mano a su garganta. Dataran frunció el ceño. —¿Perdiste la voz? — Ella dudó. Estaba cerca. —Oh… entonces… debería llamarte…— Frunció más el ceño, al no ser capaz de pensar en algo que pudiera salvarlo del momento incómodo. Animándose, ella tomó su manga y lo arrastró hacia el frente de la nave, donde con gestos señaló el nombre recién pintado que tenía en el bordo. Child of the Stars —Uh… ¿Stars? ¿Star?— Cuando ella asintió, él se echó a reír. —Bueno, no fue tan difícil. Es un placer conocerte, Star—. Ella intentó con todo lo que pudo hablar a través de sus ojos, apretó sus labios, sus dedos liberaron su manga y estaba muy asustada de volver a tomarla. Soy yo, pensó, esperando que entendiera, soy la que te ha salvado. Soy quien encontró tu medallón. Soy yo, soy yo, soy yo… Pero Dataran sólo señaló el área de aterrizaje con su cabeza. —Ven, déjame mostrarte el cuarto de motores para que veas qué tanto hemos avanzado con el cableado, lo que no es mucho. Definitivamente te necesitábamos— Antes de que él se diera la vuelta, miró hacia las ventanas de la cabina en el primer piso, torciendo un poco la boca, hacia un lado. Star siguió su mirada. Ochida Miko y su padre estaban ahí sentados. Él parecía estarle enseñando algo, haciendo gestos hacia los controles, pero Miko estaba observando a Dataran y parecía no escuchaba. Star tuvo el presentimiento de que la tímida sonrisa que le estaba dando a Dataran, no era para que nadie más lo notara.

*** —¡Oh, es hermoso!— dijo Miko, sentada a un lado de Dataran.

Star supo que estaba hablando de la nave que estaba a punto de dejar el astillero, una delgada, brillante navecita que había sido encargada para la Carrera Espacial Anual a Neptuno, (que todos sabían era sólo una falacia, pues la carrera terminaba oficialmente en Júpiter, pero los comerciales decían que sonaba igual de bien). Era una nave hermosa, con sus propulsores alargados y su nariz con forma de alfiler. Los encargados de la pintura se habían superado, creando un montaje muy realista del horizonte de Nueva Beijing a todo lo largo de la nave. Pero a Star no le importaba mucho la nave. Su atención estaba concentrada en el techo, que se retiraba para dejar ver el cielo interminable. A pesar de que su nueva vida como un humano le había dado la oportunidad de ver al cielo nocturno todo lo que quería, nunca se cansaba de ello. El sentimiento de vasta eternidad, el anhelo de ver todo lo que el universo le ofrecía, aún con lo pequeña y sin importancia que era. Star no creía que Miko mirara para arriba, para ver lo mismo que ella. Claro, ella ya había estado en el espacio incontables veces. Y lo estaría de nuevo, apenas el Orion Classic estuviera terminado; en otras dos o tres semanas a lo mucho. Ochida-shifu se estaba desesperando, apresurándolos para terminar, para trabajar en ella más tiempo, para terminar antes. Miko y Dataran, por otro lado, parecían cada vez miserables conforme la nave empezaba a avanzar en su reconstrucción. Si acaso, el trabajo de Dataran se retrasaba, conforme la fecha límite se acercaba. Star reenfocó su atención mientras Dataran explicaba las distintas características de la nave de carreras, haciendo gestos para explicar la elegante curva de su parte trasera, el poder de los propulsores, que seguía y seguía. Star estaba más interesada en el sonido de su voz que en lo que decía. Las sutiles inflexiones. La pronunciación cuidadosa de cada término técnico. La manera en que hablaba más rápido cuando encontraba algo de interés e ingenios. Escucharlo se sentía para ella como si estuviera recargando energía, sintiendo la gentil corriente de energía, cálida y animante. Ella lo miró un poco, y la sonrisa contenida en sus labios cayó. Dataran tenía sus dedos enlazados con los de Miko, sosteniendo su mano en su rodilla, mientras que su mano dibujaba cosas en el aire. Algo parpadeó en el pecho de Star, quizás un subidón de energía. Sus dedos formaron un puño, apretándose ante la necesidad de levantarse y arrancar las manos, separarlas. De hacer a un lado a Miko. De poner sus manos en su cuello. Haciendo una mueca, se dio la vuelta y esperó a que la neblina que inundaba su visión desapareciera. No era la primera vez que pensamientos horribles le venían a la cabeza.

Generalmente, había descubierto que Miko era agradable. Era inteligente, que hablaba lo suficiente como para que Star no se sintiera incómoda al no poder participar en la conversación, y había insistido en que ella la acompañara en paseos ocasionales a un parque cercano, cuando se había enterado que había estado trabajando hasta tarde. Pero cuando estaba con Dataran, que era bastante frecuente, Star se descubrió deseando no querer ser amiga de ella, descubriendo una parte oscura de su programación. Se le figuró que era otro fallo, este extraño deseo de lastimar a otro humano; que sólo surgía cuando Dataran descubría formas sutiles de tocar a Miko. Cuando ponía su mano en su codo o cuando le quitaba cabello del hombro. Esos momentos, tan pequeños, hacían que Star sintiera que se desintegraba por dentro. Tal vez sus malfuncionamientos estaban empeorando. Tal vez un nuevo procesador podría ayudar. ¿Ya tenía el dinero suficiente para comprar uno nuevo? No estaba segura, y tenía que buscar uno que compensara su fuente de poder, para que no fuera peligroso y la amenazara de muerte al final del día. —Star, ¿estás bien?— Forzándose a alzar la vista, miró a Dataran. Una mirada rápida le confirmó que seguían tomados de la mano, así que se esforzó por darle una pequeña sonrisa y subir y bajar la cabeza un poco. La preocupación llenó un poco la mirada de Dataran, pero en el momento, las porras y gritos de la audiencia que indicaban que la carrera empezaba, retomó su atención y la de Mijo hacia el espectáculo. Intentó concentrarse en la nave, o incluso en el cielo nocturno, pero no podía sacar de sus pensamientos la imagen de sus pálidos dedos alrededor del cuello de Miko. La perturbó que su procesador fuera capaz de imaginar algo tan horrible, y las palabras del mecánico del astillero volvieron a su mente. ‘Un androide impredecible es un androide peligroso’ ¿Ella es impredecible? ¿Ella es peligrosa? Su energía se estaba acabando. Cambió sus ajustes internos en el modo de ahorro de energía, y el mundo se tornó en colores grises, el sonido en sus oídos bajó conforme sus receptores se ralentizaban,

Puso una mano en el hombro de Dataran y se levantó. El movimiento trajo consigo una sacudida de dolor que amenazó con paralizarla. Hizo una mueca y esperó un momento, antes de despedirse con la mano. —¿A dónde vas?— Dataran señaló con una mano la nave —Sólo serán unos minutos más. Podemos tomar una nave estacionaria juntos—. Su ventilador zumbó más rápido. Había inventado una dirección cerca de su tercer día de trabajo en el astillero a la que iban a dejarla después del día de trabajo. A veces Miko se les unía, Star pensaba que quizás ella y Dataran tenían planes que no la incluían, a pesar de que jamás la habían hecho sentir como una intrusa. En esos cortos viajes en la nave estacionaria, escuchando a Dataran hablar y reír eran algunos de los mejores momentos que había tenido en su corta vida. Pero esta vez, sacudió su cabeza. Necesitaba encontrar un puerto de carga, y rápido. Él no esperaba que se explicara, un beneficio de ser muda, así que simplemente asintió, y ceñudo, la dejó ir. Pero Star no avanzó más de diez pasos cuando sintió su energía drenarse de sus piernas. Alertas le llegaron sobre la situación, pero ya era muy tarde; ya estaba cayendo. Su cabeza se estrelló en el suelo y permaneció en el suelo, con sus brazos contraccionándose con tanta fuerza que pensó se soltarían de sus uniones. Alcanzó a escuchar los gritos de Miko y Dataran aún a través del caótico escándalo en sus oídos, y cuando los tuvo encima, la acomodaron nuevamente boca arriba, con cuidado. Escaneó sus rostros, reconociendo miedo, pánico, incertidumbre. Dataran hablaba, pero ella no comprendía. Miko presionaba una mano sobre su frente. Su procesador empezó a parpadear, volviendo a la vida, los programas lentamente empezaron a cargar. Aunque no podía mover las piernas, podía sentir las preguntas de Dataran llover sobre ella como estrellas fugaces. Entonces, Miko puso una mano sobre su brazo y con calma autoritaria dijo “tráele un poco de agua.” Con un movimiento frenético de cabeza, él se levantó. Cuando se fue, Miko suspiró y con una mirada muy dulce, puso un rizo de cabello detrás de la oreja de Star. —Parece que el ajuste ya está avanzando, pero quédate quieta un poco más—. Star se marchitó de vergüenza, al saber que Dataran la había visto así.

—Lamento si te ofendo al preguntar esto— susurró Miko, mirando en dirección a donde Dataran se había ido —pero… ¿eres una escolta – droide, Starméi? — Abriendo los ojos, Star intentó sentarse, lográndolo cuando Miko puso un brazo detrás de sus hombros y la ayudó a levantarse. Se dio cuenta de que la aterrorizaba que Miko supiera su secreto, pero su sonrisa era amable. —No te preocupes. No creo que Dataran lo haya notado aún, y yo no le diré a nadie. Eres bastante… convincente— bajó las pestañas y murmuró —pero algo reconocible—. Star la miró atentamente. Algo reconocible. Las palabras se repitieron en su cabeza, pero no lograba computarizarlas. Miko llevó una de sus manos a la parte trasera de su cuello, donde Star reconoció la marca oscura y extraña que había visto tantas veces, aunque era regularmente cubierto. —No soy un androide— dijo, sacudiendo su cabeza, se aclaró la garganta y se atrevió a mirar a Star —soy una ciborg—. Ciborg. La definición estaba en su base de datos, pero Star dudaba de ella. ¿Miko? ¿La adorable Miko? Miko echó un vistazo alrededor, para asegurarse que nadie estaba cerca. Estaban sentadas cerca de la cabina de pintura, que les ofrecía una buena vista del despegar de la nave sin estar en medio de la multitud, así que nadie les estaba poniendo atención. Sentándose sobre sus tobillos, Miko levantó un poco la manga de su kimono. Star observó, sorprendida, mientras Miko metía sus dedos en su codo y retiraba un poco de piel. Una perfecta capa de piel, suave y aterciopelada; que cubría un brazo hecho de polímero de fibra de carbono, el mismo material con el que el cuerpo de Star estaba hecho. Tan pronto como Star lo vio todo, Miko volvió a poner la piel sintética en su lugar, acomodándola para que no quedara arrugada. Hipando, Star apuntó en dirección a donde Dataran se había ido. —Él lo sabe— dijo Miko —se lo dije tan pronto como… bueno…— miró hacia abajo, a sus manos prostéticas, enlazadas en su regazo, —tan pronto como me di cuenta que me estaba enamorando de él. Pensé que eso terminaría todo entre nosotros. Que no querría saber nada de mí una vez lo supiera. Pero… él no es así… ¿verdad? — Un suave enrojecimiento cubrió sus mejillas, pero se suavizó mientras miraba las naves sin terminar. Y cerca del corredor, la Child of the Stars. —No es como si importara. Apenas esté terminada la nave, nos iremos, nadie cambiará la decisión de mi padre. Él cree que es por mi propio bien pero…—

Star inclinó un poco su cabeza, animándola a terminar. —Nos vamos de la Comunidad porque a mi padre le preocupa que sea seleccionada para el proyecto ciborg si nos quedamos. Sé que es aleatorio, y las probabilidades son pequeñas, pero él está convencido que el proyecto sólo escoge a ciborgs femeninas y jóvenes. No sé cómo se le ocurrió eso, pero… por eso compró la nave, por eso insiste en que se termine pronto. Y cuando lo esté… tendré que despedirme—. Star atisbó un brillo en los ojos de Miko, pero se desvaneció rápidamente. —Debería ser agradecida, lo sé. Está pasando por muchos problemas para mantenerme a salvo. Pero no puedo evitar ignorar las probabilidades de ser escogida para el proyecto, si eso significa que puedo estar con Dataran—. Star alejó su mirada. Ella conocía ese sentimiento muy bien. El dolor que sintió en sus vértebras mientras caminaba. La tortura de ver sus ojos envolver el cuerpo de Miko cuando usaba esos coloridos obi. Cuán agonizante era su vida de silencio y anhelo. Pero tan digna, cuando sus ojos la miraban. Aún podía ver su mirada de incredulidad y gratitud que le había dirigido cuando lo había sacado del tanque de aceite. —Ten, usualmente traigo conmigo una carga de poder portátil— dijo Miko mientras atraía su bolsa hacia ella, —Dataran volverá pronto y será difícil para mí explicarle por qué no estás bebiendo el agua siendo que aún no te recuperas. ¿El enchufe receptáculo está en tu cuello?— Star asintió y se esforzó por ser agradecida con Miko, cuando abrió su panel detrás de su oreja e insertó el cable del cargador, pero aun había un pequeño sentimiento oscuro, haciéndola enterrar sus dedos en sus muslos. Una impaciencia con Miko, una inquietante irritación con su presencia. Desde que regresó al astillero, Star pensó en la partida de Miko como el final, y el principio, y ese sentimiento crecía conforme pasaba el tiempo. Sólo esperaba al momento oportuno, cuando Miko se fuera. Entonces, ella compraría un nuevo cuerpo que no se revelara al caminar y podría devolver el medallón y explicarle todo a Dataran. Le diría que, algo en su sonrisa la había cambiado, cuando eso no era remotamente posible. Le diría que es ella quien salvó su vida, porque algo sobre él la hacía impredecible, y quizás peligrosa, pero que ella no podía existir en un mundo sin él. El Fin. Star arrastró un dedo sobre la pantalla incrustada en la pared, y las luces de la cabina se apagaron. Dibujó un círculo en el sentido del reloj y las luces se encendieron, más brillantes. Lo hizo a contra reloj y estas empezaron a atenuarse. Presionar aquí para subir la temperatura, aquí para bajarla. Probó

todos los comandos: tocar música, ajustar la entrada y filtrado de aire, sellar la puerta de la cabina, calentar el piso de ésta, meter una orden en el sistema automatizado de bebidas, todo. Segura de que todo funcionaba bien, cerró el panel de cableado detrás de la pantalla, recogió las herramientas que había estado utilizando y las acomodó en su cinturón. Se tomó un momento, para prepararse para caminar de nuevo; ya sabía que el esfuerzo le estaba pasando factura a su sistema. Por semanas, se había esforzado por ignorar el dolor y el conocimiento de que, tarde o temprano, su cuerpo de escolta–droide se rebelaría y expulsaría su chip de personalidad. Había momento en que sentía que sólo sostenía su cuerpo por pura fuerza de voluntad. No pasaría más tiempo, ella conseguiría su nuevo cuerpo. Sólo tenía que resistir un poco más. Una voz hizo detener sus pies y se detuvo en la rampa de salida. Dataran. Dándose la vuelta, miró hacia la sala común que dividía el frente de la nave con las áreas de estancia. Un conjunto de asientos cómodos, acentuados con cojines de seda y sábanas de cachemir, rodeando un crepitante acuario que iba desde el techo hasta el piso. Los peces de colores brillantes habían sido traídos a su nuevo hogar, desde días antes y parecían flotar sin cuidad alrededor del arrecife coral artificial. Star se deslizó hacia la habitación de Miko, recargando su espalda en la pared, consciente de que eso era algo que no habría hecho cuando era Mech6.0. Espiando, sigilosa, curiosa. Los androides no estaban hechos para ser curiosos. Y aquí estaba, de pie cerca del marco de la puerta, escuchando hipar y llorar a una chica. —Si pudiéramos hablar con tu padre… mostrarle cuántos nos queremos uno a otro…— —Él nunca lo va a aceptar. Él no cree que tú puedas mantenerme a salvo— . Dataran dejó salir un suspiro descontento. —Lo sé, lo sé. Y no podría soportar si algo llegara a sucederte. Sólo necesito tiempo… puedo conseguirnos una nave. No sería como esto, nada parecido a lo que tú estás acostumbrada pero…— —Eso no importaría. Iría… - sollozó Miko – a donde sea contigo. Pero… Dataran…— —Pero ¿qué? —

Empezó a llorar más fuerte. —De verdad quieres vivir, toda tu vida… ¿con un ciborg?—. Star se atrevió a acercarse más, cambiando su peso para poder espiar entre la pequeña abertura entre las puertas de madera. Esos cuartos estaban bien equipados. La nave estaba casi terminada, pero todo le faltaba un poco de detalle al frente. Debía partir en dos días. Pudo verlos de pie, cerca de la pantalla de escritorio de Miko, Dataran la abrazaba, con una mano tomando su barbilla, mientras ella enterraba su cabeza en su hombro. Memorizando la pose, Star llevó sus manos a su cabeza, metiendo sus dedos en su cabello. Trató de imaginar cómo sería algo así. —Miko, por favor— susurró Dataran —tus brazos podrían estar hechos de madera estricnina, para lo que me importa—. Star ajustó su interfaz de audio para que pudiera escuchar el movimiento de ropa, su respiración, los pequeños estornudos de Miko. —Todo lo que me importa está aquí—. Se separó lo suficiente para poder llevar su mano y ponerla sobre un crisantemo pintado en el kimono de seda de Miko. Justo debajo de su cuello. Star siguió su movimiento. Sintió su propio pecho, su duro enchapado, con la más ligera sensación de suavidad en su piel sintética. Pero no había latidos. Sólo silencio. —Eres perfecta, Miko, hermosa y yo te quiero. Quiero casarme contigo—. Las palabras, dichas tan lentamente, fueron como un disparo a la cabeza de Star. Vaciló y se tropezó hacia atrás, presionando su mano contra su oído. Pero era muy tarde. Esas palabras, habían quedado grabadas a fuego en su base de datos. Miko carraspeó y se separaron, dándose vuelta hacia la puerta. Dataran estuvo ahí pronto, abriendo las puertas, y alivio cruzó la cara de ambos cuando vieron a Star. —Oh, por las estrellas— susurró Miko, poniendo su mano artificial sobre su muy real corazón latiente, —creí que eras mi padre—. Fingiendo disculparse, Star dio un paso hacia ellos y gesticuló hacia las luces que rodeaban la habitación, mientras señalaba el panel de control de la pared. Alzó sus cejas a modo de pregunta.

Pero mentía. Había revisado esas habitaciones días antes, y sabía que antes no había manera en que hubiera sido capaz de una falsedad así, ni siquiera implícita. —Oh, sí, sí, todo parece funcionar perfectamente— dijo Dataran, pasando una mano por su cabello. Él parecía nervioso, mientras que Star se sentía destrozada. —Debería terminar de empacar— murmuró Miko, sonando nada entusiasta, como si se mudara a una prisión, no a un lujoso yate. Bajando la cabeza, se dirigió a la puerta, —Tantas maletas que ocupar…— —Miko, espera— Datan tomó sus manos, y miró dudoso a Star. Ella hizo como que revisaba el panel de control. —Tengo que intentarlo— susurró, bajando su cabeza hacia Miko, — al menos tengo que preguntarle…— —No va a aceptar—. —Pero si lo hiciera… si pudiera convencerlo de que cuidaré de ti, que te quiero… ¿tú dirías que sí? — Star, ausente, golpeó sus dedos contra la pantalla. —Sabes que lo haría— respondió Miko, su voz quebrándose en la última palabra. Sorbió su nariz y se aclaró la garganta —Pero no importa. Él no dirá que sí. No me dejará quedarme—. Sus suaves pisadas se dirigieron a la salida de la cabina. Atreviéndose a mirar sobre su hombro, Star vio a Dataran presionando su frente en la pared, con los dedos enterrados en su cabello. Con un fuerte suspiro, arrastró sus manos sobre su cara y la miró. Notó sombras bajo sus ojos y una palidez que parecía que algo andaba mal en él. —Ochida-shifu… está preocupado por su seguridad…— dijo, como explicándose, mientras apartaba la mirada —y yo también, si soy honesto. Pero si se va… quizás nunca la vea de nuevo. Si tan solo… si tuviera una nave… pero…— sacudiendo su cabeza, se dio la vuelta para apoyar la espalda en la pared, como si se fuera a caer si no lo hacía, —estaba ahorrando para una. Lo he hecho por años. Y ya casi tengo suficiente, agregando un medallón único en su clase con un holograma especial que… haría una gran diferencia pero… pero lo perdí en el estúpido tanque de aceite—. Star presionó su mano contra su cadera, donde el medallón estaba escondido en su bolsillo. Se lo quedó, esperando, esperando el momento perfecto para devolvérselo, pero ningún momento parecía el apropiado. Y en las tardes, cuando estaba sola, lo abría, para sentirse envuelta en las estrellas, y soñar en cómo sería la vida cuando Miko se fuera. Habría tantas oportunidades, tantos momentos…

—Lo siento, Star. No debería hablar de mis problemas así. No es justo, cuando tú no puedes hablarme de los tuyos—. Cruzaron miradas y ella alejó su mano de su bolsillo, haciendo un puño. Miko se iría en dos días. Y entonces… entonces… Dataran sonrió, pero estaba cansado, sin la calidez que había interrumpido antes el flujo de electricidad a sus extremidades. —¿Tienes algún problema del que quieras hablar, Star? — Ella asintió. —¿Podrías quizás escribirlo? Y lo leería, si quisieras— Dejando caer la mirada, ella agitó la cabeza. Fuera, en la sala común, el acuario zumbaba y borboteaba, un sonido que debería ser relajante la hacía sentir como si se ahogara, inundando la nave. —Entiendo— dijo Dataran —probablemente no me he mostrado como un gran… oyente, desde que nos conocimos. Pero si me pregunto a veces, qué anda por esa cabecita tuya. Le agradas a Miko, ¿sabes? Creo… ella nunca lo ha dicho, pero creo que quizás seas la única amiga que tiene—. Star miró lejos. Apretó sus puños. Entonces, atreviéndose a encontrar su mirada otra vez, alzó una mano y puso un dedo sobre su pecho vacío. Dataran la observaba, desconcertado. No estaba entendiendo. Star dio un paso hacia él y puso el mismo dedo sobre su corazón. Él parpadeó y abrió la boca para hablar, pero Star se inclinó y lo besó antes de que pudiera hacerlo. Sólo un piquito, pero deseó poner en él todas las palabras no dichas antes. He sido yo, todo este tiempo, quizás yo he salvado tu vida, pero yo no sería nada sin ti. Sería otro meca-androide, y no sabría lo que es amar tanto a alguien que lo daría todo por él. Pero cuando se alejó, él se veía aterrorizado, culpable y ella supo que él no entendía. Se fue de la habitación antes de que Dataran pudiera decir algo. Pero él no la llamó. No fue tras ella. Star se escabulló de la nave y siguió andando hasta que salió del hangar, fuera del astillero, un androide solitario debajo del enorme cielo de la mañana, antes de que tocara su bolsillo y envolviera sus dedos alrededor del medallón y un universo, que no significaba nada para ella sin él.

*** A diferencia del Tritón, el lanzamiento de Child of the Stars fue un evento privado. Algunos de los antiguos trabajadores y viejos conocidos de Ochida-shifu habían ido para desearles un buen viaje, junto a los trabajadores del astillero; pero eso era todo. Ningún amigo de Miko. Tal vez Dataran tenía razón y ella no

tenía ninguno, lo que hizo pensar a Star que era porque era rica y protegida, o tímida o quizás, porque era un ciborg. Star no podía quitarle la mirada de encima a Dataran, parado con los hombros hundidos entre la multitud, sus ojos persiguiendo la nave conforme los motores rugieron y los magnetos del suelo empezaron a cobrar vida. Quizás esperaba ver una vez más a Miko, aunque las ventanas de la cabina eran tan pequeñas, lo esperaba. Star se preguntó si se habían visto estos dos últimos días, desde que ella los había encontrado. Lo que había escuchado seguía dando vueltas en su cabeza, y le dolía tanto la memoria como le dolía el beso. Ella no había visto a Dataran desde entonces. Lo había estado evitando. No pudiendo comprender su tristeza al perder a Miko, o como sea, no quería la explicación que él le daría, diciéndole porqué era a Miko a quien él quería, y el porqué, Star no sería lo mismo, aunque Miko se hubiera ido. Mientras observaba, la multitud abrió paso hacia Dataran. Una figura se movía con gracia entre los cuerpos. Star inclinó su cabeza y entrecerró los ojos. Observando. Esperando. Dataran lo notó y volvió su cabeza. Su mirada cayó en Miko, que estaba vistiendo un overol sencillo, y él dio un paso atrás, sorprendido. La sonrisa de ella era tímida pero brillante, cuando se acercó a él y le susurró algo. Ella levantó su mano y algo pequeño cayó colgando de ella. Aunque Star estaba lejos para verlo bien, sabía que era el medallón. Su medallón. Su galaxia. Dataran sacudió su cabeza sin poder creerlo y volvió a mirar la nave. Después, a punto de sonreír, tomó a Miko entre sus brazos y la besó. Star presionó sus dedos sobre sus labios. Imaginando. Su brazo, ya débil, cayó a un lado y ella lo dejó. Ya no tardaría mucho. Podía sentir su cuerpo rebelarse. El dolor ya era más constante, la sensación en sus piernas de ser apuñalada, aun cuando estaba sentada. La pérdida frecuente de energía en sus miembros. La nube oscura que se había plantado en su visión, y cómo ella siempre pensó que esta vez sería la última, antes de volver, agonizando, a la conciencia. Pisadas sonaron en la sala común y se detuvieron en la entrada. Star giró su cabeza. —Un minuto para salir— dijo Ochida-shifu, —¿quieres venir a sentarte conmigo en la ventana? — Ella sacudió su cabeza, ajustando la manga de su kimono para que él sólo pudiera ver su brazo de metal. La piel sintética había sido fácil de retirar, y aunque había sido extraño ver lo que había en su interior, el brazo le recordaba las tenazas de su cuerpo Mech6.0, y se sintió más tranquila.

Ochida suspiró suavemente detrás de ella. —Estoy haciendo esto por ti, Miko. Es mejor de esta forma, él es sólo un chico. Lo vas a superar—. Cuando Star no respondió, el suspiró y se alejó de la entrada. —Bien. Enójate. Haz lo que quieras. Sólo vuelve a poner tu piel sobre el brazo, antes de que dañes el material. Cual sea el punto que estás intentando hacer, no está funcionando. Recordarme lo que eres, sólo me convence más de que esta es la decisión correcta—. Entonces, él se había ido. Star volvió la mirada a la ventana, al hangar, a la multitud. Cientos de meca-droides alineados en la pared de recarga. Miko. Y Dataran. No pasó mucho tiempo antes de escuchar los magnetos funcionar y soltar la nave, cuando la sintió elevarse sobre el suelo. La multitud vitoreó. Dataran envolvió sus brazos alrededor de Miko, y aunque Star no creyó que ella pudiera verla, sintió como si se estuvieran viendo la una a la otra en ese momento, y que Miko sabía justo lo que Star había hecho. Y ella también sabía, que era lo correcto. Los motores, ya calientes, elevaban la nave por sobre el hangar, sobre la ciudad brillante de Nueva Beijing. Y Dataran se había ido. Cansada de repente, Star presionó su cabeza contra la ventana. Su sistema de audio amenazaba con fallar, alcanzó a escuchar el susurro de Child of the Stars contra las nubes, y el cielo pasó de ser azul brillante a un rosa suave, con rasgos de tibio naranja. Su ventilador trabajaba con esfuerzo dentro de su pecho, cada vez más lento, más lento… De repente, casi perdiéndoselo, el espacio se abrió ante ella. Oscuro y extenso, lleno de infinitas estrellas, tantas que no podía creerlo. Más estrellas de las que podría computar. Era mucho mejor que un holograma. Sus cables empezaron a fallar, drenando la poca energía que zumbaba por ellos. Sus dedos brincaron y se retorcieron, antes de caer inmóviles. Sonreía mientras se imaginaba como otra estrella en medio de ese mar, mientras su cuerpo decidía que ya había sido suficiente; sintiendo el momento preciso en que su energía se terminaba, escuchando el tarareo final de electricidad. Pero ella ya era vasta, brillante, infinita.