El Papa Francisco Nos Habla de La Esperanza

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EL PAPA FRANCISCO NOS HABLA DE LA ESPERANZA

Selección de textos: Matilde Eugenia Pérez T.

PRESENTACIÓN En estos tiempos tan difíciles que vivimos, los cristianos tenemos necesidad de la virtud de la esperanza, que junto con la fe y la caridad, pertenece al grupo de las virtudes teologales, que Dios mismo infunde en nuestra alma, en el Sacramento del Bautismo, como una semilla que nosotros debemos cultivar y hacer crecer, para bien nuestro y de toda la humanidad, con nuestras acciones cotidianas. Necesitamos la esperanza, para vivir cada minuto de nuestra vida con entusiasmo y alegría, como un regalo maravilloso de Dios. Necesitamos la esperanza para mirar siempre adelante, al futuro que estamos construyendo, sin temores ni dudas, con la plena certeza de que Dios camina con nosotros y nos protege y ayuda.

Necesitamos la esperanza, para hacer lo que nos corresponde con valentía y decisión, y tratar de superar los problemas y dificultades que se nos van presentando a medida que vamos caminando. Necesitamos la esperanza para mirar cada vez más alto en nuestros deseos y proyectos, en bien nuestro y de quienes comparten su vida con nosotros. Necesitamos la esperanza para que la fe que profesamos pueda desarrollarse a plenitud. Necesitamos la esperanza para iluminar el mundo con una vida acorde con el Evangelio de Jesús, que es Buena Noticia de salvación para la humanidad entera.

Necesitamos la esperanza para no decaer en nuestra lucha cotidiana por el bien, la verdad, la belleza, la justicia, la igualdad, la libertad y la paz, que son bienes a los que todos tenemos derecho. La esperanza proyecta nuestra vida a la eternidad sin fin, en la plenitud de la felicidad y el amor de Dios. Sin la esperanza, sin nuestra esperanza, sin la esperanza de todos cuantos creemos en Jesús, y en su mensaje de amor y de salvación, el mundo sería un lugar oscuro y frío, imposible de habitar; un lugar en el que la muerte sería dueña y señora, y los seres humanos estaríamos condenados a la desesperación, que hace imposible cualquier avance, cualquier crecimiento, cualquier anhelo.

En sus homilías y catequesis, el Papa Francisco hace contínua alusión a la virtud de la esperanza, como virtud fundamental en la vida de todo cristiano, y nos invita a reflexionar en ella y a pedir a Dios que la haga crecer en nuestro corazón. He aquí algunas de sus consideraciones más bellas y dicientes. Matilde Eugenia Pérez Tamayo

La esperanza es la virtud más pequeña, quizá la más difícil de comprender.

A mí me viene a la mente, cuando pienso en la esperanza, una imagen: la mujer embarazada que espera un niño... ¡Está gozosa! Y todos los días se toca la panza para acariciar a ese niño, está en expectativa del niño, vive esperando a ese hijo... Imagina el encuentro con su hijo.

La esperanza cristiana es un don que Dios nos da, si salimos de nosotros mismos y nos abrimos a Él.

El fundamento de la esperanza cristiana es el amor que Dios siente por cada uno de nosotros.

El cristiano está siempre lleno de esperanza; no puede dejarse llevar por el desánimo.

El cristiano está siempre lleno de esperanza; no puede dejarse llevar por el desánimo.

La esperanza es la "gasolina" de la vida cristiana, que nos ayuda a ir adelante cada día.

La esperanza es luchar... En la lucha de todos los días, la esperanza es una virtud de horizontes... Vivir en la esperanza... Vivir de la esperanza... Mirando siempre hacia adelante con coraje.

La esperanza cristiana se expresa en la alabanza y en el agradecimiento a Dios, que ha inaugurado su Reino de amor, de justicia y de paz.

La oración te lleva adelante en la esperanza, y cuando las cosas se vuelven oscuras, más oración... Y habrá más esperanza.

La esperanza es como la levadura que ensancha el alma; hay momentos difíciles en la vida pero con la esperanza, el alma sigue adelante, y mira a lo que nos espera.

Señor, Dios de paz, escucha nuestra súplica… Mantén encendida en nosotros la llama de la esperanza para tomar con paciente perseverancia, opciones de diálogo y reconciliación, para que finalmente triunfe la paz. Y sean desterradas del corazón de todo hombre estas palabras: división, odio, guerra.

(Oración por la paz, Roma, 8 de Junio 2014)

Nuestra esperanza no se funda en nuestras capacidades y en nuestras fuerzas, sino en Dios y en la fidelidad de su amor.

Esta es la estupenda realidad de la esperanza: confiando en el Señor nos hacemos como Él; su bendición nos transforma en sus hijos que comparten su vida.

Ver a Dios, ser semejantes a Dios, ésta es nuestra esperanza.

La gran esperanza hunde sus raíces en la fe, y justamente por esto es capaz de ir más allá de toda esperanza. Sí, porque no se funda en nuestra palabra, sino en la Palabra de Dios.

La esperanza cristiana está ordenada al cumplimiento futuro de la promesa de Dios, y no se detiene ante ninguna dificultad, ya que está fundada en la fidelidad de Dios, que nunca falla.

Esperar implica tener un corazón humilde, pobre. Sólo un pobre sabe esperar. Quien está lleno de sí y sus bienes, no sabe poner la confianza en ningún otro, sino en sí mismo.

Esperar significa aprender a vivir en la espera... Cuando una mujer se da cuenta de que está embarazada, cada día aprende a vivir en la espera de ver la mirada de ese niño que llegará... También nosotros debemos vivir en la espera, de mirar al Señor, de encontrar al Señor.

Si esperamos, es porque muchos de nuestros hermanos y hermanas nos han enseñado a esperar, y han mantenido viva nuestra esperanza. Y entre ellos se distinguen, los pequeños, los pobres, los sencillos, los marginados.

El alma de la esperanza es el Espíritu Santo.

El modelo de la esperanza es María, que en medio de las tinieblas de la pasión y de la muerte de su Hijo, continuó creyendo y esperando en su resurrección, en la victoria del amor de Dios.

¡Oh Dios de amor, compasión y salvación! Confórtanos y consuélanos, fortalécenos en la esperanza, y danos la sabiduría y el coraje para trabajar incansablemente por un mundo en el que la verdadera paz y el amor reinen entre las naciones y en los corazones de todos. (Oración en la Zona cero de Nueva York, 25 de septiembre de 2015)

La esperanza que nos ha sido donada, no nos separa de los demás. Se trata en cambio de un don extraordinario, del cual estamos llamados a convertirnos en "canales", con humildad y simplicidad.

La esperanza cristiana no puede prescindir de la caridad genuina y concreta.

La esperanza que habita en nosotros, no puede permanecer escondida en nuestro corazón; debe, necesariamente, difundirse fuera, tomando la forma exquisita e inconfundible de la dulzura, del respeto, de la benevolencia hacia el prójimo, llegando incluso a perdonar a quien nos hace mal.

El amor es el motor que hace ir adelante nuestra esperanza.

Tenemos necesidad de fortalecer cada vez más las raíces de nuestra esperanza, para que pueda dar fruto.

Para hablar de esperanza con quien está desesperado, se necesita compartir su desesperación; para secar una lágrima del rostro de quien sufre, es necesario unir a su llanto el nuestro.

La esperanza tiene en pie la vida, la protege, la custodia y la hace crecer. Si los hombres no hubieran cultivado la esperanza, si no se hubieran sostenido en esta virtud, no habrían salido jamás de las cavernas, y no habrían dejado rastros en la historia del mundo. Es lo más divino que pueda existir en el corazón del hombre.

"Mientras haya vida, hay esperanza”, dice un dicho popular; y es verdad también lo contrario: mientras hay esperanza, hay vida. Los hombres tienen necesidad de la esperanza para vivir, y tienen necesidad del Espíritu Santo para esperar.

Siembra esperanza: siembra el bálsamo de la esperanza, siembra el perfume de la esperanza y no el vinagre de la amargura y de la des-esperanza.

Exulta en la esperanza. Exulta en la esperanza, porque el Señor te ama como padre y como madre.

Dios de Misericordia… Te confiamos a quienes han realizado este viaje, afrontando el miedo, la incertidumbre y la humillación, para alcanzar un lugar de seguridad y de esperanza.

(Oración por los inmigrantes, Lesbos 16 de abril de 2016)

La esperanza ha entrado en el mundo con la Encarnación del Hijo de Dios. ¿Y cuál es esta esperanza?... La Vida eterna.

La

Navidad tiene un sabor de esperanza porque, a pesar de nuestras tinieblas, la luz de Dios resplandece. Su luz suave no da miedo. Dios, enamorado de nosotros, nos atrae con su ternura. Naciendo pobre y frágil en medio de nosotros, como uno más, viene a la vida para darnos su vida; viene a nuestro mundo para traernos su amor.

El pesebre y el árbol de navidad son un mensaje de esperanza y de amor, y nos ayudan a crear el clima navideño favorable, para vivir con fe el misterio del nacimiento del Redentor, venido a la tierra con sencillez y mansedumbre.

El nacimiento de Cristo, inaugurando la redención, nos habla de una esperanza segura, visible y comprensible, porque está fundada en Dios.

Jesús, Dios, es hombre verdadero, con su cuerpo de hombre. ¡Está en el cielo! Y esta es nuestra esperanza.

Nuestra esperanza no es un concepto, no es un sentimiento, no es un montón de riquezas. ¡No! Nuestra esperanza es una Persona, es el Señor Jesús, que lo reconocemos vivo y presente en nosotros y en nuestros hermanos, porque ha resucitado.

Esperar es para el cristiano, la certeza de estar en camino con Cristo, hacia el Padre.

Yo espero, tengo esperanza, ¡porque Dios camina conmigo! Camina y me lleva de la mano.

Visitados y liberados por Jesús, pidamos la gracia de ser testigos de vida en este mundo que tiene sed, testigos que suscitan y resucitan la esperanza de Dios, en los corazones cansados y abrumados por la tristeza. Nuestro anuncio es la alegría del Señor viviente.

La fe y la esperanza son un don de Dios, y debemos pedirlos: ¡Señor, dame – danos – la fe; dame – danos – la esperanza! ¡Las necesitamos tanto!

Dios de misericordia y Padre de todos, Ayúdanos a compartir las bendiciones que hemos recibido de tus manos y a reconocer que juntos, como una única familia humana, somos todos emigrantes, viajeros de esperanza hacia Ti, que eres nuestra verdadera casa, allí donde toda lágrima será enjugada, donde estaremos en la paz y seguros en tu abrazo. (Oración por los inmigrantes, Lesbos 16 de abril de 2016)

Lo que hace a los cristianos valerosos, es la ESPERANZA. La esperanza es el ancla a la que aferrarse, para luchar también, en los momentos difíciles.

La esperanza es don de Dios. Está ubicada en lo más profundo del corazón de cada persona, para que pueda iluminar con su luz el presente, muchas veces turbado y ofuscado por tantas situaciones que conllevan tristeza y dolor.

Esta es nuestra esperanza cristiana: La luz de Jesús, la salvación que nos trae Jesús con su luz que nos salva de las tinieblas del pecado y de la muerte eterna.

La esperanza cristiana no es sólo un deseo, no es optimismo; para un cristiano la esperanza es espera, espera ferviente, apasionada, por el cumplimiento último y definitivo de un misterio, el misterio del amor de Dios, en el que hemos renacido y en el que ya vivimos.

La esperanza abre nuevos horizontes, hace capaz de soñar lo que no es ni siquiera imaginable. La esperanza hace entrar en la oscuridad de un futuro incierto, para caminar en la luz.

Frente a la cizaña presente en el mundo, el discípulo del Señor está llamado a alimentar la esperanza con el apoyo de una inquebrantable confianza en la victoria final del bien, o sea de Dios.

La esperanza que nos ofrece el Evangelio es el antídoto contra el espíritu de desesperación que parece extenderse como un cáncer, en una sociedad exteriormente rica, pero que a menudo experimenta amargura interior y vacío.

La esperanza que nos ofrece el evangelio de la gracia y de la misericordia de Dios en Jesucristo; la esperanza que inspiró a los mártires... Esa es la esperanza que estamos llamados a proclamar en un mundo que, a pesar de su prosperidad material, busca algo más, algo más grande, algo auténtico y que dé plenitud.

El cristiano es un misionero de esperanza. No por su mérito, sino gracias a Jesús, el grano de trigo que cae en la tierra, ha muerto y ha dado mucho fruto.

Que el Señor nos libre de esta terrible trampa de ser cristianos sin esperanza, que viven como si el Señor no hubiera resucitado, y nuestros problemas fueran el centro de la vida.

Jesús crucificado, refuerza en nosotros la fe; que no caiga frente a la tentación. Reviva en nosotros la esperanza; que no se desvanezca siguiendo las seducciones del mundo.

(Oración al terminar el Via Crucis, Roma, Viernes Santo 3 de abril de 2015)

Esperar es una necesidad primaria del hombre; esperar en el futuro, creer en la vida.

Esperar significa e implica un corazón humilde, pobre. Solo un pobre sabe esperar. Quien está lleno de sí y de sus bienes, no sabe poner la confianza en ningún otro sino en sí mismo.

Los pobres son siempre los primeros portadores de la esperanza. Y en este sentido podemos decir que los pobres, también los mendigos, son los protagonistas de la Historia. Para entrar en el mundo, Dios ha necesitado de ellos: de José y de María, de los pastores de Belén.

Los

que esperan son aquellos que experimentan cada día, la prueba, la precariedad y el propio límite... Nos dan el testimonio más bello, más fuerte, porque permanecen firmes en la confianza en el Señor, sabiendo que más allá de la tristeza, de la opresión y de la inevitabilidad de la muerte, la última palabra será la suya, y será una palabra de misericordia, de vida y de paz.

En estos tiempos que parecen oscuros, y en los que tantas veces nos sentimos perdidos ante el mal y la violencia que nos circundan, y ante el dolor de tantos hermanos nuestros, necesitamos la esperanza.

La única seguridad que nos salva es la esperanza en Dios, que también nos hace caminar en la vida con alegría, con ganas de hacer el bien, con ganas de ser felices para toda la eternidad.

Cuando se desvanece la esperanza humana, comienza a brillar la divina: “Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios”.

La esperanza en el Señor no decepciona.

¡Las palabras de Jesús dan siempre esperanza!

No estamos solos en el combate contra la desesperación. Si Jesús ha vencido al mundo, es capaz de vencer en nosotros todo lo que se opone al bien. Si Dios está con nosotros, nadie nos robará la virtud de la esperanza que todos necesitamos para vivir.

Señor Jesús, danos fortaleza; danos un corazón libre; danos esperanza; danos amor, y enséñanos a servir. Amén.

(Oración con los Jóvenes, Asunción Paraguay, 12 de Julio de 2015)

El cristiano es una mujer, es un hombre, de esperanza

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Hay “algo más” que habita en la existencia cristiana, y que no se explica simplemente con la fuerza de ánimo o un mayor optimismo. Nuestra fe, nuestra esperanza, no son sólo optimismo; son otra cosa más. Es como si los creyentes fuéramos personas con un “pedazo de cielo” de más sobre la cabeza.

La esperanza cristiana se basa en la fe en Dios que siempre crea novedad en la vida del hombre, crea novedad en la historia y crea novedad en el cosmos.

Es un buen ejercicio decirse a sí mismo: Dios me ama. Esta es la raíz de nuestra seguridad, la raíz de la esperanza.

La esperanza en Dios no es una huída de la realidad, no es una coartada; es poner manos a la obra para devolverle a Dios lo que le pertenece.

La esperanza en Dios nos hace entrar, por así decir, en el radio de acción de su recuerdo, de su memoria que nos bendice y nos salva.

No pongamos jamás condiciones a Dios, y dejemos en cambio que la esperanza venza nuestros temores.

El Señor nos enseña a no tener miedo de seguirlo, porque la esperanza que ponemos en Él no será defraudada.

Podemos hacernos una pregunta: ¿Yo camino con esperanza, o mi vida interior está detenida, cerrada?... ¿Mi corazón es un cajón cerrado o es un cajón abierto a la esperanza, que me hace caminar, no solo, sino con Jesús?...

Permanezcamos estables en el camino de la fe, con una firme esperanza en el Señor. Aquí está el secreto de nuestro camino.

Bienaventurada María, Virgen de Fátima… Custodia nuestra vida entre tus brazos: bendice y refuerza todo deseo de bien; reaviva y alimenta la fe; sostiene e ilumina la esperanza; suscita y anima la caridad; guíanos a todos nosotros por el camino de la santidad.

(Oración a Nuestra Señora de Fátima, Jornada mariana, 13 de Octubre de 2013)

Cuando en ciertos momentos de la vida no encontramos vía de escape a nuestras dificultades, cuando nos precipitamos en la oscuridad más densa... No debemos enmascarar nuestro fracaso, sino abrirnos confiadamente a la esperanza en Dios, como hizo Jesús.

La esperanza no es sólo la certeza que te da seguridad ante las dudas y las perplejidades. La esperanza es también no tener miedo de ver la realidad como es y aceptar las contradicciones.

¡Cuántas tristezas, cuántas derrotas, cuántos fracasos existen en la vida de cada persona! Pero Jesús camina con todas las personas desconsoladas, y, caminando con ellas, de manera discreta, logra dar esperanza.

Yo espero, tengo esperanza, ¡porque Dios camina conmigo! Camina y me lleva de la mano. ¡Dios no nos deja solos! El Señor Jesús ha vencido el mal y nos ha abierto el camino de la vida.

Los discípulos de Jesús están llamados a ser sus testigos humildes pero valientes para reencender la esperanza, para hacer comprender que, a pesar de todo, el reino de Dios sigue siendo construido día a día, con el poder del Espíritu Santo.

El creyente es aquel que haciéndose cercano al hermano, abre caminos en el desierto, es decir, indica perspectivas de esperanza incluso en aquellos contextos existenciales difíciles, marcados por el fracaso y la derrota.

Jesús nos ha abierto la puerta de la esperanza, la puerta para entrar al lugar donde contemplaremos a Dios.

Jesús nos ha abierto la puerta de la esperanza, la puerta para entrar al lugar donde contemplaremos a Dios.

Cuando Jesús subió al cielo, llevó junto al Padre celeste a la humanidad – nuestra humanidad – que había asumido en el seno de la Virgen Madre, y que nunca dejará. Como un ancla, fijemos nuestra esperanza en esa humanidad colocada en el cielo a la derecha del Padre. Que esta esperanza sea el impulso de nuestra vida. Una esperanza que nos sostenga siempre, hasta el último suspiro.

La fe que profesamos en la resurrección nos lleva a ser hombres de esperanza y no de desesperación, hombres de la vida y no de la muerte, porque nos consuela la promesa de la Vida eterna enraizada en la unión con Cristo resucitado.

Cuando pensemos en el fin, con todos nuestros pecados, con toda nuestra historia, pensemos en el banquete que gratuitamente nos será dado y levantemos la cabeza. Ninguna depresión, ¡esperanza!

Virgen Santa e Inmaculada… Haz que nunca perdamos el rumbo en este mundo: que la luz de la fe ilumine nuestra vida, que la fuerza consoladora de la esperanza dirija nuestros pasos, que el ardor entusiasta del amor inflame nuestro corazón, que nuestros ojos estén fijos en el Señor, fuente de la verdadera alegría.

(Oración a la Virgen Inmaculada, Roma 8 de diciembre de 2013)

Las esperanzas terrenas caen ante la cruz, pero renacen esperanzas nuevas, aquellas esperanzas que duran por siempre.

Dios no dejará jamás de querernos mucho. Dios caminará con nosotros siempre, siempre. Esta es nuestra esperanza.

La verdadera esperanza no es jamás a poco precio; pasa siempre a través de la derrota.

Las dificultades, las persecuciones, cuando se viven con confianza y esperanza, purifican la fe y la fortalecen.

Iluminados por la luz del Evangelio y sostenidos por la gracia de los Sacramentos, especialmente la Eucaristía, nosotros podemos orientar nuestras elecciones al bien, y atravesar con valentía y esperanza, los momentos de oscuridad y los senderos más tortuosos, que hay en la vida.

Jesús no quiere discípulos capaces sólo de repetir fórmulas aprendidas de memoria. Quiere testigos: personas que propagan esperanza con su modo de acoger, de sonreír, de amar.

Cuando nos acercamos con ternura a los que necesitan atención, llevamos la esperanza y la sonrisa de Dios, en medio de las contradicciones del mundo.

Toda la Iglesia está en espera de la venida de Jesucristo. Jesús regresará, y esta es la esperanza cristiana.

La esperanza no es una idea... La esperanza es concreta, es de todos los días porque es un encuentro. Y cada vez que encontramos a Jesús en la Eucaristía, en la oración, en el Evangelio, en los pobres, en la vida comunitaria,  damos un paso más hacia este encuentro definitivo con el Señor de la Vida.

Alimentados por el Pan de la vida, también nosotros, junto a cuantos nos han precedido, esperamos con firme esperanza el día del encuentro cara a cara con el rostro luminoso y misericordioso del Padre.

Oh María, Madre nuestra… Saber que Tú, que eres nuestra Madre, estás totalmente liberada del pecado, nos llena de esperanza y de fortaleza en la lucha diaria que debemos realizar, en contra de las amenazas del maligno.

(Oración a la Virgen Inmaculada, Roma 8 de diciembre de 2014)

¿A quién hemos contagiado con nuestra fe?... ¿A cuántas personas hemos alentado con nuestra esperanza?... ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo?... Son preguntas que nos hará bien formularnos?

Cada uno de nosotros puede pensar en el ocaso de su vida: ¿Cómo será mi ocaso?... ¿Lo miro con esperanza?... ¿Lo miro con la alegría de ser acogido por el Señor?... Este es un pensamiento cristiano que nos da paz.

Jesús siempre está junto a nosotros para darnos esperanza, para encender nuestro corazón y decir: “Ve adelante, yo estoy contigo".

Jesús ofrece a las personas que se han equivocado la esperanza de una vida nueva.

¡Cuántas veces las abuelas saben decir la palabra justa, la palabra de esperanza, porque tienen la experiencia de la vida, han sufrido mucho, se han encomendado a Dios, y el Señor les da este don de darnos consejos de esperanza.

La esperanza es espera de alguien que está por llegar: Cristo, el Señor, que se acerca cada vez más a nosotros, día tras día, y que viene a introducirnos finalmente en la plenitud de su comunión y de su paz.

La esperanza es el hilo de la historia de la salvación. La esperanza de encontrar al Señor definitivamente. El Reino de Dios se vuelve fuerte en la esperanza.

Cristo Jesús es nuestra gran esperanza. Contigo nada está perdido. Contigo puedo siempre esperar. Tú eres mi esperanza.

Como siervos alegres de la esperanza, estamos llamados a anunciar al Resucitado, con la vida y mediante el amor.

Somos polvo que aspira al cielo. Débiles en nuestras fuerzas, pero potente el misterio de la gracia que está presente en la vida de los cristianos. Somos fieles a esta tierra, que Jesús ha amado en cada instante de su vida, pero sabemos y queremos esperar en la transfiguración del mundo, en su cumplimiento definitivo, donde finalmente no habrá más lágrimas, ni maldad ni sufrimiento.

A.M.D.G