El OTRO Sin OTRO

Jacques-Alain Miller1 EL OTRO SIN OTRO “El Otro sin Otro” es mi título.2 Este título es una abreviatura, en forma enigm

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Jacques-Alain Miller1

EL OTRO SIN OTRO “El Otro sin Otro” es mi título.2 Este título es una abreviatura, en forma enigmática, de una frase, de una propuesta, de un dicho de Lacan que se enuncia de un modo que cierto número de ustedes conocen: “No hay Otro del Otro”. Esta fórmula fue lanzada por Lacan un día del año 1959, el 8 de abril, en el curso de su Seminario titulado El deseo y su interpretación. Ella comentaba la escritura de forma lógica S(A) y fue precedida por una frase bien construida para movilizar la atención de su auditorio: “Éste es, si lo puedo decir así, el gran secreto del psicoanálisis”, decía Lacan.3

“El gran secreto del psicoanálisis” Él quería dar a esta fórmula el valor de una revelación, en el sentido del hallazgo, de sacar a la luz una verdad escondida. ¿Verdad escondida para quién? Se comprende que este gran secreto era una verdad escondida primero para los propios psicoanalistas, una verdad desconocida por los practicantes del psicoanálisis. Divagamos, en fin, en todo caso yo divagué, sobre una frase de Hegel en su curso de estética, cuando hablaba de los egipcios, respecto a los cuales los griegos, los romanos y todo el mundo si puedo decirlo así, sondeaba sus misterios. La fórmula de Hegel era la siguiente: “Los misterios de los egipcios eran misterios para los propios egipcios”.4 Pues bien, del mismo modo, al menos así es como yo leo esta frase de Lacan, el secreto del psicoanálisis, como él lo llama, era una verdad escondida para los analistas mismos. Me pregunté si la revelación por parte de Lacan de este secreto en 1959 había bastado para levantar el velo que envolvía al Otro sin Otro. Es muy posible que esta revelación no haya sido registrada, validada, asumida -no hablo de los alumnos de Lacan. Los psicoanalistas no acusaron recibo de ella. Y posiblemente sólo hoy, en 2013, podemos tomarla en serio y darle todas sus consecuencias. Veremos si podemos poner esta revelación a prueba de la clínica cuando la NLS se encuentre en Gante. No digo que éste sea el título del congreso, pero propongo que este “Otro sin Otro”, que Lacan hizo surgir hace mucho tiempo en su Seminario, nos sirva de brújula. Propongo también que nos sirva de brújula para la lectura del Seminario donde Lacan lo dijo, el Seminario El deseo y su interpretación. Este Seminario saldrá publicado en los próximos días. El editor lo ha anunciado, incluso, para el próximo 6 de junio. En todo caso, yo he hecho el trabajo que me correspondía al respecto. Espero que, mientras estoy aquí, se imprima como conviene, que se añadan las últimas correcciones que le hice antes de venir. Entonces, propongo que este Seminario sirva de referencia al Congreso de la NLS en Gante. Después de haber pasado el tiempo de irlo redactando a lo largo de los años y de haber ajustado su escritura últimamente, querría dar aquí algunas orientaciones, en todo caso las mías, para la lectura de este Seminario y, en particular, aclarar ante ustedes este gran secreto del psicoanálisis.

Un momento de báscula El Seminario presenta en la introducción la construcción del gran grafo de Lacan, que él llamó el grafo del deseo, y cuya edificación había comenzado en el Seminario 5. Esto ocupa los dos primeros capítulos. Evidentemente, el comentario detallado de este esquema pide un marco distinto que éste. Después de la introducción, la primera parte se consagra a la lectura de algunos sueños extraídos de la Ciencia de los sueños. La segunda parte reanaliza, de manera detallada, un sueño que figura en una cura conducida por la psicoanalista inglesa Ella Sharpe. A continuación, vienen, en la tercera parte, las lecciones sobre Hamlet. Y, finalmente, encontramos algunos capítulos que dan una orientación más general y que no puedo soñar con resumir en media hora, tres cuartos de hora. Aclarar el gran secreto del psicoanálisis es, sin duda,menos dificil porque se hace explícito en el vasto movimiento social que por todas partes, progresivamente, en las sociedades democráticas avanzadas, cuestiona el patriarcado, la prevalencia del padre. Pues bien, la orientación fundamental de este Seminario se organiza, para mí, alrededor de la puesta en tela de juicio del padre, de la función paterna. No es por casualidad que el sueño que Lacan fue a pescar en la Ciencia de los sueños apunte precisamente a la relación de un hijo con su padre y constituya una versión diferente de la relación padre-hijo típica del Edipo. Por otra parte, si Lacan se interesó en este Seminario por Hamlet, es precisamente porque en Hamlet, el padre, lejos de ser una función normativa y pacificadora, comporta al contrario una acción patógena. No me parece excesivo, medio siglo después, leer este Seminario de Lacan, como decía Yves Vanderveken,5 con sus virtudes proféticas. Lacan dio a la fórmula “No hay Otro del Otro” el valor de una revelación, de un secreto, porque había allí una propuesta que él mismo desconocía. Esta propuesta constituye un momento de báscula completamente decisivo para la prosecución de su enseñanza. No creo que sea el entusiasmo de haber terminado este trabajo lo que me haga decir las cosas en estos términos. Fue necesario que Lacan pensara contra sí mismo para formular “No hay Otro del Otro”. Primero enseñaba lo contrario.

El Otro del Otro: el Nombre del Padre Un año antes, en 1958, enseñaba por el contrario -condenso aquí, recojo una de sus fórmulas que no figura como tal en sus Escritos ni en sus Seminariosque hay un Otro del Otro.Y que éste, si había que darle un nombre, era el nombre por excelencia: el Nombre del Padre. Añado que esto no es una interpretación mía. O que sólo es una interpretación en la medida en que descifro la definición que Lacan da en relación al Nombre del Padre al final de su artículo, que sigue siendo para nosotros esencial sobre la psicosis, “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”.6 Voy citarles un fragmento del texto de Lacan, cuya referencia está en la página 564 de la edición castellana. Esta frase me lleva a decir que, antes de proferir “No hay Otro del Otro”, Lacan decía lo contrario. Hay que sopesar muy cuidadosamente los términos con los que planteaba al Otro del Otro. Se trata de la definición que Lacan da del Nombre del Padre al final de este artículo donde entrega su construcción de la metáfora paterna. Hay que decir que esta metáfora paterna sacudió de tal modo los espíritus que quedó para el gran público -lo comprobamos en Francia este año-, como lo esencial de lo que dijo Lacan: él es quien promovió el Nombre del Padre como una función decisiva de normativización y como la clave de arco de todo lo que sostiene el mundo que nos es común.

Cuando Lacan construye esta metáfora paterna, da precisamente del Nombre del Padre la definición siguiente: el Nombre del Padre es el “significante que en el Otro, en tanto que lugar del significante, es el significante del Otro en tanto lugar de la ley”.7 Basta leer esta definición de modo formal para ver que pone en escena dos Otros, dos estatutos del gran Otro, el Otro del significante y el Otro de la ley.Y el primer Otro, el Otro del significante, se presenta como conteniendo el significante del segundo, del que digo que, desde entonces, vale como el Otro del Otro. Así es como descifro esta definición, a saber que el Otro de la leyes el Otro del Otro. Lo que Lacan llama el Otro de la ley, cuyo significante es el Nombre del Padre, es el Otro del Otro. Ya hice la lectura de esta frase de la Cuestión preliminar en mi curso. La hice rápidamente porque de aquella no había redactado todavía en detalle el Seminario El deseo y su interpretación. Esta frase me había permitido comprender por qué Lacan daba tanta importancia a esta fórmula misteriosa, “No hay Otro del Otro”. ¿Qué quiere decir el Otro del Otro si simplifico su formulación? Quiere decir, por una parte, que el lenguaje obedece a una ley, que el lenguaje está dominado por una ley, que hay una ley del lenguaje. Por otra parte, esto instala al gran Otro como un conjunto de significantes entre los cuales hay el significante del Otro. Y, ahí, no podemos más que reconocer los ecos de la noción logicista -no digo lógica-, de Bertrand Russell quien distinguía los catálogos que se contienen a sí mismos y los catálogos que no se contienen a sí mismos -lo que hace, en efecto, aquí del gran Otro un conjunto que contiene su propio significante. En aquella época, Lacan no explotó este recurso russelliano que comportaba su concepto del Otro, pero gran parte de su Seminario 16, De un Otro al otro, desarrolla precisamente este punto, en referencia exclusiva a Bertrand Russell y a las paradojas que pueden derivarse de ello cuando se trata de formar el catálogo de todos los catálogos que no se contienen a sí mismos. Lacan explota estas paradojas para el discurso analítico.

La pasión del primer Lacan: las leyes del lenguaje ¿Qué es lo que Lacan llama aquí la ley, qué es la ley del lenguaje? Hay que constatar que el primer Lacan -llamo aquí primer Lacan al de antes del corte introducido en el Seminario 6, que niega al Otro del Otro, es decir, el Lacan del Informe de Roma, el de los cinco primeros Seminarios- se consagró, se encarnizó constantemente en determinar cuáles eran las leyes del lenguaje, las leyes del discurso, las leyes de la palabra, las leyes del significante -eso me sorprende retroactivamente. Podemos hacer la lista de estas leyes, que encontramos formuladas en todos los recodos de sus textos y sus Seminarios, y percibimos que son diversas, que no son homogéneas en absoluto. Hasta tal punto que se puede decir que hay allí como una pasión, una pasión del primer Lacan: la búsqueda de leyes. Para hacerles sentir el valor que se puede dar a esta observación, haré un cortocircuito por la última enseñanza de Lacan. Es el mismo Lacan que, en su última enseñanza, enunciará que “lo real es sin ley”.8 Él llegará a separar tanto el lenguaje y la ley que, en su última enseñanza, el lenguaje aparecerá como un parásito -Bassols lo ha recordado.9 A continuación, renunciará incluso al concepto de lenguaje, o por lo menos intentará ir más acá de este concepto para diseñar lo que llama lalengua -que se diferencia del lenguaje en que es sin ley. El lenguaje se concibe entonces como una superestructura de leyes que capturan la lengua en tanto es sin ley. La enseñanza de Lacan se desplegó en un sentido completamente contrario a su pasión inicial. Él comenzó, podemos decir, bajo la égida de la ley y, cuanto más avanzó, más subrayó el sin

ley. Piensen en el acento que Lacan pone, en la clínica, a la contingencia, al acontecimiento como azaroso. Habría allí que precisar allí lo que constituye un tipo de juntura entre la ley y la contingencia, es decir, el momento en que Lacan renuncia explícitamente a recurrir a la ley, al principio de su Seminario 11, cuando explica que el inconsciente es más bien del registro de la causa que del registro de la ley.

Cinco registros de la ley ¿Por qué hay esta pasión por la ley en Lacan al principio de su enseñanza? ¿Y por qué renuncia a ella cuando enuncia que “No hay Otro del Otro”? Él nos enseñó a situar -en el lenguaje, la palabra, el discurso- diferentes leyes hasta llegar a esta expresión: la ley. Hice el esfuerzo de intentar clasificar todas estas leyes que Lacan utilizó y explicitó en su pasión legalista, si puedo llamarla así. Primero, hay unas leyes lingüísticas. Son aquellas que Lacan toma prestadas de Saussure, que conducen a distinguir el significante y el significado, la sincronía y la diacronía. Son también las que encuentra en Jakobson quien articula y distingue la metáfora y la metonimia; Lacan habla de ellas como leyes, como mecanismos. En segundo lugar, hay una ley dialéctica, que Lacan va a buscar en Hegel: esta ley querría que, en el discurso, el sujeto sólo pueda asumir su ser por mediación de otro sujeto. Lacan la llama ley dialéctica del reconocimiento. En tercer lugar, encontramos en Lacan -fue en cierta época, que ya no es la nuestra, muy popular- las leyes matemáticas, como las que explora en su “Seminario sobre ‘La carta robada”, con su primer grafo, el de a, b, g, d, que da el modelo de la memoria inconsciente. En cuarto lugar, hay las leyes sociológicas, las leyes de la alianza y el parentesco que Lacan tomó del libro de Lévi-Strauss sobre las estructuras elementales del parentesco. Y, en quinto lugar, hay la ley o la supuesta ley freudiana, este Edipo del que el primer Lacan hizo una ley, a saber, que el Nombre del Padre debe imponerse al Deseo de la Madre, y que ésta es la condición para que el goce del cuerpo se estabilice y el sujeto acceda a una experiencia de una realidad común con otros sujetos. Me tomé el trabajo de enumerar cinco registros de la ley: lingüístico, dialéctico, matemático, sociológico y finalmente freudiano. Cuando Lacan comienza a reflexionar sobre la experiencia analítica, por lo menos cuando comienza a enseñar a propósito de ella, estos cinco registros de la ley son para él constitutivos de lo que llamó lo simbólico. Pero basta enumerar estos cinco registros para darse cuenta de que lo simbólico es una noción “para todo”, una catch all category, que comprende las matemáticas, la lingüística, la dialéctica, etc. Esto es lo que constituye para Lacan lo simbólico en tanto que obedece a la ley y se reparte en estos diferentes registros.

El orden simbólico ¿Por qué Lacan dio una importancia completamente central a la noción de ley? Sin duda, porque para él la leyera la condición de la racionalidad e, incluso, más precisamente, de la

cientificidad. En cierto modo, es como si él obedeciera al axioma “No hay ciencia más que donde hay ley”. Podemos, a partir de ahí, dar todo su peso a una noción que marcó los espíritus e influyó al público, hasta el punto que en Francia -se ha podido constatar este año-, figuraba en el primer plano de los debates alrededor de la apertura del matrimonio a los homosexuales. Se trata de la noción de orden simbólico. Esta noción, que pertenece al comienzo de la enseñanza de Lacan expresa la solidaridad de los cinco registros de la ley en lo simbólico. Me he quedado asombrado al verla resurgir en Francia últimamente, más de cincuenta años después de su formulación, promovida como la objeción mayor a la apertura del matrimonio a los homosexuales, a la transformación del parentesco, a la adopción, etc. -no sé cómo está esto en Grecia. En la enseñanza de Lacan sin embargo, es preciso constatar que esta noción, después de haber sido promovida, desaparece. Lacan la inventó, la aportó, en efecto, como la base de su concepción, como esencial a la tripartición entre lo simbólico, lo imaginario y lo real, pero luego no la conservó. Hay que subrayar que, en la noción de orden, los cinco registros de la ley se confunden. Es decir que, bajo el ángulo del orden, en la perspectiva del orden, aparecen como equivalentes, ya se trate de la ley matemática, la ley dialéctica, etcétera. Como si el rasgo común de estos diferentes registros fuera poner orden. La ley pone orden o expresa el orden existente. Allí dónde hay ley, hay orden. Y en el sistema del primer Lacan, el orden sólo es simbólico. Al orden simbólico se opone, podemos decir, el desorden imaginario. En lo simbólico, cada cosa, cada elemento está en su lugar; incluso, hablando con propiedad, sólo hay lugares en lo simbólico. En lo imaginario por el contrario, los elementos cambian su lugar, si bien los lugares no se distinguen, y no es seguro que los elementos se distingan como tales. No hay en lo imaginario los elementos discretos, separados, que hay en lo simbólico. Estos son los términos con los que Lacan describe las relaciones entre el yo y el otro, que no es más que su propia imagen en el exterior. Entre el yo y el otro hay intrusión, ellos rivalizan entre sí, se hacen la guerra, no encuentran el uno con el otro más que equilibrios inestables, si bien lo imaginario aparece marcado por una inconsistencia esencial y no es, incluso, dijo Lacan una vez, más que “sombras y reflejos”.10 En cuanto a lo real, está por fuera del clivaje entre orden y desorden. Él es, pura y simplemente. Nos dimos cuenta este año -y ha sido necesario, en cierto sentido, explicar lo contrario- que la noción de orden simbólico había devenido popular. Ocurrió para todos aquellos que militan por la protección del orden establecido, para los conservadores. Un mundo regido por el orden simbólico es un mundo, en efecto, donde cada cosa está en su sitio, un mundo guardado por el padre, el patriarcado. El desorden constatado se desvaloriza como imaginario, es decir, inconsistente y parasitario a la vez. Ellos se han servido de la noción lacaniana de orden simbólico para promover la idea de un orden armonioso, regido por leyes invariables, aferradas al Nombre del Padre. y hay que decir claramente que Lacan dio pie a eso, al principio de su enseñanza dejó la puerta abierta en este sentido. Pudo decir por ejemplo, lo cito, en su Informe de Roma, que el Nombre del Padre era el sostén de la función simbólica.11 Todo lo que era del orden simbólico tenía al Nombre del Padre como sostén, el padre encarnaba la figura de la ley como tal. Pero, éste es el punto de partida de su enseñanza. Después, toda ella va en el sentido contrario. Si la enseñanza

de Lacan tiene un sentido, una dirección, es la del desmantelamiento metódico, constante y encarnizado de la pseudo armonía del orden simbólico. Precisamente porque Lacan exaltó la función del Nombre del Padre, porque le dio todo su brillo pudo ponerlo en tela de juicio de modo radical.

Deconstrucción de la metcifora paterna Parece una ironía de la historia. Lo que ha marcado al público y ha permanecido inolvidable, es la forma lingüística que Lacan dio al Edipo freudiano: la metáfora paterna gobernada por el Nombre del Padre. Y esto ha ocurrido aunque todo el despliegue de su enseñanza, a partir del corte producido en el Seminario 6, vaya hacia el desmantelamiento, la deconstrucción de la metáfora paterna. Esto puede precisarse en diferentes puntos. En primer lugar, podemos ya observar que Lacan no puso por delante el Nombre del Padre y la metáfora paterna más que para mostrarla desfalleciente en la psicosis. En segundo lugar, él mostró la permanencia en tanto que objeto pequeño a, de un goce que no recibe su sentido de la metáfora paterna. En tercer lugar, cuando fue excomulgado de la IPA, y renunció a su Seminario De los Nombres del Padre para hacer el Seminario Los Cuatro conceptos, cuestionó muy claramente en este último Seminario, vuelvan a leerlo, el deseo de Freud, como sometido a la figura del padre. En cuarto lugar, Lacan dio al Edipo el estatuto de un mito que a la vez designa y vela la castración, y dejó de hacer de él una ley. Lo convirtió en un mito, es decir, una historia imaginaria, organizada, pero imaginaria. En quinto lugar, la metáfora paterna escribe en cierto modo la relación sexual bajo la forma de la prevalencia viril sobre la posición femenina materna. y él lo desmintió con el teorema “no hay relación sexual”, que arruina la noción del orden simbólico. En sexto lugar, finalmente definió el Nombre del Padre como un sinthome, es decir, como un modo gozar entre otros. Acabo con un séptimo punto donde inscribo lo que de hecho es el primer punto, el punto de viraje a partir del cual comenzó la deconstrucción del Nombre del Padre como Otro del Otro. En el Seminario 3: Las psicosis, Lacan dio parte de este descubrimiento de la metáfora y de la metonimia, las dos figuras de estilo que según Jakobson resumen toda la retórica. Él comenzó utilizando la figura de la metáfora. Y se sirvió de ella para formalizar el Edipo freudiano en el Seminario 4: La relación de objeto. Sólo utiliza la segunda figura, la metonimia, a continuación, para formalizar el deseo. Diría que hay allí dos términos que se responden: la metáfora paterna y la metonimia deseante. Lacan primero aportó la metáfora paterna y, luego, de manera menos clamorosa, la metonimia deseante.

Vía del Padre o vía del deseo Pienso aquí en Hércules, el Hércules del mito, representado delante de dos vías posibles. Ante Lacan, se abrieron del mismo modo dos vías: la vía de la metáfora paterna y la vía de la metonimia deseante. ¿Qué vía siguió? De entrada, él planteó la metáfora paterna, pero la vía

que siguió con su enseñanza -no hay ningún equívoco-, es la vía del deseo y no la vía del padre. En el Seminario 4, formalizó la metáfora paterna. En el Seminario 5 y el Seminario 6, construyó un gran grafo de dos pisos, que se estudia en todas las secciones clínicas: el grafo del deseo. Podríamos preguntarnos por qué hizo del deseo la función esencial por la que este grafo es designado así. Quiero decir el valor que tiene para mí, en mi lectura, esta denominación. Toma su valor precisamente, por diferencia y por oposición al nombre que este grafo habría podido tener pero que Lacan descartó: en lugar de ser el grafo del deseo, este grafo podría haber sido el del Nombre del Padre.

¿Qué final del análisis? Supongamos que Lacan hubiera mantenido que hay Otro del Otro y que el Nombre del Padre es el significante de este Otro del Otro. Si hubiera mantenido lo que escribió al final de su artículo sobre las psicosis, el elemento fundamental a sacar a la luz en un análisis, el elemento que sería determinante para el final del análisis, sería el Nombre del Padre, sería el significante, las particularidades del significante que, para cada uno, dio sentido al goce que su cuerpo padece. Entonces, arriba y a la izquierda del grafo, allí dónde se inscribe la respuesta última esperada de un análisis, la revelación en que culmina, se escribiría S(A). Esto querría decir que el final del análisis sería el surgimiento del Nombre del Padre en tanto significante que designa la ley de su ser como sujeto. Ahora bien, en este lugar se inscribe por el contrario S (A). Esto significa que la respuesta que Lacan da a la pregunta planteada por el sujeto en su análisis, no se encuentra al nivel de la relación con el Nombre del Padre, que la solución del problema no se produce al nivel de la metáfora paterna. A este nivel, todo lo que el sujeto encuentra es la falta de un significante, la falta del significante que designaría su ser al designar la ley de este ser. Hago surgir, por hipótesis, lo que sería un análisis cuyo final sería la emergencia del Nombre del Padre como el significante de la ley del ser del sujeto. Voy a hacer una segunda hipótesis, y digo que esta hipótesis está fundada. Ella se funda en el mismo punto del texto de Lacan sobre las psicosis, así como en otro pasaje de ese mismo texto. Es la siguiente: podríamos pensar que la falta de significante sería la solución, que el final del análisis podría ser la revelación de una falta. Hay que admitir, en mi opinión, que Lacan tomó en consideración esta versión del final de análisis. Incluso, su escrito “La dirección de la cura”, que precede inmediatamente al Seminario El deseo y su interpretación, concluye ahí. Cuando lean el Seminario El deseo y su interpretación, les aconsejo remitirse a este escrito de Lacan, “La dirección de la cura”. Verán que el Seminario enlaza directamente con la quinta parte de “La dirección de la cura”, donde Lacan formula una orden terminante para el analista: “Hay que tomar el deseo a la letra”.12 El deseo se define allí por la metonimia del modo más explícito, es decir, como efecto de la sucesión de significantes, como puro efecto del significante -puro quiere decir un efecto insustancial, sin sustancia. Y para mostrárselo no necesito más que citarles la definición que Lacan da con todas las letras antes de este seminario, al final de “La dirección de la cura”: “El deseo es la metonimia de la falta-en-ser”.13 No puede decirse mejor que el deseo queda adjudicado aquí a la falta, que es sin sustancia, acorde a S(A), a la inexistencia de una metáfora terminal, que haría surgir una significación definitiva. A propósito de eso, Lacan da una definición de lo que es la interpretación del deseo al final de su escrito. Y empieza a examinar esta misma cuestión en el Seminario El deseo y su interpretación, pero se ve cómo en el curso del Seminario ella se diluye poco a poco. La definición que da en su escrito de la interpretación del deseo es que se trata de indicar la falta,

de apuntar a la falta, sin decirlo, por alusión -lo que llama, en una frase que tiene su poesía: “Recobrar el horizonte deshabitado del ser”.14 Esto quiere decir algo muy preciso: él apunta a la posibilidad de que el final del análisis sea la asunción por el sujeto de la nada que es. Sería nada al nivel del inconsciente. Se sabe, en efecto, por el sueño que el sujeto está identificado a varios elementos, que es disperso y múltiple, y que esta multiplicidad traduce precisamente la falta del significante que significaría plenamente su ser. En otras palabras, A quiere decir también que nada garantiza la verdad de un significante de una cadena significante. En este sentido, no hay la metáfora. Lacan evocó entonces algo del orden de un final del análisis por la metáfora paterna, por la constitución de la metáfora paterna, el acceso pleno a la metáfora paterna, pero lo descartó. Descartó el final de análisis por el Nombre del Padre, el final del análisis que sería la revelación del Nombre del Padre para uno, que designaría la ley de su ser. Igualmente, apuntó a que el final del análisis pudiera ser la asunción de la nada, de la falta designada por A. Un final de análisis donde se declararía que uno no puede más que asumir la falta y saber que no se puede confiar, que nada asegura al sujeto la verdad de la buena fe del Otro. Hay que decir que éste es un final posible del análisis. Precisamente, es lo que Lacan llamará más tarde el final del análisis que hace del sujeto un non dupé.15 El non dupé es el sujeto que se satisface con el gran A barrado, con la inconsistencia del Otro. En el Seminario del Deseo, Lacan propone un tercer final para el análisis. El lugar decisivo donde se juega el final de partida del análisis no es el Nombre del Padre, es el fantasma. A partir de este Seminario, se ven ordenarse las líneas que ciernen el fantasma como el lugar donde puede ser cuestión del final del análisis. Esta cuestión no dejará de dar vueltas en la enseñanza posterior de Lacan. El Seminario 6 se titula El deseo y su interpretación porque prosigue, al principio, la línea abierta en la conclusión de “La dirección de la cura”. Pero, este Seminario precisamente está hecho para contestar la conclusión del escrito de Lacan que le dio su punto de partida. El Seminario 6 discute que el final del análisis se subordine a la definición del deseo como metonimia de la falta-en-ser. Si hay una cosa que salta a la vista, hay que decir desde las primeras páginas del Seminario 6, es que el deseo, tal como Lacan lo presenta aquí, no es más en absoluto una metonimia de la falta-en-ser, es decir, un deseo definido como puro efecto del significante. El corazón de este Seminario no es la interpretación, es la relación inconsciente del sujeto con el objeto en la experiencia deseante del fantasma.

El deseo y el fantasma Lacan llama fantasma a la relación sujeto-objeto en el deseo inconsciente. El verdadero título del Seminario 6, es “El deseo y el fantasma”, esto es lo que concluí de mi lectura y de mi redacción. El fantasma está aquí en singular porque no se trata de las ensoñaciones del sujeto, de las historias que se cuenta o cuenta a su analista, se trata de una relación que permanece inconsciente -hay que seguir detalladamente las extraordinarias aproximaciones de Lacan para cernir una experiencia inconsciente del fantasma. En este Seminario, encontramos, por lo menos una vez -hice de ello el título del capítulo XX-, la expresión “el fantasma fundamental”, que se volverá a encontrar, una vez, diez años más tarde, cuando Lacan elabore su teoría del pase como final del análisis, la teoría del pase como travesía del fantasma.

Recuerdo haber planteado la cuestión en la época de qué es exactamente este fantasma fundamental. Pues bien, en el Seminario 6: El deseo y su interpretación, el fantasma es precisamente pensado en singular y como fundamental, como una relación del sujeto con el objeto por completo diferente de la relación del conocimiento. En el conocimiento que se atiene al nivel de la realidad, hay armonía, congruencia, adaptación del sujeto al objeto. El conocimiento culmina en la contemplación, en el acuerdo del sujeto con el objeto. Puede llevar a la confusión, a la fusión del sujeto y del objeto que se busca en la intuición. Pero el deseo del que se trata en este Seminario no es homogéneo a la realidad. El deseo del que se trata es el deseo inconsciente. El objeto del deseo no es un elemento de la realidad, como lo consideraba Lacan hasta entonces, no es una persona, no es una ambición. El objeto que llama aquí pequeño a y que inscribe en el fantasma, es precisamente el objeto en tanto que escapa al dominio del Nombre del Padre y de la metáfora paterna. Este objeto no era desconocido en psicoanálisis cuando Lacan lo resituó en el fantasma. Se le llamaba el objeto pregenital y se le encontraba bajo las formas oral y anal, y llegado el caso se inscribía, en él, al fantasma. Pero se suponía que el interés prestado a estos objetos, el interés de goce prestado a estos objetos, se reabsorbía en el llamado estadio fálico. La metáfora paterna de Lacan traducía esto haciendo emerger lo que llamaba la significación del falo, en su forma lingüística. Lo que quería decir que todo goce tiene significación fálica cuando el deseo llega a la madurez, es decir, cuando se coloca finalmente bajo el significante del Nombre del Padre. Por eso, se puede decir que el final del análisis por el Nombre del Padre fue la ambición de todos los analistas que creyeron en la maduración del deseo. Freud ya había podido constatar que allí no había nada. Había podido constatar la impotencia del Nombre del Padre para reabsorber todo el goce bajo su signo. Eran incluso estos restos no reabsorbidos los que, según él, impedían acabar el análisis, los que obligaban a retomarlo periódicamente. Pues bien, en el Seminario 6, Lacan toma en este punto una orientación que será decisiva para la continuación de su enseñanza. Esta orientación, la enunciaré en forma negativa: no hay maduración, ni madurez del deseo como inconsciente -es un enunciado verdaderamente básico para la práctica psicoanalítica de orientación lacaniana. Lo que, para Freud, eran restos a reabsorber mediante una tarea infinita constituyen elementos permanentes a los cuales el deseo inconsciente queda fijado en el fantasma. Se trata de elementos o más bien de sustancias que producen goce y que están fuera de la significación del falo, digamos, como en infracción respecto a la castración. Son goces, sustancias goces suplementarios, que Lacan llamará mucho más tarde plus de gozar. Ellos se encuentran aquí ya en preparación, y lo estarán más todavía al final del Seminario, cuando él se dirija hacia la sublimación. Estos nuevos gadgets y todos estos aparejos, que nos ocupan, son efectivamente en el sentido propiamente lacaniano, objetos de la sublimación. Son objetos que se añaden: ese es el valor del término plus de gozar introducido por Lacan. Es decir que, en esta categoría, no tenemos sólo los objetos que vienen del cuerpo, que el cuerpo pierde, naturalmente o por la incidencia de lo simbólico, tenemos también objetos que hacen resonar estos primeros objetos bajo formas diversas. La cuestión es saber si estos objetos son completamente nuevos o si sólo son formas retomadas de los objetos a primordiales.

Deseo y père-versión16 La consecuencia que se puede extraer ya del Seminario 6, lo diré una vez más de modo negativo, es que no hay normalidad del deseo. El deseo inconsciente queda atado, en el fantasma, a goces que, en relación a la norma idealizada por los psicoanalistas, permanecen

intrínsecamente perversos, goces perversos. La perversión no es un accidente del deseo. Todo deseo es perverso en la medida que el goce nunca está en el lugar que querría el llamado orden simbólico. Por eso, Lacan ironizará más tarde sobre la metáfora paterna, diciendo que la metáfora paterna es también una perversión. Esto es una ironía ya que, saben, lo escribe pére-version para significar una versión, un movimiento hacia el padre. Pero esta ironía designa algo capital: el padre no puede confundirse con el Nombre del Padre, no puede reducirse a un puro significante, instaurando un orden simbólico total y consistente, porque si eso sucede, si el padre juega a ser el Otro del Otro, a ser el Otro de la ley, entonces expone a su descendencia a un riesgo de psicosis. La ironía de Lacan va lejos -y acabo sobre eso porque sé que muchos de ustedes trabajan con sujetos psicóticos y que es también el tema de este Congreso de Atenas. La ironía de Lacan con la père-version da una teoría de la psicosis inversa a la clásica. El resorte de la psicosis no es la forclusión del Nombre del Padre si no, por el contrario, un exceso de presencia del Nombre del Padre. El padre no debe confundirse con el Otro de la ley. Es preciso, por el contrario, que tenga un deseo enganchado a un fantasma y regulado por él, cuyo objeto sea un goce estructuralmente perdido. El Seminario 6, como podrán constatar, acaba en la perversión. Termina primero en una clínica de la perversión que opone el voyeurismo y el exhibicionismo. En el pasaje al acto del voyeurista y del exhibicionista pueden verse cómo se encarnan las modalidades del fantasma inconsciente. Durante todo el Seminario, Lacan habla de un fantasma inconsciente del que no hay experiencia directa, y del que es preciso entonces reconstituir la experiencia. Termina este Seminario encarnando la lógica del fantasma por el pasaje al acto del voyeurista y el exhibicionista -ahí se ve, en efecto, la relación disarmónica, conflictiva del sujeto y el objeto. El Seminario termina entonces en la perversión. Termina primero en una clínica de la perversión y, luego -para empujar la provocación-, en un elogio de la perversión en el sentido común, y precisamente de la homosexualidad en tanto que representaría la rebelión del deseo contra la rutina social, es decir, contra el pseudo orden simbólico. Sólo de un modo completamente abusivo se ha creído poder clasificar a Lacan, sobre la cuestión de la homosexualidad, entre los reaccionarios. Creo que las páginas publicadas allí son decisivas. Finalmente, el Seminario 6 anuncia el Seminario de La ética del psicoanálisis, que con este título buscará articular la relación del deseo y el goce.

La interpretación Voy a concluir este recorrido con el tema de la interpretación. El punto de partida del Seminario es la noción explicitada por Lacan en su escrito, que la interpretación del deseo debe llevar sobre la nada. Él dio la imagen célebre del San Juan de Leonardo apuntando su dedo hacia un lugar vacío. El punto de llegada del Seminario -y esto solo será aclarado por él mucho más tarde-, es que la interpretación lleva sobre el objeto pequeño a del fantasma, sobre el goce en tanto que prohibido y dicho entre líneas. ¿Cómo leer el Seminario 6? Diría que es un Seminario encrucijada, un bivium, Lacan tenía abiertas dos vías. Está claro que no siguió la del Nombre del Padre, siguió la del deseo, lo que le condujo a tomar en consideración el goce. Nosotros, que lo leemos con una idea del recorrido

de Lacan en su conjunto, vemos cómo se trazan ahí las pistas que nos condujeron a nuestra práctica de hoy y también a nuestra política. No he precisado el tema del próximo congreso de la NLS, que tendrá lugar en Gante. Volverá a las instancias el tener que hacerlo. Hay, en todo caso, en este Seminario donde apoyar todas las exposiciones clínicas que deseen. Me parece que una veta importante es la oposición entre el orden cerrado del padre -la metáfora es siempre una detención- y lo que el deseo por el contrario comporta de irregular y de fundamentalmente desplazado. Posiblemente se podrá poner esto de relieve en los hechos clínicos.17 Traducción [email protected]

de

Margarita

Alvarez

Notas

1 Jacques-Alain Miller es psicoanalista, miembro de la École de la Cause Freudienne (ECF) y miembro de honor de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP). 2 Presentación del tema del próximo Congreso de la NLS en Gante (mayo de 2014), pronunciada en la clausura del XI Congreso de la NLS, “El sujeto psicótico en la época Geek”; Atenas, 19 de mayo de 2013. Transcripción de Dossia Avdelidi. Texto establecido por Anne Lysy, no revisado por el autor. 3 Lacan, Jacques. Le Séminaire Livre VI, Le désir et son interprétation, Editions de La Martiniere, Le Champ freudien, Paris, 2013, p. 353. 4 Hegel, G.W F. Lecciones sobre la Estética, Madrid,Akal. 5 Cf. La exposición de Yves Vanderveken, que precedió a esta intervención de J.-A. Miller en el Congreso, saldrá publicada en Mental n° 30. 6 Lacan, Jacques. Escritos 2, México, Siglo XXI Editores, 1974, pp. 513-564. 7 Ibíd., p. 564. 8 Lacan, Jacques. El Seminario, libro 23: El sinthome. Buenos Aires, Paidós, 2005, p.135. 9 Exposición de M. Bassols en el Congreso de Atenas, saldrá publicada en Mental n° 30. 10 Lacan, Jacques. “El seminario sobre ‘La carta robada” en Escritos 1, op. cit., p. 5. 11 Lacan, Jacques. Escritos 1, op. cit., p. 267. 12 Lacan, Jacques. “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2, op. cit., p. 600. 13 Ibíd., pp. 602 Y 620. 14 Ibíd., p. 621.

15 Literalmente, un no-engañado, no incauto. J.-A. Miller reproduce aquí eljuego de palabras que Lacan introduce en su Seminario XXI: Les noms dupés errent, entre nom du pére (nombre del padre) y non dupé (no engañado, no incauto). Para no perder los distintos sentidos, dejo la expresión en original (NdT). 16 J.-A. Miller retoma aquí eljuego de palabras homofónico de Lacan.i’Pére-version”, literalmente “padre-versión”, suena en francés como “perversión”. He optado por dejar el término sin traducir para no perder los distintos sentidos que hace resonar (NdT). 17 En un intercambio con el presidente de sesión después de su exposición, J.-A. Miller añadió estas observaciones: “(...) No haremos un congreso sobre la perversión, excepto si lo escribimos como Lacan (pére-versión). [...] Es un Seminario cuya clínica es esencialmente la de la neurosis. [...] Podemos explorar la determinación del lugar donde se situará el final del análisis”.