El Ogro Rojo

El ogro Rojo Había una vez un ogro rojo que vivía separado del mundo, en una enorme cabaña también de color rojo en la

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El ogro Rojo

Había una vez un ogro rojo que vivía separado del mundo, en una enorme cabaña también de color rojo en la falda de una montaña, muy cerca de una aldea. El ogro era tan grande que todo el mundo le temía y nunca se acercaba nadie a él. Lo que no sabía la gente del pueblo es que en realidad aquel ogro era pura bondad. De hecho, estaba deseando tener amigos, pero no sabía cómo demostrarlo. En cuanto ponía un pie en la calle, todos los habitantes del pueblo empezaban a gritar y a correr en dirección contraria. Al final, al pobre ogro no le quedaba otra opción que quedarse encerrado en su cabaña triste y aburrido. Pasaron los años y llegó un momento en el que el ogro ya no pudo aguantar más la soledad tan grande que le invadía. Se le ocurrió repartir folletos entre los buzones de las casas de la aldea. En ellos podía que no era peligroso y que solo quería vivir como el resto de las personas. Pero unos niños lo vieron entre los buzones y corrieron la voz de que estaba en la aldea, así que volvió a cundir el pánico entre los aldeanos. Desesperado, el ogro volvió a encerrarse en su casa, esta vez más triste que nunca. Le dolía mucho que le juzgasen por su aspecto sin querer llegar a conocerle. Un día vino a visitarle su primo lejano. También era un ogro, pero este de color azul. Escuchó sus llantos y le preguntó qué le pasaba. El ogro rojo le explicó a su primo que era incapaz de que la gente dejase de tenerle miedo. El ogro azul decidió ayudarle. Le dijo que iría hasta la plaza del pueblo y allí se pondría a asustar a la gente para que después el ogro rojo apareciese para calmarlos y quedar así como el salvador. La verdad es que el ogro rojo no estaba muy convencido del plan, pero al final aceptó.

Todo salió como estaba previsto. En cuanto el ogro azul apareció en la plaza, la gente echó a correr despavorida por las calles buscando un escondite. El ogro rojo, siguiendo el plan, llegó a toda velocidad y se enfrentó al azul. Lo hizo tan creíble que nadie en el pueblo sospechó que se trataba de una farsa. Al final el ogro azul escapó y todo el pueblo empezó a aplaudir. El ogro rojo empezó a vivir como un ciudadano más del pueblo y estuvo eternamente agradecido a su primo y a su generosidad.

LA HISTORIA DE RULO

Rulo era un perro callejero muy viejo que vivía en un parque. Desde el banco en el que dormía cada noche podía divisar la zona de juegos para los niños, el estanque de patos, el quiosco de chuches…. Le encantaba observar el ir y venir de la gente. Ver a los niños jugar y a los cisnes nadar elegantemente en el agua mientras trataban de atrapar trozos de pan. Lo malo era cuando llegaba el invierno. Durante esos meses Rulo pasaba hambre y frío, porque no tenía casi fuerzas para buscar comida. Por eso, en invierno Rulo deseaba con muchas más fuerzas vivir con una familia que le quisiese y le diese abrazos. Y, por qué no decirlo, algún premio de vez en cuando. Un día recibió la visita de su amigo Poncho. Le dijo que una familia del pueblo estaba buscando un perro guardián para cuidar de sus gallinas. Rulo pensó que, teniendo en cuenta que le encantaba observar, sería el mejor vigilante para el gallinero. Así que se lavó el hocico y sacó brillo a sus pezuñas y se fue hasta la casa a presentarse ante aquella familia. Nada más verle desaliñado y con nudos en el pelo, la mujer que le abrió la puerta se asustó y le cerró la puerta en las narices diciendo que era un perro pulgoso. Rulo se volvió triste a su banco y estuvo semanas deprimido por aquel rechazo tan injusto. Al cabo de unos días, saltó la alarma de que una tribu de ratas estaba sembrando el pánico en el colegio del pueblo.La historia de Rulo Rulo no se lo pensó dos veces y allá se fue a llevar a las ratas como si se tratase de un rebaño. Era muy habilidoso también para eso, porque desde su banco muchas veces había visto clases de adiestramiento. Al librar al pueblo de las ratas todo el mundo empezó a aplaudir. A día siguiente, la familia que le había rechazado fue a buscarle. Rulo, aunque al principio le habían juzgado por su apariencia sin querer llegar a conocerle, se fue con ellos encantado.

Tortu y su aventura en las alturas

Tortu era, como su nombre indica, una tortuga. Era lo que se dice una tortuga adulta. Como todas las de su especie en esa etapa de sus vidas, comía pequeñas cantidades de carne, pescado, insectos, hojas verdes, frutas e incluso suplementos y vitaminas. Esta sana y variada alimentación es la que convierte a las tortugas en uno de los animales más longevos de la tierra. De hecho, en condiciones óptimas, algunas pueden llegar a vivir 80 años, aunque la media es de 50. Tortu, nuestra protagonista, tenía 35. Por eso decimos que era una tortuga ya adulta. Adulta pero muy curiosa y revoltosa. Vivía en la terraza de sus dueños, en un amplio recipiente en el que colocaban agua limpia y fresca cada semana. Tenía palmeras para esconderse y una especie de tobogán para deslizarse. Su comida favorita era la zanahoria y deseaba con todas sus fuerzas tener una compañera, pero ese momento nunca llegaba. Un día, mientras su dueña limpiaba su casita, Tortu escuchó una voz lejana y decidió seguirla. La terraza de la casa estaba en obras y sus dueños no se acordaron de que había un hueco suficientemente grande como para que por él se colase una tortuga de dos kilos. Eso fue de hecho lo que pasó. Tortu se cayó por el hueco y fue a parar a la terraza del vecino, dos pisos más abajo. La verdad es que el golpe fue considerable. Se cayó de espaldas y se hizo un poco de daño en el caparazón. En las tortugas, es muy resistente porque está hecho sobre todo de calcio y fósforo. Tras unos primeros momentos de aturdimiento, se dió la vuelta y se encontró en mitad de un terreno desconocido para ella. Como las tortugas no tienen la capacidad de generar calor por sí mismas, buscó cobijo deTortu y su aventura en las alturasbajo de una planta ya que estaban en pleno invierno. Desde la terraza del vecino, Tortu escuchaba los gritos de su dueña llamándola desesperada. El problema era que los dueños de la terraza a la que había ido a parar la tortuga estaban de vacaciones y no se podían dar cuenta de que Tortu estaba allí. Esperando que llegasen pronto, se subió a lo alto de una bolsa de tierra y esperó para que la viesen bien. A los dos días, llegó el vecino y, aunque al principio se asustó un poco, pronto llamó a los dueños de Tortu tras obsequiarle con una rica zanahoria.

El vendedor de flautas mágicas

Había una vez un vendedor de flautas que se recorría el mundo ofreciendo sus maravillosos instrumentos. Pero este vendedor no ofrecía flautas normales, no. Lo que vendía eran flautas mágicas. -Miren qué maravillosa música nace de estas flautas mágicas, que hacen que todo el que la escuche se ponga a bailar -decía el vendedor, de plaza en plaza. Y se ponía tocar. Y, como por arte de magia, todo el mundo empezaba a bailar. -Compren hoy, no esperen, pues esta noche emprenderé mi viaje y no volveré más -decía el vendedor. La gente hacía cola para comprar las flautas mágicas que llevaba aquel vendedor, y que tanta alegría les había llevado con su música. Un día llegó a un pueblo muy pobre y muy triste. La gente disfrutó mucho con la música del vendedor de flautas. Pero solo una niña se acercó a comprar. -Deseo tanto que mi padre baile que con la única moneda que me queda compraré una de tus flautas mágicas. El vendedor le dio la flauta a la niña y se fue enseguida. La niña volvió con la flauta a casa muy contenta y empezó a tocar para su padre. Pero su padre no se movía. -Te han engañado, hija -dijo el hombre-. Ninguna flauta hará que un paralítico como yo pueda levantarse de la silla y andar, mucho menos bailar. La niña salió corriendo a buscar al vendedor de flautas. Como llovía y hacía mucho viento el hombre se había refugiado a la salida del pueblo. -Su flauta no funciona -dijo la niña. -Para que funcione tienes que tocar con dulzura e ilusión, pequeña -dijo el vendedor de flautas. -¿No podría venir usted a mi casa y tocar para mi padre? -dijo la niña-. Así podría usted pasar la noche a cubierto y dormir un poco. El hombre aceptó la oferta de la niña y se fue con ella, confiando en que su talento sería suficiente para que el hombre bailara.

Cuál fue su sorpresa al ver que aquel hombre era paralítico. La explicación que le dio a la niña era la misma que daba siempre que alguien decía que su flauta no funcionaba, pero aquella vez era diferente. Pero era demasiado tarde para salir y tuvo que improvisar.

-¿Habéis cenado ya? -dijo el vendedor de flautas. -Estoy haciendo un caldo en el puchero con unas hierbas silvestres y un poco de pan duro -dijo la niña-. Somos pobres y no tenemos para más, pero compartiremos la cena contigo con mucho gusto. -Yo tengo por aquí algo de queso, un poco de embutido y unas frutas que también compartiré con vosotros -dijo el vendedor. La niña y su padre su pusieron muy contentos y empezaron a cenar. Charlaron y cantaron hasta que se quedaron dormidos. El vendedor de flautas se despertó enseguida y, cuando se preparaba para salir, el hombre le llamó. -Tus flautas no son mágicas -le dijo. -El vendedor de flautas mágicas No, no lo son -dijo el vendedor-. La magia la pone la gente con su ilusión y sus ganas de divertirse. Yo solo les doy un aliciente. No me consideres un estafador, más bien un ilusionista, un mago. No me había parado nunca a pensar que algo como esto pudiera ocurrir. -No te culpo -le dijo el hombre-. Todos tenemos que sobrevivir. Si lo deseas, puedes vivir aquí, con nosotros. Yo no puedo trabajar y mi hija es aún muy joven. Te ofrezco un techo y una familia. Es poca cosa, lo sé, pero es lo único que te puedo ofrecer. El joven vendedor de flautas aceptó, pues estaba cansado de ir de acá para allá, sin tener un lugar al que volver ni nadie con quien compartir la vida. -¿Le contaremos la verdad a la niña? -preguntó el vendedor de flautas. -Seguro que eres capaz de inventar algún cuento para explicarle por qué no funciona la flauta -dijo el hombre-. No te preocupes, con el tiempo lo entenderá. Ahora ilusión y esperanza es lo único que necesita. Y vivieron felices durante muchos muchos años.

El secreto del rey Maón Leyenda de El secreto del rey Maón

Adaptación de la leyenda de Irlanda Al este de Irlanda, en una provincia llamada Leinster, reinaba hace muchísimos años un monarca llamado Maón. Este rey tenía una rareza que todo el mundo conocía y a la que nadie encontraba explicación: siempre llevaba una capucha que le tapaba la cabeza y sólo se dejaba cortar el pelo una vez al año. Para decidir quién tendría el honor de ser su peluquero por un día, realizaba un sorteo público entre todos sus súbditos. Lo verdaderamente extraño de todo esto era que quien resultaba agraciado cumplía su tarea pero después jamás regresaba a su casa. Como si se lo hubiese tragado la tierra, nadie volvía a saber nada de él porque el rey Maón lo hacía desaparecer. Lógicamente, cuando la fecha de la elección se acercaba, todos los vecinos sentían que su destino dependía de un juego maldito e injusto y se echaban a temblar Pero ¿por qué el rey hacía esto? … La razón, que nadie sabía, era que tenía unas orejas horribles, grandes y puntiagudas como las de un elfo del bosque, y no soportaba que nadie lo supiera ¡Era su secreto mejor guardado! Por eso, para asegurarse de que no se corriera la voz y se enterara todo el mundo, cada año le cortaba el pelo una persona de su reino y luego la encerraba de por vida en una mazmorra. En cierta ocasión el desgraciado ganador del sorteo fue un joven leñador llamado Liam que, en contra de su voluntad, fue conducido hasta un lugar recóndito de palacio donde el rey le estaba esperando. – Pasa, muchacho. Este año te toca a ti cortarme el cabello. Liam vio cómo el rey se quitaba muy lentamente la capucha y al momento comprendió que había descubierto el famoso secreto del rey. Sintió un pánico terrible y deseos de escapar, pero no tenía otra opción que cumplir el mandato real. Asustadísimo, cogió las tijeras y empezó a recortarle las puntas y el flequillo. Cuando terminó, el rey se puso de nuevo la capucha. Liam, temiéndose lo peor, se arrodilló ante él y llorando como un chiquillo le suplicó: – Majestad, se lo ruego, deje que me vaya! Tengo una madre anciana a la que debo cuidar. Si yo no regreso ¿quién la va a atender? ¿Quién va a trabajar para llevar el dinero a casa? – ¡Ya sabes que no puedo dejarte en libertad porque ahora conoces mi secreto! – Señor, por favor ¡le juro que nunca se lo contaré a nadie! ¡Créame, soy un hombre de palabra! Al rey le pareció un chico sincero y sintió lástima por él.

– ¡Está bien, está bien, deja de lloriquear! Esta vez voy a hacer una excepción y permitiré que te marches, pero más te vale que jamás le cuentes a nadie lo de mis orejas o no habrá lugar en el mundo donde puedas esconderte. Te aviso: iré a por ti y el castigo que recibirás será terrible ¿Entendido? – ¡Gracias, gracias, gracias! Le prometo, majestad, que me llevaré el secreto a la tumba. El joven campesino acababa de ser el primero en muchos años en salvar el pellejo tras haber visto las espantosas orejas del rey. Aliviado, regresó a su hogar dispuesto a retomar su tranquila vida de leñador. Los primeros días se sintió plenamente feliz y afortunado porque el rey le había liberado, pero con el paso del tiempo empezó a encontrase mal porque le resultaba insoportable tener que guardar un secreto tan importante ¡La idea de no poder contárselo ni siquiera a su madre le torturaba! Poco a poco el secreto fue convirtiéndose en una obsesión que ocupaba sus pensamientos las veinticuatro horas del día. Esto afectó tanto a su mente y a su cuerpo que se fue debilitando, y se marchitó como una planta a la que nadie riega. Una mañana no pudo más y se desmayó. Su madre llevaba una temporada viendo que a su hijo le pasaba algo raro, pero el día en que se quedó sin fuerzas y se desplomó sobre la cama, supo que había caído gravemente enfermo. Desesperada fue a buscar al druida, el hombre más sabio de la aldea, para que le diera un remedio para sanarlo. El hombre la acompañó a la casa y vio a Liam completamente inmóvil y empapado en sudor. Enseguida tuvo muy claro el diagnóstico: – El problema de su hijo es que guarda un secreto muy importante que no puede contar y esa responsabilidad está acabando con su vida. Solo si se lo cuenta a alguien podrá salvarse. La pobre mujer se quedó sin habla ¡Jamás habría imaginado que su querido hijo estuviera tan malito por culpa de un secreto! – Créame señora, es la única solución y debe darse prisa. Después de decir esto, el druida se acercó al tembloroso y pálido Liam y le habló despacito al oído para que pudiera comprender bien sus palabras. – Escúchame, muchacho, te diré lo que has de hacer si quieres ponerte bien: ponte una capa para no coger frío y ve al bosque. Una vez allí, busca el lugar donde se cruzan cuatro caminos y toma el de la derecha. Encontrarás un enorme sauce y a él le contarás el secreto. El árbol no tiene boca y no podrá contárselo a nadie, pero al menos tú te habrás librado de él de una vez por todas. El muchacho obedeció. A pesar de que se encontraba muy débil fue al bosque, encontró el sauce y acercándose al tronco le contó en voz baja su secreto. De repente, algo cambió: desapareció la fiebre, dejó de tiritar, y recuperó el color en sus mejillas y la fuerza de sus músculos ¡Había sanado!

Ocurrió que unas semanas después, un músico que buscaba madera en el bosque vio el enorme sauce y le llamó la atención. – ¡Oh, qué árbol tan impresionante! La madera de su tronco es perfecta para fabricar un arpa… ¡Ahora mismo voy a talarlo! Así lo hizo. Con un hacha muy afilada derribó el tronco y llevó la madera a su taller. Allí, con sus propias manos, fabricó el arpa con el sonido más hermoso del universo y después se fue a recorrer los pueblos de los alrededores para deleitar con su música a todo aquel que quisiera escucharle. Las melodías eran tan bellas que rápidamente se hizo famoso en toda la provincia. Cómo no, la destreza musical del arpista llegó a oídos del rey, quien un día le dijo a su consejero: – Esta noche daré un banquete para quinientas personas y te ordeno que encuentres a ese músico del que todo el mundo habla. Quiero que toque el arpa después de los postres así que no hay tiempo que perder ¡Ve a buscarlo ahora mismo! El consejero obedeció y el arpista se presentó ataviado con sus mejores galas ante la corte. Al finalizar la comida, el monarca le dio permiso para empezar a tocar. El músico se situó en el centro del salón, y con mucha finura posó sus manos sobre las cuerdas de su maravilloso instrumento. Pero algo inesperado sucedió: el arpa, fabricada con la madera del sauce que conocía el secreto del rey, no pudo contenerse y en vez de emitir notas musicales habló a los espectadores: ¡DOS GRANDES OREJAS TIENE EL REY MAÓN! ¡DOS GRANDES OREJAS TIENE EL REY MAÓN! ¡DOS GRANDES OREJAS TIENE EL REY MAÓN! El rey Maón se quedó de piedra y se puso colorado como un tomate por la vergüenza tan grande que le invadió, pero al ver que nadie se reía de él, pensó ya no tenía sentido seguir ocultándose por más tiempo. Muy dignamente, como corresponde a un monarca, se levantó del trono y se quitó la capucha para que todos vieran sus feas orejas. Los quinientos invitados se pusieron en pie y agradecieron su valentía con un aplauso atronador. El rey Maón se sintió inmensamente liberado y feliz. A partir de ese día dejó de llevar capucha y jamás volvió a castigar a nadie por cortarle el pelo.