El Mordisco de La Media Noche - Francisco Leal Quevedo

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DE VAPOR

EL BARCO

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mordisco de [a''medianoche EL

Francisco LeaI Queverlo.t. I

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EL BARC0 DE vAPoR

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1 El atenta.do

.."W;.r'o^

EW'com Todot dormfan en laranchería

del lagarrovercle.

Todos, menos Mile.

La niña tenfa un exhaño presentimiento

pués del peligroso episodio que había vivido, una semana atrás, cerca al faro. Se movía de un lado a otro clel chinchorrol. Cerró los ojos y se quedó

Primera edición: ene¡o 2010

Dirección editorial: César Camilo Ramíree Edición: Carlos Sánchez Laz¿'no Ilustación carát¡rla: DiPacho

quieta, quizás asl volverfa el sueño'esquivo. De pronto sintió que su cabra Kauala la llamaba por su nombre al ofdo, se despertó completamente y

Leal Quevedo, 2fi)9 @ Fiiciones SM Colombia, 2009 Carrera 85K 46A - 66, Oficina 502 @ Francisco

ya no pudo volver a dormir.

Estuvo un rato alerta. La noche era oscura. A lo lejos se olan las olas del mar y por momentos se

Bogotá D,C.

acentuaba el silbido del üento en medio del desierto. Mile ptrso atención al rranquilo ribno de Ia

www.ediciones-sm.com'oo PB)C 595 33,14 Cor¡eo elccrónico: [email protected]

respiración de sus padres, su abuela, sus tfos y sus primos. Volüó a cerrar sus ojos pesados. Cuando empezaba a dormirse de nuevo, una cabra baló. Una, dos, hes veces. Unos prses rápidos fuera de la casa Ie hicieron dudar si estaba en vigilia o

ISBN : 978-958 -7 os -292-3 Impreso e,n Colombia / Printed ín Colombía Im¡neso por Editorial

Delfiu Ltda.

No cstri po,-ttlda la reproducción totat o pucial

des-

de

$r tratsmicnto informático, ni h transmisión do ninguna fom¿ o por cualquier oho medio' ya sea clccEónico, mecánico, por fotocopia, porrcgistro u otros mcdios, sin el permiso prcüo y por escrito de los tia¡lras del coov¡ir

dormía.

este übro, ni

¡

Especie de hamaca con vuelos laterales que permiten cubrir a guien duerme.

lOyeron? -preguntó en voz baja con la esperanza de que le contestaran.

Y antes de que pudiera oír una respuesta, el silencio de la noche fue interrumpido por un ruido atronador, como si el mundo se viniera abajo y ella quedara suspendida en el vacfo.

-¡Al piso, al piso! -gritaba con desespero Leoncio, su padre.

[,as ráfagas de clisparos se sucedfan una tras otra. En medio de la oscuúdad los cue{pos se mouí^n y cafun al piso. Se ofan gritos de angustia y lamentos de dolor. Luégo de unos segundos se oyó una nueva rífaga

y luego otra, esta última más cercana. Mile estaba aterrada: los tiros rebotaban contra las puertas

y ventanas. Su corazón se había detenido... A lo mejor estaba muerta.-. Los rápidos latidos en su pecho y la respiración agitada le confirmaron que arln vivía.

'

-¿Están todos bien? -preguntó su padre con voz temblorosa luego de unos segundos.

A lo lejos se ofan carros que arrancaban.

Mile no pudo más y se"le escapó un llanto entrecortado. De pronto sintió una mano sobre su hombro y luego el calor de un cuerpo. Era Sara, su madre, quien la abrazó durante un momento y 6

luego la jalo hacia fuera de la casa. Allf ya pudo ver

con detenimiento los resultados del atentado. En ese momento su primo Mayelo sacaba en hombros a fsauro, su oho primo, a quien una bala le había rozado una pierna, p€ro no parecfa ser algo grave.

Mile se soltó de Ia mano de Sara y corrió al corral. Allf estaba su padre con las manos en la ca, beza mienfas observaba un espectáculo atroz: los asesinos dispalaron cor:tra los chivos y mataron a cerca de treinta. La niña reconoció inmediatamente entre los animales muertos a Kauala, su cabra preferida. Un dolor indecible la invadió. Qui,

so arrojarse a alzarla y tenerla entre sus brazos, pero su abuela Chayo se lo impidió tomándola del brazo.

-No tienes que ver esto. Entonces Mile se pr-rso las manos sobre el rosfro y empezí a llorar sin pausa. Se apoderó de ella un quejido hondo, imparable- Le habían matado a Lln ser querido. ¿Por qué lo hicieron? ¿Por qué dispararon conha su familia? ¿Quiénes lo habían hecho?

Al fondo un rojo amanecer de sangre presagiaba peores sucesos.

2 fo

decisión

El tfo más anciano, gue habfa venido

descle la

sierra de Wopumuin, argregó como única explica-

ción:

Mru

estaba sentada fuera de la casa. Adentro

treinta hombres de la familia llevaban ya muchas horas discutiendo a puerla cerrada.

Las mujeres en la cocina comentaban que esta vez el blanco de los disparos habían sido los animales, pero que en el próximo ataque seúan eJlos.

la

situación era €trave. Desde el día anterior, al regarse la noticia, todos los parientes cercanos fueron llegando. Algunos vení'¿n de la serranía de Jalaala y de la sabana

de Wopumuin y acudieron tan pronto se habían enterado del atentado. l-Iasta llegaron los primos de Nazareth y de Manaure y dos hicieron el viaje desde Maracaibo.

los hombres salieron. Los rostros tenían la misma expresión: estaban decididos a afrontar unidos

la adversidad. Las mujeres esperaban con ansiedad las decisiones urgentes que vendrían. -Ya está acordado -dijo Leoncio con profunda seriedad-. Partiremos en tres horas. l,as mujeres se miraron consternadas.

-¡'lan poco tiempo para prepararlo todo! -di¡o la vieja Chayo. 8

-Deben marcharse ya, si quieren seguir vivos. Sin perder tiempo, las cinco mujeres mayorcs se encerraron en la habitación principal. Al cabo de un rato de esperar afuera, Mile entreabrió la puerta. Chayo la vio y Ie dijo: -Sígue y cierra. Buscó un rincón de la enorme habitación y se quedó quieta y callada, mientras observaba todos los moümientos de las mujeres.

-¿A dónde vamos? -sc atrcvió a preguntar. -A la tierra de los alijunasz -respondió Sara secamente.

La abuela le había aclarado poco. Mile nunca había salido de La Guajira y solo sabía que el resto clel munclo era alijuna. La palabra tenía un slgpi-

ficado extraño para la niña. Si su mundo eran las ranchcrfas, el desierto, el mar, su escuela sobre el acanrilado, ¿qué había más allá? Ella habfa visto 2.Los wnyuu designan con tres nombres a los seres humanos: tHu¡rrlnr, quc significa persona o gente ikt¡sina gtte designa a otros grupos indígcn i'r;; aliiuna tlue son los blancos o en general los ncr inclios.

a los turistas, incluso a personas de otros países que venfan de visita al Cabo de la Vela y a Pun[a

Gallinas. Pero otra cosa era ir a vivir entre ellos y compartir sus costumbres.

Mile querfa saber más cletalles de ese sorpresivo viaje, pero las mujeres esLaban demasiado atareaclas y no le dijeron más. Al cabo dc un rato, Sara le entregó una pequeña maleta.

-Hija,

no hay tiempo que perder. Alista aquí tus

cosas.

Pero cómo decidir qué llevar o qué dejar.

-¿Vamos a estar fuera muchos días? tó a su mamá,

-le pregun-

-Nadie lo sabe, p"ro d"b"*os PreParamos Para un largo tiempo.

Luego Sara dijo, hablando para sí misma:

-Quizás nunca regresemos. [,a niña empezó a apilar sus cosas: las mantas multicolores, su mochila, Ios collares de coquitos, las sandalias de borlas vercles, los hilos para tejer las mochilas y las oseguranzos3. Pero si iban a tardar tanto, incluso, si acaso no

volvían, debía llevar su piel de cabra, el único re3

Son pulseras mrrlticolores hechas dc forma artesanal con tejidos de hilo.

..

il,iii::::;,:j,iii::,: 'i.

Sara.

Era mucho más lo que se quedaba, sin duda. Al cabo de un rato ya estaban las tres maletas listas. Los hombres entraban en las habitaciones y luego sahan llevando paquetes hacia la camioneta. Sara

vino a revisar las cosas de Mile.

-Eso está bien, esto también, pero no te cabrá todo

-dijo Sara-. Deja

esas tres mantas y las san-

dalias de borlas. Adonde iremos no vas a usarlas.

-¿Allí nunca habrá u¡ra fiesta? -Quién sabe si algún üa estemos para fiestas. Y además allá las fiestas son diferentes.

Las sacó de la maleta. Llevaba unas guaireñas puestas; sería mejor tener dos. Merió el otro par entre sus cosas. -¿Y puedo llevar mi bicicleta? -preguntó con inocencia.

-Hija,

somos muchos, iremos apretados y el via-

je será largo. Había entendido: debía dejarla. 11

IO

¡',t:i.:,

cuerdo de Kauala que su primo Mayelo ya había arreglado y podía caber en algfin rincón de su maleta. Alistó también el libro de paisajes guajiros que le había regalado Ia profesora Luzmila, por haber siclo la mejor alumna del año pasado. -Esto se va, esto se queda -decía a cada rato

..

:

tFn

lista la ropa. Salió al patio y recogió el cactus florecido que le había regalado Yosusi+, su compañera de pupitre, cuando empezaron las Ya estaba

lluvias.

*¿Puedo llevarlo) -le preguntó a Sara, -En la tierra de los alijunas hace fuo y no hay tanto sol como acá. Pero se quedó dudando y al momento le dijo:

-Si

tir-rieres llévalo, aunque es

difícil que sobre-

viva.

Lo empacó en una bolsa, le ab¡ó muchos agujeros para que respirara y fue hasta la camioneta. Le pidió a Mayelo que lo asegurara junto a su maIeta. Después de la tercera hora todos afanosamente llevaban cosas.

-Démonos prisa -dijo Leoncio mientras se movía de r¡n lado para otro-. Saldremos con los mos rayos del sol.

írlti-

Entonces Mile advirtió que su papá había alistado el revólver. Era claro que lo llevaría consigo. -Vámonos ya -ordenó Leoncio. La camioneta ruidosa ernprendió apuradamente la marcha.

a t2

En lengu" wayuu {wayuunaiki) significa flor de cactus.

Desde la misma puerta de la ranchería, allí donde se vefa el largo tablón con el dibujo del lagarto verde, el carro comenzó a balancearse a lado y lado sobre sobre el camino de rocas y arena. Empezaba e[ largo viaje hacia una tierra extraña, lejana.

-A

3 rohuiáa

lo mejor celebran que nos vayamos

-dijo con

ironía la abuela Chayo, y el chiste distensionó el ambiente.

El carro finalmente volvió a prender y echaron

Leoncio manejaba a gran velocidad en medio de Ia noche y el carro se bandeaba con brusque-

a andar.

dad. Su nerviosismo era visible. Las mujeres atrás intentaban mantener la calma y no hablaban. Mile apretaba con fuerza la mano de su abuela.

clecía desde lejos la montaña de sal. Las luces en

Pasaron cerca de la salina: en la noche resplan-

la distancia anunciaron que estaban cerca de Riohacha. Mile hubiera querido bajarse de Ia camioneta para descansar. No pararon sino para echar gasolina.

El desierto parecía la boca de un krbo y el furioso silbido del viento advertía: "Corran si no quieren ser alcanzados". De repente la oscuridad se hizo más intensa: el carro se apag6. Un silencio absolutq se apoderó

Arravesaron rauclos las calles de la ciudad, a esa hora desérlica.

-No conviene que algrln conocido

del lugar.

vea,se-

ñaló Leoncio-. Mientras más tarde se enteren de nuestra partida, mejor.

Uno de los sobrinos de Sara se hajó de inmediato y abrió el capó en busca del desperfecto. Leoncio sostenía una linterna cuya luz mortecina apenas si

Mile iba absorta mirando por la ventana: todo aquello le era desconocido. Quizás nunca lo ha-

servía para algo.

bfa visto, o ahora lo veía con ojos nuevos. Sara le habló poco durante el viaje. La más tacituma era Chayo, pues a sus setenta años poco habfa abandonado su [ierra. Una vez ftre hasta Barranquilla y otra hasta Cúcuta, pero de eso hacla ya muchos años. Siempre decfa que no le gustaban las ciudades grandes.

Un estallido se oyó en la distancia... Todos sintieron terror. Mile se zaf6 desu abuela y se bajó de un salto de la carnioneta. Sara, sorprendida, intentó retenerla. L,a niña señaló con su mano hacia el cielo.

Alguien había lanzado un volador de pólvora cuyas luces de colores se abrieron en forma de ramas de árbol.

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A medida que viajaban el paisaje fue cambiando. Acrás quedó el desierto. EI mar se escondió

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que toda la noche había dado vueltas en esa cama ajena.

Al segundo dfá, al caer la tarde, el viaje terminó.

Mile despertó asustada: los'gruesos montañas.

La camioneta siguió devorando la autopista recta, pavimentada, sin fin. Eran más de Jas doce clel clía cuando llegaron a Bucaramanga. Se bajaron a buscar algo de comer. Mile corrió hacia un restaurante donde el letrero exhibía una cabra.

Pidieron chivo y yuca, pero a la niña le supo distinto. La arepa de mafz pelado le pareció de un sabor rancio y no pudo comérsela.

Las gentes elnpezaron a mirarlos con curiosidad, como anima]es de otro corral, y los señalaban

con el dedo.

goterones

de lluvia golpeaban el parabrisas.

La camioneta avaruaba lentamente en medio de muchos can'os y pitás que asustaban a la niña. Sara se quitó un saco que habia comprado y se lo

puso a su hija.

Mile observaba con átención los edificÍos altos, la gente que corrfa tras los buses, la niebla que volvfa invisible lo más cercano, el color extraño de todo.

Habfan llegado a la gran ciudad, la tierra de los alijunas. "Todo era tan distinto haee dos semanas", se dijo con profunda tristeza.

-Es por nuestro vesrido -dijo Sara. Chayo no querfa cambiarse la manta.

-Con ella nacf, con ella me muero. Mile y su mamá compraron ropa en un almacén del centro, se cambiaron y nuevamente emprendieron la marcha, En la noche se detuvieron a dormir en un hotel ruidoso que quedaba sob¡e la carretera. Mile extrañaba su chinchorro. Amaneció adolorida port8

l9

4 Amanecer en el dcsierta guajiro

El loro, vestido de verde y amarillo, quería llamar la a[ención, sin duda.

El

sol salía despacio en medio de nubes arreboladas. En el patio los cerdos y las gallinas alborotaban, y en el corral de troncos las cabras empujaban

para salir a trepar las colinas de rocas. El gato se

el perro daba vueltas en el mismo lugar: buscaba encontrar la rnejor posición para desperezaba y

continuar sin hacer nada, Además bostezaba.

Mile

se dio vuelta en el chinchorro, pues que-

ría defenderse del aire frfo, que entraba por todos

los huecos de la malla. Se sentfa tibia en medier de aquel capullo. Recordó haber tenido hermosos sueños y quiso seguir metida en ellos; Volvió a dormirse, pero por poco tiempo. EI gallo comenzó .su quiquiriquí de madrugada. Amanecfa en el desierto y poco a poco la ranchería se despertaba. Allí üvía con veinte personas que eran su familia. Ellós eran los Uriana. Vivían en cuatro casas blancas, en rneclio de un gran sola'r. Al frente, sobre el portalón, en una ta-

L

El loro no paraba. Hablaba por hablar, por hacer ruido, y al tiempo se sacudía las escasas gotas de agua que habían alcanzado sus plumas.

Mile lo oyó desde el chinchoro y sonrió. Aquel "arriba. .. arriba" significaba levantarse. l,ogró con esfuerzo despertarse del todo y se fue a banar. El agua fresca, casí

fta,

resbalaba sobre su espalda y le recorría todo el cuerpo. Luego del estremecimiento inicial, se sintió muy bien. Se puso su

manta guajira, se peinó y se amarró en su rnano izquierda una pulserita de colores. Ya el frlo del cuerpo se habfa ido, quedaba un poco en las manos y por eso se las frotaba. Ahora esperaba el desayuno, sentada en la larga mesa. Uegaron los huevos revueltos, el chocolate

desierto seco.

y las arepas tostadas con manteguilla derretida y un poco de sal. Se vefan deliciosos y además habfan colocado junto un humeante asado. Aquellos

2A I,

-Uno... dos.:. tres... arriba.,. arriba.

bla larga, habían pintado un enonne lagarto verde. Quiás todos se sentían un poco lagartos en aquel

De pronto se desató una ligera lluvia pasajera y se oyó rura voz inconfundible.

I

-Roberto Cario... Roberto Carlo... Él *i**o se llamaba y en su garganta quedaba una risa ahogada. Sentfh que lo estaba haciendo bien y que todos lo escuchaban.

gi$i.St?ilüA *;+?iü l;"';r:+''1"{*!}- 2t

'

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platillos eran el orgullo de la vieja Chayo, que en la cocina, sin duda alguna, rnandaba. MÍentras ella saboreaba esos manjares, su primo Mayelo salió con las cabras colina arriba. La saludó desde le¡os. Él se dedicaba al pastoreo mientras ella iba a la escuela. Mile se sentfa alegre y terúa tantos planes. ¡Qué maravillal La mañana radiante la esperaba.

5 m tren ntás largo del rnundo Cogió su mochila preferida, la de lagartos y pájaros, la primera que había tejido cuando aún estaba aprendiendo, hdcfa dos años. Colocó en

ella sus libros y cuadernos, el bañador y una toalla. Tomó su bicicleta morada y clio dos pedalazos, cuando se acordó de algo. Había olvidado el almuerzo que su mamá le preparó. Se devolvió por él y le hizo sitio en la mochila. Olía exquisito.

Con el equipaje completo estaba lista para iniciar el largo viaje. Comenzó a pedalear con fuerzan camino de la escuela que quedaba allá lejos, en el acantilado, sobre la playa de Bahía Honda.

El camino comenzaba con un

suave descenso.

y sintió qr.re volaba. Conocía bien ese sendero de tierra seca y rocas, que por momentos no se veía y apenas se adivinaba. Flabfa recorrido en minutos ün buen tramo y ahora cruzaba la inmensa llanura desértica. Pasó veloz por el árido paraje. La tierra arcillosa era de ese color amarillo, Se impulsó

tan especial, que le había dado al lugar su nombre:

el Desierto de la Ahuyama. Las piedras dispersas parecían semillas. Los vercles trupíos y los cactus 22

23

mezclados con la tiema Seca,le daban a ese sitio el aspecto de una gran calabaza partida y abierta.

Llegó al cruce de las Cuatro Vfas. El ruido era ensordecedor y tuvo que frenar a fondo. Miie deruvo su bicicleta ai borde de la carrilera. Entonces notó por primera vez que los frenos de la bicicleta estaban fallando, pero no le dio demasiada importancia, pues en ese momento comenzaba a pasar, ante sus ojos maravillados, el largo tren. A ella le gustaba verlo y además ofr el sonido de los rieles que vibraban a su paso. Miró la fila interminable c{e vagones que transportaban el negro carbón y no pudo cvitar contarlos. Eran rres locomot