El Mocha Orejas

Cuando en el futuro se revise la abundante historia delictiva mexicana, uno de l os capítulos más gruesos será sobre el

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Cuando en el futuro se revise la abundante historia delictiva mexicana, uno de l os capítulos más gruesos será sobre el secuestro; el estado de Morelos aparecerá como pr imera cita y uno de los personajes principales será Daniel Arizmendi, El Mochaoreja s , hombre de una crueldad que supera, a veces, la imaginación. Arizmendi es un prod ucto casi completamente morelense: ahí nació, allí fue policía judicial y allí aprendió a ro bar autos; allí ocultó a su familia y los centenarios de oro que arrancaba a las fam ilias de sus secuestrados, luego de mutilarlos. La parte de Arizmendi que no es morelense, es mexiquense: creció en Neza, se inició allí como secuestrador y es la Pol icía Judicial local la que lo protegió. Gran parte de esta historia está escrita en primera persona. El periodista tuvo qu e recurrir a más de 60 fuentes para reconstruir un relato que tiene mucho de cinis mo y revela el alma oscura de uno de los personajes más nefastos de la historia re ciente de México. Cuando lea usted este relato, piense que en estos momentos cientos o miles de fa milias están viviendo la misma tragedia, mientras que cientos o miles de secuestra dores caminan por las calles de México en total impunidad. El secuestro es el delito que más ha crecido en la actual administración federal Secuestro: Todos los caminos llevan a Morelos, SEGUNDA PARTE | Ver PRIMERA PARTE aquí I. Daniel Un hijo del sistema. Foto: Archivo Un hijo del sistema. Foto: Archivo He sido un hombre de oficios. El primero lo aprendí al lado de mi padre y fui teje dor de chambritas y bufandas en su taller, un cuartucho miserable y perdido en e l llano de polvo y smog al que llaman Ciudad Nezahualcóyotl, el coyote hambriento, el rey poeta. El último procedimiento de mi oficio definitivo lo conocí en la memor ia de la mano ensangrentada de un tío, herida por el vidrio de una botella rota de cerveza: corrió al patio e incendió un pedazo de estopa, despidió la flama de un sopl ido y la apretó contra el manantial rojo. Dejó de escurrir sangre antes que terminar a de gritar. Por eso, cuando yo llevé por primera vez una tijera hecha para destaz ar pollos a la oreja de algún hombre, con mi hermano Aurelio arrodillado en su pec ho, hice fuego un pedazo de trapo y lo puse junto a su cabeza. Ese fue mi bautis mo. Ese día dejé de ser un Daniel cualquiera, un Arizmendi como los demás. Ese día nació e l Mochaorejas. Yo nací en Miacatlán, Morelos, el 22 de julio de 1958. Mis padres fueron María López y C atarino Arizmendi. Migraron a la ciudad de México en 1967. Así llegamos mis hermanos Juan Ubaldo, Aurelio, Diego y yo. La calle tenía por nombre un número, Seis, en la colonia San Juan Pantitlán, en Iztapalapa. Me hicieron una prueba para entrar a la escuela. Reprobé y, a los nueve años, repetí el segundo año de primaria en la escuela J uan de la Luz Enríquez.1 Catarino fue alcohólico, celoso hasta la enfermedad y golpeador de la madre de Dan iel. El maltrato físico no terminaba en María, sino que continuaba a los cuatro hijo s, Daniel el segundo de éstos. Y no sólo el hombre golpeaba al muchacho de orejas en ormes, la madre también lo hacía. El matrimonio terminó cuando Daniel tenía alrededor de ocho años. Los muchachos se quedaron con ella, pero María también huyó de ellos y regre saron con Catarino. Daniel decía que cuando su madre muriera no lloraría ante su cadáv er.2 Siempre fui tranquilo. Jugué trompo, canicas y balero. También me gustaba estudiar y repetí el quinto año de primaria. Luego fuimos a vivir a la calle de Mario 101, en Ciudad Nezahualcóyotl. Entré a dos secundarias. Una estaba en Los Reyes La Paz, la o tra en Neza. No terminé en ninguna, ni siquiera el primer grado, y a los 16 años tra bajé en el taller de mi padre. Tenía seis máquinas tejedoras de lana. Hacía bufandas, go rras y chambritas para bebé. Ganaba 240 pesos, poquito más que el salario mínimo de en tonces. Trabajaba de las seis o siete de la mañana a las dos o tres de la tarde. D

espués jugaba futbol con mis amigos. Trabajé en el taller hasta los 20 años de edad. M e hice novio de María de Lourdes Arias. Ella estudiaba en la Escuela Nacional Prep aratoria de Zaragoza de la Universidad Nacional Autónoma de México. Nos casamos, por que quedó embarazada de mi hijo Daniel. Se casaron el 27 de agosto de 1977 y tuvieron dos hijos: Daniel y S. Tras la bod a, fueron a vivir a la casa del padre de Daniel.3 Su esposa lo conoció de vista desde los 10 años de edad. María de Lourdes lo veía solita rio y tímido en la calle, sin amistades. Con las orejas enormes. Sintió lástima y dese os de protegerlo. La vida conyugal se caracterizó desde el inicio por la fragilida d emocional, nulas manifestaciones de afecto de parte de Daniel hacia su esposa e hijos, ausentismo frecuente al hogar. Daniel era alcohólico e irresponsable, inc apaz de conseguir y mantener un empleo. Cuando bebía, se tornaba sumamente violent o. Como su padre, fue celoso hasta el delirio, y golpeó a su mujer varias ocasione s por sospechas de infidelidad. Algo más le pudría el hígado a Daniel. María de Lourdes había estudiado y tenía trabajo estable como enfermera en el Seguro Social. El hombr e se sentía diminuto al lado de su mujer. Pero los celos eran más. Daniel se aparecía intempestivamente en los hospitales con la dolorosa fantasía de sorprenderla mient ras lo engañaba. O, en la estrategia contraria, se ocultaba durante horas para ver la entrar o salir. Ya no quiso tragar más de esos fósforos que se le encendían en el e sófago y prohibió trabajar a su mujer. Ninguno de sus hijos recuerda una muestra de afecto del padre. Prácticamente no hablaba con ellos. Cuando estaba en casa se ded icaba a cuidar su automóvil, lavarlo y efectuarle reparaciones menores. Sus hijos preguntaban a María de Lourdes si su padre los quería o no. Arizmendi nunca impuso n ormas o límites a su hijos, no se interesaba por sus actividades escolares ni por cualquier aspecto de su desarrollo. Al parecer la indiferencia afectiva sólo se ro mpía para golpearlos cuando hacían algo que le afectaba. Su hijo recuerda una ocasión en que lo golpeó brutalmente con un cinturón después de que lo descubrió jugando con su pistola.4 A los 20 años me aburrí del taller de mi padre y conseguí trabajo en la fábrica de ligas León. Ganaba 80 pesos semanales. Manejaba una máquina que no me dejaba descansar. I nmediatamente después de salir del aparato, debía poner talco a las ligas o se pegab an y todo quedaba estropeado. Y como ni podía ir al baño, renuncié. Entré como empleado a la Secretaría de Marina. Contaba cartuchos de diferentes calibres, cortaba hilos de las mochilas que ahí se fabricaban, lavaba carros de los empleados y hasta la hice de barrendero. Tampoco me gustó ese trabajo. Era demasiado rígido. Ganaba 90 pe sos, poco más que el salario mínimo de obrero de ese entonces. Pero mi esposa necesi taba el seguro médico para dar a luz y aguanté dos o tres meses más. Después trabajé como chofer particular de un contratista de obra. Trabajé con él de los 20 años a los 24. M i esposa ya trabajaba y ambos ahorramos. Con ahorros y tandas, la pareja reunió 800 pesos. Compraron una camioneta Combi us ada que convirtieron en transporte público en la ruta del metro Aeropuerto a Texco co y Chapingo. Daniel fue el chofer durante el año que tuvieron el vehículo. La vend ió, porque la pareja planeó comprar un terreno y fincar su casa. Sin embargo, Arizme ndi cambió de decisión y compró una motocicleta.5 El transporte público no me aportaba mucho dinero. Sólo dejaba para la gasolina, ref acciones, medio comer y pues, la verdad, las cosas tampoco salieron bien, porque yo era un poco flojo. Entré a la Policía Judicial de Morelos a los 26 años de edad por recomendación del suegr o de mi hermano Aurelio. Lauro Ortega era procurador de Justicia del estado. Est uve sólo dos meses; salí por el cese de toda la policía. En los separos del ministerio público conocí a un detenido, el Móvil, un gordito de piel blanca. Me explicó cómo robaba autos Volkswagen utilizando desarmador y pinzas de presión. Cuando salí de la Policía Judicial, me puse a practicar por mi cuenta. Aprendí bien a abrir y prender los c arros. Los robaba en centros comerciales, como Plaza Aragón. Luego les quitaba el

motor para venderlos. Me robé entre 100 y 150 vochos, Combis y Caribes. Me ayudaba mi hermano Aurelio, que era agente de investigación de robo de autos de la Policía Judicial de Morelos. Tenía otro hermano, Juan Farfán Echevarría. No era mi hermano, pero así le decía, porque l legó con nosotros desde niño, después de la muerte de sus padres, mis padrinos. Juan m e presentó gente de Tuxtepec, Oaxaca, como Ángel Armas Ruiz y Juan Almazán. Esto fue e n 1984. Me pedían Caribes, Volkswagen sedán, Combis. Se los llevaba hasta Oaxaca en 200 pesos cada vehículo.6 Juan Farfán Echeverría fue a Tuxtepec a trabajar en una empresa constructora. Un cho fer del dueño de esa empresa preguntó a los hermanos Arizmendi si podían conseguir un auto chocolate , un coche americano sin legalizar. Aurelio contestó que sí y preguntó par a qué lo quería. El hombre dijo que para remarcarlos y le explicó la idea de cambiar l os números de serie de un auto. Aurelio había pertenecido a una pandilla de Neza lla mada Los Carniceros. Luego se había empleado en una pequeña fábrica de cocinas de acer o inoxidable. Tuvo la idea de remarcar las series golpeando la lámina por la parte de atrás para levantar los números, luego lijarlos y finalmente pintarlos. Así lo hic ieron en adelante. Robaban personalmente los autos en centros comerciales del Va lle de México, como Plaza Aragón y Plaza Satélite. Vendían algunos en tianguis del orien te de la ciudad de México y otros en Oaxaca. En seis meses, los hermanos reunieron una banda de 15 personas. Cada quien tenía una actividad específica: unos robaban, otros remarcaban y los demás revendían. Daniel y Aurelio administraban y dirigían. Según Aurelio procesaban 20 vehículos al mes. Las ganancias eran de 90 mil pesos a la s emana, ya libres del pago a los demás integrantes de la organización y del pago de l as placas de circulación que se le ponían a los carros. Al principio, Aurelio Arizme ndi conseguía las láminas y, a partir de 1993, las compraron a Daniel Vanegas Martínez , a quien Daniel conoció a través de Joaquín Parra Zúñiga.7 II. Viaje al origen de una banda Fui detenido por la Policía Judicial del Estado de México durante la segunda o terce ra posada de diciembre de 1990. También agarraron a mi hermano Aurelio, Ángel Armas Ruiz, Joaquín Parra Zúñiga y el Bigotes. Nos encerraron en la cárcel de Barrientos, Tlal nepantla. El proceso duró cinco meses. Hablamos con un licenciado de nombre Juan M anuel, agente del ministerio público adscrito al Juzgado Quinto en Materia Penal d e Barrientos. Mi familia empeñó una casa y consiguió dinero prestado para pagarle 70 m illones de pesos de entonces. Por propuesta de Daniel, el grupo acordó que Aurelio se declarara culpable confeso . Los demás salieron en tres meses por falta de pruebas. Aurelio estuvo encerrado dos años y, recordaría en su declaración, que el soborno ascendió a 95 millones de pesos de entonces y a la entrega de la casa en donde remarcaban los autos. Fue excarc elado por buen comportamiento el 28 de agosto de 1992. Arizmendi sufría, desde entonces, dos fobias: el encierro y la pobreza. Salía de la casa habitualmente y cuando estaba en ella por algún tiempo se inquietaba y se ponía irritable. Siempre ha sido sumamente hábil y audaz para mentir. Da carácter de real idad irrefutable a sus mentiras. En una ocasión, mientras estaba preso en Barrient os, su esposa llegó a visitarlo. Le impidieron la entrada con el argumento de que Daniel estaba con una de sus amantes, una menor de edad a quien embarazó. María de L ourdes se sobrepuso a su miedo y lo confrontó. Daniel puso cara de agravio y negó la traición amorosa. Cuando salió de la cárcel, Arizmendi llevó a su mujer a la casa de su amante para decirle, frente a ésta, que nada tenían en común. El matrimonio debió huir ante la inminencia de que la familia de la muchacha ojos aguados y evidente barri ga de maternidad los golpearía. Daniel adora la alta velocidad. Le producía sensación de libertad y poder. Arregló alg unos automóviles, incluido un Shadow rojo convertible, para que fueran más veloces. Siempre quiso tener motocicletas, lo que su esposa trató de impedir por todos sus

medios, consciente de que a una de sus rivales, Dulce Paz Vanegas, le gustaba ir en moto apergollada de su marido. Daniel, afirmaron los psiquiatras de la policía , se vincula sentimentalmente con los objetos, a diferencia de las personas, con quienes los vínculos son utilitarios, de negocios . Nunca ha mostrado amor hacia pers ona alguna, excepto hacia él mismo y sus armas de fuego, alguna casa que él mismo di señó y su Shadow rojo. Desde su juventud fue poco comunicativo, desconfiado, con fran ca tendencia a aislarse. En las reuniones no se relacionaba con las demás personas hasta no comprobar en forma rotunda que no representaban ningún peligro para él. Ti ene marcada impulsividad, poca tolerancia a la frustración y de demora, además de no table incapacidad para disfrutar el contacto humano. Se infieren sentimientos crón icos de injusticia. Considera ser víctima de circunstancias que no puede modificar . Teme en forma importante al rechazo y la desaprobación. Habitualmente se siente inseguro, por lo que oculta en forma sistemática sus sentimientos auténticos, mismos que él es incapaz de identificar, comprender y aceptar.8 Después de salir de la prisión de Barrientos, me dediqué de nuevo a robar. Mi hermano también lo hizo cuando lo liberaron. Lo hacía apoyado en la policía. A Juan Fonseca Díaz , funcionario de la PGR, lo conocí por medio de un muchacho que me ayudaba con el robo de autos, Rafael, quien a su vez lo conoció cuando estuvo en la cárcel de Córdoba , Veracruz. Fonseca sabía que nos dedicábamos al robo de vehículos y hasta le vendí carr os Chrysler Spirit que vendió a un contacto que tenía en la Cámara de Diputados. Yo mi smo obtuve una credencial de la Cámara de Diputados. Me la dio un cuñado de Fonseca, amigo de un Diputado de nombre Demetrio. Por Fonseca conocí a Arturo Moncada Espe jel, también agente del ministerio público federal. Moncada y Fonseca se encargaron de la defensa de Joaquín Parra Zúñiga. Cuando conocí a Fonseca era subdirector en la PGR y Moncada había sido agente del ministerio público en Sinaloa, a donde se fue por r ecomendación de Fonseca. También pagué 40 mil pesos a Fonseca Díaz para que dejaran sali r a los hermanos de Joaquín Parra Zúñiga de la agencia 44 del ministerio público del Dis trito Federal, en Cabeza de Juárez.9 Los hermanos Vanegas Martínez llegaron a Neza en 1987. Uno de ellos, Noé Guillermo V anegas Martínez, se involucró en un homicidio que lo llevó preso a Santa Martha. Dulce Paz, su hermana menor, buscó ayuda y así conoció a Joaquín Parra Zúñiga. Éste le presentó a iel Arizmendi, quien la invitó a cenar al restaurante Hipocampo de Cuernavaca. Él di jo que tenía la posibilidad de ayudar a su hermano a salir de la cárcel, porque cono cía gente dentro y fuera de los reclusorios y porque, a final de cuentas, él era un hombre rico que podría pagar para sacarlo de la cárcel. A cambio de esa ayuda, condi cionó él, serían amantes. Yo acepté y desde ese tiempo comenzó la relación. Después, Daniel zmendi me preguntó que si ya no quería trabajar en la zapatería donde estaba y accedí, p orque él ya me sostenía económicamente. Me daba 500 pesos semanales. 10 Arizmendi no sólo se relacionó con Dulce Paz, sino con los hermanos de la joven, Dan iel y Josué Juan. La amistad también fue mediada por Joaquín Parra. Daniel Vanegas Mar tínez, a decir de él mismo, coyoteaba o tramitaba permisos en los módulos de control v ehicular de las delegaciones Cuauhtémoc y Benito Juárez. Daniel Vanegas vendía permiso s provisionales en 300 pesos, engomados, altas y bajas vehiculares, tarjetas de circulación y juegos de placas en dos mil pesos a los vehículos robados y doblados q ue Joaquín le llevara.11 * * * Nos dedicamos al secuestro porque una sobrina de mi esposa comentó que habían