EL MAESTRO DE LOS ELEMENTOS PRIMERA EDICIÓN: 2020 QUITO – ECUADOR DERECHOS DE AUTOR: DAVID ESTEBAN GALARZA GARCÍA ISBN:
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EL MAESTRO DE LOS ELEMENTOS PRIMERA EDICIÓN: 2020 QUITO – ECUADOR DERECHOS DE AUTOR: DAVID ESTEBAN GALARZA GARCÍA ISBN: 978-9942-38-382-2
Todos los derechos reservados. Queda prohibida sin la autorización escrita del autor, bajo sanciones establecidas en la ley, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio.
Dedicatoria Darred, aidoGe, ipalca, ba.
Autor Ing. David Galarza G. MSc. Email: [email protected] Phone: +593 969056532.
Capítulo 1 Regresiones
Invocar la magia a manera de hechizo no se me había complicado tanto como aquel día. Tomé un mazo de cartas que traía en mis pantaloncillos grises. Los miré por un largo rato intentando encontrar el truco. Las dividí en dos partes, las volteé dejándolas caer en la mesa de madera republicana que tenía en frente. Los niños aguardaban inquietos, susurrando con la mente mientras se 6
derretían bajo el calor abrazador que el sol se había propuesto entregar ese día. Yo lucía un sombrero de copa simulando ser un mago de diez años envenenado de taumaturgia. Tomé en mis manos varias cartas, dudé lo suficiente en iniciar el acto mientras sentía el alma confundida. Una ligera brisa que acariciaba mi mejilla indicó que ese evento no fue un recuerdo en fotografía ni tampoco fue una de esas imágenes en las que no existe el viento. Era una mañana de sábado, se podía percibir el aroma del césped recién cortado y que el rocío había bañado en la madrugada, aquel aroma se guardó en mi memoria haciéndome viajar en el tiempo.
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-Pueden ver las cartas, pero lo que van a presenciar no lo pueden percibir sus ojos - dije finalmente con un hilo de voz. Las miradas apuñalaron mi ser. -Necesito un voluntario – continué. -Yo – respondió tibiamente Julián con
voz
temblorosa.
Sus
ojos
desorbitados y la inquietante búsqueda de ser parte de mi acto me presagiaron una tragedia. Se levantó del suelo dejando una bruma de arenisca en el viento. Caminó hacia mí como si lo hubiese ensayado mil y una vez reteniendo el aire, tratando de fingir y ocultando lo inevitable.
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- ¿Cómo llegue aquí Ricardo? Deja tus cartas y contesta mi pregunta. Quedan unos pocos instantes para que me liberes de esta prisión antes de… Sus palabras se mecieron en el aire mientras su cuerpo se desplomaba en el suelo dejando a todo espectador atónito. Esos segundos detuvieron el tiempo. Solté las cartas ubicándolas en el espacio entre mis manos y la mesa. Las cartas llegaron a su destino en el momento mismo que me abalancé hacia Julián. Su aspecto era de descontento por el simple hecho de no culminar con su misión. -El nerviosismo le ganó – pensé, sin embargo,
la
intriga
me
invadió
generando una nube gris en mis pensamientos. 9
Mi madre me alejó inmediatamente de Julián llevándome hacia la sombra refrescante de un árbol joven de acacia mientras mis ojos se desdibujaban en la penumbra. -Ricardo, ¿estás bien? - preguntó mi madre mientras su voz se disolvía en el aire generando un efecto de eco. Sentí en mis manos millares de pequeñas agujas entrando y saliendo de cada micropartícula de mi piel. Mis piernas temblorosas no soportaban la gravedad que llevaba mi cuerpo hacia el suelo. - ¿Estoy acaso teniendo el mismo destino que Julián? – pensé en silencio. No lo supe, solo escuchaba la continua voz de mamá alejándose con el aire y dejando atrás a la realidad. 10
-Ricardo,
Ricardo,
Ricardo…
-
continuaba aquella voz rota que decrecía fusionándose con el viento. El sonido que pronunciaba aquella voz regresaba de manera uniforme mientras me reincorporaba en un diván. Noté con claridad mínima una repisa de tres niveles, en los cuales se encontraban varios tomos médicos, distinguí un par de Carl Gustav Jung. Las persianas de las ventanas a mi izquierda estaban totalmente abiertas, el sol se encontraba en su punto más alto alistando la caída irreversible hacia el oeste. -Durante mi regreso a esta realidad seguía escuchando la voz de mamá – pensé.
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-Toma, necesitas hidratarte. Estas empapado en sudor - dijo una voz femenina transmitiendo tranquilidad. -Tengo un ligero mareo – replique intranquilo con voz ausente – ¿Dónde estamos? -En terapia, Ricardo. Bienvenido. -… ¿En terapia? – pregunté ansioso. -Es normal que sufras pérdida de memoria, pero siéntete tranquilo, es temporal – respondió aquella ligera mujer en su papel de psicóloga. Mi psicóloga llamada Berenice, me recordaba a un personaje criminal astuto y calculador de una novela de ficción cuyo autor nunca colocaba título en sus libros, sin embargo, siempre firmaba “Dr. Q.”. 12
Bajo la oreja derecha de Berenice pude notar un tatuaje ancestral que había visto antes. Era un atrapasueños. Berenice no superaba el metro y tres quintos de estatura. Su cabello estaba recogido y su cuello oculto por una bufanda morada con círculos blancos. -Hermosa como siempre – pensé sonriendo Noté en su cuaderno de apuntes, que se encontraba junto a un bolígrafo de
tinta
azul,
una
pregunta
garrapateada y casi sin acentuar el esfero en su totalidad que decía: “¿Sueños vívidos o sueños repetidos?”. -Puedes irte, la sesión terminó – apuntó Berenice siguiendo con la mirada su cuaderno de apuntes.
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- ¿Me acompañas a la salida? – pregunté
desviando
mi
vista
del
cuaderno. Berenice mostró una sonrisa espesa mientras buscaba en mis ojos un acontecimiento definitivo. -No te olvides de ir con Arturo continuó Berenice - Él entenderá aún mejor esas voces que se presentan en las noches. Me costó mucho hacer que acceda a verte así que no te olvides de esa cita por favor. -Está bien Berenice - señalé mientras mi voz liquida intentaba ganarle la batalla al aire para lograr ser escuchada. Tomé mis lentes de sol y salí por la puerta principal del departamento al mismo tiempo que le lanzaba una última sonrisa a aquella bella mujer. 14
Me tomé un momento para mirar la ciudad por la ventana del octavo piso del edificio. El sur parecía un cuadro pintado a pincel con lienzo escarlata como base. La bruma de la tarde joven intentaba bajar acariciando el volcán Pichincha. -Todo
parece
tranquilo,
sincronizado – pensé mientras veía personas
e
imaginaba
sus
conversaciones. Salí del lugar como lo hubiese hecho el ratón experimental de mi infancia al encontrar la ruta de escape del laberinto improvisado que algún día fabriqué para él en el viejo cuarto que mi padre llamaba “El santuario”.
15
Capítulo 2 El encuentro
Al
salir
del
departamento
de
Berenice, ubicado en el octavo piso de un edificio que apuñalaba el cielo, sentí unas ganas irremediables de percibir el humo de un cigarro en mis pulmones. Mis bolsillos contaban con un par de monedas que servirían para consumar el acto. Me dejé caer en la escalinata de la tienda del edificio luego de adquirir un cigarro. Aquel comercio tenía un aroma
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melancólico con paredes abarrotadas de productos petrificados por el tiempo. Encendí el cigarro con un cerillo húmedo mientras mi mente intentaba escapar de este océano de sucesos. Hablé para mis adentros: -Si el olvido es inevitable, ¿por qué me esfuerzo en dejar huella en este mundo? – pensé mientras veía una niña de no más de dos años caminando de la mano de su abuela. El sonido abrumador de los coches rebotaba en las paredes deformando la frecuencia original. -Buenos días – contesté a un anciano que pasó junto a mi subiendo las escaleras hacia la tienda.
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Le seguí con la mirada hasta que se perdió entre las cristaleras interiores. - Cada situación, por más mínima que sea, transforma la realidad creando el futuro – apunté con voz ausente. Terminé mi cigarro interiorizando cada frase suelta que formaba parte lineal de mis pensamientos. El humo también
supo
consumirme
en
reflexiones que jamás supe de donde salieron. Noté que aquella cita que Berenice agendó con Arturo es lo que había estado esperando con ansias, pero aún no me sentía listo. A pesar de eso decidí acudir al encuentro - Existen cosas que si las pienso no las hago – pensé finalmente antes de 18
levantarme y perderme en la ciudad capital.
Tres días después, enrumbé el camino en mi camioneta hacia el encuentro pactado con Arturo. Era una mañana sumergida en la penumbra, mi aliento empañaba el parabrisas frontal. Agujas de luz se hacían camino en medio
de
un
conjunto
de
nubes
congeladas en el firmamento, el sol había decidido ocultarse y mirar de lejos la realidad azulada y cristalina de aquella
mañana,
las
personas
perseguían sus siluetas rumbo a un futuro
que
habían
imaginado,
se
respiraba ansiedad viscosa en la bruma de la ciudad.
19
El
reflejo
proveniente
del
de
la
cristalera
comercio
ubicado
diagonal a la avenida donde aparque el coche me proyectaba un único rayo de luz, cuando de inmediato vino a mi mente la primera gran lección de mi padre: “-Tómalo, es la tercera vez que compro el mismo juguete. A veces pienso que cuando ya lo vez viejo lo desapareces para que te compre uno nuevo Ricardo - murmuró a regañadientes mi padre con voz gruesa. Tomé la caja en mis manos con una sonrisa genuina en mi rostro. -Apresúrate abriéndolo Ricardo, debo regresar a la oficina, supuestamente estoy almorzando – continuó mi padre con la mirada empapada de preocupación.
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Estábamos sentados casi a la orilla de la única laguna al occidente del parque La Carolina al norte de la ciudad, el césped verde se fusionaba con hojas muertas que presagiaban un otoño cercano. El sol contemplaba
rutilante
la
existencia
transitoria de la humanidad desde lo más alto del cielo. - ¿Por qué el sol siempre está por encima de nuestras cabezas? – pregunté mientras rompía con ansias el cartón que envolvía la figura de acción. -Es una coincidencia hijo. - ¿Siempre está ahí? - pregunté. -Pues no. Nace al este y se oculta al oeste. Espera un momento, en realidad el sol está inmóvil y nosotros somos los que nos movemos. Eso creo… 21
- ¿Quién dice? ¿A caso, tú has visto esos movimientos? – pregunté a mi padre -. Pero estoy quieto en este momento papi, no siento que me muevo. -Sería
imposible
comprobarte
esos
movimientos justo ahora, sin embargo, nos podemos basar en los “Paradigmas” –dijo mi padre dibujando las comillas en el aire con los dedos. - ¿Qué es un paradigma? – pregunté. -Es
un
hecho
que
no
podemos
comprobarlo por nuestros medios, pero asumimos como verdad. Vivimos rodeados de paradigmas hijo. He descubierto que la conciencia afecta la materia y que la realidad no existe hasta que ésta es observada – carraspeó mi padre con su mano derecha en la barbilla sumergido en pensamientos.
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Fuimos abducidos por un silencio incomodo buscando palabras para continuar. - ¿Crees que hago muchas preguntas? – cuestioné. -Las preguntas son la llave que abren el entendimiento para mostrarte lo que tus ojos siempre vieron, pero jamás entendieron. Las personas que tienen acceso a esa llave te muestran el mundo a su conveniencia. Te haces sabio por dudar, no por saber. Cuestiónate siempre de todo, de esta manera seguirás muy de cerca el rastro del conocimiento. Saldrás de las sombras y tú serás quien responda tus propias preguntas. Y si tienes suerte, no te volverás a cuestionar por nada, tan solo vivirás. Encontré los ojos de mi padre clavados en el firmamento, buscando respuestas en el
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límite del infinito, ahí donde la silueta de la ciudad apuñalaba el dorado horizonte. - ¿Alcanzas a ver ese único rayo de sol entre aquellas ramas? – preguntó mi padre señalando con el dedo índice uno de los árboles del parque - Solo basta un vestigio de luz para iluminar todas las sombras, la luz solo tiene sentido en la oscuridad. Si tienes luz propia, cuídate de los que están acostumbrados a la oscuridad. Tragué saliva. -Te amo hijo, debo regresar a la oficina y tu promete que buscarás la libertad con la premisa de la duda y mirando en tus adentros. -Te lo prometo.” Apagué el motor de la camioneta mientras escapaba de esos recuerdos. 24
Cerré aun pensativo la puerta del coche encaminándome hacia el portón del edificio Guarderas donde tendría lugar el encuentro. En su interior distinguí unas escaleras al lado izquierdo de la sala de espera mientras que a un par de metros se trazaba un ascensor obsoleto con un cartel que decía “En reparación”. Caminé a paso ligero hacia el interior, la pintura se desprendía de las paredes y de casi todo el techo evidenciando que el mantenimiento se había olvidado de aquel lugar embrujado. Una mesita de balsa lacada estaba a tres metros de distancia de las escaleras acompañada de una silla plástica donde una mujer de edad avanzada, estatura media, cabello gris y anteojos colgados en su cuello releía el periódico de la mañana mientras su dedo índice golpeaba uniformemente la superficie de la mesa. 25
El sonido hacía eco en las paredes del interior garantizando la soledad casi completa del edificio. - ¿Joven, a quien busca? - preguntó finalmente. -Buenos días, estoy en busca de Arturo. Él debe estar esperándome improvisé. -No conozco a ningún Arturo, muchacho. De seguro se confundió de edificio. Suele suceder. Puede preguntar usted en el palacete de frente. Tal vez le den razón – respondió sin alzar la vista. Volteé para mirar el lugar y lo único que visualice es un sitio consumido por el tiempo. La hierba había reptado por las paredes decoradas por artistas que apenas habían pisado la academia cultural. 26
-Vive en el departamento 3 – dije volviendo la mirada hacia ella. La mujer debió leer en mi mirada una confusión absoluta y bajando tres centímetros su periódico respondió. -Entiendo, usted está hablando de ese Arturo, joven. -Lo siento señora, no comprendo. La mujer no pronunció ni una sola palabra más. En su lugar se levantó de la silla elevando no sólo su cuerpo sino también el peso de sus años. Se acercó hacia mí y con un ligero esfuerzo se puso de puntitas susurrando. -Si, Arturo. El mago. Gente de todo tipo viene a visitarlo en busca de algo que perdieron, ya sabe, son un conjunto de vagos sin oficio, sin ofender. 27
Sonrió por lo bajo rumbo hacia su asiento, mientras mi ser se mantuvo petrificado ante cualquier reacción del exterior. -Se
supone
que
Arturo
es
especialista en “Paranoia”, como lo llama Berenice y no un Mago como dice aquella mujer – pensé mirando el suelo. -Claro que si quieres ver al Mago puedes pasar, pero te advierto que está más extraño que nunca. Desde hace dos días no lo he visto salir. De seguro está fumando sus puros y bebiendo su licor preparado como es habitual – dijo la anciana. -Gracias - dije aún confuso por la información.
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Al llegar al departamento 3, noté que la puerta estaba ligeramente abierta. Aun así, decidí tocar antes de pasar. No hubo contestación desde el interior. Mi cabeza inició una batalla que decidiría si debía mantenerse en aquel lugar o volver por donde vino. Una corazonada me dijo que debía entrar sin preguntar. Ingresé en el lugar. Todo el piso del departamento estaba cubierto por una alfombra roja sin pelusa. El ambiente emanaba un olor particular y dulce. Casi pude distinguir el aroma a naftalina flotando en el interior. No logré separar y distinguir el resto de las esencias mezcladas en el ambiente. Traté de reconocer en vano cada olor con el fin de distraer a mi mente y dejar que mi corazón trabaje por su cuenta. 29
Mi visión, que era parte de la encrucijada que resolvía mi mente, no había notado hasta ese momento un sofá de piel que me daba la espalda y que miraba hacia la única ventana de la sala, por lo que no podía ver en su totalidad quien reposaba sobre él. De todas maneras, si hubiese estado de frente, daba el mismo resultado ya que no conocía al tal Arturo en persona. En el apoyabrazos derecho pude ver una mano con un anillo plateado en el dedo
meñique.
Esta misma
mano
sostenía una copa con una sustancia oscura y bastante viscosa. -Este personaje puede ser Arturo y solo existe una manera de comprobarlo – pensé tomando aire.
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Me acerque balbuceando saludos por lo bajo cuando noté que el personaje se encontraba sumergido en un sueño profundo. La figura de Arturo se presentaba con una barba de siete días, cabeza casi rapada, lentes oscuros reposando sobre su frente y una bata de dormir. Pude adivinar por su aspecto que Arturo estaba entre los 55 y 60 años. -Es extraño que haya conseguido dormir en esa posición sosteniendo el licor con fuerza - pensé. Sacudí bruscamente por lo hombros el cuerpo de Arturo, pero no despertó. Entré en pánico al notar que no tenía pulso ni respiración. Un corte profundo rodeaba su cuello. Ni una sola gota de
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sangre se había separado de su origen a no más de tres milímetros. -La herida es reciente - apunté. Pude ver mi reflejo pálido en las gafas
de
sol
de
Arturo
mientras
intentaba en vano tragar saliva. - ¿Estoy en la escena de un crimen? - pregunté con un hilo de voz. En ese preciso momento, con mis nervios a punto de estallar, escuché unos golpes
leves
en
la
puerta
del
departamento. -Somos la policía, ¿podemos pasar? Mis oídos pudieron distinguir a tres personajes de la ley, dos hombres y una mujer. Corrí, casi sin topar el piso, de inmediato a la única habitación del 32
departamento. Entré con el corazón en la mano al ropero marrón de dos puertas grandes situado al lado derecho de la entrada del dormitorio. Me deje caer sobre unos zapatos de zuela brillantes mientras cerraba con sumo cuidado las puertas del ropero. Logré acomodar mi cuerpo. Podía ver, por una rendija entre las puertas, la habitación completa. -Carrera, quédate en las escaleras. García, entra en busca del propietario del departamento. Yo te espero en la puerta - ordenó ladrando una voz de mando gruesa y desafiante. No podía escuchar los pasos de García por la alfombra que cubría todo el departamento, así que no me quedaba más que esperar y recibir con agrado lo que el destino tenía para mí. 33
-Hay un hombre sin vida en la sala, tiene un corte notorio en el cuello, ¡parece ser Arturo! - gritó García nervioso. No escuché ninguna respuesta a ese comentario. Logré ver una sombra proveniente del umbral de la puerta de la habitación. García era un hombre joven con rectitud en sus maneras, y bastante ansioso, uniforme limpio y aplanado a detalle, rostro bien afeitado y contextura ejercitada. Revisó cada cajón de la mesa de noche. Encontró tres sobres abiertos y uno sellado. Además, halló bajo la cama dos tubos de ensayo y un mechero bunsen. Junto a estos artefactos, yacía un libro a medio leer, encuadernado en piel color
gris
bocabajo,
en
cuya 34
contraportada alcancé a leer “Dr. Q.” escrito a mano con pluma azul piedra. Sus
pasos
lo
llevaron
inevitablemente al ropero, en el cual solo existían dos puertas. En una de esas me encontraba yo casi sentado en varios zapatos
y
armadores
cubierto que
el
rostro
sostenían
por
diversas
prendas formales. - García, voy entrando - murmuró el oficial al mando. La ansiedad de García lo condujo casi instintivamente a desnudar su revólver smith & wesson especial calibre 38. El dormitorio fue invadido por un aroma a plomo y a muerte. Al abrir la primera puerta, me deslumbró el reflejo de luz con el que apuntaba su arma hacia el interior del 35
ropero, mientras su dedo índice baila de los nervios en el gatillo. Con una parsimonia envenenada de curiosidad, García abrió la puerta del armario
donde
esconderme.
Me
yo
pretendía
miró
fijamente
cambiando su rostro firme por asombro. -Ricardo, ¿qué rayos haces aquí? preguntó casi perplejo con la voz agonizante traspasando el denso espacio que separaba mi ser de un balazo.
36
Capítulo 3 El despertar
García
conocía
mi
nombre,
reconocía mi rostro. En un espacio reducido y oscuro como el de un ropero, él me había ubicado sin dudarlo. Tal vez fue una coincidencia, tal vez eso fue lo primero que pasó por su cabeza y lo dijo, no pude saberlo con certeza. García, aquel agente de veinte y tantos, barba perfectamente recortada, estatura media, aspecto infranqueable y retador, con mirada penetrante y actitud consumida en nerviosismo me había 37
reconocido sin dudar. Sin embargo, esa intranquilidad con la que había entrado al cuarto de habitación abrió en mi mente un abismo de preguntas. -Mi nombre no es Ricardo
-
respondí casi susurrando, con el corazón en la mano y la lengua entrelazada con la garganta. -Claro que sí. Eres Ricardo, el Mago - replicó García sin dudarlo. - ¿El Mago? – pensé. Hace bastante tiempo que no escuchaba eso. Me había alejado por completo de la magia desde que empecé el tratamiento intermitente con Berenice. Más que mago, era un ilusionista aficionado. Podía tergiversar la realidad de una manera asombrosa. Todo en base 38
a una cantidad exagerada de horas invertidas en la práctica y perfección de mis actos. Por supuesto que para mí el tiempo jamás transcurrió en esas horas ya que la práctica era la medicina que liberaba mi alma cautiva del mundo rutinario. -Estas metido en un gran lío, Ricardo - dijo García con voz muerta, casi sin pronunciar palabra. Intenté tragar saliva, pero tenía los labios demasiado secos. - ¿En un lío? Acabo de llegar unos instantes antes de que ustedes llegaran. Encontré la puerta abierta, golpeé sin obtener respuesta, así que decidí entrar expliqué -
Que
extraña
manera
tienen
ustedes los artistas de tocar la puerta. 39
Coloque mis manos hacia delante con intención de levantarme, ese gesto puso aún más nervioso a García que ajustó su posición retadora volviendo a levantar el arma y colocándola a centímetros de mi cabeza. -Recibimos una llamada telefónica indicándonos el caso de la persona que habita este departamento. Al parecer había
sido
reportada
como
desaparecida. Alguien antes que tu cometió el delito, un cómplice tal vez – replicó García. -No había nadie cuando entre aquí, a excepción del cadáver - respondí sin pensarlo, como quien dice la verdad y no necesita sobre analizar sus palabras. -Ricardo te creo, sé que respiras despacio para no matar las moléculas de 40
aire y por supuesto que no harías algo como esto y menos ahora que ya te encuentras en terapia. Pero ya me he demorado
algún
explicando todo.
tiempo
aquí
Así que no puedo
hacer nada por ti más que ponerte bajo custodia policial hasta concluir con las investigaciones amigo. García
conocía
sobre
mi
tratamiento, acerca de la magia y de mi vida,
pero
importantes
esas
dudas
no
eran
en
aquel
momento,
necesitaba hallar la manera de librarme de esas garras y aclarar este tema por mi cuenta. - ¿Qué pasa García, todo en orden? dijo el oficial al mando como un golpe seco en la sala.
41
-Es el teniente, no puedo hacer nada más por ti amigo. Quedas detenido para investigaciones. Sin
más,
García
vigiló
cada
movimiento mientras me incorporaba, me pidió que colocara mis manos al frente mientras preparaba el grillete relamiéndose por lo bajo. Me llevó donde sus colegas, explicó la situación a detalle exceptuando nuestra
conversación.
Durante
la
explicación de los hechos, recalcó más de una vez que era yo la única persona en todo el departamento. Me llevaron impacientes escaleras abajo mientras rezaban mis derechos. Parecían autómatas repitiendo una y otra
y
otra
y
otra
vez
órdenes
programadas. 42
Decidí escapar y no solo de ese hecho trágico con Arturo que me puso bajo custodia policial, sino también de esas máquinas sin alma que pretendían programar mi mente. -Quiero seguir siendo una amenaza, llevando el mensaje de salvación. Soy el virus que infecta a estas máquinas, soy la utopía que siempre he buscado, soy anarquía - dijo una voz en mi cabeza pronunciando esas palabras con el fuego que necesitaba para despertar. -Caballeros, señorita. Tengo una pregunta - la magia inundó el momento transformándose
en
palabras
que
pronunciaron mis labios - ¿Qué quieres? - replicó el teniente volviéndose y escupiendo saliva en mi pecho. 43
- ¿Creen en la magia? – pregunté. Los presentes no pudieron contener las carcajadas que se transformaron en miradas penetrantes golpeándome con toda su fuerza. No esperaba menos de corazones vacíos. -Yo puedo detener el tiempo – dije mientras
escuchaba
respondiendo
aquel
mi fuego
voz que
se
dibujaba a media luz en sus miradas. De repente las risas cesaron y las miradas bajaron la guardia. Sentí que el control se me era entregado en bandeja. -Hazlo, si puedes – replicó en defensa Carrera con una risa burlona asomándose en sus labios.
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-Présteme excelentísimo
su
teléfono
teniente
celular
-dije
de
inmediato. Me lo entregó sin decir una palabra, claro está que lo hizo por la forma en que lo había pedido. -El hombre acaricia al caballo… pensé, quedó claro quién fue el caballo. -Acabo de abrir el reloj digital que este
dispositivo
tiene
entre
sus
aplicaciones. Ahora quiero que se coloquen frente a él y miren cómo transcurren los segundos – dije mientras volteaba el dispositivo móvil hacia ellos sin soltarlo de mis manos. Coloque el dispositivo celular a la altura de mi pecho con la pantalla luminosa de frente. Miraron
muy
atentos tratando de encontrar algún 45
truco, pero no lo descifraron, o por lo menos eso delató su silencio. - ¿Esa es tu magia? ¿Lograr que miremos el reloj? -comentó el teniente con un tono sugerente al mismo tiempo que me empujaba escaleras abajo. -La
paciencia
abunda
en
los
virtuosos. Aquí viene la magia - apunté de inmediato dando lugar a una breve pausa en los escalones de la segunda planta. Tenía que apresurarme, el acto debía estar concluido antes de llegar a planta baja. -Nos queda un piso y escaleras por bajar - pensé. Sus miradas estaban perdidas en el laberinto de la incertidumbre que había 46
generado alrededor de un dispositivo móvil. -Sin mover la cabeza de la posición en la que se encuentran, quiero que vean lo más a la derecha que puedan. Háganlo – ordené. Mis palabras se mecieron en el aire agrandando la visión del espacio-tiempo en el que nos encontrábamos. -Vuelvan a realizar el ejercicio mirando el reloj del dispositivo móvil, pero ahora presten especial atención a como transcurren los segundos del reloj. El tiempo se detendrá ante sus ojos. Entregué el dispositivo celular al teniente, el cual lo puso entre sus manos mientras los dos policías restantes inclinaron su mirada hacia el teléfono 47
inteligente formando un círculo con sus hombros. Hicieron envenenados momento.
Al
lo
que
les
pedí
por
la
intriga
del
volver
sus
ojos
al
dispositivo, pude leer en sus facciones el asombro, la intriga, la duda, la magia. El teniente y sus lazarillos sufrieron de un sobresalto al ver cumplido mi acto en el descanso de las escaleras antes de llegar a planta baja. Pero se llevarían una sorpresa mayor al ver mi segundo acto de magia: El edificio, las escaleras y la gendarmería habían sido testigos de mi desaparición sin dejar ni un solo rastro.
48
Capítulo 4 Secuelas
Me evaporé por las paredes del edificio Guarderas. Detuve el tiempo ante sus ojos. El delgado hilo que unía el mundo
real
del
ficticio
se
había
quebrado con tan solo abrir mi corazón al despertar de la magia. En realidad, lo que había realizado en el ascensor se basa en un evento científicamente comprobado al que los entendidos denominan: cronostasis.
49
Mi padre me había enseñado este “truco”
hacia
algunos
años
atrás
mientras me entretenía armando un rompecabezas. El viejo Aguilar, mi padre, mi maestro, mi guía y mi mentor jamás me oculto la verdad. Su método era bastante curioso, la paciencia le duraba el mismo tiempo que sobrevive un fósforo encendido. Me alumbraba el camino, pero era yo quien debía caminar en él, eso me molestaba, pero no tenía otra opción. No solo me mostraba los eventos psicodélicos de la vida, sino que también imprimía en mí el aliento suficiente que necesita un alumno para interiorizar, procesar y vislumbrar la verdad sin necesidad de usar la razón como
único
lastimosamente
camino su
para
hacerlo,
metodología
de
enseñanza la entendí demasiado tarde. 50
Durante esos días odiaba que el viejo Aguilar me muestre lo más mínimo. Recuerdo varias veces en las que él decía que la verdad es única, pero depende del camino que lleva a ella para aceptarla. Así que la verdad, según él, seguiría siendo única hasta que alguien se atreviera a definirla, solo así la verdad dejaba de ser verdad y se convertía en una simple opinión. - Todo un trabalenguas - pensaba. Si bien es cierto, la supuesta magia fue la verdad que me liberó del cautiverio, este hecho se fundamentó en un engaño. - Estoy seguro de que los chapas están tras mi pista - reflexioné sin pestañear mientras resolvía ser invisible ante la mirada de los mortales. 51
Me escondí unos cinco autos detrás del mío mientras veía que García y compañía solicitaron el apoyo necesario para llevarse mi camioneta. Forzando la mirada y disimulando lo máximo que era posible en ese momento, García me seguía a lo lejos. Un gesto con su mano izquierda sugirió que abandone el lugar. Apresuré el paso sin destino hacia el laberinto colonial de la ciudad capital bajo las primeras gotas que perforaban las nubes grises acumuladas en la tarde joven de aquel día. Al llegar el ocaso, un par de horas después me encontraba frente al pórtico del departamento de Berenice. Aquella puerta me había despedido hace tres días, siempre en busca de respuestas, inundado de preguntas. 52
La puerta estaba asegurada por dentro, como era de esperarse, pero por supuesto eso no fue un impedimento para mí. Logré ingresar y una vez adentro, el mundo exterior fue mermado de mi conciencia mientras que un mundo totalmente diferente me abdujo. La visibilidad era mínima al inicio debido al humo que emanaba el incienso imposibilitando ver más allá de dos metros, pero lo que necesitaba ver, mis ojos no lo podían percibir. Me encaminé sutilmente hacia el diván, la luz externa de la noche joven acariciaba los adornos del lugar dando forma a la oscuridad. Berenice no estaba. Recorrí casi todo el sitio sin hallar rastro de ella. Aunque no necesitaba buscar en cada rincón del lugar para convencerme de su salida, esto lo deduje al notar la ausencia de sus 53
llaves y por supuesto la ausencia del artículo que siempre llevaba consigo: una bufanda morada con círculos blancos. No encontré pistas relevantes al inspeccionar a tientas el sitio, así que decidí ir de regreso a la realidad. Noté de inmediato
la
deformidad
e
inconsistencia del reflejo de los objetos dentro
del
departamento.
Su
decoloración me llamó la atención, no coincidía nada de lo que estaba viendo con lo que vi al ingresar. Mis pies jamás habían topado el piso en mi recorrido por el lugar. En el espacio entre el suelo y la suela de mis zapatos encontré un torbellino de colores que me impulsaba hacia las estrellas, pero mi cuerpo físico se rehusaba a realizar el viaje, así que se conformó con tal solo levitar. Mi alma se 54
escapó por los poros, se fusionó con la luz exterior, con los textos, con el diván y finalmente regresó a mi cuerpo. Entendí en ese momento que era unidad formando parte del plano espiritual y del contexto físico. El ruido exorbitante del tráfico era melodía abstracta, la noche era luz colorida. Pude verme ahí de pie parado frente al pórtico del departamento de Berenice. - ¿Jamás ingresé? - me apresuré a preguntar con voz ausente. Esta revelación me regresó de inmediato a la realidad indicando que jamás di un paso hacia el interior. Al llegar al umbral de la puerta, mi viaje había iniciado, la imaginación apagó la realidad y dio lugar a lo acontecido.
55
-Cuando quieras puedes pasar – dijo una voz suave que acariciaba el aire y llegaba a mí en forma de palabras rutilantes. Tragué saliva caminando hacia el interior. -Y entonces, ¿piensas pasar la noche viendo mis adornos Ricardo?, que curiosa forma de entretenerte. -Acabo de tener un sueño vivido - el tono de mi voz casi era nulo, sentía que la
temperatura
del
lugar
bajaba
uniformemente. -Esto también es un sueño... -... ¿Berenice? Mientras recitaba la última sílaba de su nombre noté que su rostro palideció 56
de inmediato. Mi piel se erizaba, el aire dejaba de sostener las palabras y la luz artificial de una lámpara ubicada en la cabecera del diván se apagaba sin señales de volver a encenderse. Distante, muy distante todo a mi alrededor comenzó a perder tamaño. Sentí mi cuerpo arrojado bruscamente sobre el recuerdo de mi presencia bajo el umbral de la puerta del departamento de mi psicoanalista. Berenice tenía razón, esa pseudo realidad
también
era
una
ilusión
desvanecida por momentos en mi percepción física del entorno. - Soy yo quien controla los límites de la imaginación, puedo ingresar al inconsciente proyectar
para
unir
realidades
sucesos
alternas
y que 57
generan en mí pensamientos recurrentes provocando que cada instante sea desperdiciado – dije saboreando mi afirmación como si fuese verborrea. >>He dejado de sentir y vivir el presente
–
decía
finalmente
estas
palabras mientras decidía llevar mis inquietudes a la última persona que hubiese
querido
transmitirle
esta
secuencia de eventos. Di la espalda al umbral de la puerta del
departamento
de
Berenice
abandonando aquel sitio embrujado pies en
polvorosa
tropezando
con
mis
talones más de una vez.
58
Capítulo 5 La visita
La madrugada había ya tomado gran parte de la noche cuando llegué a la esquina del cementerio de San Diego, la piedra fría del mural principal emanaba fuertemente un aroma fresco de aguas menores. La única luz era la de un poste eléctrico exageradamente alto del cual brotaba un aliento ámbar que perdía poder cuanto más se acercaba al suelo. El único camino empedrado que conducía al portón principal de la necrópolis estaba cubierto por una capa casi 59
inexistente de lluvia, en el cual salvé mi cuerpo varias veces de caer al suelo debido al piso resbaladizo. Llegué a tientas al umbral de la entrada del camposanto, llevé mis manos a la boca y me percaté que casi estaban congeladas, no sentía los dedos, sin embargo, cerré mi mano derecha en puño y toqué desmedidamente el metal del portón. - !Buenas noches! - grité. Al no obtener respuesta busque rápidamente con la mirada el seguro del portón. Era una cerradura secuestrada por el tiempo, en su totalidad estaba recubierta de óxido, únicamente la superficie alrededor del ojo sobrevivía al pasar de los años.
60
Incliné mi cuerpo un par de centímetros hacia delante con el fin de tener una visión interior de la cerradura. No estaba echada llaves, así que intente colar mi mano por una de las rendijas del portón. Sentí apenas el gatillo de la cerradura con el dedo índice, estaba demasiado húmedo como para lograr abrir el mecanismo. Mi concentración era tal que no me había percatado de una luz que rompía la oscuridad azul y que se aproximaba con sigilo. - ¿Qué crees que haces imbécil? masticó el guardián de la necrópolis portando en su mano izquierda un mechero bunsen de llamas azuladas a las que su mano derecha pretendía proteger de cualquier vestigio de agua o viento. 61
- Necesito pasar la noche en algún lugar. - Imbécil es poco, no se te ocurrió un mejor lugar. Una funeraria, por ejemplo - respondió el guardián con una sonrisa oscura. Se relamía por lo bajo intentando ocultar que el frío le carcomía la carne y los huesos. - Te puede ayudar con tu proyecto de ciencias, estás ocupando demasiado fósforo
-
apunté
de
inmediato
sosteniendo la mirada en sus manos. Asentó con la cabeza mientras accionaba el mecanismo de la cerradura. Me miró de arriba hacia abajo y finalmente negó por lo bajo. - Estas hecho una mierda - dijo.
62
Me indicó el camino hacia la garita con el mentón. Le di una mano con su experimento de ciencias mientras me conversaba la difícil tarea de estudiar en un
colegio
nocturno
y
desvelarse
cuidando el último lugar en el mundo que debía ser cuidado según él. - Este año, si dios quiere, me gradúo - continuó. No paró de hablar durante mi intervención como científico, y yo no paraba de pensar en Charles Sauria. - ¿Qué tendría en la cabeza este francés antes de inventar la cerilla de fósforo? - pensé. Al finalizar rechacé un preparado de cañas y puntas que había mezclado el guardia y mentí que necesitaba dar un paseo entre los mausoleos. 63
- De verdad que eres imbécil, pero allá tú. Detrás de la garita hay una portezuela que se abre por fuera, es el armario de limpieza. Puedes pasar la noche ahí. Me sumergí en el laberinto de la necrópolis
donde
se
presentaban
edificios imposibles abarrotados de tumbas.
Inscripciones
en
lápidas
mostraban la antigüedad del lugar Susana Castillo Hasta pronto Negra 1998 Leí en una de las inscripciones mientras me adentraba aún más en la selva de lápidas y muertos. Ascendí escaleras arriba en uno de los edificios centrales. 64
-Necesitaba hablar contigo. No sé con precisión lo que estoy buscando y esta búsqueda me ha involucrado en un crimen - mi voz se entrecortaba con el pasar de cada palabra. En el intento de recrear la acústica precisa con la que mi padre hablaba, mi mente unió palabras que recordaba de memoria. Sentí su voz expandiendo el espacio húmedo de ésta su última morada. -Toda tu vida te has ocultado, dejando que la existencia pase ante tus ojos sin que puedas disfrutar ni un solo momento Ricardo. Mis ojos se cristalizaron mientras recordaba las tardes en las que el viejo Aguilar me retiraba de la escuela, me llevaba de camino a casa cruzando el 65
parque
mientras
hablaba
y
me
compartía su energía. Mis manos congeladas toparon las hojas secas de unas dahlias posadas en la esquina inferior derecha de la lápida de mi padre. - ¿Qué es lo que estás buscando mijo? ¿saber quién eres? ¿encontrar sentido a tu vida? Todo esto le sirve a tu nombre, a tu pasado, a tu reputación, pero ¿qué hay de ti? Observa, siente como la brisa de la mañana acaricia tu rostro e ingresa sin permiso por tu piel. Siente como el oxígeno entra rutilante hacia
tus
pulmones.
Observa
tu
respiración, sé consciente de eso. Tu cuerpo es un mecanismo orgánico que te recuerda cada instante que eres parte del todo y que estas vivo. Pero has decidido olvidar,
has
decidido
seguir
una 66
promesa que permanece en el futuro y ese futuro nunca llega. Tu esencia es intemporal, recuerda la forma en la que el mundo te descubría día tras día de guambra, el tiempo parecía eterno, el parque y los juegos eran tu escuela y las noches te cubrían de mágica. >> Sal al mundo y olvida lo que aprendiste; has que el mundo te dé una lección de vida y disfrútalo al máximo. Nunca vas a ser tan joven como lo eres en este preciso momento. Escuché el sonido de un charco de agua
interrumpido
por
pisadas
invisibles, miré alrededor hasta donde moría la luz, no logré encontrar rastro alguno de vida. -La luz solo tiene sentido en la oscuridad, o tal vez no… 67
La voz de mi padre se confundió con la melancólica brisa de la necrópolis para luego evaporarse con el aire. - … permite que los vuelcos del corazón te guíen Ricardo… El susurro de sus últimas palabras se meció en el viento y se fueron sin dejar rastro. Me incorporé a la realidad sin despedirme de mi padre cuando lo vi, una sombra sin forma me esperaba escaleras abajo. Al acercarme reconocí el rostro de inmediato a pesar de que un velo cubría casi la totalidad de sus facciones. Lucía intacta, su bufanda favorita se dejaba ver por una abertura sutil en el pecho.
Sus
ojos
hundidos
en
desesperación llamaron mi atención. 68
- Berenice, te estaba buscando. Te necesito… Un golpe seco me impactó en el costado izquierdo de la nuca, mi cuerpo perdió estabilidad de inmediato. Sentí mis piernas bailar mientras intentaban recobrar su posición normal. Caí sin fuerza con las manos al frente, un charco casi vacío de agua recibió mi rostro mientras el resto de mi cuerpo se desplomó ipso facto. Vi un líquido oscuro fusionarse con los restos de agua que había servido de colchón para mi rostro. Era mi sangre, tibia y abundante. Una voz cálida me susurró un par de palabras, las cuales no logré descifrar. - Ricardo, has lo que te pidan por favor - continuó. 69
No estaba sola. Una sombra espesa se mecía sobre sus hombros. Escuché una frase adicional a la cual no le hallé sentido mientras perdía el conocimiento.
70
Capítulo 6 La revelación
La luz joven del alba quemó mis retinas, un dolor intenso detrás de los ojos y cerca del golpe me recibieron de desayuno. El lugar estaba inundado de un olor limpio y aséptico, la madera que hacía
las
veces
de
pared
estaba
totalmente recubierta de humedad y sentía que si la rozaba con los dedos podía obtener un buen pedazo de polilla. El armario de limpieza lucía igual de tétrico que en la madrugada.
71
-Te dije lo estúpida que sonó la idea de dar un paseo por el cementerio, ¿verdad? - apuntó el guardián de la necrópolis apoyado en el umbral de la puerta. - ¿Dónde está? - señalé ignorando su comentario. - ¿Dónde está quién? Si no se me ocurría la grandiosa idea de irte a buscar, te aseguro que serías uno más de los huéspedes permanentes de este maldito lugar. -Estaba acompañada, ese tipo me golpeó por la espalda - continúe ignorando nuevamente su comentario. -El golpe te dejó aún más imbécil, el único sujeto aparte de tu yo es el policía que te está esperando en la garita, voy a llamarlo. 72
Desapareció negando por lo bajo mientras balbuceaba un par de groserías más. Intenté ponerme en pie cuando noté unas marcas profundas en mis muñecas, era
como
si
alguien
me
hubiese
arrastrado por toda la necrópolis tirando de mis extremidades con toda la violencia posible. El guardia regresó con el oficial como lo había profetizado, García lucía tan impecable como su nerviosismo intermitente. - ¿Dónde diablos te has metido Ricardo?,
te
he
buscado
toda
la
madrugada - apuntó García al mismo tiempo que maldecía sigiloso. -Tu si sabes dónde está García, estaba acompañada. 73
-De que hablas Ricardo, estabas solo en el mausoleo más próximo esperando a ver quién te mata primero, si la hipotermia o ese golpe que te has dado. -Mierda
García,
¿dónde
está
Berenice? - señalé con la voz vacía. García me contempló intrigado, pasó tres veces su mano derecha por su boca como calibrando su respuesta. Finalmente continuó. -Vamos
Ricardo,
tenemos
que
hablar. -No puedo ir preso, yo no sé quién le hizo eso al pobre desgraciado de Arturo - indiqué al mismo tiempo que me
encaminé
rumbo
a
la
salida
apartando al guardia y a García.
74
-Nadie ha dicho que vas a ir preso. Vamos donde mi tía, acá en la Colmena. Por una vez en tu vida deja de ser necio, no sé quién te hizo eso, pero sé dónde puedes encontrar a Berenice. Acepté a regañadientes para ocultar mi interés y apresuramos la marcha. Subimos a paso ligero por la calle Farfán. Al llegar a la esquina de Los Negros, García encendió uno de sus cigarros después de haberme ofrecido otro por compromiso, el cual negué por la misma razón. Curvamos por la calle Cayetano Cestaris cuando por fin decidí entablar conversación. - ¿Qué sabes de Berenice? - apunté. -
Tranquilo
Ricardo,
necesitas
desayunar y pegarte un buen baño. 75
Llegamos junto al alba a la casona de la tía de García, era una casa de barro cubierta por pintura arrebol explotada en su mayoría y carcomida por la humedad. La puerta principal estaba recubierta en su totalidad de madera de cero de marquetería corroída por la lluvia y el viento. García no reparó en aullar su visita esperando recibir respuesta del interior de la casona. Escuché unos pasos cansados que descendían las escaleras del recibidor. - Tía Rosa, buenos días la bendición - anotó García segundos antes de que la puerta se abriese. Una
serie
de
mecanismos
imposibles se movían sincronizados
76
juntamente con dos o tres pestillos que chillaban su presencia. - Juliancito mijo buenos días, pasa por favor. Ricardo como has crecido muchacho, es bueno dormir de vez en cuando papito. Así dio la bienvenida la tía de García, de la manera más amistosa posible. La piel del rostro y de sus manos estaban manchadas de lunares casi imperceptibles,
el
aroma
de
desesperanza era el perfume que había decidido rociarse aquel día, su cabeza estaba totalmente recubierta de nieve, sus anteojos jugaban a ser funambulistas en la punta de su nariz aguileña. Bordeaba los 65 años y a pesar de eso, me había reconocido.
77
Yo
era
todavía
un
muchacho
cuando visitaba todos los días la misma casa, jugábamos con Julián García a ser magos
prestigiosos
con
unas
enciclopedias de la colección secreta del esposo de la tía Rosa. Sus pisos siempre tenían un aroma a desinfectante y el ambiente estaba inundado de un disco infinito de Julio Jaramillo. -
“Reminiscencias”
–
pensé
recordando. Fue en la biblioteca de esa casona donde vi por primera vez uno de los libros de Dr. Q, el único que leí por completo fue uno donde un relojero apasionado por la electrónica había creado un pequeño artefacto que podía romper cualquier sistema informático con tan solo acercarse lo suficiente, este artefacto cayó en manos de Lady 78
Valencia, la cual era la protagonista de la historia. Aquella mujer cometía una serie de delitos informáticos sin dejar rastro, gracias a su sensual inteligencia. El autor siempre dejó la posibilidad abierta de que ella también era una de las creaciones del relojero. Tomé un baño rápido y me puse un conjunto de ropa que me había dado la tía Rosa. - Tomen asiento por favor, voy a preparar el desayuno guaguas - comentó la anciana mientras García leía en mi mirada la revelación que acababa de tener. - Y, ¿Hasta ahora me recuerdas? apuntó Julián leyendo mi mente. - La terapia Julián, tengo tantas cosas que me han nublado la razón, y 79
hablando de eso, dime que sabes de Berenice. - Pues es tu psicóloga amigo mío, jamás la he visto en persona, pero… - Pero ¡¡¡que!!! – interrumpí. - La mañana que te encontré en el armario de ese desgraciado, nosotros habíamos recibido una llamada para acudir al lugar. - Si, de la anciana en la recepción señalé adivinando. - También pensé lo mismo Ricardo, así que pedí a Sistemas que rastrearan el origen de la llamada para confirmarlo, pero… - ...pero ¿qué? Julián, ¡maldita sea!
80
-
El
origen
era
el
propio
departamento. Dejamos caer un par de segundos meditando
en
lo
dicho
antes
de
continuar. - No puede ser posible, no había nadie más en el departamento - apunté finalmente fingiendo mi desesperación. - Espera, aún hay más, el oficial que tomó
la
llamada
me
informó
extraoficialmente que la persona al otro lado de la línea se identificó como Heredia, Soledad Heredia. Por un segundo el mundo se detuvo. Tragué saliva, hundí el mentón en mi pecho mientras sentía una energía en el tórax que solo hizo presencia para congelarme y despertar mi ansiedad. 81
- Berenice Soledad Heredia - dije con el alma rota. - Así es amigo mío. Ella mismo realizó la llamada para informar del hecho a las autoridades. - Justo a la misma hora que ella había agendado mi cita con Arturo señalé con palabras muertas. - Exacto. - Pero ¿por qué? - realicé aquella pregunta dirigida más a mí que a Julián. La anciana nos ofreció un desayuno continental acompañado de un café pasado, al ver la desilusión dibujada en mi
rostro,
prefirió
abandonarse
nuevamente en la cocina.
82
- Ricardo, ¿Recuerdas esa mañana que ejecutamos el acto de magia que habíamos practicado por toda una semana? Lo hicimos demasiado bien, los dos nos desmayamos - apuntó Julián con una
sonrisa
vacía
en
los
labios
intentando sacarme de esa bruma de pensamientos que me habían cegado. - Julián, sé que me estás ocultando algo - lancé al azar. - Sé dónde está. Me levanté de un solo movimiento haciendo un ademán de despedida. - Nadie se va sin antes terminar el desayuno - aulló la tía Rosa sacando únicamente la cabeza por el umbral de la cocina.
83
Apresuré mi plato que apenas había tocado al mismo tiempo que escuchaba las indicaciones para llegar al escondite de Berenice que Julián recitaba como el credo. - Cuídate pana - dijo finalmente. Le lancé una mirada rápida y desaparecí escaleras abajo.
84
Capítulo 7 El disfraz
Caminé por la cristalina vereda de la calle Cayetano Cestaris donde los primeros negocios empezaban a dar vida al barrio viejo levantado en las montañas, el ambiente se inundó del aroma inconfundible de pan fresco proveniente de una de las panaderías del sector. Al pasar por la calle Caras me detuve un instante a contemplar el paisaje que se dibujaba sobre el lienzo de aquella mañana. Al sur de la ciudad, centenares de domicilios imposibles se 85
ahogaban en una espesa bruma escarlata que las cobijaba. Decidí bajar por las gradas de la calle Caras rumbo a la avenida principal con la intención de tomar un transporte público que me llevase hasta mi destino: La Casa 1000 en la Floresta. Debían ser las diez de la mañana cuando tomé la calle Viscaya, apresuré el paso buscando en cada intersección la calle Valladolid. No me tomó más de siete minutos encontrar el cruce de los dos caminos. En medio de estos, se alzaba
una
edificación
con
estilo
Republicano, el césped brotaba del piso del jardín principal a más de un metro de altura, los dos niveles del palacete estaban armados por ladrillos y piedra de inicios del siglo pasado, de la pintura que un día recubrió la fachada, sólo 86
quedaba recuerdos, los ventanales con cristales rotos se mostraban en sobre relieve y una sola puerta carcomida por el tiempo llevaba al balcón central ubicado en la planta alta. El palacete rompía con la cultura y bohemia de aquel sector aristocrático de la ciudad. Trepé con poca agilidad el portón principal apoyado del muro exterior, el cual estaba recubierto en su totalidad de pinturas vandálicas. Una vez alcanzado la cumbre del mural, salté casi obligado al laberinto de hierbas húmedas, la tierra del patio estaba bastante mojada por lo que mis zapatos se hundieron lo suficiente en el lodo como para que desease apresurar el paso hacia la puerta principal del palacete. Un
demonio
esculpido
directamente en la madera de la puerta 87
principal me dio la bienvenida, no me atreví a golpear la madera así que la empujé con una fuerza casi inexistente. El mecanismo de la entrada cedió sin dar pelea
abriendo
un
espacio
lo
suficientemente amplio para colar mi cuerpo hacia el interior. En el centro del piso inferior se presentaban las ruinas de lo que había sido el salón de protocolo, a los extremos se dibujaban objetos empolvados con detalles opulentos divididos en dos atrios separados. Una escalera central subía en espiral al nivel superior. El interior del palacete parecía haber sido remodelado con el afrancesamiento de la ciudad en 1860. Detrás del sexto escalón de la escalera central se podía divisar una suerte de puerta con terminados
88
neoclásicos modernistas que conducían a un pasaje escaleras abajo. Un movimiento involuntario me condujo escales arriba al nivel superior donde el piso estaba cubierto por mosaicos y la estructura de lo que quedaba del techo estaba armada en hierro y vidrio. Intenté hacer el menor ruido posible pero mis pisadas hacían más ruido de lo esperado. Busque sin suerte en las habitaciones superiores. Objetos que rompían con las ruinas del lugar llamaron mi atención en la habitación posterior. Al acercarme noté unos círculos blancos bien dibujados y salpicados por una viscosidad oscura en una especie de tela morada que emanaba una
aroma
ácido
y
demasiado
agradable. Era la bufanda de Berenice, tome la prenda en mis manos notando 89
que el líquido que manchaba los círculos era sangre. - Mi sangre - pensé intentando tragar saliva en vano. Al colocar la bufanda en su sitio, noté una hoja doblada por la mitad con un bolígrafo casi petrificado al suelo. Levanté la nota y leí la siguiente línea escrita a mano: EEOOE, TLSDS, MOMTE, EESAR, LLNX Con otras tipografías y tachones de varios colores, la mayoría casi borrados por el tiempo, leí con suerte las siguientes inscripciones alrededor de aquella hoja: NF: ¡¡¡x!!!
90
¿NB: y? ¿#L / NF = NC? Volví
a
doblar
aquel
papel
guardándolo en mi bolsillo con más preguntas en mi cabeza cuando escuché un golpe vació proveniente de la planta inferior. Con el alma en los labios, me animé a investigar escaleras abajo. Todo estaba como lo había dejado a excepción de unas marcas de pisadas de lodo fresco que se enfilaban a la puerta neoclásica ubicada detrás del sexto escalón. El
alma
del
palacete
había
cambiado, sentía como el frío comía mis huesos, los cuales habían decidido bailar al ritmo del miedo.
91
- Ricardo, ¿Estás seguro que quieres investigar? - me pregunté en silencio. Sigilosamente me dirigí escaleras abajo hacia la penumbra dejando a mi espalda aquella puerta que rompía con la
infraestructura
republicana
del
palacete. No sentía nada más que mi respiración
nerviosa
y
mi
mano
izquierda apoyándose en la fría pared, mientras que mi mano derecha estaba extendida intentando
paralela
a
encontrar
las algo
escaleras en
la
oscuridad. Una vez descendí por completo, mis ojos no tardaron mucho tiempo en acostumbrarse a la penumbra, empecé a reconocer figuras rectangulares que recubrían tres de las cuatro paredes de aquella habitación que hacía las veces de sótano. 92
Al acercarme, noté que estas figuras eran repisas pobladas de diversos libros, algunos de ellos con leyendas legibles en los lomos. Tomé uno de ellos. -
Mundos
inexplorados,
Ariel
Esotérica 8 - leí por lo bajo con voz ausente. Devolví el libro a la repisa, di unos pasos hacia la derecha cuando sentí que algo tiraba con fuerza mi chompa sobre mi hombro izquierdo. Palidecí mientras sentía
mi
corazón
latir
exponencialmente. Me volví esperando lo peor. De la tercera estancia de la repisa se asomaba una suerte de alcayata donde mi chompa se había atorado. - Me diste un gran susto - dije dirigiéndome al clavo de la repisa.
93
- Hola Ricardo - pronunció una voz a centímetros de mi oído derecho a mis espaldas mientras sujetaba con fuerza mi antebrazo. Intenté soltarme al mismo tiempo que volvía la mirada hacia aquella voz sin forma en la penumbra. Hice un gesto facial como quien calibra la visión para poder adivinar la identidad Claramente
de sentí
mi que
acompañante. me
había
observado desde que bajé las escaleras a tientas rumbo a esa especie de sótano. Milisegundos después mi visión se aclaró y lo primero que divisé fue un libro en la mano que no sujetaba mi antebrazo. - Ricardo, has lo que te pidan por favor - continuó. 94
- Eso me dijiste momentos antes de que me golpeasen en el cementerio Berenice - respondí con tristeza. Su mirada vacía me decía más que sus palabras. - ¿Quién me golpeó? - continúe recuperando las agallas. - Fue Arturo. - No puede ser posible - comente dándole la espalda. - Yo mismo lo vi muerto en su sala. - Él no está muerto Ricardo. - Has evidenciado lo obvio, mejor dime ¿porque me has metido en esto? – dije volviéndome hacia ella. - Porque lo necesito, debo hacer lo que Arturo me pida. El piensa que tú 95
tienes algo. Una especie de llave maestra. - Berenice, tú estás de su lado, ¿porque debería creerte? - El conoce algo de mí que nadie más conoce en esta ciudad. - Dime ¿qué es? - apunté insistente - Ricardo, tengo un hijo, su nombre es Sebastián. Arturo me ha amenazado con asesinarlo si no hago lo que me dice - respondió Berenice con lágrimas en los ojos, movía sus manos jugando entre ellas y el libro para evitar mostrar su angustia. - Vamos a la policía, Julián nos puede ayudar - señalé de inmediato con voz triunfante.
96
- Nadie me puede ayudar, el teniente
que
fue
aquel
día
al
departamento de Arturo es su cómplice. Ellos sabían que estabas ahí. - Sabían porque tú les advertiste dije mordiéndome los labios tratando de retener el llanto. - No tenía otra opción Ricardo, ya te lo dije - respondió Berenice soltando un gemido seguido de llanto leve. Llevó ambas manos a su rostro limpiándose las lágrimas. - Eso explica el cómo pudiste realizar la llamada desde dentro del departamento
una
vez
te
habías
asegurado de mi presencia y posterior a eso salir con la ayuda del cerdo del teniente - sugerí casi escupiendo sobre Berenice. 97
- No tengo opción Ricardo. Me tiene amenazada. El muy maldito sabe que tengo escondido a mi hijo, pero dudo mucho que conozca exactamente el lugar… Hizo una pausa breve buscando mis ojos en la penumbra. - … pero no me quiero arriesgar dijo finalmente. Nos miramos en silencio por unos instantes
intentando
leer
los
pensamientos que se acumularon en el ambiente. - Escapémonos juntos, los tres juntos - solté con esperanza. - ¿A dónde?, ese maldito nos va a encontrar,
tiene
sus
contactos
-
respondió Berenice retándome en la 98
oscuridad - Además no me quiero arriesgar Ricardo ya te lo dije. - Se de un lugar en Santo Domingo que nos servirá de primer refugio por un par de meses. Luego nos iremos a las costas del país, hacia Atacames, donde mi padre adquirió unas cabañas en la cuales podemos empezar de cero, donde nadie nos conoce, donde nadie sabe nuestro pasado - sugerí intentando encontrar una respuesta en los ojos acristalados de Berenice. Berenice me dio la espalda clavando la mirada en aquel libro que había abandonado en el suelo. Inclinó su cuerpo para recogerlo y me lo puso en las manos. - ¿Qué sabes de este autor? - me preguntó mientras me extendía el libro. 99
Era una especie de libro de bolsillo envuelto en piel color escarlata, no tenía nombre en la cubierta, la contraportada también estaba desolada. Lo abrí por la mitad. El software es alma. Es el alma de las cosas. Leí para mí. Pasé las hojas llegando hasta el final donde encontré una especie de firma a pulso que rezaba: Dr. Q. - Leí alguna vez un libro de este autor, no recuerdo el título. Encontré aquel libro en la biblioteca del esposo de la tía de Julián, me llamó mucho la atención así que lo leí por completo señalé con evidente duda.
100
- Arturo piensa que ese libro que dices haber leído es un borrador ya que no existen más impresiones, la trama supuestamente es de un relojero que da vida a sus creaciones, o algo por el estilo. Arturo cree que aquel libro es el mapa de un tesoro. Piensa también que entre sus páginas hay mensajes cifrados… - Como los de la hoja doblada que encontré en el piso superior - pensé - … él sabe que tú lo leíste y tiene la maravillosa
idea
de
sacarte
esos
mensajes - continuó - Pues estando muerto o en la cárcel no me sacará información de lo poco o nada que recuerdo de ese libro interrumpí
intentando
adornar
mi
comentario de ironía en vano.
101
- Es exactamente lo que yo le he dicho, pero es terco - señaló Berenice negando por lo bajo. - Ese es otro motivo para escaparnos para siempre de esta ciudad embrujada. Arturo no se detendrá nunca Berenice. Mis manos buscaron las suyas en la oscuridad, Berenice levantó su mirada ausente como tratando de decirme lo que me había ocultado. - Y, ¿cuándo partimos? - preguntó finalmente.
102
Capítulo 8 El último dardo
Berenice insistió en recoger toda su vida en una maleta antes de ejecutar el plan que le había planteado, así que quedamos en vernos en el terminal Quitumbe al llegar el ocaso de ese mismo día. Salí
del
palacete
decidido
a
perderme en la ciudad, pedir un par de favores y convencer a Julián de liberar mi camioneta.
103
Caminé sin rumbo lo suficiente para llegar, sin medir tiempo, a la esquina del Centro de Psicología Aplicada entre la avenida 12 de octubre y Patria. Me detuve a saborear el aroma del asfalto asoleado mezclado con la soledad del medio día. En la esquina sobre la 12 de octubre y un poco hacia el norte me encontré con un pequeño puesto de dulces y cigarrillos, adquirí uno de ambos y seguí mi camino por la vereda oriente rumbo al norte. A lo lejos vi un centenar
de
estudiantes
que
se
apresuraban en el semáforo mientras que otros interactúan en la entrada principal de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, me acerqué con el objetivo de perderme entre esos rostros sin nombre.
104
- Debería también estar en clases pensé. Cuanto más cerca estaba de la puerta principal, noté a dos estudiantes que hablaban por lo bajo tapando sus labios con las manos y sonriendo, me percaté, además, que esos gestos los repetían mientras me lanzaban miradas discretas. - Hola chicas, soy Sebastián - mentí arrepintiéndome de haber usado el nombre del hijo de Berenice. La sorpresa dibujada en sus rostros advertía que mi acto era lo último que esperaban. - ¿Me pueden recomendar algún bar?, tengo una deuda impagable en el de siempre y no quiero arriesgarme a pasar por ese lugar. 105
- ¿Te refieres a las copias?, deja pasar este semestre y de seguro te olvidan replicó una de ellas con una sonrisa encantadora. - Lo sé, he aplicado esa técnica dos semestres y creo que la tercera es la vencida - volví a mentir. - Te puedes ir al Old Times - señaló su amiga virando los ojos mientras hacía un gesto con su maleta mostrando un deseo de evaporarse hacia los interiores de la universidad. - No quiero bailar chicas, solo tomar un par de tragos - volví a mentir por tercera ocasión >>La tercera es la vencida - pensé sonriendo.
106
- Entonces vamos - dijo la primera intentando
esconder
una
sonrisa
espontánea mientras la chica que quería alejarse de mi presencia, así lo hizo. Vimos en silencio a su amiga adentrarse mientras
al nos
inconscientes
recinto
académico
lanzábamos y
miradas
rápidas,
como
obligando, el uno al otro, a tomar la palabra y perdernos en la ciudad. - Sígueme Sebas - dijo finalmente con aire nervioso. Caminamos calle abajo por una estrecha Vicente Ramón Roca. La tarde se presentaba risueña, la atmósfera colonial
mezclada
con
estructuras
contemporáneas adornaba la vista, una amalgama de comercios ofrecían todo tipo de artilugios que solventaban 107
cualquier necesidad universitaria; desde elementos de oficina hasta sustancias sometidas a fiscalización. Anduvimos por cuatro cuadras haciendo preguntas sueltas con el objetivo de romper el incómodo silencio. Al llegar a la esquina de esa cuadra, me detuve por un momento buscando en mi bolsillo un cerillo rescatado de las garras del guardián de la necrópolis para encender el cigarro. - ¿Fumas? - ofrecí Recibí una negativa sin palabras mientras tomábamos la calle Reina Victoria rumbo al norte. El ambiente se inundó
de toda
nocturnos.
clase
Recorrimos
de la
centros vía
sin
pronunciar sílaba hasta que terminé el
108
cigarrillo,
lo
tiré
al
suelo
arrepintiéndome de inmediato. - Desearía haber tirado el cigarro en un basurero - pensé resignado. - Es aquí Sebas ¿entramos? El lugar estaba decorado por sobre encima de lo que parecía ser una vivienda republicana, con patio al frente y una edificación de dos pisos en el fondo. Sus paredes totalmente blancas estaban cubiertas por sábanas de seda púrpura que nacían en el nivel superior hasta la verja principal donde colgaba un rótulo de madera que rezaba: El último dardo - Mujeres no cover y barra libre hasta las diez - nos aulló uno de los
109
enganchadores que estaba más cercano a la puerta. - Daniel, ¿cómo estás? - señaló de inmediato mi acompañante. - Carlita, hermosa, perdóname no te había
reconocido
inmediato
-
respondió
Daniel
de
mientras
caminábamos rumbo hacia la entrada. - ¿Viene contigo? - preguntó Daniel metiéndose en el personaje del guardia del bar. - Si - atajó mi compañera. - ¿Tienes cédula? - preguntó Daniel mientras Carla me arrastraba hacia el interior. Una vez dentro, la luz del sol desapareció dando la oportunidad de 110
que destellos artificiales y de colores tomen su lugar. Carla escogió una mesa con la mirada mientras me guiaba con su mano hacia el destino. El lugar estaba inundado de almas jóvenes, en su mayoría
bastante
ebrias,
que
nos
seguían con la vista. Pedimos un primer combo de cerveza mientras intentaba relajarme y disfrutar del momento que me lo había fabricado. - ¿Estudias Sebas? - Si - ¿Qué estudias? - Arquitectura - mentí - Y ¿solo sabes decir monosílabos? Carla comentó irónica dibujando una sonrisa en su rostro.
111
Apresuré el vaso de cerveza que me había servido mi acompañante mientras calibraba la situación. -
¿Qué estudias? -
finalmente
pregunté. - Psicología, hombre misterioso. Me gustan el misterio ¿sabes? Eso me parece atractivo en un hombre. Mientras adivinaba la siguiente pregunta, busqué en mi bolsillo el dulce que había comprado junto con el cigarrillo cuando la sentí, me había olvidado de la hoja con la frase cifrada que encontré en la Casa 1000. - ¿Qué me dices de este misterio? interrogué mientras ofrecía aquel papel a mi compañera.
112
Sus ojos se hundieron, pude sentir la concentración en su mirada. - Es un cifrado, obviamente. Las letras parecen estar intercaladas entre filas y columnas. Si ese es el caso, esta línea es la fórmula que te da la llave para descifrar la oración - dijo señalando con el dedo índice la siguiente línea: ¿#L / NF = NC? - #L es el número de letras y según este papel es… Pasó su vista a detalle por el papel no menos de tres veces al mismo tiempo que
me
lanzaba
miradas
que
cuestionaban el origen de aquellas letras revueltas. - … veinte y cuatro, aquí hay veinte y cuatro letras - dijo con satisfacción. 113
Se levantó con dirección a la barra sin decir ni una sola palabra. Al regresar traía consigo un cigarro encendido en una mano y en la otra un esfero color azul sin tapa. Tomó una servilleta y se hundió nuevamente en la hoja. - De modo que tenemos… - comentó casi sin despegar los labios al mismo instante que escribía con su mano izquierda en el papel. -
¿Descubriste
algo
Carla?
-
pregunté ansioso inclinando mi cuerpo hacia la servilleta. - Tranquilo galán, ya habrá tiempo para los besos - bromeó alejándome con la mano. - Esta bien, solo que no entiendo que quiere
decir
ese
conjunto
de 114
incoherencias y que maniático y con que motivo las escribiría ahí – dije. - Es un mensaje Sebas, como en los libros de Dr. Q - señaló Carla. - ¿Has leído sus libros? - pregunté de inmediato. - No, pero me han contado que un libro en particular tiene este tipo de mensajes cifrados. ¿tienes datos en tu móvil? - No tengo celular - respondí. - Bueno, si nos guiamos en la estructura del cifrado del o los libros de Dr. Q, podríamos tener lo siguiente: >> NF es el número de filas, lo que sugiere que es un cifrado por columnas, por lo tanto, NC es el número de 115
columnas
-
comentó
victoriosa
lanzándome una mirada risueña. - Por favor dime lo que descubriste - aventuré leyendo sus pensamientos. - El número de filas es ¡cuatro! - dijo dando un golpe en la mesa. - ¿Como sabes? - Es el estándar, es el número que siempre se usa para aprender este método de cifrado - respondió Carla mientras escribía impetuosa sobre la servilleta. Me quedé en silencio por unos segundos
mirando
los
trazos
que
lanzaba Carla al mismo tiempo que hacía cuenta con los dedos.
116
Cuando
finalmente
dejó
de
apuñalar la servilleta, levantó su vista con una gran sonrisa en los labios y con los ojos brillantes. - Este es tu mensaje Sebastián - dijo sirviéndose otro trago. Me entregó la servilleta en la cual rezaban las siguientes letras encasilladas en cuadrículas, una para cada letra.
E
E O O
E
T
L
S D
S
M O
M T
E
E
E
S
A
L
L
N
X
R
117
- EEOOET, LSDSMO, MTEEES, ARTLNX - balbuceé. Carla
me
miró
con
cara
de
decepción mientras apresuraba el vaso de cerveza que se había servido. - Te dije que es un cifrado por columnas, debes leer por columna y te sugiero que ignores la letra X que se encuentra al final. Suelen poner esa letra como estándar para completar espacios. Retomé la lectura ejecutando a detalle su última instrucción. ELMAESTRODELOSELEMENTOS… - Lee con pausa Sebastián, yo sé que puedes. Hoy no traje las plastilinas para explicártelo mejor - comentó irónica.
118
- El maestro de los elementos - leí finalmente con una gran incógnita en mi rostro. Nos miramos en silencio una vez más tratando de descifrar lo que había leído. - ¿Qué significa eso? - preguntó mordiéndose los labios. - No tengo idea - respondí clavando la mirada en la servilleta y frunciendo el ceño.
119
Capítulo 9 El maestro de los elementos
Tomamos dos combos de tres cervezas sin mediar palabra mientras el ambiente se ahogaba en una espesa bruma de colores y sonidos que intentaban escaparse por las paredes. Salimos del bar traspasando el aliento psicodélico escoltados por miradas sin alma que perdían poder al contacto visual extendido.
120
- Gracias Carla - dije rompiendo el incómodo silencio. - Gracias a ti, esto fue full extraño dijo echando una mirada rápida a su alrededor. - Son casi las cuatro, ¿quieres comer algo? Yo invito. - No gracias, Sebastián, tengo que volver a clases. Ten, esto te servirá más a ti que a mí - dijo Carla entregándome la servilleta. La vi alejarse con la maleta colgando de un solo brazo, llevaba puesta una blusa negra dejando en descubierto media espalda, bufanda rosada, blue jeans descoloridos por el sol y unas botas color café.
121
- No me había percatado a detalle de como lucía - pensé Me dirigí hacia la casa de la tía Rosa jugando con mi suerte y esperando que Julián esté de visita. Quería pedirle algo de dinero y rogarle libere mi camioneta, o al menos que me dé una mano. Cuando subía la Cayetano Cestaris eran casi las cinco de la tarde, estaba a dos horas de encontrarme con Berenice en el terminal Quitumbe. Me detuve nuevamente en la cúspide de la calle Caras contemplando el sur de la ciudad nuevamente. La vista estaba hecha a pincel sobre un lienzo escarlata donde la mayor
atracción
Cotopaxi,
se
imponente
la
llevaba y
el
blanco
acariciando el infinito.
122
Al llegar a la vivienda de la anciana, decidí calcar las maneras de Julián para tocar la puerta. Aullé un saludo mientras golpeaba
la
madera
sin
obtener
respuesta. - Maldición - dije arañando los dientes. Di un par de pasos para atrás para divisar el nivel superior de la casa cuando un sonido seco y fuerte me hizo brincar del susto. - ¿García? - dije atónito al voltear la mirada. Julián García había apretado el claxon de mi camioneta jugándome una mala pasada.
123
- Ricardo, amigo, cuéntame todo dijo
Julián
saliendo
del
coche
y
colocándose las gafas en la frente. - Estas de buen humor García y eso es bueno para todos. Gracias por mi nave - apunté mientras me dirigía hacia la camioneta. Julián me detuvo con el brazo y me volvió a preguntar acerca de mi suerte con Berenice. Le conté a regañadientes para satisfacer su curiosidad. - Así que esta es la última vez amigo - afirmó García con melancolía. -
Si,
voy
a
reinventarme
contemplando como el sol besa al mar cada atardecer. Cuando llegué a mi destino final te buscaré - replique colocando mi mano en su hombro. 124
- Suerte, y ten mucho cuidado pana dijo con una sonrisa que escondía tristeza. Subí a la camioneta, encendí el motor y me perdí en el laberinto de calles de aquel barrio construido en las laderas de un volcán. Iba con buen tiempo, la cerveza y el cansancio comenzaron a carcomer mis músculos. Me detuve en una tienda a comprar una caja de cigarros. Coloque el paquete abierto entre el parabrisas y el volante. Tomé uno cuando ya estaba en movimiento y lo encendí. Disfruté de lo que podía ser mi último atardecer en esta embrujada ciudad de Quito. Llegué al punto de encuentro quince minutos para las siete de la noche. Estacione la camioneta en la 125
esquina de la avenida Mariscal Sucre y Cóndor
Ñan.
Cada
segundo
que
transcurría se tomaba más tiempo del predefinido. Una eternidad después marcó las siete. - Debe estar por llegar - pensé Me dirigí a la parte posterior de la camioneta, reubiqué algunos elementos levantando el cubre balde con el fin de crear un espacio adecuado para las maletas de Berenice. Me senté un momento en medio de ese
orden
con
vista
al
cielo
contemplando las estrellas. - Quizás algunas ya no existan, pero su luz sigue vigente - pensé. Volví
a
la
cabina
principal
perseguido por el frío de la noche y noté 126
que habían transcurrido veinte y cuatro minutos. - Cuando mi mente está ocupada el tiempo vuela - comenté tomando otro cigarro. Esperé en vano hasta las nueve y nueve de la noche mientras tomaba el último cigarro del paquete. - No va a llegar - me dije lamentando en silencio y encendiendo un cerillo. Escapé del lugar por la avenida Cóndor
Ñan
sin
mirar
atrás,
mordiéndome los labios, reteniendo en vano el llanto que explotó de repente acompañado de un quejido sonoro. Encontré una gasolinera que estaba inundada de transporte interprovincial, 127
aparqué la camioneta, acomodé el cuerpo y me lancé a los brazos de Morfeo.
Me
despertaron
unos
golpes
uniformes en la ventana de la puerta del acompañante. Era un empleado que me invitaba a marcharme con gestos y señas. La hora marcaba las seis con once minutos de aquella mañana. - Es la hora perfecta de visitar la biblioteca del viejo Juan González. Juan González era un viejo amigo que mi padre había hecho cuando trabajaba
de joven
en
el
oriente,
específicamente en Zamora. En aquel tiempo, la demanda de trabajadores para la industria del petróleo estaba en aumento, así que mi padre decidió 128
probar suerte. Moviendo un par de contactos y conocidos de mi abuelo, no fue complicado ubicar a mi padre como capataz de una refinería a pesar de su corta edad. Debía doblar horario pasando la madrugada en vela con tres guardias más. Uno de ellos era Juan González que, según mi padre, nunca se durmió en su guardia. Su amistad creció cuando González le reveló a mi padre el secreto para poder burlar el sueño. “- La lectura es todo Aguilar” - decía González cada noche en su guardia. Mi padre odiaba la lectura en aquella
época,
recomendaría
pero
dos
González
lecturas
que
le le 129
cambiarían esas malas mañas para siempre. “- Toma, no sé cuál es el título de esta obra, pero es una de las mejores” - dijo González tendiendo el segundo libro sobre las manos de mi padre. Ojeando las primeras páginas mi padre quedó fascinado. Tanto que la primera recomendación que me dio acerca de literatura fue aquel libro. - Dr. Q - pensé mientras aceleraba la marcha rumbo a la biblioteca. Mi padre trajo a González a la ciudad capital cuando se terminaron sus contratos en la petrolera. Trabajaron por algún tiempo en una tienda electrónica que actualmente ha desaparecido.
130
Un día como cualquiera una mujer se presentaba en la tienda con un protoboard enmarañado de cables en las manos y con rostro desesperado. “- Necesito armar un circuito de luces que represente un semáforo y no doy con la solución”- dijo aquella mujer. Ella era al menos diez años mayor que mi padre y que González, lo que portaba
en
las
manos
era
un
experimento que se había planteado alcanzar y la frustración la llevó a aquel lugar. González se ofreció a ayudarla, algo había leído de electrónica en una de sus
expediciones
en
busca
del
conocimiento a través de la literatura. Fracasó en sus intentos, pero, según mi padre, la atracción entre ellos fue instantánea. 131
“- ¿Cómo te llamas?”- pregunto González antes de que aquella mujer saliera de la tienda. “- Rosa, Rosa García”- respondió ella. Eran las siete en punto de la mañana cuando llegué a la casa de la tía Rosa, la mañana
congelaba
el
ambiente
petrificando mi aliento en el aire. - Buenos días - grité mientras daba unos
buenos
golpes
a
la
puerta
principal. La anciana salió por el balcón superior con una sonrisa dibujada en el rostro. - Ya te abro mijito - respondió
132
Subimos en silencio y una vez dentro la tía Rosa insistió en que tome el desayuno. - Conozco esa mirada Ricardo, ¿qué estás buscando? - preguntó finalmente mientras me ofrecía una taza de café pasado. Le tendí la servilleta que me había dado Carla al salir del bar mientras miraba sin ganas el pan fresco que me había servido la anciana ocultando también el corazón roto que había dejado la ausencia de Berenice. - Vaya galán - dijo sonriendo. - No entiendo - respondí Puso la servilleta en mi delante y pude leer en voz alta:
133
- 06063, 99552. Descifra el número y llámame. Besos, Carla. Sonreí mientras le indicaba que lo que quería mostrar se encontraba al otro lado de la servilleta. - No entiendo, ¿qué dice mijo? preguntó. - El maestro de los elementos respondí. Nos quedamos en silencio por muy corto tiempo contemplando la servilleta. - Su esposo tiene una buena cantidad de libros y estoy buscando toda la colección del autor Dr. Q. ¿Me permite ir a la biblioteca? - pregunté apenado. Me miró por encima de sus anteojos. - Termina el desayuno y sígueme. 134
Pasamos por la sala escuchando el sonido que salía de la madera al sentir nuestras
pisadas.
Subimos
unas
escaleras ubicadas en la esquina derecha del corredor principal del nivel superior. Nos recibió una puerta de madera pintada totalmente de rojo. La tía Rosa introdujo una de las llaves que colgaban de su cuello e ingresamos. La biblioteca se mantenía como la recordaba de niño. En esta ocasión pude apreciar los detalles. Una alfombra gris de pelusa delgada recubría todo el piso. A la izquierda los ventanales cerrados de madera y vidrio impedían en su mayoría el ingreso del sonido exterior. A la derecha se podía visualizar otra puerta de madera que llevaba a un balcón con vista al patio interior. Frente a nosotros se imponía una mesa de 135
despacho con cinco cajones y de estilo clásico, armada en madera y con encimera de piel. En medio y por detrás del mueble reposaba un sillón clásico armado en madera de nogal recubierta con tapicería de damasco ligeramente rota. Finalmente, arrimado a la pared del fondo se alzaba una repisa de madera lacada con un sinnúmero de tomos, enciclopedias y libros. - No entro muy seguido a este lugar, me recuerda mucho a mi Juan, que en paz
descanse
-
dijo
mientras
se
persignaba. - Pienso que “El Maestro de los Elementos” es un personaje de alguno de esos libros - comenté intentando no topar el tema de la muerte de Juan González. 136
- Cuando nos casamos con Juan, él dedicó los primeros días de mudanza a ubicar con pulcritud todos estos libros. Algunos de ellos venían sin nombre y eran del mismo autor… - Dr. Q - interrumpí. - ...así es. A tu padre y mi Juan le fascinaban esas historias. Tanto que ellos mismos les dieron títulos y escribían conclusiones y apuntes en páginas sueltas - dijo la anciana mientras movía unos libros al mismo tiempo que a otros los colocaba en la mesa de despacho. Su rostro se iluminó cuando tomo un viejo ejemplar polvoriento. - Este es el que estás buscando Ricardo - apuntó mientras me tendía el libro. 137
- Me imagino que aquí están más frases cifradas que las entenderé cuando descubra quien es “El maestro de los elementos” - señalé tomando el libro en mis manos. - No - dijo sonriendo. Abrí las primeras páginas y leí con voz ronca la siguiente frase escrita a mano colocada como título en la parte superior de la segunda página vacía de aquel libro. El Maestro de los Elementos Reconocí aquella caligrafía, era la misma que había visto en la hoja que encontré en la Casa 1000 de la Floresta. - Ricardo, “El Maestro de los elementos” no es un personaje, es el título del libro. 138
Saqué la hoja cifrada que encontré en aquel palacete destruido y le presenté a la tía Rosa. - Es la misma letra - dije intrigado. - Si, es la letra de tu padre.
139
Capítulo 10 El mensaje
La tía Rosa me ofreció posada en su casa mientras se aclaraba el presunto asesinato de Arturo. - Este es el último lugar donde buscarán - decía la tía de Julián. La anciana me entregó la mayoría de los trajes y la ropa de su difunto esposo, me dijo que me podía quedar en la biblioteca y que la utilice como habitación y como lugar de estudio.
140
Lo
que
más
deseaba
en
ese
momento era dar lectura a ese libro cuyo perfume emanaba misterio. Dedique tres días seguidos a la lectura pasando por
alto
los
apuntes,
tachones,
enmarcaciones y comentarios que tenían la mayoría de las páginas. - Este libro es el mismo que leí de niño, pero sin las anotaciones que ahora lo decoran, estoy seguro de eso - pensé mientras me disponía a leerlo por segunda vez. >> El relojero es místico, pero también ingenuo. Pudo haber hecho más para evitar el robo del artefacto continué pensando mientras pasaba al sexto capítulo. Al cuarto día recibimos la visita de Julián, vestía de civil y en su mirada 141
pude leer un cansancio acumulado que no podía ocultarlo. - ¿Cómo estás mi amigo? - resopló García al verme en el recibidor. - No podría estar mejor - respondí con ironía. - ¿Como vas con ese libro? Mi tía me contó todo - apuntó dejándose caer sobre la primera silla de la sala. - Avanzando García. Cuéntame, ¿Qué pasó con Arturo? con todo ese embrollo de Berenice no te pregunté ese día. - El muy maldito fingió su muerte. Al darse cuenta de que huiste, se escapó y finalmente desapareció por completo. Estamos tras su pista, pero aún no sabemos nada. 142
- Eso quiere decir que ¿ya nadie me acusa
de
asesinato?
-
pregunté
acercándome a él. - La justicia te ha olvidado, pero piénsalo, si Arturo armó toda esa escena para culparte de algo, de seguro está tras tus pasos amigo mío. - Pues sí, pero espero que ustedes lo encuentren primero antes que él a mí dije preocupado. Me miró por un largo momento, luego se levantó de un solo movimiento y me miró a los ojos sin pestañear. - Lo atraparemos. Tu deberías olvidar todo ese tema del libro y Berenice. Retoma tu vida pana, sal, conoce a alguna bella chica… - Ya lo hice - interrumpí 143
- ...entonces sal con ella. Disfruta la vida - dijo dejándose caer nuevamente sobre la misma silla. - Eso haré - pensé mientras daba la espalda a Julián y me dirige hacia la biblioteca. Busque la servilleta que me había dado Carla entre una montaña de libros sin obtener resultado. Tomé el pantalón que venía puesto aquella mañana que me hospedé en la biblioteca encontrando al fin los números cifrados. No fue difícil descifrar el número telefónico y de inmediato marque. Carla
me
contestó
bastante
sorprendida. Quedamos en vernos el lunes siguiente. Salimos muchas veces durante dos meses. - Me gusta compartir contigo - decía 144
Siempre que íbamos a dar el siguiente paso sentía que no estábamos listos. Sentía la sombra de Berenice. - Creo que estamos hechos el uno para el otro, pero también creo que este no es nuestro momento Sebastián - dijo un día mientras estábamos sentados en el césped de un espacio verde en la Universidad donde ella estudiaba. - Siento que me quieres decir algo Carla - dije tomando sus manos. - Mi nombre no es Carla - dijo buscando mi mirada. - Y el mío no es Sebastián - respondí sonriendo. - Lo sé Ricardo, devolví la llamada un par de veces del número que me llamaste y la amable señora al otro lado 145
del teléfono reveló tu identidad si mayor esfuerzo. - ¿Cuál es tu nombre entonces? pregunté intrigado - Carla, no seas tan ingenuo respondió volviendo la vista al frente. -
También
lo
sabía
-
mentí
sonriendo. Aquella misma tarde al despedirnos en la puerta principal de su facultad me tomó la mano y con una sonrisa rota preguntó: - ¿Es por ella verdad? - No entiendo. - Es por ella que no podemos dejar florecer nuestro momento - dijo mirando el suelo. 146
- ¿Como sabes de ella? - Siempre hay una “ella” - comentó dibujando con los dedos las comillas en el aire. No hubo respuesta de mi parte. Carla esperó lo suficiente para confirmar que existía un pasado boicoteando el presente. La vi desaparecer escaleras abajo con la mirada clavada al piso. Esa
misma
noche
retomé
la
investigación con respecto a las claves y pistas dejadas en “El Maestro de los Elementos”. Durante seis días seguidos saqué toda serie de frases sin sentido como los de aquel papel que encontré en el palacete. - Todas estas letras parecen tener la misma caligrafía, son de mi padre, el viejo Aguilar - pensé sonriendo. 147
Unos ventanales
golpes de
vacíos la
en
los
biblioteca
me
despertaron la madrugada del séptimo día. Me puse la bata del difunto Juan González, tomé el mechero, lo encendí y me dirigí a tientas hacia los cristales. Al acercarme escuché otro golpe, pude deducir entonces que eran piedras chocando con el cristal. Abrí con calma las cortinas cuando la vi, Carla estaba por tomar otra piedra del piso cuando se percató de mi presencia. Me saludo con la mano tiritando de frío. Bajé con cautela las gradas y abrí la puerta, Carla me abrazó con fuerza y estalló en llanto. Coloque mis manos en su boca evitando que se escuchen sus quejidos. La invité a subir diciendo con 148
señas que hagamos el menor ruido posible. - Discúlpame Ricardo, quería verte. Ha sido la peor semana de mi vida - dijo con un hilo de voz una vez llegamos a la biblioteca. - También pensé en ti – dije creyendo haber mentido. Carla dio una vuelta rápida por la biblioteca encontrando el espacio donde yo estaba tomando nota de las claves revueltas
de
“El
Maestro
de
los
Elementos”. - ¿Quieres que te ayude con esto? preguntó - Voy a necesitar ayuda, tengo tres páginas de frases sin sentido. He tratado de descifrarlas utilizando la técnica que 149
me
enseñaste,
pero
aun
así
los
resultados siguen siendo palabras sin sentido. - Es un doble cifrado - dijo mientras tomaba mis apuntes. - Explícame. - No hace falta. Para mañana lo habré decodificado por completo. Caminé hacia ella con el mechero en la mano. Carla se volvió y apagó la llama con un soplo de aliento. Caminó hacia mí
buscando
penumbra.
mis Acarició
manos mi
en
la
rostro
besándome los labios. La desnudé con delicadeza, la luz de la noche dibujaba sobre su pálida piel las figuras del exterior.
150
- Su cuerpo es la magia del viento pensé La embestí con furia mientras ella dejaba salir pequeños quejidos de dolor y
placer.
Nuestros
cuerpos
se
disolvieron en sudor y gloria aquella madrugada.
Varios golpes uniformes en la puerta de la biblioteca me despertaron por la mañana. Me levanté de inmediato asustado y me vestí nuevamente con la bata del viejo González. Caminé hacia la puerta notando que Carla se había marchado. - Ya está el desayuno - dijo la anciana al sentir mi presencia del otro lado de la puerta. 151
Me dejé caer sobre una silla del comedor mientras la tía Rosa me servía café pasado con majado de verde. La comida se veía deliciosa sin embargo la probé sin ganas. - Cuéntame Ricardo, ¿qué pasa? - No entiendo porque no había esos apuntes en el libro cuando lo leí de niño - comenté lo primero que se me pasó por la mente para ocultar lo acontecido con Carla. - Mi Juan, antes de morir, quería esconder
una
fortuna
que
había
amasado durante años. Nunca supe en que estaba metido, pero él quería llevarse ese dinero a la tumba. Siempre lo tenía en la biblioteca y cuando se enteró de su enfermedad terminal, se volvió a reencontrar con tu padre. Mi 152
Juan le contó todo el plan, el cual consistía en esconder el dinero. No pudimos
tener
hijos
así
que
técnicamente no había quien herede directamente esa fortuna. La única persona que merecía ese dinero era Julián, ya que lo adoptamos de muy pequeño. Mi Juan nunca le dio el apellido y mucho menos le iba a heredar toda esa fortuna. Tu padre conocía una sofisticada manera de cifrar símbolos, números y palabras así que junto a mi Juan, escondieron ese dinero en algún lugar cuya ubicación la cifraron y se la llevaron a la tumba. - Hay quien cree que el mapa de esa fortuna está en ese libro - apunté. - ¿Arturo? ese viejo llegó a la conclusión de que tu padre encontró las señales y las palabras necesarias en ese 153
libro embrujado para poder cifrar la ubicación de la fortuna de mi Juan. - ¿Usted también lo cree? - No. Lo que yo creo es que mi Juan junto con tu padre quemaron ese dinero. O, por último, lo regalaron. Me
sumergí
en
un
silencio
profundo, la anciana había respondido una de mis dudas, pero también abrió muchas más. Apuré el majado y volví a la biblioteca. Tomé aquel libro entre mis manos como intentando leer más allá de sus palabras. - Son solo hojas manchadas de tinta - pensé finalmente.
154
Abrí al azar el libro cuando de repente noté que se cayeron un par de hojas al suelo. Las levanté y leí en voz baja una de las hojas. “Eres un hombre increíble, siento a la verdadera Carla cuando estoy contigo… Algún día será nuestro momento. Besos, Carla.” La siguiente hoja estaba doblada en la mitad. En los márgenes note una serie de apuntes, letras y números que solo Carla podía entenderlos. Ocupando casi toda la hoja se encontraba el siguiente mensaje: “Santo+Domingo+de+los+Tsáchilas+E manuel+1+/@-0.3409967,79.4275426,10z/datos=!3m1!4b1”
155
- Carla lo descifró, estas son las coordenadas
del
lugar
donde
escondieron la fortuna - dije tragando saliva.
156
Capítulo 11 Gravedad
Me vestí de aire y silencio, por encima me enfundé una gabardina larga y oscura del difunto González. Encontré muchos bolsillos internos con papeles arrugados de una vida pasada. Doble las dos notas que me dejó Carla y las guardé en el bolsillo interno ubicado a la derecha de la gabardina, mientras que en el bolsillo interno ubicado en la parte inferior izquierda guardé “El Maestro de los Elementos”.
157
Marché hacia la sala para hacer una llamada, la anciana no reparó en dejarme utilizar su teléfono fijo. Marqué el número de Carla y esperé en la línea. - Estás impecable Ricardo, que bueno que te hayas buscado una novia y también hayas olvidado el tema de ese libro - dijo la anciana sonriendo. - No es mi novia tía Rosa, y no he olvidado ese tema. De hecho, creo que lo he resuelto - replique mientras colgaba el teléfono fijo al no obtener respuesta. - ¿Vas a salir ahora mismo? preguntó ansiosa. - Si, voy a buscar a mi “novia” respondí complaciente. Salí alrededor de las ocho de la mañana de aquel día, pasé por una 158
tienda comprando un
paquete
de
cigarros. Subí a la camioneta y emprendí el viaje. Treinta y nueve minutos después me encontraba en la puerta principal de la facultad donde estudiaba Carla. Un par de sus compañeras pasaron a unos cinco metros de distancia para luego dejarse caer en una de las bancas del recibidor de la facultad. - Hola chicas, soy Ricardo ¿dónde está Carla? - pregunté acercándome hacia ellas. - ¿Eres su novio? - respondió en forma de pregunta la misma chica que le acompañaba el día que nos conocimos. - No - Bueno en ese caso…
159
- ¿En ese caso qué? - interrumpí alzando la voz. - Nada - respondió ella mismo con una gran pasividad. - Lo que te puedo decir es que hoy no ha venido a la primera hora. - ¿Retoman clases a las nueve? pregunté - Si, en no menos de cinco minutos. Seguí su paso escaleras arriba por alrededor de ocho pisos, perdí la cuenta en la sexta planta. Entraron a la primera aula ubicada al lado derecho de las escaleras y en frente de los canceles. Las seguí hasta el interior. - ¿Qué materia tienen? - pregunté tomando asiento una fila más atrás de donde ellas se sentaron mientras la 160
mirada
del
resto
del
curso
me
examinaba a detalle. - Psicodiagnóstico - respondió una de ellas. Pasaron varios minutos sin recibir la visita del docente a cargo de la asignatura. La puerta del curso estaba esmaltada en blanco por completo. Por encima de la manija se encontraba una pequeña ventana de la cual no despegué la mirada con la esperanza de ver el rostro de Carla a través del Cristal. Se
escuchó
un
estruendo
abrumador del exterior que avisaba la proximidad de una gran tormenta. Me levanté hacia los ventanales de mi derecha para ver el exterior con las manos hundidas en los bolsillos de la gabardina. 161
La puerta se abrió de repente mientras estaba de espalda y escuche un silencio absoluto. Lo único que pensé es que el docente a cargo había arribado. - ¿Qué haces aquí Ricardo? preguntó una voz masculina mucho antes de que logre voltearme. - En clases García. Que bueno y extraño es verte aquí - respondí viendo a mi amigo envuelto en su traje de oficial de policía intacto y brillante. - ¿Impartiendo o recibiendo clases? - preguntó bromeando. - Impartiendo - respondí mientras me dirigía al frente y hacia la puerta. García abrió de par en par la puerta como haciendo camino para mi salida.
162
- No se olviden de pedir un dibujo de una persona, de un árbol y una casa antes
de
entrar
en
una
relación
sentimental - dije dirigiéndome hacia los estudiantes mientras abandonaba el aula con una sonrisa en los labios. Nos dirigimos hasta el ascensor sin pronunciar ni una sola sílaba, García vestía impaciencia en sus maneras. Esperamos no más de un minuto y abordamos el monstruo de metal. - ¿Como me encontraste? - pregunté - Hemos encontrado a Arturo - dijo mientras se escuchaba el rugir del cielo advirtiendo nuevamente una terrible tormenta. - ¿Dónde está?
163
- En los molinos “El censo” respondió con pasividad. Guardamos silencio el resto del trayecto hasta planta baja mientras me arrepentía de llevar encima aquella gabardina. Topé sutilmente mis bolsillos buscando el libro y las notas de Carla. Dudé unos instantes en contarle todo a mi amigo. - Nos informaron que una persona con
las
características
de
Arturo
pernocta las noches en ese lugar y sale sin rumbo por las tardes. Creo que es momento de ir tras él - comentó García guardando la calma. Fuimos hasta la camioneta, la abordamos y antes de emprender la marcha prendí un cigarro. - Debemos llevar refuerzos - señalé. 164
- Están en camino - contestó García sin un ápice de nerviosismo. La tormenta nos esperaba al bordear el coliseo Rumiñahui. Lancé el cigarro por la ventana y elevé el cristal, García hizo lo mismo mientras tomaba un pañuelo para limpiar el parabrisas. Llegamos al lugar a las diez más cinco de la mañana. Levanté el cuello de tela de la gabardina y abandonamos la camioneta. La tempestad azotaba los molinos que fueron construidos en el año 1906 para dar movimiento a las turbinas traídas de Alemania. De aquel símbolo de grandeza económica de la época republicana
sólo
se
divisaban
construcciones inmensas en forma de cilindros sin color y deterioradas. El río 165
que fluía por la quebrada servía de energía
no
contaminante
para
los
armatostes metálicos alemanes de la molinera. A un costado del río se visualizaba la edificación que servía de fábrica y bodega para la industria. De aquella enigmática obra sobrevivían paredes de loza y concreto destruidas por un gran incendio que consumió la construcción en el año 1965. Resbalamos varias veces por el camino enlodado que llevaba hasta la fábrica. Nos cobijamos bajo el seno de un árbol de acacia en el flanco izquierdo de la construcción. - Ricardo, deberíamos esperar a los refuerzos en este lugar - dijo García con un
temblor
en
los
dientes
que
evidenciaba el trabajo que llevó a cabo su hipotálamo para contrarrestar el frio. 166
Negué por lo bajo haciendo el mismo movimiento con mi dentadura mientras abotonaba la gabardina. García accedió a regañadientes y nos dividimos. Julián se aproximó al mural que cubría el ala norte de la fábrica
desenfundando
su
arma
mientras que yo camine bajo la furiosa tormenta en sentido opuesto. Ingresé cayendo en seco por un marco de ventana sin cristales hacia una de las divisiones de la construcción. La hierba había tomado gran parte del piso y las paredes. Aun me golpeaba la tormenta en aquel lugar sin techo. Caminé entre cuartos inundados de escombros
maleza
y
desperdicios
plásticos hasta llegar al centro de la edificación. Este era el único lugar que conservaba el techado de barro y vigas 167
de madera corroídas por el mal tiempo y las polillas. A una distancia de quince metros logre adivinar una suerte de sombra que se movía con esfuerzo en el piso húmedo.
Me
acerque
con
sigilo
divisando que aquella sombra era de Berenice, atada de pies y manos. Cuando giró su cuerpo pude ver una apretada mordaza. Berenice traía la misma ropa que lucía aquel día de nuestro encuentro en la Casa 1000 de la Floresta. Asegurándome de que no exista otra presencia en el lugar, me deshice de la
gabardina
aproximándome
con
rapidez hacia ella al mismo tiempo que escuchaba unos gemidos que provenían de otro lugar de la fábrica.
168
Desaté los nudos lo más limpio que mis manos congeladas podían hacerlo. Quité la mordaza de su rostro. Sus ojos se cristalizaron enseguida al encontrarse con los míos. - Ricardo… - dijo Berenice en el mismo instante que sentía un golpe seco en la nuca. No
perdí
la
conciencia
por
completo. Sentía mi cuerpo siendo arrastrado por la fría baldosa destruida que lastimaba mis piernas. Finalmente me dejaron caer en una especie de silla, mi cabeza no podía sostenerse por sí sola así que se inclinó sobre mi pecho. Unas líneas de sangre mezcladas con agua de lluvia caían por mi quijada hacia el suelo.
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- Dime la ubicación hijo de puta gritó una voz masculina con rabia, escupiendo saliva en mi cabeza. Traté de vocalizar palabras mientras me consumía el fuerte dolor que había dejado el golpe en la nuca. - Dime donde está escondida la fortuna o mataré a tu noviecita - repitió aquella misma voz masculina. - Por favor, Ricardo, di lo que sabes - dijo Berenice envuelta en llanto mientras abrazaba mis piernas. Seguía aturdido por el golpe cuando volví
a
escuchar
aquel
quejido
nuevamente a lo lejos. - No, atraparon a Julián García o tal vez sea Sebastián, el hijo de Berenice pensé mientras me lamentaba el no 170
haber esperado los refuerzos como había sugerido mi amigo. Metí mi mano izquierda en el bolsillo del pantalón rogando encontrar el primer papel cifrado que encontré en la Casa 1000. Sentí el metal frío de una pistola en mi mejilla. - ¡¡¡No!!! ¡¡¡Déjalo!!! - gritó Berenice. Saqué aquel papel y se lo di a mi agresor mientras giraba mi cabeza tratando de ver su rostro. Solo logré entrever un revolver plateado, smith & wesson, con olor a pólvora. - ¿Por qué haces esto? - pregunté aturdido. - Por el dinero amigo mío respondió García con una sonrisa macabra. 171
- ¿Tu tía sabe de esto? - ¿Quién crees que me dijo dónde estabas esta mañana? ¿quién crees que me dijo que lo habías descifrado? ¿quién crees
que
planeó
darte
ese
libro
embrujado para que lo resolvieras? Piensa un poquito Ricardo. - No entiendo Julián, somos amigos - dije con el alma rota. - No hay tiempo para explicaciones, dime de una maldita vez que hijueputas significa esto - gritó García tirando de mi cabello y obligando a que lo vea mientras me mostraba la nota que encontré en la Casa 1000. - Esa es la clave Julián, significa “El maestro de los elementos”.
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- Eso no me dice nada maldita sea. Dime todo - gritó García apuntando el revólver a la cabeza de Berenice. - La piscina del Sena, Julián. El encargado de la construcción del lugar tenía una obsesión por la matemática descriptiva. Al construir dejó un espacio marcado en la tercera fuente de piscina principal.
Siguiendo esa columna, al
fondo de la alberca, escondió una caja fuerte. La última línea de ese papel es la fórmula que da la combinación del candado - dije recobrando las fuerzas. Julián clavó su mirada en aquel papel y volvió a poner su revólver en mi rostro. - Es no tiene sentido Ricardo dime la verdad - gritó escupiendo mi rostro.
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- Arturo o “El maestro de los elementos” era el constructor de la piscina. Hizo una gran amistad con tu tío, Juan González. Juntos buscaron a mi padre para que cifrase la ubicación de la fortuna y eso que tienes en las manos es la combinación del candado. Solo debes ir, romper la baldosa y abrir la caja fuerte. Cuatro, cuatro, dos, cero es la combinación descifrada - mentí - Gracias amigo, muchas gracias, hijo de puta - dijo Julián mientras colocaba su dedo índice en el gatillo. Volví a escuchar aquel quejido con mayor intensidad proveniente de la habitación contigua. - Tráela – dijo Julián dirigiéndose a Berenice mientras su dedo índice bailaba en el gatillo. 174
Berenice se levantó abandonando el cuarto. Al minuto entró empujando a Carla hacia el interior de la habitación. - Berenice, ¿por qué? - dije con lágrimas en los ojos. Carla me lanzó una mirada de angustia, el terror se dibujó en sus ojos. La piel transparente de sus muñecas presentaba heridas por la excesiva fuerza con la que anudaron la cuerda. - Amigo despídete de tu puta - dijo riendo. Apuntó el revólver hacia Carla tirando del gatillo sin pestañear al mismo tiempo que Berenice se lanzaba sobre él. Carla cayó al suelo. Berenice logró tumbar a Julián sobre unas botellas de vidrio. 175
Me incorporé de inmediato. Corrí hacia donde había caído Carla. La levanté como pude mientras escuchaba dos disparos más. Corrimos hacia el corredor central de la fábrica, volteé a ver aquella escena de forcejeo entre Julián y Berenice. - Sabía que no podía confiar en ti maldita perra - escuché decir a Julián mientras retomamos con Carla el mismo camino que yo había usado para entrar. Tomé del suelo la gabardina y nos escondimos en una habitación sin techo. La lluvia azotaba el lugar con más furia que antes. Desaté las ataduras que lastimaban a Carla. Un río de sangre le recorrían las muñecas provenientes desde lo alto. Carla estaba a segundos de desmayarse, noté sus labios morados 176
por el frío. Le coloque la gabardina sin revisar la herida de bala. Nos quedamos en silencio una eternidad mientras escuchábamos la batalla que tenía efecto en algún lugar de la fábrica. - ¿Por qué? - me pregunté Carla no decía una palabra, pero su mirada lo decía todo. Temblaba de frío y terror. Cuando finalmente todo se quedó en un silencio perturbador, tomé su mano y nos dirigimos a tientas hacia el exterior. Bordeamos la fábrica a orillas del río, el espacio entre la construcción y el flujo de agua no daban lugar a dos personas, así que puse a Carla delante mío mientras caminábamos con cautela 177
apoyados del muro resbaladizo de la fábrica. - ¿A dónde vas hijo de puta? Aun no acabo contigo - dijo Julián, en frente de nosotros, asomándose por la esquina de la construcción con una botella de vidrio rota en las manos. Se
aproximó
con
rapidez
apuñalando a Carla dos veces en la parte inferior del estómago. Su cuerpo frágil cayó después de la embestida al río sin que yo pueda hacer algo. La vi desaparecer corriente abajo. - Te tengo - dijo relamiéndose los labios. Escuché un sonido seco de bala que atravesó la tempestad, gota a gota, hasta llegar de manera irreversible a su destino. 178
- Lo siento Ricardo - dijo Berenice agonizando mientras retiraba el revólver de la cabeza de Julián que fue destruida por el disparo. Corrí hacia ella, pero ya era demasiado tarde. Los dos cuerpos sin vida yacían a mis pies. Busque el cuerpo de Carla río abajo sin obtener resultado alguno. Subí el escarpado camino en busca de ayuda. Puse
en
desaparecí
marcha entre
la
camioneta
los laberintos
y de
aquella ciudad embrujada.
179
180
Epílogo “Atacames, Ecuador
De mí, del silencio, del viento… Tu
mirada
me
persigue
en
las
madrugadas donde encuentro respuestas bosquejadas en las estrellas. Escucho tu voz columpiándose en el aire, calmando mi soledad. En la oscuridad medito siguiendo el sendero de tu luz, aquella luz que me dio vida y que me reinventa al llegar el alba. 181
Me pierdo en las montañas, me sumerjo en los ríos, me conecto con las cascadas, hablo con las piedras, soy el aire que acaricia los volcanes, me fusiono con el todo para ser nada y te encuentro esperándome con una sonrisa dibujada a pincel sobre el lienzo de tus labios. Tu sonrisa nace del paisaje atípico que descubro en tus recuerdos color arcoíris. Camino, corro, duermo, juego, pienso, escribo, canto, lloro, sonrió, medito, estudio, respiro… vivo. Desaprendo cuando te siento, y me renuevo cuando te respiro. Tus ojos dibujan mi reflejo en el cual me veo completo. En el cual te veo. Veo el final donde solo me atrevo a limitarme. Y es ahí, justo donde todo acaba para mí, donde empieza el infinito.
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Tus manos tibias acarician, con la simpleza de los sabios, mi alma delicada que se transforma en el lugar donde vuelvo a nacer, crezco y desaparezco en tus obras de arte, en tus pupilas. Aquellas manos que me devolvieron la magia que transita en el aire, la magia que alumbra el camino con luz tenue de luciérnaga. Después de llorar largas noches entendí que las vidas terminan, sin embargo, insisto en revivirte cada mañana… Eres mi primer pensamiento. Te vi libre volando hacia la eternidad rio abajo, tan decidida a aceptar lo ocurrido, así eres tú, decidida a enfrentar a la vida, decidida a enfrentar a la muerte. Te fuiste dejándome una lección, dejar que todo fluya, aceptar
cada
situación
y
finalmente,
aceptarme. 183
El universo me habla, tiene vida, vive por tu mirada evaporada en eternidad, fluyendo entre palabras abducidas por el silencio de tus gritos… Te encuentro. Siento la presencia de tu recuerdo cuidándome desde el futuro. Después de esta vida, puedo afirmar que me diste el don… el don de ser El maestro de los elementos.
Por siempre tuyo, Ricardo” Después de dar lectura a esa carta, la
doblé
con
pulcritud
sacra
escondiéndola en el único bolsillo de mi camisa blanca. Era una mañana tranquila, me encontraba sentado apoyado en la 184
blanca arena de la playa dos años después de los sucesos mortales, el sol ingresaba en mi cuerpo llenándome de calidez infinita. La vista del horizonte fusionaba el mar con el cielo, las gaviotas cantaban por lo bajo alejándose mar adentro
mientras
hundía
los
pies
desnudos en la arenisca. Invocar la magia a manera de hechizo no se me había complicado tanto como aquel día. Tomé un mazo de cartas que traía en mis pantaloncillos color crema. Los miré por un largo rato intentando encontrar el truco. Las dividí en dos partes, las volteé dejándolas caer entre mis pies sumergidos. - Necesito un voluntario - murmuré sonriente. - Yo - dijo una voz a mis espaldas. 185
Unas manos suaves cubrieron mis ojos, momentos después sus brazos entrelazaron mi tórax colocando su cabeza en mi hombro derecho. - Carla… - avancé a pronunciar con el alma en los labios. Carla me bordeó sentándose frente a mí. - Pero ¿cómo? - dije con un nudo en la garganta. Sacó de su bolso un libro sin título que tenía dos grandes perforaciones en su cubierta. Me lo entregó sonriendo. - La gabardina - dije - En la gabardina guardé este libro. - Si Ricardo. El libro recibió las dos puñaladas. 186
Me quedé sin palabras viviendo aquel milagro que estaba sentado frente a mis ojos. - Carla… - Ricardo - interrumpió. - … ¿por qué desapareciste todo este tiempo? - pregunté ansioso. - Detalles Ricardo, detalles. - Pero… Carla
volvió
a
interrumpir
lanzándose sobre mí y dándome un largo beso mientras la arena cubría nuestros cuerpos. Se levantó por un momento, su cuerpo estaba sobre el mío, me miró a los ojos. Su alma estaba limpia.
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Permanecimos en esa posición por varios minutos sin mediar palabra alguna. Finalmente nos incorporamos dejándonos caer uno frente al otro en la arena. Sus ojos brillaban. Sacó de su bolso un papel doblado y me lo entregó - Santo+Domingo+de+los+Tsáchilas +Emanuel +1+/@-0.3409967,- 79.4275426 ,10z/datos=!3m1!4b1 - leí intrigado Dudé por unos momentos. - No Carla, tu no vienes por la fortuna, el dinero o el tesoro. - Finalmente acertaste Ricardo. Vengo por ti, tú eres lo que siempre he buscado.
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