El Jugador - Leon Tolstoi

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Pronto darían las tres de la madrugada. J ugaban unos señores: el cliente, el mayor (así le llamaban), el príncipe (que Viene siempre con él). El señor de largos bigon tes estaba también, y con e'l el pequeño húsar; lo mismo que Ol.»='verio, el actor retirado y el gran señor. No estaba mal la concurrencia. El mayor jugaba con el príncipe. Yo andaba alrededor del billar con mi chico instrumento, y voy contando: lO y 48, 12 y 48. Todo el mundo sabe cómo vivimos los tanteadores de billar; no probamos bocado, pasamos dos noches sin dormir y debemos gritar los tantos sin sosiego y retirar las bolas.“ Conte’ y ecbe' un vistazo. Un señor desconocido acaba de entrar. Mira, vuelve a mirar y se sienta

en el divancillo. Bueno. “¿Quién será? Esto es, ¿a qué .clase social pertenece?" _h_.""-—rme pregunté.

Vestía pulcra y elegantemente: con tanta pulcrítud que todas las prendas de su vestido parecían recién salidas del taller del sastre: pantalones a cuadros, americana de moda, muy corta. chaleco de felpa y cadena de oro para el reloj, con muchos dijes. Vestía con esmero, pero su persona era au'n más elegante que el traje; eta un hombre esbelto, de elevada estatura, rizado el pelo sobre la frente,

como exigía la moda; cara blanca y rosada. En una palabra: un guapo chico. Miro al caballero. Veo que se sienta tranquilamente; no conoce a nadie; su vestido es novísimo. -——-Sí me digo—-, es un extranjero, un inglés o un conde recién llegado. A pesar de su mocedad afecta un aire bastante solemne. Oliverio estaba junto a e'l, y por propio impulso se fue' más alla'. La partida terminaba. El mayor había. perdido y me gritó: -—--—¡Muchacho! Mientes a cada paso; cuentas que es horror; tienes la cabeza a pájaros. Me ínjurio', arrojó el taco y se fue'.

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JUGADOR

¡Qué miseria! Todos los días juega con el príncipe partidas de a cincuenta rublos y ahora se exaspera porque ha perdido una botella de Macon. ¡Bah! ¡Maldito temperamento! Le ocurre a veo ces estar jugando con el príncipe hasta las dos, no ponen dinero en la tronera y me consta que no tienen un ochavo en sus casas; pero les gusta deslumbrarse uno a otro y dicen gravemente: ———-—¡Ea, doblemos hasta llegar a 259! “Acepto. Y si uno tiene la desdicha de bostezar o no pone la bola con exactitud “¡'caramba, uno no es hierro!-—-—, uno se ve obligado a oír:

“¡Que no jugamos el yeso, sino el dinero! Ese es el hombre que se enojó conmigo más que nadie. Bueno; pues de repente, apenas el mayor hubo partido, el ¡príncipe dijo al recién llegado: “¿Querríais jugar una partida conmigo?

“Con mucho gustomdijo e'ste. Se había sentado con tanta majestad que parecía muy altivo: pero cuando se levantó y se acercó al billar se volvió tímido ¿Le molestaba su vestido nuevo. o le tuïbaba que todo el mundo le mirase?

Sin daña había perdido su aplomo. Avanzó ¿e un modo singular, de costado: sus ¡""Ma‘lsillos se asieron a las troncras; er..¿*ezó- con el yeso su taco, pero lo dejo caer. Aun en las ocasiones de éxito seguro, se volvía siempre y se ruborizaz’aa. No se parecía al príncipe. ¡Ah! El príncipe conoce el arte. Blanquea el taco, se blanquea las manos, arremanga los brazos y al‘ agredir la bola, con ser

él de menguada estatura, hace temblar las troneras.

Jugaron dos o tres partidas; no recuerdo a punto fijo. El príncipe dejó el taco y preguntó: “¿Me permitís que os pregunte vuestro nombre? wNekludov “dijo.

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EL

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“¿Vuestro padre tenía a sus órdenes un cuerpo de ejército? “Si. Se pusieron a hablar en francés. No entendí una palabra; sin duda evocaban su parentesco. —-—-Hasca otro día -———dijo el príncipo-———-: celebro infinito haber trabado amistad con vos. Se lavó las manos y se fué a cenar; el otro permaneció con los tacos junto al billar, empujando las bolas.

Todos conocen nuestra costumbre; al recién llegado lo mejor es tratarle groseramente. Tomé las bolas y se las quité. Se ruborizó y me dijo: —-——¿Puede jugarse todavía? -—-—Sin duda “le dije-—; para eso está el billar. Le miré y puse los tacos en s‘u lugar. “¿Quetéis jugar conmigo? w«De mil amores, señor “le dije. Puse otra vez las bolsa. “¿Queréis que juguemos a pasar debajo?

LEON TOLSTOI

-——-¿ Qué significa pasar debajo? ---preguntó. -—-—Muy sencillo; me da'is cincuenta kopecks y pasaré debajo del billar. Sin duda en toda su vida había vns'to cosa semejante. Se rió. -——-¡Ea! Aceptadoudijo. Bueno; pregunté: —-——¿Que' ventaja me da'ís? -—-——-—¿Que' es eso? ¿Juegas acaso peor que yo.?

mPues claro-——-le dije; pocos jugadores vienen a este billar que puedan competir con vos. Nos pusimos a jugar. Verdaderamente, teníase en opinión de maestro. Jugaba siempre al reve's; el gran señor permanecía sentado, dlcmndo

a cada paso: -_-.1 Vaya una bola! ¡Vaya un golpe! ¡Alto! El golpe no estaba mal; peto el recién llegado no sabía apuntar. En fín, perdí la primera partida por urbanídad, y, gimiendo, pase' debajo del Plllar. De pronto Oliverio y el gran seno:

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levantáronse de un brinco de sus asientos. golpeando el suelo con los tacos. -—-——¡Bravo! ¡Que se repita! —*—clamaron-—-. ¡Que se repita! ¿A qué ese afán de que se repitiera el Esto era principalmente espectáculo? chusco en el gran señor, el cual, por cincuenta kOpecks, pasaría no sólo debajo del billar, sino debajo del Puente Azul; con todo. gritaba: "¡Magnifico! No ha sorbido aún to— do el polvo. guíe parece que el público sabe muy bien quién es e! marcador Petrucka! Tarick y Petrucka son insutituíbles.

Sólo que, naturahnente, no me mani— festaba en todo mi esplendor. Perdí la

segunda partídaf -———Señor ---le dije, es imposible Iuchar con vos. Se rió. Luego. cuando hube ganado tres partidas “yo tenía 49 y él ni uno-ndejé el taco sobre el billar, diciendo: ---—-Señor, ¿queréis jugar a todo o nada? “¿A todo o nada? ¿Qué es eso? mpreguntó.

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LEON .T’OL‘J'I‘OI

“Si; me pagare’is tres rubios o nada ——.díje. _ --—-¿Que' te has figurado? ¿Crees que voy a jugar dinero contigo, imbécil? Se le arreboió la cara; Bueno. Perdió la partida. --—Basta——-dijo. Saco' del bolsillo una cartera novísima, comprada en un almacén inglés, y la abrió. Harto veo que. quiere jactazse de su opulencia. La cartera estaba llena de dinero: pero todo en billetes de a cien rubios.

--—-No -——-dijo; no tengo moneda suelta. Saco' tres rubios de su bolsa. -———Dos rubios por tu trabajo --—me dijo-—-—; el otro te lo doy de propina.

Le di las gracias humildemente. -————Veo que el señor es muy bondadoso. Por una suma semejante uno puede pasar debajo de la mesa. Lástima que no quiera jugar dinero; si se decidiese, ya pondría todo mi esmero en el juego y ganaría veinte o treinta tublos. Cuando el gran señor vió el dinero del caballero novicio,le dijo:

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m¿Tendríais la bondad de jugar conmigo? ¡Jugáis con tal artel. . . ¡Zorro viejo! -—-——No; perdonadme —-—-díjo—-—-. No tengo tiempo. Y se fué.

No sé qué debió de ser ese gran señor. Alinurr'e.n le había llamada) así, y el sobre» nombre perduró. Pasaba días enter-os en la sala de billar, mirando. No le invitan a ningún juego, y, con todo. no cesa de sentarse y fumar su pipa. ¡Ese sí sabía que es juego! Bueno. Nekludov volvió un día y otro día. Empezó a jugar con frecuencia. A me— nudo pasaba aquí el día y la noche. Aprendió a jugar a las tres bolas, a la guerra, a la pirámide. Se hizo más atrevido, conoció a todos y empezó a jugar bastam te bien. Naturalmente," todos querían a un joven como él, de buena familia y buena posición. Pero un día se disputó con el cliente, con el mayor. La cosa‘ nació tontamente. Jugaban a la guerra el príncipe. el ma-

yor, Neckludov. Oliverio y alguno más.

LE ON TOLS TOI

Nekludov se hallaba junto a la chimenea, conversando con alguien.’ Tocaba jugar al mayor. Su bola estaba delante de la chimenea exactamente. Allí

abajo, uno no puede moverse con gran desembarazo, y al mayor le gustaba estar

hoïgado. ’ ¡zas! ¿Fue' no haberse fijado en Nekludov o haberlo hecho expresamente? Echo’ atrás el brazo, con ampiio gesto, y golpeó con el codo c3 pecho de Nekludov. ¡Fué un golpe terrible! El pobre no pudo contener una exclamacio’n. ¿‘Pero, ah, qué tipo tan innoble era el mayor! Nada, ni presentar excusas. Alejóse sin mirarle y aun murmurando: -——-—¿Plantoncítos a mi? Uno no puede

‘lanza'r el taco. ¿No hay más espacio que ' e'ste.? El otro se acercó, muy pálido, y dijo sosegadamente, con mucha cortesía: ———-—Ante todo, señor, deberíais excusaros, me habéis golpeado. “No tengo tiempo ahora para excusarme mwdíjo-w. Iba a ganar, y ya estoy viendo que otro se ¡leva mi bola.

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Nekiudov repitió: mDeberíais excusaros. -—--—Idos -——-—dijo su interlocutor-w. ¡Qué cbinche! Y miró otra vez el taco. Nekludov se le acercó más y le cogió por el brazo: —-—-Caballero, sois un insoiente “dijo. Era delgado, joven, tímido como una minar, pero, ¡qué bravo estaba! Sus ojos centelleaban; parecía que fuese a devorarle. El mayor era un hombrón, alto, fuerte: ¡que contraste con Nekludov! w-¿‘Qué es eso? ¿Yo insolente? Y al mismo tiempo levantó la mano contra él. Todos los concurrentes se lanzaron hacia ellos, les agarraron por el brazo y los

separaron. En medio de la creciente zalagarda, dijo Neklud‘ov: -———Me ha ofendido; exijo una reparación. Respondio’ el otro: mgQué es eso de reparaciones? ¡Es

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un chiquillo, un verdadero chiquilla! Me— rece un tirón de orejas. w«Si no me dais una satisfacción, no sois un gentílhombre -—-—-dijo Nekludov. Y estaba a pique de llorar. -——-—Tú -——-le respondió el otro——- eres un chiquillo. Tus palabras no pueden ofen'derme. Se les separó, según costumbre de la casa, y se les arrastró a cuartos distintos.

Nekludov había trabado amistad con el príncipe. ——-——Por Dios. ---le dijo- ve' a verle; conve'ncele. Fué allá el principe. Dijo el mayor: —-——Nada temo. No quiero dar la explicación menor a ese chiquillo. No quiero, y hasta. 'Psss! l

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Pero el cliente mayor dejó de venir a‘ nuestra

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En las cuestiones que interes-¿iban al amor propio, Nekludov era un gallo de recios espolones...; pero en lo demás no daba pie con bola.

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Me acuerdo de loque pasó una vez. ——-«¿Quie’n está contigo? ————preguntó el príncipe a Nekludov. -———Nadie. ——--Nadie, ¡qué escándalo! —--¿Por que'?, ¡pues no pregunta por qué! -——Hasta ahora “dijo-w- he vivido así; ¿por qué no puede hacerse? “¡Conque vivías así! ¡Imposible! Soltó la carcajada y el cliente de los bigotes lo mismo. Se burlaron de él, Íe apabullaron. —-—-¿Conque ni una vez? —-—-preguntaron. “Jamás. Se desternillaban de risa... Naturalmente, comprendí en seguida que se burIaban de e'l, y les’mire’, deseoso de ver en qué paraba aquello. “Vamos allá, vamos volando —-—-—dijo el príncipe. ----No, imposible. —-—-—¡Oh, hasta! ¡Qué ridiculez! Vamos. Fueron. Al cabo de una hora estaban de regree

so. Se pusieron a cenar.

'--—-T cngo el honor de felicitar

Se moonzó. y sólo pudo son ' mo se neron todos!

Bueno , cler‘pués o paso' la banda ale r a mente a la sala de billar. El se apogyeó de codos en la mesa, y dijo: “Para Vosotros, eso es chusco, para m1 es triste. ¿Por qué he hecho eso?

Príncipe, no podré perdona'rselo ni per” donármelo jamás. Y rompió a llorar y a sollozar. que es— lo sabla mlsmo él ni Sin duda, I diciendo. taba y sonno. acerco le se príncipe El Va,dijo-M. M12 n. “Basta de sandeCes g Anatoho. allá, Mdijow'» mos lado ningun a iré “No

¿Por qué hice eso?

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m“ -M o»... .-.........—— h...

Y siguió llorando. No quiso dejar el billar, y eso fue' todo. Ahí tenéis; eso es lo que les pasa a los muchachos sin experiencia. Venía, pues, a menudo al establecimiento. Un día llegaron e'l, el principe y el señor de largos bigotes, que venia todos los días con el príncipe. Los clientes le llamaban siempre Fedotíea. Tenía muy encendidos los pómulos, eta feo, pero vestía elegantemente y venia en carruaje. ¿Por que' le querían tanto esos SCñOIÏeS? No se me alcanzaba el motivo. Fedorka, siempre Fedotiea; y lo que ocurría es que le obsequiaban, le alimentaban, le invitaban a beber y pagaban su parte. ¡Era una trucha! Cuando pierde, no paga; cuando gana, recoge el dinero sin pestañear. ¡Vaya si ha pillado dinero!... ¡Y siempre yendo del brazo del principe!

“Sin mi, te morias --——le decía. Pues bien; llegaron. y dijeron: “¡Ea una partida de tres, a la guerra. mAdelante.

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Empezaron a jugar a tres rublos la partida. Nekludov y el principe conversaban sm sosiego. “Fíjate —-——-decia el uno——-—-; tiene una pierna estupenda. -—-—«No tal -—-—dijo el otro-—-. La pierna, ¿qué tiene de particular? Su trenza si es bella. Fuera inútil decir que no prestaban atención al juego; ocupa’bales exclusivamente su dla'lago. Fedo-tka sabe muy bien

dónde le aprieta el zapato; sigue el juego con atención y juega con aplomo. Sus dos compañeros no acertaban, come‘tian faltas groseras. Ganó diez rublos a cada uno. Dios sabe cuáles eran sus relaciones económicas con el príncipe; lo cierto es que no se pagaban jamás uno a otro. Pero Nekludov tomó unos billetes verdes y se los tendió. —--—No -——-—dijo Fedotka —-—-. No quiero tomar tus billetes. Juguemos una partida; y luego, la dobladilla. Puso las bolas. Fedotka empezó a jugar. Nekludov jugaba afectando indiferencia. En un momento dado, podia ga-

nar la partida.

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-—---No --—dijo———-; no quiero; es demasiado fa'cd, y Fedotka está atento a su provecho. Fedotka, ciertamente, ocultó su juego. y como por azar, ganó la partida. -—-—Vamos -———dijo———- juguemos el todo. Ganó otra vez. “Hombre dijo————-, esto empieza aaburrirme. No quiero ganarte mucho. El todo, ¿eh? ¿Qué te parece? -—-——Bien.

Cincuenta rublos iban apostados, y Nekludov decía: -—-—-¡EaI, el todo. Y han jugado, han jugado, cada vez con mayor interés y mayores apuestas; por fín Fedotka le ganó desuentos ochenta rublos.

Fedotka conoce el sistema; pierde la partida sencilla y gana la doble. Y el príncipe, que permanecía sentado, advertía que el asunto iba tomando grave canz. 7 “Basta, basta “dijo.

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¡Quia’! Aumentaban constantemente la puesta. Nekludov, al cabo de un rato, habia perdido quinientos rublos y pico. Fedotka dejó el taco y preguntó: “¿No hemos jugado bastante? Estoy cansado. Pero es capaz, si le dan dinero de seguir jugando hasta la aurora. El recurso es clásico. .

El otro quería jugar todavia. —--¡Adelante, adelante! —-——No; te juro que estoy fatigado. Vamos arriba; allí encontrarás el dcsquite. En nuestro establecimiento, los clientes juegan a cartas en el primer piso.

Pues señor, a partir de aquel dia, Fedotka le sedujo de tal' modo, que empezó a venir diariamente. Jugaban una o dos partidas y siempre acababa por ir arriba. Lo que alli ocurría entre Fe— dotka y e'l. Dios lo sabe; pero su aspecto cambió totalmente y estaba siempre con Fedotka. Antes vestía a la moda, iba pulcro, rizado; pero al fin sólo se le veia correctamente vestido por las ma.

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ñanas, pues cuando bajaba de arriba parecía otro hombre. Un dxa bajó con el prmcxpe; estaba pa'lldo; sus labios temblaban; dxscutxa algo. -——-—No le permitirá «-—-—dijo——-—-, no le petmitire’ que afírme —-——así dijo, poco más o menos-w que he faltado a la delicadeza (o a algo por el estilo) y que no volverá a jugar conmigo) Le he pagado diez millares... Me parece que debía portarse ante los extraños con mayor citcunspeccio’n. “¡Basta! “dijo el príncipe-—-—-. Fe-. dotka no vale la pena de que uno se enoje con e'l. --——No puedo tolerar esto; no puedo.

—-—-—De'jale; ¿”puede uno rebajarse has» ta el punto de tener un lance con Fedotka? “Presencxó la escena gente extraña. “¡Bala! ¡Gente extraña! Oye, ¿quieres que inmediatamente le obligue a que te pida perdón? “No —--—»dijo. Y empezó a murmurar algo en fran» ce's: no comprendí una palabra más.

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¡Señor! Aquella noche cenaron con Fedotka y su amistad continuó. Bueno. Un día vino solo. ,mVeamos mdíjom; ¿sé jugar? Nuestra profesión nos exige halagar a todos, como es sabido. Dije: —-—-—-Muy bien-m. Pero su juego no es nada del otro jueves; pega recio, pero no sabe apuntar. Y desde que es amigo de Fedotka juega siempre dinero. Antes no le gustaba el juego Interesado. la cena, el champagne; nada de eso. Pues bien: acabó por jugar dinero, constantemente. Pasaba todo el día en el establecimiento: jugaba al billar con cualquiera o se iba arriba.

Yo me dije: -—-—-¿Por que' va parar todo a los demás y no me queda ni una mígaja? “Señor ----Ie dije-w, hace mucho tiempo que no habéis jugado conmigo. Muy bien. “Nos pusimos a jugar. Cuando le hube ganado diez veces cincuenta kapecks, le dije: ———Señor, ¿quiere jugar al desquíte? Se calló. No me llamó imbécil, como en otro tiempo. Y nos pusimos a jugar

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la dobladilia una y otra Vez, y le habia ganado ochenta rubios. Pues nada: que se puso a jugar conmigo todos los días. Aguardaba una ocasión en que no le viese nadie, porque,'naturaímente, se avergonzaba de jugar con ei tanteador. Una vez se alboroto por no sé qué; habia ya perdido sesenta rubios. “¿Juguemos a todo o nada? -——-pre— gunto’. “Bueno —-——d1 je. Gane.

-——-—¿‘Ciento veinte contra ciento veinte? w«Bueno we‘ve. .J

Volví a ganar. “¿Doscientos cuarenta cortm doscientos cuarenta? -—--¿'No va ser dem:sigm'x“ Guardó silencio. Juómmr-z. Gane la partida. —--—¿‘Cuatrocientos ochenta cmtra cua« trocientos ochenta? Le dije: --—-Señor, esto es un derroche. Dadme cien rubios si, os piace, y sigamos jugando asi.

Pero él, de ordinario tan dulce, gritó: «ngucgas o no? Comprendí que era inútil toda reflexíón. -—-—-Trescientos ochenta --—-dije ---, si gusta’is. Naturalmente. quiso perder. Le di cuarenta tantos de ventaja. Tenía cincuenta y dos y yo treinta y seis. Apunto' a la amarilla y la puso en el 18. y mi bola se bailaba en su camino. Di un golpe a mi bola para que saliese del billar. Pero me faltó destreza: la bola dió un golpe doble y gané otra vez la partida. -——--Oye, Pedro ---—me dijo. (No me llamaba Pedríllo)-—-——-. No puedo entregartelo todo inmediatamente; pero dentro de dos meses podré pagar tres mil rublos, si es preciso. Se puso colorado; le temblaba la voz. “Bueno, señor -—-——-dije. Puse e! taco en su sitio. El andaba de un lado para otro, bañado de sudor. “Pedro --me dijo -—--. ¿Jugamos a todo o nada? '

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Casi lloraba. Respondí: -—--¿A que' jugar otra vez, señor? "Por favor, juguemos. El mismo me alcanzó el taco; lo toa me' v arroje con tal fuerza las bolas en l

el billar, que rodaron al pavimento. Se comprende. Uno había de portarse como qien era. Dije: “Cuando gustéis, señor.” Aprcsuróse tanto que e'l mismo recogió las boias. Pensé entonces: “No me dará los setecientos rubios, conque si pierdo, tanto peor”. Empecé a jugar mal, exprofeso. El me dijo: “¿Por que' juegas mal ex profeso?” Temblaban sus manos, y cuando la bola corría a la tronera separaba los dedos, hacía una mueca e inch'naba la cabeza y sus brazos hacia la

tronera. “Esto no sxrve para nada, señor. Bueno; cuando ganó la partida. le dije: ---—Me debéis ciento ochenta rtlblos“)! ciento cincuenta partidas. Me voy a cenar. Dejé el taco y salí. Sente’me a una mesita que estaba en frente de la puerta, ganoso de mirarlo

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que iba a hacer. ¡Dios mío! Empezó a andar dc arriba abajo. Sin duda creía que nadie le estaba mirando. De pronto se mcso' los cabellos: avanzó otra vez, murmurando no sé qué, y volvio" a mesarse los cabellos. Pasaron quince días sin que se le vie. ra cn el salón. Un día fué al comedor,

sin entrar en muy sombrío.

la sala

de billar.

Estaba

El príncipe le vió. --—-—-¡Ea! “dijo. Vamos a jugar. -—-——-Yo no vuelvo a jugar. -—-—-—‘¡Qué bromista!. . . ¡Vamosï “No; no iré. Tú ----dijo-——— no tienes interés alguno en que vaya, y para mí eso es atroz. Pasó diez día-s sin volver. Luego. una vez, durante las fiestas, volvió, vestido de etiqueta; se vcia que estaba de visiteo. Pasó el resto de} día en el establecimiento. Jugo' sin sosiego. Volvió a la maña-na siguiente, volvió a los dos días... Las cosas tomaban el curso de antes. Quise vol-v ver a jugar con él. ' RT...

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