El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Ph. Borgeaud, G. Cambiano, L. Canfora, Y. Garlan, C. Mossé, O. Murray, J. Redfield, Ch. Segal, M. Vegetti, J.-P. Vernant

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Ph. Borgeaud, G. Cambiano, L. Canfora, Y. Garlan, C. Mossé, O. Murray, J. Redfield, Ch. Segal, M. Vegetti, J.-P. Vernant

El hom bre griego Edición de Jean-Pierre Vernant*

Versión española de: P edro B ádenas de la Peña: In tro d u c ció n , capítulos I, II.y ITI revisión técn ica ' ^ *• Antonio Bravo García: capítulos VI, VII y VIII José Antonio O choa Anadón: capítulos IV, V y IX

Alianza Editorial

T ít u lo origin al:

L'uomo greco

Prim era e d ic ió n : 1993 Prim era r e im p resió n : 1 9 9 5

R e s e r v a d o s t o d o s l o s d e r e c h o s . D e c o n f o r m i d a d c o n l o d i s p u e s t o e n c i art. 5 3 4 - b í s d e l C ó d i g o P e n a l v ig e n t e , p odrán se r c a s t ig a d o s c o n p e n a s d e m u lta y p r iv a c ió n d e libertad q u i e n e s r e p r o d u j e r e n o p la g ia r e n , e n t o d o o e n parte, u na o b r a literaria, a r tístic a o c i e n t í f i c a f i j a d a e n c u a l q u i e r t i p o d e s o p o r t e , s i n la p r e c e p t i v a a u t o r i z a c i ó n .

© 1 9 9 1 , G i us. L a ter za & F i g li S p a , R o m a -B arí © E d. cast.: A lia n z a E d ito ria l, S. A ., M a d r id , 19 9 3 , 1995 C a lle Juan I g n a c i o L u ca d e T e n a , 15; 2 8 0 2 7 M a d rid ; teléf. 3 9 3 8 8 8 8 ISBN : 8 4 -2 0 6 -9 6 5 7 -9 D e p ó s i t o le g a l: M . 2 3 . 3 5 2 - 1 9 9 5 I m p r e s o e n L a v e i . G r a n C a n a r i a , 12 . H u m a n e s ( M a d r i d ) P r i n t e d i ti S p a i n

INDICE

I n tro d u c c ió n El h o m b re griego, Jean-Pierre V em a n t

...............................

Capítulo I El h o m b re y la econom ía, Claudc Mossé

9

.. ......................

33

Capítulo II El militar, Y von G a r l a n ..............................................................

65

Capítulo III H acersé h o m b re, Giuseppe Cambiarlo

...............................

101

Capítulo IV El ciudadano, L uciano Canfora ........................................... A péndice d o cu m en ta l ......................................................

139 165

Capítulo V El h o m b re y la vida d om éstica, James Redfield ...............

177

Capítulo V} El e sp e ctad o r y el oyente, Charles Segal

211

.........................

t

Capítulo VII El h o m b re y las formas de sociabilidad, Oswyn Murray

247

Capítulo VIII El h o m b re y los dioses, Mario Vegetti .................................

289

Capitulo IX El rústico, Philippe Borgeaud ..................................................

323

Los au to re s

339

.......................................................................................... 7

Introducción

EL HOMBRE GRIEGO Jean-Pierre Vernant

¿Qué se quiere decir exactam ente cu a n d o hablam os del h o m ­ bre griego y en qué sentido estam os autorizados para realizar su re­ trato? La m era alusión en singular al co ncepto de h o m b re griego constituye ya un problem a. ¿Nos en c o n tra m o s acaso, siem pre y en todo lugar, ante un m ism o m odelo de hom b re, pese a la diversidad de situaciones, de sistemas de vida, de regím enes políticos com o los que se dan de Atenas a Esparta, de Arcadia, Tesalia o el Epiro a las ciudades de Asía M enor o a las colonias del m ar Negro, de Italia m eridion al o de Sicilia? Y este griego cuya imagen tratam os de fijar ¿será el dc^época arcaica, el h éro e g uerrero que canta H om ero, o ese otro, distinto en tantos aspectos, que Aristóteles definió en el si­ glo iv c o m o un «animal político»? Aunque los d ocu m en to s de que se dispone 1han llevado a c e n tr a r la investigación en el periodo clá­ sico y a e n fo car nu estra atención en Atenas la mayoría de las veces, el personaje que se nos perfila al final del estudio presenta, más que u n a im agen unívoca, una figura que brilla con una m ultiplicidad de facetas do nde se reflejan los diversos puntos de vista que los a u ­ to res de esia o b ra han preferido prim ar. V erem os así desfilar s u c e ­ sivam ente, según la óptica elegida, al griego en tanto que c iu d a d a ­ no, h o m b re religioso, militar, factor econó m ico , dom éstico, oyen ­ te y espectador, partícipe de diferentes formas de ca rá c te r social, verem os a un h o m b re que, de la infancia a la edad adulta, re c o rre un c a m in o im puesto de pru e b as y de etapas para co n v e n irs e en un h o m b re en el pleno sentido de la palabra, conform e con el ideal griego de realización del ser h u m an o. Aunque cada u no de los retratos trazados en esta galería p o r es1i

12/ Je an -P ici re V e m a n i

tudiosos m odernos responde a un objetivo o a una cuestión p a r ­ ticular — ¿qué significa p ara un griego ser ciudadano, soldado o c a ­ beza de familia?— , la serie de cuadros no constituye una sucesión de ensayos yuxtapuestos sino un conjunto de elem entos que se e n ­ trem ezclan y com pletan para form ar una imagen original cuyo equivalente exacto no e n c o n tram o s en ninguna ptra parte. Este m odelo construido po r los historiadores quiere efectivam ente p o ­ n er de manifiesto los rasgos característicos de las actividades des­ plegadas por los antiguos griegos en los grandes sectores de la vida colectiva. No se trata de un esqu em a arbitrario, al contrario, para su estru c turación se ha buscado el apoyo en una d o c u m en ta ció n lo más com pleta y precisa posible. Tam poco es un esq uem a «banal» en la medida en que, dejando al m argen las generalizaciones sobre la naturaleza h um ana, se dedica a señalar lo q u e los c o m p o rta ­ m ientos de los griegos implican de original: la form a propia de aplicar prácticas tan universalm ente extendidas c o m o las relacio­ nadas con la guerra, la religión, la econom ía, la política o la vida doméstica. Singularidad griega p o r tanto. Sacarla a la luz significa ad o p tar desde el principio un pu nto de vista com parativo y, en esta conIrontación con otras culturas, p o n e r el acento, más allá de los ras­ gos com unes, en las divergencias, las desviaciones, las distancias. Distancias, en p rim e r lugar, respecto de nosotros en lo que se refie­ re a m odos de actuar, p en sa r o sentir, que hasta tal pu nto nos resul­ tan familiares que nos parecen algo natural. Sin em b arg o hay que inten tar d esp ren derse de estas sensaciones cuand o nos referim os a los griegos para no desenfocar la atención que sobre ellos p o n e ­ mos. Existen tam bién distancias respecto de h om bres de otras é p o ­ cas de la antigüedad y de otras civilizaciones distintas de la griega. P ero quizá el lector, au n q u e esté dispuesto a re c o n o c e r con n o ­ sotros la originalidad del caso griego, se vea tentado de h a c e r otra objeción p re g u n tá n d o n o s p o r el té rm in o hom bre. ¿Por qué el h o m ­ bre y no la civilización o la ciudad griega? Podría argiiirse que es el contexto social y cultural eil que está som etido a con tin uos c a m ­ bios; el h o m b re adapta sus co m p o rta m ien to s a dichas varia­ ciones pero en sí co n tin ú a siendo el mismo. ¿En qué se diferen cia­ ría el ojo del ciudadano de la Atenas del siglo v a.C. del de nuestros co n tem p o rán eo s? Pero lo cierto es que en este libro el p roblem a que se ab orda no son ni el ojo ni el oído sino las formas griegas de servirse de ambos: la visión y ia audición, su función, sus formas y su respectiva consideración. Para que se me c o m p re n d a m ejor p o n d ré un ejem plo y pido disculpas p o r lo que tenga de personal: ¿cómo podríam os m irar hoy la luna con los ojos de un griego? Yo

El h o m b r e g r i e g o / 13

m ism o lo p ude e x p e rim e n ta r en mi ju v entu d d u rante mi p rim e r viaje a Grecia. Navegaba en tonces de n o ch e de u n a isla a otra; e c h a ­ do en cu bierta c o n tem p lab a el cielo d ond e brillaba la luna, lum i­ noso rostro n o c tu rn o que extendía su ciato reflejo, inmóvil o d a n ­ zante sobre la oscura superficie del mar. Yo m e e n c o n tra b a m a r a ­ villado, fascinado p o r esta suave y extraña claridad que b añ a b a las olas dorm idas; estaba em o cio nado, igual que ante u na p resencia fem enina, próxim a y a la vez lejana, familiar y sin em b arg o in a c c e ­ sible, cuyo re sp la ndo r h u b iera venido a visitar la oscurid ad de la noche. Es Selene, m e dije, n o ctu rn a , m isteriosa y brillante, lo que estoy viendo es Selene. M uchos años después, c u a n d o estaba vien­ do en la pantalla de mi televisor las im ágenes del p rim e r exp lo ra­ d o r lu n a r saltando to rp e m e n te — m etido en sii escafandra de c o s ­ m o n a u ta — en el espacio difuso de un lugar desolado, tuve la im ­ presión de estar ante un sacrilegio al que se unía la dolorosa sen s a ­ ción de que algo se ro m p ía sin rem edio: mi nieto, que c o m o todos co n tem p ló aquellas im ágenes, n u n c a podría m ira r la luna c o m o yo lo había hecho antes, con los ojos de un griego. La palabra S elene se convirtió en una referencia p u ra m e n te erudita: la luna tal c o m o aparece en el cielo no resp on de ya a ese nom bre. No obstante, c o m o el h o m b re es siem pre un h o m bre, la ilusión es tenaz; si los h is to ria d o re s'c o n s ig u ie ra n re co n s tru ir perfec ta­ m e n te el d ec orado en el que vivían los antiguos habrían cum p lid o su misión, de m a n e ra que, c u a n d o se los leyera, cada uno podría sentirse en la piel de un griego. Saint-Just no fue el-único, e n tre los revolucionarios, en im aginarse q ue le bastaba p ra c tic a r «a la a n ti­ gua» las virtudes de la sencillez, frugalidad, infiexibilidad p ara que el re p u b lic an o de 1789 se identificara con el griego y con el ro m a ­ no. Fue Marx el que en La sagrada familia puso las cosas en su sitio: Este error se revela trágico cuando Saint-Just, el día de su ejecución, al se ­ ñalar el gran cuadro con los D erechos del Hombre, colgado en la sala de la Conciergerie, exclam a con un justificado orgullo: «Pero si soy yo el que ha hecho eso.» Pero precisam ente esc cuadro proclamaba el derecho de un hombre que no puede ser el hombre de la com unidad antigua, porque tam­ poco las c ondiciones de existencia económ icas c industriales son las de la antigüedad.

Com o escribe François H artog al citar este pasaje: «El h o m b re de los d erech o s no p u ed e se r el h o m b re de la ciudad antigua.» Y m eno s aú n p u ed e serlo el ciu d ad a n o de los estados m o d ern o s, el seg uid or de u n a religión m onoleísta, el trabajador, el industrial o el financiero, el soldado de las guerras m und iales e n tre naciones, el p a d re de familia con esposa e hijos, el individuo p artic u la r en la in-

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timidad de su vida personal, el joven, que co ntin úa hoy teniendo, tras la edad adulta, u n a adolescen cia,indefinidam ente prolongada. Una vez dicho eslo, ¿cuál debe se r la tarea.del p re s e n ta d o r en la introd ucc ió n de u n a obra sobre el h o m b re griego? Desde luego no la de re s u m ir o c o m e n ta r los textos que, en los terreno s de su res­ pectiva co m p ete n cia, los helenistas m ás cualificados han tenido a bien con fiarnos y p o r lo cual, en el u m bral de este libro, les m u e s ­ tro mi m ás sin cero ag rad ec im ien to . Antes que re p etir o glosar lo que los au to res han sabido d ec ir m e jo r que nadie, prefiero — en ese m ism o espíritu c o m p a ra tiv o — a d o p ta r una perspectiva algo dife­ rente, u n a visión colateral con relación a la suya; cada u n o se ha c e ­ ñido efectivam ente a lim itar su análisis a un aspecto del tipo de co m p o rta m ie n to , p a ra d e s ta c a r así, en la vida del griego antiguo, un a serie de planos distintos. Al a b o r d a r desde otro ángulo el m is­ m o p ro b le m a y volver a c e n tr a r esta vez en to rn o al individuo todo el e n tra m a d o de hilos que h an ido siendo d e se n m a rañ a d o s, yo me pre g u n ta ría cuáles son — en las relaciones del h o m b re griego con lo divino, con la naturaleza, con los dem ás, consigo m ism o — los p u n to s im po rtantes que conviene, te n e r en c u e n ta para definir con exactitud la «diferencia» q u e lo caracteriza en sus formas de a c ­ tuar, de pensar, de sen tir — y m e atrevería a d e c ir— en su m a n e ra de estar en el m u n d o , en la sociedad, en su propio yo. La am b ició n de un proyecto así p o d ría h a c e r so n re ír si no tuvie­ se dos justificaciones p ara a rriesg arm e a ello. En p rim e r lugar no ha llegado todavía el m o m e n to , tras c u a re n ta años de investigacio­ nes llevadas a cabo, incluso en c o m p a ñ ía de otros estudiosos, sobre lo que he dado en llam ar historia in terio r del h o m b re griego y de a v e n tu r a rm e a realizar su c o rre sp o n d ie n te balan c e arriesg and o co n c lu s io n e s generales. Yo, a p rincip ios de los años sesenta, es­ cribía: Aunque se trate ¿le hechos religiosos (m itos, rituales, representaciones figu­ radas), de ciencia, de aiie, de instituciones sociales, de hechos técnicos y econ óm icos, nosotros siem pre los consideram os com o obras creadas por los hombres, expresión de una actividad mental organizada. A través de es­ tas obras se investiga qué fue el hombre en sí, este hombre griego, insepara­ ble del m arco social y cultural del que es a un tiem po creador y pro­ ducto.

Al ca b o de un cu a rto de siglo sigo todavía s uscrib ien do los té r­ m ino s de esta decla rac ió n p ro gram ática. Sin em bargo , au n q u e p u ed a parecer' d em asiado tem e ra rio p o r su am b ició n de alca n zar rasgos d em asiad o generales, mi p roy ecto — y esta es mi segun da justificació n— es m ás m odesto p o rq u e se e n c u e n tra m ás d elim ita­ do. Dejo a u n lado los resultados — parciales y provisionales, p o r

El h o m b r e g r i e g o / 15

supuesto, c o m o o cu rre en todo estudio histórico— de la investiga­ ción qu e-he realizado sobre los cam bios que afectan al hom bre griego e n tre los siglos vui y tv a.C., todo el p a n o ram a de actividades y funciones psicológicas: representaciones del espacio, formas de la tem poralidad, m em oria, im aginación, voluntad, persona, prácti­ cas sim bólicas y utilización de los signos, m odos de razonam iento, in stru m en to s in telectuales. Dcsearíarsituar^ehpcrfilT^cuyos^rasgos.' ¿nterftolesbozai >bl\jo^el slgno^.ño!HélTgriegósilio dél griégo-y -no s o ¿tros.VNo del griego tal c o m o fue en sí mismo, tarea imposible p o r­ que la idea m ism a ca rec e de sentido, sino del griego tal co m o se nos p re sen ta hoy al final de un re co rrid o que, a falta de un diálogo directo, p ro ced e m ed ian te un incesante ir y venir, de nosotros ha­ cia él, de él hacia nosotros, conjugando análisis objetivo y esfuerzo de simpatía; jugan do con la distancia y la proximidad; alejándose­ nos p ara hacerse más c e rc a n o sin ca e r en la confusión y aproxi­ m á n d o sen o s para cap ta r m ejor las distancias a la vez que las afini­ dades. E m p ec em o s p o r los dioses. ^¿jQüérr.epré^^táTlpldiyinpjparanjn griego-y e ó mo-se-sitúa~eHiom bre^eñTelacm rrcon ese c o n c e p to ? El p ro blem a , form ulado en estos térm inos, corre el riesgo de estar mal p lantead o desde el principio. Las palabras no son inocentes; el té rm in o «dios» no evoca sólo en nuestro espíritu un ser único, e te r­ no, absoluto, perfecto, tran sc en den te, c re a d o r de todo lo que exis­ te, asociado con u n a serie de otras nociones afines, com o lo sagra­ do, lo so b ren atural, la fe, la iglesia y su clero; de m an era solidaria con estos concepto s, nu estra idea de «dios» limita con un peculiar ‘ te rre n o de i a experiencia — el hec h o religioso— cuyo lugar, fun­ ción, situación sdn c la ram en te distintos de los dem ás c o m p o n e n ­ tes de la vida social. Lo sagrado se opo ne a lo profano, lo so b re n a tu ­ ral al m u n d o de la naturaleza, la fe a la incredulidad, el clero a los laicos, y de la m ism a m a n e r a dios se separa de un universo que en cada m o m e n to d ep e n d e p o r co m p leto de él, p o rq u e es él quien lo ha creado, y lo ha creado de la nada.ifcasTmnTefosas divinidades del pol iteísmo* griego ¡ en cam bio, noTpbseenJ losi rasgos-que-définé=n nuestrcTconcep tó^d cTlo"clivino^cNi son -etern asrn i~perfec tas?rn i l 3t n niscicn te s ? n r o m n jp o te n tes ;fn o;h an ic readp'el ;m úndo 7 pe ro~h an na c ido~en~éhvde'él; HarTi d olíurgi endo in e d ia n te^gen era cion e s s u c es itvasTáTmEíiicla-que .el run iye rsor;a:pát!t irrd e l á sp o tén cias-pniUP rc^■ ‘a ' 1e s 7 ^ 5 m o X a ó 5 (és deciiT.re 11 V a c í o Géal{esTdécí r *1a;Tier_ra)7 SeÁba jfdifereñgiSHciony roí gan izando;-residen ;pues~en~els_eno'misrno~dcl M un iv e r s o 'S t n t r a s c e n den c ia les?*. por^tan t o ,-abso lu tam c n te; relativa, vá Iida"uTTi ca m ieritép ó rre 1ác ió rOT 1a es fe ra’ 11üm a ti á t AI:igu a i q u e los h o m b r e s ,*1p e ro p o r é t i c i m a d é e l Los * 1os rd ios e s ;f orín a n p a rt e irit o g fa n te ’"3e 1^c os rrios; -

16 / J e a n - P i e n e V e m a n t

Todo esto significa q ue entre este m undo y lo divino no existe un corte radical que separe para nosotros el orden de la naturaleza del sobrenatural. La c o m p re n sió n del m u n do en que vivimos, tal y com o se presenta ante nuestros ojos y la búsq ued a de lo divino no constituyen dos formas de aproxim ación divergentes u opuestas, sino dos actitudes que pu ed e n coincidir o confundirse. La luna, el sol, la luz del día, la no che o bien una montaña,! una gruta, una fuente, un río o un b osque pued en percibirse y sentirse con la m is­ m a actitud que se acoge a cualq uiera de los grandes dioses del p a n ­ teón. Todos esos elem entos naturales provocan las mismas formas de respeto y co nsideració n adm irativa que caracterizan a las rela­ ciones del h o m b re con la divinidad. ¿Por dónde jiasa en tonces la frontera entre los h u m ano s y los dioses? Por un lado, som os seres inseguros, efímeros, som etidos a las enferm edades, el envejeci­ m iento y la m uerte; nada de cu an to confiere v a lo r^ brillo a la exis­ tencia (juventud, fuerza, belleza, gracia, valor, honor, gloria) deja de deteriorarse y d e s a p are cer para siem pre; tam poco existe nada que no implique, frente a todo bien preciado, el co rrespon diente mal, su con trario o su inseparable com pañía. No hay así vida sin m u ejle, juventud sin vejez, esfuerzo sin cansancio, ab u n d a n cia sin trabajo, place r sin sufrimiento./Aquí"al 5ájoVtoÜa^lüzTiéne su s o m b ra , to^Q eTsple n d o r s u c a r a o sc u rarT o d o lo~contrarióde lo'que les^ocu¿ m r a lóT q u e se' da en 11aní á r inm o rt a 1e s (atkánatóí)[?b ie n a v e n tu ra -' ¿dos^f?riákares), poderosos (k reíttous);J a s _di vin id ades. Gacla una de^s^diviTTicla’d es, en el terren o que le corresp ond e, e n c ^ n a 'l o ^ ó d é r e s T ^ a p a c i d a d e s ^ v i r t u d e s y T a v o r e s d é l ó s q i i e l o ^ Ho m bres ,*á 16.1árgo de siT vi da pasajera ,-no p u e d e n sino dispo ñ e r e n forma d e j m fugaz y so m brío reflejo, c o m o en un sueño.¿Exis_te~ento n ces-u na.difercnciaieTrtre^am bas;razasrla~húmana~y:la^divinarEl lío m brergr iego Ide "época^cláSi c ^ é s Tpro funda m é n te cons c ien térd e l estaTdisparidád. S ab eyq u^h ay rüñ ^ÍT O ñ teraliñffañq uea\5le7eñtre Iós~hombr e s ^ los^dioses, a pesar de que los recursos del espíritu h u ­ m an o y de todo lo que ha conseguido d e sc u b rir o inventar a lo lar­ go del tiempo; el porve nir le sigue siendo indescifrable, la m uerte irrem ediable, los dioses fuera de su alcance, más allá de su inteli­ gencia, al igual que resulta insostenible para su m irada el re splan­ d o r del rostro de los inm ortales. Por esoiúna:de^]as-reglas fuñdam e nta Ies'de'la'sabi duri a"griega‘rel a ti va~ai as r eí a c ion'esXo n io s d io ¿ses' es;q ue“el ~Hom b r e n o p u e d é~.pre t€ñd e r e n' m od oral gtíñói gualarse, a ¿ellos. ^ - s r c 'e pla^ ió n — co m o algo consustancial con la naturaleza h u ­ m ana y con tra lo q ue sería vano p ro testar— de^tóctas lasrcaTerTcias que~acomp~añájrn'e’c 'esariame n te-a- n uestra-condi c ió n -i mpl ic a:u n a’ seriend e co n se cu e n c iasid e .di vers o _orde n . >En p r im e r 1u g a r, ^el"grie>

Ei h o m b r e g r i e g o / 17

g o jT o p u ediTEspe r a r 'd e j osrd ios es i~t ampo~c o~pe d í r s e l o ^ r q ue |e co n c e d a n u n a f o rm a~cualg u iera:de' la inm ortalidad'd e~qúeigllosd i /finltari. La esperanza de u na supervivencia del individuo después de la m uerte, distinta de la de m era so m b ra sin fuerza y sin co n s c ie n ­ cia en las tinieblas del Hades, no e n tra en el m arc o del c o m ercio con la divinidad instituido p o r el culto ni, en todo caso, constituye su fu n d a m e n to ni es un e lem e n to im portante. La idea de u n a in­ m ortalid ad individual debía de resultarles muy extrañ a e i n c o n ­ g ru e n te a los atenienses del siglo ív a juzgar p o r las p re cau c io n e s que Platón se siente obligado a to m a r antes de afirmar, p o r boca de S ócrates en el Fedón, q ue en cada uno de nosotros existe un alm a inm ortal. Además a este alm a, en la m edida en que es i m p e re c e d e ­ ra, se la concibe c o m o una especie de divinidad, un daimón, lejos de co n fu ndirse con el individuo h u m a n o , en lo que hace de él un ser singular, el alm a se e n tro n c a con lo divino del cual aquélla es c o m o una p artícu la m o m e n tá n e a m e n te extraviada en este m undo. S eg und a consecu encia. P or in franqueable q ue parezca, da^dist a nci "áJerít re“losTd ios es-yl os^lio mb res-no exc luye Ja n a l o r n i a d é“ 5a r e n t e s c o é ñ t r e'sirA m bos'h ab itarTé 1jrn s m~o.ni u ñ d o „"pero^séTra táTd e u n 'm u ’n do co rrd iferen tes njveles~y estric ta m e n te jera rq u izad o . De abajo arriba, de lo inferior a lo superior, la diferencia va de lo m e ­ nos a lo más, de la privación a la plenitud, a través de una escala de valores que se extiende sin u n a verd ad era in terru pción , sin un ca m b io c o m p leto de nivel que, debido a su in co n m en su ra b ilid ad , exige el paso de lo finito a lo infinito, de lo relativo a lo absoluto, de lo tem po ra l a lo eterno. Debido a que las perfecciones con que es­ tán dotados los dioses son u n a p rolo n g ac ió n lineal de las que se m anifiestan en el o rd e n y belleza del m undo, la a rm o n ía feliz de u n a ciu d ad regulada según la justicia, la elegancia de u n a vida lle­ vada con m esu ra y con trol de u no mismo, la^TéligiosidsdlleliTomb r e 'griego-n o:riecesita~tomar-el~ca mi n oTcl e l á T e ñ u ñ c ía~d e l^rnund o , sino~clé^su^esai~rollo~estétic-o. Lo s~ho m bres'es tá n;su jetos'a'losdjóse s e o m o e 1 s ieryoal'ánvo-d elqu eidepende. Y es que la existencia de los m o rtales no se basta a sí misma. El"bechp^dle -nacer-cstabl e c e y a:pa ra’c a d a j nd ivi d uojuna' re ferenciáyrespectüjdé~ün_m as állaTdcfsrmismo. los padres, los a n t e ­ pasados, los fu n dadores de un linaje, surgidos d ire c ta m e n te de la tierra o e n g e n d ra d o s p o r un dios. Ehfrombre^desde q u e v e la -lu z .s e en e u e'rtt r á 'y á e r r u ña“s itüa c ión~de7d eudaT D e u d a x j u e ^ e s a l d a c u a n ,doiéllhom bré^m edianleTlá“0 b s e rv áñ cia:d e■1o s :ritós traelic ióna 1e s , rindé^escrup'u 1ó sam en tea^la divin idad e lh o m e n a j e;que ésta'ésta elí ,su~derechoTde exigirIe. Al tiem po que se im plica un e lem e n to de te­ m o r con el que p u e d e n alim en tarse hasta el límite las angustias o b ­ sesivas de la p erso n a supersticiosa, la d evo ción griega im plica otro

18 / J e a n - P i e r r e V c m a n t

aspecto muy distinto. C u an do se establece co ntacto con los dioses y se les hace, en cierto m o do, pre sen tes en m edio de los m olíales, el culto in tro d u c e en la vida h u m a n a u n a nueva dim ensión, hecha de belleza, genero sid ad y co m u n ió n dichosa. A los dioses se los c e ­ lebra p o r m edio de p rocesio nes, cánticos, danzas, coros, juegos, c e rtám en e s, b a n q u e te s d on de se participa en c o m ú n de la c a rn e de los anim ales ofrecidos en los sacrificios. Ellrituallfesti y o á ll álv é 7. q u e^otorgá.áll os^i rimo rt ales’laTven é'rác ioTTTqli e;rn e re c e n ,'aparece¿parajaqüe 11ose} u e ^ t á nTavó caxlosXl aTimier.te có ífió Una m anera,d e en r iq u e c e í . 1os el ias de su existencia, una su erte de orn a to que, al conferirles un tipo de gracia, alegría, co n c o rd ia m uíua/los?ilum ina c ^ r ru rr b ri 1lo.'en'e 1lq ü e;respjand ece-una p arte de 1jlxijgorjdtf loífdio¿ses. C o m o dice Platón, para lle g a r a se r verd aderos h o m b res los ni­ ños deben, desde sus p rim e ro s años, a p r e n d e r a «vivir ju g an d o y con juegos tales cornos los sacrificios, los cán ticos y las danzas» (Leyes, 803c). En c u a n to a nosotros, el resto de los h om bres, «los dioses nos fueron dados no sólo c o m o c o m p a ñ e ro s de fiesta sino para p ro c u ra rn o s el se n tim ie n to del ritm o y la a rm o n ía un ido al placer, con lo cual nos pon en en m ov im ien to y dirigen nuestros g iu p o s en lazán do nos unos a otros con las ca n cio n es y las danzas» * (Leyes, 653d-654a). En estos lazos que instituye el ritual e n tre los c e le b ran te s se hallan tam b ién los dioses en a c u e rd o y sinfonía con los h o m b re s m e d ia n te el p la c e n te ro juego de la fiesta. trosibpm bresid e pe nd en' derla“ div.i ñi dadr:$in;s u c o ris é ñti Tñieñt O n a d a jpjlj e d e j j e a 1izarse^aqu Haba] o . E n ; cu a IcpTi^f^m o me ntóT hav. p o r t a rito? que~estarlen rcglií con.'a'qúéllapara^garaíTti¿árse s in /á lía su~servic i o r P e r 5!sen/icio ño.significa.servidum bre? Para señ a la r su diferen cia con el b árb aro , el griego p ro c la m a con orgullo que es un h o m b r e libre, eleútheros, y la expresión «esclavo del dios», que tan a m p lia m e n te d o c u m e n ta d a e n c o n tr a m o s en o tro s pueblos, es inusitada no sólo en la prá ctica cultural co rriente, sino incluso p ara d esign ar las fu n cio nes religiosas o sac erdotales de u n a divini­ dad, ya q ue se trata de c iu d ad a n o s libres q ue ejercen a titulo oficial sus func io ne s sacerdotales. Libertad-esclavitud: para aquellos que han co nferido a éstos dos térm inos, en el ám bito de la polis, su ple­ no y estricto significado, estas nocion es aparec en re c íp ro c a m e n te d em asia d o exclusivas p ara p o derse aplica r am b as al m ism o indivi­ duo. El que es libre no p u ed e s e r esclavo o, m ejo r dicho, no podría s e r esclavo sin dejar in m e d ia ta m e n te de se r libre. A esto se unen otras razón e s . E h m u n d o d e los diosés^tá:Ío~süficien tcm entealejad o~pom o p a r a “q u e x l id el Ió r h o m b r e s g u a rd e 7 po rj;elac ió n a a q u é I, ¿ ü ^ r o p l a 'á ü t o n p m í a^v si n ;em ba rgó sü d is ta n c ia ñ o _és tari t a c o n i o páráT'q u éTe 1, fib rrí tíre s e s ie rita irnpoten te r a p la s tado,; redu cid o a la naxiá'ante’lá’i ñ f i n i t ú d d e l o d i v i n o . Para q ue sus esfuerzos se vean

lil h o m b r e g r i e g o / 19

co ro nad os por el éxito, tanto en la paz c o m o en la guerra, para c o n ­ quistar riqueza, h ono r, excelencia, para que la con co rdia reine en la ciudad, la virtud en los corazones, la inteligencia en los espíritus, el individuo tiene q u e p o n e r de su parte, a él le corresp ond e to m ar la iniciativa y p o n erse a la tarea sin escatim ar esfuerzos. En toda la esfera de los asuntos h u m an o s cada uno debe iniciar la tarea y p er­ severar p ara triunfar. Cum pli eii eloTe í~det5cr~camores~debidolse'tien e n^laslrnayores^posibi 1i d acl esiclelga ra nti ra rs e ll áTpíot ec 7c iónrdi yiñas Distancia y proxim idad, ansiedad y gloria, depend encia y a u to ­ nom ía, resignación e iniciativa, en tre estos polos opuestos pueden a p a re c e r todas las actitudes interm edias en función de los m o m e n ­ tos, de las circunstancias, de los individuos. Pero p o r muy diversos, p o r muy opuestos que sean estos elem entos contingentes, no impli­ can nin gun a incom patibilidad, todos se inscriben en un mismo c a m p o de posibilidades, el abanico de éstas establece los límites en cuyo in terio r p u e d e actuar, según la forma que le es propia, la reli­ giosidad de los griegos, indica las vías múltiples, p ero no indefini­ das, que p e rm ite n este tipo de relación con lo divino tan carac te rís­ tica del culto griego. Y digo culto, no religión o fe. Como justam en te hace observar Mario Vegetti, el p rim e ro de estos térm inos no tiene su equivalente jéñ~Gfecia. donde!rro l ^ i ste~un"ámbito religiosQ-que ag ru pe-ins ti tu­ ición e s r con duc t a s c o d i h c a d a 5^y;convicción es j n t im a s e n r u n ,c o.n jQñtO "orgáfnzado inetámente''diferenciado del resto~de 1as'p lácticas ^ ! ^ ia le s ~ A l g ^ d e r e l e m e n to~religioso está~prcscn'te enltoclos~sitios'. Ios "ge tos :cótidi anóslím p 1icarT^j un tolajo t ros ‘as pTec toslyjfnézc 1ád o s con~el lo s rú ’na-dimensión^religi o sa;~y esto se~da~e n~l o -más~prosaioo co m o 'e n l o m á sT^lEm n e ."taiTtó érTlá: ;es fe ra ,p f ivad are o m o ie trla p ú /Blica. M. Vegétti re c u e rd a u n a a n é c d o ta m uy significativa: unos foras­ teros q u e h an venido a visitar a H eráclito se detien e n ante la pu erta de su casa cu a n d o le ven ca le n tán d o se al fuego del hogar. Según Aristóteles, que intenta p ro b a r que tanto la observación de las es­ trellas y los m ov im iento s celestes c o m o el estudio de las cosas más hum ildes son ig ualm ente dignos, H eráclito habría invitado a pasar a sus h u é sp e d es diciéndoles: «tam bién ahí (en el hogar de la coci­ na) están los dioses» (De partibtts anim alium 1, 5, 645a). Sin em barg o . /lo reí i gioso ; a~fuerza d e -e star p resente e n l o d a o ca sió n,yjug ar, c o r rcTe 1Ti es g ó dejToX eñenni u n i u g a r ni u na forma de marñfestación re a lm e n te p r o p i o s / P o r esta razón no debería hablarse de «re ligión» a prop ósito del h o m b re griego si no es adop tan do las p r e ­ ca u cio n es y reservas q ue p a re c e n im p o n erse respecto de la noción de divinidad.

2 0 /Jc an -P ierre V e m a n t

Por lo que se refiere a la fe las cosas son aún más complicadas. 1-Joy día para nosotros la línea de dem arcación en el plano religio­ so, se sea creyente o no, es nítida. Form ar parte de una iglesia, ser practicante de m an era regular y c reer en un cu e rp o de verdades constituidas en un credo con valor de dogm a son los tres aspectos del com p ro m iso religioso. Nada de esto hay én Grecia;.no existe iglesia ni clero, ni tam poco hay dogm a alguno. La creencia en los dioses no puede pues to m a r la forma ni de pertenencia a u n a igle­ sia, ni de la aceptación de un conjunto de propuestas presentadas com o verdaderas y que, en su calidad de m ateria revelada, se sus­ traigan a la discusión y la crítica. El hecho de «creer» en los dioses p o r parte del griego no se sitúa en un plano prop iam en te in telec­ tual, no intenta c rear un co no cim iento de lo divino, ni tiene n in ­ gún c a rác te r doctrinal. En este sentido el terren p está libre para que se desarrollen, al m argen de la religión y sin conflicto abierto con ella, formas de búsq ued a y reflexión cuyo fin será p re c is a m e n ­ te establecer un saber y alcanzar la verdad en cuanto que tal. El griego, p o r tanto, no se en c u en tra, en un m o m e n to u otro, en situación de te n e r que elegir en tre c reen c ia y descreim iento. C u an ­ do se h on ra a los dioses conform e a las más sólidas tradiciones y cu a n d o se tiene confianza en la eficacia del culto p racticado p o r sus antepasados y p o r todos los m iem b ros de su com unidad, el fiel p u ed e m anifestar una credu lid ad extrem a, com o el supersticioso ridiculizado p o r Teofrasto, o bien m ostrar un p rudente escepticis­ mo, co m o Protágoras, que considera im posible saber si los dioses existen o no y que, tocante a ellos, no se pu ede c o n o c e r nada, o bien m a n te n e r u n a co m pleta incredulidad, co m o Critias, que sos­ tiene que los dioses han sido inventados p ara te n e r som etidos a los hom bres. Pero la incredulidad ta m p o co es d escreim iento, en el sentido que un cristiano pued e d ar a este térm ino. P o n e r en tela de ^juicio, d en tro de un plano intelectual, la existencia de los dioses no I ch oca fro ntalm ente con la pietas griega, con intención de a r r u in a r ­ la, en lo que ésta tiene de esencial. No pod em o s im ag inar a Critias absteniéndose de p artic ip a r en las cerem o n ias de culto o n e g á n d o ­ se a h a c e r sacrificios c u a n d o fuera necesario. ¿Se trata quizá de hi­ pocresía? Hay que c o m p re n d e r que, a l rser la religión inseparable de la vida cívica, excluirse equivaldría a colocarse al m arg e n de la sociedad, a dejar de ser lo que se es. Sin em bargo, hay p erso nas que se sienten extrañas a la religión cívica y ajenas a la polis; su actitud no depende del m ayor o m e n o r grado de incredulidad o de escepti­ cismo, muy al contrario, su fe y su im plicación en m ovim ientos ^ sectarios con vocación mística, com o el orfismo, es lo que las con| vierte en religiosa y social m en te m arginadas. 1 Pero ya es hora de a b o rd a r otro de los tem as que antes a n u n c ia ­

El h o m b r e g rieg o /2 I

ba: el m undo. Además de estar «lleno de dioses», según la célebre frase, ya se discutía eso c u a n d o nos o c u p á b a m o s de lo divino. Un m u n d o en el q ue lo divino está implícito en cada una de sus partes, así c o m o en su unidad y en su o rd e n a m ie n to general. No porq ue el cre a d o r esté envuelto en lo q ue ha sacado de la nada y que, fuera y lejos de él, lleva su sello, sino p o r el m o do directo e íntim o de u n a p re sen cia divina extendida allá p o r d o n d e aparezca u n a de sus m a ­ nifestaciones. La physis — té rm in o que trad u c im o s p o r «naturaleza» cuando , según Aristóteles, decim os q u e los filósofos de la escuela de Mileto fueron los p rim ero s, en el siglo vi a.C., en a c o m e t e r u n a historia p e n physeós, u n a investigación sob re la n atu raleza— esta physisnaturaleza tiene p o co en c o m ú n con el objeto de nuestras ciencias naturales o de la física. La physis es co n sid erad a u n a p o ten cia a n i­ m ada y viva p o rq u e hace c r e c e r a las plantas, desplazarse a los s e ­ res vivos y m o v er a los astros p o r sus órbitas celestes. Para el «físi­ co» Tales incluso las cosas inanim adas, c o m o una piedra, partici­ p an de la psykhé q u e es a la vez soplo y alm a, m ientras que para n o ­ sotros el p rim e ro de estos térm in o s posee u n a co n n o ta c ió n «física» y el seg u n d o «espiritual». Animada, inspirada, viva, la naturaleza está p o r su d in am ism o ce rca de lo divino, y p o r su an im ac ió n ce rc a de lo que n osotros m ism os som os en tanto que hom bres. Por to m a r la expresión que utiliza Aristóteles a propósito del fen ó m e n o de los sueños, la natu raleza es p ro p ia m e n te dciimoriía «dem oníaca» (De divinatione per so m n iu m 2, 463b 12-15); y c o m o en el corazón de cada h o m b re el a lm a es u n daímón, un d e m o n io o «démon», entre lo divino, físico y h u m a n o existe algo m ás q ue continuidad;, un p a ­ re n tesco, u n a con natu ralidad. El m u n d o es tan bello c o m o u n dios. A p artir de finales del siglo vi el té rm in o em p lea d o p ara d esignar al universo en su co n jun to es el de kósmos; en los textos m ás antiguos esta palabra se aplica a lo que está bien o rd e n a d o y regulado, tiene el valor de o rn a m e n to que presta gracia y belleza a aqu ello q u e adorna. Unido en su d iver­ s id a d , p e r m a n e n te a través del paso del tiem po, arm o n io so en el en garce de las p artes que lo c o m p o n e n , el m u n d o es c o m o u n a joya m aravillosa, u n a o b ra de arte, un objeto precioso sem ejan te a uno de esos agáhnata (estatua, estela o exvoto) cuya p erfec ció n les p e r ­ m itía servir de ofren d a a un dios en el recinto de su santuario. El h o m b r e c o n te m p la y a d m ira este gran se r vivo que es el m u n ­ do en su integridad y del que él m ism o form a parte. De en tra d a este universo se d es c u b re e im p o n e al h o m b re en su irrefutable reali­ dad c o m o un dato previo, a n t e r i o r a toda experien cia posible. Para c o n o c e r el m u n d o el h o m b re no p u e d e p o n e rs e a sí m ism o c o m o p u n to de partida de su p ropio cam ino, c o m o si p ara llegar a las co-

2 2 /J c a n -P ic i'i e V e m a n l

sas tuviera que p asa r p o r la con c ie n cia que ten em o s de ellas. El in und o al que a p u n ta n u e s tro sab e r no se recoge «en nu estro espí­ ritu». Nada más alejado de la c u ltu ra g n e g a q ue el cogito cartesia­ no, el «yo pienso» p u esto c o m o co n dició n y fu n d a m e n to de todo c o n o c im ie n to del m u n d o , de u no m ism o y de dios, o que la c o n c e p ­ ción leibniziana según la cual cada individuo es una m ó n ad a aisla­ da, sin p u erta s ni ventanas, que co ntien e en sí misma, c o m o la sala c e rra d a de un cine, todo el d esarrollo de la película q ue c u e n ta su existencia. P ara q u e el m u n d o p u ed a s e r ap reh en d id o p o r el h o m ­ bre aquél no p u ed e estar so m etido a esta tra s m u ta c ió n que haría de él un h e c h o de consciencia. R ep re sen tarse el m u n d o no consiste en hac erlo p re sen te en n u e s tro pensam iento . Es n uestro p e n s a ­ m iento el que form a p arle del m u n d o y el que está p re sen te en el m und o. Eliio m breip .erten ece al'muñdoTCon7élTqucresta ém p arentadp^y^aj q ue~conQceJpl>TCT^sonancia7o~c on n ive n c ia; ¿LSTcseric iarde 1 jihpñTl5Té “o r ig i n ai*iam en te-, -es^u n_estar_e n 'e 1r n u rieló. Si esle m u n d o le fuera extraño, c o m o s u p o n e m o s hoy, si fuera un p u ro objeto h e ­ d i ó de extensión y m ovim iento, op uesto a un sujeto h e c h o de ju i­ cio y pen sa m ie n to , el h o m b re sólo podría efectivam ente c o m u n i ­ carse con él asim ilánd olo a su p rop ia consciencia. Sin em bargo, p a f a ^ l Í 1om bre-griegoel-m undo~no'esrestcTrñivéfsoexteriórcogÍficadoTsepar a d o d e l h o m b re p o r la-barrera infran queable quejdistin^ fgü^l ájfna ler i a d e j e s p íritu rl o fis ic o d e 'l o.psíq ii i cor El h o m b re “se*ha v 11 a- en ~u n ajre 1a c ió n d c 4 ñ t i m a c o t n ú n i d á B c o n- e f u Hi versoIalTi m a do fportjueToSoOe_áta ‘á'ésteV. Un ejem plo p ara h a c e r e n te n d e r m e jo r lo que G érard Sim ón de­ n o m in a «un estilo de p re s e n c ia en el m u n d o y de pre sen cia en sí que no p o d e m o s c o m p r e n d e r sin u n serio esfuerzo de distanciación m etód ica, q u e exige u n a v erd ad era restitución arq u e o ló g i­ c a » 1. Voy a re ferirm e a la vista y la visión. E n~laTcu ltu r a-griegarel hgclTorcle^ver»^ocupa"un J u gar;privilegiado. Hasta tal p u n to se le valora q ue o c u p a u n a posición sin igual en la e c o n o m ía de las c a p a ­ cidades hu m an as. En cierto sentido, el h o m b re es, en su naturaleza m ism a, m irada. Y esto p o r dos razones, a m b as decisivas. En p rim e r lugar, v e r y s a b e r so mla~mismaxosa;lsi idein «ver» y eidénai « saber» son dos form as de un m ism o verbo, si eidos «apariencia», «aspecto visible» significa tam b ién «ca rác te r propio»» «forma in teligible», es p o r q u c 'e l'c o n o c im ie n to se interpreta'y exp rcsá^áT ta ves Títa,\era an te to ^ o -é lI á H ^ ^ é I^ m im s tr a r^ b ie n is u 73t/co5r s u ^ r o p i e jdáclrlo que nosotros llam am o s la eco n o m ía , es d ec ir el conjunto de fe n ó m e n o s relativos a la p ro d u c c ió n y cam bio de bienes m ateria­ les, no había adquirido e n tre los antiguos griegos la a u to n o m ía que la ca racteriza en el m u n d o m o d e rn o a p a itir del siglo xvm. Como señala K a rl;Polanyi, Ia~ecqnomía7estal5^to^^íá^w^¿fe’s/ñ'e^,^estores7 integrad ajeirT1o~gqci a 1"y, 1ÓZpól íticó. Es p re c is a m e n te esto lo que hace peligrosa la tarea del histo­ ria d o r que in ten ta situar al h o m b re griego en un contexto e c o n ó ­ m ico y descub rir, tras el hom o politicus a los filósofos, y (ras el ho m o oec o n o m icu s al que pro du c ía , cam biaba, gestionaba o inclu­ so especu lab a con la intención, p a ra unos, de ac u m u la r bienes y fortuna, y para otros, de aseg urarse el sustento cotidiano. Este in­ tento es arriesgado no sólo p o rq u e las fuentes disponibles son frag m e n ta ría s y no nos perm iten r e c o n s tru ir con exactitud las difcren35

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tes actividades ec o nóm ic as que caracterizaban al m u n d o de las ciudades griegas. Sobre todo porquerlosrgriegos, al no se p a ra r estas actividades de lo que constituía todo un m odo de vida del que ellos, con su diversidad, eran parte integrante, nunca sintieron la nec esi­ dad de describirlas. Antes bien, .sfeTáplicarorrai ]a;descripción-de-la LfíXica3 ctividad-qué"con la g u e r ra y;la política, les parecía digna de ;GrTHombre I ib re; el trabaj o_dé 1a t ie rna. Y si, com o se verá, d isp o n e­ mos de algunas inform aciones más precisas sobre dó |T ló sipeq u é ñ ó s i ) fi c io?T n a s.^Pequ e ñ o s oficios ejercidos p o r ciu d adano s pobres, por/m etecos o por-esclavos,¿como ese p e rfu m e ro q u e tenía su tienda en el agora y"Hel que se habla en el discurso de H ipérides Contra Atenógenes. Distinguir u n h o m b re libre de u n esclavo no era fácil al ves*7 Cir de m a n e r a similar, c o m o nota el au to r an ó n im o de la Constitu­ ción de los atenienses. T o m an d o la expresión de Jen o fo n te ¿los que» , e r ^ ciirdadaños'cñcdiT traban'tiem po p ara «ócupárse_de,la ciudad y d ^ s u s~aTnÍKoá»? En este p u n to las o p inio nes de los historiadores varían. Háy que~admiíir p b r s ú p ü e s tó qu e~participaban tam b ién en’*' la-vida d e la ciudad, al m en o s c o m o iriiem bros.de la asamblea,apor­ qu e si no no se c o m p re n d e ría n las críticas de los adversarios de la d e m o cracia , ni ta m p o c o la observación que hace S ócrates al joven C árm ides cu a n d o d u d ab a si to m a r la p alab ra an te la asamblea: «¿Quiénes son los q ue te intim idan? B ataneros, zapateros, c a r p in ­ teros, h erreros, labriegos, tenderos, traficantes que sólo piensan en ven d e r c a ro lo q u e co m p ra n barato; p o rq u e todos esos tipos son los que c o m p o n e n la asam b lea popular.» C onviene darse cu e n ta de q ue en esta e n u m e ra c ió n , los ca m pe sino s ap a re c e n citados en m e ­ dio de u n co nju n to de artesano s y co m ercian tes. Y hay q ue r e c o r ­ d ar que Aristóteles p refería la d e m o c ra c ia ca m p e sin a p o rq u e los agricultores, al estar re tenidos p o r sus labores cotidianas, fre c u e n ­ taban m e n o s las asambleas. Esta d e m o c ra c ia rural, en el án im o del filósofo, era e v id en te­ m en te op u esta a la d e m o c ra c ia ateniense, a u n q u e Aristóteles, c u a n d o generaliza sobre la d em o c ra c ia radical, no m e n c io n e a Ate­ nas. ¿Pero p o d em o s h a c e r lo m ism o y a p lica r el m odelo ateniense a otras ciudades c o m o Corinto, Megara, Mileto o Siracusa?/Las fuen? tes arcju_eológicasindican que existió r e a lm e n te u n a actividad a r te ­ sa n al-im portante en n u m e ro s a s c iu d a d e s m a rítim á s ^ P e ro la m ay o ­ ría de las veces es obligado re c o n o c e r n u e stro d esc o n o cim ie n to so bre la e s tru c tu r a de estas actividades y sobre el estatus social de los que a ellas se d edicaban. S abem os que C orinto exportaba vasos, que Siracusa era famosa p o r la calidad de sus m o n ed as y Mileto p o r la de sus telas finas. P od em o s p u es p e n s a r que en estas ciudades y^ en otras m ás existiría un arte san ad o c o m p a ra b le con el de Atenas, pero nos faltan in form acion es de las fuentes literarias y epigráficas que es, p re cisam en te, lo que si a b u n d a p ara Atenas. U n icam ente c o n o c e m o s u n po co m ejo r las co nstn ac cio n es públicas gracias a las inscripciones. Estas nos d escub ren, en to das las grandes obras,

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co nd icio nes de trabajo análogas a las q ue se e n c u e n tra n en Atenas para los trabajos en la Acrópolis o en Eleusis, lo cual no debe s o r­ p re n d e r si ten em o s en cu e n ta q ue frec u e n te m e n te los equipos y las cuadrillas se desplazaban de u n a o b ra a otra, incluso tam bién los artistas, individualm ente. P ensem o s en Fidias, que trabajó en O lim ­ pia, o en los viajes de Praxíteles en el siglo iv. El h o m b re griego es así tam bién un artesano...Y corno tal goza, c o m o b ien lo ha d e m o s tra d o P ierre Vidal-Naquet, 6 e u ñ .estatu s am biguo. Gomo".poseedor de u n a , tékjiné;,se h ace;in disp en sab le pará ^l i b e ra r^ a . 1o s ;h o m 'b re s ,de l a .d u re 7.a ,p í opi a. d e : 1a ; n a t u ra Ieza. P ero c o m o se e n c ie rra .p re c is a m e n te ,en eso, no p u ed e a c c e d e r a una tckhné sup erio r com o es la tékhne politiqué. Sólo Prot.ágoi'as adm i­ tía q ue todos p odían p o s e e r la cien cia del político. No hay que olvi­ d a r q ue la teo ría d esa rro llad a p o r el filósofo de Abdera era sobre la que se fundaba la d em o cracia , en cuyo seno, corno repite el S ó c ra ­ tes de Jeno fon te, atié s a n o s y c o m e rc ia n te s c o m p artía n jun to con los ca m p e sin os el p o d e r de decisión en las asambleas. Todo esto nos co n d u c e al térc e f,a sp e c to de la actividad e c o n ó ­ m ica del h o m b re griego: la actividad com ercial; Sobre este punto, los debates e n tre los m o d e rn o s lian sido de gran envergad ura, y tam b ién sob re él nuestr a in form ación no ha dejado de crecer, a tra ­ vés de los p rog resos de la investigación, arq ueo lóg ica fu n d a m e n ­ talm ente. Que desd é m uy te m p r a n o h u b o in terc am b io s en el m und o rgriego lo d e m u e s tra la difusjón m ism a d e ,la cerám ica .;D esd e époCji m icénica, vasos fabricados en el co n tin e n te griego llegaban y a Italia m eridional y a O riente. El h u n d im ie n to de los palacios nTicéñicóS puso fin a esté tráfico fy cu a n d o se h abla de los c o m e r c ia n ­ tes en los p o e m a s h o m éric o s, se trata sob re todo de fenicios o de esos m isteriosos tafios de los q u e se h abla en la O d ís e a /E n el m u n ­ do ^é^lós h éro es, c o m o re c o rd ó Finley, los in te rc a m b io s r é v e lá n y so b re ;iódó .practicas de regalo y contra-regaio^algDysfjéno ai;co; :iri ere i¿^ p ro p ia m e n te dicho.^Sin em b a rg o Hesíodo en Trabajos y días evoca las n av eg acio nes de su padre, e m p ujado p o r la n ec esi­ dad de s u r c a r los m a re s en u n a «negra nave» p a ra ir a b u s c a r un b e ­ neficio m ás o m e n o s alea to rio p ara a c a b a r in stalánd ose en Ascra. El c o m e r c io por- m a r (emporíé) nos lo p re sen ta el p oeta c o m o un r e m e d io p ara e s c a p a r de «las d eu d a s y el h a m b re am arga», co m o un r e c u rs o q ue aú n p u ed e p r o c u r a r un beneficio (kérdos), a c o n d i­ ción de t e n e r la p re c a u c ió n de n aveg ar sólo d u ra n te los c in c u e n ta días — en p le n o v e r a n o — en q ue el m a r no es d em asia d o peligroso. Es evidente, p o r lo tanto, q ue desde e [ siglo_vin los griegos p artici­ p a r o n en el d e s p e r ta r dé los in te rc a m b io s en el M editerráneo*A quí* Conviene, e vi den te m e n te .-recordar, lo q u e tradicional m e n te se.eni* t i e ñ d é ‘po^r'corómzáción, el a s e n ta m ie n to de griegos e n ;las orillas

El h o m b r e y la e c o n o m í a / 5 l

septen trio n a l y oriental.del Mediterráné®. Es inútil volver sobre el falso p ro b le m a del origen com ercial o agrario de estas «colonias». Se ha hablado ya de \a s te n o k h ó n á ‘ es decir, la falta de tierras que .obligo ajAná pafterde los m iem b ro s "de la co m u n id ad .urbana a lan­ zarse j a ' la :búsqueda,Tpo r :hiar;.de n u e v a s ' tierras?¡Pero adem ás de;> que estas^expedicio nes, organizadas a m en u d o por la ciudad con la a p ro b ació n y los consejos del clero délfico, ‘S uponían un-,mínimo^ de cpnociitiientos*maritim os 7 la d im ensión com ercial no podía cíP fia r a u se n te^ P ór.u rrlad ó/g e-tiataba de consegu ir d eterm in adas m a­ te r i a s p rim as de las:que lo sg rie g o s e s c a s e a b a n : hierro~y "estaño en p r im é r/lugarjyPor.otro?él estab lecim ien to de griegos en el sur de ¿Ita lia ,^ e n la s x o s ta s id e la G a lia ó lá P enínsu la Ibérica o en Siria y a orillas déF P oh to Euxinp, ñó p u d ó pór-m enos de p ro d u c ir un desarrp 11o de inte rea mbi os: q u e ^ n o p o r ^ d a r s e é n t r é c iú ciad es m a d re s y* ciudades_'hijas,'era m e n o r? L as excavaciones r ealizadas por los a r­ queólogos en Pitecusas (Ischia) han d em o strado la im portancia de las factorías m etalúrgicas do nd e se transform aba el mineral iñipo rtado s e g u ra m e n te de Etruria. La fundación de Marsella a c o m ie n ­ zos del siglo vi a.C. en un em plazam iento que, evidentem ente, no daba acceso a ricas tierras de cultivo, p ero que sí era la desem boca d u ra natural de ríos de la Galia p o r d o n d e llegaría el estaño de las m isteriosas islas Casitérides, es bastante significativo desde este p u n to de vista. C om o tam bién es significativa la instalación, desde el siglo vil de u na factoría griega en Náucratis, en Egipto, lugar en el que los c o m ercian tes llegados de Grecia o de las ciudades grie­ gas de Asia M enor podían ad q u irir el trigo del valle del Nilo para re ­ vend erlo en las ciudades del Egeo. AunquerlaiexisLencia-de.unxom ercio m arítim o griego en epoca a r c a i c a e s i u n :fenóm enoii ncu es t ióñabl éT'sü bs is t en ■dos " p ro b le m a s '. im p o i t aiHes::quiénes~fticron los p io rn o to res y qué lugar ocupaba © ib a~a o c u p a r 1a m o ríe d a.e n es te com ercio ? Lo p rim ero ha suscitado respuestas a m e n u d o contradictorias. Para algunos, y el ejem plo que h em o s visto del p ad re de H esíodo p u ed e ser una buena ilustra­ ción, e h e o m e rc io eraiu n rasu n to de m arginados, cam pesinos agó-^ biados-por las 4 euda_s, hijos m e n o re s excluidos de la h erencia faníi- 1 Manque, al no p o d e r vivir del p ro d u c to de una propiedad familiar, se e c h ab an al m ar con la esperanza de o b te n e r algunas ganancias / v e n d ien d o caro lo que se habían p ro c u ra d o a un precio ventajoso. > P ara p i r o s e n c a m b i p t y aquí otra vez p u e d e traerse a colación a Hcstodo c u a n d o invita a Perses a hacerse a la m ar p ara dar salida a los exced en tes de su cosecha, c o m e r c ia r im plicaba p o r una parte e s ta r en posesión .de un b a rc o y, p o r otra, de u n a carga que intercambiar» P or csa razón los p rim e ro s «com erciantes» sólo podían ser los que os ten taban re lipüdér-ert ■Ias ciudades, p e r s o n a s q u e : vivieran a fin

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tientpo_de las rentas de sus tierras y de los beneficios.que les asegu? raba ja p o sib ilid a d de dispo n e r d e excedentespSe cita al respecto al h erm a n o de Safo, la poetisa, que navegaba p o r cuenta propia y que frecuenlaba la colonia de Náucratis, el caso de los foceos que c o ­ m erciaban utilizando las rápidas naves p en tecón to ros que los lle­ vaban hasta las costas de la Península ib é ri c a . En algún as c ki da des, costeras de Asia Menor, en Mileto, Halicarnaso, Focea, en algunas islas del Egeo c o m o Sainos, Quíos o Egina d ebió xx ^stirjjna aristo^ cracia m ercantil, surgida-de Ja-aristo'cracia d é l o s p ro p ieta rio s j e - * rm tenientes, :pero Lmás aven turera y m ás .preocupada p o r .realizarnegoc ioszarriesgándosc a-navegar. < Quizá no sea necesario ten er que elegir entre estas dos im áge­ nes del com ercian te griego de época arcaica. El com ercio, cuyo c a ­ rá cter aventúrel o no se puede por m enos de señalar, pu d o haberse ejercido.lan ío p o r parte de propietarios ricos y poderosos co m o p o r.p a rte de m arginados im p ulsad os.po r la necesidad. Debido a que la navegación estaba som etida al capricho de los vientos y tem ­ pestades, lo mismo podía constituir u n a fuente de beneficios que acarreai' la ruina de los que se aventuraban. La historia, narrad a po r Heródoto, de Coleo de Sainos que, desviado por una tem pestad cu a n d o iba a Egipto, seg uram ente para p ro c u ra rse trigo, y que fue a parai', después de un increíble periplo, a las costas de Andalucía, puede que sea im aginaria, pero refleja muy bien los peligros de este co m ercio a la ventura y sus incertidum bres, así co m o la condición su m a m e n te variada de los que a él se dedicaban. Se c o m p re n d e así có m o es imposible d ar una respuesta definitiva al segundo p ro b le ­ m a del que antes se ha hablado, el del lugar que ocupaba la circ u la ­ ción m o netaria en los intercam bios. Se sabe que lo in trin c a d o .d e suTelieve, los in terc am b io s p o r vía te rre s tre e ran re lativ am ente limitados. S ie m p re e ra m ás fácil e m b a r c a r las m e r ­ cancías, incluso p ara un trayecto corto, y to m a r.la vía m arítim a. Los in terc am b io s, escasos de u n a ciu d ad a otra, eran p o r el co n tra rio frecuen tes en el in te rio r del te rrito rio de u n a m ism a ciudad, es

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d cc ir e n tre la ciudad y el cam p o. Los cam p e sin o s de la khór.a a c u ­ dían a la ciud ad p ara v e n d e r los ex ceden tes de q ue podían d ispon er para ad q u irir lo que so la m e n te el arte san ad o u rb a n o podía o fre c e r­ les. Así, Aristófanes se b u rla de la m a d re de Eurípides p o rq u e iba al m e rc a d o a v e n d e r perejil de su huerto. Pero, ju n to a los pequeño s cam p e sin o s que se desplazaban p ara a c u d ir al m ercad o, o que e n ­ viaban a su m u je r o a un esclavo, había tam bién en el ágora vended o re s Tprolesionales, los kápéloi' ridiculizados en las com edias de Aristófanes y q u e p ro c ed ían ev id en te m e n te de las capas más p o ­ bres de la población. T am bién en este caso co n c u rría n ciu dad an os y extranjeros, estos ú ltim o s co n frecu e n cia eran m etec o s instala­ dos de m od o p e r m a n e n te en Atenas. De seguir crey end o a Aristófa­ nes, e n tre los kápéloi tam b ién había m ujeres, v end edo ras de cintas, per-fumes, flor es, etc. A veces estas mujer es, c o m o la m adre de un personaje del corpus de D em óstenes, se veían obligadas, bien por m iseria, bien por- la au se n c ia de un m arido retenido lejos p o r la gu erra, a actividades co n sid erad as p o co dignas p ara u na m ujer li* bre. Este cu a d ro de las actividades ec o n ó m ic a s del h o m b re griego, lim itado ese n c ia lm e n te a! ejem p lo q u e nos su m in istra Atenas, q u e ­ da r ía in c o m p le to si no nos refiriéram os, p a ra term in ar, a u n a a c ti­ vidad c o m o la pesca, q ue no e n tra ni en el a rte san ad o ni en el c o ­ m ercio . D e sg racia d am en te es m uy p o co lo que sabem os de los pes­ cad ores, que d e b iero n ser- m u c h o s en u n a tierra tan volcada al mar. Sólo sa b e m o s q u e Hábía~pesquéfíás im p o rta n te s en algunas zonas del m u n d o g rieg o ^ co m o la región del P on to Euxino, de d o n d e p r o ­ c e d ía n ingentes c a n tid a d es de salazón. Sin em b a rg o ignoram o s to d o re s p e c to de la o rg anización de la actividad p esqu era, de la que sólo cabe s u p o n e r q ue te n d ría e ñ í g e n e r a L u ñ c a r á c t e r artesaftáUfe individual.* Este a p r e s u ra d o re p aso de las actividades e c o n ó m ic a s del h o m ­ b r e griego c o n f ir m a la validez del m o d elo ela b o ra d o p o r el gran h is to ria d o r inglés Moses Finley en su libro sob re la e c o n o m ía a n ti­ gua. Sin e m b a r g o c o n v ie n e p re g u n ta rse aho ra sobre la p e r m a n e n ­ cia en el tie m p o de este m o delo. Efectivam ente, en m u ch as ocasio ­ nes p a r e c e q ue él siglo iv? p re s e n ta d o fre c u e n te m e n te c o m o un siglo de crisis y declive,-jo cual es cierto a nivel político en ciudades c o m o E sp arta o Atenas, p re s e n ta rs i no tr a n s fo rm acio n es reales en las m a n ife sta cio n es de la vida e c o n ó m ic a , p o r lo m e n o s Una valori-* ¿ació n m á s efectiva de los p ro b le m a s p lan tea d o s p o r la p ro d u c c ió n y el in te rc a m b io de bien es Ì Ya h em os alud ido a diferentes tratados de J e n o f o n te c o m o el E co n ó m ic o o Sobre las ratitas, a los q ue h a­ b ría q ue a ñ a d ir el seg u n d o libro del E co n ó m ic o atrib uid o a Aristó­ teles. Desde luego el p r im e r o de estos tratados, p re s e n ta d o en for-

El h o m b r e y In c c o n o n i í a / 5 9

nía de un diálogo socrático, es p rim o rd ia lm e n te un m anual de c o n ­ sejos para uso del perfecto h o m b re honrado. Pero la preocu pación p ó reorganizar, d e ;m a n e ra racional la adm inistración del. patrim o ­ nio, .con u n a especialización de los esclavos para tareas concretas, refleja u n a m entalidad nueva, el;deseo de ^producir, más ..y, mejor. Igualm ente, a u n q u e el tratado Sobre las rentas tiene com o finali­ dad el sueño u tópico de ase g u rar a cada ateniense su trióbolo coti­ diano con el alquiler, m ediante un óbolo diario, p o r h om bre, de un n ú m e ro de esclavos triple del de ciudadanos, no obstante se p ro p o ­ ne una revalorización de la m in ería a cargo de la propia ciudad, d estinada a a u m e n ta r la p ro d u c c ió n de plata, la cual Jenofonte o b ­ serva que pu ed e a u m e n ta rs e el volum en de forma ilimitada. En este sentido nos su m inistra u n a indicación que sencillam ente reve­ la sentido co m ú n , pero que al m ism o tiem po expresa una p e rc e p ­ ción realista y nueva de los fe n ó m e n o s económ icos. Pro po ne a u ­ m e n ta r el n ú m e ro de esclavos p ara trabajar en las minas y, c o n se­ c u e n te m e n te , la cantidad de m inera! extraído e indica: Con los m ineros no pasa com o con los trabajadores del cobrc. Si el nú­ mero de éstos aumenta, los trabajos del cobre se devalúan y los obreros de­ jan su oficio. Lo m ism o ocurre con los obreros del hierro. Y hasta sucede lo m ism o cuando el trigo y el vino abundan, el precio de estos productos baja v el cultivo no rinde nada; por eso m uchos abandonan el trabajo de la tierra y se dedican al com ercio al por mayor y al por m enor o a la usura. Por el con ­ trario, cuanto más mineral se descubre y más abundante es la plata, a más trabajadores atrae la mina. (4, 6.)

Este texto es interesante p o rq u e revela a la vez nuevas p re o c u ­ pac io n e s p o r p arte de los teóricos y tam bién los límites de su p en sa­ m ien to ec o n ó m ic o . Jen o fo n te co n o c e la ley de la oferta y la d e m a n ­ da y las esp e cu lacio nes que implica. Pero no se pregu nta p o r qué esta ley no es válida p a ra la plata. Asimismo, el céle b re pasaje de la Ciropedia sobre la división de los oficios en las grandes ciudades d e m u e s tra m ás u n a c o n c e p c ió n cualitativa de la p ro d u c ció n que un a a p re ciac ió n de las leyes del m erc ad o . Y sin em bargo estas le­ yes nos son ignoradas del todo, ya q u e esta división se pone en rela­ ción co n la dem anda. En c u a n to al Económ ico, un tratado de es­ cuela aristotélica tran sm itido de m a n e r a com puesta, el m ayor inte­ rés reside en el segu n d o libro, no sólo p o rq u e nos sum inistra una serie de an é cd o tas sobre las mil y u n a m an eras de p ro c u rarse r e n ­ tas, sino p o rq u e la no ció n de oikono w ía se amplía de la ciudad al re in o y p o rq u e las estratagem as fiscales que la ilustran no c o rre s ­ p o n d e n ya a la gestión de un oíkos. ¿Acaso esta p resencia más realista de los hechos relativos a e c o ­ nom ía, los escritos teó ricos — los análisis aristotélicos sobre el oii-

6 0/C laud e Mussé

gen de la m o ned a y sob re la crem atística van en la m ism a d ire c ­ ción— , indica un cam bio de m entalidades en lo que se refiere a los protagonistas económ icos? ¿De qué amplitud? Hay que se r p r u d e n ­ tes en la respuesta porque, com o parece, se sitúa a diversos niveles. En p rim er lugar — y natu ra lm e n te esto con cierne una vez más a Atenas— parece claro que ¡se ha re n u n ciad o definitivamente a:ese m o do de apropiación de bienes que rem on ta a la noche de los tie m ­ pos, es d e c ir l a explotación de los más débiles. A ten a s'p riv ad a d« su imperio,-se ve p o r ello privada de los ingresos que sacaba en for> ma-de tributos y costas de justicia,-sin c o n tar con las ti erras confisP cadas a lós aliados más reacios. Como señalan Isocrates y Je n o fo n ­ te, Aténas^sólo pued e ya vivir de la explotación de sus aliados. .Ne­ cesita encojU rar _enr ellaj:m ism a. los ¡r e c u r s o s .necesarios p ara el buen fu ncionam ientó dé las instituciones. El siglo iv ve, pues, d esa­ rrollarse en Atenas un principio de organización.'fiscal y se in c re ­ m enta la exacción sobre los m ás ricos. Gomo :no_cabe.pensar que éstos redujeran su m o d o de.vida tradicional — muy al contrario, el lujo privado, si h acem o s caso a las fuentes literarias y tam bién a los testimonios arqueológicos, no deja de afianzarse— hay_que_pensar nec esaria m e nte eñ e n c o n tr a r nuevas fuentes de ingresos. Una de ellas^esreL préstam o m arít imo con intereses usurarios^ 'Pero ésto 1 implica la disponibilidad d e d i n e r o líquido, es decir de excedentes,* Dicho de otra forma, au n q u e no se co nceptualice la relación en tre crecim iento de la p ro d u c ció n y crecim ien to de las rentas, au n q u e se piense p rim ero en a u m e n ta r el n ú m e ro de esclavos más que en perfeccion ar las técnicas de p ro d u c ció n , en la p ráctica se te rm in a por p ro d u c ir más .Desde luego hay que evitar la generalización a partir de indicaciones fragmentarias. Pero én él te rc e r.c u a rto del> siglo iv se da lin indúdable despertar.de_la industria minera? E n c o n ­ tram os ¿uñ;desarrollo no m enos real de las actividades del p u erto del Pireo; que obliga a la ciudad a c o n c e d e r u na m ayor aten c ió n a los asuntos co m erciales y a pre ver un pro c ed im ie n to m ás rápido para las cuestiones relativas al empórion. Y aún hay algo m ás signi­ ficativo, la im po rtan cia crecien te de las m agistraturas financieras y el papel que están llamados a d e s e m p e ñ a r al frente de la ciudad los «técnicos» en m ateria financiera com o Calístrato, Eubulo y sobre todo Licurgo, en cargado de la dioíkésis, es d ec ir de la ad m in is tra ­ ción de toda la ciudad, v erdad ero a d m in istrad o r que no dudab a en llevar ante los tribunales a los co n cesio narios de m inas no h o n r a ­ dos o im prudentes. T am bién hay^que m e n c io n a r el re p ro ch e repe^ tido por.los oradores.de.la segunda m itad de ese_s_iglo: el c r e c i e n t e » desinterés de los ciudadanos p o r los asuntos de la ciudad que va p a­ r e jo . con n in a ;m a y o r.p reocu p ac ió n .,p o rJo s kasuntos >p riv a d o s »(la* ndia)? S eg u ra m e n te ese re p ro c h e p o d í a :hacerse a Ios-ciudadanos*

l£l h o m b r e y la e c o n o m i a / 6 1

m ás p ob res que, con la p é rd id a deLim perio y de las cleruquías, se habían visto-privados de las n u m ero sa s ventajas que antes recibían en form a de pagas; de botín o:de asignaciones de tierras; esta gente en lo sucesivo tenía que esforzarse p o r vivir con su escaso peculio y con algunas de las distribuciones del teórico (tó thedrikón), o sea el subsidio que se otorgaba con ocasión de los festivales dram á tic o s y que se convirtió, según dice Demóstenes, en u n a especie de ayuda e c o n ó m ic a p ara los m ás indigentes. Pero "ese re p ro c h e tam b ién se^ dirige a los ricos', más p re o cu p ad o s p o r g an a r d in ero que p o r in te r­ venir en los debates políticos, convertidos cad a vez más en algo propio de profesionales del discurso o de técnicos en cuestion es m ilitares o en finanzas. En relación con todo esto disp onem os de un a fuente preciosa, el teatro de M enandro. re p resen ta n te de la c o ­ m edia nueva, discípulo de la escuela peripatética, cuya a c m é se si­ túa en los dos últim os d ecenios del siglo iv, c u a n d o Atenas, vencida y co n tro la d a p o r u n a guarnición m acedon ia, había dejado de o c u ­ p a r el p r i m e r plano en el Egeo. En las c om edias de M ena n d ro nun-\ ca ap a re c e la m e n o r alusión a los a c o n te cim ie n to s políticos. Los j héroes que saca a escen a son jóvenes ricos, en fren tad os con sus pa- j dres que se indignan p o r su vida disoluta y las intrigas s e n tim e n ta ­ les en las que se involucran. Estos «burgueses» obligados a viajar con frecu e n cia por sus negocios y co n cuyo regreso, a m en ud o, se ; u rd e la acción. Suelen t e n e r esclavos, ricas m an sion es y, c u a n d o al , final de la o b ra todo se so lu cio na con la boda tan ansiada, se m ovili­ za a todos los sirvientes, se llam a a un co c in e ro famoso p a ra p re p a ­ ra r los b a n q u e te s nupciales. Estam os lejos del m u n d o c a m p e sin o vivaracho y a ltam en te politizado de Aristófanes. C uando a veces se' m e n c io n a a los p obres — n o rm a lm e n te c a m p e s in o s— están en uní segundo p lan o a no ser que se d es c u b ra que son de un origen dis- ¡ tinguido. Se afirm a c o n s ta n te m e n te la im p o rta n c ia del dinero, de) la riqueza q u e p erm ite a los jóvenes m a n te n e r c o rte san as y a éstas ' c o m p r a r su libertad. Por su p uesto hay que evitar ver en el «pueblo • de M enandro» u n a im agen exacta de la realidad social co n tem po - j ránea. Sin em bargo , esto no quita q ue se perfílen los rasgos de u n a ¡ sociedad nueva, distinta, y que será la de la ép o c a helenística. ! S eríarex agerado y ; aven tu rad o , decir^quej el: h o m b re griego, se» convirtió a finales del siglo iy_en un hom o o e c o n o m ic u s ..Pero p u e ­ de afirmarse- sin d u d a r d e m a s ia d o ^ q u e no__es_exactaménte el zóofí* pólitikón^C[\xe Aristóteles in ten tab a en-.vano hacer. r e n a c e r 7*Por s u ­ puesto, el m u n d o griego, p a rc ia lm e n te som etid o, es todavía esen^ ciálm en te un_mundo constituid o p o r ciudades, d o n d e la vida politir ca subsiste sólo d e .m a n e r a formaLrMas las co nq uistas de Alejandro a b rie ro n a los griegos un m u n d o in m e n s o q u e h a b r á n de a d m in is ­ tra r bajo la égida de los s o b eran o s m ac e d o n io s q u e se re p a rtie ro n

6 2 / C l a u d e Muss¿

los despojos. A unque hay qu e evitar aplicar a la ec o n o m ía helenísti­ ca la am plitud de d esarro llo que Rostovtzeff creyó descubrir, ello no quita qu e se c re a ra e n to n c e s u n au téntico m e rc a d o m e d ite rrá ­ neo que supuso un a u m e n to de la p ro d u c c ió n y un desarrollo de las técnicas si no de p ro d u c c ió n , p o r lo m en o s sí adm inistrativas y fi­ nancieras. Pero los griegos que ad m in istran las finanzas de los re ­ yes lágidas o seléucidas nada tienen en co m ú n , salvo la lengua con que se expresan así c o m o algunas prácticas religiosas, con los a te ­ n ienses o espa rtano s de las Term opilas. El h o m b re griego deja así paso al h o m b re helenístico.

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Capítulo segundo

EL MILITAR Yvon Garlan

Heracles disparando, figura de mármol de Egina (frontón oriental). Primer cuarto del siglo v

púierra^yrpal El"hombreTgriegorestÜvoTsegüramente:habituadoia™la;gueiTaT.y füeaHe 1úsBelicoso.tEsto p u e d e d em o strarse sin dificultad y de di­ versas m aneras. En la m edid a en que nuestra d o cu m e n ta c ió n lo perm ita, se p o d rá contabilizar la frecu encia de las guerras para p e r­ catarse, p o r ejem plo, que la'At'énas'CIasica"se?dedicó’a l a “gucrraidos a n o s ’Tdéucací aitre ¿b?s in^d is frutar :n u nc ¡a~d e r\ a ~pa7.rdur.an te"diez"añqs seguidos; a:l o"que :hay:qu e!añadirda:in’seguridad*cró n ic a;pr o vo cad a* porvd ifé rén t^fo í^as'-m á^T gT m eño^lég áles^eW io len c ia:e n -1ie rra-y» müchcnfrrás:aún’por:m ai^(actos de represalia, d e rech o de naufra­ gio, pirate ría privada, sem ipú blic a o de ca rá c te r francam ente esta­ tal) Ar.qu eo ló gi c a m e n te ih a b i ánclo^h'abráxq u e xrecoi da i ¿pá ralelam e n t^ la s ’fo rtific acio n esx o sto sam ente-levantadas a lre d e d o r de:l©s pón_cipale5;centrosyde:rcsidóncia".y:de:,poder(tratando dé im aginar lo que re p re se n ta b a a n tig u am en te el hec h o de vivir en u n a ciudad «cerrada»), y btras de diversa índole que se e n c o n tra b a n en el c a m ­ po (torres dei vigilancia y p ara habitar, puestos de control, refu­ gios), sinTolvidar 2querla':gran-mayoTíaHde^monunientos-J;yjobras:deiíi arte~que7omaban"los:grande'Oantüafios-yrlas;plazas:públicas:exaji ofrendas^!eTvencedores> ta jld e u m e n ta c ió n :e p ig rá fic a :d e m o str ará e 1~c a r á ct ex^t e m p^ora l;y-p.rec a npjd e -1o s-ti-at ad os-p o r J o s -que,se-poní a finTaTlasTh o s tilidad es-d u rantetp.eriodosTlimitadosiaTcincoTrdiezto^ trcinta añosr.com o si l a’paz'se si nti e r a d e"entradacom oalgo'débilru se :c o nc ibierarc orno iunaTespecie'de"p rol ¡£>ngación~de m na :t reguá? Sólo a los historiadores griegos la g u e rra les parece verdadera67

6 8/Y v on Carian

m ente un asunto digno de m em oria. La g uerra p ro c u ra el tem a unificador de sus obras (las Guerras Médicas para H eródoto, la G uerra del Peloponeso para Tucídides, el im perialism o ro m a n o para Polibio) o regula, p o r lo m enos, sus relatos de los acontecim ientos. En> la existencia cotidiana, la guerra es una preo cu p ac ió n constante* para dos ciudadanos:-participar, en ella'es una obligación que, en, A tenas,*c o m p r e n d í a ,desde l o s .diecinueve .hasta,los cin cu e n ta nueve años de edad?(en el ejército activo hasta los c u a re n ta y n u e ­ ve, luego se pasaba a la reserva); decidir sobre la g u erra constituye' en^cualquier sitio4a1atrib’u c i ó n m í n i m a 'd e las asam bleas popula* resv Laim po sición del m odelo g u errero se co nform a a todos los ni­ veles y e n todos los terrenos:,en la vida familiar, en las p intu ras de los vasos áticos do nde aparece la imagen del soldado, es la-figura central en to rn o a la cual se organizan las relaciones internas del oíkos; e n l a vida reiigiosaplas divinidades del Olimpo están d o ta d a s , cada.una de u n a función militar,específica; en t á v i d a m o r a l, el.va* lor.de un h o m b re de.bien (agathós), su.are/'ér-consiste an te todo e n T el valor.razonado que manifiesta tanto en su fuero interno c o m o lu~> c han do co ntra laspasio nes m ezquinas o com o en el ca m p o de b a ta ­ lla d on de le.aguarda.la «herm osa m uerte», lo único co n.un signifir fcadó social. > A pesar de su activism o guerrero, el.hom bre griego sin em bargo no p uede definirse co m o un hom o militaris s\ se entiende p o r ello u na persona que gusta de la violencia p o r la violencia, indiferente­ m ente de las formas que revista y de los objetivos que se p e r­ sigan. j La g uerra civil (stásis) que o pon e e n tre sí a los m iem b ro s de u na ; m ism a com u n id ad política, concebida a imagen de la familia, se i con sideraba u n á n im e m e n te c o m o desastrosa e ignominiosa. Sólo : se valoraba la gu erra (potemos) interco m unitaria, y no de u n a ma¡' ñera incondicional. La g uerra desen fren ada y salvaje, la de los lo} bos, se con sideraba desde luego c o m o u n a transgresión escandalo| sa (hybris) de las n o rm as de convivencia, dicho de otra forma, de ¡ justicia, que los h o m bres debían de re sp etar tanto e n tre ellos corno / respecto de los dioses. P or el contrario, r4ac^ Como en él càso 'dè 'los esclavos o los m etec ó s(-"él aprendizaje p recoz pretend ía-separar de sus coetáneos a los hijos de ciud ad a­ nos p ob re sp ara:, vincularlos ^inm ediatam ente a unim iindo adulto* sin :atravesar o ’atravesando :soló de fo rm a lim itad a.un itinerario gradual de integración en él tejido social, político y militar.».De esto estaba exenta u n a ciudad c o m o Esparta,"que delegaba íntegram e n te sus actividad es 1ab orales a los ilotas y,periecos. P e ro ,p o r-lo ge­ n eral; el aprerfdizaje de estas actividades no estaba incluido d en tro •deja paicleíá y de\ proceso que co ndu cía a c ó n vertirse en h o m b r e é Es útil re c o rd a r que el térm ino paidiá, «juego», form ado a partir de la palabra país «niño», era a n tó n im o de sponde, «actividad seria de adultos», y no de térm inos que designaban actividades laborales. La habilidad del peq u e ñ o Fidípides para c o n stru ir casitas, barcos y carretillas estaba co nsiderada p o r su p a d re en la parodia de las N u ­ bes de Aristófanes c o m o un buen indicio de sus aptitudes p ara reci­ bir u na educación s u p erio r y de sus aptitudes p ara convertirse en un buen artesano. En Las leyes en cam bio, Platón consideró a este tipo de juegos c o m o una im itación de las actividades artesanales que se ejercitarían ya co m o adultos y com o una p re para ció n a d e ­ cuada para ellas. Pero, a su juicio, esto tenía muy po co que ver con la paideía: no p o r casualidad en Las leyes actividades agrícolas y a r­ tesanales eran dejadas p o r en tero en m anos de los esclavos y de los extranjeros. Según Plutarco, ningún joven de b u en a familia debió envidiar a Fidias. Sólo en época helenística está d o c u m e n ta d a en el : curriculum educativo la presencia del dibujo, pero no hay que penisar en un ad iestram iento con fines profesionales. Contenidos y m é ­ todos dé las artes podían ser,objeto de co n o c im ie n to tam bién por parte“deTaquelíos qué rió las iban a ejercer: Asi o cu rría en él caso d e » la:medicina? co nsiderad a p o r Platón y Aristóteles co m o digna de conocerse, pero sólo para d a r juicios fundados ac e rc a de ella o para utilizarla desde el p u n to de vista teórico, m ás que para h a c e r ­ se un médico. E l s e x o ^ a ótro“factór-décisi'vó p ara d e te r m in a r quién podía ser c iudádan o líd u ìto"èn" se ri ti do pl en o : 1as m ujeres estaban excluidas. N atu ralm ente existían algunas excepciones, sobre todo en época helenística y fuera de Atenas;,en Ateñas; è ñ ‘g eñ e ra 1y efv particular, u n a -mujer\ estaba integrada en la ciudad no com o .ciud adana; sino c o m ó lTija 'oTmujéF-dérciudàdàno. S olam ente de época helenística se tiene noticia de alguna m u c h a c h a que se ocu p a p e rs o n alm e n te

H acerse hoinbrc/109

del con tra to de m atrim o n io con el futuro esposo, c u a n d o p o r lo ge­ neral esta tarea era asunto del p a d re o tu tor de la m u chac h a. Para la m ayor parte de las m u c h a c h a s griegas de co n d ició n libre e l convSrtirse en adultas era algo q ue estaba m a rc a d o p o r l a e t a p a decisr-,r ^va del' má t ri mo n i o; La diferencia de con dición que existía e n tre n i­ ños y niñas está bien expresada p o r u n a alternativa reflejada en Las Memorables de Jenofonte: ¿a^quién.confiar-á"los niños p equ eñ os p a r a ‘sérjed ucad os (pa ide ú s'ai} o a l á s 'h i j á s vírgenes p a r a s e r c u s t o diadasjfdtap/^v/dxaij?xAlaspírt?/éí5Tc o r re s p o n d ía 1enael caso de las m u jeresr 1a-cüstodi^, El términ~o «yjjSenl~Y/? flrihenos) aludía en prH m e r i u g a r ai estadq-que pr e cedía al m atrim o n io m ás que'a la ver da 1 d e r ^ p f ó p i a . i n t e g r i d a d físicas Una ley atribuida a Solón establecía j que si el pad re d escu bría que su hija m a n ten ía relaciones sexuales antes del m atrim o n io — y el signo inequívoco era el em b a ra z o — ésta dejaba de p e r te n e c e r a la familia y podía ser vendida. P ara ella se ce rra b a n las perspectivas de m atrim o n io , de ahí la im p o rtan cia de la custodia c o m o garantía de p reserv ación de las co n d icio n e s de acceso al m atrim onio. ¿Desdé sini'aci'm ientó'lás jó venes T ranscurrían 'gran aparte de su vida~e n ~casa7 co n fi adas g lo s.c ui dados d e sú m ad r e o esc 1a vas? El u r ­ banism o, crecien te a p a rtir de la c reac ió n de la polis — d o cu m en ta ble no antes de la seg und a m itad del siglo v n — d e te rm in ó un sen si­ ble desplazam iento de las actividades de la m ujer al in terio r de la casa, dejando a los h o m b res libertad de m ovim ientos en el exterior./SóIo~lá~s~mu jeres mjrs p o b re s estaban obligadas a salir de c a s i pá r a i r a b a j a r e n el c a m p o o d e d i c a r s é a v en d e r .l-En casa, las jóvenes ap ren d ían bien p ro n to las tareas d o m ésticas del hilado y la p r e p a - ; ración de la com ida. Tan sólo las festividades religiosas de la ciu- í dad eran u n a ocasión p a ra la salida, p ero no los simposios, vedados i a todas las m ujeres que no fueran cortesanas, danzarinas o flautis- : tas. Al co n tra rio de lo que o c u rría con los varones, estas festivida­ des de la Atenas clásica no co incidían con m o m e n to s de iniciación a la vida adulta para g rupos enteros de edad. La iniciación selleva-‘T ;ba a ~cabó^só 1ó p a r a ’g n ip o s restringidos de_ñiücháchás que e ra n es­ cogidas p ara re p re s e n ta r el itinerario de preparació n-al matrimo* ni o. Así, cada año, con ocasión de las Arre forjas, dos m u c h a c h a s e s ­ cogidas de no ble familia e n tre los siete y los o n ce añ os de edad d a ­ ban co m ienzo c e rc a de nueve m eses antes de la P anateneas a la confección del peplo que con tal ocasión será ofrecido a Atenea. La con fecc ió n del peplo p o r p arte de m u c h a c h a s está d o c u m e n ta d a tam bién en otros lugares, p o r ejem plo en Argos y en h o n o r de Hera; quizá tam b ién en Esparta las m u c h a c h a s tejían el quitón c o n ­ sagrado cada año a Apolo en las Jacintias. En los m eses que p re c e ­ dían a las P anateneas las dos m u c h a c h a s selec cion ada s llevaban un

1 10/Giiiscppe C a m b i a n o

régim en de vida especial y al final se despojaban de sus vestiduras y de sus collares de oro. LS s At'réfórias p asaban pòlis er,un a etapa de ¿paso e_iniciación: las m u c h a c h a s ap ren d ían el trabajo propio de la mujer, el hilado y el tejido, y se p re p a ra b a n p ara ser- esposas y m a ­ dres, asu m ien d o la tarea de llevar sob re la cabeza p o r la noche, d es­ de la acrópolis hasta un jardín d edicad o a Afrodila, un cesto cuyo co n ten id o debían ig n o rar y q u e era depositado en un lugar su b te ­ rr á n e o del que salían llevando otros objetos sagrados envueltos en un paño. En el cesto estaban el sim u la cro del niño Erictonio y la serpiente, que sim bolizaban la sexualidad y la g eneració n. ¿Entre m illares de m u c h a c h a s tan sóip d o s'e ran escogidas:Jo’ que antig ua­ m e n te ! ; o h st ituía quizá el paso colectivo de lodò u n g r u p ó de edad a ú n a hueva co n d ic ió n a Través de u n a fase dé segregación de la c o 4 müñi'dád y jde üñá^prüéba, x n 'é p g c a lz lás'ica'sé transfonfió en u n a j íT p reseñtación s im b ó líc a íT e n e m o s noticia de casos de sac erdo cio confiado a m u c h a c h a s en ed ad p re m a trim o n ia l en Arcadia y Calauria; las jóvenes de Locris estaban incluso obligadas a un servicio de ( p o r vida en el tem plo de Atenea. P e r o /pbiVIólgcnéraM aipaíticipaj cioñ ciel as m u c h a c h a s e n ritos" .vtareas. religiosas estaba .ligada.si mbqlícámcnté^a'l gi rcrdeci si vo d é .su^vida ;eñ ;re la c ió n con el ■m a t i i ' iTiioñid. Y.esto es l o q u e suce d ía t a m b i é h ’ervÀténas eTi-relációrTcoñ las ^ fie stá ^ B ra ü ro n ia s: algunas niñas de edades c o m p re n d id a s entre los c in co y los diez añ o s se d ebían c o n s a g ra r al serv icio de Artemis en el s a n tu ario de B ra u ró n , en las afueras de Atenas, p o r u n p e rio ­ do d es c o n o c id o p ara nosotros. En re c u e r d o de la osa p red ilecta de Artemis, q u e fue asesinad a c u a n d o iba a refugiarse en su tem plo, estas m u c h a c h a s eran llam adas «osas» y expiaban dicho sacrilegio co n su servicio. Al p ro pio tiem po, ellas re p re s e n ta b a n el re c o rrid o de la osa desd e u n a c o n d ic ió n salvaje, de la q ue se liberaban, p ara p re p a ra rs e a c o h a b ita r con el esposo e integ rar así la sexualidad en la cultura. P roce sion e s, danzas y c o ro s de m u c h a c h a s eran elem entos e senciales de m u c h a s festividades ciudadanas. En el siglo iv a.C. en la p ro c esió n de las P a n a tc n e a s cien m u c h a c h a s escogidas e n tre las familias m ás n o b les llevaban los aparejos p a ra el sacrificio. Pero p a ra un gran n ú m e r o de jóven es aten ie n ses la p articipación c o n ­ sistía quizá m ás en se r espectad o ra s de las festividades que p ro ta ­ gonistas. E ñ ¿la'A tenasxlásicá v n o 's ó ló en ella, no existían ,e scuelas para' ■! ri iñ as o m u c h a c h a s ad olese entes. -DeTslís madresT. viejas parie ntes o esciavajretlas p o d ía n o ír relatos de la tradición mítica, v in c u la d a s los ritos re lig io s o s lle v a d o s a c a b o p o r la ciudad, y de ellas p o d ía n ' quizá ta m b ié n a p r e n d e r a leer y éscribir.lP ero no debía estar muy

H ace rs e h o m b r e / 11 1

lejos de la co n c ep ció n difundida e n tre e! m u n do m asculino la sen ­ tencia expresada en algunos versos de Menandro: «¿enseñar a una m ujer a leer y a escribir? ¡qué e r ro r m ás grande! Es co m o alim entar con otro ven en o a u n a h orrible serpiente». Todavía'éiTépoca heje,ni s t i c a e l ^arfal fab etis m o ' p are ce ; m ás [difundido .entre las m u je re s q u é én t r e l o s h om bres, a ten ié n d o n o s al porcentaje de las m ujeres que re c u rría n a oíros p ara escribir. En Teos existía una escuela fre­ cu e n ta d a p o r alu m n o s de am bos sexos y en Pérgam o tenían lugar co m p eticio n es de recitación poética y de lectura p ara m uchachas, p ero no eran fenó m e n o s frecuentes e incluso la educación g im nás­ tica era p rerrog ativa ese n cialm ente m asculina. Lá^excepcióñ más> notori agestaba; consti tu i dà p o r , E sparta r do n dé ;1as ñ in a s , ta n .b ierf 1 ja li m en tad a s co m o J o s _niñ os ; en lugar dé ser adiestradas para tejery ,p r e p a r a r 1á coni i d a q u e s ie m p ré q u ed a ro n c o m o o cu pa cio n es se r­ vi lé¡Ty no propiás~de l a s m ü jeres, eran prep ara d as bien p ro n to para éjercitafse, d ésnud as y a la vista incluso dé los hom bres? énTla carr era a j u c h a ; e 1 lanzam ie nTo dé disco y él de jabalina.'No sabemos si fue este ejem plo espartano el q ue indujo a instituir en los juegos de Olimpia ca rre ras p edestres femeninas, si bien en días distintos de aquellos de los g ran des juegos. S egún Pausanias en estas c a rre ­ ras p articipaban tres grupos de edad distintos y no sabem os si en ellas to m ab an p arte tam b ién m u c h a c h a s atenienses. ¡Todavía m ás Faro y difícil èra para-las jóVéiies ad q u irir una iiisit ru cc iórTs u p e r io r >. U ñ a 'é x c e pcióñ e s e li c a s o -de vía hetera Aspasia1, próxiñfa a Pericl'es y significativam ènfè u ña extranjera, no uña ciu­ dadana; es ig u alm ente u na-excepción d círculojde Safo en Lesbos a.conííerizos-dehsigló-vi á.C. 7 »del que no existen paralelos d o c u ­ m en tad o s paria la Grecia clásica e n tre los siglos v y iv. Se trataba de u n a asociaciófi cultural en la que m u ch ac h as de Lesbos y tam bién de ciud ades de la costa jón ica se ejercitaban en la danza y el canto, ap re n d ía n a to c a r la lira y a p artic ip a r en festividades religiosas y quizá en c e rtá m e n e s de belleza, adq u irie n d o las cualidades re q u e ­ ridas p a ra m a trim o n io s co n personajes nobles. Ésto p arece c o n firmarvla:m ay o r l iberta d de la que_debieron gozar, las m u c h a c h a s d e» no b ^ jfa m ilia en la ép o c a arcaica en re la ció n c o n la tan caracterísT tica segrega’c ^ónixle4a Atenas, clásica. En dicho círculo se d e sa rro ­ llaban tam b ién vínculos h o m o eró ticos, que p ara la Esparta del si­ glo vil a.C. están d o c u m e n ta d o s en los p arlem os de Alemán, pero ello no im plica que allí se efectuase tam b ién una educació n sexual p re m a trim o n ial. E ñ la vida de las.mu ch ach as griegas de con dición libre el m atri­ m o n io era el decisivo ritual de paso. Con el m aírim on io .la mujer, m ás q u e el h o m b re ¿realizaba u n ca m b io radical de situacióñíCon? ¿vertirse en ad u lta y !ño ser.ya púrthéuos coincidía p a r a ella con eh

112/Giuse ppe C a m b ian o

se r esposa y rnadre de futuros ciudadanos varones? Al c o n tr a n o quecos varones, lásh em b ra V p ó r lo general no p e r m a n e c ía n d u r a n ­ te. m uch o tiem poien casa dél padre, sino que sé casaban p ro n to , a m enudo-antes dé los dieciséis anos, y con ho m b res al m e n o s diez áños mayores que ellas.:La p ro m esa de m atrim on io tenía lug ar to ­ davía an te s fp a ra l a h e rm a n a de Demóstenes, hacia los c inco años. La ley de Gortina, en Creta, fijaba el inicio de la e|dad núbil en los doce años. La diferencia de edad no contribuía a p o ten cia r los vínculos afectivos e i n t e l e c t u a l e s en tre los esposos. Jen ofonte atri­ buyó la ausencia de ed ucació n en las m ujeres a la edad p recoz en la que se casaban. Para c o m p re n d e r las c a r a c t e r í s t i c a s d e s m a t r i m o ­ nio ateniense h a y / q u e _ r e c b r d a F que era un contra t o e n t r e d ó s h o m ­ b re s ” el padre o tutor y el futuro m á r i d o a r a las mujeres, p o r el contrario, significaba sustancialm ente la transferencia de la casa del padre a la del marido, significaba ir de la segregación existente en l a p rim e ra a la segregación en la segunda, y de lá tutela del u n o a la del otro en cada transacción jurídica. En Egipto, que aJos ojos de H eró doto y de Sófocles se presentaba c o m o la antítesis p o r ex c e­ lencia del m u n d o griego, eran, p o r el contrario, las mujeres las que salían de casa en busca de alimento, m ientras que los h o m bres se q uedaban tejiendo. La futura esposa s e p re p a ra b a para e l día de la boda ofreciendo a Artemis sus juegos infantiles y c o rtándo se el pelo, señal de su ab a n d o n o de la adolescencia. En Trezén c o n sa g ra­ ban tam bién su cin turó n a Atenea Apaturia. E n i a víspera de la bo da los futuros esposos se purificaban p ara la c o n c e pción de u ñ i proíe excelente, y el p ad re de la novia ofrecía u n “sacrificio a Zeus, Herá,'Artemis, Afrodita y PeitÓl La ceremonia"* própiameñtéBicha^co'nceííida com o itinerario dé la m u c h a c h a des-"¿ de 1a^casa del pádr.e a l a d é l m arido, confirm aba-que la verdadera protagonista.dérrituál de_paso y cam bio de estado era precisamervJ* t e ’la rn’u jér^El com ienzo consistía en un b an q u e te en casa del p a ­ dre, donde un m u c h ac h o pasaba entre los com ensales llevando pan y p ro n u n c ia n d o la frase: «han ahuyentado el mal, h an e n c o n ­ trado el bien». El p an sim bolizaba la transición de un régim en sal­ vaje a u no civilizado. Al b an q u e te asistía la m u c h a c h a cu bierta con un velo y rodeada de am igas y sólo al final m ostraba el rostro a los presentes. Después de cantos de h im eneo , libaciones y felicitacio­ nes, el cortejo n o c tu rn o a lu m b ra d o con an torchas ac o m p a ñ ab a a la m uchach a, que en ca rro llegaba a casa del esposo, en la que e n ­ traba llevando una criba de cebada, que prefiguraba su nueva acti­ vidad de p re p a ra d o ra de com ida. J u n to al hogar de la nueva casa ella recibía ofrendas de dulces y de higos secos, que sancionaban su integración en la casa. S ucesivam ente los dos esposos e n tra b a n en la cá m a ra nupcial, en cuya p u erta hacía guardia un am igo del

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m a n d o , y c o n su m a b a n el m atrim onio. En su p rop io desarrollo es­ pacial la c e re m o n ia nupcial aparecía com o un tránsito de casa a casa, m ás que del espacio privado de la casa al espacio am plio y p ú ­ blico de la ciudad: cón”sú m óbilidad, la~muchacha permitíanla insti­ tución d e ^ n T lá z o ie ñ tré dos familias^ J «El m atrim o n io es, p ara la m u chac h a, lo que la g uerra es para el joven» (Vernant). En una situación de guerras y am enazas c o n ti­ nuas de guerra, factor tam bién decisivo de p ro sp e rid ad o d e c a d e n ­ cia ec o n ó m ic a, la posesión de capacidades m ilitares era esencial. P ara ios:varonesyhijós de ciudadanos,"hacerse h o m b res significaba convertirse _Cñ'¡maridos 1y“p a d r e s f pe*ro sobre "todo co n vertirse en c iudad a nos -e r r co n diciones de d efen der "su p ro pia c iu d a d : y de / g ú ia rla 'pòli t ic ám é n ie . É a g ú e r r a y e l c o m b á te h o p lí t i c o , prietas las filas, ,fto^fàh-confìadòÌ7àÌ m é n o s h a s ta el siglo iv a.C', á un ejército p r o f ^ o n a l sirió á.ciúdádáños que-débiáñ m o stra r las m ism as dotes de firmeza y O l è n t i a" que 'c on sentían' regir, la ciud ad en tiem po de paz'. Estone rvía”p a r á todas 1as~c iúd ad es; p res c in d ie n d o dèi régim eñ aristocrático ó dem ocrático. P eró so bre tod o después de_su v i c t o s ria s o b re Atenas e ri .1a g u e rra del Peloponneso^ Esparta surgió a ojos* de varios in telectuales c ó m o moldé lo’de ciu dad capaz de p r e p a r a r 1 'fhéjor.'l.os jóven’esTparáTá’’guerra. Jen o fo n te atribuía esta s u p r e m a ­ cía al c a rá c te r público de la edu c ació n espartana, que sustraía la fo rm ación de los m u ch ac h o s a las c o m p ete n cias y al arbitrio de la familia. Los recién nacidos eran in m e d ia ta m e n te som etidos a la p ru e b a y tem p lad os p o r las nodrizas que los lavaban con vino y no con agua, p o rq u e los esferm izos h abría n tenido convulsiones. Las nodrizas y no las m ad re s p ro c ed ían a su crianza, sin envolver en p a ­ ñales, ac o s tu m b rá n d o lo s y u n a alim entación austera, a no te n e r c a ­ prich os y a no te m e r la o scurid ad y la soledad. UtT_cierto:grado de idealización ca racterizad os "cuadros de la ed u c a c ió n esp a rtan a di­ señ a d a p o r Jen ofo n te o P lutarco, p éro era in dud ab le q ue su finali­ dad yeraiei t r eforza mi eri t o y :él 'adiéstram ierito -físico desde l a .m ás fieYnafinfancia?El cam bio decisivo tenía lugar a p a rtir de los siete años, c u a n d o los varones eran reag ru p a d o s en esc u a d ro n e s o agélai — té rm in o que c o m ú n m e n t e designaba a los rebaños de a n im a ­ les n ecesitados de guía— , ac o s tu m b ra d o s a la vida en co m ú n hiera de casa y sujetos a la agogè, al a d iestra m ie n to p ara co n se g u ir disci­ plina, o b ed ien c ia y com batividad. Estaban sólo exentos los h e r e d e ­ ros del tro n o , p ero se re c o rd a b a q ue Agesilao se había som etido a to d o e s to p ara a p r e n d e r tam b ién él a o b ed e cer. S o m e terse a la agogé ca p acitab a p a r a con ve rtirse en hom oioi o «semejantes», es decir, ciu d ad a n o s- d e - p le n o :d e re c h o , exentos de toda actividad laborSl. Dé la agogá estaban p o r su puesto excluidos ilotas y periecos:-los ni­ ños eran ra su rad o s y a c o s tu m b ra d o s a c a m in a r descalzos; a los

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doce años se po n ían u na vestim enta idéntica p ara todas las estacio­ nes del año y d o rm ían sob re jergo nes de cañas cortadas con sus propias manos. En las G im nopedias, fiestas ce le b rad a s en pleno ve­ rano, realizaban ejercicios en eí ágora, d esnud os bajo un so! a b ra ­ sador. Recibían ig u alm en te u n a alim en tació n escasa, para adies­ trarlos a p ro c u rá rs e la co n astucia, ro bando sin se r descubiertos, pues en caso c o n tra río eran fustigados. jbajSfréclieñciá-se aflquiría> p^rjm ejicTd (Tu ñ~si st e má~~de pre m ios y castigos:~en ca d a-u na-de-las a fases ~de~5ü~fotlITac ió n~el ~joven ^es t abaTs ie mp t e som etí d'cnalrm an do dc-álg u i j r ñ i ñ í a y ó r ^ e r ^ ici o íí:libre v-no de esclavp; coíñOJéra c ^ i m r s i g n ó ^ 'l a c t o O l é ! e s te c a m b i ó . Ellos Tío im p artían enseñan za re g u la r y c o n tin u a d a en un lugar estable, sino q ue iban de ciudad en ciu d ad p ro n u n c ia n d o d iscu rso s d em ostrativo s p ara c a p ta r a lu m n o s e im p a rtie n d o curso s de clases, so b re todo para a p r e n d e r a h a b la r en p úb lico de un m o d o convincente.íS ü^tratab^rentgran parte ó le u n a ;en'señáñ7.ávfo rm a l'q ue po n í a~erPévi d cncia;las!d ife re n cias-de-len gu aje -fi gu ras^retóri e a s ^ é s f i1oTpercyqu e n o -re ch az aba ^el api i c a rre s tosic ó ño ci mi enfosca 1I r a t a m i erft crd e~t e m a s p o l íti cosTTét ieos iy>rel igi oSósid !PSnterés 1génefál?TJ 1 ip ias de Elide se m ostrab a a te n to tam b ién a los c o n te n id o s de las disciplinas especiales, de la a s tro n o m ía a la m ate m á tic a , que p re c is a m e n te en aquella épo ca iba e s t m e t u r á n d o s e y a s u m ie n d o form a de m an ual con la o b ra de H ip ó c ra te s de Quíos. ISjensenanza~de"los-sofistas^era-privada-y se ifnpartía:previo pagó: De h ec h o , sólo p od ía s e r seguida p o r los jó v e­ nes de las familias m á s pudientes: ísü3objetíyo'cóñsistíaTeserfciáls rnéntereñ" 1alf or-niacibTTrclé~eüt^es^e^gobiernoTiLcjs jóvenes, sobre todo, se veían e x tra o rd in a ria m e n te a traíd os p o r ello.íLa éfvseñariza

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dé"los”sofistas-podía parece r-pre cipita tia lín rel^iónT^oñ^la^i&tin^ ,c ión~trad ic it?ñal~cie"1os~d c I5e res p rop ios d e 1as disfOntas e tapas "de Ia >v icla~humáha^. pues^arTticipabsTa 1a3edad“jüven iI¿élTaprendizaje'yjel'* ejercjcip'deIjsáBeKKablar?que de H o m ero en adelante venía siendo co nsiderado c o m o pro pio —jun to a la valentía en la g u e rra — del h o m b re h ec h o y derecho , si no del anciano: y el principio de la ve­ jez era m o m e n to cu lm en p a ra la atribución del p od er en todas las ciudades griegas. /El*iOXCh7d_el5íalíñteltodoladi^estrarse p a ra 'c o m b a (ti n r e ls abeFKatil ar, ve ñ i a c on e rti'em po.'con lá~experi e n e ia rb a -e n se--* ñ a n za-d e i os~so fi s tá ^ p areCí 37c n ~ca m b icr q u ere r q u^m arj? t a p as. Los descalabros y la d erro ta de Atenas en la guerra del P eloponeso c o n ­ tribuían a debilitar la autoridad de las generaciones más viejas y de los canales p edagógicos tradicionales sobre los que aquéllas se h a­ bían c im en tad o p a ra h a c e r q ue los hijos fueran sem ejantes a los p a ­ dres. Un típico tem a de deb ate en la segunda m itad del siglo v a.C. era si de m alos padres po dían n a c e r hijos m ejores y viceversa. El en fre n ta m ie n to de g en e rac io n e s es el tem a central de Las n u ­ bes de Aristófanes. Aquí, S ócrates ap a rec e asimilado a los sofistas, p o r ser capaz de e n s e ñ a r astro no m ía, geom etría o cosas divinas, p ero tam b ién de h a c e r objeciones y de h ac er p revalecer los arg u ­ m e n to s más débiles. Pero a diferencia de los sofistas itinerantes él era colo cad o en un «pensadero» situado en el terren o de la ciudad y p o r ello era a la vez m ás familiar y más peligroso. Por frecuentar sus clases el joven Fidípides podia p o n e r objeciones a su padre Estrepsíades: «de p e q u e ñ o tú m e pegabas, ¿ p o r q u é no puedo hacerlo yo a h o ra contigo? Tam bién yo he nacido libre». La^ed a d ->dejaba~de s e r^ im ¿ |í^ P rec isa m e nte en esta com edia Aristófanes expresaba el m o d o en el que los partidarios del tiem po pasado co n tra p o n ía n la antigu a paideía a la nueva a través de la a n ­ títesis e n tre el gim nasio y el agora. Lá*antigüWp'aideía-del :gim nasio^ gí m nicoituIsicalThací a á 1os muclfffClrosipudo rosos,-rpbustos-v-fie Ies as.trá d icloné si ella h abía h e c h o a los h o m b res que c o m b atie­ ro n en Maratón. L5~nueva;-cn;caTnffi o£ten~íá su-céntró~erTejTágora^y e r r l o^i5anos ,*q u e j e 11eñalfaTOl e ^ d o 1e s c e n te s ^ e ja n d o 'v a 'c ía s la?* pal es tras:-allí: ap re n d ía n no la m edida, sino a cultivar la lengua y a h ac erla crecejr hasta llegar a enfren tarse a los padres. En Las ranas Aristófanes im p u ta b a a E urípides la enseñanza de la charla, talia, que había vaciado las palestras, y en los Caballeros el salchichero señ a la b a en el ágora el lugar en q u e se educó, e n tre risas y un fo­ llón tal, q u e un ré to r le había pod ido p re d e c ir su futuro destino c o m o dem agogo. En el discurso Contra Alcíbíadcs de Andócídes a p a rec ía tam b ién la oposición e n tre gim nasios y tribunales, que se trad u c ía en la inversión de los d eb e re s de cada edad: los viejos c o m b atían y los jóvenes h ab lab a n al pueblo. El m odelo de esta iii-

12 8/Giusc ppc C a m b ia n o

versión estaba esbozado en Alcibíades, que aparecía tam bién en Tucídides corno cam p e ó n de la igualdad entre jóvenes y viejos, opuesto al viejo Nicias, con ocasión de la decisión sobre la expedi­ ción militar co ntra Siracusa, El retrato de Sócrates trazado p o r Aristófanes en Las nubes era tam bién avanzadilla de otro cam bio im portante. ,En la co m edia el viejo Estrepsíades está irón ica m e n te representadó en el acto de fre­ c u e n ta r el pensadero de Sócrates, Una de las diferencias m ás lla­ mativas en tre la figura del filósofo Sócrates y la de los sofistas — tal >y c o m o aparece sobre todo en Platón— consistía p recisam ente en el h e c h o de que la enseñanza filosófica era extendida tam bién a la ¡edad adulta y p rá cticam en te no tenía fin. La escuela filosófica que instituyó Platón en el siglo iv a.C., no en el ágora sino ce rca del g im ­ nasio de la Academia, no estaba basada en distinciones de edad. Un an tec ed en te de la misma, la c o m u n id ad de los pitagóricos de Crotona, dirigió sus preocupaciones tam bién a los adültos d istinguien­ do — sobre el m odelo de las iniciaciones religiosas a los m iste­ rios— dos niveles progresivos de iniciación en los contenidos cada vez más com plejos del saber. En los diálogos platónicos S ócrates es presentado sucesivam ente com o un joven, un adulto y un an cian o que está siem pre deseando ap render, de tal m od o que el citarista Cono, con quien él solía estar, ei a objeto de risas c o m o m aestro de viejos. Sócrates está, adem ás, rodeado de discípulos adultos, co m o el ya m adu ro Critón. En la Apología la actividad de Sócrates a p a re ­ ce co m o una suerte de paideía p e rm a n e n te para todas las edades y para todos los ciudadanos, dirigida a una co n tin u a m ejora del alma. Los acusadores de Sócrates, Meleto en la Apología y Anito en el Menón consideraban verdaderos ed uc ado re s de los jóvenes a los ciudad an os atenienses que se sentaban en la asamblea, el consejo o los tribunales. De ese m odo, p o r otra paite, en el Proíágoras el s o ­ fista tejía el elogio del aparato educativo ateniense. A u n a Atenas de escuela de d em o cracia y de justicia Platón oponía la tesis radical de que los m ism os ciudadanos atenienses, lejos de se r e d u c ad o re s d e ­ bían ser educados. La trasposición del m odelo de la dietética m é d i­ ca del c u e rp o al alm a perm itía a Platón co n c e b ir la filosofía co m o una técnica educativa de p rev ención y terapia indispensable para todas las edades. En la República las ciudades históricam en te existentes, Atenas en particular, ap arecían incluso c o m o co rru p to ra s de las n a tu ra le ­ zas dotadas de disposiciones filosóficas. Una verdad era ciudad, se­ gún Platón, debería ocuparse de la filosofia, al co n tra rio de lo que o curría de hecho. Según u n a con c ep ció n difusa — que Platón hace expresar a Calicles en el Gorgias y a Adimanto en la República— las discusiones filosóficas eran ad ecuadas para los m u ch ac h o s y no

H a c e rs e h o m b r e / 1 2 9

p ara los h o m b re s adultos. En u n m u c h a c h o podían c o n trib u ir a su paideía, p e ro a co n d ició n de que fueran luego abandonadas; en cam bio, en un ciu d ad a n o adulto o an ciano parecían indignas p o r ­ que lo inducían a situarse en los m árg enes de la ciudad y a c u c h i­ c h e a r en u na esq uin a con tres o c u a tro m uch ac h o s, en lugar de es­ tar en su centro, mésort, en el ágora, do nde los h o m b re s dan lo m e ­ jo r de si m ism os, es decir, en la realización de las tareas políticas. En efecto, la escuela filosófica aparecía, incluso ante el Platón de la ; República, c o m o u n lugar d o n d e p o n e rse a resgu ard o de la m ala ] e d u c a c ió n im p artid a p o r la ciudad y los sofistas, que no hacía otra j cosa m ás que re p la n te a r los valores d o m in an tes en ella y, p o r tan- ; to, p e r p e tu a r su enferm edad. T am b ién físicam ente las escuelas fi- j losóficas tuvieron p o r lo general sedes lejanas del c e n tro de la . ciudad. Invirtiendo el p u n to de vista co rrien te Platón excluía de la c iu ­ dad ju sta un aprendizaje p re co z de ia parte más com pleja de la filo­ sofía, la dialéctica, que hab ría podido se r usada — c o m o o cu rría con los sofistas— p ara c o n tra d e c ir y p o n e r en discusión los valores de la tradición; preveía c o m o edad ad e c u a d a para iniciar el estudio de la filosofía los trein ta años, después de h a b e r estudiado a m p lia ­ m e n te las disciplinas m atem áticas. Esto no significa que la Acade­ mia p latónica no adm itiese alu m n o s de edad inferior a los treinta años, sino que la Academ ia no estaba situada en u n a ciudad justa. T am b ién Aristóteles había sido c o n sc ie n te de un a disparidad de ni­ veles en las capacid ades de aprendizaje, re c o n o c ie n d o que los jóv e­ nes, si bien po d ían con facilidad con vertirse en b u en o s m a te m á ti­ cos, no estaban tan capacitados p a ra co n se g u ir la sabiduría capaz de g uiar en los asuntos de la vida o la c o m p e te n c ia en investigacio­ nes de filosofía de la naturaleza, pues en estos c a m p o s se nec esita­ b a m u c h a exp e rien cia en los detalles, experien cia que sólo el tie m ­ po podía p ro c u ra r. Es intere sa n te que los Caracteres de Teofrasto rid iculicen la figura del opsimathés, es decir, aquel q ue se p on e a a p r e n d e r m uy tarde, tam b ién se ridiculiza el «juvenilismo» en los adultos q u e q u ería n todavía h a c e r gim nasia, c o r r e r y d an z ar con los m u c h a c h o s p ero q ue callan p o r c o m p le to en lo que se refiere a la e n se ñ an za s u p e r io r y a la filosofía. ErTgeneral los filósofos anti_ ~i i « a t~M i . guos c o m p a r tie ro n s iem p re la conv icción ex presada p o r E p ic u ro , 1 s e g u n 'la /c ú á llnin g u n a redad es 'in a d e c u a d a p a r a o cu p a rse dé la salüd^del^álma^es d e c i r ^ p a r a ’filosofar. ¥ E n tre él sigl oüv y e í n r a ! c í la fi gura dél filósofo ti éndeT apresen­ tarse como, u n n uev o m o d eló de h o m b re , a veces en c o m p e te n c ia vCon'la im a g e n U r a d ic io n á ld e l ciudadan o. >Está:operación se hacía ' posible gracias a'la^inclusióTvidentro de este nu evo m o d elo y g ra­ cias a la trasposició n á otró p la ñ ó dé tas dotes que caracte rizab a n la-*"

13 0 / ( ji u s e p p e C a m b i a n o

m oral dél hoplila: resistencia, au to c o n tro l y co o peració n. En el Fe'dóñ Sócrates es re p resen ta d o seren o frente a la m u erte, sin ren egar de la filosofía, p re c is a m e n te c o m o el hoplita sabía afrontarla c o m ­ batien d o p o r la patria. La integración de ía m o ra l m ilitar d e n tro de la m oral filósóficá’ce le b ró su triunfo e ñ e l estoicism o, con la jig u ra ♦ dél sabio insensible á los sufrim ientos e inalterable fíente a los gol:pes“clé“:lá fortuna. Inclu so la función p ro c re a d o ra podía ser re ab ­ sorbida y trasp u e sta a otro nivel: en Platón se expresaba p o r m edio de la m etáfora del alm a grávida de sab e r e in ducida a d ar luz g ra­ cias a las hábiles p re g u n ta s filosóficas. La escuela filosofica.se c o n ­ vertía en el j ü g á r dé re p ro d u c c ió n y p e r p e tu a c ió n dé u n nuevo m o ­ d e l ó l e h o m b re A Platón, esto le perm itía re cu p erar, p o r m edio de su n oció n de érós en te n d id o c o m o v ehículo de ascenso filosófico y p o r tanto c o m o in s tru m e n to esencial p ara con vertirse en h o m b re, aquella relación e n tre ad ulto y joven constitutiva en el m u n d o grie­ go de la dim en sió n p edagógica de la relación hom osexual. Pero le p e rm itía tam bién no t e n e r q ue p o s e e r m ás u n a rígida distinción ra ­ dical de función e n tre los sexos. Tanto en la República c o m o en las Leyes varo nes y h e m b ra s atraviesan un co m ú n itinerario educativo p a ra llegar, ya c o m o adultos, a las m ism as funciones: esto era váli­ do no sólo p a ra la m úsica y la gim nasia, sino tam bién para el adies­ tra m ie n to m ilitar v el filosófico. En las Leves la diferencia destacable e n tre los dos sexos p a re c ía co nsistir en el h e c h o de que las m u ­ jere s se casaban al m en o s diez años antes que los h o m b re s y a c c e ­ dían a los ca rg os p ú blico s diez año s después que los ho m b res, h a ­ cia los c u a re n ta años. La p re s e n c ia de m u jeres está d o c u m e n ta d a p ara la Academ ia pla tó n ic a y p ara ia escuela de E picuro, ad e m á s de p ara los cínicos, p e r o es difícil afirm a r si ellas tam b ién e n s e ñ a b a n o escribían; de c u a lq u ie r m odo, se trata de casos raros. Pese a las d ec laracion es p lató n icas la filosofía siguió sicrídó siem p re en ú n a gfan p arte una* actividad rna scu liñ a . Aristóteles desactivó los aspectos m ás explosi­ vos de la p o lé m ic a p la tó n ic a c o n tra la ciudad h istó rica para lle g a r a se r h o m b re , es decir, b u e n c iu d a d a n o , y p ara p o d e r esta r habilitado p ara g o b e r n a r la ciu d ad n o es nec esario h a c erse filósofo. Esto no quita que ta m b ié n p ara Aristóteles la filosofía re p resen ta se el m e ­ j o r tipo de vida y q u e p a ra a c c e d e r a ella no fuese necesario se r c iu ­ d a d a n o y, p o r tanto, titu lar de los d e re c h o s y deb e res políticos de la ciu d ad en la q u e se d es a rro lla b a la actividad filosófica.{El apren dizaj é y" e 1 ej e reí ci o d é_1a fi 1oso fía e r á n .p le n a m e n té c om pátibi es ta m ­ bién c o n la c o n d ición de rnqtecó, c o m o era evidente en el caso de Aristóteles, o rig in ario d e Estagira, y de m u c h o s filósofos de la edad helenística, ven ido s de distintas ciudades del m u n d o griego p ara e s tu d ia r y luego e s tab le cerse y e n s e ñ a r en Atenas, volviendo a re ­

Hacer se h o m b r e / 1 3 1

c o r re r un itinerario q ue ya en el siglo v a.C. había llevado a Anaxa­ goras a trasladarse a Atenas desde su ciudad natal, Clazómenas.'Los> e s to ic o s l legaban ál p u n to He teorizar, so b ré ja ' com patibilidad del ejercicio d e T1á ’fi los o fia ’inc 1u s o con la condición de^esclavo. En m edio de esta variedad de presupuestos v de la instauración de las distintas co rrientes filosóficas, la filosofía sé d e c a n ta b a corno > lá vía m ás ad e cu ad a p ara c u m p lir el objetivo de hacerse hom bre.1' P é ro ’h a c e r s e 1h o m b re ya ño significaba sìm plernènte^cqnvértirse fen ciudadano. La ciudad no pocha seguir este im pulso que llevaba a la filosofía a hu ir de ella, ni la dicotom ía en tre llegar a ser ciud ad a­ no y llegar a ser filósofo. El p u n to cu lm in an te de esta fuga llegó con los cínicos, p ero a través de un cam bio radical en la imagen de la infancia. La m ayo r p arte de los filósofos, excluyendo a los cínicos, co m p artió la co n c ep ció n c o n i e n t e del niño com o ser privado de razón y de habla, co n c ep ció n am p liam en te d o c u m en ta d a desde H o m e ro hasta los ora d o res del siglo iv a.C. Precisam ente estas ca­ racterísticas del niño hac ía n p a rtic u la rm en te delicada su situación y hacían necesaria u n a interv e n ció n desde el principio, si se desea­ b a que llegara a la co n d ició n de h o m bre. Para Platón hacía falta, in­ cluso, u n a especie de gim nasia intrau terin a indirecta a través ele los m o vim ientos ejecutados p o r la m a d re y seguidam ente u n a vida tra n s c u rrid a no sólo en el claustro de la casa y formas de juego que im itasen y prefigurasen actividades y dotes de la vida adulta. Sólo la* ípuideía? incluso p a ra P la tó n , ^Jfu íjlalnó^i ÓTnd eTé 111e“('lóslespárt iatas )3rco incide **. ¿conTla.noción^le7IiBfes 7 y p o r tanto de ciu dadan os de pleno d e r e ­ cho (cfr. pp. 133 ss.). El/domin e:digad a~en^primeiv 1u g á r a ’lá-virtúd ^e'la^g uén a^se. apoya erí.'üh.nota? bl erb a s a rri e rft o^xlé!c 1a s e s7d e p é nd ie n t e s i(per i ecPs.ri lo t as)^ L¿x~po lat;i dá"d?l ib res/escl avos c o i n c i d é a qv^rí^eruEspa'ft tifie o n?l a -po 1a r-idad-é li ^ te/m asas. E n t r e J o s ~dos-«mu n do s (-los < s partia tas -yjl os^o t r.os i);:hay¿ u nl^duracléraTtens iórPTie~-ré láSés¿y-He ^r^za^que^se "Sien te -y-s e^vi-ve comp~una-auté n tie aTgu'erra: sim b ólicam ente, p e ro no tanto, los éforos espartanos «declaran la guerra» cada añ o a los hilotas, y jóvenes espartiatas h a c e n su aprendizaje c o m o g u e rre ro s d edicándo se al d e p o rte de la caza n o c tu rn a de los jlo ta s, cuya m u erte tiene ta m ­ bién — ade m á s del deseado efecto a te r r a d o r — su evidente signifi­ cad o ritual y sacrificial. El:c iu d a d a n o r e h e s p a r tía ta rc H n a c h o r debe ^aprende f.~sobre_todQia-.niatár. 14)

142/Lui:inno Canfora

A. H. M. Jo n es observó en u n a ocasión que los aristócratas ate­ nienses, incluso m anife sta n d o co n tin u a a d m ira ció n p o r el sistem a espartano (baste r e c o r d a r el n o m b re de Critias y tam bién de su so­ b rin o Platón), difícilm ente se h ab rían adaptado a una co m u nid ad así de ce rra d a y e s p iritu alm en te estéril. El p rim e r texto conservado de prosa ática, la Constitución de los atenienses, transm itido entre los o púsculos de Jen o fo n te (pero cie rta m e n te no escrita po r él), abre, p o r así decir, esta serie de tributos al ideal espartano. El a u to r lam enta, p o r ejem plo, el d u ro trato que se p uede infligir a los esc la­ vos en Esparta, del m ism o m o d o que auspicia un régim en político, la eun om ía («el bu en gobierno»), en el que el p ueblo ignorante e in ­ c o m p e te n te , y p o r tanto no legitim ado p ara d e s e m p e ñ a r el poder, sea «reducido a la esclavitud». Sin em bargo , en Atenas, este ideal, tan q uerid o para la aristo­ cracia (c u alq u ier cosa m en o s resignada y d esarm ada) no ha tenido n u n c a una realización co n c reta. O mejor, la ha tenido, y ha fra­ casado, en los dos p erio dos brevísim os de 41 1 y de 404-403, en el m o m e n to en que las d e rro tas m ilitares sufridas p o r Atenas en el largo conflicto con Esparta h iciero n p a r e c e r posible la instau ra­ ción tam bién en Atenas del «m odelo de Esparta». ¿Por qué este fra­ caso, si p u e d e hablarse de fracaso? P rec isa m e n te /éli'Sütorrd'c :1a* Coñsti'tiíclón^de IcTs líTéhtenses?a p esa r de q u e p o n e en.evidenciajel principal defecto de la d e m o c r a c ia (el acceso de. in com p eten les,a los cargos públicos),~no deja d e T e c o ñ ó c e r que en Atenas el p ueb lo deja a']l os j «se ñ o res» .l os -m as 'd elicado s c a rg o s :m i1i ta res n La a n s t o ci^c iá tatcniense', en realidad, sejha^adaptado (c o m o verem os, en páginas siguientes) ,ajJ_n sistem a-político - a b ie rto — la d e m o cracia asam b 1eísta^=^que.ha!coIocaclo e 1 p ro b le m a .c a p ita h d e la ciu d a d a 1 ¿nía so bré basesTiuevas.> E s ta g ris to c ra c iá ^ ia b íá c o fts e rv a d o , p o r tanto, en u n a situación po lítica m ás m ovida q ue la de Esparta, una:legitim ación p ara la di/rección del Estado, fiiñdádá'en-Ha’posesióh-^clé d ete rm in a d a s comp e t e n c ias 7(no sólo' bélicas) -y/en H ^ d u r a d e r a p re e m in e n c ia de sus p rop io s valores, s a n c io n a d a tam b ién por,el lenguaje político: sóphrosyíié, ad e m á s de «sabiduría» q u iere d ec ir «gobierno oligárquico» (Tucidides, VIII, 64, 5). En la E u ro p a del siglo xvm , hasta la R evolución F ran c esa e in­ cluso después, era fre cu e n te la asociación Rom a-Esparta. No esta­ ba to ta lm e n te infundada. Ya Polibio se la había planteado en té rm i­ nos de c o m p a r a c ió n co nstitu cio nal, y había intuido en el sistem a p olítico r o m a n o un equilibrio p erfec cio n ad o entre los poderes (cfr. pp. 153 ss.). A él no se le escapaba que la bisagra de ese equili­ b rio era u n a aristo cracia, c o in c id e n te con el ó rg a n o m ism o (el se­ nado) a tía ves del cual ejercía el poder.

El c i u d a d a n o / 1 4 3

No sin motivo será p re cisam en te esta aristocracia la protagonis­ ta de la experiencia política de la que se tratará en las siguientes p á ­ ginas. Si se quisiera e n c e rr a r en u n a fórmula la característica de se­ m ejante p re d o m in io duradero, p od ría indicarse la causa en la ca­ p acid ad de renovarse y de cooptar. En este terren o es p re cisam en ­ te la aristocracia m odelo, la espartana, la que se ha dem ostrado, c o m o p ru e b an los hechos, la de m e n o r am plitud de miras.

.Los griegos y los o tros «Entonces las ciudades no eran grandes, sino que el pueblo vi­ vía en el c a m p o ocup ad o en sus labores», éste es el cu a d ro socioe­ c o n ó m ic o en el q ue Aristóteles coloca la formación de las tiranías en el libro quinto de la Política (1305a 18). «Dada la m agnitud de la ciudad, no todos los ciudadan os se co nocían en tre ellos»: es uno de los factores m ateriales q ue Tucídides aduce para explicar el clima de sospechas y la dificultad de relaciones que se creó en Atenas en los días en los que se in cu b ab a el golpe de estado oligárquico de 411 a.C. (VIH, 66, 3). .La ciud ad a rcaica ejí p eq üéña, y ésto hace que la d e m o cra c ia directa;**es*clecir, la participación de todos los «ciu­ dadanos» en las decisiones, tenga^éxito necesariam ente. Un éxito que no se p u e d e con trastar, sobre todo desde que u na paite cada vez m ayor de «ciudadanos» (o aspirantes a tales) converge hacia el ág o ra y ya no p e r m a n e c e enclavada en el cam po, absorbida c o m ­ p le ta m e n te p o r el trabajo agrícola. Hasta ese m o m e n to , la situación es la descrita po r Aristóteles («el p ueblo vjvía en el ca m p o o c u p a d o en sus labores»), el e n fren ta­ m ien to p o r él p o d e r es p a trim o n io de algunos «señores». Estos se­ ño res tienen el privilegio de llevar las arm as y así ejercen la hege­ m onía: u n privilegio que p o d e m o s observar c o n c re ta m e n te en los ajuares funerarios de las tu m b as áticas (en tas antiguas tum bas de los d em o s de Afidna, Torico y Elcusis los nobles están sepultados co n las arm as, los villanos carec en de ellas). La sideroforía, el uso b á rb a ro de i r arm ado , «es signo de nobleza — escribió Gustave Glotz— que*el aristócrata p o rta hasta en la tumba». En esta fase arcaica, las formas de gob iern o d eterm ina das por la alte rn a n c ia en el p o d er de los s eñ o res — aristocracia, tiranía, «inte­ rregno» de un «mediador» (aisymnétés, diallaktes)— , a u n q u e estén ind icad as con d en o m in a c io n e s diferentes debidas con frecuencia al p u n to de vista del que escribe, son en realidad difíciles de distin­ guir un as de otras. Baste p e n s a r en el d even ir de la Lesbos de Alceo y en figuras c o m o la de Pitaco, diallaktes en la furiosa co ntienda e n ­ tre clan es aristocráticos, que es etiqu etad o p o r Alceo com o «tira­

144/Luciano Canfo ra

no», au nqu e haya sido después asum ido en e! em p íreo de los «siete sabios» junto a su ho m ólogo ateniense Solón. Aquellos que Alceo y los otros que co m o él etiqu etab an com o «tiranos» eran, según Arisf: tóteles, los que asum ían la «guía del pueblo» (prostátai toú démou). Estos gozaban — escribe Aristóteles en el pasaje antes citado— de la confianza del pueblo, y la «garantía» (pístis) de esta confianza era «el odio co n tra los ricos»: odio que — explica Aristóteles— tom aba cu e rp o p o r ejemplo en la m asacre de los anim ales de los ricos, sorj prendid os junto al río p o r el «tirano» Teágenes de Mégara, h o m b re j de confianza del pueblo. Por o tra parte, así era Pisístrato, que es 1 m e n cio n a d o p o r Aristóteles en el m ism o contexto. Pero la paralizadora fatiga en el cam po (askholía) dejó de serlo en un m o m e n to dado: gentuza que antes no co no cía justicia ni ley , — se lam enta Teognis (circa 540 a.C.)— y que se vestía con pieles 5 de cabra, afluye ahora a la ciudad y c u e n ta más que los propios n o ­ bles, reducidos a condiciones miserables. Antes —anota con la­ m entos Teognis— esa gentuza vivía fuera de la ciudad, o mejor, se­ gún la despreciativa expresión teognidea, «pacía» fuera de la c iu ­ dad. Ahora lian entrado y el rostro de la ciudad h a cam biado (I, 5356). Es evidente que el salto a u ña gestión directa de la c o m unidad^ ^la^dejnocrácia directa,'.nace p recisam ente entonces, con.; el.,;cre­ ndiente gravitar de los villanos d en tro del círculo urbano::conform e se aten úa la asklolía se p ro d u c e el salto a la dem ocracia. Ei fe n ó m e­ no es posible’p o r el hecho de que ja c o m u n id ad es p eq u e ñ a y la al­ ternativa al p o d er,perso nal está, p o r así decir, a m ano. No hay p o r qué fabular ac erc a de una innata inclinación de los griegos hacia la dem ocracia, incluso si, p ro bablem en te, los propios griegos han reivindicado tal m érito frente al gran universo q u e ellos llam ab an «bárbaro». En e l l é ñ t o p roceso d e constituir u n a «tendencia a la isonomía» én el m u n d o griégó entre los siglos vm y v álC. el hilo c o n d u c to r fue /já'‘afifm aeión de la-«presencia política» (C. Meier) p o r p arte de tor dos los irTdivTdüós eTTarmas y p o r tanto wciudadahos».^ ¡ La idealización de este m eca n ism o ha p ro d u c id o el lugar co¡ m ú n de los griegos «inventores» de !a política. Un griego de Asia í c o m o H eródoto, que tenía en cam bio u n a notable ex periencia del ! m u n d o persa ha intentado sosten er (au nqu e — c o m o o bserva— i «no ha sido creído») q ue tam b ién en Persia a la m uerte de Cambises (m o m en to en que en Atenas todavía go bern ab an los hijos de Pi¡ sistrato) fue considerada la hipótesis dem o crática «de p o n e r en co• m ú n la política» (es m esón katatheínai tá prégmata), c o m o él e x p re­ sa (111, 80). H eró doto re c u e rd a tam bién que cu a n d o Darío m a rc h a ­ ba c o n tra Grecia, en 492, su allegado y co la b o ra d o r en la em presa, M ardonio, al co sterar Jo n ia yendo hacia el Helesponto, «abatía a

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los tiranos de Jonia e instau raba dem o cracia s en las ciudades» (VI, 43). Incluso p o r esta noticia H eród oto tem e la in credulidad de los griegos, desde el m o m e n to en que «no han creíd o que [en la crisis que siguió a la m u erte de Cambises] Otanes h u b iera pro p u e sto para los persas un régim en dem ocrático». No veo p o r qué H e ró d o to no había de se r creído. La preciosa se­ rie de noticias que él da ap ro xim a m u c h o a griegos y persas: dos m u n d o s entre los que un abism o ha sido colo cad o p o r la autorrep re sentación ideológica que los griegos h an dado de sí mismos, pero que en la p rá ctica c o n c reta eran m u c h o m ás pró xim os y e n ­ trelazados, incluso en la experien cia política. P ru eba de ello es la n aturalidad con la que e n tra n en el m u n d o persa políticos co m o Temístocles, Alcibíades y Lisandro, y antes que ellos los Alcmeónidas, a u n q u e H eród oto se esfuerce p o r p o n e r un velo patriótico s o ­ b re estos hechos (V, 71-73; VI, 115 y 121-124). No es arriesgado sos- ■ tener, p o r tanto, que el propio lenguaje usado p o r Otanes (hipótesis d em ocrática), Megabiza (hipótesis oligárquica) y Darío (hipótesis m o n árq u ic a, la victoriosa) en el co n testa d o debate constitucional h ero d o te o (III, 80-82) fuera familiar incluso a los nobles cultos p e r­ sas, y no exclusiva posesión de la exp eriencia política griega.

E l ciüdádáho--guerrero S La a n t i g u a .d e m o c r a c i a ,es.porVtánto . e l :rég im en en^el jque se c u e n ta n todos los que tien en la ciudadanía, en tanto que tien en ac-^ ceso j i j a asam blea d o n d e sé to m a n las decisiones.;El p ro b le m a es: ¿quién tie n e la ciudadanía.en la ciu dad antigua? Si c o n sid eram o s el ejem plo m ás co nocido , y c ie rta m e n te el m ás característico, Ate­ nas, con stata m o s que q uien es .poseen este bien inestim ab le son re-’ Iativam e n te pocos: los varon es adultos, en tanto que hijos de p adre y m a d re atenienses, libres de nacim iento . Esta es la lim itación más fuerte, si se p iensa que, tam b ién según los cálculos más p ru den tes, la relación libres-esclavos era de uno a cuatro. Después, hay que c o n s id e ra r el n ú m e r o n ad a d espreciab le de nacidos de sólo pad re o m á d re «pura sangre» en una ciu dad a b ierta al c o m e rc io y a co n ti­ nuos contac to s con el m u n d o externo. Hay q ue re c o rd a r p o r ú lti­ mo que, al m en o s hasta la época de Solón (siglo vi a.C.), los d e r e ­ chos políticos plenos — que constituyen el co n ten id o de la c iu d a ­ dan ía— no se c o n c e d e n a los pobres, y los m o d e rn o s discuten si en realidad ya Solón h a b ría extendido a los p obres el d e re c h o de a c c e ­ so a la asam blea, c o m o sostiene Aristóteles en la Constitución de los atenienses. En u n a palabra, la vision dé la ciud adanía se c o n ­ dénsa en J a ed a d clásica en la identidad ciu d ad ano -gu errero:- Es ,

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cjudadafiö, es decir, fonila, parte de la c o m u n id a d de pieno d e r e ­ cho, a través dé Ja partic ip a ció n en.las.asam bleas decisorias, quien está_en co n di cío ri es de e jc rc ita r 1a;p ri n cipa 1 fu n c ió n de 1os varón es ad ujto s libres: la guerra.^Del trabajo se ocu p a n sobre todo los escla­ vos yTeri cierta m edida-las m ujeres. Dado que d u ra n te m u c h o tiem po se r g u errero com portaba.lainbién d isp o n er de ios m edios-precisos p ara proveerse de Ja a r m a d u ­ ra personal; J a n o c i ó ñ ele ciudadáñ ó^güerrero sé identificó c o n d a /de pjro pietà ri o>, q ue poseía u n o s ciertos ingresos (po r lo general in­ m obiliarios) y que ponía a disposición del potencial g u e rrero los m edios p ara a r m a rs e a su propia costa. Hasta ese m o m en to , los no prop ieta rio s estuvieron en u n a co ndición de m inoría política y ci­ vil n o 'm u y lejana de la co n d ició n servil. Gasilüñ siglo'después de Solón; co n la orien ta ció n .d e Atenas hacia el m a r y el nacim iento.de Uña f l o t a . d e g u c r r a estable, y con la victoria sobre J o s persas, fue n e c e s a ria u ñ a m asiva m a n o de o b ra bélica: lo s m arin ero s, a los que ncTse les exigía «arm arse à sí m ism os»: Ahí esta el ca m b io fe i a c o n ­ te c e n iento.pohH ico^ d e te rm in a d o — en las d e m o c r a ­ cias m a rítim a s — la am p liació n de la ciud adanía a los po b re s (los thétes), q ue ascienBeñlisí,’finalm ente, a la dignidad de ciudadanosg u erre ro s , p re c is a m e n te en c u a n to m arine ro s, en el caso de Ate­ nas, de la m ás p o te n te flota del m u n d o griego. No es casualidad que en el p e n s a m ie n to político de un ásp ero crítico de la d em ocracia, c o m o el a n ó n im o de la Constitución de los atenienses (quizá identificable con Critias) lös m o d élo s político-estatales se dividen en dos ca tego rías (II, 1-6): lós q ue h acen la g u e rra porm ar.(A teTias y sus aliados h o m ó lo gos) y lös q ue la h a c e n p o r tierra (Esparta y otros esjtados'afiries)" Lo que cä m b iä h ö es, p ó r tan t o j a natu ra leza del sistem a políti­ c o ; sino él mjjiYéro de sus beneficiarios; P or esa razón, cu a n d o los a ten ien ses, o m ejor, algunos de los d o ctrin a rio s atenienses in te re ­ sados en el p ro b le m a de las form as políticas, in ten tab an ac la ra r la d iferencia e n tre su sistem a y el espartano , te rm in a b a n p o r in dicar e le m e n to s no sustanciales, c o m o p o r ejem plo la reiterada c o n tr a ­ posición tu cid íd ea e n tre los espa rtan os «lentos» y los atenienses «rápidos» (I, 70, 2-3; 8 , 96, 5). P u ed e incluso suceder, re c o rrie n d o la lite ratu ra política ateniense, q u e se e n c u e n tre n signos de la «de­ m o cracia» esp a rtan a, y el p ro p io Isócrales, en el Areopagítico, llega a p r o c la m a r la identidad p ro fu n d a del o rd e n a m ie n to esp a rtan o y el a te n ie n s e (61). La a m p lia c ió n de la ciu d a d a n ía — qué~se~suele definir «demoí c i a c i a » ^ está in trin s e c a m e n te c o n e c ta d a en.A tenas con el n a c i­ m ie n to del im p e rio m arítim o: im p erio que los propios m a rin e ro s d e m o c r á tic o s c o n c ib e n en general c o m o un universo de súbditos

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p ara se r exprim idos com o esclavos. Vínculo de solidaridad con los aliados-súbditos se con sideraba la extensión, incluso en co m u n id a ­ des aliadas, del sistema dem ocrático . Esto significa que, pese al ap ro v ech a m ie n to imperial por parte de Atenas, siem pre había una p aite social, en las com u n id ad e s aliadas, que en c o n trab a más c o n ­ veniente la alianza con Atenas que cim entarse con la adopción del sistem a político del Estado-guía. En definitiva,¿habíajuna parte social de^ la d em o cracia incluso en las ciudades súbditas-de*. Atenas. ^

P o r otra parle, d e n tro rd eí Estado^guia, la am pliación de la ciu> dadañía a los po b ré s ha d e term in a d o una im portante dinám ica e‘n el vértice dél sistema^ jos grupos dirigentes^ los que por la elevada colocación social d ese m p e ñ an tam bién la educación política, p o ­ seen el arle de la palabra y, p o r tanto, guían la ciudad, 'scidmidem UnÉfparte, ciertam en te la mas relevante, acepta dirigir un sistema en él cuál los-pobr&s son la parte mayoí itana. De esta' im porta rite ;p a rte de los ^señores» (grandes familias, ricos h acendados y ricos caballeros, etc.) que -ac e p ta ñ ' e l :sist e m a ;s u t g e ; Iá .« c las e.; p o Iít ica >> que-dirígé Aterías de Clístenes a Cleón%fen su interior se desarrolla u n a dialéctica política frecu e n te m e n te fundada en el e n fren ta­ m ien to personal, de prestigio; en cada uno está presente la idea, bien clara en toda la acción política de Alcibíades, de e n c a rn a r los intereses generales, la idea de que la propia p re em in en cia en la es­ c e n a política sea tam b ién el vehículo de la m ejor co n d u c ció n de la co m u n id ad . P o r el c o n t r a n o ,'u n a m ino ría de «señores» no aceptaél'sistem a: organizados én form acion es más o m enos secretas (las llam adas 4ietairíai) constituyen una p e r e n n e ám cnáza^potencial para.el sistema-, cuyas fisuras espían, especialm ente en los m o m e n ­ tos de dificultad m ilitar: Somlosrllamaclos «oligarca^». No es que p ro c la m e n aspirar al gobierno de u n a reducida cam arilla (ellos o b ­ viam ente no se autodefínen «oligarcas», hablan de «buen gobier­ no», sóphrosy.nc, etc.): p ro p ugn an la drástica red ucción de la «ciu­ dadanía», u n a redu cció n que excluya del principio del beneficio de la ciudadanía a los pobres y vuelva a p o n e r a la,co m u n id ad en el estado en el que sólo los «ciudadanos» de pleno d erecho sean los «capacesj^e a rm a rse a su p ro pia costa»i¡ El m ism o térm in o olíg o / ^ o b s e r v a Aristóteles— crea confusión: no se trata, de hecho, de que sean «muchos» o «pocos» los q ue intentan el acceso a la c iu ­ dadanía, sino de que sean los hacen d ad o s o los pobres, el n ú m ero respectivo es «puro accidente» (Política, 1279b 35), y de todas for­ m as «tam bién en las oligarquías está en el poder la mayoría» (1290a 31).

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A partir de esta página aristotélica, Arthur Rosenberg formula una analo­ gía moderna muy eselarecedora; «La aplicación de las definiciones aristoté­ licas al presente llevaría a resultados muy singulares, pero también muy realistas: la Rusia soviética de 1917 y de 1918 sería una democracia, la ac­ tual República francesa sería una o l i g a r q u í a . Ambas valoraciones no s o n a ­ rían ni como alabanza ni como censura, sino que serían la simple constata­ ción de un hecho.» ¡ Fundándose en cálculos muy discutidos y, por tanto opinables, aunque siempre indicativos, Rosenberg ponía el acento en el hecho de que — preci­ samente en el caso de Atenas— la preeminencia numérica de los pobres respecto al resto del cuerpo sucia! no era un dato asumible: «la relación nu­ mérica entre pobres y propietarios era sólo de 4 a 3. Por ello, habría bastado a estos últimos atraer a su partido con cualquier artificio a una paite, inclu­ so pequeña, de la clase pobre, para conquistar la mayoría en la asamblea po­ pular». Rosenberg ponía de relieve también el papel de una clase interme­ dia, definida por él como «la pequeña clase media» (dertileine Mittelstand), en la dinámica sociopolítica ateniense: el apoyo de esta clase amplía mucho la base de clase de la democracia, pero puede disminuir, como se ve en mo­ mentos de crisis. Es una clase constituida esencialmente por pequeños pro­ pietarios {el Diceópolis de los Acarnicnses es quizá un símbolo). No yerra Rosenberg cuando observa que, para esta clase, la democracia «significó el acceso sin restricciones a las conquistas culturales, y la posibilidad de resar­ cirse, asumiendo de cuando en cuando un cargo público, de la fatiga coti­ diana del trabajo». Cuando, con la d e r r o t a militar de Atenas en el enfrentamiento con la monarquía macedonia (guerra lamíaca, a fines del siglo iv), los piopietarios, sostenidos por las armas de los vencedores, excluirán por fin de la ciu­ dadanía a 12.000 pobres (Diodoro Sículo, 18, 18, 5 y Plutarco, Foción, 28, 7), es decir, aquellos que están por debajo de las 2.000 dracmas, semejante de­ rrota temporal del sistema democrático se consumará en el aislamiento de los pobres: la «clase media» está en aquel momento con Foción, con Demades y con los otros «reformadores» filomacedonios.

Es sintom ático del papel central de la ciudadanía el hec h o de que, conseguido d u rante algún mes el poder, los oligarcas ate n ie n ­ ses redujeran com o p rim e ra m edida el n ú m e ro de los ciudad an os a 5.000 y que, en el plano propagandístico, intentaran en un p rim e r m o m e n to c a lm a r a la flota, sosteniendo q ue en el fondo, en la p rá c ­ tica, n u n c a sem ejante n ú m e ro de p erson as to m aba parte real en las asam bleas decisorias (Tucídides, 8,72, 1), y que, al c o n tra n o , re to ­ m ada la delantera, los dem ó cratas hayan p o r su parte privado en m asa de la ciu dad anía a aquéllos a los q u e había sostenido el exp e­ rim ento oligárquico, red u cién d o lo s al rango de ciud adano s «dis­ minuidos» (átimoi). El fenóm eno es tan im p o n en te que un gran au to r de teatro, Aristófanes, aprovecha esa especie de zona franca del discurso p o ­ lítico que es la parábasis, p ara lanzar un llam am iento a la ciudad de

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form a q ue los átimoi caídos en su m o m e n to «en los artificios de Frínico» (uno de los principales inspiradores del golpe de estado de 411), sean reintegrados con el pleno título de la ciudadanía (Ranas, 686-705). Y cu a n d o en 404 los oligarcas vuelven al p o d e r bajo la égida espartana, no sólo in stauran un c u e ip o cívico todavía más restringido (3.000 ciud adanos de pleno d erech o ) sino q ue favore­ cen el éxodo de los dem ócratas, de los populares, de los que p o r ra­ zones políticas o de clase estaban ligados al sistem a dem ocrático: incluso a costa de «despoblar» el Atica, c o m o subraya Sócrates en u n d ram ático coloquio con el p rop io Critias y co n Caricles, referi­ do p o r Jeno fo n te en los Memorables (1, 2, 32-38). Dispuestos a to m a r las a rm a s u n o s c o n tra otros para disputarse el bien p re cio so de la ciudadanía, los c iu d adanos «pura sangre» es­ tán todos de acuerd ojen excluir c u a lq u ie r hipótesis de extensión de c iu d ad a n ía h acia ebex te rio r, fuera de la com un idad? Sólo en m o ­ m ento s de gravísim o peligro y de autén tica d esesperación han in­ tuido la po ten cialidad existente en la am p liación radical de la c iu ­ dadanía. Después de la p érd ida de la últim a flota agrup ada al final del d e m o le d o r conflicto con Esparta (Egospótam os, verano 405), los aten ien ses c o n c e d e n — gesto sin p re c e d e n te s — la ciud adanía ática a Samos, la aliada más fiel: c u m p len así el tardío y d ese sp era­ do intento de «reduplicarse» c o m o co m u n id ad . La efím era m edida (Tod, GHI, 96) fue o bviam ente a rro lla d a p o r la ren d ic ió n de Atenas (abril, 404) y p o r la expulsión, p o co s m eses después, de los d e m ó ­ cratas de Sam os p o r p arte del victorioso Lisandro (Jenofonte, H elé­ nicas, 2, 3, 6-7); p e ro fue p ro p u e sto de nuevo, p o r la restaurad a d e ­ m ocracia, en el a rc o n ta d o de Euclides (403-402), en h o n o r de los d e m ó cratas sam ios desterrad o s (Tod, GHI, 97). Setenta años más tarde, c u a n d o Filipo de M acedonia d erro tó en Q u e ro n e a a la coali­ ción capitaneada p o r Atenas (338 a.C.), y parecía p o r un m o m e n to q ue el v en cedor, co n o c id o p o r ser capaz de re d u c ir a e sc o m b ro s las c iudades vencidas, estuviera m a rc h a n d o hacia Atenas, p rá c tic a ­ m e n te desprotegida, un político dem ó crata, pero tan «irregular» en la form ación de tropas com o extravagante en su c o n d u c ta vital, Hipérides, p ro p u s o la liberación de ciento cin c u e n ta mil esclavos agrícolas y m in ero s (fr. 27-29 Balft-Jensen). Pero acabó en los tri­ bunales, a cau sa de sem ejan te iniciativa «ilegal», p o r obra de un e n ­ furecido líder, Aristogitón, que se alzó en n o m b re de la d em o c ra c ia c o n tra la indebida am pliació n d e la ciudadanía. Y el arg u m e n to a d u c id o p o r Aristogitón fue, en aquella ocasión, el tópico de la o ra ­ toria d e m o c rá tic a ateniense: que «los enem igo s d e la d e m o c ra c ia m ien tras hay paz resp etan las leyes y son forzados a no violarlas, p e ro c u a n d o hay g u e r ra e n c u e n tra n fácilm ente c u a lq u ie r tipo de prete x to p ara a te rro riza r a los ciu dad an os afirm and o que no es p o ­

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sible salvar la ciudad» si no se lanzan «propuestas ilegales» (Jander, Oratorum Fragmenta, 32). A fines del siglo v, e x a ctam en te en Jos últimos, trein ta años, se había' a b ie rto 'é n . el. in u ndo ’-griego-una-fase conflictiva-m uy .san/g rienta:;u na g u e rra g en e ral> q u e había im plicado a casi todas las ciudades dejando poco espacio a los neutrales — u n a g u erra no sólo entre Esparta y Atenas, sino entre dos fo rm acio nes gravitantes en las respectivas órb itas— , a la vez que u n a g u e rra civil, c o n s e ­ cu e n cia in m ed iata y obligada de aquel conflicto general. Se trata de un caso en el q ue g u e rra ex tern a y g u e rra civil se alim entan mutu am en te, en el que el rég im en vigente en cada ciudad cam b ia se­ gún se co lo q u e en u n c a m p o o en el otro y, p o r cada cam b io de r é ­ gim en, m a sac res de adversarios y exilios en m asa m a rc a n la alter­ n anc ia en el p o d e r las dos facciones. La g uerra civil había llegado al corazón de u n o de los Estados-guía, Atenas, que de hecho, p o r unos m eses en 41 1 (nada m e n o s que siete años antes de la d e n ota definitiva) vio a los oligarcas llegar al p o d e r y en breve perderlo, arrollado s p o r la re acc ión p atriótico -d e m oc rática de los m arinos q ue se co nstitu yeron en S am os en anti-Estado respectu a la ciudad m adre, caída en m a n o s de los «enem igos del pueblo». L á'g u erra la rg a /g u e rra civil tuvo en 404 un epílogo que p arecía definitivo: la* d e rro ta m ilitar de Atenas y su c o m p leta re n u n c ia al im perio y a la flota,,el h u m illa n te :ingreso, bajo un g ob iern o todavía m ás feroz:. m e n te olig árqu ico (los «Treinta»), en el grupo, de aliados de E spar­ ta. Ahora bien, el dato m ás significativo de toda la historia de a q u e ­ lla ép o c a es que, después de ni tan siqu iera un año, había caído el rég im e n de los T reinta y los p ro pio s espa rtan os se e n c o n tra b a n fa­ v o re c ie n d o la re sta u rac ió n d e m o c r á tic a en lá d e rro ta d a ciu dad a d ­ versaria. >El Atica se h abía negado a la «laconización»: la elección | que se consolidó a p a rtir de Clístenes, se había co nvertid o p o r tani to en u n a e s tru c tu r a p ro fu n d a de la realidad política ateniense; eh í sistem a b asa d o en la g arantía a los p o b re s de p artic ip a r en la ciudal d anía se había revelado m ás fuerte y d u ra d e ro que el p ro p io nexo \ (originario) e n tre d e m o c r a c ia y ,p o d e r m arítim o.

La. «vaca:lechera» yj Uno de los factores fu n d a m e n ta le s q u e c im e n ta n el p acto entre i los p obres y los s eñ o res es la «liturgia», la co n trib u c ió n m ás o racI n o s esp o n tá n e a , c o n frecu e n cia m uy consistente, q u e se exige a los ricos p ara el fu n c io n a m ie n to de la co m u n id a d : del d inero n e c e s a ­ rio p ara p r e p a r a r las naves a los a b u n d a n te s fondos para las Resten y el te a tro estatal. El rég im en «popular» antiguo no ha c o n o c id o la

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expropiación sino c o m o form a de castigo p o r d eterm inados deli­ tos: h a dejado que los ricos c o n tin u aran siéndolo pero tiene so b re n sus espaldas u na e n o rm e cárgá social. ^ El capitalista — escribió con una terminología muy eficaz Arthur Rosen­ berg— era como una vaca lechera, que la comunidad ordeñaba con cuida­ do hasta el fin. Hacia falta al mismo tiempo preocuparse de que esta vaca re­ cibiese por su parte un sustancioso forraje. El proletario ateniense no obje­ taba nada si un fabricante, un comerciante o un armador ganaba en el ex­ tranjero todo el dinero posible, asi podría pagar más al Estado.

'P o r esto, d ed u c ía c o r re c ta m e n te Rosenberg, el interés — que el «proletario» ateniense c o m p artía con el «capitalista»“ del aprove­ c h a m ie n to de los aliados y, en general, de u na política exterior im-? peri alista.» Las voces que se alzaban contra una política de rapiña se apagaron, y asi los pobres atenienses; én el periodo en que ostentaron el poder, apoyaron sin reservas los.planes imperialistas de los empresarios. Es significativo que Atenas,1precisamente después d éla subida al poder del proletariado, se la n ­ zase a dos verdaderas guerras de rapiña: una contra los persas por,la con­ quista de Egipto — aquí se ve que ambiciosos eran los planes de Atenas en ese momento— Ha otra éñ la propia Grecia para anular ja competencia co-, mereiai que suponían las repúblicas dé Egina y.de Corinto.

. R osenberg s o b re en tie n d e aquí la tesis, que no hay que infrava­ lorar, del éñfreritarniéritó com ercial éntre Atenas y Corintó,' las dos m áxim as potencias m arítim as, c o m o càusa fundam ental de la g ue­ r r a d_e_{^Peioponeso, Para co n q u ista r el prestigio y el conse n tim ien to p o p u lar los se­ ñores que guían el sistema gastan g e n e ro sam en te su dinero no sólo en liturgias sino tam bién en espléndidos gastos de los cuales el d e ­ mos p u ed a disfrutar d irectam ente: es el caso de Cimón — el a n ­ tagonista de P ericles— , que q u iere ab rir sus posesiones al p u ­ blico. Hizo abatir j— escribe de é l Plutarco— las empalizadas de sus campos, para que estuviera permitido a los extranjeros y a los ciudadanos que lo de­ searan recoger libremente los frutos del tiempo. Cada día hacía preparar en su casa una comida sencilla pero suficiente para muchos comensales: a cila podían acceder todos los pobres que quisieran, los cuales de este m odo, libe­ rándose del hambre sin esfuerzo, podían dedicar su tiempo a la actividad p o ­ lítica {Cim ón, 10).

Aristóteles (fr. 363 Rose) precisa q u e este tratam iento Cimón lo re serv aba no a todos los aten ien ses indistintam ente, sino a aque-

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líos de su demo. A solventar el p ro blem a de la com ida diaria c o n tri­ b u ía tam bién la p ráctica de las fiestas; ocasión en la que los pobres tenían fácil acceso al co nsum o , no habitual y casual de la carne. El llam ado «viejo oligarca», au to r putativo de la Constitución de los atenienses, no perdo na este parasitism o al pueblo y lo d en u n c ia ex­ plícitam ente en su opúsculo: «la ciudad sacrifica m uchas víctimas con cargo al gasto público, pero es el pueblo el que com e y se re ­ parte las víctimas» (2, 9). Cimón pro p o rcio n ab a tam bién vestidos: «cuando salía — cu e n ta P lu ta rco— lo ac o m pañab an siem pre jóve­ nes amigos muy bien vestidos: cada uno de ellos, si la comitiva e n ­ con traba algún anciano mal vestido, cam biaba qon él el manto; gesto que parecía digno de respeto». Pericles no podía afro ntar tanta esplendidez. Su estiipe cierta­ m ente no era m enos im portan te que la de Cimórjj', que era hijo de Milcíades, el v en c edor de Maratón, y de Hgesípeles, p rin cesa tracia. Por parte de m adre (Agariste), P e n d e s descendía de Clístenes, quien — con ayuda de Esparta— había expulsado de Atenas a los Pisistrátidas y había insituido la g eom étrica d em o cracia ateniense fundada sobre las diez tribus territoriales con las que había sido so­ cavado el sistem a de las tribus gentilicias. T am bién era cierto que se decía que el clan familiar había establecido contactos con los persas en tiem pos de la invasión de Dario: la invasión que p recisa­ m ente Milcíades, el padre de Cimón, había parado. Era una estiipe ilustre pero discutida, entre otras cosas p o r el m odo sacrilego con el que había liquidado, en u n a época que H eródoto y Tucídides in­ dican de diferente m odo, la intenton a tiránica del gran deportista Cilón. Una estirpe que se había arru in ad o en un largo exilio, h u m i­ llada p o r la derrota, abo cad a a c o r r o m p e r el o rácu lo délfico para o b e n e r la ayuda de los espartanos; pero en su m o m ento, a la m u e r ­ te de Pisistrato, p re p a ra d a para d e s c en d er a pactos con los hijos del tirano, tanto que el propio Clístenes había sido arco n te en 525524. N aturalm ente Pericles con ocía bien las etapas y trucos de un a carrera. C uando Esquilo p o n e en escena Los persas (472 a.C.), la tragedia que exaltaba a Tem ístocles (todavía no desterrado), fue él quien corrió con los gastos p ara p re p a ra r el coro (IG, 1I/III, 2318, col. 4, 4). Poco después desapareció de la escena Temístocles, y Pe­ ricles se ac erc ó progresivam ente a Efialtes, quien p ro p u g n a b a la plena ciudad an ía p ara los pobres. En un principio quiso tam bién ! c o m p e tir con Cimón en esplendidez. «Pero C imón — observa Plu| ta rc o — lo superaba p o r la entidad de las sustancias, gracias a las i cuales podía conq uistarse las sim patías de los pobres» (Pericles, 9). ¡ E ntonces Pericles — p recisa P luta rco — e m p re n d ió el c a m in o de la ' «demagogia», pasó a d e c re ta r subvenciones en dinero a cargo de

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las arcas del Estado. La im agen consolidada en la tradición es que, así, P e n d e s «corrom pió» a las m asas in tro d u cien d o c o m p e n s a c io ­ nes estatales p o r la participación en los espectáculos y p o r la p a rti­ cipación en los tribunales, adem ás de otras com p en sa cio n es p úbli­ cas y fiestas. La ado pció ñ“sist^mafica de estás formas de salario es­ tatalha:earácteriza”dcrla d em o c ra c ia ateniense en el p eriodo de su*m ayor florecim iento, consolidand o lá im agen de úh dem os dedica- rdo a la política, á la actividad jurídica y a la p rá ctica social del te a ­ tro y de las fiestas, p ero liberado, en am plia m edida, del trabajo m a ­ terial:-e incluso el periodo de m ayor afluencia de esclavos, c u a n d o — sostenía Lisias— hasta el m ás m iserab le de los atenienses dispo­ nía al m en os de un esclavo (5, 5). Pero los g ran des in s tru m e n to s de la «demagogia» periclea fue­ ro n el desenfadado uso personal de la caja federal y la no m eno s d e ­ senvuelta política de obras públicas. Los ataques de los adversarios incidían sob re este p u n to p recisam en te: «clam aban p o rq u e la tran sferen cia del tesoro co m ú n de Délos a Atenas era un abuso, q ue suscitaba m aledicencias y prejuicios respecto al buen n o m b re de los atenienses»; Pericles replicaba «explicando a los c iu dad ano s que no debían d ar c u e n ta a los aliados del uso del tesoro federal, desde el m o m e n to en que com b atían para ellos y m a n ten ían aleja­ dos a los bárbaros». Teorizaba tam bién que dinero, una vez a p o r ta ­ do, es de quien lo recibe, y e n c o n tra b a más que legítimo el uso de ese din e ro en obras públicas — u n a vez provistas las n ecesidades de la defensa c o m ú n — : ¿por qué no h abría de em p lea rse el d inero en ob ras públicas que «una vez term inadas, se trad u c en en gloria e te r ­ na, y mientras se realizan se revelan com o concreto bienestar para los ciudadanos?». Y explicaba que las obras públicas p odían constL lu ir él ffKJtór y el e p ice n tro dé todo eLsistema: .«éstas suscitaban a c ­ tividad de todo tipo y las necesidades m ás variadas: n ecesidades que, d esp e rtan d o todas las artes y m ov ien d o todas las m anos, dan de co m er, gracias a los salarios, a casi toda la ciudad; lo que signifi­ ca — co n c lu ía — que la ciudad, m ien tras se ado rna, se nutre» (P lu­ tarco, Pericles, 12). Existía en Pericles — según P lu ta rc o — la idea de u n a p articip ación de todos en el b ie n esta r g e n e rad o p o r el im p e ­ rio: si los jó ven es en edad m ilitar se en riq u e c ía n en las ca m p a ñ a s militares, la m asa de los trabajadores no e n c u a d ra d o s en el ejército no debía p e r m a n e c e r excluida del provecho, ni p artic ip a r sin t r a ­ bajar. Y así hizo pasar p o r la asam blea p royectos grandiosos cuya ejecución «exigía m u c h o tiem po y m u c h a s categorías de a r te s a ­ nos»: de este m o d o «los c iu d ad a n o s q ue se q u ed a b an en casa goza­ b an de la utilidad pública no m eno s que las trip ulacio nes, que las guarniciones, que los ejércitos en cam paña». Y P lu ta rco añade aquí u n a d escrip ción im p resio n an te del m últiple tipo de m a n o de

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obi a o cupa da en esta ola «roosveltiana» de obras públicas: c a rp in ­ teros, escu lto re s,fo ijad o res, cinceladores, tintoreros, orfebres y toreutas, pintores, tapiceros, grabadores, p o r no h ab lar de las catego ­ rías de trabajos relacionados con la im portació n y transporte de las m aterias primas, de los a rm a d o re s a los m arin ero s, pilotos, c o rd e ­ leros, curtidores, m inero s, etc.; «todo arte asu m ió el papel de un general y bajo cada una, en b u en o rd e n de com bate, estaba la m asa de los o brero s m anuales». El proyecto originario del Partenón , c o n c eb id o p o r Calícrates, el arq u ite c to ligado a Cimón (que con el botín de la batalla de E u rim e d o n te había hec h o co n s tru ir ya el m u ro m eridional de la Acrópolis) fue ab a n d o n ad o , y Calícrates li­ cenciad o y confiado el papel de consti*uctor jefe a Ictino, quien — según V itrubio— escribió p re cisam en te un tratado sobre la c o n s tru c c ió n del P a rte n ó n {De architectura, 7, pr. 16). No faltaron chanzas de cóm ico s (Cratino, fr. 300 Kock), s a rcas­ m o de panfletistas, ataqu es de políticos. Los o ra d o re s «próximos a Tucídides de Melesia — escribe P lu ta rc o — clam a b an c o n tra P eri­ cles en asa m b le a s o sten ien d o q u e despilfarraba el d inero pú blico y disipaba los ingresos». La re acc ión de Pericles es em blem ática. P reg u n tó en asam blea, d irigiéndose a todos, si,de verdad había gas­ tado m uch o. Todos en co ro co n testa ro n : «¡Muchísimo!», y Pericles dijo: «Bueno, q u e lo cargfen to do a mi cue n ta , pero las in scrip cio­ nes votivas [en las q u e se in d icaba el n o m b re de quien hacía la de­ dicac ió n ] las h aré a mi n om bre» (P lutarco, Pericles, 14). La jugada tuvo el efecto deseado: Pericles fue autorizado a r e c u r r i r sin p r o ­ b lem as a las arcas estatales, o p o rq u e fue ad m ira d a su generosidad — ob serv a P lu ta rc o — o quizá p o rq u e el p ueb lo no toleraba no c o m p a r tir con él la gloria de aquellas obras. La - c d n ce pci ón^perso n aí'del-Estado Lsa^concepciónTsegúnrlaxual-elrEstado so n:l as-personas "dotadas d e x iu d adaní a^qu e:1os;ingresoside 1:Es ta d o :son:íoí i r:co» í í-sus:ingre^> s??s>que P ericles p u e d a h a c e r con los ingresos federales aquello que C im ón in te n ta b a h a c e r con su p o co c o m ú n riqueza personal, son io t ro sita n t os-s ín t o n ias-d e 7u n a -idear« p ers o n al »“ d el lEstad o :Tde u n a :c o n c e p c i óTTse gú rrl a~c u a! re 1:Es t ad o : n o: t ie nc:u n a p e r s o n a l iclati j.uríd i ca:au t ó n o m a 'm á s aüá:de:las;pers o n a s rsin o -q ue-coincide-con. las p ro p ias p e rso n as.'co n los ciud ada n os?E s la idea con cuya fuerza T em ístocles «transporta» Atenas a la isla de Egina c u a n d o se a p r o ­ xim a la invasión persa, es la teoría que Nicias, a se d ia d o r ya ase d ia­ do en Siracusa, fo rm ula para r e a n i m a r y re sp o n sa b iliz a ra sus m a ri­ neros: «Los h o m b r e s so n la ciudad, rio los m u ro s ni las naves vacías de h o m b res» (Tucídidcs, 7, 77, 7).

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E slaúdea'debE stadó'tiene algúnas'consecuenciasnporiejem plo, c u a n d o -Ia-comunidad-está-dividida-poi7la-5ró5i5-poi' :1a-lucha-civi 1, c ond ición nad a insólita (excepción h echa de las c om udidades p a r­ tic u larm en te estables, co m o Espaita: virtud sobre la que insisten, adm irados, Tucídides, 1, 18 y Lisias, Oümpíaco, 7 ) .£ n to ñ c í§ 'p u e d e o cu rrir'q u e:u n aparte^dsKEstad o s é c o ñ s ti tuya én~ánTi “Estad o »*_y.:se procla¡tre'iEstadóTúnico?!flegítimoí — llam ando la atención sobre una m ayor c o h e ren c ia respecto a u n a no «constitución heredada» (pátrios politeía) n u n c a bien precisada. Es lo que se verifica en 41 1 cu and o, después de un siglo desde la caída de los Pisistrátidas (es Tucídides [8, 68, 4] quien observa esta secular herencia de la d e m o ­ cracia), en u n a Atenas sacudida p o r la catástrofe siciliana, cuando los oligarcas, tenden tes desde siem p re a c rear insidias contra el odiado sistema, to m an el poder. Pero se e n c u en tran ante la im p re ­ vista re acc ió n de la flota que estaba en Sanios — es decir, de la base social de la dem ocracia, en arm as a causa de la g u erra— : la ilota se constituye en un contra-Estado, elige sus generales, no reco n o ce a aquellos que tienen el cargo bajo la oligarquía, y p roclam a que «la g u e rra continúa» m ientras los oligarcas no intenten otra cosa que el a c u e rd o con Esparta. En los fun dam en tos de esta iniciativa está p o r un lado la firm e convicción de que el Estado son las personas, y p o r el otro el radical co nvencim ien to, p resen te en la ideología d e­ m ocrática, según el cual — c o m o p ro c la m a Atenágoras el siracusano en u n discurso reescrito po r T ucídides— «el dem os es todo» (6, 39): sofisma, si se quiere, basado tam bién en el equívoco léxico d ond e «demos» es tanto la facción p o p u lar com o su base social, e incluso la c o m u n id ad en su conjunto. Sofisma que ha disfrutado de cierta eficacia dem ostrativa, en tan to en cu an to tam bién él se refie­ re a la co n c ep ció n personal del Estado. En 404-403, en el curso de la m ás grave y larga gu erra civil qúe haya conociclo el Atica, se llega en un m o m e n to c o n c reto a una di­ visión tripartita. En p rim e r lugar está el dom in io de los Treinta, ten d en te s a h a c e r en el Atica u n a Laconia agrícola y pastoril ajena a los intereses m arítim os (es sabida la ané cd o ta p lutarq uea [Temístod e s , 19, 6] según la cual Critias q uiere que el benio desde el que h a­ blan los ora d b res «fuera girado hacia la tierra«), indiferentes total­ m e n te al éxodo de los p opulares y d e m ó cratas forzado p o r la victo­ ria o ligárquica y es más: autores de este éxodo. Pero los d e m ó c r a ­ tas, dispersos p o r Beocia y Megáride, enseguida, después de alguna victoria militar, se agrupan, se atrin c h e ra n en El Pirco, donde constituyen la contra-Atenas dem o crática, m ientras ios oligarcas, sacudidos p o r la derrota, se dividen en dos troncos, con dos sedes distintas y dos gobiernos distintos: u n o en Atenas y otro en Elcusis. Y c u a n d o los Espartanos im p on gan la pacificación, es decir, el re-

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greso de los dem ó cratas basado en la restauración de la vieja co n s­ titución dem ocrática a cam bio del com prom iso d é no p ro c e d e r a depuraciones o venganzas, se sancionará — y estará en vigor algu­ nos añ o s— que en Eleusis siga existiendo u na república oligárqui­ ca, en la cual e n c o n tra rá refugio quien no esté dispuesto a aceptar el co m p rom iso de la pacificación. jgag t r a c a ra~d ersem ej an te x o n c e p c i ó n déí-Estado s e x a p tá en e i mt>"mento-de la~m p tu ra d e l p actp p es 'décir^cua ncJcTel ex i 1ia'do, e x: pulsado re n t r a e n c o a l i c iórrco rr e 1 enem igo d é l a c iu d a d p a ra re g r e sar a eíla,, E l p re supuesto dél.Tque parle es^ que n o s^elTLs tad ó (en ti* dadisuprapersonalrabstracta)7sino:otros_ciudadano5 quienes han provocado?,la ^proscripción^ QuienTlo^padéc'eT^cónsidera-.inicua 'o ¡eTTónéalá ñíedida y entrabeñ g u e ñ a pe rso h a le o n tr á ’su citT d ad p a ra' q“uejehciTórséa^ámilácló y"se sane la injusticias Por ello Alcibiades se pasa a los espartanos y se desFoga con ellos coiitra el sistema p o ­ lítico ateniense (Tucídides, 6, 89, 6), y cu a n d o — años desp ués— regrese, su apología consistirá en la quisquillosa reivindicación de sus propias razones y en la d en un cia del e rro r sufr ido no por el Es­ tado, sino p o r «aquellos que lo habían proscrito» (Jenofonte, Helé­ nicas, 1,4, 14-16). Y p o r esto el «viejo oligarca» se com place de la circu nstancia de que Atenas no sea una isla: p orq ue — observa— , si p o r desgracia Atenas lo fuese, los oligarcas «no podrían traicio­ nar y ab rir las puertas al enemigo» (2, 15). Así, la propia noción de «traición» se relativiza. Cuando, más de dos siglos más tarde, Polibio reflexione sobre la experiencia políti­ ca griega, de cuyos últimos extrem os él m ism o había sido partíci­ pe, m anifestará una cierta in toleran cia precisam en te hacia esta n o ­ ción de la «traición»: Frecuentemente me asombro — escr ibirá— por los errores que los hom­ bres cometen en muchos campos y de forma especial cuando arremeten contra ios «traidores». Por ello — prosigue— aprovecho la ocasión para de­ cir dos palabras sobre este asunto, si bien yo no ignoro que se trata de mate­ ria difícil de definir y de valorar. No es fácil de hecho establecer quién debe verdaderamente definirse como «traidor».

Después de lo cual, vanaliza, p o r así decir, el con cep to de trai­ ción, o bservando que ciertam en te no lo es el «establecer nuevas alianzas»; p o r el co ntra rio — o bserva— «aquellos que, según las circunstancias, han hecho pasar a sus ciudades a otras alianzas y a otras amistades» con frecuencia han sido bene m é rito s de sus c iu ­ dades y por tanto no tiene sentido la form a dem o stén ica de etique­ tar a diesto y siniestro con el epíteto de «traidor» a los adversarios políticos (18, 13-14). IJa'traición-ess ó lo ^ m a m a rf e r^ u n ila te r a l-de, jüzgar.Uíf Com portam iento político: eñ_lá_óptíca, claro, d e a q uellos>

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q ü e i:c o m o Alcibíades o com o el «viejo oligarca» 'o incluso Polibio, n o x o m p a r te n^en absoluto la formúláción.diel partido dem ocrático, ségüñTeltciíalT«el’Sernos es todo»*

Kin ein 'toüs n ó m o u s Pero si «él dem os es todo», s r e l puéblo en cu a n to conjunto de* ciud adanos que constituyen el Estado está p o r en c im a de J o d a ley, en cu a n to que él m ism o es fuente de toda ley; la ú n ic a ley posible es; — c o m o p ro c la m a con dureza «la masa» (pléthos) en un m o m en to delicado del cé le b re p ro ceso c o n tra los generales v encedores de la Arginusas (Jenofonte, Helénicas, 1, 7, 12)— «que el pueblo haga lo q ü e ’q u ie ríu ^ q u e es la m ism a fórm u la con la que el Otanes herodoteo [3, 80] define el p o d er del m onarca). Péró si:él:púebró‘está más al l i r d c l a l e y "1 a ie y n c rp ü é d é c o n s id e rars e i n mu ta b 1e , in d e p e n d ie rv» ¿te de la voluntad popular; sin o:q ue;por.eJ 7co ntrario ,, se_adecuará aella:/ incluso si recam biar; las leyes» (kinetn toüs nómous)'.e s.-(tam­ bién) unardeocl^cTásicá'd'e J o s d e m ó c r a ta s a sus tradicionales e n e ­ migos; P ara am b o s es sano in v o c a r la «"constitución h e r e d a d a » (pátrios CpoliieíáJí S egún D iodoro Sículo (14, 32, 6 , Trasíbulo, el p ro m o to r de la g u e rra civil c o n tra los Treinta, había p ro c la m a d o que no h a­ bría ac ab ado la g u erra c o n tra los T reinta «hasta que el d em os no h u b iera re c u p e ra d o la pátrios politeía». Por su parte, los Treinta — según Aristóteles— hacían gala de p erseguir la pátrios politeía (Constitución de los atenienses, 35, 2). Uno perseguía la re s ta u ra ­ ción de la d em o c ra c ia radical, los otros m an ten ían que llevaban a cabo su p ro g ram a d errib an d o el pilar de la d em o c ra c ia radical, y p o r tanto — explica Aristóteles— las leyes con las que Efialtes h a­ bía an u lad o el p o d e r del Areópago y puesto en m arc ha, de este m odo, la d em o c ra c ia radical. T rasím aco, el sofista de C alcedón al que Platón en la República atribuye la teoría b m ta l según la cual justicia es el d e rech o del m ás fuerte, p o n ía de relieve la c o n tra d ic ­ ción y consegu ía motivo de ironía respecto a la oratoria política: «en la co nvicción de so s te n e r los unos arg u m e n to s co ntra rio s a los de los otros, no se dan c u e n ta [los oradores] de q u e m iran hacia idéntico resultado y de que la tesis del adversario está incluida en el discurso de uno» (Dionisio, Sobre Demóstenes, 3 = 1, pp. 132-134 U sener-R aderm acher). E r r e l r e c u r s o á u ñ a id éñ t ica p a labrar d c l i p o programático~hay'obviamentejJñTsigno^de 1.fen ó m en o g e n e r a l "segúnTelicuaHa-democraciaT-CuandoTihabla^acaba casi siem p re po r amo!dar$e“a~la“idéo 1ogía dórninarit£. Así^ekrecüfscTal p asado cdmo, a-un d ato de-por sí positivo (no p o r azar el p r i m e r «fundador» de la

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d em ocracia acab aba siendo el m ism ísim o Teseo) se conjuga con la c o n n o tac ió n negativa de la alteración de las leyes vigentes (preci­ sam en te kitiein). P ero sem ejan te propósito de fijación choca, o p u ed e chocar, co n iá exigencia d e poner-el d em os p o r.e n c im a de las leyes,"único árbitro de su événtual'm odificación.? Por. otra parte, u n a m odificación de la ley se p ro d u c e de todas formas,'e/i el tiempo.' tanto más c u a n to que, obsei'va Aristóteles; el r fin.que todos persigu en n o .e s «la.tradición»¿fió pá/n o n ) sino «el bien»:(Po(ítica, 1269a 4). Y es un fe n ó m e n o alarm an te, en general p ara el p en sa m ie n to conservador: de los pitagóricos (Aristóxeno, fr. 19 M üller) a las Leyes p latónicas (722 D), incluso si a Platón no se le o cu lta la inevitabilidad del cam bio (769 D). Kinein es palabra bifronte: indica tan to la alteració n c o m o el d esarrollo (Isócrates, Evágoras, 7), y.por.tanto a c ab a co in cid ien d o con¡ la no ción de epídosis (= progreso, en re fere n cia a las distintas tékhnai), Fenómeno inevitable, p o r así decirlo, c o m o teorizan Isócrates en el pasaje del Evágoras y D em óstenes en un cé lebre b o ce to de historia del arte m ilitar (Filípica tercera, 47, don de kekenésthai y epidedokénai son sinónim os). F e n ó m e n o inevitable, si se ve en un arco de tiem po m uy extenso, incluso en lo que se refiere a la ley, p o r muy peligroso que p u ed a se r — lo pone de relieve Aristóteles— c r e a r el p r e c e d e n ­ te de la m odificabilidad de la ley, dejar que la gente se ac o stu m b re a la idea de q ue la ley p uede ser m odificada (Política, 2, 1268b 301269a 29). En un excursus en el q ue la evidente evocación a cé lebres y fá­ cilm e n te re co n o cib les expresiones de la «arqueología» t u c id íd e a 1 in ten ta d e n o ta r la am plitu d del tiem po c o n sid erad o c o m o «teatro» del cam bio, Aristóteles p ro p o rc io n a u na especie de arkhaiología suya del derech o , h o m o lo g a a la m ás general «arqueología» tucidídea: un texto éste del q u e se ap recian el eco y la eficacia — a pocos d ec en io s de la difusión de la o bra tu c id íd e a — en el p ro e m io de Éforo (fr. 9 Jacoby) y, p re c isa m e n te , en este notable excursus aris­ totélico. La co n c lu s ió n a la q u e Aristóteles llega e n c ie rra en sí m is­ m a el re c o n o c im ie n to de aq u e lla sin tesis id e 'in n o vaci ó n y c o n s e r­ vación q u e .h a c e del d e re c h o Uña c o n stru c c ió n única, la ú n ica cá’paz de d a r eq u ilib rio a la tran sform ació n.,A ristó teles se esfuerza ta m b ié n en individualizar u n a m edida, un crite rio q ue co nsienta v a lo ra r hasta qué p u n to y c u á n d o in n o v a r y c u á n d o en cam bio, a p e s a r de que los defectos sean visibles, r e n u n c i a r a la innovación. Es u n c rite rio em p íric o y gen érico: «Cuando la m ejora prevista sea m o d esta, en c o n s id e ra c ió n al h ec h o de q ue a c o s tu m b ra r a los hom1 Pósa gár hé Helias esidéphárei (Tucidices, 1, 6); sénieíon phaié lis án (1, 6; 10; 2.1); c p ’ autón tón érgon (J, 21); dio khrónou plcthos (1, 1)

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ILI c i u d a d a n o / 159

bres.a m od ificar a la ligera las leyes es un mal, está claro que c o n ­ v en d rá dejar en vigor n o rm as c la ram en te defectuosas: p orque no h a b rá ventaja que co m p en se la desventaja de que se genere la cos­ tu m b re de deso b e d ece r a las leyes.»

L ii í e r t a d / d e m a c r a c i a ? tir a n ía /o tig a r q u ía

Cu a n d o - p a s a a -describir el siste m a político ateniense,^el ;'Pe ri­ eles tucidfdéd instaura u n a co ntrapo sición entre; «democracia» ty «libertad»: a falta de otro térm in o — d ice— e s tárifo ?ac o stu m b ra­ dos a definir "este régim en c o m o d em o cracia porqué-incluye en la poíiteia a m uchos, pero se trata de u n sistema politico libre théros de pollteúomen).f Dem ocra cia y libertad son colocadas por el orado r, en cierto sentido, c o m o antítesis. En realidad, la oración fú nebre no es p ro p iam e n te aquel « m o num en to a la d em o cracia ateniense» que una parte de los intérpreles ha sostenido re c o n o ce r (entre estos in térpretes está tam bién Platón, que p o r ello lo quiso p a ro d ia r en el epitafio que Aspasia p ro n u n c ia en el Menexeno). El elogio de Atenas que co ntien e el epitafio pericleo nos llega a través de un doble filtro: el p rim e r filtro es el propio g énero literario de la oració n fúnebre, inevitablem ente panegirístico; el segundo está constituido p o r la p erso n a del orado r, Pericles com o era valorado p o r Tucídides, un político que a ju ic io de su historiador había des­ naturalizado efectivam ente el sistem a d em ocrático m anteniend o viva sólo ía p arte externa. La p ro pia palabra que usa (démokratía) no es un té rm in o característico del lenguaje dem ocrático, que, c o m o sabem os, es m ás usual dem os en sus varios significados (es tí­ pica la fórm ula de la parte d e m o c rá tic a lyein ton démoti ~ abatir, o in te n ta r abatir, la d em ocracia). Démokratía es originaria m e n te un te rm in ó violento y p o lé m ic o (« predom inio del demos») ac uñado por.los enem igos del o rd e n dem ocrático : no es u n a palabra de la convivencia. Expresa la preponderancia (violenta) de u n a parte y ' esta p a r t e se p u e d e designar sólo con u n n o m b re de clase, tanto es así que Aristóteles — con ex trem a clarid ad — form ula el páradógico exem plum fictum según el cual el p re d o m in io — en u na c o m u n i­ dad de 1.300 ciu d ad a n o s— de 300 p o b re s (si es que llegan) co n tra todos los d em ás es n ad a m enos que u n a «democracia». Corrsidera--* da desde esta óptica, la d em o c ra c ia a c a b a asum ien d o c o n n o ta c io ­ nes p rop ias de la tiranía: en p r i m e r l u g a r p o r la reivindicación p o r parte del dèm os de un privilegio p ro p io del tirano: e s t a r p o r enei* m a de la ley, poietn ho ti boùletai.* En el lenguaje político ateniense, sin em bargo, se afirma tam-, b ién o tra constelación term in o lo g ica y conceptual: la que identifi-

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ca libertad y d em o cracia p o r una parte, y oligarquía y tiranía por otra.íDe nuevo o tra vez es Tucídides quien nos p ro p o rcio n a la d o ­ cu m entación, en el capítulo del libro octavo (8, 68) en el que hace un balance del significado y de las consecuencias del golpe de esta­ do oligárquico de 411. Un golpe de estado efímero y violento, san ­ griento pero sobre todo inesperado — anota Tucídides: la p rim e ra experiencia oligárquica después de cien años desále la expulsión de los tiranos. Y Tucídices com enta, después de h aber trazado un b r e ­ ve retrato lleno de adm iració n de los tres principales artífices del golpe de Estado: «Ciertamente, sólo personas de este nivel podían realizar u na em p re sa tan grande: quitar al pueblo de Atenas la li­ bertad cien años después de la expulsión de los'tiranos.» En este ¡ caso es evidente q ue Tucídides identifica el régim en d e m o crático { con la noción de libertad, de la m ism a m an era que en el libro sexto (donde re cu erd a los tem ores difundidos p o r Aterías p o r el e sc á n d a ­ lo misterioso de la m utilación de los H erm as— definía c o m o «oli­ gárquica y tiránica» con conjura q ue los d em ócratas atenienses te­ m ían que se escond iera tras el horrible y en apariencia inexplica­ ble escándalo. Aquí, la agrupación de los conceptos es el espejo perfecto de lo que en c o n tra m o s en el libro octavo: por un lado la li­ bertad = d em o cracia ( a b a t i r l a :d em ocracia isignifica ^qui táV á loS atenienses-la libertad que habían conquistado con la expulsión d e » 1os -tira nos),,por otro la tiranía .= oli garq u ia (una conjura que busca el gobierno.de unos pocos, es decir, o tra vez el derribo de la d e m o ­ cracia, y al m ism o tiem po «oligárquica» y «tiránica»). Un" lenguaje que chirria con el dato (histórico) según el cual los principales artí­ fices dela_caí da de la tiranía habían sido los aristócratas c o n sus aliados espartanos; m ientras la forma en q u e la d e m o c ra c ia arcaica se h a b ía m a n ifestado había sido p re cisam en te.la tiranía.y La apa ren te á p o r ia t ie n e u n a solución bastante sim ple que nos jvuelvéji c o n d u c ir al co m p ro m iso del que surge la d em o c ra c ia en la Grecia de época clásica: el com p ro m iso entre señ ores y pueblo, gestionado con la cabeza, J a cu ltu ra política, el lenguaje de los se­ ñores que dirigen la ciudad dem ocrática. Para éstos,:la d e m o c ra c ia es lín'régim en apetecible m ientras sea «libertad (no p o r azar P e ri­ cles usa con indiferencia la palabra démokratía y al m ism o tiem po reivindica que el ateniense es un régim en «de libertad»): un régi­ men, en c o n s e c u e n c ia rd e p u r a d o d e.to d o residuo tiránico* /Aquí está eLorigen em p írico de aquella clasificación sistem áti­ ca — propia de los p ensadores griegos— cuyo objetivo era redupli­ car \asJormas políticas.en dos subtipos cada vez, uno b u e n o y otro malo. Es u na respuesta, a la ap o iia m encionada, que el p e n s a m ie n 1 lo griego concibe muy pronto. La vemos teorizada en Aristóteles, quien pre cisam en te usa dos térm inos distintos: la «buena» dem o-

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cracia e s .la q u e él llama politeía, la d e m o c ra c ia irrespetuosa co n la lib e rtad _ e sen cam bio, c o m o era de esperar, la démpkratía. Pero es u na distinción que está ya implícita en el agón con stitu ­ cional h ero do teo, en cuyas tres interven cio nes (o m ás c o r re c ta ­ m ente su sum a) serp en tea el presu p u esto de que toda form a políti­ co-constitucional d eg enera en su .peor, aspecto y_que. tal..procesoy degenerativo p o n e en m ovim iento un ciclo en el que, histórica­ m ente, de u n a co nstitució n se p á s a a otra. En este sentido, la in te r­ vención m ás clara y m ás im p o rtan te es la de Darío, quien establece ex plícitam ente la cuestión del desd ob lam ien to de cada fo rm a polí­ tica en su form a «ideal» p o r u ñ a p arte y en su verificación co ncreta, p o r otra.

La tearía «cíclica y Darío observa, de hecho, que cada liria de las tres formas políti­ cas obtiene, en el ám b ito del debate, dos caracterizacion es opues-> tas. Otanes esboza todos los defectos tópicos del p o d e r m o n á rq u ic o y exalta, en pocas pinceladas eficaces, la d em o cracia; in m e d ia ta ­ m en te después, Megabizos d eclara a p r o b a r la crítica al p o d e r m o ­ n árq u ic o p ero d em u ele la im agen positiva de la d em o c ra c ia y exal­ ta el p re d o m in io de la aristocracia; d espués de lo cual el propio Da­ río se dispone a desvelar las taras del go b iern o aristo crático y v uel­ ve al p u n to de partida, d ánd ole la vuelta rad icalm en te, con un e lo ­ gio del p o d e r m o n árq uic o . P recisam ente, p o rq u e tiene d elante el cu a d ro co m p leto de las seis posibles v aloraciones de los tres siste­ mas, Darío abre su in terv e n ció n dicien do que «efnél:discurso» (3, 80, 1 : tói lógói: esta lectura, que es la co rrec ta , nos la da sólo la tra ­ dición indirecta, re p re s e n ta d a p o rE s to b e o ) los'tres regím e n es son* «excelentes»: desvela, p o r tanto, que de cada u n o de los tres m o d e ­ los existe u n a variante positiva, aquella en la q ue funcionan en es ta ­ do p u ro los presupuestos «teóricos» (esto es lo que significa tói ló­ gói) sob re el q ue cada un o de los tres m o delo s se funda. Esto im pli­ ca — y Darío lo dice in m e d ia ta m e n te d e s p u é s — que, ah'menos.en.< lo que se_refiere a la aristo cracia y a la d em o cracia , sus c a rac te rísti­ cas negativas surgen c u a n do se pasa del p la n o de las definiciones a, la .práctica. Pero:Dafío va m ás allá: ofrece dos m o d elo s de trasváse c o n s titu ­ cional de Una fo rm a a otra. Observa que, en la p ráctica, las d e m o ­ cracias realizadas en efecto y las aristocracia s «reales» Megan a m ­ bas a tal d eso rd en civil que fuerzan el surg im ien to del m o n arc a. El* p o d e r m o n á rq u ic o b ro ta de u na stásis, fre c u e n te m e n te sangrienta, que sigue al fracaso p rá ctico 'd e c a d a u n a de las otras dos formas de

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gobierno. Por o tra parte,-'el pro p io Darío no p u e d e ig n o ra r el hecho de que tam b ién u n a m ala m o n a rq u ía pued e d a r lug ar a la stasis: al día siguiente de la catástrofe de Cambises (perfecta e n c a rn a ció n del tirano) y de la g uerra civil causada p o r el u s u rp a d o r (el «falso Esmerdis»), los dignatarios persas se p re g u n ta n sobre que forma política se puede d ar a Persia después del naufragio de la m o n a r ­ quía; y se p re gu ntan p o r otras posibles soluciones constitu cion ales p o rq u e la m o n a rq u ía ha d e s e m b o c a d o en aquellos desenlaces d e ­ sastrosos. P o r tanto, está claro qué, no sólo p ara Darío sino p o r el p ro p io con tex to en el que tiene lugar el debate, de cada form a político -c ó n stitu c io n a ls é pasa a la otra_, y ad e m á s a través del doloroso pasojdeJa _ sía sís,tde^la g u e rra civil. Darío es el v encedor, p ero lo es en el plano histórico, no en el p la n o dialéctico. Desde el p u n to de vista de la form a dem ostrativa, sus a rg u m e n to s se añaden a los d esarrollados p o r los in te rlo c u to ­ res que le han preced id o , no los anulan. En el plano dialéctico, el d eb a te no tiene ni v en c ed o re s ni vencidos. Y no puede ser de o tra form a, pu esto que este re sultado «abierto» c o rre s p o n d e al cíclico s u c e d e rs e de u n a «constitución» a otra, sob re las ruinas y gracias a los defectos de la otra, según un pro c eso que no p u ed e t e n e r fin, q ue no p u e d e ver u n a etap a conclusiva. T am b ién p o r este motivo es justo d e c ir que del d eb a te h e ro d o te o p arte n todos los desarrollos sucesivos del p e n sa m ie n to político griego. C uando Tucídides, en la realidad de la n arra c ió n , se e n c u e n tre frente al p ro b le m a bastante s in g u lar del rá p id o fracaso de un gobierno olig árqu ico — el de los C u a tro c ie n to s — a p e s a r de es ta r constituido, c o m o él m ism o re cal­ ca, p o r «personas de p r i m e r orden», no p u e d e h a c e r o tra cosa que r e c u r r i r a la explicación ya p r o p o r c io n a d a en té rm in o s g enerales p o r Darío s o b re las causas del fracaso de toda aristocracia, p o r «buena» que sea: llam a en causa la rivalidad e n tre los cabecillas, to dos de ó p tim o nivel p e ro to dos inclinados a co n se g u ir u n a posi­ ción p re e m in e n te ( 8 , 89, 3). T am b ién él se expresa con palabras q u e h a c e n re fe re n c ia al paso de u n a form a constitucio nal a otra, destin ad a ta m b ié n ésta a s u c u m b ir, de nuevo en un «segmento» del «ciclo»; «así — o b s e rv a — se a r ru in a u n a oligarquía surgida de la crisis de la d em ocracia». Esa im agen del flujo del p ro c e s o político-constitucional d o m i­ na la reflexión q u e siguió: desde el octavo libro de la República de Platón al t e rc e ro de la Política de Aristóteles, quien ad o rn a su análi­ sis co n u n a riq u ísim a ejem plificación sacad a de su in com p arab le c o n o c im ie n to de los a c o n te c im ie n to s político-constitucionales de c e n te n a re s de póleis griegas (158 Politeiai, de las cuales nos ha lle­ gado casi e n te ra la q u e se refiere a Atenas).«Intentar estab le cer se­ gún q u é su césióñ , p o r lo g eneral, se p ro d u c e el paso fue el objeto *

III c i u d a d a n o / 163

de indagación y de especulación de los pensadores que siguieron,“» desde el tardopitagórico Ocelo Lucano a Polibio, en los cuales la indagación em pírica se conjuga con la idea filosófica del «regreso», de u n a «anacíclosis». C o rre c to r del etern o repetirse del ciclo es lá constitución «midel Consejo y de la Asamblea Popular. I-a tribu ¿ r e c r ó p id e o cu pa ba la pritanía, Polimnis ejercía de se­ cretario, Alexias de arcon te, Nicofonte de Atmonia de presidente. P ro p u esta de Clísofo y los d em ás pritanes: Alabar a los em bajadores sam ios y a aquellos que llegaron los p rim e ro s y a los que han llegado a h o ra a la Asamblea, así c o m o a los estrategos y a todos los dem ás samios, porque son valientes y es­ tán dispuestos a ac tu a r para lo mejor. Alabar su acción p orque a c ­ tu a ro n de m o do beneficioso p ara Atenas y p ara Sainos. Para p r e ­

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m iar el bien que han h ec h o a los atenienses, los atenienses los tie­ nen en gran consideración y p ro p o n e n lo siguiente: Es decisión del Consejo y de la Asamblea que los sam ios sean atenienses y que asum an la ciudadanía en la forma que más les agrade, Que esta decisión sea aplicada del m odo más provechoso para am bas partes, c o m o ellos dicen; cuando llegue la paz, e n to n ­ ces se podrán e m p re n d e r deliberaciones com u n es sobre otros asuntos. Mientras, con tin úan disfrutando de sus leyes co n p lena a u ­ tonom ía y todo lo dem ás lo siguen haciendo según los ju ram e n to s y los acuerdos en vigor entre atenienses y samios. [-] Tod, Greek liisiorical Inscripiions, n ú m . 96.

Trad.-i de P. Badén as.

Plutarco, Vida de P e n d e s 12 . Pero lo que m ayor place r dio a los atenientes y m ás c o n tri­ buyó al em b ellecim ien to de Atenas, lo que más boquiabiertos dejó a los dem ás h om bres, y lo único que atestigua que no son m entiras aquel famoso p o d er de Grecia y su antigua prosperidad, es la edifi­ cación de m on um entos. De todas las m edidas políticas de Pericles, esto es lo que sus enem igos m iraban con peores ojos y lo que más denigraban en las asambleas. En ellas gritaban que el p ueb lo tenía m ala rep utación y era objeto de difam aciones p o r h ab er traído a Atenas de Délos el tesoro com ún de los griegos, y que lo que podía h a b e r sido para él c o n tra los que le acusaban el más d ecoroso de los pretextos, que po r m iedo a los bárbaros habían sacado de allí el tesoro c o m ú n p ara custodiarlo en lugar seguro, incluso eso P eri­ cles se lo había quitado: «Y Grecia tiene la im presión de estar sie n ­ do víctima de u na terrible injuria y de u n a tiranía manifiesta, p o r ­ que ve que con los tributos con los que se la fuerza a c o n trib u ir p ara la gu erra nosotros re cu brim o s de oro y em bellecem o s n u estra ciudad, co m o u n a m u jer presum ida, ro deándo la de piedras p re c io ­ sas, estatuas y tem plos de mil talentos.» Explicaba, en co nsecuencia, Pericles al pueblo que del d inero no tenían que d ar nin g u n a cu e n ta a los aliados, p o rq u e hacían la g uerra p o r ellos y tenían a raya a los bárbaros; los aliados no a p o r ­ taban ni caballos ni naves ni hoplitas, sólo contribu ían con dinero, cosa q ue no es de los que lo dan, sino de quienes lo reciben, con tal de que p ro c u re n los servicios en cuyo pago lo han recibido. Era preciso, ah o ra que la ciudad estaba suficientem ente provista de las cosas necesarias para la guerra, dirigir sus ab u nd an tes recursos a

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obras que, una vez, term inadas, les dieran gloria etern a y que, d u ­ ran te su ejecución, p ro c u ra ra n el bienestar; p ues gracias a eslas obras, n a c erían todo gén e ro de industrias y u n a infinita variedad de em pleos, que, d espe rtand o .>das las artes y po n ien d o en m ovi­ m iento todos los brazos, p ro c u ra ría n salarios a casi toda la ciudad, la cual, con sus propios recursos, se em bellec ería y al m ism o tie m ­ po se alim entaria. Pues a los que tenían edad y vigor p ara la g u e rra las exp edicio ­ nes m ilitares les p ro c u ra b a n a b u n d a n te s re cu rso s p ro c e d e n te s del tesoro com ún; y p ara la m asa jo rn ale ra que no form a ba parte de los con tin gen tes militares, Pericles, que no q u ería que estuviera priva­ da de ingresos, pero ta m p o co que los recibiera sin trabajar y o c io ­ sa, p resentó al p ueblo la p ro p u e sta de grandes proyectos de c o n s ­ tru c c io n es y planes de trabajos que re q u erirían n u m e ro s o s a r te s a ­ nos y cuya realización exigiría m u c h o tiem po, p ara que, no m e n o s que los q ue navegaban o los que estaban en guarn ic io n es y los que partían en las expediciones, la p o b lación que residía s iem p re en casa tuviera un motivo p ara sacar prov ech o de los fondos públicos y recibir u n a parte de ellos. Había c o m o m aterias p rim as piedra, bro n c e, marfil, oro, ébano, ciprés; c o m o oficios que trataran y ela­ b o ra ra n estas m aterias prim as, carpinteros, m o delado res, h e r r e ­ ros, canteros, b atid ores de oro, ab lan d a d o res de marfil, pintores, d am asquinad ores, cinceladores; c o m o tran spo rtistas y p ro v e e d o ­ res de estos m ateriales, m erc ad eres, m a rin e ro s y pilotos, p o r m ar, y, p o r tierra, carreteros, propietarios de parejas de tiro, arrieros, cordeleros, hilanderos, talabarteros, peon es ca m ineros, m in eros. Cada oficio, adem ás, disponía, c o m o un general dispone de u n ejér­ cito propio, de u n a m asa asalariada de peones, q ue constituían el in stru m en to y el cu e rp o destinado a su servicio. Gracias a ello, las m últiples o cu p a cio n es distribuían y disem inab an el bienestar, p o r decirlo en u n a palabra, e n tre todas las edades y co ndiciones. Plutarco, Vidas paralelas. Trad. de Emilio Crespo, Barcelona, Bruguera, 1983.

Pseudo-Jenofonte, Constitución de Atenas, 2, 19-20 Yo afirmo, en efecto, que el pueblo de los Atenienses c o n o c e .qué c iu d ad a n o s son sup erio res y quiénes inferiores; y, al c o n o c e r ­ lo, a p recian a los que son p ro p ia m e n te p artidario s y seguidores s u ­ yos, a u n q u e sean inferiores, y odian esp e cialm en te a los su p erio res pues, no cre e n que la virtud de éstos con trib u y a a su p ropio bien, sino a su mal. Y c o n tra rio a esto es, el que algunos, que son v e r d a ­

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d e ra m e n te dei pueblo, no lo son p o r naturaleza. Yo c o m p re n d o la d e m o c ra c ia del p ro p io p u eb lo pues es to talm e n te com pre n sible que p ro c u re su p ro p io bien; p ero quien, no siendo del pueblo, es­ cogió vivir en u n a ciudad d e m o c rá tic a m ás que en una oligárquica, está dispuesto a d e lin q u ir y sabe que el que es m alo tiene más posi­ bilidades de p a s a r inadvertid o en u n a ciudad d e m o c rá tic a que en una oligarquía. Así que, re sp ecto a la re p ú b lic a de los Atenienses no apru eb o la form a de gobierno; pero , u n a vez q u e dec idie ron ser dem ócratas, m e p arece que c o n se rv an bien la d e m o c r a c ia em p le a n d o los m e ­ dios que yo he expuesto.

Pseudo-Jenofonte, Constitución de Atenas, 1, 14-15 De u na sola cosa están faltos; pues si los Atenienses fueran los du e ñ o s del m a r viviendo en u n a isla, ellos p od rían h a c e r daño, si qu isieran y en ca m b io no sop ortarlo , m ien tras m a n d a ra n en el m a r y, ni sería sag rad o su p ro p io territo rio ni invadido p o r los e n e m i­ gos; a h o ra bien, los agric u lto res y ricos Atenienses adulan a ios en e m ig o s más, p e to el p u eblo, p u esto q ue sabe bien que no in c e n ­ diarán ni devastarán n a d a suyo, vive sin t e m o r y sin adularles. Ade­ más, tam b ién estarían ap a rtad o s de otro tem o r, si vivieran en u n a isla; n u n c a la ciu d ad sería traic ion a da p o r u n o s pocos, ni abiertas sus puertas, ni invadida p o r sus enem igos. En electo ¿cóm o p odría s u c e d e r esto si vivieran en u na isla? A su vez, nadie se sublevaría co n tra el pueblo, si vivieran en u n a isla; pues, si se sublevaran se su blevarían p o n ie n d o su esp e ran z a en que los enem ig os acudirían p o r tierra. Aurelia Ruiz Sola, Las constituciones griegas, Madrid, Akal, 1987.

Aristóteles, Polít ica, 1268b-J 269a Algunos se p re g u n ta n si es peijudicial o c o n v e n ie n te p a ra las ciu d ad e s c a m b ia r las leyes tradicio nales en el caso de que haya o tra m ejor. P o r eso no es fácil a s e n tir sin m ás a lo an tes dicho, si no c o n ­ viene cam biarlas. P u e d e se r q u e algun os p re s e n te n la abolición de las leyes o del ré g im e n c o m o un b ien para la c o m u n id ad . Puesto qu e h e m o s h e c h o m e n c ió n de este tem a, será m ejor detallarlo un p o c o más. Tiene, c o m o h e m o s dicho, dificultades, y po dría p a re c e r que es m e jo r el cam bio; es in d u d ab le al m e n o s q ue tratánd ose de las otras c ien c ias es co n v e n ie n te el cam bio; p o r ejem plo, la m ed ici­

El c iu d a d a n o /1 / I

na, la gim nasia y en general todas las arles y facultades se han aleja­ do de su form a tradicional, de m od o que, si !a politica se ha de c o n ­ s id era r com o una de ellas, es claro que con ella tend rá que o cu rrir lo mismo. P odría decirse que los m ism os hechos lo m uestran, pues las leyes antiguas son dem asiado simples y bárbaras: así los griegos iban arm a d o s y se c o m p ra b an las m ujeres, y todo lo que aún queda de la legislación antigua es s o b re m a n e ra simple, co m o la ley que existe en Cime sobre el asesinato, según la cual si el acusad o r p re ­ s enta cierto n ú m e ro de testigos de en tre sus propios parientes, el acu sado será reo de asesinato. Pero en general los h om bres no bu s­ can lo tradicional sino lo bueno, y es verosímil que los prim eros hom bres, ya fueran nacidos de la tierra o supervivientes de algún cataclismo, fueran sem ejantes no sólo a los hom bres vulgares ac­ tuales, sino incluso a los necios, c o m o se dice efectivam ente de los que nacieron de la tierra; de m od o que es absurdo persistir en sus opiniones. P ero aparte de estas razones tam poco es m ejor dejar- in­ variables las leyes escritas, p o rq u e lo m ism o que en las dem ás a r­ tes, es tam bién im posible en política escrib ir ex actam ente todo lo referente a su o rd enació n, ya que forzosam ente las norm as escritas serán generales y en la prá ctica no se dan más que casos singu­ lares. De estas consideraciones resulta manifiesto que algunas leves, y en d eterm in a d as ocasiones, d eben s e r susceptibles de cambios, pero desde otro p u n to de vista esto p a re c e rá re q u e rir m u ch a p re ­ caución. C uando la m ejora sea p e q u e ñ a y en cam bio pueda ser fu­ nesto que los h o m b res se a c o stu m b re n a cam b ia r fácilmente las le­ yes, es evidente que d e b e rán pasarse p o r alto algunos fallos de los legisladores y de los gob ern antes, pues el cam bio no será tan útil c o m o d añ in o el in tro d u c ir la c o s tu m b re de deso b e d ece r a los go­ b ern antes. La c o m p a ra c ió n con las artes es tam bién errónea; no es lo m ism o in tro d u cir cam bio s en u n arte q ue en u n a ley, ya que la ley no tiene o tra fuerza p a ra h acerse o b e d e c e r que el uso, y éste no se p r o d u c e sino m ediante el tra n s c u rso de m u ch o tiempo, de m odo q u e el ca m b ia r fácilm ente de las leyes existentes a otras nuevas d e ­ bilita la fueréa de la ley. P ero aun si p u ed e n cam biarse, ¿podrán cam b ia rse todas y en todos los regím enes, o no? ¿Podrá cam biarlas cualquiera, o sólo algunos? Todas estas cuestiones tienen gran im ­ p ortancia. Dejemos, pues, esta investigación p o r ahora: no es de este lugar. Trad. de Julián Marías, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1951.

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Tucídides, 2 , 37 Tenem os un régim en político que no em ula las leyes de otros pueblos, y más que im itadores de los demás, som os un m od elo a se­ guir. Su n om bre, debido a q u e el gobierno no depende de unos p o ­ cos sino de la mayoría, es dem ocracia. En lo que poncierne a los asuntos privados, la igualdad, co nfo rm e a nuestras leyes, alcanza a todo el m un do, m ientras que en la elección de los cargos públicos no an tep o n e m o s las razones de clase al m érito personal, co nform e al prestigio de que goza cada ciudadano en su actividad; y ta m p o ­ co nadie, en razón de su pobreza, e n c u e n tra obstáculos debido a la oscuridad de su condición social sí está en condiciones de p re s ta r un servicio a la ciudad. En nuestras relaciones con el Estado vivi­ mos co m o ciudadanos libres y, del m ism o modo, en lo tocante a las m utuas sospechas propias del trato cotidiano, nosotros no senti­ m os irritación co ntra nuestro vecino si hace algo que le gusta y no le dirigimos m iradas de reproche, que no sup on en un perjuicio, pero resultan dolorosas. Si en nuestras relaciones privadas evita­ m os m olestarnos, en la vida pública, u n respetuoso te m o r es la principal causa de que no c o m eta m o s infracciones, p o rq u e p re sta­ mos obediencia a quienes se suceden en el gobierno y a las leyes, y principalm ente a las que están establecidas para ayudar a los que sufren injusticias y a las que, aun sin estar escritas, a c a rrean a quien las infringe u na vergüenza p o r todos reconocida. Trad. de J. J. Torres Esbarranch.

Tucídides, 6 , 38-39 P ero esto, co m o os he dicho, los atenienses lo saben y estoy se­ guro de que se cuidan de sus intereses; es aquí d ond e hay unos h o m b re s que inventan historias que no existen ni pueden existir. Y yo me doy perfecta cu e n ta de que lo que estos ho m b res desean, no aho ra p o r p rim e ra vez sino desde siem pre, es asustaros a vosotros, al pueblo, con cuentos de esa clase o todavía m ás perversos, o con sus acciones, a fin de h acerse ellos con el dom inio de la ciudad. Y tem o ciertam en te que un día, a fuerza de intentarlo, lleguen a c o n ­ seguirlo; p o rq u e nosotros som os incapaces de p o n ern o s en g u ar­ dia antes de p a d e c e r el d añ o y de re a cc io n a r con tra ellos al darnos c u e n ta de sus m aquinaciones. P o r esto p re c is a m e n te n uestra c iu ­ dad está pocas veces tranqu ila y soporta m uch as disensiones y un m ayo r n ú m e ro de luchas en su interior que c o n tra sus enem igos, y a veces incluso tiranías e injustos regím enes personales. De todos

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esos males, si vosotros estáis dispuestos a seguirm e, yo trataré de no p e rm itir que sob rev eng a ning u n o en nuestro tiempo; para ello p ro c u ra ré c o n v e n cero s a vosotros, a la mayoría, de que castiguéis a los que u rd e n tales m aquinacion es, no sólo al cogerlos en flagrante delito (pues es difícil so rp ren derlos), sino en los casos en que tie­ nen la intención, pero no los m edios (pues fíente al enem igo es preciso defenderse p o r anticipado, no atend ie n d o sólo a lo que hace sino tam b ién a sus proyectos, so bre todo si p o r no ser el p ri­ m e ro en p o n erse en guardia se va a ser el p rim e ro en re cib ir el daño); y en cu a n to a los oligarcas, mi m isión consiste en d e sc u b rir­ los, vigilarlos y am on estarlo s, pues pienso que ésta será la m ejor m a n e r a de apartarlo s del m al cam ino. Y bien, he aquí u n a p re g u n ta q u e m e he h e c h o m u ch as veces, ¿qué es lo q u e queréis vosotros, los jóvenes? ¿Tener ya el poder? ¡Pero si no es legal! Y la ley se estableció p o r el hec h o de que voso­ tros no estáis capacitados p ara e je rcer cargos, y no para despojaros de este d e re c h o tenien do capacidad para ello. ¿O es que no queréis la igualdad de d erech o s con la mayoría? ¿Y c ó m o sería justo que aquellos que son iguales no gozaran de iguales derechos? Se dirá que la d em o c ra c ia no es ni inteligente ni equitativa y que aquellos que poseen el d in e ro son tam bién los m ejores p ara ejercer el p o d e r con más acierto. P ero yo afirm o en p rim e r lugar que se llam a «pueblo» al co nju nto de los ciudadanos, m ientras que el té rm in o «oligarquía» sólo designa una parte; después, que los ri­ cos son los m ejores guardianes del dinero, p ero que para d a r los m ejores consejos ten em o s a los inteligentes, y q ue para decidir lo m ejo r después de h a b e r e sc u c h a d o está la mayoría; estos e le m e n ­ tos indistintam ente, p o r sep a rad o o en conjunto, tienen u na parte igual en la d em ocracia . La oligarquía, en cam bio, hace participe de los riesgos a la mayoría, pero resp ecto a los beneficios, no se limita a q u e r e r llevarse la m ayo r parte, sino que a rra m b la con todo y se lo queda. Este es el régim en que e n tre vosotros desean te n e r los p o d e ­ rosos y los jóvenes, p ero es im posible im p o n e r ese régim en en u na gran ciudad. Historia de la Guerra del Peloponeso. Trad. de J. J. Torres Esbarranch, Madrid, Gredos, 1990-1992.

Capítulo quinto

EL HOMBRE Y LA VIDA DOMESTICA James Redfield

Relieve en terracota procedente de Loe ri. Segundo cuarto del siglo

Fuentes; la presencia de una ausencia El desaparecido Arnaldo M om igliano se en carg ó de e n s e ñ a rn o s q ue la historia no trata de las fuentes. La historia es una in te rp re ta ­ ción de aquella realidad de la que las fuentes son segni indicativi o frammenti. Es obvio que nuestro p ro c e d e r im plica el ex am en de las fuentes, pero lo que b u scam os es c o n te m p la r a través de ellas no sólo la realidad que re p resen ta n sino tam bién la que no aciertan a represen ta r, la que re p re s e n ta n m a la m e n te e, incluso, la que o c u l ­ tan. Estas enseñ anzas de M om igliano resultan espe cialm en te valio­ sas c u a n d o nos las ten em o s que h a b e r con el asunto que nos ocupa, ya que los griegos de la ép oca clásica casi no nos han dejado fu e n ­ tes re sp ecto de su vida dom éstica. En p rim e r lugar, co n tam o s con pocos testim onios extraoficia­ les de este periodo, e n te n d ie n d o p o r extraoficial cartas personales, d o c u m e n to s de negocios, m aterial de archivos y p ru e b as p r e s e n ta ­ das en p ro cesos civiles. En vez de esto lo que ten em o s son r e p r e ­ sentacio nes oficiales: im ágenes de bullo o pintadas, n a rra c io n e s li­ terarias, relatos históricos, análisis filosóficos y discursos públicos que h an pasado a la p osteridad c o m o m o d elo s de retórica. Nos e n ­ c o n tra m o s con los griegos, p o r d ec irlo así, vestidos con sus m ejo ­ res galas; no les c o g e m o s desprevenidos, sino que les vem os tal c o m o ellos eligieron re p re s e n ta rs e a sí m ism os. Estas r e p re s e n ta ­ ciones, adem ás, con pocas excepciones, son re p resen ta cio n es de la vida pública. La historia, tras h a b e r alca nzado su cano nizació n con Tucídides, se o c u p ó casi en exclusiva de la política y de la guerra. 177

1 7 8 /Jn m cs R e d f i d d

La tradición filosófica, de Pitágoras en adelante (con la im p o rta n te excepción de Aristóteles), fue en general hostil a lo dom éstico; la unidad fam iliar es c o n te m p la d a c o m o un m u n d o de em ocionalidad fluctuante, tend enc ias antisociales y m otivaciones triviales. La acción p ú b lica tiene m ás posibilidades de ser m oral ya que, al ser visible, está sujeta a v aloración p o r parte del público. La vida púb lica se d e s a rro lla en un espacio público? Esta regla tiene un curio so reflejo en el arte q ue se en c argaba de re p re s e n ta r p ara el p úb lico a ten ie n se la ex periencia privada y las relaciones d o ­ m ésticas, es decir, el d ra m a . Tanto en la tragedia c o m o en la c o m e ­ dia la escena se alza en el exterior; ya sea en la calle o en lo que haga las veces de ésta. Los p erso najes salen de la casa o de su eq u i­ valente (la tienda de Ayante, la cueva del Cíclope) y no es raro que nos p ro p o r c io n e n algunas explicaciones com o, p o r ejem plo, po r qu é han salido fuera p ara h a b la r de sus planes secretos o la m e n ta r sus m ás íntim as penas. La re p re sen ta ció n ,?en otras palab ras,'se r e ­ p re sen ta a sí m ism a c o m o revelación de algo n o rm a lm e n te ocultó. Esto nos ayuda a c o m p r e n d e r .p o r q u é las re laciones d o m ésticas en el d ra m a son re p re s e n ta d a s en toda ocasión c o m o anon iiáles, rotas? • ó en p len a crisis. En tan to que el d ra m a es u n a re p re s e n ta c ió n de la I vida d o m é stic a es la m b ié n iu n a especie de escándalo.* M uchos de los personajes del d ra m a son m ujeres. En la vida real era algo digno de u n a m u je r atenien se q u e nad a p u d iera saberse s o ­ b re ella (c o m o señala el Pericles de Tucídides); las m ujeres que v e ­ m o s en esceña están ya, en cierto m odo, d e s h o n ra d a s o c o rre n els riesgo de estarlo c u a n d o el público.las ve (p re cisam en te p o rq u e las p u e d e ver). Lo q u e suele esta r oculto, c u a n d o se saca a la luz, evi­ d e n te m e n te está fuera de lugar. Los griegos de la ép o c a clásica no c re a ro n la clase de ficción n a ­ turalista q ue tan rica fuente re su lta p ara la vida d om éstica en la ép o c a m o d e rn a . C iertam en te, p o d e m o s d e d u c ir algunas cosas de las re p re s e n ta c io n e s q u e ten em o s; n u estra perspectiva se p arece b astan te a las o b ra s de teatro, en las que, a veces, se ab re u n a p u e r ­ ta y un m en s a je ro ap a re c e , o bien un p erso naje m ira d e n tro y nos c u e n ta lo q u e su c e d e en ese m u n d o c e rra d o e invisible. S ob re la base de tales in d icac io n e s y frag m en to s es posible esc rib ir d e sc rip ­ cion es de «la vida d o m é s tic a de la G recia antigua». De h ec h o , esto ya se ha llevado a cabo. El p re s e n te estudio, sin em b arg o , sigue u n a estrategia d iferente. S e rá u n a investigación so b re la idea de lo d o ­ m éstico e n tre los griegos (e sp ecialm en te tal c o m o p o d em o s trazar­ la a p a rtir de los m ito s y ritos), y m ás e s p e cíficam e n te s o b re el lugar q u e esta idea o c u p a d e n tro de la ideología d e la ciudad-.estado. Des­ de el p u n to de vista de esta investigación la au se n cia de testim onios es en sí m is m a un testim onio im p o rta n te . La selección llevada a

El l i o m b r e y lr\ v id a d o m c s l i c a / l 79

cabo p o r la gente en lo que toca a su propia representación nos dice m u cho , tanto p o r lo q ue oculta com o p o r lo que revela.

La supresión de lo doméstico Vamos a co m e n z a r p o r u n a ausen cia obvia pero, a la vez, intri­ gante: los griegos de la é p o c a d á s i c a n o nos han dejado historias de am órT N u estro escenario más familiar, aquel q ue com ienza con un «chico-encuentra-chica» y te rm in a con un «y vivieron felices y c o ­ m ie ro n perdices», no es re p re se n ta d o en la literatura griega antes del Díscolo de M enandro, p uesto en escena el año 316 a.C., siete años después de la m u e rte de Alejandro Magno. Por supuesto, es posible q ue algunas obras perdidas — la Andrómaca de Eurípides p o r ejem plo— hayan seguido ese esquem a, y hay algunas excepcio­ nes e n tre las obras que se nos han conservado que, en su m ayor parte, tienen que ver con los dioses: p o r ejemplo, Apolo cortejando a Cirene en laPifica n o v en a de P índaro y la alusión de H om ero a las av enturas p re m a trim o n iale s de Zeus y Hera «cuando se fueron a la c a m a ju n to s b u rla n d o la vigilancia de sus padres» (Ilíada, 15, 296). Pero, en general, la regla es válida y lo que resulta más llamativo es que, a diferencia de la ficción naturalista, las historias de a m o r se c u e n ta n en todas las literaturas del a n c h o m u n do y que, además, en ellas, se han basado clásicos tan diferentes co m o La historia de Genjii o Sakuntala. Las historias de a m o r constituyen tam bién una p arte im p o rtan te del acervo c o m ú n de los cuentos populares in­ d o europ eos, ya se trate de la historia del hijo m ás joven que gana en p re m io a la bella p rin ce sa o de la desventurada doncella rescatada p o r Su rutilante caballero. Los griegos, p o r supuesto, tam bién contaban historias de este tipo; p o r ejem plo, la historia de c ó m o Jasó n obtuvo a Medea o Pélope a Hipodám ía. P ero c u á n d o las narran , en ép oca clàssica, n o lo h ac en .e x actá n ie n te c o m o historias de am or. Veam os un ejemplo, P índaro nos cu e n ta las historias de estos dos personajes, Pélope y Jasón. Pélope, en la p rim e ra Olímpica, es un pretend ien te, p ero no le vem os cortejan do a H ipod ám ía sino que, m ás bien, ella es el p re ­ m io en su co n tien d a con E nom ao, p adre de ésta. Jasón, en la c u a r­ ta Pitica, es cierto que hechiza y sed u c e a Medea, pero ella no es el p re m io q ue persigue, es el in s tru m e n to m ed iante el cual lleva a cabo u n a tarea q ue le p erm ite r e c o b r a r su patrim onio. En otras palabras, Jasón no va b u sc a n d o una novia sino que lo q ue b u sca es su herencia. Es la h e re n c ia el aspecto de la vida fam i­ liar q u e p r e o c u p a d [a ficción clásica. Por ejemplo, H em ón y AntígonaTen la Antígona, son una pareja que m antiene relaciones lor-

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males — el a m o r de! u no p o r la otra es decisivo para la tram a de la pieza— pero el d ram aturgo no los lleva a escena juntos; Antígona más bien viene a ser para H e m ó n algo p o r lo que discutir con su p a ­ dre, Clitem nestra m ata a un m arido y se agencia otro, p ero su tra­ gedia radica en sus relaciones con Orestes, quien debe m a ta r a su m adre p ara re c u p e ra r sus derecho s sobre el reino ^e su padre. Lue­ go ten em o s a Edipo, cuyas desgracias com enzarori el día en que su padre intentó m atarle cu a n d o era niño y que, por ello (de m o do a c ­ cidental), ha recobrado su p atrim o n io al m atar a su padre y co n v e r­ tirse en esposo de su m adre. Los p r o b lemas se p re s e n tan~cuando úñ^ pldr^T ríteritájevitar la-no rm al sucesión Lde J a s generaciones.* Igualm ente, la disputa entre Pélope y E n óm ao se to rn ó san grienta po rqu e E n om ao no quería p e rm itir el m atrim onio de su hija; p o r ello, retaba a cada uno de sus p re ten dien tes a una ca rre ra de c a ­ rros. Le daba al c o n trin c an te una ventaja y luego le alcanzaba con sus maravillosos caballos y le apuñ alaba p o r la espalda. De esta m a ­ nera, llegó a m atar a doce jóvenes. Pélope, que hacía el n ú m e r o tre ­ ce, se las arregló (po r diferentes m edios en las diferentes versio­ nes) para m atar a E no m ao y así ganó en p re m io a Hipodamía. En una versión E nom ao deseaba desposar a la propia H ip o d a ­ mía y este motivo incestuoso debe considerarse c o m o latente en to­ das las demás. Casarse con la propia hija es lo m ism o que m atár.al h ijo ;o sea,-una negativa a dejarla m a rc h a r; a p e r m i ti r 'q u e la g e n e ­ ra ció n-si guíente tom e n u estro lugar: L ó s d io s e s ;.c ó n io ’son"iñmórtálés7;nó tienen este.problem a,^Oj / n é j órTcomó sorTinmortales tienen este p rob lem a al revés. La Teo­ gonia de Hesíodo nos cu e n ta con detalles cóm o los dos dioses m a ­ yores, Urano y Crono, cad a un o en su m om ento, no co nsiguieron im ped ir la sucesión; finalm ente Zeus, el terc e ro en la línea de d es­ cendencia, estabiliza el cosmos. Lo consigue tragándose, m ás que desposando, a su p rim era esposa Metis; p o r ello, Atenea nació de la cabeza de Zeus (y fue así leal p o r co m pleto a él, en su calidad de pa­ dre y m adre) , m ientras que el nac im ien to del hijo que debía ser m ejor que su padre se evitó. E l p ó d e r etern o de Zeus,--en otras palabras',- esta~aségurado^or"úna hija ete rn a m e n te virgen y un hijo q u e , ¿ rió lié gó~a Lña cer.1» P e r 07 c o m o riosotlós no som os in m ortales =—les dicen sus m itos ^ ó ^ fg rié g ó s “ 'd e b e m o s p e rm itir'q ü é nuestras hijas se casen y que * n u e s tros hiiósjv iyan .Q uienes no hacenjcaso de esta re g la 1p e r tu r ­ ban el universo. Un ejem plo legendario es Astiages el m ed o a quien un su eño le reveló que el hijo de su hija le reem plazaría c o m o rey (H eródoto, I, 108). En vez de alegrarse p o r un sueñ o que le p r o m e ­ tía u na g eneración de m ás en el p o d e r (iba a se r re em p laza d o no po r su hijo sino p o r su nieto), procedió com o si p ensa ra que iba a

El hom b re y la vida d o m e s t i c a / 1 8 l

vivir p o r siem p re e intentó m a ta r al niño. El resultado tue Ciro el G rande y el Im p erio persa. Errores que a un nivel d om éstico c a u ­ san u n a tragedia, a nivel de la historia del m u n d o obran p ro d i­ gios. _ El p ro b le m a dé la heren cia es un m e dio de r eflexionar sobre el* p ro b le m a de la cultu ra y la"natüraleza:-mediante la herencia,’ nosó-' tros, q ue som os o rganism os p erece d ero s — «criaturas de un día», com o nos llam a el p o eta— tqm am ós.lás^m edidas para tran sm itir un o rd e n -c u ltu ra l d u ra d ero . Esto lo p o d e m o s co nse g u ir sólo si lo­ gra moS/íf v encer nuestro egoísmo; en ten d id o asi, el ó 'rd eK culturah viene a se r el regaló que cada gen eració n hace a l a siguiente.,LoS' griegos, en tanto que con c eb ían la familia en los térm in o s de este problem a,Hla vieron desde el p u n tó de vista de-Ia ciudad-estado.*'Eb fin de la familia, desde el p u n to U é vista político, es tran sm itir p ro ­ piedad y.papeles sociales de f o r m a q u e el o rd e n político perviva tras ]a m u e r t e de los individuos1. En Cernim os de naturaleza; el pa^ p elx ív ico d e i a s mujeres-era p ro d u c ir ciudadanos, es decir, h e r e d e ­ ros Varones; p árá las:unidades familiares q ue c o m p o n e n las ciuda:. des; en term íiñós-de.cultura’' las m ujeres funcion aban c o m o p r e n ­ das en úna transacción ériti-e el suegro y el yerno; una-transacción c o n o c id a co m o .lá engyé o éngyesisT-Se trataba de un a c u erd o en tre el padre de la novia o su tu to r legal y su pre te n diente, p o r el cual la auto rid a d sobre aquélla se transfería de uno a otro. Los mismos t é r ­ m inos se usaban tam b ién c u a n d o se daba algo en p re n d a c o m o ga­ rantía. La^entregardeíla mujer, p o r lo tanto, fue’únanse ña lid e: un vínculo e n tre los dos hom bres; el de más edad daba a la joven c o m o p re n d a u sand o la voz activa del verbo, el m ás joven la recibía en la voz m edia (engyómai; cfr. H e ró d o to VI, 130, 2). L ajm tjervpues, no 'éra parte _d e la tran sac c ió n .+ La fórm u la ática era: «Te doy en p r e n d a a mi hija p ara e n g e n ­ d r a r hijos legítimos y, con ella, una dote de (tanto y más cuanto)» (M enan dro 435 K, Díscolo, 842 ss.). El"padre^entregabaa. su. hija y> daba tam bién, c o n ella, u n a doteT F o rm alm en te, la dote n u n ca fue p ro piedad del m arido p ero era éste quien la tenía y la ad m inistraba p ara sus hijos, d eb iend o ser devuelta en el caso de q ue el m a trim o ­ nio fracasase; de todas m aneras, con m u c h a frecuencia hubo de ser, sin la m e n o r duda, algo esp e cialm en te atractivo ya que el marido tenía la a d m in istració n de ella en tanto que el m atrim on io durase ^ y e r n o no tenía que o frecer,n ad a a cambio; en la épica m u ch as veces se oye h a b lar de un regalo h e c h o a la novia, pero, el,* in te rc a m b io m atrirñoniaj clásico fue re c íp ro c o ú n ic a m e n te d en tro del c o n t e x t o d e u n a re c ip ro c id a d generalizada; el p a d re debía e n ­ tregar, a. su Jfrija. p o rq u e . t i e m p o atrás, h abía recib ido a la hija de o t r o . La ú n ic a co n d ició n estipulada de la tran sa cció n era «para e n '

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¿geñdrar hijos legítimos». La c o m p e n s a c ió n del su egro estribaba en» la p erspectiv a de-tener nietos. De nuevo ten em o s aqui q ue el pu nto de m ira es la h ere n c ia . El m a trim o n io es c o n c eb id o c o m o él m edioj ,por el cüál u n h o m b r e p u e d e te n e r d esc en d ien tes m ed ian te su hija: ~El yerno, a 1cam bio, ad q u ie re ciertos derech o s so bre su.suegro. NcTpuede d ecirse q ue los m a trim o n io s griegos fueran «co ncer­ tados» si lo que e n te n d e m o s p o r ello es que había un a c u e rd o en tre los p ad res de la novia y del novio. Los griegos n u n c a re co n o ciero n nada sem ejante a la patria potestas ro m an a , p o r la cual los hijos adultos estaban bajo la au to rid a d del p ad re en tanto que éste vivie­ ra; p o r ello, el p re te n d ie n te , c o m o v aró n ad ulto libre que era, negozi ciaba p o r su novia en su p ro p io nom bre; Casarse fu e u n a form a de adquisición, u n a p a r te de la « tercera función»; H erm es, el p atrón del traslado de la novia desde su antigu a casa a la nueva, es tam bién el dios del c o m e rc io , del ro b o y de los objetos en c o n trad o s. Glaucón, en la República de Platón, h a b la del m atrim o n io c o m o si fuera un tipo de c o m ercio ; el h o m b re injusto, nos dice, desea [...] tomar luego esposa de la casa que desee, casar a sus hijos con quien quiera, tratar y m antener relaciones con quien se le antoje v obtener de todo ello ventajas y provechos (362b)*.

T o do lo d icho sitúa al m a trim o n io sin la m e n o r am b ig ü ed a d en un m u n d o masculiñO_de tra n s a c c io n e s públicas, de rivalidad p o r el h o n o r y la ganancia; h asta el p u n to de que, co n c e b id o a'si'T'el m a t r i z m o n io deja de s e r e n te n d id o c o m ò algo c e n tra d o en la re lación pri^ vadaiéritre ün h o m b r e y ú n a m ujer. Otra c o n s e c u e n c ia de esto, en mi o pinión, fue;la au s e n c ia de historias de am o r. Las historias cuy o te m a es el cortejo — esto debe q u e d a r cla ro — en realidad son h istorias a c e rc a del ideal de re lación m atrim o nial, ya qu e el p re cio q u e u n o pag a p o r casarse nos p ro p o r c io n a u n a va­ lorac ió n del estado de casado, y un relato de los pasos desde la sol­ tería al m a trim o n io es u n a m a n e r a de h ab lar so b re las diferencias e n tre los dos. D igám oslo de u n a m a n e r a m ás técnica: u n a historia de a m o r establece la e s tru c tu r a ideal del m atrim o n io en térm in o s de u n a serie de a c o n te c im ie n to s ideales. Tales historias no n e c e s i­ tan reflejar n in g u n a p rá c tic a de cortejo real; esto explica p o r qué aqu é lla s son tan p o p u la re s en las c u ltu ra s — las del s u r de Asia, p o r e je m p lo — en las que, p rá c tic a m e n te , todos los m a trim o n io s son «con certado s» y la novia y el novio no se ven h asta el día de la boda. No o bstante, la novia tiene la esperanza de que se la valorará y p o r * l^a traducción que utilizam os es de M. Fernández Galiano (Madrid, 1949). (N. del T.)

Ei h o m b r e y la vida d o n ic s ü c a /l 83

ello se interesa pro fu n d am en te p o r las historias que narran los p o r ­ m e n o re s de h a c e r la corle a una mujer; el novio, p o r su parte, espe­ ra s e r ad m ira d o y esta es la razón de que le gusten las historias en las q u e el novio llega lu chan do hasta su novia. Si la historia es una de aquéllas en que la novia es el pre m io concedido al más valeroso, la razón de ello estriba en que la m ujer desea ser apreciada de for­ m a extraord inaria y el h o m b re aspira al mérito. Si en la historia la novia es u n a víctima rescatada, esto significa que las mujeres d e ­ ben s e r protegidas y los h o m b res lo bastante fuelles para hacerlo. En las historias uno s y otros viven felices p o r siempre, com o si, una vez n a rra d a la historia, todo lo dem ás cayera de su peso; las histo rias son re a lm e n te d escripciones de la felicidad m atrim onial. L a jiü sen c ia dé historias de_ámór_en la literatura griega es, por lo tanto, ¿iri áspecjto_dé la aUséñcia de cualquier.répréseníación po¿si ti va del m a trim o n io 1.Las m u je rc s'd é lásTrágedias, p o r ejemplo, o bien ,sbñ víctimas m a ltra ta s , ,como Ifigenia o lo, o bien-furias ven­ gadoras, c o m o es el caso de C litem nestra y Medea; no es raro que, c o m o Deyanira y Antígona, se las arreglen para se r am bas cosas a la vez. ¡El m a trim o n io más satisfecho en toda la tragedia es pro b a b le­ m e n te (hasta el m o m e n to de la verdad) Edipo y su madre! En Aris­ tófanes e n c o n tra m o s un po co m ás de equilibrio. El héroe de Los a ca m ie n s e s aparec e con su m ujer y lo m ism o hace, d u ra n te m u cho más tiem po, el h é ro e del Piulo-, sin em bargo, la única escena real­ m e n te no table entre u n h o m b re y su esposa es la de Usistrata, cu a n d o M irrina niega sus favores a su esposo. De los autores d ra -1 m áticos que nos han llegado, Eurípides parece h aber sido el más i interesado en'el m atrim o n io ; l a Ifigertia en Aulide trata de u na bo da/ (que es cie rta m e n te un sacrificio h u m a n o disfrazado); la Andrómaca y el Orestes term in an con esponsales y la Helena y \nAlcestis con la re u n ió n de m arido y mujer. Pero de éstas sólo la Alcestis puede se r co n sid erad a c o m o u n a pieza sobre el m atrim onio: lo que en ella se d eplora es la au se n cia de la felicidad m atrim onial. Sin em b arg o, si "dei d rá m a re to rn a m o s a la épica; lo q ue te n e ­ m os es Uria im presión c o m p le ta m e n te diferente. La Odisea, des­ p u és de todo,, trata de la re c o n s tru c c ió n de un m atrim onio, y un m a trim o n io fi)e tam b ién el casus belti de la G uerra de Troya; la a c ­ ción de la litada, adem ás, nos c u e n ta la pérd ida y re cup eració n de u n a m u jer p o r Aquiles, quien p re c isa m e n te señala el paralelismo: ¿O es que sólo de todos los hum anos aman a sus esposas los Anidas? No, cierto, que no hay hombre generoso y en su juicio, que no quiera a la suya y della cuide (¡liada, IX, 340-342)*. * La traducción es de D. Ruiz Bueno (Madrid, 1956).

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Con Príamo y Hécuba, H éctor y Andrómaca, Alcínoo y Arete, Odiseo y Penélope — p o r no h ablar de Zeus y H era— feriemos, en* .Homero una co m p leta galería de parejas y, en general, la re p re s e n 1 Iación positiva dél m a trim onio. Es ú n icam en te en la literatura pos­ e e n o r cuando este tem a desaparece.> Cuando, finalmente, llegamos al Díscolo, lo que se nos ofrece en él, además, no es el p rim e r intento de ensayo de una historia de amor; se trata ya de un ejem plo desarrollado del g énero con su sin­ cero y apasionado joven héroe, su virginal doncella recluida, su p a ­ dre irascible y su historia de ordalías y m alentendidos superados. Es co m o si tales historias hubiesen estado presentes de un m o do la­ tente por todas partes, suposición que es confirm ada p o r la o b s e r­ vación de que, ya en la Odisea VI y VII, existe u na historia de a m o r latente. La visita de Odiseo a los feacios es p resen tad a de fo rm a c u i­ dadosa y bastante explícita a fin de que no se identifique con un es­ cenario subyacente, d entro del cual el h erm o so extranjero de allende los m ares se casa con la hija del rey y h ereda el reino. Este esquem a alternativo de la historia está en la m en te de todos los p e r ­ sonajes y, además, fue familiar, sin lugar a dudas, tanto al poeta co m o a su auditorio. ESta npcÁón'delriaTrimonióVcomo-téiiTá latente ~ ‘0 ,'lo q ue es lo mismo, /reprimido?— en :1a c u ltura griega, es c o n firmada, a d e m á s ,■ p o r el hechcrde q u e j o s au tores que ofrecen la visión m ás n atu ra lis­ ta de la vida m atrim oniál són Aristófanes (poFéjemplo, en la n a r ra ­ ción de Estrepsíades de su noch e de b oda y el c h ism o rre o de las m ujeres en Lisistrata) y Hé’ródóto; en este último, a m en udo , los h e ­ chos tienen lugar en el exótico O riente (c om e n zan do con Candaules de Lidia), p ero tam b ién en tierras griegas. Aristófanes y j j e r ó d o to"stfñ lósldós au to res dél ca n o n qué, ev id e n te m e n te ,d e m u estran m ás dispuestos a discutir asuntos suprim idos de los gén ero s litera­ rios m ás respetables; un o y otro, p o r ejemplo, discuten con toda li­ bertad a propósito de cosas que jam ás se m e n c io n a n en H om ero, entre otras la o rina y los genitales femeninos. Esto nos lleva a una cuestión cronológica. El jí’e inódordúrante el cu aL el ' m a tri nVó n i 07 c om o 'a su n t ó 1i te ra ri o q u edó vsuprimi d o j e s ex actam en te ’el -mismcTa* lo ■largó- del ■cual -lá^ciudad-estadq^funcionó~com o u n a.estru¿turV autosu ficíente — o, al m enos, in d e p e n ­ d ien te— paráUa’vida dé los griegos. Antes de H o m ero difícilm ente existió; después de Alejandro sobrevivió sólo c o m o una unidad a d ­ ministrativa y social bajo el dom in io de los m on arc as helenísticos y sus sucesores. LS’c i u d i ’d -'estado,"además, es el tipo"de vida:más caractérístico de:los griegos clásicos y el.que mejor-les Caracteriza. P or tanto, éh a b la r d e « e L h o m b r e dom esticó entre ilos -griegos»... es pre g u n ta rse por-lá relación entré lo dom éstico y.la ciudad-estado.

El h o m b r e y la vida d o m é s t i c a / 185

En la tragedia, que fue uñ arte ciudada no/ jos tem as dom ésticos sé préseritaft eñ*el contexto deTa sociedad heroica, u n a sociedad en parttTimaginada, en parte re co rd a d a de los tiem pos anteriores a la ciudad-estado,ytlna época"en la que, co m o nos^es dado ver en la épi-* , c a ,;las rtlujenTs eran m uch ^m ás^v isib les e in d ep end ientes / L a so*rciedacl Keroica és regida poi m o narqu ía s y las familias en cuestión enllas,tragedias son.la"s fam ilias'de los reyes.y príncipes; algunas piezas m uy antiguas sitúan la acció n en el Este, lo cual no debe ser tom ado c o m o un artificio m uy diferente ya que tam b ién el Este era m o n árquico .,L as trágédias_refiéjan así las ansiedades dé la ciudad--“ estado en .transform ación .' Los p ro b lem a s dom ésticos de las fam i­ lias reales tienen una obvia im p o rtan cia política. Por ello, la narración de historias heroicas Hé'go a ser. (entre otras cosas) uná manera de refleja r ;las im plicacion es p o líticas del ám b ito dom éstico. ¿Uñ tém a r e c u r r e nte en estas piezas es la am en aza del p o d er fe- i ^m e n i n o , el riesgo de que los h o m b re s p uedan p e r d e r el control so- i b re sus m ujeres. Este peligro, adem ás, tiene su c o n tra p u n to c ó m i - 1 co en las fantasías aristofánicas de una ac tu ació n política de las m ujeres. Sea de .forma trágica o cóm ica, el p o d e r fem en ino es trata­ do siém pre c o m o u na.inversió n de la naturaleza de las cosas, una ipversión, adem ás, p ro d u c id a ,p o r laMocura y ja debilidad de los hombres.* Ya se trate de la viciosa Clitem nestra, de la apasionada Antígona o de la juiciosa Lisístrata, la exigencia d é p o d e r p o r parte de la-mujer'es to m ad a invariable me rite, incluso po'r las propias muje re s.'c o n io /u n 'sig ñ b de q u e algo ha ido te rrib le m e n te malMEl'po-; d é r legítim o en la c iu d a d - e s t a d o e s t o es lo^que elje a tro je s^ d e c ía a los griegos— fue el p od ér.d é l o s 'h ó m b r e s ’ y este p o d e r legítimo rió^ estaba de], todo“s e g u r o ./ Las léyendás griegas h ablan tam b ién .d e m ujeres c o m p le ta m e n : te’ fuera ^de^cóntrol:^-SonJ las ^ménades;.: literalm en te .las :«lócas>>. A bandonan la ciudad y vagan p o r las m o n tañ as en un éxtasis lleno de violencia; viven e n tre prodigios, ju egan con serpientes, d e s p e ­ dazan anim ales vivos con sus m an os d esnu das y pu ed e n v en c er a los h o m b re s en com bate. N o r m a lm e n te - s o n seguidoras de Dioniso, que se divierte con ellas tal c o m o Artemis lo h ace con sus n in ­ fas. M ientras las ninfas, sin em b arg o , son inm ortales, las m énad es son m ortales, las m ujeres e hijas de la gente c o rrien te, y él ménadis- rilo no es u n a fo r m a n o r m a l de religiosidad; p o r el c o n tr a r io ,■en las le y e n d a s 'm u y á m e n u d o es u n castigo q u e cae so bre las c o m u n id a ­ des q ue se resisten al.dios.* Es típica la historia de la llegada de Dioniso a Argos, d o n d e no se le h o n ró y, p o r ello, volvió locas a las m u ­ jeres; «éstas se llevaron a sus criaturas a las m o n ta ñ a s y co m ie ro n la ca rn e de sus p rop ios hijos» (Apolodoro, Biblioteca, 3 , 5 , 2 , 3).rEh n ien ad ism o es la negación d e :la m a te rn id a d y de la_herencia,-es

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u na plaga c o m o el h am b re , la sequía o la peste y, c o m o éstas, .sólo pu ede cu ra rs e establecien do a l g u n a 'r e l a c i ó n adecuad a con el dios. > Argos es tam b ién el escenario de las historias sobre las hijas de Prelo, co n ta d a s en n u m ero sa s versiones, au nq ue , sin em barg o, en todas ellas, las m u c h a c h a s se vuelven locas. Unas veces ellas t a m ­ bién se han resistido a Dioniso; otras es H era la diosa a la que han ofendido. En la versión de H esíodo (Fragmenta Hesiodea, 130-133 M-W) se vuelven arro g a n te s p o r los m u c h o s p re te n d ien tes que tie­ nen y, en su arro g an c ia , o fend en a Hera; ésta las conv ierte en seres de lujuria in co n ten ib le y luego las castiga con la lep ra y la pérd ida de su cabello. Más tarde, se c u ra n al se r expulsadas de la Argólide. En una versión pró x im a a la a n te r io r hacen que todas las argivas se vuelvan locas ju n to co n ellas y m aten a sus hijos; e n to n c e s Melampo y Bias las expulsan a un rein o vccino y m atan a una de las tres d u ra n te el viaje; a las otras dos las c u ran y se casan con ellas. Luego P reto se rep arte la Argólide con sus dos yernos (Apolodoro, Biblio­ teca, 2 , 2 , 2 , 2 -8). En la versión de esta historia ofrecida p o r Hesíodo, ese p o d e r fe­ m e n in o que se sale de todo c a u c e es, explícitam ente, un p o d e r s e ­ xual; la a rro g a n c ia de las m u c h a c h a s les viene de h a b e r sido m uy cortejadas, de su co n d ició n de casaderas. H era las castiga d o b le­ m ente: co lo c a n d o su sexualidad m ás allá de todo co n tro l y, luego, qu itán d o les todo su atractivo. En la historia de M clam po, la c u r a tiene lug ar m e d ian te la expulsión de las m u chachas; el resu ltado (con el sacrificio de u n a de las tres) es, a ia vez, un m a trim o n io y un a c u e r d o político. En el m a rc o del o rd e n d o m éstico y cívico así es­ tablecidos, las m ujeres dejarán de m a ta r a sus hijos y la legítim a h e ­ re n c ia pod rá c o n t i n u a r de nuevo. Todos vivirán felices en a d e la n ­ te. C o n sideradas en con ju nto, las historias de las hijas de P reto p a ­ re c e n d e c ir a los griegos q u e el m a trim o n io ; al desviar el p o d e r se­ xual d e j a s m ujeres hacia la h e re n c ia ;’re s tn n g e este p o d e r ;y as e g u ­ o rd e -----n c iu d a d a n o c o m o ' la ad e c u a d a re............. lación con el* ¡ra así tanto . r _!,el■ -dios. La m e jo r re p re s e n ta c ió n literaria del m e n a d ism o son Las ba­ cantes de Eurípides. En esta o b ra el m e n ad ism o es de n u evo u n cas­ tigo p o r h a b e rs e resistido a Dioniso, cuya divinidad Penteo, el rey de Tebas, se niega a a d m itir (Dioniso es, de hecho, p rim o carnal de P e n teo ya q u e es hijo de Zeus y de Sém ele, h e r m a n a de la m a d re de aquél). El dios, p o r lo tanto, h a c e que las m ujeres de Tebas se vayan a las m o n ta ñ a s y allí vivan c o m o salvajes ata c a n d o po b lacio n e s y m a ta n d o niños. En Tebas son re em p lazadas p o r las m ujeres asiáti­ cas q u e Dioniso ha traído consigo; es el dios quien se cu ida de ellas h a c ié n d o s e p a s a r p o r su p ro p io s ac erdo te. P en teo inten ta a rre s ta r

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a Dioniso, p ero el dios, p o r artes mágicas, consigue escapar tras Ha­ b er h ec h o te m b la r lodo el palacio; nubla luego la m ente de Penteo y le lleva a las m ontañas vestido con ropas de mujer; allí su propia m ad re le despedaza. Las bacantes es una pieza negra; los personajes no parecen a p r e n d e r nada excepto q ue dios (pese a no ser bueno) es grande. Hay en la o b ra una alabanza de la em briaguez y del éxtasis, pero esta alabanza se ve recortad a p o r la acción dél drama, que desplie­ ga ante nuestros ojos los catastróficos resultados de un éxtasis y una em briaguez a los que no se le p onen los límites debidos. Mu­ chos han p ensado que el m ensaje de esta obra es, pura y sim ple­ m ente, el terror. D ebem os te n e r en cuenta, sin em bargo, que Dioniso, que com o dios transfo rm a de form a c aracterística sus apariciones y cuyos de­ votos ex p e rim en tan alteraciones de sus estados de conciencia, es tam b ién el dios del teatro. En Las bacantes esta conexión es casi ex­ plícita; el propio dios tiene un papel en la pieza y labor iosam ente viste a su víctima. La obra, adem ás, era sem ejante a todas las trage­ dias represen ta d as en un festival de Dioniso. Al ser puesta en esce­ na, adem ás, el coro de m énades fue represen tado por hom bres, c o m o lo fueron tam bién todos los personajes; el público lúe tam ­ bién, p ro b a b le m en te, exclusivam ente m asculino. La obra re p re ­ sentaba la disolución de la ciudad, pero la representación era un acto organizado público y, a la vez, religioso. En el festival — esta es mi o p in ió n — , los aten ien ses alcanzaban una excelente relación con el dios y la conseguían m ediante la exclusión de las mujeres, q ue estaban p resentes sólo representadas. El festival es así, dentro de la pieza, c p m o u n a alternativa a la pieza, un antídoto frente al te­ rr o r que la o b ra p rod u c e. C ualq uiera que echara u na m irada al tea­ tro v e n a que, a pesa r de todo, los h o m b re s controlaban cada d e­ talle. De m a n e r a aun más general, p o d em o s observar que e l .d r a m a , aten iense p e rm ite la re p re s e n ta c ió n de la vida dom éstica com o algo sepa rad o de la in m ed iata experiencia p o r un a triple barrera. Lo d o m éstico es re p resen ta d o en p ú blico (p or y para hom bres); es re p re s e n ta d o corno si tuviese lugar en público (la escena se ubica en la calle); es tran sfo rm ad o p o rq u e se rep resen ta com o si hubiese o c u r rid o en los tiem pos h ero icos o bien, en la com edia, m ediante la c a p rich o sa suspensión del tiem po,'el espacio, la causa y el efec­ to: En virtud de estas tres s e p a rac io n e s p o dem os m edir la n ecesi­ dad que los atenienses tenían de p ro te g e r al público de !a intrusión de lo d o m éstico en la realidad, m ien tras que la existencia de las piezas nos da la m ed id a de la nec esid ad correlativa de in terp re tar esta realidad a la luz de las n ecesid ades del público. La supresión

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de lo dom éstico expulsándolo de la conciencia pública, que es lo que acarrea la ausencia de u n a ficción de tipo naturalista, p u ede ser considerada c ó m o u n a condición cultural previa.de la ciudad-» estadó,'aun cu a n d o (o, incluso más, po r ello) está re á lid a d s e reafir-_* me e n to nces a sí m ism a de m a ñ e ra estilizada.*

f La exclusión de la m ujer

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L^ p ó t e . o ciudad-estado;griega pu ed e s e r definida c o m o u n a co rp orac ión política basada en la idea de ciudadanía; es decir,'-se i trata de una “co m u n id ad que c ó h tien é .u n á pluralidad de personas* sin^uñ su p e rio r jurídico. A lo sindividuó s les h a sido conferida la au-“ tóridad ño co m o algo in herente a la persona (corno en los reg ím e­ nes m o n árq u ic o s y leudales) sihó c o m o inh erente'ál cargo (incluso si el cargo se ejerce de p o r vida). Los ciudad an os p u eden dejar el cargo sin que ello en tra ñ e una pérdida de posición y, de hecho, com o ejem plo típico, esto es lo que hacen: los ciudad an os — y esto es ca racterístico — son capaces de o sten tar un cargo y luego dejár­ selo a otro; son capaces, sirviéndonos de la form ulación griega, de «m andar y ser m andados». D e s d e u n p u n to de vista sociológico, la ciudad consiste en u n a pluralidad de peq u e ñ as unidades f a m i l i a r e s ^ re la cio n ad a s’p o r m edio deTúna reciprocidad>.generalizada (hos­ pitalidad m utua, in tercam bio m atrim onial bilateral generalizado, etc.); desde el p u n tó de vista ecoTiómicó es u n a sociedad basada en la"propiedad privada,-en la que la riqueza está en m ano s de n u m e ­ rosos individuos, au n q u e sujeta a un im puesto sobre el capital en m o m e n to s de necesidad pública. Los propios griegos, en estos tres niveles, co n tra p u sie ro n su sociedad al m odelo oriental, según el cual la auto ridad perte n ecía al rey (a m en u d o tam b ién sac erd o te o dios), los honores fueron otorgados p o r el tro n o y el exceden te era m an ten id o en el palacio o tem plo p ara su redistribución ru tinaria o bien en casos de necesidad. Nuri c a j o s ciudad an os griegos constituyeron el grueso de la p o ­ blación "en 1general;’de hecho, muy p rob a b le m en te, no h ubo ciudad-estado alguna en la que su n ú m e ro llegase a la cua rta parte de los habitantes. Los ciu d a d a n o s de píeñó derecho^eran o bierTtó p ú b lic a en general. «La g u e r r a es cosa de h o m b res» dice el p ro v e r­ bio griego y esto significa algo m ás que el sim ple h e c h o de que los h o m b re s son los q u e llevan a ca bo el c o m b a te real. C uando H é cto r em p le a esta frase con A n d ró m a c a (Ilíada, VI, 492) lo que q uiere d e ­ cir es que, p u e s to q u e ella no es un g u e rre ro , no está cualificada

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p a ja te n e r u na opinión sobre la dirección de la guerra. La idea se hace general cu a n d o Telém aco adapta la frase (Odisea, I, 358); le dice a su m ad re que se vuelva a las habitaciones de las mujeres ya que «hablar en público es cosa de hom bres». La irracionalidad de su p retensión m asculina a un m onopolio de la inteligencia política era evidente para Aristófanes, cuya Lisístrata nos cuenta con triste­ za c ó m o la frase llega con p ro n titu d a los labios del varón ateniense c u a n d o su m ujer manifiesta interés en los asuntos públicos: Nosotras, en las primeras fases de la guerra y durante un tiempo, aguan­ tamos, por lo prudentes que som os, cualquier cosa que hicierais vosotros los hombres — la verdad es que no nos dejabais ni rechistar— , y eso que agradarnos, no nos agradabais. Pero nosotras estábamos bien informadas de lo vuestro, y, por ejemplo, muchas veces, estando en casa, nos enterába­ m os de una mala resolución vuestra sobre un asunto importante. Y des­ pués, sufriendo por dentro, os preguntábamos con una sonrisa: «¿Qué cláu­ sula habéis decidido, hoy, en la Asamblea, añadir en la estela en relación con la tregua?» — «¿Y eso a tí, qué?», decía el mar ido de turno. «¿No te calla­ rás?» — y yo me callaba [...] Pero cada vez nos enterábamos de una decisión vuestra peor que la anterior. Y, luego, preguntábamos: «Marido, ¿cómo es que actuáis de una manera tan disparatada?» Y él, echándom e una mirada atravesada, me decia enseguida que si no me ponía a hilar, mi cabeza iba a gem ir a gritos. «De la guerra se ocuparán los hombres» {Lisístrata, 506520)*.

La exclusión dé las m ujeres de la vida pública ateniense refleja* el ü'po dé c irc u la n d a d típico de los sistemas culturales.'¿Por qué las m ujeres no tom an p arte en la vida pública? P orque ellas no h a ­ cen la clase de cosas que co n fo rm an la vida pública. ¿Por qué las m ujeres no h acen esas cosas? P o rq ue estas cosas no son adecuadas p a ra q u e las m ujeres las hagan. Las prem isas se d em uestran a sí mismas. Sin em bargo, p arece po co p ro b a b le que Lisístrata (que fue re ­ presentada, c ó m o Las bacantes, p o r y para hom bres) estuviese tan fuera de la realidad c o m o pat a s e r sólo un objeto de curiosidad; la pieza nos m u estra que los h o m b res atenienses sabían que sus espo­ sas tenían opiniones políticas y sugiere que las mujeres, en ocasio­ nes, incluso fueron tan lejos c o m o p a ra expresarlas, La s u p re s ió n ’ griega "dé las m ujeres — au n en Atenas, donde, en algunos aspectos, llegó m ás lejos que en nin g u n a o tra p a r te — rio fue del todo c o m ­ pleta. No se fo m en tó “Ia educación dé.las m ujeres, pero tam poco fue prohibida; .mientras que las m u jeres fueron a p a ñ a d a s de a q u e ­ llas artes que re q u e ría n u n a ac tuació n pú blica (y sus labores arte* La traducción es de E. García Novo (Madrid, 1987).

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sanas se limitaron á tejer), oim os hablar ciertam ente de un b uen nú m ero de m ujeres que fueron poetisas líricas. Tam bién podían hacer apariciones en público de diversos tipos; sabem os de c e rtá ­ m enes atléticos — no en Atenas, cierto es, pero sí en Esparta sobre todo y no sólo aquí— y, en lo que toca a la esfera de los ritos, tenían una cierta igualdad con los hom bres. Las m ujeres de Atenas no es­ tuvieron tan apartadas co m o para no ser representadas, p o r ejenv pío, en el friso del P artenón y, en la vida real, los ritos, m u ch as ve­ ces, daban a los h o m b res la oportunidad de echar una ojeada a las mujeres de otras familias. Si un joven enco n trab a a u n a chica a tra c ­ tiva, podía (tras las pesquisas adecuadas) p ropo nerse a sí m ism o, com o yerno, al padre de ella. Si las negociaciontes llegaban a b u en térm ino, la m u ch ac h a dejaba a su familia. En Atenas, el mito eleusino de D em éter y Perséfone hablaba de la despedida e n tre m ad re e hija — y de la necesidad de que am bas co ntin uasen en c o n ta c to — , pero la partida de la hija era una pérdida tam bién para el padre. La dote, c iertam en te, daba form a material a su c o n tinu ado interés p o r ella y a su pre o cu p ac ió n p o r sus nietos. El h echo de qué el p arentesco griego, au n q u e .fo rm a lm e n te pa-^ trilineal; fuese’bilateral dé jan m o d o latente; indica que, p ara los griegos; las m ujeres eran personas..La objetivación de las m ujeres entre ellos jam ás llegó a se incompleta, tal com o, por ejemplo, s a b e ­ m os que o cu rría entre los zulúes. E ntre éstos, se nos dice que las mujeres eran retenidas en las casas de los reyes c o m o m ero s o bje­ tos sexuales y con vistas a la p ro d ucció n y cuidado de niños. Los griegos, p o r el contrario, au n q u e no pudieron librarse de te n e r mala con cien cia p o r ello, se lim itaron a excluirlas de la vida ciu d a­ dana. De hecho, es muy posible que esta mala con ciencia haya sido precisam en te su co ntrib uc ió n a la «cuestión femenina», tal c o m o se revela en la historia de O ccidente./P arece.qué la ciudad-estado, én tanjo que excluía a las m ujeres, despertó desde el .com ienzo la fantasía de u n a c iu d a d alternativa de m ujeres, u n a fantasía a la que se le dio form a ritual en las Tesmoforias, cu a n d o las m ujeres, d u ­ rante un tiem po, se retiraban y form aban una especie de ciud ad ri­ tual sólo de ellas. En la co m ed ia esta fantasía tam bién tiene su sitio; la acción política de las m ujeres es una inversión fantástica, p a re c i­ da a la conquista del cielo o a la vuelta a la vida de los m uertos. Pero, ciertam en te, lá fantasía en cuestión :nos es co nocida m u c h o m ejor a partir de la tradición filosófica, especialm en te a p artir de la utopía de Sócrates en la República. C uando Sócrates desarro lla su utopía nota en un d e te rm in a d o pasaje que los guardianes, educado s en la m o deración , p o r sí m is­ mos llegarán al c o n v e n cim ie n to «de que la posesión de las muje-

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res, los m atrim onios y la p ro c rea ció n de los hijos deben, co nform e al proverbio, ser lodos c o m u n e s e n tre amigos en el m ayor grado posible» (423e * 424a). Que «todas las cosas de los am igos son c o ­ munes» fue un proverbio pitagórico; los pitagóricos intentaban perfeccion ar su c o m u n id a d h aciend o c o m u n e s sus propiedades. No está claro si alguna vez llegaron a p en sa r ex te n d e r esta regla a las m ujeres; de todas fo rm a s ,é s claro p ara S ócrates que la elim in a­ c ió n .d e la p ro p ied a d privada no bastaría; la ciudad n u n c a puede llegar a ser u n a c o m u n id ad perfecta en ,tan to q ue los legisladores téngán sus propios hijos y, p o r ello, un interés privado en el bienes^ tar de una p erson as en .particu lar. Al co m ienzo del libro quinto el auditorio de Sócrates le pide que prosiga; la c o m u n id a d de m ujeres, c o m o decim os, tiene un «interés hum ano»: así a c o n te ce con lo relacionado con el sexo. La respuesta "de Sócrates-se articu la en dos parles. En p rim e r lugar, defiende la idea de a d m itir a las m ujeres en la vida política y ta ni bién en las filas de lós legisladores; luego, pasa a enfren tarse con la c ués ti ó r t .d e j a fam i 1ia. j La utopía ha dé se r u n a c o m u n id a d fundada en la naturaleza; podría p a r e c e r que h o m b res y m ujeres debían te n e r d entro de aquélla un tra ta m ien to diferente ya que son c la ra m e n te diferentes p o r naturaleza. P ero a esta objeción, que él m ismo ha suscitado, respo nde S ó crates diciend o que p en sa r así sería m alin te rp re ta r el significado ad e c u a d o de «naturaleza». La u tó p ia c ó ñ s is te en un cs-^. tado éh el que la au to rid a d p e rte n e c e a los que son capaces de te ­ n e r uña edu c ació n específica; las ú nicas diferencias naturales que tienen im p o rta n c ia son las qu e tienen q ue ver con aquella parcela de nosotro s q ué es susceptible de ed ucació n, cuyo n o m b re, para Sócrates, es psykhé', él a lm a r Q u e las m ujeres traigan al m u n d o ni­ ños y, en cam bio, los h o m b res no, es un hecho que tiene que ver con el cuerpo , d ánd ose p o r su pu esto que esta diferencia no tiene conexión alg una con una diferencia p o r sexos en c u a n to a la c a p a ­ cidad psíquica. T am p o c o es que Sócrates co n sid ere que los h o m b re s y las m u je ­ res son iguales psicológicam ente; al con tra rio , su arg u m e n to de que no existen u nas habilidades privativas de las m ujeres, y, por lo tanto, ta m p o c o habilidades propias en exclusiva de los hom bres, se funda en la p re tensió n de que los h o m b re s son m ejores que las m u ­ jeres en todo, incluso en los telares y las cocin as (455 c-d). Sin e m ­ bargo, esto no excluye la posibilidad de q ue algunas m ujeres p u e ­ dan estar m ejor dotadas que algunos h o m b re s y te n e r la capacidad ad e c u a d a p ara la e d u c ació n m ás elevada; y estas m ujeres deberían ser adm itidas en las filas de los mejores. Es obvio que en éstas h a ­ b rá m eno s de aquéllas qu e hom bres.

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Puesto q u e estas capacidad es son m asculinas de un m o do ca­ racterístico, las m ujeres q ue d estaq uen serán aquéllas que sean lo m ás p arecid as a los ho m b res. S ócrates ha afirm ado ya que las m u je­ res que sean adm itidas a la ed u c ació n m ás elevada h a b rá n de h a c e r lodo lo q u e los h o m b re s hac en , incluyendo «el m anejo de las arm as y la m o n ta de caballos» (452c). En p a rtic u la r (y aquí S ócrates c o ­ m ienza a s en tir m iedo de h a c e r el ridículo), ten d rá n ellas que h a ­ c e r ejercicios desnudas, igual que los hom b res, y no ú n ic a m e n te las jóvenes, sino ta m b ié n las viejas. Después de todo, nos dice, todo esto, desde un p u n to de vista cultural, es relativo y no h ace tanto tiem p o q ue los griegos p en s a b a n que era vergonzoso q ue los v a ro ­ nes se d es n u d a se n en público, tal c o m o los b árb a ro s piensan en la actualidad; «entonces lo ridículo que veían los ojos se disipó ante lo que la razón desig nab a c o m o más conveniente» (452d) v, así, o c u r rirá tam bién en este caso. En esta fantasía, la diferencia e n tre m ujeres y h o m b re s se r e ­ suelve p o r e n te ro en u n a sola dirección: algunas m ujeres «aptas p ara la g im nástica y la guerra» (456a) llegan a ser, c o m o p o d ríam o s decir, h o m b re s ho nora rio s. Las m ujeres e d u c ad as de este m odo, adem ás, será n «las m ejo res de todas» (456e). Dicho de o tro m odo, S ócra te s afirm a q u e lo m e jo r que u n a m u je r p u e d e llegar a se r es* u n .h o m b re/ Pasa luego S ó crates a tra z a r su p ro g ra m a p ara la elim ina ción de la familia. Se ha dicho ya q u e los g u ardian es no te n d rá n ni familias ni p ro p ie d a d e s privadas; a h o ra prosigue d ic ién d o n o s c ó m o d eben s e r criad os igual q u e ganado y sus hijos criados todos ellos en c o ­ m ún . Los pasajes m ás escandalosos de la República están en esta sección, e s p e c ia lm e n te el p e rm is o a c o rd a d o al incesto y al a se sin a­ to de niños p o r razones de eugenesia. Sócrates, aquí, lleva a su m á ­ xim a expresión la an tipatía filosófica hacia lo dom éstico, PoñcTrnucho c u id a d o S ó cra te s en n egarle cu a lq u ie r.v a lo r.á ía» fem inidad per se. .El h e c h o de q ue las m u jeres tengan niñ os y los a m a m a n te n (460d) ha de se r c o n sid erad o c o m o u n a especie de ob stácu lo físico al q u e hay q ue asignarle alguna im p o rta n c ia a u n ­ que, en la m ed id a de lo posible, debe se r su p e ra d o y m inim izado. La pareja ex h ibición de los sexos en ejercicios que re q u ie re n des­ nu d ez es c ru cial ya q u e e n s e ñ a rá a los g uard ia n es a no c o n s id e r a r que las d iferencias sexuales son cosa de im p o rtan cia. El a rg ü m e n to de S ó c ra te s no es un a r g u m e n to c o n tra lá exclusión de las m u je­ res del á m b ito político sino, m á s biéñ, a favor de u n a am p liació n de éste a (algunas dé) las m ujeres; su co n d ic ió n de h e m b ra s há dé s e r ’ excluida de to da co n s id e ra c ió n , no hay q u e p e rm itir que sea Ulili* zada_en su c o n t r a y ésta es lá m a ñ e r a de incluirlas. P o r m u c h a ironía que se pon ga al t o m a r en c o n sid eració n tales

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propuestas — ya sean hechas p o r Sócrates en el diálogo o bien sea Platón quien las haga p o r m edio de a q u é l— , éstas nos perm iten, sin em bargo, m edian te la in terpretación de sus inversiones, exage­ racio nes y negativas, trazar un cro quis de lo que fue la ciudadestado. Lo que aparece an te n u estro s ojos és Una vida dividida en u n a esfera pública, d ond e los h o m b re s se exhiben a sLmismos al servició dé.los valores c o m u n es, y un espacio privado ac erc a del cual, tal vez, c u anto m en o s se diga m ejor es; se trata de un «espacio de desaparición» do nde se e n g e n d ran los niños y tienen lugar olí as cosas que no m e re c e n que el estado les preste atención. La esfera púb lica es m asculina, es u n a esfera de palabras é ideas, caracteriza­ da p o r u n a com petició n abierta en busca de honores.-, es decir, el re c o n o c im ie n to de los que son iguales a uno mismo. Aquí el c u e r­ po, de m a n e r a característica, q u ed a al desnudo; esta «desnudez h e ­ roica» (que en el arte, aparte de ios ejercicios atléticos, se extendía a los varones jóvenes en general), presenta a la persona co m o una c ria tu ra en su m ín im a expresión, u n a m éfá'U nidad sociaLqüé se .'afirma a sí.m ism a? Enría com petición, en estas rivalidades, estas p erson as consiguen ciertas diferencias; por.lo tanto, su com u nid ad se basa en su inicial semejanza (en Esparta, los ciudadanos eran lla­ m ados hómoioi, «semejantes»). Las m ujeres eran excluidas p o r el m ism o p rincipio p o r el q ue S ócrates las incluía, o sea, él principio de que la sem ejanza (en los aspectos im portantes, fueran éstos los que fuesen) es él principio del estado: En concreto, esta semejanza ftié llevadá a lá p ráctica, en la m ay o r parte de las ciudades griegas, p o r m ed io de la p a r tic ip a c ió n e n un e n tre n a m ie n to y organización m ilitar c o m u n e s cuyo núcleo era un cu e rp o de soldados hoplitas, con idéntico eq uipo e instrucción, eficaz no en tanto que jerarquía organizada sino c o m o m asa uniform e: En el ám b ito privado, p o r el co ntrario , prim ó la cliferencia; la fe­ m inid ad adquirió un v alo r específico aquí ya que h o m b res y m uje­ res se re lacionaban e n tre sí, en el m atrim onio, a través de su dife­ rencia. La casa no fue un lugar de rivalidad sino de co operación , no fue un lugar de ideas sino de cosas, fue un lugar de posesiones, de a d o rn o s y dé m uebles en vez de honores. El cUérpó aqui\—y esto es ca ra c te rístic o — se adorna; es el lu gar p rim ario tanto de la p r o d u c ­ ción c o m o del co n s u m o , el lu gar d o n d e el ciu dad ano entra en c o n ­ tacto con su yo natural y con la tierra. La fantasía socrática va diri­ gida p re cisam en te a c o rta r esta conexión con la tierra, a negarle u n a p erso n alid a d al c u e ip o y al yo natural.

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[La versión esp arta n a / Hasta aquí nos hem os ocupado de la desaparición de la esfera doméstica; no de su falta de im portancia en la práctica, sino de su insignificancia teórica, com o si la ciudad-estado quitase de en m e ­ dio la vida privada de las familias p ara así seguir con su p rop ia r e ­ presentación de sociedad autosuficiente organizada en to rn o a la rivalidad com petitiva de iguales, todos ellos capacidados en la m is­ ma medida. Este m odo de ver las cosas nos sugiere un p aralelism o etnográfico con una sociedad de h o m bres australiana don de los va­ rones se re ú n e n en secreto para com placerse en los p o d eres esp e­ ciales de su sexo; o, más bien, dado que en la ciudad-estado griega no se trata de re u nirse en secreto sino de dejarse ver, se p odría s u ­ gerir un paralelism o co n la aldea de los B ororo, descrita p o r LéviStrauss. Nos en c o n tra m o s aquí con un círculo de chozas en el b o s ­ que. En el c e n tro de este círculo se halla la casa de los h o m b re s do nde viven los varones adolescentes; ningu na m ujer se ac e rc a p o r allí excepto el día en que b u sca m arido. En el caso de que u n a joven se extravíe p o r casualidad en aquella zona, es muy posible q ue sea violada. Dentro de ese círculo central, adem ás, los h o m b re s cele­ bran los ritos de la tribu, en p artic u la r sus funerales, que son a c o m ­ pañados p o r danzas y juegos y co n tem p lad o s p o r las m ujeres desde fuera del círculo; no se apartan éstas de las chozas que d elim itan el área central sepa rándo la del bosque. El círculo, en otras palabras, es un espacio cultural; está habitado sólo po r hom bres, quienes tie­ nen el privilegio de ser el sexo dotado de cultura. Las m ujeres h ab i­ tan en el lindero en tre cultura y naturaleza y dan a luz, lo cual es el m odo natural de p ro d u c ir personas; los hom bres, en cam bio, se e n ­ cargan de la m uerte, lo q ue no es sino el m o do de tra n s fo rm a r a una p erson a en un re c u e rd o o, lo que es lo m ism o, en el m ás p e r ­ fecto hec h o cultural: en u n a idea. La ciudad-estado griega que m ás se aproxim ó a este m od elo fue Esparta (especialm ente en lo que to ca a sus funerales reales y a sus nu m ero so s cultos dedicados a los m uertos) y, pre cisam en te, fue'tal 1 yez~la~creaci'ó n~esp a ría n a de;un:m un do "de ho m b res c e rra d o -1o q u e hizó"Hé“EspartáTeT prototipo? no exento de singularidad p o r otra parte, de~ciuBaeIogiádá.pof?todos^ por-niñgüñTximítáda? co m o dijo Jenofonte. Los ^espartan os r t rasju n l á r g o p e ri odo de_i n stfuccióri m ilitar (largo no p o rq u e durase m ás que en otras partes sino p o rq ue c o m enzaba m u ch o an tes)'á d o p tíb a rT d e m o d o perm ánente-la.vida de un éjércitpíTrcaTnpaña. Com ían jun to s en el seno de sus unidad es militares, iban a casa sólo para d o rm ir y su a lim e n ­ to y ro p a eran m ás o m en o s uniform es. Además, pasaban la vida en una co n stan te co m p etició n in tentand o m ostrarse cada u n o m ás es-

El h o m b r e y la vida d o m é s t i c a / 197

p arta n o que los otros. Este-corijun to desvaro ñé s,aüñ idos ~ p o r u n a ed ucación que fue ta m b ién u n a in ic ia c ió n :e r a a^un tiem po el[ejér­ cito (o, al menos, las unidades de élite y los cu erp os de oficiales) y, él'góbiérnóTdé:Esparta; Dicho de otro m odo, los-esparlanos hici rórrd'e.la_esfera política u n m ü ñ d o de h o m b res cerrado,'^exclusivo dé 11ólTq u e Habían' a c c ed id o_a la cu ltu ra .1 Los e s p a rtario s;ád ém a s 7 estuvieron.al m arg e n dé lá esfera eco-*,‘ .nóTnica. Se su pon ía q ue no debían a c u m u la r riqueza. No trab aja­ ban y .pasaban sus vidas, c u a n d o no estaban en guerra, cazando y danzando. Se les prohibía, adem ás, ad m in is tra r sus propiedades. Sú tie rra é ra trá b a já d á p o rilo ta s que p o d í a n s e r asesinados sin c a s ­ tigo "al g ü ñ o ( u n a vez al año los espartanos d ec la rab a n la g uerra a sus ilotas), p ero no se les podía desahuciar; lo m ism o que ta m p o co podía subírseles la renta. Los^espartanos y lo silo tas se encontraban-* trabados en una~guerra fría, casi ritual (que, con harta frecuencia, se con vertía en violencia generalizada). Su relación con las fuerzas productivas les obligó a m a n te n e r su organización m ilitar y, al m is­ m o tiem po, les aseguró la separació n de la naturaleza; sus rentas ti­ jas les m a n ten ían p o r arte de magia, sin que tuviesen que p r e o c u ­ parse p o r ello. Liberados dc_sus necesidades :materiales_fueron 1i-» bres p ara g ó b e r n a r s u s v i d a s por.el patriotism o y la piedad./En su calidard“de ciu dadan os varones libres tuvieron él privilegio de la m as ~alta^c o n s id e rae i ó n : L ó s p ro p io s re s p a rta n o s dieron"pábulo al mito de que_su socieidad.'en cierto sentido, era álgóiprim itivo>su guerra p erp e tu a con los ilotas.fitúálizaba ¿ í m ito d é su llegada, en un principio, fconviérteñ én m e táfo ra la m ítica re alidad de las puertas, los m uros, 'las raíces o las fuentes de la co sm olo gía hesiódica (Teogonia, 726757, 775-779, 807-819) y, eñ vez de ello, em p iezan a c o n t a r con re ­ lacio n e s espaciales ab stra ctas basadas en la g e o m etría (véase Ver* La traducción es de E. García Novo (Madrid, 1987).

El e s p e c ta d o r y el o v e n te /2 2 3

nant, 1982, pp. 102-118, 120-121). De esta m añera, conform an un «espectáculo» (theóría) para la m en te m ejor que p ara el sentido de lá vista. Con el fin de p re sen tar la claridad sinóptica de su c o n c e p ­ ción del universo, Anaximandro, p o r ejemplo, dibuja su imagen del m u n d o en u n a tablilla (pítiax) o, incluso, fabrica un a esfera, un m o ­ delo, tal vez, en tres dim ensiones, del m ism o m odo que el geógrafo milesio H ecateo lleva a cabo un m ap a (1 2 A 1 y A 6 Diels-Kranz, to­ m ad o de Eratóstenes, Estrabón y Diógenes Laercio).^Este proceso, qué ésHecisivo p ára el desarrollo de la ciencia occidental, no sólo reem plaza el m y í h o s p o r él lagos sino que sustituye tam bién la im a­ ginería an tro p o m ó rfic a p o r u ñ a « te o ría » (theóría) más abstracta. A unque la tragedia op era con el m aterial que el.mito le ofrece, eátá en d eu d a tam bién, de fo rm a indirecta, con la «visión» racionalista"de la theóría, que deriva de la filosofía jónica, ya que p re su p o ­ ne u ñ a n o c ió n su byacente de d esc u b rim ie n to y despliegue visual de Un n ac ie n te o rd e n del m u n d o , d e n tro de un espacio geom étrico n e u tro d o n d e las relaciones e n tre 'fuerzas, en conflicto y energías p u e d e n exam inarse y c o m p re n d erse . P o r supuesto, las re p resen ta­ ciones co rales y rituales d e s e m p e ñ an tam bién un im portante papel en los o rígenes y naturaleza del espectáculo dram ático, c o m o se m o strará m ás adelante; no obstante, los fines de la tragedia, com o la form a de la ciudad-estado que la cobija, deben m u chísim o a esta confianza en el p o d e r de la m en te p ara d ar form a a la titearía y o r ­ ganizar tanto el m u n d o físico c o m o el h u m a n o en térm inos de m o ­ delos visuales de inteligibilidad. Aristófanes se mofa de la distancia que existe entre la realidad y la m irad a del filósofo dirigida a los objetos remotos. Pero este e n ­ c u e n tr o e n tré lo tangible y lo distante es tam bién u n aspecto de lo que Eric H avélock l l a m a l á ’«revolución..de la escritura». Esta tran ­ sición com ienzá-en el siglo vi y se intensifica" en el.v.JEl con o c i­ m ien to auditivo d ep e n d e del c o n tac to directo, personal, e n tre h a ­ blan te y oyente, e n tre lengua y oído. E) co n o c im ien to visual p e rm i­ te, á m ayo r distancia, u n a re lación especulativa e im p erso nal con la jin fo rm ac ió n , esp e cialm ente c u a n d o ésta se transm ite a través del m ensaje escrito de un h ab lan te que no está físicam ente p re ­ sente.-' : Los p ro d u c to s orales (com o los p o em as ho m éricos) dan énfasis al «placer» m ed ian te detalles específicos.y la elaboració n o r n a ­ m ental de los ac o ntecim ientos. Lá e s c ritu ra estim ula u n a m entali­ dad m á s en a r m o n ía con lo abstracto, lo co nceptual y lo universal m e jo r q ue co n lo co n c re to y lo particular. Mientras que la palabra hab lad a es invisible y d esap are ce con el hálito que la porta, la escri­ tu ra fija los detalles de m a n e ra que la crítica y la com p aració n p u e ­ den llevarse a cabo. La tradición oral tolera fácilmente múltiples

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versiones de historias; el ca rá c te r definitivo de la escritura d e sa rro ­ lla una n oción más exclusiva dé la verdad com o algo unitario, clifícil *y álcánzable sólo a través de un proceso de indagación y exa-, ,men. Así', en la poesía griega primitiva, la verdad, alétheia, se asocia con «lo que ño sé olvida» (a:!éthé) antes qué con la «exactitud» o la .'verificabilidad.Para los historiadores H eródoto y Tucídides, el rum or, akoé, e s , potencia lm en te engañoso y requiere, además, una verificación p o r m èdio' de la visión, p re feriblem ente.la de uno mismo. Tucídides abre su Historia llam ándose a sí m ism o «escritor». Al c o m p a r a r su co n cep ción acerca de c ó m o ha de escribirse la historia con tra b a ­ jos anteriores, co n tra p o n e sus propios esfuerzos en pos de la «exac­ titud», a través de un «penoso» exam en, a la popularidad fácil de «lo mítico», que se «oye» p o r m ero «placer» en u n «certam en que sólo mira al m o m e n to presente» ( 1 , 22 ). Aunque Tucídides es muy distinto de Platón, sin em bargo co m p arte con aquél, siguiendo una línea de pensam iento que viene desde la tradición oral, la opinión de que el ojo es s u p erio r al oído. Estos conflictos ad optan m uch as formas en la tragedia, com o verem os con m ayor d etención m ás adelante.j"La tragedia ñ o .só lo nos ofrece juntas tanto la experiencia auditiva c o m o la visual en su com pleja y con tra d icto ria c o n s tru c ció n de la verdad; támbiénilla/ m a la aten c ió n .so b re el encu en tro , in tercam bio y ch oqu e de pera c e p c io n e s sensoriales. El insulto de Edipo al ciego Tiresias, «eres un ciego de oídos, de m en te y de ojos» (Edipo rey, 371), refleja algo de este cru ce entre voz y visión en las paradojas del co n o c im ien to y el e r ro r que se hallan en esta pieza. H écuba, en Las troyanas de Eu­ rípides, ac recienta lo patético de sus sufrim ientos d iciéndonos c ó m o no sólo «oyó» la m u erte de P ríam o sino que «con mis propios ojos le vi asesinado ante el altar del palacio y vi tam bién la ciudad conquistada» (479-484). En la Electro de Sófocles, el relato oral de la m uerte de Orest.es (aunque reforzado p o r el testim onio físico que representa la u rn a con sus cenizas) desafía a la verdad de lo que Crisótemis ha visto con sus propios ojos (833ss.). Explorando tales contrastes, la tràgedizTnos habla de mil m a n e -'1 ras ac e rc a de la discrepancia en tre lo que u no es y lo que uno, p o r fuera, parece ser. En el Hipólito de Eurípides vem os an te nosotros al joven inocente (legalmente), c o n d e n ad o p o r un terrible delito m erc ed a las tablillas escritas que F edra ha dejado tras su suicidio. Esta pieza es p a rtic u la rm en te interesante para el papel de la escri­ tura c o m o un reflejo textual de esta inversión fem enina de la ver­ dad y la apariencia. La o bra pone en relación la in v e r sió n de la rea­ lidad y la apariencia con el po der p ara acallar la voz de la verdad que posee la m en tira escrita, « sile n c io sa » , de las tablillas de F edra

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(cfr. 879ss.). El o c u ltam ien to y la revelación de F edra en la p rim era escen a se desplazan a Ja escritura en su últim a acción, p ero la n o ­ bleza inicial de su re n u e n c ia se ha tran sform ado a h o ra en engaño crim inal. A través de esta asociación (que no es la ú n ica en esta tra ­ gedia) en tre la escritura, el cu e rp o fem enino, el secreto (sexual), la m aqu in ac ió n y la revelación de lo que está oculto «dentro», la tra­ gedia de Eurípides afirm a su capacid ad p ara ex p o n e r asuntos s u ­ m a m e n te privados y los m ás ocultos secretos del alm a en el ám bito público, teatral. La "condición d e;eng a ñ osas de las apariencias ex te rn a s .e n latragedia sé asien ta ' so bre *u n a larga tradición en ei pen sa m ie nto jgriego. «Aquél m e resulta igual de odioso que las p u ertas de Hades» — dice Aquiles en la Iliada dirigiéndose a Odiseo—r- «el q ue oculta en sus m ientes u n a cosa y dice otra» (9, 312ss.). Los disfraces de este seg und o h é ro e en Ja Odisea suscitan tam b ién la cuestión de la relación e n tre un cam b io de form a externa y la form a persistente (si es que existe alguna) de lo que «somos». ¿Qué m a rc a p u ed e fijar nu estra identidad si b u e n a parte de ella ca m b ia o p e r m a n e c e o c u l­ ta? Odiseo se disfraza con éxito an te su m u jer p ero no p u ed e o c u l­ ta r a su vieja n iñ e ra la antigua m a rc a que data de su adolescencia. P or supuesto, H o m e ro no enlaza co n s c ie n te m e n te tales cu e s tio ­ nes, p ero lo cierto es que éstas se hallan im plícitas en la p re s e n ta ­ ción de su h éroe de mil facetas y disfraces, lleno de métis, y en la consiguiente astucia de su esposa, siem p re tejiendo y destejiendo. M ucho más tarde, Platón especuló con las feas señales que el mal deja en el a lm a de u n tirano c o rru p to (Gorgias, 524c ss.; véase R e ­ pública, 588c ss.). Invisibles d u ra n te su vida, son puestas al d es c u ­ bierto ante los jueces del Infierno. Esta m ism a p re o c u p a c ió n p o r re c o n o c e r el ser in tim o ocu lto m e d ian te la ap a rie n c ia extern a c a ­ racteriza la discusión de S ócrates con un fam oso artista (recogida p o r Jenofonte) so bre c ó m o p in ta r el c a rá c te r o éthos de un h o m b re (Recuerdos, 3, 19).

íCa magia del placer: representación y em oción En la cu ltu ra griega primitiva, los espe ctácu lo s cuya im p o rta n ­ cia es m ay o r ni son objetos de la naturaleza n¡ ta m p o co son el alm a h u m a n a individual: lo m ás im p o rta n te son las r e u n io n e s c o m u n ita ­ rias p a ra festivales, m úsica, c e rtám en e s’atléticos y ritos religiosos. Incluso en la Edad del B ro n c e los frescos de los palacios m in oico s en Creta y en T era d escriben re u n io n e s públicas en los patios de los g rand es palacios y sus áreas colindantes. H o m e r o conse rv a el r e ­ c u e rd o de tales festivales en un símil que c o m p a r a u n a danza coral

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en el Escudo de Aquiles con las danzas en el palacio de Ariadna en Cnosos (litada, 18, 590-592). En la Odisea existe u n a escena sim ilar de jóvenes dan z an d o en el palacio de Alcinoo ( 8 , 256-265). La re u n ió n de los jonios en Délos descrita en el him n o h o m é r i ­ co a Apolo es el festival p erfecto y, p o r extensión, la re presenta ción perfecta; cre a un esp ectácu lo lleno de encanto , lerpsis, no sólo p ara el dios sino tam b ién p ara los m ortales que participan en él ( 1 46-155). Parece identificar el p o eta la térpsis qu e su canción p r o ­ d u ce con el efecto ac u m u la tiv o del festival c o m o un todo. Además del «boxeo, la danza y la canción» (149), existe tam b ién el p lace r que los ojos sienten c u a n d o «uno ve la gracia que a d o r n a todo» ( 153) y «llena de p la c e r su corazón al c o n te m p la r a los h o m b res y a las m ujeres de h e rm o s o s cintos, sus veloces navios y todas sus p o s e ­ siones» (1 53-155). El pasaje es un precioso testim onio de ép oca a r­ caica a c e rc a del efecto c o m b in a d o del p ja c e r visual y acústico en los g ra n d es festivales y tam b ién so bre la especial a d m ira ció n que a los griegos m e re c ie ro n los p o d e re s m im c tic o s de la voz. El a u to r del h im n o distingue la habilidad vocal de las m u c h a c h a s delias c o m o un esp e ctácu lo en sí m ism o, «una gran m aravilla cuya fama n u n c a se extinguirá»; consiste aquélla no sólo en el «hechizo» de su ca n ció n sino ta m b ié n en su habilidad p ara im itar «las voces de to ­ dos los h o m b re s y el sonido de las castañuelas» (156-164). La ac tu a ció n oral c o n d u c e a su p ú blico a u n a re sp uesta totale fí­ sica y e m o c io n a l asi c o m o intelectual. I^a poesía re c i t á d a y / o c a n ta ­ r á en tales circ u n s ta n c ia s im plica u n a relación in ten sam en te p e r ­ sonal e n tre p oeta y p úblico. C uando Aquiles le hab la a Tetis de su disputa c o n A g am enón, en el p r i m e r libro de la Ilíada, repite lo que ya h em o s oído; pero, c o n tá n d o le sus sufrim ientos a su m a d re en un relato en p rim e ra p erso n a, se da la satisfacción de c o m u n ic a rs e con este oyente q u e le es p ró x im o y está lleno de com pasión poi' él. El re s u m e n q u e O diseo h a c e de sus av e n tu ras a P en èlo p e tras su re u n ió n en Odisea 23 es un episodio del m ism o tipo. Tales escenas, q ue im p lican n a r ra c ió n y au dición de ésta, tal vez p ued an c o n sid e­ ra rse id e a lm e n te c o m o an álo gas o c o m o m o d elo s de la relación que el b a rd o es p e ra c r e a r e n tre él m ism o y su público. C om o lón señala de m a n e r a h arto g ro s e ra en el p e q u e ñ o diálogo platón ico q ue lleva su n o m b re , «si les hago llo rar yo m e reiré puesto que ga­ n aré din ero ; p e ro si hag o q u e se rían, e n to n c e s seré yo quien llore ya q u e p e r d e r é dinero» {lón, 535e). P latón c o n s id e ra peligrosa esta liberación de la e m o c ió n y, p o r eso, excluye a los p o e ta s de su re p ú b lic a ideal; p ero el lón nos da u n a idea de c ó m o p o d iía s e r u n a a c tu a ció n de este tenor. Vemos al ra p so d a llev an d o a c a b o un casi hip n ó tic o en sa lm o sobre su p ú b li­ co al p re s e n ta rle s las escen as épicas de su n arra c ió n (535c). Platón

(il c s p c c ta d o r

y el

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c o m p a r a el efecto a u na piedra im án que atrae anillos de hierro.-La , fuérzámagrietica-fluye del propio p oeta hasta el rapsoda y c o n tin ú a ’ hasta él público (533d ( 535 e). E l'm ism o recitadof,'"cüando está to-* talm ente inm erso én sú arte, sé «halla fuera de sí» (535b). «Cuando recito algo que m ueve a com pasión los ojos se me llenan de lágri­ mas; y c u a n d o lo que recito asusta o es terrible, del miedo se me p o ­ nen los pelos de pu n ta y mi corazón da saltos» (535c). El sofista Gorgias, a finales del siglo v, considera estas respues­ tas afectivas c o m o el resultado especial del p o d er aural de la p o e­ sía. En su elogio del p o d e r del lenguaje, en su Helena, escribe que «en aquellos que la esc u ch an [la poesía] infunde un escalofrío de tem or, com p asió n e n tre lágrim as y un anhelo que busca el dolor» (9). Estás respuestas fisiológicas al lenguaje confirm an lo que p o d e ­ m os .'inferir, tanto de opiniones tardías com o de los trágicos m is­ mos, ac e rc a dé las respuestas em o ción ales que la tragedia suscita. Las crisis que se suce d en en las piezas p rod ucen reacciones violen­ tas de "ese'álb'fños;temblores, erizam iento del cabelló, afasia, vérti­ go, m artilleó y vuelcos del corazón, helados estrem ecim iento s.en el vientre y u ñ a tensión general en el cuerpo. ' El au tén tico p o d e r de la poesía p ara m ov er las em ociones la tran sform a tanto én un peligro c o m ó en una bendición. C om o «en­ canto» o «hechizo» lleva a cabo u n a especie de magia y Gorgias la describe asi en la Helena (10, \4).'Thélxis;el térm in o para este «he­ chizó», sirve p ara d escrib ir lo m ism o el canto de las sirenas que la sed u c to ra m agia de Circe en la Odisea. Píndaro nos cu enta cóm o las figuras m ágicas e n form a de sirenas que se hallaban en los fron­ tones del tem plo de Apolo en Delfos canta b an tan du lcem e n te que los h o m b res olvidaban sus familias y se consum ían, cautivados por la canción, dé m odo que los dioses tuvieron que destruir el templo {Peán, 8 , frag. 52 i, Sncll-Machler). C u a n d o io s griegos buscan r e p re s e n ta r el eng añ o y la sed ucción , tam b ién en form a de visiones, im ágenes y fantasmas, la magia de la palab ra hablad a p u ed e p ro d u c ir u n a belleza de cautiv ado r exterior que, de hech o, escon de mentiras.-Al igual que la P andora de Hesíodo, las historias p u e d e n estar «em bellecidas con m en tiras varia­ das» que «rebasan a veces la verdad» (Píndaro, Olímpica, 1, 28ss.). Odiseo goza de u n a re pu ta ció n m ejor que la de Avante a causa de la habilidad de H om ero; Píndaro, en Nemea, 7, nos dice «pues por e n c im a de ficciones y artificios de altos vuelos hay algo solem ne, m as la poesía en g a ñ a con historias seductoras. Ciego tiene el co­ razón la m ás n utrida asam b lea de varones. Pues si le hubiera sido dad o s a b e r la verdad, no se h abría atravesado el p ech o con la b ru ñ id a espada, irritado p o r causa de las armas, el valeroso Ayante».

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,La imagen de la poesía prim itiva que m ejor nos m u estra los peligros de la magia aura! de la can ció n es la de las sirenas. A! p e rm itir­ l o s q ue olvidemos nuestras penas, com o Hesíodo reclam a p ara su poesía (Teogonia, 54ss.), la canció n p u e d e .b o rr a r tam bién la m e ­ m oria que nos une al pasado y nos confiere nuestra identidad h u ­ mana. La paradoja de u n p o d e r de re c o rd a r que trae consigo olvido es ya un rasgo de la poesía dé H e sío d o /P e ro en el caso de las sire­ nas, la paradoja nos lleva a un conjunto de rasgos contrad icto rios que niegan el pro pósito de la canción. Las sirenas cono c en todo lo que ha sucedido en Troya y, ciertam ente, «cuanto sucede so b re la tierra fecunda» (Odisea, 12, 188-191); a pesar de esto, su isla está rodeada p o r las putrefactas pieles y huesos de h o m b res y se u bica lejos de las com un id ad e s h u m an as cuya m em o ria tiene su significado y función (12, 45-47). Sem ejantes a los «encantadores» de oro de Píndaro, a cuyo son los h o m b res «se consum ían lejos de sus esposas e hijos»rlas_siré_nas ho m éricas son musas pervertidas. P retenden po see r u n a m e m o ria que lo ab a rca todo, pero su p o d e r de m e m o ria coexiste de form a an óm ala con los más horrib les signos de d ec aden cia m ortal, la a n ­ títesis de la divina inm ortalidad de la fama que es «im perecedera» (kléos áphthiton)r R econo ciend o que los efectos de su magia son m ayo rm ente físicos, hay que decir q ué su «hechizo» o thélxis es sólo m o m en tán eo ; resu en a en el oído, pero no m o ra en los labios del h o m b r e .;Es p u ra m e n te acústico.y, así, Odiseo puede n e u tra li­ zarlo p o r el simple expediente físico de colo ca r cera en las orejas de sus c o m p añ e ro s y a tar su propio cu e rp o al barco. L o'que, para los poetas primitivos, fue un hechizo.m ágico^se transform a en u n a habilidad técnica en cu a n to las artes del lengua-, je se profesionalizan y racionalizan a finales del siglo vi y principio, del v. Profesores de retórica tales c o m o Protágoras, Gorgias y Pródico en señaro n tales habilidades p o r dinero; y Gorgias, en su Hele­ na, tím idam ente, dio más explicaciones ac erc a de las afinidades entre este arte y los hechizos m ágicos y las drogas. Los q ue estaban dispuestos a pagar los precios podían., así, adqu irir este_arte.de p e r ­ suadir a u na m asa de oyentes, jugan do con sus sentim ientos. Según Tucídides, Pericles consiguió parte al m enos de su p o d e r político gracias a su habilidad p ara influir sobre la m ultitud (2, 65, 9). Histo­ riadores y a u to res d ram ático s de este periodo m u estran u na nueva sensibilidad hacia la m asa y sus em ociones: pánico, histeria, im p u l­ sos repentino s de generosidad o de com pasión. El teatro, m ás aun q u e la asam blea o los tribunales de justicia, es el lugar don de las e m o cio n e s de.las masas e n c u e n t r a n su más co m pletá'lib eració n . Frínico, com o h em os visto, excitó las e m o ­ ciones equivocadas y fue m ultado en vez de o b te n e r la co ro n a de la

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victoria. En el lugar del p o d e r de la poesía p a ra excitar em ocionalm ente, Platón podría h a b e r colocado — y así lo da a e n te n d e r— el diálogo filosófico, que vendría a se r la «poesía» apropiada para el estado ideal diseñado de a c u erd o c o n presupuestos filosóficos. En las Leyes establece que «la m ás noble m usa es aquella que p ro p o r­ ciona place r a ios m ejores h o m b res y a los que tienen u na a d e c u a ­ da educación». La elección de los jueces de las tragedias p o r sorteo es el signo de una «infame te a tro crac ia en vez de u n a aristocracia» (/..eyes, 3, 701a). Los filósofos-legisladores son «los poetas de la más noble y m ejor tragedia», p ues su estado ideal es la «imitación (mi­ mesis) de la vida más noble y mejor», e n c a rn a n d o así «la tragedia más v erdad era de todas (Leyes, 7, 817b). Dejando a un lado la im p o rtan cia q ue tienen en lo qu e toca a la co nc ep ció n de Platón de su propio papel educativo, estas o bserva­ ciones pueden leerse h istó ricam en te c o m o .una indicación, de m a ­ nera retrospectiva, del papel rcentrSf"deí-teatro e n . la c o m u n id a d a te n ie n s e y de la im p ortancia-d e la re spuesta del público. El e sp e­ cial orgullo que Atenas sentía p o r sus espectáculo s es co nfirm ad o ig ualm ente p o r las o bservaciones atrib uid as a Pericles en el d is c u r­ so fúnebre de Tucídides. En él, Pericles alaba a Atenas p o r su a b u n ­ dan cia de solaz p ara las fatigas diarias, co nsistente en «certám enes (agones) y festivales a l o largo de todo el año», cuyo «disfrute» (térpsis) aleja las penas (2, 38, 1). Prosigue c o m p a r a n d o Atenas con Es­ p arta en lo que se refiere a la ap e rtu ra, que no im pide «ningún c o ­ n ocim iento o visión» (espectáculo, ihcama) en tanto q ue no sirva d ire c ta m e n te de ayuda al enem ig o (2, 39, 1). La lengua de T ucídi­ des es general y un tanto vaga, p ero los esp ectáculos cívicos con re ­ p re sen tacio n es d ram áticas bien p odían ser incluidos en ese ihéam a del que Pericles habla; igualm ente, pudo estar pensa n d o en ellos cu and o, en su m ás famosa frase, con toda b re ved ad sentenció: «R esum iendo, afirm o que la ciud ad to d a es escuela de Grecia» (2, 41, 1)*. Espectáculo dramático: orígenes y carácterPese á que H o m e ro q u iere que «veamos» los grand es hechos del m u n d o épico co n ojos de «asombro» (th a ü m a , thámbos), no a lb e r­ ga la m e n o r d u d a de q ue ía palabra h ab lad a (y cantada) es el v erda-» rdero vehículo de la c o m u n ic a c ió n y el re cu erdo. Gomo la escritura llega a se r cad a vez m ás im p o rta n te en Grecia desde finales del si­ glo viii a.C. en adelante, esta re lació n e n tre el ojo y el oído cambia. * La traducción es de A. Guzmán Guerra (Madrid, 1989).

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A Finés del siglo vi y principios del v, poetas c o m o Sim onides, Pindaro y Baquílides, á u n q ú e todavía reco n o cían "ab ierta m en te (y, a veces, de h ec h o las tenían) cónéxíoíiés p ersonales con.sus p a tro ­ nos, se rriovían-sin em b arg o hacia u n a c o n c e p c ió n m ás profesional /cié su a rtc .É s c H b ir.p o r en cargo y a sueldo de gente de .muchas par-r„ tés dél m ürido griego les hizo que se sep a rara n de la inm ediatez in­ heren te a la a c tu a ció n ca ra a cara m ás qué el p oeta oral de tipo ho/m é ric o . Esta relación m u c h o m ás libre con la ac tuació n oral a p a re ­ ce tam bién en las m etáforas visuales que Píndaro y Baquílides in­ ventan p ara su canción. F re n te a la im aginería vocal de H o m ero y Hesíodo, estas figuras, a m en ud o, tienen po co o nada que v er con la situación en que la ac tu a ció n tiene lugar o incluso con la voz o la m úsica. La oda es u n a estatua, u n a guirnalda, un tapiz, b o rd ad o, un tem plo, u n a rica libación de vino, un fresco m anantial de agua, (lo­ res, fuego, alas. El poeta m ism o puede ser un águila que vuela alto en m ed io del cielo, un a rq u e ro o un lanzador de jabalina que dispa­ ra el proyectil de u n a canció n, un viajero en un an c h o ca m in o o un pasajero en un navio que su rc a los mares. C uando S im ó nid es afirm ó q ue la «pintura es poesía callada, la poesía, p in tu ra que habla» (Plutarco, Sobre si los atenienses fueron m á s ilustres en guerra o en sabiduría, 3, 346 F), puso la poesía en re ­ lación no con la ac tu a ció n oral sino con la ex periencia visual en un te r r e n o b astante diferente. Estam os tentados de re la c io n a r la c o n e ­ xión analóg ica e n tre lo visual y lo acústico de S im ónides con la in­ tera c c ió n de sonido y esp ectácu lo que la tragedia estaba e m p e z a n ­ do a d es a rro lla r p o r la m ism a época, sob re todo habida c u e n ta de que S im ónides, en m u ch o s sentidos, es un p re c u rs o r del sofista via­ je ro y de su libertad de esp eculación racional. ErTIa tragedia,-la organización del m aterial narrativo de los m i­ rt o s .mediante un texto escrito hace posible u n a n arrativa visual, d o ­ tada de u n a nueva fuerza, y entrelaza voz y visión en nuevas y comjplejas relacio n es.'¿o rT este ca m bió.dé énfasis, m etáforas del espec-J tácü ló o del tea tro d esc rib en la ex perien cia h u m a n a en general. Platón .sugiere en el Filebo q ue la vida no es sino tragedia o com ed ia (50b), tal vez la p rim e ra form u lac ió n en la literatu ra occid en tal de la analo gía e n tre el m u n d o y la escena h e c h a famosa p o r el m e la n ­ cólico J a c q u e s en S hakesp e are (Como gustéis, II, vi i). E picuro s e ñ a ­ ló «pues b a s ta n te gran teatro som os el u n o p ara el otro» (citado p o r S én eca, Carta, 7, 11). En su form u lac ió n m ás am plia, «Longino», en el trata d o De lo sublime, tal vez a finales del siglo i a.C., c o m ­ p ara el un iv erso e n te ro a un gran esp e ctácu lo al q u e el h o m b re lle­ ga c o m o un e s p e c ta d o r privilegiado y en el que re c o n o c e la g ra n d e ­ za a la q u e está d estin ado p o r el infinito a lca n ce de su p e n sa m ie n to (c. 35).

El e s p e c ta d o r

y el

o v cn tc/2 3 1

Este pasaje, m uy influido p o r el estoicismo platonizante, asigna electivam ente a la hum anidad lo que, e"n el peTisárnienUj griego arcaic-o-y clásico, es prerrogativa de los dioses: ser el lejano especta­ dor de los sufrim ientos y conflictos de la vida h um ana. Similar es tam bién la perspectiva de la sabiduría divina del filósofo en el epi­ cu reism o (véase Lucrecio, Sobre la naturaleza de las cosas, 2, 1-13). Tanto el público de la épica com o el de la.tragedia poseerr algo de ésta privilegiada perspectiva; figuradam ente en la épica, en ‘tanto qUé el o m nisciente n a rra d o r en te rc era perso na nos hace p a r­ tícipes en secreto de lo que los dioses ven y cono cen, ;íriás literaln ie n te r s iñ em bargo, en la tragedia, puesto que estam os sentados, én un lugar p o r e n c im a de la acción y m iram os hacia ella d e s d e v u n a distancia casi olím pica, p o r no decir con un olím pico distanciam iehto. Hñrla~épica-y.en ,1a tragedia.este espectáculo del sufri­ m iento jiu m a n o is ó l o - i n t e n s i f i c a j a c o n c ie n c i a i d e . los limites que ¿circundan la vida de los mortales. La visión filosófica, sin em bargo, l o q u é ..pretende ^ p recisam ente, es t r a s c e n d e r é s o s límites. A unque los orígenes de la tragedia p e rm a n ece n en la oscuridad, llenos de controversias, la conexión que Aristóteles estableció e n ­ tre tragedia y ditiram bo es a m p liam en te ac eptada (Poética, 4, 1449 a). Al principio, una" represen tac i ó i r c ora l ; 11e ñ a d e e x c ita c iórnen* h o n o r cíe Dioniso, eí ditiram bo, a finales del s'iglo vi, p arece h ab e r­ se transform ad o e ñ algo más tranquilo, más lírico, que n arraba m i­ r to s sobre los dioses y,"más tarde, sobre los héroes-L as conexiones en tre la tragedia y Dioniso fueron un p roblem a incluso para los a n ­ tiguos; de ahí que el prov erb io «Esto nada tiene que ver con Dioni­ so» se interpretase c o m o u n a crítica que señalaba la grandísim a distancia que,hay e n tre la tragedia y el culto directo del dios en su principal festival, las G randes Dionisias, la más im portan te de las ocasiones p ara las re p resen ta cio n es dram áticas. Aunque laTragejfdia tiene sus p rim e ro s com ienzos bajo la tiranía de Pisístrato (534 a.C. es la fecha tradicional), e n tra en fu ncion am ien to y se perfec^cioíía bajó la nu éva d em o c ra c ia de principios del siglo v. La asóciación'de Dioniso c o n el culto p o p u la r m ás bien que con las tradicionés aristocráticas p u ed e h a b e r estim ulado su crecim iento. Dioniso efí un dios de la vegetación, especialm ente del vino y de jSu fe rm en tad o prod ucto; está tam bién asociado con la locura y.el. /é x ta s is religioso. Aparece fre c u e n te m e n te en los vasos conTina c o r ­ te de sátiros, criatu ras con patas de cabra, m ed ioh om b res, mediobestias, q ue d an rienda suelta a su naturaleza anim al en la e m b ria­ guez, los gestos obscenos y un apetito sexual indiscrim inado. Las danzas de sátiros, según Aristóteles, co ntribu yeron tam bién al d e ­ sarrollo de la tragedia (Poética, 4, 1449a) y, en las Dionisias, una pieza ligera, con un coro de sátiros, era presentada jun to con las

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tres tragedias de cada u no de ios dram aturgos que participaban en el concurso. A co m pañando tam bién á Dioniso, y en una estrecha (aunque no n ecesaria m e n te arm oniosa) re la c ió n 1con los sátiros, están las m énades (literalm ente «locas»); ellas personifican ta m ­ bién, éñ 'total sumisión al dios y a su culto, una liberación, singla m e n o r inhibición, de la energía em ocional y física. Las asociaciones de Dioniso con lo irracional, con la locura, con las mujeres, con la danza llena de excitación y la m úsica y co n .. la inestabilidad dé la línea divisoria entre bestia, h o m b re y dios son im portantes para la tragedia. La asociación de Dioniso con la m á s ­ cara es un nexo aún m ás inm ediato.’Dioniso, de hecho, recibe cul* to a m en u d o bajo la form a de u n a m áscara, colgada unas veces de un árbol o de un pilar, y otras a d o rn ad a con hiedra, la planta sagra­ da del dios. Lá m áscara h ac e posible la rep resen ta ció n m im é tic a de los m itos en forma dram ática. El ac to r en m ascarado p u ed e ta m ­ bién explorar la fusión entre diferentes identidades, estados de ser, categorías de experiencia: .m asculino y femenino, h u m an o y bes­ tial, divino y hum ano , extraño y amigo, foráneo y del lugaryLa m ás­ ca ra es, así, algo central én la experiencia dram ática, co m o un sig­ no del deseo del público de som eterse a la ilusión, juego y ficción y de co lo ca r energía em ocional en lo q ue lleva la m arca de ficticio y,, á la vez, de Otro. La m irada frontal de la m áscara, según u n a suge­ rencia de Vernant, es tam bién la m an era de re p resen ta r la p re s e n ­ cia de la divinidad e n tre los hom bres. P o r todas estas razones, Dioniso es el dios bajo cuya ad voca­ ción, de la m a n e ra m ás natural, la tragedia e n c o n tró su lugar yy p u d o to m a r su form a característica: la’atm ósfera p re ñ ad a de e m o ­ ción de un espectáculo m im é tic o ;‘lá identificación intensa con el m u n d o de ilusión cread o y puesto en escena p o r actores en m a s c a ­ rados; la capacidad de enfrentarse con la alteridad de lo bestial y lo divino en la vida h u m a n a y de re c o n o c e r la irracionalidad y emocionalidad asociada c on la h e m b ra en u n a sociedad d o m in ad a p o r el m acho; y, finalm ente, la a p e rtu ra a las m ás vastas cuestiones de im portancia, h ec h a posible p o r la pre sen cia de Jos dioses en los asun tos h u m a n o s c o m o agentes visibles. El hechizo de la m áscara dionisíaca, en dosis controladas, libera de los miedos, la ansiedad y lá irracion alid ad que hay bajo la brillante superficie de la Atenas-de„ iPericles... *La tragedia define de nuevo el papel del espectador. En vez del deleite o (érpsis del recitado épico o de la actu a ció n coral, la trage­ dia im plica a su pú blico en u na tensión en tre el esperado p la c e r de asistir a un espectáculo trabajado en sus más m ínim os detalles y el dolor que sus con ten id os nos p ro d u c en . Aquí y allá los propios trá ­ gicos llam an la atención sobre esta contradicció n, la «paradoja trá-

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gica», que consiste en e n c o n tr a r p lace r en el sufrim iento (véase Eurípides, Medea, 190-203 y Las bacantes, 815). La tragedia no sólo confiere a los viejos mitos u n a so rp re n d e n te represen tación co rp órea , ta i: hién los enfoca de nuevo en situacio­ nes de crisis. En contraste con la relajada y expansiva narrac ió n de la épica oral, la tragedia selecciona episodios individuales de crisis y c o n c e n tra la su erte de una casa o ciudad en una acción unificada con todo rigor, que se extiende d e n tro de un espacio y tiem po limilodos. / Todos los co m p o n e n te s de la tragedia se e n c u e n tra n con facili­ dad en la poesía del pasado: los recitados poéticos de los discursos del m ensajero; las ca n cio n es corales de alegría, lam ento o de ejem ­ plos míticos que sirven de adm onición; y, hasta cierto punto, in c lu ­ so el diálogo.* Pero estos elem e n to s alcanzan u na nueva fuerza c u a n d o ac tú a n todos unidos en el nuevo co njunto q u e es la trage-* arlcs S egal

igualm ente poder oso. Aristófanes se ríe de los largos silencios de los protagonistas de Esquilo en sus escenas iniciales (Las ranas, 911 -920). Los m utis silenciosos de Yocasta, Deyanira'y E uridice (en Edipo rey, Las traquinias y Antígona respectivam en te) son la calm a om inosa antes de que la to rm en ta del desastre estalle. En Edipo en Colono, Sófocles, de u n a form a que m an tien e en suspenso, deja al viejo Edipo sin h a b lar d u ra n te un c e n te n a r de versos, hasta que, c a ­ lentada a fuego lento, su cólera estalla c o n tra su hijo Polinices en terribles insultos y m ald icio nes (1 254-1354). Sirviéndose de la e n ­ tonces todavía re cien te inn ovación del te r c e r actor, Esquilo debe h a b e r a so m b ra d o a su pú b lico en el A gam enón cu a n d o Casandra, silenciosa d u ra n te ia larga escena e n tre A gam enón y Clitemnestra, lanza de re p e n te sus terribles gritos de desesp eración y profecía. En la siguiente pieza de la trilogía, Pilados es m a n te n id o en silencio del m ism o m o d o hasta el m o m e n to cu lm in a n te en que p ro p o rc io ­ na a Orestes, én la terrible crisis de su decisión, el estím ulo crucial para m a ta r a su m ad re; son los tres ú nicos versos que recita en la pieza (Las coéforos, 900-902). Léñgúa\y"esp(Íctáciúotrágico& El^pod é r s igñific an t F ^ é lT e n g ü á j e ' e s ,úfi 5~dejl osTasp e c t o s' que* r» á s -i n t e resa-a~l a 't rag éd iguT j r m i h o s é t i eos crú c ia l e s c o m o j üftic ia? b on d a d , n obleza o p"ureza son" con?ta ñ te m e ñ te_t raid o sa~c o lac i ó n y predefinidos. La parado ja de u n a «piedad,impía» es el m eollo cíe A n ­ tígona. El significado de «juicio prudente» (sophrosy ne) y «sabidu­ ría» (sophía) está en el c e n tr o de Hipólito y Las bacantes de Eurípi­ des resp ectiv am en te. Obras c o m o el A gam enón de Esquilo y Edipo rey, Las traquinias y Füóctetes de Sófocles deben m u c h a de su fuer­ za al h e c h o de q u e son uríaTndagación sób r é ’4oif Tal 1o sele!Iajep m u ■ ni cae ió ri _no sól ó_en t r.é h o m bres!; i n o'tam bié ruén t re" h oñi b res y d i o^# ¿ses. ^L^s a m b ig u e d a d e s^del„l e n g u á j e e n profecías y orácülOsTdeter^ rn in a n -lo sv aco n tec im ien tó s de éstas y de otras m u ch as piezas. A este re s p é e t o , I a tr a g e dia n o s ó l o r e a c c io n a an t e e j e xa m e n 'p ro fu n do-dehlenguajejde^Ia^i 1üstracioñTsofísticarTsiñolqüe,añticipa tafnb i é n el in teres^clc^ PlatorT p ó ife s tá b il izar íosTval o fes je ti c ó s e n Té l n iú tidó~!j6^ 1a ^ 'pallforas 7 iñestaB,lé~y~po^ü7digno d e-con fij.nzap Q ue los p ro b le m a s del lenguaje y de la significación son im p o r­ tan tes se d eriv a del h e c h o de q u e nos to p am o s con ellos en la esce­ n a trágica no m e n o s que en la cóm ica. Las nubes de Aristófanes ex­ trae gran p a r te de su h u m o r de la iniciación de Estrepsíades a las sutilezas de los estud ios sofísticos de gram ática, g en e ro y m o rfo lo ­ gía. Los p la c e re s auditivos que la c o m e d ia p r o d u c e no se lim itan a la voz h u m a n a . El c o r o de Las aves debió s e r u n a no tab le evo ca­

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ción del canto de los pájaros (ya el poeta arcaico Alemán p re te n ­ día ser capaz de im itarlo [frags. 39 y 40 PM G J), au nqu e sólo el sim ­ ple torotorotorotorotix / kikkabaú kikkabaü en nuestros m an u scri­ tos es testigo del alegre exp erim ento (cfr. 223ss., 260ss., 310ss.). Chistes, palabras de doble sentido, inn um erables juegos de pala­ bras llenan las piezas de Aristófanes. Los n om bres ofrecen n u m e r o ­ sas ocasiones p ara chistes, m u chos de ellos obscenos, com o, por ejemplo, aquél que hace de un d em o ático una co m u n id ad de masturbad ores (Atiaflisíios y anaphlán, Las ranas, 427). Palabra^mUsica y movimiemo^riruy p ro b a b le m en te feran los resr pprisablesTdélXefe[ctójfufrdamentalTdeTla!tragédia~ y éste está de a c u e rd o con el papel de segunda fila que Aristóteles asigna a la óp5i5, al espectáculo, en su Poética. Los autores dram áticos cuentan con cierta m aq u in aria escénica. La grúa podía tra n sp o rta r carros o héroes voladores, Pcrsco p o r ejemplo. El ekkvklctha podio traer ante la vista los resultados de la acción (n o rm a lm e n te una acción llena de violencia) en el escondido in terior de la casa. Esquilo, co m o ya hem o s señalado, fue el más audaz de los autores d ra m á ti­ cos que hem o s conservado en inven tar efectos d eslum brantes para el espectáculo. En general, sin em bargo, Ja escenográlía ¡de las pie­ zas'^l^éTñaTconven'c ronahqú e r e a l i s ta-y-^e-sirvi ó Td e a ^ ñ to V e T o “re ­ ía t iv am eh~fe~éseas o d é a ccesorio s á s í coñío'c) e~de corados sim ples.-' La"ac tüác ión,Lrea 1izael á"póf fi guras e n nTascarád a|7~?o i} pji m oroso s yestidosrdebe^habéf~sido~bastante~estilizada~yrla"voz,vp ro n u n c ia " c ió rí y gestual i dad fueron éxplótadasjde fo r m a q ué_a Icanzasen su / m á x im tfv a lo r^ é ^ expFesioh. 1nc 1uso entre" 1o s jn u s ic o s _ e r a n a p r e :• d ^ o r e l T ñ o ^ i m i e n t o y ^ l o s gestos. Pausanias, po r ejemplo, a p ro p ó ­ sito de un flautista de re n o m b re llam ado Pronom o, nos dice que «por la form a de su expresión facial y p o r el m ovim iento de todo su cu e rp o hacía disfrutar al público del teatro» (9, 12, 6 ). Los efectos visuales de Sófocles y Eurípides, en cierto, sentido, p arece qu e se relacionan con los tem as básicos de las piezas de uny m an era m u ch o m ás cabal q ue los de Esquilo y, adem ás, expresan m ejor el m o d o de ser de los personajes y las situaciones de los p r o ­ tagonistas: lá ceguera de Edipo en las dos tragedias que tratan de este personaje, la ropa de P enteo vestido c o m o u n a m én ad e en Las bacantes, la miseria y en ferm ed a d de Filócletes. Eurípides, fre­ c u e n te m e n te , lleva la acción al m áxim o de sufrim iento y h o rr o r y, en ton ces, da fin a la pieza ab ru p ta m e n te m ediante la aparición de u n a divinidad (el llam ado deus ex machina). Sófocles utiliza este re c u rs o sólo u n a vez y de u n a m a n e ra muy diferente: en el Filoctefes, H eracles baja del Olimpo; se trata de la viva voz y la e n c a rn a ­ ción p erson al del h ero ísm o y la generosid ad que han estado laten ­ tes en el h é ro e en ferm o y am argado que es Filócletes.

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Las frecuentes parodias de los efectos visuales de la tragedia que Aristófanes lleva a cabo nos indican lo m uch o que el público ateniense se acordaba de aquéllos. Paralelam ente, en cierto senti­ do, Sófocles y Eurípides se hacen eco de escenas de Esquilo, espe­ cialm ente de la Orestíada, en sus versiones del mito. En Las traquinias, la entrada del cortejo de H eracles con YoIet la cautiva que perm a n ece en silencio, es un eco visual de la entrada de Agam enón con Casandra en el Agamenón, un recu rso que proyecta la so m b ra de la asesina C litem nestra sobre la leal y paciente Deyanira, en todo sim ilar a Penélope. Eíecíra de Eurípides es tal vez la pieza más rica en ecos visuales de las escenas de Esquilo. En esta pieza, Electra atrae a C litem nes­ tra al in terio r de su casa p ara matarla, con el pretexto de que ella, casada con un m odesto granjero, ha dado a luz y.¡necesita qu e le ayuden en los ritos de purificación. Con su llegada en un carro, ele­ g antem ente vestida y ac o m p a ñ ad a por las esclavas captu rad as en Troya co m o sus criadas, C litem nestra representa aquí el papel del Agamenón lleno de hybris de la pieza de Esquilo, m ientras que Electra, atrayendo con engaños a la p oderosa figura al in terio r de su casa con vistas a ejecutar u n a h orrible e im p ura venganza, no hace otra cosa que d ese m p e ñ a r el papel que su m adre tenía en Aga­ m enón. En ambas~E lee tras* la de Sófocles y la de Eurípídes^ros ecos /escénicos j5iiéden sugerir el cu m p lim iento de la justicia retributiva;-pero tam b ién implican la contin u ac ió n de la m an ch a im p u ra en la familia y el p erpetuarse de la crim inal violencia./ 'Espectáculo y narración La tragediarincruso c u a n d o su form a c o m o e s p e c t á c u l o ^ desa­ rrolla del to d o ^ n b llega a rom per, p o r.c o m p lé tó con la tradición oral. Los largos p arla m en to s del m ensajero que, con harta fr e c u e n ­ cia, n arran los ac on te cim ie n tos culm in antes de la tragedia serian familiares a un público ac o stu m b ra d o a la in inte rru m p id a n a rra ti­ va en verso prop ia de la poesía épica. El espíritu de tales n a rra c io ­ nes en la tragedia, sin em bargo, es bastante diferente del de la épi­ ca. La batalla entre Eteocles y Polinices en Las fenicias de Eurípi­ des (1359-1424), p o r ejemplo, se basa muy de ce rca en los heroicos en c u e n tro s de la ¡Hada, p ero en vez de la clara y precisa distinción de am igo y enem igo, el relato trágico nos habla de la m aldición, la m an ch a y la fusión/confusión de dos h erm a n o s que ni p u ed e n eslar juntos en paz ni ta m p o co separarse de form a tajan te con una guerra. P o r ello, la fó rm ula h o m é ric a de «m order el polvo con los dientes» al m o rir se c o m b in a aquí co n el motivo trágico del asesi­ nato en la familia y no se diferencia claram en te (I243ss.).

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Los a c o n te cim ie n to s'm ás violentos y doloroso^ de! d ra m a g rie­ go se n a r ra n en los discursos hech os por.los m ensajeros, a los que *ya se ha aludidcT, en vez de m o strarse en escena: el asesinato a m a ­ nos de C litem nestra de su m arido y la m u e rte que a ésta le infligen sus propios hijos; el d escuartizam ien to de Penteo; la com id a en que Ticstes devora a sus hijos; el en v e n e n a m ie n to de sus víctimas p o r M edea y, m ás tarde, la m atanza de sus propios hijos con la espada, etc. En )a‘tragedia, sin. em bargo , estos a c o n te cim ie n to s no p e r te n e ­ cen ú n ic a m e n te ál reino d e l !lenguaje =y esto por, tres razones. En ^prim er lugar,~el público ve p ro n to los resultados de las acciones violentas q u é acaba de oír: los cu e rp o s de Agam enón y C asandra sacados del interior del palacio m ed ian te el dkkykleiiia; la entrada del ciego Edipo o de P olim estor (en la Hécuba de Eurípides), o cu a n d o Agave exhibe la cabeza co rta d a de P enteo en Las bacantes. En segun dó lugar, la narrac ió n se desdo bla ¿ m e n u d o en la p r e s e n ­ cia de dos o m ás figuras q u é re accionan de m an era ex actam en te opuesta: En la Electra de Sófocles, p o r ejem plo, Electra y C litem ­ n estra re sp o n d en de form a antitética a las (falsas) noticias a c erc a de la m u e rte de Orestes. En Las traquinias, c o m o en ei Edipo rey, un discurso de! m ensajero tiene un significado p ara un pro tag o n is­ ta varón (Hilo y Edipo respectivam ente), pero otro muy distinto p ara u n a figura fem enina, que, entonces, hace m utis llena de silen­ ciosa p en a y se e n c a m in a al suicidio (Deyanira y Yocasta). ^Eñjultim o lugar, y lo que es más im p ortante, lá narrac ió n de la violencia que tiene lu gar e n tre bastidores llam a la a ten c ió n sobre lo que no se ve/A sí^se le c o n c ed e u ñ a posición privilegiada a este espectácu lo invisible m e d ian te el p ro c e d im ie n to de quitarlo de la vista: Se pu ed e d ec ir que un espectácu lo negativo de esta índole crea u n a co ntra p o sic ió n e n tre los a c o n te cim ie n to s que se ven a la clara luz del día q u e reina en la o rq u e sta y aquéllos otros que se ocu ltan e n tre bastidores. Estos últim os a d q u i e r e n ;de éste :m odo u n a d im e n s ió n .a ñ a d id a de m isterio, h o r r o r y fascinación p o r el sim ple h e c h o de t e n e r lug ar fuera d e la escena. E s te _espacio e n tre bastidores," q ue a m e n u d o re p re s e n ta el in te rio r de la casa o p a la ­ cio,-funciona c o m o el espacio de lo irracion al o lo d em o n iac o , las áreas de exp e rien cia o los aspectos de la perso n alid a d ocultos, os­ cu ros y terrib les; Así, p o r ejemplo, es el palacio al q ue C litem nestra atra e con engaños a A gam enón p a ra asesinarle, o la casa en la que Deyanira guard a y em p lea la ven e n o sa sangre del C entauro, la tien­ da en la que H é cu b a y sus m ujeres m atan a los hijos de P o lim esto r y ciegan al p ad re o, finalm ente, la prisión s u b te rrá n e a en d o n d e la ap arición de Dioniso, en figura de toro, co m ien z a a m in a r la a u to ri­ dad ra cion al de Penteo. El discurso del m ensaje ro del Edipo rey. la m ás famosa de tales

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narrac io n e s en la tragedia griega, explota a b u n d a n te m e n te este con traste e n tre lo que se «oculta» y lo que se «hace visible». La reti­ cencia o in capacid ad p ara re la tar «las cosas más dolorosas» (1 2281231) envuelve la escen a en u n a sugestiva sem ioscuridad. La «me­ m oria» del m ensaje ro nos p erm ite seguir a Yocasta al interio r de .su habitación, que ella, en o tra ocasión, nos im pidió v er al c e rra r sus p u ertas (1246). La b a r re ra — literalm ente h a b la n d o — que consti­ tuyen las p uertas c e rra d as y la b a r re ra figurada que viene a ser el ti­ tu b ean te re c u e r d o y relato del m ensajero m antien en invisibles los últim os m o m e n to s de su agonía, p e ro la oím os «llamar» ai difunto Layo y evocar, co n su p ro p ia «m emoria», los m o m e n to s de la c o n ­ cepción y del n ac im ien to cuyos h o rro re s aho ra ie rodean en ese es­ pacio cerrado . El clímax de la p a ite narrativa asignada al m en sajero se e n c u e n ­ tra en un a m isteriosa e in explicada revelación c u a n d o «alguna divi­ nidad m u estra (a Edipo) el cam ino» (1258). Con gritos terribles destroza éste las p u ertas ce rra d as de la habitación de Yocasta, p e r­ m itié n d o n o s ver el h o r r e n d o espectácu lo del cu e rp o de ella b a la n ­ ce á n d o s e colgado de sus lazos. La o culta «visión del dolor» se rev e­ la finalm en te (1253ss., 1263ss.)r p e ro sólo a los ojos de los que es­ tán d e n tro del palacio (y d e n tro de la n arrac ió n ), no a los del p ú b li­ co que está en el teatro. «Terribles fueron las cosas que hubo que ver tras esto», co n tin ú a diciend o el m en sajero (1267) volviéndo a Edipo quien, ahora, p o r fin «la ve», grita y se hiere los ojos con las fíbulas de sus ropas (1266ss.). El expediente, utilizado repetidas veces, q ue consiste en im p e­ d ir del lodo o p a rc ia lm e n te la co n te m p la c ió n de algo es aprop iado p a r a un esp e c tá c u lo d em asiado terrib le de n a r ra r o de ser m o stra­ do al público. P ero la tensión e n tre u n a n arra c ió n de ló que es v isi-" ble y de lo qu e está oculto, de lo q u e se oye y de lo q ue se ve, se r e ­ suelve en el c o m p le to esp e ctácu lo visual de Edipo que, ahora, ha p ed id o q ue se a b ran las p u erta s «para m o s tra r al p ueb lo e n tero de Tebas» la im p u ra m a n c h a q ue es él (1287-1289). El n a r r a d o r suple las ind icac ione s escénicas: «Esas p u ertas se están a b rie n d o y p r o n ­ to veréis un esp e c tá c u lo tal (théama) q ue incluso quien le odie s e n ­ tirá piedad» (1295ss.). La a p a ric ió n de Edipo, c o n s c ie n te m e n te tea­ tral, p e rm ite q u e las e m o c io n e s rep rim id a s hasta e n to n ce s e n c u e n ­ tren su p ú blico y su expresió n c o m ú n en los gritos del co ro c u a n d o éste, al igual q ue el público, ve finalm en te con sus propios ojos lo que se ha venido d ejand o a un lado, hasta ahora, c o m o u n a p u ra ex­ p e r ie n c ia o ra l/a u ra l. «¡Oh d esg racia terrib le de ver p ara los h o m ­ bres! ¡Oh lo m ás terrib le q ue he e n c o n tr a d o nunca!»

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/La tragedia, espectáculo de la c iu d a d , A unque la tragedia se o cu p a m ás o m enos directam en te de lo m arginal, io desconocido, io irracional, cada parte de la re p resen ­ tación teatral es un reflejo de la sólida posición que aquélla ocupa en la ciud ad y en las instituciones d em ocráticas de ésta. Era u n o de los principales m agistrados quien seleccionaba a los tres trágicos cuyas obras habían de re p resen ta rse en los festivales ciudadanos de las Dionisias y las Lcneas. A diferencia de lo que o cu rre en el tea­ tro ro m an o , los actores y los m ie m b ro s del coro eran ciudadanos y, a principios del siglo v, los propios autores actuaban en sus piezas. Los juece s eran ciudad ano s elegidos p o r sorteo de cada u n a de las diez tribus. El p ropio teatro era un edificio público y en él ral día si­ guiente de te rm in a r las Dionisias, la asam blea se reu n ía p ara d eci­ d ir si el festival h ab ía tenido u n a dirección adecuada. Ju nto con las re p resen ta cio n es dram áticas de las Dionisias, además, se exhibía el tributo pagado p o r los aliados, se pro c la m ab an los benefactores de la ciudad y, a ios huérfanos de los ciudad an os m uertos en com bate, se les hacía desfilar vestidos con su equipo militar facilitado p o r el estado. C om o sugieren Tucídides en el discurso fúnebre de P e r r cíes y Aristófanes en Los a ca m ie n ses (496-507),-las Dionisias eran u n a ocasión p ara que la ciudad se exhibiese a sí m ism a ante sus aliados y ciudades vecinas, ofreciéndose com o un espectáculo. Sin em b arg o, la tragedia no es u n a parte más de este esp e ctácu ­ lo ciu d ad a n o ya que, con su extrao rdin aria apertura, p erm ite a la c iud ad reflejar lo que está en conflicto con sus ideales, lo que tiene que s e r re p rim id o o excluido y lo q ue tem e o juzga com o ajeno, desconocido'; lo Otro en sum a. Es así c o m o po dem os c o m p re n d e r la dram atización, m u c h a s veces rep etida p o r los trágicos, del p oder y la cólera de las m ujeres d e n tro de la familia (Orestiada de Esqui­ lo, Las traqúintas de Sófocles, Medea, Hipólito y Las bacantes de Eurípides), co n sus inversiones de los papeles sexuales y la tran s­ fo rm ación de poderosos g o b ern an tes en parias vencidos, agobia­ dos p o r los s u b im ie n to s (Edipo, Jasón, Heracles, Creonte, Penteo, etc.). Eurípides p u d o idealizar Atenas co m o la justa y piadosa d e ­ fensora del *débil (Los heráclidas, Suplicantes). Sófocles hizo lo m ism o en su Edipo en Colono. P ero Eurípides p udo tam bién escri­ b ir ob ras c o m o Hécuba y Las troyanas, criticando im plícitam ente la b ru ta lid a d de la política bélica de la ciudad. Los persas de Esqui­ lo p u d ie ro n p re s e n ta r a los invasores vencidos bajo una óptica de c o m p re n s ió n . La co m ed ia p ud o exp resar sin am bages el ansia de paz en o b ra s c o m o Los acam ien ses, La p a z o Lisistrata, satirizar.ins­ titu c io n e s tales c o m o los tribun ales de justicia o la asam blea (Las

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'avispas, Las asambleístas) o bien parodiar a figuras públicas co m o Cleón (Los caballeros). La tragedia p udo llevar a escena, de m anera simbólica, debates co n tem p o rán eo s ac e rc a de la moral en general y cuestiones políti­ cas tales com o las restricciones sobre el Areópago en Las euménides de Esquilo. Pero su significado cívico y político podía ser ta m ­ bién más difuso e indirecto. El papel de Odiseo en ¡el Avante de S ó­ focles, p o r ejemplo, valora el com pro m iso d em o crático p o r e n c i­ ma del autoritarism o aristocrático y la intransigencia. La tragedia suscita tam bién preguntas sobre los peligros inherentes al ejercicio del p o d er (Los persas, Orestíada, Antígona), pone de manifiesto las desastrosas con secuencias de la división o de la discordia d en tro de la ciudad (Los siete contra Tebas, Las fenicias) o d em u estra la existencia de u na estruc tu ra m oral básica que subyace a los a c o n te ­ cim ientos h u m ano s cuand o vemos la lenta, dificultosa y a m e n u d o dolorosa actuación de la justicia a lo largo de m uchas g e n e ra c io ­ nes, co m o o cu rre en las trilogías de Esquilo. M ientras la actuación de la lírica coral tiende a reforzar las tra ­ diciones y los valores de las familias aristocráticas, la re lativam en ­ te nueva form a del espectáculo dram ático es la form a distintiva de la polis dem ocrática. En efecto, con su m arc o ciudadano, su es­ tructura de debate dialéctico y las relaciones c o n s tan te m e n te c a m ­ biantes en tre el h é ro e individual y la c o m u n id ad re presen ta da p o r el coro, la tragedia es la forma artística ad ecu ada para que la d e m o ­ cracia la haya pro m ov ido tras sus orígenes en la época de Pisístrato. El ca rá c te r aristocrático del individualismo, el h o n o r personal y la excelencia com petitiva expresada en la poesía épica están aún muy presentes en el siglo v a.C.. C om o resulta claro a partir de obras com o Los siete de Esquilo, el Ayante y el Filóctetes de Sótocles o el Heracles de Eurípides, una de j a s funciones de la tragedia «es volver a ex am inar tales actitudes a la luz de la necesidad que una sociedad d e m o crática tiene de com p ro m iso y cooperación. Los mitos presen tado s p o r la tragedia ya no reflejan los valores tradicionales de u n a re m o ta e idealizada época. En vez de esto, se transfo rm an en el ca m p o de batalla de los conflictos c o n te m p o r á ­ neos d e n tro de la ciudad: co nc ep cio n es m ás antiguas de u n a ven­ ganza de sangre se enfren tan al nuevo legalismo cívico (Orestíada); las obligaciones de la familia se c o n tra p o n e n a las de la ciudad (Antigona); aparte de eso, ten em o s los conflictos en tre sexos y e n tre ge­ neraciones (Alcestis, Medea y Las bacantes de Eurípides) y las dife­ rencias e n tre au toritarism o y orden d em o crático (Las suplicantes de Esquilo, el Ayante y el Edipo en Colono de Sófocles)>Pór estas razones, tam bién las represen ta cio n es trágicas son co ncebid as no co m o u n e n tre ten im ie n to del q ue se p u e d e disfrutar en cu a lq u ie r

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m o m e n to (com o es el teatro m o dern o), sino q u e 's e limitan a l o s dos festivales ciu dadano s de Dioniso y tienen lugar d e n tro del a m ­ biente carnav alesco asociado con este dios. La tragedia, sobre todo, cre a u n sentim iento de c o m u n id a d d e n ­ tro del teatro y d en tro de la ciudad. Aquí los espectadoresciudadanos, pese a sus diferencias, se to rn a n con scientes de su soli daridad d entro del m a rc o ciu d ad a n o y d en tro de la co nstru c ció n , cívica tam bién, q ue los lia reunido. Sus espectad ores se hacen es­ pec ta d o res un o s de otros en tanto que ciudadanos, así c o m o e s p e c­ tadores de la p ropia re p resen ta ció n . La c o m u n id a d del teatro foija lazos de em oción c o m p artid a y com p asió n universal. Al final del Hipólito de Eurípides, p o r ejem plo, la p en a sentida p o r la m u erte del hijo de Teseo es «una p en a com ún» que se extiende sob re «to­ dos los ciudadanos» ( í 462-1466), pese al hecho de q u e Hipólito ha re n u n c ia d o a las obligaciones políticas y elegido a cam bio pasatiem pos privados c o m o la caza y los deportes. Esta c o n m e m o r a ­ ción cívica, adem ás, es el consu elo que una c o m u n id ad h u m a n a es capaz de ofrecer, en contra ste con el ritual privado y cultual con el que su diosa, Artemis, h o n ra rá su m em o ria (1423-1430). La tragedia no sólo aplica el espejo d istanciado r del mito a los prob lem a s c o n te m p o rán eo s, tam bién refleja alg una de las más im ­ po rtan tes instituciones de la ciudad. De éstas, las que m ás tienen que ver con la tragedia son los tribu nales de justicia. Diez de los es­ pectadores, elegidos p o r sorteo, son cie rta m e n te los jueces de la pieza. Los veloces in terc am b io s verbales e n tre antagonistas en la tragedia se p a re c e n a la arg u m e n tació n e interro gatorios de los tri­ bunales. Las tragedias, en efecto, h ac e n que sus públicos, en cierto sentido, sean jueces de com plejas cu estiones m orales en las que. am bas p artes invocan la justicia, y lo b u e n o y lo m alo resultan difí­ ciles de distinguir. El debate e n tre H écub a y P olim esto r en la Hécuba, p o r ejemplo, es, de hecho, u n a situación ju ríd ica (1129ss.). P o ­ d em o s p e n s a r tam b ién en la escena del proceso de Las euniénides de Esquilo y en la p aro dia de un tribunal que hay en Las avispas de Aristófanes. In cluso los a u to re s p o steriores alaban las tragedias p o r su viva ap ro x im a ció n al debate legal (véase, p o r ejem plo, Quintiliano 10, 1, 67ss.). La tragedia, aú n m ás c la ra m e n te que p o r asignar culpas y casti­ gos,'se intere sa p o r el p ro b le m a de la decisión. Casi todas las piezas que nos han llegado nos m u estran a su p ro tag onista a to rm e n ta d o p o r u n a difícil elección e n tre alternativas en conflicto o bien c o m ­ p ro m e tid o en u n a decisión entre la seg urid ad y u n a acción p elig ro­ sa o de in cierto resultado. «¿Qué voy a hacer?» (tí drásó); es un grito que se repite u na y o tra vez en m o m e n to s de crisis. Figuras c o m o Medea, F ed ra u Orestes dudan, vacilan, ca m b ia n sus decisiones. La

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intransigencia p u ed e ser tan desastrosa c o m o la vacilación o los cam bios con tinu os, según nos m u estra el Filóctetes de Sófocles. Ca­ sos c o m o el c a m b io de situación de C reonte en la Antígona o la ve­ h em en te có lera m o strad a p o r Edipo frente a Tiresias en Edipo rey p o n e n en escen a ante la au d ien c ia no sólo la capacidad d e s tru c ­ tiva de las disputas familiares sino tam b ién las c o n se cu en c ia s de las decisiones im p ru d en tes, irascibles o equivocadas. Tales dramatizaciones de la decisión, cam bios, r igidez y cosas sem ejantes podrían ser un atractivo p ara Ja ex perien cia que el p ú b lico tenía tanto de las asam bleas c o m o de los tribunales. El relato que Tucídides hace de có m o los atenienses c a m b ia ro n de form a de p en sa r tras la c o n d e n a de los m itilenos m u estra lo m u c h o que, en la vida real, podía d e p e n d e r de tales delib eracio n es y cam bios de actitud (Tucídi­ des 3, 36).

Tragedia y escrituraj Es posible q u e los trágicos hayan c o m p u e sto gran des p orcion es de sus obras d e n tro de su cabeza, tal c o m o hacían los poetas orales, y que, luego, o ra lm e n te , las hayan h e c h o a p r e n d e r a los actores y al coro. Sin e m b arg o , la m e n talid ad p ro p ia de q uienes saben leer y es­ c rib ir y la 'p r o d u c c ió n de textos p a r e c e n s e r requisitos casi indis­ p en sables p ara la e s tru c tu r a de la tragedia, que no es sino la c o n ­ c e n tra c ió n , siguiendo un plan previo, de u n a acción com pleja d e n ­ tro de Uña co m p leja e s tru c tu r a formal que se despliega en un e sp a ­ cio g e o m étric o , c o n v e n cio n al y s im b ó lic o ./ Las ranas de Aristófanes, re p re s e n ta d a en el año 405 a.C., e sc e­ nifica el c h o q u e e n tre las c o n c e p c io n e s nuevas y viejás a c e rc a de la poesía y de la re p resen ta ció n . Esquilo acusa a su rival m ás joven que él, E urípides, de d a r al traste co n la vieja m o ralid ad m e d ian te sus sutilezas intelectuales, paradojas y exhibiciones de m ujeres in­ m o rale s (véase 1078-1088). El p o e ta m ás viejo, más p róx im o a la c u ltu ra oral del pasado, está ta m b ié n m ás c e rc a de u n a c o r r e s p o n ­ den c ia m u c h o m ás d irec ta e n tre la palab ra y la cosa v, a la vez, más p ró x im o al papel del poeta c o m o po rtavoz de los valores de la c o ­ m u n id a d (1053-1056). El arte de E urípides se asocia con el m ovi­ m ie n to sofistico, con libros, ligereza a é re a y con la facilidad p ara re to r c e r a r g u m e n to s que la leng ua posee. Se p re s e n ta c o m o si se­ p arase el lenguaje y la realidad («la vida no es la vida»). El lenguaje de Esquilo, en ca m bio, p o see la te rro sa consisten cia física q u e la voz tiene en la c u ltu ra oral y sus m anifestaciones p ro c ed en de los «intestinos», el «diafragma» y la «respiración» (844, 1006, 1016). En la llam ad a «Batalla de los prólogos», en la q u e los versos se pesan

E.I e s p e c ta d o r v el o y ciitc/2 4 3

en las balanzas, las «aladas» sutilezas euripídeas de Persuasión pierden frente al peso de los carros de Esquilo, la Muerte y los ca­ dáveres (1381-1410). Es un s u p re m o rasgo de ironía el hecho de que Dioniso elija a Esquilo sirviéndose de un verso de Eurípides a prop ósito de la separación entre «lengua» y «pensamiento» {Las ra­ nas, 1471; cfr. Hipólito, 612). Puede p a r e c e r paradójico asociar la tragedia, que tan p o derosa­ m en te c o m b in a el espectácu lo visual, la m úsica y la poesía p ara ofrecérselo a u n a excitada y, a m en ud o, ruidosa m ultitud de miles de personas, con la c o m u n ica ció n au stera y m o n o c ro m a que se suele asociar con las silenciosas cartas. Con todo, el p o d er de la es­ critura, q ue late tras la escena, posibilita la organización de la vista, "la voz y el oído d e n tro de u n a re presentación multi-media. El fre­ cu e n te uso de las im ágenes sinestésicas y su explícita orquestación de la ex perien cia visual y acústica en m o m en to s del m áxim o d ra ­ m atism o llam a la aten ció n so b re esta interconexión de los diferen­ tes sentidos. Tanto el espacio gráfico de la escritu ra com o el espacio teatral del d ra m a d ep e n d e n de la creac ió n de un cam po de actividad sim ­ bólica en el que las m ás ínfimas señales p u eden ten er una gran im ­ portancia. Aquí, Ja a te n c ió n se c o n c e n tra sobre un ca m p o limitado / y v o lu n tariam en te reducido. Este m icroc osm o s es el m odelo de un ám bito m u c h o m ás amplio,^ya sea el de la sociedad, ya el del u n i­ verso entero. La e s c ritu ra y la tragedia necesitan u n a actividad in­ terpretativa enfocada sobre u n a d ete rm in a d a área. Ambas d e p e n ­ den de lá habilidad p a ra o p e r a r d e n tro de un sistem a de co n vencio ­ nes p ara r e c o n o c e r e in te rp re ta r signos y para p o nerlo s juntos en el ^orden adecuado , «eligiendo lo nuevo m ediante lo viejo», según afirm a Yocastá a propósito de Edipo en Edipo rey, 916 (la frase se refiere tam b ién a la habilidad de Edipo p ara resolver acertijos). En griego «leer» £s «reconocer», anagignóskein, que es tam bién lap alab ra q ue em p lea Aristóteles p ara el m o m e n to crucial de la trage­ dia, el « reconocim iento» o anagnórisis. La ú n ic a fuerza dé lá tragedia p u e d e deberse tal vez a su ap a ri­ ción en ese m p m e n to de transición de la cultura griega en el que el p o d e r de los mitos no está aú n erosio n a d o p o r la m entalidad crítica -que a p a re c e co n la escritura, el p e n s a m ie n to ab stracto y las filoso^ fías éticas sistem áticas. La c o m e d ia siguió siendo u n a forma artísti­ ca vital e in n o v ad o ra ya bien e n tra d o el siglo iv, en parte porque M en a n d ro y sus seguidores fueron cap aces de c a m b ia r el enfoque de la c o m e d ia antigu a y dirigirlo sobre asuntos m ás privados y d o ­ mésticos, fueron capaces de inspirarse en la em ocionalidad de los arg u m e n to s de re c o n o c im ie n to del últim o Eurípides y capaces ta m b ié n de d e sa rro llar un estilo al tiem p o coloquial y elegante.

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Una transform ación de esta índole, sin em bargo, no infundió n u e ­ va vida a la tragedia, al m en os po r lo que pod em o s colegir de lo que ha quedado de ellas. Las tragedias com puestas después del si­ glo v a.C. no parecieron dignas de ser conservadas y ningu na ha s o ­ brevivido. La tragedia del siglo v a.C. fue capaz de c o m b in a r la seriedad m oral y religiosa y la im aginación mítica de la épica oral con la ex­ ploración intelectual de u n a época de extensión de la alfabetiza­ ción que ensayaba atrevidas conceptualizaciones en to rn o al h o m ­ bre y la naturaleza en el te rre n o de la ciencia, la m edicina, la filoso­ fía, la historia, la geografía y otros campos. En tragedia, lo m ism o que en filosofía, pensam iento y visión alcanzan el reino de lo des­ conocido. Esquilo c o m p ara el «profundo pensam iento» con la zambullida de un b u c e a d o r «en las profundidades» o intenta c o m ­ p re n d e r la m ente de Zeus, que es «una visión insondable», algo que escapa a la co m prensió n h u m an a (Las suplicantes, 407ss.'y 1057; véase Los siete, 593ss.; Agamenón, 160ss.). La m aravillosa re presentación visual q ue la tragedia nos ofrece de los antiguos milos p arece o torgar un papel especial a las a p a ­ riencias externas de la percep c ió n sensorial; no obstante, explora co nstante m e n te la separación que existe entre lo externo y lo in te r­ no, entre la palabra y el hecho, entre la apariencia y la realidad. Su inm ensa capacidad de p o d e r p ara rep resentar, c o m b in a n d o p ala­ bras, música, danza y gestos m iméticos, pone de relieve re alm en te la dificultad de e n c o n tra r la verdad últim a y los inconvenientes, en realidad los dolores, con que nos topam os en nuestro intento de c o m p re n d e r la com pleja naturaleza de la c o n d u c ta del h o m bre, los cam inos de los dioses, los térm ino s y límites de nu estra co nd ició n mortal. Pese a que su am biente sea diferente, los poetas trágicos son h e rm a n o s de espíritu de aquellos filósofos que, com o Heráclito, D em ócrito y Platón, sabían que hay en la superficie del m u n d o más eng añ o que verdad y se esforzaban p o r c o m p re n d e r por qué la vida es com o es, p o r qué existe el sufrim iento, có m o la justicia y la a c ­ ción m oral pueden realizarse d en tro de la sociedad y qué o rden s u ­ perior, si es que hay alguno, hace inteligible nuestra existeneia.'Las t r a g e d ia s siguieron escribiéndose y re p resen tándo se después del siglo v, pero la energía creativa, la p re o cu p ac ió n ética y la ex p lo ra­ ción teológica que p rodu jero n las grandes obras se e n c a m in a b a n ya hacia la filosofía y la historia. Los espectadores de Esquilo y Só­ focles son aho ra tam bién lectores de Platón y Aristóteles.

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S

vrnbro,

Capítulo séptimo

EL HOM BRE Y LAS FORMAS DE SOCIABILIDAD' Oswyn Murray

1 Las notas, con toda intención, son breves y están dirigidas exclusiva­ m ente a remitir al lector al tratamiento más autorizado o reciente de las di­ versas cuestiones. Una bibliografía detallada para cada uño de sus aspectos se puede encontrar en Deticnne-Vcrnant (1979) (a cargo de Svenbro), en Schmitt-Pantel (1987) y en Murray (1989a).

El h o m b re es un anim al social; el h o m b re griego es un a cria tu ra de la polis: esto es lo q u e significa la fam osa definición de Aristóte­ les de su h o m b re c o m o «un anim al de polis p o r naturaleza» {Políti­ ca, 1253a). P ero la definición de Aristóteles estaba em b u tid a d e n ­ tro de u n a teoría ético-biológica en la que, p a r a - s e r total m en te h u ­ m anó-rurio debía ejercitar al m áxim ó todas las posibilidades in h e ­ rentes a la. naturaleza h u m a n a , y en la que u n a jera rq u ía ética o t o r ­ gaba p rim ac ía al p e n sa m ie n to frente a las em o c io n e s ' Por lo tanto, su p e r c e p c ió n de la polis c o m o la form a de organización social en la q u e las posibilidades del h o m b re podían d esarrollarse de m a n e ­ ra m ás co m pleta, hizo que las p re te n sio n e s de la religión, JaJramilia y el re ino d e lo e m o cio n a l a o c u p a r u n lu g ar d e n tro del orden^superio r de la política q u e d a ran e n un segundo plano. La historia del estudio de la organización social griega ha sido la de u na lu ch a m ás o m en o s co nsc ie n te p ara h u ir de esta co n c e p c ió n aristotélica de la sociedad griega y e n c o n tr a r una im agen que haga m eno s hincap ié en el fe n ó m e n o ú n ic o de lap ó /is e intente «despo­ litizar» al h o m b r e griego, es decir, ver las form as griegas de o rg a n i­ zación social c o m o e m p a re n ta d a s con las q u e so lem o s e n c o n tr a r en otras sociedad es primitivas. En m uy pocas palabras, ésta viene a ser la historia del estudio de la ciu dad griega d esde Fustel de Coulanges (1864) hasta hoy d í a 2. La re lación e n tre el h o m b re y la sociedad es d inám ica en todas las sociedades: cada época co n c re ta del h o m b re tiene un pasado y 2 Fustel de Coulanges (1864). 249

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un luluro; y no existe u n h o m b re griego sino un a sucesión de h o m ­ bres griegos, tal c o m o Jac o b B u rc k h a rd t los re trató en el cu a rto vo­ lum en de su Griechische K ulturgeschichte3. Siguiendo su ejemplo, distinguiré c u a tro tipos ideales, o c u a tro edades del h o m b re grie­ go: « h o m b re heroico», « h om bre agonal», « hom bre político» y «ho m b re cosm opolita». P o r su p u esto q u e tales distinciones c r o n o ­ lógicas p o co precisas c a re c e n de validez absoluta; pero son n ec esa­ rias ya que sólo m e d ia n te algún tipo de análisis d iacrò n ico p o d e ­ m os c o m p r e n d e r las re la c io n e s s in cró n ica s que dan origen a las form as de trato social. T ra zar d esarro llo s a lo largo de siglos es fal­ sificar la historia cu ltural d an d o p rim ac ía a la causalidad p o r e n c i­ m a de la función, e insistir en las c o n tin u id ad es es ig norar los c a m ­ bios fu n d a m e n ta le s q u e tien en lu gar tras la pantalla del lenguaje y de las instituciones.

Fonna s de trato social y c o m en sa lía r El fe n ó m e n o qu e s u p o n e el trato social puede ser tenido en c u e n ta desde diversas perspectivas; p e r o tal vez sea útil p re s e n ta r­ lo, en p r i m e r lugar, en su re lació n con la econ om ía. Trá'sia fachada d e i a s form as sociales laten re la cio n es e c o n ó m ic a s expresadas po r J á 'd is tr ib u c ió n desigual de bienes. Un análisis m arxista c o n s id erará las e s tru c tu r a s sociales (y, p o r tanto, las relacio nes sociales) c o m o u n a c o n s e c u e n c ia de la lu ch a p a ra o b t e n e r u n re p a rto desigual de los ben eficios c u a n d o hay escasez de ellos. Más re cien tem en te, o tro s h an h e c h o h in cap ié en la a b u n d a n c ia de recu rso s n aturales d e n tr o de las so cied a d es prim itivas y en la co nsig uiente im p o rta n ­ cia de actividades sociales c o m o el don, la fiesta, el c o n s u m o h ech o p ara lla m a r la a te n c ió n y la exhibición de riqueza ante otros y ante los d io s e s 4. De u n a fo rm a u otra, el ex ceden te, p e q u e ñ o o grande, se usa p a r a c r e a r u n a e s tru c tu r a social q u e dé apoyo a las activida­ des cu ltu ra le s, políticas y religiosas: son las form as de re d istrib u ­ ción de u n e x c e d e n te , a través de despliegues de altruism o o poder, las q u e e s tru c tu r a n la sociedad.^ Dada la p rim a c ía de la tierra y sus p ro d u c to s en la historia p ri­ mitiva, es el e x c e d e n te agríco la el que con m ay o r frecuen cia se usa p a ra c o n s tru ir la so ciedad y su c o r re s p o n d ie n te cultura. Es típico f

i Jacob Burckhardt (1898-1902); los párrafos pertinentes en la sección 9 (volum en 4) siguen siendo la mejor exposición del trato social entre los griegos (fiestas y formas de com ensalía) que yo conozco. Para el sim posio véase también Yon der Miihll (1957). 4 Véase, por ejem plo, Engels (1891); Vebten (1899); Sahlins (1972).

El h o m b re y las form as de socinhilidad/251

que la redistribución de este excedente, m ediante banquetes o fies­ tas religiosas, cree con su uso ritualizado un patrón de trato social que im pregn e las otras relaciones d e n tro de la sociedad. En p a r­ ticular, algunos p ro d u c to s relativam ente escasos se transform an en sím bolos privilegiados de posición social; el b an qu ete se ritualiza en to n ce s y sirve para d efin irla c o m u n id a d co m o un todo o una cla­ se d e n tro de ésta. En Grecia, los pro d u c to s más im portantes son la c a rn e y el vino, que se reservan p ara ocasiones especiales y se c o n ­ su m en en rituales especiales tam bién. La ca rn e es un alim en to sagrado, reservado a los dioses y a una ép o c a m ás antigua de héroes; c o m o es norm al en un prod ucto que se e n c u e n tra en las colinas y m o n tañ as de Grecia aunque no es a b u n d a n te , se c o n su m e sobre todo en celebraciones religiosas y está vinculada al sacrificio de la ofrenda que se quema: los dioses reciben el a r o m a de las entrañaSi m ientras que los hum an o s disfru tan del b an q u e te en co m ú n de las partes com estibles del animal, r recién sacrificado y cocido para que, así, este más tierno. Estas c e ­ lebracion es son bastante corrientes; se estru cturan de ac u erd o con un com plejo ca lend ario de fiestas y sirven para expresar el sentido de c o m u n id a d que a n im a al grupo de Heles en u na experiencia c o m p a rtid a de p la c e r y de festividad, que incluye tanto a dioses co m o a hom bres. El Culto a los dioses es ocasión p ara el disfrute.y lá liberación de todo trabajo,'que, c o m o es de esperar, incluye a la c o m u n id a d p o r e n tero o bien a un subgrupo natural incluido a su vez en ella (po r ejem plo, los adolescentes o las mujeres) y, a veces, incluso ab re sus p u ertas al forastero y al esclavo5. El alcohol es, en gran m edida, u na droga social, cuyo uso ritual tiene que ver bien con la coh esión de un grupo cerrado, bien con la liberació n catártica de las tensiones sociales en un carnaval de p e r­ misividad. El pode’r tíel vino y la necesidad de un control social de ^su úso están c la ra m e n te señalados en la cu ltu ra griega. Los b á rb a ­ ros se pe rm ite n b e b e r de form a desord en ad a (y excesiva); el griego, en cam bio, se distingue p o r su co n s u m o ritualizado del vino, m ez­ clado con agua y bebido en un contexto específicam ente social. P o r razones de jas que se hab lará m ás adelante, el'vino "viene a ser ,-ün m ecanism'p p a ra la c reac ió n de p eq u e ñ o s grupos especializados en u n a función que se relaciona con la guerra, la política o el pla­ cer. El em p leo del vino c o m o u n m ecanism o de liberación es m e­ nos obvio, pero, ciertam en te, se da en diversos rituales que tienen qu e ver co n Dioniso. Las m ujeres, excluidas del uso social del vino y, p o r tanto, caracterizadas c o m o inclinadas a b e b e r secreta y d e ­ s o rd e n a d a m e n te , ad o ra n a Dioniso en ritos en los que todas las re5 Detienne-Vernant (1979).

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glas quedan sin valor:.la víctima sacrificial es despedazada en vez de ser sacrificada con un cuchillo, luego se la com e cruda en vez de asarla o cocerla y, finalm ente, el vino se bebe sin mezcla y d eso rd e­ nadam ente. No hay aquí, sin em bargo, expresión de un trato social sino, más bien, la liberación de aquellas tensiones creadas p o r los propios ritos que a c o m p a ñ a n al trato social. La im p ortancia de la com ensalía y de los ritqs en to rn o al ali­ m en to y la bebida en la cultura griega se refleja en los testim onios con que con tam o s p ara su estudio. Desde H o m e ro en adelante la poesía griega se m antiene en el ám bito del b anq u e te y especial­ m en te en su desarrollo arcaico, el sympósion: tanto en lo que toca a su a c o m p a ñ am ien to musical, com o a su m etro y ásunto a tratar, la,, poesía griega prim itiva debe se r co nsiderada en relación con su lu­ gar de representación, ya sea la fiesta religiosa (debem os incluir aquí la lírica coral, que era danzada y cantada p o r grupos de jóve­ nes de am bos sexos), ya sea el grupo aristocrático,de b eb e d o res (la elegía y la lírica m onódica). El arte de la c e rám ica griega y de la pin tura de vasqs iba dirigido, en p rim e r lugar, a las necesidades de tales grupos; formas y d ecoración reflejan los m ism os intereses so ­ ciales que la poesía arcaica. La regulación de la com ensalía pública y privada en los periodos arcaico y clásico, m edian te series de r e ­ glas y privilegios escritos en form a de leyes o decretos, revela cu á n im po rtan te era la co m en salía d en tro de las actividades de tales aso ­ ciaciones. Posteriorm ente, el desarrolló de una literatura filosófica de la com ensalía en el m u n d o clásico y postclásico creó u n a visión idealizada de u n a institución social, tal vez ya no tan central co m o había sido en otro tiempo, p ero que aún con servab a el c a rá c te r de característica de la c u ltu ra griega con tanto vigor co m o p a ra a tra e r la atención de los escritores anticuarios de los periodos helenístico y ro m ano . El banquete de los sofistas de Ateneo, u na en c iclo ped ia de la com ensalía griega de finales del siglo 11 d.C., refleja su a r g u ­ m ento es truc turán dose c o m o si fuera u n a conversación en un deipnon, en el que el co n ten id o se o rd e n a de a c u erd o con las activi­ dades de los im aginarios p a rtic ip a n te s6.

Para la historia del estudio de la com ensalía griega véase mi introduc­ ción a Murray (1989a).

El h o m b r e y las f o rm a s de s o c i a b ilid a d /2 5 3

El hombre heroico El m u n d o que los p o em as hom éric os dibujan se es tru c tu ra en to rn o a ritos de com ensalía. Las características esenciales de la casa de un basileús heroico son el mégaron o sala de b an q u e te s y el alm acén, d on d e se guarda el exceden te de esta sociedad p ara ser em p lea d o en b an q u e te s o en el o frecim iento de regalos a h u é s p e ­ des de la m ism a clase. Odiseo, disfrazado de m endigo, cree r e c o n o ­ c e r su p rop ia casa b asán dose en el em p leo que de ella se hace para la actividad de la com ensalía: «Me p a re c e que m u ch o s h o m b re s se están b a n q u e te a n d o den tro, pu es se levanta un o lo r a grasa y re su e ­ na la lira, a la q u e los dioses han h e c h o c o m p a ñ e ra del banquete.» (Odisea, 17. 269-7 1)*. El basileús agasaja a los m iem b ro s de su cía-* se «con b an q u e te s prestigiosos»; q u iere esto decir, en un m u n d o de h o n o r com petitivo, que así ad q u iere auto rid ad y prestigio. El g rup o distinguido de esta m a n e ra es un g ru p o de g u erreros, cuya p o si­ ción social se expresa, y cuya coh esió n se m an tiene, m ed ian te la actividad de c e le b ra r banq uetes. En un sentido sigue siendo un rito social, qu e tiene que ver con los procesos de autodefinición y for­ m ación de grupos por parte de u n a élite aristocrática; p ero esta éli­ te es tam bién u n a clase de g u errero s cuya función es p ro teg e r la so ­ ciedad. Tal c o m o o c u r re con los símiles de H om ero, las m entiras de Odiseo tal vez sean m u ch o m ás v erdaderas que la n arrac ió n ficticia en la q ue están incrustadas, ya que (com o si se tratase de un seg u n ­ do nivel en la ficción) van dirigidas a re c o rd a r al público sus p r o ­ pias experiencias vitales. La in te ra c c ió n e n tre b an quetes y activi­ dad militar, tan to púb lica c o m o privada, está ilustrada a la p e rfec­ ción p o r el relato que Odiseo lleva a cabo de su vida c o m o hijo ile­ gítimo de un noble cretense, que fue despojado de su herencia, p e ro que, m ediante su arrojo, consiguió un pu esto e n tre los a ristó ­ cratas c o m o g u e r re ro profesional; ac a b ó h ac ié n d o s e rico con las ganancias de las expediciones a ultram ar, Se trata aquí de a v e n tu ­ ras privadas; pero, cu a n d o la G uerra de Troya tuvo lugar, fue el pu eb lo quien le aclam ó c o m o su líder, «no había m edio de negarse, nos lo im p ed ían las duras h abladurías del pueblo». Después de la g u e r ra volvió a sus e m p re sas privadas: «Equipé n ueve naves y en seguida se con gregó la dotación. D ura n te seis días co m ie ro n en mi casa mis leales co m p añ e ro s; les ofrecí n u m e ro s a s víctimas p a ra que las sacrificaran en h o n o r de los dioses y p re p a ra ra n c o ­ m ida p a ra si» antes de qu e zarp aran hacia Egipto (Odisea, 14, 199-258). * La traducción es de J. L. Calvo Martínez (Madrid, 1976).

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En tales relatos, se p re s e n ta n dos tipos dé aventuras: en p rim e r lugar, Jas c o rre ría s privadas de una élite de guerreros, co m p u e s ta de líderes a risto crático s y «com pañeros» de la m ism a clase, cuyos lazos de lealtad se foijan en la actividad del b a n q u e te en co m ú n y com petitivo; de o tro lado, el d e re c h o del «pueblo» a invitar a esta clase de g u e r re ro s a q u e a s u m a el liderazgo en u n a g u erra m ás se­ ria. La expedición c o n tra Troya es un ejem plo de expedición p ú b li­ ca, con b a n q u e te s ofrecidos a los participantes a expensas públicas y con m ultas ta m b ié n p ú blicas p ara aquellos q ue re húsen ir. D en­ tro de la c o m u n id a d ,.la p osición se d e te rm in a p o r el alim ento; en el lam oso d iscu rso q u e S a ip e d ó n dirige a Glauco, afirm a aquél que dos c a m p e o n es, h o n ra d o s «con asientos de h o n o r [...] y m ás copas en Licia» y u n tém enos, tien en la obligación de lu c h a r p o r su c o m u ­ nidad; si así lo h a c e n , dirá el pueblo: «A fe que no sin gloria son c a u ­ dillos en Licia n u estro s reyes, y co m en pingüe ganado y beben se­ lecto vino, d u lce c o m o miel. T am bién su fuerza es valiosa, p o rq u e lu ch an e n tre los p rim e ro s licios.» (/liada, 12, 310-329)*7. La ¡liada tiene c o m o m otivo principal la có lera de Aquiles, que se ex presa m e d ia n te su a b a n d o n o y su negativa a p artic ip a r en los ritos de co m en salía; la Odisea c o n tra p o n e dos m od elo s de com ensalía, u n o el del m u n d o ideal de los feacios, y o tro el de los p r e te n ­ dientes, en Itaca, d o n d e el colapso de los valores sociales se e x p re­ sa p o r m e d io de la in fracción de aquellas n o rm as de co m ensalía que im plican r e c ip ro c id a d y com petició n: «salid de mi palacio y p re p a ra o s o tros b a n q u e te s co m ie n d o vuestras p osesio nes e invi­ tá n d o o s en vuestras casas re cíp ro ca m e n te» , dice T elém aco a los p re te n d ie n te s (2, 139ss.). De hecho, la falta de los p re te n d ien tes r a ­ dica en que u s u rp a n las p re rrogativas de u n a clase de g u e rre ro s en au s e n c ia del jefe. La co m p leja re la ció n de este re trato poético con c u a lq u ie r re a­ lidad h istórica no nos interesa. L^S^óém ásTH óm éricos p re s e n ta n u n a im agen de u n a s o cied a d del pasad o que, a la vez, establece u na im ag en m e n ta l « c o n te m p o rá n e a » e influye sobre el fu turo d e s a rro ­ llo de la c o m e n s a lía griega. Es verdad, sin em b arg o, que está im a ­ gen, m u y p ro b a b le m e n te , es parcial, ya que ignora los tipos de tra ­ to social q u e él p u e b lo pra cticab a , en especial en re lació n con la /fiesta relig io sa.^ Sin em b a rg o , las c a ra c te rístic as de esta im agen m ental son im ­ p o rta n te s p a r a el d e sa rro llo del trato social griego. E l-cleípnon o dais es p ré c e d id o p o r un sacrificio en el q u e a las víctimas anim ales * La traducción es de E. Crespo G üeincs (Madrid, 1991). 7 Sobre el banquete hom érico y su función social véase Finsler (1906), Jcanm aire (1939), cap. 1, y Murray (1983).

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se les da m u e rte c o m o ofrenda hecha a dioses concretos, a m en udo en algu na ocasión especial, c o m o un culto festivo o alguna ce le b ra ­ ción de im po rtan cia familiar. La c a rn e es asada en asadores y la c o ­ nvida se ce le b ra en u n a sala (mégaron) etí la que los varones partici­ pantes se alinean sentados a lo largo de los muros, con mesitas ante ellos, u na para cada dos com ensales; a veces, se hace m ención de porc ion e s o sitios de honor, pero, en general,'“'se subraya la igual­ dad tanto en un aspecto c o m o en otro. El convidado que no ha sido invitado, sea un c o m p a ñ e ro de la aristocracia o un mendigo, recibe ^también su parte. El vino se mezclaTcon agua y se sirve del.kratér o d atera. Nos ofrece el poeta una im agen de felicidad hum ana, expresada en u n ritual de trato social; en el c e n tro de este ritual se coloca a sí mismo: «No creo yo que haya un cum plim ien to más delicioso que c u a n d o el b ien esta r p e rd u ra en lodo el pu eblo v los convidados es­ c u c h a n a lo largo del palacio al aedo sentados en orden, y ju nto a ellos hay m esas cargadas de pan y c a rn e y un e scanciado r trae y lle­ va vino que ha sacado de las crateras y lo escancia en las copas. Esto m e p a re c e lo más bello» (Odisea, 9, 5-10). Es una imagen que p re te n d e ser, al m ism o tiempo, im agen del ban q u e te e imagen ex­ p re s a d a d e n tro del banq uete; en efecto, el b ard o h om érico es, él m ism o, el c a n to r con su lira que, desde dentro de la narración, lle­ va a cabo la p ro p ia n arración. Podem os e n c o n tr a r cierta dificultad ante la noción de ejecución poética épica dentro del banquete, pero está claro q ue H o m e ro p re te n d e que cream o s que su poesía es el a c o m p a ñ a m ie n to de la euphrosyné. Si la Jlíada expresa la función social externa del banqu ete en la organizació n de la actividad militar, la Odisea es u n a épica interna, c o n s tru id a coriio un en tre te n im ie n to p ara la fiesta. Cada episodio de los viajes de T elé m a co se sella con la experiencia de la comensalía: tod a acción lleva hacia (o lejos de) el b anquete. La n arración c e n tral de los viajes de Odiseo se p re s e n ta co m o u na actuación en el b a n q u e te , que incluye form as opuestas de com ensalia, c o m o las q u e se dan e n tre los c o m e d o re s de loto, los Cíclopes, Circe y el otro m u n d o . En Itaca, el m o desto b a n q u e te del porquerizo se o pon e al p erv erso festíi) de los p re ten dientes, q u e despojan la casa del héroe ausente. El nú cleo de la acción final en esta épica de com ensalia es d e stru c ció n de los p re te n d ien tes sen tados a la mesa, m ientras se ded ican a b a n q u e te ar. C uando el p oeta canta en el banquete, evoca el h o r r o r im aginado de otro b an q u e te , y los propios oyentes q u e ­ dan im plicados en la acción; es su sala la que se llena de la o scuri­ dad de la n o c h e y su com ida la que gotea sangre cu a n d o estallan los gem idos y los lam entos, y los m u ro s y las vigas del teclio se llenan con salp icaduras de sangre (O disea, 20, 345ss.).

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La Odisea crea desde su propio lugar de ejecución u n a e s tru c tu ­ ra narrativa, im plicando a su público en la p ropia acción de la épi­ ca; se trata de una ejecución poética destinada al banquete, que ex­ trae su n arración del banquete; asi, el público participa d e n tro de la propia narración: tanto el poeta com o el público son p arte de un ac on tecim iento doble, narrad o y objeto de experiencia a la vez. El pape! de esla poesía d entro del m u n d o de la coriiensalía es ex pre­ sar, de cara a los participantes, el significado dél ritual social en que se hallan implicados. De esta m anera, el'báñq üete h ero ico p resenta ya la m ay o r p a r te , dé los rasgos básicos que distinguen a los ritos griegos de c o m e n salía posteriores. Por/úñ lado, está con e ctad o e x tern am en te co n la función social de la guerra; por"otro,'su finalidad in trín seca es el ¿placer (euphrosyné). En la poesía heroica posee u n a form a de dis­ curso adaptada a la ejecución d en tro de un contexto de co m en sa lía y capaz de autorreflexión ac erc a de las actividades que tien en lugar en el propio banquete. Todavía, sin em bargo, la imagen q ue se nos presenta está sólo p arcialm ente relacionada con las necesidades de la co m un idad, y m u chas de las características específicas de los rituales griegos posteriores de socialización se e n c u e n tra n a u ­ sentes.

JEl hombre' a re a ico. Dos son los rasgos que, de u n a m a n e ra convencional, s e'co n si­ d e r a n características distintivas de la co m en salía griega en la época jiistó rica; se trata de lá p ráctica de recostarse, en vez d etesta r sentados, y de la separación én tre c e le b rar un b a n q u e te y beber. > Los dos Yasgos form an parte de desarrollos más am plios d e n tro d é ­ la com ensalía griega de la época arcaica. El que los com ensales estén recostados c o m o parte de u n c o n ­ ju n to de co stu m b res sociales está atestiguado p o r vez p rim e ra en Samaría, po r el profeta Amos, en el siglo vui a.C. (Amós, 6, 3-7); y pued e muy b ien ser u n a c o s tu m b re adoptada p o r los griegos a p a r ­ tir de sus contactos con la cu ltu ra fenicia. El m ás antiguo te stim o ­ nio explícito de que los co m ensales se re clin aban no lo ten em o s en Grecia hasta finales del siglo vil y lo vem os en el arte co rintio y en la poesía de Alemán; p ero la práctica se p u ed e re tro tra e r más de u n siglo a n te s 8. R epresenta un cam bio fundam ental en la co m en sa lía

8 Véase Dentzer (1971) sobre los orígenes; aboga este autor por una fe­ cha dentro del siglo v i i para la introducción de la costumbre en Grecia,

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griega p o rq u e con d icio n a la organización m ism a de) grupo ciertas restricciones. Los participantes, recostados, un o o d o s e n cada lecho a lo largo de las paredes de la sala, establecían u n a disposición del «espacio simposíaco» que d eterm in a b a el tam añ o del g ru p o 9. /El* rifégaron "sé trarisiorm ó^en-el andrón, una :habitación_especííica^ m ente diseñada p ara c o n te n e r un n ú m e ro d e te rm in a d o de lechos, V m e n u d o c o n la p u erta desplazada hacia la izquierda de la habitación para, así, dejar espacio a las diferencias e n tre el largo de los lechos y su pie; y m u c h o más im po rtante, el tam añ o del g ru p o está limita­ do p o r la facilidad con q u e se p u ed a ir de un lado a otro del salón: las dim en sio nes n o rm ales p erm iten q ue haya siete, on ce o quince le­ chos; el grupo, por lo lanío, cs un í±rupo restringido de entre calor.-' ce y trein ta p articip antes v a ro n e sEstaclisposición del espacio puede ser rastreada de m anera más clara en el d esarrollo de la arq u ite c tu ra púb lica y religiosa del periodo clásico y a través de su em pleo en la arq u ite c tu ra de las tum bas etruscas, do nde es un o de los m ás claros indicadores arq u eo ló g i­ cos de la existencia de influencias griegas sobre las costu m b res de c om ensa lía en otras cultu ra s antiguas. Pero su m ayo r interés radi­ ca, ciertam en te, en que son parte de u n desarrollo más am plio que lleva a la fo rm ación de p e q u e ñ o s grupos y a la elab o ració n de ritua­ les especializados. Uno de estos rituales tiene que ver co n la sep aración del a lim e n ­ to y la bebida. lüTcomerisalía“griega de lá época histórica tiene dos ^partes; la p rim e ra es el deipnon, en el q ue se c o n s u m e n alim ento s y b eb id as,'la seg un da y p o sterio r es el sympósion; eri el qué;lo _ q u e, p rim a es la ingestión de vino, con a c o m p a ñ a m ie n to de pasteles liy g e ro s.rP rá ctic am en te no hay discusión en lo q u e toca al deipnon antes del perio d o helenístico: p a re c e h a b e r sido algo sin c o m p lic a ­ ción y h a b e r carec id o de ritualización fuera de la esfera de los ta ­ bú es específicos de ciertas celebrac io n es religiosas. La elabóració n 'd é l d esarro llo y del ritual social p e r te n e c e al sympósion. ErTtorno al sym pósion se desarrolló un com plejo mobiliario. El andrón podía estar provisto de m ueb les fijos, algo para cu b rir el suelo, y desagües; la kiíné y las m esitas laterales, co n frecuencia, es­ taban h ec h as co n m u c h o arte y d ec o rad a s con incrustaciones; ha­ bía cojines de elab o rad a factura y tam b ién ro p a p ara taparse. Una elevada p ro p o rc ió n de los tipos de c e rá m ic a de calidad de los p e ­ riodos a rcaico y clásico prim itivo son, en co n c reto , tipos destina­ dos al sympósion. P o r ejem plo, la c rá te ra para m ezclar agua y vino, pero daré argum entos en apoyo de una fecha en el siglo vm en un artículo, en preparación, sobre la Copa de Néstor. 9 Para el concepto de espacio sim posíaco véase Bergquist (1989).

2 5 8 /O sw y n M u rra y

la p sictera (psyktér) p a r a en friar la mezcla, los co lad ores y jarros p ara d istrib uirla y u n a in m en sa variedad de tazas p ara la bebida en sí, cada u n a c o n sus diferentes n o m b re s y funciones especializadas. Las im ágen es de estos vasos nos ofrecen un co m e n ta rio visual a c e r ­ ca de las p e r c e p c io n e s y actividades de la clase social que to m ab a parte en el sim posio. Escen as heroicas, escenas de g uerra y escenas to m ad as del re p e rto rio po ético son c o m u n es, c o m o tam b ién lo son esc en as de la vida a ris to crática que nos m u e s tra n deportes, caza, h ípica y cortejo h o m o sexu al. F ren te a esto, escenas de trabajo o las actividades de las m ujeres de los c iu d ad a n o s son raras, c o m o lo son ta m b ié n las escen as de ritos religiosos. Se da un énfasis particular, p o r su pu esto , a las re p re s e n ta c io n e s divinas, h ero icas y c o n t e m p o ­ rá n eas de la actividad sim posíaca: l a im a g in e r ía refleja casi toda la gam a dé áctividades asociadas co n el sim posio, desde la m ás d e c o ­ rosa hasta escen as de a b ierta sexualidad y excesos p ropios de b o ­ rrach os. Este c o m e n ta rio m etasim p o sía co sob re el sim posio refleja a través de la im aginería la a u to a b so rc ió n que se e n c u e n tra Lambién en la p oesía sim posíaca; la iconografía q ue d esarrolló es, c ie r­ tam en te, c o m p leja y s o fisticad a10. La'p oesía, c a n ta d a co n a c o m p a ñ a m ie n to m usical,.fue Un ele­ m e n to clave en el sim posio. Se d esa rro lla ro n dos tipos p rincipales que c o r r e s p o n d e n m ás o m en o s a los dos tipos de a c o m p a ñ a m ie n ­ to m usical. La flauta dob le (aulós),-{\xt el "instrum ento p ro p io del c a m p o de batalla y ta m b ié n de La poesía elegiaca en p articular; e n ­ tre los in s tru m e n to s de cu e rd a , 1á k iih á ra h o m é ric a cedió su lugar al bárbiíos, de so nid o m ás p rofun do: según la trad ició n este in stru ­ m e n to fue inv entado p o r T e r p a n d ro y es el favorito p a ra el c a n to de la poesía lírica; adem ás, es la divisa de todo p o eta sim p osíaco p r o ­ fesional co m o , p o r ejem plo, A n a c r e o n t e .l a s form as poéticás refle­ jaban la c o m p e tic ió n e s p o n tá n e a y la Creación q u e se e s p e rab a de p oetas aficionados: el dístico elegiaco es esp e c ia lm e n te apro p ia d o p ara la ro n d a , es decir, un te m a q ue es re co gid o y d e s a rro llad o p o r ca d a p a r tic ip a n te su cesivam en te; el skólion es u n desa rro llo más cuidad o. Los p o e m a s líricos b re v es con rep etició n de versos, c a n ta ­ dos s ig uien do u n a m e lo d ía sfencilla, sugieren u n a m a n e r a sim ilar de a c tu a c ió n . Los poetas líricos m ás antiguos, c o m o Arquíloco, Alc eo y Safo, c o m p u s ie ro n y c a n ta ro n sus p ro pio s p o e m a s en un p ri­ m e r m o m e n to ; y la elegía p a re c e que, p o r lo genera), p e r m a n e c ió d e n tro de la esfera de los aficionados. P o r tales razones, la e m o c ió n p erso n al, la e x p e rien cia p erso nal discutida in propria persona y la ex h o rta c ió n d ire c ta al p ú b lico son co m u n e s: el poeta, a m e n u d o , e m p le a la p r i m e r a o s e g u n d a p erso na. En el siglo vi se d esarro lló 10

L issanagu e (1987).

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un a clase de poetas profesionales, Mimnei mo y Anacreonlc entre otros, q ue su m in istraro n un nivel de dicción poética más sofistica­ do y sutil sirviéndose de la m ism a técnica, pero dotando al poem a p ersonal de referencias g e n é ric a s 11. Lrós tem as de esta poesía reflejan los intereses del grupo social y de su estilo de vida aristocrático. De a c u e rd o con el testimonio vi­ sual de la cerám ica, los co m ensales se interesan po r las hazañas het roicas, lá g u e rra y el a m o r hom osexual. Son com u n es los him nos a dioses c o n c reto s apro piad os para el simposio, lo m ismo en serio que paródicos, pero, con todo, no hay apenas referencias al ritual religioso existente; la familia y las m ujeres libres de la ciudad están ausentes; la expresión del deseo sexual es franca y está dirigida ha­ cia las esclavas y el p ersonal en cargado de e n tre te n e r a los asisten­ tes. La p o lé m ic a política y las instigaciones a la acción política se extienden desde la defensa de la nave del estado hasta las invilaciones a la g u e rra civil. T em as Cómo éstos se basan en la creac ió n de un grupo ético, un m u n d o en el q ue los particip an tes se e n c u e n tra n unidos p o r la leal­ tad (pístis) y los valores co m un es. La actividad es consciente de sí m ism a y ap a re c e un vocabulario de co m p a ñ e ris m o en el beber, sim bolizado p o r la m isfna p alabra sym-pósion. Este lenguaje e n ­ c u e n tr a su m ás rica expresión en la poesía de Alceo, co m pu esta p a ra su ejecución en las re un ion e s de grupos de com p añ e ro s (hetatroi), e n tre la aristocracia de Mitilene, en torno al 600 a.C. El a m ­ bien te es aú n «homérico» en m u ch o s aspectos, la gran casa res­ p lan d ec e con las a r m a d u ra s de b ron c e; pero un nuevo estilo de éuphrosyné se deja ver en el énfasis qu e se po ne en el «vino, las m u ­ jeres y la ca n ció n»j(un ido s aquí p o r vez prim era). LavfíiñciÓn d e l r grup o no es ya la de u n a g uerra extern a en un en to rn o estable, sino la de u n a unidad p ara la acción, d e n tro de la póiis. e n defensa de los ’privilégiósTde clase: lá g u e rra en persp ectiva es u na guerra civil, la invitación va dirigida a la unid ad in te rn a de un grupo que actúa c o n tra el tirano. Alceo no intenta p e rs u a d ir a un público más a m ­ plio, su llam ada se dirige a los que ya están d entro del grupo, a los que c o m p a r t e n s u s valores y sus fines. Una actividad así es c a ra c te ­ rística de la historia prim itiva de la polis y dem uestra, d entro de la esfera aristocrática, la c o m p leta fusión del trato social con las for­ m as de acción política; el liderazgo de la c o m u n id ad p erte n ece p o r d e re c h o pro p io a Alceo y a sus aristocráticos co m pañ ero s, pero les ha sido arreb a ta d o : deb e se r re c o b ra d o p o r m edio de la guerra civil e, incluso, con la ayuda del d inero de los bárbaros. Una fusión tan íntim a de c o m en sa lía y política se cifra en la co ncepción aristocrá­ 11 Reitzcnstein (1893); Gentili (1984).

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tica del simposio com o una organización exclusiva dedicada a m a n te n e r el dom inio de una clase social sobre el m u n d o m ás a m ­ plio de la p o lis'1.A lo largo de los siglos v j i y vi, este m u n do aristocrático se vio am enazado, al q ued a r m arginado p o r nuevos desarrollos políticos, ec o nóm icos y militares. La com ensalia arcaica respondió a la d ec a­ dencia de la aristocracia y a la creciente im p ortancia de la polis de dos m aneras, haciendo hincapié en los dos aspeétos opuestos de la com ensalia griega. La'’com en salia m ilitar de tipo h o m éric o pudo co m b in arse con las instituciones co m u nales m asculinas com o las que se e n c u e n ­ tran en la sociedad tradicional de Creta, d ond e la co n tin uid ad y adaptación resultan especialm ente claras. Aqui la co m unidad m a s ­ culina se organizó en grupos, con u ñ a «cabaña, de hom bres» (andreión) para la com ida en com ún: el alim ento era p ro p o rc io n a d o p o r la ciudad, tom ánd olo ésta de la tierra co m ú n, así co m o m e ­ diante co ntribucion es individuales. La continuidad de tales co s­ tu m b res se ve ilustrada p o r el hec h o de que .eI]yiejahabiTó^e'estar> ,séntífdos en vez de re c o s ta d o s “sé"man j ü vopsu im p o rtan cia para la definición de la co m u n id ad viene dada p o r la cuidadosa separació n que se h ace de los visitantes en u n a «mesa de forasteros» especial, dedicada a Zeus Xenios. Tras la com ida, se discutían asuntos p ú b li­ cos, «se n arrab a n hazañas de g uerra y se alababa a los valientes para que íuesen un ejem plo de valor p a ra los jóvenes». La p e d e ra s ­ tía fue ritualizada co m o un rito de iniciación y el am a n te le regala­ ba al am ad o tres regalos propios de la edad viril: un m anto, un buey y u na copa para beber, lodo lo cual era un sím bolo de su adm isión d entro de la c o m u n id ad a d u l t a 13. P robablem en te, la función social m ás antigua de la poesía ele­ giaca fue la de reforzar los valores del g uerrero m ed iante la e x h o r­ tación, en vez de h acerlo a través del p ro c ed im ie n to ind irecto de,la descripción, e m p lea d o en la poesía heroica; ya este ca m b io d e ­ m u estra u na tensión y u n intento de reforzar los valores tra d ic io n a ­ les y la c o n d u c ta que es característica de u n a sociedad en tran si­ ción: «¿Hasta cu a n d o p e rm a n e c e ré is sin obrar? ¿Cuándo, oh jóve­ nes, llegaréis a t e n e r u n corazón valeroso? ¿No tenéis vergüenza de vuestros vecinos po r esa falta de ánimo?»*, dice Calino de Efeso, La elegía de g u erra re c re a la im agen hero ic a p ara un grupo m ilitar m ás amplio, ah o ra al servicio de la polis. El m ejor ejem plo de esta «instilucionalización» del b a n q u e te es

12 Rösler (1980). '3 Ateneo 4, 143; 11, 782; Jeanmaire (1939), cap. 6. * La traducción es de I7. Rodríguez Adrados (Madrid, 1956).

El h o m b r e

y las

f o rm a s de s o c i a b i l ¡ d a d / 2 6 1

el q ue se creó en Esparta en el period o arcaico, ap ro x im a d am en te en la m ism a épo ca en que se ado ptaron las nuevas tácticas hoplitas de una form ación m ilitar en masa. La com ensalía espartana puede h a b e r derivado de prácticas dorias, co m o las que en c o n tra m o s en Creta; pero fueron ra dicalm en te transform adas en las instituciones sociales y m ilitares de Licurgo. Tras pasar p o r el riguroso sistem a de clases según su edad llam ado agógé, el joven ciud adano adulto era elegido p ara fo rm a r parte de u n syssítion, un gru po de g u e r re ­ ros que se o cu p a b a b ásica m en te de la p rá ctica del diario ban q u e te en co m ú n en el phidítion; a cada m ie m b ro se le pedía que a p o rta ra u n a cantidad determ in a d a de alim ento y vino p ro c ed en te de sus tierras; en caso de no p o d e r hacerlo, esto supo nía la p érd ida de su co ndición de m ie m b ro y, p o r lo tanto, la pérdida de todos sus d e r e ­ chos de ciudadano. La re lación e n tre com ensalía y organización m ilitar es descrita p o r H eródoto: Licurgo creó las leyes de Esparta, «posteriorm ente [...] instituyó los reg lam ento s m ilitares (las enomotías, trié cadas y syssitias) y, adem ás, los éforos y los gé ron tes» (H eródoto, 1, 65). Con estas agrupaciones, que tenían c o m o base las qu in cen a s y las trein ten as de hom bres, lu chó el ejército e sp a rta ­ no a lo largo de la época arcaica y clásica. Estos n ú m e ro s reflejan la organización arcaica del espacio s im ­ posíaco, b asado en siete o quince lechos: el testim onio literario ex­ plícito m ás primitivo del simposio, el que e n c o n tra m o s en Alemán, se refiere al contexto espartano y atestigua la disposión de aquél, qu e c o n tab a con siete lechos. La com id a espartan a sigue la división griega clásica en dos partes, llam adas aquí aíklon y epatklan. Am­ bas incluyen co n trib u c io n e s obligatorias y son, p o r lo tanto, ele­ m en to s origínales en el ritual. En el sistem a de valores espartano, sin em bargo, el aiklon era p o rta d o r de u n a serie de referencias s im ­ bólicas a su c o n tin u id ad en relación con formas m ás primitivas, y tam b ién de p re tensiones a la igualdad y a u n a austeridad in altera­ ble: los co m p o n e n te s de la com id a estaban fijados y consistían en pasteles de cebada, cerd o cocido y el famoso caldo negro es p a rta ­ no. Frente a esto, el epaiklon p re s e n ta b a u n a serie de diferencias en lo que toca a riqueza, posición y habilidad, m ed ian te una gam a de co n trib u c io n e s posibles; p o r tanto, ac abó p ro d u c ie n d o un a form a de sim posio m ás elabo rad a que la norm al, que hacía uso de u n a se­ rie de alim ento s adicionales, en especial c a rn e no p ro c e d e n te de los sacrificios sino de la caza. A pesa r de los intento s atenienses del siglo iv p o r sug erir u n a ab stinencia espartana o, al m enos, una m o ­ deració n en la bebida, está claro q ue el vino d ese m p e ñ ó un papel im p o rta n te en el r i t u a l 14. 14 Ateneo 4, 138-142; Bielschowsky (1869); N ilsson (1912).

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¿ s le J iT o d e loTclgi c nmeTTsalí alé stal egt r e c ham e nte^asot i a d o~a ■la' ciorTdrla~p^7?5. h o plita~com o -u n a « c o ira ciía~deguerrcro§» (Max Weber); se diferencia del m od elo h o m é ric o en que hace universal una prerro gativa aristocrática; del m od elo dorio, en que aísla y fa­ vorece la función militar. No es so rp re n d e n te , p o r tanto, que el poeta esp a rtan o Tirteo fuese a la vez u no de los m ás fieles im itad o­ res de H o m e ro y el p e r fe c c io n a d o r de un nuevo g énero de elegía m ili t a r 15. /E)~clcsarrollg o p u esto d é l a c om ensa lia grfega^poné"élTénfasis~$p'bffe.su a sp e c to ^ n te rñ o 'd e encarnación-del priñcipío~3el-placfflt^Poi? táfrtoXpó^ría sei^r^como_velxtculo para que-iiná aristocrat:ia:rnai> ginSda^seTr.eti raseiaiunC m uh do^éietíplit:o sy n é 1e s p e c ia 1íy1privad Los sím bolos de u n a clase privilegiada y a c o m o d a d a i n c re m e n ta ­ ron su im p o rtan cia en el p erio d o arcaico; c u a n d o la g u erra y el co ntro l político d ejaron de se r un d e rech o propio de los m ie m b ro s de esa clase, el d e p o rte y el sim posio fueron elaborados de form a que sustituyesen a aquéllos. Esto se ve muy bien, sobre todo, en el m u n d o colonial del oeste griego, d o n d e u n a nu eva aristocracia de colono s prim itivos se esforzó p o r definirse a sí m ism os en el tra n s ­ c u rso del siglo v i i : las c o s tu m b re s sim posíacas tuvieron allí u n a im ­ p ortan c ia especial y fueron suce siva m e nte acep tad as p o r las n a ­ cientes noblezas italiana y etru s c a c o m o los sím bolos n ecesarios de la vida a r is t o c r á t i c a 16. El p la c e r pro v e n ía en especial de la elab o ració n de los rituales, el desarrollo del lujo y del confort, la sofisticación c re cien te en los e n tre te n im ie n to s, p o éticos y de otro tipo, y la liberación de la se­ xualidad de sus re stric cio n es sociales. P o r o tro lado, el c o n s u m o de alim entos y vino no p a re c e h a b e r sido alterado: frente al m u n d o del Im perio persa, las form as griegas de com en sa lía p e r m a n e c ie ­ ron sim ples, la tryphé se exp resó p o r m edio de la elegancia y el refi­ nam ien to y no m e d ian te el exotism o de los m anjares o un c o n s u m o excesivo de éstos. El ritual sim po síaco y la poesía han sido ya d is c u ­ tidos de u n a m a n e r a general; nos q u e d a a h o r a la cuestió n de los e n ­ tre te n im ie n to s q u e n ad a tenían que ver con la poesía. «LaiParfesTd i ri g idas a-e n tr-ete n erTq u e :s e d e s a r r o Maro n^e-n-7e l-cora.: teH o^sIm pósíáco-érañiaiim enudo bastante sim ples,e incluían a n i­ m ad o re s profesionales c o m o m ujeres flautistas, bailarinas, a c r ó b a ­ tas, artistas d e m im o y c o m ed ia n te s; en la ép o c a clásica h abía e m ­ presario s con eq uip os de an im ado res, y un ad iestra m ie n to en las artes sim posíacas estab a al alcance de c u a lq u ie r esclavo joven y atractivo de u n o u otro sexo. LaTigura'dél'15ufón o~álclctoJTc\~conyi15 Bow ie (1989). 16 Ampolo (1970-1971); D’Agostino (1977).

El h o m b r e y Ins furnias tic sot;ialjilidad/263

dáclcT rvoi nv it ad o q u é.’sfT.gana lo [quexomerc ntfe te nie ñdo^Tlos^sis* t en tesr e s~corriente-en-)a-litcratura^siniposiac-a|¿-i Algunos juegos se co n o c en desde el p eriodo arcaico; el más famo s o e s el kóíiabos, que consistía en arrojar las últim as gotas de vino de la copa a un blanco; se decía que había sido inventado en Sicilia. El brindis de los co m p añ e ro s que participaban fue tam bién un rasgo co m ú n al que se debe la existencia en m uchas copas de una inscripción con el n o m b re de un h o m b re y el adjetivo kalós. La p ropo sis, o reto que e n tra ñ a b a u n a co m petició n, fue un rasgo que, co rrien do el tiempo, m ere ció la opinión desfavorable de los moralistas, que c o n tra p u ­ sieron la indulgencia ateniense a propósito de tales estím ulos para b e b e r largo y tendido, con su ausencia en Esparta. El elem ento com petitivo es característico de tales actividades en la época del h o m b re agonal. ETen~el li'ré a~d F laTéxúal ida fl~do~ndt*: laXT) ni eñsal fa g r i egaresiflta^nSsjEHocantfe. Por supuesto, la hom osexualidad fue natural en el m u n d o m asculino del grupo de guerrero s y, a m enudo, fue institu­ cionalizada com o parte de los ritos de iniciación que estaba previs­ to que el joven adulto soportase. Hay una elevada dosis de idealiza­ ción y de sublim ación en el vínculo creado en los rituales de c o rte­ jo en tre el joven erastes y el adolescente crómenos, que (como o c u ­ rría en los ritos cretenses) podía conseguir- su acceso oficial al m u n d o adulto de la co m en salía m ediante este episodio amoroso. Hasta que no alcanzaban la p lena condición militar adulta no se les p erm itía a los chicos recostarse en el simposio, sino que debían p e r m a n e c e r sentados ju n to a su pad re o su amante. La expresión del a m o r h om osexual d entro del contexto simposíaco resulla así, m uy a menud,o, idealizada y tiene que ver más con la búsqueda o la co m p etición que con la conquista; p e rm a n e c e d entro del mar co de u n a «educación sentim ental» y está d irec tam en te conectada con otras áreas de la vida del joven ad ulto tales c o m o el m un do del d e­ porte. En la term inología de Michel Eoucault, está «problematizada», obligada a estar al servicio de las necesidades más amplias de la c o m u n i d a d 1*. EliglSme^toTdesexüalidacll Ít5re;d e ri v a d e l a p resen c h rejrej sim poMo^rcaiccj!3é sérvíclores^esclavos y anim adores’. El mito de Zeus y G aním edes expresa la relación tradicional entre los particip an ­ tes, varones todos, y el m u c h a c h o que p e rm a n e c e ju n to a la cratera y escancia el vino. P or supuesto, la p re sen cia de dos tipos distintos de a m o r hom osexual, en relación con el m u c h ac h o libre y con el esclavo, co m p lica n u estra p e rc e p c ió n del fenóm eno; las caracte>7 Ribbeck (1883); Feht (1989); Pellizer (1989). 18 Foucault ( 1984).

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rísíicas de la sexualidad dirigida hacia los esclavos pueden e n te n ­ derse m u ch o mejor, p o r lo tanto, cuando ésta toma com o objeto a las mujeres. Lgslmuj e r esll ib l ^ s ~ d ^ l ^ c ásres tu v ifero n ipresen t es~en 1os-sym p ó s ia 'a n egos> incluso carecem os de testimonios que p u e ­ dan sugerirnos que colaboraban en los banquetes d e esponsales y en los fúnebres, dos áreas con las que, tradicionalm ente, las m u je­ res se relacionan directam ente. SiIs~propias-reuniónes~tenian que Y e rx o n las fiestas ritu ales; de las q ue los hom b res, n o rm alm en te, estaban excluidos, p~bie7¡~con ;el~adiestram iento de Ios-coros reli-^ giosos; en la ú n ica ocasión en que podem os vislum brar u n a espe­ cie de com u n id ad fem enina — se trata de la poesía de Safo— , todo nos resulta altam ente p ro b lem á tico y p arece sugerirnos u n a de­ pen d e n cia de las formas m asculinas de c o m e n s a lía 19. Con todo, A'frocii'fiTylDio n iso-sonHás d ivi ñidádesrqué 3 ”la v ez/sé sú el'éñ invo­ car érfl álpóés ía~s im p o s íáclTd esd e'el-lesíirñ Pn io má s^rvti güo^l a 11^-

m^da~Co^Td^Nestor7,eniel:5Íglo"vnirjbas~ÚTiicas:n7\ujeres-queesj:ab a n r p re s ^ n te s e n tales:celeb rae io nesie ran-jó ve n esresc la vas* a m e ­ n udo recibían una form ación c o m o anim adoras, bailarinas, a c r ó ­ batas y músicas; lo m ism o que los chicos que d ese m p e ñ ab an t a m ­ bién estas ocupaciones, eran elegidas p o r su juventud y belleza y p arece que, con frecuencia, actu a b an casi desnudas;-al igual que Ies ocurría a los jóvenes, las chicas solían ac ab ar en los lechos de los invitados. En el caso de las m ujeres (no en el de los m u c h a ­ chos), a 1gu n as-d e é stas-pod ían*a d guirirrunaposiciónrespecial:al:ser 1a^comjjañera con stan te dezano o más ifTVitadosly,ten:este:casornecibíanTelTnómbTeIde:lTetp^^(f e fa frar);;se trata de una referencia irónica a los hetairoi, que no eran otros que los m iem b ros de pleno derech o del grupo de h o m b res qu e ce leb rab a el simposio. Las h e te ­ ras, con frecuencia, d o m in ab an u n a gran variedad de técnicas para e n tre te n e r y parece que no era ra ro que sus du eño s fuesen, a la vez, dos o más h o m b r e s 20. E s ta s :prácTticas:socialesisonjlas^guejdarrajla^poesía a m o ro s a griegraTderla~épo,caTafcai'ca:sus xaracterísticas"particulares. De un 1áno^hayremelladla romárftic^imerTsiBad d é ljT ^ m o r.h ó irio se x u a l que~es(á~^rersdhalizSdoy~dirigido-n o rm a 1in e n te :h ac ia-^urrm i e m bro ~ joveniderlaTiTTisma cla'sersociatr^ste/am p r : s e r e p r e s e n t a Tcom o'rrb oojT^tmíácI?), relacionado m ás con la b ú sq u ed a de u n p u ro ideal de belleza q ue con la satisfacción sexual, capaz de d esp e rtar las e m o ­ ciones más profundas de a m o r y de celos.fPorjgtro lado, nos eñeojí-

19 Caíame (1977). 20 La mejor exposición de la vida de una hetaira es el discurso de Dcmóstenes Contra Nacra, 59; véase también Ateneo, libro 13.

El h o m b r e y las form as de s o c iab ilid ad /2 6 5

triüñosrcofTúna poesí OTffrorüs avque:va~dingida~aTmujeresriavenes^ \ en~su coTTcliciótrd ^ te jg t ju ve ñtu d-^se ¿pasa ty7nüéslt ra Icón d ic ió n -de / m o rt al cs^slP'hace 7e vid e n te». ¡ De esta m a n e r a (j,e 1t h u ndoyde l^si m pos i ole relVurf ó r3 en se pa ra d o y^ajenoa^lasT e gra sd e^lacpmunidadrffias^amplia/con^susrpy'opias^y

valores^alternativo~s:?LaHiberació_nTritualrdeylas im b ibiciones^m e­ cíiameTel c o n s u m o de aIcoHóí_ríecesitábasus p ro p ia s r e g 1as“destin&das~a~mantenerjm~e q uTÍIHrio'e n tre o rd e n y Besorden.yA m e n u d o se elegía un sympasiárkhos o basiíeús para c o n tro la r la me7.cla del vino; la co s tu m b re está regulada estricta m e n te y los participantes ca n ta n o hablan p o r turno; a cada cratera m ezclada se le asigna un c a rá c te r diferente; co m o señala el p oeta có m ico Eubulo: Yo sólo m ezclo tres crateras para quienes son moderados; la primera es para la salud, y es la que primero se beben. La segunda es para el ainor v el placer y la tercera para el sueño; cuando se han bebido ésta, quienes pasan por juiciosos se van a su casa. La cuarta cratera ya no es nuestra sino de la hybris, la quinta del alboroto, la sexta de la procesión de los borrachos y la séptima del ojo a la funerala. La octava es la de los tribunales, la novena la de la bilis y la décim a la de la locura y la de tirar todo el mobiliario» (Eubulo apud Ateneo 2, 36).

El" poet a arc a ic ocsTe iTlégi s lá clófrs iñípos ía coy b u e.na ‘p a i t é d é l a p óesí ales r po r. t art 107 m e t a sim po sí a c a ,^re 1ac ionad a'c o n ‘1aTcostuñTbre~aj e g u a d á ó' iñaidécliacla'en e l s im posi Ó~y,1lé~ña de .prese npcWnéS~sobf ^ e F e c h o s _ y débe'resJll¿a m era d escripción de un sim posio en Alemán es tam b ién prescriptiva co n respecto al o rd e n del ritual; Jenófanes, igualm ente, describe y aboga p o r un m o delo de ritual sim posíaco del cual se excluyen tanto la poesía h eroica c o m o la c o n versación ac e rc a de la g uerra civil, ce d ie n d o éstas el tu rn o al elogio del valor. El corpus teognideo contien e m ultitud de pasajes que tienen que ver con la c o n d u c ta ad e c u a d a en el simposio y las relaciones apropiadas e n tre los participantes; en estos pasajes se da un énfasis especial a los lazos de a m o r y. de con fianza ¿L&Tpoesíay n íontiTliCarg riega—po r;lo -tan t o - e s -u n-p ro du ctord elJsímpdsid^yLpVe s é n t a u n a Icompl ejá“s^rie 7^ é Irefl ex ióTTes"sóFre ,i as~diversas-fo rm a s q q e ^ ^ ó p ta ^ e l t r a t o sogiáj^érulaTepócá"árcaicáy P artei m p o r tan te de-la transición~desde~las~activida£tgs~iñterñál dg|~simpüsio~á~las q u e^t i ene rTl u g a r fu era difél ~sórv 1ál:cm fianza y 1'55 juram en tos? Los p ro b le m a s de en quién hay q ue co nfiar y de la v e r­ dad q u e se revela al b e b e r son tem as im p o rta n te s en la poesía de Teognis; los g rupo s de heiairoi de Alceo se ju r a m e n ta n p ara llevar a

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cabo u n a e m p re s a particular. lia uni3acI~del~.grupo seitiene-p o i v u n ^ i m peratiyo -m o ra h a b s o lu to r i n c iu so:en; ei'siglo^v r t raí c ionar.La-co rrrMnza depositadalen u n o e q u i y a l e áparriciciio? según lo que Andócides nos d ic e 21, jjn a -m a n e ra -de-reíorzarTta]e s ia z o s e s a c u d i r a ú n a gcOviüad^añtisQciál^oincluso delictiva.que recibe él n o m B r e d e písti s ' e sjd ec ir~1un'c ó m p ro m i so de solí d a nclad? Estas actitudes reflejan las tensiones e n tre el g ru p o y la c o m u n id a d m ás amplia. LaTcontl ücta'cl esord enacláTd ^ t r o L d e 1rgrüf5Ó'15s LTea1m e nte: un a7 pr& paractónTpara-la-exhibicidn 1d^Tin'cQTnpOftaj j i i e n t a p ro pio de" bü rfg c h ü s , quejya~dirígido contraTla^ro n u m íjjadTmas a m plia en el r'i "to^delIM m os.y Cuan do el sim posio term inab a , los participantes, a d o rn a d o s con guirnaldas, solían desfilar en p roc esión p o r las c a ­ lles, bastan te bebidos, b aila n d o en u n violento deso rd en , in su lta n ­ do d e lib e ra d a m e n te a cu a n to s e n c o n tr a b a n a su paso y atac an d o y d a ñ a n d o las p ro p ie d a d e s de los d em ás en u n a d em o s tra c ió n de p o ­ d e r social y de desafío a la c o m u n i d a d 22. Talgs~~ác t itud es p u d i e r o n ' 1!eva r^a: u m rjg gi s lacióilTepr es iva~p o r y pSr(gc)e~la pó7t's_ai:caica.,En Mitilene, p o r ejem plo, el legislador d e­ cre tó u na m ulta del doble p ara los delitos co m etid o s bajo los efec­ tos del alcohol; en Atenas, Solón atacó la c o n d u c ta de los ricos y d e n tro de la ley de hybris c re ó un delito p úblico que en globaba los actos e n c a m in a d o s a d e s h o n r a r a la víctima, lo cual es un reflejo del m u n d o sim p osíaco en lo q ue toca a la aten ción que éste p re s ta ­ ba a los d e re c h o s de las m ujeres e incluso de los esclavos. Otras c iu ­ dades re g u la ro n la edad p ara b e b e r 2-5. ElVesiosLntosTafistocráti'cosTde-trato *soc i alTlo sTcli ose s ~p o j,s puestOTt i en en~un p a p e l. La ce le bració n puede ser parte de un de­ te rm in ad o a con tecim ien to religioso, pues el deíprwn suele ir pre­ ce did o p o r un sa crificio y term ina con una libación, hecha con vin o no m ezclado, en h o n o r del Agathos Daímórt. El sim p o sio p ro ­ piam ente d ich o com ienza con la distrib u ció n de gu irn a ld as a los invitados, lib acio n e s en h o n o r de Zeus O lím p ico , los héroes y Zeus Soter; adem ás, se canta un peán d irigid o a los dioses. Duran'te actoT^Dioñi^try A f r o^ditasoñlüsTl i oses ~in yoc a d o s e oh jiñ áT fre cu e~nc ia -g O ^ I^ F c H e H o rc s^ A I final tenía lu ga r un a lib ació n en h on o r de Ze us Téleios. S in em bargo, pgs e ^ e s t F pre sencia^rituaj 7*tos ~di o se s1 perm anecen~en un^segun do “p la n o ;-se tra ta ^ d e u m a cón te~cimien to

r p ro fa n o f u n d a m e n ta lm e n te , tarrío e n su füiTcio n c o m o ie n su d is g tr ^ 21 Antlócidcs. 1, 51: 2, 7; véase más adelante n. 36. 22 L issanague (1989). 23 Murray (1989).

El h o m b r e y las Formas de so c iab ilidad/2 67

/frir*Las fiestas específicam ente religiosas deben estudiarse en otr o lu g a r24. En efecto, da c o m e n s a lía re l i^iós'a^üinTü'^nCVér^conlafcom un iclad c o m o u n -to d o ? las fiestas se relacio nan con los dioses en lanío que p ro tec to res y garantes de la c o m u n id ad y también con la regu­ lación del orden de las estaciones de las que aquélla depende.¿La» c o m e nsalIaTeTrla'esfera rellgiosa,r es ü n á actiyidajd p u b 1icay s u qyd ^ á c ip n ^ c b rr e s p o n d e ^ a l ■orden^ vi gente em la^sociédad* en el que los sacerdotes reciben po rc ion e s especiales com o prerrogativa del cargo, m ien tras que 1ós m iénTbmlTcieTaxomijnTidad'.sÓrr^onsidel^d o s t o d osTi g u al es. Sú crec i en te4 nterés r p o n t oT'Tádic a e n 1lay ¡p o lfsj

C ^ a T i t ^ ^ ^ á ^ b r ñ e n s a l i a religiosa s e~d iferencia c o n ( o d o c ui dado~de^mane ^ q u e cQ rrespoñd^al"5ignificado del cültTTen c u e s* tioní Dos ejem plos espartanos bastarán para mostrarlo. En la fiesta doria más im po rtan te, las Carneias, celebradas en Esparta, se alza­ ban nueve «sombrajos» o refugios en los que celebraban un b a n ­ qu ete nueve hom bres, con tres «hermandades« o fratrías re p re s e n ­ tadas en cada u no de los sombrajos; esta disposición es un reflejo de la organización social originaria en tres tribus y fratrías sub o rd i­ nadas; es u n a renovación sim bólica de una forma espartana de com ensalía a n te rio r a p o l i s . que trae a la m em oria la fundación de la com u nid ad. Además, ciertas fiestas en el antiguo centro pree sp artano de A m id a s y en otros lugares incluían lina com ida espe­ cial p ara extranjeros llam ada k ó p i s ; construían jun to al tem plo de Apolo refugios con lechos h ech os de maleza, en los cuales cual­ q u ie r forastero podía recostarse; a todos los que llegaban, fuesen espartanos o de fuera, se les servía c a rn e de cabra, pasteles r e d o n ­ dos y otro s alim en tos igual de sencillos. Lo exclusivo delTitualCl vi ,cü~^e!Espatladescan 5ajgn~un-contexto religioso especiad. Múltiples variaciones del fen ó m e n o de la com en sa lía religiosa más o m enos sim ilares pod rían ser traídas a colación tom ándolas de cada ciu ­ dad; tanto el tra e r a la m e m o ria ritos primitivos reales o im agina­ rios c o m o el p ro b le m a que p la n te a la hospitalidad de los forasteros son tem as recu rre n tes; algunos de estos ritos tienen que ver con un p erio do de retiro de la ciudad a un san tuario cercano; los que se d e ­ sarrollan d e n tro de la ciudad pu ed e n dividirse en celebraciones en que la carne sacrifica], debe ser co nsu m id a d entro del recinto del tem plo y aquellas otras en las q u e esta c a rn e se c o n s u m e en un lu­ g ar d ife re n te 25. Véase Nilsson (1932) para el sim posio; para las fiestas religiosas, Ger net (1928); Goldstein (1978). ?.s Ateneo 4, 138-139; Bruit (1989).

268/Oswyn Murray

lia i sepa rae ion; e n t re _si m p'osio' a ri stocra t i CoTy ;fiest aipúblicaTno* fue~cqnTpleta. I/osli ranos_aí isfócralic’ó s“clélla’epocá“árcái c á , en su propio estilo de vida sim posíaco, bTTscat5aTrespecialm en te in tensifícarrel'elemento'(dé~lujo y .exliil?iciÓ n ;^la^ e z iq a ^ d c s a rfd lla rIñ u e vas^formas^de~Fi^stas publicas q u e t uvie s eri^comoimodeloTslTcorP" ^epciónüde*.un m u n d o Jieroico^Á sí, Clístenes de Sición c reó u n a mezcla única de simposio y agón aristocrático con juegos y b a n ­ quetes públicos, en un certam en , cuyo pre m io era ;la m an o de su hija, que term inó, tras d u ra r un año, con el sacrificio de cien b u e ­ yes y un ban q u e te para los p re tend ien tes y para todos los sicionios (H eródoto, 6 , 126ss.): el b an q u e te de los pretendientes, al m enos, adoptó la forma de un ab u n d a n te simposio. Una irílerrelación de este tipo p arece h a b e r sido co m ú n en época de Píndaro, quien co m p u so sus odas de victoria para atletas aristocráticos en re la ­ ción con celebraciones que parece n h aber com b in ad o tanto la fies­ ta pública c o m o el ban q u e te privado celeb rado con motivo de la victoria26. . Incluso aquellos que deseaban próc 1a m a r su repudio~^l~mundo? no rrri a 1~de j a yó/is-lo h i c i eroTTfó r m a n d o" gtoipós^ clefiñicl os~también? ^ p g r j cii versos ri toscie-com ensalía^Asi. IpipitagÓTicos^a principios del siglo v, desarrollaro n u n a form a de vida basada en la s e p a ra ­ ción de la co m u n id ad m ediante una serie de com plejas p ro h ib icio ­ nes en lo tocante a los alim entos, y u n a vida co m ú n que co m e n z a b a _ con u n a regla de silencio, vigente p o r un periodo de cinco años: su insensata c o n c ep ció n de la pureza ritual «puede in terpretarse co m o un m ovim iento de pro testa c o n tra la polis establecida. Sus tabúes dietéticos p onen en e n tre d ich o la forma m ás elem ental de com unidad, la c o m u n idad de la mesa; r ^ l i a z a ñ eltritüal que está en el cent r o^de'! a t c ! igi ó n tr a di c io n a Q a*c o mícjiTs ac rific ial 5T27.S i n em bargo, suscrito?, especialm en te sus casas de re u n i ó n ,^gon^, en esencia, in v ersio n es' cleT1as^orm^sTBe com ensalía^aceptadas? D u­ rante algún tiempo, los pitagóricos co ntro la ro n Crotona; pero, al final, sus co n c iu d a d an o s se vengaron pre n d ie n d o fuego a sus casas de reunió n y asesinando a los m iem bro s de la secta. La experiencia religiosa co n c en trad a en la polis es tam b ién co m p artid a p o r los griegos en general y transferida a los g randes festivales en los que, en la ép o c a arcaica, p articipaban diversas c iu ­ dades, e n c o n trá n d o s e ellos m ism os en conexión bien con juegos (Olímpicos, Istmicos, Ñem eos) o bien con oráculos (Delfos); p u ­ dieron éstos te n d e r a u n ir p re tend ido s grupos naturales c o m o los jonios (el Partionion en Priene, o Délos). Pero to^o's^m'Ccj i a ñ t i f i e s y 26 Van Groningen (1960).

27 Burke it (1985), p. 385.

El h o m b r e y las f o rm a s d e s o c i a b ilid a d /2 6 9

tás~; y jsa c rificio s^m an ife sla ro n ju rrát!1e nd erfc i c ótiverg e r j é n ¡;~ja creació trfle u n s e ñ t i c i o ~ c l £ ^ g l T e l e n i d To~íTetlem fcorTJIcorno ja jp 0;> scsió n rd g «un a LsaTTgre com ú n r u na~i en g u a - e o m ú n rc e n tr o s comjTnes'pagrlosclioses V'sácrificios v'costu m b res-co m u n es^ H e r ó d o t o , 8,"Í44). "" ...... .

fE l hom bre p o litic ó n

L á ^ fo r m as~cle~tTaro~soc i al ~qué~distinguenal p eri odo~c 1as ico son d e sarro llos y ¿Tda pt a c io ne s d e jo r m a s a n t e ri o res; fun dam e ntalm e n­ te eJs~gl con texto so gialT ),. quecamFiay^taW\?ien~la~fel5ción entre él’ trato so c iálTla~po /1st P ara e rh o m b rc clasico, en palabras de A ristó­ teles, «to d as ^ias"fo rm ¿s^d e V s o c iacióñTf^o i ñ ó m a j , . pa re c énTforma r parte ~ d e iaaso ciación;po 1íti c a » X E t i c a a N i c ó m a c o , 8, 1160a 7). Sin em bargo, inclu so esta politización de las form as sociales no es en­ teramente nueva; y la diferencia estriba m ás en la com plejidad de las interrelaciones entre tipos diferentes de asociación que en la su b o rd in a ció n de un tipo a cualqu ier otro.

El ~ca m b iode~énfa sis e o loe a~e rrp r i m e r a j í n e a a s p e cto sde^l a-a g ú vidadTonTun que^s o n m e n o s y i s i 151es erTel~periodoareaico a u n q u e , sin em b arg o, son im portantes. Los orígenes del trato social político se han co lo ca do a m e n u d o en la co n c ep ció n de un «hogar com ún». El culto de Hestia y la existencia de u n «hogar com ún» para la p o l i s son fe n óm eno s extendidos p o r toda Grecia (si es que no son u n iv e r­ sales) 28/ E D ^ g a r _ d ^ l a^mHáá7s^vi^ncülalTlaTexis tenc ia~deAíTrfuego e t e r n e ,*y75mbos_jofre c e m u n a ñ m a g e n ^ s im b ó lic a d e A ¿re ó m u n idádr p o l í t i ^ c o m o ^ j i giaipó^e^fálTnlia; tal c o m o la novia to m a fuego I líel ho gar p a te rn o p ara llevarlo a su nueva unidad familiar, así los co lonizadores tom ab an fuego de la ciudad m adre para su nueva fu n d ac ió n . Este jsj m b o l ls m o p u e de se r^muyjj'ie n ilñ oIde"los~signos mas a n j j g u o s j c u n a nácje7TleíoriTáTie!con c í e n c i á c o m o~ pó l /s:Jtanto el fuego c o m o el hog ar se custodian en un santu ario o edificio p úblico y se e n c u e n tra n bajo el control directo de los m agistrados de la prim itiva ciudad aristocrática, en co ntra ste con otras form as de culto de la ciu dad que son adm inistradas p o r colegios s a c e rd o ­ tales que p e rte n e c e n a grupos h ered itario sfErTAtenas y, a m enud o, en otros lugares, e'l ~ h o g a r " c o m ú n stuvcT 15 c a 1izado;en~ehp r i ta nlFo" e 1 ci i fi c icTofi c iál e llpri ñ c ip a 1, nía gis] racj oT^ly^arconteyg pó-f/ nirño$. Ui^ fCTn cióTrdel'pritáne o reí ac ioñaela^eoñT1a~antenoT^fue^la’de ser el-lugar principalTde'com ensaíla p ú b lic a ^ o s otros arcon tes teG em et (1952); Malkin (1987), cap. II.

2 7 0 / 0 s w y n M urray

nían tam bién lugares del m ism o estilo para com er, pero eran de m e n o r im po rtan cia. Aquí los arcon tes, en su calidad de g o b e rn a d o ­ res de la ciudad, agasajaban a los invilados de ésta; esta p ráctica p re te n d e derivarse in in te rru m p id a m e n te desde el más antiguo es­ tilo h eroico de co m en salía, que se vio afectado c u a n d o la labo r de ag rupación llevada a cabo p o r Teseo tuvo c o m o co n s e c u e n c ia la abolición de los p ritan e o s locales y el establecim iento de u n o c e n ­ tral en Atenas. LSriffftUírcioff^'es'^aristocrática^ el ritual no im plica com ida c o m ú n o representa tiv a alguna sino u n a com ida honorífica de u na élite. GornérTerTel'pritaneo-es; re aim eñte?el m á s a lto rh o ñ o r q ueT1STciVTcládH cm o^ á t l c á p ü e d ¿O torga r y e s u n-h o ñ ó f, a I q u e n in •^ gún^m i ^ m b r o o r d i n a rio del d em o s p u ede-aspirar-,^Esta es la fuerza que late tras la petición iró n ica e insultante de Sócrates, basa d a en su co nvicción de que, en vez de un castigo, se le debía o frece r c o ­ m e r gratis de p o r vida en el pritane o {Apología, 36) 2t}. De h echo, el d e r e c h o a c o m e r p e r m a n e n te m e n te en este lugar está en m an o s de u n a élite de c o rte aristocrático, definida p o r ley; u na ley ateniense de m ed iado s del siglo v, conservada frag m en ta­ riam e nte , lista c o m o gen te con este d e rech o a los que llevan el títu­ lo de sac erd o tes de los m isterios eleusinos, a los dos d escend ien tes m ás pró x im o s de los tiranicidas H a rm o d io y Aristogitón, a los «ele­ gidos p o r Apolo», a los q ue han ganado u n a de las p ru e b a s m ás i m ­ p o rta n te s de los c u a tro gran des juegos intern a cio n ales y (p ro b ab le­ m e n te ) a los g e n e rales (IG , I 3, 131); los a rco n tes h a b rá n estado tam bién en esa lista. Aparte de esto, u n a invitación a c o m e r en el p ritan e o fue u n a especie de .tema ofrecida a los em bajado res ex­ tranjeros, a las em bajadas q u e re to rn a b a n a Atenas y a aquéllos a qu ien es la ciu d ad d eseab a h o n r a r de fo rm a especial. Estos privile­ gios se a m p lia ro n y u saro n co n m ayo r frecu en cia en el siglo iv, y e n tra ro n a fo r m a r p arte de los h o n o re s n o rm ale s votados p o r la asa m b le a p a ra los b en e fa c to re s de la ciudad; p o r ejem plo, aquéllos a los que se les c o n c e d ía la c iu d ad a n ía eran invitados a c o m e r al p rita n e o y, a fines del siglo ív, se podía o to rg a r a alguien un d e r e ­ cho de sífésis p e r m a n e n t e e, incluso, en ocasiones, hereditario. Las leyes religiosas de la Atenas de ép o c a clásica c o n tien e n t a m ­ bién un n ú m e ro de re fere n cias a otras p erson as con d e re c h o de sítesis en el p rita n e o o en otro lugar; se les llam a con el n o m b re té c ­ nico de parásitos (parásitoi) y, a m e n u d o , p a rece n ser ayudantes oficiales de los a rco n tes, de los sac erd o tes o de un culto religioso p articular; los p arásito s del a rc o n te basileo se elegían de e n tre los d em o s oficiales del Atica; eran responsables de la adm inistració n de los d iezm os de c e b ad a y ten ían un edificio propio. El uso dcspec29 Miller (1978); Henry (1983).

Ul h o m b r e y las f o rm as de sociabilid ad /27 I

tivo del térm in o «parásitos» deriva de este uso oficial y es una res­ puesta p o p u la r a la tradicional práct ica aristocrática de que los que ocup a b an cargos públicos com iesen tam bién a expensas del erario p ú b lic o 30. El c a rá c te r aristocrático de tal forma de com ensalía está bien subrayado en u n a cita poética: Cuando la ciudad h o n r a a Heracles con b n l l a n l e z y c e l e b r a sacrificios en todos los dem os, nunca convoca para estos sacrificios, echándolos a su en e, a los parásitos del dios ni tam poco elige gente al azar, sino que se lec­ ciona con cuidado, de entre los ciudadanos nacidos a su vez de padres ciu­ dadanos, a doce hombres que posean propiedades y hayan llevado una vida intachable (Diodoro de Sínope apuá Ateneo, 6. 239d).

Liarpráctica~de~corncr,en el-pritaneo es una institución p rimiliya dej^estadoTaristoeráticofleonservada y desarrollada en el periodo clásico c o m o parte de un sistem a de honores. Pero~nüTregr l i l ^ u n a fo ríña^d e~com e n s a l i a t ü n jp á rü d á~j5o r71a c om u ni dad po 1iti^ c j j irip un ^tütlo'ya fuese directa o sim b ólicam en te por medio de la selec­ ción de los re p resen ta n te s del pueblo. El único ejemplo en contra de esto que co n o c em o s, la com ida en el pritaneo llevada a cabo por el pu eb lo de N áucratis en ciertas fiestas (Ateneo, 4, 149ss ), se re­ fiere a u n a polis excepcional, cread a a p artir de com unidades que ya existían s ep a rad a m e n te . E s t t t ipTrdé xomensalíc^pjyrj. 1o^tantQp represe n t aTOTiaJáclapt áci ó efrl as Ce os turríbr e s f a rí s t qcTati cas 1TS1J im n ^ oxl e JjTp oí is? E n c u e n tra a d e m á s su expresión arquitectónica en los hestiatória oficiales y públicos, hileras de habitaciones para com idas sim posíacas que se hallan en centros ciudadanos y en santuarios de im p o rtan cia c o m o B raurón, desde mediados del si­ glo vi en adelante: estaban reservados s eguram en te para las co m i­ das oficiales de u n a élite de m agistrados, invitados im portantes y s a c e rd o te s 3'. El^stltlO^ateniénse poseía ótró^cenTró-dé có rñid ásj 5úlJli'cas“qúe era!iverdaderamenteTdetñócraticoTEn su calidad de institución de un consejo anual elegido p o r sorteo p ara p re p a ra r los asuntos de la asam blea, había cin cu e n ta prítanes que se enco n trab an a la vez de servicio y, por;lo tanto, se les asignaba u n a cocina y un c o m e d o r en la Tolos. Este Edificio circ u lar tiene u n a configuración inadecuada p ara un b an q u e te en el q ue los participantes se reclinen y no puede h a b e r albergado el n ú m e ro de lechos que se debía haber re queri­ do; su a rq u ite c tu ra nos re c u e rd a las sfcíás o refugios para uso p op u­ lar fuera de los m u ro s de los santuarios y sugiere un tipo de distin­ go Véase la emdita discusión acerca del parásitos en Ateneo 6, 234ss. 31 Bórkcr (1983).

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ción entre com ensalía sentada y recostada. A los m iem b ro s del consejo se les proveía de c a rn e sacrificial, pero tam bién de unas dietas en metálico. Es característico que no poseam os nin gu na in­ form ación detallada so b re esta forma de com ensalía practica no ho norífica32. E g e s ta d '^ e m o c r á 'ti co até ri iense nu n ca d esa rro lló ritos u n iversales 'd g’TOm ensálía tal c o m o los de Esparta. Sin em bargo, «los le­ gisladores [...] d ictaron reglas p ara las comidas de las tribus y d e ­ mos y tíasos y fratrías y orgeónes» (Ateneo, 5, 186a): los detalles para la regulación de las fiestas estatales m u estran con qué am pli­ tud legisló el pueblo ateniense hasta c r e a r u n a com pleja red de co s­ tum b res de com ensalía que expresaba el sentir de u n a co m u n id ad política unida p o r un ritual religioso. Se p u eden distinguir cinco grandes etapas en este proceso, au n q u e es casi im posible d e te rm i­ n ar cu á n d o se intro du jero n d eterm in a das prácticas. La leyes de S o­ lón, a principios del siglo vi, establecían reglas p ara el pritaneo y tal vez el consejo, lo m ism o que para los banquetes privados aristo crá­ ticos y los religiosos; se recono cía ya una am plia gama de asocia­ ciones: Si un demo o phráiores u orgeónes o gennétai o grupo de bebedores o asociaciones funerarias o cofradías religiosas o piratas o com erciantes esta­ b l e c e n una reglam entación entre sus miem bros, ésta será de obligado cu m ­ plim iento a m e n o s que entre en conflicto c o n las leyes públicas (citado en Digesto, 47, 22, 4).

Las actividades de los tiranos al organizar algunos de los g ra n ­ des cultos atenienses, los misterios de Eleusis, las P anateneas y las Dionisias h abrán tenido algún efecto sobre el sacrificio c o m u n ita ­ rio y el banquete. Más im po rtan te fue la organización p o r Clístenes (508-507 a.C.) de u n a red de instituciones oficiales locales, dem os y fratrías, que regulaban el acceso al cu e rp o ciu dad an o pon ién d o lo bajo la supej-visión general de la ciudad; todas ellas tuvieron (o a d ­ quirieron pro nto ) ritos de com ensalía. A finales del siglo v, las leyes religiosas de Atenas fueron codificadas p o r vez p rim e ra p o r Nicómaco; a este p eriodo deben p e r te n e c e r la m ayor parte de las citas que conservam os de leyes referidas a asociaciones religiosas33. Fi­ nalm ente, la re stauración de las costu m b res religiosas tra d ic io n a ­ les asociada con el político d e m ó crata c o n s e rv ad o r Licurgo (338322 a.C.) trajo consigo u n a reorganización financiera y religiosa y

32 Schmitt Pantel (1980); Cooper y M on is (1989). 33 Vcasc el discurso de Lisias Conlra Nicótnaco, 30.

El h o m b r e y las f o rm a s d e so c iab ilid ad /2 7 3

la am pliación de los rituales m ás im portantes del b a n q u e te 34. Como resultado de este largo proceso, la fusión e n tre las institucio­ nes ciudadanas y el trato social que se expresa en los ban qu etes r e ­ ligiosos es casi co m p leta y todos los grupos sociales, privados y p ú ­ blicos, co m o los m encion a d os en la ley de Solón, incluso dirigen sus asuntos siguiendo el m odelo de la asam blea de Atenas, con ofi­ ciales, p rop uestas y d ecretos sobre organización interna o en h o ­ n o r de «benefactores» y p ro c ed im ie n to s oficiales de contabilidad, a m e n u d o inscritos en piedra; todo funciona c o m o si estos grupos fueran ciudades en m in iatura d entro de la ciudad. Las grandes fiestas c o m u n e s de Atenas ilustran la com plejidad de estas relaciones. U naide 1asHIt ürgi as"importan t es fes déciivcic*ias> oJ?ligac iones p er-i ód i cas-q ue te n ía n 1los ri c os :de-Aten as,' fue la .1itu r7 giáTcle ^ f ^ t í a s isf o~s éaHla.provisioñTde un b a n q u e T e p a ra !los mieitrbfos~de suJribTi dü rañté'loTfés ti va 1es d e las Dionisias.y lasPáriatenéas? P arece que el sacrificio de la ciudad proveía de carn e para u n a gran distribución ya que, po r ejemplo, en las Dionisias del año 334-333 a.C., llegaron a sacrificarse un total de 240 vacas. La distri­ bu ció n se organizó p o r d em os en el Cerám ico, tal vez jun to al Ponipeion, a las p u ertas de la ciudad, do nde las grandes procesio nes te ­ nían su lugar de salida: en este sitio se han d escubierto tan to h abita­ ciones p ara com id as oficiales c o m o huellas de banq u e te s p o p u la­ re s 55. La liturgia, que consistía en ofrecer com idas a la tribu, fue p ro b a b le m e n te parte de esta celeb rac ió n y, m ien tras la ciudad ap o rta b a la carne, el rico de tu rn o se o cu p a b a de organizar el resto de la cerem o nia. Igualm ente, en el festival de m ujeres de las Tesmoforias, se elegían c o m o presidentas dos viudas de h o m b res ri­ cos, las cuales tenían que p ro p o rc io n a r el alim en to p ara las fiestas organizadas en los dem os. De esta m anera, el:puebltrexigía aios"ricos? co m o p a rte~de“s üíT3 eb e re s cí v i c o s f q u e 'p ropo rci oñafanre o mi dasTi tú al e s a 1~séct o r7d é~l a c i uHa ela ni a al q ue áp ué 11os ~pe rten ec i a m D é llm ism o estil o é r a e lc le b e r^qli é l emaXm :h om b n o v e o .d e a ga~ s jT j^ ^ lo s IIn ie m b T o sd e s u d V m o c ü a ñ d o c e l eb fa b áu iT b añ q u e te ld t > esp'ó'ñsal'esy Pero, faT ^añTenlalmentéTlós^ntos~dé~paso del~ciudg£lano^afé ñi e ns es_ eT cen traro n en "lafratn ay elen tro de una serie de b a n ­ q u etes re la cio n ad o s con la vieja fiesta jo n ia de las Apaturias. H abía fu n cio n ario s p ú b licos que vigilaban el b a n q u e te y tenían la obliga­ ció n de p ro p o rc io n a r p arte del alim ento; p ero la c a rn e debe h ab e r v enido de los sacrificios ofrecidos p o r los pad res en n o m b re de sus 3“» Sobre las reformas de Licurgo véase Schwenk (1985); Humphreys (1985). 3S Sobre el Pompeiott com o «Fesiplatz», véase Hocpfner (1976), pp. 16-23.

2 7 4 /O sw y n M u r r a y

h ijos. T re s e ere mori i a s s a c ri fi c iales Gii las;Àpaturìas'marcardas:eta*~ ,pa s~dg| a^tràìi si ci o ñ 3 e ljo v e jra te ñ ie ns e àl“éstà3o àd'ulto^compì è't b : la~dá~ticne, dFTaro~que la re staurad a dem peraüi a del si gló'iv"pTohlbíese fo r m a lm e n te la s heterías jccfnstituidas~para~der tjocar"ia 'd e m o c ra cía (D em óstenes, 46, 26); los ju ram e n to s de los c iu ­ dadan os de otras ciudades c o n tien e n u na prom esa explícita: «No to m a ré p a ite en un a co nsp iración (synómosta). En Atenas, sin e m ­ bargo, ésta fue u n a cláusula excepcional: n o rm alm en te, los ata­ ques bajo los efectos de la b o r r a c h e ra y los sacrilegios m en ore s (com o o tin a rs e en c u a lq u ie r lugar sagrado a la vera del ca m in o o ro b a r y co m erse la p orc ió n de c a rn e del sacrificio asignada a los dioses) fueron los límites del sacrilegio; algunos g rupos se d ed ica­ ro n tam b ién a p a ro d ia r los tíasos hom éricos, dán dose a sí m ismos n o m b res obscenos y c e le b ran d o sus reun iones en días de mal ag ü e­ r o 36. Es‘tár^rtividad-artorm alres^in:reflejo:derlaactividadinorm at*tlc 1og~tias o s -y orgeónesj asoc iac iüTíes pTi vad asTo se ni ipu bl i c a s p aT?Fe 1 caltcT^rdioses concreto s, que, p o r supuesto, habían existido desde siem pre y ya habían sido re co n o cid as en la ley de Solón; erHa^époi, calerásiciTprolirérar onTjüñto jx>ñ’e 1'c ulto 3 e^los^Heroes menóres'Sy 1a 5~de id a~desl^t;fañjerás? La actividad básica de todos los grupos de este estilo era Iá c o m id a co m ú n que, tras un sacrificio, se o rd e n ab a de a c u erd o con prácticas co n c re ta s según cada culto, aunq ue, ñ o r - . m alm en te, incluía deípnoti y sym pósion. Aristóteles describe los fi­ nes de tales sacrificios y re u n io n e s c o m o «ho nrar a los dioses y c o n ­ seguir relajación y p la c e r p ara sí mismos», y pasa luego luego a cía-

36 Sobre las asociaciones atenienses y su papel político véase especial­ m ente Calhoun (1913); Murray (1989b).

276/Osw yn Murray

sificarlos co m o realizados con vistas al placer (Etica a Nicómaco, 8, 1 160a). Otros grupos adm iten un a clasificación atend ien do a su función: el éranos fue en un principio un b an quete organizado so­ b re la base de contribu c ione s com partidas y se transform ó, con el tiempo, en u na im portante institución p ara la a^uda m u tu a m e ­ diante el p réstam o de d in ero sin interés a sus miem bros; a m e n u d o se ce ntrab a en un culto e incluía banquetes com unes. Igualm ente, grupos tiiñera.nos aseguraban u n a sepultura digna a sus m iem b ro s después de su m u e rte pero, dura n te su vida, llevaban a cabo una función social entre ellos. i De hecho, la m u e rtl T f t r e " u n r e ro b lem ática;» E m g e n e ra l^ lá í c om ensaiía ^no-lie g jrm á s ~allá “d e;l a 'tu m ba;? pero fueron tan im p o r­ tantes estos ritos en vida que ajgunpsXu 1rosantentaronzfo rj arre tín vistas á sus a d e p t os^l gLcre ene ia'eruu n s im p os ioTé t e rtfó? Platón des­ cribe las doctrinas órficas en estos términos: los transportan con la imaginación al Hades y allí los sientan a la mesa y or­ ganizan un sim posio de justos, en el que les hacen pasar la vida entera coro­ nados y beodos, cual si hubiera mejor recom pensa de la viitud que la em ­ briaguez sempiterna (República , 2, 3ó3c-d)*.

El motivo fundam ental para hacerse iniciar en los misterios de Elcusis lúe, ciertam ente, que éstos p ro p o rc io n a b a n u n a garantía de vida sim posíaca tras la m uerte. Pero tales creencias sirven ú n i ­ ca m e n te para h a c e r hincapié en la separación general que existe entre los placeres sociales de la vida y su au sen cia u n a vez m uertos. Sólo los héroes podían escapar de su hado m ortal, y en la épo ca h e ­ lenística fue éste u n factor im po rtan te en la difusión del culto de la m uerte h e ro iz a d a 37. BlTStfátcTl it era r ij5Jaütocorisc ien te~deia~com ensali a~e n e l -pencar á 5~cl ás i e m i e nj3e a_h a c e r c a s o o m iso d e la^Himensión reí igiosay*s e /fffgrcsa fun^arTum talm ente-ponelTignifícadojóciaj'del íitg? El p ri­ m e r intento de escribir biografías, llevado a cabo p o r Ión de Quíos, asigna un lugar im p o rtan te a los diversos h o m b res ilustres con que se ha e n c o n tra d o en los sim posios y juzga su c a rá c te r de a c u e rd o con ello. Un aspecto favorito fue, ya en esa época, lo to can te a las co stu m b res extranjeras c o m o m edio de m o strar la «alteridad» de los b árbaros (H eródoto y El cíclope de Eurípides), que no c o m ­ pre n d en las reglas de la com ensalía civilizada. Las c o stu m b res de las diversas c o m u n id ad e s griegas son analizadas p o r Critias co m o

37 Sobre el pretendido m otivo artístico del Totenmahl, es f u n d a m e n t a l la crítica de Dcntzer (1982). ^ - I-a traducción es de M. Fernández Galiana (Madrid, 1969).

El hom bre y

las formas

de sóciabilidad/277

una p ru e b a de su ca rá c te r moral. Estos autores, ju nto con los re tr a ­ tos de sim posios que la poesía arcaica nos ofrece, son los p re c u rs o ­ res del gén ero filosófico deí Sym posium , establecido po r Platón y Jenofonte en sus retratos de Sócrates. En estas obras, los rituales que a n im an el d iscurrir del sim posio y su c o n d u c ta determ in a n tanto la e s tru c tu ra co m o los tem as de la discusión. FuesTrineluso^ entrg~l os~fi'l oSofósT c 1 am o r 4 e l a m o r-h om o s e x ual^sobre .todo)~es7e 1 únicojtcrna^ffdec u a d o p arlTlÉTdiscusÍÓn~enTürTsimp^sio; ?y Platón, gracias a su habilidad p ara evocar u n a visión m ística del p o d e r del am o r, m uestra al m enos su co m p re n s ió n de la atm ósfera del sim ­ posio. Más tarde, en Las leyes, nos ofrece una com p re n sió n igual­ m en te p rofund a del p o d er del vino y de la com ensalía p ara influen­ ciar las alm as de los h o m b res y llevarlas hacia fines sociales38. Resulta~así~qu e-las-rel ac i ones pe rsó'na IésTd e a m o r ;y id ¡OTíTistaxl* .sonT^parallos [g r iejgolCTfén o m en o s ; sociales? ATistoleleSTcl^finell^ am ista’d ^gnTermi nos jde _grup o_so cial.pueslj.c adáTl ó rm a^ds^nrf is t á d y ¿im plica asociación»;Tenumera la am istad de los parientes y de los ca m arad as, la q ue existe e n tre los ciudadanos, e n tre los m iem bros de la tribu, co m p a ñ e ro s de viaje y la que se expresa m edian te lazos de hospitalidad. G ^a ^u najlé~ est~as~implicaasociación (/coin ó T f í a ) ' \W~polisGS dgfinicíaTgrTlosTni"smos tórminos.".como,unaT/c^jjnóm'a~en gíTnismaTj^e-a'SLrvjéz^sexoñipoñe-dé-uña red de~}coÍnÓñíai~^Etica a Nicómaco, 8, 1261b). L ^ v id a y d e H i o m b re^seyencuentra^c.eñida/; ¿siempre p o r lazos dé co m p añ e n s n r o q u e se~expresan po r m edio*cle rito s^, soi c iale s ,^a ^m e n ud o >ma n ife s tad osT m ed ian teT IaTcomei ísalj a;,/ p ^ p ^ q u ^ l n c l u y e n J a m b ié n ja re lig ió n J_erdeporte7la~cclücación y la-, ^gu erra/Q ué significa u n a clase de vida c o m o la descrita, en térm i­ nos prácticos, es u n a cuestión que se e n c u e n tra ad m ira b le m e n te expuesta en u n a famosa alocución que tuvo lugar el año 404 a.C., du ra n te la g u erra civil: Ciudadanos, ¿por qué nos expulsáis? ¿por qué queréis matarnos? Si no­ sotros nunca os hicim os ningún mal, al contrario, participamos con voso­ tros de los ritos más sagrados, de los sacrificios y de las fiestas más herm o­ sas, fuim os com pañeros de coros, condiscípulos y com pañeros de armas y muchas veces con vosotros corrim os peligros por tierra y por mar en defen­ sa de la salvación com ún y de nuestra libertad, la de ambos partidos. Por los dioses de nuestros padres y de nuestras madres, por nuestro parentesco por sangre o afinidad y por nuestra amistad — pues m uchos participamos de todo ello m utuam ente— respetad a los dioses y hombres y cesad de ofender a la patria» (Jenofonte, Helénicas, 2, 4, 20-22)*. -,8 Para el género literario del sim posio en filosofía y literatura véase Martin (.1931); para Platón véase Tecusan (1989). * La traducción e£ de O. Guntiñas Tuñón (Madrid, 1977).

2 7 8 /O sw y n M u rray

Eh_una sociedad 'c o m o ' ésta .la iib e rta d d e é x p r e s i ó n ’deLi ndíviduo, en el sentidoTactualTno existe ya que éste es c o n sid erado siemp r e-c omtJlTn anim al soc i a l ; n u n c a está a solas con su propia alma. Sin effibargoJ existe u n a d iferen cia entre las sociedades creadas en? to rn o a u ñ a concepción.uñíficadá~de la c o m e n s a lígrccTmo e^ E sp a iy taT-y el^corñplejb m u ndo ^e^Á te n as; así piensa Aristóteles cuando, criticaifdo las sim plezas del ideal p latónico de la c o m u n id a d consi­ derad a c o m o una familia universal, nos dice lo siguiente: ¿Cuál es la mejor manera de usar la palabra «niio»? ¿Que cada uno de un gnjpo de doscientos o trescientos deba emplearla con el mismo significado, 0 bien, tal com o hacem os en las ciudades en la actualidad, que a la misma persona uno la llam e «mi hijo», otro «mi hermano», otro «mi sobrino», y lo m ism o se pueda hacer con respecto a otras relaciones de sangre, afinidad o matrim onio, según sea quien hable, c incluso le pueda llamar alguien tam­ bién «mi com pañero de tribu»? (Política, 2, 1262a 8-13),

Es-el-coffijepfcTdeTincIividuo el q u é í á 1tá"erTAtenas?ñois I d e s u i i 1 bíFrtad. Existe rpues\ un a libertad personal, uli ¿15a p acidad p ara'que o^|T^uar total 'helénica? e n 't o m o a ' e s ta'm reva x o íTcépci olñ"dé”la'cíud ád anta sé ctesarrp 11aron-nuevas lo r rn as- d e j rato soc jai; y_e I b a n q u e te e iuda-j* danol s u frío-u n a í re m ó de 1ae ió n^HiñíoTex pe fíenc ialcirl t u r á i s . En este p ro c eso la ed u cació n tuvo gran im portancia. Y'á-errla’ • Atenas-de finaies~del~siglo ivrel ac ceso alcu erp o~ de c iudadanos hab 1a ^sid o ^rg a n iz ad ^ m refdigTTtCTun ^p eri o dgro ti c i alid e li ni c iac ión.^ta | cf(5}5ía~(ephebéí5JTduránte^el cuálTodoslós^ciudadaríos v arones en^ tfe1'8’y 20^ñoX éé'integfaban én u ñ a inslfucción*a1!a"vez educativaj y y m ilíta x ^ jS jo jliO ü p é K isió li^ éfu ñ cio ñ árió s dül_éstad(JT esto s e fe-:bos-constitu íaT^Tclases segUTiisu^edadnlasTCuales tendijanTa ¡.perpe^ > tuarse>lfñ]ñfüáíesTdéícornérisalía. En las ciud ades helenísticas se ' im partía u n a ed u c ació n oficial en el gim nasio bajo un funcionario estatal, el gim nasiarco; el d e rech o a p artic ip a r en esta instrucción estaba p ro fu n d a m e n te vinculado a la ciudadanía, de m odo que, p o r ejem plo, m u c h a s de las disputas que tienen que ver con las p re ­ tensiones de las co m u n id a d e s judías a o b te n e r un a ciudadanía de p len o d e re c h o d e n tro de u n a ciudad griega se expresan en té rm i­ nos de un d e rech o de ac ceso al gim nasio y locan los consiguientes prob lem a s de t e n e r que estud iar textos literarios no judíos y h a c e r ejercicios desnudos. La institución del gim nasio fue co m ú n en a m ­ plias áreas y a lo largo de largos periodos de tiempo: la m ism a c o ­ lección de 140 p re cep to s de origen deifico se ha e n c o n tra d o en el gim nasio de Ai K h a n u m en Afganistán, en la isla de Tera en el m ar Egeo, en Asia M en o r y en Egipto. Grupos de ephéboi varones y néoi, p o r tanto, pro liferaro n d e n tro de u n a naciente e s tru c tu ra de clases basadas en la edad dedicá n d o se especialm ente a actividades p r o ­ pias de la juventud c o m o el dep o rte y la caza. ElTisTema litúrgico d e 1á epóca~clas i ca tambiéñ^se~de s a r r ol lo gn c u an to ia T ic a nobl eza~fu e an i m ad a-p orlos h o no re s p ú b lic o s a corriL pefír?en~cargos púbiieps y religiososrm e d iante-actos-de «evergetis-jr mo»yenTfaWrrdelip u e b l o ;?e 1 testim on io m ás c o m ú n de formas de trato social en esta ép oca consiste en un d ec reto que establezca un a fiesta religiosa de la que ha de e n c arg a rse un rico euergétés o bien en u na votación para c o n c e d e r h o n o re s en pago de unos actos de b en eficen cia ya realizados. Estos actos de beneficencia pública, c o n frecuencia, son similares a la obligación de sitésis que se le exigía al rico en Atenas, al estar unidos al d e s e m p e ñ o de cargos partic u la res o la celeb rac ió n de fiestas, partic u la res igualm ente; p ero estos actos tam b ién se d e sa rro llaro n y fueron m u c h o más le43 Para esta sección véase especialm ente Schmitt Pantel (1987), paite tercera.

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jos c u a n d o los ricos b u sca ro n c o n m e m o ra rs e a sí m ism os m e d ia n ­ te u n a b e n e ficen c ia fu n e raria o de otro tipo com o, p o r ejemplo, la distribu ción p erió d ic a al p u eb lo de aceite o alim ento, o bien un b a n q u e te en m e m o ria de ellos44. Gran parte de esta actividad tenía lu g ar en re lació n con el gim nasio así c o m o con otros espacios p ú ­ blicos y santuarios. Este^feño ¡fierio el e^e ver ge ti s iiTo no im plica una caíd a en u n a especie de clientelism o, en la que los pobres d e p e n ­ den de los ricos, sino que, m ás bien, es úna_fxp_re.si'óTfciéuña comQnidád"de-va 1ores_que es-esperada^y.tallá^vé¿>(ai m enos en térm inos ideológicos), s^o fr etiel a~d^jju'e n^grad o x o m o ;un te n io^d e^s u a vizar¿la r l i n e á ^ lylsoria^econórnica-que, cada vez más, sep arab a a los nobles ad in e ra d o s del c o m ú n de los ciudadanos; el espíritu pú b li­ co, cuyo lugar en la política había sido negado, se expresó a h o ra m e d ia n te un gasto elevado, con c a rá c te r ritual, en beneficio de la co m u n id a d . Los beneficiados p o r estas d o n ac io n e s podían s e r un g ru p o exclusivo, funcionario s, can cilleres o sacerdotes; tam b ién p o d ían ser m ie m b ro s de u n a subclase del c u e rp o c iu d ad a n o com o, p o r ejem plo, la tribu del b en efacto r. Pero, m uv-a-menud o r l g s r e g a 1o s o ^ ^ i j T y i ta c i o ñ é s a Jas d em o t en ias7 dTiñolJToimai) ISijrié J fa tí a n;a laV o m i m Ícfad~como_un_Tddo? Las restric ciones puestas a esta g e n e ­ ro sidad varían; a veces son todos los q ue to m an parte en u na fiesta religiosa, otras veces son ú n ic a m e n te los ciudada nos varones de la polis. Los esclavos n u n c a se incluyen explícitam ente y las m u jeres re c ib e n s o la m e n te regalos, n u n c a invitaciones a com er. Sin e m ­ bargo, lo n o rm al es q ue la invitación eng lob e a las siguientes p e rs o ­ nas: «todos» los c iu d ad a n o s varones, los residentes extranjeros y los visitantes y, en ocasiones, fo rm a n d o u n a catego ría especial, los «rom anos» (es decir, los italianos). Esta^TinvitBcion’esiexpfésari m uytbi errl os~csfuerzos:dgiajpó//5porñjiCegrarse~en'uña~c5münidadjf ouftora 1[m a n i p l l a T d e I g r i e g o s T y a que, c ie rtam en te, la invitación no se dirige m ás q u e a los griegos au n q u e , c o m o en u n a categoría especial, se incluyen en ella los ro m a n o s ; si bien, c o m o es claro, los ciu d a d a n o s de otras ciud ad e s griegas eran bienvenidos, no pasaba lo m ism o con la p o b lació n c a m p e s in a nativa, q u e estaba excluida de tales invitaciones. De^est c;modo7~en~suma-,^a5Inuey as-c m dad es delimuiTri ojgriego] p rete n d íanTürearjime d iant elf o rm asl cul turaleS? 44 La im portancia del evergetism o es el asunto estudiado por Veyne (1 976): véase especialm ente la segunda parte. Sobre el evergetism o y el cu l­ to funerario, véase Schrnitt Pantel (1982). El caso más extrem o de esta for­ ma de com cnsalla es el culto real instituido por el rey Antíoco de Comagene a finales del siglo i a,C., quien estableció una serie de banquetes en cimas de m ontañas deshabitadas en honor de sí m ism o y de sus antepasados; a todos sus súbditos se les ordenó qi4e asistieran.

El h o m b r e y las f o rm a s J e soci abili ci a d /2 8 3

un “sérTtic]o SejcoífñT ñ idàd que, en épocas..afftetigres',‘había existido de rnanera~natOral¡ co n sid erar tales prácticas m e ra m e n te en té rm i­ nos de co n tinuidad es ignorar la novedad expresada en su universa­ lización y en su función. As oc i a c i o'ñ es-basadas -enrl a7ac iividad ^e c o n ó m ic a ~ex ist ie ro i r e n AsTpotis^ri e ga~e n to das-i as^é poc as ;-Re r o , frente al m u ndo rom an o v a la ciudad bajomedieval, no p are c e que hayan tenido dem asiada im p o rtan cia en la e s tru c tu ra social: tal vez sea esto un reflejo del bajo nivel asignado a las actividades co m erciales y de la s u b o rd in a­ ción de la ec o n o m ía a la política. A veces, se m en cio n a n las activi­ dades cultu rales de ciertos gru pos c o m o broncistas y ceramistas; pero estas asociaciones no in g resarán en la esfera pública hasta el period o ro m an o. En una ép oca anterior, la im portancia de las aso ­ ciaciones que tien en que v er con la técn ic a se limita en buena p a r­ te a aquellas actividades profesionales q u e se hallan fuera de la es­ tru c tu ra ciudadana; p re c isa m e n te p o r el h ec h o de que eran itine­ rantes, los m édicos tuvieron un culto a Asclepio, centro s de form a­ ción (e sp ecialm en te Cos), un co n c ep to de sí m ism os c o m o una profesión y el «juram ento hipocrático» que, p o r lo menos, es de fe­ ch a tan te m p ra n a c o m o el siglo v. La ép o ca helenística vio el naci- | m ie n to de «los iekhniíai de Dioniso», asociaciones de actores prole- j sionales cuyas actividades se e n c u e n tra n disem inadas p o r las ciu- j dades griegas. Este fenó m eno , c o m o o cu rre con la existencia de gi*upos organizados de residen tes extranjeros de áreas con cretas en Atenas y en otros lugares, es expresión no de la e s tru c tu ra de la p o ­ lis sino de la necesidad de form as sociales que la trasciendan. Ig u a lm e n te , gru pos de origen militar, a m en u d o con un carác te r nacion al específic, fueron un a co n s e c u e n c ia natural del em pleo de m e rc e n a rio s p rò venientes de C am pania y de otras regiones, que po d ía n o b te n e r la ciu dad anía c o m o p re m io o bien im p onerse a la pòlis45. ,l^aorgamzaciÓH~d e i a~e n s-e n an zá^igu t cTè 1 pairó rrtrad i c ión a 1jde 7 u n a o r ganizaeidn~cultttal~con p ro piédád esX O m u n^j/^^liT pañ éri?mo~~conseguido-porrmedio dé^la^om e n sa 1ía:?El viejo cua d ro de la fi­ losofía en la ép o c a de S ócrates p in tad o p o r Platón, con c o n fe re n ­ cias públicas y re u nio ne s privadas en las casas de la aristocracia o en las calles de Atenas, cedió el paso a establecim ientos más p e r­ m a n e n te s asociados con gim nasios (la Academ ia de Platón), edifi­ cios públicos (la Estoa) o san tu ario s (el Liceo de Aristóteles); el n ú ­ cleo de cada escuela fue un g rup o de am igos que co m p artía n el uso de un edificio p ara re u n io n e s y la e n se ñ an za y que poseían libros

45 (1909).

Para asociaciones profesionales véase Zicbarth (1896), Poland

28 4/ Osw yn Murray

dedicados a un uso co m ú n , aun que el titular de la p ropiedad en cuestión era el d irec to r de la escuela; dirigían sacrificios co m u n e s y, n orm alm ente, com ían juntos. Igualm ente, la organización de e n ­ s e ñ a n z a fundada p o r Tolom eo Filadelfo en Alejandría, el Museo, ; fue un grupo de estudiosos definido p o r su condición de m iem b ros i |de u n a organización cultual y p o r su vida en com ún, todos juntos, i jen las dependencias del palacio y en la m esa real; fue ésta la época . ¡del simposio erudito, en que se trataban cuestiones de im po rtancia jj literaria o filosófica, hasta el año 145 a.C. en que-Tolomeo, tras un ij enfado, expulsó a los intelectuales de su corte. El Jardín de Epicuro nos pro p o rcio n a el ejem plo m ás interesante de este tipo de vida en com ún: sus discípulos vivían juntos en la casa del Maestro, «vivien­ do de tal m an era que pasasen inadvertidos» y cele b ran d o un ban\quete m ensual en el día del n acim ien to de aquél; las m ujeres casa( das y las h e le n a s eran m iem b ro s del grupo, lo m ism o que los esclar vos de am bos sexos. Estaban organizados je rá rq u icam e n te , co m o una secta mística, en tres niveles: profesores, ayudantes y alum nos. De esta m anera, aun qñ^T h ab íañ y f.etira'd o d ehm u n d o d e l z y ó l i s ; lo s d i s c í p u l o s d e E p i c u r o n o pudieronje;s]c;apar desU s fo r m a s s o cía­ les íclévbanquete'en-nGomún-ryTdel-, culto deH V taestro'com o ■un hé-^ g e « . - ------------------------------------------------ ------------ ‘

"

.............. .................................. .

Esta huida fue conseguida sólo p o r los Cínicos, cuyo retiro s u ­ ponía un rechazo total de todas las restricciones sociales; su c o n ­ cepción de la vida simple, sin em bargo, no consiguió u n nuevo m a rc o para la libertad del individuo puesto que se limitó a ser una m era imagen negativa de las formas de trato social de las que b u s ­ caban escapar. La o b ra filosófica más interesante de los p rim e ro s años del helenism o, la República, escrita en su fase «cínica» p o r el fu ndador de la escuela estoica Zenón de Citio, expone un estado | ideal que se o po n e al de la República de Platón; en la o b ra de Zej nón, el sabio rechaza los lazos de la ciudad p o rq u e él no p e r te n e c e ¡ a co m u n id ad existe 1alguna sino a la cosmópolis ideal del sabio. TaJ les respuestas son un reflejo de la dificultad de escapar de los lazos I del trato social que, a lo largo de todas las épocas, h an definido al ¡ h o m b re griego.

46 La amistad epicúrea, en la práctica y en la leona, es discutida por Rist (1972), caps. 1 y 7.

El h o m b r e y las Formas d e so c iabilid ad /28 5

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Capítulo octavo

EL HOMBRE Y LOS DIOSES Mario Vegetti

Atenea {amentándose, relieve de márm ol de la Acrópolis. Segundo cuarto de! siglo v

i

C uenta Aristóteles q ue el viejo sabio Heráclito «dirigiéndose a aquellos h uéspedes que deseaban hacerle u na visita, pero que, una vez q ue entraban, se 'q u e d a b a n viendo que se calentaba p ro n to la estufa de la cocina, les invitó a e n tra r sin dudarlo: "Tam bién aquí, dijo, hay dioses"» (De partibús animalium, 1,5). La an é cd o ta aristotélica es, p o r diversos motivos, significativa y útil p ara c o m p r e n d e r la actitud religiosa del h o m b re griego. Ilum i­ na en p rim e r lugar el c a rá c te r difuso de la experiencia de lo «sagra­ do», su p roxim idad a los tiem pos y a los lugares dé la vida cotidian a . Efíhogaredomést iep/SrfTom o a l^cuafcl a-famil ia-se;reún e-parajeo o i n a r ^ c o n su mi ni a"e o mi da-es t ár.p o r ejemplo, tiernpbTfcomo en el caso de las familias trágicas de los Labdácidas y de los Atridas. La id éálj e bm íá s » í a t i e n e ú n p í^ ib ie origen matei-ial, d e n o ta n d o la suciedad, el enfan g am ien to , 1arnan ch a 'd e^u ieT T v iv e? b a j o y ~ f u e r á 3 ^ 1 ó s ’estahdardT m puesü5s por^su'coTrm ñidad rscrcial; se hace visible, c r u d a m e n te , en las m a n o s del h om icid a m an ch a d as de sangre, en las llagas de que se c u b r e el q ue pu ed e im aginarse co m o afligido p o r un castigo divino. LíTsucieda'd 7m ate ri állori g ilí a - ( narticrTcle a m orglizarse p~asando a s e r una m e tafora~de la~« c ü 1paff y | de.Ja_«maldiciórrdiviña». E jjifectado n o p u e d e a c e re a rs e a lo sagra- \ dcTeTTtas^prac ticas“ritualesT ^ d eb e^ er éXpülsadjp^de s u c o m u n id ad ! que, en ca so co n trariorse arriesga al contagio?U rneco"de^esta^ifua^/ ciórTlirt^nemoTeñ el a n t T q u í s i m o T n t u a l ^ e d m r o A : g¿ que presen- i ta in du dab les derivacion es orientales: cadaa:ñ‘o 7rla-comunidadteliir |5 ge-'a u n 6~fle sus m ie m b ro s m ¿ rg iTTal esTra fl igi d o p o r;d eform a c i o nes i fisicas o psíquTcas,V l o'expulsanaco mp"añañeip Ió^e.n procesioTTa"fes ¡ p uertas d e la ^ iu d a ’d ;pá ra q u e sea expu Isa d o j u n t o a Ia s"c“o n tammacTo - ;

¿yr>/ivianu

vcgirui

nes q u e 'p ü é d é ñ e s t ar, p re sen tés e n é l g ru p o social (un eco literario dé este ritual sin d u d a hay que verlo en la expulsión de Edipo, rey p a rric id a e incestuoso, de la ciudad de Tebas, con el que se c o n c lu ­ ye el Edipo rey sofocleo). Del m ism o m o d o q u e la idea de la co n ta m in a c ió n tiene oríg e­ nes m ateriales,;sigue'sienclp ~matériál/_en su fo rm a ritual, él proceI dimiéñTft d c p ü r ih c a c ió lT '(_káVfarsis).*S