El guadal: D. G. Helder

D. G. Helder El guadal 1989-1993 Libros de Tierra Firme Buenos Aires – 1994 a Emilio Torti 2 poneme en una tierra

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D. G. Helder

El guadal 1989-1993

Libros de Tierra Firme Buenos Aires – 1994

a Emilio Torti

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poneme en una tierra estéril donde ningún árbol reviva con la brisa estival porque las nieblas hostiles de Júpiter ahí se estacionan poneme donde el carro del sol pase más cerca y no haya nadie que se anime a vivir: seguiré amando a mi Lálage la de dulce risa dulce voz

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Supermercado Makro No es cierto que la emoción perdure. Más chance de perdurar tiene la decepción, pero tampoco. Esto es un puente, cuando todavía no es de noche de aquel lado parpadea un letrero de neón. Hay una playa de estacionamiento, unos pocos autos, una cúpula de hierro. Se corta el chorro de mucosa que lanzaba un canalón desde lo alto a un pozo; suena ahora un silbato, ya no suena. Las fases de la luna era el tema cuando entramos hace un rato a una iglesia que se impone por altura y estilo a las barracas del sur; bajamos a la cripta donde ardía un mechero y en los vitrales tocados por la última luz nos pareció ver que un rostro a punto de asomar se disipaba. Así también, sobre estas negras aguas drogadas ningún espíritu puede agitarse ni descollar entre nubes el reflejo de las siluetas que cruzan el puente. No hay, por genuina que sea, entre las torres de hormigón que allá en el fondo suben al cielo, impávidas, una sola que el roce de un ala no pueda derribar.

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Yace Un bel morir tutta la vita onora, Lo the fair dead! Petrarca super Pound, 1989.

No hay, acá no veo, un pedazo de madera nunca va a enceguecer; ojos de carne y cáscaras de huevo –acá no veo–; el viento se basta con el dolor de las hojas y la puerta del altillo que golpea mal cerrada; acá no hay sino ver y desear, no veo sino morir con deseo. Pero borrar de la mente las opiniones vacías, tus esperanzas sin apoyo, los prejuicios, titubeos, los cálculos tentativos y otras materias igualmente vagas o falaces supondría dejar la mente en blanco, blanca, una cáscara de huevo, pobre cosa hundida en un viento de campanario, la liebre entre los helechos de la luna acurrucada en una cuenca seca. Si hay imágenes, ¿por qué hay memoria? ¿Quién levantó para el sol una carpa en el mar? La boca de la chica que yace en el matorral, que yace en el lecho de la zanja dormida, y es picada por las moscas, mordida en los pies por ratas del agua yo la vi, vi la boca, los pies y no pensé, di vuelta la hoja, no pensé y volví atrás, cerré los ojos ante el viento sin vida que pasaba por encima de la zanja barriendo el matorral. La canción de amor que fluyera detenida en cada palabra y que nadie conociera ni llegase a oír, esa que el día desnudo a la noche cantaría y la noche al otro día,

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no, es imposible ahora: las cuerdas flojas apenas vibran y hay flores pisadas, pasto pisoteado formando un camino, los murciélagos revuelan en la pantalla sin chistar y atrás de la ruta un poblado y arriba la luna cuelga en un lazo de niebla. Ya sin hambre ni sed, a medias oculta por la maleza, el cuello reclinado en el zócalo de la zanja para que así la descubra el día y con el rocío sea reparada, los ojos en blanco, yace.

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La retirada Sed, lembranza y vaciedad; el espectro del invierno con barro de zanja cristalizado en las rodillas, aguas oscuras por el desagüe a borbotones. En sueños con nubes alguien te dice: discordia, piedras menudas, casi añicos, arenas que atascan las ruedas de un auto abandonado contra una de las cuales mea el perro del guardián, hueso viejo y sin sabor en las cenizas de un brasero. Las torres de la usina, grúas de los diques que apuntalan en ruinas un ángulo del cielo, entre barracas de ladrillo y calles que convergen sin bulla hacia el riacho. Es raro ver los sauces quietos, ramas buidas y quietas a las que llega el aria viuda de un zorzal desde un instante ya vivido; espumas grasa mesa los pastos orilleros y hay huellas de un bulto llevado a la rastra que grave, junto a otros desperdicios, entre pilotes de lo que fuera un muelle, ahora flota hinchado. Nada de viento y nadie que se mueva, toses de quién en un manchón de niebla pardoazulada cuando un poco de agitación a lo largo de esta calle a la que asoman areneras y desarmaderos haría la ocasión de emprender la retirada.

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Cuando el balde sube chirría la roldana ................................................................ que los vivos desentierren a los muertos para ocupar su lugar. Yo qué sé, en todas las ciudades hay, todavía, junto a las vías del tren y desde muy temprano, llamas de fuego real temblando abajo de ollas quemadas. Si uno se fija bien al cabo de un rato no encuentra mucho que justifique su atención. Los huesos casi rompiendo la piel del pardo que empuja la pala en un mogote de tierra fresca. Una venus en cuclillas, el pelo atado así nomás, echando de su lado a un perro. Nada. El tren de las siete, sacudidas de viento entre la hierba novata y una chapa que suena como un gong.

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Una vida antigua y dispersa Ramas de cualquier árbol seco, secas para sostén de zarzas que incubaron todo el verano unas bayas rojas; tan incapaces de sacarse el parásito de encima como yo de la mente una ronda de caranchos bajo el cielo amarillo café. Te quiero decir, por Santa Magdalena llegué a este puente que pide PRECAUCION VELOC. MAX. 5 KM para ver, bajo su arco delicadamente ensamblado, en el atardecer, dónde la mugre alcanza su apoteosis. Atrás de un hato de casuchas y árboles achaparrados, en el engrudo de esa orilla amasado con limo y jabón, brea, cromo, cenizas de plástico y piedra carbonizada que junto al agua bofe convergen hacia el negro más puro. Prueba de la unión en la separación, no tanto porque otras veces esta misma gleba estéril nos sirvió para remontarnos más allá de la dureza y la sed como por sentir que una vida antigua y dispersa se recoge en un haz y vuelve a tocarme. Llega el ruido a fricción de la marmolería, su torre octogonal con una suerte de belvedere al que no se asoma nadie para ver las ruinas del aserradero, esos fierros, vidrios rotos y ladrillos que se ciernen como los hongos en la raíz podrida en torno a un punto de mala conciencia.

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Atrás de una lavandería Qué tengo yo que ver con eso. Qué tiene que ver eso conmigo. Es el patio de atrás de una lavandería un jueves o viernes de esta semana o de la semana que pasó, los bultos de ropa sucia amontonados bajo el alero y si anda cerca de ahí un zorzal por melodioso que sea en una rama mocha cuando el otoño acoge a las enamoradas del sudor, qué importa, un perro que alza la pata para mear las rejas y luego se rasca con otra pata el cuello como el más crápula de los vertebrados me pone ante evidencias de tipo superior. Es más, mientras la fiebre de las yemas cede o sube y el eco de estaciones lecheras gira con sus aspas en el agua de lluvia, un cielo que hasta recién no había notado se funde con ojos que dicen no puedo quedarme.

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Un paredón que tape esta basura retenida por la fuerza de una mente que se extingue y es cada vez más densa y se fagocita –tabiques de cartón y tablas, palos de escoba, corrales con pavos plebeyos y perros que caminan torcido, sillas desfondadas, toldos, techos de chapa y encima, para que no se vuelen, de la gama de lo inútil lo más pesado: caños de plomo, fierros, adoquines, nada de dioses tutelares sino escarcha lamiendo las pisadas, el barro, etc. La calle que rodea el caserío sucia y no podría estar más poceada ni el mataco de cuello y dedos cortos, hábitos de rumiante y de oficio cartonero, tararea con el swing de los rapsodas mientras hace crujir como una rótula la puerta y, entrando, deja que salgan los pollos. El tren cruza necesariamente el puente, cinco toques de campana no significan gran cosa. Junto al cielo barcino, pardo y blanco el pasto cicatriza la pista rastrillada; toda pretensión de certidumbre tiene el destino de las gotas que caen desde un alto inútil alambique en un tambor de aceite.

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Cuerpos de todos los tamaños por donde corre la misma sangre Mil novecientos ochenta y nueve agujeros que hacen del rancho un colador para que el clima de las cuatro estaciones se suceda en concierto por el único ambiente sin necesidad de ventanas. Recién despierto, acodado en las mantas Lescano barre con la vista los cuerpos tendidos de la madre, la esposa, un cuñado, las hijas que son tres más los dos perros que, sin contar el loro, ascienden al número de ocho como víctimas de una masacre de la cual, en estado de ebriedad, él pudo haber sido el agente; pero no se acuerda de nada y el flequillo sobre los ojos le da un aspecto de pony tardíamente alfabetizado.

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La balada de los reducidores Qué necesidad tenía nadie en víspera de unos días que se trenzaban como tallos en cuya ascensión las hojas iban perdiendo peso y color hasta casi flotar en la extrema transparencia, digo qué necesidad tenía nadie de exhumar de bajo una valla de piedras y detritus el verano. El lomo de la rata entre los escombros se escabullía y las ramas de la poda, un esqueleto de paraguas; qué necesidad tenía nadie de mecer con la punta del pie y riesgo para su vida ese amasijo felpudo que en un cajón de fruta entre papeles de diario y plumas pardas blandía como unas pinzas de alacrán. Y el viento en todo y siempre, el alambrado vencido y junto a las vías muertas flores de sapo sobadas por una luz rastrera, nubes cinerarias rezumando agrio vino de orujo sobre casitas mampuestas y la chatarra de los reducidores, agujas y hojas que se abrazan al tallo.

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Canción surera Puente de la Noria, humo de una quema. El agua morcilla remontan las nubes hacia La Matanza, pasto espurio y piedras y viento al rastrón. Los poceros vuelven con palas al hombro a la hora del tero, trota corto un chancho junto a la cañada. Sorda por la tuba una curtiembre depone entre juncos de un verdor sulfuro, y hay flores tan grasas que a sus pies el barro no parece negro. Un boquete en el muro, perros lengua afuera de cirujas que tumbados abajo del carro amansan las ortigas, brilla una botella en el pescante como en un altar. Y el matungo que martilla cada tanto con la pata el suelo, ralentando, marca así el compás al coro de todo lo que el viento hace sonar en una legua a la redonda.

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Cerámica Verbano y alrededores Sobre moldes de yeso rotos y pedazos de porcelana, platos, pocillos de loza fallados cubriendo una media hectárea sin alambrar eso, no sé qué, un trance de pálida gracia o lo que haya sido, fugaz, con una basurita que me entró en un ojo, palpitó haciendo que brillaran como costras desprendidas de un cielo marchito, entre cascotes y malezas que a su manera también brillaron y palpitó irisando una estela a lo largo del olivar para enseguida recaer sobre unas cuantas casillas apiñadas en el limo de la barranca bah, un pestañeo, un mero lance de luz del que a pedazos de cerámica, árboles y chapas y ladrillos flojos no les costó nada escabullirse.

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8 de la mañana en el viaducto Las flores del membrillo abiertas en el cielo de Piscis, un tejido de alambre para incipientes rayos verde rosa que no buscan un tope sino la resistencia, casi nula, de pistilos y estambres o de hojas coladas por mandíbulas de oruga. Y trenes. Pero no más trenes de los que puede soñar un maquinista vendado ante dos filas de cuarenta fusileros cada una. Esas luces en el barrio inglés que quedaron prendidas toda la noche, los pedazos de botellas en el murallón y plátanos en débil contoneo cuando suena la sirena. Una valva de almeja debió servir de molde a esas nubes que se disputan un lugar de privilegio cerca del sol.

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Predio elegido para plantar un bosque Malezas fúnebres a orillas del Ludueña, barro engrasado, humo de carne y carbón ensuciando las banderas del Autódromo, y distante un horizonte amurallado de monoblocs, guiños de luces y pantallas bajo las nubes fregonas. Y los sauces plantados por la Fundación Lamas el 23/6/91 con la presencia de concejales, diputados más un cura que saltó la cuneta para bendecir con mano flácida el monolito en cuya placa se lee FLVMINA AMEM SILVASQUE INGLORIVS, “que ame yo los ríos y los bosques por más que muera sin gloria”.

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En una chacra de Armstrong Amigos de una tarde de calor cuando abajo de la parra la cerveza nos hervía en las venas y había casi nada por hacer, del pozo llegaba un vaho de agua podrida y el relámpago nervioso en el anca de un caballo nos daba el espectáculo que el cielo nos debía: esa tarde sin aire y sin movimiento que parecía una piedra atascando el engranaje también pasó, luego todo pasa.

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El genio del lugar No hay árboles más verdaderos que estos árboles del paraíso ni tierra firme como mi cabeza. El viento se queda entre las ramas y abajo el camino abierto por las hormigas está vacío, se ven colonias de tréboles, hongos de copa blanca y musgo dilatando praderas en miniatura. Un reguero de agua viene a morir donde hay mosquitas saqueando restos de pulpa en un carozo oscuro. Y aparte, en el claro, como una primadonna que se ajustara al rol de virgen doliente, la bomba gotea cada veinte segundos.

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Un barrio periférico de una ciudad más de mil kilómetros al sur de la capital, agosto de 1991. Las casas bajas, precarias, la capilla a medio alzar y sin cruz, los palos y alambres, el bosque de pinos raquíticos cuya cresta era traída por la luz, junto al resto, desde más allá del empalme de rutas a tu ventana del Purgatorio, abierta sobre un camino árido como únicamente puede ser árido un camino de tierra.

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En el campo de los Arocena Y a la vuelta del granero, tres ratas de oscuro y húmedo pelambre, rudas, ojos de confite, salen despedidas por la boca de un desagüe, una atrás de otra, como por un recto. Hace apenas un instante, sus patitas apuradas en la cañería rat rat rat, rat rat. Y al dar la cara chillan de codicia –entre las tres un sólo chillido, corto, agudo y ascendente, dirigido a nadie. Diógenes descalzo no hubiera pisado este potrero sin compadecerlas, chapuceras de cloaca entre caldos fecales robando el grano a las gallinas, qué más, cavando túneles con su pezuñas de sirvienta, y de noche silbando para medir el tiempo que las despabila, ennegrecido. Pero todavía hay luz y envueltas en su propio vaho de peste se las ve correr en dirección al molino, donde un cúmulo de malvas arbóreas recibe la descarga de una nube de polvo. Aspas quietas en el fin de semana esperando lluvia. En el tanque australiano, las hojas se pudren en el agua abombada. Una camioneta por el camino de los plátanos, el verde seco, el ocre y la monotonía de las plantaciones, más nubes de borra en lento desplazamiento comprimido. Y si se vuelve los ojos, una tras otra ensartadas en un hilo de mofa trepan al penacho de una palmera; el tronco está enredado de tallos de hiedra, los cabos truncos de hojas caídas parecen estacas.

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Dale, dale, la mano que sostiene en lo alto la linterna... Dale, dale, la mano que sostiene en lo alto la linterna empieza a aflojar, es ahora, da dos pasos, uno, dos, tus primeros sigilosos pasos en la arena del otoño, uno más y ya son tres, quitando esos pinos de alas caídas verías la casa en la loma y vaquitas tascando el forraje en la hondonada, sí pero para qué, los pinos no pueden correrse de ahí ni la luz cebarse en otra especie más pía, dale, con el taco marcando la arena, el pasto que invade la arena desde abajo, y a no buscar auxilio en las estrellas esterlinas que hacen su negocio sobre los techos herrumbrados, dale, hasta que sola en un palo encogida de hombros la rabona garza bruja con un cuac pelado corte el viento nadie va a salir a buscarte, pensando si estás vivo o qué.

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El Carcarañá es este que pasa royendo el hueso de la barranca rápido, encajonado en una muesca del paisaje ante las nubes ovinas desde todo punto de vista. Y esto es un camping, se paga tanto por un lote donde clavar la carpa y tanto por cada miembro de la familia o del grupo. A nadie se le ocurre venir a suicidarse acá: aunque lograra eludir a los curiosos lo que seguro no podría es espantar las moscas; en cuanto a esos perros de mirada estrábica que se la pasan merodeando los tachos de basura nada les costaría menos que comportarse como auténticos chacales.

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Peluquería de extramuros Era, nomás, por pasar cerca del puente –y ver que el puente seguía estando aunque el tren ya no pasara– y enseguida ir bordeando, del brazo, el Atlético Sparta, cruzar después la zanja donde, dele sacar caracoles del agua con una media, un día, intacta, descubrí entre los yuyos la cabeza de perro, que a los treinta años –más un hermano, ahora, que un hijo– me ofrecí, por calles de tierra, a ir con mamá hasta la peluquería.

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A unas ruinas junto al río Paraná Por que tengamos ruinas y la ciudad pueda mostrarse más antigua y venerable se emprendió años atrás las construcción de un magno y apócrifo colegio que, salvo en maqueta, ni nuestros hijos van a ver terminado. Columnas de proporciones colosales, galerías, rampas y escalinatas, el piso de los baños, paredes sin revocar de aulas inciertas, arcadas y balcones, allá las gradas vacías de un anfiteatro, la biblioteca y demás dependencias que hoy, a 3 días de julio de 1990, luego que uno de esos temporales de agua y tierra lo emporcaran todo, lucen junto al río y bajo un cielo de borra como estragos que por envidia las estrellas demandaron al tiempo.

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In memory of Jane Cementerio de Disidentes Rosario, enero de 1994.

El aire que baja de los enebros en la sombra esparciendo encajes de luz cuando chasquean tus tres últimas pisadas en la senda que termina junto al muro. El corazón de Jane sigue latiendo entre dos losas cinco centímetros separadas habiendo elegido, para reencarnar, un colmena esta mañana en pleno dinamismo. Jane, beloved wife of Edward Granwell and widow of the late Peter Keller, tus obreras no me dejan acercar y hay palabras bajo el musgo que de lejos no se entienden.

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La vez que alguien me habló de agujeros negros... La vez que alguien me habló de agujeros negros, estrellas cuya fuerza de gravedad es tanta que absorben su propia luz, y por eso no vemos brillar, pensé en un par de zapatos que había visto abandonados en el anfiteatro: sucios, deformes, uno sobre una grada, otro en la de más arriba tal como si alguien los tuviera puestos y fuera desde el podio en dirección a los vestuarios. Y ahora de paso por la costanera cuando veo los aviones desmantelados rodeando el edificio del Museo Aeronáutico, tan pesados en apariencia que cuesta creer hayan podido despegar, agujeros y zapatos vuelven a mí, ya indistintos como las caras de una moneda que gira en el aire.

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Ante la Iglesia Ortodoxa Rusa Dos, tres, cuatro cúpulas, otra al medio y más grande, más alta y las cinco azules, rematadas por cruces de fierro. Si fuera de día sería verdad que brillan colgando como gotas de las puntas de cinco ramas negras. Y esto sería un paseo, no la fuga en la noche de una yunta perseguida por sus colmillos y la piel. El tiempo de husmear, escarbar, llevarse tallos blandos y brotes a la boca pasó; ya no es posible detenerse y esperar con ojos frágiles que brillen en la sombra a que se dé la conjunción de la más alta de las cruces con la luna.

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En el baño del Británico Siempre la misma palabra, el mismo par de sílabas en las paredes y las puertas, y el nombre de pila del pobre Verlaine ahora usado para suscribir La banana no tiene carozo ni semilla... por eso me la como, el goteo de una canilla, la puerta rebatible dejando pasar a un pelado con polainas o algo así, los tres de allá más estos dos orinales de diseño escafandra ante los cuales rige el secreto de confesión, y cuando el chorro ambarino menguante al fin se corta nada: ojos sin brillo de cirujano amagan aplastados en la cara de un tercero que si quisiera te podría yugular, las piernas no por eso aflojan ni la mano deja de sacudir.

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CASA FUNDADA EN EL ANO 898 y que ahora, comidos el uno y la tilde por la lepra de casi un siglo, desaparece en una ráfaga. Las gotas oscuras estallan en el parabrisas y nace arriba, entre los árboles y molduras, un prematuro anochecer. En otra vida quién sabe si el taxista y yo no fuimos cuñados, o él el padre yo el hijo que soñaba con matarlo, donante y receptor de un órgano, socios en una sastrería, en fin. La medalla que cuelga de un hilo atado al espejo retrovisor hipnótica oscila como el péndulo de este cuarto de hora acorralados por obra de la lluvia.

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Un amante de la comedia humana no debería hacer pactos de pudor con sus semejantes A mí dame las nubes, ellos pueden quedarse con el viento ahora sin nada que empujar. El grito del afilador, las hojas curtidas de enero y febrero y todos los demás sonidos humillados. Ves la lluvia cómo a ratos pierde fuerza sobre el capot de un auto que pasa. Hombres nacidos del mismo parto estorbándose unos con otros por la escalera mojada hacia los cuatro molinetes del subte. Alejarse y morir en un segundo. Y hay palomas que se pisan y zurean en una cornisa de la Concepción sucia de hollín, esos metecos refugiados en el atrio para con dedos cuarteados trenzarse en discusiones de tortuga. Y la florista que arma el ramo según se le indicó, tan parca, tijeras en mano tzac tzac casi maníaco. Hasta un robot pondría más sentimiento tratándose de simples tallos.

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El corralón de Bolívar y Uspallata ASFALTO CLAVOS CERAMICAS CANTO RODADO TEJAS HIERROS PIEDRA PARTIDA ARENA CASCOTE YESO CAL CEMENTO ALAMBRE LECA BALDOSA LADRILLO LASCA Y TODO LO NECESARIO PARA LA CONSTRUCCION

......................................................................................... ......................................................................................... teniendo la cruz por cama, ni pasar la noche sin conocer el vado. Además, qué sentido tiene renegar ciego como un caballo en el guadal si puede evitarse. Una voz de auxilio suena ahilada como viento sobre los cables y las ramas; el que la oye se da vuelta para ver, junto a luces que brillan separadas entre sí millones de años, la media luna y el perfil de la veleta nítidos en lo alto como piezas de un blasón.

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Legado de La Boca, Sept. de 1992 Te dejo a pocas cuadras de acá para cuando te haga falta la espada en el frontis rajado de la barraca homónima Salida como de la baraja española para erguirse frente a un río de salsa de soja es verde desde el pomo hasta la punta Y que vuelvan a tocar y vuelva a oírse en el aire del sur anunciando el comienzo y el fin de las tareas de ese día la campana de la Fábrica Argentina de Alpargatas fundida en la Westburn Foundry de Arbroath (Scotland) con la inscripción “Douglas Frazer 1804-1868”

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En una mesa del Véspero La orquídea es la flor de los eruditos de la China; en su mes de vida, mariposas abejas y pájaros-mosca se encargan de la polinización. Más allá del vapor y del vidrio anestesiados bajan las escaleras los estudiantes de medicina. Y ahora que la cabeza encuentra en una mano su pedestal, los ojos repasan de memoria el ballet de la borra en el hueco tibio, la cuchara, el cisne del asa y el aro de espuma seca en la pared de loza. Haría falta una Virgen para un milagro.

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Hospital Municipal Antes de que amanezca y todavía sin desayunar, ramas de pino que repelen en la ventana cada embate de lluvia, las muestras de orina en frascos de mayonesa. Acá la luz no juega ningún papel. Y cuatro marcas de óxido en el piso cuando entre dos enfermeras empujan la mesita de hierro.

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Estación Pasteur No es en el infierno del que no sabemos nada donde estas hojas arden verdes y no es a un río del infierno sino al cauce sucio de grasa y ceniza que las vemos caer y al caer extinguirse todas de la misma rama.

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El Mausoleo de Rivadavia en Plaza Miserere Árido y mufado bajo un cielo sin aristas el enano culón de los ojos hundidos que apoyando un bracito en el escudo nacional custodia en lo alto la verja y tiene aire de gárgola posada en el dintel. Testigo de esta y de otras tardes que muertas se estrujan todas en el mismo fardo para tasar en bloque el pálido sepulcro y lo que bulle en torno apenas debe girar el cuello como una lechuza. Los dioses lo bendijeron con la sordera y el resultado es que en nada interfieren su visión las loas del predicador evangelista fugando de un coro de pífanos con panderetas y rasguidos de guitarra que se lleva el viento.

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Mediodía cualquiera en el Cementerio de Flores De las dos mil quinientas combinaciones posibles que admiten dos letras A, dos L, dos M y dos N –muchas de las cuales son apenas pronunciables– la que preside esculpida debajo de 1888 el frontis del panteón más sobrio del oeste es, si no la única, la mejor indicada para figurar entre palmeras enanas cuyos retoños troncales se agitan como aletas en vías de adquirir, con el tiempo, fuerza suficiente para arrancar de cuajo el panteón y llevarse al cielo al señor y la señora Mallmann.

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El ornitorrinco Negado por la naturaleza como sin duda lo hubiera querido hacer su padre, vuelve a estornudar, mezcla de varias especies que tras disputarse el predominio se dieron todas por vencidas, abandonando el terreno. Con varas de nardo su genio personal debe estar haciéndole cosquillas en la nuca para que sonría así, estirando dos labios de camello por debajo de un objeto nasal de neto corte papú. El cuello deprimido, nada de pelo sino pelusas de fruta, dedos aporcados sobre un vientre de botella y zambo para que a ojo el diseño no carezca de una base acorde al ángulo cerrado de los hombros, grogui de pie en el sol sigue con ojos pisciformes los aleteos de una docena de paseriformes tomando baños de polvo y pío pío. Te digo que si un cagatinta quisiera, con un bollo de papel desde cualquiera de las ventanas del Ministerio, probar puntería en su mollera rosada ya no podría: un viejo cuyo cutis se parece al hollejo de la uva cuando la pulpa es expulsada con semilla y todo por la boca, violentamente, ahora está parado adelante de él y con un pañuelo que saca del bolsillo le aprieta la nariz diciéndole sonate.

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A un doble involuntario de Marcelo Mastroianni, i. m. Por tu querida presencia, Marcello, en horas vacías, mesas blancas de la vereda del Astral en noches que a lo largo de una pista llana y sin accidentes se repetían, reflejándose en la vidriera, como los taxis vacíos por la calle que declina hacia la plenitud del tiempo... Nada que decir, nada que pensar, tres ardillas trotando sin solución dentro de un cilindro, era lógico que tu presencia, en ausencia del modelo, fuera el centro de nuestra atención vacía. Dado un sistema postmortem de tres plantas no te hago, al menos por la higiene de puños y solapas, más que en la de arriba, y siempre alternando con el barman, impasible tras tus cristales verde oscuro y comprendiendo tan cabalmente eso de que “no somos nada” que no te importa ser tomado por otro. Así que no te olvides de nosotros, Marcello, los vacíos Sócrates, Platón y Aristóteles, ahora que tu lengua prueba la ambrosía de una copa que siempre está llena.

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Una advertencia Una alambrada donde se cruzan tallos de distintas zarzas y unas pocas cañas emergen con sus penachos entre flores acampanadas, tampoco muchas, de un color que remeda al lila, pero que es silvestre. Hay un grupo de estatuas entre los arbustos del que la niebla apenas perdona las cabezas. A ratos se alzan voces de gaviotas y un gas como de harinas en putrefacción que se dilata, y a cada oleada sigue otra más picante. Una advertencia a los que crucen este parque y restando poder a la humedad y al suelo quieran hacer un alto para atarse los cordones, prender un cigarrillo, fumarlo, cualquier cosa: acá los pies echan raíz al menor signo de parálisis y ya las rodillas se ponen rígidas, la boca es cerrada por una corteza que sube, áspera, desde los hombros y el tórax; manotear algo a qué aferrarse no sirve de nada: los brazos flexibles se tuercen en troncos que se ramifican y borrando toda huella de una vida pasada de miles de brotes en silencio rápido salen las primeras hojas.

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La carta abajo del sapo El sapo común, que con la lengua caza los bichos al vuelo y salta, chueco, trillando los yuyos tórridos y espoleando las sombras, pardo, noctámbulo, bufón de la zanja, debe sin duda su aspecto al sapo singular del mundo de los arquetipos, que brinca sin hambre ni sed por la vegetación inmóvil de un jardín modelo conservado en un clima ideal. Muy bien, pero el sapo pisapapeles, que no tiene lengua, no tiene hábitos, voz ni verrugas y además de anuro es capón, ¿a cuál debe el suyo?, ¿o al debérselo a uno lo debe también al otro?, ¿o no debe su aspecto a uno ni a otro y se lo debe a un arquetipo diferente? Como sea, debajo de sus patas de jaspe hay una carta que acabo de escribir y es movida por la brisa del ventilador; siendo que no hablo de nada o hablo de cualquier cosa nadie o cualquiera puede ser su destinatario, aunque lo más probable es que no vaya al buzón sino al cesto, donde hay más de la misma especie.

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El garage de Rembrandt La calle está revuelta y sucia, ramas que se frotan como espadas a la altura de cornisas y balcones donde la lluvia se resume en un mínimo de luz, de gris sucio y en un chisporroteo como de aceite frito. Se ve la mala maniobra de un camión frigorífico, la puerta de atrás que se abre. Una media res colgando del travesaño oscila, sola, a la vista de la gente. Y habría que pensar que no la llevan a la carnicería, sino al garage donde montó su atelier un naturalista tardío, un futuro nuevo Rembrandt que a esta hora de la madrugada debe estar limpiando los pinceles en la manga de su camisa –libros viejos ocupando la escalera que sube a una puerta clausurada, debajo una mesita con pomos estrujados y porrones de ginebra, trapos, viandas frías y restos de café en tazas que ahora usa de cenicero.

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No clarea y ya se oyen cacareos... No clarea y ya se oyen cacareos. De nuevo lo mismo, lo que ayer era mañana ahora es hoy, mañana lo que es hoy va a ser ayer y así siempre. El que está descalzo, en la cocina, y arranca una hoja al almanaque recién pensaba en sueños que estaba muerto, eso dicen las viejas alarga la vida. Espinas, hojas, flores blancas picadas de púrpura entre las ramas del limonero donde tiene su parada Rufo el zorzal –ahora no, pero ya vamos a hablar de cuando en una vida suya anterior pretendió valerse de la rivalidad entre César y Pompeyo. Muy bien, digamos que una brisa sacude todo eso, incluso los limones que por descuido faltó apuntar más arriba entre espinas y hojas.

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Philishave Hace un rato, descalzo, en ayunas, cumpliendo con un rito que hasta hoy no inspiró una sola idea positiva a nadie sino más bien la náusea y la fobia tempranas que hacen decir frente a un espejo “ese soy yo, esos dientes son míos, la lengua una sardina amarga, esos pocos pelos de ángel van en vías de extinción”, me sorprendí pensando que la afeitadora podía darme una descarga, que la descarga bien podía ser fatal, y me vi en el piso, seco, negro como una tostada, y el cuerpo todo se me estremeció de algo así como apego a la vida / aprensión de la muerte, por lo que intuyo que hay o debe haber en la raíz de esta planta negativa que abre sus flores negras a la mañana, tierra y abono de la misma, un ciego impulso vital.

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Si el Tiempo diera marcha atrás... Si el Tiempo diera marcha atrás porque el Espacio de pronto se encogiera ante la ráfaga de un más allá inaudito, uno estaría prevenido a cada paso de lo que fuera a ocurrirle, y eso que un segundo antes permaneciera sellado en el olvido o como recuerdo un segundo después volvería a darse, en cuyo caso antes y después serían lo mismo, y por ejemplo las flores, ese par de lilas casi ya sin pétalos en el agua rancia de un vaso entre los libros y papeles, las cenizas, cáscaras y carozos en un plato, etc. ayer se verían reconstituidas en el centro de una mesa despejada.

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A una iglesia muy pobre y oscura... A una iglesia muy pobre y oscura con lámparas de barro acusando cada retablo llegar subiendo por la cuesta emboscada de un monte en cuya cima se hubiera edificado para insinuar al peregrino que la salvación exige un tour de force, pero en este palier frío dar pasos de sapo, por esta escalera, angosta, uno, dos pisos, hacer girar la llave en la cerradura, etc. todo eso cuesta poco y sin embargo algo lo vuelve un esfuerzo digno de mejor causa.

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El nido Días o años de postración y de mirar el tamo engordar abajo de muebles que unas sábanas viejas protegen del polvillo. Y así en la penumbra resistir el abatimiento de cada crepúsculo, la cabeza hundida y empollando el culo hasta que una mañana de redención el polvo que flota, ocioso y gris en el rayo que mana de la ventana, se disipe, y aire y luz, ya sin rémora, nos den una lección de pureza.

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Apuntes del pervigilio Años que ahora son un solo momento, las ciudades ya sin gente ni espesor reducidas a una masa de hojaldre en la mente del faquir que lentamente se despereza o largamente permanece abrazado a sus rodillas incubando el huevo de la acción en la inacción. Lentamente o largamente y cerrando los ojos, sin bajar de la cama ya quisiera verse en la trinchera raspando una escudilla con restos de arroz mientras silban las esquirlas a través del aire frío y algunas le rebotan en el casco que suena hueco.

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Treinta segundos de ingravidez Ya sabía que las ramas arriba llevan una vida más libre, absolutamente aislada, casi abstracta, pero ahora es distinto, yo también vivo arriba, mi cabeza y los hombros se pierden entre las hojas más altas y hasta siento y pienso como algo que está solo, absolutamente aislado y no tiene raíz.

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Una siesta de verano Buscar la imagen más pura desde una hamaca bajo el sauce, con la mente, y bucear en el seno de suave vaivén apartando los señuelos, las mezclas, lo que parece ser y no es, lo defectuoso, lo crudo y sin forma, emanaciones que hacen todo por distraer y consiguen torcer el rumbo, forzarte a gatear por una playa de piedras y detritus cuando la espuma pasa el hervor y una ninfa, cortando las algas que brotan de sus tobillos, da un primer paso, otro y para hundirse luego en la chatarra al parecer de un templo, de un gimnasio, te paga con granos de sal los favores de una vida anterior.

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Madrigal A los treinta, todavía con briznas y agujas de pino en el pelo y ya con bolsas debajo de los ojos, el lirón traba con piedras y barro la entrada de la madriguera. Habiendo saltado toda la primavera en una pata, el verano en dos, ya ni puede caminar. Los ojos de su madre, para quien ahora es un extraño, brillan sobre la hierba un instante en su rudimento de memoria. La vigilia duró bastante tiempo pero el sueño puede no tener fin.

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La sagrada familia Daría lo mismo no entender ni j de lo que dice la radio. La dejamos farfullar para que disimule el pozo de esta hora ciega y pesada cuando no queda un solo botón por desabrochar y el mismo metrónomo marca el paso a estómago y cabeza. Una atención estéril redime del falso tictac tictac tictac el auténtico tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic... A lomo de burra entre vasos con restos y platos sucios donde encimados yacen los cubiertos cruzan el mantel sin que se note sal aceite y vinagre.

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Apuntes del pervigilio Palabras que son la mitad de un diálogo. Lo mismo si oyeras a cualquiera recitar su parte en un teléfono público. Ninguna idea rectora, lo sólido ya ves que se licúa; ningún resto de conciencia o de vidas pasadas en el filtro del café.

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Una mula Sonidos oscuros, nasales dentro de la taza. Una mula asoma el hocico por una fisura de la porcelana. Resopla y aspira. Dos ojos de huevo, las orejas largas, un cuello tan hirsuto como la gran barriga. Ya sale, me digo, y no, da la vuelta en u y se zambulle igual a un delfín en el té.

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Esparza Los huesos, no la puerta, o la puerta, si no las vigas, seco, lo que cruje, pasada medianoche, en el desván. Aunque pensándolo bien en la casa no hay desván, no hay vigas ni huesos; nada debería, entonces, crujir.

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Apuntes del pervigilio No soy hijo de mis padres sino del rigor y estoy cansado, la cabeza entre las manos como una nuez partida. Todavía en la cama, un pachá que hasta ayer se entretenía disolviendo perlas en vinagre y ahora un nudo en la garganta es su centro de gravedad.

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En suspenso me siento en mi horma Nada, hace ya un mes, dos meses, tres. No más pasos, no, nada, ni un hilo. Buscando en la cama los tobillos con las manos, o haciendo sombra contra la pared como el último boxeador.

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Soldado a mi piedra como el mejillón En un mal año, un mes negro, un lugar húmedo, una silla rota. Y nada de lo que hube deseado en los días de agitación, cuando la calle era un pajar.

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Notas

Poneme en una tierra estéril… • Los versos que, a modo de dedicatoria, figuran en la página tres, son una versión, si se quiere bastante libre, de las estrofas finales de una oda de Horacio. Supermercado Makro • v 1: Hay un verso de Pound que dice: “Sólo la emoción perdura”. Yace • vv 1 a 8: En el poema “A un amigo suyo, pidiéndole consejos en unos amores aldeanos”, Cristóbal de Castillejo pone en boca de una moza un villancico cuyo estribillo dice así: “Aquí no hay/ sino ver y desear,/ aquí no veo/ sino morir con deseo”. • vv 1 y 2: Heidegger: “Un pedazo de madera jamás puede enceguecer”. • v 2: Libro de Job X, 4: “¿Tienes tú ojos de carne?” • vv 9 a 14: Escribe Francis Bacon en su ensayo “De la verdad”: “¿Alguien duda que si se quitaran de la mente de los hombres las opiniones vacuas, las esperanzas vanas, los cálculos erróneos, las mínimas fantasías y cosas análogas, no quedaría la mente de algunos como una pobre cosa hundida, llena de melancolía y desanimada, algo desagradable para ellos?” • v 17: Pregunta Macedonio Fernández en su “Poema de poesía del pensar”: “¿Por qué hay Imágenes, por qué hay Memoria, por qué hay el Ensueño?” • vv 18 y 19: Salmos XIX, 5: “En el mar levantó para el sol una tienda”. • vv 20 y 21: Cfr. Morgue, de Gottfried Benn, cuyo poema “Hermosa juventud” empieza: “La boca de una muchacha que había estado largo tiempo entre los juncos / parecía tan roída”. • v 41: Un verso de Blake dice así, literalmente: “Las lánguidas cuerdas apenas se mueven”. • v 51: Cfr. el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz; los dos últimos versos de la canción XXIII son: “y fuiste reparada/ donde tu madre fuera violada”, que es adaptación del Cantar de los cantares VIII, 5, traducido por el mismo San Juan de la siguiente manera: “Debajo del manzano te levanté; allí fue tu madre estragada, y allí la que te engendró fue violada”. La retirada • v 8: Villasandino, en la composición 140 del Cancionero de Baena: “Oso viejo é syn sabor”. Predio elegido para plantar un bosque • v 10: La frase de la placa pertenece a Virgilio (Geórgicas, libro 2). En el campo de los Arocena • En el poema de Georg Trakl “Las ratas” se lee, primero, “arrastran tras ellas un vaho asqueroso...”; tres versos más abajo: “y chillan de codicia como si estuvieran locas”, etc. 60

A unas obras junto al río Paraná • vv 16 17: La famosa “Canción a las ruinas de Itálica”, de Rodrigo Caro, termina con el siguiente pareado: “Goza en las tuyas sus reliquias bellas/ para envidia del mundo y las estrellas”. El corralón de Bolívar y Uspallata • v 7 (o primer verso después de la doble línea de puntos): “cruz por cama” se repite al final de cada copla en cierta composición de la Segunda Parte del Cancionero General de Zaragoza, 1552. • v 9: Mansilla, en Una excursión a los indios ranqueles, es quien habla de las penurias del caballo que cae en el guadal, esa especie de lodazal que “suele ser húmedo y suele ser seco, pantanoso o pegajoso, o simplemente arenoso” y que se formaba a los lados de la rastrillada o huella que dejaban los indios en sus idas y venidas constantes por la pampa. Mediodía cualquiera en el Cementerio de Flores v 1: Las combinaciones posibles son, exactamente, 2520. A un doble involuntario de Marcello Mastroianni, i. m. • v 1: “tu querida presencia”, palabras del estribillo de la canción que Carlos Puebla compusiera en honor del Che Guevara. No clarea y ya se oyen cacareos... • v 7: “Pensaba en sueños que estaba muerto”, atribuido por Ennio a Epicarmo. A una iglesia muy pobre y oscura... • vv 1 y 2: Hay un soneto de Quevedo cuyo título es: “A una iglesia, muy pobre y oscura, con una lámpara de barro”. Apunte del pervigilio • v 1: Raúl González Tuñón, “La cortada de Carabelas”, en A la sombra de los barrios amados. El primer verso de la segunda estrofa dice: “Años que ahora son como un solo momento”, etc. Madrigal • v 8: Cfr. la conocidísima canción mejicana “La cucaracha”. • vv 9 y 10: Hay un poema de Hermann Hesse (“En la noche”) que termina, en la versión de Modern: “Que mi madre, para la cual ahora soy un desconocido, / quizás me llame por mi nombre en sueños”. Apunte del pervigilio v 1: Cecilia Meireles: “Minhas palavras são a metade de um diálogo obscuro...” (“Diálogo”, Viagem, 1939). Soldado a mi piedra como el mejillón v 1: Ferrant Manuel: “Malos años, negros meses” (Cancionero de Baena).

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