El Fin Del Mundo

1 2 EL FIN DEL MUNDO O.P. Wilkituski 3 CC, O.P. Wilkituski, 2010 (Creative Commons) BUBOK PUBLISHING, S.L. Printe

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EL FIN DEL MUNDO O.P. Wilkituski

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CC, O.P. Wilkituski, 2010 (Creative Commons) BUBOK PUBLISHING, S.L. Printed in Spain / Impreso en España Impreso por Bubok ISBN: 978-84-9981-133-8 Depósito legal: M-48474-2010

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares, bajo pena de muerte, la reproducción total o parcial de esta obra con fines comerciales por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ella mediante alquiler o préstamo público. Queda permitida la producción de obras derivadas con fines no comerciales, bajo condición de reconocimiento de autoría. Compartir bajo la misma licencia.

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Dedicado a Rudolf Feran-Hauss, sin su trabajo, este libro no habría sido posible.

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Procrastinación. Vicio oneroso… Hace meses prometí al autor escribir el presente prefacio para eFdM, motu proprio (lo que agrava la situación), y no me he sentado a ello hasta que la presión de la imprenta lo convirtió en una disyuntiva “ahora o nunca”. Pido disculpas por este retraso al autor por n+1-ésima vez aunque, afortunadamente, ésta ya no lleva una excusa yuxtapuesta. “¿Perdona, me puedes dar cambio para tabaco?” ¿Intuye usted, lector, qué va a encontrarse en este libro? No es mi objetivo plantarle un spoiler entre las 5 primeras páginas del libro, pero sí que me gustaría adelantarle qué podrá descubrir entre esta hoja y la tapa posterior: las desventuras de un grupo de esperpénticos estereotipos pop, y sus filosóficas y sicalípticas consecuencias. Y, cómo no, zombis. Un despliegue de técnicas narrativas que busca innovar, satirizando los clichés clásicos y haciendo guiños a la cultura popular que los nacidos entre 1985 y 1995 tan bien conocemos. “Chaval, ponme un Cardhu con piedras de hielo grandes. Venga, gracias.” Una vez loada la imponderable calidad de la novela (recuerdo al lector que no lo hago bajo petición, sino porque eFdM lo merece), doy paso a un par de pequeños agradecimientos. El primero va para el autor, joven artista que cada día define más su proyección en variadas artes, y al que animo a seguir plasmando en papel (o formato digital) su irónica Weltanschauung. Gracias por tu paciencia. Y el segundo va dirigido al voluntarioso lector que, si está leyendo estas líneas, ha tenido la acerada moral de tragarse mi humilde y aburrido prefacio. Póngase cómodo y disfrute de la novela, estoy seguro de que le subyugará. No le quito más tiempo. “¿Me cobras un Cardhu?” G. Hidalgo

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Introducción1 En el año 2022, un misterioso virus de origen desconocido se extiende como una pandemia por todo el planeta. La mortalidad asciende a cifras incalculables. Si es que puede llamarse mortalidad, puesto que los afectados no dejan por completo su estado de vida, sino que entran en una especie de euforia caníbal en la que no están vivos, pero tampoco muertos. Como es lógico, los partidos políticos mayoritarios coinciden en aunar todos sus esfuerzos en echarle la culpa a su rival directo. Pero, mientras tanto, aún quedan científicos e investigadores que se dedican a intentar hallar una posible cura al problema... sin éxito. Ante la inminente catastrofía, los individuos más previsores deciden disfrutar de lo que les queda de vida, gastando gran parte de ellos una buena parte de sus ahorros en prostitutas o mujeres de la vida alegre. En pocas semanas, esto provoca un empobrecimiento masivo a nivel mundial, a la par que un enriquecimiento progresivo de la mayoría de prostitutas del planeta. El paro alcanza cotas alarmantes; los asesinatos, saqueos y violaciones se dan en todos los núcleos poblacionales de los cinco continentes. Se paralizan y destruyen las explotaciones petrolíferas, lo que aumenta el precio de los combustibles muy por encima del precio que la población, ahora arruinada, puede pagar, derivando esto en una gran incomunicación entre pueblos y ciudades. Las minorías privilegiadas, es decir, las prostitutas, dan golpes de estado en todos los gobiernos del mundo. El virus ya se ha cobrado al 60 % de los habitantes del planeta, otros mueren de hambre y enfermedades. La cantidad de infectados obliga a cerrar hospitales y otros sitios públicos, aumentando las plagas de ratas,

1 Notas de la segunda edición: ¡Ahora con un 50% menos de faltas de hortojrafia! Añadidos estos comentarios tan monísimos a pie de página. Mejoras de maquetación. Portada mejorada.

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alimañas y mendigos que transmiten numerosas enfermedades mediante sus mordiscos, tales como la hidrofobia o la peste. La falta de limpieza municipal deja que se acumule basura y cadáveres en las calles... Varios grupos de fanáticos se empiezan a ganar un lugar en el subconsciente colectivo. Asaltan las calles desde fanáticos religiosos que dicen que la enfermedad es un castigo divino hasta sectas que predican sobre rituales siniestros a cambio de salvación, pasando por conspiranoicos, adoradores de los extraterrestres y firmes defensores de la pandemia. Todo parece perdido. Uno a uno, todos van muriendo...

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PRELUDIO Nadie sabe cuánto tiempo ha pasado desde la primera infección. Todo rastro de vida humana parece borrado de la faz de la Tierra, salvo contadísimas excepciones. Los únicos supervivientes: un friki, un joven filósofo, un estudiante de psicología, un cani y una inocente muchacha de muy buen ver... y un mendigo que anda por allí de vez en cuando...2 El friki responde al nombre de Krull-Jin, Señor de la Oscuridad Insondable, aunque mientras su madre seguía con vida, solía llamarle por su nombre de pila, o sea, Luis María. Desde su nacimiento, habían transcurrido 6 ciclos del planeta Krd'hakchak, o lo que es lo mismo, 17 años y medio de su vida humana. Físicamente, Luisma era delgaducho, alto, lleno de granos, con un pelo que podría tratarse perfectamente de una mofeta muerta encima de su cabeza, gafas de pasta y una camiseta con el diagrama que explicaba cómo jugar correctamente a piedra-papeltijera-lagarto-Spock. Obviamente, como todo buen friki, era tímido e introvertido, y había montado su propio altar de la Santa Iglesia de Monesvol en su habitación. Cuando, hacía semanas, Internet había dejado de funcionar para siempre, Luisma casi había enloquecido. Se había pasado desde entonces pegado a la radio, aunque lo único que había escuchado habían sido interferencias, pero confiaba en que, algún día, se confirmasen sus teorías de que los grises de alfa-Centauri habían inoculado ese virus en los humanos para conquistar el mundo.3 2 En cierto modo, cada personaje que aparece en el libro refleja un aspecto de mi propia personalidad, desde los grandes interrogantes de la vida, mi sentimiento de superioridad o mis teorías, hasta mis impulsos sexuales, mi estupidez y mi frustración. La verdad es que dicen que alguien que se ríe de sí mismo, da muestras de su inteligencia, y yo pensé “Genial, me reiré de mi y así todos creerán que soy inteligente”. 3 Piedra-papel-tijera-lagarto-Spock es una variante del juego tradicional en que Spock rompe las tijeras, Spock vaporiza la piedra, el lagarto se come a Spock, el lagarto se come el papel, las tijeras cortan al lagarto, la piedra aplasta al lagarto, el papel desestima a Spock y el resto normal... o algo así era... En cuanto a Monesvol, es la divinidad del pastafarismo, y su nombre deriva de Monstruo de Espagueti Volador.

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La muchacha era una adolescente de 16 años, pelo rubio platino, ojos azules, un culo que parecía hecho a compás (debido a su perfecta circunferencia)... ese tipo de cosas. Ya sabéis, la clásica tía buena... Todo el mundo la llamaba Alex, y era la chica más popular del instituto. Es por todos sabido que solo hay tres maneras de ser idolatrado por un estudiante normal de un instituto: pensar igual que él, ser como él querría ser o ser lo que él querría follarse. Por eso, Alex era idolatrada por todos (porque hacía que todos pensasen como ella, claro, ¿qué creías?). Antes del apocalipsis, era la jefa de animadoras y salía con el capitán del equipo de fútbol americano; ahora, llevaba con los mismos pantalones rotos desde hacía no sabía cuánto. Obviamente, los pantalones los había comprado ya rotos, pero no había podido lavarlos ni cambiarse de ropa desde que había salido de casa tiempo atrás. En los últimos días había empezado a vivir en un lugar más seguro, un cine abandonado, en donde sobrevivía a base de palomitas sin sal y Wyvern-Cola™ Light. Aunque parezca que la Wyvern-Cola™ no es muy conocida, en realidad será la marca más conocida del mundo en el año 2012 (además, decir CocaCola podría ser causa de una demanda por el uso de marcas comerciales. ¡Ups! ¡Si ya lo he dicho!)...4 Er Jhonatan era el cani. Tenía 18 años y 18 kg de oros del mercadillo repartidos por su cuerpo. Había pasado los tres últimos años de su vida machacando su cuerpo en gimnasio, cosa que no le había convertido en nadie excesivamente fuerte, pero su cerebro había asimilado esta experiencia levantando pesas como un estímulo que le impulsaba a golpear objetos inanimados (siempre que no encontrase a otro cani con quien encararse) y a usar camisetas sin mangas para demostrar su fuerza inhumana a toda Jenny que se cruzase en su camino.5 4 Intento no mencionar marcas, pero siempre se me escapan... 5 La Jenny es la hembra del cani. El cani es, simplemente, poco virtuoso, aunque representa bastante bien a un gran espectro de la población. El cociente intelectual medio en el mundo es de 100 puntos, ridículamente bajo, así que ya podréis imaginaros a un tipo de 85 puntos. No es retrasado mental, pero sí muy tonto.

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Su cociente intelectual se aproximaba a 85. Era inexplicable cómo había conseguido sobrevivir al fin de la sociedad. Realmente, sus costumbres habían cambiado poco, excepto por el hecho de que no quedaba gasolina para hacer el cafre con la moto. Aparte de eso, el resto del día transcurría con normalidad para él. Iba de casa al parque y del parque a casa, porque para un verdadero cani, si llevaba toda su vida yendo al parque, no importaba que el parque desapareciera o que por alguna circunstancia no se pudiese ir, porque él seguiría yendo. Con holocausto caníbal o sin él. Lo único que sabían los infectados era que todos los días aparecía por allí un tipo con el pelo en forma de cepillo para arriba y una ceja cortada, y si intentaban morderle, se liaba a puñetazos con todo el mundo... El filósofo dudaba que hubiese alguna diferencia entre estar infectado y no estarlo. Llevaba 17 años en el proceso que la gente suele llamar vida. Cuando las circunstancias a su alrededor habían cambiado, y tras una larga reflexión al respecto, había concluido que era una ocasión ideal para deshacerse de un prejuicio que le había perseguido durante todo su vida: Lo mejor sería olvidar su nombre. Y así lo hizo.6 No solía ir vestido de una manera cohesionada y no creía que hubiese mucha diferencia tampoco. En esos momentos, llevaba unos vaqueros sucios, una camiseta sin marca y un chaleco que había saqueado de una tienda de ropa para novios. Claro que no había sido robado, porque para él, la propiedad privada no existía... Ninguna de las prendas que solía llevar eran de una marca conocida, eso sería convertirse en un esclavo, uno más del Rebaño, algo imperdonable, por supuesto...7 El psicólogo tenía 19 años y una edad mental de 35. Su nombre era Simón Floid, era un tipo gordo, pelirrojo repeinado, 6 El filósofo es, obviamente, nihilista. Curiosamente, yo estoy pasando por una época de vestir con chaleco... Es en esta parte cuando se aprecia que la descripción de cada personaje tiene un nivel más o menos culto y es de una ideología u otra dependiendo de a quien se describe. 7 El Rebaño es un término parecido al de hombre-masa, basado en Ortega y Nietzsche, dos lecturas que recomiendo.

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con bigote y grandes gafas. Aún vagaba de un lado a otro con su traje negro, su corbata a rayas y su ordenador portátil, el cual usaba para hacer presentaciones PowerPoint. Era un tipo poco interesante e insociable. En realidad, nadie quería hablarle porque analizaba el subconsciente de todo el mundo...8

8 El nombre de Simón Floid es un ligero guiño a Sigmund Freud (el apellido se pronuncia Froid), que escribió durante su vida sobre la mente humana. Recordadlo, porque volverá a aparecer

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PRÓLOGO El proyector se encendió con un ligero ruido de proyector. 9 Lo bueno de vivir en un cine era poder estar viendo películas todo el día. Alex encajó el rollo de una película que le pareció interesante. Su título original era Romeo, pero el tipo que había traducido el título, había opinado que la traducción libre se ajustaba mucho y había terminado en Locas Aventuras III: Novios a la fuerza10. Era una comedia romántica y el traductor de títulos cobraba por poner títulos, así que ni se había molestado en verla antes de poner el título. Para cuando los créditos iniciales concluyeron, Alex ya se hallaba tumbada tranquilamente en los sillones de la sala oscura. Se escuchó un ruido. Era como si alguien estuviese rascando la puerta de la salida de emergencia de la sala de cine. Se oían quejidos, y las uñas seguían rascando la puerta desde la calle. “Eso que rasca la puerta... ¡podría ser un bebé pidiendo ayuda!” pensó Alex. “¡Voy a ayudar!” Salió disparada en dirección a la puerta. Tropezó con los sillones de camino, rodando por el suelo contra la salida de emergencia. Acabó cabeza abajo, chocando contra el portón con la zona lumbar, aunque se levantó rápidamente con el pelo alborotado cayéndole sobre la cara. Empujó la puerta, que se abrió con un chirrido oxidado. Y lo que encontró tras ella no era para nada un bebé en apuros, como es obvio. La extraña criatura se arrastró por el suelo en dirección a Alex. Su cara era realmente horrible, sus miembros huesudos se extendieron con malicia y apresaron la muñeca de Alex, que gritó horrorizada. Por suerte para ella, un pelo enmarañado cubría parte del rostro de aquel monstruo. Realmente, le daba miedo descubrir la parte oculta de esa aberración. Aquella cara se alzó en 9 Originalmente, escribí “El proyector se encendió con un ligero ruido de...”, y no se me ocurrió a qué podía sonar un proyector, así que se quedó así. 10 Como la mayoría de los títulos de películas en España, está, obviamente, mal traducido. Hay miles de películas con títulos del tipo “ a la fuerza” y “locas aventuras" es un topicazo.

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dirección a la de Alex y un sonido surgió de la garganta de la criatura. Y para su sorpresa, ese sonido se parecía misteriosamente a la voz del profesor Frink: ̶ Oye, ¿no has visto mis gafas? ̶ dijo Luisma, el friki ̶ Unos zombies me han atacado y se me han caído las gafas... No veo nada... Tú no serás otro zombie, ¿verdad? Me molestaría bastante que me comieras el cerebro...11 ̶ ¡Que guay! ¡Es otra persona de verdad! ̶ exclamó Alex ̶ Creía que solo yo había sobrevivido. ̶ ¡Oh! Esa voz... una chica... una chica de verdad ̶ empezó a ponerse rojo y a sudar ̶ Estás... estás hablando conmigo, ¿verdad? Las manos de Luisma empezaron a palpar el suelo hasta que tropezaron con sus gafas. Se las colocó encima de la nariz y volvió a mirar hacia arriba. ̶ Hola, me llamo Alex. ¿Y tú? ̶ se presentó ella mientras le tendía una mano. El friki se incorporó de un salto, sacudiéndose su camiseta de piedra-papel-tijera-lagarto-Spock. Tras unos segundos de vacilación en los que la cara de Luisma pasó del rojo intenso al amarillo pálido y al verde, finalmente se serenó y consiguió no vomitar de nerviosismo. Extendió una mano empapada en sudor y estrechó la de Alex. ̶ Yo soy Luisma, guerrero de la luz nivel 87. Alex puso una cara extraña. Luisma también parecía desconcertado de que ser un guerrero de la luz nivel 87 no la hubiese impresionado. Quizá lo suyo fuese más el World of Warcraft. ̶ Tengo ocho personajes del WoW al nivel máximo ̶ añadió rápidamente Luisma, pero eso tampoco pareció funcionar. Seguramente estaba haciéndose la dura. ...

11 Esa extraña criatura era, en efecto, el friki.

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Er Jhonatan avanzaba entre una masa de infectados con los puños en alto, golpeando una mandíbula por aquí, reventando una cabeza por allá... ̶ ¡Cagüen Dios!¡Que toy muy loco, eh! ̶ gritó mientras aplastaba la nariz de otro caníbal. Para el cani no existía diferencia entre pelear contra 8 que contra 80: simplemente, un cani no sabe contar. Justo ese día, a Er Jhonatan le apetecía ir a ver una película al cine. Porque él llevaba toda su vida yendo al cine el primer sábado de cada mes, y por sus cojones que iría ese día a verla, aunque ya no hubiese cine. Así que rompió la puerta de cristal de un puñetazo y después giró la manilla y la abrió. Era totalmente innecesario para esto el acto de romper el cristal, ya que la puerta no estaba cerrada, pero era mejor romperlo por si acaso... al menos ese era el razonamiento del cani. Un hecho poco conocido, pero sí muy cierto, es que del mismo modo en que una vara de zahorí parece cobrar vida propia ante la presencia de agua, lo mismo sucede con el pene de un cani. Una pequeña cantidad del oro más impuro en el mismo edificio en el que se encuentra un cani, hace que este se estremezca, incluso vibre de placer. Esto es debido a su convergencia evolutiva con las urracas, por supuesto. El caso es que el cani había experimentado una firme erección en cuanto había entrado en el cine. Olisqueó el aire. Olía a dos piezas con baño de oro, no demasiado grandes, pero el olfato para el oro de Er Jhonatan nunca, pero nunca fallaba...12 Siguió su rastro en dirección a una de las salas del cine. Ahora sí que podía oler con claridad. Seguramente era una especie de montura dorada para unas gafas, o al menos, eso le indicaba su olor. Avanzó en silencio por la sala oscura y de repente... ¡POM! Una sartén impactó por una casualidad muy casual en la cabeza del cani, que se desplomó sobre el suelo inclinado de la sala de cine, que hizo a su vez que su cuerpo inconsciente rodase 12 A los canis les encanta el oro, como sabréis...

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cuesta abajo hasta aplastar su cabeza contra la tarima del fondo de la sala, que se quebró del golpe con un crujido.13 Alex y Luisma corrieron hacia el final de la sala y se quedaron observando a su atontada presa. Tenía la rodilla doblada en un ángulo extraño, un brazo retorcido por encima de la cabeza y el dedo de la mano contraria metido en la nariz moqueante. ̶ ¿Está muerto? ̶ se horrorizó Alex. ̶ No lo sé, pero quizá haya dejado caer una buena recompensa o muchos puntos de experiencia ̶ dijo Luisma, mientras intentaba levantar el costado de su víctima, como esperando descubrir una bolsa con monedas de oro ̶ . Por su aspecto inmundo y su olor, yo diría que es un troll. No parece que esté muerto. ¡Rápido! ¡Pásame la sartén! ¡Ahora que todavía tenemos un contador de furia!14 ̶ No digas tonterías ̶ intervino Alex ̶ . A mí me parece que solo es una personita fea. Un síndrome de Down o algo por el estilo ̶ rebuscó en uno de sus bolsillos, extrajo una bolsa llena de algún tipo de planta que ninguno de los dos reconocieron, un mechero, una cajita llena de papeles y su cartera, dentro de la cual encontró su D.N.I. ̶ . Aquí dice que se llama Jhonatan Jiménez. Eso es nombre de persona, ¿no? ̶ No podemos estar seguros. Le ataremos con los cordones de nuestros zapatos y esperaremos a que se despierte ̶ concluyó Luisma con gesto heroico, aunque su pose no fue demasiado espectacular acompañada del ruido de succión que hizo con la nariz a la vez que se ajustaba las gafas de pasta caídas con un dedo. ... El filósofo se hallaba apostado en la ventana, observando la calle. No había mucho que ver: la calle estaba completamente desierta, los infectados hacía tiempo que habían emigrado de allí, como una perfecta metáfora de hombres-masa, dejando apartado 13 De casualidad casual, nada. Le dieron un sartenazo a propósito. 14 Esto lo entenderá mejor quien haya jugado a algún juego de rol, RPG o MMORPG.

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al filósofo. De vez en cuando, algún periódico más intrépido que el resto, en la medida en que un objeto inanimado puede serlo, salía volando a través de la carretera o iba a chocar con los restos de algún coche calcinado o abandonado a su suerte. Los árboles habían empezado a perder sus hojas y los pajaritos se habían ido a regiones donde el verano empezaría en breves, como si de un vulgar Rebaño se tratase.15 ¡Y entonces lo vio! Un hombre rollizo, ataviado con un uniforme de esclavo gubernamental, de traje y corbata, vagando, dando tumbos por la calle. Cargaba en su mano izquierda, con desgana, un maletín y caminaba por la calle desierta con la mirada perdida.¿¡Qué habría llevado a ese loco a salir ahí afuera!? ¿¡Acaso es que la Voluntad de Poder le había enloquecido!?16 El filósofo agarró apresuradamente un sombrero y salió corriendo a la calle, cerrando de un portazo, con las llaves aún colgando en la puerta (por la parte de afuera, afortunadamente). Saltó ocho escalones de un brinco hacia el piso de abajo. Se descolgó por la barandilla temerariamente y bajó lo que le quedaba hasta el portal deslizándose por el pasa-manos. Irónicamente, hacía tiempo que ninguna mano pasaba por el pasamanos, lo único que pasaban eran culos que se deslizaban a velocidades subsónicas. Salió al trote hacia la calle y se plantó justo unos metros por delante del inesperado gordo. De perfil ante él, en una espontánea y dinámica pose, lo señaló firmemente con el dedo. ̶ ¿Qué define tu Causalidad? ̶ vociferó el filósofo. ̶ ¿Quién es usted? ̶ se sorprendió aquel gordo. ̶ El concepto de Tú y Yo es tremendamente ambiguo, amigo mío ̶ dijo el filósofo. ̶ Pues verá, mi nombre es Simón Floid. ¿Cuál es el suyo? ̶ Tu nombre es una mierda, Simón. Y el mío no es trascendente ̶ contestó el filósofo. 15 Estamos en otoño. Si en alguna otra parte del libro menciono otra fecha, recordad que en mi novela no hay fallos de guión, solamente pasados alternativos. 16 Esto es una teoría de Nietzsche.

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̶ Mmm... Interesante... ̶ murmuró Simón Floid mientras extraía un bloc de bolsillo del interior de su chaqueta ̶ . Tomo nota... ̶ ¿Quedan más no infectados? ̶ le interrogó el filósofo. ̶ No, solo nosotros dos... ̶ se lamentó Simón Floid. ̶ ¿¡Y eso como puede saberlo, gilipollas!? ̶ le gritó su interlocutor.17 ̶ Oiga, no se ponga furioso, caballero. Si no puedo saberlo, ¿para qué me pregunta? ̶ se quejó Floid, a la vez que apuntaba en su bloc la palabra “¿Esquizofrenia?” con su bolígrafo rojo. ̶ ¡Las premisas no dan para más! O concluye que sí, o que no se puede saber. ¡Es el problema de la inducción! ̶ le espetó el filósofo, asombrado de la ignorancia de su nuevo conocido. ̶ ¡Ah! Creo que ya empiezo a entenderle... ̶ concedió el psicólogo, que concluyó definitivamente que se hallaba ante un esquizofrénico ̶ Es una conversación muy interesante, ¿qué le parece si la continuamos en un lugar más reposado? El centro comercial, por ejemplo, ¿le parece bien? Al mismo tiempo en que Simón Floid se había dado cuenta de que se hallaba ante un jugoso trastornado mental al que poder estudiar con detenimiento, el filósofo había caído en la cuenta de que Simón Floid estaba influenciado por los medios y era un candidato en potencia para ser arrastrado fuera de la Caverna de Platón. Así que ambos creían haber conseguido que el otro cayera en su astuta trampa cuando pusieron rumbo al centro comercial con sendas y amplias sonrisas de malicia en sus rostros.

17 A estas alturas, se puede apreciar lo agradable y simple que es mantener una conversación con el filósofo.

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ACTO PRIMERO: La Revolución de la Nada

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Día 1 Luisma estaba agazapado en una esquina de la sala oscura, con la barbilla enterrada entre las rodillas y una radio emitiendo interferencias pegada al oído. Escuchó un quejido. Aguzó el oído para comprobar si provenía de la radio, pero no tuvo tanta suerte: El apestoso cani se retorcía en suelo, aún con el dedo dentro de la nariz. Alex apareció con un gran cartón lleno de palomitas. Puede que no fuesen muy nutritivas, pero por lo menos servían para llenar el estómago. ̶ Son las últimas que quedan, se han acabado... ̶ dijo Alex. ̶ ¿Sabes dónde podríamos vivir? En el centro comercial ̶ se respondió a sí mismo Luisma ̶ . Como en El Amanecer de los Muertos, la nueva película digo, no la versión de los años setenta... En las películas de zombies siempre van a un centro comercial, porque allí siempre hay un montón de cosas y comida. ̶ ¡Sí! ¡Qué guay! ̶ exclamó Alex ̶ Pero... ¿qué hacemos con ese? ̶ señaló al cani. Luisma corrió en busca de una carretilla que había visto cuando llegó al cine. Abrió la salida de emergencia y saltó hacia el callejón. ̶ ¡Le llevaremos aquí montado! ̶ dijo mientras intentaba levantar la carretilla con ambas manos ̶ ¡Uf! ¡uf! … ¡Déjalo! ¡Es inútil! Pesa demasiado... ̶ ¿El qué es inútil? ̶ se extrañó ella mientras levantaba la ligera carretilla con una sola mano. ̶ Tú eres inútil ̶ le respondió en sueños el cani, dirigiéndose a Luisma. ̶ ¿Ya estás despierto o solo hablas en sueños? ̶ preguntó el friki. ̶ Una gaviota, es una gaviota...18 ̶ Entiendo... 18 Esta frase viene de la serie Malviviendo.

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Subieron entre los dos al cani inconsciente a la carretilla y abandonaron el cine por la puerta de emergencia, que daba a un callejón que olía a meados. El cielo era claro y despejado. El silencio de la calle solo se veía roto por el ruido oxidado de la rueda de la carretilla. El trío de adolescentes ofrecía un curioso espectáculo caminando por la calle de esa manera, o al menos lo ofrecería si hubiese alguien para verlo. De vez en cuando, se topaban con algún infectado despistado que se había separado del grupo y tenían que girar por una calle inesperada para no cruzarse con él, del mismo modo en que se evita a un amigo molesto. Finalmente, después de una larga caminata llegaron al centro comercial, alrededor del cual se aglomeraba la mayor masa de infectados de la zona, como si de una película se tratase. Eran unos seis en total. Decidieron entrar por la salida para incendios, en parte porque las puertas automáticas habían dejado de funcionar, en parte porque romper un escaparate no sería lo más inteligente. El problema sería encontrar la forma de abrir la puerta desde afuera, ya que estaba diseñada para abrirse desde dentro. A Luisma empezaron a sudarle las manos. ̶ Oye, Alex... había pensado en que, como somos los únicos supervivientes del mundo mundial ̶ arrancó al fin ̶ , para asegurar la continuidad de la especie dominante del planeta y esas cosas... tú... y yo... podríamos... podríamos... tu y yo podríamos ̶ tartamudeó ̶ , ya sabes... hacer... el coito.19 ̶ ¿Coito qué es? ¿Bonito? ̶ dijo Alex mientras se rascaba la nariz.20 ̶ Emm... sí ̶ respondió Luisma, cuya cara se había vuelto de un rojo nuclear, a la vez que parecía empequeñecerse y buscar un escondrijo donde ocultarse. Después de diez minutos golpeando la puerta desesperadamente, concluyeron que de ese modo no conseguirían que se abriese, así que tuvieron que buscar otra opción. Dejaron 19 Es la primera vez que el friki habla con una chica, pero irá espabilando con los días. 20 Guiño a Sé lo que hicisteis...

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al cani aparcado en su carreta, con el dedo cada vez más profundamente incrustado en su nariz y echando espuma por la boca, y se fueron en busca de algún objeto contundente con el que forzar amistosamente a la puerta a que se abriese. ̶ ¿Luis? ̶ ¿Sí? ̶ Contundente, ¿qué es? ̶ Que si te pega te saca los dientes. ̶ ¡Ah! Como un martillo. ̶ Por ejemplo... ̶ dijo Luisma anodinamente, ya cansado de aquella conversación. A decir verdad, cada minuto que pasaba con Alex, le parecía más tonta. Lo único que quería era un coito y después que cada uno viviese su vida. ̶ Pues ahí hay un mendigo que tiene un martillo ̶ indicó ella. Levantó la mano y señaló con el dedo un punto del desierto parking en el que un mendigo mugriento y empapado en alcohol se dirigía hacia ellos. En una mano llevaba un mazo como los que usaban los obreros para derribar tabiques. Con la otra agarraba el brazo de un viejo amigo al que iba arrastrando por el suelo, quien era, en todos los sentidos, un peso muerto.21 ... Er Jhonatan despertó, cubierto de babas, con las piernas y los brazos colgando de una carretilla y lo que parecía ser su propio dedo clavado en el cerebro. Miró a su alrededor, pero no había nadie. Se levantó. Se sacudió la camiseta sin mangas y se ajustó los oros que llevaba. Fue hacia la puerta más cercana. Si hubiese sabido leer, habría visto que era la salida para incendios, pero por desgracia los canis ni siquiera saben hablar bien, así que mucho más improbable aún es que sepan leer y escribir. Estaba aún cerrada. Furioso y desconcertado, golpeó la puerta con rabia. Y, de pronto, la hoja metálica se abrió hacia adentro y se asomó la cara gordinflona de Simón Floid, que se iluminó de 21 Es un humor muy al estilo de Terry Pratchett.

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felicidad al instante. Ahora tendría más sujetos de prueba para estudiar. ̶ Ira, sosio ̶ le dijo el Jhonatan en tono amistoso ̶ , échale un ojo a esto, ¿no, colega? ̶ se señaló su propia nuca ensangrentada, donde estaba experimentando un dolor punzante a causa del golpe de sartén ̶ ¿Tengo argo, primo? ̶ ¿Dónde le han golpeado, caballero? ̶ En la pijotera, shurmano. Simón Floid examinó detenidamente el aspecto desaliñado y el gesto estúpido del individuo al que acababa de conocer y la brecha sangrante que indicaba que un objeto había impactado con razonable fuerza sobre su cabeza. ̶ No se preocupe, no ha afectado a ningún órgano en uso ̶ le vaciló Floid, pero el cani no pareció comprender ̶ . Mi nombre es Simón Floid. ̶ Yo soy er Jhonatan. Simón Floid le tendió la mano, pero como Jhonatan parecía extrañado ante este gesto y observaba la mano con interés, como buscando si le estaban ofreciendo algún objeto lo suficientemente pequeño como para que no lo hubiese visto, Floid retiró la mano. ̶ Sí... ya veo... ̶ volvió a tomar nota en su bloc ̶ Individuo... disociación... extrema estupidez... Pase, pase. Se retiró de la puerta para permitir el paso y ambos entraron en el centro comercial. Era amplio por dentro, más de lo que aparentaba por fuera. Los escaparates de cristal relucían por todos lados, con todo tipo de productos imaginables. El cani miró maravillado a su alrededor hasta descubrir un nuevo rostro que le observaba con interés, el del filósofo. ̶ Amigo, ¿quién es este crápula? ̶ le preguntó a Floid. ̶ Ira, ¡crápula, tu puta madre! ̶ le contestó el cani de mala manera. ̶ Dice que se llama Jhonatan. ̶ Eso, yo soy er Jhonatan, y tú ¿cómo te llamas, sosio? ̶ Mi nombre no es relevante, puta mierda ̶ respondió el filósofo. ̶ Pos si no es Relevante, ¿cuál es? 26

... Alex y Luisma corrían a toda velocidad en busca de una vía de escape. Aunque ninguno de los dos estaba en nada parecido a una buena forma física, Alex le sacaba unos cuantos metros a su compañero, que hacía como que corría, con una mano en el pecho y emitiendo unos ruidos que se asemejaban a estertores de muerte.22 Y entonces, la muchacha tropezó con un ladrillo que había en el suelo, dándose de bruces contra el asfalto. Luis la alcanzó y le sacudió un hombro con ambas manos. ̶ ¡Alex! ¡Alex! ¿Estás bien? ¡Háblame! ̶ Nooo... ̶ se lamentó ella con expresión ausente ̶ Tendrás que dejarme, creo que me he roto la... uña. ¡Déjame morir! En ese momento, inexplicablemente, una fuerza sobrehumana invadió el cuerpo del friki, que se armó de valor, cargó a la chica al hombro y echó a correr con ella hasta la salida para incendios y la echó abajo de una patada, ante los atónitos rostros del psicólogo, el filósofo y el cani, que se quedaron observando al recién aparecido como si de una aparición se tratase. ̶ Saludos, supervivientes del apocalipsis ̶ clamó con voz solemne ̶, yo soy Luis María del Valle de Dios. Y este será el último reducto de vida humana sobre la faz de la Tierra. ¿Estáis conmigo? ̶ Bienvenido sea usted, hombrecillo con complejos sociales. Yo soy Simón Floid, psicólogo, y mientras quede un hombre vivo en este planeta, os juro que yo estaré allí para estudiar su Id, su Yo y su Superyó ̶ respondió Floid.23 ̶ Yo soy el que soy ̶ aseguró el filósofo ̶ , y que estés aquí o no, poco me importa. Pero te aseguró que mientras nuestros cuerpos compartan un mismo espacio físico, no habrá un solo día 22 No os preocupéis por él. Es el flato, pero más intenso de lo normal. 23 Las partes de la mente humana, según Freud.

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en que no descubras que habías estado viviendo una mentira, ni que no llores por ello. ¡Que vuele de día la lechuza de Minerva! 24 ̶ ¡Hola! Yo soy Alex. Soy estudiante y creo que me he roto una uña. Una vez, me comí un polo rosa, pero eso no tiene nada que ver ̶ intervino la chica.25 ̶ Ey ̶ dijo el cani.26 ̶ Y este facineroso de aquí ̶ aclaró el filósofo ̶ , es un tal Jhonatan. ̶ Oye, ¿y tú cómo te llamas? ̶ le preguntó Alex. ̶ Mi nombre es baladí ̶ dijo el filósofo, y desvió la mirada. ̶ ¡Encantada de conocerte! Baladí es un nombre muy bonito... ̶ Estoo... Creo que quiere decir que no importa ̶ aclaró el psicólogo. ̶ ¿Sí? ̶ se extrañó la jovencita ̶ ¡Pues que hable bien! ¡Que así no se le entiende! Al fin, Luisma depositó a Alex, que parecía haberse olvidado por completo de su maltrecha uña, en el suelo y sacó la radio otra vez para volver a pegársela al oído. El sol se escondió en el horizonte y todo se quedó a oscuras. Los cinco supervivientes subieron por la escalera mecánica al piso de arriba, aunque ésta no funcionaba, por lo que decidieron comprobar el suministro eléctrico al día siguiente, para cuando hubiese más luz. Se acercaron a Menaje del Hogar, pero las puertas no parecían por la labor, así que er Jhonatan trazó un astuto plan para entrar: las reventó de una hostia. Una vez dentro de Menaje del Hogar, se apoderaron de unas cuantas mantas, juntaron varios colchones en el centro de la tienda y atrancaron todas las entradas posibles, por si las moscas. En realidad, todavía eran las seis y pico de la tarde, pero ya había anochecido, y, después del apocalipsis, la gente había empezado a dormir cuando de verdad ellos lo querían. 24 “Yo soy el que soy” es una frase de la Biblia, dicha por Dios. En cuanto a Minerva, era la diosa de la sabiduría. 25 Esto les hará más gracia a quienes conozcan A friki's life. 26 Las frases largas no son lo que mejor se le da a un cani.

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Hacía un frío que pelaba, aunque todos se habían tapado con todas las mantas que habían encontrado en la tienda. Alex, encogida bajo varios pesados cobertores, se acercó por la cama a Luisma, hasta estar cara a cara. ̶ ¿Duermes? ̶ le susurró. ̶ No, no puedo dormir ̶ le respondió el friki en voz baja. ̶ ¿Qué te pasa? ̶ le preguntó Alex mientras hacía una pelota con unas alfombras y se la ponía como cojín debajo de la cabeza. ̶ Es que... verás, Alex, desde que te quitaste los vaqueros para meterte en la cama ̶ murmuró Luisma ̶ , tengo una erección. ̶ ¿Erección qué es? ̶ dijo ella ̶ ¿Bonito? ̶ Bueno, sí, es bastante bonita. ¿Quieres verla? ̶ Deja, ya me la enseñarás mañana que haya más luz. ̶ ¿Y a ti? ̶ se interesó Luisma ̶ ¿Qué te pasa? ̶ Tengo mucho frío. ¿Me das un abrazo? ̶ Claro, todo sea por una amiga ̶ dijo él con una expresión de malevolencia en el rostro, o al menos todo lo malevolente que puede ser el rostro de un friki infestado de espinillas. Ella se acomodó junto a él, ronroneando, mientras (sin que ninguno de los dos se percatase) el cani los observaba y trazaba planes para el día siguiente con toda la rapidez que le permitía su cerebro de cani. Podría tener una serie de encuentros “casuales” y regulares con el friki ese. Lo suficientemente casuales y lo suficientemente regulares como para trabar amistad con él. Después le pediría que le introdujese en el círculo de amistades íntimas de la chica aquella, se ganaría también su amistad y después le tendería una trampa a él, haciéndole quedar como un completo cerdo delante de ella, y, una vez que le hubiese dado la puñalada, ella estaría a su completa disposición, rogándole que la consolase en las frías noches que pasaría sin ver a sus amigos. Bueno, era eso, o darle una paliza. Sí, seguramente, le daría una paliza mañana.27 ̶ ¿Estás dormida? ̶ preguntó, en esta ocasión, el friki. ̶ Yo tenía un perrito ̶ dijo Alex, medio dormida. ̶ Oh, echas de menos a tu perrito, ¿eh? ¿Cómo se llamaba? 27 Este “plan” para obtener la confianza de Alex también aparece en el libro El Amuleto de Samarkanda.

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̶ Bigotitos ̶ respondió ella, con los ojos cerrados. ̶ ¿¿Qué?? Pero si Bigotitos es nombre de gato. ̶ No, porque mi Bigotitos era un San Bernardo... Buenas noches. ̶ Bueno anda, buenas noches... Cinco minutos después, Luisma notó cómo ella estaba babeando encima del dorso de su mano, y si no fuera por esto, habría jurado que lo que estaba roncando de esa manera era el mismísimo Dragón de los Abismos de Krd'hakchak...

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Día 2 Alex se desperezó y levantó la cara, bostezando al mismo tiempo en que se frotaba un ojo con un dedo que acabaría lleno de legañas. Miró hacia atrás y se encontró con el rostro sonriente del friki. ̶ Buenos días ̶ lo saludó ella. ̶ Buenos días ̶ respondió él ̶ ¿Qué tal has dormido? ̶ Fatal ̶ dijo Alex ̶ . He pasado toda la noche con ese cacharro que me dijiste que llevabas en el bolsillo clavado en el culete. ̶ ¿Cacharro? ¿Qué cacharro? ̶ Sí, eso que me dijiste... reacción, o erección, o algo así... ̶ se quejó mientras se mordía la uña rota del día anterior. ̶ ¡Ah! ¡Sí! ̶ disimuló Luisma, mientras su piel volvía a sonrosarse ̶ Era un cacharro claro, ¿qué iba a ser si no? ̶ No me gusta. Está duro. ¡Ya no lo quiero ver! ̶ y se fue caminando al baño, mientras los otros cuatro supervivientes seguían la trayectoria de su culo con la mirada, como cuando un leopardo acecha a su presa. Media hora más tarde, bajaron de nuevo por las inactivas escaleras mecánicas para ir a buscar algo de bollería y leche para desayunar. No tenían con qué calentarse el desayuno, pero los primeros rayos ya empezaban a disipar el frío de la noche anterior, así que poco importaba. Después de desayunar muy malamente, aunque bastante bien en comparación con días anteriores, decidieron hablar del problema con el suministro eléctrico. Puede que no pareciese muy importante, y de hecho, el filósofo dudaba de que sirviese para algo, pero se pusieron de acuerdo en ir a revisarlo a la tarde del día siguiente. Puesto que era su primer día en el centro comercial, todos coincidieron en concederse dicho día para pasear por él y explorarlo, y por supuesto, saquear todo aquello que encontrasen interesante. Alex estaba rebuscando en una tienda de golosinas, haciéndose con un montón de productos azucarados y muchas cosas bonitas, cuando de repente, escuchó una voz. 31

“...arme allí. Mañana retransmitiré este mensaje a la misma hora. Fin de la transmisión”. El cani estaba intentando escuchar algo por la radio, pero solo consiguió captar el final de ese mensaje. Mensaje que, por cierto, era el tipo de emisión que Luisma llevaba deseando escuchar días. Ciertamente, habría pegado botes de alegría si no se hubiese separado de su radio, pero por casualidades de la vida, había sido el cani el receptor del mensaje. Y Alex, por supuesto, que lo había escuchado desde la cercana tienda de caramelos. Ninguno de los dos tenía suficiente capacidad de razonamiento para darse cuenta de lo que suponía escuchar un mensaje así... Simón Floid era quien en esos momentos se hallaba con el propietario de esa radio, es decir, analizando al friki. Sospechaba que se encontraba en la etapa fálica del desarrollo de su personalidad. Pero necesitaba tomar más apuntes.28 ̶ ¿Y dice que cree saber de dónde ha salido esta alteración inesperada de la conducta? ̶ continuó Floid. ̶ ¿Te refieres al virus? ¿Al que está convirtiendo en zombies a todo el mundo? ̶ tradujo para sí Luisma. ̶ Bueno, dudo que sea posible que se deba a un virus, y mucho menos que esas personas sean zombies... En mi opinión, algo en el subconsciente colectivo ha hecho que determinado estímulo les haya afectado a ellos y a nosotros no, generando una respuesta que les ha proveído de una barrera mental, un bloqueo si lo prefiere, que les ha transformado en enajenados, o puede que desviados psico-sexuales... ¡Oh, sí! ¡Sería fascinante descubrir que les provoca placer el canibalismo! ̶ concluyó el psicólogo, salivando ante la idea de un posible hallazgo científico, como si de un vulgar perro de Pàvlov se tratase.29 ̶ Pues yo creo que fueron los grises, enviados por los reptilianos a inocular el virus en este planeta o ̶ dijo con aire misterioso ̶ , quizás, como en la película de los ladrones de 28 Teoría de Freud. 29 El perro de Pàvlov era un perro condicionado que salivaba ante una alarma que le anunciaba la llegada de comida.

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cuerpos, esos extraterrestres hayan metido a las personas en vainas y hayan usurpado sus personalidades. Aunque no las imitan muy bien, por eso de que no solemos comernos unos a otros, pero bueno...30 Por supuesto, llevan muchos años infiltrados entre nosotros, desde que el Concilio Estelar enviase al Maestro Solar Jesucristo a hacernos pasar la prueba del amor, porque las razas con amor por la vida pueden entrar en la Alianza de las Grandes Razas...31 O puede que llegasen por el Stargate... ̶ Tomo nota, tomo nota... Oiga, ¿No será por casualidad un marginado social? ̶ ¡Rayos! ¡Sí! ¿Cómo lo has sabido? ̶ Hágame caso, se nota ̶ apuntó Floid, mientras teorizaba sobre una posible personalidad y/o sexualidad reprimida ̶ . ¿Se ha hecho alguna prueba en cuanto a su problema? Sospecho que podría padecer de una forma de autismo, solo le faltaría tener síndrome de Asperger...32 ̶ dijo para sí mismo, casi inaudiblemente. ̶ ¡Oh, sí! Pero el médico habló con mi madre, no conmigo, yo era pequeño, así que me dijo que no pasaba nada, me dio una piruleta y luego todos nos sentimos como el emoticono amarillo del Messenger de los dos puntos y el cierre de paréntesis, creo... Un chasquido interrumpió su conversación. Se había producido una pequeña explosión espontánea en el piso de arriba, o al menos a eso sonaba. Y después, una corta serie de ellas, seguidas. Y... ¿era eso el ruido de un motor en marcha? Floid y el friki corrieron por las escaleras mecánicas y atravesaron la pasarela del segundo piso lo más rápido que se lo permitieron sus penosas formas físicas. Giraron la esquina y se toparon con Alex y el filósofo, que se habían sentado juntos en uno de los bancos de madera a leer un periódico amarillento de hacía varias semanas, o puede que más. 30 Dudo que exista realmente la película de los ladrones de cuerpos, pero en The Faculty, los protagonistas la mencionaban. 31 Aunque parezca mentira, hay gente que sostiene estas teorías como reales. 32 El síndrome de Asperger es la incapacidad para identificar sentimientos.

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̶ Si buscáis a vuestro amigo el que aparenta haber metido la ceja en el corta-césped ̶ dijo el filósofo ̶ , está haciendo un rompecabezas. ̶ ¿Un rompecabezas? ¿¿Ese?? ̶ se extrañó Luisma. ̶ Sí ̶ reiteró el filósofo, mientras una mancha negra aparecía a toda velocidad de la nada y sorteaba unas columnas milagrosamente ̶ , ha descubierto un local lleno de motocicletas con el depósito lleno, y sospecho que pronto se romperá la cabeza, claro... ̶ Ahí va ̶ señaló Alex con el índice. Luisma y Floid siguieron con la vista hacia donde apuntaba el dedo. Encontraron otra vez aquella mancha oscura que seguía circulando por el centro comercial, inexplicablemente, sin accidentarse. Obviamente, aquel vehículo, que no era otra cosa que el cani montado en una moto (y haciendo ruidos con la boca mientras conducía), era la fuente de esas pequeñas explosiones y ruidos de motor. Se lo veía como una especie de niño grande, allí montado, consumiendo las últimas reservas de gasolina del mundo. Todos pasaron un rato en silencio, mirando con gesto ausente el periódico. El único que parecía seguir leyéndolo ahora, era el filósofo. Al fin, Luisma se decidió a quebrar ese incómodo silencio. ̶ ¿Sabéis qué creo? Que esto es mejor que nuestra vida de antes. Ahora podemos hacer lo que queramos, sin padres, sin instituto, ni trabajo que nos moleste, sin dinero ni limitaciones. ̶ Podríamos construir una sociedad científicamente construida ̶ propuso Simón Floid.33 ̶ Una utopía ̶ añadió el filósofo distraídamente, sin apartar la vista del periódico. ̶ Hay caramelos gratis ̶ aportó Alex. ̶ Me refiero a que antes de esto, teníamos que ser lo que los demás querían que fuésemos ̶ explicó Luisma ̶ , pero ahora podemos ser lo que nosotros queramos. ̶ Y comer chuches cuando queramos ̶ dijo Alex. 33 Guiño a Walden Dos.

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̶ Es algo mucho más complicado que las golosinas ̶ intervino el filósofo, apartando el periódico ̶ , es la caída de los prejuicios. ¡A la mierda todo! ¡Hagamos lo que nos plazca! ̶ No apruebo su manera de razonar ̶ le reprochó Simón Floid ̶ , señor como-se-llame. Opino que tiene un problema de carencia de Superyó. ̶ Que le jodan a tu moralina34, maldito ético patético. ¡PAM! Er Jhonatan acababa de hacer colisión contra un muro de mármol, o al menos, su cabeza. Ahora su cuerpo se encontraba con la columna vertebral flexionada en ángulo inverso, la cabeza donde irían los pies, y los pies por encima de su cuerpo en una pose difícil de mantener y un dedo incrustado en la nariz mientras salía espuma a borbotones de su boca. ... El día pasaba sin demasiada actividad. Floid esperaba a que el cani despertase otra vez, el filósofo rebuscaba en la librería y Luisma paseaba con las manos en los bolsillos. Se detuvo ante un escaparate. Era un sex-shop. Qué curiosos le resultaban los masturbadores masculinos, con esas formas y ese material viscoelástico. Pegó la nariz al cristal para observar uno más de cerca. Ahora que el mundo se reducía a su pequeña comunidad de cinco personas, podría permitirse la libertad de tomar uno prestado y nunca devolverlo. Claro, que necesitarían agua corriente para limpiarlo. Frotó el vidrio con el antebrazo para desempañarlo, aunque a su vez no podía evitar echar el aliento en él. Se quedó absorto mirando las formas del masturbador. ̶ ¡Hola! ̶dijo una voz a su espalda ̶ ¿Qué estás mirando? ̶ ¡Ah! Hola, Alex ̶dijo el friki, intentando disimular lo roja que estaba su cara ̶ ¿Esto? Esto es... emmm... ¡una hucha! ¡Sí, eso es! ¡Una hucha! ̶ Ah... pues a mí me parecía un coño en una lata ̶ dijo ella, convencida de que le habían dicho la verdad. En ese momento, un resorte en el cerebro del friki saltó, como reclamándole que dijese algo. Se secó las manos sudorosas con la camiseta y dijo: 34 La moralina se refiere a tildar de malo todo aquello que nos produce placer.

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̶ Alex. ̶ ¿Sí? ̶ Verás... yo soy virgen... y... ̶ Yo también, qué casualidad. ¿Qué día naciste? ̶ ¿Eh? ¿Eso qué más da? ̶ Pues que si eres virgen tienes que haber nacido más o menos cuando yo, como, por ejemplo, los capricornios que nacen en enero.35 ̶ No... no me estás entendiendo... Es que yo nunca he... bueno... yo solo una vez... he besado a una chica, y fue a mi prima, una vez que estábamos jugando a las mamás y los papás, y sospecho que luego se hizo lesbiana, porque se enrolló con una tía... Bueno, ¿sabes qué? Que mejor lo dejamos... ̶ Ay, qué raro eres, Luis ̶ dijo Alex, poniendo los brazos en jarras ̶ . Siempre parece que quieres decirme algo, pero luego, siempre acabamos dejándolo. Bueno, pues adiós. El friki se quedó mirando como Alex se alejaba... mirándola por detrás. Notó una mano en el hombro. Se giró rápidamente y una oleada de aliento fétido de cani le abrumó por un momento. No era fétido porque fuera un cani, más bien porque llevaban desde hacía semanas sin apenas higiene, así que Luisma decidió que deberían buscar (además de suministro eléctrico) una fuente de agua corriente y caliente. ̶ Ey, Jhonatan, ¿qué tal? ̶ Ira, sosio, ¿tú qué quiere, apretar a la pava esa? ̶ le dijo, con gesto malhumorado. ̶ No te entiendo... ̶ respondió Luisma con cierto miedo. ̶ Shurmano, ¿tú qué me está vacilando? Tú quiere apretar a la pava esa, sosio, que te visto ayer ̶ le reprochó mientras su grado de enfado iba en aumento ̶ . ¡Esa es par Jhonatan! ¿Oyes? ̶ ¿Estás hablando del coito? ̶ Ira, el coito ese no sé lo que es ̶ se quedó pensativo un momento ̶ ¡Coito será tu puta madre! 35 La verdad, no me sé las fechas de los virgos. Puede que el signo del zodiaco de Alex no coincida con su cumpleaños, pero recordad, en este libro no hay fallos de guión, solo pasados alternativos.

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̶ No te pongas violento amigo ̶ lo calmó Luisma ̶ . Sé que es una putada que siendo cuatro chicos, solo haya una chica para todos. En los MMORPG pasaba lo mismo. Pero yo pienso que la chica tiene que ser para el que más puntos de carisma tenga. Lo siento porque solo uno de nosotros podrá volver a follar o, en mi caso, empezar a follar, en toda nuestra vida y todo eso, pero... Y de pronto, el mundo se apagó para el friki, mientras el furioso cani contempló su cuerpo desmayado en el suelo, con un hilo se sangre resbalándole por la nariz.36 ... Cuando volvió a abrir los ojos, estaba otra vez en la cama, con Alex en el colchón de enfrente, ante una vela perfumada que le iluminaba el rostro en la penumbra de la noche. Estaba sentada con las rodillas flexionadas dobladas hacia dentro, y las manos metidas entre ellas. Le estaba mirando. ̶ ¿Me puedes decir por qué me tratáis todos como si fuese un objeto? ̶ dijo ella en tono serio. ̶ Porque objeto y persona, en el fondo son lo mismo ̶ intervino el filósofo desde el otro lado del montón de colchones ̶ . Y apagad esa vela. Todos duermen ̶ y le arrojó a Alex un catálogo arrugado a la cabeza, que impactó con ella sin producir ningún sonido. ̶ ¡Au! ̶ protestó ella, frotándose la cabeza ̶ ¡Que me has dado con una esquina! Colocó un vaso encima de la vela, que se apagó enseguida. Y todos se quedaron en silencio, aunque Alex tardó aún media hora más en dormirse.

36 Vaya, que el cani le dio un puñetazo al friki y lo dejó inconsciente...

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Flashback Una desgarbada figura dobló la esquina de la calle, ajustándose el sombrero que, en cierta forma, le daba un aire a Van Helsing. Ese hombre era un cazador. Un cazador de vampiros, de fantasmas... otro de esos estafadores de poca monta. Realmente estaba jodido. Ya no sabía de dónde iba a sacarse ahora la pasta, después de todo este rollo del apocalipsis zombie. Su vieja pistola con balas de plata no iba a ayudarle nada, aquello era real y la pistola era solo para aparentar. Hacía un tiempo en que había empezado a ver por los callejones de los oscuros barrios por los que se movía en las noches un símbolo: un hacha pintada con sangre.37 El símbolo pertenecía a una secta satánica, unos viejos conocidos. Aunque la mayoría de las sectas satánicas, fuera de las apariencias, eran completamente inofensivas, ellos estaban locos. ¿Serían ellos los responsables del fin del mundo? El día anterior, el cazador había visto el símbolo en un callejón, junto a una estrella de cinco puntas inscrita en un círculo y el cadáver de una bailarina exótica, por emplear un eufemismo. Parecía un ritual para invocar a un efrit, tal y como se explicaba en los libros falsos de espiritismo que servían como attrezzo para sus estafas. Entró por una trampilla de madera vieja. Ahora estaba en el interior de un edificio abandonado, hueco, con las ventanas y puertas tapiadas y las paredes y el suelo desnudos. Era su guarida, y también la de los otros supervivientes que había escogido para recogerlos de la calle. Se había tomado la libertad de ofrecer protección sólo a guarrillas y prostitutas. Y la protección se la cobraba en carne...

37 Recordad este detalle.

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Día 3 Luisma rodó por el colchón hasta caer al suelo. Se arrastró fuera del montón de colchones y se levantó del suelo gruñendo en voz baja. Medio dormido, se dirigió a la puerta del baño y giró el pomo sin conseguir abrir la puerta. Puso un gesto extrañado y giró con más fuerza. ¿Cómo podía ser que no pudiese abrir la puerta? Menudas zarpas retráctiles que tenía por manos, pensó. ¡Ajá! ¡Era hacia el otro lado! Giró, y efectivamente, la puerta se abrió sin esfuerzo. Se miró al espejo. La verdad es que el fin del mundo le estaba sentando bastante bien. Desde que no usaba el ordenador su postura encorvada había empezado a corregirse. Sus granos, ante la falta de chocolate y crujipollo, habían empezado a remitir. Incluso su personalidad estaba cambiando. Contrajo el bíceps y se lo observó en el espejo. No había. Se puso de rodillas. Hizo cinco flexiones. Se puso de pie. Volvió a mirarse los brazos, pero seguían raquíticos. Repitió el proceso sin éxito. Al fin, se frotó los ojos para quitarse las legañas. Después, fue hacia la taza del váter y echó una meada. Se quedó unos instantes mirándose el pene, luego se dio la vuelta y se lo miró en el espejo. ¿Importaría el tamaño? Bueno, más bien, ¿le importaría a Alex? Era la única que le importaba, o mejor dicho, la única, a secas. ̶ ¿Qué miras? ̶ preguntó la voz del filósofo desde la puerta. ̶ N-nada... ̶ respondió el friki guardándosela rápidamente ̶ ¿Cuánto llevas ahí? ̶ No tanto como el gordo éste ̶ señaló detrás de sí, hacia donde estaba Simón Floid ̶ . Estabas mirándote el nabo. Yo de ti, no me preocuparía; la sociedad exige la perfección, que es una mera invención suya, nos acompleja, pero la sociedad ya no existe... Grande o pequeño son sólo juicios de valor. ̶ Yo diría que es un complejo bastante grave, seguramente, fruto de un trauma infantil. Dígame, ¿su madre le abrazaba de pequeño? ̶ reflexionó Floid. ̶ Esto...Yo ya me iba... ̶ intentó escabullirse Luisma. 39

̶ Espera. Debemos hablar ̶ le detuvo el filósofo ̶ . Hay que bajar al subterráneo del centro comercial. Allí están todas esas cosas que los clientes no deben tener al alcance de la vista. Y es justo desde allí desde donde tendremos que activar el suministro energético. Claro que, el subterráneo estará oscuro como la boca del lobo... ̶ Y lleno de perturbados de esos ̶ añadió Floid. ̶ No necesariamente ̶ dijo Luisma ̶ , es muy probable que los zombies no hayan entrado a ningún piso de éste edificio. ̶ Esperemos lo peor, amigos míos. En todo caso, un filósofo como yo, un psicólogo y un informático, creo... somos mucho más valiosos que un cani. Por lo que lo más sensato sería enviarlo a él... ... Luisma se sentó en uno de los bancos apartados de la vía principal del centro comercial. Inspiró profundamente, y echó la cabeza hacia atrás. En esos momentos, sus compañeros estarían enviando ar Jhonatan a lo desconocido. Puede que nunca volviese. De todos modos, tendría que seguir a su rollo, ya que no ganaba nada con estar pensando en eso. Se puso de rodillas, bajó la cara hacia el suelo y se puso a hacer flexiones. ̶ ¡Ah, estás aquí! ̶ le interrumpió Alex ̶ Te he estado buscando... Aún no me has dicho por qué me tratáis todos como si fuese un objeto. El friki se incorporó rápidamente, sudoroso y jadeando. La miró un momento, y realmente, debería haber mantenido contacto visual, pero decidió que le sería más fácil decirlo sin mirarla a la cara. ̶ Pues, verás. Somos cuatro chicos y tú eres la única chica que queda en el planeta. Tarde o temprano tendrás que escoger a uno y... bueno... follártelo. Tener hijos con él y esas cosas. Y, claro, todos queremos ser el elegido, creo yo. Todos queremos que los humanos del futuro sean nuestra descendencia. Es una especie de selección natural, pero en una versión extremadamente hardcore. Es... bueno, no es solo reproducirse en mi caso... 40

̶ Te gusto ̶ le ayudó a terminar ella. ̶ Sí... ̶ No pensabas decírmelo ̶ se enfurruñó Alex. ̶ … Hummm... No sabía que lo supieses ̶ dijo Luisma con la mirada clavada en la punta de sus pies. ̶ No soy tan tonta ̶ contestó Alex ̶ . Nadie lo es. ̶ No, claro que no ̶ murmuró él. ̶ Entiendo que no quieras hablar de ello ahora. Adiós. ... Er Jhonatan caminaba a oscuras, pero con el pecho hinchado por el orgullo. El filósofo y Floid le habían escogido para ir a activar el generador del centro comercial, situado en los subterráneos. “Por ser el más guay”, le habían dicho. Así que allí estaba él, palpando las paredes en la infra-oscuridad, en el más absoluto silencio. ¡PLOF! Había una gotera. Y una gota de agua fría le resbalaba ahora por el cuello. Resbaló en la oscuridad con el charquito formado por el goteo constante y se golpeó la cabeza contra algo duro. ̶ ¡Cabesa! Que me vi a rompé la pijotera, suprimo... Se levantó, palpó en todas direcciones y continuó su camino. ... ¡TAC! Con un chasquido, todas las luces del centro comercial se encendieron al unísono, las escaleras mecánicas echaron a andar y todo lo que necesitaba energía, al fin, empezó a funcionar. Todas las televisiones de la sección de electrodomésticos estaban en ese momento emitiendo interferencias, lo que le recordó a Luisma que hacía un tiempo que no escuchaba la radio en busca de algún comunicado importante. Al filósofo, poco le importó. Él estaba en la sección de libros, leyendo algo de Nietzsche, que le parecía bastante gracioso, sobre todo, el Anti-Cristo, en el que se le notaban los efectos del reblandecimiento cerebral. 41

Alex se pasó los siguientes diez minutos subiendo y bajando por las escaleras mecánicas, riendo entre dientes mientras se sacaba fotos de todo tipo con una cámara digital que había saqueado de un mostrador. Bajando sentada en las escaleras, en el pasamanos, de pie, poniendo morritos, con los ojos mirando hacia arriba, con una piruleta en la boca, poniendo cara de sorprendida, y, en general, todo lo que se le ocurrió para hacer encima de una escalera mecánica.38 Un rato más tarde, er Jhonatan subió otra vez a la primera planta, entró en la tienda de video-juegos y se puso a echar unas partidas a la Y-Box, al Grand Chef Auto V. En cuanto al psicólogo, se dedicaba a tomar nota de los comportamientos de todos ellos. ... “Inicio de la transmisión. Iteración número39... veintidós. Si alguien está escuchando esto, estoy en un refugio seguro, puedo acoger sin problemas a más supervivientes. Hay víveres y armas suficientes para varias personas. Me encuentro en la emisora local, al noroeste, junto al depósito de agua. Suelo estar todas las tardes, podréis encontrarme allí. Mañana retransmitiré este mismo mensaje a la misma hora. Fin de la transmisión.” Primero, el friki se aferró a la radio y tocó botones frenético, sin creérselo. Después, se quedó paralizado. Más tarde, rió como un loco. Y finalmente salió corriendo a contárselo a sus compañeros. Sin duda, al día siguiente, tendrían que salir para la estación de radio, en busca del superviviente. No sería difícil convencerlos, creía él... ... El reloj marcó las once en punto. El filósofo giró sobre sí mismo en el colchón. Aún no se podía creer la inesperada noticia 38 Este tipo de cosas lo hace la inmensa mayoría de las adolescentes, en serio. 39 Ligero guiño a Perdidos.

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que había recibido hacía apenas unas horas. Había otro superviviente. Sería, por supuesto, otro pupilo en potencia. Lo que le preocupaba era que el número de chicos se incrementaba exponencialmente, y el número de chicas se mantenía estancado en una. Y ni siquiera había empezado a hablar en profundidad con ella. Claro, eso le restaba posibilidades de que los humanos del futuro fuesen una raza de filósofos a su imagen y semejanza. Alex se dio cuenta de que la estaban observando desde el colchón contiguo. Levantó la vista y se encontró directamente con los ojos del friki. ̶ Oye, Alex... sobre lo que te dije antes... ̶ Ahora duerme ̶ le cortó ella. ̶ Pero... ̶ Duérmete ̶ finalizó, y luego puso su culo de barrera entre los dos, de manera que resultó imposible para él continuar con la conversación. ̶ Ey, sosio ̶ le susurró er Jhonatan al filósofo ̶ , esos dos están tramando algo, ¿no te parece? ̶ Duérmete tú también, calavera ̶ dijo el filósofo mientras se tapaba la cabeza con la manta. ̶ Noches ̶ concluyó el cani, y dejo caer su cara contra la almohada.

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Día 4 Er Jhonatan se despertó con la clásica erección matutina. Se bajó del colchón de un salto, echó un escupitajo en la papelera y fue a buscar algo de comer. Giró por el tercer pasillo de la sección de bollería. Allí estaba el filósofo, escogiendo su desayuno. ̶ ¿Qué vas a desayunar, yonko? ̶ le preguntó. ̶ Unas magdalenas de Ricopan ̶ respondió er Jhonatan. ̶ Buah, de Ricopan... vaya mierda de marca. ̶ ¡Pero si todos comen cosas de Ricopan! ̶ dijo er Jhonatan, echándole un bocado a una magdalena con virutas de chocolate. ̶ No me gustan las falacias ad populum ̶ murmuró entre dientes el filósofo, mientras miraba de reojo al cani ̶ . Es más: no me gustan las falacias, a secas. ̶ Pues todos mis colegas se comían tres o cuatro movidas de Ricopan todos los días... menos la Jenny, desde que encontró una lagartija en un bollycao, no volvió a ser la misma 40. Shurmano, tantas personas en er mundo no pueden estar equivocadas. ̶ Dos billones de moscas en el mundo no pueden estar equivocadas. Come mierda ̶ concluyó el filósofo, y se fue con un paquete de sobaos bajo el brazo. Er Jhonatan se encogió de hombros para sí mismo y mordió otra vez la magdalena. Habrían sido más pasables con algo de leche, pero hacía tiempo que todos los productos lácteos se habían estropeado. Tras su breve desayuno, subió a la segunda planta a dar un paseo. Y entonces cayó en la cuenta. Ahora que tenían electricidad, el ascensor del fondo del pasillo por fin funcionaba. Fue a probarlo y pulsó el botón de la azotea. La azotea era una gran superficie cuadrada cubierta de grava que crujía cuando caminabas sobre ella. Desde allí podía verse bastante distancia en todas las direcciones, incluso hacia adentro de la ciudad. El aparcamiento estaba completamente desierto y por las calles de la ciudad apenas se veían algunos zombies 40 Basado en hechos reales.

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vagabundeando de un lado para otro. Er Jhonatan sacó un cigarrillo y se sentó con los pies colgando en la cornisa a fumárselo. Echaba de menos la marihuana, pero algo era algo. Miró al horizonte. Luego estuvo un rato observando las formas de los edificios a su alrededor, hasta que una mano le tocó el hombro. Era otra vez el filósofo. Se sentó a su lado. ̶ ¿Un pito? ̶le ofreció el cani. ̶ No, gracias. Yo no me auto-destruyo ̶declinó el filósofo, ansioso por empezar con los verdaderos motivos de su conversación ̶. He notado que, puesto que tenemos pensado ir a la emisora de radio esta tarde, tendremos que abandonar el centro comercial. ̶ Pues claro, sosio. ̶ ¿Y alguien ha pensado en que sería conveniente que sólo fueran unos pocos y, por su parte, que otros vigilasen para que nuestro nuevo “hogar” no fuese invadido? ̶dijo el filósofo ̶ Tal vez sería mejor que solo fuesen los más fuertes, recogiesen al superviviente, o a los supervivientes si hay más de uno, y los trajesen aquí, donde hay más medios y comodidades. Por supuesto, no todo el mundo puede llevar a cabo esa tarea... Y en ese momento, er Jhonatan comprendió hacia dónde se dirigía la conversación. ... Luisma abrió los ojos. Había sido el último en despertar y aún se sentía cansado. Le dolían los brazos de haber hecho flexiones el día anterior. La camiseta de piedra-papel-tijeralagarto-Spock que tanto le gustaba estaba sudada y apestaba, así que tendría que ir por ropa nueva. Era la primera vez que se pondría algo de una tienda real. Él siempre había comprado por Internet. Al entrar en la tienda se dio cuenta de que no estaba solo. Miró a su alrededor, pero no vio nada. Caminó entre las estanterías, cogió una camiseta con el texto “El veloz murciélago hindú comía feliz cardillo y kiwi. La cigüeña tocaba el saxofón

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detrás del palenque de paja. 1234567890”41, y se la puso, justo antes de notar que alguien le agarraba por el brazo y tiraba con fuerza hacia sí. Era el cani. ̶ Sosio, vamos a ir esta tarde a la radio, yo, tú y la pava esa ̶ dijo er Jhonatan. ̶ ¿Y los demás? ̶ No. Ira que solo vamos los guays, me dijeron. ̶ Mierda. Nos la han jugado. ... Lulú era una chica de 17 años. Tenía el pelo negro como la oscuridad más absoluta y los ojos grises. Llevaba, en esos momentos, una falda plisada, una camisa de manga corta, una corbata floja en el cuello, una bandana en el pelo y sus característicos piercings a cada lado de la boca y atravesando el septum42. Nunca había sido muy popular en el instituto, y ahora que el mundo se terminaba, tampoco tendría quien le diese mucha conversación. En cierta forma, los otros chicos tenían miedo de hablar con ella por su extraño comportamiento e ideología, aunque el aspecto también ayudaba. Era una gran defensora del anarquismo y una pensadora que quizás pensaba demasiado. Se decantaba por el idealismo y más aún por separarse de la masa, lo que hacía que fuese, como gran parte de los pensadores, un poquito anti-social. Con la llegada del fin del mundo, Lulú se había refugiado en la iglesia gótica de la ciudad, aunque varias semanas después, había desplazado su refugio hacia una planta de procesamiento de carne que estaba recién abandonada. Una vez viviendo allí, había conocido a otro chico, que se había instalado por su cuenta en una

41 Si no lo entiendes, entra en Mi PC, en la carpeta de Windows encontrarás otra llamada Fonts o Fuentes. Abre cualquier archivo que encuentres dentro y lee. 42 Muy típico mío.

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cercana emisora de radio, aunque pasaba el día de aquí para allá. Y así fue como formó equipo con él. Juntos, comenzaron a emitir mensajes todos los días a la misma hora, con la esperanza de que alguien los escuchase algún día. También había una tercera persona, la novia del chico, a la que poco después asesinaron los que habían dejado de tener alma. Así los llamaban, los que habían dejado de tener alma... Pero después de la iteración número veintidós, el chico se había marchado de la emisora de radio armado con una escopeta y esa noche no había vuelto. Lulú no sabía qué había sido de él, así que esperaba. Esperaba sola a que volviese a la emisora. ... Encontraron a Alex en la tienda de música, jugando al frisbee con unos vinilos de música clásica. Er Jhonatan y Luisma entraron en la tienda, esquivando un disco volador asesino que se dirigía hacia ellos por casualidad. Llamaron a Alex y le contaron todo lo que el filósofo y Floid habían planeado y cómo los habían engañado (o cómo habían engañado al cani, para ser más exactos). El caso es que le contaron que debían salir hacia la emisora de radio. ̶ ¿Y cómo vamos a ir? ̶ dijo Alex ̶ La calle está llena de esa gente que te quiere morder... ̶ No hay de qué preocuparse ̶ presumió Luisma hinchando el pecho ̶ , es por todo el mundo sabido que los zombies, por mucho que se empeñen en ser carnívoros, están diseñados para ser herbívoros, ya que tienen la velocidad suficiente para acechar y abalanzarse sobre una lechuga. Podremos pasar caminando entre ellos y no podrán alcanzarnos. ̶ ¿Y si nos alcanzan? ̶ preguntó Alex, asustada. ̶ ¡Los molemos a palos! ̶ respondió el cani. ̶ Yo iré detrás de Jhonny, por si acaso ̶ avisó ella mientras se quedaba mirándolo. ̶ ¡Hala! ¡Vamos! ̶ dijo Luisma. Empujó la salida de incendios que habían roto unos días antes y los tres salieron al aparcamiento. Notaron unas gotitas de 48

agua en la cara. Alex se puso la capucha de su sudadera. Era una de esas sudaderas de chica que solo llega hasta debajo del pecho y por primera vez, el friki se fijó en que la capucha tenía unas orejas alargadas, como de conejo, que le cayeron a Alex sobre la cara. ̶ Parece que está empezando a chispear ̶ dijo ella, apartándose una oreja de los ojos. ̶ Que sudadera más guay, Alex. ̶ Gracias, Luis... Oye, ¿hacia dónde tenemos que ir? ̶ Hacia allá ̶ señaló él. Y echaron a andar. Estuvieron caminando un buen rato, hasta que la fina lluvia se hizo más fuerte, y todos acabaron empapados. Para cuando eso sucedió, ya llevaban unos tres cuartos de hora con un infectado gordito trotando, o lo que para un infectado sería trotar, detrás de ellos, con cara de hambriento... Aunque ellos iban andando y cada vez le sacaban más distancia. ̶ Chicos ̶ dijo Alex ̶ , se está haciendo de noche. Y llueve mucho. Deberíamos buscar dónde dormir. No creo que lleguemos hoy. ̶ Sí, es mejor continuar mañana ̶ concedió el friki ̶ . Yo vivía por aquí cerca, si giramos a la izquierda en el siguiente cruce, llegaremos enseguida a mi portal. Tengo llaves de mi casa, allí podremos descansar. Llegaron al portal del viejo bloque de apartamentos. Luisma metió la llave en la cerradura, giró y empujó la puerta, que se abrió con un chirrido. El interior del portal estaba en infraoscuridad, en la más completa infra-oscuridad. Como ya no había suministro eléctrico, la ciudad se había quedado a oscuras. Salvo aquellos edificios que disponían de sus propios medios y los aparatos que funcionaban con baterías. ̶ Andaos con ojo ̶ advirtió Luisma ̶ . A menos que uno de vosotros sea un elfo oscuro pícaro, no podemos ver en la oscuridad. Y no he traído mi linterna, así que podríamos encontrarnos con un zombie por las escaleras. Id despacio, que no sabemos lo que puede haber en los descansillos. Tanteó con el pie hasta encontrar el primer escalón, y subió corriendo como alma que lleva el diablo, seguido por sus 49

compañeros, que no estaban menos asustados que él. Llegaron al segundo piso y Luisma les detuvo con la mano. Palpó la pared hasta encontrar una puerta, luego levantó la mano por encima del marco de la misma y tocó el número en relieve que allí había. Parecía un... 2ºA... Ése era. Volvió a sacar el llavero y cuando acertó en la cerradura, le dio varias vueltas a la llave. Se oyó un chasquido y la puerta se abrió, con otro crujido, esta vez menos metálico. Pasaron el umbral a toda prisa y cerraron de golpe. Se oyó un quejido. Uno de los tres se había clavado la esquina del tocador del vestíbulo. Eso le recordó a Luisma la presencia de unas velas perfumadas con olor a coco que tenían desde hacía seis años. Tiró del pomo del tocador, metió la mano en el cajón abierto y rebuscó por el fondo. Sacó la vela y un mechero, la encendió. Una fragancia tropical invadió la habitación, así como una tenue luz que apenas servía de nada. ̶ ¡Vaya puta mierda! ̶ dijo el cani. ̶ Tranquilos, con esto iremos hasta mi habitación, allí tengo unas linternas. Giraron en el pasillo, pasando por delante de unas fotos que mostraban a Luisma haciendo la primera comunión, un reloj de péndulo bastante antiguo y una lámpara de lava que no funcionaba. Se plantaron delante de una puerta con pegatinas de ositos y hadas, con un cartel que rezaba: “Habitación de Luis”. Accionaron la manilla de la guerra de las galaxias que había instalado en la puerta su madre y pasaron. La vela perfumada se apagó, pero al instante se hizo la luz. En el centro de la habitación brillaba un sol en miniatura, alimentado por su propia batería química, la cual albergaba en su interior. A su alrededor giraban unos pequeños planetas de plástico, por toda la parte alta de la sala. A la derecha de la puerta estaba el armario de la ropa, cerrado con un candado rúnico. Pegado a la pared derecha, una enorme cama en forma de coche de carreras con mantas de dibujitos. Dibujos de Chimpokomón, por cierto, con su famoso eslogan “Buy them all!”, “Compralo tutti” en sus sub-títulos italianos. Enfrente, en la pared izquierda, estaba el escritorio, con su potente ordenador. Y al fondo de la 50

habitación, donde antes solía encontrarse la ventana, ahora había un altar dedicado a Monesvol, aunque recordaba bastante a un altar de Cthulhu43, de quien Luisma también tenía algunos pósteres repartidos por la habitación. ̶ Traeremos el sofá y la cama de mis padres. La pondremos junto a la mía. ̶ ¿Todo esto es tuyo? ̶ preguntó Alex. ̶ Sí ̶ respondió el friki. ̶ ¿También esas revistas porno que hay debajo de la cama? ̶ Los raritos también necesitan amor ̶ dijo Luisma de forma casi inaudible, poniéndose algo rojo ̶ . Podéis dejar la ropa mojada encima del escritorio. Si necesitáis usar el baño, es la primera puerta del pasillo a la derecha. No a la derecha al salir al pasillo, eso es la cocina ̶ le indicó al cani que salía de la habitación ̶ , la primera a la derecha una vez tomado el pasillo. ̶ ¿Y si no veo pa meá, sosio? ̶ se escuchó la voz del Jhonatan desde el baño. ̶ ¡Mea en la bañera! ̶ ¡Okey! Luisma levantó la vista hacia Alex, con quien se había quedado solo en la habitación. Ella se quitó la sudadera y los vaqueros y los dejó encima del escritorio. Pateó sus zapatillas de deporte hacia una esquina y dejó sus complementos en el suelo. Se alisó una arruga de la camiseta y, finalmente, se dio cuenta de que el friki la estaba mirando. Pero ella bajó la cabeza rápidamente. ̶ ¿Qué? ̶ dijo él. ̶ Hoy es mi cumpleaños ̶ dijo ella ̶ , cumplo diecisiete. ̶ ¡Oh! ¡No lo sabía! ¡Felicidades! ̶ Felicidades... ̶ repitió ella en un susurro ̶ Felicidades... Míranos, aquí malviviendo. Y así serán el resto de cumpleaños. Echo de menos a Bigotitos. El cani volvió a entrar en la habitación, cortando el diálogo. Se quitó la ropa y la puso encima de la de Alex. Luisma hizo lo mismo. Luego, entre todos, desplazaron el sofá y la cama de los 43 Es una divinidad de la mitología de H.P. Lovecraft, o como se llame.

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padres de Luisma hasta la habitación del friki. Los juntaron contra la cama con forma de coche de carreras y cogieron unas mantas de reserva del armario para poner en el sofá. Luisma se metió en su cama, que era casi tan ancha como una de matrimonio, colocó a Alex en la cama de sus padres y arrinconó al Jhonatan contra el sofá. ̶ ¡Qué bien poder dormir en una cama de verdad! ¿No? ̶ dijo el friki. ̶ Sí ̶ sonrió Alex, acurrucada debajo de las mantas. ̶ No sé ̶ respondió el cani desde el sofá. ̶ Hoy podemos dormir todo lo que queramos, no tenemos prisa, y apenas nos quedan dos horas a pie hasta la estación de radio ̶ reflexionó Luisma ̶ ¿Para qué será la ciudad tan grande? Bueno... Hasta mañana. ̶ Buenas noches ̶ se despidió Alex. ̶ Noches... ̶ se oyó en el sofá. Y con un chasquido, la luz se fue y la habitación volvió a la infra-oscuridad. Luisma dio unas cuantas vueltas en la cama y ni si quiera tenía sueño aún cuando creyó escuchar algo que casi le hace llorar en la oscuridad de su habitación: un beso. “¿Un beso? No puede ser.” pensó “Estoy paranoico” Se esforzó por no pensar. Se tapó la cabeza con las mantas, luego con la almohada, luego abrazó la almohada. Y acabó por quedarse dormido. Alex también estaba dormida. No lo suficientemente dormida como para empezar a roncar, pero ya le caía un hilillo de saliva por la comisura de los labios. Y sintió algo extraño en la boca antes de acabar por dormirse completamente. Sintió como si la besaran...44

44 No es que el cani los besara a los dos. El friki escuchó el beso que er Jhonatan le dio a Alex, aprovechando que estaba dormida. Esta aclaración la pongo porque hay gente que se quedó sin entenderlo.

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Flashback El sacerdote, en el altar de la iglesia ya vacía, reparó en la presencia de un hombre solitario, que permanecía de pie, perdido entre las numerosas filas de bancos. Lo observó. Él también estaba observándole, así que bajó del altar y se acercó a él. ̶ ¿Puedo ayudarle en algo? ̶ le dijo. ̶ No, padre. Nadie puede ̶ respondió el hombre en tono sombrío ̶ . El juicio final se acerca. Y el mal está dentro de mí, tan profundo que nadie podría arrancármelo ya. Solo he venido a advertirle que el fin del mundo es inminente y aún hay posibilidad de redención. Incluso para un sacerdote en decadencia como usted. ̶ Usted, usted es el fundador de una secta ̶ recordó el sacerdote de pronto. ̶ Veo que lee el periódico, padre ̶ le sonrió aquel hombre ̶ . Es cierto que varios de los miembros de mi... “familia” han sido arrestados. Pero eso no nos impedirá seguir adelante. Provocaremos el fin del mundo. Invocaremos a un mal tan horrible que no puede ser nombrado. Pero no somos mala gente, por eso le avisamos, padre. Abandone sus vicios e irá al cielo. ̶ Vaya... ̶ murmuró el padre ̶ Destruir el mundo... Creo que ése es el tercer pecado más grande que me han confesado en toda mi vida como pastor.45 ̶ Se lo repito, padre. Abandone sus vicios. Deje las prostitutas e irá al cielo. ̶ ¡Jamás! ̶ le gritó el sacerdote ̶ Dejar las prostitutas, nunca. ̶ Entonces, nos veremos en el infierno ̶ concluyó el hombre, y se marchó con paso firme. El sacerdote nunca antes había visto a un hombre tan loco como aquel. Menudas tonterías. El juicio final no podría ser provocado... ¿O sí?

45 Guiño a Un millón de monos con máquinas de escribir.

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Día 5 El reloj señalaba las doce y diecisiete minutos cuando Luisma se despertó. Se agitó el pelo con la mano y se quitó las legañas con los dedos. Pisó su figura más afilada de Darth Vader al levantarse de la cama con el pie izquierdo y, después de frotarse la planta del pie herido con las manos, fue a la cocina y echó un ojo. Había tostadas, leche en polvo, galletas con forma de dinosaurios, los restos pegados en las paredes de un tarro de mermelada y algunas otras cosas para comer. Abrió la puerta del trastero y encontró una bombona de gas. A juzgar por su peso, estaba llena. Seguidamente fue al baño e investigó el armarito de las toallas. Había bastantes toallas limpias, algunos botes de champú y gel de baño. Fue otra vez a la habitación y cogió ropa limpia: otro vaquero, calcetines gruesos de lana y una camiseta de piedrapapel-tijera-lagarto-Spock (la tenía repetida varias veces, por si acaso se le manchaba sistemáticamente). Alex se despertó con el ruido. Estaba colgando bocabajo, al borde de la cama, en medio de un charquito de babas que había dejado en la almohada. Levantó la vista, con todo el pelo revuelto cubriéndole la cara como a la niña de The Ringo. Acostumbraba a dar muchas vueltas en la cama y por eso siempre acababa con la ropa y las sábanas enredadas y repartidas por la habitación. Tiró de las bragas para sacárselas del culo, se colocó bien la camiseta, se apartó el pelo y se sentó en la cama. ̶ Buenas noticias ̶ le dijo el friki ̶ . Tenemos agua caliente y gas. Por fin desayunaremos algo calentito y nos podremos duchar. Alex gritó de la emoción y empezó a saltar en la cama, al borde de la histeria, despertando con sus gritos a Jhonatan. Puede que una ducha no parezca para tanto, pero cuando se llevan semanas sin agua caliente, ni corriente en muchas ocasiones, una ducha y un desayuno calentito son una gran cosa. ̶ Menos mal ̶ suspiró ella ̶ . Ya tenía tanta roña acumulada que no se me veían las pecas. 55

Era cierto. Alex era pecosa, pero a esas alturas, las salpicaduras, las motas de polvo en suspensión, los excrementos de mosca y la simple suciedad que había acabado en su rostro, hacían que pareciese que estaba mucho más morena y no permitían ver sus pecas. Aunque el resto del grupo no tenía mucho mejor aspecto. A decir verdad, parecían un grupo de mecánicos que acababan de salir de trabajar. El cani le tiró a la chica su ropa a la cabeza y se puso la suya propia. Una vez que Alex se hubo vestido, los tres fueron a la cocina a desayunar. Charlaron animadamente mientras se tomaban una bebida calentita, lo que hacía que estuviesen realmente contentos. Después se discutieron cómo irían pasando por turnos para ducharse. Aunque el filósofo y el psicólogo se la habían jugado enviándolos a ellos a las calles para realizar esta misión, les había compensado de verdad pasar por casa de Luisma. La primera en ir a ducharse fue Alex. Casi siempre solía llevar el pelo recogido y cuando se lo soltó antes de salir de la cocina, Luisma se quedó fascinado con su belleza, aunque se quedaría mucho más fascinado veinte minutos después, cuando la viese lucir una melena limpia y sedosa. Alex entró en el baño y giró el pestillo tras de sí. Colgó la chaqueta y la toalla en el perchero. Se pisó los talones para sacarse las deportivas, tiró de los pantalones hacia abajo y los dejó caer a sus pies. Se miró al espejo para ver lo sucia que estaba. Hacía tiempo que no pasaba un rato mirando el espejo. Después, se sacó la camiseta. Es curioso en realidad, la mayoría de chicas se quitan la camiseta cruzando los brazos y tirando de la parte inferior de la prenda hacia arriba para sacarla por la cabeza y luego descruzar los brazos; en cambio, la mayoría de chicos tiran del cuello hacia arriba y posteriormente, agarran de los hombros sin cruzar los brazos para quitársela. Lógicamente, Alex se quitó la camiseta de la forma femenina. Se tambaleó de un lado al otro del baño, saltando a la pata coja para quitarse los calcetines, que convirtió en dos bolitas y dejó caer en medio de los pantalones, en el suelo. Se desabrochó el sujetador, se bajó las braguitas y entró en la ducha. 56

Los chorros de agua estaban calentitos, y se convertían en un líquido ligeramente amarronado al contacto con el cuerpo de la chica, arrastrando todo el polvo y la suciedad que la cubría. Se enjabonó el cuerpo y el pelo mientras pensaba en Luis y Jhonny. Le gustaba pensar en la ducha, era una especie de santuario para ella. Un santuario que llevaba demasiado tiempo sin visitar. Pensaba que si un genio le concediese tres deseos, uno de ellos sería una ducha bien caliente. “Les gusto a los dos” pensaba, “Pobrecito Luis, se nota que nunca ha hablado con una chica. Y Jhonny, es un poco tontito. No sé. También es guapo. Pero me sabe mal herir los sentimientos de Luis, se esfuerza mucho por gustarme” Oyó un ruido que subía por las cañerías. Música de cañerías. Si esa música existiese, tendría que ser hilarante a la fuerza 46. El caso es que el ruido subía por el agujero del desagüe y sonaba como agua y como cientos de patitas reptando hacia arriba. La chica se agachó para mirar más de cerca el desagüe de la ducha. Y entonces vio algo repulsivo y alargado arrastrándose hacia ella. Una escolopendra salió de las cañerías, convulsionándose y girando la cabeza en todas direcciones. Y después otra. Alex gritó y retrocedió, tropezando con el borde de la ducha y cayéndose de culo afuera. Salió otro bicho del desagüe. Y otro. Y otro más. Escuchó la voz de Luisma al otro lado de la puerta, gritando, con la voz temblando por los nervios. ̶ ¿¡Qué pasa ahí adentro, Alex!? ¿¡Alex!? ¡Contesta! ¿¡Estás bien!? ̶ dijo el friki, y empezó a aporrear la puerta ̶ ¿¡Qué pasa!? ¡Abre! Escuchó cómo el cani también se acercaba a la puerta, preocupado por ella, y preguntaba que qué era lo que pasaba. Alex levantó la vista, aún con miedo de mirar a las escolopendras y de pronto, se encontró la bañera vacía 47. Aún asombrada, se giró y les gritó a sus compañeros del otro lado de la puerta: 46 De hecho, hay un hilarante libro con ese título. De Bukowski, creo recordar. 47 Recordad este detalle.

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̶ N... no pasa nada. Es... es que se me ha caído el jabón ̶ mintió. “¿Eso ha sido una alucinación? ¿Estoy volviéndome loca?” se asustó la chica. Miró inclinada por encima de la bañera, pero seguía sin haber nada. Entró de nuevo, recelosa, para acabar de aclararse el pelo. Luego apagó la ducha y fue a por una toalla, no sin antes volver a mirar el agujero del desagüe. Se secó el cuerpo y frotó el pelo concienzudamente, ya que no tenían electricidad para usar un secador. Cogió un peine y se peinó la voluminosa melena, que normalmente llevaba recogida en dos coletitas altas o moños. Se miró al espejo, aún desnuda y con el pelo desmelenado y decidió que, por ese día, lo llevaría suelto. ̶ ¿Qué hace una chica como tú en un lugar como éste? ̶ le dijo al reflejo del espejo, haciendo el tonto ̶ Vaya, qué guapa eres, chica. ¿Te vienes conmigo en mi Ferrara? ¡Qué chica tan sexy! ̶ añadió, sopesándose los pequeños pechos con las manos. Sonrió, cogió su ropa, se vistió y fue a la sala de estar. Tirados en el sofá estaban Luisma y er Jhonatan, esperando su turno en la ducha. Al ver a Alex entrar, el friki se quedó como congelado. Pensó en lo guapa que estaba, con esa melena sedosa y brillante y esa piel clara y limpia, con esas graciosas pecas en la cara, que le daban un ligero aspecto infantil. ̶ ¡Vaya! ̶ exclamó Luisma ̶ ¿Y ese pelo Pantene? Y pensó: “¿Pero cómo se puede estar tan buena?” ̶ ¿Te gusta? ̶ sonrió Alex ̶ ¡Qué bien! Y pensó: “Pobrecito, está loquito por mí” ̶ ¡Me vi a duchá, sosios! ̶ se despidió el cani, y los dejó solos. Y pensó: “¿Éste se piensa que la pava esta va a ser pa él? Pos me la voy a tirar yo primero. Le voy a dar por el culo en cuanto pueda” Alex se sentó junto a Luisma en el sofá. No había nada que ver en la tele, así que él puso una película en el vídeo, para ver algo. Efectivamente, se trataba de Locas Aventuras en DVD. Aunque Alex miraba la pantalla, se percató de que su compañero estaba más pendiente de mirarla a ella que de la película. Luisma, 58

con una perpetua sonrisa de idiota congelada en su cara, pensaba “Jo, tengo muchísimas ganas de acariciarle el pelo, pero no me atrevo”. ̶ Alex. ̶ ¿Sí? ̶ Vaya cómo gritaste antes, cuando se te cayó el jabón en la ducha. Se hizo un silencio incómodo y Alex se sonrojó un poco. ̶ Yo una vez vi una película ̶ dijo Alex ̶ en la que salía una chica a la que se le caía el jabón en la ducha y después también gritaba mucho. ̶ No quería decir... ̶ se avergonzó Luisma ̶ No hablaba de eso. ... Er Jhonatan se quitó todos los sellos, cadenas y otras joyas que llevaba, dejándolas caer al suelo con un sonido metálico. Se quitó la camiseta sin mangas a la manera masculina, hizo una pelota con los pantalones, lanzó los calzoncillos por los aires... Se rascó los testículos y fue directo a mirarse al espejo. Tensó uno por uno todos los músculos de su cuerpo que sabía tensar y fue admirando su forma física en el espejo. Finalmente, entró en la ducha, se echó un poco de agua por encima, se hizo una cresta en el pelo mojado y salió, poniéndolo todo perdido de agua. ... ̶ La verdad ̶ le dijo Alex a Luisma ̶ es que una ducha caliente ha sido un buen regalo de cumpleaños, sobre todo en esta situación... aunque llegue con un día de retraso. ̶ Tú te mereces mucho más ̶ respondió el friki, mirándola apasionadamente a los ojos ̶ . Una ducha calentita, a tu mascota Bigotitos y un pastel enorme con letras de nata que pongan “Alejandra”. ̶ Yo no me llamo Alejandra ̶ admitió Alex. 59

̶ ¡Ya llegué! ̶ rugió el puro músculo, y el plano se estremeció48. Es decir, que el cani irrumpió en el salón. ̶ ¿Y cómo te llamas entonces? ̶ se extrañó Luisma ̶ ¿De qué viene si no “Alex”? ̶ Ya está libre la ducha ̶ se impacientó er Jhonatan. ̶ Ve a ducharte, anda. Luisma, fastidiado, salió del salón a una velocidad subsónica, entró a toda prisa en la ducha, se duchó todo lo rápido que pudo para continuar la conversación con Alex. Entonces se dio cuenta. Antes de entrar en la ducha, hay que quitarse la ropa... Salió de la ducha como alma que lleva el diablo, se arrancó la ropa del cuerpo, saltó de nuevo adentro y se duchó otra vez, ésta, con la ropa quitada. Corrió hacia su habitación con la toalla anudada en la cintura, cogió ropa seca y salió pitando hacia el salón. ̶ ¿Ya has acabado? ̶ se sorprendió la chica al verlo entrar. ̶ Bueno, shurmano, nos vamos para la radio, ¿no? ̶ propuso el cani. ̶ Un momento, cojamos armas antes de irnos, por si acaso. Entraron de nuevo en la habitación de Luisma. Éste abrió un armario y metió la mano hasta el fondo. Sacó un sable láser y se lo guardó para sí. Rebuscó un poco más y extrajo un bate de béisbol autografiado, que le pasó a Jhonatan. Por último, sacó lo último que le quedaba y que se pareciese a un arma: una especie de cilindro de la longitud de un antebrazo que se ensanchaba por uno de sus extremos, pero su finalidad no estaba muy clara. Se lo entregó a Alex, no muy seguro de que le pudiese servir de algo. Abrieron la puerta de la calle y salieron. Pero al salir del portal se dieron cuenta de que no estaban solos. Efectivamente, se trataba del zombie de ayer, les había esperado en la calle todo ese tiempo. Se levantó, dejando caer unos periódicos que se había puesto por encima para pasar la noche, y se acercó a ellos lentamente, como un vejete octogenario. ̶ Vaya, todavía sigue aquí ̶ se lamentó Luisma ̶ . No lo miréis. Haced como si no lo hubieseis visto y quizá se vaya. 48 Ese texto aparece en una carta del juego Magic: The Gathering

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̶ ¿Y si le ponemos un collar y es nuestra mascota? ̶ sugirió Alex. Luego, observó su cara, como decidiendo qué era lo que mejor le pegaba y concluyó con: ̶ Podríamos llamarlo Micifuz. ̶ ¡Pero si Micifuz no le pega nada! ¡Se te da fatal escoger nombres! ̶ Bueno, Luis, a mí me gusta Micifuz. ¿Cómo lo llamarías tú? ̶ Baboso es un nombre que le sienta como un guante ̶ sentenció el friki, mirando las babas que le colgaban de la boca ̶ . Baboso es un nombre de ogro o de troll, claro, pero a este nomuerto, también le queda bien. ̶ A mí me gusta Micifuz, tú ̶ la apoyó er Jhonatan. Y así fue como nuestros protagonistas consiguieron un infectado-mascota, de nombre Micifuz. ... Después de un rato caminando, por fin, Luisma se atrevió a hablar con Alex sobre el tema de su nombre. ̶ Alex. Todavía no me has dicho cómo te llamas. ̶ Me da un poco de vergüenza. Mi nombre es horrible, por eso me llaman Alex ̶ desvió la mirada hacia el suelo. ̶ No puede ser tan feo ̶ pensó Luis en voz alta ̶ ¿De qué más nombre viene Alex, además del de Alejandra? ̶ Aleximandra... ̶ ¿Qué? ̶ Aleximandra. Ése es mi nombre. ̶ Oh. Vaya... ̶ Ya está, ya lo he dicho. ¿Podemos seguir? ... La estación de radio era un edificio viejo y mugriento. Las grandes letras colgaban sobre la puerta y el óxido de la antena amenazaba con derribarla. El cielo ya se había tornado rojizo para cuando Luisma, Alex y er Jhonatan cruzaron sus puertas. Quizás se habían entretenido demasiado en casa del friki.

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Cerraron la puerta, que se selló con un ruido pesado, como lo haría la losa de un antiguo sepulcro. ̶ Cucha, yo voy a investigar por allí, sosio ̶ se despidió er Jhonatan justo antes de desaparecer por un pasillo oscuro. Se hizo el silencio. ̶ Oye, Alex ̶ empezó Luisma mientras la conducía por otro corredor ̶ ¿Y cómo es que a tus padres se les ocurrió ponerte un nombre así? Los padres normales les ponen a sus hijos nombres normales como Kara Zor-El o puede que Idril Celebrindal... ̶ Es que mis padres son griegos ̶ empezó ella ̶ . Mi padre se llamaba Anaximandro y mi madre, Aspasia. Yo nací en Grecia, pero vinimos a este país cuando yo era pequeña todavía, por motivos personales... ... Pero Lulú ya no estaba en la estación de radio abandonada para cuando Alex, Luisma y er Jhonatan registraron hasta el último palmo de la última sala. Estaba siguiéndole la pista a su compañero. No era difícil, el truco estaba en seguir el rastro de cadáveres. Era peligroso, pero al caer la noche, las alcantarillas se convertían en el mejor refugio... Sólo para dormir un poco, claro. Normalmente, ella avanzaba incansable, sin detenerse siquiera por la noche, salvo lo estrictamente necesario. Y al fin llegó hasta donde el rastro parecía terminarse: un centro comercial en el otro extremo de la ciudad. Lo que más le extrañó fue ver luces en el interior, señales inequívocas de vida. Una mano le tocó el hombro. Lulú se giró bruscamente para descubrir tras de sí a quien estaba buscando. Dante era un bohemio, con su ropa bohemia, su boina bohemia y todas esas cosas bohemias que les gustan a los bohemios. Era un poeta, un músico, un dibujante y un vagabundo, todo en uno49.

49 El nombre de este personaje está basado en el autor homónimo de La Divina Comedia, la cual no era divina y desde luego que no era una comedia...

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̶ Cuando el abrazo de la noche lo propicie ̶ dijo él ̶ , asaltaremos el centro comercial. Es casi seguro que sus moradores no opondrán resistencia. ̶ ¿Y eso cuándo será? ̶ Diez minutos... ... Cayó la noche. Alex, Luisma y Jhonatan volvieron a reunirse en una de las salas de la emisora de radio. Al explorarla, el cani había encontrado varias armas en un armario, pistolas y escopetas de caza sobre todo. Por su parte, la chica y el friki habían hecho lo propio con un pequeño asentamiento improvisado: una cocina para camping, unos sacos de dormir, almohadas y comida. Sin duda alguna, alguien había estado viviendo allí... ̶ Entonces ̶ recapituló Luisma ̶ , al final, nos quedamos a dormir aquí y si no vuelve el tipo de los mensajes, nos llevamos lo más útil y volvemos al centro comercial, ¿todos de acuerdo? ̶ De acuerdo ̶ concluyó Alex. ̶ Eso ̶ concedió er Jhonatan. ... Dante y Lulú entraron sigilosamente por los conductos de ventilación del centro comercial, como en una película de acción topiquera. Dante empujó la rejilla al final y saltaron a los pasillos. Giraron por un corredor, en estado de alerta, y avanzaron hasta oír una voz. ̶ ¿Quién anda ahí? ̶ gritó el filósofo, mientras se ponía delante de los intrusos. ̶ Más supervivientes ̶ contestó Dante ̶ . No te asustes, tío, no estás solo. ̶ Tampoco antes estaba solo. Ahí tengo a un tipo gordo ̶ señaló hacia una papelera, detrás de la cual estaba escondido Simón Floid, que saludó lentamente al ser descubierto. ̶ Yo me llamo Dante, y ella es Lulú. ̶ El gordo se llama Simón ̶ le presentó el filósofo. 63

̶ ¿Y tú? ̶ preguntó Lulú. ̶ Irrelevante ̶ dijo él ̶ , mi nombre no importa. ̶ Señorita Lulú ̶ se acercó el psicólogo ̶ , tiene usted una belleza muy alternativa, si me permite decírselo ̶ clavó los ojos en su septum. ̶ ¿Belleza? ̶ reflexionó ella ̶ ¿Qué es la belleza? ̶ ̶ Belleza eres tú ̶ la halagó Dante. ̶ Un servidor aquí presente considera la belleza como una conjunción espacio-temporal de una percepción adecuada con un estado determinado, aunque podría extenderme durante horas hablando sobre ello ̶ intervino el filósofo. Lulú sonrió y le miró de reojo. ̶ ¿Hay más refugiados en este edificio? ̶ interrogó Dante. ̶ Nosotros dos y, bueno, tres que se fueron siguiendo una señal de radio que recibimos ̶ explicó Floid ̶ , supongo que cuando encuentren a quien la está enviando, lo traerán también... ̶ Estooo... ̶ interrumpió Lulú ̶ Éramos nosotros los de la señal. Estábamos instalados en la emisora de radio local, pero vinimos aquí, aún no sé por qué motivo ̶ clavó la mirada en su compañero. ̶ Pues ya verás la gracia que les hace cuando lleguen y se encuentren el edificio vacío ̶ apuntó el filósofo. ̶ ¿Y bien? ̶ dijo Simón Floid ̶ ¿Va a decirnos qué les trae por aquí? ̶ Razones no me faltan, pero he de confesar que no tengo intención de contarlas ̶ respondió Dante ̶ , no obstante, lo consultaré con la almohada. ̶ Tenemos camas libres en Menaje del Hogar ̶ señaló el filósofo ̶ . Podéis dormir con nosotros, y mañana continuaremos donde lo hemos dejado. Se dirigieron hacia los dormitorios improvisados en la tienda de Menaje del Hogar, donde ahora disponía de camas más que suficientes para cuantos visitantes quisiesen aparecer. Lulú se tumbó en la cama que estaba pegada a la del filósofo. Para dormir, se había dejado la camiseta y unos shorts de

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encaje50 bastante bonitos. Estaba tendida de costado, con el brazo derecho flexionado bajo la almohada y las mantas a la altura de las caderas. El filósofo estaba, a su vez, de cara a ella, observándola con aire ligeramente pensativo. Levantó la camiseta de la chica lentamente, deslizándola con un dedo hasta el ombligo. Luego desvió el dedo hacia abajo y le susurró: ̶ ¿Apendicitis? En el cuerpo de Lulú podía verse una cicatriz reciente, aún con las grapas puestas, que era lo que había llamado la atención del filósofo. ̶ Sí ̶ contestó ella ̶ , me operé justo antes de que todo esto empezase. He tenido suerte. Un poco más tarde y estaría muerta, ahora que no hay médicos que operen a los enfermos y esas cosas... ̶ Cierto. Ahora vamos a dormir... ̶ De acuerdo. Mañana hablaremos.

50 Mi prenda de lencería favorita, por cierto.

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Flashforward51 No era cosa buena echar un polvo justo después de un entierro. Pero allí estaban. Alex y él. Hacía nada que se habían separado de los otros y por fin estaban solos. Y ya llevaba mucho tiempo detrás de Alex. Demasiado. Su boca fue deslizándose por el cuello de la chica, lentamente, bajando poco a poco, mientras le quitaba la camiseta. Una vez destapado el torso de ella, él fue depositando besitos a lo largo de su pecho, hacia abajo, mientras se enfrentaba simultáneamente a la tarea más dura posible para un hombre: desabrocharle el sostén. Dejó caer a sus pies el sujetador y acarició su cuerpo suave y tibio con ambas manos, a la vez que alternaba entre besarla en la boca y lamerle el cuello. Fue deslizando suavemente sus manos hacia los pantalones de ella y los desabrochó. Se inclinó hacia adelante y lamió sus pechos. Con una mano frotaba y levantaba su culito perfecto y con la otra bajó la cremallera de su propio pantalón y lo apartó hacia el suelo. Es bien sabido por todos que existe un orden estándar a la hora de desvestirse antes de hacerlo con una mujer. Primero, el calzado; a continuación, la camiseta; después, los calcetines; luego los pantalones y, por último, los calzoncillos. Y no hay nada más ridículo que un hombre que altere este orden. Se dejó caer de rodillas ante ella y le bajó las braguitas con la boca, mientras continuaba besando su cuerpo cada vez más abajo, aunque se había detenido ligeramente en su ombligo. Con un suave y amable empujoncito la invitó a reclinarse hacia atrás y sentarse sobre la mesa, con las piernas abiertas. Él ya había llegado con la boca casi hasta su pelvis. Acarició con su mano la parte interna de los muslos de ella, suavemente, muy suavemente, hacia sus ingles y luego otra vez despacio a la rodilla y volvía a cambiar de dirección, aprovechando para abrirle un poco más las piernas. Sus besitos viajeros ya habían llegado 51 Atención: Mini-capítulo porno. No leer en compañía de menores.

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hasta el clítoris de Alex. Lo besó, y después lamió suavemente sus labios. Ella emitió un quejidito de placer, mordiéndose la uña del pulgar y cerrando lentamente los ojos, disfrutando de la sensación. Un gemido escapó de la boca de Alex. Él aumentaba el ritmo de su lengua a medida que la chica gemía más y más fuerte. La deslizaba de arriba hacia abajo por sus labios y de cuando en cuando, y cada vez con mayor frecuencia, la pasaba delicadamente por su clítoris. Y de pronto, le dio la vuelta con brusquedad e intentó meterle su pene en el culo. ̶ ¡No! ¡Nooo! ̶ le riño Alex ̶ ¡Que no me gusta! ̶ Fue sin querer. ̶ ¡Que no cuela, Jhonny!52 ̶ dijo ella ̶ Anda, sigue a lo que estabas haciendo.

52 ¡Sorpresa! El afortunado de este capítulo era el cani, nada más y nada menos...

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Día 6 Lulú despertó con el piercing del septum girado hacia un lado. Solía pasarle a menudo. Se lo colocó otra vez bien y fue al baño. De vuelta, se encontró con que el filósofo acababa de despertar, lo cual le brindaba una oportunidad preciosa para entablar conversación. ... ̶ Mirad lo que he encontrado ̶ le dijo Luisma a sus compañeros ̶ , son unas anotaciones hechas por quien estaba asentado aquí. Tiene unos bocetos y algunas explicaciones... Al parecer, el virus que convierte a la gente en zombies... bueno, él piensa que se debe a nano-tecnología, pero bueno... el caso es que el virus ha mutado en varias cepas diferentes, o puede que actúe de manera diferente en algunas personas, pero aquí tiene apuntados varios tipos de engendros diferentes... Extendió hacia Alex y er Jhonatan una hoja vieja de un diario, con un boceto que parecía una versión putrefacta del increíble Hulk y un texto ininteligible debido a la mala caligrafía. ̶ ¿Este bicho, qué es? ̶ preguntó la chica. ̶ Supongo que podríamos llamarlo... Tanque53. ... Los tres amigos andaban por las desiertas calles, seguidos de cerca por Micifuz. La verdad es que tenían miedo por si se encontraban con un tanque al doblar una esquina o algo así. Alex caminaba un paso por detrás de los chicos, mirando de reojo a Jhonatan a cada cierto tiempo... Creía que, quizás, le estuviese gustando un poco. Oyeron un ruido. Miraron por una de las calles perpendiculares a la que recorrían y se encontraron con lo peor 53 Típico nombre para alguien así, sacado directamente de los videojuegos.

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que podían haberse encontrado: lo que antaño había sido una manifestación contra alguna de esas estupideces contra las que se suele manifestar la gente (como sueldos que no les dan para comprarse caprichos, tales como la comida o la ropa, o puede que la muerte de algún que otro inocente en un atentado), era ahora un enorme cúmulo de infectados que se dirigían a traspiés y chocando unos con otros y con las paredes, directamente hacia ellos con una parsimonia siniestra, tan característica de los muertos vivientes. ̶ ¡Girad! ̶ ordenó el friki, cambiando a la dirección contraria. ̶ ¡Por aquí! ¡Enga! ̶ les dirigió er Jhonatan. Torcieron por una calle hacia un barrio residencial, donde tuvieron que saltar la valla para evitar a los infectados. Claro está que algo tan torpe no dispone de la capacidad motora para saltar una valla. Así que saltaron la valla. ̶ ¡NO! ¡Micifuz! ̶ chilló Alex, extendiendo los brazos hacia su nueva mascota, que les seguía, gruñendo, a unos pasos de distancia, mientras sus compañeros tiraban de ella por los hombros para obligarla a pasar al otro lado de la valla. ̶ ¡Déjalo! ¡Sabrá cómo encontrarnos! Y de pronto estaban en un área residencial. Era un mundo completamente distinto. Pajaritos cantando por todos lados. Jardines bien cuidados por doquier. Carreteras y aceras limpias como las patas de un gato. Paz. Tranquilidad. Ausencia completa de ruidos. Y una fila interminable de casitas, todas iguales, a izquierda y derecha, como es característico en este tipo de urbanizaciones. ̶ ¿Sabéis lo que odio de las áreas residenciales? ̶ comentó Luisma ̶ Que todas las putas casas son iguales. Si yo viviese en una de estas, nunca sabría encontrar en cual vivo. ̶ Ahí vivía yo ̶ señaló Alex ̶ , esa es mi casa. ¿Entramos? ̶ Yo... siempre quise hacer esto ̶ intervino el cani, que aún llevaba el bate de béisbol que habían cogido de casa de Luisma. Y le rompió la cabeza a un gnomo de jardín, con furia, haciendo saltar por los aires los trozos de cerámica. ̶ ¡Eeeh! ̶ se quejó Alex, ante la destrucción gratuita de uno de sus gnomos de jardín ̶ ¡Que el señor Jingles era mi favorito! 70

Le clavó al cani una mirada asesina, y finalmente giró la llave en la cerradura de su casa y los hizo pasar a ambos dentro. Era una casa amplia, con dos plantas (una era un ficus; la otra, un helecho de interior). Además, el chalet tenía piso de arriba. El vestíbulo era espacioso y desde él podía verse el (aún más amplio) salón, que incluía una televisión plana, unos sofás cómodos con sus mesitas zen, sus velas perfumadas y todas esas cositas, y una alfombra peluda y suave que era gruesa como un césped artificial. Un grueso césped de color pastel. ̶ Ira, qué calidad ̶ se maravilló el cani, arrodillado en el suelo y acariciando la alfombra. ̶ Bueno, Alex ̶ le dijo Luisma ̶ , ¿necesitas coger algo? ¿Vas a enseñarnos tu habitación? ̶ Si queréis... Y los condujo escaleras arriba. Todo parecía lujoso y nuevo en aquella casa, y cuando entraron en la habitación de Alex, todo parecía lleno de cosas bonitas, perfumadas y/o en tonos pastel. Había muchos peluches en cada rincón, en las esquinas y encima de la cama. Ella se dejó caer encima de un montoncito de ositos y gatos de peluche, y se puso su capucha con orejas de conejo, lo que hacía que pareciese otro peluche más. ̶ Mamá dejó su coche en el garaje ̶ comentó ̶ , podemos cogerlo y llegar con él más rápido al centro comercial. ̶ Yo conduzco ̶ añadió rápidamente er Jhonatan, que ya estaba salivando ante la sola idea. ̶ Pues vamos, tampoco hace falta que aquí nos paremos mu... ̶ empezó el friki, pero paró de repente al notar que golpeaba con el pie algo que había debajo de la cama. Levantó un poco las mantas y miró bajo la cama. Extendió el brazo y sacó un objeto de debajo de ella. Un vibrador. ̶ ¡Uy! Esto es mío ̶ dijo ella, poniéndose roja y arrancándole enseguida el vibrador de las manos a Luisma, para guardarlo en un cajón ̶ . Bueno, aquí no hay nada que ver. ¿Cuándo nos vamos? ...

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El deportivo rojo derrapó en una curva para, acto seguido, salir disparado a toda velocidad, llevándose de cuajo a una vieja zombie, que caminaba lentamente, ayudada por uno de esos andadores que usan a veces los vejetes... Ya sabéis, esos que tienen cuatro patas y unas ruedecitas... ̶ ¡Muere, puta vieja! ̶ se carcajeó con satisfacción el cani. ̶ ¡Jhonny! ̶ le riñó Alex ̶ ¡Que estaba cruzando por el paso de cebra! ̶ ¿Qué más da? Ya taba muerta... Y siempre quise hacer eso también. El cani pisó el acelerador a fondo y se dirigió hacia las afueras de la ciudad, donde estaba situado el centro comercial, atropellando niños, ancianos y embarazadas por el camino. Después de derribar varias farolas, atropellar dos buzones de correos y pasar por encima de innumerables infectados, Alex rompió el silencio que se había formado. Se giró hacia el asiento trasero, donde estaba tumbado Luisma, y le dijo: ̶ ¿Qué crees que habrá sido de Micifuz? ̶ Bueno... ̶ murmuró él ̶ Una cosa es segura, que los otros zombies no se lo habrán comido. ̶ ¡Ay! ¿Cómo lo sabes? ̶ se alarmó la chica ̶ ¿Y si le ha pasado algo? ̶ No te preocupes, los zombies no se atacan entre ellos. Solo a los humanos, tal y como se ve en las películas. Seguro que Micifuz estará lentamente, muy lentamente, viniendo hacia nosotros. En cierta forma, es como el Equipaje de Rincewind 54: irá allá donde nosotros vayamos, y aunque nos alejemos hasta la otra punta del mundo y nos olvidemos de él... Un día aparecerá por el horizonte, con su siniestra lentitud, hasta llegar hasta donde estemos. Es el perseguidor paciente, la peor tortura imaginable. Er Jhonatan frenó de golpe y aparcó justo delante de la salida de incendios del centro comercial. Todos se bajaron del deportivo. El cani se guardó la llave para sí mismo y cerró la puerta de un portazo, con el típico gesto que tantas veces pone la gente “guay” que sale en las películas americanas (o por lo 54 Aquí, el friki habla de la saga de Mundodisco.

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menos, lo que en Hollywood entienden como un personaje molón y chanante). Nada más entrar al edificio, el grupo salió a recibirles. ̶ ¿Qué? ¿Has traído a mucha gente, facineroso? ̶ se mofó el filósofo del Jhonatan. ̶ ¡Su puta madre! ̶ respondió furioso el cani ̶ ¡No había nadie! ̶ ¿Ésta gente es nueva, no? ̶ dijo Alex, señalando a los dos desconocidos que se habían incorporado al grupo. ̶ ¡Epa! ̶ exclamó Jhonatan, con la vista clavada en Lulú ̶ ¡A ti no te conocía! ̶ Somos los que estábamos mandando esos mensajes desde la emisora de radio. Yo soy Lulú. ̶ Y un servidor, Dante. ̶ Nosotros ̶ intervino el friki ̶ somos Alex, Jhonatan y Luisma, respectivamente. ̶ Cucha ̶ le dijo el cani a Lulú ̶ , hay una bolera aquí en la planta baja, ¿te vienes a echar unos bolos? ̶ No, gracias ̶ declinó ella amablemente ̶ . Le he echado el ojo a un librito de Schopenhauer que he visto en la librería. Me gustaría leer un poco. ̶ Bah ̶ bufó el filósofo ̶ , Schopenhauer, prácticamente es Siddharta Gautama en versión alemana. ¿Seguro que no prefieres algo de Nietzsche? A mí me parece un tipo gracioso...55 ̶ También he visto que tenían “Así habló Zaratustra” ̶ sonrió Lulú ̶ . Quizás después podríamos ir a leer un rato juntos. Y el filósofo se frotó las manos con gesto malicioso. ̶ Estooo... ̶ continuó Luisma ̶ ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! ¡Encantado! Y cuando fue a estrecharle la mano a Dante, se dio cuenta de que el bohemio estaba sangrando por la nariz. ̶ Estás sangrando, tío ̶ le dijo. ̶ Oh... No es nada. ... 55 Siddharta Gautama es el verdadero nombre de Buda. Misteriosamente, las teorías de Schopenhauer recuerdan a las Cuatro Nobles Verdades del Budismo.

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El filósofo estaba tumbado en su colchón, cuando notó que alguien se sentaba a su lado. Era Luisma. ̶ Hola ̶ dijo el friki. ̶ ¿Qué querías? ̶ Hablar... ̶ Hablaremos. ̶ Bueno... ¿qué tal? ̶ Tan guapamente. A decir verdad, mejor que nunca. Desde que la sociedad desapareció somos realmente libres. Por supuesto, no todo está hecho, aún quedan pinceladas... bueno, muchas pinceladas... prejuicios que eliminar. Claro, eso puede llevar mucho tiempo. Pero en general estoy bien... Y no sé si te has dado cuenta, pero ahora que la muerte está más cerca que nunca, es cuando realmente empezamos a vivir. ¡Qué deliciosamente irónico! Ahora, un solo día de nuestras vidas parece un mes, o acaso ¿no parece que nos conocemos desde hace tiempo? Y apenas han transcurrido unos días... Aunque, por supuesto, el hecho de que pasemos juntos 24 horas al día, refuerza nuestros lazos, y mucho. Así que, en resumen, estoy bien... Pero sospecho que tú preguntabas más bien como pregunta de cortesía en lugar de porque te interesase la respuesta... Otro horrible prejuicio que eliminar, por cierto. Así que, mejor ve al grano. Solo te lo preguntaré una vez más: ¿Qué querías? ̶ A ti, ¿te mola alguna tía? ̶ Bueno, Lulú no está nada mal. Es ella misma... lo que más me gusta de una mujer. Además, por supuesto, puedo hablar de filosofía con ella. Discutimos. Lo cual me llena de orgullo y satisfacción56. Pero sobre todo, me gusta porque, a diferencia del 98% de los seres humanos que he conocido, piensa. ̶ Creía que tú creías que pensar no existía y todo eso... Que no existía el género humano, esas cosas... ̶ Claro, hablando en términos reales, no existe nada. Solo el soporte físico. Pero en términos humanos, todo existe. Si hablo así es para que me entiendas, aunque el lenguaje no tiene un 56 Guiño al discurso de navidad del rey de España.

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sentido en sí mismo, por supuesto... Las ideas son tan abstractas... El mundo, más bien, es tan incomprensible para nuestra mente, que tenemos que realizar nuestro esquema, nuestra traducción, para comprenderlo. Esto así no se entiende bien, necesitaría escribirlo y extenderme hojas y hojas para profundizar lo suficiente como para que me entendieras. En definitiva, el mundo de los sentidos es el esquema, y el mundo real es el incomprensible, pero yo tengo que hablarte del esquema, que es como verdaderamente nos entendemos. ¿Entiendes? ̶ Bueno, creo que sí ̶ mintió Luisma ̶ . Verás, a mí también me gusta una chica. Al principio solo me atraía físicamente, pero enseguida me enamoré de ella. Bueno, es Alex, ¿quién si no? No había otra en el mundo, solo podía ser ella de quien hablase ̶ rió, nervioso ̶ … Yo... yo la quiero. Soy un torpe para estas cosas, pero la quiero mucho. Y tengo la impresión de que ella no me quiere a mí. ̶ El verdadero amor es privilegio de unos pocos ̶ reflexionó el filósofo, con un aire profundo ̶ . ¿Sabes las posibilidades que hay de que un chico se enamore perdidamente de una chica a la vez que esa misma chica se enamora perdidamente justo del mismo chico? Despreciables, nulas, diría yo. En las relaciones, siempre hay una parte que ama más que la otra... Suelen ser las mujeres. Ahora bien, la gran mayoría de relaciones no son amor, sino comodidad: Una parte busca a la otra para satisfacer sus instintos y la otra, si prolonga dicha relación, es porque le resulta cómodo estar con la otra persona. Luego están los rollos de una sola vez. También puede ocurrir que ames a una chica y consigas acabar a su lado; puede ser que matarías por esa chica, pero no es frecuente que ella sienta lo mismo: no te amará, solo le gustarás, pero nada más... nada más profundo. Y hay mil casos más... En mi opinión, el porcentaje de parejas que se aman verdaderamente es tan pequeño que se vuelve invisible. ̶ No sé, tío... Tiene que haber algo más. Tiene que quedar amor en algún lado, algo que al final, encuentres. ̶ ¿Tiene que haber algo? ̶ se burló el filósofo ̶ Eso lo dices apoyándote en tus sentimientos, no en tu razón. Pero los

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sentimientos no implican la verdad. Eso es una sucia falacia. Un sofisma patético. ̶ Es difícil pensar que puede que ella nunca me ame como yo la amo a ella, solo es eso. No es justo... ̶ La vida es dura. Piensa que todo el dolor no te lo inflige ella, sino que todo dolor sale del interior de uno mismo. La justicia no existe, ha sido el hombre quien la ha inventado. Sabes lo que suelo decir. Justo o no, son juicios de valor. ̶ Colega... ̶ Dime. ̶ Lulú nos está mirando. Creo que ella querría hablar contigo, así que yo mejor me voy a dormir.

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Flashback El cirujano enloquecido, con la bata llena de sangre y un aspecto penoso, blandía el bisturí y lo agitaba frente a sí para alejar a un grupo de compañeros que intentaban tranquilizarle. ̶ ¿¡QUE ME TRANQUILICE!? ¿¡QUE ME TRANQUILICE!? ¡Hay que prenderle fuego a todos los cadáveres! ¡Hay que destruir las muestras! ¡Y los órganos para los donantes! ¡Hay que fumigar el hospital! ̶ Tranquilo, doctor Ibáñez. Baje ese bisturí... ̶ ¡Atrás! ¡Haréis que nos mate a todos! ¡Todo el edificio podría estar infectado ya! ¡Hay que poner a los pacientes en cuarentena! ¡Ahora mismo! ¿Pensáis que vais a sedarme y se acabó? ¡NUNCA! ... En ese mismo hospital, en la habitación de uno de los pacientes, una mujer lloraba sobre el pecho de un hombre que yacía tendido en la cama. El cuerpo aún estaba caliente. Acababa de morir. ̶ Era tan joven... taaan joven... ¿Por qué tenía que morir? ̶ lloraba ella desconsolada ̶ Si pudiese... Si pudiese estar con él una última vez... Un quejido ronco escapó de la garganta de aquel hombre, que empezó a incorporarse poco a poco. ̶ Pero... pero qué... ¡¡¡AAAAHHHHHHHH!!! ̶ y lo último que se oyó de aquella mujer fue un grito desgarrador.

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Día 7 Un hilo de sangre que se deslizaba por su mejilla despertó a Dante. Se incorporó y se limpió con el dorso de la mano, que quedó completamente manchado de rojo. Entró en el baño y se miró al espejo. Le salía sangre por ambos agujeros de la nariz, tenía los ojos rojos y los labios agrietados. Se echó algo de agua en la cara para disimular su aspecto y volvió con el grupo. Le dolía la cabeza y notaba más frío a cada paso. Sudando, volvió a tumbarse en la cama. ̶ Dante, ¿estás bien? ̶ susurró Lulú. Él se tumbó de lado, dejando al descubierto una herida en el cuello. ̶ El otro día ̶ dijo Dante ̶ me mordieron. No creí que fuese a ponerme así. ̶ No pasará nada, no pasará nada... Si no mueres cuando te muerden, puede que exista la posibilidad de evitar convertirte en uno de ellos. Aún no sabemos lo que pasará. ̶ Escucha, hay una cosa que estoy buscando... pero no puedo decírselo a nadie. Por eso abandoné la estación de radio. ̶ Espera ̶ le interrumpió ella ̶ , voy a buscar a los demás. Entre todos... algo haremos... Unas horas después, los supervivientes contemplaban el cadáver de Dante. ... Lo mejor, habían decidido, sería enterrar su cadáver cuanto antes. Y así lo hicieron. Organizaron un rápido funeral. Improvisaron un ataúd con un armario estrecho al que clavaron las puertas para impedir que se abriese, y lo pusieron en el lugar más tranquilo y lo más bajo tierra que pudieron encontrar: los subterráneos del centro comercial. Todo esto procuraron hacerlo lo más rápido que les fue posible, ya que no sabían cuánto tardaba un infectado en 79

levantarse y volver a la vida. Las ceremonias y todo eso lo dejaron para después. ̶ Bueno, ahora es cuando alguien debería decir algo, ¿no? ̶ aportó Luisma. ̶ Apenas lo conocía ̶ dijo Floid. ̶ Supongo que yo soy quien mejor lo conocía ̶ murmuró Lulú ̶ . Pero no llegamos a profundizar nuestra amistad. Él estaba con otra chica, pero murió hace poco... Así que estaba solo en el mundo. Creo que ahora podría decir lo mismo de mí misma ̶ terminó. El filósofo se acercó a ella y posó la mano sobre su hombro. ̶ Nos tenemos los unos a los otros ̶ dijo él ̶ . Ahora somos una manada. ̶ Tenemos que empezar a pensar en un futuro ̶ contribuyó Alex ̶ . Esta va a ser nuestra vida a partir de ahora. Para siempre. ̶ Sí. Pero... Oye, ¿no deberíamos guardar un minuto de silencio? ̶ interrumpió el friki ̶ En señal de respeto... Y pasaron un minuto en silencio, pero nadie parecía tener la intención de romperlo, así que el minuto se fue alargando artificialmente cada vez más... hasta convertirse en un silencio incómodo. ̶ Voy... voy al baño ̶ acabó por decir Alex, aunque en realidad lo único que quería era librarse de esa situación. Y se fue. Entró en el baño de mujeres de la planta baja, que estaba justo enfrente de la fuente central de la pequeña plaza interior, que era especialmente amplio y que tenía una de esas paredes de cristal translúcido que no dejan ver nada, pero en cambio permiten el paso de muchísima luz. Se sentó en el suelo, con la espalda apoyada en la susodicha pared y suspiró. Apenas pasaron unos instantes hasta que er Jhonatan entró en el baño y se sentó a su lado para empezar a darle algo de conversación, y luego, improvisar. Se miraron. Ella sonrió57. ... 57 Ahora estamos, cronológicamente, en el Flashforward de hace unas páginas.

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̶ Bueno, poco a poco se está empezando a ir la gente, ¿no? ̶ comentó el filósofo ̶ ¿Alguien se viene a leer un rato? ¿Lulú? ̶ Hoy me apetece algo de Zenón de Citio ̶ dijo Lulú ̶ . Estoy un poco estoica... ̶ Seh, pues yo voy a ver qué está haciendo Alex ̶ se despidió Luisma. ̶ Tomo nota, tomo nota... ̶ murmuró Simón Floid. Y Lulú y el filósofo se cogieron de la mano y se alejaron caminando hacia la librería. Charlando animadamente sobre lo que iban a leer. La librería era una tienda relativamente amplia. Tenía algunos pasillos formados por estanterías bajas que llegaban a la altura del pecho y, arrinconado al fondo a la derecha, un modesto mostrador de madera en forma de L. En el centro de sus dos escaparates de cristal, había una pequeña puerta, sobre la cual destacaba un pequeño cartelito en madera tallada que rezaba: “Nómadas: Libros y sus derivados”, aunque nadie sabía muy bien cuáles eran los productos derivados del libro... Posiblemente, libretas y folletos... ̶ ¿Qué te parece esta tienda? ̶ preguntó el filósofo ̶ No estaría mal para vivir en ella. ¿Verdad que no? ̶ Está bastante bien. Permanecieron un rato en silencio, hasta que él volvió a hablar. ̶ ¿Y si nos mudamos? ̶ propuso. ̶ Los otros no querrán venir ̶ dijo ella. ̶ Solos. Tú y yo. ¿Qué te parece? ̶ Vamos a por colchones ̶ aceptó Lulú. Echaron una pequeña carrera hasta Menaje del Hogar y atravesaron sus puertas riendo. Allí encontraron a Luisma, que estaba buscando a Alex. Estaba algo extrañado de no verla por allí. Pensó que quizás estuviese aún en el baño, pero le parecía raro que llevase allí tanto tiempo. Después de todo, ¿qué podría estar haciendo allí? ̶ Yo cojo por aquí y tú por allá ̶ le indicó el filósofo. Agarraron un colchón uno por cada extremo y empezaron a llevarlo hacia la salida. 81

̶ ¿A dónde lleváis eso? ̶ se interesó el friki. ̶ Lulú y yo nos mudamos a la tienda de “Libros y sus derivados”. ̶ ¿Y no deberíais llevar dos camas? ̶ preguntó Luisma. ̶ Emm... ̶ dijo el filósofo con aire sarcástico ̶ No. El friki se encogió de hombros y se fue a buscar a Alex al baño de la planta baja. Al pasar junto a la fuente, unas gotas minúsculas se le posaron en el cristal de las gafas, que se quitó un instante para secarlas con la camiseta. Llegó frente a la puerta del baño, se puso nuevamente las gafas y abrió mientras decía: ̶ Oye, Alex, llevas mucho... Pero no terminó la frase. Lo que vio le hizo enmudecer. Y entonces, su pequeño mundo se derrumbó como un castillo de naipes... ... Muchas horas después, Luisma aún seguía en la oscura y solitaria frutería. El punto más aislado del mundo que había en esos momentos en el centro comercial. Aunque, por supuesto, era la primera vez en mucho tiempo que alguien entraba en ella, ya que la fruta estaba un poco pocha por aquel entonces. Y “un poco pocha” es un eufemismo. Se podría decir que estaba completamente podrida; es más, si la apretases con fuerza entre los dedos, cualquiera de esas peras o esos peludos kiwis se convertiría en puré de pera o en puré peludo de kiwi, respectivamente. Pero, en fin, el estado de la fruta de esa tienda no viene al caso... Lo que importa es que allí seguía Luisma y su furia asesina. ̶ ¡Estúpido! ̶ gritó mientras le arreaba una fuerte patada a un melón (que salió disparado contra la pared), pensando en que se trataba de la cabeza del cani ̶ ¡Hijo de puta! ¡Que la furia de Nurgle caiga sobre ti!58

58 Es una deidad del Caos del universo de fantasía de Warhammer.

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De pronto, se oyó un pequeño “clic” y la luz de la frutería se encendió. El friki giró la cabeza en dirección a la puerta y vislumbró una silueta regordeta. ̶ Amigo, son las tres de la mañana ̶ dijo Simón ̶ . ¿Qué le ha ocurrido para que se ponga así? ̶ ¡Tú no tienes ni idea! ̶ le chilló ̶ ¡Tengo derecho a ponerme como quiera! ̶ Vamos a ver... ¿Qué es eso que ha visto? ̶ Yo... cuando fui a buscar a Alex... ̶ Por supuesto... Alex... hacia la que ha desarrollado una atracción romántica, ¿verdad? ̶ Sí... Cuando abrí la puerta del baño... La vi. A ella y a Jhonatan. ̶ ¿Qué vio exactamente, dice? ̶ Ella estaba inclinada hacia adelante, de pie, con los pies separados y las manos contra la pared ̶ fue contando Luisma, poniéndose cada vez más y más furioso ̶ y detrás estaba... ¡Ese gilipollas! ̶ Calma, calma, amigo mío ̶ le contuvo Floid, mientras rescataba una oronda sandía de su rabioso pie. ̶ ¿¡Qué coño tiene ese subnormal que no tenga yo!? ̶ Bueno, para empezar... él es mayor. ̶ ¿¡Y qué!? ̶ No sé si se ha fijado, caballero ̶ arrancó el psicólogo pausadamente, acariciándose el lateral del bigote ̶ , en que la aplastante mayoría de las muchachas de su edad se sienten más atraídas por los jóvenes de más edad que ellas. Es una coincidencia psicológica muy interesante, si me lo permite. Yo diría que algo en el inconsciente colectivo las impulsa a ello. Si tuviese que arriesgarme, apostaría por que se trata de causas evolutivas; es decir, los machos alfa solían ser los de mayor edad (hasta que eran derrocados cuando su mayoría de edad era demasiado mayoritaria, por supuesto), por lo que emparejarse con un individuo de mayor edad siempre solía conllevar un mayor ascenso en la jerarquía de la manada, y posteriormente, en la jerarquía tribal. De modo que la evolución fue premiando a aquellas hembras que tenían deseos de emparejarse con los 83

machos más poderosos, los mayores. Y la selección natural hizo que esas hembras se convirtiesen en nuestras antepasadas, las otras, simplemente, desaparecieron... ̶ La naturaleza es cruel ̶ murmuró el friki con aire ausente. ̶ Emm... Sí, pero si me permite continuar... ̶ Déjalo... quizá mañana. Me voy a dormir. ̶ De acuerdo ̶ concedió el psicólogo ̶ . Solo una última cosa: es lo que yo llamo, mi “Teoría de los Tres Puntos”. Sepa que siempre que se enamore de una muchacha como Alex, ella, a su vez, se sentirá atraída con toda certeza por un chico que será más grande, más tonto, y más oportunista que usted... Oportunista, o amoral, como usted prefiera. ̶ ¿Tonto? ̶ rió Luisma ̶ ¿Y qué “causa evolutiva” ̶ dijo irónico, entrecomillando con los dedos ̶ tiene eso? ¿A qué fin iban a juntarse nuestras antepasadas con los tontos? Se hizo una pequeña pausa, hasta que, al fin, Simón, con la vista perdida en un punto del suelo, sentado de perfil a Luisma, quien se había puesto de pie para irse, afirmó: ̶ Más fácilmente manejables.

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Flashforward Era una tarde fría, en la que el cielo se había tornado de un gris muy oscuro, como amenazante de descargar su furia contra la tierra. Aunque dadas las circunstancias, bien podría decirse que se había teñido de luto para la ocasión. En mitad de un bosque de coníferas, a escasos metros de unas tiendas de campaña raquíticas, se hallaba una incipiente hoguera. Y alrededor de la hoguera, cuatro personas, cansadas y consumidas. ̶ Joder ̶ dijo Lulú ̶ , caen como moscas... Y lo más probable es que nosotros acabemos como ellos también. ̶ No digas eso ̶ la tranquilizó el filósofo, rodeándola con sus brazos y apretándola contra sí en uno de los pocos abrazos que había dado en su vida. ̶ Puta mierda ̶ gruñó el cani ̶ . Nos vamos a morir todos antes de una semana como sigamos así. ̶ Me dio un vuelco el corazón cuando mordieron a Luis en el brazo ̶ se lamentó Alex ̶ . La verdad es que le había cogido cariño, y nunca se lo demostré ni le traté todo lo bien que habría podido... Y supongo que ahora nunca podré hacerlo. Pobrecito... ̶ Y Simón ̶ intervino er Jhonatan ̶ . Llevaba con nosotros desde er principio, no me puedo creer que se haya muerto, colegas... ̶ Los echaremos de menos a los dos ̶ añadió Lulú ̶ . O debería decir, a los tres: Simón, Luisma... y Dante. Si es que seguimos aquí para eso... ̶ ¿Queréis dejar de hablar así todos? ̶ se quejó el filósofo ̶ Estáis adelantando acontecimientos. Al final, todo saldrá bien. Ya lo veréis. Se giró y se marchó andando hacia la tienda de campaña más cercana. Abrió la cremallera y se metió dentro. Lulú corrió tras él y se metió en la misma tienda de campaña, mientras Alex y Jhonatan se refugiaban en otra.

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̶ Ey, lo siento ̶ le susurró Lulú al filósofo al entrar, se acercó a él y le colocó una mano en el pecho; la otra, la usó para apoyarse en el suelo. ̶ No pasa nada... No eres tú... ̶ contestó él, pasándole un brazo por encima de los hombros. ̶ A ver, tontorrón, ¿qué te pasa? ¿Tienes miedo de perder algo? No me esperaba eso de ti, ¿eh? ̶ le sonrió ella. El filósofo levantó la cabeza un poco y alzó la mirada hasta clavar sus ojos en los de ella. ̶ ¿A mí? ̶ dijo Lulú. ̶ A veces, crees que has amado... Pero es cuando encuentras a una persona por la que de verdad lo darías todo cuando, de verdad, descubres lo que es el amor ̶ reflexionó el filósofo. ̶ ¿Ves? Cuando quieres, tú también sabes decir cosas bonitas ̶ le halagó . ̶ Un filósofo nunca dice “cosas bonitas”. Un filósofo dice la única cosa bonita: la Verdad. ̶ Pero, tú mismo llegaste a la conclusión de que nada existe. Y ahora estás enamorado, siendo el amor un sentimiento inventado, sin sentido trascendental, por lo que tus actos y tus palabras se contradicen ̶ le recordó ella. ̶ Lo sé... y me odio por ello. ̶ Yo también te odio ̶ dijo Lulú, y fue a darle un abrazo. El filósofo pasó sus propios brazos por debajo de los de ella y la abrazó también, con fuerza, pero con delicadeza. Frotó su espalda y la besó en la mejilla; luego, a la altura de la mandíbula; luego, le besó el cuello; luego, pasó a darle besitos en las orejas. ̶ ¡Ay! ¡Para! ̶ rió Lulú ̶ ¡Que me haces cosquillas! ̶ ¡Que te como! ̶ bromeó él ̶ ¡Uy, que te como! ̶ y echaron a rodar, uno encima del otro, riendo, por el suelo de la tienda de campaña. Mientras tanto, Alex y Jhonatan no se perdían detalle, con la oreja pegada a su tienda para ver si podían captar algo más de la conversación del filósofo y Lulú. ̶ Ay, que raritos son los pobres ̶ sonrió Alex ̶ . Los dos. ̶ Ya ̶ asintió el cani ̶ . ¿Echamos un polvo? ̶ Oye, ¿tú me quieres? ̶ le preguntó la chica. 86

̶ ¡Pos claro que sí! Te quiero tanto, que te follaría. Anda, vamos a hacerlo un rato...

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Diez años antes Diez años antes del apocalipsis caníbal, en un barrio humilde del casco antiguo de la ciudad, entre las callejuelas de suelo empedrado y las casas viejas de pintura desconchada cubierta por la hiedra, er Jhonatan jugaba con sus amigos a perseguir a los perros callejeros. Su abuela, sentada en un banco junto a otras viejecitas del barrio, observaba a su nieto. El futuro cani correteaba de aquí para allá y, de cuando en cuando, le pellizcaba el culo a alguna de las niñas o les robaba besos. A todo esto, las viejecitas reían y comentaban entre ellas. ̶ Este Jhonatan ̶ dijo su abuela ̶ es igual que su padre. Todo un don Juan. ̶ Cuando sea mayor, las tendrá a todas detrás. ̶ ¡Ah, no digas tonterías! ¡Tampoco es pa tanto! ̶ ¡Vosotras! ¡Criticonas! Eso ya se verá... ̶ Pues ya se verá... Tiempo al tiempo. ̶ Ya se verá, si Dios quiere. ... En la zona más adinerada de la ciudad, todos los vecinos de la urbanización se reunían en la acera, frente a una casa, para dar la bienvenida a una familia que acababa de mudarse al vecindario. Griegos, al parecer. ̶ He oído decir ̶ cuchicheó una de las mujeres ̶ que vinieron a este país para que la niña recibiese un tratamiento médico. Desde luego, debe de ser horrible para los padres... ̶ ¿Ah, sí? ̶ contestó otra, dándole un toquecito en el brazo ̶ Cuenta, cuenta, mujer. ̶ Pues, parece que la niña tiene un enfermedad degenerativa, y necesita de un médico de la cabeza. Un psicólogo o un psiquiatra o algo así. ̶ Pues si es una enfermedad degenerativa, un psiquiatra, ¿no?

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̶ Yo nunca los he distinguido. Pero dicen que vinieron a ver a una muy buena que vive aquí mismito. Encarnación Floid, se llama.59 ... Al mismo tiempo, en un antro oscuro que antaño había sido un matadero, cuatro tipos se reunían con perversos fines. Algunos se conocían entre ellos, otros eran desconocidos, pero todos ellos habían acordado fundar una misteriosa secta. Les iría bien y podrían sacar un dinerillo lavando cerebros, pensaban, y de paso, podrían practicar las malas artes. La recién fundada hermandad era bastante modesta, pero irían creciendo poco a poco, sin prisa. Como no todos se conocían ni tenían intención de darse a conocer a posibles nuevos adeptos, lo primero que hicieron fue ponerse nombres nuevos: Señor Siniestro, Señor Matarife, Señor Muerte y Señor Osito60. El Señor Siniestro era un borrachuzo cualquiera sin nada que perder, calvo, con una barba mal cuidada y unos semi-harapos por ropa. No iría a ningún lado sin su botella de vino medio vacía: Antes de la primera reunión oficial de la secta, había aparecido con una botella de vidrio con tres dedos de vino; en la primera reunión, había aparecido con un botella con tres dedos de vino; había llevado también una botella con tres dedos de vino al reclutamiento de nuevos miembros, y siguió llevando una botella con tres dedos de vino durante los diez siguientes años... Los mismos tres dedos de vino en todas las ocasiones, por cierto. El muy miserable se emborrachaba con el jarabe para la tos. El Señor Matarife era un pervertido de poca monta, pero algo más malvado que el Señor Siniestro, al fin y al cabo. Flacucho, con unas ojeras perpetuas que podrían estar tatuadas perfectamente, ligera chepa y la fea manía de andar por las 59 Este personaje, en principio, iba a llamarse Eduviges Floid, pero sonaba demasiado a parte de la novela de Pedro Páramo. 60 Repito que esto es ficción, los nombres son pura casualidad y no hacen referencia a personajes reales. Osito es un nombre que sonaba infantil, tierno y chocante para un miembro de una secta, por eso este personaje se llama así.

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esquinas siempre frotándose las manos. Acostumbraba a llevar unos guantes con los dedos cortados que le daban un ligero aspecto de mendigo, pero eso no desentonaba con la apariencia física del Señor Siniestro. El Señor Muerte era otro sectario más manso que otra cosa, por mucho que se empeñase en fingir ser un adorador del demonio. Lo de Señor Muerte era, como es obvio, porque sonaba bien, ya que él se había cobrado menos vidas que el... que el... que un... en fin, no se me ocurre ningún símil gracioso, pero el caso es que era completamente inofensivo. Al empezar con la secta, se había dejado una pequeña barba afilada de chivo, pero no solo no le hacía parecer más malvado, sino que le daba aspecto de caricatura. De caricatura de cabra, para ser más exactos. En una deliciosa ironía, el único cuyo corazón era realmente cruel y maligno, era el Señor Osito, que había escogido este nombre a causa de su retorcido sentido del humor. El Señor Osito no hablaba mucho, no se metía con nadie, pero no tenía ningún reparo en eliminar a cualquiera que le resultase un estorbo. Era un tipo bastante perverso, es decir, daba miedito. Se decía que se había vuelto loco y había fundado la secta después de encontrar, en un viaje a una antigua tumba de Egipto, un libro. Dicho libro recibía el nombre del Normanomicón61, el libro de los muy muertos. Un libro con pasajes demoníacos escritos con sangre y encuadernado con piel humana. La verdad es que suena a tópico de película de terror, pero algo que no mencionan las películas de terror con respecto a los libros forrados de piel humana es el problema del acné: cuando a tu terrible libro le salen granos, deja de dar tanto miedo. En serio, un libro con espinillas no es algo que asuste mucho. Por eso hay que lavar las pastas de vez en cuando con un jabón especial, para evitar que se acumule la grasa. Volviendo al tema anterior, el Señor Osito había sido el fundador supremo de la secta y por ello, había sido quien había escogido el símbolo para su nuevo culto de las sombras. El símbolo le representaba tanto a él, como a su nueva “familia”. 61 Este libro es mencionado en Fable II, un videojuego de XBox

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Era un hacha pintada con sangre, aunque dado que la sangre es ligeramente difícil de conseguir, solían conformarse con zumo de tomate. Pero había un pasaje en el Normanomicón que era, con diferencia, el más horroroso de todos los párrafos que contenía aquel grimorio de pesadilla. Era un pasaje dedicado a la invocación de los muertos vivientes que deberían acabar, para siempre, con todo rastro de vida sobre la faz de la Tierra. El ritual exigía unos objetivos excepcionales, pero la atención de aquellos hombres se fijó de inmediato en aquel capítulo y, desde luego, tarde o temprano acabarían por conseguirlo... ... Se sucedieron los días, muchos días, y empezaron a darse crímenes y delitos por la ciudad que aparecían firmados con un hacha de zumo de tomate o, en los peores casos, de sangre. El asalto al banco de sangre, el secuestro de indigentes, el robo de productos químicos... y eso era tan solo el principio. Un policía como otro cualquiera andaba sobre la pista de la secta del hacha, cada vez más agobiado por su trabajo. Casi tan agobiado, que no tenía tiempo para ver a su mujer ni a su hija, la pequeña Lulú. A sus siete años, Lulú tenía problemas en el colegio. No jugaba con los niños de su edad. Ellos se reían de ella porque, durante el recreo, se sentaba apartada del grupo a leer o escribir poesías. No le gustaba correr detrás de una pelota como a los niños, ni saltar a la comba como a las niñas. Ella prefería estar sola. Ese día, al tocar el timbre, se colocó su mochila y cogió su librito de Víctor Hugo con las dos manos, colocándoselo junto al pecho, y echó a andar hacia su casa, que estaba a un par de manzanas de distancia. Su mamá no podía ir a recogerla, estaba muy ocupada siempre. Un par de críos pasaron corriendo junto a ella, mientras un tercero le pegaba un empujón, antes de alejarse corriendo con sus dos compinches. No pasaba nada, ella estaba acostumbrada a ser 92

la “rarita”. Los vio alejarse, jugando a polis y a cacos. No tenían ni idea. Ser poli no se parecía en nada a ir pegando tiros. Ella lo sabía bien. Anduvo unos cuantos metros en silencio, mirando hacia el suelo, hasta que se chocó con una figura de aspecto siniestro. Lulú levantó la mirada con miedo, y el hombre bajó la cabeza. ̶ Hola, guapa. Tienes una mochila muy bonita 62 ̶ dijo el hombre, que tenía una voz algo grave, mientras se inclinaba y le acariciaba la cabeza ̶ . No te habré asustado, ¿verdad? Lulú negó enérgicamente con la cabeza, aunque mentía, puesto que seguía asustada. ̶ ¿Eso es un libro de Víctor Hugo? ̶ preguntó el hombre sombrío ̶ Qué niña tan lista eres. Leyendo a Víctor Hugo. ¿No deberías, a tu edad, estar jugando con peluches? ¿Eh? ¿No contestas? ¿O es que no tienes peluches? Ella negó nuevamente con la cabeza. ̶ ¡Vaya! Tus papás no te han comprado un peluche... ¡Estos papás están tontos! ¿No, chiquitina? ̶ bromeó el hombre ̶ Tengo un regalo para ti... La niña se sobresaltó e intentó escapar, pero aquel hombre la retuvo, cogiéndola por la cintura con las dos manos, levantándola y volviéndola a posar gentilmente, delante de sí. ̶ No me tengas miedo... Te gustará ̶ prometió el hombre, que se desabrochó dos botones de su abrigo e introdujo la mano para sacar un osito de peluche de un bolsillo interior de su chaqueta. Aunque el oso era bastante grande para haber abultado tan poco ̶ . Toma. Para ti. Lulú dejó caer el libro de Víctor Hugo al suelo de la sorpresa. Con una gran sonrisa, dirigió ambas manos hacia el peluche, lo cogió y lo abrazó felizmente. Y echó a correr hacia casa.63 ... 62 Guiño al Vampiro de Düsseldorf. 63 Recordad a este hombre y el encuentro con Lulú.

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¡Clic! La luz de la habitación de Alex se encendió. Ella estaba en la cama, llorando de miedo, y sus padres habían ido corriendo a verla. ̶ ¡Ey, Alex, Alex! ̶ dijo su madre, mientras se sentaba también en la cama, al lado de su hija ̶ Ya pasó, ya pasó... ¿Has vuelto a verlas? ¿Sí? ¿Es eso? Alex seguía llorando amargamente, con la cara enterrada entre las rodillas, sin hacer caso a su madre. Temblaba de miedo. Y de pronto, vio como otra escolopendra reptaba por las sábanas, intentando subir a sus muslos. Y luego otra, junto a su pie y otra a su izquierda. Ella se agitó, intentando escapar de aquellos gigantescos insectos, retrocediendo temerosa, contra la pared. Su madre intentaba calmarla, abrazándola y empujándola hacia su cuerpo. ̶ ¡Tranquila! ¡Tranquila, cielo! ¡No están ahí! ¡No son reales! Y cuando Alex volvió a mirar, las voraces escolopendras habían desaparecido. Ella se puso a llorar aún más fuerte y se abrazó a su madre, que le frotó la espalda para consolarla. La verdad es que a nadie le gustaría ver su cama llena de unos bichos enormes que son capaces de comerse a un ratón, pero a la niña le daban aún más mal rollo que a cualquier otra persona, les tenía pánico... Pero finalmente, se durmió. Su madre la arropó con cariño, apagó la luz y cerró la puerta despacito, para no despertar a su hija, y se fue a dormir también. Esa noche, Alex soñó con los pitufos, que venían y se la llevaban de la mano a un castillo de azúcar y nubes de algodón, pero eso no tiene nada que ver... Lo importante es que desde aquella noche, los ataques que Alex sufría se fueron haciendo cada vez más infrecuentes, hasta que casi se olvidó de las escolopendras, o por lo menos, así fue hasta diez años después... ... A la mañana siguiente, salió un sol precioso. El cielo estaba despejado. Las hojas de los árboles empezaban a ponerse

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amarillas. Era uno de los días más agradables desde hacía mucho tiempo. Luisma y otros niños se reunían juntos en un portal, como todos los sábados por la mañana, para disfrutar de una partida con sus Nintechnos, la consola de moda por aquel entonces. Como era de esperar, Luisma era el que siempre ganaba los combates entre sus chimpokomones y los de sus amigos. Desde la ventana del edificio de enfrente, su padre le observaba a ratos, mientras trabajaba en otro de sus experimentos. El padre de Luisma era, en efecto, científico. Trabajaba en un proyecto bastante innovador, mediante modificación del ADN, en busca de formas de vida más resistentes. Si todo salía bien, podría incluso encontrar el secreto de la inmortalidad. Imagina un mundo en que las personas no tuviesen que despedirse de sus seres queridos, no muriesen de hambre, ni por accidentes que les causasen heridas mortales... Desde luego, sería un mundo muy feliz, pensaba él.

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Día 8 Tomando el ejemplo del filósofo y Lulú, Luisma se apartó del grupo y estableció su casa en la tienda de video-juegos. Cuando le contó su decisión al resto del grupo, el espíritu independentista se extendió como la peste. Al cabo de unas horas, cada miembro de la pequeña comunidad de supervivientes se había mudado a un lugar diferente: Alex, a la tienda de golosinas; er Jhonatan, a la sección de deportes; Simón optó por quedarse en Menaje del Hogar; Luisma, en la ya mencionada tienda de videojuegos y Lulú y el filósofo, como es natural, se quedaron en la librería. ̶ Es una vergüenza ̶le comentó él a Lulú ̶ . Basta que uno se mude para que vayan todos detrás, cual vil Rebaño. No tienen personalidad, ni iniciativa, ni capacidad de decisión propia. ̶ Culo veo, culo quiero ̶ se encogió ella de hombros ̶ . Ya sabías lo que había. Siempre es lo mismo. ̶ Supongo que están en su derecho ̶ se resignó el filósofo ̶ . En fin, no se puede ir por ahí golpeando a la gente por muy estúpida que sea... Es algo que aprendí hace tiempo. Así que tendremos que dejarlos. ̶ ¡Toc, toc! ¿Interrumpo algo? ̶ saludó Luisma desde la puerta de la librería. ̶ ¡Ah! Hola, vecino. Pasa, pasa ̶ lo invitó el filósofo. ̶ Hola, Luisma ̶ dijo Lulú ̶ . ¿Querías algo? ̶ ¿No tendréis por ahí vosotros un libro... así, como tranquilo? ̶ preguntó el friki ̶ Que me dé paz espiritual . Vosotros que entendéis de esto... ̶ Ni idea ̶ admitió el filósofo ̶ , habla con ella. ̶ ¿Qué te parece Osho? Era un Iluminado. Toma. ̶ Buah, Lulú... ̶ protestó el filósofo ̶ Osho es un timo... ̶ Uy, eso me huele a falacia ad hominem ̶ dijo Lulú en tono irónico ̶ . Estás juzgando una teoría por los actos de su autor, lo cual, no influye para nada. ̶ ¿Falacias, yo? ¡Tú sueñas! Quizás me haya expresado mal ̶ cedió el filósofo, antes de volver a la carga ̶ , yo he llegado a la 97

conclusión de que sus ideas son tan erradas como la trayectoria de su autor. ̶ Bueeenoo... Estooo... ̶ interrumpió el friki ̶ Yo solo quería un libro y ya me iba... Pero ellos ya no le escuchaban. Salió de la librería con el libro bajo el brazo, sin dejar de mirarlos, y desapareció. ̶ Oye ̶ exclamó el filósofo cinco minutos después ̶ , ¿A dónde se ha ido el chico? ¡Mierda! ¡Se ha llevado el libro! ̶ Yo gano ̶ se regodeó la chica, triunfal, con los brazos en alto. ... A diez kilómetros de allí, el mismo mendigo al que se habían encontrado una semana antes en el parking, se calentaba con una hoguera improvisada en un cubo de basura. Miró a su acompañante, quien no tenía muy buena pinta, realmente. Es lo que suele pasar con los muertos, que desatienden su aspecto por completo... El mendigo se quitó su ajado sombrero de copa y se rascó la calva, antes de colocarse nuevamente la chistera. Introdujo una mano en el bolsillo de su peto de tirantes y sacó un cigarrillo. Lentamente se acercó a su compañero cadavérico y se sentó encima a fumarlo. Si alguna vez habéis tenido la oportunidad de sentaros en un cadáver en descomposición, seguramente sabréis lo cómodo que es, casi como un colchón de látex... Se adapta perfectamente a las formas del cuerpo. Una vez acomodado, el inmundo vagabundo sacó un objeto de la chaqueta del difunto. Dicho objeto era, nada más y nada menos, que el Normanomicón. Los diez años que había pasado en la ajetreada vida moderna le habían pasado factura, pero aparte de la portada que colgaba precariamente y las manchas circulares de café que habían dejado constancia de cada taza que había reposado sobre él, se conservaba misteriosamente bien. Igual que una vieja adinerada que se opera para parecer joven y, de hecho, consigue engañar a muchos hombres con su cara estirada y sus

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implantes de silicona... pero igualmente, pocos no huyen cuando llegan al templo de la perdición. Ojeó y hojeó el libro, es decir, primero le echó un ojo, después empezó a pasar la hojas, mientras se fumaba el pitillo. Dentro de ese libro, estaban los inventos más malignos de la humanidad, tales como la resurrección de los condenados, la poción de vómito infernal, las acelgas, el portal a la dimensión demonio, el brócoli, la invocación de las plagas y otras cosas horribles. Él no creía en esas tonterías, pero más valía asegurarse (sobre todo, cuando el futuro de la humanidad estaba en juego)... ... El cielo se estaba tornando rojizo. Dentro de poco, anochecería. Lulú y el filósofo estaban en la azotea, con los pies colgando del borde, mirando la puesta de sol. El astro rey estaba enorme y podía mirarse directamente sin que su brillo cegase la vista, las hojas de los árboles cubrían el suelo de tonos amarillos y rojos allí donde caían y pequeños grupos de infectados se agrupaban en la explanada, delante del centro comercial, como si estuviese a punto de comenzar un concierto o un botellón. ̶ ¿Te has fijado? ̶ dijo el filósofo. ̶ ¿En qué? ̶ preguntó Lulú. ̶ Cada vez hay más de ellos por aquí ̶ observó él. ̶ De los que no tienen alma... La verdad es que así es mejor ̶ comentó despreocupadamente ella ̶ . Esto estaba un poco aburrido últimamente. ̶ Alma... Buah ̶ murmuró el filósofo ̶ , vaya tontería. Eso no existe. ̶ ¿No? ¿Y cómo explicas el hecho de la consciencia humana? ̶ Que no tenga la respuesta no invalida mi tesis. ̶ Pero tampoco la confirma. ̶ Te odio. ̶ Yo también te odio. ̶ En serio, no hacemos más que discutir. Es divertido, de verdad. Pero no todo es diversión en este mundo ̶ dijo él ̶ . 99

También tiene aspectos bastante preocupantes, como el hecho de que cada vez lleguen más y más de esos tipos a nuestra explanada. ̶ Quizá estén preparando un ataque ̶ exclamó Lulú ilusionada ̶ . ¡Mira, ese de allí se parece a Chuck Norris! ... El mendigo caminó, arrastrando los pies, hasta una alcantarilla cercana. Haciendo palanca, no le resultó demasiado difícil levantar la pesada tapa metálica, la cual apartó hacia un lado. Había tomado una decisión y no podía seguir cargando con objetos inútiles, así que arrojó allí dentro el cadáver de su compañero. No sabía si el olor de la carne atraería a los zombies. No sabía muchas cosas. Pero por si acaso, lo mejor era deshacerse del cuerpo. Se guardó el Normanomicón en un bolsillo interior de sus harapos y puso rumbo hacia alguna parte. Poco importaba hacia donde. En esos momentos, todos los lugares del mundo eran igual de malos...

FIN DEL ACTO PRIMERO

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Interludio Fueron días tranquilos los que transcurrieron a continuación. Empezaba a llegar el frío, los árboles se quedaban desnudos y grises, los caníbales seguían aglomerándose en torno al centro comercial... Las largas conversaciones en torno a alguna fuente de calor improvisada se hicieron frecuentes. Y cuando cada uno volvía a su casa, Lulú y el filósofo seguían charlando en la librería hasta caer rendidos. Luisma empezó a hacer ejercicio, a ponerse en forma. Obviamente, le fue imposible alejarse de Alex, pero reforzó bastante su amistad con Lulú e intentó hacer lo mismo con el filósofo, aunque nunca sabía si sus reacciones eran buenas o malas. Todos empezaron a alarmarse cuando, un día, algunos de los infectados comenzaron a golpear las puertas, por lo que tuvieron que empezar a reforzarlas y a instalar medidas de seguridad. Lo peor de todo era que convivir con unos muertos vivientes que no necesitan detenerse para comer, dormir, o cualquier otra actividad humana, significaba alboroto constante durante las 24 horas del día. Y eso dificultaba poder dormir un rato, al menos, a quienes vivían más cerca de las puertas. Llegados a cierto punto en el tiempo, las relaciones de la pequeña comunidad parecieron fraccionarse. Por una parte, Luisma apenas se trataba con el psicólogo y el cani, ya que no eran demasiado amigos. Por otra, Lulú y el filósofo no solían relacionarse con Alex, er Jhonatan, ni Simón. La chica trataba con Luisma, el cani y en ocasiones con el psicólogo. Er Jhonatan, parecía centrado en Alex, ya que Lulú no le hacía caso. Y por último, Simón se mantenía al margen de las malas relaciones e intentaba observar el comportamiento de todos por igual. Y en resumen, eso fue lo que pasó durante los siguientes días...

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ACTO SEGUNDO: La Balada de los Payasos Muertos

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Ocho años antes En el viejo parque, todos se habían ido ya a casa. Todos, excepto el cani y su novia, aunque novia no sería el término correcto... más bien, la chica que estaba en esos momentos con er Jhonatan. Era de noche, cuando los yonquis empezaban a aparecer por el parque y cuando el cani mostraba su cara oculta... A sus diez años, er Jhonatan estaba empezando a fumar por las noches, aprovechando que las abuelitas se iban a sus casas a dormir. Estaba con la chica en el banco de madera en el que quedaban cuando apareció su camello. Se pilló lo de siempre y rápidamente se olvidó parcialmente de su compañía femenina. Para él, era mucho más importante hacerse el tipo duro y parecer mayor con aquel cigarrillo en la boca. ... Lulú, esta vez con nueve años, volvía sola a casa del colegio, otra vez. Sus padres seguían estando demasiado ocupados. Y encima le hacían llevar esos estúpidos pendientes. En cuanto pudiese, se quitaría los pendientes para siempre, pensaba; después de todo, odiaba tener esas estupideces colgando de su cuerpo.64 Al llegar a casa tocó varias veces el timbre. Nunca funcionaba de la primera, estaba un poco estropeado. Su madre le abrió la puerta y la hizo pasar con prisas, le indicó el plato de comida que la esperaba en la mesa y volvió a retomar su trabajo frente al ordenador portátil, cuya pantalla estaba ocupada por una hoja de cálculo. Lulú despachó la comida lo más rápido que pudo, colocó su plato en el fregadero y se encerró en su habitación. Con un suspiro, se dejó caer junto a su peluche, el osito que le habían regalado hacía dos años. Lo cuidaba muy bien y le gustaba achuchar su amorfa cabeza. Y eso hizo, lo estrechó con sus 64 Ironías de la vida.

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manitas y se reclinó hacia atrás, apoyando la cabeza en la pared. Miró al techo. Había una gotera. ... Tras dos años y medio de investigación, al fin, el padre de Luisma consiguió reanimar el cadáver de la primera rata de laboratorio. Con algunos medios más y un largo tiempo de investigación a partir de aquello, conseguiría aplicarlo a humanos. Pensaba que no le sería difícil ganar el premio Nobel. Una investigación científica necesitaba mucho tiempo para llevarse a cabo, sobre todo, si se recurría al más usual de los métodos científicos: el de “ensayo y error”, también conocido por la gente de a pie como “pruebo hasta que me salga”, consistente en aplicar variantes de la misma cepa en distintas circunstancias a sujetos diversos, normalmente fracasando, y probando con cambios en los factores hasta que uno dé resultado. ... ̶ Señor Gangrena, proceda ̶ indicó el Señor Osito a su nuevo recluta. ̶ No sé, jefe ̶ dijo el Señor Gangrena entre dientes ̶ . Quizá todo esto sea demasiado. ¿Y si tan solo le dejamos una cabeza de caballo en la cama? ̶ Querido Señor Gangrena, una cabeza de caballo es de mafiosos. Y nosotros no somos mafiosos. Somos sectarios ̶ le reprendió el Señor Osito. ̶ No creo que tenga estómago para hacerlo ̶ admitió el Señor Gangrena, desviando la mirada hacia su silenciosa colega ̶ . ¿No puede hacerlo ella? Es nueva en la familia también, tendrá que probar su valor como un servidor, digo yo. ̶ Muy bien, Señorita Asquette, proceda ̶ ordenó el jefe con paciencia. ̶ La “e” final no se pronuncia, es francés ̶ le corrigió la chica, con un acento francés muy marcado. ̶ Proceda ̶ repitió el Señor Osito. 106

La mujer francesa tomó la primera botella de licor de su víctima y la dejó caer, ésta se estrelló contra el suelo, rompiéndose y dejando un gran charco. A continuación, repitió el proceso con todas y cada una de las botellas de la colección. Y eran muchas. ̶ Cuando este hombre llegue a casa y se encuentre así toda su colección de licores... ̶ dijo el Señor Gangrena en tono fatalista ̶ Se arrepentirá de habérnosla jugado. ̶ Eso le dejará una gotera a los vecinos de abajo ̶ añadió la Señorita Asquette ̶ . Hay gente viviendo aquí debajo que no nos ha hecho nada. ̶ Sí, pero yo no los conozco ̶ dijo el Señor Osito en tono despreocupado, y abandonó la habitación. ...

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Día 19 Unos ruidos despertaron a Lulú. Eran como unos golpes fuertes contra la pared, que venían desde el exterior del edificio. Ella levantó la cabeza y sacudió el hombro del filósofo, que seguía dormido a su lado. − ¿Has oído eso? –le murmuró a su compañero − ¿Sigues oyéndolo? −Oigo que alguien quiere tirar nuestra puta pared abajo, a estas horas de la mañana… −respondió él, y miró de reojo por encima de las mantas hacia la pared del fondo, de donde provenían esos sonidos de golpes− ¿Quién vive al otro lado de la pared? ¿Jhonatan? −No. No hay nada al otro lado –dijo Lulú −. Es el aparcamiento. −Ve a casa de los otros y diles que vengan. Yo voy a coger algo que sirva para causar mutilaciones, amputaciones de cabeza y otras heridas leves65. Por si acaso. Lulú corrió de tienda en tienda despertando a sus compañeros y los condujo hacia la librería. Otro de esos bruscos ruidos hizo vibrar todas las estanterías, alarmando a los presentes. −Tenemos las armas de Dante –argumentó Luisma−, no hay nada que temer. Podemos freír a cualquiera que se nos ponga por delante. − ¡Eso! –le apoyó el cani− ¡Pam! ¡Pam! Muertos… −Siento discrepar, pero no me parece que nada de lo que hayamos visto hasta ahora pueda hacer esto –interrumpió el filósofo −. La pared empieza a resquebrajarse. −Pero sea lo que sea que está dando golpes –dijo Lulú−, ¿por qué lo hace? O sea, ¿sabe que estamos aquí? ¿Puede… olernos? O algo así. Y de pronto, todo pareció suceder muy rápido. El sólido muro que separaba el interior del centro comercial del exterior reventó, literalmente. Una enorme masa de carne apareció de 65 Inspirado por las enormes armas aparecidas en Fable II.

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entre el polvo y los escombros que volaban por los aires, arrastrando con su cuerpo gran parte de la pared. Un acto reflejo que parecía sincronizado en todo el grupo de supervivientes hizo que buena parte de ellos esquivasen justo a tiempo los fragmentos de cientos de kilos que aplastaron las estanterías, el mostrador y la decoración general de la tienda. Mientras tanto, la gigantesca masa de carne putrefacta, que ya había atravesado el escaparate de la tienda, arrancando consigo también la puerta, se paró en seco, produciendo un impacto en el suelo de baldosa de la plaza interior del centro comercial y haciendo que trozos afilados de dichas baldosas saltasen a su alrededor. Y todo esto sucedió en tan sólo una fracción de segundo. Ahora que aquella mole se había detenido durante unos brevísimos instantes, pudieron apreciar que tenía dos piernas, dos brazos hipermusculados, un enorme tronco y una cabeza. Aunque algo en aquel hombre le había hecho mutar horriblemente. No solo por el penoso aspecto de su rostro en descomposición, sino porque su exageradamente hipertrofiada musculatura le obligaba a desplazarse apoyando los puños de sus artificialmente alargadas extremidades superiores en el suelo, como una especie de gorila demasiado voluminoso. Y en cuanto vio a los supervivientes, se dispuso a embestirlos corriendo hacia ellos a cuatro patas, como había hecho con el muro. Solo que ellos no eran tan duros. − ¡A la cabeza! –gritó Luisma− ¡A la cabeza! ¡BANG! Un disparo certero salido de la escopeta que sujetaba el filósofo hizo explotar la cabeza de la bestia, aunque el tirador hubo de apartarse rápidamente ya que, debido a la inercia, el cadáver del monstruo se estrelló contra el muro justo en la esquina donde un momento antes había estado él. − ¡Fuera de mi propiedad! –bromeó el chico con una mueca de granjero sureño en su rostro. Pero inmediatamente después, cuando se giró, se dio cuenta junto con todos los demás de que su principal problema acababa de empezar. Por el agujero que había quedado en la pared empezaban a colarse por cientos todos aquellos lentos infectados convencionales que abarrotaban el aparcamiento. Unos cuantos 110

tiros derribaron a los primeros, aunque no bastaron para detener a la muchedumbre. Todos corrieron lejos de la fuente de aquella masa invasora, sabiendo que aquella noche tendrían que abandonar su viejo hogar, el centro comercial. Y si era en menos de cinco minutos, mejor aún. Corrieron cada uno a su casa, recogieron sus pocos objetos personales, se hicieron con todas las armas que pudieron cargar y saquearon algo en las tiendas para más adelante. Todos ellos sabían que tenían que buscar una salida, y sabían dónde encontrarla. Desde luego que era algo impensable salir por el aparcamiento, porque allí no cabía ni un alfiler. Y a menos que supiesen volar, no podrían salir tampoco por el tejado. Así que la única salida estaba clara: por el subterráneo. Bajaron como alma que lleva el diablo y huyeron tan rápido como sus piernas se lo permitieron, aunque les detuvo el miedo al pasar cerca de un estrecho armario de madera que se agitaba con violencia. Este armario era, ni más ni menos, que el ataúd improvisado de Dante, para quien la expresión de “revolverse en su tumba” había cobrado más sentido que nunca. −No podemos hacer nada –dijo el friki en voz alta, para que el grupo le oyese-. Continuemos. Él también está atrapado, pero no tiene sentido preocuparse. Volvieron a emprender la marcha y continuaron hasta llegar a una puerta metálica con una gran mancha de óxido. La puerta hacia el mundo exterior. Y cuando la atravesasen, nunca más volverían a poner el pie en el centro comercial. ... Estaba amaneciendo. Las calles estaban desiertas. Los pajaritos cantaban. Alex, Jhonatan, Luisma, Simón, Lulú y el filósofo caminaban sin un rumbo fijo, mirando hacia los lados, esperando encontrar un refugio seguro. −Oye, Luisma –lo llamó Lulú, tirándole de la manga para llevárselo aparte del grupo−. “Él” y yo hemos estado hablando, y la verdad es que, por su parte, parece que los otros también han estado hablando, y ninguno tenemos ni idea de qué era esa cosa 111

que abrió la brecha en el muro de la librería… Pero yo creí haber visto una expresión en tu cara como si te resultase familiar. Y a “él” también le pareció. − ¿De qué coño estás hablando? –se extrañó Luisma− ¿”Él”? ¿Quién es “él”? –se detuvo un momento y de pronto cayó en la cuenta− ¡Ah, sí! ¡Sócrates! –dijo el friki, mirando de reojo al filósofo, que caminaba a unos pasos de distancia. −Bueno… −titubeó la chica− No se me parece mucho a Sócrates, la verdad. Y tampoco creo que ése haya sido su nombre. Pero contéstame, Luis. Tú habías visto a ese bicho, ¿verdad? −Era un tanque –explicó él−. El nombre se lo puse yo. Por eso de tanquear, como en los MMORPG. Lo había visto en unos apuntes del diario de Dante. El virus mutó en varias cepas y cada una afecta de formas diferentes a los contagiados. Pero, por cierto, Alex y el cani ése también lo saben aunque no se les note. − ¿Te has fijado en el desprecio que pones al pronunciar las palabras “el cani ése”? ¡Qué curioso! –rió ella. − ¡Lu! Te he dicho mil veces que no te rías de esas cosas –la riñó el chico − ¡Que se está tirando al amor de mi vida! −No deberías estancarte en ese punto. Estás muy pesado con todo esto de Alex. Aunque bien pensado, no queda nadie más en el mundo que nosotros sepamos, así que… −Para ti es muy fácil decirlo –cortó Luisma−. Tú tienes al colega para echar un polvo siempre que quieras. Pero, ¿y yo? ¿Con quién lo hago yo? Soy un ser humano y también tengo mis necesidades y mis cosas… −concluyó, bajando paulatinamente el volumen de su voz hasta resultar inaudible. −Yo… yo no he hecho nada con él… −se ruborizó Lulú− Me gusta, pero no hemos hecho nada. − ¿No? –se sorprendió Luisma− Pero, ¡si fuisteis los primeros en mudaros juntos! −Para hablar de cosas que solo nos gustan a nosotros hasta quedarnos dormidos… −Pero, ¡sólo teníais una cama! −Porque siempre leíamos un libro juntos antes de dormir, y para eso teníamos que estar uno al lado del otro. −Pues vaya… ¡Eh, mirad! –dijo dirigiéndose al grupo. 112

Frente a ellos se alzaba un edificio grande y que parecía bastante reforzado y resistente. Parecía un buen lugar para establecer un refugio temporal. Era una gran nave industrial bastante vieja, o al menos lo parecía a causa de las paredes de hormigón sin pintar y la pesada puerta corredera de metal que bloqueaba la entrada. Entre todos, consiguieron desplazar el portón y entrar. Pudieron apreciar, aunque se hallaban en penumbra, que estaban en una planta procesadora de carne66. Afilados ganchos de metal oxidado colgaban de cadenas ancladas en el techo por doquier, dándole un aire siniestro al recinto. Al fondo, la puerta de la cámara frigorífica, entreabierta, parecía invitar a echar un vistazo. Simón se asomó a la sala, llena de vacas almacenadas cubiertas por plásticos que pendían del techo mediante más ganchos oxidados. Naturalmente, la cámara se encontraba inoperativa debido a la falta de suministro eléctrico. El edificio tampoco tenía su propio generador, así que era imposible volver a ponerla en marcha. Y la carne, sin estar en buenas condiciones de temperatura, desprendía un olor nauseabundo, como os podréis imaginar. El grupo se sentó en un pequeño corro en la habitación principal a descansar un rato y comer algo, sentados en unos sacos que pudieron encontrar. Er Jhonatan, en cambio, prefirió emular a Rocky en la escena en que se entrenaba golpeando a una vaca. Con pringosas consecuencias. −Y bien –dijo Simón al fin−, ¿no estaréis pensando en que vivamos aquí? − ¿No? –se extrañó Alex. −Obviamente, no –prosiguió el psicólogo−. Un edificio no lo es todo, necesitaremos una fuente de alimentos, calor y un baño, por lo menos. −No había pensado en ese pequeño detalle –intervino Luisma. −Tenemos Chinatown aquí al lado –aportó Alex−. El arroz aguanta mucho tiempo en los almacenes sin estropearse. 66 Véase “Planta procesadora de carne La Chuleta Feliz”, Guía de viaje de Cimera, O.P. Wilkituski, 2010

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− ¿Qué os parece si mañana nos vamos a buscar un edificio con suministro energético propio y depósito de agua en Chinatown y nos vamos para allá? –propuso el filósofo− Podríamos llevar la comida desde cualquier restaurante chino que nos quede cerca. −Pues por mí, vale –concedió Lulú−. Pero para mí el problema es dónde dormiremos hoy. Porque estos sacos no me inspiran ninguna confianza. −La cinta transportadora parece algo más cómoda –dijo el psicólogo al mismo tiempo que se levantaba para palparla−, aunque echaremos de menos unas mantas. −Sí. El clima se está volviendo más frío últimamente – observó Lulú. ... Luisma miraba al techo, con las manos sujetando su nuca, extendido sobre la cinta transportadora. Mañana sería un día entretenido y estaba deseando dormirse. Saquearía un par de sables chinos de los dojos de Chinatown. Puede que también algún dragón u otro artículo decorativo. Y seguro que había mil cosas más igual de interesantes para saquear. Giró la cabeza y miró a sus amigos. Todos se habían dormido ya. Él era el único que seguía despierto, y se dio cuenta de que también era el único que dormía solo: Lulú y el filósofo dormían pegados el uno al otro, cada uno con sus respectivas mejillas apoyadas en la página derecha e izquierda de un libro abierto que habían estado leyendo; Alex babeaba sobre el pecho de Jhonatan; y Simón abrazaba un trozo de carne de su altura aproximada.

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Día 20 Una gota de agua de lluvia resbaló por el tejado hasta un agujero y se precipitó hacia el interior de la nave industrial, cayendo sobre la cara de Alex. Ésta abrió los ojos y observó lo que sucedía a su alrededor. El filósofo y Luisma ya se habían despertado y se preparaban para salir de expedición. El friki se había decantado por hacerse con un par de cuchillos de caza, algunos explosivos caseros de poca potencia y una de las pistolas del viejo arsenal de Dante. Su compañero llevaba simplemente la escopeta, que parecía haberle cautivado desde el primer momento. − ¿Os vais? –preguntó la chica. −Sí –asintió Luisma−. Y nos llevamos esto por si acaso. −Bueno, pues adiós −Adiós, volveremos enseguida. −Vamos anda –se impacientó el filósofo. Cruzaron la puerta a grandes zancadas y echaron a andar por la carretera en dirección al barrio chino. El friki emprendió una pequeña carrera hasta llegar a la altura de su compañero, que caminaba bastante rápido con la escopeta al hombro. −Oye, tío, ¿qué te pasa? –dijo Luisma− Intentaba despedirme de Alex. −Tendrás tiempo de sobra para hablar con ella –comentó indiferente el filósofo− cuando volvamos. − ¿Tú no te despides de Lulú? –le soltó el friki. −No –se encogió de hombros su compañero. −Puede que no volvamos, tal y como están las cosas –se detuvo un momento−. Lu me ha dicho que aún no habéis… −Tranquilo, ya lo haremos cuando estemos preparados. Y si no vuelvo, como tú dices, no pasa nada. En vez de preocuparte por mi vida privada, deberías pensar en ti mismo. Arrancaron de nuevo, pero Luisma volvió a insistir con sus preguntas al poco tiempo. − ¿Crees en el infierno? –interrogó. −No. 115

− ¿No? −Si el infierno existiese –empezó el filósofo −, sería un lugar repleto de discotecas, con gente por todos lados, alcohol, drogas y montones de sexo de una noche. − ¿Tan misántropo eres? –preguntó el friki. −No odio a los humanos en sí, pobres infelices. Lo que odio es en lo que la sociedad nos ha convertido. Pero eso se acabo, nuestros hijos puede que aún conserven algunos de nuestros prejuicios, pero la siguiente generación volverá a un estadio anterior a la civilización, y he de reconocer que la posibilidad de humanos salvajes me atrae profundamente. Serían superhombres al fin y al cabo67 –levantó el brazo y señaló un edificio erigido a algunos metros de ellos−. Cambiando radicalmente de tema: Mira. Ése parece un buen sitio. Vamos a explorarlo. Desde aquí se puede ver un depósito de agua en el techo. Avanzaron hasta las puertas del impresionante edificio de varias plantas y las empujaron con fuerza, ya que estaban atascadas por la falta de uso. Al entrar en el amplio vestíbulo, que incluía un estanque decorativo con una pequeña cascada, se dieron cuenta de una presencia a sus espaldas. Se giraron. −Uno de ellos nos ha seguido –anunció el filósofo, apuntando su escopeta hacia el enemigo−. Puede que haya más como él que puedan encontrarnos. −Espera –lo contuvo Luisma−. Yo conozco a ese zombie… Es Micifuz, la mascota de Alex. Nos lo encontramos cuando fuimos a la estación de radio y nos ha seguido desde entonces. Es inofensivo, si seguimos caminando no nos podrá morder. −Realmente –sonrió el filósofo, aunque ése no era su estado natural−, sabes cómo tranquilizar a la gente. ... Lulú se sentó a desayunar unas latas de conserva junto a Alex, con quien no había hablado demasiado nunca, pero nadie más estaba despierto. 67 Nombre dado por Nietzsche a la evolución intelectual del ser humano.

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−Buenos días –saludó Lulú. −Hola –contestó Alex. −Luisma y el filósofo han ido a buscar una casa nueva para vivir. − ¿Algún día nos dirá cómo se llama? –se preguntó Alex. −No lo creo. No considera que haga falta para nada. − ¿Todos los filósofos estáis tan locos? –dijo Alex de pronto. − ¿Estamos? Hablas como si yo fuese filósofa también. − ¿No lo eres? −Bueno, no. Me gusta la filosofía, pero preferiría dedicarme a otra cosa –respondió la chica, sorprendida−. Quería hacer una ingeniería. Pero ahora la universidad no existe –rió. −Y, ¿por qué Luis, el filósofo y tú sois así? Es que sois un poco raritos, ¿sabes? En esos momentos, Lulú recordó por qué no acostumbraba a hablar con Alex. Por delante de sus ojos pasaron todos esos años en que los otros niños del colegio la llamaban rarita y se metían con ella y sus ganas de matar fueron en aumento, pero al final, retomó la compostura y dijo: −Para “él”, los que verdaderamente estáis locos sois vosotros; para mí, no importa que los demás te consideren rara con tal de ser tú misma… −empezó Lulú− En cuanto a Luis, creo que tú eres el último hilo de cordura que le une a este mundo. −No te entiendo –reconoció su interlocutora. −No te preocupes, ya lo harás. ... Algunos minutos después, cuando todo el grupo se había despertado ya, por las puertas de la planta procesadora de carne volvieron a entrar el friki y el filósofo. Luisma se apresuró a recoger todos los objetos con los que habían cargado desde el centro comercial al mismo tiempo que su compañero anunciaba para el grupo: −Hemos encontrado un sitio para vivir. Hay agua corriente y tiene una caldera. No podremos usar nada eléctrico, tendremos que conformarnos con las horas de luz solares, pero por lo demás 117

está bastante bien. Así que recoged todo lo que queráis conservar porque nos vamos. Los supervivientes se apresuraron a hacer lo que el filósofo les había dicho y se reunieron en la puerta de la nave, donde Micifuz les esperaba ansioso por hincarles el diente. Emprendieron la marcha. Como es costumbre cuando la gente va a caminar largas distancias, e incluso cortas o medianas, se fueron estableciendo inconscientemente en parejitas para charlar por el camino: El filósofo y Lulú parecían muy entretenidos discutiendo sobre las mónadas68, Simón y er Jhonatan caminaban por delante del resto, mirando con desconfianza hacia Micifuz a cada pocos pasos y Luisma intentaba mantener, jadeando, el paso que llevaba Alex. −Mudarse es como la pubertad –dijo ella−, solo que no te salen pelos. −Si tú lo dices… −concedió el friki. − ¿Hay ducha allí a donde vamos? –preguntó la chica. −Sí, hay varias –respondió él. − ¡Qué bien! –exclamó Alex. El resto de la caminata transcurrió en silencio, hasta que, una vez hubieron atravesado una parte de Chinatown, el cani encontró un pequeño y destartalado establecimiento que llamó profundamente su atención. Dicho establecimiento era un fumadero de opio, en el que entró corriendo y saltando y salió con una larga pipa de plata en la mano. −Ira, sosia –se dirigió a Alex−, cómo mola. − ¿Eso es una pipa de opio? –interrumpió el filósofo. −Sí, tío –sonrió er Jhonatan−. Como no me queda marihuana, voy a tirar de esto, ¿sabe lo que te digo? −Adelante, con suerte solo tendremos que aguantarte otros cinco años. Er Jhonatan se puso la pipa en la boca, encogiéndose de hombros, y continuó caminando tras sus compañeros. 68 Mónadas, que no monadas. Cada una de las sustancias indivisibles de distinta naturaleza, dotadas de voluntad, que componen el universo,según el filósofo alemán Leibniz. No confundir con los protozoos flagelados.

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Cuando llegaron a su destino, todos se maravillaron ante el estanque de carpas zen del enorme vestíbulo del edificio, antes de correr escaleras arriba para explorar los demás pisos. El bloque contenía suficientes apartamentos como para que cada uno viviese separado del resto cómodamente. Cada apartamento, como es obvio, estaba cerrado y a resguardo de posibles intrusos tras una puerta de contrachapado de roble, pero el cani no tardó en derribar una de un cabezazo. − ¡Ay! ¡Ay! –se lamentó él− Alex, que me parece que me estoy desangrando. −Ya, si eso ya lo veo –le respondió ella−, pero a ver ahora quien recoge este estropicio. La chica le dio un ligero empujón, obligándolo a entrar en casa. El apartamento era bastante amplio, aunque es bien sabido por todos que cuando se carece de puerta, todas las casas parecen más grandes. Pero de hecho, seguía pareciendo grande cuando er Jhonatan volvió a encajar la puerta en su correspondiente quicio. Alex dejó sus cosas en el salón y se fue directa a la ducha. Su acompañante, en cambio, prefirió tumbarse en la cama a fumar un rato. Mientras tanto, en el piso inferior, el resto había ido a poner en funcionamiento la caldera y a hacerse con unas llaves del cuarto de mantenimiento del conserje, al que encontraron devorado vivo en el suelo, a juzgar por las marcas sangrientas que evidenciaban un intento de huida sin éxito. No tenía muy buen aspecto, la verdad. Tras abrir un apartamento y despedirse de Simón, que se estableció en su interior, Luisma se acercó a Lulú y tiró de ella por un brazo para hablar en voz baja sin que les oyesen desde dentro de los apartamentos. −Oye, Lu, ¿y Sócrates? –le susurró. −Ni idea –admitió Lulú−, había ido a rebuscar en el cuarto de mantenimiento, o algo así. No le presté mucha atención a lo que dijo. − ¿Crees que yo podría… bueno, vivir con vosotros? −Pues… −empezó ella.

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− ¡No os daré nada de trabajo! ¡Lo juro! –prometió el friki− Es que no quiero vivir solo otra vez. Seguro que a “él” no le importará, porque le caigo bien, supongo. No hago ruidos, ni ensucio, y puedo dormir en una zapatilla si hace falta. −Yo iba a decir –prosiguió Lulú− que no había problema, ya que aunque a “él” no le haga ninguna gracia, tú serás MI invitado. ¿Somos amigos, no? ¡Mira! Hablando del rey de Roma… −Buenas, ¿me esperabais? –saludó el filósofo, recién llegado. − ¿Puedo vivir con vosotros? –suplicó Luisma− No hago ruidos, ni ensucio, y puedo dormir en una zapatilla si hace falta. −Yo tenía una mascota que no hacía ruidos, ni ensuciaba, ni había que preocuparse demasiado por darle de comer –contó el filósofo, rascándose la barbilla−. Rodolfo, mi planta carnívora. Y si consigues recordarme a Rodolfo, podrás vivir con nosotros. Introdujo la llave en la cerradura de su puerta, le dio varias vueltas y empujó la hoja de madera hacia adentro. −Pasa −ordenó−, y túmbate en la cama de la habitación del fondo, Lulú y yo vamos a seguir despiertos un ratito más –dijo al mismo tiempo en que le lanzaba a la chica una mirada de complicidad. − ¡Bien! –celebró la chica, y se giró hacia el friki− Eso es que hoy toca leer a Leibniz. Luisma le devolvió una tímida y artificial sonrisa, antes de desaparecer en el interior del apartamento. Tiró violentamente de las mantas de su cama y se enterró bajo ellas. Se dio cuenta en ese momento de que estaba pared con pared con Alex y el cani, y se escuchaba su conversación amortiguada por las gruesas paredes. En la habitación de al lado, Alex, acababa de salir del baño tapada con una toalla, con el pelo mojado sobre los hombros y su ropa hecha una pelota en brazos. El cani, con las pupilas dilatadas, dejó caer la pipa de su boca sobre la cama y tocó la mejilla de la chica. −Qué cara tan áspera tienes… −se sorprendió er Jhonatan. − ¿Qué quieres? –dijo Alex− ¿Sexo?

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−Ay, no. Que estoy muy cansado… −se negó el cani, y volvió a tumbarse en la cama. −Uf, menos mal –suspiró ella−, porque no me apetecía nada. Pero, mira a ver que no te vayas a hacer adicto de esa cosa ahora, porque te pones muy raro… Bueno, hasta mañana.

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Tres años antes La puerta del despacho se abrió crujiendo, mientras la luz que pasaba a través de la rendija inundó el interior de la habitación. La mujer palpó la pared a oscuras para encender el interruptor de la luz. Y el despacho se iluminó. Era un despacho algo desvencijado y desordenado, con papeles dispersos por todos lados, armarios archivadores a medio abrir y muebles viejos de madera que parecían desafiar las leyes de la física al estar unidas sus piezas por la mugre acumulada y poco más. La mujer se sentó en la silla de escritorio, que se tambaleó inestable hacia todos lados. Lo normal en una silla de escritorio es que tenga ruedas, pero las de aquella habían desaparecido de forma inexplicable. Una vez encontrado el punto de equilibrio de la silla, la mujer se puso a leer una de sus carpetas, todas ellas marcadas con la etiqueta “Propiedad del Centro de Acogida de Menores Desamparados de Cimera”. Eso significaba, obviando los eufemismos, que aquello era un orfanato, y ella, su directora. Miró hacia el techo, hacia el ventilador de aspas apagado. Rebuscó un momento entre las pilas de carpetas, extrajo de uno de los montones el mando y activó el ventilador. Y luego… la hecatombe. El despacho desapareció en medio de una nube blanca de harina. −¡¡ROSCELINO!! –gritó la directora rabiosa. ... En menos de lo que canta un gallo, Roscelino estaba frente al despacho de la directora, aunque su gesto no denotaba demasiada preocupación. El chico fue directo a la puerta, le dio unos golpecitos y entró, descubriendo una estancia dentro de la cual todo había quedado cubierto por una fina capa de blanco, incluida la directora. − ¿Quería verme, señora Asquete? –dijo Roscelino con despreocupación. 123

− ¡Señorita Asquette! ¡Es francés! –rugió la directora. −Sí, ya estaba al corriente del aprecio que le tiene a su nombre. − ¡Mira este estropicio, Roscelino! –le gritó− Es peor que aquella vez en que arrojaste una caja de pelotas saltarinas sobre el patio del orfelinato. En ese momento, Roscelino se vio a sí mismo con aquel cubo lleno de pelotas de silicona, dejándolas caer desde el piso más alto del orfanato hacia el patio en donde jugaban los otros huérfanos, y el caos que aquello provocó, con niños corriendo asustados y desconcertados, gritando en medio de una lluvia de pelotas que botaban en todas direcciones69. −Uy, sí –se regocijó el chaval−, algunas rebotaron más de quince metros hacia arriba. − ¡Mira lo que has hecho! –exclamó la señorita Asquette, fuera de sus cabales. −Ya. De hecho, es normal que pase esto cuando se enciende un ventilador con las aspas cubiertas de harina. El giro lanza polvo en todas direcciones, y buena parte queda en suspensión, haciendo que sea bastante difícil de… − ¡Silencio! –bramó la mujer− No sabes de lo que soy capaz, pero un día… − ¿Y qué tiene pensado hacer? –preguntó Roscelino burlón, y luego añadió entre dientes− Santurrona… −No soy tan buena como tú te crees, Roscelino −dijo−. Todos tenemos un lado oscuro que no mostramos en público… Pero si sigues así, nunca te adoptará nadie. −No me preocupa, aquí soy feliz –explicó él−. Siempre que alguien viene a un orfanato, nos mira como trozos de carne, escogiéndonos como si no fuésemos personas. Solo quieren escoger al mejor hijo adoptivo posible, como quien escoge un jarrón, ¿sabe? A mí, personalmente, me da igual: No me interesa que ninguno de ellos me adopte, además de que ya estoy viejo. Las familias prefieren adoptar bebés y niños pequeños… Pero seguro que eso es muy duro para los otros críos. ¿No cree? 69 Sí, eso ha sido un flashback al más puro estilo de Padre de Familia.

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−Pues, vete despidiéndote de tus compinches, porque yo diría que te queda poco tiempo de felicidad… −sonrió malévolamente la señorita Asquette− Un matrimonio de lesbianas tiene pensado adoptar un hijo. Una de ellas está metida en no-séqué estupidez de una asociación de ayuda a personas con riesgo de exclusión social, ya han adoptado antes, y les gustan las causas perdidas70. Creo que podría incluirte como recomendación personal… −A la gente normal no le suelen gustar los genios como, por ejemplo, yo –se auto-halagó Roscelino. −No te preocupes por eso –le sonrió la directora−. Te reeducarán, te convertirán en alguien de provecho, te quitarán toda esa rebeldía y te darán su apellido: Roscelino de Champeaux, ¿no suena bien? −Desafortunada coincidencia para mi nombre71… ... La campana anunció el fin de las clases. Veinticuatro libros se cerraron al unísono antes de que el repiqueteo terminase. Todos los alumnos, excepto uno, se levantaron a velocidades subsónicas, y salieron huyendo en estampida hacia la libertad, hacia el recreo, como si les fuese la vida en ello. Tan solo quedaron en el aula el profesor y una chica en la primera fila recogiendo sus cosas tranquilamente. Era Lulú. Una vez que Lulú hubo terminado de guardar debidamente todos sus libros y libretas en la mochila, el profesor la llevó aparte hacia un rincón y le dijo: −Deberías hacer un esfuerzo para integrarte en el grupo72. − ¡Pero yo no quiero integrarme! –protestó ella− Quiero ser como soy. 70 Como muchas cosas del libro, basado en hechos reales. 71 Roscelino y Guillermo de Champeaux fueron dos filósofos enfrentados con respecto a la concepción de los universales. 72 Frase extraída de un test de hace mil años, “¿Eres Impopular?”, aparecido en la revista FHM.

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−Puedes conservar tu personalidad y formar parte de un conjunto al mismo tiempo. Una cosa no quita a la otra –explicó el profesor. −Es que las otras chicas son tan tontas… −argumentó ella− Solo saben hablar de estupideces de la tele y de comprarse trapitos. Y se ríen por cosas que son muy infantiles para nuestra edad. −Bueno… −dijo el profesor− Dales una oportunidad. La gente no puede estar hablando todo el día de cosas inteligentes. Y si no te gustan las chicas, puedes hablar también con los chicos. −Los chicos son peores aún. −Se acerca el baile del instituto −le recordó su profesor−. Es un acontecimiento importante para muchas chicas de tu edad. He oído a unos chicos hablar sobre que tenían pensado invitarte. − ¿A mí? Nunca… nadie… me había invitado a ir con él al… baile… –titubeó Lulú, sorprendida y ruborizada, antes de lanzarse a preguntar: − ¿Quién es? −Karl –le soltó él, como si tal cosa. − ¿¡El capitán del equipo de fútbol americano73!? − ¿Acaso hay otro Karl en este instituto? Mientras tanto, a escasos metros de distancia, un grupo de chicos charlaba animadamente en el pasillo. Uno de ellos era Karl, el capitán del equipo de fútbol americano, el típico guaperas con un cuerpo esculpido en el gimnasio del que hablaban todas las chicas del instituto. Él y sus amigos eran un año mayores que Lulú, lo que hacía que la chica los viera, si cabe, aún más sobrehumanos e inalcanzables. −Mira, Karl –señaló uno de sus colegas−. ¿No es ésa a la que ibas a invitar al baile? Efectivamente, Lulú venía por el pasillo, con una carpeta sujetada contra su pecho con ambas manos y la cara medio enterrada tras ella, con la vista clavada en el suelo. Al pasar junto al corrillo de los chicos, alzó un poco la cara, pero cuando vio que la estaban mirando, bajó los ojos de nuevo e intentó escurrirse por cualquier recoveco como una lagartijilla. Karl se 73 Topicazos FTW

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separó del grupo y consiguió, tras algunos amagos, acorralarla en una esquina y saludarla. −¡Hola, Lulú! –dijo él, muy alegremente. −Te sabes mi nombre… −murmuró ella. −Claro. Te he visto por el instituto y… −empezó a recitar de su discurso preparado−… quería invitarte a venir al baile conmigo, porque me pareces una chica muy interesante y me gustaría conocerte mejor. Pensé que ésta sería una buena oportunidad, ¿sí? −De acuerdo –dijo Lulú en un tono de voz muy bajito−. Qué raro que no tuvieses pareja siendo tú un chico tan popular… −Bueno –improvisó Karl−, la verdad es que últimamente estaba a rollos con una chica. Pero es muy aburrida. Tú eres más interesante que ella. Se llama Alex, ¿la conoces? −¿Qué Alex? –interrogó la chica. −Aleximandra. −No me suena –confesó Lulú−. Tiene nombre de salamandra. −Sí, la verdad es que sí –bromeó él−. Bueno, pues acuérdate de que soy tu pareja para el baile, ¿eh? No le vayas a decir que sí a ninguno de tus admiradores. −Yo no tengo admiradores –sonrió ella. −Seguro que si, mentirosa –la halagó él−. Bueno, me tengo que volver al grupo, que me están esperando. Chao. Karl se despidió con la mano y volvió trotando hacia el grupo. Lulú, por su parte, con una sonrisa de oreja a oreja desapareció por el pasillo con los ojos brillando de ilusión. −Tío –le dijo uno de los chicos a Karl−, ¿tenías que escoger a una tan rara? −Sí –dijo otro de ellos−, ¿cómo es que te mola ésa? −La verdad es que solo lo hago para darle celos a Alex, que va a ir con otro –admitió Karl−. Ya sabéis cómo funciona esto. Seguro que se enfada un montón cuando vea que me ha pescado una tía así. Y de la que salimos del baile, pues vuelve a caer ella. Alex, digo. O puede que antes incluso –pensó en voz alta−, si dejo a la otra tirada en cuanto lleguemos…

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−Qué cruel eres, tío –le sonrió el primero de sus colegas, dándole una palmada en la espalda−. La tonta de la cría esa se habrá hecho ilusiones contigo. ... Se hizo la noche en Cimera. Los maleantes salieron de sus escondrijos como cucarachas. Como cada noche, el hampa se juntó para planificar sus planes y deshacer entuertos74. El Señor Matarife y el Señor Osito caminaban por los suburbios de la ciudad, entre mendigos y cubos de basura ardiendo. El primero miraba ansiosamente a todas las transeúntes que se cruzaban en su camino, mientras se frotaba compulsivamente las manos. El segundo parecía imperturbable y caminaba con la vista fija en el final de la calle. No había tráfico, así que ambos andaban por en medio de la carretera. Llegados a cierto punto del trayecto, un mendigo subido en una caja clavó la vista en ellos. Era uno de esos predicadores de poca monta que se dedicaban a gritar sus locuras sobre el fin del mundo. Pero los dos sectarios confiaban en que ellos provocarían la gran matanza global, y no el Dios del que hablaba aquel loco. − ¡Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal! –anunciaba el vagabundo− ¡Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón! ¡Y dijo Jehová: barreré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho75! −Ignorémosle, Señor Osito –sugirió el Señor Matarife−. No es más que un loco religioso. − ¡Vosotros! –les gritó el pordiosero, señalándolos con el dedo y con la vista en ellos, sin parpadear. Bajó de un brinco de 74 Léase “El Quijote”, de un anónimo escritor conocido como Miguel de Cervantes. 75 Léase “La Biblia”. Resulta paradójico que un ser perfecto, que en teoría todo lo hace bien, pueda arrepentirse de algo, pero la violencia divina era lo que vendía por aquel entonces.

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su pedestal y agarró al Señor Osito por la solapa de su chaqueta− ¡Arrepentíos! −No toques las cosas de tocar76 –dijo éste en tono pausado. −Nunca es tarde para Jehová –continuó el hombre loco, tirando con más fuerza de la solapa de la chaqueta. En ese momento, el Señor Osito agarró los dedos del indigente y los retorció con un crujido, acompañado por un chillido de dolor, y el mendigo se desplomó en el suelo, frotándose la mano y revolviéndose. −El que avisa no es traidor –se despidió el Señor Osito, y reemprendió su paseo. Cuando llegaron al centro neurálgico de la secta, el Señor Viperino, quien había entrado hacía unos años en el grupo y había ascendido hasta convertirse en uno de los hombres de confianza del Señor Osito, salió a recibirles. −Los nuevos reclutas internos han llegado, señor –le informó, al tiempo que le recogía la chaqueta−. Ya se encuentran instalados en los barracones. − ¿Se les ha rapado la cabeza, uniformado y reducido la comida diaria como ordené? −Sí, señor. −Bien –se complació el Señor Osito−. Eso reducirá su voluntad e individualidad. Que vayan con el resto de la masa, hay mucho que hacer. − ¿No quiere verlos, señor? –preguntó el Señor Viperino. −De acuerdo. El sectario fue a buscarlos a los barracones y volvió con un puñado de fanáticos clónicos, que apenas se distinguían unos de otros. −Éste tiene buena pinta –dijo el Señor Osito, poniéndose frente a uno de ellos−. ¿Nombre? −Sheñor Sherpiente, sheñor, por mi curiosha forma de pronunciar lash eshesh –se presentó el nuevo recluta. −Es que tiene los dientes separados y se le escapa el aire – añadió el Señor Viperino. 76 Esta frase está vilmente plagiada de Ali G, pero ¡chst! Puede que se la cuele a alguien sin que se dé cuenta.

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− ¿Y tú? –interrogó al siguiente recluta. −Señor Anodino, señor –respondió el recluta. −No había visto una promoción de reclutas tan floja desde hacía varios años. Hace tiempo que somos una familia seria – observó el Señor Osito, mirando con desprecio a los nuevos sectarios. Finalmente se giró hacia el Señor Viperino−. Media ración de comida hasta nueva orden. Y espero que la promoción de reclutas del mes que viene compense esta. −Lo necesitaremos, sí –intervino el Señor Matarife, frotándose las manos con más ganas−. Ya vamos a empezar una nueva fase del ritual… Y en dos años y medio… Todo acabará… ... Pasó algún tiempo, y llegó la fecha en que Roscelino hubo de abandonar el orfanato. En muchos países los trámites de adopción podían llevar años, pero en el caso de la pequeña república en la que se encontraba el orfanato, todo se había llevado a cabo mucho más rápido de lo normal. Roscelino ya había recogido sus cosas, las había empaquetado en una maleta y ahora se hallaba frente a sus compinches, que le habían ayudado en tantas travesuras. −Bueno, amigos –abrevió él−, parece que esto es el duro adiós. −Es una pena que no hayamos podido terminar lo que planeamos hacer con las ruedas de la silla de la directora 77 –dijo Rufián−. Habría sido más divertido contigo. −Eh, ¿vendrás a vernos, no? –añadió Taimado. −Claro que sí, Taimado –aseguró Roscelino−. Echaré de menos a alguien que me llame por mi nombre en clave. −Seguro que a la señorita Asquete no le gustará nada, pero te hemos afanado un regalo –presumió Rufián−. Es una planta carnívora, se llama Rodolfo. −Chicos, jamás os olvidaré… 77 Basado en hechos reales.

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... El timbre de la puerta de Lulú sonó a la hora prevista. Cuando la puerta se abrió, Karl estaba esperando al otro lado con una amplia sonrisa. − ¿Lista? –dijo él. −Sí –asintió ella. −La verdad es que estás muy guapa –le susurró Karl− con ese vestido. −Me siento extraña, es la primera vez que me pongo vestido –dijo la chica, evitando de forma intencionada decir la palabra “rara”. Aquella noche, Lulú tenía catorce años y siete meses. Estaba pasando por una etapa de su vida en que había decidido no volver a llevar pendientes en las orejas, pero no sería hasta el año siguiente cuando decidiría ponerse los piercings en el labio, y otro año después cuando haría lo propio con su nariz. No obstante, ya había comenzado a adoptar el estilo de vestuario y peinado que conservaría tres años más adelante, bandana incluida. Pero esa noche, estaba irreconocible. No iba a llevar una bandana al baile del instituto, así que había optado por sustituirla por una diadema blanca, se había ataviado con un vestido negro algo corto de ligero aspecto victoriano, a juego con su gargantilla, y unas sandalias de tacón bajo con largas correas blancas. Incluso se había maquillado un poco, traicionando por completo sus principios. Ella, emocionada ante la situación, se puso de puntillas para abrazar a Karl, que le sacaba más de una cabeza de altura, luciendo una de las pocas sonrisas sinceras de su vida. −Es tan fetén que estés aquí –dijo ella. −Sí, sí –concedió el chico, intentando zafarse de ella con disimulo−. Bueno, ¿nos vamos o qué? −¡Vamos! –exclamó ella con alegría− ¿Sabes? Yo siempre había creído que tú eras uno de esos chicos que solo andan con la gente que les conviene, y que cuando aparece alguien más popular te olvidas de los otros. Pero ya veo que no. −Claro que no –mintió Karl−. ¿De dónde sacas eso? 131

−Hay muy poca gente popular que no sea así… −La verdad es que tienes razón –reconoció él−. Mucha gente popular es así. No les llevó demasiado tiempo desplazarse a pie hasta el instituto, que era uno de esos institutos al estilo americano, que parecía un simple centro de enseñanza, en lugar de ser un edificio rodeado por verjas y barrotes, como una cárcel78. Cintas y motivos adornaban el jardín delantero del centro de enseñanza y, a la entrada del gimnasio que servía como salón de bailes, unos puestos de juegos varios reposaban sobre el césped, desde tiro al blanco a encestar los aros en los cuellos de unas botellas, y todo tipo de timos intermedios. Porque claro está, un baile de instituto tiene como único fin recaudar dinero para los viajes de estudios. Karl tiró del brazo de Lulú y la acercó a una caseta de dardos, dentro de la que reposaban montones de premios, casi todos ellos, peluches. En especial, uno le llamó la atención a la muchacha, era un osito de peluche idéntico al que le había regalado aquel desconocido hacía años, que se había convertido en su juguete favorito. −Soy muy bueno a los dardos –anunció Karl−, ¿qué quieres que te gane? −Me gusta ese oso –señaló Lulú. Karl compró un par de tiradas. Acertó ambas. Y el osito acabó en las manos de Lulú, quien era incapaz de disimular su ilusión. Después, entraron en el gimnasio cogidos del brazo. Estaba a rebosar. La bola de discoteca lanzaba haces de luz en todas direcciones, los jóvenes bailaban por todos lados, abarrotando la pista, los altavoces hacían retumbar el suelo y el ponche reposaba en la mesa del fondo, esperando ser saboteado por algún pícaro estudiante. Karl arrastró a Lulú hacia la pista de baile, ya que ella se negaba por ser la primera vez de su vida en que iba a bailar (siempre lo había encontrado ridículo y carente de sentido). Él la enseñó. Y bailaron. Y ella se divirtió, eso no podía negarlo. 78 El estilo de verjas y barrotes es un producto típico español. Ahora con dos por uno en reformas educacionales.

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La chica, aún riendo, aunque agotada, fue con su pareja hacia las sillas plegables a descansar un rato. Ambos se sentaron en sendas sillas, junto a una tercera en donde habían depositado al osito de peluche. Permanecieron allí conversando hasta que Karl vio aparecer junto a la puerta, entre un grupo de gente, a su novia, Alex. −¿Quieres algo de beber? –le gritó a su acompañante, para hacerse oír sobre la música. −De acuerdo –contestó Lulú−. Te espero aquí. Y Karl se alejó, desapareciendo entre la gente. No para ir a buscar algo para beber, sino que se fue directamente hacia Alex. −Hola, Alex –llamó su atención Karl. −Ah, hola –respondió ella sin demasiado interés. −¿Quieres que te presente a mi pareja? –dijo él. −¿Pareja? ¿Qué pareja? –se irritó la chica− ¿¡No será esa lagartona de Estefanía!? −No, claro que no –aseguró Karl−. Es aquella de allí. −¿Esa del vestido rojo? –preguntó ella− ¡Pero si la hace gordísima! −¡Esa no! –corrigió el muchacho− Detrás, la chavala del vestido negro que está jugueteando con un peluche… −Pero… −no pudo evitar soltar una carcajada− ¿Qué le has visto a esa? Desde aquí no le veo la cara, pero… Vamos. −¿Sí? –ironizó él− A lo mejor, si tú no me haces caso, acabo con ella, que la tengo loquita, la verdad. −¡Yo soy mucho mejor que esa! Lulú levantó la cabeza y buscó a Karl entre la multitud, porque estaba empezando a tardar en traerle cualquier cosa de beber. Finalmente, sus ojos se posaron en él, y consiguió ubicarlo casi en el otro extremo del gimnasio. Y vio que estaba hablando con una chica rubia. Intentó averiguar lo que decían, se estiró hacia todos lados, pero no consiguió captar nada que le sirviese como pista. Hasta que vio que él, su pareja, le plantaba un beso en los labios a aquella desconocida, le ponía una mano sobre la espalda y ambos desaparecían por la puerta del gimnasio del instituto.

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No podía ser. La había dejado plantada, a ella. Seguro que había una explicación. Pero no, todo parecía encajar. ¿Sería posible? Después de todo eso, ¿había sido tan estúpida como para caer como una tonta en sus redes, tal y como todas las demás? Se sentía fatal. En su cabeza resonaban las palabras que había pronunciado aquella misma noche, sus propias palabras: “Yo siempre había creído que tú eras uno de esos chicos que solo andan con la gente que les conviene, y que cuando aparece alguien más popular te olvidas de los otros” ¿Cómo podía haber pensado que un chico así de verdad se había fijado en una chica como ella? ¿De verdad la había utilizado y nada más? ¿Todo había sido tan solo un juego? Sentía como una presión que le oprimía el pecho y no sabía qué hacer, ella sola, allí tirada, sentada a solas en el baile. Sola. Como toda su vida. Miró el osito de peluche que ocupaba la silla a su lado y rompió a llorar. Se levantó con las lágrimas resbalándole por las mejillas, en un llanto silencioso, y con la cabeza gacha, dejando el oso abandonado, se abrió paso entre la multitud y salió del salón de baile. Ya eran las dos o las tres de la noche, y muchos jóvenes habían optado por continuar su fiesta en la calle, con sus propias bebidas. Lulú pasó entre borrachos que yacían tumbados sobre charcos de su propio vómito, esparcidos por el jardín del instituto, esquivando botellas y bolsas vacías repartidas en montoncitos omnipresentes en el suelo. Veía también, aunque algo borrosas a causa de las lágrimas, a varias parejas de estudiantes que habían salido del baile para besarse bajo los árboles, o para meterse mano más a fondo, aunque algunos de ellos ni siquiera conocían el nombre de su compañero o compañera de aventuras. Incluso cuando pasó por delante de un callejón, pudo oír los gemidos de una pareja que había escogido ese lugar para echar un polvo. Y eso hacía que ella se sintiese aún peor. Aceleró el paso. Tenía que salir de allí. Ya no podía contenerse más y empezaba proferir hipidos de dolor, eso hipidos que se nos escapan cuando lloramos muy intensamente, y a articular muecas de tristeza. A algunos metros, unos chavales con el uniforme del otro instituto de la ciudad se divertían lanzando botellas de vidrio, 134

cuyo contenido habían vaciado previamente en sus gaznates. Una de esas botellas se estrelló a poca distancia de los pies de Lulú, salpicando sus piernas y parte de su vestido con gotas de alcohol y cristales. −¡Cuidado! ¡Que casi le das a esa tía! –le avisó uno de los chavales al otro, que era quien había lanzado la botella. −¡Oye! ¡Perdona, sosia! ¡Perdón, shurmana! –se disculpó éste− ¿Shurmana? ¡Ey! Pero ella no hizo la más mínima mención de haber sentido sus palabras, ni siquiera la botella alteró su paso. Nada del mundo en esos momentos podría haberla detenido. Lo último que quería era pararse. Solo quería volver a casa ya. Desaparecer…79

79 Basado en hechos reales.

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Día 21 Para cuando Alex se despertó, er Jhonatan ya estaba levantado desde hacía un rato. Estaba asomado a la ventana con su pipa de opio en la boca. − ¿Ya estás despierto? –dijo ella, frotándose los ojos. −No podía dormir –comentó el cani−. Así que fumo. −Te vas a enganchar a eso –le riñó Alex−. Dámelo. −Necesito fumar algo. ¡Déjame! − ¿No puedes soportar un día sin estar drogado? –reprochó la chica. − ¡No! –le espetó él, apartándose para proteger su pipa− ¡No seas pesada! −Venga… −insistió ella con ojos de cordero degollado− Solo te pido un día. Nada más. −Paso de ti –respondió er Jhonatan. −Me tratas muy mal… −soltó ella, y esperó, pero el cani no dijo nada− Gilipollas. Alex se dio la vuelta y se marchó, cerrando de un portazo. A su vez, el portazo despertó al filósofo y a Lulú. Éstos se desperezaron, se vistieron y fueron a desayunar. Después, Lulú fue hasta la habitación del friki, que todavía estaba dormido bocabajo, con la cara enterrada entre la almohada. −Luis… Luis… −lo llamó ella mientras le sacudía el hombro. − ¿Qué? –dijo él, sin abrir los ojos. − ¿Vienes a dar un paseo por el barrio? −Bueno, vale –accedió el friki−. Ahora me visto… ... − ¿A dónde te apetece ir a saquear? –preguntó Luisma. −A donde sea –suspiró Lulú−, con tal de salir de esos diminutos apartamentos a estirar un poco las piernas. Empujaron las puertas del edificio y salieron a la calle. Desierta como siempre. Pasearon de un escaparate al siguiente, 137

buscando algo que les sirviese, aunque más que nada lo hacían por pasar el tiempo. − ¡Mira aquí! –exclamó de pronto Luisma− ¡En este escaparate de aquí! ¡Mira ese osito de peluche! − ¡Ah, sí! ¡Qué bien! –fingió ella, sin parecer demasiado creíble. − ¿Qué te pasa, Lu? –dijo el friki− Parece que te has puesto como… triste –continuó, mientras la tomaba por la barbilla y le hacía levantar la cara hasta conseguir que ambos se mirasen a los ojos. −Nada, es solo que los osos de peluche me traen recuerdos de mi pasado. − ¿Tú también echas de menos a tus seres queridos? −No, no es eso –explicó la chica−. A lo largo de mi vida me han pasado muchas cosas. Me he llevado decepciones, como todo el mundo. Y he tenido días en que todo acaba saliendo fatal… Es normal, supongo, a todos nos pasan esas cosas. − ¿Hueles algo? –interrumpió Luisma. − ¡Puagh! Claro que lo huelo… ¡Mírate las suelas! –ordenó ella. −No soy yo… Huele a podrido. A carne podrida. Y de pronto, un infectado dobló la esquina y se topó frente a frente con ellos, a escasísimos metros. Pero no era un infectado cualquiera, sino que en su día había sido una persona tetrapléjica, y se desplazaba en una silla de ruedas mediante una palanquita como las de los coches de radio-control. Sólo podía mover esa mano y realizar discretas muecas faciales. Pero no creáis que por eso era menos terrorífico. − ¡Corre, Lu! ¡Parece que va a embestir! –gritó el friki− ¡Corre, o nos destrozará las espinillas! Y los dos jóvenes salieron disparados a toda velocidad, de vuelta al apartamento, perseguidos por la silla de ruedas que les atropellaba los talones, en sentido figurado, por supuesto, mientras su conductor dejaba caer un hilo de saliva sobre su barbilla. − ¡Por ahí no! –recomendó Lulú− ¡No vayas cuesta abajo, que ese no frena! 138

Giraron bruscamente, torciendo por un estrecho callejón inesperado, pero no consiguieron darle esquinazo a su persecutor, que les siguió hasta la mismísima puerta del edificio donde vivían, para ser frenado al fin por el peor enemigo del tetrapléjico: la puerta con un cartel de “Tire”. Lulú subió corriendo las escaleras, aún con el corazón a cien revoluciones por minuto, seguida muy de cerca por Luisma. Chocó frontalmente con el psicólogo, que la detuvo, sorprendido por el estado alterado que presentaba la chica. − ¡Nos ha perseguido un tetrapléjico! –le informó ella, agitándolo por los hombros. −Sí… ¿no es lo más apasionante del mundo? –se burló él. − ¿Qué pasa aquí? –intervino el filósofo, asomándose al pasillo para ver la situación. − ¡Nos ha perseguido un tetrapléjico! –repitió Lulú. − ¡Malditos lisiados! –gruñó él− ¡Siempre están pensando en hacer el mal! −Dejad de reíros de ella –dijo el friki−, esto es serio. Nos ha seguido hasta aquí. Puede que éste lugar ya no sea tan seguro. − ¿Qué tripa se os ha roto? –sonó una voz masculina tras ellos. Eran Alex y Jhonatan, y con su aparición, el grupo al completo se había reunido ya en el pasillo. El cani aún sostenía en su boca la pipa alargada de opio, y tras él, Alex permanecía con los brazos firmemente cruzados y actitud de enfado. −Puede que los zombies vengan para acá –explicó Luisma. −Pues los reventamos a ostias –propuso el cani. −Lo mejor es que nos vayamos fuera de la ciudad – reflexionó Simón−, a un lugar deshabitado, donde no puedan alcanzarnos. Si no lo hacemos, tendremos que huir de un sitio para otro constantemente. − ¿Huir? –dijo Lulú− No nos precipitemos. Solo es uno, tampoco quería decir eso. Aquí tenemos una buena vivienda, no vayamos a dejarla así porque sí. Acabamos de llegar. −No sé, Lu –argumentó el friki−. Ya viste lo que pasó en el centro comercial. Y al principio estaba desierto. No podemos

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arriesgarnos a quedar atrapados de nuevo. ¿Vosotros qué opináis al respecto? ¿Alex? −Haced lo que queráis –gruñó la chica−. Siempre lo hacéis. − ¿Y a esta qué le pasa hoy? –preguntó el filósofo. −Debe de tener la regla –comentó er Jhonatan, instantes antes de que Alex se le abalanzara encima y empezase a golpearle los hombros, la espalda y la nuca con los puños−. ¡Párate! ¡Joder! Llevas todo el puto día igual… − ¡No os peleéis! –les gritó Lulú, separando a Alex de su improvisado saco de boxeo viviente. −Mantenedlos separados –ordenó el filósofo− y recoged vuestras cosas. Nos vamos de aquí. − ¿¡Quién te ha nombrado a ti jefe!? ¿¡Eh!? –le soltó Alex. −No tengo ningún interés en hablar con una pija ignorante y agresiva como tú, así que calla y no pongas las cosas peor. − ¡No le hables así! –la defendió Luisma− ¡Yo me quedo! − ¡Pues yo me voy! –se reafirmó el filósofo− Y Lulú y el gordo se vienen conmigo. − ¡Hasta nunca! –se despidió el friki. −Vamos, Luis –dijo Lulú−. No seas así. Venid con nosotros. No nos separemos por una tontería. − ¡Hace un minuto querías quedarte! –le recordó él. −Y tú, irte –apuntó ella. − ¡No voy a dejar que Alex y el cani se queden solos aquí! – gritó Luisma, consciente de las varias interpretaciones que podría tener su frase. −Y yo no voy a dejar que ellos dos –soltó Lulú, señalando hacia Simón y el filósofo− se vayan solos. −Está bien, está bien… −cedió él− Recogeré mis cosas. Saldremos mañana por la mañana. − ¡Yo no voy con ese! –chilló Alex, aún enfadada con Jhonatan. −Pues vete a tomar por culo –concluyó el cani. −Gilipollas… −gruñó Alex entre dientes. −Tío, dame las llaves de algún piso que esté libre –le pidió Luisma al filósofo−. Está claro que estos dos no pueden dormir juntos hoy, yo me quedaré con ella para vigilarla. 140

−Sí, ya… −ironizó la chica− Seguro que es para vigilarme. −Déjalo ya, ¡coño! –la riñó el chico− Trato de ayudarte. − ¡Puñal! –se mofó er Jhonatan. − ¿¡Y tú de qué te ríes!? –se volvió él hacia el cani− ¿¡De qué coño te ríes!? − ¿Qué me estás vasilando, shurmano? –se le encaró er Jhonatan. −Eres tú quien me provoca a mi –le increpó el chico−. Tú sigue por ese camino, porque un día… ¡Zas! Golpe crítico. En esos momentos, el puño del cani avanzó con movimiento rectilíneo uniformemente acelerado hacia la cara del friki. Y de pronto, todo el universo desapareció para él. El cuerpo de Luisma se desplomó en el suelo, haciendo un pesado ruido al golpear contra la baldosa, ante los ojos de todos los demás supervivientes. Y tras unos breves instantes en que el cosmos pareció detenerse, el filósofo abrió la boca y solo pudo decir: − ¡Zas! En toda la boca80.

80 “Bazinga” en la versión americana. Frase célebre de teleseries.

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Dos años antes En el parque viejo, al anochecer, er Jhonatan estaba besándose con una chica cuyo nombre desconocía. Era habitual en él. De hecho, el próximo sábado, caería otra. Siempre caía otra. Pero aquella noche, algo pasaría que alteraría el rumbo de aquella relación, marcando un antes y un después en la vida del cani. Un coche amarillo chillón, con grandes alerones y otras modificaciones aparcó justo delante de ellos. La puerta se abrió y su conductor se bajó con gesto preocupado. −Jhonatan, tío –dijo el recién llegado−, nos piramos, pero ya. − ¿Qué pasa, sosio? –preguntó el cani, despidiéndose de la chica y subiendo al vehículo. −Vamos al hospital –informó el conductor−. Le han disparado a tu abuela. − ¿¡Qué!? No me jodas, colega. −Agárrate, nos vamos a saltar algunos semáforos. − ¿Qué es esta mierda, sosio? –murmuró el cani. −Entraron a robar a tu casa, y cuando salió tu abuela, le pegaron un tiro –explicó él−. Ya han cogido a los ladrones, eran el perro ese de la otra vez y sus colegas yonkis. Pero no creo que tu abuela salga de esta. − ¿Y ahora qué voy a hacer? –se lamentó er Jhonatan− Mi abuela había cuidado de mi desde que metieron a mis viejos en la trena. −Buscarse la vida, como todos en el barrio. ... Para cuando el cani pudo entrar en la habitación a ver a su abuela, que estaba conectada a una máquina que controlaba sus pulsaciones, ya había pasado mucho tiempo. Él ya había asumido que aquello era una despedida y había empezado a hacer planes de futuro. Salió unos minutos después, con una cadena de oro 143

entre las manos, con un pequeño crucifijo colgando, el recuerdo que su abuela había decidido que conservase su nieto. Y esa fue la última noche que vivió la abuela de Jhonatan. ... Mientras tanto, en otro extremo de la ciudad, el Señor Osito leía el Normanomicón a la luz de las velas. Estaba abierto por la página sobre invocaciones de efrit, un sirviente particularmente poderoso. Alguien llamó a la puerta. El Señor Muerte y el Señor Siniestro entraron, sujetando por los hombros a un tercero con la cabeza cubierta por un saco negro. − ¡Ah! ¡Profesor! –sonrió el Señor Osito− ¡Cómo me alegro de verle! − ¡Suélteme, loco! –dijo el científico. El Señor Siniestro tiró del saco hacia arriba, dejando al descubierto la cara del padre de Luisma. −Tengo que felicitarle por sus avances en los experimentos con ratas –continuó el Señor Osito−, aunque fue una pena que se devorasen entre sí… − ¿Para qué me ha traído aquí? –fue al grano el profesor. −Por favor, no se tome a mal lo del saco en la cabeza. Meras formalidades de los secuestros… Es sólo que no podía permitirle que viese el camino hasta nuestro hogar. Quería pedirle que considere el trabajar para nosotros, y así continuaría a nuestro cargo con sus interesantes proyectos. No somos mala gente… Ignore los gritos amortiguados que nos llegan desde el sótano, son los alaridos de placer de mis otros prisioneros. −Si cree que trabajaré para usted, pierde el tiempo –le soltó el hombre. −Le daré un tiempo para pensarlo. Ahora, volverá a su casa. Pero piénselo –le aconsejó el sectario−. Seguramente habrá oído hablar del apocalipsis que Dios va a provocar, o puede que crea que su propia investigación, si cayese en malas manos, podría ser el origen del fin del mundo, pero yo le aseguro que eso no pasará.

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Nosotros lo haremos, claro. Dos años. Después no tendrá que trabajar más. −Dentro de dos años no pasará nada. La gente es muy partidaria de predecir fines del mundo a cada poco tiempo: La gripe aviar, los meteoritos, el efecto 2000, el anticristo, la gripe porcina81… Pero mi experiencia me dice que nunca pasa nada. Nunca. Y ahora, si tiene la gentileza de devolverme a mi laboratorio… No sólo estoy muy ocupado con mi proyecto, sino que pronto empezaré a trabajar en el P.O.R.N.O., una importantísima iniciativa. − ¿El porno? –se extrañó el Señor Osito. −El Plan de Ordenación de la Red Neurológica Occipital, naturalmente. Manipulación del cerebro en la zona del occipucio. −Muy bien –dijo el Señor Osito−. Caballeros, lleven a este hombre a su puesto de trabajo. Buenas noches y adiós.

81 De hecho, desde tiempos bíblicos, el mundo se ha ido terminando unas cuantas veces, y nosotros sin enterarnos...

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Día 22 Amaneció. Luisma despertó con un terrible dolor de cabeza y sangre seca dentro de la nariz. Desde la habitación de al lado le llegaba el típico ruido que hace la gente cuando recoge sus cosas para irse de un lugar. Se dejó caer de nuevo sobre la almohada y suspiró. Esperó unos minutos más y salió del apartamento. −Buenos días –saludó Simón Floid. −Buenas –respondió el friki−. ¿Al final nos vamos? −Sí. Jhonatan se unió al grupo de partidarios de abandonar la ciudad, luego se reconcilió con Alexandra y ella decidió venirse también. −No se llama Alexandra –susurró para sí Luisma. − ¿Cómo dice? –dijo el psicólogo. −No, nada –volvió a la conversación el friki−. Supongo que tendremos que seguir a la masa para sobrevivir. −Es curioso –reflexionó el psicólogo−, seguro que a lo largo del camino de la evolución, nuestros antepasados se vieron ante este tipo de dilemas morales montones de veces. Seguir a la masa es el único modo de no desaparecer. Eso explicaría la predisposición actual del ser humano a no pensar por sí mismo. −Ya, la falacia democrática que diría nuestro amigo sin nombre. Bueno, voy a ver qué están haciendo los demás –se despidió Luisma. −Ciao –contestó Simón. El friki bajó las escaleras al trote y brincó hacia el piso inferior. Allí, en el vestíbulo, se encontró al filósofo frente al estanque decorativo, recogiendo los últimos detalles en una mochila vieja. −¿Ya te has despertado, bello durmiente? –bromeó él. −Me duele la cabeza –comentó Luisma. −¿Vienes con nosotros o qué? –preguntó el filósofo− La niñata a la que tanto aprecias va a venir. −No me queda otro remedio, ¿no? –dijo el friki.

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−Has entrado en razón, ¿eh? No eres tan contumaz como te creía. Haces bien –le felicitó el filósofo, y luego añadió: −. Harías mejor olvidándote de esa consentida. −¡Alex no es una consentida! –se quejó Luisma− Quiero pensar que, algún día, por fin, estaremos juntos. Después de todo, yo soy el bueno, ¿no? −No, desde luego –rió divertido su interlocutor−. Ella ya está con el bueno, si quieres hablar en esos términos. Tú eres el malo de esta historia. −¿Yo soy el malo? –se sorprendió el friki− ¡Eso sí que no me lo esperaba! ¿Y el bueno que se queda con la chica es un estúpido y violento cani que la trata malamente? −Bueno, ellos quieren estar el uno con el otro –explicó el filósofo, rascándose la perilla− y tú quieres separarlos para satisfacer tus egoístas aspiraciones. −¡Ah! ¡Yo soy el malo! –se lamentó Luisma. −No te preocupes, imbécil: bueno y malo son solo juicios de valor. Recojamos las armas y avisemos a los demás. Nos vamos. ... Alrededor del mismo edificio en que se desarrollaban estos acontecimientos, un grupo de cuatro o cinco infectados ágiles merodeaba olisqueando el suelo, como siguiendo un rastro. No eran como los torpes infectados normales, sino mucho más esbeltos, rápidos y sus rasgos recordaban a una extraña mezcla de ofidio y humano. No a mucha distancia de allí, el mendigo observaba desde una azotea cómo buscaba a su presa la pequeña manada de infectados ágiles. Vio cómo un pequeño grupo de personas armadas salía de un edificio y se alejaba caminando por la calle, en dirección a la periferia. Vio también cómo un infectado rellenito con una correa de perro alrededor del cuello echaba a andar tras ellos lentamente, y cómo levantaban la cabeza del suelo los más ágiles, al darse cuenta de la presencia de los supervivientes.

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La manada de infectados empezó a correr tras ellos, quienes los escucharon e intentaron dispararles, pero era difícil acertarles. Un disparo del cani acertó a uno de ellos en una pierna, pero éste no pareció inmutarse. Así que empezaron a correr por sus vidas. Los infectados ágiles se pusieron a cuatro patas para avanzar más rápido aún y recortaron la distancia que les separaba de sus fugitivos. Er Jhonatan encabezaba la huida, sin preocuparse de por dónde dejaba a sus compañeros. En segundo lugar iban el filósofo y Lulú, seguidos a poca distancia por Alex. Cinco metros por detrás, Luisma intentaba darles caza a sus amigos, con enormes cantidades de sudor en la frente y una mano en el pecho (y no precisamente por eso del patriotismo). Y ya casi en las fauces de los monstruos, Simón Floid empezaba a no poder proseguir su marcha por mucho más tiempo. Esta macabra procesión terminó por desaparecer, doblando una esquina al fondo de la calle. El vagabundo perdió su ángulo de visión del espectáculo, así que rebuscó en sus bolsillos, apartó hacia un lado el Normanomicón y extrajo de debajo del mismo un librito pequeño titulado “Chimpancé neurocirujano: Historias de operaciones reales” y se puso a leer, para pasar el tiempo. Por su parte, el grupo llegaba a una calle cortada por el derrumbamiento de la enorme fachada de un edificio viejo, que había dejado cascotes repartidos por toda la calzada y ambas aceras. La pared de escombros tenía unos dos metros de altura, y era escalable, pero no en el tiempo del que disponían, por supuesto. −¡Joder! ¡Nos han follao! –se lamentó er Jhonatan. −¿Por qué los edificios abandonados tienen esa manía de derrumbarse? ¿¡Por qué!? –chilló Alex. Y de pronto, un ruido sonó tras ellos. Un aullido de dolor le siguió e inmediatamente después, unos gruñidos parecidos a los que producen las hienas y el característico sonido de la ropa al hacerse jirones. Lo último que alguien desearía oír cuando un grupo de caníbales monstruosos te persigue a pocos metros de distancia a ti y a tus compañeros. Todos giraron sus cabezas y presenciaron cómo, uno tras otro, la totalidad de los infectados ágiles se abalanzaban sobre lo 149

que parecía una masa de carne, brazos, piernas, huesos y alguna que otra cosa más difícilmente identificable, y la hacían pedazos con los dientes y las uñas, devorando vivo a lo que antes había recibido el nombre de Simón Floid, psicólogo, de 19 años de edad. Incluso en medio de la vorágine de depredación homicida, Micifuz pudo hacerse con un dedo pulgar y escapar hacia una esquina para chuparlo con tranquilidad. −Ahora que os quedáis quietos… −dijo el cani− ¡Tragad plomo! Y empezó a disparar contra ellos mientras acompañaba a su arma haciendo ruiditos con la boca. Hubo explosiones de cabeza, dedos amputados, tórax atravesados y otras cosas chiripitifláuticas. Tres de ellos cayeron muertos, un cuarto salió huyendo y el quinto y último saltó desde el montículo de vísceras y órganos ensangrentados, directamente sobre Luisma. −¡Aaaah! ¡Quitádmelo de encima! –gritó él. Pero no fue necesario, porque el bicho, al ver su muerte inminente, salió corriendo tras su compañero de manada. El friki se incorporó, se puso las gafas rectas y miró hacia abajo, para descubrir una profunda herida ensangrentada en su antebrazo. Tenía pinta de haber llegado al hueso. −¡Oh! ¡Voy a morir! –lloriqueó Luisma− ¡Y sin haber echado un polvo! −Luis… Ya verás que no va a pasar nada –trató de consolarlo Lulú, mientras le echaba un vistazo a la feísima herida de su brazo. −Sí que va a pasar. Sí que pasará… −Ya queda poco para salir de la ciudad –le animó la chica−, y después, acamparemos y le echaremos un ojo a esa herida, ¿vale? −¡La cabeza me da vueltas! –desvarió él− Todo parece muy borroso, y hay gente muy pequeña… con orejas puntiagudas, horneando galletas. Y me ofrecen sus galletas… pero son de chocolate, y el chocolate le sienta mal a mi cutis. −¡Chicos! ¡Cogedlo por las piernas y los hombros y llevémonoslo de aquí! –ordenó ella con firmeza−. Pararemos en una tienda de deportes a dos manzanas de distancia a coger unos 150

sacos de dormir y unas tiendas de campaña. Y luego acamparemos en el bosque. ¡No hay tiempo que perder! −No, no quiero vuestras galletas, alegres duendecillos – deliró el friki−. ¡No, he dicho que no! ¡No podéis obligarme! El filósofo y Jhonatan dejaron algunas de sus armas en el suelo y cargaron a Luisma, emprendiendo la marcha de nuevo, mientras el friki se revolvía prácticamente sin fuerzas. −¿A dónde me lleváis, malditos? ¡Son duendecillos malignos! ¡¡Son malignos y quieren conquistar el mundo!! −¿Crees que si le damos una colleja se callará, facineroso? – le preguntó el filósofo a Jhonatan. −Por probar… ... El cielo se tornó oscuro. En el bosque de coníferas, los últimos hombres del mundo erigieron raquíticas tiendas de campaña y se afanaron en encender una hoguera. Dentro de una de esas tiendas de campaña reposaba Luisma, metido en un saco de dormir, agonizando, sudando a mares y alucinando con duendecillos. Lulú lo miraba con expresión preocupada y desinfectante, aguja e hilo en las manos. Se humedeció el dedo pulgar con saliva y le frotó una de las mejillas a Luisma para limpiarle la sangre reseca. Levantó su brazo herido y lo examinó, antes de verter sobre el mordisco una buena cantidad de desinfectante. Y luego vino lo más difícil. Coser la herida. −Tranquilo, que su hija verde beba es normal, señor duendecillo vestido de pato –murmuró el friki. −Luis, esto me va a doler a mí muchísimo más que a ti. Se metió el extremo del hilo en la boca y luego lo pasó por el ojo de la aguja. Y con gesto de dolor y grima, empezó a coser la herida. Unos cuantos minutos después, se reunió con el filósofo, er Jhonatan y Alex, fuera de las tiendas de campaña. Se sentó junto a ellos, contempló con mirada ausente la hoguera durante un instante y, al fin, dijo: 151

−Joder, caen como moscas… Y lo más probable es que nosotros acabemos como ellos también. En la tienda de campaña, Luisma volvió en sí. Todos los duendecillos que le ofrecían galletas se desvanecieron como si fuesen de humo. Aturdido, se frotó los ojos, que notaba secos e irritados, y sorbió hacia arriba la sangre que estaba empezando a resbalarle por la nariz. Escuchaba voces distantes y amortiguadas que venían del otro lado de la barrera de tela que le aislaba del mundo. Y una hoguera crepitando. Y ruidos de cremalleras. Se sentía cada vez más cansado. −¡Que te como! –oyó la voz del filósofo en la tienda de al lado. Creyó que debía estar flipando aún, porque no recordaba que el filósofo fuese una de esas personas a las que les gusta comerse a otras personas. Se puso de costado. Se miró el brazo y lo descubrió cosido perfectamente. Estaba cada vez más mareado, por lo que decidió quedarse quieto y en silencio. −Lo que no quiero –oyó que proseguía el filósofo− es que habléis de Luisma como si ya estuviese muerto. −No saldrá de ésta –respondió la voz de Lulú. −No adelantemos acontecimientos –repitió el filósofo−. Que todas las personas que hayan sido mordidas hayan muerto, que nosotros sepamos, no quiere decir que él también vaya a morir. Es el problema de la inducción. −Sí –aceptó ella−, teóricamente, cualquiera podría ser el primer ser humano inmortal. Pero en la práctica, eso no suele pasar. Podría salvarse por una causa misteriosa e inexplicable o un Deus ex machina82, o morir tal y como esperamos. Cualquier cosa podría pasar, pero creo que haré uso de la navaja de Occam y consideraré a Luisma como uno más, que vive y muere como nosotros. El friki se giró y orientó su atención hacia la otra tienda de campaña, para intentar escuchar lo que estaban diciendo Alex y er Jhonatan. Seguro que era mucho más entretenido que un debate filosófico. 82 Recurso literario que hace que de repente aparezca algo en el libro que lo arregle todo.

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−¡Que no me empujes la cabeza! ¿Qué me quieres, taladrar la nuca? –oyó que protestaba ella. −Perdona, fue sin querer no evitar evitarlo –se disculpó el cani. Definitivamente, el friki abandonó su búsqueda de una conversación que le satisficiera y se dejó caer rendido boca arriba, pensando muy alto para no tener que escuchar a los demás. Y sus pensamientos fueron perdiendo el sentido y la celeridad lentamente, y sus párpados fueron ganando en peso y el mundo fue oscureciéndose hasta desaparecer…

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Un año antes Encarnación Floid paseaba por los pasillos del Sanatorio Mental de Cimera al lado de una especie de guía que le habían asignado para que le enseñase las instalaciones. Ella no le prestaba demasiada atención y él hablaba sin prestar demasiada atención a si ella prestaba atención. −Y aquí está Adolfo, que tiene el síndrome de la cabeza explosiva… −continuaba el hombrecillo. −¡Oh, eso suena divertido! –dijo ella. −Créame, no para él83 –echó a andar nuevamente−. Y éste es uno de nuestros pacientes más peligrosos. Entró aquí poco después de asesinar a alguien que no recuerdo… un apuñalamiento con una cuchara oxidada. Aunque él sostiene que no le quedó más remedio que asestarle aquellas mil ochocientas noventa y tres puñaladas de cuchara sopera. Abrió la puerta acolchada de la habitación y entró delante de Encarnación. El hombre falseó una sonrisa amplia como la de un payaso, enseñando hasta las muelas, y se dirigió al joven que estaba sentado en una esquina con un chaleco de fuerza. −Hola Miguel Ángel, ¿qué tal te encuentras hoy? Te he traído tus pastillas… −¡No! ¡Tú lo que quieres es drogarme para violarme! –acusó Miguel Ángel. −Miguel Ángel tiene el síndrome de Miguel Ángel, que fue descubierto en él mismo –explicó el enfermero−. Cree que absolutamente todos los seres vivos que le rodean intentan violarlo constantemente. −¡Está enamorado de mí! ¡Y esa también! –chilló Miguel Ángel, pegando cabezazos contra la pared acolchada− Todos están enamorados de mí… Todos. Porque soy tan guapo, que me duele la cara. Y todos me quieren violar…

83 Como excepción a mi acostumbrada sarta de paridas, os puede decir que ese síndrome existe realmente. En serio.

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Cerraron la puerta acolchada dejando a Miguel Ángel en su habitación y continuaron con el siguiente paciente. Después de ver unas cuantas habitaciones más, el busca de Encarnación Floid sonó. Ésta lo miró un momento y se disculpó diciendo: −Lo siento, pero he de irme. Requieren de mi presencia en el P.O.R.N.O. en estos instantes. −¿En el porno? −Es un proyecto súper-secreto del que no estoy autorizada a hablar –explicó Floid−. Solo puedo decirle que me han contratado para que vigile posibles daños cerebrales en los sujetos de las pruebas. Y sin soltar una palabra más, desapareció por la puerta. ... En el parque de patinaje de Cimera, entre las rampas, los montículos y los fosos para skaters, a lo largo del tiempo se había ido estableciendo un punto de reunión común para la pandilla de Roscelino. Desde que Rufián y Taimado salieran del orfanato, Roscelino acostumbraba a salir cada tarde a tumbarse a no hacer nada con sus dos compinches al parque de skate. En este tiempo, Rufián se había hecho con el control del monopolio de tráfico de marihuana en el barrio de Sacramento, el más septentrional en Cimera, y Taimado estaba haciendo sus pinitos en el arte urbano del grafito 84, ya sabéis: pegatinas, carteles, plantillas, firmas, murales, ácido para cristales… por todos lados. Un coche descapotable con los amortiguadores modificados y unos enormes altavoces instalados en la parte de atrás servía como mp3 muy, muy grande y más complicado de llevar. Y a pocos metros de donde estaba aparcado el coche, Taimado y Rufián se encontraban apoyados contra un pequeño muro de hormigón de poco menos de un metro de altura. Taimado iba ataviado con la clásica indumentaria de rapero, con ropa holgada y ancha, mientras que Rufián portaba una extraña combinación, 84 Castellanización de graffiti. Sí, queda mal, por eso uso justamente esta palabra.

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como el caviar con gusanitos o el típico traje con madreñas: de cintura hacia abajo llevaba el atuendo estándar de rapero, mientras que de cintura para arriba había escogido llevar una camisa de manga corta, una corbata antigua decorada con motivos de bandana, un pañuelo enrollado en la muñeca y un sombrero de copa sobre la cabeza. Como cada tarde, Roscelino apareció caminando hacia el punto de encuentro a la hora de siempre. − ¡Ros! –saludó Rufián, sacándose el cigarrillo de la boca. − ¿Qué pasa, tío? –dijo Taimado, que se levantó un poco para estrecharle la mano. − ¡Pero mira quién tenemos aquí! –bromeó Roscelino− ¡Si son Rinconete y Cortadillo! −Así qué te has metido a filósofo, ¿eh, puta? –comentó Rufián. −Sí, he ido por el bareto de los intelectuales que hay junto al parque viejo. No está mal. − ¡Bah! Te están amariconando esas bolleras –argumentó Rufián. − ¡Eh! Esas bolleras son mis madres, David –protestó Roscelino fingiendo ofensa−. No hay nada de malo en las lesbianas. ¿No tienes tú muchos de sus vídeos? −Pues sí –reconoció Rufián, mientras miraba a un transeúnte que se acercaba a ellos, y se sacaba una bolsita del bolsillo. −Diez pavos –dijo el desconocido. −Aquí tienes –respondió Rufián, y seguidamente se giró de nuevo hacia sus amigos−. Tomás también tiene unos cuantos, ¿eh, Tomás? −A mí no me metas en tus movidas –gruñó Taimado−. Creía que era a Roscelino al que íbamos a increpar. −Venga, tíos –continuó Roscelino−, ahora soy legal. No quiero problemas. −Ya sabes cómo es este negocio –explicó Rufián−. En la calle no se puede ser legal, porque te pisan. Tú eliges, tío, o nosotros o la filosofía…

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−No le hagas caso –lo calmó Taimado−. Nos conocemos desde que éramos unos críos, ¿no? Y eso no hay nada que lo pueda cambiar, pero te van a joder bien como sigas por ahí. −Me lo pensaré –mintió el filósofo. ... El ascensor se detuvo en el quinto piso subterráneo. Las puertas se abrieron en un amplio laboratorio secreto que parecía estar relacionado de una u otra forma con lo militar. De aquí para allá se paseaban científicos ataviados con bata, gente con trajes horteras y operarios fofos y peludos. Encarnación Floid fue escoltada por los pasillos y corredores de metal hasta llegar a una puerta protegida por dos agentes de seguridad, que le dejaron paso de inmediato. Al otro lado de la puerta, varias personas esperaban. −Bienvenida, bienvenida, señora Floid –saludó efusivamente un hombre de aspecto siniestro−. Soy el experto en electromagnetismo, y usted es la psicóloga, supongo. −Psiquiatra –corrigió ella−, soy psiquiatra. −Supongo que ya conocerá a nuestro celebérrimo y archiconocido acompañante –dijo el hombre siniestro, señalando al padre de Luisma−. El experto en bioquímica más brillante que he conocido. −Al grano, ¿a quién le han frito el cerebro? −Oh, no, no –sonrió el hombre siniestro−. Las cosas no funcionan así, nosotros no freímos cerebros. Permítame explicarle en qué consiste el P.O.R.N.O…. Como seguramente se habrá dado cuenta, estas instalaciones obedecen a un fin armamentístico. Es decir, sí, trabajamos para el ejército. Quizá haya oído hablar de las armaduras de combate de nueva generación, o los exoesqueletos o cualquiera de los avances en la tecnología militar de los últimos años. En el P.O.R.N.O. nos ocupamos de mejorar al propio soldado. −Eso me suena a que es asunto de la bioética –interrumpió Encarnación Floid.

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−Para nada tiene que preocuparse –prosiguió el hombre de aspecto siniestro−. No hacemos más que potenciar las capacidades humanas. Verá, cuando una parte del cerebro resulta dañada, otra la sustituye en sus tareas, del mismo modo en que la ceguera potencia el resto de sentidos. Es por todos sabido que el cerebro funciona por impulsos eléctricos, por lo que una alteración en esos impulsos permite alterar el cerebro a voluntad. Obviamente sería muy complicado reordenar las conexiones neuronales con esta tecnología tan macroscópica –reconoció el hombre−, pero sí que podemos bloquear el flujo en zonas localizadas del cerebro. Ahí es donde entra la estimulación magnética transcraneana. Mediante impulsos inducidos, “desactivamos” una zona del cerebro, provocando el desarrollo de áreas del cerebro más profundas que compensan el bloqueo. Y al desbloquear la zona inhibida, conservamos ambas, teniendo a un individuo más desarrollado que cualquiera de sus compañeros. −Deduzco, por el nombre del programa, que se están centrando en el lóbulo occipital –dijo la mujer−. Encargado de procesar estímulos percibidos del entorno… −Correcto. −… pensamientos y emociones. −Ciertamente –asintió el hombre siniestro−, pero no se preocupe, no hemos creado ningún monstruo aún. Venga, mire – dijo, conduciéndola hacia una sala vacía en cuyo centro había un enorme asiento que salía del suelo, sobre el que se encontraba aposentado un niño con varios tubos y electrodos adheridos a la cabeza afeitada. No superaría los trece años de edad. − ¿Un niño? –preguntó Floid. −No un niño cualquiera –respondió él−. Este niño tenía serios problemas de desarrollo, hasta que se sometió a nuestros métodos. −Inmorales métodos. −Efectivos métodos, más bien –corrigió el hombre−. Ahora no solo ha desarrollado todas sus capacidades intelectuales plenamente, no sólo el lóbulo occipital, además, siguiendo el método en todo su cerebro, se ha convertido en un prodigio.

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Puede calcular numerosas trayectorias y variables para objetos y situaciones, al mismo tiempo y… −Ya veo el tipo de experimentos que se hacen aquí –le espetó la psiquiatra−. Y el bioquímico, o lo que sea, estará aquí como algún tipo de refuerzo al procedimiento con electromagnetismo. −En efecto –confirmó el aludido−. ¿Ve ese tanque sellado herméticamente en el fondo de la sala? Contiene una especie de microorganismo artificial, con los mismos efectos que la terapia de mi colega. Al usarlos conjuntamente, esperamos que se potencien, pero aún no lo sabemos con certeza. Por eso está usted aquí. − ¿Y en el hipotético caso de que hubiese una fuga ahora mismo? −Bueno, a mí no me ocurriría nada –explicó el hombre siniestro, mostrando una marca circular en su cuello−. Alojados en todos mis tejidos y fluidos corporales hay cierta cantidad de nano-robots que me inmunizan contra cualquier posible daño producido por mi tecnología en el caso de que se me vaya de las manos. Tenga en cuenta que empecé en esto hace muchos años, con un antiguo socio, y las cosas no siempre han ido como esperábamos. −En cuanto a nosotros –concluyó su compañero−, ignoramos los efectos secundarios que nos podría producir. Pero es altamente improbable que ocurra una fuga. ... La sala de reuniones era una habitación tan alta que la oscuridad no permitía ver su techo. El Señor Osito, el Señor Siniestro, el Señor Muerte y el Señor Matarife se reunían en torno a una mesa redonda, pobremente iluminada por una lámpara, en cuyo centro reposaba el Normanomicón. − ¿Y bien? –comenzó el Señor Osito− ¿Qué tal avanza nuestro plan de destruir el mundo? −Nuestros agentes infiltrados en el gobierno nos han informado de avances tecnológicos bastante interesantes –dijo el Señor Siniestro. 160

− ¿En el P.O.R.N.O.? –intervino el Señor Matarife− Creía que ya habíamos dejado claro que no disponemos de los medios para transportar esos imanes tan grandes. −No son imanes esta vez –prosiguió el Señor Siniestro−, son microbios o algo de eso. Mucho más manejables, llevamos un recipiente, tomamos prestados unos cuantos y ni siquiera se enterarán. − ¿Has vuelto a beber? –preguntó acusadoramente el Señor Muerte. −Ni una gota, lo prometo –juró el borrachín, mostrando una botella con tres dedos de líquido en el fondo− ¿Ves? No he bebido desde la última vez. −Está bien, está bien –dijo el Señor Osito−. El Señor Siniestro y la Señorita Asquette reunirán una cuadrilla y prepararán el robo de los microbios cuanto antes. Esperamos con impaciencia vuestro éxito.

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Día 23 El friki se sacudió y convulsionó entre arcadas hasta vomitar una especie de líquido burbujeante que desprendía vapor y parecía palpitar. Y eso no le sorprendía, lo que le sorprendía era no haber echado aún el corazón por la boca. − ¿Qué tal te encuentras? –escuchó la voz de Alex desde la entrada de la tienda de campaña. −Fatal –respondió él. − ¿Hay algo que pueda hacer por ti? –insistió la chica. −De hecho, sí –asintió Luisma−. Muchas cosas, pero ninguna que tú quieras hacer. − ¿Te vas a morir? –dejó caer ella. −Sí… Es probable. −Jhonny tiene opio –comentó ella−. Mucho. Si quieres… Puede aliviarte el dolor. −Déjame solo –la echó él−, no tengo ganas de hablar con nadie. Alex salió de la tienda haciendo pucheros, se sentó al pie de un árbol y enterró la cara entre las rodillas. Estaba triste, pero no lo suficiente como para que le salieran las lágrimas. Luego levantó la cabeza, se apoyó en el tronco del árbol y se dejó resbalar, suspirando. Lulú, er Jhonatan y el filósofo, que se habían internado en el bosque en busca de algo comestible, volvían al campamento arrastrando los pies, con apenas algunas bayas en la mochila. Y ni siquiera sabían si serían venenosas o sabrían mal. Mientras que la pareja de pensadores se fue directa hacia su tienda de campaña a disfrutar de un poco de intimidad, el cani echó un vistazo alrededor hasta que su vista encontró a Alex. − ¡Gordi! ¡Desliza er culo hasta aquí! –la llamó er Jhonatan. −Gilipollas –murmuró para sí la chica. − ¿Qué pasa? ¿Por qué tienes esa cara? –dijo el cani− ¿Qué tienes? ¿Hambre? ¿Frío? ¿Caca? − ¡No tengo nada! –le gritó Alex. 163

−Oye, no me toques los huevos –se impacientó el chico−. ¿Qué te duele? −Estoy harta de ti. Nunca tienes en cuenta mis sentimientos –se quejó ella, y se levantó enfadada, dedicándole una rabiosa mirada a su compañero antes de dirigirse a grandes zancadas hacia la tienda de campaña. − ¿Sen… ti… mientos? –repitió er Jhonatan, como quien acaba de escuchar una palabra extremadamente difícil− Mujeres, no hay dios que las entienda. Y en la tenducha seguía Luisma debatiéndose entre el vómito y la arcada. A pesar de que echar la pota no es nada que resulte en exceso agradable, al menos se le había pasado todo lo demás, desde el sangrado nasal hasta la cefalea. No sabía si eso era parte de su conversión natural en zombie o si estaba pasando algo extraño, pero era chungo de sobrellevar. Si hubiese habido un reloj en esta situación, lo que quedaría bien ahora sería decir que las agujas del reloj dieron una vuelta completa, y luego otra y otra, pero no lo había, así que tendremos que conformarnos con otro recurso literario algo menos dinámico y espectacular para señalar el paso del tiempo… El caso es que aquel caracol en el tronco de un árbol ascendió la friolera de casi quince centímetros y el friki vomitó por última vez, antes de que desaparecieran las arcadas, antes de que se recuperase por completo y se pusiese en pie y antes de que, contra todo pronóstico, se convirtiese en el primer humano en sobrevivir a una infección por mordedura. En el exterior de la tienda de campaña, Alex, Lulú y el filósofo se sentaban en torno a la hoguera, mientras er Jhonatan había salido a dar un paseo por el bosque y explorar el entorno. −A ver, niñata –dijo el filósofo−, aprovechando que nuestro facineroso amigo no está aquí, me gustaría abordar cierto tema. − ¡No soy una niñata! –protestó Alex. −El caso es –continuó él como si no la hubiese oído− que últimamente estáis discutiendo bastante. −Porque es tonto del culo –explicó la chica. −Yo creo –intervino Lulú− que no se puede estar mucho tiempo en una relación en donde se discute tanto. 164

−Es normal. Las discusiones de pareja son algo normal –dijo Alex−. Pero él cambiará, lo sé. Él cambiará por mí. −Lo que tú digas… −concedió Lulú. − ¡No te pongas condescendiente con ella! –la riñó el filósofo, fingiendo enfado− ¿No ves que esta gente no entiende las sutilezas? −Voy a ver a Luisma –se despidió Lulú, y se fue. La chica caminó hacia la tienda de campaña y se detuvo frente a la cremallera. Todo estaba misteriosamente silencioso. Bajó la cremallera, cuyo característico ruido era lo único que se escuchaba en el bosque. Entró. A primera vista, la tienda estaba vacía. Luisma no estaba allí. Dio un paso hacia adentro, confusa, para echar un vistazo. Y de súbito, una sombra se abalanzó sobre ella, la echó al suelo y empezaron a rodar. − ¡Buu! –rió el friki. −¿Luis? ¡Estás bien! –se alegró ella al reconocer a su amigo. −Supongo que soy de esos tipos con tirada de salvación especial, ¿no crees? –bromeó él. −¿Qué? –dijo Lulú, sin entender− ¡Voy a avisar a los demás! −¡No! ¡Espera! Quédate. −¿Sí? –preguntó ella. −Es solo que… −empezó Luisma− Quería darte las gracias. Por todo esto. Supongo… supongo que eres mi mejor amiga. −Yo podría decir lo mismo de ti –reconoció Lulú−. Pero, ¿qué pasa con Alex? −Antes creía que éramos buenos amigos. ¿Sabes? Cuanto más conoces a una persona, más te das cuenta de que en realidad la conoces menos –comentó el friki−. Supongo que nunca fuimos más que simples conocidos. Y eso seguiremos siendo. −No te preocupes. Al final, verás como todo sale bien. ... Er Jhonatan caminaba dando largas zancadas por el suelo irregular del bosque, golpeando frente a sí a izquierda y derecha

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con un palo para apartar los frondosos helechos que cubrían la práctica totalidad de su camino. Mientras seguía con su paseo, se enchufó la pipa de opio en la boca para que le ayudase a relajarse. Esa tonta de Alex le estaba dando demasiado la lata últimamente y no sabía por qué, pero siempre estaba mosqueada con él. ¿Qué se había creído? Ya estaba empezando a anochecer cuando el cani llegó a una zona en la que se terminaban los árboles. Salió de la espesura y contempló lo que se alzaba ante sus ojos. Había un pequeño huerto entre un par de barracones de madera, unas casitas para campistas o algo así. Y el huertito era, nada más y nada menos, que una pequeña plantación de marihuana. −¡Marihuana! –exclamó er Jhonatan. Rodeó el cuadradito en el que crecían las plantas y cruzó por el pequeño pasillo que quedaba entre las dos cabañas. Ahora, delante de sus narices, tenía una pequeña barbacoa alrededor de la cual se distribuían cinco cabañas, con bonitos porches y puertas rústicas, y un oxidado parque infantil con columpios que se mecían hacia adelante y hacia atrás y una plataforma que giraba lentamente, chirriando. Todo estaba desierto, por supuesto. Aunque cuando registró las cabañas, tenía cierto temor a que de debajo de las literas saliesen boy scouts zombies que le intentasen vender galletitas. A decir verdad, lo que daba miedo no eran los boy scouts zombies en sí, sino lo que le clavarían por cuatro arenosas galletas. Por eso, procuró registrarlo todo a toda prisa y volver pitando con el resto a contarles lo que había encontrado. Pero eso no pudo ser. Con un ligero clic, la puerta del barracón en el que estaba Jhonatan se cerró, dejándolo en casi completa oscuridad, aunque no en la infra-oscuridad, lo cual era un detalle. Podía sentir que no estaba solo en la habitación. No sabría decir si lo oía, lo olía o qué, pero notaba una presencia con él. Una silueta que se deslizó hasta él, hasta su espalda, y le tapó la boca. Y Jhonatan no pudo volver con sus compañeros. ...

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Mientras tanto, Luisma contaba ovejas en su tienda de campaña, mirando la tela que le servía como techo; Alex estaba tumbada de costado, como ausente, esperando el retorno de Jhonatan, que no se produciría; el filósofo abrazaba a Lulú, con la cabeza apoyada en su hombro… Y Micifuz merodeaba por la zona, sin poder encontrar el asentamiento de los supervivientes. −Tú… −susurró Lulú− ¿Te acuerdas de lo que hemos estado hablando estos últimos días? −¿De la escolástica? –preguntó el filósofo. −No, de lo otro –dijo la chica−. Creo que ya estoy preparada. −Yo también –asintió él, y se inclinó para besarla. Sus labios se abrieron y sus lenguas se entremezclaron y enlazaron. Al principio, él dio algunos rodeos, lamiendo los labios de ella, para finalmente empezar a rodear su lengua, por arriba, por abajo, a usar la suya para acariciar su puntita, a jugar a retroceder para que ella le alcanzase… ya sabéis, ese tipo de tonterías. −¿Nunca te he dicho el morbo que da besarte con esos piercings? −Ah, ¿sí? ¿Te gusta? –provocó ella, pícara− ¡Demuéstralo! Lulú se quitó la camiseta y permitió que su compañero fuese lamiéndola y besándola en el lóbulo de las orejas y hacia abajo, en la mandíbula, el cuello, la clavícula… Se deshicieron del sujetador de la chica rápidamente y él levantó con suavidad uno de sus pechos, fue besándolo hasta llegar al pezón, que rodeó con su lengua, cubriéndolo de saliva caliente. La chica ronroneó y se agitó. Sus pezones empezaron a endurecerse cuando su compañero los besó y jugó a morderlos delicadamente. Entonces, él levantó la cara y la miró a los ojos un instante. Sopló sobre su pezón húmedo. −Está frío –susurró ella, sonriendo. Pero el filósofo volvió a cubrirlo con el calor de su boca. Luego bajó, deslizó los dedos sobre el vientre de ella hasta su ombligo, y allí dio un par de vueltas a su alrededor, acariciándola y luego posando su boca sobre ella, jugando con su lengua y bajando aún más, hasta su cadera. Acarició a la vez el interior de sus muslos y notó lo calientes que estaban sus ingles. 167

El chico se reincorporó, quedando de rodillas. Tomó uno de sus pies y lo besó, lo chupó, y retomó desde ahí el camino hacia su entrepierna. Al llegar allí, levantó sus muslos y retiró los shorts de encaje de Lulú. La acarició despacio con los dedos. Estaba mojada, caliente y suave. Y fue entonces cuando ella, incapaz de esperar más, saltó sobre su pareja, se puso encima de sus caderas y le bajó la bragueta. Tiró de su ropa interior y descubrió… ¡Que era un robot! Vale, no era un robot. Es que siempre quise decir eso. Era un tío normal, sólo era una broma. De todos modos, habría molado que hubiese sido un robot. ¿Por dónde iba? Ah, sí, que Lulú le arrancó la ropa al filósofo, y, mientras se tocaba, sacó una caja de condones. Recordad, niños, usad condón siempre85. −Mi clítoris está muy duro –dijo ella, que parecía poseída por un espíritu salvaje− ¡Fóllame! Ignorando todas las recomendaciones que se pueden hacer al respecto, Lulú rasgó el envoltorio del preservativo con los dientes, luego lo sacó e intentó ponérselo, sin éxito, al chico. −Creo que va al revés –comentó el filósofo. −Sí, es verdad… A ver si así… ¡Ya! El filósofo se sentó y Lulú se puso encima de él, de rodillas. Su compañero la rodeó con los brazos y la bajó hasta su altura, para poder besarla en la boca. Se abrazaron, acariciándose la espalda, y él subió la mano hasta la nuca de ella y sujetó cariñosamente su cabeza, enredando los dedos y sumergiendo su propia cara en el pelo de ella. Su pelo olía muy bien, por cierto. Y después, fueron bajando poco a poco, despacio, para no hacerse daño. Y… −No me entra –dijo Lulú. −No pasa nada –la tranquilizó el filósofo−. Es normal, siendo nuestra primera vez… Es solo al principio –explicó mientras intentaba penetrarla lentamente, sin conseguirlo. Por muy lentamente que lo intentase. 85 Este ha sido un mensaje patrocinado por el Ministerio de Sanidad de Cimera.

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−Oye, se me han pasado todas las ganas, ¿qué tal si lo dejamos para otro día? −Sí, a mí también –reconoció el filósofo−. Para otra ocasión, mejor… Se separaron, se recostaron y se taparon con los sacos de dormir, mientras seguían desnudos el uno frente al otro. −Ha sido divertido intentarlo –sonrió Lulú− ¿Dormimos? −Vale –aceptó él, y se abrazaron. Y esa noche durmieron desnudos, sonrientes, y esperando la próxima ocasión.

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Día 24 Aún era de noche. Noche cerrada. Un manto de estrellas cubría el cielo. Faltaban horas para que amaneciese y er Jhonatan seguía encerrado en la cabaña del campamento de los boy scouts. La puerta volvió a abrirse y a cerrarse, y su captor se acercó con pasos de gato hacia la presa. Era un hombre de aspecto siniestro, cubierto de harapos, con una chistera sobre la cabeza y aspecto desaliñado. − ¿Seguro que no has venido con nadie? –dijo el hombre siniestro. − ¡Que no, ostia! –respondió er Jhonatan. −No he encontrado a nadie más merodeando por aquí, posiblemente digas la verdad −reconoció−. ¿Dónde están tus compañeros? Había más gente, lo sé. −En el campamento –confesó el cani. − ¿Te apetece jugar una partida de Mutilar a Doña Cebolla86? −No lo conozco. − ¡Pero si es muy simple, apenas se juega con dos barajas al mismo tiempo! –exclamó el hombre siniestro− Empiezo a pensar que no quieres ser mi súper-colega. − ¡No, coño! –gritó el chaval− ¿¡Qué quieres de mí!? −Verás, no soy tan estúpido como parezco –explicó aquel extraño hombre−, he estado observándoos durante un tiempo, por motivos personales, claro. Sé quiénes sois. −Tú eres un vagabundo. −Bueno, sí, aparentemente sí. Pero solo desde hace relativamente poco tiempo −admitió−. ¿Nunca te has preguntado cómo es que os instaláis en un lugar desierto y unos días después siempre empiezan a aparecer masas de infectados ahí? ¡Qué casualidad! ¿Verdad? Pues bien, me siguen a mí. Y yo he estado en todos los lugares en los que vosotros habéis estado. Tenía un compañero, murió. Por motivos que desconozco, los infectados se 86 Mutilar a Doña Cebolla es un juego creado a partir de los libros de Mundodisco de Terry Pratchett. Se juega con una baraja española y otra francesa, y consiste en agrupar cartas.

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ven atraídos por mi presencia. Quizá se deba a esto –finalizó, sacándose el Normanomicón de uno de sus bolsillos. − ¿Qué es esa mierda, shuprimo? –preguntó er Jhonatan. −Poca cosa –dijo el hombre−, un libro de magia negra antiquísimo. Meras supercherías, obviamente, pero impregnado en una potente feromona. Según he leído, el Perfume de los Muertos. −Huele a café. −Sí, creo que a Juan Valdés se le ha caído su refrigerio en el Libro de los Muy Muertos… Bueno, ¿me llevas con tus amiguitos? El hombre de aspecto siniestro levantó al cani por la camiseta y lo condujo a la salida. Cerró la puerta tras de sí y echó a caminar, manteniéndose en la espalda del cani. Un buen trecho después, las siluetas de las tiendas de campaña empezaron a adivinarse tras los árboles. Ya estaban muy cerca de los límites del campamento cuando se detuvieron y aquel hombre tiró de Jhonatan para obligarlo a sentarse. −Siéntate aquí conmigo, esperaremos a que despierten. ... Y el sol se elevó en el horizonte. El filósofo y Lulú se desperezaron y vistieron. Luisma salió de su tienda de campaña para mear contra un árbol. Alex despertó, entristeciéndose al comprobar que Jhonatan no había vuelto anoche. La chica salió al exterior y se encontró con el friki. Se acercó a él y le agarró del brazo, con gesto preocupado. −Jhonny no volvió ayer –dijo ella−. Creo que es por algo que le he dicho. ¿Y si no quiere volver? −Pues que le den por el culo –respondió Luisma despreocupado. −Pero, ¡yo le quiero! –gimoteó Alex, y sus palabras parecieron sentar como un jarro de agua fría a su compañero. − ¡Ya lo sé! ¿Qué esperabas que te dijera? –le espetó− ¿¡Que me preocupaba mucho!? ¡Pues no puedo! –ella pareció encogerse por efecto de estas palabras, así que el chico rectificó 172

inmediatamente e intentó disculparse− Oye… Lo siento. No quería gritarte, pero es que a veces creo que no puedo soportarlo más y… − ¡Luis! –cortó la muchacha, tirándole del brazo y señalando algo que acababa de ver en el bosque. Acercándose. Parecía una suerte de hombre ataviado con un sombrero de copa y ropa inmunda. −Solo hay dos tipos de personas lo suficientemente elegantes en esta vida como para llevar chistera: los magos −dijo− o los mendigos. Y no parece que lleve un conejo ahí adentro. Inmediatamente a ambos se les vino a la memoria la escena del vagabundo esgrimiendo un martillo sobre el cadáver del fallecido muerto que habían presenciado hacía ya casi un mes. Y ahora se hallaban ante el mismo mendigo. Corrieron apresuradamente a avisar a Lulú y el filósofo, que salieron con presteza de la tenducha. Pero para entonces, el hombre siniestro, seguido muy de cerca por el cani, ya se había plantado en el centro de su campamento. Y aquel hombre siniestro, aunque envejecido y desmejorado, le resultaba extrañamente familiar a Lulú. −Hola –dijo, dedicándole una sonrisa a Lulú que, ciertamente, había visto mejores días. La sonrisa, me refiero. −¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? –interrogó Luisma. −Tranquilos, soy una persona normal, como vosotros, y solo quiero que seamos súper-colegas –explicó el hombre−. En cuanto a cómo he llegado aquí, es una historia muy larga que quizá os cuente más tarde. Creo que dicha historia incluso podría ayudaros a comprender lo que está pasando a nuestro alrededor, con todo este tema de muertos vivientes y similares. −¿A qué te refieres? –prosiguió el friki− ¿Sabes por qué está pasando esto? −Por supuesto. Yo estaba allí cuando se abrió la caja de Pandora, si he de ser sincero –relató el siniestro hombre. −Espera, espera, espera, espera… −interrumpió Alex− ¿Quién es Pandora y por qué tenía una caja? −Es solo una forma de hablar. Digamos que yo contribuí a crear el apocalipsis. Aunque… −añadió, advirtiendo la herida del 173

antebrazo de Luisma, que se curaba sin problemas−… también es cierto que si no fuera por mí, probablemente tú no seguirías vivo, chico. −Explícate de una vez y deja de hablar de forma misteriosa, a ver si nos enteramos –exigió el filósofo. −Veréis, en mi cuerpo están alojados millones de nanorobots auto-replicantes que me inmunizan frente al virus zombie −dijo−. Dichos robots están por todo mi organismo y mis fluidos corporales, de forma que, en suficiente cantidad, podrían establecer una nueva “colonia” en otros cuerpos. Esto es, por ejemplo, que pueden ser heredados por mis descendientes, como es el caso. Las miradas de todos los presentes se clavaron en el friki. Se hizo una especie de vacío interminable que, en realidad, no duró un segundo antes de que Lulú, que se había girado para mirar a Luisma, dijese: −Luis… ¿es… tu padre? −No, por supuesto que no –sonrió él−. Yo, soy tu padre, Lulú. −¡Buena ahí, Vader! –exclamó el cani. −¿¡Cómo!? Yo conozco a mi padre. ¡Tú no puedes ser mi padre! −Claro que sí –se explicó el hombre−. Hace más de diecisiete años, cuando tu madre estaba embarazada de ti, ella y yo vivíamos juntos. Pero nos separamos. Supongo que ya por entonces dedicaba demasiado tiempo a la ciencia y demasiado poco a ella. El caso es que tu otro padre siempre había estado enamorado de tu madre… Le ofreció su ayuda para cuidarte, dijo que te criaría como si fueses hija suya. El resto creo que ya lo sabes –obvió él−. Pero naciste con los nano-robots, y como veo, se los has transferido a tu amigo. O estaría muerto. −No, eso no puede ser… −negó ella sin creérselo. −De una u otra manera, así ha sido −insistió−. Lágrimas, saliva, sangre, flujo vaginal… −¡Saliva! –recordó la chica− En la tienda de campaña. ¡Lo recuerdo! ¡Yo te salvé la vida!

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−Una pequeña cantidad de nano-robots puede tardar un tiempo en actuar, en luchar contra la infección. Seguramente no haya sido agradable para el zagal, pero le ha salvado de convertirse en uno de ellos. Pero sentémonos, y os lo explicaré todo. −Yo… Yo me acuerdo de ti –dijo Lulú−. Yo era pequeña. Tú me diste un osito de peluche. Ahora sé por qué me resultabas familiar. − ¿Todavía te acuerdas? –sonrió su padre− Escúchame, yo siempre he estado ahí. Siempre. Nunca me he olvidado de ti. −Venga –le soltó el filósofo−, en todo este tiempo no has estado un solo día con tu hija. Y ahora pretendes aparecer y dártelas de padrazo. Seguís siendo unos perfectos desconocidos. −Es posible –reconoció el padre de Lulú−. De todos modos, mañana me marcharé otra vez. Puede que no vuelva. Hoy sólo quiero charlar… ... Micifuz olisqueaba por aquí y por allá, errando de un lado a otro del bosque, buscando a los supervivientes. De cuando en cuando se tropezaba con otros infectados que vagaban también por la arboleda. Y es que no tardarían demasiado en infestar la zona.

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Orígenes El día que todo empezó no soplaba ni una ligera brisa, y el calor abrasaba los cuellos de los transeúntes. Un sol radiante iluminaba las calles de Cimera, reflejándose de forma molesta en los cristales de los edificios. La mugrienta furgoneta de Porcelanas Nakamura 87, simple tapadera de la secta, tomaba las curvas derrapando, conducida por el Señor Siniestro, que iba acompañado de la Señorita Asquette y, en la parte trasera, algunos reclutas. Uno de esos reclutas era Dante, conocido entre ellos por su sobrenombre, Señor Poeta. −Yo sigo sin enterarme de cuál es el plan –le dijo su compañero de al lado. −Es sencillo. Entraremos sin un ruido, como entra un gato, cogeremos nuestro botín –explicó el Señor Poeta− y en un tris nos habremos marchado. Por supuesto, será como si nunca hubiésemos estado, claro. −¿Una misión de infiltración? –intervino un tercero− Puede que eso te guste a ti, Señor Poeta, pero cuando yo me presenté voluntario creía que íbamos a pegar tiros… La furgoneta se detuvo de un frenazo, ante un edificio piramidal, hecho completamente de cristales triangulares montados sobre una estructura metálica. Más allá de la doble puerta de cristal que se abría automáticamente en presencia de personas, dentro de la pirámide, había poco más que un mostrador con una mujer trajeada. −¡Abajo! –ordenó desde el asiento delantero la Señorita Asquette. El grupo bajó rápidamente de la furgoneta y marchó tras su jefa, en dirección al mostrador de información. −¿Sabes? –le comentó uno de los reclutas al Señor Poeta− Una cosa que siempre quise hacer es ir a uno de estos

87 Parodia de la empresa Porcelanas Kobayashi en la película policíaca de cine negro “Los sospechosos de siempre”.

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mostradores de información y preguntar: “Hola, ¿es aquí donde se mata a gente?”. −Mirad cómo mola el techo –apuntó otro−. Según lo que tengo entendido, mediante nanotecnología, hacen que los cristales se limpien solos. La suciedad se convierte al instante en dióxido de carbono y agua, porque los cristales tienen una capa de no-sequé. −Sí, aquí sí que saben montárselo –dijo un cuarto recluta−. Yo he oído que tienen robots que les hacen el trabajo… −¡Dejad de cuchichear! –les riñó la Señorita Asquette− Os estáis cargando la primera impresión que les íbamos a causar. −¿Puedo ayudarles en algo? –preguntó la recepcionista cuando llegaron al mostrador. −Sí, ¿me podría indicar dónde se encuentra esto? –dijo la Señorita Asquette, extendiéndole un objeto rectangular, y, cuando la mujer se inclinó para mirarlo, empujándoselo súbitamente contra la nariz−. Me encanta el cloroformo. La recepcionista perdió el sentido, desplomándose sobre el mostrador, y el grupo rodeó su escritorio y continuó hasta las puertas del ascensor que estaba al fondo de la pirámide. Era un ascensor que sólo iba hacia abajo, hacia las profundidades de la tierra, ya que todo el laboratorio secreto era subterráneo. Su incursión en el quinto piso hacia abajo del laboratorio fue breve, pero intensa. Era algo repetitiva, ya que se reducía a dejar fuera de juego a todo aquel con el que se cruzasen y arrastrarlo hasta un sitio seguro. No les llevó demasiado tiempo llegar hasta el núcleo del P.O.R.N.O., donde se encontraron al científico siniestro y al padre de Luisma. Ambos hombres se hallaban frente al tanque de microorganismos, pero se giraron sobresaltados ante la interrupción del grupo armado de sectarios. −Estooo… −titubeó la Señorita Asquette− Una situación como esta no entraba en nuestros planes, pero… ¡Apartaos! U os pego un tiro. El padre de Luisma echó a correr en dirección a la alarma de seguridad anclada en la pared, tiró de ella y el sistema de seguridad se activó, al mismo tiempo en que la señorita Asquette disparaba y alcanzaba al científico en el hombro. Su cuerpo 178

quedó tendido en el suelo, pero aún vivo. Inmediatamente después, el cañón del arma se redirigió hacia el padre de Lulú. −No permitiré que unos terroristas se lo lleven –advirtió él, aferrando con ambas manos la llave de paso del tanque. Luego, todo sucedió muy rápido, una segunda bala impactó muy cerca de la cabeza del hombre siniestro, que no dudó en girar la llave de paso para impedir que los intrusos se saliesen con la suya. El gas se liberó. No parecía más que aire en realidad, pero estaba plagado de los extraños microorganismos artificiales. Los sectarios empezaron a vociferar cosas y gritarse entre ellos, e iniciaron su huida en un abrir y cerrar de ojos. Bajo una lluvia de plomo, el padre de Lulú corrió para ponerse a cubierto, preocupado por los posibles efectos secundarios que podría tener aquello, aunque sin temer por sí mismo en cuanto a ello, ya que estaba inmunizado frente a los microorganismos. Los intrusos se abrieron paso haciendo fuego contra todo guardia que intentase detenerles, pero sólo la Señorita Asquette y el Señor Poeta consiguieron salir de allí con vida. Ambos llegaron a la furgoneta jadeantes, saltaron hacia adentro y le gritaron al Señor Siniestro que arrancase a toda prisa, para salir echando leches del aquel condenado laboratorio. Mientras eso pasaba en la superficie, el padre de Lulú se acercaba a su herido compañero y lo ponía boca arriba. −Tranquilo, saldré de ésta –dijo él con voz ronca. −Está en el ambiente –informó el hombre siniestro−. Nuestro monstruito ha salido al mundo exterior. −¡Hay que sellar las compuertas! –se alarmó el padre de Luisma, incorporándose− ¡Rápido! −Demasiado tarde, los asaltantes ya han escapado, llevándose consigo varios miles de microorganismos… −Entonces… −concluyó el herido− Ya nada podemos hacer. Que sea lo que Dios quiera. Y así fue como empezó la pandemia. A algunos cientos de metros de allí, el paciente cero, se hurgaba con los dedos una herida sangrante en su brazo. Era la Señorita Asquette. −¿Te han dado? –se interesó el Señor Siniestro− Deberías mirarte eso, podría infectársete. 179

Ni él mismo sabía cuánta razón tenía.

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Día 25 Cuando el padre de Lulú terminó de relatar su historia, el filósofo se inclinó hacia adelante para lanzar otro palo a la hoguera y dijo mirando al fuego: –A ver si lo he entendido bien… Estaban desarrollando un microorganismo que hacía lo mismo que la máquina de los imanes, sólo que sin necesitar electricidad, ¿verdad? –hizo una pausa mientras el hombre asentía–. Este microorganismo afectaba sobre los centros de la percepción del cerebro, pero no sabían qué otros efectos podría tener. Y cuando la nube de microbios entró en contacto con las heridas abiertas en el cuerpo de los intrusos, quedaron infectados, y ahí empezó la pandemia. ¿Me equivoco? –Así fue –confirmó el científico–. Unos pasaron la enfermedad a otros, y así sucesivamente, hasta llegar a todo el planeta. –Claro –intervino Luisma–, como en las pelis de zombies, cuando te muerden, te contagian y te conviertes en uno de ellos. A menos que estés infectado con los nano-robots. –En realidad –dijo el padre de Lulú–, no sólo por mordiscos te infectarían. Cualquier fluido corporal sirve. Pero claro, es difícil conseguir darle por el culo a un muerto viviente: te muerden antes. –Lo que yo no entiendo –prosiguió el filósofo– es qué pinta el Normanomicón en todo esto. –Yo tampoco lo entiendo muy bien –reconoció el siniestro hombre–. Supongo que si mi compañero siguiese con vida, podría contestárnoslo. –¿Era ese muerto que iba contigo la primera vez que te vimos, no? –preguntó Alex. –Sí –confirmó él–. Tuvimos nuestro pequeño periplo juntos cuando todo esto comenzó. Al llegar el Normanomicón a nuestras manos, me dijo que lo llevase conmigo pasase lo que pasase. Más tarde, él acabó muriendo, pero no por el microorganismo. Por eso lo llevaba conmigo, hasta que no tuve más remedio que darle modesta sepultura. 181

–Papá –dijo Lulú después de unos instantes de silencio–. No te vayas… –Si me quedo aquí con vosotros, atraeremos a todos los infectados de la zona. Es mejor que me vaya. –Da igual –respondió la chica–. No te vayas. Aún tenemos que conocernos y… ¡Crac! Una ramita se rompió en el bosque, haciendo que todos girasen hacia ella las cabezas inmediatamente. El causante de su rotura había sido, naturalmente, un pie. Un pie de zombie. Un grupo de torpes infectados normales tropezó y se tambaleó hacia el grupo de supervivientes, que pusieron pies en polvorosa, sin tiempo de recoger sus petates. Fue una persecución más bien poco dinámica, en la que unos tropezaban a cada pocos pasos con una raíz o una rama a causa de los nervios y las prisas, y los otros tenían el tropezar como forma estándar de desplazamiento. Cuando les dieron esquinazo a los tiesos, todos empezaron a frenar poco a poco, hasta alcanzar un ritmo de paseo, y miraron alrededor. Se ubicaron los unos a los otros entre el laberinto de árboles donde estaban dispersos y volvieron a reunirse. –¿Estamos todos? –preguntó el filósofo. –No –se alteró Lulú– ¿Dónde está mi padre? –Se ha esfumado –dijo Alex. –Creo que al final ha decidido tomar su camino –concluyó el filósofo. Reemprendieron la marcha, no hacia su campamento, que había sido invadido por los zombies y era un lugar peligroso ahora, sino guiados por el cani, hacia los barracones de los boy scouts. Las casetas se asemejaban a un pueblo fantasma, en donde el silencio solo era roto por el sonido del viento silbando entre los árboles. Cuando todos ellos entraron en una de las cabañas, el suelo de madera crujió bajo sus pies y el polvo acumulado se arremolinó en torno a sus tobillos. Er Jhonatan saltó sobre una de las camas, donde quedó tendido en toda su longitud. El resto fue sentándose y

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estableciéndose en el resto de las literas. Algunos optaron por dormir un poco. Cuando el cani volvió a abrir los ojos, estaba solo en la caseta. Levantó la cabeza y buscó sin éxito algún otro individuo desde su cama. Se incorporó y se sentó en el borde de la cama, mientras se frotaba los ojos con las palmas de las manos. Fue hasta la ventana y desde allí vio a Alex jugando en el parquecito oxidado del campamento. Cuando fue a volver a la cama, vio un objeto rectangular bajo ella y se agachó a cogerlo, tiró y lo sacó de su escondrijo. Era una caja de zapatos cubierta de polvo. Como en las películas, sopló sobre su tapa, levantó una inmensa nube de polvo que se le introdujo en la nariz y tosió tres veces. Para su asombro y, aunque parezca increíble para el lector, dentro de la caja de zapatos, encontró unos zapatos. De boy scout, por cierto. Vació el contenido de la caja en el suelo. Se le había ocurrido una idea. A los cinco minutos, una de las sábanas de la cama había sido vilmente mutilada, la caja de zapatos ahora contaba con un agujero circular en el fondo y el sofisticado plan de Jhonatan había comenzado… Al mismo tiempo, en el bosque, el filósofo y Luisma estaban hablando del cani en esos momentos, mientras buscaban algo comestible entre los árboles y arbustos. –Creo que debería atacar –comentó el friki. – ¿A qué te refieres? –dijo su compañero. –Algo va mal en la relación entre Alex y ese sucio cani – explicó Luisma–. No sé por qué siguen juntos, viendo que él la trata tan malamente. Yo la trataría mejor. –Mejor y peor son sólo juicios de valor –recitó el filósofo. –Sí, pero para que nos entendamos… Yo la trato bien, hago todo lo que tendría que hacer. –Vamos a ver –se detuvo en seco el filósofo, agarrando del brazo al friki para que se detuviese también–. “Yo”, aunque no me gusta emplear esa palabra, soy un tipo afortunado. Tengo un verdadero amor, todo marcha de putísima madre… Pero el mundo no es así. Mi caso es eventual, una mera excepción. – ¿A qué viene eso ahora? –preguntó Luisma, molesto. 183

–Mira, a mí también me costó aceptarlo al principio. Me escandalicé, claro que me escandalicé. Me cabreé con el mundo y conmigo mismo y, a la vez, me puse triste. – ¡Suéltalo! –le animó el chico. –Lo primero que tienes que hacer si quieres levantarle la novia al borrego ese –arrancó a decir al fin– es olvidarte de todo lo bueno que te han enseñado tu madre, tus amigos, la sociedad en general… – ¿Qué quieres decir? –se alarmó el friki. – ¿Has oído hablar del karma? Existe, pero no de la manera idealista en que se lo suele interpretar –aclaró el filósofo–. En física, lo llaman “Principio de Acción-Reacción”. Cada acción conlleva una reacción, como es lógico. El universo no recompensa el Bien o castiga el Mal, no clasifica. Simplemente, unas cosas son causa de otras, en todos los sentidos. El Bien no existe. Lo que tradicionalmente entendemos por Bien no es sino simple opinión popular, de las masas. Y actuar según los criterios de las masas no te hará destacar, te hará ser masa. Es triste, pero la masa no piensa, solo siente. Y los tipos que saben lo que te estoy contando, saben que es necesario ser un oportunista y utilizar nuestra capacidad de pensar para manipular a toda esa masa y hacer que sientan lo que nos interesa, ¿entiendes? – concluyó el filósofo. –Vaya –exclamó Luisma, asombrado ante la cantidad de frases en que su amigo había nombrado a la masa–, eso es horrible. –Lo sé… –Pero… sigo sin entender qué tiene esto que ver con Alex. –Olvídate de ser amable y generoso, de ser su paño de lágrimas y su osito. Es lo que todo el mundo cree, pero en el fondo, las chicas quieren que los ositos sean sólo sus amigos. A las chicas les gustan los malos, si bien no todas lo saben o lo reconocen –dijo–. Por otra parte, no los verdaderos malos, puesto que, como todo en esta sociedad, es sólo pura hipocresía subconsciente y apariencias. Estos tipos duros y malos no dejarán de poner el culo por cualquier nueva moda de mierda que difundan los medios. 184

–¿Me sugieres que la trate mal? –Yo no sugiero nada. Sólo piensa en la cantidad de chicos que se habrán portado como tú con ella. Demasiados –murmuró el filósofo–. Eso sólo consigue colocarla en un pedestal cada vez más alto, hacerla inalcanzable, tomar el control. La única estrategia que te distinguirá de la masa es la manipulación, por muy duro que sea, ponerle los pies en la tierra para conseguir llamar su atención de verdad. – ¿No hemos tenido ya una conversación de este estilo otro día de estos? –interrumpió Luisma. – Mmm… Es posible. ¡Pero aún no has aprendido nada! – Bueno, pues mejor la continuamos otro día, mejor. ... Alex abrió la puerta del barracón y entró desperezándose y estirándose, agotada de jugar todo el día en el parquecito infantil. A su izquierda, en la esquina más alejada de la puerta, en la litera de abajo, estaba sentado er Jhonatan con un paquete en su regazo. Dicho paquete estaba chapuceramente envuelto en un trozo de sábana, como simulando ser un envoltorio de regalo. Y este inusual paquete de regalo reposaba sobre los muslos del cani cuando la chica lo vio y se quedó parada a unos metros de distancia, mirándolo. –¿Qué quieres? –le soltó ella. –Sosia, ira, hemos estado discutiendo mucho estos días. Pero yo te aprecio mucho, estás muy follable, ¿sabes? Y quería hacer las paces contigo –explicó con expresión apenada–. Hoy quiero darte una parte de mí, para que sepas lo que siento por ti. Alex echó un rápido vistazo para comprobar si su pareja aún conservaba ambas orejas o se había cortado una para regalo, en plan Van Gogh. Como consiguió ver ambas orejas en su sitio, se acercó despacio y retiró la tapa del regalo. –Oh, vaya… –dijo la chica con, más bien, poca ilusión– Has metido tu “cosita” ahí dentro. –Sí –confirmó él–. Anda, súbete y da pedales…

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Día 26 Al día siguiente, Lulú y Luisma fueron los primeros en despertarse. Cuando el friki salió de la cabaña, vio a la muchacha sentada en el corralillo de tierra que quedaba entre los barracones, de espaldas a él, con la piernas cruzadas, mirando como salía el rojizo sol. Luisma caminó hasta ella y se sentó también en el suelo, a su lado. La chica giró la cabeza para mirarle un momento. – ¿Meditando? –bromeó él. –Miro el sol –dijo ella. –Ah, ya veo –respondió él. –Te noto triste –comentó Lulú– ¿Has vuelto a hablar con “él”, verdad? –Sí, pero no es por eso –suspiró Luisma, apoyando su cabeza contra el hombro de la chica–. Es por otra cosa. Cosas mías… – ¿Tiene que ver con el sexo? –Sí, ¿cómo lo has sabido? –exclamó el friki. –No sé por qué muchos chicos siempre os mostráis tan reticentes a hablar de sexo con chicas –reflexionó ella–. Después de todo, a nosotras también nos gusta, o sino ¿con quién creéis que lo haríais? A ver, ¿qué te pasa, tonto? –Estoy triste. A veces sueño con Alex… –dijo Luisma– Las cosas que le haría yo si se dejase coger… Pero está con un cani estúpido y feo. Y ayer volvieron a follar. –¿Los viste? –Los oí… El numerito de la polla en una caja. Nunca falla. –Vaya –murmuró ella–, qué violento. –Tenía pensado atacar –prosiguió él–. Pero después de esto se me han quitado las ganas… Tú eres una chica… –Sí, bueno sí –asintió Lulú–, al menos la última vez que miré lo era. –¿Y qué opinas de lo que piensa tu novio? –interrogó– Dice que debería olvidarme de todo lo que “debería hacer”, porque eso no funciona. Que a las chicas os gustan los malos y todo eso. 187

–Estooo… –titubeó la muchacha, que parecía aún descolocada a causa de que se hubiesen referido a su novio como tal– La verdad es que todo eso de que si quiero alguien que me haga reír, que si alguien que sea sincero, fiel y todo eso… En la teoría muy bien, pero la práctica es diferente. –Bueno… –Luis, en esta vida todos somos putas –dijo la chica–. Seguro que has oído millones de veces a chicos y chicas que conoces decir que no-se-qué actor o actriz o que el último cantante descafeinado, al que han puesto de moda, son los que más buenos están del mundo. Te puedo asegurar que esos no son los tipos más simpáticos ni ingeniosos del mundo. Y claro, ¿qué posibilidades hay de que en realidad sean los más guapos? Quiero decir, hay muchos peces en el mar, ¿qué posibilidades hay de que el último que hayan pescado sea el más grande? No, lo más probable es que las personas más perfectas estén en nuestro día a día. En nuestro mismo barrio, o incluso en la misma clase. Lo que de verdad tienen esas personas es poder. Eso es lo que atrae a la gente, el poder. –¿Ascender en la jerarquía de la manada? –preguntó Luisma, moviendo los ojos en círculo– Creo que esa historia ya me la sé. –En el fondo, el amor es como una lotería. Hay unos pocos afortunados y siempre habrá quien se arruine jugando. La mayoría se conformarán con un premio menor… –comentó Lulú– De hecho, algunas personas recurren a él sólo para tapar agujeros, en todos los sentidos posibles de la frase. –¿Te refieres al despecho? –En todos los sentidos posibles de la frase –recalcó ella. –Oh… –Cambiando radicalmente de tema –dijo la muchacha– ¿Cuándo nos mudamos? –¿Tienes prisa? –sonrió Luisma. –Recuerda que el Normanomicón ya ha estado aquí antes que nosotros. Tan solo es cuestión de tiempo que tengamos que salir pitando. –¿Y si dejásemos de huir y los matásemos a todos? – ¿A los seis mil millones de apestosos que hay? 188

–No, me refiero a… ¿Cuántos puede haber en Cimera? ¿80.000? Y no haría falta matarlos a todos. Además, Cimera es la única ciudad de esta isla, el resto son pueblos… –Yo propongo ir a un edificio grande, lo más grande y aislado del resto de Cimera posible, y asentarnos allí, y quedarnos a vivir. –El Complejo Hospitalario de Cimera, por ejemplo. –No está nada mal –reconoció Lulú–. Ve a despertar a los demás y que recojan sus cosas. Quiero marcharme lo antes posible. ... Un majestuoso arco de entrada cubierto con mármol y adornado con detalles dorados marcaba la entrada al que, posible, era el más caro y magnífico complejo hospitalario del mundo. Como marcando el fin del bosque, y a escasos metros de los árboles, sus blancos y pulcros muros se alzaban resplandecientes, haciendo que todo aquel bosque pareciera tan solo un simple jardín. Tras los barrotes de la doble puerta se extendía una amplia explanada en cuyo centro se erguía una estatua sobre un pedestal, en el que podía leerse “Chimera est imperare orbi universum, nolens volens88” sin que los siglos hubiesen causado desperfecto alguno. –¿Quién es ese tío? –preguntó er Jhonatan, señalando la estatua mientras pasaban junto a ella. –Es el primer y único personaje célebre que ha tenido nuestro país en la historia –explicó Lulú–. Todo esto está dedicado a su memoria, fue un tipo que marcó un antes y un después en Cimera. Se llamaba G. Hidalgo. –¿Y ese G. Hidalgo era un hidalgo? –dijo Alex ilusionada. –No –reconoció Lulú–. Se comía a los niños… –Mira, era un tío salao –comentó el filósofo. 88 Le corresponde a Cimera dominar el universo, quieras que no...

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Atravesaron las puertas del edificio central y se vieron transportados a un nuevo mundo en donde todo estaba limpio y brillante y ordenado. Como de costumbre, se dividieron en pequeños grupos para explorar su nuevo hogar. Unos subieron hacia arriba por las escaleras, otros inspeccionaron las habitaciones y el filósofo bajó al sótano para comprobar si podían contar con suministro eléctrico propio o caldera. Era un edificio grande con cinco plantas (un ficus, un par de cactus y dos helechos de interior) y con cinco pisos también, por lo que tardaron un buen rato en explorarlo 89. A los veinticinco minutos, una vez Lulú y Luisma llegaron a la tercera planta, empezaron a darse cuenta de que habían pasado algo por alto. –Lu, espera –advirtió el friki, agarrando a su compañera por el brazo– ¿No has oído un ruido? –Pues no –reconoció la chica. –Espero que sean imaginaciones mías, pero creo que aquí hay algo... o alguien. –Continuemos –dijo Lulú–. Te prometo que pondré la antena, ¿vale? Dieron unos pasos hacia el final del pasillo, donde una puerta blanca se alzaba bajo una chapita que rezaba "Unidad para Pacientes con problemas mentales". –Vaya, este sitio tiene de todo, ¿eh? –bromeó Luisma. Extendió la mano para aferrar la manilla metálica de la puerta. Estaba fría como la mano de un cadáver. Apenas empezó a girar el pomo plateado cuando oyó a Lulú chillar a sus espaldas. Rápidamente soltó la puerta y se giró para ver lo que había pasado. Su compañera estaba en el suelo... con un bisturí afilado oprimiéndole el cuello. Y agazapada detrás de ella, había una chica de unos dieciséis años, con el pelo teñido de rosa chillón y unas gafas cuadradas que le daban un aspecto inteligente. –¿Quiénes sois? –gritó la desconocida. –No, ¿quién eres tú? –dijo Luisma. 89 Soy consciente de que repito gracieta.

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–¡Yo tengo el cuchillo, yo hago las preguntas! ¡Obedece al cuchillo! ¡Obedece al cuchillo! –Vale, vale –la tranquilizó el chico–. Yo soy Luisma, y ella es Lulú. –Samantha Schrödinger –se presentó ella. –¿Como el científico? –preguntó Lulú. –No conozco a ningún científico que se llame Samantha – respondió Samantha– Aquí vivo yo. No podéis quedaros –añadió. –¿Bromeas? –exclamó el friki– Este edificio es enorme, hay sitio para mucha, mucha gente. –No quiero a gente como vosotros cerca de mí –dijo, alejando el bisturí de la garganta de Lulú por un momento para señalar con él el antebrazo del friki. –¡Esto no es lo que parece! –se defendió él– No estoy infectado. Soy inmune, y ella también. –¿Inmunes? Esto sí que es nuevo... –¿Hay más gente viviendo aquí, Samantha? –preguntó Lulú, incorporándose y volviendo junto a su amigo. –No, he sobrevivido yo solita. –¿Y cómo has llegado hasta aquí sin nadie más? –se extrañó Luisma. –Vine a través de "El Agujero". –¿El Agujero? –dijo Lulú– ¿Qué es El Agujero? Samantha cogió a los amigos por un pliegue de sus ropas y los llevó hasta una de las ventanas, donde les señaló hacia abajo, hacia uno de los patios interiores, donde podía verse con total claridad una especie de sima que se abría en el centro del jardín. ̶ Ven con nosotros ̶ invitó Lulú ̶ . Te presentaremos al resto del grupo. ̶ No. Prefiero estar lejos de vosotros, por si acaso. Y se esfumó escaleras abajo. ̶ ¡Qué cosas! ̶ exclamó el friki ̶ Encontramos a otra persona viva y nos deja tirados como un perro a la deriva... ̶ Es muy probable que haya más gente como ella por el mundo ̶ comentó la muchacha ̶ . Si hemos encontrado a una, encontraremos a más.

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̶ No me importa tanto encontrar a más gente como que se vayan algunos individuos molestos ̶ dijo Luisma. ̶ ¿El cani? ̶ rió ella ̶ Sí, no estaría mal que se fuese a tomar por el culo un rato. ¿Es por algo en especial? ̶ Es un gilipollas, no sé por qué Alex no se ha dado cuenta todavía de que yo soy mucho mejor. ̶ No busques racionalidad en el amor ̶ advirtió Lulú ̶ , porque ya no sería amor. ̶ Ya. Las personas no piensan, solo sienten. ̶ ¿De dónde has sacado eso? ̶ preguntó la chica. ̶ Ya hablaremos... Bueno, ¿vamos arriba? ... ̶ Esta es nuestra situación ̶ informó el filósofo cuando todos se reunieron ̶ : Tenemos caldera, pero no generador eléctrico. Este edificio parece seguro, ¿no se os ha olvidado explorar ninguna zona, no? ̶ ¿Hay caldera? ̶ repitió Alex ̶ ¿Podemos darnos una ducha calentita? ̶ Hala, tira ̶ dijo er Jhonatan, dándole una palmada en el culo. La chica subió corriendo las escaleras y entró en el vestuario para enfermeras. Se quitó la ropa y accionó una de las duchas. Los chorros de agua resbalaron por su pelo y su piel. Por debajo del característico sonido que producía la ducha, Alex percibió un pequeño crujido. Miró a su alrededor, pero no vio nada, así que se encogió de hombros y siguió a lo suyo. El segundo crujido fue un poco más fuerte. Alex salió lentamente de la ducha y se asomó para ver si había alguien en el vestuario. ̶ ¿Jhonny? ̶ preguntó ̶ Si eres tú, prefiero ducharme sola. Hubo un tercer crujido. Los ruidos parecían provenir del techo del vestuario, pero allí no había nada. La chica se aventuró unos pasos más hacia el vestuario, miró detrás de las taquillas, pero estaba sola. El techo crujió por cuarta vez. Alex se puso su ropa interior y sus pantalones, pero dejó su camiseta y su

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chaqueta para no mojarlas con el pelo, y salió al pasillo a investigar. Siguió los ruidos escaleras arriba y avanzó por el pasillo hasta llegar a una puerta blanca que marcaba el final del corredor, con una inscripción en una chapa metálica que decía "Unidad para Pacientes con problemas mentales". La puerta crujió y la madera se astilló ligeramente junto al pestillo. La mano de Alex hizo girar el pomo y tiró de la puerta hacia sí para abrirla. Tras ella había una mujer joven vestida de enfermera; era una muchacha de muy buen ver, excepto por el pequeño detalle de que se le cayó un trozo de cara cuando levantó sus ojos amarillos inyectados en sangre para mirar a Alex. ̶ Eso es lo que te pasa por usar un maquillaje de los chinos ̶ dijo Alex. La enfermera zombie se abalanzó sobre Alex, pero ésta se apartó lo justo para que su agresora se cayese de sus tacones y se descalabrase. La chica pasó por encima del maltrecho cuerpo de la enfermera y echó un vistazo dentro del corredor de los chiflados. Miró a su derecha y descubrió un enorme botón rojo con la etiqueta "NO PULSAR". Hizo lo que seguramente todos os imagináis. Dos pisos por debajo, Luisma, Lulú, el filósofo y er Jhonatan escucharon el ruido inconfundible de una frenética carrera escaleras abajo, hacia ellos. Alex apareció muy alterada y empezó a zarandear a sus compañeros. ̶ ¡Tenéis que ayudarme! ¡Sin querer he soltado a unos pocos infectados de la unidad para locos! ̶ ¿Cuántos son unos pocos? ̶ interrogó Luisma. ̶ Apenas unos pocos cientos ̶ respondió ella avergonzada. ̶ Este sitio ya no es seguro ̶ concluyó el filósofo ̶ . Tenemos que irnos. Ahora. ̶ ¡Tengo que coger mi ropa que está arriba! ̶ dijo Alex, y volvió a salir disparada hacia las escaleras. ̶ ¡Me cago en su puta madre! ̶ se enfureció el cani, y echó a correr tras ella ̶ ¡Deja la puta ropa y corre! ̶ ¡Pero que es de marca! ̶ le replicó ella.

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Los dos, cabreados el uno con el otro, desaparecieron por la escalera, momentos antes de que el resto les siguiese. Había infectados con chalecos de fuerza y ojos amarillos inyectados en sangre por todos los pasillos. Eran tan ágiles como una persona normal, pero cada vez que uno intentaba morder a Alex, er Jhonatan hacía explotar su cerebro con sus puños. La chica salió del vestuario correteando con su sudadera, su camiseta y sus zapatillas deportivas echas un ovillo entre sus brazos y chocó contra sus compañeros, que la iban siguiendo. ̶ ¿A dónde vamos a ir? ̶ dijo Lulú ̶ Nos están rodeando. ̶ Tenemos que abrirnos paso hasta la salida más cercana ̶ indicó el friki ̶ Había una puerta que daba al patio interior cerca de las escaleras en la primera planta. ¡Vamos! Y el cani crujió las cabezas de todos los tiesos que se le pusieron por delante hasta llegar a las escaleras. Allí lanzó rodando a unos cuantos infectados que les obstaculizaban el paso y saltó por encima de ellos, tirándose de inmediato contra una puerta de acero y cristal que dejaba ver tras de sí el verde césped del patio interior. ̶ ¡Su puta madre! ̶ gruñó ̶ ¡Está cerrada! ̶ ¿¡Qué hacemos!? ̶ dijo Alex, mientras se arremolinaban frente a la puerta de salida ̶ Son demasiados para pegarles a todos. A unos metros de distancia, se alzaba el muro de infectados, casi inamovible, densísimo y aterrador, con decenas de pares de ojos amarillos clavados en los supervivientes. Pero detrás, en el mostrador de información, algo relució con el inesperado color de la esperanza a los ojos del filósofo. ̶ ¡La llave! ̶ señaló él. ̶ ¿Sí? Pues va a ir a buscarla quien yo te diga ̶ ironizó el cani, volcando una mesa y algunos archivadores metálicos delante del grupo para detener el avance de los infectados. ̶ Uno de nosotros tendrá que ir ̶ comentó Lulú ̶ , pero lo más difícil será conseguir volver. ̶ Yo iré ̶ dijo decidido Luisma. Sus compañeros se giraron y le miraron sorprendidos de que se ofreciese para esa misión suicida. 194

̶ Ya me han mordido una vez ̶ continuó ̶ , ya no me dan tanto miedo. ̶ ¡No lo hagas! ̶ le rogó Lulú ̶ ¡Que lo haga el cani! ̶ No, Lu, lo siento ̶ luego, se giró hacia Alex ̶ . Alex, no sé que decirte. Yo... si no vuelvo, quiero que sepas que te quiero ̶ y le dió un breve abrazo, casi al borde de las lágrimas, antes de separarse para despedirse de los demás, que seguían volcando cosas ̶ Caballeros ̶ dijo cortésmente, y saltó por encima de la barrera. Varios infectados se abalanzaron sobre él, pero pudo escabullirse con facilidad debido a que los chalechos de fuerza les impedían usar las manos. Embistió a la horda de zombies y se abrió paso hasta el mostrador. Cuando cogió las llaves, notó unos dientes clavándose en su carne, desgarrándole el hombro. Se deshizo del dueño de aquellos dientes y volvió la cabeza hacia sus amigos. Les lanzó el llavero, que giró lentamente en el aire, muy lentamente, durante lo que le parecieron milenios y voló hasta posarse en la mano del filósofo. ̶ ¡No me esperéis y corred! ̶ les chilló ̶ ¡Ya os alcanzaré! Otras dos mandíbulas apresaron sus brazos y arrancaron una porción de la piel que los cubría, mientras el friki forcejeaba por salir de la manada de caníbales que lo rodeaba por todos lados. Derribó a unos cuantos antes de que le mordiesen en el cuello, pero no se rindió. En ese momento se escuchó un clic y la puerta se abrió. Los compañeros de Luisma le perdieron de vista y salieron en estampida al patio interior, que también estaba infestado de zombies y en cuyo centro estaba El Agujero. Por un pequeño callejón que quedaba entre los edificios podía verse la explanada por la que habían entrado al centro siendo inundada por la luz rojiza de la puesta de sol y la silueta de la estatua de G. Hidalgo recortada delante del disco incandescente. Desgraciadamente, los infectados habían ocupado el callejón antes de que ellos pudiesen siquiera pensar en usarlo para escapar y ahora les rodeaban desde todas direcciones con un cerco que se estrechaba cada vez más. ̶ Al agujero, ¡rápido! ̶ les apresuró Lulú. 195

̶ ¿A eso? ¡No sabemos lo que hay debajo! Ni siquiera su profundidad ̶ se quejó el filósofo. ̶ ¿Prefieres quedarte aquí? ̶ dijo ella. Así que echaron a correr hacia la sima y saltaron. Saltaron a la oscuridad. Saltaron hacia lo desconocido. FIN DEL ACTO SEGUNDO

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Interludio II Por un momento, el aire pareció congelarse a su alrededor. En una fracción de segundo que se alargó anormalmente, vieron algo bajo sus pies que se agitaba y resplandecía, y se acercaba rápidamente. Terminaron de caer con un ruido de chapoteo que se apagó súbitamente cuando sintieron que se sumergían en un líquido frío y oscuro, probablemente en aguas subterráneas. Antes de salir impulsados de nuevo hacia la superficie, notaron cómo algo vivo se arremolinaba en torno a sus tobillos. Nadaron en medio de la infra-oscuridad hacia delante, sin conseguir siquiera distinguir si "adelante" existía. Al fin, sus brazos tropezaron con algo de tierra. Clavaron los dedos en el barro y salieron del agua arrastrándose, sucios y empapados. Con el tiempo, sus ojos se acostumbraron a la oscuridad. Se hallaban en una gruta subterránea a varios metros de profundidad bajo el nivel del suelo, donde veían resplandecer la luz del anochecer a través del círculo de piedra que formaba la entrada de la sima por la que se habían precipitado minutos antes. Sin saber qué podrían toparse, se obligaron a adentrarse en la gruta, ignorando lo que le habría ocurrido a Luisma. Avanzaban a tientas, escuchando de vez en cuando algo que arrastraba en algún lugar de la cueva...

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ACTO TERCERO: En Casa del Ingeniero

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En El Agujero ¡Plic! ¡Plic! ¡Plic! El sonido monótono de una gotera acompañaba a los cuatro adolescentes en su paseo a ciegas. Llevaban un rato caminando y no encontraban el final de aquella cueva, pero parecía ser extrañamente larga. Casi malvadamente larga, como ese gato tan largo que se ve a veces en Internet, y no me refiero al gato bueno, sino al malo, porque es éste el que es malvadamente largo, como la cueva. Alex sintió un cosquilleo subiendo por su pie. Bajó la mirada y pudo atisbar a pesar de la oscuridad, las inconfundibles formas de una escolopendra reptando hacia su tobillo... Emitió un chillido y brincó hacia un lado, apartándose del enorme bicho y asustando a sus compañeros. ̶ ¿Qué pasa? ̶ se alarmó el cani. ̶ No, nada ̶ dijo ella, bajando de nuevo la vista para comprobar que, efectivamente, la escolopendra imaginaria había desaparecido. Se oyó de nuevo el ruido de algo arrastrándose en la oscuridad. ̶ Creo que el ruido la ha asustado ̶ explicó el filósofo ̶ ¿Alex? ̶ Sí... Sí ̶ mintió Alex. ̶ Es un asesino ̶ intentó asustarla er Jhonatan ̶ ¡El asesino con una mano por cuchillo! ̶ Daría mucho más miedo con un cuchillo por mano ̶ comentó el filósofo. ̶ Sí, no se me había ocurrido ̶ reconoció el cani ̶ . ¡Es un asesino que en vez de mano derecha, tiene un cuchillo! ̶ ¡Bien! ¡Qué gracioso! ̶ sonrió Alex con entusiasmo, dando palmadas y un saltito como si fuese una niña de cinco años. ̶ ¿Queréis dejar ya de hablar de esas tonterías e intentar encontrar la salida de una vez? ̶ intervino Lulú ̶ Hace frío, y tengo las medias empapadas... 201

̶ Por mí, puedes quitártelas ̶ dijo er Jhonatan ̶ , pero déjate el liguero, que es sexy. ̶ ¡Continuemos! ̶ cortó el filósofo con odio. ̶ Esos ruidos... ̶ pensó Alex en voz alta, mientras echaba a caminar tras sus amigos ̶ Podría ser Micifuz. ̶ Yo lo que quiero es salir de aquí ̶ respondió el cani. Al fin, después de una eterna caminata en el túnel, llegaron a lo que parecía un aparcamiento subterráneo parcialmente derrumbado, que había quedado comunicado con El Agujero por una gigantesca grieta en la pared. Aparentemente no había salida. Debía de ser por eso por lo que Samantha se había aventurado hacia las profundidades de la tierra por esa fisura del terreno. Como cualquier persona medianamente culta sabía, Cimera se hallaba sobre una falla, por lo que los terremotos eran algo más o menos frecuente. Esto no era un problema cuando las personas aún eran personas, gracias a toda la planificación, el trabajo en equipo y las medidas anti-seismo del país; pero debido a que la faz de la Tierra había sido drásticamente despoblada, el mantenimiento, la prevención y la reparación de las estructuras había pegado un frenado brusco, incluso más brusco que con un gobierno del . ̶ ¿Y ahora? ̶ dijo el filósofo ̶ ¿Cómo salimos de aquí? ̶ Su puta madre... ̶ refunfuñó el cani, colocándose su pipa de opio en la boca. ̶ ¿Te sigue quedando? ̶ se sorprendió Alex. ̶ No ̶ confesó er Jhonatan ̶ , pero así parezco más pensativo. ̶ Me niego a quedarme en este sucio agujero... ̶ empezó a decir Alex. ̶ ¡Silencio! ̶ interrumpió Lulú ̶ ¿No habéis oído un gato? Los cuatro giraron sus cabezas para descubrir un pequeño gato atigrado correteando entre los escombros. No por nada en especial, no huía de Domo-Kun ni había consumido drogas, solamente es que los gatos tienen la manía de corretear por ahí. Este gato en concreto llevaba un collar alrededor del cuello, lo cual suele indicar en la mayoría de culturas su pertenencia como 202

mascota a un humano; aunque nunca se sabe, en otras culturas podría indicar el plato del día. ̶ Mirad ̶ señaló de nuevo la chica ̶ , tiene un collar. Podría ser el gato de Schrödinger90. ̶ Vamos a seguirlo ̶ propuso el filósofo ̶ . Nos llevará hacia algún sitio. Puede que hacia la salida por la que entró con su dueña... Vamos, los gatos son como las personas, pero más inteligentes. Empezaron a seguir al animalillo, esquivando los restos derrumbados del aparcamiento subterráneo, escurriéndose por rendijas cada vez más estrechas, hasta llegar frente a una grieta por la que se colaba la luz. ̶ Es demasiado delgada para que podamos pasar ̶ dijo Lulú, observando detenidamente su única salida ̶ . Si uno de nosotros pudiese colarse y buscar algo que nos ayudase... ̶ Que vaya la niñata ̶ dejó caer el filósofo ̶ . Apenas tiene pecho. Es bastante plana, cogerá sin problemas... ̶ ¡No es mi culpa que tú tengas una novia con un culo que parecen dos! ̶ ladró Alex mientras se ponía su capucha con orejas y desaparecía escalando fisura arriba. ̶ ¡Se ha enfadado! ̶ exclamó sorprendida Lulú ̶ ¡Y se ha metido conmigo! ̶ Intenta encontrar algo útil para sacarnos de aquí ̶ le indicó el filósofo a través de la rendija ̶ . Un pico, un martillo hidráulico, un camión monstruo con forma de dinosaurio de treinta metros de altura... Ya sabes, ese tipo de cosas... Luego, se giró para mirar a Lulú y le dijo: ̶ ¿Sabes? Cuando te dicen que lo que más quieren en el mundo es que seas sincero... Te mienten. O eso, o nuestros conceptos de lo que es la sinceridad difieren extraordinariamente. ¡Cuánta hipocresía! ̶ ¡Shuprima! ̶ gritó er Jhonatan por la grieta ̶ ¡Trae también droja! ̶ se volvió hacia sus compañeros, se sentó, miró a la chica un momento, luego al filósofo y finalmente dijo: ̶ Bueno, ahora que no está mi novia... ¿Hacemos un trío? 90 Chistaco científico donde los haya.

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̶ ¿Siempre tienes que tirarte a todo lo que se mueva? ̶ le soltó Lulú, no muy cabreada. ̶ Yo tengo una duda existencial sobre los tríos ̶ comentó el filósofo ̶ . Un trío son tres personas follando, ¿no? Y teóricamente las tres formarían parte de la misma follada. Entonces un hombre que haya participado en un trío con otro hombre podría decir que ha follado con ese hombre. ¿No? Como un equipo que ha jugado junto, se podría decir que esos dos hombres han follado juntos... ¿O consideráis que un trío son dos folladas independientes y paralelas que son coincidentes en el tiempo? Sea lo que sea, en el fondo da igual, porque eso son sólo tonterías que se inventa la gente. Lo que conocemos como sexo en realidad no... ̶ Joder, me estás avergonzando ̶ le cortó la chica, cuyas mejillas se habían tornado de un rojo nuclear. ̶ Venga, tía, la vergüenza es de gilipollas. ¡Suéltate! Déjate de prejuicios, esto es algo natural... ̶ Sí ̶ le apoyó el cani ̶ , déjate de perjuicios. ¡Sácate el conejo! ̶ la animó ̶ Luego yo podría enseñarte mi varita y echarte unos polvos mágicos... ̶ ¡No me lo puedo creer! ̶ dijo Lulú ̶ Demasiado ingenioso para venir de un cani. ̶ ¡Chicos! ̶ oyeron la voz de Alex viniendo desde arriba. ̶ ¿Has encontrado algo? ̶ preguntó el filósofo. ̶ ¿Traes droja? ̶ preguntó el cani. ̶ Un rayo desintegrador de materia91 ̶ respondió ella. ̶ ¿¡Qué!? ̶ exclamó el filósofo ̶ ¿De dónde lo has sacado? ̶ De allí, de la juguetería de enfrente ̶ explicó ella, añadiendo con orgullo: ̶ . Es el láser de Buzz Lightyear. ̶ ¡Pues entonces no sirve! ̶ se enojó el chico. ̶ Pero la caja dice... ̶ ¡¡No sirve!! Entonces, la muchacha, furiosa, levantó el paquete con ambas manos por encima de su cabeza y lo estrelló con rabia y frustración contra el suelo. Pero en cuanto se produjo el impacto, ella salió disparada hacia atrás y el arma de juguete explotó, 91 ¿Quieres el tuyo propio? ¡Consíguelo en los extras de El Fin del Mundo en http://wilkituski.webs.com/ (Oferta válida hasta que deje de serlo).

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provocando una onda expansiva en cuyo centro se alzaba una gran bola de fuego. El suelo tembló y se resquebrajó y, finalmente, se colapsó, hundiéndose la carretera sobre las ruinas del aparcamiento subterráneo y dejando un gran espacio libre a través del cual podían ver el azul del cielo entre el gris de los altos edificios que les rodeaban. Confusos y sorprendidos, los cuatro supervivientes se miraron a sí mismos, a su alrededor y entre ellos, sin dar crédito de los devastadores efectos de aquel arma infantil. ̶ ¿Qué esperabas? ̶ intervino finalmente Lulú ̶ Esos juguetes los hacen en España o en Dios sabe qué otros países tercermundistas. ̶ A todo esto, ¿dónde estamos? ̶ preguntó el filósofo. ̶ A unos diez minutos a pie en esa dirección está la salida de la ciudad ̶ dijo Alex. ̶ Propongo volver al plan original de Simón ̶ comentó él. ̶ ¿No volvemos a por Luis? ̶ le reclamó Lulú. ̶ ¡Eso! ̶ la apoyó Alex. ̶ Ta muerto ̶ sentenció el cani. ̶ Yo no creo que esté muerto, pero sabrá cuidar de sí mismo. ̶ ¿Y a dónde piensas ir? ̶ volvió Lulú a la carga ̶ Ya viste que aún en medio del bosque y en lugares aislados de la ciudad, nos encontraron. ̶ Nos iremos a la otra punta de la isla si hace falta. Pero Cimera es el lugar menos seguro del país... ̶ Las calles no son tan peligrosas y ¿qué vamos a hacer perdidos en medio de la nada? ̶ argumentó Alex. ̶ Reconstruiremos la sociedad ̶ explicó el filósofo ̶ . No la sociedad que hemos vivido. La nuestra propia, sin los errores del pasado. Empezaremos de nuevo, siempre tuve ganas de una utopía. ̶ ¿Y ya tienes algo pensado? ̶ dijo Lulú. ̶ En el mundo con el que yo sueño, "has engordado" no será sinónimo de "estás peor". En el mundo con el que sueño, las mujeres no tendrán que pasar toda su vida andando de puntillas, ni tendrán que maquillarse, porque lo más bello será mostrarse tal y como uno es. Podremos vestir siempre con ropas cómodas, 205

nadie podrá considerarse mejor ni más atractivo que otro por aquello que lleve encima ni cambiaremos nuestro vestuario para ocasiones especiales, porque todos y cada uno de los días serán importantes. En el mundo con el que yo sueño, no existirá la propiedad privada ni, por tanto, podrá dársele ningún valor a las cosas, recayendo todo éste sobre las personas. La vida no se desarrollará en torno a la producción y al consumo, sino a la subsistencia y las relaciones de la comunidad, que vivirá en contacto perpétuo con la naturaleza. No existirán ningún tipo de comodidades y las continuas dificultades y retos que se les presenten, harán a las personas progresar y superarse día a día. En el mundo con el que yo sueño, no habrá tiempo suficiente siquiera para pensar en competir, ni habrá nadie que pueda sobrevivir sin aprender a colaborar con los suyos. Las largas tertulias, las labores de subsistencia y las relaciones con la familia, la pareja y los amigos ocuparán la mayor parte del tiempo. No habrá jerarquías de ningún tipo. Ni diferencias. Ninguna. No solo no existirán diferencias entre hombres y mujeres, tampoco con los animales. La vida de cualquier animal tendrá el mismo valor que la de una persona, no anteponiendo nunca una a otra, ni explotándola o menospreciándola. Una vez hayamos comprendido esto, viviremos otra vez como lo hacían nuestros antepasados antes de la civilización. En paz, en equilibrio, en comunidad. Es decir, dejaremos de ser lo que nunca debimos ser, los egocéntricos dictadores de este planeta. ̶ Vale... ̶ pronunció Lulú lentamente ̶ ¿Quién eres tú y que has hecho con "él"? ̶ ¿A qué te refieres? ̶ Un discurso demasiado idealista para venir de alguien como tú ̶ argumentó la chica ̶ . Demasiada... moral. ̶ Bah ̶ respondió simplemente él, y empezó a subir por los cascotes hasta llegar a la carretera. ̶ ¿Vamos? ̶ les apremió el cani. ̶ Vamos ̶ accedieron el resto, y pusieron rumbo a la salida de la ciudad más próxima.

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En la Cimera pre-colonial Los pequeños botes de remos arribaron a la playa, incrustando su proa en la arena. Los navegantes saltaron a tierra y se giraron para echar un último vistazo al navío que habían dejado anclado a varios metros de la costa. El capitán Hidalgo descendió de su bote, mientras los remeros se apresuraban por conducirlo con el resto de barcazas fuera de la influencia de las olas. ̶ Aquí fundaremos una colonia ̶ dijo G. Hidalgo. ̶ ¿Podría sugerirle Eau de Aisselle 92 como nombre, mi capitán? ̶ propuso el contramaestre. ̶ ¡No ese tipo de colonia, patán! Avisa a los hombres, hay que levantar una estatua mía cuanto antes. El contramaestre, fastidiado, volvió junto con el resto de la tripulación, gruñendo entre dientes. ̶ No sé por qué aún no me he largado de este sucio barco... ̶ Tú tampoco le tienes mucho aprecio al capitán, ¿me equivoco? ̶ escuchó que decía un marinero a sus espaldas. ̶ ¿Eso quiere decir que tú no? ̶ dijo el contramaestre, mientras se giraba para contemplar a un marinero con un parche en un ojo y una pata de palo. ̶ Nadie en el barco, me temo... ̶ Entonces ̶ interrogó el contramaestre ̶ , ¿qué haces aquí? ̶ Lo mismo que todos los demás ̶ respondió el tullido ̶ , aguardo el momento de la venganza. ̶ Pues entonces como yo ̶ reconoció el contramaestre. ... G. Hidalgo sacó del bolsillo de su chaqueta un papel viejo y amarillento, lo contempló durante un momento y volvió a guardarlo. Dicho papel era una hoja que se había separado del libro al que pertenecía hacía mucho, mucho tiempo. Durante uno 92 Sobaco.

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de sus viajes a través del Mar Rojo se había hecho con tal documento, que de alguna manera había caído en las manos de un anciano comerciante saudí. Aquel viejo de barba canosa y turbante mugriento, rebosante de grasa de pollo, se dedicaba a vender objetos extraños que caían en sus manos a través de sus numerosos viajes por tierras inexploradas o mediante el trueque con algún que otro aventurero que se atreviese a adentrarse en esas tierras yermas. Y allí había encontrado la página del libro, entre las cabezas reducidas de macaco, las mandrágoras y los amuletos extraños que colgaban del tenderete. El comerciante le contó mil y una historias sobre los poderes ocultos de la página, sobre su capacidad de atraer oscuras criaturas y sobre la existencia de un libro completo en algún lugar del mundo. Y por supuesto, también le comentó, como quien no quiere la cosa, que estaba valorada en 599,99 riales sauditas. G. Hidalgo, obviamente, no podía permitirse pagar ese precio por un papel de dudosa reputación, pero lo que sí podía permitirse era atravesarle el pecho con un acero al comerciante y quemarle el chiringo, previa sustracción del documento, claro. Y así lo hizo...

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A las orillas del Mar Rojo Abdul abrió su tienda de objetos místicos y extraños, como todos los días, y se sentó tras el modesto mostrador a esperar clientes mientras observaba los otros puestos del mercado, como todos los días. Las voces y gritos de los otros vendedores inundaban el ambiente con sus característicos “¡Bragas a dos riales! ¡Ay, nenas que me lo quitan de las manos!”, sus clásicos “¡Barato, barato! ¡Tres por dos!” y sus acostumbrados “¡Mierda barata! ¡Inservible y nociva mierda barata!”, como todos los días. Y grupos agitados de mujeres se arremolinaban alrededor de todos y cada uno de los puestos, como todos los días. Levantaban y agitaban unas bragas varias tallas más pequeñas de lo que podrían encajarse por aquí, las dejaban caer por allá... Rebuscaban en un cajón lleno de trapos, los volteaban y los dejaban, o regateaban para llevarse diez por el mismo precio... Sopesaban la mierda para llevarse el trozo más grande posible por el precio más pequeño... Sí, definitivamente, era el típico día en el mercado para Abdul. Algunos viajeros paraban de vez en cuando delante del extravagante puesto de Abdul, momento en el cual, éste aprovechaba para venderles algunos aparatos raros, malditos o repugnantes. El resto del tiempo, Abdul lo pasaba interrogándose por cuestiones filosóficas, como para qué coño querrían todas aquellas mujeres comprar tantos excrementos baratos, o qué aspecto tendría un espejo que no tuviese nada que reflejar, entre otras. Pero aquel día, sus ensoñaciones se vieron interrumpidas por la sombra que proyectaron sobre su cara dos corpulentos hombres, parados delante de su mostrador. ̶ ¿Buscaban algo en especial? ̶ dijo Abdul a modo de saludo, como todos los días ̶ Podría recomendarles esta mano de mono, que apenas está maldita... ̶ ¿Qué nos das por esto? ̶ lo interrumpió uno de ellos, tendiéndole una especie de pergamino amarillento. ̶ ¿Y por “esto” quieres decir...? 209

̶ Es una página del Normanomicón, un libro antiguo perdido en Egipto hace mucho tiempo. Nosotros tenemos esta página, que es todo lo que se conserva de él. ̶ Diez riales ̶ propuso el comerciante ̶ o un par de cabezas de macaco. ̶ ¿Diez riales? ¿¡Diez míseros riales!? ̶ se enfureció el segundo hombre, y su compañero lo contuvo con una mano. ̶ Puede que sea un libro antiguo perdido, pero una página es una página... Como dicen los hombres sabios: De donde no hay, no se pue sacar. ̶ No se trata de un simple libro perdido, viejo ̶ prosiguió el hombre ̶ . Quizás podamos hablarte de las leyendas. Con un poco de paciencia... ̶ Bueno, pues contadme el pasado del dichoso libro. Soy todo oídos.

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En el antiguo Egipto Butakamón, sentado en su trono móvil, observaba el Valle de los Tuertos, que se extendía a sus pies. A su derecha, el Nilo discurría tranquilo, mientras miles de esclavos arrastraban bloques de piedra enormes en dirección a lo que pronto sería una grandiosa pirámide, completando un paisaje delicioso a los ojos del faraón. La corte de escribas se arremolinaba a las espaldas de Butakamón, alrededor del sumo sacerdote, quien había llegado portando un pesado libro entre sus manos. Un libro forrado de piel humana. El sumo sacerdote era un hombre de aspecto mezquino, totalmente calvo. Totalmente. Sin cejas, ni pestañas, ni nada parecido a un pelo en todo su cuerpo. Todo el mundo le temía y le esquivaba, y en el extranjero, despertaba el recelo de aquellos que lo acogían, porque a lo largo y ancho del mundo conocido, todos podían reconocer el símbolo que llevaba tatuado, enroscado en su cuello y en su pecho. Era el símbolo real del faraón del Valle de los Tuertos: la escolopendra real. El sumo sacerdote depositó el Normanomicón, recién finalizado, ante el faraón. La tinta aún estaba fresca, y las pastas olían a la sangre de alguien que acababa de morir. O puede que al revés... Cada página había sido cuidadosamente impregnada por los sacerdotes con un líquido, conocido por los nativos del valle como “jugo de espíritus” que, obviamente, no estaba compuesto por espíritus, sino por animalillos mutilados y machacados vivos. El jugo de espíritus, por su composición, tenía unas propiedades únicas que no habrían sido descubiertas si no hubiese sido por una misteriosa maldición que había caído aparentemente sobre los trabajadores de la tumba. La maldición hacía que los pobres desgraciados dejasen de reconocer a sus seres queridos o compañeros, y se viesen invadidos por un hambre salvaje que los hacía comportarse de forma violenta, intentando morder a todo aquel que se lo permitiese. Aunque en realidad esta maldición no era otra cosa 211

que un simple microorganismo que pululaba por los cuerpos y los fluidos de los infectados, por aquel entonces, nadie podía saberlo, de modo que la teoría de que se trataba de una antigua maldición parecía perfectamente posible. De hecho, Butakamón ya había pensado en apoderarse de ella para custodiar su sepulcro. Y ahí es donde entraba el jugo de espíritus, que por alguna razón parecía atraer desde distancias considerables a quienes se habían convertido en antropófagos. El Normanomicón recogía toda la sabiduría (inventada) de los sacerdotes en materia de las Malas Artes. Pero como era de esperar, ninguno de los rituales, pócimas, sortilegios o similares funcionaba, excepto el jugo de espíritus, que parecía funcionar como una especie de feromona para los tiesos. Por supuesto, eso no quitaba de que montones de personas creyesen en el verdadero poder de los sacerdotes. Butakamón aferró su pesado cetro de oro, tallado con una escolopendra enrollada a su alrededor y bajó lentamente de su trono. Abrió el Normanomicón por una página al azar y la leyó, más o menos. Sonrió maliciosamente y se volvió con él bajo el brazo hacia el borde de la bajada en la que comenzaba el Valle de los Tuertos, desde donde observó como unos puntitos lejanos que parecían hormigas ya se dirigían hacia sus pies.

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Éxodo ̶ Por fin ̶ dijo el filósofo tras varios minutos de silencio ̶ , la humanidad ha pasado al menos malo sistema político, del que nunca debió salir. ̶ ¿Qué sistema? ̶ exclamó Alex ̶ ¡Si no hay ninguno ! ̶ Por eso lo digo. ̶ Anarquismo ̶ intentó aclarar Lulú con satisfacción . ̶ No, no me refiero al anarquismo ̶ señaló el filósofo , al tiempo en que dejaban atrás la última calle de la ciudad de Cimera ̶ sino a esto . ¿Ves? Volvemos a nuestro lugar. Al bosque, a lo salvaje, a lo libre. Y hay que ir poco a poco, pero esto también es un retorno progresivo al nudismo. ̶ ¿Anarco-primitivismo? ̶ volvió a intentar Lulú . ̶ Más bien... No. Cualquier forma de anarquismo me parece demasiado idealista. Yo siempre dije: No hay que querer la destrucción del gobierno, sino de la civilización. Decían que era imposible, pero todo se reduce a una cosa. ¡Espera que caiga el pollo! Y tenía yo razón, cayó por su propio peso. ̶ Pero... si nos quedamos a vivir en el bosque para siempre... ̶ empezó a decir Alex ̶ ¿Y si me muero ? ¿Y si me come un bicho? ̶ Ahí está una de las gracias, eso es lo bueno ̶ explicó el filósofo ̶ . La selección natural. Todo es como es por la selección natural. La lucha genera progreso. Si los débiles mueren, sólo los fuertes quedarán en pie, hasta que ya no haya débiles que tengan que morir y ¿acaso no es eso lo que queréis todos? ¿Que se acabe el sufrimiento y poder vivir sin miedo a que te llegue de imprevisto la muerte? ̶ ¿Lo que quiere todo el mundo es que me coma un bicho? ̶ dijo Alex. ̶ ¡Sí! ̶ exclamó el filósofo . ̶ ¡Pues a ese bicho le parto yo la cara! ̶ se pavoneó er Jhonatan ̶ ¡Pim ! ¡Pam! ¡Toma Lacasitos! ̶ No te preocupes, los gilipollas también moriréis jóvenes. ̶ Uy, me parece que esto va a llegar a las manos ̶ dijo Lulú . 213

̶ Las personas bajo amenazas de muerte, trabajan mejor, eso lo sabe todo el mundo. Esas gilipolleces de querer salvarle el culo a todo el mundo, la compasión, la moral... Convirtieron nuestra antigua sociedad en una sociedad tetrapléjica. No avanzábamos, estábamos estancados y de vez en cuando, se producían hechos que nos hacían incluso retroceder. Como cuando se inventó el reggaetón. ̶ A mi me gusta el reggaetón ̶ intervino el cani . ̶ Por supuesto, a mí también, es casi tan placentero como rasparte los ojos con un tenedor. Pero como te iba diciendo, que los débiles mueran y los mejores sigan para destilar aún más la esencia de sus genes. Sin moral, ni prejuicios. No digo que la gente de la nueva sociedad que crearemos vaya a estar todo el día dándose por el culo mutuamente... En todos los sentidos posibles de la frase... Más bien, todo el mundo se tratará bien mutuamente porque es lo más conveniente para ambas partes, pero toda amenaza será destruida sin piedad. Odio eso de tratar bien a los enemigos que sólo quieren joderte, a menos que hacerlo sea más beneficioso que no hacerlo, claro. El grupo se quedó callado unos momentos, y después se detuvieron en un pequeño claro, en donde se sentaron en el tronco de un árbol caído a descansar. ̶ ¿Qué le habrá pasado a Luis? ̶ volvió a romper el silencio Alex. ̶ Tengo la corazonada de que sigue vivo ̶ dijo Lulú ̶ . Seguro que está en algún lugar, buscándonos. ̶ O se ha ido al cielo ̶ propuso er Jhonatan . ̶ Pfff ̶ bufó el filósofo en cuanto escuchó la palabra “cielo” , y después, dirigiéndose a Lulú, dijo: ̶ ¿Y cuáles son tus pruebas para decir eso? ̶ Ninguna... Por eso es una corazonada. ̶ Qué bajo has caído ̶ le soltó él ̶ . No pensé que serías tú quien diría algo así. Más bien, me lo esperaba del par de meningíticos que tenemos como acompañantes. ̶ ¡Eh! ̶ protestó Alex . ̶ ¿Qué? ¿Qué he dicho? ̶ se quejó Lulú ̶ ¿Por qué te enfadas? 214

̶ Todo el mundo sabe que existen dos tipos de personas, las de tipo racional, y las del género bobo. Mientras que las primeras se guían por la razón y son una inmensa minoría, las segundas se guían por los sentimientos, y reciben el nombre científico de “gilipollas”. Recuerdo que una vez conocí a un gilipollas, era presidente del gobierno, como muchos gilipollas suelen ser. De hecho, yo diría que todos los éticos ̶ miró a Lulú ̶ , creyentes de la mayoría de religiones ̶ miró a Jhonatan ̶ , gente... emmm, en fin, mediocre ̶ miró a Alex ̶ , políticos, burócratas, todos los que se esfuerzan por ponerle unas reglas a la vida, son gilipollas. Que si el Bien, que si “tiene que ser así”, que si corazonadas... ̶ ¿Me llamas gilipollas? ̶ lo atajó Lulú. ̶ Digo que te estás comportando como una gilipollas. ̶ Ya veremos quién tiene razón ̶ sonrió ella. ̶ Mi teoría es que los gilipollas son como una especie de lastre, que sin ellos, yo sería un tipo mucho más culto, con una filosofía más dinámica y ágil. Los gilipollas han estado ahí durante todas las épocas, son lo que hace que las revoluciones sean un tema de progresividad. Sorprendentemente, la gilipollez siempre ha sido un producto derivado del egocentrismo, de la voluntad de distinción de los humanos. Primero los gilipollas decían que eramos el centro del universo y se negaban a escuchar a Galileo (ese tipo con un ojo chungo); más tarde, eran quienes hacían caricaturas de Darwin con cuerpo de mono, negándose a creer en la evolución; también está el caso de quienes dijeron que hombres y mujeres, o blancos y negros, no eran iguales... Los sentimientos de los gilipollas siempre pasan por un proceso de crisis antes de que se produzca una nueva revolución. Yo ahora digo: propiamente, no existimos. Y ahora pensáis que eso no puede ser así, sin aportar contra-argumentos lógicos, pero dentro de doscientos años, os llamarán gilipollas. ̶ Yo estoy aquí ̶ dijo er Jhonatan ̶ . Existo. ̶ Mi estúpido amigo ̶ prosiguió el filósofo ̶ . Que tú tengas esa percepción, ese pensamiento, no prueba que existas realmente. Lo que tú ves es que hay un soporte físico, llámalo como prefieras. En realidad lo que eres no es más que un equilibrio de reacciones químicas con límites poco definidos. No 215

hay unidades claramente independientes. No hay “Yo”, sino que somos uno con el universo, un sistema en equilibrio. Materia en movimiento. El filósofo se levantó y se alejó del grupo para ir a mear tras el tronco de un árbol. Lulú se dejó caer para sentarse en el suelo y Alex reposó la cabeza sobre el hombro del cani. Cuando el filósofo volvió bostezando, Alex y er Jhonatan, parecieron encogerse sobre sí mismos y retraerse, como si temiesen otro discurso. ̶ ¿Qué pasa? ̶ preguntó él. ̶ Se te va mucho la pinza, shurmano ̶ respondió el cani ̶ ¿No irás a darnos la chapa otra vez? ̶ A ti, no. Deberías darte cuenta de que yo paso de ti, puta mierda. Esto iba por Lulú. ̶ ¿Y bien? ̶ interrumpió ella ̶ ¿Dónde tenéis pensado instalar el campamento? ̶ Estoy cansado de dar vueltas... ̶ dijo el filósofo ̶ Busquemos un río y quedémonos allí a vivir. Tendremos agua y comida de sobra, y a los “tipos molestos” lejos. ̶ Opino que antes hay que buscar a Luis, y puede que también la otra chica que encontramos antes quiera venir ̶ objetó Alex. ̶ Seguro que hay montones de supervivientes, no podemos querer salvarlos a todos. Pueden cuidar de sí mismos. Y en cuanto al chaval, id a buscarlo si queréis. Yo, no voy ̶ concluyó el filósofo. ̶ ¿Por qué tenemos que seguirte? ̶ protestó er Jhonatan ̶ ¿Qué eres, el jefe? ̶ Me alegra que desafíes mi autoridad, puede que sea lo único inteligente que has hecho en tu vida ̶ le felicitó el filósofo ̶ . Id si queréis. Pero como ya he dicho, yo no voy. ̶ Te sigo ̶ se rindió finalmente el cani. ̶ Pues vamos ̶ dijo Lulú, y se levantó, lista para partir hacia el río. Alex se levantó también y los siguió de mala gana. ̶ Esto es algo así como el éxodo ̶ comentó er Jhonatan. ̶ ¿Éxodo qué es? ̶ preguntó Alex ̶ ¿Bonito? ̶ No me hables de religión... ̶ murmuró el filósofo. 216

̶ Es cuando el pueblo elegido se iba a buscarse un sitio pa vivir. De la Biblia ̶ explicó el cani. ̶ Pues para mí ̶ opinó Lulú ̶ , nos parecemos más al caso del Diluvio Universal. El mundo estaba hecho una mierda, y ha ido a la ídem. ̶ ¡Cuentos! ¡Cuentos para ingenuos! ̶ dijo el filósofo. Er Jhonatan rebuscó entre sus muchas cadenas de oro del mercadillo y extrajo una de la que pendía una pequeña cruz. Se la llevó a los labios y la besó, antes de decir: ̶ Pues yo soy pila creyente, y pa mí, no puede ser que todo esto ̶ dijo refiriéndose a todo lo que normalmente llamamos mundo, o puede que vida, o naturaleza ̶ , haya salido así solo. ¡Qué casualidad lo que pasó aquí! ¿No, sosio? ̶ Ya, qué casualidad que haya surgido “vida” en un planeta en que se dan todas las condiciones para ello ̶ repitió con ironía el filósofo ̶ . Esto es como: ¡Oh, miren todos! ¡Acabo de meter dos rebanadas de pan en una tostadora encendida y han salido tostadas! ¡¡Magia!! No, eso no es una prueba. Como he dicho, te basas en tus sentimientos y no en tu razón. Lo que a mí me sorprendería de verdad sería que la “vida” hubiese aparecido en un lugar que cumpliese todos los requisitos para que claramente no sea así. Como en el centro del sol. Eso sí que sería una buena prueba de la existencia de Dios. De hecho, el día en que meta dos rebanadas de pan en la nevera y salgan tostadas, caeré de rodillas ante la grandeza del Señor. ̶ ¿Tienes que ser siempre tan sarcástico? ̶ dijo Lulú. ̶ Emmm... ¿Sí? ̶ respondió él. ̶ ¡No entiendo nada! ̶ protestó Alex ̶ ¿¡Pero por qué estaba esa tostadora encendida!? ¿Quién la encendió? ̶ Me alegra que me hagas esa pregunta ̶ sonrió el filósofo, acariciándose la perilla ̶ . Si no me equivoco, nuestra astuta amiga pregunta por el origen del orden en el universo. Muy astuta, muy astuta, sí, señor... El problema viene de introducir conceptos inventados y fantásticos, como orden y caos. ¡Eso no existe! Y aunque hubiese un orden en el universo, ¿por qué tiene que proceder de fuera de él? ¿Y quién pone el orden en el ordenador externo? ¡Ah, claro! Es auto-ordenado... Entonces, ¿por qué no 217

puede ser el universo también auto-ordenado? Pero ya os digo, que eso del orden son paparruchas. ̶ ¿¡Pero quién encendió la tostadora!? ̶ No insistas, en realidad, no existe encendido o apagado... ̶ ¿¡Pero cómo que no!? ¿¡Hacia dónde mira la ruedecita!? ̶ ¿Ruedecita? ¿¡Qué ruedecita!? ̶ dijo el filósofo ̶ ¿¡De qué coño me estás hablando!? ̶ ¡No hablo de ningún coño! ̶ se quejó Alex ̶ ¡Los coños no tienen ruedas! ̶ Apunta esto en tu diccionario de citas célebres ̶ rió Lulú, dibujando unas comillas en el aire ̶ : “los coños no tienen ruedas” ̶ Pasará a la historia de las grandes citas, junto a “el sabio sabe que ignora” y “lo que no me mata, me hace más fuerte”. ̶ ¿Y el argumento ese de San Anselmo que me contó mi abuela? ̶ volvió a la carga er Jhonatan. ̶ Volvemos al anteriormente señalado egocentrismo sentimentalista ̶ bufó el filósofo ̶ . Estamos de acuerdo en que San Anselmo “existe”, o “existía” en su época, y no tenía ni idea de cómo es no existir, claro... Los fanáticos del fútbol, son de su selección, y te digo yo que no la han escogido racionalmente, sino que para ellos es la mejor selección porque es la de su país, y por eso la defienden. ¿Qué sabrá San Anselmo de lo que es más perfecto? ̶ exclamó ̶ Con esa tontería de que un Dios que existe es más perfecto que uno que no existe. Pues mira, mi contraargumento ontológico: piensa en el ser más perfecto que puedas, y como es el más perfecto, necesariamente no puede existir, ya que la no existencia implica la ausencia total de defectos, y por lo tanto, para ser algo que no puede ser mejorado en ningún aspecto, debe no ser, es decir, no tener cualidades. Piensa en algo que no es, en la nada, si prefieres llamarlo así, ¿qué defecto puede tener? Ninguno. Si tuviese un defecto, ya no sería nada, sería algo, por tener cualidades. Existiría. Por lo tanto, para no ser perfecto, hay que existir necesariamente. Algo que no es, es perfecto. La moraleja no es que quede demostrado que Dios no existe, es que el problema viene de inventarse eso de la perfección y encima, decir que la existencia es más perfecta que la no existencia. ¡Eso son bobadas! 218

̶ Pero... ̶ volvió a decir Alex ̶ ¿Y el tostador, quién lo encendió? ̶ Lo que trato de decir es que en el mundo sólo hay materia que se junta y se separa ̶ concluyó el filósofo ̶ . Nada más. ̶ Seguramente no crees en la muerte, por eso de que tampoco existe la vida, pero debe de ser duro no creer en ninguna religión, y pensar en que cuando te mueras, se acabó ̶ comentó Lulú. ̶ Claro que no creo en la muerte como tal, sólo es otro cambio en la distribución de la materia, algo más radical que la pubertad, pero igualmente insignificante ̶ dijo el filósofo ̶ . Pero ahí te equivocas, sí que tengo mi propia teoría para lo que pasa después de la muerte. ̶ ¿Ah, sí? ̶ se sorprendió Lulú. ̶ Claro, pero antes de entrar al asunto, tendréis que aceptar algunos axiomas. Porque si no, me jodéis la teoría... ¿No seréis de esas malas personas que creen en el alma? ̶ Venga, suéltalo ya ̶ le metió prisa Lulú. ̶ Axioma primero: Toda persona puede considerarse como un conjunto de materia, formada por partículas llamadas “átomos” y consideradas tradicionalmente como entidades indivisibles. Axioma segundo: Estos átomos son dinámicos, es decir, están constantemente en movimiento. Tienen la capacidad para unirse y separarse libremente. Axioma tercero: En principio, el tiempo y la materia son eternamente duraderos, o sea, que tenemos todo el tiempo del mundo y los átomos nunca van a desaparecer. ̶ tomó aire y después de un instante, dijo: ̶ Mi teoría es que se producirá a lo largo del tiempo e infinitas veces, una reintegración o resurrección de todo ente del universo. Lo único que se necesita es el tiempo suficiente para ello. Tras ese tiempo, llegará un momento en que, totalmente por casualidad, el azar hará que todos los átomos necesarios para volver a formar la estructura de, por ejemplo, mi cuerpo en estos momentos, se hayan vuelto a colocar en una posición análoga a la que tienen ahora. No hace falta que sean los mismos átomos, sólo que sean iguales. Ni siquiera hacen falta todos ellos, con los del cerebro supongo que bastarían para formar lo que llamamos mi “Yo”. Es más, después de este tiempo estimado de ciclo, ya se habrán producido con 219

bastante seguridad, infinitud de copias imperfectas y variaciones de mí mismo. Claro, debido a que no son necesarios los mismos átomos, sino sólo átomos análogos, esto podría producirse en cualquier parte del universo en donde existan esos componentes. De hecho, si el universo fuese infinito en extensión, en este mismo instante, existirían también infinitas copias de mí en algunos lugares muy, muy lejanos, incluyendo copias alternativas no idénticas. Pensad en ello. Incluso puedo deciros que hay una fórmula matemática con la que se podría calcular el tiempo medio del ciclo. ̶ ¿Y podrías saber dentro de cuánto más o menos vas a resucitar? ̶ le interrogó Lulú. ̶ No, de hecho. Incluso yo diría que el tiempo de ciclo es un número tan grande que no puede ser dicho por un ser humano, aunque eso dependería del tamaño del universo y de muchos factores, pero en resumen: considera un sistema al que pueden sumarse átomos, del mismo modo que restarse. Para este sistema, estaremos observando un átomo (y cualquier otro con el que éste se conecte), por lo que siempre existirá al menos un átomo en el sistema, ya que no es posible que éste se esfume del universo. Considera, por otra parte, un número X (llamado así porque no tengo ni puta idea de cuál puede ser, en este momento) que representa el tiempo medio que tardaría cada nuevo átomo en entrar en el sistema y permanecer en él por el tiempo suficiente en su sitio. El tiempo que tarda el sistema en alcanzar cualquier estructura puede calcularse con una fórmula excepto en dos excepciones: la primera es que la fórmula no es aplicable para un número de átomos negativo, claro, porque no lo puede haber. La otra es que para una estructura de un átomo, el tiempo siempre es cero; como he dicho antes, siempre hay un átomo en el sistema, no hay que esperar nada para que haya uno. La fórmula en el resto de casos sería uno, partido entre uno por X elevado a “n” menos uno, donde “n” es el número de moléculas que compone la estructura del objeto o bicho viviente que debe resucitar. El hecho de restar uno, viene de la partícula que ya estaba al principio en el sistema. Y el número que sale, que es muy grande y feo, es el tiempo que tarda en surgir de nuevo esa estructura material. 220

̶ Yo tengo una duda, shurmano encendió el tostador?

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̶ dijo el cani ̶ ¿Quién

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En el hospital Los zombies cayeron, desparramados hacia todos lados como bolos en una bolera. A escasos metros, una puerta de cristal y acero parecía brillar con un brillo inusual, como burlándose de Luisma, que se afanaba en atravesar el muro de carne podrida y huesos que le impedía el paso, agitándose y salivando en cualquier dirección en la que se mirase. Tropezó con lo que le pareció un trozo de cara pegado al suelo y cayó, perdiendo las gafas en el acto. Lo único que vio a continuación fue una masa borrosa que se cerraba por encima de su cuerpo, y después nada. Todo se volvió negro. El ruido del mundo se apagó en una décima de segundo. Y de pronto... ¡BANG! Allí estaba, vivo, sin saber lo que había pasado. Luisma se incorporó muy despacio, como si esperara que de pronto, el universo recordase dónde lo había dejado, y la inminente muerte horrible que le aguardaba volviese a aparecer de súbito. Pero eso no pasó. El friki palpó el suelo en todas direcciones hasta encontrar un objeto duro y frío que encajaba con el perfil de sus gafas. Se lo puso en la cara, y el mundo volvió a tener su nitidez normal. Desde el fondo de la sala, oyó unos pasos que se acercaban, y cuando levantó la vista, vio a Samantha con un arma entre las manos. ̶ No me dais más que problemas ̶ dijo ella ̶ . No sé para qué te he salvado la vida. ¡Vete de aquí! ̶ ¿Qué...? ¿Cómo? ̶ Es una escopeta ̶ le mostró Samantha ̶ , es una herramienta que sirve para hacer que cosas que se mueven se queden quietecitas. ̶ ¡Ya sé lo que es una escopeta! ¡Juego al Counter Strike! ¿Cómo has hecho para matarlos a todos tan rápido? ̶ preguntó él. ̶ ¿Yo? ̶ respondió mientras señalaba hacia las espaldas del friki. Él también se giró y vio un montón de cadáveres con la cabeza rota, y apenas un pocos, todos agrupados, con multitud de 223

agujeros de metralla ̶ Tú los empujaste. Cuando se cayeron al suelo, se les rompió la cabeza como la cáscara de un huevo crudo, ¿o pensabas que yo iba a meterme ahí en medio con tanta gente para matar? Esperé a que quedase un grupito lo suficientemente apiñado como para matarlos a todos de un tiro... Y eso fue cuando estaban todos encima de ti. ̶ ¡Me podías haber dado! ̶ gruñó Luisma. ̶ Mejor a que me hubiesen mordido a mí... Y ahora, adiós. ̶ ¿Ni siquiera vas a ayudarme un poco con estas heridas? Por lo menos ayúdame en eso, que tienen mala pinta ̶ le rogó él. ̶ Toma esto ̶ dijo la chica, arrojándole un pañuelo ̶ . Póntelo en el cuello, y búscate la vida. No quiero que me pongas en peligro. Luisma salió con paso tambaleante del edificio, y con el pañuelo apretado contra la herida de su cuello, pero con los brazos y los hombros goteando sangre. A lo lejos, vio a un grupo de zombies arremolinándose en torno a algo e invadiendo los callejones, así que tomó los caminos que quedaron libres. No tenía ni idea de dónde estarían sus compañeros, por eso tampoco sabía hacia dónde estaba caminando. En principio, sus pasos le llevaban hacia la salida del centro hospitalario, pero a partir de allí, podría ser cualquier cosa. Samantha Schrödinger lo observaba desde una ventana, sólo por si acaso se le ocurría volver, con la escopeta bien aferrada entre sus manos. No tenía nada en contra del chico, pero si giraba y volvía a entrar en el hospital, habría que asustarlo un poco para que se fuese con sus problemas a otra parte. Y entonces, la chica creyó escuchar algo a sus espaldas. Se giró. Pero ya era demasiado tarde... ... El friki salió del complejo y echó a andar por la carretera, esperando llegar a algún lugar, o encontrar a sus compañeros, porque no tenía ni idea de dónde estarían. Poco tiempo tendría que pasar hasta que retiró el pañuelo de su cuello, chorreando sangre, incapaz de retener más la hemorragia. Lo lanzó al suelo y 224

siguió caminando, aunque más tarde se arrepintió de haberse deshecho del aquel trocito de tela en lugar de aguantar un rato más con él colocado en la herida. No podía más, pero tenía que encontrar a sus amigos. La debilidad tan característica de la pérdida de sangre ya empezaba a vencerlo y se sentía cada vez más cansado. A los pocos pasos, tuvo que apoyarse en un muro para no caer al suelo. Intentó andar más, pero el mareo no se lo permitía. Se sentó a descansar un rato. Estaba preocupado por lo que les habría pasado a los otros. Sobre todo a Alex. Ella estaría buscándolo también, seguro. Y ella era la única que de verdad le importaba en esos momentos. ¿Qué estaría haciendo Alex? No tenía apenas fuerzas. Necesitaba descansar un poco. Un poco, nada más, después volvería a ponerse en pie y la encontraría. Cerró los ojos sólo por un momentito... Y no volvió a abrirlos nunca más.

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En algún lugar bajo Cimera Corrían los años setenta cuando las investigaciones arqueológicas se iniciaron en Cimera. Los arqueólogos habían descubierto algunas piedras increíblemente interesantes, aunque a decir verdad, eso es lo que suelen decir los arqueólogos de todas las piedras. Así que allí estaban, los currantes a los que los arqueólogos habían contratado, machacando rocas con el pico y la pala hasta que encontrasen algo que les llamase la atención. ̶ Así que hay una red de cuevas que se extiende bajo toda la ciudad... ¿Cuándo vendrán los arqueólogos, Steve? ̶ Ya te he dicho que esos sólo aparecen para desempolvar lo que nosotros saquemos. ̶ Ammm... ̶ asintió el trabajador más jóven y delgado de los dos, luego hizo una pequeña pausa ̶ Steve... ̶ ¿Billy? ̶ ¿A dónde crees que lleva esto? ̶ preguntó Billy con la mirada perdida en la oscuridad insondable de la cueva. ̶ Al fin ̶ dijo secamente Steve. ̶ ¡Guau! Eso es muy profundo, Steve, ¿qué has querido decir? ̶ Que lleva al final. ̶ Sí, bueno, todo lo que empieza tiene un final, todo conduce inexorablemente a su propio fin, pero la cuestión es, ¿al fin de qué? ̶ Al fin del libro ̶ soltó simplemente Steve. ̶ No te entiendo... ̶ Déjalo ̶ gruñó entre dientes Steve, mientras golpeaba con fuerza la pared con su pico, provocando un pequeño derrumbamiento parcial que dejó al descubierto un pedazo de piedra tallada por la mano del hombre. Los dos excavadores se apresuraron en retirar más tierra alrededor del objeto. Se alejaron un paso para contemplar la pieza, girando el cuello hacia los lados y entornando los ojos. ̶ ¿A ti qué te parece que es eso, Steve? ̶ Un bicho. 227

̶ A lo mejor es una reinterpretación muy personal de un ángel... ̶ Es un bicho.93 ... Los arqueólogos, armados con poderosos pinceles y brochas, llegaron caminando tranquilamente y hablando entre ellos unas cuantas horas más tarde. Pacientemente desempolvaron la columna de piedra, con una escolopendra tallada en la roca, como enroscándose a su alrededor. A medida que más y más tierra iba desapareciendo en torno al reciente descubrimiento, se iba revelando lentamente un antiguo muro sembrado de bajorrelieves, que representaban hombres, miriápodos, y lo que parecían ser unos alegres muertos vivientes asesinando parcialmente a unos niñitos. ̶ ¿Qué es todo esto? ̶ le dijo Billy a uno de los arqueólogos. ̶ Fascinante, fascinante... ̶ murmuró simplemente su interlocutor. ̶ Llevábamos siguiéndole la pista a este tipo de construcciones durante un buen tiempo ̶ le informó el otro arqueólogo ̶ . Primero en Egipto, luego en Arabia, en Grecia, y ahora aquí. ̶ Y eso se debe a... ̶ le instó a seguir Billy. ̶ Pertenecen a una antigua dinastía, la cual no sabemos si tuvo descendientes ni de cuantas familias podríamos estar hablando, pero que en su día fue muy poderosa. ̶ ¿Poderosa en plan Jesucristo, o poderosa como Julio César? ̶ Imagino que nunca habrán oído hablar de Butakamón, el primo juerguista de Tutankamón ̶ dijo el primer arqueólogo. ̶ Fue un poderoso faraón, que creó un libro con el que levantar a su favor ejércitos de muertos vivientes, según cuenta la leyenda ̶ prosiguió su compañero ̶ ̶ . Al parecer, todos los miembros de su linaje poseían un defecto congénito en la zona 93 Este par de trabajadores han sido inspirados por obreros gañanes de Larry.

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del cerebro que se encarga de procesar los estímulos visuales y tenían alucinaciones. ̶ De ahí el símbolo de su familia ̶ señaló el primero ̶ , veían escolopendras. Y supongo que sí que habrán oído hablar de las famosas maldiciones de las tumbas de los faraones, que no eran otra cosa que microorganismos patógenos. Pues bien, lo más curioso de todo este asunto es que, al parecer, esa malformación impedía que cierta enfermedad extraña no afectase a los miembros de esa dinastía, motivo por el cual, a lo largo de los tiempos, empezaron a circular muchas leyendas en torno a su figura... ̶ Y aún hay mucho más por descubrir ̶ concluyó el primero, como si acabase de darse cuenta de ello ̶. Así que será mejor que volvamos al trabajo. ¡A investigar se ha dicho!

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Outroducción Los pies descalzos de la hija de Alex, en parte sucios de correr por la tierra, aterrizaron en una roca plana, al borde de un pequeño terraplén. El hijo de Lulú saltó también junto a ella y juntos contemplaron el paisaje. El bosque terminaba a sus espaldas y la pradera nacía frente a sus ojos en una vasta extensión de varios kilómetros de tierra, en cuyo centro se alzaban las ruinas de la ciudad de Cimera, abandonadas por sus padres hacía casi veinte años. Y en segundo plano, una fina línea de océano acababa por darle la última pincelada a un magnífico paisaje. Los adolescentes contemplaron en cuclillas sobre el precipicio las vistas con las que habían crecido, después se miraron el uno al otro y siguieron correteando como un par de cachorros que juegan. Llegaron riendo a un pequeño claro en el bosque, donde sus padres los estaban ya esperando. El filósofo, ahora con una poblada barba y el pelo algo aclarado por las inclemencias del tiempo y la constante exposición al sol, estaba sentado con las piernas cruzadas junto a una modesta fogata. Lulú apenas había cambiado con el tiempo, aunque ahora parecía más adulta. La mujer recogió la sartén de la hoguera y retiró de ella unas patatas que inmediatamente fueron recogidas por los jóvenes, quienes corrieron a sentarse también junto al fuego. Alex y er Jhonatan salieron de entre los árboles poco tiempo después y se reunieron con su hija y sus amigos. Mientras que ella seguía con el aspecto inocente de siempre y un peinado bastante parecido, ahora tenía el pelo más largo que diecinueve años atrás y el parto había ensanchado ligeramente sus antaño estrechas caderas. En cuanto al cani, la vida salvaje parecía haberle puesto incluso más en forma que el resto de sus compañeros, fortaleciendo sus músculos y dándole un aspecto aún más rudo e incivilizado. Después de todos esos años, la ropa había ido desapareciendo progresivamente, dejando paso a meros fragmentos de pieles que 231

apenas cubrían descuidadamente la zona de la cintura. Aunque los complementos, de aspecto prehistórico y rudimentario, eran todos y cada uno diferentes entre sí y personales para cada uno de ellos. ̶ ¿Queréis que os cuente otra historia? ̶ dijo el filósofo, distraídamente a los muchachos. ̶ ¡Sí! ̶ respondió alegremente su hijo ̶ ¿En tu época los jóvenes también aprendían así? ̶ Oh, no, desde luego que no ̶ intervino Lulú ̶ . Había demasiados adolescentes como para aprender con historias alrededor de una hoguera. Hace muchos, muchos años, también había mucha, mucha gente... ̶ ¿Cuántos son muchos, muchos chicos? ̶ quiso saber la hija de Alex y el cani ̶ ¿Diez? ̶ No, la verdad es que había muchos cientos ̶ reconoció el filósofo. ̶ Uh, sí que había gente ̶ exclamó el jóven ̶ . Entonces, ¿cómo hacían para enseñaros cosas? ̶ Nos encerraban a todos juntos en un edificio grande del que no nos dejaban salir hasta después de seis o siete horas ̶ explicó Alex ̶ . Tampoco nos permitían hablar entre nosotros, ni escoger lo que queríamos aprender, y un timbre nos marcaba cuándo teníamos que desplazarnos todos hacia otro lugar. Y era así todos los días, todos los años. ̶ Suena horrible ̶ murmuró la muchacha. ̶ Lo era ̶ concedió su padre. ̶ En mis tiempos, no podíamos escoger cuándo ni qué queríamos aprender. No nos enseñaban de una forma entretenida aquello que más nos interesaba como hacemos ahora, sino que todos teníamos que aprender lo mismo y a unas horas prefijadas, aunque no nos interesase lo más mínimo ̶ prosiguió el filósofo. ̶ ¡Qué mal! ̶ protestó el chico. ̶ La civilización tenía cosas mucho peores ̶ le respondió Lulú ̶ . Los humanos eran capaces de cometer verdaderas atrocidades, pero tu padre y yo aprendimos a odiar a las personas no por sus malos actos, sino por su forma de divertirse.

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̶ Y por su forma de ser en general ̶ la apoyó el filósofo ̶ . Siempre intentaban parecerse unos a otros, pertenecer a algún grupo y aparentar ser más perfectos de lo que eran. ̶ ¿Qué significa perfecto? ̶ preguntó la hija de Alex. ̶ Nada en absoluto ̶ respondió el filósofo ̶ . Algo que alguien se había inventado hacía mucho tiempo. ̶ ¿Y qué hacían para aparentarlo, entonces? ̶ dijo el muchacho. ̶ Por ejemplo ̶ empezó Lulú ̶ , había unos zapatos con una cosa llamada “tacón” que obligaba a las mujeres a andar todo el día de puntillas para parecer más altas. ̶ Hacían daño en los talones ̶ apuntó Alex. ̶ También existía el maquillaje, que era una especie de pintura que ocultaba el verdadero rostro de las mujeres ̶ dijo el filósofo, gesticulando con las manos ̶ . La verdad es que las hacía parecer muy artificiales y horribles, en mi opinión. Si me gustasen las caras pintadas, me enrollaría con un payaso... ̶ Y luego estaban las dietas, que servían para hacer adelgazar a las personas ̶ narró Alex ̶ y que, claro, Lulú nunca hizo ninguna... ̶ ¡Oye! ̶ se quejó la aludida ̶ Por supuesto a las personas que, como yo, están en buena forma a pesar de ser de huesos anchos, no les habrían hecho ningún efecto. Esta última cosa servía para hombres además de para mujeres, pero muy a menudo eran las mujeres las que solían ponerse a dieta más fácilmente. ̶ Vaya ̶ reflexionó su hijo un momento ̶ , parece que a las mujeres de hace veinte años no las trataban demasiado bien. No hacían más que obligarlas a estar siempre bonitas sin descanso, como si fuesen un mero artículo decorativo... ̶ No solo a las mujeres ̶ reconoció el filósofo ̶ . Cada vez más hombres se pasaban horas y horas levantando cosas pesadas y haciendo ejercicios para conseguir que les saliesen cuadrados en el estómago. Pero no era tan cuasi-obligatorio el arreglarse como para las mujeres. ̶ ¿Cuadrados? ¡Puagh! ̶ dijo la chica . ̶ Sí, bueno, antes se consideraba eso como atractivo... Pero poco a poco, las diferencias entre hombres y mujeres se iban 233

rebajando ̶ explicó el filósofo ̶ . Antes había sido la discriminación de las personas por su tono de piel, lo llamaban “raza”. Pero íbamos superando eso. La verdadera discriminación de mi época era para con los animales. ¿Os podéis creer que las personas y los animales no valían lo mismo? ̶ Antes, no se limitaban a matar a otros animales para evitar que un depredador se los comiese o cuando tenían mucha hambre, no ̶ dijo Lulú ̶ . La vida de una persona valía mucho más que la vida de otro animal no-humano. Había espectáculos en los que muchas personas se reunían y pagaban para ver cómo se mataba a un animal poco a poco... ̶ ¿Qué es pagar? ̶ preguntó su hijo. ̶ Verás, hace años, había unos papelitos que sustituyeron al trueque, de forma que era mucho más cómodo transportar esos papelitos que transportar una gallina, por ejemplo ̶ empezó a explicar el filósofo ̶ . Cada papelito era como una gallina en potencia y podías cambiarlo por una si querías. Claro que con el tiempo, el símbolo que representaba esa gallina en potencia, pasó a representar el poder, y adquirió un valor superior a su precio. Y así, la gente empezó a preferir tener muchas gallinas en potencia en su casa a tener cosas de verdad. Trabajaban todo el día para tener más gallinas en potencia que sus vecinos. Se mataban por esos papelitos. Se marginaban unos a otros por la cantidad de gallinas que podrían adquirir si usasen la totalidad de sus papelitos, etc. Una locura. Pero vosotros no lo entenderéis ahora, así que otro día recordadme que os cuente lo que era la propiedad privada, ¿de acuerdo? ̶ Pues resulta que la gente daba sus apreciados papelitos para ir a ver cómo un tipo asesinaba, por ejemplo, a un toro. El sufrimiento animal no era tenido en cuenta en absoluto, ni siquiera pensaban en que ellos y esos otros animales podrían ser, en el fondo, iguales, sino que creían que el mero hecho de ser humanos les hacía superiores a un animal ̶ comentó Lulú ̶ . Y si les preguntabas por el asesinato o por la esclavitud de algún animal, ellos simplemente te responderían “Sólo es un animal”, tal y como algunos cientos de años antes, los esclavistas te habrían dicho “Sólo es un negro”. 234

̶ Algunos te decían que no eran inteligentes ̶ dijo el filósofo ̶ A esos les deseaba que les naciese un hijo subnormal, para ver si se decidían a tratarlo como a un animal. Recuerdo, por ejemplo, que a los cangrejos se los hervía vivos, o que a los cerdos se los colgaba y se les cortaba el cuello para que muriesen desangrados, mientras aún estaban conscientes. ̶ Vaya, es horrible ̶ se lamentó la hija del cani. ̶ Lo sé ̶ dijo el filósofo ̶ . Esos son los errores que cometimos en nuestro pasado. Pero vosotros... Vosotros sois el futuro de la Tierra. No debéis permitir que estos errores vuelvan a repetirse nunca más, porque todo lo que veis a vuestro alrededor, ahora os pertenece.

FIN DE LA FARSA

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Anexo I Chimpancé Neurocirujano: Historias de Operaciones Reales La puerta de la Sala de Audiencia se abrió de un portazo, mientras una ráfaga de viento inundaba la estancia, lanzando al suelo los papeles del fiscal, que se giró con furia y le dedicó una mirada asesina al abogado defensor. —Disculpe, su Majestad —le dijo al juez—. Lamento llegar tarde, pero he pillado un atasco. —Pase, pase… —invitó el juez. El abogado defensor avanzó con decisión, saltó dinámicamente por encima de una fila de viejas y aterrizó en el asiento, al lado de un simio con sombrero de copa que le miró tristemente. Era el Chimpancé Neurocirujano, su cliente. Tres años atrás, el Chimpancé Neurocirujano había salido de la universidad al término de su carrera de medicina, graduado Magna Cum Laude, debido a que había destacado entre sus compañeros por su buena caligrafía. Había sido una larga carrera de varios años, más larga aún que la maratón, pero algo más corta que la que provocaban los burócratas del Gobierno por aquel entonces. Al parecer, el Chimpancé Neurocirujano, en una operación un tanto delicada, había enloquecido, empezado a chillar y a morder a los enfermeros y a lanzar sus propios excrementos a diestro y siniestro. El abogado defensor se adelantó hacia el estrado: —Miembros y miembras del presunto jurado —arrancó—. Quisiera llamar a mi presunto primer testigo, con el fin de esclarecer los hechos hechados en la presunta noche de autos. ¡Damas y caballeros! ¡Que pase! Una mujer con minifalda de látex, medias de rejilla, tacones altos y top ceñido apareció por el fondo de la sala y fue a sentarse en su respectivo asiento, con el fin de declarar. —¿Jura decir la verdad, toda la verdad, nada más que la verdad, todo lo relacionado con la verdad, la verdad aparente, la verdad que usted cree, la verdad según usted, la verdad de verde, la única verdad y nuestra verdad con la ayuda de Monesvol? —Sí, quiero —dijo ella. 1

—Presunto putón —interrogó el abogado defensor—. ¿Estaba usted presente en el quirófano, consumiendo drogaína y felando los falos de los respetables caballeros que la habían contratado entre todos para la noche entera por el precio de tres monedas de níquel? —Sí, estaba. —Entonces, ¿vio usted los sucesos sucedidos en el susodicho, anteriormente mentado, quirófano en el que sucedieron dichos sucesos presuntamente? —Sí, los vi. —¿Podría relatárnoslos? —Verá, el Chimpancé Neurocirujano, con quien ya anteriormente había tenido negocios… —¡Había tenido negocios! ¡Ya veo! —Sí, salió de la universidad privada, que había superado gracias a su dinero… Y como aún le sobraba, pues me contrataba todos los días pares de la semana, festivos, fines de semana, martes, jueves, sábados, domingos y fiestas de guardar. —¡Y fiestas de guardar! ¡Entiendo! —Aquel día, con su palo afilado, estaba intentando abrirle la cabeza a un hombre afectado de Chiripitiflauticotitis rimbombante aguda. Sin anestesia, por supuesto. Y de pronto, enloqueció, cogió el bisturí y lo lanzó contra una enfermera. En su trayectoria, le pegó con el mango en la cabeza y la mató de un susto. —¡De un susto! ¡Muy bien! —Y eso es todo lo que recuerdo. —¡Y eso es todo! ¡Claro! —dijo— Miembros y miembras del presunto jurado, quiero mostrarles una cosa. A grandes zancadas, se plantó delante de ellos y desplegó un enorme gráfico. —¡Miembros y miembras del presunto jurado! ¡Este es Chuwakka94! Se preguntarán que porqué tengo yo, y presuntamente les muestro, una foto de Chuwakka. Aparentemente no existe una razón justificada, pero escuchen esto: La presunta noches de autos, yo estaba jugando a buscar a Wally con mi sobrina de 7 años, que decía haberlo encontrado. Pero yo no lo encontré. ¡Oh, casualidad! Y de hecho, Chuwakka tampoco estaba allí. Por eso, si la publicidad influencia a nuestros niños y la droja en el cola-cao, es más, el cambio climático va en aumento al mismo tiempo en que crecen los parados… 94 Véase “Defensa Chuwakka” en Southpark.

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Y es que los parados crean un agujero en la capa de ozono, de forma blasfema y poco cristiana. Por eso, yo les digo: Voten NO rotundamente a la ley seca. Y absolución para mi cliente. La defensa descansa. La sala, que no había entendido ni una palabra del argumento del abogado defensor, pero sí que había escuchado que era un discurso muy largo, estalló en vítores, mientras el abogado y el chimpancé saltaban en paracaídas por la ventana, y el juez golpeaba furioso con su martillo gritando: —¡Que les corten la cabeza! ¡Que les corten la cabeza! La claraboya del techo del hospital se rompió bajo el peso de los pies del chimpancé, que cayó sobre el pasillo, desenganchándose el arnés del paracaídas y ajustándose la chistera. —Ha llegado justo a tiempo, doctor —dijo la enfermera china poco importante que solo aparece para decir esta frase y luego no vuelve a aparecer nunca más—. Hemos recibido un paciente, varón, 4o y tantos años, pelo blanco, algo obeso, un grano bastante feo en la nariz. Dice que se llama Charlie y no tiene brazos. El Chimpancé Neurocirujano se encogió de hombros, incapaz de adivinar qué era lo que querían de él, aunque luego cayó en que lo más probable era que quisiesen que le pusiese al hombre unos brazos mutantes de tentáculos de pulpo. Derribó de una patada la puerta del quirófano y pegó con Loctite los tentáculos a los hombros de Charlie. Charlie gritó con horror, lo cual indicó bastante fiablemente al Chimpancé Neurocirujano, que aquel hombre no era Charlie. Aunque ya había empezado a sospecharlo cuando vió que en realidad se trataba de una mujer, con ambos brazos en su sitio, y que era una de sus enfermeras. Pero eso no era problema, él ya se había tomado la libertad de amputarle los brazos suavemente con una motosierra, sin anestesia, y ya sólo le faltaba la guinda del pastel para terminar aquella sustitución de brazos por tentáculos. Era, obviamente, cauterizar la herida. El Chimpancé Neurocirujano no sabía si su método sería demasiado poco intenso para esos casos, pero él solía hacerlo con un lanza-llamas. Más valía prevenir que curar. Un lanza-llamas es un aparato que lanza llamas. Lanzar es el hecho de propulsar materia con fuerza. Llama es un animal ungulado que escupe a la gente. Escupir es lanzar un fluido de la boca con fuerza. Escupir y lanzar se parecen un 3

poco. Parecerse es el hecho de presentar características iguales o similares dos o más objetos. Esternocleidomastoideo es un músculo rotor y flexor del cuello. El Chimpancé Neurocirujano sabía, de hecho, que en los anales de la medicina, ese había sido el proceso estándar. Anales son unas escenas en las que un hombre, una mujer con un pene sujetado por un arnés o un animal, introducen alguno de sus apéndices o artefactos en el extremo terminal del aparato digestivo de otro hombre, mujer o animal, con objeto de producir principalmente placer en sí mismo y en la otra persona. Así que el chimpancé apretó el gatillo y todo lo que vio después fue a la enfermera, gritando de dolor y retorciéndose en el suelo, mientras sus brazos sustituidos por tentáculos se chamuscaban y un líquido rojo intenso salía a borbotones por sus axilas. El Chimpancé Neurocirujano podía ver sus convulsiones de gratitud. Sí. Otra operación bien hecha. —Llévenla a su habitación —dijo el ayudante negro del Chimpancé Neurocirujano, que era, como su propio nombre indica, de Pontevedra—. Y avise al típico doctor que siempre está mirando unos papeles en la habitación del paciente cuando éste despierta. Ya saben, al que siempre le preguntan “Doctor, ¿qué me ha pasado?”. Así lo hicieron.95

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Anexo II LA LEYENDA DE KRD'HAKCHAK

Hace mucho tiempo, en el Reino de la Desesperación Eterna, hubo un despiadado monarca conocido como Patachula el Cruel. Aparte de ser partidario de las torturas masivas, como era costumbre en su reino, fue protagonista de varias subidas de impuestos para financiar sus lujosos caprichos. Patachula el Cruel solía frecuentar señoritas de compañía, que obviamente eran de las más caras del reino. No se trataba de las prostitutas comunes con las que tenían que conformarse los campesinos, sino que las prostitutas a las que Patachula financiaba sus servicios seguían conservando todos los dientes (algo extraño en esas regiones). A los pocos años, estas actividades empobrecieron a la población y al propio rey, yendo a parar la mayor parte de las riquezas del país a las prostitutas, que formaron su propio imperio callejero y acabaron por derrocar al mismo rey, a quien cortaron el testículo derecho simbólicamente como señal inequívoca de expulsión del reino. Una vez destronado el rey, subió al poder una no menos despiadada, aunque, ciertamente, sí mucho más atractiva prostituta, llamada Albinia la Azulada por su atractivo color de piel. Esto se debía, por supuesto, a su ascendencia elfa oscura. Poco tiempo después del comienzo del nuevo régimen, el Reino de la Desesperación Eterna entró en guerra con el pasivo País de la Pasividad. No se sabe quien ganó la guerra, pero ciertamente, a los pasivos no les importa. Lo único importante de 5

este suceso es que se comenzó una producción masiva de héroes en el reino, entre los cuales estaba Grarrh el Hostil, que durante una batalla se quedó en la retaguardia cortejando a Albinia. Por supuesto, los verdaderos héroes y reyes se quedan detrás de su ejército en las batallas, al menos los que siguen vivos. Finalmente, de la unión clandestina entre la reina Albinia y Grarrh el Hostil nació un niño, un niño destinado a ser el mayor héroe de todos... Roncha el Patamuil no tuvo una infancia fácil. Cada vez que hacía una travesura, o no quería comer o había un cambio climatológico adverso, su padre lo castigaba dándole una paliza con su martillo de guerra de 30 kilos... lo normal en un niño de su edad. Roncha no era musculoso como Grarrh el Hostil, pero había heredado la astucia de su madre, aunque no su título nobiliario, por lo que tenía el acceso a la Academia de Hechiceros totalmente prohibido. Así que Roncha tuvo que convertirse en un héroe como su padre. En la Academia Militar, pronto destacó entre los demás héroes. Si por algo eran conocidos los héroes era por el hecho de su incapacidad para usar palabras con más de tres sílabas, así como contar números más grandes que uno y medio. Pero Roncha era inteligente y acabó por convertirse en el héroe más apreciado de su regimiento. Cada batalla de promoción en la academia era un desafío para Roncha... Roncha luchaba contra sus compañeros más fuertes que él con mucho coraje y valentía, y los vencía con astucia. Y así, el joven Roncha creció y terminó sus estudios como héroe. 6

Y una vez convertido en héroe, fue enviado a la guerra. Su primer encargo era una Misión de Paz, lo que quería decir que entrarían armados en un país más pobre que ellos a matar a sus hombres y violar a sus mujeres. Si tenía suerte, Roncha violaría a alguna jovencita, aunque lo más normal era solamente matar a alguno que otro que encontrase distraído. Pero el primer día de la misión, el regimiento bajo el mando de Roncha fue capturado y asesinado parcialmente por unos zombies hambrientos de piel humana. A Roncha no le pasó nada debido a que era mestizo y su piel aún tenía un ligero sabor a elfo. Bueno, la verdad es que sí que le pasó algo, porque después fue capturado por el comando de guerrilla del enemigo y esclavizado durante años, pero aparte de eso, no le pasó nada. La guerrilla vendió a Roncha a los ogros esclavistas del Páramo Helado, y éste se vio obligado a arrastrar una bola de hierro encadenada a su tobillo mientras trabajaba en las minas de cristal al borde de la hipotermia. Hasta que un día, perdió la pierna. Los ogros esclavistas dejaron al tullido Roncha abandonado a su suerte, como quien deja a un niño retrasado en el arcén de una carretera. Roncha, que no sangraba a causa de la congelación parcial que sufría, consiguió arrastrarse hacia los túneles de la mina de cristal, donde fue atendido por una criatura indígena que se hacía llamar Pete el Dentudo, que lo curó y sustituyó su maltrecha extremidad por una pata de muil, hecho que le hizo ganarse el sobrenombre de Roncha el Patamuil. Después de darle las gracias a su nuevo amigo, se despidió y empezó a buscar la salida de aquel infierno subterráneo para emprender el camino de vuelta a casa... 7

Una fisura que daba al exterior, condujo a Roncha a un pequeño pueblo que vivía en un invierno permanente, a causa de unas malvadas criaturas, conocidas como “Duendecillos” que querían que fuese navidad todo el año para que los niños tuviesen muchos regalos. Desde que estos duendes llegaron a la aldea, todos los campesinos parecían mucho más felices, pero el justiciero Roncha el Patamuil, subió hasta lo alto de la montaña, comprometido con la felicidad de los helechos autóctonos del lugar, y dio muerte a todos los alegres duendecillos y a varios turistas que pasaban por allí y que nada sabían del asunto, haciéndose con la esfera del frío, que le concedió el poder de controlar el hielo a voluntad. Una vez de vuelta en el pueblo, Roncha fue recompensado por los lugareños con muchas putas, que resultaron ser travestis. Roncha partió al día siguiente y fue atacado en el camino por unos salteadores que le pidieron dinero para agua para sus caballos, tratando de convencerle con sus afiladas cheiras. Roncha el Patamuil no tuvo piedad con ellos y los atravesó con su espada. En el siguiente pueblo, se dio, curiosamente, el caso contrario a su primera heroicidad. Unas criaturas retorcidas salidas del infierno habían robado la navidad y secuestrado al alcalde del pueblo. Roncha se hizo su amigo del alma, se tomó unas birras con ellos en la taberna, pero terminó matándolos porque uno de ellos le hizo trampas a las cartas, jugando al chinchón. Y así, el héroe devolvió la navidad al pueblo. Partiendo hacia una tercera aldea, más cercana a su hogar, Roncha se dio cuenta de que a partir de ese momento su fama le precedería... Esa aldea resultó ser una aldea fantasma, en todos los posibles sentidos de la frase. No había un alma por las calles, excepto algún fantasma fanfarrón que intentaba asesinarle amistosamente de vez en cuando. Roncha descubrió que la aldea había servido de refugio a un malvado y ambicioso pirata de los mares de Krd'hakchak, que había escondido todo su tesoro en una cueva cercana.

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Sin pensarlo dos veces, Roncha saqueó la cueva, robando de ella poderosas armas legendarias y algunos amuletos mágicos que le concedían poderes. Después, tomo el barco del pirata, o lo que quedaba de él y se dirigió volando hacia su hogar, donde hizo otras cosas poco importantes, como salvar la vida de todos los habitantes del país, impedir que el malvado rey (ahora convertido en nigromante) volviese de la tumba y reclamase su trono y otras cosas por las que erigieron varias estatutas en su honor. Pero eso es otra historia... ¿Fin?96

96 Lo sé, este anexo ha sido una parida integral. Suerte que no lo convertí en un libro completo como tenía pensado y sólo lo resumí.

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Anexo III ADELANTO DE FURTADO97

Desde su más temprana adolescencia, Furtado había visto cómo su nombre iba quedando en desuso, dejando paso a su apellido y la abreviatura de este, Furt, que ya era omnipresente entre sus amigos y conocidos. Furt ya ni siquiera recordaba su nombre, o al menos eso decía, bromeando, cuando le preguntaban por él. Su pelo rubio adquiría destellos rojizos y, bajo el sol de mediodía, sus ojos se iluminaban de un brillante color miel. Apenas medía un metro y sesenta centímetros, y no era extremadamente fuerte, pero sí que destacaba por ser bastante ágil. Pero lo que mejor caracterizaba a Furt era una de esas tiras nasales que prácticamente llevaba un día sí y otro no, y que servían para ayudar a su nariz a respirar. A pesar de lo joven que era, Furt ya había hecho sus pinitos en el mundo de la literatura, por mucho que sus progenitores se negaran a aceptarlo como una verdadera profesión. Aunque lo que sí que tenía que aceptar Furt era que muchos meses de su trabajo apenas le proporcionaban una fracción de los ingresos que tendría si hubiese escogido una profesión más tradicional. Por algún extraño motivo, el hecho de seguir con vida siempre hacía que tus obras se tiñesen del color de la mediocridad. “¡Estúpidos, comprad mis libros mientras aún siga en este barrio!” solía pensar Furt, pero no por ello conseguía incrementar las ventas. Algún tiempo después, mientras seguía intentando que sus libros se vendiesen en las librerías, Furt había optado por darle un vuelco inesperado a su vida. Quizás necesitaba algo de acción, quizás sólo quería alejarse de sus padres, pero Furt había decidido alistarse en el ejército de Cimera. Ciertamente, allí se descubría que las películas de acción sobre el ejército exageran un poco. Habían pasado varios meses desde que el período de instrucción de Furt había comenzado, y los disparos se reducían a un mínimo. Apenas había disparado en seis ocasiones, o eso creía contar. Por otra parte, el ejército de Cimera había empezado a ganar en variedad en los últimos años, en cuanto al componente mixto se refiere, y Furtado se había fijado en una de sus compañeras de pelotón. Durante los permisos que le concedían, Furt aprovechaba para revisar qué tal iban las ventas y reorganizar su vida, pero, según había descubierto con el paso del tiempo, apenas había dejado atrás nada que echase de menos. Había hecho nuevos amigos en su pelotón. El tipo de amigos que te enseñan la foto de su novia el día antes de una batalla. Y todos sabemos lo que viene después, o, al menos, eso nos dicen en las películas. En lo que respectaba a su nueva vida, el mejor amigo de Furt era un recluta de rasgos marcados, piel oscura y pelo muy corto, al que todos llamaban López. 97 Mi segundo libro, ¡muy bueno! ¡Cómpramelo, que yo también tengo que comer!

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Ambos eran uña y carne, salvo cuando se veían obligados a separarse por motivos obvios. Furt y él habían trabado amistad en un tiempo récord, resultando en un valioso apoyo para ambos, ya que, como ellos mismos solían decir, se complementaban muy bien como equipo. De hecho, López era el músculo del equipo y Furt, el cerebro. Aparte de doblar a Furt en peso, casi treinta centímetros de altura los separaban. Y la mayor parte de ese peso extra era debido a unos rígidos músculos y unos marcados abdominales de diferencia. En parte, a Furt le gustaba esa vida. Ya casi no podía concebir volver al aburrimiento supino que significaba la vida como persona corriente después de esas horas de correr, arrastrase por el barro y montar fusiles. Aunque el resto de su estancia en el ejército continuase así, no le habría importado lo más mínimo. Pero algo le decía a Furt que no iba a ser así.

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