El buen amor en el matrimonio

El buen amor en el matrimonio Libro del P. Horacio Bojorge. Preguntas y respuestas intercambiadas con esposos que me han

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El buen amor en el matrimonio Libro del P. Horacio Bojorge. Preguntas y respuestas intercambiadas con esposos que me han consultado personalmente o por correo electrónico

Por: Horacio Bojorge | Fuente: Catholic.net

PRESENTACIÓN Estimado lector: En estas páginas he reunido preguntas y mis respuestas intercambiadas con esposos que me han consultado personalmente o por correo electrónico. Varias de esas preguntas han sido publicadas antes en el Blog del Buen Amor , que funciona como consultorio o clínica virtual del Buen Amor. Todas las consultas se publican con la expresa autorización de los interesados, pero obviamente bajo pseudónimo. Ellos han comprendido que tanto su pregunta como la respuesta podrían iluminar a muchos novios que pasan por situaciones semejantes y no saben qué hacer. Los que me preguntan son creyentes católicos, que no necesitan demostración de las verdades en que creen. Mis respuestas a estas preguntas suponen esa fe y se basan en los principios revelados por Dios acerca de la creación del varón y la mujer y del amor derramado por Dios en sus corazones. Es éste un don divino que ellos comparten y que los impulsa a unirse para siempre en matrimonio fecundo y fiel. Mis respuestas aplican a los casos concretos los principios revelados por Dios que he expuesto en los libros: “La Casa sobre Roca” y “¿Qué le pasó a nuestro amor?”. Si en las obras anteriores expuse la doctrina, en ésta ofrezco sus aplicaciones prácticas que permitirán asimilarla mejor. Si aquellas obras eran saludablemente contraculturales - como lo es nuestra fe -, también lo es, inevitablemente, ésta. Estos diálogos son apenas un ramillete selecto. No pretenden agotar la problemática del amor matrimonial. Pero aún así espero que contribuyan a que otros jóvenes creyentes comprendan mejor la sabiduría que encierra la doctrina revelada acerca del amor humano, creado, caído y

elevado por la gracia de Dios a sacramento y misterio grande. Y que a su luz puedan orientarse por sí mismos en el gozoso ejercicio del sagrado ministerio esponsal. Tengo que advertir al lector que a estas respuestas escritas a preguntas concretas formuladas también por escrito, no se les puede pedir que sean aplicables tal cual a otros casos. Son ejemplos concretos que pueden inspirar comportamientos, pero no siempre pueden imitarse al pie de la letra, sino mediante una creatividad espiritual ayudada por la gracia. La variedad de circunstancias individuales exigiría muchas veces variedad de respuestas y consejos. Se puede aplicar aquí lo que advierte Aristóteles acerca de los principios generales del comportamiento humano, porque a su manera vale para las aplicaciones casuísticas de esos principios: “En la consideración de los asuntos del espíritu no debe exigirse una precisión igual a la que se exige en los trabajos de precisión. […] Así pues, cuando se trata de asuntos de este género y se parte de este tipo de principios, es preciso saber contentarse con un bosquejo un poco grosero de la verdad. […] De aquí que deba acogerse con indulgente reserva todo lo que vamos a decir. Un espíritu cultivado no debe exigir en cada género de objetos más precisión que la que permita la naturaleza misma de la cosa que se trate. Y tan irracional sería exigir de un matemático una mera probabilidad, como exigir de un orador demostraciones en forma” (Aristóteles. Ética a Nicómaco, Libro I, capítulo 1) Montevideo, 13 de setiembre de 2010 Exaltación de la Santa Cruz La conversación entre esposo y esposa Libro El buen amor en el matrimonio. Horacio Bojorge

Por: Horacio Bojorge | Fuente: El buen amor en el matrimonio

1.- LA CONVERSACIÓN ENTRE ESPOSO Y ESPOSA Para comunicarse mejor Tomo este fragmento de un diálogo radial que mantuve con Sandra y Miriam en Radio Familia, Murialdo, Mendoza y que publiqué por entregas en el Blog del Buen Amor. Publico también algunos comentarios útiles de dos visitantes. Miriam.- En la segunda parte del libro “La Casa sobre Roca” Usted toca un tema que a mí me gusta mucho: la amistad matrimonial.

Padre Horacio - Sí, porque la amistad es el nombre del amor. Pero es amor recíproco y por eso debe ser en las dos direcciones. No basta con que uno quiera al otro. Miriam - Me gusta cuando dice que el varón tiene que saber escuchar a la mujer… A nosotros nos cuestan otras tantas cosas pero al varón le cuesta escuchar a la mujer. Quizás porque hablamos demasiado. Padre Horacio - Sí, o porque él mismo no se da cuenta de que eso forma parte importantísima del ministerio del esposo. Un médico que no escucha al paciente no puede diagnosticar. Y como él es médico de su esposa debe escuchar el alma de su esposa, ponerle el oído para ver dónde está el mal si es que hay mal y dónde está el bien si es que hay bien. Porque la esposa muchas veces va con su alma al esposo esperando una claridad que ella no consigue tener acerca de sí misma y que el esposo, cuando vive en estado de Gracia, puede dársela. Él tiene la Gracia de decirle: “Lo que te pasa es tal cosa”. Y ella dice: “Realmente es así”. No porque se lo dijo él, sino porque fue como un reflector la razón del esposo proyectándose sobre la oscuridad del alma de la esposa, permitiéndole a ella ver, verse, ver en su interior, leer su propia alma. Podemos dar otra comparación y decir que el oído del esposo es como un espejo donde ella se ve. La mujer necesita un espejo, siempre necesita un espejo. Sin espejo le cuesta mucho arreglarse. Y necesita el oído del corazón del esposo como un espejo de su alma para poder verse en lo que el esposo entiende de ella. Sandra - Eso es lo que muchas veces nos cuesta a nosotros: poder reconocernos a través de ese espejo. Padre Horacio.- Eso hay que enseñarlo en el noviazgo. Y si la novia le da relaciones prematrimoniales, el varón está super-distraído del alma de ella. Está pensando en su cuerpo; de su alma, aunque quiera, no puede interesarse. Y la novia no se da cuenta porque su sexualidad está integrada con su amor mientras que en el joven la sexualidad se desintegra y cada vez se desintegra más si no entra en la integración de la castidad, que es una virtud que exige del varón el sacrificio de su pasión sexual por amor a ella. Miriam - Sin duda. Y por otro lado este “Sí” al que usted hacía referencia al principio que es la renovación de la amistad matrimonial diariamente. Padre Horacio.- Así es, diariamente. Miriam - Por eso uno no se explica cómo matrimonios de 20 ó 25 años se separan. En verdad yo creo que el problema empezó mucho antes porque no se cultivó esa amistad. Padre Horacio.- Se fue corrompiendo. Las heridas se fueron enconando. O quizás hubo una falla en los cimientos, al comienzo, y cuando llegó la prueba, la casa no resistió. Esta imagen de la casa sobre roca es muy importante y es en el noviazgo donde se pone el cimiento: practicar la Palabra de Cristo. Y si no les importa Su Palabra y ellos saben más que Dios, porque el Mandamiento lo tienen claro pero no lo cumplen, lo que es muy común entre los jóvenes, luego pagan cara esa soberbia. Comentario de David Hola padre: verdaderamente esta idea suya del espejo es fabulosa, nunca se me hubiera ocurrido. También quiero aportar algo: el marido es responsable del alma de la esposa para evitar que el demonio haga con ella lo que hizo con Eva. No es bueno que la esposa quede sola. Por otro lado la esposa es responsable del cuerpo del marido porque el varón es el alma de la esposa y la esposa es el cuerpo del marido. Es decir: que la esposa pueda ser el médico de su marido y el marido el sacerdote de ella.

Escuchar a la esposa es importante porque ella es la mejor consejera del marido (igual que la Virgen) mientras también es importante que la esposa escuche al marido ya que su marido está llamado a ser su maestro (igual que Jesucristo). También es importante aquí acordarnos de que el marido es cabeza de la mujer y la mujer es el corazón de su marido, por eso el marido es el maestro de la cabeza de su esposa y la esposa es la consejera del corazón de su marido... y todos felices ¿o no? Comentario del Doctor Jorge. El marido debe escuchar a la esposa, pero esto requiere que ambos pongan de su parte. El marido ha de saber que la mujer tiene un patrón de comunicación circular que es diferente al de él, que es horizontal, por eso él debe poner de su parte para evitar distraerse ni debe tratar que su esposa se comunique en forma horizontal, porque no es su naturaleza. Y la mujer ha de tratar de concentrar sus ideas fuerza en los primeros minutos, para luego desarrollarlas. Con voluntad y la ayuda de Dios todo es posible. Padre Horacio: Estimado Dr. Jorge: Muy interesante e instructivo su comentario. ¿Sería tan amable de explicarnos un poco mejor lo que entiende por patrón de comunicación circular de la mujer y horizontal (¿lineal?) del varón? Y ¿sería tan amable de exponer más detalladamente lo que Usted considera que la mujer debe "poner de su parte" para ser escuchada y entendida por el esposo? Yo me he referido en la conversación radial a lo que es deseable como actitud del varón ante una buena disposición de la esposa. Por lo visto, Usted ve, con razón, otro lado de la relación a la que yo no me referí. ¿Qué es lo que Usted tiene en mente al hacer su comentario? Creo entender que a veces a la mujer puede no interesarle abrir su alma, ya sea por autosuficiencia, ya sea por falta de esperanza de ser comprendida (a veces por una historia de desilusiones en ese sentido) otras veces porque ella misma no es capaz de escuchar al esposo. Es difícil hacer justicia a todos los requisitos para una comunicación ideal entre ambos. Pero podemos ir sumando y aproximándonos. Doctor Jorge: Apreciado en Cristo Padre Horacio, Gracias por sus palabras. Mi intención ha sido complementar lo bien expresado por usted. Existe en el Cerebro humano una estructura llamada el cuerpo calloso, que en la mujer es mucho más ancho que en el varón. Este cuerpo calloso comunica los hemisferios derecho e izquierdo. Es decir que para la mujer le es más natural relacionar simultáneamente la parte lógica (del hemisferio izquierdo) con la emotiva (del hemisferio derecho), y a eso llamamos comunicación circular. En el varón este cuerpo callosos es más estrecho y no permite estas conexiones, así que o transmite con lógica (hemisferio izq.) o emotiva (hemisferio der.), eso es comunicación horizontal. Así una conversación típica entre dos papás (vamos a ponerles Juan y Pedro) que se encuentran puede ser: - Hola Juan, te cuento que mi hijo Pedrito está en el equipo de fútbol del colegio. - Hola Pedro, ¡Qué bueno! ¿Cuándo juega?

- Este domingo - Entonces este domingo lo iré a ver para alentarlo La misma situación entre dos mujeres (vamos a ponerles María y Cecilia) podría ser: - Hola María, te cuento que estoy muy contenta que mi hijo Pedrito está en el equipo de fútbol del colegio. Está que no cabe en sí - Hola Cecilia, ¡Qué bueno! En cambio mi hijo Juanito está muy triste porque a él no lo eligieron - Sí, lo entiendo es que el entrenador no sabe tratar a la gente, es muy agresivo - Así es dicen que tiene problemas personales. Pero en fin, voy a decirle a Juanito para que vayamos a hacerle barra a Pedrito ¿Cuándo juega? - Este domingo, está emocionadísimo - Entonces este domingo iremos para alentarlo y que se sienta con más confianza Así cuando la mujer le habla al varón, después de dos o tres minutos el varón suele pensar que su esposa lo está “sermoneando” y no es así, o se suele distraer, porque el mensaje que recibe implica parte lógica y emotiva, por eso es que muchas veces después del tercer minuto ya pierde la concentración. Por eso yo siempre recomiendo a las señoras que en los dos ó tres primeros minutos traten de concretar y luego desarrollar lo que ya se dijo, y a los hombres que traten de repetir las ideas fuerza a ver si han captado bien, pero que nunca esperen que su cónyuge cambie su mecanismo de comunicación, porque le es propio de acuerdo a la estructura de su cerebro. Es más, no es conveniente que cambien, porque así diferentes como son se complementan y potencian como matrimonio. Padre Horacio: Muy estimado Dr. Jorge: Agradezco mucho su generosidad en dedicar el tiempo a dejar este nuevo comentario en el blog. Enseña mucho y será sin duda muy útil a los visitantes que lo lean. Sus observaciones desde la morfología o anatomía del cerebro masculino y femenino, reflejan, a mi parecer, lo que la Sagrada Escritura nos dice en su lenguaje simbólico propio cuando presenta a Dios ´amasando´ del barro al varón, ´construyendo´ en cambio a la mujer de hueso del varón. 2.- Mercedes: tentada contra el marido Libro El buen amor en el matrimonio. Horacio Bojorge

Por: Horacio Bojorge | Fuente: Catholic.net

Una consulta de una buena esposa tentada contra un esposo bueno, pero... ¡mudo! Mi respuesta va en forma dialogada con el texto de la consulta

MERCEDES: -- Padre: quiero pedirle ayuda, porque de verdad no sé si estoy haciendo lo correcto o no. Usted me conoce (creo que bastante), y aunque me parece que nadie me va a entender, necesito contárselo. PADRE HORACIO: -- Mercedes, querida Hija en el Señor: Contesto intercalando tu consulta y lo acomodo en forma de diálogo con guiones. MERCEDES: -- Javier (mi esposo) no tuvo educación religiosa, es hombre de las islas del río, sencillo, trabajador, recto, honesto, creyente, noble. PADRE HORACIO: -- Como ya leí todo tu correo, te voy a adelantar lo que te diría al final, y creo que lo que te digo es un principio de la sabiduría divina, revelada por Dios, que a ti, como mujer de fe, estoy seguro de que te va a iluminar de entrada para comprender todo lo que te voy a ir diciendo en diálogo contigo y tu consulta. Ese principio divino dice: "¡No es Adán para Eva, sino que Eva es para Adán!" Adán es un cascote de barro que Dios amasa y al que le sopla un alma viviente en la nariz. Eva, en cambio, es un ser a quien Dios construye1. Y la construye, no ya de barro como amasó a Adán, sino de un pedazo de ser humano. Ella es más digna, hecha de una materia más noble, con una forma más compleja, más rica y superior. ¡Pero ella está puesta al servicio de Adán que le es inferior! No nos asombremos. ¡Esa es la ley divina: que lo superior esté al servicio de lo inferior! Como los ángeles que son superiores a nosotros, están a nuestro servicio. ¡Nada raro! ¡Pura lógica! El que puede más, tiene que ser el protector del que puede menos. Los papás enseñan y protegen a los hijos. Los hermanos mayores enseñan y protegen a los más chicos. Los más ricos deben auxiliar a los más pobres. Los gobernantes deben servir a los gobernados. Adán podrá defender físicamente a Eva. Pero Eva hubiera debido defender espiritualmente a Adán. Ya ves qué pasó en la tentación: Eva no supo defenderse y defender espiritualmente al esposo. Y Adán no supo defender espiritualmente a Eva, cuando Satanás la tentó, y fue vencido por la Serpiente por medio de la esposa. MERCEDES: -- Desde el tercer año de casados (hace ya 16 años) empezamos a participar en grupos católicos para matrimonios (en su inicio se nos formaba para planificación natural de la natalidad y formación en doctrina de la Iglesia al respecto). Creo (dudo ahora) que Javier iba sólo porque yo quería, y para darme el gusto. Cuando había que dialogar el tema en grupos para luego llevarlo al plenario, él: -"no sabe”, no contesta, así que lo hacía yo sola. ¿Él? ¡Mudo! PADRE HORACIO: -- Sí. Pero podía haberse negado a acompañarte y no se negó. Es decir que para él, darte gusto era ¡muy importante! y el hecho de ir a la reunión no era tan disgustante. Iba para darte el gusto, pero no a disgusto como reconoces a continuación: MERCEDES: -- Sin embargo en las reuniones se mostraba gustoso. Luego nos fueron dando "obligaciones" o responsabilidades y debimos hacernos cargo de las charlas formativas para novios que hemos asumido hasta ahora durante años. Otra vez, ahí sí se nota mucho, Javier va sólo porque a mí me gusta, porque él no siente la evangelización como algo necesario... ¡y bueno! va cuando puede, pero trato de que todo esté ordenado en la casa, la cena temprano (y todos los etcétera) para que vaya a la reunión lo mejor predispuesto posible... y cuando está allá

¡le gusta! (¿qué contradicción, no?). PADRE HORACIO: -- Al hombre, cuando no se siente seguro en un campo, y más si es un poco tímido, (y la timidez es a veces una faceta de la humildad, que los muy desenvueltos y hasta desfachatados no conocen) le cuesta ir a una reunión, pero una vez vencida la dificultad y los temores, en el desempeño mismo de la actividad, la hacen con gusto. Así que tampoco ahora es sólo que "se muestra gustoso". Está a gusto. Le gusta, pero le cuesta. ¿Por qué le cuesta? ¡Nadie mejor que la esposa lo puede averiguar! No me lo preguntes a mí, sonsácaselo a él... que buenas artes te dará el Señor para cumplir tu ministerio de esposa y sacarle las garrapatas al alma de tu encomendado. MERCEDES: -- Y bueno, sucede entonces, que desde hace un tiempo me siento "más porquería", porque me pregunto: -¿qué hacemos nosotros dando charlas a los novios? ¡Si les decimos cosas hermosas que nosotros no podemos (o no queremos) vivir!”. Con Javier hablamos de muchas cosas, pero sobre Dios, la Iglesia, la muerte, etcétera, en general él es incapaz de mantener una conversación: "no sabe” dice, o simplemente no dice nada, no contesta. ¡Como mudo! PADRE HORACIO: -- Fíjate si su corazón dice amén. Si dice Amén, eso basta. Es casi lo único que la Iglesia les pide a los fieles que digan. MERCEDES: -- Siempre la educación de los hijos, pero principalmente la de las nenas me ha tocado a mí, PADRE HORACIO: -- ¡Y a quién le va a tocar la educación de las hijas si no, si no es a la madre que es mujer y está en casa siempre, y no al padre, que es varón y se pasa media vida en su remolcador de lanchones y está mucho tiempo ausente! ¡Por favoooor! ¡Qué empujón que te pegó el demonio! MERCEDES: -- Si le hubiera hecho caso a un amigo que me recomendó que iniciara en los sacramentos a mis tres varones y a mis dos nenas, sólo cuando él se comprometiera más con su fe y con los apostolados ¡entonces estarían sin bautizar! PADRE HORACIO: -- ¿Pero se opuso en algún momento a que los bautizaras, te reprochó, te lo echó en cara? MERCEDES: -- Y le aclaro que él, siempre que viene de navegar y las temporadas que pasa en casa, va a misa todos los domingos, se confiesa dos o tres veces al año. PADRE HORACIO: -- ¿Y qué te parece? ¿Qué porcentaje de hombres va a misa y se confiesa dos o tres veces por año en ese católico pueblo donde vivís? ¡No creo que esté entre los peores! Y eso gracias a que es dócil a la ayuda espiritual que el Señor le asignó que eres tú, y que ahora, Satanás, quiere convertir de amiga en enemiga... Que el Señor te guarde y libre de entrar en esa tentación. Ganaría Satanás que es tu enemigo desde el principio. MERCEDES: -- ¿Sabe padre, que no logro entenderlo a mi esposo?

PADRE HORACIO: -- No logras entenderlo porque la ignorante y la obtusa eres tú, que no sabes la diferencia entre un hombre y una mujer. Me refiero a la diferencia de alma, de modo de ser, de pensar, de sentir y de hablar... y a la manera diversa cómo el pecado original lo hirió a cada uno. MERCEDES: -- No logro entenderlo, porque, por ejemplo, ahora nos invitaron a participar en otro movimiento para matrimonios y familia. Yo le dije que sólo entraríamos a participar de ese movimiento si él se comprometía a trabajar los temas y comentarlos entre los dos y dialogar. PADRE HORACIO: -- ¿¡Y por qué le pediste!? ¡Santo Cielo! ¿¡Porqué le pediste algo que sabes que le cuesta tanto que a pesar de quererte como te quiere y de desear sinceramente darte el gusto, lo intenta una y otra vez con un esfuerzo tremendo y tragándose la sensación de fracaso!? MERCEDES: -- Él me dijo, como siempre, que sí. PADRE HORACIO: -- ¿¡Y qué otra cosa le puede contestar el borracho al policía que ya lo llevó tantas veces a la comisaría cuando viene otra vez más y le pregunta: “¿Me querés acompañar"? MERCEDES: -- Pero es que cuando llega el momento de conversar sobre el tema, si es a la noche se duerme, y si es de día, sale, da una vueltita, vuelve con un destornillador y unas tuerquitas para regular la estufa.... me deja hablando sola. Cuando se trata de hablar de un tema espinoso, algo que él sabe que no me gusta (por ejemplo) él se enfurruña, no dice nada y se va. Él me dice que no es necesario explicar las cosas ("a mí nunca nadie me explicó nada"). PADRE HORACIO: -- ¡Porque no quiere disgustarte, y no sabe cómo hacer para conformarte! ¡O no sabe cómo hacer para zafar del compromiso en que lo pone tu pedido, sin que te enojes con él! ¡Estoy seguro de que si anduviera quebrado y con muletas, si lo sacás a bailar, sale por darte el gusto y después te pide perdón por haberse caído! MERCEDES: -- A mí me parece que él no encuentra las palabras para expresar lo que siente o lo que piensa. De hecho es un sentimental. Yo intuyo que siente muy profundamente las cosas. Pero entonces ¿por qué no dice lo que siente? ¿Por qué no sabe expresar lo que siente? ¿O pensar esto es un consuelo de tonta?. PADRE HORACIO: -- ¡Es varón! Un tablero de Ford viejo con una lucecita y cuatro relojitos. Hecho para cultivar el jardín del paraíso y, después de la caída, abocado a laburar una tierra que por el pecado le produce cardos y espinas Un mundo de navegantes y puertos de río, lanchones de cereal o de piedra, acopiadores, despachantes y brutos. Y mucha fatiga física para poner el pan sobre la mesa de su mujer y de sus hijos. Esa es la manera que tiene el varón de decirles ¡Los quiero! Con obras, con sudor, con el sacrificio de muchas cualidades que podría haber desarrollado si hubiera vivido para sí mismo, intelectuales, poéticas, políticas... Así que déjate de manotear un corazón que Dios te confió y te encomendó para que lo cultivaras con amor y paciencia, sin reproches amargos, sin sobrexigencias... MERCEDES: -- Pero lo más feo que me pasa es que aunque lo quiero mucho, muchísimo, cuando pienso en esto me asalta el pensamiento: "Este hombre no era para vos"...

PADRE HORACIO: -- Ahhhh! ¿ves? ¡Ahí lo tenés! ¡Ahí tenés el susurro de Satanás en tu oreja! ¿Así que el hombre que querés y que sabés que te quiere, el hombre que te dijo sí delante de Dios en el Altar y al que tú le dijiste sí delante de Dios en el Altar, y el Dios que los puso delante de Él para decirse el sí que Él mismo les había puesto a los dos en el Corazón ¡Ese Dios resulta que era un falluto? ¡Dejó que sus corazones se engañaran? ¿Te engañó miserablemente? ¿No te das cuenta de quién es esa voz? ¿No te das cuenta lo que te pregunta? Pero sobre todo ¿No te das cuenta de todas las blasfemias que firmás, aceptando interiormente esa pregunta, esa duda contra el amor? MERCEDES: -- y recuerdo las palabras de una amiga "Pero vos lo elegiste!". -- PADRE HORACIO – Lo que dice tu amiga es verdad, pero ¡no es toda la verdad! No. No es la mujer la que elige. (Y por lo general cuando es ella la que elige, elige mal). La mujer es elegida. Elegida por Dios, para dársela a un hijo suyo, como amiga y madre de hijos. Elegida por el hijo de Dios, a quien el Padre celestial le pone en el corazón el amor por ella. Lo que hace la mujer es reconocer al que la ama (cuando es capaz de reconocer, y no cuando se equivoca miserablemente) y aceptar el amor que se le ofrece, es decir, responder al amor con amor. Eso hiciste tú. Respondiste con amor a la llamada del amor de tu esposo. Y porque viste amor y apreciaste el amor más que otras cosas, no lo rechazaste esperando otro mejor. MERCEDES: -- Y cuando mi amiga me dice eso, una sensación de tristeza me invade y me pongo a llorar. PADRE HORACIO: -- Eso nos pasa a todos cuando escuchamos la voz de nuestro enemigo, en vez de la voz de Dios. Pero más le pasa a la hija de Eva cuando, como su madre, se pone a dialogar con Satanás en su corazón. La voz de Dios siempre nos da paz y alegría. La voz del demonio, inquietud, tormento y tristeza. Es una "prueba promocional" de lo que nos espera si logra arrastrarnos al infierno. ¿Y sos capaz de "comprar" esa tristeza que te dan a probar? MERCEDES: -- Leo cosas tan lindas en su blog, sobre amor esponsal, ¡David Criado hace unos comentarios tan lindos en el blog!, veo en mi parroquia matrimonios que descubren a Dios después de años de casados y “juntos” caminan hacia Dios... PADRE HORACIO: -- ¡Cuidado, cuidado! Que veo la tentación que te agarró… Primero que uno nunca sabe cómo es la intimidad de los matrimonios que parecen felices. Pero te lo concedo. Y ojalá sean muchos esos matrimonios que dices, donde los dos tienen una capacidad doctrinal parecida, cualidades de expresión, labia, etc. etc. Pero ojo, - y ahí te agarra la tentación que esta comparación trae pegada a la cola -: ¡También tú caminas junto con tu esposo hacia Dios! ¿Acaso no están caminando juntos en lo que se prometieron ante Dios frente a su santo altar y acaso no lo han venido cumpliendo a lo largo de los años? MERCEDES: -- Y yo me siento tan sola, tan estúpida, tan incomprendida “por el que necesito” que me comprenda. PADRE HORACIO: -- ¿No te escucha tu marido cuando le abres tu alma? (Dejemos de lado

ahora las quejas que tiene tu alma acerca de él, que más vale no lo mortifiques contándoselas) ¿No te oye, no te escucha? ¿No te trae el sueldo? ¿No te es fiel? ¿Y qué más puede hacer para verte feliz? MERCEDES: -- Me siento el burro que tira el carro de la familia, y aunque en muchos aspectos no es así, al serlo en la parte espiritual y educativa, me siento mal. Me pregunto ¿dónde yerro? PADRE HORACIO: -- ¡Pues justamente erras en la parte espiritual y educativa de la que te sientes la única responsable! Porque no conociendo la diferencia entre el modo de ser de varón y mujer, yerras pretendiendo que tu esposo sea tan locuaz como una amiga. ¿Sabes que tu tentación la he visto muchas veces en muchas buenas esposas de buenos maridos? Y es lo que te digo, Satanás quiere convertir a la amiga en enemiga, y pone defectos imaginarios allí donde solamente hay pena del pecado original, limitación de la naturaleza del varón, diferencia en el modo de ser. Y por no entenderlo, ellas se empeñan en cambiar lo incambiable. Pero no saben por dónde empezar para cambiar lo que es cambiable, cultivar lo que es cultivable, enseñar lo que el otro es capaz de aprender... y no insistir en cambiar lo que no es cambiable. MERCEDES: -- Cuando le hago a mi esposo algún comentario de alguna invitación o actividad apostólica, se levanta y se va... no me contesta nada. PADRE HORACIO: -- ¿No será que él te necesita “a ti”, y no a tus actividades apostólicas, ante las cuales se siente quizás despojado de la atención de su mujer, del tiempo de estar junto con su mujer? ¿No será que se siente acomplejado e inferior, porque no sabe ni puede despertar por él tu interés, que ve volcarse, en cambio, entusiastamente, empecinadamente, en esas actividades “apostólicas”, mientras el alma se le queda hambrienta de ti? A menudo le pasa al buen esposo que ni él mismo es capaz de ver en el espejo de su inteligencia ese sentimiento tan recóndito y oculto, tan reprimido y sepultado, del que quizás se sentiría culpable y avergonzado, y que por eso mismo, tampoco logra decirlo. O no se atreve, porque no quiere herirte. MERCEDES: -- Y bueno, entonces no sé qué hacer. Antes dejaba pasar y hacía como si nada... pero nada ha cambiado durante años. Desde hace unos días probé a cambiar de táctica: sólo le hablo lo necesario, ningún comentario, nada de demostraciones de cariño, sólo lo necesario de buena educación... ¡para que él se dé cuenta cómo me lastima su actitud! ¡Lo doloroso que es para mí! PADRE HORACIO: -- Es lógico. Es la lógica de la tentación de Satanás que te lleva en la dirección que el demonio pretende. Te lleva a regatearle lo que él más desea. Lo que, por conseguirlo, compra a precio de acompañarte en tus hazañas apostólicas, como un escudero a sueldo de tu amor. MERCEDES: -- Entonces él me pide perdón por su manera de ser (me explica que su corazón se cierra y que no le sale nada), llora... pero hasta ahora nada cambia. PADRE HORACIO: -- ¡Lo que no cambia es tu corazón de piedra, o la oscuridad de tu inteligencia, que no ve lo que salta a los ojos!

MERCEDES: -- Yo lo perdono PADRE HORACIO: -- por un momento vence en ti la gracia del sacramento y de tu ministerio esponsal, el consejo del Espíritu Santo, el reproche de la conciencia que despierta el Ángel guardián, oponiéndose a la voz de Satanás. Pero eso, gracias al ministerio de tu esposo, porque, por un momento él deja asomar en su conducta, en su actitud, la confesión muda de algo de lo que siente y necesita, la imploración silenciosa de su alma sedienta de tu atención, de tu amistad, de tu cercanía, que él no sabe amarrar a sí como amarra las barcazas al muelle, desde la mudez de su alma silenciosa y honda... que tú exiges sea locuaz o charlatana.... MERCEDES: -- Yo lo perdono (antes que me lo pida). Vuelve todo a la "normalidad" en nuestra relación, pero dentro de mí crece una feísima sensación PADRE HORACIO: -- Sí, claro que crece, y crecerá cada vez más, porque la tentación no sentida y no resistida, se agiganta como un cáncer del alma. MERCEDES: -- Una feísima sensación: "él nunca nada va a cambiar, vas a llegar vieja con él pero sola", "nunca vas a poder tener un diálogo profundo con él", "a él nunca le va a interesar lo que vos te interesa" PADRE HORACIO: -- ¿No te das cuenta que son las voces que te sopla al oído Satanás? Son como flechas o arpones con que te traspasa el alma, y si te descuidas te mata el amor, como se ve por lo que dices a continuación: MERCEDES: -- Y tengo miedo de dejar de creer en su amor, dejar de amarlo, de traicionar a Dios por querer un exceso de bien. Dígame, padre, ¿pedir diálogo en pareja es exceso de bien? PADRE HORACIO: -- ¡Eso, eso! ¡Muy bien definido! ¡Un exceso de bien! A los buenos Satanás no los tienta con males, los tienta con bienes, pero que exigen el sacrificio de los verdaderos bienes. Y luego dudas y me preguntas “pedir diálogo en pareja ¿es exceso de bien?” ¿Pedirle al mudo que hable es la manera de entablar el diálogo con el mudo? ¿O habrá que ponerse a aprender su sistema de señas? ¿No habrá que aguzar el oído del corazón, para escuchar, o adivinar, lo que otro corazón no se atreve a decir? ¿Quizás porque lo ha intentado dar a entender por señas sin lograrlo? ¿Quizás por no dominar el idioma del otro? MERCEDES: -- Muchas veces siento que hago de madre de mi esposo, porque él reza si yo rezo, va a reuniones si lo invito, se confiesa si se lo pido... PADRE HORACIO: -- Bueno, supongamos que lo hace por no desagradarte, porque teme perderte, porque te necesita, porque recibe algo de ti, de lo que no puede prescindir, porque espera y desearía recibir otras cosas de ti, que ni siquiera acierta a saber bien qué son, que no sabe, o no se atreve a pedir... MERCEDES: -- En fin, no lo siento como una ayuda. PADRE HORACIO: -- Esta frase es bien claramente opuesta a la revelación bíblica. Y diría que

es la frase que, casi al final de tu mensaje, me hizo encabezar esta respuesta como lo hice. “No es Adán para Eva. Eva es para Adán”. Ese es el orden y la intención de Dios creador. Bien se ve que esa frase tuya no es tuya sino que te la sopla el Enemigo, de Dios y tuyo. ¡No! No creó Dios a Adán como una ayuda para su mujer sino a Eva como un auxilio, una ayuda para Adán. No está tu esposo destinado por Dios a remediar tu soledad, de la que tanto lloras y te afliges, sino que el plan de Dios es lo opuesto a lo que a todas luces te está sugiriendo y diciendo Satanás, y lo que te está haciendo vivir como un tormento. A todas luces es él -digo-, ¡porque es todo lo contrario de la intención de Dios! MERCEDES: -- Varias veces le he dicho que él no es solamente el "proveedor de la casa". ¿O es que debo dejar el manejo de la casa y que se arregle él solo? PADRE HORACIO: -- Él es, como Adán, el que gana el pan con el sudor de su frente y lo pone en la mesa de los que ama, amasado con su sudor y su soledad, con sus largas y aburridas horas atrás del timón, solo y sin quien hablar en su timonera, pasando siempre ante las mismas costas del río. MERCEDES: -- A veces me dan ganas de ir a hablar con mi párroco y decirle que no voy a trabajar más en la parroquia, PADRE HORACIO: -- Quizás si descubrieras que el ministerio (es decir el servicio) que Dios te ha confiado en virtud de todo un sacramento como es el matrimonio, es que te ocupes de ese hombre al que te destinó para ser su ayuda y auxilio, para que a través de ti pasara el amor de Dios hacia él, en forma de amor de esposa; quizás si descubrieras la felicidad de empeñarte totalmente en este ministerio santo, sacrosanto, ya no tendrías más ganas de "otros apostolados" que no te asigna Dios sino los hombres, o tú misma. MERCEDES: -- que me voy a limitar a ir a misa, o dar catequesis, o cosas que yo pueda hacer sola, y él "que joda"... PADRE HORACIO: -- ¿Y el matrimonio? ¿Dónde queda? ¿Es religioso? ¿Es de Iglesia? ¿¡Viste?! ¿¡Viste que tengo razón!? ¿Viste que para ti, el sacramento del matrimonio no cuenta como algo religioso, apostólico, misional, como una misión del Padre para ti, exclusivamente, y que nadie en tu lugar puede desempeñar? No cuenta lo que para Dios cuenta más. Porque ninguna de las demás cosas que enumeras, salvo la misa, es un sacramento como lo es el matrimonio. ¡Los fieles están desorientados! Y ahí, como sacerdote, tengo que golpearme el pecho. MERCEDES: -- ¡Pero no puedo hacerlo! ¡Siento que entonces lo estaría abandonando! Y esa tensión es permanente: PADRE HORACIO: -- Eso te lo da a sentir y entender misericordiosamente el Ángel de la Guarda, el Espíritu Santo, y la gracia del ministerio que tienes como esposa. ¡Si supieras la dicha que te produciría asumir tu ministerio esponsal en su verdad grandiosa! ¡Cómo verías florecer la gracia en tu esposo si te dedicaras más exclusiva o prioritariamente de ser esposa-ministro-de Dios, no esposa fregona, ni esposa yo qué sé qué! Pero eso nadie lo está enseñando, no te culpo.

MERCEDES: -- Siento que estoy trabajando (en la parroquia) en lo que no debo PADRE HORACIO: -- En esto has dicho buena parte de verdad, porque en la parroquia no estás trabajando en tu ministerio esponsal, que es ser la amiga de tu esposo... MERCEDES: -- Porque somos una des-pareja, pero a la vez es lo que, me parece necesario, más necesario para nosotros. PADRE HORACIO: -- Al final siempre triunfa la gracia. Y esta vez también triunfó en ti. Al final, venías, por ti misma, guiada por el Espíritu Santo, que es Espíritu de Amor en la Verdad, como dice el Papa en su última Encíclica, a estar plenamente de acuerdo con lo que te he venido diciendo MERCEDES: -- ¿Usted qué me dice padre? Su hija Mercedes. PADRE HORACIO: -- Resumiendo te digo que pido al Padre que quiera defenderte de ese demonio, y te permita descubrir la bienaventuranza de tu ministerio de esposa de "ése hijo de Dios" que te han confiado, para quien eres creada, para quien has sido hecha mejor y más perfecta que él... pero, por lo mismo, más odiada por Satanás y más susceptible de ser engañada por Él Querida Hija: Tu carta pinta tan bien y de cuerpo entero una tentación muy común del demonio a las buenas esposas de buenos esposos, que sería muy provechoso que me dieras permiso para usarla cambiando todo: los nombres de los personajes, motivos de la tentación, lugares, y todas las circunstancias. Quedaría irreconocible y te la mandaría todavía para que la vieras antes por si te parece que hay que cambiar algo más para hacer todo irreconocible. MERCEDES: -- Querido Padre: úsela usted como quiera. ¡La tranquilidad que trajo a mi vida su consejo (hace rato que tenía esas tentaciones, aunque nunca tan fuerte como cuando le escribí), no tiene precio! ¡Y si eso le sirve a alguien más... úselo nomás. Y hágalo de la manera que usted crea mejor. Su hija Mercedes Comentario de David Hola Mercedes, tal vez me precipite pero debes saber que el varón se proyecta hacia fuera, es decir: puede explicar lo que ocurre en el mundo pero no es capaz de explicar lo que le ocurre dentro de sí mismo y le molesta sobre manera que con la excusa del dialogo la mujer pretenda entrar dentro de él para darle lecciones de lo que tiene que hacer o no. No te molestes pero tu marido se ha casado contigo no con Dios... además el varón lucha contra el mundo y la mujer contra el demonio. Por otro lado ocurre que hemos rechazado a los varones en las tareas educativas y ahora pagamos las consecuencias de este horror. Aquí en España hay dos libros que indican lo que pasa: el primero se llama "mujer liberada, hombre cabreado" y efectivamente así es; el segundo se llama "el varón castrado" y eso es lo que pasa, el movimiento feminista ha castrado el alma de los varones y ahora pagaréis las

consecuencias de esto. La única solución al problema consiste en devolverle al varón la autoridad que la historia le niega pero San Pedro y San Pablo si la reconocen pues primero fue forjado Adán y luego Eva y no al revés... dicho de otro modo, hay que dejar que los varones sean como son en realidad y no como otros quieren. Hay que respetar la autoridad de los varones y sus pequeñas iras, porque ya lo dijo Salomón: "más vale la rudeza del varón que la zalamería de la mujer"2, es decir: las mujeres del feminismo han castrado a los varones al querer educarlos como nunca pueden ser, y ahora los varones no tienen ni fuerzas ni ganas de luchar...solo esperan que Dios haga un milagro.

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1 El verbo hebreo que emplea el autor inspirado en el libro del Génesis 2,7 y 19 para la creación del varón y de los animales es el verbo yétser: amasar. Dios amasó al varón del polvo de la tierra y le sopló un alma viviente en la nariz. Dios amasó también a los animales con tierra, pero no les sopló el alma viviente. El varón es creado de manera semejante a los animales, aunque con un soplo diferencial de un alma viviente. Cuando llega la creación de la mujer, leemos: “Construyó (wayíben) Dios la costilla que había tomado del varón en forma de mujer” (Génesis 2, 22). La forma verbal wayyíben pertenece al verbo banáh que quiere decir “edificar, construir”. Se usa para expresar la edificación de una casa, la construcción de una ciudad o de un templo. Y de ella derivan las palabras ben (hijo) y bat (hija). Ella es un ser habitable, fuente de la vida. Madre de todos los seres humanos. Y su misión es hacer del primer varón, cuya única relación era con Dios, es decir religiosa, un ser primero esponsal y luego un ser social. La primera mujer, fuente de la vida humana, es el origen de la casa (la familia) de la ciudad (la sociedad) y el pueblo o nación. 2 Eclesiástico 42, 14 3.- Ana: Desde que escucho a mi esposo: ¡cuánta gracia! Libro El buen amor en el matrimonio. Horacio Bojorge

Por: Horacio Bojorge | Fuente: Catholic.net

"Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo" Así dice Pablo1 y agrega inmediatamente para que no haya equivocaciones: "que las mujeres sean con sus maridos como

con el Señor" Pablo hace de la sumisión una exigencia tanto para la mujer como para el varón, pero la sumisión mutua se enraíza en la sumisión de la mujer. ¿Cómo puede un marido someterse a su mujer sin ser dominado, si ella no le es sumisa primero?"2 Querido Padre: Aquí le mando el testimonio sobre la obediencia que me pidió. Usted sabrá si sirve de algo o si tiene que hacerle alguna corrección. Gracias por la Unción de los Enfermos, me siento mucho mejor. A la mujer que pretenda hacer feliz a su marido le digo, pruebe con ser obediente y se sorprenderá gratamente. El Sapo que tiene delante, seguramente se convierta en Príncipe. Noté que con cada confesión, además del perdón de los pecados, recibía alguna gracia especial. Así que me apresuré a pedirle al Señor lo que consideraba me estaba faltando: ¡discernimiento! Se lo comenté a mi confesor y quedé sorprendida cuando me dijo que esa gracia la recibiría a través del ministerio esponsal de mi marido, porque él es un hombre de fe y que lleva una vida espiritual activa e intensa. Y que yo la recibiría de mi esposo a través de mi obediencia, porque siendo obediente a un marido como el mío sería obediente a Dios. La palabra obediencia nos provoca resistencia. La asociamos a la pérdida de libertad, de derechos, de personalidad. Pero cuando a través de una mirada de fe acerca del sacramento del matrimonio se descubre el verdadero significado de la obediencia de la esposa como parte de su ministerio esponsal, la sensación cambia totalmente... ¡es tan sólo escuchar! Y cuando una empieza a escuchar al esposo, empiezan a suceder cosas sorprendentes. Quizás la primera es que el marido empieza a sentirse escuchado. Y eso le trae conciencia de su propia dignidad de ministro para su esposa, le trae un nuevo sentido de su responsabilidad espiritual hacia ella y la familia. Y de allí nace una fuerza nueva en el corazón del varón bueno, para sacrificarse en el trabajo, el estudio. Y la esposa lo reviste así de una coraza que protege su fidelidad. Todo esto lo he compartido con mi marido haciéndole ver que tomaría el consejo de mi confesor como ejercicio espiritual. Su primera reacción fue decir: ¡grande tu confesor! y los cambios no tardaron en aparecer. Está más justo y protector con la familia, pues ahora es realmente quien lleva el timón del barco. Admiro la bondad que se le ha despertado. No porque antes no fuera bueno, pero como que su bondad estaba oprimida. Ahora surge libremente. Además, acaba de salvar uno de los exámenes más difíciles de su carrera, por el que se sentía trancado para recibirse. Pienso que se ha fortalecido su seguridad y su confianza en sí mismo alimentada por la confianza que yo he depositado en él. Las mujeres pensamos que controlándolo todo, amamos. Pero obrando así no hacemos más que volver hipotónicos a nuestros maridos, para luego injustamente reclamarles que cumplan un rol que les hemos robado. Desde que le consulto mis dudas para guiarme por su discernimiento, nuestros desencuentros han disminuido y según mi marido estoy mejorando mucho en mi rebeldía, y aunque aún me falta muchísimo cree que voy por buen camino. Él también dice que así como Jesús mandó a sus discípulos de dos en dos, nuestra misión como padres debe ser así: de a dos. Pasado ya un tiempo, me doy cuenta que la Sapa había sido yo, y que el Príncipe siempre estuvo

allí, perdonando y esperando. Me consuela saber lo que también se me dijo en confesión: la Iglesia es como el Arca de Noé, donde nos salvamos los animales. Y por eso tenemos que soportarnos unos a otros. Porque se nos salirnos de la Iglesia es para hundirnos en las aguas del diluvio. Así que, a no desanimarse por las caídas. Paciencia, que realmente vale la pena. ¡Gracias Dios Padre por este pan sabroso de la divina sabiduría sobre el sacramento del matrimonio que nos ha servido para comer! Ana Esta carta suscitó veinticinco comentarios en el Blog del Buen Amor, de los cuales he seleccionado algunos: Comentario de Teresa Padre, ¡Ave María Purísima! El Santo Padre Juan Pablo II ha dicho en sus catequesis magisteriales que el hombre también tiene que ser sumiso a la mujer, la sumisión es recíproca. Los dos están sujetos uno al otro. ¡Me encanta su blog! […] Un cordial saludo de una lectora portuguesa Comentario de David El varón ama a su esposa como Cristo ama a la Iglesia, es decir: enseñándola y perdonándola, es decir: santificándola con su palabra como Cristo a la Iglesia. La mujer ama a su marido como la Iglesia ama a Jesucristo, es decir: sirviéndole y obedeciéndole. Cuando el varón descubre que la esposa le escucha y le obedece se despierta en el marido la total comprensión del amor de su esposa, y eso despierta en el marido la convicción de que merece la pena dar la vida por su esposa igual que Cristo dio la vida por la Iglesia. Por eso cuando la mujer aparece respetuosa con la voluntad del marido surge dentro del corazón del marido la necesidad de amarla dando lo mejor de sí mismo. A partir de ese momento el marido deja de pensar en sí mismo (es decir: deja de defenderse de ella) y empieza a pensar solo en ella. De la misma manera que cuando el hombre obedece a Dios aparece toda la gloria de Dios sobre el hombre también cuando la esposa obedece al marido aparecen todos los tesoros ocultos en el corazón del marido y se vuelcan sobre ella. Dicho de otro modo: cuando el marido reconoce que la esposa le ama porque le obedece [y le obedece porque le ama, comenta el Padre Horacio] entonces descubre que la esposa es infinitamente digna de ser amada y servida igual que ella lo sirve. Acordaros de las palabras del Evangelio cuando le replican a Cristo que "si tal es la condición del hombre no merece la pena casarse" ¿os acordáis? Es que cuando la mujer es rebelde nunca merece la pena casarse... pero si la mujer es obediente y escucha al marido entonces siempre merece la pena casarse con ella y todos los sacrificios se hacen por ella con gusto porque todo merece la pena. Me ha encantado sobremanera este artículo y por eso quiero decir otra cosa sobre esto: me refiero al servicio que se prestan ambos. Dios quiso que los sacerdotes fueran todos varones para que conste que corresponde al

varón el cuidado de las almas y también quiso que la mujer lleve los embarazos para que conste que corresponde a la mujer el cuidado de los cuerpos. Por eso mantengo que el marido es el alma de la mujer y la mujer es el cuerpo del hombre en el misterio del matrimonio... por lo tanto cuando el marido descubre que su esposa le sirve con sus necesidades corporales aparece en el marido la necesidad de cuidar de las necesidades espirituales [y del alma] de la mujer. Así es como se sirven mutuamente, porque al varón se le conoce por sus palabras y a la mujer por sus obras, es decir: la expresión del alma es a través de las palabras (por eso al marido le encanta ser escuchado por ella) y la expresión del cuerpo es a través de sus obras (por eso la mujer siempre tiene cosas que hacer). Comentario de Teresa […] De todo cuanto dice Juan Pablo II - y fue mucho - sobre ese tema, no se puede deducir eso de que la mujer debe obedecer - unilateralmente - al esposo. El Santo Padre habla de cedencias mutuas, de interdependencia, de mutua sumisión - jamás de obediencia unilateral de una de las partes. Y habla expresamente de una influencia en San Pablo de la mentalidad propia de su tiempo que debe ser comprendida de modo nuevo. Yo creo que una visión del matrimonio basada en una sumisión unilateral de uno de los cónyuges es ver de modo muy negativo el Santo Matrimonio. Y creo que el Santo Padre acompañó los exegetas más recientes en la interpretación de efesios. Comentario de Marcelika Por mi parte y como mujer que quiere formar un santo matrimonio si es que acaso es eso lo que quiere Dios de mí, no encuentro ninguna contradicción en el amor y sumisión recíproca y el consejo de que la mujer se deje guiar por el varón, ya que como dice David, esta obediencia nacería del amor y no del temor. Se brindaría desde el momento en que como esposas reconocemos el buen juicio del esposo para atender aquello que como padre de familia y guía de esta pequeña barca, le es propio como varón e hijo de Dios. Me encantó este testimonio, es una prueba más de que la Palabra sigue siendo viva y "vivencial" con todas sus exigencias. Me tomé la libertad de compartirla con los foreros de Catholic net. Por lo menos para mí fue muy esperanzador. ------------------1 Efesios 5, 21 2 Jo Croissant, La mujer sacerdotal o el sacerdocio del corazón, Editorial Lumen, Buenos Aires - México 2004, pág. 68 4.- Gerardo. El defensor de la esposa Libro El buen amor en el matrimonio. Horacio Bojorge

Por: Horacio Bojorge | Fuente: Catholic.net

"Mi mujer quiere que me haga un espermograma" 1. De Gerardo Querido Padre en Cristo, Soy Gerardo, de Chile Deseo hacerle una consulta. Mi esposa y yo nos casamos hace casi dos años. Desde el comienzo buscamos tener hijos y aún no llegan. Mi esposa se ha hecho todos los estudios que le han mandado y está todo bien. Ella no tiene problemas. A mí me mandaron un espermograma y cuando pregunté al bioquímico cómo era, él me dijo que el único modo de hacer ese estudio es a través de la masturbación. Me he rehusado a este estudio porque la masturbación es pecado. He consultado con dos sacerdotes: uno un moralista (lo considero sacerdote serio) y otro un sacerdote anciano de confianza. Ambos me han dicho, en suma, que no cometo pecado en caso de hacerme dicho estudio porque no lo hago para satisfacerme por una pasión desordenada sino que es algo que lo obtengo para un bien sin que haya otro medio (medio médico y que te lo propongan) para ello. Esto ha provocado muchas discusiones con mi esposa: ella es católica practicante como yo, y me entiende en lo feo que es esto pero ella se encuentra angustiada porque si no sabemos si soy yo el motivo de que no vengan los hijos, es como que nunca el problema se va a solucionar o se va a resolver no sé cuándo.... Por mi parte prefiero abandonarme en los brazos de Dios y esperar, pero cada vez que viene el período y los hijos no vienen, por su lado mi esposa se angustia y por el mío me pregunto si no estoy encerrándome en algo que no es lo que Dios quiere y quizás el Señor me esté pidiendo que me haga el análisis. A la vez tengo miedo de desagradar a Dios haciéndome el estudio. El sábado pasado, debido a que le pregunté al sacerdote anciano que le mencioné y me respondió que no era pecado le dije a mi esposa que si ella no queda embarazada en este período yo me voy a hacer los estudios. Pero a la vez tengo miedo de esta decisión, porque mi conciencia me lo reprocha en cierto sentido. Padre, ¿que puede decirme usted al respecto? Quedo a la espera de su respuesta. En Cristo y María Santísima. Gerardo. Mi respuesta Gerardo: 1º Si Ustedes me hubieran preguntado si su mujer debía examinarse, les hubiera aconsejado que no. Ahora ella está en disposición de "responsabilizarlo" a Usted si el mal espíritu la tienta por ahí. Y Usted está en disposición de tener que "demostrar" que no es el responsable, o peor: el

culpable. Ahora, yo le digo, el haber cometido un error ¿se arregla con cometer otro? Ella debía haber examinado sus disposiciones espirituales y haberse preguntado si su voluntad está sometida a la de Dios, o si está deseando el hijo sí o sí, independientemente de la voluntad divina. Y Usted, como esposo, debería prestar atención a esa dolencia del alma de su esposa y tratar de remediarla. Ceder a ese deseo desbordado y que la atormenta y daña, es totalmente contraindicado para la dolencia espiritual de su esposa. Ella es víctima de su propia voluntad desbordada, que no sabe someterse a la obediencia a Dios. 2º Usted y su esposa no deben seguir el juicio de ese “moralista”. Porque su razonamiento se basa en un falso principio: “el buen fin justifica los medios malos”. Si la masturbación en sí misma es objetivamente mala, no se puede emplearla para un fin bueno. 3º Sepan también que hay casos de matrimonios en los que los hijos vinieron a los cinco o más años de casados y no se hicieron exámenes para saber a quién se debía que no viniesen. Y los años demostraron que la tardanza en venir no era por un motivo físico, sino posiblemente psicológico. 4º Usted y su esposa pueden preguntarse qué le agrega a la no venida del hijo el saber quién de los dos es el "responsable" o el "culpable" de que no vengan los hijos. Y pueden preguntarse también cuáles serán las malas consecuencias para ambos y en especial para ella, de saber si hay en Usted oligospermia u otro impedimento. ¿Qué le agrega, saberlo, de bueno? ¿Hará que venga el hijo? ¿Qué puede provocar de malo para ambos el saberlo? ¿Será posible para ella vivir en paz y amor sabiendo eso? Ahora mismo: ¿es ya posible vivir en paz y amor con esa incertidumbre? ¿Es posible aceptar la ignorancia? ¿No están perdiendo la paz conyugal debido a un intento obsesivo? Más aun, ustedes se preguntan sobre la moralidad de una masturbación con un fin médico, pero no se están preguntando si acaso no es peor pecado ese deseo inmoderado del hijo a cualquier precio que produce, además, una curiosidad por saber lo que no se debe saber, o lo que puede ser muy perjudicial para el amor mutuo saber. El deseo desordenado, exagerado y obsesivo, del hijo es una disposición viciosa, porque no somete la propia voluntad a la voluntad divina ni sabe esperar en paz. La curiosidad es también un vicio derivado del anterior. Se puede pecar de curiosidad consultando adivinos, evocando muertos, pero también consultando médicos y haciéndose análisis a cualquier precio. Aunque ese examen médico fuera moralmente licito, la intención no recta, el capricho y la curiosidad son malos. 5º Hay parejas en que los dos son fértiles y los hijos no vienen. A veces una mujer fértil no queda embarazada por una excesiva ansiedad en querer ser madre o por otras razones psicológicas. Es decir que la fertilidad fisiológica de su esposa no es un hecho suficiente para excluir que haya impedimento por su lado 6º Si Ustedes pueden confiar en el Señor y aceptar que los hijos vengan si Él quiere y que no vengan si El no quiere, sería lo mejor. Y una fe semejante es en realidad lo que yo les aconsejo pedir. Todo lo demás viene de debilidad en la fe y en insuficiente entrega total de ambos a las

manos del Señor. Eso, aunque no sea materia de pecado, produce igualmente ansiedad y daña a cada uno y al vínculo. Y donde hay fisuras en la fe, las tentaciones pueden terminar con el amor. Pero la fe es un don. Se pide. Y nadie puede dar el paso mas largo de la pierna que tiene. Nadie puede actuar en fe según una fe que no tiene. 7º Supongamos que el médico le diga que el problema fisiológico está en Usted pero que se podría hacer una inseminación artificial ¿No se verían ambos de nuevo ante un camino que la moral les cierra y la fe débil no les ayuda a aceptar? Porque tienen bastante fe para no querer pecar, pero aun no tienen la suficiente para resignar la venida de los hijos en la mano de Dios y aceptar que es mejor vivir ignorando lo que no conviene averiguar. Y habiendo ingresado tu esposa por ese camino con los exámenes a su esposo, puede resultarle cada vez más difícil sanarse de una obsesión por el hijo que no es buena. 8º Por último: Lo que yo aconsejo es que ella debe dominar y someter a razón esa ansiedad, esa voluntad obsesivamente fijada en el capricho del hijo, o en el deber de tenerlo. Esa es la mala causa y la dolencia espiritual de tu esposa que exige remedio para su bien. Y esto no lo aconsejo por un motivo "moral" sino "religioso" y “humano” a la vez. Dar la vida es un Don que viene de Dios y es bendición. Hay que pedirla como una gracia y con resignación en su divina voluntad. No con la soberbia de quien quiere el hijo a toda costa y tratará de alcanzarlo por cualquier camino, desentendiéndose de si ese camino es grato a Dios o no. Hoy ella te pide un espermograma. Mañana te pedirá una inseminación artificial. En conclusión: la dilucidación de si es uno u otro el "impotente", es un planteo equivocado. En este caso, el verdadero problema no es ése. El problema es que la sanación de la angustia de tu esposa sólo tiene un remedio religioso. Que consiste en resignar su voluntad a la voluntad de Dios Padre. Esa es la medicina necesaria para ella. Medicina que es sobre todo religiosa, psicológica y humana. Pero cambiar ese planteo es una gracia, porque implica un cambio de los corazones y de sus deseos más profundos. Bendiciones Padre Horacio 2. De Gerardo "Yo no quiero el espermograma pero ella no entiende mis razones" Padre, Muchas gracias por sus consejos. Le pido oración por nosotros. Desde un comienzo yo estaba en contra de que ella se hiciera esos estudios, pero a pesar de intentar decírselo y pedirlo en la oración, ella no me entendió y quizás tampoco yo me supe expresar convenientemente, como muchas veces me pasa. Quizás por mi falta de fe, de luz, firmeza, de fortaleza, no quise imponerle que no se haga los análisis, en verdad no sé si puedo o debía hacerlo. Por mi parte no quiero hacerme los estudios y tampoco quiero que ella se los haga y siga con este tema. Quiero esperar que Dios si quiere y cuando quiere envíe los hijos. Esto he intentado decirlo a mi esposa, pero ella no lo entiende como yo y tampoco lo quiere así me parece. Y creo que es por ansiedad en ella que puede venir de una poca fe y gracia (me cuesta decirlo, pero así veo, pienso, creo).

Si permití que ella se hiciera los estudios, lo hice, por debilidad mía y por no contrariar a mi esposa, que ella estaba decidida que tenía que hacerlos. Aunque en mi fuero externo consentí en que lo haga, interiormente no estoy a favor de ello y prefiero no haberlo hecho y no seguir con estos. Respecto a los estudios para mi cuerpo, yo no quiero hacerlos, y según mi conciencia y la Fe no debo hacerlos, pero estoy tentado a hacerlo por mi esposa y porque encima me he puesto en manos de Dios en la oración para que los sacerdotes, esos que yo les comenté, me dieran la respuesta departe de El, pero sé que esa respuesta a mi fe no respondieron y en cambio la que usted me da es la que yo espero. Pero la que usted me da mi esposa no la va a entender. Entonces no sé qué hacer. Si yo debo actuar según mi fe no debíamos hacer los estudios de ella y tampoco yo debo hacerme los estudios y esperar que los hijos vengan si Dios quiere y cuando él quiera. Pero mi esposa no lo quiere así y ella no entiende mi postura, que estoy convencido por la fe que es la correcta y la que Dios quiere, pero no tengo la fortaleza, quizás, para sostenerla por debilidad a mi esposa: no sé si me entiende. Bueno de todos modos con esto que usted me dice, puedo plantearlo nuevamente en la oración y luego con mi esposa. Que la Santísima Virgen nos ayude. Padre, ¿usted puede darme consejos de como plantear esto a mi esposa? Además de que seamos un matrimonio joven (ella tiene 24 años y yo tengo 28) y de nuestro poco tiempo de noviazgo (dos años) y de nuestro poco tiempo de casados (poco menos de 2 años) creo que en esta materia (por la cual le escribo el mail) y en otras cosas (vida espiritual, oración, etc.) nuestro problema está en que tenemos un crecimiento diferente en la fe. Sé que mi esposa y yo debemos caminar en la misma dirección en todo, pero no sé cómo hacerlo. Por ejemplo si yo me planto en mi posición, aquello que le dije y le comenté que es lo que creo (y en la que buscado confirmación en los sacerdotes que he consultado y no la he encontrado excepto en usted) es un bien para mi esposa también? Mas allá que en el momento presente nos ocasione muchas dificultades y dolor y creo incomprensión mutua. Gerardo Mi respuesta (Primera parte) Gerardo: Haría Usted muy mal en obedecer a su esposa antes que a Dios. Sería un grave error. Pero aunque no sea justificable, es bien explicable. Porque fue el error de su padre Adán. Comió del fruto por complacer a su mujer. Dios le había dicho a Adán, antes de la creación de Eva, que no debía comer de ese fruto. Eva lo sabía por Adán, su esposo. Pero no sólo desobedeció a Dios y a su esposo juntamente, sino que incitó a su esposo a la desobediencia. ¿Entiende cual es el mensaje de la Sagrada Escritura para Usted? No es Usted el que debe obedecer a su esposa cuando ella le exige algo que Usted sabe que Dios no quiere. Sino que Usted es quien debe ponerla cariñosa pero firmemente, ante la voluntad objetiva de Dios. Si Usted sigue cediendo a la voluntad desviada de su mujer, la perjudica antes que nada a ella, complaciéndola con una condescendencia culpable porque es dañosísima para el alma de su mujer. Pero el perjuicio de su esposa se volverá inevitablemente contra Usted. Usted debe ser a la vez amoroso y firme. Sin enzarzarse en discusiones. Porque es la firmeza de

la razón del varón iluminada por la fe, la que en el esposo comunica la gracia de Cristo a la Esposa. El débil ha sido Usted. ¿Va a seguir cediendo, contra la razón, contra la fe, contra la voluntad de Dios y contra la verdad? ¡Pero qué Caridad verdadera puede haber en la mentira o en el error? ¡Por Dios! ¿Para qué me hizo perder tiempo si al fin va a actuar contra su propia inteligencia y razón por una falsa condescendencia con su mujer y para perdición de ella!? Pida al Señor la virtud de la fortaleza que nos anima a ser valientes y sufridos como buenos varones para dar cara a la dificultad y padecer las dolorosas consecuencias de empeñarnos por hacer el bien. Lea Efesios 5, 21 -33 y verá que el varón debe morir (a su pasión, entre otras cosas) por el bien de su esposa y que, a un varón así, la esposa debe obedecerle y sobre todo puede obedecerle. Porque no es que la mujer “no quiera” obedecer, sino que a consecuencia del pecado original, si no es con la ayuda de la gracia "no puede" obedecer. Y solamente el amor tierno y bondadoso, compasivo pero firme del esposo, que se concede por la gracia del sacramento del matrimonio, puede sacarla de la cárcel que es, para ella, su propia voluntad inflexible. Pregúntese qué hay en Usted que obstaculiza que su esposa le obedezca. Pregúntese por qué no tiene suficiente autoridad ante ella. Por qué su razón de varón está quizás desautorizada ante su esposa. ¿Es quizás porque ella es testigo cercano y directo de que su razón no gobierna sus propias pasiones de varón? Usted ni pestañea y se somete a una voluntad empecinada y caprichosa, absolutizada y que no reconoce límites ni de parte de Dios. Pero ¡es que Usted está llamado por Dios, en virtud de su ministerio esponsal, a abrir esa cárcel interior del caprichos en que está presa su princesa. Disculpe el lenguaje duro, pero así le hablaría si Usted fuera un hijo mío, por su bien y el de su mujer. Lo que ella no entiende, ¡que no lo entienda! pero que se guíe por lo que Dios dice y que caiga en la cuenta de que no es a Usted, sino que es a Dios a quien lo no entiende. Usted no puede desoír su propia conciencia por oír o complacer a su mujer. Póngale a ella su conciencia por luz del camino y por norma salvadora. Usted le puede leer mi respuesta a su esposa, aunque piense que no va a entender ¿Por qué dice Usted de antemano, con tanta convicción como miedo, que ella no va a entender? ¿Qué sabe Usted? Si Usted reza y pide el Espíritu Santo para que desengañe a su esposa, no le concederá el Espíritu Santo, por la oración del Esposo, que tiene gracia de estado, no le va a conceder gracia digo - la iluminación y la conversión al corazón de la esposa? Ud. teme más disgustarla de lo que desea salvarla. Lo que exige de Usted como esposo la fe no lo tiene tan claro. Si persiste en su perniciosa condescendencia con la tentación de su mujer, que Ud. reconoce que es una tentación, la dejará a merced de la mentira de la serpiente. La verdad no está sujeta a un dos a uno, ni a votación o empate. Basta que uno la diga para que pueda valer. Usted abandona el juego con los triunfos de Dios en la mano... Continuaré mi respuesta después porque ahora debo interrumpirla y disculpe porque he tenido que redactarla de prisa y sin tiempo a corregirla bien. Padre Horacio Mi respuesta (Continuación) Ella no se da cuenta de que aún

no quiere al niño por el niño sino que lo quiere en gran parte para sí y por sí misma. ¿Quiere un niño por el niño o lo quiere para ser madre? El hijo para ella ¿es un fin o es, por lo menos en buena parte, "un medio"? Estimado Gerardo: Completo ahora mi respuesta anterior, que era muy larga y debí interrumpir sin poder agotar el tema. Usted me pedía en su anterior, que le diera algunos consejos prácticos de cómo hablar y poder convencer a su esposa. Usted podría, por ejemplo, convencer a su esposa de la conveniencia de suspender las relaciones íntimas hasta que ella no se libere de su ansiedad, de su obsesión enfermiza, de quedar embarazada a toda costa, sin tener en cuenta la voluntad de Dios. Porque en esas condiciones el sentido amoroso de la relación se desvirtúa. Ella debe aceptar en fe que el Señor puede querer que no tenga hijos. La suspensión de las relaciones íntimas, sin embargo, no debe plantearlas como un castigo, ni con dureza, sino amorosamente y con ternura. Como una medida medicinal, para ayudarla a vencer esa ansiedad y obsesividad demoníaca de querer el hijo a toda costa sin someterse a la voluntad de Dios. Usted, como ministro de Dios, debe traducirle a su esposa esta voluntad de Dios que es el remedio para su querer obsesivo. Usted puede razonar con ella que el hijo, en este caso, si viene por un capricho de su madre ¿qué puede ser en esta vida sino un hijo de su mamá, y no de Dios? Su esposa parece no estar espiritualmente madura para una maternidad profunda y auténticamente religiosa, católica, oblativa, que vea en los hijos un don "de" Dios y "para" Dios. Ella quiere, por lo menos en gran medida, un hijo "para" ella y "por" ella. ¡Pobre niño si llegara a ser engendrado, dado a luz y criado por su madre en esas disposiciones espirituales inmaduras y egocéntricas! ¡Disposiciones carnales y no espirituales! Sería un mero instrumento de la "realización" de su madre como madre. Y su madre seguiría siendo, probablemente, el centro de la existencia de su hijo para toda la vida. Eso lo vemos suceder a menudo y es algo atroz. Es una especie de canibalismo espiritual en que la madre devora la vida del hijo desde su generación hasta su muerte. Celebremos y alabemos la sabiduría del Señor que no le concede el hijo todavía. Y Usted, como ministro de esa divina Providencia, asóciese a esa voluntad misericordiosa aguardando a la sanación de su esposa para hacerla madre. El Señor de quien Usted es ministro aguarda a que su esposa madure espiritualmente. Aguarde Usted también y enséñele a aguardar. Dios ama al niño que vendrá y quiere que su madre esté espiritualmente sana, para que no dañe al hijo, involuntaria pero quizás irremediablemente. El Señor es la Sabiduría misma y da o no da los hijos muy sabiamente. Es mejor que no vengan hasta que sus padres no sean capaces de criarlos para Dios. ¡Esto es un signo del amor que el Padre celestial les tiene a ambos! (Lo cual no significa que Dios no quiera, en otras circunstancias, dar la vida a hijos en otras condiciones nada favorables para el hijo).

Pero Usted es un varón religioso. Y puede, por eso, aprender de Dios, porque es capaz de asumir conscientemente ese ministerio, esta sabiduría: no debe hacer madre a su esposa, hasta que la vea más desprendida de su egocentrismo y más dispuesta a respetar al hijo como persona y a usted como esposo. ¡Ella actúa muchas veces irrespetuosamente con Usted a causa del desorden de sus pasiones y deseos, y Usted sufre por ello! ¿Cree Usted que el niño no sufrirá las consecuencias de esa voluntad materna desordenada? ¿No cree que su hijo padecerá las consecuencias de una devaluación de la imagen paterna al presenciar el trato de que Usted es objeto por parte de su esposa ya desde ahora? Ésta es la razón por la que le sugiero que debe convencer a su esposa de no buscar el hijo hasta que haya alcanzado del Señor esa maduración espiritual. Pido al Señor que le conceda a Usted la gracia de ser, para su mujer, maestro, médico, pastor y sacerdote, es decir, ministro del amor de Cristo y no de un amor humano y natural, un amor más de Usted que de Dios en Usted; un amor privatizado, quizás muy dependiente de los apetitos de la lujuria y por eso demasiado temeroso de contrariar la voluntad de su mujer. Estoy seguro que su Padre celestial se lo concederá porque es lo que pide el ministerio esponsal que Usted está llamado a ejercer por el sacramento del matrimonio. En virtud de esa gracia de estado, Usted alcanzará la gracia de ser para su mujer, repito: Maestro, médico, pastor y sacerdote. Padre Horacio 3. De Gerardo Porqué mi esposa no me escucha ni obedece Padre, Pienso que mi esposa no me obedece en primer lugar porque muchas veces soy muy cortante en decir las cosas, encima de eso soy irascible cuando intento decir mi postura. Lo soy con las palabras y el tono de voz y seguramente mi rostro. Estoy convencido de que lo que me ha faltado fue dulzura para ser firme. Y esto ha hecho, en parte, que mi esposa no me escuche, no me obedezca. También pienso que puede no obedecerme por mi falta de firmeza ante mis convicciones, por complacer su capricho. Muchas veces, cuando hemos hablado, yo me digo interiormente si no será que sigo mi capricho, mi orgullo que quiere imponer las cosas, mi dureza, etc.… y estos pensamientos me han debilitado. Ahora veo claramente que vienen del mal espíritu y de mi débil carne, como lo temía. Igualmente, aún no me hecho los estudios y NO me los voy a hacer. Ahora pido la gracia de Dios, la asistencia del Espíritu Santo y la ayuda de María Santísima para corregirme y corregir a mi esposa con dulzura y firmeza. ¡Qué lamentable ha sido mi actuación hasta el momento por no ser firme en mis convicciones! Padre, lo que usted me dice es todo lo que ha estado pasando en mí durante este tiempo. Todo eso, eso mismo, me lo ha dicho Dios y me lo dice. Pero por mi debilidad no le he hecho caso

porque a la vez no estaba seguro. Ahora que usted me habla de este modo me confirmo en lo que creo, antes estaba inseguro y no tenía a quién preguntar porque desconfío de los sacerdotes actuales a quien pueda preguntar. Usted es quien, por primera vez, me está dando una respuesta que me fortalezca y me hace dar cuenta de lo que Dios me decía y que por mi falta de seguridad (más exactamente confianza en Dios) yo no seguí. Si, mi esposa es caprichosa. Y debo corregir eso con la gracia de Dios. Mi error fue grave y eso es lo que me ha tenido triste en estos tiempos. Usted me pide disculpas por su “lenguaje duro”, pero esa dureza es necesaria. La Verdad tiene propio filo que es necesario que hiera para sanar. ¡Gracias Padre! ¡Aunque primero Gracias y Gloria a solo Dios! El mal espíritu es muy astuto y a pesar de que uno lucha, enseguida vuelve por algún hueco. Y me lo ha encontrado. Ahora voy a tapar ese hueco con la gracia de Dios. Padre, No me voy a hacer el estudio, voy a comenzar actuar como esposo según Cristo, como enseña San Pablo, que se entregó a su Iglesia para salvarla. Debo morir como Cristo. En caso de que mi esposa no comprenda voy negarme a engendrar hasta que se enmiende. Es cierto lo que usted dice de los hijos, ellos son de Dios y para Dios, no van a ser míos ni para mí y no van a ser de mi esposa ni para ella. Esto que usted dice lo he pedido con insistencia y fervientemente en la oración incluso desde antes de conocer a mi esposa. También he pedido que mi esposa y yo nos configuremos plenamente en Cristo y desde antes que conociera a mi esposa he abandonado en manos de la Virgen mi ser, el de mi futura esposa y el de los futuros hijos (Dios los quiera enviar o no) para que todo sea para mayor Gloria de Dios nomás. Eso lo quiero con todo mi ser y quiero configurarme plenamente en Cristo y Cristo Crucificado y quiero llevarla a mi esposa por ese camino y quiero que si Dios nos concede hijos sean sólo de El y nosotros seamos unos simples y pobres administradores, pero plena y firmemente fieles a la Voluntad de Dios. Sé que la Gracia basta, pero todo hombre débil y miserable como soy necesita de buen consejo. No he tenido buenos consejeros hasta el momento. En usted estoy encontrando la guía que necesito. Fui imprudente en no haber consultado antes, pero créame, descubrí que le podía consultar a usted el día que le envié el primer mail y esto viene de hace varios meses y no he tenido buenos consejeros… Con más tiempo me gustaría contarle más de mi vida, quien soy, de mi esposa, etc. Padre, también le voy a ir haciendo otras consultas que necesito sobre el matrimonio, es más, las necesitamos mi esposa y yo. La verdad que es difícil encontrar a alguien que aconseje bien. Gerardo. Mi respuesta Gerardo: Me alegro en el Señor que ha puesto en ti disposiciones tan según su Corazón. No dudo de que ahora que hay luz en tu camino de ministro suyo para tu esposa vas a andar a pie firme y seguro por la senda de su gracia y la fidelidad. Y el mal espíritu no te hará vacilar más. Las mujeres de hoy, aun católicas han olvidado que Dios no creo a Adán para Eva sino que la

creó a Eva para Adán, para que le diera hijos al esposo y no viceversa. De modo que es el esposo el que los pide y los recibe con sus condiciones. Y por eso, cuando vienen, es el padre y no la madre quien les pone nombre. ¡Así lo enseña la Sagrada Escritura! Pero en ésta como en tantas otras cosas, la soberbia humana pasa de largo sin preguntar ni aprender de la sabiduría divina la razón de sus dichos revelados. Debe haber un montón de amigas y consejeras alrededor de tu esposa... que te desautorizan. Será bueno que te hagas un resumen de mis correos y se los muestres: Esto y esto dice el Padre Bojorge. Y puedes leer con ella "La casa sobre Roca" donde algunos de estos principios están ya enunciados en semilla. En mi libro ¿Qué le pasó a nuestro amor? Respuestas divinas a preguntas humanas explico todo esto más detallada y fundamentadamente. Mientras tanto puedes ver mi Blog del Buen amor1. No temas confrontar a tu esposa con las verdades de la fe y de la Sagrada Escritura. Pero es verdad que el mal espíritu que la atormenta a ella, te provoca a ira desde ella y logra hacerte enojar y encolerizarte y con ello te desautoriza a los ojos de tu esposa. Cuando tú te enojas, ella se enoja, pero más fría y serenamente que tú, y te gana en el razonamiento a medida que tu razón se traba con la ira. Sería bueno, también, que la relacionaras con buenas amigas consejeras. Que el Señor te ayude a ¡no discutir jamás! con tu esposa. Dile serenamente que has hablado con un sacerdote que te ha dicho tal y cual y que eso es lo que sientes que Dios te manda decirle y estás dispuesto a hacerlo. La llave de los hijos que ella desea la tienes tú. No cometas el error de concederlos mientras ella quiera un hijo para sí, y no un hijo para ti, para el niño mismo, y sobre todo, para Dios. Y tampoco mientras no respete al padre de los hijos que desea. Ni cedas a la tentación de la lujuria. Porque sospecho que no solamente por tu ira pierdes los partidos, sino también por ceder a la tentación de la carne cuando ella te manipula por ese medio. Con eso pierdes mucha más autoridad ante ella, para que no te obedezca. ¿Cómo le va a obedecer la mujer a un varón que no se domina ni se gobierna a si mismo en la ira y la lujuria? Por la lujuria la mujer domina al varón. ¡Despierta Gerardo! Pero ¿qué digo? ¡Si veo para mi gozo que ya estás despertando! Bendiciones Padre Horacio Postdata: A veces conviene escribir lo que uno quiere decir a su esposa. Y no salirse de esos términos. Ellas son las que más conocen los flancos débiles del esposo y el mal espíritu las usa para debilitar al varón. Si ella empieza a querer discutir le dices buenamente que si no es posible hablar tranquilos es mejor no discutir. No te enzarces en razonamientos. No hables de esos temas en las comidas, ni en momentos o situaciones que te parecen desfavorables. Dile que para ti es un tema sagrado y que hay que hablarlo en forma sagrada y por lo tanto pura de pasiones desordenadas. Dile que hay desorden de las pasiones en ambos y que hay que empezar una cura conjunta de esas pasiones. Que tú tienes que sanarte con su ayuda de tu ira y de tu lujuria, y que pides que te ayude a eso y que no que te incite a enojarte o a perder el control de tu pasión sexual. Dile que te preguntas si no será que el Señor no quiere enviarles hijos todavía porque no están aun preparados para ser padres en Dios. Que ser padres es una misión parecida a la de los apóstoles, a

quienes el Señor enviaba "de dos en dos". Que el Espíritu Santo te siga iluminando para bien del alma de tu esposa que está tan tentada. Y que por la soberbia natural de la hija de Eva no lo querrá reconocer. Sus emociones gobiernan el pensamiento, bloquean la inteligencia de tu esposa y el mal espíritu su imaginación. Pero no temas, mantente bondadoso y comprensivo con ella. Ten en cuenta que en virtud del ministerio sagrado de esposo tú tienes delegado el poder de exorcista de Cristo contra el espíritu que tienta y ataca a tu esposa. Vale 4. De Gerardo Padre, Espero no ofender a Dios, pero esta mañana no me puedo poner a trabajar sin poder primero responderle, a pesar de que tengo cosas para hacer en el trabajo. Ayer cuando volvía del trabajo y durante el día puse el tema en manos de Dios y María Santísima y pedí la ayuda al Espíritu Santo y lo hice con abandono y fervor. No sabía si era conveniente tratar el tema en este momento porque mi esposa esta cerca del período de flujo, es más, está nerviosa porque según ella debe venir el martes y hasta ayer no había venido. Cuando llegué a casa yo estaba un poco tensionado por este tema y sin duda todas estas cosas se me expresaron en el rostro. Le comenté un tema superfluo del trabajo a mi esposa como para comenzar el diálogo y sin querer tuve una reacción como subir el tono de voz un segundo y eso la encrespó a mi esposa. La puso cerrada y dejó de contestarme como veníamos hablando. Luego le pedí que por favor dejara de estar así para al menos poder sentarnos a tomar algo y charlar antes de la cena. Fui al living y como el televisor estaba prendido lo apagué para que pudiéramos tranquilos. Ella se enojó por eso, porque le falté el respeto apagando el televisor de ese modo. Le expliqué que apagué la tele porque no me parecía que si no habíamos estado todo el día juntos (nos despedimos a las ocho de la mañana y recién vuelvo a casa a las ocho de la noche más o menos porque trabajo en una empresa que me queda lejos de casa) y me parece bueno, para dialogar mejor, estar sin el televisor. El televisor corta el diálogo. Ahí se produjo una explosión en ella, fue muy difícil la situación. Yo me negué hablar hasta que no se calmara. Al final nos sentamos a cenar. Durante la cena ella lloraba y hablando me pidió perdón y yo le pedí perdón. Ella se calmó y me preguntó por qué yo vine nervioso y yo le dije que era por el tema de los hijos. Ella me dijo que también está nerviosa por ese tema. No recuerdo bien las palabras pero en definitiva ella me pidió de buenas maneras que le expresara qué es lo que me pasaba. Yo le abrí mi corazón respecto a la cuestión de conciencia que le he comentado con toda sinceridad y calma. Ella explotó de un modo que no se lo puedo explicar, las cosas que me dijo, las expresiones, palabras fueron muy duras, difíciles. En un momento me dijo que ella se va a volver a la casa de sus padres y que lo nuestro no va más. Ella después se arrepintió y pidió perdón, pero me trató de que le mentí y que le hice un mal grande jugando con sus sentimientos porque le había dicho que me iba a hacer los análisis y ahora le digo que no. Además en otras oportunidades cuando le he dicho que a mi me costaba el tema del análisis pero que me sentía en dudas de que si tenía que hacerlo o no y es como que con lo que le dije ahora acerca de mi conciencia ella piensa que le mentí acerca de lo que le expresé aquellas veces. Eso

no fue así, yo no le mentí porque en días pasados realmente yo estaba tentado de que si no era los que Dios quería para mí los análisis y con mi mente tapaba lo que me había dicho la conciencia y que en el fondo me lo decía. Le pedí perdón porque el error lo cometí yo en no haber sido fiel a mi conciencia desde el principio, pero ella no entendió y todo fue en vano. Lloró muchas veces anoche y a partir de allí ya no pudimos hablar más. Ella hoy se levantó y se preparó su desayuno (siempre lo preparo yo para los dos) luego agarró sus cosas y se fue sola a tomar la micro para el trabajo (siempre nos vamos juntos y nos despedimos en la puerta de su trabajo). Padre, realmente le digo que sé que he hecho lo correcto con mi decisión, quizás no hubiese tenido que hablar ayer. No considero que me dejé llevar por la ira, le dije las cosas serenamente, pero todo fue un caos. Quizás no era el momento para decirlo, hubiese podido esperar que pase su período de flujo, pero no lo sé. Que el Señor tenga Misericordia de mí esposa y de mi, miserable pecador!! Respecto al tema de las amistades de mi esposa, estoy convencido que no tiene otras que su mamá y su hermana. Puede que de ahí vengan problemas. También puede llegar a ser que escuche cosas de sus compañeras de trabajo (todas mujeres) y le influyan las cosas que digan, pero creo que ella no tiene intimidad con las mujeres del trabajo y es una chica muy influenciable, débil, nerviosa, se cierra un poco en ella misma: ¡pobre mi esposa! La quiero ayudar y no sé cómo. Mi esposa es una chica que fue criada solamente en el capullo de una familia católica, de fe simple, sencilla, tradicional (profunda) en muchos aspectos, pero sin mucha formación. Respecto al tema de la lujuria, no sé Padre, yo creo que somos prudentes en ese tema. Quizás en otro momento cuando pase esta tormenta pueda charlarlo mejor, al igual que las otras cosas que me ha dicho por mail. Padre, estoy apenado si hice mal en hablar en el momento que lo hice y herí de tal modo a mi esposa. Padre, si usted quiere y sirve para la mayor Gloria de Dios y bien de las almas puede publicar mi caso en donde le parezca oportuno y en las condiciones que me ha mencionado. En Cristo Crucificado lo saluda Gerardo. Mi respuesta (Primera parte) Gerardo: Cuando se desata la tormenta, hay que desensillar y esperar hasta que aclare. No te alteres ni te asustes por las explosiones emocionales de tu esposa. Tranquilo. Déjalas pasar y tú mantente firme en tus razones. Cuando te acuse de que le mentiste, no te excuses en el momento ni trates de disculparte. Tú mantente sereno y aguanta el chubasco sin excusarte. Déjala que ella le tome el gusto a su propia injusticia y dale tiempo a que vomite su emotividad y se aligere. En otro momento, cuando esté serena y si te pregunta, le explicas. ¡Es bueno lo que pasó, aunque te parezca un temporal! NO te asustes. Lo que sucedió es que las

palabras de la razón creyente de un esposo son un exorcismo. ¡Sí!. No te asustes de la palabra. Le hiciste un exorcismo a tu esposa y su mal espíritu la agitó. Pero la agita para salir. No te asustes. Y cuando ves que ella se pone así, ejercítate en distinguir entre ella y su mal espíritu. Entonces te callas y rezas dentro de ti un exorcismo esponsal más o menos en estos términos o otros parecidos: “Mal espíritu que agitas a mi esposa, por el poder de mi ministerio de esposo y del santo sacramento del matrimonio, y en nombre de Cristo a quien como esposo represento, te ordeno que dejes a mi esposa en paz y no la atormentes”. Te pongo una fórmula larga para que sepas cuál es el sentido pero lo puedes rezar más breve. Basta que digas "Yo te ordeno que dejes a mi esposa en paz". Es muy importante que para tu paz y para que ejercites tu poder de esposo, sepas distinguir entre tu mujer y su mal espíritu. Cuando tú le dices esas verdades de Dios, el mal espíritu la agita. Esto es todo sin culpa de ella. Con el mal espíritu no se discute. Te callas la bocas y rezas en silencio el exorcismo y esperas. Pasará muchas veces que ella esté serena al comenzar y se agite apenas le digas lo que dice tu conciencia, la razón y la fe. Ella te acusó de mentiroso. Cuando esté serena vuelve sobre su acusación bondadosamente, sin mencionarla y dile que jamás le mentirías, porque eso desagradaría a tu Padre celestial. A ella hay que trasmitirle el mensaje de que tú tienes primero a Dios. Y si te amenaza con irse, no le respondas nada. A ella tienes que trasmitirle que la amas, pero que ese amor es en ti un don sagrado de Dios, que te impone obligaciones hacia ella que no puedes someter al juicio o al parecer del momento de ella. Creo que está mal acostumbrada a decirte mentiroso y maltratarte con abusos verbales impunemente. Pero ya ha sido una victoria de la gracia de Dios en ti, que no haya logrado irritarte. Ánimo que el Señor está contigo, ministro de salvación para tu esposa. Eres por disposición divina, y por la gracia del sacramento matrimonial, ministro de Cristo maestro, médico pastor y sacerdote para esa chica. Ten paciencia y desde tu fe y tu razón trata de iluminar su inteligencia con la verdad. "Caridad en la verdad", es la última encíclica del Papa. Su cabecita está confundida por algunos errores y la gobiernan sus caprichos y pasiones. Sus emociones gobiernan su pensamiento, bloquean su inteligencia y el mal espíritu su imaginación. Tú ejercítate en distinguir entre tu esposa tentada y su tentador. La Serpiente es enemiga de la mujer y la tienta tratando de ponerla contra su esposo para privarla de su protección. El esposo debe ser bondadoso con la esposa cuando la ve tentada, y hacerla caer en la cuenta de que lo está. Y no temas, ejercita tu fe en que tú tienes poder de exorcista para tu mujer. Úsalo. Y no te asustes porque por ahora el Otro empiece a agitarse y agitarla más. Él sabe que se aproxima su derrota por el ministerio sagrado del esposo. Padre Horacio Mi respuesta (Continuación) Gerardo: Vuelvo sobre la escena de la cena en que ella te pidió perdón y me dices que: "¡tú también le pediste perdón!" ¡Es que tú, objetivamente, no la habías ofendido! Era ella la que, gobernada por su mal espíritu, se ofendió con una ligera elevación de voz. Es ella la que, influida por el mal espíritu enemigo

suyo, está tentada para escrutar y estar al acecho de tus gestos para ofenderse. Su mal espíritu te acusa permanentemente ante ella. Es un mal espíritu de acusación y condenación del esposo, de suspicacia y de inclinación a interpretar y darse por ofendida. Es un prejuicio de Satanás. Y el truco engañoso le resulta cuando la mujer no tiene discernimiento para darse cuenta de que padece una tentación contra el esposo. Por eso, en parte, el espíritu malo hace libremente su juego cuando esposo tampoco distingue entre su esposa y el mal espíritu que la mueve. Mientras tú no disciernas, no podrás enseñarle a ella a discernir, es decir a distinguir entre ella misma y la tentación a la que le presta oído. Tienes que poder hacerle ver, cariñosamente, esa inclinación a atribuirte intención ofensiva, que muestra una duda y una inseguridad hacia tus sentimientos más profundos hacia ella. Ella no se da cuenta con qué facilidad vuelve una y otra vez a poner en duda tu amor. Y cómo pareciera olvidar la historia de la amistad entre ambos, y los demás signos inconfundibles de tu amor que le das cotidianamente entregando tu vida por ella en el trabajo. La tentación la hace mirarte como si la relación se juzgase por lo que sucede en un momento fugaz y en un acto puntual: un tono de voz, un gesto de impaciencia... Pero tienes que aprender a distinguir ese espíritu y hacerle caer en la cuenta de su actitud de duda. Y tienes que hacerlo no para ahorrarte tú el sufrimiento que te produce con esas acusaciones y reproches, por su ignorancia, sino para mostrarle que quieres ayudarla en algo que le hace mucho daño; o sea la inseguridad de ella hacia el amor que hay en ti. Que tu amor está más allá de esos signos que ella rechaza. Que también tú necesitas que ella te ayude a ti, pero que no te ayuda enojándose contigo, sino que esperas que te ayude con su comprensión y su ternura. Y que eso permitirá que ella reciba de su esposo aquella ayuda que ella necesita. Que se necesitan los dos en gracia. La discusión es cosa del mal espíritu entre esposos. Es siempre una victoria del enemigo de los esposos y del amor esponsal, imagen del amor divino. Y este reclamo, si lo haces amorosamente, tiene el efecto de un verdadero exorcismo, porque en la ternura del esposo hay una luz que, muchas veces, disipa las tinieblas. No te desanimes. Cuando no se pueda hablar, cállate y exorciza. ¡Y no pidas perdón como hiciste en este caso! Solamente pide perdón cuando realmente hayas ofendido, y no simplemente cuando fue inducida por su mal espíritu a inculparte. ¡No le pidas perdón a su mal espíritu! Eso no te ayuda a ti, ni la ayuda a ella, a reconocer la acción del mal espíritu en el espíritu de ella. Por el contrario, aprovecha el momento de su pedido sincero de perdón, que es en el fondo un pedido de ayuda, para explicarle por qué no te ofendes. En cambio, si tú le pides perdón cuando no le has dado motivo verdadero de ofensa, la sumerges en su propia confusión y la dañas. No es humildad pedir perdón en esos casos. Explícale cariñosamente que tú entiendes lo que le pasa. Eso iluminará su inteligencia. Por supuesto, maneja por ahora con cuidado el lenguaje. Evita hablar con ella de "mal espíritu" o "exorcismo". Porque su inteligencia de la fe aún no está preparada para no asustarse o escandalizarse con esos términos. Por ahora háblale de “tentación”. Dile, en esos momentos de arrebato, en que su enemigo la asalta, que tú entiendes que está tentada contra ti y que esa tentación la daña a ella más que a ti, porque la priva de la confianza en su esposo y del amor que le tienes. Al juzgar a la serpiente, después del pecado original, el Señor le pone como pena la enemistad entre ella y la mujer: "Yo pondré enemistad entre ti y la mujer". Es una pena para la

serpiente. Pero es también dramático para la mujer, tener como enemigo al Padre de la mentira y al enemigo de la vida. Ella, toda hija de Eva, sufrirá bajo esa enemistad y odio de Satanás. Es una pena para la Serpiente, pero es también en parte una pena para la hija de Eva, puesta en la disyuntiva de servir de aliada a la Serpiente o a Dios. Padre Horacio Los pasos de la sanación 5. De Gerardo No sabía que como esposo podía tener esa gracia Padre, sus palabras son un consuelo y me tranquilizan mucho. Ciertamente cuando vi a mi esposa en ese estado no la veía a ella, era el mal espíritu. Ya me ha pasado otras veces con ella esto. Pero esta vez creo que mi posición estuvo más acertada. La oración que me ha dado es de mucha ayuda y la necesito. Realmente no sabía que, como esposo, podría tener esa gracia. ¡Para sólo Dios! Gerardo. Mi respuesta Gerardo: El beneficio espiritual de empezar a distinguir entre tu esposa y su tentación (= su enemigo el demonio), será que podrás empezarla a tratar a ella con bondad y a descartar su tentación, o examinarla fríamente. Eso será un ejemplo para ella, que viéndote obrar así, empezará a ver en el espejo de tu conducta, la diferencia entre lo mejor de sí misma y el ataque de los pensamientos malos, las imaginaciones, las inculpaciones, las desconfianzas, los juicios injustos y temerarios. Pero además hay que contar con el poder de la oración y del ministerio de esposo, con los poderes y gracias que Cristo ejerce a través de tu ministerio, para enseñanza, sanación, guía y santificación de la esposa. Si tú empiezas a tomar partido por tu mujer en contra de su tentación (tentador = mal espíritu), también ella empezará a aprender que puede tomar partido en favor de ti contra esos juicios y pensamientos contrarios a ti y entenderá que no son suyos sino de la Serpiente. Comprenderá entonces que puede defenderte a ti de esos malos pensamientos. Porque de hecho, está acostumbrada a tomar partido contra ti y en favor de los malos pensamientos que le vienen contra ti, y ni siquiera es capaz de advertir que no son suyos. Cuando la esposa ve que el esposo no se afecta con lo que sale de su boca y con las agitaciones que la sacuden, empieza a poder tomar distancia ella misma de lo que le está sucediendo. Empieza a poder dudar de la objetividad de lo que le está pasando. De lo contrario, es ella la que le contagia su desequilibrio emocional a su marido. Pero por eso mismo, el esposo no debe pedir perdón después, - como ya te he explicado - cuando ha sido ella la que se desquició. Y tampoco debe aceptarle así no más el pedido de perdón de ella. Porque ¡ese es el momento justo para enseñarle, que no ha sido ella la que te ha ofendido, sino que ella ha dejado pasar una

tentación contra ti! Que si bien lo ha hecho hasta ahora inculpablemente, debido a su ignorancia, de ahora en adelante, sería muy bueno para ella misma, que en esos casos fuera aprendiendo a tomar partido por ti en contra de esas acusaciones falsas contra ti. Y que, además de ser bueno para ella, sería bueno para su esposo, contar con la defensa de su esposa. De eso modo se pueden defender los dos, el uno al otro, de los ataques de los malos pensamientos (nombre secreto = mal espíritus) contra el amor matrimonial. Padre Horacio Progresa la sanación: 6. De Gerardo Mi pobre esposa me decía “me parece que me estoy volviendo loca” y me pedía ayuda… Padre, estos consejos los necesito, los necesitamos mi esposa y yo. Anoche hablamos nuevamente y se sucedieron los mismos temas y acusaciones del tentador de mi esposa hacia mí. Igualmente estaba más tranquila en el tono y en las expresiones. Seguí sus consejos acerca de quedar en silencio y rezar la oración de exorcismo. Fue largo todo. Pero de momentos podíamos hablar y en otros tenía que quedar callado y rezar. Igualmente, puede ser que en algunos momentos yo haya hablado quizás con su tentador y no con ella. Pero para que ella me escuchara le decía "a vos Anita yo te digo esto y esto". Creo que estuve más sereno aún que la noche anterior aunque igual, me parece, que debo discernir más entre mi esposa y su mal espíritu. Por otro lado cuando todo se había serenado, mi pobre esposa me decía que a ella le parece que se está volviendo loca, me lo dijo muchas veces y me pedía ayuda. Yo sé que lo dice, por la cosas que me dijo, que no son de ella. Yo le dije que no se está volviendo loca y que las cosas que me dijo no son de ella. Ella me pidió perdón y yo le dije que si había algo que tenía que perdonar la perdonaba pero que supiera que muchas de las cosas que me dijo no son de ella, le dije que yo la conozco a ella y sé que esas cosas no son de ella. Al final, cuando vi que era ella, le pedí perdón por algunos defectos míos (que sé que me quitan autoridad y quizás han provocado que mi esposa no me respete: esto no se lo dije a ella, solo pedí perdón): entre ellos que muchas veces llego con mal humor a casa, pierdo el humor por cualquier tontería (por ejemplo por algo que tengo que hacer y no me sale). A veces cuando llego a casa del trabajo y están mi suegros de visita soy un poco descortés (ellos generalmente se van apenas llego y soy descortés porque hago lo mismo de siempre de irme a cambiar, etc. y no soy capaz de saludarlos al irse). Soy quejoso a veces de las cosas (de la situación del trabajo actual). Yo me las reclamo (desde hace tiempo) y ella me las reclama (esto lo hizo muy serenamente y siendo mi esposa). Creo que unas de las cosas que me ponen así es que me vienen pensamiento en contra de mi esposa respecto a sus padres porque veo que ella tiene apego a ellos (principalmente a su madre) y que esto puede atentar contra nuestro matrimonio. Por un lado objetivamente puede que mi esposa tenga apego a sus padres, pero le digo la verdad,

yo me he dejado llevar por esos pensamientos y creo que el mal espíritu me llevó a tener esas actitudes infantiles, poco viriles, caprichosas. Cuando en verdad si mi esposa tiene apego debo tomar el tema con firmeza, dulzura y virilidad sin que me quite la paz, el buen humor, etc. Me he hecho propósito firme de cambiar estas cosas. En Cristo. Gerardo. Mi respuesta Gerardo: ¡Gloria al Padre! Todo va bien encaminado. Estás aprendiendo a ser el exorcista de tu esposa. Y ahora empiezas también a darte cuenta de cómo y por dónde te tienta el enemigo a ti. ¡Adelante! y repasa las lecciones para no olvidarte. Porque “el otro” procurará hacerte olvidar lo que te he dicho. Practícalo. Estuviste diez puntos en tu ministerio de esposo, y el Espíritu Santo te ha enseñado cómo ayudarla. ¿Viste que ella confesó que "siente que se va a volver loca"? ¿Viste cómo "el enemigo de la mujer" puede enloquecerla con un torbellino de pensamientos e imaginaciones que alteran por completo su fina sensibilidad y su emotividad? Tienes que ponerle el oído serenamente y sin miedo a ese torbellino, y escuchar a tu esposa, auscultar su alma y seguirle mostrando que esos pensamientos no son de ella y no le hacen bien. Hiciste muy bien en decirle que las cosas que dice no son de ella. Creo que puedes empezar a usar la palabra "tentación". Quizás empezar a usarla aplicándola a ti mismo en las actitudes que has estado teniendo y que un sacerdote te ha dicho que son tentación. O mejor, directamente, explicitando la palabra en el contexto de tu estupenda manera de responderle: "yo te conozco y sé que esa no eres tú, ni que piensas eso de mí" Y agregar "eso es una tentación". O puedes decirle algo así como: un sacerdote me dijo que el mal espíritu la enloquece a la mujer, porque en el principio Dios le dijo "Yo pondré enemistad entre ti (la Serpiente) y la mujer". Dale la doctrina revelada. Le iluminará lo que le está sucediendo. ¿Viste como te pide ayuda? La espera de ti. Y esto mejorará a mi parecer en progresión geométrica No es a mi parecer tan claro lo que planteas acerca de tu mal humor cuando llegas del trabajo y te encuentras a los padres de tu señora de visita. Tú harás mal en enojarte, en lugar de buscar serenamente remedio a ese mal. Pero ellos hacen mal en quedarse hasta que tú llegas. Y tú haces mal en poner de manifiesto tu mal humor. Y ella hace mal en no pedirles que se vayan cuando tú estás por llegar, explicándoles que es ella la que quiere recibir a su esposo que llega cansado y con deseo de intimidad hogareña. Las visitas a los padres pueden ser en fines de semana, cuando tú estás descansado. Es justo que cuando el esposo llegue del trabajo, la esposa lo esté esperando y lo atienda y lo acompañe. Y si tu esposa no lo hace, tienes que hacerle comprender buenamente que eso es lo que le corresponde como esposa. Que es a lo que tú aspiras y lo que tú necesitas y esperas de ella, porque es necesario para tu salud y equilibrio, de los que ella necesita a su vez y por eso le conviene protegerte. Que tienen que cuidarse los dos el uno al otro. Porque si tú no estás bien, ella no puede recibir de ti la ayuda que necesita. No le conviene a ella, desentenderse de tu bien. Ella es la que más necesita que tu estés bien.

Tu esposa, si es que ella no sale a trabajar también, tiene todo el tiempo que tú estás en el trabajo para ver a sus papás y ellos para estar con su hija. Sería prudente de parte de ellos que se retiraran antes de tu llegada. Para verse están los fines de semana. Quizás tu esposa puede estar descargando su alboroto interior en ellos. Pero es posible que a medida que tú asumas tu ministerio esponsal, eso mejore por sí solo. Pero si no mejora, en su momento tendrás que hablarlo. Está mal que tú te enojes. Pero ni tu esposa ni sus papás están actuando prudentemente ni están respetando tus derechos. Tendrás que aprender a hablar serenamente de esas cosas con tu señora. Y quizás pedirle a ella ayuda, para que ella, asumiendo su rol de ministro de la gracia de Cristo para ti, te auxilie, no dándote motivo de enojo en las cosas que sabe que te irritan. Y también ayudándote a dominar tu irascibilidad, que aumenta con el cansancio cuando llegas del trabajo, deseoso de descansar con todo derecho y gozar de la compañía de tu esposa. Bendiciones Padre Horacio 7. De Gerardo Ha sido muy iluminador para mí saber cómo diferenciar a mi esposa del demonio que la puede estar tentando entre otras cosas con la ansiedad desmedida por el hijo... Ya antes me daba cuenta de que cuando mi esposa reaccionaba así, no podía ser ella, no podía ser ella misma... La oración de exorcismo en silencio ha sido una gran ayuda Bendíganos Padre Gerardp Pasados los meses sin noticias, le escribí a Gerardo: preguntándole cómo iban las cosas Y para mi alegría me contestó lo siguiente: 8. De Gerardo Hola Padre!! Las cosas han ido mejorado a lo largo de este año que está por terminar, gracias a Dios. Lo que hemos pasado creo que me ha permitido reconocer un poco mejor lo que el Señor me pide como esposo. Creo que he comenzado a aprender a tener paciencia y rezar al hablar un tema espinoso o duro con mi esposa y también a tener más libertad de espíritu para plantear las cosas. También ha sido muy iluminador para mí saber cómo diferenciar a mi esposa del demonio que la puede estar tentando. Igualmente, me parece que todavía no puedo decir que vivimos una amistad matrimonial plena y como he leído en sus escritos, el vino bueno (de las bodas de Caná) viene al final. También una vez leí una explicación del pasaje del Evangelio en el que Jesús dice que no vino a traer paz sobre la tierra sino la división o la guerra (no recuerdo el pasaje textual) según la cual, para alcanzar la verdadera alegría es necesario pasar por el crisol de la purificación y de la cruz. En Cristo. Gerardo

Mi respuesta Querido Gerardo: ¡Qué bueno lo que me dices! ¿Lograste ayudar a tu señora a vencer la desmedida ansiedad por el hijo? ¿Has practicado la oración silenciosa en forma de exorcismo, usando tu poder sacramental de esposo cuando la ves tentada? Bueno. Vuelvo a pedirte permiso para usar en el blog del Buen Amor nuestra correspondencia sobre el tema que me planteas. Padre Horacio 9. De Gerardo Padre: Respecto a la ansiedad desmedida de mi esposa por el tema del hijo, gracias a Dios también he podido ayudarla y ella pone buena voluntad. Estoy seguro de que ella reza por ello también. Se ha tranquilizado bastante, aunque el tema con cierta periodicidad siempre vuelve. Pero con paciencia, diálogo y la oración hemos superamos estos momentos. Respecto a la oración de exorcismo ha sido una gran ayuda. Anteriormente me daba algo de cuenta que en esos momentos en que mi esposa reaccionaba así, no podía ser ella, sino que tenía que ser el demonio, pero no sabía cómo afrontarlos. Rezaba pero no sabía que como esposo Cristo me ha dado esa gracia de poder exorcizar a mi esposa. Pido la gracia a Dios por intercesión de María Santísima y San José de que no me olvide de este regalo del Señor y siempre que sea necesario lo utilice para Su mayor Gloria y el bien de mi esposa. Padre, otra cosa que quería decirle es que antes de casarme yo pensaba que el matrimonio iba a ser más fácil ya que con quien me casé es una mujer de fe como yo creíamos tener casi los mismos sentimientos en Cristo al decir de San Pablo. Pero la cosa fue diferente, yo me desengañé, pero a pesar de las tentaciones del demonio para hablarme en contra de mi esposa supe vencerlas a tiempo y a destiempo también. Igualmente no creo que hemos llegado aún a esa plenitud a la que se puede llegar aquí en la tierra en la unión con Cristo en el matrimonio, pero este desengaño creo que el demonio quería usarlo en contra de nuestro matrimonio, sin embargo, Dios lo ha utilizado para que crezcamos en este camino del Amor Verdadero. Todo lo que queda por delante no me asusta, ni me desanima, al contrario me confirma en la vocación a la que Dios me ha llamado y deseo que Él la lleve a su plenitud en mi esposa y en mí, en definitiva en nuestro matrimonio que no es nuestro sino de Él. Utilice mi testimonio como usted lo desee Padre, ¡sea sólo para Gloria de Dios! Afectuosamente en Cristo y Mar&iacu 5.- María: La alegría de engendrar y criar un hijo en Dios Libro El buen amor en el matrimonio. Horacio Bojorge

Por: Horacio Bojorge | Fuente: Catholic.net

Querido Padre: Quisiera contarle sobre la alegría que siento al ser madre. Siento que criar un hijo de Dios, en la conciencia también de que él y yo lo somos, me causa mucha alegría y paz. Hemos experimentado lo que Usted mismo nos ha enseñado, “que el deseo ya es una promesa” – del Padre-. Digo esto porque desear, concebir, volver a esperar y criar un Hijo de Dios y en Dios, me provoca alegría y paz. Para nosotros desear y pedir un hijo desde el noviazgo fue una gracia que se va renovando en el correr de los acontecimientos de nuestra vida de esposos. A ese deseo del noviazgo, se le agregó la espera del hijo durante el primer tiempo de matrimonio, esta segunda espera llena de deseo preparó y fortificó la espera del embarazo. Sabíamos que desde su concepción nuestro bebé ya estaba ordenado a Dios y destinado a la bienaventuranza eterna. Que Dios Padre lo había creado todo entero, cuerpo y alma. Y por lo tanto desde el vientre participaba también de nuestra oración y alabanza, sabiendo que la mejor herencia que le podíamos dejar era la fe. Por eso crecía en el corazón el deseo también de vivir este tiempo en santidad y gracia. Ofreciendo y rezando junto al bebé que crecía en mi vientre. Era consciente de que no sólo lo alimentaba con mi sangre sino también con mi oración. Creo que todas estas cosas que uno las vive antes de tener al bebé en brazos fortifican para la “lucha diaria” de ser mamá y dan ganas de tener otros tantos. Te recibimos como don de Dios y bien para los hombres”. Así inicié los diarios de los tres embarazos1. Ahora cuando veo crecer a Alejandrito y lo veo tan abierto a las cosas espirituales así como al resto del mundo, pienso si no será fruto de ese deseo que plasmé en su diario. Querido Padre, siento que cuando la experiencia de abandonarse en las manos del Padre crece, uno siente que es simplemente un “recipiente” donde alberga una vida que crece, algo divino y que sólo el Padre tiene que ver con eso. Carlos y yo simplemente somos receptores de esa gracia divina. El Padre obra en mi interior, en lo secreto, por esto no me gustan las ecografías super modernas donde se aprecia al bebé tal cual es, porque es como inmiscuirse antes de tiempo en el obrar divino. Como entrar en una habitación ajena. En relación a esto último, en el diario del bebé que estoy esperando ahora, escribí lo siguiente: “El día de la presentación del Niño Jesús en el templo te hemos ofrecido al Padre. Quiero que

sepas que sos de Dios antes que mío. Yo simplemente le ofrezco al Padre mi vientre para que crezcas. Y ya te amo porque sos apenas una criaturita en mi vientre, un nuevo hijito que va creciendo, un milagro, otra gracia más y una obra de Dios en mí. Y no me cansaré de decirte que te quiero y te amo al igual que tu hermanito que no llegó a nacer y está junto al Padre en el Cielo. Gloria a Dios!” Durante el embarazo de Alejandro, a las 20 semanas de concepción, nos sucedió que estando con Carlos haciendo oración de alabanza ante el Santísimo, el bebé comenzó a moverse de una forma distinta. Saltaba en mi vientre. Sentí que el Espíritu Santo lo movía. Ese día inicié el diario para mi bebé y escribí lo siguiente: Sábado 12 de julio de 2008. Mi bebé: te recibimos como Don de Dios y bien para los hombres. Ya bailás ante la presencia del Padre, ante la presencia de la gracia. Acabamos de rezar el rosario con tu papá y después nos quedamos adorando el Santísimo y haciendo oración de alabanza y realmente danzabas en mi vientre. Tanto que me hiciste llorar de la consolación que todo esto me provocaba. Tu papá me dijo que ya era un anuncio de que ibas a ser un santito. Sí mi negrito, que la gracia te guarde siempre. Ya en la fiesta justamente de San Juan Bautista, en la elevación, te me habías movido, y la fe me decía que era por la presencia de Jesús Sacramentado que lo hacías”. Creo que vivir el embarazo en la paz del hogar, aún con los problemas propios que se pueden dar en cualquier embarazo, es un regalo que nos merecemos todas las mujeres. Nos permite acrecentar la vida interior, la relación Padre–hija; y como un decantar de la primera se fortifica la relación madre–hijo. Sobre todo en el primer embarazo, el que perdí, todo esto lo había sentido muy fuertemente. Ya en este tercer embarazo tengo un niño que cuidar y por lo tanto ya no puedo estar tan pendiente del que se está gestando. Si en los dos primeros embarazos todo lo escrito antes me pasaba mucho por el “sentir”, en el actual lo estoy viviendo más como una "realidad". Tengo menos tiempo para la contemplación y más para la acción. Ejemplo: si en el anterior embarazo sentía que el bebé participaba conmigo en la oración; en el actual ya sé que es así, y no me detengo a contemplar ese hecho, porque quizás tengo que salir corriendo a buscar a mi “caminante” que está haciendo alguna travesura. Querido Padre, creo que todo lo que le conté anteriormente, sirve para justificar la alegría de engendrar y criar un Hijo de Dios, “un adorador”, como le gusta decir a Ud. No es la alegría a flor de piel, es la serenidad profunda de estar haciendo la voluntad del Padre y esto creo que trae aparejada una gracia que es el hecho de no preocuparse por el futuro. No hace mucho que me di cuenta de esto. Hace unos días en un cumpleaños, una madre de cuatro hijos, decía que no habían tenido más por todos los gastos que ocasionaban los estudios de inglés, de facultad, etc. La verdad que a mí nunca se me pasó por la cabeza pensar en eso. Entonces comencé a preguntarme por qué, si era irresponsabilidad o había algo más. Creo que a mí no me preocupa ese tema, porque en realidad, mi primer deseo es que mis hijos vivan como Hijos, que amen al Padre, que sean santos!! De verdad, cuando me entero que estoy embarazada

el deseo más profundo que me nace del corazón es que sean santos y así lo pido ante el Santísimo. Obviamente que si en su momento tenemos dinero para darle una buena formación, sería genial, y no dudo que el Padre lo quiera así. Al mismo tiempo confío que el Padre le seguirá enviando buenos trabajos a Carlos, y en su momento también el Padre nos mostrará el mejor camino para la formación de nuestros hijos. Vuelvo a decirle que me llena de alegría ser madre porque es hacer la voluntad del Padre, es darle un hijo al Padre Celestial, ¡un adorador! Es algo que nace naturalmente, sin esfuerzos, nace del corazón de Hija. De mi corazón de hija, nace naturalmente que mi hijo quiera a mis padres. De mi corazón de Hija del Padre, nace el deseo profundo de que mi hijo ame a Dios Padre. Y que desde ahora su corazoncito se vaya configurando con el de Jesús. Deseo que también nació desde cuando éramos novios. Con Carlos rezábamos ante el santísimo al terminar la misa y pedíamos una descendencia santa. Desde bebés, en esa comunicación que se da de espíritu a espíritu, de bautizado a bautizado, de mamá a hijo, lo vamos educando, según la gracia que se nos otorga y que somos capaces de recibir, para que vivan como adoradores. Por lo menos ese es el deseo profundo. Y vuelvo al principio: “el deseo es una promesa”, porque es de admirar la relación que tiene un bebé con las imágenes de las divinas personas desde que nace. Al comentarle esto a una amiga, me confirmaba que con sus niños le sucede lo mismo Es un tiempo que está lleno de gracias también para los padres. Nunca había descubierto la hermosura, la belleza de las palabras del Ave María y la hermosa melodía que nace al pronunciárselas a mi bebé, mirándolo a los ojitos que se le llenan de brillo como repuesta a los míos Cuando el bebé se despierta, después de mimarlo un ratito, me gusta dejarlo un tiempo solito, y en silencio, para que vaya creando su espacio interior. Porque pienso que cuando sea más grandecito, el encuentro con su Padre del Cielo, solamente se va a producir en el silencio de su vida interior. Y es allí también donde va a apreciar y juzgar toda belleza y toda verdad Querido Padre, no sé lo que piensa de todo lo que escribí, es lo que está en mi corazón de Hija y de madre. En todo esto reconozco la enorme... enorme misericordia del Padre que me ha sacado de situaciones donde hubiera muerto en el pecado y me ha preservado para él, como madre y esposa. Al releer me doy cuenta de todas las gracias recibidas, y que frente a los problemas, angustias, cansancios, dolores, tentaciones, etc. etc. que sufro, en el fondo siempre está la certeza de la presencia del Padre, causa también de alegría y paz. Bendíganos Su hija espiritual, María -----------------------1 María perdió el primer embarazo y en este momento gestaba una niña que nació ya. 6.- Marta: Carta al esposo que se fue

Libro El buen amor en el matrimonio. Horacio Bojorge

Por: Horacio Bojorge | Fuente: Catholic.net

Retrato de un mal amor: nunca supo ser padre y esposo Son muy iluminadores los diagnósticos que hace Marta acerca de los síntomas que le hacían temer este desenlace casi desde los comienzos de la relación, ya desde el noviazgo. También reconoce en sí misma que se auto engañó. No quiso verlos. Creyó que fueran signos pasajeros. Que el tiempo iba a traer la sanación. Pero el tiempo demostró que eran verdaderas fallas en los cimientos mismos de la relación, defectos personales de Roberto, que lejos de sanarse se fueron agravando. Así Marta describe el origen y las causas de una situación que ahora ella viene a entender, en toda su gravedad, y en su verdadera naturaleza incurable, desde las raíces del mal. Gracias, Marta, por permitirme publicar y así dar a conocer esta carta. Puede ayudar a muchas Martas a no engañarse con los males de los Robertos. A muchas novias, a advertir a tiempo y a tomar en serio los síntomas. Hay que reconocer, para comprender a los Robertos, que la cultura actual no los prepara para asumir sus roles de esposo y padre, sino que los deja a merced de sus pasiones que ellos confunden con amor, pensando luego, cuando su pasión se apaga que “ya no te quiero más”. No, Roberto, “ya no te deseo más”. Los subtítulos los he puesto yo. La carta Roberto: Sin culpas ni reproches, sin exigir que vuelvas. Quisiera reflexionar contigo juntos, pero ya que te niegas, lo hago de esta manera. Necesito hacerlo. Por la salud mental de todos: tuya, de nuestros niños y la mía. Simplemente te manifiesto, todo lo que en estas largas dieciséis madrugadas desde que te fuiste, pude reflexionar a solas. Quisiera encontrar el por qué de esta situación, que “culminó”, con el arreglo de esta casa. Pero que, a mi sentir, comenzó desde el vamos, desde que nos ennoviamos. Sabíamos los dos que éramos como el agua y el aceite. Pensá, si tenés tiempo, desde veintidós años atrás, más de la mitad de lo vivido. Lo que pasa, es que yo pensé que el amor, que todo lo puede y para él nada es imposible, nos iba a cambiar, a modelar el uno para el otro, sin someter a nadie. Los síntomas no tenidos suficientemente en cuenta

Se me vienen a la mente esas palabras que frecuentemente me has manifestado a lo largo de casi 14 años. Y pienso que son la clave de lo que está pasando. -- “Yo, si no me hubiera casado, viviría como un rey; con la mitad del que trabajo, me sobraría para hacer lo que quisiera; vivir viajando y darme todos los gustos y no tener que preocuparme por nada”. O esta otra que también es muy frecuente: -- “Si un día nos separamos o me pasa algo, vendé esta casa, hacé tal o cual cosa, preguntale a Daniel cómo manejarte”. “Si me muero, tenés el seguro de vida por cien mil dólares”. Cada vez que las repito, se me hace más clara y evidente la idea tuya de querer estar solo, la nostalgia de estar soltero y vivir libre. -- “Si un día nos divorciamos, ni loco me vuelvo a casar, me quedo a vivir solo, sin problemas, me dedico a viajar”. Respuestas que no lograron sanar el mal ¿Te las acordás? ¡Son tan tuyas que no te puedo recordar sin esas frases, y sólo pensar mis respuestas de siempre, me da angustia!: -- “Roberto, si no te hubieras casado, no tendrías a los nenes, no estaríamos juntos, igual también podemos viajar” -- “Roberto, ¿por qué traés el tema del divorcio sin ningún motivo, no sé por qué me lo repetís casi cada vez que salimos los viernes, que es el único día que tenemos para charlar tranquilos y estar solos?” -- “Roberto: ¿Por qué te preocupa el tema del divorcio, o lo que hagas o dejes de hacer si te divorcias, a mí no me pasa por la mente esa idea, de eso estoy segura” -- “¿Por qué andás pensando para cuando te mueras? Y ahora mismo te lo pregunta una vez más: ¿Por qué en los viajes que hacíamos solos al balneario, o al interior, a la ciudad de tu familia, o a la de la mía, siempre volvías con el tema de la separación, de dejarme, siempre ¿preparándome? Abriendo los ojos a la realidad: reconociendo errores pasados y marcando la diferencia de visiones de la vida Ahora pienso y repienso acerca de lo nuestro, de mi porvenir (separándolo del porvenir de los nenes, que por supuesto está ligado al mío) pero que ahora, me toca pensar en mí, cosa que siempre la relegué por la armonía del hogar, para agradar a los demás y cuando quise reclamar algo de mis merecidos derechos ya era tarde, le molestó a los demás. Quisiera expresarte que ¡no es la seguridad de tener los bienes lo que me hizo cambiar! No son los bienes materiales lo más importante para mí, esos bienes son de toda mi familia, para disfrutarlos todos juntos, siempre lo sentí así aunque a ti te parezca que no. Primero porque hace muchos años que los tengo y yo, el cambio, lo vengo sintiendo necesario desde hace dos o tres años atrás. Desde que tanto te ocuparon los negocios y tus cargos de tanta responsabilidad (merecidos por otra parte) que te olvidaste (sin querer) de casa, de lo único que no te da dinero “cash” pero sí da otro más importante: la razón de existir; la sal de la vida; el alimento del espíritu para ser feliz. La renta de ese dinero (sembrado con amor en la familia) es el único que el día de la muerte nos vamos a llevar y a la vez vamos a dejar en el recuerdo de nuestros hijos Pero para eso, hay que sembrar; regar, de lo contrario no vamos a cosechar. Es el mejor seguro de vida que podemos dejar a la familia. Por eso siempre te dije, cuando luego de un problema venías con un regalo o me decías que nunca me faltó el dinero, sí, es verdad que

nunca me faltaron los pesos. No era dinero y regalos lo que necesité siempre de ti. Era comprensión, respeto (porque tengo derecho a eso), demostración de afecto (porque hace mucho, mucho tiempo que no sé casi lo que son de tu parte, las demostraciones de afecto). Era el dinero del amor; del afecto; del alma, el que alimenta el espíritu, ése es el que necesité de ti. Es ése dinero que se siembra a lo largo del tiempo de cariño y que se cosecha durante toda nuestra vida y nos mantiene vivos en el recuerdo de nuestros hijos y sigue dando sus frutos aún después de la muerte. Eso es lo que yo siempre quise dejar. Desde que fui madre, nunca más pensé para mí sola, ni soñé por mí, ni dormí un sueño corrido sin tener que despertarme para amamantar (con amor) o para tapar a alguna o para simplemente darles un beso, mientras están dormidos. Por querer poner a nuestras hijas lindas, para llevarlas a pasear, las vestía primero que yo; por acordarme de lo de los demás; por cambiar un pañal a último momento, tardaba en quedar pronta para salir y tú te fastidiabas. Por eso fui la última cada vez que salíamos, cosa que siempre me lo reprochaste [¡siempre sos la última en salir!] y con dolor me tuve que callar tantas veces, por la paz del hogar, aún sabiendo de la injusticia (¡doble dolor!). Pero de un tiempo a esta parte lo empecé a reclamar. No reclamé nada que no me correspondiera, no le quise quitar nada a nadie; simplemente reclamé ¡mi tiempo! el que todos tenemos derecho a tener. Yo también quería salir arreglada, para agradarte a ti; para sentirme bien. A ti ¿quién te medía el tiempo que necesitaste?... ¡A mí sí! ¡Y siempre, durante estos años! La falta de conciencia de padre: Para ser padre hay que estar preparado ¡Yo estoy viva! por eso lo necesito. Necesito mi tiempo. Y por más cosas que tenga que hacer ¡me lo voy a tomar! Yo pienso que los hijos no son sólo de la madre, son de los dos. ¿Cuántas veces cambiaste un pañal? ¿Cuántas veces diste una mamadera? ¿Cuántas veces te levantaste de noche por oír llorar a alguno? ¿Cuántas veces acunaste a uno para que se durmiera o para taparlo bien? ¿Cuántas veces te levantaste de noche porque alguno no se sentía bien? ¿Cuántas veces diste un remedio? ¿Cuántas veces llamaste al médico o llevaste a uno al oculista o al dentista? Tantas veces yo tenía varias de esas cosas a la misma hora y no sabía qué hacer, porque no podía contar contigo. ¿Cuántas veces supiste hacerte el tiempo para estar con tus hijos, para charlar con tus hijas? Todo lo que tengo eres tú y nuestros hijos y nada más, y no podía contar contigo. Gracias a Dios que me dio fuerzas suficientes para poderlo lograr. ¡Ésa, para mí, es mi siembra! ¡Roberto! no es sólo es mirar que no les falte el dinero; no todo son los chiches; no son sólo los viajes; las idas al parque; no son los besos sonriendo porque recién llegas y por algún motivo te tenés que ir enseguida. No creas que te lo reprocho, no soy yo quien te lo va a reprochar. Son tus hijos, son tus hijas (como en su momento yo se lo reproche a mis padres). A pesar de que sos un padre muy cariñoso, que los querés mucho y ellos a ti también, pienso que cada uno siembra a su manera, pero que debemos pensar que el tiempo pasa y se pasa la época de sembrar. Ya después no nos van a necesitar tanto como en sus primeros años, hasta la adolescencia. Ahora nos necesitan más que nunca, el mayor tiempo posible. Por todo esto es que saco la conclusión que ¡para ser padre hay que estar preparado, lo mismo que para convivir con amor y armonía en familia! La huída: “Te dejé de querer”

Si todos los problemas de una familia se resolvieran con irse, los hoteles no tendrían lugar. Cuando me casé, pienso que sabía de las grandes responsabilidades que me deparaba el casamiento. Pero también sabía lo que quería, y el amor por mi familia y la Fe, me ayudaron a vencer el miedo a lo nuevo que me esperaba. No es culpa de nadie el no sentirse preparado para afrontar tantas responsabilidades (y más las tuyas que eran muchas) que comprendo que te hayan sobrepasado. Si bien me dijiste clara y repetidas veces, que “me habías dejado de querer”, “que para ti yo había muerto; que conmigo nada”. Yo respeto tu decisión, pero aún sostengo lo que te dije, que “no se deja de querer de un día para otro” a pesar de que los problemas sean muy grandes. Pero cada uno es dueño de su universo y de su corazón… Pienso que quizás haga ya mucho tiempo que me hayas dejado de querer. ¡Lástima no haberlo dicho antes! Te pido disculpas como cristiana, por si en muchas cosas te ofendí; por si te hice gastar lo que no podías; por si muchas veces no te entendí, no te comprendí. No fue por egoísmo y mala fe. Para entenderse tiene que haber diálogo, comunicación, amor grande. Y entre nosotros ¿te parece que fue posible? Todos tenemos nuestros defectos pero, a veces, nos cuesta reconocerlos. ¡Qué lástima que si no me querías, no me lo dijiste antes! Con razón hace tiempo que te noto tan distante. Pienso, preocupada, que cuanto más pasa el tiempo, peor es la situación, no sólo para nuestros hijos, que tanto quieres y te quieren, sino para los dos. Quiero expresarte de corazón, porque no puedo mentir ¡yo sí te quiero todavía y no te he dejado de querer aún! A pesar de sentirme dolida y abandonada y de que ¡quiero seguir viva! Por mí y por los nenes que nos necesitan (aunque yo no pueda darles de mi parte lo material, que tú sí, les podés dar en este momento). ¡Quiero vivir feliz y en paz! Marta 7.- Ester: Descubrí que mi esposo me era infiel Libro El buen amor en el matrimonio. Horacio Bojorge

Por: Horacio Bojorge | Fuente: Catholic.net

"Dios es testigo entre tú y la esposa de tu juventud, a la que tú traicionaste, siendo así que era tu compañera, la mujer con la que te habías comprometido. ¿No los ha hecho un solo ser, dotado de carne y espíritu? Y este uno ¿qué busca? ¡Una posteridad dada por Dios! Guardad, pues, vuestro espíritu; no traiciones a la esposa de tu juventud. Pues yo odio el repudio, dice el Dios de Israel,

Guardad, pues, vuestro espíritu y no cometáis tal traición. (Malaquías 2, 14-16) Me haré presente para juzgaros, y seré un testigo expeditivo contra los hechiceros y los adúlteros (Malaquías 3,5) 1. Estimado Padre, le escribo desde Puerto Rico. Ruego a Dios que Ud. pueda ayudarme y que a través de sus palabras Jesús sane mis heridas. Tengo 48 años y soy madre de cinco hijos. Con mi esposo siempre vivimos en la Fe, educando a nuestros hijos según la doctrina de Cristo. Tuvimos una participación activa en la Iglesia como catequistas, misioneros, ministros de la eucaristía etcétera. Sinceramente Padre, yo creía que nuestro matrimonio, más allá de las crisis o conflictos comunes de este mundo... era sano y puro... ¡pero no!... me equivoqué. Hace unos meses descubrí que mi esposo me era infiel... que tenía una relación con otra mujer desde hacía unos dos años aproximadamente. Todo coincide con un cambio en su carácter y personalidad y… - un año antes de esto - con mi enfermedad de cáncer de mama, dos operaciones, quimioterapia, rayos etc., etc. Mi mundo se cayó, se vino abajo. Estoy destruida y no encuentro consuelo. Lo que era seguro y estable ya no lo es... Para mí, mi esposo era " intachable" y ahora la desconfianza me tortura. Yo decidí perdonarlo pero el dolor es "tan grande" que hay días que le pido a Jesús que pronto muy pronto me lleve a su lado... así no quiero vivir... Él dice estar arrepentido e intenta cambiar algunas actitudes... y yo sólo deseo estar bien con él y amarlo... pero cuando llega tarde del trabajo, se encierra en el baño con el celular o recibe mensajes y me dice que era equivocado... todo lo que intentamos reconstruir se cae de nuevo...y comienzan las discusiones. Le ruego Padre que rece... para que Jesús sane nuestras heridas y restaure nuestro matrimonio. Espero pueda tener un tiempito y ayudarme para superar esto. ¡Que Dios lo bendiga! Ester Mi respuesta 2. Querida Ester: Primero: lo sucedido últimamente no debe invalidar a tus ojos la historia vivida con tu esposo en la gracia y en la Iglesia. Tú dices "Yo creía que nuestro matrimonio era sano y puro.... pero no... me equivoqué". No digas eso. No te equivocaste. Fue bueno y fue lo que fue, por gracia de Dios. No niegues la obra de Dios ni su autenticidad en la historia de tu matrimonio. Ha llegado una hora de prueba, pero eso no debe invalidar a tus ojos el valor de lo vivido y construido juntos con la gracia matrimonial. Te equivocas si piensas que te equivocaste. Segundo: quizás hubo una falsa seguridad por ignorar las consecuencias del pecado original. Como previene San Pablo: "el que está de pie tenga cuidado no sea que caiga"1. Y esa falsa seguridad se tiene cuando no se advierte que el bien presente no es un hecho natural, sino un milagro de gracia. Que es como ir caminando sobre las aguas.

No hay que sorprenderse de que en un momento uno empiece a hundirse. Así es en un piadoso matrimonio como el tuyo. Si uno no tenía en vista el peligro y el milagro de la preservación durante tantos años felices y santos, se sorprende y desanima cuando el Señor permite esta prueba. Pero, como toda prueba, Él la permite en Su bondad, para enseñarnos y purificarnos. Ambos tenían todavía mucho que aprender y no era bueno que no lo advirtieran. La prueba de tu enfermedad fue para tu esposo una gran prueba, también inesperada por ambos. Y fue ocasión de que afloraran las impurezas de su debilidad para sufrir y sufrir por ti, de las incrustaciones de egoísmo que había todavía en el amor que el Señor había puesto por ti en su corazón. Son las consecuencias de las penas del pecado original y también de sus pecados propios o de la debilidad de su virtud; de sus debilidades para seguir luchando sin tu apoyo. Lo natural no es la gracia. Lo natural es la debilidad y el pecado. Por tu enfermedad te debilitaste tú, que eras su centinela, y el enemigo tomó a tu esposo por asalto. Se abrió brecha en tu muralla y le asaltaron la ciudad. Tercero: comprendo tu sufrimiento de mujer y esposa. Pero también entiendo la debilidad de ese varón tu esposo, ante el embate de la carne el demonio y el mundo. No puedo repetirte aquí lo que he expuesto más extensamente en mis libros. Por ahora te mando como archivos adjuntos dos capítulos de mi libro "La Casa sobre Roca"2. Es una apretada síntesis de lo que expongo en el otro libro "¿Que le pasó a nuestro amor? respuestas divinas a preguntas humanas"3. Después que leas esos dos capítulos, puedo enviarte algunos del segundo libro4, donde explico más extensamente y fundamento bíblica y teológicamente lo que expuse en La Casa sobre Roca. No te desanimes. Lucha con la gracia para que el Señor te ayude a no volverte sobre ti misma a pesar de tu enfermedad y la infidelidad de tu esposo. Es algo sobrehumano. Lo sé. Pero para Dios nada es imposible. Y tú tienes la garantía de su auxilio, porque eres ministro de Dios en el sacramento del matrimonio para salvar a tu esposo. No. Esto no es el fin. Este es el comienzo de tu tarea de salvarlo. Y Dios está de tu parte y lo salvarás de sí mismo, de su lujuria y de las garras de esa agente de Satanás que lo embruja para perderlo. "Cuando soy débil, entonces soy fuerte - dice San Pablo - porque entonces se agiganta en mí la fuerza de Dios". En tu debilidad de mujer enferma y afligida, brillará el poder de Dios a través del ministerio de la esposa. Para que nadie se gloríe sino en la cruz de Cristo. Y no podrás dudar de que no has sido tú la que obró, sino Dios en tu debilidad. Padre Horacio 3. Antes de que Ester me respondiera la envié lo siguiente: Ester: Acaba de llegarme uno de esos mensajes que te mandan en cadena. Y me hizo acordar de ti. Te lo mando. No para que lo imites, sino para que lo medites. Algo te dirá el Señor cuando lo leas. LA VERDAD DEL MATRIMONIO, ALGO INEXPLICABLE Lean hasta el final esta historia. Contiene un mensaje muy bello. Nunca pierdan la chispa que los unió ni pierdan esos pequeños detalles. Para todos los casados, solteros y próximos a casarse.

Espero les agrade y lo tomen en cuenta HISTORIA SOBRE DE UN MATRIMONIO Cuando llegué a casa esa noche mientras mi esposa servía la cena, la tomé de la mano y le dije: tengo algo que decirte. Ella sólo se sentó a comer en silencio. Yo podía observar el dolor en sus ojos. De pronto ya no sabía cómo abrir mi boca. Pero tenía que decirle lo que pensaba. - Quiero el divorcio......le dije lo más suave que pude. Mis palabras parecieron no molestarle. Al contrario, muy tranquilamente me preguntó: - ¿Por qué? Evité su pregunta con mi silencio, esto la hizo enfurecer. Tiró los utensilios y me gritó, - ¡no pareces hombre! Esa noche, ya no hablamos más. Ella lloraba en silencio. Yo sabía que quería saber qué le había pasado a nuestro matrimonio. Pero yo no hubiera podido darle una respuesta satisfactoria. Mi corazón ahora le pertenecía a Eloísa. Yo ya no la amaba, sólo me daba lástima. Con un gran sentido de culpa, redacté un acuerdo de divorcio en el que le daba nuestra casa, nuestro auto y un 30% de las acciones de mi empresa. Después de leerlo ella lo rompió en pedazos. La mujer que había estado tantos años de su vida conmigo ahora era una extraña. Me sentí mal por todo ese tiempo y energía que desperdició conmigo. Todo eso que yo nunca le podría reponer. Pero ahora ya no había marcha atrás, yo amaba a Eloísa. Por fin mi esposa soltó el llanto frente a mí, eso era lo que yo esperaba desde el principio. Verla llorar me tranquilizaba un poco, ya que la idea del divorcio que me preocupaba tanto ahora era más clara que nunca. Al día siguiente, llegué a casa muy tarde y ella estaba en la mesa escribiendo algo. Yo no había cenado, había pasado un día muy intenso con Eloísa y tenía más sueño que hambre y mejor me retiré a dormir. Desperté en la madrugada, ella todavía estaba escribiendo. La verdad no me importó y sólo me acomodé de nuevo en cama y seguí durmiendo. En la mañana me presentó sus condiciones para aceptar divorciarse: No quería nada de mí, pero necesitaba un mes antes de firmar el divorcio, me pidió que en ese mes tratáramos de vivir una vida lo más normal posible. Sus razones eran simples: nuestro hijo tenía unos exámenes muy importantes en este mes y no lo quería mortificar con la noticia del matrimonio frustrado de sus padres. Esto era algo en lo que yo también estaba de acuerdo. Pero había más, me pidió que me acordara como la cargué el día de nuestra boda. Quería que cada día de este mes, la cargara de nuestro cuarto hasta la puerta de la casa....... pensé que se estaba volviendo loca. Pero decidí aceptar este raro requisito con tal de que este mes pasara sin más peleas o malos momentos. Le comenté a Eloísa de las condiciones que puso mi esposa... se rió bastante y pensó que era muy absurdo. Dijo en tono burlón: no importa los trucos que se invente, tiene que aceptar la realidad: que se van a divorciar. Desde que le expresé mis intenciones de divorcio mi esposa y yo no teníamos ningún contacto íntimo. El primer día que la cargué se me hizo un poco difícil. Nuestro hijo nos vio y aplaudió de felicidad al vernos y dijo, papá me da gusto que quieras mucho a mi mama. Sus palabras me causaron un poco de dolor. Desde nuestra habitación hasta la puerta de enfrente caminé como diez metros con ella en mis brazos. Ella cerró sus ojos y me dijo al oído que no le dijera al niño

del divorcio. Me sentí muy incómodo, la bajé y ella caminó a tomar el autobús para ir a trabajar. Yo manejé solo a mi trabajo. El segundo día fue un poco más fácil. Ella se recargó ligeramente en mi pecho. Podía oler la fragancia de su blusa. Me di cuenta que desde hace tiempo no le había puesto mucha atención a esta mujer. Me di cuenta que ya no era tan joven, había un poco de arrugas en su cara, su pelo ya mostraba canas. Ése era el precio de nuestro matrimonio. Por un minuto me pregunté que si yo era el responsable de esto. Al cuarto día, cuando la cargué sentí que regresaba un poco de intimidad. Esta era la mujer que me había dado diez años de su vida. El quinto y sexto día, me di cuenta de que el sentimiento crecía otra vez. No le platiqué nada de esto a Eloísa. Conforme los días pasaban se me hacía más fácil cargarla. Quizás el ejercicio de hacerlo me estaba haciendo más fuerte. Una mañana la vi que estaba buscando un vestido para ponerse, pero no encontraba nada que le quedara bien. Sólo suspiró y dijo, todos mis vestidos me quedan grandes. Es ahí donde me di cuenta que por eso se me hacía muy fácil cargarla. Estaba perdiendo mucho peso, estaba muy pero muy delgada. De repente entendí la razón......estaba sumergida en tanto dolor y amargura en su corazón. Inconscientemente le toqué la frente. Nuestro hijo entró en ese momento y dijo, Papa es tiempo de que cargues a mama. El ver a su papa cargar a su mamá todos los días se le había hecho costumbre. Mi esposa le dio un fuerte abrazo. Yo mejor miré hacia otro lado por temor a que esta conmovedora imagen me hiciera cambiar de planes. Entonces la cargué, y empecé a caminar hacia la puerta, su mano acarició mi cuello, y yo la apreté fuerte con mis brazos, justo como el día que nos casamos. Pero su estado físico me causó tristeza. En el último día, cuando la cargué sentí que no me podía ni mover. Nuestro hijo ya se había ido a la escuela. La abracé fuerte y le dije, nunca me di cuenta que a nuestra vida le hacía falta algo así. Me fui a trabajar.....salté fuera de mi auto sin poner llave a la puerta. Temía que en cualquier momento pudiera cambiar de opinión... subí las escaleras. Eloísa abrió la puerta y le dije - Lo siento mucho pero ya no me voy a divorciar. No podía creer lo que le estaba diciendo, hasta me tocó la frente y me pregunto si tenía fiebre. Quité su mano de mi frente y le dije de nuevo: Lo siento Eloísa, ya no me voy a divorciar. Mi matrimonio era muy aburrido porque ni ella ni yo supimos apreciar los pequeños detalles de nuestras vidas. No porque ya no nos amaramos. Ahora me doy cuenta que cuando nos casamos y la cargué por primera vez esa responsabilidad es mía hasta que la muerte nos separe. Eloísa en este momento salió del shock y me dio una fuerte bofetada, y llorando cerró su puerta. Corriendo bajé las escaleras y me fui de ahí. Paré en una florería, ordené un bonito ramo para mi esposa. La chica me preguntó qué le ponía a la tarjeta. Sonreí y escribí, "Siempre te llevaré en mis brazos hasta que la muerte nos separe" Esa noche cuando llegué a casa, con las flores en mis manos y una sonrisa en mi cara, subí a nuestro cuarto... sólo para encontrar a mi esposa en su cama... estaba muerta. Los pequeños detalles es lo que de verdad importa en una relación. No la mansión, el carro, propiedades o dinero en el banco. Estos crean un falso sentido de felicidad que no lo es todo.

Mejor encuentra tiempo para ser el amigo de tu esposo o esposa, y tómense todo el tiempo necesario con esos pequeños detalles que hacen la diferencia. Que tengan un feliz matrimonio. Padre Horacio 2. De Ester 4. Hola Padre!!! ¿Cómo está? Espero que bien... Le escribo nuevamente en primer lugar para agradecerle sus palabras y todo el material que me envió.... y para contarle cómo van las cosas... Esta historia: " La verdad del matrimonio, algo inexplicable"... me hizo pensar mucho... y como usted dice... Dios me mostró muchas cosas... Empecé a hacer un esfuerzo muy grande para mejorar yo en primer lugar... tratando de dominar mis pensamientos y sentimientos negativos....y volver ¡a las pequeñas cosas y actitudes que nos hacían tan felices! Pequeños detalles, gestos, palabras, comidas, paseos, más tiempo juntos, etcétera .... No fue... ni es sencillo... pero vale la pena... mi esposo está mucho mejor... lo noto feliz, distendido, más atento y amoroso conmigo y los chicos. Hablamos mucho y hacemos proyectos. Volvimos a participar juntos de las misas y otras reuniones de la iglesia... Yo sigo luchando conmigo misma... internamente... sin que él se entere... para superar mi dolor, mis miedos, mi desconfianza, y el asombro que todavía me provoca pensar en lo que nos pasó... Hace unos 10 días comencé a ir todos los días un rato frente al Santísimo para rogarle a Jesús que sane mis heridas y restaure nuestro matrimonio. ¡Sé que vamos a superar esto con la Gracia de Dios! Cada día estoy más fortalecida y siento paz... Yo lo autorizo a subir el testimonio al blog, pero sin detalles que sirvan para identificarnos. Más que nada es para preservar a nuestros hijos y a mi madre (que no sabe nada). Espero que sirva a otras mujeres. ¡Dígales que tienen que luchar por salvar su matrimonio como sea! Que aunque el dolor y " la rabia" por la traición es muy grande... hay que intentar vencerla... con la Gracia de Dios y por amor a Dios... y para cumplir lo que Él nos pide: "Que el hombre no separe lo que Dios ha unido". Desde que me pasó esto puedo entender cuánto se sufre... cuánto deben sufrir las mujeres con hijos pequeñitos... las que son abandonadas etcétera. .. y rezo y por ellas y por mí . Y recuerde por favor rezar siempre por mi matrimonio. Que Dios lo bendiga y lo colme de Su Gracia para que siga ayudando a muchos matrimonios como nos ayudó a nosotros ! Por favor, siga rezando por Felipe y por mí ¡Hasta pronto! Ester Muchos meses después le escribí a Ester para saber cómo iban las cosas y me contestó para mi alegría lo siguiente: 4. De Ester ¡Hola Padre! ¡Gracias por acordarse siempre de nosotros! ¡De salud estoy muy bien Gracias a Dios! ¡Y la salud del matrimonio mejorando cada día con la Gracia de Dios! Dios hace nuevas todas las cosas... estamos redescubriendo nuestro amor... y poniendo lo mejor de cada uno de nosotros para darnos cuenta lo que nos hace bien y lo que necesitamos el uno del otro. Reconozco que a veces me agarra " la locura de la desconfianza"... pero hacemos el chiste del exorcismo: "salí... salí... salí... Satanás de mi esposa " y nos reímos.... Hemos vuelto a participar de actividades parroquiales en común como lo hacíamos hace unos años... ¡y eso nos hace mucho bien! ¡Le mando todo mi afecto! ¡Que Dios lo bendiga!

Ester -----------------------1 1ª Corintios 10, 12 2 Editorial Lumen, Buenos Aires 2005. Le envié la segunda parte, fichas 6 y 7, páginas 81 a 98 3 Editorial Lumen, Buenos Aires 2010. 4 Le envié los capítulos 3º al 10º 8.- Santa Mónica: Cómo tratar con un esposo difícil Libro El buen amor en el matrimonio. Horacio Bojorge

Por: Horacio Bojorge | Fuente: Catholic.net

San Agustín narra en sus confesiones la vida de su madre, santa Mónica y dentro de ella cuenta cómo trataba con Patricio, su marido. Teniendo en cuenta la diferencia de la cultura matrimonial en la Roma pagana de aquellos tiempos y la nuestra, es un modelo de sabiduría de la mujer cristiana en su trato matrimonial que puede inspirar y orientar a la hija de Dios casada con un no creyente1. Cuenta san Agustín: “Siendo, pues, criada mi madre con honestidad y templanza, y hecha por Vos obediente a sus padres, más que hecha por ellos obediente a Vos, luego que cumplió la edad que se requiere para el matrimonio, obedecía y servía al marido que le dieron sus padres, como a su señor: puso gran cuidado en ganarle para Vos, proponiéndole y explicándole vuestro ser y perfecciones, no tanto con sus palabras como con sus costumbres, por las cuales la hicisteis tan hermosa y amable a su marido, que al mismo tiempo le causaba respeto y admiración. Pero ella toleró de tal suerte las injurias de sus infidelidades, que jamás tuvo por esto la menor desazón con su marido, porque esperaba que vuestra misericordia había de concederle primeramente la fe y después la castidad conyugal. Además de esto, era mi padre por una parte muy benigno y amoroso, por otra muy iracundo y colérico; cuando ella le veía enojado, tenía la advertencia de no contradecirle ni de obra ni de palabra; después, cuando la ocasión le parecía oportuna, y pasado aquel enojo le veía ya sosegado, entonces le informaba bien del hecho, si acaso aquel enojo había nacido de su falta de consideración y de no estar bien informado. Así, cuando otras muchas matronas, cuyos maridos eran más pacíficos y tratables, traían sus rostros señalados y afeados con moretones, de los golpes que les daban, en sus conversaciones amigables solían ellas reprender la conducta de sus maridos y mi madre sus lenguas. Les recordaba como por chanza, pero en la realidad con mucho juicio, que desde que se les leyeron

los contratos matrimoniales, debían considerar que se les había leído una obligación con la que habían quedado hechas criadas de sus maridos; que teniendo esto presente, estando en calidad de criadas, no debían engreírse ni ensoberbecerse contra sus señores. Admirándose ellas (que sabían muy bien cuán feroz marido tenía que sufrir) de que jamás se hubiese oído, ni por indicio alguno se hubiese rastreado, que Patricio hubiese puesto las manos en su mujer, ni siquiera un día hubiesen tenido alguna disensión; le preguntaban con familiaridad y confianza la causa de todo esto, y ella les enseñaba la conducta que tenía con su marido, que es la misma que dejo insinuada. Las que tomaban su consejo, le daban las gracias por el bien que habían experimentado; y las que no imitaban su conducta, se veían oprimidas y maltratadas. También a puros obsequios y por medio de una continua paciencia y mansedumbre supo vencer el ánimo de su suegra de tal suerte, que siendo así que antes la tenía muy enojada por los chismes de algunas malas criadas, la suegra misma de su propia voluntad se quejó de ellas a su hijo Patricio, le descubrió cuáles eran las que con sus malas lenguas habían sido causa de que ella estuviese mal con su nuera y de que se hubiese perturbado la paz de su casa, y le pidió que las castigase como correspondía. Así, después que él, ya por dar gusto a su madre, ya por cuidar del buen gobierno de su familia, ya por atender a la paz y concordia de dos personas tan suyas como esposa y madre, castigó a las acusadas a satisfacción de su madre, que las había acusado; dijo esta misma a todas las criadas que aquéllos eran los premios que de allí en adelante debía esperar de su mano cualquiera que, juzgando que le agradaba, le fuese a contar algo de su nuera. Y no atreviéndose ya ninguna de ellas a ejecutar tal cosa, vivieron las dos con benevolencia y unión de corazones tan gustosa como memorable. También Vos, misericordiosísimo Dios y Señor mío, habíais dado a aquella tan buena sierva vuestra, en cuyas entrañas me creasteis, el excelente don de apaciguar luego que podía los ánimos de cualesquiera que estuviesen entre sí reñidos y discordes. Se portaba con tal prudencia, que oyendo de ambas partes todas las quejas, desabrimientos y palabras descompuestas que la enemistad colérica e indigesta suele dictar y proferir, cuando con una amiga presente habla otra de su enemiga ausente en confianza, exhalando por sus bocas la crudeza de sus odios y rencores, nunca descubría a las unas lo que había oído a las otras, sino aquello solamente que podía servir para reunirlas y reconciliarlas. Este don me parecería pequeño si yo mismo no hubiera experimentado con sentimiento de mi alma lo que practican en esta materia innumerables gentes, por haber cundido dilatadísimamente no sé qué horrenda peste de pecados, quienes no solamente acostumbran revelar a los unos airados enemigos lo que los otros enemigos suyos, enojados también, han dicho de ellos, sino que también añaden otras cosas que no han dicho. Debiera ser tan al contrario, que a un hombre que obra conforme a la humanidad habría de parecerle poco el no excitar ni promover las enemistades de los hombres, hablando mal de unos a otros, si además de esto no procuraba también apagarlas enteramente hablando bien a todos. Esto es lo que mi madre practicaba, siguiendo las ocultas instrucciones que Vos, íntimo maestro suyo, le dictabais en la escuela de su corazón. Finalmente, ganó para Vos a su marido, reduciéndole a la fe algún tiempo antes de que él saliese de esta vida mortal. Desde que se hizo fiel, no le dio a mi madre motivos de llorar los malos procederes con que le había dado que sufrir y tolerar antes de serlo. Además de esto, era mi madre una mujer dedicada a servir a todos los que os servían. Cualquiera

de vuestros siervos que la había conocido os alababa, os reverenciaba y os amaba mucho en ella, porque los frutos de santidad de su inculpable vida testificaban que Vos estabais presente en su corazón. Había sido mujer de un solo varón; había cumplido todas las obligaciones que tenía para con sus padres; había gobernado su familia y casa con mucha piedad; y las buenas obras que había hecho daban testimonio de la virtuosa conducta que había tenido. Ella, por sí misma, había criado a sus hijos, sintiendo después por ellos los dolores de parto tantas veces cuantas los veía apartarse de vuestros mandamientos. Últimamente, Señor, ya que por vuestra gracia permitís que os hablemos vuestros siervos, a todos nosotros los que antes del sueño de su muerte vivíamos juntos, y unidos también a Vos, después de recibida la gracia de vuestro Bautismo, de tal suerte nos cuidaba, como si fuera madre de todos; y de tal suerte nos servía, como si cada uno de nosotros fuera su padre. --------------------1 San Agustín, Confesiones LIBRO IX, Capítulo 11 9.- Renata: Motivos de la infidelidad femenina Libro El buen amor en el matrimonio. Horacio Bojorge

Por: Horacio Bojorge | Fuente: Catholic.net

“Ella, que tenía desde niña un hambre insaciable de afecto y de ser amada, padece la rudeza y la lujuria del marido, que le parece crónica e incurable después de tantos años. Es cierto que cayó tres veces bajo el peso de su cruz cuando encontró algún buen amigo que la comprendía. Pero las tres veces se levantó y volvió a cargar su cruz” “Mi vida entonces consiste en llorar amargamente por lo que no puede ser y llorar por lo que debería ser y no es” 1. Escribe Renata: Estimado Padre Horacio: Mi amiga Fidelina me recomendó muchas veces que lo consulte y hoy me decidí. Ella siempre me alienta, Me da fuerzas. Me consuela. Pero yo soy una rebelde y una eterna desconforme. ¿Qué más quiero de la vida? Me casé y tengo cuatro hijos maravillosos, tengo un trabajo, tengo mi casa, mis amigos y tengo a Dios

Pero... algo me falta... falta algo que me llene... y creo que es el amor de mi esposo. O tal vez no es su amor sino la forma, la manera, el modo en que me lo da. Yo necesito mucho, mucho afecto y lo necesito en forma de ternura. Muchas veces me pongo a pensar "hacia atrás" el porqué de esa necesidad tan grande de cariño, De demostración de afecto, ese "hambre" que siento. Mis padres eran muy buenos; papá era un católico hecho y derecho, muy metido en las cosas de la Iglesia y así crió a sus siete hijos. De hecho uno de ellos es sacerdote... pero ahora dejó y con dispensa, lo que entristeció mucho a mi padre y eso junto a la muerte de mi hermano mayor con 30 y pocos años lo llevó a no querer vivir más y se dejó morir. Mi mamá siempre ocupada con las tareas de una casa donde hay tantos chicos... yo soy la cuarta hija. Creo que me crié muy sola, en medio de varones y con una gran falta de alguien que se preocupara por mí. En casa no éramos de abrazarnos ni de darnos demasiadas muestras de cariño, pero igual siempre nos llevamos bien. Al punto que cuando faltó mi mamá no hubo ningún tipo de problemas legales en cuanto a la herencia. Fui criada bastante reprimida pues mi papá no quería dejarme salir a ningún lado, ni a bailes, ni a reuniones, etc. No obstante me puse de novia con un amigo de mi hermano que iba a casa y estuvimos bien hasta que él se fue a estudiar. Eso fue difícil para mí. Alguien que me daba cariño se iba... Conocí a mi actual esposo y parecía que todo iba bien... ¡Claro! la necesidad de amor se cubría... Pero ¿a qué costo? Nuestro noviazgo fue complicado, Muchas peleas, celos, desconfianza...y violencia. Huí de mi casa y de él, Estuve en del otro lado del Río, en la casa de unas Hermanas religiosas durante un tiempo. Hasta que por medio de mi padre él, mi novio, me mandó llamar. Estaba mal, muy desmejorado, me extrañaba, me pidió perdón... y casamiento. En dos meses todo se concretó. Pero... esa coraza exterior que no cae, esa falta de diálogo, esos malditos celos... nunca nos dejaron en paz. 2. Las tres caídas de Renata: Primera caída Un día reapareció aquel novio que había tenido...y caí. Pero salí adelante, Me reconcilié con Dios, Me aferré a él, perdoné interiormente a mi esposo aunque él nunca me haya pedido a mí perdón por nada y seguí... Segunda caída Pero otra vez caí... conocí a una persona que me daba lo que mi esposo me negaba y saciaba esa hambre de afecto. Pero ¡arriba nuevamente! Le pedí tanto a Dios que me ayudara. La soledad estaba jugándome una mala pasada; y fue ahí, justo, que llegó mi sol ¡mi hija Pierina! y aunque los problemas siguieron yo no estaba sola y ella me daba fuerza para seguir ¡no la iba a dejar sin papá! Porque de verdad que muchas veces pensé en dejarlo. Tantas veces que la situación se volvía insostenible. Pero yo nunca dije nada. Nadie sabía lo que a mí me pasaba o que él me trataba mal. Más tarde todo se complicó más porque quedó sin trabajo y yo con otra criatura y luego otra más y otra más, Tres varones preciosos. Y así llegamos hasta hoy... ya hace casi 20 años que estamos casados pero la soledad que siento es más fuerte todavía. Ahora está otra vez sin trabajo y con menos perspectivas que antes. Tiene miedo de largarse a hacer algo solo. Le desespera no tener dinero, se enoja por todo, me culpa de todo lo malo que

pasa, me ridiculiza, me humilla... Pero ah!!!!! a la hora del sexo debo estar siempre disponible. Si quiero hablar con él, nunca puede porque tiene sus horarios para la televisión, para el trabajo, para...no participa en las cosas de sus hijos, ni en la escuela, la catequesis, los juegos, las salidas. Nunca compartimos salidas, películas, etc. Le molesta que yo vaya a las reuniones de Catequesis, que vaya a tocar la guitarra en las misas o que me encuentre con mis amigas...Le molesta si me maquillo o si me arreglo para salir o si a la salida de la escuela aprovecho y hago algún mandadito y llego más tarde a la casa... No, no me valora para nada, me siento usada. Cuando peleamos salen chispas. Antes me cuidaba por los chicos...ahora no me cuido más y sé que no es bueno. Mis hijos lloran porque me ven mal y empezaron a tratar mal a su padre así que tuve que parar la mano... Tercera caída Pero de nuevo esas ansias de amor. Lo único bueno es que ahora hace mucho tiempo que no tenemos episodios de violencia pero tengo una tristeza tan profunda... Y entretanto todo esto tuve un accidente que me produjo múltiples fracturas. Y aquí viene otra vez mi caída...sí, conocí a una persona que me hizo volver a tener 25 años...alguien que me valora, que me respeta, con quien puedo tener un diálogo y con quien engañé a mi esposo. Mi vida entonces consiste en llorar amargamente por lo que no puede ser y llorar por lo debería ser y no es. Cada día me obligo a pensar en positivo respecto a mi esposo, quiero ver en él todo lo bueno, olvidar lo que me ha dañado y volver a empezar...y cada día él se empeña en lo contrario. Sufro, sufro mucho esta situación, sé que hice mal y me arrepiento pero qué difícil es sacarla de mi corazón y de mi cabeza! Sé que Dios me espera, me tiende su mano, sufre por mí y sé que no tengo derecho a seguir ofendiéndolo! Le pido tanto por mi esposo! Que se abra, que podamos dialogar. Creo que no podría vivir una separación, no puedo pensar una vida sin mi esposo pero al mismo tiempo la vida con él es muy difícil. Tal vez no para él pero sí para mí. Siento que pasan los años y mi vida se va inútilmente, que no logré nada. Ve que soy una inconformista? ¿Está bien desear tener toda la felicidad? ¿Está mal desear el bien para mi esposo? Si puede enviarme una palabra de aliento se lo voy a agradecer. Renata Mi respuesta Estimada Renata: Te habrá explicado Fidelina que estoy a punto de salir de viaje, con la agenda colmada y no puedo ahora contestar tu mail, que exigiría una extensión por lo menos igual. Ahora me arriesgaré a decirte algo que no sé cómo lo vas a tomar. Pero no es un consejo mío. Es una verdad que nos enseña Dios en la Sagrada Escritura. Dios no creó a Adán para Eva. Dios creó a Eva para Adán. Medítalo y el Espíritu Santo y tu Padre celestial te iluminarán. Si la mujer aspira a ser amada, se hace desdichada. cuando se olvida de ser amada y se entrega amando a los demás, olvidada de sí misma, es más fácil que sea feliz. No porque el deseo de ser amada sea malo en sí mismo, pero como el alma de la hija de Eva está herida por el pecado original, ese deseo se hace desmedido y a la vez se estrella contra la herida del pecado original en el varón,

que es la lujuria, la tosquedad del alma, la insensibilidad para la necesidad de su esposa de ser escuchada y atendida, el egoísmo y su lucha con los cardos y espinas. Ya lo dice el Señor cuando le advierte a Eva cuáles serán para ella y para su descendencia, las consecuencias de su desobediencia: “tu deseo irá hacia tu esposo, pero él… te dominará”. O bien pudo agregar otros “peros”: te engañará, te descuidará, no te dará lo que esperas, querrá poseer tu cuerpo descuidando tu alma, se te morirá… Pero aún así, Eva es y sigue siendo para Adán, porque Adán es un ser tomado del polvo de la tierra y que vuelva al polvo: “recuerda que eres polvo y al polvo volverás”. Mientras la mujer es una creatura más espiritual y angélica, que le ha sido dada como un segundo ángel custodio a ese ser tan tosco y desvalido que es el varón. Y es ella la que no debe cansarse de lograr a fuerza de oración y paciencia que su esposo vaya cambiando y entendiendo cómo desea ser tratada, y enseñarle a darle la ternura que él no sabe dar no porque no quiera sino porque no sabe ni puede, y de la que ella debe ser maestra. El varón como hijo de Adán, después del pecado original, tiene que renunciar a su deseo sexual sometiéndolo a las razones del amor a su esposa. Y esto no puede hacerlo sin la ayuda de la gracia que Jesucristo nos da en los sacramentos. Porque, como dice Jesús, si Moisés le dio al varón la posibilidad de repudiar a su mujer, fue solamente porque reconoció “la dureza de su corazón”, herido por el pecado original. Pero Jesús afirma que “no fue así en el principio”. Por eso, aún así, el sueño de Dios, es que la mujer pueda ser feliz teniendo hijos para el esposo, como don de su amor a su esposo. Y si, por el contrario, hoy, la mujer se apodera de los hijos que considera más suyos que de su marido y hasta los pone de enemigos de su padre, es porque también su corazón está desordenado y herido por el despecho de sus aspiraciones insatisfechas a un amor soñado, aspiraciones que a veces son soberbias y desobedientes como las de su madre Eva. Y entiendo por soberbia esa actitud exigente que reclama sí o sí lo que desea, sin pararse a pensar si lo merece, si tiene derecho a exigir en el terreno del amor, lo que es puro don de Dios y gracia inmerecida, o lo que debe y puede ser fruto de un ministerio de esposa, confiado por Cristo más como una tarea y un deber que como un derecho. Ella, la hija de Eva, tiene por delante una pena y un sacrificio mucho más grande y doloroso que el del varón, que es el sacrificio de sus sentimientos y de su deseo de afecto, ternura y delicadeza. Ese deseo natural, bueno en sí, cuando se desordena se convierte a menudo en una exigencia soberbia de lo que en sí mismo es un don que no hay derecho a exigir que nos den. Como dice el Cantar de los cantares, el que quiere “comprar” el amor, se hace despreciable. Y también quien lo mendiga. No te digo nada del que lo exige. Si para el varón la castidad exige el sacrificio de sus apetitos sexuales sometiéndolos a las razones del amor, para la mujer, la castidad es un sacrificio de apetitos espirituales y afectivos que también deben ser sometidos a las razones del amor. Si al varón la lujuria lo despersonaliza por el sexo separado del amor y la ternura, a la mujer, el deseo indominable de atención, afecto y ternura puede despersonalizarla por la separación del amor de sus expresiones sexuales. No te canses de no ser amada como tú desearías serlo y de seguir firme en la fidelidad. El amor no es un sentimiento sino una decisión de la voluntad. En realidad, ese deseo de ser amada a tu

manera es una consecuencia de la pena del pecado de Eva que el demonio aprovecha para llagar la herida y tentarte. Estas heridas disimétricas del pecado original en el varón y la mujer, producen un desencuentro allí donde deberían poder encontrarse y anhelan encontrarse, con un deseo que un terrible equívoco impide realizarse. Jesucristo vino a salvarnos. Por eso vino a salvar nuestros amores heridos. ¿Has probado volverte a María Santísima para pedirle que en tu matrimonio te alcance de su hijo Jesucristo “el vino mejor que viene al final”? Renata, hija querida, estos son principios generales. Yo no puedo aplicarlos a tu caso así no más. Pero pido al Espíritu Santo que te enseñe a aplicarlos inteligente y santamente. Padre Horacio 3. Iluminada por la revelación divina acerca del Buen Amor, Renata ha superado las tentaciones y engaños de la sensibilidad y navega ahora a pesar de las corrientes y mareas, impulsada por el viento del Espíritu Santo que la confirma como ministro del amor divino para su esposo. Ella encuentra en la oración y los sacramentos una fuerza divina para su misión. La santísima Virgen María, a quien invoca con piedad filial, se la alcanza con su intercesión. El perdón de Jesús ha borrado sus culpas y su pasado y el camino de la santidad esponsal se abre ante ella. Ahora ella ha comprendido: "qué cierto es eso de que el amor no es sólo un sentimiento sino un acto de voluntad..." Estimado Padre Horacio: Le agradezco muchísimo sus palabras. Ya estaban muy buenas las que me había dejado hace unos meses atrás, fueron de mucho consuelo y ayuda. Aún "sufro" momentos de indiferencia, falta de atención y comprensión de parte de mi esposo pero qué cierto es eso de que el amor no es un sentimiento sino un acto de voluntad. Yo decidí hace ya un tiempo AMAR a mi esposo, amarlo con todas las consecuencias, como lo prometí una vez y haciendo "uso" de la bendición que Dios nos dio ese día. Rezo mucho, mucho, ofrezco todo por él y le pido siempre a Dios que no lo abandone ni nos abandone. Sé que el Señor lo puso en mi camino y sé que gracias a él estoy creciendo en mi camino espiritual y estoy descubriendo el amor de Dios. Acepto que mi esposo es mi cruz... ¡No! ... Él no. Sino ese mal carácter que tiene, sus celos, su inseguridad. ¿Sabe que dentro de poco cumple 50 años? Le estoy preparando una fiesta sorpresa, él se lo merece. Yo quiero hacerlo feliz, me pone muy triste verlo mal. La Virgen María es mi guía y la que me sostiene en mis momentos tristes. En el momento de la misa que dice: "Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme" yo digo "bastará para sanarlo" y toda la misa la ofrezco por él. En la bendición final lo tengo presente. Sabía usted que yo toco la guitarra en las misas?, no soy una gran concertista pero lo hago de corazón...y a mi esposo no le gusta, siempre me está reprochando que voy a las misas, a veces

hasta 3 ó 4 por fin de semana. Yo le digo que no dejo de cumplir mis obligaciones por ir a misa y además el primer mandamiento dice "amar a Dios sobre todas las cosas" y yo pongo a Dios primero. A veces cuando puedo le hablo de estas cosas, con mucho tacto, sin cargarlo mucho...y lo dejo ahí. Sobre todo por nuestros hijos, ése es otro tema aparte...cuesta criarlos en esta situación pero Dios no me abandona. Gracias Padre por acordarse de mí, estoy segura que también estuvo rezando así como mi queridísima amiga Fidelina que me puso en contacto con usted a quien le debo mucho. Un abrazo en Jesús y María Renata Postdata: Si lo desea tiene mi permiso para publicar aquella cartita que le hice. si le parece que le puede ayudar a alguien. 4. Y meses después Renata me escribió, después de releer su testimonio en el Blog del Buen Amor: Querido padre Horacio: ¡¡Qué bien me hizo volver a leer todo!!! ¡¡¡Qué felicidad siento!!! ¡¡¡¡Realmente Dios está conmigo y cómo lo siento!!!! ¡¡¡Cuántas bendiciones, cuántos cambios, cuántas alegrías!!! ¡¡¡CUANTA PAZ!!! Desde que tomé la DECISIÓN de amar a mi esposo todo cambió...no diré que no hay problemas o recaídas...Pero qué distinto es ahora...Pongo primero el amor, trato de comprender, lo pongo en manos de Dios, le pido que me dé fuerzas, me abandono en sus manos... Me sirvió mucho eso que me dijo Usted de que Eva fue hecha para Adán y lo de que el amor no es un sentimiento sino una decisión. También cobraron mayor sentido las palabras de un librito del Santo Rosario donde dice que María fue dotada con dones a la medida de la misión que debía realizar... y también que cada hijo es un don de Dios para los demás...Y mi marido es un hijo (de mi suegra) que es un don para mí!! Y Dios me dotó a mí de todo lo necesario para cuidarlo, enseñarle...SALVARLO!!! En fin, estoy muy feliz de haber redescubierto todo esto y cada día pasan cosas nuevas. Siento el amor de Dios, siento el Espíritu Santo que me acompaña, siento a Jesús que se deja comer por mí y me fortalece, siento a mi querida Madre que me protege y no me deja caer. Y creo que también todo esto me preparó para una situación muy difícil que me toca vivir y es que mi hermana está sufriendo en su matrimonio pues su esposo le dijo que hace mucho no siente nada por ella y va a dejar la familia, a esto se suma que apareció una señora separada y con dos niños que lo "atrapó" y con quien quiere empezar una nueva vida. Toda mi familia está sufriendo y rezando por él. Le voy a pasar a mi hermana su correo para que se comunique y le pueda contar su problema. Estoy segura que todo va a salir bien. Dios no quiere separar una familia. Mi hermana es muy creyente y practicante y está ofreciendo todo por su esposo a quien ama profundamente. Descarto el hecho de que ya se pondrá usted en oración por esa familia. Muchas gracias Padre Horacio, lo tendré presente en mis oraciones. Un abrazo en Jesús y María Renata 5. Recibí posteriormente otro mail de Renata que me llenó de alegría al ver cómo continúa y

avanza la obra de la gracia divina en el alma de esta mujer. Una gracia que la llena de fortaleza para amar con un amor fiel e invencible ante algunas rudezas hirientes de su esposo. Por el contrario, la gracia divina ilumina su alma para comprender las facetas duras de la vida del varón que a veces la mujer es ciega para ver. Querido Padre Horacio: sus palabras siempre caen en el momento justo. Mi esposo, está como siempre, y sólo por gracia de Dios pude esperar todo este tiempo sin rencor. Hasta comprendí y agradecí a Dios el hecho de que eso pasara porque así pude ofrecer ese dolor que me causaba por una situación familiar de un hermano. Tengo un buen trabajo, soy maestra, tengo mi casa, tengo salud, tengo amigos, ¡TENGO A DIOS! ¿No es así? Dejé de comer postres. Me levantaba muy temprano y ofrecía el rosario diario... pero eso no era suficiente para mí. ¡Qué grande es Dios que me permite entenderlo! Así que sufrí con paciencia sabiendo que lo hacía por mi hermano... y también por mi esposo ¿no? Además estoy decidida a ser sumisa, a callarme un poco esta bocota que tengo que me lleva a los problemas y a darle a mi esposo un poco de protagonismo también. Después de todo ¿qué nos pensamos las mujeres que creemos que nuestros maridos deben idolatrarnos? El otro día pensaba: organizamos todo: la boda, la casa, la ropa que debe ponerse, el lugar de los muebles, la comida, la educación de los hijos, a veces hasta las salidas y diversiones y todavía pretendemos que ellos lleguen el trabajo para escuchar nuestras quejas y nos compadezcan por "tanto trabajo" y tengan tiempo para escucharnos. ¿Y ellos? me pongo en su lugar... ¡por fin! Y digo...ellos también llegan a SU CASA cansados de estar todo el día afuera trabajando por “el peso” y merecen atención, una mujer que no le venga con problemas, un rincón acogedor, palabras amables y cariñosas. ¡¡Tanto tiempo me llevó entenderlo Dios mío! El grupo de catequistas estamos recibiendo formación en discipulado. ¡¡Ay!! cómo me "pega" el Señor!! Siento que me llama, ¡¡A MÍ!! Tan imperfecta, tan limitada, tan pecadora… me llama a la grandeza de un discípulo. Siempre pensé para mí... no quiero saber tanto, o mejor nada...no quiero comprometerme a tanto... quiero hacer lo mío, lo sencillo, lo de todos los días, cumplir mínimamente y ya está. Pero Él tiene otros planes, parece. Y mientras tanto me va moldeando ¿no? Otra vez siento la alegría de la presencia de Dios y me siento más fuerte para afrontar lo que venga. Gracias otra vez Padre Horacio Renata 10.- Angélica: De repente somos dos extraños Libro El buen amor en el matrimonio. Horacio Bojorge

Por: Horacio Bojorge | Fuente: Catholic.net

Padre: Le comento algo que se me aclaró cuando leí su libro ¿Qué le pasó a nuestro amor? Y que me había intrigado toda mi vida hasta que leí la respuesta que Dios da y usted nos transmite. Pero después quiero hacerle una pregunta. Cuando yo era joven y tenía edad para casarme, yo no entendía por qué parejas de mi entorno que decían amarse, siempre discutían. Yo había tomado la decisión de hacer todo lo posible para que a mí eso no me sucediera, (¡Cuánta soberbia! ¿No?). Creía yo que todo se reducía a poner empeño. Dos que se quieren bien deben poder comunicarse bien. Su libro ¿Qué le pasó a nuestro amor? me ha hecho comprender lo que las Sagradas Escrituras nos dicen en muchas de sus partes: que Quien da y hace crecer el amor es Dios. Quien sana, repara, y restablece los vínculos es Dios. Ahora sé que la discordia entre varón y mujer, es consecuencia del pecado original y es una pena inevitable, como bien lo explica este maravilloso libro. ¡Cuánta frustración nos ahorraríamos, si pudiéramos “escuchar” a Dios! ¡Escucharlo y entender lo que Él nos dice! ¡Cuántos años de mi vida pasaron hasta que gracias a este libro comprendí esta diferencia entre “culpa” y “pena”! ¡Cuánto tiempo pasé acusando y culpando de lo que debía haberme movido a misericordia y compasión! Comprendo ahora que la frustración y los malos entendidos en la pareja se explican por las disimetrías con las que han sido heridos el varón y la mujer desde nuestros primeros padres Adán y Eva. Cuando una es joven y piensa en el matrimonio, se cree que se trata de elegir a alguien “parecido a mí” o a alguien que me complemente, o con determinadas cualidades que a una le gustan. La realidad es que aún cuando tuviéramos esa suerte, aún así, prevalecerían las disimetrías entre varón y mujer, porque el varón y la mujer están heridos, su capacidad de amar está herida, y Quien da, sana y hace crecer el amor, es Dios. En su libro leí: "El amor que hay en el corazón de los esposos no nace de una fuente puramente humana, sino que desciende de una fuente divina, que enseña a amar, sana el amor, lo conduce, defiende, alimenta y lo santifica por una acción divina"1. Y sólo se me ocurre, sentir vergüenza y arrepentimiento por lo lejos que me ha llevado mi ignorancia. La respuesta a ¿Qué le pasó a Nuestro Amor? que yo encontré es que: Dios es realidad y presencia contundente, pues el fue testigo elegido libre, voluntariamente y por fe, en nuestra celebración del sacramento del matrimonio, ante el sacerdote que lo representa. Pero luego fue

olvidado y apartado de nuestra realidad humana. Que lo que debió ser, lo sensato, lo sabio, la conducta correcta hubiera sido elevarnos juntos todo lo humanamente posible hacia Dios; amarlo sobre todas las cosas y colocarlo en el centro de la unión esponsal. Es esa la Fuente del amor Si no lo llamamos y pedimos su presencia y la acción de Dios, el hartazgo mutuo que nos hace infelices, nos hará buscar, como la salida rápida y la solución más fácil, la disolución del vínculo. Habiéndonos amado tanto, de repente somos dos extraños. A veces dos enemigos encarnizados. Usted nos recuerda que Dios dijo a Eva: “¡pero él te dominará!”. Durante todo el siglo XX a las mujeres nos convencieron de que la fuente del poder masculino, era la ignorancia de la mujer (culpemos al gran mentiroso). Y que la llave hacia la libertad, la independencia y la autonomía, era la educación profesional y académica de la mujer. Recuerdo también que durante la segunda guerra mundial la mujer descubrió su potencial para cubrir los puestos de trabajo que dejaban los hombres para ir al frente de batalla. Contribuyeron también al cambio cultural de la mujer las revistas femeninas desde los años 60, presentando un modelo superior de la nueva mujer que todas debíamos ser. Sí, tal como usted lo dice, las revistas fueron el nuevo referente, ya no nuestras madres sometidas. Recuerdo que yo leía la revista Cosmopolitan (casi un órgano informal del movimiento feminista). ¡Cómo influyó esa revista en mi forma de plantarme ante la vida: queriendo partir derechos y deberes conyugales al 50% como un camino racional a la felicidad conyugal vigente hasta hoy! ¡Qué gran mentira! ¡Cómo nos la compramos! Los testimonios en el libro y algunos que he leído en su Blog, me llevan insistentemente a comprobar una realidad y ella es que las disimetrías entre varón y mujer responden a una razón de género. He escuchado de ex- esposas de un mismo hombre que se han hecho amigas. Las han unido sus diferencias hacia un mismo hombre, y posiblemente han llegado a la misma conclusión..." yo tenía razón porque no es posible que las dos pensemos lo mismo". Dios lo bendiga por la luz que me han dado sus libros, todavía estoy a tiempo... Angélica Mi respuesta: Querida Angélica: La pregunta te la has respondido tú, y te la has respondido bien. Yo puedo ampliártela un poco aquí, para profundizar en el porqué ustedes dos y tantísimos otros no han hecho lo que hubieran debido hacer para que el sacramento y el amor recibido de Dios hubiera producido los mejores frutos. En ese lugar y en otros pasajes del libro describo los efectos óptimos del sacramento del matrimonio cuando ambos bautizados lo viven como hijos, de cara al Padre y teniendo conciencia de que son ministros de un amor de origen divino que les ha sido comunicado como gracia matrimonial. Es decir no solamente al momento en que se casan de cara al Padre y al Hijo, de pie uno junto al otro y de cara al altar, mirando hacia al Cristo Crucificado, y delante del sacerdote que los examina públicamente acerca de su mutuo sí. Me refiero a que eso no basta. Porque muchos están físicamente ahí, pero ignoran el significado espiritual del rito. Me refiero pues a cuando, tanto en ese momento de casarse como después en su casa, ambos viven habitualmente su matrimonio en gracia, con su espíritu orientado hacia Dios. Es decir cuando se ayudan ambos a

vivir mística y sobrenaturalmente su matrimonio. Pero eso no se logra plenamente cuando uno de los dos no lo vive, lo ignora y no lo practica. Ése es el caso de tu esposo que no tira parejo contigo en la fe. Ni tampoco se logra cuando los dos renguean. Y ese es también tu caso. Porque aún habiendo sido tan religiosa te estás dando cuenta ahora de la ignorancia en que vivías acerca de tu misión ministerial y de la naturaleza sacramental del matrimonio. Tu realidad matrimonial era un recinto cerrado donde eras incapaz de vivir tu fe y practicar tu caridad. Muchas católicas practicantes como tú, ignoran lo que es un sacramento y en particular el matrimonio, cuál es su materia y cuál su forma2, quién es el ministro. Viven una vida religiosa y de piedad, pero no viven religiosa y piadosamente su sacramento matrimonial. No actúan como ministros de Cristo porque ignoran que lo son. Puede decirse que privatizan o naturalizan su relación matrimonial. Viven su vínculo esponsal sin mayor diferencia con los que viven el suyo los no creyentes. Los esposos que no tienen la intención de vivir como ministros de Jesucristo, son como canales obstruidos que no permiten el fluir de la gracia. Con todo, siempre hay gracia. Porque ella no fluye exclusivamente por el sacramento, ni se bloquea totalmente por las deficiencias del ministro. Dios puede dar la gracia también al margen de los sacramentos, y hay ciertos bienes del matrimonio (prole, fidelidad y sacramento) que se logran en medio de grandes imperfecciones, aunque podrían haberse logrado mucho más felizmente y bienaventuradamente3. Pero tomemos de nuevo tu caso, en que, a tu parecer, es tu esposo el que no tira junto contigo el yugo de la fe. Tú misma me has comentado que no bien empezaste a leer el libro te diste cuenta de que la raíz del problema es que tu esposo no sabe, no entiende, no conoce y no ama a Dios como tú. A pesar de ser bautizado, confirmado y casado por Iglesia, no conoce a Dios como tú. Los dos se quieren, pero con un amor muy incompleto. Yo diría que aunque está animado por la gracia, ha sido predominantemente natural, y por lo tanto muy lastimado por las penas del pecado original. Pero tú, continuando la lectura del libro y al contemplar las profundidades divina de este “misterio grandioso”4 que, al decir de san Pablo, es el matrimonio, has empezado a vislumbrar que, también tú te habías estado quedando corta como ministro del amor a tu esposo. Y eso aunque hayas sido más creyente y más practicante. Como alma que, por ser de mujer, tiene avidez de amar y ser amada buscabas ávidamente saciar en Dios tu sed de amor. Y te apartabas con cierta aversión de tu esposo y de sus egoísmos carnales que no saciaban esa sed. Pero ¿no te despreocupabas de la suya, molestándote con ella, en vez de considerarla con misericordia? Aunque has buscado y experimentado el amor de Dios, no lo has relacionado con la vivencia de tu vínculo esponsal con tu esposo. Tu esposo, como te has lamentado conmigo alguna vez, aunque definitivamente quiere creer, aunque quiere seguirte en tu camino espiritual por ver si entendiendo tu amor a Dios termina por entenderte a ti. Pero aún no lo ha logrado. Él no ha logrado relacionar integrar su “inmaduro” amor espiritual con su interés físico por ti. Después de mucho tiempo de irritarte con él, por fin has empezado a comprender cómo piensa él: “si yo no quisiera a esta mujer no saldría todos los día a trabajar, ni me interesaría la vida, ni volver a mi casa deseando encontrarla y que me atienda, pero ¿Por qué me siento tan vacío y frustrado junto a ella? ¿Por qué me rechaza y es conmigo tan avara de sí misma?” Por fin estás pudiendo atisbar esa profunda cuchillada de dolor en el centro, en el eje de su alma,

de su hombría, de su tan bajísima autoestima, no conociendo el amor de Dios, que se derrumba aún más con tu silencioso reproche, tu evasividad y tu lejanía. La ministra del amor de Dios para entregarle a ese varón el amor divino en forma de amor de mujer, intercepta el envío y lo confisca. ¿Qué sucede cuando uno de los dos cónyuges vive activamente su fe, si el otro no se opone a su relación creyente con Dios? Sucede, dice san Pablo, que el no creyente es santificado por el creyente5. Pero ¿y qué sucede cuando el cónyuge creyente, por ser todavía imperfecto en su fe y su caridad, como es tu caso, no entiende al espiritualmente deficitario y en vez de misericordia se irrita contra él? Entonces ¿cumple con su rol ministerial de santificar al otro? Te estás dando cuenta ahora de que tú has buscado más ser amada por Dios (y por tu esposo), que aceptar de Dios la tarea de amar a tu esposo. Pero recuerda que Jesús ha dicho: “es más feliz dar que recibir”6. Y esto, aplicado al amor, significa que hace más feliz dar amor que recibir amor. Si a uno lo hace feliz recibir amor, será más feliz cuando sea capaz de dar amor. Y esto es así, porque Dios es feliz dando amor. El Bien es difusivo, el Bien quiere dar y comunicar. De modo que tú también estás en camino, aunque, como suele suceder, tu esposo venga bastante detrás de ti en el camino de fe. He explicado en La Casa sobre Roca que la mujer debe ser para el varón la maestra de la amistad7. Y creo que leyendo ahora ¿Qué le pasó a nuestro amor? no solamente has dejado de culpar a tu esposo de lo que ahora comprendes que no es culpa suya sino la pena que sufre como hijo de Adán (aunque esa pena sea fuente de culpas suyas), sino que te has empezado a dar cuenta de cuáles eran en ti las penas que te sanarían aceptándolas con humildad y dejándote sanar de ellas por el ministerio de tu esposo. Para eso está el sacramento del matrimonio. De alguna manera, por ser un misterio grandioso, está en el centro de la constelación de los siete sacramentos. Es el sacramento destinado por la misericordia del Padre para aquéllos hijos suyos que tienen que sufrir “tribulación en la carne”8. Porque ése es el camino crucificante y a la vez sanador y exaltante, que deben recorrer para alcanzar los bienes del matrimonio: 1) el sacramento mismo, 2) la fidelidad mutua y 3) los hijos que han de llenar la tierra para llenar después el cielo de adoradores del Padre. ¡Cuánta gracia se pierde quien ignora estas cosas! ¡Lo que se pierden! ¡Qué bueno que estés siendo iluminada interiormente por estas luces de Dios! Bendiciones Padre Horacio -----------------------------------1 La cita página 130 de ¿Qué le pasó a nuestro amor? Respuestas divinas a preguntas humanas Editorial Lumen, Buenos Aires 2010 2 La materia del sacramento del matrimonio son los mismos cónyuges en cuerpo y alma. La forma es la mutua voluntad de amarse y respetarse durante toda la vida, expresado en el “sí” que se dan. Ministro es cada uno para el otro. Y sujeto del sacramento es cada uno para el otro. 3 También el sacerdote perdona los pecados y consagra válidamente aunque no esté en gracia o esté mundanizado. 4 Nuestra palabra “sacramento” referida al matrimonio es traducción de la palabra griega “mystêrion” = misterio. Dice san Pablo a los Efesios 5, 32: “to mystêrion touto mega estin” = “este [el matrimonio] es un misterio grandioso”. 5 Si un hermano tiene una mujer no creyente y ella consiente en vivir con él, no se divorcie de ella. Y si una mujer tiene un marido no creyente y él consiente en vivir con ella, no se divorcie.

Pues el marido no creyente queda santificado por su mujer, y la mujer no creyente queda santificada por el marido creyente. De otro modo, vuestros hijos serían impuros, mas ahora son santos. Pero si la parte no creyente quiere separarse, que se separe, en ese caso el hermano o la hermana no están obligados: para vivir en paz os llamó el Señor. Pues ¿qué sabes tú, mujer, si salvarás a tu marido? Y ¿qué sabes tú, marido, si salvarás a tu mujer? Por lo demás, que cada cual viva conforme le asignó el Señor, (1ª Corintios 7, 12-16) 6 Hechos de los Apóstoles 20,35 7 La Casa sobre Roca, páginas 32 a 38. Allí explico qué es lo que le impide a la mujer imponer su autoridad como maestra de la amistad y la hace condescender y a veces manipular la lujuria del varón. Muestro cuáles son las de ese error, primero para perjuicio gravísimo del varón, pero después, de rebote, para ella misma condenada a sufrir junto a sí a un varón lujurioso e incapaz de sentir, expresarle y darle la ternura que ella hambrea. Ese es el mal que viene al reparar el misterio grandioso. 8 “Todos ellos [los que se casan] tendrán su tribulación en la carne” (1ª Corintios 7, 28) 11.- Celina: ¿Qué le pasó a nuestro amor? Libro El buen amor en el matrimonio. Horacio Bojorge

Por: Horacio Bojorge | Fuente: Catholic.net

Quería ser catequista en lugar de amiga de mi esposo A su libro lo daría como lectura obligatoria en las clases de teología de las universidades católicas. Es ameno, revelador, disparador y me da una gran alegría comprobar lo coherente que es Dios y su doctrina. Me hace amar más a mi Iglesia. De parte de todas las personas a quienes les ayudó su libro ¡gracias! Bueno Padre, la alegría y la emoción tal vez no me dejan ser clara porque son muchas las sensaciones que produce y moviliza la lectura de su libro ¿Qué le pasó a nuestro amor? He tenido muchos conflictos con mi marido, desde el momento en que me di cuenta de que su constante acercamiento a mí lo motivaba su instinto y no cuidaba la afectividad. Al menos así lo sentía. Sentía una falta de afectividad.

Me disgustaba su relación con el trabajo, que parecía su prioridad número uno y su fuente de seguridad. Yo me sentía postergada. A mí, las ocupaciones diarias de mi vida doméstica me dejaban tiempo suficiente para calmar mi vacío afectivo. Poco a poco, me fui dando cuenta de que se trataba de un vacío existencial. Y empecé a dedicarle más tiempo a trabajar mi espiritualidad. Pero… en la medida en que yo creía estar creciendo y madurando interiormente, la relación con mi marido empeoraba. También por los celos que ahora le provocaba a él mi dedicación a Dios. Me fui formando con la idea de que Dios es primero que todo, y mi marido fue sintiendo que él quedaba relegado a un segundo lugar. No era que yo desatendiera mi hogar, sino que él es un hombre muy demandante y él sentía que yo estaba menos con él. Yo no llegaba a comprender bien qué orden debían tenían realmente las cosas. Con el tiempo fui aprendiendo a compatibilizar los tiempos de mis obligaciones espirituales y domésticas. Me distendí y me liberé de esta óptica, cuando supe que lo primero es el deber de estado, porque así se obedece a Dios. En mi camino he conocido muchas hermanas en la fe, que padecen similares conflictos y problemas. Los maridos sienten que la mujer privilegia los asuntos de la fe por encima de la presencia debida al hogar, lo cual genera conflictos en la pareja. Porque no sabemos cómo ordenarnos. He creído que el esposo no entiende lo que debe ser un matrimonio ni el lugar de Dios en él. Y he creído que yo sí lo entiendo porque tengo más clara la “misión”. Me he equivocado, claro está, y ahora me doy cuenta de ello. De mi parte quisiera reparar este error. Desearía que mi esposo se diera cuenta también y pudiera ser más indulgente, sin resentimiento y entender que todo depende de que empecemos a vivir poniendo nuestro matrimonio en las manos de Dios, para que Él reconstruya lo que estuvo mal durante tanto tiempo. Padecemos una confusión de lenguas parecida a la de la Torre de Babel, porque no podemos hablar el mismo idioma. Ellos no saben explicarse, y tampoco comprender qué es lo que una necesita; ni por qué nos es tan necesario sentir que nos escuchan, que comprendan por qué hablamos, contamos y desmenuzamos. A ellos los cansa, los agota. No entienden por qué son tan importantes para nosotros los pequeños gestos, los detalles, la exteriorización del afecto. No lográbamos demostrarles que Dios no es obstáculo sino, al contrario, fuente de amor. Por eso esa era nuestra pregunta, la mía y de mis amigas. La misma de Angélica y la que viene a respondernos su libro: ¿Qué le pasó a nuestro amor? ¿Qué fue del hombre que conocí y del que me enamoré? ¿Qué le pasó a ése por quién me sentía capaz de escalar montañas?! Ahora comprendo que yo quería ser catequista de mi marido, para nada maestra de amistad, es decir: ¡a-mi-ga!. Con una ausencia de la caridad, con resentimiento y tristeza, muy ignorante respecto a lo que Dios espera de una, como esposa, frente a un marido que no sabe cómo comunicarse. Mi marido buscaba intimidad pero yo era una “mujer nueva” (más religiosa) que no sabía ya cómo manejar la intimidad con mi marido para resolver las diferencias en la convivencia, ante las cuales ninguno de los dos sabía qué hacer. Algunas, seguramente igual que yo, nos hemos resignado al desamor conyugal. Por lo tanto ni siquiera hemos tenido al alcance, para acercarnos al esposo, esos momentos de intimidad necesaria. Los inculpamos a ellos pero también nos sentimos culpables y, si no lo somos, sí somos corresponsables del debilitamiento del vínculo debido a la ignorancia de nuestra propia

parte en ese asunto. Una ignorancia que ignoramos y nos permite extraviarnos en una autosuficiencia soberbia. He aprendido en su libro, para mi gran alivio, que “la pena” no son los maridos o los sufrimientos familiares, sino nuestra propia naturaleza de hijas de Eva heridas por el pecado original y por nuestros pecados propios. La cruz está en nosotras mismas. ¡La llevamos puesta! ¡No es el marido, es una misma! En realidad ¡somos los dos! Nosotras necesitamos ser protagonistas en la vida hasta en la fe, y una malentiende que la cruz es el sufrimiento que nos provocan los otros. El sufrimiento que me causa él. Un grave error que demora que asumamos la “pena” y nuestras miserias. Distanciados física y espiritualmente se ha completado el cuadro y la imposibilidad para resolver las diferencias y poder crecer. Sólo la fe, aunque débil, nos ha mantenido juntos a pesar de un amor languideciente. Mala catequista en vez de buena amiga, no supe tener el amor incondicional, a imagen y semejanza del amor con el que Dios nos sana y bendice. Y entre nosotros ha prevalecido el amor propio. Por tanto nos hemos mirado el uno al otro sólo con una mirada racionalista y meramente humana. Nuestra fe nos permitía ver a Cristo bajo las especies del pan, sabernos perdonados por el ministerio del sacerdote, pero no podíamos creer que pudiéramos estar llamados a ser ministros de un amor que no es nuestro sino que nos viene de Dios. Nuestro amor es como la especie del pan, para que Cristo nos ame al uno a través del otro. Esto también pide ejercicio de fe. Y no lo sabíamos. En vez de haber crecido, con los años profundizamos las diferencias. Él estancado en lo suyo y yo tan espiritual e inalcanzable. Las mujeres somos muy lúcidas e intuitivas pero en la búsqueda de la felicidad, todo eso: ¿para qué nos sirve? Falta algo, que nos ayude a concretar esta misión tal como fue pensada por Dios. Una quiere ser santa, pero el marido no entiende de qué santidad se trata… no comparte el mismo camino de una. Y una tiene sus crisis y con las amigas – que están en las mismas - trata de acercarles un consuelo, apoyándonos moral y espiritualmente las unas a las otras, como el Cireneo. Me he emocionado con los contenidos de su libro como quien de repente queda libre de una condena, aliviada de una culpabilidad aplastante, porque lo declaran inocente. ¡Que las “penas no son culpa”! Que se trata de nuestra propia naturaleza herida por el pecado original y, por supuesto, de los pecados propios, cometidos por nosotras. Uno piensa cómo poder elevar al marido, que no desea una mujer ¡tan espiritual! sino una con pies de barro. No hemos comprendido que eso es querer “ser como Dios”. No hemos comprendido el plan de Dios. Finalmente en Qué le pasó a nuestro amor pude comprender el porqué y el cómo de la misión del varón y la mujer. ¡En su libro está la explicación que yo buscaba! La hilación de las verdades reveladas que Usted propone es muy importante. Porque antes teníamos respuestas fragmentadas. Ahora tengo el panorama completo. Tengo ganas de compartirlo con mi marido pero no sé si debo. Él es muy inmaduro y si me sale

con una idiotez agarrándose de lo que usted dice de la mujer... ¡lo mato! Pero para mí contiene una luz y una fuerza revitalizadora. Mientras lo leo me voy diciendo cada tanto: ¡Ahhhhh! caramba hubiera sabido todo esto! Y además siento que Dios me está regalando esta luz a través de sus libros, para que yo la comparta con las demás. Espero que la presencia de Dios infunda en mi corazón la amistad y el amor para mi esposo que Él había pensado darle a través de mí, y así restablecer el amor esponsal. ¡En su libro está la explicación que yo buscaba! Yo lo daría como lectura obligatoria en las clases de teología de las universidades católicas. Es ameno, revelador, disparador y me da una gran alegría comprobar lo coherente que es Dios y su doctrina. Me hace amar más a mi Iglesia ¡gracias! Celina 12.- San Agustín: El Bien del Matrimonio y la Concupiscencia Libro El buen amor en el matrimonio. Horacio Bojorge

Por: Horacio Bojorge | Fuente: Catholic.net

Ofrezco una selección de textos de esta obra de San Agustín de Hipona en la cual examina cuál es el bien propio de la unión sacramental entre bautizados. Él muestra que ese bien es triple: los hijos, la fidelidad y el sacramento. Demuestra en cambio que, el placer sexual, comúnmente apreciado como el bien principal de la unión “de pareja”, si bien es un bien creado, está viciado por el desorden adictivo a que da lugar. Ya he recordado a este propósito los dichos de los psicólogos modernos Víctor Frankl y de Rudolf Allers cuyas observaciones confirman las enseñanzas de San Agustín1. Víctor Frankl observa que el placer sexual se da cuando no es buscado como un fin por sí mismo, sino que es una añadidura que sobreviene a la entrega al otro, y no se logra cuando se lo busca por sí mismo y para sí mismo. Cuanto más se busca el placer por el placer, el placer huye. Porque la búsqueda de la propia satisfacción solamente puede dejar insatisfecho. Rudolf Allers al estudiar el modo como el instinto se presenta en el hombre como ser libre, racional y destinado al amor, y al preguntarse qué papel juega el instinto y la atracción sexual instintiva en la relación amorosa, afirma que el instinto es la materia del sacrificio por amor. Todo amor sacrifica, afirma Allers, y el instinto sexual debe ser sacrificado en aras de la relación amorosa. Lejos de dejarse llevar por el instinto sexual como una fuerza segura, el ser humano, el varón sobre todo, debe dominar sus instintos para que su fuerza sexual sea más que instintiva,

una fuerza dirigida por las potencias racionales superiores de la persona. Solamente siendo capaz de sacrificar el impulso sexual instintivo el varón personaliza el ejercicio de su sexualidad al servicio de una relación de entrega amorosa mutua. Veamos algunos textos de San Agustín en su mencionado libro2. Libro I. La santidad del matrimonio Cristiano Parte I: A) El matrimonio es esencialmente bueno III. 3. El bienaventurado apóstol Pablo muestra que la castidad conyugal es un don de Dios cuando, hablando sobre ella, dice: Quiero que todos los hombres fuesen como yo, pero cada uno ha recibido de Dios su propio don: uno de este modo, otro de otro (1ª Corintios 7, 7). Así, pues, afirmó que también este don proviene de Dios. Y, aunque sea inferior a la continencia, en la que habría deseado que todos estuvieran como él, sin embargo, es un don de Dios. De aquí comprendemos, cuando se aconseja que se hagan estas cosas, que solamente se da a entender la necesidad de que exista en nosotros la voluntad propia de recibirlas y conservarlas. Ciertamente, cuando se ve que son dones de Dios -al que se han de pedir, si no se tienen, y al que se ha de agradecer, si se poseen-, uno se da cuenta de que, sin la ayuda divina, nuestra voluntad tiene poca fuerza para desear, conseguir y conservar estas cosas. […] En los no creyentes IV. 5. Así, pues, la unión del hombre y la mujer, causa de la generación, constituye el bien natural del matrimonio. Pero usa mal de este bien quien usa de él como las bestias, de modo que su intención se encuentra en la voluntad de la pasión y no en la voluntad de la procreación. Aunque en algunos animales privados de razón -por ejemplo, en la mayor parte de los pájarostambién se observa como un cierto pacto conyugal; así, el ingenio de construir los nidos, el tiempo dividido en turnos para incubar los huevos y los trabajos sucesivos de alimentar los polluelos hacen ver que al juntarse se preocupan más por asegurar la especie que de saciar el placer. De estas dos cosas, la primera hace al animal semejante al hombre; la segunda, al hombre semejante al animal. En Adán y Eva V. 6. Siendo las cosas así, evidentemente yerran los que piensan que se condena el matrimonio mismo cuando se reprueba solamente el desorden de la pasión carnal, como si este mal viniera del matrimonio y no del pecado. ¿Acaso no dijo Dios a los primeros cónyuges, cuyo matrimonio bendijo, creced y multiplicaos? [Génesis 1, 28] Estaban desnudos y no se avergonzaban [Génesis 3, 1]. ¿Por qué, pues, después del pecado nace de aquellos miembros la confusión sino porque se produjo allí un movimiento deshonesto, que, sin duda, no lo padecería el matrimonio de no haber pecado el hombre? […] La desobediencia de la carne, consecuencia de la desobediencia a Dios VI. 7. Desde el momento en que el hombre transgredió la ley de Dios, comenzó a tener en sus miembros una ley opuesta a su espíritu; y percibió el mal de su desobediencia [Cf. Romanos 7, 23] después que descubrió la desobediencia de su carne, retribuida con todo merecimiento. Y, de hecho, la serpiente prometió [Génesis 3, 5], al seducir, tal apertura de los ojos, evidentemente,

para conocer algo que era mejor no saber. Entonces, sin duda, el hombre sintió en sí mismo lo que había hecho; entonces distinguió el mal del bien, por sufrirlo, no por no tenerlo. Pues era injusto que fuera obedecido por su siervo, es decir, por su cuerpo, el que no había obedecido a su Señor. Pero ¿cómo es que, cuando tenemos el cuerpo libre y sano de impedimentos, se tiene poder para mover y realizar las funciones propias de los ojos, labios, lengua, manos, pies, espalda, cuello y caderas, y, sin embargo, cuando se trata de engendrar hijos, los miembros creados para esta función no se someten a la inclinación de la voluntad? Por el contrario, se espera que los mueva esta pasión, en cierto modo autónoma; aunque a veces no lo haga, teniendo el espíritu predispuesto, y otras lo realice, sin que el espíritu lo desee. ¿No deberá avergonzarse por esto el libre arbitrio del hombre, ya que ha perdido el dominio incluso sobre sus miembros al despreciar lo que Dios manda? ¿Y dónde se puede mostrar con más exactitud que la naturaleza humana se ha depravado a causa de la desobediencia que en estos miembros desobedientes, por los que la misma naturaleza subsiste por sucesión? Por este motivo, estos miembros son denominados, con toda propiedad, con el nombre de órganos naturales. Y cuando los primeros hombres advirtieron en su carne este movimiento indecoroso, por desobedientes, y se avergonzaron de su desnudez, cubrieron dichos miembros con hojas de higuera [Génesis 3,7]. Así, por lo menos fue tapado libremente por el pudor lo que se excitaba sin el consentimiento de la voluntad; y, como era causa de vergüenza el placer indecoroso, se realizaría ocultamente lo que era honroso. La concupiscencia y el bien del matrimonio VII. 8. Como ni siquiera con la entrada de este mal puede destruirse el bien del matrimonio, los ignorantes piensan que esto no es un mal, sino que es parte del bien del matrimonio. Sin embargo, se distingue no sólo con sutiles razonamientos, sino también con el comunísimo juicio natural, que aparece en los primeros hombres y se mantiene aún hoy en los casados; lo que hicieron después por la procreación es el bien del matrimonio, pero lo que antes cubrieron por vergüenza es el mal de la concupiscencia, que evita por todas partes la mirada y busca con pudor el secreto. En consecuencia, el matrimonio se puede gloriar de conseguir un bien de este mal, pero se ha de sonrojar porque no puede realizarlo sin él. Por ejemplo, si alguien con un pie en malas condiciones alcanza un bien aunque sea cojeando, ni es mala la conquista por el mal de la cojera ni buena la cojera por el bien de la conquista. Igualmente, por el mal de la libido no debemos condenar el matrimonio, ni por el bien del matrimonio alabar la libido. El matrimonio cristiano y el apóstol San Pablo VIII. 9. Esta es, en efecto, la enfermedad de la que el Apóstol, hablando a los esposos cristianos, dice: Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación: que os abstengáis de la fornicación, de modo que cada uno de vosotros sepa conservar su vaso en santidad y respeto, no en la maldad del deseo, como los gentiles, que no conocen a Dios [1ª Tesalonicenses 4, 3-5]. Por tanto, el esposo cristiano no sólo no debe usar del vaso ajeno, lo que hacen aquellos que desean la mujer del prójimo, sino que sabe que incluso su propio vaso no es para poseerlo en la maldad de la concupiscencia carnal. Pero esto no ha de entenderse como si el Apóstol condenase la unión conyugal, es decir, la unión carnal lícita y buena. Quiere decir que esta unión, que no estaría contaminada de pasión morbosa si con un pecado precedente no hubiera perecido en ella el arbitrio de la libertad, ahora está contaminada por este pecado, no ya de forma voluntaria, sino inevitable. Con todo, sin la pasión morbosa no se puede llegar, en la procreación de los hijos, al fruto de la misma voluntad.

Esta voluntad en la unión de los cristianos no está determinada por el fin de dar vida a hijos para que pasen por este mundo, sino por el de que sean regenerados para que no se aparten de Cristo. Si consiguen esto, obtendrán del matrimonio la recompensa de la plena felicidad; si no lo consiguen, obtendrán la paz de la buena voluntad. El que posea su vaso, es decir, su esposa, con esta intención del corazón, sin duda que no la posee en la maldad del deseo, como los gentiles, que no conocen a Dios, sino en santidad y respeto[Cf 1ª Tesalonicenses 4, 5-4] , como los fieles, que esperan en Dios. En efecto, el hombre no es vencido por el mal de la concupiscencia, sino que usa de él cuando, ardiendo en deseos desordenados e indecorosos, la frena, y la sujeta, y la afloja para usarla pensando únicamente en la descendencia, para engendrar carnalmente a los que han de ser regenerados espiritualmente, y no para someter el espíritu a la carne en una miserable servidumbre. […] La indisolubilidad del matrimonio X 11. Ciertamente, a los esposos cristianos no se les recomienda sólo la fecundidad, cuyo fruto es la prole; ni sólo la pureza, cuyo vínculo es la fidelidad, sino también un cierto sacramento del matrimonio -por lo que dice el Apóstol: Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia- [Efesios 5, 25]. Sin duda, la res (virtud propia) del sacramento consiste en que el hombre y la mujer, unidos en matrimonio, perseveren unidos mientras vivan y que no sea lícita la separación de un cónyuge de otro, excepto por causa de fornicación [Mateo 5, 32]. De hecho, así sucede entre Cristo y la Iglesia, a saber, viviendo uno unido al otro no los separa ningún divorcio por toda la eternidad. En tan gran estima se tiene este sacramento en la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo [Salmo 47, 3] -esto es, en la Iglesia de Cristo- por todos los esposos cristianos, que, sin duda, son miembros de Cristo, que, aunque las mujeres se unan a los hombres y los hombres a las mujeres con el fin de procrear hijos, no es lícito abandonar a la consorte estéril para unirse a otra fecunda. Si alguno hiciese esto, sería reo de adulterio; no ante la ley de este mundo, donde, mediante el repudio, está permitido realizar otro matrimonio con otro cónyuge según el Señor, el santo Moisés se lo permitió a los israelitas por la dureza de su corazón-, pero sí lo es para la ley del Evangelio. Lo mismo sucede con la mujer que se casara con otro [Cf. Mateo 19, 8.9; Marcos 10, 12]. […] Los tres bienes del matrimonio de María y José XI 13. Por tanto, todo el bien del matrimonio se encuentra colmado en los padres de Cristo: 1) la prole, 2) la fidelidad, 3) el sacramento. La prole, conocemos al mismo Señor Jesús; la fidelidad, porque no existió ningún adulterio; el sacramento, porque no lo rompió ningún divorcio. La unión conyugal y la concupiscencia de la carne XII. Allí solamente faltó el acto conyugal, porque no podía realizarse en la carne del pecado sin la concupiscencia de la carne, que proviene del pecado, sin la cual quiso ser concebido no en la carne de pecado, sino en la semejanza de la carne de pecado, el que habría de ser sin pecado. De este modo enseña también que es carne de pecado la que nace de la relación conyugal, porque sólo la carne que no nazca de esta relación no es carne de pecado. Esto a pesar de que la relación conyugal, hecha con la intención de engendrar, no es en sí misma pecado, porque la buena voluntad del alma conduce el deseo del cuerpo, que la acompaña y no se adhiere a él; y el arbitrio humano no es arrastrado y subyugado por el pecado cuando la herida del pecado se abre, como es lógico, en el uso de la generación. […]

Una cierta comezón de esta herida reina en las deshonestidades de los adulterios, fornicaciones y cualquier estupro e impureza; sin embargo, en los actos necesarios del matrimonio es un simple sirviente; allí se condena a la deshonestidad por tal amo, aquí se avergüenza la honestidad de tal lacayo. Por tanto, la libido no es un bien del matrimonio, sino obscenidad para los que pecan, necesidad para los que engendran, ardor de los amores lascivos, pudor del matrimonio. Por tanto, ¿por qué no van a continuar siendo esposos los que por mutuo consenso han dejado de tener relaciones conyugales, si fueron esposos José y María, los que ni siquiera comenzaron a tener tales relaciones? El matrimonio antes y después de Cristo XIII 14. Ahora ya no existe aquella necesidad de procreación de hijos, que, efectivamente, fue muy grave en los santos patriarcas por la generación y conservación del pueblo de Dios, en el que se debía preanunciar a Cristo. Ahora, por el contrario, lo que de verdad es evidente en todo el mundo es la multitud de niños que han de ser engendrados espiritualmente, pues, dondequiera que sea, ellos han sido engendrados carnalmente. Y así, lo que está escrito: Hay un tiempo para el abrazo y un tiempo para abstenerse del abrazo [Eclesiastes 3, 5], se ha de interpretar como la división entre aquel tiempo y el presente; aquél, ciertamente, fue el tiempo del abrazo; éste, por el contrario, el de la abstinencia del abrazo. […] Degradación pagana del matrimonio XV 17. Sin embargo, una cosa es no unirse sino con la sola voluntad de engendrar, cosa que no tiene culpa, y otra apetecer en la unión, naturalmente con el propio cónyuge, el placer, cosa que tiene una culpa venial. Porque, aunque se unan sin intención de propagar la prole, por lo menos no se oponen a ella, a causa del placer, con un propósito ni con una acción mala. Pues los que hacen esto, aunque se llamen esposos, no lo son ni mantienen nada del verdadero matrimonio, sino que alargan este nombre honesto para velar las torpezas. Manifiestan abiertamente su malicia cuando llegan al extremo de abandonar a los hijos que les nacen contra su voluntad. No quieren alimentar o tener consigo a los hijos que temieron engendrar. De manera que, al mostrarse despiadados con los hijos engendrados contra sus deseos ocultos y nefandos, ponen de manifiesto toda su iniquidad, y con esta evidente crueldad descubren sus ocultas deshonestidades. A veces llega a tanto esta libidinosa crueldad o, si se quiere, libido cruel, que emplean drogas esterilizantes, y, si éstas resultan ineficaces, matan en el seno materno el feto concebido y lo arrojan fuera, prefiriendo que su prole se desvanezca antes de tener vida, o, si ya vivía en el útero, matarla antes de que nazca. Lo repito: si ambos son así, no son cónyuges, y, si se juntaron desde el principio con tal intención, no han celebrado un matrimonio, sino que han pactado un concubinato. Si los dos no son así, digo sin miedo que o ella es una prostituta del varón o él es un adúltero de la mujer. Matrimonio cristiano y virginidad XVI 18. Puesto que las nupcias ya no pueden ser tan puras como pudieron ser entre los primeros hombres si no hubiera aparecido el pecado, al menos se ha de procurar sean como las de los santos patriarcas. Por tanto, no debe dominar la vergonzosa concupiscencia de la carne, inseparable del cuerpo mortal, la cual antes del pecado no existió en el paraíso y después del pecado fue arrojada de allí, sino, más bien, ha de estar sometida para servir únicamente a la propagación de la prole. O bien porque el tiempo presente, que ya hemos indicado como el tiempo de la abstinencia de los abrazos, no tiene la necesidad de este deber, mientras existe a

nuestro alrededor y en el mundo tan gran abundancia de hijos que han de ser engendrados espiritualmente. Quien pueda entender, entienda [Mateo 19, 12] el bien preferible de la continencia ideal. Sin embargo, quien no pueda entenderlo, si se casa, no peca; y la mujer, si no es capaz de contenerse, se case. Es bueno para el hombre no tocar a la mujer [1ª Corintios 7,1]. Mas como no todos entienden esta palabra, sino únicamente aquellos a quienes se les ha concedido [Mateo 19, 11], sólo queda que, para evitar la fornicación cada hombre tenga su mujer, y cada mujer tenga su marido [1ª Corintios 7,3]. Y así, para que no caiga en la ruina de las acciones deshonestas, la enfermedad de la incontinencia es contrarrestada por la honestidad del matrimonio. De hecho, esto es lo que el Apóstol dice a las mujeres: Quiero que las jóvenes se casen [1ª Timoteo 5, 14]; y lo mismo se puede decir de los maridos: "Quiero que los jóvenes se casen", de modo que se extiende a los dos sexos lo siguiente: que engendren hijos, que sean padres y madres de familia y que no den a nuestro adversario motivo de calumniar nuestra fe [1ª Timoteo 5, 14]. Conclusión, los tres bienes del matrimonio cristiano XVII 19. Ahora bien, en el matrimonio se deben amar los bienes peculiares: 1) la prole, 2) la fidelidad, 3) el sacramento. 1) La prole no sólo para que nazca, sino para que renazca, pues nace a la pena si no renace a la vida. 2) La fidelidad no como la conservan los infieles, que sufren celos carnales; pues ¿qué hombre, por impío que sea, quiere una mujer adúltera? ¿O qué mujer, por impía que sea, quiere un marido adúltero? Tal fidelidad, en el matrimonio, es un bien natural, pero carnal. Por el contrario, el miembro de Cristo debe temer el adulterio del cónyuge por el mismo cónyuge, no por sí mismo, y ha de esperar del mismo Cristo el premio a la fidelidad conyugal que propone al cónyuge. 3) En cuanto al sacramento -que no se destruye ni por el divorcio ni por el adulterio-, éste ha de ser guardado por los esposos casta y concordemente; es el único de los tres bienes que por derecho de religión mantiene indisoluble el matrimonio de los consortes estériles cuando ya han perdido enteramente la esperanza de tener hijos, por la que se casaron. Alaba el matrimonio quien alaba en él estos bienes nupciales. Sin embargo, la concupiscencia carnal no se debe atribuir al matrimonio, sino sólo tolerar. Pues no es un bien que venga de la naturaleza del matrimonio, sino un mal que proviene del antiguo pecado. […] Parte II. Realidad de la concupiscencia B) La concupiscencia y el pecado original El bautismo de los párvulos de padres cristianos XVIII 20. A causa de esta concupiscencia, ni siquiera del matrimonio justo y legítimo de hijos de Dios nacen hijos de Dios, sino hijos del mundo. Porque los que engendran, aunque ya hayan sido regenerados, no engendran como hijos de Dios, sino como hijos del siglo. En efecto, tal es la sentencia del Señor: Los hijos de este siglo engendran y son engendrados [Lucas 20,34]. En cuanto somos todavía hijos de este siglo, nuestro hombre exterior se corrompe. Por esta razón, ellos son engendrados también hijos de este mundo, y no serán hijos de Dios si no son regenerados. Pero, en cuanto somos hijos de Dios, el hombre interior se renueva de día en día [2ª Corintios 4, 16]; y también el hombre exterior, por el baño de la regeneración, es santificado y recibe la esperanza de la futura incorrupción, por lo que con toda razón es llamado templo de

Dios: Vuestros cuerpos -dice el Apóstol- son templos del Espíritu Santo, que está en vosotros, que habéis recibido de Dios. Ya no os pertenecéis; habéis sido comprados a un gran precio. Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo [1ª Corintios 6, 19-20]. Todo esto ha sido dicho no sólo por la santificación presente, sino especialmente por la esperanza, de la cual el mismo Apóstol dice en otro lugar: Pero también nosotros que poseemos las primicias del espíritu, también nosotros gemimos en nuestro interior, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo [Romanos 8, 23]. Luego si, según el Apóstol, se espera la redención de nuestro cuerpo, ciertamente lo que se espera, todavía es objeto de esperanza, no de posesión. Por esto añade: Hemos sido salvados en esperanza; sin embargo, la esperanza que se ve no es ya esperanza, puesto que lo que se ve, ¿cómo se puede esperar? Pero, si esperamos lo que no vemos, aguardamos con paciencia [Romanos 8, 24-25]. Así, pues, los hijos son engendrados carnales no por lo que aguardamos, sino por lo que toleramos. Por lo tanto, lejos del hombre fiel, cuando oye al Apóstol: Amad vuestras mujeres [Cf. Colosenses 3, 19], amar en la esposa la concupiscencia carnal, la cual no debe amar ni en sí mismo; escuche a otro apóstol: No améis el mundo ni las cosas que están en el mundo. Todo el que ame el mundo, el amor del Padre no está en él, porque todas las cosas que están en el mundo son concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y ambición del mundo, lo cual no procede del Padre, sino del mundo. El mundo pasa con su concupiscencia; sin embargo, el que haga la voluntad de Dios permanece por siempre, como también Dios permanece eternamente [1ª Juan 2, 15-17] […] El pecado original y los bienes del matrimonio XXI 23. Ahora, si interrogamos de algún modo a los bienes del matrimonio sobre cómo puede el pecado propagarse de ellos a los niños, el acto de la propagación de la prole nos respondería: "Yo en el paraíso habría sido más feliz si no se hubiera cometido el pecado, porque a mí me pertenece la bendición de Dios: Creced y multiplicaos” [Génesis 1, 28]. Para esta obra buena cada sexo tiene miembros distintos, que ciertamente existían ya antes del pecado, pero no eran vergonzosos. La fidelidad de la castidad respondería: "Si no hubiera existido el pecado, ¿qué cosa habría existido en el paraíso más serena que yo, donde ni me habría punzado mi pasión ni me habría tentado la de otro?" Y también el sacramento respondería: "Antes del pecado se dijo de mí en el paraíso: Dejará el hombre el padre y la madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne [Genesis 2, 24]; y esto es un gran sacramento -dice el Apóstol- en Cristo y en la Iglesia [Efesios 5, 32]. Luego éste es grande en Cristo y en la Iglesia, muy pequeño en todos y cada uno de los maridos y mujeres; y, sin embargo, sacramento de unión inseparable. ¿Qué tienen éstos en el matrimonio para que pase el vínculo del pecado a la descendencia? Seguramente, nada; en verdad, la bondad del matrimonio se realiza perfectamente en estos tres bienes, gracias a los cuales también hoy el matrimonio es un bien. Pecado y concupiscencia vergonzosa XXII 24. Por otra parte, si interrogamos a la concupiscencia de la carne, por la que se han hecho vergonzosos los miembros que antes no lo eran, ¿no responderá que comenzó a estar en los miembros del hombre después del pecado? Y por esta razón la llama el Apóstol ley del pecado, porque hizo al hombre súbdito suyo al no querer ser súbdito de Dios. De ella se avergonzaron entonces los primeros esposos, y cubrieron sus miembros vergonzosos [Cf. Génesis 3,7]; de ella se avergüenzan todavía ahora, y buscan el secreto para unirse, sin atreverse a tener por testigos

de esta obra ni siquiera a los hijos que de ella han sido engendrados. A este pudor natural, el error de los filósofos cínicos se ha opuesto con una llamativa desvergüenza, ya que esta acción, lícita y honesta, pensaban que se debería realizar con la mujer en público. Por lo que, con toda razón, la impureza de su atrevimiento recibió un nombre canino; en efecto, por esto son denominados cínicos. Transmisión y herencia del pecado original XXIII 25. Indudablemente, es esta concupiscencia, esta ley del pecado que habita en los miembros, a la que la ley de la justicia prohíbe obedecer, como dice el Apóstol: No reine el pecado en vuestro cuerpo mortal, para obedecer a sus deseos, ni ofrezcáis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad [Romanos 6, 12]. Y afirma que esta concupiscencia, que se expía solamente con el sacramento de la regeneración, transmite, sin duda, por la generación el vínculo del pecado a los descendientes, a no ser que también ellos sean desligados de dicho vínculo. Así, pues, esta concupiscencia ya no es pecado en los regenerados cuando no consienten en obras ilícitas, ni los miembros son dados por el espíritu, que es el rey, para que se cometan tales cosas; de modo que, si no se hace lo que está escrito: No codicies [Éxodo 20, 17], al menos se haga lo que se lee en otra parte: No vayas detrás de las pasiones [Siracida 18, 30]. Pero, según cierto modo de hablar, se la ha llamado pecado, ya que viene del pecado y, si vence, suscita el pecado. Su culpabilidad, por el contrario, es efectiva en el engendrado; culpabilidad que la gracia de Cristo, por la remisión de todos los pecados, no permite que sea eficaz en el regenerado si no la obedece cuando le impulsa, en cierto modo, a las malas acciones. Por tanto, se llama pecado porque proviene del pecado -aunque en los regenerados no sea pecado-, como se llama lengua el lenguaje que profiere la lengua y se llama mano la escritura que traza la mano. También se llama pecado porque, si vence, suscita el pecado, del mismo modo que el frío es llamado perezoso no porque sea producido por los perezosos, sino porque suscita perezosos. La concupiscencia, lazo del diablo a la naturaleza humana XXIII 26. Esta herida infligida por el diablo al género humano hace que esté bajo el diablo cualquiera que nazca por ella -como si cogiera, con pleno derecho, el fruto del propio árbol-, no porque provenga de él la naturaleza humana, que proviene sólo de Dios, sino porque de él arranca el vicio, el cual no proviene de Dios. Así, pues, la naturaleza humana es condenada no por sí misma, sino por el vicio execrable que la ha corrompido. El motivo por el que es condenada es el mismo por el que está subyugada al execrable diablo. Y es que también el mismo diablo es espíritu inmundo; bueno, en cuanto espíritu; malo, en cuanto inmundo. Es espíritu por naturaleza, inmundo por vicio; de estas dos cosas, la primera proviene de Dios; la segunda, de él mismo. Por consiguiente, no posee a los hombres, grandes o pequeños, porque sean hombres, sino porque son inmundos. El que se maraville de que una criatura de Dios esté sujeta al diablo, que no se maraville; una criatura de Dios está sujeta a otra criatura de Dios, la menor a la mayor; es decir, el hombre al ángel; pero no es por la naturaleza, sino por el vicio, por lo que el inmundo está sometido al inmundo. Este es el fruto que saca de la antigua raíz de impureza que plantó en el hombre. En el juicio final, ciertamente padecerá las mayores penas, en cuanto que es el más impuro. No obstante -como nada será causa de condenación sino el pecado-, para los que están subyugados a él, como príncipe y autor del pecado, también existirá una pena, más suave, en la condenación.

La concupiscencia como rebeldía contra la razón XXIV 27. El diablo tiene prisioneros a los niños porque no han nacido del bien, que hace bueno al matrimonio, sino del mal de la concupiscencia, del que el matrimonio hace un buen uso, aunque incluso se avergüence de él. Porque, a pesar de que el matrimonio sea honorable en todos los bienes que le son propios y de que mantenga limpio el tálamo 66 de fornicaciones y adulterios, son torpezas siempre condenables, y aun de excesos conyugales no realizados al dictado de la voluntad, en busca de la prole, sino bajo el imperio del ansia de placer, cosa que en los esposos es pecado venial, al llegar el acto de la procreación, la misma unión lícita y honesta no puede realizarse sin el ardor de la pasión, y sólo a través de ella consigue lo que pertenece a la razón y no a la pasión. Este ardor, siga o preceda a la voluntad, es, sin duda, el que, como por propia autoridad, mueve los miembros que la voluntad no es capaz de mover. Y así muestra que no es siervo de la voluntad, sino suplicio de una voluntad rebelde; que no es excitado por el libre albedrío, sino por un estímulo placentero; por esto es vergonzoso. Todos los niños que nacen de esta concupiscencia de la carne, que, aunque en los regenerados no se impute como pecado, ha entrado en la naturaleza por el pecado; repito, todos los niños que nacen de esta concupiscencia de la carne, en cuanto hija del pecado, y también madre de muchos pecados cuando consiente en actos deshonestos, están encadenados por el pecado original. A no ser que renazcan en aquel que concibió la Virgen sin esta concupiscencia. Él fue el único que nació sin pecado cuando se dignó nacer en esta carne. También en el bautizado XXV 28. Pero si se pregunta: ¿Cómo esta concupiscencia de la carne permanece en el regenerado, en quien se ha realizado la remisión de todos los pecados, ya que por la concupiscencia se concibe, y con ella nace la prole carnal de los padres bautizados? O, al menos, si en el padre bautizado puede estar y no ser pecado, ¿por qué esta misma concupiscencia en el hijo ha de ser pecado? A esto se responderá: La concupiscencia de la carne ha sido vencida en el bautismo no para que no exista, sino para que no se impute como pecado. Aunque ya haya sido disuelta su culpa, permanece hasta que sea sanada toda nuestra enfermedad cuando, progresando la renovación del hombre interior de día en día, el hombre exterior se vista de incorruptibilidad. Pero no permanece sustancialmente, como cuerpo o espíritu, sino que la inclinación proviene de una cierta cualidad mala, como la flaqueza [1ª Corintios 15, 53]. En efecto, cuando se realiza lo que está escrito: El Señor es propicio con todas nuestras iniquidades, no permanece nada que no haya sido perdonado. Ahora bien, hasta que se cumpla lo que sigue: Él sana todas tus debilidades, el que redime de la corrupción tu vida [Salmo 102, 3-4], la concupiscencia carnal permanece en el cuerpo de esta muerte, y tenemos orden de no obedecer a sus viciosos deseos de cometer cosas ilícitas para que el pecado no reine en nuestro cuerpo mortal. Esta concupiscencia, por otra parte, disminuye diariamente en los que progresan en la virtud y en los continentes; mucho más cuando se llega a la vejez. Sin embargo, en los que se esclavizan viciosamente a ella adquiere tanta fuerza que, ordinariamente, no deja de comportarse con toda desvergüenza e indecencia, incluso en la edad en que los mismos miembros y las partes del cuerpo destinadas a esta obra han perdido su vigor. El pecado y el reato del pecado XXVI 29. Ahora bien, como los regenerados en Cristo reciben la total remisión de sus pecados,

evidentemente es necesario que se les perdone también la culpabilidad de su concupiscencia, que, como ya he explicado, no se ha de imputar como pecado, aunque todavía permanezca. El pecado es un acto transitorio, y, por tanto, no permanece. Pero su culpabilidad sí permanece para siempre si no es perdonada. Del mismo modo, la culpabilidad de la concupiscencia desaparece cuando es perdonada. Esto significa, en efecto, no tener pecado, no ser reo de pecado. Pero si alguno, por ejemplo, cometiera adulterio, aunque no lo vuelva a repetir, es reo de adulterio hasta que su culpabilidad sea perdonada por indulgencia. Por tanto, está en pecado aunque ya no exista lo que consintió, porque ha pasado con el tiempo en el que fue hecho. Pero si no tener pecado significase desistir de pecar, bastaría que la Escritura nos dijese: Hijo, has pecado; no lo hagas de nuevo; sin embargo, no basta, ya que añade: En cuanto a los pasados, ruega para que te sean perdonados [Siracides 21, 1]. Por tanto, permanecen si no son perdonados. Pero ¿cómo permanecen, si han pasado, sino porque han pasado en cuanto acto y duran en cuanto culpa? Así, también puede suceder a la inversa, que permanezca como acto y pase como culpabilidad. Las malas inclinaciones de la concupiscencia XXVII 30. La concupiscencia de la carne obra incluso cuando no se le presta ni el consentimiento del corazón, donde reina, ni los miembros, como instrumentos para cumplir lo que manda. Y ¿qué es lo que obra sino las mismas acciones malas y deshonestas? Pues, si fueran buenas y lícitas, el Apóstol no prohibiría obedecerlas cuando dice: No reine el pecado en vuestro cuerpo mortal para obedecer a sus deseos [Romanos 7, 12]; no dice: "Para tener sus deseos", sino para obedecer a sus deseos, de modo que, como en unos son más fuertes y en otros menos fuertes, según el progreso de cada uno en la renovación del hombre interior, no desfallezcamos nunca en la lucha por la rectitud y la castidad y no los obedezcamos. Ahora bien, debemos aspirar a que esos mismos deseos desaparezcan, aunque no podemos conseguirlo en este cuerpo mortal. De aquí también que en otro lugar el mismo Apóstol, poniendo como ejemplo su persona, nos instruye con estas palabras: Pues no pongo por obra lo que quiero, sino que lo que aborrezco, eso es lo que hago; es decir, siento el apetito -porque él no quería ni siquiera sufrir esto para ser perfecto en todos los sentidos-. Pues si lo que no quiero eso es lo que hago -dice-, estoy de acuerdo con la ley, que es buena, porque lo que no quiere ella, tampoco yo lo quiero [Romanos 7, 16]. Ella no quiere que yo tenga estas apetencias, y dice: No codiciarás, y yo no quiero codiciar. Así, pues, en esto concuerdan la voluntad de la ley y la mía. Pero, porque no quería codiciar y, sin embargo, sentía el apetito, aunque sin hacerse esclavo consintiendo en él, continuó, diciendo: Ahora, sin embargo, ya no soy yo el que hago esto, sino el pecado que habita en mí [Romanos 7, 17]. […] Confirmación del contenido de esta obra XXXV 40. Me he preocupado de distinguir con un largo discurso la concupiscencia de la carne de los bienes del matrimonio obligado por los nuevos herejes, los cuales, cuando ven que es condenada, lanzan calumnias como si se condenase el matrimonio. Evidentemente, de este modo -alabándola como un bien natural- confirman su pestífera doctrina, según la cual la descendencia que nace por ella no arrastra ningún pecado original. Pero de esta concupiscencia carnal, el bienaventurado Ambrosio, obispo de Milán -por su ministerio sacerdotal, yo recibí el baño de

regeneración-, habló así, tan escuetamente, cuando aludió al nacimiento carnal de Cristo, comentando el profeta Isaías: "Por esto -dice-, en cuanto hombre, ha sido tentado por todas las cosas, y en la semejanza de los hombres las soportó todas; pero, en cuanto nacido del Espíritu, se abstuvo del pecado". En efecto, todo hombre es mentiroso 94 y no hay nadie sin pecado, sino sólo Dios. Por tanto, sigue en pie que ningún nacido del varón y de la mujer, es decir, de la unión carnal, se verá libre de pecado. Así, pues, quien sea libre de pecado, deberá serlo también de semejante concepción. ¿Acaso el santo Ambrosio condenó la bondad del matrimonio, o, más bien, no fue condenada, con la verdad de su sentencia, la pretensión de estos herejes, aunque todavía no habían aparecido? […] ------------------------------------1 Véase La Casa sobre Roca las afirmaciones de Víctor Frankl en pags. 120-122 y las de Rudolf Allers en las pp. 96-97 2 San Agustín, De Bono Matrimonii, Usamos la traducción del texto latino hecha por los Padres agustino Teodoro C. Madrid, OAR y Antonio Sánchez Carazo OAR con el título: El Matrimonio y la concupiscencia. Puede bajarse desde Internet, de la página de Obras de San Agustín de los Padres Agustinos: http://www.augustinus.it/spagnolo/nozze_concupiscenza/index2.htm 13.- Santo Tomás de Aquino: El matrimonio de María y José Libro El buen amor en el matrimonio. Horacio Bojorge

Por: Horacio Bojorge | Fuente: Catholic.net

Objeciones por las que parece que entre María y José no existió verdadero matrimonio. 1. Porque dice Jerónimo, Contra Helvidium , José fue más custodio que mando de María. Pero, de haber existido verdadero matrimonio, José hubiera sido auténtico marido. Luego parece que entre María y José no hubo verdadero matrimonio. 2. Comentando las palabras de Mateo 1,16, Jacob engendró a José, esposo de María, escribe Jerónimo : Al oír la palabra esposo, no surja en tu ánimo la sospecha de las bodas, sino recuerda el uso de la Escritura que llama mandos a los desposados y mujeres a las desposadas. Pero el matrimonio verdadero no surge de los desposorios sino de las bodas. Luego entre la Santísima Virgen y San José no existió verdadero matrimonio. 3. En Mateo 1,19 se dice: José, su esposo, como era justo, y no quería conducirla --se entiende-a su casa para una cohabitación continua, quiso despedirla en secreto, esto es, aplacar el tiempo de las bodas, como explica Remigio . Luego parece que, no celebradas todavía las bodas,

tampoco habría aún verdadero matrimonio; sobre todo, no estando permitido a nadie despedir a la esposa después de contraído matrimonio. Contra esto: está lo que dice Agustín en el II De consensu Evangelistarum. : No es posible que el Evangelista pensara romper el matrimonio entre José y María --llamando a José esposo de María-- por el hecho de que ésta dio a luz a Cristo virginalmente, no en virtud del coito con José. Con tal ejemplo se insinúa claramente a los fieles casados que, incluso guardando continencia por común acuerdo, puede subsistir el matrimonio y llamarse tal sin la unión sexual de los cuerpos. Respondo: Se llama verdadero al matrimonio porque ha conseguido su perfección. Ahora bien, la perfección de una cosa es doble: primera y segunda. La primera consiste en la misma forma de la cosa de la que obtiene su especie; la segunda se concreta en la operación de tal cosa mediante la cual alcanza de algún modo su fin. Y la forma del matrimonio consiste en una unión indivisible de las almas, en virtud de la cual cada uno de los cónyuges se compromete a guardar indivisiblemente fidelidad al otro. Pero el fin del matrimonio es a) la procreación y b) educación de los hijos. Lo primero se logra por medio de la cópula conyugal; lo segundo, mediante otras obras del marido y de la mujer, con las que se ayudan mutuamente para criar a los hijos. Se impone, por consiguiente, decir que, en cuanto a la primera perfección, el matrimonio de la Virgen Madre de Dios con José fue enteramente verdadero, porque consintieron ambos en la unión conyugal, aunque no expresamente en la cópula carnal, sino a condición de que eso pluguiese a Dios. Por eso el ángel llama a María esposa de José cuando le dice a éste, en Mateo 1,20: No temas recibir en tu casa a María, tu esposa. Exponiendo este pasaje Agustín, dice en su libro De nuptiis et concupiscentia z: En virtud de la fidelidad inicial de los desposorios llama esposa a la que no había conocido, ni había de conocer, por la cópula carnal ´. En lo que atañe a la segunda perfección, que se logra por el acto del matrimonio, si éste se refiere a la unión carnal mediante la que se engendran los hijos, aquel matrimonio no fue consumado. Por lo que dice Ambrosio In Lúe. : No te inquiete el que la Escritura llame a María esposa. La celebración de las bodas no es una declaración de la pérdida de la virginidad, sino un testimonio del matrimonio. Sin embargo, aquel matrimonio tuvo también la segunda perfección en cuanto a la educación de la prole. Por esto dice Agustín en el libro De nuptiis et concupiscentia : Todos los bienes de las bodas tuvieron su cumplimiento en los padres de Cristo: La prole, la fidelidad y el sacramento. Reconocemos la prole en el mismo Señor Jesús; la fidelidad, en que no hubo adulterio alguno; el sacramento, porque tampoco se dio divorcio de ninguna clase. Sólo estuvo ausente de él la cópula conjugal. A las objeciones: 1. En el pasaje mencionado, Jerónimo da a la palabra marido el sentido que se deriva del matrimonio consumado. 2. Jerónimo llama bodas a la cópula conyugal. 3. Como enseña el Crisóstomo, Super Matth. : La Santísima Virgen estuvo desposada con José de tal modo que también la tuvo en su casa. Pues como respecto de la que concibe en casa de su esposo se entiende que concibe de su marido, así la que concibe fuera de la casa sugiere una unión sospechosa. Y, de esta manera, no se hubieran tomado las precauciones suficientes respecto a la fama de la Santísima Virgen si José no la hubiera tenido también en su casa. Por lo que las palabras j no queriendo conducirla (a su casa) se entienden mejor así: no queriendo

difamarla públicamente, que referidas a la conducción a la casa de José. Por eso añade el Evangelista: Quiso repudiarla en secreto. Sin embargo, aunque la tuviera en su casa en virtud de la fe inicial de los esponsales, todavía no se había realizado la celebración solemne de las bodas, por lo que aún no había mediado entre ellos la unión carnal. De donde, como escribe el Crisóstomo , el Evangelista no dice: antes de que fuera conducida a la casa de su esposo, pues ya vivía en ella, porque los antiguos acostumbraban muchas veces a tener a las desposadas en casa del marido. Y por este motivo dice el ángel a José (Mt 1,20): No temas recibir a María como esposa; esto es: no temas celebrar solemnemente las bodas. Aunque otros digan que todavía no había sido llevada a su casa, sino que sólo estaba desposada, lo primero concuerda mejor con el Evangelio. ------------------------1 Summa Theologica, Parte IIIª, Cuestión 29, artículo 2 14.- Juan Pablo II: El adulterio en el corazón Libro El buen amor en el matrimonio. Horacio Bojorge

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JUAN PABLO II EL ADULTERIO, LA CONCUPISCENCIA DE LA MIRADA Y LA PUREZA INTERIOR “El adulterio ‘en el corazón’ se comete no sólo porque el hombre mira ‘así’ a la mujer que no es su esposa, sino precisamente porque mira ‘así’ a una mujer. Incluso si mirase ‘de ese modo’ a su propia esposa, cometería el mismo adulterio ‘en el corazón’” 1 Quiero concluir hoy el análisis de las palabras de Cristo sobre el “adulterio y sobre la “concupiscencia” y, en particular, el último elemento de la frase que define la “concupiscencia de la mirada” como “adulterio cometido en el corazón”. Ya hemos dicho que esas palabras se entienden ordinariamente como deseo de la mujer de otro – según el espíritu del noveno mandamiento del decálogo -. Pero esta impresión restrictiva puede y debe ser ampliada a la luz del contexto global. Parece que la valoración moral de la concupiscencia, del “mirar para desear”, a la que Cristo llama “adulterio cometido en el corazón”, depende, en gran parte, de la misma dignidad personal del hombre y de la mujer; lo cual vale, tanto para aquellos que no están unidos en matrimonio, como – y quizás más aún – para los que son marido y mujer.

El análisis hecho hasta ahora de Mateo 5, 27-28 – “Habéis oído que se dijo: no adulterarás. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” – muestra la necesidad de ampliar y profundizar la interpretación desarrollada antes, referente al sentido ético de este enunciado. Nos detenemos en la situación descrita por el Maestro, según la cual quien “comete adulterio en el corazón”, por un acto interno de concupiscencia expresado por la mirada, es el varón. Resulta significativo que Cristo, al hablar del objeto de ese acto, no subraye que es “la mujer de otro”, o la mujer que no es la propia esposa, sino que dice genéricamente: la mujer. El adulterio cometido “en el corazón” no se circunscribe a los límites de la relación interpersonal que permite individuar el adulterio cometido “en el cuerpo”. No son éstos los límites que deciden exclusiva y esencialmente el adulterio cometido “en el corazón”, sino la misma naturaleza de la concupiscencia, expresada, en este caso, por la mirada, por el hecho de que el hombre – a quien Cristo toma como ejemplo – “mira para desear”. El adulterio “en el corazón” se comete no sólo porque el hombre mira así a la mujer que no es su esposa, sino precisamente porque mira “así” a una mujer. Incluso si mirase de ese modo a su propia esposa, cometería el mismo adulterio “en el corazón”. 3. Esta interpretación considera de modo más amplio lo que ya hemos apuntado sobre la concupiscencia y, en primer lugar, sobre la concupiscencia de la carne como elemento permanente del estado de pecabilidad del hombre (status naturae lapsae2). La concupiscencia que, como acto interior, nace de esta base – ya indicado en el anterior análisis -, cambia la intencionalidad misma de la existencia de la mujer “para” el hombre, reduciendo la riqueza de la perenne llamada a la comunión de personas, la riqueza de la profunda atracción entre masculinidad y feminidad, a una mera satisfacción de la “necesidad sexual” del cuerpo – a lo que parece corresponder mejor el concepto de “instinto”-. Una reducción tal, hace que la persona – en este caso, la muer – se convierta para la otra persona – para el varón – en posible objeto de satisfacción de la “necesidad sexual”. Se deforma así el recíproco “para”, que pierde su carácter de comunión de personas en aras de la función utilitarista. El hombre que “mira” de ese modo, como escribe Mateo 5, 27-28, “se sirve” de la mujer, de su feminidad, para saciar el propio “instinto”. Aunque no lo exteriorice, en su interior ya ha asumido esta actitud, decidiendo, interiormente respecto a una determinada mujer. En esto consiste precisamente el adulterio “cometido en el corazón”. Este adulterio “en el corazón” puede cometerlo incluso el hombre con su propia esposa, si la trata solamente como objeto de satisfacción de su instinto. 4. No es posible llegar a esta segunda interpretación de las palabras de Mateo 5, 27-28, si nos limitamos a la interpretación puramente psicológica de la concupiscencia: es necesario tener en cuenta lo que constituye su específico carácter teológico, es decir, su relación orgánica entre la carne, entendida como, por decirla de alguna forma, disposición permanente derivada de la pecabilidad del hombre. Parece que la interpretación puramente psicológica - o sea, sexológica – de la “concupiscencia” no constituye una base suficiente para comprender este texto del sermón de la Montaña. En cambio, si optamos por la interpretación teológica – sin infravalorar lo que aquella tiene de válido – ésta se nos presenta más completa. En efecto, gracias a ella se esclarece el significado ético del texto clave del sermón de la Montaña, que nos abre la adecuada dimensión del ethos del Evangelio. […] 7. Como es evidente, la exigencia que, en el sermón de la Montaña, Cristo propone a todos sus oyentes actuales y potenciales, pertenece al espacio interior en que el hombre – el que escucha –

debe redescubrir la perdida plenitud de su humanidad y ansiar recuperarla. Le plenitud en la mutua relación de las personas del hombre y la mujer, la reivindica el Maestro en Mateo 5, 2728, pensando sobre todo en la indisolubilidad del matrimonio, pero también en toda otra forma de convivencia de los hombres y las mujeres: la que forma la pura y sencilla trama de la existencia. La vida humana, por naturaleza, es “coeducativa”, y su dignidad y equilibrio dependen, en cada momento de la historia y en cada punto geográfico, de “quién” será ella para él y él para ella. --------------------------------1 Tomado de: Juan Pablo II, La Redención del Corazón. Catequesis sobre la pureza cristiana, Ed. Palabra, Madrid 1996. El texto que reproducimos es tomado de las páginas y reproduce el texto de la Catequesis impartida por S. S. Juan Pablo II en la Audiencia General del 15 de octubre de 1980. 2 Estado de naturaleza caída.