EL ANTIIMPERIALISMO Y EL APRA

1. ¿Qué es el APRA? Es una organización de la lucha antiimperialista, por medio de un frente único internacional de trab

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1. ¿Qué es el APRA? Es una organización de la lucha antiimperialista, por medio de un frente único internacional de trabajadores (obreros, estudiantes, c ampesinos, intelec-tuales, etcétera), eso es el APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana).

Su programa máximo

1. 2. 3. 4. 5.

Acción contra el imperialismo yanqui. Por la unidad política de América Latina. Por la nacionalización de tierras e industrias. Por la internacionalización del Canal de Panamá. Por la solidaridad con todos los pueblos y clases oprimidas d el mundo.

La lucha de clases y el imperialismo yanqui en América L atina 1. Las clases gobernantes de los países latinoamericanos, g randes terratenientes, grandes comerciantes, y las incipientes b urguesías nacionales son aliadas del imperialismo. 2. Estas clases tienen en sus manos al gobierno de nuestros países a cambio de una política de concesiones, empréstitos u otra s operaciones que los latifundistas, burgueses, grandes comerci antes y los grupos o caudillos políticos de esas clases negocian o participan con el imperialismo. 3. Como un resultado de esta alianza de clases, las riqueza s naturales de nuestros países son hipotecadas o vendidas, la p olítica financiera de nuestros gobiernos se reduce a una loca su

cesión de grandes empréstitos, y nuestras clases trabajadoras, q ue tienen que producir para los amos, son brutalmente explota das. 4. El progresivo sometimiento económico de nuestros paí ses al imperialismo deviene en sometimiento político, pérdida de la soberanía nacional, invasiones armadas de los soldados y marineros del imperialismo, compra de caudillos criollos, etc étera. Panamá, Nicaragua, Cuba, Santo Domingo y Haití son v erdaderas colonias o protectorados yanquis como consecuenci a de la “política de penetración” del imperialismo.

La lucha internacional contra el imperialismo yanqui en América Latina Las clases gobernantes cumplen muy bien los planes divisionis tas del imperialismo y agitan “causas patrióticas”: el Perú contra Chile; Brasil contra Argentina; Colombia y Ecuador contra el Perú; e tcétera. Cadavez que Estados Unidos interviene como “amigable compo nedor” o “árbitro” de grandes cuestiones internacionales latinoamerican as, su táctica actual es fingir pacifismo, pero deja siempre la manz ana de la discordia. La reciente cuestión de Tacna y Arica, entre el P

erú y Chile, es la más clara demostración de esta política del imp erialismo. Nadie sabe mejor que la burguesía yanqui que, termina da definitivamente la cuestión peruano-chilena, en cualquier forma, estaría derribado el obstáculo de más importancia para la unió n de América Latina, y un gran paso hacia el frente unido de nuest ros pueblos contra el imperialismo se habría dado. Por eso el imper ialismo prefiere aparecer como fracasado en su cuestión sobre Ta cna y Arica, y perder su autoridad diplomática como árbitro interna cional en América Latina. Por eso ha dejado la cuestión más agit ada que antes. En su política de divisionismo ha tenido como aliado sa los súbditos del imperialismo que gobiernan Chile y a sus escla vos que gobiernan el Perú.

Conclusión El APRA representa, consecuentemente, una organización p olítica en lucha contra el imperialismo y en lucha contra las cl ases gobernantes latinoamericanas, que son auxiliares y cómplices de aquel. El APRA es el Partido Revolucionario Antiimperialista La-

tinoamericano que organiza el gran frente único de trabajador es manuales e intelectuales de América Latina, unión de los obre ros, campesinos, indígenas, etcétera, con los estudiantes, intelectu ales de vanguardia, maestros de escuela, etcétera, para defender la soberanía de nuestros países. El APRA es un movimiento autóno mo latinoamericano, sin ninguna intervención o influencia extranj era. Es el resultado de un espontáneo anhelo de nuestros pueb los para defender unidos su libertad, venciendo a los enemigo s de dentro y a los de fuera. Las experiencias de México, América C entral, Panamá y las Antillas, y la presente situación del Perú, B olivia y Venezuela, donde la política de penetración del imperialis mo se deja sentir fuertemente, han determinado la organización del APRA sobre bases completamente nuevas y propugnando métod os de acción realistas y eficaces. La palabra de orden del APRA si ntetiza, sin duda, la aspiración de veinte pueblos en peligro: “Con tra el imperialismo, por la unidad política de América Latina, para la realización de la justicia social”.

6. La tarea histórica del APRA Sin abandonar el principio clasista como punto de partida de la lucha contra el imperialismo, consideramos cuestión fun damental la comprensión exacta de las diversas etapas históricas de la lucha de clases y la apreciación realista del momento que ella vive en nuestros pueblos. No desconocemos, pues, los antagonismos de clase dentro del conjunto social indoamericano, pero planteam os en primer término la tesis del peligro mayor, que es elemental a toda estrategia defensiva. El peligro mayor para nuestros pueblos es el imperialismo. El amenaza no solo como fuerza explotadora, sino como fuerza c onquistadora. Hay, pues, en el fenómeno imperialista con el h echo económico de toda explotación, el hecho político de una opresi ón de carácter nacional. Además, como hemos visto, la penetra ción del imperialismo —especialmente en sus formas contemporáneas y típicamente norteamericanas— plantea una violenta yuxtaposición de sistemas económicos. El imperialismo no consulta en qué estado de evolución, en qué grado de desarrollo se halla un pueblo para dar a su penetración una medida científica de cooperació ny

de impulso sin violencias. El imperialismo invade, inyecta nues tros pobres organismos, sin temor de paralizarlos en grandes sector es. Una ley económica lo empuja hacia pueblos más débiles. Fo rma culminante de un sistema —el capitalismo— en el que reina “la anarquía de la producción”, es esa anarquía agudizada la que nos invade con el imperialismo y en ella quedan sumidas nuestras i ncipientes estructuras económicas. Bajo el sistema imperialista, nuestra gran burguesía resulta, pues, una clase “invisible”. Es la misma gran burguesía de pode rosos países lejanos y avanzados que actúa sobre nuestros pueblos en forma característica. Ella nos invade con su sistema y al invadirno s, no solo conmueve y transforma nuestra elemental economía de pa íses retrasados, sino que arrolla y cambia totalmente nuestra arquite ctura social. Utiliza parte de nuestras clases feudal y media y de la incipiente burguesía en sus empresas y en la defensa jurídica y pol ítica de sus conquistas económicas, pero proletariza y empobrece al r esto, que es gran mayoría. De ella y de las masas campesinas comie nza a formar una nueva clase proletaria industrial bajo un sistema mo derno de explotación. A medida que penetra más en nuestros paíse s, su

influencia se extiende y agudiza. De económica deviene en políti ca. Así es como la lucha contra el imperialismo queda planteada en su verdadero carácter de lucha nacional. Porque son las may orías nacionales de nuestros países las que sufren los efectos de la inv asión imperialista en sus clases productoras y medias, con la implanta ción de formas modernas de explotación industrial. Y porque es la tot alidad de los pobladores de cada país la que debe responder de los gravámenes fiscales necesarios para el servicio de los grandes emprés titos o concesiones. A causa de esto, la soberanía de varios de nuestros Estados se ha visto en muchas ocasiones, drásticamente amenazada.

7. El Estado antiimperialista Este colonialismo mental ha planteado un doble extremismo dogmático: el de los representantes de las clases domina ntes —imperialista, reaccionario y fascista— y el de los que llamándose representantes de las clases dominadas vocean un lenguaje rev olucionario ruso que nadie entiende. Sobre esta oposición de cont rarios, tesis y antítesis de una teorización antagónica de prestad o, el APRA erige como síntesis realista su doctrina y su programa.

Algunos de los más autorizados portavoces de la Revolución mexicana han intentado una definición cuando nos dicen: “El Estado mexica no acepta la división de la sociedad en oprimidos y opresores, p ero no quiere considerarse incluido en ningún grupo. Considera n ecesario elevar y proteger las condiciones actuales del proletaria do hasta colocarle en condiciones semejantes al del capital en la lu cha

de clases; pero quiere mantener intacta su libertad de acción y su poder, sin sumarse a ninguna de las clases contendientes, para seguir siendo el fiel de la balanza, el mediador y el juez de la vida social” 55. Empero, si esta opinión confirma que evidentemente el Estado mexicano posrevolucionario no cabe dentro de las clasi ficaciones conocidas, no explica clasistamente su real y caracte rístico significado. Vencido con la dictadura porfiriana el Estado feudal, repr esentativo de los grandes terratenientes y aliado del imperialism o, el nuevo Estado mexicano no es ni un Estado patriarcal campesi no, ni es el Estado burgués, ni es el Estado proletario, exclusivame nte. La Revolución mexicana —revolución social, no socialista— no representa definitivamente la victoria de una sola clase. El triu nfo social correspondería, históricamente, a la clase campesina; p ero en la Revolución mexicana aparecen otras clases también favor ecidas: la clase obrera y la clase media. El partido vencedor — partido de espontáneo frente único contra la tiranía feudal y contra el i m-

perialismo— domina en nombre de las clases que representa y que en orden histórico a la consecución reivindicadora, son: la c lase campesina, la clase obrera y la clase media. ,

Un Estado constituido por este movimiento victorioso de frente único para mantener y cumplir las conquistas revolucio narias que sumariza la Constitución mexicana, encuentra — como primera y más poderosa barrera para verificarlas— el problema de la soberanía nacional que plantea la oposición imperialista. Mé xico posrevolucionario halla que ninguna conquista social con tra el feudalismo puede ir muy lejos sin que se le oponga la barr era imperialista en nombre de “los intereses de sus ciudadanos”, derecho legado por el Estado feudal, instrumento del imperialis mo. De nuevo nos encontramos con el argumento formulado en el capítulo III: la Revolución mexicana no ha podido avanzar más en sus conquistas sociales porque el imperialismo, dueño de to dos los instrumentos de violencia, se lo ha impedido. Consecue ntemente, los programas revolucionarios han debido detenerse a nte

una gran valla: la oposición imperialista. La lucha de diez años, tras la promulgación de la Constitución revolucionaria, nos pr esenta claramente este conflicto: por un lado, el Estado posr evolucionario mexicano tratando de aplicar, con acierto o sin él, las conquistas traducidas en preceptos constitucionales, y, por el o tro, el imperialismo, ya abiertamente, ya usando de los vencidos s edimentos reaccionarios, oponiéndose siempre a la total aplicación de los principios conquistados. Ejerciendo en gran parte el contral or económico, resultado de su penetración en el periodo prerre volucionario, el imperialismo usa de todas sus formas de pres ión, provoca y ayuda movimientos faccionarios de reacción para recapturar el gobierno estatal y desviarlo de su misión revolucio naria. México, aislado, tiene la posición desventajosa en esta lu cha palmariamente desigual. Un Estado Antiimperialista no puede ser un Estado capit alista o burgués del tipo del de Francia, Inglaterra o Estados Uni dos. Es menester no olvidar que si aceptáramos los antiimperiali stas

como objetivo posrevolucionario el tipo característicamente bu rgués del Estado, caeríamos inexorablemente bajo el rodillo del i mperialismo. La cualidad del Estado Antiimperialista tiene que ser, pues, esencialmente, de lucha defensiva contra el enemigo máximo. Conseguida la derrota del imperialismo en un país dado , el Estado deviene el baluarte sostenedor de la victoria, lo que sup one toda una estructuración económica y política. El imperialismo no cesará de atacar y sus ataques tenderán a buscar una nueva ad aptación o ensamblaje en el flamante mecanismo estatal erigido po r el movimiento triunfante. El Estado Antiimperialista debe ser, pu es, ante todo, Estado de defensa, que oponga al sistema capitalista que determina el imperialismo, un sistema nuevo, distinto, propio, que tienda a proscribir el antiguo régimen opresor. Así como la ofensiva imperialista es aparentemente pac ífica durante el periodo de “penetración económica” —y la lucha no se percibe ostensiblemente sino cuando la garra aprieta, cuand o la fuerza viene en defensa del interés conquistado— así la lucha defensiva, después de producido el derrocamiento del antiguo Esta do

feudal, instrumento del imperialismo en nuestros países, habrá de ser una lucha aparentemente pacífica, quizá, pero una lucha im placable en el campo económico. Por eso, después de derribado el Estado feudal, el movimiento triunfador antiimperialista organiza rá su defensa estableciendo un nuevo sistema de economía, cientí ficamente planeada y un nuevo mecanismo estatal que no podrá s er el de un Estado democrático “libre”, sino el de un Estado de gue rra, en el que el uso de la libertad económica debe ser limitado par a que no se ejercite en beneficio del imperialismo.

La nueva organización estatal tendría evidentemente algo del llamado capitalismo de Estado que alcanzó gran desarrollo e n la época de la guerra imperialista de 1914-1918 y que en Ale mania consiguió un grado de organización verdaderamente extraordin ario. Pero precisa establecer diferencias. El capitalismo de Estad o del tipo aludido es una defensa del propio capitalismo concentrado en los momentos de peligro en su instrumento de opresión y de de fensa. Durante la guerra europea las potencias imperialistas belige rantes establecieron los llamados monopolios de Estado. La produ cción y el comercio fueron puestos totalmente o casi totalmente bajo su contralor. La clase burguesa reconcentró su fuerza económic a en torno del Estado y le hizo entrega de su soberanía económica61. Pero pasado el conflicto, el capitalismo privado recuperó el dominio de la producción y de la circulación de la riqueza y el capitalismo de Estado —medida de emergencia— no ha servido sino para reafirmar el poder de su propio sistema. En el Estado Antiimperiali sta, Estado de guerra defensiva económica, es indispensable tam bién

la limitación de la iniciativa privada y el contralor progresivo de la producción y de la circulación de la riqueza. El Estado Antii mperialista que debe dirigir la economía nacional, tendrá que ne gar derechos individuales o colectivos de orden económico cuyo u so implique un peligro imperialista62. Es imposible conciliar —y he aquí el concepto normativo del Estado Antiimperialista— la libertad absoluta individual en materia económica con la lucha con tra el imperialismo. El propietario nacional, de una mina o de una hacienda, que vende su propiedad o negocio a un empresario yan qui, no realiza una acción contractual privada, porque el comprador no solo invierte dinero en una operación, sino que invierte sobera nía, llamémosle así. Tras el nuevo interés creado por esta operación económica, aparentemente sencilla, está el amparo político, la fu erza de la potencia imperialista que respaldará —con un punto de vista distinto y hasta opuesto al del país que recibe la inversión— los intereses del extranjero. ¿Será esa una operación privada? Cie rtamente, no. El Estado Antiimperialista limitará, pues, el ejercici o de uso y abuso —jus utendi, jus abutendi— individuales, coartará

la libertad económica de las clases explotadoras y medias y asu mirá, como en el capitalismo de Estado, el contralor de la producció ny del comercio progresivamente. La diferencia entre el Estado Antiimperialista y el capitali smo de Estado europeo radicará fundamentalmente en que mi entras este es una medida de emergencia en la vida de la cla se capitalista, medida de seguridad y afirmación del sistema, el Est ado Antiimperialista desarrollará el capitalismo de Estado como sist ema de transición hacia una nueva organización social, no en bene ficio del imperialismo —que supone la vuelta al sistema capitalista, del que es una modalidad— sino en beneficio de las clases productoras, a las que irá capacitando gradualmente para el propio dom inio y usufructo de la riqueza que producen. Si el Estado Antiimperialista no se apartara del sistema c lásico del capitalismo y alentara la formación de una clase burg uesa nacional, estimulando la explotación individualista insaci able —amparada en los enunciados clásicos del demoliberalismo —, caería pronto en el engranaje imperialista del que ningún orga

nismo nacional burgués puede escapar. Por eso ha de ser indispens able en el nuevo tipo de Estado la vasta y científica organización de un sistema cooperativo nacionalizado y la adopción de una estruct ura política de democracia funcional basada en las categorías del tr abajo. Así, por ambos medios, realizará el Estado Antiimperialista la o bra de educación económica y política que necesita para consolidar su posición defensiva. Y así, también, canalizará eficiente y coordi nadamente el esfuerzo de las tres clases representadas en él. Haci a otro sistema económico que niegue y se defienda del actual por el c ontralor progresivo de la producción y la riqueza — nacionalización de la tierra y de la industria dice el programa del APRA— orienta y dirige su camino histórico el Estado Antiimperialista. Él ha de ser la piedra angular de la unidad indoamericana y de la efec tiva emancipación económica de nuestros pueblos.

9. Realidad económico-social

Ningún sistema político y social que no sea el de Esta dos Unidos, ha surgido en el Nuevo Mundo como expresión auténti ca de la realidad americana. Estados Unidos se inspiró evidenteme nte en las ideas de los grandes filósofos prerrevolucionarios france ses, pero con ellas crearon un sistema de organización estatal y de gobierno propio y nuevo, característicamente norteamericano y c ompletamente acorde con su realidad y su grado de evolución hist órica. Por eso las Repúblicas de Indoamérica y la de Norteamérica “no tienen en común sino el nombre”81. La organización republican a de Estados Unidos fue paradigma de la Revolución francesa y cam ino señero de realización democrática. Nuestro republicanismo feud alista y tumultuario, ni siquiera alcanzó al plano brillante y origi nal de las agitadas Repúblicas italianas de la Edad Media. “En Nort eamérica vemos una gran prosperidad basada en el crecimiento d e la industria y de la población, en el orden civil y en la libertad. To da la Federación constituye un solo Estado y tiene un centro político. En

cambio, las Repúblicas sudamericanas se basan en el poder mil itar; su historia es una continua revolución; estados que estaban a ntes federados, se separan; otros que estaban desunidos, se reúnen y todos estos cambios vienen atraídos por revoluciones militares”, son palabras de Hegel en una admirable visión panorámica de los a ños iniciales de la América independiente82. La conquista española rompió el ritmo de la evolución soci al y política de las primitivas organizaciones indígenas americanas, c uyos más definidos exponentes fueron los imperios de México y el P erú. Pero la Conquista no logró destruir los sistemas de asociación y de producción autóctonos. Sojuzgó y explotó; o —recordando los agudos conceptos de Hegel— conquistó y no colonizó. Con “los órganos con que puede ejercitarse un poder bien fundado: el caballo y el hier ro” 83 los españoles fueron vencedores implacables de masas inmensa s de hombres a pie que solo usaban elementales armas de bronce. Pero en ninguno de los grandes centros poblados de Indo américa —México y los varios países de hoy, que comprendí a el viejo imperio peruano, por ejemplo— el importado sistema feudal, de trescientos años de coloniaje y cien más de República ne

ocolonial, pudo erigir una organización propia, realista y firme. U na lucha honda y secular entre las masas de población indígena, c ontra sus opresores feudales, llena de episodios sangrientos la hist oria de estos pueblos, desde la conquista hasta nuestros días. Esa l ucha que subsiste, y en la que la Revolución campesina mexicana in icia una nueva etapa, representa la profunda oposición de las for mas primitivas y tradicionales de reparto y propiedad de la tierra co ntra el feudalismo europeo importado por los españoles: el aillu, la comunidad, el callpulli; frente al feudo, al latifundio84. España vence, pues, militarmente a los imperios indígen as, pero su victoria, capaz de destruir el mecanismo político de los pueblos que conquista, no logra derribar totalmente sus estruc turas económicas. La conquista trae un nuevo sistema, pero no p uede acabar con el sistema anterior. El feudalismo importado no cum ple una tarea de evolución integral. Se yuxtapone al sistema autón omo y deviene en coexistente con él. La nueva clase feudal americ ana, el feudalismo criollo, no consigue tampoco destruir las bases del

viejo sistema. Este fenómeno —especialmente notable en los países sudamericanos comprendidos dentro de las fronteras del Impe rio de los Incas— constituye su línea histórica fundamental. Con la Independencia, la clase feudal criolla, fortalecida en trescie ntos años de desarrollo, logra emanciparse del contralor de la clase feudal dominante española, respaldo de la corona. Este conflicto de intereses tuvo su línea central en la necesidad de sostener el m onopolio comercial por parte de la clase dominante española y la n ecesidad de libre cambio por parte de la clase dominante criolla85. Esta se independiza presurosa y captura el poder político por una ra zón económica ineludible86. Conserva el tipo feudal de su organizaci ón social, le añade el libre cambio y adapta a sus nuevos organis mos autónomos, regímenes republicanos, copias de los métodos revo lucionarios europeos de la época. El librecambio fortalece a una c lase que durante la Colonia había tenido capacidades restringidas : la clase comercial. En ella se gesta el embrión de una elemental burguesía nacional87. El librecambio trae también los gérmenes pri me-

ros del naciente imperialismo económico que viene a la Amér ica bajo las banderas británicas que entonces gobernaban los mares sin rivales. Las primeras inversiones de capital extranjero se alían con la clase feudal y con la clase comercial y van perfilándose más y más, así los comienzos de la burguesía colonial. A través de cien años, el imperialismo inglés, primero, y el norteamericano, últimamente, —para no mencionar sino a los de mayor importancia— van enlazando cada vez más fuertemente el aparato feudal de nuestros pueblos. Luego llegamos a la época a ctual en que el imperialismo yanqui ha desplazado a su rival británi co y va quedándose dueño de gran parte del campo, que controla y vigila. Pero en el curso de nuestra evolución económica las etapa s no se suceden como las de la transformación de un niño en hom bre. Económicamente, Indoamérica es como un niño monstruoso q ue al devenir hombre le creció la cabeza, se le desarrolló una pie rna, una mano, una víscera, quedando el resto del organismo vivo, pero anquilosado en diferentes periodos del crecimiento. Examinando el panorama social de nuestros pueblos encontraremos esta coexis ten-

cia de etapas que deberían estar liquidadas. Cada una conserva vitalidad suficiente para gravitar sobre el todo económico y político. El programa del APRA enuncia en su segundo postulado l a unión política y económica de los países latinoamericanos. Es la aspiración tradicionalmente sostenida en poemas y discursos, por líricos, románticos idealistas y místicos del latino o indoameri canismo. Para realizar el plan realista de unión, es necesario e studiar las determinantes económicas de la división política actu al. Exceptuando Brasil y Haití, no hay ni razones oficiales de idio ma. Sin excluir a ninguno de nuestros países, no hay motivos imp ortantes de división técnica. Salvo las imperativas limitaciones g eográficas de los países insulares en el Caribe, las fronteras entre nuestros estados no son casi nunca ni fronteras naturales siqui era. Justamente, las fronteras de la geografía republicana han encer rado pueblos de diverso idioma —Perú, Bolivia, Brasil—, de diversas razas —casi todos los indoamericanos— y más o menos definid as fronteras naturales dentro de sus límites políticos que hoy res ultan arbitrarios. En los últimos tiempos el imperialismo ha cont

ribuido a crear nuevas fronteras —Panamá y la última separación de las pequeñas Repúblicas centroamericanas— de acuerdo con sus planes de explotación económica. Frecuentemente se ha al udido al bajo índice demográfico de nuestros países, como causa de la concentración de grupos sociales en torno a zonas de po sible intercambio. Esta explicación también corresponde a la condici ón económica feudal —falta de vías de comunicación, deficiente técnica para la producción y la circulación, y para el contralor est atal o político de grandes zonas— que determinó la división política de las actuales veinte Repúblicas. Ya el régimen colonial espa ñol fue trazando las fronteras de sus dominios de acuerdo con las condiciones económicas, que variaron grandemente en tres sigl os. Los dos inmensos virreinatos fundados por el imperio español en América, México y Perú, fueron subdividiéndose más tarde. La Independencia —cuyas raíces económicas ya he analizado— erige los nuevos Estados sobre las bases de los virreinatos, capitaní as y audiencias, modificadas por las dos fundamentales causas eco

nómicas que determinaron la Revolución contra España: la eman cipación de las clases feudales criollas —vale decir, la toma y el uso del poder político por ellas mismas que supone ciertas dificulta des técnicas para los nuevos Estados, que se simplifican con la re ducción de la extensión territorial dominada—, y el establecimiento del librecambio que trajo a América una transformación econ ómica por la aceleración del comercio, la formación y la prosp eridad de los centros de exportación e importación; la urgencia de fronteras aduanales y de su contralor directo y eficaz dentr o de determinadas zonas90. Las fronteras políticas actuales de nuest ros países son fronteras económicas, pero correspondientes a una etapa feudal. Las demarcó la clase feudal criolla al libertarse de E spaña; pero no corresponden a una delimitación económica moder na antifeudal y menos a una delimitación revolucionaria y científi ca.