ECOS y COLORES: Colonia Independencia

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LA COLONIA INDEPENDENCIA INDEPE

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colores y ecos de

LA COLONIA INDEPENDENCIA Camilo Contreras Delgado n Rodrigo Fernando Escamilla Gómez n Olimpia Farfán Morales n Ismael Fernández Areu n Luis Fernando García Álvarez n Alejandro García García n Mario Alberto Jurado Montelongo n Jimmie L. King n Juan Manuel Casas García Eleocadio Martínez Silva n José Juan Olvera Gudiño n Lylia Isabel Palacios Hernández n Efrén Sandoval Hernández n Víctor Zúñiga González

Ecos y colores de la colonia Independencia Primera edición, noviembre de 2010 © Los autores © Municipio de Monterrey Museo Metropolitano de Monterrey Zaragoza y Corregidora, Zona Centro, Monterrey, N.L. Col. Centro. C.P. 64000, Monterrey, Nuevo León (81) 8344-2503 [email protected] © Comisión Estatal para la Conmemoración del Bicentenario del inicio de la Independencia Nacional y el Centenario de la Revolución Mexicana Antiguo Palacio Federal Washington 648 ote. Octavo piso Col. Centro. C.P. 64000, Monterrey, Nuevo León (81) 2020-6717 www.bicentenarionuevoleon.com © Colegio de la Frontera Norte Carretera Escénica Tijuana-Ensenada, Km 18.5 San Antonio del Mar, C.P. 22709 Tijuana, B.C. (664) 631-63-44 [email protected] ISBN: PENDIENTE Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, a menos que se cuente con la autorización por escrito del titular de los derechos de la misma. Impreso y hecho en México.

Contenido

Presentaciones

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Introducción

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Historia Del barrio San Luisito a la Colonia Independencia

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JUAN MANUEL CASAS GARCÍA

Vida cotidiana Paisajes, querencias y apegos

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ALEJANDRO GARCÍA GARCÍA

Arquitectura sin arquitectos: Imagen, forma y vida en la evolución de su entorno urbano

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JIMMIE L. KING

Migración La puerta de Monterrey. La historia de Simona y las dos julietas

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VÍCTOR ZÚÑIGA GONZÁLEZ

Los nahuas de Hidalgo ISMAEL FERNÁNDEZ AREU

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Religiosidad Las danzas de Matachines y la Palma

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OLIMPIA FARFÁN MORALES

Devoción guadalupana y trabajo comunitario con jóvenes

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LUIS FERNANDO GARCÍA ÁLVAREZ

Oficios y comercio El puente que siempre ha sido mercado

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EFRÉN SANDOVAL HERNÁNDEZ / RODRIGO FERNANDO ESCAMILLA GÓMEZ

El corazón del oicio zapatero en Monterrey LYLIA ISABEL PALACIOS HERNÁNDEZ / ELEOCADIO MARTÍNEZ SILVA

Música y sonidos Los caminos de la vida son de migración y diversidad… además de la “colombia”

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JOSÉ JUAN OLVERA GUDIÑO

Paisajes sonoros

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CAMILO CONTRERAS DELGADO

Deporte Del llano a los estadios

181

MARIO ALBERTO JURADO MONTELONGO

Bibliografía

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Síntesis biográficas

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Créditos

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PRESENTACIÓN

PRESENTACIÓN

DEL ALCALDE

LA COLONIA INDEPENDENCIA ES UNO DE LOS LUGARES más emblemáticos de la ciudad de Monterrey y por consecuencia uno de los íconos culturales, laborales y deportivos más importantes de la ciudad. En el marco de la celebración del inicio de nuestra Independencia Nacional en este 2010, celebraremos en conjunto, los primeros 100 años de vida de este popular barrio, anteriormente conocido como San Luisito. El Municipio de Monterrey en conjunto con el Colegio de la Frontera Norte, y el Gobierno del Estado de Nuevo León, presentan esta obra, tan diversa y rica en contenidos e imágenes, que nos invita a relexionar sobre la importancia del barrio en la cultura e idiosincrasia del regiomontano. En este esfuerzo compartido, queremos mostrar al mundo los valores de trabajo, esfuerzo, dedicación y fervor religioso que no sólo distinguen a los vecinos de la colonia Independencia, sino al regiomontano en general. Esta obra está dedicada a todos los que nacieron en Monterrey y, a los que por azares del destino, llegaron a esta ciudad buscando un nuevo horizonte de vida. Que esta obra sea un homenaje a los hombres y mujeres que han contribuido con sus oicios, manifestaciones artísticas y religiosas, su disciplina deportiva y formas de vida, para que la colonia Independencia siga siendo, como desde antaño, el corazón de Monterrey, orgullo de México

FERNANDO LARRAZÁBAL BRETÓN Presidente Municipal de Monterrey

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PRESENTACIÓN

Introducción ¿POR qUÉ UN LIBRO de la colonia Independencia? Puedo enumerar decenas de razones que suenen más o menos convincentes, pero me quedo con la respuesta más llana y directa: por puro gusto. Es cierto que la colonia Independencia está cumpliendo 100 años de tener este nombre, razón por la cual es parte de los festejos del Bicentenario de la Independencia Nacional y el Centenario de la Revolución Mexicana, pero las conmemoraciones llegarán y se irán, es la experiencia diaria de los emancipados la que da sentido a esos festejos. Este libro colectivo se imaginó desde la Comisión Estatal para la Conmemoración del Bicentenario del inicio de la Independencia Nacional y el Centenario del inicio de la Revolución Mexicana; sabíamos que queríamos hacer un libro de esta colonia, pero como en toda obra, no sabíamos lo que resultaría. Al llamado acudieron sociólogos, antropólogos, lingüistas, historiadores, arquitectos y geógrafos de la Universidad Autónoma de Nuevo León, el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, la Universidad de Monterrey y el Colegio de la Frontera Norte. Se conformó un entusiasta equipo que puso a disposición del estudio de la colonia sus conocimientos, su tiempo, sin condiciones de por medio. La respuesta y el resultado inal son una muestra de generosidad y reconocimiento de estos investigadores. Por eso digo, el libro se hace por puro gusto.

Los 16 autores, sin excepción, caminamos, platicamos, convivimos con la gente de la colonia en eso que en la jerga académica llamamos trabajo de campo. Cada quien se las arregló para obtener información: con entrevistas y grabadoras, con cámaras, observando y anotando. Desde el inicio nos propusimos escuchar y relejar la voz de la gente en cada uno de nuestros trabajos. Y llegó lo bueno. Cada visita a los zapateros, comerciantes, matachines, promotores del fútbol, jóvenes nahuas, sonideros, signiicaba no sólo información sino aprendizaje y recreación de este enorme asentamiento. Me atrevo a decir que transitamos de investigadores extraños a curiosos conidentes. Nos metimos a sus historias privadas, a sus lugares de origen, a sus iglesias, casas y talleres y hasta a sus cantinas. La generosidad de los investigadores fue correspondida con más generosidad de los colonos. Fue un reto transmitir el resultado de sus investigaciones en un lenguaje y estilo luido, no conceptual. Todos los autores son especialistas en la temática que abordaron y están acostumbrados a escribir en un estilo formal por lo que en esta ocasión se confrontaron con la sencillez que en ocasiones tiene sus propias complicaciones. Valió la pena pues el resultado son pinceladas de la colonia que no por sencillas carecen de seriedad metódica.

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colores y ecos de LA COLONIA INDEPENDENCIA

¿qué encontrarán los lectores en este libro? En primer lugar una parte de la historia urbana de Monterrey, pero sobre todo el pulso de la vida cotidiana de uno de los asentamientos más emblemáticos de la ciudad. ¿En qué sentido es emblemática esta colonia? Baste decir que no es posible tratar de entender el pasado y presente del área metropolitana de Monterrey sin tener en mente a la colonia Independencia. Este libro reúne historias y

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vivencias de la migración, arquitectura, devoción guadalupana, oicios, música y otros sonidos propios de esta zona. El libro destaca el apego de la gente a su colonia así como aquello que les permite a diario reproducir la identidad de barrio. Este es un tributo por lo que la colonia Independencia ha compartido y aportado a la ciudad n CAMILO CONTRERAS DELGADO

HISTORIA

HISTORIA

Del barrio San Luisito a la Colonia Independencia JUAN MANUEL CASAS

LA HISTORIA DE LA COLONIA Independencia se remonta a tiempos muy pretéritos, más allá incluso de lo que muchos han aventurado y aún sostenido. Esto que vas a leer ahora no es una historia completa sobre el desarrollo de este lugar, pero sí al menos un parte de ella que, creo, te ayudará a aclarar algunas de las cuestiones más relevantes sobre sus orígenes. ¿qué es en realidad la colonia Independencia? Es, en primer lugar, una muy dilatada extensión de territorio, mayor al tamaño de las viejas colonias de Monterrey, e incluso de muchísimas actuales. Tiene sus límites oiciales en la avenida Ignacio Morones Prieto al norte, y al oriente una línea imaginaria que sigue un curso sinuoso partiendo del cruce de dicha avenida y la calle Baja California, tuerce en la calle 16 de Septiembre hacia el oriente, topa en la diagonal Durango sur y sigue hacia el sureste hasta la calle 5 de Febrero, donde sólo recorre unos cuantos metros hasta tocar la calle Hilario Martínez, baja por ésta seis cuadras hacia el sur hasta topar con la calle Lago de Pátzcuaro, tuerce al poniente y avanza cuatro cuadras hasta Baja California otra vez, sólo para bajar una cuadra a la calle Nueva Independencia y seguir avanzando dos cuadras al poniente donde, torciendo en Tamaulipas, toma hacia el sur por una cuadra (es decir, otra vez hasta Lago de Pátzcuaro), se mueve una cuadra más al

poniente (calle Nuevo León) y de ahí se sigue al sur, hasta morir en la cresta de la Loma Larga. El límite poniente es poco menos complicado: comenzando en el cruce de avenida Morones Prieto y Serafín Peña avanza al sur por dos cuadras, y en 5 de Febrero tuerce una larga cuadra hacia el poniente, hasta la calle Pío X, sólo para volver a tomar el sur por la calle J. R. Peña y seguir en ese rumbo hasta terminar en la cresta del cerro. El límite sur es ciertamente indeinido: se disuelve en las barriadas semi improvisadas que pululan en la cresta del cerro de la Loma Larga, donde no existen calles propiamente dichas, ni manera fácil de llegar a éstas. Tales son los conines de la colonia Independencia. Pero es necesario decir que no siempre han sido esos sus límites. La evolución de este lugar, desde que los documentos lo consignan, ha variado, y siempre en un crecimiento constante. Y a esto hay que agregar algo que es capital para comprender mejor el tema: la colonia Independencia ha estado siempre históricamente unida a la Nuevo Repueblo, al punto de atreverme a decir que casi son una y la misma cosa. Surgieron (al menos a la cartografía) al mismo tiempo, y como vecinas han compartido glorias y penas similares. Lo que no tiene una, la tiene la otra: La Independencia tiene una iglesia antigua y una basílica de culto multitudinario, la

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colores y ecos de LA COLONIA INDEPENDENCIA

Nuevo Repueblo tiene la única plazuela arbolada de la zona. La primera es complementaria de la segunda. Son hermanas. Ambas se necesitan y se son útiles. En vista de que el tema está ligado al centro de Monterrey, buena sería la comparativa si comenzamos por aquí. En la actualidad a la zona central emblemática de nuestra ciudad se le llama primer cuadro. Se encuentra limitado por las avenidas Venustiano Carranza al poniente, Colón al norte, Félix U. Gómez al oriente y Constitución al sur (o, si se preiere, el río Santa Catarina). El primer cuadro tiene una extensión aproximada de 766 hectáreas. A éstas, sin embargo, habría que restarles las que ocupa la colonia quinta El Mirador (13.8 hectáreas) y los Condominios Constitución (9.68 hectáreas), que en rigor no pertenecen al espíritu del resto del centro, es decir, son urbanizaciones modernas hechas ya en el siglo XX. Así pues, del primer cuadro serían en realidad unas 742 hectáreas. Ello es la extensión máxima de la ciudad, deinida y urbanizada en la época anterior al surgimiento de las colonias, razón por la que es un error (muy común, por cierto) llamarle a esta zona “colonia Centro”, pues el centro era toda la ciudad, y las colonias lo que se fraccionó a sus alrededores posteriormente, ya con ines habitacionales. La Independencia es un caso raro, pero compartido con algunas otras colonias: originalmente era un barrio más de la ciudad. Ahora bien, como barrio sin duda fue el más populoso y extenso de toda la historia local. Hoy esta colonia ocupa una supericie de poco más de 235 hectáreas, lo que representa el 31.7% de la supericie del primer cuadro. Podría no sorprender mucho este dato, pero sí lo hará si se le compara con las supericies de otras colonias antiguas de los alrededores: la Nuevo Repueblo

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ocupa 88 hectáreas, y por lo tanto es la segunda más grande. La colonia Obrera tiene casi 44 hectáreas, la Terminal 47.63 hectáreas y la Treviño 37.6 hectáreas. Estas tres últimas son fraccionamientos modernos realizados en las décadas de 1920 y 1930, principalmente para dar lugar a vivienda de la creciente clase obrera, en plena expansión. Ninguna de esas colonias, entre muchas otras que se fraccionaron en esas décadas, llega a ser tan extensa como la Independencia, no teniendo siquiera en conjunto ni la mitad de la supericie de aquella. Igual resultado tenemos si la comparamos con la primera colonia formalmente fundada como tal en Monterrey: la Bella Vista. Enclavada en una estratégica zona central hoy día, detrás de la Cervecería Cuauhtémoc y el ediicio de la Comisión Federal de Electricidad (ambas en la avenida Alfonso Reyes), fueron adquiridos esos terrenos por el coronel Joseph A. Robertson en 1891 con la intención de fundar una zona residencial, cosa que no logró hasta 1908. La extensión actual de este lugar es de aproximadamente 44 hectáreas, es decir, menos de una quinta parte de la colonia Independencia. Al ir tomando conciencia de estas comparaciones, surge la pregunta inevitable: ¿Por qué es tan grande la colonia Independencia? La respuesta quizá se halle en los albores del siglo XIX, cuando nació. Hay un gran mito sobre su origen que, a fuerza de repetirlo tanto, ya casi ha adquirido categoría de verdad histórica: que este lugar surgió como resultado de la inmigración de gran cantidad de obreros de la construcción oriundos de San Luis Potosí; suponían ser sobre todo maestros en el arte de labrar la cantera, bella piedra con que se

HISTORIA

aderezaba el Palacio de Gobierno de Nuevo León entre los años de 1895 y 1908. La indicación del lugar de donde provenía esa fuerza laboral ayuda a sostener el mito: la colonia Independencia, como es bien sabido, tenía antiguamente el nombre de barrio de San Luisito. Sin embargo, hay dos hechos muy elocuentes que derriban este mito: Uno, los documentos del Ayuntamiento de Monterrey ya mencionan al barrio de San Luisito desde mucho antes de 1895, y dos, en el directorio comercial de Monterrey de 1901 que se custodia celosamente en la Capilla Alfonsina de la Universidad Autónoma de Nuevo León, en su apartado de constructores y albañiles, no aparece nunca un domicilio en el barrio de San Luisito. Pero entonces, ¿a qué se debe que ese barrio haya llevado dicho nombre? Un mito, después de todo, tiene un mínimo porcentaje de realidad en el último de los casos. Por ejemplo, es verdad que para la construcción del Palacio de Gobierno debió haberse importado en algún momento mano de obra potosina, pues cierto es que esas habilidades no existían en Monterrey, pues ni siquiera esa cantera es posible hallarla en parte alguna del Estado de Nuevo León. ¿quiénes vinieron a trabajar desde tan lejos, no sólo en la construcción del Palacio, sino en otras varias obras del periodo 1900-1910, época en que se puso de moda construir con esa cantera (recordemos al Banco Mercantil, al ediicio La Reinera o al Arco de la Independencia, por mencionar lo más conocido)? Desafortunadamente ninguno de los documentos disponibles en el Archivo General del Estado de Nuevo León, relacionados con la construcción del Palacio de Gobierno, revela nombres ni origen de los maestros constructores, limitándose más bien a indicarnos lo que de un modo u otro ya sabíamos: que el contratista de esa

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El Palacio de Gobierno de Nuevo León fue construido de 1895 a 1908 con una estructura primaria de muros de sillar, todo recubierto con piezas de cantera de San Luis Potosí. Fue diseñado por el ingeniero capitalino Francisco Beltrán, y construido por el maestro de obras Marín Peña Treviño.

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obra fue Marín Peña Treviño (por cierto, hermano de Serafín Peña, uno de los pilares de la educación en el Estado), quien la realizó de acuerdo al diseño del ingeniero Francisco Beltrán Otero. Por otra parte, tampoco la cantera de San Luis Potosí fue usada por primera vez en Monterrey cuando se construyó el mencionado Palacio de Gobierno. Baste como ejemplo el caso de la antigua casa de Lorenzo González Treviño, acaudalado comerciante regiomontano (o reinero, como se decía antes) del siglo XIX. Él mismo cuenta en sus memorias cómo a raíz de un viaje de negocios que había hecho a la ciudad de San Luis Potosí, quedó muy admirado de la belleza de sus ediicios, decidiendo desde ese momento que su casa habría de construirse con esa cantera. Así lo hizo pocos años después. Esa casa, ediicada en la década de 1860, estaba en pleno barrio de Bolívar, en la esquina nororiente de lo que ahora son las avenidas Padre Mier y Cuauhtémoc. Aquella mansión señorial de dos pisos de altura tuvo arquerías cuya inura sólo fue posible con la cantera de San Luis, pues el sillar nuestro era demasiado tosco como para permitir tallas esbeltas y soisticadas. La casa de Lorenzo González Treviño fue demolida, en parte, durante las obras de ensanche de la vieja calle de Padre Mier, hacia los años de 1950-1951. El resto, si algo quedó, acabó por desaparecer tras el gran ensanche que se practicó a la calle Cuauhtémoc en 1969 para convertirla en la avenida que es ahora. Así pues, hemos visto que todo mito debe ser tomado con cautela, para no caer en la anécdota simplista ni en las deiniciones reduccionistas. Pero entonces, ¿de dónde proviene el nombre de San Luisito para ese barrio? Una vez más, un ápice del mito puede ser realidad. En primer lugar, es muy elocuente que dicho barrio haya sido el

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único de Monterrey que tenía su nombre en forma diminutiva, como si se aludiera con ello a algo que se recuerda con cariño. Por lo tanto, no hemos de descartar que los habitantes mayoritarios de ese barrio hayan podido ser naturales de San Luis Potosí. (Como comentario al margen, recordemos cierta proclividad de esa gente a nombrar algunos lugares en forma diminutiva y cariñosa, como por ejemplo su célebre y tradicional barrio de San Miguelito.) Ya por su parte, historiadores de renombre (sin duda gente de más autoridad moral que la mía) han elaborado convincentes teorías sobre el origen del nombre San Luisito. Acaso la más ejemplar sea la que ha expuesto el maestro Héctor Jaime Treviño Villarreal, quien sostiene que tal denominación se debe a la gran cantidad de gente que acompañaba a algún militar de alto rango durante una de las varias campañas de guerra que hubo en el noreste mexicano desde los primeros años de vida independiente. ¿quién pudo haber sido ese militar? ¿Acaso Antonio López de Santa Anna en su expedición de sometimiento a Texas, por causa de su declaración de independencia de México en 1835? ¿Acaso Mariano Arista en calidad de comandante del Ejército del Norte tratando de recuperar (sin éxito) Texas en 1846? Ambos pasaron por Monterrey en sus marchas al norte. Las dos son buenas posibilidades, juntas o separadas. Recordemos que durante todo el siglo XIX las constantes guerras civiles demandaron tal cantidad de hombres que ello derivó en una deplorable práctica militar, muy común en todo ese tiempo: la leva. Ésta consistía simplemente en el secuestro de cualquier persona que se encontrara en el camino de los militares, con el in de integrarlo a sus fuerzas armadas. Muchas veces la persona víctima de la leva, en vista de su inevitable destino, era acompañada por su mujer y aun por toda su familia, de modo

HISTORIA

que las expediciones militares eran un pintoresco mosaico de la sociedad mexicana, sobre todo la rural. Pues bien, a su paso por Monterrey, buena parte de esos variopintos contingentes debió irse estableciendo tanto en la ciudad como en la margen derecha del río Santa Catarina. Con el paso del tiempo esos asentamientos humanos debieron ser nutridos con más inmigrantes y ello provocó paulatinamente su consolidación como barrio. Pero entonces, ¿esos inmigrantes eran de San Luis Potosí? Es muy probable que la mayoría sí. quizá la primera vez que un documento del Ayuntamiento de Monterrey menciona por su nombre a este barrio, haya sido en el acta de cabildo del 17 de marzo de 1842. Sin embargo, aún el nombre es esquivo, pues no se menciona el diminutivo, sino barrio de San Luis, que en los siguientes años se alternó con el de Nuevo Repueble (o Repueblo) de San Luis, más usual sobre todo en la década de 1850. Nuestra apreciación se inclina a razonar que acaso por ser el barrio de reciente creación, aún no se perilaba el diminutivo como de uso común. Tal cosa no sucedería por lo menos hasta la siguiente década. A inales de aquélla, en 1869, las actas de cabildo ya comienzan

a mencionarlo como barrio de San Luisito, si bien en realidad este nombre sólo llegaría a ser común y frecuentemente mencionado a partir de la década de 1880. En cualquier caso, y como ya es muy evidente, las historias tanto del barrio como de su nombre datan de tiempos muy anteriores a la construcción del Palacio de Gobierno y la moda de la cantera. Todo lo antes dicho apenas nos empieza a dar una idea de los tiempos en que esa parte de la ciudad comenzó a revestir una importancia de “nivel urbanístico”, es decir, que merecía mención frecuente en documentos oiciales. Pero si hemos de hacer caso al sentido común, podríamos formular la siguiente pregunta: ¿qué habría impedido que se ocupara la margen derecha del río Santa Catarina desde los tiempos del traslado deinitivo de la ciudad de Monterrey a la margen izquierda, hecho en 1611-1612? En realidad, nada. En otras palabras, no es descabellado suponer que desde los albores del siglo XVII haya habido algún tipo de ocupación de los terrenos que ahora llamamos colonia Independencia, ya en forma de modestos jacales, ya como un caserío. Sin embargo, lo que haya habido ahí durante todo el tiempo del dominio español debió ser tan modesto que no mereció jamás representación gráica alguna n

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Acta del Cabildo de Monterrey levantada el 17 de marzo de 1842. Este es quizás el documento más antiguo donde se menciona al barrio de San Luis, después San Luisito.

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HISTORIA

DE ENTRE LA CARTOGRAFÍA conocida de la ciudad de Monterrey –la cual no es poca, gracias a los hallazgos de los últimos 15 años–, podemos determinar que la primera vez que el barrio de San Luisito es representado en mapas, acaso haya sido en el plano anónimo de 1854. Parece haber sido dibujado con ines militares, pues la ciudad se aprecia rodeada por varios fortines. Al sur del río Santa Catarina son muy claros dos caseríos: uno junto al “camino para Huajuco” (es decir, villa de Santiago), y otro algo más hacia el poniente, ubicado junto a un camino sin identiicación, y que corre más o menos del río en dirección sur sureste; este último parece ser más un derecho de paso entre milpas que un verdadero camino. El segundo caserío mencionado, por la ubicación aproximada que nos deja ver el plano, debió estar en un punto alrededor de las actuales calles de Zacatecas, 16 de Septiembre y Guanajuato. Llama aún más la atención el caserío primeramente mencionado. Como ya anotamos, se encontraba a la vera del camino a Villa de Santiago. Este camino es un trazo diagonal, hecho empíricamente desde tiempos inmemoriales. Todos los mapas del siglo XIX coinciden en algo: comenzaba en el in de la actual calle de Mina, cuando ésta moría en la ribera del Santa Catarina. Como nuestro querido río nunca fue caudaloso –a pesar de tener un lecho muy dilatado–, el paso al sur se hacía de manera precaria, a través de piedras o maderos estratégicamente colocados sólo para salvar el hilo de agua. Una vez ganada la otra orilla, el camino pasaba por el caserío mencionado (que para nuestro infortunio no fue nombrado en este plano). Con el paso del tiempo llegó al in el trazo cientíico de las calles para la zona sur del río, pero el camino a Santiago era tan importante que no hubo cientiicismo que

lo hiciera desaparecer. Ello es tan notable que aún hoy día el ordenado trazo reticular de las colonias Independencia y Nuevo Repueblo se rompe caprichosa e inexplicablemente en un punto: la vieja Plaza de Verea. La calle que la bordea por su parte larga (o surponiente, para ser más precisos) se llama Durango sur; tiene una extensión de tres cuadras, cortándose en la calle del 5 de Febrero. Pero si observamos un plano moderno, veremos cómo tres calles más abajo esa diagonal vuelve a surgir, ahora con el nombre de Río Pánuco. No es casualidad. El viejo camino a Santiago era tan importante que aunque interrumpido por tres hileras de manzanas, no pudo ser borrado del mapa por completo. Existe por la colonia Más Palomas una calle llamada “antiguo camino a Villa de Santiago”; éste junto con el que corría por la avenida Río Pánuco era otro más de los varios caminos vecinales que se fueron formando entre los siglos XVIII y XIX. La calle diagonal de Durango sur, desde 1890 y por algunos años, tuvo el nombre de calle de Santiago, por todas las razones ya expuestas. El trazo reticular de las colonias Independencia y Nuevo Repueblo ya estaba deinido de algún modo desde la década de 1840 por lo menos, y si bien ningún plano conocido de esa o la siguiente década lo representan, en cambio sí los documentos del Ayuntamiento de Monterrey son prolijos en hablar de las calles del Nuevo Repueble del sur o Nuevo Repueble de San Luis y del Nuevo Repueble de Verea, que de todos esos modos y algunas variantes más se conoció respectivamente a las dichas colonias a mediados del siglo XIX. Sobre la incoherencia del camino a Santiago y la traza reticular, veamos un extracto del acta de cabildo de Monterrey del 14 de enero de 1856:

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Página anterior: Plano de la ciudad de Monterrey, 1854 [detalle]. Aquí se observa la zona donde hoy se encuentran las colonias Independencia y Nuevo Repueblo, con notoria manifestación del antiguo camino al Huajuco (hoy Santiago, Nuevo León).

colores y ecos de LA COLONIA INDEPENDENCIA

[…] cuando se delineó este [Nuevo Repueblo del sur] no se pensó en que colocar las calles paralelas [a la] antigua Ciudad sin ijar la atención en la posición topográica del terreno ni en los puntos dominantes de que debía partir toda delineación de una nueva población, razón por [la] que el camino de la Villa de Santiago, que no puede ser variado, está trozando el nuevo repueblo diagonalmente, y una ininidad de manzanas en triángulos de diferentes tamaños que no pueden ser fabricados [es decir, construidos] porque sus ángulos son muy agudos y muy pequeños, y por lo mismo se suplicaba se nombrase una comisión que con vista del plano adjunto proponga a esta corporación lo que deba hacerse.

Si se nombró después una comisión, es claro que mucho no pudo hacerse; ese “error” en el trazo, no obstante, le imprime al barrio de la Garita del sur un aire particular, con sus calles quebradas y sus rincones insospechados. El enclave de la actual plazuela de Verea, corazón de la colonia Nuevo Repueblo, está absolutamente deinido ya para 1854, y su importancia como camino a todas las poblaciones del sur (Santiago, Allende, Montemorelos, Linares, etcétera) habría de ser tal que mereció el establecimiento de una garita ahí mismo. En otras palabras, era una de las entradas y salidas estratégicas de la ciudad, y la plazuela de Verea, su puerta. Esa garita estaba en algún punto de la dicha plazuela; era una dependencia municipal y, como las otras garitas de la ciudad, funcionaba como una verdadera aduana, pues no sólo vigilaba la entrada y salida de personas, sino que –más importante aún– para el erario signiicaba un ingreso nada despreciable el cobro de ¨piso¨, es decir, de derecho por introducción de las más diversas mercancías. A dichos impuestos en el siglo

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XIX se les llamaba ¨arbitrios¨ (al menos en Nuevo León), y su reglamento se reinó durante el último tercio de dicho siglo. Se cobró en pesos o en reales, y variaba de acuerdo al tamaño y cantidad de los carretones que transportaban los productos. La Garita del sur era un puesto ya muy concurrido para la década de 1870, y llegó a adquirir por sí sola tal relevancia urbana, que acabó por dar nombre a la zona aledaña a ésta, de tal suerte que se le conoció al entorno de la plaza de Verea como barrio de la Garita del sur, más o menos desde la década de 1880 a la de 1930. Parte de los terrenos del sur de este barrio fueron convertidos en la colonia Ancira, cuya iniciativa de creación data de 1928. La Garita del sur, como aduana municipal, dejó de funcionar en algún momento alrededor de la primera mitad de la década de 1920. No obstante, el nombre del barrio persistió varios años más, pues todavía se le menciona con frecuencia a mediados de los años treinta. ¿Es más antiguo el entorno de la plaza de Verea que el resto de la colonia Nuevo Repueblo? Es muy probable que sí. Un caserío en un espacio abierto, de entrada y salida a una población grande, debió ser mayor incentivo que vivir tierra adentro. No obstante, fue tan estrecha la relación entre los barrios de la Garita del sur y el de Verea, que plantear una frontera entre ambas es una tarea ardua. Baste saber que, por ejemplo, esta cercanía les hizo formar, en la década de 1920, la Junta de Mejoras Materiales de los Barrios Unidos de la Garita del sur y el Nuevo Repueble (o Repueblo). El plano de 1854 llama la atención porque, a diferencia de lo que otros documentos de esos años mencionan, las calles trazadas desde inales de la década anterior aquí no se ven: toda la zona que es ahora motivo de este libro aparece representada como tierra labrantía.

HISTORIA

En 1865 se publicó el Plano de Monterey y sus egidos, escrito así, a la usanza antigua: el nombre de nuestra ciudad con una sola “r” y la palabra “ejidos” con “g”. Fue levantado y dibujado por el ingeniero alemán Isidor Epstein durante el verano del año anterior, a pedido del Ayuntamiento de Monterrey, quienes urgidos de un plano coniable y actualizado de la ciudad en donde aparecieran de una vez por todas los escurridizos nuevos repuebles, hicieron tal encargo con todas las facilidades que pudieron otorgarle. Su nombre ya había sido castellanizado a “Isidoro” desde su arribo a nuestro país, el año de 1851. Era un personaje muy peculiar, judío, orgulloso integrante de la colonia alemana de México, miembro de la Sociedad de Geografía y Estadística y positivista consumado, que antes de radicar aquí por algunos años, ya había trabajado en Aguascalientes realizando diversos trabajos de

ingeniería y levantando algunos planos importantes. Fue también catedrático de matemáticas en el antiguo Colegio Civil (aunque, al decir de uno de sus alumnos, el insigne Miguel F. Martínez, no muy interesante en el arte de enseñar lo mucho que sabía). Isidoro Epstein legó para la posteridad una de las mejores cartas que se hayan realizado en el siglo XIX regiomontano. Por primera vez podemos ver ielmente dibujadas no sólo las manzanas de la ciudad de entonces, sino también los ensanches llamados en ese tiempo repuebles, zonas para donde debería crecer la ciudad. Hay tres: el Repueble del norte (es decir, el área actual del primer cuadro entre las calles de Washington y Colón), el Repueble del sur (en buena medida lo que hoy es la colonia Independencia) y el Repueble de Verea (o sea, la colonia Nuevo Repueblo). De cierto modo, Epstein

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Plano de la ciudad de Monterrey, 1894 [detalle]. Aquí ya se aprecia la consolidación urbanística del barrio de San Luisito y del Repueble de Verea, es decir, las actuales colonias Independencia y Nuevo Repueblo. Nótese que ambos barrios tenían su propia plaza pública.

colores y ecos de LA COLONIA INDEPENDENCIA

dibujó lo que a la postre habría de ser virtualmente el único “plan de desarrollo urbano” que en verdad ha funcionado en toda la historia de esta ciudad. La representación de los repuebles del sur y Verea en el plano de Epstein es la génesis y deinición cartográica de los barrios que existían desde al menos 20 años antes. En el Nuevo León del siglo XIX se le llamaba repueble (o repueblo) a las zonas semi pobladas contiguas a una ciudad o villa consolidada, y que estaban contempladas para futura urbanización. Contrario a lo que el término parece sugerir, estas áreas no padecieron un despoblamiento que luego pidiera repoblarse. De ninguna manera. Eran áreas con algunos asentamientos entre lo rural y lo urbano que a partir de su denominación como repuebles quedaban destinadas al orden y a ser consideradas parte de la ciudad. El plano de 1865 no sólo demuestra la irme intención de las autoridades municipales por lograr ese orden, sino que tal cosa era ya en extremo necesaria en vista de la numerosa población al sur del río Santa Catarina que constantemente estaba demandando soluciones a problemas de toda índole catastral. Llama en particular la atención que el propio Epstein hizo en su plano algo para el Repueble del sur y el de Verea que no hizo para el resto de la ciudad: dibujó algunos cuadritos negros, con toda seguridad queriendo representar lo que ya estaba formalmente construido para entonces. Y no es poca cosa: dentro de los límites de la actual colonia Independencia señaló 20 construcciones, tres de ellas más grandes; en el lado de la Nuevo Repueblo marcó ocho, una de ellas más grande. Si no fuera porque los documentos de época dicen lo contrario, a juzgar por el solo plano de Epstein

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se diría que en esa época no había más intención de barrio que su puro trazo en manzanas cuadradas de 100 por 100 varas (83.8 por 83.8 metros). Pero como se ha explicado, no fue así. Algunas calles de los barrios de San Luis (luego San Luisito) y Verea ya existían, aunque de modo precario. La extensión máxima que tuvieron esos trazos deinitivos fue así: al poniente terminaban en la actual calle de Oaxaca; al sur en la actual de Nueva Independencia; al oriente en la actual de Sonora. Al norte, parte del límite era el cauce natural del río, pero el otro límite era una hilera de manzanas al norte de la actual 16 de Septiembre, es decir, aproximadamente donde corre la avenida Ignacio Morones Prieto. Mención especial merece el caso del Repueble de Verea. La colonia Nuevo Repueblo es de las que más nombres alternativos ha tenido desde su creación. Es muy probable que su parte más poblada en esta época haya sido la aledaña a la hoy llamada plaza de Verea, o sea, el barrio de la Garita del sur, pero lo cierto es que en la representación de 1865 se indica una extensión importante hacia el norte, donde sus límites los forma la ribera del río Santa Catarina, aproximadamente a la altura de las actuales calles Pedro Martínez o Genaro Garza García. Hacia el oriente terminaba en la misma calle donde lo hacía el Repueble del sur: Sonora. Isidoro Epstein es muy claro al nombrar esta parte como Repueble de Verea. Sin embargo, durante las décadas de 1850 a 1920 se le llamó de otros modos también: barrio de Verea, Repueblo de Verea, Nuevo Repueble (o Repueblo) de Verea, Repueble de oriente o Nuevo Repueble (o Repueblo) de oriente. Ya en los tiempos post revolucionarios era más común referirse a este lugar como Nuevo Repueble de Verea, barrio del Nuevo Repueble o simplemente Nuevo Repueble (o Repueblo). De ahí a ser constituido como “colonia”

HISTORIA

ya sólo hubo un paso, sucedido hacia los años treinta. El Repueble de Verea debía su nombre a Francisco de Paula Verea y González, hombre de iglesia nacido en Guadalajara en 1813. Se le nombró obispo de Linares a mediados de 1853, tomando posesión de ese cargo desde diciembre de aquel año. (Recordemos que la cátedra del obispo de Linares en realidad siempre estuvo en Monterrey.) Fue muy apreciado por la feligresía reinera, y debido a ello se le impuso su apellido al barrio de que venimos haciendo mención. Como solía suceder con cada uno de los obispos que en aquellos modestos tiempos eran enviados a Monterrey, el doctor Verea realizó varias obras materiales de gran importancia para la ciudad. En particular se le recuerda por ser el fundador del Colegio de Niñas en 1856, y el impulsor de la construcción del nuevo templo de la Virgen del Roble, cuya conclusión en 1901 él no llegaría a ver. Se ganó la animadversión de las autoridades de Nuevo León al oponerse a las Leyes de Reforma, lo que le valió ser expulsado del estado por varios años, de 1857 a 1864. El doctor Verea ocupó el obispado de Monterrey hasta el año de 1879, cuando fue nombrado obispo de Puebla, lugar donde murió cinco años más tarde. En 1894 el litógrafo regiomontano Ramón Díaz publicó el famoso plano de la ciudad de Monterrey realizado por el ingeniero Florentino Arroyo, el

mismo que tres años antes había trazado las nuevas calzadas de la Unión y del Progreso (es decir, la cal-

zada Madero y la avenida Pino Suárez). En el barrio de San Luisito ya hay una plaza, y lo que es más notable es que aparece con el nombre de plaza de la Independencia. Este bautizo databa oicialmente de nueve años antes, tal como lo asienta el acta de cabildo del 12 de octubre de 1885: […] varios vecinos del barrio del Sur [otro de los nombres con que se conocía al barrio de San Luisito] desean que á la plaza que da frente a la Capilla de Nuestra Señora de Guadalupe se le ponga el nombre de “Independencia”, siempre que no hubiere obstáculo alguno para ello. El Señor Licenciado Cantú, como Comisionado de Ornato a quien debía oírse sobre la anterior iniciativa, dijo: que como no hay en la Municipalidad otra plaza con ese nombre, creía no haber inconveniente acordar lo que desean

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El entorno de la plaza de Verea, corazón de la colonia Nuevo Repueblo, aún conserva parte de la atmósfera y algunos vestigios arquitectónicos de su valioso pasado. Sin embargo, el descuido y la ignorancia han estado haciendo un peligroso trabajo de anulación de la memoria, destruyendo casas tan valiosas como la de dos pisos que había en la cuchilla de las calles 16 de Septiembre y Durango sur, vista aquí a la izquierda, en imagen tomada en 1996. Demolida hace sólo unos años, hoy sólo hay un terreno subutilizado.

colores y ecos de LA COLONIA INDEPENDENCIA

los vecinos del barrio del Sur y así lo proponía. Tomada en consideración esta proposición y corridos los trámites de reglamento, fue aprobada.

Tres años después, la plaza ya lucía tres “glorietas” que la sacaban de ser un baldío para convertirse en verdadero paseo para la gente del barrio. La plaza de la Independencia conservó este nombre, por lo menos como uso popular, hasta ya bien entrado el siglo XX, en cuya tercera década aún se le decía así, alternándolo con el de plaza de Guadalupe, que también tuvo popularidad en las décadas de 1910 y 1920. Finalmente, fue rebautizada oicialmente en 1929 con el nombre del poeta veracruzano Salvador Díaz Mirón, fallecido en junio del año anterior. La plaza ya no existe: desde hace tres décadas ocupa su lugar el ediicio moderno de la Basílica de Guadalupe. Esta es la primera vez que un plano oicial de la ciudad, publicado, consigna los nombres de las calles

Plano de la ciudad de Monterrey, 1894 [detalle]. Aquí ya se aprecia la consolidación urbanística del barrio de San Luisito y del Repueble de Verea, es decir, las actuales colonias Independencia y Nuevo Repueblo. Nótese que ambos barrios tenían su propia plaza pública.

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de los barrios de San Luisito y Verea. ¿quién les puso esos nombres a sus calles, y por qué? La histórica acta de cabildo del 29 de diciembre de 1890 consigna que la tarea fue encomendada a los regidores Sepúlveda y Margáin, quienes para el efecto presentaron un plano de toda la urbanización al sur del río Santa Catarina, indicando todos y cada uno de los nombres que habría de llevar. Sorprendentemente coinciden casi todos. Comenzaron por el extremo poniente, a cuya última calle bautizaron con el nombre de calle de Occidente (justo el que aún conserva hoy día). Después, enumeraron la sucesión de calles de ahí al oriente, tal como están ahora: Morelia, Campeche, Tabasco, Colima, Tlaxcala, Oaxaca, Veracruz, Yucatán, querétaro, Zacatecas, Guanajuato, Jalisco, San Luis Potosí, Nuevo León, Tamaulipas, Coahuila, Baja California, Chihuahua, Durango, Michoacán, Aguascalientes, Sinaloa, Sonora, y Chiapas; la que sigue al oriente hoy se llama Tepic, pero en aquel entonces, como límite máximo en aquella dirección, recibió muy atinadamente el nombre de calle de Oriente.

HISTORIA

¿Por qué si se usaron en ese entonces sólo 23 de los 31 estados y territorios del país, no se escogió otro nombre para la calle Morelia, toda vez que el tema era nombres de estados de la República y no capitales? La piia no pareció haber sido advertida en aquella sesión de cabildo, y ha persistido hasta nuestros días, acompañada tres años más tarde con el rebautizo de la calle Oriente por el de Tepic, que también es una capital. Agregado luego el estado de quintana Roo, quedaron fuera –y para siempre– los nombres de siete estados: cinco de ellos –Hidalgo, Guerrero, Morelos, México y Puebla– porque ya en esa época identiicaban céntricas calles de la ciudad; los otros dos fueron los grandes “desairados”: Nayarit y Baja California Sur (que aunque no era aún estado sino territorio, tenía la misma categoría de quintana Roo en la época poririana). Las calles de norte a sur coinciden casi todas: 16 de Septiembre, 5 de Febrero, 2 de Abril y Libertad tienen sus nombres originales. La actual Castelar fue propuesta con el nombre de calle del 27 de Septiembre; Tepeyac había sido propuesta con tal

nombre, y Nueva Independencia, siendo la última del trazo, recibió el apropiado nombre de calle del Sur. Para 1894 la actual Castelar en realidad recibió el nombre de Tepeyac. (El nombre de la calle Nueva Independencia no aparece sino hasta aproximadamente en 1940). Pero hubo más calles al norte de 16 de Septiembre; cuatro, para ser exactos. En 1890 parecía haber sólo tres, y fueron nombradas, de norte a sur, calle de San Luisito, calle de la Independencia y calle de la Constitución. Luego se agregaría la calle de la República. La gran inundación de agosto de 1909 (sin duda la peor tragedia de su tipo para Monterrey en todo el siglo XX) arrasó por completo 18 manzanas del barrio de San Luisito, y dañó severamente otras 41. Esa zona literalmente borrada del mapa era la que tenía las mencionadas calles de República, Constitución, Independencia y San Luisito, pero tras la reconstrucción de la ciudad ya nunca más se volvió a contemplar la urbanización de las anchas riberas del veleidoso río Santa Catarina, que aparentemente inofensivo, de vez en cuando hacer notar a los desmemoriados regiomontanos que sólo está dormido, pero no muerto.

El plano de la ciudad de Monterrey publicado en 1901 nos muestra a los barrios de San Luisito y Nuevo Repueble sur con dos tonos, como para indicar qué manzanas estaban realmente pobladas y qué otras sólo en trazo. No obstante, hemos de entender que esto sólo haría referencia a consolidaciones oiciales, pues toda la zona estaba poblada de un modo u otro.

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Libro de actas del Cabildo de Monterrey que muestra la levantada el día 5 de septiembre de 1910. Asienta la solicitud hecha por Arnulfo Tamez Rodríguez, en representación de los vecinos del barrio de San Luisito, para cambiar el nombre de ese barrio por el de “Independencia”, uniéndose así a la celebración del centenario de dichas iestas patrias.

Como se habrá visto, mucho antes de inalizar el siglo XIX el barrio de San Luisito ya tenía una plaza de la Independencia y una calle de la Independencia. ¿Acaso serían preiguraciones de su destino e identidad? No. Sólo fueron grandes casualidades. Al barrio se le cambió el nombre con motivo de las iestas del Centenario de la Independencia. El día 5 de septiembre de 1910 el presidente de la Junta de Mejoras del barrio de San Luisito, Arnulfo Tamez Rodríguez, solicitó a nombre de los vecinos del barrio que se le cambiara el historiado nombre que ya se había estado usando popularmente desde hacía unos 70 años, por el de barrio de la Independencia, para ir acorde a los tiempos de celebración. Fue aprobada la solicitud de inmediato. Así se eliminó una nomenclatura y nació otra que, justo en este año, ya será centenaria.

Hay algo que admirarle a los vecinos del San Luisito de 1910: su inlamación patriótica les hizo escoger el nombre que más les gustó para rebautizar su querido barrio. En los tiempos que corren esto sería un privilegio insospechado: los vecinos de muchas zonas populares se han tenido que conformar con que alguien más, por motivos muy alejados de cualquier sentimiento levemente patriótico, bauticen sus colonias con los nombres de los más impresentables políticos. Durante la primera mitad del siglo XX hubo un interesante proceso de suma arquitectónica a lo que se había heredado desde el siglo anterior. Mientras que la predominancia en el XIX fue el jacal de carrizo, de adobe o de madera, ya desde los tiempos del gobernador Bernardo Reyes (1885-1909) el auge económico del estado permitió también la sustitución de esas construcciones por otras de sillar, es decir, un material más duradero. Así se formó la cara más conocida del Monterrey antiguo, incluyendo estos barrios del sur. Esa fue la arquitectura vernácula, signo más fuerte y reconocible de la identidad local, y de la cual hoy quedan bastante menos sobrevivientes de los que quisiéramos. Después de la Revolución Mexicana otras tendencias arquitectónicas se impusieron en la ciudad, y las colonias Independencia y Nuevo

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HISTORIA

Repueblo no fueron repelentes a ello. Magníicos ediicios del Movimiento Moderno (lenguaje arquitectónico desarrollado en las décadas de 1930 a 1960) se construyeron aquí, principalmente escuelas (como la Jesús M. Montemayor, la Abelardo L. Rodríguez o la Eliseo B. Sánchez) y dependencias hospitalarias (como los ediicios del Instituto Mexicano del Seguro Social). A dicho movimiento se sumó también la tendencia más conservadora del “Estilo Californiano”, que es más reconocible por la aplicación de ornamentos de inspiración colonial, tendencia de moda durante las décadas ya señaladas. La falta de comprensión del valor que tienen las viejas construcciones de las épocas que hemos mencionado, agregada al más dañino afán comercial, hace que esas arquitecturas que forman parte importante de la identidad de las colonias

Independencia y Nuevo Repueblo estén siendo destruidas. Ello ha provocado un empobrecimiento constante del paisaje urbano y una pérdida irreparable de los elementos de identidad de la zona, porque además, generalmente nada mejor las sustituye. De nada servirán las leyes mientras los ciudadanos no se convenzan de las ventajas de conservar esas arquitecturas. quizás el barrio de la Independencia siempre fue demasiado extenso para ser sólo un barrio. De hecho, no lo pudo ser ni en sus épocas de apogeo, cuando todos lo conocían como San Luisito. Ahí, entre éste y el barrio del Nuevo Repueble de Verea todavía hubo manzanas, distancia y espacio para enclavar otros dos barrios, el de la Garita del sur y el de Cuesta Blanca. Curiosamente, este último y no mencionado hasta ahora, es el que, por nombre al menos, tiene más antigüedad que los otros

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En la esquina norponiente de las calles 16 de Septiembre y Jalisco se encontraba la casa de salud mental fundada por el Dr. Manuel Camelo Camacho en 1937. Por décadas el “Manicomio del Dr. Camelo” (como era conocido popularmente) fue un referente urbanístico y social de Monterrey, hasta el punto de hacer de su apellido un virtual sinónimo de todo lo que tuviera que ver con conductas extrañas o inusuales. Clausurado en 1972, el ediicio abandonado aún sobrevivió casi tres décadas, hasta ser demolido.

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tres. Ya desde tiempos tan remotos como 1822 los documentos del Ayuntamiento de Monterrey hablan de este lugar, aunque no en los más honrosos términos: Reclamó también el mismo Señor Procurador el desorden que se advierte en la Cuesta Blanca por la reunión de diversas gentes vagas y desarregladas que se juntan a cometer sus delitos, sobre lo que pide el remedio y así mismo que se vea con qué título o facultad están avecindados ahí.

Los barrios siempre suelen ser más pequeños. Es muy probable que por esa razón ya en el siglo XX –el

Plano que reconstruye a grandes rasgos la extensión aproximada y nombres de los cuatro barrios que había al sur del río Santa Catarina desde el siglo XIX y hasta la década de 1920.

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siglo de las soisticaciones y compartimentaciones, de la desesperante especiicidad– se haya decidido que no sería más un barrio de la ciudad (es decir, un barrio del ahora centro de la ciudad), sino una colonia por sí misma. ¿Cuándo sucedió esto? Los documentos oiciales no parecen consignarlo especialmente. Desde mediados de la década de 1920 ya se hablaba de la colonia Independencia. Sin embargo, la costumbre generalizada hizo que aún hasta principios de los treinta se le siguiera llamando barrio también. En la actualidad (y desde hace varios años), el uso cotidiano identiica a dicha colonia simpliicándola con un mote más corto y familiar: La Indepe n

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Paisajes, querencias y apegos ALEJANDRO GARCÍA GARCÍA

Es objetivo de este texto, es el de mostrar algunos rasgos de este territorio de la cultura e imaginario urbanos que se condensan en la colonia Independencia, que son parte de su carácter particular, de su rostro frente a otros más en el encuentro cultural que es nuestra área metropolitana. Su pasado, ha creado un ambiente actual de enorme diversidad, un microcosmos que sintetiza la historia de por lo menos los últimos 100 años de la ciudad de Monterrey. Una colonia con casi un siglo de fundada, es una pieza de abolengo que debemos proteger, es la tierra de una autenticidad sin isuras. Luego de más de un siglo de ser habitada la zona, existen capas sobre capas de formas de signiicación, unas en ruinas, otras perdidas o rescatadas, otras más ocultas tras nuevas apariencias. El pasado de muchos hombres y mujeres sigue anclado a los barrios y las calles de la colonia, a sus personajes, a los recuerdos de todos y los individuales, esos que aseguran hoy que antes ahí existió otra ediicación, hubo otro dueño, y que aun desaparecido permanece en lo que actualmente recordamos. Sabemos que pretender hacer uso generalizado del nombre colonia Independencia es un error. Hay una enorme diversidad cultural, tanta que tratar de

hacer un solo retrato, una sola imagen de toda esa abigarrada concentración de barrios, es una tarea imposible. Es alternando algunos aspectos de este gran escenario, que fue posible acercarme a este territorio tan lleno de historia, presencia y futuro.

El río Santa Catarina El río, además de ser una frontera natural entre dos espacios con formas de vida diferenciadas cultural y económicamente, históricamente ha sido un actor protagonista de la tragedia; en la inundación de 1909 parte de los terrenos de la colonia fueron arrancados por el río, desapareciendo varias manzanas aledañas a las márgenes del río, otras desgracias en donde el actor principal volvió a ser el río fue el huracán Gilberto y Alex, este último borrando una buena parte de las avenidas Constitución e Ignacio Morones Prieto. Los hermanos Ramírez, personas de la tercera edad, habitantes de la colonia desde su infancia, narran que con las inundaciones era imposible pasar los cuerpos de las personas que morían en la colonia y enterrarlos en los panteones de Monterrey, por lo tanto los “muertitos” eran sepultados a un lado del Santuario. En el caso de los heridos, la mayoría morían, pues no había servicios de salud en esta

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parte de la ciudad de Monterrey, tardaba mucho en llegar –cuando era posible– la ayuda médica. La otra faceta del río, la grata, también es comentada: [...] luego de tiempo, quedaban unos charcos grandes, bastante agua pasaba, seguía corriendo, yo creo veneros de allá de la sierra, después estaba cristalina, muy bonito, porque la gente iba a lavar, a bañarse […] Ahí, los ines de semana la Independencia sale de sus terrenos, hacia uno de sus ambientes externos: el mercadeo informal. La pulga asentada precisamente en el lecho del río Santa Catarina, bajo el llamado puente del Papa, es una prolongación “natural” de las actividades de los habitantes de la colonia. También el lecho del río fue el lugar donde se jugaba futbol gratis, de cualquier forma, antes de privatizar y “formalizar” estas áreas.

fue desde antes de su fundación, a partir de barrios. El barrio de San Luisito, fue dando paso a otros más: Cuesta Blanca, la Faja de Oro, poblados por inmigrantes básicamente de los estados de San Luis y/o Zacatecas. El sentido de apropiación territorial e identidad generada por los barrios, la lucha por defender sus fronteras, ha sido motivo principal de riñas viejas y nuevas en el lugar. A diferencia de colonias como Mitras o Cumbres, aquí existen delimitaciones internas que rompen con la homogeneidad, que fragmentan el territorio y crean un fuerte sentido de pertenencia en cada uno de los grupos.

Sus barrios

Este apego de los pobladores a algunas de sus calles, mucho más que a otras, es una forma de lograr un sentido de pertenencia pleno, que reta, que se niega a sólo ser un puñado de calles más entre otras muchas.

La coniguración de los asentamientos en la zona que hoy es conocida como la colonia Independencia,

Decía don Rodolfo García en una entrevista realizada en su oicina por la calle de Tamaulipas,

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hace unos años –residente de la colonia toda su vida, hoy ya fallecido–, […] para mí, en lo personal, aquí en la zona sur, este barrio donde vivimos, estas calles de aquí a Castelar, yo pienso que nunca en la vida volveríamos a tener nosotros otro lugar donde vivir y pudiéramos encontrar las gentes con las que podamos convivir como lo hemos hecho aquí, porque aquí nos vemos todos como una familia, todos convivimos con todos, en los momentos difíciles, en las buenas y en las malas ahí estamos.

Sus calles La accidentada topografía de la loma, condiciona las formas de traslado a pie o en vehículo, casi siempre se está subiendo o bajando, las escaleras están por todos lados: en banquetas, en los accesos a las viviendas y como única forma de hacer camino en la parte alta, donde lo pronunciado del terreno no permite paso de vehículo automotor alguno. En la colonia se baja al trabajo y se sube a la casa, el arriba es descanso, apoyo, el abajo es discriminación, explotación. Hay generalmente un esfuerzo físico al subir, mayor o menor, compensado por el sonido producido por el abrir de la puerta de la casa, del nuevo contacto con el centro personal, punto de partida y retorno. En las calles, especialmente por las mañanas, el saludo de la vecina, la plática que se alarga mientras se barre la banqueta, la convivencia prolongada por generaciones da vitalidad a lo cotidiano, le da un lugar en el espacio, la convivencialidad está presente.

En algunas calles el intenso tráico de la colonia, contrasta con la paz de otras, detenidas en un permanente domingo, en una degustación por lo inmediato que rebasa los membretes (martes, jueves, lunes) colocados sobre este soleado o nublado día. Todos, pero especialmente los ancianos de la colonia, no sólo han visto los drásticos cambios sucedidos en su ambiente inmediato, también, por su situación visual, han observado cambiar al centro de Monterrey, de ese Monterrey que quiere ser moderno. El contraste es grande, mientras que sus calles se mantienen en el olvido, el centro de la ciudad cambia con la llegada de cada gobernador o alcalde, el cambio de las avenidas cercanas a la plaza Hidalgo a calles peatonales, la Macroplaza y la destrucción anterior de las viviendas que ahí se encontraban, la aparición del Barrio Antiguo, el Paseo Santa Lucía, Cintermex, son sólo algunos de los ejemplos recientes de estos cambios, vistos desde la loma por los habitantes de la colonia. En todo este ambiente, es al mediodía cuando entre ruidos y colores de la publicidad que “envuelve” literalmente a los camiones del transporte público, los niños y los jóvenes salen de las escuelas integrados en grupitos, llenando con los colores de sus uniformes estas calles –ya bastante combinadas de colorido–. Son ambientes cotidianos donde los gritos, el correr para subir al camión de casi 20 muchachos y muchachas, rompe con toda monotonía, con toda visión estática de la colonia y su vida cotidiana. Aquí en la Indepe lo cotidiano no es sinónimo de rutinario, lo cotidiano está cargado de esfuerzos, de

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lucha, de resistencia y también de excesos regulares, de extraordinarios eventos violentos, que invitan al temor a quien tiene otra forma de vida.

Viviendas La historia de la ciudad, a manera de la contraparte, puede leerse en la diversidad de tipos de vivienda y aislarse por un momento en la colonia Independencia. La aparición de nuevos materiales, las nuevas concepciones sobre lo que es o debe ser una vivienda para la familia y el individuo, están plasmadas en el crecimiento de esta zona “popular” de la ciudad. Por si esta complejidad estilística no fuera suiciente, debemos señalar nuevamente la accidentada topografía del terreno de la loma. Hay viviendas que están asentadas bajo el nivel de la calle, llegando a ellas a través de escaleras que permiten descender; por otro lado, están las viviendas que han requerido contar con banquetas-escaleras, que necesitaron construir para subir varios metros y poder entrar a su casa. En la colonia Independencia todo diseño y materiales son posibles y aceptables si se trata de una vivienda. Existen casas muy antiguas, con materiales que difícilmente hoy podemos obtener como el adobe, el sillar y cierto tipo de piedras; se trata de una historia de la arquitectura popular de Monterrey que ha dejado destellos aislados aquí y allá, mezclándose todos ellos en una amalgama actual que poco permite reconocer un paisaje homogéneo.

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La heterogeneidad de estilos, es elemento permanente en sus calles, las viviendas son únicas, no hay repeticiones interminables en las perspectivas, hay expresiones particulares que se conjugan en ambientes de cohesión como “la cuadra”. Es notable el uso de colores muy saturados: rojos, combinados con amarillos y celestes, verdes con anaranjados. Además, casi siempre están las expresiones de los graiteros en los muros, mensajes entre pandillas, para todos, para alguien en lo particular, un lenguaje a veces “en sombras” para los adultos, sólo comprensible por ellos mismos. Insistimos en que es perceptible también la combinación de varios materiales en la ediicación de una misma vivienda, asentados, suponemos, en momentos de acceso familiar a este mejoramiento de la vivienda: block de concreto, madera, ladrillo, sillar, pueden ser combinados de manera audaz, buscando centralmente la respuesta a problemas como mayor espacio, goteras, isuras, derrumbamientos, etcétera. Luego de más de 100 años de ser habitada la colonia, existen capas sobre capas de formas de signiicación, unas en ruinas, otras perdidas o rescatadas, otras más ocultas tras nuevas apariencias. Y en otros casos, ediicaciones que, por ejemplo, mueren lenta pero heroicamente, como una muestra pura del pasado que nos saluda antes de desaparecer, dignamente, como muchos tejabanes, casas de sillar o adobe, llenas de historia, de motivos que amalgamados, constituyen el refugio doméstico familiar, su carácter, su lenguaje o “decir” arquitectónico.

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FALTA PIE DE FOTO

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Mercados “sobre ruedas” Me gustan esos paisajes de toldos de colores, moviéndose, protegiendo del sol a los compradores que pasan y a los vendedores ubicados temporalmente en los mercados sobre ruedas. Cada día de la semana, uno se instala en algún sitio de la colonia y resulta un excelente pretexto para que la gente salga de sus casas, para comprar o no –poco importa–, para verse sí, para “salir”, especialmente se lleva a los ancianos y a niños pequeños que casi no salen de sus viviendas por una u otra razón. Ahí se juega a la lotería, se compra algún juguete barato para el niño, se pregunta por el cuidado de una planta o algún pájaro, se escucha la música de los negocios que venden discos, se sabe de las nuevas películas, de “lo que pasa”, más allá de sus “cuatro paredes”. Este bullicio generado por los vendedores de discos, películas, fruta, comida, conforman un

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caleidoscopio que enriquece sus formas cada vez que volvemos a mirar en él. Y mientras la ciudad vive un lunes víspera de la quincena, aquí en el mercadito huele siempre a domingo y la barbacoa y el menudo están calientes. Aparte de estas compras semanales, está un personaje que ha recorrido las calles de la colonia por casi 30 años, llevando hasta las puertas de su casa: verduras y frutas. Mientras su yerno empuja un carretón con las mercancías, él va gritado al frente, repetidas veces en cada cuadra ¡si hay, si hay!, para ser identiicado por sus clientas. Este encuentro propicia también formas de cohesión y comunicación entre vecinos, que son ya poco comunes. Ese señor es una tradición, nos dice uno de los vecinos, que desgraciadamente no recordó en ese momento el nombre de nuestro personaje.

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Templos Como contraparte a la dinámica de violencia real o imaginaria que los regiomontanos le adjudican a la colonia, la irradiación del Santuario y Basílica a la Virgen de Guadalupe, fomentan el peregrinar y el asentamiento temporal de muchos, pero especialmente de ancianos abandonados, enfermos mentales, desempleados, muchachos expulsados de sus hogares, grupos de excluidos que se acogen a esas paredes, a la piedad de las personas que se asisten a esos templos religiosos. La arquitectura religiosa clásica del Santuario, frente a la moderna propuesta arquitectónica de Pedro Ramírez Vázquez en la Basílica. La primera hecha también con trabajo de los propios habitantes, lo menciono porque en conversación personal, recorriendo las calles de la colonia y si no recuerdo mal, Daniel Sifuentes, comentaba que se tiene referencia de que en los tiempos en que se inició la cimentación del Santuario, la gente de la colonia subía por piedras a la parte alta del cerro, llevando a sus hijos pequeños –que también colaboraban según su edad–, arrojándolas luego en los grandes pozos hechos para la ediicación, todo ello como un acto de contribución personal o familiar y también de económico paseo dominical. Sus alrededores, han sido y son uno de los refugios más importantes de la población de indigentes, cobijo contra una sociedad donde el dinero mueve todo y aquel que no se ajusta a este ritmo –donde el “tiempo es dinero”–, es expulsado sin piedad alguna. Aquí el indigente no es tolerado, sino comprendido, asumida su presencia como parte de la vida cotidiana, de la gente, no es rechazado o sacado por la policía de sus calles.

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Como sitios esenciales del guadalupanismo a nivel regional, acogen la llegada de los creyentes, son los sitios de la calma, lugar del sentimiento religioso, del acto de fe. Caminando por allí, se percibe una organización fuerte de los vecinos para cuidar las instalaciones de ambas ediicaciones y no permitir su mal uso. Como sabemos, desde el 12 de octubre y hasta el 12 de diciembre, la parte baja de la colonia es un festejo permanente, las calles se adornan con banderillas de colores llamativos que cuelgan en cables de lado a lado de la calle, a lo largo del recorrido al interior de la colonia que hacen las procesiones a los templos por parte de grupos de personas encabezados por sus danzantes o matachines, generalmente haciendo tronar sonoros cohetes al aire y claro, está la venta de dulces, aiches guadalupanos y toda clase de mercancía que al visitante se pueda ofrecer. Incluso, las banquetas cercanas al Santuario y la Basílica se vuelven temporalmente lugar de negocios ambulantes o algunas personas alquilan la cochera de su casa para que alguien venda ahí. Son los festejos a la Vírgen de Guadalupe, cerrando todo el ritual el día 12 de diciembre con grupos distintos de mariachis entonando Las Mañanitas ante el altar con un templo lleno “a reventar”. El señor Ramírez comenta respecto a la tradición religiosa vinculada a la historia del Santuario: Todavía […] en tiempo de semana santa, el viernes santo, se juntan ciertas gentes cantando unas alabanzas tan antiquísimas, posiblemente enseñadas por los primeros evangelizadores españoles, antiquísimas las alabanzas, pero bien preciosas y la gente que... muy antiguita, se las saben ¡y se hace un señor

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coro!, vale la pena oírlo, grabarlo... el viernes santo. [Y su hermana agrega] No son voces educadas, les sale el canto con amor, con

coniar entre sus paredes en un futuro deseable para los queridos y para ellos mismos.

dolor, con todo, eh.

Música

Esta dedicación y vida de los habitantes en torno a estos templos, radica en mucho en el esfuerzo de un personaje determinante, monseñor José Ochoa, quien desde 1932 inició su labor en el Santuario, dándole forma a los organismos religiosos y piadosos incados en la labor de la gente: señoras, muchachas, adolescentes. Según conversaciones de gente mayor, gustaba de salir y recorrer la colonia, aun hasta las partes más altas, como al llamado Tanque Guadalupe, donde se practicaban deportes o las personas asistían a hacer ejercicio. Comenta el señor Ramírez al preguntar por el padre:

La Independencia sabe tocar y danzar bien, muy bien, sabe acogerse a la música. Es la comunidad ribereña al lado de nuestro gran río, sus paisajes y sus terribles sorpresas, ahora seco a fuerza de canalizar su caudal, pero que fue y puede mostrar nuevamente ser, un poderoso factor de inluencia en la vida de los habitantes de la colonia y de la propia ciudad. Es una hipótesis arriesgada, pero no deja de ser curioso que en sus calles se viva un nivel de permisividad que es muy frecuente en las comunidades costeras, además de su gusto por la música tropical.

Conocía a todo el mundo y todo mundo lo conocía, ¿por qué? Porque ya anciano y todo le gustaba mucho caminar, cuando ya no lo pudo hacer en la calle, caminaba en su patio, la gente lo veía y se le amontonaba ¡Padrecito, ¿cómo está?! Usted me bautizó, usted me casó, pero así de gente, y luego una memoria tan prodigiosa que tenía: tú eres mengana, tú eres fulana, una memoria prodigiosa que tenía a pesar de su ancianidad. Bautizó a miles de gentes, casó a miles de gentes, confesó a miles de gentes también, del 32 casi hasta que falleció. ¡Y ese padre tenía unas relaciones tan tremendas!, desde con el más humilde, hasta con el más millonario de Monterrey.

La música, ha formado parte de ese carácter particular de la colonia. Desde los corridos y boleros con fara-fara (conjunto de bajo sexto, acordeón y tololoche), hasta los sonideros del disco de acetato y de allí al llamado MP3. No olvidemos, por favor, que nos referimos a la Indepe-Colombia, al lugar donde se asientan los poderes nacionales del vallenato colombiano y vive por ahí muy cerca su rey: Celso Piña. Este gusto por la música conlleva la danza, el juego colectivo, en parejas (que no necesariamente son hombre y mujer) o grupos –como la llamada rueda de la cumbia–, evento de interacción cara a cara que pareciera retornar en sus movimientos a las fuentes africanas, los orígenes del sentido en el uso del cuerpo que rompe, que detona y que no miente.

El trabajo del padre Ochoa, a cargo del Santuario durante varias décadas, permitió que las personas encontraran en aquellos lugares y en su palabra, lo que necesitaban. Un reposo para sus desvelos, un sitio para confesar lo más personal e íntimo, para

Es domingo, media mañana, desde la interminable hilera de escalones allá arriba, se escucha una cumbia “rebajada”, el volumen es alto, todos comien-

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zan a despertar. Un ánimo menos depresivo también se enciende en otros “chantes” y con ello el centro de resonancia de una decena de vallenatos, de cumbias, de siempre y de hoy, saliendo de una y otra vivienda, despertando en un diálogo sonoro que llena la atmósfera. El diálogo se prolonga por muchas horas, hasta que algunas familias comienzan a media tarde a salir a dar el paseo dominical. La colonia Independencia es un ambiente de posibilidades de expresión cultural auténtica, está nutrida por una historia y personajes intensos, que no dejan lugar a lo anodino o lo neutral. Es lugar donde se toman decisiones, buenas y malas, con efectos múltiples, la homogeneidad es propiamente inexistente en términos urbanísticos, la diversidad de grupos sociales que ahí se congregan es una prueba

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del reto que signiica pensar efectivamente en una multiculturalidad, en sus bondades y sus riesgos.

A manera de cierre Estos paisajes urbanos, además de las viviendas, cuentan como elementos no comentados aquí, pero dignos de mención, indispensables en la vida de la colonia y sus barrios: las tiendas y abarrotes, escuelas, templos, cantinas, plazas, talleres, cines, eventuales llegadas de circos al lecho del río, sus viejas y nuevas canchas deportivas, todos escenarios de una interacción social que ha llegado a ser única, que tiene un carácter tal, que en el imaginario urbano es un ambiente de vida, un lugar inevitable de mencionar si se trata de hablar de la ciudad de Monterrey n

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Arquitectura sin arquitectos: IMAGEN, FORMA y VIDA EN LA EVOLUCIóN DE SU ENTORNO URBANO y ESPACIOS DE INTEGRACIóN SOCIAL. JIMMIE L. KING

Hace aproximadamente 15 años, cuando por primera vez llegué a México como emigrante de los Estados Unidos, caminaba en el área de la Macroplaza admirando la arquitectura del lugar, observando a los oicinistas y a los jóvenes caminar por la plaza. Recuerdo haber pensado, “este es el centro del poder político, económico y social, ¡este debe ser el verdadero México!”. Pero después miré más allá del río Santa Catarina y vi una área que después identiiqué como la colonia Independencia y comencé a preguntarme, si mi deinición de lo que era el verdadero México había sido muy apresurada (posteriormente, con el tiempo, descubrí que México tiene facetas muy complejas que desafían su deinición). Armado con estas dudas y mi cámara, caminé por las calles de la Independencia e inclusive subí más allá de la colina, al área de la Risca, para ver cómo se apreciaba desde el otro lado del río la Macroplaza, el Palacio Municipal, la Catedral y las oicinas. Encontré que las calles de la colonia Independencia eran muy diferentes de aquellas, menos espectaculares, pero llenas de vida y vibra, dándole un interesante sentido de ritmo y textura, con puestos de comida en cada esquina, personas sentadas en los escalones de sus puertas y vecinos platicando en la calle.

Antecedentes históricos Sobre el origen de la colonia Independencia hay diferentes versiones, una de ellas es la que se presenta en este libro, sin embargo la más conocida hasta ahora es la que sostiene que fue fundada por inmigrantes de otros estados de México, principalmente de San Luis Potosí y Zacatecas. A inales de 1800, Monterrey experimentó una era de prosperidad y desarrollo económico ganando importancia a nivel regional. El gobernador Bernardo Reyes comenzó en 1895 la construcción de un nuevo Palacio de Gobierno, terminándolo 13 años después en 1908. Para el Palacio, el gobernador preirió una formalidad estética del estilo neo clásico, y adecuado a este estilo, el ediicio fue adornado en sus fachadas con revestimientos de cantera rosa al igual que sus columnas y detalles. Sin embargo la roca de cantera rosa era sólo encontrada en el estado de San Luis Potosí y por consiguiente fue importada y transportada por ferrocarril. Al mismo tiempo, los artesanos, famosos por su habilidad para tallar y cincelar la roca, se encontraban en San Luis Potosí y Zacatecas y en busca de trabajo fueron atraídos hacia Monterrey.

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Los trabajadores que llegaron junto con sus familias, construyeron casas temporales colindantes al río Santa Catarina, de manera que se estuviesen cerca del Palacio. La colonia fue conocida como el barrio de San Luisito y en sus inicios, llamada Repueble del sur, cobijando trabajadores con una amplia variedad de habilidades artesanales incluyendo la zapatería, carpintería, tlapalería, albañilería entre muchas otras. Esta rica mezcla de culturas folclóricas regionales, hicieron a la colonia famosa no sólo por todos sus talleres de artesanos, sino también por la música y comida local, culminando como la cuna del vallenato y la cumbia regiomontana.

La colonia Independencia hoy Como comúnmente sucede, lo temporal se vuelve permanente y la Independencia se ha vuelto una de las colonias más grandes en Monterrey. Muchas de las casas y pequeñas tiendas han sido construidas y diseñadas por maestros y albañiles locales y, por la falta de una planeación formal, la colonia carece totalmente de parques, plazas, áreas de juego y otros

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espacios públicos abiertos requeridos para todo plan maestro urbano colonial y contemporáneo. No pasa inadvertido el despojo de las únicas áreas deportivas con que contaba: el lecho del río Santa Catarina. La Independencia es considerada actualmente como un área conlictiva, con un problema latente de pandillas relacionadas con el crimen. Urbanistas y sociólogos atribuyen este problema a la carencia de espacios públicos en los cuales los niños podrían jugar, los adolescentes podrían practicar algún deporte, caminar, conocer amigos y demás actividades. Este reporte no es acerca de los problemas que enfrenta la colonia, sino cómo la gente usa las calles como espacios comunales en respuesta a la falta de otras oportunidades y cómo este factor deine el carácter y personalidad de la colonia. Al mismo tiempo podemos ver como esta vibrante actividad peatón-calle y la interacción social es un resultado que promueve un entorno urbano sustentable orientado a las personas.

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Imagen forma vida Cualquier ciudad, no importa que tan bien este diseñada, desde un punto de vista estético, no puede ser exitosamente planeada sino se toma primero en consideración a las personas que habitarán el espacio urbano, sus necesidades, deseos y patrones de comportamiento. Es importante considerar la naturaleza de nuestros ediicios y calles y cómo esto afecta el comportamiento de las personas, la manera en que nos sentimos con nosotros mismos y lo más importante, cómo convivimos con los demás. La colonia Independencia nunca fue realmente diseñada o planeada por planiicadores profesionales, esto podemos verlo con la falta de espacios públicos abiertos, sin embargo los habitantes han transformado las calles en una forma espacial que incita a interacciones sociales que conllevan a la formación de amistades de por vida y una identidad y amor por su colonia.

Colonia Independencia y su lenguaje especial, forma y estructura La Independencia está ubicada geográicamente entre el río Santa Catarina y las faldas del cerro de la Loma Larga. La traza urbana estructural está basada en una red ortogonal compuesta totalmente por calles locales con una notable excepción de la avenida Ignacio Morones Prieto. Las entradas vehiculares que llevan a la colonia son limitadas, evitando la integración de la Independencia con otras colonias, a excepción de los barrios populares ubicados en la cima del cerro. Un aspecto positivo, es que con este tipo de calles estrechas se mantiene el tráico limitado en el lujo vehicular y así como su velocidad, permitiendo a los peatones usar las

calles como nodos de actividad social e incluso ser temporalmente cerradas para un partido de futbol rápido.

La calle como nodo de actividad social Las calles de la colonia Independencia, se convirtieron en parques, plazas, y comedor de la comunidad. Es donde los niños juegan, los vecinos platican y pasan los chismes, en ocasiones también se convierte en un área de conlictos entre los jóvenes. A continuación se presenta una entrevista con dos residentes de la Independencia, que crecieron en la colonia y exponen un punto de vista especíico de la calle como parte de su niñez. Antonia (señora de 45 años): Crecer en la colonia Independencia, fue una de las etapas de mi vida que recuerdo con más gusto de mi niñez, el siempre jugar, principalmente salir a la calle esperando que dieran las 6:00 de la tarde. La salida comenzaba con un amigo que salía a juntar a los demás preguntando casa por casa si saldrían a jugar, la mayoría salíamos, el que no, era porque su mamá le dijo que no saldría hasta que terminará la tarea. Nos juntábamos alrededor de 10 niños de varias partes de la cuadra, comenzábamos platicando y no faltaba aquel que estuviera peloteando ansioso por empezar a jugar. Nunca nos faltaban juegos, voto, futbeis, carreritas bulldog, andar en bici, futbol, las escondidas o aquel juego que inventáramos, acaparando toda la calle, obstruyendo siempre la calle a los carros, corriendo siempre a mover las piedras de la portería o de las bases y esperar a que los carros las esquivarán. Al dar la hora de la

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cena uno a uno se iba metiendo a sus casas con una cita de volvernos a ver al día siguiente. El jugar en la cuadra era una sensación de libertad y protección, porque era tu calle, tu espacio de juego, a la par que siempre había quien estuviera cuidándonos desde lejos. Betty (señora de 28 años): Ahora es muy diferente [la colonia Independencia] a como era en el pasado, ahora sólo hay pandillas en las esquinas. De la niñez puedo recordar cómo jugar en la calle, las porterías de piedras que había que quitar cada que pasaban los carros, salir en bici y ponerle botes de Frutsi en las llantas para hacer ruido de moto, aventar tenis en los cables, retas de futbol, dos contra tres, jugar al voto, perseguirse uno a otro, el congelado, la bebeleche rayando en el pavimento con gis o yeso y que las niñas regularmente jugaban adentro de la casa. Cuando era pequeña, pocas personas tenían televisión, así que siempre había un grupo de niños afuera en la ventana de las casas de los vecinos, todos viendo la misma televisión. Ahora los juegos de los niños son estar todo el día con el “Playstation” y viendo la tele; los únicos que andan en la calle son niños de 10 a 12 años y mayores. En la calle sólo se ven peleas callejeras, golpes y pedradas porque no hay espacios recreativos. Ahorita ya nadie juega, pocos tienen tele… Hoy los frutsis en vez de ponerlos en la bici son para drogarse con resistol.

Colonia Independencia y los símbolos icónicos Existen tres iconos simbólicos asociados con la colonia: el puente San Luisito (puente del Papa), la

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Basílica de Guadalupe y el mercado del puente del Papa. Estos símbolos son críticos en la formación de un lenguaje visual y especial, que provee una forma positiva para encontrar caminos (la facilidad y exactitud con la que nos comunicamos y encontramos nuestro camino a través del paisaje urbano) y quizá más importante, promueve un sentido de pertenencia e identidad en la mente de sus residentes. Sin embargo, es también importante considerar que estos iconos simbólicos son también espacio físico o nodos de actividad que promueven una interacción social, la formación de amistades y miembros de un grupo. La naturaleza humana está tan entrelazada con complejidades que es difícil encontrar un común denominador, pero con todo ello, es una realidad fundamental que mucha de la vida moderna está basada sobre la interacción entre individuos, en la calle y en los vecindarios. Para los habitantes de la colonia, estos iconos simbólicos son la plataforma física para una interacción social y al mismo tiempo provee la deinición de sí misma y del sentido de una comunidad. La Iglesia y Basílica, localizadas en el mismo terreno, brindan esperanza y es santuario para diversas comunidades en tiempos de necesidades y contemplación.

Talleres y áreas comerciales Mucho de lo que es actualmente Monterrey fue construido por manos de los residentes de la colonia Independencia. Mientras la demanda por trabajo con cantera ha sido reemplazada con block y concreto, la dependencia por artesanos y artistas de la colonia es igual o mayor que en décadas pasadas.

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La colonia es también cuña de trabajos artesanales de carpintería, incluyendo fabricación de puertas, sillas y muebles de alta calidad, así como de muchos otros productos. Estos talleres dan trabajo a los dueños y empleados que habitan en la Independencia y, al mismo tiempo los que viven en el área metropolitana de Monterrey ya sea directa o indirectamente. Cada in de semana en el mercado del puente del Papa conluían los residentes de la Independencia y Monterrey, como un destino comercial regional popular para aquellos que buscaban cualquier tipo de producto y algunos servicios (desde zapatos, carriolas hasta equipo de buceo) asimismo, y como costumbre, también abundaban los restaurantes típicos de los mercados.

Independencia como zona conflictiva La colonia Independencia destaca por diversos factores positivos, pero también es conocida históricamente como La Indepe, una zona de constante conlicto en donde las calles además de tener una función para el tránsito vehicular y peatonal marcan los límites territoriales para los diversos grupos de pandillas compuestas por jóvenes de esta colonia y de otras adyacentes. La presencia de los pandilleros no es nueva ya que en tiempos pasados los chavos jugaban para la “defensa de su territorio” en donde pelear a golpes o con piedras era parte del ritual, y concluía al pasar la “granadera” que ante el temor de ser levantados por los policías preferían dar por terminada la pelea y correr a esconderse en la parte alta del cerro, para continuar al día siguiente con la riña. Sin embargo, hoy el nivel de violencia y la disponibilidad de todo tipo de armas han complicado la evolución de este juego.

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La siguiente es una entrevista a un miembro de una pandilla de la colonia Independencia. ¿Cuántos años tienes y cuánto tiempo llevas viviendo en La Indepe? Tengo 20 años y nací aquí en la colonia. ¿Eres parte de un grupo? Sí. ¿A los cuántos años entraste? A los 17, tengo tres años en el grupo. ¿Por qué entraste en el grupo? Nada más… a mi me gusta pelear… me gusta estar en medio del “desmadre”. Me gusta pelear y todo. ¿Cuántos grupos de pandillas hay en La Indepe? Siete… con tres puedo hablar y con los otros hay un conflicto, si los veo los mato. ¿Y cada grupo tiene su territorio? Sí, la loma está dividida en dos partes y los otros están abajo una por el otro lado de la “Pío” (Avenida Pío X). ¿Cómo se llaman estos grupos? Los Bronz, la Trece, Panteras, la Lucha, los Pandillas, los Corsos. ¿Entonces están marcadas las divisiones? ¿quién seleccionó las calles que actúan como los límites? No sé, siempre han estado así. Es el terreno de los grupos y no puedo cruzar. ¿qué pasa cuando un miembro de algún grupo invade el territorio de otro? Cuando pasan respondemos. ¿Cómo? Peleamos a balazos. ¿Es para matar al otro o nada más pelear? Sí… es para matarlo. ¿Cómo lo matan? A balazos. ¿qué tipo de armas tienen? Todos tenemos escuadras (pistola de 0.45 ó 0.9 mm) y armas largas y ametralladoras… Uzi y “cuerno de chivo”. ¿Hay mujeres en las pandillas? No, es nada más chavos… si tengo chavas pero no son parte (del grupo).

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¿Usan drogas? No, tengo un tiempo de no usarlas… no, bueno nada más marihuana, otros chavos le entran a todas las drogas. ¿Inhalan el resistol? No, es muy malo, es muy dañino… no me llaman la atención. ¿Cómo ganan dinero? Trabajando en la obra, en San Pedro. ¿Es duro no… subiendo los bultos de cemento? Sí. ¿También roban? Sí, a veces bloqueamos por el frente y luego con una pistola en cada lado del coche... lo subimos a la loma y le quitamos las cosas… ¿No tienes miedo? No. ¿Tienes miedo de la policía? No. ¿Tienes problemas con ellos? Sí como no… a veces peleamos a balazos con la policía para escapar. ¿Alguno de tus amigos ha muerto en su tiempo dentro de la pandilla? Sí. ¿Mataste a alguien en una de las peleas? No… mi hermano está en el Tutelar de Menores por matar una persona de otro grupo, que le pegó en la cabeza. ¿Por qué le pego? Mi hermano cruzó su territorio y lo golpearon pensando que lo habían matado, pero no, él salió después de mucho tiempo en el hospital, le fracturaron el cráneo con patadas y le rompieron huesos. ¿Él había matado a otras personas antes? Sí, como a otros tres. No quiero que le pase nada a mi hermano, pero está amenazado de muerte para cuando salga. (La historia fue veriicada y el hermano cumple con una sentencia de tres años por homicidio). ¿qué quieres en el futuro… continuar en las pandillas?

No, quiero casarme, y tener una familia. ¿Cuánto tiempo más vas a estar? Un rato más… no es para siempre. ¿No hay problemas con la pandilla para salirte cuando tú quieras? No.

Conclusión La información presentada en la entrevista ha sido corroborada con otras fuentes en platicas posteriores, de las cuales se obtuvieron detalles, en donde se menciona que tanto el entrevistado como el resto del grupo son consumidores de todos tipos de drogas, las cuales les son vendidas en la parte alta del cerro, algunos de ellos incluso se prostituyen para conseguir dinero para su adquisición, y a los niños de entre ocho y catorce años se les obliga a inhalar resistol y a probar “la piedra” para poder iniciarse en el grupo, sin embargo, la intención de esta entrevista no es para juzgar o criticar, es simplemente una descripción del ambiente social y cultural que confrontan los jóvenes de la colonia, no obstante es importante puntualizar que estos problemas no son únicos de la colonia Independencia ni de colonias de escasos recursos. Es trascendental destacar, la importancia de la familia como núcleo social, ya que las pandillas son productos básicamente de la inestabilidad y la desarticulación familiar, sin una igura paterna, y en muchas de las ocasiones con una madre que cambia constantemente de parejas sentimentales o que pasan la mayor parte del tiempo fuera del hogar, provocando que los hijos busquen en los grupos o pandillas un sentido de pertenencia, de estabilidad emocional y de un líder con reglas y normas que los guíe aunque no necesariamente en una buena dirección n

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La puerta de Monterrey. LA HISTORIA DE SIMONA y LAS DOS JULIETAS1 VÍCTOR ZÚÑIGA

Introducción Cierto es que, como lo demuestran algunas crónicas, el Repueblo del sur –como se les conoció a los primeros asentamientos regiomontanos al sur del lecho del río Santa Catarina, en lo que hoy llamamos la Loma Larga– no respondieron a la inmigración, sino a movimientos de compra–venta y especulación de la tierra urbana que, al parecer, preparaban la expansión de la mancha urbana en las dos últimas décadas del siglo XIX. Sin embargo, ese Repueblo del sur, según lo describe don José P. Saldaña se convirtió en la puerta de Monterrey para los migrantes procedentes de Matehuala, Charcas, El Venado y Real de Catorce, que empezaban a migrar a esta ciudad atraídos por los primeros empleos industriales que ofrecía. Fue así que el Repueblo del sur se transformó en el barrio de San Luisito, símbolo de la naciente clase obrera del Monterrey del in del XIX y principios del XX. El presente trabajo contiene la historia de una familia, que ilustra la manera uno de los movimientos migratorias que se han suscitado en la

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colonia Independencia. La historia comienza hasta donde la memoria de las protagonistas lo permite (doña Julieta grande –nacida por casualidad en Lampazos de Naranjo, Nuevo León–, Julieta chica y Nelly –ambas nativas de esta colonia–); y sigue hasta donde sus deseos de conversar lleguen.

Simona Sepan que Julieta chica, una de las protagonistas de esta historia –al igual que sus 12 hermanos– nació en la colonia Independencia, pero sus abuelos maternos –así empieza la historia– eran, él, zacatecano y, ella, hidrocálida. Ambos, en sus años mozos, se aventuraron a trabajar en Estados Unidos en la época en la que era muy fácil cruzar la frontera; pero tomaron cada uno por su cuenta la decisión de brincarse “al otro lado”. Él se llamaba Pío quinto y ella, Simona. Como ustedes saben, los amores tienen caminos extraños, siempre inexplicables: se conocieron en Ciudad Juárez por mera casualidad. Pues así fue como, pasando de Ciudad Juárez a El

El autor agradece a Blanca Nelly Arévalo y a Isabel Torres por su invaluable colaboración en la realización de las entrevistas que hicieron posible esta historia. Ambas, conversadoras profesionales e impecables etnógrafas.

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Paso, se enamoraron y de su amor nacieron a lo largo de los años treinta: Luz, Nacho, Pilo, Rubén y Licha, en ese orden, nativos de diversos puntos de la geografía de Texas; americanos, por sus papeles. Ello, como ustedes saben, tiene sus lados buenos y sus malos. Muy malos si se es joven y ese país de nacimiento está por entrar a una guerra grande, de ésas que llamamos guerras mundiales. Es por ello que Pío quinto y Simona decidieron regresar a México instalándose por un breve periodo en Lampazos de Naranjo. ¿Por qué en Lampazos? Es ahí en donde unas versiones familiares ayudan a otros relatos de parientes. No vaya ser, nos dicen, que no haya sido el temor de ver reclutados a sus hijos lo que hizo que Pío quinto y Simona regresaran a México, sino que fueron deportados por la migra después de que Pío había trabajado arduamente en la construcción de vías férreas y en las pizcas, así como Simona había hecho lo propio probablemente en el servicio doméstico. Esta segunda versión permite entender por qué hicieron escala en Lampazos. Porque, nos dicen los parientes, los echaron por Nuevo Laredo. Vaya usted a saber, para el caso, dicen que Pío quinto vio que había “tierritas” en Lampazos y decidió quedarse ahí. El oicio de campesino lo conocía y le gustaba. Eso explica por qué Julieta grande, nació en Lampazos. Ella ignora si fue concebida en Texas o en Nuevo León. Pero eso ya no importa tanto, porque ya no piensa volver a Estados Unidos por las razones que ustedes verán más adelante. Volvamos pues a Lampazos, a mediados de los años treinta –obsérvese que la fecha de nacimiento de Julieta grande (1935) apoya la versión familiar de que Pío quinto y Simona fueron repatriados y desvanece la versión de que decidieron regresar a México por miedo a la guerra–. Pareciera ser, por lo que nos platican, que al que le gustaban las “tierritas” era a

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Pío quinto, pero no era el caso de Simona. Ella tomó a sus seis hijos (los cinco ya mencionados más Felipe que también nació en Nuevo León) y se instaló en Monterrey, donde entraron por la “puerta”, mientras Pío quinto se quedó en “el rancho” (Lampazos). La puerta fueron unos tejabanes muy feos sobre la calle Durango, muy cerca de la calle San Luis y de la Basílica de nuestra Señora de Guadalupe. Ese era el tiempo en el que la colonia estaba llena de puros arroyos. ¿Por qué llegaron ahí si ni familiares, ni amigos tenían? Doña Julieta, que para esas fechas era una niña, no lo sabe. Sólo recuerda que esa colonia fue un imán para doña Simona. Ahora podemos decirle, cuando lea esta historia, que llegaron ahí porque justamente la Independencia era, como lo sigue siendo ahora, la puerta de Monterrey. Con el tiempo, las cosas mejoraron un poco y se mudaron a la calle Tepeyac, casi esquina con Coahuila, a una casona que la gente le decía La Quinta, propiedad de un tal don Alejandro. La conocían como La Quinta por su enorme patio que albergaba guayabos y mandarinos en cuyo centro estaba una pila –con su papalote– de donde sacaban el agua para regar la huerta en los tiempos de calor. Esa pila luego tendrá funciones simbólicas para toda la familia, pero no nos adelantemos con la historia. El caso es que en esa casona nacieron Nena, Chava y Lalo, los tres independentistas de la familia. Hagamos un recuento de los hijos de Simona, para que ustedes no pierdan el hilo. Fueron 11: seis nacidos en Texas, dos en Lampazos (entre los cuales está Julieta grande) y los restantes tres en la colonia Independencia, pero todos vivieron en la calle Tepeyac, casi esquina con Coahuila, excepto uno de los que hubiesen tenido pasaporte americano, Ramón quien murió de pequeño en Estados Unidos.

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Los años pasaron y el oicio de ranchero que Pío quinto adoptó en Lampazos se tornó en trabajo obrero en Monterrey, precisamente en la Cervecería Cuauhtémoc en donde –todos recuerdan– lo quisieron mucho porque era un hombre muy responsable. De ahí, lo pasaron al grupo de trabajadores que construyeron el Tecnológico de Monterrey. Al terminar la ediicación de los primeros ediicios del Tecnológico, fue contratado como jardinero del campus. Oicio que le permitió reunir sus añoranzas de las pizcas texanas con su paso por los ranchos de Lampazos y, seguramente, su origen campesino en Zacatecas. Se jubiló siendo jefe de toda la jardinería del Tec, viudo de Simona, mas no soltero. Vayamos por partes, sepan ustedes que doña Simona murió joven allá por 1948, en la Independencia, pero no del cáncer del que estaba recuperándose porque le extirparon el tumor, sino de una herida interna ahí en donde habían encontrado la protuberancia, que se le abrió por andar separando a una de sus hijas que le dio por liarse en pleito con la esposa de

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Pilo. En el intento perdió el equilibrio o la tumbaron, vaya usted a saber, pero de esa caída no se recuperó nunca y la llevó hasta la tumba. Murió Simona y Pío quinto la veló en la Independencia, y al año, le echó el ojo a una buena solterona de La Indepe, de nombre Juana, nativa de San Juan de los Lagos; ella y su familia, también habían entrado por la puerta de Monterrey. Bueno, aquí otra vez los relatos se entrecruzan, no sabemos bien si don Pío quinto le echó el ojo o el tío de doña Juana lo "encandiló" por eso de que tenía un buen trabajo en el Tecnológico de Monterrey. quizás las dos cosas a la vez, viudo don Pío quinto, a sus 60 años, se fue a vivir a la casa del tío de doña Juana, ahorró y se construyó una casa propia en la colonia Mederos y luego otra, en la colonia Los Rosales, una grande, llena de árboles frutales, que, como era jardinero, sabía cuidar con delicadeza. No tuvo hijos con doña Juana, pero vivió con ella hasta su muerte.

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En todo caso, Julieta grande recuerda que nunca, nunca, en vida de su madre, tuvieron ellos una casa propia, “como eran tantos”. Una vez, en aquel entonces, le llegaron ofrecer a mi papá toda una manzana [de la colonia Independencia] por sólo 100 pesos y no pudo comprarla… Pero a su segunda mujer le construyó dos casas –relata Julieta grande con un poco de tristeza–. La que vino a disfrutar la bonanza de Pío quinto fue su segunda mujer y ya no en la Independencia. Para muchos es la puerta grande de Monterrey, pero para algunos no es su destino en Monterrey. Dios tenga en su santa paz a doña Simona. Antes de dejarla, quisiera resaltar que en estas historias se observan dos formas típicas de migración a Monterrey y una atípica. Perdónenme los lectores y sobre todo doña Julieta porque me sale lo profesor. La primera forma es la migración interna (doña Juana y su tío), la misma Julieta grande y algunos de sus hermanos. La segunda es la migración internacional de retorno (Simona y Pío quinto), de Texas a Monterrey, no a sus lugares de origen. Una ruta migratoria muy característica de la zona metropolitana que hemos estudiado en otros proyectos. Y la tercera, la migración internacional pero al revés, la de los hermanos mayores de Julieta grande; ellos no retornaron a su país de origen, sino migraron de su país de origen al país de origen de sus padres.

Julieta grande Ya les había dicho que nació en Lampazos de Naranjo, Nuevo León, de pura chiripada y si no hubiese sido por la canija "migra", ella hubiese sido estadounidense como sus hermanos mayores. Ya también les había contado que llegó de muy

pequeña a esos tejabanes feos de la calle Durango. Pero lo que no les había dicho es que Julieta grande trabajó también en el Tecnológico de Monterrey, como recamarera, en compañía de su hermana Nena. Llegaban a planchar hasta 170 camisas de estudiantes del Tec por día. No es de extrañar que consiguieran ese trabajo, su padre ya era el mero jefe de jardineros y las recomendó para esa chamba. Pero antes de eso o mientras eso estaba sucediendo o después de eso, ya no me pregunten por qué aquí en el relato se entremezclan las cronologías, sucedió lo que tuvo que suceder: se robaron a Julieta grande, siendo una muchacha; se la robaron o se dejó robar, para el caso, el resultado es el mismo. Pero vayamos por partes. Julieta grande no tenía papeles para cruzar la frontera, pero su hermano Pilo era ciudadano americano. El tal Pilo, ya con algunos años, decidió regresarse a Estados Unidos en donde se perdió por nada menos que cinco años, que es un decir, porque se casó e hizo una vida por allá, pero nunca se comunicó con la familia durante todo ese tiempo, hasta creíamos que estaba muerto –nos relata Julieta grande–. Cuando ella tenía 14 años, Pilo vino por ella y como no tenía papeles se cruzaron por el río, los dos, porque él no quería que ella lo hiciera sola. Me decía: usted no mire el agua, usted no mire el agua, ¡camine nomás! Yo iba agarrada de un palo cruzando con mucho miedo, el agua me llegaba casi hasta las piernas. Pero Julieta solamente se quedó un mes en esas tierras que no la vieron nacer; anduvo en la pizca y luego se regresó: Un policía me decía: tú quedarte aquí, estás muy bonita, cásate con uno de aquí. Bueno, admite Julieta grande, siendo joven lucía atractiva a los ojos de aquel policía –y yo pienso, pero no se lo digan a nadie, que lucía guapa a los ojos de otros que no eran policías–. Pero no se preocupen lectores, no fue ese policía el que se la robó.

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Tipo de vivienda que existía en algunas calles de la Colonia Independencia.

Ciertamente, hubo una segunda aventura en Texas, pero entre la primera y la segunda pasó lo que pasó. Sucedió que Licha, hermana de Julieta grande habíase casado con un muchacho llamado Domingo que todos le decían Mingo de cariño. El tal Mingo se la llevó a vivir con su propia madre, de nombre Pascuala, ambos originarios de San Luis Potosí, otra familia que había entrado por la puerta grande de Monterrey; es decir, Pascuala y Mingo vivían en la colonia Independencia. Pasando el tiempo, se les une José, hermano de Mingo, también proveniente de San Luis Potosí. Todo indica que le huían a algo que pasó en el rancho, pero no lo tomen como moneda buena, es sólo de mi imaginación. Establecido José en la colonia, llegó a frecuentar a Julieta grande cuando ella tenía 14 años. Le agarró conianza, primero poniéndole margaritas en el pelo, luego acariciándole el pelo, luego jalándoselo, hasta que un día, “entre juego y juego”, éste le dio un estirón muy fuerte, “en menos de dos años, le fue agarrando conianza”. Así fue como se la

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robó y se la llevó a vivir a casa de unos tíos, también en la Independencia en donde se había ya instalado. Ella solamente recuerda la extrema pobreza en la que vivían, con esos almuerzos de bolillos duros sin café y sin leche. Desde aquel día que se había fugado con José, viendo el dolor de sus padres, Julieta solía ir a llorar a la pila de la huerta de aquella casona de la calle Tepeyac. Sentía cargo de conciencia por lo que le había hecho a sus padres y hermanos: es que ellos me querían mucho, pero no querían a José porque venía de una madre muy mala, borracha, agresiva y “maldicienta”. Por eso yo les había anunciado que la pila se convertiría en un personaje simbólico de la historia. La pila y su papalote son recordados por Julieta grande, hasta hoy día, con nostalgia y con ternura. Pasan las semanas, los meses y José decide casarse por el civil, en presencia de la autoridad de doña Pascuala, a ver si así se reconciliaba con sus suegros. Pero nada. Luego en un gesto de hombría

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quiso pedirles perdón esposando a Julieta por las leyes de la iglesia. Con esto la cosa se arregló más o menos entre José y sus suegros, pero no del todo. Asentados en la colonia Independencia, las migraciones circulares continuaron. Pascuala, Mingo y José les daba por irse a las pizcas de Ciudad Mante, Tamaulipas en donde vivía una hermana y tía de ellos que llamaban la tía Chona. Al tiempo que, una vez más, ya casada y embarazada del primer hijo, Julieta grande se aventura de nueva cuenta a las pizcas de Texas con la ayuda de su hermano Pilo y, esta vez, acompañada de su José. Ella no quería ir por el embarazo, pero José la convenció: ándale, no tienes que trabajar, con que te quedes al lado mío está bien. Pasaron por el río, pizcaron algodón, pero con el embarazo le daban “terribles ataques de sueño”, esto es: se quedaba dormida en medio del campo, al lado de José, en una cama de algodón. Pero fueron siestas que no estuvieron exentas de sobresaltos, si no era la migra que pasaba en sus camionetas, eran las víboras de cascabel que se escondían debajo de los montones de algodón. Y esta segunda experiencia de migración circular terminó en una repatriación forzada. La migra los pescó, lo que a Julieta le dio una gran alegría porque así regresaron a su casa, en la colonia Independencia. El prurito de volver a las pizcas de algodón en Texas no se le quitó a José quien regresaría en algunas ocasiones. Julieta, por su parte, con esta segunda ocasión tuvo suiciente, no le gustaba tener que estar escondiéndose de la policía y dormir entre tanta gente. Julieta grande y José tuvieron nada menos y nada más que 13 hijos independentistas. Dos que fallecieron de meses y los otros 11 que viven, y aquí les hago un recuento. Lupe la mayor, vive en el municipio de Guadalupe, viuda recientemente; con su marido montó un conocido puesto para jugar lotería que se instala en los mercados ambulantes de la ciudad. Los premios

mayores son paquetes de despensa. Ella sigue en el negocio. Si algún lector quiere ganarse una despensa, pregunte por Lupe en los mercados ambulantes de la zona metropolitana de Monterrey. Julieta chica, dedicada al hogar. De ella hablaremos más para terminar este relato. Paz, que también vive en Guadalupe, casi con Ciudad Benito Juárez, Nuevo León, pero recién casada residió en la calle Hilario Martínez, es decir, en la mera Independencia, en donde administró una tortillería dentro de la casa que alquilaba, hasta que tuvo la fortuna que el Instituto del Fondo Nacional para la Vivienda de los Trabajadores, infonavit, le asignara una casa que compró, en la que vive con sus hijos y su marido. Dejó la tortillería y la trocó por la venta de verdura picadita que ofrece en bolsas en los mercados mientras su marido trabaja en la construcción. Simona, Mona, vive en la Independencia a tres cuadras de Julieta grande. Por mucho tiempo trabajó como cocinera en restoranes del centro de Monterrey. Vive con su esposo y su hija más chica. Hasta aquí habrán notado algo interesante de la familia. La primera es hija y lleva el nombre de nuestra Señora de Guadalupe, como debe de ser, sobre todo si alguien vive en el epicentro religioso de Monterrey –la colonia Independencia– sede de la Basílica, el lugar más concurrido, con mucho, de esta ciudad. La segunda es también mujer, Julieta chica, que porta el nombre de su madre. La tercera es nuevamente mujer y la nombran Paz –vayan a saber ustedes por qué–. Y la cuarta, otra mujer (¡qué tino de don José!), pero esta vez habría de llevar el nombre de la abuela, con quien empezó toda esta historia.

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La quinta también es mujer, Elvia. Vive en Ciudad Solidaridad, en su propia casa, trabaja haciendo labores de limpieza en casas residenciales de la colonia Cumbres, casada con Ramiro, su segundo esposo es obrero en una fábrica de Santa Catarina. A lo largo de su primer matrimonio, vivió en la Independencia. Ahí trabajó haciendo calcetines que eran luego vendidos por los dueños del taller. Alma, quien vive también en Ciudad Solidaridad, también casa y con casa propia, se dedica a su hogar. Vive con su marido, un muchacho que también era de la Independencia. Imelda, vive en Apodaca, en la colonia Pueblo Nuevo. Se compró un terreno sobre el que está construyendo su propia casa. Vive con su tercera pareja a quien conoció en una fábrica de Apodaca en donde ella trabajaba haciendo labores de limpieza. Es buena como prestamista. Da crédito al 40% de intereses anuales, por si alguno de ustedes anda urgido, no dude en contactarla. Es gente buena, de la Independencia.

hasta hace un año vivía con su esposa en la Independencia en casa de sus suegros. Ahora vive en Escobedo en casa de una cuñada y no sabemos bien a qué se dedica. Y el "benjamín" llegó, de nombre Carlos, el único que sigue viviendo en la colonia Independencia con su esposa, en donde alquilan una casa. Todavía hace un año vivía en casa de doña Julieta grande, con todo y esposa e hijos. Es pintor, de exteriores de casas. Por si alguien necesita de sus servicios. Julieta grande sigue viviendo en la Independencia, aunque a don José le ofrecieron una casa del infonavit en Valle Verde, por solamente 50 mil pesos. Pero no, no quiso, el muy terco de don Pepe. Todo porque siempre quiso vivir cerca de doña Pascuala y sus hermanos, sobrinos y cuñados: pero no sacó nada bueno de ellos… yo le digo, ¡tu casa no me gusta! (se lo dice en plena entrevista, mientras don José hace como que no oye nada).

Y don José quería repetir, así que llegó Manuel, Manolo, también vecino de Imelda. Como ella, se compró un terreno en la Pueblo Nuevo y ahí va construyendo su casa, poco a poco. No ha salido bueno para los trabajos, le da por andar suelto por ahí, pasan días y días, y no se compone.

¿quién era esta Pascuala, madre de don Pepe, suegra de Julieta grande y abuela paterna de Julieta chica? Originaria del rancho Fracción de Angostura, San Luis Potosí, nació en 1933. Tuvo dos parejas, pero nunca se casó. De la primera nacieron Mingo, Consuelo, Childa y otros que don Pepe ya ni recuerda. De la segunda, nació don José, de un hombre llamado Juan Pérez, quien falleció pronto, cuando don Pepe apenas tenía nueve años. Un hombre que además nunca vivió con ellos porque era muy tomador, le gustaba mucho la borrachera –nos platica Don José–. Lo mismo que a doña Pascuala, a los dos les daba mucho por el pulque. Doña Pascuala, sin querer queriendo, tuvo 13 hijos.

Pero no bastó con otro varón, había que repetir, esta vez con Foy, un chamacón de 40 años que

Don José llegó a la Independencia buscando a su hermano Mingo que era medio bandolero, se

Por in el muchacho. No hay octavo malo. De nombre Rodolfo –y para sus amigos Popo, con acento en la primera "o", por favor–. Es casi vecino de Imelda, en la Pueblo Nuevo. Vive en compañía de su esposa y trabaja en la construcción.

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vino vagando, trabajó en una fundidora de un ferrocarril como garrotero allá en San Luis (Potosí), pero no duró mucho por eso de las huelgas y otras cosas. Don Pepe llegó en el cincuentas, cuando tenía 17 años. Antes ya había estado pizcando tomate en Ciudad Mante, Tamaulipas y al tiempo que había soñado con las pizcas texanas por lo que le contaban amigos. El sueño se le cumplió años después gracias al hermano de Julieta, en un rancho conocido como el Olmito, muy cerca de San Benito, Texas. Cuando se roba a Julieta grande, hizo venir a su madre, para que en la boda civil hubiese una autoridad. Y así, en la colonia Independencia, se fueron estableciendo uno por uno, y ese uno jalaba al otro, primero fue Mingo, luego yo, después Pascuala, y al último mi hermano Manuel –relata don Pepe–. Ya había mucho pariente en la Independencia, por eso caímos aquí. Antes de ellos se habían establecido tíos y tías, parientes del papá de Mingo quienes los albergaron en el tiempo en el que Luz se casa con Mingo –quienes vivieron por la calle Sarco– y luego recibieron a Julieta el día en que se fugó. Esos tíos se dedicaban a la venta de hilos, chapulines colorados y chipotes chillones, nopales y pipián. Con el tiempo, el hijo de Pascuala, don Pepe, padre de Julieta chica, aprendió a conducir autobuses. Se convirtió en un chofer de los Lazcano, pasando de una ruta a otra, cada vez con mejores condiciones. Un hombre pasional, violento y bebedor, quien disfrutaba tirándoles balazos a sus hijos varones, a los pies, no más para verlos bailar. ¡Ah don Pepe, qué suerte tuvo, en la Indepe y con doña Julieta grande!

Julieta Chica Nació y creció en esa casa en la que sigue viviendo Julieta grande y de esta última quiso salir sin que se cumpliera su sueño, todo porque don Pepe

se amachó a seguir viviendo cerca de doña Pascuala, mujer maldicienta y buena para el trago. Desde joven, Julieta chica, sin dejar la Independencia, se dedicó al servicio doméstico, quedándose en las casas de sus empleadores, seguramente para no estar cerca de don Pepe que le daba por tomar y hacer sus travesuras. Todavía hoy, cuando alguien de la familia se porta mal, todos dicen que ya anda pepeando. Julieta chica, como tantos otros de la Independencia, se casa con Juan, originario de San Luis Potosí pero vecino de la colonia. Desde su boda se dedica solamente a las labores del hogar y durante años vivió con su esposo en una vecindad de esas que hay en la Indepe, para luego mudarse a una casa de la calle Castelar, en donde nacieron Nelly y Roberto, ambos independentistas de nacimiento pero escobedenses de crianza porque Juan compró una casa infonavit cuando Nelly tenía cinco años. Roberto trabaja para una compañía de telemarketing y le sabe al Internet, medio por el cual ha sabido ampliar sus contactos y la venta de sus servicios; a sus 27 años sigue estudiando. Nelly es psicóloga y dicharachera. Enamorada, vivió en Guadalajara. Desenamorada, regresó a Monterrey. Vuelta a enamorar, anda pensando en migrar a la Ciudad de México. Al in, bisnieta de Simona y de Pascuala. Pero a diferencia de ellas, sabe escribir bien y le gusta hilar historias, como ésta que, con mi agradecimiento a Nelly, termina aquí, diciéndoles a todos ustedes que a la Independencia llegan, se instalan, unos jalan a otros, se enamoran, luego, si el infonavit lo permite, se distribuyen en muchos puntos de la mancha urbana de Monterrey: potosinos, zacatecanos, texanos, jalicienses y otros tantos que no aparecieron aquí. A muchos les tocó salir de la Indepe, menos a Julieta grande, por culpa de Pascuala. Moraleja: amigos y amigas, antes de contraer nupcias, examinen a la suegra, sobre todo si vive en la Independencia n

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Los nahuas de Hidalgo ISMAEL FERNÁNDEZ AREU

Introducción En el centro de Monterrey, en las calles de Padre Mier, Morelos, Garibaldi, Matamoros, Juárez y Zaragoza, es común encontrar vendedores ambulantes originarios de varios estados de México, que vienen de municipios predominantemente indígenas, como son Amealco, querétaro; Temascalcingo, Estado de México; Ixhuatlancillo, Veracruz; Santa Catarina Tlaltempa, Puebla; Copalillo, Guerrero o Acaxochitlán en el oriente de Hidalgo. En base al tipo de lengua los principales grupos son el náhuatl y huasteco, seguidos del otomí, zapoteco, mixteco y mazahua. Sin embargo, entre estos grupos de hablantes, existen variantes lingüísticas derivadas del origen y la pertenencia a diferentes regiones indígenas de las cuales provienen. Esto ha permitido, sobre todo, durante las últimas tres décadas, que arriben jóvenes, familias y grupos familiares indígenas manteniendo un sostenido proceso de asentamiento en dicho contexto. Esto se releja a partir de la presencia de los diferentes grupos étnicos en la ciudad de Monterrey y su zona metropolitana donde se concentra el 92% del total de población hablante de lengua indígena.

En cuanto a la localización de esta población, podemos reconocer que un importante porcentaje se ubica principalmente en el centro y algunas colonias del municipio de Monterrey, así como en los asentamientos congregados distribuidos en el área metropolitana (Escobedo, Guadalupe, Juárez, Santa Catarina, entre otros.) Cabe señalar que según datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, INEGI, en el municipio de San Pedro, la población total hablante de lengua indígena de cinco años y más, tiene un indicador que revela una población mayoritaria de mujeres nahuas y huastecas distribuidas en grupos quinquenales de 15 a 24 años de edad. Esto se relaciona principalmente con la fuerte demanda de empleadas para el servicio doméstico. En este trabajo me enfocaré sólo en los vendedores de habla náhuatl que nacieron en el municipio de Acaxochitlán, en la sierra del estado de Hidalgo, ya que un grupo de ellos reside en la colonia Independencia y otras colonias del centro de la ciudad de Monterrey. El estado de Hidalgo se localiza en el centro de México, hay dos zonas nahuas diferenciadas geográicamente, una es la

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zona nahua de la Huasteca Hidalguense, cuyo centro es la ciudad de Huejutla, la otra zona se localiza en la sierra. Los nahuas que emigraron a Nuevo León nacieron en el municipio serrano de Acaxochitlán, la cabecera municipal se llama igual y es un pueblo de mestizos y forma parte de una región que se encuentra a 2,000 metros sobre el nivel del mar, con un clima frío y húmedo todo el año, con lluvia y neblina abundante, cuenta con bosques de pinos y varios lagos. Los nahuas viven en comunidades como Montemar, Los Reyes, Tepepa, Atotonilco, Tejocotal y San Francisco, también hay comunidades de habla otomí como Santa Ana Hueytlalpan. De estas rancherías nahuas provienen los migrantes que venden en el centro de Monterrey, quienes llegaron en el año de 2003 aproximadamente, a diferencia de otros grupos de hablantes de lengua indígena como los otomíes, mixtecos y nahuas de Veracruz, los cuales tienen más de 20 años de residir en Monterrey. Según datos del inegi en Nuevo León, el total de población indígena registrada asciende a 29,538 hablantes de lengua indígena; de los cuales, 16,108 tienen de 15 a 29 años de edad; 7,372 son hombres y 8,736, mujeres. La proporción de esta población joven en el total de población indígena es de 54.5 %.

Los nahuas que viven en la colonia Independencia Hace cuatro años, en la esquina de Zaragoza con Matamoros, en el centro de Monterrey, conocí a Joel, un joven hablante de la lengua nahua, dijo que era originario de un lugar llamado Montemar. Yo no

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sabía en dónde estaba ese lugar y fui a conseguir un mapa del estado de Hidalgo y encontré que Montemar no estaba ni remotamente en el mar o cerca de él, sería imposible ya que el estado de Hidalgo no tiene litoral marítimo, sino que se encuentra en las cumbres de la Sierra Madre Oriental. Joel me contó que regresaba con mucha frecuencia a Acaxochitlán y a su comunidad de origen. Sus padres que residen en Montemar son campesinos agricultores y pescadores lacustres, en esa misma zona hay dos lagos: Tejocotal y el Omilteme. Estos también son usados como destino turístico de in de semana por los habitantes de ciudades como Tulancingo, Huauchinango, Poza Rica o el Distrito Federal. Después conocí a otros jóvenes nahuas de la misma edad, de entre 16 y 20 años de edad que también viven en la colonia Independencia y que están emparentados entre sí; todos se dedican a vender en diferentes esquinas, aunque se mueven según la aluencia de clientes, ya sea paseantes que van a la calle Morelos o trabajadores del centro de la ciudad. Otros sitios de venta para sus productos son los alrededores de las iglesias, los hospitales, clínicas de salud y oicinas. A su vez aprovechan las iestas religiosas para comerciar como la de San Judas Tadeo, el 27 de octubre; la del Roble, el 18 de diciembre y la de la Virgen de Guadalupe, el 12 de diciembre y las fechas dedicadas a los difuntos el 1 y 2 de noviembre. Los nahuas me comentaron que también se van a vender a las playas de Matamoros y Tampico, Tamaulipas, así como Tuxpan, Coatzacoalcos y el mismo Puerto de Veracruz durante las vacaciones escolares o días festivos.

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Los nahuas de Hidalgo sobresalen entre otros vendedores de la ciudad por el modo de acarrear sus productos. Los transportan para su venta en una carretilla que siempre son de color naranja, arriba llevan una mesa de madera en donde acomodan los productos que venden, como son: nuez de la india, pistache, cacahuate, garbanzo, tamarindo y dulces de grenetina, los cuales adquieren en la ciudad de Tulancingo, Hidalgo y en el mercado Juárez en Monterrey. Durante el verano, los jóvenes nahuas están dedicándose a vender tunas, que compran en algunos locales en el centro de la colonia Independencia. Además muchos de ellos llenan sus carretillas con tunas en hieleras y se dirigen al centro de la ciudad.

que pagar transporte y pueden desplazarse empujando la carretilla a sus espacios de venta. En el 2004 un grupo de aproximadamente 10 jóvenes rentaron un terreno para guardar sus carretillas en esta colonia. En la mañana se reunían en ese lugar para acomodar la mercancía y de ahí dirigirse al centro, en donde se colocaban en distintas esquinas, unos cerca de otros, para estar al pendiente de cualquier problema que tuvieran con los inspectores de piso que muchas veces les quitaban la mercancía o les pedían dinero con el pretexto de que no tenían permisos de venta. Al terminar su jornada de trabajo se dirigen en pequeños grupos desde sus lugares de venta hacia el puente Pino Suárez y Zaragoza, con rumbo a la colonia Independencia.

Los vendedores nahuas practican una migración temporal, arriban a Monterrey entre agosto y febrero de cada año, porque en los meses de marzo a junio, muchos de ellos regresan a su pueblo para a sembrar maíz. Marcos y Eulalio me comentaron que preieren vender en las ciudades y en las playas, porque sembrar maíz ya no les gusta, es cansado y les aburre.

Conocí a Pedro de 23 años de edad, originario de Montemar, casado con una mujer de su misma comunidad y con quien tiene una hija nacida en Monterrey; ellos radicaban en la colonia Independencia y me comentaron lo siguiente: yo con mis primos, más o menos de mi misma edad, llegamos en el 2004 a Monterrey, ya estaba casado con una joven de Montemar, primero vendíamos bancos de madera y bateas de pino, tallados a mano, que hacíamos, pero la gente los dejó de comprar y cambiamos a la venta de nueces y dulce (…) mi hermana y mi mamá venden lo mismo en el lago de Tejocotal.

Los nahuas de Hidalgo residen principalmente en tres colonias del municipio de Monterrey; muchos de los jóvenes viven en la colonia Independencia, otros en la colonia Industrial y algunos más en la colonia Buenos Aires. Cada uno de estos grupos ha delimitado simbólicamente sus lugares de venta; los de la colonia Independencia venden en el centro, los de Los Reyes en la Calzada Madero y los de la colonia Buenos Aires en la Expo Guadalupe y a las afueras de la estación del metro. Los nahuas eligieron residir en la colonia Independencia, porque está cerca del centro, no tienen

Miguel tiene 24 años es soltero, trabaja de vendedor para ayudar a su familia y me dijo que él hace cualquier cosa por no dedicarse a la siembra, que lo hizo desde niño pero ya se aburrió. Él permanece en Montemar la mitad del año pero que luego regresa a Monterrey, o va a Tampico y Matamoros para seguir vendiendo. Con mucho entusiasmo Joel me comentó que en el año 2005, ya eran muchos vendedores de Montemar y se

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reunieron por primera vez como 20 paisanos; nunca se habían juntado, desde que habían llegado a la ciudad y en esa ocasión festejaron el in de año con una iesta, en la que compartieron comida y bebida en el lugar en donde guardaban las carretillas en la Independencia. Los habitantes de esta colonia conocen sólo de vista a sus nuevos vecinos nahuas. Algunos de sus habitantes nos mencionaron que en los últimos años, ellos han visto cómo bajan los nahuas al centro de la ciudad y regresaban con las carretillas y los productos que comerciaban. Las familias nahuas rentan cuartos en varias vecindades que se localizan al poniente de la colonia; por su parte, un vecino se mostró sorprendido cuando le comenté que los señores que vendían nueces y tunas eran de Hidalgo y que hablaban nahua, él pensaba que eran de San Luis Potosí, porque para algunos regiomontanos todos los inmigrantes vienen de ese estado. Los nahuas de Montemar me contaron que los que venden en la calle Madero, no viven en la Independencia, ellos residen en la colonia Industrial junto a la central de autobuses. Pero los de la Independencia eligieron esta colonia, pues ahí no existe tanta violencia y drogadicción. Los nahuas que venden su mercancía en la Calzada Madero también son hombres y mujeres jóvenes, provenientes de la comunidad de Los Reyes que está junto a Montemar y pertenece a Acaxochitlán, ellos también hablan nahua. Algunas veces llegan a vender otros hablantes de nahua de las comunidades de Naupa y Tlacomulco, que están a escasos kilómetros pero pertenecen al municipio de Huauchinango, en el estado de Puebla. Estos hablantes de nahua forman una misma área cultural sin importar los límites estatales de Puebla e Hidalgo.

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El náhuatl pertenece a la familia lingüística yutoazteca que agrupa muchas lenguas, unas vivas y otras extintas, cuya distribución geográica se extiende fuera de las fronteras de México, como son Estados Unidos, Nicaragua, El Salvador y es una de las mayores familias lingüísticas del continente americano. Esta lengua forma parte de un grupo mayor o familia lingüística conocida como utoazteca o utonahua aunque también se le llama yutonahua. Y engloba un gran número de lenguas emparentadas entre si, las cuales se hablan en un inmenso territorio desde los estados norteamericanos de Wyoming al norte hasta Nicaragua, en el sur. Las lenguas utoaztecas norteamericanas comprenden muchas entre las cuales están hoy, el shoshone, comanche, paiute, ute, gabrieleño, luiseño y tubatulabal en el estado de California. Estas lenguas utoaztecas de Norteamérica están en estado de extinción. En cambio las lenguas utonahuas de México muestran mayor número de hablantes y son, el papago, opata, yaqui, mayo, tarahumara, warohio y huichol. Además el náhuatl propiamente dicho, que se habla en muchas entidades de México. Entre ellas están Jalisco, Michoacán, Guerrero, Oaxaca, Tabasco, Veracruz, San Luis Potosí, Hidalgo, Morelos, Estado de México, Puebla y el Distrito Federal. Hay que mencionar que en estas entidades se hablaba el náhuatl anteriormente antes de que comenzara la migración hacia otros estados y hacia ciudades de todos los estados de México. En todas las capitales estatales del país hay población nahua que inmigró de estos territorios originales. En Monterrey la mayoría de los nahua hablantes proceden del municipio de Tamazunchale

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en el estado de San Luis Potosí y del municipio de Chicontepec e Ilamatlan en el norte del estado de Veracruz; además de una gran migración de nahuas de la región que es conocida como el centro de Veracruz, que comprende varios municipios indígenas de los alrededores de las áreas urbanas tanto de Córdoba como de Orizaba. En particular hemos encontrado nahuas provenientes de Ixhuatlancillo, localizado a unos kilómetros al norte de Orizaba. Ellos se dedican a la venta de lores y plantas en las calles aledañas al mercado Juárez, en el centro de Monterrey, así como en el Santuario de la Virgen del Roble. Por último, tenemos otra área muy importante de expulsión de población y es el estado de Hidalgo, que en su mayoría procede de municipios como Huejutla; el municipio de Acaxochitlán es otra zona de Hidalgo que expulsa mucha población que habla nahua, hacia Monterrey. El náhuatl posee el carácter de lengua universal por la gran cantidad de palabras que los españoles difundieron en todo el mundo. Algunas palabras que se conocen solamente en Nuevo León, son paixtle, zoquete, papalote, pinacate, chocolate, tomate, itacate, machicuepa y tepocate. Hay ininidad de palabras nahuas que se usan en el español de todo México y son molcajete, metate, aguacate, tamal, itacate, zacate, chiquigüite, chapulín, zapote, chayote, chapopote, entre muchas. Es necesario volverlo a enfatizar los núcleos de hablantes de náhuatl que están en Morelos, Puebla, Veracruz, Guerrero, Hidalgo y San Luis Potosí; hay municipios que se caracterizan por un número elevado de población tanto bilingüe como monolingüe que habla y entiende el náhuatl o mexicano como lengua materna, entre ellos se

encuentran; Tamazunchale en San Luis Potosí, Huauchinango y Cuetzalan en Puebla; Ilamatlán, Chicontepec, Ixhuatlancillo y Zongolica en Veracruz y por último Huejutla y Acaxochitlán en Hidalgo. Esta lengua se habla ahora en las calles y casas de varios municipios del estado de Nuevo León como San Pedro Garza García, Monterrey, Juárez, Escobedo y Apodaca. Probablemente los inmigrantes llegaron a vivir a la colonia Independencia desde el siglo XIX y los nahuas de Hidalgo son los inmigrantes más recientes. Los jóvenes nahuas de Acaxochitlán son bilingües, hablan el náhuatl –la cual fue la primera lengua que aprendieron– y español con la misma facilidad. La lengua materna sólo la usan en sus casas con sus padres y paisanos, en los cuartos y vecindades en donde viven o en las calles donde venden su mercancía. Ellos aprendieron el español con los maestros de la primaria, después lo practicaban con los turistas que frecuentan los lagos de su tierra natal y desde niños acompañaban a sus padres para comerciar los objetos de madera a las ciudades cercanas a su pueblo de origen. Esta generación de hablantes de nahua y español tienen un bilingüismo particular. Los abuelos de estos jóvenes sólo hablan náhuatl, son monolingües en náhuatl y casi no entienden español. Sus padres que se quedaron a vivir en el pueblo, casi no hablan español, aunque si lo entienden. Sin embargo ellos, hablan con igual eicacia el español y el náhuatl, en las ciudades de destino como Monterrey. Los hijos de estos hablantes sólo tienen dos o tres años y no han madurado el proceso lingüístico, en su casa escuchan tanto el náhuatl como el español, hasta ahora no se puede saber qué lengua

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dominará sobre la otra, ya que la eicacia sólo se conoce hasta los 10 u 11 años. Cuando inicien su educación formal van a escuchar y a usar español la mayor parte del día con los compañeros y maestros, y probablemente sea el español la lengua que predominará sobre el náhuatl, al madurar lingüísticamente durante la adolescencia.

Reflexión final Los nahuas de Montemar son los inmigrantes más recientes que han arribado a la colonia Independencia, principalmente en los inicios del siglo XXI. Esto toma importancia si consideramos que la inmigración a esta zona de Monterrey, empezó a llegar desde inales del siglo XIX y con gente de comunidades y pueblos de los estados de Guanajuato, Jalisco, Zacatecas, Coahuila, Tamaulipas y San Luis

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Potosí; algunos de ellos venían de lugares donde se hablaba alguna lengua indígena. Finalmente, a principio de este siglo han empezado a residir otros grupos de inmigrantes indígenas en la Independencia. He conversado con hablantes de zapoteco del Istmo oaxaqueño, otros hablantes de náhuatl, pero de la Huasteca Potosina y hablantes de maya del sur de Yucatán. Sin embargo, los nahuas de Hidalgo, además de ser hablantes bilingües de una lengua indígena y de español, también son los más numerosos y su actividad comercial es visible en la colonia y el centro de la ciudad. El tiempo nos dirá si ellos como otras comunidades inmigrantes indígenas se van a las periferias metropolitanas a establecerse en terrenos propios o continúan viviendo en la colonia Independencia, haciendo de ésta un lugar para residir permanentemente n

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Las danzas de Matachines y la Palma OLIMPIA FARFÁN MORALES

Introducción

La danza y la música son manifestaciones rituales siempre presentes en las celebraciones religiosas dedicadas a las vírgenes y a los santos patrones. A los danzantes de la colonia Independencia les corresponde mantener todo el año esta práctica y abrir el tiempo sagrado, en el espacio sagrado: el santuario de la Virgen de Guadalupe. La comunidad del santuario de la Virgen de Guadalupe peregrina acompañada de las danzas todos los días 12 de cada mes, desde enero a octubre. Pero del 12 de octubre al 12 de diciembre, inician las peregrinaciones organizadas por las parroquias y los grupos religiosos de la zona metropolitana. El sonido de los tambores y los pasos rítmicos de los danzantes anuncian la llegada de los peregrinos, quienes acuden a pedir salud, comida, trabajo ofrendando a cambio reliquias, promesas, cantos, música, lores y su propio cuerpo. Las peregrinaciones son territoriales, representan los espacios urbanos, las colonias y los barrios en donde residen sus integrantes. La mayoría de los peregrinos se desplazan a pie y salen desde las más alejadas colonias de la zona metropolitana

de Monterrey. Participan también en esta iesta, los católicos de poblaciones del estado de Nuevo León y de otros estados cercanos como Coahuila, Tamaulipas, San Luis Potosí y de los Estados Unidos de Norteamérica. Pero también se incorpora el personal con devoción guadalupana de empresas, negocios, oicinas, fábricas, escuelas y hospitales. Esta festividad religiosa releja la importancia cultural y social que tiene para la región noreste, pues su práctica involucra a la sociedad regional y a sus instituciones. Los católicos que han formado distintos grupos de danza, consideran que la colonia Independencia es el “pilar de las danzas”. Un capitán de danza de Matachines airma: aquí es un lugar primordial de devoción a la Virgen Guadalupe, pues en éste lugar está el Santuario y aquí nacimos nosotros los danzantes. Para los habitantes de la colonia Independencia la danza es una tradición, heredada de sus antecesores, pues de ellos adquirieron el gusto de bailar al ritmo del violín, el tambor y la sonaja. A través de la práctica dancística y de su cotidiana repetición se transmiten las normas, valores y conductas religiosas.

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Mayte Cerda, encargada de uno de los grupos de danza dice que esta práctica es una forma de ofrendar, no solamente acompañamos a las peregrinaciones, somos portadores de las peticiones de cada uno de los peregrinos. Sara Raquel Gallegos López, una de las participantes del grupo de danza de la Catedral de Monterrey, señala que al danzar se experimenta la cercanía con Dios o con la Virgen y se establece una comunicación con ellos. La danza es una oración, una alabanza. Estas danzas casi siempre forman parte de la organización de la iglesia, sus miembros se unen a ellas por un voto, promesa o penitencia, relacionada con la salud o con algún aspecto importante de la vida de los creyentes, en muchas ocasiones las promesas son hechas por los padres y los danzantes, y hay quienes permanecen danzando toda su vida. En este trabajo describiremos el conjunto de prácticas que forman parte del complejo religioso católico en torno al santuario de la Virgen de Guadalupe, en el que participan los habitantes de la colonia Independencia. Se enfoca a las danzas de Matachines y de La Palma, así como a la colaboración de las familias en los grupos de danza y en las peregrinaciones. Destaca la importancia de la tradición dancística en la transmisión de normas y valores, así como en la cohesión social en torno al grupo familiar y/o al grupo religioso. Las danzas son una expresión de la cultura y forman un complejo sociocultural que abarca lo religioso, lo social y lo económico. Las danzas de Matachines y de La Palma representan una reelaboración de las danzas de la Conquista de México, también conocidas como de Moros y Cristianos que se transformaron en danzas de conquista sin coloquio. Son una amalgama de

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elementos prehispánicos y europeos notorios en sus trajes, en la música y en la danza misma. De estos tipos de danzas existen muchas variantes en el norte y noreste de México. Existen danzas rituales de devoción y de ocasión, estas últimas se crean solamente para ofrecer sus servicios y son contratadas por familias, vecinos, empresas y comercios, para “sacar sus peregrinaciones” y acompañarlas al santuario. Las danzas de devoción también cobran por sus servicios, para mantener los trajes y accesorios, pero participan sin recibir remuneración en las iestas patronales a las que asisten. Los integrantes de los cuadros de danza pueden ser hombres y mujeres, sólo mujeres u hombres, niños o niñas. Sus edades luctúan entre los tres y hasta los 75 años o más, pero sobre todo llama la atención, que en estos cuadros de danza, siempre

hay niños y niñas. La mayoría de los danzantes comentan que su gusto por danzar inició desde los dos o tres años, al imitar los pasos y seguir el ritmo del violín y el tambor. Cuentan que cuando sus padres o abuelos los vieron danzar, los festejaron y animaron, pues ya contaban con nuevos danzantes que seguirían la tradición. La música con la que se baila se le conoce como "son", pueden existir desde 20 hasta 100 sones, que marcan los pasos que tienen que efectuar los danzantes. Aunque en muchos grupos se ha perdido la música de violín y sólo cuentan con tambores. Cada grupo o cuadro de danza surgió de otro, pues en ocasiones, como ocurre en todo los grupos sociales, se presentan fricciones y algunos de sus miembros se separan y forman nuevos grupos que integran otras redes sociales.

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Los grupos de danzas están integrados por vecinos, amigos, y parientes, cada grupo como lo menciona José Raymundo de la Rosa, se convierte en una sola familia, pues siempre se ayudan entre sí. En el grupo se crean parejas e invariablemente al paso del tiempo, sus hijos se van integrando. Algunos danzantes dedicaron toda su vida a la danza y no llegaron a formar sus propias familias, su familia siempre fue su grupo de danza. Las danzas están presentes en cada una de las etapas del ciclo de vida de sus integrantes, cada uno de ellos cuenta con sus compañeros en momentos fundamentales de su vida. Sus integrantes forman redes de parentesco rituales, pues son elegidos como padrinos de bautizo, de matrimonio, de festejo de 15 años. También apadrinan a los niños dios, a las imágenes católicas y son solidarios entre sí, en momentos de necesidad como enfermedades o problemas económicos y así como en el momento de la muerte. Algunos fundadores de danza o encargados de la misma llegan a tener cierta autoridad moral y pueden llamar la atención sobre la mala conducta de sus miembros, y sus consejos o llamadas de atención suelen ser escuchadas con respeto. Las redes sociales de católicos sostienen al grupo de danza y realizan distintas actividades para su conservación y su reproducción, pues a través de éstas se obtienen recursos económicos para la compra de los trajes, los accesorios, los pasajes y otros gastos de traslado a los lugares sagrados. De la misma forma, los grupos de danza apoyados en estas redes asisten a otras iglesias o santuarios dentro del área metropolitana de Monterrey, en Nuevo León y a las iestas patronales de otras iglesias locales,

regionales o en otros estados, como a la iesta de San Francisco de Asís en Real de Catorce o a la Basílica de la Virgen de Guadalupe en México. Cada grupo decide qué santuarios visitar pues en muchas ocasiones son invitados por los feligreses de las iglesias y son apoyados con los alimentos u otros gastos para su traslado.

La danza de matachines En México existen varias versiones de la danza de Matachines. En Aguascalientes, Nayarit y sur de Sinaloa portan un pequeño arco y su lecha; en Guadalupe, Zacatecas es una danza de petición de lluvias. En Villa de Arista, San Luis Potosí, así como en Zacatecas y Saltillo también se baila. Entre los Comanches en Nuevo México; entre Yaquis y Tarahumaras en Sonora y Chihuahua, la vestimenta varía, la música también, pero la intención siempre es la comunicación con sus divinidades. Según algunos autores, el signiicado de la palabra matachín está ligado al origen de la danza, es una danza de origen europeo; matachín es sinónimo de mata moros y con la danza se trataría de representar la danza de moros y cristianos presentes en las morismas o iestas traídas por los españoles a México. También hay indicios de su origen italiano, pues matachín viene del italiano, mattaccino, payaso, bufón, hombre disfrazado ridículamente, con carátula y vestido de varios colores ajustado al cuerpo desde la cabeza a los pies. Las danzas de Matachines, también se conocen como de Matachines o de Indio; los cuadros de danza reciben distintos nombres que portan en sus estandartes, el grupo de Matachines del capitán José de la Rosa, quien nació en la colonia Independencia,

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se conoce como danza Chichimeca Guadalupana, está integrado en su mayoría por hombres. Este grupo es uno de los más antiguos, su fundador fue José Jacinto de la Rosa, pero su hijo José Raymundo dice que la tradición viene desde su abuelo. Su padre fue el capitán, jefe del grupo y músico. Fundó la danza aproximadamente en 1945. El abuelo de José Raymundo le comentaba que antes, sí se danzaba pero eran danzas de guitarra y de pasos sencillos. Él piensa que la danza de Matachines fue traída por los que vinieron a trabajar la cantera, originarios de San Luis Potosí y de Zacatecas, y que estos danzantes trajeron el tambor, el violín y pasos de danza más complicados. En la Independencia existen aproximadamente como 30 grupos de danza; algunos se preocupan por conservan al pie de la letra la tradición, pero otros agregan innovaciones y son criticados por los tradicionalistas porque según ellos no trasmiten como debe ser la danza y han revuelto sones y pasos de la danza de Matachines y de La Palma. El grupo de Danza Chichimeca, está formado por 32 integrantes que son obreros, contadores públicos, panaderos, albañiles, carpinteros meseros y empleados. El traje de Matachín está compuesto por camisa y pantalón de tafeta o popelina de diversos colores brillantes (azul, amarillo, rosa, blanco); encima de la camisa portan un chaleco que combina con taparrabos de colores contrastantes, amarrados con unas cintas que cruzan formando una “equis” sobre los lados externos de las extremidades inferiores. Los taparrabos están bordados con motivos lorales o geométricos, vírgenes de Guadalupe, otros santos o vírgenes a quienes esté dedicado el grupo de danza.

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En la mano izquierda portan un arco de madera con una cuerda elástica que hacen sonar rítmicamente y una lecha también de madera. Se adornan la cabeza con penachos elaborados con plumas de gallina pintadas de diferentes colores. Suelen calzar huaraches de suela de lámina, para producir sonidos armónicos o pueden llevar tenis o zapatos y calcetas de colores. El cuadro de danza se compone de los músicos, dos capitanes, los danzantes y el viejo de la danza. El viejo de la danza contrario a lo que se piensa es el personaje principal, pues él ya ha sido capitán, danzante, músico. El viejo es el más sabio, por eso es el viejo, él debe de ser el mejor de todos, su función es indicar las pisadas de danza que se pueden olvidar, en un momento dado. La danza tiene numerosos pasos, ritmos y evoluciones que siguen las indicaciones del capitán, el cual se coloca al frente o a un lado de las parejas alineadas en dos ilas, los danzantes cambian de ritmo al iniciar un nuevo son. José Raymundo dice que los danzantes demuestran su amor y su fe a la Virgen con la danza, ellos agradecen su protección por eso bailan de corazón y tratan de trasmitir ese amor a todo el público que los observa durante sus presentaciones. Esta idea responde a una concepción de lo sagrado en la que se considera que las divinidades, como los humanos, se conducen por sentimientos y afectos y pueden ser inducidos a otorgar favores y gracias por la fe concedida por los creyentes. El capitán agrega que a la danza se entra por fe y tradición, la cual se nota al danzar. Su papá era Guadalupano y siempre vivió para danzar, su vida

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era danzar de iglesia en iglesia, todo por la fe que tenía y por conservar la tradición de sus padres, pues su idea era que a este mundo venimos a servir y a él le tocó servir danzando hasta su muerte.

adornada con lores que signiica una ofrenda en la danza de La Palma.

El día que murió su papá lo “entregaron”, es decir, lo vistieron con su traje de danza. Ese día estuvieron acompañándoles danzantes de todos los grupos, fueron cerca de 40, quienes realizaron una procesión por diferentes calles en el centro de la colonia Independencia, entre ellas: la calle Oaxaca. También se agregaron danzantes de grupos folklóricos que conocían al capitán fallecido. El sólo hecho de imaginar a los danzantes moverse al mismo ritmo hasta el panteón resulta impresionante.

Existen dos versiones del origen de la danza de La Palma, llamada también de la Ofrenda, Trenza o de las Cintas. Algunos investigadores señalan que los cronistas de la conquista vieron ejecutar esta danza y describen la habilidad al hacer combinaciones alrededor de un poste con las cintas de distintos colores y admiraban la forma de seguir el ritmo de los instrumentos (como violines, lautas y tambores). Otros señalan la inluencia europea. La danza se ha extendido a Hidalgo, Tlaxcala y otros estados, aunque existen diferencias en el traje.

José Raymundo, comenta que su grupo baila todo el año, se cree que los grupos solo danzan en noviembre y diciembre, pero los que piensas así están equivocados porque todos los días se celebra a un santo o a una virgen en México. El grupo de danza que ahora está a su cargo baila todo el año, este año ya han bailado unas 100 veces, recientemente estuvieron en la festividad del Señor del Ojo de Agua en Saltillo, Coahuila.

Esta danza llegó a la colonia Independencia traída por un señor de Saltillo, Coahuila, entre las décadas de los cuarenta o cincuentas, de ahí surgieron varios grupos de danzantes. Al principio estaba integrada sólo por niños, después se convirtió en la Danza Guadalupana, la directora del grupo es la maestra Mayte Cerda Zárate. Actualmente son aproximadamente 40 danzantes los que conforman esta danza de La Palma, 20 tamboreros y 15 viejos de la danza.

La danza de La Palma

Los danzantes elaboraran y diseñan sus propios trajes, penachos y accesorios, sin embargo hay gente que sólo se dedica a su fabricación y comercialización. José Raymundo innovó el diseño y fabricación de trajes folklóricos: cueras tamaulipecas y norteñas, ha fabricado trajes para el ballet de Amalia Hernández del Ballet Folklórico y tiene su taller en Guadalupe, Nuevo León.

El Grupo de danza de los niños del catecismo fue fundado en 1981 por Aristeo Cerda López, y su hijo Jesús Antonio Cerda Zárate, cuando éste último tenía solamente 12 años de edad. El primer grupo fue apoyado por el padre Galván, uno de los padres encargados de la Basílica de Guadalupe, quien les ayudó para comprar los primeros trajes.

Los danzantes dicen que la danza de Matachines tiene un simbolismo guerrero manifestado en el arco y la lecha, que se contrapone con la palma

Este grupo, como muchos otros, participa en ceremonias públicas y privadas de la ritualidad católica, como festejos en capillas o altares de la

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Virgen de Guadalupe, la bendición de casa nuevas, o la creación de una nueva capilla, como la de San Francisco, en la colonia Independencia. En el grupo participan niños y adolescentes que son hijos de las parejas que se formaron ahí mismo y ahora son ellos los encargados de seguir la tradición de sus padres. Los personajes principales son cuatro capitanes, un monarca, un machetero, una malinche y las barriguillas. El traje esta formado por una capa de colores brillantes, un penacho en forma de corona y portan en las manos una palma adornada con lores y una sonaja. El pantalón de brillantes colores es bombacho y llega hasta la rodilla, en las piernas usan calcetas blancas, tenis o zapatos y llevan un mandil y una banda. El día 12 de diciembre colocan en el atrio del Santuario un mástil al que adornan con cintas multicolores que van enlazando hasta formar una trenza, al terminar la presentación enredan, en el al viejo de la danza, que queda atrapado, este acto simboliza que los pecados han sido atados y los participantes liberados de ellos. El grupo participa en la peregrinación realizada el 12 de septiembre, la cual se trasladó de la iglesia de San Felipe de Jesús, al Santuario.

El 12 de septiembre se comenzaron a juntar los peregrinos en la calle Castelar desde las 18:30 hrs., y como a las 18:45 se empezó a escuchar el sonido del tambor y el rumor de los danzantes que se fueron reuniendo frente a la iglesia. En esta ocasión el grupo era pequeño, pero alertados por el sonido del tambor fueron llegando más familias, así como el sacerdote; todos se fueron colocando detrás del estandarte, al frente iban los grupos de danza. La peregrinación inició y al paso del contingente, el espacio profano se fue convirtiendo en sagrado, algunas personas sacaron sus imágenes y las colocaron afuera de sus casas, los danzantes detenían su paso y con una leve inclinación les mostraban su respeto. A su paso fueron saliendo más familias, los más entusiasmados eran los niños y niñas que imitaban gustosos los pasos de danza. Poco a poco el grupo crecía y se integraban otros grupos de danza. Llegaron a la Basílica, saludaron a la virgen y fueron saliendo de espaldas y en ese momento inició la misa. El grupo de Danza Guadalupana festejaba sus 28 años de existencia y la misa fue dedicada a sus fundadores Aristeo y José Cerda. Al terminar se reunieron en la casa de la maestra Mayte y festejaron con un sabroso pastel.

Reflexiones finales La comunidad de católicos del Santuario de Guadalupe peregrina con el in de lograr la protección de la virgen y los santos mediante la penitencia, su labor es muy importante porque ellos mantienen el ciclo anual de peregrinaciones al reunirse mensualmente en la iglesia de San Felipe de Jesús, antes salían de la Catedral, pero por problemas de tráico, ahora lo hacen desde esta iglesia.

Los grupos de danza y sus familias conservan la tradición dancística, a pesar de que en la sociedad contemporánea existe la tendencia a debilitar algunas expresiones culturales como la danza y la música tradicional, porque forman parte de las “viejas” tradiciones. Esto puede suceder cuando se producen nuevas expresiones culturales.

La siguiente es una crónica de una de las peregrinaciones:

Sin embargo, la tradición dancística de Matachines y de La Palma, son parte de una cultura

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que integra nuevos elementos a su práctica, pero se resiste a desaparecer, se mantiene y se reproduce, tanto en la colonia Independencia, como en otras colonias del área metropolitana de Monterrey y del estado de Nuevo León.

En la colonia Independencia los grupos católicos han desarrollado un sistema de integración y solidaridad sobre bases religiosas y el culto guadalupano, las peregrinaciones y los grupos de danza son referentes identitarios de pertenencia a un barrio, a una calle, a la colonia y al Santuario de la Virgen de Guadalupe n

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Devoción guadalupana y TRABAJO COMUNITARIO CON JóVENES LUIS FERNANDO GARCÍA ÁLVAREZ

Introducción Ante la diversidad religiosa del estado de Nuevo León y, especíicamente, en su área metropolitana, el culto a la Virgen de Guadalupe permanece como uno de los fenómenos religiosos más signiicativos y uno de los espacios donde se maniiesta la fe, es el Santuario o Basílica de Guadalupe en Monterrey, ubicado en la colonia Independencia. Este se conigura como uno de los espacios sagrados y devocionales de mayor relevancia en la entidad y además esta cargado de una multiplicidad de signiicados. En su veneración se expresa un gran número de formas de religiosidad popular, las cuales se inculcan desde el ámbito familiar o doméstico, pero donde se maniiesta con mayor esplendor es precisamente en la Basílica dedicada a la virgen, así como en los barrios, las calles y las esquinas de la propia Independencia, construyendo signiicativamente un territorio devocional guadalupano. Haciendo un poco de historia, a principios del siglo XIX se ediicó un altar a la Virgen de Guadalupe en la casa de una familia que vivía en el barrio de San Luisito, lugar que empezó a ser muy visitado y ante la aluencia de devotos, se construyó una capilla que fue bendecida por el obispo en 1877. Para el año de 1895 se bendijo la primera piedra en la ediicación de un nuevo templo que se terminó de construir en 1908.

La primera procesión hacia este lugar se efectuó en 1922, cuando los feligreses salieron de la Catedral de la ciudad de Monterrey a la nueva parroquia con el in de trasladar la imagen de la Virgen de Guadalupe, copia iel de la original y elaborada en la Ciudad de México. Posteriormente, en 1978 se fundó un nuevo ediicio para albergar esta imagen, lo que hoy conocemos como Basílica, sustituyendo la antigua construcción del siglo XIX. Desde entonces se realizan múltiples peregrinaciones a este sitio, provenientes de toda el área metropolitana de Monterrey e incluso de estados vecinos y algunas localidades de Texas. Es importante destacar que el culto guadalupano ha sido una práctica religiosa transmitida de generación a generación, de manera que los habitantes de la colonia Independencia y, en general, de Nuevo León, continúan con la devoción mariana adoptando, con el trascurrir del tiempo, nuevas formas de manifestación popular. Actualmente, la Basílica de Guadalupe tiene tres capillas adscritas, estas son: San Francisco, Niño Dios y Santo Cristo, ubicadas en distintos barrios de la Independencia. En ellas existen grupos juveniles que a su vez se adscriben al Departamento de la Pastoral Juvenil de la Basílica de Guadalupe de lo cual hablaremos más adelante.

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En este marco, el presente trabajo hace referencia a un aspecto importante en la vida cotidiana de los habitantes de la colonia Independencia, su relevancia reside en la manifestación religiosa en torno al Santuario o Basílica de Guadalupe y cómo los diferentes sectores generacionales viven de diferente manera el guadalupanismo. El propósito es mostrar de qué manera las y los jóvenes viven su religiosidad en torno a la Virgen de Guadalupe, considerando de ante mano el signiicado que adquiere este fenómeno dentro del contexto local y nacional. Para ello, describo algunos contextos especíicos donde se maniiestan sus prácticas y creencias religiosas adscritas al catolicismo y donde la cohesión social, la ayuda mutua, la solidaridad y el trabajo comunitario giran en torno al culto guadalupano, a su hijo Jesús y algunos santos populares que poco a poco toman relevancia en la religiosidad de las y los jóvenes de dicha colonia.

Los jóvenes y la devoción guadalupana Llama la atención la presencia cada vez mayor de las y los jóvenes en dos de las expresiones de devoción mariana más arraigadas en la población neoleonesa: las peregrinaciones y las danzas que los ieles realizan año con año en el Santuario o Basílica de Guadalupe. En particular, interesa mencionar la visible participación de dicho sector generacional en los grupos de danza de Matachines y de La Palma, perteneciente a la colonia Independencia.

La participación de las y los jóvenes en los grupos de danza Es necesario considerar que la religiosidad popular esta muy lejos de ser una manifestación estable, es reformulada por sus usuarios en un proceso de

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invención o reinterpretación permanente. En este sentido, muchos de los integrantes que conforman los actuales danzas de Matachines y de La Palma en la colonia Independencia, se han iniciado desde niños o adolescentes, siguiendo así una tradición dancística y una religiosidad popular que se maniiesta en la realización de procesiones y peregrinaciones al Santuario de Guadalupe, durante el periodo anual de celebraciones, que van del 12 de octubre al 12 de diciembre, esta última cúspide de dicha celebración. Con la participación intensa de las y los jóvenes en la tradición de las diferentes danzas, es posible observar un proceso dinámico que lleva consigo la incorporación de nuevos estilos juveniles, que se adaptan a los elementos tradicionales de la danza, los atuendos y la música, lo que maniiesta una devoción dinámica, bajo constantes reinterpretaciones que responden a los tiempos contemporáneos. Don Julio, uno de nuestros informantes, comentó que los jóvenes al integrarse a los diferentes grupos de danza, van generando y consolidado una devoción guadalupana que se transmite en el seno de la familia. Sin embargo, don Raymundo, capitán de un grupo de danza, nos advirtió que la verdadera devoción de un danzante sólo podrá ser reconocida con el paso del tiempo, cuando éste demuestre su verdadera fe guadalupana al trasmitirla a sus hijos, por medio del culto, la danza y las peregrinaciones. Otro aspecto interesante en la conformación de los grupos de danza es la transmisión de valores, como el respeto y el compromiso con la danza y sus integrantes adultos o herederos de la tradición. Así mismo, la creación de nuevas redes sociales, de amistad y ayuda mutua, así como el compadrazgo son característicos de los grupos de danza, pues

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contribuyen en la construcción constante de la historia de cada grupo perteneciente a la colonia Independencia. En este contexto, es preciso mencionar que las y los jóvenes van conformando un sentido de pertenencia e identidad, que va desde el grupo familiar, a la adscripción a un grupo de danza, al barrio y, en general, a la colonia Independencia y su devoción mariana. Así mismo, es importante mencionar que existen distintos grupos juveniles en esta colonia que conviven de manera cotidiana y convergen en un aspecto en especíico, esto es en la apropiación del culto a la Virgen de Guadalupe a través de diferentes formas y expresiones. Veamos pues otros ejemplos, donde es posible observar cómo las y los jóvenes demuestran su devoción guadalupana a partir de sus diferentes formas, actividades y organizaciones juveniles.

El Departamento de La Pastoral Juvenil de la Basílica de Guadalupe Una de las organizaciones juveniles dentro de la colonia Independencia es el Departamento de La Pastoral Juvenil de la Basílica de Guadalupe. La pastoral juvenil tiene su antecedente en lo que se denominó, en su momento, como “Acción Católica”, un movimiento dentro de la Iglesia Católica en México y que llegó a Monterrey, hace aproximadamente 40 años. Este movimiento es adaptado a las necesidades propias de la congregación adscrita a la Basílica en la Independencia, enfocando la atención en las y los jóvenes, con lo cual se integraron los primeros grupos parroquiales, coros juveniles y grupos misioneros. Esto es el inicio para que, años después, se deinieran los objetivos y los planes de acciones del Departamento, contando con el apoyo, la asesoría

y coordinación del párroco, los pastores y los sacerdotes de la Basílica. En la actualidad, las y los jóvenes que conforman este grupo pastoral guían sus acciones con un plan especíico de trabajo en distintas áreas de formación juvenil, el cual diseñan acorde a las necesidades de la comunidad parroquial. Entre las actividades que sobresalen podemos mencionar algunas como: los encuentros masivos entre jóvenes pertenecientes a los distintos grupos parroquiales de la Independencia, la formación de Apostolados, la Catequesis, los Seminarios de Actualización y las actividades de apoyo a “los chavos banda”. En este sentido, es preciso señalar la convivencia cotidiana entre las diferentes agrupaciones juveniles de esta colonia, pues los vínculos entre jóvenes se establecen en distintas formas sobresaliendo la devoción mariana como elemento de cohesión e integración social. Uno de nuestros informantes fue Ángel, quién nos describió las principales acciones de la Pastoral Juvenil que preside, entre ellas destacan: 1) la conformación y el fortalecimiento de los equipos de Pastoral Juvenil en las diferentes capillas que se adscriben a la Basílica de Guadalupe; 2) la vinculación permanente con la vida comunitaria en los barrios de la propia colonia; 3) el desarrollo de un programa de educación en la fe para jóvenes y la formación de promotores de Pastoral Juvenil como parte de la catequesis; 4) otro aspecto relevante es el apoyo a los centros de atención para jóvenes que se encuentran en situaciones críticas como: alcoholismo, drogadicción, delincuencia, prostitución y pandillerismo, con lo cual buscan promover la dimensión social de su religiosidad; 5) junto a ello, promueven nuevas formas de celebración guadalupana entre las y los jóvenes de la Independencia que no asisten a la Basílica o no pertenecen a la comunidad parroquial.

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La estructura de este departamento se conforma de la siguiente manera: el párroco, los sacerdotes, los pastores, el coordinador juvenil, apostolados y los grupos juveniles adscritos a la pastoral. Asimismo, se distribuyen en grupos de distintas edades al interior del departamento, por ejemplo: grupo de adolescentes (de 12 a 15 años); prejuvenil (de 15 a 18 años); juvenil (18 a 24 años) y profesionistas (de 24 a 35 años). Actualmente son alrededor de 120 jóvenes pertenecientes a los diferentes grupos parroquiales. Por otro lado, se puede constatar la participación muy activa de los grupos juveniles que conforman la Pastoral Juvenil durante las festividades devocionales en la Basílica de Guadalupe, por ejemplo, se organizan para cuidar el orden en el interior y exterior de la Basílica y apoyar a las peregrinaciones que se congregan en el periodo de celebraciones marianas. Permanentemente, se reúnen los diferentes grupos en sus capillas durante la semana y los domingos a las 18:00 hrs. asisten a la misa dominical en la Basílica de Guadalupe. Otras formas de religiosidad se expresan a través de la asistencia a los retiros espirituales, de acuerdo con Ángel, ahí se busca elevar oraciones a Jesucristo, pidiendo la intercesión de la Santísima Virgen para descubrir la vocación a la que dios llama. Con ello se deinen los apostolados, los cuales se caracterizan por la dedicación, el compromiso y el tiempo por difundir la devoción guadalupana entre las y los jóvenes, así como en la realización del trabajo comunitario. La catequesis es parte fundamental en la conformación de estos grupos juveniles y consiste en la formación en historia y milagros de la Virgen de Guadalupe, buscando responder las interrogantes de los jóvenes sobre su devoción mariana”.

Finalmente, algunos jóvenes nos señalaron otro aspecto importante que reciben dentro de estas agrupaciones, esto es la formación espiritual y la formación humana, esta última es la parte a la que, hoy en día, ponen mayor énfasis, permitiendo el desarrollo de actividades con otros grupos juveniles de la Independencia, así como con la población en general.

Las agrupaciones juveniles y el trabajo comunitario En este contexto, sobresale la labor social y comunitaria de la Pastoral Juvenil en su conjunto, a partir de la conformación de las misiones, las cuales se organizan periódicamente. Por ejemplo, se organizan misiones en Semana Santa, verano e invierno. Estas consisten en la visita a los hogares más necesitados de la colonia Independencia, la ayuda comunitaria con bienes adquiridos por donación, la realización de talleres para niños, la visita a los enfermos y en ocasiones se dan cita para rezar el rosario con las familias o vecinos que lo soliciten. Por otro lado, el vinculo con los diferentes grupos juveniles que se reúnen en aproximadamente 200 esquinas de la colonia Independencia, ha propiciado una convivencia entre estos grupos, con identidades y culturas juveniles distintas, pero que coinciden y comparten la devoción en la Virgen de Guadalupe. De esta forma, se ha llevado a cabo el trabajo comunitario en 35 esquinas, donde se realizan distintas actividades en función, de acuerdo a nuestros informantes, de una formación humana, espiritual y de nuevas formas de recreación. Los Watts, Los Matahiervas, Los Latosos, Los Matones, Los Bofos,

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Los Warriors, Los Diablos, Los Latinos, Los Vatos Lokos, Los Vagos, Los Inquietos, La Banda de Jesús, Los Bulls, Los Mezclados, Los Dragos, Los Demos, Los Desmalokos, Los Cálidos, entre muchos otros, son sólo algunas de las agrupaciones juveniles, con los que se realiza el trabajo comunitario permanentemente. Estas agrupaciones juveniles maniiestan su religiosidad de manera diferente, pues aunque no siempre busquen pertenecer a las organizaciones parroquiales, aceptan ser parte de este movimiento Con distintas formas de expresión buscan satisfacer su dimensión espiritual, fundada en el culto a la Virgen de Guadalupe, Jesucristo y otros santos de su devoción, manteniendo y recreando a la vez su pertenencia al barrio, a la esquina y a las diferentes agrupaciones juveniles de la Independencia. Durante las entrevistas, algunos jóvenes nos comentaron las formas en las que se vive o se demuestra la fe y la devoción guadalupana, sobre todo mediante las mandas, penitencias y juramentos, el reconocimiento de algún milagro, las ofrendas llevadas a la Basílica o con la ediicación de altares en sus viviendas o en las calles de sus barrios. Otras manifestaciones tienen que ver con el uso de escapularios y rosarios, imágenes de la Virgen, San Judas Tadeo y Jesús estampadas en playeras holgadas, tatuajes corporales o pintando una imagen en las bardas de sus barrios, las cuales son bendecidas en su momento por los sacerdotes de la Basílica. Dentro de la convivencia, entre las y los jóvenes de la Pastoral Juvenil y quienes se adscriben a las diferentes agrupaciones juveniles de los barrios de la

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Independencia, también se encuentra la organización y realización de retiros espirituales, actividades de recreación, posadas durante la temporada navideña, proyección de cine en las propias esquinas de los barrios, así como los torneos de futbol que se realizan cada tres meses. Cabe destacar la formación de grupos musicales, que bajo diversos ritmos buscan compartir su devoción mediante la letra de sus canciones. En este sentido, los barrios de la Independencia, donde las diferentes identidades y culturas juveniles se interrelacionan, coniguran una religiosidad popular y con acciones participativas dentro del trabajo comunitario, van generando lugares de expresión juvenil dentro de un espacio social compartido. Otra labor importante dentro del trabajo comunitario de las y los jóvenes en la colonia Independencia, es la que realiza el Centro Comunitario Camino a la Vida CAVIDA, este centro es altruista y de acuerdo con el licenciado Roberto Cuandró, quien preside este centro, se fundó con el objetivo de brindar una formación humana y espiritualidad para quienes se encuentran en situaciones de alto riesgo. Actualmente se integran cerca de 100 jóvenes pertenecientes a los distintos barrios de la Independencia. Ellos participan en las diferentes actividades recreativas, talleres de capacitación y reciben atención especializada con el fin de lograr una formación integral. Un proyecto que es interesante destacar es el denominado "Pinta tu barda", medio por el cual se han plasmado 23 imágenes de la Virgen de Guadalupe y algunas representaciones de Jesús, San Judas Tadeo, San Francisco de Asís y San Charbel en

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aproximadamente 43 bardas de la Independencia, realizadas por lo propios jóvenes y con lo cual materializan su devoción mostrándola a su vez a la comunidad en general. Otra manifestación importante de este grupo juvenil vinculado al centro comunitario es la peregrinación a la Basílica de Guadalupe, la cual realizan año con año durante las celebración mariana.

Comentarios finales Finalmente, algunos informantes hacen una diferencia entre las y los jóvenes de la Independencia, quienes buscan formar parte de las agrupaciones juveniles de la Basílica de Guadalupe, quienes se integraran a los diferentes grupos de danza y quienes viven su religiosidad y expresan su fe desde “afuera”, en los propios barrios de la colonia. Sin embargo, todos ellos conluyen alrededor de la devoción guadalupana permitiendo una convivencia diaria que lleva consigo el trabajo constante para el desarrollo de los diferentes aspectos de la vida comunitaria. Con la realización de las festividades devocionales, el espacio público de la Independencia y los alrededores de la Basílica de Guadalupe, se convierten en un espacio religioso dinámico, donde la visibilidad y la participación de las y los jóvenes, trasciende a partir de las diferentes intenciones y manifestaciones que conluyen en este culto mariano.

La integración de los grupos juveniles parroquiales y su servicio a la comunidad durante el ciclo de la celebración guadalupana; las expresiones corporales, estéticas y rítmicas de quienes participan en los tradicionales grupos de danza de Matachines y de La Palma, y los jóvenes de las diferentes agrupaciones de los barrios que acuden para demostrar su devoción y agradecimiento a la Virgen de Guadalupe, –realizando a su vez mandas, penitencias y juramentos–, forman parte de una enorme congregación católica que se da cita durante este ciclo, llenando este espacio sagrado con una multiplicidad de signiicados y conigurando una forma particular religiosa dentro de una herencia cultural común de larga duración histórica y que se reinterpreta constantemente. Es necesario terminar mencionando algunas de las vocaciones religiosas que han surgido dentro de la comunidad católica de la Independencia, las cuales enfatizan sus habitantes con gusto y orgullo, estas son: la ordenanza de dos obispos, siete sacerdotes y varios jóvenes que en la actualidad están en formación seminarista. Por último, quiero agradecer a las y los jóvenes de la colonia Independencia, en espacial a Ángel Medina y la Pastoral Juvenil, al licenciando Roberto Cuandró Farías, quien preside el Centro Comunitario CAVIDA, así como a sus colaboradoras: Guadalupe López y Nelly Valadez. También a la maestra Mayte Cerda y a su grupo de trabajo, muchas gracias por la disposición y facilidades para la realización de este trabajo n

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El puente que siempre ha sido mercado EFRÉN SANDOVAL / RODRIGO ESCAMILLA

La pulga del puente del Papa, como se le conoce popularmente, es un mercado que de alguna manera se ha convertido en uno de los puntos de referencia que los habitantes del área metropolitana de Monterrey identiican con la colonia Independencia. Creemos que esto pasa por dos razones. La primera es obvia, pues tiene que ver con su ubicación ya que hasta ante del huracán Alex se encontraba debajo del puente de San Luisito, mejor conocido como puente del Papa. Este puente es uno de los principales accesos a la colonia y es el más vistoso de todos los que se encuentran sobre el río Santa Catarina en el municipio de Monterrey. El puente forma parte de la larga historia de la colonia y de la ciudad. Pero la ubicación de la pulga no es una casualidad, es decir, no es porque debajo del puente haya sombra y por eso se colocó ahí. Lo que pasó es que esta pulga literalmente salió de la colonia Independencia, pues ahí se inició, justo en la esquina de las calles querétaro y Moctezuma (hoy Morones Prieto). Esta es la segunda razón por la cual se le identiica con esta colonia que, ya de por sí, es en sí misma muy popular y seguramente la más famosa de la ciudad de Monterrey. En las siguientes páginas vamos a contar la historia de la pulga, pero para contarla tenemos que relatar parte de la historia del puente San Luisito

y de la misma colonia Independencia. Lo que pasa es que el puente, la colonia y el comercio parecen haber ido de la mano todo el tiempo, tal y como lo siguen haciendo hasta hoy. Varios siglos después, ya cuando México era un país independiente, llegaron a los terrenos de la actual colonia Independencia gentes venidas principalmente de San Luis Potosí y Zacatecas, ya que el trabajo en las minas se había terminado, y aquí comenzaba el despunte de las industrias. Por otro lado, algunos historiadores sostienen que el crecimiento del sur de Monterrey creció al iniciar la construcción del Palacio de Gobierno, ya que los potosinos y zacatecanos eran buenos para trabajar la cantera, también fueron empleados en la construcción del ediicio del Banco Mercantil. Era la época del gobernador Bernardo Reyes. Estos trabajadores llegaron a Monterrey cuando la ciudad no pasaba de lo que actualmente es el centro. Los vecinos del Repueblo del sur, como se le llamaba entonces a la colonia, siempre batallaban para ir hacia el centro o la zona de las industrias de la ciudad, pues debían atravesar el cauce del río Santa Catarina, a veces con poca agua, a veces con mucha. Entonces había que ingeniárselas para cruzar sin mojarse. Y esto era casi todos los días.

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Según lo que nos cuentan varios comerciantes de la pulga y legendarios vecinos de la colonia, para cruzar el río había caminos marcados entre el pedregal y la tierra, y a la hora de cruzar por el agua, había unos señores que se dedicaban a poner tablones para que la gente cruzara y no se mojara los zapatos. Nada más que esto tenía un costo (unos 10 centavos, según don Santiago, comerciante de herramientas), así es que el que no quería pagar y hacer actos de equilibrismo, pues le pasaba por el agua ya fuera que llevara sus zapatos puestos o agarrados en la mano. Tal vez estos señores que ponían las tablas, por cierto, fueron los primeros comerciantes que hubo en el río (no sabemos, pero puede ser), aunque ellos en lugar de vender mercancías vendían un servicio. Pero hacia 1887, parece que los vecinos se cansaron de seguir estas vereditas y mojarse los pies, así es que algunos se organizaron y construyeron un puente con madera y cables hechos de cáñamo. Era un puente pequeño, de unos 5 metros de largo, suiciente para sortear el paso cotidiano del agua y llegar así al centro de la ciudad caminando por otras vereditas. Ya con ese puente, algunos colonos vieron la oportunidad para vender cosas a los transeúntes que a diario cruzaban por ahí. Según nos contaron algunos comerciantes de la pulga, en ese entonces ya se empezaron a vender cosas usadas, ropa vieja, chatarra, “cualquier cosa que pudiera venderse para ganar algunos centavos”. Los comerciantes no eran muchos, pero parece que ahí estaban diariamente. Después de un año, en 1888, el municipio de Monterrey decidió construir un puente colgante. Pero el puente resultó defectuoso y peligroso, así es que la gente preirió los caminos que ella misma había

construido. Pero esto no signiicó que aquel puente resultara inútil, más bien lo que pasó es que cambió su función, pues de puente pasó a convertirse en techo, pues los comerciantes aprovecharon su sombra para instalarse debajo de él. Esa sombra, por cierto, sigue sirviendo hoy para los comerciantes que se instalan sobre el actual puente. Diariamente es curioso ver que en la mañana hay vendedores pegados a la parte oriente del puente, y conforme avanza el día, se van moviendo hasta llegar al extremo poniente, pues siguen la sombra de los barandales y de los arcos, como si ellos mismos se convirtieran en un reloj de sol. Pero bueno, eso ya no es parte de la historia sino del presente, o tal vez es parte de la historia que se está creando día con día. Siguiendo con la historia de antes, tenemos que en vista de que el puente colgante no resultó tan eiciente como se esperaba y que cada vez mas gente visitaba el Santuario de Guadalupe, la empresa, Ferrocarriles Urbanos de Monterrey, construyó un puente tan resistente que soportaba el paso de los tranvías jalados por mulas, que llevaban a los feligreses a visitar a la Virgen. El puente estuvo listo en 1890. Digamos que este puente sí tuvo éxito. Esto se notó no sólo porque por él pasaban muchas personas y vehículos, sino porque ahí proliferó el comercio, permitiendo el crecimiento de un mercado más o menos improvisado. Como este puente era más ancho, algunos comerciantes vendían sobre el puente, iniciando así lo que prácticamente puede ser considerado como una tradición, la de vender en el puente San Luisito. Tradición, por cierto, que no a todos les gusta, pero que permanece seguramente porque cumple una función muy necesaria y porque a muchos les agrada.

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Entonces el comercio crecía y los clientes también. Todo pintaba de buena manera para vecinos, comerciantes, transportistas, cargadores, visitantes. Incluso algunos comerciantes se habían instalado de manera ija sobre el puente. Desafortunadamente, en el año de 1903, a uno de ellos se le derramó accidentalmente gasolina de su lámpara, provocando un incendio que destruyó la estructura del puente. Los daños fueron considerables, así es que la gente retomó el uso de los caminos trazados sobre las piedras y la tierra, y los tablones de madera volvieron a aparecer como medio para cruzar por arriba del agua. De acuerdo con lo que nos cuentan algunos comerciantes y vecinos, el puente era algo muy necesario, no sólo para cruzar entre el centro y la colonia, sino también para vender. Después del incendio, el gobernador Bernardo Reyes, lanzó una convocatoria para construir uno más resistente. Digamos que se trataba de ediicar, ahora sí, un puente hecho y derecho, con materiales que perduraran largamente. El concurso lo ganó el diseño elaborado por Fortunato Villarreal y Jenaro Dávila. La construcción se inició en el mismo año de 1903 y se terminó al año siguiente. Este puente era todavía más ancho, de 60 metros de largo por 18 de ancho y, por supuesto, más resistente que los anteriores. Fue hecho con vigas de acero y concreto. Como su antecesor, este puente evidenció la importancia que esta infraestructura tenía para los vecinos y para la ciudad en general. Pronto, el tránsito de peatones vecinos, visitantes que iban de día de campo a la parte alta de la Loma Larga; carruajes, trenes y tranvías jalados por mulas que iban y venían del centro de la ciudad

y hacia el Santuario, además de la presencia de los comerciantes, llenaron de vida al nuevo puente. El diseño de este puente fue muy novedoso ya que era techado y albergaba locales comerciales en su interior. Ahí se vendía, como antes, ierro viejo, ropa y cosas usadas, comidas, herramientas para los trabajadores. Todo a precios módicos. El comercio más que ser una actividad para hacerse rico era una manera de seguir siendo parte de la comunidad de la colonia, y era parte también de los modos en que los vecinos se relacionaban con otros habitantes de la ciudad que pasaban por ahí. El puente era ya, como decimos, un lugar importante para conocerse, platicar, era parte de la colonia y del centro de Monterrey. Todo pintaba muy bien de nuevo para el puente, los comerciantes, los vecinos, los transeúntes. Pero una vez más el gusto duró poco. Sucedió que en 1909 llovió tanto que la ciudad de Monterrey vivió la peor inundación que haya sufrido. El agua del río Santa Catarina subió de manera tal que cubrió todo el puente hasta el techo, las calles que llegaban a la rivera del río fueron inundadas también, parte de las mismas fueron arrasadas, al igual que las casas aledañas. Fue un desastre que aún se recuerda pues quedó grabado en la memoria de muchos regiomontanos y en la historia de la ciudad. En el lado sur del río, es decir, del lado de la colonia Independencia, calles como la Independencia prácticamente desparecieron junto con muchas de sus casas. Pero el desastre fue todavía mayor en el lado norte del río, donde el agua avanzó varias decenas de metros más sobre la ciudad.

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El resultado fue que buena parte del puente quedó destruida. Una vez que las aguas bajaron, la gente poco a poco volvió a sus quehaceres diarios, incluso los comerciantes del puente, quienes se vieron seriamente afectados pues algunos perdieron su lugar de trabajo. No obstante, en la parte del puente que quedó en pie, los comerciantes siguieron vendiendo, y sus clientes los siguieron visitando. El comercio en la colonia Independencia (que lleva este nombre desde 1910) era ya algo muy necesario, una manera de vivir.

inundaciones. Esto implicó hacer obras en ambas márgenes, sobre el centro de la ciudad y sobre la colonia Independencia. Hacer la canalización implicaba modiicar totalmente los caminos, los cruces, las actividades como el comercio en el río. Debido a esto, se promovió la construcción de puentes pero también de lugares para el comercio. En la parte de la colonia Independencia, estas obras signiicaron la desaparición de calles, además de la transformación de la calle Moctezuma en la avenida Morones Prieto.

Y el comercio continúo, nuevamente, debajo del puente, o, digamos, en el cause del río. Ahí se podía ver a comerciantes como Ramiro, un vecino de la ciudad que padecía de alguna enfermedad que no le dejaba trabajar en fábricas o lugares así. Con ayuda de algún familiar, llegaba todos los días a las 8:00 hrs. y se instalaba en alguna de las grandes piedras que marcaban el camino hacia el lecho del río. Ahí se sentaba junto con su mercancía que generalmente eran artículos para el hogar o cosas recolectadas de los basureros. Y ahí estaba Ramiro, sentado, sin moverse. Uno llegaba y le preguntaba el precio de algo. Él sólo contestaba diciendo el precio, no decía nada más. No se movía y así estaba aunque el solazo estuviera "a todo lo que da". Ya en la tarde iban por él. Y así lo hizo Ramiro casi todos los días hasta ya grande. Hoy todavía vive en la colonia, aunque ya no baja a vender, pero algunos transeúntes lo recuerdan, pues siempre estaba en la bajada, ahí por donde muchos de los vecinos pasaban.

De esta manera, la colonia Independencia fue testigo de la modernización vial que se realizó en la ciudad a mediados del siglo xx. Entre 1953 y 1968, fueron construidos los puentes viales que cruzan actualmente el río por las avenidas Pino Suárez, Zaragoza, Gonzalitos, Félix U. Gómez y Cuauthémoc. Varios de estos puentes unen a la colonia con el centro, por lo que su construcción signiicó cambios en la vida de los vecinos, quienes tenían más accesos caminando y más transportes que llegaban a sus casas. Como muchos saben, estos accesos no siempre han sido seguros, todavía hoy, cruzar por el puente de Pino Suárez, por ejemplo, implica grandes riesgos debido a la ausencia de banquetas en algunos tramos. Ni modo, parece que cruzar el río Santa Catarina siempre ha sido una aventura para los vecinos de la Indepe.

Hacia la década de los años cuarenta se comenzó a planear la construcción de un nuevo puente, de tal manera que al inal de esa década, entre 1948 y 1950, el gobierno estatal, con recursos federales, realizó obras para la canalización del río y así evitar nuevas

Con la construcción de estos puentes, y con la modernización vial en su apogeo, aumentó la preocupación por tener un nuevo puente de San Luisito. Entonces, surgieron varios proyectos, algunos de los cuales pretendían construir un puente de mayor tamaño, incluso hubo alguno que pensó en albergar ahí una plaza comercial. Mientras tanto, en el río se seguía vendiendo, pero también

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algunos vendedores se habían ido organizando y se fueron instalando poco a poco en un terreno casi en la esquina de las calles querétaro y Moctezuma (hoy Morones Prieto), en una parte del lugar en el que hoy se encuentra el mercado Díaz Ordaz. Ahí vendían artículos que encontraban en los basureros de colonias acomodadas como licuadoras, planchas, relojes, zapatos, además de jarros, chucherías, molcajetes, ollas, metates, sombreros, guaraches de suela de llanta, pozole, tamales, barbacoa y un largo etcétera. A este pequeño mercado se le conoció como el Mercado Moctezuma, aunque en realidad nunca fue formalmente un mercado, con su techo, sus entradas y sus locales bien formados, pero la gente así lo llamaba. En 1971 estos comerciantes se organizaron en una Unión de comerciantes, que fue el antecedente que, años después, junto con otras, fundaría la pulga. Y en 1976 fue inaugurada la actual versión del puente San Luisito, el cual no incluye en su diseño espacio para albergar a los comerciantes, pero si consideraba la unión de dos mercados: el mercado Colón, construido décadas antes, y el mercado Díaz Ordaz, que se construiría en 1979. De esta manera, el puente funcionaba, literalmente, como un puente entre dos mercados. Ese mismo año el puente cambió de nombre de manera informal. Aunque oicialmente se sigue llamando San Luisito, la visita del Papa Juan Pablo II y el hecho de que fuera usado como púlpito para que el Papa oiciara una misa ante miles de feligreses, hicieron que desde entonces sea conocido por muchos como el puente del Papa. Pero esa es otra historia. Sigamos con la nuestra. Para construir el mercado Díaz Ordaz, los vendedores que se encontraban en ese terreno fueron

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reubicados en un pequeño mercado improvisado para la ocasión sobre la esquina suroriente de las calles querétaro y Moctezuma. Ahí se levantaron con madera y láminas pequeños locales que poco a poco se fueron formalizando con estructuras de block y cemento. Todavía hoy, algunos locatarios venden ahí ierro, herramientas nuevas y usadas y restos de basura que encuentran en “las colonias adineradas”, como les dicen los comerciantes, como controles remotos, conexiones, básculas, abanicos, licuadoras, secadoras, tostadores, hornos. Fue en ese mercado que la Unión de comerciantes se constituyó formalmente, en 1977, como Unión Sindical de Trabajadores Comerciantes de la Colonia Independencia. Ahí se encuentran todavía sus oicinas que, orgullosas, portan su nombre y el logotipo de la central obrera a la que pertenece. Como mencionamos, para 1979 fue inaugurado el mercado Díaz Ordaz. Ahí se albergaron vendedores y comerciantes que habitualmente vendían en las calles Juárez, Padre Mier, Morelos y Matamoros, en el centro de Monterrey. Todo parecía ir más o menos bien, con los comerciantes en sus mercaditos y los puentes ya bien construidos, pero a inicio de los años ochenta se vino la crisis. Había necesidad de sacar más dinero para mantener a la familia, y esto aplicaba no sólo para los vecinos de la colonia Independencia sino para muchos otros habitantes del área metropolitana de Monterrey. Fue en esa situación que entre 1983 y 1985, los comerciantes reubicados en el pequeño mercado de la esquina de querétaro y Moctezuma salieron a vender a la calle, es decir, salieron de sus pequeños locales y se instalaron a lo largo de la calle Moctezuma. Ahí, poco a poco se agregaron otros comerciantes venidos de otras partes de la ciudad,

quienes se encontraban en la misma situación. Se fueron colocando cada vez más hacia el oriente, llegando hasta la calle Jalisco. Después se fueron instalando más hacia el poniente hasta llegar a la calle Veracruz. Así, varias cuadras de la colonia se habían convertido ya en el lugar que albergaba a los comerciantes que, por primera vez en la historia, ya no eran sólo vecinos de la colonia sino también de otras incluso de otros municipios metropolitanos. Con el crecimiento del mercado se fueron diversiicando las mercancías, y con la crisis también llegó más que antes la fayuca. Además de frutas, verduras, ierros y herramientas, se vendían grabadoras, auto estéreos, bocinas, ropa usada venida de las pulgas de Laredo, San Antonio, Houston y Dallas, según nos cuentan los comerciantes. Otras mercancías también eran conseguidas en otros mercados de la ciudad, como el Penny Riel, Reforma, Colón y algunas bodegas de la avenida Los Ángeles, en San Nicolás. Y las visitas a las “colonias adineradas” en busca de basura, continuaron, como hasta hoy. El comercio crecía y la ciudad también. La calle Moctezuma era el siguiente testigo de ello. Debía ser ampliada y convertida en lamante avenida. Los comerciantes debían mudarse de nuevo junto con todas sus mercancías, sus mesas y sus lonas que les servían como techos o como vitrina. La tradición del comercio debía dar paso a la modernidad de la avenida Morones Prieto. Fue entonces cuando nació, oicialmente, la pulga del puente del Papa. El alcalde Benjamín Clariond habló con los comerciantes y después de varias reuniones, ofreció a los comerciantes reubicarlos, legalmente, en el lecho del río. El alcalde gestionó una concesión por parte de la Comisión Nacional de Aguas para que los

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comerciantes tuvieran un permiso oicial para poder usar un segmento del río. Además, se comprometió a ayudar a los comerciantes en su instalación, dio un número determinado de permisos, los cuales también fueron negociados entre el alcalde y las organizaciones de comerciantes (que ya para entonces eran cinco). El argumento principal del alcalde era dar paso a las obras de ampliación de la avenida y

garantizar un lugar seguro para que los comerciantes realizaran su actividad. En 1992, poco más de 500 comerciantes fueron reubicados en el lecho del río Santa Catarina. El número de comerciantes creció, pero no llegó a rebasar los 1500. Lo que sí creció fue la diversidad de mercancías que ahí se vendían. La lista es larga, pero vale la pena presentarla:

Ropa nueva y usada

Vídeo juegos

Tenis nuevos y usados

Juguetes de colección

Bolsas

Artículos militares

Artículos deportivos: pesca, caza, box, tenis, gimnasio, futbol soccer y americano, béisbol, golf.

Servicios como masajes y corte de cabello

Trenes eléctricos Aparatos electrónicos: estéreos, microondas, televisiones, grabadoras, ipods, palms. Alfrombras Herramientas Películas originales y piratas, en VHS, Beta, DVD (películas de moda y de colección)

Espadas de acero Cortinas Muebles antiguos (bazar) Comida (corrida, elotes, jugos, aguas, gorditas, tacos, frituras, hot-dogs, hamburguesas, frutas en vaso, pan) Música (rock, colombia, cumbia, hip-hop, villeras, infantiles, juveniles, discos de vinil). Serigrafía

Perfumes

Preservativos

Pájaros

Joyas

Relojes

Libros y revistas

Abarrotes

Cámaras fotográicas

Artículos para bebé

Obras de arte moderno

Posters

Artículos para salones de belleza

Artículos para mascotas

Y mucho más…

Equipo para gimnasio

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En alguna ocasión un locatario mencionó aquí se vende casi todo, excepto casas y autos, pero si me ofreces te vendo los míos, y si me ofreces bien, incluso te vendo a mi vieja. En general, en los pasillos de la pulga siempre te podías sorprender por la variedad de mercancías. Esto provocó que hubiera una clientela muy variada. La pulga era visitada no sólo por los vecinos de la colonia Independencia, también te podías encontrar gente venida desde otras colonias y municipios, sean pobres o ricos, populares o clase medieros, incluso turistas extranjeros, ya sea tomándose una foto, probándose alguna prenda exótica o simplemente asombrándose con los colores y la increíble variedad de mercancías. La pulga no era solamente un punto de venta para los caminantes entre la colonia Independencia y el centro de la ciudad. Sino que fue uno de los mercados más conocidos de la ciudad, incluso en Internet se pueden ver fotos o relatorías de personas que, venidas de otras ciudades del país o del extranjero, comentan su experiencia al visitar la pulga. Así es que este lugar en donde antes se ponían algu-

nos pocos comerciantes y que básicamente vendían a los vecinos de la colonia, fue un lugar muy importante para el comercio en el área metropolitana. Aunque no a todos les gusta verlo así, el comercio que se hace en lugares como la pulga es una manera de ganarse el dinero para mucha gente, y es también una manera de comprar para todavía más. En cualquier local de la pulga, los clientes podían negociar el precio de la mercancía con el comerciante, ganarse su conianza para tener un préstamo, hacer encargos o intercambiar mercancía (trueque). Todo esto sucedía sin que hubiera un recibo, un pagaré, una letra de cambio, todo se daba porque ahí la gente se tenía conianza y porque todos sabían el valor de un objeto usado, desechado por alguien que ya no lo quiso por sucio, por chueco, por roto; ahí se encontraban los que sabían hallar un nuevo uso a las cosas usadas, como si les dieran nueva vida a las mercancías, como si las rescataran del olvido. La pulga sirvió para que mucha gente tuviera acceso a mercancías que de otra manera le resultaría muy difícil tener n

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El corazón del oicio zapatero en Monterrey LyLIA PALACIOS / ELEOCADIO MARTÍNEZ

Por casi un siglo Monterrey construyó una fuerte identidad como ciudad industrial. Esta identidad tuvo su expresión a través de decenas de barrios obreros, uno de los cuales fue la colonia Independencia, que por su antigüedad y ubicación geográica privilegiada se convirtió en la cuna de la clase obrera regiomontana. Narraciones de cronistas y de habitantes de la colonia dan cuenta de que la Compañía de Fierro y Acero de Monterrey, Cervecería Cuauhtémoc, Vidriera Monterrey, así como pequeñas y medianas fábricas conformaron su planta de trabajo con habitantes de la Independencia. Esta identidad obrera comenzó a transformarse en las últimas décadas del siglo XX conforme se fue diversiicando la economía. En sus barrios, donde coexisten la vivienda y el trabajo, en el presente domina el paisaje ocupacional de oicios y profesiones, algunos de los cuales han tenido una continuidad por décadas y otros surgieron a partir de las nuevas necesidades de la ciudad. Sastres, talabarteros, zapateros, carpinteros, joyeros, panaderos, fabricantes de piñatas, de velas, de ropa y accesorios para matachines, plomeros, electricistas, mecánicos, albañiles, entre otros, conforman parte importante de la actual identidad trabajadora de la Independencia.

En esta transformación del paisaje ocupacional, el del oicio del zapatero, al parecer, es el único que ha permanecido por casi cien años, y que le otorga todavía en la actualidad una identidad única a la Independencia como barrio zapatero. La identidad zapatera de la colonia fue construida a partir de un importante desarrollo en la fabricación del calzado en Monterrey. A inicios de siglo XX la ciudad ya contaba con cinco importantes fábricas: Fábrica El Eclipse, 1921; Fábricas de Calzado Monterrey, 1922; Fábrica de Calzado Touché, 1929; quintanilla Hermanos, 1930 y Abastecedora del Norte, Fábrica de Calzado, 1931. Para 1926 la producción de calzado de este “distrito” se vendía en Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas, dos años más tarde en todas las regiones del país. Según las crónicas periodísticas Monterrey “dejó de ser tributaria de los Estados Unidos para el abastecimiento de calzado para niños”. De esta manera, la marca El Charrito vino a desplazar a las marcas American Lady y American Gentleman. El dinamismo de esta actividad posibilitó que parte de la producción tuviera como destino el sur de Texas, con quien Monterrey ha sostenido relaciones comerciales desde un temprano siglo

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XIX. Al respecto, el periódico El Porvenir menciona que para el primer tercio del siglo xx, el calzado manufacturado en Monterrey sigue teniendo gran aceptación y demanda en el vecino país del norte […] se recibió una comunicación de la Cámara de Comercio por uno de los principales comerciantes y almacenistas en el ramo de calzado y pieles, de Presidio, Texas. Es altamente probable que la mano de obra necesaria para echar a andar este “distrito” zapatero haya surgido de la históricamente existente en Monterrey. Pero hay sólidas evidencias de que su formación fue enriquecida en diferentes períodos, entre ines del siglo xix y la primera mitad del xx, con migraciones especializadas de zapateros de la ciudad de León y otros estados de las regiones del centro y occidente de México. En términos generales pueden mencionarse tres períodos de llegada a Monterrey de zapateros de la ciudad de León y de Guadalajara en menor medida. El primero se dio en el último cuarto del siglo xix, según Perfecto I. Aranda, jefe político del H. Ayuntamiento de León, la inundación de 1888 que tuvo lugar en León obligó a emigrar a zapateros a la ciudad de Monterrey, Puebla y México en búsqueda de nuevas oportunidades. El segundo se presentó al inalizar la Segunda Guerra Mundial, cuando según la experiencia de algunos ex-zapateros, se demandó más producción de zapatos por el incremento del comercio con el sur de Estados Unidos. En contraparte, esa migración fue favorecida por la crisis en la industria zapatera en la ciudad de León, por la disminución de ventas hacia el mismo país del norte. Un tercer período se presentó en la década de los sesenta por el apogeo en la producción industrial, que repercutió en la capacidad de compra de sectores de asalariados.

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Esta mano de obra especializada desempeñaría un papel relevante en la consolidación del “distrito” zapatero en Monterrey y, fundamentalmente, en la identidad zapatera de la colonia Independencia en la segunda mitad del siglo xx, a tal grado de que fue bautizada como un León chiquito, tanto por su identidad zapatera como por la relevancia de la presencia de habitantes de León. Don Rogelio Reyes, zapatero de la Independencia y originario de esa ciudad lo dice así: De hecho si lo vemos de esta manera, aquí no sabían hacer zapatos, la gente que se animó a hacer zapatos fue porque veía buenas ganancias, veía que había futuro en la industria del zapato, entonces no es porque yo diga pero mucha gente se enseñó, porque la gente de allá (de León y Guadalajara) vino a enseñarnos aquí….

Sobre la llegada de zapateros de Guadalajara, don Rogelio Reyes nos narra: Mi primo manejó una forma en la cual la gente de aquí iba por trabajadores a Guadalajara, los traían y luego los acomodaba y ya les daban trabajo porque empezó a lorecer mucho, de tal manera que aquí en el taller, aquí en la colonia, yo recuerdo, en los buenos tiempos, que había mucha fabricación, prácticamente había tallercitos donde hacían 200 o 500 pares, y los talleres importantes hacían hasta 1 300 pares.

Uno de los primeros grandes establecimientos localizados en la Independencia fue la Fábricas de Calzado Monterrey, ubicada frente a la plaza Verea, en los límites con la colonia Nuevo Repueblo. Según fuentes periodísticas y de archivo esta fábrica inició operaciones con 60 trabajadores, con una producción de 60 pares diarios y con un capital de

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250 000 pesos. La maquinaria era “moderna”. Para 1926 producía 400 pares al día, lo cual se hacía con 115 operarios. Es fácil airmar que esta fábrica se instala en la colonia Independencia por la mano de obra caliicada existente. En sus primeros dos años de existencia, según crónicas en El Porvenir, los zapatos de esta fábrica se vendían en la región noreste del país. Diversas narraciones de ex-zapateros dan cuenta que hacia la década de los cuarenta se presentó un lorecimiento de la actividad zapatera en la Independencia. Según informes provenientes de las historias laborales de habitantes del barrio, para 1950 existieron alrededor de 80 talleres de fabricación de zapato. Además de los talleres había una vasta red de trabajo a domicilio que daba empleo a los habitantes de la Independencia. Los talleres prosperaban en la colonia. Por eso llegó, también de León, don Antonio Márquez: había muy buen trabajo aquí, había muy buen campo para desarrollarme en los zapatos. Eran tallercitos, dice don Rogelio Reyes, lo que antes les llamaban “Picas”, eran tallercitos pequeños compuestos por tres o cuatro elementos. Este lorecimiento en la fabricación del calzado en la década de los cuarenta, propiciaría que familias leonesas de zapateros vieran a Monterrey como un lugar propicio para instalarse. Así pasó con la familia Vilchez, que “escapando” de la persecución cristera migró a la ciudad, estableciendo su taller de calzado en el barrio de la plaza Verea y una zapatería en el centro de la ciudad, la zapatería Zambrano. Don José, don Gregorio y don Concepción Vilchez formaron parte de esa migración especializada de zapateros de León que llegaron a Monterrey. Aunque otros se aventuraban sin contar con una vivienda, como recuerda don Tino Briones, zapatero regiomontano:

[…] llegaban sin tener casa y ahí en los talleres dejaban que se durmieran, pues venían ganosos de ganar dinero, y los maestros ganosos de que les hicieran zapatos, trabajaban hasta la 1:00 o 2:00 de la mañana y a las 6:00 estaban parados trabajando.

Para las décadas de los cincuenta y sesentas el paisaje zapatero de la colonia Independencia estaba marcado por productores de calzado ino para dama y de calzado para dama y caballero de tipo comercial. La Fábrica de Calzado Grisel de don Manuel Chora lideró la fabricación del primero, así como los talleres de don Antonio Márquez y de don Cuauhtémoc Zaragoza. Recuerda el hijo de don Gregorio: mi papá era un artesano sensación, era un zapatero buenísimo, hacía un zapato buenísimo él hacia zapatilla fina de mujer de ese tiempo. El calzado popular lo hacía una extensa red de pequeños y medianos talleres, algunos de los cuales producían para las fábricas y grandes almacenistas. Otra característica que deinía el paisaje zapatero era el hecho de que un número muy pequeño de establecimientos utilizaban maquinaria para la producción de calzado comercial, la gran mayoría trabajaba como maquiladores con herramientas básicas. Las vidas laborales de los Vilchez originarios de León, de don Manuel Chora originario de San Luis Potosí, de los hermanos Vilchez y don Antonio Márquez originarios de León, y de don Cuauhtémoc Zaragoza originario de Guadalajara, tienen en común, además de ser empresarios de calzado, el haber dominado todo el proceso de fabricación y, por lo tanto, haber sido formadores de una identidad laboral zapatera entre una gran cantidad de trabajadores de la colonia Independencia. Nos comenta Manuel, el hijo del señor Chora:

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Él era en realidad un zapatero completo, sabía todos los procesos de la fabricación, hacia los moldes que es lo más importante, tenía suscripciones de revista italianas de modelos de zapatos […] la fabricación que mi padre hacía era zapato de calidad, vamos a decir: piel de becerro, forro de cabra, suela natural, entonces era un zapato muy ino, lo demás era zapato comercial.

Este tipo de empresario-artesano perdería terreno con la aparición del empresario industrial, que aprendieron indirectamente el proceso como almacenistas o vendedores, como fue el caso de don Pedro Navarrete o don Horacio Cruz.

Los zapateros de la colonia Independencia: esplendor, declive y permanencia Un oicio de tanta tradición en la historia del trabajo artesanal como es el de zapatero, debe ser parte del orgullo de los habitantes de la colonia Independencia, pues en ningún otro lugar de la ciudad se concentró y desarrolló como aquí […] ¡en toda la colonia!, era un León chiquito aquí. Sí había muchos talleres”, exclama don Tino Briones. La formación del oicio en la Independencia, que como mencionábamos puede tener raíces desde inales del siglo XIX, fue creciendo conforme iba creciendo la actividad industrial y la población de Monterrey, la natural y la que llegaba de otros estados. Había trabajo. Así se fueron formando las generaciones de familias de zapateros y según fue creciendo el oicio se incorporaban nuevos artesanos. Así recuerda, el hijo de don Gregorio Vilchez: […] yo estaba muy chiquillo, en una máquina italiana McKey, tenía que poner un cajón para

alcanzarla pero yo cosía ahí, esa era la situación en la casa, nosotros hacíamos todo, el adorno lo hacía mi hermana, mi mamá, entre todo hacíamos todo, directo a la caja y a entregarse.

Allí aprendieron el oicio, acercándose a los maestros que conocían todo el proceso y se iban especializando en una o varias labores: desde el diseñador y el hormero, siguiendo con el cortador, el rebajador, el pespuntador, el montador. La actividad inal, la de adornar el zapato siempre fue trabajo de mujeres, primero las esposas o las hijas de los zapateros y cuando fue creciendo se contrataban a otras mujeres. Doña Juana Hernández, adornadora retirada nos dice: […] éramos ocho hermanas y cuando estábamos jóvenes, una los limpiaba, otra emplantillaba, otra pigmentaba, otra sacaba brillo, otra preparaba las cajas […] como si fuera banda, como en las fábricas que hay bandas, pero aquí era todo manual.

El esplendor El crecimiento y fortalecimiento de la actividad zapatera en Monterrey y en la colonia, entre los años cuarenta y los setenta del siglo xx, correspondió con los años dorados del capitalismo mundial. Entonces, México vivió los beneicios del auge industrializador, en el que Monterrey participó como la segunda ciudad industrial del país. La fortaleza que en esta actividad alcanzó la colonia Independencia, le permitió ser el origen de una de las cadenas zapateras más importantes del norte de México, la Fábrica de Calzado Justicia. Su fundador don Pedro Navarrete se inició en el medio como vendedor en una tienda de la calle querétaro,

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también salía a los municipios del sur del estado. En los años cuarenta, cuando se animó a emprender su primer taller; se asoció con un zapatero conocido de la colonia y lo refaccionó para producir un poco más. Para don Pedro los saberes del oicio en la colonia fueron fundamentales en sus primeros 10 años para conocer el oicio zapatero. De ellos dice: los de la Independencia eran los reyes. Su fábrica allá por el rumbo de la Cigarrera llegó a emplear a más de 300 trabajadores y en su cadena, que hasta inales de los años setenta llegó hasta 42 tiendas en varias ciudades del norte empleó a casi 400 personas. La producción de "La Justicia" cubría todos los estratos económicos: la línea "Ferratini", la de mayor calidad, "Justicia" para clases medias y "Ofertas" para clases populares. Y para producir zapato de hombre, simplemente se trajo “un taller completo de León.” La década de los setentas fue muy propicia para la actividad en Monterrey: había para todos dice don Ramón Hernández, zapatero de tercera generación. En su primer negocio establecido en la colonia Terminal en 1969, gran parte del zapato se lo maquilaban zapateros de la Independencia. Posteriormente se instaló aquí, porque allí era donde estaba la mejor mano de obra. Eran tiempos buenos: […] había movimiento, los clientes nos procuraban, venían a vernos, nos pedían línea, nos pagaban bien, de hecho ellos venían por el zapato a la puerta del taller porque les urgía, tenían buenas ventas. Entonces era una época en que había buena oportunidad para todos y digo para todos porque, había montadores que ganaban 3 500 pesos por semana, ¡más que un maestro, habiendo estudiado!

El también representante de la Cámara Nacional del Calzado en el estado, mencionó que llegaron

a establecerse en el área metropolitana cerca de 150 talleres pequeños y medianos y algunas fábricas grandes como la Justicia y Calzanova. En la Independencia dice, llegaron a existir como 100, pero algunos sólo tuvieron vida efímera. Al parecer era común que algunos talleres abrieran y otros cerraran, había mucha rotación de trabajadores. En los tiempos de mayor demanda –recuerda don Ramón– los dueños de los talleres hasta se pirateaban a los mejores zapateros. El prestigio que alcanzó la producción zapatera en la colonia, además de la destreza de sus artesanos también se reconocía por la vanguardia de sus diseños. Periódicamente los propietarios o maestros zapateros asistían a las ferias del calzado en León, adquirían revistas especializadas italianas, incluso los más grandes visitaban las principales ciudades europeas. Para esta industria la producción de León, Guadalajara y México nunca representaron una competencia, al contrario, en los años setenta hasta ferias nacionales del calzado se organizaron en Monterrey. Todos los zapateros entrevistados recuerdan con alegría aquella época, en donde algunos con su tallercito pudieron educar a sus hijos o adquirir su vivienda. Muchos se quedaron en la colonia, arraigados en un barrio que era a la vez, vivienda, lugar de trabajo, de convivencia y de recreación. Tenían además muy cerca la devoción guadalupana, ante la cual muchos talleres peregrinaban (incluso en algunos casos se cruzaban al centro para poder hacer un poco más larga la procesión). Tal vez por eso la herencia europea del patrono de los zapateros, San Crispín, tuvo tan poco éxito. Desde los años cincuenta se fueron formando ligas de equipos de béisbol y luego, por los sesenta, de futbol. Se jugaba mucho en el río Santa Catarina. En la colonia tenían

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casi todo, hasta sus buenas cantinas, como recuerda don Tino:

calzado y ya no tenía salida, no había venta y todo se empezó a ir para abajo.

Uuuh había muchas, estaba llena esta colonia […]. Las mejores eran Cuatro Caminos, el Bohemias, El Paraíso, había muchas cantina, [y de cervezas] muchas más, había la Norteña, el Caballito, quijote, Carta Blanca. En las tardes con las de barril estábamos sentados con una jarrota, estaba barata la cerveza.

Tal vez el ejemplo más contundente de la crisis fue el cierre progresivo de "La Justicia" y su cadena de tiendas, cuenta el Sr. Navarrete, Carlos Salinas de Gortari me desgració en 1988. Para saldar sus cuentas y liquidar conforme a la ley a cada uno de sus trabajadores, fue vendiendo de tienda en tienda. Hoy conserva una oicina en la colonia, regresó a su punto de origen, tal vez para sentirse más cerca de lo que fue su pasión.

Se vivía el auge, los zapateros ya fuera a través de los almacenistas o mediante venta directa proveían de calzado a todas las clases sociales, desde el calzado comercial para las familias proletarias hasta las inas zapatillas de las clases medias y altas. Todo esto, sin duda, se relejaba en el entorno tranquilo, convivencial y productivo de estos barrios de la Independencia, como asintió don Antonio Márquez: en aquellos tiempos era muy segura la colonia, yo hice esta casa aquí, y tenía terrenos en Guadalupe, pero no me gustó fincar allá porque aquí estaba la industria, los obreros y aquí yo puse mi taller.

El declive El decaimiento del auge zapatero en Monterrey a inales de la década de los ochentas tuvo un impacto muy fuerte en la colonia, tanto para los que tenían su propio taller, como para aquéllos que maquilaban o trabajaban en las fábricas. Los talleres comenzaron a cerrar, don Rogelio Reyes que junto con otros compañeros ganaron una demanda laboral y establecieron una cooperativa exitosa a mediados de los años ochentas nos platica: […] a nosotros nos tocó la más difícil, sobre todo al último, porque empezó a declinar y llegamos a juntar cantidades importantes de

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La apertura económica que inició en 1986 y culminó con el Tratado de Libre Comercio en 1994, desprotegió a todos los industriales, pero aniquiló a los más pequeños. Además la entrada masiva de zapatos de China, Brasil, y las nuevas formas de comercialización por catálogo, son causas que los zapateros, que hoy subsisten, señalan como origen de la crisis de este “distrito” zapatero. A lo anterior se suma el nulo apoyo gubernamental: Con mi generación se va a terminar el zapato aquí en Monterrey […] estamos en vía de extinción, desgraciadamente es difícil hablar, pero las autoridades no se han preocupado por la importancia que tiene la industria del calzado y también la del vestido que genera mucha mano de obra y el gobierno no lo ha entendido de esa manera, no nos han apoyado y si digo nadie, es nadie. [Don Ramón Hernández]

La resistencia de un oficio: el disfrute del trabajo Sin embargo, lo que pareciera ser un oicio que ha desaparecido hoy se encuentra vivo en la Independencia. Lejos del esplendor que alcanzó, y con

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muchos menos talleres que antes, en la colonia el oicio del zapatero subsiste. Allí se sostiene don Horacio Cruz la última fábrica de tamaño mediano (la de Calzado Monterrey) que sigue beneiciándose de la mejor mano de obra caliicada de la ciudad. Siguen trabajando los tallercitos de dos a siete zapateros; en el barrio siguen haciendo su labor las adornadoras. Es un trabajo con muchos altibajos estacionales, menospreciado por los jóvenes que buscan empleo, siguen laborando largas jornadas, el trabajo es casi artesanal, y allí están. ¿A qué se aferran? A que tienen un enorme conocimiento y especialidad que les ha permitido desarrollar ingeniosas estrategias de sobrevivencia, a que son personas que aman su trabajo, que no se imaginan haciendo otra cosa. Un buen ejemplo es el taller de don Cuauhtémoc Zaragoza: integrado por don Rogelio Ibarra de 72 años y originario de León, cortador experto, que usa sólo sus navajas y manos para trabajar, el único que tiene al lado de su mesa una vieja estampa de San Crispín. Don José Dolores Serna de 63 años y nacido en San Luis Potosí, pespuntador orgulloso que dice: habrá mucha tecnología pero el trabajo que yo hago, no hay todavía una máquina que lo haga mejor. José Juan García de 41 años, regiomontano, pespuntador que probó el trabajo fabril y lo que no le gustó fue el horario rígido y obtener un salario ijo. Este taller cuenta con la dirección de don Cuauhtémoc, diseñador y conocedor de todo el proceso, allí se especializan en hacer los zapatos más cómodos del mercado en Monterrey.

Estos zapateros que piensan “morirse en la raya” no escatiman en imaginación para buscar exclusividades en un mercado deprimido. Don Ramón Hernández fabricante, se ha especializado en hacer las zapatillas de largos tacones que usan las mujeres que laboran en salones de table dance, ahora, a él le gusta autodenominarse el zapateibol. Y sigue buscando, ahora que murió Michael Jackson, vi el vídeo de Michael y estoy haciendo unas muestras como las botas que usó, eso es lo que tenemos que hacer. Otro más que ha podido aprovechar la destacada especialidad en zapatos de dama es don Rogelio Reyes, junto con Roberto Jiménez forman un taller que sortea la crisis elaborando zapatos y botas multicolores para show infantiles, también hacen cómodos tenis especiales para novias o quinceañeras: Ahorita nada más estamos los más valientes […] sobrevivo porque hago un zapato que nadie hace. El orgullo, el gusto, el disfrute del oicio zapatero ha sido tal vez uno de los factores de más peso en su permanencia: […] haga de cuenta como un pintor, el zapatero ve que no se cuelgue el zapato, que vaya bien por atrás, que no salga la línea, haga de cuenta un pintor que está viendo su obra, entonces se le mete muy adentro todo eso y entonces se agarra de ahí y no se sale de la profesión. [Don Ramón Hernández]

Y las mujeres adornadoras no se quedan atrás: También continúa don Paulino Gómez, quien a sus casi 80 años sigue ejerciendo el nada sencillo oicio de modelista hormero que aprendió de don José, cuando entró a su taller a los 10 años. Él dice, con una sonrisa, que lo que se necesita para ser un buen hormero es mucho amor.

[…] el adorno es lo que levanta el zapato, sin el adorno el zapato no está terminado […] se pone la plantilla, se limpia, se retoca, se le saca brillo, sin el adorno no se puede vender. [Señoras Juana y Ruth Hernández]

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El apego al oicio les hace permanecer, no obstante que los mayores ya están pensionados, ya sin las presiones de formar una familia, allí siguen: porque se aburren en la casa, porque ganan unos “centavitos”, porque es lo único que “saben hacer”, allí siguen. Pero en general sus recuerdos del ambiente de trabajo coinciden con lo que hoy puede verse: una relación obrero-patrón más horizontal, aprendiendo unos de otros. Todos recuerdan quién los enseñó, aún aquéllos que comenzaron de niños de diez o doce años. Hay en esta cultura de trabajo una distancia de la cultura industrial, y que es valorada por todos ellos tal vez porque se relaciona con la subsistencia de la mentalidad artesanal, del obrero autónomo de épocas pasadas. El gran aprecio que le dan a la lexibilidad de horario, aún y cuando las jornadas de trabajo sean prolongadas (casi todos trabajan más de ocho horas). Los que han experimentado la disciplina fabril rechazan esa rigidez: “hay que checar tarjeta”. Otros como don Cipriano Ríos, zapatero retirado, apenas se asomaron y se salieron: Trabajé dos semanas en la Vidriera [Monterrey] pero hacía mucho calor en los hornos y me salí. Además hacen cuentas y el ingreso es más seguro trabajando como zapateros. Muchos aprendieron desde chicos que “el zapatero nunca se queda sin comer”. Certeza que seguramente se relaciona con el dominio del proceso productivo y el tipo de mercancía que crean, lo que les permite sortear momentos de estrechez económica, comenta Roberto Jiménez: hago dos parecitos, los vendo y ya sale para el fin de semana, autonomía casi imposible en el proceso industrial. El gusto por el oicio puede sustentarse tam-

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bién en la posibilidad del descanso. La subsistencia del “san lunes”, esa auto concedida semana inglesa privilegio de algunas profesiones y empleos, los zapateros de estas picas lo siguen disfrutando: pones tu propio ritmo […] algunos días me tardo [en llegar], los lunes no trabajo, no voy al taller. Entre estos artesanos el sindicato no es lo mejor visto: ¡Yo nunca he sido sindicalizado, nunca!, dice enfáticamente don Roy, el cortador. Ellos conocen bien la vida de la fábrica, algunos por breves experiencias, y todos porque han trabajado gran parte de su vida en la colonia Independencia, cuna de obreros de la gran industria. En este contexto cuasi artesanal, el sindicato representaría otro instrumento para establecer la disciplina de la fábrica, y no se equivocaron, no en Monterrey. El rechazo a sindicalizarse, entonces, podría estar relacionado con el rechazo a la coerción de la fábrica. Su idea de progreso, de amor al trabajo como vemos se sustenta en otros valores, o al menos, en una jerarquización distinta a la de la cultura laboral hegemónica. Esta rica historia de los zapateros y su retador presente debe ser conocida. Hasta ahora ninguna crónica sobre Monterrey o la colonia Independencia la ha destacado. Con estas líneas damos apenas un inicial reconocimiento a una de las grandes aportaciones que esta colonia ha dado en lo cultural y laboral a la historia de Monterrey. Agradecemos profundamente la conianza de todos nuestros entrevistados para ayudarnos a rescatar su historia, que esperamos contribuya a que autoridades municipales y estatales volteen sus ojos, voluntades y recursos para hacer realidad uno de los sueños de estos maestros zapateros: fundar una escuela de capacitación para que este oicio centenario en la colonia Independencia, no se pierda n

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Los caminos de la vida son de migración y diversidad… ademas de la “colombia” JOSÉ JUAN OLVERA

A LA COLONIA INDEPENDENCIA se la observa como el repositorio de gran cantidad de tradiciones populares. Algunas de ellas son el culto guadalupano con sus danzas, imágenes y peregrinaciones; los varios ofcios que la han hecho famosa –canteros, zapateros, carniceros, sastres y, por supuesto, maestros albañiles–; y la música colombiana de Monterrey. El poblamiento nacido hace 100 años a partir del barrio San Luisito, fue creciendo arriba y a los lados, dejando en la mente de muchos habitantes de esta urbe la percepción de que la Independencia y la Loma Larga son sinónimas. La Loma Larga es un pequeño promontorio de barrios populares que atraviesa el centro sur de Monterrey por unos 5 kilómetros. Aunque la Indepe –como se le dice coloquialmente– tiene su trazo original y una historia, son los habitantes de los barrios vecinos quienes han reclamado como suya esa identidad, además de que la veintena de colonias que conforman esta loma tienen muchas similitudes en lo que se reiere al origen de las personas y sus condiciones de vida. Si la migración local e internacional, mestiza e indígena, ha enriquecido a esta colonia, su particular geografía, la ha convertido en una especie de “isla

urbana”, lo que le ha permitido guardar aquello que la modernidad citadina ya borró, incluso en las colonias más antiguas de la ciudad de Monterrey. Las diferentes etapas de su poblamiento han traído consigo nuevos grupos humanos y con ellos, sus modos de ver y hacer. Pero su relación con el resto de la ciudad, también ha ocasionado el nacimiento de expresiones culturales locales, propias de la Independencia. La colombia de Monterrey es una cultura musical que puede ser deinida como la preferencia por las melodías de la costa atlántica colombiana: porro, cumbia y diversos aires del vallenato. Un conjunto de prácticas que se expresan en el gusto por las letras de sus can-ciones, sus bailes propios, por un particular uso estético del cuerpo y la interpretación similar de los estilos musicales “originales”. Nació en los años sesentas y, con el tiempo, se fue convirtiendo en un movimiento cultural y una de las aportaciones que Monterrey ha ofrecido al noreste de México y al país entero. Desde los años cincuenta es conocido el gusto en la colonia Independencia por la música tropical de las grandes orquestas cubanas y colombianas, tocando rumbas, boleros y porros. La radio y el cine trasladaron a México un sin in de expresiones

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musicales tropicales, de las cuales sus habitantes comenzaron a seleccionar aquellas canciones de la costa atlántica que incluían acordeón y narrativas similares a las de la cultura oral de sus padres: dramas amorosos, historias de valientes, tragedias familiares, retratos de animales y paisajes costumbristas. La colonia Independencia es uno de los principales lugares donde loreció esta cultura musical y puede ser considerado, a su vez, el barrio popular de mayor inluencia en el noreste de México. Cultivaron entonces el gusto los migrantes y sus hijos en esta Loma, –en especial los de las zonas altas, pobladas en las décadas de los años sesenta y setentas– como una opción de desarrollo estético y como fórmula de generación de identidad y cultura propias que paliaran en algo la escasez del dinero, la educación y la obra pública. Eran zacatecanos, potosinos, coahuilenses y guanajuatenses, entre otros. Pero los gustos musicales de la Independencia vienen siendo resultado no sólo de la oferta que los medios masivos de comunicación ofrecieron durante 80 años, también es fruto de los procesos culturales que acompañan a la migración de personas. En nuestro caso, mayormente a lugares como Houston, San Antonio, Dallas, Chicago y a ciudades de la frontera con Estados Unidos. Algunos de esos procesos están marcados por el respeto y la continuación de la tradición, otros, por su ruptura y por la búsqueda de nuevas formas que les permitan ser ellos, otros distintos, pero igualmente auténticos como sus padres. Esta fórmula no escapa a los tiempos actuales, donde nuevos géneros musicales aparecen en el escenario. Este capítulo aborda la relación entre migración y gustos musicales a través de la historia familiar

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del sonidero Gabriel Dueñez. Su historia nos da elementos para preguntarnos ¿hasta dónde la música forma parte de nuestro ser? y ¿qué pasa con ella cuando debemos partir, solos o con toda la familia? Como cultura vinculada a una identidad sociomusical, la colombia sufre de cambios constantes pero ¿hasta dónde este gusto es inmune a las nuevas inluencias musicales y de qué manera negocia con ellas? Allá en el rancho, en Zacatecas Gabriel Dueñez Reyes nació en 1947, en Estancia de Ánimas, Zacatecas, un pequeño poblado al sur del estado, en medio de esa patita izquierda zacatecana que se reparte entre Aguascalientes, Jalisco y San Luis Potosí. Sus padres fueron Manuel Dueñez y Vicenta Reyes, nacidos a mediados de los años veinte del siglo pasado. Gabriel es el segundo de sus ocho hijos, con quienes compartió la sufrida agricultura de temporal. Por las noches, luego de una dura jornada, una lamparita de petróleo y una pequeña radio de pilas les permitían sentirse acompañados con la música. Se escuchaba la radioemisora XET, la T Grande, de la ciudad de Monterrey y una estación de Harlinchen, Texas, donde se publicitaban los famosos Laboratorios Mayo. La música en vivo sólo existía en las celebraciones, y por aquellas épocas no existían estaciones de radio locales. El conjunto de Los Montañeses del Álamo eran los preferidos de doña Vicenta y don Manuel. Aunque todos los abuelos de Dueñez son zacatecanos, Gabriel no recuerda qué música escuchaban. Muy de niño Dueñez pierde a su padre. A esta crisis familiar se suma la complicación de las tareas agrícolas, ya de por sí difíciles por la falta de agua para riego. Su tío José Dueñez, hermano mayor de su padre, emprende entonces el camino a la ciudad

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de Monterrey para probar suerte. Poco después, Antonio hermano mayor, de Gabriel, lo acompañará. Antonio enviaba, de cuando en cuando, algo de dinero desde Monterrey para ayudar a su madre y hermanos que se las veían duras sin la cabeza de la familia. Doña Vicenta lavaba, planchaba y echaba tortillas para otros. Esa era su manera de sostener a su prole. Seguía escuchando la radio y se hizo aicionada a la música de las Jilguerillas y de Los Alegres de Terán. Vámonos pa´ Monterrey A mediados de los años cincuenta la madre vendió

la mayor parte de las tierras y se llevó a casi toda la familia para Monterrey. Sólo quedaron sus hijas María, Elpidia y Ernestina, cuidando la pequeña parte del rancho no vendida. Fue así como llegó Gabriel Dueñez a la Loma Larga. Engancharon un terreno en la colonia Pío X, se lo dividieron y comenzaron a incar las casas que hoy son su patrimonio. Mientras, la madre siguió trabajando sin parar para mantener a la familia en un nuevo y extraño entorno. Aunque ya había mucha más música disponible en la ciudad, doña Vicenta, no tuvo oportunidad de disfrutarla, pero incluyó a Antonio Aguilar en su repertorio, porque quizá le recordaba el pasado que acababa de dejar:

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Cuatro milpas tan sólo han quedado, Del ranchito que era mío, ¡ay! De aquella casita tan blanca y bonita, Lo triste que está. Estrofa de la canción Cuatro milpas, de Aristeo Silvas Antúnez / Belisario de Jesús García.

Toda la familia debió hallar de inmediato un empleo para aportar a la casa. Dueñez ingresó al mundo obrero regiomontano desde los 12 años al enrolarse en un taller de fundición, oicio que lo acompañaría por décadas y sería la combinación tradicional para su trabajo como sonidero. La historia de Dueñez es ilustrativa de la evolución musical que experimentaron otros sonideros y músicos tratando de encontrar su identidad. Primero se convirtió en un adolescente amante de la música popular que en ese tiempo estaba de moda entre la juventud regiomontana: Vianey Valdés, Mayté Gaos, César Costa, Enrique Guzmán. Finalizaban los años cincuenta y arrancaban los sesenta. Luego se unió al movimiento general en la Loma Larga, que disfrutó las variadas opciones de música tropical que se ofrecían en los discos, la radio y el cine y que iban desde la Sonora Matancera hasta Mike Laure. Al inal abrazó la causa colombiana, particularmente la de la música de su costa atlántica, aquella que destaca la cumbia y diversos aires del vallenato. Hallaba en ella algo que ninguna otra música ofrecía: narrativas comunes con su cultura rural; instrumentos, como el acordeón, centrales en ambas culturas musicales (norteña y colombiana); diversidad y originalidad en sus letras y, inalmente, un universo propio de signiicaciones. Es decir, una manera diferente, bella y funcional de describir, dramatizar y contar el mundo. Una manera compartida en la Independencia, en

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sectores marginales de la Loma Larga y otras partes de aquel Monterrey que estallaba en sus márgenes, allá por los años setenta, ofreciendo las faldas de sus cerros para los migrantes rurales como Dueñez. Como el viento que baja volando por las faldas de la gran montaña, Así brotan mis lindos recuerdos, cuando eras mi novia idolatrada. […] A pesar de los años vividos No ha cambiado el amor y la dicha, en tu pelo, recién blanquecido, hay aromas de niña bonita. Estrofa del paseo colombiano Como el viento, de Antonio del Villar.

Gabriel Dueñez se hizo sonidero, animaba iestas con su equipo de sonido en las zonas humildes, donde era difícil y caro contratar un conjunto musical. Coleccionaba discos para estar a la vanguardia en esta cultura y convirtió esta experiencia en una manera de vivir, económica y emocionalmente, mientras la compartía con su oicio de fundidor. Cuando la llegada de los casetes y la difusión de los instrumentos musicales electrónicos hicieron declinar el trabajo de los sonidos, Dueñez y otros sonideros bajaron al río Santa Catarina a ofrecer en casetes la música que habían acumulado durante largos años. Comenzó allí una etapa más en la difusión de la música colombiana de Monterrey. Historia de amor y migración en la Loma Larga Juanita Moreno Ruiz, esposa de Gabriel Dueñez, nació en la ciudad de Monterrey, en 1949, al igual que sus hermanos, padres y abuelos. Era la segunda de ocho hermanos. La mayor parte de su familia

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creció en las “nuevas colonias”, un sector ubicado en la parte baja de la Loma Larga, a la orilla del río Santa Catarina, por el lado de Morones Prieto (más o menos debajo de donde vivía Gabriel y su familia). Cuando Juanita y Gabriel se casaron, una con 18 años y el otro con 20, lucharon para crear familia y un espacio en Monterrey que les permitiera progresar. Pero por donde se mirara, las familias de ambos manejaban otras alternativas cuando la ciudad no cumplía los sueños a los que aspiraban. Braulio Moreno Martínez y Eustolia Ruiz Partida, padres de Juanita tenían, cada uno, entre ocho y diez hermanos. Juanita desconoce la historia completa de sus tíos paternos, pues varios de ellos –Nena, Tomás y Pedro– desde jóvenes se fueron a trabajar a California y Chicago y sólo los conocía por cartas y comentarios de don Braulio. Por ahí se perdió el hilo de la familia. Por parte de sus tíos maternos, eran todos habitantes de las “nuevas colonias”. Trabajaban como tablajeros en el viejo rastro municipal, por allá por la Plaza de toros. Los padres de Juanita eran más de música ranchera. Los boleros norteños eran los preferidos de doña Eustolia: Juan Salazar, Pedro Yerena, Javier Solís, mientras que don Braulio gustaba más de las radionovelas. Eso era antes de que llegara Dueñez con su equipo de sonido a sacarlos a bailar y a llevarse a su hija. Ya después invitaban a su yerno para que pusiera sus discos y animara las reuniones, pues tampoco le hacían el feo a su música. Pero primero ocurrió que don Braulio y Antonio –hermano mayor de Gabriel– se hicieron contratar como braceros, pizcando en lugares de Estados Unidos. Años después y tratando de seguir

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sus huellas, Manuel, el hermano menor de Dueñez, se lanzó a Estados Unidos, pero ahora de mojado, pues ya había terminado el programa legal. Luego de trabajar en muchos lugares Antonio y Manuel se asentaron en Houston donde viven desde hace ya varias décadas. Los dos trabajan en un gran taller de torno. El joven es tornero titulado mientras que el otro trabaja como asistente. Antes de radicar deinitivamente en Estados Unidos, Manuel ayudó a su hermano Gabriel en el trabajo de sonidero, cargando bocinas por las veredas de la Loma Larga y, simultáneamente, intentaron de modo infructuoso poner su propio negocio. En in, le echaron ganas. Somos de la raza regia venimos de la Indepe y nunca nos rajamos y esta tierra tiene fama de gente muy cabrona no importa que así sea, es la más jaladora. En donde existen los burros. Allá se sube arena pa’ todos los cantone” que le ha costado a todos su guato* de sudores. Estamos orgullosos de todos estos hombres que se parten la madre para comer frijoles. [Hablado: Marco Antonio Galindo, el rey de la consola. En Javier López y sus Reyes Ballenatos. Puro mexican regio / Sonidero Free Style / 2004 / Líderes]

También migraron María y Elpidia, las que se quedaron a cuidar el rancho en Zacatecas cuando toda la familia se vino para Monterrey. Fueron las últimas en salir, pero viajaron directo hasta Chicago. Aunque lo hicieron de manera ilegal ya cumplieron más de 40 años en esa ciudad, donde su descendencia con el oicio de panadero, levantó una cadena de pastelerías. Ellas tampoco regresaron.

*

Guato signiica gran cantidad.

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El enorme salto desde Estancia de Ánimas, Zacatecas hasta Chicago, Illinois, se explica porque todos los migrantes de ese pequeño poblado acabaron migrando al mismo lugar y formaron una red social que permitió la llegada de más paisanos y familiares. Gracias a la conexión de sus hermanas, Gabriel, su esposa y su hija Nuny se fueron a trabajar a Chicago. De ahí pasaron a Oklahoma, buscando un trabajo donde el frío no le causara tantos estragos. Finalmente terminaron en Houston. Esa fue la ocasión que más tiempo duró en Estados Unidos, porque su actividad musical lo trae de regreso cada vez que se va. Su esposa dice que él está pensando si sus hijas están atendiendo bien a las personas, en el puesto de música colombiana, si todo está en orden. Pues está bonito [el sueño americano] nomás que a mí me gusta más aquí, mi Monterrey. Pues yo estoy por mi música, comenta Dueñez. Música en movimiento La mitad de los hermanos de Dueñez son colombias, menos Antonio, María y Elpidia, quienes preieren la música ranchera: Antonio Aguilar, Las Jilguerillas y la música norteña de Los Alegres de Terán y Los Montañeses del Alamo: la música con la que crecieron en Zacatecas. Curiosamente tres de ellos están en el extranjero. Por parte de Juanita a todos sus ocho hermanos les gusta la música colombiana. Y lo explica: Es que aquí vivimos y crecimos y así eran los bailes. Gabriel y Juanita tuvieron cuatro mujeres, 11 nietos y un bisnieto. Entre ellas (Gabriela, Lucy,

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Nuny y Chary) se mantuvo el gusto por la música colombiana, especialmente en Nuny, quien reside actualmente en Minessotta. Ahora que su madre ha regresado al ranchito en Estancia de Ánimas, Dueñez recuerda cuando él comenzaba a coleccionar su música y ella le decía, al verlo venir del trabajo: hay “mi´jito” ya te compraste otros discos. ¿No te aburre esa música?, ¡tanto tamboreo!”. Conirma que los padres de sus amigos sonideros también escuchaban música ranchera norteña, como su mamá. Pero la fuerza de la tradición creada por Dueñez y muchos como él hicieron que su hermana Ernestina, quien tuvo poco contacto con ellos y se quedó en el rancho cuando todos fueron a Monterrey, y regresó con su madre a Zacatecas, también se volviera colombiana. Hace pocos meses voló Chicago a ver el concierto de Jorge Celedón un exponente de la música colombiana, dejando sola a su madre de 80 años, quien reclamó: ¡¿Pues no se fue a Chicago y hasta me dejó sola por ese viejo?! Yo le digo: pues pon el disco que te manda mi hijo [Gabriel], ¿para qué vas hasta allá? Válgame dios, ni que estuviera tan chulo el viejo. Las nuevas generaciones A partir de los años noventa expresiones musicales como el rap, el hip hop y el reggaeton, provenientes de El Caribe y las grandes urbes norteamericanas, aparecen con éxito creciente en Monterrey y en la colonia Independencia. El reggae, nacido décadas antes, se extiende a círculos populares y marginales. Pero ahora, el patrón cambia un poco. Por un lado, los medios masivos tradicionales se ven acompañados por nuevos canales de distribución de las expresiones

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culturales, surgidos por la revolución tecnológica. Aunque luchan por hacerlos suyos, los medios masivos tradicionales no logran su control completo. La convergencia digital potencia a los nuevos medios al combinarlos con la Internet, el celular y la computadora. Las opciones para grabar y difundir la música se multiplican, aunque no sea de modo profesional. Por otro lado, la migración mexicana a los Estados Unidos tiene una presencia mayor, sus lujos son más veloces y diversos. El impacto en las culturas de ambos países es más evidente. Como sucedía con el vallenato y la cumbia, las nuevas músicas se disputan al público privilegiando la narrativa o poniendo en primer lugar el movimiento y goce del cuerpo. Como en aquel tiempo, uno siempre elige las dos opciones. Lalo y Carlos son nietos de Dueñez, el sonidero. Pertenecen a una generación con nuevas maneras de sentir. Eduardo [Lalo] Villarreal Dueñez, es hijo de Lucy. A sus 16 años estudia la carrera de técnico en urgencias en la Preparatoria Técnica Médica y trabaja en Protección Civil. Carlos Tolentino Dueñez, hijo de Gaby, tiene 13 años y estudia la secundaria de la Pío X, como su primo. Ambos cultivan la preferencia por el rap y el hip hop. El rap en español es lo suyo y sus letras, la razón fundamental del gusto. Lingo M, El Cartel de Santa, Soldados del Reino, son los nuevos trovadores. Como sucedía con los regiocolombianos de hace cuatro décadas, estos adolescentes hallan en las letras de los raperos regios y mexicanos un vitral para identiicarse. En este caso particular lo hacen para verse como mexicanos que no huyen de la dura realidad. Aunque la música colombiana sigue siendo la principal preferencia musical en la colonia Independencia, estos jóvenes coinciden en que el rap y el hip hop los siguen de cerca, y

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detrás va el reggaeton. Reconocen, sin embargo, que quizá el gusto por éste último es mayor de lo que suponen pues este es el ritmo que preieren las jovencitas, mientras ellos quieren escuchar letras. Las rimas [del rap] te cuentan lo que existe ahorita aquí en las calles y otras canciones no te lo dicen, dice Lalo en forma crítica. Ejempliica con el grupo Lingo M, uno de cuyos integrantes vivió su infancia en la misma cuadra que ellos antes de mudarse para Juárez, Nuevo León. En una de sus letras del disco Situaciones hace honor a un amigo muerto en la colonia. Colonia Independencia, donde la raza es necia Catorce uno seis, privada San José donde el sol sí pega, cantones de madera Descanse en paz el Gera, una vida callejera. Recuerdo aquellos tiempos, cuando la chota llegaba la gente les gritaba que a las casas no entraran. detrás de las ventanas, de allí todos miraban patrullas que chillaban, Lingo M. Situaciones, del disco del mismo nombre. 2008

Uno tiene que ir cambiando, dice Dueñez, al referirse a los ritmos contemporáneos, aceptando las nuevas modas pero, simultáneamente, rehúsa abandonar su música: yo me quedo con mi música “colombiana”. El sonidero y su esposa aprecian el reggaeton y el hip hop. Del primero destacan el ritmo, pero no lo bailarían. Del segundo, rechazan las groserías. Lo escuchan a diario porque sus nietos lo hacen. Oigo a mis nietos que la escuchan mientras hago el quehacer. Tiene mucho ritmo el hip hop de los

morenos, pero cuando comienzan las groserías les digo; quita tu mugrero, comenta Juanita. Carlos mantiene la estética del cuerpo que corresponde a la música que escucha. Se llama vestimenta mexicana. La camisa holgada se acompaña de cadenas discretas –no aparatosas como los negros americanos–. Tiene símbolos, signos de identiicación mexicanos: sur 13, orgullo azteca, hecho en México. Viéndolo uno se recuerda más a los cholos californianos. Al llegar a la secundaria Carlos se confronta con otras maneras de vestir que las pandillas exhiben allí o afuera de la escuela. Carlos debe aprender a convivir en el fragmentado mundo de los fresas, raperos, texas, colombias, skatos, emos, darks y punks. Lalo, un poco más grande, tiene ahora otra perspectiva, producto de la censura institucional: Un rapero puede ser cualquier persona que escucha rap. Antes me vestía así, en la “prepa” no le permitían a uno que llevara este tipo de ropa. Camisas aguadas, pantalones tenis. Ni el pelo pelón, no. “que estaba mal”, “que parecía pandillero”. Nos gustaría concluir airmando que, aunque no tenemos cifras para contrastar el patrón de gustos musicales del complejo cultural de la Loma Larga y de su colonia Independencia, creemos que, aún con la fama de ser colombia, la Indepe siempre ha sido diversa y compleja. Nos lo ilustra esta historia familiar que repasa, en 80 años y cuatro generaciones, músicas tan diferentes como la ranchera, la norteña, el rock and roll, la música tropical, la colombiana de la costa atlántica, el reggaeton, el hip hop y el rap. Seguramente la Indepe es aún más compleja que esto n

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Paisajes sonoros CAMILO CONTRERAS DELGADO

RUN, RUN, ES EL CAMIÓN de la ruta 28 por la calle 5 de Febrero, luego por Tlaxcala va la 221, la 67, la 39 y, mientras sigo por Colima me alcanza la ruta 1, luego la 31. En un ocioso recorrido por esta colonia y no teniendo otra cosa que hacer además de registrar sonidos y ruidos, pude identiicar al menos ¡15 líneas diferentes de autobuses urbanos¡ Y estoy seguro de que hay más rutas atravesando esta enorme y bien localizada colonia. Para un transeúnte no residente de esta colonia, los ruidos de los camiones, “la sampoe-sana” saliendo por una ventana, los esporádicos encuentros con vendedores de periódicos, de almohadas, o el chirrido de la máquina de tortillas, pueden pasar inadvertidos. Para un foráneo como yo, esos sonidos son mucho menos que relevantes o signiicativos, es decir, no me dicen gran cosa, no me transportan a otros tiempos o a otros lugares, no los extrañaré cuando me vaya de allí. La cosa parece clara: para escribir algo sensato debo platicar con la gente de la colonia Independencia sobre sus experiencias sonoras, que sean ellas quienes deinan cuáles son los sonidos o ruidos que les parecen importantes o distintivos por alguna razón. Pero falta otra respuesta ¿Por qué es importante hablar de los sonidos de un lugar? Por lo general,

cuando hablamos de los paisajes son más bien descripciones sobre lo visual, la vista sigue teniendo la primacía sobre nuestras otras experiencias sensoriales. En la calle lo más estable es el entorno físico: los ediicios, las banquetas, los cables de la luz, o incluso ciertos objetos móviles como los carros. Sin embargo, lo audible es fugaz, el canto de los pájaros se limita a la brevedad del amanecer o de la quietud de las primeras horas del día, después es “borrado” por otros sonidos. Hay sonidos que se extinguen en una mañana para aparecer a la siguiente, pero hay sonidos que se han extinguido para siempre (el producido por el ailador, por ejemplo). Los sonidos y las experiencias asociadas a ellos nos pueden hablar de una sociedad y de su historia. Los sonidos son también parte de la identidad. Por ejemplo, escuchar el silbato de una gran fábrica hace que los habitantes se sientan parte de una comunidad, ya sea que ese sonido les despierte nostalgia, coraje, esperanza, lo que sea que los haga conscientes de compartir algo con los demás. Para terminar esta introducción sólo resta comentar que a nivel mundial, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, unesco es la que impulsa el reconocimiento del sonido como un patrimonio intangible de los pueblos, mientras que en México es la Fonoteca

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Nacional la que se encarga de esta preservación. Los sonidos de antaño Mis entrevistados –don Mario y don Tito–, ya entrados en años, recuerdan muy bien cómo ha cambiado el panorama de la colonia: [en los años treinta y cuarentas] había mucha, mucha vegetación, muchos baldíos. Hasta aquí detrás de la iglesia había magueyes y de ahí sacaban la miel y hacían el pulque. ¡Nombre! Pues había muchas aves, muchos pájaros, había de todo. Lo que conocemos ahora como colonia Independencia surgió desde inales del siglo xlx, pero fue durante el siglo xx que se extendió progresivamente hacia la loma y hacia el oriente y poniente. Al norte encontró como límite infranqueable el río Santa Catarina. Su poblamiento se dio, como lo describen otros trabajos de este mismo libro, por migraciones de diversos estados de la república. Pero quiero destacar que gran parte de esos migrantes tuvieron su origen en el medio rural por lo que traían ciertos saberes (esos que se aprenden fuera de la escuela, más bien en la casa, en el rancho) que los hacían capaces de entender mejor ciertos sonidos. Los burros han perdurado a esa transición campo-ciudad. Continúan en el paisaje porque se les encontró una funcionalidad: subir y bajar objetos pesados como despensa, material de construcción, hielo, agua, etc., y es que la topografía de la colonia hace difícil el acceso en algunos tramos a los vehículos automotores. quienes saben de burros dicen que los rebuznidos se escuchan cuando los animales tienen hambre o cuando el macho está cortejando a la hembra, como dice don Mario:

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Para arriba pos no ve que a todas las incas de arriba se subió el material a base de burritos, estaban tan educados que pueden subir los escalones con mucha facilidad. Lo que me da lástima es que los carguen tanto […] llevan hasta seis u ocho bultos de cemento los pobres. Rebuznar, dicen que cuando dan el horario […] pos a mí me alegra porque me gustan mucho los animales y pos los burros pos son muy tranquilos, el burro es muy noble, a veces los veo llorar y digo pobre burro.

Y ya entrados en conianza y dejando ver la sapiencia que tiene don Tito sobre el temperamento y el metabolismo de los burros me dice: [rebuznan] sobretodo cuando andan “alborotadones” […] y sí rebuznan a determinadas horas, en la tarde como que ya quieren la cena o ya cenaron, pero sí rebuznan como a las 6:00 o 7:00 de la tarde. Vaya usted a saber, pero esas explicaciones suenan convincentes. Los burros perduran, siguen bajando y subiendo y por supuesto rebuznando. Han acompañado a la colonia y están en los recuerdos. Don Mario, quien fue cartero, tiene asociado a su inicio del día el infaltable rebuznido: En la madrugada era cuando más los oía […] entonces en el correo la entrada era a las 6:00 de la mañana y yo, ya para las 5:00 ya estaba despierto […] y a esa hora oía los burros. Y ya después, en el transcurso del día estos animales no pasaban desapercibidos: En las calles empedradas sí se oía. ¡Bien padre que caminaba uno!. Los pasos de las mulas y los caballos se oían muy fuerte. Otro de los saberes que van perdiéndose es el de “pronosticar” el tiempo por el canto de pájaros y gallos. Según la gente, a veces estas anticipaciones

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resultan más certeras que las de los mismos meteorólogos de la televisión y el radio. Aunque dice don Tito que ya casi no se escuchan los gallos en la colonia. Los sonidos pueden ser signiicativos para individuos o colectividades. Una forma de comprobarlo es conocer lo que pueden despertar o mejor dicho, evocar en las personas. A veces las evocaciones pueden resultar agradables, a veces no. Me relata don Mario, con cierto cargo de conciencia lo que le recuerda el canto de las “tortolitas”: Un día maté una y me la comí. Sí, sí, me la comí. No sé… me apeteció, se veían muchas. Y luego en recompensa puse allá atrás una bandeja, y todos los días les daba de comer a los pajaritos con to´ y su agua. Fue evidente el quiebre de voz en mi entrevistado en esta parte del relato. Pero más evidente fue la efectividad de los sonidos para situarnos en acontecimientos especíicos que nos pueden marcar de por vida. Pasando a otro sonido de antaño que nos muestra la urbanización de la colonia llegamos a los carroles. Eran carritos de baleros que servían como vehículos de juego, muy funcionales por la pendiente de las calles, pero también muy útiles para transportar agua. Don Tito nos cuenta: Había una llave colectiva para el agua, entonces habían esos carritos, con una tarima de madera, un eje y dos carroles [baleros]… ahí se subían de cuatro a seis botes, dependiendo del largo del carro, ahí van de bajadita porque la llave estaba allá arriba, del tanque salía una llave para todos los vecinos de por allí, y a parte de eso los chamacos se venían paseando […] pero, no era un ruido que molestara”

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Por lo dicho por don Tito, sabemos que se podía jugar sin mayor peligro que los raspones por la caída del carrito. No había tantos automóviles y además, esto nos da cuenta de las limitaciones de servicios urbanos. Igual que los burros, los carroles transportaban agua de las llaves colectivas a las viviendas. Por cierto, el bote de agua que se transportaba en burro se vendía en 20 centavos. Pero, hay otra cosa que debemos destacar un sonido puede o no ser molesto, dependiendo de cómo se experimente, para don Tito el ruido de los carroles no era molesto. Ya que comentamos que los sonidos también pueden ser parte de la identidad comunitaria, detengámonos en tres ejemplos, el primero ya extinto y los otros dos en continuidad: las felicitaciones y dedicatorias, las campanadas de las iglesias, y, los festejos futboleros. En el medio rural, dada la dispersión de caseríos en los ejidos, uno de los medios más efectivos para transmitir ciertos tipos de mensajes son las bocinas y altavoces. En el altiplano potosino, todavía se pueden escuchar al viento felicitaciones, dedicatorias de canciones o incluso la noticia de algún fallecimiento (cuando los lugareños escuchan al viento la canción Paso del norte saben que alguien ha fallecido). Estos acontecimientos pudieran conocerse de boca en boca, pero lo cierto es que para la gente de una comunidad es tan importante el acontecimiento mismo, como la forma de hacer partícipes al mismo tiempo al resto de la comunidad. Esto les permite compartir la misma situación aún sin estar reunidos en el mismo espacio. Reminiscencias de estas también llegaron a la colonia Independencia:

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Había una persona que tenía un sonido para rentar en las iestas y ahí [en su casa], si alguien quería ir, no sé cuanto cobraban, creo que cinco pesos, felicitaban a la festejada, fuera quinceañera, bautizo, cumpleaños o lo que fuera, todo eso, ahí se oía: esta melodía se la dedicamos a fulanita, o sería novio o no sé, pero se oía muy bien […] se oía muy claramente porque estaba la colonia más silenciosa en ese tiempo.

Además del sentido comunitario de esta ac-ción sonora, también apreciamos en el relato de don Tito la transformación de la colonia; la multiplicación de los ruidos que acompañan al crecimiento urbano así como el aumento de actividades económicas y sociales. No nos quedemos con la idea de que sólo los sonidos de la naturaleza como los de las aves o el del agua son universales. También la humanidad ha creado sonidos que han traspasado el tiempo y el espacio, son sonidos arquetípicos, pues han sido compartidos por diferentes culturas y razas a lo largo de la historia. Es el caso de las campanadas que por lo general transmiten tranquilidad, sino veamos lo que comenta don Mario: Bastante que son agradables [las campanadas], nomás que ahora ya la pusieron nueva, ahora es como un sonido […] antes hasta me gustaba que a las 5:00 de la tarde era la que me despertaba, bien padre […] era mi despertador porque como allá atrás [de la casa], ta’ muy silencio, no se oía lo de los carros ni los camiones, allá se oían las campanadas.

No podía faltar en esta parte de Monterrey el

ruido producido por los festejos de cada gol, ya sea del equipo de los Tigres o de Rayados. En el área metropolitana de Monterrey está muy arraigado el gusto por el futbol, y no se diga en la colonia Independencia. En este mismo libro, dada la relevancia de este deporte en la historia de la colonia, se dedica un trabajo al estudio de la actividad futbolera. Lo que aquí nos interesa destacar son los ruidos de los festejos que se salen de la casa, del taller, de la cantina o donde sea que se vea la transmisión del juego. Damos por hecho que quienes están reunidos están en sincronía entre sí y con el juego. Pero, quienes no están presenciando el partido se hacen partícipes momentáneamente al escuchar los gritos festejando las jugadas o los goles. Don Tito nos comenta cómo “vive cada juego” sin necesidad de verlos: Cualquier juego que sea de un equipo local, la raza se alborota y si gana el equipo local o en cada gol, es una gritería y una cuetería, que se da allá arriba […]¡goool! Yo creo que la colonia grita al mismo tiempo, esté jugando el Monterrey o los Tigres, como quiera gritan, una señora después de que ganaba el Monterrey [andaba con la camiseta] de aquí pa´ca era de los Tigres y de aquí pa´ca de los Rayados”.

Sonidos y Ruidos del Presente Hay sonidos que han desaparecido, como es el caso del ailador, pero hay otros que se habían ido y regresaron, como es el caso del camión o pipa de gas. La creciente introducción de servicios urbanos, como la red de gas, hizo innecesario el recorrido de las pipas hace ya algunos años. Sin embargo, el encarecimiento de este servicio y la constante baja

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en el poder adquisitivo de la población ha provocado que los sectores populares opten por regresar al uso de gas butano. Hoy en la colonia Independencia ha regresado el ruido de los motores y el claxon de los camiones de gas butano. La colonia Independencia (en esto sí como muchas otras, sobre todo populares) tiene una intensa vida comercial ambulante: Pasan los de las tortillas ¡a siete pesos el paquete! […] luego pasa el de los tamales, el de la fruta, pero es tolerable porque pasa una vez y ya no vuelve a pasar. Antes de seguir con los sonidos de los vendedores vale la pena aprender de lo que dice don Tito: es tolerable porque pasa una vez y ya no vuelve a pasar. Algunos estudios sobre las molestias que causan los sonidos o ruidos se quedan cortos al juzgar solamente basados en los decibeles. Para empezar, los decibeles no son los únicos parámetros objetivos, tam-bién están las repeticiones del evento a través del día, el año o cualquier periodo. Pero tan importantes como esas mediciones están las cuestiones subjetivas: los signiicados que esos sonidos y ruidos pueden tener para las personas. Solamente juntando estos dos aspectos –objetivos y subjetivo–, pero sobre todo, preguntando a la gente que los escucha, es posible llegar a una valoración más o menos certera. Siguiendo con los vendedores ambulantes no puede faltar el vendedor de periódicos. Pero lo distintivo en sectores como la colonia Independencia es la teatralización y comicidad con que se puede llegar a ofrecer la mercancía. Por lo general se exageran o aún se inventan hechos trágicos para llamar la atención y hacer caer a uno que otro incauto como le pasó a don Tito:

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Allá cuando hay alguna bronca por acá arriba, es cuando pasa un vendedor ven-diendo periódico con esa bronca: ¡ay que feoooo… !¡lo balacearoooon! ¡ay que feoooo…viene retratadoooo! ¡compre el periódicoooo! Una vez yo lo compré y sabe qué, era como de tres o cuatro semanas atrás”

Entre los sonidos del presente uno de los más característicos en la colonia es el producido por las diferentes expresiones de veneración a la Virgen de Guadalupe: peregrinaciones, vendimia y juegos alrededor de la Basílica en los días cercanos al 12 de diciembre. En estas fechas la colonia Independencia se convierte en el centro geográico de veneración más impor-tante del área metropolitana de Monterrey. Aunque se trata de sonidos estacionales (no es todo el año), esta serie de eventos es parte de las experiencias cíclicas de la colonia. Desde octubre sus calles se convierten en la ruta de llegada de las peregrinaciones a la Basílica de Guadalupe: cantos, rezos, danzas provenientes de cualquier parte del área metropolitana transforman el ambiente sonoro de la colonia. Otro de los sonidos cíclicos en la colonia es de los cotorros. Éstos aparecen a mitad de año y según los vecinos se trata de ruidos agradables: […] los cotorros hacen mucha algarabía, no es molesto, es agradable, porque como nunca los escuchas, o sea en todo el año no los escuchas, entonces ya cuando llegan, [decimos] ¡Ah ya llegaron!

[los cotorros] unos cuantos días, se juntan, cantan y se desaparecen por junio, pero duran unos cuantos días nada más, pasan como a las 8:00, son muy

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puntuales. Andan en parvadas y van grite y grite, no molesta el ruido porque pasan y se van. Eso de que “ya llegaron los cotorros” nos indica que los sonidos acompañados de sus productores también son referencia para ubi-carnos en los distintos momentos del año. Esas son las características de los sonidos cíclicos: son locativos. En el caso de los cotorros, a diferencia de los sonidos emitidos por los burros o los gallos, no hay saberes ancestrales. La relación de la gente con estas aves es más reciente, se trata de un sonido emergente para el que no se tenían antecedentes en gene-raciones de colonos previas. Hasta aquí pareciera que todos los sonidos que se dan en la colonia Independencia son agradables o tolerables. Ni esa es la realidad, ni esa es la intención de este trabajo. Al principio mencionamos que se trata de una colonia enorme y bien localizada. Sólo el río Santa Catarina la separa del centro de la ciudad. Se comunica con el centro por avenidas importantes como Pino Suárez, Cuauhtémoc, Zaragoza y Zuazua. La Loma Larga es su frontera hacia el sur, misma que impide la circulación vehicular más arriba. Todos estos factores, aunado a que se trata de un asentamiento con gran número de usuarios, hacen que calles como 16 de Septiembre, 2 de Abril, 5 de Febrero, Victoria, Castelar, Tlaxcala, San Luis Potosí y Nuevo León, sean paso de muchos y ruidosos autobuses urbanos. Lo que hacen algunos vecinos es poner otras “barreras sonoras” es decir, hacer su propio ruido, ya sea con música o programas de televisión, aunque no siempre se logra lo deseado. En otros casos es preferible, según otros vecinos, ubicar el lugar de descanso en la parte de la casa más alejada de la calle.

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La música puede ser un sonido agradable o desagradable dependiendo del tipo de ésta, del volumen, de su continuidad y de la hora en que se produce. La topografía de la colonia hace –como bien dice don Tito- que la Loma Larga actúe como “caja de resonancia”: Allá arriba siempre ha habido quien tiene sonidos y lo que yo escuchaba hasta por acá pues eran… –ya había cumbias yo creo que sí, nomás que más moderadas–, las cumbias, danzones, la música romántica […] se oían hasta la casa, porque la Loma

Larga es como una caja de resonancias, rebota el sonido hasta acá abajo […] Siguen escuchándose ruidos por allá arriba de gente que todavía tiene esas bocinotas y las pone para acá, para que toda la colonial la oiga pero esos pos’, yo creo que se están echando sus cheves porque le siguen toda la noche hasta las 4:00 de la mañana o por ahí, yo creo que cuando se empiezan a dormir ya le paran y ese ruido sí molesta, porque la colonia despuesito de las 11:00 de la noche ya está más quieta. Cuando hay algo cuya textura no nos gusta, dejamos de tocarlo, si hay algo desagradable a nuestros ojos, volteamos la mirada o cerramos los ojos, pero los sonidos y ruidos son más difíciles de controlar: son más invasivos. Pero, al igual que todo lo demás, es parte del entorno que llega, es distintivo y relevante para una comunidad. Para inalizar estas someras relexiones podemos destacar que los sonidos y ruidos de la colonia Independencia están relacionados con la historia rural-urbana, con la topografía del área, así como con sus actividades económicas, sociales y culturales. La historia sonora de esta colonia se distingue, entre otros rasgos por la presencia de animales de carga, mientras que en la actualidad son los ruidos y sonidos de las manifestaciones guadalupanas las que la hacen distintiva dentro del área metropolitana de Monterrey. Si bien, muchos de los sonidos y ruidos de la Independencia están presentes en otras colonias de la ciudad, son los signiicados que los pobladores encuentran en ellos lo que los puede hacer distintivos n

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Del llano a los estadios MARIO ALBERTO JURADO MONTELONGO

ES DIFÍCIL ESTABLECER UNA FECHA de ini-cio del futbol en la colonia Independencia. Después de las entrevistas realizadas y la revisión de los archivos históricos del periódico El Porvenir, menciono algunos acontecimientos importantes que pueden dar una idea general de los tiempos en que el futbol se desarrolló con mayor intensidad en la colonia, pero no se puede precisar con exactitud las fechas de su origen, ni completamente a todos los iniciadores, porque tal vez esto fue más un proceso de algo que apareció de repente, de un día a otro. En el periódico El Porvenir logramos detectar que en 1948 se menciona un club deportivo llamado Faja de Oro, el cual no era un club exclusivo para este deporte, pero tuvo su importancia porque en 1952, cuando se ediicó el puente Pino Suárez, durante el gobierno estatal de Morones Prieto, se creó la primera cancha en el río Santa Catarina y este club fue el encargado en primera instancia de cuidarla, usarla y mantenerla en buen estado. Este campo se llamó Polita. El mismo periódico, en 1953, menciona a un equipo de la colonia Independencia llamado Zapatería Justicia, no obstante, también habrá que tomar en cuenta otros más que surgieron durante

esa época como el equipo Panadería Imperial, el Independencia Polita, el Peletera Monterrey, el Santa Lucía, entre otros. Otro acontecimiento importante es la canalización en 1953 del tramo del río Santa Catarina que corresponde a la parte del centro de la ciudad. Esto permitió un mejor uso de los espacios del río, ya que se ediicaron más canchas. Estos equipos participaron, junto con otros de la colonia Independencia, en la principal liga de futbol amateur que ha existido en la ciudad de Monterrey, que le llamaban Liga Oicial y que pertenecía a la ahora desaparecida Asocia-ción de Futbol del Estado de Nuevo León. De acuerdo, a Juan Ordaz, cronista del periódico Regio Deportes y que ha seguido la historia del futbol amateur en Nuevo León, los equipos de la colonia Independencia participaron en esta liga (llamada también Liga Nuevo León) casi desde que empezaron los torneos de la liga, no obstante, su presencia en los medios de comunicación se hace más patente a partir de los años cincuenta. Bajo este vínculo entre la colonia y la Liga Oicial, se fueron construyendo las trayectorias de los grandes jugadores que surgieron de la cantera de los clubes de esta gran colonia.

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La práctica del futbol en la Independencia, estaba supeditada a la existencia de campos en el río Santa Catarina. En 1962 cuando el profesor Eusebio Alonso, junto con otras personas de la colonia, organizaron el primer torneo interbarrial lograron atraer una gran respuesta de parte de los niños que querían participar. Se logró tener 24 equipos en competencia, pero pudieron ser más, si se hubieran tenido disponibles más canchas para este torneo en el río (en ese momento solamente podían desarrollar el torneo en las canchas Veracruz norte y Veracruz sur). Este fue un acontecimiento importante porque entre otras cosas, resaltó la capacidad que tenían las colonias populares para organizarse y hacerle ver a la ciudad lo importante que era el futbol de barrio. En ese día del torneo, un emocionado columnista de futbol del periódico El Porvenir escribe que el ejemplo que el profesor Eusebio y el señor Ángel Ramírez, entre otros, nos están dando al enseñarles a los pequeños a jugar futbol en el llano, nos permite asegurar que la historia del futbol en la ciudad principia para no terminar jamás. Este primer torneo interbarrial logró organizar y canalizar el gusto por el futbol de los niños de la colonia. Además distribuyó la práctica de futbol entre diferentes Independencia, como en un momento pudiera haber sucedido. Ya, a inales del siglo XX, acontecimientos como la instalación de los juegos mecánicos de Atracciones Manzo; el crecimiento e instalación de los comerciantes alrededor del puente San Luisito o del Papa, y inalmente, la concesión de las canchas del río Santa Catarina a una empresa privada, inluyeron para que se diera la disminución

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paulatina de la práctica del futbol en la colonia. Algunos equipos de la colonia participaron en las Cancha Río, denominación que tenía el conjunto de canchas instaladas en la zona del río, pocos pudieron o decidieron pagar los altos costos por el uso de ellas. Como dijo un habitante de la colonia, al privatizar las canchas del río, se acabaron las áreas verdes de la colonia Independencia. Cómo surge la práctica del futbol Según comentaba Rosalío Martínez, fueron los zapateros de Guanajuato o residentes en la colonia originarios de Guadalajara quienes al emigrar a Nuevo León e instalarse en la colonia, trajeron también consigo el gusto por el deporte gallego, llamado así en aquellos tiempos por un cronista deportivo del periódico El Porvenir. Rosalío nos platica que en las calles de la colonia los niños de los zapateros salían a jugar a “la patadita”, mientras que los demás niños paulatinamente empezaron a disfrutar de este juego, pasando de ser simples observadores a fervientes y apasionados jugadores de un deporte aparentemente tan sencillo, en comparación con el otro, el béisbol, que se practicaba en la colonia y que dominaba el gusto de la población en toda la ciudad. A pesar de la sencillez del juego del futbol y de lo barato que podría ser para quienes estaban interesados en practicarlo, resultó bastante difícil para la población infantil y juvenil de la colonia desarrollarse como jugadores. Al inicio de la evolución de este deporte en la colonia, resultaba costoso y requería de esfuerzos inusitados conseguir balones y tachones para

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los jugadores. La existencia de promotores y entrenadores “empíricos” como les llama don Raymundo Buendía, conocido popularmente como El Chaparro Buendía, resultaba esencial para mantener el gusto y la práctica del futbol en la Independencia. Ellos buscaban cooperación en la gente que asistía a ver los juegos de los niños y jóvenes, “pasaban la charola” entre los asistentes al juego, para obtener dinero y así poder pagar los arbitrajes de los juegos de la siguiente semana. Esto se hacía para los 14 equipos que llegó a tener el Club Deportivo Colonia Independencia y que dirigía Buendía, junto con otros entrenadores empíricos del futbol. Los equipos de la colonia llegaron a ser bastante competitivos, no solamente los del Club Independencia, sino otros como el Tabasco, el Colima, el Pedregal de Occidente, el Zacatecas, el Mar 45, el América del Río, el Sacachispas, por mencionar algunos de tantos, que llegaron a jugar en la categoría mayor de la liga Nuevo León y lograron enfrentarse a los temibles equipos como el Asarco, el Universidad, el Deportivo Anahuac, el Tecnológico de Monterrey (dirigido este último por el inolvidable Rafael Navarro Navarrito). Viene esto a cuento porque, eran estos últimos quienes, cuando llegaban a jugar en las canchas del río para enfrentarse a los equipos de la colonia, aprovechaban la ocasión para regalarles un lote de tachones de medio uso, pero de buena calidad, a los entrenadores-promotores, de los equipos de la colonia, con tan mala suerte (o “mala pata”, diríamos) que los hermosos tachones eran del número ocho o de mayor tamaño, mientras que los noveles jugadores de la colonia Independencia apenas si llegaban al número siete como máximo.

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Mientras tanto, como fuera posible y extendiendo la vida de unos tachones, que ya habían sido sometidos a un uso más allá de su fecha de caducidad, los jugadores de los diferentes equipos de la colonia, golpeaban al balón de cuero con tachones ijados en su parte inferior por clavos que llegaban a convertir a esta práctica futbolera, tan placentera, en una mar de sufrimientos para el pie del futbolista. Las enfermedades aparecían y desafortunadamente, en aquella época, un jugador de uno de los equipos de la colonia murió a causa de una infección en los pies sufrida por la acción de los clavos de los tachones y por el descuido en la atención médica, según nos platicó José Mario Dávalos, ex jugador del equipo Tabasco. Hacerse de balones en un inicio también fue un gran reto para los entrenadores de los equipos. Dos anécdotas dan cuenta de cómo se las ingeniaban para conseguirlos y del valor signiicativo que tenía un balón para los jugadores y entrenadores. Juan Ordaz nos platicó de Fabiano Rodríguez, residente de la colonia que vivía en la calle Libertad casi con Jalisco. El buen Fabiano cuando regresaba de su trabajo, casi llegando a su casa, veía todos los días a los niños jugando en la calle enfrente de su casa, y decidió regalarles un balón usado que tenía arrumbado en un rincón, con la condición de que se fueran a jugar a las canchas del río Santa Catarina. Con el paso de los días, los niños regresaron con Fabiano para pedirle que los dirigiera y éste al aceptar no se imaginaba que iniciaría su trayectoria de entrenador que duró varios años y que, además, pertenecería a ese grupo de promotores empíricos o líricos, como los llama don Raymundo Buendía, que mantuvieron con vida ese gran nivel que alcanzó el futbol amateur en la colonia Independencia.

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Don Raymundo nos relata que cuando tenía 12 años, siempre andaba acompañando a un entrenador de un equipo juvenil que participaba en la Liga Oicial. En una ocasión, en un juego desarrollado en la cancha Bachilleres (cancha famosa ubicada en Colegio Civil, enseguida de donde actualmente está el Aula Magna de la Universidad Autónoma de Nuevo León) los jugadores del equipo, que el niño Buendía siempre acompañaba, se pelearon con sus contrincantes y resultó una gran riña, de la cual salió bien librado Raymundo porque se escondió. Al inal, ya que todos los jugadores se habían ido, el vigilante de la cancha, descubrió a Buendía escondido y con un balón en las manos. Al salir y pasar por la puerta principal de la escuela descubrió al entrenador de su equipo que lo esperaba para ver si había salido bien librado de la batalla. El niño Buendía no sólo presumió su suerte sino que les presentó triunfante el motín del zafarrancho.

No obstante, en los años sesenta, la colonia Independencia aprovechó una de las reglas, no sé si escritas, que tenían los equipos profesionales para lograr aprovechar los prospectos que surgían de la cantera del futbol amateur. La liga Nuevo León u Oicial le ordenaba al Monterrey o al Jabatos de Nuevo León, que en ese momento eran los equipos profesionales de la ciudad, que si integraban, ya sea a las fuerzas básicas o al primer equipo, a un jugador de unos de los clubes que participaban en la liga, tenían que apoyar al club respectivo con algunas cosas, como uniformes, balones, tachones y demás implementos necesarios para el juego de futbol. En esa época el club Independencia se volvió, junto con otros dos clubes, reserva del equipo Jabatos de segunda división. En este sentido, cada mes recibían balones que ya habían sido utilizados por el primer equipo. Así, el club, si bien es cierto que recibía hasta cierto punto poco por lo que aportaba, al

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menos tenía asegurado los implementos y recursos para desarrollar semana a semana, los partidos correspondientes a sus compromisos dentro de la liga oicial. Como último comentario sobre estos as-pectos del juego y su importancia para los equipos de esta colonia populosa, queda como testimonio que en los años en que se desarrollaron los primeros torneos interbarriales se realizó un torneo infantil, en donde uno de los premios más importantes para el equipo ganador fue un balón nuevo. Entrenadores y promotores No mentiría si dijera que para que funcionara toda la organización que se fue ediicando con los años en la Independencia y que permitió aprovechar las instalaciones naturales que ofrecía el río Santa Catarina para albergar la mayor escuela de futbol jamás ediicada en la ciudad de Monterrey, era necesario la exis-tencia de un grupo de voluntarios que en la actualidad sería menos que imposible imaginar su existencia. El trabajo voluntario, desinteresado y no remunerado que estos entrenadores desarrollaron con los niños y jóvenes era el corazón que hacía funcionar todo el sistema del futbol amateur. La desaparición paulatina de estos promotores y la comercialización del futbol y el deslinde del futbol profesional con los barrios, resquebrajó, en este caso, la práctica social del futbol, rompiendo los lazos existentes entre el futbol como disciplina y la labor social necesaria para la educación y socialización de los niños y jóvenes de los barrios. La identidad barrial se ha debilitado porque ahora los clubes tienen una referencia metro-politana. Un

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padre puede tener a su hijo en un club en la colonia Valle Verde, por ejemplo, y si tiene diferencias con el entrenador puede decidir inscribirlo en otro club instalado en otra parte del área metropolitana de Mon-terrey. Anteriormente la fortaleza interna de un club y su relación social con su colonia hacía que sus integrantes de las categorías inferiores, aspiraran a continuar dentro del club porque era de su colonia y porque buscaban emular a sus mayores que pertenecían a las categorías superiores del club y que eran celebridades en la colonia. Este era el caso del Club Colonia Independencia, donde el gran Malhecho Ramírez era el ídolo en la colonia y todos los niños lo veían como un ejemplo a seguir. La identidad barrial todavía se fortalecía más cuando se empezaron a formar equipos dentro de la colonia que representaban hasta las cuadras más emblemáticas. Surgen equipos con nombres de las calles de la colonia: Club Zacatecas, Colima, Campeche, Occidente, Tabasco, Veracruz, Oaxaca, entre otros. Cada uno de estos equipos era dirigidos por esta estirpe de entrenadores como Roberto Miranda en el Deportivo Chihuahua; Vidal Garza en el Club Colima; Rosalío Martínez del Pedregal de Occidente; los hermanos Raymundo y Simón Buendía en el Club Deportivo Independencia; Oliverio Peña en el Club Tabasco; Octaviano Rodríguez en el Club Libertad, entre otros. Algunos de ellos se convirtieron temporalmente en reclutadores de jugadores para los equipos profesionales de la localidad como el Jabatos o el Monterrey. Los entrenadores en ocasiones tenían que poner de su bolsillo para lograr completar para los arbitrajes o para la inscripción del equipo en la liga, eran los que trabajaban más; se levantaban más temprano, iban a las juntas de la liga, que en aquel

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entonces se encontraba en la calle Ocampo, en el sexto piso del actualmente desaparecido Mercado Colón. Los promotores como les llama Juan Ordaz, mantenían un gusto por dirigir, organizar, convivir con los niños y los jóvenes, además de hacerlo responsablemente, comprometiéndose a ello a pesar del tiempo dedicado de sus ocupaciones laborales cotidianas. El homenaje ha sido la forma en que los ex jugadores y aicionados han reconocido la labor de los entrenadores y promotores. En ocasiones se organizan torneos relámpagos, o mediante un juego entre veteranos; o poniéndole el nombre de un entrenador que ha trascendido en la colonia a un torneo. Tal vez uno de los ejemplos más claros de cómo un entrenador deja su huella en ex jugadores o compañeros, fue el del equipo Mar 45 que se llamaba así en honor a Mine Reyna que murió en un accidente. Reyna fue un gran promotor del deporte, apoyando a los jóvenes, tratando de convertirlos en deportistas y alejarlos del pandillerismo. Llegó a ser campeón en la máxima categoría, se unió a la Liga Nuevo León y después le dieron la oportunidad de dirigir la selección juvenil de Nuevo León. El accidente sucedió cuando él, después de un entrenamiento en las canchas del río, intentó regresar a la colonia cruzando la avenida Morones Prieto, pero mientras lo hacía fue atropellado por un auto. La colonia Independencia no sólo producía grandes jugadores, sino también entrenadores que apoyaron a otros clubes o asociaciones de futbol y en algunos casos fueron entrenadores de equipos

representativos del futbol amateur del estado de Nuevo León. Tenemos el caso de Ramiro Mata que estuvo como jugador en el equipo infantil del Club Deportivo Colonia Independencia que dirigía Raymundo Buendía, después jugó con bastante éxito en el equipo Club de Futbol Independencia (con los albinegros) dirigidos por el Chato Bautista. A Ramiro le apodaban el codicias por la forma tan persistente que tenía para buscar el gol. Después Ramiro llegó a ser entrenador del equipo femenil representativo de la Universidad, las “Tigrillas”; también fue entrenador en la liga bancaria. Actualmente sigue siendo uno de los pocos promotores del futbol infantil en la colonia pero tiene que moverse hasta las canchas que se encuentran en el Parque España, porque las del río Santa Catarina, ubicadas en el radio correspondiente a la colonia Independencia, no están accesibles. En el río Santa Catarina, cada uno de estos entrenadores se encargaban de las canchas de futbol cuyos nombres correspondían a la calle que estaba en línea con la cancha corres-pondiente, así Rosalío Martínez se hacía cargo de la cancha del Pedregal de Occidente llamada así por la cantidad de piedras que extrajeron cuando la estaban emparejando e instalándoles las porterías. Así teníamos que enfrente de la calle Veracruz estaban las canchas llamadas Veracruz norte y Veracruz sur. Al igual que Rosalío, don Raymundo Buendía recibió permiso de la Secretaría de Recursos Hidráulicos (ahora conocida como la Comisión Nacional del Agua) para acondicionar campos deportivos en la margen derecha del río Santa Catarina, aguas abajo del puente Cuauhtémoc, y se le condicionaba el permiso mencionándoles que el uso de los campos deportivos en el río Santa Catarina es de carácter público.

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Estas gestiones y cuidados que tenían los entrenadores de futbol con las canchas, no se observaba, de acuerdo con Raymundo Buendía y Rosalío, con muchos otros deportistas de otras disciplinas interesados en el uso de las canchas deportivas (como los del béisbol)

estadios que lograban reunir hasta 5 000 asistentes en las inales de campeonato. Los taludes se transformaban en gradas naturales para los aicionados ya que pocas canchas tenían gradas de concreto. Los jugadores

La dedicación y disciplina que los entrena-dores empíricos desarrollaron en la colonia ayudaron para que la aición por el futbol creciera en forma exponencial entre los niños y jóvenes de la colonia. El río Santa Catarina era toda una escuela sin maestros titulados. En los años sesenta había diferentes equipos, martes y jueves se reunían para los entrenamientos y los ines de semana las canchas del río se convertían en

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Miles de jugadores han sido formados en el transcurso de los años en los diferentes equipos (o tims como les llamaba la prensa deportiva en los años cuarenta a los equipos de futbol en la ciudad). Durante las mejores épocas de futbol en la colonia Independencia surgieron muchos talentos que pudieron haber llegado al profesional y triunfar. El ejemplo más claro fue el de Malhecho Ramírez de quien se decía que le pegaba tan fuerte

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a la pelota de cuero que cimbraba las porterías de madera. Cuando Malhecho fue seleccionado de futbol amateur representando al estado de Nuevo León, fue visto por los buscadores de talentos que rápidamente quisieron contratarlo para el equipo América de la Liga Mayor (llamada así a lo que ahora se le conoce como Primera División). A pesar de que Paco Montes, amigo de Malhecho, le suplicaba que aceptara, éste se negó y preirió seguir en el futbol amateur local. Paco Montes que era originario del Club Pingüinos, que también competía en la Liga Nuevo León, sí se decidió por el profesionalismo, fue defensa central en los Rayados de Monterrey y actualmente es conocido como el primer regiomontano que formó parte de una selección nacional de futbol, antes que lo fuera el Abuelo Cruz. El jugador de la Independencia que fue profesional y logró éxito como jugador en Segunda y Primera División es Fernando Henra Ramírez (hermano menor de Malhecho) que en 1964 era novato con el Jabatos de Nuevo León jugando de extremo izquierdo y llegando a meter “hermosos goles”, según las crónicas deportivas que lo seguían semana tras semana en sus encuentros defendiendo la camiseta de los Jabatos. Marcelino La Pini Gutiérrez fue otro jugador originario de la colonia que sobresalió a nivel nacional con diferentes selecciones de futbol amateur. No obstante, independientemente de la calidad futbolera de los jugadores de la colonia y de sus brillantes trayectorias como jugadores, también habrá que considerar que la experiencia que tuvieron en la práctica de este deporte les sirvió como una especie de capital social que les permitió

obtener un empleo en empresas o instituciones que necesitaban de trabajadores que fueran a la vez jugadores o entrenadores. De esta manera, algunos ingresaron a bancos, otros a la agencia de autos Volkswagen, otros a escuelas como entrenadores, a la Com-pañía de Fierro y Acero de Monterrey y así a diferentes empresas; algunos emigraron a Estados Unidos y obtuvieron empleos en empresas norteamericanas deseosas de tener jugadores que impulsaran el futbol entre sus trabajadores. Uno de estos migrantes había sido jugador de Pedregal de Occidente y estuvo por muy poco tiempo en el Club Deportivo Independencia. Se llamaba Héctor Méndez y después de que se murió muchos compañeros de él decidieron promover un torneo en la ciudad de Houston para poder homenajearlo. Este torneo se realizaba anualmente y se programaban juegos durante una semana, donde participaban equipos de la liga local de Houston y equipos de la colonia Independencia. Durante años, los equipos de la Independencia estuvieron viajando hacia Houston. A veces se enfrentaban a una selección de mexicanos, originarios de Monterrey y algunos de la colonia Independencia, que habían emigrado y que habían triunfado en el futbol local de Houston. Cada año rentaban un camión y lo llenaban de jugadores (18 jugadores, entrenador y porra). En esa época no necesitaban una visa para poder pasar el Río Bravo, el gobierno norteamericano les extendía un permiso especial para que pudieran ir a jugar futbol. Al regreso muchos se quedaban a trabajar o de paseo en Texas y el au-tobús volvía a Monterrey con menos pasajeros de los que habían viajado hacia el norte, nos platica Juan Ordaz que en una ocasión en un programa de radio, el locutor y él preguntaron a la audición sobre si sabían qué equipo mexicano había

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exportado más jugadores al extranjero. Algunos respondieron que el equipo América, otros que el Atlante, pero nadie supo la respues-ta correcta, nadie mencionó los equipos de la colonia Independencia. Lo que aparece en este artículo apenas si es un “brochazo” de la historia del futbol en la colonia Independencia, queda mucho por escribir como las crónicas de los diferentes equipos; las biografías de los entrenadores que dirigían y formaban a los muchachos; las gran-des rivalidades entre los clubes, por ejemplo, la existente entre Colima y Tabasco o entre Pedregal de Occidente e Independencia, y seguramente otras más.

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Cuenta Juan Ordaz que los juegos entre algunos equipos casi nadie los quería arbitrar. Y nos menciona que en alguna ocasión Manuel Ceja, un arbitro de la ciudad que con el tiempo llegó a pitar profesionalmente, cuando le tocó arbitrar un juego en 1978 entre Colima y Tabas-co, al iniciar el partido mandó llamar a los ca-pitanes y les dijo Vamos a jugar futbol, ¡están todos amonestados! Después de esta sabia decisión del árbitro, el juego entre estos dos grandes equipos se desarrolló pacíicamente n

PRESENTACIÓN

Síntesis biográicas CAMILO CONTRERAS DELGADO Investigador y director de El Colegio de la Frontera Norte, División Regional Noreste. Doctor en Ciencias Sociales. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores nivel 1. Profesor invitado de la Universidad Aix-en-Provence y de El Colegio de Michoacán. Algunas de sus publicaciones recientes son: Pensar el paisaje: explorando un concepto geográfico (Trayectorias, 2005); Paisaje y poder político: la formación de representaciones sociales y la construcción de un puente en la ciudad de Monterrey (unam-Anthropos, 2006); Geografía de Nuevo León (fenl, 2007).

RODRIGO FERNANDO ESCAMILLA GÓMEZ Pasante de la licenciatura en Historia y Estudios de Humanidades de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Ha participado en diversos encuentros estudiantiles con trabajos como la historia de la ciencia icción, así como sobre orígenes y desarrollo de la música del siglo xx. Este año participó en el ciclo de conferencias Contesting the streets en la Universidad de California en Los Ángeles. Actualmente realiza su trabajo de tesis sobre la historia del puente de San Luisito durante la época de Bernardo Reyes. OLIMPIA FARFÁN MORALES Profesora e investigadora titular C en el Centro del Instituto Nacional del Antropología e Historia de Nuevo León. Es antropóloga por la Escuela Nacional de Antropología e Historia y maestra en Ciencias con especialidad en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Ha sido curadora de las salas de etnografía del Museo Nacional de Antropología. Sus temas de investigación son la etnografía de las poblaciones indígenas, migración, identidad y religión.

ISMAEL FERNÁNDEZ AREU Antropólogo con especialidad en lingüística por la Escuela Nacional de Antropología e Historia, participó en el proyecto Las lenguas de la familia Otomangue en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (ciesas). Trabajó en el Museo Metropolitano de Monterrey como investigador de la cultura regional. Participó como investigador en el Centro del Instituto Nacional del Antropología e Historia de Nuevo León en el proyecto Etnografía de las regiones indígenas. Ha publicado ensayos y artículos sobre migración y bilingüismo indígena, dialectología y fonología del español en Nuevo León. LUIS FERNANDO GARCÍA ÁLVAREZ Licenciado en antropología en la Facultad de Filoso-fía de la Universidad Autónoma de querétaro. Actualmente estudia la maestría en antropología en la Universidad Autónoma Metropolitana. Ha participado en diversos proyectos coordinados por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, Nuevo León, algunos de ellos son; Jóvenes indígenas en la zona metropolitana de Monterrey, La migración indígena al estado de Nuevo León, Etnografía de las regiones indígenas en el nuevo milenio, por mencionar algunos.

ALEJANDRO GARCÍA GARCÍA Profesor e investigador de tiempo completo en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Au-tónoma de Nuevo León. Coordinador del Docto-rado en Arquitectura y Asuntos Urbanos de la misma Facultad. Doctor en antropología social. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores nivel 1.

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MARIO ALBERTO JURADO MONTELONGO Investigador de El Colegio de la Frontera Norte, en la Dirección Regional Noreste. Licenciado en sociología por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Doctorado en Ciencias Sociales en la Univer-sidad de Guadalajara. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores nivel 1.

JIMMIE L. KING Director de urbana centro de investigación de la Universidad de Monterrey. Doctorado en arqui-tectura, se especializa en el paisajismo urbano, área en donde ha recibido distintos premios internacionales. También ha realizado publicaciones sobre planeación sustentable y urbanismo.

JUAN MANUEL CASAS GARCÍA Arquitecto por la Universidad Autónoma de Nuevo León (1990-1995) y catedrático de la misma desde 2001. Ha publicado diversos libros sobre arquitectura, historia y patrimonio regiomontano. Del 2004 al 2007 se desempeñó como coordinador adjunto en la restauración del ediicio del antiguo Colegio Civil, hoy Centro Cultural Universitario. En el 2006 fue nombrado Custodio Honorario del Patrimonio Arquitectónico del Estado de Nuevo León por el Instituto Nacional de Antropología e Historia.

ELEOCADIO MARTÍNEZ SILVA Profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Realizó estudios de posgrado en la Universidad Autónoma Metropolitana, campus Iztapalapa y El Colegio de México. Trabajó como auditor de condiciones de trabajo y derechos humanos en maquiladoras de México y Centroamérica. Sus líneas de investigación se ubican en la sociología del trabajo.

JOSÉ JUAN OLVERA GUDIÑO Profesor de la Universidad Regiomontana. Sociólogo por

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la Universidad Autónoma de Nuevo León. Maestro en Metodología de las Ciencias y en Comunicación. Doctor en Comunicación y Estudios Culturales. Actualmente coordina la maestría de comunicación. Ha publicado Colombianos de Monterrey. Origen de un gusto musical y su papel en la construcción de una identidad social (conarte, 2006). Ha obtenido las becas Gateways, de la Fundación Rockefeller (1996), conarte (1998) y de conacyt (20022004).

LYLIA ISABEL PALACIOS HERNÁNDEZ Socióloga con doctorado en Ciencias Sociales por la Universidad de Utrecht, Holanda. Profesora e investigadora de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Autora de artículos y capítulos de libro dedicados a los temas de historia social, culturas del trabajo y relaciones industriales en ámbitos regionales.

EFRÉN SANDOVAL HERNÁNDEZ Profesor e investigador del Centro de Investigacio-nes y Estudios Superiores en Antropología Social (ciesas) en el Programa Noreste, miembro del Sistema Nacional de Investigadores en el nivel candidato. Tampiqueño de origen, como muchos de sus paisanos vive en Monterrey desde hace más de una década, ciudad en la que se ha desarrollado profesionalmente.

VÍCTOR ZÚÑIGA GONZÁLEZ Director de la División de Educación y Humanidades de la Universidad de Monterrey, doctor en sociología por la Universidad de París VIII. Profesor visitante de las universidades Versailles, Aix-en-Provence, Católica de Chile y Sherbrooke, québec. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores nivel 3. Coeditor de New Destinations, Mexican Immigration in the United States (Nueva York, Russell Sage Foundation 2005, reeditado en 2006) y coautor de Alumnos Transnacionales (México, sep 2008, reeditado en 2010).

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Bibliografía

Créditos fotográicos

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COLOFON