Durmiendo Con Mi Hermana

Durmiendo con mi Hermana “Anoche no me dejaste dormir, hermanito: toda la noche te la pasaste con tu cosita pegada a mi

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Durmiendo con mi Hermana “Anoche no me dejaste dormir, hermanito: toda la noche te la pasaste con tu cosita pegada a mi trasero”. Eso fue lo que dijo mi hermana, Sandy, el domingo pasado mientras desayunábamos mirándome a los ojos, con una sonrisa. Según ella yo había pasado toda la noche “como burro en primavera” y ella no había dejado de sentir mi cosita como llamó cariñosamente a mi pene, pegada a su trasero, sin poder dormir. Desde que mis padres se separaron, nos mudamos con mamá a un departamento muy pequeño en la Narvarte, muy bonito, pero lo malo es que sólo tiene dos recámaras. Así que Sandy y yo tuvimos que compartir la misma recámara. Además, como en la mudanza mis padres se dividieron los muebles, nosotros nada más nos quedamos con la cama matrimonial y una camita individual. Ahora mi madre duerme en una de las recámaras en la camita individual y Sandy y yo tenemos que compartir la cama matrimonial. Para mi al principio y supongo que también para ella fue muy molesto. En la otra casa, cuando mis padres no se habían separado aún, cada uno tenía su recámara. Yo tenía privacidad y en las noches antes de dormirme me hacía siempre una chaqueta o dos. Si no, no podía dormir. Me la pasaba toda la noche con la verga parada pensando en mis compañeras de la prepa. Me masturbo diario desde que descubrí la masturbación cuando estaba en secundaria. A veces varias veces al día, pero siempre lo hacía en la noche, acostado en la cama. Me bajaba el pantalón del pijama y me acariciaba hasta que me venía. A veces lo hacía dos veces seguidas. O a media noche me despertaba con una tremenda erección y me volvía a masturbar. Pero desde que duermo con Sandy no puedo hacerlo por obvias razones. Y es realmente muy molesto tener que permanecer así con una erección sin poder hacer nada para descargar la leche acumulada durante días. Y peor aún porque aunque trato de evitarlo a veces Sandy pega sus nalgas contra mi pene. Y entonces me entran unas ganas incontenibles de venirme por más que trato de pensar en otra cosa. El otro día estaba tratando de resolver ecuaciones de segundo grado: pero fue inútil: no podía dejar de sentir unas terribles ganas de acariciarme. Así que como vi que Sandy estaba super tetona me fui acercando poco a poco, aguantando la respiración, hasta quedar pegadito a ella, que estaba durmiendo dándome la espalda. Cuando me pegué a ella, hizo un sonido raro. Me quedé helado pensando en que me había sentido y se había despertado. Luego respiró profundamente y volvió a quedarse profundamente dormida. Durante todo ese tiempo que me pareció larguísimo no me moví. Casi ni respiré. Al fin cuando me di cuenta de que ya había pasado el peligro hice un movimiento con la pelvis y traté de acercar mi pene a sus nalgas, moviéndome como si ella tuviera una alarma puesta. Pasó más de un minuto en el que fui 1

acercándome milímetro a milímetro hasta que de pronto empecé a sentir su calor y finalmente, de repente, sentí el contacto con su culo. Sentí riquísimo cuando mi verga rozó sus nalgas, aun cuando traía puesto el pijama. Ella duerme sólo en calzones y una playera arriba. Como vi que no despertaba me quedé quieto sin hacer ningún movimiento, simplemente sintiendo mi pene entre sus nalgas. Empujé un poquito mas la pelvis y presione un poquito mi pene contra sus nalgas. Sentí como mi pene se acomodaba en el surco que divide los dos cachetes de su culo. Y se lo dejé ahí toda la noche. Sin poder dormir. Simplemente concentrado en el placer de sentir su cuerpo calientito arrullando mi pene. Era tan rico que casi no me sentía mal de estar haciendo eso. Sabía que no debía hacerlo, pero no podía despegar mi pene de ahí: se sentía tan suave. Ella estaba tan calientita. Y yo estaba tan caliente que era la única manera de aliviar la tensión de estar así.

Como se imaginarán soy virgen y nunca hasta ahora he tenido novia. Ni siquiera se qué se siente acariciarle el seno a una mujer. Y por supuesto nunca había estado tan cerca de una mujer. Así que pasé toda la noche pegadito a ella. Eso fue la semana pasada. Y hasta ayer mi hermana no me había dicho nada. Ahora no sé qué voy a hacer, ahora que ella ya se dio cuenta y no creo que vaya a poder volver a hacerlo. Y como tampoco puedo masturbarme no sé cómo voy a poder aguantarme las ganas.

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La Tia Maribel La noticia corrió en la familia como la pólvora. La tía Maribel se separaba del tío Juan. Durante la comida, María hablaba con Rodolfo, su marido. -Mi hermana está destrozada, pero me dijo que es algo que llevaba tiempo pensando hacer. -¿Pero no te ha dicho por qué? Parecían una pareja tan bien avenida. Bueno, tampoco es que los viésemos tan a menudo. María hizo un gesto con una mano, levantando el dedo meñique y el índice, tratando de que Alberto, su hijo, no se diera cuenta. Pero Alberto, aunque callado, se fijaba en todo. Entendió que el Juan le ponía los cuernos a la tía Maribel. -Bueno, mujer. Por unos cuernecillos de nada... -¡Rodolfo!, el niño. -¿Qué niño? -Agggg, tu hijo, coño. No son cosas que tenga que saber a su edad. -Jajajaja, María. Ya es mayorcito para saber las cosas de la familia. Joder, que ya tiene 18 abriles. -Pero no fueron unos cuernecillos de nada. Por lo visto fueron varias veces. Muchas. -Será que ella no le da lo que él quiere.

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-Pero mira que eres bestia, Rodolfo. Los hombres, siempre justificándose entre ustedes. Alberto no decía nada, pero escuchaba todo. Hacía mucho que no veía a sus tíos, pues vivían en otra provincia. Se puso a pensar en eso que decía su padre sobre que la tía Maribel no le daba al tío Juan lo que quería. La última vez que vio a su tía fue hacía tres años, y recordaba dos cosas. Que era muy simpática y que tenía el par de tetas más bonitos que conocía. Ella era una mujer de peso normal, no gruesa, pero sus tetas eran grandes. Desde aquel día fue el blanco de su nocturno onanismo. Se pasaba el día intentando atisbar aquellas dos redondeces, meterlas en su mente para por las noches dar rienda suelta a su placer. Ella estuvo una semana en su casa, y el día que la vio con una camiseta no lo iba a olvidar en toda su vida. Blanca, ajustada, con tirantes. No llevaba sujetador. Escote amplio. Los pezones se notaban tras la fina tela. Alberto casi se puso a babear. No entendía como aquellas dos maravillas se mantenían solas, desafiando a la ley de la gravedad. Esa visión lo acompañó más de un mes cada noche, en su cama. Y aún hoy en día, tres años después de vez en cuando la recordaba. -Jajajaja. Es que tenemos que ayudarnos entre nosotros. -Ella lo está pasando un poco mal. Le he dicho que se venga una temporada a casa - dijo María. Los dos hombres dieron un respingo interior. Alberto no era inmune a los encantos de su cuñada. -¿A casa? - respondió Rodolfo, levantado una ceja. -Sí. ¿No te importa, verdad? -Ummm, claro que no. El tiempo que haga falta. -Gracias, eres un tesoro. Rodolfo sonrió. Se había ganado una buena mamada esa noche. Alberto pensaba en su tía. ¿Habría cambiado en estos años? ¿Seguiría tan hermosa como siempre? La tendría en casa. La vería todos los días. Sólo de imaginarlo, la polla se le puso morcillona. Maribel aceptó la invitación de su hermana para irse a vivir con ellos una temporada. Necesitaba un cambio de aires. Además, hacía tiempo que no los veía. María su hermana, a la que quería con locura. Rodolfo, su simpático cuñado, siempre bromeando con ella, metiéndose con su físico, pero siempre respetándola. Y Alberto, su sobrino, tan tímido, que la miraba con admiración. Hizo las maletas, cogió el tren y se marchó. La fueron a buscar a la estación. Abrazos y besos de las hermanas. Abrazos y besos para su cuñado. Abrazos y besos para su sobrino.

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-Vaya, Alberto. Eres ya todo un hombre. Alberto se estremeció cuando sintió contra su pecho aplastarse las dos tetas de su tía. Le parecieron duras. Su labios eran cálidos, su piel suave. La recordaba hermosa. Ahora le pareció aún más hermosa. -Venga, chaval - dijo su padre - no te quedes ahí como un pasmarote y cógele las maletas a tu tía. Alberto arrastró las maletas. Se rezagó un poco de los demás. Su madre y su tía hablaban entre ellas. Su padre se adelantó a buscar el coche. Y él, miraba como su tía meneaba su redondo culito. "Joder, pero que buena estás, tía", pensaba, sin apartar la vista. Maribel se dio la vuelta y le sonrió. -¿Puedes tu solo con las maletas, sobrino? -Sí, sí puedo, tía. El coche apreció y paró. Entre su padre y él metieron las maletas. Maribel se sentó detrás. Alberto sintió un escalofrío. Iba a estar más de media hora sentado detrás con ella. Abrió la puerta pare entrar. -Alberto, vete delante con tu padre. Tengo mucho de que hablar con tu tía - dijo su madre. El pobre muchacho maldijo su mala suerte. Se pasó el resto del camino callado, oyendo como su madre y su tía no dejaban de hablar. Hasta su padre terciaba de vez en cuando. Cuando llegaron a la casa, Alberto llevó las maletas a la habitación que habían preparado para Maribel. Era la habitación contigua a la suya. Esa noche, Alberto, acostado en su cama, se acariciaba la polla recordando la presión de las tetas de su tía contra su pecho. Los tres años pasados la habían hecho más apetecible. El orgasmo fue intenso. La corrida, abundante. Manchó las sábanas a pesar de tener preparado, como siempre, papel higiénico para recoger el fruto de su placer. Ella estaba al lado. Sólo los separaba un fino tabique. En cuando Alberto vio aparecer a su tía por la mañana en la cocina, supo que su estancia iba a ser una tortura. Venía con un pijama cortito. La camisa ajustada, con un escote por el que asomaban sus dos impresionantes tetas. Alberto se quedó embobado mirándolas, hasta que Maribel saludó. -Buenos días. He dormido como un lirón. Hola sobrino -Ho... hola tía. Buenos días. -¿Y tus padres? 5

-Mamá está en el salón. Papá ya se fue a trabajar. -Me voy a preparar un cafelito. Con la polla dura bajo la mesa, Alberto miraba como el culito de Maribel se meneaba de un lado para otro mientras se preparaba el café. Sus tetas se agitaban con el movimiento. Subían, bajaban. Se movían hacia los lados. Siempre volviendo a su sitio. Ella se sentó en la mesa, poniendo el humeante café delante. Sus tetas se apretaban contra el borde. Alberto hacía grandes esfuerzos para no mirarlas. -Cuéntame, sobrino. ¿Qué es de tu vida? Estudias Ingeniería, ¿No? -Sí, es mi primer año. -¿Y cómo te va? -Bueno, bien. Por ahora voy tirando. -¿Y de novias como andas? La sangre se le subió a la cara. La notó caliente. Sabía que estaba rojo, y eso lo ponía aún más rojo. Miró a su desayuno pidiéndole a la tierra que se abriera y se lo tragara. -Ahora no tengo. Ni ahora ni antes. Nunca había tenido una chica. Era muy tímido y apenas salía con sus amigos. -Qué raro. Un chico tan guapete como tú, sin novia. Alberto no era un guaperas, pero tampoco era feo. Era resultón. Lo mejor eran sus profundos ojos, pero como casi nunca mantenía su mirada en la otra persona, muchos los desconocían. La llegada de su madre lo salvó. -Buenos días, Maribel. ¿Has dormido bien? -De maravilla. Muchas gracias por todo, María. -Ay, otra vez con las gracias. La familia está para estas cosas. Ellas se pusieron a hablar y Alberto aprovechó la ocasión para escabullirse, ocultando con sus manos la erección claramente visible en su pijama. Se fue a su cuarto, cerró la puerta y se sacó la polla. La agarró con su mano y empezó una lenta paja recordando las tetas de su tía Maribel. Como todo chico en tiempos de internet, era un experto en tetas. Había visto muchas. Grandes, pequeñas, normales, caídas, tiesas. De todos los diferentes tipos de tetas, había uno en especial, el que más le gustaba. Aquellas que no son separadas. Que nacen justo en el esternón. Que son amplias, redondas,

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grandes, que llegan casi hasta el sobaco. Y así eran justo las tetas de su tía. Las tetas perfectas. Se corrió imaginando su cara metida entre aquellas dos hermosas masas de carne. Dejó su escritorio con grandes chorros de semen. Cuando estaba muy excitado, las corridas de Alberto eran muy abundantes. Y su tía siempre lo ponía muy excitado. Limpió el desaguisado, se vistió y fue a despedirse. Su madre y su tía seguían dándole a la hebra. -Bueno, me voy a clase. Hasta luego. -Hasta luego, tesoro. -Hasta luego, sobrino. Alberto le echó una última mirada al escote de Maribel y se marchó. -Parece un buen chico - dijo Maribel cuando Alberto se fue. -Sí, lo es. Estoy muy orgullosa de él. Bueno, lo estamos, su padre y yo. Aunque a ver si espabila un poco. -¿Espabila? -Es que es un poco cortado. Muy tímido. -Sí, ya lo he notado. Pero ya se le pasará, mujer. En cuanto encuentre una novia, se espabila enseguida. Jajaja. -Jajaja. Es espero. Pasaron los días y todos se fueron haciendo a la nueva situación. El que mejor se lo pasaba era Alberto. Se hacía una paja al despertarse y otra al acostarse. Muchos días, para la tarde caía otra. Y todas en honor a su tía Maribel y sus hermosas tetas. No se cansaba de mirarlas, de reojo. Sobre todo por las mañanas, cuando ella se levantaba y aparecía con sus pijamitas ajustados. Maribel no era tonta, y enseguida se dio cuenta de como la miraba su sobrino. Se la comía con los ojos. Lejos de molestarle, le encantaba saber que atraía a un joven, aunque fuera su sobrino. Una mañana, se levantó y fue a hacer pis. Antes de salir del baño, se miró al espejo. -Joder, no me extraña que Alberto me coma con los ojos. Tenía una camiseta de tirantes. Sin sujetador. Las tetas se salían por los lados, por el escote. Se pasó las manos por ellas, sonriendo a la imagen del espejo. Pensó en volver a su cuarto y ponerse algo más... decente. -Nah, que disfrute el chaval. 7

Salió del baño y fue a la cocina. Los ojos de su sobrino se abrieron como platos en cuanto la vio. Enseguida desvió la mirada. Maribel, como si no pasara nada, se sentó en frente de él. Alberto se acababa de hacer una rica paja en su cama, y al ver a su tía así, volvió a tener una fuerte erección. Menos mal que tenía puestos unos vaqueros y podía disimular. Pero la polla le dolía allí encerrada, apretada, constreñida, estrangulada. La tía Maribel hablaba con su madre, como si tal cosa. Alberto miraba aquellas dos maravillas. -Me voy a clase - dijo, levantándose con una carpeta delante, tapando el bulto de su pantalón. -Hasta luego tesoro - se despidió su madre. -Hasta luego, sobrino - se despidió Maribel, con una amplia sonrisa. -Chao. Alberto se marchó. María le dijo a su hermana. -¿No vas un poco... ligera? -¿Ligera? -Me refiero a ligera de ropa. -¿Tú crees? -Seguro que Alberto te comía con los ojos. -Nah, mujer. Que soy su tía. Además, seguro que en su clase hay muchas chicas que van más 'ligeras' que yo. -Mejor te tapas un poco. Que aunque Alberto sea tu sobrino, Rodolfo es tu cuñado y si te viera así se lanzaba sobre ti. -Jajajaja. Vale, María. Iré más tapadita. Cumplió su palabra. Nunca más se puso aquella camiseta de tirantes delante de la familia. Pero siguió usando sus ceñidos pijamas. Y siguió recibiendo las furtivas miradas de su sobrino. Amaneció un sábado. Maribel se despertó, fue al baño y después a la cocina. Alberto estaba ya desayunando. -Aghhhh - dijo, desperezándose y levantando los brazo - Buenos días, Alberto. -Buenos días, tía. -Ay, deja ya eso de tía. Me hace vieja. Lámame Maribel. -Vale.

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Se puso a prepararse un cafelito. Los ojos de Alberto fijos en su culo, tapado por un corto pantaloncito. Cuando lo terminó, como siempre, se sentó a la mesa y se puso a tomárselo a sorbitos. Ahora, los ojos de Alberto iban de su plato a sus tetas. De sus tetas, a su plato. -Me las vas a gastar - dijo Maribel. -¿Eh? -Las tetas. Me las vas a gastar de tanto mirarlas. Alberto se quedó petrificado. Los colores se le subieron a la cara. No podía ni hablar. Se sentía terriblemente avergonzado. Miró a Maribel, que lo miraba a él, con una media sonrisa. No pudo resistirlo y se levantó, huyendo hacia su cuarto. Ella también se sorprendió de la reacción de su sobrino. "Joder, Maribel. Pero que brutita eres", se dijo. Sabía de la timidez de Alberto y recordó lo que la había pasado hacía años con un amigo, tan tímido o más que su sobrino. En broma lo humilló en público y perdió su amistad para siempre. Se levantó y fue a hablar con Alberto. La puerta estaba cerrada y tocó. -¿Puedo pasar, Alberto? No hubo respuesta. Se atrevió a abrir, lentamente, la puerta. -¿Alberto...? Él estaba sentado en su cama, cabizbajo, rojo como un tomate. Maribel entró en la habitación y cerró la puerta. Se acercó a la cama y se sentó al lado de su sobrino. -Perdóname. Fui un poco bruta. El muchacho no dijo nada. Sólo se frotó las manos, nervioso. -¿Me perdonas, Alberto? Seguía frotándose las manos. Y seguía colorado. Maribel puso una mano en su rodilla y apretó. -Venga. Di que me perdonas. -Está... bien. - consiguió articular Alberto. -Gracias. Alberto levantó la vista y la miró a los ojos un segundo, apartando la vista rápidamente. Maribel vio su azoramiento. Le soltó la rodilla y se levantó, acercándose hasta la puerta. Meneó el culito. Sabía que él la estaba mirando. Abrió la puerta y se giró con rapidez suficiente para ver como Alberto desviaba la mirada. -No me importa que me mires las tetas, Alberto. Hasta luego. 9

Cerró la puerta y se marchó, dejando tras de ella a un boquiabierto Alberto. No sólo no le importaba, sino que esas miradas del tímido joven le gustaban. Cuando su marido empezó a ponerle los cuernos se sintió no sólo humillada, sino que hasta llegó al extremo de que su autoestima se cayó por los suelos. Se encerró en sí misma y ahora ese muchacho, su sobrino, la estaban sacando de ese estado. Se empezó a sentir otra vez atractiva, deseada. Y hasta, en cierta medida, excitada. Alberto era su sobrino. Sabía que la deseaba. Y sabía que no debía ser así. ¿Pero qué daño podría hacerle que la mirase? A lo mejor así se espabilaba y hasta le venía bien. Después de varios minutos, Alberto se atrevió a salir de su cuarto y volvió a la cocina. Allí, su tía, su madre y su padre estaban desayunando y hablando. -Rodolfo y yo vamos a ir al centro comercial de compras. ¿Te vienes? - preguntó María a su hermana. -No, prefiero quedarme en casa y descansar un poco. -¿Y tú, Alberto? El chico pensaba a mil por hora. Si su tía no se iba con sus padres eso significaba que se quedaría a solas con su tía. Eso lo excitaba y asustaba al mismo tiempo, a tal punto, que estuvo a punto de decir que iría con ello. Una rápida mirada a su tía, que lo miraba sonriendo le hizo desistir. -No..Tengo que estudiar, mami. -Bueno, pues nada. Nos vamos tu padre y yo. Después del desayuno su padre y su madre se fueron a vestir y después se marcharon. Maribel fue a la puerta a despedirlo, y cuando regresó al salón, se encontró a Alberto sentado mirando la tele. -¿No tenías que estudiar? -No. Es que no tenía ganas de estar toda la mañana arriba y abajo del centro comercial. Maribel se sentó en el sofá de al lado. -¿No será que querías quedarte a solas conmigo? - le preguntó mirándole a los ojos. Enseguida volvieron los colores a la cara de Alberto, que no pudo aguantar la mirada de su tía y desvió sus ojos. "Al menos no ha salido corriendo" - pensó Maribel.

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Miró al chico. Le gustaba el efecto que causaba en él. Verlo tan tímido, tan dulce, le gustaba. Volvió a sentirse mal por lo que había pasado por la mañana. Se levantó -Espera un momento. Ahora vuelvo. Se fue a su cuarto y buscó en su ropero. Sacó aquella camisa de tirantes que su hermana le sugirió no usar y se la puso, sin sujetador. Regresó al salón. Así compensaría el mal trago que le hizo pasar, y disfrutaría ella de las miradas que tanto le gustaban. Maribel notó un cosquilleo en el estómago. Algo que no sentía desde hacía años. Los ojos de Alberto al verla eran como los de aquella vez. -Creo que el otro día te gustó verme con esta camisa. Me la he puesto para que me perdones por lo de esta mañana. Pero no le digas nada a tu madre, eh? -No... no... claro. Se volvió a sentar. Alberto se puso a mirar la tele, evitando mirar hacia ella. -Ya te dije que no me importa que me mires. Me he puesto así para que me mires a mí, no a la tele. Con gran esfuerzo y la cara ardiendo, Alberto se atrevió a mirar a su tía. Estaba preciosa. Y esas tetas... Se quedó mirándolas. Y sabía que ella lo miraba a él. -¿Te gustan mis tetas, Alberto? -Joder, sí. -Jajaja. Al fin eres rotundo. Alberto se atrevió a sonreír. Su corazón empezó a latir con fuerza cuando ella se levantó y se sentó a su lado. Hasta el llegó el ligero aroma se su perfume. Sintió que la polla se le empezaba a poner dura, y asustado, se puso con disimulo las manos encima. Maribel se dio cuenta. A su sobrino se le estaba poniendo la polla dura. En otras circunstancias, todo habría acabado ahí. Incluso no habría ni siquiera llegado a ese punto. Pero su separación, su falta de cariño, su falta de sexo. Aquel muchachito tan dulce, tan tierno. -¿Qué te pasa? -Nada. -¿Seguro? ¿Y por qué...te tapas? Lo vio temblar. Rojo como un tomate. -¿Te excita mirar a tu tía? ¿Te ponen...cachondo las tetas de tu tiita?

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Maribel se dio cuenta de que se estaba comportando como una auténtica zorrita con su sobrino. Pero lo malo no era eso. Lo malo es que le gustaba. Alberto no contestó. No podía. Estaba petrificado. Y más petrificado se quedó cuando Maribel acercó sus manos a las suyas y las apartó. El bulto en su pijama era evidente. -Sí, ya veo que sí. Mi sobrinito tiene algo duro ahí escondido. Maribel se estaba excitando con todo aquello. Sus pezones se empezaron a endurecer y a marcarse bajo la camisa. Y su coño se empezó a mojar. Hacía mucho tiempo que no se le mojaba. -No es la primera vez que te la pongo así, ¿No? -No. -Ummm, vaya vaya..¿Y qué haces cuando se te la pongo así? Él no dijo nada. Maribel se acercó un poco más, hasta que sus muslos se tocaron. Los dos sintieron escalofríos. -¿Te la tocas? Venga, dile a la tía Maribel si te la tocas cuando se te pone así. -Sí. -¿Pensando en mis tetas? ¿En mí? -Sí. -Ummm, así que mi sobrinito se masturba pensando en mí. -Sí. Su coño ya era un mar de jugos. Sus pezones le dolían de lo duros que estaban. Y la polla de su sobrino parecía querer romper el pijama y salir. Maribel ya no podía más, pero el hecho de que Alberto fuese su sobrino la retenía un poco. -¿Me las quieres ver? Alberto la miró, asombrado. Claro que se las quería ver. Era lo que más deseaba en el mundo. Pero las palabras no se salían. Se miraban a los ojos. -Vaya, pero si tienes unos ojos preciosos, Alberto. Pero es tan difícil vértelos. Si me lo pides, te las enseño. -S..si...quiero. ¿Qué quieres? - preguntó ella, mimosa. -Vértelas. -¿Sí? Pídemelo bien...Pídeme que te las enseñe. Alberto aspiró. Cogió aire. Y mirando a su tía a los ojos, le dijo. 12

-Maribel... enséñame las tetas. -Ummmm, así sí. Maribel se agarró la camisa por la cintura, tiró de ella y se la quitó por la cabeza. Sus dos preciosas tetas quedaron libres, a la vista de Alberto. A ella le encantó como él la miraba. Cruzó las manos por delante, levantándolas un poco. -Son bonitas, ¿Verdad? -Son..preciosas. Las tetas más bonitas que he visto en mi vida. -¿Sí? ¿Has visto muchas, bribón? -No..me refiero a... el ordenador. -Ah, Internet. ¿Y al natural cuántas has visto? -Sólo... las tuyas -¿Sólo las mías? ¿Las de ninguna novia? Los colores habían desaparecido. Volvieron con la pregunta. -Nunca...he...tenido novia -Oh, pobrecito. ¿Eres virgen, Alberto? Él se sintió muy avergonzado. Respondió con un apenas audible sí. -No tienes que avergonzarte, Alberto. Eres muy joven. Ya verás como cuando aparezca la chica adecuada...dejarás de serlo. Alberto la miró a los ojos. Llenos de súplicas. Ella comprendió lo que esos ojos pedían. Pero eso no era posible. La mirada de Alberto se dirigió a las tetas nuevamente. Maribel acariciaba su mano. Su suave mano. -¿Las quieres tocar? La miró con la boca abierta. No se podía creer que todo lo que estaba pasando fuese verdad. Como a cámara lenta vio como su mano, guiada por la de su tía, se acercaba a una de las preciosas tetas. Casi se corre en el pijama cuando sus dedos la tocaron. Maribel le soltó la mano. Alberto no soltó la teta. Era suave, cálida, dura. Ella le sonreía. -Acaríciala. Las tengo muy sensibles. Alberto empezó a mover sus dedos. Acariciaba con las yemas, muy suavemente. Miró el oscuro pezón. Se atrevió a pasar su pulgar sobre él. Estaba duro. 13

-Ummmm, que rico, sobrino. Hacía mucho que no me acariciaban así. Maribel sentía su coño palpitar entre sus piernas. Su sobrino la estaba calentando mucho. Su inocencia la tenía loquita. -Tengo dos, ¿Sabes? Mi otra tetita se siente sola. Esta vez sin ayuda, Alberto llevó su otra mano a la otra teta, y con ambas manos, las acarició. -Así...muy bien. Hay que acariciar, no estrujar. -Son...son maravillosas. - dijo apretando entre el pulgar y el índice cada pezón. -Agggggg sobrinito. Me estás poniendo...cachonda. Un nuevo escalofrío recorrió la espalda de Alberto. La mujer de sus sueños le acabada de decir que él la estaba poniendo cachonda. Maribel entrecerró los ojos. Miró hacia la polla de su sobrino. Hubiese jurado que palpitaba bajo el pijama. ¿Cómo sería? Mientras él seguía acariciando y pellizcando con dulzura, acercó una mano hacia polla. La puso sobre ella y apretó. El cuerpo de Alberto se tensó. Los dedos se apretaron contra las tetas. Maribel sintió como la polla tenía espasmos. Su sobrino se estaba corriendo. -Agggg...aggggggg...Yo...lo..siento...agggggg Fue una corrida larga. Maribel notó por lo menos siete contracciones de la polla. Una mancha de humedad se empezó a hacer visible. Alberto le soltó las tetas y se quedó mirando al suelo. Si hubiese habido un agujero se hubiese tirado de cabeza sin pensarlo. -Yo... lo siento, Maribel. Lo siento. -Tranquilo. No pasa nada. Estabas demasiado excitado. Es normal. No le soltó la polla. Dejó allí la mano. La mancha aumentaba de tamaño. -Uf, te has manchado. -Joder. Tendré que lavarme los calzoncillos y el pijama -Jeje, sí, porque si tu madre lo ve se va a preguntar que qué hiciste para apretó la polla - correrte en los calzoncillos. Otra vez los colores encendieron sus mejillas. Maribel lo miró. -No eres el único que va a tener que lavar su pijama. -¿Qué? Maribel abrió sus piernas. La mirada de Alberto fue directa a su coño. Claramente visible, había también allí una macha de humedad. Ella no se había puesto bragas. 14

-¿Te has corrido? - Le preguntó Alberto. -No. Pero estoy muy muy mojada. Ummmm ya no puedo más. ¿Me ayudas a correrme? -Yo...no sé -Yo te enseño. Soltó la polla y le cogió una mano. Alberto se dejó guiar hasta el pijama. Ella presionó la palma de la mano en la zona. -¿Notas la humedad? -Sí. -Es mi coño, que está muy mojado. Tú me lo has puesto así. Y ahora te voy a enseñar a hacerle una pajita a tu tía. ¿Quieres que tu tía te enseñe a hacerla correr con tus dedos? -Sí... enséñame. Le guió la mano hacia arriba, hacia el elástico del pijama. -Métela por dentro, despacito. El corazón de Alberto iba a mil por hora. Vio como sus dedos se metían por debajo del pantaloncito. Lentamente, como ella le decía, fue metiendo la mano. -Ummmm, que rico siento tu mano. Ahora... acaricia mi pubis. Maribel se echó hacia atrás, pegando su espalda al respaldo del sofá. Miraba a los ojos de su sobrino. Eran en verdad preciosos. -Ahora... sigue bajando...pasa los dedos suavemente a lo largo de la rajita de mi coño. El primer coño que tocaba. El de su adorada tía. Estaba caliente, mojado. Babosito. No le costó nada pasar las yemas de sus dedos arriba y abajo. Siempre, despacito. Miró a su tía, buscando aprobación. Ella gemía de placer, con los ojos semicerrados, la boca abierta. -¿Lo haga bien? -Aggggg, muy bien...Sigue...acaricia el coñito de tu tía... Lo recorrió de arriba a abajo. Introdujo los dedos entre los cálidos labios. Fue subiendo otra vez y notó una zona distinta, como un botoncito. Cuando sus yemas lo tocaron, la espalda de su tía se arqueó sobre el sofá. -Ummmmm, ahí..ahí... justo ahí. Acaricia alrededor, con suavidad... -¿Es tu clítoris?

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-Agggggg sí... recuerda...siempre debes hacerlo suave...es muy sensible. Alberto empezó a acariciar alrededor. Maribel se contorsionaba de placer. Y él la miraba. Estaba muy hermosa. Más que nunca. Gimiendo del placer que él le daba. Era tan sexy, tan erótico mirarla. Y le aguantaba la mirada. Ella lo miraba fijamente, gemía y cerraba los ojos. Se pasaba la lengua por los labios, que se le resecaban una y otra vez al respirar por la boca. Una boca preciosa. De labios gruesos. Eran una tentación. -Ahora...más...más rápido...uf...qué bien lo haces, sobrino...Vas a hacerme correr...vas a hacer correr a tu tía con tus maravillosos dedos. Maribel cerró los ojos. Se pasó la lengua una vez más por los labios. Se mordió el labio inferior y empezó a separar su espalda del sofá, dejando la cabeza apoyada. -Aggggg..Alberto....me ahhhhhhhhh

..voy..a

correr...sigue..sigue..no

pares...ahhhh

Jamás en su vida Alberto olvidaría ese momento. El momento en que proporcionaba su primer orgasmo a una mujer. No apartó los ojos de su bello rostro, crispado por el placer. Sintió como ella se tensaba. En sus dedos notó un aumento de humedad. Las preciosas tetas acercándose a su cara. Maribel cerró con fuerza sus muslos, atrapando la mano que la estaba haciendo correr tan maravillosamente. Como hacía mucho tiempo que no lo hacía. Aquel inexperto muchacho la estaba haciendo gozar con gran intensidad. Alberto vio como ella se relajó. Su cuerpo cayó de nuevo hasta el sofá. Sus muslos ya no apretaban su mano. Los ojos seguían cerrados. La respiración acelerada hacía que su pecho subiera y bajara. Que sus tetas subieran y bajaran. Una sonrisa en sus labios. Labios tentadores. Bajó su cabeza, acercó su boca a la de ella y la besó. Tembló de pies a cabeza. Cerró los ojos para concentrarse en la sensación de aquellos labios. Cuando los abrió, los de su tía también estaban abiertos. Y le miraban. Se separó, temiendo haber ido demasiado lejos. No había pedido permiso para poder besarla. No se había separado más de 15 centímetros cuando Maribel llevó una mano a su nuca y lo atrajo hacia él. Lo besó con pasión, abriendo la boca, buscando su lengua. Se besaron largos segundos. Se separaron. Ambos sonreían. -Ummmm, Alberto. Es la mejor paja que me han hecho en mi vida. -¿En serio? 16

-Sip. El joven se hinchó de orgullo. Había hecho gozar a la hermosa mujer con sus manos. -¿Quieres que te haga yo una? - le preguntó Maribel mirándole fijamente a los ojos. Él aguantó su mirada. -Estoy... manchado Maribel llevó una mano hacia la polla y empezó a acariciarla sobre el pijama. Esta vez no hubo explosión. -Bueno, sólo es semen. Además, lo que quiero es sacarte más. Venga, hártate de teta. Alberto llevó sus manos a los objetos de su placer. Las dos estupendas tetas de Maribel. Las acarició y empezó a gemir. La mano de su tía se estaba metiendo por dentro de su pijama, como hizo él con la suya. La sintió enredar sus dedos en su vello y luego, bajar. La sintió agarrar su polla sobre el calzoncillo. Cerró los ojos cuando su tía metió la mano por dentro del calzoncillo y agarró su polla. -Vaya, sobrinito. Tienes una buena herramienta. ¿Me la dejas ver? -Ummmm si... Ella tiró del pijama y del calzoncillo con la otra mano, para descubrir la erecta polla de su sobrino. Era una linda polla, de las proporciones adecuadas y de buen grosor. Estaba brillante, mojada. En los calzoncillos había una buena cantidad de semen. Se lo dijo. Sabía que a los hombres les gusta que se lo digan. -Tienes una polla preciosa. Uf, y que gordita es. Me encanta. Alberto no decía nada. Sus ojos iban de las tetas que acariciaba a la mano de su tía agarrando su polla. Hacía esfuerzos para no correrse. Cada latido de su corazón lo sentía dos veces. Una en su pecho e instantes después, en su polla, apretada por la delicada mano de su tía. La mano empezó a subir y bajar. Despacito, apretando. Maribel no quería que se corriera demasiado pronto. Quería que él disfrutara. Y ella. -¿Te has hecho muchas pajas pensando en mi? -Aggg... sí... muchas...desde...desde la última vez que viniste. -Ah, pillo. Eso fue hace tres años. -Sí. -¿Así que llevas tres años haciéndote pajas por mí? -Sí, Maribel. 17

-Vaya, pues que honor. Jajajaja. Aumentó un poco el ritmo de la mano. -¿Y en qué pensabas cuando te la meneabas por mí? -En...en tus tetas. Bueno, en todo. Estás... -¿Cómo estoy? -Estás muy buena, Maribel. Lo dijo mirándola a los ojos. Ella sonrió y acercó su boca a la suya. Le besó con pasión. -Gracias, sobrinito. Siempre es agradable que le digan a una un piropo, sobre todo si es de un joven guapo como tú. Dime... ¿Qué le hacías a mis tetas en tus... pensamientos? ¿Las acariciabas como estás haciendo ahora? -Ummmmm sí...sí.... miles de veces las acaricié en mi cabeza. -¿Y qué más? ¿Qué más le hacías a mis tetitas? -Las... besaba. -Ummmm, ¿Sí? ¿Le dabas besitos a mis tetas? -Sí.. sí...las besaba. Maribel movió aún más rápido la mano. Sabía que aquella polla estaba a punto de estallar. -¿Y qué más? ¿Imaginabas que... metías tu polla entre ellas? -Agggggggg Alberto no pudo contestar. Su cuerpo se tensó, su polla empezó a tener espasmos y de la punta salió disparado un poderoso chorro de semen que se estrelló contra su pecho. A Maribel le encantó sentir el pulso de la corrida en su mano. Y sabía que habría más. Mirando la dura polla adivinó el siguiente disparo y lo acompañó con su mano. Luego vino el tercero, y el cuarto. Todo el cuerpo de su sobrino era pura tensión. Los chorros de leche se acumulaban sobre el pecho del muchacho, manchando el pijama. Maribel se maravilló de la enorme corrida que él estaba teniendo, a pesar de haberse corrido no hacía mucho. Al séptimo chorro la polla dejó de manar, pero siguieron los espasmos. Los dos últimos chorros, más flojos, le cayeron sobre la mano. Dejó de moverla. La polla seguía pulsando. Alberto seguía sin respirar. Por fin, lo hizo. -Aggggggggggggg tía.... que....gusto... -Vaya corrida, Albertito. Joder, nunca había visto una polla soltar tanta leche. ¿Es siempre así?

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-Siempre que pienso en ti. -Uf, mira como te has puesto. Mira como has dejado mi manita. -Lo siento. -Jajajaja. No tienes que sentirlo. Una de las cosas que más me gustan es ver una polla correrse. Y la forma en que la tuya lo ha hecho me ha encantado. Le soltó la polla. Aunque no tanto como antes, seguía dura. -Será mejor que nos lavemos y limpiemos tu pijama. Si tu madre lo ve así le da algo. -Sí, no creo que tarden mucho en regresar. Alberto se cambió de ropa y Maribel se vistió. El muchacho le dio una buena lavada a su pijama y después lo llevó al cesto de la ropa sucia. Lo escondió entre la demás ropa. En ese momento vino Maribel, con las bragas y el pantalón de su pijama. -Tomo, pon esto también en el cesto. Alberto alargó una mano y cogió las prendas. Aún estaban calientes. Y las bragas mojadas. Los dos se miraron. -¿Alguna vez imaginaste tener mi bragas usadas en las manos? -Sí... - contestó Alberto, ruborizándose un poco. Sólo un poco. -¿Sí, bribón? ¿Y qué imaginaste que hacías con ellas? Mirándola a los ojos, se las acercó a la nariz y las olió. -Jajaja. Lo sabía. Y - dijo mirándole la entrepierna - veo que te gusta como huele el coño de tu tía. No pudieron seguir porque en ese momento oyeron la puerta de la casa. Alberto metió con prisas la ropa en el cesto y fue a la puerta a ayudar a sus padres a meter la compra. Como siempre que iban de compras, volvían discutiendo. -Joder, María. Te has pasado comprando. -Pues haber comprado tú, Rodolfito. -Ey, que me pasé casi una hora en la charcutería para 200 gramos de chorizo. -Tú a lo que estabas atento era a los 1000 gramos. -¿Qué mil gramos? -Los de las tetas de la charcutera. -Bah, exagerada. Como mucho... 800. Jajajaja. 19

-Capullo. Recogieron entre los cuatro la compras. Alberto y Maribel se echaban miraditas. -¿Y vosotros que habéis hecho? - preguntó María. -Aburrirme como una ostra. Alberto se ha pegado todo el tiempo en su cuarto estudiando. -Pues haber venido con nosotros. -La verdad, no me atrae la idea de pasarme la mañana calculando el peso de las tetas de la charcutera. -Jajajajaja - estalló Rodolfo - ¿Y las tuyas cuando pesan? -¡ RODOLFO SANTILLANA !- dijo María dándole un codazo a su marido - MENOS BROMITAS -Pues no sé. Luego me las peso y te digo. -¡MARIBEL! Rodolfo y Maribel reían a carcajadas. Ni María ni Alberto reían. A María no le gustaban ese tipo de bromas, y Alberto había notado como su padre miraba a su cuñada. Como la miraba él. Maribel se quedó en la cocina ayudando a su hermana a preparar la comida y los hombres se fueron al salón. -Con gusto se las pesaba yo - le dijo por lo bajinis su padre a Alberto. -Joder, papá. -AY, no me digas que has salido tiquismiquis como tu madre. Que es una broma, coño. "Sí, sí. Una broma. ¿Crees que no me he dado cuenta de cómo te la comes con los ojos" - pensó Alberto. "Que es tu cuñada, coño". Que fuera la cuñada de su padre parecía ser más importante que el que fuera su tía. Durante la comida siguieron las furtivas miradas. Maribel, disimulando, buscó con su pierna la pierna de su sobrino. Cuando Alberto la sintió, dio un respingo. -¿Qué te pasa? - preguntó su madre. -Nada, nada. Que... se me ha dormido una pierna Maribel tomaba su sopa y sonreía. Después de comer, como siempre, Rodolfo fue a echarse una siesta. Maribel y Alberto se cruzaron por el pasillo.

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-Cuando tu padre se despierte puedes decirle cuanto pesan mis tetas. -Coño. NO. -Bueno, quizás sea mejor que él mismo las... tiente. Alberto le echó una mirada de fuego. Maribel lo miró, seria, pero no puedo evitar echarse a reír. -Jajajaja. Sobrinito lindo. Que estoy de broma, hombre. Su hermana apareció por allí y ya no pudieron seguir hablando. Ni durante el resto del día. María estaba habladora y no se separaba de Maribel. Por la noche los cuatro se pusieron a ver una película en el salón. María y Rodolfo en un sofá, y Maribel y Alberto en otro. Él la miraba de vez en cuando, pero Maribel parecía absorta en la película. Cuando terminó, Maribel se levantó y se desperezó. -Oooaaaahhh... Bueno, me caigo de sueño. Me voy a dormir. Buenas noches a todos. -Hasta mañana, Maribel - saludó su hermana. -Chao cuñadita. Alberto no dijo nada. Al poco, él también se fue a dormir. Se acostó en su cama, con los brazos detrás de la cabeza. Recordaba todo lo que había pasado esa mañana. Por fin había tenido sexo con una mujer. Y nada más y nada menos que su tía, su adorada e idolatrada tía. Tan bella, tan sexy. Había tenido entre sus manos sus maravillosas tetas. Incluso la había hecho correr masturbándola. Y ella a él. Ese día no lo iba a olvidar jamás. Oyó a sus padres irse a la cama. La casa quedó en silencio. Miró a la pared de su derecha. Justo detrás dormía su tía. ¿Cómo lo haría? ¿Con uno de esos pijamas tan lindos? ¿O quizás desnuda? Al poco su polla formaba una tienda de campaña bajo la sábana. Metió la mano derecha y se la agarró. Se iba a hacer una nueva paja a la salud de su tía. Pero ahora con recuerdos, no con la imaginación. Su móvil hizo bip-bip. Había recibido un sms. ¿Quién coño le enviaba un sms a esas horas?. Cogió el teléfono. No reconoció el número. Abrió el mensaje. "Sobrino...estoy cachonda. ¿Me haces una pajita?". No se lo podía creer. El corazón le dio un vuelco con en el pecho. Casi no atinó a responderle. No podía pulsar con acierto las teclitas de su teléfono.

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"Claro. Voy para allá". Salió de su cuarto a oscuras. En el cuarto de sus padres no había luz. Por debajo de la puerta de su tía asomaba claridad. Se acercó y sin tocar, entró. Ella estaba sobre la cama, con un corto pijama. -Pasa y cierra la puerta - le susurró. La habitación estaba iluminada por la lamparita de la mesa de noche. Alberto se acercó y se quedó de pie, mirando a la hermosa mujer que le sonreía, acostada. -Vaya, veo que tú también estás...contento. Alberto se miró. Su polla formaba un enorme bulto en su pijama. Maribel se echó hacia un lado de la cama. Era individual, de 105, pero podrían caber los dos, juntitos. -Acuéstate a mi lado, sobrinito. Alberto se subió a la cama y se tumbó junto a su tía. A la luz de la lamparita estaba preciosa. Sus ojos brillaban. Se miraron. Alberto miró, ya sin disimulo, las tetas de su tía. Se las veía apretadas tras el pijama. Los pezones eras dos protuberancias marcadas contra la fina tela. El pijama era de botones. -Ummm, sobrinito. No dejo de pensar en el placer que me dieron tus dedos. -Ni yo, Maribel. Fue... maravilloso. -¿Me desabrochas la camisa del pijama? Despacito. Alberto se incorporó un poco para poder usar las dos manos. Le temblaban un poco cuando las acercó al primer botón. Con dificultad lo abrió, descubriendo el canalillo que separaba las dos tetas. Maribel le miraba a los ojos, sonriendo. Su coño rezumaba jugos. El siguiente botón estaba justo en medio de las dos tetas. Lo abrió pero no separó la tela. Despacito, sus manos fueron hacia el siguiente, que también fue abierto. Al poco, todos y cada uno de los botones estaba abierto. La camisa seguía tapando el cuerpo de Maribel. Sólo se vía un poco a través de la abertura. Con delicadeza, como si descubriera el mayor de los tesoros, Alberto apartó el lado derecha de la camisa, descubriendo esa mitad del cuerpo. Ella respiraba cada vez más profundamente, cada vez más excitada. Después, el descubrió la otra mitad y se quedó unos segundos mirando. Alargó una mano y acarició una de las tetas. Caliente, suave. La apretó ligeramente con sus dedos. -Ummmm, cómo me gusta que me acaricies. 22

Alberto se agachó y besó a su tía en los labios, acariciando su pecho al mismo tiempo. Los dos cerraron los ojos para sentir. Los labios se abrieron y las lenguas se encontraron. Maribel sentía como la mano de Alberto iba de una teta a la otra. Y contra su cadera, la dureza la polla. -Aggggg que rico...haz como en tus fantasías. Bésamelas. Lámemelas. Alberto no se lanzó como un loco a comerse las tetas, aunque es lo que deseaba. Las siguió acariciando. Besó una última vez a su tía y se separó un poco para mirarle a los ojos. La besó una mejilla. Ella sonrió. La besó el mentón. Ella gimió. La besó en el cuello, cerca de la oreja. Ella se estremeció. Fue bajando, besando cada centímetro de piel por ese largo cuello. Ella tembló. Un beso en la clavícula. Ella arqueó la espalda. Los labios llegaron al nacimiento de las tetas. Un nuevo beso. -Aggggg, Alberto. Me vas a matar. Sigue... sigue. Fue bajando por el canalillo que separaba las dos maravillas, besando. Y lamiendo. La punta de su lengua hacía unas exquisitas cosquillas que hacían gozar a la mujer. Besito a besito, la boca de Alberto llegó, por fin, a uno de los duros pezones. Lo lamió alrededor, lo atrapó entre sus labios y chupó. -Ummmmm dios mío... eres...eres... Con la mano acariciaba la teta mientras la chupaba y lamía. Cambió a la otra, haciendo lo mismo. Maribel no dejaba de gemir, de mecer su cuerpo. Casi se queda sin respiración cuando su sobrino le mordió muy delicadamente uno de sus pezones y notó como la mano empezaba con lentitud a bajar. Las yemas de los dedos acariciaban la piel, bajando, bajando. Se detuvieron un poco en su barriga, en su ombligo. Después, continuaron su camino. Hasta llegar al elástico del pijama. No fue un obstáculo. Se introdujeron por debajo y continuaron bajando. Se enredaron en el vello púbico. Le gustó su tacto suave. Alberto levantó la cara un momento para mirarla. Ella tenía los ojos cerrados. El labio inferior ligeramente mordido. Estaba tan linda. Y gemía de placer. Placer que él le estaba dando. Volvió a chupar los pezones, y siguió bajando sus dedos. Con la yema del dedo corazón recorrió la rajita del coño de su tía. Apenas rozándolo. Eso hizo que ella se tensase de arriba a abajo. -Agggggg sobrinito....Sigue...sigue.... El dedo bajó, mojándose en los calientes jugos que segregaba aquel coñito. Recorrió los labios vaginales, y subió a buscar el inflamado clítoris. Cuando empezó a acariciarlo Maribel se empezó a contorsionar.

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Ella sentía los dedos, acariciarla expertamente. Sin prisas. Permitiéndole sentir el placer de forma pausada, completa. Y al mismo tiempo sus labios, su lengua, saltando de pezón en pezón. Su sobrino aprendía rápido. -Ummm sobrinito... ¿Ves como me tienes? A punto de correrme con tus dedos, con tu boca. Recuerda que...agggggg debes tratar así siempre a... agggggg las mujeres....con dulzura... y serán tuyas. Alberto probó una cosa. Bajó con sus dedos índice y corazón, buscando la entrada de vagina. La encontró y empezó a meterlos. Su dedo pulgar acarició el clítoris. Acompasadamente metió y sacó los dedos a fondo y trazó círculos alrededor del botoncito de placer de su tía. Eso fue definitivo. Maribel se empezó a tensar. Su cuerpo se empezó a cargar de energía que lo fue llenando hasta que estalló. Alberto quería verla así. Separó la cabeza y la miró. La expresión del rostro de su tía en pleno orgasmo era preciosa. Los dientes apretados. Los ojos cerrados con fuerza. En su dedos notaba como el coño palpitaba y le mojaba los dedos. Fueron largos segundos en los que Maribel no dejó de tener aquella expresión. Y de repente, quedó relajada. Sólo su pecho subía y bajaba al ritmo de la agitada respiración. Abrió los ojos lentamente y miró a su sobrino. -Ummmmm ¿Seguro que nunca se la habías hecho a ninguna mujer? -No, seguro. Eres la primera. -Pues...me has hecho correr como todo un experto. Una de las manos de Maribel se acercó a la entrepierna de Alberto y le agarró la polla sobre el pijama. -Qué durita la tienes ¿Qué te gustaría que la tita hiciese? Alberto se quedó callado. Aún tenía algo de vergüenza. No se atrevía a pedir lo que deseaba. Maribel introdujo la mano por dentro del pijama y le cogió la polla. La apretó y empezó una lenta paja. -Venga, dímelo. Dime en que pensabas todas esas noches, en tu cama, mientras te hacías una paja pensando en mí. Dímelo y te dejaré hacerlo. -Agggg... Maribel. -Pensabas en mis tetas, ¿Verdad? -Oh, sí. -Imaginabas que ponías tu polla entre ellas... ¿No es así? -Sí...mi polla, entre tus...tetas. -En tu mente me mirabas tu polla atrapada entre mis tetas. Imaginabas que tu tía te hacía una paja entre sus tetas. 24

-Aggggg sí...sí.... -Ummm, niño malo. Metiendo su polla entre las tetas de su tía. Y seguro que te corrías sobre ellas. Que me las llenabas con toda esa leche calentita que sale de tu linda polla. Alberto estaba a punto de correrse. Maribel lo notó y le soltó la polla. -Bueno, sobrinito. ojos.

¿Sabes ya lo que quieres? - le preguntó, mirándole a los

Alberto se sonrojó ligeramente, pero se atrevió a responderle. -Quiero... quiero que me hagas una paja con tus tetas. Quiero correrme entre ellas, llenártelas de leche. -Ummm, así me gusta. Que pidas lo que deseas. Maribel cogió una almohada y se bajó de la cama. Estaba muy sexy con el pijama abierto y las tetas desnudas medio a la vista. Dio la vuelta y se pudo por la parte en donde seguía acostado Alberto. - Siéntate en la cama. Alberto obedeció al instante. Maribel puso la almohada en el suelo, entre las piernas de él y se arrodilló. Alberto la miraba, embelesado. Y más cuando su tía alargó las manos y empezó a tirar de su pantalón de pijama. -Levanta el culete. Le bajó el pantalón y se lo sacó del todo, tirándolo al suelo. La polla quedó apuntando al techo. -Ponte todo al borde de la cama que puedas. Alberto se sentó con medio culo en la cama y medio en el aire. Se apoyó con las manos en el colchón, echándose ligeramente hacia atrás. Miraba a la preciosa mujer arrodillada entre sus piernas. Mujer que iba a realizar una de sus más ansiadas fantasías. Maribel se agarró las tetas, juntándolas entre sí. Miró a los ojos a su sobrino y con una sonrisa maliciosas, acercó las tetas a la polla, que daba saltitos sola de excitación. Con los duros pezones acarició la punta de la polla. Alberto gimió. -¿Llegaste a pensar que tus fantasías se harían realidad? -Joder, no. Jamás pensé que esto pudiera pasar. -Uf, ni yo. Eres mi sobrino, el hijo de mi hermana mayor. Pero la forma en que me mirabas las tetas me gustaba mucho. ¿Es esto lo que querías? Al decir eso, separó las tetas y atrapó la dura polla entre ellas.

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-Aggggg, dios mío. Sí...siiiiiii Maribel apretó de nuevo sus tetas, esta vez con la polla entre ellas. Y empezó con la paja cubana. Alberto miraba con los ojos entrecerrados de placer. -Qué dura tienes la polla. Hacía mucho que no sentía una tan dura entre mis tetas. -Ummm Maribel...esto es....maravilloso -Disfruta, sobrinito. Disfruta de mis tetas. Mira como tu polla aparece y desaparece entre ellas. Los dos miraron. De la punta de la polla salía transparente líquido pre seminal, que se esparcía sobre las grandes tetas, mojando el canalillo y facilitando que la polla resbalase mejor. Aquello no iba a durar mucho. Los dos lo sabían. Alberto gemía cada vez más fuerte. Su cuerpo empezó a anunciar la inminente corrida. -Ummm... creo que alguien se va a correr. Creo que alguien le va a llenar a su tía las tetas de leche, ¿Verdad? -Aggggg sí... sí. A Alberto casi se le nubla la vista por el intenso placer que se empezó a apoderar de su cuerpo. El primer chorro de leche que salió disparado de su polla no tocó las tetas. Ni las rozó. Dio de pleno en el cuello de Maribel, que sorprendida, miró hacia abajo. El segundo tampoco dio en las tetas. Se estrelló contra sus mejillas y sus labios, entrando un poco, incluso, en su boca. Con rapidez, sacó la polla de entre sus tetas, la agarró con una mano y dirigió el resto de la corrida contra las tetas. Un chorro contra la teta derecha. El siguiente, para la izquierda. Cada una recibió tres enormes chorros, calientes, espesos, brillantes. El noveno ya fue más débil y no llegó a los pechos, así que Maribel las acercó y terminó de ordeñar la polla con la mano. Cuando todo acabó, Alberto se quedó mirando a su tía. Era la pura imagen de la lujuria. Tenía la cara marcada por un disparo de semen, que cruzaba desde la mejilla a la barbilla. Su cuello también mostraba el trazo de otro chorro de semen. Y las tetas...nevadas. Se iba a disculpar por haberse corrido en su cara, pero ella le sonreía. Y se pasó la lengua por los labios, limpiándolos de leche. -Vaya corrida, sobrinito. Mira cómo me has puesto. ¿Estoy guapa? -Estás... preciosa. Maribel se miró las tetas, llenas del semen se su sobrino. Se llenó de su aroma. Llevó las manos hasta ellas y se empezó a esparcir el semen, como si de crema solar se tratase. 26

-Dicen que es bueno para la piel. Jajajaja Alberto no pudo más, se arrodilló junto a ella y la besó, con pasión. Su boca sabía salada. Llevó las manos a las tetas. Ella quitó las suyas y él continuó untándola con su leche. -Ummm sobrinito... me vas a calentar otra vez. Será mejor que no vayamos a dormir, no vaya a ser que nos pillen. A regañadientes, Alberto quitó las manos de los pechos de la mujer. La ayudó a levantarse y se despidió de ella con otro beso. Desde la puerta de la habitación le echó una última mirada. Ella le mandó un beso volado. A tientas en la oscuridad volvió a su cuarto. En su retina aún la imagen de su tía arrodillada y cubierta con su leche. Su sonrisa. Se metió en la cama para intentar dormir. Al poco sonó un mensaje en su móvil. A toda prisa lo cogió y lo leyó. "Ummmm, sobrinito. Qué bien voy a dormir untadita en tu leche" La polla le dio un respingo. A punto estuvo de ir corriendo al cuarto de su tía. El domingo amaneció un día radiante. Alberto se levantó y después de hacer sus cosas en el baño, fue a la cocina. Allí su madre y su tía charlaban. -Buenos días. -Buenos días. ¿Qué tal has dormido, sobrino? -Pues... bien, gracias. -Yo debo de haber sudado mucho. Tengo el cuerpo... pegajoso. Lo dijo mirándole a los ojos y después le puso morritos. La polla, que estaba morcillona, se puso dura del todo. Alberto desayunó sin quitarle ojo a su tía. Si su madre no estuviera... Pero estaba. Tendría que conformarse con mirar. Después de desayunar, Maribel salió de la cocina. Alberto clavó sus ojos en el redondo culo de su tía, que se meneaba más de lo normal. Ella sabía que él lo estaría mirando. -¿Qué vas a hacer hoy, Alberto? - preguntó su madre. -Pues... no sé. Nada, supongo. Se levantó y salió también de la cocina. Vio al final del pasillo como Maribel entraba en el baño. Se acercó y cuando estuvo seguro que ni su madre ni su padre miraban, se metió dentro y cerró la puerta. Su tía estaba de pie junto al wáter.

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Se miraron. Ella se bajó el pantaloncito hasta los tobillos. Por primera vez Alberto veía su coño. Como todo en el resto de ella, era precioso. Bien arreglado. Maribel se sentó y empezó a orinar. -Uf, sobrinito. Me estaba meando. Alberto se acercó lentamente a su tía. Oía el chorrito perfectamente. Le resultó extraño que ella pudiese orinar. Él no podía si había alguien más en el baño. Llegó junto a ella. Maribel le echó una mirada a su bulto y le sonrió. -Vaya, parece que tu amiguito está en pie de guerra. Maribel alargó una mano para coger un poco de papel higiénico para secarse. Se lo enrolló en los dedos. Iba a meter la mano pero se lo pensó mejor. -¿Me secas, sobrinito? - le dijo, pasándole el papel Alberto lo cogió. Maribel, mirándole a los ojos y con un sensual sonrisa, abrió sus piernas. Su sobrino llevó la mano al coño y le pasó el papel. -Bien, jeje. Ya estoy... sequita. Al menos de pis. Alberto soltó el papel, y acarició el coño con los dedos. Estaba caliente, y al pasar los dedos arriba y abajo lo encontró mojado. -Aggggg, que rico. ¿Has cerrado bien la puerta? -Sí. -Estamos locos. Nos van a pillar. A Alberto en ese momento le importaba un bledo que los pillaran o no. Deseaba una cosa, y la iba a conseguir. -Levántate - le dijo a su tía tratando de sonar enérgico. Ella lo hizo, riendo. Entonces, Alberto bajó la tapa y la hizo volver a sentar. -Uy, qué fría está. Él se arrodilló en el suelo. Llevó sus manos a las rodillas y las separó con suavidad. El coño de su tía quedó expuesto. -Anoche me dijiste que te gustaba que te dijese lo que deseo. -Sí. ¿Qué deseas, sobrinito? -Deseo...comerte el coño. Maribel no se lo esperaba, pero se estremeció de pies a cabeza. Se mojó aún más de lo que ya estaba.

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Ahora fue él el que le pidió que se sentara al borde de la taza. Fue él el que acercó su cara a sus piernas. Maribel empezó a gemir ya con el primer beso que recibió en la rodilla. Y con el siguiente en la otra rodilla. Abrió lo más que pudo las piernas, mirando como los labios de su sobrino besaban el camino hacia su coño. Se mordía con fuerza el labio inferior. Un beso a medio muslo. Otro más cerca. Y otro aún más cerca. Hasta que los labios llegaron a las ingles. Las besó. Primero una y después la otra. Ella miraba, evitando gritar. Alberto se separó unos centímetros. Los justos para mirar el brillante coño. Los justos para levantar la vista y encontrarse con los ojos de su tía clavados en él.. -Tus tetas son preciosas, Maribel. Tu coño es...hermoso Sacó la lengua, la acercó y lo lamió de abaja a arriba, deteniéndose en el clítoris. Maribel se tensó de puro placer. -Aggggggggg Alberto. Me matas. Él empezó a lamer, a chupar. Hacía con la lengua como ella le había enseñado con los dedos. El sabor de coño le encantó. Salado... gustoso. Poniendo la lengua ancha la empezó a mover sobre el clítoris. A veces despacito y tras muy rápido. Ella gemía con todas las caricias. Maribel estaba asombrada de lo bien que lo hacía su sobrino. La estaba matando de placer. Le iba a hacer correr con la boca, con aquella endiablada lengua -¿Lo hago bien? -Ummmm los haces...muy...muy bien..me vas a ...hacer correr, bribón...no pares...cómele el coño a la tita Maribel. En pocos segundo ella lo sintió. Su cuerpo se empezó a tensar. Dejó de respirar. Se iba a correr y nada en el mundo lo podría evitar. Llevó sus dos manos a la cabeza de su sobrino y la apretó contra ella. Y se corrió. Sus ojos se cerraron con fuerza y la cara de Alberto se mojó con los jugos que manaron del coño, que tenía un espasmo tras otro. Fue un orgasmo largo, intenso, arrollador. Maribel llegó a hacerse sangre en el labio, que se mordió para no gritar de placer. Alberto separó la boca. Besó la cara interna de los muslos. Alrededor de su boca su piel estaba brillante. -Bésame, Alberto. Justo cuando las bocas se iban a tocar, tocaron a la puerta. -¿Quién es? - sonó la voz de Rodolfo. -Soy yo, cuñado. Salgo en un momento. 29

-Date prisa, que me meo. Alberto y Maribel se miraron, asustados. -Joder, ¿Y ahora qué? Ella pensó con rapidez. -Esto, cuñadito. ¿Me traes papel higiénico. Se ha terminado. -Claro, pero date prisaaaaaa Se acercaron corriendo a la puerta y cuando oyeron los pasos alejarse, Alberto abrió y se escabulló. Maribel volvió a cerrar y esperó a que su cuñado tocase. -Aquí tienes. Abrió la puerta, sacó la mano y cogió el rollo. Al minuto salió. -Gracias cuñado. Todo tuyo. Se habían librado por los pelos. Miró en la cocina. Allí estaba su hermana. En el salón no había nadie. Maribel se dirigió al dormitorio de su sobrino. Él estaba allí. -Uf, sobrinito. Casi nos pillan. Tenemos que ser más cuidadosos. Alberto la abrazó y la besó con pasión. -Ummm, pero... esto no es ser cuidadosos, Alberto. Contra su barriga notó la dureza de la polla. Llevó una mano hasta allí y empezó a acariciarla. Alberto la atrajo hacia él apretándola por el culo. Después, se sacó la polla y le puso la mano a ella sobre su dura barra de carne. -Ummmmm, Cómo estás sobrinito. Después de la estupenda comida de coño que me hiciste, te has ganado una buena... mamada. -Uf... Maribel...no sabes como lo deseo. -Y yo. Pero seamos cautos. Después de comer, cuando tus padres se vayan a hacer la siesta, te chuparé la polla. -Pero...no puedo más. Ahora. Chúpamela ahora. -No...es demasiado arriesgado - le dijo, sin soltarle la polla. -Por favor. Lo deseo ahora. Estoy muy excitado. Seguro que me correré rápido. Maribel le miró a los ojos. Tenía una mirada suplicante. -Joder. Está bien. Pero si nos descubren, será por tu culpa. Se arrodilló delante de su sobrino. La polla quedó a la altura de sus labios. Sabía que iba a ser su primera mamada. Hubiese deseado hacerle una lenta y sensual mamada. Llevarlo al borde del orgasmos varias veces y parar. 30

Pero no había tiempo para eso ahora. Tenía que hacerlo correr lo antes posible. Así que puso sus manos en las nalgas del chico, lo atrajo hacia ella, abrió la boca y se tragó la polla. Enseguida empezó a mamar, absorbiendo, chupando, lamiendo con la lengua. Movía la cabeza hacia adelante y hacia atrás, haciendo que la polla saliese hasta la mitad antes de volver a metérsela. Le miró a los ojos. Sabía que eso volvía locos a los hombres. Que una mujer arrodillada les mire a los ojos mientras tienen su polla entrando y saliendo de la boca. Alberto no le había mentido. Estaba muy excitado y se correría pronto. Empezó a tener espasmos. Los dedos se sus manos se agarrotaron. La polla empezó a temblar. Maribel se preparó para recibir en la boca la corrida del muchacho. Justo cuando el espasmo del primer chorro empezó, Maribel se acordó de las cantidad de leche que aquella polla echaba cuando se corría. Esa vez no fue una excepción. A pesar de los esfuerzos que Maribel hizo para tragárselo todo, de las comisuras de sus labios empezó a manar semen, que bajó por su barbilla, por su cuello. En plena nube de placer, Alberto oía como su tía tragaba, y veía como de su boca salía un reguerito de su leche. Hasta diez chorros le echó dentro de la boca. La mayor parte terminó en el estómago de Maribel. Cuando terminó de correrse, Alberto se sintió flojo y dio unos pasos hacia atrás, sentándose en la cama. Vio como su tía llegó justo a tiempo de parar el reguero de leche antes de que le manchara el pijama. Lo recogió con los dedos y se lo llevó a la boca. -Ummmm, me encanta tu leche. Pero coño, es imposible tragársela toda. Alberto apenas la oía. Seguía flotando en su nube. -Bueno, me voy antes de que nos echen de menos. Maribel salió del cuarto y lo dejó allí, con los pantalones a medio muslo y la polla descansando, a media asta, sobre uno de los muslos. El resto del día aprovechaban cada oportunidad que tenían para besarse, para tocarse. Los dos sufrieron una gran decepción cuando su madre no se fue a dormir la siesta. Tenía ganas de cháchara y Maribel se vio obligada a dársela. No tuvieron oportunidad de estar solos y se fueron a la cama por separado. Alberto cogió su móvil y le mandó a su tía un mensaje. "Te deseo, Maribel". En pocos segundos recibió respuesta. "Y yo a ti, sobrinito. Cuando se acuesten tus padres, espera 15 minutos y ven"

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Le espera se le hizo eterna. Cuando pasó el tiempo establecido, Alberto apagó las luces y salió. A tientas dio con la puerta de su tía. Entró y cerró. La habitación estaba a oscuras. Se acercó a la cama y entonces, Maribel encendió la lamparita de la mesa de noche. Se quedó embelesado mirándola. Acostada, sobre la cama. Totalmente desnuda. Su cabello alborotado sobre la almohada. Sus preciosas tetas sobre su pecho. Su barriguita. Su pubis. No veía su coño. Ella lo tapaba con uno de los muslos. -Desnúdate, sobrinito. Y ven con la tita a la cama. El pijama voló por los aires. Y con la polla danzando entre las piernas, se acercó a la cama. Maribel se echó hacia un lado para hacerle hueco. En cuanto se acostó, se abrazaron y empezaron a besarse. -Joder, todo la tarde mi madre de cháchara. No te dejó ni un momento libre. -Sí... Tus miradas me estaban poniendo loquita. ¿Tanto te gusto? -Me vuelves loco, Maribel. Alberto llevó una manos a las tetas. Las agarró y acarició. Besaba los labios, la frente, las mejillas, el cuello de su tía. Ella ronroneaba como una gaita de lo a gusto que se sentía entre los brazos de su sobrino. La mano de Alberto bajó lentamente por el suave cuerpo de Maribel hasta llegar su coño. Ella la recibió abriendo las piernas. Y gimió en la boca de Alberto cuando él empezó a acariciarla. -Estás muy mojadita. ¿Es por mí? -Agggg, claro que es por ti. Me sorprendiste esta mañana con tu boca. Qué placer me diste, Alberto. -¿Quieres más? ¿Quieres que tu sobrinito te coma otra vez el coño? -Ummmmmm siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii cómeme el coño, sobrinito. Haz correr a tu tía con esa boca tuya. Alberto la miró a los ojos. -Lo que yo deseo es... follarte -Ummm, mi niño. Y yo también lo deseo. Pero no puede ser. Soy tu tía. -¿Por qué no? Me has masturbado. Me las has chupado. Ahora deseo follarte, Maribel. -Aggggg Alberto...eso no...eso no... Le metió dos dedos en el coño y le frotó el clítoris con el pulgar. Maribel se empezó a contorsionar de placer sobre la cama.

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-Por favor, Maribel. Te deseo tanto... Déjame follarte...por favor....sólo...sólo un poquito...sólo un poquito. -Aggggg Alberto.... -Por favor. Aquellos dedos la estaban llevando a la cumbre del placer. Miraba la cara de súplica de su sobrino. Miraba los preciosos ojos del muchacho. Sus barreras se desmoronaban. -¿Tienes...condones? -No... no tengo -Agggggg.... joder... Metió los dedos más a fondo. Maribel cerró los ojos. -Ummmmm...está bien...pero...ten cuidado... No te corras dentro. Salte antes. Los ojos de Alberto se iluminaron. Bajó sus labios y la besó. Maribel abrió las piernas

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El Toro Pasado Ahora es fácil decirlo, a toro pasado siempre se da uno cuenta de todo. La cuestión es detectarlo en el momento preciso, darse cuenta de las señales, ver anticipadamente lo que se te viene encima. Yo no fui de esos, de los que se percatan. Es más, interiormente soy de los que cree ser el último en enterarse de cualquier cosa, me ataña o no. En esta historia en particular, tampoco tuve las luces suficientes y así acabé. Pero, mejor que por el final, empecemos como todos, por el principio. Tengo fama de buen amante, esto quiere decir que soy un follador nato. Me he pasado por la piedra a todas las chavalas del instituto que he querido, a muchas que no he querido, había una reputación que mantener y a cuanta madre de amigos o enemigos que ha querido un buen desahogo. La inmensa mayoría ha repetido o han querido repetir. Pero esto era en mi pueblo. Al ir a Madrid a estudiar en la universidad, fui a una casa que mis padres tienen en la capital y donde ya vivían mis tres hermanas. Soy el pequeño de todos, el más mimado, el único varón… O sea, el que tiene derecho a todo. Mis hermanas, Amalia, Almudena y Ana (si, todas con A), están muy bien, cada una en su estilo. Amalia es rubita, muy pija, muy mona, todo en su justa medida, con un aire tímido y algo sofisticado. Almudena está de impresión, es morena de ojos negros, tiene un cuerpazo perfecto (aunque es parecida a Amalia, parece más explosiva) de hecho, llama la atención por donde va. Ana no le va a la zaga ni a Amalia ni a Almudena. También morenaza, se distingue de su hermana en el color de los ojos, verdes como los míos. Bueno, las tres llaman la atención. La genética se ha portado muy bien con ellas.

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Conmigo tampoco se ha portado nada mal. Más de185 centímetrosen canal, castaño claro tirando a rubio, ojos verdes, cuerpo bien trabajado… Y una soberbia capacidad para el sexo. No quiero pecar de falta de modestia, solo intento constatar un hecho incuestionable. Incluso, por casualidad, he participado en un par de pelis porno, no de actor principal naturalmente, soy demasiado joven e inexperto para eso, pero sí he hecho mis pinitos y salgo en dos o tres “encuentros”, con unas actrices de una experiencia increíble que me han enseñado muchísimo. Pero esto del cine porno, de momento, lo he dejado. Una cosa es hacer el amor disfrutando y otra estar delante de la cámara: “Así sí, así no, repite esa postura, aparta esa pierna…” A pesar de ser capaz de mantener la erección en todo momento, me mosquea que la actriz de turno esté más pendiente de la cámara que de lo que le estoy haciendo (aquí se ve mi inexperiencia ¡Con lo que les habrán metido!) Incluso se me ocurrió decirle a una que no mirara directamente a la cámara ni pusiera cara de zorra, que a los tíos nos gusta más algo de inocencia, que parezca más natural. Me mandó a tomar por saco, naturalmente. Pero bueno, como experiencia, ahí está. Bien, al instalarme en casa con mis hermanas, hice de mi habitación mi feudo. Ahora solo faltaba coger fama aquí, donde suponía no sería tan fácil como en el pueblo. Todo es cuestión de moverse por los sitios adecuados, dependiendo de lo que se busque. Las chicas de la uni, no estaban nada mal, podría empezar por ahí, sin embargo, me estrené en un instituto, con las amigas de la novia de un compañero. La niña estaba en 1º de bachiller, 16 añitos, sus amigas hicieron una medio fiesta (en realidad un botellón) donde necesitaban chicos. Mi amigo me llevó un poco a rastras, pero… ¡Joder! ¡Como estaban las niñas de la capital! Eran bastante más lanzadas que las del instituto del pueblo, más liberales. Si aquellas tenían conmigo una facilidad pasmosa para bajarse las bragas, aquí la tenían para bajarte los calzoncillos. No tenía claro si follaba yo o me follaban ellas. Tras las dos primeras, el resto fue coser y cantar, 1º y 2º de bachiller de ese instituto, apenas tardaron un par de meses en pasar por mi campeón. La fama que buscaba se corrió como la pólvora y no sólo por mi herramienta, porque para esto se necesita algo más. La técnica es fundamental, así como el aguante. Yo no es que domine, es que voy camino de convertirme en un maestro. Enseguida me doy cuenta de si necesitan palo o zanahoria. Y soy capaz de dar lo preciso, en el momento justo, el tiempo necesario. Tras este par de meses, la voz se corrió del instituto a la facultad. Esto fueron palabras mayores. Casi ninguna quería compromiso, por lo menos a priori; a posteriori todas me querían para toda la vida, suspiraban por un hijo mío o burradas peores. 35

Mi casa se convirtió, casi todos los días, en un continuo ir y venir de chicas, a cual más maciza, aunque no siempre. Toda chavala tiene su lado bueno, algunas el físico, otras el intelecto. A veces, se combinan ambos, tanto en el buen como en el mal sentido, pero excepto las lesbianas declaradas, si las demás suspiran por alguien como yo, nunca rechazo a nadie. No porque una chica sea fea, o gorda o tímida debe de renunciar a un buen polvo. Incluso, son muchísimo más agradecidas. Las tías buenas creen que te están haciendo un favor, a algunos se lo harán, en mi caso soy yo el que lo hace y me encargo de hacérselo ver. Cuando salen de mi cama, suelen tener un concepto completamente diferente del sexo. Pero tanta fama, tanto polvo me estaba cansando un poco. Yo había venido a estudiar, no a follar todo el santo día. Hubo un momento en que no se me acercaba una chica si no era para darse un buen revolcón. También me apetecía tener alguna amiga a la que no tuviera que follar. Si había alguna era porque ya había pasado por mi cama, porque ya le había dejado claro que no habría rollo posterior y, curiosamente, había aceptado (aunque fuera de boquilla). Muy, muy pocas. En esta tesitura, solo me quedaban mis hermanas, pero con ellas no me apetecía hablar de nada serio. Sobre todo, porque todas se encargaban de echarme en cara mi actitud, el que aparecieran chicas en ropa interior por el cuarto de estar, mi machismo (¿?) y de que para mí, todas las mujeres eran objetos sexuales. ¡Qué poco me conocían! Todas las mujeres se pueden follar, vale, pero no son objetos, todo lo contrario; para mí son las personas más adorables, no hay nada más bonito que satisfacer a una chica, la cara de un orgasmo, el gemido, la satisfacción del clímax. Una charla en que ya ninguno de los dos esperamos nada por estar saciados… Eso es lo mejor para mí. Tenía que hacer ver a estas arpías lo equivocadas que estaban. Pero no vayamos a creer que fuera algo que me quitara el sueño, ni por el forro. Pero Amalia, la mayor, se encargó de dejar claro que no quería que trajera chicas a casa. ¡No te jode! Evidentemente, no hice ni puto caso. Seguí, siempre que podía, con la misma rutina, sin pasarme, que al cuerpo hay que machacarle lo justo. Al ver cómo me seguía portando, intentó buscar alianzas, las de mis otras hermanas evidentemente. No sé si le costó mucho o poco, Almudena, bastante pasota, no estaba por la labor y a Ana, más cercana a mí, le importaba un pimiento lo que hiciera. Pero la constancia y fuerza de carácter de la mayor tuvo sus frutos. Era lista la cabrona. Como no pudo conseguir aliadas por mi comportamiento, lo hizo por mi fama. En los círculos en los que me movía, abarcaba ámbitos de ellas y dicha fama iba traspasando barreras como en una red social. Incluso consiguió las dos pelis porno en las que había salido y se las hizo tragar a las otras dos. 36

Seguro que no les hizo mucha gracia verme en pelotas, exhibiendo rabo, cepillándome a dos tías de bandera. Pero Amalia, más allá de ser su hermano, incidió en cómo me exhibía, lo creído que me lo tenía, lo chulo que era (cosas de las pelis, no de mi forma real de ser)… Y cuando consiguió su objetivo, el llevar chicas a casa se convirtió en algo difícil. Siempre había alguna hermana por allí, parecían estar de guardia las 24 horas. Entonces, con cualquier pretexto no me dejaban ni cerrar la puerta de mi habitación y si lo conseguía, la aporreaban hasta que lograban que la chica de turno se fuera. Era la guerra. Pero no habían contado con que muchas chicas tenían casa propia o compartida, o coche. No me iba a parar porque les sentara mal que follara mucho. Me parece que lo que de verdad les empezó a fastidiar fue ser conocidas como las hermanas de Alberto (también con A) en vez de Amalia, Almudena o Ana. Se encontraron con un montón de chicas que les pedían que me presentaran. Pudo más que ellas. Y al poder más que ellas, se les metió la mala sangre en el cuerpo con el afán de fraguar algún plan para desacreditarme. No sé exactamente qué intentaron, qué clase de bulos hicieron correr sobre mí pero, al parecer, les salió el tiro por la culata. No les funcionó nada, es más, las chicas que querían conocerme entraban a cualquiera de las tres, lo que les empezó a resultar agobiante. Incluso amigas íntimas de ellas, al cabo de un tiempo y a pesar de lo que contaban malo de mí, o quizás por eso, también quisieron saber de primera mano si era cierto lo que se decía. Cuando me cepillé a éstas, sin importarme si eran amigas de mis hermanas o no, la relación con ellas fue a peor. El hecho de ser amigas de mis hermanas suponía para mí, darles un tratamiento especial, no se quedaba en una buena relación (para mí nunca son simples polvos) ellas se llevaban noches enteras de auténtica pasión y no paraba hasta que pedían piedad y se rendían incondicionalmente al albur de sus orgasmos. Entonces mis hermanas tuvieron confesiones de primera mano sobre mis condiciones como amante, algunas lo calificaban de hazañas, de si mi fama era o no merecida… Y esto supuso una especie de agresión premeditada hacia ellas. Lo de las tres llegó a convertirse, primero en desprecio (Amalia), luego en mosqueo (Almudena), para terminar en auténtica obsesión por de comprobar la realidad que muchas les referían (Ana). A mí, me daba lo mismo lo que pensaran mientras siguiera con mi vida, pero Ana, la pequeña, morenaza como Almudena, fue la primera en decidirse. Con ella tenía bastante confianza, apenas nos llevábamos un año, me había follado

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a todas sus amigas del pueblo y, ahora, de la facultad, cosa que naturalmente ella sabía. Ana no tiene prejuicios de nada, no llega al nivel de Almudena en que todo le trae sin cuidado, pero le anda cerquita. No lo vi venir, como dije, siempre soy el último en enterarme de lo que se cuece a mi alrededor. Sin rodeos, un martes, curiosamente día de descanso, apareció por mi habitación con el ánimo revuelto. Le echó mucho valor para tener sólo 20 años. Alberto, he estado hablando con un montón de amigas, todas dicen que eres un fenómeno en la cama. No sé si es verdad o no, pero me lo tienes que demostrar. Ni siquiera levanté la vista del los apuntes que estaba repasando. Anda, vete a hacerte un dedillo o a que te follen por ahí. Estoy estudiando. ¡Alberto! – Gritó. No me quedó más remedio que mirarla. ¿Qué coño quieres? – Le dije con voz de hastío. ¡Que me demuestres lo que dicen de ti! – Me dijo, muy decidida ella. -Si hombre, sí. En eso estaba yo pensando, en follarme a mi hermana. ¡Como si no tuviera con quién! – Solté con desprecio –Anda, anda, vete, no vaya a ser que te lleves una sorpresa… Pero nada, que estaba decidida. A mí me traía sin cuidado, incluso llegué a pensar que estaba bien buena. ¡Pobre Ana! No veía que no tenía ninguna intención de echarle un polvo. O pobre yo que no calculé su determinación. -Joder Alberto, te lo estoy pidiendo. Al fin y al cabo, soy tu hermana, deberías ser más cariñoso conmigo. A esta se le había ido la olla. ¡Joder, era martes! Mi día de descanso. -Mira tú, los martes siempre estudio. Si estás tan desesperada, mañana pásate por aquí. – Le dije para quitármela de encima. Suponía que al día siguiente ya habría entrado en razón o habría olvidado el tema. Como lo olvidé yo. Se fue refunfuñando. Pero al día siguiente, miércoles, volvió a la carga, justo cuando llegué de la facultad; no me dio tiempo ni a dejar los apuntes. -Alberto, hoy es miércoles. – Y lo soltó como si yo hubiera estado de acuerdo en algo. Recordé que le había dicho que se pasara, pero no esperaba que lo hiciera. Otra cosa que tengo, es que no falto nunca a mi palabra, hay que ser consecuente con las decisiones que se toman. En ese momento me arrepentí de no haber sido más directo con mi hermana y haberle mandado a la mierda el día anterior. Ahora, a lo hecho, pecho.

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No me había dado tiempo ni a sentarme. La metí dentro de mi habitación cogiéndola de la mano, iba vestida con una camiseta de tirantes que enseñaba los hombros y los tirantes del sujetador, una minifalda y zapatillas de estar en casa. Según le quité la prenda por la cabeza, acercándola a la cama, me fijé en su sujetador negro, muy mono. La levanté la barbilla, vi su cara de susto. Creo que realmente no esperaba que hiciera nada, que fuera a follármela de verdad… No me conocía. A mí no se me toma el pelo en estos temas, se iba a enterar de quién era su hermano, de si la fama era justificada o no. Me importaba un carajo que fuera mi hermana o la vecina de al lado. Con mucha delicadeza eché su melena morena hacia atrás, la pasé detrás de sus orejas. Me incliné y mordisqueé un poco los lóbulos, soplé sus oídos con suavidad, chupé un poquito el pabellón auditivo… Se le puso la piel de los brazos de gallina, ni se movió, sus ojos asustados se abrieron de par en par. Fui besando, con habilidad, su cuello, viendo donde le gustaba y con qué intensidad, sus clavículas, el nacimiento de su pecho… Mis manos, las yemas de mis dedos, con mucha habilidad, fueron dibujando líneas y arabescos en su espalda, rozaba el lateral de sus pechos por encima de la ropa interior… No se dio ni cuenta cuando desabroché la prenda, cuando sus senos quedaron libres para mí, cundo circundé sus areolas, cuando pellizqué sus pezoncillos color café. Con movimientos pausados y felinos, la fui trasladando a mi cama, me daba cuenta de que estaba en otro mundo, en uno de asombro y estupor. La pobre no reaccionaba… Tú te lo has buscado, bonita. Pensé. La cremallera de su minifalda no fue ningún problema, estaba en braguitas encima de mi cama conmigo a su lado sin haberse apenas enterado. Mientras mis dedos acariciaban todo su cuerpo, empecé a besarla por los pies, sus dedos, plantas… Tras recorrer sus piernas a todo lo largo, la di media vuelta colocándola boca abajo. Ana se dejaba todavía; creo que no había asumido que su hermano se la iba a tirar de verdad. Cogí un aceite corporal perfumado, un recurso que utilizo mucho, me lo eché en las manos y comencé un masaje relajante sobre su espalda. Estaba un poco tensa. Yo, de masajes, sé un montón. Palpando, encontré los nudos de sus músculos. Con más cuidado del que solía utilizar, fui, poco a poco, deshaciéndolos. Sé que es un poco doloroso pero, si se hace bien, produce una relajación que solo puede describir quien haya tenido un tratamiento semejante.

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Al cabo de media hora, tenía la espalda totalmente relajada, ella ronroneaba, estaba tan a gusto que había olvidado el motivo de su visita. Continué el masaje por las piernas. Lo primero, quitarle las bragas mientras acariciaba, apretaba, estimulaba y relajaba los músculos de sus muslos a sus pies. El masaje en ellos es fundamental si se quiere una relajación y posterior cooperación total. Estuve un buen rato con esos piececillos delicados. Luego pantorrillas, corvas y rodillas, muslos… Entonces, al haberle dejado las piernas abiertas para poder masajearlas de una en una, al pasar por la cara interna del muslo con una mano y la otra por la externa, llegaba hasta la cadera por un lado y la entrepierna por el otro. Se acarician ambas partes de igual forma, todo formaba parte del masaje… Al notar humedad a base de acariciar y masajear la parte externa de su intimidad, al conseguir la mayor relajación, también se abrieron, como esperaba, los labios… Vaginales. Fue entonces cuando introduje el primer dedo en su interior, cuando froté, con mucha delicadeza, las paredes vaginales. Esto no significaba parar el masaje para dedicarme a masturbarla, la masturbación sólo era un estimulante. Los muslos bien aceitados, mis manos bien lubricadas… Iba de abajo a arriba y allí, al llegar, introducía un dedo o dos sin solución de continuidad en el interior de su gruta. Vuelta a bajar a lo largo del muslo. Al cabo de un rato, la vagina totalmente dilatada, solo una mano masajeaba las piernas, las nalgas, la parte baja de la espalda poniendo especial énfasis en cinco puntos situados entre las vértebras lumbares y sacras que se supone son erógenos, la otra mano seguía frotando el interior del coño en una búsqueda concienzuda de su punto G. Una vez encontrado, en la parte superior de la pared vaginal, todo fue cuestión de darle el tratamiento correcto con delicadeza pero decisión, durante… Ahí va: una, dos, tres… Ana se corrió mordiendo la almohada. No sé si había tenido alguna vez un orgasmo vaginal, pero si no era así, ahí iba el primero, largo, intenso, diferente… Al relajarse, sin darle la vuelta, sólo tiré de sus caderas un poco hacia arriba, haciéndola recoger las piernas, levantándole el culo de la cama. Mordiendo las sábanas, aguantó mi primer envite por la delicadeza que tuve. Estaba todavía con los coletazos de su orgasmo anterior cuando una polla de película, nunca mejor dicho, estaba horadando sus entrañas. Mis dedos llenos de aceite frotaban su clítoris inflamado… No tuvo tiempo de recuperarse, otro orgasmo la avasalló como una tromba; ola tras ola, las contracciones iniciadas en su interior la recorrían entera. No sabía que sólo acababa de empezar. Cuando conseguí su tercer orgasmo, se la saqué, pero no dejé en ningún momento que su excitación bajara. 40

La di media vuelta, me centré un ratito en sus pechos, no muy grandes pero sí muy tiesos, estuve agasajándolos mientras vi que lo disfrutaba. Mis manos no permanecían ociosas y recorrían su cuerpo con suavidad y firmeza. Cuando enterré la cabeza en su tesoro, ella no sabía ya ni donde estaba. Estuve recorriendo sus ingles, labios, hoyito y nódulo durante un tiempo que, para ella, fue eterno. Empezó a encadenar orgasmos al succionarle con cierta presión el clítoris sin llegar a hacerle daño y, cuando estaba a punto de rendirse, de decir que no podía más, vino la parte difícil para ella. Tenía que lograr que yo me corriera, y sólo lo hacía cuando me daba la gana. Me puse debajo, la monté de espaldas a mí haciendo de colchón para ella, estaba derrengada, la introduje mi herramienta y empecé a bombear y rozar su clítoris con los dedos. Sabía cómo moverme para que notara bien mi virilidad en su interior, en su punto G, y cómo rozar su clítoris continuamente sin llegar a irritarlo. Totalmente deshecha encima de mí, corriéndose por enésima vez, pidió clemencia. Me lo pensé un ratito, vi el tiempo que llevábamos, más de dos horas, así que decidí ser bueno, hice que se volviera a correr, esta vez más fuerte que ninguna otra y yo lo hice en su interior. Cuando pudo hablar solo dijo -Me muero… Eso te pasa por cotilla. Si no hubieras venido, estarías tan ricamente. Ahora bien, no te hubieras llevado el polvo de tu vida… Naturalmente, no lo llegué a decir, sólo lo pensé. Al sacarle el pene de su interior, absolutamente pringado, estuve a punto de hacer que lo chupara, que lo dejara como una patena. No quise estirar demasiado la cuerda, tampoco me encanta que me la chupen; para gustos… Prefiero ser yo el que haga, proporcione placer… La pobre Ana no podía ni moverse, la había dejado en la cama mientras me fui a dar una ducha encontrándola en la misma postura al volver. Estaba casi dormida, totalmente agotada por lo vivido. Seguro que no había esperado nada parecido… Me vestí tranquilamente, me senté a estudiar y no la hice ni caso en toda la tarde mientras dormía satisfecha en mi cama. Cerca de la hora de cenar, tuve que llamar a la chica con la que había quedado para anular la cita. Tampoco hay que abusar, una al día es más que suficiente. Mi hermana despertó entonces, parecía volver del limbo de los justos. Desorientada al principio, tardó un poco en llamar mi atención. -¿Alberto? -¿Mmmm? 41

Me miró con arrobo, con cara de felicidad y sonrisa tonta. -¿Ha sido todo verdad? Me lo has hecho ¿verdad? Era más una afirmación que una pregunta. -Claro. ¿No es lo que querías? – Otra afirmación. -¡Joder! ¡Ha sido la leche! Todas las que hablan de ti se quedan cortas. -No sé lo que dicen de mí, pero el que hayas querido averiguarlo, me parece una pasada. A ti no te corta que sea tu hermano ni nada. – Le dije con indiferencia. -Por lo que parece, a ti tampoco… -Hombre, Ana. Hay que reconocer que estás bien buena. Yo nunca hago ascos a una chavala así, deberías suponerlo. – La estaba vacilando. -¿Ni aun siendo una de tus hermanas? Eres un depravado. – Pero su voz decía lo contrario. -No es exactamente depravado. Simplemente me gusta follar, se me da bien y hago felices a las chicas. – Más cínico y no nazco. -¿Felices? ¡Joder, tío! ¡Las dejas hechas puré! Pero, sí, lo reconozco, también satisfechas. No había tenido una experiencia así en mi vida…- Dijo con voz soñadora. -Ni la tendrás… - ¡Vaya morro tenía yo! -Desde luego, no tienes abuela… -A las pruebas me remito. -Tienes razón. No creo que vuelva a encontrar algo así hasta que repitamos… Dijo como quien no quiere la cosa. -Eh, eh, eh. Eso de repetir, nanai. Querías saber cómo era yo en la cama y ya lo sabes. Yo no me voy follando a mis hermanas porque sí. Esto ha sido… Un regalo, y porque eres tú, si no, ni de casualidad. Con una vez, es más que suficiente. Se quedó un poco contrita, creo que se había hecho ilusiones de algo más que una sola vez. Se había incorporado sentándose en la cama y seguía desnuda. Tenía los pechos desafiantes, el coño prácticamente depilado, muy buen tipo… ¡Buf! Si seguía mirándola así, volvía a la carga y no era cuestión. Di media vuelta sobre mis apuntes mientras oía cómo se vestía. Se acercó a mí, me plantó sus tetas en el hombro, me dio un beso en la mejilla y se fue. Menos mal… Pero mis hermanas debían de estar decididas a amargarme la vida.

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Según aparecí el jueves a mediodía, a la hora de comer y con un hambre de lobo, me encontré a mi hermana Almudena sola, dando cuenta de un soberbio filete con huevos fritos y patatas. ¡Mi plato preferido! -Oye Almu ¿Has hecho más filetes? – Le pregunté con ansia. -¿Qué te crees, que soy tu criada? ¡Si quieres algo, te lo haces tú, rico! – Me contestó con mala leche. ¿Y yo que le había hecho a esta tía? Abrí la nevera para encontrarla prácticamente vacía. Ni filetes, ni huevos, ni fiambres… Sólo algún yogur y un par de cervezas -¿No hay nada de comer? – Pregunté con cierto pasmo. La compra la hacían mis hermanas que me avisaban para cargar con lo más pesado. -Mira niño, si quieres algo, te lo compras tú ¡Que ya está bien de hacer el vago en esta casa! Estaba alucinando, yo hacía todo lo que me mandaban, aparte de tener mi habitación como los chorros del oro, por las posibles visitas… -Oye Almudena ¿Te he hecho algo? Hago de todo en casa, no creo que tengáis ninguna queja… -¡Tú eres un salido que solo piensa en follar! Ya estoy harta de ver niñas en esta casa. A partir de ahora, no pienso hacer nada por ti, si quieres algo, te buscas la vida. – Me contestó con muy malos modos. -¿Y a ti qué te importa si follo o no? ¿Te he preguntado con quién te acuestas tú? Eso es privado y no creo que influya a nadie dentro de esta casa. – Respondí cabreado. Almudena se levantó más cabreada aún, empezó a llorar, corrió a su habitación y se encerró. Ya me estaban hinchando las narices (y otra cosa) las mujeres de esta casa. Fui a su cuarto, no podía dejarla llorando. Siendo como soy, cogí previamente el aceite corporal perfumado del mío. No había cerrado la puerta, sin llamar, viendo que el picaporte cedía, entré hasta sentarme a su lado. Lloraba tumbada boca abajo, empapando la almohada con sus lágrimas… ¡Que esta pedazo de hembra, tímida como ella sola, llorara por lo que yo hiciera…! Pensé que mi hermana Amalia había sembrado la discordia entre nosotros. Me incliné sobre ella, aparté su cabello y besé su nuca. Enredé mis dedos en el pelo, masajeaba su cuero cabelludo… Dejó de llorar… -No llores, Almu. No soporto ver a una de mis hermanas llorar. Sois lo más precioso para mí… - Y volví a besarle la nuca. 43

Acaricié su espalda, con ternura, no pretendía hacer nada, sólo calmarla… Dio media vuelta rápidamente, me agarró del cuello y me dio un beso con tanta pasión que casi me coge desprevenido. ¿Así que era esto? Su lengua buscó la mía, sus labios mordían los míos, sus manos se agarraron a mi pelo… -Por favor Alberto, no me dejes así… Otra al coleto. Mis hermanas se habían vuelto locas. En fin, lo pedía por favor, se me entregaba totalmente, no la iba a dejar a medias… Que fuera otra hermana era un tema secundario. Almudena tenía una forma de vestir curiosa, era un poco hippie, llevaba un vestido largo hasta los pies, con una camiseta debajo. Tendría que andar con mucho cuidado con ella, no sabía hasta dónde quería llegar. Estuvimos un rato besándonos, mis labios recorrieron, con una delicadeza especial, sus ojos, bebieron sus lágrimas, sus mejillas, su boca… No dejé nada sin saborear. Ahora venía la parte difícil, de un beso a un polvo va un abismo ¿Qué querría Almudena? ¿Consuelo con unos besos o recorrer el camino entero? Reclinándola hasta tumbarla de lado en la cama, me puse a su lado sin despegar mis labios de su cuello, de sus orejas… Acaricié su espalda de la nuca a las nalgas. Cuando amasé sus glúteos noté una pequeña resistencia, vencida a la tercera caricia. Mi mano subía y bajaba a lo largo de su cuerpo, la empujé hacia mí, quiso restregar su pubis contra una de mis piernas. Hice fuerza con el muslo para que lo notara mejor… Me fui soltando, la puse boca arriba, ese vestido me iba a costar… Acaricié sus pies mientras quitaba sus calcetines de estar en casa, chupé y mordí sus dedos, masajeé por turnos sus plantas, sus pantorrillas… Mientras, fui subiendo poco a poco, llevando al vestido conmigo. Sus muslos suaves se rindieron al paso de mis manos. Al acariciar su monte de Venus por encima de la ropa interior, noté su ansia, su humedad… y supe que estaría dispuesta. Bajarle las bragas formó parte del ritual de caricias, apenas se dio cuenta o no quiso darse… Seguí acariciando y besando aquellas columnas dignas de estatua griega… Como Ana, apenas tenía un mechoncito de vello, muy oscuro, en la parte superior de su intimidad. Cuando me perdí allí, Almudena gemía, me atraía, me quería sólo para sí. Tengo capacidad, sé cuando estar un ratito, estar más tiempo o pasar una eternidad entre los muslos femeninos.

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Almudena estaba menos dispuesta de lo que parecía, tenía humedad en su intimidad, pero creo que su miedo era mayor. Tuve que relajarla, tuve que estar mucho tiempo jugando con sus labios, con su hoyito, con su nódulo… No importaba, aguantaría lo que hiciera falta. En un rato, vi vencido sus primeros temores, no todos… Estando jugando con su clítoris, llegó el momento de ir un poco más allá. Metí un dedo, con cuidado, con mucho cuidado… Lo retiré, volví a meter… Me faltaba algún tipo de lubricante para que no sufriera… Había un botecito de vaselina, no quise cogerlo, la vaselina, luego, reseca. Utilicé mi aceite, estaba acostumbrado y es un lubricante fabuloso. Lo esparcí por su coñito, mucho más prieto de lo que pensaba. Era mayor que Ana, ya tenía 22 años… Bien lubricada con el aceite, me dediqué a masajear el interior de su vagina… Estuve un buen rato, parecía que le costaba excitarse lo suficiente… Hubo un momento, mientras yo descansaba un poco dejando libre su intimidad para besar y acariciar esos muslos de ensueño, en que intentó bajarse el vestido otra vez. No lo permití, pero tuve que ser suave, tierno… Almudena no daba esa imagen, mas yo sabía lo que tenía que hacer. Volví a su nódulo de placer que abarqué con mis labios mientras mis manos volvían a subir el vestido hasta su pecho. Lubriqué bien con el aceite… Le introduje un dedo, lo moví en círculos alrededor del cuello de su matriz, sin apretar, sólo acariciando… Cuando empecé a notar que la parte superior se excitaba, adquiría otra textura al tacto, succioné un poco más fuerte el clítoris sin llegar a hacer daño, froté esa parte superior de la vagina y… El orgasmo vaginal y el clitoriano parecieron coincidir en uno solo que hizo chillar a mi hermana, levantar el culo de la cama, arquear la espalda… Y, reconozco que no hubiera debido hacerlo, pero pensé que se lo había buscado… Un dedo bien lubricado de aceite horadó su esfínter trasero mientras su orgasmo la dejaba medio desmadejada. No fui brusco, lo hice con suavidad. Al llegar al fondo, hice un garfio con él y froté su pared intestinal. Coincidí con el otro dedo metido en su vagina y conseguí que, sin haber terminado uno de los mayores orgasmos de su vida, volviera a tener otro que la hizo, al cabo de unos cuantos segundos, caer derrotada en su cama. Lo que venía ahora, no sé si lo sabía o lo intuía. Si no era así, la sorpresa sería mayúscula y si lo supuso, también se sorprendió. Mi herramienta, también bien aceitada, entró en su coño como un cuchillo caliente en mantequilla. -No, no, no, Alberto, no… ¿Qué no? Iba lista… 45

Boqueó notando el tamaño de lo que le vino encima, cuando intentó decir algo o protestar, mis labios sellaron los suyos… Cambiando de postura, sin salir de ella en ningún momento, la puse encima de mí, que notara bien hasta donde entraba mi virilidad… Aproveché para sacarle el vestido por la cabeza, junto con la camiseta que llevaba. Se quedó en sujetador, le marcaban unas tetas de lujo, del tamaño justo, totalmente tiesas… Con la habilidad derivada de la práctica, solté el cierre sin que pudiera hacer nada por evitarlo, le quité la prenda… Me hizo gracia que se ruborizara ante mi escrutinio… Amasé, pellizqué, estimulé aquellos soberbios pechos hasta que Almudena, vergonzosa, se tumbó sobre mí. La pobre no se movía, debía de sentirse empalada, esto no podía seguir así… Con movimientos pausados de cadera, empecé a meter y sacar la polla de su interior mientras con un dedo pulgar estimulaba su clítoris… Al cabo de unos cinco minutos, suspiraba y gemía, restregaba sus pechos y pubis contra mí, vi que estaba a punto de correrse y quise que no lo olvidara. Agarrándola de las nalgas con una mano, hice un movimiento de mete saca rapidísimo, con la otra le frotaba su nódulo… Sus gemidos se convirtieron en grititos, otro dedo se enterró en su culo, como antes… Y como antes, con un dedo en su esfínter, otro en su clítoris y mi más que respetable herramienta en su coño, se corrió como una burra, sin parar de chillar, gritando mi nombre. Pero Almudena había sido dura de pelar, en el sentido de que no se excitó fácilmente, supongo que estuvo manteniendo una lucha entre lo que estaba bien y lo que no… Esto merecía un tratamiento especial… Metí, saqué, cambié, chupé… Hice de todo con ella hasta que en uno de sus orgasmos, se los estaba provocando continuamente venciendo la crispación que le producía que yo siguiera tras alcanzar un clímax, pidió clemencia… -Ya, Alber, ya, no puedo más. Me muero… Je, je. Ya lo sabía yo. Y van dos. Hasta entonces no me lo había planteado, no lo había visto venir, pero, en ese momento me di cuenta de que, para obtener una victoria completa, Amalia debía de recibir el mismo tratamiento, y también tenía que ser ella la que lo pidiera… Amalia… La mayor, la más mona, la más recatada, la que había iniciado esta guerra sin sentido… ¿Por qué le fastidiaba tanto mi vida sexual? ¿Se habría enterado de lo sucedido con Almudena y Ana? Si lo sabía, podía ser terrible. Salí del cuarto de Almudena en el peor momento. Amalia llegaba a casa entonces y me vio. En principio, solo me saludó con cierta frialdad, pero al darse cuenta de donde salía, fue a ver qué estaba haciendo allí. Yo, discretamente, me retiré a mi propio cuarto. 46

-¡No me lo puedo creer! ¿Estáis locas? ¡Es vuestro hermano, joder! ¡Sois peores que él! ¡Y ya es decir! ¡Sólo pensáis en lo mismo! ¡Sois todos unos guarros y no me pienso callar! ¡Ya veréis cuando se enteren los papás! Los gritos de Amalia resonaban por toda la casa, estaba hecha una furia. Conociéndola, era capaz de cualquier cosa; tenía que, de alguna manera, calmar esta situación. ¿Pero cómo? Oí un portazo, seguro que de la habitación de mi hermana mayor. Me decidí, si le daba mucho tiempo para pensar, iba a ser nuestra perdición. Salí de mi cuarto en el momento en que llegaba Ana a casa y Almudena salía del suyo. Nos reunimos en el cuarto de estar, en plan conciliábulo. -Joder, Ana – empezó Almudena –Amalia ha visto salir a Alberto de mi cuarto, me ha visto desnuda… Imagínate. Ha montado un pollo de espanto, dice que va a hablar con los papás. Se nos va a caer el pelo. -Ah ¿Pero vosotros también? Ya os vale. Y tú, Alberto ¿No te cortas nunca? – contestó Ana. -Oye, que tú fuiste la primera. Yo no quería, me ha pillado con la guardia baja, estaba un poco mosqueada con él porque parece que se tiene que tirar a todo lo que se mueve. En el fondo, era pura envidia, más después de saber que tú habías estado con él. No te imaginas la cara que tenías… - Dijo Almudena -¿Qué cara? – volvió a preguntar a su hermana. -Pues una de tonta… No se te iba la sonrisa de la boca. -Bueno, vale – Intervine yo –La cuestión ahora es qué va a pasar con Amalia. Es capaz de liarla parda. Nos quedamos los tres pensando sin hallar ninguna solución. Ninguno nos atrevíamos a enfrentarnos a ella, nos podía echar en cara de todo a cualquiera. Aun siendo el pequeño, creí que debía de ser yo el que arreglara el asunto. A fin de cuentas, era el causante de todo. Encomendándome a todos los santos conocidos, me dirigí a la habitación de mi hermana mayor. Me quedé delante de la puerta con la mano levantada, a punto de llamar. Las otras dos me miraban desde el cuarto de estar esperando acontecimientos. No me decidía, de las tres, Amalia era para mí, la más desconocida. Pensé en si tenía novio, a mí no me contaba esas cosas… Aunque alguna vez le había oído algo al respecto, hace tiempo. En fin, el mundo no es de los cobardes… ¿O sí? Los héroes, normalmente, están en fosas a tres metros bajo tierra… ¡Dios, qué manera de comerme el tarro! Y allí seguía con la mano levantada ante la mirada ansiosa de Ana y Almudena. Una, dos y… dos y cuarto… dos y media… ¡Mierda, qué cague!

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Sin darme tiempo a reaccionar, Ana, la más lanzada, corrió descalza sin hacer ruido hasta donde yo estaba y golpeó la puerta ante mi cara de susto. -¡Vete a la mierda, quien quiera que seas! – Sonó al otro lado. ¡Joder! ¿Cómo iba a conseguir nada así? Valor, Alberto, valor. No me iba a dejar achantar ni aunque fuera la mayor. Con decisión abrí la puerta y entré en su cuarto. Todavía me resulta chocante que no hubiera puesto el cerrojo. Debía de suponer que, siendo ella, nadie se atrevería a entrar sin permiso. En otras circunstancias, quizás hubiera tenido razón. -¡Vete de aquí! ¡Déjame sola! ¡No quiero volver a ver a ninguno de vosotros! – Gritó desde la cama –Me habéis destrozado la vida. Y rompió a llorar con la cara entre las manos. -¡Vete! ¡Vete! ¡Vete te he dicho! – Siguió gritando con los ojos hinchados y la voz quebrada. ¡Me cago en todo lo que se menea! Esto iba a ser difícil de cojones. ¿Cómo convencía yo de nada a una fiera de 23 tacos con mis 19 primaveras contemplándome? Ella me debía de ver como un crío caprichoso, sólo obsesionado por llevarse a la cama a cualquier chica que se pusiera a tiro. Cierta razón no le faltaba. Puedo presumir de tener bastante labia, es lo primero que utilizas para llevarte a una mujer al huerto, pero no creía que en este momento fuera a funcionar nada de lo que dijera. Aun así, lo intenté. -Amalia, mírame. ¿Por qué te pones así sólo por una tontería? (eso de llamar tontería a acostarte con tus hermanas…) No tienes que culpar a nadie más que a mí. Reconozco que quizás he ido un poco lejos, pero no deja de ser una locura de juventud… - Le dije con voz suave y profunda. -¿Pero tú eres gilipollas? ¿Locura de juventud? ¿Una tontería? ¡Te has acostado con tus propias hermanas, la mayor aberración posible! ¡Esto no va a quedar así! ¡Te pienso hundir en la más negra miseria! ¡Hijo de puta! ¡Mamma mía, cómo estaba! Yo… lo siento, no vi otro remedio, fue lo único que se me ocurrió en ese momento. Me acerqué rápidamente a ella, la abracé y le di el beso más apasionado que supe dar. Metió los codos entre ambos y se quiso separar retirando a la vez la cara de mis labios. No cejé en mi empeño, si esto salía mal ya podía darme por perdido.

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Apreté más mi abrazo, contando la diferencia de tamaño y fuerza, no se podía ni mover. Como me retiraba la cara, besé su cuello, sus orejas… La tenía prácticamente levantada del suelo. -Déjame, déjame, yo no soy como ellas, de mí no conseguirás nada. – Me dijo con voz ahogada por la presión de mis brazos. Ahora lo veremos, pensé. Si no caes es que no me llamo Alberto. Seguí a lo mío como si no la oyera, vencer su resistencia me iba a costar un triunfo. Besé tanto como pude por donde pude. Su resistencia no menguaba… Acaricié uno de sus pechos mientras la sujetaba contra mí con el otro brazo. Amalia me golpeaba la espalda, incluso llegó a escupirme… Para mí fue demasiado, nadie me había escupido en mi vida… Empujándola, me tumbé en la cama con ella, sin soltarla en ningún momento. Dejé los besos, dejé de tocarle el pecho, directamente, metí una mano bajo su falda (menos mal que no llevaba pantalones)… Mis dedos, con la habilidad de la práctica, invadieron su intimidad a pesar de las bragas. No fui brusco, todo lo contrario, estuve acariciando con suavidad hasta que noté que sus labios, supongo que a su pesar, se dilataban. Me centré en su clítoris, tenía que ser más práctico y rápido de lo habitual… Ella intentaba cerrar las piernas, esconder ese tesoro… Pero no podía, yo tenía una de las mías entre ellas. -Por favor, déjame, soy tu hermana, no puedes hacerme esto… – Me dijo suplicante. -Si puedo. – Fue lo único que contesté. -No, no, por favor, Alberto, no lo hagas, por favor te lo pido… – La súplica llegaba a las lágrimas. Pero pensé que si no seguía estaba perdido, más ahora después de haber empezado. No me amilané, dentro del fuerte abrazo con que la sujetaba, fui lo suficientemente consciente para no dejarme llevar por la excitación, para ser lo más suave que hubiera sido en la vida. Seguí frotando con delicadeza su nódulo de placer, de vez en cuando subía hasta uno u otro de sus senos tratándolos con ternura para volver a la zona genital. Poco a poco, Amalia iba cediendo en su resistencia, pero no dejaba de pedirme que la dejara… Ni caso. Acariciando sus piernas, tan perfectas o más que las de sus hermanas, fui soltando el abrazo mientras ella, llorando, se dejaba hacer sin participar.

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Algo había conseguido, todo era cuestión de perseverar en la dirección adecuada, demostrarle a mi hermana que todos la queríamos, que yo no era un monstruo… ¡Qué difícil! Bajé sus bragas sin contar para nada con su colaboración, abrí sus piernas y con cierto temor por tratarse de ella, hundí mi cara en su intimidad. Al primer beso, al primer lametón, intentó otra vez cerrar aquellas columnas, volver a esconder su tesoro… No tuve la más mínima intención de permitirlo, ataqué con dulzura, mi lengua recorría sus labios jugando, entrando y saliendo de ese hoyito divino, circundando su nódulo con una suavidad que hasta a mí me sorprendía… Amalia, a veces, me tiraba del pelo, a veces, se incorporaba y me golpeaba la espalda… Sólo a veces… Al igual que los gemidos empezaron a escapar de su garganta, enredados entre quejidos por lo que le hacía… -Déjame, por favor… aaahhh. Déjame, Alberto, déjame… ahhhh Siguiendo y siguiendo con aquella faena de ternura y suavidad, fui consiguiendo mas “aaahhh” y menos “déjame”. Tardé una eternidad, ninguna mujer me había costado tanto llevarla a un orgasmo, quizás porque no quería, quizás porque era yo el que lo hacía… Pero claudicó, a pesar suyo tuvo un orgasmo largo y suave, nada violento, ella no se lo merecía. Mientras sentía los últimos estertores, le quité la falda sin que opusiera resistencia. Ahora estaba desnuda de cintura para abajo. Mientras recuperaba el aliento entre hipos y lágrimas, también le quité la camiseta que llevaba. Su ropa interior de encaje no tenía nada que ver con las prendas de algodón de sus hermanas. Me chocó un poco. Me incorporé sentándome en el borde de la cama, levanté a Amalia como si fuera una pluma sentándola a horcajadas sobre mí. Con una mano guié mi miembro hasta encajarlo en su entrada y empujando de sus caderas hacia abajo, la ensarté la mitad en el primer envite. Aún estaba lubricada de mi encuentro con Almudena, no me había dado tiempo a ducharme. Del segundo, con la cara de mi hermana llena de espanto, se la metí hasta el fondo de su intimidad. Con los ojos como platos, la boca abierta como si quisiera gritar, había aguantado como una campeona. ¡Qué equivocado estaba! -¡Cabrón! ¡Hijo de puta! ¡Me has violado! – Gritó como una loca, golpeándome con los puños. -¡Me has desvirgado, hijo de puta! ¡Cabrón, yo era virgen! ¡Tenía que llegar virgen al matrimonio, lo prometí! ¡Cabrón! – Volvió a gritar sin dejar de pegarme en el pecho. 50

Ahora sí que me había dejado de piedra. ¿Promesa de virginidad? ¿Todavía había gente que hacía eso? ¡Aiba la hostia! ¡La que acababa de liar! Sujetando a mi hermana de las nalgas, empecé a sacarle mi miembro despacito, que no sufriera… -¡Ni te muevas cabrón! ¡Ni se te ocurra moverte! ¡Mierda, mierda, mierda! ¿Ahora qué hago? Amalia lloraba encerrada la cara contra mi cuello, golpeaba con los puños mi espalda. De vez en cuando volvía a insultarme… ¡Joder, qué mal rollo! ¡Cómo había metido la pata! Me entró una congoja impresionante, nunca había hecho a nadie nada que no quisiera, sólo a veces, había forzado un poquito las situaciones, como con Almudena. ¿Pero violar? ¡Dios, qué había hecho! Amalia lloraba, no me dejaba mover… La ansiedad anidó en mi pecho, mi virilidad perdía su fuerza… Y aunque no lo había hecho nunca, que recordara, empecé a llorar yo también. Enterré la cabeza en su cuello, mis lágrimas fluían como un manantial, todo lo que hubiera podido aguantar a lo largo de mi vida se desbordó en ese momento. Mi hermana debió de notar cómo la humedad mojaba su cuello y resbalaba por su pecho, debió de notar mis temblores, también cómo mi herramienta apretaba menos su intimidad. Levantó la cabeza, eso sí lo noté, me cogió de la barbilla, izó mi cara, mirándome muy seria a los ojos. -Perdóname Amalia. Jamás hubiera supuesto… Nunca habría querido… - Se me quebró la voz y no pude continuar, decirle cómo me sentía, ruin y miserable. Fui consciente, en ese momento, de que mi vida se me iba entre los dedos, como la arena de la playa, y no por lo que fuera a hacer ella, me lo merecía, sino por lo que había hecho yo. Me di cuenta de lo lejos que había llegado, cómo me había saltado cualquier tipo de norma con tal de seguir haciendo lo que me diera la gana. No había contado con hacer daño a nadie, menos a Amalia o a cualquiera de mis hermanas. Me había pasado cinco pueblos. Ella no se movió, pero tenía que seguir notando cómo mi erección iba perdiendo fuerza. Quizás le di pena, quizás se sintió responsable por ser la hermana mayor… La cuestión es que, cuando me dirigió la palabra, no había rencor… -No debería perdonarte, o debería buscar algo que te sirva de lección. No sé si te das cuenta hasta dónde has llegado. Sin importarte nada, te has llevado mi 51

virginidad por delante. Y no me vale con que no sabías nada, el mero hecho de intentar hacerlo conmigo ya te condena. No tienes excusa. – Me dijo seria pero sin acritud. Yo no podía parar de llorar, me sentía el ser más miserable dela Tierra, mi hermana tenía toda la razón. -Perdóname, no sé en que estaba pensando, sólo que no lo contaras… Hazme lo que quieras, me lo merezco. – Contesté con voz anegada en llanto. Quise levantarme, quitarme a mi hermana de encima. Ante mi sorpresa, no me dejó. -No debería decirte esto, no te lo mereces. Pero yo tampoco creo merecer quedarme así, con esta experiencia que me has hecho pasar. Pórtate como el hombre que dices que eres y no como una nenaza llorona. Ten el valor de hacerme sentir algo que no sea dolor y rencor. Luego, ya veremos. ¿Y cómo se suponía que podía cumplir ahora? No tenía el cuerpo para muchas alegrías, sólo me apetecía meterme en mi cuarto y llorar. -Oye Alberto, lo que te estoy ofreciendo es mucho más de lo que mereces. Pero no es una oferta eterna, estoy esperando… Tragándome los mocos, con mi miembro totalmente kaput, solo le dije a Amalia que me dejara ir al baño a lavarme la cara. Haciendo de tripas corazón, muy a regañadientes me dejó marchar. En el baño me lavé rápidamente la cara, mis hermanas me habían visto pasar interrogándome con la mirada. Fui rápidamente a por mi aceite y volví con Amalia. Me esperaba en la cama, sentada contra el cabecero y metida entre las sábanas, no tenía muy claro cómo comportarme con ella. Me abrió la cama para mí y con un reparo que no había tenido jamás, o sólo en mis primeras veces con apenas catorce años, me acerqué a ella. Tenía la sensación de ser ella la profesora y yo el alumno… Sólo hasta que, sentado a su lado la besé y noté su inexperiencia, su anhelo, su deseo y su lucha interior. En un par de minutos, ya me encontraba en mi salsa, besaba a mi hermana con dulzura en su cara, en su cuello, en sus pechos… Ver cómo reaccionaban a mis caricias me enervaba, notar cómo sus pezones se endurecían me proporcionaba el mayor de los placeres. Amalia necesitaba delicadeza, acababa de pasar por un trance amargo, amargo en varios sentidos… Su promesa, su hermano, el dolor… Había que hacerle cambiar dolor por placer, amargura por felicidad, miedo por deseo… Y como yo siempre me creí el amo en esto, puse mis cinco sentidos en hacerle sentir algo que no hubiera imaginado jamás. Mis caricias, mis besos… volví a hundirme entre sus piernas buscando su tesoro, volví a lamer con cuidado, a jugar con mi lengua en un mete saca delicado, a tatar su botón de placer con el máximo cuidado. 52

Sin que ella se percatara utilicé mi aceite en su entrada vaginal, la suponía irritada del tratamiento tan desconsiderado que tuve. Mientras seguía haciendo diabluras con mi lengua, mientras Amalia movía un poco las caderas en claro símbolo de excitación, introduje uno de mis dedos en el interior de su gruta. Nunca lo hice con más cuidado. Respingó al notarlo, no dijo nada, solo esperó… Frotaba con suavidad, las paredes, el cuello matricial… Introduje el segundo dedo, superponiendo uno a otro, para frotar su parte superior al notarla más rugosilla… Cuando se corrió entre suspiros y gemidos, supe que iba por el buen camino. Me incorporé encima de ella, besé sus labios, busqué su lengua, bajé a sus senos inflamados… Bien lubricado comencé una lenta entrada a su interior, con toda suavidad, en pequeños vaivenes que la hicieran acostumbrarse a tener semejante herramienta en su interior. Vi la crispación de su cara, cerró fuerte los ojos y frunció los labios. Estuve a punto de dejarlo, lo última que quería era volver a hacerle cualquier tipo de daño. Pero aguantó sin decir esta boca es mía. Estando entero dentro. La dejé descansar, acostumbrarse, sus músculos se tenían que dilatar poco a poco, con el menor dolor posible. Mientras besaba, acariciaba sus senos, sus orejas, su cuello de cisne… Haciendo gala de toda mi paciencia en estos menesteres, esperé hasta que ella misma inició un ligero movimiento de caderas. Seguí quieto sabiendo que en poco tiempo sería ella la que acelerara las acometidas, si se le podían llamar así. Sí es verdad que se movió algo más rápido, que buscaba mis labios con cierta ansia mientras la miraba a la cara, me emborrachaba de sus rasgos, del azul claro de sus ojos… Me agarró de mis nalgas para buscar un mejor apoyo para sus movimientos de caderas; iba, como podía, acelerando un poco más. Vi llegado el momento, eché mis caderas hacia atrás para volver hacia ella muy despacio. Boqueó con esta primera acometida, debía de ir con un cuidado exquisito. Lo tuve, delicadeza, cuidado, paciencia… volvió a ser ella misma la que incitara a aumentar la velocidad cuando estuvo preparada, cuando su excitación lo requirió. Entonces me solté un poco, no mucho. Hice movimientos cortos y pausados, alargándolos y acelerando conforme veía que ella lo necesitaba. Hasta que no tuviera su primer orgasmo no la iba a cambiar de postura, si erra virgen, tampoco iba a tener mucha experiencia en ir cambiando de una a otra. Aceleré un poco más, y más, y más… Hasta que empezó a gemir. No había dicho nada durante este tiempo, solo boqueaba de vez en cuando y ponía los ojos como platos con cara de susto o los cerraba con cara de placer. ¿Qué estaría pensando? ¿Estaría simplemente disfrutando o pensaba en el incesto que estaba cometiendo? De Amalia se podía esperar cualquier cosa.

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Cuando sus gemidos pasaron a pequeños grititos y sus caderas se movían al encuentro de las mía, supe llegado el momento de que se corriera por fin. Solo fueron cuatro o cinco acometidas cuando me agarró muy fuerte de la espalda clavándome las uñas, cuando al cabo de un segundo levantó el culo de la cama, cuando yo rocé su clítoris con fuerza con mi pubis. Un gemido largo seguidos de unos chilliditos que me resultaron hasta graciosos, anunciaron el intenso orgasmo de mi hermana. No por ello dejé de bombear aquel coñito divino. Seguí y seguí, a pesar de ella, hasta que volvió a gemir y gritar. Bueno, ya van dos, y otros dos orales. Cuatro orgasmos podían parecer suficientes para su primera vez, pero entonces no sería yo. Dejándola descansar un poquito, sólo de la penetración, saqué mi miembro de su interior. Despacio, sin pausa, acaricié su cuerpo entero mientras ella temblaba de placer. Sin que supiera evitarlo, volví a meter mi cabeza entre sus piernas, entrando desde arriba. Podía haber pasado una pierna por encima de su cabeza y pretender hacer un sesenta y nueve. Ya he dicho que no es lo que más me gusta, dejo de controlar la situación. Acariciando sus labios con los dedos, el clítoris en mi boca, otro dedo masajeando suavemente su esfínter trasero, volvió a mover las caderas, volvió a gemir y gritar y, como era de esperar, volvió a correrse entre espasmos. Íbamos por el buen camino. Para resarcirla, me senté en el borde de la cama, la cogí como a una pluma y sentándola a horcajadas encima de mí, se la volví a meter empujando sus caderas hacia abajo. Ahora fue distinto. Mientras me movía con cuidado, dando pequeños golpes de cadera hacia arriba, botando ella sobre mi herramienta, me miraba a los ojos, me besaba lo labios y me volvía a mirar. En un rato era ella la que saltaba, literalmente, con mi herramienta entrando hasta el fondo, empujando sus caderas hacia delante para frotar su intimidad contra mí. Totalmente desmadrada, se corrió gritando agotada. El sexto orgasmo estaba pasando factura. Volví a tumbarla boca arriba, volví a aceitarle toda su zona genital para evitar irritaciones, volví a chupar su nódulo, a meterle dos dedos superpuestos frotando la pared superior de su vagina y se volvió a ir patas abajo en el séptimo de la tarde. Yo estaba en mi salsa y Amalia al borde del colapso. Pero aun no habíamos acabado, no había claudicado, no había dicho que no podía más… La tumbé boca abajo, unas almohadas bajo sus caderas y una polla incestuosa de un tamaño considerable, volvió a horadar sus entrañas en una acometida ya no tan suave. La recibió con la crispación de todo el cuerpo. Bombeé rápidamente con cierta fuerza, sin llegar a hacer el bestia, con Amalia no. Pero tampoco tuve que 54

esforzarme demasiado, mi hermana prácticamente ni se movía, yo metía mis manos bajo su cuerpo para acariciar su clítoris, para excitar sus pezones. Agarrado a sus soberbios pechos, volvió a correrse chillando cada vez más… -Ya, ya, por favor, no puedo… No puedo más… Me muero… No me quedó mas remedio que dejarme ir en su interior alargando su orgasmo más de lo que ella hubiera creído posible. Me quedé tumbado encima de su espalda, besaba su nuca y mordía suavemente intentando que se relajara. Acariciaba un poco sus pechos. Al perder la erección, pasado un rato, me bajé de encima. La pobre no había podido decirme ni que se asfixiaba. Me tumbé en la cama, puse a Amalia sobre mi pecho dejándola recostada sobre mí. Miré hacia la puerta, no la había cerrado. Allí estaban las otras dos mirándonos alucinadas, las hice gestos para que desaparecieran. Tuvieron la decencia de cerrar. Había ya anochecido y gracias a la persiana abierta, la luz de las farolas entraba por la ventana. Mucho tiempo después, habían pasado horas, Amalia levantó la cabeza de mi pecho y me miró, seria, muy seria. Mi cara debía de ser inescrutable porque, repentinamente, sonrió. Una sonrisa tímida en principio que, al encontrar respuesta en la mía, se hizo enorme, expresando una satisfacción y felicidad que yo ya había visto muchas veces pero que nunca me había emocionado así. Aupándose un poco, me besó suavemente los labios volviendo a recostarse sobre mi pecho. -Si lo llego a saber… - Dijo suavemente – Si llego a imaginar siquiera que esto era posible… No sé en que estaba pensando para hacer una promesa de castidad. Por si acaso, permanecí callado. Sólo besé su pelo. -Fue en un grupo de la parroquia del pueblo, todos hicimos la promesa. No creo que la mantenga nadie, pero yo sí, si lo prometo… Ya me conoces… Sí, sí la conocía. A pesar de su aspecto delicado, tenía un carácter de narices. -Pero romper el voto contigo… -Realmente no lo has roto – Le dije –He sido yo el que se ha pasado contigo. -Ya, con todas las mujeres con las que has estado y sigues sin aprender. ¿Tú te crees que si yo no quiero hubieras podido llegar hasta ahí? En tu vida. Ahora sí que me había dejado alelado. -Lo que pasa es que fuiste un poco bestia. Si después de que hicieras que me corriera con la lengua hubieras metido un dedito o hubieras observado mejor, te hubieras dado cuenta. O en el momento de meterla, si no hubieras hecho nada y me hubieras dejado hacerlo a mí, a lo mejor no te hubiera gritado. 55

Porque no creo que me hubieras podido montar encima de ti si me propongo lo contrario. O sí, pero te hubiera costado. -Ya. Ahora que lo dices… -Sin embargo, eres muy mono. Nunca te había visto llorar. Ahí has hecho que me enternezca de verdad. Estuvo otro rato en silencio mientras le acariciaba el pelo. Me miró otra vez. -¿Y esas dos? Supongo que habrán disfrutado con el espectáculo. Así que se había dado cuenta… -ANAAA, ALMUUUU – Gritó llamándolas. Me dejó helado (aparte de sordo). No tardaron ni dos segundos en aparecer en la habitación. Pusieron cara de asombro y escándalo. -No seáis cínicas, chicas, ya está. Tenemos un hambre que me comería una vaca, así que mientras este cretino y yo nos duchamos, podíais preparar algo de cenar. ¿Qué hora es? -Las doce de la noche – Contestaron ambas -¿Es un poquito tarde no? – Dijo Ana. -Pues no – Mandó Amalia –Ahora mismo hacéis lo que sea u os monto la marimorena. Salieron disparadas a la cocina mientras nosotros íbamos a la ducha de mi hermana. Prácticamente la llevé en brazos, no se podía ni mover… -¿Y a todas les haces esto? – me preguntó –Porque si es así, no me extraña que hable de ti todo el mundo. Esto tuyo es un don, es de otro nivel. Ha sido como una peli porno con un solo polvo todo el rato. Creo que ni esas actrices con las que lo hacías hubieran aguantado esto… -De ellas no digas nada, no te puedes imaginar lo que aguantan. Pero no quiero hablar de eso. Y si te refieres a que a todas las chicas les hago lo mismo, depende. Creo que hoy ha sido lo más especial. Lo que has aguantado para ser la primera vez ha sido increíble. -¡Pero si no podía más! Casi me muero, no podía más desde la tercera o cuarta vez que he llegado. No sé luego muy bien lo que ha pasado, solo que me corría y me corría sin parar. Como experiencia, lo más alucinante que haya podido vivir nunca. No quise decir nada, dejé a mi hermana en el suelo y di al grifo del agua buscando una temperatura agradable para ambos. La enjaboné y me enjaboné, la pobre apenas se movía. De lo guapa que era y de cómo me ponía estuve a punto de repetir en la ducha. Una simple caricia en sus pechos pellizcando los pezones hizo que Amalia me dijera que ni de casualidad.

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Por primera vez en bastante tiempo nos sentamos los cuatro hermanos a cenar juntos. Hubo risas, buen humor, complicidad, bromas sobre mí… No recordaba haber estado tan a gusto en mi vida. Al final, como no, Amalia tuvo que poner las cosas claras. -Bueno niño. Hasta aquí has llegado. Se te acabaron tus días de orgía y desenfreno. – Soltó bastante seria. Yo, callado. -Como comprenderás, después de estas demostraciones, para ti no hay otras mujeres. Y porque somos buenas, podrás compartir a las tres, no te vamos a hacer elegir a una de nosotras… -Ya – Mi única contestación. -Así ahora, tendrás más tiempo para estudiar. Sólo somos tres, te quedan cuatro días para los libros, que seguro que vas de pena. -Pues no, llevo las asignaturas al día. ¿Y si alguna quiere repetir otro día? – Pregunté Se miraron las tres y parece que, solo con la mirada se entendían perfectamente. ¿O ya lo tenían pensado? -Pues cumples como un campeón. Porque, como comprenderás, por lo menos yo, después de probarte, todo lo que venga después no me va a saber a nada. -Ni a mi – Dijo Ana -Y a mi menos – Soltó Almudena. Pues ya ves – Continuó Amalia –Tienes a tres mujeres solo para ti. Hemos llegado a un acuerdo y no va a haber ningún problema, nos repartiremos equitativamente y procuraremos no pasarnos. Bueno – Siguió riendo – Yo por lo menos, no creo que pudiera aguantar más de una sesión de éstas a la semana… O al día… O sea, que lo tenían todo pensado, hablado y requeterepasado. ¡Pringao, que eres un pringao! Pero, pensándolo bien, me iba a dejar querer. Estas tres tías no discutirán entre ellas y me iban a tener mas controlado que un sargento de varas. Como ya estaba un poco cansado de tanta chica, no me vendría mal el cambio. Dicho y hecho, empezaron a ocuparse de mí como si fuera de su propiedad. Les contaban a mis padres por teléfono quién me hacía la comida, quién me lavaba la ropa, quién arreglaba mi cuarto… Porque para mis viejos, el hecho de que mis hermanas hicieran esto por mí entraba dentro de sus obligaciones, prácticamente.

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Lo que no solían contar era con quién había dormido aquella noche. La capacidad organizativa de Amalia no tenía parangón, estaba todo estudiado y perfectamente estructurado. Por si no me había fijado, aunque lo había oído, las mujeres, cuando se reúnen o viven juntas, tienden a sincronizar sus reglas. Si encima toman la píldora, ya es de cajón. Así que tengo una semanita al mes de tranquilidad absoluta. Porque me controlan hasta esos días. Que no salga por ahí, o si salgo, que no vaya con chicas. Por si acaso, alguna de ellas duerme conmigo, para que no me escape por la noche. Lo que no saben, porque no se lo voy a contar, es que no les hace falta tanto control. Llega un momento en que la gente busca pareja y, en general, con una basta. Yo tengo a tres, que me quieren, me miman, me cuidan y cumplen mis caprichos. No se puede ser más feliz. Incluso, a veces, compiten entre ellas para ver quien se lleva una alabanza, un cariño especial o cualquier cosa por el estilo. Pero sin malos rollos, que son hermanas, muy bien avenidas y se quieren mucho. No pueden imaginar lo que las quiero yo.

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Jugando Con Fuego

Dicen que en la vida todo el mundo tiene, al menos, una gran oportunidad: algo para lo que no han trabajado y que, sin embargo, cae directamente en sus manos o pasa en su dirección. Puede ser una oportunidad laboral, de hacer dinero, emocional o incluso sexual, y lo que se haga con ella nos marcará desde entonces. La mía se llamaba Ángela, y literalmente llegó a mi puerta a última hora de un ventoso día de Septiembre. Como la "Goddess in the Doorway" de la canción de Mick Jagger. Yo, por aquel entonces, era un joven profesor de universidad, encargado de las asignaturas de Relaciones Internacionales y Organizaciones Internacionales, y del que todo el mundo decía que tenía un brillante futuro. Más de uno incluso auguraba que sería el catedrático más joven del ramo, llegado el momento. Junto al respeto de mis compañeros (y alguna que otra envidia, no nos equivoquemos) tenía una esposa, Lina, a la que quería con locura y que me devolvía ese amor en igual medida, y una hija pequeña de a penas unos meses. La vida, ciertamente, me sonreía. Y entonces entró ella. Sinceramente, yo a aquellas horas lo único que quería hacer era recoger y marcharme a casa, pero me quedaban diez minutos de tutorías y no podía echarla. Ángela era alumna del Doctorado del Departamento, todavía en tiempos del plan de estudios que Bolonia ha terminado, y yo le había dado una asignatura de Análisis de la Situación Internacional durante el periodo docente del Doctorado. Ya entonces había demostrado ser, probablemente, la chica más inteligente de su grupo, aunque probablemente más de uno fuese incapaz de ver aquello debajo de una carcasa tan bien construida. Junto al par de poderosos paradigmas que tenía en la parte superior de su cuerpo, redondos, firmes y claramente resistentes a los efectos de la gravedad en contra de lo que indica la Física, poseía también un vientre plano y liso, apropiado para usar incluso como mesa para escribir. Y

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bajo él, un culo redondo y firme, ligeramente respingón, y dos piernas que eran como dos columnas griegas: firmes, pero elegantes. Sin embargo, probablemente lo que siempre me había impactado más de ella eran sus ojos. Dos esferas marrones y brillantes enmarcadas en suaves gafas, y que demostraban la inteligencia que había en su cabeza. Justo encima de ellos, las dos suaves líneas que eran sus cejas se enarcaban o bajaban, con una expresividad que jamás he visto en otra mujer. Bajo ellos, una elegante nariz nos llevaba hasta encontrar unos labios carnosos pero no en exceso, de modo suave y perfectamente coherente, nada grosero. Todo ello enmarcado por la cascada de tinta que era su pelo, suave y sedoso como si se acabase de duchar, que rodeaba su cara ovalada y de pómulos ligeramente marcados, como aristocráticos. Una diosa, en resumen, que entraba justo cuando yo me quería marchar. Por muy atractiva que fuese, yo ya estaba harto de la Facultad, y sólo esperaba que fuese breve. -Profesor Luna, venía a solicitarle que dirigiese el proyecto de investigación que quiero realizar sobre la ONU- me dijo ella nada más sentarse, directamente y sin dar rodeos. Fruncí la boca. La verdad es que la ONU es un tema enormemente trillado, y de una alumna tan brillante esperaba algo más original. -Me temo que eso no es posible, Ángela. Estaría encantado, pero ya le he dicho a Jorge Mediaz que se lo dirigiría a él, y teneros a los dos sería un exceso de carga que no puedo asumir si no quiero que se resientan mis demás clases y mis investigaciones. No deberías haberlo dejado hasta última hora.Ya, sé lo que estáis pensando, que fui un idiota. Que a una chica así no se le dice que no. Probad a tener que corregir trabajos de 300 alumnos, llevar adelante un par de seminarios, tres investigaciones, y participar en el Departamento, todo ello sin que se resienta vuestra vida familiar, y ya me diréis. En cualquier caso, ella permaneció en silencio unos segundos, sopesando algo. Yo sólo quería poder recoger. -Usted es el mejor del Departamento, si realmente quiero llegar a algo necesito de su guía.Sonreí, pero siempre he sido bastante inmune a los halagos, incluso los provenientes de una mujer así. Y entonces, toda expresión pareció desaparecer de su cara, y en vez de una alumna tuve delante a una negociadora nata. -De acuerdo, le ofrezco lo siguiente. Si acepta tutelar mi investigación hasta el DEA se la chuparé una vez por semana. Una vez la investigación esté terminada y con buena nota, y mientras dure la tesis, le dejaré follarme una vez por semana. Y una vez terminada la tesis y consigue que entre en un Departamento de esta Facultad podrá hacerme el culo, que hoy por hoy es 60

virgen y seguirá siéndolo así hasta entonces; y mientras mantenga esa plaza, podrá seguir haciéndolo mientras no se retire.He de decir que no tenía respuesta para algo así. Ni lo vi venir. En mis años de docencia, y todos los que seguirían, jamás alguien me hizo una oferta ni remotamente similar. No son cosas que pasen en el mundo real. Pero, quizás, lo que más me sorprendió fue la forma en que lo dijo. No lo dijo con la sensualidad típica de alguien que está habituada a usar su cuerpo para conseguir las cosas, sino con una fría determinación, la decisión de quien está dispuesto a sacrificar lo que sea por conseguir lo que desea. Yo no tenía respuesta, así que habló ella de nuevo. -Y espero que a cambio de todo ello, usted sea tan duro conmigo como con cualquiera de los doctorandos que me han precedido y me seguirán. Que realmente analice mis textos, corrija los errores con severidad, y me indique lo que haya que mejorar. No quiero el camino fácil.En ese momento, sólo una cosa me vino a la cabeza. Bueno, a parte de un torrente de sangre, todo sea dicho. Lina. No podía hacerle eso a mi esposa. Así que, encajando las cosas lentamente en su sitio, respondí con parte de mi aplomo habitual. -La oferta es tentadora, pero me temo que es imposible. Ya tengo un alumno de doctorando, como te he dicho, y soy un hombre casado. No puedo meterme en algo así. En cualquier caso, seguro que hay profesores del Departamento que te pueden guiar y aún no tienen alumnos, ¿por qué tanta insistencia conmigo? Y no vale que soy el mejor.Ella asintió, lentamente, y yo veía lentamente cómo su mente maquinaba. No estaba dispuesta a dejar ir la presa así como así. Eres el mejor, y realmente esa es la razón principal. La segunda es que durante las docencias de la primera mitad del año fuiste el único profesor masculino que no se dedicó a mirarme las tetas más que a mis ideas, y realmente me juzgaste por lo que te entregué y no por mi cuerpo. La tercera es quienes son los otros dos especialistas en relaciones internacionales del departamento: Elisa Fuentes es una lesbiana reprimida que se quiere vengar de toda mujer femenina y atractiva, y Luis Puentes es un salido que no sabe pensar más allá de la próxima alumna a la que va a acosar. Aunque supongo que, llegados este punto, se lo tendré que ofrecer a él.Aquello era un golpe bajo, y ella lo sabía. Mi enemistad con Luis era conocida, y realmente él sólo se aprovecharía de ella sin darle la oportunidad que merecía. Pero meterme en este fregado iba a ser jugar con fuego, tendría que ser listo si quería mantenerme por delante y no quemarme. Si iba a jugar a esto, habría que cambiar las reglas. De acuerdo, Ángela, tienes razón. Yo seré tu tutor. Pero necesito saber que realmente estás dispuesta a… lo que ello implica. Y quiero que me hagas una demostración.61

Dejé caer las palabras con tono serio, igual de negociador que ella. Creo que no se lo esperaba, pero asintió y se iba a poner de pie para venir a mi lado cuando la interrumpí. Quiero que me escribas para mañana cinco páginas con el índice tentativo de tu trabajo, y las ideas principales sobre el enfoque que le quieres dar a la ONU. Trabajos sobre esta organización hay muchos, y quiero saber qué tendrá el tuyo de especial.Se quedó paralizada delante de mi y noté como en sus preciosos ojos marrones brillaba un extraño reconocimiento. Yo realmente había aceptado ser su tutor, y no por su cuerpo, y esperaba que ella trabajase con todo el ahínco habitual. Y quiero creer que, ya entonces, algo en su interior supo que iba a entrar en el juego ella también, a ver quien de los dos se quemaba. A partir de aquel día, ella y yo nos comunicábamos sobretodo por email, como con la mayoría de mis doctorandos, pero ella seguía viniendo una vez por semana a mi despacho dispuesta a cumplir con lo prometido. Al menos, era lo suficientemente discreta como para hacerlo a última hora, como cuando nos habíamos metido en aquel juego loco, ya que las paredes de la facultad son de papel, y lo que se hace en cualquiera de sus despachos se oye en todos los demás sin problemas. Sin embargo, yo no cedía a sus insinuaciones y sus jueguecitos de palabras de doble sentido. Así que sacó la artillería. Al principio, ella solía venir vestida con unos elegantes pantalones ceñidos, que sugerían más que indicaban las perfectas formas de sus piernas. Y, encima, camisas normalmente con uno o dos botones desabrochados, que dejaban ver muy ligeramente el comienzo del valle entre sus senos, y ocultaba ligeramente su volumen con unas chaquetillas algo holgadas, imagino que para no ser el centro de atención de todo el mundo. Pero, a medida que avanzaban aquellos dos primeros meses, y ante mi sólida resistencia, ella fue variando su vestuario. Supongo que algo en su ego femenino se veía atacado ante el rechazo. El caso es que empezaron a aparecer las camisas con más botones abiertos, dejando ver un sendero de perdiciones que debía estarme vedado. Los pantalones desparecieron, siendo sustituidos primero por faldas por la rodilla, y después por unas más cortas. Tampoco esos cinturones que se ven en ocasiones por la facultad, ella siempre fue más elegante que eso, pero sí lo suficientemente cortas como para hacer que mi imaginación volase al ver esa piel suave y tersa. Mantenerme concentrado era cada vez más complicado, con sus suaves y variados perfumes, y sus gestos estudiados, pero debía hacerlo. Por Lina, y por mi. Y notaba que, con cada negativa a entrar en su juego, y con cada semana que no le pedía que cumpliese con su oferta, su interés por mi aumentaba. Parejo a cierto equilibrio intelectual, pues fui descubriendo que con ella trabajaba en general muy bien.

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Quizás el primer punto de inflexión fue en Diciembre, la última semana antes del parón por vacaciones. Ella vino especialmente guapa aquella tarde-noche, con una falda ligeramente más larga de lo habitual y gruesa, que realzaba perfectamente todo lo que había debajo. Y, arriba, una camisa que transparentaba muy ligeramente un sujetador blanco con algunos pequeños dibujos que yo no podía ver. Estuvimos trabajando cerca de una hora, analizando uno de los libros que le había mandado que leyese, y la verdad es que ya estábamos bastante cansados. Con las ideas ya resumidas y anotadas, y varias apreciaciones más, añadimos varios libros para que ella leyese en navidades, y nos preparamos para despedirnos. Juguetona, ella se acercó a despedirse con dos besos, en lugar de darme la mano. Ella era consciente de que, estando yo sentado, me dejaría ver una interesante parte de un canalillo que me provocaba poco menos que delirios. Y, cuando se inclinó, por primera vez la imagen de Lina despareció de mi mente. Mientras ella se inclinaba con una sonrisa pícara, de diablesa, yo bullía. Y cuando el momento del contacto de sus labios contra mi mejilla iba a llegar, yo giré rápidamente la cara y le robé un beso directo. Ella dio un saltito hacia atrás, sorprendida, jamás me había dicho que la iba a poder besar, no era parte del trato. Sin embargo, el sabor de sus suaves y húmedos labios, y el hecho de que rápidamente se llenasen de sangre, me indicaba que le había gustado. Así que me puse en pie y, con elegancia… me despedí de ella hasta la vuelta de navidades. Podía notar su perplejidad mientras recogía sus cosas y se marchaba, y sabía que, lentamente, iba cambiando las reglas del juego como me había propuesto en un principio. Lo que no sabía era si aquello iba a evitar que me quemase. Desde luego, aquello era más de lo que me había propuesto en principio. Por ello, en el momento en que ella abandonó mi despacho, la imagen de Lina me golpeó con fuerza. La había traicionado. Sólo había sido un beso, que buscaba evitar males mayores, pero… ¿realmente había sido sólo eso? Ángela era la mujer más atractiva que conocía, y estaba jugando con ella a un juego demasiado íntimo. El sexo es sólo sexo, pero los besos… los besos son otra cosa. Por suerte, las Navidades me permitieron olvidarme un poco de Ángela y centrarme en mi vida familiar, en Lina y en mi pequeña. Nochebuena con una familia, Fin de Año con otra, Reyes con ambas, la debacle de festividades y felicidad hogareña no daba demasiado tiempo para pensar en nada. Pero todo remanso de paz tiene un final. Con el regreso a las clases, en Enero, regresaría Ángela. Y lo hizo, pero ella también había decidido cambiar las reglas del juego. De nuevo, llevaba las camisas cerradas hasta prácticamente arriba, y volvió a usar los pantalones sexis pero largos del principio. Y dejó muy claro, desde aquel 63

primer día, que no podría quedarse hasta tan tarde porque vendría a recogerla su novio. Yo, en respuesta, me comporté como si nada hubiese pasado, y me centré rápidamente en analizar los libros. Ella no lo entendía. Claramente, los hombres con los que ella había tratado hasta entonces no se comportaban así, no daban un paso en un sentido para luego caminar diez en el opuesto. Pero tampoco ella era tan predecible como podría parecer, era demasiado inteligente para ello. Hasta Marzo, las cosas continuaron así. La tesina ya estaba bastante completada, y cada vez que ella abandonaba mi despacho mi empalme casi me dolía. Pero yo me mantuve firme, y ella siguió siendo recogida por su novio. Sin embargo, mi calentura crecía día a día, y necesitaba hacer algo. Era obvio que no podía llegar hasta el final, no con lo mucho que amaba a Lina, pero tenía que mantener el juego vivo. Era extraño querer algo y, a la vez, desear que nunca llegase. Sin embargo, a principios de ese mes, yo necesitaba dar salida ligeramente a mi calentura, por poco que fuese. Jugar yo a ser hielo y ella a seducirme me gustaba demasiado, pero si ambos nos volvíamos hielo, entonces ¿en qué punto estaba el juego? ¿Había desaparecido? ¿La había perdido? Siempre podría pedirle que me la mamase, pero era consciente de que si lo hacía rápidamente perdería todo lo que pudiese conseguir con ella, más allá de lo contratado. No sólo en el plano sexual, además. Y Lina me rondaba la cabeza continuamente. No podía hacerle aquello. Pero necesitaba una salida. Así que aquel día la acompañé a la salida del despacho manteniendo la conversación y, cuando ella se dio la vuelta para salir, le di una breve palmada en el culo. Fue tan breve que casi ni pude sentirlo, pero lo que noté era su perfección, su dureza y firmeza. Y el saltito que ella dio mientras salía, fruto de la sorpresa inesperada de un juego que parecía haber quedado atrás. Cuan equivocada era esa percepción. A la semana siguiente ella vino explosiva. Parecía haber descendido de los cielos directamente a mi puerta, con esa faldita tan corta, y la camisa tan abierta. Sus dos pechos parecían gritar "¡Cómeme!" como en Alicia en el País de las Maravillas, y sus dos piernas exigían ser besadas y acariciadas. Pero no sólo aquello iba a cambiar. Directamente rodeó la mesa y vino hacia mi. Yo me giré, sorprendido, sin tener muy claro qué pasaba. Y ella se sentó sobre mi, colocando una pierna a cada lado y sus brazos en torno a mi cuello. ¡Casi podía sentir todo su cuerpazo sobre el mío! La suave presión de sus pechos sobre el mío, el calor de su entrepierna sobre mi pantalón, el roce de sus piernas y brazos… Se inclinó sobre mi y me dijo al oído:

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-Si quieres, podemos renegociar el acuerdo…- y me dio un suave lambetazo en la oreja que hizo saltar todas mis hormonas. Mis dos manos, como dos resortes ajenos a mi control, se lanzaron sobre su culo, apretándola contra mi. ¡Que culazo! Se podrían construir catedrales encima de lo firme que era, redondo y perfecto, justo del tamaño de mis manos. La apreté contra mi mientras ella soltaba un pequeño gemido. Y entonces, agarrándola todavía de ahí, me puse en pie y la senté sobre la mesa. ¡Bastaba de juegos, me la iba a follar, y me la iba a follar ya! Ni Lina ni hostias, necesitaba dar salida a todo. Ella me había desbocado y desarmado, y no podía ni pensar. Metí mis dos manos bajo su faldita y tiré con fuerza de las braguitas suaves con las que se tapaba su parte más sagrada. Y entonces, en medio de la vorágine, un pensamiento surcó mi cabeza, saltando todas las alarmas: "¡Para! ¡Para de una vez! No por Lina ni hostias, sino porque le demostrarás que eres como los demás, y habrás perdido a Ángela para siempre…" Pero, ¿cómo parar? Tenía sus bragas en mis manos. Sus labios entreabiertos pedían guerra, y estaba claro que había caído en sus planes. Pero, quizás, aún podía forzar un empate. Levanté su falda y me incliné ante ella. Su coño, rosado y perfecto, se abría ante mi, ligeramente humedecido y sin rastro de pelo. Parecía reclamar una polla lista, y sin embargo lo que recibió fue una lengua. Lamí, besé y acaricié toda su zona secreta, ante los ojos de incredulidad de ella. Pero, rápidamente, a su sorpresa le siguieron los gemidos, los pequeños suspiros, las respiraciones pesadas, a medida que yo me internaba más y más entre sus pliegues, y acariciaba con suavidad su clítoris. Cuando su tono de voz se aceleró un poco más, sus piernas parecieron querer aplastarme la cabeza, cerrándose en torno a mi como una presa ineludible. Sin embargo, ni aún así la dejé ir, sino que seguí lamiendo, besando, y chupando cada vez con más y más energía, hasta que ella se corrió en mi boca con un suave y prolongado suspiro. Menos mal que no era de las que gritaba, o nos habrían descubierto sin problemas. Me puse en pie frente a ella, ambos completamente vestidos salvo porque sus bragas estaban en el suelo. Sus labios, rojos, húmedos y brillantes parecían querer competir con sus mejillas por ser las más carmesíes, y sus ojos parecían relucir. Contrato renegociado- le dije, con una sonrisa-. A partir de ahora, quizás en vez de que tú me comas la polla, sea yo el que te coma a ti el coño.Ella me miraba con sorpresa. Creía que tenía la situación controlada cuando le había agarrado el culo y, sin embargo, al final había logrado salir de la trampa

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al darle placer a ella y no tomarlo yo. Al menos, no directamente, porque me sentía como en las nubes. Me incliné sobre ella, que aún trataba de procesarlo todo, y le robé un segundo beso. Breve y fugaz como el primero, pero cuando me alejé de sus labios suaves ella dejó su boca entreabierta, como dispuesta a darme otro. Creo que tu novio te debe estar esperando, y no estaría bien que aguardase más de lo necesario- le dije con una sonrisa, mientras me guardaba las bragas en mi bolsillo. Aún no tengo claro qué fue, de todo aquello, lo que más la sorprendió mientras salía del despacho. Si el cambio de mi vocabulario, si la contradicción entre hablarle del novio y quedarme sus bragas, si el beso, o el que yo le comiese su vagina cuando ella aún no me había mamado el pene. Pero lo que está claro es que algo fue, ya que no dijo ni palabra mientras salía. La semana siguiente no la vi, ya que yo tenía un Congreso en Viena y no estaba en la facultad. La de después tampoco, porque ella tuvo que ir a atender a su madre que había tenido alguna clase de problema de salud. Ello me dio tiempo para pensar. Yo amaba a mi mujer, de ello no había duda. Sin embargo, Ángela me daba una pasión, un juego que ya no tenía con Lina. Mi esposa me daba la estabilidad, el cariño, el hogar al que regresar y unas buenas dosis de sexo, pero era mi estudiante la que me daba lo imprevisto, el desafío, el morbo. Fueron dos semanas de mucho darle vueltas al coco, intentando encajar las piezas de un puzzle que parecía querer escaparse de entre mis dedos con demasiada frecuencia. Y, al final, descubrí que no podía escoger entre ellas. Quizás sea la salida cobarde, es cierto, pero una y otra me complementaban de diferentes maneras. Con Ángela había pasión, pero también había un gran complemento intelectual entre ambos. Con Lina había amor, y del de verdad, y una hija en común, una vida y un futuro. No podía prescindir de uno de los dos lados sin quedar para siempre reducido a la mitad de lo que soy. Así que decidí que, si iba a jugar en ambos campos, al menos debería encargarme de que ambas tuviesen lo mejor. Ángela ya tenía lo que quería, Lina también. Pero, con ambas, podía ser más completo, más atento, y más cariñoso. Bueno, quizás no con la estudiante, no sin romper el juego, pero si con mi esposa. Dicen que una de las primeras señales de que un marido tiene una aventura es que se vuelve más cariñoso y atento, así que fui especialmente cuidadoso para que no se notase, pero me encargué de demostrarle que era la reina de mi vida cuando podía y era adecuado, en la cama y fuera de ella. En cualquier caso, a la tercera semana Ángela vino a su tutoría semanal, y su simple imagen hizo arder todo en mi interior. Llevaba un top ceñido que dejaba su ombligo al aire, y que remarcaba perfectamente la forma de sus pechos, 66

aprisionados bajo las palabras "Divine Goddess". Cuanta razón tenían. Abajo, la falda más corta que le había visto, que dejaba todo tapado pero por los pelos. Aún no sé cómo conseguí evitar saltarle encima, porque su vista hacía que todas mis hormonas masculinas exigiesen tomarla. Ella se sentó en su lugar con la aparente seriedad de siempre, y comenzamos a revisar los textos que ella había escrito. Quedaban un par de meses para la primera fecha de examen, y el trabajo ya estaba muy avanzado, pero requería aún de unas cuantas revisiones y expansiones. Yo, sin embargo, me sentí ligeramente defraudado. Tras lo ocurrido la vez anterior, y con su ropa, esperaba algo más… explosivo que simplemente revisar sus textos. Igual era momento de que tomase yo la iniciativa. Cuando terminamos de revisarlo todo, la miré mientras recogía sus cosas, y le dije: -Súbete a la mesa, y bájate las bragas, que quiero cobrar parte de nuestro trato.Aún hoy no tengo muy claro lo que vi en sus preciosos ojos pardos en aquel momento. ¿Deseo? ¿Lástima? ¿Sorpresa? ¿Expectación? ¿Defraudación? Lo que si se es que tardó unos segundos en hacer nada, y yo tuve tiempo de pensar un millón de veces en lo ocurrido. Como cuando dicen que pasa tu vida frente a tus ojos al morir… pues lo mismo, aunque no fue mi vida sino mi posible futuro con Ángela el que vi. Entonces, ella se puso en pie. Me miró desafiante y, mientras alzaba una de sus cejas de modo severo pero enormemente sensual, se bajó las bragas con un movimiento sinuoso de la cintura. Tras ello hizo un pequeño hueco en la mesa y se sentó en él. Todo en su pose parecía querer decir "A ver si te atreves…", pero yo no podía ya dar marcha atrás. Si lo hacía, perdería de nuevo. Así que me colé entre sus piernas abiertas, y me quedé mirando directamente a sus ojos, vidriosos, expectantes y duros. Y, entonces, dirigí mi mano derecha directamente a la zona en cuestión, comenzando a acariciarla suavemente. Lentamente, la exploración exterior fue ganando en intensidad, a medida que los dedos se internaban más y más audazmente en su cuerpo, y ella se reclinó sobre sus codos. Pero no la iba a dejar ir tan fácilmente, y yo me incliné sobre ella, sin tocarla, pero mirándola directamente a los ojos. Sus labios se entreabrieron a medida que los primeros suspiros escapaban de ellos, y yo agradecí de nuevo a todos los dioses el hecho de que ella no hiciese ruido. Ligeros quejiditos se escapaban de su boca ocasionalmente, a medida que primero uno y después dos de mis dedos entraban una y otra vez dentro de ella, acariciando hasta el último recóndito pliegue de su coño. Y, a medida que eso hacía, su orgasmo se acercaba a pasos agigantados. Entonces me incliné sobre ella y le arranqué un nuevo beso. Pero este no fue breve y fugaz, sino que me quedé allí, mordiendo sus labios, besándolos con pasión y fuerza, y notando como ella me devolvía cada uno de los gestos con ira, pasión y lujuria. Para cuando su orgasmo llegó, nuestras lenguas jugaban la 67

una con la otra como si fueran viejas amigas, ansiosas por contarse la una a la otra todo lo ocurrido mientras no estaban juntas. Pero no paré, sino que continué hacia un segundo y tercer orgasmo, mientras sus labios se entregaban más y más a los míos, y apasionadas nuestras lenguas se enfrentaban ahora en el interior de su boca, luego en la mía, luego en el espacio entre ellas. Para cuando salió al encuentro de su novio, azorada y roja, llegaba con bastante retraso. Y yo tenía un nuevo juego de braguitas para mi colección, una tanga amarilla con la que limpié los líquidos que habían salido de su coño y habían quedado sobre mi mesa. Una vez más, a la semana siguiente no vino. Dijo que tenía mucho que escribir y reescribir después de los comentarios de la última vez, y que necesitaba el tiempo. Yo creo que era una excusa, necesitaba organizar sus pensamientos y lo que estaba sintiendo. E imagino que su novio debió ser el principal beneficiado de ello. Acercándose ya finales de Abril, el trabajo en la tesina de ella y de las clases para mi nos ocupaba la mayor parte del tiempo. Había que preparar exámenes, escribir, y trabajar para que todo estuviese listo y perfecto. Mis alumnos no tenían por qué sufrir a raíz de que yo tuviese una aventura de alguna clase, y Ángela no iría a ningún sitio durante varios años aún, de modo que las veces que nos encontramos fueron claramente de trabajo. Parecíamos haber regresado al status de antes de las navidades, donde se jugaba con palabras y gestos, pero no se pasaba a nada más. Pero, en esta ocasión, por debajo de la intensa tensión sexual existía una extraña promesa: el juego estaba detenido, en pausa, no terminado. Ella tenía sus planes para la continuación, y yo tenía los míos, y de vez en cuando dejábamos caer pequeños detalles al respecto. Con la llegada de Mayo comenzaron los parciales del segundo cuatrimestre, y ella le daba los últimos detalles a su trabajo. Además, Jorge Mediaz, mi otro alumno de doctorado, comenzó a solicitar mucho más tiempo, pues llevaba todo con mucho retraso. Típico de los chicos, todo a última hora. Así que cuando podía ver a Ángela era todo muy formal, y centrado en lo que ella hacía para estar lista a tiempo. A mediados de Junio fue su examen. Jorge se retrasaría hasta Septiembre, pero ella estaba lista. El día antes la cité en mi despachó toda la tarde, para ultimar la preparación de la defensa del trabajo. Al fin y al cabo, es muy diferente escribirlo que argumentar contra los profesores al respecto. Estuvimos debatiendo y preparándolo durante cuatro largas horas, durante las cuales mi mente se centraba en lo que ella decía, mientras mi pene se centraba en lo que ella era. Como siempre, él va por su parte. Pero cuatro horas con semejante diosa eran mucho tiempo.

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Cuando llegó la hora de marchar, la acompañé hasta la puerta, pero mi mano se disparó y la detuvo antes de que saliese (algún día deberé entrenar a mi mano para que no haga cosas por si misma). La hice darse la vuelta agarrándola suavemente por el brazo, y ante su mirada dudosa, puse mi otra mano en su cintura y le di un beso. Fue un beso suave, pero no fue uno breve. Y a este le siguió otro, y uno más, y un tercero. Mis dos manos la apretaron entonces contra mi por el culo, pero sin fuerza ni violencia (aunque con un culazo como ese, me costó evitar que lo hicieran), simplemente para sentirla por completo contra mi, y yo contra ella. Sus labios se entreabrieron, y mi lengua se coló en ellos como un río que destruye su presa. Pero, aunque lo hiciese rápido, las caricias eran suaves y lentas, cariñosas y dulces. No le decía "te voy a follar ahora mismo, Ángela", sino "estoy a tu lado en esta prueba". Quizás no fuera la forma más adecuada de decirlo, es cierto, pero era la que se me ocurría. Y cuando noté sus brazos rodear mi cuello y sus deliciosos labios responderme con la misma suavidad supe que ella entendía el mensaje. Y cuando, un minuto más tarde, rompió a llorar sobre mi hombro, liberando toda la tensión de la prueba que se avecinaba, del trabajo de tantos meses, de las dudas y las inseguridades, supe que todo estaba listo. -Venga, vete preciosa. Que mañana vas a triunfar.Le dije, cuando oí que sus sollozos remitían. Y, con una extraña sonrisa, ella se dio la vuelta y abandonó mi despacho. Como es obvio, al día siguiente no pasó nada. Con lo exuberante que era su cuerpo, la mirada de todos los hombres estaba permanentemente puesta en ella, y con su novio al lado (un tipo atractivo, pero que no estaba a su altura) no hubo ocasión de nada. Sólo pequeños gestos, como dedos cruzados, para darla confianza ante la prueba que se avecinaba. Prueba que, como yo ya sabía, superó con creces, y un Magna Cum Lauden. La celebración posterior si se brindó para un pequeño momento, cuando me encontré con ella de casualidad camino ambos del baño. No, no, no ocurrió lo típico, de que uno arrastra al otro al interior del baño y se desata la pasión como dos colegiales. Pero alejados de su novio y de los ojos indiscretos por un momento, ella me agradeció todo mi apoyo con un breve pero suave beso en los labios. El primero que ella me daba a mi, y que permaneció grabado en los míos durante horas, como si de fuego se hubiese tratado. A partir de entonces llegaron los tres meses de verano, en los cuales, como todos los años, ella se iba con su familia de Toledo y yo no la vi. Fueron meses dichosos, la verdad, en los cuales pude estar con Lina y la niña sin preocupaciones ni otras cosas en la mente. Por una vez, tras aquel año de locura, podía dedicarle tiempo a mi familia sin dudas, ni la imagen de Ángela dando vueltas en mi cabeza. 69

Sin embargo, he de admitir que temía el verano en lo más hondo de mi ser. Hablar con Ángela de vez en cuando por email era muy frío, y no sabía cómo estarían las cosas tras tres meses sin vernos. O si acaso aquel beso significaba que estaba entrando en el peligroso campo de los amigos, y no de los amantes. No tenía nada claro y, sin poder verla ni hablarlo con ella, lo único que podía hacer era tratar de ignorarlo y dedicarme a mi familia. Ella, en cambio, lo tenía muy claro. El primer día de tutorías no vino, ya que sabía que estaría todo el día con Jorge intentando sacar adelante su proyecto en tiempo record. Al menos para un aprobado raspado y que no perdiese el año. Con los retrasos, el segundo día tampoco fue posible, y yo me devanaba los sesos dándole vueltas a la situación mientras intentaba hacer que las piezas de aquella tesina mediocre encajasen. Lo conseguimos dos días después, por los pelos, y Jorge superó su examen con un Aprobado raspado. Después de ello, lo puse a trabajar en su DEA inmediatamente, pues no quería volver a tener una situación así con él. Al día siguiente de tutorías vino ella. Con los meses pasados, casi no recordaba lo impactante que era su belleza, su pelo negro ondeando suavemente, sus grandes pechos aprisionados bajo el mismo top de "Divine Godess" de la otra vez, su falda corta y, por primera vez, unos zapatos con algo de tacón. "Estaba para comérsela y no dejar ni los huesos", como suele decir un amigo mío. Yo estaba a la expectativa, inseguro sobre todo, pero ella caminó hasta mi con una seguridad y un aplomo que me recordaron cuando negociamos la primera vez. Rodeó mi mesa y, una vez más, se sentó sobre mi, con las piernas una a cada lado. Se inclinó sobre mi, pero en vez de dirigirse a mi oreja como la otra vez, fue directa a mis labios. Jamás me habían besado así: un beso profundo, apasionado, entregado, sin barreras. Sus labios acariciaban, mordían, chupaban. Su lengua nadaba en mi boca como tratando de recuperar todo el tiempo perdido. Sus manos rodeaban mi cuello, como si quisiesen que ambos nos convirtiésemos en una sola persona. Me llevó varios segundos realmente darme cuenta de lo que ocurría, no era algo que hubiera pensado. Pero entonces la apreté contra mi de nuevo por ese culazo divino que tenía y le devolví el beso con tanta pasión como ella me lo daba. Estaba en sus derrotado, me había desarmado por completo con ese ataque. Levanté una de mis manos con dificultad desde su gloriosa posición, directa a sus pecho derecho que todavía, a estas alturas, no había catado. Y, ciertamente, no desanimó: duro, firme, redondo y pleno. Ligeramente más grande que el tamaño de mi mano, y enormemente sensible; tanto que incluso a través de la telilla del top y del sujetador podía sentir su pezón. Parecía querer huir de su encierro, y más cuando suavemente comencé a acariciarlo y a excitarla. Los gemidos que escaparon de su boca demostraban que lo estaba haciendo bien, que le gustaba, que se entregaba.

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Y entonces ella, en un movimiento fluido y felino, no sólo se puso en pie sino que acabó arrodillada frente a mi. Mi bragueta fue bajada a la velocidad de la luz, y extrajo mi polla con una sonrisa que me desarmó aún más, si era posible. Se sabía vencedora de esta ronda, y yo no tenía voluntad para contraatacar. Sólo pude dejarme llevar, y disfrutarlo. La tragó y comenzó a mamar con fuerza y ahínco. He de reconocer que no fue la mejor mamada que me habían hecho, pero su pasión, su entrega, y su mirada triunfadora compensaban con creces eso. Y llevaba tanto tiempo deseándolo que era como estar en el cielo, sentir como ponía toda su garganta a trabajar en simplemente darme placer, notar cómo sus labios acariciaban y aprisionaban a la vez, disfrutar como su lengua acariciaba toda mi extensión. No tardé mucho en aproximarme al momento. Tanta espera no da aguante, al fin y al cabo. Así que se lo indiqué con un gesto y ella dio un paso atrás y, con una sonrisa morbosísima, recogió todo mi regalo en un pañuelo. Lo dobló con cuidado, y lo guardó en su bolso. -Yo también tengo mis trofeos- me dijo, con una sonrisa juguetona, mientras se ponía en pie y se disponía a marcharse. Y yo, allí, desmadejado y derrotado. Pero feliz. Durante la siguiente semana, no sabía que pensar. Ella había triunfado, yo había triunfado. Ella había vuelto una bestia del sexo, yo llevaba demasiado tiempo esperándolo. Así que me masturbé como un loco. Quería que, cuando llegase el día, ella no tuviese esa ventaja sobre mi. Y no la tuve, ni esa semana ni la siguiente, ya que no vino. Supuestamente era porque quería ir comenzando a preparar el DEA, pero ambos sabíamos que era para hacerme esperar, porque ella era la que tenía ahora la sartén por el mango y quería aprovecharlo. Así que la segunda semana de Octubre fue cuando tuvimos el siguiente encuentro, después de que yo le dijese en email que "quería cobrarme el pago de esa semana". La verdad es que no tenía pensado cobrarlo, no quería perder tan rápido, pero quería romperle su ventaja de que decidiese cuando venir y cuando no. Ya pensaría algo sobre la marcha. El día indicado me lo pasé completamente desconcentrado. Demasiadas cosas en mi mente, y además me acababan de indicar que iba a tener un nuevo proyecto entre manos. Uno gordo, la verdad. Ella llegó, guapa pero contrariada. Creía que ya había ganado, y eso la desilusionaba. Cuando entró se dirigió directamente hacia mi, pero yo le indiqué que tomase asiento. Eso la descolocó, y sólo en ese momento las piezas encajaron en mi mente. Ángela sonrió, ladeó la cabeza, y finalmente se sentó. Notaba que no estaba todo ganado ya, y eso le gustaba. Verás, me he enterado hoy de que la Unión Europea en su servicio de investigaciones va a poner en marcha un estudio grande a nivel europeo. 71

Quieren averiguar el interés y apoyo de la población a las instituciones europeas, así como el grado de conocimiento que de ellas hay, y en España el encargado seré yo.Hice una pausa, breve, notando como mis palabras calaban lentamente en ella. Voy a necesitar ayuda, y en este periodo tú vas a tener tiempo libre. No creo que pueda darte un gran sueldo, pero será currículo de cara al futuro, además de experiencia. Y, por supuesto, no lleva ningún contrato adicional.La broma casi se perdió en medio de su alegría y alborozo, y me descubrí sonriendo simplemente de verla feliz. Ella vino hasta mi y me levanté para devolverle el abrazo que obviamente iba a darme. Es curioso como, pese a tener ese cuerpazo pegado a mi, lo que sentía en ese momento no era excitación (o sólo eso) sino también afinidad y simple felicidad. Se alejó un poco y me miró a los ojos. Muchas gracias, por todo. Por no ser como los demás. Por esta oportunidad. ¡Te juro que no te defraudaré!Lo se, llevo un año analizando tu trabajo, ¡dudo que haya existido una entrevista de trabajo más concienzuda!Ella me besó, primero con ternura, y luego… no sé. Había pasión y calor, ciertamente, y la batalla de lenguas ciertamente lo atestiguaba, pero no sólo eso. Había un reconocimiento. Creo que ella comenzaba a llevar el juego a un nuevo nivel. O algo. Y no se dónde estaba yo con respecto a todo ello. Sólo se que las caricias de su lengua, el sabor de sus labios, y el placer de todo ello eran más de lo que había esperado cuando un año antes ella había entrado por la puerta de mi vida, a golpe de imprevistos. Aquella tarde no pasó nada más. Ni siquiera en las siguientes reuniones, pues a medida que reuníamos el equipo cada vez se producían los encuentros con más gente delante. Trabajo y más trabajo, la vida universitaria. Fue casi a mediados de Noviembre cuando nos reunimos por primera vez en privado para discutir su DEA y los avances en el proyecto. Iba a ser una investigación larga, y requería mucha preparación. Ella entró como salida de una fantasía erótica, como la típica ejecutiva agresiva que todos desean tener por jefa o secretaria. Con su maletín con todo el material de la investigación y de su Doctorado, la camisa blanca inmaculada pero ligeramente abierta sobre sus gloriosos pechos, la chaquetilla abrochada sólo en los botones más bajos, y los pantalones de pinza que sugerían las magníficas piernas que ocultaban. Iba abriendo su maletín para extraer la documentación, pero en lugar de sentarse en su sitio lo hizo sobre mi, dándome la espalda. Hubiera jurado que su culo estaba hecho para encajar con mi pene. Con una sonrisa pícara comenzó a repasar los datos del estudio, mientras ocasionalmente fingía "recolocarse", excitándome al hacerlo. Su olor era tan intenso que me hubiera mareado si me hubiera quedado sangre fuera de mi creciente amigo. 72

Así que yo contraataqué y, mientras indicaba alguna cifra o dato del papel, aprovechaba para acariciarle con el costado del brazo su cintura, sus pechos, o su cadera. Casi notaba una corriente de estímulos salir disparados cada vez que lo hacía, por breve que fuera el contacto, y en más de una ocasión a ella también la noté estremecerse. Jugamos de ese modo, calentándonos mutuamente, durante toda la reunión. Tengo muy claro que los principales beneficiados de ello fueron su novio y mi esposa. Y la gloriosa paja que me hice en su honor tan pronto abandonó mi oficina al final del encuentro. Así fueron las siguientes reuniones que tuvimos a solas, aunque fuesen escasas. Y siempre salía con la misma taquicardia. Creo que a ella le ocurría lo mismo, aunque lo llevaba mejor, ya que esa situación la controlaba ella y yo necesitaba darle la vuelta de nuevo a las tornas. Lo había conseguido, brevemente, con lo del trabajo, pero de nuevo ella llevaba ventaja. Por lo que aproveché de nuevo la última reunión antes de Navidades (¿por qué siempre dejo todo para última hora, será porque yo también soy hombre?) para cambiar ligeramente las reglas. Como siempre, ella llegó guapísima y vino directamente a sentarse sobre mi tras darme un pequeño "morreo de hola", cosa que había instituido unas pocas reuniones antes, y que aseguraba que mi palo mayor estuviese más que listo para encajar en su valle trasero. ¡Que bien besaba aquella mujer! Pero yo aquella vez tenía que mantener un poco la cabeza fría, y ser más audaz que lo habitual. Tenía que dejar correr mis hormonas, pero de modo controlado. Así que dejé que se confiase, y comenzamos los jueguecitos de siempre. Pequeñas caricias, miradas pícaras, pequeñas risitas… toda la parafernalia que nos dejaba a ambos siempre al borde. Estuvimos más de una hora y media trabajando de este modo, según el reloj de mi ordenador y, cuando noté que ella ya iba calentita, mi mano dejó de rozarla inocentemente para adentrarse en su camisa y asir directamente una de sus maravillosas tetas. Ella dio un respingo, aquello se salía del guión. Pero yo mantuve mi presa firmemente y la apreté contra mi, acariciando su pezón en círculos, pellizcándola, acariciando la base de su teta derecha. Un gemido se le escapó y me miró sorprendida, notando como en esta ocasión ella iba a perder el control antes que yo. Notando como ella aún era incapaz de reaccionar por la sorpresa, llevé mi segunda mano a sus pechos y, mientras sobaba ambos con profundidad y detalle (¿os he dicho ya lo maravillosos que son esos dos globos?) la comencé a preguntar por las cifras y datos que tenía que exponerme. Y ella, capturada entre dos frentes, no sabía reaccionar. Yo, mientras tanto, no me cansaba de sobar toda su anatomía, desde sus pechos a su estómago, sus hombros y su espalda. Pero sin acercarme a ningún punto claramente sexual. Hasta que vi que lentamente recuperaba la concentración, y mientras regresaba a acariciar los puntos más sensibles de sus esplendorosas tetas, comencé a chuparle el cuello en pequeños besitos y lambetazos. Y cuando eso ya comenzaba a no ser suficiente para mantenerla 73

desconcentrada me encargué de darles el mismo tratamiento a sus pequeñas y preciosas orejitas. Ahí se perdió. Nunca había visto a una mujer correrse sin contacto directo con su sexo, pero Ángela se corrió sin lugar a dudas. No se si por el morbo, por mis caricias, o por que, pero se corrió sin dejar posibilidad de ocultarlo, con unos gemidos ligeramente más altos de lo habitual, sus labios hinchados del todo, y arqueando ligeramente la espalda. Me parece que esos datos son prometedores, aunque tendrás que mejorar la exposición- le dije, risueño, mientras se recuperaba. Ella sólo ladeó la cara y me dio un beso breve pero de infarto. Se entregó de tal modo como mujer alguna se había entregado a mi, y yo le correspondí en igual manera. A partir de entonces, el juego fue modificado para siempre. Los fajes se volvieron habituales, pero siempre en una dinámica de intentar dar más de lo que se recibe, como si ser el que mantiene el control siempre fuese más importante. Sinceramente, tampoco tuvimos tantas ocasiones como nos gustaría, pero las aprovechamos bien para aprendernos bien los cuerpos el uno del otro. Las mamadas, mutuas o de uno solo, se volvieron más habituales, pero más como modo de descargar nuestra propia calentura que por que el otro las solicitase. Los besos se volvieron húmedos y me aprendí de memoria la forma de sus curvas y sus sabores y texturas. Ciertamente, si hubieran sido una complicada carretera, podría haberla recorrido incluso ciego. Sin embargo, nunca tuvimos sexo, ya que aún no habíamos llegado a ese nivel en el contrato. Si que os puedo decir que, una vez más, su DEA fue aprobado con la mayor nota, Magna Cum Lauden, y el proyecto arrancó después de una planificación excepcional. Y con ello, llegó el verano, y nos separamos de nuevo. Ella a su ciudad, yo me quedé a trabajar. Por supuesto, el proyecto seguía en marcha, pero podíamos coordinar esta fase por email y teléfono, ya que de momento se estaban realizando las encuestas y estas estaban subcontratadas a una empresa, por lo que nuestra participación al respecto era baja. Fueron un par de meses tranquilos y dichosos con mi familia, que me hicieron recordar con calma lo mucho que amaba a Lina. Ella era mi compañera en el camino, y avanzábamos juntos y cogidos de la mano por la vida. Y, desde que me había ido volviendo más atento, la veía más feliz que nunca. Cierto, todo se construía sobre una mentira, pero… En cualquier caso, en Septiembre la vi de nuevo, aunque las dos primeras veces no tuvimos intimidad ya que eran reuniones con todo el equipo del proyecto para ir analizando los diferentes datos que la empresa encuestadora nos iba proporcionando. Eran preliminares, pero permitían ir avanzando 74

algunas teorías sobre las que podíamos ir a buscar bibliografía cuando se salían de nuestras expectativas, o ir confirmando nuestros planes cuando caían dentro de ellas. La tercera vez ya nos vimos a solas, en mi despacho, y fue tan tórrida como todas las anteriores. Mientras mis manos nadaban por su cuerpo, su boca se saciaba con mi cuello. Los quedos gemidos de ambos llenaban la sala y entonces me mordió con un poco de vileza y una sonrisa de depredadora; a mi se me escapó un: ¡Que mala eres, Angie!Ambos nos quedamos callados un segundo, y luego rompimos a reír. Nunca la había llamado de ese modo, siempre habíamos mantenido la estricta distancia… al menos en cuanto a nombres. Y se había roto. Victoria para ella. Me besó, y por una vez vi que ella sonreía de un modo extraño. Solo esperaba que no significase amistad, o algo así, pero tampoco amor. Eso lo complicaría todo. ¿Y que sentía yo? ¿Qué estaría mostrando mi sonrisa para ella? No lo sabía. Ya sabes, como la de la canción de mis adorados "Rolling Stones"- dije, de nuevo, intentando salir al paso de mi error. Eres un tonto- dijo ella, mimosa, y dándome un besito suave y cariñoso que, lentamente, se fue tornando en uno más apasionado a medida que, de nuevo, íbamos cogiendo inercia y yo le acariciaba sus eternos muslos. Cuando un rato después ambos nos habíamos corrido y estábamos abrazados en la silla de mi despacho (¡Cuánto había visto la pobre!), ella dijo con tranquilidad, casi naturalidad. Bueno, hora de irse- se levantó, abrochándose la blusa tras recolocar su sujetador en su sitio-. Nos vemos pasado mañana en la reunión, ¿no, César?Mi nombre. Por un momento la miré a los ojos. Brillaban, juguetones. Habiendo yo cometido el error, era lícito. Y, a partir de entonces, para todo el mundo fuimos el Profesor Luna y Ángela Pérez. Pero, cuando nadie miraba, éramos César (o una de las muchas variaciones que ella inventó) y Angie. De hecho, a menudo yo ponía diferentes versiones de esa canción en el medio de las demás en los actos en los que estábamos juntos por el proyecto, en parte porque me encanta, y en parte para ponerla en un ligero y cariñoso aprieto, ya que obviamente todo el mundo se metía con ella al ser reconocido el tema. Desde Octubre, sin embargo, fue imposible tener nuestros escarceos habituales, ya que el profesor del despacho de en frente pasó a tener sus tutorías a última hora como las mías, de modo que oiría todo por discretos que 75

fuésemos. Así que nos conformábamos con besos y caricias más suaves, que sólo nos dejaban peor de lo que estábamos al principio, y con más ganas el uno del otro. Era increíble pero, por muchas veces que hubiera tenido sus pechos, o su vagina, o su cintura, o su cara entre mis manos o frente a mis labios, nunca quedaba saciado. Así vino un Noviembre de sequía y ansias, y un Diciembre casi de locura. Supongo que Lina agradeció esto, pues durante esos meses estaba especialmente fogoso, pero una cosa sé hacer bien: mentir. No es algo que haga a menudo, pero siempre he sido bueno en ello, con lo que ella se creyó que se debía al stress del proyecto, que necesitaba salir por algún lado. Además, supongo que ella simplemente estaba encantada. Igual que el novio de Angie. Sin embargo, como siempre, la última semana antes de navidades traería cambios. Supongo que el volcán estaba demasiado ardiente ya. Estábamos, como siempre, en mi despacho, y llevábamos ya un buen rato metiéndonos mano suavemente mientras repasábamos datos y afirmaciones y preparábamos el trabajo. Era poco lo que había que hacer, la verdad, ya que con las vacaciones la mayoría de otros profesores y auxiliares involucrados en el proyecto también se irían a sus casas. Así que estábamos especialmente calientes, ya que no podíamos darnos rienda suelta, pero teníamos el tiempo para hacerlo. Entonces, yo sugerí, entre silenciosas exhalaciones: ¡Vámonos a otra parte!Parece mentira que, en tanto tiempo, no se me hubiera ocurrido una solución tan sencilla. Pero, simplemente, estar con Angie parecía vinculado al despacho tras tantos meses, eran como una misma cosa. Ella se puso en pie rápidamente y fue a por sus cosas, dándome la espalda, y me pareció que la había cagado. Conozco un buen motel- oí decir a su voz-, está alejado y nadie nos reconocería.Aquello cayó sobre mi como un balde de agua caliente. No sólo no la había molestado sino que estaba de acuerdo. No- respondí, con un aplomo que me sorprendió-. Tú no eres ni una puta ni una cualquiera. Buscaremos un buen hotel y estaremos juntos tranquilamente.Pude ver como sus ojos, brevemente se llenaban de lágrimas, aunque ella tratase de reprimirlas y se las enjugase con el dorso de la mano. Le cogí la mano con suavidad y le di un beso allí donde estaba el rastro de las lágrimas, y ella se abrazó a mi con una fuerza enorme. Hasta entonces, he de reconocer que jamás me había dado cuenta de la inseguridad que toda esta situación le producía a la pobre. Debía sentirse a 76

veces que no sabía cual era su lugar, qué significaba para mi, ni nada por el estilo. Quizás no lo sabía ni de ella misma. Yo tampoco lo tenía claro, como ya sabéis, pero lo que sí sabía es que no era un juguete de usar a tirar, sino que estaba a mi nivel. Era mi igual, y precisamente en ello estribaba gran parte de su atractivo. Y si ella se entregaba, yo también lo hacía, no sólo de palabra como tantos que prometen la luna, sino de verdad. Mientras conducía en dirección a una ciudad cercana donde nadie nos reconociese, ella usaba su portátil para buscar un hotel adecuado. Hizo una lista con su habitual eficiencia, y yo escogí el más caro. Es curioso, pero nunca pensé que elegir mantener cuentas separadas cuando me casé me fuese a servir para esto. Llamé a Lina y me inventé una excusa lógica y probable de por qué iba a tener que pasar toda la noche fuera y volvería al día siguiente; ahora la verdad es que ya no me acuerdo de cual fue, lo que sí recuerdo es que coló, probablemente porque yo muy muy raramente miento. Cuando yo acabé, ella hizo lo mismo con su novio, que se puso celoso y le montó una pequeña bronca por teléfono; o, al menos, lo intentó, ya que ella con su habitual aplomo lo paró en seco y lo calló, argumentando de una forma tranquila y racional que desarmó al otro. Lo cierto es que tenía a su novio danzando en la punta de su dedo. Así que entramos en el hall del hotel como si fuéramos una pareja de viaje, con ella cogida de mi brazo, y la verdad es que me sentí poderoso. Todos se volvían a verla, y eso que aquel día ella no iba especialmente maquillada ni nada, ya que en principio no íbamos a tener tiempo ni ocasión de hacer nada. Y, sin embargo, era un imán para los hombres, y yo un foco para sus envidias. Nunca me había sentido así, y he de reconocer que me gustó. Y mucho. Supongo que también por el peligro de ser vistos juntos en un lugar público del brazo, por improbable que fuese que nadie nos reconociese. Aunque bueno, que fuese casi imposible no evitaba que yo estuviera un tanto paranoico y mirase ligeramente a los lados intentando ver alguna cara conocida; y en el brazo notaba como ella más que estrecharme me apretaba, fruto probablemente de la misma tensión. Sin embargo alquilamos una buena habitación sin incidentes, y nos dirigimos a ella. Supongo que la elegancia y seguridad de ambos, y nuestras ropas evitaron que pensasen que ella era una prostituta, porque evidentemente no era de la clase de lugares que permiten su entrada, y me alegré ya que no sabía como explicar que simplemente éramos amantes: profesor y alumna. No es algo que hubiese hecho nunca, ni en lo que tuviese la mínima práctica, al fin y al cabo. Pero divago. El caso es que entramos en el ascensor, con botones, y mantuvimos la perfecta corrección. Bueno, salvo por los ligeros movimientos de ella que hacían que los ojos del pobrecillo casi se saliesen de sus órbitas cada vez que creía que iba a poder verle algo más del canalillo, sólo para encontrarse que ella cambiaba el vaivén y volvía a permanecer secreto. Una y otra vez. Yo mantuve mi rostro de seriedad, igual que ella, pero he de reconocer que me costó infernalmente, y 77

tan pronto salimos del ascensor ambos nos morimos de risa todo el camino hasta la puerta de la habitación. Probablemente, eso sí, se debiese más a una risa nerviosa que a una de hilaridad, ya que la broma de Angie tampoco había sido para tanto. Entramos y lo hicimos como una pareja de casados desde hace muchos años, cada uno por su lado. Yo quería saltar sobre ella, pero tenía miedo de que eso fuese demasiado. Supongo que ella estaría igual. Voy un momento al baño, ahora vengo- dijo ella, y se internó en el mismo como si fuese un refugio. Llevábamos dos años y medio para llegar a esta situación, y aún así sentía que me precipitaba, que ponía demasiado en riesgo. Lina, el novio, Angie, y yo. ¿Cómo saldría todo cuando esta noche terminase? ¿Qué habría cambiado? Fui al minibar y me serví una copa, mientras pensaba todo esto: necesitaba que algo calmase el caballo que se había metido a galopar en mi corazón. Le pregunté que si quería beber algo, y se lo preparé. Vodka con limón, si no recuerdo mal. Se abrió la puerta y ella entró en la habitación con un sujetador de encaje y unas braguitas a juego, ambas en blanco. Buscaba impactarme, y vaya si lo consiguió: me dejó literalmente paralizado en mi sitio, con ambas copas en mis manos. La había visto semidesnuda en un millón de ocasiones, pero verla así, casi completamente desnuda, con esa seguridad y ese aplomo, su sonrisa más seductora y un andar felino hacia mi hizo que el caballo dejase de galopar, directamente se volvió loco. Y yo completamente incapaz de hacer nada, ni siquiera cerrar la boca. Gracias- dijo ella, con falsa modestia, mientras cogía la copa de mi mano y se regodeaba con la situación. Punto para ella, indiscutiblemente, aunque hacía tiempo que había perdido la cuenta de los marcadores. Sólo el que se bebiese su copa casi de un trago delató lo muy nerviosa que ella también estaba. Estás, simplemente… increíble- conseguí decir. Pues va siendo hora de que te lo creas- dijo, pícara, mientras colocaba la copa vacía de vuelta en la mesita y me rodeaba el cuello con sus brazos. Rodeé su cintura con cuidado, como temiendo que todo fuese un sueño y se fuese a desvanecer de entre ellos, o romper en mil pedazos como una figurita de cerámica. O algo. Pero no lo hizo. Ella estaba ahí, conmigo, y no había vuelta de hoja para ninguno de los dos. Un pequeño escalofrío recorrió su espalda cuando mis manos la rodearon, y otro me recorrió a mi cuando me incliné sobre ella y besé sus labios primero con tranquilidad. Aquella vez, a diferencia de todas las anteriores, teníamos toda la noche para nosotros.

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Al menos, esa era la teoría. Pero todo el mundo sabe que, como dice la célebre frase de alguien que no recuerdo, "ninguna teoría sobrevive al encuentro con los hechos". Y aquella tampoco lo hizo. Sentir su calor, la humedad de su boca, la pasión de su mirada, el roce de su pelvis… todo tan directo, todo sin temores, hizo que ambos nos disparásemos. Quizás simplemente, llevábamos demasiado retraso. Pero el primer y tranquilo beso rápidamente se cambió en un torrente de pasión, de mordiscos, de lametazos, de intercambios apasionados hasta que no supimos de quien era la saliva que teníamos en la boca. Mis manos se apropiaron de su culazo firme, de sus altivos pechos, de su coño que se humedecía con rapidez, de sus caderas de slalom, de su cuello de marfil. Sus manos rápidamente abrieron mi camisa, se deshicieron de mi cinturón y desabrocharon mis pantalones. Pronto ambos estuvimos en iguales condiciones: en ropa interior. La subí sobre la mesita de las bebidas, lanzando una de las copas al suelo y haciéndola añicos, y me retiré un paso. Mientras recuperaba un poco el aliento, no podía dejar de admirar la belleza perfecta que tenía delante, toda para mi. Y yo, todo para ella, pues me escrutaba en igual medida que yo lo hacía. Mientras nos besábamos de nuevo, bajé mis manos por sus caderas y, con su ayuda, deslicé sus bragas por sus piernas hasta que cayeron. La noté temblar un poco, no se si de miedo, de excitación, de sorpresa, o inseguridad. Quizá un poco de todo ello. Y aproveché este momento para agacharme frente a ella y comenzar a devorarle los bajos como nunca lo había hecho. Besé, lamí, acaricié, penetré con dedos, sorbí, chupé, y cosas incluso para las cuales no tengo verbos adecuados. Todo con tal de disfrutar del peculiar sabor de sus líquidos, que me demostraban lo mucho que le estaba gustando. Y si a ella le gustaba, a mi me gustaba. Y entonces, por primera vez, la oí gemir con cierta rotundidad. No, no era como en todos los relatos y pelis porno, que parece que a las mujeres les apetece hacer que todo el mundo en la manzana siguiente se entere. Pero, desde luego no era tan callada como cuando hacíamos lo mismo en el despacho. Así, entre suspiros quedos y ligeros gemidos, se intercalaban pequeños grititos de placer, y gemidos mayores que se acentuaron ligeramente a medida que se aproximaba su orgasmo. El cual llegó justo después de su grito más fuerte, mientras arqueaba la espalda como tanto le gustaba hacer. Su sonrisa depredadora fue probablemente la cosa más bonita que he visto jamás, y la mejor recompensa. Aunque lo que vino después tampoco estuvo, precisamente, mal que digamos. Ella me empujó suave pero firmemente contra la cama, y tiró de mis calzoncillos y calcetines. Yo me había olvidado de estos últimos, pero se ve que ella no. Y, una vez estuve desnudo frente a ella, su pequeña lengüecita salió a humedecer sus labios, como si anticipase un banquete. Tengo muy claro que es

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un gesto que hizo por mí, pero aún así fue tan erótico que mi pene dio un saltito, y se hubiera empalmado aún más si fuera posible. No lo era. Entonces lo agarró con una mano y, de golpe, se lo tragó entero. No es que tenga un monstruo entre las piernas, pero tampoco la tengo pequeña, y al principio le costaba hacerlo todo de tirón. Aquella vez ya no, prueba de lo mucho que había aprendido desde que habíamos empezado a jugar juntos. Y me la chupó como si se jugara la vida en ello, con una maestría que ninguna otra mujer que haya estado conmigo había tenido jamás. Lamiendo, succionando, besando, acariciando, mordisqueando ¡incluso soplando y acariciándola con el pelo! El mismo tratamiento le deparó, por primera vez, también a mis huevos, que pedían amor. Sin embargo, ambas cosas hizo con una ligera crueldad, ya que siempre que yo estaba a punto, ella paraba. Una y otra vez, me dejaba al límite. Es cierto que así la corrida es mayor, pero ¡yo ya estaba más que en mi máximo! Y entonces, cuando yo pensaba que iba a parar de nuevo, Angie llego hasta el final y me corrí sobre el suelo del hotel como si quisiese pintar toda la habitación de blanco. Obviamente, exagero, pero salió tanto como nunca en mi vida. Desde luego, todo esto no cabe en una de mis servilletas- comentó, burlonamente. Por respuesta, yo la cogí de las axilas y la tumbé en la cama, al lado de mi. Casi daba vértigo estar en la cama con una preciosidad tan perfecta al lado, estar a su altura, darle lo que realmente merecía y deseaba… ciertamente, produce inseguridad. Al menos me lo hizo a mí. Pero ella, viendo que me paralizaba brevemente, me acercó con sus brazos y me besó. Ya era hora de que completásemos la siguiente parte del contrato, ¿no crees?casi suspiró en mi oreja. Fue como una declaración de guerra. Quedarme quieto ciertamente no iba a ser estar a la altura, ¡había que poner toda la carne en el asador! Y, si no llegaba, al menos habría tenido una noche mágica con ella. Así que me coloqué sobre ella, con cuidado para no hacerla daño, y puse mi polla, que ya estaba de nuevo lista para la batalla, sobre su coño. Comencé a acariciárselo por fuera, haciéndola rabiar, pero lo único que conseguí (a parte de que nos calentásemos ambos una burrada) fue que se riese con una risa inocente y sin malicia alguna. ¡Para, para, que me haces cosquillas!Por lo que paré, pero dentro de ella, internándome un poco en su coño. Obviamente no era virgen, pero lo tenía mucho más cerrado de lo que uno esperaría de una chica de veintisiete años con su cuerpo y su mente. Así que la introduje un poco, esperé a que se habituase, y continué un poco más, lentamente, entrando paso a paso. Imagino que probablemente no le haría daño de todas todas, pero nunca se sabe.

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Eres un tonto- me dijo ella, cariñosamente, mientras me besaba con verdadero sentimiento. ¿Cuál? Eso no lo sabía. Eso sí, una vez estuvo dentro del todo, comencé a darle ritmo a la cosa. Al principio, un ritmo pausado pero firme, que fuese algo que pudiese mantener un buen rato y que disfrutásemos ambos, y que nos permitiese seguir con los calentamientos, los besos y las caricias hasta en los lugares más recónditos que alcanzásemos. Después un ritmo más fuerte, más apasionado y caliente, acercándonos a ambos al orgasmo, y finalmente un sin ritmo con toda la pasión y energía que yo tenía, pero sin buscar hacerle daño. Parando si veía que ella aún no llegaba, y he de reconocer que cada vez que me detenía todas mis hormonas y pensamientos gritaban "¡Joder, no pares, sigue de una puta vez!", pero yo paraba, brevemente, y luego lo retomaba, retrasando así mi final hasta que llegase el de ella. Diría que el de ambos fue a la vez y precioso, pero no sería verdad. Ella se corrió un poco antes, y cuando vi que su espalda se arqueaba y soltaba un único grito me dejé ir yo dentro de ella. Fue entonces cuando me di cuenta de que no llevaba condón. ¡La había liado! ¿Cómo podía ser tan tonto? ¡Un jodido error de principiante! No es que yo lo hubiese hecho con un millón de mujeres, pero desde luego no cometía tonterías como esa. O no debería. Pero ella me tranquilizó con una sonrisa. Tranquilo, tranquilo, que tengo conmigo las pastillas para el día después. Mi hermana me las consigue de trapicheo.Con un suspiro, me recliné sobre ella y la besé con gratitud, con amor, con no se, un millón de cosas. Nos quedamos en la cama como media hora, charlando, de todo y de nada. De su vida, de la mía, de a dónde íbamos, de a dónde no íbamos. No eran proyectos de pareja, pero de algún modo los de ambos incluían al otro. Al cabo de esa media hora nos dimos la segunda ronda, con ella cabalgándome como una amazona mientras yo escalaba sus poderosas montañas con mis manos alpinistas. Quizá fue un polvo más salvaje y breve que el otro, pues ambos seguíamos medio a tono aún antes de empezarlo, pero fue tan gratificante como el anterior. Aún recuerdo perfectamente la imagen de su cuerpo

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Una chica normal Me considero una chica normal, dentro de una familia casi normal. Mis padres se divorciaron hace mucho tiempo; vivimos mi hermano y yo con mi madre, una abogada de prestigio que trabaja en un buen bufete. Es guapa, acaba de cumplir 44 años y se conserva muy, muy bien. Su educación no ha sido excesivamente estricta, tampoco muy laxa y siempre ha tratado de ser comprensiva con nosotros, sin pasarse. A nivel personal, sólo había tenido un novio serio hasta ahora en que acababa de cumplir veintidós años. Estuvimos un par de años saliendo juntos, el tiempo en que tardé en darme cuenta de que aquel chico no era el que me convenía. Tenía dos fallos fundamentales. El primero era que, cuando hacíamos el amor, no era nada del otro mundo y a mí cada vez me apetecía menos.

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Yo no conocía otra cosa, él fue el primero y, como siempre, creí que el definitivo, además, tampoco lo comentaba con ninguna amiga del colegio para comparar con ellas, me daba mucho corte. Emilio casi siempre se corría muy rápido y ahí se acababa todo, nunca había una segunda vez o algún tipo de caricias o mimos…. Siempre me preguntaba si “había llegado” y siempre le contestaba que sí, quedándome más fría que un témpano y con un dolor de ovarios… El segundo, el realmente importante, fueron los celos. Era un celoso patológico, me tenía controlada todo el día, a qué hora iba al colegio y a la que volvía, con quién iba, nada de amigos, control sobre mis amigas… Al principio me pareció normal, luego un poco pesado para acabar siendo un agobio continuo ¡No me dejaba ni respirar! Terminé dejándole cuando no pude soportarlo más. Fue entonces cuando su madre llamó a la mía para decirle que yo estaba embarazada y así forzarme a volver con él. ¡Qué zorra! ¡Y yo que pensaba que iba a ser la suegra perfecta! Si estaba decidida a dejarle definitivamente, me afianzó más en mi decisión. Mamá me montó una bronca de las que hacen época por el tema del embarazo, no escuchaba nada de lo que le decía ni atendía a razones. Soporté como pude el chaparrón: que cómo había pasado, que si era una irresponsable, que si era demasiado joven, que si tenía que hacerme respetar, que si era tan fácil llevarme a la cama me iban a considerar una golfa… Hasta que, finalmente, harta de gritar, acabó por escucharme cuando la convencí de que tenía la regla (la tuve que enseñar una compresa) ¿Cómo iba a estar embarazada si estaba mala? Entonces sí, escuchó mi versión y, conforme le iba relatando todo lo sucedido, mi madre se iba encendiendo más y más. Acabó dándome la razón, acabó llamando al chico para ponerle de vuelta y media, amenazándole con todos los fuegos del infierno y los gritos que le metió a la zorra de mi “ex suegra” se oyeron al otro lado del charco. Cómo consejo y para próximas citas, sólo me dijo que las “pruebas de amor” las hicieran los chicos, que no cayera otra vez en una trampa tan burda. -Mira Lidia, si te presionan para que te acuestes con ellos, si te dicen que si no lo haces es porque no les quieres, tú les contestas que, si no te respetan, los que no están realmente enamorados son ellos. El hombre que te quiera de verdad sabrá esperar a que tú estés lista. Apliqué esa premisa al seguir con mi vida y, curiosamente, mi madre tenía razón; en el momento en que me presionaban y les contestaba lo que ella me dijo, tardaban uno o dos días en dejarme tirada. Conclusión, cada vez fui afianzándome más en la idea de que la mayoría de los tíos van a lo que van, cosa que tampoco me quitaba el sueño, ya encontraría al indicado. Mientras tanto, viendo como se portaban los chicos con los que me enrollaba, empecé a explorar el mundo de la satisfacción solitaria, algo que no había 83

hecho nunca. Al principio yo solita para seguir con algunos juguetitos que me compré. Con ellos conseguía satisfacerme si tenía necesidad, disfrutaba un montón y no tenía más problemas. No quiere decir que no me acostara nunca con nadie, sólo que era algo muy esporádico. Ahora vivía un momento plácido, sin novio ni ganas de tenerlo. Pero los tiempos de bonanza no suelen alargarse en el tiempo; se me presentó un problemilla que dio origen a algunos agobios, a raíz de un descubrimiento que hice hace no demasiado tiempo. No recuerdo si era viernes o sábado por la noche, había quedado con mis amigas para salir como todos los fines de semana. Anduvimos por varios pubs a los que solíamos ir, bebiendo, bailando… Hasta que, por haber tomado demasiados cubatas sin haber cenado, empecé a encontrarme fatal, con unas ganas de vomitar tremendas. Todavía era temprano para la hora en que solíamos volver a casa, pero no quería seguir por ahí, estaba cada vez peor y, a pesar de haberle dicho a mi madre que no iría a dormir, preferí volverme. Entré bastante mareada, intenté ser lo más sigilosa posible para que mi madre no se despertara y me montara un escándalo por llegar en ese estado. Pasé por delante del cuarto de mi hermano, tenía la puerta abierta y estaba vacío, al ir a entrar en el mío, oí unos gemidos y luego gritos ahogados que provenían de la habitación de mamá. Me extrañó mucho, ella nunca traía hombres a casa, gracias a Dios siempre había sido muy discreta. Fue un acuerdo tácito con nosotros; a mí, particularmente, no me hubiera hecho ninguna gracia encontrarme a alguno de sus amigos en el desayuno. Siempre pensé que mamá no tenía aventuras de ningún tipo, no tenía tiempo. Acercándome con cuidado oí crujidos de la cama, gritos y gemidos sincopados… No había lugar a dudas. ¡Qué polvo se estaba echando! La puerta estaba cerrada, no podía ver nada… ¡La terraza! Todas las habitaciones daban a la terraza corrida que abarcaba todo el exterior del piso. Como hacía calor, a lo mejor tenía abierta la ventana. No sé por qué quise ver qué pasaba ¿Qué me importaban a mí los ligues de mi madre? ¿Por qué tenía que espiar si estaba follando y con quién? Fue más fuerte que yo, no me podía creer que mamá estuviera haciendo eso ¡Puta curiosidad! Quizás el alcohol… Salí sin hacer ruido por la puerta del salón acercándome a su habitación, era la última… Todavía estaba muy mareada y la cabeza me daba vueltas. Al llegar, la persiana estaba bajada excepto un resquicio en la parte inferior, la ventana abierta para hacer correr el aire, los visillos abiertos… ¡Dios mío! Asomándome vi, en la penumbra de su cuarto, a una pareja que se lo estaba montando de miedo. Veía el brillo de su sudor, cómo mi madre (suponía) arqueaba la espalda al recibir las acometidas de un fulano que, metida la cabeza entre sus piernas, le comía toda su intimidad ¡Jesús, María y José! 84

El tío no paraba, mamá gemía, gritaba y se arqueaba como una loca… Nunca había visto a nadie disfrutar así. ¿Sería un gigoló? ¿Un tío de compañía? ¡Joder qué pasada! ¡Cómo se lo hacía! Me produjo una excitación tremenda, con la cabeza aún embotada una de mis manos bajó (sin querer, que conste) a mi entrepierna, perdiéndose en mi interior por debajo de la minifalda. ¡Qué bestia! ¡Qué orgasmos! Creo que mamá estaba al borde del desmayo ¡Qué tío! Mi mano frotaba con más fuerza mi botoncito, dos dedos desaparecían en mi interior, tenía que morderme los labios para no gritar. Después de un alarido alucinante (mamá debía de haber tenido el orgasmo de su vida), el fulano se subió encima de ella con la evidente intención de follársela. ¡Dios mío, qué cosa! No distinguía apenas las caras, pero el tamaño de aquella barra no me pasó inadvertido, era impresionante. Yo, que sólo había conocido la de mi ex y pocas más, me quedé estupefacta. Tenía que ser un puto, eso no era normal… El siguiente grito de mi madre al sentir cómo aquella herramienta la taladraba, casi hizo que se me salieran los ojos de las órbitas. El tío empezó a bombear a lo bestia, no se cortaba un pelo. Mi madre debía de alucinar, gritaba, gemía… Hasta que. NOOOOO, SIIIII, NO, NO, NO PUEDO MAAAÁSSSS… ¡CORRETE MI AMOOOOORR! Ya, mamá, ya llego… - Dijo el tío con voz jadeante. ¿Mama? Ay, ay, ay. El fulano dio unos golpes secos de cadera en los que parecía hundir a mi madre en el colchón, muy fuertes, uno, dos, tres, cuatro… Acabó derrengado encima de ella mientras mamá le acariciaba el pelo medio ida… Se incorporó, no le distinguía las facciones pero… ¡Joder, mamá! ¡Qué manera de correrte! ¡Me has dejado hecho polvo…! ¿Luis? ¡Coño, mi hermano! ¡NO ME LO PUEDO CREER! ¡Dios mío, mi hermano se había tirado a mamá! ¡JODER! ¡DIOS! ¡ME MUERO! Se me revolvieron las tripas, estaba más allá del espanto… Sin poderlo evitar eché todo el estómago, hasta la primera papilla. No sabía si me habían oído, sigilosamente salí disparada de allí. Sin hacer ruido, me metí en el baño, todo me daba vueltas ¡Iba a volver a vomitar! ¡Mi madre y mi hermano! ¡Qué asco! ¿Se habrían vuelto locos? Tras varias arcadas en la taza del wáter, me fui corriendo a mi habitación, cerrando la puerta justo cuando oí a alguien salir al pasillo. Tenía que ser él que volvía a su cuarto. Me quería morir. Mi hermano. Mi madre, esa señora de los consejos sobre el respeto, esa señora que se había dejado seducir por su propio hijo… ¡Qué zorra! ¡Qué hijo de puta! ¡Follarse a su madre! No pude dormir en toda la 85

noche pensando en el cuerpo sudoroso de mi madre, en las veces que parecía haberse corrido, en la cosa de mi hermano, en la aberración que suponía… ¡Qué pesadillas! Me levanté temprano hecha unos zorros, no había pegado ojo. Al acercarme a desayunar, oí una conversación en la cocina, muerta de curiosidad me quedé tras la puerta. Mamá – Decía Luis –No puedo seguir haciendo esto. ¡Eres mi madre! No me puedes pedir que me acueste contigo… Mira hijo, haberlo pensado antes follarte a mi mejor amiga. Fue ella la que me lo tuvo que contar cuando lo descubrí, la que me dijo cómo eras, lo que guardas en tus pantalones… Pero soy mayor de edad, no he hecho nada malo ¡Eres mi madre! No me lo puedes volver a pedir, no puedo... – Contestó Luis gimoteando. Anoche no parecía que te lo pasaras tan mal… – Siguió mamá –y tampoco he sido muy exigente ¿No? – Dijo tajante. Vale, vale. ¡Ya lo pillo! Pero no me parece normal, ni siquiera un poquito bien ¡Sigues siendo mi madre! Mamá soltó una carcajada de triunfo. O sea ¿Era mamá la que obligaba a mi hermano? ¡Qué zorra! ¿Y todo por una buena polla? ¡Qué puta degenerada! Había que reconocer que Luis estaba de impresión, con unos atributos que me habían dejado de piedra, pero… ¡Acostarte con tu propio hijo! ¡Era lo peor que había visto en mi vida! Estuve mucho tiempo comiéndome la cabeza, incapaz de mirar a ninguno a la cara, decidiendo si enfrentarme a ellos o no, o solo a mi madre, o hablarlo con mi hermano… Ninguna me hacía ninguna gracia ¿Por qué tenía yo que enfrentarme a nadie? ¿Y Luis? A fin de cuentas, él era una víctima (o no). Aunque ya le valía, acostarse con una de las amigas de mamá. ¿Quién sería esa señora que tenía tanto que perder? Poco a poco, otra idea fue madurando en mi cabeza. No fue de la noche a la mañana pero, tras descubrirles otro día haciendo lo mismo, pensé que la mejor manera de joder a mi madre era quitarle al semental. Bueno… ¿Y cómo le quitaba yo esa obsesión por su hijo? A lo mejor no lo conseguía, se lo seguiría pidiendo y él era tan salido que seguro que volvería a su cama… ¿Y si lo contaba? Al ser mayores de edad no era ningún delito, claro que si se enteraban en su bufete lo más probable es que la echaran, pero… ¿de qué íbamos a vivir? ¡Mierda, mierda y mierda! Esto era súper complicado. ¡Ya está! ¿Y si se enteraba de que estaba con otra…? ¡Qué mierda, la daría igual! Me iba a salir humo de la cabeza, era incapaz de imaginar nada… ¡Ya! ¿Y si la otra era yo? Eso la tendría que doler de verdad, sus dos retoños enrollados… ¡Qué bueno! 86

Ni de coña, eso suponía acostarme con Luis o dar esa imagen, no se me pasaba por la cabeza, era mi hermano pequeño y se me revolvía el estómago sólo de pensarlo. Estuve dándole vueltas, mentalizándome durante semanas, me costó lo suyo decidirme pero no se me ocurría otra cosa. Apenas hablaba con ellos, prefería mantenerme a distancia de la degenerada de mi madre y el imbécil de Luis, sólo me desahogaba en la facultad aunque no le había contado a nadie lo que había descubierto. Me estaba carcomiendo por dentro; o hacía algo o me volvía loca. Acabé decidiéndome, la siguiente cuestión era conseguir lo que me había propuesto. Aunque estoy muy bien (creo yo) con buen tipo, tetas en su justa medida, culito respingón y una cara agradable (dicen), no iba a ser nada fácil ¿Cómo le dices a tu hermano que se pase por tu cama? Y más después de lo que le estaba haciendo mamá, iba a pensar que las mujeres de esta casa éramos unas zorras de cuidado. Dando muchas vueltas al asunto, ideé un plan, bastante malo por cierto, pero seguía sin ocurrírseme nada mejor, nunca he destacado por mi imaginación... Unos días después, al volver de la facultad, Luis no había llegado todavía. Era perfecto, tenía toda la tarde para empezar a desarrollar mi idea. Mamá iba a los juzgados por la mañana, por la tarde preparaba escritos, recibía clientes y cosas así. Hasta las nueve o diez de la noche no solía volver a casa. Me eché zumo de limón en los ojos para enrojecerlos y poder llorar (hay que ser bestia) y me senté en el cuarto de estar disponiéndome a esperar, flipando por el escozor que me produjo el puto zumito, Luis no debería tardar. Unos minutos después llegó a casa y yo empecé mi escenificación. Me tumbé en el sofá, boca abajo y llorando, me tenía que encontrar hecha polvo. Al entrar en el salón y verme, se acercó enseguida preguntándome qué me pasaba. Nada, nada – Le contesté llorosa, incorporándome e intentando recomponer la postura. ¡Joder, qué careto! Venga Lidia, tía, dime por qué estabas llorando – Insistió Ya te he dicho que nada. Es una tontería. – Dije entre hipos secándome los ojos. Luis siguió insistiendo, aunque era menor que yo siempre adoptaba un aire protector conmigo cuando estaba mal. Haciéndome rogar durante un rato, acabé soltándole la bola que tenía preparada. Es una estupidez, prométeme que no se lo dirás a nadie… – Le dije con cautela -No suelo ir con muchos chicos, no tengo demasiadas relaciones pero… Nunca llego con ninguno. ¿No llegas a donde? – Me preguntó asombrado. 87

¿A dónde va a ser? – Respondí como si fuera evidente No sé, tronca… ¡Pues al orgasmo, idiota! Que no me corro nunca… – Dije poniéndome muy colorada. Ah ¡Hostias! ¿Y eso? ¿Tienes algún problema? Pues creía que sí, que era frígida o algo así – Seguí hablando como si estuviera muerta de vergüenza –Pero he ido al ginecólogo y me ha dicho que está todo bien, que tiene que ser un desorden psicológico o algo parecido. Ya te he dicho que es una tontería, estoy un poco sensiblona… No sé, tía – Le veía totalmente perdido –Deberías hablarlo con mamá, a lo mejor ella te puede ayudar. Yo no tengo ni puta idea de nada de eso… Me tenía que tirar a la piscina de golpe, era el momento. Ya, si no te estaba diciendo que me ayudaras… - Seguí sorbiéndome las lágrimas –El médico dice que para solucionarlo, lo mejor es empezar con un consolador o un vibrador y usarlo yo sola hasta que consiga un orgasmo, tarde lo que tarde, que suele funcionar casi siempre. Después, cuando vea que llego normalmente, ir con algún chico a ver qué tal. ¡Pero no sé por qué te cuento esto! – Contesté haciéndome la estrecha, más colorada todavía. No te rayes, tía, no pasa nada porque me lo digas. Haz lo que te ha mandado el médico y pruebas. ¿Qué funciona? Cojonudo ¿Qué no? Pues hablas con el él o con mamá, no sé, lo que prefieras. – Dijo haciéndome una caricia en el pelo – Pero lo que no tienes que hacer es llorar, ya verás cómo todo se arregla, tía. Aunque me jodía un poco que tuviera esa condescendencia conmigo, noté su cariño. En ese momento pensé que, a lo mejor, sería capaz de llegar hasta el final. Todavía no tenía nada claro qué iba a pasar y, a pesar de querer auto convencerme, seguía teniendo todas las dudas del mundo de poder seguir con esto. Dándole las gracias por haberme escuchado, con la cara muy colorada y los ojos rojísimos (caray con el limón), me fui a mi habitación de la que no salí hasta la hora de cenar, tenía que dejar madurar la chorrada que le había soltado a Luis y lo que me proponía hacer. Todas las noches me costaba muchísimo sentarme a cenar con mi madre, había resultado una zorra de cuidado, jamás pude sospechar que pudiera tener una actitud semejante. ¿Qué le habría llevado a seducir a su propio hijo? Era algo que se me seguía escapando y me hacía confirmarme más en mi decisión de “liberar” a mi hermano de las garras de esta arpía. Los días siguientes me dediqué a poner en práctica el plan trazado. Procuraba llegar a casa antes que Luis, encerrarme en mi habitación y masturbarme con el vibrador. Esperaba hasta que estuviera a punto de entrar o hubiera llegado ya. 88

Naturalmente, dejaba la puerta bien cerrada y, aunque a veces no estuviera todavía a punto, daba unos gritos y gemidos tremendos cuando sentía que él estaba en casa. Casi siempre era verdad, me corría como una burra con el cacharrito que tenía. Después, salía de la habitación con la cara roja como una amapola y sonrisa tonta haciendo como si no hubiera hecho nada. Luis no se atrevía a hacer ningún comentario pero me fui dando cuenta de cómo me miraba en esos momentos, como si evaluara mi físico o me imaginara con mi juguetito. También fui consciente de que cada día que pasaba yo me excitaba más imaginando que me estaría escuchando detrás de la puerta. Pasada una semana o así, di el siguiente paso. La cuestión era que no sólo pudiera oírme sino que me viera directamente. Tenía que dejar la puerta de mi habitación abierta sin que pareciera hecho a propósito, que pensara que había sido un descuido. Cuando oí que entraba en casa ya llevaba un rato jugando con el vibrador y, sólo imaginando que me vería, estaba muy excitada. Dejé una pequeña rendija de la puerta abierta, me había desnudado entera y tenía mi aparato metido hasta el fondo, me excité yo misma los pezones… Empecé a gemir y gritar desaforada cuando, de una forma alucinante, me corría patas abajo. Seguí con el cacharro metido, todo era en su honor… Empecé a encadenar orgasmos seguidos sabiendo que él me miraba, con el consolador vibrando a tope y mis dedos frotando frenéticamente mi nódulo de placer. ¡Dios mío! ¡Virgen Santa! ¡Qué pedazo de orgasmo! Al relajarme un poco después de este clímax bestial, me fijé en la puerta con los ojos casi cerrados. Estaba más abierta, se notaba que había alguien detrás y que, disimuladamente, intentaba dejarla en la situación original. Agotada, me vestí, salí de mi habitación y fui a la cocina como si nada, súper satisfecha de mi actuación y de lo que había disfrutado. Me hice la sorprendida al verle. Hola Luis ¿Cuándo has llegado? No te había oído. – Le dije como si fuera extraño verle en casa. Ah. Hola tía. Tampoco sabía que tú estuvieras aquí. Me estaba preparando un bocata ¿Quieres que te haga algo? – Me dijo apartando la mirada. También tenía la cara colorada y me fijé disimuladamente en el bultazo de sus pantalones. Iba por buen camino, por lo menos había logrado que se excitara, me produjo una extraña sensación de triunfo. A partir de entonces, seguí con la rutina del vibrador y la puerta abierta sólo una rendija. Cada día estaba más cachonda, disfrutaba como nunca al darme cuenta de cómo mi hermano la abría más e intentaba luego dejarla como estaba. No sé muy bien el panorama que llegaba a abarcar, cuánto se atrevía a mirar… había que ir un paso más allá, dejar la puerta un poco más abierta, lo suficiente como para que pudiera disfrutar sin necesidad de tocarla. 89

Dicho y hecho. La vez siguiente dejé la puerta todo lo abierta que pude sin que pareciera hecho ex profeso para su deleite. Llevaba un buen rato disfrutando con mi vibrador, también me había excitado bien los pechos consiguiendo que mis areolas aparecieran muy inflamadas y los pezones tiesos del todo. Estaba más cachonda que nunca, cada vez me ponía más imaginar que Luis estaría al otro lado. Algo estaba cambiando dentro de mí. Tuve un orgasmo impresionante, con mucho grito y gemido dedicado a la audiencia, notando perfectamente que mi hermano estaba escondido viéndolo todo. Cada vez que me corría era mejor que la anterior y todo por Luis. Ya llevaba un par de semanas de tratamiento; mi hermano, o era eunuco o tenía que estar subiéndose por las paredes viendo cómo me metía aquel consolador, viéndome desnuda, oyendo mis gemidos… Y yo ya ni lo cuento, empecé a necesitar algo más, quería que Luis entrara en la habitación, jugara conmigo, me tocara… Pero no se lanzaba para nada. Debía ser porque mi madre le tenía bien servido. Improvisando sobre la marcha, mi plan no daba más de sí, intenté dar otro paso más, lanzarme a lo desconocido. Empecé a quedarme en casa los fines de semana o volvía lo más pronto posible para evitar que mamá, la zorra de mi madre, se llevara a mi hermano a su cama. Creo que lo estaba consiguiendo, incluso una vez en que no pude evitarlo, la mañana siguiente le comenté a mi madre que había escuchado a alguien en su cuarto. Anoche estabas con un hombre en casa, mamá. Siempre has dicho que serías discreta y no lo harías ¡No me ha hecho ninguna gracia! – Le dije haciéndome la enfadada. Tampoco hizo falta ningún disimulo, estaba realmente molesta sabiendo que Luis había tenido que pasar otra noche con ella. Empezaba a pensar que mi hermano era de mi propiedad, no de la suya, era conmigo con quien debería estar… Mi madre se puso como un tomate y quiso excusarse de la forma más tonta. ¿En mi habitación? ¡Qué va! Estaba sola viendo la tele, debiste escuchar eso… - Dijo a la defensiva. Pues debía ser una película porno, porque vaya gritos. – Contesté con mosqueo –Deberías bajar un poco el volumen. Y la dejé allí toda cortada. Me fijé en la cara de Luis, como la grana, incapaz de levantar la vista. Las siguientes veces que utilicé mi vibrador en honor de mi hermano, la puerta de mi habitación estaba totalmente abierta y aún viéndole, hacía como si no me diera cuenta. No podía más, si esto seguía así iba a ser yo la que me lo tirara, me hacía falta algo más que un consolador al pensar en él... Hasta un día en que vi cómo se iba disparado al tener otro de mis orgasmos. Haciendo un esfuerzo me levanté rápidamente detrás de él, fui hasta su 90

habitación pero ya se había encerrado y escuché detrás de la puerta cómo (parecía) se estaba masturbando, pareciéndome que decía mi nombre. Como sólo mascullaba, no estaba muy segura, pero me dio esa sensación. Estaba convencida de que estaba a punto de caramelo, además, desde que le dije a mi madre que la había oído, creía (dentro de lo que cabe) que no habían vuelto a acostarse juntos. Pero ya no sabía qué más hacer, me masturbaba todos los días con mi juguete cuando sabía que él ya estaba en casa, dejaba la puerta abierta sabiendo que iba a estar espiándome… ¿Y ahora? Me devanaba los sesos y no se me ocurría nada. Tenía que hacer algo distinto, algo que le provocara definitivamente. Estaba con la mente en blanco, sin ninguna idea buena. Tenía mi vibrador metido hasta el fondo, me frotaba el clítoris con los dedos llenos del mismo lubricante que usaba con el aparato, Luis me espiaba tras la puerta abierta como siempre, sabía que estaba con su cosa en la mano moviéndola a toda velocidad. No supe muy bien ni cómo lo hice, incorporé un poco la cabeza mirándome cómo me entraba el vibrador… ¡LUIS! ¿QUÉ COÑO HACES AHÍ? – Grité haciéndome la sorprendida. Me miró asustado desde el quicio de la puerta con su herramienta fuera y salió pitando sin contestar. Ni me molesté en vestirme, con el vibrador en la mano fui corriendo tras él impidiendo que cerrara la puerta de su habitación. Luis jadeaba mientras intentaba meterse su cosa alucinante en los pantalones, me planté totalmente desnuda delante de él. ¿Se puede saber qué hacías detrás de la puerta de mi cuarto? ¿Te parece normal espiar a tu hermana? – Dije muy acalorada haciéndome la ofendida. El pobre estaba todo cortado, no sabía ni qué decir. ¿Y bien? – Insistí Perdona Lidia, pero es que… ¡Joder, tía! Al pasar te vi, la puerta estaba abierta y tú… Tú… Pues eso, estabas con esa cosa y gemías y… ¡No sé, joder, no soy de piedra! – Se excusó. Bueno – Dije aparentando estar algo más calmada –La culpa es mía. Creí que estaba sola y no me di cuenta de cerrar la puerta… ¡Pero me podrías haber dicho algo! ¡Qué vergüenza! ¡Me has visto con esto! – Le enseñé el consolador. Luis, todavía muy cortado, se serenó un poco. Yo seguí. Oye Luis, esto es secreto, ya sabes por qué lo he hecho pero no se lo cuentes a nadie, me moriría de vergüenza… - E hice cómo si me diera cuenta en ese momento de que estaba sin ropa. ¡Joder! ¡Si estoy desnuda! – Soltando mi juguete como si quemara me tapé el pecho y mis partes con las manos buscando algo con qué cubrirme, intentando 91

dar una imagen de vergüenza y timidez. Cogí un jersey que estaba encima de una silla poniéndomelo delante. ¡Coño Luis! ¡Me podrías haber dicho que estaba desnuda! ¡Qué corte! – Seguí fingiendo. No se movía, estaba con los ojos como platos como un pasmarote, me aproximé a él con timidez apoyando la cabeza en su pecho, luego en su hombro. No pienses mal de mí, Luis, no ha sido a propósito, no me he dado cuenta, perdona… - Intentaba ser la inocencia personificada. Tenía el jersey tapándome las tetas y el coño pero, en esta postura, apoyada contra él, me tenía que ver todo el culo al aire, redondito y respingón. Si no se lanzaba un poco y me daba pie para intentar algo más, ya sí que no sabía qué más hacer… Por si acaso, además de la cabeza en su hombro, solté el jersey y me pegué un poco más, quise que notara cualquier parte de mi anatomía. Me puso una mano en la espalda dándome palmaditas, me produjo un escalofrío en toda la columna… Me junté un más aún, su cosa se clavaba en mi monte de Venus, intenté restregar un poco mis tetas contra él aunque estuviera vestido… Haciendo un esfuerzo enorme, conseguí llorar, mis lágrimas humedecieron su cuello mientras los sollozos (fingidos) me recorrían entera… No llores, Lidia, tía, no pasa nada – Su voz sonaba sofocada – Sé que no eres ninguna golfa, sé por qué usas ese cacharro pero… En fin, no esperaba verte así, me ha dejado un poco descolocado… Arrecié en mis lágrimas, suspiros de angustia me sacudían y él lo notaba. Una segunda mano me abrazó y un segundo escalofrío subió por mi columna. Estaba con la sensibilidad a flor de piel, por los nervios, por la excitación, por el miedo a lo que pretendía hacer… Pero tenía que ser él, si yo daba el primer paso estaba perdida, no me vería mejor que a su madre… Disimuladamente me restregaba más, le abracé yo también para que pudiera notar aún más mis pechos excitados… ¡Qué vergüenza estar así delante de ti! Cualquiera hubiera pensado lo peor, me consideraría una puta… Pero tú no… ¡Qué buen hermano eres…! – Si no empezaba ya, iba a hacer un ridículo espantoso. ¿Hasta dónde es capaz de aguantar un tío abrazado a una chica desnuda? Supongo que depende porque, en este caso, no hacía nada más que abrazarme y consolarme. Si ya se había tirado a su madre ¿Por qué se controlaba conmigo? ¿Tan fea o poco apetecible me consideraba? ¿O sólo era por ser su hermana? ¿Y ahora qué coño hago? En ese momento me di cuenta de que con disimulo, al acariciar mi espalda, sus manos llegaban un poquito más abajo que la vez anterior, estaban al borde de mis nalgas… Le abracé más fuerte, jadeé un poco junto a su oreja poniéndome de puntillas y esas manos traspasaron el umbral de lo prohibido. Cuando se 92

posaron en mi culo muy suavemente, como pidiendo permiso, apreté mi pelvis contra él, notaba perfectamente su cacharro contra mí, me moví intentando restregarlo con mi cuerpo… Lanzado, sus caricias subieron de nivel, llegó a agarrarme cada nalga con fuerza, yo suspiraba en su oído… Una mano empezó a deslizarse a lo largo de mi raja bajando hacia zonas más excitantes. En un momento, un dedo juguetón hacía círculos en mi agujerito trasero metiendo un poco la punta, dándome un gusto tremendo. Nadie me había tocado nunca ahí, ni yo misma lo había intentado, me sorprendió lo agradable que era… Al sentirlo con más intensidad, consideré que era el momento de colaborar, de incitarle a seguir avanzando… Le mordí el cuello y la oreja dando un gemido sordo, él jadeó y llevó la otra mano, por delante, desde el lateral de mi pecho hacia mi tesoro escondido. Me estremecí de placer en el momento en que acariciaba mis labios y abrí un poco más las piernas a fin de facilitarle el acceso a donde quisiera. ¡Por fin! Siguió con sus caricias, me devolvía los mordiscos en cuello y orejas… Me estaba excitando más y más y casi me corro cuando uno de sus dedos entró en mi interior. Lo metía y sacaba, llevándolo hasta mi botoncito para volverlo a meter… ¡Me estaba matando de gusto… Cuando frotó con un poco de más ahínco mi clítoris, me corrí sin apenas darme cuenta, en mi vida había tardado tan poco… ¡Dios! Aahhhhhh Y le mordí el cuello con fuerza. Si me quedaba alguna duda, algún miedo o vergüenza, los deseché en ese momento; ya no podía aguantar más, con manos trémulas, sintiendo aún los coletazos del éxtasis, desabroché sus pantalones para liberar ese aparato que sabía que tenía. ¡Joder! ¡Virgen Santísima! Al desnudarle me encontré con un monstruo. Lo había visto en la penumbra y me di cuenta de que no lo había evaluado en toda su plenitud. ¡Qué pedazo de polla! ¡Pero POLLA, con todas las letras! De rodillas a sus pies, ayudándole a desprenderse de su ropa, agarré aquel cacharro asombroso llevándomelo a la boca. Lo chupé y lamí como pude, en la vida había hecho una mamada ni me habían comido el coño (mi ex era muy rarito o yo muy cortada). En el momento en que intenté metérmelo, apenas podía por su grosor. Solo tenía la punta del capullo dentro mientras se la meneaba rápidamente con una mano. No pude conseguir más, era demasiado tamaño y pasé de la ansiedad por lo que pretendía al susto por lo que se me venía encima.

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Luis me incorporó, me besó en los labios y, tras desprenderse de su camiseta, me fue tumbando en su cama. ¡Ay Dios! ¿Dónde me había metido? No tardó nada en ponerse a mi lado, en llenarme de besos, en meterme su lengua hasta la garganta, jugar con la mía, morderme los labios con los suyos… Besarme el cuello y darle pequeños mordisquitos… También llevó sus manos a mis pechos, a mis areolas, a mis pezones… Suave, tierno… Me estaba llevando al séptimo cielo sin que yo hiciera nada por evitarlo, es más, lo había provocado. ¿Realmente quería acostarme con mi hermano? ¿No era demasiado fuerte? ¿No era ir demasiado lejos? Una corriente me recorrió entera al sentir cómo su lengua entraba en mi hoyito, cómo subía hasta mi botón, lo lamía, succionaba, jugueteaba con él… ¡Si, coño, sí! ¡Claro que estaba bien! ¡ESTABA DE PUTA MADRE! UUUAAAaaaaaahhhhhhhh ¡Dios mío! ¡Me estaba volviendo a correr! ¡Joder, sí…! ¡Qué biennn! Tras ese orgasmo divino, Luis siguió con su faena como si nada hubiera ocurrido. ¡Coño, ya! ¡Ya! ¡Que yaaaaaa! ¿Es que no pensaba parar? ¡Me estaba crispando enterita! Antes de darme cuenta, con los nervios a como cuerdas de guitarra, volví a sentir que alcanzaba otro clímax más fuerte que el anterior. AAAAHHHHHHHH, DIOOOOOOSSSSSS ¡Joder qué tío! ¿Todavía sigue? ¡Me va a reventar! Luis seguía y seguía comiéndome todo, los labios, la vagina, el clítoris… No sé si sentía placer o mis nervios iban a saltar por fin. En ese momento, cuando creía que no podía más, intentando cerrar las piernas y detener sus manejos, me introdujo dos dedos y se dedicó a frotarme por dentro, sobre todo por arriba. Al principio me crispó aún más, me iba a hacer pis, me estaba rayando un montón… Y llegó el acabose. Me produjo un orgasmo impresionante, interminable, como uno tras otro… ¡Esto no era normal! A veces sentía algo parecido, algo que venía de dentro con el vibrador, pero ahora… Me había corrido más de tres veces y me estaba metiendo en una especie de montaña rusa donde los clímax llegaban uno tras otro sin haberme dado tiempo a recuperarme del anterior. ¡Hostias, hostias, hostias! ¡Me iba a morir! ¡Ya no podía más! DIOOOOOOSSSSS, LUIIIIISSSSSS, YYAAAAAAAAAAAAAAAAAA El muy cabrón tuvo a bien sacarme los dedos y dejar de chuparme mi botoncito, me había dejado al borde del colapso. ¡Mi primera comida de 94

coño…! ¡Mi ex era un gilipollas! (los posteriores también) y yo una idiota por no haber hecho esto en la vida. Subió dándome besos suaves a lo largo de mi cuerpo hasta quedar tumbado a mi lado otra vez. Había sido alucinante. Por un momento entendí a mi madre (entendí pero no perdoné) Esto era lo más impresionante que alguien pudiera vivir. ¡Qué pedazo de cabrón! Estampé mis labios en los suyos, saciada, agradecida a lo que me acababa de dar mientras él se colocaba entre mis piernas ¡Cuánto cariño sentí por él en ese momento! Se lo iba a decir, iba a decirle qué sentía, que no podría vivir sin él… AAAAHHHHHHHHHHH ¡Me estaba abriendo en canal! ¡Por Dios, que no entraba! Luis no debió de pensar lo mismo así que, con calma y paciencia, poco a poco, me fue partiendo en dos al ir metiéndome ese pedazo de herramienta en mi interior. ¡Mi madre, esto era como un parto! Pero como no había parido nunca tampoco pude comparar. Lo que sí sé es que iba avanzando en mi interior, que costaba muchísimo, que cuando me empezó a hacer polvo en el cuello de la matriz llevé una mano para sujetarle por ahí. ¡Me faltaba mano! ¡Joder! ¡Luis! ¡Espera por favor! ¡Me duele! Luis paró. Me acarició los pechos con mucha suavidad, me besaba la boca, el cuello y las orejas, no se movía y, poco a poco yo me iba relajando con ese tremendo cacharro dentro. ¡Joder! No había estado con un tío desde hacía tiempo, debía de tener el coño súper estrecho… O no, que al consolador le daba bastante uso… Tardé un buen rato en acostumbrarme, era enorme, me hacía dilatar la vagina como nunca… Se salió de mi interior. Por un lado lo agradecí, por otro, era como si me hubieran dejado vacía. Se movió hacia su mesilla, le vi coger algo que se puso en su cosa… En menos de un segundo volvía a meterla dentro de mí, entrando con mucha más facilidad hasta que llegó al fondo. Entonces me volvió a hacer polvo y yo volví a gritar de dolor. Se paró otro buen rato mientras me besaba por todos lados. Cuando le correspondí, cuando ese dolor era soportable, notando a tope la dilatación de mi coño, empezó a moverse muy, muy despacio. Por lo menos, tenía la delicadeza de no apretar, sentía cómo entraba y salía perfectamente… Al cabo de un ratito empecé a disfrutar de esta sensación. Me cambió de postura, me puso encima de él, entonces pude controlar yo la penetración. Me la introduje despacito dándome cuenta de que se había embadurnado de lubricante; creí que se había puesto un condón. Cuando 95

llegué al fondo, me dejé caer hacia delante, le besé en la boca, le mordí el cuello y empecé un pequeño vaivén de caderas restregando mi nódulo contra su pelvis. Me faltaba como media polla por entrar. Adopté un movimiento constante, suave y cadencioso, de vez en cuando me levantaba y su cacharro entraba un poco más, hasta que me empezaba a doler. Luis apenas se movía, me amasaba las tetas al incorporarme y el culo cuando me tumbaba sobre él. Tardamos mucho rato pero lo conseguí. Después de más de diez minutos había conseguido introducirme aquella barra enterita. Me consideré una heroína, tenía dentro todo aquello, seguro que no todas las chicas eran capaces… En otros diez minutos botaba encima de él con todas mis fuerzas intentando que se corriera. Luis me sujetaba de las tetas o del culo, me ayudaba en mis movimientos… Medio minuto después me estaba yendo patas abajo en otro orgasmo de impresión. Me quedé desmadejada encima de su pecho intentando recuperar la respiración. Estaba agotada de tanto orgasmo, de moverme encima de él y de tener el chisme tan dilatado. Pero no quería sacármelo por nada del mundo. Él sí, me puso a cuatro patas, me la metió por detrás con mucha suavidad y empezó a moverse con una mano en mis tetas y otra en mi clítoris. Tardé menos y nada en volver a correrme, una vez, otra…. DIOOOOOSSSSSSSS, UUAAAAHHHHHH ¡Joder, coño, joder! ¡Que me reventaba! ¡Estaba agotada! Pero el cabrón de mi hermano no paraba, no pude aguantarme sobre las rodillas y me dejé caer. Ni siquiera así salió de mi interior. Entraba, salía, entraba, salía… ¡Dios, me iba a matar! Aceleró un poco más, parecía que ya iba a llegar por fin, me tenía hecha puré. Pero no esperaba lo que me hizo a continuación. Me dio media vuelta sacándome su herramienta, se situó entre mis piernas y volvió a comerme toda mi zona genital. Creí morirme al introducirme los dedos y frotar en mi interior, eso no debía ser el punto G, tenía que ser todo el abecedario. Cuando consiguió meterme en otra espiral de orgasmos o multiorgasmos o lo que coño fuera aquello, creo que estuve a punto de desmayarme, me reventó del todo. Pero no había terminado, se sentó en la cama, se apoyó contra la cabecera y, sin compasión, me incorporó sobre él y me la volvió a meter. UUUAAHHH ¡DIOS! ¿MÁS? ¡No puedo, Luis! ¡QUE NO PUEDO! Ni puto caso. Apoyada sobre él, sin fuerzas para moverme, ni siquiera un poquito, él metía y sacaba su herramienta de mi interior a golpe de cadera, sujetándome del culo.

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Aquí, sí que sí, perdí la noción del tiempo y del espacio. Sé que me corrí, muchas veces, que ya ni me enteraba de lo que me hacía, estaba más allá de la conciencia… Despierta, Lidia. Tía, venga, despierta. Va a venir mamá y no te puede encontrar aquí. – Oí que decía Luis a través de una neblina lejana, muy lejana… Noté cómo me sacudía, cómo me llamaba una y otra vez… ¡Lidia! Por favor tía, que ya va a llegar mamá y si te ve desnuda en mi cama nos mata… No podía moverme ¿No se daba cuenta de lo que me había hecho? Con el tiempo que hacía que no me acostaba con un tío ¡Se había pasado tres pueblos! ¡Lidia! ¡¿Se puede saber que haces aquí?! – Esta era otra voz, gritaba… ¡Mamá! Y con un mosqueo… ¿Eh? Me apartó las sábanas de encima viéndome desnuda, supongo que se quedó mirándome. Y empezó la bronca. A mí me daba igual, seguía semiinconsciente y ninguna gana de moverme. Pero la oía gritarme y llamarme de todo, a mí y a Luis, me estaba agobiando… Haciendo un esfuerzo sobrehumano, me costó muchísimo más de lo que puedo describir, conseguí incorporarme y quedarme sentada, apenas podía abrir un ojo. Respondí con toda la mala leche que me salió de lo más hondo. ¡No me grites, cacho puta! ¿Te crees que no lo sé? ¡Te he visto! ¡Te has estado tirando a tu propio hijo! ¡Eres una zorra! ¿Y te atreves a gritarnos por algo que ha surgido solo? ¿Algo que nadie ha buscado? (si supiera) ¡Vete a la puta mierda, guarra! ¡Déjame en paz! Y me volví a tumbar totalmente agotada, acababa de gastar mis últimas energías. No sé el tiempo que estuve durmiendo, nadie me molestó. Sólo noté cómo mi hermano se metía en la cama dándome la espalda después de besarme tiernamente los labios. Desperté junto a él, abrazada a su cintura con la cabeza en su hombro. Me sentía feliz, más de lo que hubiera imaginado. No tenía sentido, vengarme de mamá no me tenía que producir esta sensación y acostarme con mi hermano tampoco. ¿Qué me había pasado? ¿Qué me había hecho este cabronazo? Como un descubrimiento inesperado me di cuenta de que no era una sólo cuestión física, quería a Luis, no era normal, ni siquiera lo esperaba… ¿Sólo por acostarnos? No creo… Nadie se enamora por eso ¿No? Sin embargo, era lo que sentía en ese momento. Estaba feliz, enamorada de alguien que no debía y muy confusa por estarlo. No me sé explicar mejor. 97

Debí quedarme frita otra vez, volví a despertar en la cama de mi hermano con sus labios sobre los míos. Era de día, no sé qué hora ¿Cuánto había dormido? ¡Ay Dios! Pensé al sentirle ¿Por qué coño ahora le quiero así? Alargué los brazos para abrazarle con toda la ternura y amor que sentía por él. ¡Era tan mono y tan crío! Tras ese beso, beso que me supo a gloria (a pesar de tener la boca toda pastosa), Luis se levantó totalmente desnudo. Flipé con su cuerpo, con su cosa, con su cara, sus ojos que me miraban chispeantes… Sonrió, me sonrió a mí… Se me hizo el culo gaseosa. ¡Virgen Santa! ¡Qué guapo es el cabrón! ¿Por qué nunca me había dado cuenta? Deja de pensar esto Lidia, pensé para mis adentros, si sigues así te lanzas a lo loco a por tu hermano y no es plan. Primero, hay que hablar… Volvió al cabo de un rato recién duchado, tapado con una toalla, oliendo a gel. Volvió a sonreírme con la boca y con los ojos. ¡Hola preciosa! ¿Has dormido bien? Son más de las cuatro de la tarde, habrá que comer algo ¿No? Venga tía, levanta, no seas perezosa. ¿Perezosa? – Respondí remoloneando en la cama. Me estiré como una gata ¡Jesús! Estaba tan satisfecha, tan saciada… Tan llena de cariño por él… Haciendo un esfuerzo me levanté rumbo al baño. Necesitaba esa ducha y aliviarme un poco mis partes, me había dejado hecha cisco, no sabía si era mi chisme o el de la vecina. Tras media hora bajo el agua, echarme pomada ahí abajo y lavarme los dientes, fui a la habitación de Luis envuelta en una toalla y con el pelo mojado. Ni siquiera se había vestido, me esperaba sentado dentro de su cama. ¿No íbamos a comer? Me alargó la mano invitándome a subir, apartó las sábanas haciéndome sitio y, quitándome la toalla, me tumbó junto a él. Otro beso apasionado, labios y lenguas que se buscaron, enredaron… Manos en el pecho acariciándome y excitándome los pezones… Manos por mi vientre que se perdían hacia sitios más recónditos… ¡Joder! En menos de un segundo me tenía a su merced. ¡Ni hablar! ¡Ahora no! Pensé. No sé cómo, conseguí separarme, pararle los pies; a fin de cuentas era mayor, tenía que demostrar un poco de autoridad. ¿Pero cómo se tiene autoridad cuando te estás deshaciendo en brazos de la persona que quieres? Pues con mucho esfuerzo. Oye, oye, tú. Para un momento – Conseguí articular ¿Ahora? – Contestó hipnotizándome con su mirada. Me estampó, literalmente, otro besazo en la boca mientras me atraía hacia él con un brazo, acariciándome suavemente el clítoris y mi interior con la otra mano. ¡Mierda, no!

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Dos segundos después me había olvidado de todo y agarraba su herramienta ¡Hacía tanto tiempo que no cogía una de estas…! Con bastante torpeza por la falta de práctica empecé un lento sube y baja, le dejaba al aire el capullo y lo volvía a cubrir. No podía ni abarcarla entera, pero no fue impedimento para que Luis suspirara de placer. No sé cómo lo hizo, cómo se movió, en un momento estaba tumbada encima de él con su cosa delante de la cara, sintiendo su lengua haciendo de todo en mi intimidad. Oí un ¡Puaj!. ¿Qué te has puesto? ¡Sabe asqueroso! – Dijo mi hermano. ¿? Ah, la pomada. Pero no pareció que le molestara demasiado, me estaba volviendo a meter la lengua en mi hoyito, me estaba encantando… Sustituyó la lengua por los dedos, llevando sus labios a mi zona más sensible. Yo seguía meneando su cacharro con las manos, dándole suaves besitos y lengüetazos en la punta pero más pendiente de lo que me hacía que de darle placer. Fue tan repentino e inesperado como alucinante. Me llevó al éxtasis en un momento, corriéndome como una burra. UUUAAAAHHHHHH AAAAYYYYYYY ¡Dios! ¡Le acababa de morder la polla! ¡Qué bestia! ¡Joder, tía, qué mordisco me has pegado! – Soltó con voz dolorida. Mientras me daba media vuelta como a una muñeca, me dio un ataque de risa. ¡Pobre! ¡Le había dejado los dientes marcados en su cosa! Lo siento – Le dije con lágrimas de tanto reír –Es que me haces unas cosas… Ya. Te querías vengar ¡Pues ahora verás! Más que verlo lo sentí. El cerdo de él (en el buen sentido) mientras me besaba, me la volvió a meter ¡Dios mío! Se me fue la risa y me llegó el alucine. Aunque lo hizo despacito, volví a sentir que me partía en dos. ¡Cabrón! Ahora fue él quien rió, pero poco tiempo. Me tumbé encima, aplastando mis tetas en su pecho, comiéndole la boca con auténtica ansia. Tardé un rato en poder moverme, tener ese cacharro dentro era impresionante. Con un balanceo suave de cadera, de delante a atrás, iba introduciéndomelo cada vez más. Al cabo de un poco noté que había entrado casi toda, si no me la sacaba por la garganta, poco le iba a faltar. Me incorporó, me agarró los pechos con ambas manos, excitando mis pezones y areolas con los dedos. En esta postura entraba todavía más, tenía que hacer

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auténticos esfuerzos para acogerla en mi interior y que no me doliera, todo era cuestión de acostumbrarse. No habían pasado ni cinco minutos cuando ya estaba botando rítmicamente encima de él, Luis metía una mano entre nosotros y me frotaba el clítoris, cuando me tumbaba, la sacaba. Empecé a notar que también me acariciaba el agujerito trasero sin forzar, era muy agradable. Botando en la misma postura, se me estaban cansando las piernas, me tumbé encima quedándome quieta. Con un dedo suyo en el culito y un brazo en mis caderas, me hacía un movimiento en el que me frotaba contra él. Por lo menos, yo descansaba un poco… Ya, eso hubiera querido… No sé como lo hizo, no me había ni enterado, pero cuando llegué a un orgasmo impresionante tenía todo su dedo dentro, moviéndolo a toda leche, rozando su propia cosa a través de la pared de mi intestino. ¡Madre mía! AAHHHHHHHH, DIOOOOSSSSS Seguí gimiendo o gritando, él no paraba de moverme… Le mordí el hombro, me tensé entera… El muy cabrón siguió igual… Acabé derrengada encima de Luis. ¡Joder! ¿Tú no te corres nunca? ¡Me vas a matar! Te lo merecías por ese mordisco, tronca – Y sonrió de oreja a oreja sin sacar ni su cosa ni su dedo de mi interior. ¿Quieres parar? ¡No muevas el dedo, coño! – Seguía y seguía dentro de mi culito, me gustaba mucho pero quería descansar un poco, no me dejaba relajarme de verdad. Como la tarde anterior, no me hizo ni caso, me volvió a mover, a rozar contra él, a intentar que volviera a correrme. ¡Si ya no podía! ¡Craso error! Sin haberme dado tiempo a relajarme como pretendía, un orgasmo devastador me recorrió entera, desde mi interior a la punta de mis pezones, desde el perineo hasta la nuca… UUUUAAAHHHHH, YAAAAAHHHHHH -No sigas, por favor, no sigas. NO PUEDO MÁS… - Dije agotada. Me quitó de encima tumbándome en la cama boca abajo. Creí que me iba a dejar descansar por fin… No pude ni reaccionar cuando me la volvió a meter, por detrás, a traición. LUIS, NOOOOOO Aguanta un poquito que ya termino. ¿QUE TERMINA? ¡Por Dios! La verdad es que tuvo razón, me hizo un mete saca muy rápido, me frotaba el clítoris con los dedos y, cuando creí morirme en medio de otro clímax

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inacabable, dio unos golpes secos de cadera en los que noté cómo se inflaba su cacharro dentro de mí. Gruñó, me mordió la nuca y yo la almohada. Acabamos agotados, sudados, sentía todo su peso encima de mí, me asfixiaba… Sin embargo, cuando bajó de mi espalda lo eché de menos, necesitaba sentirlo de alguna manera… Sentirlo junto a mí. Con mis últimas fuerzas me monté sobre su pecho y le besé, no sé si lo sintió pero quise trasmitirle tanto cariño como fuera capaz. Tumbada encima, la cabeza apoyada en uno de sus hombros, estuve a punto de quedarme dormida. Entonces recordé que quería hablar de esto con él… Daba igual, otro día. Era noche cerrada cuando volví a abrir el ojo, no estaba montada sobre mi hermano, me encontraba de lado abrazada por él que estaba a mi espalda ¡Dios mío! ¡Qué dos veces! ¡Hacer el amor con mi hermano había sido lo más alucinante de mi vida! Agarré su mano que descansaba sobre mi cintura, la llevé a mis labios besándola, la recogí en mi pecho… Eeeh ¡Para! – le dije cuando me pellizcó un pezón. Este tío era insaciable. Bueno, Luis – Me di la vuelta hacia él. Me besó con ternura los labios –Me parece a mí que te ha dado un calentón tremendo y se te ha ido la pinza. Te has pasado tres pueblos. Ahora mismo me explicas cómo me has podido hacer esto ¿Te parece bonito follarte a tu hermana? – Le dije con mucho vacile. Pues sí, han sido los mejores polvos de mi vida. Y la culpa es tuya, tía – Contestó con muy buen humor. ¿Mía? – A ver si se había dado cuenta de mi estúpido plan. Bueno, no tan estúpido, había funcionado mejor de lo que hubiera esperado. Pues sí – Siguió –No te darías cuenta pero con eso de querer tener orgasmos con un vibrador o consolador o lo que fuera, me estabas poniendo súper cachondo, andaba todo el día empalmado. Al principio te oía, luego te vi y, al final, apareces en pelotas en mi cuarto. No pude más, o te follaba ahí mismo o me pegaba un tiro. Y encima te abrazaste… Pues qué quieres, tronca, que uno no es de piedra. Haberme dicho algo. Si te ponía tan histérico, me lo cuentas y lo hubiera dejado – Contesté con todo mi cinismo. No sé… Me ponía mazo verte con ese cacharro cuando te corrías. Además, eres la tía más maciza que conozco, estás de la hostia. ¿Ah, sí? ¡Vaya! Gracias – Yo haciendo de todo para que se fijara en mí y resultaba que ya me tenía catalogada. Eres un salido, un salido y un degenerado, pero me ha encantado, no había sentido algo parecido en mi vida, otro así y me revientas. A lo que iba ¿Y ahora? No pensarás repetir conmigo ¿No? – La verdad es que interiormente sólo esperaba que dijera que sí, que quería seguir conmigo. 101

Mira tía – Dijo muy serio –Después de esto no me pidas que lo deje, no veas cómo me pones. Me importa un huevo que seas mi hermana, que seas mayor, nada, creo que eso lo hace mejor. Pienso volver a hacerlo contigo, si tú quieres, claro, eres mayor. Además, conmigo te has corrido como una loca y con otros me dijiste que no. ¡Coño! Es verdad, le había dicho que con otros no llegaba. Ay, Dios mío ¿Íbamos a poder seguir juntos? ¿Y mamá? No creo que esté muy de acuerdo. – Me di cuenta en ese momento. Ah, sí… Anoche hablé con ella. Se lo he dejado muy clarito, tía, vamos a hacer esto cuando nos de la gana, si no, voy a hacer lo que ella pretendía hacer con su amiga. Imagínate que voy contando que me ha follado… ¡Joder! Se le cae el pelo. Su amiga está como loca por quitarse el marrón y diría lo que fuera. No ha tenido más remedio que tragar. Y por cierto, no me habías dicho que nos habías visto… ¿A ver si esto lo has montado tú para vengarte? ¿Quién, yo? ¡Qué va! ¡Y qué cabrón estás hecho! ¡Chantajear a tu propia madre! – Le dije riendo, cambiando de tema. Me besó con muchísima pasión, me sentí en la gloria ¿Cómo había podido enamorarme de este cretino? ¡Virgen Santísima! En el momento en que estaba volviendo a mi interior creí morirme, de placer, crispación, dolor, amor… Todo junto. ¡Qué tío! Con lo crío que era, no entendía cómo me dominaba así en la cama ¡Era un amante profesional! No quiero repetirme, para mí volvió a ser alucinante. Hicimos el amor (según yo) o echamos un polvo (según él), fue fantástico, cada vez me ponía más loquita. Un tiempo después ya me había acostumbrado al pedazo de herramienta que tenía, ya me entraba enterita casi a la primera. Además, poco a poco, me fue dilatando mi entrada trasera a base de dedos y lubricante. Ya había conseguido meterme mi vibrador sin apenas dolor, nadie se puede imaginar lo que sentí al estar llena por ambos sitios, fue increíble. Ahora bien, su cosa no me la iba a meter por detrás ni loca. Lo malo de esto fue que yo tenía razón, Luis era un salido insaciable. Hacíamos el amor todos los días, a veces más de una vez, me iba a reventar y estaba como loca por un pequeño descanso. ¡Si hasta me había follado en los servicios de tíos en la facultad! ¡No paraba! Hasta que se me ocurrió otra idea de las mías, de las geniales, vamos. Pensé que si no podía hacerlo (por agotamiento) tanto como Luis (era incapaz de negárselo), habría que buscarse una sustituta que le diera su ración al niño. No me comí mucho la cabeza, no me hizo falta ir muy lejos… Estábamos en la cama, ya me había desnudado dispuesto a lo de siempre, a punto de olvidarme de todo lo que no fuera él… Conseguí aguantar y no le dejé, me levanté, le cogí de la mano y me lo llevé de allí. El pobre iba 102

alucinado, con su herramienta toda tiesa, no entendiendo nada de lo que le hacía. Fui a la habitación de mamá, entramos sin llamar y encendí la luz despertándola. Sabía que lo estaba pasando muy mal por nuestra relación y, supongo, por no poder tener a Luis. Alguna noche la había oído llorar. Mamá, creo que no nos hemos portado contigo todo lo bien que debiéramos, así que he pensado que te podemos resarcir un poco. – Cada día era más cínica. Estábamos los dos desnudos delante de ella, mi hermano más que flipando, mi madre con la boca abierta y los ojos como platos. No sé por qué, en ese momento no sentía ningún tipo de celos de que Luis se lo hiciera a mamá, por ser una buena hija, supongo (qué cinismo el mío), ya me había vengado suficiente (lo de enamorarme no estaba previsto). No dejé tiempo a ninguno de los dos a reaccionar, era ahora o nunca, si Luis se ponía a pensar, podía salir corriendo de allí. En cuanto a mi madre, un ataque frontal era lo mejor. Me subí a su cama arrastrando a mi hermano conmigo, destapé a mi madre que no había podido cerrar la boca del asombro, la quité el camisón, volví a tumbarla poniéndome de rodillas encima de su cara como si fuera a hacer un sesenta y nueve, dejando toda mi intimidad a su disposición. Tú – Le dije a mi hermano –Ya puedes empezar a hacer eso que se te da tan bien, mamá nos necesita. – Dije imperiosa. Alucinaba conmigo misma ¿Cómo había tenido valor para hacer esto? Hasta hace muy poco era una inútil sexual, tímida y apocada… Cuando Luis bajó las bragas de mamá y hundió la cabeza entre sus piernas, soltó un suspiro impresionante. Casi de inmediato, me agarró de las caderas para darme un tratamiento igual al que recibía. Me gustó bastante lo que me hacía, me metía la lengua, me chupaba el clítoris… Aunque no era Luis, estaba bastante bien. De repente, dejó de chupar, me agarró mucho más fuerte y se corrió como una perra en celo arqueando la espalda, clavándome las uñas… ¡Madre mía! Era todo un espectáculo verla así. No sé qué coño tenía mi hermano para que se le diera tan bien esto del sexo. El muy cabrón siguió chupando, metiendo los dedos… Lo veía perfectamente, era alucinante… Y mi pobre madre que no paraba de chillar, de correrse, de casi asfixiarse con mi coño encima de su boca… Cuando paró, mamá quedó desmadejada en la cama, ni siquiera me hacía nada… Él se incorporó, se situó entre las piernas de ella, la subió hasta la altura de su cacharro, empezando a metérsela con suavidad. En unos pocos vaivenes la tenía casi entera dentro, yo alucinaba viendo cómo entraba, era súper morboso y excitante… Estaba sentado sobre sus talones con esa cosa metida en mamá, me atrajo hacia él besándome en la boca… Frente a frente me acariciaba el pecho, me besaba y daba pequeños golpes de cadera hacia delante para follarse bien a 103

mamá. Yo me dedicaba a sobarle el pecho a ella a la vez que intentaba rozar mis partes contra su boca y nariz. Debía de estar medio ida porque no colaboraba nada. Tampoco era esto, no me había corrido, estaba excitadísima y mamá parecía en otro mundo… Me bajé de su cara y me tumbé al lado atrayendo a mi hermano hacia mí. Entendió enseguida, sacándosela a mamá me la metió de un tirón haciendo que viera las estrellas. ¡Joder! ¡Ten cuidado, cabrón! – Le solté. ¿No era yo la que quería descansar? El mero hecho de ver cómo le había comido todo a mamá, cómo se la estaba follando después, me tenía a punto de caramelo… Apenas le hicieron falta cuatro meneos para que llegara a un orgasmo tremendo, siempre era así, este chico era un fenómeno. Aunque seguía con su mete saca, en cuanto me relajé un poco le dije que volviera con ella. Por una vez me hizo caso y paró, salió de mi interior dejándome súper satisfecha, cogió a nuestra madre de las caderas, abriéndola bien las piernas para volver a metérsela. No fue especialmente cuidadoso, entró dentro de ella de un tirón. UUUUAAAHHHHHHHH ¡Joder! ¡La había atravesado! Tumbada a su lado me dediqué a darla besitos en los labios y caricias en sus tetas mientras el cabronazo la martilleaba como un pistón. ¡Qué alucine! Mamá parecía en otro planeta, ponía los ojos en blanco, gritaba y gemía como un cochino en el matadero… ¡Me estaba volviendo a excitar! Hubo un momento en que iba rapidísimo y la pobre ya ni reaccionaba. Yo me había puesto como una moto otra vez, volví a traérmelo y continuó haciendo lo mismo, ahora conmigo. Me corrí en nada, me fui patas abajo sin que mi hermano parara en ningún momento. Llegué al clímax, bajé, me crispé… Otro orgasmo, otra crispación… ¡Mierda! ¡Sólo quería descansar, no que me reventara! En un alarde de compasión salió de mí dejándome en el cielo ¡Joder con mi hermano! Puso a mamá boca abajo, metió una almohada bajo sus caderas, la abrió las piernas, llenó su culito de lubricante (¿de dónde lo había sacado?) y le introdujo aquel monstruo por detrás. Ella dio un grito alucinante ¡La había tenido que reventar! Se tumbó encima de su espalda, aplastándola, metiéndosela a toda velocidad… Se corrió dentro de ella, lo noté perfectamente por los golpes secos que dio. A mamá se le caía la baba de la boca, creo que ya ni se enteraba de donde estaba… Incorporándome, le di un beso a Luis en los labios, un beso de cariño y de agradecimiento. Hechos polvo los tres, nos quedamos a dormir en la cama de mi madre, un poco estrechos eso sí, pero nadie quiso moverse. 104

A partir de entonces, de vez en cuando, hacíamos una visita a mamá. Mejoraron mucho las relaciones en casa, había armonía, no llevábamos todos muy bien. En ningún momento me planteé que fuéramos unas degeneradas, sé que no era una situación normal pero se había convertido en algo natural para nosotras. Culpa mía que había provocado la mitad de esto (sólo la mitad) Así que, todo fenomenal. Y seguiría si no fuera porque alguien fue muy ingenua. Reconozco que yo no me lo planteé en ningún momento, ni se me ocurrió tomar la píldora, ni que él usara condones… ¿Quién iba a suponer que por hacer el amor con tu hermano te pudieras quedar embarazada? ¡Los hermanos no preñan! A mis veintidós años parecía tonta y mi hermano un cabrón porque nunca dijo nada. Tuve una suerte enorme, no me pasó nada por pura chiripa, pero ahora he tenido que reaccionar. Mamá está de tres meses con una tripita delatora… Nos echó una bronca de cuidado por irresponsables y Luis puso una cara de tonto alucinante. Estuvo a punto de no tenerlo pero, no sé muy bien por qué, ha decidido dar a luz a este niño. Es el hijo de los tres, me incluyo en el lote porque fui el origen de todo esto, bueno… El origen no, sólo la continuadora. El primer día que fuimos con ella, no estaba tomando nada y luego ni lo pensó. Nuestra rutina no ha cambiado, dormimos juntos mi hermano y yo con escapadas esporádicas a la habitación de mi madre. Él sigue igual de salido o más, a veces me cuesta seguir su ritmo porque todo el día quiere hacerlo… Pero le quiero tanto… Es casi un niño, le conozco desde que nació y soy incapaz de negarle nada (esto ya lo he dicho). Con el embarazo se corta un poco (pero poco) con mamá, siendo yo quien carga con las consecuencias cada noche (o día) a base de orgasmos que me dejan reventadita, la mitad de los días no puedo ni levantarme para ir a clase. Pero si soy sincera, me está convirtiendo en una adicta al sexo o a él, no quiero ni imaginar si un día no me lo pide, pensaré que no le gusto y me dará de todo (mejor no lo pienso). En fin, irán pasando los meses y mamá irá engordando, ya veremos qué viene, niño o niña, aunque a mí me da igual. Seguiremos juntos, seguiremos en casa y cuidaremos de mamá y del retoño. Al final ha resultado que somos unos hijos estupendos.

Sexo anal, cuernos y venganza

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NOTA: En anteriores relatos, he recibido infinidad de correos, enviados por lectores, en los que me manifestaban algo que creo que debo tener en cuenta. Los lectores, a los que me estoy refiriendo, me indicaban que, en algunas fases de mis relatos, no terminaban de entender lo narrado; que determinadas palabras o expresiones no las comprendían. La mayoría, son de países de América y, algunos, de España. Entiendo que todos hablamos la misma lengua, “La de Cervantes”, que se suele decir. Pero también tenemos nuestros localismos o, dicho de otro modo, palabras y/o expresiones propias. Dentro de España, dependiendo de una región o zona, también ocurre lo mismo. Incluso se puede dar, esta situación, entre personas de diferentes grupos de edad, ambientes, o cualquier otro tipo de circunstancia. Todo esto es normal y comprensible. Aclarado esto, quiero complacer, en particular, a los que me escribieron y, en general, a todos los lectores. ¿Cómo lo haré? Muy sencillo: en las expresiones o palabras que, para mí, son habituales les pondré “Comillas”, indicando que así me expreso o quiero hacerlo por algún motivo concreto (dar más contundencia a la frase, una ironía, un doble sentido, o lo que sea). De esta forma, quien no las entienda, puede buscar en Google y salir de dudas con facilidad. Siempre pretendo que mis relatos sean comprendidos, en su totalidad, por todos o casi todos. Pero, si uso estos recursos es para expresarme como realmente quiero hacerlo, dando, de esta forma, el sentido concreto que pretendo. Hecha la aclaración, y tenidos en cuenta vuestros correos, agradezco interés mostrado y quedo abierta a cualquier otro tipo de sugerencia. Con la ilusión de que os guste el relato os dejo este beso… KISSSS. Claudio era un personaje triste, insípido, poco dado a relacionarse con amigos y atractivo. Su principal problema era el abandono personal en que se había sumido, algo que ahuyentaba a las mujeres. En 32 años de existencia solo había conseguido una licencia de taxista y una mujer espectacular, una “tía” de las que se ven pocas. Era “la comidilla” de cuantos le conocían: “¿Cómo semejante hembra puede estar con este imbécil? ¿Qué habrá visto en él?”.Vaqueros, camisa de cuadros y una vulgar chaquetilla que imitaba al cuero: esta era su forma habitual de vestir. Realmente era un tipo muy abandonado al que, su esposa, dejó por imposible varios años atrás: se había cansado de repetirle que la fachada exterior es demasiado importante como para descuidarla… sobre todo trabajando de taxista. Durante los primeros años “en el taxi” trabajó en turno de mañana y tarde, tomando un descanso, de apenas una hora, para comer con algún colega de profesión en bares de mala muerte. Un buen día decidió que estaba agobiado y dijo ¡Basta! El trabajo diurno le desesperaba con sus atascos, semáforos, peatones que nunca dejaban de cruzar la calle (esta era la impresión que tenía cada vez que les cedía el paso), los bocinazos, el mal genio de los conductores y cualquier circunstancia incómoda para alguien que pasaba diez horas al volante. 106

Un buen día, decidió cambiar y trabajar en turno de noche, de once a ocho de la mañana, buscando tranquilidad. Evitaba a sus compañeros para no tener problemas: le llamaban, de forma burlesca, “Yo Claudio”, por un tic nervioso que tenía en el labio superior y, evidentemente, por coincidir su nombre con el del protagonista de la serie así titulada. Apenas pasaron tres meses cuando, un sábado, a eso de las tres de la madrugada, recogió a una mujer de unos treinta y pico años en una esquina del barrio más pijo de la ciudad. Al subir al vehículo, la mujer, le indicó que quería ir a una conocida discoteca, la más frecuentada del momento, la que estaba de moda. A medio camino le ordenó parar frente a un cajero automático. Le exigió que esperara pues solo quería sacar dinero. Así lo hizo hasta que, la clienta, volvió a subir y pudieron continuar con “la carrera”. No pudo evitar escuchar cómo, ella, manoseaba los billetes recién salidos del cajero. Casi podía sentir el calorcito que emitían y, sin pretenderlo, echó un vistazo por el espejo retrovisor. A pesar de la escasa luz del interior del taxi, observó que la pija contaba los billetes como una experta cajera. ¡Hija de puta! ¡Está podrida de dinero! –Pensó al calcular que, al menos, tenía mil euros entre las manos-. De buena gana le daba “dos leches” y le aligeraba peso. Luego la dejaría por ahí tirada y… ¡Qué me busque! -siguió soñando con los ojos abiertos, totalmente ajeno al tráfico. Con un inconsciente frenazo volvió a la realidad, evitando dar por el culo al coche que le precedía y que se había detenido en un semáforo en rojo. Cuando llegaron al lugar de destino, la mujer le pagó con un billete de diez euros, añadiendo que se quedara el cambio pues el importe de la carrera era algo inferior. La vio alejarse y la deseó… Deseó que tropezara, que se partiera la cabeza y, así, poder quitarle los billetes. Pero esto no ocurrió y la “mileurista” se perdió entre la gente. Durante unos minutos quedó pensativo mientras se fumaba un pitillo. Pensaba en mil y una maneras de hacerse con esa “pasta” que le resolvería el mes. Finalmente terminó por marcharse pues la tentación era grande pero los “cojones” pequeños…, tanto que sentía como si le faltaran. Durante las siguientes dos horas tuvo de aguantar de todo:”niñatos” borrachos, que representaban un riesgo por si vomitaban en la tapicería; parejitas que se magreaban con todo el descaro del mundo; pijos que le destrozaban el cerebro con su verborrea ridícula… No pudo aguantar más y decidió dejar de trabajar. Con miedo, pero decidido, volvió a la discoteca donde había llevado a la pija; no sabía cómo, pero ansiaba intentar hacerse con esa fortuna; necesitaba tener éxito y olvidar el taxi un par de semanas. Aparcó el vehículo y entró en el local. Pidió un “cubata” a la camarera maciza que le atendió y comenzó a dar vueltas, entre la multitud, buscando a su ¿Cajero automático? Media hora después dio con la que, si todo salía bien, pagaría sus ansiadas vacaciones. Al verla sin abrigo pensó que, además de dinero, tenía un buen 107

culo y un mejor polvo: de buena gana se la follaría, primero, y “desplumaría”, después. Volvió a la realidad (por segunda vez en la noche) y observó que la mujer, y el grupo de amigos con quien estaba, habían dejado los abrigos en los sillones. Los bolsos de las mujeres no los veía pero, con toda seguridad, estaban depositados bajo las prendas de abrigo. Apoyado en una columna esperó la llegada de una oportunidad que no pudiera perder. Tras un buen rato, las mujeres y un par de hombres, se fueron a bailar, quedando de guardia dos tipos no muy grandes. Estos no perdían la oportunidad de mirar los culos de las “hembras en celo” que pasaban a su lado. Claudio, cada vez se acercaba un poco más a lugar donde, posiblemente, estaba el tesoro que ansiaba robar. ¡Por fin llegó su oportunidad! Los dos tipos se acercaron a la barandilla del piso superior donde se hallaban. La locura provocada, en el gentío que bailaba al poner la canción de moda, atrajo su atención. Se acercó a los abrigos, se sentó en el borde del asiento, palpó con las manos a su espalda, rebuscando entre las telas hasta que encontró dos bolsos. Giró la cabeza para mirar y dudó de cuál sería el que anhelaba. Por no perder tiempo decidió coger ambos, guardarlos bajo su chaqueta y salir todo lo deprisa que pudiera, sin levantar sospechas. Los dos “atontados” ni se dieron cuenta: debían tener la mente ida y las pollas duras al ver tantas jovencitas casi desnudas, bailando como perras en celo, ahogadas en alcohol. Salió al parking, montó en su taxi, puso la luz roja de “ocupado” y marchó como “alma que lleva el Diablo”, sin perder un segundo en saquear los bolsos. Cuando llegó a un lugar que le pareció seguro detuvo el coche, volcó el contenido de los bolsos y… los ojos se le iluminaron, en la penumbra del ambiente, al ver el color del dinero. Lo tomó entre las manos, lo restregó por la cara y lo olió hasta impregnarse con su peculiar aroma. Jajajaja… ¡ESTO SI QUE ES UN GOLPE DE SUERTE! –Gritó como loco al hacer balance de su botín: mil cien euros, dos teléfonos de alta gama y, un reloj de pulsera delgado y muy brillante- Este para “la parienta” –dijo al verlo y sin saber su valor-, a ver si de una puta vez deja de darme la lata con que nunca le regalo nada. Casi eran las nueve de la mañana. Hacía una hora que terminó su jornada de trabajo y decidió volver a casa, sin tomarse el café de costumbre. No quería enojar a su mujer y, aunque así fuera, pronto se le pasaría el enfado al ver el regalo. Con este pensamiento se puso en camino y, tras media hora, llegó al triste lugar donde vivía: un barrio a las afueras, de clase obrera, con edificios “calcados”, parques sin vida y donde las mujeres bajaban a la panadería en bata, con los rulos en el pelo y con sus zapatillas espantosas. Sin duda un lugar que le hastiaba y del que siempre había deseado escapar sin conseguirlo. ¿Estas son horas de llegar? –preguntó con voz firme y mostrando su malas maneras de hablar, Pili, su esposa y única compañera desde hacía seis años.

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Sin tiempo para decir más, “la sargento mayor”, cambió el tono de voz, sus ojos brillaron, una sonrisa desdibujó su cara de mala leche y los dientes, perfectos, afloraron al hacerlo. ¿Es para mí? ¿De dónde lo has sacado? –preguntó al ver el bonito reloj que colgaba de la mano de su hombre. Si mi amor, es para ti. Se le debió caer a alguna clienta en el taxi –respondió feliz por no recibir la regañina de costumbre-. Pero… si piensas que debemos devolverlo, lo hacemos, como tú quieras. ¡Eso ni lo sueñes! Si alguna vez te preguntaran, tú, dices que no lo has visto, que lo debió coger otro cliente- respondió de forma contundente la afortunada-. Ven, te voy a echar el mejor polvo que recuerdes- añadió mostrándose agradecida y dispuesta a demostrarlo. ¡El mejor polvo que recuerde! ¡Cómo si eso fuera fácil! ¡Jaja, hace tanto tiempo… que recuerdo mejor la primera comunión! –pensó Claudio que, a lo más que había llegado, hasta la fecha, había sido a un coito rápido, de apenas cinco minutos, de forma tradicional y sin ganas. Y así era: cuando no estaba cansado él, estaba desganada Pili; cuando él se calentaba, ella se enfriaba. Rara vez, su mujer, tenía predisposición. Sus máximas aspiraciones conyugales se resumían a gastar, en tonterías, el poco dinero que quedaba después de pagar los gastos habituales de la vivienda. Por suerte el pisito estaba pagado pues fue el regalo de bodas de los padres de Claudio. Los pobres gastaron todos sus ahorros ya que en el pueblo no precisaban de mucho para vivir. Sin demorarse más tiempo, ambos, fueron al dormitorio (nunca mejor dicho, pues era prácticamente el único uso que hacían de él). Nada más llegar, ella comenzó a desnudarse, muy lentamente y poniendo caras muy raras, como si estuviera estreñida: lo hacía tan pocas veces que le faltaba salero. Claudio no perdía detalle, debía estar sorprendido al recordar que su mujer tenía unas tetas tan formidables, un culo tan prieto y perfecto y… y un coño suave y jugoso. Pili, se mantenía, a sus treinta años, joven y lozana como una universitaria. Sin duda era la mujer más hermosa del barrio y una diana perfecta para los piropos de los hombres, de cualquier edad o condición. Sin perder tiempo, Claudio, también se desnudó, mostrando su estoque deseoso de ensartar a semejante “Miura”. Ella se acercó a él, se arrodilló frente a su polla y la fue tragando, con los ojos cerrados, como si no quisiera verlo. Él, se estremeció por la novedad y por el gustito recibido. La tomaba del pelo fuertemente, como si quisiera apresar el momento para siempre. Poco a poco fue acompañando, con sus caderas, los movimientos de Pili. Apenas un par de minutos después, ella abandonó la felación, se subió a la cama, se puso a cuatro patas y dijo: ¡Vamos, macho mío… fóllame como si fuera una perrita! Estoy tan caliente que quiero sentir tu leche dentro de mí. –ordenó la esposa adoptando la misma mueca que cuando se desnudaba. 109

Esto no desmotivó a Claudio que se colocó tras ella, apuntó con el capullo en la jugosa raja de “la perrita” y la hincó hasta el fondo, hasta que los cojones chocaron con las carnes de Pili. Comenzó a follar como si fuera el último polvo de su vida, como si fuera el último deseo de un condenado a muerte. Ella no tardó mucho tiempo en correrse, entre gritos de placer y palabras obscenas (“Demasiado vulgares para que yo las reproduzca”). Cuando, el afortunado Claudio, no pudo aguantar más, apretó el culo, se aferró con fuerza a las caderas que tenía delante y dio las últimas envestidas que consiguieron que descargara dentro de ella. Con los ojos cerrados y la cabeza levantada hacía el techo, pareció dar gracias a Dios: no podía creer que su golpe de suerte se viera incrementado con un polvo fuera de lo corriente…, para él. Tras terminar, Pili, se levantó, se vistió y se fue a hacer sus cosas. Claudio quedó pensativo en la cama, fumando un humeante pitillo que redujo a cenizas con apenas cinco o seis caladas. Ahora era consciente de que, su mujer, solo podría estar contenta y predispuesta si tenía algo más de lo que, hasta la fecha, le había podido ofrecer. Así comenzó a pensar, maquinar y, finalmente soñar con lo que podría o debería hacer para conseguirlo. Durante mes y medio volvió a ser el triste y aburrido taxista de siempre. Pero una noche, al pasar por delante de un cajero automático, vio que una chica joven sacaba dinero. Detuvo el vehículo tras la siguiente esquina, lo aparcó, bajó, y se encaminó hacia la entidad bancaria. Decidido, por ser una presa fácil, se acercó a la chica, sin que ella advirtiera su presencia, la envolvió el cuello con su brazo, le puso en el costado la navaja que siempre usaba para prepararse el bocadillo y, con voz firme y amenazadora, exigió que le diera el dinero. La pobre muchacha, sorprendida y asustada, no lo pensó dos veces y obedeció, entregando los billetes que recientemente había “escupido” la ranura del cajero. Tras soltarla salió corriendo, en dirección contraria al lugar donde había aparcado. De esta forma podría volver al taxi dando la vuelta a la manzana, sin despertar sospechas. Desde esa noche, en que consiguió de la joven más de cien euros, la vida de Claudio dio un giro de 180º: pasó los siguientes meses cometiendo pequeños hurtos; atracando a las chicas que sacaban dinero de los cajeros; y, aprovechando el descuido de alguna incauta, robarle el bolso. Todas sus fechorías las cometía bajo el anonimato de la noche, y, lo más importante, a mujeres: se sentía tan cobarde que solo se atrevía con ellas, eran víctimas más fáciles. Con el tiempo se fue sintiendo más ambicioso, dando un paso más. Comenzó a robar en casas apartadas, en urbanizaciones tranquilas o cualquier lugar que le inspirara confianza. Al conducir un taxi podía recorrer las zonas elegidas con discreción pues, un vehículo de este tipo, no hace sospechar a nadie. Para ello aprovechaba las tardes ya que, por las mañanas, dormía hasta la hora de comer. A Pili, le dijo que, por las tardes, ayudaba a un colega a montar muebles en un polígono cercano. De esta forma justificaba sus largas ausencias y el 110

dinero extra que entraba en casa. Pero la mujer estaba encantada: le tenía que aguantar menos tiempo y disponía de más dinero para gastar en “sus cosillas”. Cuando sospechaba que en una casa no estaban sus moradores, llamaba al timbre o al portero automático, según el caso, de la valla, muro o cercado. Si alguien contestaba, se justificaba alegando una equivocación: hacía creer que alguien lo había llamado y no acertaba con la vivienda adecuada. Si no había respuesta, se dirigía a la parte trasera, más segura y discreta, y buscaba alguna ventana o puerta que fuera fácil de forzar. Un viernes, hacía la ronda acostumbrada por una zona donde había cuatro chalets, algo apartados entre sí y bastante más de los del resto de la urbanización. Tras llamar y no recibir respuesta, montó en el taxi y lo alejó unos cien metros, escondiéndolo tras unos arbustos. Volvió a pie y, tras saltar el muro, se encaminó a la parte trasera. Allí, empujando una pequeña ventana, consiguió entrar con facilidad. Esta daba acceso al cuarto donde se encontraba la caldera de la calefacción. Al contar con dos plantas, la casa, decidió empezar por la superior. En ella solo había un gran dormitorio y un cuarto de baño. Apenas había comenzado a mirar en los cajones de una pequeña cómoda cuando, sobresaltado, escuchó ruidos que procedían de la planta baja. Se asomó con cautela, miró y vio como los dueños entraban por la puerta y la cerraban. Mantuvo la calma y esperó a ver qué pasaba. El hombre encendió una pequeña lámpara y agarró a la mujer por detrás. Apretó su polla contra el culo de ella y comenzó a sobarle las tetas, por encima del vestido. La mujer se retorcía al sentir los magreos, pedía calma con la “boca pequeña”, como queriendo no ser obedecida. Eso parecía excitar al hombre que aumentaba la intensidad del manoseo, introduciendo las manos entre el vestido. Inesperadamente, ella, se libró de las manos que la retenían y se separó. Inició una corta carrera hasta las escaleras; Claudio se asustó pensando que iban a subir; el hombre consiguió retenerla y ambos cayeron sobre los primeros escalones. Claudio se tranquilizó un poco al ver que se “enrollaban” sobre los escalones. Ambos parecían bebidos y muy calientes. Te voy a follar por el culo hasta que amanezca –dijo él. ¿Tanto piensas aguantar? Jajajaja –respondió ella burlándose. Sin replicar, el hombre, buscó las bragas por debajo del vestido. Al encontrarlas tiró de ellas hasta las rodillas de la mujer. Entre risas y algo de forcejeo consiguió que, ella, quedara tumbada sobre los escalones, boca abajo. Se tumbó sobre su espalda, se desabrochó la bragueta, le subió la falda y, a juzgar por los quejidos y suspiros de la hembra, se la metió por el culo. En esta incómoda, pero excitante, posición comenzó a follarla con ganas, consiguiendo que, la enculada, gritara como una loca. El improvisado “mirón” apenas pudo distinguir algo más que dos figuras: la luz era escasa y su posición no muy buena. A pesar de estos inconvenientes se estaba poniendo cachondo, sin poder remediarlo. 111

Ella se quejó por la incomodidad y pidió adoptar una postura más cómoda. Saliendo de su recto, él, dejó que ella se arrodillara cobre uno de los peldaños. Cuando lo hubo hecho, se situó detrás, en cuclillas, y la penetró por segunda vez, subiendo bien la falda hasta la espalda de la mujer. Pareció que Claudio deseara ocupar esa posición de privilegio, ser él quien la enculara: Pili nunca dejó que la penetrara por ese orificio. Los gritos de la mujer no decaían, todo lo contrario, se incrementaban con cada nueva embestida. El hombre jadeaba y parecía tener calor pues, sin dejar de follar, se desabrochó la camisa y se la abrió. Claudio pensó que tarde o temprano subirían y se adentró en el dormitorio, buscando donde esconderse en caso de que tuviera razón. Vio un gran armario, más profundo de lo normal. Pensó que sería un buen lugar. Más que eso, era el único lugar. Pero tenía que arriesgarse pues no tenía más opciones. Los amantes seguían jadeando y gritando. El ladronzuelo volvió a sentir curiosidad y se asomó de nuevo. Al mirar, vio que él estaba sentado en uno de los escalones; ella sentada sobre su miembro, dando la espalda. Cabalgaba complacida y rebosante de gusto, agitando la cabeza en todas direcciones. De repente, se detuvo y tornó los gritos en suspiros, en suaves jadeos. Presuntamente se estaba corriendo, y con ganas, a juzgar por las palabras obscenas que “escupía” por la boca. Vamos a la cama, quiero más –dijo ella cuando pareció relajarse. El corazón de Claudio comenzó a latir con violencia al escuchar esas palabras: la mínima esperanza que albergaba de que no subieran se vio truncada. Con sigilo se dirigió a su “refugio”, entró y cerró la puerta hasta dejar una pequeña rendija. Se acomodó como pudo y esperó acontecimientos. Pasados un par de minutos sintió la voz de él y las risas de ella, junto a la puerta. Al instante entraron y encendieron la pequeña lámpara de la mesita de noche. Tan claro como si fuera de día, Claudio, pudo ver la cara de la mujer. Sin dar crédito a lo que sus ojos le mostraban, terminó por aceptar que se trataba de Pili, ¡Su Pili! Los pensamientos que recorrieron su cerebro eran contradictorios: deseaba salir y descubrirlo todo, pese a lo que sucediera; por otro lado tenía miedo y, más, al ver el tamaño del tipo; o ¿Debía permanecer escondido, sin mirar?; tal vez aguantar los cuernos y ver todo, echándole un par de “huevos”. A pesar de que su erección había bajado, decidió mirar y sufrir en silencio. Cuando volvió del mundo donde moraban sus pensamientos, pudo advertir que ambos estaban desnudos por completo, en pie, besándose y manoseándose. Él buscaba el coño de la adultera y ésta sujetaba la polla con la mano derecha, agitándola ligeramente. Cuando se separaron, la calma sensual que había reinado durante los últimos minutos, se tornó de nuevo en desenfreno y brusquedad. Pili, inclinó su torso hacía la cama, apoyó las manos sobre esta y separó ligeramente las piernas. Él se colocó muy pegado a su culo, apuntó hacía la entrada y la fue metiendo 112

mientras, ella, le recibía con vicio. Parecía disfrutar tanto con la sodomía que, Claudio, no daba crédito, no lo podía entender: sorprendentemente, su esposa, le entregaba el ano a otra persona, algo que jamás había consentido con él. Es más, por la experiencia que parece tener… ¿Cuánto tiempo hará que lo practica? –pensó. Poco a poco, el cuerpo de Pili fue cediendo hacía la cama ante la potencia de los envites de su amante. Finalmente cedió del todo y ambos cayeron sobre la cama, sorprendentemente sin desacoplarse. El hombre se animó un poco más, aumentando el vigor de las penetraciones: puede que esta postura, más erótica, le motivase mucho más. Cuando ella parecía estar corriéndose, vio inundado su recto por el semen del hombre que, gimoteando y suspirando, descargó durante varios segundos. Ella también alcanzo el éxtasis, por segunda vez. Ambos permanecieron acostados en esa posición un par de minutos, sin hablar, sin producir sonido alguno… salvo el de sus respiraciones que lentamente volvían a su ritmo natural. En la mente de Claudio solo existía la imagen de los cuernos sobre su cabeza. Una y otra vez se preguntaba- ¿Por qué? ¿Por qué a mí? A mí que arriesgo mi libertad para que ella sea un poco más feliz. ¿Qué le aporta este tipo que yo no pueda? –No dejaba de atormentarse. Justo en el momento en que se calmó un poco, ella comenzó a hablar… ¡Gracias, mi amor! ¡Has estado fantástico! No sabes cómo me gusta que me folles por el culo. No eres el primero, pero sí el que más placer me da –afirmó ella mientras sus palabras retumbaban en los tímpanos de su marido. ¿Y tu marido? ¿No te da por el culo nunca? –Preguntó el hombre. Sabes de sobra que no le dejo. ¿Cuántas veces he de decírtelo? Solo me la ha metido, aparte de ti, un vecino. Éste fue quien me lo desvirgó hace un par de años –respondió algo molesta. Perdona Piluchi, no quiero que te enojes. Pero… ¡Cuenta, cuenta! ¿Quién era ese vecino y como ocurrió? –preguntó él. Pues…, el vecino era un chico polaco que vivió en nuestro bloque un par de meses. Después regresó a su país y no lo volví a ver. Follamos durante un par de semanas, por las tardes, cuando mi marido estaba trabajando… ¿Pero no me dijiste que trabaja por la noche? –Interrumpió el amante algo perdido. Sí, pero trabaja de noche desde hace unos dos meses. El muy flojo se cansaba de hacerlo por el día y cambió el turno para tener menos clientes. Él me dio otros motivos pero no me la “pega”. ¡Sigue, sigue con lo del polaco! –insistió él.

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Pues, como te decía. Follamos un par de semanas. A los cuatro o cinco días me lo propuso. A mí me daba miedo, pero él supo convencerme. Finalmente accedí, una tarde de mucho calor. Estábamos en la piscina comunitaria, como un par de buenos vecinos a los ojos del resto, charlando. El no hacía más que decirme frases muy subidas de tono. Me decía que tenía el culo más espectacular que había visto nunca; que me la iba a meter por el ano hasta los huevos; que una vez la tuviera dentro, no iba a desear que me la sacara; que invitaría a todo el mundo para que me viera morirme de gusto; que me iba a dilatar el esfínter de tal forma que me cabría una botella de Coca-Cola… ¡Joder! –Exclamó el “tipo”. Me puso tan cachonda, con sus palabras, que no pude aguantar más. Le pedí que fuéramos a mi casa. Nada más entrar fuimos al salón, me quité el bañador y el hizo lo mismo. Sin pensarlo dos veces comencé a chuparle la polla, como si le agradeciera las palabras con que me calentó. Él estaba tan cachondo que me pidió que no se la chupara, solo quería romperme el culo, en ese preciso momento. La palabra “romperme” se me clavó en el alma y, desde ese instante, sentí que me moría por tenerle dentro de mi ano. Le pedí que me follara por detrás, pero que no me hiciera daño. Él fue a la cocina y al baño. Al regresar, lo hizo con una botella de aceite de oliva, una toalla del baño y un dosificador de jabón líquido. Extendió la toalla en el sofá, me hizo colocarme encima, boca abajo, me abrió los muslos y, después de mezclar jabón con aceite, me embadurnó el ano abundantemente. Después hizo lo mismo con su polla y se colocó a mi entrada. Me pidió que apretara los dientes y me agarrara fuertemente a lo que pudiera. Finalmente comenzó a encularme. A medida que entraba la polla me arrancaba gritos de dolor. Le pedía que se detuviera pero no obedecía. Me susurraba al oído que el dolor sería pasajero, que en pocos minutos estaría gritando de placer. Siguió penetrando y yo gritando. Justo cuando tenía media polla clavada en mi culo, me pidió que mirara a la puerta de la terraza. Al hacerlo me dijo que la había abierto para que todos los vecinos me oyeran gritar. Eso me molestó pero… al mismo tiempo me puso rabiosa y cachonda. Sin darme cuenta la tenía clavada del todo. Descansamos unos segundos mientras mi recto admitía ese “cuerpo” extraño. Finalmente comenzó a entrar y salir, con más velocidad, a medida que el dolor remitía un poco. Sin saber cómo, a los pocos minutos me estaba corriendo como una perra. Él no tardó mucho más, llenándome el agujero de leche al tiempo que mis gritos eran escuchados en toda la vecindad. Desde ese día me folló por el culo a diario. Algunos días dos veces: por la mañana y por la tarde. Después de irse a su país, yo ya era toda una experta en sexo anal. Con mi marido no quería hacerlo. Lo cierto es que apenas follábamos un par de veces al mes. Desde que el polaco se fue, he tenido varias aventurillas con otros tipos y, con todos, he abierto el agujero trasero desde el primer día.

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Puedo imaginar lo bien que se lo pasó el “polaco”. Dame un minuto que no tardo. –dijo el amante y salió del dormitorio, bajando las escaleras. Cuando regresó, portaba en las manos una botellita de aceite y un dispensador de jabón. Pili no podía creer lo que veía y comenzó a reír a carcajadas. Colócate en posición, que te voy a destrozar el culo –dijo el muy cabrón imitando el acento de los polacos- voy a imaginar que tu agujero es el del cornudo de tu marido. Voy a imaginar que me lo follo a él –añadió burlándose del pobre Claudio que no sabía dónde meter la cabeza. Si escuchar el relato de su mujer fue doloroso, las palabras del hijo de puta que se la follaba fueron humillantes. El pobre cornudo apenas podía pensar y, en su mente, tomaba fuerza la idea de vengarse de ambos. Durante un buen rato, los amantes, rememoraron el día en que Pili perdió la virginidad anal. Claudio terminó por taparse los oídos con las palmas de las manos: no quiso escuchar más; ya había sido suficiente para él. Pasado un rato dejó de escuchar los leves sonidos que se filtraban en sus oídos, a través de las diminutas rendijas que dejaban sus manos. Volvió a mirar por la pequeña rendija y no los vio; abrió la puerta, un poco más, con el mismo resultado; agudizó el oído y escuchó caer el agua de la ducha, confundiéndose con susurros y risas. Asomó la cabeza y, totalmente seguro, no lo pensó dos veces: salió del armario con prisa y cuidado; abandonó el dormitorio sin mirar atrás; bajó las escaleras de dos en dos; finalmente, llegó a la puerta principal. Antes de salir al exterior reparó en que, sobre una pequeña mesita, junto a la salida, había un juego de llaves agrupado en un elegante llavero. Lo tomó, abrió lo suficiente la puerta y probó, una por una, cual era la que abría. Cuando dio con la correcta pensó llevárselas; sin embargo, lo descartó por resultar demasiado sospechoso. Abrió uno de los cajones de la mesita y, al rebuscar en su interior, halló varias llaves sueltas. Tras compararlas con la que abría la puerta, encontró una idéntica. La guardó en su bolsillo, cerró el cajón, dejó el llavero en su lugar y se marchó Al llegar al taxi lo puso en marcha, sin perder tiempo, hecho un manojo de nervios: debía marcharse de allí lo antes posible. Sin saber qué hacer, ni dónde ir, se dirigió hacía el Pub donde acostumbraba a tomar café, alguna que otra noche. Pidió una copa de ginebra a la camarera de las tetas grandes. De un trago se la tomó y pidió otra, de la que dio buena cuenta del mismo modo: no daba tregua a la “tetona” ni a la botella. El licor calmó su ansiedad y, sorprendentemente, despejó su mente. Ahora pensaba mejor, con más claridad y frialdad. ¿Por qué? ¿Por qué he tenido que entrar en esa casa? De todas las que había ha tenido que ser en ¡ESA! –se preguntaba intentando buscar una respuesta a su mala suerte.

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¡Perdón Claudio! ¿Me estás hablando? –Pregunto Loli, la camarera de las tetas grandes y un culo que parecía una plaza de toros. Eso sí, una plaza monumental, de las buenas. No, guapa. Perdona. Hablaba solo. Es que he tenido una noche de perros. –Se excusó forzando una sonrisa. Ligeramente mareado, pero sereno, abandonó el local. El resto de la noche la pasó dando vueltas con el taxi, sin rumbo fijo, si tomar clientes: no quería ver ni hablar con nadie. Pasó varios días “tragándose” el secreto, sin hacer o decir nada que despertara las sospechas de su mujer; simplemente dejó que pasara el tiempo mientras maquinaba la venganza. No por ello dejó de dedicarse a sus “negocios”; pero, eso sí, su mujer dejó de recibir regalos. Tampoco los echo en falta pues tenía otras cosas en que pensar y a “otro” que la agasajaba sobradamente. No obstante, ella, mantenía una estricta disciplina en sus salidas nocturnas, evitando que Claudio sospechara de ello. Un lunes, sobre las dos de la tarde, se despertó alarmado por el incesante ruido del timbre de la puerta. Se incorporó de la cama, se puso las mugrientas zapatillas, la bata de “mercadillo” y se apresuró a abrir la puerta. Al hacerlo, se encontró frente a tres hombres que le inquietaron: uno, vestido con un traje marrón oscuro, de aspecto desagradable debido a su poblado bigote; otros dos, vestidos con uniforme policial, impecables, fornidos. Uno de ellos portaba, en la mano derecha, un bolso negro que Claudio reconoció al instante. ¡Buenos días! ¿Es usted el esposo de doña Pilar Castejón Escalona? –Preguntó el de paisano al tiempo que le ponía, frente a la cara, una cartera de cuero negro con una placa de policía adherida a ella. –Soy el inspector Velasco y estos son los agentes Céspedes y González- añadió. Sí señor. Claudio Moscada Espósito. ¡Para servirle a usted! –Respondió con cara de incertidumbre- ¿Qué desean?- Preguntó. Tengo el triste deber de comunicarle que, su esposa, ha fallecido la noche pasada –volvió a responder el de bigote-. ¡Le doy mi más sentido pésame!Terminó. Claudio les invitó a pasar, se dirigió al salón y se sentó en una silla. Con la cara desencajada, y casi tartamudeando, pidió al inspector que le informara de lo sucedido. Sobre las nueve de la mañana se ha recibido –comenzó a explicar-, en comisaría, la llamada de una mujer denunciando un asesinato. Se han personado varios efectivos policiales, y sanitarios, en la vivienda indicada, donde han encontrado a una mujer que yacía muerta en la cama del dormitorio principal. Al inspeccionar un bolso hallado en la habitación, han encontrado el carnet de identidad de la fallecida, de su esposa. ¿Sabe usted qué ha podido pasar? ¿Conoce los hábitos de su esposa o las compañías que frecuentaba?

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No señor, no sé nada. Por las tardes, después de comer, salgo de casa y me reúno con algún amigo o adecento mi taxi. Soy taxista ¿Sabe usted? Después, sobre las diez y media de la noche, monto en mi taxi y me voy a trabajar hasta las ocho de la mañana. Hoy, al regresar sobre… las nueve, mi mujer no estaba en casa y he pensado que habría salido a comprar: algunas mañanas sale temprano. Tras desayunar me he acostado, como hago todos los días, hasta la hora de la comida en que Pili…, digo, Pilar, me despierta para comer… más o menos sobre esta hora- respondió Claudio al mirar su reloj, sin titubear y con gesto triste. Tengo que pedirle que nos acompañe para identificar el cadáver: es un trámite imprescindible en estos casos. Le pido por favor que se vista y deje a los niños con algún familiar cercano o, en su defecto, con alguna vecina de confianza. No será necesario, señor, no tenemos hijos. Deme un par de minutos y me adecento un poco. De camino hacia el depósito de cadáveres, en el coche policial, él iba sentado en el asiento trasero, junto a uno de los agentes uniformados; el otro policía conducía y, a su lado, se había sentado el inspector. Claudio apoyó la cabeza en el respaldo, cerró los ojos y no dijo nada durante todo el trayecto… ¡Señor Moscada!... ¡Despierte!... ¿Está dormido? –Llamó su atención el agente que tenía sentado a su lado, zarandeándolo levemente –ya hemos llegado-. Añadió. No, no estoy dormido… solo pensaba en los motivos que pudiera tener el asesino para matarla… ¡Disculpe! –Respondió con tono afligido. Tras identificar el cadáver se sintió mal y, excusándose, fue a los lavabos. En ellos permaneció unos diez minutos. Al salir, eran evidentes sus gestos de aflicción y, tras firmar los documentos que le presentaron, sin leerlos, salió del lugar en dirección a comisaría. Una vez estuvo en el despacho del comisario, éste, le explicó todo lo que, a juzgar por las pruebas, había sucedido… presuntamente: Según la versión que barajamos, el presunto culpable es: don José Peña de la Higuera, de 37 años de edad, casado y con dos hijos de corta edad. Junto a un socio, posee una empresa de gran envergadura y, al parecer, durante los últimos tres años, ha tenido varias amantes, su mujer entre ellas. Para poder dedicarles tiempo se justificaba, con su esposa, alegando que, las continuas salidas, eran para agasajar a sus clientes y proveedores. La familia vive en un piso del centro de la ciudad. Entre otras propiedades, poseen un chalet en una urbanización próxima. Allí es donde llevaba a estas mujeres y donde solían terminar practicando sexo “consentido”, según la declaración del detenido. En esta vivienda es donde ha sido encontrada su esposa… ¡No, no siga por favor! ¡Ahórreme los detalles! Cuando tengan más información y, yo, me encuentre más calmado, entonces…, entonces escucharé lo que tenga que decirme. –Respondió Claudio muy nervioso. 117

Tras esta corta conversación, el comisario le pidió que intentara identificar al detenido; necesitaban saber si lo conocía y, de ser así, si podría aportar algo que fuera relevante para la investigación. Tras mirarlo unos minutos, a través de un cristal especial, Claudio, afirmó no haberlo visto nunca. Pidió poder marcharse a casa, se sentía tan violento que podría cometer “Una locura”. Volvió a firmar más “papeleo” y se marchó a casa. Los meses fueron pasando y llegó el verano. Durante ese tiempo fue conociendo más detalles del caso: a través de la prensa y de la televisión; de las informaciones que le proporcionaba la policía; de los chismes que circulaban por la calle, “de boca en boca”… Curiosamente, al entierro no fue casi nadie: tan solo él, su familia política y dos o tres “chismosas” del barrio. El primero de julio comenzó el juicio al que comparecieron las partes: él, como acusación particular; el ministerio fiscal, como acusación pública; y el acusado, como presunto responsable. Éste último mantuvo, en todo momento, su inocencia en relación al crimen; sin embargo, reconoció su relación sentimental con la víctima. En su declaración afirmó lo siguiente: El fin de semana en que ocurrieron los Hechos, él, junto con su esposa e hijos, fueron a pasar unos días con sus padres, a una localidad situada a 32 km. Mediante mensaje de texto (que aportó como prueba) comunicó a la difunta su marcha y se despidió hasta la noche del lunes. El domingo, a última hora de la tarde, recibió un mensaje de texto de la víctima (que también aportó como prueba). En él, le suplicaba que se reuniera con ella a las once de la noche en el chalet. Al llegar, con puntualidad, no la halló y, tras esperarla un rato e intentar comunicarse con ella, no lo consiguió. Decidió regresar junto a su familia, asegurando que llegó a media noche y que, su esposa, podría confirmarlo al ser la única que permanecía despierta. Por consiguiente, si, la hora estimada del crimen, había sido fijada entre las 24:00h y las 01:00h, él no podía haberlo cometido; si bien, se encontraba lejos del lugar. Respecto a lo sucedido, afirmó no saber nada. Tampoco pudo justificar un mensaje (bastante confuso) recibido, sobre esa hora, en su móvil. Mucho menos una llamada, realizada desde el teléfono de la vivienda, minutos más tarde, a su socio** El día siguiente, fue el turno de declaración de la señora que se ocupaba de la limpieza del chalet. Esta, en su declaración, dio los siguientes datos: El lunes, sobre las nueve de la mañana, había llegado a la vivienda para realizar la limpieza acostumbrada de la misma. Lo hacía una vez a la semana, los martes. Días antes, había comentado a la señora (la esposa del acusado) que el martes siguiente tenía que acompañar a su hija al médico. Pidió permiso para adelantar su trabajo al lunes y, la señora, se lo concedió. De esta forma, al llegar a la vivienda y disponerse a arreglar el dormitorio del matrimonio, encontró a la victima tumbada sobre la cama, desnuda, supuestamente muerta pues no respondía a ningún estímulo, y una serie de herramientas sobre una de las mesas del jardín. Asustada, llamó a la policía que acudió pasados unos diez minutos. Al ser interrogada por los agentes, ésta, aseguró que no echaba nada 118

en falta y que la puerta no había sido forzada: descartando, casi con total seguridad, que se hubiera producido un Robo** Claudio, sentado junto a su abogado, parecía prestar atención a cuanto se decía en La Sala. No era así, su mente estaba en otra parte. Sorprendentemente, su rostro mostraba una mueca levemente risueña al recordar… El sábado anterior al crimen, por la mañana, él, se levantó antes de lo acostumbrado, antes de la hora de comer. Buscó por toda la casa sin encontrar a su mujer. Pensó que habría ido a la compra al no ver, en la cocina, el carrito que solía utilizar para guardar lo adquirido. Advirtió que, en la encimera, se había olvidado el teléfono y, ansioso, espió las llamadas y mensajes que pudiera tener guardados. No encontró nada sospechoso salvo… un mensaje de texto que, a buen seguro, ella había olvidado borrar. Posiblemente debido a que era muy reciente, de esa misma mañana. En el mensaje pudo leer: Enviado: sábado, 11 de diciembre de 2010 09:12 RAMONA (PELUQUERA) Mi amor me marcho el finde con la loca y los niños a ver a mis padres. no sabes bien me ha caido el premio gordo vaya latazo. nos vemos el lunes volvemos después de comer yo te llamo cuando pueda tendre unas ganas locas de follarte. bsos : ) Seguro que es de ese cabrón. Encima, la muy puta, lo disimula poniendo el nombre de la chismosa de la peluquera –se dijo-. ¡O sea! ¿El hijo de puta está también casado y con hijos? Pero bueno, eso me da igual, esto me da una idea. -Añadió dibujando una sonrisa maliciosa. El domingo, a las nueve de la noche, Claudio propuso a su mujer ir a ver una película al cine, a la sesión de las diez. Ella reusó su propuesta, justificándose en que no tenía ganas y añadiendo que, él, tenía que ir a trabajar. Claudio alegó que se tomaba la noche libre e insistió con todo tipo de argumentos, hasta que Pili aceptó. Al salir del barrio, y antes de tomar la autovía hacía la ciudad, Claudio fingió un fallo en el taxi y paró en un camino lateral. Bajó del vehículo y comenzó a mirar en la zona del motor, como si buscara una forma de arreglarlo. Tras unos minutos afirmó haberlo reparado, alegando que necesitaba ayuda para cerrar bien el capó. Ella bajó para ayudarlo y marcharse; si bien, solía ser bastante impaciente. Cuando se acercó a él se vio sorprendida: Claudio la cogió por la espalda, la inclinó contra el capó, como si quisiera violarla por detrás, sacó un cinturón de cuero y amarró las manos de la mujer. Ella, de inmediato, comenzó a lanzar insultos, amenazas y todo tipo de palabrotas. El marido puso rápido remedió acallándola con cinta adhesiva. Sin perder tiempo la subió en el taxi, en la parte trasera, a empujones, y, evitando las coces que ella lanzaba, a “diestro y siniestro”, consiguió atarle los pies con otro cinturón.

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Acto seguido subió al vehículo, en el asiento del conductor, tomó el bolso de Pili, sacó su teléfono y envió el siguiente mensaje al amante: “Cari no puedo aguantar t necesito conmigo xfavor librate de la loca y ven nos vemos a las 11 en el chalet si no vienes no m veras nunca mas no llamo xque mi marido esta con migo te espero”. La mujer no paraba de patalear, tumbada, y de hacer ruidos con la nariz, como si quisiera gritar por ella. Se puso de nuevo en camino y se dirigió hacia el chalet del amante adultero. No fue muy deprisa, no quiso llamar la atención, ni cometer ninguna imprudencia que hiciera que la policía le detuviera. También pretendía hacer tiempo para llegar un poco antes de las once, hora en que, supuestamente, Pili, lo había citado. Al llegar aparcó tras los arbustos donde, el día que entró en la casa, había ocultado el taxi. Allí esperó hasta poco después de las once, justo hasta que vio llegar al infame que se tiraba a su mujer. No hizo nada, simplemente se limitó a seguir esperando y aguantar, como pudo, la trifulca que tenia montada su mujer en el asiento trasero. El amante esperó unos minutos en la puerta y, al ver que ella no llegaba, entró en la casa. Al instante el teléfono de Pili comenzó a sonar. Era él quien llamaba: debía estar impaciente a juzgar por la persistencia. Tras la tercera llamada, Claudio, cogió un teléfono de tarjeta prepago que había conseguido de forma ilegal, sin aportar sus datos personales (seguramente robado) y le envió un mensaje: “No me esperes. No puedo acudir a la cita. Nos vemos mañana para ultimar detalles. Un saludo”. Con este mensaje, el amante, debió quedar muy extrañado y, seguramente, cabreado. Veinte minutos después de haber llegado, salió de la casa, subió a su coche y se marchó. Claudio no podía saber si se dirigía de vuelta al pueblo, con la familia, o si iba a hacer cualquier gestión para volver más tarde. Pero debía arriesgarse si quería que su plan saliera bien. Tras esperar diez minutos más salió del coche, abrió el maletero, se puso un mono que cubrió su cuerpo por completo y unos guantes de cuero negro. Cogió a su delgada esposa, la cargó sobre su hombro y, aprovechando la escasez de luz, la llevó hasta la casa. Abrió la puerta con la llave que había robado y entraron en la vivienda. Los nervios que había sufrido, hasta ese momento, se acrecentaron. Debía ser rápido y cauto: no podía permitirse el lujo de cometer ningún error. Dejó a su mujer en el suelo y se puso unas zapatillas, de tela, que había en un pequeño zapatero, tras la puerta. Le estaban un poco grandes pero, esta circunstancia, no representó ningún problema para él. Lo importante era que cualquier huella que dejara no fuera la de sus zapatos. Una vez hubo terminado, cogió de nuevo a su mujer, en brazos. Subió con ella al piso superior, entró en el dormitorio y la dejó caer, por su propio peso, sobre la cama. Tras un corto, pero agotador forcejeo, consiguió atarla a las cuatro esquinas del lecho; a pesar de su escaso peso, Pili, se defendió con uñas y dientes, como una leona enloquecida. Una vez estuvo bien amarrada y amordazada la adultera, Claudio, bajó a la planta baja. Comenzó a 120

mirar en todas las habitaciones de la casa; buscaba ese cuarto donde, por lo general, todos tenemos un pequeño armario o maletín para guardar herramientas de uso común en pequeñas chapuzas. No las encontró y pensó que podrían estar en una caseta de madera que había en el jardín, tras el chalet, junto a la piscina. Su intuición tuvo premió ya que, efectivamente, allí estaban. Sin causar mucho desorden cogió: un gran serrucho de dientes grandes y afilados; un pequeño hacha que, aunque no contaba con encontrar ese tipo de herramienta, le vendría muy bien; una mesa de jardín plegable, de plástico ligero y poco pesada, de unos ochenta centímetros de lado; y una bolsa de plástico para transportar las herramientas. De nuevo en el cuarto, desplegó la mesa y colocó sobre ella los utensilios, con prisa y cuidado. La mujer lo miraba atónita, llorosa… aterrada. No parecía saber qué pasaba, pero sus ojos reflejaban una cierta intuición: llorosos, parecían suplicar clemencia… no consiguieron su propósito. Claudio volvió a bajar, fue a la cocina y abrió varios cajones hasta encontrar un gran cuchillo. Siguió buscando y halló un paquete de bolsas de basura, negras y con asas. Pensó que tenía todo lo que precisaba para lo que estaba a punto de hacer. Antes de salir de la cocina tomó un par de paños, de los que se suelen usar para secar cubiertos, cazuelas o cualquier utensilio de cocina. Nuevamente en el dormitorio depositó lo que portaba, sobre la mesa. Dio un último repaso a los objetos y, al ver que tenía todo lo necesario, se decidió a ejecutar lo que había resuelto hacer. Respiró profundamente, se acercó a su mujer que lo miraba incrédula y forcejeando por liberarse de sus ataduras. Se sentó sobre sus rodillas y, con furia, le fue desgarrando la ropa hasta dejarla completamente desnuda. Durante unos segundos la miró, pero no dijo nada; su mirada era lo suficientemente explícita. Ella pareció relajarse un poco. Posiblemente pensara que, su marido, sabía lo de su amante y quería forzarla en el lugar donde, tantas veces, le había puesto los cuernos…, eso podría ser lo menos grave. No pareció acordarse de las herramientas y de la relación que guardaban con lo que sucedía. No tuvo más tiempo para pensar, llorar, apenar…, luchar. Su esposo le besó los labios, con ternura, sin apartar los ojos de los de ella…, como si se despidiera. Finalmente se incorporó, tomó una de las almohadas, la puso sobre la cara de la desdichada y…, apretó con todas sus fuerzas. Mientras asfixiaba a su Compañera, luchó por no derramar las lágrimas que, casi de forma incontenible, intentaban abandonar el estanque ocular donde se contenían. Tras unos interminables segundos, la desventurada, dejó de forcejear y gruñir con la nariz: ya no vería un nuevo día; nunca más volvería a chismorrear en la terraza, con las vecinas; su vulgar y triste vida pasaría desapercibida para…, casi todos… Eran las 23:45h y apenas habían transcurrido veinte minutos desde que, Claudio, había entrado en la casa para tomarse la venganza que tantos días había planeado. Sin mostrar remordimiento, secó sus ojos con la manga del mono, se apartó del cuerpo inerte de su esposa y bajó a la planta baja. Junto a la puerta de salida se detuvo, sacó el teléfono prepago y envió un segundo 121

mensaje al cabrón que se había follado a su mujer… ¿Cuántas veces? Ni lo sabía, pero le daba igual. El mensaje rezaba así: “Ven cuanto antes. Han surgido problemas. Te espero en la puerta de la empresa”. Tras enviarlo observó que, junto al teléfono de la casa, había una pequeña libreta. La abrió y supo que se trataba de una agenda telefónica. Al ver el número del socio del empresario decidió improvisar. Marcó el número y aguardó con la esperanza de que contestaran. ¡Dígame! –Respondió una voz al otro lado del auricular- ¿Eres tú Pepe? –No obtuvo respuesta pues, Claudio, no articuló palabra alguna. Simplemente dejó pasar unos segundos antes de colgar. Tras la llamada abandonó los guantes junto al teléfono, se quitó las zapatillas y las dejó donde las había cogido. Se puso sus zapatos, depositó la llave en el cajoncito y se marchó; siguiendo con meticulosidad el ritual opuesto. Antes de subir al taxi se despojó del mono y lo colocó en el asiento del acompañante, dentro de una bolsa de plástico. Finalmente se marchó. El resto de la noche la pasó trabajando, como si fuera otra jornada más. Sobre las cinco de la madrugada, al pasar junto a un oscuro callejón, se desvió y se metió en él. Detuvo el taxi, descendió con el mono en la mano, lo sacó de la bolsa y, en un rinconcito, le prendió fuego. Esperó hasta que se consumió por completo y llenó la bolsa con sus restos. Finalmente se marchó llevándola consigo. A partir de ese momento, cuando no transportaba a ningún cliente, fue esparciendo las cenizas en las calles por donde circulaba, de forma disimulada para no llamar la atención. Así se libró de la prenda que, en un momento dado, le podría haber delatado. Por la mañana, los camiones que riegan las calles, terminarían por enviar los restos a las alcantarillas, desapareciendo para siempre. Pasadas las ocho de la mañana dio por terminada la noche y se marchó a casa, sin variar sus costumbres: café en “Casa Flora”, el bar donde se reunían los compañeros que terminaban o comenzaban la jornada; comprar el periódico deportivo en el kiosco de Tobías, un ex taxista que quedó impedido tras un accidente; finalmente una docena de churros en la churrería del barrio. Al llegar a casa se duchó, desayunó y terminó por meterse en la cama. No echó de menos a su mujer: hacia varias horas que la pobre había cerrado los ojos para disfrutar del sueño eterno. Lo último que recuerda es que, la policía, llamaba a su puerta para informarle de lo que él bien sabía…** Después de rememorar en su cerebro lo que realmente había sucedido, llegó el turno de declaración de la esposa del inculpado. Claudio se puso nervioso pues, en función de lo que dijera y de la credibilidad que inspirara, su plan podría tener mayor o menor éxito. La esposa declaró lo siguiente: Aquel domingo, sobre las nueve de la noche, mi marido me dijo que tenía que marcharse; que había recibido un mensaje de Carlos, su amigo y socio en la empresa. A mí no me sorprendió puesto que, la mayor parte de las noches, tenía por costumbre ir a cenar y a tomar unas copas, después, con algunos clientes o proveedores. Poco antes de las diez de la noche se despidió de todos 122

y se marchó. Le despedí junto al coche y entré en casa, después de que se fuera, para acostar a los niños. Sobre las once, mis suegros, se retiraron a dormir y yo me quedé terminando de recoger la cocina. A las once y media fui a mi cuarto y me puse el pijama. Tras hacerlo, me dirigí al cuarto de baño que hay pegado al dormitorio. Realice la higiene bucal, me quité el maquillaje, me lavé la cara y regresé al dormitorio. Puse un DVD en el reproductor y me recosté en la cama. Encendí un cigarrillo y me dispuse a ver la película: “Los puentes de Madison”. Recuerdo que fue esa pues la he visto infinidad de veces…, sobre todo cuando me siento sola…, algo muy frecuente para mí. Cuando terminó la película…, creo que dura unas dos horas, tomé el libro que, por aquellos días, estaba leyendo. Apenas había comenzado a leer cuando llegó mi marido: me sorprendió pues suele hacer muy poco ruido al regresar a casa; tiene mucho cuidado para no despertar a los niños…, o a mí si es demasiado tarde. Imagino que, después de tanto tiempo haciéndolo, ha adquirido una considerable destreza. Lo noté nervioso al hablarme y pensé que se había disgustado con su amigo. Me pidió…, mejor dicho, insistió en que, si alguien preguntaba a qué hora había regresado, dijera que a media noche. Al preguntarle por los motivos que tenía para pedirme aquello, simplemente me respondió: “He tenido un roce con otro coche y lo he sacado a la cuneta. No ha sido grave, pero no he querido parar, me he asustado. Durante un rato discutimos sobre el tema ya que no me gusta mentir. Finalmente terminó por convencerme y nos dormimos. A la mañana siguiente, a eso de las once, se personó La Policía preguntado por mi esposo. Me asusté al pensar que la persona que chocó con mi esposo, lo había denunciado. Mi sorpresa fue soberana al ver como lo esposaban, le leían sus derechos y se lo llevaban. Uno de los agentes me informó que era sospechoso de asesinato y que, si disponíamos de uno, llamara a nuestro abogado…** ¡CLARA, CLARA, DI LA VERDAD… POR FAVORRR! ¡REGRESÉ A LAS DOCE, TÚ LO SABES BIEN! ¿POR QUÉ MIENTESS? –interrumpió el acusado contrariado por la declaración de su mujer. El juez lo mandó callar y ordenó, a los agentes que lo custodiaban, que le obligaran a sentarse y a guardar silencio. Claudio respiró profundamente, apretó los puños y, por un momento, pareció expulsar por la boca un leve ¡BIENNN! No daba crédito al giro inesperado que se había producido. Jamás hubiese imaginado un desenlace así. Ahora sí podía estar tranquilo del todo: definitivamente quedaba fuera de cualquier sospecha, por pequeña que fuera. El resto del juicio fue puro trámite: las evidencias eran tan abrumadoras que no quedó duda de la culpabilidad del procesado. La sentencia así lo reflejó y, resumida por un diario de la ciudad, vino a decir lo siguiente: 123

La noche de autos, el acusado, se citó con su amante en el chalet donde solían encontrarse, de forma habitual, para practicar sexo. Por razones que no se han esclarecido, el hombre acabó con la vida de la víctima. Asustado por lo que había hecho, preparó una serie de utensilios con el fin de descuartizarla y deshacerse del cadáver. Algo le inquietó, o sintió temor, y decidió posponerlo para el día siguiente, a sabiendas de que, la asistenta, no iría a limpiar hasta el martes. Él no era consciente del acuerdo previo, entre esta y su esposa, para adelantar la tarea al lunes por la mañana. De esta forma, fortuita, la empleada encontró el cadáver antes de ser despedazado y hecho desaparecer. Al no encontrarse, en el lugar del crimen, prueba alguna que pudiera implicar a un tercero, los hechos quedan, sobradamente, demostrados. La condena impuesta al condenado ha sido de 20 años (bien merecidos, en opinión de quien firma este artículo). El fallo condena también al acusado a indemnizar con 1.000.000 de euros al esposo de la mujer asesinada. (Cantidad que se me antoja escasa, teniendo en cuenta que su patrimonio se calcula en unos 60 millones de euros ** Tras el juicio, la vida de Claudio cambió drásticamente: obtuvo un millón por la indemnización concedida en el juicio; algo más de 150.000 euros, que cobró de la compañía de seguros, por el fallecimiento de Pili; estaba soltero y libre para hacer cuanto quisiera pues aun era joven. Pero algo le daba vueltas en la cabeza, todos los días, a todas horas… ¿Por qué la esposa mintió? Estaba seguro de que había mentido. Dada la fortuna del marido, quitárselo del medio siempre es un aliciente para una esposa ambiciosa. ¿Esta lo había sido? Por la prensa, se enteró de que la mujer había conseguido el divorcio, quedándose con “casi todo”. También había sabido que, junto con el socio, habían vendido la empresa a una multinacional alemana por la “nada despreciable” cantidad de 105 millones de euros. Si no fuera porque había sido él quien planeó el crimen y lo ejecutó, hubiese pensado que lo hizo ella. Pero, después de todo, su plan salió perfecto y todos, salvo dos, estaban más que contentos. Pasó el verano, después el otoño y, tras el invierno, la primavera trajo nuevas noticias. Un día, mientras trabajaba con su nueva adquisición (un espectacular Mercedes rebosante de lujo, glamour y que era la envidia de todos sus compañeros) se detuvo en la parada de taxis que solía frecuentar. Una señora se acercó a su taxi, mientras él hablaba con los compañeros, abrió la puerta y entró. Al verlo se dirigió hacia ella y la trató de explicar: Lo siento señora, pero no puedo llevarla. Hay otros compañeros antes que yo y, si lo desea, el primero de la fila puede hacerlo, a donde quiera. No ¡Gracias! este coche me gusta y quiero que sea usted quien me lleve. – Replicó la mujer muy segura de sus deseos. Pero…, verá señora… Nada de explicaciones. Yo pago y elijo quien tiene que llevarme –replicó sin dejar expresarse a Claudio. 124

Éste, viendo la autoridad con que hablaba aquella mujer tan extraña, se excusó con sus compañeros y procedió a complacer a la clienta. Sin duda era toda una señora: muy bien peina y arreglada; con un porte que denotaba distinción; unas exquisitas formas de hablar; y, por lo que podía ver, parecía estar “MUY BUENA”. Mientras le preguntaba la dirección de destino, no pudo evitar mirar el escote y pensar que era: “Un bonito balcón adornado con dos grandes macetas”. Póngase en marcha que ya le iré indicando el camino- exigió la mujer. Sin replicar, Claudio, se puso en marcha. Tras recorrer, apenas cien metros, la mujer volvió a hablar: No se detenga ni me interrumpa, tengo algo que decirle –Claudio asintió con la cabeza en señal de conformidad-. Soy la esposa del hombre que…, digamos, “mató” a su mujer. Por lo que veo no me ha reconocido. Es lógico pues me mantuve al margen del juicio todo lo que puede. Pero…, entre nosotros, ambos sabemos que fue ¡Usted! Un momen… Fue interrumpido por la mujer. Le he dicho que no me interrumpiera. ¡Limítese a escuchar y callar! Cuando termine podrá decir lo que quiera. Prosigo… Sé, casi con total certeza, que fue usted. Descubrió que su mujer se veía con mi esposo y tramó un plan magistral para quitarse a los dos del medio. Pero no fue usted el único beneficiado, yo también lo fui. Como debe saber, me divorcié de mi marido, sin juicios, sin peleas, y sin todo aquello que hace doloroso algo así. Y sí, todo lo ocurrido me allanó el camino para deshacerme de él quedándome con TODO. El anonadado taxista no salía de su asombro al escuchar aquel relato. Yo también sabía de los líos de faldas de mi marido –continuó relatando-. Hacía mucho tiempo que buscaba la forma de librarme de él sin saber cómo. Usted me presentó la solución, sin pretenderlo, pero lo hizo. Vi la oportunidad y mentí…, mentí por mí y por los que quiero: mis hijos y mi amante, el socio de mi esposo. Imagino que todo esto le sorprende, pero no soportaba ver como mi marido vivía una vida al margen de su familia. Busqué consuelo y cariño y, su socio, me lo dio. Supongo que sabe que vendimos la empresa por una buena cantidad de dinero. Con ese dinero nos vamos a vivir a Brasil. Allí hemos comprado un hotel, en una importante ciudad costera. Tengo grandes planes e ilusiones por vivir la vida que merezco, con los que quiero. A mi marido que “le den por el culo”, como se dice vulgarmente. No es que Claudio no quisiera decir nada, simplemente no podía: intentaba mantener la vista en los demás coches y, al mismo tiempo, asimilar lo que escuchaba. Usted cambió mi vida, proporcionándome una nueva oportunidad. Pero yo también cambié la suya: si yo hubiera dicho la verdad, mi esposo no habría sido condenado; si yo no hubiese mentido, usted no habría cobrado la indemnización; sin mi testimonio favorable a sus intereses, su venganza no 125

habría sido completa. Como ve, ambos salimos ganando de esta inconsciente simbiosis. Debo añadir que mis hijos también han ganado. Ellos aun son pequeños y podrán aceptar, a mi actual pareja, como a un padre. Y, para “rizar el rizo”, mi amante también ha salido ganando al poder vender la empresa y, asociarse y vivir conmigo. Al llegar a este punto del relato, Claudio, detuvo el taxi en doble fila, sin pensar si lo hacía bien o mal, no podía concentrase en el tráfico. Termino –continuó hablando la mujer-. Como soy mujer y madre agradecida, y valoro a las personas que se portan bien conmigo, aquí le dejo un regalo, en esta maleta. Se lo entrego desinteresadamente para que usted lo disfrute. Es lo menos que puedo hacer. Si algún día decide cambiar de vida, visítenos, no le será difícil encontrarme. En mí tendrá, para siempre, a una mujer agradecida y a una amiga. He terminado. Si tiene algo que decir…, hágalo. Si no es así, le digo ¡Adiós!... Aquella mujer, que le había dejado sin habla, esperó unos segundos. Pero el taxista no pudo o supo decir nada. Simplemente calló. Ella terminó bajando del taxi y se fue caminando. Cuando Claudio reaccionó tomó la maleta, la colocó en el asiento delantero, la abrió y sus ojos quedaron perplejos: apenas quedaba espacio para meter un billete más. Cerró la maleta y, con urgencia, se fue a casa. Pasó un buen rato contando el dinero que le había regalado su “Genio de la lámpara”. Tras sumar las cantidades parciales que había contado, el resultado fue de CINCO MILLONES de euros. Pero… ¿Fue un regalo? O… ¿Quizás fue un pago?… Eso solo lo sabría si algún día visitaba Brasil. ¿FIN? Si he lo he puesto entre interrogaciones es porque no he escrito una continuación: no la necesita. Pero, si os ha gustado el relato y hay bastantes peticiones, no tengo inconveniente en escribir una continuación. Puedo mandar a Claudio a Brasil y que se monte allí una buena juerga de sexo y desenfreno; con seis millones de euros, y soltero, se puede desmelenar bastante. Eso sí, con mucho más morbo. Con este relato he querido hacer algo más serio, aunque con un poco de “picante”. Espero que os haya gustado. Como unos pocos sabéis y otros muchos desconocéis, desde hace un par de semanas se están publicando, en Todorelatos, una serie de relatos con el nombre de usuario-autor “Ejercicio”. Ejercicio de Autores es un encuentro, certamen, concurso o como quiera llamarse, en el que se reúnen varios autores para publicar sus relatos. Al hacerlo, lo hacen bajo una serie de condiciones o normas: escribir sobre un tema concreto; hacerlo dentro de un plazo determinado; enviarlos a la persona que los publica; que tengan una aceptable ortografía; una extensión máxima en cuanto a palabras o duración… La mayoría de los autores que publicamos aquí no hemos querido participar. Cada uno por los motivos que haya creído oportunos o por desconocimiento. 126

Pero, entre los que no hemos participado, hay un pequeño grupo que no lo ha hecho por razones muy concretas, en el que me incluyo. No voy a hablar por el resto (cada cual es libre de hacerlo por sí mismo), solo lo haré en mi nombre. En mi caso particular reconozco que, en un principio, tuve cierto interés por participar, pero vi determinadas actitudes y, “cosas raras”, que me desanimaron; no obstante, yo, ya había concebido unas ideas para mis relatos que me animaron a escribirlos, a pesar de todo. Como es lógico no los envié al citado Ejercicio.

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