DS Bauden

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Sacrificio por amistad DS Bauden 1

Prefacio

Sentada aquí intentando poner en palabras todo lo que me ha ocurrido, trato de imaginarme vuestras caras al leerlo. Supongo que lo primero que debería deciros es que lo que estáis a punto de leer os resultará tan increíble como lo ha sido para mí. Todo lo que os voy a contar os parecerá un completo disparate. Lo único que puedo deciros es que tengáis paciencia conmigo mientras rememoro la experiencia más increíble de mi vida. Supongo que para empezar, debería presentarme. Me llamo Frances Theresa Elizabeth Christina Camarelli, pero podéis llamarme Frankie. Cuando eres italiana, supongo que un solo nombre no basta, de modo que pasé mi infancia deseando que los niños nuevos no me preguntaran cómo me llamaba. Yo se lo ponía fácil y les decía directamente cómo podían llamarme. Todo el mundo me ha llamado Frankie desde que era pequeña, salvo Stacey, mi ex, que todavía me llama guarra cuando la veo, pero ésa es otra historia. Soy la única hija de mis padres, Frank y Myrna. Mi madre nos abandonó cuando yo tenía unos dos años, así que no recuerdo gran cosa de ella. Tengo una foto de las dos en el espejo del tocador como recordatorio. Papá decía que no soportaba ser madre y esposa, de modo que optó por no ser ninguna de las dos cosas. Papá la perdonó, pero yo pienso que era una pedorra. Mamá era un auténtico bombón; la gente me dice que he sacado sus ojos. Pero a mí me gusta la sonrisa que he heredado de papá: me ha sacado de más follones de los que tengo intención de hablar. Aunque seguramente se lo podríais sacar a Crystal: nunca ha sabido mantener la boca cerrada, salvo cuando importa. Crystal y yo somos amigas íntimas desde que yo tenía unos cuatro años. Se mudó aquí desde Ohio, cosa que me parece muy bien, porque ¿qué hay en Ohio? Estamos en Chicago: no existe una ciudad como ésta en ninguna parte. A algunos les gusta Nueva York, pero es porque todavía no han vivido aquí. Bueno, a lo que iba, Crystal y yo hemos pasado de todo juntas. Hemos tenido todo tipo de problemas, desde con nuestros padres hasta con la policía, pasando por los chicos de la esquina, porque menuda ligona es, Dios, si me pongo a hablar de eso no acabo. En fin, que hemos hecho de todo. No hay nada que no estemos dispuestas a hacer la una por la otra, y esa teoría se puso a prueba hace poco.

Capítulo 1

Bajando a saltos con mis largas piernas las escaleras de mi apartamento, me sentía llena de ganas de comenzar un nuevo día. Eran las diez de la mañana y hora de abrir. Corrí a abrir la puerta de Clásicos en Tecnicolor al gran público. Al descorrer los cerrojos de la puerta de entrada, descubrí un increíble cielo azul sin una sola nube a la vista. Hacía un día fresco y vigorizante. Supe al instante que hoy iba a ocurrir algo increíble. Una vez fuera, bajo mi toldo morado y negro, vi que también empezaban a abrir varias otras tiendas del barrio. Mi vecino preferido es el señor Hooper; no, en serio, se llama así. Es el dueño de la carnicería de mi manzana; lleva ahí desde que nací. Mi padre y Hoop, que es el mote que le he puesto, eran amigos desde la Segunda Guerra Mundial. Todavía le gusta recordarme de vez en cuando que me cambiaba los pañales cuando yo era un bebé y que aún no soy tan mayor que no me pueda dar unos azotes. Anda que no le gustaría eso al viejo, creo yo. Bueno, vive encima de su tienda, como la mayoría de los que quedamos del viejo barrio. Yo me ocupo de mi tienda desde hace seis años. Me la dejó mi padre cuando falleció. Es una vieja tienda de cosas de cine, con más parafernalia de la que se merece nadie. Siempre me ha encantado: me reconforta en cierto modo. Papá y yo siempre veíamos las películas antiguas juntos. Sus preferidas eran las de Bogey, ya sabéis, Humphrey Bogart. A mí siempre me ha gustado Jimmy Stewart. Tenía una presencia en pantalla que nadie ha podido superar jamás. Papá quiso recrear en casa algo de esa sensación, así que abrió Clásicos en Tecnicolor. Tiene las paredes cubiertas de recuerdos de las viejas películas. Algunas de esas cosas las he comprado yo en las subastas a las que acudo, para hacer frente a la demanda. Todavía me asombra que haya gente a la que estas cosas le gustan tanto como a mí. Aquí viene gente de todas partes diciendo que se han enterado por el amigo de un amigo. Eso es lo que me encanta de la gente que viene por aquí. Les gusta el género de verdad y se ponen en plan sentimental. Tengo una reproducción exacta de un traje que llevaba Clark Gable en Lo que el viento se llevó. ¿Sabéis ese negro que llevaba al bailar con Escarlata cuando ella estaba "de luto"? Sí, la pobre, qué triste estaba, pero bueno. Todos los días vivo las películas y ni siquiera tengo que salir de casa. Mi primera clienta entró en la tienda y al instante se le cambió el humor, de "Dios, necesito un café" a "¡Oh, Dios mío, cómo me acuerdo de esa película!" Me alegro de poder hacer eso con mi tienda. Después de que mi clienta y yo charláramos un rato, vi que entraba también mi amiga Crystal. —Buenos días, Frankie, ¿qué tal te va en este día tan glorioso? —preguntó. —Estupendamente, Crystal. Me siento como si hoy fuera a ocurrir algo increíble. Hay como una electricidad en el aire.

—Yo también lo noto. Debe de haber un buen movimiento de planetas. Mírame los brazos, llevo todo el día con la piel de gallina. Sea lo que sea, va a ser gordo —contestó con sinceridad, poniéndome el brazo en la cara. —Ah, ¿tú crees? ¿Ya te han visitado tus colegas kármicos para confirmártelo todo? —dije, tomándole el pelo, y le bajé el brazo. —Frankie, lo digo en serio —dijo. Al mirarla a los ojos, yo también lo creí. —Vale, disculpa. Ya sabes lo que pienso de todo ese abracadabra. —Sí, lo sé. Tienes que abrir un poco más la mente. Tienes que dejarme que te relaje. —Ah, no, no me voy a dejar hipnotizar. He visto las películas. ¡Eso nunca es bueno! —le contesté medio en broma. —Ya, pues tengo muchos clientes que no estarían de acuerdo contigo. —Hablando de clientes, tengo que volver con los míos. ¿Tú no tienes que ocuparte de un negocio? —pregunté al tiempo que la llevaba hacia la puerta. —Pues claro, pero me planifico para no tener que despertarme tan temprano como tú. Mi primera cita no es hasta mediodía. —Se echó a reír y me sacó la lengua—. Ya me voy de tu espacio kármico, no te preocupes. No te voy a gafar el negocio, pero ¿Frankie? —De repente se puso seria. —¿Qué pasa? —Hoy sí que siento algo muy fuerte. Ten cuidado y ven a verme después del trabajo, ¿vale? — dijo tocándome el brazo. —Vale, cielo, que tengas un buen día. Hasta luego. —Hasta luego —dijo y se encaminó a su apartamento, que estaba al lado. Me volví y me encontré a mi clienta sonriéndome. —Hola de nuevo, ¿la puedo ayudar en algo más? —le pregunté. —Sólo quería decirle que tiene usted unas cosas maravillosas. Cuántas fotos tiene de las películas de mi época. Me alegro de saber que está usted aquí. Me ha traído unos recuerdos maravillosos —dijo, sonriéndome. Tenía los ojos de color avellana casi arrasados de lágrimas. —Gracias. Cómo me alegro de que piense eso. Vuelva a verlas siempre que quiera. Estamos abiertos todos los días salvo los domingos de diez a cinco. Los domingos hacemos una jornada más corta y sólo abrimos hasta las tres. —Le sonreí a mi vez.

—Voy a volver sin la menor duda. Cuídese. —Usted también. ¡Que tenga un buen día! —exclamé, sintiéndome aún más feliz de tener esta tienda. El día estaba empezando mucho mejor que la mayoría. A lo mejor estaba pasando algo en algún lugar del universo. Oh, Dios, por favor, que Crystal no me haya oído decir eso. Mirando a mi alrededor, vi que seguía sola y respiré hondo para tranquilizarme. Crystal Jacobs era mi mejor amiga desde que apenas levántabamos dos palmos del suelo. La había criado su abuela, porque su madre murió al darle la vida. Es una mujer pequeñita, bueno, cualquiera es pequeño comparado conmigo, que mido casi un metro ochenta. Tiene el pelo largo y rizado de color castaño y profundos ojos marrones. Es una mujer muy bella, pero la mayoría de la gente no se da cuenta de eso. Es que veréis, Crystal tiene un don, bueno, tanto ella como su abuela tienen el mismo don. Tiene capacidades psíquicas, o eso dice ella. La verdad es que yo nunca me he creído nada de eso. Francamente, me pone los pelos de punta. La vida ya nos la han planificado: nosotros sólo tenemos que vivirla y dejar de intentar cambiarla, digo yo. Su abuela y ella creen que las cosas se pueden cambiar y que todavía tenemos la capacidad de cambiar nuestra vida sobre la marcha. Yo no entiendo cómo eso es posible. El caso es que como ella siempre lo ha creído, mucha gente tiende a evitarla, algunos hasta la han llamado bicho raro. Digamos que esas personas no lo han vuelto a decir después de que yo haya tenido una charla con ellas sobre sus modales. Es que no la conocen como persona, Crystal es una mujer increíble. Sus clientes también están de acuerdo con eso. Ha hecho felices a muchísimas personas diciéndoles lo que querían oír. A lo mejor hay algo de cierto en todo esto, pero creo que no me apetece ahondar en ello. Dieron las cinco y eché el cierre por ese día. Había sido un buen día. Hoy había conseguido vender bastantes fotos enmarcadas. Van a inaugurar un cine nuevo a pocos kilómetros de aquí y querían fotos para el vestíbulo. Dios, qué gusto da que te necesiten. Por fin terminé el papeleo y dejé preparado el dinero para ir al banco por la mañana. Al levantarme, se me enganchó el pie entre la mesa y la silla. Vi que me caía y no pude hacer nada para evitarlo. Lo siguiente que supe es que estaba arriba en mi sofá con una bolsa de hielo en la cabeza y que Crystal estaba inclinada mirándome. —Eh, dormilona, me alegro de que hayas vuelto —me sonrió Crystal. —¿Qué demonios ha pasado? —contesté, sin saber qué hora era y tampoco el día.

—Parece que el mito es cierto, cuanto más grandes son, más dura es la caída. Estaba a punto de llamar a una ambulancia. Pero tienes la frente estupenda, se te va a poner de un morado precioso —dijo, tomándome el pelo. —Vamos, Crystal, ya basta, ¿qué ha pasado? De verdad que no me acuerdo. —Pues parece que te has caído y te has dado con la cabeza en la esquina de la mesa. Me parece recordar haberte dicho que tuvieras cuidado. Es que no escuchas, ¿verdad? —Sonrió. —Ja, ja... Ah, sí... Recuerdo haber tropezado con mis pies o algo así —dije, intentando incorporarme—. Ooh... no me encuentro muy bien —dije, pues al instante me sentí revuelta y mareada. —Quieta ahí, tigre, probablemente tienes conmoción cerebral. Creo que deberíamos decirle a Nonnie que te eche un vistazo —dijo con severidad. —Jo, tía, no, que intentará darme un brebaje que hayáis estado preparando todo el día en vuestro aquelarre. —Me pasaba la vida tomándole el pelo sobre sus costumbres y las de su abuela. —¡Yo no soy bruja! ¡Soy psíquica! Creo yo que a estas alturas ya podrías saber la diferencia. Si me dejaras hipnotizarte una sola vez, notarías mi don. Puede que hasta dé un poco de felicidad a tu vida. ¿Tienes idea de cuánta gente se va todos los días de mi salón con una idea totalmente nueva sobre su vida? —Ya, pues no quiero saber lo que les haces cuando están "bajo" tu hechizo. Venga, Crystal, ya sabes lo que opino de todo eso. —Ah, la infiel se ha despertado —dijo la abuela de Crystal, subiendo el resto de las escaleras hasta mi apartamento. —Hola, Nonnie. ¿Quieres examinarle la cabeza? Creo que tiene conmoción —le pidió Crystal. —Claro —aceptó ella y depositó su taza de café en mi mesilla de madera. Crystal y su abuela me examinaron los ojos y asintieron mirándose como si se estuvieran comunicando o algo así. Me estaban sacando de quicio así que tuve que interrumpir su conexión o lo que fuera. —¡Eh! ¿Qué demonios ocurre? —dije indignada. —Con esos modales no me extraña que ninguna mujer te quiera —me respondió la abuela. —Es que todavía no he encontrado a la adecuada, pero te comunico que he tenido muchas ofertas —me defendí. —Mmmm, seguro. Desde aquí estoy viendo la cola que hay a la puerta.

—¿Doctora? ¿Voy a vivir o no? Ya no aguanto más. —Me estaba empezando a molestar un poco que se dedicaran a hablar de mi vida amorosa mientras yo estaba ahí tumbada con la sensación de que iba a vomitar de un momento a otro. —Te pondrás bien. Tienes bien las pupilas, pero aquí tu amiga se va a encargar de que no duermas mucho tiempo, ¿vale? ¿Crees que podrás soportarlo? —Sí, señora —le dije con una sonrisa. —Bien, entonces ya no tengo nada más que hacer aquí —dijo al tiempo que se colocaba un largo mechón de pelo castaño canoso detrás de la oreja y se levantaba para marcharse—. Estoy aquí al lado, cariño, por si necesitas cualquier cosa. —Me dio un beso en la cabeza y le acarició la mejilla a su nieta al marcharse. Dios, qué ricas eran. Tenían la mejor relación que había visto en mi vida. Antes me ponía celosa, por eso de que mi madre se había ido, pero ella prácticamente me adoptó cuando era niña, así que no tuve que penar mucho tiempo por una figura materna en mi vida. Levanté la vista y me encontré con los ojos de Crystal que me miraban con preocupación, lo cual me llevó a pensar que no había oído algo que me había dicho. —¿Has dicho algo? Perdona, creo que me he distraído un poco. —Sí, te he preguntado que si todo eso es cierto. Lo de las ofertas y eso. ¿Ha habido alguien últimamente? —preguntó con una sonrisa pícara. —No, últimamente no, doña Metomentodo. La verdad es que hace ya varios meses, si es que quieres saber los aburridos detalles de mi vida sexual —le respondí reprendiéndola. Me sonrió y siguió tratándome el golpe que tenía en la cabeza. Era delicadísima, no me extrañaba que la gente acudiera a ella en busca de ayuda. Me empecé a preguntar qué era lo que hacía en realidad por sus clientes. A lo mejor el golpe en la cabeza me había despertado cierta curiosidad. Ya se me pasaría. —¿En qué estás pensando, Frankie? Parece que estás en otro mundo —dijo, con los ojos marrones relucientes. —Estaba pensando en lo feliz que vas a hacer a un hombre algún día. Tienes un espíritu maravilloso, Crystal, gracias por cuidarme. —Vale, ¿quién eres y que has hecho con mi Frankie? —dijo en broma, inclinándose y besándome en el golpe—. Gracias por decir eso. Sólo espero no ser demasiado vieja cuando comprenda qué es eso del amor. Creo que cuando lo haya entendido, podría morir feliz. —¿Es eso lo que buscas en una relación, el amor? —Me interesaba de verdad oír su respuesta. Esto era algo de lo que nunca hablábamos.

—Mmm, pues supongo que forma gran parte de ello. Quiero amor, sí, pero también quiero pasión, quiero deseo, quiero poder mirarle a los ojos y saber que no podría vivir sin esa persona, jamás. Dios, incluso aunque sólo lo sintiera un instante, ya sería increíble para mí. Porque mírame. ¿Quién demonios me va a amar a mí con esta pinta? —dijo, señalándose el cuerpo de arriba abajo con las manos. —Yo lo haría, Crystal, pero no juegas en mi equipo —le sonreí. —Aduladora. Creo que ese golpe que te has dado en la cabeza te está poniendo tonta. Descansa un poco y te despertaré dentro de una hora más o menos, ¿vale? —Me acarició el pelo con dulzura y sentí que me quedaba profundamente dormida.

Capítulo 2 —¿Frankie? ¿Frankie? Oía una voz que me llamaba, pero no sabía de dónde salía. La voz era tan dulce que casi me sonaba como una canción. Miré por todas partes, pero no conseguía encontrar a la dueña de la voz. —¡Estoy aquí! —grité sin dirigirme a nadie—. ¿Dónde estás? No te veo. Por favor, sal —le rogué a la voz. —Te estoy esperando, Frankie. Por favor, encuéntrame. —La voz me tocaba el alma como nada que hubiera experimentado hasta entonces en mi vida. Le grité por última vez: —¡Estoy aquí mismo! ¿Dónde estás tú? —¿Frankie? ¿Frankie? De repente, me desperté y descubrí a Crystal que me sacudía preocupada para despertarme. —¿Frankie? ¿Estás ya conmigo? —preguntó suavemente. —Sí, yo... mm... sí. Puuf, qué sueño tan raro he tenido —dije atontada. —¿Ooh, en serio? Por favor, cuéntamelo. Sabes que estas cosas me encantan. —Pues es que no sé, era raro. Oía la voz de una mujer. Estaba gritando mi nombre.

—Frankie, si se trata de una historia guarra de sexo, me parece que no quiero oírlo —dijo en broma. —No, no estaba "gritando" mi nombre, era como si estuviera intentando encontrarme. Me dio un poco de miedo. Le grité que saliera, pero no apareció. Lo siguiente que sé es que tú estabas intentando despertarme. —Me sentía confusa, pero me encontraba muchísimo mejor que antes de dormir. —A lo mejor te has confundido con mi voz cuando estaba tratando de despertarte. He dicho tu nombre varias veces. —Mmm, a lo mejor ha sido eso. No sé, pero ha sido muy raro. Casi tiraba de mí. —Pues entonces está claro que he sido yo. Te estaba dando unos tirones tremendos porque no respondías a mi voz. No le des más vueltas. Si lo vuelves a tener, dímelo. Le preguntaré a Nonnie. —No, no, seguro que tienes razón. Seguro que ha sido por el golpe. —Siempre tan pragmática. Eso es algo que siempre me he encantado de ti. Eres tan práctica como yo soy fantasiosa —dijo—. ¿Tienes sed? Son las siete y media, seguro que no has comido ni bebido nada desde la hora de comer —dijo con tono acusador. —No te equivocas. Me encantaría beber un poco de agua. Tengo la garganta muy seca. Las campanillas de la pulsera de tobillo que llevaba tintinearon suavemente al caminar con los pies descalzos por mi casa. Siempre me ha encantado cómo se viste. Siempre ha llevado vestidos largos y sueltos o faldas largas con una camiseta que no va a juego y casi nunca se pone zapatos. Su abuela se viste de forma parecida, pero al menos ella sí que se pone zapatos. Seguro que tiene las plantas de los pies como cuero. Pero qué raro quedaría que le preguntara: "Oye, Crystal, ¿te puedo tocar los pies?" Llegaría por fin a la conclusión de que estaba totalmente chiflada. Lleva más joyas en las muñecas y los tobillos de lo que debería estar permitido. Siempre oigo cuándo se acerca. La traicionan las campanillas o las pulseras al tintinear. Aunque debería dejar esos pendientes de aro de diez centímetros. Se pasaron de moda al mismo tiempo que Jody Watley. Salió de la cocina con un vaso de agua y me sostuvo la cabeza delicadamente mientras yo bebía. —Gracias, Crystal, ahora tengo mucho mejor la garganta. ¿Alguna vez te has planteado hacerte enfermera? Tratas a los pacientes maravillosamente. Me dio un manotazo en el brazo y se deslizó debajo de mis largas piernas para sentarse en el sofá. Cogió el mando de los aparatos y los puso todos en marcha. Otro clic con el mando y encendió la televisión de pantalla gigante y puso en marcha el reproductor de DVD. Ahí estaba

mi hombre hablando con un conejo invisible. Caray, qué bien me conocía Crystal. Siempre sabía cómo levantarme el ánimo. Esta noche no fue una excepción. Dios, es estupenda.

Cuando aparecieron los títulos de crédito, noté un peso de más en las caderas. Crystal se había quedado dormida y tenía el cuerpo echado sobre la parte inferior del mío. Tenía la cabeza apoyada en mi cadera derecha y el brazo derecho alrededor de mi pierna izquierda con gesto protector. No me hacía ninguna gracia despertarla, pero la naturaleza me llamaba y tenía que contestar. Le revolví el pelo suavemente hasta que se movió dormida. Poco a poco fue abriendo esos ojos marrones que yo conocía tan bien. —¿Ya se ha acabado? —dijo, secándose la baba de la comisura de la boca. —Sí, babosilla. Tengo que hacer pis, así que quita, por favor —le dije. —Oh, lo siento. No tenía intención de quedarme dormida encima de ti. ¿Qué tal la cabeza? —Está mejor gracias a tus maravillosos y tiernos cuidados. Y ya no tengo el estómago revuelto. Creo que ahora mismo eso es lo que más me gusta. —Sonreí mirando su cara adormilada—. Ahora mismo vuelvo. —Aquí estaré —dijo con un bostezo. Entré en el cuarto de baño y encendí la brillante luz fluorescente. Guiñé los ojos por la luz y me miré en el espejo para examinar los daños. —Oh, qué bonito. Buen trabajo, Frankie. Nunca te quedas corta —dije, palpándome el chichón de la frente. Usé el baño y volví a mirarme en el espejo. Cuando estaba contemplando mi reflejo, de repente sentí que alguien me miraba a su vez. Me volví rápidamente y no vi nada, claro está, pero habría apostado un millón de pavos a que allí había alguien. Salí del baño bastante deprisa y noté más que oí a Crystal que se acercaba a mí al chocarme con ella. —¿Y esas prisas, larguirucha? Tía, casi me arrollas —dijo riendo. —Perdona, Crystal, no te he visto. ¿Estás bien? —pregunté, asegurándome de que no le había hecho daño con la colisión. —Sí, estoy bien. Parece que has visto un fantasma. Y estás igual de pálida. Vuelve al sofá y te llevaré más agua.

—Prefiero echarme en la cama, si te parece bien —le dije. —Claro, cielo, ve. Ahora voy yo. —Vale, gracias. —Sonreí y avancé por el pasillo. Tengo muchas fotos viejas en las paredes del pasillo. Muchas de papá y yo: mi preferida es una en la que me está quitando helado de la barbilla con su pañuelo. Nos la hizo Crystal cuando estuvimos en el Parque Zoológico de Lincoln. Le pareció la cosa más mona que había visto en su vida. Supongo que dado que yo tenía unos diecinueve años cuando lo hizo, supongo que sí que resultaba gracioso de ver. Él era así. Me quería más que a nada. Lo echo muchísimo de menos. Bebía y fumaba en exceso. Su cuerpo ya no lo pudo aguantar. Un día simplemente le falló. El ataque al corazón le sobrevino cuando estaba en casa y solo. Me sentí fatal por no estar allí con él. Mi mayor duda era: ¿estaría vivo aún si yo hubiera estado en casa aquel día para llamar al 911? Nunca lo sabré. Crystal dice que le había llegado el momento. Puede que eso sea cierto, pero todavía lo echo de menos un montón. Entré en mi cuarto y encendí la luz. Tenía una de esas lámparas halógenas que iluminan los tres condados circundantes cuando se encienden. Me acerqué deprisa para bajar la luz. A mi cabeza no le sentaba nada bien. También me gustaba el color de las paredes. Eran de un azul intenso. Me encantaba ese color. La ropa de cama era de ese color también. Tenía las paredes llenas de pósters inmensos en color. Casi todo arte abstracto, pero muy bonito. Me desvestí y me metí bajo las frescas sábanas. Crystal no tardó en aparecer con un vaso de agua y unas pastillas de ibuprofeno. Cogí el vaso y me tragué las dos pastillas que me metí en la boca. Aparté las sábanas del otro lado de la cama para Crystal. Se quitó el vestido y hurgó en mi cómoda en busca de unos calzones cortos y una camiseta que ponerse. Esto era ya casi como una rutina para nosotras. Habíamos pasado tantas noches la una en casa de la otra que si se hubiera comportado de otro modo me habría resultado extraño. Ella siempre podía ponerse mi ropa para dormir; yo, en cambio, no tenía tanta suerte con la suya. Esto me hizo sonreír y ella me miró con aire interrogante. —¿Qué es lo que tiene tanta gracia? Tienes una sonrisa de lo más tonto en estos momentos — dijo sonriendo. —Estaba imaginándome a mí misma intentando ponerme unos de tus calzones cortos para dormir. No creo que me pasaran del muslo —dije, echándome a reír. Se acercó a mí y me echó la larga melena oscura detrás de los hombros. —¡Eso es porque tienes las piernas tan largas como el cuello de una jirafa! ¡Qué le voy a hacer si soy normal! —dijo, haciéndose la ofendida. —Oh, Dios mío, Crystal, tú no serías normal ni aunque lo intentaras. —Me reí con más fuerza—. Vamos, métete en la cama, a ver si dormimos un poco.

—Ése es tu problema, Frankie. —¿El qué? —pregunté. —Se te mete una mujer guapa en la cama y lo único que le ofreces es dormir. No me extraña que no consigas hacer feliz a una mujer —dijo con la cara muy seria. —Oh, te vas a enterar tú. Te voy a dar yo a ti ofrecimientos. —Sí, sí... mucho prometer, pero luego... —dijo, apagando la luz y colocándose de lado para mirarme. Alargué la mano y le acaricié la cabeza rizada, sonriéndole. —Te quiero, Crystal. Gracias por cuidarme. A papá le habría gustado mucho. —Yo también te quiero, Ojos Azules. Eres la mejor amiga del mundo. No hay nada que no estuviera dispuesta a hacer por ti. Buenas noches —dijo y me echó una sonrisa deslumbrante. —Lo mismo digo, cariño. Buenas noches. —Le cogí la mano y le besé los nudillos y poco a poco me quedé dormida sintiéndome querida y protegida.

Me sentí vagando de nuevo por la oscuridad. Intenté usar las manos para buscar una salida. Estaba empezando a sentirme muy asustada. Tenía todos los sentidos agudizados y muy alerta. Avancé unos pasos más y me detuve. —¿Frankie? Ahí estaba de nuevo. ¡Pero seguía sin verla! ¿Qué demonios estaba pasando? —Frankie, ¿me oyes? Por favor, encuéntrame, Frankie, te necesito tanto. Santo Dios, ¿dónde estaba? ¿Por qué no la veía? —¿Dónde estás? No te encuentro. Por favor, dime quién eres —rogué en medio de la nada. —¿Frankie? Vuelve a mí, Frankie, por favor. Esto me estaba matando. ¡No soportaba esta tortura! —¿Quién eres? ¡Si no quieres aparecer, deja de atormentarme! Quiero ayudarte, pero no consigo encontrarte. Esto se estaba empezando a descontrolar de mala manera. Quería salir de allí, YA. —Frankie, cielo, despierta. Vamos, corazón, vuelve ya.

Crystal me estaba zarandeando para sacarme del sueño. Sentí que volvía poco a poco a la realidad y vi la silueta de Crystal por encima de mí. —Crystal, ¿qué ocurre? ¿Por qué me despiertas? ¿Ya han pasado dos horas? —pregunté. —Bueno, todavía faltan unos cuarenta y cinco minutos, pero es que estabas gritando. ¿Has vuelto a tener el mismo sueño, Frankie? —Estaba realmente preocupada. —Sí, creo que sí. Pero esta vez he sentido miedo. Esa mujer me llamaba en la oscuridad y daba igual donde estuviera, el caso es que seguía sonando muy lejana. No tengo ni idea de quién es, sólo sé que necesita encontrarme por alguna razón. Dios, me estoy poniendo muy nerviosa, Crystal. De verdad que espero que sea cosa de mi cabeza, porque no creo que pueda soportar esto todos los días —dije entristecida. —Ponte de lado, Frankie —me indicó. Hice lo que me pedía y al momento noté que sus manos me acariciaban la espalda en pequeños círculos relajantes. Dios, qué manos tenía. Iba a tener que hacer eso hasta que fuera de día porque lo cierto era que no creía que pudiera quedarme dormida. Esa mujer me tenía muy asustada y no sabía qué pensar. Tal vez me sienta mejor si consigo dormir. Por fin cedí y cerré los ojos. Al cabo de un rato, noté que poco a poco me iba relajando y rindiéndome a la seducción de Morfeo.

2

Capítulo 3

Ayúdame, creo que me estoy enamorando otra vez. Cuando me entra esa loca sensación, sé que vuelvo a tener problemas. Tengo problemas, porque eres un vagabundo y un jugador y un mujeriego. Y te encanta el amor, pero no tanto como tu libertad... La mañana llegó muy deprisa cuando oí que mi radio reloj se ponía en marcha con una canción de Joni Mitchell. Ésta era una de mis canciones preferidas de siempre. La música siguió sonando mientras notaba que la persona que ocupaba la otra mitad de mi cama empezaba a moverse. Me volví y vi una masa de pelo castaño y rizado que se lanzaba sobre mí. Me hizo mucha gracia y más me habría hecho si no hubieran sido las ocho de la mañana. Crystal se me echó encima con intención de destrozar mi reloj despertador. —Si no apagas esa cosa, lo haré yo y entonces tendrás que comprarte otro despertador —dijo Crystal de mal humor.

—¿Cómo, es que no te gusta Joni Mitchell? —le tomé el pelo. —A estas horas, no hay nada que me guste —dijo con total seriedad. —Oooh, ¿ni siquiera yo? —continué. —Sobre todo tú. ¿Quieres hacer el favor de apagar eso? Dios, no entiendo por qué te levantas tan temprano. ¡Pero si tu tienda no abre hasta dentro de dos horas, por el amor de Dios! —dijo al tiempo que se ponía la almohada encima de la cabeza. —Venga, Crystal, ¿por qué estás tan gruñona por la mañana? —pregunté, dirigiéndome a la ventana y atisbando por las minipersianas—. ¡Fíjate qué cielo! Va a hacer un día precioso. —Mmmm, te creo —dijo, cerrando los ojos con fuerza debajo de la almohada—. Pero no me obligues a levantarme para verlo —dijo, echándose también las sábanas por encima de la cabeza. —¿Te han dicho lo adorable que estás por la mañana? Bajó las sábanas y me miró lanzándome puñales con los ojos. —¿Te han dicho que hablas demasiado por la mañana? ¿Especialmente cuando tienes una mujer en la cama a la que le gusta dormir hasta tarde? —Se quedó mirándome y no pude evitar la sonrisa que se formó en mis labios. Estaba realmente adorable. Tenía el pelo totalmente revuelto y encima de los ojos. Se frotó los ojos como una niña de cuatro años. Cerró los puños para machacarse los ojos al tiempo que soltaba un chillidito muy gracioso. Cuando terminó, la miré mientras enfocaba la vista en mí y por fin me dirigió una sonrisa de buenos días. —Ah, ahí está. Hola, Crystal, bienvenida de nuevo —dije sonriendo. —Tú sigue así, colega. Verás cómo te pongo tonto también el otro lado de la cabeza. —Me guiñó un ojo—. ¿Qué tal tienes esa cabezota, cariño? —preguntó, recuperando su carácter bondadoso. —Hoy me encuentro mucho mejor, gracias a ti. Te agradezco mucho que me hayas cuidado de esa forma. —Ya, bueno, ¿y qué iba a hacer, dejarte tirada en el suelo de tu tienda? Y lo siguiente que tenemos es otra historia tipo "Asesinato en el Museo de Cera". —Ja ja, muy graciosa. ¿Cuánto tiempo estuve desmayada? —Realmente no lo sabía. —Pues creo que sólo unos minutos. Vine después de mi última cita, que fue hacia las seis, pensando que te apetecería cenar algo conmigo. Por suerte para ti, tengo una llave. Vi tu cabeza

asomando por detrás de la mesa. El señor Hooper me ayudó a traerte aquí arriba. Me has dado un buen susto, Frankie, me alegro de que estés bien —dijo con toda sinceridad. —Yo también, gracias de nuevo. Eres una buena amiga, Crystal —repliqué. —Lo mismo digo, Frank. —Me echó su sonrisa especial. Eso siempre me provocaba la misma reacción: se me ponía una sonrisa de imbécil en la cara que no se me quitaba ni aunque quisiera, que no quería. Mierda, una vez más, ¿por qué es hetero? Que alguien me lo recuerde. —Bueno, tengo que meterme en la ducha. ¿Vas a estar aquí cuando salga o vas a volver a casa para meterte en la cama? —le pregunté medio en broma. —La verdad es que ya estoy despierta. Aprovecharé para hacer cosas. ¿Quieres desayunar algo? —Oh, ¿me vas a hacer el desayuno? ¿Es que anoche pasó algo y sufro de amnesia? —dije, gastándole la broma de siempre. —Cielo, si te hubiera dejado tomarme, lo habrías recordado. Créeme. —Esto último lo dijo tan pegada a mi cara que tuve que controlar el ruido que hice al tragar. Demonios, qué bien lo hace y yo necesito una ducha... YA. —¿Y bien? Mierda, creo que me he perdido algo. —¿Qué? —¿Desayuuuno? —dijo arrastrando la palabra. —Ah... mm... muy bien. Estaré en tu casa dentro de unos veinte minutos —dije, recuperándome. —Y una mierda, no voy a ensuciar mi cocina. Estaré aquí —dijo, haciendo un gesto hacia mi cocina. Me eché a reír ante este comentario. —Vale, salgo dentro de poco —dije mientras ella ya se alejaba por el pasillo saludándome con la mano por encima del hombro. Entre en el cuarto de baño conectado con mi habitación y abrí el grifo de la ducha. Al estirarme delante del espejo, noté que la hinchazón de mi frente había bajado bastante. Me la toqué con cuidado y al instante me encogí por el dolor.

—Ay, maldita sea. Me parece que esto no lo voy a repetir. Menuda la has hecho, Frankie, pedazo de torpe. Mientras me lavaba los dientes sentí que los pelillos de la nuca se me empezaban a poner de punta. Miré al espejo y vi un destello de algo detrás de mí. Me volví en redondo y me empecé a atragantar con la pasta de dientes. Nada. ¿Qué demonios está pasando? Por fin me quité el resto de la pasta de la garganta y pude respirar de nuevo. Me sobresalté al oír un golpe en la puerta del baño. Me acerqué para abrirla. Ahí estaba Crystal con expresión preocupada. —Frankie, ¿estás bien? —preguntó Crystal. —Sí, mm... es que me he metido el cepillo de dientes hasta la garganta y me he empezado a ahogar. No sabía que estaba haciendo tanto ruido como para resultar alarmante. —Es que había vuelto para robarte las zapatillas y te he oído toser un montón. —Mi heroína... de nuevo. —Le sonreí. —Date prisa, el desayuno va a estar listo dentro de nada. Recuerda... si llegas tarde... sabes que no voy a esperar... y lo único que tendrás será un plato vacío. —Las dos dijimos lo último al mismo tiempo y nos echamos a reír. —Vale, vale, salgo dentro de nada. Venga, tú, largo de aquí —dije y nos dimos un beso en la mejilla. —¡Ya me voy! ¡Ya me voy! —dijo, alejándose por el pasillo. —Ojalá... —me dije por lo bajo. Me metí en la ducha y me puse a lavarme el cuerpo. No comprendo qué está ocurriendo. ¿Qué pasa con la voz de esa chica? Y ahora además veo cosas. ¿Qué demonios va a pasar ahora? Espera, borra eso, no quiero saberlo. Me niego a contarle a Crystal lo que ha ocurrido. Se empeñará en hacerme un exorcismo o lo que sea que haga. ¡Dios! ¿Por qué me está pasando esto? Mandé lo que quedaba de champú por el desagüe junto con el habitual puñado de pelo que lo acompaña y cerré el agua. Me escurrí el pelo y alargué la mano para coger la toalla del colgador.

Ante mi sorpresa, alguien me la pasó. Chillé y corrí la cortina de ducha de golpe para descubrir a Crystal, que me miraba con aire divertido. —Tranqui, Frankie, necesitaba lavarme los dientes. Sólo quería echarte una mano. ¿Qué diablos te pasa? Tenía el corazón desbocado. —Nada, es que me has dado un susto —dije, cogiendo de sus manos la toalla que me ofrecía—. Gracias, Crystal —dije, saliendo de la ducha tan desnuda como cuando vine al mundo. —Nunca has tenido el menor pudor, ¿eh, Frankie? —Sonrió al tiempo que le daba un repaso en broma a mi cuerpo. —Nunca he entendido por qué debía tenerlo. Que no te gusta, pues no mires —le contesté a la cara sonriente. Por alguna razón, deseé que le gustara más de lo que le gustaba. —No he dicho que no sea agradable de mirar. Por desgracia para ti, sólo estoy de escaparates — dijo con un guiño y una sonrisa burlona y regresó a la cocina. Estoy segura de que lo hace a propósito.

Por fin terminé de vestirme y secarme el pelo. Entré en una cocina de la que emanaban unos aromas increíbles. Dios, qué manera de empezar el día. Me podría acostumbrar a vivir así. Despertándome con una hermosa mujer en la cama y luego reuniéndome con esa misma mujer para desayunar en nuestra cocina. —¿Tienes hambre? —preguntó Crystal, sirviéndome huevos revueltos en el plato. —Oh, sí. Muchísimas gracias por hacerme el desayuno —dije sonriendo. —Ah, no ha sido por ti, tenía hambre y todavía no he ido a hacer la compra. Te he usado para que me abastezcas —me dijo en broma. —Mujeres, me usan y abusan de mí y luego me lo comen todo. En sentido figurado, por supuesto. —Le devolví la sonrisa. —Por supuesto —dijo ella, siguiéndome el juego. Me pasó el plato, que ahora estaba lleno de beicon y bollos con jalea de uvas. —Ooh, qué manera de mimarme. Tiene un aspecto genial, Crystal, gracias —dije, sentándome y empezando a devorar mi comida.

—Ya era hora de que alguien te diera algo decente de comer. No puedes pasarte la vida entera a base de hamburguesas y patatas fritas. —¿Quién lo dice? La carne es parte importante de los grupos alimenticios, lo mismo que el pan, las patatas y el queso de mis hamburguesas y especialmente la leche con que me las trago. Creo que es muy saludable —dije burlándome. —Oh, eres incorregible —dijo, lanzando las manos al aire y luego poniéndose en jarras. —Sí, pero me quieres. —Le guiñé un ojo. —Sí, por Dios santo, te quiero. —Me guiñó un ojo a su vez—. Bueno, Frankie, me voy a ir a casa para ducharme y hacer cosas. Tengo una cita a mediodía. Que tengas un día estupendo — dijo, dándome un beso en la coronilla—. Y por favor, ten cuidado hoy, ¿eh? No quiero que esta semana te des más golpes en la cabeza, ¿vale? —Te prometo que tendré cuidado. Hoy estaré pendiente de por dónde voy en todo momento. Palabrita del niño Jesús —dije, trazándome una X imaginaria sobre el pecho. —Bueno, tienes suerte de que no tenga agujas, porque te las clavaría en el ojo. —Mala. Hizo un mohín. —Bueno, Frankie, me largo. Le diré a Nonnie que estás mejor. Estaba preocupada por ti, ¿sabes? —Lo sé, vosotras habéis sido mi familia desde que me acuerdo. Dile que me pasaré para verla esta noche después del trabajo —dije con sinceridad. —Vale, lo haré. Hasta luego, cielo. —Gracias otra vez por el desayuno, Crystal, y por todo lo de ayer. —No hay de qué, me alegro de que estés mejor. Cuídate —dijo, bajando las escaleras para volver a casa. —Adiós. Cuando se fue de mi casa, me quedé sentada contemplando el vacío que me rodeaba. Caray, esto está muy silencioso cuando no hay nadie. La verdad es que tengo que salir más.

Capítulo 4

Llegaron las diez como siempre, justo a su hora. Abrí la puerta y di la bienvenida a otro día de trabajo haciendo lo que me gustaba. Tenía unos cuantos maniquíes que vestir, de modo que incluí esa tarea en la lista de cosas que hacer para ese día. Entré en el almacén para coger ropa para los maniquíes y en ese momento oí la campanilla de la puerta que me hacía saber que había entrado alguien. Asomé la cabeza y no vi a nadie. Miré por toda la tienda y decidí que debía de habérmelo imaginado. Cogí la ropa que necesitaba y me dispuse a hacer mi trabajo. No me gustaba nada tener que ponerles camisas a los maniquíes, porque últimamente son tan anatómicamente correctos que casi resulta embarazoso cuando la gente entra y me encuentra con unas tetas de plástico en la cara. Casi había terminado con el primer maniquí cuando me di cuenta de que le había tirado la mano. Bajé la vista y no la vi por ningún lado. ¿Dónde demonios se ha metido? No es que haya podido levantarse y marcharse de aquí. Me puse a cuatro patas y empecé a arrastrarme como un animal en busca de la mano. Dios, esto es ridículo. —Está ahí, debajo de la mesa —dijo ella. Yo estaba debajo de un muestrario y me soprendí tanto al oír la voz de alguien que me estampé con la cabeza en el estante que tenía encima. —¡Ay! Maldita sea —maldije por lo bajo mientras me frotaba la cabeza—. Gracias, he estado buscándola por todas partes —dije, agarrando la mano y levantándome para darle las gracias a mi clienta—. No puedo creer que no pudiera encontrar... —empecé a hablar en la dirección de la voz y entonces me di cuenta de que la tienda estaba vacía. Me giré frenética, buscando a la dueña de esa voz. Pensándolo mejor, caí en la cuenta de que ya había oído esa voz... en mis sueños—. Oh, Dios mío. ¡Era ella! Era la misma voz. —Me agarré a una de las estanterías para no volver a caerme de cara. Dios, ¿qué demonios está pasando? Si se trata de una especie de broma, ojalá los bromistas dieran la cara. No me está haciendo la menor gracia. Ya estaba harta. Me estaba empezando a cabrear de verdad. —¡Si sigues aquí, sal! ¡Esto ya huele! —grité en la tienda vacía. Me quedé ahí esperando durante lo que me pareció una eternidad antes de volver al trabajo.

—Esto ya se está pasando... como siga así, tendré que contárselo a Crystal. Oh, le va a encantar. Dios, jamás me dejará olvidarlo. —Solté un suspiro—. Ayer me debí de dar fuerte de verdad en la cabeza. Tiene que ser eso. Tiene que serlo... Sacudí la cabeza y me puse a trabajar esforzándome más de lo que lo había hecho en mucho tiempo. Necesitaba mantenerme concentrada. Si vuelvo a encontrarme con esta voz, le preguntaré a Crystal qué cree que puede ser. Podría hacerle una pregunta hipotética, así no sabrá que se trata de mí. Sí, ya, como que yo me voy a sacar sin más una pregunta sobre fantasmas. Se daría cuenta inmediatamente. Me conoce demasiado bien. Ah, mierda. Esto es un asco. Me pasé todo el día dándole vueltas a la molesta pregunta de "¿Quién es la dueña de esa voz?" Ojalá lo supiera. Miré el reloj y vi que otra vez me había saltado la comida. Si nadie me lo recordaba, parecía que siempre me olvidaba o que tenía demasiado que hacer para ir a prepararme algo. Crystal solía recordarme mi mala alimentación, pero hoy tenía una cita a la hora del almuerzo y no apareció. Siempre me apetecía mucho comer juntas. —Ah, bueno, ya cenaremos o algo —le dije a uno de los maniquíes—. Dios, de verdad que tengo que salir más —dije, regresando a mi mesa de trabajo. Miré a mi alrededor y sentí una soledad que nunca hasta entonces había sentido. Notaba un tirón en las entrañas que no podía explicar. No me dolía ni me producía nada físico de ese estilo, era simplemente algo que me resultaba muy ajeno. —Creo que necesito vacaciones. —Suspiré y apoyé la cabeza en las manos.

Crystal entró dando botes en la tienda a las 5:45 con una enorme sonrisa en la cara. Hacía años que le había dado una llave de la tienda. Era mucho más cómodo que entrara por su cuenta. No paraba de dar golpes en la puerta hasta que la dejaba entrar. Eso no tardó en convertirse en una auténtica molestia. —¡Hola, colega! ¿Has acabado ya? ¡Me muero de hambre! —exclamó. Levanté la vista del papeleo y le sonreí. Costaba mucho no hacerlo cuando aparecía de este humor. —Sí, sólo me quedan unas pocas cosas más que terminar. Yo también tengo mucha hambre. Hoy se me ha vuelto a olvidar comer. —Sabía que se iba a enfadar por esto.

—¡Maldita sea, Frankie! ¡Eso no es bueno para ti! ¿Cuántas veces tenemos que hablar de tu mala alimentación? Menos mal que te he cebado esta mañana —dijo con tono muy serio y las manos apoyadas en las estrechas caderas. —Crystal, lo siento. —Me encantaba que se preocupara tanto—. Hoy no ha venido mi alarma de costumbre para recordármelo. —¿Qué harías sin mí? —me preguntó con aire burlón. —La verdad es que no quiero saberlo, cariño —le dije con sinceridad. Me sonrió y me cogió de la mano. —Venga, vamos a comer. Nonnie nos está esperando. —Está bien, dame dos segundos que acabe con esto —dije, disponiéndome a terminar el resto del papeleo de las ventas del día.

Entramos en casa de Crystal y nos encontramos a Nonnie esperándonos en el sofá. Su casa no tenía nada que ver con lo que la mayoría de la gente habría esperado de ellas. Vivían de una forma muy normal, si es que se puede usar esa palabra. Tenían un sofá, un par de lámparas, cuadros bonitos en las paredes, la decoración habitual de un cuarto de estar. Nonnie levantó la vista de su crucigrama y nos sonrió. —Hola, chicas, ¿tenéis hambre? —preguntó. —Ésta se ha vuelto a olvidar de comer, así que vamos a ver si la cebamos a base de bien —dijo Crystal, señalándome con un gesto. —Ah, ya. Bueno, a ver si conseguimos que se coma mis espaguetis. —Oh, Nonnie, sabes que nunca he podido resistirme a eso —dije, con la boca hecha agua sólo de pensar en comer su pasta. Si Nonnie se dedicara a eso por dinero, dejaría sin negocio al Chef Boy Ardee. Sí, así de buena es. Cenamos en silencio, ya que era de mala educación hablar con la boca llena. Los espaguetis de Nonnie siempre tenían ese efecto en mí. Por lo general comía y comía hasta que ya no me sabía bien. Esta noche no fue una excepción. Crystal se levantó y entró en la cocina para empezar a fregar los platos. Yo me di unas palmaditas en la tripa y me recliné en la silla.

—Dios, Nonnie, lo has conseguido de nuevo. Ha sido lo más rico que he comido desde hace semanas. —Ooh, gracias, hija. Lo dices sólo porque no comes con regularidad —dijo sonriéndome. —No, no es eso para nada. Me encanta cómo cocinas. Se puede saborear hasta el último gramo del tiempo que le dedicas. Gracias otra vez por invitarme a cenar con vosotras —dije, controlando el aire que intentaba escaparse por mi garganta. —De nada. Me voy a mi cuarto a hacer unas llamadas. Buenas noches —dijo levantándose. —Buenas noches, Nonnie. —Me levanté para ir a ayudar a Crystal en la cocina—. ¿Necesitas que te ayude a recoger? —pregunté, asomando la cabeza en la cocina. —Coge un paño. Yo friego si tu secas —dijo sonriendo. —Tía, tenéis lavaplatos, ¿por qué no metes todos los platos ahí? —pregunté, señalando el electrodoméstico. —Nonnie odia el olor del detergente. Prefiere que sus vasos huelan a Palmolive —dijo con una sonrisa burlona. —Oh, venga ya, ¿me estás diciendo que si metes unos vasos en el lavaplatos, se va a dar cuenta? —Ya te digo si se da cuenta. Luego la que tiene que aguantarla soy yo, así que ni lo intentes — me dijo con tono acusador. —Vale, vale —dije riendo. Estaba intentando pensar en una forma de preguntarle a Crystal sobre la voz que tenía en la cabeza sin que le diera un jamacuco. Lo cierto es que nunca hasta entonces me había mostrado interesada por estos temas. Seguro que le daba un ataque al corazón. Decidí que tenía que lanzarme y hacerle la pregunta sin más. En el momento en que tomé esta decisión, sus ojos se clavaron en mí con una mirada interrogante. —¿Qué? —pregunté nerviosa. —¿Me vas a hacer tu pregunta o no? Llevas quince minutos con una cara rarísima. Tiene que ser una buena, porque no eres capaz de hacerla sin más. Dios, qué bien me conoce. —Pues... la verdad es que tengo que hacerte una pregunta más bien rara. —Pues suéltala. Das la impresión de que vas a echar toda la comida que Nonnie ha hecho para ti.

—No voy a vomitar, Crystal. —Eso esperaba. Dios, qué nerviosa estaba. ¿Y si cree que me estoy volviendo loca? Dilo de una vez, maldita sea. Respiré hondo y volví a mirarla a los ojos. —Crystal, ¿alguna vez has tenido la sensación de que te estaban observando, o sea, no por una presencia física...? O sea... oh, Dios, ¿sabes a qué me refiero? Crystal me tocó el brazo y me llevó a la mesa de la cocina. —Ven aquí, siéntate e intenta contarme qué está pasando, ¿vale? —Vale. —Volví a tomar aliento—. Anoche, vale, tuve un sueño, ¿te acuerdas? Bueno, tuve un par. —Lo recuerdo. ¿Qué pasa con esos sueños? —dijo, suavizando el tono. —Pues esta mañana cuando estaba en el baño preparándome para ducharme, habría jurado que había alguien observándome mientras me lavaba los dientes. Cuando me volví, no había nadie, pero te juro que vi algo en el espejo. Por eso me atraganté, no fue culpa del cepillo de dientes, es sólo que me pegué un susto horrible. Luego, cuando me pasaste la toalla, pensé que iba a encontrarme con una persona desconocida en el baño. —¿Qué oíste? ¿Oíste algo? —Estaba auténticamente preocupada. —No, esa vez no. Lo único que sé es que me entró una sensación rarísima en la tripa y luego se me puso el pelo de la nuca totalmente de punta. Luego se me pasó. —Respiré hondo y la miré a los ojos. No podía créermelo, pero no me iba a despellejar. —¿Qué más, Frankie? Tengo la impresión de que tienes más que contarme. Mierda, ¿cómo lo hace? —Hoy en la tienda. Oí la campanilla cuando estaba en el almacén. Miré y allí no había nadie. Así que seguí con mi trabajo. Estaba vistiendo a uno de los maniquíes. Le tiré una mano y no la encontraba por ningún lado. Me puse en el suelo y empecé a buscarla. Entonces alguien dijo: "Está ahí, debajo de la mesa". Del susto que me llevé al oír la voz, me di un golpe en la cabeza con el estante que tenía encima. Cogí la mano y me levanté para darle las gracias a mi clienta por dar con la mano escurridiza, pero no había nadie. —¿Estás segura de que oíste a alguien decir eso, que no te lo imaginaste? —preguntó. —No, Crystal, lo oí con mis propios oídos. Y además no era una voz cualquiera, era la misma voz de mis sueños. No sé qué está pasando, pero está empezando a ponerme muy nerviosa — confesé.

—Sí que debe, dado que me lo estás contando. Sé lo que sientes con respecto a todos estos temas. —Y lo sabía muy bien. —¿Qué crees que significa todo esto, Crystal? ¿Son alucinaciones por culpa del porrazo que me di ayer en la cabeza? —Necesitaba saberlo de verdad. —No, no creo que sea eso en absoluto. —Se calló. —Bueno, ¿y qué crees que es? No puedo aguantarlo mucho más. Puede que a ti estas cosas te ocurran todos los días, pero no es lo mío para nada. Dios, esto es rarísimo. —Frankie, hazme un favor, ¿vale? —Crystal me miró de frente con una expresión absolutamente seria. —Vale, ¿el qué? —Esta noche, cuando te acuestes, si tienes otro sueño como los que has tenido, escribe todo lo que recuerdes de él cuando te despiertes. —¿Y eso de qué va a servir? —Cuando te despiertes del sueño, todos los detalles seguirán frescos en tu mente. Quiero hacerme una idea mejor de lo que está pasando. Puede que alguien esté intentando ponerse en contacto contigo desde el otro lado. —Me estás tomando el pelo. ¿Por qué yo? ¿Qué he hecho yo para merecer eso? —dije, subiendo el tono más de lo que pretendía. —No lo sé, Frankie, pero parece que te está buscando. Haz lo que te pido, por favor. Si no ocurre nada, podemos desecharlo como algo raro que te ha pasado. Si ocurre de nuevo, a lo mejor Nonnie y yo podemos ayudar a esa persona a descubrir porqué está aquí. —Oh, Dios, no se lo irás a decir a Nonnie, ¿verdad? Jamás me permitirá olvidarlo. Siempre me ha llamado descreída. —Esto no es algo con lo que Nonnie vaya a jugar. Créeme. Se lo toma muy en serio y no se va a dedicar a gastarte bromas —dijo con la cara muy seria—. ¿Dónde está Nonnie? —Se ha ido a su cuarto para hacer unas llamadas —contesté. —Ah, bueno. Pues esta noche intenta escribir todo lo que recuerdes —me repitió. —Vale, Crystal... si esta noche ocurre algo, escribiré todo lo que consiga recordar —asentí.

—Así me gusta. Vamos a tu casa a ver una película —propuso. —Vale, me parece muy bien —dije sonriendo. —¿Qué quieres ver? —preguntó. —Te toca elegir a ti. —Oooh, Frankie, ya elegí anoche —se quejó. —Vale, vale, ¿qué tal Matrix? —pregunté, sabiendo que no iba a querer. —Muy bien. —¿Cómo, sin discusiones? —No podía créermelo, siempre discutía cuando se trataba de esa película. ¿A mí qué más me da si ya la he visto veinticinco veces? —No, he dicho que te toca elegir a ti, así que tú eliges. —Vale, ahora tengo miedo. —No tengas miedo, pero tampoco te sorprendas cuando la próxima película que veamos sea algo que no te gusta. —Oh, no, otra comedia romántica no. —Ésas me las temía. Se me ponía toda llorosa y sentimentalona. —Espera y verás. —Qué intriga —dije, mientras salíamos por la puerta de su cocina, que daba a las escaleras de mi casa.

La película terminó con Crystal totalmente dormida apoyada en mi hombro. ¿Cómo podía quedarse dormida durante una película como ésa? En la última media hora los tiroteos podrían despertar a un muerto. Pero ahí estaba, dormida como un ángel en mi hombro. Pero era tarde y yo misma necesitaba dormir. —¿Crystal? Crystal, cielo, despierta. —La sacudí ligeramente. —Mmm, ¿ya se ha acabado? —dijo, estirándose en el sofá. —Sí... y te la has perdido. —Lo siento, Frankie, supongo que tenía sueño.

—Siempre tienes sueño, pero es una cualidad muy tierna. —Vaya, gracias. —Sonrió y volvió a frotarse los ojos con los puños. Dios, qué encanto. —Bueno, dormilona, creo que yo también tengo que irme a la cama. ¿Quieres que te acompañe abajo? —dije, levantándome. La cogí de la mano y la ayudé a levantarse. —Qué va, no hace falta. Buenas noches, Frankie, y recuerda lo que hemos hablado —dijo, dándome un abrazo. —Sí, lo recuerdo. Esta noche me iré a la cama con un cuaderno y un lápiz. —La abracé a mi vez. —Bien, estoy deseando que me lo cuentes todo mañana. Adiós —dijo, guiñándome un ojo y volviendo a su casa. —Adiós, cielo. —Agité la mano y avancé por el pasillo para prepararme para acostarme. Apagué todas las luces y entré en mi cuarto. Fui al baño, y me lavé la cara y los dientes. Apagué la luz del baño y me dirigí a la cama. Me desnudé y me metí entre las frescas sábanas. Maldición, me he olvidado del papel. Me levanté y entré desnuda en la cocina. Cogí un cuaderno y un lápiz y volví a mi habitación. Puse las dos cosas en la mesilla de noche y volví a acomodarme. —Bueno, quienquiera que seas, ahora ya estoy preparada. Ven por mí. —No sabía si ésas eran las palabras más adecuadas, teniendo en cuenta que no sabía lo que estaba ocurriendo ni de quién era esa voz. Bueno, a lo hecho, pecho. Cerré los ojos y esperé a que mi cuerpo se rindiera de nuevo al sueño. No tuve que esperar mucho.

3

Capítulo 5

Ayúdame, creo que me estoy enamorando demasiado deprisa. Ahora tengo esperanza en el futuro y me preocupa el pasado. Porque he visto grandes fuegos convertirse en humo y ceniza. Nos encanta nuestro amor, pero no tanto como nuestra libertad... Mis ojos se abrieron despacio cuando oí que se conectaba la alarma.

—Maldita sea, otra vez Joni Mitchell. Tienen que cambiar al pinchadiscos de esta emisora. — Alargué la mano para apagar el despertador, pero no estaba ahí. La leche, ¿dónde diablos está? Ahora me estaba empezando a entrar el pánico. Anoche tiene que haberse metido alguien en mi casa. ¿Por qué demonios se han llevado mi despertador? ¿Por qué no para de sonar esta canción? ¿De dónde viene la música? Me froté los ojos de nuevo y me acerqué a la ventana. Miré abajo y noté que me quedaba boquiabierta al tiempo que apretaba la cabeza contra el cristal. —¿Pero qué...? —Mis ojos no daban crédito a lo que veían. Estaba viendo mi barrio, pero tenía el aspecto que había tenido en los años setenta. Jesús, ¿qué está pasando? Dimensión Desconocida terminó hace años, pero que me ahorquen si no es como si estuviera ahí ahora, pensé para mí. Me había acostado desnuda, pero ahora estaba vestida y con una ropa que no recordaba haber comprado, eso seguro. Llevaba pantalones largos de campana y una camiseta gris con una gran flor en medio. Creo que necesito tomar el aire. Voy a dar una vuelta ahí fuera para pensar y tratar de aclararme las ideas. ¿De dónde demonios sale esa música? No podía parar los pensamientos que pasaban por mi mente. Al acercarme a la puerta de mi cuarto, la música pareció aumentar de volumen. Mierda, quien me haya robado el despertador está jugando con mi cadena y sigue en la casa. —Vale, Frankie, tú puedes con esto —resoplé y agarré el picaporte. Crucé despacio el umbral y tuve cuidado con todos los puntos que crujían en el suelo de madera. Me sentía como un ladrón moviéndome furtivamente por mi propia casa. —¡Jesús! —susurré. En la pared se proyectaba la sombra de una persona. Tenía el corazón totalmente desbocado, pero ahora necesitaba llamar a alguien, a quien fuera, pidiendo ayuda. Entonces habló. —Cariño, ¿me puedes ayudar un momento? —Oí la voz, pero no pude dar crédito a mis oídos. Este hombre sonaba igual que mi padre. —Un minuto, Frank, ahora mismo acabo aquí —oí que decía una mujer. Apoyé la cabeza en la pared para sostenerme. ¿Pero qué clase de broma pesada es ésta? Necesitaba verlo con mis propios ojos. Intenté controlar la respiración y hacer acopio de valor para echar un vistazo dentro del cuarto de estar.

—Vamos, Frankie, puedes hacerlo —me susurré a mí misma para animarme. Me deslicé por el pasillo, en el que ahora ya no había ninguna de mis fotos. Estaba tan cerca del salón que apenas podía respirar. Oí que la canción terminaba y volvía a empezar. Creo que me voy a morir sólo con esto. Ayúdame, creo que me estoy enamorando otra vez... Joni seguía cantando sin una sola preocupación en el mundo. Bueno, con lo de "ayúdame" ha acertado... Ahora mismo sí que me hace falta. Un paso más y podría estirar el cuello para ver a mis indeseados invitados en el cuarto de estar. Al mirar, los ojos se me llenaron de lágrimas al instante. Ahí estaba mi padre, sentado ante la mesa de la cocina intentando arreglar algo. Me apoyé en la pared para intentar sostenerme en pie. Volví a echar otro vistazo rápido para ver que mis muebles habían desaparecido y habían sido sustituidos por el mobiliario que recordaba de mi infancia. Vi el tocadiscos, ya sabéis, del tipo ése que si dejabas que el brazo llegara hasta el final, se volvía a poner el disco. Tío, hacía siglos que no veía un disco de 45 revoluciones. —¿Cielo? Un segundito, ¿vale? —La mujer asomó la cabeza desde detrás de una de las encimeras. Jesús, María y José... ¡ésa es mi madre! Dios, está más guapa que en las fotos que tengo. Ya veo por qué papá se enamoró de ella. Esto era demasiado. Noté que me empezaban a fallar las rodillas, de modo que me agarré a la pared con todas mis fuerzas. ¿Qué demonios está ocurriendo? Esto ya no tiene gracia. He visto lo suficiente como para saber que tengo que salir pitando de aquí... YA. Volví despacio a mi cuarto, en el que ahora no había ninguna prueba de que alguna vez hubiera estado allí. Mi cuarto estaba vacío, salvo por algunas cajas de cosas sueltas en una esquina. —Tengo que salir de aquí —me dije. Fui a la ventana y la abrí despacio. Trepé por la salida de incendios a la escalera, como cuando era adolescente y me escapaba con Crystal. Conseguí que mi cuerpo atontado bajara cada peldaño de la escalera. Cuando llegué a la acera, eché otro vistazo a mi alrededor. La tienda de mi padre seguía allí y al mirar al otro lado de la calle vi la carnicería del señor Hooper, pero todo era distinto. La tienda de quiromancia de la abuela de Crystal ni siquiera estaba allí. Dios, esto es rarísimo. Oí un movimiento encima de mí y vi la cabeza de mi padre asomando por la ventana. Me lo quedé mirando, pero él no me vio. Sacudió la cabeza y cerró la ventana. Creo que no va a ser fácil que vuelva por ahí.

—¿Qué demonios voy a hacer ahora? —pregunté en voz alta, con lo que los que pasaban se me quedaron mirando, preguntándose con quién estaba hablando.

Cuando bajaba por Sheridan Road, vi que iba apareciendo el campus universitario. Sabía que allí habría gente a la que no le importaría que estuviera chiflada y viera gilipolleces de hacía casi treinta años. Tío, el Parque Rogers era muy agradable. Ahora está fatal con el crimen... o entonces... o... joder, esto es ridículo. —Estoy en el país de Oz, con ropa que no reconozco, sin dinero en el bolsillo... bueno... —Me metí la mano en el bolsillo y descubrí un billete de veinte dólares—. Vale, con veinte pavos en el bolsillo, que no sé de dónde he sacado, pero ya no voy a plantearme nada. —Sabía que cualquiera que me oyera me agarraría y me ingresaría en el hospital psiquiátrico más cercano. Caminé un poco más y descubrí un café minúsculo. Creo que un pelotazo de cafeína me vendría de perlas. Tiré del picaporte y en cuando se abrió la puerta, percibí unos aromas estupendos que salían del local. Mi estómago rugió muy animado, de modo que pensé que ya que estaba aquí, iba a comer algo. Fui a la barra y me senté. La camarera me daba la espalda, pero me di cuenta de que era joven. Tal vez fuera una estudiante de la universidad. —Ahora mismo le atiendo —le oí decir. Parpadeé dos veces cuando la cabeza me empezó a dar vueltas de incredulidad. Esa voz... ¡es ella! ¡Jesús! Se volvió despacio y me perdí en los ojos más verdes que había visto nunca. Mis ojos absorbieron despacio la visión que tenía delante. Pelo largo y rubio apartado de la cara en una coleta. Labios generosos con apenas un toque de pintalabios. Preciosa estructura ósea de mejillas y mandíbula. Dios, era la cara más angelical que había visto en mi vida. Su piel era como de porcelana, sin un solo defecto. —¿Querías pedir algo, cielo? —volvió a preguntar con esa voz preciosa. —Mm... —contesté con gran inteligencia. Dios, no sentía la lengua—. Sí, eso quiero. —Por fin conseguí hacer una frase entera. No era gran cosa, pero qué diablos, en ese momento me sentí llena de orgullo. —¿Qué te pongo? —dijo, echándome una sonrisa absolutamente pasmosa. Dios, a ver si para de hacer eso para que pueda volver a respirar.

Maldita sea, ¿y qué no me pone? —¿Me das la carta, por favor? Guau, muy bien, Frankie. —Claro, cielo, aquí tienes —dijo, pasándome la carta. —Gracias. —Le sonreí nerviosa. —Llámame cuando estés lista, ¿vale? —me pidió. —Sí, gracias —contesté. Gracias a Dios que se alejó. Necesitaba calmarme. No creía que pudiera comer en esos momento aunque quisiera. Seguro que lo volvía a echar todo en cuanto me lo comiera. Ojalá supiera qué está pasando. Miré a mi alrededor y vi un periódico en el asiento al lado del mío. Vi que era el Tribune y lo cogí. Bebí un trago de agua de mi vaso y lo escupí en cuanto la fecha pasó ante mis ojos. 22 de abril, 1974. Me atraganté y me puse a toser cuando me entró más agua en los pulmones. La camarera se plantó a mi lado al instante. —¿Estás bien? Respira por la nariz y echa el aire por la boca despacio —dijo mientras me frotaba la espalda suavemente. Es curioso cómo eres extremadamente consciente de cosas así cuando te estás ahogando. Poco a poco se me normalizó la respiración y volví a mirarla a los ojos. Dios, podría haberme perdido en ellos. —Gracias. Creo que se me ha ido el agua por donde no era. —Sonreí débilmente. —Bueno, qué alivio. No me gustaría que uno de mis clientes muriera atragantado —dijo, sonriendo a su vez. —Creo que ya voy a pedir. —Vale —dijo, regresando al otro lado de la barra—. ¿Qué va a ser? —Dios, había vuelto a ese pésimo anuncio de cerveza Pabst Banda Azul con ese imitador de Elvis. Fíjate... viaje en el tiempo. —Quiero huevos revueltos con beicon y tostada.

—¿Algo de beber? —Sí, una Coca Light. —Será Pepsi Light, ¿no? —me corrigió. —No, Coca Light —la corregí yo a mi vez. Hay una enorme diferencia. —Mmm... no creo que tengamos algo así. Pero sí que tenemos Tab y el nuevo Sprite sin azúcar —me ofreció. —No, necesito cafeína... que sea una Pepsi Light. Dios, ¿todavía se hace el Tab? Tío, me pregunto si la Coca Light se ha inventado aún. Tengo que tener cuidado de ahora en adelante. Colocó la bebida delante de mí y me di cuenta de que llevaba una placa con su nombre. "Annie". Qué nombre tan perfecto para ella. Observé cómo se relacionaba con los demás clientes del café. Todo el mundo parecía quererla. Estaba hablando con un señor mayor que no paraba de sonreírle. Ella le dio unas palmaditas en la cabeza y le acarició la mejilla al tiempo que le quitaba la cuenta. Me pregunto por qué habrá hecho eso. Oí que sonaba el timbre de la cocina y Annie fue a la ventana para recoger lo que parecía mi pedido. Se acercó a mí y colocó el plato delante de mí. —Tú no eres de por aquí, ¿verdad? —dijo sonriendo. —¿Qué te hace pensar eso? —Mi ceja se alzó por su propia cuenta. —Es que pareces un poco nerviosa, nada más. Calo a la gente bastante bien. —Hizo un gesto señalando el resto del café—. Cosa del trabajo, supongo. —Dios, seguro. —Le sonreí—. Supongo que se podría interpretar así. Antes vivía aquí, pero ha cambiado mucho desde la última vez que estuve aquí. Eso no es una mentira, ¿verdad? —El barrio está cambiando mucho. Pero parece que para mejor —dijo sonriendo. Me metí un tenedor de comida en la boca y me puse a canturrear de placer. Parecía que habían pasado siglos desde la última vez que comí algo. Levanté mi vaso de bebida y me lo bebí casi entero de un solo trago.

—Tranquila, cielo, que te va a doler la tripa —me calmó—. ¿Y qué estás haciendo aquí? ¿Visitando a la familia? —Sí, eso podríamos decir. Acabo de ver a mis padres esta mañana —dije con una sonrisita. —Oh, por tu cara, no parece que haya sido una buena visita —replicó suavemente. —Bueno, digamos que no me esperaban. —Guiñé un ojo. —Ya entiendo, ¿una especie de visita sorpresa? —Sí, justo —contesté. Aunque la sorprendida he sido yo y no ellos. Sonreí de nuevo a su adorable cara y seguí comiéndome hasta las últimas migas del plato. —Bueno... mm... —empecé nerviosa—. ¿Llevas mucho trabajando aquí? —Unos dos años. Estudio en la universidad y esto me ayuda con los gastos. —¿Qué estudias? —Escritura creativa. —Toda una William Shakespeare, ¿eh? —dije en broma. —Bueno, todavía no, pero a lo mejor algún día —me dijo, guiñándome un ojo. Dios, creo que me voy a desmayar. ¡A ver si te calmas, Frankie, por Dios! Por suerte, la llamó otro cliente y ahora podía dedicarme a intentar digerir la comida. El reloj de la pared indicaba que eran cerca de las doce del mediodía. Me pregunté cuánto tiempo podría quedarme aquí sin llamar la atención. No quería perderla de vista, jamás. Necesitaba averiguar más cosas sobre ella. ¿Por qué oía su voz en sueños? Ella no parecía reconocerme en absoluto. Es que no entiendo cómo encajamos. Sé cómo me gustaría que encajáramos. Eh, echa el freno, tigre, ni siquiera sabes nada de esta chica. —Termino dentro de media hora. ¿Tienes planes para el resto de tu estancia...? —Se quedó callada. Supongo que ahora es cuando le digo cómo me llamo. Buah... —Frankie. —Alargué la mano para estrechar la suya.

—Frankie. —Sonrió dulcemente y mi estómago volvió a dar saltos. —Yo... mm... pues la verdad es que no, no tengo planes para hoy. ¿Qué se te había ocurrido? — pregunté. —Pues iba a dar una vuelta por la playa. No hay muchos días de abril en Chicago con temperaturas por encima de los veinte grados. —Muy cierto. ¿Quieres que te espere? —Si quieres. Mi novio va a venir a recogerme. Seguro que no le importa llevarte. ¿Novio? Maldita sea, fue bonito mientras duró. —Si no vas a tener problemas con el jefe, claro, esperaré. —Sonreí, tratando de disimilar mi desilusión. —Genial. Bueno, si ves a un tipo grande y fuerte de pelo castaño tirando a largo, ése es Billy. Dile quién eres y podéis esperarme. ¿Te parece bien? —dijo esperanzada. —Sí, claro. ¿Por qué no? —dije sonriendo. Tío, hace meses que no sonrío tanto. —Genial. Nos vemos dentro de un rato. Tengo que atender a varias personas más y luego habré terminado —dijo con una gran sonrisa. —Hasta ahora. Estaré al tanto para ver a Billy. —Estupendo. Adiós —dijo y desapareció en la cocina. No sé por qué acepté salir con ella y su novio. Siempre me puede una cara bonita y la de ella entraba claramente en esa categoría. Vamos allá. Un tipo alto de pelo largo entró en el café. Ése tiene que ser Billy. Me miró y yo le sonreí y me acerqué. —¿Eres Billy? —le pregunté. —Puedo ser quien tú quieras que sea, nena —dijo y yo me tragué la bilis que me subió a la garganta. —Bueno, Annie me ha dicho que alguien con tu aspecto iba a venir aquí. He supuesto que eras tú. Te pido perdón si me he equivocado —dije con los dientes apretados. Dios, qué mal me cae ya.

—¿Dónde está Annie? Más le vale no salir tarde otra vez. Tengo cosas que hacer —rezongó él. —Bueno, no ha dicho que vaya a salir tarde. Si te importa tan poco, yo no voy a ningún sitio — dije con tono desafiante. —Bueno, le daré cinco minutos... después me largo —afirmó. Qué gilipollas. Hice una mueca y observé el reloj que estaba encima de las puertas de la cocina. Dios, por favor, que salga a la hora. No quiero cometer asesinato en primer grado con un gilipollas en segundo. ¿Qué demonios significa eso? Dios, Annie, sal a tiempo. Justo cuando iba a tener que controlarme, Annie salió por las puertas con treinta segundos de sobra. —Chica, qué suerte has tenido de salir a la hora. —Se acercó a ella y la agarró del brazo con bastante brusquedad—. Dijiste a las doce y media. Sabes que odio que me hagan esperar. —Vi que el miedo se apoderaba de aquellos claros ojos verdes que hacía media hora habían brillado tanto. —Lo siento, Billy. La próxima vez no llegaré tarde. —Sonrió débilmente. —Más te vale o no estaré aquí cuando salgas. —Le soltó el brazo y se encaminó hacia la puerta—. Bueno, ¿vienes o qué? —volvió a rezongar. —Sí, vamos, Frankie. No malgastemos este día tan maravilloso. No te importa que la haya invitado, ¿verdad, Billy? —preguntó vacilante. —Me da igual, vámonos —dijo él, saliendo a toda prisa por la puerta. Dios, me cae fatal. Sonreí a Annie levemente y por puro reflejo le froté la espalda. —Vaya, qué agradable. —Es que hay que conocerlo. La verdad es que es muy cariñoso —lo defendió ella. —Ah, seguro. Espero encontrar a alguien como él para que sea el padre de mis hijos —dije secamente, esperando que no se ofendiera. Por suerte para mí, se echó a reír.

—Te lo agradezco. A veces se pone... bueno, da igual. Vamos a disfrutar del sol —dijo sonriendo al tiempo que ocultaba algo que parecía ser dolor. —Buena idea. Pase usted... —dije, mientras le sujetaba la puerta. —Gracias, señora mía. —Me guiñó el ojo al salir del café. Ahhh... ojalá...

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Capítulo 6

El trayecto hasta la playa transcurrió en silencio. Yo notaba la tensión entre estos dos, era muy densa. Ella iba sentada entre él y yo en la cabina de su camioneta. La cercanía de su cuerpo me estaba poniendo nerviosa. Tenía que dejar a este cabrón. Y pronto. La camioneta de Billy se detuvo en la Playa Noreste de Campus, nada más pasar Pratt Lane. Hacía realmente un día maravilloso y mucha otra gente había tenido la misma idea. —Guau, ¿cuántos días ves como éste en abril, ¿eh, Billy? —dijo Annie toda emocionada. —Sí, nena, tú dime dónde está el barril. Corey dijo que hoy iba a traer uno —dijo Billy, mirando a su alrededor. Sus ojos se posaron en el blanco—. Ahí está, vamos. No quiero esperar para beber un vaso —dijo, al tiempo que salía corriendo de la camioneta en busca de su néctar de los dioses. —Es agradable ver a un hombre con las prioridades claras —bromeé. La expresión de Annie era triste—. ¿Qué ocurre, Annie? ¿He dicho algo malo? Se volvió despacio para mirarme. —No, es que no me gusta que beba tanto. Pero no me hace caso. Cada vez que saco el tema, nos peleamos y él se enfada mucho y entonces... bueno, digamos que ya no saco el tema —terminó con voz apagada. Ahora sí que estaba cabreada. Si te ha hecho algo, lo mato en el sitio. Mi pelaje protector se había erizado prodigiosamente. Había algo en mi interior que necesitaba proteger a Annie con todo mi ser. No estaba dispuesta a defraudarla.

Tiene una expresión tan triste. Hace unos minutos estaba tan contenta. Tengo que acabar con su tristeza. Hace un día demasiado bonito para sentirse así. Intentaré hablar con ella de esto en otro momento. No parece querer seguir hablando de ello. —¿Qué te parece si nos vamos a mirar un partido de voleibol o algo así? —le propuse. Su cara se animó al instante. —¿Qué es eso de mirar? ¡Vamos a arrasar! —dijo con un fuego increíble en los ojos. Salió disparada hacia el partido que ya estaba empezado. Annie corrió hasta unas amigas suyas que estaban allí y les preguntó si necesitaban más jugadoras. Yo me quedé en el lateral de la pseudo cancha y esperé a que Annie me hiciera una señal. La cara de Annie relucía por el sol y la descarga de adrenalina de las ganas de jugar. Es absolutamente adorable... y hetero. Tengo que recordarlo. Salí de mi ensimismamiento cuando unos dedos chasquearon ante mi cara. —¿Frankie? Cielo, ¿estás bien? —preguntó. —Sí, ¿vamos a jugar? —pregunté, con la esperanza de descargar parte de mi agresividad en un balón inocente. —Sí, señora. Ésta es Betsy, vive en mi planta —me presentó—. Betsy, ésta es Frankie, nos hemos conocido hoy. Es muy simpática. —Se acercó a Betsy con aire conspirador—. Y es muy atractiva, ¿no crees? —Al instante se me puso la cara como un tomate e intenté darme la vuelta. Annie me cogió la cara con los dedos y me habló directamente a los ojos—. Lo eres, cielo, no des por supuesto lo que se te ha dado libremente. —Dios... un buen lema para la vida—. ¡Qué diablos, podrías tener a cualquiera de las personas aquí presentes si quisieras! —Las dos se echaron a reír y Betsy comentó: —¡A cualquiera de verdad! ¿Eso ha sido una indirecta referida a ella o a Annie? Yo apuesto por la segunda. —Gracias. Creo que no se me da muy bien aceptar cumplidos —dije casi con timidez, sorprendiéndome incluso a mí misma. —¡Venga, Frankie, vamos a arrasar! —dijo Betsy, pasándome el brazo por los hombros y llevándome hacia su equipo. Las tres nos situamos en la primera línea de nuestra pequeña escuadra y esperamos el servicio del otro equipo. Yo estaba en el medio, Betsy a la derecha y Annie a la izquierda.

—¡Que viene! —gritó una de las chicas de la fila de atrás. Levanté la mirada y vi que el balón iba derecho hacia Annie. Ésta observó el balón que volaba hacia ella. Conectó sólidamente con él y se lo pasó a Betsy, quien a su vez lo colocó para que yo hiciera un mate. Miré el balón y salté todo lo que pude. ¡CRAC! —¡SÍ! —gritaron las chicas de mi equipo cuando mi disparo aterrizó entre dos chicas de la fila de atrás del equipo contrario. —¡Así se hace, Frankie! —me dijo Annie entusiasmada. No pude evitar devolverle la sonrisa. Era fácil. Aunque creo que les sacaba una buena ventaja. —¡Annie! ¡Mueve el culo y ven aquí! —gritó Billy desde el lateral. —Billy, estoy en medio del partido, dame un par de segundos, ¿vale? —le pidió ella. —¡No, te necesito ahora! ¡Vamos, niña! —gruñó él. A Annie se le puso mala cara mientras se dirigía hacia él. —Eh, perdonad, chicas, ahora mismo vuelvo —dijo. No pude evitar observar la forma en que se relacionaban. Billy era un gilipollas, simple y llanamente, y yo no podía entender qué era lo que veía Annie en él. Podía estar con alguien mucho mejor que él. Se merecía a alguien mucho mejor que él. Era demasiado estúpido para darse cuenta de lo que tenía. Annie se acercó a Billy y de nuevo éste la agarró del brazo con brusquedad. —¡Cuando te digo que vengas, vienes! No al cabo de unos segundos o unos minutos. ¡Ahora quiere decir ahora! —farfulló indignado. —Lo siento, Billy, ¿qué querías? —preguntó ella con tono apagado. —Necesitamos más cerveza. Ve a la tienda y trae medio barril más. —Se sacó un fajo de dinero del bolsillo y se lo dio. Annie cogió los billetes doblados al tiempo que sus llaves. Le sonrió débilmente y él se inclinó para darle un beso. La agarró por el pelo bruscamente, tirándole de la cabeza para que lo mirara. Ella gimoteó ligeramente mientras dejaba que la besara con descuido. Se apartó y echó a andar hacia la camioneta. Billy le dio una palmada en el culo cuando se alejaba y apuró lo que le quedaba de cerveza. Se rió con sus colegas haciendo comentarios sobre su papel en la relación.

—Maldita zorra, nunca me escucha. Ya la pondré firme más tarde. ¿Te crees que me puedes poner en evidencia delante de mis amigos? Ya te enseñaré yo modales... —Se quedó callado cuando me acerqué a él. —¿Qué quieres? —preguntó, tambaleándose e intentando enfocarme con la mirada. —Algo me dice que a ti no te obedecería ni un perro. Si tiene el más mínimo sentido común, te dejará plantado. Como creo que tiene más sentido común del que tendrás tú en toda tu vida, sólo es cuestión de tiempo. —Me moría de ganas de tumbarlo de un puñetazo, pero algo me decía que éste no era el momento adecuado. —Zorra. No sabes ni una mierda sobre mujeres. A Annie le gusta lo que tenemos. ¿Verdad, nena? —le gritó y ella asintió levemente. Yo no daba crédito a lo que veía—. ¿Lo ves? No va a ir a nunguna parte. Al menos sin mí —dijo con aire satisfecho mientras sus amigos se unían a sus risas. Dios, quiero que se coma la arena que piso ahora mismo. Cálmate, Frankie, si Annie no quiere tu ayuda, no puedes obligarla a aceptarla. Mis pensamientos se apoderaron de mí y no noté el ligero tirón que me estaban dando en la manga. —¿Quieres acompañarme a la tienda, Frankie? —preguntó Annie—. Tengo que comprar cerveza para los chicos —me preguntó con una mirada que casi me suplicaba que fuera con ella. —Claro —dije, echándole una mirada a Billy—. Gilipollas. No digas que no te lo he advertido. Se habrá ido antes de que te des cuenta. —Le sonreí con ferocidad. Papá me enseñó que a veces, si sonríes así, la gente comprenderá tu pasión sin tener que sentir cómo se estrella contra su cráneo. Ésta era una de esas veces en que deseaba poder estrellar algo contra el cráneo de Billy. No es que no se lo merezca. Cabronazo. —Vamos, Annie. —Le sonreí con dulzura y me volví hacia la camioneta. —¡Eh, Bets! Volvemos dentro de un rato, ¿vale? —le gritó Annie a nuestra compañera de equipo. —¡Muy bien, chicas! ¡Hasta ahora! ¡No hagáis nada que yo no estuviera dispuesta a hacer! — nos gritó a su vez. Qué cosa tan curiosa acaba de decir. Este día se está poniendo cada vez más raro. ¿A quién quiero engañar? Este puto día es el más raro que he tenido nunca.

Nos dirigimos a la camioneta en medio de un silencio controlado. Annie parecía desolada y no costaba imaginarse por qué. Su supuesto novio la acababa de humillar y se podía asegurar que no era la primera vez. Nos subimos a la camioneta y nos quedamos sentadas en silencio un rato.

—Oye, ¿estás bien? —pregunté suavemente. Ella me miró con unos ojos llenos de lágrimas que casi me rompieron el corazón. —No sé por qué tiene que beber tanto. Nunca es así cuando estamos solos. Siento que hayas tenido que verlo, dado que nos acabamos de conocer y eso. Pero gracias por defenderme — añadió, tocándome el brazo delicadamente. —¿Quién no te defendería? Se ha comportado como un auténtico cretino y alguien tenía que decírselo —le expliqué. —Bueno, así y todo, gracias. Te lo agradezco mucho. —Lo volveré a hacer si es necesario, Annie. No debería tratarte así. Borracho o no, ha sido un gilipollas. Perdona que te lo diga. —No necesitas disculparte, Billy ha sido un gilipollas. Tengo que aprender a ser más firme. Es que... —Se quedó callada—. Bueno, digamos que no le gustan esas discusiones —dijo, mirando hacia arriba al apoyar la cabeza en el asiento, y soltó un suspiro exasperado. —Annie, sé que tú y yo en realidad no nos conocemos bien, pero ¿puedo hacerte una pregunta personal? Sus ojos volvieron a posarse en los míos. —Claro. No te prometo que vaya a contestar, pero puedes preguntar. —Sonrió débilmente. —Vale, no hay una manera fácil de preguntarlo, así que allá va. —Vale. —Me prestó toda su atención. —¿Billy te pega? Se volvió en el asiento del conductor y aferró el volante hasta que se le pusieron los nudillos blancos. Vi que le corrían lágrimas por la cara. Alargué la mano para enjugárselas y ella se encogió cuando la toqué. Su cara pasó de la tristeza al miedo en cuestión de milésimas de segundo. —Oye... ¿Annie? No tienes que tener miedo de mí. Jamás te pondría la mano encima. Por favor, tienes que saberlo —dije con mi tono más delicado pero más firme. —Lo siento, Frankie... —empezó a decir. Miró hacia la playa y respiró hondo antes de continuar—. Nadie... sabe nada... Nadie se ha molestado siquiera en preguntármelo nunca. Ha hecho falta una desconocida total para verlo todo. Pero para mí no eres una desconocida. Estoy tan a gusto contigo que casi me da miedo. —Se volvió para mirarme y se encogió de hombros—.

No sé cómo dejarlo. Siempre ha sido así. Mi padre era igual con mi madre... bueno, antes de que ella nos abandonara. —¿Te dejó con tu padre? —pregunté. —Sí... Él nunca me había pegado, así que supongo que pensó que estaría a salvo. Sólo sabía que tenía que marcharse. Pero me dejó una nota... qué detalle, ¿eh? Eso fue hace más de diez años. No he vuelto a saber nada de ella desde entonces. En el curso de esta conversación descubrí a una muchacha muy triste y sola. Se estaba convirtiendo en una estadística. Criada por un padre que pegaba a su madre y que luego empezó a pegarla a ella y ahora salía con un hombre que la pegaba también. Si de mí depende, Annie, no te convertirás en una estadística. Haré todo lo que esté en mi mano para asegurarme de que estás a salvo y rodeada de amor. Te haré ver lo mucho que te mereces esas cosas y más. —¿Frankie? —me sacó de mi ensimismamiento. —Lo siento, se me ha ido un poco la olla. ¿Sabes? Mi madre nos abandonó a mi padre y a mí cuando yo tenía dos años. Así que conozco más o menos lo que has pasado. La única diferencia es que mi padre no me pegaba —dije con sinceridad. —Pues has sido una de las que han tenido suerte, te lo aseguro. Uno se pregunta por qué, ¿sabes? —dijo retóricamente. Sabía que no buscaba una respuesta. —Bueno, si necesitas ayuda con Billy, puedes contar conmigo, te lo prometo —dije y vi que ponía los ojos en blanco. La agarré del brazo con suavidad pero con suficiente firmeza para obligarla a mirarme—. Una Camarelli jamás rompe una promesa —dije con total seriedad. —Gracias, Frankie, creo que hasta podría creer en ti —contestó. —Bien, porque lo digo muy en serio —terminé y ella me cogió la mano y me la apretó. —Vamos a acabar con esta estupidez. No me puedo creer que ya se hayan bebido todo eso. La fiesta empezó hace sólo un par de horas —dijo con incredulidad. Annie arrancó el motor y nos dirigimos a la licorería. Bajamos por Sheridan Road y volví a quedarme pasmada por todos los cambios que estaba viendo. Pasamos por delante del Cine 400 y miré la marquesina. El padrino, segunda parte. La cabeza me daba vueltas de tal manera que me sentía como si estuviera en Regreso al futuro. —Creo que la que más me gustó fue la tercera de El padrino —dije sin pensar. —¿La tercera de El padrino? Frankie, si sólo hay dos.

Idiota. Idiota. ¡Idiota, Frankie! —Me refería a que ésta es la que más me gustó la tercera vez que la vi. —Por los pelos, idiota. ¡Hola, Annie! Soy del futuro, donde has invadido mis sueños con tu voz. ¿Me recuerdas? ¡Dios! —Ah —dijo Annie, mirándome con desconfianza. —Necesito oír música, ¿te importa si pongo la radio? —pregunté rápidamente. —Adelante, a mí también me vendría bien —dijo, inclinándose para encender la radio. Se puso a dar vueltas al sintonizador como una loca. Dios, se me había olvidado el aspecto que tenían las radios sin reproductor de CD o sin pletina para cintas. No me habría sorprendido ver una pista de ocho en alguna parte. Por fin se conformó con Bennie and the Jets de Elton John. Eh, chicos, venid a darle caña, El foco ilumina algo Que se sabe que va a cambiar el tiempo. Esta noche mataremos al ternero cebado Así que seguid aquí, Vais a oír música eléctrica, Muros sólidos de sonido. Siempre me había gustado Elton John. Me alegré de ver que a ella también le gustaba. La observé mientras cantaba la melodía al entrar el estribillo. Tenía una voz preciosa al cantar. Eh, Candy y Ronnie, ¿los habéis visto ya? Pero están tan en las nubes, Bennie y los Jets, Pero son raros y son maravillosos, Oh Bennie es estupenda. Tiene botas eléctricas, un traje de mohair, ¿Sabes? Lo leí en una revista, ¡Oh! Bennie y los Jets. Sonreí al ver cómo hacía explotar la B de la palabra Bennie una y otra vez. La miré y empezó a ponerse ligeramente borrosa. Me froté los ojos e intenté enfocar la vista. Sentí que me entraba un cansancio inmenso y no podía luchar contra él. Cerré los ojos, pensando que si descansaba unos segundos me encontraría mejor. Se me estaban cerrando los ojos y me di cuenta de que Annie me estaba hablando, pero ya no oía su voz. ¿Qué demonios? ¿Annie? ¿Me oyes? ¿Annie? ¿Annie? ¿Por qué no me contestas? ¿Annie? ¿Annie? —¿Annie? ¿Annie? —me oí farfullar.

—¿Frankie? Vamos, cariño, despierta —oí que decía una voz conocida—. ¿Frankie? Estás soñando, cielo, vamos, despierta. —Por fin reconocí la voz, pero no era Annie, era Crystal. Oh, mierda... no... Mis ojos se abrieron despacio y se encontraron con unos preocupados ojos marrones que me miraban atentamente. El pelo castaño rizado y los profundos ojos marrones pertenecían sin lugar a dudas a Crystal. Me miró con una ligera sonrisa en los labios. —Bienvenida de nuevo, cariño. ¿Estás bien? —preguntó, pero yo no podía hablar. Tras un par de intentos, por fin respiré hondo y me concentré en formar las palabras que me costaba tanto enunciar. —No... no puede haber sido... Maldita sea. —Cerré los ojos, que se me estaban llenando de lágrimas. —¿Frankie? ¿Qué te pasa? Shh... ¿por qué lloras? —me preguntó dulcemente mientras me acariciaba el flequillo empapado en sudor. —No puedo creer que sólo fuera un sueño. No puedo... Estaba allí... La toqué, Crystal... Oh, Dios... —Me puse boca abajo y me eché a llorar desconsoladamente. Sentía una soledad que no había sentido desde que murió mi padre. Espero que el cabrón que está jugando con mis emociones se esté partiendo de risa ahora, porque si alguna vez lo encuentro, no me hago responsable de mis actos. Lo garantizo.

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Capítulo 7 —¿Frankie? Cielo, ¿estás bien? Por favor, háblame —me rogaba Crystal. —No... no sé qué decir. Crystal, la he conocido —dije con voz ronca. Me miró, desconcertada por mi respuesta, y por fin comprendió a qué me refería. —¿A ella? ¿La has conocido? ¿A la de tus sueños? —preguntó, elevando las cejas hasta el nacimiento del pelo. Asentí con la cabeza. Era lo único de lo que me sentía capaz en estos momentos. Mi corazón se moría por volver a verla y sólo llevaba unos minutos lejos de ella. Su olor seguía atrapado en mi nariz. Dios... ¿por qué me estaba pasando esto? Eso era lo único que necesitaba saber.

—¿Qué ha ocurrido, Frankie? ¿Puedes intentar contarme lo que ha ocurrido? ¿Dónde la has visto? ¿Te ha reconocido? ¿Qué te ha dicho? ¿Ha dicho algo? ¿Su voz era la misma que en tus sueños? La cabeza me daba vueltas por todas las preguntas que me estaba haciendo, pero sabía que sólo intentaba ayudarme. Necesitaba beber algo. Se me había puesto la garganta sequísima de llorar. —¿Podrías traerme agua, por favor? —conseguí decir a duras penas. —Claro, cielo, ahora mismo vuelvo. —Sonrió y me dio un beso en la coronilla. Llevaba haciendo eso desde que me acordaba. Siempre que me ponía triste o deprimida, me daba un beso en la coronilla. Nunca supe el significado de aquello, sólo sabía que siempre me ayudaba. Como cuando te comes tu galleta preferida cuando necesitas un tentempié. Crystal siempre había sido mi galleta preferida... por así decir. Volvió a entrar en mi habitación con un vaso de agua y unos Kleenex. Ambas cosas me ayudarían con mis líquidos corporales. Tenía el corazón tan apesadumbrado que casi no podía respirar. Me entregó el vaso y lo vacié de un par de tragos. Me cogió el vaso y luego me pasó la caja de Kleenex. Saqué uno de los pañuelos y la miré a los preocupados ojos marrones. —Crystal, ¿esto ha ocurrido de verdad? ¿O es que estoy tan sola que ya no distingo la realidad de la fantasía? —Me empezó a temblar el labio inferior y ella me abrazó de inmediato para consolarme. Apoyé la cabeza en su pecho y escuché su corazón mientras me enjugaba las lágrimas. La oí tomar aliento con fuerza y noté la vibración de su voz a través del pecho. —¿Crees que has estado allí de verdad, Frankie? —preguntó tranquilamente. —Crys... no puedo imaginarme siquiera que no haya sido real. Era tan increíblemente real. Todavía la huelo... —dije, mientras mis lágrimas le empapaban la camisa. —Te creo, cariño. De verdad —dijo, mientras seguía acunándome como a una niña pequeña. —¿Por qué está pasando esto, Crystal? ¿Tienes alguna idea? —pregunté. —Bueno, Frankie, no sé muy bien. Creo que nuestras almas son atemporales y siempre están activas. También creo que una vez se acaba el tiempo durante el cual viven en el plano físico, siguen bien vivas y vuelven de nuevo con una forma física distinta. Suspiré pesadamente porque nunca había creído realmente en el absurdo de la reencarnación. Siempre había visto la muerte como el final de la vida, no como un nuevo comienzo. Ella sabía cuánto me costaba oír estas cosas. Tal vez debería haber escuchado sus teorías antes de ahora. —¿Y qué está pasando exactamente, Crystal? —No quería saber la respuesta. Sólo quería que cesara el dolor.

—Bueno, ¿por qué no me cuentas tu experiencia? Así podré intentar guiarte un poco. —Vale, intentaré recordar todo lo posible. Dios, espero que saques algo en limpio de todo esto. No sé cuánto voy a poder seguir aguantando. —Haré lo que pueda, Frankie. Ahora vamos a ponerte cómoda —dijo, al tiempo que me reclinaba contra el cabecero de la cama y me colocaba almohadas detrás de la cabeza y los hombros. Se quitó los zapatos, se metió en la cama y esperó a que empezara a hablar. —Vale, pues todo empezó con Joni Mitchell. —Espera... ¿la cantante? ¿Estaba en tu sueño? —Me miró como si le fuera a decir que estaba de broma. —Bueno, en cierto modo sí. ¿Recuerdas el otro día cuando se disparó el despertador y estaba cantando ella? —Asintió—. Pues empezó a sonar la misma canción, así que pensé que era el mismo pinchadiscos y que le gustaba poner esta canción a la misma hora todos los días. Bueno, pues no era mi despertador, era el tocadiscos del cuarto de estar. Salvo que no era yo la que había puesto el disco, era mi padre. —Se le pusieron los ojos como platos, pero me instó a que continuara—. Vale, oí esa canción de Ayúdame y fui a apagar el despertador y no estaba ahí, así que salí de mi cuarto para averiguar de dónde salía la música. Fui por el pasillo hasta que oí voces. Crystal, oí la voz de mi padre. No me lo podía creer. Llevaba años sin oír su voz: de hecho, tardé un poco en deducir dónde había oído antes esa voz. Al principio me apoyé en la pared porque te juro que mi cuerpo estaba entrando en shock. Luego oí la voz de una mujer. Crystal, era mi madre. ¿Te lo puedes creer? No recuerdo prácticamente nada de ella, pero en cuanto la vi, supe quién era. Vi que mi padre estaba intentando arreglar una radio o algo así en la mesa de la cocina. Ella estaba cacharreando en la cocina y esa canción no paraba de repetirse una y otra vez. La cabeza me daba vueltas. ¡Estaba espiando a estas personas, que ni siquiera me habían tenido aún, desde su propio pasillo! Crystal guardó silencio a la espera de lo siguiente. Me bebí el resto del agua. Tenía la garganta muy seca. Me levanté y me llevé el vaso vacío al cuarto de baño para rellenarlo. Necesitaba más agua, ya que sabía que contar esta historia me iba a suponer un gran esfuerzo. Volví a meterme en la cama y me reuní con Crystal, que esperaba pacientemente a que regresara. —Vale, ¿lista para oír más? —dije sonriendo. —Claro, tómate tu tiempo, cielo, tengo todo el día. Es domingo, así que tú también. —Dios, casi se me había olvidado. Gracias a Dios que a Mario no le importa trabajar en domingo. ¿Lo has conocido ya? —Creo que lo vi un momento la semana pasada. Parece buena persona. ¿Te está sustituyendo? —Hoy sí y dejémoslo en eso —dije con una sonrisa.

Mi recién contratado empleado, Mario Antonelli, estaba trabajando solo en domingo por primera vez. Los domingos sólo abrimos unas pocas horas, así que no creía que fuera a tener ningún problema. Sabía que necesitaba tener a otra persona conmigo, empezaba a estar harta de trabajar los siete días de la semana. Puede que esté entregada a mi tiendecita, pero todavía no estoy tan loca como para que me encierren. Ahí hay una delicada línea que no estoy dispuesta a cruzar. —Vale, doña Esquiva, vamos a hablar más de esto —me tomó el pelo Crystal. —Está bien. Deja que me sitúe de nuevo —dije, colocándome de nuevo sobre las almohadas—. ¿Por dónde iba? —Estabas mirando a tus padres. —Ah, sí... Pues eso, que estaba mirando a mis padres, que estaban de nuevo en los años setenta y bien jóvenes. Qué pasada. No recordaba que mi padre tuviera tanto pelo. No podía creer que estuviera viendo a mi madre. No recuerdo gran cosa de ella, pero las fotos que tengo no le hacen la menor justicia, es guapísima. Me preguntó dónde estará ahora. Hace tanto tiempo que se marchó... me pregunto si alguna vez piensa en mí. Seguro que no, la muy guarra ni siquiera vino al entierro de papá. Mis pensamientos me abrumaban el cerebro. —¿Frankie? ¿Hola? Te has ido por completo, cielo. ¿Me lo cuentas? —Oh, perdona, Crystal, es que estaba pensando en mi madre. No me puedo creer que ni siquiera apareciera para el entierro de papá. Habría apostado que de aparecer alguna vez, sería en ese momento. —Ya, bueno, las prioridades de la gente son rarísimas hoy en día. —Ya lo creo —asentí—. Bueno, el caso es que los observé un rato y volví a mi cuarto. Bueno, la verdad es que ya no era mi cuarto, porque cuando volví a entrar, no había la menor señal de que alguna vez hubiera estado allí. Me puse de los nervios, así que salí por la ventana y bajé por la escalera de incendios. —Ah, como en los viejos tiempos. ¿Recuerdas cuando nos escapábamos así? ¡Tu padre jamás se enteró! —dijo riéndose. —Oh, créeme, lo sabía. Siempre me esperaba despierto. Sabía distinguir sus ronquidos falsos de sus ronquidos verdaderos. Sólo que nunca he sabido por qué nunca me castigó. —Sólo quería asegurarse de que estabas bien, Frankie. Eras buena chica en general y él lo sabía. Estoy segura de que sólo le preocupaba tu seguridad.

—Sí, probablemente es cierto. Nunca tenía que llegar a una hora fija. Teníamos una buena relación y la comunicación nunca fue un problema. —Noté que se me llenaban los ojos de lágrimas—. Dios, lo echo de menos, Crystal. —Lo sé, cariño —dijo, apoyando la cabeza en mi hombro y acariciándome el brazo. Nos quedamos así hasta que logré serenarme. Me sentía como si estuviera teniendo una crisis nerviosa. Habían pasado tantas cosas, ¿o no? No sabía si creer realmente o no que mi experiencia había sido un viaje de verdad o que había sido sólo un sueño. Nunca hasta entonces había tenido un sueño en el que sintiera tales cosas. ¡Dios! ¿Qué está pasando? Noté que me empezaba a relajar y decidí continuar con mi historia. —Vale, creo que estoy lista. —Muy bien, Frankie, te escucho —dijo ella, acurrucándose más contra mí. —Bueno, pues después de bajar corriendo por la escalera de incendios, me quedé pasmada mirando el barrio. O sea, Crystal, ¡tu tienda ni siquiera era una idea aún! Era increíble. Estaba mirando la calle y era como si estuviera viéndola a través de los ojos de otra persona. Vi el barrio tal y como era en 1974. —¿1974? —Sí. Bajé por Sheridan Road y encontré un pequeño café que sé que ya no existe. Era un café monísimo. Me senté y esperé a que me atendieran. Me senté en la barra y allí estaba ella, Crystal. Vi un periódico ¡y la fecha era del 22 de abril de 1974! Creí que iba a vomitar de la angustia. Entonces la vi bien de cerca. Yo no conseguía decir una frase entera de lo cortada que estaba. Era increíblemente bella, más de lo que podría haberme imaginado jamás. Entonces me habló con esa voz angelical que había oído tantas veces. Casi me da algo. —¿Qué dijo? —preguntó Crystal. —"¿Querías pedir algo, cielo?" Era adorable, Crystal. Me quedé boquiabierta mirándola. Mi mente examinaba cada línea de su cara y cada curva de su cuerpo. Pensé que me iba a hacer arrestar por los pensamientos que se me pasaban por la cabeza. Habría... maldita sea. —Bueno, vale, entonces comiste, supongo, ¿no? —Me di cuenta de que se estaba poniendo impaciente. —Sí, comí y luego hicimos planes para el resto del día. Fue de un raro... Quiero decir, no sé si yo habría podido hacer planes con alguien a quien acabara de conocer en el trabajo. En cualquier caso, esperé a que terminara su turno y me dijo que su novio iba a venir a recogerla.

—¿Su novio? —exclamó Crystal. —Sí... lo sé... chica, qué encanto de hombre. No sé, Crystal, también me preocupa que esté con él. Hablamos de lo abusivo que se pone, especialmente cuando bebe. Me temo que tendría que matarlo si veo que le hace daño. —¿Crees que ella es lo bastante fuerte como para dejarlo? —preguntó. —Creo que animándola lo suficiente, lo haría. Tiene miedo de lo que le pueda hacer si lo insinúa siquiera. Este tipo es un asqueroso total, Crystal. Me entraron ganas de despellejarlo cuando lo conocí. Me estaba babeando encima hasta que se enteró de que era amiga de Annie. Estoy segura de que la engaña. Es pura escoria. —Annie, ¿eh? —Me dio un codazo sonriendo. —Sí, y le pega todo. Es una Annie total. Está estudiando para hacerse escritora en la Universidad de Loyola. Dios, Crystal, ¿cómo puede no ser real algo como esto? No lo comprendo. Yo he estado allí, maldita sea. Nadie puede decirme nada que me lleve a creer lo contrario. —Yo no dijo que no haya ocurrido, Frankie. Estas cosas pasan. Creo que deberíamos hablar de ello con Nonnie. Creo que puede ayudar. Lleva más tiempo en esto y ha visto más cosas que yo. —¿Qué crees que ha sido, Crystal? —Sentía curiosidad. —Yo diría que has tenido una experiencia extracorporal consciente. —¿Qué es eso? —No me gustaba en absoluto cómo sonaba aquello. —Hay una experiencia llamada experiencia "extracorporal" que ocurre normalmente durante el sueño en la que puedes tener la sensación de estar volando o cayendo, pero sobre todo de movimiento. La persona se encuentra en un estado alterado de la consciencia. Hay personas que han tenido experiencias "extracorporales conscientes", que es más difícil, pero es como un sueño lúcido. Eso es lo que creo que te ha ocurrido a ti. Ya sabía yo que no me gustaba cómo sonaba. —¿Y ahora qué? O sea, ¿crees que puede ocurrir otra vez? —Pues eso depende de ti y de tu amiga Annie. Para mí es muy evidente que te necesita para algo. A lo mejor es la situación entre su novio y ella. No lo sé. No lo sabremos a menos que vuelva a ocurrir. Creo que deberíamos ir a ver a Nonnie, Frankie. Es posible que pueda ver algo que yo no veo. —Está bien, Crystal, pero te lo advierto. No voy a beber ningún té raro ni nada que ayude con este proceso. Quiero respuestas más que nadie, pero no voy a participar en ningún sacrificio por la causa —expliqué con seriedad.

Crystal se rió de mí, como sabía que haría. Dios, hasta yo me estoy riendo de lo absurdo que es todo esto. Necesito reírme, ya he llorado demasiado por hoy. Dios, me duele el corazón.

Capítulo 8

Bajamos a casa de Nonnie y nos la encontramos durmiendo la siesta en el salón. No quise despertarla, de modo que esperamos un rato en la cocina. Crystal tenía hambre, así que decidimos hacer un "brunch". Ya se había pasado la hora del desayuno, pero tampoco era la hora de comer. Creo que la gente ha decidido llamarlo "brunch" para tener una excusa para comer más. ¿Pero qué sé yo? Me están ocurriendo cosas extracorporales. ¿Verdad? Verdad. Nos sentamos a comer hasta que ya no pudimos más. Tras echarnos a suertes quién iba a fregar y secar, nos pusimos a recoger. Para cuando terminamos de recoger el desastre que habíamos creado en la cocina, Nonnie ya se había despertado. Entró en la cocina y nos miró frotándose los ojos soñolientos. —Hola, chicas. ¿Qué hacéis aquí con el día tan bueno que hace? —Hola, Nonnie, acabamos de comer. ¿Qué tal tu siesta? —le dijo Crystal. —He descansado. Ya sabéis que una chica de mi edad necesita descansos de belleza siempre que pueda —dijo sonriéndonos. —Nonnie, tenemos que hablar contigo de una cosa que le ha pasado a Frankie —dijo Crystal toda seria. —Vale, voy a hacerme una taza de té y hablaremos en el salón —contestó Nonnie. —Muy bien. Ahora te vemos —le respondió a Nonnie. Crystal me cogió de la mano y me llevó al salón. Yo seguía muy nerviosa con la idea de hablar de esto. Es decir, ¿y si no era más que un sueño muy vívido? Era ridículo. Era un sueño y eso era todo, eso tenía que ser. Tenía que pensar así, porque si no me iba a volver loca tratando de buscar una manera de volver a ver a Annie. Dios... Annie... ¿Eres real? ¿O eres sólo un sueño? ¡Dios! —¿Vale, Frankie? —dijo Crystal. Oh, mierda, ya se me había ido la olla.

—¿Cómo dices? —¿Estás bien, chica? Respira hondo. Todo va a ir bien, te lo juro. Nonnie no se va a burlar de ti —dijo Crystal, cogiéndome la mano y acariciándome la parte interna de la muñeca. Dios, cómo me tranquilizaba siempre. —Sí, estoy bien. Es que ya no sé qué creer, ¿sabes? —le dije con franqueza. —Lo sé, cielo. Vamos a ver qué dice Nonnie de tu experiencia —me dijo con tono tranquilizador. Nonnie entró en el salón con una taza de té hirviendo para ella. Me miró y luego miró a Crystal y decidió que ésta iba a ser una conversación que se iba a prolongar lo suyo. —Bueno, ¿quién quiere empezar? —dijo Nonnie, directa al grano. —Voy a resumir lo que le ha pasado a Frankie y, Frankie, si quieres intervenir cuando me olvide de algo, no lo dudes, ¿vale? —terminó Crystal. —Sí, me parece bien —asentí. —Vale, pues empiezo. —Crystal respiró hondo y empezó mi historia—. Creo que Frankie ha tenido una experiencia extracorporal consciente, Nonnie —explicó. —Vaya, qué interesante. Sigue —la instó. Crystal le contó a Nonnie todo lo que yo le había contado a ella hacía un par de horas. Nonnie estaba sentada en su mecedora preferida y guardó silencio total a lo largo de toda la explicación de mi viaje. El silencio me estaba sacando de quicio. —¿Qué opinas, Nonnie? —Ya no pude contenerme más. —Hija, dame un momento para que lo piense. La paciencia es algo que necesitas adquirir sin tardanza —me recriminó. Sabía que no tenía la menor paciencia. —Lo siento, es que todo esto me tiene un poco alterada. Sólo quiero saber si ha sido real o no — dije, agachando la cabeza. —Oh, ya lo creo que ha sido real. Necesito pensar un momento. —Se levantó y volvió a la cocina. Hubo unos ruidos que indicaban que se estaba rellenando la taza de té. Me quedé mirando a Crystal sin poder creérmelo. —Es real, ¿eh? Genial... —Apoyé la cabeza en las manos—. ¿Así que no estoy loca?

—Cielo, nunca has estado loca. Te lo prometo, Nonnie y yo te ayudaremos con esto todo lo que podamos. Yo creo que Nonnie está intentando dilucidar por qué esta tal Annie se ha puesto en contacto contigo para empezar. Le gusta saberlo todo antes de meterse en una cosa así. —No es "esta tal Annie"... sólo Annie. —Me quedé callada. —Ooh, tema delicado, ¿eh? —Me la quedé mirando—. ¿Frankie? Te estás enamorando de ella, ¿verdad? —Me echó su sonrisa de sabelotodo. —No estoy enamorada de ella... Al menos todavía no —reconocí—. Pero si lo estuviera, no habría ninguna otra persona de quien prefiriera enamorarme. —Caray, Annie tiene que ser muy especial —dijo, apoyando los codos en las rodillas y mirándome atentamente. —Sí que lo es, Crystal, y te agradecería que no te burlaras de mí en estos momentos. —Fingí hacer un puchero y Crystal me puso la mano en la cabeza con gesto tranquilizador. —Sabes que yo no haría eso. Sólo te estoy tomando el pelo. Ya veo que para ti es importante. Haremos lo que podamos, te lo prometo —me aseguró. Nonnie volvió a entrar en ese momento. Efectivamente, se había vuelto a llenar la taza de té caliente y se acomodó de nuevo en su mecedora preferida con funda de cuadros. Se meció un poco y luego me miró largo rato sin decir palabra. Esta vez supe que no debía decir nada. Por mucho que me incordiara, dejé que me mirara. —Vale, Frankie. Creo que lo que te ha pasado ha sido una auténtica experiencia extracorporal consciente. —Gemí por dentro—. Creo que hay motivos de peso para que ella haya venido a buscarte. Puede ser que os conocierais en otra época y que el tiempo que estuvisteis juntas se interrumpiera por algo, tal vez incluso la muerte. En estos momentos no lo sé. Intentaré ponerme en contacto con unas personas esta noche y averiguar más cosas. Lo que quiero que hagas es que no te empeñes demasiado en regresar a ese sitio. Déjate llevar. Debes estar muy relajada, casi en estado de meditación. ¿Sabes meditar? —No... yo... —Crystal te enseñará. —Cerré la boca que se me había quedado abierta y miré a Crystal, que me sonrió y meneó la cabeza—. Entretanto, si intenta ponerse en contacto contigo de nuevo, ya sea a través de tus sueños o lo que sea, déjate llevar. No intentes controlar la situación, que te conozco —dijo, señalándome con el dedo—. Deja que ocurra. Abre la mente y digo en serio que la abras. Te conozco desde hace mucho tiempo y sé que no crees en muchas de las cosas en las que creemos Crystal y yo, pero debes confiar en lo que nosotras sabemos del otro lado. —¿El otro lado? —pregunté con incredulidad. —Sí, el otro lado —repitió.

—¿Qué hay al otro lado, Nonnie? —pregunté en voz baja. —Las respuestas que necesitas —dijo y la miré mientras se levantaba y se iba a su cuarto. ¿Puede ser más críptica? Conociéndola, creo que ya sé la respuesta.

6

Capítulo 9

¿Y ahora qué hago? ¿Me quedo aquí sentada y hago como que no ha ocurrido nada de esto? Sé que no puedo hacerlo. Nonnie y Crystal se han portado estupendamente, pero ahora lo único que quiero es volver con Annie. Echo de menos su dulce cara y su preciosa sonrisa. Dios, no voy a querer despertarme nunca más. Si dormir significa que puedo volver a ver a Annie, dormir me parece una idea genial. Por otro lado, si sólo ha sido un sueño, tengo que superarlo y vivir mi vida. —¿Frankie? ¿Dónde estás, cielo? —preguntó Crystal, distrayéndome de mis reflexiones. —Estoy pensando en las opciones que tengo en estos momentos, Crystal. ¿Va a venir Nonnie a decirme si descubre algo? —pregunté. Nonnie se había ido a su habitación y hacía largo rato que no salía. —Te prometo que si descubre lo que sea, te lo comunicará en persona, cosa que como sabes es lo que siempre hace, o me lo contará a mí y yo te pasaré la información —explicó. —Está bien. Supongo que tengo que aprender a ser paciente, como ha dicho. Pero odio ser paciente —dije y empecé a pasear de un lado a otro como un animal enjaulado. —Vamos a hacer algo, Frankie. Es media tarde, ¿qué te gustaría hacer? —preguntó esperanzada. —Dormir —le contesté con sinceridad. —Corta el rollo. Mi mejor amiga no se va a convertir en un mueble más. No lo voy a permitir. ¿Qué le diría a la gente? —dijo sonriendo. —Les dirías que se metieran en sus propios asuntos, como se lo has dicho siempre. Eso es lo que me encanta de ti, Crystal, sé que todos mis secretos están totalmente a salvo contigo. —Lo mismo digo, cielo —sonrió—. Sabes que siempre estarán a salvo conmigo. —De eso no me cabe duda, Crys. —Le puse la mano en el brazo—. Vamos al cine. —Sonreí, sabiendo que le encantaría la idea.

—¿Qué? ¿En serio? ¿Te refieres al cine de verdad? Frankie, desde que te has comprado ese sistema de cine casero, ¡nunca quieres salir de casa! ¿De verdad quieres ir? —Estaba tan emocionada que era como hablar con una niña. —Tú elige la peli y eso es lo que vamos a ver. —En el 400 ponen una antigua, pero buena. —¿No quieres ver una película nueva? —Me encantan los clásicos. Ya lo sabes. Venga, ya sabes cuánto me gustan. Sentí que me iba ablandando con cada ruego que salía de sus labios. A mí me encantaban los clásicos incluso más que a ella. —Muy bien, lo que tú quieras, amiga. Te debo una muy gorda por ayudarme con todo esto... pero sobre todo por no reírte de mí. —Frankie, jamás me reiría de ti con un tema como éste. Sé lo mucho que te ha costado contármelo siquiera. Te conozco prácticamente de toda la vida y sé que nunca has considerado reales o verdaderas las cosas que yo veo. Creo que para ti todo eso ha sido siempre una tontería. —Crystal, yo... —empecé. —No, no pasa nada. —Alzó las manos como para defenderse—. Sé que no eres la única que piensa que las cosas sobrenaturales son un fraude. Me enfrento a eso cada vez que alguien acude a mi puerta con una persona que no cree. No pasa nada, tienes muchas cualidades buenas que compensan tu terquedad. —Vaya, gracias. Creo. Me sonrió.

Entramos en el cine y Crystal se puso a pedir comida en la zona del bar. Pidió todo lo necesario para una buena película: una caja de palomitas grande, un refresco grande, Raisinets y, por supuesto, barritas de regaliz rojo. Después de hacerme pagar, encontramos buenos asientos en el centro mismo de la sala. Nunca he conseguido entender cómo puede la gente ver una película en la primera fila. Si no se te ha roto el cuello cuando termina la película, lo cierto es que te duele como si lo tuvieras roto. Nos sentamos y sólo vimos a unas pocas personas más en la sala. Había algunas parejas, pero sobre todo había mujeres. Supongo que era una de las películas preferidas del sexo femenino.

Cuando empezó la película, me quedé mirando la pantalla y noté que por fin me empezaba a relajar. Miré a Crystal, que se estaba atiborrando de palomitas y bebiendo su refresco sin una sola preocupación en el mundo. La expresión de su cara me hizo sonreír. Realmente era una amiga maravillosa. Todavía se fijaba en los pequeños detalles de la vida para sentirse feliz. Eso era raro en los tiempos actuales. Hacía que me sintiera mucho más joven de lo que era en realidad y eso es algo que siempre le agradeceré. No quiero sentir jamás la edad que tengo. No creo que la sienta nunca. A mitad de la película, Crystal y yo estábamos cantando a pleno pulmón. Se me había olvidado lo mucho que me gustaba esta película. Los demás ocupantes de la sala nos miraban sonrientes, cuando no se ponían a cantar con nosotras. La misma Barbra se habría sentido orgullosa de todas estas chicas divertidas. Los pobres tipos que habían venido con sus novias estaban ahí sentados aguantando. Pensé que eso de por sí era una noble cualidad. La película terminó dos horas y media después. Crystal y yo salimos al aire fresco y respiramos hondo. Me encantaba el olor a palomitas, pero después de pasar tanto tiempo en una sala, ya tenía más que suficiente. —¿Y ahora qué? —preguntó. —Mmm... la verdad es que no había pensado en nada más que en la película. ¿Hay algo que quieras hacer antes de que se haga de noche? —pregunté. —Pues podríamos ir a mirar escaparates. Hay una boutique estupenda bajando un poco por esta calle. Estamos a salvo porque no está abierta. No recuerdo cuándo fue la última vez que tú y yo fuimos capaces de ir de compras sin gastarnos una fortuna —dijo y se echó a reír. —¿A que sí? Los de las tiendas nos ven llegar y se ponen a engrasar las cajas registradoras — dije riendo. —Sobre todo esa tienda donde venden esos zapatos tan geniales de China. ¡Dios, me encanta esa tienda! —dijo al tiempo que echábamos a andar hacia casa. Bajamos caminando y cantando por Sheridan Road. Se estaba preparando una hermosa noche de primavera. La temperatura rondaba los dieciocho grados y no se veía ni una nube. Yo sólo podía pensar en Annie. El restaurante en el que trabajaba ya ni siquiera era un restaurante, ahora parecía una tienda de algún tipo. —Oye, Crys, ¿podemos bajar a la playa un momento? —Necesitaba algo que me recordara un poco más a Annie. —¿A la playa? ¿Es que de repente te han entrado ganas de bañarte? —bromeó. —No, es que hace muy buen tiempo y los días así son poco frecuentes. Vamos, ¿sólo un momento? —Le puse mi mejor cara de cachorrito desvalido. No había forma de que se pudiera negar.

—¡Oh, Dios! Esos ojos no... está bien. Vamos un ratito, Frankie, pero está oscureciendo y no quiero acabar volviendo a casa de noche. —¡Bien! Gracias, Crys, sólo nos quedaremos un minuto. Sólo quiero ver el agua. —Vamos —dijo, encaminándose al Lago Michigan. Corrimos un poco para ahorrar tiempo y nos dirigimos hacia el lago. Por fin llegamos y la mente se me inundó de Annie. Dios, cómo la echaba de menos. ¿Qué demonios te pasa, Frankie? Apenas conoces a esta chica. Contrólate de una puta vez. Ni siquiera sabes si es una persona real. —Tiene que serlo —susurré en voz alta después de debatirme conmigo misma. —¿Qué? —preguntó Crystal mientras contemplábamos el cielo cambiante. —¿Mmm? Oh, nada. Disculpa, estaba pensando en voz alta. —Dios, qué bonito es esto. Nadie piensa que Chicago pueda ofrecer algo más que edificios grandes. Mira a nuestro alrededor. Esto es precioso —dijo maravillada. El sol empezó a descender y le prometí a Crystal que volveríamos a casa en taxi si se quedaba y contemplaba la puesta de sol conmigo. Aceptó sólo porque sabía lo mucho que yo deseaba quedarme. Aquí sentía una auténtica conexión con Annie. Tenía algo especial y había un motivo para que nos hubiéramos encontrado como lo habíamos hecho. Sólo que yo todavía no sabía cuál era ese motivo.

Regresamos a casa antes de que empezaran las noticias. Yo estaba nerviosa. Se acercaba la hora de acostarse y no sabía si estaba preparada para volver allí de nuevo o si debía volver siquiera. Contemplé mi piso y recordé lo que había visto la noche antes. ¡Mi padre y mi madre estaban en mi cocina! La casa tenía un aspecto muy distinto por aquel entonces. Producía una sensación muy distinta de la que yo recordaba. A lo mejor papá se desprendió de un montón de cosas cuando mamá se marchó. Nunca me contó nada al respecto, así que no lo sé. En realidad nunca hablamos de mamá y de lo que la llevó a marcharse. Conociendo a papá, no pudo ser culpa suya, era demasiado cariñoso y bueno. Cuando me estaba preparando para acostarme, Crystal entró en el dormitorio y se echó en mi cama. Me estaba provocando mirándome mientras me vestía. Me recorría el cuerpo con los ojos, pero las dos sabíamos que lo hacía para que me pusiera colorada. Lo llevaba haciendo desde que tenía uso de razón y vaya si no funcionaba siempre. —¿Sabes? Espero que sepas que algún día conseguiré no ponerme colorada —dije mientras me deslizaba la camiseta por el cuerpo.

—Llevas tantos años diciéndolo, Frankie, que lo creeré cuando lo vea. Además, sé que te alimenta el ego. —Lo que tú digas, cariño. Lo que creo es que estás negando tus auténticos sentimientos por mí y que esto no es más que tu manera de comerme con los ojos. —¿Comerte con los ojos? Hacía siglos que no oía esa expresión —dijo, echándose a reír—. ¿Esos pantalones no te van a dar calor mientras duermes? —preguntó al ver que me ponía los vaqueros. —Si vuelvo allí esta noche, quiero llevar ropa que me resulte cómoda y no llame la atención de nadie en 1974 —declaré tajantemente. Saqué un fajo de billetes de la cartera y me los metí en el bolsillo. Esta vez no quería estar sin dinero. —Frankie, no puedes necesariamente llevarte nada al otro lado. Recuerda lo que dijo Nonnie: "No intentes controlar la situación". A lo mejor ni siquiera vuelves allí —me explicó de nuevo. —Lo sé, pero tengo que hacer todo lo que pueda por volver allí, Crystal. Sentí una conexión tan fuerte con Annie que no puedo dejarla ir. Tengo que regresar, Crystal. ¿Puedes ayudarme? —¿Ayudarte? ¿Qué quieres decir? —preguntó. —¿Puedes hacer algo para ayudarme a volver allí? —pregunté llena de esperanza. —Sinceramente, Frankie, no lo sé. Podemos probar con hipnosis, si quieres. A veces he tenido suerte con mis clientes con este tipo de cosas. Tal vez podríamos conseguir que vuelvas allí si estás totalmente tranquila y relajada. —No quiero que me hipnotices, Crystal. Me arriesgaré cuando me quede dormida esta noche — dije. No iba a hacer eso para nada. —Tú misma, pero si no funciona, podemos intentarlo si cambias de idea. —Gracias —dije, terminando de prepararme para meterme en la cama. Cogí una manta grande y gruesa y abrí la ventana. Pasé por encima del alféizar y aterricé en la escalera de incendios. Crystal me miró con ojos preocupados. —Frankie, ¿qué demonios estás haciendo? —¿A ti qué te parece? Hoy voy a dormir aquí fuera. —¿Por qué demonios vas a hacer eso? —Porque si regreso allí, no quiero volver a estar dentro de la casa por si mi padre me ve. ¡Ea!

Tras esto, me echó una larga mirada. —Oh, pero qué tonta y estúpida soy. ¿Cómo no se me ha ocurrido? Frankie, ¿es que estás loca? Te podrían atacar ahí fuera. —Intentaba inculcarme algo de sentido común. —No hay manera de que pueda subir nadie hasta aquí. He subido la escalera, así que nadie, a menos que venga de dentro de mi casa, puede llegar hasta mí —afirmé—. No te preocupes. —Me preocupo, Frankie. Me preocupo mucho. Por mucho que quiera que consigas regresar allí, no quiero que sufras ningún daño. —Se calló para mirarme con sus hermosos ojos marrones. —Crystal, sé que lo dices con buena intención. Pero déjame hacer esto. Si no funciona, lo dejaré porque entonces sabré que sólo ha sido un sueño. Hasta que se haga de día, tengo que creer que lo que he experimentado ha sido real. Para mí ha sido tan real que no puede haber sido simplemente un sueño. —Te creo, Frankie. En serio. De verdad que creo que Annie es real y que volverá a llamarte. Pero ten cuidado. ¿Me lo prometes? —Te lo prometo. Gracias por tu apoyo, Crystal. —¿Qué clase de amiga sería si no te apoyara? Sobre todo cuando estás experimentando cosas que entran dentro de mi ámbito —dijo con una sonrisa. Me incliné hacia el interior de mi piso y agarré a Crystal. La abracé con todas mis fuerzas. Era la mejor amiga que tendría jamás. —Te quiero, Crystal. Muchísimas gracias —dije, dándole un beso en la mejilla. —De nada, Frankie. Sabes que no hay nada que no haría por ti. Es lo mínimo que puedo hacer. Esta noche estaré muy pendiente de los ruidos que haya fuera. No quiero que te pase nada. —Gracias por tu preocupación, pero estaré bien. Te olvidas de que puedo cuidar de mí misma — le dije, meneando las cejas. —Debería haber ido a esas clases contigo. —Entonces no tendría a nadie a quien proteger —dije sonriendo—. Ahora vete, ve a dormir. Espero tener algo nuevo que contarte por la mañana. —Le revolví el pelo y ella me abrazó de nuevo. —Buenas noches, Frankie. ¿Quieres dejar abierta esta ventana? —preguntó Crystal. —Sí, si tengo que ir al baño en medio de la noche, necesito poder entrar fácilmente. Con la suerte que tengo, seguro que se rompe el cierre y me quedo atrapada fuera. No sería agradable.

—Cierto. ¿Estás segura de que no vas a pasar frío aquí fuera? ¿Quieres otra manta o una chaqueta o algo? Dios, es adorable. —No, cariño, estaré bien. Ahora aire. Vete. Estaré bien. Hasta tengo papel y bolígrafo para escribir los detalles —dije, mostrándole dichos objetos. —Bien. Vale. Me voy. Hasta mañana. Si no te veo hacia las nueve, vendré a buscarte. —Vale, cielo, aquí estaré. Mario todavía tiene las llaves de la tienda, así que si no abro yo, estará él. Está todo previsto, así que no te preocupes. —Es mi trabajo como mejor amiga, me debo preocupar. —Buenas noches, Crystal. —Fingí estar exasperada. —Buenas noches, Frankie —dijo, deslizándose por la ventana y regresando al piso. Me quedé mirando hasta que desapareció su sombra. —Vale, pues ya está. Ojalá estuviera cansada —le dije al cielo que se estaba nublando—. Ni se te ocurra, se supone que no va a llover hasta dentro de dos días. Apóyame, papá. La noche era tranquila y mi barrio nunca me había parecido más silencioso. Hacía tiempo que no dormía aquí fuera. Lo hacía todo el tiempo después de que muriera papá. Me recordaba todas esas noches calurosas de verano en que pasábamos aquí el rato. Siempre me encantaron esos momentos que pasaba con él. Nos sentábamos aquí fuera, comiendo polos y contemplando las luces de la ciudad que se iban apagando una a una. Dios, cuánto te echo de menos, papá.

Capítulo 10

No pude evitar moverme al notar la dureza de la escalera de incendios clavándoseme en la espalda. Cuando abrí los ojos, me encontré mirando a unos ojos que no había visto desde hacía años. Me hizo falta hasta el último vestigio de control para no chillar. —¿Necesita un sitio para dormir? —le oí decir. —¿Qué...? —No podía hablar. Me froté los ojos, carraspeé y lo intenté de nuevo—. ¿Disculpe? —Le he preguntado que si necesita un sitio para dormir —repitió.

—No... yo... mm... —Piensa rápido, Frankie—. Creía que éste era mi balcón. Supongo que era tarde cuando volví a casa anoche y me equivoqué de escalera. —Miré a mi padre y seguía teniendo los ojos más cálidos que había visto nunca—. Lo siento, deje que me vaya y no le daré más la lata. —No hay problema. Sólo quería asegurarme de que estaba bien. —Gracias, p... —Me detuve—. Señor. Le agradezco el interés. —¿Quiere desayunar algo? —Siempre era amabilísimo con la gente. —¿Desayunar? Mm... —¿Esto será bueno o malo? —¿Tiene hambre? Mi mujer y yo estábamos sentándonos a comer y la he oído aquí fuera. Tenemos de sobra, si lo desea —dijo, echándome su preciosa sonrisa. ¿Cómo podía resistirme a la oportunidad de comer una vez más con mi padre y de conocer de verdad a mi madre? —Me encantaría, gracias. —Las palabras se me escaparon de la boca antes de que pudiera detenerlas. Él alargó la mano y me ayudó a entrar en mi cuarto. Yo llevaba la misma ropa que la noche anterior. Me comprobé los bolsillos y noté también el bulto del dinero que me había metido en ellos. Conque no puedo controlar la situación, ¿eh, Nonnie? Me sonreí por dentro. Papá me llevó al interior del piso y por el pasillo que yo conocía tan bien. Mi madre estaba en la cocina y se quedó algo asombrada al verme entrar en su casa con mi padre. La miré y sonreí. —Me llamo Frankie. Su marido ha sido tan amable de invitarme a desayunar. Ella me ofreció la mano. Se la estreché y noté que su mano era muy suave. A lo mejor de ahí había sacado yo la suavidad de mi piel. —Yo soy Myrna y ya veo que ha conocido a Frank —dijo, mirando a mi padre. Él le dirigió la mirada que quería decir, "Hablaremos de esto más tarde". Dios, cómo me conocía yo esa mirada. —Sí, así es. —Lo miré y le sonreí. —Pues, por favor, como si estuviera en su casa. Señora, esta casa es más mía de lo que lo será para usted jamás. —¿Le gustan los huevos revueltos? —preguntó. —Sí, señora. ¿Puedo ayudar en algo? —No quería comportarme como una inútil.

—No, querida, así está bien. Tengo todo listo. Sólo tengo que traerlo. Adelante, siéntese a la mesa. —Bueno, Frankie... —empezó mi padre—. Me resulta muy familiar. ¿Conozco a su padre? Ya te digo... —No creo. La verdad es que vivo al otro lado de la calle. Debía de estar muy cansada anoche cuando subí la escalera. —Buena tapadera. —Mm... ya —replicó él. Era su forma de decir que no se creía nada de lo que le estaba diciendo. —Gracias otra vez por invitarme a pasar. Le agradezco que no me haya hecho arrestar. Él estalló en carcajadas. Dios, cómo echaba de menos ese sonido. —Tonterías. Si hubiera querido hacernos daño, no se habría parado en la escalera de incendios, habría entrado. De hecho, creo que se nos coló alguien en casa hace un par de semanas. Pero para cuando llegué a la escalera de incendios, ya había desaparecido. El corazón se me aceleró al instante. Al menos no me vio. ¿Hace un par de semanas? Dios, me pregunto qué día es hoy. —La verdad es que soy inofensiva. Sólo estoy un poco fuera de lugar —dije con una sonrisa guasona, que le hizo sonreír. —¿Está segura de que no nos hemos visto antes? —Sí, señor, estoy segura. —Mentirosa. —Oh, Frank, deja a la chica en paz, si te conociera, lo diría. —Mamá entró con el desayuno y me rescató. La primera vez. ¿Dónde ha estado metida durante toda mi vida, señora? No pude evitar mirarla con curiosidad. Yo era una réplica exacta de los dos. Tenía los ojos de ella y la sonrisa de él. Tenía el colorido moreno de él, pero la piel suave de ella. De repente me sentí enormemente afortunada. ¿Cuánta gente consigue desayunar con sus padres antes de que sepan que eres su hija? Me parece que nadie. Sabía que esto no podía ser un sueño. —Bueno, Frankie, ¿a qué se dedica? —preguntó mi madre. NO trabajas abajo. NO trabajas abajo.

—Ahora mismo no tengo trabajo. Me encanta el cine y voy a ver si consigo trabajar en el cine de Sheridan. —¿El 400? —preguntó mi padre. —Sí, ése mismo —repliqué. —A mí también me encanta el cine. En mi tienda de abajo tengo un montón de recuerdos de películas. Tengo trajes, fotografías y recuerdos de todo tipo. Debería bajar después de desayunar para echar un vistazo —dijo con tono de orgullo. Siempre había estado encantado con su tienda. —Ya he estado ahí. A lo mejor es ahí donde me ha visto —sugerí. —Podría ser —dijo, llenándose la boca de comida. —Gracias otra vez por el desayuno, señora. —Por favor, llámeme Myrna —dijo ella. —Gracias, Myrna. —Debo decir que hacía un desayuno fabuloso. Pero no sabía de qué más hablar con ella—. ¿Tienen hijos? —no pude evitar preguntar. —No, no tenemos —contestó ella de inmediato. —Pero los queremos, ¿verdad, querida? —intervino mi padre. —No me parece que debamos hablar de eso ahora —dijo, con cierto tono de enfado en la voz. Creo que habíamos tocado un punto sensible. —Lo siento. No pretendía meterme en sus asuntos. Por favor, discúlpenme. —No se preocupe, Frankie —dijo mi madre, mientras miraba a mi padre—. Frankie, qué nombre tan raro para una chica. —Bueno, mi nombre de verdad es Frances. Mis amigos me llaman Frankie desde que me acuerdo —expliqué. —Ya —dijo ella, metiéndose el resto del desayuno en la boca. En ese momento no parecía muy contenta. Mi madre cogió su plato, entró en la cocina y puso el plato en el fregadero. Sin decirnos una palabra a ninguno de los dos, se puso a limpiar la cocina. —Lo siento, señor Camarelli, no he querido molestar a su mujer. —Dios, qué raro sonaba eso viniendo de mí.

Él puso su mano sobre la mía y me la frotó. —No se preocupe. Es que es un tema sobre el que no estamos de acuerdo. —Se acercó a mí con aire conspirador—. Algún día quiero tener una hija a la que pueda mimar, pero ella no quiere hijos en absoluto. Espero que algún día podamos ponernos de acuerdo para tener un bebé. No pude evitar la sonrisa que se formó en mis labios. —Creo que sería un gran padre. No renuncie a ello. —Noté que se me llenaban los ojos de lágrimas, lo cual quería decir que era hora de que me marchara. ¿Cómo iba a explicar eso?—. Debería dejar que siguieran ustedes con sus cosas. Una vez más, siento haberme quedado dormida en su escalera de incendios, la próxima vez que salga hasta tarde prestaré más atención. —No se preocupe por eso, Frankie. Me alegro de haberla conocido. La próxima vez que pase por la tienda, venga a saludarnos. —Gracias, lo haré. —Me volví hacia mi silenciosa madre—. Gracias otra vez por el desayuno, Myrna, estaba delicioso. Ella se apartó de lo que estaba haciendo y sonrió. —De nada. Cuídese, Frankie. —Usted también —dije y la miré por última vez. En realidad no conocía a esta mujer en absoluto. No sabía si eso era malo o no. —La acompaño a la puerta. Deje que le traiga la chaqueta. —Ah, no tengo —le corregí. Abrió el armario del recibidor y sacó una chaqueta. —Tome, puede ponérsela para ir a casa. Hoy hace un poco de frío. Hace sol, pero ya sabe cómo es la Ciudad del Viento. Parece que hace un día estupendo hasta que se sale por la puerta —dijo, al tiempo que me ponía la chaqueta por los hombros. Se me había olvidado lo amable que era realmente. Gracias, quienquiera que seas, por darme esta oportunidad de verlo otra vez. —Gracias, señor Camarelli. Se la devolveré —dije, metiendo los brazos por las mangas de la chaqueta. —No corre prisa. Tengo otras que ponerme. Tráigamela la próxima vez que venga por el barrio. Nos quedamos sonriéndonos el uno al otro. Era como si lo supiera.

—Bueno, gracias otra vez por el desayuno. Ha sido usted muy amable. —No me quería ir. —De nada. Dígale a su familia que también ellos son bien recibidos. —Se lo diré. —Antes de poder detenerme, me incliné y le di un abrazo y un beso en la mejilla. Él ni se encogió ante el contacto. Me miró con sus ojos cariñosos y me saludó agitando la mano cuando yo salía por la puerta. —Adiós, Frankie —dijo mientras cerraba la puerta. —Adiós, papá —dije en voz baja, sin dirigirme a nadie.

Capítulo 11

En cuanto supe que podía, me desmoroné por completo y me eché a llorar. No sabía si alguna vez tendría fuerzas suficientes para volver a verlo. Me costaba tanto no decirle quién era. Me senté en el banco de la parada del autobús y me tranquilicé. Tardé unos minutos en serenarme. Por mucho que me gustara verlo, aquello me hacía echarlo de menos otra vez. Pero ahora tenía una imagen mejor de mi madre. Era evidente que no quería tener hijos. Supongo que mi padre la convenció. No parecía una persona muy agradable. A lo mejor debía alegrarme de no haberla tenido en mi vida. Tuve a papá, que era la persona más cariñosa que podría haber pedido jamás como padre. Pasé ante Clásicos en Tecnicolor y miré el escaparate. Las luces estaban apagadas y en la puerta estaba el letrero de Cerrado. Supuse que era domingo, dado que la tienda no estaba abierta. Papá no abrió sus puertas en domingo hasta que yo empecé a darle la lata sobre el negocio. Bajé por Sheridan Road oliendo a mi padre en su chaqueta. Dios, cómo echaba de menos ese olor a Old Spice. Hiciera el tiempo que hiciese, él se ponía esa colonia. No recordaba que me hubiera gustado nunca más que en ese preciso momento. No sé qué había hecho para merecer la oportunidad de verlo de nuevo, pero me sentía profundamente agradecida. Me encaminé al restaurante donde trabajaba Annie con la esperanza de encontrarla allí. ¿Cómo le voy a explicar el haberla dejado la última vez y mi regreso de ahora? Tienen que haber pasado unas dos semanas desde que estuve aquí, según lo que dijo papá al hablar de la persona indeseable que se había metido en su casa. O sea, yo. Llegué al restaurante y miré dentro para ver si la veía. Observé la actividad del bar para ver si estaba trabajando, pero no había ni rastro de ella.

Entré en el restaurante para preguntar si iba a venir a trabajar hoy. Me acerqué a una camarera que llevaba una placa donde ponía Doris. —Disculpe, Doris, estoy buscando a Annie. Había quedado con ella aquí, pero no la veo. ¿Trabaja hoy? —pregunté, mintiendo un poco. —No, cielo, Annie lleva de baja estas dos últimas semanas. Ha estado enferma. A lo mejor la encuentras en el colegio mayor —sugirió Doris. —Gracias. ¿Está en Mertz? —Sí, eso creo. Creo que está en el piso dieciocho. —Mmm... Doris, esto le va a sonar raro, pero no me acuerdo de su apellido. Vamos juntas a una clase de redacción y teníamos que repasar unos apuntes, pero no lo recuerdo. ¿Me puede ayudar? —Claro, cielo, es Parker. No serás una psicópata, ¿verdad? Como que voy a responder que sí a esa pregunta. —Bueno, eso depende de a quién se lo pregunte. —Se le pusieron los ojos como platos y se puso pálida—. Lo digo en broma, Doris, como he dicho, vamos a la misma clase. No se preocupe, Annie no corre peligro, se lo prometo. —Le dediqué mi mejor sonrisa tranquilizadora y pareció más calmada. —Bueno, lo que sí está claro es que eres mucho más de fiar que ese novio que tiene. Estoy deseando retorcerle el pescuezo por lo que le ha hecho. Me sentí hervir de rabia. —¿Qué le ha hecho, Doris? —dije entre dientes. Como le haya hecho ALGO, lo mato yo misma. —Pues que no la recogió la otra noche y estaba diluviando y casi se pilla una pulmonía por la tormenta. Por eso se ha pasado unos días sin venir a trabajar. Me sentí más tranquila. —Nada que un poco de caldo de pollo y unos mimos no puedan arreglar. —Sonreí, sabiendo que podía ocuparme de ambas cosas. —Pues es bueno saber que tiene amigas como tú. —Sí, ya lo creo —asentí—. Bueno, me voy. Gracias por la ayuda, Doris.

—De nada, cielo. Dile a Annie que aquí la echamos de menos —sonrió. —Se lo diré. Hasta luego —dije y salí del restaurante. Me encaminé al campus y de ahí directamente a Mertz Hall. Subí las escaleras y me acerqué al pequeño mostrador de seguridad. Ahí estaba sentado un guardia comiendo su almuerzo con un montón de hojas de visita. —Me gustaría ver a Annie Parker, por favor —le dije. Él ni me miró. —Firme, por favor —dijo, pasándome la hoja. Rellené toda la información que pude menos el número de habitación de Annie, puesto que no tenía ni idea de cuál era. Esperaba poder meterme en el ascensor antes de que el tipo se diera cuenta e intentara detenerme. Entré en el ascensor y pulsé el botón del piso dieciocho. Las puertas se cerraron y el ascensor empezó a subir hacia el piso dieciocho. La puerta se iba abriendo y cerrando, dejando salir y entrar a numerosos estudiantes por el camino. Por fin llegué a mi piso y salí, con la esperanza de verla. Fui pasando despacio ante las habitaciones, escuchando por si oía esa voz dulce que conocía tan bien. Doblé una esquina y oí unas risas que salían de la habitación del fondo. Me acerqué un poco más y oí una voz conocida: era Betsy, la del partido de voleibol. Llegué a su puerta y llamé. Oí que colgaba el teléfono. Se abrió la puerta y allí apareció Betsy sin otra cosa más que una toalla y una sonrisa. —Vaya, mira lo que ha traído el gato. ¿Cómo estás, Frankie? Creíamos que te habías desvanecido en el aire —dijo en broma. Dios, qué razón tienes. Si supieras qué razón... —Hola, Betsy, ¿qué tal tú? Yo bien, supongo, no me puedo quejar. —Pasa, chica, siéntate. Estoy vistiéndome, espero que no te importe —dijo, al tiempo que dejaba caer la toalla y empezaba a vestirse. Aparté la mirada inmediatamente y noté que se me sonrojaban las mejillas con cierto corte. No todos los días me encuentro con una mujer a la que apenas conozco que me enseña su cuerpo desnudo. Eso no es malo, ojo, es sólo que no me ocurre mucho. —Oye, ¿has visto a Annie? No sé en qué habitación está y necesito hablar con ella de lo del otro día —dije, con la esperanza de no andar demasiado desencaminada. —Creo que se cabreó con tu desaparición. Han pasado dos semanas, Frankie. No sé qué tal te va a recibir. Pero puedes ir a verla, puede que sirva de algo. Está en la habitación de al lado, en

realidad. Pero hace un par de días que no la veo, he tenido mucho que hacer con las clases y todo eso. ¿Quieres que vaya contigo? —preguntó. —No, ya soy mayor, creo que puedo hacerlo sola. —Seguro que sí —replicó con aire muy flirteante. Tenía que salir de su habitación bien deprisa. Betsy me caía bien, pero me di cuenta de que estaba buscando el amor donde no debía. —Gracias por las indicaciones, Betsy, te lo agradezco. Deséame suerte —dije riendo. —Sólo tienes que disculparte, Frankie, estoy segura de que lo que sea que te ha obligado a estar fuera tanto tiempo ha sido un motivo de peso. Lo comprenderá, en serio. Pero no le mientas, es algo que odia. —Vale, gracias otra vez, Betsy. Hasta luego —dije y salí de su habitación y me acerqué a la puerta de Annie. Oí ruidos apagados que salían de su habitación. Me sentía como una niña a la espera de entrar en el despacho del director. ¿Qué demonios voy a decirle? "Hola, Annie, siento haber desaparecido hace dos semanas, pero tenía que regresar a mi propio tiempo..." O podría decir... "Oye, Annie, siento haberte dejado plantada, pero tengo un tiempo limitado porque, verás, soy del futuro..." O podría usar la vieja excusa... "Hola, cielo, siento lo del otro día, pero me surgió algo inesperado". ¡¡¡AAHHHH!!! Vale, Frankie, cálmate de una puta vez y respira. Tranquilicé mi mente y mi respiración. Me sequé las manos sudorosas en las perneras del pantalón y alcé la mano para llamar a su puerta. Llamé y oí unos pasos que se acercaban a la puerta. Éste no era el momento de vomitar. Mi estómago no estaba de acuerdo. Entonces se abrió la puerta y vi su cara por un instante. —Hola, Annie... —dije en el momento en que la puerta se me cerraba en la cara—. Mierda. Me volví y apoyé el cuerpo en su puerta y la cabeza en la madera. Joder. Esto va a ser mucho más difícil de lo que pensaba.

7

Capítulo 12

¿Me quedo aquí plantada todo el día esperando a que salga? ¿O derribo la puerta para convencerla de lo mucho que lo siento? Ah, sí, ésa es buena, Frankie, demuéstrale una falta de control físico a una mujer que tiene miedo de las palizas de su novio. Debería llamar de nuevo y ver qué pasa. Llamé otra vez, pero no pasó nada. Así que volví a llamar, esta vez más fuerte. —Annie, sé que estás ahí. Por favor, escúchame. Sí, ya, ¿y qué le vas a decir que pueda creerse? —Vete, Frankie. No quiero volver a verte —dijo Annie con severidad desde la puerta. Me di cuenta de que tenía la cara a pocos centímetros de ella. Apoyé la frente en la puerta y le volví a hablar. —Por favor, Annie, de verdad que necesito hablar contigo. Y necesito volver a ver tus preciosos ojos verdes. Vamos, cariño, ábreme la puerta, por favor. —¿Qué puedes decirme que me interese oír? —preguntó. Buena pregunta. —Necesito que sepas lo que ocurrió. Sé que tú y yo no nos conocemos muy bien y no hay nada que pueda decir sobre mi desaparición que pueda tener sentido alguno para ti. Pero tienes que saber que tuve que irme, Annie. No quise irme. No me quedó más remedio, Annie, por favor, créeme. —Respiré hondo esperando a ver si había algún cambio. Nada. —Annie, por favor, me conoces lo suficiente como para saber que si no significaras nada para mí, no estaría aquí ahora. Eso tienes que saberlo. Por favor, Annie. Por favor, abre la puerta. — Noté que se me apagaba la voz al pedirle por última vez que abriera la puerta. No sabía qué más podía decir. Si no quería verme, no abriría la puerta y cuando yo decidiera que era el momento de despertarme, regresaría de nuevo a mi vida futura. Dios, qué putada es todo esto. Oí unos ligeros suspiros al otro lado de la puerta. Tenía la esperanza de que tal vez hubiera cambiado de opinión y quisiera abrir. Noté un golpe en la cara cuando estampó algo contra el otro lado de la puerta, golpeándome de paso. Eso me enseñaría a apoyar la cara en una puerta. —¡Ay! ¡Maldita sea, mi nariz! —dije, sujetándome la nariz. Oí una exclamación desde su cuarto y abrió la puerta de golpe.

—¡Frankie! ¡Lo siento muchísimo! ¿Te he hecho daño? —dijo, tratando de verme mejor la cara. Al mirar a la mujer más baja que tenía delante, vi que tenía la cara magullada. Las lesiones estaban empezando a amarillear porque se estaban curando, pero se notaban. Le cogí la cara entre las manos con delicadeza y la miré a los ojos por primera vez. Ella supo inmediatamente lo que estaba haciendo y retrocedió al interior de su habitación. Esta vez dejó la puerta abierta. Me lo tomé como una invitación y entré y cerré la puerta detrás de mí. —Annie, ¿qué te ha pasado? ¿Estás bien? —le pregunté, hablando con su espalda. No oí ninguna respuesta, sólo unos leves sollozos que empezaron a salir de su cuerpo. Me puse detrás de ella y le coloqué ligeramente la mano en el hombro. Noté que su cuerpo se encogía ante el contacto, de modo que me aparté. —Por favor, dime qué ha pasado, Annie. —Estaba casi suplicando. Tenía que saber qué había ocurrido. Aunque para mí no era un misterio quién había hecho esto: ese cabrón iba a pagar por ello—. Te apoyaré, te lo prometo. Una Camarelli jamás rompe una promesa. —Oí mis palabras, que se volvían contra mí como puñales dispuestos a matar. Ella se dio la vuelta y me miró con su cara magullada y cubierta de lágrimas que le caían por las mejillas llenas de moratones—. Annie... yo... —Ni te molestes, Frankie. Me mentiste. Confié en ti y me mentiste —dijo, empezando a dar vueltas por la habitación. La miré como si estuviera observando a un tigre enjaulado en un circo. Necesitaba desahogarse y, maldita sea, era culpa mía. Esto era culpa mía. —Esto ha sido por mi culpa, Annie. Lo siento muchísimo. —¡NO! Entras en mi vida haciendo como que puedes ayudarme, cambiar mi vida, ser mi mejor amiga y sobre todo darme la fuerza necesaria para dejar a ese pedazo de mierda que abusa de mí y al que llamo mi novio. Luego desapareces como el Espíritu Santo —dijo sarcásticamente, con una mueca de burla. —Annie, me vi obligada a marcharme. —Aún no he terminado. —Se acercó a mí, tanto que olí la pasta de dientes que utilizaba—. Te quedaste dormida en la camioneta de camino a la licorería. Te dejé allí porque pensé que necesitabas descansar. Volví con un puto barril de cerveza para que el borracho de mi novio pudiera divertirse con los borrachos de sus amigos y tú habías desaparecido... —Hizo una pausa para intentar calmarse. Me di cuenta de que no había terminado en absoluto. ¡Dios, cómo odio esto! Ojala pudiera decirte la verdad sin más. —Pensé que a lo mejor habías ido al baño o algo así y que no me habías visto o no sabías dónde estaba dentro de la tienda. Te estuve esperando una hora, Frankie. ¡Una puta hora! Volví a la playa con la maldita cerveza ¡y Billy estaba hecho una puta furia porque había tardado un montón en volver! —Siguió llorando mientras me contaba su tormento. Sentí que se me rompía

el corazón por su dolor y su pena—. Intenté hablar con él, pero estaba furioso, Frankie. Dios, qué furioso estaba. Me dio un tortazo en la cabeza delante de todo el mundo en la playa. No me lo podía creer. Nunca pensé que fuera a dejar que alguien lo viera haciéndome eso. Supongo que una vez más estaba equivocada. —Se detuvo y dejó que las lágrimas le resbalaran por la cara. Tomó aliento con fuerza para calmarse y me miró a los ojos con los suyos llenos de lágrimas—. Así que... ¿Frankie? Dime qué te pasó. Espero que mereciera la pena. Creía que eras distinta, ¿sabes? Parecías tan distinta de toda esa gente que me considera su amiga. Estaba convencida de que por fin podía cobrar la fuerza necesaria para dejar a Billy, si tú estabas a mi lado. Lo único que he conseguido es esta cara. —Se señaló los moratones para demostrar claramente su fracaso. —Annie, por favor, para. Lo siento muchísimo. Tienes que creerme. —¿Por qué, por lo sincera que has sido conmigo desde que nos conocemos? Venga ya, bonita — dijo con amargura. Puuf, eso ha dolido. —Annie, no me es posible decirte la verdad sobre lo que me ocurrió. Jamás en la vida te creerías lo que tuve que hacer. Lo único que puedo decirte es lo siguiente. Lo que me apartó de ti es algo que tiene una fuerza sobre mí mucho mayor de lo que puedas imaginarte. No me quedó más remedio que irme. Te juro por el alma de mi padre que si pudiera haberme quedado contigo, lo habría hecho. Por favor, créeme, Annie. De verdad que siento muchísimo que te volviera a pegar —dije, notando que se me encogía la garganta por la emoción que sentía. Ella se sentó, me escuchó y se me quedó mirando. Al principio me sentí un poco incómoda, pero sabía que me estaba mirando para ver si le estaba diciendo la verdad. Me di cuenta de que parte de ella quería creerme y toda yo quería que esa parte ganara. —¿Entonces no me puedes decir por qué te marchaste? —Advertí que estaba intentando comprenderlo. —No, no puedo. Por favor, debes saber que si fuera algo que yo hubiera podido controlar, lo habría hecho. Conozco tu situación. Jamás te habría hecho una promesa para luego dejarte plantada. —La miré a los ojos con la esperanza de que me creyera—. Yo no soy así. —Bueno, en estos momentos no tengo nada válido con que comparar lo que dices, siento decepcionarte. No te conozco muy bien, Frankie. —Ya lo sé, Annie, pero quiero que eso cambie. Si me das una oportunidad para compensarte por esto, te juro por lo más sagrado que lo haré. Te lo prometo, Annie. —Le cogí la mano y la miré a los ojos húmedos y enrojecidos mientras hacía este último ruego. —Frankie, te lo juro, si me mientes, no vuelvas a mirarme siquiera. Detesto que me mientan. No estoy dispuesta a permitirlo ni tolerarlo en mi vida. Ya tengo suficiente mierda con lo que tengo. —Me apretó la mano y la soltó, acercándose a la ventana de su habitación.

Apoyó las manos en el cristal y miró hacia abajo. Me coloqué a su lado y contemplé lo mismo que ella. Desde ahí arriba tenía una vista increíble de Sheridan Road. Una altura de dieciocho pisos hace maravillas por una ciudad normalmente gris. Se veía una hilera de luces de las farolas que subían por toda la calle. —Seguro que esto es increíble de noche —dije con tono despreocupado. —Es una buena vista. Las luces van subiendo hacia el norte hasta que ya no se ve la calle. En un día despejado es como si pudieras abarcar kilómetros con la vista. Es muy bonito —dijo en voz baja, casi de niña. Nos quedamos así un rato hasta que se volvió para mirarme. —Espero de verdad que seas el tipo de persona que creo que eres. Siempre he sabido que mi vida podría cambiar con el apoyo de la persona adecuada. Espero que tú seas esa persona, Frankie. —Puedo ser lo que necesites, Annie. Haré todo lo que me sea posible por ayudarte con Billy. Te ayudaré, te lo prometo —susurré, abrazándola con inseguridad. Ella se soltó y se apartó de mi mirada interrogante. —Lo siento, Frankie. No me siento cómoda cuando me abrazan. Perdona. Es algo que tengo que superar. Por favor, no te ofendas. —Se volvió para mirarme al terminar de disculparse. —En primer lugar, Annie, no tienes que disculparte. Soy una italiana tocona, no puedo evitarlo. La que debería pedirte disculpas soy yo. A partir de ahora, no te tocaré para nada sin tu permiso. Pero... mm... si alguna vez necesitas un abrazo, sólo tienes que pedirlo y te lo daré sin dudar. ¿Vale? —le pregunté con una mirada cargada de esperanza. —Vale. Gracias, Frankie. —Me sonrió con esa sonrisa tan bonita y sentí que se me volvía a derretir el corazón. Espero que el día siga avanzando en esta dirección. Me encantaría poder seguir viendo esa sonrisa.

Capítulo 13 —Bueno, ¿quieres salir a dar un paseo? —le pregunté. —No. No quiero que me vea nadie así —explicó con tristeza. —¿Annie? ¿Qué te ha pasado en la cara? —pregunté vacilante.

Se quedó callada y se apartó de la ventana para sentarse en el borde de la cama. Se quedó allí sentada con las manos recogidas en el regazo, intentando calmar sus emociones. Me di cuenta de que quería contárselo a alguien y tenía la esperanza de que se sintiera mejor cuando se hubiera desahogado. Le voy a partir el culo a Billy por esto. —Después de lo del tortazo, le dije a Billy que no quería verlo más —dijo con tono apagado. Me acerqué a ella y me senté a su lado en la cama—. Se cabreó un montón. Me llamó tantas cosas desagradables que dejé de contar al cabo de un rato. Me fui de la fiesta en la playa y le dije a Betsy que me volvía a mi habitación porque no me encontraba bien. Estaba muy confusa emocionalmente con respecto a Billy y estaba muerta de preocupación por ti —dijo, mirándome a los ojos con tristeza. Si una mirada puede hacer que se te rompa el corazón, el mío en ese momento necesitaba una reparación—. Subí y le oí que venía detrás de mí llamándome. Por suerte, le llevaba bastante ventaja y le dije al guardia de seguridad que no lo dejara pasar. Cuando se cerraba la puerta del ascensor, le oí gritándole obscenidades al guardia. Lo último que oí antes de que se apagara su voz fue cómo me advertía de que me las iba a hacer pagar. Más tarde me enteré de que los de seguridad del campus lo tuvieron que sacar del edificio. —Se detuvo cuando le empezó a temblar un poco la voz. Respiró hondo y continuó—. Entré en mi cuarto y durante unos días tuve miedo de salir. Al cabo de varios días, empecé a ir a clase y Billy no estaba por ninguna parte. Tenía la esperanza de que ya lo hubiera superado, pero por desgracia no fue así. Me acerqué más a ella y le empecé a frotar la espalda. No me pidió que lo dejara, así que no lo hice. No sabía si debía decir algo en este momento, de modo que dejé que terminara. —Hace unos días, estaba volviendo de mi clase de redacción. No iba prestando la menor atención a lo que me rodeaba porque hacía un día precioso. Antes de que me diera cuenta, ya estaba en el ascensor subiendo a mi cuarto. Salí del ascensor y alguien me agarró bruscamente del brazo. No necesitaba presentaciones, sabía quién era. El aliento a alcohol de Billy era lo único que me hizo falta para saber quién era. Noté que mi cuerpo se empezaba a desconectar como cuando me pegaba mi padre. —Se levantó, fue a la pequeña nevera, sacó una botella de zumo y se puso a beber. Vació la botella y volvió a sentarse en la cama—. Noté que Billy me arrastraba a mi cuarto por el pelo. La verdad es que no recuerdo gran cosa. Era casi como si lo estuviera viendo a través de los ojos de otra persona. Me agarró la mano en la que tenía las llaves y me la estrujó, desgarrándome la piel de la palma. Recuerdo que grité del dolor y solté las llaves. Él las cogió y abrió rápidamente la puerta de mi cuarto. Me tiró dentro y caí sobre la cama. Cerró la puerta de un portazo y se acercó a mí despacio como si yo fuera una especie de presa que fuera a cazar. Tenía los ojos muy vidriosos, era evidente que estaba colocado. Seguramente con maría, le gustaba aspirar eso más que si fuera aire puro. Dijo que me iba a hacer ver que ningún otro hombre podría ser suficientemente bueno para mí. Si no me avenía a razones, se aseguraría de que nadie volviera a desearme nunca más. Me entró miedo, miedo de verdad. Ya había visto a Billy furioso, pero esta vez estaba descontrolado. Supongo que cuando le dije que ya no quería verlo más, se cabreó un poco.

Me quedé ahí sentada con los ojos clavados en ella mientras revivía su historia. Mientras la contaba, parecía como si no le quedaran fuerzas para nada. El tormento que había sufrido le había robado toda la energía. Estaba ahí sentada contándome la historia sin la menor emoción, sin sentimiento, sin... vida. —Me levantó agarrándome de la camisa y me pegó un puñetazo en la cara. Sólo recuerdo que vi las estrellas y aterricé de nuevo en la cama. La sangre que me llenaba la boca empezó a resbalarme por la garganta y me atraganté. Escupí un montón de sangre que cayó encima de las sábanas, de Billy y de mí. Me eché a llorar y le rogué que se olvidara de todo y siguiera adelante con su vida. No quiso ni oír hablar de ello. Me dio otro bofetón en la cara y se puso encima de mí. No me cupo la menor duda de lo que quería hacer con esta visita. Se me revolvió el estómago y le vomité encima. Así sólo conseguí ponerlo aún más furioso y me pegó otro puñetazo en la cara. Después de eso me desmayé y cuando volví en mí se había ido. Seguía con la ropa puesta, así que supongo que no tuvo sexo conmigo, gracias a Dios. Por malas que fueran las palizas, nunca me violó y eso es algo que agradezco profundamente. Es decir, me había acostado con él, pero no quería que ni él ni nadie me tomara nunca así. Eso es algo que mi padre tampoco hizo jamás. No creo que hubiera podido tener una vida normal si lo hubiera hecho. No sé cómo puede sobrevivir la gente cuando ocurre algo así. Eso hace que me sienta mejor con mi propia situación. Mi vida nunca ha sido un lecho de rosas, pero no ha sido tan mala como la de otras personas, ¿sabes? Supongo que cuando necesitaba hablar de algo, lo necesitaba de verdad. A mí no me importaba, mientras quisiera compartir algo de su vida conmigo, yo estaría ahí para escuchar. Noté que mi propio cuerpo empezaba a temblar ante el cuadro que estaba pintando de su infancia. Me empezó a hablar de los malos tratos de su padre. Se me pusieron los ojos como platos al enterarme de los malos tratos que había sufrido durante la mayor parte de su vida. Me di cuenta de que quería que yo conociera toda la historia e intenté mostrarle todo el apoyo posible. Me puse furiosa al pensar que le habían hecho daño de forma continua. Seguro que jamás supo cómo debía ser una infancia de verdad: padres cariñosos, amigos con los que jugar a la pelota, un hogar al que no tener miedo. Desde luego, ésa no era la vida que había tenido. Yo no sé cuánto tiempo habría podido soportar vivir así sin marcharme o por lo menos matar a mi padre. Pero sí que sabía una cosa a ciencia cierta: iba a hacer todo lo posible para asegurarme de que nadie volviera a hacerle daño nunca más. Si eso suponía convertirme en guardaespaldas de esta hermosa mujer, pues no podría haber pedido mejor trabajo. —Bueno, ahora que conoces la sórdida historia, ¿todavía quieres ser amiga mía? —preguntó con amargura. —Oh, Annie, no hay nada que desee más en este mundo, salvo tu felicidad y seguridad — contesté—. Por favor, deja que te ayude a encontrarlas. Se volvió para mirarme y ya no tuve forma de contener las lágrimas que me había esforzado por ocultar. Con sólo mirar su cara confiada, supe que ésta era una persona que compartía una parte muy profunda de mi alma. Dejé que se me escaparan las lágrimas. Levantó la mano y me las secó con los dedos.

—Te dejaré. Pero prométeme una cosa —sonrió. —Lo que sea, cualquier cosa —me apresuré a responder. —No rompas tus promesas, me moriría. Me daba miedo pensar lo ciertas que podían ser esas palabras. Sobre todo con un psicópata como Billy en su vida. —Te doy mi palabra como amiga y protectora: nunca incumpliré estas promesas que te hago. Pensaré en un modo de impedir que Billy vuelva a tocarte. —Gracias, Frankie. —Sonrió y apoyó la cabeza en mi hombro. —De nada en absoluto, Annie. —Seguí acariciándole la espalda con los dedos y me incliné para besarle la cabeza. Nos quedamos así sentadas largo rato. Me resultaba tan natural tocarla, reconfortarla. No había nada en el mundo que pudiera impedirme amarla también. Salvo, por supuesto, si ella no lo quería, pero de eso hablaríamos en otro momento.

Capítulo 14

Se hizo de noche y me temí que el tiempo que tenía para estar con Annie se fuera a agotar pronto. No sabía cuándo iba a verme arrastrada de nuevo a mi propio tiempo. No me apetecía nada volver a dejar a Annie. Tenía que hacerle saber lo que estaba pasando. Tenía que intentar al menos explicarle lo que ocurría. Me acerqué a ella cuando estaba escribiendo en su diario. Levantó la mirada hacia mí con esos grandes ojos verdes y en ellos no vi más que esperanza. Dios, me sentía como la cabrona más grande del mundo. Ahí estaba yo, prometiéndole que no la iba a dejar ¡y ni siquiera pertenecía a este tiempo! Era muy confiada y yo quería estar aquí para ella. Pero no sabía si iba a poder ser. Necesitaba fuerzas para valerse por sí misma. Espero poder darle esa fuerza. ¿Me creería si le dijera la verdad? No quiero dejarla de nuevo sin que sepa por qué me he tenido que ir. ¿Y podré regresar? Vamos allá. —Annie, tengo que decirte una cosa. Te va a parecer una locura total y probablemente acabes echándome a patadas de tu habitación. Pero realmente creo que tienes que oírlo. Cerró el diario dejando dentro el bolígrafo para marcar la página. Arqueó la espalda e hizo crujir las vértebras una tras otra. Me quedé totalmente traspuesta observando este movimiento tan

sensual. Sé que no tenía ni idea de lo que me estaba haciendo. Casi perdí el habla cuando me contestó. —¿De qué se trata, Frankie? No te voy a echar a patadas. Sólo te pediré que te marches cortésmente —dijo sonriendo. —Tengo que hablarte de dónde fui cuando me marché la otra vez. —Frankie, si no me lo puedes decir, no quiero meterte en problemas. —Oh, Annie, no me vas a meter en problemas. Es que tengo miedo de que no me creas y de que pienses que estoy totalmente loca —le dije con sinceridad. —¿Qué es, Frankie? Dímelo sin más. —Dios, ojalá fuera tan fácil. —Me puse a dar vueltas de un lado a otro. Annie se levantó de la cama, me agarró por los brazos y me miró directamente a los ojos. —Dímelo, Frankie. Tragué con fuerza. —Vale, tal vez sería mejor esperar. Gallina de mierda. —Lo que te resulte más fácil, Frankie. Aquí estaré cuando quieras hablar de ello. —Sólo quiero que sepas esto, Annie. Si me vuelvo a marchar, tienes que saber que volveré. —¿Qué quieres decir con que si te vuelves a marchar? Frankie, me has prometido que no lo harías. —Annie, tengo un hogar al que volver. No me queda más remedio que ir cuando me lo ordenan. No tengo la menor elección. Si tengo que volver a casa, tengo que hacerlo. Pero debes saber que volveré contigo. Nada podría mantenerme lejos durante mucho tiempo —dije, acariciándole la mejilla con los nudillos. Percibí la guerra que se libraba en su interior. Parte de ella quería apartarse de mi caricia, mientras que la otra parte la anhelaba. Por supuesto, yo animaba a este último equipo. —¿Todavía te duele? —pregunté, refiriéndome a su cara magullada. —No, sólo tiene un aspecto horrible. La verdad es que no me duele mucho. Es sólo que no me puedo creer que haya hecho esto.

—Billy va a pagar por lo que te ha hecho, Annie. —No, Frankie. Así sólo volverá ponerse furioso. Sólo quiero olvidar todo esto. —Annie, si no haces algo al respecto, va a seguir haciéndolo o se lo hará a otra persona. Qué diablos, puede que incluso mate a la persona a la que le dé la próxima paliza. Billy no se da cuenta de que lo que hace está mal. Necesita ayuda. Si nadie le planta cara, nunca va a cambiar. Noté cómo le funcionaban los engranajes mentales. Estaba librando otra batalla interna. Ésta podía ser la decisión más pavorosa que tendría que tomar. Supondría contarle a la policía lo que le había hecho Billy. Supondría tener que contarle a alguien lo que le había pasado. Supondría hacer pública su humillación en todo el campus. —Está bien, Frankie. Sé que tengo que contarle esto a alguien. Pero nadie lo vio. ¿No será mi palabra contra la suya? —Bueno, ¿hay algo que puedas entregar a la policía que pudiera considerarse como una prueba? —No se me ocurre nada. Aunque seguro que Billy tiene la camisa manchada de vómito o sangre. Nada agradable de ver. No creo que haya tenido la inteligencia de lavarse la ropa, no es una persona muy limpia. —Mi Romeo —mascullé por lo bajo—. ¿Puedo hacerte una pregunta, Annie? —Si la pregunta es "Annie, ¿qué demonios has podido ver en él?", no te puedo responder. Siempre fue agradable conmigo. Nos veíamos en las fiestas y estaba en una de mis clases. Pero lo dejó. Se mueve por el campus porque aquí tiene muchos amigos —explicó—. Si hubiera sabido que me iba a pegar, créeme, nunca habría empezado una relación con él. No es algo que la gente vaya anunciando por ahí —dijo con cierta aspereza. La había tocado en un punto sensible. —Annie, perdona. Sé que no sabías que era así. ¿Cómo podías saber que se iba a portar de esa manera? Lo siento. No pretendía hacer un chiste. —No pasa nada. Supongo que estaba destinada a llevar este tipo de vida. —¡No! Nadie tendría que vivir así. Sólo necesitas ayuda para librarte de él. Ahí es donde entro yo. —Mi heroína. —Si quieres que sea tu heroína, lo seré —le dije con mi mejor sonrisa descarada. Ella sonrió a su vez. Dios, es preciosa.

—Ya está oscuro, Annie. ¿Te apetece dar un paseo ahora? Si te ve alguien, no creo que puedan verte los moratones. —Muy bien. Además quiero comer algo. Tengo mucha hambre. Oye, yo también quería preguntarte una cosa, Frankie. —¿El qué? —¿Cómo has sabido dónde encontrarme? No recuerdo haberte dicho dónde vivía. —Pregunté al volver a la ciudad. Fui al restaurante y tu amiga Doris me dijo dónde estabas. No te enfades, puedo ser muy persuasiva cuando quiero. —No estoy enfadada. Debería darle las gracias. Me siento mejor al saber que estás bien. —¿Yo? Tú eres la que tiene la cara llena de golpes, ¿y estabas preocupada por mí? —No me podía creer lo que estaba diciendo. —Sí, bueno, ¿qué puedo decir? Tiendo a preocuparme más por los demás que por mí misma. —Eso, querida mía, es el eufemismo del año. —Venga, Frankie, salgamos de aquí. —Sonrió, me cogió del brazo y me sacó de su habitación del colegio mayor. Al cerrarse la puerta detrás de nosotras, la observé mientras se dirigía hacia el ascensor. Caminaba con evidente animación. Me gustaría creer que tengo que ver algo con eso. Espero que no nos encontremos con Billy rondando por ahí. Puede que tenga que matarlo con mis propias manos.

8

Capítulo 15

Bajamos en el ascensor y Annie se mantuvo muy callada durante el trayecto. Creo que se sentía un poco expuesta y vulnerable con la cara toda amoratada. La miré y me encontré con sus ojos. —¿Estás bien, Annie? —pregunté. —Sí, supongo que estoy un poco incómoda. Parece que me he estrellado con un camión.

—Qué va, una bici, como mucho —dije en broma, con la esperanza de hacerla sonreír. Por suerte para mí, funcionó. —Muy graciosa, Frankie. Pero qué risa —dijo sarcásticamente. —Perdona, es que quería hacerte sonreír —dije y fingí un puchero. —No pongas esa cara. No te va a funcionar. Sé muy bien que eres una chorras. —Genial, qué forma de descubrirme —dije, siguiéndole la corriente. —Sin problemas. —Me sonrió sinceramente y le devolví la sonrisa al instante. ¿Cómo podía no hacerlo? Se abrieron las puertas y salimos al pasillo que llevaba al vestíbulo. En cuanto aparecimos, Betsy vino corriendo hacia nosotras. —¡Annie! Cielo, ¿dónde te has metido? —dijo, acercándose a toda prisa. —Hola, Bets. ¿Cómo estás? —dijo Annie, intentando taparse la cara. Le puse la mano en los riñones para tratar de aliviarle la tensión. Sabía que no quería ver a nadie todavía. —¿Annie? ¡Jesús! ¿Qué te ha pasado? ¿O es que necesito preguntarlo? —dijo, cogiéndole una mano a Annie—. Vamos, Annie, no es ningún secreto —susurró Betsy. Vi que a Annie se le empezaban a llenar los ojos de lágrimas. Se volvió hacia mí y se tiró a mis brazos. Supongo que era su forma de decirme que necesitaba un abrazo. Se agarró a mí como si la fuera a soltar. Esta vez no. Me quedo aquí mismo, donde me necesitas. —Shhh... está bien, Annie. Estás con amigas —dijo Betsy suavemente, al oído de Annie—. Estás con amigas —le aseguró. Noté que el cuerpo de Annie se estremecía con cada bocanada de aire que tomaba para intentar calmar sus sollozos. Seguí frotándole la espalda y abrazándola con fuerza. Apoyé la mejilla en su cabeza y le di un suave beso. Annie se pegó más a mí y Betsy observó con interés. La cabeza de Annie estaba colocada bajo mi mejilla y tenía la cara hundida en mi pecho. Oí que sus sollozos se iban calmando y que su respiración se hacía más profunda al intentar serenarse. Noté que tomaba aliento, me soltó y recuperó el equilibrio sobre sus dos piernas. —Lo siento. Creo que hacía mucho tiempo que no me permitía sentirme así. No me lo esperaba. Perdona, Frankie —se disculpó.

—Oye, siempre que necesites un abrazo, dímelo. Jamás te negaré un abrazo. Annie, lo has pasado muy mal. Me sorprende que ahora estés así de bien —afirmé tajantamente. —Tiene razón, Annie. Yo también me siento como la mierda. Sospechaba lo que estaba ocurriendo con Billy. Siento muchísimo no haber hecho nada para ayudarte —confesó Betsy. —Betsy, ¿qué ibas a hacer? No podías hacer nada hasta que yo estuviera dispuesta a hacer algo. Esta italiana alta de aquí me ha convencido para que por fin se lo cuente a alguien. Billy no va a volver a hacerme esto, ni a mí ni a nadie. —Bien por ti, Annie. Sé que no debe de haber sido una decisión fácil de tomar —dijo Betsy, cogiéndole la mano a Annie. —No, pero es la adecuada —dijo Annie. Se secó los ojos hinchados con el dorso de la manga—. Bueno, Bets, ¿qué haces aquí abajo? —Unas cuantas vamos a bajar a la playa a hacer una hoguera. Lacey se va a traer la guitarra y vamos a tomar cerveza y esas cosas. A pasar un buen rato juntas. ¿Queréis venir? Bajé la vista y me encontré unos ojos verdes que me miraban a su vez buscando una respuesta. Le sonreí para que supiera que si quería ir, eso era lo que íbamos a hacer. —Claro, Bets. ¿Vais a llevar comida? —preguntó, esperanzada. —Tenemos salchichas y hamburguesas, nada de especial, pero os podéis servir todo lo que queráis. —Gracias, Betsy. Será agradable salir y volver a ver gente. Es que no quería que me viera nadie así. —La verdad, Annie, es que no está tan mal. Cuando lleguemos allí abajo, no se te verá mucho la cara. No te preocupes, ¿vale? Diviértete un poco esta noche. —Me parece buena idea —asentí. —¡Pues vamos allá! —dijo Betsy muy animada. —Dirige el camino, cielo —dijo Annie, cogiéndonos a Betsy y a mí del brazo. Salimos de Mertz Hall dispuestas a pasar un buen rato. Bien sabía Dios que necesitaba algo de diversión en su vida. Espero que estén listas esas hamburguesas. Dios, qué hambre tengo. Bajamos a la misma playa donde habíamos jugado al voleibol. Lo único que faltaba era el bocazas de Billy. No era algo que echara de menos en absoluto.

Cuando nos acercábamos al círculo, ya había un grupo de chicas sentadas alrededor de la hoguera que ardía alegremente. Deduje que Lacey era la que estaba cantando y tocando la guitarra. Parecía estar intentando Suite: Judy Blue Eyes, de Crosby, Stills, Nash and Young. No está nada mal. Hasta sabe cantar. Me acerqué a la parrilla con Betsy y Annie y me serví una hamburguesa con pan. Di un bocado y sentí el éxtasis que sólo te puede proporcionar la comida cuando tienes muchísima hambre. ¿Sabéis esa ansia que te entra cuando el primer bocado de lo que sea que estás comiendo es lo mejor que has probado nunca? Seguramente sabía de lo más normal, pero como me estaba muriendo de hambre, todo me sabía mejor que nunca. Me daba la impresión de haber aspirado la hamburguesa, pero me sentía mucho mejor. Sólo tenía una sensación incómoda por dentro porque no sabía cuándo iba a tener que volver a casa. Dios, espero poder pasar más tiempo con ella que la última vez. Hasta ahora, vamos bien. Estoy disfrutando muchísimo de su compañía. Es una persona increíble. Tiene un espíritu increíble, por no hablar de un cuerpo estupendo debajo de esa cabeza preciosa. Ay, Dios, qué fuerte me ha dado. Seguí observando cómo se relacionaba con Betsy y las demás mujeres que había alrededor del fuego. Es curioso, no hay ni un solo hombre. Me pregunto... —Oye, Annie. ¿Va a venir tu novio esta noche? —gritó una de las chicas desde la fogata. Vi que la expresión de Annie cambiaba radicalmente al oír la pregunta. —Espero, por su bien, que no asome la cara cerca de mí ni de ésta —dijo, señalándome con un gesto—. Puto cabrón. Ojalá lo atropelle un autobús —murmuró con el volumen suficiente para que yo la oyera. Ah, ojalá yo fuera un autobús en estos momentos. Nada me gustaría más que atropellar a ese pedazo de mierda. —Amén, chica. Además, ésta me gusta mucho más —dijo la misma chica, sonriendo a Annie y recorriéndonos con la mirada, luego le guiñó un ojo a Annie. Ahh, ya me parecía a mí. Bueno, señorita Annie... ¿juegas en mi equipo? ¿Estarías dispuesta a jugar conmigo? A mí me encantaría jugar contigo. Dios, incluso te lanzaré la pelota despacio para que puedas darle con toda seguridad. Apenas fui capaz de contener mi felicidad al saber que existía la posibilidad de que quisiera algo más de mí que una simple amistad.

—Calma, Mary, me hace falta otra relación como un tiro en la cabeza —le dijo a la mujer de la hoguera—. Sin ánimo de hacer un chiste —sonrió. Vaya, ya me está haciendo aguas el barco. Maldita sea. Hora de sacar los remos. —No sé yo, Annie, puede que ésa merezca la pena. —Se echó a reír y siguió sonriéndole a Annie—. Si tú no la quieres, Dios sabe que a mí no me asusta un poquito de angustia. Hazme daño, nena. Hazme daño. —¡Mary! Compórtate —la reprendió Annie. Oh, vaya, me he metido en una cueva de mujeres ansiosas de sexo. Que Dios me ayude. De repente me sentí muy expuesta ante todas estas mujeres que no conocía. Annie se acercó a mí y me cogió del brazo. —Venga, Frankie, son inofensivas. No te molestan las lesbianas, ¿verdad? —Ahh... pues... la verdad... —farfullé penosamente. —No me digas que eres una de esas personas cerradas de mente, Frankie. No podré perdonártelo. Con la de problemas que tenemos ya en el mundo con lo de los negros y los blancos y ahora encima tenemos problemas con el amor entre las personas. —Annie... yo... —No, Frankie, no me puedo creer que pienses eso. Me parecías mucho más abierta. Me ha costado muchísimo aceptar el hecho de que soy bisexual por culpa de la gente que no es capaz de aceptar a nadie que sea algo distinto de los demás. —Annie, yo nunca... —intenté interrumpir su diatriba. —No, Frankie, en esto no voy a aceptar ningún tipo de razonamiento. Somos personas normales y corrientes. Yo no soy distinta de ti. Me pongo los pantalones igual que todo el mundo todas las mañanas... —continuó, clavándome un dedo en el pecho con cada punto de su discurso. ¿Por qué me estoy llevando una bronca? Tengo que detenerla antes de que le salga una hernia. —¡Nadie me va a volver a decir cómo debo vivir! No puedo creer que me haya preocupado por ti cuando eres el tipo de persona que no es capaz de... Cogí la cara de Annie entre mis manos y apreté mis labios con firmeza contra los suyos. Nunca hasta entonces había sentido una suavidad tal. Su cuerpo dejó de agitarse y se apoyó más en el beso. Noté sus manos en mi pecho y me aparté. La miré profundamente a los ojos y vi incredulidad y alivio en una sola mirada. Los silbidos y aullidos procedentes de la hoguera eran

ensordecedores. No sé si alguna de las dos los oía realmente. Sólo estábamos nosotras, nada más importaba. —¿Contesta eso a tu pregunta? —dije con una sonrisa burlona. —Tú... mm... guau... ¿así que eres gay? —No parecía capaz de formar una frase entera. Me alegré de que ella también lo sintiera. —Lo has adivinado. Era la única forma que tenía de hacer que te callaras. No quería invadir tu espacio personal, pero no me ha quedado más remedio. No estaba dispuesta a que me echaran la bronca sin motivo —dije riendo. —Ahh... Dios, lo siento. Es que odio todo tipo de prejuicio y me he puesto a despotricar. A veces lo hago. —¿No me digas? —dije sarcásticamente, lo cual me valió un codazo en la tripa. Annie me miraba como si me viera por primera vez. Supongo que el beso que acabábamos de darnos le confundía las ideas. Dios sabe que confundía las mías. Nunca había tenido tantas ganas de hacer algo como de volver a besarla. —¿Has... mm... comido suficiente? —preguntó suavemente. —Sí, aunque no me acuerdo de haber saboreado la hamburguesa. Me la he comido demasiado deprisa —contesté. —Pues hay mucho, come más si quieres —intervino Betsy y luego fue hacia la hoguera. —Gracias, Betsy —dije. Me sentía muy aturdida, más aún que la primera vez que besé a una mujer. Cogí una cerveza para Annie y para mí y nos acercamos al fuego. La noche era absolutamente perfecta. Sólo había unos quince grados, pero apenas había viento y el cielo estaba límpido como un cristal. Dios, Crystal, ojalá pudieras verme ahora. Me siento tan completa con Annie a mi lado. Nos acomodamos en el extremo de un tronco partido y nos relajamos con las demás chicas. Bebí un largo trago de cerveza y Lacey me miró con ojos interrogantes. —¿Tocas? —preguntó. —Ah... pues... toco un poco. Pero nada que conozcáis. Dios, qué cierto es eso.

—Oh, Frankie, ¿sabes tocar? Puedes tocar lo que quieras —dijo Annie, emocionada—. Seremos un público agradecido, te lo prometo. —Oh, no sé. Hace tiempo que no toco nada. —Lo cierto era que odiaba tocar en público. Siempre había sido algo muy personal para mí. La única persona para la que había tocado en mi vida era Crystal. Y eso sólo porque era demasiado buena para decirme que era un asco. Era la fan perfecta. Pero yo era mi peor crítica. —¿Por favor, Frankie? ¿Por mí? —Me miró con esos grandes ojos verdes y me rendí. —Oh, está bien —acepté. Las mujeres volvieron a aplaudir. Cogí el instrumento que me ofrecían y me puse a afinarlo para mi tono. Hice unos ejercicios de calentamiento y decidí que estaba lista. —Esta canción... bueno, digamos que es original. No original mía, pero seguro que ni siquiera saben quién es Patty Griffin. Qué diablos, ni siquiera sé si ha nacido aún. Toca, Frankie, tienes un público esperando. Vacíe el resto de la cerveza para cobrar confianza y me puse a tocar. —Esta canción me recuerda a mi padre. La persona más cariñosa que he tenido en mi vida. Va por ti, papá. A medida que los rasgueos de guitarra aumentaban de volumen, todo el mundo volcó su atención en mí y la guitarra de Lacey. El otro día caí en la cuenta De que hace un par de años que no estás. Supongo que hace falta un poco de tiempo Para que alguien desaparezca de verdad. Recuerdo dónde estaba Cuando me dijeron lo tuyo. Era un día muy parecido al de hoy El cielo estaba brillante, limpio y azul. Y me pregunto dónde estás Y si el dolor acaba cuando mueres. Y me pregunto si habría Una forma mejor de decir adiós. Hoy mi corazón está hinchado y dolorido Intenta salírseme por la piel. Ya no te volveré a ver. Creo que por fin me estoy dando cuenta. Porque no puedes obligar a nadie a ver Con las sencillas palabras que dices.

A pesar de toda su belleza interna A veces miran a otro lado. Y me pregunto dónde estás Y si el dolor acaba cuando mueres. Y me pregunto si habría Una forma mejor de decir adiós. Una forma mejor de decir adiós Adiós Adiós Uou... Uou... Uou... Terminé los acordes de la canción y la acabé con un rasgueo final. La hoguera estaba en silencio y oí algún que otro sorbetón. Me sentía un poco cortada porque sabía que había cantado con mucho sentimiento la letra que significaba tanto para mí. —Oh, Frankie, qué precioso —dijo Annie con los ojos humedecidos—. He sentido cada palabra que le has cantado a tu padre. Lo siento muchísimo, pero Frankie, ¿no dijiste que habías visitado a tu padre hace un par de semanas? Mierda, ya estamos. —Es una larga historia, Annie. Pero te la contaré, te lo prometo. —Ooh, más secretos, ¿eh? Estás llena de sorpresas, ¿verdad? —sonrió. —Ya lo creo. Más de lo que podrías imaginarte jamás. —Frankie, ¿quieres tocar otra canción? Tienes una voz preciosa —dijo Mary con entusiasmo. —Oh, creo que ya he explotado al máximo mi talento por hoy —intenté explicar. —Oh, venga, Frankie. Seguro que te sabes cien canciones. ¿Por favooooooor? —rogó Annie. Jo, va a acabar conmigo. No es posible decirle a ésta que no. —Está bien, ¿queréis escuchar algo en concreto? Puede que conozca algo que queráis oír — acepté. Annie se levantó y nos trajo más cerveza. Era agradable verla tan relajada con sus amigas. Era una faceta suya a la que podría acostumbrarme sin la menor dificultad. No era ningún misterio por qué Billy no quería soltarla. Demasiado tarde, colega, no va a estar mucho tiempo disponible.

—No, Frankie, toca lo que tú quieras. ¿Tienes más originales? —preguntó Mary. —Claro. Esperad que piense un poco —dije. Podría tocar cualquier cosa posterior a 1975 y sería original. Doctor Evil, muérete de la envidia. Conozco una que podría ser un poco prematura, pero qué diablos, ¿por qué no? —Vale, ésta no lleva mucha guitarra, pero cuando marque el ritmo, me encantaría que dierais palmas. ¿Os parece bien? A mi alrededor surgió un coro de "claro" y "genial". Me acomodé e intenté recordar el ritmo de mi canción preferida de todos los tiempos. —¿Listas? —pregunté. —Adelante, Frankie —dijo Annie con aire de expectación. —Ésta es para esa persona especial que está en la vida de todos. Podéis llamarme romanticona, no me importa —bromeé. Ésta es para ti, Annie. Empecé a dar palmas con compás de tres por uno y todo el mundo me siguió fácilmente. Toqué los pocos acordes que acompañaban a la canción y me puse a cantar. La da da da da da da da... La da da da da da da da... Llega un momento en la vida de todos En que te cansas de hacer el tonto De hacer malabarismos con los corazones en un circo Algún día uno acaba derrotado y tirado en el suelo. Nunca imaginé que me fuera a llover el amor Y que querría sentar cabeza Cielo, es cierto, creo que es lo que quiero Y quiero decirte que deseo estar contigo Y, cielo, si tú también lo deseas Para siempre, para siempre, cielo, te quiero para siempre Quiero tenerte para el resto de mi vida. Todo lo que está mal en mi mundo tú lo puedes arreglar Tú me salvas, tú eres mi luz Para siempre te quiero en mi vida. La da da da da da da da... La da da da da da da da... Aparece un camino en el viaje de todos Un camino que te da miedo recorrer a solas Estoy aquí para decirte que he llegado a ese camino

Y que prefiero recorrerlo contigo que recorrerlo a solas. Eres mi héroe, eres mi futuro Cuando estoy contigo, no tengo pasado Oh, cielo, mi único deseo Es descubrir una forma en este triste mundo de hacer que esta sensación dure Oh, cielo, es cierto, sé que es lo que quiero Y quiero decirte que deseo estar contigo Y, cielo, si tú también lo deseas Para siempre, para siempre, te quiero, cielo, cielo, para siempre Quiero tenerte para el resto de mi vida Todo lo que está mal en mi mundo, cielo, tú lo puedes arreglar Tú me salvas, tú eres mi luz Para siempre te quiero en mi vida La da da da da da da da da... Los acordes fueron desvaneciéndose a medida que iba tocando cada vez más bajo hasta terminar. Las chicas estaban metidísimas en la canción mientras yo cantaba cada estrofa. Annie estaba ahí sentada con aire de estar intentando averiguar si le estaba dedicando la canción a ella. Sólo tenía que preguntármelo. Sabía que mi vida no estaría completa sin ella. Ah, sí, Frankie, estás coladita perdida.

9

Capítulo 16

Annie se terminó su cerveza y me sonrió ligeramente. Tenía un leve rubor en las mejillas magulladas, que relucían sensualmente. Se me alegraba el corazón sólo con mirarla. Sentía que mi búsqueda de la otra mitad de mi alma había terminado. Sabía, con sólo mirarla a los ojos, que nunca más tendría que preocuparme por encontrar el amor. Las mujeres sentadas alrededor de la hoguera por fin habían desistido de que les cantara otra canción. Pensé que diez canciones eran más que suficientes para una velada. Me dolían los dedos de tanto tocar. Lo estaba pasando en grande con Annie y sus amigas. Creo que Mary por fin captó la idea de que babear mirando a alguien fijamente era una grosería. Creo que la regularidad con que Betsy le tiraba piedrecitas le hizo darse cuenta. Fuera lo que fuese, lo agradecí. Nos quedamos sentadas en agradable silencio mientras la noche continuaba. Cantamos muchas canciones juntas y creo que por fin alcancé mi límite de alcohol. Sabía que tenía que mantenerme alerta o la pequeña Frankie me iba a meter en problemas. Graves problemas.

—¿Frankie? —Annie me miraba con la cara sonrojada. —¿Sí? —Me alegro muchísimo de que hayas vuelto —dijo, cogiéndome la mano. —Yo también. Lo estoy pasando estupendamente esta noche —sonreí. Dios, Frankie, ¿puedes ponerte un poco más cursi? —Y yo. Era tan preciosa. La noche era absolutamente perfecta. Hasta que apareció él. —¿¡ANNIE!? ¿DÓNDE COÑO ESTÁS? —gritó Billy. Su voz sonaba más cerca de lo que estaba en realidad. Vimos que venía hacia la playa tambaleándose. —Oh, mierda. Dios, creía que se había terminado —dijo Annie con la voz temblorosa. —Vosotras marchaos de aquí, nosotras nos ocuparemos de Don Maravilloso —dijo Betsy, levantándose con su grupo. —Sí, venga, rápido, antes de que os vea —insistió Mary. —¡Venga, Annie, vámonos! —dije a toda prisa. Cogí a Annie de la mano y tiré de ella para echar a correr por la playa en la dirección opuesta. Cogí una manta de uno de los troncos y envolví a Annie en ella, con la esperanza de que Billy no la viera. Corrimos lo más deprisa que pudimos, sin soltarnos la mano ni un momento. De vez en cuando nos volvíamos para mirar y vimos que Billy daba tumbos de borracho alrededor de la hoguera. Era evidente que no le hacía gracia que Annie no estuviera allí. Te chinchas, gilipollas. Ya no va a volvar a ser tu saco de entrenamiento. —Creo que ya podemos parar —dije, tratando de recuperar el aliento. —¡Maldito sea! ¿Por qué demonios no me puede dejar en paz? —Annie estaba cabreadísima. Se quitó la manta y se puso a dar vueltas—. Y encima lo estaba pasando genial. ¡Que le den por culo! —gritó y se puso a pasear alzando las manos por encima de la cabeza mientras seguía gritando—: ¿Por qué?

—Sabe lo que ha perdido —dije casi en un susurro. Volvió la cabeza para mirarme. —¿Qué has dicho? —dijo, acercándose a mí despacio. —He dicho que sabe lo que ha perdido. —Vamos allá—. Annie, eres la mujer más bella que he visto en mi vida. Tienes un espíritu increíble y un amor inmenso por la vida y la gente que hay en ella. Con las cartas que te ha tocado jugar en la vida, no hay mucha gente que pudiera compartir tu pasión. Tienes el corazón más cálido que he visto nunca. Metafóricamente hablando, claro. Sus ojos no se apartaban de los míos. Parecía que se iba a echar a llorar. No, lágrimas no. Dios, por favor, lágrimas no. Aaah... jo... Se le contrajo la cara al tiempo que se tapaba la boca con la mano. Los ojos se le inundaron de lágrimas al instante y se lanzó hacia mí. Su cálido abrazo era lo único que yo necesitaría jamás. Ahora lo sabía. —Shh... tranquila, Annie, estoy aquí —le susurré suavemente al oído. Apoyé la mejilla en su cabeza mientras la acunaba despacio de lado a lado. —¿Por qué, Frankie? —sollozó. —¿Por qué el qué, corazón? —pregunté delicadamente, sabiendo lo que iba a decir. —¿Por qué he dejado que me traten como a una mierda tanto tiempo? ¿Por qué he tardado tanto en hacerme valer? ¿Por qué he tenido que conocerte para que mi vida tenga sentido? No lo entiendo. —Annie, nadie sabe por qué ocurren las cosas. Hay una razón para todo lo que pasa en la vida. Nadie va a volver a hacerte daño, Annie. Te lo prometo. Haré todo lo que pueda para asegurarme de que cumplo esa promesa durante toda mi vida. —La estreché contra mí. —Gracias, Frankie. Eso significa muchísimo para mí. Nunca hasta ahora había podido mostrar mis emociones con tanta facilidad. ¿Qué es lo que tienes que consigues resquebrajar todas mis defensas? —Se arrimó más a mí. Noté que me empezaba a latir el corazón con fuerza y supe que ella lo oía. —Annie, tengo que decirte una cosa. —Tenía que advertirle antes de que esto se nos fuera de las manos. Me soltó y empezó a secarse las lágrimas.

—¿El qué, Frankie? —No soy quien crees que soy. —¿Qué? —Me miró con los ojos verdes como platos. —Quiero decir que... Dios... soy quien soy, sólo que no soy de aquí. Vale, eso tiene mucho sentido. Tú sigue, campeona. —Frankie, ¿qué intentas decir? Me estás confundiendo. No eres la única. —Annie, vamos a sentarnos ahí. Tengo que contarte un secreto que te he estado ocultando — dije, señalando unas rocas cerca de la orilla—. Para esto te va a hacer falta estar sentada —le aseguré. —¿El secreto, Frankie? —Sí, el secreto —dije muy seria. Llegamos a las rocas y nos sentamos. Decir que estaba nerviosa sería el mayor eufemismo del año. Sentía que se me aceleraba el corazón cada vez que intentaba abrir la boca para desembuchar la verdad sobre mi existencia. —Esto me resulta muy difícil de explicar, Annie, así que, por favor, dame un segundo para que ponga en orden mis ideas. —Claro, Frankie. Dime cuándo estás lista —me animó y asentí mostrando mi acuerdo. La verdad, Frankie. Dile la verdad. Respira hondo... ahora díselo. —Supongo que la mejor manera de describirme a mí misma y lo que soy es... —Me callé. —¿Qué eres, Frankie? —Me miraba como si de verdad me hubiera salido otra cabeza. —A ver cómo te lo digo, Annie. —Me callé para volver a armarme de valor—. Lo que intento decirte es que soy de otra época. Hala, ya lo he dicho. ¿Ves? No ha sido tan difícil. Sigue aquí sentada contigo y se está riendo. ¡Oh, Dios mío! Se está riendo de mí. En la cara de Annie se había formado una gran sonrisa de oreja a oreja. Se esforzaba por reprimir la risa que parecía haberse adueñado de su cuerpo.

—Lo... lo siento, Frankie. Me ha parecido que acabas de decir que eres de otra época. ¡Dios! ¡Jajaja! ¡Oh, Frankie, gracias, qué falta me hacía! —Siguió riéndose y mi cara permaneció seria. Me miró y poco a poco su risa se fue apagando al darse cuenta de que yo no había cambiado de expresión—. No lo dirás en serio, Frankie. —Ni me inmuté—. ¿Cómo puedes esperar que me crea eso? —Porque es la verdad. No puedo pedirte que te lo creas, sólo necesito decírtelo —terminé al tiempo que Annie se levantaba de la roca y se ponía a dar vueltas por la arena. —Esperas en serio que te diga que te creo, ¿no? —Sí. —Ahora noté la frialdad de su mirada. Se acercó a mí y me cogió de los brazos. —¿Por qué haces esto? —exclamó—. ¡No lo entiendo! —dijo, zarandeándome. Puse mis manos encima de las suyas e intenté calmarla. —Annie, ¿cómo si no explicas mi misteriosa desaparición la última vez que nos vimos? No me quedé dormida en la camioneta, Annie. En mi tiempo, estaba dormida. Esto era un sueño, es un sueño para mí. —Solté un resoplido de exasperación. No sabía cuánto más iba a aguantar Annie. —¡¿Un sueño?! ¿Qué demonios quieres decir con que es un sueño? ¡Frankie, esto es la realidad, cielo! Mira a tu alrededor. ¡Yo estoy aquí! ¡Tú estás aquí! ¡Esto es la vida real! ¡¡¡Esto es agua real, arena real y aire real!!! Me di cuenta de que no se lo iba a tragar en absoluto. Jesús, ¿y ahora qué hago? —¿Puedo contarte cómo empezó? Esto es una locura para mí, Annie. De verdad que no tienes ni idea. —La miré suplicante a los ojos. —Vale, Frankie. Me voy a sentar en esta roca real y tú me puedes contar por qué y cómo no está realmente aquí. —Se sentó y me miró—. Cuando quieras. Soy toda oídos —dijo sarcásticamente. —Está bien. Lo único que te pido es que no interrumpas y que me dejes explicártelo todo. ¿Puedes hacerme ese favor? —pregunté. —Vale, Frankie. Te prometo mantener la boca cerrada. —Hizo como si se cerrara la boca con una llave que luego tiró. Supongo que eso quiere decir que puedo comenzar mi sórdida historia. —Está bien. Hace unos días, me caí en el trabajo. Tengo una tienda de recuerdos de cine que se llama Clásicos en Tecnicolor. —Oye, yo conozco esa tienda... —Levanté un dedo—. Perdona, ya me callo.

—Bueno, lo que no sabes es que heredé la tienda de mi padre, cuando murió. Se le puso aire de desconcierto, como sabía que ocurriría. —¿Entonces está muerto? —preguntó con cautela. —Así es. Murió en 1994 —dije, observando su expresión para ver si cambiaba. —Frankie, eso es imposible. Eso es dentro de veinte años. —Lo sé. Eso es lo que te estoy diciendo. Supongo que a falta de una expresión mejor, soy del futuro, Annie. —Empezó a abrir la boca de nuevo y luego la cerró—. ¿Puedo seguir? —Por favor, continúa —dijo. —Vale, pues estaba en mi tienda un día y tropecé con la mesa y me quedé inconsciente. Mientras estaba desmayada, tuve un sueño muy raro. Oí la voz de una mujer. No la veía, pero la oía. Gritaba mi nombre. —Frankie, si se trata de una historia guarra de sexo, no me apetece oírlo. Dios, ¿por qué me da la sensación de que ya he tenido esta conversación? —No estaba "gritando" mi nombre de esa forma, estaba buscándome. Bueno, la voz no me resultaba conocida para nada. Entonces mi amiga Crystal me despertó. —¿Crystal? —preguntó Annie. —Sí, Crystal. Es la mejor amiga que tengo en el mundo. Somos amigas desde que teníamos unos cuatro años. Te encantaría, es una persona increíble. Ojalá os pudierais conocer, sé que os caerías genial. —Parece estupenda. —Lo es. Bueno, en cualquier caso, me despertó y me curó el chichón que tenía en la cabeza a causa de la caída. Esa noche, fui al cuarto de baño y sentí como que alguien me miraba. Nunca había sentido una cosa así en mi propia casa y me asusté un montón. Cuando me fui a la cama esa noche, volví a tener el mismo sueño. Oí la voz de esta mujer que me pedía que la encontrara porque me necesitaba o algo así. Crystal me oyó gritar en sueños y me despertó otra vez. Después de hablar un poco más sobre el sueño, me quedé dormida de nuevo. Al día siguiente tenía que trabajar. Tenía que vestir unos maniquíes con unos trajes, así que me puse a ello. Estaba en el almacén buscando los trajes y oí que sonaba la campanilla, indicándome que tenía un cliente. Cuando salí, no había nadie. Así que seguí trabajando y se me cayó una mano del maniquí. No la encontraba por ninguna parte y de repente, oí una voz de mujer que dijo: "Está ahí, debajo de la mesa". Casi me da algo, porque creía que estaba sola. El caso es que me levanté

para darle las gracias a la mujer y no estaba allí. Era la misma voz que había estado oyendo en sueños. —¿Quién crees que era, Frankie? Me di cuenta de que intentaba comprender mi historia. —No tenía ni idea hasta hace unas tres semanas, cuando te conocí. —¿Cómo? —Eras tú, Annie.

Capítulo 17 —Frankie, eso no es posible. No lo es. Últimamente no he viajado al futuro que yo sepa, así que me parece que te equivocas. —Perdona, Annie, pero no estoy de acuerdo contigo. El día que te vi en el restaurante, oí tu voz cuando me dabas la espalda. Casi me quedé sin respiración al averiguar de quién era la voz. Annie, era tu voz. La pregunta es, ¿por qué me has traído de mi tiempo al tuyo? —Vale, Frankie, por mucho que quiera creerte, esta historia es demasiado descabellada. —Lo sé, Annie, ¡yo la he estado viviendo! Lloré a mares cuando te dejé la última vez. Me desperté en mi propia cama y Crystal estaba mirándome e intentando consolarme. Estaba hecha polvo, Annie. No podía creer que sólo fuera un sueño. Para mí eras tan real —dije, acariciándole la mejilla con los nudillos—. Tú eres real para mí. Si alguien tiene derecho a sentirse confuso, soy yo. No entiendo por qué está pasando esto. Y lo peor es que no sé cuándo me voy a tener que marchar. Lo único que sé es que no quiero volver a dejarte nunca más. —Esto último lo dije casi en un susurro. Sabía que no quería dejarla, pero no tenía el control. Ojalá supiera quién lo tenía. Tenía que llegar a algún tipo de acuerdo con quien fuera. Annie se apoyó en mi caricia y cerró los ojos. Era realmente la mujer más bella que había visto en mi vida. Tenía el pelo revuelto por la suave brisa que venía del lago. Abrió los ojos y me miró con gran afecto. Levantó la mano y me acarició la cara. —Eres una mujer preciosa, Frankie. Tendría que ser ciega para no darme cuenta. No sé qué creer de todo esto. Lo único que sé es que nunca en mi vida había tenido tantas ganas de estar con alguien hasta que te he conocido. Tienes un algo magnético que me arrastra hacia ti sin parar, por mucho que quiera huir de ello. A lo mejor era mi corazón lo que te llamaba para que vinieras y me apartaras de todo el daño que he sufrido durante toda mi vida. A lo mejor es eso lo que has oído.

—¿Tú puedes oír lo que hay en mi corazón? —pregunté, con la esperanza de que supiera la respuesta. —Sí, creo que puedo. Trasladó la mano de mi mejilla a mi nuca y atrajo suavemente mi cara hacia la suya. Sus labios se encontraron con los míos y sentí que me perdía dentro de ella. Era la sensación más increíble que había tenido nunca. Me chupó despacio el labio inferior y luego el superior. Noté que su lengua pedía permiso para entrar y se lo concedí amablemente. Sabía más dulce que cualquier caramelo conocido para el hombre. La oí gemir en mi boca cuando nuestras lenguas entraron en contacto por primera vez. Yo tampoco podía reprimir los ruidos que estaba haciendo. Esto era demasiado maravilloso para controlar nada. Estrechó su abrazo y el beso se hizo mucho más apasionado. Si dos personas pudieran besarse hasta el punto de convertirse en una sola, eso es lo que habíamos hecho nosotras. Ya no sabía dónde estaban nuestros límites. Lo que creía mío era en realidad suyo. No me importaba, sólo sabía que por fin sentía eso de lo que siempre hablaba todo el mundo. —¿Frankie? —jadeó Annie interrumpiendo nuestro beso. —¿Qué, cariño? —susurré. —Hazme el amor. ¿Por favor? ¡OH, DIOS MÍO! ¿Acaba de decir lo que creo que acaba de decir? —¿Qqq... qué? ¿Aquí mismo? —balbuceé penosamente. —Sí, aquí mismo y ahora mismo. No podría soportarlo si volvieras a marcharte y no supiera lo que se siente al amarte. Por favor, Frankie... ¿quieres amarme? —Te amo, Annie. Que Dios me ayude, te amo. Aplasté sus labios en otro beso ardiente que me disparó las hormonas. El corazón me daba vuelcos y mi libido se estaba sobrecargando. El cuerpo de Annie tiraba del mío para bajarlo a la arena. Caí rodando de las rocas y detuve delicadamente a Annie antes de que se diera contra el suelo. —Espera, espera. —Me detuve para coger la manta que había tirado Annie y la sacudí para quitarle la arena. La extendí en el suelo y luego senté en ella a Annie conmigo—. Hay ciertas normas referentes a las partes corporales y la arena —sonreí. Ella se rió al oír eso y luego se movió despacio hasta sentarse a horcajadas sobre mi cuerpo. Me entraron ganas de apretar mi cuerpo contra el suyo. Se inclinó para capturar mis labios y la rodeé con los brazos. La estreché, queriendo memorizar la sensación de su cuerpo contra el mío. Era algo exquisito. Noté que empezaba a moverse contra mí. Empezó una serie de empujones lentos

y largos sobre mi pelvis. Su boca se puso a mordisquearme las orejas y el cuello. Noté que se me ponía toda la piel del cuerpo de gallina. Me estaba enloqueciendo. —Oh, Dios, Annie... qué gusto me das... —suspiré. Noté que sonreía apoyada en mi cara. —Y tú a mí —contestó. Siguió frotándose contra mí y me di cuenta de que estaba excitadísima. Los pequeños jadeos que se escapaban de su boca eran de lo más revelador. La estreché con fuerza y la tumbé boca arriba con facilidad. Sonreí al ver su cara sorprendida. —¿Está bien así? —Quería estar segura de que estaba bien, teniendo en cuenta sus pasados encuentros con Billy. —Sí, me gusta la vista desde aquí —dijo sonriendo a su vez. —Dios, eres adorable. —Sonreí y bajé para besarla de nuevo. Besé y saboreé hasta el último rincón de su boca y bajé por su garganta y alrededor de su cuello y orejas. Le soplé suavemente en la oreja y noté que su cuerpo daba un respingo como respuesta. Le mordisqueé el lóbulo y noté que me tiraba de la camiseta. —Fuera... quiero sentir tu piel —exigió. Con un rápido movimiento, me agarré la parte de atrás de la camiseta con una mano al tiempo que sostenía mi cuerpo con la otra y me quité la camiseta. Me miró y percibí un deseo carnal como sólo lo ves en las malas novelas románticas. Esto era más real que cualquiera de esas historias. Me volvió a bajar hacia ella y me soltó el sujetador con sus hábiles dedos. Me ayudó a quitarme lo que me quedaba de ropa y me empezó a recorrer con los dedos la parte superior del cuerpo y la espalda. —Dios mío, Frankie, eres magnífica. —Me alegro de te lo parezca. —Hice una pausa y le sonreí—. ¿Qué quieres, Annie? —¿Mmm? —¿Qué quieres que haga? Haré lo que necesites. Quiero darte todo el placer posible. —Nadie... mm... nadie me había preguntado nunca eso. —Se sonrojó.

—Pues tendrás que acostumbrarte a oír cómo te lo pregunto. Quiero saber cómo satisfacerte, Annie. Dime lo que te gusta y lo que no te gusta. No haré nada que no quieras que haga. Te lo prometo. —Le pasé los dedos por el pelo. —Dios santo, sí que debes de venir del futuro —dijo en broma. —No hablemos de nada más que de aquí y ahora, ¿vale? Aquí y ahora lo único que importa eres tú. —Bajé la cabeza y me apoderé de sus labios con los míos. Bajé las manos hasta sus costados y le saqué la camiseta de los pantalones. Se movió un poco y me ayudó a quitarle la camiseta. Tiré de ella hasta sentarla para ayudarla a quitarse el sujetador. En cuanto desapareció la molesta ropa, volvió a pegar mi cuerpo al suyo. —Oooohh, Frankie... Dios, qué gusto me da sentirte pegada a mí —jadeó. —Bien, quiero que te dé gusto, cariño —le murmuré al oído. Eché mi cuerpo sobre el suyo. Le puse el muslo entre las piernas y noté que lo capturaba con fuerza. Empezó a mecerse contra mi pierna y me besó con pasión. Hice mis besos más lentos y fui bajando por su cuerpo. Deposité besitos por sus hombros y por su esternón. Cogí delicadamente con la mano uno de sus pechos y ella suspiró suavemente de placer. Cogí el pezón con delicadeza entre el pulgar y el índice y empecé a mover los dedos de un lado a otro. Gimió y apretó más su cuerpo contra el mío. Aceleró el ritmo que había establecido contra mi muslo. La ayudé apretando despacio mi muslo contra su excitado centro. —Oh, Frankie... —suspiró. Sustituí mis dedos por mi boca y le tomé el pezón. Moví la lengua por su carne caliente y Annie empezó a gemir más fuerte. Era una bella música para mis oídos. Chupé con más fuerza, metiéndome todo lo que pude en la boca. Bajé la mano y me puse a acariciarle el muslo. Le agarré el trasero y tiré con fuerza de ella hacia mí. Nos movíamos en una hermosa danza de amor. Noté el sudor en la espalda al aumentar la brisa del lago. —Más, Frankie. Necesito más de ti, por favor... —jadeó. —¿Qué quieres, cariño? —Desnuda... ahora... te necesito... dentro... por favor. No tenía que pedírmerlo dos veces. Nos movimos y gruñimos intentando quitarnos el resto de la ropa sin perder un solo segundo. Ella acabó antes que yo y volvió a echarse y a mirarme con un deseo absoluto y sin barreras. Levantó las rodillas y abrió las piernas, esperando a que yo usara mi cuerpo como una pieza de rompecabezas. Encajábamos perfectamente. Mi fachada tranquila y controlada se vino abajo en cuanto noté su humedad rozándome el cuerpo. —Oh, Dios, Annie —gemí apasionadamente.

Me moví con más fuerza contra ella. Me notaba cada vez más próxima al momento del placer absoluto. La voz de Annie me recordó que no se trataba de mí, esto era para ella. —Dentro... por favor... Frankie. —Me miró con los ojos verdes oscurecidos y supe que lo decía en serio. Me eché un poco hacia atrás para hacer sitio para mi brazo. Moví la mano hacia su montículo y noté el calor que salía de ella. Subí más los dedos y alcancé el centro húmedo que me estaba esperando. Toqué la zona con cuidado y la penetré con dos dedos. Los ruidos que hacía Annie eran increíbles. Se movía con mi mano como si ya hubiéramos hecho esto mil veces. Establecí un ritmo lento para disfrutar de cada momento de esta danza. Observé las expresiones de su cara que iban cambiando con cada movimiento de mis dedos. Levanté el pulgar para jugar con su clítoris. Casi pegó un salto al notar el contacto. —¡Oh, Dios! —gritó. La combinación de mis movimientos rítmicos la estaba enviando a unas alturas que esperaba que nunca alcanzara con nadie más que conmigo. Necesitaba saborearla. Bajé mi cuerpo hasta encontrarme con su vello rizado y húmedo. Me miró como si fuera a detener mis atenciones. Nada más lejos de la verdad. Bajé la cabeza y besé su carne inflamada. Empecé a mover la lengua por todas partes. Sabía maravillosamente. Noté que su cuerpo se movía cada vez más deprisa. Le pasé una mano por detrás de la cadera y la sujeté cuando noté que su cuerpo llegaba al límite. Me hundí en ella más deprisa y más hondo al tiempo que movía la lengua de la misma forma. Sabía que iba a llegar con fuerza. —¡Oh, Dios! Frankie... me... ¡¡Oohhh!! —gritó cuando el orgasmo le inundó hasta la última parte del cuerpo. —Por ti, cariño —murmuré, notando los últimos temblores que abandonaban su cuerpo. Dejé mi postura de mala gana, me puse boca arriba y estreché el cuerpo inerte de Annie contra mí. Ella se acurrucó en mi hombro e intentó recuperar el aliento—. Shh... tranquila, corazón —dije, al notar que le empezaba a temblar el cuerpo. Bajé la mirada y descubrí que estaba llorando—. ¿Annie? Tranquila, cielo. Estoy aquí. —Sí... ¿pero cuánto tiempo? Mierda, no quiero pensar en eso ahora. —Realmente no lo sé, Annie. Todo lo que te he dicho es lo único que sé sobre esta fuerza que me aparta de ti. Sólo espero que lo que sea, se dé cuenta de lo importante que eres para mí y me permita quedarme contigo para siempre. —Yo también —sollozó—. Nunca me había sentido así. Creo que me he enamorado de ti, Frankie.

—Eso es lo mejor que me ha dicho nadie nunca. Te quiero, Annie —dije, estrechándola con fuerza y besándole delicadamente la cara bañada en lágrimas. Nos quedamos echadas juntas en silencio, regodeándonos simplemente en lo que acabábamos de compartir. Era el ser más precioso que había conocido en mi vida, aparte de Crystal. Por favor, que pueda tenerla en mi vida. Quienquiera que seas, por favor, mira mi amor por ella. Por favor, deja que me quede. ¿Por favor?

Capítulo 18

Nos quedamos allí durante lo que me parecieron horas. Contemplamos el movimiento de las nubes que corrían por encima del agua. A ella le gustaba estar al mimo más incluso que a mí. No se apartaba de mi lado. Yo no la soltaba. Que fue por lo que me quedé tan sorprendida con lo siguiente que dijo. —¿Quieres nadar? —Me miró con aire travieso. —Lo dices en serio, ¿verdad? —No me podía creer lo que iba a hacer, ¡sobre todo en mayo! El Lago Michigan ni siquiera se había descongelado todavía. —¡¡Venga, será divertido!! Nos dará vigor en el cuerpo —sonrió. —Me debes de gustar mucho, porque si no, jamás haría esto —dije riendo. Se levantó en su gloriosa desnudez. Vaya si es gloriosa, Dios, tiene un cuerpo precioso. Me ofreció la mano para ayudarme a levantarme. La cogí, me levanté y me estiré para quitarme las contracturas de la espalda. La pillé mirándome y le sonreí. —¿Qué miras? —Sonreí, sabiendo muy bien qué estaba mirando. —Eres maravillosa, Frankie. En todos los sentidos. ¿Tienes idea del aspecto tan increíble que tienes? —La verdad es que nunca me he fijado —dije modestamente. —Pues deja que sea la primera, que seguro que no lo soy, en decirte que eres una absoluta preciosidad —dijo entusiasmada.

—Gracias por decirlo. Tú tampoco estás mal. —Sonreí con aire burlón—. ¿Te vas a meter tú primero? Porque te aseguro que yo no. Y si tú no te metes, yo tampoco —afirmé con toda claridad. —La última en el agua... —empezó, echando a correr hacia el agua. Vi cómo se zambullía en el frío lago y oí su chillido de regocijo. —¡¡Frankie!! ¡¡Mete aquí ese culo desnudo!! ¡¡Es genial!! ¡Dios, qué gustazo! —gritó. —Preparada o no, ¡allá voy! —grité a mi vez, corriendo hacia el agua—. ¡¡Jesús!! ¡¡Está fría que te cagas!! ¡No me puedo creer que me hayas convencido para hacer esto! —dije temblando. —Venga, Frankie, ¿y tu instinto aventurero? —En la orilla —dije con tono sarcástico. Me agarró y me besó con fuerza en la boca. Me podría acostumbrar a esto. Le devolví el beso y noté que sus manos empezaban a pasearse por mi piel recién calentada. —¿No quieres volver a la manta? —le pregunté entre beso y beso. —No. Como he dicho antes, ¿y tu instinto aventurero? —Creo que me empieza a gustar tu forma de pensar. —Eso me parecía —dijo, besándome con fuerza y metiéndome la lengua en la boca—. Quiero hacerte sentir lo que he sentido yo, Frankie —dijo, mordisquéandome la barbilla. —Ya lo haces, Annie. He sentido todo lo que has sentido tú —le aseguré. —Cállate y bésame, Frankie. —Qué dura es usted, señora. —Sonreí y la volví a besar. Acercó su cuerpo más a mí y se puso a tocarme con las manos por todas partes. Sus movimientos se iban haciendo más frenéticos a cada segundo. Supe que se me venía una buena encima. Eché hacia atrás la cabeza para que me alcanzara mejor el cuello. No lo dudó y su boca buscó mi garganta. Me besó el cuello con ansia. —¡Ay! ¡Me has mordido! —dije, bastante pasmada.

—Sí, pero sólo es un mordisco ventosa —dijo riendo. —¿Un qué? Ah, ¿quieres decir un chupetón? —pregunté. —Sí. Y bien grande —dijo con orgullo. —Genial, ¿y ahora qué les digo a todas mis novias? —dije, enarcando una ceja. —Pues tendrás que decirles que dejas de estar disponible... para siempre. ¿Verdad? —dijo, poniéndose en jarras. —¡Ya te digo! —dije riendo y la abracé. Se puso a mordisquearme de nuevo y esta vez no la paré. Su boca llegó a mis pezones y mi cuerpo empezó a cantar de placer. Qué bien lo hace. Chupó con más fuerza y todo pensamiento racional huyó de mi mente. Jugó con mi otro pezón con los dedos y luego hizo un intercambio. Yo sentía el cuerpo en llamas y necesitaba que me tocara en el lugar que más falta me hacía. Ella captó mis necesidades y me llevó más dentro del agua. —Sujétate a mí, Frankie. Confía en mí —dijo con toda seriedad. Me dio unas palmaditas en la pierna e hizo un gesto para que se la pasara alrededor de la cintura. Obedecí y entonces me indicó que hiciera lo mismo con la otra pierna. Como flotábamos, era una posibilidad. Le rodeé la cintura con las piernas y me agarré a su cuello mientras ella movía las manos hacia abajo. —Tú agárrate a mí, Frankie, y todos tus deseos se verán satisfechos, te lo prometo. —Sonrió sensualmente. Supe que no iba de broma. Llevo toda la vida viviendo al lado del agua, ¿por qué no he hecho nunca esto hasta ahora? Mis pensamientos se pararon en seco cuando noté que sus dedos me acariciaban los labios inferiores. Noté su inseguridad. —Tranquila, Annie. Confío en ti —contesté como si hubiera oído su pregunta tácita. —Gracias —fue lo único que dijo. Sus dedos se movieron hábilmente por mi centro caliente. Empezó a frotarme el clítoris con una mano delicada y poco a poco fue acelerando el ritmo. Me penetró con un dedo y movió los demás por mi humedad. Éste estaba siendo el mejor encuentro sexual que había tenido con nadie

en toda mi vida. El corazón me palpitaba de excitación. No iba a tardar mucho en hacerme alcanzar el orgasmo. Dios, era increíble. Sus dedos se movían dentro de mí mientras los otros dedos me frotaban el clítoris inflamado. Noté que se me iba poniendo rígido el cuerpo a medida que se multiplicaban las cálidas sensaciones. —Oh, nena... ya casi estoy. Qué gusto... me das... aaahhh —le gemí al oído. —Déjate ir, Frankie, por mí. Siente cómo te amo. Eso es —dijo cuando mi cuerpo se reveló contra toda orden de control. Sus dedos se movían con una perfecta sincronización que hacía que mi cuerpo no ansiara más que eso. —Oh... Dios... ¡Sí! —grité al sentir el orgasmo que me recorría el centro. Annie siguió sujetándome mientras yo la estrujaba con fuerza y ella manipulaba mi cuerpo sin piedad. Resoplé varias veces intentando controlar en vano los espasmos que me atravesaban. Nunca en mi vida había sentido tal ardor. Mi cuerpo nunca había conocido semejante placer. Nunca he conocido tal paz. Annie me abrazó con fuerza mientras mi cuerpo se recuperaba. Bajé las piernas de la cintura de Annie y las apoyé en un banco de arena. —Gracias a Dios que no hay algas —dije jadeando—. Siempre he odiado sentirlas entre los dedos. Annie se echó a reír a carcajadas. —Yo también —afirmó. Me acarició la piel desnuda con sus fuertes dedos y me besó con ternura. La miré a los ojos al separarnos y supe que éste era mi lugar. Desnuda y mojada en pleno Lago Michigan con la chica a la que amaba abrazándome estrechamente. Esto es el amor.

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Capítulo 19

Chapoteamos en el agua hasta que se nos puso la piel más arrugada que una pasa. Hacía siglos que no me sentía tan viva. Era curioso que me sintiera así, cuando ni siquiera estaba segura de si esto era real o no. Tenía que ser real, tenía que serlo. Annie corrió a la orilla y se puso a dar saltos para secarse sin usar toda la manta para sí misma. —Vamos, Frankie, ven aquí antes de que lo moje todo —dijo temblando. —Ahora mismo voy —contesté sonriendo. Envolvimos nuestros cuerpos desnudos en la manta y nos abrazamos. Nos besamos suavemente y nos estrechamos con adoración. Era la mujer más suave con la que había estado en contacto en toda mi vida. No quería volver a estar jamás sin ella. Sabía que era un deseo imposible y, sin embargo, sabía que estábamos destinadas a estar juntas. Las cosas tenían que solucionarse pronto o acabaría volviéndome loca. Conseguimos volver a vestirnos y empezamos a entrar en calor. El sol saldría dentro de un par de horas, así que esperamos en la playa para contemplar nuestro primer amanecer juntas. Las nubes se habían espesado en el cielo y me pregunté si nos llovería encima antes de que el sol llegara a iluminar. —Parece que va a haber tormenta, Annie. ¿Estás segura de que quieres quedarte aquí fuera? — pregunté. —Sí, no creo que nos pase nada. Si vemos relámpagos, nos meteremos en casa. Es que me parecía apropiado ver la salida del sol contigo. —Estoy de acuerdo contigo. Y ahora también sé que eres una romántica sin remedio —sonreí. —¿Tienes algún problema al respecto, señorita Frankie? —dijo con aire burlón. —En absoluto. De hecho, creo que te pega maravillosamente. Te mereces un poco de romanticismo en la vida —dije, volviendo a estrechar su cuerpo contra el mío. Nos acomodamos en la manta húmeda y nos echamos la una en brazos de la otra. Me puso la cabeza en el hombro mientras yo le hacía círculos imaginarios en la espalda. Soltó un profundo suspiro de satisfacción y no pude evitar sonreír. Noté que su cuerpo empezaba a pesar más, lo cual me indicaba que se estaba quedando dormida. Me da pena despertarla. Me quedaré aquí tumbada hasta que se haga de día o hasta que nos caiga un diluvio encima. Me pegué más a Annie y aspiré su olor. Aunque habíamos pasado demasiado tiempo dentro del Lago Michigan, seguía oliendo increíblemente bien. Cerré los ojos para disfrutar de nuestro nuevo comienzo. Mientras estaba allí echada, noté que mi cuerpo se iba rindiendo y me

empezaba a quedar dormida. Oí mis últimos pensamientos antes de quedarme profundamente dormida. Eres la dueña de mi corazón, mi cuerpo y mi alma. Te amo, Annie. Sentí la lluvia inevitable que empezaba a salpicarme la cara. Me desperté y me incorporé sobresaltada, para encontrarme con la espalda apoyada en el metal que era mi escalera de incendios. La lluvia caía con un ritmo musical sobre las cañerías de mi edificio y miré a mi alrededor horrorizada. Mi sueño se había acabado una vez más y sentí que se me revolvía el estómago de angustia. Esto no puede ser cierto... NO... por favor... dime que no está pasando. ¡Oh, santo Dios del cielo! Oh, Annie... Annie... cuánto siento haberte dejado de nuevo. Cuánto lo siento. Otra vez no... Oh, Dios, otra vez no. —¡NOOOOOOOO! —grité ásperamente en el nuevo día—. ¡¿¡POR QUÉ!?! —sollocé y me atraganté con la emoción y el dolor que me atravesaban el cuerpo de parte a parte. Noté que me caía sobre la barandilla del balcón. Ya no conseguía sostenerme en pie. El peso de todo esto me había vencido de una forma que no me habría podido imaginar nunca. Era como si se me hubiera cortado la respiración por un golpe y no dejaba de darme en el pecho con la esperanza de calmar el dolor agónico que sentía. No puedo respirar... No quiero respirar sin ella. Dios, ¿por qué me haces esto? Me quedé sentada bajo la lluvia torrencial con las rodillas dobladas bajo la barbilla. Me mecí atragantándome con las lágrimas cada vez que tomaba aliento. Nunca hasta ahora había necesitado tanto a alguien como necesitaba a Annie. Se va a despertar y no voy a estar allí. Después de todo lo que hemos compartido, me habré ido. No va a entender nada de nada. Demonios, yo no entiendo nada de nada. ¿Cómo puedo esperar que lo entienda ella? Dios bendito, si me oyes, por favor, protégela. Por favor. Los sollozos me estremecían el cuerpo sin cesar y me quedé sentada en la misma postura durante lo que me parecieron días. Me apretaba las rodillas contra el cuerpo para llenar el espacio vacío que antes ocupaba Annie. La echaba de menos. La necesitaba. La amaba.

Capítulo 20

Había caído la oscuridad y ni me había enterado. Ni siquiera me había dado cuenta de que ya no estaba fuera. Estaba en mi cama con una ropa que no me había puesto yo. Me sentía como si me hubieran pegado en la cabeza con un ladrillo. Tenía la boca sequísima y me sentía un poco desorientada. En resumen, estaba hecha una mierda. Cuando por fin conseguí ver dónde estaba, vi a Crystal a los pies de mi cama, dormida. Tenía un pequeño paño en las manos que supuse que estaba aplicándome en la cabeza. Sabía que tenía fiebre por lo rara que me sentía. A lo mejor había estado bajo la lluvia demasiado tiempo. Siempre me cuidaba cuando estaba enferma. Tenía el estómago revuelto. Me quería morir. Me quería morir. No quería vivir sin Annie. Ella lo era todo para mí. Las imágenes de las dos haciendo el amor en la playa me volvieron a llenar de lágrimas los ojos hinchados. Noté que me temblaba el labio y una vez más estallé en sollozos. Me volví de lado en posición fetal y me empecé a mecer para consolarme a mí misma. A lo mejor si me vuelvo a dormir, puedo volver a estar con Annie. No se me ocurría nada que me apeteciera hacer más. —¿Frankie? —me susurró la voz apagada de Crystal. No fui capaz de formar palabras para responder. —¿Frankie? Venga, dime algo, cielo. Sé que me oyes. —Se acercó a mi cara y se puso a frotarme la frente con el paño fresco. —¿Por qué? —fue lo único que conseguí decir, antes de echarme a llorar como un bebé. Crystal me envolvió al instante con su cuerpo y me acunó por detrás. —Shh... lo sé, cariño. Suéltalo todo. —Me reconfortó, dejándome llorar. Me peinó el pelo empapado en sudor con los dedos mientras me mecía—. La has vuelto a encontrar —afirmó. Me limité a asentir y seguí llorando. —¿Qué ha ocurrido? ¿Me lo puedes contar? —preguntó suavemente. —Todo, Crys... todo —sollocé—. Oh, Annie. —No conseguía detener las lágrimas que me chorreaban por la cara. Crystal sabía que no iba a poder hablar de ello, de modo que me abrazó y me dijo cosas reconfortantes al oído. Pasaron varias horas y mi estado no había cambiado en absoluto. Crystal llamó a Nonnie para que subiera a mi cuarto a hablar conmigo. En vano, debo añadir. No hablaba con ninguna de las dos. No porque no quisiera, sino porque no podía. Las únicas palabras que acudían a mis labios eran el nombre de Annie y lo mucho que sentía haberla dejado de nuevo.

Oí que Nonnie y Crystal estaban hablando. Las oí hablar de mi viaje y de la fuerte posibilidad de que fuera cierto. Mi cabeza gritaba: "¡Es cierto¡" pero no conseguía formar las palabras. —Estaremos en la otra habitación, Frankie. Vuelvo ahora mismo, cariño —le oí decir a Crystal. Se inclinó sobre mí y me dio un beso en la sien—. Te voy a ayudar con esto, Frankie, te lo prometo. Oí que Nonnie y ella salían de mi cuarto y lo único que se oyó después fueron mis sollozos. Tenía el corazón roto y no podía hacer nada por cambiarlo. Yo no controlaba la situación y odiaba saberlo. Necesitaba a Annie. Eso era lo único que sabía con certeza. Crystal volvió a entrar en mi habitación y se quedó mirándome. Me quedé así hasta el día siguiente. Mis sollozos por fin se habían calmado. Creo que me había quedado sin lágrimas que derramar. Crystal estuvo conmigo todo el tiempo. Parecía agotada. —Lo siento, Crystal —susurré. —Oh, cielo. Ni se te ocurra disculparte. Me doy cuenta de cuánto estás sufriendo. Sabes que no hay nada que no esté dispuesta a hacer por ti. Qué más da que lleve en pie casi dos días. Me necesitabas. Aunque no lo supieras. —Sonrió. —¿Dos días? —pregunté. —Sí, Frankie. Has estado fuera de combate durante casi dos días. No conseguíamos despertarte. Llamamos al doctor Sanders para que te examinara. Dijo que estabas dormida y que tu cuerpo debía de necesitar el descanso. Dijo que no nos preocupáramos a menos que no te despertaras después de hoy. Has cumplido el plazo por los pelos. —Dios santo. Nunca había dormido tanto. Qué diablos, la verdad es que he hecho muchas cosas que nunca había hecho hasta ahora. —No pude evitar el tono sarcástico de mi voz. —Lo sé, cariño. Lo has pasado muy mal. Ojalá pudiera quitarte el dolor —dijo con tristeza. —Te quiero, Crystal. Gracias. —Me levanté de la cama y mi cuerpo se rebeló por haber estado en la misma postura tantas horas. Me notaba el pecho muy oprimido y seguía con fiebre. Levanté los brazos por encima de la cabeza y noté que las vértebras se colocaban en sus sitios correspondientes. El movimiento repentino hizo que me tambaleara un poco y volví a sentarme. —Uuuff... me da vueltas la cabeza —dije, apoyando la cabeza en las manos. —Es la fiebre. Frankie, te pasaste horas fuera bajo la lluvia. Cuando no abriste la tienda, supe que algo iba mal. Me alegro de que tuvieras el número de Mario en la nevera. Se puso muy contento de poder trabajar para ti. Te envía saludos —me informó.

—Mmm. Dios, cómo me duele la cabeza. Me duelen los ojos. Pero lo que más me duele es el corazón —dije, mirándola a los ojos preocupados. —Lo sé, cielo, lo sé. Lo noto con sólo mirarte. —Crystal, es ella. Me he enamorado profundamente de ella. Creo que siempre he estado enamorada de ella. Creo que no amarla me resultaría raro. Me ha completado, Crystal. Siempre he tenido un extraño vacío en el corazón que ella llenó en cuanto la vi. —¿Y yo qué soy? ¿Un pedazo de carne? —bromeó Crystal. —Crystal, sabes que tú y yo nunca podríamos ir a más. Siempre seremos amigas del alma. Siempre ocuparás un lugar muy especial en mi corazón. —Le sonreí débilmente. —Lo sé, Frankie, sólo intentaba hacerte sonreír. Ha funcionado. Lo veo en tus ojos, los cambios que ella ha provocado en tu corazón. —¿Cómo puede ser, Crystal? No entiendo nada. Parece una broma morbosa. ¡¡Pero no me hace gracia!! —grité sin dirigirme a nadie en concreto—. Tengo que hacer pis —casi gruñí, levantándome y encaminándome al cuarto de baño. Usé las paredes para apoyarme mientras buscaba el interruptor. Entré en el baño y me miré en el espejo. Pensé que estaba viendo a alguien que no era yo. No conseguía reconocerme a mí misma. Supongo que así es como se debe de sentir un boxeador tras un combate a quince asaltos. Me siento como si me hubieran golpeado con todo, incluido el fregadero de la cocina. Usé el retrete y apoyé la cabeza en la pared mientras estaba ahí sentada. Me imaginé la cara de Annie al despertarse en la playa y descubrir que yo había desaparecido... otra vez. Sentí que me acometía una oleada de pena e intenté reprimirla. Tragué unas cuantas veces y se me revolvió el estómago horriblemente. Me levanté y me volví en el momento en que el contenido de mi estómago decidió abandonar mi cuerpo. Me agaché en el suelo y noté cómo se me contraía el cuerpo una y otra vez mientras purgaba mis entrañas. Cuando cesaron los espasmos, tiré de la cadena y empecé a respirar de nuevo con normalidad. Levanté mi cuerpo del suelo y metí la cabeza en el lavabo. Abrí el agua fría, me lavé la cara y me eché el pelo hacia atrás. Me erguí para mirarme la cara mientras me mojaba la garganta y el cuello. Levanté la mirada y descubrí la cosa más maravillosa del mundo marcada en mi cuello. Me arranqué la camiseta al instante para asegurarme de que no estaba imaginándome cosas. —¡Oh, cariño, lo conseguiste! ¡Lo conseguiste! ¡Ésta era la esperanza que buscaba! —Sonreí, sintiéndome mejor al instante—. ¡¡Crystal!! —grité—. ¡Crystal, ven aquí, corre! —volví a gritar. Oí que venía corriendo desde el dormitorio.

—¿Qué? ¿Qué pasa, Frankie? ¿Estás bien? —Me miró con cara rara—. ¿Y tu camiseta? —Crystal, ¿qué ves aquí? —dije, señalando mi preciosa marca. Se me había olvidado que estaba desnuda de cintura para arriba. —¿Por qué sonríes? —¡Porque tengo esperanza! ¡Crystal, mira! —Señalé de nuevo. —¿Es eso lo que creo que es? —preguntó con escepticismo. —Depende. ¿Qué crees que es? —Parece un chupetón. —¡¡¡Porque es un chupetón!!! ¡Me lo hizo Annie! ¡Cago en la leche! ¡Es real! ¡Te lo dije! — Agarré a Crystal de las manos y la abracé con fuerza. —Frankie, ¿estás segura? —farfulló contra mi desnudez. —Nunca en mi vida he estado más segura de nada, Crystal. Annie y yo hicimos el amor la otra noche en la playa. Ella me hizo este chupetón. Lo llamó mordisco ventosa —dije riendo—. ¡Nunca me he alegrado más de que me hayan hecho un chupetón! —No me lo puedo creer, Frankie. Tenemos que decírselo a Nonnie —dijo, atónita. —¿Qué quiere decir esto, Crystal? ¿Qué puedo hacer? —De verdad que no lo sé, Frankie. Tenemos que hablar de esto con Nonnie. Ella sabrá qué hacer —me aseguró—. ¿Te encuentras lo bastante bien como para bajar? —Si hiciera falta, podría bajar corriendo. —Hazme un favor, ¿quieres? —me pidió. —Lo que quieras. —Ponte una puñetera camiseta —dijo, dándome un manotazo en el brazo. —Sí, señora —asentí, sólo porque no quería que Nonnie se pusiera a gritarme que me iba a pillar una pulmonía.

Capítulo 21

Bajamos al piso de Crystal y nos encontramos con que Nonnie estaba en la salita con un cliente. Frustrada, descubrí que iba a tener que esperar a que estuviera libre. —¿Cuánto suelen durar estas cosas? —pregunté con impaciencia. —Pues depende de lo que quieran lograr con la visita —dijo ella con sencillez. —¡Dios! Tengo que saber cómo volver allí, Crystal. Tiene que haber un modo. —Me puse a dar vueltas por la sala de estar. —Frankie, tienes que tranquilizarte. Aunque no te des cuenta, sigues enferma. Todavía tienes fiebre y estás muy débil. Por favor, siéntate y relaja el cuerpo hasta que termine, ¿vale? ¿Por mí? —me rogó. —Está bien. —Acepté su ruego de mala gana. De todas formas, siempre tenía razón. Me senté en el sofá y me apoyé en Crystal. Ella me pasó el brazo por los hombros y me colocó la cabeza en su hombro. —Todo irá bien, Frankie. Vamos a descubrir cómo puedes volver con Annie. Tú relájate, ¿vale? —dijo, acariciándome la cabeza. —Mmm... siempre sabes cómo hacer que me sienta mejor. —¿Qué clase de amiga sería si no supiera cómo hacer que te sientas mejor? —Eres la mejor amiga del mundo, Crystal. Gracias. —Me acurruqué más cerca de ella. —De nada, Frankie. —Me dio un beso en la cabeza y siguió acariciándome la cabeza y el cuello. Estuvimos esperando durante lo que me parecieron horas, pero por fin Nonnie salió de su salita y nos encontró sentadas en el sofá. —Frankie, cariño. ¿Te encuentras mejor? Todavía estás un poco pálida —dijo Nonnie, acariciándome la mejilla. —Hola, Nonnie. Sí, me encuentro mucho mejor. Pero... —Nonnie, está pasando algo. Tengo que hablar contigo —interrumpió Crystal de forma muy atípica en ella—. Frankie, ¿nos disculpas un momento? —Claro —dije, confusa. Era muy raro que Crystal hiciera eso. Era como si no quisiera que yo oyera lo que tenía que decirle a Nonnie.

¿Qué puede querer decirle que no pueda oír yo? ¡Si somos como hermanas, por Dios! Me quedé siglos sentada en el sofá. Apoyé la cabeza en el brazo del sofá y noté que me quedaba dormida. Cuando me despertaron, había pasado más o menos una hora. —Buenos días, dormilona —sonrió Crystal. —¿Qué? Oh, me debo de haber quedado dormida. Lo siento. —Me froté los ojos. —No te preocupes. Lo siento, pero tenía que hablar con Nonnie de todo esto. A veces tú te pones un poco emocional con este tema, así que quería hablar racionalmente con ella, antes de hablar contigo de lo que creemos que podemos hacer. —¿Lo que podemos hacer? —Sí, sobre Annie —afirmó. —¿Qué queréis saber? —pregunté. —Pues queremos saber un poco más sobre ella. ¿Sabes cómo se apellida, por ejemplo? —Claro, Parker. —Sonreí con orgullo. —Vale, ¿lleva mucho tiempo viviendo en Chicago? —continuó Crystal. —Pues por lo que sé, ha vivido toda su vida en la zona de Chicago. ¿A qué vienen tantas preguntas? —Bueno, antes de intentar hacer nada, nos gusta investigar un poco. —¿Investigar el qué? No es una persona que me haya inventado, Crystal. No vamos a volver sobre ese tema. —Me estaba empezando a enfadar. —No, no, no, no quería decir eso. No hay una forma fácil de decir esto, Frankie, así que te lo voy a decir sin más. —¿Decirme el qué? —De repente me sentí preocupada por su respuesta. —Tenemos que averiguar si está viva o muerta —declaró tajantemente. —¿Qué? —Bueno, el hecho de que te haya llamado desde 1974 me indica que probablemente no sigue viva —dijo Crystal suavemente. —Jesús —jadeé.

—Frankie, no es eso. Levanté las manos. —Lo sé, lo sé. Sólo iba a decir que ni me había planteado esa posibilidad. La mera idea me da mucho miedo —dije con franqueza. Nos quedamos sentadas largo rato en silencio. Crystal estaba esperando a que yo dijera algo sobre lo que quería hacer. Yo estaba esperando a que ella me dijera qué se podía hacer. Me empezaba a sentir muy confusa. Me quedé ahí sentada y asimilé la posibilidad de que Annie pudiera no estar viva en esta época. —¿Cómo podemos asegurarnos de que está viva o no? —La palabra "muerta" no me resultaba atractiva en ese momento. —Pues primero tenemos que comprobar los archivos de la ciudad para ver si existe un registro de su muerte. Si ha muerto, habrá informes de cómo y cuándo ocurrió. También has dicho que iba a la Universidad de Loyola, podemos comprobar si se graduó y si hay alguna información sobre los ex alumnos. Creo que lo primero es lo más seguro, pero lo otro es una opción más, ya que no sabes mucho sobre ella. —Me miró con cautela para calibrar mi expresión. —Vale, ¿cuándo podemos empezar? Quiero que este misterio se resuelva de una vez. — Necesitaba acabar con todo esto. No podía aguantar mucho más. —Pues empezaremos en cuanto se te pase la fiebre. Creo que necesitas dormir una noche más y luego podemos empezar la investigación —afirmó Crystal con tono práctico. —Crystal, me encuentro bien. Por favor, ¿no podemos ir hoy al Ayuntamiento? —No a menos que quieras forzar la entrada. Lleva cerrado desde hace por lo menos tres horas. Comprobé el reloj y vi que eran las ocho de la tarde. Desde que había vuelto a casa, no tenía el menor sentido del tiempo. —Mierda, supongo que no tengo elección —dije con tono derrotado. —Lamento decir que tenemos que esperar —intervino por fin Nonnie. —Genial, odio esperar —rezongué. —Deja que te dé una cosa para la fiebre, Frankie. Dormirás mejor y la espera no se te hará tan larga si estás dormida —dijo Nonnie. —Me parece buena idea. A lo mejor acepto. Podré hacer mucho más si estoy bien descansada — asentí.

—Así me gusta. Esta Annie tiene que ser muy especial. Nunca cedes tan fácilmente. —Me sonrió. —Lo es, Nonnie. Lo es de verdad —susurré.

Capítulo 22

Llegó la mañana y yo me sentía muy entumecida y atontada por la enfermedad. Al saber que iba a emprender una investigación que me ayudaría a encontrar a Annie, la sensación se hizo menos intensa. Pero la pregunta era, si descubría que Annie ya no estaba viva, ¿qué quería decir nuestro encuentro? ¿Por qué me había llamado para descubrir que no estaba viva? ¿Había muerto prematuramente? ¿Quién era responsable de su muerte? No conocía las respuestas a esas preguntas y no las conocería hasta más tarde. En cuanto Crystal se despertó, vino a verme. —Buenos días, sol —gorjeó. —Buenos días, tú —sonreí. —¿Te encuentras mejor hoy? —preguntó preocupada. —Pues lo cierto es que sí. Estoy deseando ir al Ayuntamiento a indagar un poco —dije emocionada. —Ah, no, lo primero es lo primero. Abre —dijo, metiéndome el termómetro en la boca. —Mrrmmff —le gruñí en broma. —Ooh, qué miedo. Ahora calla, faltan unos dos minutos y medio —dijo, controlando el reloj. Sin llegar a oír el timbre del cronómetro que tenía en la cabeza, levanté la mano para coger el termómetro. Por desgracia, Crystal se me adelantó dos segundos y me lo sacó de la boca. —¡Ja! Demasiado lenta, debes de estar enferma —sonrió. —Tú dime qué indica esa puñetera cosa. —Dice: "Me llamo Frankie y hoy se me permite salir" —dijo con aire travieso. —Genial, ¿a qué hora abre el Ayuntamiento? —pregunté, esperando que supiera la respuesta.

—Supongo que hacia las nueve, pero voy a llamar para asegurarme —dijo, sacando la guía de teléfonos del cajón para todo que tenía en la cocina—. ¿Estás segura de que a Mario no le importará trabajar hoy por ti? —Le encantan las pagas que se lleva. Seguro que se echa a llorar cuando vuelva al trabajo —dije riendo. —Seguramente —asintió Crystal. Cogió el teléfono y llamó al Ayuntamiento. Preguntó el horario y lo apuntó en la libreta de notas que había al lado del teléfono. Crystal colgó y me comunicó la información. —Abren a las nueve, es decir, hace una hora, y están abiertos hasta las cinco de la tarde. Vamos a vestirnos para ir allí —dijo muy contenta. —Ahora salgo. A este cuerpo enfermo que tengo le hace mucha falta una ducha. No he catado el agua desde el Lago Michigan. —¿El Lago Michigan? —preguntó confusa. —Una historia, tal vez, para el trayecto al Ayuntamiento —dije con aire burlón mientras me dirigía al cuarto de baño. —No sé si quiero saberlo —dijo con cierta aprensión. Entré en el cuarto de baño y sonreí a mi reflejo, que seguía luciendo esa hermosa marca en el cuello. —Buenos días, precioso mordisco ventosa —dije sonriendo—. Hoy vamos a buscar un poco más de información sobre tu creadora. —Hice una mueca al oírme a mí misma y me desnudé. Me incliné por encima de la bañera y abrí el agua. Entré cuando la temperatura del agua se puso soportable. Esa mañana me di la ducha más rápida de la historia. Me sequé y corrí del baño al dormitorio y me puse las primeras prendas de ropa que vi. Cogí unos vaqueros y una de mis camisetas. Ni siquiera me fijé en si estaban limpios o del derecho, me los puse sin más. Corrí de nuevo al baño, me pasé un peine por el pelo y me calé una gorra de béisbol de los Cubs. Era mi preferida desde que me la dio mi padre después de ver nuestro primer partido de béisbol juntos. Me solía dar buena suerte. Hoy esperaba que no me fallara. Corrí a la cocina y descubrí a Crystal comiéndose un tazón de cereales con fruta. La miré con impaciencia. —¿Y bien? ¿Estás lista para que nos vayamos? —pregunté, con los brazos en jarras.

—Tranquila, campeona, no sabía que hoy querías batir el récord de la ducha más rápida. Dame unos segundos y estaré lista. ¿Vale? —Está bien —dije indignada y me senté a su lado a mirar cada bocado que daba. —¡Oh, Dios santo, vámonos ya! —dijo por fin y salió corriendo por la puerta conmigo pegada a sus talones. Nos montamos en mi viejo Nissan y pusimos rumbo al Ayuntamiento. Por un lado, me sentía muy emocionada por descubrir la información para encontrar a Annie. Por el otro, estaba cagada de miedo. No quería descubrir que todo lo que había compartido con Annie había entrado en los anales de la historia, para no volver a vivirlo nunca más. La mera idea hacía que se me revolviera el estómago de nuevo. —Bueno, ¿qué pasó en tu última visita, Frankie? —preguntó Crystal suavemente. —Aparte de compartir el momento más precioso de mi vida con Annie, también pasó algo maravilloso —dije en plan críptico. —Ooh, cuéntamelo, por favor —dijo, volviéndose para mirarme con una pierna doblada bajo la otra. —Desayuné con mis padres —dije como sin darle importancia. —¡¿Qué?! —dijo Crystal sin dar crédito. —Me pillaron durmiendo en la escalera de incendios. Me desperté y me encontré con los ojos de mi padre, que me estaba mirando. Creyó que no tenía casa y que estaba durmiendo en su escalera —sonreí. —Oh, Dios. Seguro que casi te cagas encima —sonrió. —Bueno, eso sólo fue el comienzo. Me invitó a pasar dentro cuando le conté una chorrada sobre que estaba demasiado cansada para darme cuenta de no estaba en casa. —¿Y te creyó? —Por supuesto. ¿Acaso no creerías tú a alguien con esta cara? —dije, echándole mi mejor mirada de cachorrito desvalido. —Oh, Dios. ¿Y qué pasó luego? —Pues que me llevó a comer a la cocina, donde conocí a mi madre. —¿Y hablaste de verdad con ella? —dijo con los ojos muy redondos.

—Sí. —¿Y qué te pareció? —preguntó con cierta aprensión. —A decir verdad, Crystal, no era muy agradable —respondí con sinceridad. —¿No? —No. Bueno, creo que le toqué un punto sensible cuando le pregunté si tenían hijos. —Sonreí con aire suficiente. —Oh, Dios, no harías eso. —Pues sí. Yo no había nacido aún, así que supongo que quise saber un poco más sobre lo que pensaba acerca de ser madre. Huelga decir que no le hizo gracia y quiso cambiar de tema inmediatamente. Para mí ya no es un misterio que fue mi padre el que quiso tener hijos. Está muy claro que no fue ella —expliqué. —Caray. ¿Y cómo estaba tu padre mientras? ¿Te pareció que quería hablar de ello? —Sí, de hecho, cuando él dijo que quería hijos, ella le echó una mirada asesina y exigió cambiar de tema. La muy zorra. —Demonios. Seguro que fue algo digno de verse —dijo maravillada. —Lo fue —asentí—. Bueno, el resto del desayuno fue bastante silencioso, salvo por una charla ligera sobre cine y cosas así. Se me había olvidado lo amable y generoso que era mi padre. Invitó a una perfecta desconocida a su casa, después de que hubiera pasado la noche en su escalera de incendios sin que él lo supiera, y luego le pidió que se quedara a desayunar. No hay mucha gente hoy día dispuesta a hacer eso. Ahora seguro que llamarían a la policía. Pero papá no, dijo que le gustaría conocer a mi familia la próxima vez que me pasara por el barrio —dije riendo. —Era un hombre muy especial, Frankie —dijo, tocándome el brazo. —Lo sé... y agradezco haber podido volver a verlo. Le di un abrazo y un beso cuando me marché y fue casi como si supiera quién era yo. Fue rarísismo —terminé, cuando entrábamos en el aparcamiento del Ayuntamiento. Respiré hondo y salí del coche. Crystal me miró y me echó esa sonrisa tranquilizadora que yo había llegado a adorar. Nos acercamos a las escaleras del Ayuntamiento y oí a Crystal que se reía detrás de mí. —¿Qué es lo que te hace tanta gracia? —pregunté desconcertada. —Es evidente que esta mañana tenías mucha prisa. ¿Has visto la camiseta que llevas? —No pudo contener la risa.

Bajé la mirada, vi una camiseta blanca y volví a mirar a Crystal con aire interrogante. —¿Una camiseta blanca está mal? —pregunté. —Sólo si te la has puesto del revés y en la parte de delante pone "Sólo me acuesto con los mejores". Bonito detalle, Frankie. —Sonrió de nuevo. —Oh, mierda. Me la dieron gratis cuando compré el colchón nuevo. Tengo que darle la vuelta — dije y volví corriendo al coche. A los pocos segundos le había dado la vuelta a la camiseta y me la había puesto del revés. —Muy bonito, Frankie, muy bonito —dijo Crystal con aire burlón, sacudiendo la cabeza, y entramos en el edificio. —Oye, que podía haberlo hecho en las escaleras —dije con tono desafiante. —No quiero ni pensarlo. —Sabía que habría sido capaz de hacerlo.

Capítulo 23

Llegamos a la ventanilla abierta más cercana y esperamos a que nos atendieran. —¿En qué puedo ayudarlas? —preguntó una señora mayor y bajita. —Sí, estoy buscando a una persona y me preguntaba si es posible que exista un informe del juez de instrucción sobre su muerte —dijo Crystal. —Un momento, por favor. —Se apartó de la ventanilla y volvió con una llave—. La primera hora les costará diez dólares. A partir de ahí, son cinco dólares la hora. —¿Diez pavos? —refunfuñó Crystal hasta que le tiré el dinero—. Está bien, gracias —terminó y cogió la llave que le tendía la señora mayor. —Vayan por este pasillo y tuerzan por la primera a la derecha. Ahí encontrarán lo que necesitan. Hay un encargado que las ayudará si no encuentran lo que están buscando. —Sonrió y desapareció tras el grueso cristal. —¡Me parece increíble que cobren la hora! —dijo Crystal sin dar crédito. —Bueno, ¿cómo si no pueden asegurarse de que la gente no va a usar estas salas para quedarse a vivir? —dije con tono pragmático. —Supongo que eso es cierto. Muy triste, pero cierto.

—Algunas personas detestan a la gente sin hogar. Da igual que en su mayoría sean inofensivos. Según he visto, lo que la gente no conoce suele darle miedo. Qué diablos, fíjate en la reacción de la gente con el tema de mi sexualidad. Ha habido gente que ha apartado a sus hijos de mí al enterarse de que soy homosexual. Es algo ridículo, dado que estamos en el siglo XXI y todo eso, pero sigue pasando. Crystal me puso el brazo en los hombros y me estrechó rápidamente. —Lo siento, Frankie. Debe de ser horrible. —No es peor que cuando la gente te escupe o te da una patada porque estás durmiendo en la acera. —Me detuve y respiré hondo—. Chica, qué conversación tan alegre, ¿verdad? Espero que tengamos mejores noticias ahí dentro —dije, señalando la Sala de Historia. Metí la llave y entré con Crystal pegada a mis talones. Vi un ordenador en lugar de una máquina de microfichas. Me acerqué a él y me senté. Una mujer de gran estatura se acercó para ver si necesitábamos ayuda. —Buenos días, señoras. ¿Las puedo ayudar a encontrar algo? —preguntó amablemente. —Sí, estoy buscando informes sobre una persona. ¿Me podría ayudar a encontrarlos? — pregunté. —Por supuesto. Necesito cierta información. ¿Conoce el nombre completo de la persona que desea investigar? —Sí, se llama Annie Parker. Supongo que... —Me callé, pues no quería decir lo siguiente—. Creo que murió en 1974. —Crystal me puso las manos en los hombros y empezó a frotármelos. Siempre sabe lo que necesito. —Vale, voy a abrir el programa y meter esta información y veremos qué aparece —dijo con despreocupación. Yo casi no quería saber la respuesta. Noté que estaba temblando de preocupación—. Tardará un poco. ¿Tiene más información que nos pueda servir si no aparece nada? —preguntó, y repasé en mi mente cualquier otro detalle significativo que Annie pudiera haber compartido conmigo. No se me ocurría nada más. —Lo siento, creo que no. A ver si podemos limitarlo a mayo o junio de 1974. ¿Eso le sirve? —Ya veremos. Ah, ya está. Sí, hubo un informe de un accidente mortal de coche ocurrido el 28 de mayo de 1974 en el que se vieron implicados William D. Johnson, de 24 años, y Anne M. Parker, de 21. —Se me puso el corazón en un puño mientras ella seguía leyendo la pantalla—. El accidente ocurrió a las 10:44 de la noche en el Parque Rogers, cerca de la Universidad de Loyola. Al parecer el señor Johnson conducía bebido y se chocó con un coche que iba en dirección contraria, lo cual acabó con su vida y la de la pasajera, Anne Parker.

Noté que las manos de Crystal se quedaban rígidas mientras la mujer leía el informe del accidente. Yo no podía respirar. Annie está... muerta. —¿Dice si...? —Me detuve para tomar aliento—. ¿Si sufrió mucho? —conseguí decir a duras penas. —Según los informes, el señor Johnson murió de forma instantánea, mientras que a la mujer la trasladaron en ambulancia al Hospital de la Universidad de Loyola. Murió al llegar. —Al ver mi angustia ante esta nueva información, me miró con aire compasivo—. Lo siento mucho. Debía de ser muy especial. —Lo era —intervino Crystal, sabiendo que yo no iba a poder contestar. La mujer asintió. —¿Querían algo más? —Me di cuenta de que no sabía muy bien qué decir. —No, gracias, nos ha ayudado mucho. Hemos descubierto todo lo que necesitábamos —explicó Crystal amablemente. —Vale. Si necesitan algo más, me llamo Nancy y estoy en el mostrador de información —dijo, señalando una gran mesa de mármol situada en la parte de delante de la sala. —Gracias, Nancy —repitió Crystal. Yo la miré y sólo pude asentir sin fuerzas. Nancy se alejó y sentí que me venía abajo sin poder remediarlo. Crystal me miró y me eché a llorar. Ella me abrazó por detrás. —Lo siento muchísimo, cariño —dijo, estrechándome con fuerza. —Se ha ido, Crystal —sollocé—. No puedo creer que se haya ido de verdad. Nos quedamos así un rato. Todavía respiraba con dificultad, pero el llanto por fin se me iba pasando. Crystal aflojó su abrazo y se volvió para mirarme y secarme las lágrimas. La miré con los ojos hinchados y le hice la única pregunta que se me venía a la mente. —¿Qué hago ahora? —dije, sorbiendo como una niña pequeña. —Ahora lo dejas en mis manos. Esto es lo que conozco mejor. Nunca en mi vida la había visto tan decidida y segura de sí misma. La mujer que tenía delante me había mostrado todas sus facetas salvo ésta. Por mucho que esta Crystal me impresionara, también me daba miedo. Sabía mejor que nadie que no había forma de interponerse en el camino

de una mujer lanzada a una misión. Esto ya no era cosa mía, era de ella. Y no se me ocurrían manos más capacitadas para mantener a salvo mi corazón. —Vámonos a casa —propuse. Ella me miró y me cogió la cara entre las manos. —No, vamos a recuperar a tu otra mitad. Nunca había oído palabras más dulces que ésas. Crystal se levantó y se dirigió a la salida. —Te sigo —dije, secándome los ojos. Me coloqué bien la gorra y fui detrás de Crystal con la esperanza de volver a encontrar a Annie. Aguanta, Annie, voy a buscarte.

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Capítulo 24

Vimos el coche en cuanto Crystal y yo salimos del Ayuntamiento. Nos acercamos en silencio al vehículo. Miré a Crystal con los ojos enrojecidos y ella me hizo inmediatamente un gesto para que le entregara las llaves del coche. Me deslicé en el asiento del pasajero sintiéndome peor de lo que recordaba haberme sentido en toda mi vida. Ella cerró la puerta del conductor, se inclinó hacia mí y abrazó mi cuerpo abatido. Me apoyé en ella y me eché a llorar de nuevo. Ahora mismo no tenía el menor control sobre mi estado emocional. ¿Pero quién podría echármelo en cara realmente? En cuestión de minutos se me había llenado el corazón de una pena increíble. La mujer que había llegado a amar se había matado en un accidente de coche por culpa de su ex novio alcohólico. Y recalco lo de ex. No creía que tuviera posibilidades de volver a ver a Annie. Crystal, sin embargo, parecía muy segura de ello. Me tuvo abrazada mientras mis sollozos se iban calmando y recuperaba la serenidad. —¿Qué tal vas, Frankie? —Me miró a los ojos. —No sé qué sentir, Crystal. Se ha ido de verdad. Ese cabrón la condujo, literalmente, a la muerte. Si no estuviera ya muerto, lo mataría con mis propias manos —gruñí—. ¿Cómo debo sentirme? Estoy como helada. —Pues yo no me voy a conformar pensando que esto es el final. Ya has demostrado que el tiempo no es un problema en este caso. Si no, para empezar, nunca habrías podido conocer a Annie. ¿Cierto?

—Cierto. ¿Entonces qué vamos a hacer? —pregunté con curiosidad. —Pues lo primero de todo, tenemos que comer algo, me muero de hambre. No te voy a servir de nada si tengo el estómago vacío. Si no recuerdo mal, tú todavía no has comido hoy, así que también necesitas comer. Créeme, te va a hacer falta energía —dijo crípticamente. —¿Puedo saber qué es lo que has planeado? —Te lo diré cuando llegue el momento, Frankie. Te lo prometo. —Sonrió. —Me da la impresión de que no me va a gustar lo que sea que tienes planeado, Crystal. —Tal vez sí, tal vez no, pero más tarde sabremos más. Venga, invito yo, vamos a comer. —No tengo hambre, Crystal, en serio —dije y sus ojos marrones se volvieron despacio hacia mí—. Pero intentaré comer —terminé con aire inocente. Dios sabe que la mujer tenía un genio de mil demonios cuando se trataba de hacerme comer. —Así me gusta. Vamos al restaurante de la esquina. Siempre tienen picadillo y huevos como te gustan a ti —propuso. —Me parece bien. Vamos allá. —Le sonreí débilmente. El resto del trayecto transcurrió en silencio. Para mí era evidente que Crystal estaba intentando pensar en algo para lograr que Annie y yo pudiéramos volver a estar juntas. Pero yo no sabía qué se podía hacer ahora que sabíamos que ya no estaba viva. No me gustaba emplear la palabra "muerta" tratándose de Annie. Hacía que todo pareciera irremediable. Nos metimos en el aparcamiento del Park Diner y Crystal apagó el motor. —Vale, Frankie, ¿lista para enfrentarte a tu público? —¿Alguna vez lo estoy? —Sonreí y me miré en el espejo retrovisor. Me quité las marcas de sal seca de las mejillas y decidí que por el momento no iba a tener mejor aspecto—. Creo que estoy lista —dije y ella sonrió y abrió la puerta del coche. Entramos en el restaurante y esperamos a que nos sentaran. Nos acomodamos en el banco mientras la encargada tardaba lo suyo en buscar una carta para nosotras. —Muy bien, señoras, ¿cuántos son? —preguntó. Crystal y yo nos miramos y luego a nuestro alrededor, donde no había nadie más. Volvimos a mirar a la encargada, que se llamaba Brenda, y sonreímos. Crystal la miró fijamente y dijo: —¿Dos?

—Bien. Síganme —dijo. —Jesús... —le susurré a Crystal, que se echó a reír ante mi reacción. —Ésta es su mesa, su camarera, Brandy, las atenderá dentro de un momento —dijo con su sonrisa falsa. —¿Qué mosca le ha picado? —quise saber. —Vete tú a saber. No es que tengan mucha gente, joder —dijo Crystal con una mueca. Nos quedamos sentadas en amigable silencio hasta que llegó Brandy. —¿Qué tal, cómo están? ¿Les tomo nota? —dijo en una especie de dialecto arrastrado del sur. ¿Puede haber algo peor? Miré a Crystal y fue como si pudiera leerme el pensamiento. Se echó a reír por lo bajo mientras yo le decía a nuestra camarera lo que quería. —¿Cómo quiere los huevos? —dijo parpadeando a toda velocidad. Casi no podía seguir el ritmo de sus ojos. Me estaba mareando sólo de mirarla. —Los quiero bien pasados, por favor. Y que pongan los huevos encima del picadillo, por favor. —Claro, cielo, no hay problema —dijo, haciendo una pompa con el chicle. Ya me estaba esperando que salieran Mel y Vera a ayudarnos—. ¿Y usted, cielo? ¿Ya se ha decidido? —Pasó a parpadearle a Crystal. Ahora me tocó a mí reprimir la risa. —Sí, quiero la ración grande de tortitas con huevos revueltos y beicon. Por favor, que el beicon no se pasee por el plato. Hasta lo pueden quemar un poco si quieren —terminó. —Cielos, chiquilla, ¿y dónde piensa meterse todo eso? —bromeó la otra, haciendo estallar otra pompa de chicle con fuerza. —¿Qué tal si soy yo la que se preocupa de eso? Usted tráigalo y le garantizo que no quedará ni una miga en el plato. ¿Vale, cielo? —Crystal le dedicó esa sonrisa venenosa que por lo general quería decir "Estoy harta de tus chorradas, así que lárgate". —Entendido. —Nos parpadeó a las dos y se dirigió a la cocina. —¡La leche que le han dado! ¿Pero qué demonios le pasa a la gente hoy en día? ¿Tú crees que podría mover los ojos más deprisa? ¡Pero si eran como alas, por Dios! —dije y Crystal echó por la nariz el agua que acababa de beber.

—¡OH, DIOS, FRANKIE! No hagas eso —dijo riendo mientras se secaba la nariz con la servilleta. —¿Y qué me dices del chicle? ¿No te parece que debe de estar ya gris de tanto masticarlo? Joder... —No podía evitar meterme con ella. Así me sentía mejor y además no me oía. Para entonces Crystal se había reclinado en el apartado donde estábamos para ocultar la cara, que estaba como un tomate. Se reía tanto que ya ni siquiera hacía ruido. Mientras intentaba calmarse, tenía la boca en forma de "O" perpetua. —Pppor favor... Frankie... me voy a hacer pis encima —consiguió farfullar. Se puso a respirar hondo para calmarse y entonces la miré y parpadeé como Brandy y le volvió a dar otro ataque de risa. No podía evitarlo: era facilísimo hacerla reír. Crystal era muy fácil de divertir cuando cogía carrerilla, así que seguí hasta que volvió la otra. —Aquí tienen, señoras. Buen provecho. —Nos sirvió la comida y se quedó mirando pasmada cuando Crystal atacó su plato—. Avísenme si quieren algo más. ¿Vale? —preguntó. —Mmmmm —mascullamos las dos con la boca llena. Comimos hasta que dejamos los platos limpios. Me quedé sorprendida al ver que realmente tenía hambre y me lo comí todo. Crystal nunca dejaba de asombrarme por las cantidades de comida que era capaz de meterse en ese cuerpecito que tenía. Nos quedamos sentadas un rato mientras digeríamos la comida y le hicimos una seña a Brandy para que nos trajera la cuenta. —Aquí tienen, cielitos, espero que les haya gustado todo. —Se calló al ver los platos vacíos—. Vaya, voy a cerrar la boca para siempre, se lo han comido todo, ¿eh? —dijo sorprendida. —Ya le dije que no quedaría nada —contestó Crystal. —Vaya, pues es cierto. Espero que no sea una de esas chicas que se meten en el baño a vomitar todo lo que acaban de comer —dijo con aire acusador. —Por supuesto que no. Eso me parece un desperdicio mayor que no comerse lo que se tiene en el plato. Estoy muy contenta con mi aspecto y a la mierda el que piense lo contrario —dijo Crystal con tono desafiante. —¡Bien por usted, cielo! —dijo la otra, haciendo estallar otra pompa de chicle. Yo miré a Crystal y le sonreí. Nunca había conocido a nadie que dijera lo que pensaba tanto como ella. Hasta Annie, claro. Menuda bronca me echó cuando creyó que estaba en contra de los homosexuales. Dios, qué cosa tan absurda. Poco se imaginaba ella cómo íbamos a terminar la noche después de eso. —La Tierra a Frankie. ¿Estás lista, cariño? —preguntó Crystal, sacándome de mis recuerdos.

—Sí, vámonos de aquí antes de que llegue Alice —bromeé. —¡Dios, yo también estaba pensando en eso! ¡Qué gracia! ¡Y también me esperaba a Mel y Vera! —dijo y nos echamos a reír. Era genial la forma en que coincidía nuestra mente en ocasiones. Le dejamos a "Flo" una buena propina y volvimos al coche. Me sentía mucho mejor, de modo que le cogí las llaves a Crystal y emprendimos el regreso a casa.

Capítulo 25

Fui frenando cuando nos acercamos al aparcamiento de la parte de atrás de nuestro edificio. Estaba llena de curiosidad por saber cómo planeaba Crystal llevarme de vuelta con Annie. Noté que la tristeza volvía a apoderarse de mí poco a poco. No creo que se me hubiera pasado en absoluto, sólo había hecho un pequeño descanso mientras comíamos. Sabía que nunca podría olvidar a Annie y todo lo que habíamos compartido. Cuánta gente no siente en toda su vida lo que habíamos sentido nosotras. Lo único que esperaba era poder volver a compartir todo aquello con Annie, bien pronto. —Bueno, Frankie, antes de que empecemos, tengo que hablar con Nonnie de todo esto. Hazme un favor y quédate en casa o vete a la tienda hasta que esté lista, ¿vale? —dijo con aire muy serio. —Crystal, ¿por qué no hablas de ello delante de mí? Me siento como si... Me interrumpió: —Frankie, por favor, confía en mí, ¿de acuerdo? Nonnie y yo tenemos que prepararlo todo para poder seguir adelante con esto. Te prometo que no tardaré, pero te conozco y sé cómo te gusta hacer preguntas y todo eso. Tendrás mucho tiempo para hacer preguntas, sólo tengo que asegurarme de que Nonnie sepa lo que está pasando y de que esté libre el resto de la tarde, ¿vale? —Sonrió y me dedicó su mejor mirada de cachorrito desvalido. Sabía que esos ojos marrones podían conseguir lo que le diera la gana de mí. —Está bien, de todas formas debería ver qué tal va Mario. Pero hazme un favor y ven a buscarme en cuanto estéis listas, ¿de acuerdo? —le rogué. —Te lo prometo, Frankie. Volveré pronto —me aseguró. —Vale. Hasta luego —acepté.

Subí para quitarme la camiseta que llevaba del revés. Me miré el pelo al quitarme la gorra y decidí que se imponía una ducha. Se me había empezado a incrustar el pelo en la gorra de los Cubs, de modo que me lo lavé bien. Me sequé y me puse mi polo morado preferido, que me metí por dentro de mis vaqueros azules con bragueta de botones. Después de secarme el pelo con el secador, me maquillé un poco y bajé a Clásicos en Tecnicolor. Abrí la puerta de atrás y entré en la tienda. No era un día muy animado, pero Mario estaba poniendo ropa nueva al maniquí del escaparate. —Hola, Mario, ¿cómo han ido las cosas? —pregunté. Mario me miró y sonrió. Era un chico agradable de diecinueve años y le encantaba el cine clásico. Creo que le gustaba incluso más que a mi padre. Era bajo para ser hombre, un metro setenta y cinco más o menos, lo cual lo hacía más bajo que yo. Me daba lástima, porque era muy joven y ya empezaba a quedarse calvo. Lo que le faltaba en el plano físico, lo compensaba con creces gracias a su personalidad. Qué diablos, si yo hubiera sido hetero y más joven, habría salido con él. Le estreché la mano con cariño y le sonreí afectuosamente. —Gracias por ocuparte de esto, Mario. Últimamente no he estado muy bien —le di la versión resumida. —De nada en absoluto, señorita Frankie. Lamento que haya estado enferma. Pero no se preocupe, la tienda ha ido muy bien conmigo. No dejaré que haya problemas y así no tendrá que preocuparse. De todas formas, no ha habido mucho movimiento, así que usted descanse y póngase bien. Todavía está un poco pálida, señorita Frankie. —Mario, ya sabes que me puedes tutear. Soy la jefa más informal que podrás tener nunca. — Sonreí con ironía. Vaya si es cierto. —Lo sé, señorita Frankie, pero mi padre se disgustaría mucho conmigo si no la tratara con respeto —dijo con sinceridad. —Por favor, tutéame, ¿vale? No hagas que me sienta como una anciana. ¿De acuerdo? —Le sonreí. —Oh, señorita Frankie, no quería ser irrespetuoso. O sea... Frankie... —Se ruborizó. —¿Mario? —¿Sí? —Respira hondo y suelta el aliento despacio. —Me había enterado por Radio Macuto, es decir, por los cotillas del barrio, de que Mario estaba quedado conmigo. Me di cuenta de que lo estaba poniendo incómodo—. Eso es, ¿te encuentras mejor? —le pregunté preocupada.

—Sí, lo siento. Sólo quiero hacer un buen trabajo. —Mario, has hecho un trabajo estupendo, así que no te preocupes tanto, ¿de acuerdo? —le dije afectuosamente. —Gracias por decir eso, seño... mm... Frankie. Mm, ¿puedo terminar ahora con el escaparate? La gente podría asustarse al ver un maniquí desnudo al pasar. Me eché a reír. —Claro, Mario, adelante. Era evidente que tenía la tienda bien controlada. Incluso había recogido unos cuantos desastres que no había tenido tiempo de recoger yo misma. Me volví para regresar arriba. —Está todo genial, Mario, gracias por defender el fuerte por mí. ¿Quieres salir a comer algo o ir al baño o lo que sea mientras estoy aquí? —Eso era lo único que detestaba de trabajar sola. Tenía que cerrar la tienda sólo para hacer pis o comer. A menos, claro está, que Crystal me trajera comida. —No, Frankie, no necesito nada. Tú vete a descansar. —Me sonrió de medio lado y me saludó agitando la mano. —Vale, gracias otra vez, Mario —le dije, hablando con su espalda. —Adiós. —Volvió a agitar la mano y yo regresé arriba para esperar a Crystal.

Capítulo 26

Volví arriba y me senté en el sofá. Encendí la televisión e intenté no pensar en cómo encontrar a Annie. No me sirvió de nada. Cada anuncio, sobre todo los de Hallmark, me recordaba a ella. Echaba de menos su sonrisa, su olor, pero sobre todo, echaba de menos su dulce voz. Hacía tiempo que no la oía. Había esperado oírla en sueños la noche anterior, o incluso regresar, pero por desgracia me quedé donde estaba. Oí pasos en el porche de detrás y esperé que fuera Crystal. Apagué la televisión y me dirigí a la cocina. —¿Crystal? ¿Eres tú? —pregunté esperanzada. —Sí, nena, ¿me echabas de menos? —bromeó.

—Sabes que he estado esperando noticias tuyas hecha un manojo de nervios —dije haciendo un puchero. —Bueno, pues si estás lista, Frankie, vamos a empezar. Nonnie conoce la situación y estamos preparadas para hacerlo —me tranquilizó. —Genial, ya sabes que estoy lista. ¡Vamos allá! —dije muy emocionada y pasé disparada a su lado para bajar. Crystal soltó un gran suspiro y corrió detrás de mí. —Espera, Frankie. No puedes hacer nada hasta que lo tengamos todo listo —me gritó. No veía el momento de empezar. Sabía que estaba acelerada y que era muy probable que esto tampoco funcionara, pero ya no soportaba más estar separada de Annie. La necesitaba como necesitaba aire para respirar. Abrí la puerta de la casa de Crystal y Nonnie y entré en su cocina. Me encontré a Nonnie sentada tranquilamente a la mesa bebiendo té. —Hola, Nonnie. ¿Cómo estás? —sonreí. —Niña, ven, siéntate y deja que te hable de esto un segundo, ¿de acuerdo? —me pidió con calma. —Claro, Nonnie. Seguro que me vas a decir que puede que esto no funcione y que no debería ilusionarme demasiado. ¿Verdad? —dije, enarcando las cejas con aire interrogante. —Tienes razón en parte, como siempre —sonrió—. Pero quiero que me hables de esta Annie y de lo que significa para ti. —Estoy enamorada de ella, Nonnie. No he sentido esto por ninguna otra mujer con la que he estado en mi vida. Es la otra mitad de mi ser, lo sé —respondí con total franqueza. —Así que no hay nada que no estés dispuesta a hacer para volver a estar con ella, ¿verdad? — preguntó muy seria. —Daría y haría lo que fuera por volver a estar con ella, Nonnie. Hasta ese punto la quiero. —Vale, eso está claro y es maravilloso. Ahora necesito que comprendas que es posible que esto no salga exactamente como deseas. Es posible que consigamos que vuelvas allí y que ella ya haya muerto. ¿Lo comprendes? ¿Va a ser suficiente para ti verla así? ¿Qué pasa si apareces justo en el momento en que se estrella? No podrás hacer nada. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo?

Tuve que pensarlo un momento. No me había planteado esa posibilidad. No sabía si podría verla en ese estado. Estaba segura de que me moriría. Pero no hacer algo más para volver a verla me haría aún más daño. Creo que eso contestaba a mis preguntas. —Sí, Nonnie. Haría cualquier cosa por volver a verla. No puedo no intentarlo una vez más —le imploré. —Vale, pues vamos a ello —dijo simplemente y entró en su salita mascullando algo sobre la terquedad. Crystal me miró y sonrió. —¿Lista? —Más que nunca. —Pues vamos a buscar a tu chica —me dijo alegremente, echándome el brazo por los hombros y llevándome a la salita. —¿Nonnie está de acuerdo con todo esto? —No sabía muy bien qué era lo que sentía de verdad con respecto a todo este asunto. —¿A qué te refieres? —preguntó Crystal, preocupada. —A que casi parece como que no quiere hacerlo. —Creo que le preocupa que no encuentres lo que estás buscando. Te quiere como si fueras su propia hija, Frankie. No le gusta verte sufrir. Sólo quería asegurarse de que comprendes todos los aspectos y que te das cuenta de que, como ha dicho, es posible que las cosas no salgan como tú quieres. —Lo sé y la quiero por eso. Pero sé que tengo que hacer algo si aún tengo la posibilidad de hacerlo. ¿Entiendes? —pregunté, sintiendo que se me llenaban los ojos de lágrimas. —Sí, cariño, voy a hacer todo lo que esté en mi poder para devolvértela. Me doy cuenta de lo mucho que la quieres. A mí también me duele verte sufrir, Frankie. Eres la mejor amiga que tengo en el mundo. Que me ahorquen si me voy a quedar aquí sentada sin hacer nada. Así que... —Me dio un beso en la mejilla—. Vamos a buscar a tu Annie. —Me parece bien. Entramos en la salita de atrás, que en realidad no parecía más que una habitación normal y corriente. Tenía una mesa de madera con cuatro sillas y había un sofá en la pared con una butaca al lado. Era un poco más oscura que otras habitaciones, pero era muy cómoda. La verdad es que era muy acogedora. Me habría producido esa sensación aunque no hubiera conocido a estas dos de toda la vida.

Nonnie estaba sentada a la mesa esperando a que llegáramos. No se había puesto un turbante ni nada por el estilo, así que no penséis que está chiflada ni nada. Lo único que me parecía distinto era que había un poco de incienso ardiendo en una mesilla auxiliar. Aparte de eso, era una habitación de lo más normal. —Vale, ¿dónde me siento? —pregunté, deseosa de poner las cosas en marcha. —¿Dónde estarás más cómoda? ¿En el sofá? ¿En la mesa? —preguntó Nonnie. —¿Voy a dormir? Porque si es así, debería echarme en el sofá —dije con tono pragmático. —Pues muy bien, por favor, ponte cómoda en el sofá. —Nonnie señaló el sofá e hizo un gesto a Crystal para que se acercara más a mí. —De acuerdo —dije, tumbándome en el sofá. Crystal se acercó, se sentó en el borde del sofá y me sonrió. —¿Estás lista, cariño? —Claro, vamos allá. Nonnie y Crystal me sonrieron. Nonnie se sentó a la mesa y Crystal siguió en el borde del sofá conmigo. Respiré hondo y traté de relajar el cuerpo. —Bueno, Frankie, lo más importante que tienes que recordar es que no debes intentar controlar la situación. Mantente tranquila y relajada —me dijo Crystal suavemente—. Ahora cierra los ojos. Relájate, Frankie. Confía en mí y todo irá bien. Nonnie puso música, una antigua obra clásica que a mi padre le encantaba. Creo que era Bach, uno de los conciertos de Brandenburgo. Recordé mi infancia. Él ponía esos discos todo el tiempo y cuando yo me quejaba, me decía que me darían cultura. Tenía razón, todavía los recuerdo. En estos momentos me sentía muy cerca de él, era una conexión que siempre tendría. Estaba muy cómoda en el sofá. Notaba que me estaba relajando mucho. Oía a Crystal hablando suavemente a mi lado. —Imagínate que vuelas hacia las nubes. Cuanto más ligera eres, más alto vuelas. Déjate ir, Frankie. Hazte ligera. Siente que flotas. Ves el arco iris por encima de las nubes, intenta cogerlo, hazte más ligera, Frankie, puedes hacerlo. ¿Lo ves? Lo veía, veía el arco iris que me estaba mostrando. Estaba a punto de alcanzarlo. Noté que le hacía un gesto de asentimiento a Crystal y ella debió de verlo, porque respondió a mis acciones. —Eso es. Estás muy cerca. Déjate ir un poco más, Frankie. Annie está al otro lado de ese arco iris. Pronto podrás verla. Relájate, siente cómo pierdes el peso del cuerpo. Eres totalmente libre

de ir donde quieras, ahí es donde debes estar. Ve con ella, Frankie. Te está esperando. La encontrarás. Cuando bajes, estarás justo donde la dejaste la última vez. Ve a la parte superior del arco iris, pasarás al otro lado, llegarás allí. Siente que vuelas más alto... más alto...

Capítulo 27

Me sentía más libre de lo que me había sentido en toda mi vida. Sabía que llegaría a ella, sólo tenía que seguir concentrada y relajada. Concentrada y relajada... —¿Frankie? ¿No lo estoy haciendo bien? ¿Tengo que volver con Crystal? ¿Por qué me llama? —¿Frankie? ¿Me oyes? Abrí los ojos y tuve que protegérmelos de la fuerte luz del sol que me daba directamente en ellos. Vi una silueta por encima de mí. Me moví para que la luz iluminara a esa persona desde otro ángulo. Era Betsy. ¡Era Betsy! ¡SÍ! Ha funcionado, gracias, Crystal. —¿Betsy? ¿Eres tú? —Sí, ¿por qué estás aquí fuera? —Ésa era la gran pregunta. ¿Cuál era la respuesta adecuada? —Anoche me quedé aquí dormida con Annie. ¿Está contigo? ¿Dónde está? —Me empezó a entrar el pánico. Me había dejado sobre la manta donde habíamos hecho el amor. Tenía que encontrarla. —No la he visto hoy, Frankie. Eso es lo que me preocupa. Tenía que trabajar esta mañana. No se ha presentado. Eso no es propio de ella. Estoy muy preocupada. —¿Qué día es hoy? —dije toda confusa. —Lunes. —¿Veintiséis? —aventuré. —No, veintiocho. Tenía que entrar a trabajar a las diez de la mañana y es mediodía y no hay forma de encontrarla. ¿Tú tienes idea de dónde está? Han llamado del café porque ellos también están preocupados.

—No tengo ni idea, Betsy. Ahora la que está preocupada soy yo. Nos quedamos dormidas aquí después de lo de la hoguera. Eso fue anoche, ¿no? —pregunté, esperando no andar muy desencaminada. —Sí, fue anoche. Menuda resaca debes de tener. Bebisteis mucho. Debo decir que me llenó de alegría verla tan contenta contigo. Erais inseparables. —Tan inseparables que se ha puesto en plan Frankie y ha desaparecido esta mañana. Espero que esté bien. Billy no nos vio, ¿verdad? —Esperaba que no estuviera con él. Sobre todo después de haber leído lo de su accidente del veintiocho. ¡El veintiocho! ¡Oh, Dios! —No, por suerte se rindió y se marchó. Menudo gilipollas estuvo hecho anoche. —Betsy me estaba hablando y yo no oía nada. La tenía él. Debía de tenerla. —Betsy, ¿dónde vive Billy? Tengo un presentimiento muy malo. Puede que viniera aquí anoche y nos viera juntas. Seguro que fue algo que no quería ver. Estoy segura de que Annie está ahora con él. Créeme, Betsy, corre grave peligro. Es capaz de matarla. Tenemos que encontrarla antes de que sea demasiado tarde. —Haré lo que pueda. Creo que arriba tengo un listín de estudiantes —intentó recordar. —Creía que ya no era estudiante —dije, recordando lo que había dicho Annie. —No lo es, pero antes sí y hace siglos que no se muda. La dirección debería ser la misma. Creo que tengo un listín antiguo. Vamos a bucarlo. —Me ofreció la mano para ayudarme a levantarme. Le agarré la mano y tiré para ponerme en pie. Me sacudí los restos de arena del cuerpo y de la manta. Cogí la manta y le hice un gesto para que emprendiera el camino. Subimos volando las escaleras de cemento de Mertz Hall. Subimos en el ascensor hasta el piso dieciocho y fuimos a la habitación de Annie. Llamé con fuerza a la puerta para que si estaba allí, me oyera con toda seguridad. —Annie, ¿estás ahí? —grité. Seguí llamando con fuerza—. Annie, ¿me oyes? —Sacudí el tirador y por suerte para mí, la puerta no estaba cerrada con llave. Miré dentro de su cuarto, que estaba vacío. No estaba por ningún lado. Todo estaba como lo habíamos dejado antes de ir a la fogata. —¡Mierda! ¿Dónde estás, corazón? ¡Tengo que encontrarte! Dame algo. ¡Una pista, lo que sea! —Noté que empezaba a ser presa del pánico. La calma no se me da muy bien y menos cuando alguien a quien quiero está en peligro. Grave peligro.

—¿Hay algo? —Betsy entró corriendo con el listín de estudiantes de 1972 en las manos. —No, nada. Todo está exactamente como lo dejamos anoche —dije abatida. —Pues hemos tenido algo de suerte, he logrado encontrar ese viejo listín de estudiantes. Aparece Billy. Vive en Pratt, que está justo bajando por la calle. Podemos ir andando, está muy cerca. —Bueno, ¿y a qué estamos esperando? Vamos a hacerle una visita a ese simpático cabrón, ¿vale? —dije sarcásticamente. —Sí, vamos. Me muero por ver cómo le das una paliza —sonrió. —¡Y yo me muero por dársela! —gruñí—. Venga, vámonos. Salimos de la habitación de Annie y fuimos derechas al ascensor. Cuando las luces de los pisos indicaron que el ascensor iba a tardar en llegar, bajamos por las escaleras, de dos en dos. Llegamos abajo más deprisa de lo que habría podido moverse el ascensor. Las dos estábamos decididas a apartar a Annie de Billy. Cómo íbamos a hacerlo era otro tema, pero por ahora, nuestra prioridad era llegar hasta ella. Lo que haríamos cuando llegáramos era algo que tendríamos que pensar después. Por ahora, lo único que yo quería era encontrar a Annie para asegurarme de que estaba bien. No puede morir, no puede. No podría vivir conmigo misma sabiendo que no había hecho nada por salvarla. Puede que eso supusiera trastocar el tiempo y el futuro, pero qué demonios, no me importaba. Iba a encontrar a Annie e íbamos a estar juntas. Eso era todo. Salimos de Mertz Hall y Betsy señaló al norte, hacia Pratt Lane. No estaba lejos en absoluto. Noté que la angustia iba creciendo en mi interior. —Tardaremos cinco minutos en llegar, Frankie —afirmó tajantemente. —Está bien. ¿Conduce algo que no sea esa camioneta? —pregunté. —No, esa chatarra de mierda es lo que se merece —sonrió—. Odio a ese cabronazo. Más le vale no haberle hecho daño otra vez. No sé qué sería capaz de hacerle —dijo con calma mientras caminábamos hacia Pratt. —Yo sé muy bien lo que le voy a hacer si le ha hecho el menor daño —declaré con tono práctico—. Lo voy a descuartizar con mis propias manos. Va a desear no haber conocido a Frankie Camarelli, fíjate lo que te digo —bufé entre dientes. —Recuérdame que no debo cabrearte nunca, Frankie. ¿Vale? —sonrió. —Tomo nota. Vamos a pillar a ese hijo de puta —dije y aceleré un poco el paso.

Betsy se mantuvo a mi lado mientras corríamos por Sheridan Road para buscar a Billy Johnson. Si la había dejado durmiendo en su casa mientras él estaba fuera de la ciudad, suerte para él. Si no, iba a lamentar el día en que le puso la mano encima a Annie Parker. Eso, amigo, es una promesa.

12

Capítulo 28 —¿Dónde demonios están? —grité llena de frustración. Habíamos llegado a casa de Billy, si se podía llamar así, y la encontramos prácticamente vacía. No había señales de Annie ni de Billy. Ni siquiera había nada que indicara que hubieran estado allí. —¿Y ahora qué? —preguntó Betsy. —No lo sé. ¿Por dónde solían moverse? —pregunté. —Pues a Billy le gusta pasar el rato en Forest's. Es un bar que hay en Sheridan, no muy lejos de aquí. Podemos pasarnos por ahí para ver si los ha visto alguien. ¿Te parece bien? —propuso. —Sí, vamos. Ahora mismo, cualquier cosa me parece bien. Estoy preocupadísima por ella. ¿Qué hora es? —pregunté y ella consultó el reloj. —Poco más de la una. No me digas que te tienes que ir —dijo con los brazos en jarras y desafiándome a que dijera que sí. —No, es que no quiero que esté demasiado tiempo con él, eso es todo —mentí. Sabía que si no la alcanzaba antes de las 10:44 de la noche, Annie iba a morir a manos de Billy, o por su forma de conducir, debería decir—. ¿Dónde está este Forest's, estamos cerca? ¿Podemos ir andando? —Sí, podemos ir andando. Vamos. —Emprendió la marcha. —Te sigo. —Eché a andar tras ella. Subimos corriendo por Sheridan Road buscando el bar Forest's. Lo único que se me ocurría era, "¿Forrest Gump tiene un bar?" Sabía que no pillaría la broma, de modo que no dije nada. —Ahí está, Frankie. Pero no veo la camioneta de ese pringado —dijo abatida. —No importa, a lo mejor alguien los ha visto —le dije.

—Vale. —Y me siguió. Entramos en aquel antro donde sólo olía a cerveza rancia y a humo. —Jo, me encantaría celebrar aquí mi banquete de boda —dije sarcásticamente. —No lo digas muy alto, que alguien podría tomárselo como propuesta de matrimonio —dijo riendo. —Puaj. No quiero ni pensar en la clase de seres que vienen aquí —dije haciendo una mueca. —Ya te digo. Ahí está Barney, creo que es el dueño del local. No entiendo cómo es posible que alguien se sienta orgulloso de proclamar eso en voz alta —dijo sonriendo y señaló a un hombre grueso que llevaba unos vaqueros demasiado ajustados, una camisa roja de franela y una barba descuidada. Estaba sentado en la barra con un colega suyo. Era el hombre ideal para dirigir este establecimiento. Si es que se le puede llamar establecimiento. Puaj. —Hola, tú eres Barney, ¿verdad? —dijo Betsy, intentando llamar la atención del hombre. No debió de oírla, porque no se movió en absoluto. —¡Eh, tío! ¡Esta piba tiene sed! —dije yo con mi propia versión del guión. —Sí, señoras, ¿en qué puedo serviros? —dijo babeando, mirándonos de arriba abajo. Me dieron ganas de partirle la cara. Cuenta hasta diez, Frankie. No es más que el típico guarro asqueroso. —Oye, ¿has visto hoy a Billy y a su chica, Annie? —intentó Betsy. —¿Billy? ¿Quién es ése? —De repente le entró un ataque de amnesia. Miró a su colega y se echó a reír. Yo perdí la poca paciencia que me quedaba. —¡Escucha, gordo de mierda! ¡Tengo que encontrar a Annie y tú me vas a ayudar! ¿Te enteras? —le bufé a la cara. —¿O si no qué? Ah, ahora sí que se la había cargado. Lo agarré por la parte superior de la camisa y le clavé en los ojos la mirada más gélida que pude con la sonrisa más feroz que pudieron formar mis labios. —¡O te meto lo poco que te queda de pelotas en esa batidora de ahí y te obligo a servirlas con hielo! ¿Qué te parece como posibilidad? —Oí que tragaba con dificultad y se tocaba nervioso bajo mi garra.

—Los... los he visto hace como media hora. Se bebió unas cuantas mientras su chica le daba la lata sobre un tipo llamado Frank. —Sonreí al oír esto—. Creo que esa zorra le ha estado poniendo los cuernos. ¡Yo también le cascaría una buena! —soltó. Eso le valió un codazo en la tripa y le aferré la garganta por el cuello de la camisa. —¿Qué quiere decir eso de también? ¿Es que la ha pegado? —escupí entre dientes mientras le apretaba la garganta. —Oye, que se lo merecía. ¡Le ha puesto los cuernos! —argumentó él. —¿Y cuántas veces la ha engañado él? —respondí como si eso importara—. ¿Sabes qué? No respondas, sólo dime dónde han ido —dije furiosa. —No lo sé. Él no lo dijo. La agarró y se largaron —dijo rápidamente. —Si me mientes, te juro por todo lo sagrado que cumpliré mi amenaza —dije, rechinando los dientes. —¡Lo juro! —Vi que tenía la frente cubierta de sudor, lo cual me indicaba que decía la verdad. —Pues hazme un favor, si vuelven, dile a Billy que Frankie ha estado aquí. —Me miró comprendiendo de repente—. Eso es, la Frankie de Annie. Dile que estoy buscándolo y que si le ha hecho algo, lo mataré con mis propias manos. ¿Te has enterado? —Lo zarandeé al terminar. —Ssssí... entendido —farfulló. —Bien. —Me volví para mirar a Betsy, que no había cerrado la boca desde que había empezado todo—. Cierra la boca, Bets, que aquí te van a entrar más que moscas —dije, depositando al saco de pulgas en su banqueta y pasándole el brazo por los hombros para conducirla fuera del bar. Oí que Barney le decía por lo bajo a su colega que yo había tenido suerte de haberlo pillado de buen humor. —¡Dios, Frankie! —chilló Betsy—. Casi me meo encima ahí dentro. ¿Dónde has aprendido a dar tanto miedo? —preguntó. —Viene en el manual de instrucciones de "Ser Alta". Es un requisito previo. —Sonreí al ver su cara de pasmo. —Dios, me ha afectado a mí y ni siquiera iba contra mí —dijo sin aliento. —Bueno, ha sido una pérdida de tiempo, pero me siento un poco menos tensa. Debería enviarle a Barney una tarjeta de agradecimiento —sonreí. —¡Oh, por favor, como si supiera leer! —dijo riendo y me uní a ella.

—Bueno, Betsy. ¿Dónde más podemos buscar? ¿Vamos al café a ver si ha aparecido? — pregunté. —Sí, ¿por qué no? Esperemos que por lo menos haya llamado. —Vamos —dije y echamos a andar hacia el restaurante. Bajamos por Sheridan Road inmersas en nuestros propios pensamientos. Por fin llegamos al restaurante tras lo que me pareció una hora de caminata. Abrimos la puerta del café y nos encontramos a Doris tomando nota de pedidos en la barra. Le sonreí y la saludé agitando la mano. —Hola, Doris. ¿Sabe ya algo de Annie? —pregunté llena de esperanza. —Sí, llamó hace creo que unos quince minutos diciendo que no venía a trabajar porque estaba enferma —nos comunicó. —¿Que estaba enferma? —pregunté de nuevo. —Sí. Pero no es propio de ella. Creo que está haciendo novillos con ese novio suyo. No sonaba muy convincente. Pero nos cae bien, así que lo dejaremos pasar. —Sonrió levemente. —¿Tiene idea de dónde podría haber ido? ¿Mencionó algo? —Pues la verdad es que me ha dejado un mensaje para ti. Me pareció raro, pero espera que lo busque. —Se me aceleró el corazón por la intriga de saber qué podía haber dicho—. Aquí está — dijo Doris tras encontrar un trozo de papel en el delantal—. Dice: "Dile a Frankie que gracias por haber ido a la fiesta de la playa y que me llené del barril al corazón". —¿Eso es todo? —pregunté desconcertada. —Sí, eso es todo lo que dijo. Parecía como si estuviera susurrando, así que puede que lo haya escrito mal, pero estoy segura de que eso es lo que dijo —afirmó. Betsy y yo nos miramos: ninguna de las dos sabía de qué demonios estaba hablando. No teníamos ni idea. —Bueno, gracias de todas formas, Doris. Si vuelve a tener noticias suyas, por favor, llame a la habitación de Betsy en Mertz Hall, ¿vale? —dije mientras Betsy le daba el número de teléfono. —A lo mejor ha vuelto ahí. Vamos a volver al colegio mayor para ver si alguien la ha visto — propuso Betsy. —De acuerdo, no hemos conseguido nada más que merezca la pena —dije muy preocupada.

—Venga, Frankie, que la vamos a encontrar, no te preocupes —me tranquilizó Betsy. —Sí, ¿pero será demasiado tarde? —dije demasiado alto. —¿Qué quieres decir con eso? Frankie, no pensarás que Billy es realmente capaz de matarla, ¿verdad? —Lo único que sé, Betsy, es que cualquier cosa es posible. Créeme —dije con convicción. —Vale. Vámonos. Hasta luego, Doris —dijo Betsy agitando la mano. —Hasta luego, chicas —dijo Doris y siguió atendiendo a sus clientes.

Capítulo 29

Intenté desentrañar qué quería decir Annie con el mensaje que me había dejado. Para mí no tenía el menor sentido. Era en lo único en que conseguía pensar mientras regresábamos al colegio mayor. —¿Qué demonios ha querido decir, Betsy? —pregunté de nuevo. —No lo sé, Frankie. No hablaréis en un código especial, ¿verdad? —Sonrió burlona. —No te pases de lista. No, no lo hacemos. Todavía no habíamos llegado a ese punto de nuestra relación. Eso ha ocurrido hoy, al parecer. —La encontraremos, Frankie. Ten fe en vuestra conexión. Tenéis el vínculo más fuerte que he visto en mi vida. —Me tocó el brazo mientras hablaba durante nuestra caminata—. Hace bastante tiempo que soy amiga de Annie y nunca la he visto apegarse tanto a nadie como lo ha hecho contigo. Es amor, Frankie. No sé si te lo ha dicho ya, pero si no lo ha hecho, falta poco. Lo noto. Te lo garantizo —dijo con una sonrisa. —Sí, lo ha hecho. —Sonreí tímidamente—. Yo también la quiero, Betsy. Que es por lo que me estoy volviendo loca por no conseguir encontrarla. Me da mucho miedo que Billy vaya a hacer algo que resulte perjudicial para los dos —expliqué. Seguimos el resto del camino en silencio. Subimos los escalones hasta el edificio y entramos en el vestíbulo rumbo al ascensor. Nos acercamos al mostrador de seguridad para que yo volviera a firmar. Advertí que Annie había hecho firmar a Billy. —Bets, ¿qué hora es ahora? —dije jadeante. —Las dos pasadas.

—Joder —maldije por lo bajo. Sólo tengo ocho horas para encontrarla antes de que sea demasiado tarde. Al parecer Billy había firmado hacía veinte minutos y los habíamos perdido por los pelos. —¡Maldita sea, Betsy, se nos acaban de escapar! —exclamé y miré al guardia de seguridad—. Oiga, ¿recuerda por dónde se han ido este tipo y su novia? —pregunté señalando el nombre de Billy. Espera... ¿Billy no se escribe G-I-L-I-P-O-L-L-A-S? —¿Qué es esto, una guardería? —Me miró indignado—. No tengo ni idea. Si se han ido, ya no son responsabilidad mía —afirmó con aire satisfecho. —Seguro que su supervisor no estaría de acuerdo, dado que en su placa pone seguridad del campus, ¡cretino! —intervino Betsy. —Cuidado, señorita, o le... —Y Betsy lo interrumpió. —¿O me qué? ¿Me pone una multa? Adelante y verá cómo le pongo una denuncia antes de que le dé tiempo a comerse esa pasta. Su trabajo es saber si es seguro que las personas a las que deja pasar estén aquí. Resulta que mi amiga corre grave peligro. ¡Su novio está loco! Sobre todo, lo más seguro es que esté colocado con algo o borracho como una cuba y muy probablemente ¡va a intentar matarla! ¡Escriba eso en su maldita multa! —gritó Betsy. Me sentí muy orgullosa de ella por salir de esta manera en defensa de Annie. Era una buena amiga. —Ya está aquí el ascensor —dije, intentando calmar los ánimos entre los dos sin echarme a reír por el cambio de actitud del hombre. —Bien. Me estaba empezando a enfadar. —Lanzó una mirada asesina al guardia de seguridad. Las puertas se cerraron y Betsy soltó un largo suspiro. Me miró y sonrió de oreja a oreja. —¡Lo he hecho! ¡He dado miedo! —dijo encantada, a todas luces muy orgullosa de su hazaña. —Sí, efectivamente. Buen trabajo. Ese estúpido aspirante a policía es un auténtico cretino —dije. —Sí, ¡pero le he dado miedo! —gritó muy emocionada. Sonreí y meneé la cabeza mientras esperábamos a que llegara el piso dieciocho. Por fin llegamos a nuestro piso y salimos. Fuimos a la habitación de Annie y volví a mover el tirador de la puerta. Seguía sin tener la llave echada. Esta vez la habitación había cambiado un poco. Parecía como si hubiera tirado ropa por en medio haciendo el equipaje. ¿¡¿EQUIPAJE?!? ¿Dónde puede ir? ¿Dónde te la has llevado, cabrón?

—¿Qué diablos? ¿La está raptando? —preguntó Betsy—. Parece como si se estuviera mudando o haciendo el equipaje o algo así. —Lo sé. No tengo ni idea. Es evidente que se la ha llevado a alguna parte. ¡Maldita sea! ¿Qué intentaba decirme? ¡Sé que tenía que haber algo en ese mensaje que le dejó a Doris! ¡¡PIENSA, FRANKIE, PIENSA, MALDITA SEA!! —me grité a mí misma. —Frankie, intenta calmarte. Así sólo vas a conseguir estresarte más. Respira hondo y vamos a intentar resolver juntas lo que te dijo —me tranquilizó. Tomé aire con fuerza y asentí. —Tienes razón, Betsy. Tengo que calmarme. No puedo pensar cuando me pongo así. —Respiré hondo un par de veces más y volví a intentar descifrar su mensaje. Dile a Frankie que gracias por haber ido a la fiesta de la playa y que me llené del barril al corazón. Betsy fue a su cuarto y cogió dos vasos de agua para nosotras. Lo bebí agradecida, dejando que saciara mi sed. La sensación era estupenda al notar cómo bajaba por mi sequísima garganta. —Vale, vamos a resolver esto —empecé. —De acuerdo —asintió y cogió papel y bolígrafo de la mesa de Annie—. Vamos a escribirlo para poder mirarlo. —Sonrió y anotó el mensaje de Annie—. A veces hay que tener el rompecabezas delante para que tenga sentido. —Eres una chica muy lista, Betsy. Estoy totalmente de acuerdo. Ahora, la primera parte es que Doris hable conmigo, cosa que ya ha hecho. Así que olvidemos esa parte. Vamos a concentrarnos en la chicha —propuse. —De acuerdo —dijo y se puso de nuevo a dar vueltas a las palabras de Annie. Nos quedamos ahí sentadas más de una hora. El barril, la cerveza, llenarla hasta el corazón. No tenía sentido alguno. ¡¡JODER!! ¡¡Me estoy empezando a hartar!! Betsy percibió mi agitación y fue a buscar más agua. También trajo unas galletas de barquillo con vainilla. Sabía cómo llegar al corazón de una mujer. Azúcar. —Gracias, Betsy —dije, comprobando la hora en el despertador de Annie—. Mierda, ¿eso va bien? —Ella lo confirmó tras mirar su reloj. —Las cuatro y cuarto, sí —afirmó, mirando el reloj.

—Dios, no tenemos el tiempo de nuestra parte en estos momentos —rezongué. —¿Te importa si pongo la radio? Este silencio me está poniendo un poco nerviosa —dijo Betsy, explicando su petición. —Claro, adelante —dije y ella se levantó y encendió la pequeña radio que había en la mesa de Annie. Betsy se puso a silbar al sentarse a mi lado y yo la miré fijamente con la esperanza de que captara la indirecta. —Uuy, lo siento. No lo puedo evitar, me encanta Elton John —dijo en voz baja, deteniendo todos los ruidos. —Sí, a mí también. Annie me dijo que a ella también le gusta. ¿Dónde estábamos cuando hablamos de eso? —Estuve pensando unos segundos y recordé nuestro trayecto juntas a la licorería—. Annie se puso a cantar Bennie and the Jetts de camino a la licorería. Tenía una voz preciosa. Tendría que haberla obligado a ella a cantar cuando lo de la hoguera. —Sí, canta muy bien. Dios, qué imbécil estuvo Billy ese día. Recuerdo que cuando volvió sin ti, le pegó un bofetón delante de todos nosotros. Qué hijo de puta. Intentaba impresionar a sus amigos a costa de ella, Dios, cómo lo desprecio ahora mismo. Mientras Betsy recordaba la historia, casi me dio un ataque. —¡Eso es! ¡La fiesta de la playa! ¡El barril! —farfullé de lo emocionada que estaba. Betsy me miró como si estuviera loca. —Frankie, ¿de qué demonios estás hablando? —preguntó confusa. —¡Annie y yo fuimos a comprar otro barril para Billy y su amigo, COREY! Dile a Frankie que gracias por haber ido a la fiesta de la playa y que me llené del barril ¡al CORAZÓN! Ahí es donde la ha llevado Billy. ¡A casa de Corey! —exclamé. —¡¡Jesús!! ¡¡Eso es!! —dijo muy excitada. —¿Dónde vive? —pregunté, con la esperanza de que no fuera muy lejos. —Corey vive un poco lejos de aquí. Ya no estudia, ¡pero es el mejor amigo del hijo de puta ése! —añadió. —¿Tienes coche, Betsy? —Crucé los dedos, rezando por que lo tuviera. —Sí, está en el aparcamiento sur. Si nos damos prisa, llegaremos dentro de una hora más o menos —afirmó.

—¿Una hora? ¿Pero dónde demonios vive? —En las afueras hacia el oeste. Tendré que buscar su dirección en el listín. Hace tiempo que no voy por allí. Billy nos llevaba a todos a hacer fiestas allí cuando los padres de Corey se iban de la ciudad —explicó. —Qué infantil —dije sarcásticamente. —Qué Billy —me corrigió. —Efectivamente —contesté mientras ella consultaba el mismo listín donde habíamos encontrado la dirección de Billy—. ¿Está ahí? —¡Ya está! Vive en Elgin. Tenemos que salir a la 90 e ir hacia el oeste hasta que lleguemos a la carretera 31. Llegaremos, no te preocupes, Frankie. La alcanzaremos a tiempo —me aseguró. —¡Vamos allá! —dije, poniéndome en pie de un salto. —Voy a coger las llaves y el bolso y nos largamos —dijo y fue a coger dichas cosas de su habitación—. Vámonos —dijo cuando me reuní con ella en el pasillo, esperando el ascensor.

Capítulo 30

Salimos a la autopista para encontrarnos con el típico atasco monumental de Chicago. Dios, a veces odiaba esta ciudad. —¡Joder! Vamos a tardar tres horas en llegar como siga así —se quejó Betsy. —¿No podemos ir por otro camino? —pregunté desesperada. —No, desgraciadamente, éste es el camino más rápido —dijo resignada. —Maldita sea. Esperemos que esto se aclare en el cruce —dije con esperanza. Aguanta, cariño, ya llegamos. Por favor, aguanta. Al cabo de dos horas y media en la autopista de peaje, por fin llegamos a la carretera 31 que llevaba a Elgin. Betsy condujo el coche por el tráfico continuo de la ciudad en la carretera de dos carriles. Torció a la derecha por un camino de tierra e inmediatamente sentí que se me encogía el estómago. Teníamos que estar cerca. A continuación torció a la izquierda junto a un pequeño cobertizo pintado como un viejo granero rojo y se paró en el camino de entrada.

—Creo que es esto. Deja que vuelva a comprobar la dirección, pero estoy casi segura de que ésta es la casa de Corey —dijo, comprobando el listín. —La hora, por favor —dije, dándole unos golpecitos en la muñeca. —Las siete y media casi. Dios, cuánto hemos tardado. —Suspiró. —Mierda, no nos queda mucho tiempo —dije sin darme cuenta. —Frankie, ¿hay algo que no me estás diciendo? ¿Tiempo para qué? —preguntó. —Es sólo que tengo un mal presentimiento —mentí. Salí del coche, corrí a la puerta principal y llamé al timbre. Esperé unos minutos y volví a llamar. Cuando nadie contestó, me puse a golpear con fuerza la gran puerta de madera. —¿Hola? ¿Hay alguien en casa? —grité. Betsy se había reunido ya conmigo y se puso a mirar por las ventanas para ver si había alguien en casa. —No veo a nadie. Voy a mirar detrás. Tiene un porche ahí detrás que es donde hacíamos las fiestas. —Vale, yo voy a seguir intentándolo aquí —dije y ella se dirigió a una gran zona rodeada por una valla. Abrió el portillo y se encaminó a la parte de atrás de la casa. Yo seguí llamando al timbre y dando golpes en la puerta hasta que noté que la piel de mis nudillos se empezaba a rebelar. —¿¡COREY?! ¿Me oyes? —rogué ante la puerta. Sacudí el picaporte, pero tenía la llave echada. Por favor, que haya alguien en casa... ¡por favor! Un coche se detuvo detrás del Ford de Betsy y un hombre cuya cara me resultaba conocida salió del coche. Era Corey, si no me equivocaba. —Oye, tú eres Corey, el amigo de Billy, ¿verdad? —le pregunté. —Sí, ¿y quién eres tú? —dijo él con humor. —Me llamo Frankie y soy... —Ah, tú eres Frankie. Supongo que estás buscando a Annie —dijo, cruzándose de brazos. —Sí, Corey, sé que no me conoces muy bien, pero Annie corre peligro, grave peligro —dije, intentando sonar convincente.

—¿Peligro por qué? ¿Por Billy? Estás loca —dijo, empujándome para pasar. —Por favor, Corey, tienes que creerme. Sé perfectamente que Billy ha estado bebiendo mucho hoy y probablemente también ha estado fumando. Ésa no es forma de conducir. Podrían matarse. Seguro que te ha hablado de Annie y de mí, pero a pesar de eso, piensa en lo que puede pasar. Tu amigo podría morir hoy —dije apasionadamente, sobre todo esto último, con la esperanza de provocar algún sentimiento en este idiota drogado. —Jo, entonces supongo que no debería haberle dado esos porros para el camino, ¿eh? —dijo, rascándose la cabeza. —¿El camino? ¿Dónde iban, Corey? Por favor, dímelo. Si sientes algo por tu amigo, tienes que decírmelo —le rogué. —Bueno, el único motivo que tenía para venir aquí era para que le diera un poco de droga. Consiguió lo que quería y se largó de nuevo a la ciudad. Decía algo de llevar a la zorra de su novia a la escena del crimen. No sé qué coño quería decir con eso, pero sé que estaba cabreado —recordó. Me imagino que se refería a la playa. —¡BETSY! ¡¡ Vámonos! —grité—. Gracias, Corey, todavía hay esperanza para ti. —Miré hacia la valla y volví a gritar—: ¡Betsy, nos largamos de aquí, vamos! —Vi que venía corriendo hacia el portillo. Lo abrí por ella y regresamos corriendo al coche—. Adiós y gracias otra vez. —Agité la mano como una estúpida despidiéndome del idiota que agitaba a su vez la mano—. Joder, Betsy, tenemos que acelerar de lo lindo. —Estoy en ello —dijo, rodeando el coche de Corey y saliendo al camino. Metió primera y salió despedida con un chirrido de neumáticos a la carretera principal—. Frankie, ya pasan de las ocho, si nos encontramos tráfico de entrada en la ciudad puede que no lleguemos hasta las diez más o menos. —¡Mierda! Pues tenemos que asegurarnos de que nosotras llegamos sanas y salvas. Tú acelera y yo vigilaré por si hay policía. —De acuerdo —dijo. Menudo equipo éramos. Betsy me caía muy bien. Me pregunté si todavía existiría en mi tiempo. Nota para mí misma: buscar a Betsy Carter en la guía telefónica. Betsy condujo hacia el este por la 90 y el tráfico fue bastante bien hasta que empezamos a acercarnos a la ciudad. —¿Pero qué pasa hoy con el tráfico? ¡Si es un puto lunes, por Dios! —me quejé enérgicamente.

—Oh, mierda, ése es el problema, hoy es fiesta. —A Betsy se le encendió la bombilla en la cabeza. —¡OH, JODER! ¡No me extraña! Dios, espero que esté mejor que al salir de la ciudad. — Mantuve los dedos cruzados. —Esperemos que sí. Pero no te hagas muchas ilusiones. Ésta es la hora en que todo el mundo vuelve de pasar el fin de semana fuera —dijo, lo cual era cierto. —Lo sé. Bueno, pues haremos lo que podamos —dije con un suspiro—. Estaría dispuesta a volver corriendo si supiera que iba a llegar más deprisa que así. Pasaban de las diez cuando entramos en la ciudad. Sabía aproximadamente dónde iba a ocurrir el accidente y cuándo, sólo tenía que asegurarme de que no ocurría. Tenía que asegurarme de que nadie resultara herido y ahora eso incluía a Betsy. —Betsy, quiero que me hagas un favor. Quiero que pares y me dejes aquí —empecé a decir, señalando la acera. —¿Por qué? ¿Qué pasa? —preguntó, un poco alarmada. —Nada. Quiero pasarme por el restaurante para ver si ha vuelto o ha llamado. Quiero que vuelvas al colegio mayor para ver si están ahí. ¿Puedes hacerlo? —dije, esperando que su respuesta fuera afirmativa. —Sí, si veo algo, te llamaré al restaurante y tú puedes hacer lo mismo si te enteras de algo. Toma. —Anotó su número en una caja de cerillas y me la dio—. No lo pierdas, no quiero que la gente crea que ese número es para pasar un buen rato. —La miré con cara rara—. Está en una puta caja de cerillas, Frankie. ¡Para eso, como si lo hubiera escrito en la pared de un baño! —dijo escandalizada. —¡Vale, vale! ¡Ya me entero! —Tardé un segundo, pero sí que me enteré. Me eché a reír a pesar de la angustia y salí del coche—. Oye, otra cosa, ¿me prestas tu reloj, por favor? —Asintió y me entregó su reloj de pulsera—. Gracias por pasarte el día conduciendo, Betsy. Te lo agradezco de corazón. Eres una buena amiga. Hablamos pronto —dije con una sonrisa. —No hay de qué, Frankie. Te llamaré si me entero de algo —dijo y se alejó en el coche. Entré en el restaurante y vi que Doris seguía allí. —Gracias a Dios que todavía está aquí. ¿Ha sabido algo más de Annie? —Estaba a punto de irme. ¡Las diez y media y termino! No, no he tenido noticias suyas desde esta tarde. ¿Eso quiere decir que tú tampoco sabes nada de ella desde entonces? —preguntó con cara de asombro.

—No, nos hemos pasado todo el día dando vueltas buscándolos a ella y a Billy. Creo que Billy podría hacerle algo serio, Doris. Y me refiero a lo peor. —Recalqué la palabra "peor". —¿Crees que ese cabroncete mataría a nuestra Annie? ¿Por qué piensas una cosa así? —Porque no sabe cuándo dejar de beber y conducir y un día eso le va a suponer la muerte a él y a quien esté con él en ese momento. Literalmente —solté. —Ya te entiendo. Bueno, pues te deseo suerte para que la encuentres. Va a aparecer, cielo. No te preocupes —dijo, dándome una palmada en el hombro, y se encaminó a la salida del restaurante conmigo. Salí de nuevo y eché a andar por Sheridan Road. Sabía que vería la camioneta de Billy pasando por el campus, sólo tenía que asegurarme de poder detenerla a tiempo. Dios, por favor, que llegue a tiempo.

Capítulo 31

Las diez cuarenta. Dios, cariño, ¿dónde estás? Mi respuesta llegó demasiado rápido cuando vi la camioneta de Billy que bajaba a toda velocidad por Sheridan hacia las salidas del campus. Corrí a la calle con la esperanza de que me viera y parara. No hubo suerte. Me vio a muchos metros de distancia, pero en sus ojos vi que tenía intención de atropellarme. Oí el motor de la camioneta que aceleraba y supe que no se iba a parar. Agité los brazos por encima de la cabeza, instándolo a que parara, y entonces vi que Annie, que iba en el asiento del pasajero, agarraba el volante justo cuando la camioneta estaba a punto de chocar conmigo, con lo que Billy y el amor de mi vida se desviaron y se metieron en el carril de dirección contraria. Cuando se produjo el impacto con el otro coche, fue como si lo viera a cámara lenta. —¡Noooo! —chillé horrorizada al ver que la parte delantera de la camioneta se hundía por el violento contacto con el coche que venía en dirección contraria. El olor a goma quemada y aceite impregnaba el aire y se hizo un horrible silencio. Corrí a la camioneta y vi la figura aplastada de Billy desplomada sobre el volante. Tenía la cabeza cubierta de sangre. Si no hubiera sabido quién era, nunca habría podido identificarlo. Inmediatamente, corrí al lado de Annie y vi que había salido despedida de la camioneta y yacía en la calzada. Todavía estaba algo consciente cuando me acerqué a ella temerosamente.

Ha sido culpa mía. ¡Dios! Ha sido culpa mía, se ha desviado para evitar atropellarme. La vi allí tendida en el suelo y no pude controlar las lágrimas que empezaron a resbalarme por la cara. Su cuerpo parecía sin vida hasta que tosió. —¡Annie! —Salí de golpe del trance—. ¡Oh, cariño! —exclamé y me dejé caer al suelo y estreché su cuerpo ensangrentado contra el mío. Noté que su cara se hundía en mi cuello y luego noté que me daba unos ligerísimos besos. Se me cortó la respiración al sentir esta tierna muestra de amor. —Te... quiero... Frankie... —sentí más que oí decir a Annie. Ésas fueron las últimas palabras que le oí decirme. Le bajé la cabeza para mirarla a los ojos por última vez. Los hermosos ojos verdes que había llegado a amar tanto eran ahora los cariñosos ojos marrones que había conocido toda mi vida. Me sequé las lágrimas de los ojos para asegurarme de que no me estaba imaginando cosas. Intenté hablar, pero no pude. Sujeté el cuerpo que había sido mi ángel y que ahora pertenecía a mi única amiga de verdad. Crystal. El pelo y el cuerpo seguían siendo los de Annie, pero los ojos eran los suyos. Nunca en la vida podría olvidarlos. Tomé aire varias veces cuando me di cuenta de que me estaba sonriendo. Mi voz, que creía haber perdido, regresó con un débil tono de niña. —¿Crystal? ¿Eres... eres tú? —No me podía creer la cantidad de lágrimas que derramaban mis ojos. —Sí, cielo, soy yo. —Tosió. —Oh... Dios mío... ¿por qué? ¿Cómo... por qué... haces esto? —No conseguía entenderlo. —Una vez te dije que si pudiera sentir el amor, sentir la pasión y el deseo aunque sólo fuera por un momento, podría morir feliz. Pues lo he hecho, Frankie. Lo supe en cuanto sentí tu amor por Annie. Lo siento ahora dentro de este cuerpo. Es la sensación más increíble que he experimentado jamás. Este cuerpo está muy cansado —susurró casi. Yo lloraba al oírla, porque ahora sabía lo que había hecho. —Me vas a dejar, ¿verdad? —sollocé. —Sí, cariño. Así es. Te dije que te diría mi plan cuando llegara el momento. Pues no hay mejor momento que el presente.

—Oh, Crystal. —Me aferré a ella estrechamente, consciente del doble sentido de esa frase. —Lo cual me recuerda. El presente. Tienes a alguien esperándote allí. Tienes que volver —me dijo sonriendo con aire burlón. —¿Y qué pasa...? —balbuceé. —Nonnie lo sabe todo. Ella me ha ayudado. Cuando le dije que quería ocupar el lugar de Annie, supo por qué lo hacía. Creo que por eso te preguntó si estabas dispuesta a arriesgar cualquier cosa por Annie. Necesitaba saber hasta qué punto era importante para ti. Ahora le parece bien. Al principio no, pero me conoce y sabe cuánto me importas. Siempre me has apoyado, Frankie. En todo momento, y por eso siempre te querré. Nonnie sabe que ésta va a ser una transición extraña, porque mi forma física va a seguir allí. Bueno, casi toda. Annie se queda con estos. —Se señaló los ojos y yo sonreí a Crystal débilmente—. Nadie conoce el plano espiritual como Nonnie y sabe que nunca me iré de verdad. Siempre estaré contigo, Frankie. Siempre. —Oh, Crystal. Eres la persona más increíble que he conocido en toda mi vida. Te estaré eternamente agradecida por esto. Te quiero. Siempre te querré. —Lo sé. Ahora vete, no tardarán en llegar. Ya oigo las sirenas. Vete ya. Por favor. Ve a dormir, Frankie. —Me sonrió por última vez antes de perder el sentido. —¿Crystal? —exclamé y me quedé mirando los párpados ahora cerrados que cubrían los ojos de mi mejor amiga—. Gracias, Crystal. —Sollocé y la abracé mientras mi cuerpo aguantó. Notaba que mi cuerpo estaba entrando en estado de shock por lo que había ocurrido. Sin hacer caso de las miradas de la gente que había alrededor, deposité un último beso en la boca de Crystal. Dejé el cuerpo sin vida de Crystal en el suelo y apoyé la cabeza en su hombro por última vez. Cerré los ojos y elevé una oración de gracias a la única persona que me conocía y quería como nadie. Adiós, amiga mía.

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Capítulo 32

Noté que mi cuerpo se empezaba a despertar. Me daba miedo abrir los ojos, pues no sabía dónde me iba a despertar. Oía música como sonido de fondo del lugar donde me encontraba y una voz preciosa que me llamaba. —¿Frankie? ¿Me oyes, corazón? Por favor, despierta —decía dulcemente. ¡Oh, Dios mío, Crystal!

Hice un esfuerzo por abrir los ojos. Me sentía drogada y amodorrada y quería seguir durmiendo. Dormida, todo era mucho más agradable. Entonces me llamó de nuevo. —Por favor, cariño. Vuelve a mí. Tengo mucho miedo aquí sola —me susurró suavemente al oído. Ésa es la voz de Crystal, sin la menor duda. ¿Por qué tiene miedo? ¡Oh, Dios mío, es Annie! Tiene miedo. Diablos, yo también tendría miedo si fuera ella. Tengo miedo. Me obligué a abrir los ojos. Funcionó. Me desperté en la salita del piso de Nonnie y Crystal. Busqué a Nonnie con la mirada por todas partes. No la encontré. Noté una presión en el brazo y bajé la mirada. Una cabeza cubierta de rizos castaños estaba apoyada en mi brazo y mi mano. Tenía la mano mojada de cálidas lágrimas. Debía de haber estado llorando. Las siguientes palabras que dije se quedarían para siempre grabadas en mi cerebro. —Annie, ¿eres tú? —pregunté insegura. No sabía si realmente quería confirmar que mi mejor amiga se había sacrificado por mí. La cabeza morena abandonó despacio su anterior posición y unos hermosos ojos verdes me miraron. —Oh, Frankie, sí, soy yo. ¡Gracias a Dios! —dijo, apoyando la cabeza en mi pecho. Alcé la mano y me puse a acariciarle el pelo con movimientos delicados. Noté que se me llenaban los ojos de lágrimas. No era un sueño. Estaba aquí conmigo, esta vez para siempre. Solté un suspiro tembloroso y dejé salir las lágrimas que no podía controlar. Annie me miró mientras sus ojos derramaban sus propias lágrimas. Nuestras miradas se encontraron y nos quedamos así largo rato. Ninguna de las dos sabía muy bien qué decir. Lo cierto era que habían ocurrido muchas cosas en cuestión de minutos. —¿Estás bien? —dije, con la voz embargada de emoción. —Creo que sí —asintió despacio—. Físicamente, estoy bien; mentalmente, bueno, creo que voy a tardar un poco en digerir todo esto —afirmó con tono tranquilo. —Pues ya somos dos. —Miré a mi alrededor—. ¿Dónde está Nonnie? ¿La has visto ya? — Esperaba que su primer encuentro no hubiera sido difícil para ninguna de las dos. —Sí, nos hemos conocido. Ha sido muy raro para las dos. Conozco el sacrificio que ha hecho Crystal por nuestra felicidad. Nunca he conocido a una amiga así, Frankie. Era una mujer increíble de verdad, como me dijiste. Creo que Nonnie se ha ido a asimilar todo esto también. La verdad es que no parecía triste. Me recibió con una gran sonrisa y me dio un abrazo enorme. Me sentí muy reconfortada entre sus brazos. Supongo que eso procede del vínculo que había entre ellas. Espero que no desaparezca nunca. Nunca he tenido esa clase de cariño de familia y no me gustaría nada que sintiera que no puede hacerlo porque éste ya no es el cuerpo de Crystal. O sea,

sigue siendo el cuerpo de Crystal, sólo que ahora es mío. Oh, Dios... ¡esto es tan raro! —Se llevó las manos a la cabeza y empezó a mecerse. —Shhh... cariño, todo va a ir bien. Lo superaremos todo. Venga, quiero llevarte a casa —dije, poniéndome en pie con las piernas temblorosas. Busqué deprisa un bolígrafo y papel y le dejé una nota a Nonnie haciéndole saber dónde estábamos. Sabía que iba a necesitar pasar un tiempo a solas. Por mucho que dijera que estaba bien, sabía que se sentía llena de dolor por Crystal y que se sentiría así durante mucho tiempo. Yo sabía que mi propia vida nunca volvería a ser igual sin ella. Espero que me puedas oír, Crystal, porque te voy a hablar muy a menudo. Ya te echo de menos. Todavía no puedo creer lo que has hecho por mí. Te querré siempre, cariño. Te prometo que cuidaré de Nonnie. Me sentí abrumada por mis pensamientos al mirar a Annie en el cuerpo de Crystal. Cogí a Annie de la mano y la llevé por las escaleras de atrás hasta mi piso. No pudo evitar quedarse mirando fuera todas las novedades del barrio. Iba a ser divertido enseñarle todo lo que había cambiado en los últimos veintiséis años aproximadamente. La Avenida Kingsley era sin duda muy distinta de cómo era antes. El Parque Rogers había cambiado casi por completo desde que ella lo había conocido. Sin duda, iba a ser una época de redescubrimientos para Annie. Sólo me cabía esperar que no le costara demasiado adaptarse a su nueva vida. Entramos en mi cocina por la puerta de atrás y pasamos al interior. El ambiente me parecía un poco cargado, de modo que puse el aire acondicionado. —Echa un vistazo. Todo lo que tengo es tuyo, Annie. ¿Tienes hambre? ¿Te traigo algo? —Sí, me encantaría tomar un vaso de té frío. —Se detuvo para mirarme con aire confuso—. Lo voy a atribuir a uno de sus gustos, porque a mí nunca me ha gustado el té —dijo sonriendo. —Estoy de acuerdo contigo. Crystal era una ávida bebedora de té. La verdad es que prácticamente no bebía otra cosa. Tengo su mezcla preferida en la despensa. Ahora mismo vuelvo. —Sonreí y me pregunté cuántas otras cosas íbamos a descubrir que eran gustos de Crystal y cosas totalmente nuevas para Annie. —Gracias, Frankie. Te lo agradez... —Oí que se paraba en seco y soltaba una exclamación en la otra habitación. Acudí a ella inmediatamente, preguntándome qué había pasado. La vi en el pasillo mirando su imagen en el espejo. ¡Oh, Dios! Seguro que le está dando de todo en estos momentos. Me acerqué muy despacio, intentando averiguar su reacción ante sus nuevos atributos físicos. No puedo describir la forma en que estaba mirando su nuevo cuerpo. Estaba claro que se sentía intrigada. Había pasado de tener el pelo rubio y liso a media melena a tener una masa de rizos

castaños y largos. No paraba de tocarse la cara y el cuello con una expresión de incredulidad total. Le puse las manos en las caderas, miré al espejo por encima de su hombro y nunca dije palabras más ciertas que las que pronuncié a continuación. —Para mí, siempre fue increíblemente bella, Annie. Ahora, con tu espíritu dentro, ese cuerpo nunca me ha parecido más bello. No podría haber pedido una mezcla mejor de personas a quienes amar, Annie. Se volvió en mis brazos y me miró profundamente a los ojos. En su mirada se reflejaba tanto amor que sentí que se me inundaba el cuerpo de calor. —Te quiero, Frankie. Te quiero más de lo que puedo expresar en estos momentos. ¿Me besas, por favor? Hazme saber que esto es real. —Vi que sus ojos se empezaban a llenar de lágrimas y supe que necesitaba sentir la conexión que sólo nosotras compartíamos. Me incliné despacio y posé suavemente los labios sobre los suyos. El beso fue distinto de lo que había sentido antes. Estos eran los labios de Crystal. Noté que la emoción se apoderaba de Annie. Se le escapó un sollozo cuando me aparté. —¿Annie? ¿Estás bien? —pregunté preocupada. —Ahora ya no me vas a querer igual, ¿verdad? Es su cuerpo, no el mío. Estos labios que estás besando son los suyos, no los míos. Lo he notado, Frankie. —Se calló, se tapó la cara con las manos y siguió llorando. Se me estaba rompiendo el corazón. Me pregunté si Crystal había tenido la capacidad de leer la mente y nunca me lo había dicho. Nunca me había planteado el hecho de que estaría amando el cuerpo de Crystal. Que lo vería todos los días. ¿Era culpa lo que sentía? No estaba segura. Sabía que Annie no podía enterarse de la duda que tenía, porque eso la destrozaría. No se trataba de eso. Sólo tenía que acostumbrarme a la situación. Era tan nueva para todas nosotras. —Annie, por favor, créeme cuando te digo que te quiero. Es que voy a tardar un poco en acostumbrarme a esto. Conozco este cuerpo de casi toda la vida y amarlo con la pasión que tú y yo sentimos es algo que nunca me había planteado. Vamos a absorber todo esto un poco, ¿vale? Todavía estoy un poco atontada por el viaje de regreso —dije con sinceridad. Era cierto que todavía no me había permitido asimilar la muerte de Crystal. —Oh, Frankie. Cuánto lo siento. Qué egoísta soy. Acabas de perder a tu mejor amiga. Dios, qué gilipollas soy. ¿Me perdonas, por favor? —Entonces pensé de verdad que Crystal sí que había tenido esa capacidad después de todo. A lo mejor Annie estaba realmente sintonizada con lo que me estaba pasando—. ¿Frankie? —Me miró fijamente. Creo que me había quedado en blanco por un segundo. —¿Sí, cariño? —susurré.

—Te quiero —dijo, estrechándome entre sus brazos. —Yo también te quiero —contesté en voz baja—. ¿Podemos descansar? Creo que necesito tumbarme. —De repente caí en la cuenta de lo agotada que estaba. —Sí, vamos, me encantaría echarme en tus brazos. —Sonrió a través de las lágrimas que estaba conteniendo. —Bien, porque no hay cosa que me apetezca más ahora mismo que tenerte en ellos. —Le guiñé el ojo y la llevé a mi cuarto. —Qué bonito, Frankie —dijo, mirando a su alrededor. —Gracias —dije con una sonrisa—. Ven aquí —dije, apartando las sábanas y deslizándome en un lado de la cama. Se quitó las pulseras y las colocó en la mesilla de noche. Annie se metió en la cama y se arrimó a mí. Tiró de las sábanas y apoyó la cabeza en mi hombro. Rodeé con los brazos la familiar figura. Le di un beso en la cabeza por la costumbre y la estreché mientras nos quedábamos dormidas.

Capítulo 33

Me desperté a oscuras. Miré el despertador y eran las nueve y veintiuno. Sí que debíamos de estar cansadas. Hacía siglos que no me echaba una siesta como ésta. Noté el peso de la cabeza de Annie en el hombro. No nos habíamos movido desde que nos echamos. La luz de la farola de la calle entraba en mi habitación. Iluminaba las facciones de Annie de una forma preciosa. Ahora parecía estar en paz. Me maravillé por lo que había ocurrido en el último día. El día antes estaba desolada y ahora tenía al amor de mi vida entre mis brazos, pero con la forma de mi mejor amiga. —Dios —susurré. Noté que se movía encima de mí y su pierna se colocó encima de las mías. Se acurrucó más contra mí y soltó un profundo suspiro de satisfacción. La estreché con fuerza y volví a darle un beso en la cabeza. —¿Cuánto tiempo llevas despierta? —farfulló con voz adormilada. —No mucho. ¿Qué tal has descansado? ¿Bien? —pregunté, acariciándole la mejilla con los nudillos. —Sí, muy bien. Ha sido estupendo estar en tus brazos, Frankie —dijo, acercándose más y besándome delicadamente el pecho, que era lo que tenía más cerca de la boca.

—Ha sido estupendo tenerte abrazada y no preocuparme de no estar aquí al despertar. Creo que me voy a acostumbrar a esto —dije y mi mente volvió corriendo a Crystal—. Todavía no puedo creer lo que ha hecho por mí, Annie. Por nosotras. —Lo sé, corazón. Era muy especial. De hecho, se me ha aparecido en sueños. Cambié de postura para mirarla a los ojos verdes. —¿En serio? ¿Y qué te ha dicho? —Sabía que no sería ninguna locura si efectivamente lo había hecho. Era muy propio de Crystal intentar decir la última palabra. Dios, cómo voy a echar de menos ese desparpajo. —Quería que te dijera que no estés triste por ella, porque estará contigo cada día. Ha hecho lo que ha hecho por su cariño por ti y por vuestra amistad. Para ella eras más importante que nadie, Frankie, bueno, salvo por Nonnie. Ha dicho que seas feliz. Tu felicidad es lo único que le importaba. —¿De verdad ha dicho todo eso? Me pregunto por qué no me lo ha dicho a mí en persona. Bueno, supongo que lo hizo esa noche. —Tenía el corazón atenazado por la tristeza y Annie lo captó de inmediato. Me estrechó con fuerza y todas mis defensas se vinieron abajo. Las lágrimas me resbalaron sin control por la cara y las orejas hasta la almohada. —Está bien que llores, Frankie. Yo estoy aquí por ti. Déjalo salir todo. Por favor, no te lo guardes. Esas dulces palabras salían de la boca de la mujer a quien estaba llorando. Dios, qué confuso me resultaba todo. Sabía que algún día todo encajaría, pero ahora mismo no sabía si aceptarlo o no. No me quedaba más remedio, ya había sido decidido. Lo que deseaba era haber podido intervenir en la decisión. Si me lo hubiera preguntado, ¿habría sabido realmente qué respuesta dar? Creo que debería agradacerle a Crystal el no habérmelo preguntado. No habría podido responder. Me quitó esa posibilidad e hizo lo que creía que tenía que hacer. Sentía mi amor por Annie y sabía lo importante que era ese amor para mí. Dios, realmente era una mujer asombrosa. Mis sollozos fueron en aumento a medida que me iba dando cada vez más cuenta de que mi amiga se había ido. Se me estremecía el cuerpo cada vez que tomaba aire. Annie me sujetaba mientras lloraba. Me decía cosas reconfortantes para ayudarme a hacer el duelo. Sabía lo que suponía esta pérdida para mí. Era lo peor después de perder a mi padre. Al menos, había estado con Crystal cuando murió. Eso es algo que agradeceré eternamente. Mis sollozos fueron disminuyendo y mi cuerpo se relajó apoyado en Annie. Me besó la cara y me secó las lágrimas que intentaban escaparse de mis ojos. Era una mujer muy cariñosa y supe que nuestra vida en común iba a ser muy especial. La miré con los ojos hinchados y le sonreí débilmente.

—Gracias, Annie. No me lo esperaba y me alegro de que estuvieras aquí conmigo. Sabía que acabaría pasando, pero... —Me callé cuando Annie me puso un dedo en los labios. —Shh... está bien, Frankie. No tienes que disculparte por llorar a alguien a quien querías. Siento muchísimo haber sido el motivo de su muerte. —Espera un momento... lo ha hecho por nosotras, Annie. Por favor, no cargues tú sola con esto. Sabía lo mucho que yo te quería. Me vio cuando volví de verte y estaba totalmente hecha polvo. No podía respirar sin ti, Annie. Ella vio todo esto y tomó su propia decisión al respecto. Al parecer, Nonnie y ella hablaron de ello antes incluso de que pasara. Ese día fui a su salita para impedir que ocurriera el accidente. No podía soportar la idea de que murieras de esa manera. —¿Sabías lo del accidente? —Me miró maravillada. —Sí, lo sabía. Necesitaba saber si eras real, Annie. Crystal y yo fuimos al Ayuntamiento para buscar el informe de tu muerte. En realidad, sólo buscaba alguna pista que me indicara que eras una persona real y no alguien salido de mis sueños. Fuimos a la Sala de Registros y allí una mujer metió toda tu información en el ordenador y luego el año, 1974. Encontró un accidente de coche que sufristeis Billy y tú. Un accidente mortal. Se me quedó mirando fijamente. —¿Sacaste esta información de un ordenador? —preguntó. —Oh, Dios mío... cuántas cosas hay que no conoces. —Sonreí—. Pero sí, obtuve esta información y volví para intentar evitar que Billy te matara. Por desgracia, tú intentaste evitar atropellarme en la calle y os chocasteis de todas formas. Vi que la camioneta se metía en el sentido contrario, ¡y lo único que conseguía pensar era que os habíais estrellado por mi culpa! —Frankie, nos estrellamos por culpa de Billy. Estaba borracho como una cuba y no debía haber conducido en absoluto. Por favor, no te eches la culpa de sus actos. Sólo me alegro de que ya no pueda hacer daño a nadie nunca más. El muy cabrón. Espero que Crystal lo machaque —dijo sonriendo. —Créeme, Annie, Billy ha ido a un sitio donde jamás verá a Crystal. Ella está en un sitio mucho mejor. De eso estoy segura. —Seguro que tienes razón. —Me sonrió y en ese momento su estómago llamó la atención sobre su existencia. —¿Tienes hambre? —pregunté con una sonrisa burlona. —¡Oh, Dios, sí! Estaba esperando el momento adecuado para decírtelo —dijo, bajando la mirada con aire casi avergonzado.

—Pues tengo que advertirte de que Crystal tenía un apetito impresionante. Ten cuidado. Vas a comer más de lo que te puedes imaginar. ¡Cuenta con ello! —dije riendo. Dios, qué gusto me daba volver a reír con ella. Sabía que eso sólo era el comienzo. —¿En serio? —dijo, enarcando una ceja. —En serio. Vamos a ponerlo a prueba. ¿Qué tal algo de comida china? —Oooh, sí, por favor. —Dios, qué fácil ha sido. Ésa era su comida preferida por encima de cualquier otra. Ella ponía la mesa y yo me ponía a hacer cualquier cosa y entonces llegaba la comida. Tenía una cancioncilla que me cantaba siempre si no corría a la mesa. A ver cómo era... —Si llegas tarde... sabes que no voy a esperar... y lo único que tendrás será un plato vacío. — Sonrió y terminó la cancioncilla sin mí. Yo me la quedé mirando y luego la abracé con todas mis fuerzas. Crystal no se ha ido de verdad. Sólo su alma. Supongo que todas sus partes siguen igual salvo sus ojos y su espíritu. Su corazón es el mismo, y su cerebro, a lo mejor puede recordar algunas de las cosas que sabía Crystal. Esto es increíble. He recibido un regalo que jamás podré pagar. Crystal y Annie son una misma persona. —¿Conoces la canción? —pregunté con una sonrisa emocionada al aflojar el abrazo. —Eso creo. No sé de dónde ha salido, pero la conozco. —Sonrió con aire un poco confuso. —Creo que ya no voy a cuestionarme nada. Voy a dejar que pasen las cosas, a ver dónde me llevan —dije maravillada. —¿Frankie? —me llamó. —¿Sí? —¿Podemos comer ya? Tengo un antojo de rollitos de primavera —dijo riendo. —Sí, mi señora, vamos a dar de comer a esa bestia tuya —dije, dándole un beso en la mejilla y levantándome de la cama. Ella se levantó también y me preguntó si antes se podía dar una ducha. —¿Quieres que vaya abajo y te traiga ropa? —pregunté. —Sería estupendo. Yo no sabría siquiera dónde buscar.

—Seguro que sí. —Sonreí con aire burlón—. Bueno, tienes toallas en el armario de la ropa blanca y champú y de todo en la propia ducha. También tengo un cepillo de dientes de sobra en el cajón de las medicinas. —Gracias, Frankie. Muchísimas gracias por quererme —dijo, toda radiante. —No hace falta que me des las gracias. Sería una tonta si no te quisiera —dije y la besé suavemente en los labios—. Como he dicho, el cepillo de dientes está en el cajón de las medicinas. —Le guiñé el ojo. —¿Sabes qué? Sólo por eso, ¡a lo mejor no me lavo los dientes hasta después de comer! —Lo digo en broma. Te besaría aunque no te hubieras lavado los dientes para nada. —Mentirosa. —Vale, exagero un poco. Ya te acostumbrarás. —¡Largo de aquí! —Me clavó un dedo en el estómago en plan de broma. —Vuelvo ahora mismo, Annie. Ten cuidado, he puesto una navaja nueva, así que no te pongas a jugar a Psicosis en la ducha. —No lo haré. Hasta ahora. —Adiós. —Cuando casi había cerrado la puerta, volví a meter la cabeza en el momento en que ella empezaba a desvestirse—. ¿Alguna preferencia para la ropa interior? —pregunté sonriendo. —¡Frankie! Coge lo que sea, ¡si no sé lo que tiene! —Se estaba sonrojando y era lo más bonito que había visto en mi vida. —¡Está bien, está bien, ya me voy! ¡Jo! —exclamé riendo y cerré la puerta del cuarto de baño. Sabía que Nonnie estaría abajo cuando llegara. No sabía qué iba a decirle. Por mi causa, su nieta había dado su vida a otra persona. No tengo ni idea de qué voy a decir. Lo siento, Nonnie. Puuufff... eso sería como clavarle un puñal en el pecho. Ya se te ocurrirá, Frankie, tú baja y habla con ella. Bajé las escaleras de atrás y me dirigí a su puerta trasera. Vi a Nonnie en la cocina. Di unos golpecitos en la ventana y ella sonrió y me hizo un gesto para que pasara. —Hola, Nonnie —dije, sin poder mirarla a los ojos. —Ven aquí, niña. —Tiró de mí y me dejé caer en sus brazos. Me eché a llorar y ella me frotó la espalda como lo hacía siempre que yo estaba triste por algo—. Sabes que ni tú ni yo podríamos

haber impedido que hiciera lo que ha hecho. Esa chica era más terca que una mula —afirmó con calma. —Lo sé, pero... —sollocé. —Shh... tú y yo sabemos que lo que ha hecho ha sido de corazón y que sólo quería que fueras feliz. Ya de niña sabía que su don te acabaría ayudando de alguna manera. Sorbí y la miré a los ojos. —¿De verdad? —Sorbí de nuevo y ella me volvió a abrazar. Me di cuenta de que le resultaba más fácil hablarme de esto si tenía algo o a alguien a quien agarrarse. No engañaba a nadie y a mí menos. Sabía que estaba sufriendo. —Sí. Cuando tenía unos once años, vino y me dijo: "Nonnie, algún día mi espíritu le va a dar la vida a alguien. Eso va a hacer muy feliz a Frankie". No supe qué quería decir con eso. Siempre habíamos sabido que su don era fuerte, a veces más fuerte que el mío. Vino a hablar conmigo después de tu último encuentro con Annie y me dijo lo que necesitaba hacer. No lo que quería, sino lo que necesitaba. Sabía que yo podía ayudarla con el poder de mi propio don. Estuvimos horas hablando de ello. Yo no quería dejarla ir, pero sobre todo, sabía que necesitaba hacerlo por ella misma además de por ti. Te quería muchísimo, Frankie. Cuando vio cómo estabas sufriendo, supo que no había otra forma. Éste ha sido el máximo sacrificio que una persona puede hacer por otra. Lo hizo sin vacilar. Hasta ese punto te quería. Hoy ha venido a mí después de haber hablado con Annie. Sabe lo triste que estás, pero también sabe lo feliz que vas a ser. —Annie me ha dicho que Crystal se le ha aparecido en sueños. Sabía que era cierto —susurré. —Sí, siempre estará con nosotras, Frankie. Eso tienes que saberlo. Sé que nunca has creído de verdad en las cosas que hacíamos, pero nunca te has burlado de ella ni de mí. De hecho, recuerdo unas cuantas ocasiones en que acudiste a su rescate cuando la gente se burlaba de ella por sus dones. Eras su caballero de brillante armadura. Siempre estará aquí, créeme. Aunque la echaré de menos, siempre la tendré a la vista. Sólo que me va a costar recordarme a mí misma que en realidad no es ella. Pero será una forma estupenda de recordar quién era. Eso lo agradezco. ¿Te ha dicho Annie que hablamos un poco antes de que te despertaras? —preguntó. —Sí, me lo ha dicho. Dijo que se alegró mucho de que no la rechazaras por lo que había ocurrido. Sentía de verdad el vínculo entre Crystal y tú y se echó a llorar porque ella nunca había sentido eso con ningún miembro de su familia. Tiene la esperanza de que eso no desaparezca — le expliqué, esperando no estar revelando ninguna confidencia de Annie. —No desaparecerá, niña, díselo. Sabía que era una persona especial. En el momento en que entró en el cuerpo de Crystal, noté lo especial que es. En ese instante, sentí el amor que os tenéis. Crystal tenía razón al hacer lo que hizo. Yo le di mi bendición y quiero que eso también lo sepas. No siento rabia ni amargura. Siempre tendré a mi nieta aquí dentro —dijo, señalándose el corazón cuando nos separamos—. Siempre estará con nosotras, Frankie.

—Te quiero, Nonnie —dije, dándole un último abrazo. —Yo también te quiero, Frankie. Siempre has sido una bendición para mí. Has sido como mi propia hija. Eso nunca cambiará. —Su expresión estaba tan llena de amor que supe entonces que todo iba a ir bien de verdad. —Tengo que coger unas cosas para Annie. ¿Te importa si las cojo de su habitación? —En absoluto. ¿Debo suponer entonces que va a pasar mucho tiempo arriba contigo? —dijo, sonriendo con aire burlón. —Si te parece bien. —Me parece que es como debe ser. Creo que va a ser agradable tener todo esto para mí sola. De todas formas, ella ya empezaba a ser demasiado mayor para estar aquí. —Me guiñó el ojo. —Ya. —Le guiñé el ojo a mi vez y fui a la habitación de Crystal.

Capítulo 34

Entré en el cuarto de Crystal y su olor lo impregnaba todo. Me senté en su cama y me quedé mirándolo todo un momento. Era una persona tan especial. Sólo daba amor a cualquiera que hablara con ella. En realidad no tenía más amigos que yo. Todavía no sé por qué. Era increíble. Me siento muy honrada de haber sido su mejor amiga. Me levanté y me acerqué a su cómoda. Nunca hasta entonces había hurgado en el cajón de su ropa interior. Nunca había tenido un motivo. Cogí unas bragas negras de encaje y sonreí. —¿Qué buscabas con esta imagen, eh, cariño? —me dije a mí misma—. Muy bonitas. Escogí un sujetador a juego y supe que Annie me iba a dar un manotazo por lo que había elegido, pero sabía que le iban a quedar estupendamente. Cogí una camisa y una falda que Crystal se ponía mucho. Le resultaban cómodas. Esperé que a Annie le gustara lo que había elegido para ella. Cerré los cajones y el armario y volví a la sala de estar. Nonnie estaba leyendo mientras se oían las noticias al fondo. —¿Tienes todo lo que necesitas, niña? —dijo, mirando lo que llevaba en los brazos. —Sí, creo que tengo todo lo que necesita para pasar el resto de la noche. Volveremos mañana. ¿Te gustaría desayunar con nosotras?

—Me encantaría. Hasta mañana —dijo con una sonrisa. —Buenas noches, Nonnie —dije, agachándome y dándole un beso en la mejilla. Salí por la cocina y subí de nuevo a mi casa. Me encontré a Annie en el sofá contemplando mi equipo de entretenimiento con los ojos tan inmensos como el Gran Cañón. Estaba envuelta en una toalla con el pelo apartado de la cara. Dios, qué preciosa estaba. —¿Qué es esto? —preguntó al verme entrar. —El paraíso —dije sonriendo. —No, en serio. Es increíble. Voy a suponer que eso es una televisión, pero ¡Dios, es enorme! Sonreí llena de orgullo. Siempre me había encantado mi equipo de cine en casa. —Bueno, vístete y te enseñaré todos los juguetes que tengo. —¡Genial! —Se levantó y se le cayó la toalla. Se le puso la cara un poco colorada de vergüenza y se tapó el cuerpo con la toalla—. Lo siento, no suelo ser tan púdica. Es que es un nuevo... mm... —¿Cuerpo? —terminé. —Sí, supongo que a falta de una palabra mejor, cuerpo sería la correcta —dijo con una sonrisa. —Bueno, te he traído unas cosas para cubrir ese precioso cuerpo que tienes —dije, pasándole la ropa—. Si hay algo que no te gusta, siempre podemos ir a la tienda para comprarte otras cosas. —Gracias, Frankie, pero seguro que esto está muy bien. —De nada. Voy a encargar algo de cena. Tardará unos treinta minutos. Voy a pedir lo de siempre. Seguro que te gusta. —Vale, Frankie. Ahora vuelvo —dijo, encaminándose al dormitorio. Cogí el teléfono y marqué el número cinco de la memoria, que correspondía al restaurante Haw Moy. Oí la encantadora voz de Ellen y le encargué la comida. —Gracias, Frankie. Lo tienes ahí dentro de una media hora, ¿vale? Saluda a Crystal de mi parte —terminó y a mí se me encogió la garganta. —Lo haré. Adiós, Ellen, y gracias —conseguí decir a duras penas y colgué el teléfono. Poco después, Annie salió del otro lado de la casa. Estaba radiante. Todavía tenía el pelo mojado, pero estaba vestida y con un aspecto muy descansado.

—Estás preciosa, Annie. ¿Te encuentras mejor? —pregunté, acercándome a ella y dándole un besito. —Mm... sí. Tengo que reconocérselo. Tenía un cuerpo estupendo. Voy a tardar un poco en acostumbrarme, pero lo noto mucho más vivo que el mío. Creo que el mío estaba muy cansado. No tuve una vida muy buena, Frankie —dijo con tristeza. —Lo sé, cariño. Crystal me comentó que tu cuerpo estaba cansado cuando entró en él. Siento muchísimo que hayas tenido una vida tan dura. —No importa, Frankie. No podemos cambiar el pasado. Sólo el futuro. —Bueno, sí que hemos cambiado el pasado, si te pones a pensarlo. Puede que los hechos reales sean los mismos, pero los participantes son algo distintos —dije sonriendo. —Muy cierto —asintió ella. —La cena estará aquí dentro de treinta minutos, como pensaba. Ellen es muy rápida con las entregas. —¡Bien, porque me muero de hambre! —Señaló la televisión—. ¿Me vas a enseñar cómo funciona este trasto? —dijo con los brazos en jarras. —Por supuesto. Te voy a enseñar los mandos. —¿Los qué? —dijo, enarcando las cejas. —Los mandos a distancia. Hacen funcionar el sistema para que no te tengas que levantar. Las cosas se han puesto muy cómodas en los últimos veintiséis años. Nos hemos hecho muy vagos. Verás cuando te enseñe el microondas. —No sé si debo asustarme. —Qué va, es que ha habido muchos cambios tecnológicos que nos han hecho la vida más fácil. Sé que te vas a quedar pasmada con algunas de las cosas que hay ahora. —Esto era un placer. Dado que era la reina de los artilugios, iba a ser genial enseñarle todas estas cosas. Me moría por empezar. Dios, le va a dar algo cuando descubra Internet. ¡Despacio, Frankie, no vayas a asustarla aún más! Pulsé el botón de encendido de la televisión, que cobró vida. Encendí también el resto del equipo para que disfrutara de la potencia del cine en casa. —Cuántos inventos ha habido que ya se han pasado de moda y que ni siquiera has podido ver. En el campo de la música, ahora tenemos discos compactos en lugar de álbumes, tenemos

videodiscos que sustituyen a las cintas de vídeo, que ni has llegado a ver, así que ni caso. Todavía usamos cintas de vídeo, pero yo prefiero la calidad del DVD. Mmm... mira, te lo voy a enseñar. Te voy a poner la película de Batman para que lo veas. Esperó pacientemente mientras yo metía el disco y luego esperé para ver cómo se quedaba al ver los títulos de crédito. —¡Guau! ¡Esto es como el cine! ¡Es increíble! —Tenía los ojos como platos mientras miraba la pantalla e intentaba seguir el sonido con los ojos. El sonido envolvente es algo pasmoso. Empezó la película y la paré para finalizar la demostración. —¡Eh! ¿Por qué has hecho eso? —dijo con un puchero. —Tenemos tiempo de sobra para ver películas. Tengo tantas que se te van a caer los ojos antes de que puedas verlas todas —le prometí. —Tienes razón. Es que estaba tan metida que me ha dado un berrinche al terminarse tan pronto —explicó—. Oye, Frankie. ¿Tú tienes uno de esos ordenadores? —Sí, claro que lo tengo. ¿Quieres verlo? —sonreí. —Sí, quiero ver qué clase de cosa te puede dar información como lo que descubriste en el Ayuntamiento. —Claro, pero me parece que ya traen la cena. ¿Te lo puedo enseñar después de comer? —Por supuesto. Es que me muero de curiosidad por ver todo lo que me he perdido. —No te lo has perdido, Annie, es sólo que ahora es mejor que cuando se inventó —intenté reconfortarla. —Eso seguro. Efectivamente, el repartidor se presentó en la puerta de atrás con comida caliente para nosotras. Annie corrió a la puerta y me quitó las bolsas de las manos. Ernie, el repartidor, sonrió al ver el hambre que tenía. —Nunca cambiará, ¿eh, señorita Crystal? —Sonrió y esperó una respuesta que no llegó. Ella no se había dado cuenta de que le estaba hablando. —Es que ahora se llama Annie, Ernie —le indiqué. —Oh, disculpe, señorita Annie, que pasen una buena noche, ¿vale? —sonrió.

—Tú también, Ernie —dijo sonriendo sin apartar la mirada del contenido de las bolsas. Era para troncharse de risa. Cerré la puerta y observé mientras su instinto la guiaba al poner la mesa. Sabía exactamente dónde estaban mis platos y los colocó como siempre que comíamos juntas. Era asombroso. Me senté en mi sitio de costumbre y esperé a que se acomodara. —Sabes tanto de ella y sin embargo, ni siquiera os conocíais —dije maravillada. —¿Qué? —preguntó, parándose en seco. —Llevo un rato observándote. Has puesto la mesa exactamente igual que la ponía Crystal. Seguro que ni te has dado cuenta —dije pasmada. —No, no tenía ni idea. Caray, qué cosa más rara. —¿Sabes? Voy a intentar no comparar lo que haces tú con la manera en que hacía ella las cosas. Creo que va a ser más fácil para ti si no lo hago. No quiero que pienses que me voy a pasar todo el tiempo comparándoos a las dos. —No importa, Frankie. Es totalmente natural. De verdad que no me importa. Era una persona increíble y me honra que me comparen con ella. Nunca he tenido tanta suerte en toda mi vida — dijo, sonriendo de oreja a oreja. —Dios, cuánto te quiero, Annie —dije, levantándome para abrazarla. Me entregué a su caricia como si fuera un baño de agua caliente. Aparté la cabeza y la miré profundamente a los ojos. Noté que me iba inclinando hasta que sentí sus labios contra los míos. El beso fue tierno y delicado, pero sobre todo, lleno de amor. Ésa era Annie totalmente. Abrió la boca ligeramente y nuestro beso se hizo más profundo, así como nuestra pasión. Nuestras lenguas bailaron la una con la otra, absorbiendo todo el amor que sentíamos. Oí a Annie gemir en mi boca y fue la música más dulce que había oído nunca. Me entró un cosquilleo en la boca del estómago que se iba intensificando a medida que pasaban los segundos. Se apartó sin aliento y me miró a los ojos con la cara llena de pasión. —La cena —dijo. —¿Mmm? —pregunté, evidentemente aturdida. —Comida, cena, luego esto, más tarde —dijo jadeante. —Vale. Cena primero, magreo después. —Sonreí y conseguí dar con mi silla al tropezar por la falta de oxígeno. —Eso me gusta —dijo.

—¿El qué te gusta? —pregunté. —Me gusta que te quedes toda atontada cuando nos besamos. Me alegro de no ser la única. —En eso nunca serás la única. Me habrían fallado las rodillas si no hubieras interrumpido el beso —dijo sonriendo. —Y a mí también, creo que por eso he parado —dijo con una sonrisa pícara en los labios—. Vamos a comer, esto tiene una pinta deliciosa —dijo, mirando los entrantes. —Pues dale caña. Y sé que lo harás. —Sonreí, sabiendo que tenía razón. Y así fue. Comía extasiada. Para cualquiera que la viera sin conocerla, sería como si llevara semanas sin comer. Yo la miraba con adoración. A cada minuto que pasaba, la quería más y más. La que comía delante de mí no era Crystal, era Annie, mi Annie.

Capítulo 35

Cuando aparecieron los títulos de crédito del final, observé su cara mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas. Tenía los ojos enrojecidos e hinchados por la historia que acababa de ver. Sabía que esa película le iba a encantar. Contaba nuestra historia, sólo que la nuestra era más feliz. —No me lo puedo creer —dijo sorbiendo—. Era como si fuéramos tú y yo. Aunque creo que a nosotras nos ha ido mejor. Él tuvo que morir para volver a estar con ella. Dios, cómo tengo el corazón de encogido. Cuánto me alegro de estar aquí contigo, Frankie. —Se pegó a mi cuerpo y se echó a llorar. Lloraba por lo triste que era la película que acabábamos de ver, pero yo sabía que también lloraba dando las gracias a Crystal por lo que nos había dado. Eran casi las dos de la mañana y ni siquiera le había enseñado mi más preciada posesión. Ahora era el mejor momento. —¿Quieres ver mi tienda? —le pregunté, acariciándole la cabeza que tenía apoyada en mi pecho. —¿Tu tienda? —Sí, la que me dejó mi padre. Es lo único que tengo que siempre hará que me sienta cerca de él. —¡Vamos! —dijo con emoción. Se enjugó las lágrimas con la manga de la camisa y me ofreció la mano. Se la cogí y me levanté. La llevé escaleras abajo y abrí la puerta que daba a Clásicos en Tecnicolor. Pulsé el interruptor de la luz y se encendieron los fluorescentes. Observé con orgullo mientras ella se movía por mi tienda, tocándolo todo al pasar. Me miró con tanto amor que se me hinchó el corazón.

—Este sitio es increíble, Frankie. Seguro que haces feliz a mucha gente con estas cosas. Cuántos recuerdos de todas las películas, antiguas y nuevas. ¡Es genial! ¡Me encantan los trajes! ¿Son originales? —Antes tenía algunos originales, pero estos en su mayoría son copias. Voy a subastas y cosas así para conseguir todo lo que puedo. La gente se pone muy sentimental cuando viene aquí. Me alegro de formar parte de ello. Mi padre me enseñó lo maravilloso que puede ser. He hecho feliz a mucha gente con las cosas que vendo aquí. Por eso me encanta mi trabajo. —Eres una mujer maravillosa, Frankie Camarelli. Me alegro tanto de que volvieras por mí. —Yo también, Annie. Yo también —dije, abrazándola. Era una sensación de la que no me hartaba. —¿Te quieres ir ya a la cama? —preguntó suavemente, apoyada en mi hombro. —¿Estás cansada? —pregunté, ya que yo no estaba cansada en absoluto después de nuestra siesta. —No, la verdad es que quería volver a sentir tu cuerpo junto al mío. Me ha encantado estar echada contigo hoy. Se me puso el cuerpo muy caliente por la sugerencia. —A mí también me ha encantado. Sí, vamos —dije y ella miró a su alrededor por última vez y me sonrió. —Este sitio es maravilloso, Frankie. —Gracias. Para mí es importantísimo —dije y apagué las luces y volvimos arriba. —Se nota —dijo sonriendo mientras subíamos abrazadas. Regresamos a casa y fuimos a mi dormitorio. Ella fue al baño y yo me senté y me quedé mirando por la ventana. Cuántas cosas habían pasado en mi vida en el último mes más o menos. La verdad es que costaba creerlo. Estaba esperando a que la alarma me volviera a despertar. Pero no sonó. Annie salió del cuarto de baño y me volví para encontrarme con una visión resplandeciente. Sabía que estaría estupenda con esa ropa interior. Vio la expresión de mi cara y sonrió seductoramente. Me acerqué despacio a ella, recorriéndole el cuerpo con los ojos de arriba abajo con renovado deseo.

—Annie, estás absolutamente despampanante. De verdad que eres la mujer más bella que he visto en mi vida —dije sin aliento. Me puso las manos en las mejillas y me bajó la cabeza para besarme. Me sentí gemir en su boca por el contacto. Era tan maravillosa. Tiré de ella despacio hasta acostarla en la cama conmigo. Le acaricié ligeramente la piel suave como un pétalo con los dedos. Qué bien olía. Aspiré su aroma cuando su pelo cayó sobre mi cara. Se puso a horcajadas encima de mi cuerpo como lo había hecho en el lago. Se movió sobre mí con un deseo igual al mío. Sus manos encontraron los botones de mi camisa y los abrieron despacio hasta que no hubo más. Me quitó la camisa del cuerpo, así como el sujetador que ya no me servía para nada. Se deslizó hacia abajo para desabrocharme los pantalones cortos y bajó despacio la cremallera, mirándome directamente a los ojos. Sabía que veía el hambre desenfrenada que había en ellos. Me devolvió la mirada y se lamió los labios, provocándome nuevas pulsaciones entre las piernas. Apoyó la mano donde se juntaban mis piernas y solté un hondo gemido. Se apretó contra mí y mi cuerpo empezó a mecerse sin que yo se lo ordenara. Sacudió la cabeza y se puso a jugar con la goma de mis bragas. —Te las tienes que quitar —dijo con un tono que nunca le había oído hasta entonces. Me excitó increíblemente. Asentí con la cabeza porque descubrí que no tenía voz. Me había excitado de tal manera, que ni funcionaba. Levanté el cuerpo para ayudarla a quitarme la prenda sobrante. La miré para hacerle saber que también ella se tenía que quitar la ropa. Comprendió mi mirada y procedió a desnudarse despacio delante de mí. Se soltó el sujetador con un contoneo de caderas y lo dejó caer grácilmente por sus brazos hasta el suelo. Sus pechos eran perfectos. Tenía los pezones duros por la necesidad de ser tocados. Se giró sensualmente y se quitó las bragas con aire juguetón, deslizándoselas por los muslos y las pantorrillas con una lentitud que era un tormento. —Ven aquí —dije con la voz ronca—. Por favor. —Necesitaba volver a sentir su cuerpo sobre el mío. Necesitaba la conexión que habíamos compartido hacía apenas unos días. Para mí era como si hubiera pasado una vida. Volvió a ponerse en la cama y se sentó de nuevo a horcajadas encima de mi cuerpo. Noté la humedad que tenía entre las piernas y eso me excitó más de lo que ya me había excitado. El contacto de nuestra piel nos hizo suspirar a las dos. Era perfecto. La besé despacio y profundamente como nunca hasta entonces. Quería que esto durara. Noté que su cuerpo respondía a mi beso. Empezó a mecer las caderas y a apretar su sexo con fuerza contra mi estómago. Yo notaba cada movimiento como si estuviera dentro de mí. Estaba tan excitada que no podía ni pensar. Sus movimientos se intensificaron cuando me llevé a la boca uno de sus pechos. Me puse a lamer y chupar el pezón de su pecho derecho mientras le acariciaba el izquierdo con la mano.

—Oh, Frankie... —me susurró al oído, desatando aún más mis pasiones. Sus caderas se movían con más fuerza y más deprisa sobre mi vientre. Su humedad me cubría por completo. Mis caderas imitaron sus movimientos, juntando nuestros sexos, y a veces notaba que su humedad entraba en contacto con la mía. —Dios, eres increíble —dijo sin aliento y sus suspiros empezaron a aumentar de volumen. Estaba llegando y yo también. Se metió mi lóbulo en la boca y me dijo cosas en voz baja que me pusieron la carne de gallina. Me metió la lengua en la oreja y estuve a punto de tener un orgasmo en ese instante. Con una mínima acción, ya conocía mi debilidad. Solté un gemido y pronuncié su nombre suavemente. Ella respondió a su vez, dedicando sus atenciones a mis orejas. No iba a tardar en acabar conmigo. Mi cuerpo se apretaba contra el suyo con una gracia y una sincronización que me resultaban totalmente naturales. Era como si lleváramos años haciendo el amor. Movió las caderas cada vez más deprisa y la oí susurrar mi nombre una y otra vez. —Oh, Dios, Frankie, estoy a punto —suspiró. —Déjate ir, cariño. Déjame sentirte —le susurré a mi vez. Sabía que en cuanto empezara, yo iría detrás. Noté el sudor de su espalda al clavarle las uñas. Empezó a temblar cuando el orgasmo se apoderó por completo de ella. —Ahhh... —gimió. —Sííííí... —Mi propio orgasmo alcanzó la cima y mi cuerpo se estremeció con cada bocanada de aire que tomaba. Nuestros cuerpos se movieron el uno contra el otro y nuestra piel empapada en sudor se calentó por la fricción. Cuando cesaron los últimos espasmos, Annie se derrumbó encima de mí, jadeándome con fuerza en la oreja. Tuve que moverle la cabeza, o habría empezado de nuevo. Colocó la mitad del cuerpo encima de mí y la otra mitad en la cama. Apoyó la cabeza entre mi brazo y mi hombro. —Ha sido maravilloso, Frankie. Eres una amante increíble —suspiró. —Igual que tú, amor mío. —Le di un beso en la cabeza mientras mi respiración se iba normalizando. Nos quedamos así largo rato, sintiendo de nuevo el amor que nos teníamos. Esta vez yo no iba a desaparecer. Se puso a hacerme dibujos indolentes en el pecho con la punta de los dedos. La estreché más y noté que sonreía. Bajó los dedos y se puso a jugar con el pezón de mi pecho derecho.

Observó fascinada cuando se puso duro y se encogió por el calor de su mano. Estuvo jugando así hasta que no pude soportarlo más. Le cogí la mano cuando empezaba a jugar de nuevo. —No voy a poder soportar mucha más provocación. —¿Qué provocación? —dijo, acercándose para meterse mi pezón en la boca. Su muslo se colocó entre mis piernas y me presionó el sexo. —Ohhh... —suspiré. —Eres tan bella, Frankie. ¿Tienes idea? —dijo, sin dejar de besarme el pecho. Sonreí y me dejé inundar por la sensación. Antes de que me diera cuenta, colocó el cuerpo entre mis piernas y empezó a lamerme el tórax hasta que llegó al ombligo. Bajé la mirada y vi su expresión apasionada mientras seguía bajando. —Oh, Dios mío... —susurré. Me besó despacio la parte interna de los muslos y deslizó la lengua lentamente a medida que se acercaba más al núcleo de mi pasión. Me provocó incesantemente hasta que captó la frustración total de mi cara. Yo respiraba con dificultad y al notar su lengua sobre el clítoris, mis piernas se abrieron solas. Levantó las manos para sujetarme las caderas y atacó de nuevo con la lengua mi carne inflamada. Lamió y saboreó todo lo que le ofrecía. Emitía fuertes ruidos de placer con cada caricia de la lengua. Me penetró despacio con un dedo y mi cuerpo se echó hacia arriba para encontrarse con su mano. La presión que se me estaba acumulando dentro era algo que estaba aprendiendo a adorar. Había tenido algunas amantes en el pasado, pero nada comparable a lo que sentía en este momento. Empezó a mover la lengua más rápido con cada empujón del dedo. Mi cuerpo respondía como nunca hasta entonces. Me puse las manos en los pezones y jugué con ellos, aumentando la estimulación que estaba recibiendo. —Ahhh... —suspiré. Necesitaba tocarla—. Por favor, Annie. —¿Por favor qué? —preguntó, mirándome con sus profundos ojos de esmeralda. —Necesito tocarte... por favor. Noté que asentía y sin romper el contacto giró el cuerpo ciento ochenta grados. Tenía todo lo que necesitaba delante de mí. La agarré por las caderas y me llevé su sexo increíblemente húmedo a la boca. Dios, cuánto había echado de menos saborearla. Aunque no fuera el mismo cuerpo físico, seguía siendo Annie, mi Annie. Encontré su clítoris y me lo metí por completo en la boca. Noté que se le tensaba el cuerpo y sus caderas se apretaron contra mi cara. Había empezado a mover la lengua más deprisa y supe que no iba a poder durar mucho. Le chupé la punta con fuerza y se la rocé con la lengua con caricias rápidas y firmes. Su cuerpo se estremeció enfervorizado cuando le empezó el orgasmo. Moví la mano y le metí el pulgar dentro. Sus

gemidos aumentaron cada vez que la embestía con la mano. Mi cuerpo inició su ascenso rumbo al precipicio. Su lengua era tan increíble como el resto de su cuerpo. Oí y noté que alcanzaba el orgasmo. Tenía la respiración entrecortada y le temblaba el cuerpo violentamente. Seguí al tiempo que mi cuerpo abandonaba todo vestigio de normalidad. Se me estremeció el cuerpo y me puse a gemir sin parar en voz alta. Grité el nombre de Annie más veces de las que consigo recordar. Ella volvió a suspirar el mío una y otra vez hasta que no pudimos decir nada más. Cuando logramos encontrar un rastro de energía, Annie se giró para acurrucarse de nuevo en mis brazos. Ahora mismo ella era lo único que me importaba. La amaba más de lo que recordaba haber amado a nadie. Siempre querría a papá y a Crystal, pero Annie era la otra mitad de mi alma. Había muchas formas de amor y creo que yo había descubierto unas cuantas.

Capítulo 36

La mañana llegó bruscamente cuando el sol que entraba por la ventana me dio directamente en los ojos. Me encogí por la luz y me volví para mirar el despertador. Las nueve cuarenta y cinco. Teníamos planeado desayunar con Nonnie. Casi se me había olvidado. —Eh, dormilona —le susurré al oído. —Mmm... —murmuró y se pegó más a mi cuerpo. —Despierta, pequeñina. Hemos quedado con Nonnie para desayunar. Siento que se me olvidara decírtelo anoche. —Mmm... —dijo, estirándose y frotándose los ojos con los puños, igual que lo hacía Crystal. Eso me llenó el corazón de afecto y la estreché con más fuerza. —¿Tienes hambre? —le tomé el pelo, sabiendo que la tendría en cuanto lo oyera. —Ahora sí —dijo con voz de sueño. Su estómago no tardó en dejar oír también su voz. Le sonreí y acaricié la cara que me iba a mirar durante muchos años aún por venir. —¿Quieres ducharte conmigo? —pregunté, pues sabía que olíamos a sexo y que Nonnie se daría cuenta en un santiamén. —Ooh, ¿siempre empiezas así los días? —¿Con una ducha? —dije riendo.

—No, con una ducha en compañía —dijo sonriendo. —Últimamente no, pero es una tradición que me gustaría inaugurar lo antes posible —sonreí. —Pues vamos. No debemos llegar tarde —dijo y salió corriendo de la cama para entrar en el cuarto de baño. Estaba claro que Crystal no era mañanera como ella. Me reí por dentro al darme cuenta. Bajamos a casa de Nonnie hacia las diez y media. Había hecho un desayuno completo, hasta con tortitas y huevos revueltos. A Annie se le pusieron los ojos como platos y la cara se le iluminó con una sonrisa en cuanto vio a Nonnie. —Buenos días, chicas —dijo Nonnie. —Buenos días, Nonnie —dije, acercándome a ella y dándole un beso en la mejilla. —Buenos días —dijo Annie casi con timidez. Nonnie captó su turbación y fue a ella directamente. Annie tenía la cabeza gacha y Nonnie le puso un dedo en la barbilla y se la levantó para mirarla. —Tienes unos ojos verdes preciosos, querida. No deberías mirate tanto los zapatos —dijo sonriendo. Annie no pudo evitar devolverle la sonrisa. Nonnie cogió a Annie entre sus brazos y la estrechó largo rato. Vi que le susurraba algo a Annie al oído y Annie asintió con los ojos llenos de lágrimas. Pensé que me iba a estallar el corazón al verlas. Había tal amor entre ellas y prácticamente no se conocían. Algunos vínculos no se pueden romper. —Bueno, ¿qué tal ha sido tu primera noche en el futuro, querida? —preguntó Nonnie alegremente. —Muy agradable, Nonnie, gracias por preguntar. Cenamos una comida deliciosa, vimos una película estupenda, Frankie me enseñó su tienda y luego nos dormimos agotadas. Ha sido maravilloso —dijo radiante. La aplaudí por no mencionar otros detalles de la noche que habíamos pasado juntas. —¿Así que habéis pasado buena noche? —sonrió. —Ha sido una maravilla, Nonnie —intervine. —Bien, ahora vamos a comer —dijo muy contenta. El desayuno fue agradabilísimo. Nonnie y Annie estuvieron hablando de la vida que había tenido Annie antes. Hablaron de la posibilidad de que algún día volviera a la universidad. Casi tenía terminada la carrera cuando ocurrió todo esto. A mí me encantaría que se sacara su título de

periodismo. Sabía que le encantaba escribir. Sería difícil explicárselo a la universidad cuando ya ni siquiera se parecía a Annie, pero estaba dispuesta a mover cielo y tierra por ella si me lo pedía. Lo conseguiremos si ella quiere, de algún modo. Nos despedimos y le dimos las gracias a Nonnie por el estupendo desayuno. Me di cuenta de que iban a ser grandes amigas. Ya sólo con eso, todo esto merecía la pena. Subimos las escaleras de regreso a casa. Casa. Esa palabra significaba ahora mucho más para mí. Annie tenía muchísimas preguntas que hacer sobre lo que había ocurrido en los últimos veintiséis años. Intenté contestarlas todas correctamente. Parecía contenta con las respuestas que le di, de modo que por el momento me quedé satisfecha. —¿Y ese ordenador del que hablabas? Eso tiene que ser una cosa increíble —dijo con cara de asombro. —Lo es —asentí—. Hace unos quince años los ordenadores ocupaban una habitación entera por el tamaño que tenían. Pues ahora los ordenadores son tan compactos que los puedes llevar en un maletín. —Me estás tomando el pelo —dijo sin dar crédito. —No, lo digo en serio. Ven, te lo voy a enseñar. —La llevé a la sala de estar y le enseñé mi PowerBook portátil. —¿Esto es un ordenador? Parece una máquina de escribir pequeña sin tinta —dijo riendo. —Esta monada tiene muchísima potencia y todo en este espacio diminuto. Es increíble. Mira, vamos a entrar en Internet. Me conecté a mi servidor y apareció mi página de inicio. —¿Qué quieres saber? Dime un tema. Lo que sea. —¿Lo que sea? ¿Puede ser algo verde? —dijo riendo. —Sí, claro. Hay muchas páginas de porno. Créeme —dije tomándole el pelo. —Venga ya. Vale. Vale... Mmm... busca... pues no sé... ¿cómo has dicho que se llamaba esto? PowerBook. Busca PowerBook. —Vale —dije e introduje PowerBook en el buscador—. Tachán, aquí tienes todos los sitios que te hablan del PowerBook. Pero yo te recomendaría ir aquí, ya que son los que lo crearon.

—Apple Computer. Qué nombre tan gracioso. —Eso le pareció también a Bill Gates —dije. —¿Quién es Bill Gates? —preguntó. —Sólo el hombre más rico de la industria. Antes trabajaba para Apple, ahora tiene su propia compañía billonaria, que se llama Microsoft. —Caray. ¿Billonaria? Qué locura. —Lo sé, ya verás cómo ha cambiado el coste de las cosas con la inflación. ¿El café en tu restaurante no costaba veinticinco centavos o algo así? —Sí, por ahí. —Pues tenemos tiendas de café como Caribou Coffee donde sólo venden café y cobran uno cincuenta por una taza —dije escandalizada. —¡Lo dirás en broma! ¿¿Por una triste taza de café?? —No se lo podía creer. Yo sigo sin creérmelo. —No, lamento decírtelo. Es de locos lo que la gente está dispuesta a pagar hoy en día. —Meneé la cabeza—. Ah, y por cierto, ahora hay Coca-Cola Light —dije sonriendo. Se echó a reír al recordar nuestra discusión en el café sobre la Pepsi Light y el Sprite. —Esto es un programa que creo que te gustará. Se llama Microsoft Word. Es un procesador de texto que funciona como una máquina de escribir, sólo que no tienes que poner Tippex cada vez que te equivocas. Sólo tienes que darle a la tecla de borrar. Puedes usarlo siempre que quieras. —Guau, es como un diario electrónico —dijo maravillada—. ¿No te importa que lo use? Aunque claro, tendrás que enseñarme cómo funciona este cacharro —dijo riendo. —¡Por supuesto! Sé que tenías un diario en la facultad y si quieres, lo puedes seguir haciendo aquí si te gusta. Sé lo importante que es escribir para ti. —Gracias, Frankie. Eso significa mucho para mí. —De nada —dije, dándole un beso en la cara mientras ella me miraba—. Además es muy fácil de manejar, venga, inténtalo. La observé mientras manejaba el cursor como si llevara toda la vida haciéndolo. Le cogió el tranquillo y no hubo manera de desengancharla de Internet durante casi tres horas. Estaba pasmada por la cantidad de información de la que podía disponer con sólo escribir un tema. Tengo que reconocer que yo estaba igual cuando empecé a usarlo.

La semana siguiente más o menos la dedicamos a que Annie descubriera las cosas que se había perdido en su viaje. Era como una niña pequeña que absorbía hasta el más mínimo detalle de la información que yo podía darle. Muchas veces me la encontraba tecleando frenética en el ordenador. Dijo que algún día podría leerlo todo. Estaba encontrando su propio lugar en el cuerpo de Crystal. Oh, Crystal. Echaba horriblemente de menos a mi amiga y Nonnie y yo decidimos que íbamos a hacer una ceremonia para conmemorar su fallecimiento. No habría sido correcto no hacerlo. Hicimos una pequeña ceremonia en su piso con velas e incienso por toda la casa. Yo puse una foto mía y de Crystal entre dos velas. Era una foto que nos hizo mi padre cuando estuvimos los tres en el zoo. Decía que nunca había visto mejores amigas que Crystal y yo. Tenía razón. Era la mejor amiga que tendría en mi vida. Echaría muchísimo de menos no tenerla en mi vida. Me había hecho el mayor regalo que podría hacer una amiga. Se sacrificó a sí misma para darme el regalo del amor. Hasta el día de hoy no he conocido una causa mejor. No creo que llegue a conocerla.

Epílogo

Cuando Frankie cerró el libro que tenía en las manos, se le inundaron los ojos de lágrimas. Tocó despacio las palabras de la cubierta. Sacrificio por amistad de A. C. Parker. Levantó los ojos y miró a Annie, que estaba expectante. —¿Y bien? —exclamó Annie, esperando una respuesta. —Mmm... —Frankie estaba sin palabras. —Di algo, Frankie. ¡Por favor, tengo que saber lo que opinas! —dijo muy emocionada. —Bueno, no es Shakespeare... —Se detuvo al advertir la expresión dolida de los ojos de su amante—. Pero de todas formas nunca me ha gustado. —Sonrió—. Annie, esto es maravilloso. No puedo creer que me lo hayas ocultado hasta ahora. Bueno, hasta hace unas horas. —Era una sorpresa. Lo escribí en cuanto conseguí enterarme de cómo funcionaba ese maldito portátil. —Se calló para interpretar su expresión—. ¿Entonces te ha gustado? —dijo con timidez. —Me ha encantado. ¡Qué orgullosa estoy de ti! —exclamó Frankie, levantando a Annie en volandas y dando vueltas con ella—. ¡Qué increíble eres! ¡Tienes un libro! ¡Jesús, María y José, no me lo puedo creer! —La dejó en el suelo y volvió a examinar el libro—. ¿A. C. Parker?

—Annie Crystal Parker. Ella me ha ayudado a escribirlo más que nadie. Se merecía aparecer en la cubierta. Espero que no te importe. —Annie, eres la persona más maravillosa de este mundo. No, no me importa en absoluto. Sé que a Nonnie también le va a encantar verlo. —Qué ganas tengo de enseñárselo. Las dos se quedaron mirando el libro, abrazadas la una a la otra. —No puedo creer que hayas escrito esto —dijo Frankie maravillada. —Tú también me contaste muchas cosas sobre tu viaje. Sólo quería que vieras lo bonita que es esta historia. Puede que con el tiempo se te vayan olvidando los detalles, pero esto nos lo recordará siempre. La gente tiene que leer esto. Me moría de ganas de ponerme a escribirlo. Estoy muy orgullosa del resultado. —Estaba radiante por su logro. —Como debe ser, está escrito maravillosamente, Annie. Has hecho un gran trabajo —dijo Frankie, dándole un beso en la sien—. Acabarás siendo la Judy Blume de la comunidad gay. La gente va a querer más historias romanticonas como ésta —dijo sarcásticamente. —¿Cómo, no te gusta el romaticismo? —Annie le clavó un dedo a su compañera en el estómago. —Digamos que me va más la acción —afirmó con tono tajante. —Pues siento desilusionarte, pero tú eres la que me inspira para escribir todas esas "historias romanticonas", como dices tú con tanta delicadeza. Tú eres mi romance, Frankie. Vas a tener que aceptarlo —rezongó en broma con los brazos en jarras. Frankie miró un momento por la ventana y recordó por qué estaba Annie allí para empezar. Respiró hondo y le sonrió. —Lo acepto —dijo, besando a Annie en los labios.

FIN