Vidarte, Paco - ¿Qué es leer. La invención del texto en filosofía.pdf

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Tal vez a la pregunta «¿qué es la lectura?» sóla se pueda respander paniendo ejem plas, dejar que caig an juntas a m oda de síntom a unos cuantos nom bres propios de buenos lectores y esperar que e sa sin g ula r m etonim ia sea aceptada com o respuesta. En e sta s p á g in a s se esboza un recorrido por a lg u n o s autores filosóficos contem poráneos que han lleva d o a cabo una reflexión explícita sobre la lectura en s u s escritos, cuyo pensam iento e s, por a sí decirlo, una filosofía de la lectura, sie n d o cad a uno de e llo s el prototipo del filósofo-lector, lectores e je m p la re s quizás porque nunca han pretendido ser m odélicos. No son la lectura, la escritura ni el texto, evidentemente, patrimonio exclusivo de la filosofía actual pero sí conviene caer en la cuenta de la peculiaridad e idiosincrasia del modo en que se han articula­ do estas nociones en la tradición filosófica reciente y del hecho indudable de que a partir de Nietzsche y Freud alguno s leemos de otra manera, gracias tam bién — que cada cual haga su elección— a Heidegger, Gadamer, Ricoeur, Lacan, Barthes, Deleuze, Derrida...

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¿QUE ES LEER? LA INVENCIÓN DEL TEXTO EN FILOSOFÍA

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liro n t lo blllonch V alencia, 2006

Copyright ® 2006 Todos lo s deréchos reservados. Ni la totalidad n i parte de este libro puede reproducirse o tra nsm itirse por n in g ú n procedim iento electrórdcö o riieCáriico, incluy end o fotocopia, grabación m agnética, o cualqüier alm acenam iento de inform ació n y siste m a de recuperación sin ; p e rm iso escrito del autor y del editor. E n caso de erratas y actualizaciones, la E d itorial Tirant lo B lanch publicará la pertinente corrección en la página w e b w w w .tira n t.co m (http://www.tirant.com ).

D ire cto r d e la c o le c c ió n : M ANUEL A S E N S I PÉREZ

PACO ATOARTE

TIRANT LO BLANCH EDITA: TIRANT LO BLANCH C/ Artes Gráficas, l4 - 46010 - V alencia TELES.: 96/361 00 48 - 50 FAX: 96/369 41 51 E m a il:tlb@ tirant.com http://www.tirant.com Librería virtual: http://www.tirant.es DEPOSITO LEGAL: V - 1998 - 2006 I.S.B.N.: 84 - 8456 - 612 - 9 IMPRIME: GUADA IMPRESORES, S.L. - PMc Media, S.L.

Todo el a m o r para Sergio

INDICE PRESENTACION.

HEIDEGGER LA LECTURA COMO REUNIÓN De cam ino a la le ctu ra ............... ............................... ............. . Die S am m lung; la lectura com o reunión y recogim iento........ Der Unter-Schied: la lectura com o desgarro .... .............. ;....

II. GADAMER LA LECTURA ESCINDIDA ENTRE EL DIÁLOGO Y EL TEXTO E l lenguaje com o diálogo y entendim iento: el trasfondo de la lectura............. ......................................................................... Dos lecturas para dos te x to s.................................................... La lectura com o escucha del recogim iento...............................

m.

IV ,

V.

RICOEUR LA LECTURA COMO AUTOCOMPRENSIÓN NARRATIVA Texto y lectura: rom anticism o y tradición ilu str a d a ................ Ni diálogo n i id ealism o t e x t u a l...... ........................................ La lectura «ante» el texto: la triple m im e sis........................ ..... La lectura com o «phárm akon» del texto...................................

11

17 33 51

69 82 95

105 114 118 128

BARTHES LA LECTURA Y EL GOCE DEL TEXTO E l m odelo científico-estructural del texto......... ....................... Al m enos do s texturas .............. ..................................... 149 P lá ceryg o ce............................................................................. H acia una teoría de la lectura..................................................

159 172

DELEUZE/GUATTARI DESQUICIAR LA LECTURA E l esq uito y el a n a lista .............

179

138

10

ín d ic e

Textos, fieltros, ratas, colchas, árboles, horm igas,patatas, rizom as

VI.

U

||

i

DERRIDA LA ILEGIBILIDAD DEL TEXTO Lo o blicuo : la lectura com o vértigo la b e rín tico .... ................... 212 La lectura com o V erstim m ung: la cuestión del to n o ............... 224 La lectura com o d ise m in a ció n ....................................... ....... 230 Lo ile g ib le .... ............ .......................................... ..................... 234

V n . EPÍLOGO: EL ACONTECIMIENTO DE LA LECTURA ....

'III

*'

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239

PRESENTACION E s indudable el lugar destacado que ocupa la reflexión explícita sobre la lectura en la filosofía actual, en especial dentro de la tradición herm enéutica en sentido lato, una koiné polém ica que tal vez no sea sin o u n m odo de leer, que piense la filosofía como lectura, la historia de la filosofía como lectura e inscriba la tarea de la superación de la metafísica dentro del marco de la lectura de la tradición. No es la lectura, evidente­ mente, el patrim onio exclusivo de la filosofía actual pero s í es conveniente caer en la cuenta de su s peculiaridades, de su idio sincrasia y del hecho indudable de que a partir de Nietzsche y Freud leem os de otra manera, gracias también, entre otros autores, a Heidegger, a Gadamer, a Ricoeur, a Barthes, a Deleuze y a Derrida. Nada podríamos entender de estos filó so ­ fos, de la herm enéutica, del, p o se stru ctu ra lism o , de la deconstrucción, del giro lingüístico y del giro psicoanalítico sin u n abordaje por extenso y pormenorizado de la lectura, del texto y de la escritura, tres téim in o s que constituyen u n lugar excepcional desde donde abordar en prim era instancia u n a gran parcela de la filosofía m ás reciente. Nada m ás apropiado, por otra parte, a m i ju ic io que reflexio­ nar sobre la lectura com o lugar de ingreso (o línea de fuga) de la filosofía contemporánea. Una cuestión prelim inar ésta de la lectura que podríam os calificar de «metódica», pero que va m ucho m ás allá. Al cabo, puede ^ r que la filosofía no sea n ada más, y n ada m enos, que (aprender a) leer. Aprender a leer para aprender a heredar, pero^qué otra cósa heredar justam ente que modos^dëTëer, la s ún icas herencias filosóficas que, a su yez, n o ^ "peimiteKlTnos diceiTcómo heredar. Aprender filosofía apren­ diendo a leer, récorrer algunos autores filosóficos observando cómo leen, cóm o se diferencian primordialmente, por su m odo de leer, por su lectura, por la s lecturas que hacen, esto es, por

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lo que se lee, a quién se lee y cóm o se lee. Las corrientes actuales en filosofía son, en cierto modo, una forma destacada de responder a la pregunta; ¿Qué es leer?, ¿qué significa leer? Su unidad o dispersión, el acuerdo o la d ise nsió n que entre ellas podam os establecer dependerá en el fondo de la com unidad de lectura que puedan o no llegar a constituir, un a com unidad de lectura que influirá notablemente y se encontrará en la base fundacional de cualquier com unidad «ético-política» nacida en el seno m ism o de la filosofía. Se tratará tam bién de pensar juntas estas dos palabras: lectura y comunidad, leer como verbo declinado en co m u n id a d yco m un id a d mediada, fragua­ da o resquebrajada por la lectura. Justamente éste será el h ilo conductor del libro: la lectura entendida como Versammlung, «reunión», «acuerdo», «diálogo» (Heidegger, Gadamer y Ricoeur) o como adikía, «m ultiplicidad», «disem inación», «desquiciamiento» (Barthes, Deleuze/Guattari y Derrida). El itinerario que voy a esbozar en estas páginas es u n recorrido por algunos autores «contemporáneos» que han llevado a cabo un a reflexión explícita sobre la lectura en su s escritos, cuya filosofía es, por así decirlo, una filosofía de la lectura, siendo cada uno de ellos prototipos del filósofo-lector, exponiendo su propio pensam iento al h ilo de la lectura de otros autores y constituyendo u n hito importante y u n punto de inflexión paradigmático en el modo posterior de entender tanto la filosofía como la lectura filosófica. He querido comenzar por Heidegger porque, a m i juicio , su modo de leer resulta a todas luces representativo y ejem plar para toda una tradición que lee «metafísica» desde u n lugar que se quiere no «metafisico»; con Heidegger, desde él, en él o contra él van a leer buena parte de lo s demás autores que trato aquí. Por otro lado, su breve texto: Was heißt Lesen? me servirá de guíá en la investigación acerca de la lectura entendida como «reunión» o «recogimiento» (Sammlung), frente a otra lectura, tam bién contemplada por el propio Heidegger, que se inclinaría del lado del «desajuste» (Un-Fug, adikía), y de la diferencia, del desgarro, de la separa­ ción iUnter-Schied). Dado que en Heidegger encontramos esta

¿Qu£ e s leer? La in v e n c ió n del texto en filo so fía

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oscilación, esta pugna entre uno y otro modo de lectura en u n equilibrio inestable que, como veremos, acabará decantándose finalmente siem pre del lado de la lectura reunidora, me deten­ dré en él con mayor insisten cia que en lo s demás pensadores, Uevando a cabo un ejercicio de lectura m in ucioso de este breve texto, inscribiéndolo en el conjunto de su obra para mostrcir, en suma, esta doble vertiente de la lectura reunidora o disgregadora. Un m ovim iento pendular, a veces imperceptible, que se repro­ ducirá y am pliará en la herencia herm enéutica gadameriana y ricoeuriana, en confiicto perpetuo con el posestructuralism o y la deconstrucción, que acogen tam bién de modo significativo y crucial la escritura freudiana de Más allá de princip io del placer, u n rasgo diferencial con la tradición anterior que hace oídos sordos y se m uestra insen sib le a este acontecimiento textual que acompañará a Barthes, Deleuze, Guattari y Derrida por lo s senderos de la ilegibilidad, de la resistencia de la escritura y la irreductibilidad del goce del texto a la esfera de la verdad, del sentido y la interpretación.

Paco Vidarte

I.

HEIDEGGER LA LECTURA COM O REUNIÓN

En Identidad y diferencia (1957), apunta Heidegger, en el tono que le es habitual, que la experiencia del pensar es un extraño salto «que nos hace ver que todavía no nos detenemos lo suficiente en donde en realidad ya estamos»*. E s ésta una acertada descripción susceptible de reflejar el gesto de lo que me propongo aquí, a saber, detenerme lo suficiente en donde ya estamos en realidad cuando aquello que nos atañe es la re­ flexión en tom o al quehacer de la filosofía. Y ese lugar en el que ya estamos o, cuando m enos, nuestro encam inam os hacia dicho lugar, el um bral que franquea nuestro paso, no es otro que la lectura. Tal vez nadie m ejor que Heidegger para com ­ prender la necesidad y conveniencia de dar este salto hacia atrás en dirección a la lectura como vehículo m ás propio del pensar, s i es que no la consideram os como el pensar m ism o. En este sentido, s i bien podem os considerar a Heidegger com o u n lector excepcional y singular, in c lu so atrevem os a afirmeir que Heidegger es, ante todo, \m lector de filosofía no deja de ser cierto que el acceso a la lectura heideggeriana, a su particular modo de leer parecería m ás bien tener que co nsistir en u n acercamiento a su s lectiiras concretas, a su s textos, en lo s que lee incesantemente, en lo s que pone en obra su característico leer. Dicho enfoque es, sin duda, adecuado y valioso, pero cabe contemplar también otra vía de acceso a la lectura heideggeriana — que, indudablemente, habrá de solaparse con la prim era— , centrada en su s reflexiones explícitas sobre lo que significa leer, y que será el que acometeremos aquí por varias razones.

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HEIDEGGER, M.: Identidad y diferencia. Barcelona, Anthropos, 1990, p. 79.

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La prim era de ellas y principal es la oportunidad que n os brinda el texto que hem os escogido: Was heißt Lesen? (1954)^ el cual, por su brevedad, extraordinaria riqueza y densidad, así como el hecho de que aborda de lleno la cuestión a la que n os enfrentamos n o s permite, con la mayor economía, adentram os sin mayores rodeos en el m odo cóm o Heidegger concibe la lectura. Justamente éste parece ser el propósito del texto heideggeriano, s i atendemos al contexto de su publicación. Was heißt Lesen? fue redactado para la revista m uniquesa Welt der Schule. Zeitschrift für Unterricht und Erziehung^. No hay, pues, otra ocasión m ás propicia dentro del corpus heideggeriano para abordar la cuestión de la lectura de una forma pedagógica. Soy co n scie n te en todo m om ento del so la p a m ie n to performativo que im p lica leer u n texto que lleva jpor título Was heißt Lesen? Ello, no obstante, só lo podrá redundar, dentro de un a perspectiva de la lectura en gran m edida inscrita dentro de la tradición hermenéutica, en u n mayor detenimiento reflexivo en el lugar en el que ya estamos, en el círculo herm enéutico de la le ctu r^ en la elucidación de la m ediación prejudicial de nuestra lectura de la tradición y, en la m edida de lo posible, en hacem os cargo d é ^ responsabilidad que im plica en cada caso el acto de lectura, la decisión de la lectura o las decisiones de las lecturas, ya que cabe pensar que s i hay algo que se diga, se deje leer de m uchas maneras, eso es la lectura. Pero leamos ya, sin otro preámbulo. Was heißt Lesen?: • W as heißt Lesen? D as Tragende und Leitende im Lesen ist die Sammlung. Worauf sam m elt sie ? Auf d a s Geschriebene, auf d a s in der Schrift Gesagte. D as eigentliche Lesen ist die Sammlung auf das, w a s

HEIDEGGER, M.: «.Was h e isst Lesen?», en Gesamtausgabe, Band 13. Frankfurt am Main, Vittorio K losterm ann, 1983, p. 111 EnlasM zc/iweiseleem os: i.Was h e isst Lesen? {\95A)PLis Handschriftprobe v o n Martin Heidegger der Zeitschrift für Unterricht u n d Erziehung "W elt der S chule” zur Verfügung gesteht u n d auf dem Titelblatt des Heftes 11, 7. Jahrgang in F a ksim ile abgedruckt (E hrenw irth Verlag — M ünchen— R. Oldenbourg Verlag) 1954» {Op. cit., p. 247).

¿Q ué es leer? La in v e n c ió n d el texto en filo so fía

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ohne un se r W issen einst scho n unser W esen in den Anspruch genommen hat, m ögen w ir dabei ihm entsprechen oder versagen. Ohne d a s eigentliche Lesen vermögen w ir auch nicht d a s uns Anblickende zu se he n und d a s Erscheinende und Scheinende zu schauen». " («¿Qué significa leer? Lo que porta y guía en el leer e s la reunión. ¿Sobre qué reúne? Sobre lo escrito, sobre lo dicho en la escritura. El auténtico leer e s la reunión sobre aquello que, sin nuestro saber, ya ha reclamado antaño nuestro ser, bien queram os corresponder a ello o rechazarlo. Sin el auténtico leer tampoco podem os ver lo que nos mira ni contemplar lo que aparece y brilla»!

De ca m in o a la lectura «Was heißt Lesen? Das Tragende un d Leitende im Lesen ist die Sammlung-». La respuesta a ¿qué significa leer? nos confronta de entrada con dos verbos sustantivados en gerundio que nos ponen en cam ino desde el leer hasta la reunión. El dinam ism o que introducen lo s dos gerundios en la respuesta salta a la vista y llam a poderosamente nuestra atención hasta el punto de hacem os caer en la cuenta de que, pese al carácter sustantiv(ad)o de lo s cuatro térm inos que articulan la frase, nos remiten a u n a clara constelación sem ántica que indica m ovim iento, despla­ zamiento, cam bio de lugar, incluso, como veremos, un m o v i­ miento orientado, encaminado, direccional. En efecto, tragen: portar, llevar (ya nos adentraremos en su inabarcable campo semántico), leiten: guiar, dirig ir y samme/n: reunir, coleccionar hacen señas hacia la trasposición, la traslación — no quiero decir metà-fora. A estos tres verbos podem os añadir heißen, en su valor vocativo, de llam ada que convoca a venir; la locución heißen kom m en aparece a cada paso en Die Sprache (1950), donde tam bién podemos leer esta frase esclarecedora acerca del peculiar u so de heißen que realiza Heidegger y que no debemos pasar por alto: «In solche Ankunft heißt der nennende R uf kommen. Das Heißen ist Einladen»'^(A esta llegada pide^

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venir la invocación nombradora. Pedir venir es invitar)"*. Es hacia el interior de esta constelación verbal: heißen-tragenleiten-sammeln donde se nos llam a, se nos invita, se nos condu­ ce, se nos guía, se nos reúne para leer. No hay lectura sin reunión, sin esta reunión verbal; tho hay lectura reunidora sin la invitación de una llam ada que nos lleve y n os guíe. En la lectura, la reunión es lo que porta, lo que lleva, y lo que dirige y guía. El verbo tragen es u n término preñado de signifi­ cados y de connotaciones en los textos que escribe Heidegger, m uy especialmente en la década de lo s cincuenta, m ás en concreto aún en los textos que componen Unterwegs zur Sprache. Sabemos que tragen se halla presente nada m enos que en una de la s denom inaciones que corresponden a la Diferencia: Austrag. En A us einem Gespräch von der Sprache (1953-1954) encontramos una dilucidación del Tragen del m ayor interés para nuestra lectura, ya que nó sólo este texto está escrito el m ism o año que el que nos ocupa, por lo que podem os suponer u n empleo aproximado del térm ino en u n sentido no m uy lejano al que encontram os en Was heißt Lesen?, sin o que además hallam os una vin cula ción explícita del Tragen con la reunión. «F. Gebärde ist Versammlung eines Tragens. J. Sie sagen wo hl absichtlich nicht: unseres Tragens, un se re s Betragens. F. Weil das eigentlich Tragende un s sich erst zu-trägt. J. Wir jedoch ihm nur unseren Anteil entgegentragen. F. Wobei jen e s, w a s sic h un s zuträgt, unser Entgegentragen schon in den Zutrag eingetragen hat. J. Gebärde nennen S ie demnach; die in sich ursprünglich einige Versammlung von Entgegentragen und Zutrag.

HEIDEGGER, M.: «Die Sprache», en Unterwegs zur Sprache. Tübingen, Neske, 1959, p. 22 [trad. cast, de Y. Zim m erm ann, Barcelona, Ed. del Serbal, 1987, p. 20; en lo su c e sivo pondré la paginación de la ve rsió n castellana tras la alemana, separada por u n a barra].

¿Q ué e s leer? La in v e n c ió n d el texto en filo so fía

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F. Die Gefahr d ie se r Formel bleibt allerdings, daß man die Versammlung als einen nachträglichen Z usam m enschluss vorsteilt... J. statt zu erfahren, daß alles Tragen, Zutrag und Entgegentragen, ërst und nur der Versammlung entquillt»®. (I. El gesto e s el recogimiento de un «portar». J. Intencionadamente, sin duda, no dice usted; de un portar que sea nuestro; de nuestro comportamiento. I. Porque aquello que propiamente «porta», se «porta» primero rtac/a nosotros. J. Mientras que nosotros, en contrapartida, só lo «portamos» n u e s­ tra parte a su encuentro. I.Con loque aquello que s e «porta» hasta nosotros ha «portado» ya en su aporte nuestro portar-al-encuehtro. Llama usted entonces g esto al reconocimiento que originariannente une en sí lo que le portamos-al-encuentro y lo que él nos aporta. I. No obstante, en esta fórmuja reside el peligro de que s e represente el recogimiento como una reunión que tiene lugar posteriormente... J. en lugar de hacer la experiencia de que todo «portar», aportar y portar-al-encuentro no surge m ás que del recogimiento).

La conversación que había llevado hacia esta elucidación del gesto versaba sobre el teatro No y la dificultad para u n europeo de p ercibirlo que está teniendo lugar en el escenario. En prim er lugar, porque el escenario del teatro No es u n escenario vacío, que exige del espectador «eine ungew öhnliche Sammlung»^, un «recogim iento inusual» gracias al cual el actor sólo precisa de un leve gesto (einer geringen Gebärde) para poner en escena lo m ás grandioso. Por ejemplo, u n paisaje m ontañoso con mantener únicam ente la m ano abierta a la altura de los ojos. Esto m ism o es, a nuestro ju icio , lo que ocurre en la lectura y es de este modo, en este recogimiento, como debemos comenzar a leer para que no se nos pasen inadvertidos lo s gestos de

HEIDEGGER, M.: kA u s einem Gespräch vo n der Sprache», en op. cit., pp. 107-108/98-99. C^. Cif., p. 107/97.

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Heidegger. Casi podríam os avanzar ya un a prim era hipótesis que asemejaría(la lectura con el recogimiento del gesto tanto como con la reunión de lo s diversos gestos que dibujan cada una de las palabras que}intencionadamente, consigna Heidegger en el texto tan breve y condensado que estam os empezando a leer. No detenerse en el Tragen puede im plicar, vistas las cosas desde esta perspectiva, tanto como no ver u n a cadena m onta­ ñosa que se alzara ante nuestros ojos.

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Heidegger precisa que este Tragen, este portar, no es «nues­ tro», que no se trata de «nuestro com-portamiento» {unseres Betragens), sin o que el portar apropiado se dirige primero hacia nosotros {das eigentlich Tragende u n s sic h erst xu-trägt). Lo que porta, lo que lleva en la lectura no es nuestro comportamiento; la lectura no nace de, n i es una conducta nuestra; das Tragende im Lesen es u n portar que primero se dirige hacia nosotros al que sólo entonces debemos corresponder con nuestro portar que, también ya, es portado por el Zutrag originario. Lo que se >dice entonces del gesto bien parece poder decirse igualmente de la lectura, en cuanto tanto im o como otra ponen en obra un portar. Leer sería entonces «die in sic h ursp rün g lich einige Versam m lung von Entgegentragen und Zwtrag»,^^ reunión que originariamente une en sí lo que nos aporta y nuestro portar al encuentr^Pero, de nuevo, Heidegger vuelve aprecisar, sin salirse de la semàntica del Tragen, que la reunión o el recogimiento no es algo que vendría a suceder con posterioridad {nachträglich) al aporte de la lectura, sin o que «alies Tragen, Zutrag un d Entgegentragen, erst und nur der Versam m lung entquillt». !E1 portarde la lectura, das Tragende im Lesen, proviene, dim ana de la reunión, del recogimiento, como sucedía análogamente con el gesto en el vacío de la escena del teatro No. En la lectura hay que estar atentos al gesto, al porte^El porte de u n individuo, el porte de u n actor, el porte de u n gesto o de u n texto señala justamente, con un a profundidad lingüística inusitada, la totahdad de su ser, todo lo que el texto con-Ueva, acarrea, trae consigo, com-porta. El porte prefigura y constituye ya elpropio desphegue del texto, todo lo que puede reporteur, todo cuanto el

¿Q ué e s leer? La in v e ñ c ió n de l texto en filo so fía

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texto soporta y transporta. Dice Heidegger que «las cosas, al "cosear”, gestan m undo» {Die Dinge tragen, indem sie dingen, Welt a u sy . El cosear de la s cosas es el gesto del actor y el porte del texto: en los tres casos se gesta u n m undo. Austragen significa tam bién gestación; es la preñez del gesto, el in ic io de u n desplegarse; u n mvmdo, un a po sibilidad de m undo que es portado. El texto porta u n m undo, el texto gesta, o teje, su textura o su tejer es su gestación^l^esíagsáífl. «Nuestro id io m a alemán antiguo denom ina la Austragung (gestación): berh, hären, de donde vienen la s palabras ge&áren (estar en gestación, parir) y Gebärde (gesto, ademán)» {Unsere alte Sprache nennt das Austragen: bem, hären, daher sie Wörter “gebären” u n d “Gebärde”y . La gestación es gesticulación {austragen se hace equivaler a gebärden, como en la frase, análoga a la anterior: «Dingend sin d die Dinge Dinge. Dingend gebärden sie Welt»^), reunidas am bas en u n m ism o porte, en una m ism a ferencia, que será la que nos conduzca hacia la Dz/èrencm comoAwsirag^'’. En el gesto que hace Heidegger nada m ás comenzar a responder a la pregunta W as heißt Lesen? ya se gesta la Diferencia como das Tragende im Lesen. Volveremos sobre ello y sobre la sem ántica del Tragen, cuyo alcance {Tragweite) no ha sido, ni m ucho menos, llevado a término.

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Die Sprache, op. cit., p. 22/20. Ibid. Ibid. Jacques Derrida ha señalado este gesto heideggeriano consistente en traducir phero por tragen: «La sem ántica alem ana del Tragen, Austrag, nachträglich, que se g u im o s aquí com o problem ática del Unter-Schied o de la diferencia y que intento traducir en la sem ántica latina del porte, del rapport, áe\e.relation, áel&portée, delportara térm ino, del com portam ien­ to, etc. [...1 Heidegger tiende a querer protegerla, justam ente, contra una cierta latinización [... ] Si “relación " tiene la m ism a etim ología que el ferre de la diferencia o de la referencia, a sí com o de toda la fam ilia de "porte”, “portar”, “rapport” , etc. vem os que se trata de sustraer el pensam iento del Tragen y del Austrag a toda d istin c ió n relacionafíj (DERRIDA, J. : «L’oreille de Heidegger. Philopolém ologie {Geschlecht IV)-», en P olitiques de l'a m itié. Paris, Gcdilée, 1994, p. 351).

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Retrocedamos dos palabras, aunque casi no hayam os avan­ zado apenas, para prestarle atención por un m om ento al verbo heißen, ahora que, con la elucidación del Tragen, hem os empe­ zado a leer de otro modo y que hem os descubierto cuán atentos hay que estar a l^esto de cada vocablo, al porte de cada térm ino. Vale decir, enQn sem ántica de heißen: a su significado, a su invocación, a su llamada, a su invitación, a su m a n d a tó ^ e m o s citado anteriormente un pasaje en el que Heidegger escribe: «/n solche Ankunft heißt der nennende R uf kommen. Das heißen ist Einladen », refiriéndose a la primera estrofa del poema de Trakl, «Ein Winterabend»: Wenn der S chnee a n s Fenster fällt, Lang die Abendglocke läutet Vielen ist der Tisch bereitet Und das Haus ist wohlbestellt (Cuando cae la nieve en la ventana, '

Largamente la campana de la tarde resuena. Para m uchos e s preparada la m esa Y está bien provista la casa.)

Heißen aparece asociado con nennen y rufen: «El nom brar no distribuye títulos, no emplea palabras, sin o que llam a las Cosas a la palabra. El nom brar invoca» {Das Nennen verteilt nicht Titel, verwendet nicht Wörter, sondern ruft iris Wort. Das Nennen ruftß^. La lectura deberá hacerse cargo de este n om ­ brar, que no es u n mero reparto de térm inos, un u so de las palabras, sin o u n a llam ada al m undo, a las cosas, a la palabra^ Según Heidegger, esto es lo que podemos leer en la prim era estrofa del poema, entendida como invitación a entrar en la bien provista casa y sentarse a la m esa convenientemente preparada. En este escenario, en este lugar, en la s cosas^^, en el

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Die Sprache, op. cit.,,p. 21/19. La re u n ió n se h a lla presente en la s co sa s h a sta tal p u nto que, etimológicamente. D ing, cosa, rem ite a thing, reunir: «Das im Geschenk

¿Qué es leer? La in v e n c ió n de l texto en filo so fía

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pan y el vino, en el tañido de las campanas, en tom o a la mesa, tiene lugar la reunión de los mortales y lo s divinos, de cielo y tierra: el m undo. «Llamar es invitar. Invita la s cosas para que, en cuanto cosas, conciernan a lo s hom bres [...] Las cosas invocadas de este m odo reúnen jun to a sí el cielo y la tierra, los mortales y lo s divinos» {Das Heißen ist Einladen. E s lädt die Dinge ein, daß sie a ls Dinge die M enschen angehen [...] Die genannten Dinge versamm eln, also gerufen, bei sic h H im m el u n d Erde, die Sterblichen und die GottlickenY^. Esta invocación, esta invitación están en gestación en el Heißen, se adivinan en su gesto y en su porte: «El invocar que Uama a la s cosas las in vita a la vez a venir y a ir hacia ellas, la s encom ienda al mundo, desde -el cual aparecen» {Das Heißen, das Dinge ruft, ruft her, lädt sie

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Versammelte sam m elt sic h se lb st darin, das Geviert ereignend zu verweilen. D ieses vielfältig einfache Versam m eln ist das Wesende des Kruges. Unsere Sprache nennt, w a s V ersam m lung ist, in einem alten Wort. Dies lautet: thing [...] D as Dingen versam m elt [...] W ir geben dem so erfahrenen und gedachten Wesen des Kruges den Namen D ing f...] W ohl bedeutet das althochdeutsche Wort thing die V ersam m lung u n d zwar Verhandlung einer in Rede stehenden Angelegenheit, eines Streitfalles. Demzufolge werden die alten deutschen Wörter thin g un d dine zu den Namen für Angelegenheit; sie nennen jegliches, w a s den M enschen in irgendeiner Weise anliegt, sie angeht, w a s demgemäß in Rede steht» (HEIDEGGER, M.: «.Das D ing» en Vorträge un d Aufsätze. Tübingen, Neske, 1954, pp. 166-167). [«Lo co liga­ do en el obsequio se une a s í m ism o en el hecho de que, haciénd o la acaecer de u n m odo propio, hace perm anecer la Cuaternidad. E ste coligar sim p le y m últip le es lo esenciante de la jarra. Nuestra le ng ua ' llam a a lo que es coligación (reunión) con u n a v ie ja palabra: thing [... ] El hacer cosa coliga [... ] A la esencia d é la jarra, experienciada y pensada de ' esta manera, le dam os el nom bre de cosa [...] No hay que olvidar q ue la antigua palabra alem ana thing sig n ifica la re u n ió n (coligación), y concre­ tamente la re un ión para tratar de un a cu e stió n que está en liza, u n litig io ., De ahí que la s antiguas palabras alem anas thing y d ine pasen a sign ificar asrmto; nom bren todo aquello que les concierne a lo s hom bres d e u n m odo u otro, que va con ellos, lo que, consecuentemente, está en cu e stió n (trad. cast, de E. B aijau, Barcelona, Ed. del Serbai, 1994, pp. 151--1$2)L. Die Sprache, op. e it, p. 22/20. ■y

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ein und ruft zugleich zu den Dingen hin, empfiehlt sie der Welt an, a u s der sie erscheinenf^. El Heißen llam a a la s cosas y al m undo a su competencia; su invitación es una llam ada a su m utua intim idad, al recogim ien­ to (Sammlung) que se produce en su venida a la palabra. Heidegger nos habla de u n eigentliche Heißen como «llamada originaria que invita a venir a la intim idad entre m undo y cosa» (usrprüngliche Rufen, das die Innigkeit von Welt und Ding kom m en heißtY^. Tendremos, que poner en relación este eigentliche Heißen con el eigentliche Lesen de nuestro texto. Porque la llam ada invita a morar justam ente en el «entre» de la Diferencia. Y es aquí donde la invitación se tom a orden, mandato, Befehl, Geheiß que dim anan de la llam ada provenien­ te de la Diferencia m ism a, ya que eUa tam bién significa, (se) llama, heißt, se dice de estas dos formas: «La Diferencia es lo que invoca» (Der Unter-Schied ist das Heißende) y «La Diferen­ cia es el mandato» (Der Unter-Schied ist das Geheißf^. Invoca­ ción y mandato que invitan a la reunión, al recogimiento en la intim idad. Recogimiento que reúne y recoge in clu so en la Diferencia toda posible invocación. La invocación n os remite, pues, a la Diferencia, a la Sam m lung: «El mandato de la Diferencia ha reunido yá siempre en sí toda invocación» (Das Geheiß der Unter-Schiedes hat im m er schon alles Heißen in sic h versamm eltY^. Mandato que no procede sin o de la propia reunión en cuanto el Geheiß es u n gesammelte Heißen, procedi­ miento de acuñación terminológico, al que Heidegger confiere un a especial significación, análogo a otros como sucede en este pasaje de «Das Ding»: «Llamamos cadena m o n ta ñ o ^ a la reunión de m ontañas. Llam am os obsequio a la i'e tn íió n del doble acoger en el verter, cuya conjunción constituye única-

14 15 16 17

Ibid. O p.cit., p. 28/26. Op. cií., pp. 29 y 30/27. Op. c it , p. 30/27.

¿Qué e s her? La in v e n c ió n d el texto en filo so fía

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mente la esencia completa del escanciar-obsequiar» (Wir nennen die V ersam m lung der Berge das Gebirge. W ir nennen die Versammlung des zwiefachen Fassens in das Ausgiehen, die a ls Zusammen erst das volle Wesen des Schenkens ausm acht: das Geschenky^. Con ello nos hem os visto conducidos idénticamente tanto desde el Heißen como desde el Tragen a la Diferencia, al Reunir, al Recogimiento: podemos, por tanto, seguir con ^navidad el h ilo dado que, precisamente, cierra esta prim era f^ase c o n ^ Sam m lung, lugar de llegada y acogida que atrae hacia sí, invitando y comandando, el encam inarse de nuestros paso s en la lectura hacia donde ya n o s encontrábamos: «Sólo quisiéra­ m os de una vez llegar propiamente al lugar donde ya n o s hedíamos^ (Wir möch ten n ur erst einm al eigens dorthin gelangen, w o w ir u n s schon aufhalteny^. Seguir con suavidad el h ilo dado (Leitfaden), hem os dicho. Esta imagen, esta metáfora es m u y querida por Heidegger y se halla presente en m uchos de su s textos, viniendo a completar el conjunto de verbos que designan u n m ovim iento orientado que señalábam os al comienzo, que se nos ofrecen como contexto inmediato cuya m isió n fundamental es in ic ia m o s en el cam ino (in die Wege leiten) de la reflexión acerca del significado de la lectura. En efecto, en Der Weg zur Sprache (1959), encontramos que la fórmula: «Llevar el habla como habla al habla» (Die Sprache a ls Sprache zur Sprache bringenY^ es presentada com o «hilo conductor en el cam ino al habla» (Sie so ll u n s zum Leitfaden a u f dem Weg zur Sprache dienenß^. Un h ilo conductor que determina una trayectoria circular, un regreso progrediente

HEIDEGGER, M.: «Dos D ing» en Vorträge un d Aufsätze, ed. cit., p. 164/ 149. Die Sprache, op. cit., p-. 12/12. HEIDEGGER, M.: «Der Weg zur Sprache» „en Unterwegs zur Sprache, ed. ■ cit., p. 242/218. Ibid.

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o u n avanzar retrogrediente. Leiten parece siempre indicar en Heidegger esta guía hacia lo originario, (guiarnos para que volvam os, reconducim os al punto de partida que es, por tanto, punto de llegadá^En esta m ism a obra, en Die Sprache, hallam os otra frase rectora o directriz (Leitsatz): «El habla habla» (Die Sprache spñchtY^, de apariencia sim ila r a la anterior, revestida de una doble función que se solapa con la retrocesión ya comentada. En prim er lugar, dicha frase debe g uia m o s para no reducir el habla a su funcionalidad expresiva, quedándonos sin m ás en la mera apariencia de lo evidente; en segundo lugar, esta frase debe llevam os de la m ano para llegar a poder pensar el habla m ás aUá de la psicología, in clu so m ás allá del hombre: «Hasta ahora esta frase directriz (Leitsatz) sólo tenía por objeto defendemos de la empedernida costum bre (die verhärtete G ewohnheit abwehren) de relegar de inmediato el habla a las formas de la expresión, en lugar de pensar el habla a partir de sí m ism a (aus ihm selber zu denken) [...] El habla hablaÆ sto quiere decir al m ism o tiempo y antes que nada: el habla habla. ¿El habla? ¿Y no el hombre? ¿No es aún m ás insostenible lo que nos pide ahora la frase rectora (Leitsatz)'^ [... ] ¿hasta qué punto habla el hombre? Preguntamos ¿qué es hablar?»^^ÁÍ)as Leitende im Lesen podría tener u n cometido análogo a esta triple guía del Leiten que acabamos de elucidar, a saber, adentram os en un cam ino que ya es u n regreso; j apartamos de las tentativas de desvío que supondría u n abordaje meramente expresivo de la lectura; co nducim os por la senda de u n pensam iento de la lectura a partir de sí m ism a en la línea del Leitsatz «Die Sprache spricht-»: Das Lesen liest, el leer leé, ¿y no el hombre?JDas Leitende im Lesen debe encauzam os hacia lo Lesenswert, en el sentido de lo Sagenhafte, lo D enkwürdig. Y co nducim os tam­ bién no sólo en la acepción de dirección o guía, sin o como se dice en la frase: Metall leitet Wärme, besser a ls Holz, es decir, el

Die Sprac/ie, ed. e it, p. 20/18. Ibid.

¿Qué es le&r? La in v e n c ió n del texto en filo so fía

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leer como el m ejor conductor del pensar, donde éste se difunde m ás fácilmente y halla una m enor resistencia. La lectura se comportará así del modo m ás hospitalario para con el pensar: el carácter conductor del leer permite la morada de la forma m enos violenta, m ás suave, sin estorbar el cam ino del pensar. Leiten aparece también adjetivado acompañando a W ink, ayuntamiento que no deja de dar que pensar: «tomemos como seña rectora la extraña frase: el habla es el habla» {nehmen dabei a ls leitenden W ink den seltsam en Satz: Sprache ist SpracheY^. En esta ocasión, la seña que guía conduce hacia el abism o {Abgrund), sólo que no tiene lugar una caída en el vacío, sin o en lo alto que, en castellano, conserva la significación de lo profundo: W ir fallen in die Höhe. Deren Hoheit öffnet eine Tiefe^^. Das Leitende nos guía, pues, tam bién hacia lo profundo de la lectura, que consistiría por ello en la atención prestada al hacer señas {winken): «Entonces, “hacer señas” seria el rasgo funda­ mental de toda palabra» {Dann wäre der W ink der Grundzug des Wortes)^^. No debe sorprendem os el hecho de que, s i seguim os las señas que nos hace Leiten, nos verem os reconducidos al Tragen, con lo que su m utua vecindad en la frase que ven im o s comentando no parece ser fmto del azar. Porque, ¿acaso no hem os percibido ya la vecindad de la «seña» (W ink) con el «gesto» {Gebärde)?, ¿serápreciso extendemos más, abundaren m ás justificaciones que demuestren lo que desde hace tiem po se nos ha im puesto con la mayor claridad: qué el Leiten del W ink, el g uia m o s de la seña, se reúne de suyo con el Tragen del Gebärde, el portar del gesto «para llevar al encuentro de lo que es digno de pensar» (um es dem D enkwürdigen entgegenzutragenY^? El texto prosigue así:

Op. c it , p. 13/13. Ibid. «Am5 einem Gespräch von der Sprache», ed. cit., p. 114/104. Op. d i. , p. 117/107.

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«I. Esto e s lo propio de las se ñ a s. Son enigmáticas. Nos “hacen s e ñ a s ” de acuerdo. N os “hacen s e ñ a s ” de desacuerdo. Nos “ hacen s e ñ a s ” atrayéndonos hacia aquello d esd e lo cual, de improviso, se “portan” hasta nosotros. J. Usted piensa entonces el “hacer s e ñ a s ” en su común pertenencia a lo que explicó por la palabra “g e sto ” » (F. Dies entspricht den Winken. Sie sin d rätselhaft. Sie winken un s zu. S iew inkenab. S iew in kenunshm zud em , von w o h e rsie u n ve rse h e n s sich u n s zutragen. J: Sie denken die Winke in derZ ussam engehörigkeit mit dem, w a s sie durch d a s Wort «Gebärde» edäuterten')^^.

Volvemos a la reunión, sentando u n com ensal m ás a la mesa: jun to a heißen y tragen ocupa ahora su lugar leiten) compartien­ do el pan y el vino con rufen, nennen, gebärden, w inken, etc. Debemos hacer aún un a puntualización acerca del Leiten y de la relevancia que le concede el Heidegger posterior a Ser y Tiempo. En concreto, ya en el curso del semestre de verano de Friburgo, de 1941: «Conceptos fundamentales» (recogido en el tomo 51 de las Obras completas), observam os que el título de la segunda sección de la prim era parte reza así: «Palabras con­ ductoras (Leitworte) parala m editación sobre el ser». De nuevo veremos expresada aquí cuál es la actitud heideggeriana ante las palabras, ante la lectura y ante la reflexión, que nos pone desde el in icio frente a una peculiar escucha: «Tenemos que comenzar el ejercicio que aquí constantemente nos va a ser exigido: renunciar a lo usual, que al m ism o tiempo es lo cómodo»^^. La sucesió n de la s distintas Leityvorte tiene Ü propósito de «hacem os estar m ás recogidos y atentos aes©-A^. El secreto de su escritura no reside en una artificial voluntad de estilo, m en querer hablar com o lo hace el pueblo: «Nicht in einem gekünstelten Stilwillen, auch nicht in der Absicht, möglichst

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Die Sprache, op. cit., p. 12/12. «Das Wort», en Unterwegs zur Sprache, ed. cit., p. 232/208. HEIDEGGER, M.: «Für das Langenharder Hebelbuch», enGesamtausgabe, Band 13, ed. cit, p. 117.

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volkstüm lich zu schreiben»^^. Su secreto estriba en que Hebel ha sid o capaz de recoger el dialecto alem ánico en su escritura y dejar que ésta no sea m ás que im eco de aquella forma de hablar dialectal: 5“* Ibid.

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palabra hablada hacia la escritura y de ésta hacia la palabra hablada, en cuyo ir y venir, como si del vaivén de u n tamiz se tratara, habrá de decantarse el sentido puro e ideal de lo dicho. El diálogo vivo ha de pasar por la criba de la escritura para desprenderse de su s elementos psicológicos, emocionales y vitales; sólo que, tras este autoextrañamiento dialéctico necesa­ rio, en absoluto «un sim ple azar o una mera adición que no altera cualitativamente nada»^^^, ha de retornar últimamente a la palabra hablada donde únicam ente halla su verdad origina­ ria; «En realidad es propio de todo lo que está escrito elevar la pretensión de ser devuelto por sí m ism o a lo l i n g ü í s t i c o » E n este itinerario circular de salida fuera de sí de la lengua por la alienación textual y retorno a sí a través de la lectura se libera la idealidad del sentido en un doble respecto: por una parte, quedan superados lo s aspectos subjetivos de la com unicación dialogal y, por otra parte, se amortizan los costos que ha supuesto llevar a cabo esta operación en la revivificación de la letra muerta de la escritura. El lenguaje muere un poco en la escritura, lo suficiente para que en adelante n i sienta n i padez­ ca, pero no muere del todo, digám oslo así, en la ascesis textual, especie de meléte thanátou «en el que el problema hermenéutico aparece en forma pura y libre de todo lo psicológico» Gadamer le da con ello la razón a Platón, aunque sólo en parte. En efecto, la condena de la escritura que tiene lugar en el Fedro se hace, entre otros m otivos, en nombre de la incapacidad del texto escrito para evitar m alentendidos y falsas interpretacio­ nes; el texto está m udo y no puede acudir en ayuda del lector si éste se extravía por descuido o deliberadamente. Sólo la pala­ bra viva, la inmediatez del diálogo es capaz de corregir sobre la m archa este tipo de situaciones y restablecer el sentido autén­ tico, manteniendo la com unicación en la senda de la verdad:

Op. c it ., p . 4 7 0 . Op. c it ., p . 4 7 3 . Op. c it ., p . 4 7 1 .

¿Qué es leer? La invención del texto en filosofía

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«Es asom broso hasta qué punto la palabra hablada se interpre­ ta a sí m ism a, por el m odo de hablar, el tono, la velocidad, etc., así como por las circunstancias en las que se habla» Justo por este desfallecimiento textual tiene lugar la hermenéutica como intento m ediador de hacer que el texto hable por s í m ism o, de que ocurra el milagro de que el texto escrito se interprete a sí m ism o y que, finalmente, llegue incluso a desaparecer el propio intérprete, la m ediación de la lectura. El texto entra a formar parte, por m edio de la lectura, de una conversación hermenéutica, sim ila r a una conversación real «como la que se daría entre dos personas»’®^, sólo que, como ya hem os visto, en un nivel de com prensión «purificado». En esta concepción del texto que busca en el diálogo su modelo origi­ nario cobra especial relevancia «el arte de escribir» que, más allá de una preocupación estética o retórica, lo que intenta básicamente es restituir a la palabra im presa las cualidades autointerpretativas del verbo oral y su facilidad a la hora de remitir al asunto en cuestión. El propósito y el télos hermenéutico que se deja trasclucir en ello se adivina claramente en la constatación que hace Gadamer de que «hay cosas escritas que, por así decirlo, seleensolas»^^°. Lapalabraqueseautointerpreta, el texto que habla y el escrito que se lee solo esbozan el ideal de una interpretación transparente donde acontece la inmediatez del sentido, sin distorsiones, ruidos ni obstáculo alguno a la comprensión. La lectura remite así doblemente al paradigma del entendimiento dialógico y, m ás allá aún, como veremos, al silencio so e íntim o diálogo espiritual del alm a consigo m ism a donde ha quedado reducida toda exterioridad, toda materiali­ dad significante: «La lectura es un proceso de la pura interio­ ridad»^^'.

Op. c it ., p . 4 7 2 . Op. c it ., p . 4 6 6 . Op. c it ., p . 4 7 3 . Op. c it ., p . 2 1 2 .

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Gadamer distingue, sin embargo, entre dos tipos de textos: los llam ados «protocoleirios» y los textos «eminentes». Los prim eros se rigen del m odo m ás estrecho por el paradigma dialógico y se lim itan a la fijación por escrito de u n a conversa­ ción real entre dos interlocutores o u n bosquejo de conversa­ ción com o ocurre con la interpelación dialogal que tiene lugar en el intercam bio epistolar. La fijación escrita supone un instrum ento auxiliar que viene a paliar el olvido: «El problema del texto sólo se plantea, por tanto, s i la m em oria falla»^*^. La escritura permite volver siem pre a la «noticia jirim itiva» (Urkunde), a lo dicho originariamente, como sucede en la herm enéutica jurídica, donde el cometido fundamental de la lectura es restablecer la situación comprensiva, la autenticidad prim era de lo dicho, convertirse en el «interlocutor originario» mediante la apelación a «la enm ienda obvia del diálogo vivo» Leer imphca, por tanto, el m antenim iento del vínculo con la conversación que tuvo lugar, con la situación com unicativa original garantizada por el «seguro adicional»*^ de la escritu­ ra. E n las cartas esto, aparece con la mayor evidencia: se encuentran tan cerca del diálogo v ivo que n i siquiera tienen valor protocolario, de fijación de lo dicho: «Cuando recibo una carta, la leo y ya ha cumphdo su función. Hay personas que rompen las cartas nada m ás leerlas»^^^. Ciertamente, si observa­ m os la definición que expusimos m ás cirriba acerca de que leer es dejar que le hablen a uno, no cabe duda de que ello sucede al leer una carta y romperla acto seguido; tam bién es el caso de lo s textos protocolarios. En am bos casos, el texto no es sin o «una fase en la realización de u n proceso de entendimiento»^**, por lo que la lectura adquiere tam bién un a efímera vigencia que se

162 163 164 165 166

«Texto e interpretación», p. 27.

Op. cit., p. 28. Op. cit., p. 29. ,

«Filosofía y literatura», p. 192. «Texto e interpretación», p. 29; «Desde la perspectiva herm enéutica — que es la perspectiva de cada lector— , el texto es u n m ero producto interm edio, una fase en el proceso de com prensión» (Op. cit., p. 25).

¿Qué e s leer? La in v e n c ió n d el texto en filo so fia

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diluye últim am ente en el diálogo vivo: el texto, el lector y la lectura desaparecen cuando por fin tiene lugar el entendim ien­ to, dicho de otro modo, cuando el texto habla o se lee sólo. Pero, jim to a estos textos, Gadamer sitúa otro tipo de textos que obedecen a im as pautas de lectmra completamente diferen­ tes, que se obstinan con pertinacia en no acabar hechos tri 2:as en la papelera porque su razón de ser, su estar escritos no se reduce a la transitoriedad de un a sim ple fase en el proceso de la coiriunicación, a la fijación de u n diálogo hablado: «nos encontram os con el fenómeno de la literatura, con aquellos textos que no desaparecen»^*’ . In cluso si so n cartas. May cartas, como la s de Rilke, que no acaban rotas; que no fueron escritas como invitación al diálogo y de las que se dice: «esto es literatura, precisamente porque ya no remiten a la situación de entendimiento m utuo entre el escritor y su s destinatarios [...] Ya no son auténticas cartas. Las cartas auténticas, por el contrario, refieren siempre a algo que presupone el m utuo entendimiento con el destinatario y significan una respuesta, com o cualquier palabra que se diga en conversación. Tienen en sí m ism as, aunque sólo sea en forma de ese sustrato, algo de la orquestación de la conversación viva»**®. Sorprendentemente, la literatura, el texto «eminente» se nos presenta como u n desafío al paradigma dialógico. E s más, la literatura es literátura porque «ya no remite a una situación de entendimiento mutuo». E l texto aparece como lo no-dialógico, como lo sepa­ rado de la conversación viva. Naturalmente, ello no dejará de tener una honda repercusión en la lectura. Veinte años después de Verdad y método Gadamer puede hacer esta declaración que difícilmente se compadece con su s presupuestos anteriores, aunque siempre cabrá realizar dicha operación, no sin vio len ­ cia, y volver a u n ir lo que parece estar escindido por la m á s profunda brecha, el diálogo y el texto: «Así pues, constato que aquí se suceden dos formas distintas de relacionarse la escritu-

Pp. ctí., p. 33. «La voz y el lenguaje», pp. 54-55.

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ra con el lenguaje, una corno sustituto de la conversación viva, la otra casi algo así corno un a nueva creación, u n ser-lenguaje de nuevo cuño que, precisamente por esteir esento, ha alcanza­ do una exigencia de sentido y una exigencia formal que no corresponde a la palabra hablada, que se desvanece»^*®. Gadamer nunca llegará a dar el salto que supone decir que el ser que puede ser com prendido es lenguaje, e scin d id o éste irreductiblemente en diálogo hablado y texto — ^la dialogicidad siempre continuará habitando el texto— , pero ha profundiza­ do lo suficiente en el pensam iento de la textualidad (obligado por Ricoeur y Derrida, que en esto le llevaban m ucha ventaja) como para que se dé este salto hacia el ser como texto, como sucediera con la torsión que su pensam iento im p rim ió a la filosofía de Heidegger, quien abrió una senda que no llegó a transitíir hasta su s últim as consecuencias. Gadamer resalta el carácter de «enunciado» del texto, a saber, que la palabra escrita es una palabra diciente que se yergue desde sí m ism a sin necesidad de rem itir a otra instancia — ^por ejemplo, el querer decir del autor— m ás que ed propio texto y una palabra que, por consiguiente, no es una forma devaluada de cualquier otro tipo de acontecimiento lingüístico: «Es verdaderamente extraordinario que u n texto literario eleve su voz, por así decir, desde sí m ism o y que no hable en nombre de nadie, n i siquiera en nombre de un dios o de una ley»^’ °. En el texto eminente, la palabra se mantiene a sí m ism a y en sí misrna, es palabra autorreeilizada que se presenta descarada­ mente en su ser-ahí m ás allá del m odo de presencia de u n mero objeto. La retórica de la escritura como pérdida desaparece por completo en el ámbito de la literatura. Se trata aquí de «un acontecer com unicativo de u n tipo completamente distinto»'^^ Gadamer quiere hacerse cargo de toda la fuerza que



Op. cit., pp. 55-56.

«Acerca de la verdad de la palabra», p. 32. «La voz y el lenguaje», p. 54.

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adquiere el lenguaje en la experiencia de lecüw a que proporcio­ nan la s Escrituras, para lo cual no deja de invocar a Lutero, y la s obras de arte poéticas donde «lo escrito habla por sí m ism o» y se hace valer como instancia últim a y autónoma, donde cabe reseñar la proxim idad con lo «bello» {halón). La lectura de lo s textos literarios no puede entenderse como mero desciframiento, no se trata de entender lo que quiere decir el texto y concluir que la com unicación ha tenido lugar exitosamente; «Esta caracterización de la escritura reduce el texto a la pura tran sm isión del sentido. Por su mero estar escrito y ser leído no pertenece aún, de n in g ún modo, a la literatma»*^^. La literatura alberga una pretensión de verdad irreductible a la consignación y libranza de u n o s contenidos; el lector que aborda u n texto literario ha de poner en suspenso la s d isq u isicio n e s acerca de lo verdadero y lo falso como adecua­ ción a lo real o a las intenciones del autor y renunciar a la expectativa de ser instruido por u n texto dador de noticias y sentim ientos que no pasaría de ser de este m odo m ás que u n sim ple vehículo de información. Todo ello se comprende m ejor s i recordamos que el texto eminente por excelencia es, para Gadamer, la poesía y, como para elevam os aún m ás s i cabe por encim a del plano de la com unicación y la representación, el autor precisa con insisten cia en repetidas ocasiones: «La poe­ sía lírica — y, dentro de ella, la lírica del sim b o lism o y su ideal de lapoésiepure» La em inencia del texto, de ese tipo de texto que no se ciñe al paradigma dialógico-comunicativo, habrá que rastrearla en la creación poética y en la lectura «eminente» que, por consiguiente, exige. Una lectura aplicable también, com o observam os con anterioridad, a edificios y cuadros, que rastrea una peculiar verdad m uy próxima a la experiencia estética, canon de la hermenéutica. La poesía pura .es eminente con

Op. cit., p. 56.

«El texto "em inente” y s u verdad», p. 99.

Op. cit., p. 104.

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respecto a la información, a la com unicación y al diàlogo. E s eminente porque destaca, sobresale, se eleva por encim a del lenguaje d iscu rsivo conversacional y reclam a im a vigencia propia, u n ser-ahí autorrealizado que se sostiene a sí m ism o sin rem itir a instancia ajena alguna. La poesía pura es eminente, si se n os permite un a pequeña digresión etimológica, en u n doble sentido. El térm ino que emplea Gadamer: «Der “em inente" Text-» remite al vocablo latino: m inae, que designa lo s salientes de un muro, de una pared; pero que tam bién significa «amena­ za». El papel que representa el texto eminente en el edificio herm enéutico parecería ser, por una parte, la culm inación de dicho edificio: la s «almenas» que coronan defensivamente la edificación diídógica gadameriana; pero, por otra parte, a la vez, aquello m ism o que viene a «amenazar» con su em inencia «conminatoria» el paradigma dialógico-comunicativo. En efecto, la poesía conmina al diálogo hasta tal punto que: «El que quiere comprender un poema se dirige {meint) sólo al poema m ism o. Mientras, frente a un poema, se ande preguntando por hablante que quiera decir algo con él, no estaremos todavía, n i m ucho menos, en el poema m ism o. Por experiencia propia, todos sabemos qué diferencia fundamental existe entre un poema auténtico y, por ejemplo esas formas de comunicación poética m ás o menos bien intencionadas que los jóvenes suelen poner apasionadamente en xm papel [...] A nadie le viene en mientes, cucindo lee una poesía, ir a comprender quién quiere decir algo ahí y por qué. E n este caso se está dirigido totalmente hacia la palabra tal como se yergue ahí y no se recibe u n comvmicado que pudiera llegarle a uno de éste o de aquél, de ésta o de aquella forma. El poema no está ante nosotros como algo con lo que alguien quisiera decir algo. Se y e i^ e ahí en sí. Se alza tanto frente al que poetiza como frente al que recibe el poema. ¡Desprendido de todo referir intencional, es palabra, palabra plena!»*’ ®. Tal vez se podría percibir aquí, quien quisiera, u n reafloramiento de tintes

«D e la co n trib u ció n d e la p o e sfa a la b úsq u e d a d e la ve rd a d »,p p . 112-113.

¿Qué e s leer? La in v e n c ió n de l texto en filo so fía

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heideggerianos, quizás motivado por la cercanía al texto poético, tan distante de la reducción del lenguaje al diálogo y m ás próximo, sin duda, al monólogo de la Sprache heideggeriana. La palabra plena, la palabra diciente del poeta es tal por ser Aussage: una declaración que va hasta el final, que se caracteriza por su autocumplimiento, completud y perfección, por se run «decir que se atestigua a sí m ism o y no consiente otra cosa que lo verifi­ que» ' . Tanto en la palabra plena como en el texto eminente tiene lugar una especie de clausura autosuficiente, de plenitud verbal que no remite m ás que a sí mism a. Gadeimer pone en repetidas ocasiones una metáfora de Valéry para exphcar esta densidad insondable de la palabra poética: ésta no sería como el papel moneda que no tiene m ás valor que el de su referente, el aval bancario que representa el tesoro de la nación emisora; el valor del papel moneda no sería intrínseco, sino que residiría en otro lugar, por el contrario, la palabra plena sería como las monedas de oro que son ellas m ism as el valor que designan, su propio peso en el metal precioso del que están hechas. La moneda de oro, que simboliza el texto eminente, interrumpe la relación de significa­ ción y de referencia: tiene valor en sí m ism a y no remite a otra cosa: «Hay una comparación m uy plástica, en la cual Paul Valéry presenta la diferencia entre la palabra poética y la palabra del habla cotidiana como la diferencia entre la moneda de oro de antaño y el billete de hoy. En la escuela, todavía aprendíamos que si coges un martillo y te pones a dar golpes encima de im a pieza de oro de veinte marcos hasta que deje de verse el cuño, y después te vas al joyero, te volvía él a dar veinte marcos. La moneda tenía el valor de su contenido, no era sólo que lo pusiese encima. Y eso es u n poema: lenguaje que no sólo significa, sino que es aquello que significa. El búlete de hoy ya no tiene valor, sólo significa como el papel que es, pudiendo así ejercer su función comer­ cial»'’ ^.

Op. c it.,p . i l 6. «Filosofía y literatura», p. 192.

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No cabe duda de que interpretar adecuadamente esta metá­ fora es harto com plicado y m ás aún intentar mantenerla dentro de un o s lím ites estrechos. La concepción que de ella se deriva de la relación entre significado y significante llama, cuando menos, la atención hasta situeir a Gadamer en las inm ediacio­ nes de la indestructibilidad del significante lacaniano. Recor­ dem os la carta robada, que aún despedazada, incinerada y reducida a cenizas, siem pre lograba llegar a su destino o, lo que es lo m ism o, la madtratada moneda de Vcdéry que conserva su vcdor intacto. Naturalmente, la matericdidad del significante no da para tanto sin la ayuda de u n soporte ideal como pueda ser, por ejemplo, la invariabilidad y convertibilidad universal del «patrón oro». La ind iso lub le unidad de significante y significa­ do del folio de Saussure adquiere aquí nuevos vuelos por la transubstanciación del papel en pan de oro. La unidad de significante y significado en la palabra poética — «pieza de oro de pcdabras»^’ ®— sería tan íntim a como la del oro y su valor: otra cosa es que considerem os el valor del oro como una cualidad intrínseca de este metal y no como mera convención cultural regida por la s leyes de mercado. Seguro que no es prudente llevar tan lejos la metáfora. El problema estriba tal vez en s i no hubiera sid o m ejor proponer una anadogía m enos afectada de convención (insertada en u n sistem a mercantil donde lo s elementos adquieren valor por oposición, como en la lengua) para dar a entender la íntim a unidad de significante y significado que tiene lugeir en el texto eminente. Caso de que exista una metáfora capaz de expresar el «lenguaje que no sólo significa, sin o que es aquello que significa», donde se fundan indiscerniblem ente significado y significante, m aterialidad e idealidad: podem os penseur en la E ncam ación del Verbo. Entre otros motivos, porque la decleuración de que «hay u n lenguaje que es aquello que significa» supone de inm ediato la cancela­ ción m ism a de la metáfora, es su condición de im posibilidad.

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Op. cit., p. 196.

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Pero esto es el texto en sentido eminente peira Gadamer: el texto que es lo que significa y que parece su p rim ir la arbitrariedad del signo, la referencia. ¿Estamos tan lejos del lenguaje adámico?, ¿adonde nos ha conducido la huida de Babel?: a la palabra que es lo que designa, a Cratilo frente a Sócrates, al lògos oikeíos. Pero seam os ju sto s con Gadamer; señcdemos únicam ente lo s riesgos del texto eminente, la s exageraciones teóricas a las que puede presteirse en últim a instancia, para no dar ese paso e intentar comprender lo que quiere com unicar el autor, p lu s dicens, m in u s vollens intelligi. «El m ovim iento sonoro y el m ovim iento de sentido del todo lingüístico se jun ta n en una unidad estructural indisoluble» éste es el rasgo definitorio de la poesía como texto eminente, la unidad de la idealidad del significado y de la m aterialidad significante, que el significante sea el significado. Hemos seña­ lado que eUo casi supone la cancelación de la arbitrariedad lingüística, de la metáfora, hasta de la falsedad, como plantea­ ba la peiradoja de Cratilo^®®. Gadamer lo expresa de otro m odo a lu d ie n d o , no o b stan te , a lo m ism o , a sa b e r, a «la intraducibilidad de la lirica»^®h E lio comporta consecuencias de enorme im portancia para la lectura, ya que si, como reza u n

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Op. cit., p. 193.

La verdad del texto em inente parece, en el fondo, responder a este problem a; dicha verdad, fundada en la un id a d in d iso lu b le de significante y significado parece abocar a la verdad del texto em inente com o s u im p o sib ilid a d de no ser verdadero; lo s textos em inentes «no pueden se r "falso s” » («Filosofía y poesía», p. 181). Gadtimer lo dice con toda claridad, apuntando al texto em inente com o aquél en dohde el lenguaje deja de ser arbitrario y, por tanto, es u n decir pleno. E s difícil interpretar de otro m odo esta sorprendente cita: «Es la forma enigm ática de la nod istin c ió n entre 16 d icho y el cóm o del ser-dicho, que presta al arte s u un id a d y ligereza específicas y, con ello, sencillam ente, u n m odo propio de ser verdadero. E l lenguaje se recusa a s í m ism o y resiste al capricho, a la arbitrariedad y al dejarse se d ucir a s í m ism o » («El texto “em inente” y su verdad», p. 108). «Filosofía y literatura», p. 196.

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artículo del autor, Leer es corno traducir, la poesía revestiría ciertamente u n claro carácter de üegibüidad, aunque quizás fuera m ás correcto decir que reclamaría un a lectura eminente, a la eiltura de la unidad de sentido y sonido que en ella acontece. En el texto eminente, la textualidad se revela como u n tejido cuya trama es tan- cérrada, está tan bien anudada, que es im posible de destejer sin acabar con el texto m ism o: «En un buen poema tenemos u n tejido indisoluble, im a densidad tal de operación de so nido y significado, que la m enor alteración en e l texto podría destruir el poema completo »' . Gadamer n o s va dando pistas de lo que debe acontecer en la experiencia de la lectura de estos textos y que no puede ser m ás que la puesta al descubierto de la esencia del lenguaje que sólo se cum plim enta en la escritura eminente: «la unidad mágica de pensar y acon­ tecer»^®^. La lectura se guía por y desvela esta unidad últim a y fundante del lenguaje: estam os m uy cerca de la Sam m lung heideggeriana. Leer es reunir, recoger o, cuzmdo m enos, dejar mostrarse lo que ya está reunido. Y ello se debe a la exigencia del propio texto: «Texto quiere decir “textura”, se refiere a u n tejido que consta de h ilo s sueltos, hasta tal punto entretejidos que el todo se convierte en u n tejido de una textura propia [...] En la obra de arte poética el texto recibe una nueva solidez. Eso es, de hecho, u n poema: u n texto que se m antiene un id o en sí m ism o por m edio del sentido y del sonido, y que cierra hasta la im idad u n todo indisoluble»*®^. Vara Gadamer, la textura es el paradigma de la unidad, de la totalidad, de la indiso lub ilida d, de la reunión, del cierre defini­ tivo. Esto es lo que ha de descubrir la lectura y todo lo que permite la lectura, de lo que ha de ocuparse el lector, «de la literatura y del milagro lingüístico que eUa es »*®®. La Sam m lung,

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Ibid.

pp. d i., p. 197. Pp. d i., p. 198. Op. c it, p. 199.

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en definitiva, la reunión de la cosecha: «"Leer” viene del latin legere, coger, escoger y tiene la s m últiples resonancias de recoger, escoger, espigar, mondar, igual que en la vendim ia, esto es, la cosecha que permanece. Pero leer quiere tam bién decir lo que empieza con el deletrear cuando se aprende a leer o a escribir, y aquí vuelven a aparecer num erosas resonancias. Se puede leer sólo el principio de u n libro, o leerlo hasta el final, puede uno meterse en el libro, reanudar la lectura, consultar o releer en voz eilta, delante de otros — y tam bién toda esta serie de resonancias apunta a la cosecha recogida y de la que n o s alimentamos. Esta cosecha es el todo de sentido que se constru­ ye, una conformación de sentido a la vez que una conformación de sonido»*®^. La lectura co m o e sc u c h a del recogim iento Sam m lung textual como unidad de sentido y so n id o «ama­ rrados en la fijación escrita»’®’ , de significante y significado, de pensar y acontecer, del decir y del cómo decirlo: Sam m lung como «entrelazamiento de lo s h ilo s en u n tejido que, por sí m ism o, se mantiene un id o y no deja que lo s h ü o s se salgan de su sitio» ’®®, como co m unión de lo ideal y de lo material, del ver y del oír’*^ en la lectura; Sam m lung como recogimiento textueJ de la s «palabras que sólo "existen" retrayéndose a sí m ism a s»’ ®” sin rem itir a nada exterior a ellas, como convergencia de lo escrito «en una palabra unificada»’®’ , recogimiento tam bién

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«Palabra e im agen ("Tan verdadero, tan sie nd o ”)», pp. 300-301. «El texto "em inente” y su verdad», p. 97. Op. cit., p. 101. «Donde tenem os que hab érno slas con la literatura, la ten sió n entre el sig n o m udo de la escritura y la a u d ib ilid a d de todo lenguaje alcanza s u so lu ció n perfecta. No só lo se lee el sentido, tam b ién se oye» («Oír-verleer», p. 74). «Texto e interpretación», p. 33. «El texto "em inente” y s u verdad», p. 101.

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«orientado hacia u n centro a partir del cual se articula el conjunto en una estructura con s e n t i d o » N o cabe duda de que podemos hablar de que en la lectura gadameriana tiene lugar una Sam m lung, una reunión, una convergencia, u n centramiento a la vez que u n recogimiento. Leer es reunir y recogerse. E l lector recoge y se recoge, m ás allá del diálogo. En todo caso, la lectura será u n diálogo que acontece en el mayor recogimiento, im «diálogo del d m a consigo m ism a» que dista m u c h o de la c o n v e rsa c ió n co tid ia n a , de la d ia lé ctica com unicativa de pregimtas y respuestas. La lectura de lo s textos exige otra situación original distinta del diálogo como interlocución hablada; la situación original y paradigmática de la lectura es el recogimiento al que invita la em inencia de lo s textos literarios y poéticos. Un recogimiento que se aparta del hablar y de la habladuría, un recogimiento que no puede m ás que ser silencioso, donde la voz y el oído sufren una transfor­ m ación profunda que ya no lo s hacen aptos para la s vicisitudes y vaivenes de la conversación dialogada: «La poésie pure ha dejado tras de sí casi todas la s formas de la retórica, esto es, del u so del habla cotidiana. Los m edios de la gramática y de la sintaxis se aplican del m odo m ás parco posible» No sin atrevimiento, pero sin que ello represente tampoco una audacia excesiva, se podría afirmar que la hennenéutica gadameriana se halla escindida entre el diálogo y la lectura, entre la conversación y el texto eminente como lo s dos extre­ m os de la com prensión de u n m ism o ser lingüístico: «Yo no sólo considero el diálogo, sin o la poesía y su aparición en el oído interior como la verdadera realidad del lenguaje»^®^. Parece que Gadamer no tiene dificultad en considerar la distancia que separa am bos aspectos del lenguaje. E n esta declaración parece como si la poesía viniera a colmar una falta de la que el diálogo

«La herm enéutica tras la huella», p. 242. «Filosofía y literatura», p. 193. ^Destruktion y deconstrucción», p. 73.

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no acaba de dar cuenta pero de la que es im prescindible ocuparse. Para hacerse cargo del lenguaje no sólo es preciso atender a su dialogicidad, sin o a su textualidad. De otro m odo fallaremos en el intento por aprehender su verdadera realidad. Ya hem os visto cómo Gadamer rechazaba la tentación de reducir la literatura a u n diálogo primero: justam ente el texto eminente es lo que no remite a nada m ás que a sí m ism o. Una cosa es dialogar y otra m uy distinta leer: no todo es diálogo, pero no todo es lectura; no todo es conversación y entendim ien­ to, pero no todo es texto. Aunque todo es lenguaje. Y aunque — corrigiendo Gadamer en cierto m odo su pim to de partida exclusivamente dialógico de Verdad y método tal vez por la confrontación con Ricoeur y Derrida— el lenguaje tienda inexorablemente hacia la textualidad, desde el diálogo vivo hacia la escritura, de la oralidad a la literatura, desde la conversación al recogim iento, hallándose perpetuamente Unterwegs zur Schrift^^^, como reza el título de un artículo del autor. La lectura eminente, le jo s de disolver el texto en el diálogo, queda presa del propio texto, «que no desaparece». Más bien es el diálogo el que tiende hacia la inscripción, a convertirse en una escritura que ya no m ira hacia u n original dialógico porque la em inencia textual precisamente está reves­ tida de este carácter de originariedad, de textualidad origina­ ria, donde el lenguaje ha ailcanzado su télos de «perfecta correspondencia de sentido y sonido» en la palabra plena, en la palabra diciente que comparece «como la poesía originaria del lenguaje» La escríturá, la poesía airroja una nueva luz sobre el ser últim o del lenguaje que no aparecía en el habla: «En el poema el lenguaje retom a a algo que él, en el fondo, es; a la unidad m ágica de pensar y acontecer, cuyos tonos n os salen al

«Unterwegs zur Schrift», en A ssm an (ed.): Schrift u n d G edächtnis. Archäologie der literarischen K om m unication. M únich, Fink, 1983. «El texto "em inente” y s u verdad», p. 103. «Filosofía y literatura», p. 200.

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encuentro, llenos de presentimientos, desde el crepúsculo de lo s prim eros tiempos. Lo que distingue a la literatura, por lo tanto, es la emergencia de la p a l a b r a » E l lenguaje parece tender de por sí a una mayor idealidad y grado de abstracción hasta poder llegar a cualquiera que sepa leer, con independen­ cia de la s circunstancias psicológicas y espacio-temporales. Esta tendencia parece in clu so habitar en la propia tradición del lenguaje oral, en la oral poetry, que se ve como im pelida a la fijación gráfica: «La estabilización por m edio de la escritura es casi anticipada en la tradición oral de la p o e s í a » « l a oral poetry está siempre de cam ino al texto, igueil que en la declama­ ción rapsódica la poesía transm itida está siempre de cam ino a la "literatura” »2°°, de tal forma que «es intrínseco al recitar una referencia a la lectura»^“^ y «cualquier utilización de la voz se subordina a la lectura» No se trata, sin embargo de una evolución desde la interpre­ tación dialógica a la lectura. Aunque cabría decidir aquí y en ello hay m ucho enjuego. La em inencia textual parece suponer u n corte, una rupürra: cuando ha tenido lugar el autocumplim iento de la palabra y la sup resión de la referencia tanto al autor como a la realidad, s i la poesía no es u n intercam bio de inform ación n i en ella se produce u n ofrecimiento de conteni­ dos, s i su «verdad» es tal que no admite la d isq u isició n acerca de lo verdadero o lo falso, ¿sobre qué se articulará el acuerdo, la comprensión, la inteipretación, el diálogo comunicativo? La lectura eminente apunta m ás bien hacia u n deslizamiento estético de la interpretación, hacia un a peculiar escucha, un m odo de oír que no atiende n i a sujetos n i a contenidos sin o al retraerse hacia sí de la palabra plena. En el artículo «Texto e

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Op. cit., p. 197.

«Oír-ver-leer», p. 72. «El texto “em inente” y su verdad», p. 100. «La voz y el lenguaje», p. 62. Op. cit., p. 65.

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interpretación», encontramos esta m ism a ruptùra que parte el escrito por la mitad. Gadamer está hablando de la compren­ sión, de la lectura como referencia al diálogo originario, de la fusión horizóntica entre lector y texto, cuando, por dos veces, interrum pe abruptamente su d iscurso para hablar de algo completamente distinto, queriendo señalar hacia otra cosa que no responde a la explicación precedente: «Ahora bien, todas la s consideraciones anteriores tienen por objeto m ostrar que la relación que existe entre el texto y la interpretación cam bia radicalmente cuando se trata de lo s llam ados "textos literarios” [...] Si el intérprete supera el elemento extraño de u n texto y, de ese modo, ayuda al lector a comprenderlo, su retirada no significa una desaparición en sentido negativo, sin o su entrada en la com unicación, resolviendo de ese m odo la tensión que existe entre el horizonte del texto y el del lector: lo que he denom inado fusión de horizontes. Los horizontes separados como puntos de vista diferentes de funden en uno. Por eso, la com prensión de u n texto tiende a integrar al lector en lo que dice el texto, que de ese modo desaparece. Pero n o s encontra­ m os con el fenómeno de la literatura, con aquellos textos que no desaparecen» El artículo concluye no por azar con un a d isq u isic ió n sobre el poema de Mörike Auf eine Lampe, cuyo últim o verso dice: «Pero lo bello resplandece en sí m ism o», aplicado a una lámpara vieja que cuelga olvidada del techo de u n lu jo so salón: «Auténtica obra de arte. ¿Quién se va a fijar?», reza el penúltim o verso. El poema es u n ejemplo de texto' eminente que encierra a su vez, según lo vem os nosotros, un a preciosa im agen del lugar del texto en la herm enéutica gadameriana: dentro del salón del lenguaje, dentro del paradig­ m a dialógico, cuelga imperturbable y ca si desapercibido el texto, sin que por ello pierda su em inencia, al contrario, só lo por estar así suspendido resplandece en sí m ism o, como lo bello. Aunque Gadamer se haya ocupado en describir m inucio-

«Texto e interpretación», pp. 32-33.

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sámente cada rincón del suntuoso salón del lenguaje, la ruidosa conversación y el diálogo de lo s n iñ o s que danzan en corro bajo la lámpara, no le ha pasado desapercibido el brillo del texto que ilu m in a la escena. Y, decididamente, su interpretación, su lectura es radicalmente diferente cuando habla del salón o de la lámpara. Se acerca a ellos de m odo distinto: «El poema ilustra, en efecto, con su propiö enunciado por qué el oro de ese verso no es u n "pagaré" o no remite a otra cosa, como un billete de banco o una infoim ación, sin o que posee su propio valor. El brillo no es sólo algo que se comprende, sin o que, conjuntam en­ te, irradia del esplendor de esta lámpara que cuelga inadvertida en u n salón recatado»^®^. El fino instinto herm enéutico de Gadamer le ha hecho ver que el texto no es sólo algo que se comprende, ha caído en la cuenta de su brillo, de su eminencia, hasta tal punto que corre el riesgo de fijar la atención del hermeneuta m ás allá del espacioso salón que lo alberga, en el recogimiento que permite desafiar im prim er descuido: «¿Quién se va a fijar?». E l descuido de la herm enéutica dialógica para con el texto. Porque tal vez el diálogo deslum bre y llegue a cegar a todo aquél que se preocupe por el lenguaje y no le permita d isting uir el leve resplandor de una lámpara en m edio de una tempestad de luz. Gadamer critica la interpretación prosaica hecha por E m il Staiger del últim o verso de este poema: «Signi­ ficaría la irrupción de la prosa coloquial en el lenguaje del poema, un a desviación de la com prensión poética que siempre n os amenaza a todos. Porque solem os hablar en prosa, como advierte el MonsieurJourdain de Molière para sorpresa suya»^°^. Quizás el propio Gadamer haya cometido en alguna ocasión este desliz que achaca eihora a otro y haya hecho irrum pir la «prosa coloquial en el lenguaje del poema» o, lo que es lo m ism o, la prosa del diálogo en el texto escrito. Porque solem os dialogar en prosa. No es lo m ism o leer prosa que poesía, no es

Op. cit., pp. 40-41. Op. cit., p. 40.

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lo m ism o leer que dialogar. Gadamer podría afirmar esto m ism o pero no sabemos hasta dónde estaría dispuesto a llegar en las consecuencias de dicha afirmación. La poesía, por su densidad, por la particular conjim ción indisoluble de sentido y sonido, es m ás propicia que el prosaísm o del diálogo para el recogimiento. La lectura poética y literaria lleva a Gadamer a hab lam os de la sede de dicho recogimiento, de aquello que hace posible la reunión de todo y la reunión consigo m ism o, del lugar en que la lectura como Sammlung acontece; el oído interior^®*. Por el oído interior la lectura tiene lugar: permite la convergencia últim a en u n centro y supone la unidad a la que se ve conducido todo texto. Sin el oído interior es im p osible leer: «Yo diría, dejando aparte todíis las diferen­ cias de la escritura, que cada escrito, para ser comprendido, requiere una especie de tránsito al oído interior»^®^. Y no só lo para ser comprendido, sin o para ser calibrado en su calidad literaria y poética. El oído interior es el ún ico capaz de determi­ nar la em inencia de u n texto y la verdad de la lectura. El oído interno ocupa el sitio del lector ideal: «esto es, u n oyente que a través de todas las recitaciones (o de una única recitación), sigue oyendo lo que sólo el oído interno percibe. Conoce la m edida que le permite enjuiciar in c lu so a los rapsodas [...] Un oyente de esta clase es, por consiguiente, como el lector ideal» A Gadamer le interesa sobre todo cóm o sea posible determinar la lectura verdadera, la lectura adecuada y para ello necesita una instancia capaz de proporcionar u n punto de referencia últim o e indiscutible, como instancia de apelación que permita decidir entre diversas lecturas o distintas recitaciones de u n m ism o poema. Ésta es la labor del oído interior y su función dentro de la teoría de la lectura gadameríana: ofrecerla «medi-

Tam bién habla en ocasiones de u n «ojo interior» («Texto e interpreta­ ción», p. 41). «¿Hasta qué punto el lenguaje preforma el pensamiento?», p. 200. 208 «Acerca de la verdad de la palabra», p. 32.

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da» con respecto a la cual determinar u n ju icio . La caracteriza­ ción de dicho tribunal, de la «audiencia», en sentido jurídico, a la que debe someterse toda lectura se separa máximamente de la contingencia que im p lica la m aterialidad de la escritura y de la voz: «Mi te sis es que la obra de arte literaria tiene, m ás o menos, su existencia para el oído interior. El oído interior percibe la conformación lingüística ideal, algo que nadie podrá oír nimca»^°®. El oído interno hace la s veces de interlocutor ideal y juez, sólo que la audiencia que se Ueva a cabo parece transcurrir en u n m isterioso silencio que sólo este oído oye: «Esto no significa que haya de darse la voz real, que haya que oírla realmente. O mejor, se trata de algo parecido a una voz que está por oírse y no debe n i puede ser ninguna voz real. Esta voz que está por oírse, que nunca se dice, es, en el fondo, u n modelo y una norma. ¿Por qué estam os en condiciones de decir que alguien lee bien en voz alta? ¿O que algo está m al recitado? ¿Qué instancia nos lo dice?»^^°. La lectura emprende con ello el cam ino de una espiritualización creciente que se desliga de la escrituralidad del texto y se vuelve hacia la voz, el sonido o el silencio, lo s cuales tam bién se ven inm erso s en este proceso desmaterializador ya que Gadeimer apela a una voz que no es «real», que no se oye «realmente», una voz que «está por oírse», que «nunca se dice». Sólo así puede hacer de esta instancia extraña oto-fono-hgo-céntrica u n «modelo y una norma». La últim a frase de la cita confiesa su desesperación por no encon­ trar otro m odo de d isting uir la lectura buena de la m ala que este recurso a una voz inaudible, inm aterial e irreal. Previamente ha desestimado otras instancias de legitim ación y apelación, como sería la lectura realizada por el poeta de su s propieis poesías. Ni el referente, n i siquiera el autor constituyen u n m odelo para la lectura ya que fueron neutralizados hermenéuticamente por la autonomía textual y el autocuihplim iento de la palabra diciente.

«Filosofía y literatura», p. 190. «La voz y el lenguaje», p. 63.

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no sólo en cuanto al querer decir del texto, sin o ahora también, en cuanto a la recitación y sonoridad del escrito. Sin embargo, Gadamer quiere dar cuenta de lo que para él es una experiencia irrecusable, a saber, que disting uim o s perfectamente una lec­ tura buena de una mala, que en la lectura realizamos u n a «anticipación de la perfección»^“ de la totalidad del sentido y de la armom'a, para lo que necesita un criterio de decisión. Dicho criterio no puede proporcionarlo la «materia» del texto, la escritura o el sonido, es más, no sólo no puede ser u n a instancia material, sin o que — ^por consiguiente— ha de se r «interior» al propio lector, cuya interioridad Gadamer no concibe m ás que bajo el signo de lo espiritual. Hay algo espiritual e interno en el lector que le permite discernir sobre la adecuación de la lectura: «está prim ariam ente en nuestra im aginación en forma de modelo, como u n canon que n o s permite e njuiciar cualquier clase de recitación»^“ . La in sta n ­ cia crítica últim a de la lectura se desliza de este modo inespe­ radamente hacia el sujeto, m ás allá del diálogo y del texto. La condición últim a de posibüidad — casi cabe decir «trascenden­ tal»— reside en u n modelo — ¿o esquema?— asentado en la «imaginación» del sujeto, m odelo que a la vez es «canon» para todo ju icio . E l retroceso hacia la subjetividad espiritual e inm aterial por la necesidad de fundamentar un ju ic io determi­ nante sobre la lectura no deja de ser sorprendente y lo acerca pehgrosamente, desde este punto de vista de la lectura y el texto, a su s críticos, quienes lo acusaron de haber convertido la «tradición» en u n «supersujeto», de reconducirla herm enéuti­ ca hacia una teoría del conocimiento, de haber im preso un giro antropológico y gnoseològico a la ontologia heideggeriana, y de haber llevado a cabo una «reconstrucción de la filosofía del sujeto»^“ .

«Filosofía y literatura», p. 194. «La voz y el lenguaje», p. 64. RACIONERO, Q.: «Heidegger urbanizado», ed. cit., p. 129

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La necesidad de encontrar u n punto de apoyo para la lectura que a la vez suponga la interrupción de las idas y venidas del texto, de la posibilidad de una infinidad de recitaciones, inteipretaciones y m ás lecturas ha obligado a Gadamer a salirse fuera del texto — o a interiorizar los textos de tal modo que acaben «escritos en el alma»^*^— y retrotraerse a la subjetividad que había intentado neutralizar tanto en el diálogo como en la poesía, pero que parece resistirse a acabar de expulsar definitivamente de la hermenéuti­ ca. A Gadamer se le cuela, por así decirlo, el sujeto cuando se ve apremiado por la verdad, por la verdad una y única, por la lectura buena, verdadera y adecuada, por la largencia de hallar una «instancia legitimadora definitiva»^*^ con la que combatir todo «resto insoportable de arbitrariedad y capricho, que el oído interno, que es, todo él, sólo oído, rechaza»^**. Justamente, la capacidad para soportar el «resto de arbitrariedad y capricho» inherentes a la textualidad, conducirán a otras teorizaciones de la lectura por derroteros m uy distintos de los de Gadamer, lo que también les hará innecesaria la búsqueda de un recurso como el oído interno o cualquier otra audiencia o tribunal de apelación irrefutables capaces de reducir la multivocidad textual a la iden­ tidad y um cidad de una lectura, «la» lectura verdadera. O, dicho inversamente, la renuncia previa a una instancia legitimadora que Ueve a cabo la Sammlung de la lectura, conllevará la afirma­ ción de la diferencia y de la disem inación del sentido, neutralizan­ do e invtrtiendo el valor de la frustración que comparten Heidegger y Gadamer respecto al lenguaje y que este últim o expresa así de forma inequívoca: «Un insatisfecho deseo de la palabra pertinen­ te: probablemente esto sea lo que constituye la vida y la esencia verdaderas del lenguaje»^^^.

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«Texto e interpretación», p. 34; Gadamer tam bién afirm a que en su no ció n de lin g ü isticid a d «se trasluce la tradición cristiana del “verbum interius”r>(«La herm enéutica tras la huella», p. 237). «El texto “em inente” y s u verdad», p. 102.

Ibid.

«Los lím ite s del lenguaje», p. 149.

III. RICOEUR LA LECTURA COMO AUTOCOM PRENSIÓN NARRATIVA

Texto y lectura: ro m a n tic ism o y tra d ició n ilu stra d a La h e rm e n é u tic a ric o e u ria n a lle g a a u n a reflexión pormenorizada sobre la lectura — que, ciertamente, ocupa u n lugar preeminente dentro de su filosofía— tras los largos rodeos que lo condujeron desde la fenomenología y la filosofía reflexiva hasta la herm enéutica y la atención a la facticidad y la historicidad. El ptmto de partida de Ricoeur se halla en la fenomenología y la evolución de su pensam iento es compleja. También ha transitado Ricoeur por la s sendas de la filosofía existencial y ha llegado a la herm enéutica a partir de lo s pasos de HusserP*®. Sin embargo, «el maestro de la m ediación» nunca ha querido ver en su itinerario un a ruptura con la (^nomenología, considerando que la herm enéutica es u n a prolongación, una consecuencia inevitable de ésta, pero que no constituye u n abandono de los presupuestos fenomenológicos, sin o u n injerto fecundo en el tronco de la fenomenologíap Ricoeur expone esta hibridación fenomenológico-hermenéutica en estos térm inos: «Lo que la herm enéutica debe a la tradición reflexiva en su conjimto y a su variante fenomenològica

«Comenzaría por caracterizar la tradición filosófica a la que pertenezco por tres rasgos: corresponde a un a filosofía reflexiva-, se encuentra en la esfera de infiuencia de la fenomenología; pretende ser una variante hermenéutica de esa fenomenología» (RICOEUR, P.: «Acerca de la interpretación», en Del texto a la acción. B uenos Aires, FCE, 2001, pp. 2728).

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en particular: el prim ado m ism o de la cuestión de la compren­ sió n de sí; la emergencia de la cuestión del sentido, en favor de la epoché fenomenològica aplicada a toda com prensión prema­ tura a la existencia pura y sim ple; la inspección cuidadosa de las jerarquías de síntesis activas y pasivas; la búsqueda de una fundación últim a, que seria al m ism o tiempo la requisición de un a responsabilidad m ás radical que cualquier d istin ció n entre teoría y práctica. Expongo tam bién lo que la herm enéutica añade a la fenomenología: la confesión de la opacidad para sí m ism a de la conciencia de sí; el reconocimiento de la anterio­ ridad de la incom prensión y de la ilu sió n por relación a la com prensión verídica de s í m ism o; la necesidad de un gran rodeo por el im perio de lo s signos, de lo s sím bolos, de las norm as, y por todas la s obras que la historia de nuestra cultura ha depositado en nuestra m em oria común; la fínitud de la comprensión; el c o n flic tí^ e la s interpretaciones que resulta de esa finitud; el carácter no acabado de todas las mediaciones; y, en consecuencia, la im p o sib üid a d de la reflexión total por m edio de una m ediación total, como en Hegel. Que este injerto de la hermenéutica en la fenomenología constituya una trans­ formación en profundidad de la fenomenología es cosa que no discuto. Sin embargo, yo m e niego a ver en esta transformación una ruptura. Los nuevos conflictos abiertos por la perspectiva hermenéutica iban a afianzarme en la convicción de la filiación reflexiva y fenomenològica de la hermenéutica»^^®. Lo que m ás Uama la atención en la s palabras de Ricoeur es el reconocimiento de la raigambre reflexiva y fenomenològica de la hermenéutica. Si hay algo que caracterizará al pensa­ m iento de Ricoeur será su continuo repensar el cogito en lugar de abandonarlo a su suerte. Lo que vulgarmente se ha traduci­ do en m ultitud de sem inarios de filosofía que reclamaban su

219 RICOEUR, P.; «A utocom prensión e historia», en CALVO MARTÍNEZ, T. & ÁVILA CRESPO, R.: Paul Ricoeur: los cam inos de la interpretación. Barcelona, Anthropos, 1991, p. 34.

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ascendente ricoeuriano bajo el rótulo de «Pérdida y recupera­ ción del sujeto»; sólo que llam aba la atención la premura por recuperar algo que en nuestras latitudes y en nuestras faculta­ des nunca se había Uegado a perder, m etidos de lleno in c lu so en una posm odem idad que en nuestras fronteras se tropezaba con mentes aún ilustradas. La operación de Ricoeur es m ás sincera y constituye u n ejemplo inm ejorable de la im p o sib ilid a d de quemar etapas en filosofía. Fue en la Symbolique du m al cuando comenzó el largo rodeo por las m ediaciones de los sím bolos, lo s signos y la cultura, aunque todavía como un a investigación circunscrita a u n campo de estudio parcial. Todavía, s i escucham os su s palabras, no se había producido el giro hacia la hermenéutica, siendo el peso de la filosofía reflexiva aún enorme y lo máximo que consiguió el autor fue bautizar este rodeo como una «reflexión concreta»: «De esta forma yo podía hablar de la reflexión concreía, a falta de poder dar yo a la interpretación m ism a de estos sím bolos y m itos el estatuto teórico designado con el término de "hermenéutica". En esa época, yo era m ás sensible a la continuidad entre la reflexión formal, practicada en Le volontaire él l ’involontaire, y la reflexión concreta, alimentada por la meditación de los sím bolos y de los m ito s del m al, que a la ruptura entre h erm en éutica y fenomenología»^^®. Pero el camino ya estaba trazado: se trataba de entrelazar la reflexividad y la historicidad, de recupereir el cogito sahendo de la inmediatez de su intuición hacia el m undo de la vida y constatar, haciéndole ju stic ia en el pensam iento, la separación, el corte irremediable entre la existencia, el ser y la reflexión. Lo que quedaba prohibido era dar u n paso atrás de nuevo en dirección a la transparencia de la autoconciencia no afectada de m ediación. De aquí a la interpretación sólo restaba u n paso. Ricoeur asum e esta constante de su pensam iento a la que nunca ha renunciado, condensándola en la fórmula: «pri­ m ado del yo soy sobre el yo pienso»^^L

220 221

Op. c it , p. 31. óp. cit., p. 189.

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Dicho prim ado ya lo hem os visto en ejercicio a lo largo y ancho de la filosofía existencia! y cómo se ponía en juego originariamente en Heidegger. Pero, para Ricoeur, la analítica existencia! heideggeriana resulta insatisfactoria. Frente a eUa, preferirá lo que él m ism o Uamó la «vía larga» que constituye su propuesta: «Sustituir la vía corta de la Analítica del Dasein por la vía larga esbozada en los a n á lisis del lenguaje; así conserva­ rem os constantemente el contacto con la s d iscip lin a s que buscan practicar la interpretación de forma metódica y nos resistirem os a la tentación de separar la verdad, propia a la comprensión, del método puesto en m archa por la s d iscip lin a s nacidas de la exégesis»^^^. Esta vía larga provocará el abandono de la estricta inmediatez del «yo pienso» de la filosofía reflexiva y conducirá a la hermenéutica. El cogito ya no será reflexión sobre sí m ism o, sin o autocom prensión por la vía de la interpre­ tación hermenéutica: «Pero el sujeto que se inteipreta al inter­ pretar lo s sig n o s ya n d ^ s e l^ g í í o : es im existente que descubre, por la exégesis de su vida, que está puesto en el ser antes in c lu so que él se ponga y se posea. Así la herm enéutica descubriría una manera de existir que seguiría siendo de parte a parte serinterpretado. Solo la reflexión, aboliéndose ella m ism a como reflexión, puede reconducim os a las raíces ontológicas de la comprensión. Pero esto no deja de ocurrir en el lenguaje y por el m ovim iento de la reflexión»^^^. La recuperación del cogito sólo podrá efectuarse a través de su propia exégesis, es decir, de s u s obras y de su s actos que, a m odo de signos, constituyen su vida. La lectura se sitúa entonces como culm inación del itine­ rario ricoeuriano que lo ha conducido desde el cogito hasta la identidad narrativa, desde la inmediatez y transparencia del yo fenomenològico a la autocom prensión de sí a través de los sím bolos, de la s metáforas y, finalmente, de lo s textos, esto es

RICOEUR, P.: Le conflit des interprétations. E ssa is d'herméneutique. Paris, Seuil, 1969, pp. 14-15. Op. cti., p. 15

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a una subjetividad inseparable de la interpretación que sinteti­ zará la herencia fenomenològica y hermenéutica en la noción m ism a de lectura: «Comprenderse es apropiarse de la historia de la propia vida de uno. Ahora bien, comprender esta historia es hacer el relato de eUa, conducida por lo s relatos, tantea históricos como ficticios, que hem os comprendido y amado. Es a sí como nos hacem os lectores de nuestra propia vida»^^'*. La raigambre en la fenomenología y en la tradición de la filosofía reflexiva d istin g u e n vivam ente la herm enéutica ricoeuriana de la de Gadamer. E s conveniente no perder de vista el debate subyacente entre am bos autores ya que, en cierta medida, lo s escritos de Ricoeur acerca de la lectura de lo s años setenta y ochenta responderán polémicamente a lo s plantea­ m ientos de Verdady método (1960,1965 y 1972) y, no cabe duda de que — jun to con la influencia de Derrida— contribuirán a que GadíUner comience a prestarle atención, aunque fuera tardíamente — ^veinte años después de Verdad y método— , a la singularidady «eminencia» del textoy al carácter idio sincrásico de la leetma, desvinculándolos, en la m edida de su s p o sib ilid a ­ des y de su trayectoria anterior, del paradigma del habla y del diálogo de preguntas y respuestas. Cuando Ricoeur diga en 1970, dos años antes de la tercera edición am pliada de Verdad y método, que : «la relación escribir-leer no es u n caso particular de la relación hablar-responder. No es n i una relación de interlocución n i u n caso de diálogo. No basta con decir que la lectura es un diálogo con el autor a través de su obra; hay que decir que la relación del lector con el libro es de índole totalmente distinta. E l diálogo es u n intercam bio de preguntas y respuestas, no hay intercam bio de este tipo entre el escritor y el lector; el escritor no responde al l e c t o r » s e está distan-

RICOEUR, P.: «A utocom prensión e historia», ed, cit., p. 42. RICOEUR, P.: «¿Qué es u n texto?», enD el texto a la acción, ed. cit., p. 128 [Publicado originalm ente en BUBNER, R. (comp.): Hermeneutik u n d D ialektik. Tubinga, J. C. B. Mohr (Paul Siebeck), 1970].

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ciando máximamente de Gadamer quien, por aquel entonces, aún no había comenzado a darle al texto y a la lectura u n tratam iento específico y seguían éstos in sc rito s en lo s lineam ientos dialógicos de los sesenta. Ricoeur, con su teoría del texto, quiere además terciar en lo que Gadamer no conseguía enfocar sin o dicotòmicamente debido a su herencia de la hermenéutica diltheyana, a saber, la oposición entre erklären y verstehen, explicar y comprender, método y verdad, epistem ología y ontologia, reflexión e historicidad; «La cuestión es entonces saber hasta qué punto la obra merece llam arse Verdad Y Método, y si no debería mejor titularse: Verdad O Método [...] Se trata de saber si la herm enéu­ tica de Gadamer ha superado verdaderamente el punto de partida romántico de la hermenéutica»^^^. Para Ricoeur, el distanciam iento {Verfremdung) que introduce la escritura como sustracción del texto al horizonte_ ^l autor y al contexto de referencia ostensivo presentes en el diálogo, lejos de ser el demonio de la metodología objetiva de las ciencias naturales, procede de la dinám ica interna al propio lenguaje y no ha de verse neutralizado por la com prensión, ya que es su condición de posibilidad m ism a: «La herm enéutica cum ple lo s deseos de la com prensión al separarse de la inmediatez de la compren­ sió n del otro, esto es, separándose de lo s valores dialogales La hermenéutica sólo llega a ser lo que es en la hermenéutica textual; la confrontación entre la herm enéutica dialógica y la hermenéutica textual se hace palpable, así como la radical escisión entre el itinerario gadameriano y ricoeuriano. E s más, sólo el texto permite, según Ricoeur, sa lir del atolladero rom án­ tico en el que se encuentra preso Verdad y método, ya que los niveles de objetivación textual constituyen una llam ada y una exigencia de «explicación», algo así como el necesario paso por

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« L a t a r e a d e l a h e r m e n é u t i c a : d e s d e S c h l e i e r m a c h e r y d e s d e D il t h e y » , e n op. c it ., p . 9 1 .

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« ¿ Q u é e s u n te x to ? » , p . 133.

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la lectura explicativa del a n á lisis estructural, lo que quedaba por completo excluido de la herm enéutica dialógica: «La com ­ prensión reclama la explicación desde que ya no existe la situación de diálogo, donde el juego de preguntas y respuestas permite verificarla interpretación en situación a medida que se desarrolla»^^®. Ricoeur dirá que explicar m ás es comprender mejor, situando la explicación y la com prensión en el interior de un m ism o «arco hermenéutico» cuya ventaja será «integrar las actitudes opuestas de la explicación y la com prensión en una concepción global de la lectura»^^^. El lugar de privilegio que se le otorga así a la lectura le viene dado porque, en resum idas cuentas, sólo ella constituye una alternativa a Ver­ dad y método y, en cierto modo, culm ina el m onum ental intento de m ediación al que responde la hermenéutica de Ricoeur entre ciencias naturales y ciencias del espíritu, Aufklärung y Roman­ ticism o en s u s m últiples articulaciones, una de las cuales sería el conflicto fenomenología-hermenéutica, cuya derivación m ás sobresaliente será tal vez la ruidosa confrontación entre herm e­ néutica y teoría crítica o, dicho con nom bres propios, entre Gadamer y Habermas. En últim a instancia, Ricoeur arremete contra la fijación gadameriana en Dilthey como culpable de todo, que le habría im pedido abrirse hacia la ilustración crítica, hacia el texto y lo habría sum id o en la obcecación romántica de una pureza com prensiva herm enéutica refractaria a cualquier contam inación metodológica, objetivante o distanciadora; «No es pues del todo indiferente que Gadamer haya precisamente dejado de lado como m enos significativa una reflexión sobre el ser para el texto (Sein zum Texte), que él parece reducir a u n a reflexión sobre el problema de la traducción erigida en modelo del carácter lingüístico del comportamiento hum ano con re s­ pecto al m undo [...] ¿No es la fidelidad a Dilthey, m ás profunda que la crítica dirigida a él, la que explica que sea la cuestión de

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« E x p l i c a r y c o m p r e n d e r » , e n o p .c it., p . 1 5 3 .

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« ¿ Q u é e s u n t e x t o » , p . 144 .

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la historia y de la historicidad y no la del texto y la de la exégesis la que continúa proporcionando lo que yo llam aría la experien­ cia princeps de la hermenéutica? Ahora bien, es quizás en este nivel donde sea necesario interrogar a la hermenéutica de Gadamer, es decir, en un nivel en el cual su fidelidad a Dilthey es m ás significativa que su crítica»^^°. El texto como experiencia princeps de la hermenéutica será m ás bien la vía transitada por Ricoeur. Con todas su s conse­ cuencias y hasta el final, llegando in c lu so a plantearse retórica­ mente la cuestión, a la que responderá afirmativamente, de si la textualidad y la lectura no podrán constituirse como paradig­ m as de la s Geisteswissenchaften: «¿Hasta qué punto podemos considerar la noción de texto como un paradigma para el así llamado objeto de las ciencias sociales? [...] ¿En qué medida podemos usa r la metodología dédarinterpretación de textos como un paradigma válido para la interpretación en general en el campo de las ciencias humanas?»^^b La apuesta es de la m ism a am plitud y am bición que la universalidad dialógica gadameriana, sólo que del lado del texto y con la facultad de integrar cabe sí la esfera de la explicación, de la objetividad, de la cientificidad y del ju ic io crítico proveniente de la tradición ilustrada. Ricoeur tercia de este modo, con la hermenéutica textual y la lectura como paradigma de la s ciencias hum anas, en el debate Gadamer-Habermas, en la línea de una «herme­ néutica crítica». En efecto, la experiencia del texto, la lectura y no el diálogo, permitiría una cuádruple apertura de la herme­ néutica hacia la crítica: a) por el distanciam iento que supone la autonomía del texto escrito respecto del autor y del contexto histórico-sociológico: «se puede ver en esta liberación la condi­ ción m ás fundamental del reconocimiento de una instancia crítica en el corazón de la interpretación» b) el texto exige la

230 « H e r m e n é u t i c a y c r í t i c a d e l a s i d e o l o g í a s » , e n o p . c it ., p p . 3 1 1 - 3 1 4 . 231

« E l m o d e lo d e l te x to : la a c c ió n s ig n if ic a t iv a c o n s id e r a d a c o m o te x to » , e n op . c it ., p . 169.

232

« H e r m e n é u t i c a y c r í t i c a d e l a s i d e o l o g í a s » , e n op . c it ., p. 3 3 8 .

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explicación en la medida en que alberga unas estructuras, una codificación, un os m odelos sem iológicos, esto es, permite una objetividad no-comprensiva nacida de la textualidad m ism a, no venida del paradigma exterior de la s ciencias naturales; c) las posibilidades de m undo abiertas por el texto en el ámbito de la ficción dan cabida a una crítica del statu quo, de lo que es, desde el poder-ser: «Pertenece pues a una hermenéutica del poder ser el volverse hacia una crítica de las ideologías, de la que ella constituye la p o sibilidad m ás fundamental»^^^; d) el propio lector, som etido a las posibilidades egológicas que le propone el texto, otras posibilidades de ser sí m ism o, ha de pasar por el tamiz crítico de la lectura su s ilu sio n e s de sujeto autónomo, uno e idéntico: «Así, la crítica de las ideologías puede ser asum ida en un concepto de com prensión de sí que im plique orgánicamente una crítica de la s ilu sio n e s del sujeto. El distanciam iento de sí m ism o reclama que la apropiación de las proposiciones del m undo ofrecidas por el texto pase por la desapropiación de sí. La crítica de la falsa conciencia puede así convertirse en parte integrante de la hermenéutica»^^"*. La fenomenología hermenéutica de Ricoeur tendrá siempre en su punto de m ira al sujeto, al cogito desde el que parte y al que no renunciará jam ás, si bien toma buena cuenta de la s heridas que el siglo XX le ha ido infligiendo al ego husserliano. Todas ellas podrían resum irse en la necesidad de la m ediación sim bólica, metafórica y textual precisa para una autocomprensión de sí que nunca podrá ser transparente y siempre se hallará en la senda de la interpretación. Por ello tal vez, el paradigma lingüístico de Ricoeur cae del lado del texto, m ás concretamente, del relato o de la narración y no del lado de la poesía o de otras formas de com unicación dialógica: el sujeto ricoeuriano es un sujeto narrado. Ello quiere decir que la s figuras del autor y del lector, así como el acto de escribir y de

O p . c ¿ í., p . 3 4 0 . O p . c¿f., p . 3 4 1 .

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leer se enfocan últim am ente desde el interés que suscita la recuperación del sujeto por m edio de la narración y la lectura. Digamos que el cogito fenomenològico se ha convertido en narrador y lector, pasando la autoconciencia inm anente a verse sustituida por la narración y la lectura de textos. Ni en Heidegger n i en Gadamer se apreciará esta ontologia de la subjetividad como trasfondo hermenéutico: el Ser que constituía la cosa m ism a que se mostraba en la lectura deja paso, por la adscrip­ ción genuinamente fenomenològica e ilustrada de Ricoeur a un interés renacido por la subjetividad. De a h i tam bién quizás el hecho de que sea el ún ico de lo s tres que le haya prestado atención al p sic o a n á lisis — frente al a n tisu b je tiv ism o y antipsicologism o de Heidegger y Gadamer— y le haya otorgado u n lugar destacado en el p^iedrama hermenéutico.

N i diálogo n i id ealism o textual Como ya hem os señalado, la primera tarea que había de acometer Ricoeur para delim itar el ámbito textual era liberarlo de la s garras de la dialogicidad en la que se hallaba preso por la intervención gadameriana antes de comenzar siquiera a elabo­ rar su propia concepción. Amén de ello, tenía frente a sí la decidida apuesta estructuralista por el texto — a la que habría de añadirse, con su propia especificidad, la deconstrucción— , pero, a su s ojos, en exceso encerrada dentro de u n «idealism o textual», la «falacia del texto absoluto»^^^ que no lograba sa lir de la inm anencia de la escritura y, aun considerando lícita su susp e nsió n del referente y del sujeto autor-lector, consideraba dicha propuesta dem asiado restrictiva, no pudiendo, por su m ism a opción metodológica, dar cuenta de la totalidad y riqueza del proceso interpretativo. Por una parte, pues, Ricoeur quiere dejar sentado que «la herm enéutica comienza donde

RICOEUR,?.: le o n a de/a tníerprefactón/"i 97J7-México, Siglo XXI, 1995, p. 43.

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teraiina el diálogo»^^* ya que «la relación entre el m ensaje y el oyente son, en conjunto, profundamente transformadas cuan­ do la relación cara a cara es reemplazada por la relación m ás completa entre lectura y escritura, resultante de la inscripción directa del discurso en littera. Se ha explotado la situación dialogal. La relación escritura-lectura ya no es u n caso particu­ lar de la relación habla-escucha»^^^. Por otra parte, quiere neutralizar la operación estructuralista sin oponerse a ella frontalmente, insertando su lectura en u n concepto de lectura m ás amplio. Según lo ve Ricoeur: «Leer, de esta forma, significa prolongar la susp e nsió n déla referencia ostensible y transferirse uno m ism o al "lugar" donde se encuentra el texto, dentro del "recinto" de este lugar que no se encuentra en m undo alguno. De acuerdo con esta elección, el texto ya no tiene exterior, solamente interior [...] Esta extensión del modelo estructural a los textos es una empresa temeraria [...] Por lo tanto, debemos lograr que esta extensión del m odelo lingüístico se lim ite sólo a ser uno de lo s posibles acercamientos a la noción de interpre­ tar textos»^^®. Sin embargo, el presupuesto estructuralista resulta, hasta cierto punto, iirenunciab le en la m edida en que supone la liberación de la auténtica textualidad, esto es, la independencia de su sentido con respecto a las intenciones del autor, a la intersubjetivida d de lo s interlocutores y a la descontextualización psico-sociológica. Ricoeur utiliza estratégicamen­ te la aportación del estructuralism o para mitigar, con s u «falacia del texto absoluto», la soberanía del cogito hermenéutico anclada en la «falacia intencional q afectiva», esto es, la reduc­ ción del sentido a la subjetividad de lo que quiso decir el autor o lo que quiso entender el lector: «Ya no se trata de definir la herm enéutica mediante la coincidencia entre el espíritu del

Op. cit., p. 44. Op. cit., p. 42. 238 Op, cit., pp. 93-94.

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lector y el espíritu del autor. La intención del autor, ausente de su texto, se ha convertido en sí m ism a en un problema hermenéutico. En cuanto a la otra subjetividad, la del lector, es al m ism o tiempo el fruto de la lectura y el don del texto, y portadora de las expectativas con las que ese lector aborda y recibe el texto. Por consiguiente, no se trata tampoco de definir la hermenéutica mediante la supremacía de la subjetividad del que lee por sobre el texto, es decir, mediante una estética de la recepción. No serviría de nada reemplazar una intentional fallacy (“falacia intencional”) por una affective fallacy (“falacia afectiva”). Comprenderse es comprenderse ante el texto y reci­ bir de él las condiciones de u n sí m ism o distinto del yo que se pone a leer»^^®. La escritura hace 1 ^ veces de palanca que hace saltar el sujeto como autor o comolector, concepción heredada de la situación de habla y de la analogía con la relación de interpelación-escucha inm ediata en u n contexto definido sin ambigüedades por ostensión directa que clausura la plurivocidad de sentidos y lleva al a c u e ^ o intencional y referencial en la saturación del cara a cara.^El texto crea su propio cara a cara en virtud del desencuentro fundamental que introduce; «el lector está ausente en la escritura y el autor está ausente en la lectura»^"^'^^ero este hacer jugar una p o sición contra la otra, la lectura centrada en la subjetividad del escritor-lector o en la objetividad del texto, la hermenéutica romántica frente al estructuralism o, com prensión frente a explicación, no está destinado a instalarse en la dicotomía, sin o que, como apuntá­ bam os antes, da paso en Ricoeur a una concepción dialéctica de la relación entre com prensión y explicación. Ni el reino puro del co m p ren d e r d ia ló g ic o n i la regla de in m a n e n c ia estructuralista que reduce el texto a u n «absurdo juego de significantes errabundos»^'**. En su lugar, una dialéctica en estado puro donde los contrarios quedan su b su m id o s en un

« A c e r c a d e l a in t e r p r e t a c i ó n » , e n D e l tex to a la a c c ió n , e d . c it . , p . 3 3 . « ¿ Q u é e s u n t e x t o ? » , e n o p . c it ., p . 12 9 . « E l m o d e l o d e l t e x t o » , e n o p . c it ., p . 1 7 5 .

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tercero que resuelve la contradicción con un incremento de saber tanto del texto como de la subjetividad im plicada en la lectura. Ricoeur habla del paso del d iscurso actualizado en el habla a su virtualización en la escritura, a sí como de la necesidad de la reactualización de dicha instancia: «La activi­ dad de a n á lisis [estructural] aparece entonces como u n sim ple segmento sobre un arco interpretativo que va de la compren­ sió n ingenua a la com prensión experta a través de la explica­ ción [...] No hay un riguroso cortocircuito entre el a n á lisis totalmente objetivo de las estructuras del relato y la apropia­ ción del sentido por lo s sujetos. Entre lo s dos se despliega el m undo del texto»^'^^. En el trasiego de la subjetividad a la objetividad, de la inm a n en cia a la trascendencia, en la objetivación de lo subjetivo y la resubjetivación de lo objetivo, en la salida fuera de sí para volver a sí a través del paso por lo externo, tanto el sujeto como el objeto han sufrido m odificacio­ nes y han rebajado su s dem andas de exclusividad en lo tocante a la lectura. En el fondo, el planteamiento es m uy clásico al considerar «el a n á lisis estructural como u n estadio — u n esta­ dio necesario— entre una interpretación ingenua y una inter­ pretación crítica, entre una interpretación de superfìcie y una interpretación profunda»^'*^: despliegue, dialéctica, progreso, procesualidad, autoconocim ientoy circularidad. Estam os ante otra form ulación del círculo hermenéutico-dialéctico de la lectura — en cuyo interior se ha incluido la explicación como momento necesario de su desarrollo— donde se acaba «sabien­ do más», siendo m enos ingenuo y superficial: «Al término de la investigación, resulta que la lectura es este acto concreto en el cual se consum a el destino del texto. En el corazón m ism o de la lectura se oponen y se concillan indefinidam ente la explica­ ción y la interpretación»^'*''. La transformación que ha sufrido la lectura no ha sido, en el fondo, sin o el paso del diálogo a la

« E x p lic a r y c o m p r e n d e r » , e n op. c i t , p p . 1 5 4 -1 5 5 . « E l m o d e l o d e l t e x t o » , e n o p . c it ., p p . 1 9 1 - 1 9 2 . « ¿ Q u é e s u n t e x t o ? » , e n o p . c it ., p . 1 4 7 .

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dialéctica^"^^ con un tono tal vez m ás hegeliano que platònico, con todas las im plicaciones, m uchas o pocas, que ello suponga en lo concerniente a la constitución de «el paradigma de la lectura [...] como un paradigma original, como u n paradigma por derecho propio»^'**. La lectura «ante» el texto: la triple m im e sis La concepción ricoeuriana de la lectura se encuadra en el interior de su teoría sobre el texto — cuya forma privilegiada será el relato— , articulada en tom o al esquema tripartito del concepto de m im esis que desqprolla en Tiempo y narración. El triple despliegue de la m im e sis responderá al m ovim iento dialéctico que hem os apuntado dentro del círculo o del arco hermenéutico postulado por Ricoeur y en ella se integrarán y resolverán la práctica totalidad de las dicotomías y posiciones contradictorias en relación al texto, que en parte ya hem os visto, en lo s distintos planos de la acción, de lo real, de la escritura, del texto, de la ficción, de la referencia, de la intencionalidad y de la lectura. Ricoeur toma la noción de m im e sis de la Poética de Aristóteles, relacionándola íntim a­ mente con la de mythos, que traducirá por trama, como «la disp o sición de los hechos en sistema»: «La poética se identifica de este modo, sin otra forma de proceso, con el arte de

G e st o s im é t r ic o e in v e r s o , p o r o t r a p a r t e , a l q u e h ic ie r a e n s u

d ía

G a d a m e r : « I n t e n té d e t e c t a r e n e l d iá lo g o e l f e n ó m e n o o r ig in a r io d e l l e n g u a j e . E s t o s i g n i f i c a b a a l a v e z u n a r e o r i e n t a c i ó n h e r m e n é u t i c a d e la d ia lé c t ic a , d e s a r r o lla d a p o r e l id e a lis m o a le m á n c o m o m é t o d o e s p e c u la ­ t iv o , h a c ia e l a r t e d e l d iá lo g o v i v o

e n e l q u e s e h a b í a r e a liz a d o e l

m o v im ie n t o in t e le c t u a l s o c r à t ic o - p la t ò n ic o . N o e s q u e e s e a r t e p r e t e n d ie ­ r a s e r u n a d ia lé c t ic a m e r a m e n t e n e g a t iv a , a u n q u e la d ia lé c t ic a g r ie g a f u e r a s ie m p r e c o n s c ie n t e d e s u r a d ic a l in s u f ic ie n c ia ; r e p r e se n t ó , n o o b s t a n t e , u n c o r r e c t iv o a l id e a l m e t o d o ló g ic o d e la d ia lé c t ic a m o d e r n a , q u e h a b í a c u l m i n a d o e n e l i d e a l i s m o d e l o a b s o l u t o » ( G A D A M E R , H . G .: « T e x t o e i n t e r p r e t a c i ó n » , e d . c it . , p . 1 9 ). R I C O E U R , P .: « E l m o d e l o d e l t e x t o » , e n op . c i t , p . 1 8 3 .

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“componer las tram as” (47a, 2). El m ism o criterio debe em ­ plearse en la traducción de mimesis', dígase im itación o repre­ sentación (según los últim os traductores franceses), lo que hay que entender es la actividad m im ètica, el proceso activo de im itar o representar [...] Conservo para m i trabajo esta cua si identificación entre las dos expresiones: im itación o represen­ tación de acción y disp o sición de lo s hechos [...] Esta cuasi identificación queda garantizada por la afirmación: “La trama es la representación de la acción"»^'*’ . E n la m im esis, pues, se hace recaer el acento no del lado de la pura im itación o de la copia, sin o del lado del mythos, esto es, de la construcción de tramas. Justamente es esto, la d isp o sició n de lo s hechos, la introducción de la concordancia en la discordancia, la conse­ cución de una plenitud unificada y coherente, lo que Ricoeur entiende por relato o narración. La trama genera enlaces causales y verosím iles entre los acontecimientos que están m ás allá de la mera sucesión episódica o accidental. En la im itación de la acción está operando así no una sim ple actividad de copia de lo sucedido, sin o una verdadera d isp o sició n coherente de lo que acontece: el im itar de la m im esis práxeos conlleva de por sí la instauración de un ordenamiento causal dentro del panora­ ma discordante de la acción; s i fuera mera copia de lo aconte­ cido, la m im e sis sería incapaz de dar lugar a una trama m ás allá de una rapsodia de los hechos. Por ello, Ricoeur hace equivalen­ tes la figura del «hacedor de intriga» y la del «im itador de acción»: «si seguim os traduciendo m im e sis por im itación es necesario entender todo lo contrario del calco de una realidad preexistente y hablar de im itación creadora»^"**. La acción, cuya im itación se traduce en la creación de una trama, supone el prim er nivel m im ètico {mimesis I); la intriga o trama es la d im ensión esencial de la m im esis, su poder

R I C O E U R , P .: T ie m p o y n a r r a c ió n I. M a d r id , C r i s t i a n d a d , 1 9 8 7 , p p . 8 6 -

88. O p. c it ., p . 106 .

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creador y poético {m im esis II); finalmente, s i consideram os que la praxis real constituye en cierto modo u n «antes» con respecto a su disp o sició n ordenada en la trama, la actividad m im ètica ha de prolongarse tam bién en «un "después” de la com posición poética, que llam o m im esis III [...] Al enmarcar así el salto de lo im aginario por las dos operaciones que constituyen el antes y el después de la mimesis-ixwención, no creo debilitar, sino enriquecer, el propio sentido de la actividad m im ètica del mythos. Espero m ostrar que iella tiene la inteligibilidad de su función mediadora, que^consiste en conducir del antes al después del texto por su poder de refiguración»^“*®. El paso de cada nivel de la m im e sis al siguiente introduce a la vez una ruptura: entre la realidad y la obra, entre ésta y su recepción, entre la referencia, la escritura y la lectura; pero al m ism o tiempo señala una continuidad indiso lub le entre todas ellas y una vinculación que no puede ser rota sin que se disuelva con ello la propia m im esis: el polo de la realidad matiza el de la creación, éste el de la recepción por el lector, la lectura im pide al texto encerrarse en sí m ism o, etc. Ricoeur introduce una teleología en el proceder m im ètico que conduce desde el referente, pasando por el autor, hasta culm ina r en la lectura, que cierra el bucle y confiere unidad a la m im esis. De ahí su interés por rastrear en la Poética aristotélica las huellas de una Retórica, esto es, la constancia del inacabam iento de la activi­ dad creadora sin la recepción últim a por el espectador o el lector: traducido a térm inos m ás actuales, el conflicto entre las dos lecturas de la s que hablábam os m ás arriba, una, la estructuralista, centrada en el texto, su s recursos internos y estructura y otra, la estética de la recepción, que desplaza toda la fuerza del lado de la lectura. Como veremos, la Poética y la Retórica en Aristóteles, es el conflicto últim o al que Ricoeur retrotrae la polém ica entre el estructuralism o y la estética de la recepción, entre escritura y lectura, entre m im e sis II y m im e sis

Op. c i t , p . 10 7 .

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III, al que dará, como es esperadle, una so lución armónica y concordante. En el trasfondo de la teoría de la lectura ricoeuriana en el marco de la m im e sis III aparece, pues, la catharsis aristotélica como modelo de integración y de la m utua necesi­ dad del autor y del lector coim plicados en el texto^^®. No es asunto baladí caer en la cuenta de este punto de partida, pues sin duda no conducirá por lo s m ism o s derroteros que otras concepciones de la lectura nacidas del m ito platónico del Fedro y de su concepción dialógica del lenguaje. Partir de la Poética y de su indiso lub le unidad con la Retórica es partir ya del texto m ism o teniendo presente la especificidad de la escritura, de la escritura y de la lectura frente a la oralidad de la interlocución en el diálogo; tampoco resultará indiferente tener en el hori­ zonte, aunque sea remotamente, como m odelo ancestral, la m im e sis platónica o la aristotélica; y, desde luego, para quienes quieran reconducir toda polém ica en cualquier época a la madre de todas las batallas entre platónicos y aristotélicos, no extrañará la diferente actitud de Gadamer y Ricoeur con respecto al estructuralism o, la crítica literaria y demás d iscip li­ nas empeñadas en u n tratamiento «científico» del texto y la lectura. En efecto, «la ciencia del texto puede establecerse en la sola abstracción de m im esis II y puede tener en cuenta única­ mente las leyes internas de la obra literaria, sin considerar el

« L a c a t h a r s is e s u n a p u r i f i c a c i ó n [ .. . ] u n a p u r g a c i ó n q u e t i e n e l u g a r e n e l e sp e c t a d o r . C o n s is t e p r e c is a m e n t e e n q u e e l “ p la c e r p r o p io " d e la t r a g e d ia p r o c e d e d e la c o m p a s i ó n y d e l t e m o r . E s t r ib a , p u e s , e n l a t r a n s f o r m a c ió n e n p la c e r d e la p e n a in h e r e n t e a e s t a s e m o c io n e s . P e r o e st a a lq u im ia s u b je t iv a s e c o n s t r u y e t a m b ié n en la o b r a p o r la a c t iv id a d m im è t ic a . P r o v ie n e d e q u e l o s in c id e n t e s d e c o m p a s i ó n y d e t e m o r s o n l l e v a d o s , c o m o a c a b a m o s d e d e c ir , a l a r e p r e s e n t a c i ó n . P e r o e s t a r e p r e ­ s e n t a c ió n p o é t ic a d e la s e m o c io n e s r e s u lt a a s u v e z d e la p r o p ia c o m p o ­ s i c i ó n . E n e s t e s e n t i d o , n o e s e x c e s i v o a f i r m a r [ .. . ] q u e l a p u r g a c i ó n c o n s i s t e , e n p r i m e r l u g a r , e n l a c o n s t r u c c i ó n p o é t i c a [ .. . ] E n e s t e s e n t i d o , l a d i a l é c t i c a d e l o i n t e r i o r y d e l o e x t e r io r a l c a n z a s u p u n t o c u l m i n a n t e e n l a c a t h a r s is ', e l e s p e c t a d o r l a e x p e r i m e n t a ; p e r o s e c o n s t r u y e e n l a o b r a » (Op. c it ., p . 1 1 4 ).

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antes y el después del texto. En cambio, incum be a la herm e­ néutica reconstruir el conjunto de las operaciones por la s que una obra se levanta sobre el fondo opaco del vivir, del obrar y del sufrir, para ser dada por el autor a u n lector que la recibe y así cam bia su obrar [... ] Lo que está enjuego, pues, es el proceso concreto por el que la configuración textual m edia entre la prefiguración del campo práctico y su refiguración por la recepción de la obra. Como corolario, se verá, al térm ino del an álisis, que el lector es el operador por excelencia que asum e por su hacer — acción de leer— la unidad del recorrido de m im esis I a m im esis III a tra vésjie m im esis II»^^b Cabe resaltar que s i bien m im e sis II, el texto, es el eje central del proceso sobre el que pivotan las otras dos m im esis y constituye su mediación, con lo que Ricoeur le concede al texto escrito u n valor central absolutamente indispensable, lo que le acerca a la hipótesis estructuralista, señala, no obstante, que sólo la lectura, m im esis III, es la que confiere unidad al recorri­ do en su conjunto y la que mantiene unida la tripartición m im ètica. La dialéctica entre lo prefigurado, configurado y refigurado en la m im esis está anclada en el texto pero centrada en la lectura. Así, el campo de la acción presenta la caracterís­ tica fundamental de la «legibilidad»: lo real es «legible» y tiene una textura sim bólica en la que aparecen el orden paradigmá­ tico y el sintagmático, es ya un «cuasi-texto»^^^ que exige la narración, induce a ella: «Lo importante es cómo la praxis cotidiana ordena uno con respecto al otro el presente del futuro, el presente del pasado y el presente del presente. Pues esta articulación práctica constituye el inductor m ás elemental de la narración»^^^. Si retom am os la n oción heideggeriana de Sammlung, vem os cómo Ricoeur se inscribe de lleno en su campo porque no sólo la configuración de la trama es una

251 O p . c z í . , p p . 1 1 8 - 1 1 9 . 252 Op. c i t , p . 12 5 . 255

O p . c ¿ í., p . 12 9 .

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disposición de los hechos en sistema, el «triunfo de la concor­ dancia sobre la discordancia»^^“*, sin o que la propia realidad, la praxis presente en la fórmula m im esis práxeos, ya está ordena­ da, pre-dispuesta, pre-figurada, pre-narrada. La m im e sis poé­ tica no viene a in stitu ir el orden donde sólo reinaba el caos: la discordancia sobre la que triunfa ya era, en cierto modo, concordante — volverem os sobre este punto— , estaba recla­ m ando ser narrada desde su calidad de cuasi-texto. La sistem aticidad que la trama inventa y crea, al m ism o tiempo la descubre ya en los hechos, la encuentra y la copia: es la sín tesis paradójica de la fórmula de la m im esis como «im itación crea­ dora» y que define a la perfección la circularidad herm enéuti­ ca, viciosa y productiva, en la que vem os moverse tanto a Heidegger, a Gadamer como a Ricoeur y que confiere a la lectura — y a la escritura— su m ism o y am biguo estatuto de ser una violenta redundancia en relación a las «cosas m ism as», ya legibles de por sí: «Pese a la ruptura que crea, la literatura sería para siempre incom prensible si no viniese a configurar lo que aparece ya en la acción hum ana [prefigurado] s i no viniese a jun ta r lo que ya estaba junto, dentro de una hipótesis de realism o básico irrenunciable donde prevalece la Sammlung — en las cosas y, por tanto, en el relato que las narra— , aunque, como comprobaremos m ás adelante, Ricoeur no renuncia del todo a la d isc o rd a n c ia , m atiz ando y m e d ia n d o entre posicionam ientos m ás proclives tanto a un extremo como a otro, a la dispersión o a la reunión. R eunir es la tarea de la configuración de la trama que tiene lugar en m im esis II. Dicha reunión m ediadora se realiza en estos ámbitos: a) la narración reúne los episodios de la praxis en u n todo coherente: «Un acontecimiento debe ser algo m ás que una ocurrencia singular. Recibe su definición de su contri­ bución al desarrollo de la trama. Por otra parte, una historia

25'* Op. cif.,p. 83. 255 Op. cií., p. 134.

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debe ser m ás que una enum eración de acontecimientos en serie; ella debe organizados en una totalidad inteligible, de modo que se pueda conocer a cada momento el "tema” de la historia. En resumen; la construcción de la trama es la opera­ ción que extrae de la sim ple sucesión la confìguración»^^^; b) esta reunión es además una «síntesis de lo heterogéneo» que se corresponde, según Ricoeur con la operación del «tomarjuntos» del ju icio y el esquematismo de la imaginación kantianos; «Recordemos que, para Kant, el sentido trascendental del ju ic io no consiste tanto en u n ir u n sujeto y u n predicado como en colocar una diversidad intuitiva bajo la regla de u n concepto»^^^; c) lo reunido adquiere así la forma de una totalidad significante que tiene la capacidad de poder ser continuada y que anticipa una conclusión, u n punto final m ás allá de la mera sucesión indefinida de episodios inconexos; d) todas estas operaciones de «recolección»^^® term inan finalmente configu­ rando una historia, una tradición en la que se van «sedimentan­ do» las diversas formas de intriga y de construcción de las tramas hasta constituir un conjunto ordenado de géneros, tipos y paradigm as narrativos que, sin embargo, deben perm itir que tenga lugar la «innovación»; «La innovación sigue siendo una conducta regida por reglas; el trabajo de la im aginación no nace de la nada. Se relaciona, de uno u otro modo, con lo s paradig­ m as de la tradición. Pero puede mantener una relación variable con estos paradigmas. El abanico de soluciones es amplio; se despliega entre los dos polos de la aplicación servil y de la desviación calculada, pasando por todos los grados de la "deformación regulada”»^®^. De nuevo, la tensión entre la im itación y la creación, entre la poiesis y la m im esis y el constreñim iento de la invención, de lo nuevo, a la s reglas preexistentes; en la últim a parte de nuestro recorrido veremos

O p . c í r . , p . 13 6 . I b id .

O p . c í í . , p . 13 9 . Op. c it ., p . 142 .

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cómo otros autores rompen justam ente con la idea de la «deformación regulada», apostando m ás decididamente por la «invención sin regla» y la irrupción im previsible e incontrola­ ble de lo por-venir en u n intento de liberar la escritura y la lectura de las estrecheces del orden de la m im esis. La m im esis III, la lectura, es planteada como u n «comple­ mento» de la fase anterior que le da sentido a cada una de las tres etapas en una totalidad indisoluble: «la narración tiene su pleno sentido cuando es restituida al tiempo del obrar y del padecer en la m im esis III [...] el recorrido de la m im esis tiene su cum plim iento, sin duda, en el oyente o en el lector [...] m im esis III marca la intersección del m undo del texto y del m undo del oyente o del lector»^^®. La trama que proporciona el relato será puesta a prueba en la lectura y sólo, digám oslo así, este «retorno a lo real», su actualización como vuelta al «m un­ do del lector» otorgará u n significado al «m undo del texto» y lo hará reingresar en el ámbito de la experiencia real, de la referencia. Es en este instante cuando Ricoeur decide enfren­ tarse de lleno a la objeción de circularidad de la m im esis proponiendo otra figura geométirca distinta con la que pensar su propuesta: «Preferiría hablar m ás bien de una espiral sin fin que hace pasar la meditación varias veces por el m ism o punto, pero a una altura diferente»^^b La lectura como refiguración de lo configurado en la trama que, a su vez respondía a lo prefigu­ rado en la praxis tiene toda la apariencia de una circularidad irredenta, de una repetición de lo m ism o que haría superflua la lectura e in cluso la m im esis II, o podrían verse ambas, bien al modo platónico, como u n alejamiento progresivo, copias debi­ litadas del original, bien, en el otro extremo, como una «proyec­ ción» realizada por el lector: «La redundancia de la interpreta­ ción [... ] ocurriría si la propia m im e sis I fuera desde siempre un efecto de sentido de m im esis III. Entonces la segunda no haría

Op. ci t, p. 144. Op. czí., p. 145.

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m ás que restituir a la tercera lo que habría tomado de la primera, ya que ésta sería obra de la tercera»^^^. El asunto es peliagudo: Ricoeur tiene que demostrar que existe en m im esis I algo así como «una narratividad incoativa que no procede de la proyección — como se dice— de la literatura sobre la vida, sin o que constituye una auténtica demanda de narración. Para caracterizar estas situaciones no vacilaré en hablar de una estructura pre-narrativa de la experiencia»^^^, lo que también llam a «historias no dichas», valdría decir, en potencia. De­ jém o slo aquí, pues Ricoeur no está defendiéndose en el fondo de la objeción de circularidad, en la que no cree demasiado n i le inquieta en absoluto como buen hermeneuta, sin o de la objeción de que la hermenéutica sea todo lo contrario, no una repetición, una tautología muerta, sin o su opuesto m ás radical, a saber, mero fruto de la proyección interpretativa y de la violencia del intérprete que se im pone por la fuerza sobre las cosas m ism a s a las que el lector habría obligado, desde m im esis III, a ser legibles, a adoptar la textura de cuasi-textos: «Pode­ m os caer en la tentación de decir que la narración pone la consonancia allí donde sólo hay disonancia. De este modo, la narración da forma a lo que es informe [...] La solución narrativa de la paradoja no es m ás que el brote de esta violen­ cia» 264 La salida que propone Ricoeur es extremadamente mesurada y no deja de sorprender su habilidad para buscar en todo lugar la m ediación. No sin un cierto tinte de realismo, se queja de la tendencia a poner la discordancia siempre y exclusivamente del lado del acontecer, m ientras que la concordancia recaería, tam bién siempre y exclusivamente, del lado de la interpreta­ ción. Tal vez está aquí en juego todo cuanto concierne a la lectura: s i la Sammlung cae del lado de la cosa m ism a, s i el

O p . c íf . , p . 1 4 8 . 2“

Ib id .

Op. cit., pp. 145-146.

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cosear de la cosa ya es Sammlung como en Heidegger, con lo cual la lectura tendería a la redundancia; si la Sammlung cae del lado del «oído interior», en consonancia con la cosa del texto, como en Gadamer; si la Sammlung procede en exclusiva del lector que la im pone por la fuerza a una realidad discordante que se resiste a la reunión; o si, frente a una realidad discordan­ te, hacem os corresponder tam bién una lectura discordante, etc; o bien, caso de no darse u n pronunciam iento sobre la discordancia o concordancia de lo «real», del «referente», si el texto es considerado como portador de disonancia o consonan­ cia o s i éstas caen m ás bien del lado de la lectura. Ricoeur hace u n reparto equitativo de discordancias y concordancias entre la temporalidad vivid a y el tiempo narrado: «Pero mientras pon­ gamos de modo unilateral la consonancia sólo del lado de la narración y la disonancia sólo del lado de la temporalidad, como sugiere el argumento, perdemos el carácter propiamente dialéctico de la relación. Primeramente, la experiencia de la temporalidad no se reduce a la sim ple discordancia [...] Más bien habría que preguntarse si la defensa de la experiencia temporal radicalmente informe no es ella m ism a producto de la fascinación por lo informe que caracteriza a la m odernidad [...] En segundo lugar, debe moderarse tam bién el carácter de consonancia de la narración, que estam os tentados de oponer de forma no dialéctica a la disonancia de nuestra experiencia temporal. La construcción de la trama no es nunca el sim ple triunfo del “orden”»^^^. En los huecos que deja el hecho de que la trama no sea pura Sammlung n i pura dispersión tiene lugar la lectura como cierre de la m im esis, esto es, tam bién ella podrá ser discordante y/o concordante, dejarse llevar obedientemente por la trama o realizar desvíos que precisamente permiten el inacabam iento de m im esis II. La rebguración de la lectura se encuentra de igual modo constreñida y a la vez libre ante el texto, como la configuración de la trama se hallaba ante el nivel

265

O p. c it ., p . 146 .

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de m im esis I; siempre cabe una desviación controlada, una deformación som etida a reglas, las que im pone el propio texto. «Finalmente es el lector el que remata la obra en la m edida en que [...] la obra escrita es un esbozo para la lectura; el texto, en efecto entraña vacíos, lagunas, zonas de indeterm inación e incluso, como el Ulises de Joyce, desafía la capacidad del lector para configurar él m ism o la obra que el autor parece querer desfigurar con m alicioso regocijo. En este caso extremo, es el lector, casi abandonado por la obra, el que lleva sobre su s hom bros el peso de la construcción de la trama [...] El texto es un conjunto de instrucciones que el lector in d ivid ua l o el público ejecutan de forma pasiva o creadora. El texto sólo se hace obra en la interacción de texto y receptor»^^^. La oscila­ ción a la que se ve así som etida la lectura parece reconocer tan escasos lím ites como el ejemplo de trama desentramada que escoge Ricoeur, casi el paradigma de la anti-trama: el Ulises de Joyce. El texto puede ser tan poco coercitivo que llegue incluso a ceder la responsabilidad de la Sammlung al lector quien, a su vez, puede responder a dicho reclamo «de forma pasiva o creadora», es decir, puede reconstruir una trama a partir de los episódicos retazos narrativos que se le ofrecen o bien permane­ cer en la ausencia de trama de la obra, en la apertura del texto que decide no clausurar. Por m ucho que quiera Ricoeur esta­ blecer una analogía entre m im esis III y la fusión de horizontes de Gadamer, deja expedita la vía del desacuerdo radical, de la falta de entendimiento y tal vez con la sola m ención del Ulises señala ya un distanciam iento radical con lo s presupuestos de la hermenéutica gadameriana.

La lectura com o «phárm akon» del texto La dialéctica entre escritura y lectura, entre m im esis II y m im esis III, se plantea en térm inos de complementariedad y

Op. cit., p. 152.

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equilibrio. Como es habitual en Ricoeur, nunca se concederá el privilegio a una sobre la otra, al autor sobre el lector, o a la interpretación sobre el texto: «No hay, pues, que escoger entre la estética de la recepción y la ontologia de la obra de arte»^^^. Sin embargo, dicho equilibrio se reconoce precario. La fusión horizóntica ricoeuriana siempre es provisional, frágil y afecta­ da de contingencia^*^: para llegar a la cristalización de lo «clásico», corno sucede en Gadámer, habría que deslizarse transhistóricam ente hacia uno de los extremos de la alternati­ va, escoger lo que no se puede escoger justificadam ente y distorsionar el acto de la lectura. La «eminencia» o lo «clásico» supondrían el cortocircuito de la m im esis. El texto despliega u n «mundo» que lo lleva m ás allá de sí, de la trama que configura y que lo sitúa «en exceso respecto a la estructura, a la espera de la lectura»^*^. Ésta habrá de encargarse de la intersección entre el m undo del texto y el m undo del lector, el cual, si seguim os estrictamente a Ricoeur, no procede m ás que de la decantación en el sujeto de todos los otros m undos del texto a lo s que ha tenido acceso por la lectura: «Para mí, el m undo es el conjunto de referencias abiertas por todo tipo de textos descriptivos o poéticos que he leído, interpretado y que me han gustado [...] E n efecto, a las obras de ficción debemos en gran parte la am pliación de nuestro horizonte de existencia. Lejos de produ­ cir sólo imágenes debilitadas de la realidad, “som bras” como quiere el tratamiento platónico del eikon en el orden de la pintura o de la escritura {Fedro, 274e-277e), las obras literarias sólo pintan la realidad agrandándola»^™. En este sentido, el m undo del texto y el m undo del lector no resultan en m odo alguno heterogéneos, sin o que están hechos de lo m ism o. E l m undo es una noción vinculada estrechamente con la escritura

Op. c it ., p . 1 5 4 .

C fr. T ie m p o y n a r r a c ió n I I I . M é x ic o , S i g l o X X I , 1 9 9 6 , p p . 8 8 8 - 8 8 9 , 8 9 9 y 900. O p . cz f., p . 8 6 6 . T ie m p o y n a r r a c ió n I , e d . c it . , p . 15 7 .

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y la lectura, que se am plía y agranda gracias a eUas, por obra de la m im esis: el mxmdo es un m undo narrado, escrito y leído; y sólo así es capaz de referencia^^b de sobre-significar lo pre­ significado en el ámbito de la praxis. De ahí teimbién su valor como instancia crítica: «El m undo de la ficción es un laborato­ rio de formas en el cucil ensayamos configuraciones posibles de la acción [...] En esta fase, la referencia se mantiene en suspen­ so: la acción im itada es una acción só lo imitada, es decir, fingida, fraguada. Ficción es fingere, y fingere es hacer [...] El m undo del texto, ser mundo, entra necesariamente en colisión con el m undo real, para rehacerlo, sea que lo confirme, sea que lo niegue»^^^. Cada uno de lo s niveles de la m im e sis viene, por tanto, a completar y a íim pliar el anterior, enriqueciéndolo como la trama enriquecía la m im e sis I, y como la lectura completa el significado del texto. Al m ism o tiempo, cada nivel de la m im esis se trasciende ya hacia el siguiente, lo reclama y lo exige según la demanda de narración o la espera de la lectura. Ricoeur emplea al respecto una metáfora en lo concerniente a la lectura, consciente o no de su peligro, que define esta relación de trascendencia y com plem entariedad en lo s térm inos del phárm akon platónico: «La lectura es elphárm akon, el "reme­ dio” por el cual el sentido del texto es “rescatado"»^’^. Curiosa­ mente, esta m ism a imagen platónica será utilizada por Derrida

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Con ello, Ricoeur no se está situando, n i m u c h o m enos, en el ám bito de n in g ú n «ideaJismo» del texto, sin o am p liand o la no ción de legibilidad hacia la facticidad y am pliando tam bién la le g ib ilid a d d é la facticidad. En todo m om ento se hada presente la cuestión de la referencia y de la atestación ontològica del lenguaje: «E l lenguaje no constituye u n m undo por s í m ism o . Ni siquiera es u n m un d o [...] E l lenguaje es por s í m ism o del orden de lo "m ism o "; el m im d o es su "otro”. La atestación de esta alteridad proviene de la reflexividad del lenguaje sobre s í m ism o , que, así, se sabe en el ser para referirse al ser» (Op. cit., p. 154). RICOEUR, P.: «Acerca de la interpretación», en Del texto a la acción, ed. cit., p. 21. RICOEUR, P.: Teoría de la interpretación, ed. cit., p. 56.

¿Q ué es leer? L a in v e n c ió n d el texto en filo so fía

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para dinam itar esta relación de complementación, yuxtapo­ niendo al sentido de «remedio» delphárm akon su otro sentido de,«veneno», con lo cual, la armonía farmacológica se com pli­ cará hasta el extremo. Pero Ricoeur mantiene el phárm akon de la lectura dentro de los estrictos lím ites del «remedio» benefi­ cioso aunque habrá de hacerle frente a una m ultitud de incó­ m odos problemas: habrá textos que parecen no precisar ni querer tomarse la m edicina de la lectura, m ientras que otros la necesiten hasta tal punto que terminen disolviéndose en ella. La m ediación que va a establecer Ricoeur habrá de terciar entre el diferente papel que tienen en la lectura el autor y su s estrategias persuasivas y retóricas, el modo como éstas se inscriben poéticamente en la obra y la respuesta que a todo ello dé el lector. Al in clu ir en su an álisis al autor y la persuasión, Ricoein: rebasa el marco del an á lisis estructural, dejando u n lugar para la retórica dentro de la poética sin querer caer tampoco en la «falacia intencional» o en una vuelta a la lectura psicologizante. El único autor que cabe contemplar en una teoría de la lectura no es el autor real, sino aquél que aparece en el texto, el «autor implicado» que acontece como voz narrativa, presente inmediatamente u oculto bajo un sinfín de disfraces y argucias retóricas hasta, a veces, parecer que ha desaparecido por completo. Pero, en todo caso, «el autor imphcado es el que el lector distingue en las marcas del texto [...] Este “second s e lf es la creación de la obra»^^^. La noción de autor im plicado viene a coincidir con la de «estüo», donde la m ediación del texto se hace evidente y a lo que en el fondo se está haciendo referencia es a un modo peculiar de escribir textos, que podemos bautizar y reconocer con el nombre del autor, sin que por eUo estemos haciendo referencia a su perfil psicológico n i a su s intenciones concretas más allá de las que figuran en la obra. Dicho autor puede ejercer un doble papel: o bien hace las veces de «un narrador completamente digno de

Tiempo y narración III, ed. cit., pp. 870-871, n. 11.

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confianza, como lo era el novelista del siglo XVIII, tan presto a intervenir y conducir a su lector por la mano»^^^, o bien se comporta al modo de Joyce y nos deja en el m ás completo extravío, incluso nos siem bra la lectura de engaños a cada paso: «esta literatura venenosa exige u n nuevo tipo de lector: un lector que responde. Es en este punto donde revela su propio lím ite una retórica de la ficción centrada en el autor: no conoce m ás que una iniciativa, la de un autor ávido de com unicar su v isió n de las cosas [... ] La función de la literatura m ás corrosiva puede ser la de contribuir a crear u n lector de un nuevo género, u n lector a su vez suspicaz, porque la lectura deja de ser u n viaje confiado hecho en compañía de un narrador digno de confian­ za y se convierte en una lucha con el autor implicado»^^^. Ricoeur, pese a introducir la figura del autor, nos conduce de nuevo a la soledad del lector y da la sensación que sólo ha dado este rodeo para utilizar el contraejemplo del autor m alicioso con el que es m ejor no contar, forjando así la figura del lector responsable y suspicaz encargado de re-con-figurar la trama por su s propios medios. Acentúa también con ello la indigencia del texto y su reclamo de lectura. No hay una verdadera autonom ía del texto: siempre se necesita de la lectura, precisamente porque el autor puede dejarlo todo por hacer o resultar embaucador: confirmando am bos casos que la escritura está orientada hacia el lector, sea para guiarlo, sea para engañarlo, ya se lo considere un receptor pasivo o u n constructor de tramas esbozadas. Incluso los «textos ejemplares que teorizan su propia lectura»^^^ y que se anticipan al lector, im pidiendo la lectura m ism a, profetizándo­ la, prescribiéndola, en el fondo dan testim onio de que están necesitados de ella hasta tal punto de que la hacen formar parte de la escritura. Es una airada reacción por parte del autor con

275

Op. c it., p . 8 7 4 . Op. c it ., p p . 8 7 4 -8 7 5 . O p. c it ., p . 8 7 5 .

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vistas a lim ita r la libertad del lector; lo sabe libre y por ello quiere cercenar su s posibilidades de abordar el texto intentan­ do deer en lugar del lector»^^®. Pero este juego de estrategia retórica nunca puede agotar la apertura m ism a del texto: siempre cabe una lectura m ás aunque se pudieran haber delim itado — ambiguamente— u n buen núm ero — no todas— de lecturas posibles. La conclusión que saca Ricoeur de esto — siguiendo a Michel Charles— es que, paradójicamente, «la estructura no es m ás que u n efecto de lectura; después de todo, ¿el m ism o a n á lisis estructural no resulta de u n trabajo de lectura? Pero entonces, la fórmula in icia l — "la lectura forma parte del texto, está inscrita en él”— reviste u n sentido nuevo: la lectura ya no es aquello que el texto prescribe; es aquello que hace emerger la estructura mediante la interpretación»^^®. La lectura se halla en el texto y fuera de él, siendo por ello capaz de refigurarlo: «a medio cam ino entre el a n á lisis que hace recaer el acento principal en el lugar de origen de la estrategia de persuasión, a saber, el autor im plicado, y el a n á lisis que instituye el acto de leer como instancia suprem a de la lectura»^®°. Ni pura retórica, n i pura poética; n i estm cturalism o, ni estética de la recepción; n i lectura meramente receptivo-pasiva, n i lectura creadora-inventiva: im itación creadora. Para ello, con Roman Ingarden, R icoeur defiende la inco n clusió n de todo texto, su radical inacabamiento y la im p o sib ilid a d de cerrarse sobre sí m ism o, a riesgo de perder todo sentido. Su sentido estriba justam ente en no ser m ás que u n proyecto de m undo posible, una expectativa de sentido que debe ser actualizada por el lector; el texto no colm a expectativas de.lectura, m ás bien es la lectura la que culm ina las expectativas abiertas por el texto en una interacción dialéctica en la que se «trabaja» la propia negatividad del texto: «La lectura, diré con

O p . c ¿ r., p . 8 7 6 . ” 9 O p. c z í.,p . 878. O p . cz f., p . 8 7 9 .

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m i terminologia, se convierte en un drama de concordancia discordante, en tanto que los “lugares de indeterm inación” (Unbestimmheitsstellen) — expresión tomada de Ingarden— no designan sólo las lagunas que el texto presenta respecto a la concretización creadora de imágenes, sin o que resultan de la estrategia de frustración incorporada al texto m ism o»^^^ Sólo que aquello que, por una parte, aparece como carencia, indeter­ m inación y frustración, por otro lado se revela como u n «[...] exceso de sentido. Todo texto, aunque sea sistemáticamente fragmentario, se revela inagotable a la lectura, como si, por su carácter ineluctablemente selectivo, la lectura revelase en el texto un lado no escrito. Es este lado el que, por privilegio, la lectura intenta figurarse. El texto aparece así, alternativamente, en falta y en exceso respecto a la lectura»^^^. Y lo m ism o sucede con la lectura respecto del texto: despliega lo que en él sólo se hallaba germinalmente pero es incapaz de agotar, se queda corta, en relación a las po sibilidades de la escritura, es a la vez una ganancia y una pérdida. La carencia textual hace necesaria la lectura, pero ninguna lectura complementa al texto hasta la clausura porque siempre se verá excedida por él. El texto no deja que se le adhiera lectura alguna porque siempre terminará desbordándola, al igual que la lectura se ve im posibilitada para confiarse totalmente al texto, pues éste la desmentirá a cada paso. Con ello, Ricoeur busca la armonía entre la Wirkungs theorie y la Rezeptionstheorie, entre la lectura como puro efecto del texto y de la s estrategias de persuasión del autor im plicado y la lectura como fruto ún ico de la recepción del sujeto lector. No otra es la tarea de la hermenéutica, sin o centrarse en la d iná m i­ ca interna del texto m ism o como m ediación de la autocomprensión del lector, cuya subjetividad se ve matizada en grado sum o por tener que constituirse ante el texto y por el texto, en una especie de Wirkung textual: «Quisiera considerar una

O p. c ¿ í.,p . 883. Op. c i t , p p . 8 8 3 - 8 8 4 .

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cuarta y últim a dim ensión de la noción de texto: mostrar que el texto es la m ediación por la cual nos comprendemos a nosotros m ism os. Este cuarto tema marca la entrada en escena de la subjetividad del lector [...] A partir de esto, comprender es comprenderse ante el texto. No im poner al texto la propia capacidad finita de comprender, sin o exponerse al texto y recibir de él un yo m ás vasto [...] La com prensión es, entonces, todo lo contrario de una constitución cuya clave estaría en posesión del sujeto. Con respecto a esto sería m ás ju sto decir que el yo es constituido por la cosa del texto»^®^.

R I C O E U R , P .: « L a f u n c i ó n h e r m e n é u t i c a d e l d i s t a n c i a m i e n t o » , e n D e l tex to a la a c c ió n , e d . c it . , p p . 1 0 8 - 1 0 9 .

IV. BARTHES LA LECTURA Y EL GOCE DEL TEXTO

Heidegger, Gadamer y Ricoeur me han servido de exponen­ tes de la lectura como Sam m lung, esto es, la lectura reunidora, recolectora, guiada por la búsqueda de una verdad y un sentido determinables desde la unicidad de un centro o eunparada en un valor polisém ico restringido. No vam os a in sisitir m ás sobre este punto. Ahora veremos otros autores que pensarán la lectura justam ente desde el polo opuesto a la reunión, acen­ tuando su valor de desajuste, de desacuerdo, de dispersión y disem inación del sentido. Tal vez no tengamos tiempo para profundizar, como sería deseable, sobre el alcance político de esta doble concepción de la lectura, como queda patente, por ejemplo, en estas palabras de Lyotard: «Concédaseme por lo menos esto: la s frases y oraciones del lenguaje ordinario son equívocas, pero es noble tarea tratar de buscár la univocidad y no mantener el equívoco. — Por lo menos esto es platónico. Usted prefiere el diálogo a la diferencia y la discrepancia. Y usted presupone en prim er lugar que la univocidad es posible; y, en segundo lugar, que ella es la salud de las expresiones. ¿Y s i la finalidad del pensamiento fuera la discrepancia antes que el consenso? [...] Esto no quiere decir que uno cultive el equívoco»^®^. O en el pensamiento derridiano de la democracia y de la ju stic ia a partir precisamente de la Adikta y del Un-Fug, de su lectura de la queja de Hamlet (y de Anaximandro): «The time is out of jo in t» contra la Versam m lung heideggeriana^®^. Ésta es la bisagra, ella m ism a desencajada, sobre la que se

LYOTARD, J.-F: La diferencia. B arcelona, G edisa, 1999, pp. 103-104. DERRIDA, J.: S pectres de M arx. P arís, G alilée, 1993, pp. 56-57 y 110.

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articulará el giro generalizado que se im prim e en Francia a la lectmra desde finales de los años sesenta e in icio s de los setenta y que es fácilmente constatable tam bién, por ejemplo, en la introducción metodológica de La arqueología del saber: «La atención se ha desplazado, por el contrario, de las vastas unidades que se describían como “épocas” o “siglos", hacia fenómenos de ruptura. Por debajo de las grandes continuida­ des del pensamiento [...] se trata ahora de detectarla incidencia de la s interrupciones [...] La historia del pensamiento, de los conocimientos, de la filosofía, de la literatura parece m ultip li­ car la s rupturas y buscar todos lo s erizamientos de la disconti­ nuidad»^®^. E l m odelo científico-estructural del texto

Apenas veinticinco años después de la muerte de Barthes casi se podría decir que es un filósofo olvidado, sobre el que pocos trabajan ya — ^movidos únicamente por el interés propio del historiador de la filosofía— y que, desde luego, ha desapa­ recido de la enseñanza filosófica cediéndole su lugar a otros pensadores. Su nombre no es n i m ucho menos desconocido pero ha corrido la mala suerte de verse vinculado en exclusivi­ dad con el sambenito del estructuralism o y el escaso interés que suscitan hoy día tanto uno como otro corren parejos. Como suele decirse cuando se quiere enterrar a un filósofo por m ucho tiempo, Barthes ha perdido vigencia, se halla fuera de los debates filosóficos m ás candentes, ya no es interlocutor para nadie n i ningún otro pensador se considera heredero suyo. Sin embargo, respecto del asunto que a nosotros nos ocupa, no cabe duda de que pocos filósofos han dedicado tanta atención a la cuestión de la lectura y le han consagrado tan enorpies esfuerzos y tantos escritos como Roland Barthes. Justamente

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f o u c a u l t , M.: La arqueología del saber.

y 8.

México, Siglo XXI, 1999, pp. 5

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su preocupación por la lectura y por el texto serán los que lo llevarán a romper con la sem iología y el estructuralism o del que había sido uno de su s mayores paladines hasta el punto de dinam itarlo desde dentro como sólo podía hacerlo uno de su s mejores conocedores. Desde finales de lo s años sesenta y principio de lo s setenta Barthes ya ha soltado amarras defini­ tivamente del paradigma estructural y de su sueño im plícito de cientificidad. En 1966, año de aparición de Critica y verdad y de la Introducción a l a n á lisis estructural de lo s relatos, ya advertía del peligro del estructuralism o y de su poca disposición a seguir este m ovim iento cuando comenzara a cristalizarse, a tomarse^ dogma y perder toda su fuerza crítica / «El saber es un metalenguaje, siempre amenazado por cons’iguiente de conver­ tirse en un lenguaje-objeto bajo la palabra de otro metalenguaje por venir JEsta amenaza es sana; el saber difiere de la "ciencia” en que aquél puede "fetichizarse" rápidamente. En la actuahdad, el E structuralism o ayuda a “desfetichizar” los antiguos saberes — o lo s que aún le hacen la competencia; por ejemplo, permite mandar a paseo al estorbo del supeiyó de la totalidad. Pero él m ism o se fetichizará ineluctablemente un día (si "cua­ ja ”). Lo importante es negarse a heredar: lo que H usserl llam a­ ba el dogmatismo»^®^; En varias ocasiones, el autor trazó su propia evolución y esbozó las etapas de su pensamiento así como lo s cortes epistem ológicos que había llevado a cabo. íDesde su s comienzos en semiología, con una primera fase ''saussureana, correspondiente al Grado cero de la escritura, pasando por lo que él m ism o califica de «tentación universedista, antropológica» de la mano de Lévi-Strauss, correspondiente a los Elem entos de sem iología y a la Introducción a l a n á lisis estructural de lo s relatos, confesará que a partir de ese momento «las cosas han vuelto a cam biar de nuevo un poco, gracias con m ucho a los trabajos de Julia Kristeva, a ciertos enfoques de

BARTHES, R.: «Entretien su r le structuralism e» (1966), en Oeuvres

complètes. Paris, Seuil, 1994, Tomo H, p. 120.

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M ikhail Bakhtine que ella nos ha hecho conocer, gracias también a ciertas formulaciones, como las de Deixida, SoUers, que me han ayudado a desplazar algunas nociones; he puesto en cuestión m ucho m ás claramente que antes el aspecto cien­ tífico de la investigación semiológica»^*®. El estaUido del corsé estructural, como hem os señalado, se debe en buena medida a la reflexión sobre la lectura. Ésta mostrará que los niveles de lectura que establecía el ¿málisis estructural acaban resultando superfluos y sin pertinencia, viéndose continuamente desbor­ dados. La técnica del an álisis, la lectura estructural entendida como técnica resulta a todas luces insuficiente. Más allá de la denotación, la connotación que desvela la lectura libera ésta «al infinito: no hay un constreñim iento estructural que pueda cerrar la lectura. Puedo hacer retroceder al infinito lo s lím ites de lo legible, decidir que todo es finalmente legible (por muy ilegible que ello parezca), pero también, al contrario, puedo decidir que, en el fondo, en todo texto, por muy legible que haya sid o concebido, hay, queda un resto de lo ilegible. El saber-leer puede ser discernido, verificado, en su estadio inaugural, pero muy pronto se toma sin fondo, sin reglas, sin grados y sin término»^®®. La lectura hace pedazos la estmctura, disuelve todo sa b e ^ ^n tífico y l^ iu c e a la liä d ä la teciuficäciSrfdiräcto de lear metódico, sometido a reglas. La Introducción a l a n á lisis estructural de lo s relatos (1966) será tal vez la últim a ocasión en que nos encontremos a un Barthes en busca de un «criterio de unidad», preocupado por determ inarlos diversos «niveles de sentido», «unidades funcio­ nales», ocupado en la «tarea de lograr ofrecer una descripción estructural de la ilu sió n cronológica [... ] Se podría decir de otro modo que la temporalidad no es m ás que una clase estm ctuial del relato (discurso), del m ism o modo que, en la lengua, el tiempo no existe más que bajo la forma de sistem a; desde el

«Structuralism e et sém iologie» (1968), Op. cit., Tomo E, p. 523-524. 2*9 «Sur la lecture» (1975), en Op. cit., Tomo E, p. 378.

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punto de vista del relato, lo que llam am os el tiempo no existe, o al menos no existe m ás que funcionalmente, como elemento de un sistem a sem iótico»^^; en la m ism a línea, la finalidad principal y el resultado final al que aspira aún en este escrito es la de clasificar e identificar cada relato, reducirlo a un tipo estructural concreto: «El relato es traducible sin que ello supon­ ga un daño fundamental [...] La traductibilidad del relato es resultado de la estructura de su lengua; por un cam ino inverso, sería pues posible reencontrar esta estructura distinguiendo y clasificando lo s elem entos (diversam ente) traducibles e intraducibies de un relato»^®*; y, como corolario o condición indispensable de todo ello, hallarem os tam bién la neutraliza­ ción del aspecto psicológico de la narración, la desim plicación de lo s afectos en la trama estrucUiral, estableciéndose una neta distinción entre ambos planos mutuamente excluyentes: «la persona psicológica (de orden referencial) no tiene ninguna relación con la persona lingüística, que nunca es definida por disposiciones, intenciones o rasgos, sin o únicamente por su lugar (codificado) en el discurso»^’^. Toda esta m aquinaria, destmada en últim a instancia a evitar «leer», h ^ fá'deser desmontada poco a poco para encannharsé Eacíael «texto» y su stitu ir el emálisis por una «lecíiu-a placeritera»r E ñ una de la s m uchas periodizaciones que hace de su propio trabajo, resume su s frecuentes cam bios de rum bo y abandonos de posiciones teóricas anteriores de este modo: «[...] 5. cada fase es reactiva: el autor reacciona ya sea contra el discurso que lo rodea, ya contra su propio discurso, si tanto el uno como el otro empiezan a ser demasiado consistentes; 6. como un clavo saca a otro clavo, según el dicho, una perversión le da caza a una neurosis: a la obsesión política y moral le

«Introduction à l’analyse structural des récits» (1966), Op. c it, Tomo H, p. 87.

Op. cit.,p . lO l. Op. c it, pp. 96-97.

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sucede un pequeño delirio científico, que viene a desencadenar a su vez el goce peiverso»^’^. La Introducción será sin lugar a dudas el canto de cisne del «delirio científico»^’'* al que hace referencia el autor. En Crítica y verdad, del m ism o año, se observan ya ciertos pxmtós de fuga que hacen del estructuralismo de Barthes algo m uy singular. La insistencia en la apertura estructurad de la obra frente a su cierre en una unidad de sentido^’^, la concepción del sentido como pluralidad revestida de la ambigüedad fundamental propia de la «concisión pitica», lo llevan a prefigurar la ruptura con el a n á lisis estructural y descubrir, en el últim o apartado del libro, titulado «La Lectu­ ra», el «deseo» de leer, diferenciado del deseo de la crítica y del deseo de escribir (opuesto dicotòmicamente y falsamente al de leer; como veremos, Barthes unirá estrechamente la lectura y la escritura del Texto difum inando la artificialidad de sus fronteras), como deseo de la obra y respeto por ella; «Sólo la lectura ama la obra y mantiene con ella una relación de^eseo. Lëërgr3esear la obra, querer ser la obra, negarse a duplicar la obra fuera de toda otra palabra que no sea la de la obra m ism a [...] Pasar de la lectura a la crítica es cam biar de deseo, es no d e sé ^ y a in á s la obra, sm oeT ]^ni^o lenguaje»^’'^. En el fondo,

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«Roland Barthes par Roland Barthes» (1975), en Op. cit., Tomo HI, p. 206. «Es cierto que, en un a época de m i vida, yo m ism o atravesé una fase que he llam ado de fantasm a científico. La cientificidad funcionó para m í com o una especie de fantasma. Era la época de lo s com ienzos de la sem iología y era el mom ento, efectivamente, en que fui algo conocido» («Pour la libération d'im e pensée pluraliste» ( 1973), en op. cit.. Tomo II, p. 1709). «La variedad de se ntid o s no depende p ues de una v is ió n relativista sobre las costum bres hum an as; designa no una incH nación de la sociedad hacia el error, sin o una d isp o sic ió n de la obra a la apertura; la obra detenta al m ism o tiem po va rio s sentidos, por estructura, no por falta de firmeza de lo s que la leen. Por esto es sim bólica: el sím b o lo no es la im agen, es la p luralidad m ism a de lo s sentidos» («Critique et vérité» ( 1966), en op. cit., Tomo p. 37). Op. cit., p. 51.

n,

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lo que palpita es el desencanto por la obsesión cientifìcista de lo s metalenguajes, porla creencia en un saber abarcador, en un método capaz de dom inar la escritura a través de la escritm a m ism a, por constituir la escritura en la verdad de la escritura como un repliegue sobre sí de esta últim a. Lo que Barthes ve aparecer en el horizonte del estructurédismo es «la destrucción del metalenguaje [...] una especie de isom orfism o entre la lengua de la literatura y el discurso sobre la literatura. JLa— ciencia de la liter^ u r a es la l i t e r a t u r a La crítica, el \ m etadisciu’só'^obre la obra va a quedarse sin ningún punto de apoyo firme sobre el que hacer descansar la verdad. No hay ningún asiento estable, ninguna referencia últim a que permita fundamentar una decisión en la lectura, una interpretación m ás válida, m ás verdadera que las demás y merecedora de un privilegio superior. La rigidez del estructuralism o va a ceder toda vez que las estructuras no encuentren ya anclaje y se desplacen a la deriva. Con la elim inación del papel trasgendental del Autor como figura sim bólica donde anudar la univoci dad del sentido cambiará radicalmente el objetivo de toda teoría del texto y de la crítica literaria: «Una vez puesto a distancia el Autor, la pretensión de "descifrar” un texto_se tom a por com ­ pleto inútil. Darle un Autor a un texto es imponerle a ese texto "u ñ T ^ é de seguridad, es proveerlo de un significado últim o, cerrar la escritura [...] En la escritura m últiple, en efecto, todo está por desenredar, pero no hay nada que descifrar, se puede seguirla estructura, en su «carrera» (como se dice de las m edias cuando se les va un punto) en todos su s zurcidos y a todos lo s niveles, pero no hay fondo^el espacio de la escritura es algo que_^ hay que recorrer, pero que no se puede perforar; la escritura “planteasentido sin cesar pero siempre para evaporarlo; proce­ de a una exención sistem ática del sentido. Por eso m ism o, la literatura (mejor sería decir a partir de ahora la escritura), al

«Sur le “Système de la Mode” et l'analyse structurale des récits» (1967), en op. cit., Tomo H, p. 459.

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jpiegaiseAasignar al texto (y d rrmndo corno texto) u n."secreto”, es dœir,, uri sentido últim o, liBera una actividad que podriaiinös^ Tláinar fiontrarteolôgica7propiâmëïa ya que le g a r s e a,deteneiieLsenti(Íp es fiîïaimente rechatTar a Dios y su s hipôstasis, la razón, la ciencia, la lëÿ^^^^^TËsas prem isas sd ñ lá s que va a poner en obra"e n iS/Zrianobra — un comentario a Sarrasine de Balzac— que marca la nueva singladura del pensamiento de Barthes; a propósito de ella dirá el autor que «el a n á lisis propuesto apuntaba fundamentalmente a profundizar una teoría de la literatura, a describir el texto escrito no como una jerzirquía, sino como un juego de estructuras m últiples, cuyo centro no podría fijarse m ás que por una detención eirbitraria de la interpretación (de la crítica)»^^. S/Z supone, en palabras de Barthes, una ruptura que obede­ ce más a una «mutación» que a una «evolución» en su sem iótica literaria con respecto a su anterior obra, ya citada. Introduc­ ción a l a n á lisis estructural de lo s relatos. Allí partía a la búsque­ da de una estructura general del relato de la que se derivarían lo s demás análisis, en lo que se pretendía una suerte de «gramática lógica del relato» que situara a la crítica literaria en el nivel de la ciencia mediante la clasificación de las formas del discurso: «En S/Z le di la vuelta a esta perspectiva ya que rechacé la idea de un modelo trascendente para varios textos, menos aún para todos los textos, para postular que, como usted ha dicho, cada texto era en cierto modo su propio modelo, dicho de ôtràTôîmâTÿié cada texto debía ser tratado en sú diferencia, pero una diferencia que debe ser tomada justam en­ te en un sentido nietzscheano o derridiano»^°°. La m utación teórica que se ha llevado a térm ino se debe, según Barthes,

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«La m ort de l’auteur» (1968), en op. cit., Tomo II, p. 494. «Analyse structurale d’u n texte narratif: "S arrasine" de Balzac» (19671968), enop. cit., Tomo H, p. 522. «Entretien (A conversation w it h Roland Barthes)» (1971), en op. cit., Tomo II, p. 1295.

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entre otros m otivos — donde ocupan un lugar preeminente la influencia de SoUers, Derrida o Kristeva— , a la atención pres­ tada a un único texto corto de treinta páginas, Sarrasine, recorrido con la mayor dedicación y pausadamente durante meses de tal modo que logra cambieir el punto de vista del lector, el «objeto teórico» y la teoría de la lectura m ism a. La atención al detalle provocó el abandono de la s metaestructuras nairativas^°L El procedimiento de lectura consistió en frag­ mentar el texto en una serie de seiscientas lexías, unidades de significación del discurso, reunidas a su vez en cinco códigos que desplegaban en una formidable im plosión la connotación del texto m ás allá de su mero nivel denotativo. Pero aquello a lo que se apunta no es a la a sfix ia del texto por u n a sobrecodificación, sino, al contrario: «Se trata, en efecto, no de manifestar una estructura, sino de producir una estructuración tanto como sea posible. Los blancos y las zonas borrosas del a n á lisis serán como la s huellas que señalen la huida del texto; ya que s i el texto se somete a una forma, dicha forma no es unitaria, zurquitecturada, finita: es el retazo, el trozo, la red cortada o difuminada, son todos lo s m ovim ientos, todas las inflexiones de un fading inm enso que asegura a la vez el encabalgamiento y la pérdida de lo s m ensajes. Lo que se llam a aquí Código no es pues una lista, un paradigma que haya que reconstituir a cualquier precio. El código es una perspectiva de citas, un espejism o de estructuras; no conocemos de él más que

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«Sobre este punto he cam biado completamente. He pensado, en efecto, en im prim er m om ento, que se debía poder derivar u n m odelo o u n o s m odelos a partir de lo s textos; que se podía, pues, rem ontar hacia esos m odelos por in d u cció n para volver a descender luego hacia la s obras por deducción. Esta investig ación del m odelo científico es la que prosiguen a ún hom bres com o G reimas o Todorov. Pero la lectura de Niet2 sch e , lo que dice de la indiferencia de la ciencia, h a sid o m u y importante para mí. Y tanto Lacan com o Derrida m e h a n confirm ado en esta paradoja e n la que hay que creer: que cada texto es ú n ic o en s u diferencia, aunque esté atravesado por repeticiones y estereotipos, por códigos culturales y sim b ó lico s» («Roland Barthes critique», en op. cit., Tomo H, p. 1279).

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las salidas y los retornos; la s unidades que salen de él (las que inventariam os) so n ellas m ism as, siempre, salidas del texto, la marca, el ja ló n de un a digresión virtual hacia el resto de u n

catálogo»^*^^.

La lectura barthesiana ha comenzado ya su andadura por las sendas de la pluralidad, de la m ultivocidad, de la dispersión y de la disem inación del sentido. En este cam bio decisivo, la renuncia a la totalidad y a la reunión últim a en una unidad se hace patente: «Esto es lo que habrían querido lo s prim eros analistas del relato: ver todos los relatos del m undo (hay y ha habido tantos) en una sola estructura: vam os, pensaban, a extraer de cada cuento su modelo, luego harem os de estos m odelos una gran estructura narrativa que revertiremos (para su verificación) sobre u n relato cualquiera: tarea agotadora [...] y finalmente indeseable, porque el texto pierde con ello su diferencia [...] Hay que elegir pues: o bien colocar todos los textos en un vaivén demostrativo, igualarlos bajo el ojo de la ciencia in-diferente, forzarlos a reunirse inductivam ente con la Copia de la que después se los hará derivar; o bien volver a poner cada texto, no en su individualidad, sin o en su juego, hacerlo recoger, antes in c lu so de hablar de él, por el paradigma infinito de la diferencia»^^^. La verdad del falo, del significante amo, se verá som etida al desplazamiento suplem entador y lúdico del fetiche. Barthes recuerda cómo explicaba Freud el origen del tejido como el entrelazamiento del vello pùbico femenino y lo pone en relación con lo que sería una lectura castradora: «Conocemos el sim b o lism o de la trenza: Freud, pensando en el origen del tejido, veían en ello el trabajo de la m ujer trenzando su vello pùbico para fabricar el pene del que carecía. El texto es en su m a u n fetiche; y reducirlo a la unidad del sentido, por una lectura abusivam ente unívoca es cortar la

« S /Z » ( 1 9 7 0 ), e n op. c i t , T o m o I I , p . 5 6 8 . Op. c it ., p . 557.

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trenza, esbozar el gesto castrador»^®'*. La un idad corporal, la unidad del corpus se reduce a la s m igajas inconexas del fetiche; la n eurosis del cuerpo total es cazada por la perversión de la fetichización del cuerpo; cada miembro, convertido en fetiche, es incapaz de reunirse con los demás para devolver la imagen de u n cuerpo unitario; la lectura ya no es anatómica sin o fetichi^sta-perversa: «Malicia del lenguaje: una vez reunido, para decirs'ëj êl cuerpo total debe retornar al polvo de las palabras, al desgranarse de los detalles, al inventario m onótono de la s partes, g.1desm igajarseiel lenguaje deshace el cuerpo, lo remite al fetiche [...] La frase no puede nunca constituir un total, lo s sentidos pueden desgranarse, no adicionarse: eltotal, l^ u m a ^ o m p a m , eHenguaje tierras prometidas, entrevistas a l final de la enumeración, pero culm inä d ä’esfä enumeración, n in g ún rasgo puede reunirla — o, s i este rasgo se produce, lo ún ico que hace es añadirse de nuevo a lo s otros»^°^. En la s diversas relecturas de u n texto, no se avanza hacia u n significa­ do últim o n i se progresa en dirección a una única verdad, lo que se obtiene con ello es l a m ultiplicación de lo s significantes que proliferan en cada nueva lectura. El sentido se constituye de este modó^élauñ juego interm inable de repetición, al modo del fort/da freudiano: «La infinitud resulta de la repetición: la repetición es con toda exactitud aquello que no hay razón alguna para detener»^°^. Barthes está haciendo entrar en la escena de la lectura a Nietzsche y a Deleuze, la diferencia, la repetición y el juego; la lectura como producción frente a la lectura de consum o; el texto que se presta a la lectura barthesiana es sujeto de interpre­ tación: «la interpretación (en el sentido que Nietzsche daba a este término). Interpretar u n texto no es darle u n sentido (más o m enos fundado, m ás m enos libre), es por el contrario apre-

Op. c i t . , p . 662. Op. c i t . , p . 631. O p. c i t , p . 6 7 4 .

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ciar de qué plural está hecho [...] En este texto ideal, las redes son m últiples y juegan entre ellas sin que ninguna pueda solaparse a las demás; este texto es una galaxia de s ignificantes, no una estructura de significados; no tiene comienzo; es rever­ sible; accedemos a él por varias eneradas ninguna de las cuales puede ser declarada con seguridad ser la principal»^®^. La pluralidad del texto rompe con la idea de estructura, con la de u n significado trascendente, con la de verdad y con la idea m ism a de centro y de origeni No existen ya m odelos textuales, ya que todo modelo no es sin o u n texto más, una entrada m ás al texto general de la literatura. No hay lugar para el distanciam iento n i la jerarquía, como ya vim os, la ciencia de la literatura es la literatura. La lectura que se lleva a cabo en S/Z es una lectura a cámara lenta, ralentizada «ni del todo imagen, n i del todo a n á lisis [...] la lectura de este texto se hace en u n orden necesario [...] pero comentar paso a paso es por fuerza renovar las entradas del texto, evitar estructurarlo en exceso, darle ese suplem ento de estructura que procedería de una disertación y lo cerraría: es estrellar (étoiler) el texto en lugar de recogerlo»^®®. La lectura, con Barthes, ha pasado del recogimiento al texto estrellado, quebrado, roto. Leer es estrellar el texto en lugar de recogerlo: «El texto, en su masa, es comparable a u n cielo, plano y profundo a la vez, liso, sin bordes y sin puntos de referencia»^®^. Estrellar el texto, disem inarlo, fragmentarlo en lexías sin respetar su articulación interna «natural», «gramáti­ ca»: «el trabajo del comentario, toda vez que se sustrae a la ideología de la totalidad, consiste precisamente en maltratar el texto, en cortarle la palabray>^^^.

Op. c it ., p . 558. Op. c i t , p . 563. I b id .

310 Op. c i t . , p . 564

¿Qué es leer? La invención del texto en filosofía

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Al m en o s d o s texturas Pero no todo cae en Barthes del lado de la lectura. Habría, por así decirlo, una resistencia del texto m ism o, diversos m odos de escritura, distintos tipos de textos que se adecúan, exigen y se prestan a otras tantas lecturas. No todo texto permite todo tipo de lectura, al m enos en principio. Básicam en­ te nos vem os confrontados con dos tipos de textos: el texto clásico y el texto moderno. El texto clásico se caracteriza por una pluralidad limitada, som etida a constreñim ientos y barre­ ras que le im piden desbordarse y ser completamente reversible: «Lo que bloquea la reversibilidad es lo que lim ita lo plural del texto clásico. Estos bloqueos tienen nombres: de una parte está la verdad y de otra parte la ernpiria: precisamente aquello contra — o entre— lo que se, establece el texto m oderno»^'b Multitud de factores vienen a constituir el carácter moderno de u n texto. Entre ellos, la iin p o sibihdad de deterrninar el origen, la fuente de la enunciación, la voz narrativa, u n punto de vista que sirva de referente y guiaT~«Cuantö m ás inhallable es el origen de la eñuñcráción, m ás plural es el texto. E n el texto moderno, las voces so n tratadas hasta la desm entida de todo punto de referencia: el discurso, o m ejor aún, el lenguaje hablado es todo. En el texto clásico, por el contrario, la mayoría de los enunciados están originados y se puede identificar s u padre y p r o p i e t a r i o L a irreversibilidad, la férrea estructura lineal o rapsódica pero siempre guiada por la línea del tiempo, a veces rota pero siempre reconstruible en su s idas y venidas favorece una lectura que siga estos m ism o s derroteros. La lectura «paso apaso», aralentí, como llam a Barthes a la lectura que hace de Sarrasine, sólo puede hacerse s i se trata de un texto clásico. Detenerse tranquilamente en u n texto, seguir las vías que abre, su s connotaciones y asociaciones, como sucede en lo s textos clásicos, es una forma de lectura que dificulta en extremo

O p. c ií., p . 574. O p . c¿ r., p . 5 8 2 .

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la destrucción de sentido que provoca el texto moderno: «Es posible, ciertamente, hablar del texto moderno, haciéndolo “explotar": Derrida, Pleynet, Julia Kristeva lo han hecho con Artaud, Lautréamont, Söllers; pero sólo el texto clásico puede ser leído, recorrido, pacido, s i se me permite la expresión»^ Junto a la d ivisió n dicotòm ica entre texto clásico y moderno^^"* (que tampoco hay que Uevar m ás allá del extremo de su presunta utilidad, ya que el propio Barthes nos advierte de la provisionalidad y volub ilidad de esta distinción: «Sin embargo, no hay que exagerar la distancia que separa el texto moderno del relato clásico [...] lo propio del relato, desde que llega a la cualidad de un texto, es de constreñirnos a la indecidibilidad de lo s códigos»^*^) encontramos otras como la s de texto escribible {scriptible) y texto legible {lisible) que viqnen a solaparse con la primera. El texto escribible, dice Barthes, apenas se encuentra en las librerías; responde a los parámetros de la productividad y la diferencia, es reacio a toda crítica, a cualquier valoración o encasillam iento dentro de un género, que sub sum iría dentro de su propio juego, de su enérgeia: «Lo escribible es lo novelesco sin novela, la poesía sin el poema, el ensayo sin la disertación, la escritura sin el estilo, la producción sin el producto, la estructuración sin la e s t r u c t u r a » E s , en el fondo, una noción

313

« S u r “ S/Z” e t “ L ’e m p i r e d e s s i g n e s " » , e n op . c it ., T o m o I I , p . 1 0 0 5 .

314

H e a q u í o t r a c a r a c t e r iz a c ió n p o s t e r io r , c la r a e n e x t r e m o , d e la d if e r e n c ia e n n e g a t iv o , e n t r e e l te x to c lá s i c o y e l t e x t o m o d e r n o : « E l T e x to , e n e l s e n t id o m o d e r n o , a c t u a l, q u e in t e n t a m o s d a r le a e s t a p a la b r a , s e d i s t i n ­ g u e f u n d a m e n t a lm e n t e d e la o b r a lit e r a r ia e n q u e : n o e s u n p r o d u c t o e s t é t ic o , e s u n a p r á c t ic a s ig n if ic a n t e ; n o e s u n a e s t r u c t u r a , e s u n a e s t r u c t u r a c ió n ; n o e s u n o b je t o , e s u n t r a b a jo y u n ju e g o ; n o e s u n c o n ju n t o

d e s ig n o s c e r r a d o , d o t a d o

de u n

s e n t id o

q u e h a b r ía q u e

e n c o n t r a r , e s u n v o lu m e n d e h u e lla s e n d e s p la z a m ie n t o ; la in s t a n c ia d e l T e x to n o e s la s ig n if ic a c ió n , s i n o e l S ig n if ic a n t e , e n la a c e p c ió n s e m ió t ic a y p s i c o a n a l í t i c a d e e s t e t é r m i n o » ( « L ’a v e n t u r e s é m i o l o g i q u e » , e n o p . c i t , T o m o I I I , p p . 3 8 - 3 9 ). 315

« A n a l y s e t e x t u e l l e d ’u n c o n t e d ’E d g a r P o e » , e n o p . c it ., T o m o I I , p . 1 6 7 5 .

316

« S / Z » , o p . c it ., p . 5 5 8 .

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utópica^^^, cuyo interés reside en alzarse como instancia crítica que permite una cierta distancia respecto de la literatura a la que estam os habituados, lo que consideram os, lo que in stitu ­ cional y socialm ente se considera legible. Lo legible quiere decir tam bién que nQij:abe creatividad alguna por parte del lector, que sólo lee pasivamente pero es incapaz de «reescribir» la obra que tiene en su s manos. Lo legible, lo s textos clásicos, forman el conjunto de la literatura, se sitúan del lado, del producto, se acomodan a la crítica y al metalenguaje, al a n á lisis y al comentario tradicionales: «Todo esto viene a decir que para el texto plural no puede haber estructura narrativa, gramática o lógica del relato; pero, si unas y otras se dejan a veces percibir, es en la medida (dando a esta expresión su pleno valor cuanti­ tativo) en que nos las habem ós con textos incompletamente plurales, textos cuyo plural es m ás o m enos parsimonioso»^^^. Los textos clásicos o legibles se caracterizan, por tanto, por una pluralidad restringida, por una p olisem ia controlable. El ope­ rador que lo s constituye es la connotación, «instrumento a la vez dem asiado fino y dem asiado borroso para aplicarse a lo s textos unívocos, y dem asiado pobre para aplicarse a los textos m ultivalentes, reversibles y francamente indecidibles (a lo s textos íntegramente plurales)»^^^. A m edio cam ino entre la univocidad de la denotación y la d isem inación del sentido, la connotación introduce u n ruido en la com unicación, un cierto desvío, abre el juego de una moderada pluralidad, de u n a «cacografía intencional»^^® y requiere u n modo específico de lectura que ha de enfrentarse con el arduo problema de siste ­ matizar en lo posible la interpretación de la polisem ia: para ello no podrá valerse n i de la lectura fílológico-científíca n i de la «explosión» de sentido de los textos m odernos a la que ya hem os hecho alusión. En Roland Barthes par Roland Barthes

« U n u n i v e r s a r t i c u l é d e s i g n e s v i d e s » ( 1 9 7 0 ), o p . c it ., T o m o I I , p . 9 9 9 . Op. c it ., p : 559. I b id . O p. c it ., p . 5 6 1 .

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(1975) añade una tercera categoría m ás allá del par legible/ escribible, que llam a la de lo «recibible», destinada a violentar y dinam itar la lógica del consum o literario y que im pediría tanto la lectura como la reescritura del texto que sólo es, por tanto, recibible: «ese texto, guiado, armado de u n pensamiento de lo impublicable, exigiría la respuesta siguiente: yo no puedo leer n i escribir lo que usted produce, pero lo recibo, como un fuego, una droga, una desorganización enigmática»^^b De acuerdo con estos tipos de textos y de lecturas, Barthes distingue tres regímenes de sentido: m onosém ico, polisém ico y asémico, sin ánim o de sistem aticidad y sin buscar una coincidencia n i una correspondencia exacta entre todos ellos. El régimen m onosém ico es u n sistem a ideológico, social e institucional que afirma la existencia de u n solo sentido unívoco, u n sentido originario, privilegiado, el sentido bueno. Conclui­ ría últim am ente en el a sim b o lism o patológico, en la im p o sib i­ lidad de coexistencia de dos sentidos, es decir, en la negación del sím b o lo , que B arthes a p ro x im a a la s a feccio n es psicosom áticas. No obstante, reconoce el rigor que la tendencia m onosém ica aporta en ciertos casos. La polisem ia es el reino del sím bolo, de la neurosis, de la fantasía y del mito, del lenguaje a secas. La polisem ia admite diversos grados, desde la polisem ia irrestricta del pensam iento mítico donde todo es sím bolo a la polisem ia restringida, jerarquizada, que admite un sentido privilegiado y verdadero jun to a otros adyacentes secundarios. E l régimen de la polisem ia jerarquizada corres­ ponde, para Barthes al discurso teológico y a la interpretación de las Sagradas Escrituras. Más allá habría un régimen laico de polisem ia que adm itiría la interpretación en sentido m enos estricto, correspondiendo m ás bien a la crítica literaria. Final­ mente, habría un tercer régim en asém ico en el que habría tenido lugar una «exención total del sentido»^^^, u n vacío de

« R o l a n d B a r t h e s p a r R o l a n d B a r t h e s » ( 1 9 7 5 ), e n o p . c i t . , T o m o I I I , p . 1 8 5 . « U n e p r o b l é m a t i q u e d u s e n s » ( 1 9 7 0 ), e n op . c it ., T o m o I I , p . 8 9 0 .

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sentido, el sentido como vacío. No sería comparable al asim bo lism o, n i al absurdo, sin o que sería u n régimen nosim bólico. Se disputan este campo desde los lenguajes forma­ les de la lógica y la matemática al lenguaje m ístico de la s religiones no monoteístas como el budism o. Pero lo que m ás le interesa a Barthes es el régim en asém ico de los textos m oder­ nos, de las vanguardias literarias, por ejemplo, el grupo Tel Quel, que llevan a cabo una destrucción del sentido y de la legibilidad tradicional del texto clásico, el decurso temporal, la interpretación del conjunto de frases que componen la obra, la existencia de una estructura narrativa, de unos personajes, de unas referencias que constituyen u n centro donde apoyar la lectura, etc. Barthes está convencido de que en el siglo XIX se produjo u n corte radical en la literatura que sitúa en la escritura de Mallarmé y que habría dado origen a una «edad nueva del lenguaje» absolutamente heterogénea con el pasado pre-moderno de escritura legible, de los textos «que no plantean problemas de lectura»^^^. A partir de este corte asistiríam os al nacim iento de textos-límite como lo s de Lautréamont, ,‘\ rlaud, Roussel, Söllers, etc., que harían «estallafTós'constreñimientos dFfaJLegíhilidad es decir, el texto que la mayoría de nosotros declara ilegible (es absolutamente preciso decir la s cosas como son)7~péro que, a partir del momento en que intentamos reinventar una forma de leerlo, se convierte en u n tèirtô~éjemdar pbrqïïé”é s 'precisamente un texto en el que el sigñíficáHoTdfmo decíamos hace u n momento, es verdadera­ mente expulsado al infinito y donde sim plem ente permanece una red extremadamente proliferante de significantes»^^'^. La operación y el reto de Barthes en S/Z será justam ente leer u n texto tradicional de antes del corte mallarmeano, Sarrasine de Balzac, como s i se tratara de u n texto moderno. Llevará a cabo

« C r i t i q u e e t a u t o c r i t i q u e » , e n o p . c it .. T o m o I I , p . 9 9 3 . Op. c it . , p . 9 9 4 .

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una lectura plural, m ás allá de la polisem ia, de u n texto clásico: «¿Podemos aplicar conceptos, instrum entos de pensam iento y de lenguaje inm ersos en la m odernidad a textos, llam ados legibles, textos de nuestra cultura clásica?»^^^. Se tratará de hacer saltar la p olisem ia del texto clásico en una disem inación de sentidos mediante la nueva lectura. Otro par de conceptos que vienen a perfilar la idea funda­ mental que subyace a la ruptura epistemológica aludida por Barthes entre lo legible y lo escribible, lo clásico y lo moderno, es el de obra y texto y que, m ás o menos, vienen a cubrir el m ism o campo semántico, delim itando aún m ás esta distinción. Se debería a la acción conjugada del m arxism o, del psicoaná­ lis is y del estructuralism o «la exigencia de u n objeto nuevo, obtenido por deslizam iento o inversión de la s categorías ante­ riores. Este objeto es el Texto»^^^ situado m ás allá de la noción tradicional de obra. Un m ás allá que no quiere decir únicam en­ te que el texto ha nacido hace un o s cien años aproximadamente como un nuevo objeto teórico, sin o u n m ás allá cualitativo que. hace estos dos conceptos heterogéneos. En efecto «no hay que permitirse decir: la obra es clásica, el texto es de vanguardia [...] puede haber “Texto" en una obra m uy antigua y m uchos de los productos de la literatura contémporánea no so n en absoluto textos. La diferencia es la siguiente: la obra es u n fragmento de sustancia, ocupa una porción del espacio de lo s libros (por ejemplo, en una biblioteca). El Texto, por su parte, es u n campo metodológico [...] la obra se tiene en la mano, el texto se tiene en el lenguaje [...] el Texto no es la descom posición de la obra, es la obra la que es el extremo im aginario del Texto. O aún: el Texto no'se experimenta más que en un trabajo, en una produc­ ción. Se sigue de ello que el Texto no puede detenerse (por ejemplo, en la estantería dé úna biblioteca); su .movimiento constitutivo es la íraye5za_ (especialmente puede atravesar la

I b id .

326 « P e l 'o e u v r e a u t e x t e » ( 1 9 7 1 ), e n o p . c it ., T o m o I I , p . 1 2 1 1 .

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obra, varias obras),»^^^. La obra se identifica con u n cuerpo fínit0”yLlelimitable, una unidad cerrada y lim itada que adquie­ re in clu so el carácter de ser numerable, contable y se a sim ila con su existencia física como objeto, como libro. Por decirlo de otro modo, existen obras, están ahí, ante los ojos, pero del texto sólo se puede decir que «lo hay». En el texto no ca b e 'la delim itación de una estructura finita de géneros, porque ju sta ­ mente es lo que desborda la s acotaciones de la retórica y la s ciencias del lenguaje. Los textos «constituyen una reivindica­ ción de hecho contra lo s constreñim ientos de la ideología tradicional del sentido (“vero sim ilitud”, “legibilidad”, “expresi­ vidad” de un sujeto im aginario, im aginario porque constituido como “persona”, etc.)»^^®. Como bien señala Barthes, el texto puede encontrarse no sólo n i siempre en la literatura moderna, sin o en cualquier obra por m uy antigua que ésta sea, sobre todo en los aledaños de los,_escritos considerados canónicos, del corpus m ás respetable y venerado de la literatura, en lo s escritos normalmente excluidos de lo que se entiende por «buena literatura»: «basta con que haya desbordam iento, significante para que haya texto»®^®. Justamente eso quiere d e c ir que el texto no re sp e ta la s c la s if ic a c io n e s n i compartimentaciones clásicas y que su m ovim iento m ás pecu­ liar es el de la travesía, el encontrarse atravesado y atravesando varios géneros, épocas, estilos, autores, rompiendo su preten­ dida unidad de discurso: «Si el Texto plantea problem as de clasificación (ésta es, por otra parte, una de su s funciones “sociales”) es porque im p lica siem pre una cierta experiencia del lím ite [...] el Texto es lo que se sitúa en el lírnite de las reglas de la enunciación (la racionalidad, la legibilidad, etc.) »®®°. Otro rasgo decisivo del Texto es que se define enfrentándose al signo, que es justam ente lo que define a la obra: el señtidó'. EÍ Texto,

Op. c it ., p . 1 2 1 2 .

« T e x t e ( t h é o r i e d u ) » , e n op. c it ., p . 1 6 8 5 . O p. c ii. , p . 1686 330 « D e l ’o e u v r e a u t e x t e » , op . c it ., p . 1 2 1 2 - 1 2 1 3 .

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como es previsible, cae del lado del significante: «practica el retroceso infinito del significado, el Texto es dilatorio [...] lo infinito del significante no remite a una idea de inefable (de , significado innombrable), sin o a la idea de juego; el engendrarse perpetuo del significante [...] en el campo del Texto [...}no se hace según una vía orgánica de m aduración, o según una vía herm enéutica de profundización, sin o m ás bien según un m ovim iento serial de desconexiones, de encabalgamientos, de variaciones; la lógica que regula el Texto no es com prensiva (definir “lo que quiere decir” la obra), sin o m etonim ica [...] está estructurado, pero descentrado, sin cierre)»^^b E s evidente que al Texto le corresponderán las categorías que ya hem os visto de ilegibilidad, pluralidad, m ultiplicidad, dispersión, disem inación y explosión del sentido en una dife­ rencia irreductible a origen, paternidad, autoría^^^, filiación o código de repetición alguno. La consecuencia de ello es que «La textura plural o demoníaca que opone el Texto a la obra puede entrañar m odificaciones profundas de la lectura, allí justam en­ te donde el m onologism o parece ser la Ley»^^^: el lector que se deja prender y llevar por los vaivenes del texto, np j ) odrá en su lectura m ás que jugar a ese m ism o juego textual, participar de su m ovim iento de través, de su producción proliferante de sentidos no consum ibles, no digeribles, no clausurables. Por­ que, en el fondo, «todo texto es u n intertexto; otros textos están presentes en él [...] el concepto de intertexto es el que aporta a la teoría del texto el volum en de la socialidad: es todo el lenguaje, anterior y contemporáneo, el que viene al texto, no según la vía de una filiación constatable, de una im itación voluntaria, sin o según la vía de una disem inación — imagen que garantiza al texto el estatuto, ncqde una reproducción, sin o de

331 332

Op. c i t , p . 1 2 1 3 .

« E l T e x t o , p o r s u p a r t e , s e le e s i n l a i n s c r i p c i ó n d e l P a d r e

e l 3'o q u e

e s c r i b e e l T e x t o n u n c a e s , p o r l a s u y a , m á s q u e u n y o d e p a p e l » (Op. c it ., p . 1 2 1 5 ). 333

Op. c it ., p . 1 2 1 4 .

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una productividad^>^^‘^. La lectura se hace así juego infinito, interpretación del Texto en el sentido en que se interpreta un a pieza m usical, distinta cada vez y siempre la m ism a, en una repetición, en un a serie de relecturas creadoras de diferencias: «De hecho, leer, en el sentido de consum ir, no es jugar con el texto. "Jugar” (jouer) debe ser tomado aquí en toda la polisem ia del térm ino : el texto juega él m ism o , tiene /uego, holgura (como " una puerta, como una pieza que tiene “juego”); y el lector juega, por su parte, dos veces: juega al Texto (sentido lúdico), busca una práctica que lo re-produzca; pero, para que esta práctica no se reduzca a un a m im e sis pasiva, interior (el Texto es precisa­ mente lo que resiste a esta reducción),/nega el Texto; no hay que olvidar que “jugar” (jouer: interpretar, tocar) es tam bién u n térm ino m u sica l [...] hubo una época en la que los aficionados activos eran num erosos (al m enos dentro de una cierta clase), “tocar” (jouer) y “escuchar” constituían una actividad poco diferenciada; luego, aparecieron sucesivam ente dos roles; en prim er lugar, el de intérprete, al que el público burgués (aunque éste aún sabía tocar algo: es toda la historia del piano) delegaba su juego; luego, el del aficionado (pasivo) que escucha la m ú sica sin saber tocar (al piano, efectivamente, le sucede el disco)»^^^. ;La analogía de la lectura y la m úsica es bastante t explícita y m uy significativa. En ella vem os claramente la separación de la escritura y de la lectura, de lo s papeles del autor y del lector. En m edio de ambos, separándolos irrem edia­ blemente se sitúa la obra, que ya sólo unos pocos saben ejecutar y la gran mayoría sólo puede consum ir pasivam ente mediante una lectura no participante en el proceso (re)creativo. Para Barthes, la m úsica postserial es u n buen ejemplo de lo que sucede con la lectura de u n Texto; en ella, el intérprete se ve \ obligado a «completar», a recrear la partitura, no sólo a seguir­ la, haciendo las veces de coautor. El lector tradicional se ve

« T e x t e ( t h é o r i e d u ) » , op. c it ., p . 1 6 8 3 . 335

« D e l ’o e u v r e a u t e x t e » , op. c it ., p . 1 2 1 6 .

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incapaz, por su costumbre de co n su m ir pasivamente una obra tras otra, de leer un Texto que le obliga a jugar él tam bién y a transformar radicalmente su forma de lectura. De igual modo que el escritor debe m odificar su escritura y dejar de escribir obras, no su b su m irla escritura al cierre, al fin, a la consecución de una obra: «La contradicción se sitúa por entero entre la escritura y la obra (el Texto, por su parte, es una palabra m agnánima: no se constituye en acepción de esta diferencia)»^^^, es la obra la que afecta tanto a la escritura como a la lectura con su lógica de producción m ercantil y de consum o, frente al juego textual libre de constreñim ientos y fuera de todo cálculo. La teoría del texto se distancia de la metafísica de la verdad como alétheia derivada de la concepción clásica del texto como tejido finito con bordes, el texto como tejido que forma u n velo que oculta la verdad; en su lugar, el escritorlector hará las veces de una araña que pone de sí en el tejido, que 5 se desplaza con él y forma parte de él. Esto es lo que nos propone Barthes en su a n á lisis etimológico del térm ino «tex­ to»: «es u n tejido] pero m ientras que anteriormente la crítica (única forma conocida en Francia de una teoría de la literatura) ponía unánim em ente el acento sobre el “tejido” finito (siendo el texto un “velo” tras el cual había que ir a buscar la verdad, el m ensaje real, el sentido sin m ás), la teoría actual del texto se desvía del texto-velo y b usca percibir el tejido en su tex:turaj en el entrelazamiento de los códigos, de las fórmulas, de los significantes, en cuyo seno el sujeto se desplaza y se deshace, como una araña que se disolvería ella m ism a en su tela. El amante de neologism os podría, pues, definir la teoría del texto como una “hifología” (hifos, es el tejido, el velo y la tela de araña)

« R o l a n d B a r t h e s p a r R o l a n d B a r t h e s » , o p . c it ., p . 1 9 9 . « T e x t e ( t h é o r ie d u ) » , op. c it ., p . 1 6 8 4 .

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Placer y goce Texto clásico y moderno, texto legible y escribible, obra y texto, jun to con otros pares opuestos de conceptos como denotación y connotación, polisem ia y pluralidad, totalidad y disem inación vienen a yuxtaponerse a la m ás célebre y conoci­ da d istinció n barthesiana entre textos de placer y textos de goce realizada en su obrá El placer del texto (1973), donde enriquece todo el bagaje teórico anterior con la aportación decisiva del p sico a n á lisis y la perversa introducción de la noción de «pla­ cer» y «goce» en la sentina de la fría lógica del estructuralism o: «Parece que lo s eruditos árabes hablando del texto emplean esta expresión admirable: el cuerpo cierto. ¿Qué cuerpo?, p ue s­ to que tenemos varios: el cuerpo de lo s anatom istas y de lo s fisiólogos, el que ve o del que habla la ciencia: es el texto de lo s gramáticos, de los críticos, de los comentadores, de lo s filólogos (es el feno-texto). Pero tam bién tenemos u n cuerpo de goce hecho únicam ente de relaciones eróticas sin ninguna relación con el primero [...] El placer del texto sería irreductible a su funcionam iento gramatical (feno-textual) como el placer del cuerpo es irreductble a la necesidad fisiológica»^^®. La interven­ ción barthesiana en el ámbito de la textualidad está m uy lejos de ser inocente; el autor sabe perfectamente los riesgos que corre hablar del placer del texto®®^, entre los que aventura dos

338 339

E l p la c e r d e l texto. B u e n o s A ir e s , S i g l o X X I , 1 9 7 4 , p p . 2 5 -2 6 .

« E l p la c e r e s u n a n o c ió n q u e h e u t iliz a d o d e u n m o d o u n t a n t o t á c t ic o e n u n m o m e n t o e n e l q u e c o n s t a t é q u e l o s e s t u d io s , la s id e a s , la s t e o r ía s s o b r e e l h e c h o lit e r a r io h a b í a n h e c h o m u y g r a n d e s p r o g r e s o s e n e l p la n o t e ó r ic o p e r o q u e , e n e s e p r o g r e s o d e t ip o t e ó r ic o , la p e r c e p c ió n d e l t e x t o a c a b a b a p o r s e r u n p o c o a b st r a c t a , u n p o c o f r ía y , s o b r e to d o , u n p o c o s o m e t id a a v a lo r e s im p lí c it o s d e a u t o r id a d . E s lo

q u e se lla m a

en

p s ic o a n á lis is e l s u p e r y ó ; y p o r e so q u ise m a r c a r u n c o rte e n se c o p a r a d e c ir a lg o t a n s im p l e c o m o q u e e l t e x t o n o e s s ó l o u n o b je t o id e o ló g ic o , u n o b je t o d e a n á l i s i s , s i n o q u e e s a d e m á s l a f u e n t e d e u n p la c e r . H a y u n p l a c e r d e l e c t u r a d e l t e x t o » ( « E n t r e le p l a i s i r d u t e x t e e t l ’u t o p i e d e l a p e n s é e » , e n op . c i t , T o m o I I I , p p . 8 8 8 - 8 8 9 ).

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co lisio nes previsibles con lo que debe decir la teoría en todo momento acerca de estos temas; no se puede hablar del texto sin u n pronunciam iento político expreso, n i quedarse en su mero placer sin psicoanalizarlo hasta su s últim a s consecuen­ cias. El placer no sería nada por sí m ism o, carecería de sig n i­ ficado, lo destruiría, no se sometería a ley alguna, su neutrali­ dad epistemológica no perm itiría instaurar n in g ún sentido, él m ism o no se rv ir ía de referencia segura, lle va ría a la despolitización del discurso y a instalarlo en un a permanente ilu sió n fantasmática: «Apenas se ha dicho algo, en cualquier parte, sobre el placer del texto cuando aparecen dos gendarmes preparados para caem os encima: el gendarme político y el gendarme psicoanalítico: futilidad y/o culpabilidad, el placer es ocioso o vano, es una idea de clase o una ilusió n. Vieja, m uy vieja tradición: el hedonism o ha sido reprim ido por casi todas las filosofías [...] El placer es siempre decepcionado, reducido, desinflado en provecho de los valores fuertes, nobles: la Ver­ dad, la Muerte, el Progreso, la Lucha, la Alegría, etc. Su rival victorioso es el Deseo: se nos habla continuamente del Deseo, pero nunca del Placer, el Deseo tendría una dignidad epistémica pero el Placer no»^"*®. La metáfora de la araña nietzscheana de la que se apropia Barthes se am plía así al contemplar, hedonistam ente, un a cierta econom ía psíquica del texto, adentrándose por lo s senderos m ás apartados de la metafísica de la verdad, aquello que siempre queda excluido cuando se trata de una teoría de la escritura y la lectura: el placer vinculado al juego de leer y escribir, el placer de tejer, m ás acá o m ás allá de la verdad velada en el tejido. El placer de la araña que se siente m ás araña cuantas más telas teje y el goce simultáneo, contradictorio, de la araña que cada vez es m enos araña porque se disuelve poco a poco en el tejido que deja sa lir de sí, vaciándose, destejiéndose ella m ism a m ientras teje su propia trampa: la tela que la sostiene pero que al m ism o tiempo.

E l p la c e r d e l texto, op . c i t , p p . 7 3 -7 4 .

¿Qué es leer? La invención del texto en filosofía

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este texto vampiro, le succiona la vida, le chupa las entrañas. Al cabo, la tela de araña no viene a indicar m ás que este placer contradictorio de la propiedad y el goce de la expropiación del genitivo objetivo y subjetivo: la tela (que es) de la araña y la tela (que está hecha) de la araña. El lector se ve confrontado a sim ism o al dilem a de la araña, a'experimentar en su lectura el placer de verse reforzado como sujeto ante la obra o de afrontar la desubjetivación gozosa a la que lo somete el texto.jLa figura del lector escindido, entre la obra y el texto, entre lo clásico y lo moderno, entre el placer y el goce aparece desde las prim eras líneas del E l placer del texto : «Ficción de u n in d ivid u o [... ] que aboliría en sí m ism o las barreras, la s clases, las exclusiones, no por sincretism o, sin o por sim ple desembarazo de ese viejo espectro: la contradicción lógica) que mezclaría todos los len­ guajes aunque fuesen incom patibles; que soportaría m udo todas la s acusaciones de ilogicism o, de infidelidad [...] Este hom bre sería la abyección de nuestra sociedad: los tribunales, la escuela, el m anicom io, la conversación harían de él u n extranjero: ¿quién sería capaz de soportar la contradicción sin vergüenza? Sin embargo este contra-héroe existe: es el lector del texto en el momento en que toma su placer. En ese momento el viejo m ito bíblico cam bia de sentido, la confusión de lenguas deja de ser u n castigo, el sujeto accede al goce por la cohabita­ ción de los lenguajes que trabajan conjuntamente el texto de placer en una Babel feliz Todas las dualidades que había planteado anteriormente Barthes yan a hallar su reflejo en el lector que ha de amoldarse a ellas. (Un lector de obras y de textos, de lo clásico y de lo moderno, de lo polisém ico y de lo disem inado que, sin embar­ go, no elige, no puede elegir, no quiere elegir, sin o que su deseo estriba en seguir leyéndolo todo, en no renunciar a ninguno de lo s dos placeres, al goce inm enso de ser u n satisfecho habitante de Babel: («Por lo tanto, hay dos regímenes de lectura: una va

341

Op. c it., p p . 9 -10.

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directamente a la s articulaciones de la anécdota, considera la extensión del texto, ignora lo s juegos de lenguaje [...]; la otra lectura no deja nada: pesa el texto y ligada a él lee, si así puede decirse, con aplicación y ardientemente, ^trapa en cada punto del texto el asíndeton que corta lo s lengüájes y no la anécdota: no es la extensión (lógica) la que la cautiva, el deshojam iento de las verdades, sin o la superposición de los niveles de significancia [...] Pero, paradójicamente (en tanto la op inión cree que es suficiente con ir rápido para no aburrirse) esta segunda lectura aplicada (en sentido_propio), es la que conviene al texto moder­ no, al texto-límite. 'Leed atentamente, leed todo de una novela de Zola y el libro se caerá de vuestras m anos; leed rápido, por citas, u n texto moderno y ese texto se vuelve opaco, forcluido a vuestro placer: usted quiere que ocurra algo pero no ocurre nada pues lo que le sucede al lenguaje no le sucede al discurso»^"^^. La lectura de la obra clásica se realiza a nivel del enunciado, de la trama, de la anécdota, pasando por alto la enunciación, lo s avatares del lenguaje; do que interesa es lo que acontece, la narración del suceso y la peripecia, por lo que la lectura permite una cierta aceleración creada por la avidez _del lector y la voluntad de precipitar el suspense. (Én cambio, el texto-límite moderno juega con lo quede acontece al propio .lenguaje, su preocupación está en el tejer del texto, en las id as y venidas de la naveta que teje y no en el tejido final, en el producto de consum o. Ello exige otra velocidad de lectura, m ás paciente, m ás atenta a los cortes, rupturasy sobresaltos de lengua: «no devorar, np tragar sino masticar, desmenuzar m inuciosam en­ te; para leer a lo s autores de hoy es necesario reencontrar el ocio de la s antiguas lecturas: ser lectores a r i s t o c r á t i c o s . Pero no se trata únicam ente de la velocidad de la lectura en el sentido del adagio pascaliano: «Cuando se lee demasiado deprisa o demasiado despacio no se comprende nada», sin o del

Op. ciL, pp. 20-21. O p.cü.,p.2 l.

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placer derivado de una u otra forma de leer, de los avalares del sujeto lector, de la atención a lo narrado o al lenguaje que narra, de la continuidad del enunciado o de lo s encabalgamientos e interrupciones de la lengua. Barthes in siste en la necesidad de u n cam bio de nuestra m irada hacia la lengua m ism a: no se trata de v in cu la rla d istinció n placer/goce a su representación verb al, a la puesta por escrito de u n tratado sobre el placer y el goce, sin o a su puesta en obra, a su dinám ica propia como juego que sucede en el lenguaje independientemente de la temática del relato: í«El texto de placer no es forzosamente aquel que relata placeres; el texto de goce no es nunca aquel que cuenta un goce. El placer de la representación no está ligado a su objeto: la pornografía no es segura. En térm inos zoológicos se dirá que el lugar del placer textual no es la relación de la copia y del m odelo (relación de im itación), sin o solamente la del engaño y la copia (relación de deseo, de producción) Lo que sucede en cada lectura, en cada texto frente a la obra es el cam bio de actitud del lector y la sub versión de lo que éste entiende por lectura y escritura en cada ocasión que lee u n texto moderno o u n o clásico. Su tránsito no premeditado del placer al goce y vicever­ sa — térm inos coextensivos a la par que opuestos— que lo desidentifican como lector, lo dividen, lo escinden irrem edia­ blemente: «Texto de placer: el que contenta, colma, da euforia; proviene de la cultura, no rompe con ella y está ligado a un a 'práctica confortable de la lectura. Texto de goce: el que pone en estado de pérdida, desacomoda (tal vez in clu so hasta un a forma de aburrimiento), hace vacilar lo s fundamentos h istó ri­ cos, culturales, psicológicos del lector, la consistencia de su s gustos, de su s valores y de su s recuerdos, pone en crisis su relación con el lenguaje»^"*^. En el trasfondo de esta delim ita­ ción se encuentra una apelación al p sicoanálisis, que haría derivar el placer de la lectura ordenada, cronológica, lineal del

Op. c it ., p. 71. Op. cit., pp . 22-23.

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texto clásico del placer de la observancia de la ley que experi­ menta el neurótico; el texto de goce, por su parte, afrontaría cara a cara la com p ulsión de repetición, la p u lsió n de muerte hasta llegar a una forma de aburrimiento, el goce de lo m ortí­ fero, donde aquello que nos retiene so n los entresijos de la cadena significante, su s m ás m ín im a s variaciones, el m udo desplazarse de la m aterialidad de la lengua, del goce indecible; finalmente, el hecho de jug ar a am bas cosas, al deleite placen­ tero de la narración tranquila que avanza previsiblemente ante los ojos del lector y el desasosiego de perder incluso hasta la fam iliaridad con el lenguaje, llegar al hastío o a la m ás absoluta desorientación y pérdida de toda referencia, hasta la disolución de uno m ism o, constituye el goce secreto del sujeto perverso, escindido, disociado que juega a ser neurótico y siente placer en ello, sabedor de que hay u n goce esquizo m ás allá, al que tam bién juega y nunca pierde de vista: «Aquel que mantiene los dos textos en su campo y en su m ano las riendas del placer y del goce es u n sujeto anacrónico, pues participa al m ism o tiempo y contradictoriamente en el hedonism o profundo de toda cultura (que penetra en él apaciblemente bajo la forma de un arte de v iv ir del que forman parte los libros antiguos) y en la destrucción de esa cultura: goza sim ultáneam ente de la c o n sis­ tencia de su y o (es su placer) y de la búsqueda de su pérdida (es su goce). Es u n sujeto dos veces escindido, dos veces perverBarthes es consciente de las consecuencias que acarrearía considerar placer y goce como verdaderos térm inos opuestos, contradictorios, heterogéneos o, m ás bien, hacer derivar el goce del placer por una intensificación de grado pero que, en últim a instancia los haría homogéneos. Sin decirlo, pero casi dándolo por sentado desde su insp iración psicoanalítica, m ás bien cabe inclinarse a pensar que (entre ellos tiene lugar un hiato irreductible que coincide con áquel que se produce en la

Op. cit., p. 23.

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historia de la literatura con el salto a la modernidad: «Si digo que entre el placer y el goce no hay m ás que una diferencia de ^ grado digo tam bién que la historia ha sido pacificada: el texto de goce no sería m ás que el desarrollo lógico, orgánico, h istó ­ rico, del texto de placer, la vanguardia es la forma progresiva, emancipada, de la cultura pasada [...] Pero si, por el contrario, creo que el placer y el goce so n fuerzas paralelas que no pueden encontrarse y que entre ellas hay algo m ás que u n combate, un a incom unicación, entonces tengo que pensar que la historia, nuestra historia, no es pacífica, n i siquiera tal vez inteligente y que el texto de goce surge en ella siem pre bajo la forma de un escándalo»^"^^. El límite, pues, entre am bos textos, entre am bas lecturas, entre el placer y el goce es siempre inestable y difícil de determinar «cada vez que necesito disting uir la euforia, el colmo, el confort (el sentim iento de completud donde penetra libremente la cultura), del sacudim iento, del temblor, de la pérdida propios del goce»^"^®: para Barthes la distinción es m ás heurística que clasificatoria, su único interés estriba en que percibam os u n cierto m ovim iento de la lengua, una m utación en la escritura y la lectura, pero sin ánim o de establecer compartimentos estancos®"^^. Tanto el placer como el goce provienen de u n m ism o origen: del corte, de la ruptura, de la intermitencia. La diferencia su til se establece ju sto en el punto en el que el placer llega a ser goce, se ve catapultado a un m ás allá del principio del placer, es incapaz de, no puede> no quiere, diferir la muerte: entonces la brecha, la abertura placentera — «¿El lugar m ás erótico de u n cuerpo no es acaso allí donde la vestimenta se abre? [...] es la intermitencia, como bien lo ha

Op. c it ., p . 3 0 . Op. c i t , p . 2 9 . 349

«■{Placer/goce: e n r e a l i d a d , t r o p ie z o , m e c o n f u n d o ; t e r m i n o l ó g i c a m e n t e

e st o v a c ila t o d a v ía . D e t o d a s m a n e r a s h a b r á s ie m p r e u n m a r g e n d e in d e c is ió n , la d is t in c ió n n o p o d r á s e r f u e n t e d e s e g u r a s c la s if ic a c io n e s , e l p a r a d ig m a s e d e s liz a r á , e l s e n t id o s e r á p r e c a r io , r e v o c a b le , r e v e r s ib le , e l d i s c u r s o s e r á i n c o m p l e t o ) » {Op. c it ., p . 1 0 ).

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dicho el p sicoanálisis, la que es eròtica: la de la piel que centellea entre dos bordes (la cam isa entreabierta, el guante y la manga); es ese centelleo el que seduce, o mejor: la puesta en escena de una aparición-desaparición»^^“-— se torna abismo, desgarradura, exceso desbordante, potlatch inútil, violento, destructivo. Nunca lo s lím ites de una clasificación han sido m ás inestables que ahora, precisamente porque atañen a una frontera tan variable, tal vez inexistente, ella m ism a borrosa, sólo perceptible cuando se está de uno y otro lado, sin poder renunciar a nin g ún extremo, queriendo romper pero sin haber roto, habiendo roto ya pero queriendo romper aún: «Sade: el placer de la lectura proviene indirectamente de ciertas rupturas (o de ciertos choques) [...] Como dice la teoría del texto: la lengua es redistribuida. Pero esta redistribución se hace siempre por ruptura. Se trazan dos lím ites: u n lím ite prudente, confor­ mista, plagiario (se trata de copiar la lengua en su estado canónico tal como ha sido fijada por la escuela, el buen uso, la literatura, la cultura), y otro límite, m óvil, vacío [...] allí donde se entrevé la muerte del lenguaje. E so s dos lím ites — el compro­ m iso que ponen en escena— son necesarios. (Ni la cultura n i su destrucción so n eróticos: es la fisura entre una y otra la que se vuelve eróticai;; El placer del texto es sim ila r a ese instante insostenible, im posible, puramente novelesco que el libertino gusta al térm ino de una ardua m aquinación haciendo cortar la cuerda que lo tiene suspendido en el momento m ism o de su goce»^^\ éntre el momento puntual de la satisfacción que se quiere hacer durar y el momento, no m enos puntual, que tam bién quiere prolongarse, de la desaparición, de la extinción, de la aniquilación suicid a sobre el que pivota el primero. A veces es el texto m ism o, el texto de placer o el texto-límite el que produce y provoca estas rupturas m ás o m enos desgarra­ das, orientadas al placer o al goce. Barthes cita com o ejemplos

O p . C íí., p . 17. O p . c í í . , p p . 1 3 -14 .

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Leyes, de Philippe Söllers, donde la frase cede su lugar a un «poderoso chorro de palabras, u n cinta de infra-lenguaje», co n te n id o , s in em b arg o p o r «la a n tig u a c u ltu ra d e l significante»^^^; Cobra, de severo Sarduy o el propio Flaubert: «una manera de cortar, de agujerear el discurso sin volverlo insensato. Es verdad que la retórica conoce las rupturas de construcción (anacoluto) y la s rupturas de subordinación (asíndeton), pero por primera vez con Flaubert la ruptura deja de ser excepcional, esporádica, briUante, engastada en la v il materia de u n enunciado corriente: no hay lengua m ás acá de esas figuras [...] He aquí u n estado m uy sutil, casi insostenible del discurso: la narratividad está deconstruida y sin embargo la historia sigue siendo legible: nunca lo s dos bordes de la fisura han sido sostenidos m ás netamente, nunca el placer ha sid o m ejor ofrecido al lector»^^^. íPero, en otras ocasiones es la propia lectura la que se encarga de abrirle cam ino al placer, sin respetar la propuesta textual porque «el texto, su lectura, están escindidos»^^'*, como tam bién está escindido el lector, por ello dice de él Barthes que es el prototipo del perverso: «Muchas lecturas son perversas, lo qué im p lica una escisión. De la m is ma manera que el n iño sabe que la madre no tiene pene y sin embargo cree que ella posee uno (Freud ha mostrado la renta­ bilidad de esta economía) el lector puede decir en todo m om en­ to: m uy bien que no son m ás que palabras, pero de todas m a n e r a s . . . . El lector puede im poner u n ritm o de lectura m ás allá del que parece exigir la obra, y obtener de ello un placer distinto, construir su propio placer en vez de dejarse llevar por la seductora oferta explícita del autor, como s i dijera: Ya sé que esta obra resultaría placentera leyéndola de este modo, com o ella m ism a parece proponer, com o el autor quiere que la lea, como la crítica y la tradición dicen que debe leerse, sin embar-

O p .c it.,p .\5 . Op. cit., p p . 16-17. Oj7. c¿f., p . 43.

Op. cit., p. 62.

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go...; «sin embargo, el relato m ás clásico (una novela de Zola, de Balzac, de Dickens, de Tolstoy) [...] no lo leem os enteramen­ te con la m ism a intensidad de lectura, se establece un ritmo audaz poco respetuoso con la integridad del texto [...] es una fisura producida por u n sim ple principio de funcionalidad, no se produce en la estructura m ism a del lenguaje, sin o solamente en el m om ento de su consum o; el autor no puede preverla; no puede querer escribir lo que no se leerá. Y sin embargo es el ritm o de lo que se lee y de lo que no se lee aquello que construye el placer de los grandes relatos: ¿se ha leído alguna vez a Proust, Balzac o La guerra y la paz palabra por palabra? (El encanto de Proust; de una lectura a otra no se saltan los m ism o s pasajes)»^^^. A saber, que la lectura puede extraer goce de cualquier texto, hacerlo brotar de las obras m ás insospechadas, goces diversos, de distinta coloración, porque el goce no debe ser confundido con la imagen atropellada, sísm ica, hidráulica, torrencial, orgàsmica que solem os hacernos de él, la novedad absoluta que irrum pe inesperada; tam bién hay goces aburri­ dos, silenciosos, mortecinos, imperceptibles, que surgen con idéntica novedad en el escenario habitual del placer, como el de, por ejemplo, Bartleby el escribiente, u n típico texto placen­ tero, una narración clásica que, sin embargo, respira goce por cada uno de su s poros, en el progresivo fading del sujeto que se desvanece hasta su total extinción y que lucha incansablemente contra cualquier oferta dilatoria de placer proveniente del exte­ rior, de todos los personajes que quieren hacer de Bartleby un personaje como los demás del relato, hacerlo acceder al lenguaje, al diálogo, a la expresión, atribuyéndole desesperadamente un placer oculto en hacerlos rabiar con su parquedad de palabras, con su aparente desprecio e indiferencia, sólo que Bartleby, invadido por la com pulsión de repetición, está ya fuera de toda economía placentera en la asocialidad del goce que destruye el discurso y el significado, m ás allá del erotismo de la palabra.

356

Op. cit., pp . 18-19.

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¿ Q u é e s leer? La in v e n c ió n d e l texto en ß lo s o f ia

En las últim as páginas de E l placer del texto, Barthes ofrece esta recapitulación condensada de todo cuanto ha podido llevar a pensar la d istinció n entre placer y goce textual, con una apariencia de sistem aticidady exhaustividad que, sin embargo, no debe dar lugar a la engañosa creencia de h a lla m o s por fin ante otro sistem a de lectura, ante una nueva teoría del texto, u n sistem a que tomaría como centro estas dos categorías y que nos devolvería, por tanto, al sentido: «P lacer d el texto. C l á s i c o s . C u lt u r a ( c u a n t o m á s c u lt u r a , m á s g r a n d e y d iv e r s o

s e r á e l p la c e r ) . I n t e lig e n c ia . Iro n ía . D e lic a d e z a .

E u f o r ia . M a e s t r ía . S e g u r id a d : a r t e d e v iv ir . El p la c e r d e l t e x t o p u e d e d e f in ir s e p o r u n a p r á c t ic a ( s in n in g ú n r i e s g o d e r e p r e s ió n ) : lu g a r y t ie m p o d e le c t u r a : c a s a , p r o v in c ia , c o m id a c e r c a n a , lá m p a r a , f a m ilia — a llí d o n d e e s n e c e s a r i a — e s c r it o r io

perfum ad o

, e s d e c ir , a lo l e j o s o n o ( P r o u s t e n e l

p o r la s

f lo r e s

de

i r is ) ,

e tc.

E x t r a o r d in a r io

r e f u e r z o d e l y o ( p o r e l f a n t a s m a ) ; i n c o n s c i e n t e a c o lc h a d o . p la c e r p u e d e s e r

E ste

dicho: d e a q u í p r o v ie n e la c r ít ic a .

Textos de goce. El p la c e r e n p e d a z o s ; la le n g u a e n p e d a z o s ; la c u lt u r a e n p e d a z o s . L o s t e x t o s d e g o c e s o n p e r v e r s o s e n ta n t o e s t á n f u e ra d e t o d a f in a lid a d im a g in a b le , in c lu s o la f in a lid a d d e l p la c e r (el g o c e n o o b lig a

n e c e s a r ia m e n t e

al p la c e r ,

in c l u s o

puede

a p a re n te m e n te

a b u rrir). N in g u n a ju s t if ic a c ió n e s p o s ib le , n a d a s e r e c o n s t it u y e ni s e r e c u p e r a . El te x to d e g o c e e s a b s o lu t a m e n t e in t r a n s it iv o . S in e m b a r g o , la p e r v e r s ió n n o e s s u f ic ie n t e p a ra d e f in ir a i g o c e , e s s u e x t r e m o q u ie n p u e d e h a c e r lo : e x t r e m o s ie m p r e d e s p la z a d o , v a c ío , m ó v il, im p r e v is ib le . E s t e e x t r e m o g a r a n tiz a el g o c e : u n a p e r v e r s ió n a m e d ia s s e e m b r o lla r á p id a m e n t e e n u n ju e g o d e f in a lid a d e s s u b a lt e r n a s : p r e s t ig io , o s t e n t a ­ c ió n , r iv a lid a d , d i s c u r s o , n e c e s id a d d e m o s t r a r s e , e tc » ^ ® ^.

En efecto, vistas así las cosas, la tentación de hacer del placer y el goce una parrilla de lectura es grande. Sin embargo, Barthes no se cansará de advertirnos contra esta fácil malinterpretación de su gesto. Si nos tom am os demasiado en serio la oposición, que tampoco es tal, si confundim os El placer

Op. cit., p p . 66-67.

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del texto con una teoria más, no habrem os entendido nada, habrem os renunciado al placer por convertirlo en ley, en instancia superyoica bajo la cual su b su m ir cualquier texto: ju sto lo contrario de lo que esta noción pretendía frente al anquilosam iento y al legalism o paternalista del estructuralismo, lo s a n á lisis marxistas, la crítica de las ideologías y la s interpre­ taciones psicoanalíticas. Las oposiciones que hem os ido viendo y que el propio Barthes define como u n «gadget didáctico», un «embrague del discurso»^^®, no tienen m ás valor que el de perm itir que entre u n poco de aire fresco en la lectura, aplasta­ da por el furor analítico e interpretativo; pero, para ello, hem os de dejarlas borrarse por su propia inercia, olvidarlas tan pronto como ellas m ism as comiencen a pesar demasiado y en vez de liberar la lectura vuelvan a constreñirla, les exijam os explica­ ciones, la s pongamos a prueba, verifiquem os su pertinencia y rendim iento teórico, intentem os establecer a partir de ellas una clasificación estricta, una guía de lectura que obstruiría de nuevo todo placer®®^. En esta m ism a línea debemos leer la tipología psicoanalítica de lo s placeres de la lectura y de los respectivos lectores com placidos que plantea Barthes en un

358 359

« S u p p l é m e n t » ( a u P l a i s i r d u tex te) ( 1 9 7 3 ), op . e i t , T o m o l i , p . 1 5 8 9 . « L a o p o s i c ió n “p la c e r / g o c e ” e s u n a d e e s a s o p o s ic io n e s v o lu n t a r ia m e n t e a r t i f i c i a l e s p o r l a s q u e s i e m p r e h e t e n i d o u n a c ie r t a p r e d i l e c c i ó n . H e in t e n t a d o c o n f r e c u e n c ia c r e a r t a le s o p o s ic io n e s ; p o r e je m p lo , e n t r e “ e s c r it u r a " y “ e s c r iv e n c ia ” , “ d e n o t a c ió n ” y " c o n n o t a c ió n " . S o n o p o s ic io ­ n e s q u e n o h a y q u e p r e t e n d e r s e g u i r a l p i e d e l a le t r a , p r e g u n t á n d o s e , p o r e je m p lo , s i t a l te x to e s d e l o r d e n d e l p la c e r o d e l g o c e . E s t a s o p o s i c io n e s p e r m it e n , s o b r e t o d o , d e s p e ja r , i r m á s le jo s ; p e r m it e n s im p le m e n t e h a b l a r y e s c r i b i r [ .. . ] S i q u i s i é r a m o s e s t a b l e c e r p r o v i s i o n a l m e n t e u n a v e n t ila c i ó n d e l o s t e x t o s s e g ú n e s t a s d o s p a la b r a s , e s c ie r t o q u e la e n o r m e m a y o r ía d e lo s te x to s q u e c o n o c e m o s y q u e a m a m o s s o n e n g r a n p a rte t e x t o s d e p la c e r , m ie n t r a s q u e lo s t e x t o s d e g o c e s o n e x t r e m a d a m e n t e r a r o s — y n a d a d ic e q u e n o s e a n t a m b ié n t e x t o s d e p la c e r . S o n t e x t o s q u e p u e d e n d is g u s t a r , a g r e d ir , p e r o q u e , a l m e n o s d e f o r m a p r o v is o r ia , e l t ie m p o d e u n r e lá m p a g o , n o s p e r m u t a n , t r a n s m u t a n y o p e r a n e s e g a s t o d e l y o q u e s e p i e r d e » ( « V in g t m o t s - c l é s p o u r R o l a n d B a r t h e s » , e n op . c i î . , T o m o I I I , p p . 3 1 5 - 3 1 6 ).

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m om ento determinado diciendo a la vez m ás y m enos de lo que quiere y de lo que puede decir; a la vez parece recaer en la teoría sistem ática amiga de tipos y clases m ientras que, por otro lado, constituye una desm entida feroz de lo que aparenta ser; para empezar es una tipología atipica, inverosím il, nada convencio­ nal — aunque en exceso deudora del p sicoanálisis, utilizado como correctivo de lo s desm anes crítico-fílosófíco-sociológico-fílológicos— , articulada sobre el eje del placer, de la p sico ­ logía del lector, variable de la que, como hem os visto, Heidegger, Gadamer, Ricoeur y el estructuralism o hacían una formidable epojé para ir al texto m ism o, u n texto desde el in icio desprovisto de placer para ser apto para el a n á lisis y la lectura. Barthes parodia estos procedim ientos aplicándolos al placer m ism o, proponiendo curiosamente el gesto inverso, a saber, hacer abstracción del texto, por así decirlo, y convertirlo en una «alucinación» de la «neurosis» de la lectura: «El fetichista acordaría con el texto cortado, con la parcelación de las citas, de la s fórmulas, de lo s estereotipos, con el placer de las pala­ bras. El obsesivo obtendría la voluptuosidad de la letra, de lo s lenguajes segundos, excéntricos, de lo s meta-lenguajes (esta clase reuniría todos los logófilos, lingüistas, semióticos, filólogos, todos aquellos a quienes concierne el lenguaje). El paranoico consum iría o produciría textos sofisticados, historias desarro­ lladas como razonamientos, construcciones propuestas com o juegos, como exigencias secretas. En cuanto al histérico (tan contrario al obsesivo) sería aquel que toma al texto por moneda contante y sonante, que entra en la comedia s in fondo, s in verdad, del lenguaje, aquel que no es el sujeto de ning una m irada crítica y se arroja a través del texto (que es una cosa totalmente distinta a proyectarse en él)»^^®.

360

« L e p l a i s i r d u t e x t e » , op . c it ., p p . 8 0 - 8 1 .

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P aco V idarte

Hacia u n a teoría de la lectura Barthes intenta llevar a cabo u n desplazamiento fundamen­ tal del lugar en el que ha de recaer el acento a la hora de abordar un texto. Contra toda la tradición que recorría el cam ino desde el autor al lector, o desde el texto al lector, Barthes no quiere seguir haciendo de la lectura una sim p le «recepción», im acompañamiento del texto escrito o del m ensaje que el autor quiere transm itir, sin o m ás bien invertir dicho prejuicio: la lectura no es el consum o de textos, sin o que participa de la m ism a d inám ica de producción de la escritura: «cuanto m ás plural es el texto, m enos escrito está antes de que yo lo lea; yo no le hago padecer una operación predicativa, consiguiente a su ser, llam ada lectura, y yo no es u n sujeto inocente, anterior al texto y que lo utilizaría a continuación como u n objeto que desm ontar o u n lugar que investir [... ] Leer, sin embargo, no es . u n gesto parásito, el complemento reactivo de una escritura que adornam os con todo el prestigio de la creación y de la anterioridad»^*^ La lectura no se inserta en una cronología lineal donde siempre vendría a ocupar el últim o lugar y vendría a cerrar el círculo de la narración desde el punto de vista del lector como receptor últim o. La pluralidad del texto im pide esto m ism o; s i el texto no es lineal, isotrópico, sin o plural, la lectura habrá de serlo también, esto es, no puede señalarse para ella un comienzo n i u n punto en que haya necesariamente de detenerse, su s entradas, paradas y fein icio s serán a sim ism o m últiples, desplazados, inscritos en lo que podría llam arse una, «relectura» general del texto, a saber, la experiencia de «leer el texto como s i ya hubiera sido leído»^*^. Una lectura asediada y revivificada por la repetición creadora y m ultiplicadora de' sentidos: «se propone, de entrada, la relectura, porque sólo ella salva al texto de la repetición (los que se niegan a releer se obhgan a leer en todo lugar la m ism a historia), lo m ultip lica en

« S / Z » , o p . c it ., p p . 5 6 1 - 5 6 2 . Op. c i t , p . 564.

{Q ué e s leer? L a in v e n c ió n d e l texto en f ilo so f ía

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diversidad y en su pluralidad: lo saca de la cronología interna [...] discute la pretensión que querría hacem os creer que la primera lectura es im a lectura primera, inocente [...] (como si hubiera u n comienzo de la lectura, como s i todo no hubiera sido ya leído»^^^. La separación de la escritura y de la lectura ha hecho caer a ésta del lado de la pasividad, de la intransitividad, del consum o ignorante alejado de la creación: el arte de escribir y el arte de leer, como vim o s con la metáfora de la evolución de la m úsica, deben ir parejos de m odo que la lectura sea com o la interpretación de una pieza y pueda así «permitir reesciibir los textos»^^"^. Barthes quiere realizar im a identificación de la escritu­ ra y de la lectura, «aplastarlas» la una contra la otra en lugar de seguir haciendo de ellas una distinción estricta que acaba por falsearlas a ambas, continúa otorgándole la primacía ala escritu­ ra mientras que «la lectura siempre será definida como im a proyección de la escritura y el lector como u n “hermano” m udo y pobre del escritor. Una vez m ás n o s verem os arrastrados retrospectivamente hacia un a teoría de la expresividad, del estilo, de la creación o de la instrum entalidad del lenguaje»^^^. SU

A comienzos de lo s años setenta, Barthes no deja de hablar de la lectura para restituirle su estatuto perdido y no deja de lamentarse del hecho de que: «Desde hace una veintena de años, existe, trabajada de diversos m odos, una teoría de la escritura. Esta teoría intenta su stitu ir la antigua pareja de “obra/autor” [...] p o ru ñ a pareja nueva: “escritura/lectura” . La nueva teoría postula, pues, un a teoría de la lectura, pero hay que reconocer que esta segunda teoría está m ucho m enos elaborada que la primera. Ha llegado el m om ento de trabajar en ella: en prim er lugar porque, de hecho, nunca ha habido una teoría de la lectura»^^^. La lectura nace del texto m ism o. Si la

363

Op. c i t , p . 5 6 5 .

« R o l a n d B a r t h e s c r i t i q u e » , e n op . c it ., T o m o I I , p . 1 2 7 8 « E n t r e t ie n (A c o n v e r s a t i o n w i t h R o la n d B a r t h e s ) » , e n op. c i t , T o m o H , p . 1300.

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textualidad ha conseguido abolir la idea tradicional de autor, de tra n sm isió n de u n m ensaje, de linealidad del esento, de género tam bién ha dado lugar al surgim iento de otro tipo de lectura, acorde con la pluralidad textual, absolutamente libre de constreñim ientos y cortapisas, del m ism o modo que insiste en extremo en la equivalencia (productiva) de la escritura y de la lectura. Sin duda, hay lecturas que no son m ás que sim ple consum o: aquellas a lo largo de la s cuales precisamente se censura la significación; la lectura plena, por el contrario, es aquella en la que el lector no es nada m enos que aquél que quiere escribir»^^^ porque, entre otras cosas, sabe que no existe algo así como el mero comentario, una suerte de metatexto por encim a de la obra y exterior a ella, sin o que tiene conciencia de que su lectura ya es reescritura del propio texto que lee/reescribe, prohferaeión de la escritura, del intertexto, del tejido plural. La lectura es ya texto, añade m ás texto al texto «supone que ya hem os dejado atrás el nivel descriptivo o com unicativo del lenguaje y que estamos preparados para poner en escena su energía generadora»^®®: es dicha energía creadora, la potencia generadora de la escritura/lectura, la identidad de ambos placeres, su fecunda capacidad de disem in ación y producción, el «cómo ello ha sido escrito»®®^, el desbordamiento de la escritura en el lector qué reéscribe, lo que m ás interesa a Barthes, m ás allá de la crítica usual, de la determ inación de una verdad y u n sentido como productos estáticos, inertes, resul­ tantes de una lectura pasiva y mortecina hecha a posteriori desde un a aproxim ación dualista a la realidad textual. Si la lectura, como dice Barthes, es perversa — en el sentido de que busca u n placer no rentabilizable, u n gasto en pura pérdida, una felicidad inútil®^®— , lo es tam bién en el sentido en que

366 « P o u r u n e t h é o r i e d e l a l e c t u r e » , e n o p . c it ., T o m o I I , p . 1 4 5 5 . « T e x t e ( t h é o r i e d u ) » , op . c it ., p p . 1 6 8 6 - 1 6 8 7 . O p . CÍÍ., p . 1 6 8 9 . « R o l a n d B a r t h e s c o n t r e l e s i d é e s r e ç u e s » , e n O p. c it ., T o m o I I I , p . 7 1 . C fr. « V in g t m o t s - c l é s p o u r R o l a n d B a r t h e s » , o p . cit.., p p . 3 3 3 - 3 3 4 .

¿Qué e s leer? L a in v e n c ió n d e l texto en f ilo so f ía

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niega toda dualidad en favor del pluralism o, comenzando por la estricta dualidad de lo s dos sexos que se verá sometida al diferimiento, a la différance, al desplazamiento; dicho en otros térm inos, se pasará de la lectiora com o «reconocimiento de un a deuda, la garantía de un intercambio»^^h la culpabilidad, la ausencia y la carencia respecto de la ley paterna, a una dinámica no regida por el conflicto sexual, n i por la presuposición de centro alguno que dé lugar a una tipología, a ú n a verdad que rija y determine una economía del placer som etido a leyes. Fruto de esta concepción falocéntrica del placer, el lector siempre h a sid o menospreciado in cluso en su placer: el placer de la activi­ dad de la escritura era incom parablem ente mayor que el placer pasivo de la lectura; o, empleando otro par de conceptos opuestos, sólo en la escritura había «deseo», con su respetable dignidad ontològica y epistemológica, frente al voluble «pla­ cer» no filosófico del lector, por resultar demasiado, o sim p le­ mente, hedonista: «Ahora resulta necesario asocicir al lector al goce de escribir; no hay goce de escrib ir sin goce de leer»^^^. En 1975, Barthes pronuncia una conferencia que lleva por título Sur la lecture, donde encontram os una recapitulación de su s ideas principales sobre la cuestión que n o s ocupa aquí y que puede servir tal vez no como guía o índice que suponga la clausura de cuanto ya llevam os dicho sobre este asunto, sin o como otra entrada más, otra lectura posible de cuanto d ijo Barthes sobre la lectura. Una vez m ás, encontram os al com ien­ zo del escrito una gran reseiA^a teórica acerca de la posibilidad y/o la necesidad de una teoría de la lectura, reserva que nunca debemos dejar de lado, como s i Barthes, llegado a cierto punto, se detuviera siempre para darse cuenta y para hacem os caer en la cuenta de que, de nuevo, ha hablado dem asiado sin querer haber dicho tanto: «Respecto de la lectura, me encuentro en u n gran desasosiego doctrinal: nò tengo u n a doctrina sobre la

« R o l a n d B a r t h e s p a r R o l a n d B a r t h e s » , o p . c it ., p . 1 0 2 . « E n t r e t i e n a v e c J a c q u e s C h a n c e l » , e n O p. c it ., T o m o I I I , p . 3 4 5 .

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lectura; m ientras que, por otro lado, poco a poco se va esbozan­ do una doctrina de la escritura. Este desasosiego Uega a veces incluso hasta la duda: n i siquiera sé si es preciso tener una doctrina sobre la lectura; no sé s i la lectura no será, constitutivamente, u n campo plural de prácticas dispersas, de efectos irreductibles, y si, por consiguiente, la lectura de la lectura, la Metalectura, no es ella m ism a m ás que u n estallido de ideas, de temores, de deseos, de goces, de opresiones»^^^. Barthes se lamenta, sin embargo, de que la lectura no haya encontrado a su Saussure o a su Propp, fundadores respectiva­ mente de la ling üística y el a n á lisis estructural. Parece no haber un a pertinencia para la lectura. Su objeto es extremadamente amplio, vago y ambiguo: todo parece poder ser objeto de lectura, desde u n texto, a u n grupo social, a una obra de arte o a u n sim ple gesto. La unidad de la lectura, desde luego, no podrá venirle del lado del objeto, siendo la m ultiplicidad de éstos irreductible. Tampoco, señala Barthes, es posible deter­ m inar una pertinencia respecto de lo s niveles de lectura; éstos so n tam bién m últiples y además «no hay p o sibilidad de cerrar la lista de estos niveles»^^'*. Ninguno de ellos ejerce la prim acía sobre el resto, ocupa un lugar privilegiado, central, supone un punto de apoyo o un punto final donde deba detenerse la lectura. Cualquier detención de la lectura, en últim a instancia, resulta injustificada: la lectura es, según Barthes, justam ente aquello que nunca se detiene porque siempre hay un resto de ilegibilidad que la sigue poniendo en marcha. Por consiguiente, m ás bien parece que habrá que concluir que el lamento por una ausencia de teoría de la lectura se debe precisamente a que «la im-pertinencia es en cierto modo congènita a la lectura»^^^, en lo que vendría a coincidir con la estructura deseante. Pero esta im pertinencia de la lectura sigue siendo estructural — en el sentido de una estructura no cerrada y descentrada que ya

« S u r l a l e c t u r e » ( 1 9 7 5 ), e n Op. c i t , T o m o I I I , p . 3 7 7 . O p. « í . , p . 378. I b id .

¿ Q ué e s leer? L a in v e n c ió n d e l texto e n f ilo so f ía

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hem os visto— , Barthes no es amigo de m isticism o alguno n i está abogando por una ausencia total de reglas n i de referencias en el acto de leer, que ja m ás podrá constituirse como un a actividad delirante fuera de cualquier parámetro, m ás allá in clu so de la imaginación^^^: «Toda lectura ocurre en el interior de una estructura (aunque ésta sea m últiple, abierta) y no en el espacio pretendidamente libre de una supuesta espontaneidad: no hay una lectura “natural”, “süvestre”: la lectura no desborda la estructura; está som etida a ella; la necesita, la respeta; pero la pervierte. La lectura sería el gesto del cuerpo (ya que, por supuesto, se lee con el cuerpo) que, con un m ism o m ovim iento establece y pervierte su orden: u n suplem ento interior de perversión»^^^. E s decir, la perversión de la lectura consistiría en tener presente en todo momento el marco estructural que im pone la obra, el texto y la tradición pero, al m ism o tiempo, ser capaz de estar atentos a la m ultip licidad y pluralidad de sentidos que provocan el estallido de dicho marco sin que tal desdoblam iento del lector, la d isociación del acto de lectura, llegue a la fragmentación, a la desintegración del cuerpo del lector, a la mera yuxtaposición de lo s trozos de u n cuerpo fragmentado, al delirio del texto: «Imagino sin dificultad el relato legible [...] bajo los rasgos de uno de esos pequeños m aniquíes su til y elegantemente articulados de los que se sirven (o se servían) lo s pintores para aprender a “esbozar” la s diferentes posturas del cuerpo hum ano; al leer, tam bién n o so ­ tros im p rim im o s una cierta postura al texto y por esto el texto está vivo; pero esta postura, que es invención nuestra, sólo es posible porque entre lo s elementos del texto hay una relación regulada, m ás brevemente, porque hay una proporción: he intentado analizar esta proporción, describir la d isp o sició n

376

M á s a d e la n t e , p u n t u a liz a r e s p e c t o d e l s o s t e n im ie n t o d e l d e s e o d e le e r , q u e « la le c t u r a p r o d u c e u n c u e r p o c o n m o v id o

{ b o u le v e r s é ), p e r o n o

f r a g m e n t a d o { m o r c e lé ) ( e n c u y o d e f e c t o l a l e c t u r a n o d e p e n d e r í a d e l o

I m a g i n a r i o ) » {Op. c i t , p . 3 8 1 ). Op. c i t , p . 3 7 9 .

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topologica que da a la lectura del texto clásico a la vez su recorrido y su libertad»^^®. El lector, nunca anterior al texto, se constituye a partir del texto, él m ism o es texto por ser el lugar en que se cruzan la s id as y venidas de la escritura, lugar de paso de la naveta — y tam bién lugar de reunión— , tejido por el texto, del m ism o tejido que el texto, hecho de citas. Ello dará lugar a que Barthes, ya en 1968, critique un cierto h um a n ism o de la obra, el hum a n ism o del autor, reivindicando el nom bre de otro «hombre» — hombre-araña, habría que decir tal vez— siempre olvidado por esta tradición hum anista, el lector que nace del texto: «Un texto está hecho de escrituras m últiples, nacidas de varias culturas y que entran en diálogo un a s con otras, en parodia, se contestan mutuamente; pero hay un lugar en el que esta m ultiplicidad se reúne y este lugar no es el autor, como se ha dicho hasta ahora, es el lector: el lector es el espacio m ism o donde se inscriben, sin que ninguna se pierda, todas la s citas de las que está hecha una escritura; la unidad de un texto no está en su origen sin o en su destino»^^^. La lectura ocupa para Barthes, como la perversión en p sicoanálisis, u n incóm odo e insólito lugar al borde del abism o, en el m ism o lím ite entre el placer y el goce, jugando con la ley sin acabar con ella — sin ley no hay juego posible— y dando lugar a la paradoja que anim a sin cesar toda investigación acerca de la lectura y a la lectura m ism a: «No se puede esperar razonablemente una Ciencia de la lectura, una Semiología de la lectura, a m enos que se conciba que un día sea posible — contradicción en lo s térm inos— una Ciencia de la Inagotabilidad, del Desplazamiento infinito: la lectura es precisamente esta energía [...] la lectura sería en sum a la hemorragia permamente por donde la estructura — pacientemente y útilm ente descrita por el A nálisis estructu­ ral— se derrumbaría, se abriría, se perdería [...] la lectura estaría allí donde la estructura enloquece»^^°.

« É c r i r e l a l e c t u r e » , e n Op. c it ., T o m o I I , p . 9 6 3 . « L a m o r t d e l ’a u t e u r » , e n Op. c it ., T o m o I I , p . 4 9 5 . O p . czf., p . 3 8 4 .

V.

DELEUZE/GUATTARI DESQUICIAR LA LECTURA

E l esquizo y el a n a lista En Deleuze/Guattari, da la sensación, a prim era vista, de que (la estrategia barthesiana de lectura pasa del juego perverso a la ruptura total del esquizo con la ley, desaparece la tensión del lector de Barthes que juega incesantemente a dos bandas y a lo que a sistim o s es a una línea de fuga delirante, a u n cam bio radical de terreno, a u n afuera absoluto e irreductible a los m odos de lectura tradicional, al goce absoluto: «No es una teoría de la lectura. Lo que b uscam os en u n libro es el m odo en que abre el paso a algo que escapa a los códigos: flujos, líneas activas de fuga revolucionaria, líneas de descodificación abso­ luta que se oponen a la cultura»^^h "Es un rechazo completo a la ley del sentido, de la verdad, de la univocidad. Se considera in clu so la metáfora dem asiado impregnada de significado y proclive a la interpretación veritativa: «Algo se produce: efectos de máquina, pero no metáforas. E l paseo del esquizofrénico es u n modelo m ejor que el neurótico acostado en el d i v á n » E n su lugar, la lectura deleuziana será metonim ica, apegada al decurso del lenguaje, a su cambiante devenir, fuera de cual­ quier estructuración. A sistim os a un esfuerzo descom unal por desembarazarse del pensam iento filosófico dominador, que quiere someterlo todo al im perio de la ley, del buen sentido, del orden, del organismo, del centro, de lo Uno. En contrapartida.

D E L E U Z E , G .; C o n v e r s a c io n e s . V a l e n c i a , P r e t e x t o s , 1 9 9 5 , p . 3 9 . D E L E U Z E , G . y G U A T T A R I , F . : E lA n t ie d ip o . B a r c e l o n a , P a i d ó s , 1 9 8 5 , p .

11.

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aparecerá lo m últip le , lo transgresor, lo m a q uin ico , lo indomeñable, el cuerpo sin órganos, el rizoma, la meseta contra el árbol y las raíces. El p sico a n á lisis encarna ejemplar­ mente el dispositivo hermenéutico tradicional, la lectura que fuerza el texto hasta hacerle decir lo que quiere oírle decir so capa de diálogo, comprensión, asociación libre. La herm enéu­ tica psicoanalítica se ha convertido en u n taimado instrum ento de lectura que aplasta la dinám ica productiva textual, su proliferación creadora ilim itada bajo la representación y la expresión. Todo este torbellino textual, esta verborrea in in teli­ gible, este flujo de palabras debe querer decir algo, someterse en últim a instancia a u n sentido reunidor que ligue su aparente disyunción: »L a a s o c ia c ió n lib re , e n v e z d e a b r ir s e s o b r e la s c o n e x io n e s p o lív o c a s , s e e n c ie r r a e n u n c a lle jó n s in s a lid a d e u n iv o c id a d . T o d a s la s c a d e n a s d e l i n c o n s c ie n t e d e p e n d e n b iu n í v o c a m e n t e , e s t á n lin e a liz a d a s , c o lg a ­ d a s d e u n s ig n if ic a n t e d e s p ó t ic o . T o d a la a p la s t a d a , s o m e t id a a la s e x ig e n c i a s d e la

producción d e s e a n t e e s t á representación, a l o s lim ita ­

d o s j u e g o s d e l r e p r e s e n t a n t e y d e l r e p r e s e n t a d o e n la r e p r e s e n t a c ió n , y a h í r a d ic a lo e s e n c ia l- J a r e p r o d u c c ió n d e l d e s e o d a lu g a r a u n a s im p le r e p r e s e n t a c ió n , e n e l p r o c e s o d e la c u r a t a n t o c o m o e n la te o ría . El in c o n s c ie n t e p r o d u c t iv o d a lu g a r a u n i n c o n s c ie n t e q u e s ó l o

sa b e

e x p r e s a r s e — e x p r e s a r s e e n e l m ito , e n la tr a g e d ia , e n e l s u e ñ o [...] C o m o s i F re u d h u b ie s e d a d o m a r c h a a t r á s a n t e e s e m u n d o d e p r o d u c ­ c ió n s a lv a je y d e d e s e o e x p lo s iv o , y a c u a lq u ie r p r e c io q u i s i e s e p o n e r e n é l á n p o c o d e o r d e n , u n o r d e n y a c lá s ic o , d e l v ie jo te a tr o g r ie g o [...] El in c o n s c ie n t e d e ja d e s e r l o q u e e s , u n a f á b ric a , u n ta lle r, p a ra c o n v e r t ir s e en

u n te a tr o , e s c e n a y p u e s t a

en e sc e n a . Y n o e n

u n te a tro d e

v a n g u a r d ia , q u e y a lo h a b ía e n t ie m p o s d e F r e u d ( W e d e k in d ) , s i n o e n el te a tr o c lá s ic o , e l o r d e n c l á s ic o d e la r e p r e se n t a c ió n » ^ ® ^ .

Si en Barthes contemplábamos la diferenciación entre textos de placer y textos de goce, asediados por u n lector perverso^®“^que

Op.

C ÌL ,

p p . 6 0 -6 1.

F r e n t e a l a c a r a c t e r iz a c ió n d e l le c t o r p e r v e r s o b a r t h e s ia n o g u ia d o p o r e l p la c e r , D e le u z e / G u a t t a r i n o s p r o p o n e n e s t a o t r a d e l le c t o r d e s e a n t e , t a m b ié n p r o c la m a d a d e s d e e l p à th o s d e la h e r o ic id a d , e l e s c á n d a lo y lo

¿Qué es leer? La in v e n c ió n del texto en filosofía

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saltaba de uno a otro desdibujando su s fronteras y casi haciendo evaporarse dicha distinción, en Deleuze aparecerán también claramente diferenciados dos tipos de texto y dos lecturas, que, no obstante tampoco cabe contemplar como una oposición rígida no contaminada. Si bien el tono de sus escritos, sobre todo — en él nos volcaremos más de lleno, ahorrándonos indebidamente la ingen­ te labor de estudiar con detenimiento las estrategias textuales del Deleuze lector de los clásicos— Capitalismo y esquizofrenia, deja traslucir una cierta preferencia, afinidad, a veces casi proclama, por una textualidad concomitante con el espacio liso descodificado, por una escritura-fiujo y una lectura nómada acorde para habitar este espacio desterritorializado y asignificante^®^, nunca desapa-

ir r e c ib ib le . E n t r e a m b a s e s f á c il e s t a b le c e r a n a lo g í a s y d if e r e n c ia s , v e r c ó m o le p la n t a n c a r a a u n m is m o e n e m ig o y c ó m o d e lin e a n u n a n u e v a f o r m a d e e s c r it u r a — t e x t o s d e g o c e —

y u n a n u e v a e s t r a t e g ia d e le c t u r a :

« E s t o s h o m b r e s d e l d e s e o (o b ie n n o e x ist e n t o d a v ía ) s o n c o m o Z a r a tu st r a . C o n o c e n in c r e í b le s s u f r im ie n t o s , v é r t ig o s y e n f e r m e d a d e s . T ie n e n s u s e s p e c t r o s . D e b e n r e in v e n t a r c a d a g e st o . P e r o u n h o m b r e a s í s e p r o d u c e c o m o h o m b r e lib r e , ir r e s p o n s a b le , s o lit a r io y g o z o s o , c a p a z , e n u n a p a la b r a , d e d e c ir y h a c e r a lg o s im p l e e n s u p r o p io n o m b r e , s i n p e d ir p e r m is o , d e s e o q u e n o c a r e c e d e n a d a , f lu jo q u e f r a n q u e a lo s o b s t á c u lo s y l o s c ó d ig o s , n o m b r e q u e y a n o d e s ig n a n in g ú n y o . S im p le m e n t e h a d e ja d o d e t e n e r m ie d o d e v o lv e r s e lo c o . S e v i v e c o m o l a s u b l i m e e n f e r m e ­ d a d q u e y a n o p a d e c e r á . ¿ Q u é v a l e , q u é v a l d r í a a q u í u n p s i q u í a t r a ? [ .. . ] a t r a v é s d e lo s c a lle jo n e s s i n

s a lid a y l o s t r iá n g u lo s c o r r e u n f lu jo

e s q u iz o f r é n ic o , ir r e s is t ib le , e s p e r m a , r ío , c lo a c a , b le n o r r a g ia u o la d e p a la b r a s q u e n o s e d e ja n c o d if ic a r , l ib id o d e m a s ia d o f lu i d a y d e m a s ia d o v is c o s a : u n a v io le n c ia e n la s in t a x is , u n a d e s t r u c c ió n c o n c e r t a d a d e l s ig n if ic a n t e , s i n s e n t i d o e r ig id o c o m o f lu jo , p o l iv o c id a d q u e f r e c u e n t a t o d a s l a s r e l a c i o n e s [ .. . ] E s t o e s e l e s t i l o , o m á s b i e n l a a u s e n c i a d e e s t i l o , la a s in t a x is , la a g r a m a t ic a lid a d : m o m e n t o e n e l q u e e l le n g u a je y a n o s e d e f in e p o r l o q u e d i c e , y m e n o s p o r l o q u e le h a c e s i g n i f i c a n t e , s i n o p o r l o q u e le h a c e c o r r e r , f l u i r y e s t a lla r e l d e s e o . P u e s l a lit e r a t u r a e s c o m o l a e s q u i z o f r e n i a : u n p r o c e s o y n o u n f in , u n a p r o d u c c i ó n y n o u n a e x p r e s i ó n » (Op. c it ., p p . 1 3 6 - 1 3 8 ). 385

« F u e a s í c o m o y o e m p e c é a e s c r ib ir lib r o s e n e st e r e g is t r o d e v a g a b u n d e o . D if e r e n c ia y r e p e t ic ió n y L ó g ic a d e l s e n t id o . N o m e h a g o i l u s i o n e s : s o n

lib r o s a ú n la s t r a d o s p o r u n p e s a d o a p a r a t o u n iv e r s it a r io , p e r o in t e n t o c o n e l l o s u n a e s p e c i e d e t r a s t o r n o , i n t e n t o q u e a l g o s e a g it e e n m i i n t e r i o r .

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Paco Vidarte

recerá de la escena el texto clásico, el Libro, la Obra así como el modo de lectura tradicional^®^. Se nos antoja que el placer del texto barthesiano encuentra en Deleuze/Guattari una leve inclina­ ción del lado del goce: «En vez de haber perdido no se sabe qué contacto con la vida, el esquizofrénico es el que está m ás cerca del corazón palpitante de la realidad, en un punto intenso que se confunde con la producción de lo real, y que hace decir a Reich: “Lo que caracteriza a la esquizofrenia es la experiencia de este

t r a t a r l a e s c r i t u r a c o m o u n f l u j o y n o c o m o u n c ó d i g o [ .. . ] D e s p u é s t u v o l u g a r m i e n c u e i l t r o c o n F é l i x G u a t t a r i, y e l m o d o e n q u e n o s e n t e n d i m o s , n o s c o m p le t a m o s , n o s d e s p e r s o n a liz a m o s e l u n o a l o t r o y n o s s in g u la r i­ z a m o s u n o m e d ia n t e e l o tr o , e n s u m a , e l m o d o e n q u e n o s q u is im o s . D e a h í s a l i ó E l A n t i- E d ip o , q u e r e p r e s e n t a u n n u e v o p r o g r e s o . » ( D E L E U Z E , 386

G .: C o n v e r s a c io n e s , o p . cit., p . 1 5 .). E s o m n ip r e s e n t e e st a d is t in c ió n d e d o s le c t u r a s , d e d o s t ip o s d e te x to y d o s t ip o s d e le c t o r e s . E n c ie r t o s e n t id o a m b a s s o n ir r e n u n c ia b le s y s i s e p r e f ie r e u n a a l a o t r a , l a a n t i e d í p i c a s o b r e l a e d i p i c a , p u e d e c o n t e m p l a r s e c o m o la v i o le n c ia n e c e s a r ia p a r a s a c u d ir s e u n y u g o s e c u la r . L a « c o n d e ­ n a » , p o r a s í d e c ir lo , d e l le c t o r e d ip iz a d o o e d ip iz a n t e , n e u r ó t ic o , a m ig o d e la le y y la v e r d a d s e h a r á e n n o m b r e d e a q u e llo q u e s ie m p r e h a s id o s o t e r r a d o y e x c lu id o , r e c o n d u c id o a l s e n t id o o r e c lu id o e n n o m b r e d e l s e n t id o . \ S in e m b a r g o , a m b a s le c t u r a s c o e x is t e n , d e s d e lu e g o n o p a c íf ic a : m e n t e y d e s d e lu e g o c o n u n n iv e l d e f r ic c ió n p o lí t ic o n a d a d e s p r e c ia b le . ) A f ir m a r q u e e x is t e o t r o m o d o d e le e r y o t r o m o d o d e e s c r ib ir , a lo s o jo s d e l le c t o r n e u r ó t ic o

s ó lo

puede

se r v is t o

com o

r e v o lu c io n a r io

y

d e s e s t a b iliz a d o r d e u n a je r a r q u í a e n t r e le c t u r a s h o n d a m e n t e a r r a ig a d a : « H a b r ía c o m o d o s g r u p o s , lo s p s ic ó t ic o s y lo s n e u r ó t ic o s , lo s q u e n o s o p o r t a n la e d ip iz a c ió n y lo s q u e la s o p o r t a n e in c lu s o s e c o n t e n t a n c o n e l l a , e v o l u c i o n a n d o e n e lla . A q u e l l o s s o b r e l o s q u e e l s e l l o e d i p i c o n o p r e n d e , y a q u e llo s s o b r e l o s q u e p r e n d e » ( D E L E U Z E , G . y G U A T T A R I, F . : E l A n t ie d ip o , op . cit., p . 1 2 9 ). S ó lo q u e D e le u z e / G u a t t a r i n o s e c o n f o r m a n

c o n e s t a b le c e r s i n m á s u n a s im p le o p o s ic ió n , n i d o s c o m p a r t im e n t o s e s t a n c o s e n t r e le c t u r a s y t e x t u a lid a d e s im p e r m e a b le s . E n t r e e lla s p u e d e d a r s e , s e d a d e h e c h o , u n a c o n t a m in a c ió n : « S e r ía in e x a c t o g u a r d a r p a r a la s n e u r o s is u n a in t e r p r e t a c ió n e d ip ic a y r e s e r v a r a la s p s i c o s i s u n a i n t e r p r e t a c i ó n e x t r a - e d ip ic a . N o h a y d o s g r u p o s , n o h a y d i f e r e n c i a d e n a t u r a l e z a e n t r e n e u r o s i s y p s i c o s i s . P u e s d e c u a l q u ie r m o d o la p r o d u c ­ c i ó n d e se a n t e e s la c a u s a , c a u s a ú l t i m a y a d e l a s s u b v e r s i o n e s p s i c ó t í c a s

q u e r o m p e n a E d ip o o lo s u m e r g e n , y a d e la s r e s o n a n c ia s n e u r ó t ic a s q u e l o c o n s t i t u y e n » {Op. c it ., p . 1 3 2 ).

¿Qué es leer? La in v e n c ió n del texto en filosofía

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elemento vital,... en lo qüe concierne a su sensación de la vida, el neurótico y el perverso son al esquizofrénico lo que el sórdido tendero al gran aventurero” Dicho escolarmente y dentro de un trasfondo psicoanalítico silvestre, el lector de Barthes es perverso, mientras que el lector deleuziano se deja caracterizar por el personaje conceptual del esquizo o del nómada. Repetir esto así sin m ás no tiene m ucho interés si no se aclara u n poco qué se quiere dar a entender con ello. Lo que prima aquí es la relación de uno y otro lector con la ley, la ley del texto si se quiere, la ley del sentido, la ley de la castración, la ley del lenguaje. Porque no hay m ás ley que la del sentido y el sentido de la ley. Y las consecuencias a la hora de la lectura de uno y otro modo de desobedecer la ley o de jugar con eUa. El lector perverso, ya lo vim os, trampea, salta de u n lado para otro, obtiene placer sin quemarse los dedos con el goce, coquetea con la transgresión, sin in c u irir nunca en una violación flagrante de la ley, escandaliza por su alegre desparpajo frente a los textos. El lector esquizo hará gala de una estrategia algo diferente, que a ojos del perverso barthesiano puede parecer menos sutil, m ás arriesgada, proclive a ^ confrontación abierta y a la ruptura: qs un lector quizá «fuera de la ley», lector antiedípico, esto es, indómito a la interpretación, a la metaforización, a la traducción, taxonomía y clasificación de su producción textual bajo la Ley del Texto que quiere ver hecha añicosí)