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Hernán Dávila Hernández El Violín Roto El Violín Roto Crónicas de un luthier incomprendido Hernán Dávila Hernández 1

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El Violín Roto

El Violín Roto Crónicas de un luthier incomprendido

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Allegrovivace 10º Aniversario 1999 – 2009

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El violín Roto Crónicas de un luthier incomprendido

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La presente obra fue escrita en un solo día con motivo de la celebración del 10º aniversario de Allegrovivace, taller de lutheria

© Hernán Dávila Hernández Inscripción en trámite Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo el mundo ©Allegrovivace, taller de lutheria Monjitas 879 dpto. 1206, Santiago (Chile) www.allegrovivace.cl [email protected] Portada, diseño de interiores y composición: Hernán Dávila Hernández Primera edición: Marzo de 2009 Edición Digital

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del Autor

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A mis hijos Alvaro y Javiera, a mi polóla Vanessa y en agradecimiento a mis maestros Baërbel Bellinhausen y Tobias hepp

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Cualquier semejanza entre esta obra y hechos, situaciones o personas de la vida real es simplemente coincidencia.

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ÍNDICE

Prólogo Tripas de gato El coleccionista El violín destemplado El trino del diablo El Guarnerius del Gesú Jardín de infantes

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Prólogo Los sueños, las ilusiones, los proyectos están ahí siempre y están para ser concretados... Recuerdo que mi primer acercamiento a este mundo maravilloso de la música y la lutheria se debe a una especie de conección etérea, con sensaciones del ambiente en que deambulo por allá por el año 1994. Cosas en la calle, sensaciones en el aire, sonidos casi imperceptibles, eventos anunciados por la televisión, etc. Un día caminando en dirección a una feria de abarrotes, cerca de mi casa, con la mirada perdida en el suelo y mi mente dispersa en busca de un cambio en mi vida veo a lo lejos, justo a la orilla de la cuneta, junto a muchos restos de basura, algo parecido a un clavijero de violín. Lo vi de color marrón, brillante como recién barnizado. Me incorporo rápidamente y me acerco como un niño a recoger su pelota nueva y entusiasmado con mi descubrimiento lo tomo con mis manos. Súbitamente mi tesoro sufre una inesperada metamorfosis, invadiendo mis manos y luego parte de mis brazos lo que me produce un escalofrios en todo el cuerpo, como anticipándome un buen augurio. Luego todo mi interés decae ante la decepcionante experiencia... Milles de hormigas comienzan a dejar al descubierto el engaño a mis ojos ingenuos. Lanzo con fuerza la antes preciada pieza y curiosamente cae y se acomoda de la misma forma que me cautivara inicialmente, como burlándose de mi inteligencia. Miro con desconfianza nuevamente y sigo viendo la pieza de violín, esta vez sin su barniz. Estupefacto e incrédulo y segado por la curiosidad me acerco nuevamente, pero esta vez más consiente y precavido. _ Caprichos de la naturaleza digo, justificando mi incauta fascinación por el objeto. Se trataba de un hueso de cerdo que por un lado tenía la forma de espiral en su extremo, similar a la voluta de los violines. Decido entonces conservarlo para compartir la anécdota a mis amigos. Llegando a casa lo limpio escrupulosamente mientras fluye la inspiración... ¡Construir un violín!, por que no, si un amigo hizo una guitarra con restos de un embalaje. Mi violín tendría el clavijero de hueso. Solo un problema, este serviría por un costado solamente. Al día siguiente, fustrado por el inconveniente busco una fotografía de un violín en mi diccionario ilustrado y solo encuentro un gráfico pequeñísimo en blanco y negro. De todas maneras decido a iniciarme en el arte de la lutheria, poniéndome en campaña inmediatamente a recopilar material e información. Durante la noche, mientras trabajo en mis pinturas, oficio al que dedique algunos años de mi vida, cambio la emisora de radio y me detengo en una música que me eriza la piel, una obra para violín solo de paganini, la sonata “Napoleone”, concebida para la cuarta cuerda. Aumento el volumen del aparato y comienzo a entrar en una especie de trance que permanece hasta el día de hoy en mi mente. Se trataba de un programa especial dedicado a Paganini, lamentablemente el locutor despide el programa, luego de contar la conocida anécdota del virtuoso y el cochero quien le cobrara más caro de lo normal, solo por ser Paganini y éste le responde que, si él conduce su carruaje en una sola rueda, el gustosamente le pagaría la tarifa puesto que el toca su violín en una sola cuerda. ¿Coincidencia, casualidad o causalidad?, de todas formas no logro conciliar el sueño al acostarme, pensando en como sonará el instrumento que aún no comienzo...

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Capitulo I

Tripas de gato Comenzaba a tomar forma el primer esperpento con forma de violín, hecho de madera de palo, solo tres cuerdas de nylon de pezca y ¡entrastadura! como las guitarras. El “arco” ni hablar, una vara de coligue y de crin hilo de volantín. Todo listo y dispuesto con mis manos sudorosas me dispuse a tocar las conocidas “Czardas de Monti” y al instante quedo al descubierto mi ingenuidad. Tozudo como una mula voy a la “Casa Amarilla” en busca de la partitura y para mi sorpresa, veo en la vitrina un instrumento de verdad, muy pero, muy diferente al mío; entonces, rápidamente consigo un lápiz y comienzo a copiar las formas y desarrollo sendos planos con apuntes de todo lo que mis ojos pudieron ver más la información que logro recabar del vendedor. Muy entusiasta y más decidido llego a mi hogar a iniciar la construcción de mi segundo “violín”. Cuando lo termino, esta vez con cuerdas de verdad ¡suena! y hasta le puse el una alma como dijo el vendedor y froté con pezcastilla los crines que le compré en la feria de abarrotes a un verdulero, quien amablemente corto insitu de la cola a su caballo la cantidad que yo estimara para tan noble cometido. De pronto olvide por unos días mi trabajo, intentando sacar alguna melodía del austero instrumento y en los descansos recorro el dial en busca de música para violín y cada vez que encuentro algo mi fascinación por el instrumento aumenta. Las primeras obras que me atrapan son: “La Sinfonía Española de Laló” y “La Campanella de Paganini”. Luego de unas semanas y más familiarizado con mi juguete, decido refrescar la memoria con los pocos conocimientos de música que me entregó el colegio y me dirijo a la tienda de Margarita Frideman, ubicada en calle Mac Iver, a comprar mi primera partitura. Husmeando en la tienda veo unas partituras en oferta y me aferro a la obra que conocí recientemente, la Sinfonía Española,partitura que pago encantado y me retiro con una sonrisa que dura hasta llegar a casa. Estaba todo perfecto hasta ese momento, pero mi esposa comenzó a reclamar por mi obsesión y el ruido del inocente aparato. Claro, tenia toda la razón, no sonaba bien la cosa. Esa misma semana, caminando por el paseo Ahumada escucho a la distancia el sonido de un violín y me acerco apresuradamente y me quedo contemplando al músico y lo espero pacientemente para interrogarlo con las más diversas preguntas. Se trataba del violinista Sergio Israel, con quien iniciamos una interesante amistad. Este me explicó que los instrumentos que yo había oído en la radio eran los famosos Estradivarius, y por eso su sonido era perfecto. Además me decía que, el barniz era una receta que se llevó a la tumba y probablemente era al aceite; además, las cuerdas eran de tripa de gato. Solo esos datos bastaron para transformarme en un loco recolectando las más variadas resinas que encontrara en el mercado y exprimir a los abuelos la información de barnices de antaño. ¡Un gato necesito!, un gato muerto por supuesto, para sacarle las tripas, eso es y encargo a los vecinos y amigos cualquier información. Siempre atropellan gatos por la avenida y suerte la mía unos niños me dan el dato a cambio de unos pesos que pago encantado. Salgo rápidamente de mi casa acompañado por una pandilla de unos ocho muchachitos curiosos que me siguen ávidos de aventuras y me hacen las preguntas más inverosímiles por el camino. Una vez en el lugar me doy cuenta que el cadáver tiene ya algunos días y está putrefacto pero es lo único que tengo a mi alcance y es la oportunidad que esperaba 2

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para hacer cuerdas a mi violín, el que sonaría igual a un Estradivarius. Una vez en casa, logro deshacerme de los chicos y aprovechando que mi mujer estaba aún en el trabajo, improviso en el patio un quirófano con sendas bolsas de plástico, un pañuelo que cubre mi nariz y en mi mano un cuchillo corta-cartón, como en un triller de Jack el destripador. Sin saber nada de nada de lo que estaba haciendo, desmenuzo minuciosamente el animal y extraigo cuidadosamente sus entrañas en medio del hedor; luego, deposito las tripas en un tiesto con agua especialmente preparado y me apresuro a eliminar muy lejos los restos en bolsas plásticas. A esas alturas mi estomago ya casi no resistía los espasmos. Una vez alejado de la inmundicia lavo mis manos una y otra vez, luego fumo un cigarrillo para calmar los nervios pues, ya comienza el crepúsculo y pronto llegará mi señora del trabajo por lo que debo apresurarme. Sin idea de lo que sigue, se me ocurre que lo mejor será cocer las tripas antes de cortarlas y retorcerlas para el posterior “curtido”. Improviso una pequeña fogata en el patio y en un tarro grande, de esos leche en polvo, cocino por media hora mi ilusión al tiempo que escucho un cassette que grabé con el concierto nº 2 de Pagannini, “La Campanella”. Trastornado por la macúmba, me veo tocando la obra con el engendro que estoy creando, hasta que el timbre de la puerta me despierta del ensueño. ¡Mierda es mi señora!, ¿que hora es?. Le abro la puerta con una cínica sonrisa, como si nada pasara y me dice: ¡_ Que estái haciendo huevón!, ¡Que es ese olor tan hediondo, que está pasada toda la casa !. Nada, nada le respondo, tomo un poco de aire y le explico nerviosamente que estoy haciendo cuerdas para mi violín sin entrar en detalles. Con su mirada desconcertada y la mueca característica frente a la hediondés vuelve a interrogarme: _¡Pero que haces! Un experimento, le respondo. Un amigo me contó que las cuerdas de los Estradivarius son de tripa de gato y eso hago para que mi violín suene como el que escuchamos en la radio. _Pero eres tonto o te haces, y como se te ocurre hacerlo en la casa y ¿porqué está tan hediondo? No tuve más remedio que contarle la verdad... En fin, esa noche fue imposible dormir en el hogar y tuvimos que irnos a casa de mis suegros y al día siguiente, descubro el fracaso pues, la cocción al parecer, no era la forma correcta y solo obtuve una especie de fideos gordos que se cortaban solos y un caldo nauseabundo. Todo a la basura incluyendo las toallas, mi ropa y la ropita de mi hijo que estaba en el tendedero y que quedaron impregnadas a gato podrido.

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Capitulo II

El Coleccionista Con el tiempo hice varios instrumentos de prueba, los que fueron mejorando poco a poco y construí unos veinte violincitos 1/32 con su respectivo estuche y arco los que vendí a mis amistades y a gente que le llamaba la atención cuando los tocaba en el “Barrio Bellavista” , a donde me dirigía la dibujar los fines de semana por la noche. Instalado con mi atril y las muestras de mis retratos cada viernes y sábado comenzaba tocando algunas cosillas populares que atraían la atención de los paseantes. Hice muchos amigos con la novedad y compartí mi experiencia con los artesanos del lugar. Siempre escapando de la policía, pues no tenía permiso para trabajar, alternaba entre la Plaza de Armas y Bellavista con mis retratos. Eran años difíciles y había que rebuscárselas en cualquier cosa. Mis pinturas no se vendían con mucha frecuencia así que en la semana, por las tardes, dibujaba en la plaza por unos pocos pesitos y así poder parar la olla en el hogar. Para hacer la espera más entretenida tocaba mi violincito con frenesí cuando lograba “sacar” alguna melodía como por ejemplo, la Danza Húngara Nº 5 de Brams” primero con la aprobación de mis colegas de arte, quienes disfrutaban los alegres chillidos del instrumentito y luego su repudio pues los comencé a aburrir con la tontera. Un día de esos tristes de otoño, cuando se oscurece más temprano que de costumbre y ya no queda nada más por hacer pues la gente se retira a sus hogares, me encontraba muy depresivo, sin dinero. La temporada turística ya había terminado y nadie se retrataba, comenzaba el viento helado y las primeras lluvias lo que dificultaba aún más las cosas. Me refugio bajo el toldo del restaurante Faisando'r en donde me arrimaba frecuentemente a tomar un cafecito. Melancólico saco del pequeño estuche mi violincito regalón y trato de tocar la “Meditación de Tais” , con un nudo en la garganta por la dificultad económica y la incomprensión de mi pareja, afloran las primeras notas amargas por la desdicha ,hasta que de pronto irrumpe un interlocutor: _¡Fa sostenido!, es un fa # (1)y tu estas tocando un fa natural. Me doy vueltas sonrojado y me disculpo diciendo que no soy músico, que estoy estudiando. El tipo es rancio y tiene pinta de aristócrata, pero de mirada afable. El perfume francés que lleva puesto delimita claramente su metro cuadrado, como un campo de fuerza permeable. Usa una barbilla corta muy bien cuidada, como si se la hubiera dibujado con un marcador. Viste una chaqueta cruzada azul marino con botones dorados y una pañoleta color granate y pantalones grises. _¡Yo tengo oído absoluto! y me molestan las notas desafinadas. Me increpa. Le pido nuevamente disculpas y contesta: _ no te preocupes, hay músicos que trabajan en la sinfónica y se desafinan. Me invita a compartir un café en su mesa, para conversar de violines, me dice y acepto 4

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encantado. Me da su mano ceremoniosamente mirándome a los ojos con un gesto de nobleza y me dice con mucha pompa: _Mi nombre es “Carlos Araya Tagle”, soy coleccionista internacional de violines y tengo la colección más grande de Estradivarius del mundo. ¡Guau! le respondo y me vuelve el alma al cuerpo como dicen. Sorprendido hago una pausa pues la emoción me superan y le digo ¡Un Estradivarius! y el me responde con un tono de soberbia: ¡Catorce!, tengo catorce Estradivarius, tres Guarnerius del Gesú, dos Amatis, un Giofredo Cappa, un Sanctus Seraphin, dos Guadaggnini, un Genaro Gagliano entre otros. Sin entender de lo que me hablaba le respondo tímidamente que conozco solo los Stradivarius aunque nunca vi uno, ni siquiera una fotografía. _ Yo soy el dueño del “Carlos Dancla” y del violín de “Menuhim” me dice y me cuenta que los arrienda y los presta a los grandes virtuosos que son sus amigos y lo miro con sorpresa y admiración. Luego con un gesto de curiosidad y gentileza al mismo tiempo me dice: _¿Me permites ver tu violín? _Esto es 1/32, ¡un violín para bebé! El más pequeño que tengo en mi colección es 1/16. _Te ofrezco USD$20.- (veinte dólares americanos) por el violín. Abre su billetera de donde deja entrever un fajo de dólares como tentándome. En ese momento yo no tenía idea alguna del valor del dólar, solo tenia conocimiento de los dólares por las películas. Me pareció una oferta irresistible e inmediatamente acepté la proposición. Con una pícara y diplomática sonrisa lo toma en sus manos y me cuenta su plan de hacerle un pedestal para lucirlo entre sus violines. Lo voy a lucir con mucho orgullo en mis giras me dice, pues es el trabajo de un chileno. Muy contento con el golpe de suerte, seguí charlando con este personaje por varios minutos sobre música y violinistas famosos que yo no conocía y finalmente nos despedimos con el compromiso que me mostraría su colección algún día. Luego se marcho lentamente en dirección a la calle puente hasta que lo perdí de vista con el pequeño estuche bajo su brazo. No podía creerlo, había vendido mi violincito ¡en dólares! Tomé mis equipo de pintura y regresé a contarle la buena nueva a mi familia. Al llegar lo primero que hago, es contarle a mi señora que vendí el instrumento en USD$20.- y esta me responde alterada: _Hernán, eres muy huevón, te estafaron, ¿sabes cuanto son veinte dólares?, son apenas quince mil pesos. Bueno, no sabía, al menos tenemos algo para comprar mercadería ¿o no? le dije y me fui a encender la radio para escuchar mi emisora favorita. Pasó un tiempo hasta que reaparece éste personaje en escena, solicitándome la construcción de otro instrumento, esta vez para un regalo. Un poco más seguro, le dejo en claro que tendría otro precio el cual acepta sin problema y se justifica que la compra del primero solo fue para incentivarme. Conversamos un par de horas y aprovechó de contarme algunas historias de músicos chilenos, entre una de ellas la historia de Pedrito Dandurain, del cual se sentía orgulloso por haber sido un destacado violinista en el extranjero y además se jactaba de haber rescatado su violín en una subasta en New York. Es un instrumento que no puede estar fuera de Chile, se lo merece pues ha sido el único violinista chileno que dio que hablar en el extranjero y por eso lo tengo en mi poder, argumentó, inflando su pecho con actitud. Luego antes de despedirse, ofreció mostrarme su colección siempre y cuando le terminara el encargo. 5

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Cuando tuve terminado el violín me dirijo a la dirección que me especificó detalladamente. Aun recuerdo como si fuera ayer la descripción del lugar: Vas a ver dos Mercedes Benz estacionados afuera y un deportivo rojo, ahí está mi taller de luthería en donde le hago mantención a mis instrumentos, me dijo. Recorrí la Calle Ortuzar pero el número no coincidía y toco el timbre donde veo el auto rojo que estaba con los neumáticos reventados sobre uno trozos de madera. Era lo único que se acercaba a la descripción. Luego de insistir reiteradamente para no perder el viaje y al menos vender mi trabajo veo abrirse un portón de madera en donde aparece cautelosamente Carlos provisto de una sobaquera como los gansters y un revólver en la mano, haciéndome señas con la mano, diciendo pasa, pasa rápido. Ando armado porque me acaban de asaltar y me robaron un maletín con dólares que tenía para comprar un arco a mi padre, un arco Lamy de contrabajo, me dijo. Una vez adentro del taller comienza mi fascinación nuevamente, sobre un mesón algunos instrumentos abiertos, algunos de ellos sin barniz y un sin fin de herramientas en el muro. Vi en un rincón un violonchelo, cosa que nunca había visto antes y me acerco a mirarlo de cerca. _Ése cello perteneció a Pablo Casal ... me dice desde lejos y yo ni idea de quien me hablaba, la cuestión es que estaba sorprendido por el tamaño. _ Entonces nunca has visto un contrabajo, me dijo. Me explicó que era ahí donde “montaba” sus instrumentos y en donde restauraba las piezas que obtenía en sus viajes al extranjero. Yo lo escuchaba mientras escudriñaba los rincones de su atelier, obviamente curioso por las herramientas que no conocía: gubias, medidores de alma, espejos de inspección, linternas diminutas, cuchillas y lo más fascinante, los cepillitos en miniatura. Cuando ya me ve más relajado me hace pasar a la sala para que le enseñe mi último trabajo. ¡Maravilloso!, exclama, sin duda corresponde a un modelo Estradivarius de 1716, pero en miniatura. El que hiciste antes se asemeja más a un Lorenzo Ventapanne. Yo sin entender nada asiento con la cabeza y le argumento que lo hice con mucho amor, inspirado por una melodía que se me grabó en la mente, la sonata Napoleone. Con desesperación me pide el diminuto arco para hacerlo sonar y luego me da su aprobación haciéndome una crítica: _Tienes que hacerlos con menos “carne” en los extremos para que “suene”, pero con el tiempo vas a ir mejorando, estos son tus primeros intentos. Le respondo con ímpetu que ya hice varios y ese es el número veinte. Luego de compartir un café y algunos cigarrillos me dice: _ ¡Hernán, te tengo una sorpresa! _¿Tu querías ver un Estradivarius, verdad? ¡Claro que si le respondo entusiasmado! Entonces me indica una puerta y me invita a entrar. La sorpresa fue mayor al ver la increíble cantidad de instrumentos acomodados uno al lado del otro sobre un piano de cola, otros sobre un sofá, otros sobre una mesa de comedor y el resto ocupando casi la totalidad del piso. No podía creer lo que mis ojos estaban viendo, no sabía por donde empezar a mirar. Por lo menos habían unos cien violines. Entonces dándose cuenta de mi sorpresa me exclama: _ ¡Tengo más!, en el segundo piso tengo más instrumentos pero no puedo bajártelos todos, solo bajé los más interesantes. Mira comencemos por éste, es una linda pieza, italiana por supuesto, de 1904, es un Lechi, un autor no muy conocido y este otro es un Scarampella , también italiano que suena como los dioses... Este otro un Leandro Biciach y así sucesivamente me los enseña hasta llegar sus preciadas reliquia: los Estradivarius, los Amatis, Los Guarnerius del Gesú. De este último me contó la fascinante 6

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historia de este constructor que fue recluido en el convento del Gesú por haber quitado la vida por accidente a un parroquiano en una taberna y al cual Antonio Stradivarius le proveía de maderas y materiales para la construcción de sus violines, los que hoy son más cotizados por poseer un timbre melancólico y soberbio a la vez. Todo un festín para mis sentidos, estaba inserto en el paraíso mismo de la lutheria. Ya mas calmo de tremenda impresión, este señor sigue sorprendiéndome, esta vez encargándome el barniz nada menos que de uno de sus Estradivarius que tenia en blanco, pues le gustó muchísimo el barniz que le di al violincito que me pidió. Luego de un acuerdo económico, me acompañó a la puerta y me instó a dedicarle paciencia y mucho cuidado a su “bebe” como los denominaba..

Capitulo III

El violín destemplado Compadre, están tocando un violín en el paseo Ahumada, anda al tiro, yo te cuido las cosas, me dijo un amigo que llegó acalorado con la noticia, era mi amigo “El Leo”. Inmediatamente corrí en dirección al paseo Ahumada, hasta que comienzo a percibir los sones de un violín destemplado por la humedad del ambiente y el charrasqueo de una guitarra. Sobre unos peldaños, refugiados en un pórtico de una galería para protegerse de la llovizna y para aumentar la acústica de los instrumentos, escucho las melancólicas notas de una voz. “Silvio”, sentado en el suelo en un peldaño con su guitarra comprimida al pecho como tratando de controlar la emoción y cantando:: “Óleo de Mujer con Sombrero” , de Silvio Rodriguez y de pié acompañando con un agitanado vibráto, Sergio, con su violín destemplado. El primero impostándo su voz, la que parecía estar a punto de llegar al clímax de su pasional emoción, las venas le sobresalían del cuello por el esfuerzo, muy en contraste con la palidez casi marmórea del violinista que permanecía impávido, ausente, como entidad fantasmal de otra época, vestido completamente de negro, lo que acentuaba aún más su rostro fatigado y entumecido por el hielo de la noche y protegía sus manos con unos guantes de lana recortados . Frente a ellos una vieja funda de guitarra con algunas monedas y enmarcando la escena un hemiciclo de espectadores quienes los escuchaban atentamente. Alguna pareja refugiada ante la escena romántica de la noche, otros sentados en posición de loto como haciendo reverencia al compás de la música, un hombre tambaleándose por el alcohol, observador respetuoso que daba las últimas aspiradas a un cigarrillo y yo tratando de “ver” lo que mis oídos escuchaban, haciéndome espacio para lograr la primera fila, creyendo tener más derecho que el resto de estar ahí... Mientras los oía me preguntaba por qué me emocionan estos tipos: Será la letra de la canción que me identifica, será la noche, o será que he oído esa “voz” que sale del violín en otra parte, en otra vida tal vez. La cosa es que sentía una conexión mágica con esos sonidos, era como si un alma me hablara de adentro del instrumento y solo la escuchara yo. Disimuladamente miré a mi alrededor para observar la actitud del resto y sin duda algo había que reflejaban en sus lánguidas miradas y como si se repitiera la historia del flautista de Hamelin, seguían acercándose con un silencio sepulcral para para 7

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no interrumpir, como hipnotizados por la música. Al finalizar la última nota sostenida y casi perdiéndose en el infinito, estalla espontáneamente el aplauso y me transporto de otra dimensión súbitamente a la peatonal. El tintinear de las monedas arrojadas en la funda de la guitarra, da la pauta como obertura a otro movimiento. Nuevamente el ajetreo de los transeúntes de calle Ahumada dan inicio a otra música, el ritmo desordenado de la ciudad matizándose con la lluvia que comienza a caer junto con la oscuridad de la noche. Mientras mi amigo se acerca apresuradamente a darme un abrazo y me dice: _ Me fue super bien compadre, espérame un ratito y nos vamos a tomar un café a la plaza, estoy entumido de frio. Ya po' le contesto, pero apúrate que me están esperando en el puesto, le dejé mis cosas encargadas a un amigo que te quiero presentar. “El Leo”. Al llegar al boliche, mi amigo Leo se sorprende al verme con el violinista y “El Silvio”. Los presento con aire de autosuficiencia y Sergio me cuenta como estuvo su día y lque ha terminado con su novia. Silvio por su parte pide una cerveza argumentando que está muy cansado y se retirará pronto. Leonardo se emociona al máximo con la velada que es prometedora y no deja que se valla sin pedirle una canción, mientras los músicos se miran con un gesto de aprobación deciden el tema que interpretarán, mi amigo insiste, se pone nervioso y llama a la camarera y les dice: _pidan lo que quieran, yo invito, insiste, pero no se vayan todavía. Si hacerse problema alguno, le preguntan si quiere escuchar algo especial y antes de que termine la frase, Leito les pide un tango, por favor, “Por una Cabeza”. La primera nota y ya las miradas de otras mesas asechan expectantes mientras comienzan a aproximarse los curiosos de siempre, como formando una pared humana que nos protege del frío, pero el aguacero que se aproxima es implacable y Leonardo mira con cara de circunstancia en todas direcciones como esperando un milagro divino, al mismo tiempo que se desanima al ver que la gente comienza a retirarse para refugiarse de la tormenta. Yo excuso a los interpretes, las palabras sobran... Ya habrá otra oportunidad de Compartir Leo, le digo lamentando el infortunio. Recuerdo muchas noches de juerga con Sergio con el, recorrimos por la noche los bares de Santiago, él tocando su violín mientras yo hacia retratos al carboncillo. Compartimos muchísimos cafés especulando y planeando experimentos para mejorar el sonido de su violín. Generalmente después de terminar la presentación callejera, nos reuníamos con Sergio y en muchas oportunidades hicimos locuras como por ejemplo, “probar violines” casi de madrugada en el portal de algún edificio comercial y así detectar sonidos especiales o ruidos molestos en el instrumento. El alma de su violín terminó por perforar la tapa de su instrumento de tanto mover de un lado a otro en busca del sonido perfecto. Otras veces mientras el tocaba me hacia caminas varias cuadras para poder saber los límites del sonido de su instrumento el que se confundía con los ladridos de los perros callejeros hasta que un día caminé hasta la Alameda y lo dejé tocando solo, hacia mucho frío y estaba más cerca de tomar la micro. Angustiado regresé a casa... Espero que me perdone alguna vez.

Capitulo IV

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Trino del Diablo Como artista plástico comencé a presentar otra propuesta mezclando el mundo de la música clásica con la pintura que hasta entonces hacía. Una vez tuve la ocurrencia de pintar un violinista endemoniado, con su pelo desordenado, la mirada hipnótica hacia el espectador, dos cuerdas cortadas enroscadas como espiral, todo esto en un fondo rojo muy encendido y las partituras en llamas esparcidas por el suelo. Todo un torbellino demencial que expuse en la Plaza de Armas, junto a mis retratos. De pronto se me acerca un señor muy flemático y circunspecto y me dice: _ Eso es el “trino del diablo”. Lo que Ud. ha pintado es el “Trino del Diablo de Tartini” señor. Y le respondo amablemente que yo lo titulé: ”El Violín Conduce A La Locura”, pero el insiste y me repite: el trino del diablo, eso es el trino del diablo. Y comienza a darme una suerte de cátedra de historia de la música , haciendo referencia a este virtuoso y luego continuó hablándome de violinistas famosos sin dar oportunidad de irrumpir en el monólogo. A darse cuenta de mi molestia, me preguntó que me motivó a pintar semejante cuadro a lo que respondí que era lo que en ese momento pasaba por mi mente. Un caos de ideas y emociones desbordadas por la pasión y la avidez de información y la incapacidad de asimilar lo aprendido en pocos días. Sonríe despectivamente al saber que estoy estudiando La Sinfonía Española y me increpa diciendo que esta seguro que no puedo tocar una sola nota afinada, ninguna. Entonces saco mi violincito y le intento mostrar lo que puedo hacer y súbitamente me quita el instrumento diciendo: _Esto no es un violín, esto es un Pochette; es decir, un violín pero de bolsillo que usaran en cierta época para dirigir el ballet. Notable fue su curiosidad de todas formas, puesto que el violincito era realmente pequeño y luego hizo la pregunta de rigor por lo que le respondí que era de mi construcción y que no era el primero que hacia. Luego me felicitó escuetamente para referirse a su luthier, Harald Broscheck a quien consideraba el único luthier en chile. Luego dándose cuenta de mi interés en el tema ofrese ayudarme dándome unas clases en mi casa a cambio de aumentar la cejilla original de su Carlo Tononi. Finalmente me pide el teléfono y asegura llamarme para el arreglo. Pero toque, toque algo y se aleja burlándose diciendo: _ le dije, le dije que ése era “el trino del diablo” ...

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Capitulo V

El Guarnerius de Gesú Como de costumbre cada tarde llegué un día a trabajar a la plaza y me encuentro con la sorpresa que un Sr. me estaba esperando. Era de rasgos indígenas y una larga cola de pelo hasta la cadera, vestido con atuendos que nunca antes vi, al parecer era uno de esos flolcklorista que tocan en la calle. Alguien al parecer le dio el dato que yo era violinista y seguramente me confundió con Sergio. Se me acerca cautelosamente con un paquete hecho de papel periódico y me dice al oído muy despacio, como si estuviera traficando algo: _vendo un violín amigo, es muy antiguo y adentro tiene una etiqueta que dice: Joseph Guarnerius del Gesú 1740. _ Me dijeron que Ud. tocaba violín y que a lo mejor podía comprármelo. Puedo verlo, para ver si me interesa, le pregunté con aire de conocedor y el me responde que es un violín caro porque es antiguo. Mi curiosidad aumenta mientras mi estómago y las rodillas me delatan ;pues se trata de una pieza de colección, como los de Carlos Araya. Trato de reponerme controlando la situación y le pregunto tratando de mostrar poco interés en cuanto lo vende y me responde un poco asustado delatando su intención de jugar a ganador. Quiero $300.000.- me dice a secas tratando de mantener fría su mirada. Me siento en una mesa del restaurante y le insisto que tome asiento para inspeccionar el codiciado objeto. Preparo mi mejor y más falsa cara de desacuerdo antes de desenvolver el paquete para no despertarle sospechas. Tomo el Guarneri del mango como el mejor experto y con la otra mano aprieto nerviosamente mi barbilla, balbuceando solo emes: mmmm, ummm, ¡mmm! 10

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_ Está bien deteriorado el barniz, le acoto y además le faltan todas las cuerdas y las clavijas. Eso me va a aumentar el valor si lo compro, no está muy barato que digamos. _ Mírele la etiqueta adentro, es re antiguo. Me dice, es del 1740. Titubeo con mi estrategia, ya que se puede llevar la pieza, pero me la juego para bajar el precio. Estoy pasando un pésimo momento económico y no se de donde sacar esa cantidad. Además no se presentan oportunidades como esta todos los días, siento que tiene que ser mío, por algo llegó a mis manos, debe ser un regalo divino... Solucionaría todos mis problemas económicos. Además este tipo no tiene idea de lo que tiene y está puro especulando con el precio, que hago, Dios mío, ¡ayúdame!. Me la juego y le ofrezco la mitad. Me quedo pensando mientras mis manos y mi frente comienzan a sudar por el estrés. _pucha que hace calor amigo. _ Sabe que, _ Le puedo ofrecer $150.000 no más, hay que hacerle muchos arreglos a esta cuestión. Me mira con desaliento y me responde: _Lo que pasa es que nos robaron los charangos y necesitamos comprar dos con mi hijo para trabajar ya que vamos viajando p'al norte. ¡Uf ! le respondo, desahogando el martirio al mismo tiempo que siento el eco a mis plegarias. Inmediatamente la respuesta maestra. _ Pucha y como no me dijo antes. Viendo invertido el marcador, ya me siento triunfante y estoy sereno dominando la situación. _ Yo soy luthier y le puedo hacer los charangos por el violín. Me respode: _ Lo que pasa es que yo quiero los charangos de naranjo. _ Pero eso no es un problema amigo, tengo un tronco de naranjo sequito en mi casa y le puedo hacer el modelo que quiera, y si quiere le puedo tallar un cóndor o un águila de llapa. _ Podría ser, me dijo, no está mala la idea, pero tendría que darle yo el modelo. ¡Puta, por fin! Es mío el Guarneri me dije. Cuando le cuente a Sergio se va a querer morir. Mire, le dije, aquí esta mi dirección y mi teléfono. Llámeme mañana para ponernos de acuerdo, pero lleve el violín porque si se arrepiente, ¿que voy a hacer con los charangos?. No se preocupe, me dijo, soy hombre de palabra y voy a ir mañana sin falta con un molde de arcilla para que empiece. Luego se despidió cortésmente y se retiró con el paquete perfectamente envuelto en los diarios. Apenas se perdió de vista me devoré tres cigarrillos seguidos, no podía creer. Serían horas interminables hasta que me visitara al día siguiente. Muy temprano por la mañana desmantelé por completo mi taller de pintura y lo disfracé de taller de carpintería con cuanta herramienta pude 11

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procurarme para darle un aire más adhoc para la ocasión. El tipo llegó puntualmente a la hora pactada y sin mayores rodeos me dejó el molde en arcilla aún fresca con las indicaciones pertinentes y el Guarneri en el mismo envoltorio del día anterior. Acordamos una semana y media para entregarle los charangos y con la condición de que el le comprara las cuerdas. Esperando que tomara la micro, me fui inmediatamente al centro a gastarme los últimos ahorros en cuerdas y accesorios para armar el instrumento. Imposible esperar, hasta mañana. Yo era el segundo poseedor de un Guarnerius del Gesú en Chile y necesitaba oír su voz apagada por el olvido. Mantuve por varios días el secreto celosamente guardado, hasta que cumplí con el compromiso. El violín sonaba de maravilla, muchísimo mejor que el de mi amigo. Apenas me desocupé con los charangos me enclaustre a estudiar en mi taller, obsesionado por la Sinfonía Española y no paré hasta que la espalda me pasó la cuenta. Pasadas las dos semanas reaparecí por la plaza en busca de mi amigo violinista al que encuentro en el lugar de siempre. Espero que termine la presentación y lo llamo a un lado para decirle que despache al Silvio, que quiero mostrarle una joyita en privado. _ Que tení ahí huevón, ¡te hiciste un violín 4/4! _ Tranquilo, mejor que eso, desocúpate y te cuento. Te espero en el café, pero anda solo por favor. Minutos después aparece y lo invito una cerveza, pero adentro del local. _ Compadre, no sabe n'a. Adivine lo que tengo aquí. _ ¿Te compraste un violín? _ Si pero no cualquiera. Míralo tu mismo. _ ¡Un Guarnerius!, huevón de donde lo sacaste, puta es un Guarnerius del Gesú. Sabí cuanta plata vale esto huevón. _ Si sé, pero no lo quiero vender todavía. _ Pero ¿como lo conceguiste?, ¿Es de tu amigo el Carlos Araya? y ¿cómo suena? _No compadre, es mío, se lo compré a un tipo que no tenia idea. En realidad se lo cambié por dos charangos. Yo mismo se los hice. ¡Huevón el violin suena la raja! _ Puta que tení suerte, me dijo esquivando la mirada, para dar un sorbo de cerveza a su apretada garganta. Me dio pena ver sus ojos como se empañaban primero de alegría y luego de rabia. Agachó la cabeza para ocultar el dolor y luego de un instante me mira más reflexivamente y sinceramente y me dice: _¡salud compadre, salud por el violín! y luego agrega: _ Puta amigo, yo me saco la cresta estudiando todos los días para ser mejor, tengo los dedos llenos de cayos y no tengo la suerte que tu tienes. _ Así es la vida, a veces un poco injusta, que le vamos a hacer, la suerte es de uno y no es de otro, pero yo soy tu amigo y te lo voy a prestar para que toques. Terminamos las cervezas y nos fuimos a la galería, donde probábamos siempre los violines y nos quedamos hasta el alba extasiados por el mágico sonido sin pensar en los riesgos de la noche, en compañía de alguno que otro curioso que se acercó a escuchar la extraña serenata. 12

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Una semana después me llama Sergio para contarme que conoció a un alemán y que está interesado en ver mi violín y al día siguiente me lo presenta. Me estaba esperando en una cafetería con él, quien me invitó a su negocio. No mostró interés alguno en mi y se limitó a desviar el tema a cada momento durante la conversación y antes de retirarse me entregó su tarjeta diciendo que estaría todo el día y que en la noche viajaría a Alemania por algunos meses. Al otro día estuve a primera hora con mi Guarnerius , simplemente por curiosidad, pues no pensaba vender todavía y me interesaba solamente obtener la información de un experto. Podría comprar una casa, un automóvil, pagar la educación de mis hijos, etc. etc. Sería el fin a mis de mis carencias, podría darme los gustos que siempre quise, irme de vacaciones con mi familia por todo un verano, entre otros sueños postergados. Pasaban los minutos y no me atendía, hasta que Gladys, la vendedora me ofrece un cafecito para hacer más amena la espera y sin preguntar si podía fumar en la sala, encendí un cigarrillo para calmar la ansiedad y la incertidumbre que me carcomía vivo , cuando en eso aparece Walter y me hace pasar a la oficina justificándose que estaba realizando una llamada internacional. Cómo está Hernán me dice amablemente, asiento por favor. Me gustaría ver tus trabajos, dime ¿que cosas has hecho?, restándole importancia al motivo principal de mi visita. Bueno, le respondí, yo soy solo aficionado, delatando mi bajo perfil. Hice un arco y se lo enseñé de inmediato y además hago violines 1/64 modelo Estradivarius de 1716. Tomó el arco sin darle importancia al resto de mi producción y llamó a Miguel, un archethier argentino el que lo examinó y dio su apreciación bastante neutral y acotó que estaba más cerca de ser un arco de viola que de violín por su peso. Luego sin darme oportunidad de interrumpir me ofreció la oportunidad de trabajar en su taller, diciendo que podría obtener una profesión en un corto tiempo con buenas expectativas económicas. Interesante me parece le respondí, tendría que pensarlo un poco. Todo va a depender de el sueldo le dije. Eso conversamos me dijo, podemos llegar a un acuerdo. En ningún momento se interesó por el violín y tuve que insistir para que lo mirara y me diera alguna referencia. Lo miró por delante, luego por atrás y finalmente se detuvo en el mango. Ni siquiera miró en su interior y me dijo: _ Mirá, Hernán, si no tuviera ese medio mango y estuviera con buenos accesorios de ébano, buenas cuerdas, un puente de calidad, podría llegar a costar, digamos unos USD$600.- y me lo devolvió amablemente. Perplejo lo miré a los ojos como tratando de descubrir algo más allá que lo delatara, lo invito a mirar al interior para que lea la etiqueta que dice Guarnerius del Gesú 1740 y me responde: _ Hernán, ¡es complicado...!, ¡como te explico!..., en Alemania se construyeron miles de estas copias después de la guerra y ya salían envejecidas de las fábricas. Mucha gente en todo el mundo cree haber encontrado un Estradivarius , Guarneri o un Amati y en realidad lo que tienen es solo un facsímile, una copia nada más como la que tu tienes ahí. Un hormigueo comenzó a recorrerme entero ruborizándome e incomodándome ante la tensa situación y sin más que decir me despedí de aquella autoridad avergonzado y antes de llegar a la puerta me dijo: _ Piensa lo del trabajo, estoy formando un equipo para el taller de lutheria. La próxima semana llegan los maestros que harán las clases. Podrás construir con la madera que corresponde y que nosotros traemos de Europa. Ok. le respondo, te llamaré en la semana por si me decido, un gusto en conocerte. Adios. Camine con las piernas temblorosas, por calle Merced en dirección a la plaza, invadido por la inseguridad y el desconcierto. Todos mis sueños fueron desapareciendo uno a uno mientras caminaba desolado, como la pompa de jabón que se revienta luego de unos cortos segundos de vida.

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Capitulo VI

Jardín de Infantes Ya incorporado en el nuevo empleo, quedo a cargo de Claudio Venegas quien era en ese momento el jefe de taller. De aspecto cordial y trato afable, siempre con su pelo corto y bien peinado con la partidura al lado. Un tipo correcto y de pocas palabras que solo se limita a hablar lo estrictamente necesario. Me muestra las instalaciones del taller y organiza mi trabajo y continúa en lo suyo. Que tipo más parco, solo quiero preguntarle por los violines que están en el estante, quiero saber si son antiguos, de autor o de fábrica. Están llenos de polvo, pareciera que llevaran muchos años guardados ahí, tal vez sean como los violines de Carlos Araya o ¡mejores! Paciencia, a la hora de colación voy a preguntarle si puedo mirarlos. No estoy acostumbrado a este encierro, he trabajado toda mi vida sin horarios y me siento ahogado, necesito tomar un café para despejarme, no estoy muy acostumbrado a levantarme tan temprano. 14

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_ Claudio, perdón, habrá alguna posibilidad de que me pueda preparar un café, no alcancé a tomar desayuno. _ Sírvase no más, Ud. sabe donde están las tacitas y el azúcar. _ ¡Muchas gracias! _ Claudio, perdón Ud. ¿cuánto tiempo lleva trabajando como luthier? _ Casi un año, en dos meses más cumplo un año acá. Pucha, tenía que sacarle las palabras con tirabuzón a mi compadre y la hora no pasaba nunca, ya me estaba desesperando y la chica de los arcos, la Pinto me tenia chato escuchando toda la mañana al grupo Abba. parece que era el único cassette que tenia y yo quería poner música clásica para escuchar violinistas. Cerca de la una de la tarde se me acerca Gladys para darme la bienvenida y me indica que puedo almorzar con ellos en la oficina. Le agradezco la gentileza pero me excuso justificándome con algún trámite y la verdad es que era tan tímido que me daba una vergüenza tremenda almorzar con gente desconocida. Escape airoso de la situación, al menos por ese día y me voy al cerro Santa Lucia a comer un sandwish que me preparara mi esposa. Me relajo en el pasto y aprovecho de fumar un cigarrillo mientras hago la hora, cuando de repente encienden las llaves de regadío del cerro y quedo empapado completamente. Que plancha, ahora si que la hice de oro. No se me ocurre ninguna buena excusa más que contar la verdad. Al llegar a la oficina me doy cuenta que todos traen su cocaví en un bolso y soy el único que se complica la vida. Poco a poco fui tomando confianza y vez que tenia la oportunidad tocaba un poquito un violín diferente cada día. En el trabajo en realidad hasta ese momento no había nada de especial salvo que vinieron unos luthieres de Argentina a enseñarnos algunas reparaciones, me refiero a Pedro López Seco quien nos dio las primeras nociones de retoque y Gustavo Acosta, quien nos mostró como hacer tastieras y puentes. Unos meses después nos avisan que el jefe traerá una profesora de Alemania para que nos enseñe a construir un violín. Esperé con muchas ansias ese momento hasta que llegó el día. Todos especulábamos como sería nuestra profesora, una señora gorda, colorada o una abuelita tierna o una tipa nazi. Nada de eso, Bäerbell resulto ser una chica punk de 25 años que se fumaba la vida. Rubia de ojos vedes, muy cálida como persona nos sorprendió al hablar castellano, en solo unas semanas ya estaba hablando muy fluidamente. Con todo el rigor de la Escuela de Mittenwald nos ayudó en la construcción de nuestros primeros violines y nos transmitió la tradición que se ha mantenido por más de 300 años de la lutheria, sin egoísmos de ninguna clase. Nos enseño cada secreto que poseía. Posteriormente llega al taller el novio de Bäerbell quien se especializa en alta restauración: Tobias Hepp. genio y figura, más conocido como el “mago” por su habilidad en la restauración. El nos entregó toda suerte de artilugios y secretillos en cuanto a restauración se refiere. Ningún día fue aburrido desde entonces para mí. Terminando los cursos de construcción y restauración, estábamos listos para enfrentar todo tipo de trabajos por difíciles que fueran. Pronto comenzarían a llegar encargos interesantes al taller. Los maestros marcharon a Europa dejándonos su legado, el que trasmitiríamos más tarde a la nueva generación. Claudio ya no estaba tan parco como en un comienzo. Había pasado casi un año desde que ingresé al taller y durante ese tiempo tuvimos la oportunidad de conocernos mejor y eventualmente nos pasábamos del trabajo a la plaza en donde le presenté a la mayoría de mis amigos. Walter viendo que comenzó a aumentar la demanda de instrumentos opta por importar 15

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instrumentos asiáticos para lo que requiere contratar a dos jóvenes que se encarguen de ajustarlos, primero a Larry, un chico de unos 18 años con cara de niño bueno, corte de pelo a lo príncipe valiente, ojos verde pardos de mirada disfrazada de inocencia, inalterable expresión, aún en situaciones de cólera, puesto que tenia un genio de los mil demonios, tozudo como el solo pero talentoso. Obsesivo con el filo de sus cuchillas, las que parecían verdaderas navajas, a tal punto que era normal verle los dedos vendados cada semana. Coludidos con Claudio para gastarle una broma redactamos un edicto con los 10 principios del luthier. el que hacíamos cumplir al pié de la letra. Cosas como hacer las compras, preparar el café para todos en el taller, lealtad incondicional, cubrirnos en situaciones complicadas con el dueño, mantener las herramientas afiladas del maestro, etc. Normas que aceptó con gusto aún estando consiente de la tomadura de pelo, pues nos admiraba como luthiers y en cierto modo éramos su alter ego. Posteriormente llegó “el Ermitaño”, Rudy Vera, un tipo que representaba unos treinta años, en circunstancias que solo tenía dieciocho. De cabellera frondosa y una barba estilo talibán, mirada desconfiada y escurridiza. Por desgracia fue a parar a las manos de Claudiño, como nos referíamos cariñosamente a Claudio quien sería el encargado de aleccionarlo en los menesteres de taller. Muy mala combinación entre maestro y aprendiz puesto que Claudio se regía estrictamente al protocolo, sin excepciones, ni consensos y Rudy siempre intentando subvertir la norma con sus teorías tan suigéneris. Para suerte mía tuve la misión de iniciar en el oficio a Larry ya que si bien es cierto , él era un poco terco y yo lo era tres veces más, gracias a Dios el talento del chico me permitió economizar algunas rabias para el turno con “El Ermitaño”. Rudy y Larry, los dos chiflados de esta historia se hicieron grandes rivales y competían por ser mejor que el otro, así les costara la vida. Cada día una pelea que al final de la tarde terminaba en un altercado que muchas veces incluía pugilatos y demás. Claudio jugando al árbitro hacía la pelea aún más entretenida mientras yo sólo me limitaba al juez de linea. Cuando logramos hacerlos convivir más armoniosamente Rudy decide no participar más en las disputas y se aísla convirtiéndose en un verdadero Robbinson Crusoe, haciéndole honor a su apodo: “El Ermitaño”. Claudiño, dándose cuenta, trata de organizar un torneo amistoso de ping-pong para calmar los ánimos, de esta forma la competencia no afectaría las relaciones entre discípulos y maestros, si no más bien entre Walter, el dueño de la empresa y los empleados. Inteligentemente Claudio urde ésta idea con mi pupilo el que súbitamente cambia la expresión tranquila de su mirada por una más desencajada, de donde desprende pequeños destellos de malicia. El plan consistió en acomodar un mesón de trabajo al centro del taller en la hora de colación, para lo cual era necesario improvisar unas paletas lo que nos quitaría tiempo. Larry iluminado por una traviesa idea salta de su asiento como ejectado en dirección a Claudio, para hacerle su maquiabélica propuesta de usar los violines chinos dados de baja en el taller. Claudio sorprendido con semejante barbaridad, lo increpa formalmente, obligado por su condición de jefe de taller y le da el discurso correspondiente. Mientras yo los observo, comienzo a interesarme con la idea del partido y me acerco a ellos para actuar como moderador, diciéndole a mi colega: No te compliques Claudio, dejemos que usen los violines, si total están dados de baja y además son instrumentos chinos. El voltea lentamente su cabeza al mismo tiempo que comienza a formarse una macabra sonrisa en su cara y cuando me mira, me da la impresión de haberse contagiado con el virus de la malicia de Larry y me interrumpe con la intención de transmitirme el mal, buscando la aprobación y la complicidad. Nos miramos por un segundo y le confirmé mi decisión respondiendo como el reflejo de su propia perspicacia. Solo faltaba convencer al “ermitaño” de que si ganaba la partida, se libraría de preparar el café durante toda una semana. Una propuesta irresistible para quien jugaba siempre a ser el 16

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ganador y además por ser el último recién llegado tenia la molesta obligación de preparar el brebaje matutino cada día. Nos dirigimos a la habitación contigua, en donde se encuentra aislado del mundo el aprendiz de luthier a quien tengo la difícil misión de invitarlo sutilmente a participar en el momento de esparcimiento que tenemos preparado para hacer las pases. Sin duda se trataba de una plaga que se propagaba rápidamente por el atelier ya que la reacción diametralmente opuesta de Rudy mostró el contagio inminente. Organizadas las parejas y con intención de marcar la diferencia entre los participantes, Claudio marca la diferencia acercándose a un estante a un costado del taller y rascándose la cabeza, como dudando tomar una decisión, elige de entre los muchos instrumentos, uno que le parece adecuado y lo saca, sacude el polvo con un fuerte soplido y a continuación lo termina de limpiar con un paño, como acariciándolo y exclama: _Como yo soy el jefe del taller, voy a usar una raqueta de “Autor” enseñando la antiquísima pieza de lutheria...

Esta historia continuara....

Capitulo VII

El Ermitaño Capitulo VIII

El Robin Hood de los Luthieres Capitulo IX

Un Amor Traicionero Capitulo X

El Guarnerius 2 Capitulo XI

Viaje a Stuttgartt 17

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Capitulo XII

Allegrovivace Capitulo III

Carlo Antonio Testore

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