Doctrina Monroe

Doctrina Monroe John Q. Adams sexto Presidente de los Estados Unidos. Unidos. James Monroe, Quinto Presidente de los Es

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Doctrina Monroe John Q. Adams sexto Presidente de los Estados Unidos. Unidos.

James Monroe, Quinto Presidente de los Estados

La doctrina Monroe, sintetizada en la frase “América para los Americanos”, fue elaborada por John Quincy Adams y atribuida a James Monroe en el año 1823. Dirigida principalmente a las potencias europeas con la intención de que los Estados Unidos no tolerarían ninguna interferencia o intromisión en América. La frase toma su sentido dentro del proceso de imperialismo y colonialismo en el que se habían embarcado las potencias económicas de esos años. Se presentó como defensa de los procesos de independencia de los países sudamericanos. Sin embargo, se produjeron igualmente intervenciones europeas en asuntos americanos como la ocupación española de la República Dominicana entre 1861 y 1865, el bloqueo de barcos franceses a los puertos argentinos entre 1839 y 1840, el establecimiento de Inglaterra en la costa de la Mosquitia (Nicaragua), y la ocupación de las Islas Malvinas por parte de Gran Bretaña en 1833. La doctrina fue presentada por el presidente James Monroe durante su séptimo discurso al Congreso sobre el Estado de la Unión. Fue tomado inicialmente con dudas y posteriormente con entusiasmo. Fue un momento definitorio en la política exterior de los Estados Unidos. La doctrina fue concebida por sus autores, especialmente John Quincy Adams, como una proclamación de los Estados Unidos de su oposición al colonialismo, pero ha sido posteriormente reinterpretada de diversas maneras. Al comienzo del siglo XX Estados Unidos afirmó su Doctrina Monroe y el presidente Theodore Roosevelt emitió el Corolario de 1904 (Corolario Roosevelt) estableciendo que, si un país americano situado bajo la influencia de los EE.UU. amenazaba o ponía en peligro los derechos o propiedades de ciudadanos o empresas estadounidenses, el gobierno de EE.UU. estaba obligado a intervenir en los asuntos internos del país "desquiciado" para reordenarlo, restableciendo los derechos y el patrimonio de su ciudadanía y sus empresas. Este corolario supuso, en realidad, una carta blanca para la intervención de Estados Unidos en América Latina y el Caribe.

Declaración

La interpretación posterior del contenido de esta doctrina ha variado con el tiempo, siendo modificada la idea original «América para los americanos» sustituyéndola por esta otra: (América para los americanos del Norte). Los Estados Unidos se han negado a reconocer el derecho de los Estados europeos para celebrar entre sí tratados relativos a las grandes vías de comunicación abiertas en América al comercio y a la comunicación universal, a pesar del interés que en ello pueden tener aquellas potencias europeas que tienen posesiones o colonias en América. En este particular resulta esclarecedor lo ocurrido con el canal de Panamá, sobre el cual (y en contra de lo convenido en el Tratado Clayton-Bullwer, celebrado entre los mismos Estados Unidos e Inglaterra en 1850) pretendió la República estadounidense desde 1881 ejercer una inspección exclusiva, y lo ha logrado. La supremacía que los Estados Unidos pretenden ejercer en toda América, aun contradiciendo los principios de Monroe o reinterpretándolos, ha quedado patente en múltiples ocasiones, de las cuales bastará recordar su mediación de 1881 con motivo de la guerra entre Chile y el Perú. Años más tarde, los Estados Unidos, después de tres años de neutralidad, deciden apoyar a los Aliados. En el mensaje que el presidente Wilson envió al Senado estadounidense a principios de 1917, al tratar de la guerra europea y de las bases para la paz, propuso «que las diversas naciones adoptasen, de común acuerdo, la doctrina del presidente Monroe como doctrina del mundo: que ninguna nación trate de imponer su política a ningún otro país, sino que cada pueblo tenga la libertad de fijar por sí mismo su política propia, de elegir el camino de su progreso, y esto sin que nada le estorbe, ni le moleste, ni le asuste, de tal modo que se vea a los pequeños marchar parejos con los grandes y poderosos». Pero la máxima culminación de este proceso histórico se produce cuando los E.E.U.U. entran en guerra para combatir el nazismo en Europa. Wheaton y Martens afirman que la doctrina Monroe no constituye sino la opinión personal del jefe del poder ejecutivo de los Estados Unidos en 1823, pero que no es una ley internacional aplicable a los Estados Europeos.

Aplicación de la doctrina Interpretar el principio de la no intervención de los Estados europeos en los asuntos americanos de una manera absoluta conduciría a que un Estado americano pudiera conculcar los principios de la justicia en sus relaciones con los individuos extranjeros, violar la ley moral, negarse a tomar en consideración las justas reclamaciones de los extranjeros perjudicados, crear de este modo un estado de cosas anormal e ilícito según los principios de Derecho común y de la Moral internacional, y rechazar después cualquier forma de injerencia para hacer cesar tales manifiestas violaciones de los principios de la justicia, atrincherándose en el principio de su independencia y en la doctrina de Monroe escribe Fiore.

Doctrina del destino manifiesto Esta pintura (alrededor de 1872) pintada por John Gast, llamada El Progreso Estadounidense, es una

representación alegórica del Destino Manifiesto. En la escena, una mujer angelical (a veces identificada como Columbia, una personificación del siglo XIX de Los Estados Unidos de América) lleva la luz de la civilización hacia el oeste junto a los colonizadores, tendiendo líneas telegráficas y líneas de ferrocarril mientras viaja. Los amerindios y animales salvajes huyen en la oscuridad del «incivilizado» Oeste. La doctrina del Destino manifiesto (en inglés, Manifest Destiny) es una frase e idea que expresa la creencia en que Estados Unidos de América es una nación destinada a expandirse desde las costas del Atlántico hasta el Pacífico. Esta idea es también usada por los partidarios, para justificar, otras adquisiciones territoriales. Los partidarios de esta ideología creen que la expansión no sólo es buena sino también obvia (manifiesta) y certera (destino). Se le puede comparar con la teoría del Lebensraum que impulsaban los nazis para justificar su expansión hacia el este de Europa y Asia Central. La frase pasó a convertirse con el tiempo en un cliché, teniendo una connotación ideológica y posteriormente, doctrinaria.

Origen de la expresión El origen del concepto del Destino Manifiesto se podría remontar desde la época en que comenzaron a habitar los primeros colonos y granjeros llegados desde Inglaterra y Escocia el territorio de lo que más tarde serían los Estados Unidos. En su mayoría profesaban los cultos puritano y protestante. Un ministro puritano de nombre John Cotton, escribía en 1630: Ninguna nación tiene el derecho de expulsar a otra, si no es por un designio especial del cielo como el que tuvieron los israelitas, a menos que los nativos obraran injustamente con ella. En este caso tendrán derecho a entablar, legalmente, una guerra con ellos así como a someterlos.

John L. O'Sullivan, dibujado en 1874, de joven fue un influyente columnista. Sin embargo hoy día es generalmente recordado por su uso de la frase «El Destino manifiesto» para defender la anexión de Texas y Oregón.

Para remitirse a orígenes de debates de apropiación territorial, como las que postula el Planisferio de Cantino, es posible extenderse a los orígenes del término Destino manifiesto. Aparece por primera vez en el artículo Anexión del periodista John L. O'Sullivan, publicado en la revista Democratic Review de Nueva York, en el número de julio-agosto de 1845. En él se decía: El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino. La segunda interpretación de O'Sullivan de la frase, se dio en una columna aparecida en el New York Morning News, el 27 de diciembre de 1845, donde O'Sullivan refiriéndose a la disputa con Gran Bretaña por Oregón, sostuvo que:

Y esta demanda esta basada en el derecho de nuestro destino manifiesto a poseer todo el continente que nos ha dado la providencia para desarrollar nuestro gran cometido de libertad, y autogobierno.

Utilizaciones posteriores El historiador William E. Weeks ha puesto de manifiesto la existencia de tres temas utilizados por los defensores del Destino Manifiesto: 1. La virtud de las instituciones y los ciudadanos de EE. UU. 2. La misión para extender estas instituciones, rehaciendo el mundo a imagen de los EE. UU. 3. La decisión de Dios de encomendar a los EE. UU. la consecución de esa misión. La descripción del presidente Abraham Lincoln de los Estados Unidos como «la última y mejor esperanza sobre la faz de la Tierra» es una expresión muy conocida de esta idea. Lincoln era un puritano, y gran conocedor de los preceptos bíblicos, sus discursos eran casi salmos de un carácter muy convincente para los congresistas de la naciente república unificada. A partir de este supuesto los Estados Unidos, anexan los territorio de Texas (1840), California (1845) e invaden México (1846), en lo que sería la guerra México-Estados Unidos. Como consecuencia, los Estados Unidos se apropian de Colorado, Arizona, Nuevo México, Nevada, Utah y partes de Wyoming, Kansas y Oklahoma, en total 2 millones 100 mil kilómetros cuadrados –el 55% del territorio mexicano de entonces– lo que se dio en llamar «la Cesión Mexicana». A cambio, los Estados Unidos se comprometieron a pagar 15 millones de dólares. Después, en muchas otras ocasiones, se ha citado este Destino manifiesto tanto a favor como en contra de otras intervenciones militares. El término se reavivó en la década de 1890, principalmente usada por los Republicanos, como una justificación teórica para la expansión estadounidense fuera de América del Norte. También fue utilizado por los encargados de la política exterior de EE. UU. en los inicios del siglo XX, algunos comentaristas consideran que determinados aspectos de la Doctrina del Destino manifiesto, particularmente la creencia en una «misión» estadounidense para promover y defender la democracia a lo largo del mundo, continúa teniendo una influencia en la ideología política estadounidense. Uno de los ejemplos más claros de la influencia del concepto de Destino Manifiesto se puede apreciar en la declaración del presidente Theodore Roosevelt en su mensaje anual de 1904. Si una nación demuestra que sabe actuar con una eficacia razonable y con el sentido de las conveniencias en materia social y política, si mantiene el orden y respeta sus obligaciones, no tiene por qué temer una intervención de los Estados Unidos. La injusticia crónica o la importancia que resultan de un relajamiento general de las reglas de una sociedad civilizada pueden exigir que, en consecuencia, en América o fuera de ella, la intervención de una nación civilizada y, en el hemisferio occidental, la adhesión de los Estados Unidos a la Doctrina Monroe (basada en la frase «América para los americanos») puede obligar a los Estados Unidos, aunque en contra de sus deseos, en casos flagrantes de injusticia o de impotencia, a ejercer un poder de policía internacional. El presidente Woodrow Wilson continuó la política de intervencionismo de EE. UU. en América, e intentó redefinir el Destino Manifiesto con una perspectiva mundial. Wilson llevó los Estados Unidos a la Primera Guerra Mundial con el argumento de que «El mundo debe hacerse seguro para la democracia». En 1920 en su mensaje al Congreso, después de la guerra, Wilson declaró:

... Yo pienso que todos nosotros comprendemos que ha llegado el día en que la Democracia está sufriendo su última prueba. El Viejo Mundo simplemente está sufriendo ahora un rechazo obsceno del principio de democracia (...). Éste es un tiempo en el que la Democracia debe demostrar su pureza y su poder espiritual para prevalecer. Es ciertamente el destino manifiesto de los Estados Unidos, realizar el esfuerzo por hacer que este espíritu prevalezca. La versión de Wilson del Destino Manifiesto era un rechazo del expansionismo y un apoyo al principio de libre determinación, dando énfasis a que Estados Unidos tenían como misión ser un líder mundial para la causa de la democracia. Esta visión estadounidense de sí mismo como el líder del mundo libre crecería más fuerte en el siglo XX después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, en la guerra de Vietnam, esta idea de ser los estadounidenses un pueblo diferente a los demás y perseguir unos ideales más elevados que la mera codicia o expansión demográfica, se vio seriamente dañada por el hecho de apoyar a gobiernos dictatoriales, con generales que llegan a proclamar en público su admiración por Hitler,[1] realizar bombardeos masivos o cometer matanzas contra la población civil indefensa. Otra publicaciones como Nam, Crónica de la guerra de Vietnam van aún más lejos afirmando que la guerra del sureste asiático fue el fin de esta idea.

Aceptación y rechazo de la tesis del Destino Manifiesto El Destino Manifiesto no fue una tesis abrazada por toda la sociedad estadounidense. Las diferencias dentro del propio país acerca del objetivo y consecuencias de la política de expansión determinaron su aceptación o resistencia. Los estados del noreste creían mayoritariamente que Estados Unidos debía llevar su concepto de “civilización” por todo el continente mediante expansión territorial. Además, para los intereses comerciales estadounidenses, la expansión ofrecía grandes y lucrativos accesos a los mercados extranjeros y permitía así competir en mejores condiciones con los británicos. El poseer puertos en el Pacífico facilitaría el comercio con Asia. Los estados del sur pretendían extender la esclavitud. Nuevos estados esclavistas reforzarían el poder del sur en Washington y serviría también para colocar a la creciente población de esclavos. Este conflicto norte-sur, se puso de manifiesto con la cuestión de la entrada de Texas en la Unión y fue una de las principales causas de la futura Guerra de Secesión. También había grupos políticos que veían peligrosa la extensión territorial desmesurada; creían que su sistema político y la formación de una nación serían difícilmente aplicables en un territorio tan extenso. Esta posición era defendida tanto por algunos líderes de los Whigs como por algunos Demócratas-republicanos expansionistas, que discutían sobre cuanto territorio debía ir adquiriéndose. Otro punto de discusión fue el empleo de la fuerza. Algunos líderes políticos (cuyo máximo exponente fue James K. Polk ) no dudaban en intentar anexionarse el mayor territorio posible aún a riesgo de desencadenar guerras (como de hecho pasó) con otras naciones. Otros se opusieron (aunque tímidamente) al uso de la fuerza, basándose en que los beneficios de su sistema bastarían por si solos para que los territorios se les unieran voluntariamente. Se puede decir que los propios partidarios del Destino Manifiesto formaban un grupo heterogéneo y con diferentes intereses.

Antonio López de Santa Anna Militar y político mexicano (Jalapa, 1795 México, 1877). Era un joven capitán del ejército español cuando estalló la insurrección anticolonial en 1810. Tras luchar en el bando virreinal, apoyó a Iturbide una vez que éste se hizo con el poder y proclamó la independencia (1821). Luego encabezó la sublevación que derrocó al régimen monárquico de Iturbide y abrió el proceso para convertir a México en una República federal (1822-24).

Antonio López de Santa Anna Desde entonces se convirtió en el «hombre fuerte» del país por espacio de cuarenta años, si bien su presencia formal al frente del poder político fue intermitente. Su prestigio militar se acrecentó cuando consiguió rechazar una expedición enviada por España con intención de restaurar el régimen colonial en 1829. Después de derrocar a los gobiernos establecidos en 1829 y 1832, en 1834-35 asumió personalmente la presidencia de la República. Carente de ideas propias, Santa Anna fue un demagogo populista, que empezó gobernando con los federalistas anticlericales, para aliarse luego con los conservadores, centralistas y católicos, con los que tenía mayor afinidad. En 1835 suprimió el régimen federal aplastando por la fuerza a sus defensores; este refuerzo del centralismo desencadenó la rebelión de Texas, territorio del extremo noreste de México con fuerte presencia de colonos anglosajones. Atacó Texas con su ejército, enfrentándose también a los Estados Unidos, que prestaban apoyo a los rebeldes (1836); pero fue derrotado y hecho prisionero en San Jacinto, enviado a Washington y liberado por el presidente Jackson tras entrevistarse con él. Había perdido así su ya escasa popularidad; pero una expedición militar francesa contra Veracruz le dio la oportunidad de redimirse en 1838, rechazando al invasor y recuperando su carisma de héroe nacional (perdió una pierna en el combate). Aprovechando esa popularidad volvió a erigirse en dictador en 1841-42; aunque fue obligado a dejar el poder ante la desastrosa situación económica que provocó su gobierno. Regresó de su exilio en Cuba al año siguiente, al estallar el conflicto entre México y Estados Unidos por la anexión a este país de la antigua provincia mexicana de Texas (independiente desde 1836). Santa Anna, que se veía a sí mismo como el Napoleón de América, se negó a negociar con Estados Unidos a pesar de su situación de inferioridad: provocó así la invasión estadounidense de Veracruz, Jalapa y Puebla (1846). Completamente derrotado, tuvo que firmar el Tratado de Guadalupe-Hidalgo (1848), por el que México perdió casi la mitad de su territorio (además de Texas, California, Arizona, Nuevo México, Nevada, Colorado y Utah). Partió otra vez al exilio, pero regresó en 1853 para instaurar de nuevo una dictadura conservadora, derrocada por Juárez en 1855. Ya sin poder político, volvió a México en dos ocasiones: la primera durante la ocupación francesa y el Imperio de Maximiliano, que le hizo mariscal (también entonces intentó sin éxito recuperar el poder); y la última en 1874, después de la muerte de Juárez, para pasar sus últimos años pobre, ciego y olvidado por todos.

PEDRO MARÍA ANAYA

N ació en Huichapan, actual estado de Hidalgo, el 20 de mayo de 1794. Fue presidente interino de México del 2 de abril al 20 de mayo de 1847 y del 12 de noviembre de ese mismo año al 8 de enero del siguiente. Murió en la Ciudad de México el 21 de marzo de 1854. De familia criolla, se unió como cadete al regimiento de Tres Villas en 1811. Hizo toda su carrera en el ejército realista hasta que se adhirió al Plan de Iguala. Obtuvo el grado de general el 16 de junio de 1833. Fue secretario de Guerra y Marina (1832-1833), diputado y presidente del Congreso. Combatió contra la invasión estadunidense en 1847 en la Batalla de Churubusco. Ocupó por primera vez la Presidencia del país mientras Santa Anna marchaba hacia Veracruz para intentar frenar el avance de las tropas norteamericanas. Recibió del Congreso facultades extraordinarias para llevar adelante la guerra y dictó algunas disposiciones para la defensa de la capital. Durante su segundo periodo, que desempeñó en Querétaro, intentó, infructuosamente, que los gobernadores, los diputados y la clase política llegaran a un entendimiento encaminado a alcanzar una paz digna. Durante la Presidencia de Mariano Arista (1851-1853), ocupó el Ministerio de Guerra.

Firma de Pedro María Anaya

MANUEL MIER Y TERAN

M

ilitar nacido en la ciudad de México. Estudió en el Colegio de Minería. Incorporado al movimiento insurgente, tenía en 1814 el grado de teniente coronel. Sitiado por el realista Alfaro en Silacayoapan, en Oaxaca, el 27 de julio de ese año, hizo una salida que obligó a los realistas a levantar el sitio. El Congreso de Chilpancingo le ascendió a coronel. Sostuvo combates en Puebla y Veracruz; realizó expediciones por Coatzacoalcos y reunió armamento de importancia. Encabezó en 1815 la Junta que intentaba disolver el Congreso que proclamó la Independencia. Quiso asumir el mando como jefe de las fuerzas insurgentes, pero los demás caudillos se opusieron. Prosiguió su lucha en Veracruz y Puebla, y se distinguió en la defensa de Tehuacán en enero de 1817; obligado a rendirse, obtuvo ventajas para sus compañeros. Se reincorporó a las fuerzas del general Bravo al proclamarse el Plan de Iguala. Cuando se declaró fuera de la ley a Agustín de Iturbide, Mier y Terán era diputado por Chiapas. Después fue ministro de la guerra, de marzo a octubre de 1824, con el supremo Poder Ejecutivo, y con el presidente y general Guadalupe Victoria de octubre a diciembre de 1824. Dejó el Ministerio por diferencias con el presidente, originadas desde la toma de Oaxaca, en noviembre de 1812. Fue inspector de las defensas del estado de Veracruz, propuesto ministro de Inglaterra en 1825 y designado director del Colegio de Artillería, cargo que dejó en 1827 para dirigir la Comisión de Límites entre México y Estados Unidos, nombramiento en que tuvieron parte la condesa de Regla y el encargado de negocios de Inglaterra, Ward. En los años treinta del siglo XIX, el doctor Mora le consideró posible candidato a la presidencia de la República. Su campaña en 1832 en el estado de Tamaulipas, donde trató, sin éxito, de apoderarse de Tampico, y sus desilusiones políticas, motivaron, quizá, que atentara contra su vida, lo que llevó a cabo en Padilla, en la misma casa en donde pasó las últimas horas Agustín de Iturbide antes de ser fusilado.