Dios Habla A sus Hijos

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D IO S H A B L A A SUS H U O S Textos bíblicos i

D ios habla a su s hijos «Los niños necesitan algo como la Biblia del Niño para que la imagen de Jesús tome vida en sus corazones». Con es­ tas palabras, el Padre Werenfried van Straaten lanzó oficial­ mente este pequeño libro. Escogió hacerlo en 1979, el Año del Niño. Los primeros ejemplares se enviaron a Latinoaméri­ ca y luego, a otros continentes. Producto de su gran demanda, en 1989 se editó un texto más amplio: «Dios habla a sus hijos». Ya han pasado 36 años desde su lanzamiento. Sin embargo, la Biblia para niños sigue siendo uno de los proyectos más grandes de Ayuda a la Iglesia Necesitada (también denominada Ayuda a la Iglesia que Sufre). Se han editado más de 51 mi­ llones de ejemplares en 180 idiomas. Tanto en la fría Siberia, como en los bosques tropicales del Amazonas y en la desértica África, los niños pueden leer esta pequeña Biblia. A menudo no sólo es el único texto que poseen, sino también el único en su lengua materna. La Biblia para niños sigue despertando el interés de los cristianos en todo el mundo. Las solicitudes que recibe nuestra Asociación no pueden quedar sin respuesta, pues «... sólo Dios conoce el inmenso bien que este librito puede proporcionar, ya que se abre un nuevo horizonte en la búsqueda de los niños hacia Él» (Monseñor A. De Sousa, Obispo de Assis en Brasil).

AYUDA A LA IGLESIA QUE SUFRE Román Díaz 97 Providencia - Santiago - CHILE Tel.: 0056-22469060 - Fax: 0056-22469061 e-mail: [email protected] - http://www.aischile.cl AYUDA A LA IGLESIA NECESITADA Ferrer del Río, 14 Filial Cataluña: 28028 Madrid Luis Antúnez, 24-2.° 2.a ESPAÑA 08006 Barcelona Tel.: 0034 91 72 59 212 ESPAÑA Fax: 0034 91 35 63 853 Tel.: 0034 93 23 73 763 e-mail: [email protected] Fax: 0034 93 21 87 584

D IO S H A B L A A SU S H IJO S Textos bíblicos Edición ofrecida por Ayuda a la Ig lesia N e cesita d a

KIRCHE IN NOT/OSTPRIESTERHILFE Bischof-Kindermann-StraKe 23 D-61462 Kónigstein im Taunus - Alemania

Cubierta: El hijo pródigo (cap. 74) Contracubierta: En busca de posada (cap. 48) La transfiguración (cap. 68) Jesús resucita al hijo de la viuda de Naín (cap. 63) La última cena (cap. 81)

Textos: Eleonore Beck. Dibujos: Miren Some. Traducción: Constantino Ruiz-Gartido. Derechos exclusivos: © Kirche in Not, Postfach 1209, 61452 Kónigstein, Alemania. © Editorial Verbo Divino, 31200 Estella (Navarra) España, 2012. Cum licentia ecclesiastica. Printed in Spain. Fotocomposición: NovaText, Mutilva (Navarra). Impresión: Gráficas Estella, 31132 Villatuerta (Navarra). ISBN: 978-84-9945-096-4 Edición en Castellano (B/44)

DE LOS LIBROS DEL ANTIGUO TESTAMENTO LOS ORÍGENES 1. Dios crea el mundo Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra estaba desierta y vacía. Pero el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas. Entonces dijo Dios: -Que exista la luz. Y la luz dio claridad. Dios vio que la luz era buena. Dios separó la luz de la oscuridad. Dijo a la luz: -Tú eres el día. Dijo a la oscuridad: -Tú eres la noche. Fue el primer día. 3

Dijo Dios: -Reúnanse en lo alto las nubes. De ellas caerá lluvia sobre la tierra. Y las aguas se juntarán para que aparezca la tierra firme. Dijo Dios a lo que está en lo alto: -Tú eres el cielo. A la tierra firme le dijo: -Tú eres la tierra. Y a las aguas que se habían juntado: -Tú eres el mar. Dios vio que el cielo y la tierra, el mar y el suelo seco eran buenos. Fue el segundo día. Dijo Dios: -E n el suelo crezca toda clase de plantas y árboles. Entonces las plantas lo llenaron todo de verdor y echaron semillas. Dios vio que todo aquello era bueno. Fue el tercer día. Dijo Dios: -Haya lámparas en el cielo que iluminen. El sol, de día; la luna y las estrellas, de noche. Indicarán cuándo es de día y cuándo es de noche, y en qué mes y semana se vive, y señalarán las estaciones del año. Dios vio que todo aquello era bueno. Fue el cuarto día. Dijo Dios: -Naden peces en el agua. Vuelen pájaros sobre la tierra. En el campo vivan toda clase de animales: grandes y pequeños. Así ocurrió. Dios vio que todo aquello era bueno. Fue el quinto día. Entonces dijo Dios: -Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Les confiaré la tierra: todos los peces, pájaros, animales y plantas. Dios creó al hombre a su imagen. Los creó varón y mujer. Los bendijo y les habló así: -Sed fecundos y tened hijos. Os confío la tierra. Vosotros sois más que los peces, los pájaros, los animales y las plantas. Cuidad de ellos. Las 4

plantas os servirán de alimento a vosotros y a los animales. Dios vio que todo lo que había hecho era bueno. Era muy bueno. Fue el sexto día. En seis días creó Dios el universo: el cielo, la tierra, el mar y todos los seres vivos. El séptimo día, Dios descansó. Por eso el séptimo día está bendecido por Dios. Es día santo para los hombres (Gn 1).

2. Dios regala a los hombres el paraíso Dios modeló al primer hombre, a Adán, con barro del suelo y sopló sobre él su aliento que da vida. Así el hombre adquirió vida.

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Después, Dios plantó un jardín en Edén e hizo crecer en él gran variedad de árboles. Era bonito verlos, y sus frutas sabían muy ricas. En medio del jardín crecían el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal. Dios puso en el jardín al hombre que había creado, para que Adán lo cultivara y lo guardara. Le dijo Dios: -Puedes comer las frutas de todos los árboles del jardín. Pero no te dejo comer las frutas del árbol del conocimiento del bien y del mal. Si comes de ellas, tendrás que morir. Dios no quería que el hombre se quedara solo. Por eso, Dios hizo que desfilaran ante Adán todos los animales y todos los pájaros. Y Adán fue poniéndoles nombre. Entre todos ellos no había ningún ser que realmente fuera como él. Por eso, Dios hizo que el hombre se durmiera profundamente. Tomó una de las costillas de Adán y con ella formó a la mujer. Adán, al verla, exclamó: -¡Es como yo! Se llamará mujer, porque está sacada de mí. El hombre y la mujer estaban desnudos. Pero no sentían vergüenza el uno del otro (Gn 2).

3. Los hombres pierden el paraíso El hombre y la mujer vivían en el jardín que Dios les había confiado. Tenían más que de sobra para comer. Vivían en paz con los animales. Eran felices, porque Dios era su 6

amigo. Todo era bueno. Pero un día, la serpiente le dijo a la mujer: -¿De veras os prohibió Dios comer las frutas de los árboles? La mujer respondió: -¡Qué va! Nos deja comer las frutas de todos los árboles del jardín. Sólo de uno no nos deja comer. Está en medio del jardín. Si comemos sus frutas, moriremos. -¡No, mujer, no!, dijo la serpiente. No moriréis. Todo lo contrario. Se abrirán vuestros ojos. Sabréis lo que es bueno y lo que es malo. Exactamente igual que Dios. La mujer miró, y le parecieron muy ricas las frutas de aquel árbol. Además, si las comían, sabrían muchas cosas. Tomó una fruta y 7

comió. Y se la dio a su marido para que también comiera. Entonces se les abrieron los ojos. Se dieron cuenta de que estaban desnudos y se hicieron taparrabos con hojas de higuera. Al atardecer oyeron los pasos de Dios en el jardín. Se escondieron. Dios llamó al hombre: -¿Dónde estás? Adán contestó: -Oí tus pasos. Tuve miedo y me escondí, porque estoy desnudo. Dios le preguntó: -¿Cómo sabes que estás desnudo? ¿Has comido del árbol del que yo te prohibí que comieras? Adán echó la culpa a su mujer: -Ella me hizo comer. Y la mujer echó la culpa a la serpiente: -Esa me engañó. Entonces dijo Dios a la serpiente: -Te maldigo por lo que has hecho. Te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo. La mujer será tu enemiga. Los hijos de la mujer serán enemigos de tus hijos. Les aplastarán la cabeza, y ellos les morderán el talón. Dijo Dios a la mujer: -Lo pasarás mal. Tendrás dolores al dar a luz a tus hijos. Dijo Dios al hombre: -Has quebrantado mi mandamiento. Verás que la tierra no es un paraíso. Hasta que te mueras, tendrás que trabajar muy duro para que tu familia no padezca hambre. Luego volverás a la tierra de la que te formé. Adán puso a su mujer el nombre de Eva, que quiere decir: vida. Ella fue madre de todos los vivientes. Dios nuestro Señor expulsó al hombre del paraíso. 8

Un guardián con espada de fuego vigilaba la entrada para cerrar el camino del árbol de la vida (Gn 3). 4. Caín y Abel Adán y Eva tuvieron dos hijos: Caín y Abel. Abel era pastor de ovejas, y Caín agricultor. En los campos de Caín crecía mucho trigo. Caín ofreció a Dios, en agradecimiento, una porción de su cosecha. Abel le ofreció uno de sus corderos. A Dios le agradó el sacrificio de Abel. Pero no miró la ofrenda de Caín. Éste se disgustó mucho y quedó resentido. Dios le reprendió: -¿Por qué estás resentido? ¿Por qué

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agachas la cabeza? Si obras bien, ¡levanta la vista! Si planeas cosas malas, el pecado te acecha. Quiere devorarte, pero tú puedes vencerlo. Caín dijo a su hermano: -Ven conmigo al campo. Cuando estaban ya en el campo, Caín mató a su hermano Abel. Dios preguntó a Caín: -¿Dónde está tu hermano Abel? Caín respondió: -¡No lo sé! ¿Soy yo el guardián de mi hermano? Entonces le dijo Dios: -¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano grita desde el suelo. No serás ya labrador, porque el suelo no querrá ya producir fruto para ti. Has perdido tu hogar. Andarás errante de un lugar a otro, sin descanso. Caín se quejó: -Mi castigo es demasiado duro. Me echas de los campos y tendré que ocultarme de tu presencia. Me conviertes en vagabundo sin hogar. Cualquiera podrá matarme. Pero Dios puso una señal en la frente de Caín para que nadie se atreviera a matarlo (Gn 4, 1-15). 5. Noé y el diluvio Dios vio que los hombres, creados a su imagen, eran cada vez peores y hacían cosas muy malas. La tierra estaba llena de brutalidades. Y Dios se arrepintió de haber creado al hombre. Dijo Dios: -Aniquilaré a los hombres creados por mí. Aniquilaré a los hombres, a los animales y a todo lo que vive sobre la tierra. 10

Noé había sido fiel a Dios. Por eso, Dios quiso salvar a Noé y a su familia, librándolos de aquel juicio divino. Dijo Dios a Noé: -Hazte un arca de madera, que flote sobre el agua como una gran embarcación. Yo haré que venga sobre la tierra una enorme inundación. Todo lo que vive se ahogará en el agua. Únicamente te salvarás tú y los tuyos que estén contigo en el arca. Noé, ayudado por sus hijos, comenzó a construir el arca, exactamente como Dios le había mandado. Construyeron en la embarcación muchos camarotes, porque debían llevar consigo una pareja de cada una de las especies animales. Dios lo había dicho. Una vez terminado el arca, Noé reunió provisiones. Y luego entró en el arca. Y con él entraron sus hijos y las familias de sus hijos. Metieron en el arca una pareja de cada especie animal. Detrás de ellos, Dios mismo cerró la puerta de la embarcación. Y entonces comenzó a llover. El agua cayó durante cuarenta días e inundó la tierra. Los animales se ahogaron ... y también los hombres. Los pájaros no encontraban ya árboles en que posarse. Y así perecieron todos los seres vivos que había sobre la tierra. Únicamente Noé y los que habían entrado con él en el arca se salvaron del diluvio. Por fin, al cabo de cuarenta largos días, dejó de llover. Primeramente, Noé soltó un cuervo, que regresó pronto al arca. Una semana más tarde, Noé soltó una paloma, que también regresó. Transcurrida una semana más, Noé soltó otra 11

paloma, que regresó al arca trayendo en su pico una ramita de olivo. Poco después dijo Dios a Noé: -Ya puedes salir tú y todos los que se salvaron contigo. Salieron del arca los hombres y los animales. Para todos comenzó una nueva vida. Noé dio gracias a Dios y le ofreció un sacrificio. Dios habló a Noé: -Haré una alianza con vosotros: con los hombres y con todos los animales. Bajo esta alianza viviréis vosotros y vuestros hijos. Os prometo que no volveré a enviar ya ningún diluvio que extermine la vida sobre la tierra. Pongo mi arco en las nubes para que sea una señal de mi alianza con toda la Tierra (Gn 6-9). 12

LOS PATRIARCAS 6. Dios llama a Abrahán Abrahán era pastor. Dios le habló así: -Ponte en camino. Deja tu patria, deja tus parientes, deja la casa de tu padre. Ve al país que yo te mostraré. Yo haré de ti una gran nación. Te bendeciré y engrandeceré tu nombre. En ti sabrán todos los hombres lo que significa ser bendecido por Dios. A todos los que te quieran bien, yo les querré bien. A todos los que te quieran mal, yo los maldeciré. Por ti serán bendecidos todos los hombres.

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Abrahán se puso en camino, como Dios se lo había mandado. Tenía entonces 75 años de edad. Llevó consigo a su mujer Sara y a su sobrino Lot. Llevó también todos sus ganados y todas las personas que trabajaban para él. Abrahán marchó al país que Dios le había prometido: a él y a sus hijos. Era un país con tierras buenas y fértiles. Se llamaba Canaán. Abrahán levantó allí altares para adorar a Dios (Gn 12, 1-8).

7. Dios hace una alianza con Abrahán Una noche habló Dios con Abrahán y le dijo: -No tengas miedo. Te protegeré y te haré rico. Abrahán respondió: -¿Para qué quiero la riqueza, mientras no me des lo más importante?

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No tengo ningún hijo que sea mi heredero y perpetúe mi nombre. Pero Dios dijo a Abrahán que saliera de la tienda. -Mira al cielo, le dijo. Cuenta, si puedes, las estrellas. Tan numerosos como las estrellas serán los hijos y las hijas que has de tener. Abrahán confió en Dios. Y a Dios le agradó la fe de Abrahán. Abrahán había plantado su tienda junto al encinar de Mambré. Hacia el mediodía, estaba él sentado a la entrada de la tienda, y vio llegar a tres hombres. Abrahán se levantó y corrió a su encuentro: -No paséis de largo por mi tienda. Entrad y descansad. Abrahán ofreció a aquellos forasteros mantequilla y leche, carne y pan. Después de la comida, preguntó uno de los invitados: -Abrahán, ¿dónde está tu mujer Sara? -Está ahí, en la tienda, respondió Abrahán. Y el forastero le dijo: -Volveré el año que viene, por esta época. Entonces Sara tendrá un niño. Sara estaba en la tienda, detrás de Abrahán. Ovó lo que el forastero acababa de decir. Y se reía pensando: -Ese forastero no sabe lo vieja que soy; también Abrahán es viejo. Pero el forastero preguntó: -¿Hav algo imposible para Dios? (Gn 15, 1-6; 18, 1-14).

8. La fe de Abrahán Dios cumplió su promesa. Sara, una mujer que ya era bastante mayor, llegó a ser madre. Abrahán, que también era mayor, fue padre y 15

tuvo un heredero. Sara y Abrahán pusieron a su hijo el nombre que Dios les había dicho. Y lo llamaron Isaac, que significa: «¡Sonría Dios amistosamente!». Isaac iba creciendo. Dios quiso poner a prueba a Abrahán. Le dijo: -Lleva contigo a tu hijo, a tu hijo único, a quien quieres mucho, y ofrécemelo en holocausto. De madrugada, Abrahán fue por el asno y cargó leña sobre él. Después llamó a sus criados y a su hijo. Tres días caminaron en dirección a un monte. Una vez al pie del monte, Abrahán ordenó a sus criados que se quedaran allí con el asno: -Yo subiré con Isaac al monte. Después de orar y ofrecer un sacrificio, regresaremos. 16

Isaac iba cargado con la leña. Abrahán llevaba el cuchillo y un cubo con brasas ardiendo. -Padre, dijo Isaac. Llevamos leña y fuego. Pero no llevamos la víctima para el sacrificio. -Dios cuidará de eso, le respondió Abrahán. En lo alto del monte, Abrahán levantó con piedras un altar. Amontonó sobre él la leña. Luego ató a su hijo Isaac, y lo puso sobre la leña. Sacó el cuchillo. Entonces oyó la voz: -¡Abrahán! No le hagas nada al muchacho. Me has demostrado que me escuchas y confías en mí, pues estabas dispuesto a sacrificarme a Isaac, tu único hijo. Abrahán miró alrededor y vio un carnero con los cuernos enredados en una zarza. Puso el animal sobre el altar y se lo ofreció en sacrificio a Dios. Después bajó del monte, acompañado por Isaac (Gn 21, 1-8; 22).

9. Isaac, Esaú y Jacob Isaac heredó los rebaños de Abrahán y sus criados y criadas. Heredó también la bendición de Dios. Como su mujer Rebeca no tenía hijos, Isaac oró a Dios y Dios le escuchó. Rebeca dio a luz dos hijos. Eran mellizos. Pero desde el prim er día nadie pudo confundirlos. El primogénito tenía vello en brazos y piernas. Sus padres le pusieron por nombre Esaú. El otro hijo tenía la piel suave. Le pusieron por nombre Jacob. Esaú se hizo cazador. Jacob prefería quedarse cerca de las tiendas y trabajaba de 17

pastor y labrador. Isaac quería más a Esaú, porque le gustaban mucho los asados que le preparaba con los animales que él cazaba. Pero Rebeca quería más a Jacob. En una ocasión, Jacob acababa de hacer un guiso de lentejas cuando regresó a casa Esaú. Venía exhausto. Dijo: -Dame un poco de ese guiso rojizo. Jacob respondió: -Véndeme primero tu derecho de primogénito. Con un juramento, Esaú le vendió ese derecho. Y entonces Jacob le dio pan y guiso de lentejas. Isaac se hizo viejo y perdió la vista. Un día le dijo a Esaú: -Ve a cazar y prepárame un buen asado. Luego te transmitiré la bendición de Dios. Rebeca oyó las palabras de Isaac. Quería que fuera Jacob el que recibiera la bendición. Por eso le dijo: -Tráeme dos cabritos. Hizo con ellos un asado. Después enrolló la piel de los cabritos en los brazos y el cuello de Jacob. Y le mandó que fuera a ver a Isaac. Isaac oyó pasos. Preguntó: -¿Quién eres? -Soy Esaú, respondió Jacob. Te traigo el asado. Come primero, y luego me darás la bendición, tal como me lo prometiste. Isaac palpó los brazos de su hijo. Tocó la piel velluda de los cabritos. Y cayó en el engaño. Bendijo a Jacob: -¡Bendito sea el que te bendiga! Inmediatamente después regresó Esaú de la cacería. Trajo a su padre un asado. Le pidió su bendición. Entonces Isaac se dio cuenta de que su hijo Jacob le había engañado. Pero no podía retirar va su bendición. Esaú se puso furioso. 18

Dijo: -Cuando haya muerto nuestro padre Isaac, mataré a Jacob. Rebeca lo oyó. Y le dijo a Jacob: -Huye a Jarán, a casa de tu tío Labán. Aguarda allí hasta que a Esaú se le haya olvidado su enojo. Jacob marchó a casa de Labán. Trabajó para Labán pastoreando sus vacas. Pero cuidó también de sus propios rebaños. Se casó y tuvo hijos. Al cabo de veinte años, Jacob con toda su familia regresó a Canaán. Estando de camino, pasó la noche junto al río Yaboc. Había llevado todas sus pertenencias a la otra orilla, y él se quedó allí solo. Aquella noche, un hombre luchó 19

con Jacob hasta el amanecer. Después de la lucha, aquel hombre bendijo a Jacob y le habló así: -Desde ahora no te llamarás ya Jacob, sino Israel, que quiere decir: «campeón de Dios». Pues has luchado con Dios y con hombres y has quedado vencedor. Jacob se reconcilió con su hermano Esaú. Vivió en el país de Canaán y tuvo doce hijos: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar, Zabulón, José, Benjamín, Dan, Neftalí, Gad y Aser. Fueron los patriarcas del pueblo de Israel (Gn 25-35).

10. José, llevado a Egipto Jacob quería a José más que a ningún otro de sus hijos. Le regaló una herniosa túnica. Entonces los demás hermanos tuvieron envidia. Un día, Jacob envió a José adonde estaban sus hermanos apacentando los rebaños. Ellos, al verle, le agarraron y le echaron a un pozo vacío, sin agua. Al principio querían matarlo. Luego lo vendieron por veinte monedas de plata a unos comerciantes extranjeros. Los hermanos desgarraron la túnica de José y la rociaron con sangre de cordero. Después se la enviaron a su padre Jacob por medio de un recadero. Jacob reconoció en seguida la túnica. Creyó que alguna fiera había devorado a José. Jacob lloró durante mucho tiempo a su hijo más querido. 20

José llegó a Egipto en compañía de aquellos comerciantes. Allí lo vendieron a un funcionario llamado Putifar. José trabajaba para él y todo lo que hacía le salía bien. Pues Dios estaba con él. Putifar lo nombró administrador de su casa. La mujer de Putifar quiso seducir a José. José se negó, y entonces la mujer lo calumnió ante su marido. Putifar mandó encarcelar a José. En aquella cárcel estaban presos también el panadero y el copero del Faraón. Una vez, tuvo cada uno de ellos un sueño. Contaron sus sueños a José, y él pudo decirles lo que aquellos sueños significaban: El copero sería absuelto y volvería a su trabajo. El panadero sería 21

condenado y ejecutado. Todo sucedió tal como José había dicho (Gn 37; 39-40).

11. Jacob y sus hijos van a Egipto Dos años más tarde, el Faraón, el rey de Egipto, tuvo un sueño. Consultó a todos los sabios e intérpretes de sueños que había en su país, pero nadie supo interpretarle el sueño. Entonces el copero se acordó de José. Dijo al Faraón: -E n la cárcel hay un joven israelita. El supo interpretar mi sueño y el del panadero. Lo que él nos dijo sucedió. El Faraón mandó llamar a José y le contó su sueño: -Salen del río Nilo siete vacas sanas y gordas. Y después salen otras siete vacas flacas y mal alimentadas. Y estas últimas se comen a las primeras. Y siete espigas hermosas y granadas brotan de un mismo tallo. Pero luego brotan otras siete espigas, vacías y secas, y devoran a las siete espigas granadas y llenas. José explicó al Faraón: -Dios te mostró durante la noche lo que va a suceder. A lo largo de siete años habrá buen ganado y los campos darán trigo en abundancia. Luego vendrán siete años de sequía en los que no caerá una gota de agua. Los animales morirán de sed. Y el grano se secará. Puedo darte un consejo: Manda construir graneros, compra los excedentes de los años de buena cosecha. Guarda provisiones para los años de hambre. El Faraón creyó a José. Y le nombró 22

administrador. Y cuando, una vez pasados los siete años de abundantes cosechas, no cayó ni una sola gota de agua, el ganado murió de sed y las mieses se secaron. Pero José abrió entonces los graneros. Desde muy lejos llegaba gente hambrienta para comprar trigo en los graneros de José. Jacob y sus hijos no tenían tampoco qué comer. Así que Jacob envió a sus hijos a Egipto. José vio a sus hermanos y en seguida los reconoció. Pero ellos no lo reconocieron. José puso a prueba a sus hermanos. Quería saber si ahora eran buenos hermanos unos con otros. Mandó que en el saco de Benjamín pusieran su propia copa de plata. Cuando los hermanos se

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disponían a emprender el regreso, José envió a su administrador para que los alcanzara. Él les mandó detenerse y les acusó: -¿Por qué devolvéis mal por bien? ¿Por qué habéis robado la copa de plata de mi señor? Los hermanos se defendieron: -No hemos robado nada. Pero, al registrar el saco de Benjamín, apareció en él la copa. Entonces todos los hermanos regresaron adonde José. José les dijo: -Todos los demás pueden marcharse. Queda detenido únicamente aquel en cuyo saco apareció la copa. Judá le contestó: -Nuestro padre quiere mucho a su hijo más pequeño. Se moriría de pena, si algo le ocurriese. Déjame que me quede yo en lugar de Benjamín. Y José no pudo ya reprimirse: -Yo soy José, vuestro hermano, les dijo. Vosotros me vendisteis; os portasteis mal conmigo. Pero Dios lo cambió todo en bien. Dispuso que yo viniera a Egipto para poder salvaros a vosotros ahora. Regresad enseguida donde nuestro padre y volved con él a Egipto. Aquí no padeceréis necesidades. Jacob se alegró con toda su alma al enterarse de que José vivía. Y marchó a Egipto con sus hijos y con las familias de sus hijos. Allí vivieron como pastores en la región de Gosén. Mientras duró el hambre, José cuidó de sus hermanos (Gn 41-47). 24

MOISÉS CONDUCE AL PUEBLO POR EL DESIERTO 12. Dios salva a Moisés José y sus hermanos murieron. Sus hijos y nietos, los israelitas, vivían en Egipto. Allí se convirtieron en un gran pueblo. Transcurrió mucho tiempo. Reinaba en Egipto un nuevo Faraón. No sabía en absoluto la ayuda que José había prestado a Egipto en aquella época de intensa hambre. Tenía miedo de los israelitas y

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dijo: -Son fuertes. Tienen muchos hijos. Pronto serán más numerosos que nosotros los egipcios. Pero yo lo impediré. En primer lugar, aquel Faraón obligó a los israelitas a realizar trabajos forzados. Tenían que construir ciudades. Además, el Faraón ordenó que todos los hijos recién nacidos de los israelitas, si eran varones, fuesen ahogados en el Nilo. No habiendo ya hijos varones, el pueblo israelita se extinguiría. Había una madre que quería salvar a su niño pequeñito. Primero lo ocultó en casa. Al cabo de tres meses, no pudo seguir ya ocultándolo en ella. Tejió una canasta de mimbre. La embadurnó bien de barro y betún para que flotara y no entrase el agua. Luego colocó en ella a la criatura y depositó la canasta entre los juncos, a la orilla del Nilo. Miriam, hermana del niño, se quedó a cierta distancia para ver lo que sucedía con la canasta. Llegó al Nilo la hija del Faraón. Quería bañarse en el río. Descubrió la canasta abandonada a la orilla y mandó recogerla. Vio en ella al niño, y tuvo compasión del pequeñín. Miriam salió de su escondite y preguntó: -¿Quieres que busque una mujer para que lo críe? La hija del Faraón dijo: -Sí, hazlo. Miriam fue a buscar a la madre del niño. La hija del rey se lo confió para que lo cuidase. Le puso por nombre Moisés. Moisés fue creciendo y vivía en el palacio. Fue educado como egipcio. Pero no olvidó 26

jamás que pertenecía a aquel pueblo al que se sometía a duros trabajos de esclavitud. Vio una vez cómo un egipcio maltrataba a un israelita. Moisés se puso furioso y mató al egipcio. Tuvo entonces que huir. Fue al país de Madián y trabajó como pastor en casa del sacerdote Jetró (Ex 1-2).

13. Dios envía a Moisés Moisés iba con el rebaño por el desierto. Llegó al Sinaí, el monte de Dios. Allí vio una zarza que

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ardía sin consumirse. Moisés se acercó lleno de curiosidad. Y oyó una voz: -¡Moisés, Moisés! Yo soy el Dios de tus padres; el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. Moisés se tapó la cara. Tenía miedo de mirar a Dios. Pero Dios le habló así: -He visto cómo maltratan a mi pueblo en Egipto. He oído sus gritos de dolor. Sé lo que está sufriendo. Por eso yo te envío al Faraón. Tú sacarás de Egipto a mi pueblo. Moisés respondió: -¿Quién soy yo para presentarme ante el Faraón y darle órdenes? Pero Dios le dijo: -Yo estaré contigo. Moisés puso otra dificultad: -Los israelitas no me creerán, cuando yo les diga que el Dios de sus padres me envía a ellos. Me replicarán: Dinos cuál es su nombre. ¿Qué les responderé? Dios le dijo: -Yo soy el que soy. Ése es mi nombre para siempre. Moisés seguía sin querer aceptar ese encargo de Dios. Dijo: -No tengo facilidad de palabra. Le respondió Dios: -Ve, yo te indicaré lo que debes decir. Moisés le replicó: -¿Por qué no envías a otro? Pero Dios había elegido a Moisés. Moisés regresó con su familia a Egipto. Su hermano Aarón salió a recibirle. Moisés y Aarón fueron y reunieron a los padres de familia de los israelitas. Les hablaron del encargo que el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob le había dado a Moisés. Los israelitas se dieron cuenta de que Dios quería sacarlos de su situación apurada. Confiaron en Dios y lo adoraron (Ex 3-4). 28

14. ¡Deja en libertad a mi pueblo! Moisés y Aarón fueron a ver al Faraón. Le exigieron: -¡Deja en libertad a nuestro pueblo! Así lo quiere Dios. El Faraón no pensaba dejar libres a los israelitas, pues trabajaban para él. Les dijo: -¿Quién es el Dios de Israel para que yo le obedezca? No sé quién es, y no dejaré marchar a los israelitas. Les exigiré que trabajen más todavía, para que no olviden quién es el que manda aquí. Aquel mismo día ordenó a los vigilantes: -Hagan trabajar duramente a los israelitas para que se dejen de cuentos. Los israelitas gemían bajo aquellos trabajos forzados. Moisés oró al Señor. Y Dios le

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prometió: -Yo soy Dios y os sacaré de Egipto. Vosotros seréis mi pueblo. Y os daréis cuenta de que yo soy su Dios. Os conduciré al país que prometí a Abrahán, Isaac y Jacob. Y ese país os lo daré como herencia. Dios hizo sentir su poder al Faraón. Cayeron sobre Egipto plagas desastrosas: tormentas, malas cosechas, aguas contaminadas, peste de ganado. El aire estaba tan contaminado, que a todos les salieron llagas en la piel. El Faraón se dio cuenta de dónde venían esas desgracias. Fingió dos veces, tres veces, que iba a dejar en libertad a los israelitas sometidos a trabajos forzados. Pero, en cuanto terminaba la plaga, el Faraón se volvía atrás y no concedía la libertad (Ex 5-11). 15. La primera noche de pascua Luego dijo Dios a Moisés: -Hoy por la noche, el Faraón os dejará ir. Estad preparados para poneros en camino. Cada familia sacrifique un cordero. Con su sangre haréis una señal en la puerta de vuestras casas. Poneos sandalias para caminar. Y tened el bastón en la mano. Comed deprisa y no dejéis restos. Esta noche morirán los primogénitos de los egipcios. Por vuestras casas, marcadas en la puerta con la sangre, pasará de largo el ángel de la muerte. Todo sucedió tal como Dios había dicho. Los primogénitos de los egipcios murieron. Murió el primogénito del pobre y también el primogénito 30

del Faraón. Aquella noche, los egipcios lloraron por sus hijos. Entonces el Faraón mandó llamar a Moisés y Aarón y les ordenó: -¡Rápido, marchaos inmediatamente! Llevaos con vosotros todas vuestras cosas. Los israelitas se marcharon de Egipto. El pueblo de Israel no olvidó nunca esa primera noche de pascua. Los padres israelitas no olvidaron que Dios había respetado la vida de sus respectivos primogénitos. Desde entonces, con ocasión del nacimiento de su primer hijo varón, hacen una ofrenda. Cada año celebran la 31

pascua, la fiesta del «éxodo», y se la explican así a sus hijos: -Con mano fuerte nos libró Dios de la esclavitud de los egipcios (Ex 12-13). 16. Dios salva a su pueblo Pronto se arrepintió el Faraón de haber dejado en libertad a los israelitas. Dio la alarma a sus soldados y a los conductores de los carros de guerra. Con ellos salió en persecución de los israelitas que habían acampado junto al mar de juncos. Uno de sus vigilantes vio a lo lejos una nube de polvo: ¡Vienen los egipcios! Los israelitas estaban muertos de miedo, porque se sentían atrapados. Delante de ellos, el mar; detrás de ellos, el enemigo con poderosas armas. Entonces se quejaron a Moisés: -¿Por qué nos has llevado a la perdición? Aquí moriremos todos. Pero Moisés les contestó: -No tengáis miedo. Hoy vais a ver cómo Dios salva. Moisés extendió su mano sobre el mar, tal como Dios se lo había ordenado. Sopló viento de levante que hizo que se retiraran las aguas. El pueblo de Israel cruzó el lecho del mar, que había quedado seco. Una larga columna de hombres y mujeres, de chicos y chicas, de vacas y ovejas. Los egipcios llegaron a la orilla. No vacilaron mucho. Se lanzaron detrás de los israelitas. Pero el camino por el que cruzaron los israelitas, confiados en Dios, se convirtió para los egipcios en camino de muerte. Volvieron las masas de 32

agua. Los caballos y los carros de guerra y todo el ejército del Faraón fueron sepultados por las aguas. Los israelitas vieron cómo Dios salva. Miriam, hermana de Moisés, sabía tocar el tamboril. Danzó con las mujeres y cantó un himno de victoria: -¡Alabad al Señor, ensalzadle! Porque hizo que se hundieran en el mar los caballos y los carros (Ex 14-15). 17. Dios cuida de su pueblo Desde el mar de juncos, Moisés condujo al pueblo de Israel por el desierto. Al cabo de tres días encontraron un manantial. Pero el agua 33

que brotaba de él era amarga. -No se podía beber. Los israelitas protestaron contra Moisés: -¡Por ti nos morimos de sed en el desierto! Moisés oró a Dios: -¡Socórrenos! Y Dios mostró a Moisés un leño. Moisés lo arrojó al agua, y ésta perdió su sabor amargo. Los sedientos pudieron beber. Al poco tiempo, los israelitas vinieron otra vez con protestas a Moisés: -¿Por qué nos trajiste al desierto? ¡Si nos hubiéramos quedado en Egipto! Allí teníamos potes llenos de carne y pan en abundancia. Pero Dios dijo a Moisés: -Yo os daré pan y carne, para que aprendáis que se puede confiar en mí. Y así fue

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realmente. Al atardecer, una gran bandada de aves cubrió el campamento. Las aves se dejaban atrapar. De madrugada, el suelo estaba cubierto de copos de maná blancos y dulces. Pudieron recoger todos los que quisieron. Y se saciaron. Y no sólo aquel día, sino todos los días. Mientras el pueblo de Israel anduvo por el desierto (durante cuarenta años), Dios le proveyó de pan y carne. Desde entonces, los padres refieren a sus hijos cómo cuidó Dios de su pueblo, y cómo sigue cuidando de él. Sepan todos que se puede confiar en Dios y que uno puede sentirse seguro de su ayuda (Ex 15, 22-16, 36). 18. Dios elige un pueblo El pueblo de Israel cam inaba por el desierto, yendo de acampada en acampada. Al tercer mes, establecieron su campamento al pie del monte Sinaí. Moisés subió al monte para encontrarse con Dios. Dios le dio el siguiente encargo: -Di a los israelitas: Ya habéis visto que soy más poderoso que los egipcios. Os he llevado como un águila lleva a sus polluelos. Si escucháis lo que os digo y guardáis mi alianza, entonces seréis un pueblo que esté más cerca de mí que todos los demás pueblos. La tierra entera me pertenece. Pero vosotros me pertenecéis como un pueblo de sacerdotes que están dispuestos a servirme: un pueblo elegido y santo. 35

Cuando Moisés bajó del monte y dijo al pueblo lo que Dios le había ordenado, todos exclamaron: -Estamos dispuestos. Haremos todo lo que Dios dice. Viviremos como Dios quiere que vivamos. En el Sinaí, Dios dictó mandamientos a su pueblo. Estos mandamientos tienen validez para todos los hombres y para todos los tiempos. Todos los que sean fíeles a Dios sentirán que Dios es fiel con ellos. Dios dijo: -Yo soy el Señor, tu Dios. Yo te saqué de Egipto, del lugar de esclavitud. 1. No tendrás otros dioses junto a mí. No te harás imagen alguna de Dios. No servirás a nadie más que a mí. 36

2. No profanarás mi nombre. 3. El séptimo día será para ti un día santo. En él no trabajará nadie. 4. Honrarás a tu padre y a tu madre. 5. No matarás. 6. No cometerás adulterio. 7. No robarás. 8. No dirás falsedades contra tu prójimo. 9. No codiciarás la mujer de otra persona. 10. No codiciarás los bienes de otra persona. Moisés grabó en dos tablas de piedra los mandamientos que Dios había dado a su pueblo. Depositó las tablas en el arca santa. Las tablas son garantía de la alianza que Dios hizo con su pueblo de Israel (Ex 19-34). 19. Reglas de conducta Escucha, pueblo de Israel: -El Señor es tu Dios, el Señor y nadie más. Por eso, lo amarás con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas (Dt 6, 4-5). Cuando asedies una ciudad, no destruirás sus árboles a hachazos. Come de los frutos de los árboles, pero no tales el arbolado (Dt 20, 19). No explotarás a la viuda ni al huérfano que no tienen a nadie. Si les haces daño y ellos claman a mí, yo estaré de su parte (Ex 22, 21s). Si ves extraviados al buey o a la oveja de tu hermano, no te desentiendas. Ve a devolvérselos a su dueño (Dt 22, 1). 37

Si un pobre trabaja para ti, no le hagas esperar su jornal. Págale el jornal ese mismo día (Dt 24, 14-15). Cuando recojas las aceitunas de tu olivar y cuando vendimies tus viñedos, no rebusques demasiado. Deja para los pobres las aceitunas y las uvas que queden (Dt 24, 20-21). No oprimáis a los forasteros que vivan en vuestro país. Concededles los mismos derechos que vosotros tenéis. Amad a los forasteros como a vosotros mismos, y no olvidéis que también vosotros fuisteis forasteros en Egipto. Os lo digo yo, que soy el Señor, vuestro Dios (Lv 19, 33-34). No insultes al sordo, que no puede defenderse. No pongas obstáculos en el camino del ciego para que tropiece (Lv 19, 14). No odiarás a tu hermano en tu corazón. Reprende a tu prójimo, para que no seas tú también culpable de lo que él hace. No seas vengativo ni guardes rencor. Ama a tu prójimo como a ti mismo (Lv 19, 17-18). 20. La muerte de Moisés Dios había liberado a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Durante cuarenta años de peregrinación por el desierto, los israelitas aprendieron a confiar en Dios. Aprendieron también a convivir unos con otros. Las mujeres y los hombres que habían salido de Egipto con Moisés envejecieron y 38

fueron m uriendo en el desierto. También Moisés envejeció. Se dio cuenta de que iba a morir pronto. Entonces bendijo al pueblo. Dijo: -¡Qué dichoso eres, Israel! ¿Quién podrá compararse a ti, que eres un pueblo salvado por el Señor? Después subió Moisés a la cumbre del monte Nebo. Desde allí, el Señor le mostró todo el país de Canaán, prometido por él a su pueblo. Moisés murió en la frontera misma de ese país. Pues Dios le había dicho: -Haré que veas el país con tus propios ojos. Pero no entrarás en él. Durante treinta días lloraron los israelitas la muerte de Moisés (Dt 33-34). 39

REYES Y PROFETAS 21. En la tierra prometida Antes de su muerte, Moisés designó como jefe de su pueblo a Josué. Él se pondría al frente de los israelitas para hacerlos entrar en Canaán, el país en que habían vivido Abrahán, Isaac y Jacob. Pero los pueblos que vivían en Canaán no querían que los israelitas entrasen en el país. Guiados por Josué, los israelitas confiaron en la promesa de Dios. No dejaron que les echaran. Poco a poco fueron conquistando el país. Construyeron aldeas y vivían de la agricultura, lo mismo que los cananeos. Los israelitas aprendieron de los cananeos muchas cosas: cuándo hay que sembrar el grano o cuándo hay que vendimiar; aprendieron a hacer buenas herramientas; aprendieron a preparar buenas comidas y a confeccionar ropa. Pero en una cosa no debían imitar a los cananeos, si querían permanecer fieles a la alianza que habían hecho con Dios: No debían adorar ni servir a los dioses de los cananeos. A los israelitas les costó mucho guardar este mandamiento, pues los cananeos tenían lugares de culto por todas partes, en las tierras, en los montes y bajo la sombra de altos árboles, y allí adoraban a sus dioses, pidiéndoles lluvias y buenas cosechas. En aquel tiempo, los israelitas tuvieron una nueva experiencia: Mientras permanecían fieles 40

al Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, él los protegía y los bendecía. Pero, cuando le eran infieles, caían sobre ellos calamidades y tribulaciones. Ahora bien, si se volvían a Dios, confesaban sus culpas y le pedían perdón, él los miraba otra vez con amor y los bendecía (Jos; Jue). 22. El pueblo quiere tener un rey Los israelitas se repartieron las tierras de tal forma que cada una de las doce grandes tribus recibiera su propio territorio. Los ancianos de las tribus repartieron las tierras entre las familias. Cada familia recibió suficiente terreno para su sustento. 41

Las tribus vivían independientes. Pero contra el enemigo se defendían unidas. En esas ocasiones, Dios les enviaba un salvador que las sacaba del peligro. Sin embargo, a Israel se le hizo muy difícil confiar únicamente en Dios y aguardar a que él enviase un salvador en cada una de las situaciones de peligro. Ellos querían tener un caudillo permanente, un rey. Samuel era un salvador enviado por Dios. Preguntó al pueblo: -¿Queréis de veras inclinaros ante un hombre, trabajar para él, pagarle impuestos? Y los representantes de las tribus dijeron: -Queremos

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ser como los demás pueblos. Que un rey nos diga lo que es justo y lo que no es justo. Que un rey sea nuestro jefe en tiempo de guerra. Dios dijo a Samuel: -Escucha lo que los hombres dicen. No te han rechazado a ti, sino a mí. Entonces Samuel, por encargo de Dios, ungió a Saúl por rey de Israel. Dios le concedió su Espíritu. Saúl habría sido siempre un buen rey si hubiese confiado de corazón en Dios. Pero Saúl no quería fiarse de nadie, ni siquiera de Dios. No depositaba su confianza en nadie. Se llenó de tristeza y se extravió. Dios no estaba ya con él. Por eso no era ya capaz de acaudillar ni defender al pueblo de Israel (1 Sm 8-15). 23. David, el pastor de Belén David, de Belén, fue el segundo rey de Israel y el más insigne de todos. Confiaba en Dios y Dios estaba con él. Por eso, el pueblo de Dios no olvidará el nombre de David. En Israel se refieren muchas historias sobre David. David era el hijo menor de Jesé. Estaba cuidando de las ovejas cuando llegó Samuel a ungirle por rey. David era buen pastor. Conocía y amaba a sus ovejas, y no corría atemorizado cuando un león o un oso aparecía rugiendo. David era valiente. No tenía miedo a los enemigos de Dios y de su pueblo. Se cuenta de él que, siendo un muchacho, fue a ver a sus hermanos, que estaban en el campamento. Allí se enteró de que un grandullón forzudo, el 43

gigante Goliat, se burlaba de los israelitas y de su Dios. Ningún israelita se atrevía a luchar con Goliat. Pero David le dijo: -Te vas a enterar de lo fuerte que es el Dios de Israel. Puso una piedra en su honda, la hizo girar velozmente sobre su cabeza y la lanzó, alcanzando en medio de la frente al gigante Goliat, que cayó a tierra. Los enemigos tuvieron miedo. Ya no quisieron luchar contra Israel. Salieron corriendo. David sabía cantar canciones y tocar el arpa. En el libro de los salmos, que es el cantoral del pueblo de Dios, hay 150 cánticos como los que cantaba David. 44

Durante algún tiempo, David vivió con el rey Saúl. Cuando Saúl se ponía triste, David tocaba el arpa. Y entonces Saúl volvía a estar alegre. Como Dios estaba con David, éste era capaz de vencer a sus enemigos. Por eso, Saúl lo nombró jefe de su ejército. Pero, como David triunfaba y el pueblo lo aclamaba con entusiasmo, Saúl tuvo envidia. Quiso eliminar a David. Durante años, David, con un grupo de amigos, tuvo que ocultarse para escapar de Saúl. Los filisteos volvieron a atacar a Israel, pero el ejército de Saúl no pudo contener el ataque. En la serranía de Gelboé murieron los tres hijos de Saúl. También Saúl resultó gravemente herido. Y se dio muerte a sí mismo dejándose caer sobre su propia espada (1 Sm 16-31).

24. David, rey de Jerusalén Después de la muerte de Saúl, David fue proclamado rey sobre todo Israel. Conquistó Jerusalén y la convirtió en capital de su reino. Hizo traer a Jerusalén el arca santa con las tablas de la ley, en las que estaban grabados los mandamientos de la alianza. David quería que Jerusalén fuera la ciudad de Dios. David confiaba en Dios. Quería guardar la alianza concertada con Dios. Una vez que hizo una cosa mala, confesó su culpa y pidió perdón a Dios. Un día, David mandó llamar a Natán. Natán era un varón a quien Dios había 45

designado como su portavoz: era un profeta. David dijo a Natán: -Yo vivo en un magnífico palacio, pero el arca santa sigue albergándose en una tienda. Quiero construir para Dios una casa. Al día siguiente, volvió Natán para ver a David y le dijo: -Dios no quiere que construyas para él una casa. Al contrario: él construirá para ti una casa: una casa viva. Cuando tú mueras, tu hijo reinará sobre el pueblo de Dios. Estas palabras tienen vigencia para siempre. Por eso, el pueblo de Dios cree que el gran salvador, el mesías prometido por Dios a los hombres, nacerá de la familia de David (2 Sm 7). 46

25. Un cántico de David Señor, tú eres mi pastor, y no me falta de nada. Me llevas a verdes praderas y a lugares tranquilos junto a las aguas. Me guías por caminos seguros. Aunque camine por quebradas oscuras, no tendré miedo, porque tú estás conmigo (véase Sal 23). 26. Salomón edifica una casa para Dios El rey David murió y fue enterrado en Jerusalén. Su hijo Salomón gobernó en Israel. Salomón era un rey sabio. Sabía lo que es justo y lo que es injusto. En Jerusalén edificó para sí un

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palacio y construyó una casa para Dios: el templo. En él depositó el arca santa. En el día de la dedicación del templo, Salomón oró así: -¡Señor, Dios mío! Prometiste estar cerca de nosotros en este templo. ¡Escucha mi oración! ¡Escucha a todos los que te invoquen en esta casa! ¡Escúchanos, Señor, y perdónanos nuestras culpas! Salomón no tuvo que meterse en guerras como su padre David. Concertó tratados con otros pueblos. Fomentó el comercio y envió naves para que cruzaran los mares. Se enriqueció mucho. Hizo que vinieran artesanos extranjeros, y se casó con mujeres extranjeras. Los extranjeros que habían venido al país invitados por Salomón querían adorar a sus propios dioses. Salomón permitió que en tierra de Israel esas personas levantaran altares a sus dioses. Salomón oró a los dioses de los extranjeros y les rindió adoración. De esta manera traicionó al único Dios verdadero. Quebrantó la alianza (1 Re 2-11). 27. Proverbios de Salomón Un hijo sensato es la alegría de sus padres; un hijo necio les causa aflicción (10, 1). El odio provoca reyertas; el amor crea armonía (10, 12). El que ayuda a otros recibirá ayuda; el que da de beber al sediento nunca morirá de sed (11, 25). El que va por caminos rectos tiene en cuenta a Dios; el que va por caminos torcidos lo menosprecia (14, 2). 48

El que desprecia al prójimo peca; feliz el que se apiada de los que padecen necesidad (14, 21). El que no quiere escuchar el clamor del pobre pedirá ayuda y nadie lo escuchará (21, 13).

28. Dos reyes en un solo pueblo A la muerte de Salomón, su hijo Roboán iba a reinar en Jerusalén. Personas con experiencia le dieron un consejo: -Tu padre Salomón exigió de los labradores grandes tributos, y a los comerciantes los gravó con impuestos. Si tú eres menos exigente que tu padre, todos los israelitas te reconocerán por rey.

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Pero Roboán no escuchó el consejo de las personas con experiencia. Por eso, las diez tribus que habitaban en el norte del país le dijeron: -No necesitamos ningún rey de la casa de David. Elegiremos nuestro propio rey. Únicamente la tribu de Judá, que se denominaba así por descender de Judá, hijo de Jacob, y que habitaba en las cercanías de Jerusalén, permaneció fiel a Roboán. A partir de entonces, no sólo hubo un rey que gobernaba en Jerusalén, sino que hubo también otro rey en Siquén o en Samaría (1 Re 12, 1-25). 29. El Dios vivo Jeroboán, primer monarca que reinó sobre las tribus del norte, se dijo: -No está bien que los habitantes de mi reino tengan que acudir al templo de Jerusalén para asistir al culto divino o para ofrecer sacrificios. Por eso mandó hacer dos becerros de oro. Una de las imágenes la puso en el norte de su reino, en la ciudad de Dan. Y la otra imagen, en el sur, en la ciudad de Betel. Luego hizo que se pregonara en todos los lugares de su reino: -Ya no tendréis que acudir a Jerusalén para celebrar una fiesta u ofrecer un sacrificio. Encontraréis a Dios en Dan y en Betel. El mismo Dios que sacó de Egipto a vuestros padres. No todos los israelitas hicieron caso de Jeroboán, porque recordaban que Dios les había prohibido representar a Dios en imágenes, como 50

hacían los egipcios. Sabían que estaban quebrantando la alianza hecha con Dios si sustituían al Dios vivo por una imagen muerta (1 Re 12, 26-33; Ex 32-34). 30. El Dios poderoso Con frecuencia, los reyes de Israel olvidaban a Dios y su alianza. Dios envió hombres para que hablaran en nombre de él a los reyes y al pueblo: los profetas. El rey Ajab adoraba al dios Baal. Elias era un profeta de Dios. El profeta fue a ver al rey Ajab y le dijo: -Yo sirvo al Dios de Israel. Es el Dios poderoso. Tú experimentarás su poder, y contigo 51

todo el país, pues a partir de hoy no caerá rocío ni lluvia del cielo. La sequía durará hasta que yo diga. Elias temía la cólera del rey. Huyó cruzando la frontera y se refugió en Fenicia. Allí vivió en casa de una mujer pobre, una viuda que tenía un único hijo varón. El hijo se puso enfermo y murió. Entonces la mujer se quejó a Elias: -Eres amigo de Dios. Vives en mi casa. Por eso Dios me mira. Ve mis pecados y me castiga. Elias tomó en sus brazos el cuerpo muerto del niño y lo echó sobre la cama. Después se inclinó sobre él y oró así: -Señor, Dios mío, devuelve la vida a este niño. Dios escuchó la oración de su profeta. El niño recobró la vida. Elias lo tomó de la mano y se lo devolvió a su madre (1 Re 17).

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31. E l D io s ú n ic o

Al cabo de dos años, Dios volvió a mandar al profeta Elias para que se presentase ante el rey Ajab. El monarca se quejó al profeta: -Por tu culpa, todo el pueblo de Israel no tiene nada que comer. Pero Elias le respondió: -No soy yo el culpable de la gran sequía, sino que el culpable eres tú y tu familia. Habéis abandonado a nuestro Dios y habéis ido detrás de Baal. Manda que todos se reúnan en el monte Carmelo. Allí se decidirá quién es el Dios único. El rey Ajab los reunió a todos. Al monte Carmelo acudieron no sólo los profetas y los sacerdotes de Baal, sino también muchos israelitas. Elias dijo: -Construid un altar y poned sobre él una víctima. Después implorad a vuestro dios.

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Quizás envíe fuego del cielo y acepte vuestro sacrificio. Los sacerdotes y profetas de Baal construyeron el altar y pusieron sobre él la víctima. Estuvieron implorando a su dios desde las primeras horas de la mañana hasta el mediodía. Y desde el mediodía hasta el atardecer estuvieron clamando: -¡Baal, escúchanos! Pero clamaban en vano. No sucedió nada. Al atardecer, Elias construyó un altar para el Dios de Israel. Depositó la víctima sobre el altar y derramó agua encima. Y entonces oró de esta manera: -Señor, tú eres el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Muestra a todos que tú eres el Dios de Israel y que yo soy tu servidor. ¡Escúchame, Señor! Entonces cayó fuego del cielo. La víctima ardió por completo. Todos los presentes se estremecieron. Exclamaron: -¡El Señor es Dios! ¡El Señor es Dios! Al poco rato, se encapotó el cielo. Y empezó a llover sobre la tierra reseca (1 Re 18). 32. Dios llama a su lado a Elias Elias se dio cuenta de que Dios quería llevarlo a su lado. Fue al territorio que queda al otro lado del Jordán. Quería estar solo. Pero su discípulo Elíseo no quería dejarlo solo. Acompañó a Elias, y vio cómo descendía fuego del cielo, cual una gran tormenta. El torbellino de fuego arrebató a Elias y lo subió a lo alto como en un carro de fuego. 54

Cuando Elíseo, ya solo, cruzaba de regreso el Jordán, encontró un grupo de cincuenta discípulos de profetas. Le preguntaron: -¿Dónde se quedó Elias? ¡Vamos a buscarlo! No lo encontraréis, respondió Elíseo. Durante tres días estuvieron buscando a Elias, pero no lo encontraron. Regresaron y dijeron: -Dios se ha llevado al profeta en un carro de fuego. Desde entonces se cree en el pueblo de Israel que Dios, al fin de los tiempos, volverá a enviar a la tierra a su mensajero Elias (2 Re 2). 33. Los hambrientos comen hasta saciarse Llegó un hombre trayendo al profeta Elíseo veinte panes de cebada y una talega de grano.

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Elíseo dijo a su criado: -Repártelo para que todos coman. El criado respondió: -¿Cómo van a saciarse con esto cien personas? Pero Elíseo insistió: -Da de comer a la gente. Verás cómo todavía sobra. El criado repartió aquellas provisiones. Todos comieron hasta saciarse y todavía sobró, tal y como había dicho el Señor por boca de Elíseo (2 Re 4, 42-44).

34. Un signo de Dios para su pueblo En los tiempos en que Acaz reinaba en Jerusalén, dos reyes le declararon la guerra. Con sus ejércitos cercaron la ciudad de Jerusalén. Entonces tembló el corazón del rey y tembló también el corazón del pueblo, como se estremecen los árboles del bosque cuando sopla el huracán. El rey Acaz fue a examinar el canal para la traída de aguas. Y allí acudió también el profeta Isaías. Y transmitió al rev un mensaje de parte de Dios: -Tranquilízate, no tengas miedo. Ellos dos se han confabulado contra ti. Pero, confía en Dios, y él hará que aguantes. Dios quiere darte un signo para que estés seguro de su ayuda: el signo que tú le pidas. Pero Acaz rechazó la oferta: -No pediré un signo a Dios. Entonces dijo Isaías: -Pues Dios te va a dar un signo: Mira, la \irgen concebirá un niño. Dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa: Dios está con nosotros (Is 7). 56

35. E l p r o fe ta A m o s a c u sa

El Señor dice: -Por tres delitos cometidos por Judá, y por cuatro, no revocaré mi sentencia: Despreciaron mi palabra y no guardaron mis mandamientos. Se dejaron extraviar por ídolos, exactamente igual que habían hecho sus padres. Por eso enviaré fuego contra Judá; arderán los palacios de Jerusalén. El Señor dice: -Por tres delitos cometidos por Israel, y por cuatro, no revocaré mi sentencia: Vendieron por dinero al inocente. Revuelcan en el polvo a los desvalidos, y al débil le niegan sus derechos. Por eso, temblará el suelo bajo vosotros, como tiembla una carreta bajo el peso de las gavillas.

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Ni el más veloz podrá escapar. Aun el más fuerte desfallecerá. Y el más valiente se acobardará (Am 2).

36. Jeremías advierte que llegará el castigo de Dios El pueblo que vivía en alianza con Dios no era numeroso. Sus tropas no podían rivalizar con los ejércitos de las naciones poderosas. No podían hacer frente a los asirios, que habían ocupado el país y de las diez tribus del norte habían deportado a muchos, sacándolos de su patria para llevarlos a países extranjeros. Los creyentes veían en estos hechos el castigo divino: el castigo con que Dios había amenazado por sus profetas. En Jerusalén, Jeremías hacía serias advertencias: -Desde hace 23 años soy profeta de Dios. Os transmití todas las palabras de Dios. Pero vosotros no escuchasteis. Dije: Volveos de vuestros malos caminos. Dejad de obrar la maldad. Si así lo hacéis, os quedaréis en el país que Dios dio a vuestros padres y os dio a vosotros para siempre. Pero vosotros no me habéis escuchado. Por eso, así habla el Señor: Haré que vengan pueblos del norte. Convertiré en instrumento mío a Nabucodonosor, rey de Babilonia. Haré que caiga sobre vosotros y sobre las naciones de alrededor. Asolará el país. Vosotros serviréis al rey de Babilonia. 58

Y así sucedió: Nabucodonosor con sus ejércitos puso cerco a la ciudad de Jerusalén. Pronto no se pudo comprar ya ni siquiera un solo panecillo. Había gran miseria. Entonces los babilonios abrieron brechas en las murallas de Jerusalén. Irrumpieron en la ciudad, incendiaron el templo, el palacio real y las casas principales. Derribaron las murallas. Se llevaron como botín los objetos sagrados del templo. Los ciudadanos notables y también los artesanos tuvieron que marchar al destierro. Tan sólo pudieron quedarse en la patria gente pobre, labriegos y viñadores (Jr 25; 52).

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37. D io s q u ier e p e r d o n a r a su p u e b lo

Dios habló a su pueblo por medio del profeta Ezequiel: -Porque quebrantasteis la fidelidad que me debíais, porque no escuchasteis mi palabra, porque no guardasteis mis mandamientos, yo traje la perdición a vuestro país. Y ahora vivís en el destierro. Pero los babilonios dicen: ¿Es ése el pueblo de Dios? ¿Por qué perdieron su patria? Se burlan de vosotros y de mí. Pero sabrán que yo soy el Señor. Yo os reuniré de nuevo y haré que regreséis a vuestro país. Haré de vosotros personas nuevas, personas que me sirvan. Quitaré de vuestro pecho el corazón de piedra, y os daré un corazón humano. Os concederé mi Espíritu, para que respetéis mis mandamientos y los cumpláis. Viviréis en el país que yo di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios (Ez 36, 20-28). 38. El regreso de Babilonia Los desterrados de Judá y Jerusalén tuvieron que permanecer en Babilonia unos 40 años. Luego, Ciro, rey de los persas, conquistó Babilonia. Publicó un edicto en todo su reino: -El Señor, el Dios del cielo, me ha dado poder sobre todos los reinos de la tierra. Me ha encargado que reedifique su casa en Jerusalén. Todo el que pertenezca al pueblo de Dios, regresará a Jerusalén. Allí, entre todos, reedificarán el templo. 60

Se pusieron en camino todos los que se sintieron movidos por el Espíritu de Dios. Sus vecinos les proporcionaron oro y plata, ganado y otros regalos. El rey Ciro ordenó que se devolvieran los objetos sagrados que Nabucodonosor había robado del templo y llevado a Babilonia (Esd 1). 39. Cántico de los que regresan a la patria Cuando el Señor puso fin a nuestro cautiverio, y nos condujo de regreso a Jerusalén, nos parecía que soñábamos. Nuestra boca se llenó de risas, y dábamos gritos de júbilo. 61

Decían entonces los demás pueblos: ¡El Señor hizo por ellos cosas magníficas! ¡Sí, cosas magníficas hizo el Señor por nosotros! ¡Estamos rebosantes de alegría! (Sal 126).

ESPERANDO AL MESÍAS 40. El pueblo judío Las familias que regresaban desde las tierras extranjeras de Babilonia pertenecían a la tribu de Judá y eran oriundas de Jerusalén y de sus alrededores. Constituyeron el núcleo del pueblo judío. Querían vivir como habían vivido sus padres. Pero nada era ya igual que antes. Los babilonios habían asentado en Jerusalén y en sus alrededores extranjeros que seguían sus propias costumbres y adoraban a sus dioses. Las murallas que habían protegido a Jerusalén yacían derribadas. El templo construido por Salomón era un montón de ruinas. Los judíos fueron reedificando sus casas y las murallas de Jerusalén. En el año segundo después de su repatriación, pusieron la primera piedra del segundo templo. Los judíos volvían a vivir en su patria, pero su país pertenecía a los extensos dominios de reyes extranjeros. Esos reyes enviaban a Jerusalén sus soldados, sus recaudadores de impuestos y gobernadores. Hubo épocas en que 62

los extranjeros quisieron apartar a los judíos de la fe de Abrahán. Épocas en que un rey extranjero quiso obligar a todos los que vivían en su reino a que vivieran y creyeran en lo mismo que él y adoraran a los dioses que él adoraba. Durante esos siglos, los sacerdotes de Jerusalén fueron recopilando las sagradas tradiciones. En ese tiempo, las personas piadosas observaban las leyes y las instrucciones divinas. Aprendieron de nuevo quién era Dios y la alianza que hicieron con él. Aguardaban al rey, al libertador, prometido por Dios a su pueblo. Eran perseguidos y martirizados. Pero aun en la muerte confesaban su fe en el Dios vivo que puede salvar a los suyos incluso a través de la muerte (Esd, Neh, 1 Mac, 2 Mac).

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4 1. Job p id e a D io s u n a r e sp u e sta

Job era piadoso. Confiaba en Dios y desconfiaba del maligno. Job era muy rico. Tenía siete hijos, tres hijas, muchas ovejas y camellos, bueyes y burras. Para Job no era difícil tener afecto a Dios, que le había dado tantas cosas. Pero Dios puso a prueba a Job. Bandas de ladrones cayeron sobre los rebaños de Job. Mataron a los pastores y robaron el ganado. Job no perdió la cabeza por ello. Confiaba en Dios. Poco después le sobrevino otra desgracia. Cuando sus hijos y sus hijas estaban celebrando un banquete, la casa se derrumbó y los sepultó entre los escombros. Al enterarse Job de aquella desgracia, dijo: -Desnudo llegué a la tierra. Desnudo estaré cuando me muera. El Señor me lo dio. El Señor me lo quitó. ¡Bendito sea! Pero sobre Job cayó otro sufrimiento aún peor. Contrajo la lepra. Job, que había sido tan rico, estaba sentado ahora sobre un montón de cenizas. Se rascaba las heridas con una teja rota. La mujer de Job se acercó a su marido y le dijo: -¡Qué bien te va con tu confianza en Dios! ¡Maldice a Dios y muérete! Pero Job le respondió: -Hablas como quien no conoce a Dios. Si aceptamos de Dios lo bueno, ¿no aceptaremos también lo malo? Job tenía tres amigos. Cuando se enteraron de su desgracia, vinieron a verle. Querían 64

consolarle. Pero, al verle tan desdichado, comenzaron a llorar. Se sentaron a su lado, durante siete días y siete noches. Ninguno dijo una sola palabra, porque veían que el dolor de Job era muy grande. Entonces Job comenzó a hablar y a discutir con Dios. Se quejaba de sus sufrim ientos y acusaba a Dios de haber enviado sobre él, que era inocente, tantas desgracias. Los amigos de Job se quedaron horrorizados. Quisieron defender a Dios y dijeron: -¿Cómo te atreves a acusar a Dios? Todos sabemos que Dios es justo. Dios recompensa el bien y castiga el mal. Él no te habría enviado estos sufrimientos

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si tú no hubieras pecado y merecido este castigo. Pero Job estaba seguro de lo que decía. Y pidió a Dios que le explicara por qué él, que era piadoso, había merecido tantos sufrimientos. Los amigos hablaron y hablaron para convencer a Job de que estaba equivocado; de que él tenía que haber hecho algo malo, porque Dios no obra injustamente. Pero Job no se daba por vencido. Quería comprender por qué Dios recompensaba con males su fidelidad. Dios habló a Job en medio de una tormenta. Le preguntó: -¿Quién eres tú para pedirme cuentas? ¿Por qué hablas de lo que no eres capaz de entender? ¿Dónde estabas, cuando yo puse los cimientos de la tierra? ¿Separaste tú la tierra del mar? ¿Señalaste tú los tiempos para el día y para la noche? ¿Pusiste tú en el cielo las estrellas? ¿Das tú de comer a los animales? Job escuchó las preguntas. No sabía qué responder. Y se dio cuenta de que Dios es incomprensiblemente grande. Tan grande, que uno puede confiarse en él, aunque no entienda sus planes. Job respondió al Señor: -Ahora sé que tú lo puedes todo. Tú llevas a cabo todo lo que planeas. Yo, con mi ignorancia, te pedí cuentas. Tus planes son maravillosos. Yo no soy capaz de comprenderlos. Hasta ahora te conocía de oídas. Pero ahora mis ojos te ven. Por eso, me retracto de todo lo que he dicho y me confío a ti (Job). 66

42. Jonás aprende a conocer a Dios Dios habló a su profeta Jonás: -Ponte en camino. Ve a Nínive, capital del imperio asirio, y di a cuantos allí habitan que caerá sobre ellos mi castigo. Pero Jonás no quería ir a Nínive. Huyó en un barco que se dirigía a un lugar muy lejano. Quería alejarse, alejarse mucho de Dios. Pero el Señor desencadenó sobre el mar una tempestad. Las olas agitaban el barco y parecía que éste iba a zozobrar. Todos estaban muy asustados. Cada uno oró a su dios. Pero Jonás dormía tranquilamente en la bodega del barco. El capitán despertó a Jonás: -Pero, ¿cómo puedes dormir? ¡Levántate y ora a tu Dios! Quizás él pueda salvarnos. Los marineros se dijeron unos a otros: -Vamos a echar suertes. Veremos así quién tiene la culpa de esta desgracia. Y le tocó a Jonás. Él dijo: -Arrojadme al mar, y os salvaréis. Por mi culpa ha venido sobre vosotros esta tempestad. Los marineros remaban con todas sus fuerzas. Pero no podían nada contra el temporal. Entonces oraron así: -Señor, no nos tomes en cuenta lo que vamos a hacer. No pienses que cometemos un delito contra un inocente. Entonces agarraron a Jonás y lo tiraron al mar. Inmediatamente las aguas se serenaron. Pero el Señor envió un pez enorme, que se tragó a Jonás. Pasó tres días y tres noches en el vientre de aquel pez. Desde allí oró al Señor, su Dios. El pez nadó hacia la orilla y arrojó a Jonás. 67

Por segunda vez ordenó Dios a Jonás: -Ve a Nínive, a la gran ciudad. Pregona allí todo lo que voy a decirte. Jonás marchó a Nínive. Y proclamó a gritos: -Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida. Los habitantes de Nínive escucharon a Jonás. Creyeron a Dios. Comenzaron a ayunar rigurosamente y se vistieron con sayales de penitencia. Lo hicieron todos, los grandes y los pequeños, los ricos y los pobres, el pueblo entero. Dios vio el arrepentimiento de los habitantes de Nínive. Y retiró sus amenazas. Pero Jonás se disgustó mucho y estaba encolerizado. Oró de esta manera: -Ah, Señor, 68

por algo no quería yo ir a Nínive. Yo sabía muy bien que tú amas a los hombres y les perdonas. Prefiero morir a seguir viendo lo que veo. Jonás salió de la ciudad y se dirigió hacia el este. Se sentó y esperó a ver qué pasaba. Entonces el Señor hizo crecer allí una planta de ricino para que diera sombra a Jonás. Jonás se puso muy contento al ver aquella planta. Pero, durante la noche, un gusano royó las raíces de la planta, y ésta se secó. Lucía un sol abrasador. Jonás no podía aguantar aquel calor. Dijo: -Quisiera morirme. Pero Dios le preguntó a Jonás: -Te da lástima de la planta de ricino que brotó en una noche y en una noche se secó, ¿y a mí no me iba a dar lástima de la gran ciudad de Nínive en la que hay muchos niños y muchos animales? (Jon). 43. El reino de Dios El profeta Daniel describe la visión que Dios le mostró: -Se colocaron unos tronos. Un anciano se sentó. Su vestidura era blanca como la nieve, y los cabellos de su cabeza, como lana pura. Su trono eran llamas de fuego, con ruedas como llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles de personas le servían. Y millones estaban de pie en su presencia. Y vi que venía sobre las nubes del cielo una figura humana. Se acercó al anciano y fue presentado ante él. El anciano le dio poder, 69

honor y dominio real. Todos los pueblos y personas de todas las lenguas v razas le servirán. Su reino es reino eterno, que no pasará. Su imperio es indestructible (Dn 7, 9-14). 44. El cántico del siervo de Dios Un profeta canta cánticos del siervo que cumple en todo la voluntad de Dios. Por medio de él, el obediente, llegan a la tierra la justicia de Dios y su salvación. Ved, éste es mi siervo, a quien yo sostengo. Es mi elegido, a quien amo. Yo puse mi Espíritu sobre él. Anunciará a las naciones la verdad. No gritará, no hará mido, no hará resonar su voz en la calle. No romperá la caña cascada, ni apagará la mecha que arde débilmente. Con fidelidad promoverá el derecho. No se cansará, no desfallecerá hasta implantar en la tierra mi derecho. Las islas más remotas aguardan sus enseñanzas (Is 42, 1-4). 45. El mundo nuevo de Dios Así habla el Señor: -Hago nuevas todas las cosas: un nuevo cielo y una nueva tierra. Lo que antes era se olvidará. Vosotros os regocijaréis y os alegraréis por lo que yo voy a crear. Nadie llorará jamás y nunca se lamentará nadie. No nacerán va niños que vivan pocos días. Nadie morirá en la mitad de su vida. Tendréis vida tan larga como la de un árbol. Nadie os quitará lo 70

que habéis trabajado. Aun antes de que me pidáis algo, yo os responderé. Mientras estáis todavía hablando, yo os habré escuchado. Entonces el lobo y el cordero pacerán juntos. El león comerá paja como el buey. Nadie hará nada malo; nadie causará ya estragos (Is 65, 17-25).

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DE LOS LIBROS DEL NUEVO TESTAMENTO DIOS CUMPLE SU PALABRA: JESÚS ES EL MESÍAS 46. Jesús es el Hijo del Altísimo Dios envió como mensajero suyo al ángel Gabriel. Y lo envió a Nazaret, adonde una virgen llamada María, que estaba comprometida para casarse con José, un varón de la familia del rey 73

David. Gabriel llegó adonde estaba María y le dijo: -¡Alégrate, María! Dios está contigo. El te ha elegido. María quedó desconcertada y pensaba qué significarían aquellas palabras. Pero Gabriel le dijo: -No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Dios te quiere. Vas a tener un niño. Darás a luz un hijo. Le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. María preguntó: -¿Cómo sucederá eso, pues no conozco varón? Gabriel le respondió: -El Espíritu Santo, el poder del Altísimo, descenderá sobre ti. Para Dios no hay nada imposible. María dijo entonces: -Yo soy la esclava del Señor. ¡Cúmplase en mí lo que Dios desea! (Le 1, 26-38). 47. Jesús se llama Enmanuel: Dios con nosotros José era un hombre justo y piadoso. Se dio cuenta de que María, su prometida, aguardaba un hijo. Como la amaba mucho y no quería hacerle daño, pensaba abandonarla en secreto, sin llamar la atención de nadie. Pero, durante la noche, vio a un mensajero de Dios, a un ángel, que le dijo: -José, hijo de David, no tengas temor. Lleva a María a tu casa. El niño que ella espera viene del Espíritu de Dios. Ella tendrá un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Pues él reconciliará con Dios al pueblo. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: -Mira: la 74

virgen concebirá. Dará a luz un hijo. Le pondrá por nombre Enmanuel, que significa: Dios está con nosotros (Mt 1). 48. Jesús nace en Belén En aquellos tiempos reinaba en Roma el emperador Augusto y dio el siguiente edicto: -Todas las personas que viven en mi imperio deben inscribirse en las listas del censo. Cada uno, en el lugar de donde es oriunda su familia. Por eso, José con María marcharon de Nazaret a Belén, que era la ciudad natal de la familia de David. Allí María dio a luz a su hijo primogénito. 75

Lo arropó en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no habían encontrado sitio en la posada. Cerca de Belén había unos pastores con sus rebaños. Vino a ellos el mensajero de Dios. El resplandor de su luz los envolvió de claridad. Los pastores estaban muy asustados. Pero el ángel les dijo: -No temáis. Os anuncio a vosotros y a todo el pueblo una gran alegría: Hoy, en la ciudad de David, ha nacido el Salvador; él es el Señor. Le reconoceréis: un niño arropado en pañales, acostado en un pesebre. De repente aparecieron muchos ángeles en aquel campo. Alababan a Dios y exclamaban: -En el cielo se cantan a Dios cánticos de alegría, y en la tierra los hombres tienen paz, porque Dios los ama. Entonces desaparecieron los ángeles y se quedaron solos los pastores. Se decían unos a otros: -Vamos a Belén y veamos lo que ha sucedido allí. Se dieron prisa y encontraron a María, a José y al niño acostado en un pesebre. Lo miraron bien todo, y fueron contando lo que Dios les había dicho sobre aquel niño. Todos los que los oían se quedaban asombrados. María conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón. Los pastores volvieron con sus rebaños. Cantaban cánticos de alabanza y daban gracias a Dios por todo lo que habían visto y oído. Cuando el niño tenía ya ocho días, le pusieron el nombre que Gabriel había dicho: Jesús, que quiere decir: Dios salva (Le 2, 1-21). 76

49. Jesús es el rey de los judíos En el tiempo en que nació Jesús, Herodes gobernaba como rey en Jerusalén. Por entonces llegaron a Jerusalén unos sabios que venían del oriente. Preguntaron: -¿Dónde está el rey de los judíos, que acaba de nacer? Vimos cómo aparecía en el cielo su estrella. Y hemos venido a postrarnos ante él. El rey Herodes, al oír esto, se estremeció. Con él se estremecieron todos los que vivían en Jerusalén. Herodes mandó llamar a los sacerdotes y a los doctores que conocían a fondo las Sagradas Escrituras. Les preguntó: -¿Dónde ha de nacer el mesías, el salvador? Le

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respondieron: -H a de nacer en Belén. Así lo dice el profeta Miqueas: Tú, Belén, en tierra de Judá, eres ciudad importante, ciudad de príncipes; porque en ti ha de nacer el que dirija y gobierne al pueblo de Israel. Herodes orientó a aquellos varones sabios para que se dirigieran a Belén: -Id, buscad al niño. Cuando lo hayáis encontrado, venid a decírmelo para que yo vaya también y me postre ante él. Cuando los sabios se pusieron en camino, apareció ante ellos la estrella que habían visto en oriente. La estrella se detuvo sobre la casa en donde estaba Jesús. Aquellos hombres se alegraron de todo corazón. Entraron en la casa, hallaron a María y al niño, se inclinaron profundamente ante él y lo adoraron. Después le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Pero, durante la noche, Dios les ordenó que no regresaran al palacio de Herodes. Por eso escogieron otro camino para volver a su patria (Mt 2, 1-12). 50. Jesús es perseguido Durante la noche, Dios ordenó a José en un sueño: -Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto, y permaneced allí hasta que yo os diga. Herodes va a buscar al niño para matarlo. En plena noche, José se levantó y, en compañía de María y del niño Jesús, huyó a Egipto. Herodes se dio cuenta de que los sabios no habían querido pasar por Jerusalén en su 78

regreso. Se enfureció y mandó matar, en Belén y en sus alrededores, a todos los niños varones que fuesen menores de dos años. Después de la muerte de Herodes, un ángel de Dios le dijo a José en un sueño: -Levántate, toma al niño y a su madre y regresa a la tierra de Israel. José se levantó. Y, en compañía de María y del niño Jesús, regresó a la tierra de Israel. Fueron a vivir a Nazaret (Mt 2, 13-23). 51. Jesús debe ocuparse de las cosas de Dios Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén por la fiesta de la pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, llevaron consigo al 79

muchacho. Transcurridos los días de la fiesta, emprendieron el camino de regreso. Pero Jesús se quedó en Jerusalén. Sus padres no se dieron cuenta. Al atardecer, lo buscaron entre los parientes y amigos. Como no lo encontraban, volvieron a Jerusalén. Buscaron a su hijo por toda la ciudad. Al tercer día, lo encontraron en el templo. Jesús estaba sentado entre los maestros de la Sagrada Escritura. Los escuchaba y les preguntaba. Todos estaban maravillados de la forma en que hacía sus preguntas y daba sus respuestas. Sus padres, al verle, se sintieron dolidos. Su madre le dijo: -Hijo, ¿por qué nos has hecho eso? 80

Tu padre y yo te hemos estado buscando, llenos de angustia. Jesús les respondió: -¿Por qué me buscabais? ¿No sabéis que debo ocuparme de las cosas de mi Padre? Después, Jesús regresó con ellos a Nazaret y fue obediente (Le 2, 41-52). 52. La confesión de fe del bautista Juan, hijo del sacerdote Zacarías y de su mujer Isabel, vivía en el desierto. Dios lo llamó para que fuera su mensajero, y entonces Juan se dirigió a la comarca junto al río Jordán y comenzó a decir a la gente: -Convertios. Cambiad de vida. Haceos bautizar en el Jordán para que Dios perdone vuestras culpas. Sucedía lo que está escrito en el libro del profeta Isaías: -Una voz grita en el desierto: Abrid un camino para el Señor, edificad una calzada para Dios. Todo valle será rellenado, y toda montaña y colina será aplanada. Que lo torcido se enderece, y lo accidentado se iguale. Y todas las criaturas experimentarán la salvación que Dios concede gratuitamente (Is 40, 3-5). Muchas personas venían a escuchar a Juan en el Jordán. Se hacían bautizar por él y preguntaban: -¿Qué debemos hacer? Juan les decía: -El que tenga dos vestidos dé uno al que no tiene. El que tenga de comer comparta su comida con el hambriento. A los recaudadores de impuestos les decía: -No exijáis más de lo que está dispuesto. Y a los soldados: -No robéis, no

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hagáis chantaje a nadie, contentaos con vuestra paga. Muchos pensaban que Juan era el mesías, el salvador, pero Juan les decía: -Yo os bautizo sólo con agua. Pero está para llegar uno que es más poderoso que yo. Yo no soy digno siquiera de desatar la correa de sus sandalias. Él os bautizará con el Espíritu Santo y con el fuego del juicio (Le 3, 1-18). 53. El testimonio del Padre Cuando Jesús tenía unos 30 años de edad, fue adonde estaba Juan en el Jordán. Hizo que Juan lo bautizara, como a los demás. Luego se puso a

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orar. Mientras oraba, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre Jesús, lo mismo que una paloma desciende revoloteando. Se oyó una voz del cielo que decía: -Tú eres mi Hijo amado. Tú eres mi predilecto (Le 3, 21-23).

¡CAMBIAD DE VIDA! JESÚS ENSEÑA Y CURA 54. El mensaje de Jesús Jesús fue a Galilea. Proclamaba el evangelio de Dios y decía: -Se ha cumplido el tiempo.

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Comienza ahora el reinado de Dios. Convertios y creed la Buena Noticia que yo os traigo (Me 1, 14-15). Cuando Jesús fue a Nazaret, donde se había criado, acudió el sábado a la casa de oración. Allí leyó un pasaje del libro del profeta Isaías: -El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha escogido. Él me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres; a decir a los cautivos: estáis libres; a los ciegos: recobrad la vista; a los oprimidos: gozad de libertad; y a proclamar el tiempo en que Dios tiene clemencia. Jesús declaró a todos los que se hallaban en la casa de oración: -La palabra que habéis escuchado se ha cumplido hoy. Al principio, todos estaban entusiasmados, pero luego reflexionaron: -¿No es ése el hijo de José? Jesús les dijo: De verdad os digo: Ningún profeta es bien recibido en su patria. Cuando los que estaban en la casa de oración oyeron esto, se enfurecieron. Saltaron sobre Jesús, le echaron a empujones de la ciudad y querían despeñarlo desde un monte. Pero no pudieron hacer nada a Jesús (Le 4, 16-30).

55. Unos pescadores deciden seguir a Jesús Jesús se acercó a la orilla del lago de Galilea. Allí vio a Simón, que también se llama Pedro, y a su hermano Andrés. Estaban echando sus 84

redes. Eran pescadores. Jesús les dijo: -Venid conmigo. Yo os haré pescadores de hombres. Los dos dejaron inmediatamente sus redes y siguieron a Jesús. Poco después vio Jesús a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan. Se hallaban en la barca con su padre y preparaban las redes. Jesús los llamó. Entonces ellos abandonaron inmediatamente la barca y a su padre y siguieron a Jesús (Mt 4, 18-22). 56. Un signo de su gloria y poder divino En Caná de Galilea se celebra una boda. Allí está María, la madre de Jesús. También Jesús y 85

sus discípulos asisten como invitados. Una boda es una fiesta alegre, e implica la celebración de un banquete. Al faltar el vino, se crea una situación penosa para los esposos y sus invitados. María se da cuenta de ello y le dice a Jesús: -¿No podrías ayudarles? Jesús contesta: -¿Qué voy a hacer? Hoy no es todavía el día de mostrar quién soy. María dice a los servidores: -Haced lo que él os diga. Había allí seis tinajas de piedra. Jesús dice a los servidores: -Llenad las tinajas de agua. Y ellos las llenaron hasta los bordes. Luego dice Jesús: -Sacad un poco y llevádselo al maestresala. Cuando éste lo bebió, se dio cuenta

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de que el agua se había convertido en vino, un vino exquisito. El maestresala no sabía de dónde procedía este vino. Pero los servidores, que habían llenado de agua las tinajas, lo sabían muy bien. El maestresala llamó al novio y le dijo: -Todo el que da un banquete ofrece primero a los invitados el vino mejor y más tarde el más corriente. Tú has hecho al revés y has guardado para el final el vino de más calidad. De esta manera realizó Jesús el primer signo revelador de su poder y su gloria. Fue en Caná de Galilea. Y sus discípulos creyeron en él (Jn 2, 1-11). 57. Un paralítico echa a andar Jesús volvió a Cafarnaún. Todos los de la ciudad supieron pronto que Jesús estaba en casa. Acudieron muchos corriendo y se apiñaron delante de la puerta de la casa. Jesús les dijo a todos que Dios los ama. Llegaron cuatro hombres llevándole un paralítico. Querían acercárselo a Jesús, pero la gente no se apartaba para dejarles paso. Entonces los cuatro hombres subieron al tejado (que era plano), llevando consigo al paralítico, poniéndolo precisamente delante de donde Jesús estaba. Jesús se dio cuenta de que aquellos hombres tenían fe en él. Dijo al paralítico: -Tus culpas están perdonadas. Algunos doctores de la ley oyeron lo que Jesús acababa de decir. Pensaban: -Pero qué cosas dice Jesús. Eso es una blasfemia. Ningún 87

hombre puede perdonar pecados. Sólo puede hacerlo Dios. Jesús sabía lo que estaban pensando. Les dijo: -¿Qué andáis cavilando? ¿Qué es más fácil decir: Tus pecados te son perdonados, o: Paralítico, levántate, toma tu camilla y anda? Vais a ver cómo yo, con el poder del Padre, perdono pecados en la tierra. Y le dijo al paralítico: -Levántate, toma tu camilla y vete andando a casa. Inmediatamente se levantó aquel hombre, tomó su camilla y echó a andar. Todos pudieron verlo. Alababan a Dios y se decían unos a otros: -Nunca hemos visto cosa igual (Me 2, 1-12). 88

58. Jesús llama a un pecador Los recaudadores de impuestos tenían muy mala fama. Con frecuencia exigían más impuestos que los previstos por las leyes. Además, trabajaban por encargo de las fuerzas romanas de ocupación. Por eso, los fariseos no querían trato alguno con ellos. Un día se paseaba Jesús por la orilla del lago cuando vio al recaudador Leví en su caseta de recaudación de impuestos. Jesús lo miró y le dijo: -Ven, sígueme. Leví se levantó y se fue con Jesús. Jesús estaba invitado a comer en casa de Leví. Y había sentados allí a la mesa muchos recaudadores de impuestos y muchos pecadores

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que comían al lado de Jesús y de sus discípulos. Los fariseos y los doctores de la ley lo vieron y dijeron a los discípulos: -¿Cómo es que vuestro Maestro come con los pecadores? Jesús oyó la pregunta y respondió: -No son los sanos los que necesitan un médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores (Me 2, 13-17). 59. Jesús elige doce apóstoles Jesús subió a un monte. Llamó a los discípulos que él había elegido, y éstos se acercaron a él: eran doce hombres. Estarían siempre a su lado: para ver lo que hacía y oír lo

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que decía. A estos doce iba él a enviarlos como sus apóstoles para que transmitieran la Buena Noticia, y para que, con el poder que les daría, curasen a los enfermos. Los doce apóstoles eran: Simón, a quien dio el nombre de Pedro, Santiago y su hermano Juan, y luego Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el hijo de Alfeo, Tadeo, Simón y Judas Iscariote, que más tarde traicionó a Jesús (Me 3, 13-19). 60. Jesús elige un pueblo Jesús recorría Galilea. Enseñaba en las casas de oración y proclamaba el evangelio de Dios. Curaba a todos los que estaban enfermos y sufrían. En todo el país se hablaba acerca de él. Gentes de todas partes acudían a oírle. Jesús, al ver tantas personas, subió a un monte. Se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Jesús comenzó a enseñarles: -Todos los que saben que ante Dios son pobres pueden estar contentos; de ellos es el reino de los cielos. Todos los que están afligidos pueden estar contentos; Dios los consolará. Todos los que no recurren a la violencia pueden estar contentos; Dios les hará poseer la tierra. Todos los que anhelan que se cumpla la voluntad de Dios pueden estar contentos; Dios satisfará su anhelo. 91

Todos los misericordiosos pueden estar contentos; Dios será misericordioso con ellos. Todos los que tienen un corazón puro pueden estar contentos; verán a Dios. Todos los que trabajan por la paz pueden estar contentos; Dios los recibirá como hijos. Todos los que son perseguidos porque se atienen a la voluntad de Dios pueden estar contentos; de ellos es el reino de los cielos (Mt 4, 23-25; 5, 1-10). 61. Reglas de conducta de Jesús Conocéis el mandamiento que dispone: -No matarás. El que mate a otra persona será llevado ante el tribunal. Ahora yo os digo: El que se irrite contra su hermano será llevado ante el tribunal (Mt 5, 21-22). Si estás de camino para llevar una ofrenda a Dios y recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, vuélvete y reconcíliate con tu hermano. Luego ve y entrega tu ofrenda (Mt 5, 23-24). Conocéis el mandamiento que dispone: -Los esposos deben guardarse fidelidad el uno al otro. Ahora yo os digo: El que desee otra mujer, o la que desee otro hombre, aunque sólo sea en su corazón, ha quebrantado ya la fidelidad (Mt 5, 27-28). Habéis aprendido: -Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Ahora yo os digo: Amad a 92

vuestros enemigos y haced el bien a los que se portan mal con vosotros. Si lo hacéis así, seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo. Él hace que salga el sol sobre buenos y malos. Y regala la lluvia a los justos y a los injustos (Mt 5, 43-45). Amad a vuestros enemigos, ayudadles y prestadles lo que les haga falta, aunque no contéis con que os lo vayan a devolver. Dios os recompensará: vosotros seréis sus hijos. Dios es bueno, incluso con los desagradecidos y los pecadores. Sed m isericordiosos como él (Le 6, 35-36). No os juzguéis unos a otros, para que Dios no os juzgue a vosotros, no condenéis a nadie y Dios

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no os condenará a vosotros. Perdonaos las culpas unos a otros, y Dios perdonará vuestras culpas. Dad generosamente, y Dios os dará generosamente (Le 6, 37-38). 62. La oración de los discípulos de Jesús Jesús dijo a sus discípulos: -Así es como debéis orar: Padre nuestro que estás en el cielo. Santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal (Mt 6, 9-13). 63. Jesús devuelve la vida a un muerto Jesús llegó con sus discípulos a la ciudad de Naín. Le acompañaba mucha gente. Cuando se acercaban a la puerta de la ciudad, se cruzaron con un cortejo fúnebre. Llevaban a enterrar a un muchacho; era hijo único de una viuda, que ahora se quedaba completamente sola. Los vecinos y los amigos acompañaban a la pobre mujer hasta el lugar del sepulcro. Jesús miró a aquella mujer y sintió pena de ella. Le dijo: -No llores. Después se acercó al féretro y lo tocó. Los que lo llevaban se detuvieron. Y Jesús dijo al muchacho: -Yo te lo ordeno, ¡levántate! Entonces el muerto se 94

incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. Todos los presentes quedaron sobrecogidos de temor. Alababan a Dios y decían: -Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios mismo acude a ayudar a su pueblo. Por toda la región se contaba lo que Jesús hacía por la gente (Le 7, 11-17). 64. ¿Por qué tenéis miedo? Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: -Crucemos a la otra orilla del lago. Subieron a la barca y soltaron las amarras. De repente se levantó sobre el lago un fuerte vendaval. Las olas eran enormes, y la barca se

llenaba de agua. Pero Jesús dormía en la parte de popa. Los discípulos le despertaron gritando: -¿No te importa que nos hundamos? Entonces Jesús se puso en pie. Increpó al viento y dijo al lago: -¡Silencio! ¡Cálmate! El viento amainó y sobrevino una gran calma. Jesús dijo a los discípulos: -¿Por qué tenéis miedo? ¿Por qué no tenéis fe? Los discípulos se quedaron atemorizados. Se preguntaban unos a otros: -¿Quién será éste, que hasta el viento y el agua le obedecen? (Me 4, 35-41). 65. Los hambrientos se sacian Jesús quería estar a solas con sus apóstoles, pero la multitud les seguía. Jesús hablaba con la gente acerca de la vida que Dios concede gratuitamente. Jesús curaba a todos los que necesitaban su ayuda. Al atardecer, se acercaron a él los doce y le dijeron: -Despide a la multitud para que vayan a los pueblos v encuentren allí alojamiento y algo para comer. Porque aquí en el desierto no hay nada. Pero Jesús les respondió: -Dadles vosotros de comer. Le dijeron: -Tenemos sólo cinco panes y dos peces. Tendríamos que ir a comprar algo de comer para toda esa gente. Eran unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres ni los niños. Pero Jesús les ordenó: -Decidles que se sienten en grupos de cincuenta personas. Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado. Jesús tomó en sus manos los cinco panes y los dos

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peces. Miró al cielo y bendijo los panes y los peces. Y luego fue partiendo los panes y se los daba a los discípulos para que los repartieran. Toda la multitud comió hasta saciarse. E incluso sobró mucho. Con las sobras se llenaron doce canastas de pan (Le 9, 10-17). 66. El pan de la vida Los que se habían saciado con los panes se dijeron unos a otros: -Jesús, indudablemente, es el profeta que Dios envía al mundo. Jesús sabía que querían llevárselo para hacerle rey. Por eso, se retiró de en medio de ellos. 97

Al día siguiente lo buscaban en Cafarnaún. Lo encontraron y le preguntaron: -¿Desde cuándo estás aquí? Pero Jesús les respondió: -Sé muy bien que me buscáis únicamente porque habéis comido pan hasta saciaros. No os preocupéis tanto por el pan que se echa a perder. Preocupaos del otro pan que da vida eterna. Entonces le preguntaron: -¿Qué quiere Dios de nosotros? Jesús dijo: -Dios quiere una sola cosa: que creáis a quien él ha enviado. Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre. El que cree en mí jamás tendrá sed (Jn 6 , 14-35).

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67. La c o n fe s ió n d e fe d e lo s d is c íp u lo s

Jesús oraba en un lugar solitario. Sus discípulos estaban con él. Entonces les preguntó: -¿Qué piensa de mí la gente? Le respondieron: Algunos creen que eres Juan el Bautista. Otros dicen: Elias o algún otro profeta ha regresado. Jesús preguntó: -¿Y vosotros? ¿Qué pensáis de mí? Entonces respondió Pedro: -Tenemos fe en que tú eres el mesías, el salvador prometido por Dios. Jesús prohibió a sus discípulos que hablaran de ello con otros. Dijo: -El hijo del hombre debe padecer mucho. Los ancianos del pueblo, los

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sumos sacerdotes y los que conocen a fondo la Sagrada Escritura lo rechazarán y lo matarán. Pero él, al tercer día, resucitará. Jesús decía estas cosas refiriéndose a sí mismo (Le 9, 18-22).

68. El testimonio del Padre Jesús llevó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y subió a un monte. Quería orar allá en lo alto. Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos irradiaban blancura. De repente aparecieron a su lado dos hombres, Moisés y Elias, que hablaban con Jesús. El brillo deslumbrante del cielo los envolvía. Los dos hablaban con Jesús acerca de lo que le iba a suceder a él en Jerusalén, con arreglo al plan divino. Pedro y los otros dos apóstoles se habían quedado dormidos. Se despertaron y vieron a Jesús en aquel brillo deslumbrante. Vieron también a los dos varones que estaban a su lado. Cuando éstos se marchaban ya, dijo Pedro: -Señor, estamos muy a gusto aquí. Vamos a plantar tres tiendas: para ti, para Moisés y para Elias. Pedro no sabía lo que se decía. Mientras hablaba, se formó sobre el monte una nube oscura y densa. Los discípulos estaban asustados. Y salió de la nube una voz que decía: -Éste es mi Hijo, mi elegido. Escuchadle. Cuando cesó la voz, no vieron ya a nadie. Sólo a Jesús. Los discípulos, por aquel entonces, no 100

contaron a nadie la experiencia que habían tenido en lo alto del monte (Le 9, 28-36).

JESÚS ENSEÑA ACERCA DE LA VIDA CON DIOS Y CON LOS HOMBRES 69. ¿A quién concede Dios vida eterna? Alguien que era muy docto en las enseñanzas de Moisés quiso poner a prueba a Jesús. Le preguntó: -¿Qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna? Jesús le preguntó: -¿Qué dicen sobre esto las Sagradas Escrituras? El doctor de la ley respondió: -Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Y ama al prójimo como a ti mismo. -Has contestado bien, dijo Jesús. Si observas todo lo que has dicho, conseguirás la vida eterna. El doctor de la ley no quería darse por satisfecho. Preguntó: -Bueno, ¿y quién es mi prójimo? Jesús les refirió una historia: -Un hombre iba de Jerusalén a Jericó. Por el camino le atacaron unos bandoleros. Le robaron todo lo que llevaba, le dieron una paliza y le dejaron allí tendido, medio muerto. Pasó por el mismo camino un sacerdote. Vio a aquel hombre malherido y pasó de largo. Llegó también un levita, le miró, pero no se detuvo. Finalmente pasó por allí un 101

hombre de Samaría: un extranjero. Vio al herido y tuvo compasión de él. Se le acercó, lavó sus heridas y se las vendó. Después acomodó a aquel hombre sobre su cabalgadura y lo llevó a una posada. Allí se preocupó mucho de él y le cuidó. Antes de continuar su camino a la mañana siguiente, dio dinero al posadero y le dijo: -Cuídame al herido. Si el dinero que te dejo no te alcanza, yo te daré más dinero cuando vuelva. Jesús preguntó al doctor de la ley: -¿Qué piensas? ¿Cuál de los tres personajes actuó, en este caso, como prójimo del hombre malherido? El doctor le respondió: -Aquel que fue misericordioso. Jesús le dijo: -Pues anda, haz tú lo mismo (Le 10, 25-37). 102

70. ¿A quiénes recibirá Dios en su reino? Jesús dijo en una ocasión: -Cuando el hijo del hombre venga de nuevo, reunirá a todos los pueblos. Juzgará a los hombres y los separará, como el pastor separa a las ovejas de las cabras. A los unos los pondrá a su derecha, y a los otros a su izquierda. A los que estén congregados a la derecha, les dirá: -Venid. El Padre os bendice. Viviréis en su reino, que estaba preparado para vosotros desde el comienzo del mundo. Porque, cuando tuve hambre, me disteis de comer. Cuando estuve sediento, me disteis de beber. Cuando no tenía patria ni hogar, me acogisteis. Cuando estuve

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desnudo, me vestísteis. Cuando estuve enfermo, me visitásteis. Cuando estuve en la cárcel, me vinisteis a ver. Entonces, todos los que estén a la derecha preguntarán: -Señor, ¿cuándo hicimos eso contigo? Él les responderá: -Os aseguro que lo que hicisteis por el más pequeño de mis hermanos, por mí lo hicisteis. A los que estén congregados a su izquierda, les dirá: -Lo que no hicisteis por el más pequeño de mis hermanos no lo hicisteis por mí (Mt 25, 31-45). 71. El error del labrador rico Jesús advirtió a todos los que estaban con él: -Tened buen cuidado de no ser avariciosos, pues ni siquiera el rico puede garantizarse a sí mismo la vida. Y les contó una historia: -En los campos de un labrador rico crecía trigo en abundancia. Aquel hombre pensaba: -¿Qué voy a hacer con toda mi cosecha? No sé dónde voy a almacenar tanto trigo. Finalmente tuvo una idea: -Derribaré mis graneros y construiré otros más grandes. En ellos almacenaré el trigo y los demás productos del campo. Entonces podré estar seguro y me diré a mí mismo: Ahora estás bien provisto de todo. Tienes provisiones para muchos años. Ya no necesitas trabajar. Ahora, a comer y a beber y a disfrutar de la vida. Pero Dios dijo a aquel hombre: -Eres insensato. Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién será todo lo que has almacenado? Jesús dijo: -Así sucederá 104

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con quienes amontonen riquezas para sí mismos, pero no sean ricos ante Dios (Le 12, 15-21). 72. La oveja perdida Muchos recaudadores de impuestos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharle. Los fariseos y los doctores de la ley se disgustaban por ello y decían: -Él se lleva bien con los pecadores e incluso come con ellos. Entonces Jesús les contó una historia. Dijo: -Imaginaos que un hombre tiene cien ovejas. Si se le pierde una sola oveja, ¿no dejará en la pradera las noventa y nueve y se pondrá a buscar a la oveja 105

perdida hasta que la encuentre? En cuanto la ha hallado, se pone muy contento. La carga sobre sus hombros y emprende el camino de regreso. Al llegar a casa, dice a sus amigos y vecinos: -¡Alegraos conmigo! Mi oveja estaba perdida y la he encontrado. Jesús dijo: -Así sucede con Dios en el cielo. Se alegra por todo pecador que cambia de vida (Le 15, 1-7).

73. El buen pastor Jesús dijo: -Yo soy el buen pastor. El buen pastor está dispuesto a morir por sus ovejas. El 106

pastor que trabaja únicamente para ganarse un salario sale corriendo cuando ve llegar al lobo. El lobo entonces arrebata las ovejas y dispersa el rebaño. El pastor asalariado huye, porque lo único que le interesa es el salario. No le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor. Yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí. Estoy dispuesto a morir por mis ovejas. Los judíos que escuchaban estas palabras discutían unos con otros. Unos afirmaban: -Un espíritu maligno habla por boca de él. No sabe lo que dice. Otros pensaban: -Nadie que esté endemoniado habla como él habla. ¿Acaso un espíritu maligno puede curar enfermos? (Jn 10, 11-15; 19-21).

74. El padre y sus dos hijos Jesús contaba: -Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo: -Padre, dame la parte de herencia que me corresponde. Y el padre le repartió sus bienes. El hijo menor recogió todo lo que le había correspondido y marchó al extranjero. Quería disfrutar de la vida y malgastó sus bienes sin pensar para nada en el futuro. Ya lo había gastado todo cuando sobrevino un hambre terrible en aquella tierra. Fue a un campesino y le pidió trabajo. Él lo envió al campo a cuidar cerdos. Tenía hambre y le hubiera gustado comer algo del pienso que arrojaban a los cerdos. Pero nadie se lo daba. 107

Entonces reflexionó y se dijo para sus adentros: -Mi padre tiene muchos jornaleros. Reciben comida de sobra. Antes que morirme aquí de hambre, prefiero volver a casa de mi padre. Le diré: Padre, he pecado contra Dios y contra ti. Déjame trabajar a jornal en tu casa. El padre le vio llegar de lejos. Sintió mucha pena de su hijo, corrió a su encuentro y le abrazó. Pero el hijo empezó: -Padre, he pecado contra Dios y contra ti. No merezco ser tu hijo. Sin embargo, el padre exclamó: -Vamos a hacer fiesta y a estar alegres. Mi hijo estaba muerto, y ahora vive otra vez. Estaba perdido, y ahora ha regresado a casa. El hijo mayor estaba en el campo. Al regresar, oyó la música y el baile. Preguntó a un criado: -¿Qué pasa? Le dijo: -Tu hermano ha vuelto a casa. Tu padre da una fiesta por la alegría que tiene de que su hijo haya regresado. Entonces el hijo mayor se llevó un gran disgusto. No quería entrar en casa. Su padre salió adonde él tercamente se había quedado. Quería explicárselo todo. Pero el hijo mayor hizo reproches a su padre: -H e trabajado para ti toda mi vida. Pero tú nunca has tenido un detalle conmigo. Nunca me has dado ni un cabrito para que invitara a merendar a mis amigos. El padre le respondió: -Tú eres mi hijo. Tú estás siempre a mi lado. Todo lo que tengo es tuyo. Pero hoy debemos alegrarnos y celebrar una fiesta. Porque tu hermano estaba muerto, y ahora vive otra vez. 108

Estaba perdido, y ahora ha regresado a casa (Le 15, 11-32).

75. Un rico y un mendigo Érase una vez un hombre muy rico. Llevaba vestidos lujosos y tenía todo lo que podía desear. Ante la puerta de su casa se acurrucaba un mendigo llamado Lázaro, que estaba en la miseria y era muy desgraciado. Tenía llagas en todo su cuerpo. Y estaba tan hambriento que le hubiera gustado comer los restos de comida que de la mesa del rico caían al suelo. Los

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perros callejeros le molestaban y lamían sus llagas. Al morir Lázaro, bajó un ángel y lo llevó al cielo con Abrahán. También el rico murió y fue enterrado. En el mundo de los muertos sufría muchos tormentos. Levantó su mirada y vio a Abrahán. Vio también a Lázaro echado a su lado. Entonces exclamó: -Padre Abrahán, ten compasión de mí. Envía a Lázaro. Que moje en agua la punta de un dedo y refresque mi lengua, porque sufro mucho en este fuego. Pero Abrahán le respondió: -Recuerda. Durante toda tu vida disfrutaste de todo lo que te apeteció. La suerte de Lázaro fue la contraria. Por eso, él recibe ahora consuelo. Entre nosotros y vosotros hay un profundo abismo. Nadie puede ir de aquí hasta vosotros, y nadie puede llegar hasta aquí desde donde estáis vosotros. Entonces aquel rico le suplicó: -Te ruego, padre Abrahán, que envíes a Lázaro a casa de mi padre. Que prevenga a mis hermanos para que no acaben también ellos en este lugar de tormentos. Abrahán le replicó: -Tienen ya las enseñanzas de Moisés y de los profetas. Que las sigan. Pero el rico volvió a suplicarle: -Sí, es cierto, tienen las enseñanzas de Moisés y de los profetas. Pero, si alguno de los muertos va a verlos, cam biarán de vida. A lo cual respondió Abrahán: -Si no escuchan a Moisés ni a los profetas, entonces no se convencerán ni aunque resucite alguno de entre los muertos (Le 16, 19-31). 110

76. La historia del que se sentía justo y de un recaudador de impuestos Jesús encontró una vez unos fariseos que se tenían por justos. Creían que cumplían todos los mandamientos divinos, y por este motivo despreciaban a todos los demás. Jesús les contó una historia: -Dos hombres fueron al templo a orar. Uno de ellos era fariseo. El otro era un recaudador de impuestos. El fariseo avanzó hasta las primeras filas y oraba de esta manera: -Dios mío, te doy gracias porque soy mejor que los demás. No robo, no estafo a nadie, soy fiel a mi mujer, y no soy tampoco como ese recaudador de impuestos que se ha quedado allá atrás. Ayuno dos veces

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por semana y doy para el templo la décima parte de todo lo que gano. El recaudador de impuestos se quedó atrás, agachó su cabeza, se golpeaba el pecho y oraba de esta manera: -Dios mío, soy pecador. Ten misericordia de mí. Jesús dijo: -Os aseguro que ese recaudador de impuestos marchó a casa llevando en su alma el perdón divino. El otro, no (Le 18, 9-14). 77. Un ciego cree Jesús se acercaba a la ciudad de Jericó. Un mendigo ciego estaba sentado al borde del camino. Cuando se dio cuenta de que pasaba un gentío mayor del habitual, preguntó: -¿Qué

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ocurre? Le dijeron que llegaba a la ciudad Jesús de Nazaret. Entonces el ciego se puso a gritar: -¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí! Los que iban delante de Jesús le increpaban: -¡Cállate! ¡No alborotes! Pero él gritaba más fuerte todavía: -¡Hijo de David, ten compasión de mí! Jesús se detuvo y mandó que trajeran al ciego. Cuando lo tuvo cerca, le preguntó: -¿Qué quieres? ¿Qué puedo hacer por ti? El ciego respondió: -Señor, que vea. Jesús le dijo: -Ya ves. Tu fe te ha salvado. En aquel mismo instante, el ciego recobró la vista. Y siguió a Jesús alabando a Dios. Todos los que presenciaron esto alabaron también a Dios (Le 18, 35-43). 78. Zaqueo cambia de vida Jesús recorría la ciudad de Jericó. En ella vivía Zaqueo, jefe de todos los recaudadores de impuestos. Era muy rico. Le hubiera gustado ver a Jesús, pero el gentío no le dejaba ver nada. Zaqueo era bajito. Por eso, fue corriendo a un lugar por donde iba a pasar Jesús. Se encaramó a una higuera para verle bien. Jesús, al pasar por aquel sitio, se detuvo, miró hacia arriba y dijo: -Zaqueo, baja. Hoy voy a alojarme en tu casa. Zaqueo bajó en seguida del árbol. Estaba muy contento de que Jesús quisiera ser su invitado. Pero los demás que vieron esto estaban muy disgustados: ¡Jesús va a hospedarse en casa de un pecador! Zaqueo dijo a Jesús: -Señor, daré a 113

los pobres la mitad de todos mis bienes. A los que les haya estafado algo, les devolveré el cuádruple;.; Y Jesús le dijo: -Hoy has sentido vivamente, tú y tu familia, que Dios salva. Porque yo he venido a buscar y salvar a los que se hallaban perdidos (Le 19, 1-10).

MUERTO - SEPULTADO - RESUCITADO 79. Jesús va a Jerusalén para celebrar la pascua Pocos días antes de la fiesta de la pascua, Jesús dijo a los doce apóstoles: -Vamos a subir a Jerusalén. Allí me entregarán en manos de los 114

sumos sacerdotes y de los doctores de la ley. Me condenarán a muerte y me entregarán a los romanos. Ellos se burlarán de mí, me escupirán, me azotarán y me matarán. Pero, a los tres días, yo resucitaré (Me 10, 32-34). Cuando se acercaban a la ciudad, Jesús envió por delante a dos de sus discípulos: -Id al pueblo de enfrente. Allí encontraréis un asno joven en el que todavía no ha montado nadie. Desatadlo y traédmelo. Si alguien os pregunta: -¿Qué estáis haciendo?, decidle: -E l Señor necesita este animal. Lo devolverá enseguida. Los dos discípulos entraron en el pueblo. Encontraron todo lo que Jesús les había dicho, desataron el animal y se lo llevaron a Jesús. 115

Jesús se montó en el asno y se dirigió a Jerusalén. La gente que iba con Jesús y sus discípulos extendían como alfombra sus vestidos al paso del Señor. Cortaron ramas de los arbustos y engalanaron el camino. La multitud que acompañaba a Jesús gritaba con todas sus fuerzas: -¡Hosanna! ¡Alabado sea! ¡Él viene por encargo de Dios! ¡Alabado sea el reino de nuestro padre David! ¡Ahora se hace realidad! ¡Hosanna en las alturas! (Me 11, 1-10). 80. El discípulo Judas traiciona a su Señor Dos días antes de la fiesta de la pascua se reunieron los sumos sacerdotes y los doctores de la ley. Buscaban una ocasión para prender

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astutamente a Jesús y matarlo. Se decían unos a otros: -No lo hagamos durante las fiestas, no sea que la gente se amotine contra nosotros. Uno de los doce apóstoles, Judas Iscariote, fue a los sacerdotes y les dijo: -Estoy dispuesto a entregarles a Jesús. A ellos les encantó oírlo y le prometieron una buena recompensa: treinta monedas de plata. Desde aquel momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregar a Jesús (Me 14, 1-2.10-11). 81. La última cena El día en que los judíos sacrificaban el cordero pascual, Jesús dijo a Pedro y a Juan: -Id a la ciudad. Al entrar en ella, encontraréis a un hombre que lleva un cántaro de agua. Seguidle hasta que entre en una casa. Preguntad en mi nombre al dueño de esa casa: -¿Dónde está la habitación donde puedo celebrar la cena con mis discípulos? El os señalará una sala grande. Fueron los dos discípulos, y lo encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la cena pascual. Al atardecer, Jesús se sentó a la mesa con sus apóstoles. Dijo: -He deseado vivamente celebrar con vosotros esta cena pascual, antes de mi pasión. Os aseguro que no volveré a celebrarla ya hasta que comience el reino de Dios. Y tomó en sus manos el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: -Tomad y comed todos de él, porque esto es mi 117

cuerpo, que será entregado por vosotros. Haced esto en conmemoración mía. Del mismo modo, acabada la cena, tomó el cáliz y, dando gracias de nuevo, lo pasó a sus discípulos diciendo: -Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía (Le 22, 7-20). 82. La señal distintiva de los discípulos de Jesús Después de la cena, Jesús mostró a sus discípulos cómo los amaba, y cómo ellos tenían que amarse unos a otros. Jesús se levantó de la mesa y se ató una toalla a la cintura. Luego echó agua en una palangana y comenzó a lavar los pies de sus discípulos. Simón Pedro no quería que Jesús hiciera con él ese servicio y protestó: -¿Tú, Señor, quieres lavarme a mí los pies? Jesús le respondió: -Más tarde entenderás lo que estoy haciendo ahora. Pedro se resistió: -No me lavarás los pies jamás. Pero Jesús le dijo: -Si no te presto este servicio, entonces no serás de los míos. Pedro le dijo: -Si es así, Señor, lávame no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Luego, cuando Jesús se sentó de nuevo a la mesa, dijo: -¿Entendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues bien, si yo os he 118

lavado a vosotros los pies, vosotros también serviros los unos a los otros y lavaros mutuamente los pies. Os he dado ejemplo. Así como yo os he amado, amaos unos a otros. Ésa será vuestra señal distintiva: Si os amáis los unos a los otros, todos verán que sois mis discípulos. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos. Haced lo que os encargo. Jesús dijo: -Ya no estaré mucho tiempo con vosotros. Pero no tengáis miedo. Creed en Dios y creed en mí. Yo voy al Padre. Cuando esté a su lado, prepararé un lugar para vosotros. Después volveré y vendré a buscaros, y vosotros estaréis para siempre conmigo. Rogaré al Padre que os 119

envíe un poderoso auxiliador, el Espíritu Santo. Él es el Espíritu de la verdad. Él os recordará todo lo que os he dicho (Jn 13-15). 83. Jesús ora en el monte de los olivos Después de la cena, Jesús se dirigió a un huerto que había en el monte de los olivos. Sus discípulos le acompañaban. Al llegar allí, les dijo Jesús: -Orad para ser fuertes en la tentación. Después, entró Jesús en el huerto, él solo. Allí se arrodilló y oraba de esta manera: -Padre, si quieres, puedes ahorrarme el sufrimiento y la muerte. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. En su angustia mortal, Jesús oraba tan insistentemente que su sudor era como gotas de sangre que caían hasta el suelo. Finalmente, se levantó y volvió a donde estaban sus discípulos. Dormían, porque el miedo y la inquietud los habían adormecido. Jesús les dijo: -¿Por qué dormís? Estad despiertos y orad para resistir la prueba que ha de llegar. Todavía estaba hablando Jesús con sus discípulos, cuando unos hombres entraron en el huerto. Los guiaba Judas Iscariote. Éste se acercó a Jesús para darle un beso de saludo. Jesús preguntó: -Judas, ¿me vas a entregar con un beso? Cuando los discípulos comprendieron que aquellos hombres habían venido para detener y llevarse a Jesús, preguntaron: -Señor, ¿nos defendemos? Uno de ellos sacó una espada y de un tajo le cortó la oreja derecha a uno de los 120

criados del sumo sacerdote. Pero Jesús no se lo consintió: -¡Dejadlo ya! Tocó la oreja del herido y la curó. Después dijo a aquella gente armada: -Habéis venido con espadas y palos a prenderme. ¿No estaba a diario en el templo, entre vosotros? Pero allí no os atrevisteis a hacerme nada. Es vuestra hora. Es la hora del poder de las tinieblas (Le 22, 39-53). 84. Pedro niega a su Señor Aquellos guardias prendieron a Jesús y lo llevaron a casa del sumo sacerdote. Pedro aguardó un rato, y luego fue siguiéndole de lejos. 121

En el patio habían encendido una hoguera, y Pedro se sentó entre los que se calentaban al fuego. Una criada vio a Pedro y le reconoció: -¿No eres tú uno de los que estaban con Jesús? Pedro lo negó y dijo: -No lo conozco. Poco después, otra persona lo reconoció: -Tú eres uno de los discípulos de Jesús. Pedro volvió a negarlo: -No, hombre. Yo no. Una hora más tarde, otro insistía: -Tú estabas con él. Se te nota por tu acento galileo. Pedro afirmó encarecidamente: -No sé de qué estás hablando. En ese mismo instante cantó un gallo. Y Pedro recordó lo que Jesús le había dicho una vez: -Antes de que cante el gallo de madrugada, me habrás negado tres veces. Entonces Pedro se levantó, salió afuera y comenzó a llorar amargamente (Le 22, 54-62).

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85. Jesús ante el Consejo Supremo A la mañana, se reunieron los ancianos del pueblo, los sumos sacerdotes y los doctores de la ley. Hicieron comparecer a Jesús y le exigieron que respondiera: -Si tú eres el salvador prometido por Dios a su pueblo, dínoslo. Jesús respondió: -Aunque os lo dijera, no me creeríais. Y si os hago una pregunta, no me responderéis. Pero desde ahora el hijo del hombre estará sentado a la derecha de Dios. Entonces le preguntaron: -¿Así que tú eres el Hijo de Dios? Jesús replicó: -Vosotros mismos lo estáis diciendo: Lo soy. Exclamaron todos: -Ya no necesitamos testigos contra él. Todos hemos oído lo que ha dicho (Le 22, 66-71). 123

86. El proceso ante Pilato Los cabecillas del pueblo llevaron a Jesús ante el gobernador romano, Poncio Pilato. Le acusaron: -Este hombre está alborotando al pueblo. Afirma que él es el salvador, el rey. Pilato preguntó a Jesús: -¿Tú eres rey? Jesús le contestó: -Mi reino no es de este mundo. De lo contrario, mis servidores habrían luchado por defenderme. Yo soy rey y he venido al mundo para dar testimonio de la verdad. Todo el que se interesa por la verdad escucha lo que yo digo. Entonces Pilato preguntó: ¿Qué es la verdad? Pilato dijo a quienes acusaban a Jesús: -No veo ninguna razón para declararlo culpable. Todos los años, en pascua, concedo la libertad a uno de vuestros presos. ¿Indultaré en esta ocasión al rey de los judíos? Contestaron a gritos: -¡No, a Jesús no! ¡Indulta a Barrabás! Barrabás era un bandido. Así que Pilato dejó en libertad a Barrabás y ordenó que azotasen a Jesús. Los soldados tejieron, para burlarse, una corona de espinas y se la encasquetaron brutalmente en la cabeza a Jesús. Luego le echaron por los hombros un manto rojo y se burlaban de él: -¡Te saludamos, oh rey de los judíos! Y le daban bofetadas. Pilato presentó a Jesús ante sus acusadores y les dijo: -¡Mirad, mirad a este hombre! Pero ellos vociferaban: -¡Cuélgalo de una cruz! Pilato dijo: -¡Tomadlo vosotros y crucificadlo! Yo no encuentro ninguna razón para condenarlo. Pero ellos le replicaron: -Nosotros tenemos una ley que dispone que él ha de morir. Él ha dicho, 124

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refiriéndose a sí mismo, que es el Hijo de Dios. Estuvieron acosando a Pilato hasta que él tuvo miedo y condenó a Jesús a morir en la cruz (Jn 18,28-40, 19,1-16). 87. Jesús muere en la cruz Jesús cargó con su cruz hasta las afueras de la ciudad, hasta lo alto de una colina que se llamaba Gólgota. Allí le clavaron en la cruz. Con él fueron ejecutados dos malhechores. Sus cruces estaban a la izquierda y a la derecha de la cruz de Jesús. Pilato ordenó que clavaran en lo 125

alto de la cruz un letrero. En él estaba escrito: -Jesús de Nazaret, rey de los judíos. Los sumos sacerdotes se enfadaron mucho y dijeron a Pilato: -Cambia lo que dice ese letrero. Pon: -Él decía que era el rey de los judíos. Pero Pilato se negó a cambiar nada: -Lo que he escrito, escrito queda. Al pie de la cruz había cuatro mujeres: la madre de Jesús, la hermana de su madre, la mujer de Cleofás y María Magdalena. El discípulo a quien amaba Jesús estaba al lado de su madre. Jesús, al verla, dijo a su madre: -Desde ahora, ése será tu hijo. Y al discípulo le dijo: -Desde ahora, ésa será tu madre. A partir de aquel

momento, el discípulo recogió en su casa a María y cuidó de ella. Jesús sabía que él lo había cumplido ya todo y dijo: -¡Todo está cumplido! Entonces inclinó su cabeza y murió (Jn 19, 17-30). 88. Jesús es sepultado José de Arimatea era persona influyente. Era miembro del Consejo Supremo de los judíos, pero aguardaba también que comenzase el reino de Dios. Al atardecer, fue a Pilato y le pidió: -Permíteme descolgar de la cruz el cuerpo muerto de Jesús y darle sepultura. Pilato le dio permiso para sepultar el cadáver de Jesús. José compró un lienzo, descolgó de la cruz el cuerpo de Jesús, lo envolvió en el lienzo y lo puso en un sepulcro excavado en la roca. Después hizo rodar una gran piedra para tapar la entrada del sepulcro. Dos mujeres, María Magdalena y María la madre de José, lo observaron todo y vieron dónde había puesto el cadáver de Jesús (Me 15, 42-47). 89. El mensaje del ángel Pasado el sábado, María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé compraron perfumes. Querían ir al sepulcro para embalsamar el cuerpo de Jesús. A primeras horas de la madrugada, cuando estaba saliendo el sol, fueron al sepulcro. Por el camino se preguntaban: 127

-¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro? Al llegar al sepulcro, vieron que la piedra estaba corrida. Entraron en el sepulcro y vieron que un joven vestido de blanco estaba sentado a la derecha. Se llevaron un gran susto. Pero el ángel dijo a las mujeres: -¡No os asustéis! Buscáis a Jesús de Nazaret, que murió en la cruz. No está aquí. Ha resucitado. Ved el lugar donde estuvo su cuerpo. Volved y decid a sus discípulos, y especialmente a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea. Allí le veréis, tal como él os ha dicho. Las mujeres salieron corriendo del sepulcro. Estaban llenas de pavor y no dijeron nada a nadie, porque tenían mucho miedo (Me 16, 1-8).

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90. Dos discípulos se encuentran con el resucitado Ese mismo día, se hallaban de camino dos discípulos. Iban de Jerusalén a Emaús. Por el camino hablaban de todo lo que habían experimentado en Jerusalén. Entonces se les acercó Jesús y se puso a caminar con ellos. Pero los dos no lo reconocieron. Les preguntó: -¿De qué habláis? Los dos se detuvieron, con cara triste. Uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le preguntó: -Pero, ¿de verdad no te has enterado de lo que ha ocurrido en Jerusalén? El forastero respondió: -¿A qué te refieres? Los dos discípulos le informaron: -Hablamos de Jesús de Nazaret. Era profeta. Hablaba y actuaba poderosamente ante Dios y ante los hombres. Fue condenado a muerte y ejecutado. Habíamos esperado que él fuera el salvador. Y con hoy son ya tres días desde que todo eso ocurrió. Esta madrugada, algunas mujeres del grupo de los discípulos acudieron al sepulcro. No hallaron el cadáver. Afirmaron que vieron a un ángel, y que el mensajero divino les dijo que Jesús vive. Inmediatamente fueron dos discípulos al sepulcro. Y hallaron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no le vieron. Entonces el forastero dijo a los dos discípulos: -Pero, ¿no entendéis lo que está sucediendo? ¿No tenéis fe en lo que dijeron los profetas? El mesías tenía que padecer todas esas cosas. Y por ello Dios le da dignidad, poder y vida. Y les explicó lo que se hallaba escrito en las Sagradas Escrituras 129

acerca del mesías. Finalmente, los tres caminantes llegaron a la aldea de Emaús. Jesús se apartó de ellos como si quisiera proseguir su camino. Pero los dos discípulos le invitaron con insistencia: -Quédate con nosotros. Ya ha caído la tarde. Va a oscurecer. Jesús entró en la casa y se quedó con ellos. Más tarde, al sentarse con ellos a la mesa, Jesús tomó en sus manos el pan. Pronunció las palabras de alabanza, partió el pan y se lo dio. A los dos se les abrieron los ojos y reconocieron al Señor. Pero en seguida dejaron ya de verle. Se decían el uno al otro: -¿No ardía nuestro corazón mientras él nos explicaba el sentido de la palabra de Dios? 130

Aquella misma noche, los dos discípulos regresaron a Jerusalén. Allí estaban reunidos los once apóstoles con muchos discípulos. Dijeron a los dos que llegaban apresuradamente: -¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado! ¡Pedro lo ha visto! Entonces los dos refirieron la experiencia que habían tenido, cuando iban camino de Emaús, y cómo habían reconocido a Jesús cuando les partía el pan (Le 24, 13-35). 91. El encuentro en Jerusalén Los discípulos estaban reunidos en Jerusalén. Tenían miedo y habían cerrado bien la puerta. De repente, apareció Jesús entre ellos y les dijo: -¡La paz esté con vosotros! Después les mostró las llagas de sus manos. Los discípulos, al reconocer al Señor, se llenaron de alegría. Jesús les dijo por segunda vez: -La paz esté con vosotros. Como el Padre me ha enviado a mí, así os envío yo a vosotros. Les dijo: -Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis sus pecados, Dios se los perdonará. A quienes no perdonéis sus pecados, no les serán perdonados (Jn 20, 19-23). 92. El Señor envía sus mensajeros a todas las naciones Los once apóstoles fueron a Galilea, al monte donde el Señor los había citado. Allí vieron a Jesús y se postraron delante de él. Pero algunos todavía dudaban. Jesús se acercó a ellos y les dijo: -El Padre me ha dado plena autoridad sobre el cielo v 131

sobre la tierra. Con esta autoridad, yo os envío a vosotros. Id a todas las naciones. Haced que todos sean mis discípulos. Bautizadlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Enseñadles y decidles todo lo que ellos deben saber para que vivan como yo os mostré a vosotros. Yo me quedo con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo (Mt 28, 16-20).

JESÚS SE QUEDA CON NOSOTROS 93. Jesús se despide de los discípulos Pasaron cuarenta días después de pascua. Durante ellos, el Señor tuvo encuentros con sus 132

discípulos. Les dijo: -Quedaos en Jerusalén y aguardad al auxiliador que el Padre os va a enviar. Juan bautizó con agua junto al río Jordán. Vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo. Luego seréis mis testigos, aquí en Jerusalén y en todos los países, hasta los últimos lugares de la tierra. Después de decir todas estas cosas a sus discípulos, Jesús fue elevado al cielo. Llegó una nube y lo ocultó. Los discípulos, como hechizados, se quedaron mirando al cielo. Entonces llegaron dos varones con vestiduras blancas. Les dijeron: -¿Qué hacéis ahí parados, mirando al cielo? Jesús, que los dejó para marcharse al cielo, volverá a venir. Lo reconoceréis (Hch 1, 1-11).

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94. El nuevo pueblo de Dios: la Iglesia de Jesucristo El día de Pentecostés, todos los discípulos de Jesús, tanto hombres como mujeres, estaban reunidos en la misma casa. Aguardaban al auxiliador prometido por Jesús. De repente, un ruido del cielo, como de viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban, y aparecieron lenguas de fuego que se posaron sobre cada uno de los presentes. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo. Alababan a Dios y ensalzaban a Jesucristo su Hijo. Muchas personas habían acudido a Jerusalén, desde lejanas tierras, para celebrar la fiesta. La gente se apiñó ante la casa en que estaban los discípulos. Todos estaban asombrados, porque cada uno oía hablar en su propia lengua a los discípulos de Jesús. Desconcertados, se decían unos a otros: -¿Qué significará eso? Entonces Pedro comenzó a hablar. Alzó la voz: -Escuchadme. Os explicaré todo. Aquí y en este día se está haciendo realidad lo que el profeta Joel había anunciado en nombre de Dios. Al fin de los tiempos, Dios concederá a todos los hombres su Espíritu. Os acordáis de Jesús de Nazaret. Él vino por encargo de Dios y realizó las obras de Dios. Vosotros lo presenciasteis. Dios entregó a su Hijo: vosotros lo acusasteis e hicisteis que los romanos lo condenaran. Él murió en la cruz. Pero Dios lo resucitó de la muerte. Todos nosotros somos sus testigos. Dios lo ha exaltado. Y él es el mesías. 134

Las palabras de Pedro llegaron al corazón de muchas personas. Preguntaron: -¿Qué debemos hacer, hermanos? Pedro respondió: -Cambiad vuestra vida. Haceos bautizar en el nombre de Jesucristo, para el perdón de los pecados. Y entonces Dios os concederá el Espíritu Santo. Muchos hicieron caso de Pedro y pidieron que los bautizaran. Sólo en ese día, tres mil personas pasaron a formar parte de la comunidad de Jesucristo (Hch 2, 1-41). 95. Vivir con Jesús. Morir por él A partir de entonces, los apóstoles actuaron en Jerusalén. Curaban a los enfermos y daban 135

testimonio de la vida y de la muerte de Jesús. Cada vez era mayor el número de creyentes. Los sumos sacerdotes y los maestros de Israel querían que la gente olvidara a Jesús. Por eso, prendieron a los apóstoles, los procesaron y les prohibieron enseñar en el nombre de Jesús. Pero los apóstoles hicieron caso omiso de esa prohibición. Esteban, uno de los primeros diáconos, murió apedreado. Antes de sucumbir bajo la granizada de piedras que le arrojaban, exclamó: -Veo el cielo abierto. Veo al hijo del hombre; está a la derecha de Dios. ¡Señor Jesús, recíbeme! En Jerusalén se persiguió a la comunidad de los que creían en Jesús. Todos los que confesaban su fe eran desterrados de la ciudad. Pero adondequiera que llegaban, proclam aban lo que Dios, por medio de Jesucristo, había hecho en favor de los hombres. En todos los lugares fundaban nuevas comunidades (Hch 2-8).

96. Pablo, apóstol de las gentes Pablo era un judío piadoso. Conocía a fondo las Sagradas Escrituras y estaba convencido de que Jesús no podía ser el salvador, sino que seducía al pueblo. Por eso, Pablo iba de una ciudad a otra, para apartar de su fe o castigar a los que creían en Jesús. Cuando galopaba camino de Damasco para buscar allí a los 136

cristianos y traerlos encadenados a Jerusalén, tuvo una experiencia que transformó toda su vida. De repente le envolvió una luz que venía del cielo. Pablo cayó a tierra y escuchó una voz que le decía: -¿Por qué me persigues? Pablo no sabía lo que le había pasado. Preguntó: -¿Quién eres tú, Señor? Y escuchó la respuesta: -Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Ahora, levántate y entra en la ciudad. Allí te dirán lo que debes hacer. Pablo fue a Damasco. Allí encontró a Ananías, discípulo de Jesús. Ananías no quería creer que Pablo hubiera tenido una aparición del Señor y se hubiera hecho discípulo. Pero el Señor le dijo: -Yo he elegido a Pablo. El cuidará de que todas las gentes conozcan mi nombre. Entonces Ananías recibió a Pablo en la comunidad cristiana. Desde entonces, Pablo no fue perseguidor de los cristianos, sino predicador de Cristo. En Damasco y en las demás ciudades proclamó que Jesucristo es el salvador. Se convirtió en predicador itinerante; hablaba en las casas de oración de los judíos. Fundó comunidades de cristianos. Trabajó para que los judíos y los griegos y los hombres de todas las naciones del mundo formaran, todos juntos, el nuevo pueblo de Dios. Pablo fue perseguido y tuvo que huir de una ciudad a otra, hasta llegar a Grecia. Escribió cartas a las comunidades fundadas por él. En esas cartas exhorta a las comunidades y las fortalece en la fe. Dice lo que significa para todos 137

los hombres la fe en Jesucristo, y lo que significa vivir como cristiano. Finalmente, Pablo fue apresado en Jerusalén y enviado como cautivo a Roma. Allí fue condenado y ejecutado. Murió por Jesucristo (Hch 9-28).

97, Pablo escribe a las comunidades Jesús murió, fue resucitado y está sentado en un trono a la derecha de Dios. Jesús

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intercede por nosotros. ¿Qué podrá separamos de Cristo y de su amor: las tribulaciones o las angustias, el hambre o el frío, la persecución o la muerte? Todo eso lo vencemos porque él nos ama. Estoy completamente seguro: Ningún poder de este mundo podrá separarnos de él (Rom 8, 34-39). Vosotros creéis en Jesucristo, y por ello sois hijas e hijos de Dios. Estáis bautizados y pertenecéis a la comunidad de Jesucristo. Dentro de esa comunidad no se pregunta ya si uno es judío o griego, esclavo o libre, varón o mujer. Pues todos han llegado a ser una sola cosa en Cristo (Gál 3, 26-28). Estad siempre alegres. Orad constantemente. Dad gracias por todo. Eso es lo que Dios espera de los que confiesan su fe en Jesucristo. Permaneced abiertos a todo lo que el Espíritu os diga. Examinadlo todo; retened lo bueno. Manteneos alejados de todo lo malo (1 Tes 5, 16-22). El amor de Cristo nos apremia. Porque hemos llegado a saber: Uno solo murió por todos, para que los que viven no vivan ya para sí sino para aquel que murió y resucitó por ellos (2 Cor 5, 14-15). ¡Hermanos queridos! Alegraos, animaos unos a otros, no disputéis unos con otros, y vivid en paz. Entonces, el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. La gracia de Jesucristo el Señor, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos vosotros (2 Cor 13, 11.13). 139

98. No vivimos como los que no tienen esperanza Dios regala la vida. Todos los seres vivos viven gracias a él. Aunque uno viva setenta años y el más robusto hasta ochenta, su afán es fatiga inútil, porque pasan aprisa y vuelan (Sal 90, 10). Todos los hombres deben morir algún día. Y ellos se preguntan: ¿Podrá más la muerte que Dios? Pero los creyentes están seguros. Saben muy bien que la vida de Dios es más poderosa que la muerte. El amor divino no nos abandona. Hay en la Biblia una oración que expresa muy bien lo que muchos esperan: -Tú no me entregas a la muerte; a quien confía en ti no le dejas para siempre en la tumba. Me haces conocer el camino hacia la vida. Tu presencia me llena de alegría. Tu mano derecha me acaricia siempre (Sal 16, 10-11). Pablo escribe: -Hermanos, os escribo sobre vuestros muertos, para que no estéis tristes como los que no tienen esperanza. Porque si Jesús murió y resucitó, y eso lo creemos firmemente, entonces Dios llevará con Jesús a los que murieron con él (1 Tes 4, 13-14). Los profetas de Israel hablan del «día del Señor». Se refieren al día en que desaparecerán todos los poderosos de la tierra, porque el Señor viene para reunir a su pueblo y reinar entre ellos. El «día del Señor» es el «último día» de este mundo nuestro que se acaba. En ese día transformará Dios a toda la creación. Se acabarán las injusticias, el pecado y el sufrimiento. 140

En aquel día, el cielo se deshará en un gran incendio y las cosas se derretirán con el fuego. Pero nosotros, como Dios nos lo ha prometido, aguardamos un nuevo cielo y una nueva tierra en los que habite la justicia (2 Pe 3, 12-13). Los discípulos de Jesús están impacientes. Le preguntan: -Dinos, ¿cuándo comenzará el reino de Dios? Jesús les responde: -Nadie conoce el día ni la hora, ni siquiera los ángeles del cielo. Tampoco el Hijo, sino únicamente el Padre (Mt 24, 36; Me 13, 32). Pero una cosa tenéis que hacer: No os descuidéis. Estad siempre alerta. Porque no sabéis en qué día vendrá nuestro Señor (Mt 24, 42). Cuando llegue el Señor de la Creación para colmar su obra, juzgará a los vivos y a los muertos. En ese juicio sabrán los hombres que no hay más que un solo Señor y que no hay más que un solo amor. Y sabrán que no hay más que una verdadera desgracia: la de verse excluidos de la comunión con Dios. Y sabrán que no hay más que una felicidad: la de vivir en comunión con Dios. Pablo escribe: -Dios no nos destinó para ser juzgados por su ira, sino para que nos salvemos por medio de Jesucristo nuestro Señor. Él murió por nosotros para que vivamos unidos con él (1 Tes 5, 9-10). Jesús le dice a un padre que lloraba mucho porque se le había muerto su hijita: -¡No te angusties! -¡Ten fe! (Me 5, 36). 141

99. El mundo nuevo de Dios El vidente Juan contempla el mundo nuevo de Dios. Escribe así: -Vi un cielo nuevo y una tierra nueva. Ya no existen el primer cielo, la tierra antigua ni el mar. Vi la nueva Jerusalén que descendía del cielo y venía de Dios. Y oí una voz potente que decía: -Desde ahora Dios habitará con los hombres. Ellos serán su pueblo y él estará para siempre con ellos. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte ni llanto ni queja ni dolor. Todo lo de antes ya pasó. Y el que estaba sentado en el trono dijo: Mirad, ahora hago nuevas todas las cosas. ¡Sí! ¡Ven, Señor Jesús! (Ap 21, 1-5).

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INDICE DE LOS LIBROS DEL ANTIGUO TESTAMENTO Los orígenes 1. 2. 3. 4. 5.

Dios crea el mundo.................... 3 Dios regala a los hombres el paraíso 5 Los hombres pierden el paraíso .. 6 Caín y Abel........... ....... ............. 9 Noé y el diluvio......................... 10

Los patriarcas 6. 7. 8. 9. 10. 11.

Dios llama a Abrahán................ Dios hace una alianza con Abrahán La fe de Abrahán ..................... . Isaac, Esaú y Jacob ................... José, llevado a Egipto................ Jacob Vsus hijos van a Egipto...

13 14 15 17 20 22

Moisés conduce al pueblo por el desierto 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20.

Dios salva a Moisés ................... Dios envía a Moisés................... ¡Deja en libertad a mi pueblo! .... La primera noche de pascua...... Dios salva a su pueblo............... Dios cuida de su pueblo............ Dios elige un pueblo.................. Reglas de conducta.................... La muerte de Moisés .................

25 27 29 30 32 33 35 37 38

Reyes y profetas 21. En la tierra prometida............. . 40

22. 23. 24. 25. 26. 27. 28. 29. 30. 31. 32. 33. 34. 35. 36. 37. 38. 39.

El pueblo quiere tener un rey .... David, el pastor de Belén ........... David, rey de Jerusalén ............. Un cántico de David...... ........... Salomón edifica una casa para Dios.......................................... Proverbios de Salomón ............. Dos reyes en un solo pueblo ...... El Dios vivo................. El Dios poderoso