Dimension Esoterica de La Realidad

LA DIMENSIÓN ESOTÉRICA DE LA REALIDAD Tarragona, 17 de Febrero del 2010 1. Introducción Quiero empezar agradeciendo a Jo

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LA DIMENSIÓN ESOTÉRICA DE LA REALIDAD Tarragona, 17 de Febrero del 2010 1. Introducción Quiero empezar agradeciendo a Joan Prat la invitación a participar en este ciclo sobre “Nuevos Imaginarios Culturales” y felicitándole por la idea de organizar un ciclo de este estilo, en el que son bien acogidos temas muy a menudo estigmatizados por extraños y ajenos a la Academia del Saber. Efectivamente, ni Oriente, ni las terapias alternativas y complementarias, ni mucho menos la astrología y otros saberes esotéricos suelen tener cabida en estas aulas. Sin embargo, los tiempos están presionando para que tales enfoques sean estudiados e integrados en un saber a la altura del siglo XXI. Quizás el tema de hoy sea el menos aceptado en los ambientes culturales hegemónicos. Y resulta fácil entender porqué, ya que bajo el término “esoterismo” se han amparado las ideas y las prácticas más diversas, no siempre con el suficiente rigor y seriedad. No hace mucho que comenzamos a tener estudios académicos sobre el esoterismo occidental, sobre todo desde que Antoine Faivre se hizo cargo de la cátedra de “Historia de las corrientes esotéricas y místicas en la Europa moderna y contemporánea” en l’École pratique des hautes études (en la sección de ciencias religiosas). Por otra parte, autores como Jacob Needleman, Wouter Hanegraff o Robert MacDermott están colaborando igualmente en esa tarea. En particular W. Hanegraff quien, desde 1999 ocupa la cátedra en “Historia de la filosofía hermética desde el Renacimiento” en la Universidad de Amsterdam Al borde de lo académico podríamos decir que se hallan buena parte de los miembros de esa corriente que podemos llamar Esoterismo tradicionista (mejor que tradicionalista), defensores de la existencia de una Tradición primordial de la cual las distintas revelaciones religiosas y las metafísicas auténticas serían expresiones parciales. Pienso, claro está, en la escuela encabezada por René Guénon (1886-1950) y continuada por autores tan importantes como A.K. Coomaraswamy [1877-1947] (experto en arte indio), F. Schuon [1907-1998] (tematizador de la idea de una religio perennis o sophia perennis), Titus Burckhardt [1908-1984] (arabista, experto en esoterismo islámico y en arte sagrado), Seyyed Hossein Nasr, actual experto en el Islam esotérico, siguiendo las huellas de Schuon; o los más recientes “guenonianos” estrictos, como Michel Valsan o Charles-André Gilis. Ahora bien, aunque ciertamente esta escuela ha ofrecido una rigurosa versión de lo que sería el “esoterismo”, éste último no se reduce, obviamente, a sus aportaciones. La riqueza del mundo esotérico es tal que cualquier pretensión de exclusividad o exhaustividad nos parece hoy trasnochada. Sin olvidar que la búsqueda de criterios de legitimidad y autenticidad de los nuevos movimientos religiosos es una cuestión de gran importancia, necesaria y urgente, ninguna intransigencia (como en ocasiones se ha mostrado en las filas guenonianas) nos parece ya aceptable. Quizás llame la atención, ya de entrada, que este enfoque tradicionista no podría decirse que encaje en la acepción de “nuevos imaginarios culturales”, pues ciertamente no se trataría de algo “nuevo”, sino más bien “antiguo”, no de algo postmoderno, sino más bien pre-moderno. Efectivamente, así es. Pero hay que decir que este problema lo hallamos con buena parte de las presentaciones esotéricas, aunque sean modernas o postmodernas. La mayoría de ellas aceptarían que no se trata más que de la “actualización” de una “sabiduría antigua” o incluso “sabiduría eterna” o perenne. Lo que sucede es que, en el último ciclo de la humanidad, dicho saber habría permanecido “oculto” , se habría “olvidado”, o habría permanecido “velado” y reservado a una

minoría, quizás de “Iniciados” en los Misterios de la vida y la muerte, que han mantenido viva la llama de dicha Sabiduría. 2. Algunas pinceladas históricas Ofrezcamos algunas pinceladas históricas para más tarde pasar a presentar unas cuantas ideas características de la visión esotérica de la realidad que está cautivando la imaginación de la cultura actual. Dado que se trata de enfatizar los rostros que actualmente resultan visibles del Esoterismo, seremos muy breves en el recordatorio de los autores y escuelas de la Antigüedad que suelen considerarse más o menos relacionados con una concepción esotérica de la realidad. En lo que respecta a los orígenes de la cultura occidental, hay que decir que ya en el movimiento órfico-pitagórico y poco después en la corriente platónica y neoplatónica hallamos elementos importantes de una visión esotérica. No obstante, será el hermetismo alejandrino el que establezca las bases del esoterismo occidental. Ahora bien, además del Corpus Hermeticum (traducido al latín por Marsilio Ficino en el siglo XV), el gnosticismo, el neoplatonismo y la cábala (esoterismo judío), todo ello eclécticamente entrelazado desde el renacimiento, van a desempeñar un papel central en la tradición esotérica occidental. Junto a tales “doctrinas” hay que destacar la importancia de las tres llamadas “ciencias ocultas”: la magia, la alquimia y la astrología. En el seno del neoplatonismo destaca Proclo, de quien Faivre recuerda que “bajo la influencia de los Oráculos Caldeos, tanto Proclo como Jámblico desarrollan una concepción de la magia que corresponde a una rehabilitación de la materia. Pero sobre todo, la afirmación de que existe una forma no empírica de corporeidad (oklema, el vehículo, idea tomada del Timeo) anticipa la noción teosófica de corporeidad espiritual, pues según Proclo toda alma posee una vestimenta hecha de luz, una mediación entre cuerpo y espíritu, susceptible de manifestarse y dotada de una sensibilidad inalterable. Es casi la misma idea que Henry Corbin desarrollará, a propósito del esoterismo shiita, al hablar de ‘cuerpo sutil’. Proclo aparece verdaderamente como uno de los primeros representantes del esoterismo occidental en el sentido de que, ante todo, se muestra tan cuidadoso de transfigurar lo sensible como de purificar el alma” (Faivre, 2000:49). Es una cuestión delicada el análisis de un posible “esoterismo cristiano”, pero, en cualquier caso, teniendo en cuenta que la idea de mediación entre lo divino y lo humano va a constituirse en una de las características centrales del esoterismo (o la gnosis solar frente el lunar misticismo que trata de evitar toda mediación, todo mediador y consumar la unión con lo Divino) es preciso destacar toda la angelología, tan importante en la tradición cristiana. Por ello afirma Faivre: “Después de Filón, Clemente de Alejandría, Gregorio el Grande y Orígenes, con los Capadocios, Agustín, el Pseudo-Dionisio es un eslabón esencial en la gran tradición de la angelología occidental, seguido por Bernardo de Claraval, Hugo y Ricardo de San Victor, Hildegarda de Bingen, Hadewijch y muchos otros. Angelología inseparable de la tradición esotérica, que se alimenta de mediaciones y mediadores: sabemos que angelos significa ‘mensajero’ (o.c. 59). No entraremos en movimientos medievales como el maniqueísmo, el catarismo (que comienza a penetrar en Europa occidental a principios del XII, procedente de Bulgaria y el bogomilismo), los templarios (la Orden del Temple se crea en Jerusalén en 1119), ni en temas como el aspecto iniciático del amor cortés y los “Fieles de Amor”, o

en la mitología caballeresca en torno al Grial (recordemos que el Parzival de Wolfram von Eschenbach se escribe entre 1200 y 1210). El Maestro Eckhart, en el siglo XIV, hallamos una fuente de inspiración constante, si bien suele considerársele –con razón- más como místico que como esoterista. Si en el Renacimiento cabe situar el origen de la sistematización herméticoesotérica occidental, una siguiente etapa sería el Romanticismo y el idealismo alemán. No tanto por Hegel y Schelling como por esa figura que destaca en la teosofía cristiana, deudora de Jacob Boehme (1575-1624), el alemán Franz von Baader (1765-1841), a quien tantas páginas ha dedicado Faivre (Faivre 1996). En realidad, los términos “esoterismo” y “ocultismo”, como sustantivos, no aparecen hasta el siglo XIX, derivados de sus correspondientes adjetivos. Ven la luz en francés, “ésotérisme” en 1828, en la Histoire critique du gnosticismo de Jacques Matter. En 1835 aparece en inglés « esoterism », en el Oxford English Dictionary y en 1846 “esotericism” en el Christian Observer. Poco después está presente en los diccionarios de las principales lenguas europeas. En cuanto a “oculto” y “ocultismo”, en inglés los encontramos ya en 1545, con frecuencia referidos a G. Bruno y en 1533 aparece la célebre obra de Henry Cornelius Agrippa, De oculta philosophia. El francés “ocultisme” está recogido en el Dictionnaire del mot nouveaux de Randonviller, en 1842. El término occultisme lo haría célebre el Abad Louis Constant (1810-1875), más conocido como Eliphas Levi, nombre usado a partir de su transformación en “mago”, afirmando “Nos hemos atrevido a ahondar en los antiguos santuarios del ocultismo”, en Dogma y ritual de la alta magia (Laurent, en Faivre y Needleman, 2000: 371-2). El teósofo Alfred P. Sinnet usó el término en inglés en Occult World en 1881, localizando sus santuarios en oriente, principalmente en la India. El siglo XIX ve también la difusión con fuerza del espiritismo, sobre todo con la obra de Allan Kardec. Y de entre los muchos nombres que podrían recordarse, basten los de Alexandre Saint-Yves d’Alveydre (1842-1909), Stanislas de Guaita (1861-1897) y Papus (Gerárd Encausse 1865-1916). Sin embargo, a mi entender, lo que podríamos denominar las Enseñanzas Esotéricas Contemporáneas más influyentes, los pilares del esoterismo del siglo XX, los hallamos en las obras de H.P. Blavatsky (1831-1891), fundadora de la Sociedad Teosófica en 1875, especialmente su obra magna, en seis volúmenes, La doctrina secreta; las obras de Max Heindel, especialmente Concepto rosacruz del cosmos, las obras de Rudolf Steiner, fundador de la Sociedad Antroposófica, de cuyas obras podemos destacar Teosofía y especialmente La ciencia oculta, con una obra inmensa, que tendremos ocasión de volver a encontrar. Un cuarto conjunto de obras iría asociada a la orden hermética de la Golden Dawn (1888-1896), fundado en Inglaterra por un grupo de masones, entre los que se hallaban William Wynn Westcott (1848-1925) y Samuel Liddle MacGregors Mathers (1854-1918), ambos miembros también de la Sociedad Rosacruz de Anglia. La magia ceremonial desempeñaba un papel importante en sus prácticas. Si bien aquí podemos ver de manera más clara muchos de los elementos de la tradición hermética occidental (magia, cábala, hermetismo, astrología, etc.), hay que decir que tanto Heindel como Steiner se quieren miembros de un esoterismo cristiano, que bien podríamos llamar rosacruz, mientras que la teosofía de Blavatsky se ha considerado que era más orientalizante (idea no siempre compartida, como vemos en Godwin, Hanegraff y otros, quienes prefieren enfatizar las influencias occidentales).

En este proceso, el esoterismo, a la par que la sociedad en que se desarrolla, va iniciando también su camino de secularización. Hasta el siglo XIX, las ideas esotéricas habían pertenecido, generalmente, a una tradición religiosa determinada (judaísmo, cristianismo, islam, “paganismo”, etc.). A partir de ahora, al mismo tiempo que la religión institucionalizada comienza a perder fuerza, al menos desde las críticas lanzadas por algunos ilustrados, el esoterismo se seculariza. Hanegraff identificará el esoterismo secularizado con el ocultismo, aunque no hay aquí un acuerdo suficiente respecto a la terminología. Lo cierto es que ese esoterismo secularizado va creciendo y la filiación religiosa deja de ser tan estricta y tan obvia. En todo caso, al mismo tiempo que han comenzado a desarrollarse los estudios comparativos entre religiones y entre místicas, las presentaciones esotéricas suelen reconocer la validez de las distintas tradiciones religiosas, a beber de varias de ellas o a interpretarlas desde el núcleo esotérico que representarían. Es el caso ya de la teosofía de Blavatsky, pero también y muy especialmente de la otra autora que quisiéramos destacar como quinto pilar del Esoterismo contemporáneo. Me refiero a Alice Bailey, fundador de la Escuela Arcana y máxima representante de lo que me gusta llamar “la tradición posteosófica”, porque asume la tradición teosófica, pero trata de ir más allá de ella, con aportaciones importantes que le hacen merecer el rango de camino propio. La obra de Bailey, por otra parte, constituye, a mi entender, el fundamento filosófico-esotérico de lo que en el “nuevo imaginario cultural” se denomina “New Age/Nueva Era”. Desde 1919 hasta 1950, Bailey está publicando obras que tematizan la llegada de una nueva era, con títulos que recogen explícitamente la idea como El discipulado en la Nueva Era, o también Educación en la Nueva Era. Tendremos ocasión de recoger algunas de sus ideas. Quizás sea, justamente, el “esoterismo de la nueva era” lo que deba ocuparnos aquí de un modo especial, ya que se trata de “nuevos imaginarios culturales” y la Nueva Era se ha convertido en uno de esos imaginarios, tanto a nivel popular como, aunque en menor medida, también ya a nivel académico (como las obras de Gordon Melton, J. Heelas y W. Hanegraff, entre otros, muestran). Podría distinguirse entre el esoterismo tradicional (desde la sabiduría del antiguo Egipto hasta el hermetismo renacentista), el esoterismo moderno y contemporáneo (desde el movimiento rosacruz del siglo XVII hasta mediados del siglo XX, incluyendo a los últimos citados, como Blavatsky, Heindel, Steiner y Bailey) y el esoterismo actual (aproximadamente desde mediados del siglo XX, o más exactamente, en las fechas en que suele fijarse el comienzo del movimiento nueva era, esto es mediados de los años 60 hasta nuestros días). Y si quisiéramos matizar un poco más, a mí me gusta hablar de un último período que comenzaría en 1987 con la Convergencia Armónica proyectada por José Argüelles y terminaría en el mítico 2012 indicado en el calendario maya y en otras muchas enseñanzas esotéricas contemporáneas. Estos últimos 25 años, en los que nos encontramos serían quizás los que más apropiadamente merecen entenderse como “nuevo imaginario cultural esotérico”. Si tuviera que elegir un fenómeno característico de esta última etapa, destacaría aquello que se conoce como channelling, el fenómeno de las “canalizaciones”. Buena parte de las enseñanzas esotéricas recientes se presentan como “canalizadas”, lo cual significa que su autoría se atribuye a alguna fuente de información suprahumana: ángeles, arcángeles, Guías, Grandes Iniciados, Maestros Ascendidos, Inteligencias noterrestres, Conciencias luminosas, etc. Los nombres de Seth, Ramtha y Kryon son,

quizás los más conocidos, contándose actualmente por cientos los canalizadores, de los que quisiera destacar a Ghislaine Gualdi (OMnia) en Suiza y a Rodrigo Bazán en Chile. No cabe duda que tales pretensiones plantean problemas de autenticidad muy serios, en los que no podemos entrar directamente, pero que no podemos desdeñar. Si podemos, pues, centrarnos en la espiritualidad místico-esotérica de la Nueva Era como nuestro “nuevo imaginario cultural” a analizar, me gustaría recordar la importancia que tienen lo que he llamado las tres dimensiones de la nueva era: la dimensión oriental, la dimensión psicoterapéutica y la dimensión esotérica. A mi entender, el colectivo Nueva Era ha de comprenderse como una síntesis de esos tres elementos, que se han entrelazado para constituir ese “nuevo paradigma” que habla de una “nueva conciencia” y una “nueva era” en términos tomados tanto de Oriente (y especialmente hinduismo y buddhismo, y si se me fuerza, en la medida en que hoy nos ocupa el esoterismo habría que hablar del Tantra, tanto hindú como buddhista, como esoterismo oriental) como de las nuevas psicologías, sobre todo en su enfoque terapéutica, como del esoterismo secularizado que va de Blavatsky a Bailey1. 3. Algunas ideas características de los enfoques esotéricos actuales Hasta aquí hemos intentado recordar algunos de los nombres que han marcado la historia del esoterismo, pero apenas hemos visto qué es eso del esoterismo, qué concepción del mundo puede considerarse esotérica y porqué. Veamos algo de ello a continuación. En las divisiones de la filosofía, era tradicional distinguir entre la teoría del conocimiento (gnoseología o epistemología) y la teoría de la realidad (metafísica u ontología). Si en la antigüedad se concedía más importancia a las cosas mismas, a la realidad externa, con la confianza en que el conocimiento no hacía más que reflejar como un espejo, ‘tal como es’ lo que existía realmente, la Modernidad se caracteriza por un giro en el planteamiento y una toma de conciencia de los problemas que plantea el hecho de conocer. Frente al realismo más o menos ingenuo de la antigüedad, surgía el idealismo más o menos trascendental de la modernidad (de Descartes a Husserl pasando por Kant). Aquí nos vamos a centrar en “la dimensión esotérica de la realidad”, pero dado que conocer y ser, el saber y la realidad, van estrechamente unidos, es preciso plantearnos los problemas epistemológicos inherentes a toda concepción esotérica de la realidad. Podríamos comenzar recordando que quizás pueda hablarse de dos grandes concepciones de la realidad, dos grandes paradigmas o modelos metafísicos: la concepción naturalista (o materialista) y la concepción espiritualista (o idealista). Según la primera, el origen y fundamento de lo existente es del orden de lo material, de una Energía sin conciencia ni inteligencia, algo que sólo aparecería muy posteriormente en la Evolución. Por el contrario, para la concepción espiritualista, el origen y fundamento de lo existente es mejor captado como siendo del orden de la Inteligencia, del Amor, del Espíritu. Podríamos decir que las distintas religiones históricas suelen ser variaciones particulares del modelo espiritualista, mientras que el cientificismo vigente hoy tiende a ser una modalidad del paradigma naturalista, reduciendo el conocimiento válido al conocimiento científico y la noción de realidad a lo experimentable científicamente. Pues bien, las visiones esotéricas pueden entenderse como modalidades de la concepción espiritualista de la realidad. Si bien, como hemos visto, históricamente ha sido frecuente el que los distintos esoterismos se hallasen asociados a una u otra de las grandes tradiciones religiosas (la cábala al judaísmo, la teosofía clásica y el 1

Véase Vicente Merlo, La llamada (de la) Nueva Era: hacia una espiritualidad mística y esotérica. Barcelona: Kairós, 2007.

rosacrucismo al cristianismo, el sufismo y el sismo duodecimano al islam, el tantra al hinduismo y el buddhismo, etc.) hemos insinuado ya que desde mediados del siglo XIX aparece un “esoterismo secularizado” que es el que más nos interesa en este momento. 3.1. Rasgos de una epistemología esotérica Si bien es cierto que puede elaborarse una filosofía esotérica, nos interesa destacar que hay métodos de conocimiento específicamente esotéricos, claramente diferenciados de los métodos de las ciencias y de las filosofías que, por eso mismo, podemos denominar “exotéricas”. Tales métodos se valen de ciertas “facultades, capacidades, poderes o modos de conocimiento esotéricos”, que reciben distintos nombres según los autores, pero algunas de las cuales destacan de manera especial. Igual que en la epistemología exotérica se puede distinguir entre la percepción, la memoria, la imaginación, la razón y el intelecto, en la epistemología esotérica se hallan facultadas similares, pero en una octava superior, podríamos decir. Así, cabe hablar de una clarividencia y una clariaudiencia como percepciones sutiles que perciben dimensiones de la realidad más sutiles que la dimensión física-densa a la que se suele limitar la ciencia y la filosofía. Eso nos lleva a la cosmología multidimensional (quizás septenaria, como en muchas tradiciones religiosas y esotéricas), según la cual la realidad física-material no es sino uno de los varios niveles ontológicos existentes. Cuando analicemos la antropología esotérica veremos que el clarividente puede “ver” el campo áurico de las personas, así como los planos ónticos correspondientes, de entre los cuales podríamos hablar, simplificando, del plano etérico-vital, el plano emocional, el plano mental y el plano anímico-espiritual. Del mismo modo que en nuestro cuerpo físico tenemos los cinco sentidos físicos y sus órganos correspondientes, en tanto que seres multidimensionales tendríamos –al menos en potencia- sentidos similares en cada uno de los niveles de la realidad, de modo que la clarividencia y la clariaudiencia podría darse en cada uno de esos niveles (y en otros quizás existentes). En lo que respecta a la memoria, es necesario hablar de otros niveles de la memoria. Podría distinguirse entre una “memoria anímica” que conserva recuerdos de vidas anteriores y sucesos de vidas anteriores (la idea de vidas anteriores es una constante en el esoterismo contemporáneo, y tendremos que volver a la tesis reencarnacionista), una “memoria del planeta” y hasta del sistema solar o del cosmos en su conjunto, que se relaciona con los llamados “registros o anales akáshicos” que podrían ser “leídos” o de algún modo percibidos por el Iniciado o el esoterista, ofreciendo así materiales para una reconstrucción de la historia en sus múltiples niveles. Buena parte de la literatura esotérica contemporánea remite a dichas lecturas de los anales akáshicos. Edgar Cayce, Vicente Beltrán, Anne y Daniel Meurois-Givaudan y tantos otros nos han ofrecido abundantes detalles del pasado a partir de ese método. En cuanto a la imaginación, cabe hablar del poder de la “imaginación creadora”, de la “visualización creativa”, así como del “mundus imaginalis” tematizado por Henry Corbin, sobre todo en referencia al esoterismo islámico, a la teosofía de autores como Ibn Arabi o Sohravardi. También el vajrayana o buddhismo tibetano-tántrico, concede una importancia especial, en sus meditaciones, a las visualizaciones-invocaciones (aunque terminen disolviéndose en la Vacuidad luminosa). La idea que nos interesa destacar es la de una epistemología constructivista, segùn la cual la imaginación goza de un poder creador, de tal modo que no se limita a ser una facultad intrapsíquica, sino un poder capaz de construir realidad en los planos sutiles, en las dimensiones mental y emocional. Cabría relacionar esto con una “ciencia oculta” tan importante como la “magia”, en su sentido más profundo, ya que el mago estaría operando con energías sutiles, manejadas por la imaginación. Y además, en relación con

todo ello habría que hacer intervenir ya a otro tipo de entidades de importancia central en buena parte del esoterismo, los “ángeles” (o “devas” en terminología más orientalizante), ya que serían ellos los aliados imprescindibles del “mago”. Sin ángeles no hay magia, como se sabe muy bien en el hermetismo renacentista… y en toda magia genuina, deberíamos decir. Los ángeles se muestran aquí como un tipo importante de “mediadores” entre el mundo material y los mundos sutiles. Hay en esto todo un campo de investigación en el que no podemos detenernos ahora. Sabido es la importancia que la “angelología” ha tenido en todas las tradiciones religiones, no sólo en su vertiente esotérica, sino incluso en su faz exotérico-popular, que podríamos considerar, en algunas ocasiones, como una divulgación y a veces vulgarización de aquello. En cuanto a la razón, sería el terreno común, imprescindible en todos los campos: el científico, el filosófico y el esotérico, pero razón entendida en un sentido amplio, no como razón científica ni como razón filosófica, sino como marco general de coherencia, no no-contradicción, de sensatez, de sentido común, de capacidad de ordenar y articular los datos ofrecidos por otras facultades. De modo que la “razón esotérica” se caracterizaría por tomar datos de la percepción, la memoria y la intuición intelectual (en un sentido que analizaremos a continuación en tanto que destello del conocimiento por identidad), datos a los que ni la razón científica ni la razón filosófica exotérica tendrían acceso. Lo que llamamos “intelecto” como facultad y su acto la “intuición intelectual”, entendida como destello particular del “conocimiento por identidad” tiene un abolengo tan rancio como el platónico (en su distinción entre diánoia –razón discursiva- y nóesis –intuición intelectual-. En el siglo XX, Guénon ha hecho de hecho el hilo conductor de la verdadera metafísica (esotérica), que junto a las revelaciones religiosas auténticas constituirían las dos fuentes de la ortodoxia acorde con la Tradición primordial y las derivadas tradiciones religiosas y metafísicas. Es importante remitir la intuición intelectual al conocimiento por identidad (algo ya esbozado en Aristóteles al decir que al conocer “el alma es, de alguna manera, todas las cosas”. Pero sería en una visión advaita, no-dualista, donde el conocimiento por identidad cobra todo su sentido, pues como dijeron ya las Upanishads, “el que conoce a Brahman, se convierte en Brahman”, a través de ese tipo de conocimiento según el cual saber y ser se identifican, pues es un conocimiento directo, inmediato, que no depende de una facultad mediadora, sino que es un conocimiento a través del Atman, por decirlo con la tradición hindú. Por cierto, en esa tradición, en el siglo XX, destaca la figura de Sri Aurobindo, quien ha tematizado el conocimiento por identidad al hablar del conocimiento supramental, que sería, justamente, un conocimiento de ese tipo. En este sentido, cabe mostrar la claridad con que Guénon tematizó la idea de la intuición intelectual como esencia del conocimiento metafísico, así como la noción central de “realización metafísica” como meta última de la búsqueda humana. Según otra terminología, cabe identificarlo con la “realización espiritual” que en Sri Aurobindo –el más esotérico de los maestros espirituales de la India del siglo XX- supone no sólo la identificación con Brahman, sino la participación consciente en el Plan divino de supramentalización y transformación integral. Una último modo de conocimiento esotérico al que ya nos hemos referido es la “canalización”, fenómeno en auge en las últimas décadas, si bien, en una de sus interpretaciones puede erigirse en clave hermenéutica de las distintas “revelaciones religiosas”, de las más variadas “inspiraciones sagradas” que a lo largo de la historia se han presentado, desde las instituciones de los oráculos en la antigüedad, o los profetas judíos hasta las obras de Blavatsky o Bailey, pasando por la escritura del Corán, dictado por el arcángel Gabriel, por no hablar de las ya mencionadas canalizaciones (Seth, Ramtha, Kryon, Shuchman, Bazán, etc.) que se presentan con tal denominación. Nos

interesan ahora tan sólo algunos aspectos de este interesante fenómeno que es la canalización. Por una parte, hemos dicho ya que puede definirse como la transmisión (de información, en primer lugar, pero también de energía, de símbolos de geometría sagrada, de mantras sagrados, etc.) a través de un “canal humano” procedente de una “fuente sobrehumana”. Esto último lo diferenciaría de lo que conocemos como “espiritismo”, en cuyo caso las informaciones se suelen atribuir a “espíritus desencarnados”, generalmente personas fallecidas más o menos recientemente y que se suelen comunicar con sus familiares o seres queridos a través de un “médium”, o persona psíquica capaz de establecer comunicación con los planos sutiles. Ante la lluvia impresionante de mensajes canalizados, procedentes presuntamente de las fuentes más diversas (ángeles, arcángeles, maestros ascendidos, Guías y Maestros de todo tipo, seres de otros lugares del cosmos –pleyadianos, sirianos, arcturianos-, etc.) nos gustaría reflexionar sobre la posibilidad de que realmente las fuentes sean muy diversas, pero no sólo en un sentido horizontal, sino también en un sentido vertical. Es decir que la altura espiritual y la calidad de lo canalizado dependen de la altura, calidad y pureza de la fuente y correlativamente del canal. Siguiendo la tematización llevada a cabo recientemente por R. Bazán, podríamos decir que hay ocho niveles de iluminación y que puede canalizarse desde cada uno de esos niveles, cuestión ésta que depende del nivel de iluminación en que se halla el canalizador. Si recogemos brevemente la clasificación por él propuesta podemos recordar los ocho niveles de iluminación, que son los siguientes: 1. Iniciación alquímica. 2. Maestría alquímica. 3. Alquimia sagrada o iniciática. 4. Intelecto o Corazón sagrado. 5. Metafísico. 6. Magia. 7. Alta Magia. 8. Magia sagrada o Avatárico. Nos interesa destacar, en este sentido, que además de las canalizaciones más frecuentes en las que se transmite una preciosa información a través de palabras (sea su destinatario una persona, para clarificar su proceso kármico; un grupo o la humanidad en su conjunto - quizás especialmente en cada caso aquellos que se hallan en un nivel de iluminación próximo al nivel del iluminación desde el que se transmite la información), a partir del sexto nivel, el nivel de magia, el canalizador podría canalizar símbolos de alto potencial energético transmutador, y a partir del séptimo nivel, el nivel de alta magia (en el cual se hallarían muy pocas personas en este momento evolutivo), se pueden canalizar mantras sagrados, con un poder energético-transmutador igualmente elevado. Pues bien, queríamos insinuar que el trabajo con símbolos (siempre dentro de la ciencia de la geometría sagrada) y con mantras canalizados desde esos altos niveles constituye uno de los aspectos más genuinamente esotéricos, no sólo de las canalizaciones recientes a las que nos estamos refiriendo, sino también de las distintas enseñanzas esotéricas de todos los tiempos. No sería, pues, a través de las palabras como se puede transmitir el significado y las enseñanzas más profundas, ni como se podría llevar a cabo un profundo trabajo de transformación interior –que como veremos es parte indispensable de toda concepción esotérica que busca la transmutación alquímica, la espiritualización, la santificación, la supramentalización, la resurrección, la ascensión o incluso la deificación-, sino muy especialmente a través de la contemplación e integración de símbolos sagrados y de la pronunciación, entre plegaria y cántico, de determinados mantras, sonidos de poder, de un elevado potencial transformación, iluminador, capaces de alterar y transformar, iluminando, la frecuencia vibratoria de quien trabaja con ellos y por ellos es trabajado. Ni que decir tiene que en las más variadas tradiciones se han conocido y empleado estas dos herramientas de conocimiento y transformación, desde el japa (repetición de mantras) hindú o la oración del corazón u oración de Jesús en el hesicasmo cristiano, hasta las letanías y los rosarios católicos, pasando por los mantras y

los mandalas buddhistas o las fórmulas repetitivas del islam. Acaso podría decirse que el mantra y el símbolo son dos de los utensilios más fundamentales de las iniciaciones esotéricas. Y con ello entramos a otro de los campos destacados del esoterismo, como es la Iniciación (en los Misterios de la Vida y la Muerte). En toda iniciación espiritualesotérica hay un candidato a la iniciación (un iniciando) y un hierofante (un iniciador). Este último transmite no sólo ni fundamentalmente una enseñanza, una doctrina, una información, sino también y de manera más importante, una energía espiritual capaz de activar alguno de los “chakras” o centros sutiles del iniciando. Con su cetro de poder espiritual, el iniciador “despierta”, “activa”, “enciende”, “estimula” algunos de esos centros y las facultades correspondientes, quizás transmitiendo también algún mantra personal, que desde entonces le acompañará durante un tiempo, quizás colocando con delicadeza angélica algún símbolo en el aura del iniciando, sellando una cierta relación entre el ser humano y el ángel o los ángeles que desde entonces –si no ya antes- le acompañarán de manera especial, para componer la polaridad humano-angélica necesaria para la verdadera magia sagrada, transformadora de uno mismo y del mundo, de la propia alma, el propio cuerpo y la materia circundante. Quizás semejante “apertura” espiritual permita, a su vez, al iniciado, penetrar de un modo nuevo en el significado de los símbolos, aprender a leer los símbolos, a contemplar los símbolos, abriendo su puerta para poder comprender todo lo que representan, todo lo que simbolizan, pues el símbolo no sólo trae a la conciencia lo simbolizado, sino que lleva la conciencia a lo simbolizado, sirviendo de “soporte para la contemplación” y trampolín que permite el ascenso hasta el nivel al cual pertenece el símbolo. Y es que los símbolos sagrados son, a menudo, la expresión de determinados campos de conciencia-energía de alto voltaje, de alta iluminación, casi corporificación de elevadas conciencias, de determinados Maestros luminosos, con los que es posible entrar en contacto, e incluso integrar en uno mismo, a través, justamente, de una auténtica “contemplación” por medio de la cual el que contempla y lo contemplado se hacen uno, como permiten de manera especial los símbolos y los mantras de origen advaita, nodual. En fin, el conocimiento esotérico es el fruto de una serie de facultades “paranormales” que la parapsicología científica ha estado analizando con intensidad desde hace mas de medio siglo: la telepatía, la clarividencia, la clariaudiencia, la precognición, la psicometría, la proyección extracorporal (o viaje astral), son capacidades que muchas veces han despertado en el esoterista, en el iniciado, y que han estado presentes en las distintas tradiciones religiosas, entre los santos y los sabios de todas las culturas, entre los místicos de todos los tiempos. En el hinduismo, los Yogasutra de Patanjali, en el tercer capítulo, Vibhuti-pada, se exponen esos y otros muchos “poderes psíquicos” ante los que se pone en guardia al buscador, pues su posesión y su empleo, si la aspiración a la realización final no es muy firme, puede convertirse en un obstáculo en el camino, a causa de lo fácil que resulta apegarse a ellos e identificarse con el personaje capaz de desplegar tales poderes. En las tradiciones tántricas, tanto hindúes como buddhistas, tales poderes son igualmente conocidos y utilizados. En el buddhismo vajrayana, el ideal del sabio no es ya el ahrat del hinayana, ni siquiera el bodhisattva del mahayana, sino el siddha, aquel que además de los logros de los anteriores, se caracteriza por haber dominado tales “poderes” y ser capaz de utilizarlos cuando resulte conveniente. Entre los místicos y santos cristianos son igualmente conocidos tales “poderes milagrosos”. El propio Jesús, el Cristo, dio muestra de ellos, si creemos a los Evangelios.

Pero esto nos ha llevado ya muy lejos. Aproximémonos ahora a algunas de las ideas características de las concepciones esotéricas. 3.2. Rasgos de una ‘cosmovisión esotérica contemporánea’ a. Existencia de un Plan divino Justamente la afirmación de la existencia de un Plan divino, a la que antes nos referíamos, un Plan luminoso, en el que se inserta y cobra sentido la manifestación cósmica y la historia humana, es una de las tesis centrales de la concepción esotérica de la realidad. Frente a la concepción materialista-cientificista vigente, que parece apoyar un universo sin más conciencia, sin más inteligencia que la humana, producto del azar y defensora de una evolución biológica sin finalidad ni propósito, las concepciones esotéricas comparten la visión de una Inteligencia supracósmica, de una Conciencia infinita, de un Amor omnipresente, de un Ser –tanto inmanente como trascendente a todos los entes- que ha “creado”, “emanado” o “manifestado” el Cosmos con un propósito, con una intención, con una finalidad, por más que ésta escape en sus detalles a la razón humana en su estado actual de evolución. b. Regido por una Inteligencia amorosa infinita: Logos y Arcángeles Efectivamente, una de las ideas que se está imponiendo con fuerza en lo que podríamos llamar las más recientes doctrinas esotéricas (especialmente a través de ciertas canalizaciones –en tanto que revelaciones espirituales genuinas-) es la que defiende la existencia de un Cosmos impregnado de inteligencia y regido por una Inteligencia amorosa infinita. Pienso en la idea del Logos planetario, del Logos solar, del Logos galáctico (el Hunab Ku de los mayas, centro pulsante de nuestra galaxia) y del Logos cósmico, como una Jerarquía –o si se prefiere “holarquía”- de Inteligencias suprahumanas que rigen y dirigen (dirección compartida por los seres humanos más conscientes, aquellos que se hallan en elevados niveles de iluminación e iniciación) los destinos de los planetas, los sistemas solares, las galaxias y el universo en su totalidad. Ni que decir tiene que esta idea corre paralela a la idea de la mayoría de las religiones que afirman la existencia de Dios, Allah, Brahmâ, etc., así como de los ángeles, arcángeles y demás coros celestiales, presentes en las tres tradiciones abrahámicas, o sus correspondientes devas y mahadevas de las tradiciones índicas. No en vano, como se ha insistido desde el esoterismo tradicionista, en cada religión habría una dimensión exotérica, popular, accesible a todos, y una dimensión esotérica, a la que sólo los iniciados tendrían acceso. c. Maestros de sabiduría y compasión: Fraternidad de Iniciados Este Plan divino, sagrado, incomprensible en su grandeza para la mente humana actual, se llevaría a cabo a través de una serie de jerarquías espirituales, de Grandes Seres, algunos de ellos humanos que trascendieron la etapa humana y se convirtieron en Maestros de sabiduría y compasión, algo revelado de manera explícita a partir de las enseñanzas esotéricas contemporáneas, desde Blavatsky y Bailey. Efectivamente, la existencia de una Fraternidad planetaria, de un Colegio iniciático de sabios y santos, de grandes iniciados, que van por delante de la mayoría de los humanos en el Sendero de perfección que todos nos hallaríamos recorriendo, es una de las ideas centrales del esoterismo contemporáneo. Y correspondientemente, tendríamos la posibilidad de establecer contacto consciente con ellos, algo que sucedería una vez recorrido buena parte del camino, una vez logrado cierto nivel de iluminación y de despertar. En algunas presentaciones, esa posibilidad de entrar en contacto consciente con el Maestro o con los Maestros de la Jerarquía espiritual del planeta, se convierte en una de las

motivaciones más destacadas para el aspirante y el discípulo a convertirse en “discípulo en el corazón del Maestro”. d. Ciudades de luz: Shamballa, Erks, etc. En el imaginario de muchas culturas, ciudades míticas, ciudades de luz, lugares como Shamballa, El Dorado, el Paititi, Erks, Aurora, Miz Tli Tlan o tantas otras, han cautivado la atención de muchos buscadores, tratando de descubrirlas, de llegar hasta ellas, de penetrar en su secreto, de poder atravesar el umbral que separa el mundo de los mortales de esa especie de “dioses inmortales”, de maestros de luz, que han alcanzado plena conciencia de su inmortalidad y ya no necesitan utilizar un cuerpo humano para continuar su proceso evolutivo. Justamente este proceso evolutivo se entiende como desarrollándose durante largos períodos de tiempo, en una concepción cíclica-espiral, podríamos decir. Precisamente uno de esos grandes ciclos sería el que está terminando justamente en estos años. Y parece inevitable, hoy, referirse a la fecha del 2012 como fin de un ciclo y comienzo de otro. Hasta el arte cinematográfico ha recurrido a dicha fecha, a partir de la oleada de rumores que apuntan a dicho año. e. Concepción cíclica de la Historia: el 2012 fin y comienzo de un gran ciclo. La concepción esotérica de la historia podríamos decir que se caracteriza, entre otras cosas, por dos ideas centrales. Una de ellas hace remontar la civilización humana a períodos muy anteriores a los señalados por la historiografía oficial. A través de la lectura de los registros akáshicos, a través de recuerdos anímicos, muchos Iniciados han hablado de civilizaciones anteriores a las conocidas. Casi todo el mundo ha oído hablar de la Atlántida, continente que habría alcanzado un alto nivel tanto espiritual como científico-tecnológico y que habría quedado sumergido hace quizás unos 12.000 años. El mismo Platón la menciona en más de una ocasión. Pero ya antes, incluso, de la Atlántida, se habla de Lemuria, el continente Mu. Y algunos investigadores esotéricos, como Rudolf Steiner, con el rigor epistemológico que le caracteriza, habla de períodos muy anteriores, de la formación de la Tierra y de períodos relacionados con Saturno, con la Luna, con el Sol, etc. La época dorada de la civilización del Antiguo Egipto se dice que transcurrió desde hace 12.000 años (con la construcción de la gran Esfinge) hasta hace 5.000 años (con la construcción de la gran pirámide de Keops), es decir, desde el 10.000 a.C. hasta el 3.000 a.C. aproximadamente (Bazán 2010: 18). Recordemos que el calendario maya parece marcar el comienzo de este ciclo que acabará en el 2012, en el 3.113 a.C. dando en total un ciclo de 5.125 años (Argüelles, 1993:115). Llama la atención que el ciclo de 26.000 años aproximadamente, reciba el nombre de “año platónico”, cuando algunas enseñanzas actuales hablan justamente de un ciclo de 25.920 años, que sería el ciclo que termina exactamente el 21 de diciembre del 2012, tal como parece indicar el calendario maya, según muchos de quienes lo han investigado en las últimas décadas. Según las recientes canalizaciones de Rodrigo Bazán, el ciclo que termina, de 25.920 años, equivaldría a la noción hindú de Kali-yuga, del período oscuro, mientras que el ciclo de 25.920 años que comienza en el año 2012, llamado Zep Tepi, supondría el amanecer de una nueva época dorada, en una vuelta más alta de la espiral2. La suma de esa larga noche galáctica de la que salimos y el largo día galáctico al que entramos daría un gran ciclo de 52.000 años aproximadamente (la suma 2

El universo tiene muchos ciclos, que influyen sobre la vida de los seres que lo habitan. La evolución de los seres en el universo está diseñada en torno a ciclos. Hay mucho conocimiento sobre los ciclos cósmicos, como el día y la noche, en que cada ciclo dura doce horas; como la rotación de la tierra en torno al sol, que determina las estaciones y los equinoccios; como la rotación del sistema solar en torno al sol central de la galaxia, determinando épocas de luz y oscuridad, en que la época de oscuridad va a finalizar para el 2012 o final de los tiempos, dando comienzo a la época de 25.920 años de luz (Bazán, vol. II, 2011: 20).

de esas dos fases da exactamente 51.840 años), que sería justamente lo que el sistema de las 12 constelaciones zodiacales tarda en girar en torno al Sol central de la galaxia. Se trataría pues, nada menos que del fin de un ciclo de 52.000 años y el comienzo de otro ciclo de 52.000 años. Veámoslo en sus propias palabras: “El ascenso luminoso o cambio de conciencia que va a tener la humanidad y la creación, en que se va a terminar el período de 25.920 años o la era de oscuridad llamado Kali-yuga, que es el llamado final de los tiempos descrito metafóricamente en el libro del Apocalipsis, para dar comienzo a la Era de Luz o Era del Alma, llamada Zep Tepi o tiempo nuevo –tal como lo predijeron los mayas y la civilización del Antiguo Egipto-, el llamado amanecer de la galaxia, en que la luz que emana del corazón de Dios y pasa a través del centro solar de la galaxia va a llegar a este lado del universo; la información necesaria de la luz y el fuego divino para liberar al hombre de la oscuridad viene del octavo nivel iluminativo. Sólo desde esa frecuencia luminosa se puede producir el cambio de conciencia” (Rodrigo Bazán, Los ocho libros sagrados de la iluminación, p. 21) Como decíamos, y puede verse en el texto anterior, es el Tzolkin, el calendario maya, el que ha activado la idea del fin de un gran ciclo en el 2012. Antes de tales investigaciones (y cada vez hay más enseñanzas esotéricas que coinciden en la misma fecha), la filosofía de la historia compartida por buena parte del esoterismo se centraba en el fin de la era de Piscis y el comienzo de la era de Acuario, lo cual supone un ciclo menor de unos 2000 años, y al hablar de la Nueva Era, la referencia explícita o implícita era a la Era de Acuario. Ahora, en la última etapa de las enseñanzas esotéricas, las que proponemos considerar que se inicia en 1987 con la Convergencia Armónica convocada por José Argüelles, justamente uno de los investigadores esotéricos iniciales sobre la cultura maya, el ciclo pasa a ser mucho mayor, y también la importancia del cambio de conciencia, del cambio de frecuencia vibratoria, del cambio de civilización que está en juego. Se trataría efectivamente de una “sincronización galáctica”, de un alineamiento de nuestro sistema solar con el centro de la galaxia, entendida ésta como un Gran Ser Divino, cuyo corazón, sus pulsaciones de conciencia, de inteligencia, de amor, de luz, llegarían con una nueva frecuencia, impulsando a transformar las viejas estructuras, tanto mentales como institucionales, de manera inexorable. El “renovarse o morir” puede aplicarse aquí con toda precisión. Se trata de un final de ciclo, en el que cada “alma” que ha elegido o ha tenido la fortuna (deberíamos decir “merecimiento kármico”) de “encarnar” en este gozne de la historia, tiene la posibilidad y casi la necesidad de realizar una síntesis que recapitule sus muchas vidas anteriores, para poder pasar a una nueva tierra, quizás a un nuevo cielo. En suma, la concepción esotérica de la historia puede entenderse como una “astrohistoria”, en la cual la astrología –ciencia oculta tradicional- desempeña un papel fundamental, pues marca los ciclos con una precisión matemática. f. Una antropología reencarnacionista En las últimas ideas ha aparecido la noción de “reencarnación”, idea que podemos decir atraviesa la inmensa mayoría de doctrinas esotéricas contemporáneas. Lo que en el Occidente judeo-cristiano llegó a parecer una ocurrencia exótica de las tradiciones índicas, especialmente asociada al hinduismo, en el imaginario cultural contemporáneo se ha convertido en una de las ideas más aceptadas, no sólo en los ambientes orientalistas, sino también en las doctrinas esotéricas, casi sin excepción.

Además de la introducción de las tradiciones hindú y buddhista en Occidente, con fuerza durante todo el siglo XX y en especial en su segunda mitad, correspondiendo con la mentalidad nueva era, y de las doctrinas esotéricas, hay que señalar las meticulosas investigaciones de Ian Stevenson con niños que recuerdan espontáneamente vidas anteriores, así como los múltiples recuerdos que tienen lugar durante la “terapia de vidas anteriores”, como han mostrado Hellen Wambach, Patrick Drouot, Brian Weiss, José Luis Cabouli y muchos otros. En lo que respecta a las doctrinas esotéricas, la coincidencia abarca a autores tan centrales como H.P. Blavatsky y toda la corriente teosófica, a M. Heindel y toda la corriente rosacruz, a Rudolf Steiner y todo el movimiento antroposófico, a A. Bailey y toda la visión posteosófica, a Omram Michael Ivanov y su Fraternidad Blanca Universal, etc., así como a la práctica totalidad de las enseñanzas canalizadas ya aludidas. Conviene tener presente que ya la tradición órfico-pitagórica-platónica defendió con toda claridad una antropología reencarnacionista, lo cual significa, ciertamente, una “dualidad” –siquiera provisional, sin que necesariamente implique un dualismo ontológico radical- entre psique y soma, entre alma y cuerpo. Y decimos que no implica necesariamente un dualismo radical a lo Descartes, pues también en este caso hay “mediaciones” e “intermediarios” entre lo espiritual y lo material, como corresponde a una concepción en la que las correspondencias entre Cosmos y Psique, entre el cosmos multidimensional y el ser humano igualmente multidimensional muestran. La tradición teosófica de Blavastky impuso la noción de “cuerpos sutiles” (cuerpo etérico, cuerpo astral, cuerpo mental, etc.), en realidad ya presente en la tradición vedántica hindú con la idea hallada en las Upanishads de las cinco vestiduras (koshas) y los tres cuerpos (sharira). Los tres cuerpos son el físico-denso, el sutil y el causal; las cinco vestiduras son la física, la vital, la psíquica (manomayakosha), la hecha de inteligencia (vijnanamayakosha) y la hecha de felicidad (anandamayakosha). Recordaremos que lo vimos también en Proclo, al hablar de “una forma no empírica de corporeidad” y en el Islam estudiado por Corbin. Se trata, en definitiva, de esos “vestidos de luz” que permiten al “alma” (espíritu, mónada, atman, etc.) manifestarse en cada uno de las dimensiones de la realidad. En terminología actual preferiría hablar de “campos de conciencia-energía” subsumidos e integrados los unos en los otros, abarcando los superiores a los inferiores. g. Preexistencia, encarnación, desencarnación, reencarnación, resurrección e inmortalidad. Todos estos términos podrían caracterizar la antropología reencarnacionista, una antropología que encontramos en muy diversos autores y corrientes (si prescindimos de la resurrección, asociada particularmente a la tradición cristiana, aunque sabemos que no es ésta la única que habla de tal proceso). Efectivamente, la mayor parte de las concepciones esotéricas admiten que la dimensión espiritual del ser humano, llamémosle “alma” para abreviar, conscientes de los abusos que el término ha sufrido y de las connotaciones no siempre positivas que en nuestra cultura tiene, existe con anterioridad a su encarnación en un cuerpo humano. Además, en lo que respecta a la actitud ante la muerte, al igual que la mayor parte de las concepciones espirituales y religiosas, no cabe duda que se acepta la supervivencia del alma, viendo la muerte como un tránsito a otra dimensión, un rito de paso iniciático que permite asimilar las experiencias de una vida y prepararse para la siguiente. En ese sentido hablamos de la muerte como el proceso de desencarnar, para continuar existiendo en otros niveles de la realidad y –siguiendo leyes kármicas, sabiamente reguladas por inteligencias angélicas y por guías suprahumanos, como los Señores del Karma- al cabo de un cierto tiempo, no

importa ahora el tiempo exacto pasado entre vida y vida, pues probablemente depende mucho de cada caso, del tipo de muerte padecido, del nivel de desarrollo espiritual alcanzado, del momento del ciclo en que uno se halle, de la decisión tomada, etc, al cabo de un cierto tiempo, decíamos, se iniciaría el proceso de re-encarnación. Tras el paso por el bardo del morir y el bardo de dharmata –por decirlo en términos del Bardo Thodol, el Libro de la Liberación a través de la audición, más conocido como “Libro tibetano de los muertos”- vendría el bardo del devenir y la vuelta a una nueva vida encarnada. Muchas son las vidas vividas y generalmente muchas las vidas por vivir, al decir de la mayoría de las enseñanzas esotéricas. Al principio uno suele pensar en unas cuantas vidas, pero quizás habría que pensar en términos de cientos de vidas. h. El sistema de chakras como símbolo y como realidad Uno de los símbolos que ha hecho fortuna en el esoterismo contemporáneo y que en este caso sí puede afirmarse que sea de procedencia oriental, es el que representa el conjunto de ckakras o centros de energía sutil, que sirven de mediadores entre lo espiritual y lo material. El sistema de chakras constituye una especie de fisiología sutil, a través de la cual circulan energías que son recibidas, transformadas y emitidas por esos vórtices o núcleos energéticos que reciben el nombre de “ruedas” (una de las traducciones de chakras), simbólicamente representados también como flores de loto, cada una con un número determinado de pétalos. Nos interesa ahora cómo los siete chakras generalmente mencionados, que van desde la base de la columna hasta la cima de la coronilla, simbolizan siete niveles de conciencia-energía, siete puertas de entrada a los correspondientes planos o dimensiones de la realidad, siete etapas en el sendero que conduce a la Iluminación total. Cada chakra tendría su mantra específico, su color, su nota musical y su frecuencia vibratoria. Se suele mantener la terminología del sánscrito, enumerándolos desde la base de la columna hacia arriba y resulta de interés su relación con las principales glándulas endocrinas que la reciente psiconeuroendocrinología comienza a tomarse en serio, así: 1. Muladhara: Base de la columna, supervivencia; suprarrenales, Urano, 7ºR 2. Svadhisthana: Bazo, gónadas, sexualidad, vitalidad, Neptuno, 6ºR 3. Manipura: plexo solar, emociones egocentradas, temor, poder personal; páncreas, Luna, 4ºR. 4. Anahata: el corazón como centro del ser, el amor-compasión; timo, Júpiter, 2ºR. 5. Vishudda: garganta, lenguaje, comunicación; tiroides, Tierra, 3ºR. 6. Ajña: entrecejo, el tercer ojo, pensamiento, intuición, visión, pituitaria, Venus, 5ºR 7. Sahasrara: cima de la coronilla, pineal, unión, iluminación, Plutón, 1ºR. Parte de la imagen simbólica que da fuerza a esta representación es la existencia de un potencial espiritual que busca actualizarse y cuyo símbolo es la conciencia-energía kundalínica. Kundalini o devi-kundalini, la diosa kundalini, la divinidad inmanente, la semilla de lo divino en nosotros en su aspecto femenino de la Shakti (energía, poder, electricidad, fuego, creatividad) viene simbolizada por una serpiente que duerme enroscada, con tres vueltas, en el chakra de la base de la columna, muladhara, el primero de los chakras en el orden evolutivo. El proceso de despertar y de la iluminación quedaría representado por el despertar de kundalini y su “ascenso”, activando cada uno de los chakras, hasta entonces funcionando sólo a medias, y despertando las capacidades asociadas a cada uno de ellos, entre ellas esos poderes psíquicos que nos parecen extraordinarios, a los que nos hemos referido antes.

Podría decirse que los tres primeros son chakras prepersonales, abiertos ya a lo largo de la evolución del ser humano, funcionando mejor o peor, con el riesgo tanto de una infrautilización como de un hiperdesarrollo exagerado que provocaría problemas de extremo egocentrismo o materialismo en esa personalidad. Anahata, el centro del ser, podría decirse que constituye el centro de la persona y del nivel personal; centro, no obstante, capaz de comunicar con lo más elevado, no en vano lugar simbólico del amor y la compasión, también transpersonales. Los tres chakras superiores, especialmente en sus octavas más elevadas corresponderían a los niveles transpersonales del desarrollo. Especialmente el ultimo de ellos, sahasrara, cuando el despertar de la energía consciente kundalínica llega a él, simboliza la unión definitiva con lo Divino, la recuperación de nuestra naturaleza más profunda, el estado de unión mística, de samadhi, de comunión con la Realidad suprema, la Realización como ser humano. Si bien las presentaciones clásicas coinciden en hablar de esos siete chakras, no faltan recientemente versiones en las que se habla de 12 chakras (Barbara Marciniak) o de 14 chakras, 7 inmanentes, los ya esbozados, y 7 trascendentes, cuyo despertar señalaría otros tantos niveles de iluminación (Rodrigo Bazán). i. Meditación mística y meditación esotérica: el camino y la meta No quisiera terminar sin hacer un espacio a la importancia de la meditación como método de conocimiento, tanto de la dimensión esotérica de la realidad (objetiva), de los objetos (de su estructura sutil, interna; en algunos interpretaciones incluso de su ‘esencia’) como de la dimensión más interna y oculta de esa realidad que nos interesa de una manera especial, la realidad subjetiva, pues, como vamos a ver, quizás lo más relevante de la meditación es lo que puede mostrarnos (no demostrar, sino tan sólo mostrar) del Sujeto transempírico, lo que podemos llamar con Assagioli el Yo transpersonal, o simplemente “el alma”, o con la tradición hindú el Atman, o con la tradición buddhista el dharmakaya, la realidad última, de la que quizás quepa decir que es tanto transobjetiva (más allá de cualquier objeto, tanto físico como sutil) como transubjetiva (si pensamos en la subjetividad empírico-psicológica). Ahora bien, lo primero que hay que tener presente es que en la tradición filosófica occidental, “meditación” se ha asociado generalmente a “meditación reflexiva, conceptual, discursiva”. Las “Meditaciones metafísicas” de Descartes y las “Meditaciones cartesianas” de Husserl son dos excelentes ejemplos de ello. Sin embargo no es a esa “meditación filosófica” a la que queremos referirnos, sino a esos otros dos tipos de meditación que podemos llamar, provisionalmente, “meditación mística” y “meditación esotérica u ocultista” (si estos términos no sonaran tan mal a la mayoría de nuestros oídos). Aunque no pretendo defender que hay una distinción tajante entre estas dos últimas, sí que parece apropiado distinguir algunos rasgos característicos de cada una de ellas. Así, por “meditación mística” entiendo el proceso de trascender la reflexión discursiva, abriéndose a campos de conciencia-energía de los que generalmente no somos conscientes. Se trata, pues, de una “expansión de la conciencia”, una ampliación e intensificación de la misma. Quizás la tradición hindú y la tradición buddhista sean las que más sistemáticamente han practicado y tematizado este tipo de meditación. Baste con recordar la célebre definición que ofrece Patañjali en los Yogasutras, concretamente en el segundo aforismo de su obra. Dice, justamente, “el yoga es el aquietamiento de los movimientos psíquicos” (citta vritti nirodha: el detener, el cese de las modulaciones de la sustancia mental, de la psique). Y cuando eso sucede, lejos de caer en un estado de somnolencia o de inconsciencia (como el buen Hegel creía que sucedía, tal como expresa en sus comentarios acerca de la Bhagavad Gîtâ), se produce el descubrimiento del purusha (equivalente en el yoga a la noción vedántica del atman),

del alma individual en el yoga, del sí-mismo, del sujeto transempírico. Purusha que puede entenderse, justamente, como “conciencia pura”, o si se prefiere “pura autoconciencia”. Es el estado de nirbija samâdhi, de éxtasis, énstasis o contemplación pura. En ese momento, el sujeto (transempírico, espiritual) se sabe trascendente (estar más allá de toda la realidad empírica), estando más allá incluso de la serie de sus encarnaciones y del conjunto de sus cuerpos sutiles. Todo ello pertenece al mundo de prakriti, la Naturaleza, los campos de energía en sus distintas formaciones. El purusha se sabe ahora más allá de todos los mundos, más allá de toda realidad cosmológica. En el vedanta advaita (no-dualista), el samadhi es el desvelamiento de la realidad última (Atman=Brahman), más allá no sólo de todo el cosmos multidimensional, sino de toda presunta individualidad (tanto empírica como transempírica). Todo ello no es sino una especie de ilusión, de espejismo, que constituye el juego de la manifestación. En el buddhismo, si tomamos como ejemplo el buddhismo tibetano, el vajrayana, podemos señalar tres momentos principales: samata, la serenidad o aquietamiento de la mente; vipassana, la discriminación intuitiva, a partir de la mente serena, de la verdadera naturaleza de la realidad, descubriendo la insustancialidad de todo ente, de todo ser, tanto de los objetos como de los sujetos, los cuales se muestran ahora, tras la lúcida deconstrucción de los mismos, como carentes de toda entidad propia, consistentes en una compleja inter-relacionalidad o inter-dependencia, no hallando ni esencia sustancial ni sujeto sustancial alguno, pues todos ellos se muestran “vacíos” de sustancialidad propia, originados de manera dependiente, contingente. Especialmente, la fase de vipassana tiende a mostrar la ausencia de yo (ni empírico ni transempírico), confirmando así la doctrina de la carencia de yo (anatmavada) que en algunos textos del canon pali parece afirmarse. En un tercer momento, el más característico de alguna de los linajes del vajrayana, el dzgochén, puede entenderse como la apertura radical a nuestra naturaleza búddhica, la instalación en el Dharmakaya, la realidad última, entendida de forma paradójica como Vacuidad luminosa. Valga esto como aproximación a lo que llamábamos “meditación mística”, de la que nos interesaba destacar esa trascendencia de la mente discursiva (hasta des-cubrir la “mente de Buddha” o la “no-mente”), de la razón conceptual (hasta des-velar el atman, la conciencia pura), diferenciándose en ella, con toda claridad de lo que hemos llamado la “meditación filosófica” (racional, conceptual, discursiva). En mi opinión, esa “dimensión mística” de la meditación, que nos descubre la “dimensión mística de la realidad”, la realidad mística, resulta irrenunciable para toda comprensión esotérica de la realidad. Nos gustaría decir que más bien constituye el horizonte de sentido de la “meditación esotérica” que a continuación nos gustaría caracterizar. Justamente, si la meditación mística nos revela la dimensión última de la realidad mediante una contemplación, unión o identidad suprema con Ella, la meditación esotérica, que asume la importancia de las “mediaciones” y los “mediadores” tiene algo que “ver” y algo que “hacer” (no sólo algo que “ser”) con esos planos sutiles, con esas energías sutiles, con esas realidades sutiles, que se hallan entre el plano físico y la Realidad última. La meditación esotérica puede verse como un trabajo de alquimia (por retomar el lenguaje y el sentido de esta ciencia oculta tradicional). En esta concepción, la realidad es un conjunto de campos de conciencia-energía sobre los que se puede intervenir mediante el poder de la voluntad y el poder del pensamiento. La imaginación creadora y el poder del mantra sagrado son herramientas fundamentales en esta concepción de la meditación como proceso de transformación, de transmutación

mediante la aceleración de la frecuencia vibratoria de las energías que componen dichos campos de conciencia-energía. La meditación esotérica como alquimia supone pues la posibilidad de una “espiritualización de la materia”, y esto afecta tanto al mundo exterior como al mundo interior, al cosmos como a la psique. Efectivamente, en esta visión de la alquimia espiritual, el cuerpo, las emociones, la mente y hasta la propia alma estarían sujetas a un proceso evolutivo cuyo sentido sería la progresiva espiritualización o iluminación. Como si la frecuencia vibratoria de cada uno de esos factores del ser humano pudiera transformarse y “elevarse”. En esta ocasión el medio para conseguir eso serían los símbolos de la geometría sagrada y los mantras como sonidos luminosos. Son dos campos inmensos en los que no podemos profundizar ahora, tan sólo insinuar que se abre de ese modo un horizonte en el que el conocimiento, la transformación y la realización se dan la mano. Como tan sólo insinuar queríamos también la repercusión en los “planos objetivos”, en el triple mundo de la manifestación –como decían los Vedas- de este tipo de meditación esotérica: el mundo físico y los mundos sutiles, el “mundus imaginalis” tematizado por Corbin, al que ya nos hemos referido, o en terminología teosófica, el mundo astral o emocional y el mundo mental. Si bien esto puede parecer extraño a algunos, no se halla muy lejos de la vieja idea de que “el sacrifico védico es lo que mantiene el orden del mundo”, o de que “los sabios y santos que rezan son los que logran producir un equilibrio en la sociedad”. Efectivamente, puede hacerse una interpretación esotérica de la oración y ver el rezo como un procedimiento alquímico, mágico (en el mejor sentido de estas palabras), una comunicación con conciencias suprahumanas, o simplemente no-humanas, como las conciencias angélicas, que como ya dijimos, constituyen contraparte indispensable en todo trabajo mágico. Una vez más, los ángeles como intermediarios imprescindibles, en este caso en la meditación esotérica, alquímica, transfiguradora, comprometida no sólo con la transformación personal, sino igualmente con la transformación colectiva, pues en última instancia, el esoterista se sabe célula del gran cuerpo planetario, holograma consciente del Gran Holograma cósmico y sabe que “como arriba así es abajo y como abajo así es arriba”, a lo cual podríamos añadir: “como adentro, así es afuera, como afuera así es adentro”. Meditación mística y meditación esotérica serían, pues, dos aspectos de ese camino de transfiguración, de la psique y del cosmos, de ese sendero de realización integral que no deja ya fuera de su campo de intereses ninguno de los aspectos de la realidad: ni lo material ni lo espiritual, ni lo social ni lo cultural.

j. Conclusión Ya que hemos hablado en varias ocasiones de las canalizaciones, terminemos con algunas palabras canalizadas, concretamente por Rodrigo Bazán el 14 de enero del 2009: “En este momento en la Tierra hay un gran movimiento luminoso, es como un terremoto luminoso. Esto no implica sufrir, no se trata de que vaya a producirse una devastación. Hay mucha muerte y resurrección, eso sí, mucho renacimiento. Digamos que muchas conciencias se están abriendo, están muriendo y están renaciendo. Muchas almas iluminativas están abriendo sus corazones, en un proceso inconsciente, pero sincronizado desde el Alma de la Tierra; y, por supuesto, incluye a todos los seres; el Viento y el Mar están sufriendo una gran transmutación, jerárquica, luminosa, que implica que son capaces de transmutar a miles de seres de la Tierra. Cuantas más almas se van

abriendo a la canalización, más se van moviendo los hilos y haciendo que más personas se abran; cuantas más almas hacen mantras, más se va movilizando la energía luminosa de la Tierra. En este momento el proceso es muy fuerte, los ángeles están trabajando al mil por ciento, en una sincronía perfecta, una apertura de corazones muy grande. Los ángeles-regentes de cada país están, digamos con sus trompetas, dirigiendo la sinfonía luminosa de ángeles que rodean la Tierra”. Con este fascinante texto, que no vamos a analizar ahora, pero recoge varias de las cuestiones tratadas, queremos terminar esta exposición, no sin antes recapitular nuestro recorrido: Hemos comenzado con un breve recorrido histórico por algunos de los representantes de las tradiciones esotéricas occidentales, para terminar distinguiendo un esoterismo tradicional (generalmente como rostro oculto de las distintas tradiciones religiosas), un esoterismo moderno (desde el XVII hasta mediados del XX), y un esoterismo actual con dos fases, 1950-1987 la primera, y 1987-2012 la segunda. Desde mediados del XIX, también el esoterismo se seculariza y hablamos de un “esoterismo secularizado”, independiente de cualquier religión. Tras esas pinceladas históricas, para que nuestra caracterización no pareciese surgir de la nada, nos hemos centrado en algunas de las principales ideas del esoterismo contemporáneo. Distinguiendo entre su teoría del conocimiento y su teoría de la realidad, su epistemología y su cosmovisión, hemos repasado algunos de los principales modos de conocimiento esotéricos, y estableciendo un paralelismo con las facultades “normales” (empleadas por la ciencia y la filosofía exotéricas), hemos distinguido las siguientes facultades “paranormales” (o esotéricas): la clarividencia y la clariaudiencia (como contrapartes sutiles, esotéricas, de la percepción), la memoria anímica y la lectura de los registros akáshicos, y el papel de la imaginación creativa (recordando que magia, imaginatio proceden de la misma raíz) y del mundus imaginalis, relacionándolo con la existencia de los ángeles, como transmisores-conductores de la magia, y finalmente de una razón esotérica o supramental, que parte del conocimiento por identidad y de sus destellos intuitivos, recogiendo la distinción clásica entre razón discursiva e inteligencia intuitiva. Todo ello ha desembocado en dos temas centrales en el esoterismo: el fenómeno de las “canalizaciones”, en pleno auge en el imaginario cultural de la llamada Nueva Era, y la cuestión de la Iniciación. Relacionándolo con ambos temas hemos destacado la función de los símbolos y los mantras tanto en uno como en otro caso. En un último apartado entre hemos querido presentar algunas de las ideas destacadas en la cosmovisión esotérica actual, y hemos elegido las siguientes: - La existencia de un Plan divino - Regido por una Inteligencia amorosa infinita, que se despliega a través de una serie de funciones, como la de los Logoi y los Arcángeles. - Concretado y facilitado por la existencia de unos Maestros de sabiduría y compasión que constituyen una Fraternidad de Iniciados. - Habitantes de ciudades de luz, míticas, como Shamballa o Miz Tli Tlan. - Una concepción cíclica de la historia, enfatizando los ciclos de 52.000 años, de 26.000 años, y la idea de un fin de ciclo en el 2012. - Una antropología reencarnacionista con nociones claves como: pre-existencia, encarnación, re-nacimiento, resurrección e inmortalidad atemporal. - El sistema de chakras como símbolo del proceso evolutivo hacia la Iluminación.

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El papel de la meditación, distinguiendo entre una meditación mística y una meditación esotérica u ocultista que pueden concebirse como dos aspectos de un trabajo integral y como prefiguración del camino a recorrer y de la meta a lograr.

Con la meditación, no como técnica, sino como estado que permite hacernos transparentes a la dimensión esotérica de nuestra realidad, podemos concluir estas palabras, invitando a una profundización y una reflexión crítica en cuanto hemos esbozado.