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Sobre Fernando Devoto Alfredo B. Tzveibel

Es un historiador actual, ha investigado sobre la inmigración en la Argentina. Fruto de esa investigación son varios libros editados entre 1991 y 2007. El más conocido es “Historia de la inmigración en la Argentina”, editado por primera vez en 2003. Asimismo, ha hecho historia de las ideas, (Los nacionalistas, 1983, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna, 2002). Es profesor de la materia “Teoría e historia de la historiografía” en la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A., y tiene publicaciones sobre el tema, pero más escasas. Partimos, para entender su manera de hacer historiografía, del libro sobre la inmigración. Es un tema de historia social que remite cuestiones de historia económica y además, ciertamente, de demografía. Por ello, se presta a un tratamiento que podemos llamar académico. Si hemos de diferenciar entre historiografía académica e historiografía militante, queda claro que la que hace este autor es académica, ya que no está afectada de compromisos políticos o ideológicos. Podemos señalar respecto de este tipo de historia, digamos, científica, es que aporta mucha información en gran medida basada en estadísticas, y poca teoría. Más descripción que explicación. Sabemos que la pretensión de una explicación histórica nomológica, esto es, por leyes, es muy difícil de sostener. Pero hay un tipo de explicación más débil, proporcionada por la descripción misma. Unos hechos arrojan luz sobre otros. En lugar de “causas” de una revolución hablaremos de “antecedentes” o “condiciones”. En la introducción del libro el autor considera dos formas de hacer historia. Por un lado la “analítica” ofrecía un enfoque estructural, y – dejando de lado el tiempo corto, proponiendo perspectivas de larga duración tendía a entender la historia como ciencia social. Por otro lado la forma “narrativa”, ponía la historia dentro de las humanidades, cuyo objetivo sería no ya la explicación sino la comprensión. Por su parte, considera que ambos enfoques pueden ser útiles, y no tienen porqué contraponerse. A continuación expongo dos temas investigados por el autor: la inmigración en la Argentina y el nacionalismo.

La inmigración

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La historia científica pone atención en la delimitación de su objeto de estudio, o sea de su concepto. Por ejemplo, el término “inmigrante” parece tener un significado obvio; y sin embargo no ha sido exactamente el mismo en un siglo que en otro, o en Estados Unidos y la Argentina. Por ejemplo, la legislación estadounidense consideraba inmigrantes sólo a los que venían en tercera clase en el barco, o sea, a los más pobres. En Uruguay, la ley de inmigración de l891 consideraba inmigrante al que viajara en segunda o tercera clase. La determinación del status jurídico del inmigrante era importante, porque no tenía los mismos derechos que otras personas que llegaban, el exiliado, el viajero, el funcionario. Por ejemplo, la ley de residencia argentina de 1902 autorizaba a expulsar del país a “extranjeros” que tuvieran conductas contrarias a la seguridad nacional. La ley de inmigración argentina de 1876 consideraba inmigrante a “todo extranjero que llegase a la república para establecerse en ella, en buques de vapor o vela”. En el artículo 18 se agregaba que sólo serían considerados buques de inmigrantes los que partían de puertos de Europa. En este caso, ser europeo era un requisito para tener los derechos del inmigrante. Debían ser además menores de sesenta años, es decir, estar en edad laboral, y estar libres de impedimentos físicos. En términos generales, al margen de una u otra ley, eran considerados inmigrantes las personas jóvenes, pobres y con capacidad laboral. El autor adopta la definición más amplia (había otra más restringida que incluía, por ejemplo, el requisito de ser de origen rural), teniendo en cuenta que los límites de la aplicación de un término son una decisión del investigador. Devoto propone que al utilizar una categoría, el investigador se atenga a la percepción que tenían los contemporáneos de la misma, y no la actual. O sea, inmigrante era el que era percibido por los demás y se percibía a sí mismo como tal. También es objeto de cuidado el establecimiento de los límites espaciales del fenómeno. En palabras del autor:

La misma Argentina como expresión geográfica, como marco jurídico territorial o como idea de pertenencia a la misma ha cambiado a lo largo del tiempo. La percepción de dónde empezaba y dónde terminaba el país fue, para muchos, durante largo tiempo, una conjetura. La idea de pertenecer a él, también.

Los inmigrantes del período temprano se desplazaban a lo largo del litoral en una zona que incluía Uruguay, Paraguay y Argentina. El punto de referencia era más el río de la Plata. Asimismo, se debe tomar en cuenta la distribución. Cuando se dice que

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en 1914 los extranjeros eran un 30 por ciento de la población total de la Argentina, queda sin decir que eran un 50 % en la Capital Federal, un 35% en la provincia de Santa Fe, un 7% en Corrientes y sólo un 2% en Catamarca y La Rioja. También el período de tiempo estudiado y su división interna son una decisión del investigador, aunque justificada, por las continuidades y rupturas (¿o diferencias?). El período estudiado abarca desde fines del siglo XVIII y fines del siglo XX, y está dividido en tres segmentos: Las migraciones tempranas, desde el siglo XVIII hasta 1880, las migraciones de masas, de 1881 a la primera guerra mundial, y las contemporáneas, desde el fin de la primera guerra mundial en adelante. A lo largo del siglo XVIII y hasta 1810, el flujo migratorio es continuo aunque escaso. Comienza a predominar la procedencia del norte de España, desde Galicia al país vasco. Hay también un número considerable de marinos y comerciantes genoveses, y en segundo término de otras partes de Italia. A diferencia de épocas anteriores, cuando predominaban funcionarios y comerciantes, comienzan a entrar jornaleros y campesinos. A partir de las guerras napoleónicas y sobre todo a partir de la guerra de la independencia, cae casi totalmente la inmigración española, que era la más importante. Ante el peligro de ser considerado enemigo, peligro real ya que el gobierno revolucionario tomó medidas confiscatorias contra españoles residentes. Al mismo tiempo, se ampliaron las posibilidades para personas procedentes de otros países. Comenzaron a llegar sobre todo ingleses, y en menor medida norteamericanos, alemanes y franceses. En la comunidad británica se crean instituciones, desde un club de comerciantes británicos en 1811, una sociedad de beneficencia, numerosas escuelas y ya en 1826 un periódico. Si bien la comunidad alemana es menos numerosa, ya en los años de 1820 hay un Club Alemán. A partir de 1820 el gobierno toma medidas a favor de la inmigración. Es notable que en 1824 se crea una comisión de inmigración donde de hallaba como integrante Juan Manuel de Rosas, y el reglamento de la misma ya contiene –según Devoto- casi todas las orientaciones favorables a la inmigración que reaparecerían después de Caseros. La comisión se disuelve en 1830 y curiosamente a partir de ese año hay un fuerte incremento de la corriente inmigratoria que se mantiene hasta el final de la dictadura. Hacia fines del gobierno de Rosas, en Buenos Aires y en las provincias del litoral es muy visible la presencia de grupos de inmigrantes en los más diversos oficios. Según el autor, que se haya mantenido un flujo importante durante un gobierno xenófobo (por lo menos en sus declaraciones) revela que las políticas públicas y las declaraciones tienen poca influencia sobre la inmigración. Más que hostil 3

al extranjero en general, Rosas lo era hacia esa inmigración no católica que había sido favorecida en tiempos de Rivadavia. Parecía tener muy buena relación con los genoveses y había favorecido la llegada de inmigrantes gallegos. Sin embargo, los ingleses siguieron dominando la actividad comercial y los alemanes protestantes ya construían su propio templo hacia fines del régimen rosista. Esto fue posible por el apoyo de la diplomacia de su país de origen. Según Devoto, con la caída de Rosas no se producen cambios importantes en la inmigración. Hemos visto que el autor hace llegar la que él llama “inmigración temprana” hasta 1880. Lo que se da es un desplazamiento de militantes, sobre todo italianos republicanos desde Uruguay y un mayor flujo de inmigrantes franceses, antes obstaculizado por los conflictos con Francia. No se puede negar que desde el estado se propuso alentar la inmigración, una muestra de ello es la Constitución, favorable a la misma, además las negociaciones para el establecimiento de colonias y la creación, en 1854, de una comisión de inmigración subvencionada por el estado. También comenzaron las estadísticas inmigratorias y un asilo económico para los recién llegados que lo necesitaran (origen del futuro Hotel de Inmigrantes). Sin embargo la influencia de esas iniciativas fue muy limitado. Mucho más importante parece haber sido, según el autor, el efecto de las cadenas migratorias y el activismo de los agentes de emigración. Algunas compañías navieras prosperaron con el negocio del transporte de inmigrantes. En resumen, fueron factores sociales (y económicos ciertamente) los que mayor incidencia tuvieron en el incremento del flujo migratorio. La inmigración de las décadas del sesenta y setenta es de origen italiano en primer lugar, sobre todo del norte de Italia (Génova, Piamonte y Lombardía), en segundo lugar español, predominando los gallegos y vascos y en tercer lugar franceses del sudoeste. El destino de la mayor parte de los inmigrantes terminó siendo principalmente urbano. Recordemos que esto es anterior a la campaña al desierto, por lo cual no se ha extendido suficientemente la frontera agropecuaria. Según el censo de 1869, los extranjeros eran el 11,5 por ciento de la población, y su distribución era muy desigual: eran el 49,6 % en la ciudad de Buenos Aires, el 30,5 en la provincia de Buenos Aires, el 15,6 en Santa Fe y el 13,6 en Entre Ríos. La colonización agraria (que tiene cierta importancia) se desarrolló al margen de las políticas del Estado. En 1870 llegaron 30.000 inmigrantes, en 1873 50.000 y a partir de ahí hay una disminución, originada por la crisis mundial de 1873. Bajó el precio de los productos exportables y disminuyó el flujo de capitales. A eso se sumaron algunas plagas de langostas en la provincia de Santa Fe. Como resultado de ello, se reducen las 4

entradas de inmigrantes y aumentan los retornos. En las elites argentinas comienza a aparecer la idea de nacionalizar a los inmigrantes. Ante la caída del flujo migratorio, la respuesta de la clase política fue la sanción del la ley de inmigración y colonización de 1876, que no fue discriminatoria en cuanto al origen de los inmigrantes, a diferencia del decreto sancionado por Sarmiento en 1873 que decidía incrementar la propaganda migratoria hacia países del norte de Europa, a pesar de las declaraciones de la Comisión Central de Inmigración, en 1872, que proponía dar preferencia a los vascos por su laboriosidad, respeto a la autoridad y su moral. A partir de esta ley comienza un largo debate en las clases dominantes acerca de si el Estado debía promover y seleccionar a los inmigrantes o si, por el contrario, era conveniente la inmigración “natural”. Un hecho importante que consigna el autor en este período posterior a Caseros, es el desarrollo de instituciones comunitarias. En 1852 la Sala Española de Comercio. En la comunidad francesa aparece en 1854 L’Union et Secours Mutuels.. En 1857 nace la Asociación Española de Socorros Mutuos, que llegaría a tener 33.000 socios en el período de entreguerras; y el 1858 la mutual italiana Unione e Benevolenza. El mutualismo, que comienza en Buenos Aires, se irá extendiendo a las provincias. Las escuelas comunitarias aparecen también, y al igual que las mutuales, son un signo del arraigo de los inmigrantes. Arraigo un tanto especial, ya que en esas escuelas se utilizaba la lengua del país de origen, y se conservaba la tradición del mismo, lo cual suscita la preocupación de algunos dirigentes, entre ellos Sarmiento. La inmigración europea de las tres décadas anteriores a 1880, no suscita mayormente conflictos en la sociedad ni preocupación en las elites, con algunas excepciones, como Alberdi que lamentaba que la inmigración no fuera de origen nórdico. En una publicación de los años setenta, sostenía que un inmigrante anglosajón valía por tres del Mediterráneo. La situación cambia a partir de la década del ochenta, desde el comienzo de lo que el autor llama “inmigración de masas”. Las características de la misma, en primer lugar su masividad, además la procedencia nacional. Entre 1881 y 1914 llegan a la Argentina algo más de 4.200.000 personas. Los italianos eran unos dos millones, los españoles, 1.400.000, los franceses 170.000, los rusos 160.000. No da cifras de los siriolibaneses, pero hubo una significativa inmigración de ese origen. Hay que señalar que es importante la cantidad de retornos. Entre 1881 y 1910 retornó el 36 % de los inmigrantes. De los que volvieron, la mayoría eran italianos, seguidos por los españoles y los que menos retornaron fueron los sirio libaneses y los rusos. La preocupación de las 5

elites dirigentes ante la presencia masiva de extranjeros fue correlativa. Ya desde fines de los años setenta algunas voces e informes sostenían la necesidad de reorientar la política migratoria para favorecer a los provenientes del norte de Europa. Ya hemos mencionado la posición de Alberdi. Para la misma época el comisario central de Colonización en Europa, Carlos Calvo, sostenía que había una correlación entre la migración italiana meridional y la criminalidad en la Argentina. Un motivo de preocupación fue la falta de integración a la cultura nacional de los inmigrantes y sus hijos. Sarmiento, ante un congreso pedagógico italiano de 1880: ¿Qué es eso de “educar italianamente” a los hijos? Aparecen, además, libros xenófobos como La bolsa de Julián Martel (antisemita) y En la sangre, de Eugenio Cambaceres, que expresa prejuicios contra los inmigrantes italianos. “Las aprensiones que generaba la masiva presencia inmigratoria europea no concernían únicamente al problema de la identidad nacional o a la idea aludida de que las comunidades inmigrantes podían constituir potenciales quintas columnas en el territorio argentino para operaciones que amenazaran su integridad. Derivaba también de otra amenaza percibida por las elites sociales. Esta las afectaba aún más directamente: era acerca de su misma supervivencia como elite, imaginariamente asediada por el ascenso social de algunos de entre la muchedumbre de extranjeros recién arribados”.

Se generaba de este modo una oposición entre los antiguos pobladores, que comenzaron a denominarse “patriciado”, y los advenedizos. En las clases dirigentes se abre paso la idea de “nacionalizar” a los inmigrantes a través de la educación. Lucio V. López y Joaquín V. González fueron los primeros que pensaron en “construir” –o inventar- una tradición nacional. Posteriormente, José María Ramos Mejía adoptará medidas concretas en la implementación de esta idea. Es interesante el hecho de también dentro de las comunidades inmigrantes se formaban elites (ya hemos visto una tendencia de las comunidades extranjeras a protegerse a sí mismas mediante la asociación). Estas polemizaban con las elites nativas pero también con los de otras comunidades. Algunos intelectuales italianos que escribían en la prensa de Buenos Aires señalaban la conveniencia de una inmigración “natural” que seleccionaba a los más fuertes, en lugar de la inmigración subsidiada, que protegía a los débiles. (cuando hubo subsidios fue para la inmigración española, o de países del norte y este de Europa, no para italianos). Sin embargo la política pública en esos años y en adelante, no fue particularmente discriminatoria, sino que se propuso integrar a los inmigrantes a la

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nación a través de la educación, el servicio militar obligatoria y la política. En particular Lucio V. Mansilla propuso nacionalizarlos, para cambiar el panorama político.

El nacionalismo En Los nacionalistas, de 1983, el autor procura delimitar el campo de análisis, por establecer un uso del término, ya que el mismo ha tenido aplicaciones diferentes, en el mundo y en particular en la Argentina es un tema ya muy trabajado, incluso por autores nacionalistas argentinos. Devoto lo define no como una ideología sino como un movimiento cultural acotado por elementos político-ideológicos comunes y además por una conciencia de pertenencia. Es importante que sus integrantes se reconozcan a sí mismos como tales y que sean vistos del mismo modo por el resto de la comunidad. Los rasgos ideológicos comunes son: su oposición al positivismo (y a aspectos del liberalismo) al internacionalismo y la exaltación de la nacionalidad. Dentro de este campo especifica dos tipos: el de elite y el popular, que incluyen cada uno variantes diferentes. En Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna, toma en consideración simplemente dos sentidos del término en el mundo: el restringido, que se aplica a movimientos antiliberales, autoritarios y que hacen énfasis en aspectos culturales y raciales específicos y otro más extensivo utilizado por los historiadores influidos por la historia de las mentalidades y la historia social. Al discutir sobre la construcción de las naciones occidentales (problema más abarcador que el de la historia de las ideas y de los movimientos políticos), los historiadores han sido llevados a englobar dentro del rótulo nacionalismo al conjunto de los proyectos formulados y de los instrumentos utilizados por las elites políticas de los estados occidentales para homogeneizar a poblaciones heterogéneas dentro de determinados confines nacionales. Ese uso más extensivo de la noción de nacionalismo coincide con una idea de la nación (sus orígenes, su antigüedad), que es también diferente. Dado que las naciones no serían algo dado desde siempre sino una construcción histórica concreta, la biografía de las naciones se acorta a la vez que se historiza y la idea de nacionalismo se expande.

En este sentido amplio, el proceso de constitución de una identidad nacional no es incompatible con el ideario liberal y sus instituciones, sino hasta cierto punto inherente al mismo. En la revolución francesa, por ejemplo, la idea de nación se desplaza del marco territorial al contractual. Esa voluntad general común proyectada que definiría a la nación contrasta con las realidades heterogéneas que debería incluir. Los estados

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antiguos, con otra concepción de la soberanía, requerían la obediencia de los habitantes, no su homogeneidad. En cambio, con la revolución francesa y otras hechas con ese modelo, apareció la necesidad de aglutinar a la población en torno a una lengua común, una educación universal y un conjunto de símbolos y prácticas (fiestas cívicas, bandera, himno, etc.). El término nación, según parece, no es utilizado antes del siglo XVIII. El autor cita una frase de D’Argenson, recogida por L. Febvre: Se observa que nunca se habían repetido los nombres nación y estado como hoy. No se pronunciaban nunca en tiempos de Luis XIV y no se tenía siquiera la idea de los mismos. En Europa, la idea de nación fue sostenida primero por revolucionarios liberales, era una idea integradora y orientada al futuro, y más tarde la misma fue investida por particularidades sustanciales, como la raza, y ligada a un pasado ideal. En la Argentina también se dieron estos dos tipos de nacionalismo, el amplio e integrador, hijo de la tradición liberal, y el restringido y autoritario. Este último, el nacionalismo de derecha, antiliberal, deriva del otro, el liberal que en el siglo XIX procuró conferir una identidad al país. En cuanto a la cronología, hay varias posibilidades para situar los comienzos del nacionalismo en la Argentina. La más tradicional remitía a los años inmediatamente posteriores a la primera guerra mundial, hacia 1919, si se tomaba a la Liga Patriótica como modelo, otra a 1927 (año de aparición del periódico La Nueva República, si se pensaba en los intelectuales argentinos influidos por Charles Maurras, La periodización que predominó en los últimos tiempos fue la de Zuleta Alvarez, que sostuvo una continuidad entre los nacionalismos culturales de comienzos de siglo y el nacionalismo político posterior. Esta última fue utilizada por el autor en su primer libro. Hay otra posibilidad, la seguida por autores norteamericanos como Baily y Solberg, que no vinculan necesariamente al nacionalismo con los movimientos antiliberales de derecha, sino que buscan su origen en la aparición de ideas y políticas que impulsaran un sentimiento de nación, con la consecuente producción de símbolos y valores. En el caso argentino, si se incorpora esta noción más amplia, el tiempo se corre inevitablemente hacia atrás, ya sea hasta el Sarmiento de Condición del extranjero en América, ya sea a Mitre, con su relato histórico fundacional, o incluso hasta la generación de 1837. En cuanto al punto de llegada, algunos historiadores lo hacen llegar hasta la actualidad. Devoto no está de acuerdo:

¿Qué sentido histórico (no político) tiene imaginar un movimiento continuo que va desde el primer nacionalismo hasta el terror militar reciente? Las ventajas para la comprensión de un proceso

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histórico son dudosas, el precio de sacrificar los contextos y de cometer incesantes anacronismos es elevado. Las ventajas son las de una dudosa claridad: haber encontrado la llave en un relato teleológico que devela los secretos de toda una época histórica; es decir, su sentido.

El momento que elige el autor es 1932, fin del gobierno de Uriburu. La justificación que da es que –aunque muchos protagonistas del nacionalismo tuvieron una más larga vida intelectual, no tuvieron en cambio incidencia política. Los primeros antecedentes del nacionalismo hay que buscarlos en la generación del 37. La misma produjo una transformación radical en la Argentina, marca un antes y un después en la conciencia que los actores sociales tienen de sí mismos y del tiempo en que les toca vivir. Alberdi y Sarmiento fueron los primeros en formular un proyecto de nación. Si para pensar es necesario un oponente, o un enemigo; es sabido que ambos veían al mismo en la dictadura de Rosas. Pero si la misma había era posible y existía, si la revolución de mayo había fracasado era porque tanto los hombres de la independencia como la generación unitaria, habían creído que bastaba con romper los vínculos políticos con España para conseguir sus objetivos, la libertad y el progreso. La muestra de ese fracaso estaba a la vista, la cultura hispánica y católica y el “desierto” que no retrocedía. Para ambos la nación era un proyecto de futuro más que una realidad, y ese proyecto sólo era realizable a partir de una ruptura con el pasado. El pasado era el atraso, y las raíces del mismo estaban en esa cultura hispánica y católica. En las dos décadas posteriores a Caseros, si bien hubo un cierto “patriotismo” constitucional, algunas celebraciones y la utilización de ciertos símbolos, el mismo era mínimo porque seguía vigente la mala imagen que tenían las elites de lo que representaba el culto patriótico, exagerado y de mal gusto, de la época rosista, con todo lo que representaba como demagogia y exaltación obsecuente de la persona del dictador. Se sabe que algunos se opusieron a este descuido, o desprecio de lo tradicional, como José Hernández, pero su obra no tuvo efectos políticos importantes en ese tiempo, ni modificó mucho el pensamiento de la clase dirigente. El precursor

Fue Mitre el primer intelectual argentino que comprendió la importancia de una recuperación del pasado, de una valoración positiva del mismo, para echar las bases de un destino común. Lo que la historia tal como él la narró podía legitimar era, en primer lugar la unidad nacional, y además el derecho de Buenos Aires a liderarla. Cuando

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escribe la biografía de Belgrano, entre 1857 y 1858, la Argentina estaba dividida en dos estados: Buenos Aires y la Confederación Argentina. El relato histórico permitiría justificar, en la existencia de un pasado común, la necesidad de reunificar la nación. La imagen que ofrece Mitre de la guerra de la independencia por un lado destaca su carácter excepcional, y por el otro el liderazgo de Buenos Aires en la misma. Entre 1877 (tercera edición de Belgrano y la independencia argentina y 1887, primera edición de San Martín y la revolución americana, presenta una visión más incluyente donde aparecen todos los sectores sociales, y todas las fuerzas regionales contribuyen al proceso emancipador. Según la lectura que hace Devoto de la historia de Mitre, habría “dos revoluciones en la revolución, la culta abierta al exterior y la originaria y plebeya, más radicalmente democrática”. Señala que el cambio en la postura de Mitre es correlativo al mayor peso que adquirían las elites del interior en el proceso de unidad nacional. Las razones que aporta Mitre para sostener la excepcionalidad argentina son la composición de la población, más homogénea es decir con menos diferencias raciales que otros casos americanos, la que se originaba en la colonización más que conquista, por la ausencia de metales preciosos, lo cual la hacía más receptiva para la democracia, a diferencia de Venezuela o Perú. El protagonismo de Buenos Aires se justificaba por su desempeño en las invasiones inglesas y por la aspiración al libre comercio, propio de las elites de la ciudad puerto. La grandeza del pasado abría la posibilidad de un futuro promisorio. Mitre es el iniciador de lo que Juan Agustín García primero, y después Ortega y Gasset, caracterizarían como un incurable mito de los argentinos: el sentimiento de la “futura grandeza del país”. Por el carácter fundador y su contribución a la formación de una conciencia nacional, Devoto sostiene que con Mitre comienza la historia del nacionalismo argentino, por supuesto entendiendo al mismo en sentido incluyente, más liberal y democrático que tradicionalista, que el término tenía en el siglo XIX.

Los primeros nacionalistas Hacia fines de la década del ochenta algunos intelectuales comienzan a ver con preocupación la inmigración, tanto por la magnitud del flujo, mucho mayor que en toda la historia pasada, como por la dificultad para integrar a los recién llegados a la nación, problema muy difícil, ya que por entonces tampoco los nativos tenían una idea clara o un sentimiento muy definido de nación. La visión de la misma que podía dar la historia hecha por Mitre, no despertaba mucho interés en pleno auge del positivismo, más atento 10

al futuro que al pasado, y un tanto hostil en general a las disciplinas humanísticas. El momento parecía reunir las condiciones que se requieren, según algunos historiadores, para el surgimiento de un nacionalismo: la idea del otro como peligro o como enemigo, la necesidad de aferrarse a una identidad específica, y por fin una cierta idea de decadencia y la consecuente búsqueda de soluciones para revertirla. Joaquín V. González fue uno de los primeros que vieron como necesaria la “construcción” de una tradición nacional. Esto significa que no había, en los hechos, una tradición reconocida. Contra Alberdi y Sarmiento, reivindica al indígena y piensa la nación como el resultado de la fusión entre una raza originaria y la latina. En él el autor percibe la influencia de Michelet (la idea de que “todo pueblo tiene su Biblia), y de Maurice Barrés en relación con un “culto a la naturaleza”. (Mis montañas). También contra Alberdi y Sarmiento, empieza a manifestarse una reivindicación de la cultura hispánica, primeramente en Ramos Mejía, y luego en otros. Ante la pasividad de la inmigración, y la “contaminación” de la lengua por expresiones italianas, se llega a producir una polémica, casi incomprensible hoy, acerca de cuál sería el idioma nacional. Para algunos el lenguaje del Martín Fierro, con otros aportes, podía llegar a constituir una lengua propia. Otros, como Juan Agustín García y Ernesto Quesada, defienden con firmeza el castellano como idioma nacional. De todos modos, se discute la autoridad de la Real academia española de la lengua. Sigue habiendo, junto con la reivindicación de España, cierta hispanofobia en las elites. La lengua usada en el circo criollo de los hermanos Podestá era un cocoliche ítalo argentino. Hacia fines de siglo, a la “cuestión inmigratoria” se sumaba la cuestión social, los inmigrantes vistos como promotores de peligrosas ideas. Devoto insiste en señalar que el persistente mito de la Argentina como tierra de promisión, como país que reúne las condiciones de una futura grandeza, condicionaba a las mentes para ver en la agitación social sólo un producto importado, una obra de los malos inmigrantes. El retorno a lo español es visto no como una vuelta al pasado sino como una fuerza capaz de integrar a los recién llegados. En efecto, para Ramos Mejía, las multitudes de la época de la emancipación eran superiores a las multitudes de inmigrantes, sin embargo eso no lo conduce a una xenofobia sino a la idea de que el medio argentino es el que debe civilizar al inmigrante europeo (contrariamente al rol civilizador que otorgaba Alberdi a los inmigrantes). Como inspector de escuelas descubre que en muchas escuelas de Buenos Aires parte de los maestros no habla castellano, y se inculcaba el patriotismo con el libro Cuore de De Amicis, y no con alguno que exaltase las gestas 11

argentinas. La pedagogía cívica, basada en la enseñanza de la historia argentina y en cierta liturgia (himno nacional y otras canciones patrióticas, símbolos nacionales, y estatuas de próceres, es en realidad anterior a Ramos Mejía; no fue tanto su creador como su promotor en un contexto nuevo. Además dicho tipo de pedagogía tenía su origen en la liberal y democrática tercera república francesa. Además no había unanimidad entre los intelectuales acerca de la misma. Por ejemplo; José Ingenieros y Rodolfo Rivarola se oponían a la “política criolla”, y por supuesto el socialista Juan B. Justo. Si son diferentes las soluciones propuestas, es común la percepción del problema. Las propuestas de solución, además de la educación patriótica, vinieron por el lado del servicio militar obligatorio, y más adelante en una reforma política que se concretaría con la ley Sáenz Peña de voto obligatorio. En los primeros años del siglo veinte surge una generación de intelectuales que aspiran a la afirmación de una esencia nacional por vías estéticas y filosóficas. Tienen una firme postura antipositivista, antimaterialista y antiextranjera, combinada con motivos espiritualistas e idealistas. La revista Ideas, fundada en 1903 por Manuel Gálvez y Ricardo Olivera, expresa esa tendencia. Tenían como maestros, en la estética a Rubén Darío y su modernismo, pero también, en su filosofía, a los españoles de la generación del 98 y en particular a Unamuno. Esta nueva generación, en la cual Devoto reúne a Gálvez, Rojas y Lugones representa una verdadera ruptura con el pensamiento anterior (liberal y positivista), pero sin embargo también una continuidad, porque ya dentro de esa tradición liberal y positivista se manifestaba su crisis (ocasionada porque la nueva situación creada por la inmigración y el desarrollo de la economía hacía poner en duda el ideario de Caseros). Los mismos pensadores de la tradición positivista vieron la necesidad de homogeneizar y unanimizar, y vieron a la escuela como instrumento para ello. Pero así como hay continuidad también hay ruptura: Por mucho que los intelectuales que llamamos genéricamente positivistas … tuvieran en claro el problema y la temática de la nación –y la necesidad de una solución pedagógica- no tenían interés ni eran capaces de producir ese relato o, en un sentido más amplio, ese conjunto de herramientas que sirviera como molde intelectual en el cual fundir a los argentinos. En ese sentido, no deja de ser paradojal que intelectuales que eran historiadores destacados como Ramos Mejía o Quesada o incluso García, no fueran capaces de producir esa historia necesaria para formar, a nivel de la opinión ilustrada o a nivel de la pedagogía escolar, a los argentinos. Sus obras estaban articuladas en forma más analítica que narrativa .

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Devoto considera conjuntamente a Manuel Gálvez, Ricardo Rojas y Leopoldo Lugones porque considera que son los que manifiestan con más claridad lo nuevo. Señala lo que tienen en común: nacimiento en la década del ochenta, origen provinciano, pertenencia a familias tradicionales y arribo a Buenos Aires en su juventud. Los tres combinaron bohemia universitaria, periodismo y literatura (y habría que agregar, historia). Tienen en común que su actividad intelectual se desarrolló, por necesidad, en periódicos y parte de su obra histórica fue hecha por encargo. Gálvez, a diferencia de los otros dos, no obtuvo reconocimiento en su obra temprana Diario de Manuel Quiroga, en el cual expresa su decepción por lo que él entiende como decadencia argentina, originada por la inmigración y la imitación de Europa en los gustos, decadencia que contrasta con su pasado heroico. Toma una posición de encendida defensa del federalismo y ve el origen de los males argentinos en el ideario de Caseros. Con posterioridad verá como redención de esta decadencia la recuperación de la cultura hispánica: No se trataba de volver al pasado sino de recuperar su “espíritu” para aglutinar y amalgamar a la masa inmigrante. De este modo, Gálvez de muestra partidario de lo que se llamaría “crisol de razas”. Por su parte, Rojas y Lugones, que alcanzaron un reconocimiento temprano, por su obra poética, no eran –a diferencia de Gálvez, ni hispanistas ni católicos. En su primer libro: La restauración nacionalista, de 1909, hace una dura crítica al cosmopolitismo y al mercantilismo, imperantes en la Argentina de entonces. Fue el primero en utilizar el término “nacionalista”. El título del libro suscitó temor; pero en definitiva su contenido no iba más allá de criticar el cosmopolitismo, la indiferencia hacia los negocios públicos (¿individualismo?), el afán de riqueza, la venalidad del sufragio y la dependencia de las metrópolis. Es decir, hace un diagnóstico con puntos de apoyo en la realidad y que podría ser compartido por persona de ideas políticas muy diferentes. El remedio a estos males lo ve en una reforma de la educación. El problema no era la inmigración sino la falta de una educación apta para integrarla. En contraste con Alberdi, veía con simpatía a las migraciones latinas. En Blasón de plata, de 1912, dice que su propósito había sido “Despertar a la sociedad argentina de su inconciencia, turbar la fiesta de su mercantilismo cosmopolita, obligar a las gentes a que revisaran el ideario ya envejecido se Sarmiento y Alberdi”. En Eurindia, de 1924, propone reemplazar la dualidad “civilización y barbarie” por otra “exotismo e indianismo”.El indianismo no es indigenismo, no se refiere exactamente a la raza sino que incluye un

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condicionamiento por el medio físico, por la geografía. Lo interesante es que no son excluyentes sino que de la lucha entre ambas surge lo futuro. Lucha del nativo contra el conquistador, del criollo contra la monarquía española, de las provincias contra el unitarismo. Para Devoto, se trata de “un nacionalismo particular, democrático, laico, no tradicionalista ni xenófobo, propone la síntesis armónica de lo antiguo y lo nuevo, lo nacional y lo extranjero, lo indígena y lo hispánico”. A Lugones le dedica varias páginas, pero por razones de tiempo no nos detendremos en el tema, salvo algunos rasgos como su procedencia de una familia arruinada, que lo llevó a producir condicionado por organismos oficiales, y lo dudoso del su interés por la política, lo que deja abierta la cuestión de si fue oportunista. Fue además, de los tres “jóvenes nacionalistas”, el único contrario a la democracia, elitista y partidario de la redención por la violencia, idea muy en boga en la Europa del siglo XIX . El nacionalismo autoritario

Comienza en 1916, con el triunfo de Irigoyen y el consiguiente desplazamiento de la elite tradicional del poder político. La misma vio con disgusto la entusiasta movilización popular y el lugar que pasa a ocupar la “plebe” como protagonista en la política. Sumada a esto, la agudización del conflicto social que se expresa con la máxima crudeza en la Semana Trágica de 1919, la clase dirigente se siente amenazada, tanto por el “plebeyismo” del gobierno como por la agitación social y política en la que participan los llamados entonces “maximalistas” anarquistas y socialistas. Existía desde luego un modo para considerar el plebeyismo radical y el maximalismo (al menos aquel ligado a la reforma universitaria) como parte de un mismo fenómeno. Ambos podían ser vistos como un único movimiento de barbarización de la Argentina, de deterioro de valores y costumbres que exhibirían ya una irresistible decadencia argentina. Pero esto era, en realidad, tomar las amenazas sociales más como una farsa que como un drama. …. El plebeyismo sería la causa, y la amenaza social, sólo la forma.

Los grupos de civiles armados que contribuyeron a reprimir a los insurrectos en la semana trágica se denominaron a sí mismos “Guardia cívica argentina”. Unos días después, para mostrar que no eran un simple grupo de choque, cambiaron su denominación por el de “Liga Patriótica Argentina”. Rápidamente creció su número e

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incluyó en sus filas a miembros de diferentes procedencias políticas, con la excepción de los socialistas y la parte más popular del radicalismo. Estaba presente también la Asociación de Damas Patricias. En cuanto a profesiones, tenían una gran presencia los militares y los abogados La liga se constituyó bajo el lema “Patria y orden”, se proponía estimular el “amor a la patria” inspirar al pueblo “amor por el ejército y la marina”. En la cuestión social, proponía una especie de asistencialismo acorde con la idea católica de caridad. La Liga no llegó a convertirse en un partido político, funcionó como una organización transversal que reunía a diferentes representantes de la derecha. Devoto encuentra afinidad entre el pensamiento de la Liga y el de los movimientos de extrema derecha europea, uno de los cuales fue el fascismo: combinación de represión al movimiento obrero y asistencialismo social, exaltación patriótica. Lo que impidió que se constituyera en un fascismo fue por un lado la falta de uniformidad doctrinaria entre sus miembros, de los cuales muchos eran conservadores o liberales, y además la situación política del país, donde el único movimiento de masas era el radicalismo. Cito:

Los nuevos grupos políticos e ideológicos, que etiquetaremos en este capítulo bajo el lema del nacionalismo, encontrarán en esos años veinte dos marcos de posibilidad que pueden ser vistos como límites (o resistencias) a sus propuestas. Uno derivado del momento en el cual surgen y otro del movimiento contra el cual reaccionan. El primer resultado de esos condicionamientos será un aire de familia en sus propuestas, en sus críticas y desde luego en su mundo social con los conservadores, antiguos y recientes. Esto era, en parte, resultado de que entre los componentes ideológicos y políticos disponibles, en la caja de instrumentos de la Argentina de pre o posguerra, no ocupaban ningún lugar esos componentes que han sido indicados como esenciales a todo fascismo (en sentido amplio).

En los años veinte se desarrolla una nueva generación nacionalista integrada por destacados intelectuales, algunos de ellos, como Ernesto Palacio y Julio Irazusta, nucleados en la nueva revista Martín Fierro, y poco después en el periódico nacionalista La nueva república, fundada en 1927, junto con Rodolfo Irazusta, Juan Carulla y otros. Era un órgano político doctrinario de oposición al gobierno. En lo ideológico, no representan una verdadera ruptura con la tradición liberal. Por el contrario, sostienen la Constitución y en general al ideario post-Caseros. Ven a Irigoyen como el negador de dicho ideario, y hasta un nuevo Rosas. Rodolfo Irazusta sostenía, por ejemplo, que nuestra constitución republicana y la democracia eran incompatibles: “En los ciento y tanto artículos de la constitución del 53, ni una sola vez se habla de democracia”. “Sus autores sabían que la democracia era el desorden, la crisis de las

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repúblicas y de las monarquías y no una forma de gobierno, y tenían fresco el recuerdo de los tremendos crímenes que el desborde del Demos había producido en Francia en el año 93”. Devoto hace terminar la historia del nacionalismo autoritario en 1932. Reconoce que –en defensa de la continuidad- podría argüirse que en las décadas siguientes siguió existiendo, encarnado por otros hombres y en otras circunstancias. Pero en su perspectiva, puede hacerse ahí un corte, porque si bien muchos de sus protagonistas, como Irazusta y Palacio, tuvieron una sobrevida biológica y también intelectual, no volvieron a tener gravitación política. Y el propósito del autor es hacer una historia colocada en una vía media entre historia política e historia de las ideas. Ya desde la introducción al libro sostiene que su propósito no es mostrar la fuerza del nacionalismo sino su debilidad, su carácter subalterno en relación con el ideario fundacional liberal. Por supuesto todos sabemos que el nacionalismo fracasó como proyecto, lo que nos muestra el autor son sus límites, su dependencia con respecto al poder de políticos del orden conservador, su escasa influencia en los sectores medios, la existencia de partidos populares, que reducen la conflictividad social. Todo eso hizo que fuera muy limitada su presencia en la política, y que quedara reducido a un movimiento cultural.

Conclusión Como dijimos en la introducción, Devoto hace historia académica, es decir, no comprometida con políticas o ideologías. Ello se refleja en el cuidadoso examen de cuestiones de método, de definición del campo a estudiar y de sus límites en el espacio y en el tiempo. En cuanto a los modos de hacer historia (historia de larga duración o énfasis en los tiempos cortos, historia micro espacial o de espacios amplios, enfoque analítico o enfoque narrativo) es pluralista, las diferencias de enfoque o perspectiva permiten descubrir cosas diferentes. Según declara en una encuesta, hay en estos tiempos una tensión irresuelta entre una historia social que desconfía del inútil torneo de las ideas, (la llamada historia filosófica), y la aspiración a conservar un espacio para un estudio de las ideas de las elites (aun en sus prisiones, en sus límites en sus ambigüedades) que no se disuelva enteramente en una historia cultural o del imaginario. Pretende hacer una historia de las ideas que sin descuidar los textos y su interpretación, los coloque en el más vasto cuadro de los receptores potenciales, de las filiaciones intelectuales y de los proyectos de acción sobre la realidad que ellos contienen. 16

Precisamente eso es lo que lleva a cabo, según entiendo, en su historia del nacionalismo argentino.

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