Dejar de Fumar Instantaneamente

¿ES DIFÍCIL DEJAR DE FUMAR? “Hablemos de dejar de fumar sin hablar de cómo hacerlo. No se necesita” La “dificultad” de a

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¿ES DIFÍCIL DEJAR DE FUMAR? “Hablemos de dejar de fumar sin hablar de cómo hacerlo. No se necesita” La “dificultad” de algo no es una característica constitutiva de ese algo. Cuando decimos “la matemática es difícil” no estamos hablando de una propiedad de la matemática sino de la relación que establece el sujeto que juzga, con la matemática. Emitir un juicio genera una relación con lo juzgado y configura un camino de acción particular. “Cuando emitimos un juicio nos relacionamos con lo que estamos juzgando desde el punto de vista de nuestras inquietudes y lo formulamos en términos de las posibilidades que abre o cierra para nosotros” (R.Echeverría, Ontología del Lenguaje). Los juicios determinan nuestras condiciones, la forma en que vivimos y configuran nuestras posibilidades futuras. Tenía yo 25 años y ya fumaba desde hacía 9. Recuerdo que le pregunté a un médico de la familia cómo podía dejar de fumar, cómo podía vencer la dificultad de hacerlo. El médico me dijo “deja de fumar”. Yo repetí la pregunta intentando escuchar alguna argumentación técnica sobre las razones de la dificultad y los mecanismos para dejar el vicio, pero nuevamente el doctor me responde “simplemente déjalo”. La respuesta me pareció ciertamente pobre, sobre todo viniendo de un especialista. No obstante involucraba una profunda sabiduría. Efectivamente lo que había que hacer era dejarlo sin cuestionamientos o deliberaciones. En ese momento en realidad yo buscaba robustecer mi convicción de que eso era difícil, para alimentar mi coartada contra la abstinencia. Quizás lo que le faltó a este especialista para provocar en mi un cambio de conducta fue convencerme de que mi dificultad para dejar el cigarrillo tenía que ver con mi propia interpretación sobre el problema y no con el hábito de fumar. En ese momento yo no consideraba que las decisiones están asociadas a elementos internos que, si bien se gatillan desde afuera, se producen dentro del individuo. Todo lo que éste decide es una puerta que se abre desde adentro. Supongamos que soy estudiante de la carrera de historia cuyo programa incluye un ramo de estadísticas. Imaginemos que miro el programa y digo “la estadística es infame”. Entonces me relaciono con la estadística (aquello que juzgo) desde el punto de vista de mis inquietudes, es decir, de mi preocupación porque debo tomar obligatoriamente el ramo. Por otra parte el juicio de “infame” lo formulo en términos de las posibilidades que (en este caso) se me cierran por tener que estudiar algo que no me gusta ya que probablemente no podré disfrutar del estudio como con otras materias o deberé esforzarme mucho más que lo normal para tener éxito en esa materia, restándole horas al ocio. Decir que algo es difícil por lo tanto, no es estar describiendo una de las características de ese algo, sino que en realidad es determinar el tipo de relación que establecemos con aquello que juzgamos.

Cuando decimos “es difícil dejar de fumar” estamos haciendo varias cosas inútiles: 1.- Estamos tratando la dificultad de dejar de fumar como una característica inherente al hábito y por lo tanto desvinculada de nuestra voluntad. 2.- Estamos utilizando el juicio de dificultad como una explicación de la situación, es decir, como el mecanismo que genera la situación explicada. 3.- Al apelar tácitamente al juicio de dificultad como característica constitutiva del hábito de fumar, estamos validando esa explicación como “la explicación correcta”. 4.- Estamos aceptando la explicación como una justificación para el fumador, eximiéndolo de responsabilidad. El resultado es que cerramos la posibilidad de eliminar el hábito por nuestra propia voluntad ya que asumimos que es algo que no depende de nosotros sino que es el resultado de condiciones externas no controlables. Cuando nos preguntamos acerca de por qué es difícil dejar de fumar (u otro hábito cualquiera que deseemos modificar), lo primero que debemos hacer es cuestionar la propia pregunta: ¿tiene sentido la pregunta ?. El sólo hacerla refleja una mirada inadecuada sobre el problema. No hay que hacer la pregunta: hay que cambiar la mirada sobre el asunto. Existen múltiples justificaciones que “se saltan” la voluntad y nos entregan una buena coartada para no dejar de fumar. Por ejemplo se dice que “es difícil dejar de fumar porque la nicotina produce adicción”, y si bien es verdadero que la nicotina es adictiva, resulta absolutamente inapropiado asumir esta característica como la explicación “válida” de la dificultad para dejar el cigarrillo (en general esto opera respecto de la modificación de cualquier otra conducta del ser humano), ya que el hecho de que nuestras decisiones siempre constituyen un acto volitivo es algo que no resiste análisis. De hecho está demostrado que la mayoría deja el cigarrillo por su cuenta, de un día para otro. Se esgrimen argumentos como síndrome de abstinencia, dependencia física, sicológica, social, etc., pero el problema se genera cuando se pretende establecer que tales características explican y justifican la condición de fumador. Nuestras decisiones siempre implican optar. Dejamos de hacer algo en beneficio de lograr otra cosa. Todo tiene lo que en economía se conoce como costo alternativo. Dejar de fumar implica por lo tanto, privarse de ciertas cosas para favorecer la obtención de otras y desde este punto de vista dejar de fumar no se diferencia cualitativamente de miles de otras decisiones sobre cambios de conducta que tomamos las personas. “Desde ahora llegaré temprano al trabajo” por ejemplo, es una decisión cualitativamente similar.

Algún fumador impermeable a los argumentos vertidos aquí podrá esgrimir que la nicotina es adictiva y que, en consecuencia, la dificultad de mantenerse sin fumar es mayor que la del esfuerzo involucrado en llegar temprano al trabajo, ya que la adicción implica la búsqueda compulsiva de la nicotina, pero ¿cuánto mayor es la dificultad de dejar el cigarrillo respecto de la dificultad de mantener la promesa de llegar temprano al trabajo?, ¿se puede medir?, ¿existe un grado de dificultad a partir del cual la voluntad es ineficaz para provocar un cambio de conducta?. El punto está simplemente en la disposición emocional del fumador a dejar de serlo y eso se relaciona directamente con la forma en que él explica su situación. Es evidente que este tipo de decisiones que involucran cambios de hábito requieren de la voluntad del sujeto para mantenerse en el cambio, pero se trata justamente de eso: de “hacerlo”. Cómo explicaríamos, si la voluntad fuese ineficaz, el hecho de que alguien que se declara en huelga de hambre sea capaz de decidir permanecer sin alimentación durante varios días a pesar de que el “comer” es una necesidad biológica cuya insatisfacción compromete la propia vida del individuo?. Es frecuente que la sicología trate el tabaquismo como una enfermedad, lo cual refuerza en los fumadores su convicción de que la dificultad de dejar el cigarrillo es una característica propia del hábito y no una forma de relacionarse con él, pero, para que se constituya lo patológico es necesario el consentimiento del sujeto ya que lo patológico no es más que un acuerdo social. Volvemos entonces a un asunto de mera voluntad ligado sólidamente a la manera en que el sujeto explica su circunstancia y no a la circunstancia explicada. El fenómeno explicado y la explicación habitan en mundos diferentes y disjuntos. S. Covey (Los 7 hábitos de la gente altamente exitosa) dice que nuestra conducta depende de nuestras decisiones, no de nuestras condiciones. Una sentencia complementaria la aportó H. Ford: “Ya sea que pensemos que algo se puede o que no se puede, en ambos casos estamos en lo cierto”. Detrás de cada método para dejar de fumar, está la voluntad del individuo. Los métodos para dejar de fumar que se venden en el mercado están basados en la mirada “objetivista” del problema, es decir, aprovechan la mirada tradicional que los individuos tienen sobre el problema y como producto de ello, las personas pagan por un tratamiento cantidades bastante elevadas de dinero, pero finalmente el éxito descansa en la voluntad y disposición emocional del individuo, algo por lo que no es necesario pagar ya que todo eso lo llevamos dentro. No queremos decir que dichos métodos resulten completamente inútiles porque es verdad que en general ayudan a desincentivar los deseos de fumar, pero la acupuntura, el láser, la auto-hipnosis, los parches nicotinosos, chicles especiales, y cientos de otros métodos sólo sirven si el individuo está dispuesto a dejar de fumar. Estos métodos se vuelven más necesarios mientras mayor sea la inclinación del afectado a explicar su circunstancia de fumador apelando a condiciones externas como la adicción o la dificultad, pero pierden sentido si nuestra mirada se orienta más a la forma planteada aquí, es decir, centrando el problema en la manera como explicamos nuestro quehacer y en la forma en que nos observamos como observadores.

El diagnóstico que hacemos sobre nuestra situación de fumadores no corresponde a “lo que ocurre realmente” sino que a la expresión de nuestra propia forma de observar. Es por ello que para dejar de fumar hay que cambiar las explicaciones que nos damos sobre lo que nos acontece, de lo contrario lo único que tendremos es una buena explicación sobre por qué no podemos dejar de fumar y eso no sirve para dejar de fumar. Las explicaciones son en cierto sentido “antojadizas”, las acciones no. Hay que dejar de explicar y actuar. Usted quiere una buena explicación del por qué no puede dejar de fumar o quiere dejar de fumar ?. La respuesta esperable es que quisiéramos dejar de fumar y una explicación sólo será importante si nos ayuda a dejar el hábito, pero las explicaciones tradicionales no consideran lo que hay detrás de una explicación y lo poderosa que puede ser una interpretación menos “objetivista” de eso a lo que llamamos “explicación”. No hay nada mejor para entorpecer el proceso hacia la eliminación del hábito de fumar que una buena explicación sobre por qué es difícil hacerlo. Escarbando un poco en las explicaciones, cada “por qué” tiene una cantidad innumerable de respuestas. Las explicaciones son la guía de nuestras acciones, de acuerdo a ellas escogemos el camino de acción para todo lo que hacemos y aunque nuestras actividades diarias están guiadas por las explicaciones conscientes o inconscientes que damos al acontecer, esas explicaciones no son más que un conjunto de información que nos ayuda a responder nuestras propias preguntas y habitan en un mundo separado de los fenómenos que pretendemos explicar. Ninguna explicación es una explicación en si misma. Lo que explicamos no son los fenómenos: explicamos nuestras experiencias y las explicamos con elementos de nuestra propia experiencia. (H. Maturana). Fije su atención en el siguiente ejemplo: Por qué voy al trabajo ? Porque para eso me pagan Porque necesito ganar dinero Porque todos debemos trabajar Porque me gusta Porque el trabajo dignifica Etc.

Todas estas explicaciones son coherentes y aceptables, pero no todas implican el mismo camino de acción: “Porque para eso me pagan” implica que iré a mi trabajo sin cuestionamientos “Porque necesito ganar dinero” puede abrir posibilidades de cambiarse a otros trabajos “Porque me gusta” puede implicar que trabajaré aunque no lo necesite, etc. Por qué llegué atrasado a mi trabajo ? La explicación de mi jefe: “Porque soy irresponsable”: Camino de acción: amonestación La explicación mía: “Porque vivo lejos”: Camino de acción: Mudarme más cerca La explicación de mi amigo: “Porque eres descarado”: Camino de acción: Me río de él pero no hago nada. Adviértase que todas son aceptables aunque en este caso habrá que aceptar la del jefe ya que a él le hemos dado autoridad para establecer la explicación a adoptar, sin ser ninguna de ellas más “verdadera” que otra. Aquí debemos rescatar lo siguiente: la explicación de algún fenómeno depende de quien explica, no del fenómeno explicado. (Como dijimos, las explicaciones y los fenómenos habitan en mundos distintos y que no se intersectan). Cada persona explicará de manera distinta un mismo fenómeno, porque no explicamos el fenómeno sino nuestra experiencia, tal como se vio en el ejemplo. Además, la explicación de algo depende del tipo de preguntas que se hace el que explica ese algo. Las explicaciones tienen que ver con las preguntas, no con los fenómenos a explicar. Podemos preguntarnos ¿por qué caen los cuerpos? y conformarnos con la respuesta: “porque hay una fuerza que los atrae”. He aquí las respuestas que se han dado en los últimos siglos a esta pregunta: Porque está en ellos el caer Porque los cuerpos “desean” estar en el piso Porque los elementos ocupan su lugar natural en el universo Porque los cuerpos “graves” hechos de tierra tienden a moverse hacia abajo Porque algo los atrae hacia abajo Porque hay una ley que hace que caigan Porque los cuerpos siguen la línea de la curvatura del espacio Como establecimos más arriba, ninguna explicación es una explicación es si misma; sólo es información que nos deja conformes porque se encuadra en nuestro criterio de validación. Si no nos deja conformes, seguimos

preguntando. Por ejemplo, podemos preguntar ¿por qué caen los cuerpos si nada material los tira hacia abajo como una cuerda por ejemplo?. En este caso a quien formula la pregunta no le basta lo de la fuerza, porque su cuestionamiento está asociado a la experiencia de que cuando un cuerpo se acerca a otro, debe haber una conexión física entre ellos. Sea como sea, a los cuerpos les importa poco nuestras explicaciones. Ellos simplemente caen !!!. Una interesante y reveladora experiencia sobre este asunto viví hace unos años llegando al aeropuerto de Narita, en Tokio. Comenzando el otoño ya recogiendo el equipaje de mano para bajar del avión miré por la ventana y advertí que era casi de noche, el cielo estaba oscuro, entonces miro la hora y constato que son las 5:30 PM. Como me pareció extraño que a esa hora estuviese casi de noche, en la puerta del avión le pregunto a la azafata ¿por qué está oscuro?, esperando una respuesta asociada a alguna condición geográfica que yo desconocía relacionada con las coordenadas de Tokio, algún tipo de acuerdo horario especial o algo similar. Sin embargo para mi sorpresa la azafata sonrió y me respondió: “porque son las 5:30 señor”. Al principio la respuesta me dejó algo atontado: Yo pretendía una explicación sobre las razones de la escasa luminosidad a las 5:30 y la respuesta es “porque son las 5:30”, es decir, no obtuve una explicación, pero para la azafata esa si constituía una explicación !!. Una reflexión posterior me ayudó a considerar que la respuesta de la azafata estaba poniendo de manifiesto el hecho de que siempre explicamos experiencias y lo hacemos con elementos de nuestra propia experiencia. Yo había querido explicar la experiencia de estar oscuro a las 5:30 y al formular la pregunta a la azafata, ésta respondió con elementos de su propia experiencia y la experiencia de ella es que a las 5:30 está oscuro en Tokio por lo que su respuesta fue “porque son las 5:30”. Sin embargo, mi experiencia es que a las 5:30 está claro en Santiago de Chile por lo que esperaba que la respuesta incluyera elementos relacionados con experiencias distintas como por ejemplo acuerdos horarios estacionales u otro fenómeno similar. Lo revelador del asunto es que lo que para algunos es una explicación, para otros no lo es y estar conscientes de ello nos ayuda a considerar que no explicamos realidades, sino que explicamos experiencias y que todas las explicaciones son válidas en el ámbito de experiencias en que son explicadas aunque no todas son útiles para lograr lo que deseamos que suceda. Pretendemos que existe un vínculo entre las explicaciones y el acontecer pero las explicaciones y el acontecer habitan en mundos distintos. Conectando esto con el hábito de fumar podríamos entonces explicar el hecho de que usted no ha dejado de fumar así: La respuesta suya: “porque es difícil” La respuesta mía: “porque no ha tomado la decisión”

Ambas respuestas son legítimas pero la mía es más útil. Usted explica con elementos de su experiencia (le cuesta) y yo con elementos de mi experiencia (basta tomar la decisión). Aún más, la existencia de una explicación de algo depende de si alguien se hace preguntas o no sobre ese algo. La explicación sobre por qué está oscuro a las 5:30 PM cuando comienza el otoño en Tokio era necesaria para mi, pero no para la azafata japonesa que me dio la respuesta porque ella no se hacía la pregunta. La explicación sobre el propósito del hombre sobre la tierra es necesaria para quien se pregunta por dicho propósito, otros no se lo preguntan ya que no piensan que el hombre tenga que tener un propósito sobre la tierra. Se ha preguntado usted “¿por qué me hago preguntas?”, si es así, probablemente tendrá una de las miles de respuestas que hay, si no es así, entonces no tiene una explicación simplemente porque no existía la pregunta. A la luz de las consideraciones anteriores cómo podemos responder la pregunta: ¿Por qué no he dejado de fumar? -

Porque es difícil Porque no puedo contener los deseos de fumar Porque soy irresponsable conmigo Porque el entorno social no me lo permite Porque no puedo Porque necesito el cigarrillo Porque la nicotina es adictiva Porque no tengo fuerza de voluntad, etc.

Observe que estas respuestas tienen las siguientes características: 1.- Todas son coherentes (lógicamente aceptables) 2.- Constituyen la justificación y la explicación del fumador 3.- Hacen referencia a condiciones no-controlables (propias o del entorno) 4.- Todas se refieren al pasado inmediato o mediato Veamos los alcances de estas características: Que sean coherentes nos muestra que podemos explicar el fenómeno de miles de formas sin violar las reglas de la lógica y pone de manifiesto la estrecha relación entre el contenido de las explicaciones y la emocionalidad que las produce ya que el adoptar una u otra respuesta como justificación responde a las condiciones emocionales del individuo en el momento en que busca dicha justificación. Por otra parte nos invita a considerar que si no adoptamos una explicación útil para nuestro propósito, de poco sirve explicar, ya que el hábito de fumar se sigue riendo de nosotros como diciendo “explícame como quieras pero sigo vigente”. Que las respuestas se constituyan en la justificación y la explicación del fumador significa por una parte que éste cuenta con una coartada para

desligarse de la responsabilidad que le cabe por mantenerse fumando y, por otra parte, que la explicación en este caso es una traba para dejar el hábito. Continuando con el análisis, el que las respuestas hagan referencia a condiciones no-controlables -propias o del entorno-, nos habla de que el individuo considera que su conducta es función de sus condiciones y no de sus decisiones. El fumador no siente que esté en sus manos el generar condiciones distintas de las que vive. Está “desapropiado”, es decir, no se siente responsable de lo que le pase. Además, el hecho de que todas las respuestas se refieren al pasado inmediato o mediato indica que el individuo justifica su futuro con base en el pasado desvinculando nuevamente su futuro de las propias decisiones. Él se considera una consecuencia de lo que le sucedió antes, un producto de la estadística. Francisca me dijo una vez: “papá, ingresé a una difícil carrera universitaria; estadísticamente al final del primer año sólo aprueba el 20 % de los que entraron, por lo que la probabilidad de que yo fracase este año es de 80 %”. Yo le dije; “tú no eres una estadística, eres Francisca, las estadísticas no deciden lo que pasará en el futuro contigo, hablan del pasado y de las decisiones que se tomaron en el pasado. Quizás están bien para una descripción periodística y para considerar información que permita diseñar el futuro”. Luego agregué la siguiente pregunta: “Francisca, qué me dirías si te pregunto cuál es la probabilidad de que tú estés dentro del 20% que tiene éxito?” y ella responde: “es alta esa probabilidad, porque soy estudiosa”. Entonces la probabilidad específica para Francisca de fracasar no es 80% porque depende de lo que ella haga en adelante, no de lo que se hizo antes, no de la estadística. Las predicciones o los pronósticos -en tanto son afirmaciones cuya veracidad puede comprobarse sólo un tiempo después de que se hizo la afirmación-, sirven cuando no podemos tener control sobre los acontecimientos cuyo resultado se pretende pronosticar, pero carecen de utilidad y se transforman en una traba para lograr resultados cuando el motor de los acontecimientos es la voluntad humana, es decir, cuando hay control de los acontecimientos. Podemos predecir un eclipse afirmando por ejemplo “mañana se verificará un eclipse de sol a las 10:23 AM”, porque no podemos influir en ese acontecimiento. Si el eclipse ocurre exactamente a la hora calculada podemos incluso felicitar a los astrónomos que realizaron la predicción, pero tiene poco sentido predecir que dentro de 5 segundos levantaré mi brazo derecho, porque eso depende enteramente de mi voluntad. Si efectivamente luego de 5 segundos levanto mi brazo derecho nadie me felicitaría por lo acertado de la predicción ya que cuando la voluntad humana es la que condiciona o determina lo que va a pasar, predices el futuro o lo diseñas, pero no ambas. Es una u otra cosa ya que de lo contrario hay “conflicto de intereses”.

De la misma manera, cuando revisamos una publicación que dice que sólo el 5% de quienes intentan dejar de fumar lo logran, ¿significa que nosotros lo intentamos tenemos un 5% de probabilidades de tener éxito?, definitivamente NO. Nuestro enfoque debe ser éste: “yo estaré con absoluta seguridad entre los que tuvieron éxito porque lo acabo de decidir”. Sin embargo no debemos concluir, por el hecho de que las cosas tengan múltiples respuestas o explicaciones, que las explicaciones no sirven. Muy por el contrario, son las explicaciones que le damos al acontecer lo que guía nuestro actuar y lo importante es adoptar aquella explicación que sirve a nuestros objetivos. Hagamos un paréntesis para precisar que “explicación” y “justificación” no es lo mismo, aunque normalmente las mezclamos. Supongamos que usted es el encargado de la sucursal de un banco y un desafortunado día domingo mientras la sucursal está vacía, cae una avioneta accidentada sobre el recinto, destruyéndolo. El lunes en la mañana, se hace presente el gerente del Banco y pregunta ¿quién es el responsable?..Yo señor, responde usted. Qué sucedió aquí ?, pregunta él y usted le explica que cayó una avioneta. Luego de echar un vistazo el gerente le expresa su preocupación por lo sucedido y le pide a usted que se encargue del asunto para poner en operación nuevamente la sucursal lo antes posible. En este caso, la explicación de los destrozos es la caída de la avioneta, lo que significa que la caída de la avioneta es el mecanismo que genera la situación explicada y ese mecanismo se constituye en explicación en la medida que es aceptada por los involucrados, en este caso, usted y el gerente del banco. ¿Por qué el gerente no lo despidió a usted si es usted el responsable de la seguridad e integridad de la sucursal?….no lo hizo porque el gerente evalúa que la caída de la avioneta es un hecho que está más allá de las situaciones que usted puede controlar como encargado de la seguridad e integridad de la sucursal del banco, es decir, además de ser una explicación, la caída de la avioneta constituye una justificación. Ahora supongamos que es viernes en la tarde, falta apenas media hora para cerrar la sucursal y sólo queda en el banco usted y el subjefe. Suena el teléfono y es su esposa que le recuerda que tiene que comprar un regalo para su hija que ese día se gradúa y usted lo había olvidado y no puede esperar, entonces le encarga al subjefe que active la alarma y cierre todo. El domingo la policía telefonea a su casa pidiéndole que acuda a la sucursal porque ha habido un robo. Usted llega y comprueba que han robado la caja fuerte, computadores, documentos de valor, etc., y que han hecho muchos destrozos. Para tener información más precisa llama al subjefe quien le confiesa que olvidó activar la alarma el viernes antes de cerrar.

A los pocos minutos aparece el gerente del banco y pregunta ¿quién es el responsable?..yo señor, responde usted. ¿Que sucedió aquí?, pregunta él y usted le explica que robaron la sucursal porque el viernes usted debió dejar la oficina media hora antes por un problema privado y la persona a la que usted le encargó activar la alarma olvidó hacerlo, entonces el Gerente General lo despide a usted de inmediato. ¿Por qué lo hace si hay una explicación como en el caso de la avioneta?, ¿por qué lo hace si también hay un mecanismo (la alarma no fue activada) que genera lo explicado y probablemente tanto usted como el gerente están de acuerdo en que esa es la explicación?,….. lo hace porque para el gerente esa no es una justificación, es decir, el gerente no evalúa que el olvido de activar la alarma (la explicación) sea un hecho que esté más allá de las situaciones que usted puede controlar como encargado de la seguridad e integridad de la sucursal del banco. En este caso, la explicación y la justificación no coinciden, no son lo mismo. En la vida cotidiana son las emociones las que determinan la coincidencia entre explicación y justificación, como también las emociones definen en última instancia el contenido de la explicación y el de de la justificación. Cuando olvidamos algo relativamente importante como por ejemplo el cumpleaños de una persona cercana y al día siguiente nos encontramos con esa persona ¿qué hacemos?. Inmediatamente le decimos: “disculpa, ayer estuve tan ocupado que no encontré un minuto para llamarte y saludarte”, es decir, le damos una explicación, pretendiendo que también la asuma como justificación, intentamos hacer coincidir la explicación (no hubo tiempo para llamar y saludar) con la justificación (ídem). Sin embargo, nuestro amigo, sentido por lo que considera una descortesía, nos reprocha: “cómo no ibas a tener dos minutos para darme aunque fuera un breve saludo”. Como vemos para él la explicación sobre el exceso de trabajo no justifica nuestra actitud. Es posible que para el afectado la explicación sea otra; que somos ingratos o que mostramos poco interés por él, por ejemplo. Nótese que es posible estar o no estar de acuerdo respecto de una justificación ya que ésta es un juicio del individuo al que le corresponde evaluar (en el ejemplo del banco, el gerente), sobre el grado de participación del individuo y lo apropiado de esa participación en el hecho explicado. En general podemos estar o no estar de acuerdo ya sea con una explicación o con una justificación como así, podemos considerar o no que hay coincidencia entre justificación y explicación. Cuando usted al llegar a una esquina no advierte que hay un disco PARE, avanzando sin detener el vehículo y el policía que lo detiene unos metros más allá le dice “usted no respetó el disco pare”, probablemente lo primero que usted dirá es “no lo vi”. Usted en este caso espera que “no lo vi” sea una explicación y una justificación. Para su desgracia con suerte esa será aceptada por el policía como una explicación, pero no como una justificación. La permanencia de un hábito cualquiera depende de la medida en que nos aceptamos nuestras propias explicaciones como justificaciones.

La aceptación propia de una explicación como justificación es emocional. Un drogadicto por ejemplo, mantiene el hábito de consumir drogas cuando de alguna manera justifica su hábito independientemente de las propiedades adictivas de la sustancia que consume, porque desea las consecuencias de su actuar (aunque declare que no las desea). Esas propiedades adictivas, es decir, la capacidad para hacer que los individuos necesiten consumir la sustancia para sentirse bien, sólo son una justificación para mantener el hábito del consumo en la medida en que el sujeto las transforma en una justificación. Para todos aquellos individuos que fueron fumadores y dejaron definitivamente el tabaco, la propiedad adictiva de la nicotina dejó de ser una justificación, lo que demuestra que dicha propiedad adictiva a la que culpamos tanto no es más que una excusa que se esfuma rápidamente en cuanto aparece la voluntad, motor de la conducta humana. En general, cuando decidimos cambiar o dejar algún hábito, es porque la justificación que teníamos dejó de serlo y fue reemplazada por una justificación para no hacer lo que hacíamos. Volvamos al tabaquismo. Dos posibles respuestas aceptables para la pregunta ¿por qué no he dejado de fumar?: 1.- Porque es difícil 2.- Porque no he tomado la decisión Ambas son respuestas tan comunes como aceptables: ¿cuál adoptar?. Claramente la segunda nos ayuda más a dejar el hábito que la primera. El enfoque tradicional sobre el asunto del tabaquismo aporta información meramente descriptiva y explicativa, restando potencia a aquello que finalmente determina la conducta humana, la voluntad. Es cierto que fumar expone el cuerpo a sustancias químicas que producen cáncer, que el monóxido de carbono que se inhala es dañino, que se afectan los sentidos del gusto y el olfato, etc. Pero establecer que la nicotina es la responsable de que la persona continúe fumando ocasiona más daño que el propio hábito de fumar porque “des-responsabiliza” a quien en definitiva toma las decisiones: el propio individuo. La nicotina no es la que produce la adicción en el sentido de que la adicción es una condición estadística, un referente histórico, una interpretación ex post de los resultados de su consumo, no ligada a la voluntad del individuo más que por un asunto de grado. Habría que decir que es el individuo el que se provoca la adicción con la nicotina. Las respuestas que el enfoque ortodoxo del problema da a las interrogantes sobre por qué fumamos, sobre por qué hay que dejar el cigarrillo, etc., no nos ayudan a tomar la decisión, sólo justifican al fumador. Se analiza el problema describiendo una serie de fases por las que pasa el fumador en su tránsito

hacia la independencia del cigarrillo, se dan una infinidad de recetas para dejar el vicio pero implícitamente se pasa por alto que todas estas recetas descansan, en ultima instancia, en la voluntad del individuo lo que hace más largo, tedioso e improbable el camino hacia el éxito. Atendiendo a la distinción entre explicación y justificación, ¿cómo podríamos ahora justificar las explicaciones 1 y 2 dadas para responder la pregunta “por qué no he dejado de fumar” ?. Como ya establecimos, las explicaciones podrían o no coincidir con las justificaciones y recordemos que las justificaciones son una opinión del evaluador sobre lo apropiado de la actuación del afectado respecto de una cierta situación. Entonces la explicación “porque es difícil” ¿es una justificación para no dejar de fumar ?. Para los fumadores la sentencia “porque es difícil” normalmente es ambas cosas, explicación y justificación. Si escuchamos que alguien nos dice ”no he dejado el cigarrillo porque es difícil” normalmente nos quedamos tranquilos con esa respuesta: la hacemos nuestra, pero esta doble característica de justificación y explicación sin embargo, es lo que nos deja completamente sin salida. En efecto, los fumadores tienen “la” explicación y además consideran que su situación se justifica. Cuál es el resultado ?…. seguir fumando !!, es más que evidente. El fumador que actúa amparado en este enfoque está guiado por la emoción de la certeza sobre sus explicaciones, ayudado por la emoción del miedo a sufrir que robustece la justificación. Más grave se vuelve la situación cuando es el propio psiquiatra quien considera como válidas la explicación y la justificación del fumador ya que refuerza las convicciones del afectado quien (erróneamente) concede autoridad técnica al especialista para establecer la “veracidad” de las explicaciones y justificaciones. La explicación “porque no he tomado la decisión” es a todas luces más adecuada al objetivo de dejar el cigarrillo y observe el lector que dicha explicación anula de manera instantánea toda justificación. En efecto, si la explicación es: “porque no he tomado la decisión” (y no “porque es difícil”), entonces no hay justificación. Como dijimos antes, cuando uno explica algo pretende que ese algo sea una justificación, pero nótese que en este caso ese efecto no se produce. Si usted le explica a alguien “no he dejado de fumar porque no he tomado la decisión”, ese alguien no asumirá de inmediato esa explicación como una justificación y probablemente hará una de dos cosas: a).- preguntará de inmediato “y por qué no has tomado la decisión” o b).- concluirá que usted no desea dejar el tabaco. Esto es así porque si el afectado 1).- desea dejar el tabaco, 2).- no atribuye su situación al grado de dificultad y 3).- lo que falta es sólo la decisión, entonces no tiene sentido más que tomar esa decisión de inmediato o asumir decididamente que el fumador es un contumaz sin remedio. La contumacia es la mantención obstinada de un error. A mi me gusta entenderla como “la

diferencia entre las decisiones que pienso que debo tomar y las que realmente tomo”. Los fumadores que desean dejar de fumar son contumases. El mismo tratamiento que le dimos a la pregunta ¿por qué no he dejado de fumar? podríamos darle a la pregunta: ¿Porqué he fracasado en mis intentos de dejar de fumar?. A mi juicio lo poderoso del enfoque propuesto aquí es que pone el énfasis en la concepción de que son nuestras decisiones las que modelan nuestras condiciones y no a la inversa, volviendo el centro de la atención sobre el problema al grado de auto-responsabilidad del individuo. Esto no funciona sólo para cambiar hábitos “adictivos” como el fumar, sino que para modificar cualquier conducta humana destinada a mejorar nuestra calidad de vida y hacernos más felices. Deberíamos cambiar la forma de declarar el problema. En vez de decir “el problema del cigarrillo” deberíamos decir “el problema de la decisión sobre el fumar” ya que nuestro enemigo no es el cigarrillo sino nuestro enfoque sobre el problema. Cambiamos entonces la pregunta “¿Por qué es difícil dejar de fumar?” por la pregunta “¿Por qué las personas normalmente se relacionan con el dejar de fumar a través de la dificultad para tomar la decisión?”, adoptando la respuesta siguiente: Porque la propuesta explicativa de su propia experiencia, se fundamenta en la realidad objetiva en virtud de la cual el juicio de dificultad se presenta como la constatación de un hecho objetivo y no como una interpretación del fumador, no como la manera en que éste se relaciona con el fumar, lo que hace que dicha constatación se transforme en una traba para el ejercicio de la voluntad del individuo como motor de su conducta. El individuo utiliza la “realidad objetiva” como herramienta para validar su explicaciónjustificación. El cambio de la pregunta permite trasladar la responsabilidad de dejar el hábito al propio individuo haciéndolo a él responsable de permanecer consumiendo cigarrillos, exime de toda culpa a las condiciones externas, le entrega la decisión a la mera voluntad del afectado, le quita el rol de espectador y le entrega el de diseñador de su futuro. Al mismo tiempo transporta la estrategia “cambiar las condiciones objetivas” hacia “modificar la interpretación sobre el fenómeno”. El resultado final es que al cambiar la pregunta centrada en la dificultad por aquella asociada a la relación entre hábito e individuo, cambiamos la solución desde “ponerse un parche nicotinoso” (por ejemplo) a “tomar una decisión” usando nuestra libertad de decidir y modificar nuestras condiciones. No debemos sentar en el banquillo de los acusados al acusado equivocado. Somos nosotros los que debemos estar ahí.

APARTADO SOBRE LA ADICCIÓN La literatura en general habla de una adicción como un estado del individuo que se caracteriza por un impulso “incontrolable” de consumir ciertas drogas con el objetivo ya sea de experimentar los efectos que provoca o de aliviar el malestar ocasionado por la falta de la sustancia (síndrome de abstinencia). Se indica normalmente que los adictos buscan de manera “compulsiva” la sustancia en cuestión y, a su vez, la palabra “compulsivo” se asocia a un impulso “obsesivo”, “irresistible”. Últimamente se ha extendido el concepto de adicción a otras actividades no relacionadas con el consumo de drogas como la ludopatía (adicción al juego) y el sexo, por ejemplo. A partir del comportamiento de un adicto es posible inferir que éste necesita consumir la droga adictiva (o realizar la actividad adictiva) con mayor fuerza que los no adictos y es a eso a lo que llamamos “incontrolable”, “compulsivo”, “obsesivo”, “irresistible”, no obstante ello, el grado de “irresistibilidad” es esencialmente imposible de medir. ¿Cuánta necesidad tengo de algo para establecer que es incontrolable?, ¿Qué significa que no puedo controlar los deseos de consumir?. Ahora bien, observemos que sin perjuicio del tipo de efecto psicofísico que provoca la sustancia adictiva, las definiciones de adicción siempre se refieren a “conducta orientada a ….”, “búsqueda compulsiva de….”, “necesidad irresistible de …”, “inclinación obsesiva a….”, “impulso incontrolable de ….”, etc., y por lo tanto, de un cierto grado mayor de necesidad de la sustancia en relación con el grado en que necesitamos otros elementos en nuestra vida. La OMS (1957) establece las siguientes como características propias de la adicción “Deseo o necesidad abrumadora de seguir tomando la droga y de obtenerla por cualquier medio. Tendencia a aumentar la dosis. Dependencia psicológica y generalmente física de los efectos de la droga. Aparición de un síndrome de abstinencia, con síntomas de sufrimiento agudo, ante el retiro de la droga. Efectos perjudiciales para el individuo y la sociedad” Notemos que lo señalado anteriormente no habla parcialmente de una característica de la droga, sino que habla de la relación que establece el individuo con el hábito de consumir la sustancia y cabría preguntarse ¿por qué el individuo genera ese tipo de relación de dependencia con el hábito del consumo?. La tentación es responder que la característica adictiva de la sustancia es la responsable del asunto pero entonces volvemos la espalda a la responsabilidad del propio individuo y su capacidad de decidir sobre lo que hace, transformando esa explicación en la justificación inútil de la situación que se desea cambiar. Hemos señalado que la justificación resulta inútil porque fomenta en el adicto la mantención de una práctica que él desearía cambiar paro que no cambia porque justifica su actuar aduciendo que la droga es adictiva. El propio término “adicción” es una invitación a entenderlo como una justificación. No se trata de negar ni los efectos psicofísicos ni el hecho de que el afectado desea la droga cuando no la tiene; se trata más bien de establecer que la

justificación le impide tomar la decisión de aceptar ciertas condiciones de abstinencia en beneficio de una situación futura más saludable y esa decisión es emocional. Si el adicto no toma la decisión de liberarse de una sustancia adictiva es porque no hay una disposición emocional a hacerlo y no porque la sustancia es adictiva. La ausencia de esa disposición emocional debe buscarse en la manera en que el individuo se explica a si mismo y a su circunstancia dentro de su entorno, no en la característica adictiva de la sustancia en cuestión. Habrá que investigar qué oferta representa para el adicto el dejar de consumir la sustancia con el objetivo de apoyar una decisión que nadie más que él puede tomar, pero para ello hay que conjurar la interpretación de que dicha decisión no depende del individuo y eso se logra cambiando la manera de observar y estando conscientes de que hay una relación circular entre la emoción del miedo a sufrir por la abstinencia y la justificación basada en la dificultad y la propiedad adictiva de la sustancia. Esa relación circular es la que hay que romper. APARTADO SOBRE LA DESAPROPIACIÓN Mientras corre, un niño de unos 3 años de edad se golpea contra una mesa y comienza a llorar. Su madre lo acoge e intenta consolarlo y para ello castiga a la mesa golpeándola y diciéndole “mesa tonta, mesa tonta, tonta !, por qué le hiciste eso a mi hijo !!!”. El niño observa, se calma y deja de llorar. Parece bastante común hacer esto, ver a algunos padres consolar a sus hijos de esta manera, es decir, asegurándose de que presenciaran cómo era castigado el “culpable” del sufrimiento. Estas escenas tan cotidianas me provocaron curiosidad durante mucho tiempo. No lograba encuadrarlas dentro de mis esquemas, no podía encontrarles sentido del todo, algo no encajaba. Obviamente la mesa es algo inanimado, desprovisto de voluntad y escuchar que le hablaban resultaba divertido, más aún si la castigaban y le decían que era tonta, pero eso era entendible pues había un componente lúdico. De hecho los adultos se miran mientras reprenden a la mesa buscando entre ellos la misma complicidad que cuando preguntan a un niño qué le pedirá al viejito para la navidad. Finalmente descubrí que mi incomodidad con la situación estaba ligada al plano causa-efecto, a la causalidad: ¿quién o qué provocó el sufrimiento de ese niño?, ¿Quién o qué hizo que se golpeara?. Sin dudas la mesa era la menos responsable del problema. Mis posibles respuestas eran: -

El propio niño provocó el accidente ya que por su edad era poco diestro Los padres, quienes no cuidaron de los peligros del entorno El dueño de la mesa, por mantener una condición insegura para los niños El amiguito que lo perseguía cuando se golpeó

Bueno, en fin....quizás hay muchas alternativas más pero una cosa era clara: el mensaje que transmitía la madre al niño no estaba asociado a ninguna de las alternativas enunciadas. El mensaje estaba ligado precisamente con la causa que yo consideraba imposible: el actuar de la mesa. ¿Qué lectura le daría el

niño al episodio de ver que castigaban a la mesa?, ¿Qué conclusiones sacaría el infante que lo hacían conformarse y calmarse viendo que castigaban a la mesa?, ¿Qué prácticas conductuales estaba fomentando la madre en ese niño?. Ahora advierto que un episodio tan trivial era parte importante de la manera como nos enseñaron desde pequeños a evadir la responsabilidad por nuestro propio destino, era una de nuestras prácticas cotidianas que nos hacen ver nuestras vidas como algo de lo cual no somos responsables, como algo sobre lo que no tenemos control, es una de las miles de conductas que modelan nuestra convicción de que el destino está escrito. Así nos convertimos en personas que tomamos pocas iniciativas para transformarnos en lo que queremos ser. Siempre estamos viviendo lo que nos “tocó ser” y de esa manera nos entrenamos para “desapropiarnos”, es decir, para desresponsabilizarnos, para no sentir propias las acciones destinadas a provocar que las cosas resulten, para andar con una justificación bajo el brazo y mostrarla cada vez que necesitamos explicar lo que nos pasa. Parece que no es fácil asumir esto cuando durante mucho tiempo nos hemos sentido más bien víctimas de las circunstancias, pero como señala S.Covey, (autor de Los 7 hábitos de la gente altamente exitosa), mientras no podamos decir que nuestra situación actual es producto de nuestras decisiones pasadas, tampoco podremos decir “he decidido cambiar, voy a modificar esto o aquello, seré diferente, tomaré tal o cual decisión”. Castigando a la mesa, el chico aprendió que no puede evitar golpearse porque no depende de él: depende de la mesa, no de sus habilidades motrices, ni de su desarrollo, ni de su aprendizaje ni de su experiencia, ni de sus decisiones, ni de su voluntad. Aprendió que el guión de su vida no lo escribe él. Quizás algo tan sencillo como consolarlo y recomendarle que tenga más cuidado resulte más útil para su formación. Habrá que explicarle que lo que sucedió depende de sus propias destrezas, que es controlable y modificable, qué es él quien hará posible que esos accidentes no ocurran al desarrollar habilidades motrices. Los seres humanos estamos formados en la “desapropiación”, y ello nos brinda una coartada automática para explicar y justificar el por qué no somos lo que queremos ser o por qué no sucede lo que queremos provocar, tenemos la justificación perfecta para sentirnos víctimas. Estamos mejor preparados para dar explicaciones y justificaciones sobre por qué no pudimos terminar un trabajo que para hacer que se termine. Nos resulta más cómodo “culpar a la mesa” que buscar en nuestras decisiones y acciones la causa de lo que nos pasa. Esta manera poco útil de pararnos frente a nuestras posibilidades de diseñar el futuro no descansa en el hecho de que expliquemos y justifiquemos el acontecer ya que los seres humanos siempre estamos explicando consciente o inconscientemente lo que nos pasa. El problema se produce al considerar que existen explicaciones y justificaciones “objetivas” lo que nos hace concluir que controlamos poco nuestras circunstancias e impide que busquemos

creativamente explicaciones y justificaciones más útiles para lograr nuestros objetivos y generar acción en los planos que nos afectan. Tal como pretende poner de manifiesto el ejemplo de la mesa, nos entrenan en la desapropiación desde pequeños. En muchos de los artículos o charlas para dejar de fumar los autores parten recomendando a la audiencia que desde ese instante consideren al cigarrillo como “su peor enemigo”. Están haciendo lo mismo que la madre hacía con la mesa cuando eran pequeños, están “culpando a la mesa”. Las conversaciones están repletas de evidencia sobre cómo al interactuar con nuestros semejantes nuestro lenguaje nos exime de responsabilidad, veamos algunos ejemplos relacionados con la vida cotidiana: Ejemplo 1 “Alguna novedad durante mi ausencia Cristina?” “Si Don Ernesto, lo llamaron de la empresa SMT..” “Quién llamó?” “No me dijo” Observe que la respuesta final es “no me dijo” en vez de “no le pregunté”, lo que exime a la secretaria de toda responsabilidad por no conocer la identidad del individuo que llamó a su jefe Ernesto. Hay que considerar que la respuesta de Cristina probablemente es sincera pero descansa en la interpretación inconsciente de que ella no tiene responsabilidad por no haber obtenido el nombre del interlocutor. Ella se ha “desapropiado”. Ejemplo 2 “Te invito mañana después del trabajo a tomarnos unas cervezas” “No puedo, tengo que estudiar” Aquí la desapropiación del invitado se produce cuando pretende quedar absuelto de responsabilidad por no aceptar la invitación, apelando a circunstancias que lo fuerzan a hacer lo que hace, no puede elegir; “No puedo” dice él, pero en realidad ha escogido libremente estudiar. No obstante no dice: “Decidí estudiar” evitando quizás una apelación de quien lo está invitando. La respuesta del invitado podría interpretarse como: “Yo no tengo nada que ver con mi negativa a aceptar tu invitación, son las circunstancias las que me fuerzan a rechazarla”. Ejemplo 3 “Si mi esposa fuera más comprensiva…” En este caso creemos que otra persona limita nuestras posibilidades. Ejemplo 5 Revise la letra de la siguiente canción de Sergio Fachelli donde queda muy claro que él no tiene nada que ver con su futuro. No es responsable ni de lo

que le sucedió en el pasado ni tampoco le está dado cambiar el futuro. De acuerdo a la letra, el protagonista no es responsable de nada; toda su circunstancia la valida utilizando como recurso condiciones externas que no dependen ni dependieron de su voluntad. Yo soy así es mi forma de ser que te puedo decir amor soy bueno soy malo a veces y no puedo ser mejor Tengo mi cruz mis locuras mis tardes oscuras mi forma de hablar soy serio soy dulce a veces y nada me va cambiar. Quiéreme tal como soy con mis noches y mis días con mi manera de amar con mis penas y alegrías Quiéreme tal como soy y si no sigue adelante Nunca encontraras amor más amigo mas amante Quédate amor pero antes, quiéreme tal como soy Piénsalo bien es la cruel realidad no te engañes no hay nada que hacer soy tierno soy duro a veces y así es como voy a ser