De La Oscuridad A La Luz

1 DE LA OSCURIDAD A LA LUZ En el corazón del ser humano se encuentra el inmenso anhelo de la felicidad, un anhelo que s

Views 66 Downloads 4 File size 248KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

1

DE LA OSCURIDAD A LA LUZ En el corazón del ser humano se encuentra el inmenso anhelo de la felicidad, un anhelo que se esconde en la profundidad del misterio, de lo trascendente. El deseo de felicidad es un deseo de lo eterno, de infinito, de cielo, de Dios. Es por este motivo que nada ni nadie puede saciar esa hambre de felicidad, ni el dinero, ni las posesiones, ni la buena salud, ni siquiera una persona amada, porque esa plenitud sólo se encuentra en el interior de la persona. Nada de lo inmanente la puede satisfacer, sólo Dios, quien es infinito, puede colmarnos de plenitud porque venimos de Él, somos de Él y vamos hacia Él. En el intento de búsqueda de esa preciada felicidad nos vamos, muchas veces, hacia el exterior de nosotros, pretendiendo encontrar en las personas o cosas el preciado anhelo; y entre más nos alejamos de nuestro centro menos encontramos lo que buscamos y más nos hundimos en la oscuridad. Por esta razón el Padre Dios envío a su Hijo al mundo, para dar vida y felicidad al ser humano (Cfr Jn 3,16): "Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Jesús puede decir: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9), y el Padre: "Este es mi Hijo amado; escúchenlo" (Lc 9,35)" (CIC 516). Cristo viene a traer la luz a nuestro mundo ciego anhelante de felicidad. Sólo Él es capaz de llevarnos de la oscuridad a la luz, y sólo a Él podemos decir desde nuestra sed de felicidad y desde nuestra ceguera: "¡Señor, que podamos ver!". Nuestro mundo ciego se debate en el dolor y la desesperanza, en donde los hombres y mujeres, en su sed insaciable de felicidad, ciegos, a oscuras, andan pidiendo limosnas con la esperanza de encontrar la plenitud. Jesucristo, en su palabra, nos trae la respuesta ante tal lamentable situación de los hijos e hijas de Dios: "Él trae la luz a todo hombre que viene a este mundo" (Cfr Jn 1,9), Él viene a sacarnos de la oscuridad de nuestra ceguera, para que viendo creamos, y creyendo le anunciemos como esperanza segura para toda la humanidad. En el pasaje del ciego de Jericó en el Evangelio de Marcos 10,46-52, como en el ciego de nacimiento de Juan 9,1-4, se nos ofrece todo un itinerario, un proceso a seguir, para poder salir de la oscuridad hacia la luz, para dejar de ser ciegos y poder vivir como los hijos e hijas de Dios que somos. En realidad hay dos alternativas en la vida: O nos dejamos sanar por Cristo saliendo de la ceguera que nos consume, o no seguimos a Cristo y permanecemos condenados a vivir de las limosnas de la vida. Cada uno decide su camino, porque Dios propone un plan de salvación, más el ser humano dispone el seguirlo o no. ¿Qué decides tú? Ojalá todos podamos decir con el ciego Bartimeo; "¡Señor, que pueda ver!", para poder pasar de la oscuridad a la luz.

2

I. EL CIEGO DE JERICÓ INTRODUCCIÓN AL TEXTO Antes de realizar cualquier análisis sobre esta perícopa del Evangelio de Marcos es preciso recordar que dicho Evangelio fue escrito en un contexto histórico particular. Por los años 65-70 d.C. Las comunidades cristianas están siendo perseguidas bajo el emperador Nerón. Los cristianos, ante esta dura realidad, tienen varias actitudes: 1. Unos han decidido abandonar "el camino". 2. Otros huyen del sufrimiento, de la cruz (Dar la vida por amor).| 3. Algunos buscan un mesianismo basado en el poder. 4. Y otros quieren dejar la vida pobre y buscar las riquezas del lado del poder del imperio. Todo esto lleva a la comunidad marqueana a presentar un Evangelio altamente discipular, cuyo objetivo es hacer volver al discipulado en Cristo. La perícopa que se estudia en este humilde proyecto es la del Ciego de Jericó que está antecedida por varios pasajes que demuestran el problema existente en las comunidades cristianas de entonces. A este texto le antecede el de Jesús y los niños, donde se exalta la importancia de los pequeños, pues para los que son como ellos es el Reino de Dios; la perícopa del joven rico que muestra como la comunidad deja de un lado el Reino por amor al poseer, al dinero, significado en Jericó, lugar de lujos y los perfumes. Contraria a esta actitud está el desprendimiento y desapego como valor máximo para comprender y asumir el misterio de la cruz. Cruz que significa y constituye el verdadero reinado de Cristo. El reina en la cruz, pues allí se constituye Sacerdote, Víctima y Altar. Las comunidades cristianas, como los hijos de Zebedeo, esperan un reinado de Cristo basado en los honores, estar a la izquierda y a la derecha. Jesús enseñará que esos lugares se reservan a quienes se dejan crucificar con Él, por Él, en Él y como Él. El discípulo ha de aprender que siempre el camino es hacia la cruz, y que se camina sirviendo. La comunidad de Cristo es una comunidad que va hacia la cruz cada día, dando todo de sí, sirviendo a los hermanos y hermanas, con una toalla al cinto lavando sus pies. En Cristo reinar es servir. La comunidad de Cristo, la Ekklesia, la Iglesia, es y debe ser distinta al mundo. Ella es una comunidad alternativa, donde el fundamento es el amor, la misericordia, la compasión, el perdón que desembocan en el servicio y acompañamiento de la vida. En la estructura pedagógica de Marcos se presenta el pasaje del ciego de Jericó como el modelo de vida cristiana a seguir en contraparte con las actitudes anteriores de los discípulos quienes buscan el poder, las riquezas y los apegos que esclavizan.

3 Advierto que no soy un docto en la materia, pero en mis pininos bíblicos deseo aportar este trabajo para que podamos ser mejores discípulos de Jesucristo y mejores misioneros de Su Reinado. Tan sólo me queda decir: ¡"Jesús, hijo de David…que podamos ver"! TEXTO ORIGINAL GRIEGO Mc 10, 46-52

INTENTO DE TRADUCCIÓN DEL TEXTO

46 Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: « ¡Hijo de

4 David, Jesús, ten compasión de mí! » 48 Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: « ¡Hijo de David, ten compasión de mí! » 49 Jesús se detuvo y dijo: « Llámenlo. » Llaman al ciego, diciéndole: « ¡Animo, levántate! Te llama. » 50 . Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. 51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: « ¿Qué quieres que te haga? » El ciego le dijo: « Rabbuní, ¡que vea! » 52 Jesús le dijo: « Vete, tu fe te ha salvado. » Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino. PARA COMPRENDER MEJOR EL RELATO EVANGÉLICO El texto de Mc 10, 46-52 es un vivaz y enternecedor relato lleno de signos dentro de su aparente simplicidad. Es preciso recalcar que la ceguera era, y aún lo es, relativamente frecuente en el medio oriente, ya que el desierto, el polvo, la falta de higiene y el excesivo resplandor del sol causan inflamaciones que, en muchas ocasiones, degeneraban en ceguera. Es muy lógico que Jesús conociera muy de cerca a los ciegos, ya que en los evangelios se alude varias veces a sus encuentros con ellos. Ellos representaban el rostro palpable de la miseria, el desamparo y la desesperanza. Para ellos casi su única salida era vivir en la mendicidad. No sería justo, desde el punto de vista exegético, tomar este relato de manera literalista quedándonos sólo con un prodigio de un hombre que vuelve a ver. Ya que hoy la medicina moderna, día a día, hace miles de prodigios de la misma naturaleza: hacen ver a muchos que no ven. La curación del hijo de Timeo es una llamada a la comunidad que cree que ve, más es ciega pues es incapaz de salir al encuentro de los hermanos. Es la comunidad que ante la crudeza de la persecución se siente desfallecer y se aísla, se oculta y queda viviendo de las limosnas del mundo, acomodada y apegada al mundo. EXPLICACION DEL TEXTO Llegan a Jericó ( Kai ercontai eis Iericw): Es de notar la mención de este legendario lugar donde Dios actúo portentosamente con su pueblo al derribar las murallas al toque de las trompetas. Jericó es una importante ciudad del valle del Jordán (Dt. 34:1, 3), en la ribera occidental del río, a unos 8 Km. de la costa septentrional del mar Muerto, y aproximadamente a 27 Km. de Jerusalén. Jericó se halla en la parte inferior de la cuesta que conduce a la montañosa meseta de Judá. La ciudad era conocida como la ciudad de las palmeras (Dt. 34:3; Jue. 3:13); la primera mención en las Escrituras se da en relación al campamento de los israelitas en Sitim (Nm. 22:1; 26:3). La situación de Jericó, ciudad muy fortificada, le daba el dominio del bajo Jordán y de los pasos que llevaban a los montes occidentales; la única manera de que los israelitas pudieran avanzar al interior de Canaán era tomando la ciudad. Josué envió a dos espías para que reconocieran la ciudad (Jos. 2:1-24), el pueblo atravesó milagrosamente el Jordán en seco, y plantaron las tiendas delante de la ciudad.

5 Por orden de Dios, los hombres de guerra fueron dando vueltas a la ciudad, una vez por día, durante seis días consecutivos. En medio de los soldados, los sacerdotes portaban el arca del pacto, precedida por siete sacerdotes tocando las cornetas. El séptimo día dieron siete veces la vuelta a la ciudad; al final de la séptima vuelta, mientras resonaba el toque prolongado de las cornetas, el ejército rompió en un fuerte clamor, las murallas se derrumbaron, y los israelitas penetraron en la ciudad. En cuanto a la fecha, sería alrededor del año 1403 a.C. (cf. ÉXODO Y PEREGRINACIÓN POR EL DESIERTO). La ciudad había sido proclamada anatema. A excepción de Rahab, que había dado refugio a los espías, y su familia, todos los demás habitantes fueron muertos. El oro, la plata, los objetos preciosos, entraron al tesoro de Dios. Josué lanzó una maldición contra quien reconstruyera la ciudad (Jos. 5:13-6:26). Fue asignada a Benjamín; se hallaba en los límites de Benjamín y Efraín (Jos. 16:1, 7; 18:12, 21). Eglón, rey de Moab, hizo de ella su residencia en la época en que oprimió a los israelitas (Jue. 3:13). En el reinado de Acab, Hiel de Bet-el fortificó la ciudad; en el curso de esta fortificación perdió, o sacrificó, a sus dos hijos, en cumplimiento de la maldición de Josué (1 R. 16:34). Durante el ministerio de Eliseo había en Jericó una comunidad de profetas (2 R. 2:5). Elías, al viajar para ser arrebatado al cielo, atravesó Jericó con Eliseo (2 R. 2:4, 15, 18). En Jericó fueron puestos en libertad los hombres de Judá que habían sido hechos prisioneros por el ejército de Peka, rey de Israel (2 Cr. 28:15). Los caldeos se apoderaron de Sedequías cerca de Jericó (2 R. 25:5 Jer. 39:5 52:8). Después del retorno del exilio, algunos de sus habitantes ayudaron a construir los muros de Jerusalén (Neh. 3:2). Báquides, general sirio, levantó los muros de Jericó en la época de los Macabeos (1 Mac. 9:50). Al comienzo del reinado de Herodes, los romanos saquearon Jericó (Ant. 14:15, 3). Después Herodes la embelleció construyendo un palacio y, sobre la colina detrás de la ciudad, levantó una ciudadela que llamó Cipro. (Ant. 16:5, 2; 17:13, 1; Guerras 121, 4, 9). La parábola del Buen Samaritano se sitúa sobre el camino de Jerusalén a Jericó (Lc. 10:30). La curación del ciego Bartimeo tuvo lugar en el camino de Jericó (Mt. 20:29; Lc. 18:35); Zaqueo, a quien Jesús llamó para hospedarse en su casa y darle la salvación, moraba en Jericó (Lc. 19:1, 2). Jericó se halla a casi 240 m. por debajo del nivel del mar Mediterráneo, en un clima tropical, donde crecían las balsameras, la alheña, los sicómoros (Cnt. 1:14; Lc. 19:2, 4; Guerras 4:8, 3).

6 Las rosas de Jericó eran consideradas extraordinariamente bellas (Eclo. 24:14). La antigua Jericó se elevaba muy cerca de las abundantes aguas llamadas en la actualidad 'Ain es-Sultãn; ésta es indudablemente la fuente que Eliseo sanó (2 R. 2:1222; Guerras 4:8, 3). La Jericó moderna, en árabe "Er-Riha", se halla a 1,5 Km. al sureste de la fuente.

Como hemos podido notar Jericó es el sitio por donde se tiene que pasar para llegar a Jerusalén, pero a la vez es el sitio de las grandes acciones de Dios. Es aquí donde Jesús va de paso porque va a Jerusalén. Después de los acontecimientos en que los discípulos han querido los primeros puestos y en que el joven rico se ha marchado, sólo se puede esperar el paso portentoso de Dios por su pueblo que sucumbe ante la persecución de Nerón en el año 64 y siguientes. El Bartimeo además de ser mendigo, es ciego (Tiflos). Aunque la palabra (Tiflos) también significa deslumbrado, alelado, insensible y estúpido. Uno de los pasajes significativos donde el Evangelio muestra el proceso iniciático de pasar de la oscuridad a la luz es precisamente la perícopa del ciego de Jericó, en la cual se muestra el itinerario para vivir pascualmente en la luz del Resucitado. Jesucristo camina por los polvorientos caminos de Palestina y alrededores con un solo interés que mueve su corazón henchido del amor infinito del Padre: llevar la salvación a todos los hombres y a todo el hombre; hacernos pasar de la oscuridad a la luz.

El texto señala que:"Llegan a Jericó". (V 46a) Jesús es siempre el que llega, puesto que la iniciativa de encuentro es siempre de Dios. Es Dios quien se acerca al ser humano y le llama, le convoca para encontrarse con él y salvarle. "Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos, y de una gran muchedumbre.." (v 46a) . Jesús está en Jericó que significa "lugar de perfumes", que bien puede aludir al incienso que se ofrece a Dios, es el lugar donde Dios es manifestado, sin olvidar que fue en Jericó donde Dios actúo portentosamente dando la victoria a su pueblo (Jos 6,5).La manifestación de Dios perfuma la vida de los seres humanos. Ahora Dios, en Cristo, va actuar portentosamente porque va a hacer que alguien quien no tenía esperanza pueda vencer y encontrar la vida verdadera, la vida de Dios. El Señor de la gloria, Jesucristo que pasa, la Pascua, va a derribar los muros interiores del ciego que impiden verlo a Él. "El hijo de Timeo (Bartimeo)…" (V 46b) A quien Jesús encuentra es "un hijo" de alguien, una persona, alguien que tiene una historia, un pasado marcado por sus decisiones. Timeo es el nombre del padre de este hijo, Timeo significa: estimado, digno, reverente, importante. Es decir que este hombre es hijo del digno, del estimado… pero no vive como hijo con dignidad, vive en ceguera. En realidad "Bar Timeo", el hijo del digno, es la comunidad seguidora de Jesucristo. Cada cristiano, cada cristiana es hijo o hija del Digno, del más importante, de Dios,

7 pero, generalmente, esto no se comprende, no se asimila y andamos sin saber de quiénes somos hijos. No hay nada más triste y doloroso para un ser humano que no saber quién es, el no haber encontrado su identidad y su esencia, pues en ello se juega toda su vida, su incomparable misión en esta tierra. "El hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado a la orilla del camino" (46b). En esta frase se esconde una riqueza excepcional de sabiduría, pues en ella se traza la situación de cada ser humano que sufre, que no encuentra la paz y la felicidad. Quien no sabe quién es y a qué ha venido a este mundo es simplemente un ciego al borde del camino. El "el hijo del digno", no vive en dignidad, es un mendigo ciego. En el lenguaje griego de los textos originales la palabra ciego tiene dos connotaciones: por un lado el ciego del sentido de la vista (Oftalmós= ver con los ojos) y por otro lado el ciego interior, quien no puede ver desde la conciencia, desde el corazón (Blepoi= ver con el interior). Este hombre, que representa a la comunidad, no puede ver, por lo cual sufre, no distingue la realidad, el error de la verdad, el peligro y el mal. Un ciego siempre anda a tientas, como nuestra cultura moderna. El ser humano de hoy, "hijo del Digno, de Dios", anda a ciegas por lo que el mal lo ha seducido y al andar a tientas se cae, se hiere, se destruye, pero además hiere y destruye a quienes están cerca. Adultos, jóvenes y niños andamos hoy, en este siglo, ciegos, sin distinguir el valor de la vida, del amor, del bien, tropezando, golpeándonos a nosotros mismos y a quien encontramos a nuestro paso. La familia ciega está llena de laceraciones, heridas y rota, pues no puede ver el camino a seguir. El Bartimeo además de ciego es mendigo. Todo ciego interior es un mendigo de la vida. Cada día anda limosneando amor, afecto, reconocimiento. El ciego, al no saber quién es realmente, hijo del Digno, de Dios, anda buscando compensaciones psicológicas para sentirse "feliz", y para ello limosnea. No puede ver que el amor, la felicidad y la paz no se encuentran fuera de nosotros, sino dentro, y que por lo tanto nada del exterior nos puede proporcionar la plenitud. Pero, ¿Por qué estamos ciegos? "…estaba sentado junto al camino" (V 46b). El camino es la Vida, es Cristo: ¨Yo soy el Camino¨ (Cf. Jn 14,6). Jesús estaba caminando, viviendo, tiene la vida plena. Se dice en el texto que el Bartimeo estaba sentado a la orilla del camino. En los inicios del cristianismo no se le llamaba cristianos a los cristianos, pues esta designación se dio en Antioquía (Hech 11,26). Antes de llamárseles cristianos se les conocía como "los santos" (Hech 26, 18; Heb 3,1; Ap 22,11), y como "los del Camino" (Hech 9,2; 18, 26; 22,4). Este detalle nos brinda una información especial: el ciego es ciego porque está sentado al borde del camino, y el Camino es Cristo, la Vida verdadera y eterna (Jn 14,6). Cuando nosotros vivimos alejados de la vida de

8 Jesucristo, del Camino, entonces estamos ciegos, somos incapaces de ver la realidad con la luz esplendorosa de fe. Un ciego, uno que está en oscuridad, es alguien que se ha alejado de la Luz que es Cristo (Jn 1,9). Una de las mayores dificultades para ver es creer que podemos dar el paso hacia el ocaso de la vida con la presunción falsa de que nuestras verdades y nuestros ideales nos van a servir como solían hacerlo. No podemos vivir el atardecer de la vida de acuerdo al programa de la mañana, porque lo que fue grande al amanecer se volverá pequeño al atardecer; y lo que en la mañana era una verdad, al atardecer puede ser una mentira. Lo cierto es que la ceguera comienza cuando nos cerramos a la Fuente, a Dios y entonces no comprendemos el sentido de la vida, se vive dormido, es más, no se vive, se sobrevive. Se puede vivir toda una vida dormidos, ciegos. Esa ceguera genera un miedo aterrador: el miedo a mi interior, allí donde me descubro vacío. Todo comienza porque creemos que venimos de nuestros padres, pero muchos no saben que realmente venimos de Dios. Todo lo que somos estaba ya en la primera célula que nos conformaba. Todos venimos con un propósito especial. El verdadero propósito de la vida es ser feliz, amando y sirviendo, es vivir una vida abundante, para convertirnos en un instrumento de de nuestra Fuente, de Dios. Mientras no descubra el sentido de mi vida seré un pobre, ciego y limosnero de la vida. Para encontrar el propósito de la vida hay que retornar a tu naturaleza, encontrar tu propia naturaleza. ¿Descubrir de dónde vengo? Tenemos nuestros padres pero venimos de un lugar llamado Espíritu, venimos de Dios. Venimos como chispas del fuego divino y llegamos a este mundo para encenderlo de amor y compasión. Dios nos encarnó en un embrión, y ya allí estaba todo lo que seríamos. Todo lo que necesitas en tu ser ya estaba en esa pequeña partícula. Necesitas descubrir que durante todo el tiempo de tu gestación en el vientre de tu madre, desde el momento de tu concepción hasta el momento de tu nacimiento ya se estaban encargando de ti, no tenías nada que hacer. No te preocupabas pensando de qué color serían tus ojos o cómo se iba a ver tu cuerpo, tu color, tu altura, sencillamente se Alguien se estaba encargando de todo por ti. Tú simplemente te entregabas, te dejabas ir, te llevan hacia el futuro, hacia el momento presente. Si tan solo te dejas llevar, empujar por el Espíritu y permites que te conduzca, encontrarás fácilmente tu propósito. Pero al nacer nuestros padres comienzan a creer que ellos se encargan de nosotros, y luego creemos que nosotros nos encargamos de nosotros. Y una vez que empiezas a decir yo me haré cargo a partir de ahora, introduces algo, tomas las riendas de tu vida y dejas de un lado a tu Creador, entonces comienza a desarrollarse el EGO. Allí comienza la ceguera de la vida. El ego es esa parte de nosotros que se forma de memorias, es una idea que creemos que somos. El ego empieza a decirnos que quienes somos no es esta creación

9 humana y divina, esta parte de Dios, de quien venimos. Y cada vez más vamos perdiendo luz sobre quienes somos realmente. Es el ego el que nos mantiene a la orilla del camino, sin seguir a Cristo, verdadero Camino y verdadera Vida. El ego nos introduce en el error existencial. Un primer aspecto de este error existencial consiste en que el ego nos dice: "eres lo que tienes". Entonces el niño comienza con cosas como juguetes, luego de adulto nuestras cuentas bancarias y propiedades, posesiones, etc., y antes de darnos cuenta comenzamos a identificarnos a nosotros mismos en base a nuestras posesiones. Comenzamos a tener un grupo de creencias que nos dicen que "mientras más tenga más valor tendré como persona". Y así llevamos a los niños y jóvenes a una cultura que enfatiza el MÁS, hasta volverse casi un mantra del ego. Debes tener más para valer, más para ser feliz, más para ser valorado y respetado, y mientras más tengas más consciente estás de cómo otras personas estás tratando de quitarte lo que tienes, y más te sientes consumido por el deseo de tener más. Empezamos a pensar: ¿Cómo proteger lo que tengo? Y ¿cómo puedo hacer para tener más de esto que tengo? El dilema consiste en que si eres lo que tienes y eso que tienes desaparece, entonces quien tú eres también desaparece. El segundo aspecto del error existencial del ego es la idea de que "no solo soy lo que tengo, también soy lo que hago". Se le enseña a los niños y jóvenes a hacer deportes, bailes, etc., en la búsqueda del prestigio, y lo que hago se vuelve esa cosa llamada "logro". Y entonces comenzamos a creer esta idea de "mi éxito", y a considerar que mi valor, mi mérito, como ser humano, se basa en cuánto puedo lograr, en mi éxito. De tal manera que debo producir más dinero, tener más ascensos, debo competir con el resto de personas que están tratando de obtener lo que tengo. Se nos enseña esto una y otra vez, a todos y todas. Entonces los demás se vuelven los contrincantes en mi conquista del éxito. Lo más importante que puedes hacer es ser el número "uno", el "primero". Si ves la palabra número uno, es que eres mejor que los demás, mejor que cualquier otro. Estamos en un mundo competitivo, es lo que nos dice el ego. Un tercer elemento del error existencial del ego es la idea de que somos lo que otras personas piensan de nosotros. Soy mi reputación, aspecto relevante para la juventud, a los que se les enseña que deben vestirse de la forma en que otras personas lo piensan, entonces si las demás personas notan que hay algo malo en ti, sufres. Un cuarto aspecto del error existencial del ego nos habla de la separatividad. El ego tiene un sistema de creencias muy fuerte, en el que mi ser está separado de todos los demás. Y luego otro componente del ego nos enseña que también estamos separados de todo lo que nos falta en la vida, de todas las cosas que me gustaría tener. Y finalmente el ego nos enseña el error existencial más escandaloso de todos: nos enseña que estamos separados de nuestra Fuente: de Dios. Ante el error existencial del ego sólo me queda vivir limosneándole a la vida, donde siempre me sentiré con una sensación de precariedad y vacío. Donde no puedo valorar lo que soy porque no sé quién soy, y al no saber quién soy tampoco sé quiénes son los demás.

10

Quien vive en la ceguera no es capaz de maravillarse de su propio ser porque todavía no vive completamente humano. Es allí cuando Jesús pasa para liberarnos del error existencial del ego, de la ceguera.(Cf. Wyne Dyer, The Shift) "Al enterarse que era Jesús de Nazareth…" (47 a). El hijo de Timeo se enteró que Jesús pasaba. Jesús es el que siempre pasa, la Pascua; pues pascua significa en hebreo paso o salto. Jesús es el que pasa trayendo la vida. El ciego y limosnero de la vida se detuvo y escuchó; no podía ver, ni caminar libremente. Todo ser humano que no está abierto a Cristo, a Dios, es un ciego de la vida, roto y herido que pasa su vida limosneando. Pero algo queda en el corazón de un ciego: la capacidad de detenerse y escuchar. Es necesario detenerse, callar la voz del ego que pide una limosna. Tantas veces nuestras voces son tan altas, nuestros deseos son tan grandes, que impiden escuchar los pasos de Cristo, que siempre está pasando. En otras ocasiones pedimos tanto y tan alto que nuestras voces no dejan oír la Voz de Dios, quien siempre habla. Pero, como el Bartimeo, podemos callar un momento, silenciarnos y escuchar los pasos de Jesucristo que pasa a nuestro lado. Jesús nos pidió que buscáramos primero el Reino de Dios y su justicia, y que entonces todo lo demás vendría como añadidura (Cfr. Mt 6,33). El ciego anda buscando las añadiduras y deja de un lado lo más importante: El reinado, la soberanía de Dios. El ciego Bartimeo ha dejado de pedir limosnas, se ha detenido ante el paso de Jesús, le ha escuchado. Este elemento señala un reproche a la comunidad: ella está llamada a escuchar a Jesucristo que pasa, porque en muchas ocasiones, en el culto, se pide mucho a Dios, se busca convencerlo para que nos complazca en lo que deseamos, pero en este intento lo que hacemos es dejar de escucharle, pues no le permitimos que nos hable al corazón. Sólo escuchando a Jesucristo encontramos el camino, pues nos convertimos en lo que escuchamos. El ciego Bartimeo grita, ya no para pedir limosnas, ahora grita a Jesús, grita porque se ha dado cuenta que es un ciego, un necesitado de Luz. El ciego vive de tropiezo en tropiezo, lastimado y lastimando a los demás. Mientras nosotros no descubramos que estamos ciegos siempre dependeremos de las limosnas del mundo: limosneros de afectos, títulos, honores, reconocimientos, etc. No cabe duda que este pasaje es netamente catecumenal, pues marca el itinerario de conversión de uno que está a la orilla del camino, sin conocer a Cristo. El que está a la orilla del camino, el que no se ha encontrado con Cristo, es simplemente un ciego bajo el imperio del ego. Los padres, los hijos, los esposos y esposas, los religiosos y religiosas, todo quien se quede a la orilla del camino, quien no siga los pasos de Cristo, es un ciego que se debate en la oscuridad. Lo más terrible de la ceguera es creer que se ve y confundir los sueños con la realidad, no hay mayor ceguera que creer que se ve y vivir simplemente de ilusiones. Posiblemente el ciego Bartimeo había oído hablar de Jesús, como muchos de nosotros, pero no había escuchado a Jesús, porque sólo se escuchaba a sí mismo, sus lamentos, sus quejas, sus insatisfacciones.

11

Repito, el ciego va a tientas por la vida, tropezándose, hiriéndose e hiriendo a quien encuentre a su paso. Un ciego, uno sin luz, por más que quiera actuar bien, hacer el bien, amar, no puede porque la oscuridad se lo impide, por lo cual siempre busca todo para sí. El ciego no piensa en los demás, en las personas, en sus vidas y sufrimientos, sólo piensa en sus intereses pues es individualista y egocéntrico. A la inmensa mayoría de las personas no les interesa "lo que se es", sino "cómo se ven" o, qué calidad de imagen proyecta. Les interesa la imagen más que la objetividad. Y así, el hombre de la sociedad se lanza a participar en esa carrera de las apariencias, en el típico afán de 'quién engaña a quién', de cómo lograr mejor impresión. El mundo es un inmenso estadio en el que "el orgullo de la vida" juega la gran ilusión de las etiquetas, formas sociales y exhibiciones económicas para competir por la imagen social, un combate en el que a los seres humanos no les interesa ser, sino parecer. Siempre hemos sido esquivos (as) al Espíritu: "eso son ilusiones", dicen los materialistas e increyentes. El Ser - o Espíritu -, nos sostiene a todos, es nuestra fuente de aliento y vida y, sin embargo, es algo sobre lo cual nuestros padres nos enseñaron muy poco. San Juan nos dice: "En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron."(Jn 1, 1011). Cada molécula del universo está llena de Ser, de Dios; cada pensamiento, cada trozo de información que nos llega a través de los cinco sentidos no es otra cosa que productos del Ser, pues "todo fue hecho por él y para él, y todo se mantiene en él" (Cf. Col 1, 16b-17). Pero podemos pasar por alto al Ser porque este mantiene un silencio total, como un maestro coreógrafo que nunca participa en la danza. En verdad, El siempre existió y existirá. Sólo necesitamos apertura para estar "en espíritu", iluminados, para poder salir de la ceguera. La pequeña palabra "ego" ha tenido varios significados. Para la escuela freudiana es "el aspecto consciente de la psique que decide entre los instintos básicos del ello y la moralidad del superyo": Definición muy académica. El estereotipo de este modelo suele ser varón. La persona con "problema de ego" se considera que es jactanciosa, egoísta, desdeñosa, vanidosa y, por lo general, desagradable, o también, la persona dedicada al odio, la malicia y la destrucción. También se ha considerado al ego como algo que está dentro de nosotros, controlando nuestra vida cotidiana, presionándonos para que mostremos una "buena imagen". Atención: Se puede ser altruísta y bondadoso para mostrarse ante los demás... y eso también es ego. Para los fines que nos proponemos, sugerimos otra definición del "ego": "Consideremos al ego como la idea que cada uno de nosotros tiene de sí mismo. Es decir, que el ego no constituye más que una idea, una ilusión, pero una ilusión que ejerce gran influencia". Nadie ha visto al ego. Se trata más bien de un fantasma que aceptamos que controle nuestra vida. El problema es que mantener esta ilusión puede impedirle conocer su verdadero yo, su esencia espiritual.

12

Opinamos que el ego es una disposición del pensamiento erróneo que intenta presentarle como a usted le gustaría ser, en lugar de cómo es en realidad. En esencia, el ego, la idea de uno mismo, la máscara, el papel que estamos desempeñando; supone una forma distorsionada de afirmar y vivir la existencia. A esta máscara social (el ego) le gusta la aprobación, quiere controlar situaciones y personas, y se apoya en el poder porque vive en el miedo. El ego no ama, utiliza. Por ello es un ciego total. El ciego es un herido, tiene el corazón y el amor herido, y como todo herido es incapaz de tocar sin herir y sin manchar a quien toque. Uno que está herido, enlodado, enloda aquello que toca o abraza. Sólo cuando el ser humano se detiene y se advierte herido, enlodado, ciego y limosnero, hace silencio y puede escuchar la voz de Jesús que pasa. Cuando el ciego se enteró que era Jesús de Nazareth el que pasaba, se puso a gritar: "Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí" (v 47). Él se enteró que quien pasaba (Pascua) era Jesús, y al caer en la cuenta que él no era cualquier cosa, sino el hijo del digno, advierte que no necesita limosnas para ser feliz, lo que necesita es que Jesús se apiade de él, que lo comprenda, que derrame su misericordia. En el primer encuentro de una persona con Cristo, Él le hace ver que está ante el rostro misericordioso del Padre. Ante Él no hay miedo, sólo la cálida sensación de ser comprendido, amado y salvado. Lástima que frecuentemente la imagen que presentamos de Dios está tan lejos de la revelación hecha por Jesucristo. Incluso, no pocas veces, atribuimos a Dios cosas tan aberrantes que ni siquiera nos atreveríamos a atribuírselas a un ser humano. "Muchos le increpaban para que se callara" (V 48a). El ciego necesita ver, pero cuando se dispone a seguir llamando a Jesús, intentan callarlo. Cuantas veces es en el seno de la misma comunidad donde se intenta callar al ciego que busca la luz de Cristo. Tantas veces le cerramos el camino a aquel que desea encontrarse con el Señor, porque con nuestras actitudes no permitimos que Jesús, a través nuestro, pase, llegue a ellos y actúe maravillosamente. "Pero él gritaba mucho más: ¡Hijo de David, ten compasión de mí!" (V 48b). El ciego de Jericó, del lugar de perfumes, gritó más fuerte aún, nada le impidió abrirse al paso de Cristo, porque era su única oportunidad, su única esperanza y su única salvación. Entonces sucede algo maravilloso: Jesús que pasaba (Pascua), se detiene, escucha el clamor del que sufre, del esclavizado, del ciego y dice: "Llámenlo" (V 49a). Encontramos aquí la gran tarea de los discípulos de Cristo, de la Iglesia. Ellos han seguido a Cristo, han vivido con Él, para realizar su misma tarea, la de llamar a los hombres y mujeres para que se encuentren con el Padre de las luces en Jesucristo que pasa.. El discípulo se vuelve misionero para llamar, en nombre de Cristo, a quienes están ciegos, caídos y destruidos porque han vivido ciegos, sin la luz del Resucitado. "Llaman al ciego, diciéndole: ¡Ánimo, levántate! Él te llama" (V 49b). El encargo de Jesucristo a cada discípulo, a cada discípula, es el de escuchar a sus hermanos y hermanas sufrientes, ciegos y ciegas, limosneros y limosneras de la vida; escuchar su

13 clamor para ir donde ellos y ellas a infundirles el ánimo, la sinergia de Cristo, su fuerza, y de esta manera ayudar a levantarlos para que se encuentren con Cristo. El discípulo misionero no levanta su mano acusadora ante el ciego de la vida. Allí donde otros encuentran la oportunidad para juzgar, señalar o burlarse, el discípulo misionero de Jesucristo encuentra una oportunidad para ejercer la caridad en la misericordia y la compasión que ha aprendido de su Maestro Bueno. Así, henchido de Cristo, fascinado de su Maestro e identificado con Él, el discípulo le dice al ciego: "¡ánimo!", no importa cuán ciego seas, cuanto has caído, cuán lejos estés del camino, ¡levántate!, ponte en pie, sal de tu situación, porque tú puedes y debes hacerlo, porque Él te llama. Es sorprendente que se marque que es el mismo ciego quien se debe poner en pie, porque efectivamente sólo uno mismo puede levantarse de la incapacidad de salir al encuentro de los otros, de la postración en que nos sumerge la ceguera. Y la fuerza, el ánimo para levantarnos nos viene de Él, de Cristo que llama. En este momento se marca la actitud del catecúmeno, del que ha sido llamado por Cristo, por mediación de la Iglesia, para levantarse de su postración y salir de su ceguera, porque es hijo del "Digno" (Bar Timeo). En esta perícopa, con una finesa teológica y catequética impresionantes, se muestran unos pasos que indican un itinerario discipular para llevar a una persona de la esclavitud a la libertad; un camino de salida, de éxodo personal de la oscuridad del ego a la luz del Espíritu. "Y él arrojando su manto" (V 50a). El manto en la Sagrada Escritura posee un profundo significado. Hace referencia a la misión y actividad del que lo lleva. Así encontramos el manto de los profetas (Zac 13,14), el manto de los reyes, el manto de los pobres, y el manto del ciego. El manto indica la misma vida del que lo lleva, su misión fundamental. Elías cuando sube al cielo le deja su manto a Eliseo con el cual le transfiere su poder, su misión (2 Re 2,13). Arrojar el manto significa tirar el modo de vida que se llevaba, en concreto el modo de vida de ciego, tirar aquello que me mantiene ciego, limosnero de la vida. Cuando un ciego se da cuenta de su situación y comienza un itinerario discipular de configuración con Cristo lo primero que debe abandonar es su antigua vida, su manto. "Dio un salto" (50 b). Este segundo momento es fundamental porque encierra el misterio de un nuevo nacimiento. Constituye el ser nuevo, y para esto es necesario dar un salto. En hebreo salto se dice "pascua". El ciego además de dejar la vida anterior, el manto, necesita entrar en el dinamismo de la pascua, del paso de la muerte a la vida, de la esclavitud a la liberación de los hijos de Dios. La única forma de dar ese salto, de vivir en pascua, es convirtiéndonos, lo que constituye dar un giro de ciento ochenta grados en la vida, un recomenzar. Y para el cristiano significa un recomenzar desde Cristo, para vivir bautismalmente, es decir, cristificado. "Vino donde Jesús" (50b). Únicamente uno puede recomenzar, vivir en clave Pascual, si se va donde Jesús, porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida. El ciego

14 Bartimeo recomenzó desde Cristo, y esto implica un cambio absoluto de perspectiva referente a la vida. Es aceptar que en Él se encuentran todas las respuestas a mis inquietudes, y todas las soluciones a mis problemas, no a mi manera o como lo espero, sino a Su manera y como Él lo espera. Venir a Jesús es entrar en la escuela de la humildad, del éxodo del yo, salir de mis ideas, mis pre-concepciones de la vida para asumir la mentalidad de Cristo. "Jesús se dirigió a Él" (51a). En toda conversión y proceso discipular misionero es necesario el encuentro personal con Jesús, descubrir que Él se dirige a mí, cara a cara, porque nuestro sufrimiento, nuestra realidad, no es ajena a Él. A Jesús le interesa todo del ser humano, porque cada persona, cada uno de nosotros somos, por la encarnación, parte de Él. Somos el templo del Espíritu Santo, la casa de Dios. Para Jesucristo todos somos importantes, porque todos estamos insertos en Él, y con Él formamos un único cuerpo, Su Cuerpo, que es la Iglesia. Y por Él somos insertados en el dinamismo trinitario: estamos inmersos en la Trinidad, por esa razón dirá Pablo que "en él nos movemos, somos y existimos" (Hech 17,28, escondidos con Cristo en Dios (Col 3,3). A Jesucristo le importa infinitamente nuestros sufrimientos, esclavitudes y errores. A Él le importa nuestra ceguera, que nos arrastra por la vida como mendigos cuando en realidad somos hijos de Dios. "Jesús le dijo: ¿Qué quieres que te haga?" ( 51b). Cuando el ciego se encuentra con Jesús, o mejor dicho, cuando se deja encontrar por Jesús, experimenta que a Cristo le interesa lo que él desea, los anhelos más íntimos que se albergan en el corazón. El ciego, mientras estaba a la orilla del camino, sin Cristo Camino, sin encontrarse con Él, pedía limosnas, ahora tiene la oportunidad de decirle a Jesús qué es lo que realmente quiere, lo que realmente necesita para ser feliz. "El ciego el dijo: Rabbuní, ¡que vea!" (51c). El Bartimeo en el proceso inicial, cuando escuchó a Jesús que pasaba, se dio cuenta que era ciego y mendigo, y que lo que necesitaba no eran las añadiduras, sino el Reino de Dios que es Cristo mismo. Ahora se percata que necesita primero al Maestro para que le enseñe el camino de la vida. Es más, el ciego lo reconoce ahora como Maestro, porque la única manera de salir de la ceguera es dejando que Cristo sea el Maestro de nuestras vidas. A estas altitudes del itinerario, el ciego Bartimeo no pide nada, sólo desea ver. Evidentemente que este ver en el evangelio no se refiere exclusivamente al ver con los ojos físicos (Oftalmós), sino, y ante todo, ver con el corazón, con los ojos interiores (Blepo). Un discípulo es aquel que, con su Maestro, aprende a ver de manera nueva la existencia; y esa nueva mirada sobre la realidad, desde Cristo, le capacita para salir de su estado de mendicidad y sufrimiento. El ciego que está a la orilla del camino cree que necesita cosas para ser feliz, el ciego que deja el manto y salta al camino descubre que la felicidad auténtica está en seguir al Maestro Bueno, a Jesucristo, porque sólo en Él hay "palabras de vida eterna" (Jn 6,68).

15 "Jesús le dijo: vete, tu fe te ha salvado" (52a). Ante la petición del ciego Jesús responde de manera positiva, porque en realidad el Bartimeo ha deseado lo que Jesús deseaba para él. El ciego descubrió que la oración es más entrar en la voluntad de Jesús que buscar la propia voluntad. Sólo cuando buscamos el ideal de Jesús, su voluntad, entonces deseamos lo que es realmente bueno para nosotros, porque de ordinario si pedimos lo que deseamos en realidad no deseamos lo que debemos. Sólo entrando en la voluntad de Dios descubrimos lo que nos hace crecer, lo que nos humaniza. Jesús le va a revelar algo inmenso al Bartimeo: es tu fe la que te ha salvado. Fe como la seguridad de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve (Cfr Heb 11,1). La fe es un don de Dios paraa todos los seres humanos. Es una fuerza inmensa que anida en nuestro interior que hace capaz de hacer realidad nuestros pensamientos. Puede haber muchos tipos y formas de fe, pero en el Evangelio se pondera un tipo de fe: la fe en Jesucristo, el creer en sus ideales, en su misión, en su actuar, en su vida, en su Alianza nueva. La fe es un camino. Caminando es como se llega ver con el corazón. Creer en Jesucristo no es estar seguro que Él nos dará algo que queremos, sino estar seguro que Él se nos da como Alguien: como Camino, como Verdad y como Vida. La fe en Jesucristo no se queda en milagritos que pretenden cambiar el ritmo de la naturaleza, sino que es el abandono pleno de mi voluntad en su voluntad, es caminar tras Él, lo que significa entrar en el discipulado. Es dejar que su luz ilumine mi oscuridad, y así, para poder ser capaz de ver con nuevos ojos, con nueva luz, la de Cristo. Es innegable que con la fe también se pueden lograr cosas y realidades muy temporales, pero quedarse en ello es simplemente idolatría. La fe verdadera es un éxodo, el éxodo del yo de mi vida al Yo de la vida de Cristo. Es un configurarnos con él, de tal manera que ya no seamos nosotros los que vivamos, sino Él en nosotros (2 Cor 5,15). Sus planes son nuestros planes, sus ideales los nuestros, su misión nuestra misión, y su destino nuestro destino. Recuerda que tú eres un "yo sagrado", que vienes de Dios. No importa como lo llames. Pero esa Fuente está en todos lados. No hay un lugar donde no esté, porque lo crea todo, todo viene de esa Fuente y todo se mantiene en la Fuente: en Dios. Entonces, desde el yo sagrado, descubro que esa Fuente está en mí, pues si no hay lugar donde no esté, debe estar en mí y en los demás. (Mt 25, 31-46). Y advertimos, que en realidad todos somos uno en Dios, en la Fuente. Lo más importante es que entiendas que si te sintonizas con la Fuente, todo lo demás viene sólo. Albert Einstein decía: "Me he dado cuenta que lo más importante es pensar como Dios, lo demás es superfluo". Pero puede que vayamos hacia el atardecer de nuestras vidas con las mismas ideas del amanecer: las ideas del ego: competición, separación. Entonces terminamos viviendo el engaño del ego, porque lo que creíamos como cierto en la mañana se ha vuelto una mentira al atardecer.

16 Empujados por el Espíritu, podemos cumplir nuestro destino, vivir algo dentro de nosotros, un llamado. Nadie te lo puede decir, es algo que está dentro y lo puedes sentir. Este algo te lleva a sentirte realizado, te lleva a un propósito. Tener fe es estar sintonizado con la Fuente, y no se trata solamente de sentirse bien, se trata de una nueva conciencia de mi propia divinidad y de lo que soy capaz de lograr en Él. "Estamos escondidos con Cristo en Dios". (Col 3,3). Todo se trata de volver al lugar de donde saliste. T. S. Eliot dice: "No cesaremos jamás de explorar y el final de todas nuestras exploraciones será el regresar a donde comenzamos y conocer el lugar por primera vez". S. Agustín decía: "Nos hiciste Señor para ti, y nuestra vida está inquieta hasta que descanse en ti". Cuando el ego no se involucra comienzan a suceder cosas maravillosas y la vida se vuelve un milagro grandioso. Te darás cuenta que has estado buscando en tu vida, siempre ha estado ahí, sólo debes verlo. Lo primero debes ser el Reino de Dios y todo lo demás vendrá por añadidura. (Cf. Mt 6,33). Una de las cosas que pasa cuando te mueves alejándote del ego, es que te mueves a partir de una sensación de derecho a una sensación de humildad. Te das cuenta que no tienes derecho a nada, todo es un don. "Y al instante recobró la vista" (52b). La fe ha llevado al ciego Bartimeo a que su corazón (querer ver) vibre en consonancia con el de Jesús (querer que vea). La fe nos hace resonar, vibrar al unísono con el corazón de Jesús, por eso al instante el ciego recobró la vista. En el mismo instante que se deja entrar a Jesús en el corazón, y se le deja reinar, llega la luz a nuestras vidas. Con la luz de Cristo en nosotros, como en el Bartimeo, nuestros ojos interiores quedan capacitados para ver de inmediato con los ojos de Dios. Cuando esto sucede entonces podemos ver claramente y descubrir la presencia de Cristo en cada persona que se acerca y en cada acontecimiento. El ciego de Jericó recobró la vista, había sido iluminado. En el proceso catecumenal equivale a ser bautizado, un iniciado en la fe, uno capacitado para descubrir al Resucitado donde quiera que se esté. "…y le seguía por el camino" (52b). Ahora el ciego Bartimeo, es el iluminado Bartimeo, hijo del Digno, ahora se sabe hijo en el Hijo. El Bartimeo Iluminado por la luz Pascual ha dejado su vida pasada, ha tirado su manto, ha recobrado la vista, comienza a seguir la vida de Cristo, el Camino. Seguir por el camino significa ir configurándose siempre con Cristo. El que sigue el Camino es un fascinado de su Señor, que por atracción llevará a otros a los pies del Maestro. Se ha convertido en un discípulo misionero de Jesucristo, enviado a llamar a otros para que en Cristo tengan vida. Muchas personas, como se ha mencionado, desean los milagros de Cristo, pero no son capaces de entrar en resonancia con los anhelos de Él, otras tantas, en la misma Iglesia, promulgan la búsqueda de un dios de añadiduras, olvidando que el Dios

17 verdadero es el Dios del Reinado, de la soberanía de su vida, de su amor y de su misión en nosotros. Un iluminado es uno que se ha despertado, alguien que puede ver, y es capaz de hacer lo que Él le dice. Muchas veces pretendemos seguir a Jesús por los signos, y le decimos Señor, Señor, pero no hacemos lo que Él nos dice. Ese es el indicativo fundamental de que estamos ciegos. Un cristiano, una cristiana en adultez es aquel, aquella, que encontrándose con Jesucristo que pasa (la Pascua), es capaz de morir a sí mismo, para seguir la voluntad de Dios, y así es capaz de levantarse, de salir al encuentro de la comunidad, de tirar el manto abandonando su antigua vida de error, ceguera y búsqueda de las limosnas del mundo. Es dar un salto, entrando en la Pascua de Cristo, para con Él aprender a ver desde Su óptica, para sentir desde Su corazón, viviendo en el camino, en el seguimiento total de Cristo hasta las últimas consecuencias. El proceso de discipulado que se nos muestra en el ciego de Jericó tiene como fin el mostrarnos el itinerario que se ha de seguir para llegar a la luz pascual. Quien recorra este camino será un renacido Pascual, ascendido con Cristo al Padre, inflamado por Espíritu Santo, el Espíritu del Amor, para vivir trinitariamente en la comunión de los hijos de Dios. Es alguien que ha nacido de nuevo y que ahora ve con los ojos del Padre, juzga la realidad con el corazón del Hijo y actúa en el dinamismo vivificante del amor del Espíritu Santo.

¡SEÑOR, QUE PUEDA VER! En el corazón del ser humano se encuentra el profundo anhelo de la felicidad, un anhelo que se esconde en la profundidad del misterio, delo trascendente. El deseo de felicidad es un deseo de lo eterno, de infinito, de cielo, de Dios. Nada de cuanto ha sido creado lo puede satisfacer, sólo Dios, quien es infinito, puede colmarnos de felicidad porque venimos de Él, somos de Él y vamos hacia Él. En el intento de búsqueda de esa preciada felicidad nos vamos hacia el exterior de nosotros, pretendiendo encontrar en las cosas el preciado anhelo; y entre más nos alejamos de nuestro centro menos encontramos lo que buscamos y más nos hundimos en la oscuridad. Por esta razón el Padre Dios envío a su Hijo para dar vida y felicidad al ser humano (Cfr Jn 3,16): "Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Jesús puede decir: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9), y el Padre: "Este es mi Hijo amado; escúchenlo" (Lc 9,35)" (CIC 516). Cristo viene a traer la luz a nuestro mundo ciego anhelante de felicidad. Sólo Él es capaz de llevarnos de la oscuridad a la luz, y sólo a Él podemos decir desde nuestra sed felicidad y desde nuestra ceguera: "¡Señor, que pueda ver!". Nuestro mundo ciego se debate en el dolor y la desesperanza, y los hombres y mujeres en su sed insaciable de felicidad, ciegos, a oscuras, andan pidiendo limosnas

18 con la esperanza de encontrar la plenitud. Jesucristo, en su palabra, nos trae la respuesta ante tal lamentable situación de los hijos de Dios: "Él trae la luz a todo hombre que viene a este mundo (Cfr Jn 1,9), Él viene a sacarnos de la oscuridad de nuestra ceguera, para que viendo creamos, y creyendo le anunciemos como esperanza segura para toda la humanidad. En el pasaje del ciego de Jericó se nos ofrece todo un itinerario, un proceso a seguir, para poder salir de la oscuridad a la luz, para dejar de ser ciegos y poder vivir como hijos de Dios que somos. Solamente hay dos alternativas en la vida: O nos dejamos sanar por Cristo saliendo de la ceguera que nos consume, o no seguimos a Cristo y vivimos condenado a vivir de las limosnas de la vida. Cada uno decide su camino, porque Dios propone un plan de salvación, más el ser humano dispone el seguirlo o no. ¿Qué decides tú? Ojalá todos podamos decir con el Bartimeo; "¡Señor, que pueda ver!".