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El Vagabundo y la Luna | Cuento infantil Érase una vez un extraño hombrecillo que moraba entre las sombras de una ciudad

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El Vagabundo y la Luna | Cuento infantil Érase una vez un extraño hombrecillo que moraba entre las sombras de una ciudad. Prefería la noche al día, y al alba, se acomodaba sobre los tejados más mullidos de la capital. La gente, que nada de él conocía, acostumbraba a susurrar a su espalda mientras el hombrecillo dormía, ajeno a los demás. – ¡Pobre vagabundo! –se lamentaban los más bondadosos– ¡Qué vida tan desgraciada tendrá! A aquel extraño vecino le acompañaba siempre un gato, lleno de tantas manchas que parecía vestido de lunares, y ¡hasta unas botitas blancas parecía calzar! Poco más poseía aquel hombre, salvo una pequeña flauta que le alegraba las noches, mientras todos dormían y él despertaba. Y sin embargo, era el hombre más rico de la ciudad. Cuando la ciudad dormía todo se tornaba de paz y tranquilidad por las calles y recovecos de aquel lugar. Solo un pequeño hombrecillo y su gato de cien manchas, permanecían en aquel momento con los ojos abiertos. Aquel vagabundo (como le llamaban), hacía entonces sonar su flauta llenando las avenidas de alegría, color y magia. Sentado a los pies de la mismísima luna, cada noche silbaba el músico al viento todas las melodías que recordaba. – ¡Qué dichoso y afortunado me siento aquí sentado! – comentaba a menudo el músico acariciando a su curioso y pintoresco gato. Arropadito por un buen manto de estrellas, tocaba y tocaba sin darse cuenta la noche entera, y cuando todos comenzaban a despertar volvía junto a su gato a buscar tejados mullidos donde poder reposar. Así una y otra vez hasta que acabase el día, y la noche y la música tuviesen de nuevo lugar. El niño y los clavos

En una pequeña aldea alejada de la ciudad, vivía un niño que se caracterizaba por tener muy mal carácter. No le gustaba ser amable y casi siempre se portaba muy grosero con todos sus padres y con sus amigos. Un día su padre le pasó

una bolsa llena de clavos y le dijo que cada vez que se sintiera enojado clavara uno detrás de la casa en la cerca. El primer día el niño clavó 37 clavos sobre la cerca, al día siguiente clavó menos y cada día clavaba menos porque se daba cuenta que era mejor controlar su mal genio que seguir con la tarea de clavar los clavos. Finalmente llegó el día en que el niño no tuvo que clavar ni un solo clavo en la cerca, por fin había controlado su mal genio y se sentía más feliz. Llevó la bolsa con clavos a su padre y le dijo que ya no los necesitaba porque sentía que ya no tenía un mal carácter. Su padre lo felicitó y luego le sugirió que cada vez que controlara su mal genio, sacara un clavo de la cerca en representación de que ya se sentía mejor. El niño muy contento cada día sacaba más de 20 clavos hasta que en menos de una semana logró quitarlos todos. Al terminar de sacar los clavos corrió donde su padre para contarle y después de felicitarlo, su padre le dijo: – Mira, hijo, has trabajo duro para clavar y quitar los clavos de esta cerca, pero fíjate en todos los agujeros que quedaron en la cerca. Jamás será la misma. Con eso te quiero enseñar que cuando haces o dices las cosas con mal carácter, dejas una cicatriz, como estos agujeros en la cerca. No importará si pides perdón o te esfuerzas por arreglarlo, la herida siempre estará allí y tendrá una marca sin importar si es una herida verbal. Por eso tienes que valorar a tus amigos, a tus padres y a todos los que quieren tu bienestar. Ellos van a querer hacerte feliz, serán amables contigo, te apoyarán y buscarán siempre que estés rodeado de cosas buenas. El niño ese día aprendió una gran lección y desde entonces dejó a un lado su mal carácter. Empezó a ser más amable y también encontró la felicidad. LA FALSA APARIENCIA

Un día, por encargo de su abuelita, Adela fue al bosque en busca de setas para la comida. Encontró unas muy bellas, grandes y de hermosos colores llenó con ellas su cestillo.

-Mira abuelita -dijo al llegar a casa-, he traído las más hermosas... ¡mira qué bonito es su color escarlata! Había otras más arrugadas, pero las he dejado. -Hija mía -repuso la ancianaEsas arrugadas son las que yo siempre he recogido. Te has dejado guiar por las y apariencias engañosas y has traído a casa hongos que contienen veneno. Si los comiéramos, enfermaríamos; quizás algo peor... Adela comprendió entonces que no debía dejarse guiar por el bello aspecto de las cosas, que a veces ocultan un mal desconocido.

SECRETO A VOCES

Gretel, la hija del Alcalde, era muy curiosa. Quería saberlo todo, pero no sabía guardar un secreto.

-Qué hablabas con el Gobernador? -le preguntó a su padre, después de observar una larga conversación entre los dos hombres. -Estábamos tratando del gran reloj que mañana, a las doce, vamos a colocar en el Ayuntamiento. Pero es un secreto y no debes divulgarlo.

Gretel prometió callar, pero a las doce del día siguiente estaba en la plaza con todas sus compañeras de la escuela para ver colocar el reloj en el ayuntamiento.

¡Ay!, el tal reloj no existía. El Alcalde quiso dar una lección a su hija y en verdad que fue dura, pues las niñas del pueblo estuvieron mofándose de ella durante varios años. Eso sí, le sirvió para saber callar a tiempo.

PIEL DE OSO

Un joven soldado que atravesaba un bosque, fue a encontrarse con un mago. Este le dijo:

-Si eres valiente, dispara contra el oso que está a tu espalda.

El joven disparó el arma y la piel del oso cayó al suelo. Este desapareció entre los árboles.

-Si llevas esa piel durante tres años seguidos -le dijo el mago- te daré una bolsa de monedas de

oro que nunca quedará vacía. ¿Qué decides?

El joven se mostró de acuerdo. Disfrazado de oso y con dinero abundante, empezó a recorrer el mundo. De todas partes le echaban a pedradas. Sólo Ilse, la hermosa hija de un posadero, se apiadó de él y le dio de comer.

-Eres bella y buena, ¿quieres ser mi prometida? -dijo él. -Sí, porque me necesitas, ya que no puedes valerte por ti mismo -repuso llse.

El soldado, enamorado de la joven, deseaba que el tiempo pasase pronto para librarse de su disfraz. Transcurridos los tres años, fue en busca del mago.

-Veo que has cumplido tu promesa -dijo éste-. Yo también cumpliré la mía. Quédate con la bolsa de oro, que nunca se vaciará y sé feliz. En todo aquel tiempo, llse lloraba con desconsuelo. -Mi novio se ha ido y no sé dónde está. -Eres tonta -le decía la gente-; siendo tan hermosa, encontrarás otro novio mejor. -Sólo me casaré con "Piel de Oso" -respondía ella.

Entonces apareció un apuesto soldado y pidió al posadero la mano de su hija. Como la muchacha se negara a aceptarle, él dijo sonriente:

-¿No te dice el corazón que "Piel de Oso" soy yo? Se casaron y no sólo ellos fueron felices sino que, con su generosidad, hicieron también dichosos a los pobres de la ciudad.

El pescador que no compartía su pescado Érase una vez un popular río que estaba prácticamente entero lleno de peces de todo tipo de especies. En aquel río, pescaban una gran cantidad de pescadores y resultaban increíblemente amables entre ellos, e incluso compartían sus capturas con el resto de compañeros. Sin embargo, no

todos

los

pescadores

eran

precisamente

gentiles

con

los

demás.

Había un pescador que era realmente tacaño y prácticamente la totalidad de las capturas que conseguía, prefería quedárselas para él mismo, en lugar de compartirlas con otros pescadores que por ejemplo, tenían una familia mucho más numerosa que la suya, ya que él vivía solo en una casa de gran tamaño. Una tarde de domingo, mientras el resto de vecinos dormían y el pescador que se quedaba todos los peces para él se encontraba pescando, pasó por el lugar un hada que le realizó una petición para conocer el grado de amabilidad que tenía. El hada, invitó al pescador a ser un poco más amable con el resto de pescadores, avisándole que prontonecesitaría la ayuda de unos cuantos de ellos para afrontar ciertas dificultades y que, lo mejor que podía hacer en aquellas circunstancias, era empezar a cosechar amigos a los que acudir.

Aquel pescador, simplemente hizo caso omiso de las recomendaciones del hada y rechazó rotundamente la propuesta del hada. Unos días más tarde, cuando se encontraba solo en casa, la cocina dejó de funcionar y no podía cocinar el pescado como normalmente hacía, por lo que tuvo que acudir a un vecino para solicitar su ayuda pero éste, no respondió a sus demandas. A partir de aquel instante, el pescador recordó los consejos del hada, que tiempo atrás le había pedido que fuese más amable con otros pescadores que encontrase a su paso, compartiese los trucos que utilizaba para pescar e incluso algunas de las capturas que conseguía, pero él, no hizo caso alguno y prefirió conseguir el máximo pescado posible.

El pescador comprendió que debía cambiar su actitud, ser más amable y hacer las cosas sin esperar nada a cambio, pero ya era demasiado tarde porque perdió su cocina y tuvo que comprar una nueva quedando en graves dificultades económicas por tal desembolso inesperado. Moraleja Comparte con los demás de manera altruista y no solamente conseguirás la gratitud, sino que es posible que cuando necesites ayuda, otras personas que ayudaste estén ahí para ti, sin pedirte nada a cambio de dicha ayuda.