Cuadernillo 2020 de Literatura - 4to 5ta

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Como todos los años, desde la escuela les proponemos que realicen un plan personal de lectura anual. Este consiste en una selección de tres libros y de una película basada en alguna novela que conozcas. La decisión de qué textos abordar es de ustedes y tiene como únicas condiciones: A) Debe tratarse de un texto literario que sepan o crean que les puede llegar a gustar B) No puede ser una obra adaptada C) No puede tratarse de una relectura de un material al que ya hayan accedido en años anteriores en el marco de las lecturas obligatorias de Lengua y Literatura ni de volúmenes que ya hayan empleado en otros proyectos anuales de lectura D) Tienen que leer el texto escogido Esta experiencia de lectura se acredita a mediados de cada uno de los tres trimestres mediante una RESEÑA escrita auténticamente por ustedes (es decir, no copiando y pegando información de la web). En caso de plagio, la calificación de la reseña será de 1 (un) punto y no se habilitará instancia de recuperatorio. Cada reseña deberá procurar ser un escrito coherente y cohesivo basado en la propia experiencia como lector de un libro literario elegido por interés personal. Para ello, pueden considerar alguno de los títulos sugeridos por el docente, pedir orientación en biblioteca, realizar una búsqueda en internet, pedir una sugerencia a algún conocido o tomar algún libro al que tengan acceso pero que no hayas leído con anterioridad. Su texto deberá estar escrito de corrido (sin ítems ni subtítulos) y los siguientes puntos deberán estar presentes: datos del libro (autor, editorial, cantidad de páginas, año y año original, lugar de edición, autor, nacionalidad, lengua original), reflexión sobre la relación del título con la historia narrada en el libro (¿es pertinente? ¿te gustó?), trama (¿de qué trata el libro?, ¿podés contar qué acciones se suceden en él y cómo termina?, ¿hay algún segmento o episodio que te haya llamado la atención?), verosimilitud (¿en qué medida el texto respeta o se aparta de las convenciones del género?, ¿es creíble el carácter de los personajes en función de sus circunstancias y acciones?), evaluación personal (¿te gusto o no? ¿por qué? ¿a quién se lo recomendarías?). Además, si hay película basada en la obra, podés mirarla y compararla con el libro. Circunstancialmente, una de las cuatro reseñas podrá realizarse en forma de video, respetando las pautas sugeridas en clase para tal fin. Es importante que tengan en cuenta que el lector modelo al que deben dirigir su palabra es alguien que idealmente no conoce el libro al que ustedes han tenido acceso y que debe ser capaz de evaluar, en función de su texto, si vale o no la pena leerlo. No se trata de un control de lectura, sino de un ejercicio de escritura. Algunas lecturas posibles sugeridas:         

1984 (Orwell) [Novela distópica] Acá el tiempo es otra cosa (Downey) [Cuentos argentinos] Antígona (Sófocles) [Tragedia griega] Aristóteles y Dante descubren los secretos del universo (Saenz) [Novela estadounidense] Asesinato en el Orient Express (Christie) [Policial] Beya (Cabezón Cámara) Bodas de sangre (García Lorca) [Teatro] Catedral (Carver) [Cuentos estadounidenses] Ciega a citas (Aguirre) [Novela con formato de blog]

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Cuentos de la oficina (Mariani) [Literatura realista argentina] Después del fuego / La feroz belleza del mundo (Núñez) [Narrativa rosarina] Diez negritos (Christie) [Policial] Edipo rey (Sófocles) [Tragedia griega] El ciudadano de la galaxia (Heinlein) [Ciencia ficción] El cuento de la criada (Atwood) [Novela distópica / ciencia ficción] El desorden de tu nombre (Millás) [Novela española] El eternauta (Oesterheld y Solano López) [Comic argentino] El extranjero (Albert Camus) [Literatura francesa] El extraño caso del Dr. Jekylly y Mr. Hyde (Stevenson) [Nouvelle gótica] El hombre de arena y otros cuentos (Hoffmann) [Relato de terror gótico] El hombre que quería recordar (Andrea Ferrari) [Suspenso] El jardín de los cerezos (Chéjov) [Teatro ruso] El juego de Ender (Scott) [Ciencia ficción] El juguete rabioso (Arlt) [Novela argentina] El lazarillo de Tormes (Anónimo) [Novela picaresca] El médico a palos (Moliere) El misterio de cuarto amarillo (Leroux) [Novela policial] El perjurio de la nieve (Bioy Casares) [Relato fantástico] El proceso (Kafka) [Novela alemana / absurdo / distopía] El resplandor (Stephen King) [Novela estadounidense de terror] El retrato de Dorian Grey (Wilde) El señor de las moscas (Golding) [Novela alegórica] El silmarillion / El señor de los anillos: la comunidad del anillo (Tolkien) [Fantasía épica] El sueño (Aira) [Novela argentina] El trueno entre las hojas (Roa Bastos) [Cuentos paraguayos] El vizconde demediado (Calvino) [Literatura fantástica] Eleba sabe (Piñeiro) [Nouvelle argentina] En la hierba alta (King) [Novela de terror estadounidense] Épica urbana (Juan Solá) Esperando a Godot (Beckett) [Teatro del absurdo] Fahrenheit 451 (Bradbury) [Ciencia ficción] Ficciones (Borges) [Cuentos argentinos] Frankenstein o el moderno prometeo (Shelley) [Novela gótica inglesa/ ciencia ficción] Juego de tronos (Martin) [Fantasía épica] Kentukis (Schweblin) [Ciencia ficción] La casa de los eucaliptos (Lamberti) [Cuento argentino] La casa endiablada (Holmberg) / La bolsa de Huesos (Holmberg) [Nouvelles argentinas] La Chaco (Solá) [Novela argentina] La dama de las camelias (Dumas) [Novela rosa] La dama del lago (Chandler) [Novela policial La guerra de las mariconas (Copi) [Novela] La lección (Ionesco) [Teatro del absurdo] La liga de los pelirrojos (Doyle) [Policial] La máquina se detiene (Forster) [Relato de ciencia ficción] La metamorfosis (Kafka) [Narrativa alemana] La nona (Cossa) [Teatro / Grotesco criollo] La virgen cabeza (Cabezón Cámara)

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La zapatera prodigiosa (García Lorca) [Teatro español] Laberinto de muerte (Dick) [Ciencia ficción] Ladrilleros (Almada) Las fuerzas extrañas (Lugones) [Cuentos argentinos de fantasía y ciencia ficción] Las lagunas (Conti) [Novela polical rosarina] Las malas (Camila Sosa Villada) Lisístrata (Aristófanes) [Comedia griega] Los bordes del cielo (Rossi) [Policial rosarino] Los días felices (Beckett) [Teatro del absurdo] Los siete locos (Arlt) [Novela argentina] Macbeth / La tempestad / Sueño de una noche de verano (Shakespeare) [Teatro inglés] Madam Bovary (Flaubert) [Novela realista francesa] Madre coraje (Brecht) [Teatro épico] Mala noche y parir hembra (Gorodischer) [Cuentos rosarinos] Maus: historia de un sobreviviente (Spiegelman) [Comic] Mi planta de naranja lima (Vasconcelos) [Novela brasileña] Milton (Díaz) [thriller psicológico rosarino] Muchacha punk (Fogwill) [Cuento argentino] Niebla (Unamuno) [Novela española de metaficción] Nueve cuentos (Salinger) [Cuentos estadounidenses] Otra vuelta de tuerca (James) [Cuento de fantasmas] Pájaros en la boca (Schweblin) [Cuentos argentinos] Prohibido suicidarse en primavera (Casona) [Teatro] Qué nos hace humanos (Jeff Garvin) [Novela estadounidense contemporánea sobre género fluido] Rebelión en la granja (Orwell) [Fábula satírica] Robinson Crusoe (Defoe) [Novela de aventuras] Rosaura a las diez (Denevi) [Novela policial argentina] Tiempo desarticulado (Dick) [Ciencia ficción] Tiniebals (Castelnuovo) [Literatura realista argentina] Vathek: cuento árabe (Beckford) [Novela gótica inglesa] Yo robot (Asimov) [Cuentos de Ciencia Ficción]

PARTES DE UNA RESEÑA



Ficha técnica o referencia bibliográfica: título; autor; si es traducción, título original y traductor; lugar de edición; editorial; año de publicación; cantidad de páginas; precio.



Fotografía de la tapa.



Contextualización: información acerca del autor y sobre el libro (p.ej.: qué lugar ocupa el libro en la obra del autor; si se trata de un volumen reeditado por algún motivo y el año original del texto; datos sobre la serie o colección en la que se inscribe; relación con el contexto histórico –si la hubiere–; género literario o movimiento en el que se inscribe; cualquier dato de importancia para el lector que no se encuentre explícitamente en el texto leído.



Resumen: recapitulación de la trama, presentación de los personajes, aspectos de técnica narrativa que se consideren relevantes para el lector.



Evaluación: juicio crítico en el que se destaquen aspectos más logrados y otros menos logrados, apreciaciones sobre el estilo y la originalidad del texto y una recomendación sobre el público que puede o no estar interesado en esta lectura o a quién se estima que resultará de utilidad.



Nombre del reseñador.

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BLOQUE I Variaciones del heroísmo en la literatura ¿Cuándo hablamos de héroes? ¿Qué tienen en común un prócer, un bombero, Spiderman, los Power Rangers, Bill Gates, Steve Jobs y personajes mitológicos como Hércules? ¿Por qué resulta más sencillo enumerar “héroes” que “heroínas”? ¿Por qué la heroína más conocida es la diacetilmorfina o diamorfina? ¿Qué diferencia hay entre un héroe y un superhéroe? ¿Son necesarios los héroes? ¿Qué se entiende por “héroe cotidiano”? ¿Existen los “héroes de guerra”?

Héroes épicos . El concepto de héroe remite a una clase de personaje ficcional caracterizado por encarnar un modelo de lo que una sociedad en un momento dado considera como paradigma de la virtud, ya sea porque se trata de alguien superior al resto de las personas o porque ha sido capaz de aprender de sus errores. Se trata, entonces, de una vida singular exhibida para ser contemplada, admirada e imitada en cuanto resulta humanamente posible, siguiendo sus aciertos y evadiendo sus yerros. El tópico del héroe constituye un fuerte vector en la literatura a lo largo de los siglos, manifestándose en los géneros más diversos a lo largo de la historia de los textos de ficción, con modulaciones propias a cada época y entramados ideológicos específicos a cada coyuntura histórica: de Aquiles y Odiseo (entre los siglos VI y VIII a.C.) hasta los héroes de comic de DC y Marvel (desde la década del treinta del siglo XX), pasando por hitos puestos de relieve en los manuales de literatura como el romano Eneas (siglo I d.C.), Heracles (también conocido como Hércules), el Cid Campeador de la España medieval (c. 1200 d.C.) y Don Quijote de la Macha como quiebre hacia la modernidad (1605 d.C.), Beowulf (c. siglo VIII/XII d.C.) y el rey Arturo (c. siglo XII d.C.) en Inglaterra, Rolando en la tradición francesa (c. siglo XI/XII d.C.), Sigfrido en el poema épico alemán El cantar de los Nibelungos (c. siglo XIII), y –de acuerdo con algunos críticos– Martín Fierro en suelo argentino (1872), el Zorro (1957-1959) o Mulán (1998) de Disney, entre muchos otros. Los héroes míticos exaltados en la literatura clásica de la cultura griega y romana se caracterizaban por ser semidioses (hijos de un dios y un mortal) o seres destacados de la sociedad, cuyo valor o ingenio les permiten sortear obstáculos insondables para otras personas. Así, por ejemplo, Odiseo, advertido por una hechicera de que las sirenas empelaban su canto para atraer a los marineros a la muerte, salva su vida y la de la tripulación que lo acompaña en el barco al colocarle tapones de cera en los oídos a los remeros y pedir que le aten al mástil. En otra aventura, Odiseo se libra del cíclope Polifemo, que los había atrapado a él y a su compañía en una cueva con el fin de devorarlos. El plan consistió en ofrecer al monstruo un vino muy fuerte para que cayera dormido, no sin antes decirle que su nombre era “Nadie”. Así, cuando Polifemo cayó en un estado de sopor, los hombres le atravesaron su único ojo con una lanza, dejándolo ciego. Los otros cíclopes de la isla preguntaron qué le sucedía, a lo cual el gigante clamó entre gritos de dolor que “Nadie me ha lastimado”, situación tan ridícula que hizo que lo dieran por loco y se alejaran de sus tierras para librarlo a la suerte de los dioses. Luego, aprovechando su ceguera, Odiseo y sus compañeros se ataron al vientre de las ovejas de Polifemo y esperaron a que este las dejase salir a pastar para huir. El gigante palpó a los animales por encima, para asegurarse de que nadie las montaba, pero no las revisó por abajo, por lo cual fue finalmente burlado por el héroe, quedando ciego, abandonado por sus pares y sin alimento. Otros héroes cuentan con una ventaja física sobrehumana, como es el caso de Aquiles, quien de niño fuera sumergido en las aguas mágicas del río Estigia y en consecuencia resultaba absolutamente invulnerable a cualquier embestida. Sin embargo, todos los héroes presentan algún punto débil, ya en su moral ya en su cuerpo. Así, es célebremente conocido el hecho de que Aquiles muere como resultado de una flecha de Paris en medio de la guerra de Troya, proyectil que impacta en la única parte del cuerpo desde la que su madre lo había sostenido y que no había, por tanto, tocado el agua milagrosa: su tobillo.

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El carácter presuntamente universal de los héroes míticos –en el sentido de que se presentan en culturas dispersas, varias de ellas sin contacto alguno, manifestando una estructura y función similar– ha conducido a algunos teóricos como al estadounidense Joseph Cambell a inferir que es posible destilar una suerte de “monomito” como matriz subyacente a las heterogéneas manifestaciones de las narraciones heroicas conocidas y por conocer. Dicho de otro modo, es como si las distintas culturas humanas se contaran a sí mismas una y otra vez la misma historia, solo que trocando el nombre de los personajes y sus circunstancias, pero forzándolo a seguir un mismo destino circular que lo lleva de un mundo conocido (el de su vida cotidiana) hacia uno desconocido y amenazante (donde transcurren las aventuras que lo pondrán a prueba en una travesía tras la cual ya no será el mismo que era antes), para finalmente volver transformado a su punto de origen, donde, en embargo, ya no puede recobrar la vida que llevaba antes de convertirse en un héroe. Un esquema complejizado que sintetice la propuesta de Campbell podría ser el que se encuentra aquí a la derecha. Asimismo, una síntesis audiovisual se encuentra disponible en el canal de YouTube de TED Ed, con subtítulos en español.

TED Ed | ¿Qué hace a un héroe? - Matthew Winkler

https://youtu.be/Hhk4N9A0oCA Tanto en la Antigüedad como en el Medioevo, la noticia de la vida y obra de los héroes épicos circulaba de boca en boca en la recitación de poemas que, con el tiempo, serían finalmente fijados por escrito. Su materia prima mixturaba hechos históricos de tiempos distantes y mitos propios de la religiosidad de la comunidad en la que se gestaban, enriquecidos por las sucesivas modificaciones que se introducían en cada nueva recitación hasta finalmente ser fijados por escrito por un poeta. Solo en la Modernidad se comienzan a fabricar héroes netamente ficcionales asociados al nombre de un autor o equipo creador conocido y con fines esencialmente recreativos. ACTIVIDADES PROPUESTAS

A. Tomen cualquier película de fantasía épica y releven los momentos señalados en el monomito de Campbell. B. Reflexionen sobre cuáles son los valores o cualidades ejemplares que se intentan retratar en el accionar del héroe. C. Identifiquen, en lo posible, estereotipos de género, clase y raza asociados a la figura del héroe analizada.

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Odisea . Te pido, ¡oh Musa!, háblame de aquel hombre ingenioso, quien luego de asolar la ciudad de Troya visitó otras muchas, conociendo el espíritu de los hombres; de aquel que sobre los mares pasó tantas fatigas, luchando para sobrevivir y repatriar a sus gentes. Mas ni a pesar de todas ellas pudo realiza su propósito de salvarlos, si bien debieron la muerte a su propia necedad, pues alocados devoraron los bueyes del Sol, haciendo que el hijo del altísimo les impidiera para siempre el regreso a la patria. Ven, hija de Zeus, a contarnos algunas de sus hazañas. La Odisea es el nombre de un poema épico atribuido al rapsoda ciego de nombre Homero – cuya existencia ha sido frecuentemente puesta en duda–. Compuesta por doce mil versos que conforman veinticuatro cantos, la historia es una secuela de otro poema épico célebre, la Ilíada, cuyo argumento gira en torno a un episodio de la guerra de Troya, un conflicto bélico dilatado a lo largo de diez años, cuya causa fue el rapto de Helena de Esparta por parte del príncipe Paris de Troya. Tras la caída de la ciudad, cada uno de los héroes aqueos aliados retorna a su respectivo hogar. Sin embargo, ni bien comienza la Odisea, nos enteramos de que han pasado diez años y que Odiseo no ha regresado aún a su isla natal, Ítaca, y que su familia aún aguarda su retorno, aunque asediada por huéspedes que pretenden obtener la mano de la reina Penélope y así acceder al trono. Al comienzo del poema, una asamblea de dioses olímpicos decide intervenir y así Atenea –deidad de la sabiduría y de la guerra– se disfraza e insta al hijo de Odiseo, Telémaco, a abandonar Ítaca en busca de noticias de su padre. Esto los conduce a ambos a Esparta, donde es recibido por el rey Menelao y por la recientemente recobrada Helena. De este modo llegan a enterarse que Odiseo ha quedado atrapado en una isla remota a la merced de la ninfa Calipso, quien se rehúsa a dejarle ir. En una nueva asamblea de dioses, Atenea insta a Hermes que auxilie a Odiseo. Allí la voluntad del héroe es puesta a prueba, ya que Circe le ofrece inmortalidad si se queda en la isla, pero este la rechaza y huye rumbo a su hogar. La fortuna dura poco, pues el dios de los mares, Poseidón, hunde su embarcación en venganza por una aventura anterior en la que Odiseo había derrotado a uno de sus hijos. Náufragos, Odiseo y sus compañeros llegan a las playas de Esqueria, donde son rescatados por la princesa Nausícaa. Ya en el palacio del padre de esta, el rey Alcínoo, Odiseo es invitado a un banquete en el que se le pide que de a conocer las desventuras que le han sucedido desde su partida de Torya, lo cual desencadena una narración retrospectiva que abarca distintos episodios de su viaje; entre ellos: su encuentro con los cicones; la amnesia producida por el consumo de la flor de loto que les hizo olvidar sus hogares; la huida de la isla de los cíclopes, que le valió la enemistad de Poseidón al cegar a Polifemo; el encuentro con los gigantes antropófagos; el año transcurrido captivo en la isla de Circe, la hechicera; el descenso al Hades para consultar a Tiresias el profeta y saber si finalmente era su destino regresar a su hogar; el cruce por el territorio de las temibles y monstruosas sirenas; y finalmente el encuentro con el ganado del dios Helios que desata la cólera divina de Zeus, quien destruye con su rayo la embarcación y da muerte a toda la tripulación, dejando a Odiseo, único sobreviviente, naufrago en la isla de Calipso, donde queda atrapado por siete años hasta el momento el que comienza la narración de los hechos del canto I de Odisea. Concluida esta narración, Odiseo finalmente se despide de Alcínoo y retorna disfrazado a su tierra natal para hacer frente a los pretendientes que han invadido su hogar y reencontrarse finalmente, tras veinte años, con su esposa y su hijo. Más allá del argumento de la obra, cabe que puntualicemos aquí algunas precisiones osbre su modo de transmisión antes de que deviniera en el texto que se ha conservado y que conocemos. Como los poemas épicos no eran textos escritos para ser leídos sino poemas vivos depositados en la memoria del aedo o rapsoda para ser recitado, era necesario contar con recursos mnemotécnicos que ayudaran a no perder el hilo de la narración. Una vez escrito, el poema conservó esas marcas: digresiones (narración de acciones paralelas que interrumpen la narración principal), anticipaciones (adelanto de hechos que serán narrados luego), epítetos que acompañan los nombres de los personajes (p.ej. Aquiles el de los pies ligeros, Atenea la de los ojos brillantes, el ingenioso Odiseo, etc.), enumeraciones (p.ej. el célebre pasaje del canto II de Ilíada en el que se desarrolla el catálogo de las naves de los aqueos en el sitio a Troya), descripciones de escenas típicas (p.ej. banquetes, sacrificios, aristeia), el empleo de un tipo de verso particular (denominado “hexámetro dactílico”, compuesto por seis pies de una sílaba larga y dos breve cada uno). Prof. Gastón Daix

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TED Ed | Todo lo que necesitas saber para leer la “Odisea” de Homero – Jill Dash

https://youtu.be/8Z9FQxcCAZ0 ACTIVIDADES PROPUESTAS

A. La Ilíada comienza con una invocación al igual que Odisea: “Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquileo; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades a muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves […]”. Averigüen qué motivaba el enojo del héroes y que acciones tomó en consecuencia. B. En Ítaca, Penélope aguarda la llegada de su esposo, Odiseo (también conocido como Ulises), a quien no ve desde hace veinte años. Se pasa el día tejiendo un sudario que desteje por la noche. Averigüen por qué hace esto y escriban una breve narración en primera persona en la que se cuenten los acontecimientos desde la perspectiva de este personaje. C. Discutan entre ustedes el lugar de la mujer en Odisea. Para ello, deben tener en cuenta a Penélope, pero pueden considerar también a otros personajes como las sirenas o Circe. D. Analicen la intertextualidad de la versión paródica del historietista rosarino Fontanarrosa. Presten atención, para ello, a qué recursos se emplean para lograr un efecto humorístico, que otras referencias se encuentran implícitas en los diálogos y qué estereotipos de género propios de la modernidad (y no de la Grecia clásica) vehiculizan. ¿Sabías que en el habla cotidiana muchas personas dicen que determinada experiencia fue “una odisea” para referir a que se trató de una circunstancia difícil de atravesar? No es el único caso en español. La Prof. Daniela Antúnez estudió y documentó una serie de expresiones similares en las que los hablantes hacen un uso no necesariamente consciente de referencias a la cultura griega. Podés leer un fragmento en la sección off the record (más abajo).

L OS CLÁSICOS SEGÚN F ONTANARROSA

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Héroes y Política . Los héroes representaban valores de la época asociados al mundo de la guerra (p.ej. el valor, la fuerza, la honra) y al respeto por los dioses (aunque a menudo su suerte se encuentre teñida por tensiones con los designios de algún dios en particular del que no gozan favores) y alcanzan la gloria al conquistar una muerte memorable, preferentemente a edad temprana, en medio de alguna de sus aventuras, tras haber pasado la suficiente cantidad de pruebas como para demostrar su valía y pasar a la inmortalidad de la memoria colectiva. En tal sentido, los héroes han funcionado como modelos reguladores de la conducta y como recurso de identificación entre los miembros de una misma comunidad o nación, que se reconocen descendientes de cierta tradición cultural a partir de determinados mitos de origen. La Eneida, por ejemplo, es un relato épico deliberadamente escrita por el poeta Virgilio por encargo de Augusto, el primer emperador romano, a los fines de consolidar un ideal de supremacía y de origen divino de los latinos y del régimen político expansionista que él mismo propiciaba políticamente. Desde esa lógica, habría sido un designio de los dioses establecer que el destino de Roma era la de constituir un “imperium sine fine”, lo cual justificaba ideológicamente las campañas militares en aras de conquistar y anexar nuevos territorios. Desde luego, este no es el único caso en la ficcionalización de un héroe sirve desde su origen a fines propagandísticos ni hace falta para ello remontarse dos mil años en nuestra historia. En tal sentido, un ejemplo evidente de ello durante el siglo pasado ha sido Capitán América, el héroe del comic estadounidense homónimo caracterizado por poseer una enorme fuerza inducida gracias a un suero militar, fortaleza que solo es comparable con su vigoroso sentido patriota que lo hace poner al servicio del gobierno no solo su cuerpo sino también su destacada habilidad táctica y de liderazgo. Este personaje –en consonancia con la mayoría de los superhéroes imaginados en el siglo XX– posee una doble identidad, resguardada mediante un traje especial que emplea cuando es requerido en el campo para entrar en acción y que oculta la totalidad de su cuerpo, a excepción de una porción de su rostro. El diseño distintivo de este atuendo se ancla en la apelación a la simbología de la bandera de su país: color predominantemente azul con rayas intercaladas blancas y rojas y estrellas color blanco. Su misión original es la defensa de su nación de los embates terroristas del nazismo; sin embargo, el fin de la Segunda Guerra Mundial no supuso su fin, sino un relanzamiento bajo el epíteto de “el aplasta comunistas” durante el periodo denominado Guerra Prof. Gastón Daix

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Fría. La idealización de los Estados Unidos como tierra de libertad y justicia en una suerte de utopía democrática, la romantización del ejército (incluso en un contexto en el que este es capaz de realizar experimentos químicos sobre un soldado para convertirlo en una máquina de guerra), la obediencia y el respeto a los mayores (en rango, pero también en edad), y la defensa de la patria como deber supremo de todo ciudadano constituyen la constelación de una ideología nacionalista fuertemente arraigada en la justificación de las acciones militares que permitirían a Estados Unidos consagrarse como potencia mundial a lo largo del siglo XX (entre ellas, su afán de intervenir de forma directa o indirecta en la política de otros países). Si nos desplazamos a suelo argentino, prontamente emerge la figura de Martín Fierro como héroe nacional. Vale señalar al respecto que este personaje fue el protagonista del poema gauchesco escrito por el político militar José Hernández en 1872 con la intención de incidir en la política local, específicamente en contra de la figura de Sarmiento, partidario de un ideal unitario centralista que elevaba a Buenos Aires por sobre la autonomía de las provincias y de la aplicación de la denominada Ley de Vagos y Mal Entretenidos, que disponía el reclutamiento colectivo para la defensa del territorio en la frontera con los denominados “indios”. De todos modos, Martín Fierro reviste luces y sombras que lo hacen diferir en mucho de los héroes que hemos analizados hasta aquí: si bien es víctima de las circunstancias que lo llevan a ser puesto a prueba en la frontera y a perderlo todo (su mujer, sus hijos, su rancho, el ganado, el trabajo), su respuesta ante la injusticia sufrida es el rechazo la defección. Deserta del ejército, reniega de las injusticias del Estado y se deja llevar por la rabia y los prejuicios, cometiendo asesinatos sobre desconocidos en estado de ebriedad y masacrando a la partida que asiste a su captura, para finalmente huir en busca de asilo con quien se considera el enemigo público de la nación: el indio. Lo hace sin procurar saber qué fue efectivamente de la suerte de sus hijos y de su esposa, aunque luego todas estas actitudes se vean parcialmente justificadas, maquilladas y resignificadas en la segunda parte del poema, publicado en 1879 en circunstancias muy diferentes, tanto para la política nacional como para su autor, que en ese momento había pasado de estar proscripto a desempeñarse como representante en la cámara de Diputados de la Nación. Pero incluso en la denominada “Vuelta” de Martín Fierro es posible leer el doblez y las contradicciones entre lo que el gaucho profesa y las acciones que realiza en clave de hipocresía. Al fin y al cabo, vale recordar que el duelo con el hermano del moreno que había asesinado en la primera parte, si bien se resuelve con una payada y no con un combate de cuchillos, está fuertemente atravesada por comentarios racistas que no escalan a la violencia física solo porque sus hijos lo instan a huir. Luego de ello, sobrevienen sus consejos moralizantes, cada uno de los cuales es un contrapunto de sus acciones pasadas y futuras. Así, por ejemplo, tras exaltar la supremacía de la unión familiar, manda que cada uno de sus hijos cambie de nombre y siga por un camino diferente, huyendo de la justicia del Estado que no olvida sus delitos. Y sin embargo, a pesar de todo esto, aunque no haya dioses que asistan ni un protagonista con superioridad física o moral, gracias a las conferencias dictadas por Leopoldo Lugones entre 1913 y 1916 (compiladas en el volumen El payador) y a la Historia de la Literatura Argentina (1917) de Ricardo Rojas, titular desde 1913 de la primera cátedra de Literatura Argentina, logra imponerse con una fuerte arbitrariedad en el discurso colectivo y en los planes de estudios de la escuela la idea de que El Gaucho Martín Fierro se eleva como epopeya nacional, a semejanza de los grandes poemas épicos medievales del cantar de gesta (como El cantar de los Nibelungos o El cantar de Rolando) y de los poemas homéricos (Ilíada y Odisea). Cabe señalar que esta operación de canonización del texto de Hernández respondía a los intereses propios de la elite gobernante durante el centenario de la Revolución de Mayo, en una coyuntura en la que la literatura se materializa como un medio ideológico para, a través de la escuela, garantizar la homogenización nacionalista de una población fuertemente incrementada en número y diversificada culturalmente por el influjo masivo de las olas inmigratorias recientemente recibidas. Es decir, la reivindicación del ideal que superpone unívocamente un Estado, una Nación, una Lengua y una Tradición como proyecto político halló conveniente la propaganda de ciertos valores puestos en boca de un héroe que a pesar de las injusticias padecidas aconseja trabajar duro, cuidar a los ancianos, ser solidario con los que tienen menos que uno, anteponer el núcleo familiar al resto, evitar los vicios como el alcohol en exceso, no matar (salvo que sea en defensa de la Patria), ser fiel a la esposa, ser prudente y no pícaro o engreído, confiar en Dios, no ser cobarde ni codicioso, etc. Prof. Gastón Daix

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Otro caso de figuración heroica frecuentemente revisitada en nuestra cultura nacional reciente es la del Eternauta, protagonista de la historieta homónima, publicado originalmente entre 1957 y 1959 en la revista Hora cero con texto de Héctor Oesterheld y arte gráfico de Francisco Solano López. El argumento de esta obra versa sobre un tópico clásico de la ciencia ficción, la invasión alienígena, desarrollado Buenos Aires en un futuro próximo: 1963. La paz de un hogar en el que un grupo de amigos se ha reunido a jugar al truco se ve interrumpida por una misteriosa nieve radiactiva mortal, tras la cual aparecerán distintas fuerzas de choque –como los “cascarudos” o los “gurbos”– manipuladas tecnológicamente por los verdaderos invasores (“Ellos”). Los distintos episodios son narrados por el Eternauta, Juan Salvo, al historietista Oesterheld, que ha viajado al pasado (a 1959) tras haber sido separado de su familia. La historia culmina con el tan esperado reencuentro del personaje con sus allegados, lo cual le produce una fusión con su yo-pasado y la consecuente pérdida de la memoria de la invasión que sucederá cuatro años más tarde, quedando como único testimonio la historieta que Oesterheld decide publicar en un intento incierto por compartir el testimonio del Eternauta y prevenir la catástrofe. En la versión recopilatoria de la historieta, el autor señala que, a su juicio, el Eternauta de aparta de la tradición individualista que exalta a los héroes como protagonistas indiscutibles de un drama del que salen airosos por sus poseer cualidades que lo distinguen del resto. En palabras del guionista: Siempre me fascinó la idea del Robinson Crusoe. Me lo regalaron siendo muy chico, debo haberlo leído más de veinte veces. El Eternauta, inicialmente, fue mi versión del Robinson. La soledad del hombre, rodeado, preso, no ya por el mar sino por la muerte. Tampoco el hombre solo de Robinson, sino el hombre con familia, con amigos. Por eso la partida de truco, por eso la pequeña familia que duerme en el chalet de Vicente López, ajena a la invasión que se viene. […] Ahora que lo pienso, se me ocurre que quizás por esta falta de héroe central, El Eternauta es una de mis historias que recuerdo con más placer. El héroe verdadero de El Eternauta es un héroe colectivo, un grupo humano. Refleja así, aunque sin intención previa, mi sentir íntimo: el único héroe válido es el héroe ‘en grupo’, nunca el héroe individual, el héroe solo. El héroe en Oesterheld no antecede y preexiste a las circunstancias que lo ponen a prueba, sino que con las propias circunstancias límite que hacen de un hombre común en un héroe. La vida lo lleva a hacerse héroe en la acción. Aquí, entonces, el héroe no es Juan Salvo, que en todo caso funciona como una suerte de “musa” que inspira al “poeta” a contar una historia, sino que el grupo que se va conformando en la resistencia a la invasión (si acaso no la humanidad toda) quien reviste el carácter de “heroico”. El héroe es, entonces, quien se aferra a su propia humanidad, al derecho a su vida cotidiana, a la vida por sobre toda sobre determinación, la defensa de aquello que hace un “nosotros” amenazado por los “ellos”.

CANAL ENCUENTRO | Continuará: Oesterheld, Solano López y El Eternauta

https://youtu.be/kYlN1meWrOI

H ISTORIA DE “E L E TERNAUTA ” La noche es fría y solo hay una ventana iluminada en el chalet de Vicente López. Esa noche, una noche como cualquier otra para el guionista de historietas que se refugiaba en su estudio para crear historias en mundos imaginarios, va a ser distinta. Cerca de las tres de la mañana, la silla vacía frente a él cruje como si alguien tomara asiento. Efectivamente, alguien lo hizo. Como si de un fantasma se tratase, en la silla se Prof. Gastón Daix

materializa un hombre: es el eternauta, el viajero de la eternidad. Ante la sorpresa del guionista, el misterioso hombre decide tomarse un descanso en su peregrinar a través de las infinitas dimensiones del continuum espacio temporal, buscando reencontrarse con su esposa y su hija. Y aprovechando la profesión de su testigo, comienza a narrar su increíble aventura.

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Su nombre real es Juan Salvo. Era dueño de una fábrica de transformadores, tenía una familia encantadora y unos amigos con quienes pasaba el rato jugando al truco. Hasta esa otra noche cualquiera en que comenzó a nevar. Ya de por si no es nada común que nieve en Buenos Aires, pero esos copos fluorescentes combinados con el corte de suministro eléctrico tornaban la oscuridad en una verdadera pesadilla. Más aun cuando notaron que resultaban mortales al simple contacto. Gracias a uno de los amigos que conservaba la frialdad de actuar objetivamente, encontraron la forma de sobrevivir. El chalet se convirtió en una isla con ellos como náufragos olvidados. Claro que eso ni se acercaba a la verdadera pesadilla: lo peor ni siquiera había empezado. Pronto descubren que esa nevada mortal es el inicio de una invasión extraterrestre. Que los copos son solo una de las tantas formas que el invasor tiene para diezmar a los humanos. Están los cascarudos, unos insectos gigantes; los Hombres Robot, guiados a distancia por los fríos Manos; los Manos, presuntos culpables de tanta atrocidad, pronto revelan que los verdaderos invasores son otros, los Ellos. Ellos son el odio cósmico encarnado, seres tan poderosos que nunca llegan a mostrarse. Juan y sus amigos de unen al improvisado ejército que quiere dar batalla, tan solo para fracasar ante armas como las nubes generadoras de terror, los imparables Gurbos y los

lanzarrayos. Todo esfuerzo parece inútil, hasta que Buenos Aires desaparece al caer una bomba atómica. Regresan al chalet donde esperan la esposa e hija de Juan, a tiempo para evitar ser alcanzados por la nevada mortal que vuelve a caer. A estas alturas solo queda huir, pues el invasor no ha sido vencido. El grupo de amigos, viejos y nuevos, decide huir a las montañas. Pero una nueva esperanza se presenta: un mensaje de radio enviado por la resistencia terrestre comunica la existencia de zonas libres del peligro extraterrestre. Y al llegar, creyéndose seguros, el enemigo asesta el golpe definitivo: el mensaje, la zona libre, nada es real. Se trata de un engaño. Ya no hay donde ir. Juan Salvo corre con su esposa y su hija. En su afán de ponerlas fuera de peligro, entra a una de las navecillas extraterrestres. Desesperado, manipula los controles que los lanza a los tres al continuum espacio temporal. Juan descubre que está solo, que su mujer y su hija le han sido arrebatadas. Debe buscarlas, reunirse con ellas. Así nace El Eternauta. Al terminar su relato, Juan comprende que ha llegado a su tierra, un par de años antes de la terrible invasión. Desesperado, sale corriendo para buscar a su esposa e hija. El guionista, sorprendido, corre tras él solo para verlo fundirse con el Juan Salvo de ese presente. Se pregunta si contar la historia del eternauta servirá para detener la invasión. Acaso, ¿será posible?  Fuente: Ediciones Record.

Previsualizá la primera parte de El eternauta en su edición original.

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E. En la nueva entrega de la historieta llevada adelante durante la última dictatura militar el modo en que se figura el heroísmo de Juan Salvo muta. Indagá acerca de cuáles podrían señalarse como algunos de los cambios más destacables y su relación con el contexto de producción.

Héroes trágicos . Otra clase de héroe que habita la literatura desde hace al menos poco más de dos milenios es la del héroe trágico, emergido en el seno del arte de la representación teatral en Atenas. Se trata de sujetos de una clase social elevada a los que se les impone un destino fatal del que les resulta imposible huir y al que se precipitan a partir de un acto que sella su fiero final, el cual deben eventualmente suelen aceptar y afrontar con entereza. Estos héroes en general no poseen poderes sobrenaturales (o bien estos resultan accesorios para la trama) y no realizan ante el público grandes proezas (hecho que hubiese sido considerado “obsceno” conforme las convenciones teatral de la época). Volveremos sobre estos héroes en el Bloque II a propósito del teatro.

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Un héroe diferente: Don Quijote . Considerada por muchos la primera novela moderna y un emblema de la cultura española, Don Quijote es una obra publicada originalmente en 1605 por el novelista, poeta, dramaturgo y soldado español Miguel de Cervantes. Se trata de una pieza humorística que aborda burlescamente temas y argumentos propios de la tradición literaria caballeresca y del amor cortés, tanto en el cuerpo del texto como en los varios prólogos, poesías, dedicatorias, fe de erratas y comentarios que acompañan e interrumpen el volumen. El célebremente citado hasta el hartazgo comienzo de la obra versa del siguiente modo “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…” e inmediatamente emergen ciertos interrogantes: ¿quién habla allí? ¿A quién atribuiremos como lectores esa primera personad de singular que asoma en el verbo “quiero”? ¿Por qué no quiere acordarse de un dato que resulta necesario? ¿De dónde conoce a Don Quijote y por qué ha decidido contar su historia? ¿A quién dirige su palabra, quién es el “despreocupado lector” al que refiere el prólogo? ¿Todas estas páginas cuentan solo la historia del “ingenioso hildalgo” o hay algo más allí? En efecto, el narrador es el primer personaje con el que nos topados en la historia. No sabemos mucho de su persona y lo poco que sabemos lo descubrimos mientras avanza el texto. Sí queda claro prontamente que no se puede asumir que se trate del propio Cervantes, ya que su nombre propio aparece mencionado en más de una ocasión en la historia como si se tratase de un autor más. Así, recién promediando el final del capítulo VIII se nos devela que lo que está contando es algo que ha leído hace tiempo en otro lugar (y, por tanto, aprendemos que no se trataba de un familiar, amigo, vecino o allegado del protagonista). Luego, se nos informa que esa fuente era incompleta y que su relato se interrumpía en un momento de gran tensión: “Dejamos en la primera parte desta historia al valeroso vizcaíno y al famoso don Quijote con las espadas altas y desnudas, en guisa de descargar dos furibundos fendientes, tales, que si en lleno se acertaban, por lo menos, se dividirían y fenderían de arriba abajo y abrirían como una granada, y en aquel punto tan dudoso paró y quedó destroncada tan sabrosa historia, sin que nos diese noticia su autor dónde se podría hallar lo que della faltaba”. Al tiempo, el narrador se topa por accidente con un cartapacio escrito en árabe atribuido a un tal Cide Hamete Benengeli que continuaba y completaba la historia de Don Quijote: Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y como yo soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación, tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía, y vile con caracteres que conocí ser arábigos. Y puesto que aunque los conocía, no los sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que los leyese, y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua, le hallara. En fin, la suerte me deparó uno, que, diciéndole mi deseo y poniéndole el libro en las manos, le abrió por medio, y leyendo un poco en él, se comenzó a reír. Preguntéle yo que de qué se reía, y respondióme que de una cosa que tenía aquel libro escrita en el margen por anotación. Díjele que me la dijese y él, sin dejar la risa, dijo: -Está, como he dicho, aquí en el margen escrito esto: «Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha». Cuando yo oí decir «Dulcinea del Toboso», quedé atónito y suspenso, porque luego se me representó que aquellos cartapacios contenían la historia de don Quijote. Con esta imaginación, le di priesa que leyese el principio, y, haciéndolo ansí, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decía: Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo. Mucha discreción fue menester para disimular el contento que recebí cuando llegó a mis oídos el título del libro; y, salteándosele al sedero, compré al muchacho todos los papeles y cartapacios por medio real; que si él tuviera discreción y supiera lo que yo los deseaba, bien se pudiera prometer y llevar más de seis reales de la compra. Apartéme luego con el morisco por el claustro de la iglesia mayor, y roguéle me volviese aquellos cartapacios, todos los que trataban de don Quijote, en lengua castellana, sin quitarles ni añadirles nada, ofreciéndole la paga que él quisiese.

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Como se ve en el fragmento anterior, lo que sigue es una traducción de inconstatable calidad al español del árabe de un pergamino de un autor desconocido y de indecible fiabilidad sobre la vida y obra de un sujeto cuya existencia tampoco ha sido probada, y que luego es reproducida por el narrador principal de la historia. Además de estos juegos relativos a la figura autoral que despliega la voz narrativa, en el desarrollo de las aventuras de Don Quijote se intercalan relatos enmarcados de personajes con los que se encuentran y que asumen la voz narratorial para referir a hechos que les han acaecido en sus vidas (y que en general poco y nada tienen que ver con Don Quijote), en recurso que la crítica literaria denomina metadiégesis. Hacia el final del capítulo LII, Don Quijote es atado y engañado para creer que ha sido hechizado y que no puede moverse. Así, es trasladado de regreso a su estancia, donde lo esperan su sobrina y el ama. Allí nuevamente el narrador interrumpe el hilo del relato, testificado que tiene noticia de que existen más aventuras llevadas a cabo en la tercera salida del protagonista de su hogar, pero que no puede referirlas por carecer de fuentes que lo testifiquen, y cierra con una serie de epitafios alusivos (recurso típico de las novelas de caballería a las que imita y parodia). Sin embargo, existe una segunda parte de esta historia publicada diez años más tarde en la que, tras una serie de aventuras, Cervantes decide escenificar la muerte del protagonista para evitar lo que había sucedido con su primera parte: la aparición de continuaciones apócrifas como la publicada por un tal Alonso Fernández de Avellaneda –que se presume un seudónimo– en 1614. ACTIVIDADES PROPUESTAS

Un dato interesante a tener en cuenta antes de leer el Quijote descansa en el hecho de la puntuación que estructura la obra es fruto de la labor de los editores y no del autor, algo que desde nuestra visión actual de las prácticas resultaría probablemente inconcebible pero que era moneda corriente en la época. Es decir, el manuscrito entregado a imprenta por Cervantes constituía un continuum textual, sin comas ni puntos ni tildes. A modo de ejercicio, les proponemos que: A. Lean en voz alta el siguiente fragmento y determinen si les resulta sencillo leerlo sin puntuación. Practíquenlo varias veces hasta lograr un resultado que estimen satisfactorio. EN VN LVGAR DE LA MANCHA DE CVYO NOM B R E N O Q V I E R O A C O R D A R M E N O H A M V C H O T I E M P O Q V E VIVÍA VN HIDALGO DE LOS DE LANZA EN ASTILLERO ADARGA ANTIGVA ROCÍN FLACO Y GALGO CORREDOR VNA OLLA DE ALGO MÁS VACA QVE CARNERO SALPICÓN LAS MÁS NOCHES DVELOS Y QVEBRANTOS LOS SÁBADOS LANTEJAS LOS VIERNES ALGÚN PALOMINO DE AÑADIDVRA LOS DOMINGOS CONSVMÍAN LAS TRES PARTES DE S V HACIENDA EL RESTO DELLA CONCLVÍAN SAYO DE VELARTE CALZAS DE VELLVDO PARA LAS FIESTAS CON SVS PANT VFLOS DE LO MESMO Y LOS DÍAS DE ENTRESEMANA SE HONRABA CON SV VELLORÍ DE LO MÁS FINO TENÍA EN SV CASA VNA AMA QVE PASABA DE LOS CVARENTA Y VNA SOBRINA QVE NO LLEGABA A LOS VEINTE Y VN MOZO DE CAMPO Y PLAZA QVE ASÍ ENSILLABA EL ROCÍN COMO TOMABA LA PODADERA FRISABA LA EDAD DE NVESTRO HIDALGO CON LOS CINCVENTA AÑOS ERA DE COMPLEXIÓN RECIA SECO DE CARNES ENJVTO DE ROSTRO GRAN MADRVGADOR Y AMIGO DE LA CAZA QVIEREN DECIR QVE TENÍA EL SOBRENOMBRE DE

QVIJADA O QVESADA QVE EN ESTO HAY ALGVNA DIFERENCIA EN LOS AVTOR ES

QVE DESTE CASO ESCRIBEN AVNQVE POR CONJETVRAS VERISÍMILES SE DEJA ENTENDER QVE SE

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B. Apliquen las marcas de puntuación que consideren necesarias sobre el texto y vuelvan a intentar leerlo. C. Cotejen las marcas que introdujeron con las de la edición impresa actual (ver más abajo). D. Indaguen en la web cuándo emergieron las marcas de puntuación en nuestro sistema alfabético y qué lugar ocupó la imprenta en su desarrollo. E. Resuelvan las actividades propuestas en el anexo relativo a puntuación, disponible aquí o escaneando el código QR. Prof. Gastón Daix

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EL

INGENIOSO HIDALGO

D ON Q UIJOTE

DE LA

M ANCHA Miguel Cervantes

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quijana. Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad. Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer […] En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el celebro de manera, que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. […] En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo; y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y Prof. Gastón Daix

poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama. […] Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo. […] Fue luego a ver su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis et ossa fuit, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque (según se decía él a sí mesmo) no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y ansí, procuraba acomodársele de manera que declarase quién había sido antes que fuese de caballero andante, y lo que era entonces; pues estaba muy puesto en razón que, mudando su señor estado, mudase él también el nombre, y le cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba; y así, después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante, nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo. Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar don Quijote […] Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse: porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decíase él: «Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o, finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle presentado, y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendida: «Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante»? ¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este

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discurso, y más cuando halló a quien dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo, ni le dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto. […] [Tras una primera salida en la que el Don Quijote fuerza una farsa en una venta para que lo ordenen caballero, retorna a su hogar para encontrarse con su sobrina, quien muy preocupada discute con un cura y un barbero sobre cómo combatir el mal que lo aqueja. Aprovechando que el protagonista de esta historia se encontraba durmiendo, disponen enviar al corral y quemar los libros que le habrían provocado el estado de delirio en el que vive y deciden, además, tapiar los aposentos en la que estos se encontraban, viéndose forzados a elucubrar una mentira que justifique lo sucedido sin tener que hacerse responsables de ello] Aquella noche quemó y abrasó el Ama cuantos libros había en el corral y en toda la casa, y tales debieron de arder que merecían guardarse en perpetuos archivos; mas no lo permitió su suerte y la pereza del escrutiñador, y así, se cumplió el refrán en ellos de que pagan a las veces justos por pecadores. Uno de los remedios que el Cura y el Barbero dieron, por entonces, para el mal de su amigo, fue que le murasen y tapiasen el aposento de los libros, porque cuando se levantase no los hallase (quizá quitando la causa, cesaría el efeto), y que dijesen que un encantador se los había llevado, y el aposento y todo; y así fue hecho con mucha presteza. De allí a dos días se levantó don Quijote, y lo primero que hizo fue ir a ver sus libros; y como no hallaba el aposento donde le había dejado, andaba de una en otra parte buscándole. Llegaba adonde solía tener la puerta, y tentábala con las manos, y volvía y revolvía los ojos por todo, sin decir palabra; pero al cabo de una buena pieza, preguntó a su ama que hacia qué parte estaba el aposento de sus libros. El Ama, que ya estaba bien advertida de lo que había de responder, le dijo: -¿Qué aposento, o qué nada, busca vuestra merced? Ya no hay aposento ni libros en esta casa, porque todo se lo llevó el mesmo diablo. -No era diablo -replicó la Sobrina-, sino un encantador que vino sobre una nube una noche, después del día que vuestra merced de aquí se partió, y, apeándose de una sierpe en que venía Prof. Gastón Daix

caballero, entró en el aposento, y no sé lo que se hizo dentro, que a cabo de poca pieza salió volando por el tejado, y dejó la casa llena de humo; y cuando acordamos a mirar lo que dejaba hecho, no vimos libro ni aposento alguno; sólo se nos acuerda muy bien a mí y al Ama, que, al tiempo del partirse aquel mal viejo, dijo en altas voces que por enemistad secreta que tenía al dueño de aquellos libros y aposento, dejaba hecho el daño en aquella casa que después se vería. Dijo también que se llamaba el sabio Muñatón. -Frestón diría -dijo don Quijote. -No sé -respondió el Ama- si se llamaba Frestón o Fritón; sólo sé que acabó en tón su nombre. -Así es -dijo don Quijote-; que ése es un sabio encantador, grande enemigo mío, que me tiene ojeriza, porque sabe por sus artes y letras que tengo de venir, andando los tiempos, a pelear en singular batalla con un caballero a quien él favorece, y le tengo de vencer, sin que él lo pueda estorbar, y por esto procura hacerme todos los sinsabores que puede; y mándole yo que mal podrá él contradecir ni evitar lo que por el cielo está ordenado. […] […] solicitó don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien (si es que este título se puede dar al que es pobre), pero de muy poca sal en la mollera. En resolución, tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió, que el pobre villano se determinó de salirse con él y servirle de escudero. Decíale, entre otras cosas, don Quijote que se dispusiese a ir con él de buena gana, porque tal vez le podía suceder aventura, que ganase, en quítame allá esas pajas, alguna ínsula, y le dejase a él por gobernador della. Con estas promesas y otras tales, Sancho Panza, que así se llamaba el labrador, dejó su mujer y hijos y asentó por escudero de su vecino. […] Dijo en esto Sancho Panza a su amo: -Mire vuestra merced, señor caballero andante, que no se le olvide lo que de la ínsula me tiene prometido; que yo la sabré gobernar, por grande que sea. A lo cual le respondió don Quijote: -Has de saber, amigo Sancho Panza, que fue costumbre muy usada de los caballeros andantes antiguos hacer gobernadores a sus escuderos de las ínsulas o reinos que ganaban, y yo tengo determinado de que por mí no falte tan agradecida usanza; antes pienso aventajarme en ella: porque ellos algunas veces, y quizá las más, esperaban a que sus escuderos fuesen viejos, y ya después de hartos de servir y de llevar malos días y peores noches, les daban algún título de conde, o, por lo mucho, de marqués, de algún valle o provincia de poco más a menos; pero si tú vives y yo vivo, bien podría ser que antes de seis días ganase yo tal reino, que tuviese otros a él adherentes, que viniesen de molde para coronarte por rey de uno dellos. Y no lo tengas a mucho; que cosas y casos acontecen a los tales

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caballeros, por modos tan nunca vistos ni pensados, que con facilidad te podría dar aún más de lo que te prometo. […] […] En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero: -La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra. -¿Qué gigantes? -dijo Sancho Panza. -Aquéllos que allí ves -respondió su amo- de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas. -Mire vuestra merced -respondió Sancho- que aquéllos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino. -Bien parece -respondió don Quijote- que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo, quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla. Y diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes, aquéllos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes iba diciendo en voces altas: -Non fuyades, cobardes y viles criaturas; que un solo caballero es el que os acomete. Levantóse en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo: -Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar. Y diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza

en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante. -¡Válame Dios! -dijo Sancho-. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza? -Calla, amigo Sancho -respondió don Quijote-; que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo, han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada. -Dios lo haga como puede -respondió Sancho Panza. Y, ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba. […]

ACTIVIDADES PROPUESTAS

A. ¿A qué se le atribuye la causa de los delirios de Don Quijote? ¿Qué clase de cura intentan aplicar sobre él? ¿Quiénes son los que intentan curarlo y a qué instituciones representan? B. ¿Qué nexo entre pensamiento y literatura se plantea allí? C. ¿Con qué promesas convence a Sancho Panza de acompañarlo en su aventura? D. ¿Qué explicación ofrece Don Quijote a su derrota contra los molinos de viento? E. Averigüen cuáles eran las características del “amor cortés” en la Edad Media y cotejénlas con la relación que Don Quijote tiene con Dulcinea del Toboso. Prof. Gastón Daix

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Meritócratas emprendedores: héroes neoliberales posmodernos . Hasta aquí hemos visto que, si tuviésemos que trazar un perfil general del prototipo de héroe, posiblemente referiríamos a este como un ser singular dotado de grandes talentos que sobresalen de la norma, en virtud de los cuales es capaz de tomar grandes riesgos, salir airoso y recibir enormes recompensas que los favorecen no sólo a él sino a su comunidad. Asimismo, podríamos señalar que se trata de sujetos capaces de reinventarse a sí mismos, siguiendo la tutela de sus principios, sin hincarse delante de nadie que lo sujete y aparte de los fines nobles que se propone. No basta en general con que estos seres cuenten, para ello, con una gran fuerza (interior y exterior), sino que además deben contar con astucia, el auspicio de los dioses y, en ocasiones, de tecnología o magia que maximice sus potencialidades. Todo héroe atraviesa una metamorfosis por la que pasa de ser un don nadie sometido en un sistema injusto que no le permite desplegar sus potencialidades a una situación que lo pone a prueba y lo hace devenir en defensor de la libertad. Ahora bien, si tales son los atributos de un héroe, en nuestro mundo actual, ¿acaso no sería un empresario lo más parecido a ello? La respuesta es, para algunas personas, afirmativa. Los nuevos héroes del capitalismo neoliberal no son anónimos, aparecen en las revistas mostrando sus guaridas y compartiendo con entusiasmo su testimonio acerca de cómo una idea brillante (i.e. “innovadora”) y mucho trabajo y dedicación (i.e. mérito) fue capaz de propulsarles del garage de la casa de sus padres a un complejo en Silicon Valley, repitiendo con una sonrisa que todos pueden hacer lo mismo si se lo proponen. En pocas palabras, los superhéroes como los fundadores de Google, Facebook, YouTube, Mercadolibre, Pedidosya, Glovo, Amazon, Microsoft y de un sinfín de cervecerías artesanales visten la capa de lo que se conoce como “emprendedor”. Por último, los emprendedores –al igual que los héroes– solo reciben lo que se merecen y, como su esfuerzo es preeminente, también lo es su resultado (o al menos tal es la idealización en torno a esta figura). ACTIVIDADES PROPUESTAS

F. Te proponemos leer los siguientes textos y ver dos videos relacionados para luego debatir sobre este tema. G. En grupo, escribí un texto ficcional en el que se narre alguna de las historias aludidas en clase (p.ej. Odisea, Don Quijote, Martín Fierro o el Eternauta) como si sus personajes fueran “emprendedores”. Hagan de cuenta que se trata de un testimonio en primera persona que se publicará en una columna de la revista Forbes. H. Escribí un texto argumentativo que relacione los siguientes algunos de los siguientes ejes: héroe – uberización – economía de plataforma – emprendedorismo – mérito – regulación – empleo joven.

Capitalismo e individualismo: “Emprendedurismo” Andrés Asiain El “emprendedurismo” suele referir a la acción de encarar un negocio innovador inicialmente de pequeña escala. El concepto idealiza la ya idílica imagen de empresario innovador que el economista austríaco Joseph Schumpeter propuso como motor del desenvolvimiento de la economía capitalista. Individuos fuera de lo común que se animan a romper el eterno retorno de lo idéntico del devenir económico, logrando gracias a ello éxitos comerciales que redundan no sólo en beneficios individuales sino también en mejoras sociales en los métodos productivos y/o en los bienes y servicios que se ofrecen en el mercado. Esa imagen idílica de la innovación choca con un capitalismo ultra concentrado donde los empresarios han sido reemplazados por CEOs y la innovación constituye un área burocrática ubicada, Prof. Gastón Daix

por lo general, en las sedes en países desarrollados de las grandes empresas multinacionales. El contraste es aún mayor con la evidencia que aporta la economista Mariana Mazzucato de que las últimas grandes innovaciones como Internet, el GPS o los teléfonos “inteligentes”, nacieron con el apoyo financiero y de investigación del Ministerio de Defensa estadounidense o la CIA. De esa manera, el lugar del individuo innovador en el capitalismo moderno es marginal. Los éxitos rutilantes que suelen recibir difusión como el de Steve Jobs con Apple o la más local de Marcos Galperin con Mercado Libre, son excepciones a la regla que se producen en las fisuras que produce el desarrollo de nuevas tecnologías cuyas extensiones de negocios aún no fueron totalmente monopolizadas por las corporaciones pre-existentes

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(y que probablemente lo sean por las que surgen a partir de esos empresarios innovadores). Esas oportunidades se concentran en los países centrales donde surgen las innovaciones y existen amplios mercados para sus extensiones comerciales, y sólo derraman en cuenta gotas hacia la periferia. Aun así, el “emprendedurismo” es publicitado por el gobierno como una alternativa al trabajo asalariado estable. Mientras el programa económico en curso destruye empleo asalariado formal, el candidato a senador por Cambiemos Esteban Bullrich propone

“que la gente deje de buscar empleo” para dedicarse a “tener sus propios emprendimientos, por ejemplo, las cervecerías artesanales”. […] Ese “emprendedurismo” […] es utilizado para legitimar la destrucción del empleo formal […]. Una herramienta ideológica para convertir al nuevo desempleado no en un exitoso innovador como Jobs o Galperin, sino en un cuentapropista informal que sobrevive a la exclusión social con alguna changa.  Fuente: Página/12 (06 de agosto de 2017)

Economía colaborativa: Todes emprendedores Martín Unzué y Eduardo Chávez Molina “Llegó el momento de la economía colaborativa”, “sé contradictoria ausencia de mediación (la app ya tu propio jefe”, “las ganancias directamente ligadas a dijimos que parece invisible) y de Estado. tu actividad”, “un gran sentido de responsabilidad En este modelo de economía no suele haber por brindar felicidad ayudando a cada usuario con su impuestos, ni legislación laboral (reemplazan leyes necesidad” son algunos de los eslóganes que por “términos y condiciones” definidos conducen a los nuevos contingentes laborales unilateralmente pero de aceptación obligatoria para empujados a asumir sus propios caminos y riesgos, descargar las app), hay libre circulación de capitales, con finales inciertos, sin “ataduras” a la disciplina del no hay regulaciones financieras […]. Todo parece trabajo formal, y con la posibilidad de entrar y salir quedar en manos de la voluntad de dos partes que en forma indefinida e intermitente del mundo convienen gustosas esos “términos de adhesión” a la asalariado. app, para “colaborar” en una relación que hace Esas características que va asumiendo el mercado grandes esfuerzos para presentarse como simétrica, laboral aparecen como un fenómeno de alcance entre iguales, que adhieren voluntariamente, y por mundial también en expansión en Argentina, y con ello, de modo beneficioso para ambas partes, aunque epicentro en el más nuevo de los segmentos de dicho el trabajador debe renunciar a todo derecho laboral mercado, el que se gestiona a través de las posible. economías de las plataformas. Allí la precarización y No se habla nunca de empleos ni de empleados, sino la pauperización de trabajadorxs, se presenta en de emprendedores, colaboradores, cuentapropistas, forma desnuda, como la amenaza que se cierne socios, franquiciados, de redes y comunidades o sobre el mundo del trabajo en el siglo XXI. incluso se crean nuevos nombres para definir eso Este modelo de economía no es una novedad, son que no se quiere presentar como una relación innumerables las empresas que operan a nivel laboral: un “rappitendero” o un “glovero” es un mundial. En nuestro país el despliegue es incipiente repartidor, un “uber” es un “vehículo de transporte pero se hizo muy notorio con la enorme cantidad de con conductor”, y así podemos continuar. ciclistas que, con cajas multicolores en las espaldas, […] No se trata de empresas que han venido a toman riesgos en el tránsito desbordado para llevar invertir generando empleo local, aunque sí son y traer pedidos en las grandes ciudades. mayoritariamente empresas extranjeras, y el Se trata de la punta visible de un fenómeno que va comentario no es menor […] porque en una ocupando un lugar cada vez más considerable en la economía que está sufriendo una severa crisis por la economía mundial, y que surge de la combinación de restricción externa, la economía de las app resulta una serie de factores globalizados, la llamada otro canal de salida de divisas. “estructura invisible”: disponibilidad de redes y Lo que sucede es que estas compañías teléfonos inteligentes relativamente accesibles, apps mayoritariamente con sedes en otros países […] que intermedian, big data, algoritmos y tercerización logran captar una parte de las transacciones que (externalización y subcontratos) de tareas. tradicionalmente eran estrictamente locales (qué La economía de plataformas, también llamada más local que pagarle al repartidor del almacén por “economía colaborativa”, “peer market place”, “Gig acercarnos la compra, o al muchacho de la pizzería economy”, “economía de la changa”, “crowd para que me traiga una muzzarela con fainá o al economy”, se presenta como la panacea del mercado taxista que nos lleva unas pocas cuadras) libre (se puede escribir todo junto): un espacio convirtiéndolas en términos económicos, en algo donde la tecnología sirve para que la oferta y la asimilable a importaciones. demanda se encuentren en una confesa y Prof. Gastón Daix

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[…] Esto se produce con bajos niveles de inversión dado que la mayor parte del capital de trabajo queda como responsabilidad de los “socios”. Si hasta la caja de los repartidores debe ser comprada o alquilada por el “esforzado emprendedor”, al igual que los autos, motos, bicicletas, teléfonos, planes de datos necesarios para brindar el servicio, cargos impositivos, servicios contables y financieros, en ciertos casos hasta los cursos de capacitación, que son “vendidos” como condición para ingresar a un negocio. Allí la app no asume riesgos y por eso las empresas pueden tener paciencia y funcionar sin generar ingresos durante períodos de tiempo prolongados, en los que ganan instalando la marca, haciendo publicidad, y haciendo lobby para lograr legalizar sus propuestas. Este proceso global de debilitamiento de los mercados laborales, donde incluso en los países centrales los salarios reales vienen descendiendo en paralelo con el incremento de las desigualdades en la distribución del ingreso, muestra a gobiernos que tienden a adoptar medidas para hacer “competitiva” a su mano de obra flexibilizando las regulaciones. […] La precarización y el empobrecimiento son las nuevas condiciones laborales de una parte creciente

de la clase trabajadora. La economía de las app marca el rumbo en esa tendencia que, con un desempleo creciente, parece buscar su generalización en el contexto de las políticas neoliberales: flexibilizar las condiciones de trabajo para abaratar “los costos laborales”. Contexto que se acrecienta con las y los más jóvenes del mundo laboral, lo que se conoció como protección hoy es un privilegio para los recién iniciados en el mundo laboral. La crisis general no impide que ciertos segmentos poblacionales busquen continuar con sus formas de consumo, aunque también de modos precarizados: comida, vacaciones, viajes, servicios, se demandan de modo creciente en sus formatos low cost, lo cual implica una reorientación de la demanda de bienes y servicios movida por la búsqueda del ahorro y las ofertas. Allí se posicionan buena parte de las empresas de la economía de las plataformas respondiendo con la pauperización de sus servicios, a costa del trabajo y esfuerzo de otros y otras trabajadoras, para bajar los precios a esos consumidores también en crisis. […]  Fuente: Revista Anfibia (UNSAM).

CHEVROLET | Imaginate una meritocracia

https://youtu.be/Ov9x5naV3ok ANDY FREYRE | Cinco claves para emprender

https://youtu.be/RVHke0XgnWc Antihéroes . El revés de la figura del héroe no es su antagonista natural –el monstruo en la épica clásica o el villano en el comic moderno–, sino el negativo que devela su imagen: el antihéroe. Esto es, no solo una robusta serie de textos literarios en torno a sujetos ejemplares que responde a los intereses de una ideología dominante, sino también otra serie aparejada de figuras de corte pragmatista, nihilistas y anticlericales de “antihéroes” que, si bien realizan buenas acciones, lo hacen con el fin último de beneficiarse y sin que medie en ello la inspiración de un ideal supremo de justicia y entrega al otro. Allí, en esos actos, la autopreservación y el ascenso social devuelven la otra cara de la épica en su concesión más terrenal: la hipocresía. Así, la moralidad, la entereza, el coraje, el idealismo se presentan como vestidos en una mascarada maquiavélica en la que individuos desprovistos de cualidades extraordinarias recurren a medios cuestionables por motivos egocéntricos para obtener un rédito. Los relatos de vida de los antihéroes ponen blanco sobre negro el hecho de que las circunstancias rudas que apremian la propia vida hacen que la encarnación de la moral resulte una vía para la perdición e, inversamente, su impostación un medio de existencia. De entre los personajes más célebres de esta serie, se destaca ante todo el Lazarillo de Tormes (c. 1554), obra protagonizada por un joven pobre que se ve obligado a servir a distintos amos. Entre ellos: un ciego tacaño y tramposo que le hace pasar hambre y lo golpea; un hidalgo caído en la pobreza que vive de las apariencias; un clérigo avaro que, a pesar de tener llenas sus arcas, solo le brinda los alimentos que no desea o que se encuentran en mal estado; un fraile Prof. Gastón Daix

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promiscuo, vividor y corrupto; un estafador desvergonzado que vende bulas falsas (documentos expedidos por la Iglesia Católica en el medioevo a cabio de dinero que supuestamente libraban o atenuaban al portador los pecados cometidos, restando tiempo en el purgatorio o salvando del infierno). Estos le maltratan, pero él se las ingenia para engañarlos para obtener algún tipo de beneficio o para huir a su deber y mudar de amo. A pesar de que condena la hipocresía, la avaricia y la tacañería de los personajes que lo rodean, este joven sobrevive y crece a partir del aprendizaje que estos le procuran indirectamente. Así, la astucia –o mejor aún, su picardía– le permiten paulatinamente mejorar sus condiciones de vida. Quebrando la fidelidad con cada amo y descubriendo que solo debe permanecer en un lugar mientras no haya posibilidades de otro mejor, acaba casado, con un hogar propio y un trabajo rentado. Pero pagará esta felicidad con el precio de su honra: cuando descubra que su mujer lo engaña con otro y que todo el pueblo lo sabe, decide hacer oídos sordos para mantener su status quo.

ANÓNIMO | La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades

http://bit.ly/2Mtg3Fu A modo de cierre: héroes a la carta . Conscientes de que lo que hemos propuesto hasta aquí es solo un recorrido posible por diversas manifestaciones literarias a lo largo de la historia a partir del tópico del heroísmo, concluiremos este bloque temático con una síntesis que recapitula y amplía lo discutido en las páginas anteriores. Téngase en cuenta que la tipificación de las figuras heroicas en clases (mítico, trágico, etc.) responde principalmente a un recurso de claridad expositiva. En ningún sentido el fenómeno estudiado resulta reductible a una simplificación tan esquemática como la que se formula a continuación: Los HÉROES MÍTICOS son semidioses y por tanto seres superiores al resto de la humanidad pero con puntos débiles que los hacen vulnerables y que los conducen eventualmente a la muerte. Deben probar su gloria (timé) en batalla, sobreponiéndose a pruebas que serían insondables para cualquier otro sujeto, a partir no solo de su destreza física en el combate sino de otras virtudes (areté) como la valentía, el ingenio y el sentido de justicia. En ese marco, el mejor destino para un héroe era el de morir joven y en batalla. Los HÉROES TRÁGICOS padecen un destino fatal del que no podrán huir a pesar de que se afanen en ello y de que sus intenciones puedan ser buenas. En algún momento comenten un error (harmatía) o exceso (hybris) frente a los dioses que genera su cambio de suerte (peripeteia), un punto sin retorno hacia el final trágico, frente al cual los espectadores solo pueden identificarse y compartir el sufrimiento (pathos) y, en dicho acto, purificar sus pasiones (catarsis). Los HÉROES MEDIEVALES que aparecen en el cantar de gesta son reyes o caballeros abnegados vagabundos cuyas acciones fundan un sentido de nacionalidad. A diferencia de los héroes míticos, se trata de sujetos que carecen de poderes sobrenaturales o de cualquier herencia de sangre que les otorgue una ventaja extraordinaria. Antes bien se trata de personas que ganan su posición como resultado de méritos propios y por el despliegue de una serie de virtudes asociadas a la fidelidad en el vínculo de vasallaje y en muchos casos a la religión, su carácter desinteresado y valiente, su generosidad y su impulso a obrar

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abnegadamente en defensa de los más débiles y de la patria, incluso a costo del propio sacrificio. Los HÉROES HISTÓRICOS o próceres son figuras herederas de la tradición anterior y se presentan en el discurso historiográfico como los causas indiscutibles de los procesos históricos. Así, por ejemplo, en la saga libertadora latinoamericana, emergen nombres propios de hombres tenidos por ejemplares, como San Martín o Bolívar, por cuyo valor, entrega y esfuerzo las naciones del Río de la Plata conquistan su derecho a la libertad, rompiendo su yugo colonialista con la corona española. Se trata de un modo de concebir la historia altamente discutido, sobre todo a partir del influjo de la filosofía marxista y de la corriente historiográfica francesa de la Escuela de los Annales, en tanto invisibiliza las fuerzas que operan a nivel macro y con independencia de la situación singular de los individuos que se ven movilizados por esta a realizar ciertas acciones en favor de sus intereses. Así, si el motor de la historia es la lucha de las clases sociales y se trata de un drama colectivo, poca importancia tiene el relato de la vidas ilustres de políticos y militares y el culto a los héroes nacionales. No obstante, en nuestra historia cultural pervive sincréticamente el culto a los héroes patriotas en prácticas como los actos escolares y en el aparato de refuerzo memorial que suponen los monumentos históricos, los nombres de las calles (y su distribución en el plano de las ciudades conforme una lógica centroperiferia que exalta y consagra a ciertos próceres en las avenidas), las figuras en algunos billetes, etc. y, retornando a la literatura, en biografías, reedición de ensayos atribuidos a los próceres y en novelas históricas que ficcionalizan su vida privada. Los SUPERHÉROES son personajes que emergen de la mano de la cultura del comic a partir de la década del treinta del siglo XX. Se trata de un concepto de reúne seres diversos: algunos con superpoderes obtenidos como resultado de un experimento o de un accidente (p.ej. Hulk, Spiderman, Capitán América, los 4 fantásticos), otros auxiliados solamente por tecnología avanzada e ingenio (p.ej. Batman, Robocop, Ironman, Aquaman, He-Man), algunos nacidos con habilidades sobrehumanas (p.ej. Superman, los mutantes de X-men, la Mujer Maravilla). Todos ellos poseen una identidad pública en la que se afanan por presentarse como seres comunes y corrientes incapaces de cualquier proeza, y una identidad secreta, resguardada por un traje alusivo, con la cual combaten a una prolífica variedad de supervillanos que desean destruir el orden establecido en beneficio propio. Por lo general, se trata de sujetos que obran por fuera del sistema de la ley, considerado ineficaz a sus fines (aunque en ocasiones se establezca cierto nivel de alianza), y ejercen justicia por mano propia, obrando siempre de forma desinteresada en favor del “bien” en espacios urbanos densamente poblados y corrompidos. El HÉROE COLECTIVO es un concepto acuñado por Oesterheld para referir a El Eternauta. Desde una mirada humanista, refiere a una concepción no individualista de la vida en la que no se plantea un personaje principal virtuoso que sobresale de entre el resto, sino de un grupo humano que se aferra a su propia humanidad y que busca resguardarla de la amenaza que suponen fuerzas organizadas de otra naturaleza que de forma arbitraria, violenta e inusitada fuerzan a otras criaturas a discontinuar la cotidianeidad y aniquilar la vida de todos. No en vano esta concepción del héroe se ha leído como un modo de denuncia frente a la dinámica de los recurrentes golpes militares y los gobiernos de facto impuestos por estos en Argentina a lo largo del siglo XX. Mención aparte merece un héroe singular como lo es el fallido DON QUIJOTE. Como hemos visto, se trata de un personaje que vive en un mundo de ensoñación, fuertemente atravesado por el universo de ficción de un estilo de Prof. Gastón Daix

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vida forzosamente romantizado (el de las novelas de caballería de fines del medioevo), y que intenta llevar a la práctica valores y conductas que no se corresponden con la realidad materia que lo circunda. Sus desventuras han sido leídas en ciertas ocasiones como la encarnación del drama entre el pragmatismo y el idealismo, donde se demostraría que todas las personas requieren ideales que, aunque utópicos y por tanto virtualmente inalcanzables, movilicen la propia vida y la acción para salir al encuentro de los otros. No en vano al final de sus aventuras, cuando en su lecho de muerte ha recuperado la cordura, son los personajes que lo han acompañado los que se aferran a las quimeras contra las que batallaran desde el comienzo por considerarlas un disparate. Por otra parte, el carácter probadamente estrafalario y paródico de tan singular protagonista no solo se evidencia en lo antedicho, sino en cuestiones tales como su edad y su aspecto desgarbado (recuérdese que se trata de un sujeto que promedia los cincuenta años, edad absurdamente avanzada si se piensa en que el estereotipo de héroe insistentemente se asocia con la juventud y el buen físico, y sobre todo si se atiende a la expectativa de vida de su época) o el saldo negativo en las aventuras en las que se embarca. El HÉROE COTIDIANO es un mito construido en el seno de algunas sociedades actuales dentro y fuera de la ficción. Es un concepto que abarca a toda clase de individuos en la medida en que, a pesar de no contar con ningún otro poder que su voluntad y su fuerza de trabajo, se abocan en su vida cotidiana a tareas que se consideran esenciales para el sostenimiento de la sociedad. En tal sentido, todos podemos ser héroes si encarnamos en nuestras acciones los valores que hacen a la imagen de “buen ciudadano” (con sus variantes: “buen padre”, “buena madre”, “buen profesional”, “buen hijo”, “buen vecino”, etc.) conforme los estándares establecidos, naturalizados y reproducidos por la hegemonía de la sociedad en la que nos encontremos insertos. Así, separar la basura puede ser un acto heroico si lo hacemos todos los días, porque gracias a esa acción que pasa desapercibida estamos, cada uno, como individuo, “salvando al mundo”. Ahora bien, es cierto que algunas profesiones engendran sus propios panteones olímpicos. Algo de ello hay en los nombres propios que son inmortalizados con premios como el Nobel (y sus análogos en el interior de cada país o región) y en los actos de nominación de establecimientos (p.ej. los hospitales o los centros culturales). Después de todo, si bien teóricamente todos somos héroes a nuestra manera mientras no nos apartemos de la norma, algunos –como los científicos– lo son más por realizar “grandes avances” para la humanidad en materia de ciencia, tecnología, arte o deporte, seres un tanto excepcionales que la cultura fragua como nuevos modelos, como resultante de épicas individualistas exitosas gracias al sacrificio, el trabajo y la fuerza de voluntad (como si se tratase de una suerte de hércules modernos). En el marco de dicha ficción social, uno de los mitos más recientes es el del héroe del mundo de los negocios (aunque –como hemos explorado más arriba– dicha expresión pueda analizarse en cierto marco ideológico como un oxímoron).

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BLOQUE II (Im)posible huir de tan funesto destino

Teatro ateniense en la antigüedad Las historias de la literatura convienen en que el teatro occidental, tal como lo conocemos, se originó alrededor del siglo V a.C. en la ciudad griega de Atenas. 1 Allí, para celebrar el fin del invierno y el inicio de la época de fertilidad, se organizaba una gran fiesta orgiástica en honor al dios Dionisio (asociado, en particular, con el vino, el deseo, los placeres, la fertilidad). Uno de los espectáculos centrales consistió, entonces, en la presentación en escena de representaciones que combinaban grupos de personas disfrazadas con pieles de machos cabríos en honor a Dionisio, bailando y cantando himnos que evocaban relatos míticos conocidos por todos los presentes. Entonces, estas primeras puestas teatrales consistían, en primer lugar, en un coro, al que pronto se le añadiría un personaje individual diferenciado del resto (el protagonista) como aquel que personificaba a alguna figura célebre mítica que confrontaba al coro, increpándolo con preguntas o comentarios que hacían más dinámico el espectáculo. No tardaría en aparecer un segundo individuo en escena (el antagonista) –mérito atribuido a Esquilo– para que luego se sumara un tercero –a partir de Sófocles–.2 Ahora bien, ir al teatro en la antigua Grecia era un acontecimiento bien diferenciado de lo que significa para nosotros ir al teatro hoy en día, por varias razones: • Solo los ciudadanos podían asistir al teatro (lo cual, en Grecia, excluía a los esclavos y a las mujeres) • Hay testimonios de que la entrada era gratuita o de que al menos a las personas menos adineradas de las exceptuaba del pago de cualquier arancel para poder asistir y participar. • Las obras no se representaban en teatros cerrados en cualquier momento del año y en un periodo acotado de tiempo. Por el contrario, había que esperar a las fiestas dionisíacas para asistir a un anfiteatro a cielo abierto donde a lo largo de la jornada donde tres autores presentaban cada uno tres tragedias y una comedia, lo cual extendía el espectáculo a lo largo de todo un día. • Estas festividades y sus espectáculos suponían una función educativa y moral importante y, por tanto, se revestían como asunto de interés para el Estado. • Se estima que un teatro griego podría llegar a albergar a quince mil personas. • La inexistencia de micrófonos y la masividad del público supuso el empleo de máscaras que, además del valor ritual, permitían identificar a la distancia a los personajes, a la vez que amplificaban las voces. ¿Sabías que a la palabra griega para designar a los actores era hypocrités, de donde proviene la palabra española “hipócrita”?

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Cabe señalar que poco se ha estudiado en la historiografía del teatro otros mitos de origen tales como las representaciones realizadas en el Antiguo Egipto, los rituales africanos o los de los pueblos originarios de suelo americano (por mencionar solo algunos otros focos de emergencia de esta práctica en occidente). Vale señalar en este punto que el discurso de la crítica y de la historia de la literatura se encuentra fuertemente constreñida en este punto por la pervivencia de un corpus sumamente escueto de obras. Muchas culturas no poseían sistema de escritura o bien sí pero fueron arrasadas o no han sido traducidas. Asimismo, los materiales de registro disponibles en cada momento histórico son de durabilidad variable, pero en mayor o menor grado siempre están sujetas a degradación y pérdida. Por ello, vale advertir que lo que habitualmente se sostiene en torno a textos de periodos históricos remotos reviste un carácter en general fuertemente conjetural y sujeto a los textos accesibles. Asimismo, las historias de la literatura habitualmente disponibles se caracterizan por un fuerte sesgo eurocentrista, ignorando o relegando a los márgenes la cultura de otros continentes. Así, ante esto, el lector debe estar advertido que la afirmación “el teatro se originó en Atenas en el siglo V a.C.” debe ser siempre considerada entre comillas. 2 Tal fue el máximo de actores en la tragedia griega: dos actores y un coro (habitualmente encabezado por un individuo llamado “corifeo”). Esto no supuso, claro, que las obras solo tuvieran tres personajes, ya que el empleo de máscaras permitía a un mismo actor interpretar varios personajes sin desorientar a la audiencia. Prof. Gastón Daix – Ciclo lectivo 2020 – pág. 26

La mirada aristotélica en la poética . El filósofo griego Aristóteles se preocupó por definir los géneros de representación, estableciendo que la diferencia entre comedia y tragedia consistía en el objeto y el modo de representación de acciones (mímesis). Así, la tragedia se caracterizaría por representar a los hombres mejores de lo que son, tomando como protagonistas a reyes o héroes; en tanto que la comedia representaría a los hombres peor de lo que son, focalizándose en imitar –por lo general– a hombres de clases más bajas y animales. Asimismo, Aristóteles planteó tres pautas generales para estas representaciones que se sostendrían como regla hasta inicios de la modernidad: − Unidad de lugar: las acciones debían transcurrir en un único espacio. − Unidad de tiempo: todos los acontecimientos debían transcurrir en el espacio de una jornada, desde la salida del sol hasta su ocultamiento. − Unidad de acción: la obra debía aludir a un solo hecho o acción central. En cuanto al lugar social del teatro, Aristóteles le atribuye como función la de la catarsis o expurgación de las pasiones mediante la identificación del espectador con los personajes y acciones representadas. Entre los poetas más destacados en el género trágico se encuentran Esquilo, Sófocles y Eurípides, en tanto que en la comedia se destaca el nombre de Aristófanes.

Edipo Rey . Las tragedias griegas se basaban en mitos que eran bien conocidos por la audiencia. Sobre la base de estas historias, el poeta realizaba un recorte para focalizar en aquellos aspectos que permitieran reinterpretar su sentido y provocar el efecto de identificación necesario para producir la catarsis a la que alude Aristóteles. Veamos, entonces, cómo por ejemplo Sófocles toma el mito de Edipo y le da forma a una de las tragedias más conocidas de toda la historia: Edipo Rey. El mito de Edipo señala que el rey Layo, su padre, consulta al oráculo de Delfos acerca del futuro de su hijo aún no nacido. La respuesta que envía el dios es que está destinado a matar al padre para luego casarse con su propia madre. Como consecuencia, el rey resuelve que el niño sea asesinado para evitar que se cumpla la profecía. Entonces, no bien nace, se lo entrega a un servidor para que lo mate. Pero este, compadecido, entrega al niño aun pastor, quien a su vez lo da a los reyes de Corinto, Pólibo y Mérope. En Corinto, Edipo crece convencido de ser hijo de los reyes, pero un día, durante una fiesta, un habitante de la ciudad le revela que no es así. Para saber la verdad, Edipo se dirige al oráculo de Delfos y allí le es revelado su destino: "matarás a tu padre y procrearás con tu madre". Para evitar que la profecía se cumpla huye de la que considera su ciudad natal y, rumbo a Tebas, se cruza con un grupo de hombres, entre los que está Layo, y les da muerte. Continúa su camino y encuentra a la entrada de la ciudad una Esfinge, monstruo mitológico con cabeza de mujer, cuerpo de león, y alas, que ha propagado una peste en la ciudad. La Esfinge plantea enigmas a los caminantes, y devora a quienes no pueden resolverlos; a Edipo le pregunta cuál es animal que durante el día camina en cuatro patas, durante la tarde en dos, y durante la noche en tres, a lo que Edipo contesta que se trata del hombre. Habiendo derrotado a la Esfinge, Edipo la mata, salva a la ciudad y al entrar en ella le es dada en matrimonio la reina viuda (Yocasta), por lo que es coronado rey de Tebas. Con este trasfondo, la obra de Sófocles da inicio con Edipo saliendo de palacio para dar respuesta al pueblo suplicante que le ruega se ocupe de desentrañar y disipar el mal que ocasiona una epidemia en la ciudad y una sequía en la zona. En realidad, Edipo se ha adelantado a este pedido y ha enviado ya a su cuñado, Creonte, a consultar al oráculo de Delfos3 para que, con ayuda de los dioses, se sepa de qué modo proceder. En el preciso instante en que se encuentra comunicando 3

El oráculo de Delfos asiste aquí a dos personas en diferentes momentos para develar su destino: por un lado, a Layo, padre de Edipo, que consulta al oráculo para saber sobre el futuro de su hijo; por el otro a Edipo, quien a partir de esta revelación se siente condenado a desterrarse de la que considera su ciudad natal (Corinto). Como consecuencia de la revelación recibida, ambos (Layo y Edipo) intentan evitar que se cumplan las funestas predicciones de los dioses: uno, haciendo desaparecer a su hijo; el otro, huyendo de quienes considera sus padres. Prof. Gastón Daix – Ciclo lectivo 2020 – pág. 27

esto al pueblo, ve llegar a Creonte, quien le informa que la razón de los pesares de Tebas tiene una misma raíz: la cólera que agita a los dioses por el crimen no resuelto de la muerte de su antecesor en el trono, el rey Layo. Como se ve, el anclaje trágico radica en que develar ese misterio supondrá dar a conocer su identidad –que hasta el momento él mismo ignora– y los actos atroces que lo han conducido al poder y que, tras haber salvado la ciudad, está a punto a de convertirse en su propia ruina. Se trata pues, de un destino del que no parece haber salida porque, a esa altura, la suerte ya está echada. Por otra parte, queda claro que ha sido la instigación divina4 (mediante las súplicas del pueblo y por la voz del oráculo) la que desencadena el dispositivo de ese destino. Una vez que se conoce la respuesta por boca de Creonte ("El rey Apolo nos ordena expresamente lavar una mancha que ha nutrido este país y no dejarla crecer hasta que no tenga remedio") se dirigen a un adivino, Tiresias, para que confirme esta predicción y ayude en la búsqueda del culpable. Cuando interviene, Tiresias le adelanta a Edipo su destino trágico: “La aterradora maldición de un padre y una madre te acosa y te echará de este país; y tú, que hoy ves claramente la luz, pronto no verás más que tinieblas”. El diálogo que Edipo mantiene con el adivino Tiresias resulta fundamental para comprender una característica propia del héroe trágico: la hybris, concepto griego que designa la desmesura o una pasión irrefrenable (en oposición a la mesura o sofrosine). En su afán por castigar al asesino, Edipo reniega de las revelaciones del anciano. Sintiéndose engañado, agravia al adivino por su ceguera (“Vives en una noche continua, de manera que ni a mí, ni a ninguno que vea la luz, podrías perjudicar nunca”) y lo expulsa sin entrar en razones. El exceso es doble: pregunta lo que el advino advierte que no debe responder y luego, dada la respuesta, se niega a escuchar. Se aferra así al error (hamartía), reniega del consejo divino y se precipita a su perdición. La intervención de un mensajero que refiere a Edipo su verdadero linaje provoca en él lo que Aristóteles denomina un reconocimiento o anagnórisis, es decir un pasaje súbito de la ignorancia al conocimiento. Así Edipo descubre quiénes son sus verdaderos padres, quién es él realmente, y la ironía que supone que, al intentar evitar el mal presagio, sus padres solo han conseguido hacerlo cumplir. Unida al reconocimiento, se encuentra la peripecia (peripeteia), es decir un cambio de suerte: cuando se revela la verdad, Yocasta –la madre y esposa de Edipo– se suicida, mientras que Edipo se quita la vista y se va de la ciudad. El reconocimiento y la peripecia provocaban en el espectador temor (al destino y a los dioses), y compasión (por un héroe que padece sin ser merecedor de ello), lo que desencadenaba la catarsis: a partir de la experiencia del héroe, el público comprendía qué errores no tenía que cometer y qué mandatos sociales debía seguir el individuo. En suma, la revelación de Tiresias, junto con la aportada por los oráculos, muestra una particular concepción del futuro: el destino de los hombres está fijado de antemano y nada ni nadie puede torcerlo. Esta concepción de la predestinación, propia de la Grecia clásica, se relaciona con la creencia religiosa de que los hombres eran juguetes y marionetas de los dioses; nada de lo que las personas hacían podía modificar este principio.

EL MITO DE EDIPO | Draw My Life Edipo Rey de Sófocles

https://youtu.be/KctlxYNQO30

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Dado que, para la cosmovisión griega, los hombres dependen del destino prefijado y de los actos de los dioses, muchas de las actitudes humanas eran atribuibles a la ira de algún dios, quien castigaba a los hombres induciéndolos al mal, haciéndolos entrar en el estado de hammarthía, que llevaba a los héroes trágicos a cometer la falta que los conduciría al desenlace trágico. Prof. Gastón Daix

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Medea .

MEdea Eurípides

NODRIZA. — ¡Ojalá la nave Argo no hubiera volado sobre las sombrías Simplégades hacia la tierra de Cólquideł, ni en los valles del Pelión hubiera caído el pino cortado por el hacha?, ni hubiera provisto de remos las manos de los valerosos hombres que fueron a buscar para Pelias el vellocino de oro! Mi señora Medea no hubiera zarpado hacia las torres de la tierra de Yolco, herida en su corazón por el amor a Jason, ni, habiendo persuadido a las hijas de Pelias a matar a su padre, habitaría esta tierra corintia con su es- poso y sus hijos, tratando de agradar a los ciudadanos de la tierra a la que llegó como fugitiva y viviendo en completa armonía con Jasón: la mejor salvaguarda radica en que una mujer no discrepe de su marido. Ahora, por el contrario, todo le es hostil y se duele de lo más querido, pues Jasón, habiendo traicionado a sus hijos y a mi señora, yace en lecho real, después de haber tomado como esposa a la hija de Creonte, que reina sobre esta tierra. Y Medea, la desdichada, objeto de ultraje, llama a gritos a los juramentos, invoca a la diestra dada, la mayor prueba de fidelidad, y pone a los dioses por testigo del pago que recibe de Jason. Ella yace sin comer, abandonando su cuerpo a los dolores, consumiéndose día tras día entre lágrimas, desde que se ha dado cuenta del ultraje que ha recibido de su esposo, sin levantar la vista ni volver el rostro del suelo y, cual piedra u ola marina, oye los consuelos de sus amigos. Y si alguna vez vuelve su blanquísimo cuello, ella misma llora en sí misma a su padre querido, a su tierra y a su casa, a los que traicionó para seguir a un hombre que ahora la tiene en menosprecio. La infortunada aprende, bajo su des gracia, el valor de no estar lejos de la tierra patria. Ella odia a sus hijos y no se alegra al verlos, y temo que vaya a tramar algo inesperado, [pues su alma es violenta y no soportará el ultraje. Yo la conozco bien y me horroriza pensar que vaya a clavarse un afilado puñal a través del hígado, entrando en silencio en la habitación donde está extendido su lecho, o que vaya a matar al rey y a su esposa y después se le venga encima una desgracia mayor], pues ella es de temer. No será fácil a quien haya incurrido en su odio que se lleve la corona de la victoria. Pero he aquí a los hijos que vienen de ejercitarse en la carrera, sin preocuparse en absoluto de las desgracias de su madre, pues a una mente joven no le gusta sufrir. Prof. Gastón Daix

PEDAGOGO. — Antigua esclava de mi señora, ¿por qué estás junto a las puertas tan solitaria, lamentando contigo misma desgracias? ¿Cómo consiente Medea en estar sola sin ti? NODRIZA. — Anciano compañero de los hijos de Jasón, para los buenos esclavos es una calamidad que rueden mal las cosas de sus amos, y hace mella en sus corazones. Yo he llegado a un grado tal de sufrimiento, que el deseo me ha impulsado a venir aquí a confiar a la tierra y al cielo las desgracias de mi señora. PEDAGOGO. — ¿No cesa aún la desgraciada en sus gemidos? NODRIZA. — Envidio tu ingenuidad. El dolor está en su principio y aún no ha llegado a su mitad. PEDAGOGO. — ¡Insensata!, si es lícito dirigirse así a los señores. ¡Cuán lejos está de conocer sus nuevas desgracias! ? NODRIZA. —¿Qué sucede, anciano? No rehúses hablar. PEDAGOGO. — Nada. Bien arrepentido estoy de lo que acabo de decir. NODRIZA. — No, por tu mentón, no ocultes nada a tu compañera de esclavitud, pues yo guardaré silencio si es necesario. PEDAGOGO. — He oído a alguien, haciendo que no prestaba atención, y acercándome a los jugadores de dados allí donde los más ancianos están sentados alrededor de la augusta fuente de Pirene', que Creonte, soberano de esta tierra, iba a expulsar de este suelo a estos niños con su madre. Mas ignoro si este rumor es verdadero. Desearía que no lo fuese. NODRIZA. —¿Y Jasón va a permitir que sus hijos sufran esto, aunque no se lleve bien con su madre? PEDAGOGO. — Las antiguas alianzas ceden el paso a las nuevas y aquél ya no es amigo de esta casa. NODRIZA. — Estamos perdidos, si un nuevo mal aña dimos al antiguo, antes de haber apurado este presente.

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PEDAGOGO. — Tú, al menos –pues no es momento de que lo sepa la señora--, tranquilízate y guarda silencio. NODRIZA. — Hijos, ¿oís cómo se porta vuestro padre con vosotros? Que no perezca, pues es mi señor, pero no hay duda de que es un malvado con los suyos. PEDAGOGO. —¿Y quién no de los mortales? Acabas de comprender que todo el mundo se ama más a sí mismo que a su prójimo, [unos con razón y otros por interés], si te fijas en que su padre no los ama a causa de su lecho. NODRIZA. — Entrad, todo irá bien, dentro de la casa, hijos. Y tú, tenlos lo más apartados que puedas y no los acerques a su irritada madre, pues ya la he visto mirarlos con ojos fieros de toro, como tramando algo. No cesará en su cólera, lo sé bien, antes de desencadenarla sobre alguien. ¡Que, al menos, cause mal a sus enemigos y no a sus amigos! MEDEA. — (Desde dentro.) ¡Ay, desgraciada de mi e infeliz por mis sufrimientos! ¡Ay de mi, ay de mi! ¿Cómo podría morir? […] MEDEA. — (Desde dentro.) ¡Gran Zeus y Temis augusta! ¿Veis lo que sufro, encadenada con grandes juramentos a un esposo maldito? ¡Ojalá que a él y a su esposa pueda yo verlos un día desgarrados en sus palacios, por las injusticias que son los primeros en atreverse a hacerme! ¡Oh padre, oh ciudad de los que me alejé, después de matar vergonzosamente a mi hermano! CORO. –. He oído el clamor gemebundo de los lamentos y los gritos penosos y penetrantes que lanza contra su mal vado esposo, traidor a su lecho. Ella invoca, como testimonio de la injusticia padecida, a Temis, hija de Zeus, custodia de los juramentos, que la condujo a la costa opuesta de Grecia, a través del mar nocturno, hasta la salina llave del mar infinito. MEDEA. — (Aparece en escena y se dirige al Coro.) Mujeres corintias, he salido de mi casa para evitar vuestros reproches, pues yo conozco a muchos hombres soberbios de natural -a unos los he visto con mis propios ojos, y otros son ajenos a la casa- que, por su tranquilidad, han adquirido mala fama de indiferencia. Es evidente que la justicia no reside en los ojos de los mortales, cuando, antes de haber sondeado con claridad el temperamento de un hombre, odian sólo con la vista, sin haber recibido ultraje alguno. El extranjero debe adaptarse a la Prof. Gastón Daix

ciudad, y no alabo al ciudadano de talante altanero que es molesto para sus conciudadanos por su insensibilidad. En cuanto a mí, este acontecimiento inesperado que se me ha venido encima me ha partido el alma. Todo ha acabado para mí y, habiendo perdido la alegría de vivir, deseo la muerte, amigas, pues el que lo era todo para mí, no lo sabéis bien, mi esposo, ha resultado ser el más malvado de los hombres. De todo lo que tiene vida y pensamiento, nosotras, las mujeres, somos el ser más desgraciado. Empezamos por tener que comprar un esposo con dispendio de riquezas y tomar un amo de nuestro cuerpo, y éste es el peor de los males. Y la prueba decisiva reside en tomar a uno malo, o a uno bueno. A las mujeres no les da buena fama la separación del marido y tampoco les es posible repudiarlo. Y cuando una se encuentra en medio de costumbres y leyes nuevas, hay que ser adivina, aunque no lo haya aprendido en casa, para saber cuál es el mejor modo de comportarse con su compañero de lecho. Y si nuestro esfuerzo se ve coronado por el éxito y nuestro esposo convive con nosotras sin aplicarnos el yugo por la fuerza, nuestra vida es envidiable, pero si no, mejor es morir. Un hombre, cuando le resulta molesto vivir con los suyos, sale fuera de casa y calma el disgusto de su corazón [yendo a ver a algún amigo o compañero de edad]. Nosotras, en cambio, tenemos necesariamente que mi rar a un solo ser. Dicen que vivimos en la casa una vida exenta de peligros, mientras ellos luchan con la lanza. ¡Necios! Preferiría tres veces estar a pie firme con un escudo, que dar a luz una sola vez. Pero el mismo razonamiento no es válido para ti y para mí. Tú tienes aquí una ciudad, una casa paterna, una vida cómoda y la compañía de tus amigos. Yo, en cambio, sola y sin patria, recibo los ultrajes de un hombre que me ha arrebatado como botín de una tierra extranjera, sin madre, sin hermano, sin pariente en que pueda encontrar otro abrigo a mi desgracia. Pues bien, sólo quiero obtener de ti lo siguiente: si yo descubro alguna salida, algún medio para hacer pagar a mi esposo el castigo que merece, [a quien le ha concedido su hija y a quien ha tomado por esposa], cállate. Una mujer suele estar llena de temor y es cobarde para contemplar la lucha y el hierro, pero cuando ve lesionados los derechos de su lecho, no hay otra mente más asesina. CORIFEO. — Así lo haré. Tú tienes derecho a castigar a tu esposo, Medea. No me causa extrañeza que te duelas de tu infortunio. Pero estoy viendo a Creonte, señor de esta tierra, que se acerca, mensajero de nuevas decisiones.

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CREONTE. — A ti, la de mirada sombría y enfurecida contra tu esposo, Medea, te ordeno que salgas deste rrada de esta tierra, en compañía de tus dos hijos y que no te demores. Ya que yo soy el árbitro de esta orden, no regresaré a casa antes de haberte expulsado fuera de los límites de esta tierra. MEDEA. — ¡Ay, estoy completamente perdida, des graciada de mí! Mis enemigos despliegan todas las velas y no hay desembarco accesible para escapar a esta desgracia. Mas, a pesar de mi situación desfavorable, voy a hacerte una pregunta. ¿Por qué me expulsas de esta tierra, Creonte? CREONTE. — Temo que tú, no hay por qué alegar pretextos, causes a mi hija un mal irreparable. Muchos motivos contribuyen a mi temor: eres de naturaleza hábil y experta en muchas artes maléficas, y sufres por verte privada del lecho conyugal. Oigo decir que amenazas, así me lo refieren, con hacer algo contra el padre que ha concedido en matrimonio a su hija, contra el esposo y la esposa. Antes de que esto suceda, tomaré mis precauciones. Preferible es para mí atraer- me ahora tu odio, mujer, que llorar luego amargamente mi blandura. MEDEA. — ¡Ay, ay! No es ahora la primera vez, sino que ya me ha ocurrido con frecuencia, Creonte, que me ha dañado mi fama y procurado grandes males. Nunca hombre alguno, dotado de buen juicio por na turaleza, debe hacer instruir a sus hijos por encima de lo normal, pues, aparte de ser tachados de holgazanería, se ganarán la envidia hostil de sus conciudadanos. Y si enseñas a los ignorantes nuevos cono cimientos, pasarás por un inútil, no por un sabio. Si, por el contrario, eres considerado superior a los que pasan por poseer conocimientos variados, parecerás a la ciudad persona molesta. Yo misma participo de esta suerte, ya que, al ser sabia, soy odiosa para unos [... ( )] y para otros hostil. Y la verdad es que no soy sabia en exceso. Como quiera que sea, tú tienes miedo de que yo te proporcione algún daño. No tiembles ante mí, Creonte, no estoy en condiciones de cometer un error contra los soberanos. Y además, ¿en qué me has ofendido tú? Diste a tu hija a quien te placía. A mi esposo es a quien odio, pero tú, así lo creo, has obrado con sensatez. No siento envidia ahora de que todo te salga bien. Celebrad la boda, que os acompañe la felicidad, pero permitidme habi tar esta tierra. Mantendré en silencio la injusticia reci bida, pues he sido vencida por quienes son más pode rosos.

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CREONTE. — Dices cosas dulces de oír, pero temo que dentro de tu mente maquines contra mí algún mal y ahora confío en ti menos que antes, pues de una mujer de ánimo irritado, lo mismo que de un hombre, es más fácil guardarse que de un sabio silencioso. ¡Vete lo más rápido que puedas y no hables más! Así se ha decidido y ningún artificio te valdrá para que darte entre nosotros, ya que eres enemiga nuestra. MEDEA. — (Abrazándose a sus rodillas en señal de súplica.) ¡No, te lo suplico por tus rodillas y por tu hija recién casada! CREONTE. — Gastas palabras. No lograrás convencerme nunca. En todo este pasaje hallamos claras alusiones al peligro que corre el filósofo en su actuación ante el vulgo, argumento que era tratado también en su tragedia Antiope. En el fondo se debate el problema de la utilidad o inutilidad del sabio para la comunidad, lo cual prueba lo cercano que estaba ya el divorcio de la unión sabio-comunidad. Esto lo sabía perfectamente Eurípides, llamado, con razón, el filósofo de la escena. MEDEA. —¿Vas a echarme sin tener en considera ción mis súplicas? CREONTE. — No te quiero a ti más que a mi casa. MEDEA. — ¡Oh patria, cómo me embarga tu recuerdo! CREONTE. - Fuera de mis hijos, nadie hay más querido para mí. MEDEA. — ¡Ay, ay, qué gran mal son los amores para los mortales! CREONTE. — Depende, creo, de cómo se presenten las circunstancias. MEDEA. — ¡Zeus, ojalá no te pase desapercibido el culpable de estas desgracias! CREONTE. — ¡Vete, insensata, y líbrame de este sufrimiento! MEDEA. — Yo soy la que sufro sin tener necesidad de ello. CREONTE. — (Haciendo un gesto a los hombres de su escolta.) Rápido, si no quieres ser expulsada a la fuerza por mis servidores., MEDEA. — Eso no, Creonte, te lo ruego. CREONTE. — Vas a ocasionarnos molestias, según parece, mujer.

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MEDEA. — Me marcharé. No es eso lo que suplico conseguir de ti. CREONTE. — ¿Por qué opones resistencia y no te alejas de esta tierra? MEDEA. — Déjame permanecer un solo día y pensar de qué modo me encaminaré al destierro y encontrar recursos para mis niños, ya que su padre no se digna ocuparse de sus hijos. ¡Compadécete de ellos! Tú también eres padre y es natural que tengas benevolencia. Por mí no siento preocupación ni por mi destierro, pero lloro por aquellos y por su infortunio. CREONTE. — La naturaleza de mi voluntad no es la de un tirano y la piedad muchas veces me ha sido perjudicial. Ahora veo que me equivoco, mujer, y, sin embargo, obtendrás lo que deseas. Pero te prevengo que, si mañana la antorcha del dios te ve a ti y a tus hijos dentro de los confines de esta tierra, morirás. Lo que te acabo de decir no es falso. Y ahora, si debes quedarte, quédate un día, pues no podrás llevar a cabo ninguna de las acciones que me aterran. [Creonte abandona la escena.] CORIFEO. - ¡Desgraciada mujer! ¡Ay, ay, triste por tus pesares! ¿A dónde te dirigirás? ¿A qué hospitalidad vas a recurrir? ¿En qué casa o tierra hallarás la salvación de tus desgracias? ¿Cómo te ha sumergido la divinidad en un oleaje infranqueable de males! MEDEA. — La desgracia me asedia por todas partes. ¿Quién lo negará? Pero esto no se quedará así, no lo creáis todavía. A los recién casados aún les acechan dificultades, y a los suegros no pequeñas pruebas. ¿Crees que yo habría adulado a este hombre, si no fuera por provecho personal o maquinación? Ni si quiera le hubiera dirigido la palabra ni tocado con mis manos. Pero él ha llegado a tal punto de insensatez que, habiendo podido arruinar mis

proyectos expulsándome de esta tierra, ha consentido que yo permaneciera un día, en el que mataré a tres de mis enemigos, al padre, a la hija y a mi esposo. Tengo muchos caminos de muerte para ellos, pero no sé, amigas, de cuál echaré mano primero. Prenderé fuego a la morada nupcial o les atravesaré el hígado con una afilada espada, penetrando en silencio en la habitación en que está extendido su lecho. Un solo inconveniente me detiene: si soy cogida en el momento de atravesar el umbral y dar. el golpe, mi muerte será el hazmerreír de mis enemigos. Lo mejor es el camino directo, en el que soy muy hábil por naturaleza: matarlos con mis venenos. Bien. Ya están muertos. ¿Qué ciudad me acogerá? ¿Qué huésped, ofreciéndome su tierra como asilo y su casa como garantía, protegerá mi persona? Ninguno. Pero puesto que aún puedo permanecer breve tiempo, si se me muestra un refugio seguro, con astucia y en silencio me encaminaré al crimen, pero si una desgracia sin remedio me expulsa de la ciudad, yo misma con la espada en la mano, aunque vaya a morir, los mataré y recurriré a la audacia más ex tremada. No, por la soberana a la que yo venero por encima de todas y a la que he elegido como cómplice, por Hécate, que habita en las profundidades de mi hogar, ninguno de ellos se reirá de causar dolor a mi corazón. Yo haré que sus bodas sean amargas y dolorosas, amarga su alianza y el exilio que me aleja de mi tierra. Mas, ea, no ahorres ninguno de tus conocimientos, Medea, en tus planes y artimañas. Avanza hacia tu acción terrible, ahora debes dar prueba de tu valor. Ves el trato que recibes. No debes pagar el tributo del escarnio en la boda de Jason con una descendiente de Sísifo, tú, hija de un noble padre y progenie del Sol. Tú eres hábil y, además, las mujeres somos por naturaleza incapaces de hacer el bien, pero las más hábiles artífices de todas las desgracias. […]  Trad. Alberto Medina González y Juan Antonio López Férez.

Medea, sacerdotisa de la diosa Hécate, era hija del rey de Cólquida, Eetes, y de la ninfa Idía. Conoció a su esposo Jasón cuando este se encontraba en una arriesgada misión para recuperar el trono de su familia en Yolco, usurpado por su tío Pelias, quien juró cederle su lugar a cambio de que le entregase el legendario vellocino de oro, que estaba en posesión de Eetes. A su vez, este accedió a darle al héroe lo que este solicitaba si cumplía hazañas irrealizables: a saber, unir los toros que lo custodiaban, arar y sembrar la tierra con ellos y finalmente vencer a una serpiente que custodiaba el vellocino al pie de un árbol. Por fortuna, Medea, locamente enamorada del desconocido, traicionó secretamente a su familia favoreciendo con una pócima mágica que permitió a Jasón salir indemne y triunfante, a cambio de que se la llevara con él a Yolco. Eetes, sospechando un engaño, se negó a cumplir su parte del trato, pero Medea arbitró los medios para hacerse del vellocino y huir con Jasón y sus compañeros. Cuando Eetes, aún más encolerizado, manda una flota encabezada por su hijo Apsirto tras los argonautas y a pesar de que Jasón había accedido a rendir las armas y a entregar a Medea a cambio del vellocino, esta tomó la delantera asesinando a su propio hermano por la espalda y, para que su padre no la alcanzara, desmembró su cuerpo y fue arrojando de a una sus partes para Prof. Gastón Daix

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que Eetes se demorara recogiéndolas y así alcanzar a escapar. Cuando finalmente llegaron a destino, Pelias se negó a entregar la corona, por lo que nuevamente intervino Medea manipulando a las hijas de este para que, intentando usar brujería para rejuvenecerlo, le dieran muerte. Aborrecidos por el pueblo, Medea y Jasón deben huir y buscar asilo en Corinto, donde pasaron los siguientes diez años en paz y tuvieron dos hijos. Al cabo de ese tiempo, Creonte, rey del lugar, conviene que Jasón despose a su hija Glauca y desterrar a Medea y a su prole. Es en ese momento que se da inicio a los hechos de la obra de Eurípides. Medea, incendiada en cólera, urdirá un plan para vengarse y remediar la humillación a la que ha sido sometida. Tras convencer a Creonte de que le dé un día de gracia antes de comenzar su exilio, le envía a Glauca un manto embrujado que, una vez colocado sobre la piel, se adhería a esta hasta calcinar a quien lo portase. Intentando salvar a su hija, Creonte muere en las llamas con esta. Asimismo, procura la muerte de sus propios hijos para infligir el mayor daño posible en Jasón. La obra concluye con ella escapando de la ciudad en un carro alado que su abuelo, el dios Helios, le había regalado. Mujer, extranjera, hechicera, puesta en sospecha por su nivel de instrucción y su ingenio, exiliada de su patria y de su familia, traicionada por el hombre al que ama y abandonada a su suerte con sus hijos, Medea ha sido releída como la encarnación de una mujer empoderada que no se deba abatir por la opresión de un sistema en el que las alianzas políticas entre los varones pretenden decidir sobre su vida, su cuerpo, su afectividad y su destino. Aunque para nuestra ética contemporánea las acciones tomadas parezcan desmesuradas y reprochables, resulta difícil no dejarse llevar por el pathos e identificarse con el dolor de este personaje manipulado, engañado y descartado. Medea no es la única figura femenina exaltada en el teatro clásico. Dentro de las tragedias, la obra Antígona de Sófocles presenta el drama de la hija de Edipo, enfrentada a su tío Creonte, el nuevo rey de Tebas, frente a la prohibición de darle sepultura al cadáver de su padre. En tal sentido, entran en conflicto dos deberes: el deber de todo ciudadano frente a las leyes del Estado y el deber familiar y religioso de honrar a los murtos conforme los ritos fúnebres que la tradición manda. Como cumplir con ambos es imposible, Antígona accede a transgredir la norma, a sabiendas de que será castigada por ello. Ahora bien, en este punto cabe señalar una gran asimetría entre Antígona y Media: Antígona recibe finalmente un castigo fatal del que no puede huir (ser enterrada viva) por acciones de las que no puede arrepentirse. Sufre sobre el escenario ese destino y se lamenta por no haberse casado y de tener que padecer en mano de los hombres por haber seguido la ley de los dioses. Medea, en cambio, tiene oportunidad de huir cuando es desterrada y conservar su vida si deja de lado la venganza. Sufre la humillación a la que la someten injustamente y padece la cólera, pero esta no la consume por completo, en tanto que el plan que elucubra para asesinar a sus hijos, a Glauca y a Creonte es llevado a cabo con total frialdad. Por fin, lejos de recibir un castigo ejemplar, interviene el recurso del carro alado que le perite huir como si ella misma fuese una diosa o una heroína épica de escena, resultando triunfante e indemne. Por fuera del mundo trágico, pero aún en el mundo clásico, otras mujeres célebres son las que protagonizan la famosa comedia Lisístrata de Aristófanes, donde se registra por primera vez una huelga sexual de mujeres como un modo de militar por la paz, erigirse como actores políticos en la mediación entre los atenienses y los laconios, y dar fin a la guerra que asolaba la región. Las mujeres toman control de la Acrópolis y se disponen a administrar las cuentas públicas, lo cual genera un gran escándalo. Claro está que, como se trata de una comedia y no de una tragedia, el desenlace de la obra supone la reconciliación de los grupos enfrentados en guerra y del género femenino con el masculino, al resguardo de las consecuencias que una acción como la emprendida en esta obra podría significar fuera de la ficción. Hemos destacado aquí solo unos ejemplos a título ilustrativo. Sírvase el lector de indagar por su cuenta acerca de otras obras teatrales clásicas en las que las mujeres cobran especial relevancia y de reflexionar acerca de las relecturas que los textos clásicos habilitan al fragor de los tiempos en los que vivimos, en los que la categoría de género permite desnaturalizar los roles que nos han sido asignados al nacer.

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Una espectadora activa . Nunca en domingo Jules Dassin [Esta escena transcurre en el departamento de Illya, el día de su cumpleaños, rodeada por amigos y clientes a los que ha invitado a compartir una tarde de comida, bebida, música y charlas. El Capitán incita a Illya que cuente a Homero el argumento de Medea –la cual ha visto ya unas quince veces– con el objeto de demostrarle al visitante la peculiar visión que tiene la joven que disfruta del arte “a pesar de no tener idea de qué se trata la obra”] ILLYA – Medea es una obra hermosa. Pero para ustedes, los hombres, eso no es gran elogio. La obra es sobre una mujer que sufre por un hombre. Érase una vez, una princesa en una tierra muy lejana, cuyo nombre es Medea. De una hermosa y larga cabellera negra. El Griego viene y de inmediato Medea se vuelve loca por él. No oye razones de nadie. Ella lo quiere a él. Se pelea con su padre y con todo el país. Medea era muy dulce, pero a veces tenía un mal temperamento. Como sea, la cuestión es que se va a Grecia a casarse con este hombre. Es un príncipe. Su nombre es Jasón. Ella es buena con él. Le da hijos hermosos. Pero él… de inmediato pone los ojos en una princesa rubia en Atenas. ¿Y saben que? Este Jasón ni siquiera tiene la cortesía de mentirle a Medea. ¡No! Le dice de inmediato en lla cara que quiere a la rubia porque es una princesa. Medea llora y dice “Yo también soy una princesa”. Es hermoso cómo llora. Todo lo que hace lo hace por Jasón. Incluso le envía regalos a la rubia. Pero todo el mundo dice cosas horribles de ella. Dicen que es una bruja. Hay doce mujeres ricas con hermosos vestidos en escena, pero también ellas dicen cosas horribles. Y Medea llora. Te juro que te parte el corazón. Tiene miedo. Se lleva a sus hijos y los esconde. Pero al final, Jasón ve cuánto es que Medea la ama y consiguen un maravilloso carro, y ella trae a los niños ¡y se van todos a la playa! HOMERO [hablando aparte con el Capitán]– ¡No! ¡Es tragedia griega y ella le da un final feliz! Ni siquiera dice que Medea mató a sus hijos. CAPITÁN – Ella también cambió eso. Oiga, Ilya es feliz. Encontró un modo de vivir. Déjala en paz. ILLYA – ¿Comento errores al hablar en inglés? ¿Eh? HOMERO – No. No. Para nada. Algún día me gustaría escucharla contar Edipo Rey. ILLYA – No me gusta esa historia. Es muy cruel. Una cosa buena que tiene es que Edipo siempre se la pasa hablando de su madre. Nunca he conocido a alguien que fuera tan buen hijo y que amara tanto a su

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madre. De acuerdo. Ahora le contaré a mis aimigos Edipo Rey, pero en griego. HOMERO – Es imposible. Una prostituta no puede ser feliz. Un mundo prostibulario no puede serlo. Quisiera acceder a su mente. CAPITÁN – ¿Qué quiere poner en su mente? HOMERO – Razón en lugar de fantasía. Moralidad en lugar de inmoralidad. Tengo que educarla, que transformarla. CAPITÁN – Recuerde lo que le sucedió a Pygmalion. HOMERO – No cometería ese error. Illya es amorosa. Pero para mí ella no es una mujer, sino una idea. Ella es una persona que vive fuera de la ley, y la ley debe ser reestablecida en todo el mundo. ¿Acaso no lo ve, capitán? CAPITÁN – Veo que usted estará ciego toda su vida.[…] [La siguiente escena transcurre luego de que Homero e Illya han ido juntos a ver la puesta en escena de Medea. Discuten a la salida del teatro.] HOMERO –Te digo que Medea mató a sus hijos. ILLYA – Homero, no seas estúpido. Homero – Pero es sencillo… [Illya lo Interrumpe y señala a los pequeños actores que se acercan a la actiz que encarna a Medea para saludar al público.] HOMERO –Los mató. La propia Medea. ¿Acaso no dice “He matado a mis hijos”? ILLYA – ¿Y usted le cree? (con sarcamo) Usted no entiende a las mujeres. Medea ama a su marido ¿no? Homero – Sí. ILLYA – Su marido está iteresado en otra mujer. ¿No? Homero – Sí. ILLYA – Ella le dijo a su marido que había matado a sus hijos para asustarlo, para recuperarlo. HOMERO – No. ILLYA – Sí. Y lo consigue y luego todos huyen, y todos sos felices y se van a la playa y fin. HOMERO – Ilya, ¡si te mostrase que todo lo que se ha escrito acerca de Medea verías que habla de ella asesinando a sus hijos! Si le preguntases a cualquiera que haya visto la obra, te dirá que es verdad por simple lógica… ¡Sos una mujer gierga! ¡Deberías ser lógica! ILLYA – ¿Por qué? Homero – Porque el mayor griego de todos, Aristóteles, inventó la Lógica… ILLYA – ¿Quién? HOMERO – Aristóteles.

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ILLYA – ¡¿Aristóteles?! ¿Ese que el capitán dijo que cree que los hombres lo son todo y que las mujeres no son nada? No me interesa lo que diga Aristóteles. HOMERO – Mirá a tu alrededor, Illya. El arte griego es el más armónico del mundo. ¿Qué pasó? ¿Qué te/les pasó? [what happend to you] “Todo mal está en la desarmonía” [cita de Platón]. Estás en desarmonía con vos misma. Tenés belleza, gracia y sos… Yo, como boy scout estadounidense, te voy a devolver la armonía. ILLYA – [Amargada] Devolveme a El Pireo. Quiero irme a dormir.

[Illya sale corriendo y Homero va tras de ella] HOMERO – Estoy peleando por tu alma. ¡Escuchame, Illya! ILLYA – Me hiciste infeliz. Si lo que decís de la tragedia griega es cierto, entonces ya no me gusta la tragedia griega. HOMERO – Si tan solo… ILLYA – [Al borde del llanto y a los gritos] Y tampoco me gustás vos. Porque antes de conocerte estaba enloquecida con la tragedia griega.

ACTIVIDADES PROPUESTAS

A. Al juzgar por lo que leyeron y por el título del fragmento anterior, ¿de qué crees que se trata Nunca en domingo? ¿Qué podés adivinar de la situación de los personajes (género, edad, profesión, clase social, nacionalidad, etc.)? B. Discutan si consideran que la interpretación que presenta Illya de Medea es descabellada o no. C. ¿En qué sentido/s crees que estos episodios ponen en tensión la verosimilitud del género “tragedia clásica” (es decir, las expectativas que el espectador tiene a la hora de presenciar una obra de este tipo en función de su experiencia con otras anteriores y las reglas internas que estas imponen) y la verosimilitud con relación a la doxa (o sea, el sentido común)? (Cf. Todorov, “Lo verosímil”) D. ¿Considerás que el conflicto puede leerse en términos de lo que actualmente se denominaría mansplaining? Nunca en domingo [Ποτέ την Κυριακή] es una película cómica de 1960 que gira en torno a la vida de Illya, una prostituta muy popular que vive en una ciudad costera en Grecia y que trabaja toda la semana, a excepción del domingo, día en el que viaja para ver representaciones escénicas de sus tragedias favoritas. También es la historia de un académico estadounidense llamado “Homero” que se encuentra obsesionado con develar las causas de lo que percibe como la decadencia cultural de la cuna de la civilización occidental. Cuando conoce a Illya, ve en ella un símbolo del declive y decide que si es capaz de educarla en filosofía y arte y así “salvarla” de la vida que lleva adelante habrá esperanza para el mundo. Eventualmente logra convencerla de que le otorgue dos semanas de su tiempo, prometiendo a cambio compensarla económicamente por el cese de lucro que significaba no trabajar una quincena. Como Homero en realidad no cuenta con liquidez para ello, recurre secretamente al “Sin Rostro”, un proxeneta local, propietario de las casas que alquila a las prostitutas del pueblo a precios onerosos, quien gustosamente cede la suma necesaria para sacar a Illya de la vida pública, ya que ella se había convertido en un peligroso referente para las prostitutas que trabajaban bajo su control, no solo por su espíritu colaborativo y su influencia, sino porque además era la única que trabajaba por cuenta propia y no debía rendirle cuentas a nadie. Triplemente cercada –por el discurso moral y neocolonialista de Homero, por los intereses capitalistas y patronales del Sin Rostro, y por las intenciones de casamiento de un pretendiente– los personajes masculinos pugnan denodadamente por lograr el retiro de su cuerpo de la esfera pública a la privada y la sujeción de su conducta a los intereses y valores que le resultan ajenos pero que se espera que sea capaz de incorporar. Así, por ejemplo, es emblemático el conflicto que se genera en torno a la peculiar interpretación que Illya hace de las obras teatrales que tanto disfruta. Homero intenta imponer una tradición interpretativa, que considera la más lógica y racional, heredera de la tradición aristotélica, pero distanciada del sentido común de la vida cotidiana de la espectadora. Esa riña entre lo culto y lo popular, entre placer y goce, genera un punto de inflexión y de tensión en la relación de estos personajes.

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Lugar de representación del teatro clásico Los teatros griegos se erigían en las laderas a las colinas para aprovechar la elevación natural del terreno y colocar allí distintos niveles de gradas (koilon), separados por corredores (diazoma), que hacían más visible la acción desarrollada debajo. Estas gradas se disponían en forma semicircular rodeando dos tercios del espacio circular conocido como orquesta (orchestra) en la que se ubicaba el coro. Al comienzo existía un pequeño altar (thymile) en el centro en el que se realizaba un sacrificio animal en honor a Dionisio, pero prontamente desapareció. Asimismo, la emergencia de los actores como entes diferenciados del coro y el incremento de la interacción entre estos dio origen a un área rectangular (skené) en la que estos desarrollaban con sus acciones y parlamentos el argumento de la obra, acontecimiento que prontamente se vio seguido de su elevación física, lo cual incrementaba la visibilidad y marcaba una diferencia entre coro y actores. La skené se consolidó como un edificio con tres puertas con una plataforma decorada con columnas y estatuas; a este espacio se lo conoció como proscenio (proskenion). A los costados de la skené, antesala de lo que nosotros entendemos en la actualidad como escenario, existían pasillos (parodoi) que permitían el ingreso y egreso a escena de los personajes y del coro. Ciertas acciones estaban vedadas por las buenas costumbres y por el carácter ritual y festivo del teatro y, por tanto, no debían mostrarse en escena. Tal es el caso de las muertes, que siempre son relatadas por un personaje sin que jamás se derrame sangre en frente a los espectadores. Un dato curioso con relación a ello es que precisamente de la expresión empleada para esta costumbre, ob skené (fuera de escena) deriva el sentido de la voz de nuestra lengua “obsceno/a”, en tanto algo que no debe exhibirse públicamente sin ofender a los presentes.

Devenir histórico del teatro En la roma republicana se construyeron teatros similares a los de las ciudades-estado helénicas (primero en madera y luego en piedra), como así también otros edificios muy lujosos sobre suelo llano.5 No fue la tragedia sino la comedia el género que más proliferó en este periodo, con figuras tales como las de Plauto (254 a. C.– 184 a. C.) o Terencio (194 a.C. – 159 a.C.), entre otras, aunque valdrá mencionar al poeta trágico Séneca (4 a.C. – 65 d.C.), cuya obra resultó altamente estimada.

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A diferencia de lo que ocurrían en las ciudades griegas, Roma permitió que las mujeres y los sirvientes participaran como espectadores, aunque en gradas separadas de los ciudadanos. Sin embargo, recién en el siglo XVI algunos reinos europeos permitirían la participación de mujeres como actrices, y esto principalmente a los efectos de desterrar el hábito de admitir hombres disfrazados de mujeres. Prof. Gastón Daix – Ciclo lectivo 2020 – pág. 36

Sin embargo, gradualmente el interés del público se fue deslizando hacia otras formas de espectáculo que, si bien en muchas ocasiones conservaban un decorado alusivo a algún mito, encarnaban acciones que difícilmente puedan pensarse dentro del campo de la ficción: la lucha de gladiadores, cuyo apogeo fue entre los siglos I y II d. C. Luego de ello, estas prácticas entran en declive y ya para el siglo V, pocos años después de la adopción del cristianismo como religión oficial del imperio y poco antes de su disolución, prácticamente habían cedido al olvido. Durante la Edad Media el creciente monopolio ejercido por la Iglesia Católica sobre los símbolos, su celosa custodia de la herencia grecolatina en los monasterios, y sus sospechas ante todo arte no inspirado en la religión generaron un cambio de escenario importante para la práctica teatral. De allí se desprendieron dos tradiciones: de un lado, el teatro religioso (en particular, los denominados autos sacramentales, misterios o moralidades) con fines moralizantes que aspiraba a transmitir valores cristianos y representar cuadros bíblicos ante una multitud de analfabetos congregados en celebración de la misa;6 por otro lado, emerge con mucha fuerza alrededor del siglo XIV una vertiente secular, la del teatro medieval popular, que halló su lugar especialmente en las fiestas de los carnavales, los mercados y las plazas, donde los juglares realizaban espectáculos inspirados en anécdotas graciosas o en cuentos populares.7 Durante el Renacimiento, la puesta en valor de la cultura clásica grecolatina en la Europa occidental supuso la emergencia de nuevos establecimientos teatrales y de nuevos actores reconocidos dentro de este arte y agrupados en compañías teatrales. En Italia, por su parte, tuvo gran impulso la denominada Commedia dell'Arte, en la que los actores empleaban máscaras para encarnar personajes altamente estereotipados (p.ej. Arlequín),8 que, sobre la base de diálogos y argumentos preestablecidos, realizaban improvisaciones que integraban algún elemento del contexto en el que se inscribían. Por otro lado, en Francia, se destaca la figura de Jean-Baptiste Poquelin (más ampliamente conocido por el pseudónimo de Molière), dramaturgo y actor de comedias, tragicomedias y farsas en las que persistentemente se cuestiona la arrogancia de los falsos sabios, las mentiras mercantiles de los médicos y la pretenciosidad y avaricia de los nuevos burgueses. Se lo asocia con la premisa de que el arte –y en particular la risa– son capaces de curar los males intangibles del alma de los hombres, es decir de corregir sus vicios mediante la comedia. De su puño y letra son obras muy conocidas en la cultura popular como Don Juan, Tartufo, El médico a palos, El enfermo imaginario o El avaro. El teatro moderno se inicia entre los siglos XVI y XVII con la obra de dramaturgos de diversas nacionalidades y estilos que conocen las prescripciones aristotélicas del teatro culto y a las que, empero, deciden contraponer nuevas formas de verosimilitud. Así, por ejemplo, a fines del siglo XVIII, en Inglaterra, emerge en el marco de lo que se conoce como el teatro isabelino la conocida figura de William Shakespeare. Las piezas de este autor y actor suelen caracterizarse por: − Ausencia de escenografía, que es construida en los parlamentos de los personajes, lo cual brinda una gran libertad creativa para aprovechar la imaginación del espectador y ponerla al servicio de la representación (p.ej. ocurren en escena batallas y naufragios, acciones que serían imposibles o difíciles de representar de forma verosímil mediante escenografía) − Emergencia de nuevos temas propios de las preocupaciones del hombre moderno (p.ej. la legitimidad del rey o la existencia o no de un destino que nos determine, el carácter artificial y construido de la realidad, el engaño de nuestros sentidos) − Ruptura con la unidad de lugar, la unidad de tiempo y la unidad de acción: se precipitan una escena tras otra, alternando tiempo y espacio, e incluso presentando tramas paralelas entre los diferentes personajes, mostrando al espectador de forma

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Vale recordar que la biblia no se encontraba traducida a lenguas vernáculas, que la misa se celebraba en latín culto y que la mayoría de las personas no sabía leer, por lo que su conocimiento de la religión dependía en parte de lo que la arquitectura de los templos les informase, los sermones de los curas, los vitrales, etc. 7 Los juglares fueron artistas deambulantes de arte callejero durante la Edad Media. 8 Estos personajes se agrupaban en tres categorías: los zanni (criados, siervos o sirvientes), los vecchi (amos) y los innamorati (enamorados). Prof. Gastón Daix – Ciclo lectivo 2020 – pág. 37

sucesiva acciones que en realidad ocurren de forma simultánea (recursos impensables en los marcos de la visión aristotélica) − Distorsión de la frontera entre lo cómico y lo trágico (de modo tal que en medio de una tragedia emergen parlamentos cómicos y dobles sentidos) − Complejidad de los personajes, con una profundidad psicológica que no permite reducirlos a máscaras estereotipadas. En general, se trata de personajes muy pasionales que penden entre el deseo y la realidad y cuya cordura es puesta a prueba en cada acción. Para evidenciar esto ante el espectador, ocurren monólogos en los que los personajes reflexionan sobre su situación, proyectan planes, manifiestan dudas y exponen sus miedos. Los teatros ingleses de la época eran poligonales, casi circulares, con galerías techadas y un patio a cielo abierto en el que se emplazaba el escenario. Se destaca el renombrado teatro El Globo de Londres, donde actuaba Shakespeare, en el cual el escenario tenía incorporado un balcón, frecuentemente incorporado por conveniencia de la trama a las puestas en escena de sus obras (tal es el caso, por supuesto, de la emblemática escena de los enamorados en Romeo y Julieta). Por las características de este espacio, las puestas en escena se realizaban solo en verano y durante el día, con el vulgo ocupando el patio y los nobles y burgueses las galerías.9

También cabe mencionar aquí a los dramaturgos españoles del denominado Siglo de Oro (siglo XVII), como Lope de Vega, Tirso de Molina, Cervantes o Calderón de la Barca. En estos dramas emerge el tópico del honor o la honra como una preocupación moderna de la sociedad española. Al igual que en el caso de Shakespeare, sus obras no se atañen a las constricciones del esquema aristotélico y suelen, además, encontrarse escritas en verso. En cuanto a las puestas en escena, estas se realizaban en los denominados corrales de comedias, instalados en los patios que se formaban en la separación entre dos edificios vecinos en las principales ciudades españolas. Asimismo, algunas obras eran llevadas a los denominados teatros de corte, que alcanzarían su apogeo en el siglo siguiente. A fines del siglo XVIII y hasta mediados del XX, la emergencia del romanticismo creó un nuevo género: el melodrama. En este, el argumento central radica en un conflicto amoroso entre seres virtuosos a los que su entorno le presenta una serie de peligros y obstáculos aparentemente insuperables que, en ciertos casos, se ven finalmente son derribados. En oposición a las corrientes neoclásicas moralizantes, esta estético no pretende educar ni convencer, sino más bien conmover exhibiendo lo íntimo, y evidenciar que no vivimos en un mundo en equilibrio sino en un mundo perverso que atenta a cada paso contra nuestra felicidad. En definitiva, el romanticismo es un movimiento que antepone el sentimiento a la razón y que escenifica el drama que supone el choque 9

En rigor, antes de que se instalasen formalmente los teatros como edificios dedicados al arte de la representación dramática, las puestas en escena se realizaban en los bares de las tabernas. En tal sentido, estaba permitido comer y beber, y no era poco frecuente que el público interrumpiera dirigiendo comentarios hacia los actores o hacia los personajes que tenía frente a sí. Prof. Gastón Daix – Ciclo lectivo 2020 – pág. 38

de un espíritu poseído por sus pasiones internas y la frialdad de las normas sociales. La ambientación resulta fundamental, por lo que se desarrolla una aparatosa escenografía y un cuidado extremo del lenguaje en pos del ideal de belleza. El siglo XIX fue un periodo de fuerte consolidación del realismo y del naturalismo, estéticas que centraron su interés en la representación de la realidad cotidiana, y no ya de grandes acontecimientos o de hechos excepcionales. Esto supuso una diversificación de los temas y de las tramas y una creciente preocupación por la coherencia del vestuario y la escenografía con el objeto de representación; así, por ejemplo, se dejan de usar lienzos pintados de fondo y se introducen muebles reales a escena. Asimismo, es en este momento en que se adhiere de forma contundente a la premisa de la “cuarta pared” (de la que hablaremos en otra ocasión) y en la que aparece la figura del director teatral como un actante central diferenciado del autor de la obra. Durante el siglo XX las dos guerras mundiales constituyen hitos que, sin generar la disipación de la estética realista, solapan nuevas formas de representación que responden al horror de la destrucción de las certezas y al fin de la utopía decimonónica de progreso indefinido de la humanidad. Así, el denominado teatro épico del alemán Bertolt Brecht, fuertemente influenciado por el marxismo, asume que el teatro ha de ser un instrumento de transformación social que genere una interrupción en lo cotidiano, un diferimiento de la percepción que permita a los hombres tomar conciencia de su situación y emprender acciones que conduzcan a la revolución. Es decir, sus obras operan con recursos que evitan la identificación emocional o moral con los personajes, incomodan y fuerzan a la reflexión sobre lo visto en escenario, sobre las condiciones sociales que generan las acciones espectadas y sobre el propio proceder cotidiano. Así, se esperaba un público que se saliera de la pasividad a la que el teatro tradicional lo había arrojado y que tomara las riendas de la interpretación. Quizá una de las obras más conocidas de este autor sea Madre coraje y sus hijos. Otra experiencia teatral marcadamente diferente pero también suscitada por la guerra (en particular, por la segunda) fue el teatro del absurdo de Samuel Beckett y de Ionesco. Sus obra son elusivas, en tanto no parece haber un sentido, un mensaje, más allá de la exhibición que no hay mensaje, de que no hay lenguaje, de que el mundo es un absurdo, una superposición incoherente de acciones y palabras en progresiva descomposición. Una obra emblemática, en tal sentido, es Esperando a Godot, en la que sus protagonistas, Estragón y Vladimir, esperan sin motivo aparente a un tal Godot en a la vera de un camino bajo un árbol seco. Godot no llega y lo que se sucede en escena es una serie de diálogos o monólogos incoherentes e inconclusos y acciones que solo ponen en evidencia la prolongación de una espera sin sentido de alguien que no se sabe si vendrá o no. Al finalizar la obra, ambos personajes convienen en emprender la partida, pero ninguno se mueve de escena. Por tan solo mencionar otra obra del mismo autor, en No yo (Not I) solo se coloca en escena una boca iluminada que primeramente murmura y luego va subiendo el tono hasta ser audible. Frenéticamente pronuncia una serie de fragmentos de oraciones, con dificultades para avanzar, con constantes interrupciones que la obligan a volver sobre sí en una vorágine incoherente a la que resulta virtualmente imposible atribuir un sentido coherente. La experiencia de expectación resulta perturbadora y la tensión se sostiene en el tiempo hasta que la boca, sin detenerse, baja el volumen de su voz y vuelve a ser un murmullo. A la apuesta de la denuncia del absurdo de la vida esta obra, a juicio de la crítica, suma el tópico beckettiano que afirma que ser o existir es meramente ser percibido por otro. En tal sentido, la boca no habla para comunicar un mensaje, sino que solo existe precariamente en ese murmullo constante, existe porque es oída y, si calla, se disolverá en la nada oscura que la rodea. Este es un rasgo característico de muchas obras de este dramaturgo: personajes precarios en mundos con elementos familiares pero extraños que gradualmente se degradan, que manejan un lenguaje igualmente frágil y en progresiva descomposición que no dice nada y que más bien recupera fragmentos de algo que fue y que ya no es.

SAMUEL BECKETT | Lista de reproducción con algunas obras del autor disponibles en la web

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Comedia: la cura de los males invisibles . Don Juan Moliere ACTO 1 [En la Escena I de este acto, don Juan emprende un viaje en secreto lejos de su mujer, doña Elvira. Ella no comprende el motivo de su alejamiento y, por eso, lo ha seguido. Guzmán, su escudero, se encuentra con Sganarelle, criado de don Juan, en un palacio de Sicilia. Sganarelle lo pone al tanto de la conducta de su amo, un eterno seductor y un inconstante, pero le pide reserva acerca de la información que le ha confiado. En la Escena II, se produce un diálogo entre don Juan y su criado, mediante el cual Sganarelle critica la conducta de su amo, ya que sospecha que se ha alejado de su mujer debido a un nuevo amorío. Sganarelle le dice a don Juan que está escandalizado de la vida que lleva, que es muy malo burlarse del Cielo como su amo lo hace y que los libertinos nunca tienen buen fin. Pero don Juan se ríe de las advertencias. Entonces, aparece su mujer].

seguir dudando, y la mirada que me recibió me dice más de lo que quisiera saber. Sin embargo, me gustaría mucho escuchar de sus labios las razones de su partida. Hable, don Juan, se lo ruego, y veamos cómo se justifica. DON JUAN.- Señora, aquí está Sganarelle que sabe por qué me he ausentado. SGANARELLE (EN VOZ BAJA, A DON JUAN).- ¿YO, señor? ¡Por favor, yo no sé nada! DOÑA ELVIRA- ¡Vamos!, Habla, Sganarelle. No importa de qué labios oiga yo esas razones. DON JUAN (HACIENDO SEÑAS A SGANARELLE PARA QUE SE ACERQUE).- Vamos, háblale a la señora. SGANARELLE (EN que diga?

VOZ BAJA, A DON JUAN).-

¿Qué quiere

[...]

DOÑA ELVIRA- Acércate, ya que así lo desea tu amo, y dime las causas de tan precipitada partida.

ESCENA III

DON JUAN.- ¿No vas a responder?

LA ESCENA REPRESENTA UN PALACIO. DOÑA ELVIRA, DON JUAN, SGANARELLE.

SGANARELLE (EN VOZ BAJA, A DON JUAN).- No tengo nada que responder. Se burla usted de vuestro servidor.

[...]

DON JUAN- ¿Quieres responder de una vez?

DOÑA ELVIRA.- ¿Me hará el favor, don Juan, de tener a bien reconocerme! ¿Y puedo esperar, al menos, que se digne mirarme?

SGANARELLE.- Señora...

DON JUAN.- Señora, le confieso que estoy sorprendido; no la esperaba aquí. DOÑA ELVIRA.- SÍ, ya veo que no me esperaba y que realmente está sorprendido, pero de un modo distinto del que imaginaba, y la manera en que lo demuestra me persuade plenamente de lo que me negaba a creer. Me asombra mi ingenuidad y la debilidad de mi corazón, al dudar de una traición que tantos indicios confirmaban. He sido demasiado buena, lo confieso o, mejor dicho, demasiado tonta para querer engañarme a mí misma y tratar de desmentir a mis ojos y a mi juicio. Busqué razones para ayudar a mi ternura a excusar vuestro desinterés por mí y, deliberadamente, forjé cien argumentos legítimos que explicaran una partida tan precipitada y que justificaran el crimen del que mi razón lo acusaba. En vano, me hablaban cada día mis justas sospechas, yo me negaba a escuchar la voz que lo convertía en criminal ante mis ojos y escuchaba, complacida, mil quimeras ridículas que lo mostraban inocente ante mi corazón. Pero, ahora, este encuentro no me permite Prof. Gastón Daix

DOÑA ELVIRA.- ¿Qué? SGANARELLE (VOLVIÉNDOSE HACIA SU AMO).- Señor... DON JUAN (AMENAZÁNDOLO).- Si... SGANARELLE.- Señora, los conquistadores, Alejandro y los otros mundos son la causa de nuestra partida. Eso es todo lo que puedo decir, señor. DOÑA ELVIRA.- Don Juan, ¿quisiera aclararnos tan bellos misterios? DON JUAN- Señora, a decir verdad... DOÑA ELVIRA.- ¡Ah! ¡Qué mal se defiende para ser un cortesano, que ya debería estar acostumbrado a este tipo de situaciones! Me da lástima ver la confusión en la que se encuentra. ¿Por qué no adopta un aire de noble descaro? ¿Cómo no me jura que sus sentimientos por mí no han cambiado, que me sigue amando con un ardor sin igual y que nada, más que la muerte, es capaz de separarlo de mí? ¿Cómo no me dice que asuntos de suma importancia lo obligaron a partir sin prevenirme? ¿Que, muy al pesar de usted, debe permanecer aquí durante un tiempo, y que puedo regresar al lugar del que he venido, con la seguridad

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de que seguirá mis pasos lo más pronto que le sea posible? ¿Que es cierto que arde en deseos de reunirse conmigo y que, lejos de mí, sufre como sufre un cuerpo separado de su alma? Así es como debe defenderse y no quedarse tan perturbado como se lo ve. DON JUAN.- Le confieso, señora, que no poseo talento para disimular, porque mi corazón es sincero. No le diré que mis sentimientos por usted son los mismos de siempre, ni que ardo en deseos de reunirme con usted, puesto que es cierto que sólo me he ido para alejarme de usted; pero no por los motivos que puede imaginar, sino por una pura cuestión de conciencia, porque ya no puedo seguir creyendo que podemos vivir juntos sin pecado. Sentí escrúpulos, señora, y abrí los ojos del alma a lo que estaba haciendo. Reflexioné y comprendí que, para desposarla, la arrebaté a la clausura de un convento, la obligué a romper los votos que la retenían en otro lugar, y el Cielo no aprueba este tipo de cosas. Sentí arrepentimiento y temí la furia celestial. Pensé que nuestro matrimonio no era más que un adulterio encubierto, que nos atraería alguna desgracia divina y que, por eso, debía intentar olvidarla y permitirle regresar a sus primeras cadenas. ¿Desearía, señora, oponerse a tan santo pensamiento, atrayendo sobre mí, si la retuviera, la ira del Cielo, y que...? DOÑA ELVIRA .- ¡Ah, malvado! Ahora te conozco tal como eres y, para mi desgracia, te conozco cuando ya es tarde, y cuando tal conocimiento sólo puede aumentar mi desesperación. Pero ten por seguro que tu crimen no quedará impune, y que ese mismo Cielo del que te burlas sabrá vengarme de tu perfidia. DON JUAN.- ¡Sganarelle, el Cielo!

DON JUAN (LUEGO DE UN MOMENTO DE REFLEXIÓN).Vamos a pensar en ia ejecución de nuestra empresa amorosa. SGANARELLE (SOLO).- ¡Ah! ¡A qué abominable amo me veo obligado a servir! ACTO 2 [Don Juan y Sganarelle se van, en efecto, de viaje y son víctimas de un naufragio. Llegan a unas tierras en las cuales unos campesinos los atienden y hospedan. Allí hay dos campesinas jóvenes, Carlota y Maturina, a las que el seductor engaña con promesas de casamiento. En un momento, cuando don Juan está con Carlota, llega Maturina, y se desarrolla la siguiente escena]. [...] ESCENA V LA ESCENA REPRESENTA UN CAMPO A ORILLAS DEL MAR. DON JUAN, MATURINA, CARLOTA, SGANARELLE SGANARELLE (AL VER A MATURINA).- ¡Oh, no! MATURINA (A DON JUAN).- Señó, ¿qué hace aquí con Carlota? ¿También a eia le está hablando de amor? DON JUAN (EN VOZ BAJA, A MATURINA).- No, al contrario, es ella la que me confesaba sus deseos de ser mi mujer, y yo le respondía que estaba comprometido contigo. CARLOTA (A Maturina?

DON

JUAN).- ¿Qué quiere de usted

SGANARELLE.- Sí, precisamente. ¡Mucho nos burlamos de eso nosotros!

DON JUAN (EN VOZ BAJA, A CARLOTA).- Está celosa de verme hablar contigo, pues pretende ser mi esposa; pero le estoy diciendo que es a ti a quien quiero.

DON JUAN- Señora...

MATURINA.- ¡Qué! Carlota...

DOÑA ELVIRA.- Ya basta. No quiero oír más, incluso, me reprocho haber oído demasiado. Es una cobardía hacerse explicar su propia humillación y, ante semejantes argumentos, un noble corazón debe tomar su decisión al oír la primer palabra. No esperes que prorrumpa ahora en reproches e injurias. No, no; no voy a desatar mi ira con vanas palabras, porque reservo todo su poder para la venganza. Te lo repito: el Cielo te castigará, pérfido, por el ultraje que me haces, y si el Cielo no te inspira temor, al menos, teme la cólera de una mujer ofendida.

DON JUAN (EN VOZ BAJA, A MATURINA).- Todo lo que h digas será inútil, se le ha metido esa idea en la cabeza. CARLOTA- ¡Cómo! Maturina... DON JUAN (EN VOZ BAJA, A CARLOTA).- Le hablarás en vano, no le quitarás esa fantasía. MATURINA.- Pero... DON JUAN (EN VOZ BAJA, A MATURINA).- No hay forma de hacerla entrar en razón. CARLOTA.- Quisiera...

ESCENA IV

DON JUAN (EN VOZ BAJA, A CARLOTA).- Es más terca que una mula.

DON JUAN, SGANARELLE.

MATURINA.- La verdá...

SGANARELLE (APARTE).- ¡Si sintiera remordimientos!

DON JUAN (EN VOZ nada, es una loca.

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BAJA, A

MATURINA).- No le digas

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CARLOTA.- Ió pienso que... DON JUAN (EN VOZ BAJA, A CARLOTA).- Déjala, es una extravagante. MATURINA.- No, no, tengo que hablarle.

CARLOTA.- SÍ, Maturina, quiero que el señó te demuestre que eres una bocona. MATURINA.- SÍ, Carlota, quiero que el señó te demuestre que eres una tonta. CARLOTA.- Le ruego, señó, que defina la cuestión.

CARLOTA.- Quisiera oír sus razones.

MATURINA.- Señó, aclare esta situación.

MATURINA.- ¡Cómo!... DON JUAN (EN VOZ BAJA, A MATURINA).- Apuesto a que te dice que le prometí casamiento.

CARLOTA (A MATURINA).- Iá vas a ver. MATURINA (A CARLOTA).- SÍ, tú misma lo vas a ver.

CARLOTA- Ió...

CARLOTA (A DON JUAN).- Diga.

DON JUAN (EN VOZ BAJA, A CARLOTA).- Apuesto a que te asegura que le prometí hacerla mi esposa.

MATURINA (A DON JUAN).- Hable.

MATURINA- ¡Caramba! Carlota, no está bien eso de meterse en territorio ajeno. CARLOTA- Lo que no es honesto, Maturina, son tus celos porque el señó hable conmigo. MATURINA.- El señó me vio a mí primera. CARLOTA- Si a ti te vio primera, a mí me vio segunda, y me prometió casamiento. DON JUAN (EN VOZ BAJA, A MATURINA).- ¡Ya ves! ¿Qué te dije? MATURINA (A CARLOTA).- Estás soñando, a mí me prometió casamiento y no a ti. DON JUAN (EN VOZ BAJA, A CARLOTA).- ¿No lo adiviné? CARLOTA.- A otra con ese cuento, te digo que la prometida soy ió. MATURINA.- Te burlas de nosotros, te repito que soy ió la prometida.

DON JUAN.- ¿Qué quieren que les diga? Las dos afirman que les he prometido tomarlas por esposa. ¿Es que no sabe cada una de ustedes la verdad, sin que sea necesario que me explique? ¿Por qué me obligan a tener que repetirlo? Aquella a quien he dado realmente mi promesa, ¿no tiene acaso razones suficientes para reírse de las pretensiones de la otra? ¿Y por qué ha de apenarse si sabe que cuenta con mi palabra? Ningún discurso aclararía las cosas. Lo que vale son los hechos, no las palabras. Por eso, no se pondrán de acuerdo hablando; y ya veremos, cuando me case, cuál de las dos es la dueña de mi corazón. (EN VOZ BAJA, A MATURINA). Déjala que crea lo que quiera. (EN VOZ BAJA, A CARLOTA). Déjala que se deleite con su fantasía. (EN VOZ BAJA, A MATURINA). Yo te adoro. (EN VOZ BAJA, A CARLOTA). Soy todo tuyo. (EN VOZ BAJA, A MATURINA). Todos los rostros son feos comparados con el tuyo. (EN VOZ BAJA, A CARLOTA). Después de conocerte, ya no se puede sufrir por otra mujer. (EN VOZ ALTA). Tengo que dar unas instrucciones, volveré dentro de quince minutos.

CARLOTA-.Acá está pa' decir si tengo o no razón. MATURINA- Acá está pa' desmentirme, si no digo la verdá. CARLOTA- Señó, ¿es cierto que le ha prometido casamiento? DON JUAN (EN VOZ BAJA, A CARLOTA).- ¿Te burlas de mí? MATURINA- Señó, ¿es verdá que le ha prometido ser su esposo? DON JUAN (EN VOZ BAJA, A MATURINA).- ¿Cómo puedes pensar eso? CARLOTA- Iá ve cómo eia lo sostiene. DON JUAN (EN VOZ BAJA, A CARLOTA).- Déjala que hable. MATURINA.- Iá ve cómo eia lo asegura. DON JUAN (BAJO, A MATURINA).- Déjala que diga. CARLOTA- No, no, es preciso saber la verdá. MATURINA- Se trata aquí de averiguarlo. Prof. Gastón Daix

ESCENA VI CARLOTA, MATURINA, SGANARELLE. CARLOTA (A MATURINA).- Estoy segura de que es a mí a quien ama. MATURINA (A CARLOTA).- Se casará conmigo. SGANARELLE (INTERRUMPIENDO A CARLOTA Y A MATURINA).- ¡Ah, pobrecitas! Compadezco su inocencia y no soporto ver cómo corren hacia su desgracia. Créanme las dos lo que les digo: no hagan caso de todos los cuentos que ha inventado mi amo y quédense en su pueblo. ESCENA VII DON JUAN, CARLOTA, MATURINA, SGANARELLE. DON JUAN (AL FONDO DE LA ESCENA, PARA SÍ).- Quisiera saber por qué Sganarelle no me sigue.

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SGANARELLE.- Mi amo es un bribón, sólo desea aprovecharse de ustedes y ya lo ha hecho con otras. Es el prometido de todas y... (AL VER A DON JUAN). Eso es falso, y a quienquiera que se lo diga, deben responderle que miente. Mi amo no es el prometido de todas, no es un bribón, no desea engañarlas y no se ha aprovechado de otras mujeres. ¡Ah! Miren, ahí está. Mejor, se lo preguntan a él. DON JUAN (MIRANDO A SGANARELLE Y SOSPECHANDO QUE HA HABLADO).- ¿Qué decías, Sganarelle? SGANARELLE.- Señor, como el mundo está lleno de murmuradores, me adelanté a los hechos, y les decía que si alguien venía a hablar mal de usted, que no le creyeran y que no dejaran de decirle que mentía. DON JUAN.- ¡Sganarelle! SGANARELLE (A CARLOTA Y MATURINA).- SÍ, mi señor es un hombre de honor, se lo garantizo. DON JUAN.- ¡Así es!

temo que el Cielo, que lo ha soportado hasta ahora, no podrá tolerar esta última infamia. DON JUAN.-¡Bah, bah! El Cielo no es tan riguroso como crees, si cada vez que los hombres... ESCENA V DON JUAN, MUJER VELADA.

SGANARELLE,

UN ESPECTRO, EN FORMA DE

SGANARELLE (AL VER AL ESPECTRO).- ¡Ah, señor! Es el cielo que le habla y le envía una advertencia. DON JUAN.- Si el Cielo me envía una advertencia, tendría que hablar un poco más claro si quiere que lo comprenda. EL ESPECTRO.- Don Juan sólo dispone de un instante para gozar de la misericordia del Cielo, y si no se arrepiente ahora, su perdición será inevitable. SGANARELLE.- ¿Ha oído, señor?

SGANARELLE.- Son unos impertinentes.

DON JUAN.- ¿Quién se atreve a proferir esas palabras? Creo reconocer esa voz.

[En el Acto III, don Juan visita la tumba de un Comendador al que ha matado. En la tumba, hay una estatua de este personaje y, haciendo gala de su descaro, don Juan la invita a cenar. Sganarelle observa con terror que la estatua acepta la invitación con una inclinación de cabeza. Seguidamente, doña Elvira se presenta ante su marido para expresarle una vez más su amor y rogarle que cambie de vida, a fin de evitar la condena eterna. En el Acto IV, la estatua del Comendador va a comer a la casa de don Juan, y este la recibe encantado. A su vez, la estatua lo invita a cenar a la noche siguiente. Don Juan acepta y su criado, para no asistir, dice graciosamente que le toca hacer ayuno].

SGANARELLE.- ¡Ah, señor! Es un espectro, lo reconozco por el modo en que camina. DON JUAN.- Espectro, fantasma o diablo, quiero ver lo que es. [EL ESPECTRO CAMBIA DE ASPECTO Y REPRESENTA AL TIEMPO, CON SU GUADAÑA EN LA MANO.] SGANARELLE.- ¡Oh, cielos! Señor, ¿ha visto esa transformación?. DON JUAN.- No, no, nada es capaz de infundirme terror; y quiero comprobar, con mi espada, si es un cuerpo o un espíritu. [EL ESPECTRO SALE VOLANDO EN EL MOMENTO EN QUE DON JUAN LO VA A GOLPEAR.]

ACTO 5 [Don Juan se encuentra con su padre, a quien le hace creer que se ha convertido y que se ha retirado de la vida mundana. Este argumento le sirve también para eludir a don Carlos, hermano de Elvira. Esa misma noche, se dispone a acudir a la cita con la estatua del Comendador].

SGANARELLE.- ¡Ah, señor! ¡Ríndase ante tantas pruebas y arrepiéntase de una vez! DON JUAN.- No, no; nadie podrá decir, pase lo que pase, que fui capaz de arrepentirme. Vamos, sígueme. ESCENA VI LAESTATUADELCOMENDADOR, DONJUAN, SGANARELLE. LA ESTATUA.- Detente, donjuán, ayer me prometiste que vendrías a comer conmigo.

ESCENA IV LA ESCENA REPRESENTA A UN CAMPO.

DON JUAN.- Sí. ¿Adonde quiere ir?

DON JUAN, SGANARELLE.

LA ESTATUA- Dame la mano.

SGANARELLE .- Señor, ¿qué diablo de actitud es la suya? mucho peor que hasta ahora y, la verdad, lo prefería como era antes. Al menos, esperaba su salvación. Pero ahora ya ha perdido la esperanza, y Prof. Gastón Daix

DON JUAN.- Aquí la tiene. LA ESTATUA- Don Juan, la obstinación en el pecado acarrea una muerte funesta; y la gracia del Cielo,

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cuando es fulminante.

rechazada,

desencadena

su

rayo

DON JUAN.- ¡Oh, cielos! ¿Qué siento? Un fuego invisible me quema, no puedo soportarlo, todo mi cuerpo se ha vuelto una hoguera ardiente. ¡Ah! [CAE

UN

RAYO,

CON

GRAN

ESTRÉPITO

Y

ENTRE

RELÁMPAGOS, SOBRE DON JUAN. LA TIERRA SE ABRE Y SE LO TRAGA,

ESCENA VII SGANARELLE (SOLO).- ¡Ah, mi sueldo, mi sueldo! Todos están satisfechos con su muerte: Cielo ofendido, leyes violadas, muchachas seducidas, familias deshonradas, padres ultrajados, mujeres engañadas, maridos burlados, todos ahora contentos están. El único desdichado soy yo. ¡Mi sueldo, mi sueldo, mi sueldo!

Y BROTAN GRANDES LLAMARADAS DEL LUGAR POR EL QUE HA CAÍDO]

ACTIVIDADES PROPUESTAS

A. Caractericen al personaje Don Juan. B. ¿Cuál es la raíz del conflicto entre Carlota y Maturina? C. ¿De qué se queja Sganarelle? ¿ Por qué dice que le ha tocado servir a un mal amo? D. ¿Cuál es el castigo funesto que recibe Don Juan por sus acciones? ¿Tuvo oportunidad de escapar de este o se encuentra condenado como los personajes de la Tragedia por fuerzas superiores invisibles?

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BLOQUE III Estructuras elementales de la violencia

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¿Qué hay detrás de la frase “lo que no se nombra no existe”? ¿La violación es un problema moral o un programa político? ¿Un impulso patológico o un mandato social? ¿Un asunto de la vida privada de los individuos o un asunto colectivo? ¿Es un problema que atañe a un solo género? ¿Qué quiere decir que, como sostienen algunas autoras, “todo lo violado se transforma en femenino; todo lo violado se transforma en mujer, en algún sentido”? ¿Y si toda la literatura argentina naciera del relato de un asalto sexual? ¿Qué dice la ciencia sobre esto? ¿Qué figuraciones emergen en la ficción? ¿Qué advertencias podemos leer en esa convergencia, en la ciencia ficción?

Momento I: Actividades de prelectura . Antes de leer el texto de la parte II, resuelvan las siguientes actividades: 1) Lean y discutan a partir del siguiente texto la relación entre lenguaje-pensamiento-subjetividad-cultura. Met áforas d e l a lengu a

M ET ÁF OR AS DE L A L EN G UA Para algunes lingüistas las lenguas son espejos que capturan, reflejan y refractan aquello que se coloca frente a sí. Es decir, instrumentos inocuos capaces de representar en el discurso un conjunto de configuraciones ideológicas que dan cuenta de la idiosincrasia de un grupo social en determinado contexto histórico. En tal sentido, se sostiene que –por ejemplo– no existe una “lengua sexista” sino “usos sexistas del lenguaje que reflejan una sociedad sexista”, pero que el problema no está en la lengua, sino en cómo sus usuaries la hacen funcionar. Desde este punto de vista, esto es cierto del mismo modo que no diríamos que un cuchillo es inherentemente asesino por el hecho de que un delincuente lo pueda usar para matar (ya que entendemos que una lámina afilada de metal admite usos diversos y múltiples, muchos beneficiosos, como cocinar o salvar vidas). Sin embargo, lo que se puede cuestionar a esta perspectiva teórica es que la esencia del lenguaje no se reduce a sus usos; dicho de otro modo, a diferencia de creaciones humanas como las decenas de herramientas que empleamos a diario para facilitar nuestra vida y que luego guardamos a un costado, el lenguaje no es un instrumento. Esto se evidencia en el hecho de que para que exista subjetividad necesitamos una lengua. No podemos llegar a ser conscientes de nuestra propia existencia, organizar el tiempo, forjar recuerdos organizados, planificar tareas complejas, definir una identidad, dar forma a nuestras emociones, es decir, no nos es posible pensar si no contamos con palabras que nos los permitan. Por ello mismo es que quienes se ven privados de adquirir una lengua se ven privados también de la posibilidad de desarrollarse como seres conscientes, como sujetos. Además, a diferencia de lo que sucede con un martillo, no podemos quitarnos la lengua de encima y guardarla en un cajón. La diferencia allí es clave: el martillo no forma parte de nosotres y las palabras sí. Siguiendo este razonamiento, algunas posiciones dentro de la filosofía, la lingüística y las biociencias señalan otra metáfora diferente a la del espejo en la que las lenguas serían, en todo caso, más bien como los cristales de los lentes, unos lentes que olvidamos tener puestos y que no nos podemos quitar sin perder el ojo. Esta visión del fenómeno lingüístico afirma, pues, que no existe percepción que no esté mediada por los recursos que ofrece una lengua y que esta, en mayor o menor medida, tiene impacto en los modos de pensar que se nos habilitan como posibilidad. Así, si no nos podemos quitar los lentes, vivimos en una realidad que no es la de la naturaleza desnuda, sino que vivimos en un orden de ideas en el que la objetividad y la verdad son meras quimeras retóricas naturalizadas, habitamos una vida que tendrá siempre más de verbo que de carne (aunque palpemos nuestras palabras como si fueran una suerte de piel). En este marco, entonces, para retomar el caso que mencionamos en el primer párrafo, cabría pensar que una lengua como la nuestra, que nos obliga a pensar binariamente en masculino y femenino, y que tiende a imponer el uso del masculino como falso genérico, podría ser tildada de sexista y no solo representar nuestra actitud cultural frente al género, sino reproducirla. 10

Este bloque se organiza de modo diferente al resto: no se presentan segmentos explicativos, sino una serie de momentos, cada uno con textos y consignas de trabajo a partir de un eje que podríamos convenir en denominar “Representación de subjetividades en riesgo en la literatura contemporánea”. Prof. Gastón Daix

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Así, en las posiciones que se empeñan en demostrar que las lenguas son cristales, se ha recurrido asiduamente al estudio de cómo las estas organizan las paletas de colores para tratar de determinar en qué medida contar con mayor cantidad de palabras asociadas a los grados del círculo cromático supondrían que en ciertas culturas los sujetos posean mayor facilidad para discriminar tonalidades, no solo en el plano de las palabras sino en términos neurológicos: en qué medida las palabras organizan qué colores vemos, cómo reacciona nuestro cerebro, de qué modo se restringe el procesamiento de los estímulos visuales. No obstante, también con frecuencia, esta visión ha servido de argumento para justificar la violación de derechos humanos por parte de grupos que se arrogaron una determinada superioridad cultural, lingüística y moral. Así, les griegues inventaron la expresión de la que proviene la palabra “bárbaro” para designar a los pueblos extranjeros que no hablaban su lengua, sino que hacían ruido con la boca (balbuceo que, a su juicio, sonaba como “bar bar”), pueblos inferiores en su lengua, pero también en las artes y en la guerra. En nuestro país, desde la Conquista hasta la denominada “Campaña del Desierto” (desierto que, paradójicamente, estaba constituido por una tierra fértil densamente poblada por habitantes autóctonos), nuestros antecesores se apropiaron del binomio “civilización y barbarie” para demarcar una línea entre el mítico “ser nacional” y todo lo otro que resultara ajeno e indeseable. En el siglo XX, la Alemania nazi embanderó el mito de la superioridad de la “raza aria” y, para ello, esgrimió entre sus argumentos la presunta superioridad que la lengua alemana tendría para el pensamiento filosófico y científico. La idea de que hablar bien y pensar bien van de la mano no se ha disuelto. Por algo se insiste en que está mal decir “malas palabras” (aunque aquí en Rosario Fontanarrosa se ocupó hace ya varios años de poner en jaque esa postura purista) o adquirir giros estilísticos propios de grupos culturales que se consideran de segunda por su circunstancia socioeconómica. Así las cosas, ¿realmente el lenguaje determina cómo pensamos o acaso estamos condicionados por un entramado mucho más complejo de discursos cacofónicos, en cierto modo anárquicos y desmemoriados, es decir, de eso que podemos convenir en denominar, aunque sea de forma insatisfactoria, cultura? Como se ve, estamos frente a una controversia aparentemente irresoluble, a lo que se suma la complejidad del hecho de que entre las dos posiciones que planteamos como polos (la lengua como espejo y la lengua como lente) existe un amplísimo espectro de posiciones intermedias que polemizan en un debate abierto y, por el momento, empatado. Nosotres no podemos, sin embargo, sin indiferentes a esto: la metáfora que hagamos carne en nuestra vida, las actitudes que tengamos con relación a nuestra lengua, definirá un sinfín de decisiones en nuestras vidas, puesto que la palabra no puede jamás resultarnos ajena. Lenguaje y poder siempre van de la mano, por lo que, para sumar otra metáfora, la lengua quizá finalmente sí se parezca en ciertos sentidos a un arma blanca y sea cuestión de responsabilidad cuestionarnos qué hacemos con ella cuando abrimos la boca. No sea que esta se nos llene de moscas.

Si les interesó este debate, puede que les interese el artículo de divulgación “La lengua degenerada” de Sol Minoldo, publicado en el portal web de El gato y la caja (http://bit.ly/31qToi1). También pueden escuchar una charla TED sobre cómo la lengua modela nuestra forma de pensar a cargo de Lera Borodistky, una científica cognitiva estadounidense (http://bit.ly/2BnPXhk) 2) ¿Qué diferencias perciben entre el empleo de los siguientes términos? ¿Creen que la elección de un término u otro incide en la percepción del fenómeno al que refieren? Zona desfavorable – Barrio vulnerable – Personas vulnerabilizadas Minusválido / Inválido – Discapacitado – Persona con discapacidad Seropositivo – Sidoso – Persona que vive con VIH – Paciente con HIV Homosexual – Sodomita – Puto – Gay – Marica – Mozo sin bandeja – Trolo Tortillera – Tijereta – Marimacho – Lesbiana – Machona – Bollera Pueblos originarios – Aborígenes – Indígenas – Indios Abuelos – Jubilados – Adultos mayores – Viejos – Ancianos – Gerontes Prof. Gastón Daix

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3) Valentín Voloshinov afirma que los signos son en verdad la arena de lucha de los grupos sociales en pugna por imponer el sentido que su clase asigna aquella realidad que el lenguaje refleja y refracta en sus unidades. Esto supone que, desde tal perspectiva, una palabra no poseería un significado único, estable e idéntico a sí mismo, independiente de quien lo enuncia y del contexto en que lo hace. En tal sentido, se apreciará que en la consigna anterior algunos de los términos incluidos refieren a palabras que enunciados por ciertas personas pertenecientes a ciertos grupos sociales en determinadas circunstancias pueden ser empleadas lisa y llanamente como insulto; sin embargo, los insultos pueden ser “reapropiados” por parte de aquellos grupos que los reciben para desactivar su poder ofensivo y resignificarse como bandera política. En función de ello, les proponemos leer un texto de Paul B. Preciado sobre la palabra “queer” para reflexionar acerca de la reapropiación del insulto como mecanismo lingüístico y como estrategia política:

H I ST OR I A DE UN A P AL ABR A : QUE ER Para aquellos que crecimos siendo niñas tortilleras en los años inmediatamente posteriores al franquismo es difícil acostumbrarse al éxito del artefacto ““queer”” y a su transformación en “chic cultural”. Quizás convenga recordar que detrás de cada palabra hay una historia, como detrás de cada historia hay una batalla por fijar o hacer mudar las palabras. A todo aquel que afirme una identidad sexual Mia le cantará al oido: parole, parole, parole… Hubo un tiempo en el que la palabra “queer” sólo era un insulto. En lengua inglesa, desde su aparición en el siglo XVIII, “queer” servía para nombrar a aquel o aquello que por su condición de inútil, mal hecho, falso o excéntrico ponía en cuestión el buen funcionamiento del juego social. Eran “queer” el tramposo, el ladrón, el borracho, la oveja negra y la manzana podrida pero también todo aquel que por su peculiaridad o por su extrañeza no pudiera ser inmediatamente reconocido como hombre o mujer. La palabra “queer” no parecía tanto definir una cualidad del objeto al que se refería, como indicar la incapacidad del sujeto que habla de encontrar una categoría en el ámbito de la representación que se ajuste a la complejidad de lo que pretende definir. Por tanto, desde el principio, “queer” es más bien la huella de un fallo en la representación lingüística que un simple adjetivo. Ni esto, ni aquello, ni chicha ni limoná...”queer”. Lo que de algún modo equivale a decir: aquello que llamo “queer” supone un problema para mi sistema de representación, resulta una perturbación, una vibración extraña en mi campo de visibilidad que debe ser marcada con la injuria. Era necesario desconfiar del “queer” como se desconfía de un cuerpo que por su mera presencia desdibuja las fronteras entre las categorías previamente dividas por la racionalidad y el decoro. En la sociedad victoriana que defendía el valor de la heterosexualidad como eje de la familia burguesa y base de la reproducción de la nación y de la especie, “queer” servía para nombrar también a aquellos cuerpos que escapaban a la institución heterosexual y a sus normas. La amenaza venía en este caso de aquellos cuerpos que por sus formas de relación y producción de placer ponían en cuestión las diferencias entre lo masculino y lo femenino, pero también entre lo orgánico y lo inorgánico, lo animal y lo humano. Eran “queer” los invertidos, el maricón y la lesbiana, el travesti, el fetichista, el sadomasoquista y el zoófilo. El insulto “queer” no tenía un contenido específico: pretendía reunir todas las señas de lo abyecto. Pero la palabra servía en realidad para trazar un límite al horizonte democrático: aquel que llamaba a otro “queer” se situaba a sí mismo sentado confortablemente en un sofá imaginario de la esfera pública en tranquilo intercambio comunicativo con sus iguales heterosexuales mientras expulsaba al “queer” más allá de los confines de lo humano. Desplazado por la injuria fuera del espacio social, el “queer” estaba condenado al secreto y a la vergüenza. Pero la historia política de una injuria es también la historia cambiante de sus usos, de sus usarios y de los contextos de habla. Si atendemos a ese tráfico lingüístico podemos decir que al lenguaje dominante le ha salido el tiro por la culata: en algo menos de dos siglos la palabra “queer” ha cambiado radicalmente de uso, de usuario y de contexto. Hubo que esperar hasta mediados de los años ochenta del pasado siglo para que, empujados por la crisis del Sida, un conjunto de microgrupos decidieran reapropiarse de la injuria “queer” para hacer de ella un lugar de acción política y de resistencia a la normalización. Los activistas de grupos como Act Up (de lucha contra el SIDA), Radical Furies o Lesbian Avangers decidieron retorcerle el cuello a la injuria “queer” y transformarla en un programa de crítica social y de intervención cultural. Lo que había cambiado era el sujeto de la enunciación: ya no era el señorito hetero el que llamaba al otro “maricón”; ahora el marica, la bollera y el trans se autodenominaban “queer” anunciando una ruptura intencional con la norma. La intuición estaba presente desde las revueltas homosexuales de los 70. […] Ya no se trataba de pedir tolerancia y hacer perfil bajo para poder acceder a las instituciones heterosexuales del matrimonio y la familia, sino de afirmar el carácter político (por no decir policial) de las nociones de homosexualidad y Prof. Gastón Daix

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heterosexualidad poniendo en cuestión su validez para delimitar el campo de lo social. En esta segunda vuelta, la palabra “queer” ha dejado de ser una injuria para pasar a ser un signo de resistencia a la normalización, ha dejado de ser un instrumento de represión social para convertirse en un índice revolucionario. El movimiento “queer” es post-homosexual y post-gay. Ya no se define con respecto a la noción médica de homosexualidad, pero tampoco se conforma con la reducción de la identidad gay a un estilo de vida asequible dentro de la sociedad de consumo neoliberal. Se trata por tanto de un movimiento post-identitario: “queer” no es una identidad más en el folklore multicultural, sino una posición de crítica atenta a los procesos de exclusión y de marginalización que genera toda ficción identitaria. El movimiento “queer” no es un movimiento de homosexuales ni de gays, sino de disidentes de género y sexuales que resisten frente a las normas que impone la sociedad heterosexual dominante, atento también a los procesos de normalización y de exclusión internos a la cultura gay: marginalización de las bolleras, de los cuerpos transexuales y transgénero, de los inmigrantes, de los trabajadores y trabajadoras sexuales… Porque para retorcer el cuello a la injuria es necesario algo más que haber sido objeto de ella. El blabla de un marica conservador no es más “queer” que el blabla de un hetero conservador. Sorry. Ser marica no basta para ser “queer”: es necesario someter su propia identidad a crítica. Cuando se habla de teoría “queer” para referirse a los textos de Judith Butler, Teresa de Lauretis, Eve K. Sedgwick o Michael Warner se habla de un proyecto crítico heredero de la tradición feminista y anticolonial que tiene por objetivo el análisis y la deconstrucción de los procesos históricos y culturales que nos han conducido a la invención del cuerpo blanco heterosexual como ficción dominante en Occidente y a la exclusión de las diferencias fuera del ámbito de la representación política. Quizás la clave del éxito de lo ““queer”” frente a la dificultad de publicar o de producir discursos o representaciones que provengan de la cultura marica, bollera, transexual, anticolonial, postporno y del trabajo sexual resida desgraciadamente en su desconexión en castellano con los contextos de opresión política a los que la palabra “queer” se refiere en inglés. Si tenemos en cuenta que la eficacia política del término “queer” proviene precisamente de ser la reapropiación de una injuria y de su uso disidente frente al lenguaje dominante habrá que aceptar que ese desplazamiento no se opera cuando la palabra “queer”, desprovista de memoria histórica en castellano, català o valencià, se introduce en estas lenguas. Escapamos entonces al brutal movimiento de descontextualización, pero nos privamos también de la fuerza política de ese gesto. Eso explica quizás que muchos de los nuevos adeptos que quieren identificarse como ““queer”” - como quieren estar en la red de amigos de Manu Chao o adquirir el último e-book - no estarían dispuestos tan ágilmente a ser identificados como “transexuales”, “sadomasoquistas”, “tarados” o “bolleras”. Será necesario en cada caso redefinir los contextos de uso, modificar los usuarios y sobre todo movilizar los lenguajes políticos que nos han construido como abyectos…de otro modo, la teoría “queer” será simplemente parole, parole, parole… Fuente: http://paroledequeer.blogspot.com/p/beatriz-preciado.html

4) Tomá un lápiz y un papel y escribí lo primero que se te venga como respuesta a las siguientes preguntas:

¿Qué es una mujer? ¿Qué es un varón? ¿Qué es un macho? 5) Socialicen sus respuestas con los pares e identifiquen: a) puntos de convergencia entre las definiciones ofrecidas, b) rasgos que puedan considerarse estereotipados, c) aquellas entidades que deberían quedar dentro del concepto pero que la definición ofrecida excluye. Por ejemplo, si en lugar de mujer, varón y macho se hubiese buscado definir “docencia”, podríamos habernos topado con frases como “Actividad desarrollada por maestras que estudiaron cuatro años para dar clases a niños en la escuela”. En tal caso, podríamos reconocer una limitación (la definición excluye a les docentes que no asociades al género femenino, a quienes hayan cursado la carrera en otro tiempo que no sea casi un lustro, a quienes desempeñan su actividad en otros ámbitos que no son la escuela –p.ej. educación domiciliaria, carcelaria, a distancia, etc.–, y a quienes no trabajan en educación primaria). Asimismo, asociado a lo anterior, reconocemos un estereotipo de género que asocia la docencia como un espacio profesional propio de las mujeres, con base en representaciones culturales que pueden retraerse al imaginario de la escuela como segundo hogar y a la maestra en el lugar maternal del cuidado de las infancias.

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6) A continuación, algunas definiciones ofrecidas por niños sobre estas nociones para que analicen y discutan sobre la base de las indicaciones ofrecidas en la consigna anterior: MUJER Es a la que le gusta jugar con las muñecas y los ponies. Constantina (4) Alguien que tiene muchos vestidos. Valentina A(5) Alguien que se pinta las uñas. Alejo (8) Es una chica que después tiene novio. Felipe (6) Alguien que tiene paloma. Renata (6) Algo que aman los hombres. Candela (7)

VARÓN Alguien que usa pito. Rosario I. (4) Un macho que es hombre. Juan S. M. (5) Algo que tiene pestañas. Valentina A. (5) Es un nene que juega al rugby. Alejo (6)

Alguien que se pinta los labios. Lautaro (7) Una persona demasiado femenina. Agustina N (8) Una cara suave. Belén (8) Alguien que no teme comprarse corpiño ni bombacha. Lucía (9) La pasión de los hombres. Tomás (9) Una persona que puede parir un hijo. Candelaria (12) Algo que te obliga a ser romántico. Gastón (12) MACHO El que sale a buscar comida para comer con su familia. Agustina E (8) Un varón que se queda defendiendo la casa. Virginia (8)

Una persona que tiene poco pelo. Máximo (6) Alguien mucho más feo que una mujer. Agustina A. (7) Lo contrario del pelo largo. Candela (7) Un humano que tiene pelos y camina. Una persona que crece. Lautaro (7) Alguien bruto que se porta mal en el colegio. María Sol (7) Es una persona con pelo corto. Guadalupe (8) Un chico que se enamora fácil. Milagro (8) Alguien que no le gustan las cosas femeninas. Ronit (8)

El rey de la selva. Lucía O (9)

Un chico insoportable. Micaela N. (9)

Un hombre verdadero. Rocío (9)

El que se pasa el tiempo jugando al fútbol. Sofía K. (9)

El que le da los hijos a la hembra. Sofía K(9)

Una persona que se cree “lo más” y no lo es. Manuela (11)

El líder de la manada. Roman (9) El musculoso del gimnasio. Horacio (10)

Una persona sin la cual estaríamos mejor en el mundo. Katja (12)

El que se cree "atrae-chicas". Santiago (10) Una persona que todos los días anda sin camisa Lucila (11) Ser un bestia. María Paula (11)

7) Miren el corto “Femimundo” de María Luisa Benberg (les tomará no más que cinco minutos), tomen nota de cómo se construye un discurso en torno a cómo/qué es ‘la’ mujer y qué lugar ocupan allí los hombres.

Maria Luisa Benberg | Femimundo

https://youtu.be/cKSFZZclM30

8) Discutan qué diferencias consideran que existen entre hablar de personas vulnerables, de personas vulnerabilizadas y de personas en situación de vulnerabilidad. ¿Qué sentidos diferentes despliega cada una de estas opciones? ¿Son sinónimos? 9) ¿Qué sabés acerca de King Kong? ¿Viste la película? Señalá brevemente cuál es la trama de este film.

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Momento II: Actividades de lectura . 10) Lean la siguiente selección de fragmentos extraídos de Teoría King Kong de Virgine Despentes. Se recomienda durante la lectura atender a cómo se entrelazan cuestiones como el poder, la identidad, el deseo, el cuerpo y el género. Luego respondan las consignas que se encuentran debajo.

T EORÍA K ING K ONG Virgine Despentes TENIENTAS CORRUPTAS Escribo desde las feas, para las feas, las viejas, las camioneras, las frígidas, las mal cogidas, las incogibles, las histéricas, las chifladas, todas las excluidas de la gran feria de las que están buenas. Y empiezo por ahí para que las cosas sean claras: no me disculpo de nada, no me vengo a quejar. No cambiaría mi lugar por ningún otro, porque ser Virginie Despentes me parece que es un negocio mucho más interesante de llevar que cualquier otro. Me parece maravilloso que también haya mujeres a las que les gusta seducir, que sepan seducir, otras que busquen casarse, algunas que huelan a sexo y otras a la merienda de los niños a la salida de la escuela. Me parece maravilloso que algunas sean muy dulces, otras se sientan plenas con su feminidad, que haya mujeres jóvenes, hermosísimas, otras coquetas y radiantes. Sinceramente, estoy muy contenta por todas las que están conformes con las cosas tales como son. Lo digo sin ironía alguna. Simplemente resulta que no soy una de ellas. Por supuesto, no escribiría lo que escribo si fuera hermosa, tan hermosa como para cambiar la actitud de los hombres con los que me cruzo. Hablo como proletaria de la feminidad, como tal hablé ayer y sigo hablando hoy. Cuando cobraba el RMI [fenta mínima de inserción], no sentía vergüenza por estar excluida, tan sólo enojo. Lo mismo como mujer: no estoy para nada avergonzada de no estar súper buena. En cambio, me da rabia que como mina que poco les interesa a los hombres, siempre traten de hacerme entender que ni debería estar acá. Siempre existimos. Aunque los hombres, que sólo imaginan a mujeres con las que quisieran tener sexo, no hayan hablado de nosotras en sus novelas. Siempre existimos, nunca hablamos. Incluso hoy, cuando las mujeres publican muchas novelas, son muy escasas las figuras femeninas con físicos ingratos o mediocres, no aptas para querer a los hombres o hacerse querer por ellos. Al contrario, las heroínas contemporáneas quieren a los hombres, los conocen con facilidad, tienen sexo con ellos a los dos capítulos, acaban en cuatro líneas y a todas les gusta el sexo. La figura de la perdedora de la feminidad me es más que simpática, me es esencial. Exactamente como la figura del perdedor social, económico o político. Prof. Gastón Daix

Prefiero a los que no pueden, por la buena y sencilla razón que yo no puedo mucho tampoco. Y que en términos generales el humor y la inventiva más bien están de nuestro lado. Cuando uno no tiene lo necesario para creérsela, es generalmente más creativo. Soy una mina más King Kong que Kate Moss. Soy de esas mujeres con las que no se casa, con las que no se tiene hijos, hablo desde mi lugar de mujer que es siempre demasiado todo lo que es, demasiado agresiva, demasiado ruidosa, demasiado gorda, demasiado brutal, demasiado ruda, siempre demasiado viril, según dicen. Sin embargo, son mis cualidades viriles las que hacen que no sea un bicho raro más entre otros. Todo lo que me gusta de mi vida, todo lo que me salvó, se lo debo a mi virilidad. Por lo tanto escribo aquí como mujer no apta para atraer la atención masculina, para satisfacer el deseo masculino, y para conformarme con un lugar en la sombra. De ahí escribo, como mujer no atractiva, pero ambiciosa, atraída por el dinero que gano por mis medios, atraída por el poder, el de hacer y de rehusar, atraída más bien por la ciudad que por el hogar, siempre deseosa de vivir las experiencias e incapaz de conformarme con su relato. Me importa tres carajos ponérsela dura a hombres que no me hacen soñar. Nunca me pareció obvio que las chicas atractivas la pasaran tan bien. Siempre me sentí fea, y me adapto a ello tanto más cuanto que esto me salvó de una vida de mierda, en la que me hubiese tenido que fumar a tipos buenos que nunca me hubiesen llevado más allá de la línea azul de las Vosges. Estoy contenta conmigo, así, más deseante que deseable. De modo que escribo desde ahí, desde aquellas, las no vendidas, las piradas, las rapadas, las que no se saben vestir, las que tienen miedo de oler mal, las que tienen el comedor podrido, las que no saben cómo manejarse, a las que los hombres no les regalan nada, las que cogerían con cualquiera con tal de que acepte cogérselas, las más putas, las trolitas, las mujeres que siempre tienen la concha seca, las que tienen panzas gordas, las que quisieran ser hombres, las que creen que son hombres, las que sueñan con ser actrices porno, a las que les chupan un huevo los hombres pero les interesan sus amigas, las que tienen un culo gigante, las que tienen pelos tupidos y bien negros y que no se van a depilar, las mujeres brutales,

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ruidosas, las que rompen todo al pasar, a las que no les gustan las perfumerías, las que se ponen rouge demasiado rojo, las que están demasiado mal hechas para vestirse como calentonas pero que se mueren de las ganas, las que quieren ir con ropa de hombre y barba por la calle, las que quieren mostrar todo, las que son pudorosas por complejo, las que no saben decir no, a las que encierran para someterlas, las que dan miedo, las que dan lástima, las que no dan ganas, las que tienen la piel fláccida, la cara llena de arrugas, las que sueñan con hacerse un lifting, una liposucción, con que les rompan la nariz para hacerse otra pero que no tienen dinero para hacerlo, las que ya están demasiado feas, las que sólo cuentan con ellas mismas para protegerse, las que no saben dar seguridad, a las que les importan tres carajos sus hijos, a las que les gusta tomar hasta revolcarse por el suelo de los bares, las que no saben portarse; lo mismo que, y ya que estoy, para los hombres que no tienen ganas de ser protectores, a los que les gustaría pero no saben cómo, los que no saben pelear, los que lloran de buena gana, los que no son ambiciosos, ni competitivos, ni bien dotados, ni agresivos, los que son miedosos, tímidos, vulnerables, los que preferirían cuidar la casa antes que ir a trabajar, los que son delicados, pelados, demasiado pobres para gustar, a los que tienen ganas de que se la pongan, los que no quieren que cuenten con ellos, los que tienen miedo cuando están solos de noche. Porque el ideal de la mujer blanca, atractiva pero no puta, bien casada pero no relegada, que trabaja pero sin ser muy exitosa, para no humillar a su hombre, flaca pero no neurótica con la comida, que sigue indefinidamente joven sin que la desfiguren los cirujanos estéticos, que se siente plena con ser mamá pero no es acaparada por los pañales y los deberes de la escuela, buena ama de casa pero no sirvienta tradicional, culta pero menos que un hombre, esta mujer blanca feliz que nos ponen siempre frente a los ojos, que deberíamos esmerarnos para parecernos a ella, más allá de que parece aburrirse mucho por poca cosa, de todas formas nunca me la crucé, en ningún lugar. Creo que no existe. […] IMPOSIBLE VIOLAR A UNA MUJER TAN VICIOSA Julio del 86, tengo 17 años. Somos dos chicas, con pollera corta, llevo medibachas rayadas y unas Converse bajas rojas. Volvemos de Londres donde gastamos en discos, tinturas y diversos accesorios con clavos todo el dinero que teníamos, así que ni un mango para el viaje de vuelta. La remamos para llegar a Dover haciendo dedo, nos lleva todo el día, y después para pagar el ferry pedimos dinero al lado mismo de la boletería, cuando llegamos a Calais ya es bien de noche. Durante la travesía, buscamos a personas viajando con el auto que nos podrían acercar un poco. Dos italianos más bien Prof. Gastón Daix

lindos, que fuman porro, nos llevan hasta las puertas de París. Y ahí estamos, en plena noche en una estación de servicio, en alguna parte del periférico. Decidimos esperar a que llegue el día y los camioneros con él, para encontrar a uno que fuera directamente a Nancy. Damos vueltas en el estacionamiento, en la tienda, no hace tanto frío. Auto con tres tipos, blancos, típicos habitantes de los suburbios de la época, birras, porros, hablan de Renaud, el cantante. Como son tres, al principio, nos negamos a subir con ellos. Se toman la molestia de ser realmente copados, hacer chistes y charlar. Nos convencen de que es una lástima esperar al oeste de París cuando nos podrían dejar al este, donde nos será más fácil encontrar a alguien. Y subimos al auto. De las dos chicas, soy la que más cancha tiene, la más bocona, la que decide que está todo bien. En el momento en que las puertas se cierran, sin embargo, ya sabemos que nos estamos mandando una cagada. Pero en lugar de gritar: «bajamos» a lo largo de los pocos metros en los que todavía estamos a tiempo, las dos pensamos que hay que dejar de paranoiquearse y de ver violadores por todas partes. Llevamos más de una hora hablando con ellos, sólo tienen pinta de ser unos pajeros, divertidos, para nada agresivos. Desde aquel entonces, esa cercanía quedó entre las cosas indelebles: cuerpos de hombres en un lugar cerrado en el que estamos encerradas, con ellos, pero no iguales a ellos. Nunca iguales, con nuestros cuerpos de mujeres. Nunca a salvo, nunca las mismas que ellos. Somos del sexo del miedo, de la humillación, el sexo extranjero. Sobre esta exclusión de nuestros cuerpos se construyen las virilidades, su famosa solidaridad masculina, es en esos momentos que se conforma. Un pacto fundado en nuestra inferioridad. Sus risas de chabones, entre ellos, la risa del más fuerte, en número. Mientras pasa, fingen no saber exactamente qué está pasando. Porque tenemos polleras cortas, una con el pelo verde, la otra naranja, necesariamente «cogemos como conejos», entonces lo que está ocurriendo no es del todo una violación. Como en la mayoría de las violaciones, me imagino. Me imagino que, desde aquel día, ninguno de estos tres tipos se identifica como violador. Porque lo que hicieron, ellos, es otra cosa. De a tres con un rifle contra dos chicas que golpearon hasta hacerlas sangrar: eso no es violación. Prueba de ello: si realmente no hubiésemos querido que nos violaran, hubiésemos preferido morir, o hubiésemos logrado matarlos. Desde el punto de vista de los agresores -de alguna forma se las arreglan para creerlo- aquellas a quienes les pasa, mientras salgan con vida de ello, es que no les disgustaba tanto. Es la única explicación que le encontré a esta paradoja: en cuanto se publicó Baise-moi21, conocí mujeres que me venían a contar «fui violada, cuando tenía tantos años, en

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tales circunstancias». Esto se repetía hasta tal punto que ya era molesto y, al principio, hasta me pregunté si mentían. Está en nuestra cultura, desde la Biblia y la historia de José en Egipto, la palabra de la mujer que acusa al hombre de violación antes que nada es una palabra que se pone en duda. Y terminé por aceptarlo: pasa todo el tiempo. He aquí un acto unificador, que conecta a todas las clases, sociales, de edades, de bellezas y hasta de caracteres. ¿Cómo explicar entonces que nunca se escuche la otra parte: «Violé a Fulana, tal día, en tales circunstancias»? Porque los hombres siguen haciendo lo que las mujeres aprendieron a hacer durante siglos: nombrarlo de otra forma, adornar, ingeniárselas, sobre todo no usar la palabra para describir lo que hicieron. «Forzaron un poco a una chica», «se fueron un poco a la mierda», estaba «demasiado borracha» o era una ninfómana que fingía no querer: pero si pudo ser, es que en el fondo la chica consentía. Que haga falta golpearla, amenazarla, juntarse de a varios para obligarla y que llore antes durante y después no cambia nada: en la mayoría de los casos, el violador se acomoda con su consciencia, no hubo violación, sólo fue una trola que no se asume y que bastó con saber convencer. A no ser que también sea difícil llevarla, del otro lado. No se sabe, no lo hablan. Sólo a los psicópatas graves, a los violadores en serie que cortan conchas con botellas rotas, o a los pedófilos que atacan a las niñas, se les identifica en la cárcel. Porque los hombres condenan la violación. Lo que practican, siempre es otra cosa. Muy seguido dicen que el cine porno aumenta el número de violaciones. Hipócrita y absurdo. Como si la agresión sexual fuera una invención reciente, y que hiciera falta introducirla en las mentes con películas. En cambio, el que los machos franceses no hayan ido a la guerra desde los años sesenta y la guerra de Argelia, seguramente aumenta las violaciones «civiles». La vida militar era una ocasión regular para practicar la violación colectiva, «por una buena causa». Antes que nada es una estrategia guerrera, que es parte de la virilización del grupo que la comete mientras debilita al grupo adverso al proceder a su hibridación, y ello desde que las guerras de conquista existen. Que dejen de querer hacernos creer que la violencia sexual en contra de las mujeres es un fenómeno reciente, o propio de cualquier grupo. Los primeros años, evitamos hablar de lo que sucedió. Tres años después, en las cuestas de la Croix Rousse, una chica a quien quiero mucho es violada en su casa, sobre la mesa de la cocina, por un tipo que la siguió desde la calle. El día en que me entero, estoy trabajando en un pequeño negocio de discos, Attaque Sonore, en la ciudad vieja de Lyon. Día hermoso, sol, mucha luz de verano sobre las paredes de las calles angostas de la ciudad vieja, viejas piedras de sillería pulidas, Prof. Gastón Daix

blancas tirando a amarillo y naranja. Los muelles del Saône, los puentes, las fachadas de las casas. Siempre me impactó lo hermoso que era, y aquel día particularmente. La violación no turba ninguna tranquilidad, ya está contenida en la ciudad. Cerré el negocio y salí a caminar. Me sublevó más que cuando nos pasó a nosotras. Entendí a través de la historia de ella que era algo que una contrae y de lo que no se deshace más. Inoculado. Hasta ahí, pensaba que me la había bancado bien, que tenía la piel dura y otras cosas que hacer en la vida que dejar que tres pelotudos me traumaticen. Sólo al observar que yo asimilaba su violación con un acontecimiento muy importante después del que ya nada volverá a ser como antes, acepté escuchar, de rebote, lo que sentía por nosotras. Herida de una guerra que se debe disputar en el silencio y la oscuridad. Tenía veinte años cuando le pasó, no tenía muchas ganas de que me hablaran de feminismo. No era suficientemente punk-rock, demasiado correcto. Después de su agresión, cambié de opinión y seguí durante un fin de semana un curso de escucha de «Stop Viol», una guardia telefónica, para hablar después de una agresión, o para conseguir información jurídica. Apenas había comenzado y ya estaba renegando internamente: ¿por qué se le aconsejaría a quienquiera que hiciera una denuncia? Me costaba entender el interés de ir a ver a los canas, si no era para que funcione un seguro. Declararse víctima de una violación, en una comisaría, pensaba instintivamente que era volver a ponerse en peligro. La ley de los yutas, es la de los hombres. Luego, una interventora explicó: «La mayoría de las veces, una mujer que habla de su violación empezará por llamarla de otra forma». Interiormente, sigo resoplando: «Cualquiera». Eso sí que me parece altamente improbable: ¿por qué no usarían esta palabra, y qué sabe, la que está hablando? ¿Acaso cree que todas nos parecemos? De repente, me freno sola en mi arranque: ¿qué hice, yo, hasta ahora? Las escasas veces -la mayoría de las cuales estaba bien borracha- en las que quise hablar del tema, ¿usé la palabra? Nunca. Las escasas veces en que intenté contar «eso», eludí la palabra «violación»: «agresión», «me jodieron», «me agarraron», «un garrón», whatever24... Es que mientras no lleve su nombre, la agresión pierde su especificidad, se puede confundir con otras agresiones, por ejemplo que te afanen, que te lleven los canas, que te demoren, o que te caguen a palos. Esta estrategia de la miopía tiene su utilidad. Porque a partir del momento en que una le dice violación a su violación, todo el aparato de vigilancia de las mujeres se pone en marcha: ¿querés que se sepa lo que te pasó? ¿Querés que todo el mundo te vea como una mujer a la que le pasó? ¿Y, de todas formas, cómo podés haber salido viva de eso sin ser una trola patentada? Una mujer que aprecia su dignidad hubiese preferido que la maten. Mi

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supervivencia, en sí, es una prueba que habla en mi contra. El hecho de estar más aterrorizada al pensar que me podían matar que traumada por los pijazos de los tres hijos de puta, parecía algo monstruoso: nunca lo había escuchado decir, en ninguna parte. Por suerte, como punky practicante, me las podía arreglar sin mi pureza de mujer bien. Porque hay que estar traumada por una violación, hay una serie de marcas visibles que hay que respetar: miedo a los hombres, a la noche, a la autonomía, asco al sexo y otras jocosidades. Te lo repiten de mil y una maneras: es grave, es un crimen, los hombres que te quieren, si lo llegan a saber, se van a volver locos de dolor y de rabia (la violación también es un diálogo privado en el que un hombre les declara a los demás: cojo a sus mujeres a las apuradas). Pero el consejo más razonable, por un montón de razones, sigue siendo: «no se lo digas a nadie». Ahogate, entonces, entre las dos exhortaciones. Morite, perra, como suelen decir. Y la palabra es evitada. A causa de todo lo que encubre. En el campo de las agredidas, como en el de los agresores, se elude el término. Es un silencio cruzado. […] Pero hay mujeres que sienten la necesidad de seguir afirmándolo: la violencia no es una solución. Sin embargo, cuando llegue el día en que los hombres tengan miedo que les laceren la pija a cuterazos cuando se cogen a una chica obligándola, de repente sabrán controlar mejor sus pulsiones «masculinas», y entender lo que quiere decir «no». Hubiese preferido, aquella noche, ser capaz de extirparme lo que le inculcaron a mi sexo, y degollarlos a todos, uno por uno. Antes que vivir siendo esta persona que no se atreve a defenderse, porque es una mujer, porque la violencia no es su territorio, y porque la integridad física del cuerpo de un hombre es más importante que la de una mujer. Durante esta violación, tenía en el bolsillo de mi Teddy rojo y blanco una sevillana, mango negro rutilante, mecánica impecable, hoja fina pero larga, afilada, lustrada, brillante. Una sevillana que esgrimía con bastante facilidad, en aquellos tiempos globalmente confusos. Me había encariñado con ella, a mi manera había aprendido a usarla. Aquella noche, se quedó escondida en mi bolsillo y lo único que pensé respecto a esta hoja fue: ojalá no la encuentren, ojalá no decidan jugar con ella. Ni siquiera pensé en usarla. Desde el momento en que entendí lo que nos estaba pasando, estuve convencida de que eran más fuertes. Una cuestión de disposición mental. Desde entonces, estoy convencida de que si nos hubiesen querido robar las camperas, mi reacción hubiese sido distinta. No era temeraria, pero sí inconsciente. Pero, en aquel preciso momento, me sentí mujer, desagradablemente mujer, como nunca lo había sentido antes, como nunca más lo Prof. Gastón Daix

sentí después. Defender mi propia vida no me permitía herir a un hombre. Creo que hubiese reaccionado de la misma manera si hubiese sido un solo chico contra mí. El proyecto de violación es lo que volvía a hacer de mí una mujer, una persona esencialmente vulnerable. Las niñas son amaestradas para nunca hacerles daño a los hombres, y las mujeres son llamadas al orden cada vez que van en contra de la regla. A nadie le gusta saber lo cobarde que es. Nadie lo quiere saber en carne propia. No me tengo bronca por no haberme atrevido a matar a uno. Le tengo bronca a una sociedad que me educó sin nunca enseñarme a herir a un hombre si me abre las piernas por la fuerza, cuando esta misma sociedad me inculcó la idea de que era un crimen que no debía poder superar. Y sobre todo me pone loca de rabia que frente a tres hombres, un rifle y atrapada en un bosque del que no se puede escapar corriendo, me siga sintiendo, hasta el día de hoy, culpable por no haber tenido el valor de defendernos con un cuchillito. Al final, uno de ellos encuentra esta hoja, se la enseña a los demás, sinceramente sorprendido de que no la haya sacado. «Entonces es que le gustaba.» […] Es asombroso que en el 2006, cuando tanta gente anda por ahí con minúsculas computadoras celulares en el bolsillo, cámaras, teléfonos, agendas, música, no exista absolutamente ningún objeto que una se pueda meter en la concha cuando sale a dar una vuelta afuera, y que le despedazaría la poronga al primer hijo de puta que se mete ahí. Quizás el volver el sexo femenino inaccesible por la fuerza no sea deseable. La mujer tiene que seguir siendo abierta, y temerosa. ¿Si no, qué definiría la masculinidad? Post violación, la única actitud tolerada consiste en volver la violencia contra una misma. Engordar veinte kilos, por ejemplo. Salir del mercado sexual, ya que una ha sido estropeada, sustraerse una misma al deseo. En Francia, no matan a las mujeres a quienes les pasó, pero se espera de ellas que tengan la decencia de señalarse como mercancía deteriorada, contaminada. Putas o afeadas, que salgan espontáneamente del vivero de las casaderas. Porque la violación fabrica a las mejores putas. […] Se obstinan en hacer de cuenta que la violación es extraordinaria y periférica, fuera de la sexualidad, evitable. Como si sólo concerniese a poca gente, agresores y víctimas, como si fuera una situación excepcional, que no dice nada del resto. Cuando, al contrario, está en el centro, en el corazón, base de nuestras sexualidades. Ritual de sacrificio central, está omnipresente en las artes, desde la Antigüedad, representada por los textos, las estatuas, las pinturas, una constante a lo largo de los siglos. Tanto en los jardines de París como en los museos, representaciones de hombres forzando a mujeres. En Las metamorfosis de

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Ovidio, pareciera que los dioses se la pasan queriendo agarrar a mujeres que no están de acuerdo, obteniendo lo que quieren por la fuerza. Fácil, para ellos que son dioses. Y cuando se embarazan, también son el blanco de la venganza de las mujeres de los dioses. La condición femenina, su alfabeto. Siempre culpables por lo que nos hacen. Criaturas consideradas como responsables del deseo que suscitan. La violación es un programa político preciso: esqueleto del capitalismo, es la representación cruda y directa del ejercicio del poder. […] Goce de la anulación del otro, de su palabra, de su voluntad, de su integridad. […] […] La mística masculina debe ser construida como peligrosa, criminal, incontrolable por naturaleza. Como tal, debe ser rigurosamente vigilada por la ley, regentada por el grupo. Detrás del velo del control de la sexualidad femenina aparece el objetivo original de lo político: formar el carácter viril como asocial, pulsional, brutal. Y antes que todo, la violación le hace de vehículo a esta constatación: el deseo del hombre es más fuerte que él, es impotente para dominarlo. Todavía se escucha bastante seguido: «gracias a las putas, hay menos violaciones», como si los machos no se pudieran contener, como si se tuvieran que descargar de una forma u otra. Creencia política construida, pero no la evidencia natural -pulsional- que quieren que creamos. […] La violación, el acto condenado del que no se debe hablar, sintetiza un conjunto de creencias fundamentales acerca de la virilidad. […] LA CHICA KING KONG La versión de King Kong realizada por Peter Jackson en el 2005 empieza a principios del siglo pasado. Al mismo tiempo que se construyen los Estados Unidos industriales, modernos, se despiden de las antiguas formas de diversión, el teatro de comedia «liviano», la tropa solidaria, se preparan para las formas de entretenimiento y de control modernas: el cine y el porno. Un director megalómano y mentiroso, un hombre de cine, embarca a una mujer rubia en un barco. Es la única mujer a bordo. La isla que les interesa se llama Skull Island. No existe en los mapas, porque nadie nunca volvió de ahí. Tribus primitivas, criaturas fetales, niñas de pelo negro enmarañado, viejas mujeres amenazantes, desdentadas, dan alaridos bajo una lluvia copiosa. Raptan a la mujer rubia para dársela de ofrenda a King Kong. La atan, una vieja le pone un collar antes de entregársela al mono gigante. Todos los humanos que antes llevaron este collar fueron tragados, como bocaditos. Este King Kong no tiene ni pija, ni huevos, ni pechos. Ninguna escena permite atribuirle un género. No es ni macho ni hembra. Tan sólo es peludo y negro. Herbívora y contemplativa, esta criatura tiene el sentido del humor, y de la demostración de potencia. Entre Prof. Gastón Daix

Kong y la rubia, no hay ninguna escena de seducción erótica. La bella y la bestia se domestican y se protegen, son sensualmente tiernas la una con la otra. Pero en forma no sexuada. La isla es poblada con criaturas que no son ni machos ni hembras: orugas monstruosas, con tentáculos viscosos y penetrantes, pero húmedos y rosas como conchas de mujeres, larvas con cabezas de pijas, que se abren y se vuelven vaginas dentadas que comen las cabezas de los tipos de la tripulación... Otras acuden a una iconografía más de género, pero que compete al dominio de la sexualidad polimorfa: arañas velludas y brontosaurios grises e idénticos, comparables a una horda de espermatozoides bien pesados... Ahí, King Kong funciona como la metáfora de una sexualidad anterior a la distinción de los géneros tal como se impuso políticamente alrededor de fines del siglo XIX. King Kong está más allá de la hembra y más allá del macho. Es la bisagra, entre el hombre y el animal, el adulto y el niño, el bueno y el malo, el primitivo y el civilizado, el blanco y el negro. Híbrido, antes de la obligación de lo binario. La isla de esta película es la posibilidad de una forma de sexualidad polimorfa e híper potente. Lo que el cine quiere capturar, exhibir, desnaturalizar y luego exterminar. Cuando el hombre la viene a buscar, la mujer vacila en seguirlo. La quiere salvar, llevarla de vuelta a la ciudad, a la heterosexualidad híper normada. La bella sabe que está fuera de peligro junto a King Kong. Pero también sabe que tendrá que dejar su gran palma tranquilizadora para ir adonde viven los hombres y arreglárselas sola ahí. Decide seguir al que la viene a buscar liberarla de la seguridad y llevarla de vuelta a la ciudad, donde de nuevo será amenazada por todas partes. Cámara lenta, primer plano sobre los ojos de la rubia, en el momento en que entiende que fue utilizada. Sólo sirvió para capturar al animal. La animal. Sólo para traicionar a su aliada, su protectora. Aquello con lo que tenía afinidades. Su elección de la heterosexualidad y de la vida en la ciudad, es la elección de sacrificar lo que en ella es hirsuto, potente, lo que dentro de ella se ríe al golpearse el pecho. Lo que reina sobre la isla. Algo debía ser ofrecido como sacrificio. Luego, King Kong es encadenada, exhibida en Nueva York. Tiene que aterrorizar a las muchedumbres, pero que las cadenas sean sólidas, que las masas puedan ser domadas a cambio, igual que con la pornografía. Quieren tocar lo bestial de cerca, estremecerse, pero no quieren los daños colaterales. Habrá daños porque la bestia se le escapa al exhibidor, como en el espectáculo. Hoy en día, lo problemático no es la recuperación del sexo o de la violencia, sino al contrario, la irrecuperabilidad de las nociones que fueron usadas en el espectáculo: violencia y sexo no son domesticables por la representación.

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En la ciudad, King Kong aplasta todo al pasar. La civilización que veíamos construirse a principios de la película se destruye en muy poco tiempo. Esta fuerza que no quisieron ni domesticar, ni respetar, ni dejar donde estaba, es demasiado grande para la ciudad y la despachurra tan sólo al caminar. Con mucha tranquilidad. La bestia busca a su rubia. Para una escena que no es erótica, pero más bien compete a la infancia: te tendré en mi mano y patinaremos juntas, como en un vals. Y reirás como una niña en una calesita encantada. No hay ahí seducción erótica. Sino una relación sensual obvia, lúdica, en la que la fuerza no establece dominación. King Kong, o el caos anterior a los géneros. Luego, los hombres de uniforme, lo político, el Estado, intervienen para matar a la bestia. Subirse a los rascacielos, pelear contra aviones que son como mosquitos. Su número es lo que permite matar a la bestia. Y dejar a la rubia sola, lista para casarse con el héroe. El director, con los ojos abiertos de par en par frente al cuerpo del animal, fotografiado como un trofeo. «Los aviones no tienen nada que ver. Fue la bella quien mató a la bestia.» Una palabra de director: mentirosa. La bella no eligió matar a la bestia. La bella se negó a participar del espectáculo, fue a su encuentro en cuanto supo que se liberaba, se divirtió en su mano cuando había que resbalar sobre las aguas heladas del parque, la siguió hasta las cumbres donde la masacraron. Luego, entonces, la bella siguió a su bello. La bella no pudo impedir que los hombres trajeran a la bestia, ni que la mataran. Se pone bajo la protección del más deseante, del más fuerte, del más adaptado. Está desconectada de su potencia fundamental. Es nuestro mundo moderno. […] En el 93, publico Baise-moi. Primera nota, en Polar. Una nota de chabón. Tres páginas. De reubicación. Lo que molesta al tipo no es que el libro no sea bueno según sus criterios. Del libro, en realidad, no habla. Es que yo sea una chica poniendo a chicas en escena de esta forma. Y, sin hacerse preguntas -ya que es hombre, desde su punto de vista es obvio que tiene derecho a señalarme lo que me está permitido según la conveniencia tal como la define él- me viene a decir, ese desconocido, y a decirlo públicamente: no tengo derecho a hacer eso. Importa tres carajos, el libro. Lo importante es mi sexo. No importa una mierda quien soy, de donde vengo, lo que me conviene, quien me va a leer, la cultura punk-rock. El abuelo interviene, tijeras en mano, y me la va a rectificar, mi pija mental, se va a ocupar de las chicas como yo. Y de citar a Renoir: «Las películas deberían ser hechas por mujeres lindas mostrando cosas lindas». Por lo menos será una idea de título. En el momento, es tan grotesco que me río. Luego, cambio de tono, cuando me doy Prof. Gastón Daix

cuenta de que se me echan encima de todas partes sólo ocupándose de esto: es una chica, una chica, una chica. Tengo una concha en el medio de la jeta. Todavía no me había confrontado mucho con el mundo de los adultos, y aún menos con el de los adultos normales, me va a asombrar durante un buen tiempo, lo numerosos que son los que saben distinguir lo que se hace, de lo que no se hace, cuando una es una chica en la ciudad. Cuando una se vuelve una chica pública, se le echan encima de todas partes, de una manera particular. Pero de eso no hay que quejarse, está mal visto. Hay que tener el sentido del humor, distancia, y las bolas bien puestas para bancársela. Todas estas discusiones para saber si tenía derecho a decir lo que decía. Una mujer. Mi sexo. Mi físico. En todos los artículos, con bastante buena onda, dicho sea de paso. No, no se describe a un autor hombre igual que a una mujer. Nadie sintió la necesidad de escribir que Houellebecq era lindo. Si hubiese sido mujer, y que a tantos hombres les hubiesen gustado sus libros, hubiesen escrito que era lindo. O no. Pero hubiésemos sabido cual era su impresión al respecto. Y hubiesen tratado, en nueve de cada diez artículos, de ajustarle las cuentas y de explicar, en detalle, por qué este hombre era tan infeliz, sexualmente. Le hubiesen hecho saber que era culpa suya, que no hacía las cosas bien, que no se podía quejar de absolutamente nada. […] No querer a las mujeres, para un hombre, es una actitud. No querer a los hombres, para una mujer, es una patología. ¿Una mujer no muy atractiva que se quejase porque los hombres no son capaces de hacerla acabar bien? Escucharíamos hablar de su físico, y de su vida familiar, con los detalles más sórdidos, y de sus complejos, y de sus problemas. […] A mí, me gusta Josée Dayan. Ronroneo de placer cada vez que la veo en la tele. Porque el resto del tiempo, incluso las novelistas, las periodistas, las deportistas, las cantantes, las presidentas de empresas, las productoras, todas las mujeres que vemos se sienten obligadas a ponerse un escotito, un par de aros, el pelo bien peinado, pruebas de feminidad, garantías de docilidad. El síndrome del rehén que se identifica con su carcelero, ya lo conocemos. Así terminamos vigilándonos las unas a las otras, juzgándonos a través de los ojos de quienes nos encierran con tres vueltas de llave. Cuando tenía más o menos treinta años, cuando dejé de tomar, vi a analistas, curanderos, magos, no tenían mucho en común. Lo único fue que, varias veces, estos hombres insistieron: «Tendría que reconciliarse con su feminidad». Siempre contesté lo mismo, espontáneamente: «Ya sé, no tengo hijo, pero...» y siempre me interrumpieron, no me estaban hablando de maternidad. Me estaban hablando de feminidad. ¿Qué quiere decir con eso? No obtuve respuesta clara. Mi

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feminidad... Yo, en realidad, no soy de contrariar, sobre todo si me dicen las cosas varias veces con mucha convicción y una benevolencia obvia. Por lo tanto, traté de entender. Sinceramente. De qué carecía. Tenía la impresión de decirlo todo, de no tratar de ser más así que asá, de dejarme ser sin mucha moderación. La feminidad, ¿qué era...? Las circunstancias en las que vi a estos terapeutas siempre eran privilegiadas, estaba bastante dulce y tranquila. No soy una bestia de tiempo completo. Más bien soy tímida, discreta, desde que dejé de tomar no se puede decir que hago mucho bardo, en general. Por supuesto, a veces, estallo y me voy a la mierda. De manera no muy femenina, lo confirmo, y muchas veces eficaz, qué casualidad. Pero, en este caso, no me hablaban ni de agitación, ni de agresividad, hablaban de «feminidad». Sin dar detalles. Me rompí la cabeza. ¿Por ahí se trataba de ser menos impresionante, más tranquilizadora, más encantadora, tal vez? […] Después de varios años de buena, leal y sincera investigación, he acabado llegando a esta conclusión: la feminidad es una puta hipocresía. El arte de ser servil. Podemos llamarlo seducción y hacer de ello un asunto de glamour. Pero en pocos casos es un deporte de alto nivel. En general, se trata simplemente de acostumbrarse a portarse como alguien inferior. Entrar a un lugar, mirar si hay hombres, querer gustarles. No hablar demasiado fuerte. No expresarse en un tono categórico. No sentarse con las piernas abiertas, para estar bien sentada. No expresarse en un tono autoritario. No hablar de dinero. No querer tomar el poder. No querer ocupar un puesto de autoridad. No buscar el prestigio. No reír demasiado fuerte. No ser, una misma, demasiado

divertida. Gustarles a los hombres es un arte complicado, que requiere que borremos todo lo que compete al dominio de la potencia. Mientras tanto, los hombres, por lo menos los que tienen mi edad y más, no tienen cuerpo. No tienen edad, no tienen corpulencia. Cualquier pelotudo enrojecido por el alcohol, calvo con panza enorme y un look de mierda, podrá permitirse hacer reflexiones sobre el físico de las chicas, reflexiones desagradables si no las ve lo suficientemente coquetas y frescas, u observaciones asquerosas si está enojado porque no se las puede empomar. Son las ventajas de su sexo. […] Tener complejos, eso sí que es femenino. Borrada. Escuchar bien. No brillar demasiado intelectualmente. Ser culta, lo justo para entender lo que un presumido tiene para decir. Charlar es femenino. Todo lo que no deja huella. Lo doméstico, que se vuelve a hacer todos los días, que no lleva nombre. No los grandes discursos, no los grandes libros, no las grandes cosas. Las pequeñas cosas. Lindas. Femeninas. Pero beber: viril. Tener amigos: viril. Hacerse el payaso: viril. Ganar mucha guita: viril. Tener un auto grande: viril. Tener cualquier postura: viril. Reír tontamente fumando porro: viril. Tener el espíritu de competencia: viril. Ser agresivo: viril. Querer garchar con mucha gente: viril. Contestar con brutalidad a algo amenazante: viril. No tomarse el tiempo de arreglarse a la mañana: viril. Usar ropa porque es cómoda: viril. Todo lo divertido es viril, todo lo que permite sobrevivir es viril, todo lo que permite ganar terreno es viril. No cambió tanto, en cuarenta años. El único progreso destacado, es que ahora, los podemos mantener.

11) En función del contexto en el que aparece la expresión en el texto, ¿qué es una “chica pública”? Contestá esto y luego buscá en el diccionario de la Real Academia Española “mujer pública” y transcribí su acepción debajo. 12) ¿Cómo explicarías el sentido de la frase “Soy una mina más King Kong que Kate Moss”? ¿Cómo funciona en el texto de Despentes la metáfora de “King Kong”? Se sugiere tener en cuenta la totalidad del texto leído y no solo el párrafo en que esta frase aparece. 13) Respondé brevemente de qué modo la autora argumenta que la mujer ideal no existe. 14) ¿Por qué se afirma, irónicamente, que “es imposible violar a una mujer tan viciosa”? 15) A partir de lo leído y de tu propia experiencia, enumerá qué mandatos vigentes reconocés asociados a los ideales de masculinidad y de feminidad. Luego, reflexioná: a) ¿son todos plena y simultaneamente realizables?, y b) ¿qué “costo” tiene la transgresión de estos preceptos? ¿qué precio paga quien no puede o no quiere llevar adelante un proyecto de vida en estas coordenadas? 16) Buscá en la web a qué refiere el neologismo mansplaining y luego indicá alguna escena en el relato de Despentes a la que se pueda aplicar. 17) En el texto se menciona que en un momento la autora cobraba la RMI (Renta Mínima de Inserción), similar a la actual RSA (Renta de Solidaridad Activa). Investiguen en la web en páginas confiables en qué consiste este instrumento y a quiénes se aplica. Discutan si en nuestro país existe algo similar y si consideran que cumple su objetivo. Tengan en cuenta las diferencias conceptuales existentes entre “igualdad”, “equidad” y “justicia”. Prof. Gastón Daix

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Momento III: Actividades de integración . Entrevist a a Rita Segato

Siguiendo la propuesta de la antropóloga social Rita Segato, es posible sostener una postura según la cual el problema de la violencia sexual es político, no moral; ya que existe un mandato de violación asociado a la estructura de género vigente que hace que la apropiación del cuerpo leído como femenino se constituya en una constante a lo largo de la historia de la humanidad y no en una serie de casos excepcionales encarnados por delincuentes o psicópatas. En ese marco, la violación emerge como un crimen de poder, como un acto disciplinador. 18) Leé el siguiente fragmento de una entrevista realizada recientemente a la autora:

«UNA FALLA DEL PENSAMIENTO FEMINISTA ES CREER QUE LA VIOLENCIA DE GÉNERO ES UN PROBLEMA DE HOMBRES Y MUJERES » Por Florencia Vizzi y Alejandra Ojeda Garnero —En el marco del alarmante crecimiento de los casos de violencia de género, ¿podría profundizar en el concepto que desarrolló de que la violencia letal sobre la mujer es un síntoma de la sociedad? —Desigualdad de género, control sobre el cuerpo de la mujer, desde mi perspectiva, hay otras feministas que no coinciden, acompañan la historia de la humanidad. Sólo que, contrariamente a lo que pensamos y a eso que yo llamo prejuicio positivo con relación a la modernidad, imaginamos que la humanidad camina en la dirección contraria. Pero los datos no confirman eso, al contrario, van en aumento. Entonces tenemos que entender cuáles son las circunstancias contextuales e históricas. Una de las dificultades, de las fallas del pensamiento feminista es creer que el problema de la violencia de género es un problema de los hombres y las mujeres. Y en algunos casos, hasta de un hombre y una mujer. Y yo creo que es un síntoma de la historia, de las vicisitudes por la que pasa la sociedad. Y ahí pongo el tema de la precariedad de la vida. La vida se ha vuelto inmensamente precaria, y el hombre, que por su mandato de masculinidad, tiene la obligación de ser fuerte, de ser el potente, no puede más y tiene muchas dificultades para poder serlo. Y esas dificultades no tienen que ver como dicen por ahí, porque está afectado por el empoderamiento de las mujeres, que es un argumento que se viene utilizando mucho, que las mujeres se han empoderado y que los hombres se han debilitado por ello y por lo tanto reaccionan así… No. Lo que debilita a los hombres, lo que los precariza y los transforma en sujetos impotentes es la falta de empleo, la inseguridad en el empleo cuando lo tienen, la precariedad de todos los vínculos, el desarraigo de varias formas, el desarraigo de un medio comunitario, familiar, local… en fin, el mundo se mueve de una manera que no pueden controlar y los deja en una situación de precariedad, pero no como consecuencia del empoderamiento de las mujeres, sino como una consecuencia de la precarización de la vida, de la economía, de no poder educarse más, leer más, tener acceso a diversas formas de bienestar. Y eso también va en dirección de otra cosa que vengo afirmando: que hay formas de agresión entre varones que son también violencia de género.Yo afirmo que los varones son las primeras víctimas del mandato de masculinidad. Con esto no estoy queriendo decir que son víctimas de las mujeres, y quiero dejarlo bien en claro porque se me ha entendido de una manera equivocada muchas veces. Estoy diciendo que son víctimas de un mandato de masculinidad y una estructura jerárquica como es la estructura de la masculinidad. Son víctimas de otros hombres, no de las mujeres. Y esto también quiero dejarlo en claro, no es que el hombre se volvió impotente porque las mujeres se potencian, sino que se volvió impotente porque la vida se volvió precaria y los deja impotentes. […] No estoy hablando de psicópatas. Porque, a diferencia de lo que dicen los diarios, la mayor parte de las agresiones sexuales no son perpetradas por psicópatas. Los mayores perpetradores son sujetos ansiosos por demostrar que son hombres. Si no se comprende qué papel tiene la violación y la masacre de mujeres en el mundo actual, no vamos a encontrar soluciones. Fuente: https://www.conclusion.com.ar/info-general/una-falla-del-pensamiento-feminista-escreer-que-la-violencia-de-genero-es-un-problema-de-hombres-y-mujeres/08/2017/

19) Teniendo en cuenta lo anterior, el relato de Despentes y lo trabajado en clase, escribí un texto de entre 150 y 250 palabras en el que reflexiones acerca de la violación como acto disciplinador en el contexto.

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Momento IV: Actividades de ampliación . La violación sistemática también puede constituirse en un negocio impuesto sobre cuerpos vulnerabilizados: tal es el caso de muchas feminidades trans, empujadas a la prostitución como medio de supervivencia,11 y de feminidades cis abducidas por las redes de tratas de personas. Bey a (Le vist e la cara a Dios )

17) Por ello, ahora les proponemos la lectura de la novela gráfica Beya de Gabriela Cabezón Cámara (texto) e Iñaki Echeverría (ilustraciones), adaptación del cuento “Le viste la cara a Dios” cuyo disparador fue –según afirma la autora– reescribir una versión de “La bella durmiente”. A modo de introducción, una entrevista realizada a la autora poco después de la publicación de su libro: La lectura recomendada de hoy es la novela gráfica Beya (Le viste la cara a Dios), de Gabriela Cabezón Cámara e Iñaki Echeverría, editada por Eterna Cadencia. Beya es la historia de una joven atrapada en una red de trata. Una historia cruda y dolorosa que relata los terribles tormentos a los que son sometidos millones de mujeres en el mundo. A continuación, una entrevista con la autora: - Contanos cómo surgió la idea de escribir Beya: Gabriela Cabezón Cámara (GCC): Fue idea de mi amiga la escritora, editora y periodista Cristina Fallarás, hoy una de los portavoces más importantes de los desahuciados españoles. En 2011 decidió lanzar un sello digital, sigueleyendo.es, con una colección de cuentos infantiles reversionados para adultos. A mí me tocó “La bella durmiente”. Primero no me gustó demasiado, ¿qué se puede decir de una chica atada a una cama, completamente pasiva, presa de una maldición? Como pasa a veces, encontré la respuesta en la misma pregunta que me había hecho: cuando me detuve a pensarlo, eso de atada a una cama sin poder escapar me llevó rápídamente a pensar en una chica en situación de trata. Con esto quiero decir: secuestrada, torturada, violada, desparecida. -Cuando se habla de trata en la Argentina, siempre hay referencia al caso Marita Verón. ¿Lo usaste para inspirarte? (GCC): No, de ninguna manera: este libro no se inspira en el caso de Marita Verón. Lo que sí usé para entender mejor el tema fueron las declaraciones de las chicas que su mamá, Susana Trimarco, logró rescatar. Y el impacto emocional que me causó todo: la desaparición de Marita, la búsqueda heroica de su mamá, los testimonios aberrantes de las chicas que lograron salir de ahí. -Por qué la elección de la segunda persona para narrar? (GCC): No es sólo el narrador: un problema importante en cualquier texto de ficción es una cuestión más elemental todavía, la persona que usa; primera, segunda, tercera. En este caso, Beya es un personaje cuyo único recurso, por lo menos al comienzo, de resistencia, es un grado de alienación altísimo: se siente lejos de su propio cuerpo. Sabe dónde está y quién es e incluso qué le están haciendo, pero no siente dolor, cree que su alma está lejos, en brazos de Dios. Además, la segunda persona pone al lector en el lugar de la protagonista inmediatamente y la idea era que se generara empatía. Cualquiera, o casi cualquiera, depende de las vueltas de la Historia -le tocó incluso a reyespuede ser víctima de secuestro y tortura. -La elección del vocabulario directo, sin eufemismos, ¿fue intencional? (GCC): Sí. Si hubiera utilizado palabras como “laceración” o “objeto punzante” o “vagina” el referente, que es el dolor extremo de la tortura que es la violación, hubiera quedado muy distante y siempre tuve la intención de que se sintiera cercano, casi en la propia carne. -La primera versión de Le viste la cara a Dios no incluía las ilustraciones de Iñaki. ¿Qué pensás que le sumó haber hecho el cuento en formato de relato gráfico? (GCC): La riqueza de otro lenguaje: Iñaki es un gran talento, el supo cómo agregarle, jugando con los planos y la línea, en blanco y negro, por momentos rozanco la abstracción, todo el poder de lo visual. Supo, además, cómo contar el dolor de esta historia sin caer nunca en la pornografía. No es que no podamos hacer una novela erótica, quién sabe, tal vez la hagamos, pero en el caso de Beya hubiera sido una bestialidad. -En tu relato, la protagonista logra vengarse, pero no recomponerse del todo ¿Pensás que hay una posibilidad de empezar de nuevo para las mujeres que sufren algo tan terrible como la explotación sexual?

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Para el abordaje de este asunto, sugerimos a quienes se encuentren interesados la lectura de la novela La Chaco de Juan Solá. Prof. Gastón Daix

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(GCC): No sé: no soy una especialista en estrés postraumático, sólo una escritora. Así que opino medio salvajemente: se me ocurre que dependerá de la contención que reciba cuando salga de ese campo de concentración que es el prostíbulo. Contención de toda índole, sobre todo de parte del Estado: psicológica, económica, educativa, habitacional. Todo eso necesita alguien para recomponerse de algo tan traumático. -Uno de los lemas que impulsó el caso Marita Verón fue “sin clientes no hay trata”. ¿Adherís? ¿Te gustaría que tu libro sirva como mensaje para generarle consciencia a los consumidores de prostitución? (GCC): Me encantaría. De todos modos, esa consigna me suena siempre un poco sospechosa: puede ser que sin clientes no haya trata, pero hay que atacar a los tratantes y a sus cómplices en todos los poderes del Estado. Los “clientes” son unos hijos de puta, por supuesto, unos abusadores seriales. Pero los tratantes y sus cómplices son los autores principales del delito. -¿Cuáles son tus tres escritores favoritos? (GCC): Uh, es difícil. Tengo muchísimos. Vamos a los más antiguos: Homero, Sófocles y Eurípides. -¿Tres libros que recomendarías? (GCC): Recomiendo tres nuevísimos, para compensar la antigüedad de la respuesta anterior: Ladrilleros, de Selva Almada. El gran surubí, de Pedro Mairal. El mosto y la queresa, de Mario Castells. Entrevista de Sol Amaya a Gabriela Cabezón Cámara para el blog “Crónicas del crimen” del portal web del diario La Nación, publicada el 03/06/2013. Disponible en: http://blogs.lanacion.com.ar/cronicas-del-crimen/libros/lectura-recomendada-beya-le-viste-la-cara-a-dios/

Quizá te interese seguir leyendo un ensayo breve de Cabezón Cámara titulado “Basura ” en Revista Anfibia El crítico David Viñas ha señalado que “la literatura argentina comienza con una violación”, lo que ha permitido a otros autores (Martin Kohan, por ejemplo) sostener que dicho acto fundacional de violencia en la que el “todos contra uno” emerge como tópico puede rastrearse a lo largo del siglo XIX y XX. 18) Leer “El matadero” de Esteban Echeverría y responder las preguntas que se encuentran debajo:

E L M ATADERO Esteban Echeverría A pesar de que la mía es historia, no la empezaré por el arca de Noé y la genealogía de sus ascendientes como acostumbraban hacerlo los antiguos historiadores españoles de América que deben ser nuestros prototipos. Temo muchas razones para no seguir ese ejemplo, las que callo por no ser difuso. Diré solamente que los sucesos de mi narración, pasaban por los años de Cristo de 183... Estábamos, a más, en cuaresma, época en que escasea la carne en Buenos Aires, porque la iglesia adoptando el precepto de Epitecto, sustine abstine (sufre, abstente) ordena vigilia y abstinencia a los estómagos de los fieles, a causa de que la carne es pecaminosa, y, como dice el proverbio, busca a la carne. Y como la iglesia tiene ab initio y por delegación directa de Dios el imperio inmaterial Prof. Gastón Daix

sobre las conciencias y estómagos, que en manera alguna pertenecen al individuo, nada más justo y racional que vede lo malo. Los abastecedores, por otra parte, buenos federales, y por lo mismo buenos católicos, sabiendo que el pueblo de Buenos Aires atesora una docilidad singular para someterse a toda especie de mandamiento, solo traen en días cuaresmales al matadero, los novillos necesarios para el sustento de los niños y de los enfermos dispensados de la abstinencia por la Bula..., y no con el ánimo de que se harten algunos herejotes, que no faltan, dispuestos siempre a violar los mandamientos carnificinos de la iglesia, y a contaminar la sociedad con el mal ejemplo. Sucedió, pues, en aquel tiempo, una lluvia muy copiosa. Los caminos se anegaron; los pantanos se

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pusieron a nado y las calles de entrada y salida a la ciudad rebosaban en acuoso barro. Una tremenda avenida se precipitó de repente por el Riachuelo de Barracas, y extendió majestuosamente sus turbias aguas hasta el pie de las barrancas del alto. El Plata creciendo embravecido empujó esas aguas que venían buscando su cauce y las hizo correr hinchadas por sobre campos, terraplenes, arboledas, caseríos, y extenderse como un lago inmenso por todas las bajas tierras. La ciudad circunvalada del Norte al Este por una cintura de agua y barro, y al Sud por un piélago blanquecino en cuya superficie flotaban a la ventura algunos barquichuelos y negreaban las chimeneas y las copas de los árboles, echaba desde sus torres y barrancas atónitas miradas al horizonte como implorando misericordia al Altísimo. Parecía el amago de un nuevo diluvio. Los beatos y beatas gimoteaban haciendo novenarios y continuas plegarias. Los predicadores atronaban el templo y hacían crujir el púlpito a puñetazos. Es el día del juicio, decían, el fin del mundo está por venir. La cólera divina rebosando se derrama en inundación. ¡Ay de vosotros pecadores! ¡Ay de vosotros unitarios impíos que os mofáis de la iglesia, de los santos, y no escucháis con veneración la palabra de los ungidos del Señor! ¡Ay de vosotros si no imploráis misericordia al pie de los altares! Llegará la hora tremenda del vano crujir de dientes y de las frenéticas imprecaciones. Vuestra impiedad, vuestras herejías, vuestras blasfemias, vuestros crímenes horrendos, han traído sobre nuestra tierra las plagas del Señor. La justicia y el Dios de la Federación os declarará malditos. Las pobres mujeres salían sin aliento, anonadadas del templo, echando, como era natural, la culpa de aquella calamidad a los unitarios. Continuaba, sin embargo, lloviendo a cántaros, y la inundación crecía acreditando el pronóstico de los predicadores. Las campanas comenzaron a tocar rogativas por orden del muy católico Restaurador, quien parece no las tenía todas consigo. Los libertinos, los incrédulos, es decir, los unitarios, empezaron a amedrentarse al ver tanta cara compungida, oír tanta batahola de imprecaciones. Se hablaba ya como de cosa resuelta de una procesión en que debía ir toda la población descalza y a cráneo descubierto, acompañando al Altísimo, llevado bajo palio por el Obispo, hasta la barranca de Balcarce, donde millares de voces conjurando al demonio unitario de la inundación, debían implorar la misericordia divina. Feliz, o mejor, desgraciadamente, pues la cosa habría sido de verse, no tuvo efecto la ceremonia, porque bajando el Plata, la inundación se fue poco a poco escurriendo en su inmenso lecho sin necesidad de conjuro ni plegarias. Prof. Gastón Daix

Lo que hace principalmente a mi historia es que por causa de la inundación estuvo quince días el matadero de la Convalecencia sin ver una sola cabeza vacuna, y que en uno o dos, todos los bueyes de quinteros y aguateros se consumieron en el abasto de la ciudad. Los pobres niños y enfermos se alimentaban con huevos y gallinas, y los gringos y herejotes bramaban por el beef-steak y el asado. La abstinencia de carne era general en el pueblo, que nunca se hizo más digno de la bendición de la iglesia, y así fue que llovieron sobre él millones y millones de indulgencias plenarias. Las gallinas se pusieron a 6 $ y los huevos a 4 reales y el pescado carísimo. No hubo en aquellos días cuaresmales promiscuaciones ni excesos de gula; pero en cambio se fueron derechito al cielo innumerables ánimas y acontecieron cosas que parecen soñadas. No quedó en el matadero ni un solo ratón vivo de muchos millares que allí tenían albergue. Todos murieron de hambre o ahogados en sus cuevas por la incesante lluvia. Multitud de negras rebusconas de achuras, como los caranchos de presa, se desbandaron por la ciudad como otras tantas harpías prontas a devorar cuanto hallaran comible. Las gaviotas y los perros inseparables rivales suyos en el matadero, emigraron en busca de alimento animal. Porción de viejos achacosos cayeron en consunción por falta de nutritivo caldo; pero lo más notable que sucedió fue el fallecimiento casi repentino de unos cuantos gringos herejes que cometieron el desacato de darse un hartazgo de chorizos de Extremadura, jamón y bacalao y se fueron al otro mundo a pagar el pecado cometido por tan abominable promiscuación. Algunos médicos opinaron que si la carencia de careo continuaba, medio pueblo caería en síncope por estar los estómagos acostumbrados a su corroborante jugo; y era de notar el contraste entre estos tristes pronósticos de la ciencia y los anatemas lanzados desde el púlpito por los reverendos padres contra toda clase de nutrición animal y de promiscuación en aquellos días destinados por la iglesia al ayuno y la penitencia. Se originó de aquí una especie de guerra intestina entre los estómagos y las conciencias, atizada por el inexorable apetito y las no menos inexorables vociferaciones de los ministros de la iglesia, quienes, como es su deber, no transigen con vicio alguno que tienda a relajar las costumbres católicas: a lo que se agregaba el estado de flatulencia intestinal de los habitantes, producido por el pescado y los porotos y otros alimentos algo indigestos. Esta guerra se manifestaba por sollozos y gritos descompasados en la peroración de los sermones y por rumores y estruendos subitáneos en las casas y calles de la ciudad o donde quiera concurrían gentes. Alarmose un tanto el gobierno, tan paternal como previsor, del Restaurador creyendo aquellos tumultos de origen revolucionario y atribuyéndolos a

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los mismos salvajes unitarios, cuyas impiedades, según los predicadores federales, habían traído sobre el país la inundación de la cólera divina; tomó activas providencias, desparramó sus esbirros por la población y por último, bien informado, promulgó un decreto tranquilizador de las conciencias y de los estómagos, encabezado por un considerando muy sabio y piadoso para que a todo trance y arremetiendo por agua y todo se trajese ganado a los corrales. En efecto, el decimosexto día de la carestía víspera del día de Dolores, entró a nado por el paso de Burgos al matadero del Alto una tropa de cincuenta novillos gordos; cosa poca por cierto para una población acostumbrada a consumir diariamente de 250 a 300, y cuya tercera parte al menos gozaría del fuero eclesiástico de alimentarse con carne. ¡Cosa extraña que haya estómagos privilegiados y estómagos sujetos a leyes inviolables y que la iglesia tenga la llave de los estómagos! […] Sea como fuera; a la noticia de la providencia gubernativa, los corrales del Alto se llenaron, a pesar del barro, de carniceros, achuradores y curiosos, quienes recibieron con grandes vociferaciones y palmoteos los cincuenta novillos destinados al matadero. -Chica, pero gorda, exclamaban.- ¡Viva la Federación! ¡Viva el Restaurador! Porque han de saber los lectores que en aquel tiempo la Federación estaba en todas partes, hasta entre las inmundicias del matadero y no había fiesta sin Restaurador como no hay sermón sin Agustín. Cuentan que al oír tan desaforados gritos las últimas ratas que agonizaban de hambre en sus cuevas, se reanimaron y echaron a correr desatentadas conociendo que volvían a aquellos lugares la acostumbrada alegría y la algazara precursora de abundancia. El primer novillo que se mató fue todo entero de regalo al Restaurador, hombre muy amigo del asado. Una comisión de carniceros marchó a ofrecérselo a nombre de los federales del matadero, manifestándole in voce su agradecimiento por la acertada providencia del gobierno, su adhesión ilimitada al Restaurador y su odio entrañable a los salvajes unitarios, enemigos de Dios y de los hombres […] El matadero de la Convalescencia o del Alto, sito en las quintas al Sud de la ciudad, es una gran playa en forma rectangular colocada al extremo de dos calles, una de las cuales allí se termina y la otra se prolonga hacia el Este. Esta playa con declive al Sud, está cortada por un zanjón labrado por la corriente de las aguas pluviales, en cuyos bordes laterales se muestran innumerables cuevas de ratones y cuyo cauce, recoge en tiempo de lluvia, toda la sangrasa seca o reciente del matadero. En la junción del ángulo Prof. Gastón Daix

recto hacia el Oeste está lo que llaman la casilla […] En la casilla se hace la recaudación del impuesto de corrales, se cobran las multas por violación de reglamentos y se sienta el juez del matadero, personaje importante, caudillo de los carniceros y que ejerce la suma del poder en aquella pequeña república por delegación del Restaurador […] La casilla por otra parte, es un edificio tan ruin y pequeño que nadie lo notaría en los corrales a no estar asociado su nombre al del terrible juez y a no resaltar sobre su blanca cintura los siguientes letreros rojos: «Viva la Federación», «Viva el Restaurador y la heroína doña Encarnación Ezcurra», «Mueran los salvajes unitarios». Letreros muy significativos, símbolo de la fe política y religiosa de la gente del matadero. […] La perspectiva del matadero a la distancia era grotesca, llena de animación. Cuarenta y nueve reses estaban tendidas sobre sus cueros y cerca de doscientas personas hollaban aquel suelo de lodo regado con la sangre de sus arterias. En torno de cada res resaltaba un grupo de figuras humanas de tez y raza distintas. La figura mas prominente de cada grupo era el carnicero con el cuchillo en mano, brazo y pecho desnudos, cabello largo y revuelto, camisa y chiripá y rostro embadurnado de sangre. A sus espaldas se rebullían caracoleando y siguiendo los movimientos una comparsa de muchachos, de negras y mulatas achuradoras, cuya fealdad trasuntaba las harpías de la fábula, y entremezclados con ella algunos enormes mastines, olfateaban, gruñían o se daban de tarascones por la presa. […] Hacia otra parte, entre tanto, dos africanas llevaban arrastrando las entrañas de un animal; allá una mulata se alejaba con un ovillo de tripas y resbalando de repente sobre un charco de sangre, caía a plomo, cubriendo con su cuerpo la codiciada presa. Acullá se veían acurrucadas en hilera 400 negras destejiendo sobre las faldas el ovillo y arrancando uno a uno los sebitos que el avaro cuchillo del carnicero había dejado en la tripa como rezagados, al paso que otras vaciaban panzas y vejigas y las henchían de aire de sus pulmones para depositar en ellas, luego de secas, la achura. […] Por un lado dos muchachos se adiestraban en el manejo del cuchillo tirándose horrendos tajos y reveses; por otro cuatro ya adolescentes ventilaban a cuchilladas el derecho a una tripa gorda y un mondongo que habían robado a un carnicero; y no de ellos distante, porción de perros flacos ya de la forzosa abstinencia, empleaban el mismo medio para saber quién se llevaría un hígado envuelto en barro. Simulacro en pequeño era este del modo bárbaro con que se ventilan en nuestro país las cuestiones y los derechos individuales y sociales. En fin, la escena que se representaba en el matadero era para vista no para escrita.

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Un animal había quedado en los corrales de corta y ancha cerviz, de mirar fiero, sobre cuyos órganos genitales no estaban conformes los pareceres porque tenía apariencias de toro y de novillo. Llegole su hora. Dos enlazadores a caballo penetraron al corral en cuyo contorno hervía la chusca a pie, a caballo y horquetada sobre sus ñudosos palos. Formaban en la puerta el más grotesco y sobresaliente grupo varios pialadores y enlazadores de a pie con el brazo desnudo y armados del certero lazo, la cabeza cubierta con un pañuelo punzó y chaleco y chiripá colorado, teniendo a sus espaldas varios jinetes y espectadores de ojo escrutador y anhelante. El animal prendido ya al lazo por las astas, bramaba echando espuma furibundo y no había demonio que lo hiciera salir del pegajoso barro donde estaba como clavado y era imposible pialarlo. Gritábanlo, lo azuzaban en vano con las mantas y pañuelos los muchachos prendidos sobre las horquetas del corral, y era de oír la disonante batahola de silbidos, palmadas y voces tiples y roncas que se desprendía de aquella singular orquesta. Los dicharachos, las exclamaciones chistosas y obscenas rodaban de boca en boca y cada cual hacia alarde espontáneamente de su ingenio y de su agudeza excitado por el espectáculo o picado por el aguijón de alguna lengua locuaz. -Hi de p... en el toro. -Al diablo los torunos del Azul. -Mal haya el tropero que nos da gato por liebre. -Si es novillo. -¿No está viendo que es toro viejo? -Como toro le ha de quedar. ¡Muéstreme los c..., si le parece, c...o! -Ahí los tiene entre las piernas. No los ve, amigo, más grandes que la cabeza de su castaño; ¿o se ha quedado ciego en el camino? -Su madre sería la ciega, pues que tal hijo ha parido. ¿No ve que todo ese bulto es barro? -Es emperrado y arisco como un unitario. -Y al oír esta mágica palabra todos a una voz exclamaron: ¡mueran los salvajes unitarios! -Para el tuerto los h... -Sí, para el tuerto, que es hombre de c... para pelear con los unitarios. -El matahambre a Matasiete, degollador de unitarios. ¡Viva Matasiete! -¡A Matasiete el matahambre! -Allá va, gritó una voz ronca interrumpiendo aquellos desahogos de la cobardía feroz. ¡Allá va el toro! -¡Alerta! Guarda los de la puerta. Allá va furioso como un demonio! Y en efecto, el animal acosado por los gritos y sobre todo por dos picanas agudas que le espoleaban la cola, sintiendo flojo el lazo, arremetió bufando a la puerta, lanzando a entrambos lados una rojiza y Prof. Gastón Daix

fosfórica mirada. Diole el tirón el enlazador sentando su caballo, desprendió el lazo de la asta, crujió por el aire un áspero zumbido y al mismo tiempo se vio rodar desde lo alto de una horqueta del corral, como si un golpe de lacha la hubiese dividido a cercén una cabeza de niño cuyo tronco permaneció inmóvil sobre su caballo de palo, lanzando por cada arteria un largo chorro de sangre. -Se cortó el lazo -gritaron unos-: allá va el toro pero otros deslumbrados y atónitos guardaron silencio porque todo fue como un relámpago. Desparramose un tanto el grupo de la puerta. Una parte se agolpó sobre la cabeza y el cadáver palpitante del muchacho degollado por el lazo, manifestando horror en su atónito semblante, y la otra parte compuesta de jinetes que no vieron la catástrofe se escurrió en distintas direcciones en pos del toro, vociferando y gritando: ¡Allá va el toro! ¡Atajen! ¡Guarda! […] El toro entre tanto tomó hacia la ciudad por una larga y angosta calle que parte de la punta más aguda del rectángulo anteriormente descripto, calle encerrada por una zanja y un cerco de tunas, que llaman soles por no tener mas de dos casas laterales y en cuyo aposado centro había un profundo pantano que tomaba de zanja a zanja. Cierto inglés, de vuelta de su saladero vadeaba este pantano a la sazón, paso a paso en un caballo algo arisco, y sin duda iba tan absorto en sus cálculos que no oyó el tropel de jinetes ni la gritería sino cuando el toro arremetía al pantano. Azorose de repente su caballo dando un brinco al sesgo y echó a correr dejando al pobre hombre hundido media vara en el fango. Este accidente, sin embargo, no detuvo ni refrenó la carrera de los perseguidores del toro, antes al contrario, soltando carcajadas sarcásticas: -Se amoló el gringo; levántate, gringo -exclamaron, y cruzando el pantano amasando con barro bajo las patas de sus caballos, su miserable cuerpo. Salió el gringo, como pudo, después a la orilla, más con la apariencia de un demonio tostado por las llamas del infierno que de un hombre blanco pelirrubio. Más adelante al grito de ¡al toro! ¡al toro! cuatro negras achuradores que se retiraban con su presa se zabulleron en la zanja llena de agua, único refugio que les quedaba. El animal, entre tanto, después de haber corrido unas 20 cuadras en distintas direcciones asorando con su presencia a todo viviente se metió por la tranquera de una quinta donde halló su perdición. Aunque cansado, manifestaba bríos y colérico ceño; pero rodeábalo una zanja profunda y un tupido cerco de pitas, y no había escape. Juntáronse luego sus perseguidores que se hallaban desbandados y resolvieron llevarlo en un señuelo de bueyes para que espiase su atentado en el lugar mismo donde lo había cometido.

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Una hora después de su fuga el toro estaba otra vez en el Matadero donde la poca chusma que había quedado no hablaba sino de sus fechorías. La aventura del gringo en el pantano exitaba principalmente la risa y el sarcasmo. Del niño degollado por el lazo no quedaba sino un charco de sangre: su cadáver estalla en el cementerio. […] Matasiete se tiró al punto del caballo, cortole el garrón de una cuchillada y gambeteando en torno de él con su enorme daga en mano, se la hundió al cabo hasta el puño en la garganta mostrándola en seguida humeante y roja a los espectadores. Brotó un torrente de la herida, exhaló algunos bramidos roncos, vaciló y cayó el soberbio animal entre los gritos de la chusma que proclamaba a Matasiete vencedor y le adjudicaba en premio el matambre. Matasiete extendió, como orgulloso, por segunda vez el brazo y el cuchillo ensangrentado y se agachó a desollarle con otros compañeros. Faltaba que resolver la duda sobre los órganos genitales del muerto clasificado provisoriamente de toro por su indomable fiereza; pero estaban todos tan fatigados de la larga tarea que la echaron por lo pronto en olvido. Mas de repente una voz ruda exclamó: aquí están los huevos, sacando de la barriga del animal y mostrando a los espectadores dos enormes testículos, signo inequívoco de su dignidad de toro. La risa y la charla fue grande; todos los incidentes desgraciados pudieron fácilmente explicarse. Un toro en el Matadero era cosa muy rara, y aun vedada. Aquél, según reglas de buena policía debió arrojarse a los perros; pero había tanta escasez de carne y tantos hambrientos en la población, que el señor Juez tuvo a bien hacer ojo lerdo. En dos por tres estuvo desollado, descuartizado y colgado en la carreta el maldito toro. Matasiete colocó el matambre bajo el pellón de su recado y se preparaba a partir. La matanza estaba concluida a las 12, y la poca chusma que había presenciado hasta el fin, se retiraba en grupos de a pie y de a caballo, o tirando a la cincha algunas carretas cargadas de carne. Mas de repente la ronca voz de un carnicero gritó: -¡Allí viene un unitario!, y al oír tan significativa palabra toda aquella chusma se detuvo como herida de una impresión subitánea. -¿No le ven la patilla en forma de U? No traé divisa en el fraque ni luto en el sombrero. -Perro unitario. -Es un cajetilla. -Monta en silla como los gringos. -La mazorca con él. -¡La tijera! -Es preciso sobarlo. -Trae pistoleras por pintar. -Todos estos cajetillas unitarios son pintores como el diablo. Prof. Gastón Daix

-¿A que no te le animas, Matasiete? -¿A que no? -A que sí. Matasiete era hombre de pocas palabras y de mucha acción. Tratándose de violencia, de agilidad, de destreza en el hacha, el cuchillo o el caballo, no hablaba y obraba. Lo habían picado: prendió la espuela a su caballo y se lanzó a brida suelta al encuentro del unitario. Era este un joven como de 25 años de gallarda y bien apuesta persona que mientras salían en borbotón de aquellas desaforadas bocas las anteriores exclamaciones trotaba hacia Barracas, muy ajeno de temer peligro alguno. Notando empero, las significativas miradas de aquel grupo de dogos de matadero, echa maquinalmente la diestra sobre las pistoleras de su silla inglesa, cuando una pechada al sesgo del caballo de Matasiete lo arroja de los lomos del suyo tendiéndolo a la distancia boca arriba y sin movimiento alguno. -¡Viva Matasiete! -exclamó toda aquella chusma cayendo en tropel sobre la víctima como los caranchos rapaces sobre la osamenta de un buey devorado por el tigre. Atolondrado todavía el joven fue, lanzando una mirada de fuego sobre aquellos hombres feroces, hacia su caballo que permanecía inmóvil no muy distante a buscar en sus pistolas el desagravio y la venganza. Matasiete dando un salto le salió al encuentro y con fornido brazo asiéndolo de la corbata lo tendió en el suelo tirando al mismo tiempo la daga de la cintura y llevándola a su garganta. Una tremenda carcajada y un nuevo viva estertorio volvió a victoriarlo. ¡Qué nobleza de alma! ¡Qué bravura en los federales!, siempre en pandilla cayendo como buitres sobre la víctima inerte. -Degüéllalo, Matasiete -quiso sacar las pistolas-. Degüéllalo como al Toro. -Pícaro unitario. Es preciso tusarlo. -Tiene buen pescuezo para el violín. -Tócale el violín. -Mejor es resbalosa. -Probemos -dijo Matasiete y empezó sonriendo a pasar el filo de su daga por la garganta del caído, mientras con la rodilla izquierda le comprimía el pecho y con la siniestra mano le sujetaba por los cabellos. -No, no le degüellen -exclamó de lejos la voz imponente del Juez del Matadero que se acercaba a caballo. -A la casilla con él, a la casilla. Preparen la mashorca y las tijeras. ¡Mueran los salvajes unitarios! ¡Viva el Restaurador de las leyes! -Viva Matasiete. ¡Mueran! ¡Vivan!, repitieron en coro los espectadores y atándole codo con codo, entre

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moquetes y tirones, entre vociferaciones e injurias arrastraron al infeliz joven al banco del tormento como los sayones al Cristo. La sala de la casilla tenía en su centro una grande y fornida mesa de la cual no salían los vasos de bebida y los naipes sino para dar lugar a las ejecuciones y torturas de los sayones federales del Matadero. Notábase además en un rincón otra mesa chica con recado de escribir y un cuaderno de apuntes y porción de sillas entre las que resaltaba un sillón de brazos destinado para el Juez. Un hombre, soldado en apariencia, sentado en una de ellas cantaba al son de la guitarra la resbalosa, tonada de inmensa popularidad entre los federales, cuando la chusma llegando en tropel al corredor de la casilla lanzó a empellones al joven unitario hacia el centro de la sala. -A ti te toca la resbalosa -gritó uno. -Encomienda tu alma al diablo. -Está furioso como toro montaraz. -Ya le amansará el palo. -Es preciso sobarlo. -Por ahora verga y tijera. -Si no, la vela. -Mejor será la mazorca. -Silencio y sentarse -exclamó el Juez dejándose caer sobre su sillón. Todos obedecieron, mientras el joven de pie encarando al Juez exclamó con voz preñada de indignación: -Infames sayones, ¿qué intentan hacer de mí? -¡Calma! -dijo sonriendo el juez-; no hay que encolerizarse. Ya lo verás. El joven, en efecto, estaba fuera de sí de cólera. Todo su cuerpo parecía estar en convulsión: su pálido y amoratado rostro, su voz, su labio trémulo, mostraban el movimiento convulsivo de su corazón, la agitación de sus nervios. Sus ojos de fuego parecían salirse de la órbita, su negro y lacio cabello se levantaba erizado. Su cuello desnudo y la pechera de su camisa dejaban entrever el latido violento de sus arterias y la respiración anhelante de sus pulmones. -¿Tiemblas? -le dijo el Juez. -De rabia, porque no puedo sofocarte entre mis brazos. -¿Tendrías fuerza y valor para eso? -Tengo de sobra voluntad y coraje para ti, infame. -A ver las tijeras de tusar mi caballo; túsenlo a la federala. Dos hombres le asieron, vino de la ligadura del brazo, otro de la cabeza y en un minuto cortáronle la patilla que poblaba toda su barba por bajo, con risa estrepitosa de sus espectadores. -A ver -dijo el Juez-, un vaso de agua para que se refresque. -Uno de hiel te haría yo beber, infame. Un negro petizo púsosele al punto delante con un vaso de agua en la mano. Diole el joven un puntapié Prof. Gastón Daix

en el brazo y el vaso fue a estrellarse en el techo salpicando el asombrado rostro de los espectadores. -Éste es incorregible. -Ya lo domaremos. -Silencio -dijo el Juez-, ya estás afeitado a la federala, sólo te falta el bigote. Cuidado con olvidarlo. Ahora vamos a cuentas. -¿Por qué no traes divisa? -Porque no quiero. -No sabes que lo manda el Restaurador. -La librea es para vosotros, esclavos, no para los hombres libres. -A los libres se les hace llevar a la fuerza. -Sí, la fuerza y la violencia bestial. Ésas son vuestras armas; infames. El lobo, el tigre, la pantera también son fuertes como vosotros. Deberíais andar como ellas en cuatro patas. -¿No temes que el tigre te despedace? -Lo prefiero a que maniatado me arranquen como el cuervo, una a una las entrañas. -¿Por qué no llevas luto en el sombrero por la heroína? -Porque lo llevo en el corazón por la Patria, por la Patria que vosotros habéis asesinado, ¡infames! -No sabes que así lo dispuso el Restaurador. -Lo dispusisteis vosotros, esclavos, para lisonjear el orgullo de vuestro señor y tributarle vasallaje infame. -¡Insolente! Te has embravecido mucho. Te haré cortar la lengua si chistas. -Abajo los calzones a ese mentecato cajetilla y a nalga pelada denle verga, bien atado sobre la mesa. Apenas articuló esto el Juez, cuatro sayones salpicados de sangre, suspendieron al joven y lo tendieron largo a largo sobre la mesa comprimiéndole todos sus miembros. -Primero degollarme que desnudarme; infame canalla. Atáronle un pañuelo por la boca y empezaron a tironear sus vestidos. Encogíase el joven, pateaba, hacía rechinar los dientes. Tomaban ora sus miembros la flexibilidad del junco, ora la dureza del fierro y su espina dorsal era el eje de un movimiento parecido al de la serpiente. Gotas de sudor fluían por su rostro grandes como perlas; echaban fuego sus pupilas, su boca espuma, y las venas de su cuello y frente negreaban en relieve sobre su blanco cutis como si estuvieran repletas de sangre. -Átenlo primero -exclamó el Juez. -Está rugiendo de rabia -articuló un sayón. En un momento liaron sus piernas en ángulo a los cuatro pies de la mesa volcando su cuerpo boca abajo. Era preciso hacer igual operación con las manos, para lo cual soltaron las ataduras que las comprimían en la espalda. Sintiéndolas libres el joven, por un movimiento brusco en el cual pareció agotarse toda su fuerza y vitalidad, se incorporó primero sobre sus

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brazos, después sobre sus rodillas y se desplomó al momento murmurando: -Primero degollarme que desnudarme, infame canalla. Sus fuerzas se habían agotado; inmediatamente quedó atado en cruz y empezaron la obra de desnudarlo. Entonces un torrente de sangre brotó borbolloneando de la boca y las narices del joven y extendiéndose empezó a caer a chorros por

entrambos lados de la mesa. Los sayones quedaron inmobles y los espectadores estupefactos. -Reventó de rabia el salvaje unitario -dijo uno. -Tenía un río de sangre en las venas -articuló otro. -Pobre diablo: queríamos únicamente divertirnos con él y tomó la cosa demasiado a lo serio -exclamó el juez frunciendo el ceño de tigre-. Es preciso dar parte, desátenlo y vamos. […]. Los federales habían dado fin a una de sus innumerables proezas. […]

18.a. ¿Qué relación se establece en el relato entre los fenómenos meteorológicos adversos y la configuración social del país? 18.b. ¿En qué sentido este relato permite afirmar que toda violación es un acto/proyecto político? 18.c. ¿Cuál es la razón por la que el muchacho es sometido? ¿Qué marcas en su corporalidad y en su vestimenta sirven de signo para ello? 18.d. ¿Qué lugar ocupa el Estado en el control y disciplinamiento de los cuerpos? ¿Qué alianzas establece? ¿Qué configuraciones subjetivas se constituyen en abyectas, es decir, en indeseables? 18.e. Lean el cuento “El niño proletario” de Osvaldo Lamborghini y establezcan una comparación con “El matadero” a partir de la intersección entre género, clase social y nacionalidad que tornan vulnerables ciertos cuerpos y no otros.

E L NIÑO PROLETARIO Osvaldo Lamborghini Desde que empieza a dar sus primeros pasos en la vida, el niño proletario sufre las consecuencias de pertenecer a la clase explotada. Nace en una pieza que se cae a pedazos, generalmente con una inmensa herencia alcohólica en la sangre. Mientras la autora de sus días lo echa al mundo, asistida por una curandera vieja y reviciosa, el padre, el autor, entre vómitos que apagan los gemidos lícitos de la parturienta, se emborracha con un vino más denso que la mugre de su miseria. Me congratulo por eso de no ser obrero, de no haber nacido en un hogar proletario. El padre borracho y siempre al borde de la desocupación, le pega a su niño con una cadena de pegar, y cuando le habla es sólo para inculcarle ideas asesinas. Desde niño el niño proletario trabaja, saltando de tranvía en tranvía para vender sus periódicos. En la escuela, que nunca termina, es diariamente humillado por sus compañeros ricos. En su hogar, ese antro repulsivo, asiste a la prostitución de su madre, que se deja trincar por los comerciantes del barrio para conservar el fiado. En mi escuela teníamos a uno, a un niño proletario. Stroppani era su nombre, pero la maestra de inferior se lo había cambiado por el de ¡Estropeado! A rodillazos llevaba a la Dirección a ¡Estropeado! Prof. Gastón Daix

cada vez que, filtrado por el hambre, ¡Estropeado! no acertaba a entender sus explicaciones. Nosotros nos divertíamos en grande. Evidentemente, la sociedad burguesa, se complace en torturar al niño proletario, esa baba, esa larva criada en medio de la idiotez y del terror. Con el correr de los años el niño proletario se convierte en hombre proletario y vale menos que una cosa. Contrae sífilis y, enseguida que la contrae, siente el irresistible impulso de casarse para perpetuar la enfermedad a través de las generaciones. Como la única herencia que puede dejar es la de sus chancros jamás se abstiene de dejarla. Hace cuantas veces puede la bestia de dos espaldas con su esposa ilícita, y así, gracias a una alquimia que aún no puedo llegar a entender (o que tal vez nunca llegaré a entender), su semen se convierte en venéreos niños proletarios. De esa manera se cierra el círculo, exasperadamente se completa. ¡Estropeado!, con su pantaloncito sostenido por un solo tirador de trapo y los periódicos bajo el brazo, venía sin vernos caminando hacia nosotros, tres niños burgueses: Esteban, Gustavo, yo. La execración de los obreros también nosotros la llevamos en la sangre.

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Gustavo adelantó la rueda de su bicicleta azul y así ocupó toda la vereda. ¡Estropeado! hubo de parar y nos miró con ojos azorados, inquiriendo con la mirada a qué nueva humillación debía someterse. Nosotros tampoco lo sabíamos aún pero empezamos por incendiarle los periódicos y arrancarle las monedas ganadas del fondo destrozado de sus bolsillos. ¡Estropeado! nos miraba inquiriendo con la cara blanca de terror oh por ese color blanco de terror en las caras odiadas, en las fachas obreras más odiadas, por verlo aparecer sin desaparición nosotros hubiéramos donado nuestros palacios multicolores, la atmósfera que nos envolvía de dorado color. A empujones y patadas zambullimos a ¡Estropeado! en el fondo de una zanja de agua escasa. Chapoteaba de bruces ahí, con la cara manchada de barro, y. Nuestro delirio iba en aumento. La cara de Gustavo aparecía contraída por un espasmo de agónico placer. Esteban alcanzó un pedazo cortante de vidrio triangular. Los tres nos zambullimos en la zanja. Gustavo, con el brazo que le terminaba en un vidrio triangular en alto, se aproximó a ¡Estropeado!, y lo miró. Yo me aferraba a mis testículos por miedo a mi propio placer, temeroso de mi propio ululante, agónico placer. Gustavo le tajeó la cara al niño proletario de arriba hacia abajo y después ahondó lateralmente los labios de la herida. Esteban y yo ululábamos. Gustavo se sostenía el brazo del vidrio con la otra mano para aumentar la fuerza de la incisión.

No desfallecer, Gustavo, no desfallecer. Nosotros quisiéramos morir así, cuando el goce y la venganza se penetran y llegan a su culminación. Porque el goce llama al goce, llama a la venganza, llama a la culminación. Porque Gustavo parecía, al sol, exhibir una espada espejeante con destellos que también a nosotros venían a herirnos en los ojos y en los órganos del goce. Porque el goce ya estaba decretado ahí, por decreto, en ese pantaloncito sostenido por un solo tirador de trapo gris, mugriento y desflecado. Esteban se lo arrancó y quedaron al aire las nalgas sin calzoncillos, amargamente desnutridas del niño proletario. El goce estaba ahí, ya decretado, y Esteban, Esteban de un solo manotazo, arrancó el sucio tirador. Pero fue Gustavo quien se le echó encima primero, el primero que arremetió contra el cuerpiño de ¡Estropeado!, Gustavo, quien nos lideraría luego en la edad madura, todos estos años de fracasada, estropeada pasión: él primero, clavó primero el vidrio triangular donde empezaba la raya del trasero de ¡Estropeado! y prolongó el tajo natural. Salió la sangre esparcida hacia arriba y hacia abajo, iluminada por el sol, y el agujero del ano quedó húmedo sin esfuerzo como para facilitar el acto que preparábamos. Y fue Gustavo, Gustavo el que lo traspasó primero con su falo, enorme para su edad, demasiado filoso para el amor. […]

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Momento V: Actividades de cierre . 19) Para concluir este bloque, les proponemos la lectura de un fragmento de una novela de ciencia ficción norteamericana en el que se narra un episodio dentro de la vida de una mujer que es sometida cotidianamente a violación como parte de un rito exigido por el Estado con fines reproductivos. La protagonista del relato ha sido expropiada de su nombre propio, cuya mención tiene explícitamente prohibida, y es evocada meramente como pertenencia de su violador (“Fred”, por lo que se la llama “Defred”). En caso de quedar embarazada, es forzada a llevar a término dicha gestación, sin tener ningún derecho sobre su cuerpo o sobre el niño que dé a luz, ya que a efectos legales se lo reconoce como hijo de Fred y de su esposa, Serena Joy. Lean el texto y compartan sus reflexiones en torno la figuración del cuerpo, del género y del deseo en los personajes de esta historia.

E L CUENTO DE LA CRIADA Margaret Atwood

Lo normal, decía Tía Lydia, es aquello a lo que te acostumbras. Tal vez ahora no os parezca normal, pero al cabo de un tiempo os acostumbraréis. Y se convertirá en algo normal. […] […] La Ceremonia prosigue como de costumbre. Me tiendo de espaldas, completamente vestida salvo el saludable calzón blanco de algodón. Si abriera los Prof. Gastón Daix

ojos, vería el enorme dosel blanco de la cama de Serena Joy —de estilo colonial y con cuatro columnas—, suspendido sobre nuestras cabezas como una nube combada, una nube salpicada de minúsculas gotas de lluvia plateada que, si las miras atentamente, podrían llegar a ser flores de cuatro pétalos. No vería la alfombra blanca, ni las cortinas

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adornadas, ni el tocador con su juego de espejo y cepillo de dorso plateado; sólo el dosel, que con su tela diáfana y su marcada curva descendente sugiere una cualidad etérea y al mismo tiempo material. O la vela de un barco. Las velas hinchadas, solían decir, como un vientre hinchado. Como empujadas por un vientre. Nos invade una niebla de Lirio de los Valles, fría, casi helada. Esta habitación no es nada cálida. Detrás de mí, junto al cabezal de la cama, está Serena Joy, estirada y preparada. Tiene las piernas abiertas, y entre éstas me encuentro yo, con la cabeza apoyada en su vientre, la base de mi cráneo sobre su pubis, y sus muslos flanqueando mi cuerpo. Ella también está completamente vestida. Tengo los brazos levantados; ella me sujeta las dos manos con las suyas. Se supone que esto significa que somos una misma carne y un mismo ser. Pero el verdadero sentido es que ella controla el proceso y el producto de éste, si es que existe alguno. Los anillos de su mano izquierda se clavan en mis dedos, cosa que podría ser una venganza, O no. Tengo la falda roja levantada, pero sólo hasta la cintura. Debajo de ésta, el Comandante está follando. Lo que está follando es la parte inferior de mi cuerpo. No digo haciendo el amor, porque no es lo que hace. Copular tampoco sería una expresión adecuada, porque supone la participación de dos personas, y aquí sólo hay una implicada. Pero tampoco es una violación: no ocurre nada que yo no haya aceptado. No había muchas posibilidades, pero había algunas, y ésta es la que yo elegí. Por lo tanto, me quedo quieta y me imagino el dosel por encima de mi cabeza. Recuerdo el consejo que la Reina Victoria le dio a su hija: Cierra los ojos y piensa en Inglaterra. Pero esto no es Inglaterra. Ojalá él se diera prisa. Quizás estoy loca, y esto es una forma nueva de terapia. Ojalá fuera verdad, porque entonces me pondría bien y esto se acabaría. Serena Joy me aprieta las manos como si fuera a ella —y no a mí— a quien están follando, como si sintiera placer o dolor, y el Comandante sigue follando con un ritmo regular, como sí marcara el paso, como un grifo que gotea sin parar. Está preocupado, como un hombre que canturrea bajo la ducha sin darse cuenta de que canturrea, como si tuviera otras cosas en la cabeza. Es como si estuviera en otro sitio, esperándose a sí mismo y tamborileando con los dedos sobre la mesa mientras espera. Ahora su ritmo se vuelve un tanto impaciente. ¿Acaso estar con dos mujeres al mismo tiempo no es el sueño de todo hombre? Eso decían, lo consideraban excitante. Pero lo que ocurre en esta habitación, bajo el dosel plateado de Serena Joy, no es excitante. No Prof. Gastón Daix

tiene nada que ver con la pasión, ni el amor, ni el romance, ni ninguna de esas ideas con las que solíamos estimularnos. No tiene nada que ver con el deseo sexual, al menos para mí, y tampoco para Serena. La excitación y el orgasmo ya no se consideran necesarios; sería un síntoma de simple frivolidad, como las ligas de colores y los lunares postizos: distracciones superfluas para las mentes vacías. Algo pasado de moda. Parece mentira que antes las mujeres perdieran tanto tiempo y energías leyendo sobre este tipo de cosas, pensando en ellas, preocupándose por ellas, escribiendo sobre ellas. Evidentemente, no son más que pasatiempos. Esto no es un pasatiempo, ni siquiera para el Comandante. Es un asunto serio. El Comandante también está cumpliendo con su deber. Si abriera los ojos —aunque fuera levemente— podría verlo, podría ver su nada desagradable rostro suspendido sobre mi torso, algunos mechones de su pelo plateado quizá cayendo sobre su frente, absorto en su viaje interior, el lugar hacia el cual avanza de prisa y que, como en un sueño, retrocede a la misma velocidad a la cual él se acerca. Vería sus ojos abiertos. ¿Si él fuera más guapo, yo disfrutaría más? Al menos es un progreso con respecto al primero, que olía como el guardarropas de una iglesia, igual que tu boca cuando el dentista empieza a hurgar en ella, como una nariz. El Comandante, en cambio, huele a naftalina, ¿o acaso este olor es una forma punitiva de la loción para después de afeitarse? ¿Por qué tiene que llevar ese estúpido uniforme? Sin embargo, ¿me gustaría más su cuerpo blanco y desnudo? Entre nosotros está prohibido besarse, lo cual hace que esto sea más llevadero. Te encierras en ti misma, te defines. El Comandante llega al final dejando escapar un gemido sofocado, como si sintiera cierto alivio. Serena Joy, que ha estado conteniendo la respiración, suspira. El Comandante, que estaba apoyado sobre sus codos y separado de nuestros cuerpos unidos, no se permite penetrar en nosotras. Descansa un momento, se aparta, retrocede y se sube la cremallera. Asiente con la cabeza, luego se gira y sale de la habitación, cerrando la puerta con exagerada cautela, como si nosotras dos fuéramos su madre enferma. En todo esto hay algo hilarante, pero no me atrevo a reírme. Serena Joy me suelta las manos. —Ya puedes levantarte —me indica—. Levántate y vete. Se supone que debe dejarme reposar durante diez minutos con los pies sobre un cojín para aumentar las posibilidades. Para ella debe ser un momento de meditación y silencio, pero no está de

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humor para ello. En su voz hay un deje de repugnancia, como si el contacto con mi piel la enfermara y la contaminara. Me despego de su cuerpo y me pongo de pie; el jugo del Comandante me chorrea por las piernas. Antes de girarme veo que ella se arregla la falda azul y aprieta las piernas; se queda tendida en la cama, con la mirada fija en el dosel, rígida y tiesa como una efigie. ¿Para cuál de las dos es peor, para ella o para mí? Esto es lo que hago cuando vuelvo a mi habitación: Me quito la ropa y me pongo el camisón. Busco la ración de mantequilla en la punta de mi zapato derecho, donde la escondí después de cenar. El interior del armario estaba demasiado caliente y la mantequilla ha quedado casi líquida. La mayor parte fue absorbida por la servilleta que usé para envolverla. Ahora tendré mantequilla en el zapato. No es la primera vez, me ocurre siempre que tengo mantequilla, o incluso margarina. Mañana limpiaré el forro del zapato con una toallita, o con un poco de papel higiénico. Me unto las manos con mantequilla y me froto la cara. Ya no existe la loción para las manos ni la crema para la cara, al menos para nosotras. Estas cosas se consideran una vanidad. Nosotras somos

recipientes, lo único importante es el interior de nuestros cuerpos. El exterior puede volverse duro y arrugado como una cáscara de nuez, y a ellos no les importa. El hecho de que no haya loción para las manos se debe a un decreto de las Esposas, que no quieren que seamos atractivas. Para ellas, las cosas son bastante malas tal como están. Lo de la mantequilla es un truco que aprendí en el Centro Raquel y Leah. Le llamábamos el Centro Rojo, porque casi todo era rojo. Mi antecesora en esta habitación, mi amiga la de las pecas y la risa contagiosa, también debe de haber hecho esto con la mantequilla. Todas lo hacemos. Mientras lo hagamos, mientras nos untemos la piel con mantequilla para mantenerla tersa, podremos creer que algún día nos liberaremos de esto, que volveremos a ser tocadas con amor o deseo. Tenemos nuestras ceremonias privadas. La mantequilla es grasienta, se pondrá rancia y yo oleré a queso pasado; pero al menos es orgánica, como solían decir. Hemos llegado al punto de tener que recurrir a estas estratagemas. Una vez enmantequillada, me tiendo en mi cama individual, aplastada como una tostada. No puedo dormir. […]

Amparándose en la coartada del terrorismo islámico, unos políticos teócratas se hacen con el poder y, como primera medida, suprimen la libertad de prensa y los derechos de las mujeres. Esta trama, inquietante y oscura, que bien podría encontrarse en cualquier obra actual, pertenece en realidad a esta novela escrita por Margaret Atwood a principios de los ochenta, en la que la afamada autora canadiense anticipó con llamativa premonición una amenaza latente en el mundo de hoy. En la República de Gilead, el cuerpo de Defred sólo sirve para procrear, tal como imponen las férreas normas establecidas por la dictadura puritana que domina el país. Si Defred se rebela —o si, aceptando colaborar a regañadientes, no es capaz de concebir— le espera la muerte en ejecución pública o el destierro a unas Colonias en las que sucumbirá a la polución de los residuos tóxicos. Así, el régimen controla con mano de hierro hasta los más ínfimos detalles de la vida de las mujeres: su alimentación, su indumentaria, incluso su actividad sexual. Pero nadie, ni siquiera un gobierno despótico parapetado tras el supuesto mandato de un dios todopoderoso, puede gobernar el pensamiento de una persona. Y mucho menos su deseo. Los peligros inherentes a mezclar religión y política; el empeño de todo poder absoluto en someter a las mujeres como paso conducente a sojuzgar a toda la población; la fuerza incontenible del deseo como elemento transgresor: son tan sólo una muestra de los temas que aborda este relato desgarrador, aderezado con el sutil sarcasmo que constituye la seña de identidad de Margaret Atwood. Una escritora universal que, con el paso del tiempo, no deja de asombrarnos con la lucidez de sus ideas y la potencia de su prosa. Fuente: https://salamandra.info/ Prof. Gastón Daix

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BLOQUE IV Cuerpos que importan La identidad de una persona emerge en la intersección entre cuerpo, género y deseo, en ese triple abismo entre lo que queremos, lo que podemos y lo que debemos; en esa bisagra que confunde la mirada del otro con la autopercepción; en la disyuntiva entre lo que creemos merecer y las condiciones materiales de existencia que limitan nuestro hacer. ¿Cómo emerge en la literatura la discordancia entre estos planos? ¿Qué modos de habitar el cuerpo y la clase se visibilizan o se silencian? ¿Quiénes tienen voz y quiénes callan, son acallados o desoídos? ¿Somos lo que decidimos ser o lo que hacen de nosotros? ¿Qué ocurre con las maternidades y paternidades cuando estas nos son impuestas desde fuera, o cuando nos son vedadas? ¿Qué sucede con aquellos que no son reconocidos como sujetos en una sociedad? Spoiler alert: nada es blanco y negro en la literatura.

A modo de introducción: lo que la literatura puede . La literatura puede pensarse como un campo seguro de experimentación que pone a prueba y calibra nuestros sentidos sin que debamos exponernos a ningún riesgo real, al resguardo de la intemperie de la vida. Bajo tal definición, “leer” es un verdadero trabajo, un ejercicio que exige el compromiso de hacer lugar en uno para que nuevas narrativas ingresen en el horizonte de nuestras vidas. Para ello, resulta menester suspender el ruidoso motor de nuestro sentido común y guardar silencio para que otras voces hablen y resuenen en nosotros. Esas voces no son ecos distantes, sino un caleidoscopio que se fija sobre nuestro entorno, devolviendo multiplicada una imagen que nos permite revisitar con cierta extrañeza lo cotidiano y, quizá, percibir en ello fisuras cuya existencia, de tanto verlas a diario, no se nos habría vuelto perceptible. Pero la literatura no solo atraviesa las zonas habitadas por personajes que viven experiencias que resultan familiares (y con las que es más sencillo empatizar); también evoca otras experiencias que jamás atravesaremos si no fuera por el testimonio ajeno y por el don de la imaginación. Así, si bien muchos de los lectores nunca atravesarán el dolor de un parto, la literatura puede aproximar en la figuración imaginaria del discurso sensaciones que permitan que se identifiquen con dicho dolor, que se aproximen a él de un modo diferente al que la nuda experiencia individual ofrece y que lo contemplen sin necesidad de apropiarse de él. Con esto en mente, el presente bloque propone un recorrido por algunos relatos que versan sobre los encuentros, desencuentros y torsiones entre deseo y parentalidad, como así también sobre aquello que sucede con aquellas infancias que se hallan vulnerabilizadas por las instituciones que deberían acogerlas (la escuela, el Estado, la familia, el hospital, etc.). En varios casos se trata de textos testimoniales, basados en la vivencia personal de quien escribe. Allí, la escritura emerge como modo de agenciamiento y estrategia política de empoderamiento: dar testimonio es engendrar una voz que se arroga derecho a existir, a ser, a vivir y no solo a sobrevivir. Así, decir “yo” es un modo de denuncia, un pedido de silencio a las voces que todo el tiempo nos repiten de forma inconsulta quiénes somos y quiénes debemos ser evocando en su discurso “lo normal”. Decir “yo” cuando nadie lo espera y decir lo que no se debe (el maltrato, la injusticia, el dolor, la soledad, la clase, el género) es rumiar que “no queremos esta humanidad” vacía de sentido y que es necesario abandonar la empresa de devenir normales “y que otros sean los normales”, es decirle basta a esta humanidad que se torna tan inhumana con algunos. Al igual que en el bloque anterior, las páginas que sigue no se organizan con base en extensos segmentos explicativos, sino con secciones conformadas por textos (ficcionales y no ficcionales), enlaces externos a propuestas audiovisuales y consignas de trabajo. Pero antes de focalizar en la lectura y discusión del corpus literario seleccionado, se proponen algunas líneas de trabajo en torno al discurso jurídico tendientes tanto a sensibilizar acerca de los derechos que se violan o enarbolan en los relatos subsiguientes, como a la puesta en evidencia del poder performativo del lenguaje en el marco de las instituciones.

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Seres y humanos: el derecho a tener derecho . 1. Divídanse en grupos y averigüen a qué refiere cada una de las siguientes leyes. Marquen los artículos que les resulten más relevantes en cada caso y escriban un párrafo de entre 100 y 250 palabras que sirva para informar al resto de los grupos acerca del contenido de la ley y su aplicabilidad en la vida cotidiana para el resguardo de las personas. El resultado de este trabajo será compilado por uno de los equipos en un documento compartido que servirá a modo de dossier para que todo el curso cuente con una síntesis de lo trabajado.

Ley Nº 26.529

Ley Nº 26.485

Ley Nº 26.743

Ley Nº 26.618

Ley Nº 26.862

Ley Nº 26.150

Ley Nº 26.130

Ley Nº 23.798

Ley Nº 25.543

Ley Nº 26.061

Ley Nº 25.273

Ley Nº 25.808

Ley Nº 25.929

Ley Nº 23.592

Código Penal (Art. 85, 86 y 88)

Código Civil y Comercial (arts. 19-21,25-26, 53,62-64,555, 562, 595-596, 599, 601, 646, 671) 2. A partir de lo anterior, investiguen qué establece el plexo normativo vigente en nuestro país con relación a los siguientes puntos e identifiquen, siempre que sea posible, en qué ley se funda: 2.1. Derecho a decidir a elegir si casarse o no y a formar y planificar una familia, así como a decidir si tener o no hijos y cómo y cuándo tenerlo. 2.2. Acceso gratuito a información y a métodos anticonceptivos. 2.3. Educación sexual integral. 2.4. Acceso gratuito y confidencial a diagnóstico y tratamiento de VIH/Sida. 2.5. Derecho de las personas gestantes de recibir atención segura del embarazo y el parto y atención de calidad y con buen trato después de un aborto. 2.6. Interés superior del niño, niña y adolescente en reemplazo de la antigua figura de la patria potestad. 2.7. Deber de las personas adultas de denunciar situaciones o acciones que atenten contra la dignidad y la integridad personal de NNyA (art. 9 26061). 2.8. Derecho a la identidad. 2.9. Derecho de expresión (opinar y ser oído). 2.10. Derecho al trato digno. Prof. Gastón Daix

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2.11. Derecho a recibir información en un lenguaje sencillo y claro. 2.12. Qué se considera un acto discriminatorio y a quién recurrir en caso de padecerlo. 2.13. Cuáles son los modos de parentalidad reconocidos por la Ley y qué casos escapan a este concepto. 2.14. Obligaciones de las personas que llevan adelante una parentalidad.

Parentalidades e infancias . 3. Lean los cuentos “Los colores”, “Esperar la tormenta” y “Negra de mierda” de Juan Solá y el relato autobiográfico de Sandy Sánchez. A continuación, discutan qué subjetividades se encuentran en riesgo allí y por qué esos cuerpos son vulnerabilizados en el entramado social en el que se encuentran. ¿Qué derechos no fueron garantizados en cada caso? ¿Quiénes deberían o podrían haberlos resguardado? ¿Cómo creen que incide la parentalidad en la crianza de los niños en cada relato?

L OS COLORES Juan Solá

-Escuchame una cosita, mamita, ¿vos qué tenés en la cabeza, me querés decir? La señora Raquel tenía cara de sapo. De sapo malo, como esos enormes que hay allá en Colonia Benítez, que en verano se paran abajo de los postes de luz para comerse los bichos. Yo ya no quería ir más a la salita, pero qué iba a hacer. -¡Pariste hace cuatro meses, nena! ¿Tu mamá sabe que estás embarazada de nuevo? Parece que la señora Raquel no entiende que, aunque a mí me duela tanto tener que ir a verla, necesito que me ayude. Parece que ella se olvida que hay veces que uno odia lo que necesita, como ese beso que te da tu mamá antes de soltarte la mano para que entres a la escuela, cuando sos demasiado chiquita para que tu guardapolvo esté tan gastado y la señorita te pone última en la fila para que la directora no vea tus zapatillas de lona, llenas de agujeros. Yo odiaba ese último beso, porque anunciaba su ausencia, pero lo necesitaba para sobrevivir. -¡Vos tenés que aprender a decir que no, mamita! Quince años, tenés. ¿Sabés quién es el padre de este, por lo menos? Yo miré fijo las baldosas de la salita, que eran un poco blancas y un poco grises, como la tiza contra el pizarrón negro. Dibujo lo que quiero ser cuando sea grande, había escrito la señorita, que se llamaba Alba y tenía olor a quita-esmalte. Cuando abrí la cartuchera, me encontré con un lápiz negro, un lápiz amarillo y un lápiz verde y

pensé que con esos tres colores no alcanzaba para mostrarle a la seño lo que yo quería ser cuando fuera grande. Le pregunté a Gabi si me prestaba sus lápices y me dijo que la mamá no le daba permiso, así que tuve que dibujarme con los colores que tenía. Es muy difícil dibujar lo que querés ser si no tenés colores y nadie quiere prestarte. -¿Cómo no le pediste que se ponga un preservativo? ¿No te acordás que te hablé de los preservativos? ¿Te acordás que te mostré como se ponían? La señora Raquel me miraba fijo, con las cejas juntas y la boca hecha una línea recta. Yo murmuré que sí, que me acordaba. -¿Y entonces? ¿Por qué no te cuidaste? No me animé a decirle. Quería, pero no me animé a explicarle que al Miguel no le podía pedir nada. No supe cómo decirle que cuando el Miguel viene, yo tengo que quedarme callada y poner la cara abajo de una almohada, porque él no quiere que lo mire. Quería explicarle que yo hubiese querido que las cosas fueran distintas, pero que mi casa era una cartuchera vacía y que a esta altura ya no me quedaba ni un solo color para poder dibujarme. Porque en mi casa manda el Miguel y el Miguel no sabe nada de colores porque es todo negro. -¿A vos te parece lindo que tus nenes no tengan padre? Tienen padre, pensé, pero no dije nada. Qué iba a decir, si en mi casa manda el Miguel y el Miguel me dijo que si digo algo, la va a dejar a mi mamá en la calle. Qué iba a decir, si la señora Raquel no me quería prestar los colores para explicarle.

Fuente: http://epica-urbana.blogspot.com/2016/12/los-colores.html Prof. Gastón Daix

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E SPERAR LA TORMENTA Juan Solá

Todas las tardes a las cinco y cuarto, mi papá y yo salíamos a pasear. Él me batía la chocolatada con mucha fuerza, para que le quede un montón de espuma, y me la servía en mi vasito de Aladín, que tenía una tapita para que la chocolatada no se me caiga en el guardapolvo del jardín, que es azul y dice Matías. Salíamos a caminar por la avenida y yo iba mirando los autos y le preguntaba a mi papá cuáles eran las letras de la patente. La eme, la ese y la de, me decía mi papá, y yo repetía despacito, para aprendérmelas, y mi papá se moría de risa y me apretaba la mano más fuerte, porque teníamos que cruzar la calle, y después cruzar otra calle. Y la equis, la be de bebé y la ele, y entonces venía un bulevar, que es como una calle pero con una plaza en el medio, y por ahí pasaba una patente que era la ce, la efe y la ka. Teníamos que cruzar como mil novecientas calles, porque el supermercado donde trabajaba mi mamá quedaba lejísimos. Por eso veíamos tantas patentes, porque salíamos a las cinco y cuarto para llegar puntuales y ver cómo mi mamá salía por el portón, que es verde y alto, como los de los hospitales. Cuando mamá salía, siempre tenía cara de que se iba a quedar dormida, porque estaba muy cansada. Era como si se hubiese pasado todo el día trepándose a los árboles del supermercado. Por eso, mi papá le decía hola mi amor y le daba la mano bien fuerte, como a mí, porque teníamos que cruzar de nuevo las mil novecientas calles para llegar a nuestra casa. Mi papá le agarraba la mano a mi mamá todo el camino y mientras tanto le iba preguntando cosas sobre sus amigos del supermercado y mamá le respondía todo, aunque estuviera muy cansada y las palabras le salieran como si fueran suspiritos. Todas las tardes a las cinco y cuarto, mi papá y yo salíamos a pasear, pero la tarde de la tormenta no pudimos, porque mi papá tenía miedo. Él quería, pero no se animaba. Iba hasta la puerta y volvía y el cielo estaba como la noche y amenazaba con tirarse de panza sobre las casas y los autos. Había empezado a llover fuerte y mi papá se rascaba la cabeza y tragaba saliva. Cuando para, vamos a buscar a mami, Mati, eh, me dijo, y puso una sonrisa que le temblaba un poco,

como si fuera un telón blanco que esconde un nido de arañas. Entonces, explotaba un trueno y papá también explotaba un poco, pero para adentro, como haciéndose chiquitito. Miraba por la ventana y los rayos eran como sonrisas de monstruos, con lenguas hechas de electricidad. Cuando para, vamos a buscar a mami y la encontramos por el camino, eh, repetía papá, y se secaba el sudor del cuello con el repasador de la cocina. La tarde de la tormenta papá y yo nos sentamos en la galería a esperar a mamá y se hicieron las seis y después las seis y cinco, las seis y diez y las seis y cuarto. Yo todavía no sé los relojes con agujas, pero mi papá me iba diciendo qué hora era a cada rato. Le temblaban las piernas y los brazos y miraba fijo la lluvia y yo le pregunté si tenía frío y me respondió que eran las siete menos diez. La tormenta de esa tarde duró hasta que se hizo de noche, bien de noche. Hasta las once menos veinticinco. Pasó la hora de la cena y pasó la hora de ir a dormir y mi mamá no llegaba y mi papá miraba fijo la calle y murmuraba con los dientes bien apretados que dónde mierda está esta reverenda hija de puta y que cuando la agarre la destrozo. Papá estaba muy nervioso, por eso no me animé a preguntarle si me hacía una hamburguesa y me fui a dormir con las ganas. A veces, mi papá destroza las cosas cuando se pone muy nervioso. Una vez, destrozó un termo, una silla del comedor y dos dedos de la mano de mi mamá. Otro día, destrozó un inflador de bicicleta, una maceta de cedrón y un buzo de mi mamá. Mi mamá no volvió nunca más y por suerte mi papá no la pudo destrozar. Él dice que, como no la fuimos a buscar, se perdió y no pudo encontrar el camino a nuestra casa. Algunos días la extraño más que otros, pero ya me estoy acostumbrando. Igual, yo tengo el presentimiento de que muy pronto, mamá me va a venir a buscar a la salida del jardín. Solamente tenemos que esperar que haya tormenta, para perdernos del camino de casa y que papá no pueda destrozarnos.

Fuente: Solá, J. (2018). épicaurbana (versión extendida). Lomas de Zamora: Sudestada.

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N EGRA DE MIERDA Juan Sola

Mirá la negra de mierda, mirá cómo lleva los nenes en la motito. Tres gurisitos sin casco, cagándose de frío, y la negra con ese culo enorme que ocupa todo el asiento. Qué hija de puta. Mirá, mirá cómo lleva a la pendejita, medio dormida, casi cayéndosele de esas piernas gordas de tanta cerveza y torta frita. Y mirá el otro, ahí atrás, agarradito como puede, tiritando, pobrecito. ¡Y mirá cómo lleva el bebé, negra hija de mil putas, metido adentro de la campera! Inconsciente de mierda, ojalá le saquen los hijos, ojalá se muera esta negra de mierda. La camioneta arrancó, rabiosa, y se perdió calle abajo, zambullendo a la negra y sus crías en una nube de humo pegajoso. El que iba atrás tosió un poco y la motito se paró. El señor del golcito gris bocinó con furia a sus espaldas y le ordenó que se moviera, pelotuda, y la puta que la parió. La nena en la falda abrió los ojos despacito y preguntó si faltaba mucho. La madre le apoyó la mano temblorosa sobre la frente sudada, comprobó

que la fiebre seguía allí y murmuró un no mi amor, así, triste y suavecito, como los quejidos del Nazareno, que llora acurrucado contra sus tetas tibias, o como el cinco por seis treinta, cinco por siete treinta y cinco, que el Ismael recita con los brazos envolviéndole la panza llena de pan y mate cocido, porque al otro día tiene prueba y la Brenda tiene fiebre, y el Nazareno llora de hambre, y a esa hora el colectivo ya no entra hasta el barrio, y el Mario que no aparece desde la semana pasada, y la motito que se para cada cinco cuadras, y el hospital que todavía está lejos, y doña Esther que le dijo que para qué iba a tener otro hijo a los veintidós, que mejor abortara, y el Ismael que cada tanto dice que tiene frío, y la Brenda que se va quedando dormida, y la negra de mierda que le pide al Ismael que diga las tablas más fuerte, para que escuche la Brenda, para que no se duerma la Brenda, mientras que a ella le arden los ojos de tanto aguantarse las ganas de llorar de miedo.

Fuente: Solá, J. (2018). épicaurbana (versión extendida). Lomas de Zamora: Sudestada.

¿C UÁNTO COBRÁS , PUTITO ? Sandy Sanchez Los recuerdos de mi niñez son bastante borrosos por el tiempo que ha pasado. Si hago un esfuerzo recuerdo, de mis primeros tiempos, que con mis primas jugábamos a “ser grandes”. Básicamente, eso era vestirnos como lo hacían mis tías, mis abuelas y mi mamá. Con vestidos, tacones, turbantes, aretes, pulseras, perfumes y maquillaje incluido. Todo iba bien, en un principio, pero no se extendió mucho tiempo. Un nene de cinco años que jugaba constantemente a ser una mujercita, decían, podría afectarle en su futuro. Así que después de varios retos e impedimentos, y con la excusa de que las tías se enojaban al encontrar el placar revuelto o porque le faltaban cosas de su cartera, dejamos esos juegos para solo preparar comiditas y el té. Unos años después mis primas dejaron de jugar conmigo. No sé bien el motivo por el cual sucedió: si habrá sido porque ellas se mudaron o los mayores no se lo permitían. O simplemente no me sentí más cómoda jugando con ellas a peinar muñecas; creo que también me aburría bastante. En los años que siguieron, pasé mucho tiempo con mis cuatro hermanos varones, mis primos y vecinitos, con los que jugábamos al metegol, a la pelota y al ping pong en invierno. En los veranos, pasábamos todo el tiempo en la pileta, y en los juegos comenzamos a usar mucho la fuerza y la Prof. Gastón Daix

estrategia, para derribarnos entre nosotros desde los laterales de la pile. Era una lucha libre, con ciertas reglas, que consistía en derribar al contrincante y hacerlo caer a la pileta. Cuando alguno había caído, podíamos arrojarnos encima del derrotado y sostenerlo debajo del agua, para ver cuánto tiempo podía aguantar. También podíamos voltear al ganador de la pelea, tomar aire, y sostenerlo bajo el agua. Estos juegos, que se podría decir fácilmente que son muy de macho, a mí me resultaban muy divertidos y excitantes. Me medía a mí misma para saber cuánto tiempo podía estar debajo del agua sin respirar. Sobre todo por ser la mariquita de la familia y del grupo. No me tenía que dejar atemorizar y, de alguna forma, tenía que defenderme con todas las estrategias discursivas y la fuerza de mis brazos y puños que fuera necesaria para, al menos, arrojarles a mis hermanos lo primero que tenía a mano, como una piedra o un cascote. Era muy difícil ganar espacios dentro del seno familiar cuando el mundo está diseñado para los machos y no para las maricas. Así que tuve que aprender a defenderme de cualquier manera. Mi transcurso por la escuela fue menos grato que por mi entorno familiar. En el cole, las burlas, empujones, trabadas, golpizas y escupitajos eran moneda corriente. Muchas veces llegué al punto de

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pensar en ahorcarme, utilizando la varilla que sostenía la campana del patio principal. Demostraría así que ahí me fueron matando, día tras día, hasta no poder soportar más las humillaciones. Recuerdo que, cuando tenía once años, estaba harta de los maltratos e insultos que me propinaba un compañero. Un día me preguntó cuánto cobraba por sexo, y si yo era puto. Mis compañeros se rieron, todos. Junté valor en un segundo, me levanté de mi asiento y fui hasta donde estaba él, tomé una silla y se la partí en la cabeza. Luego nos trenzamos en una pelea hasta

que nos separó la maestra. Como en una buena revictimización, la maestra quiso que yo precisara por dónde pasaba la ofensa. Terminé dando explicaciones absurdas. Al día siguiente, llamaron a mi mamá desde la escuela. Para mi familia lo sucedido era deshonroso, pero mucho peor era tener que dar explicaciones sobre el motivo de mi reacción “exagerada”, reconocer los insultos y burlas a los que era sometida. Ellos, al igual que mi maestra y compañeritos, no estaban dispuestos. Terminaron dando explicaciones absurdas.

Fuente: Burgos, J. M. y Theumer, E. (2017). Mariconcitos: Feminidades de niños, placeres de infancia. Córdoba. [Disponible en la web bajo licenica Creative Commons]

OFF THE RECORD: LECTURA RECOMENDADA

Crianzas, de Susy Shock: una reseña del libro que abraza afectuosamente las infancias Claudio Bidegain En diciembre del año 2016, salió a la venta el cuarto libro de la “artista trans sudaca” Susy Shock, titulado Crianzas. Historias para crecer en toda la diversidad. Son relatos que fundan una pedagogía travesti para adultas y adultos mientras que se dirigen a las infancias crecidas en el amor diverso. Esta publicación de editorial Muchas Nueces tuvo su origen dos años antes, como un micro radial semanal de tres minutos, de difusión libre y gratuita, emitido a través de la radio perteneciente a la Cooperativa lavaca. Estos 28 episodios, emitidos cada miércoles desde marzo hasta noviembre del 2014, más dos prólogos (uno de la activista trans Marlene Wayar y otro de la editora Claudia Acuña), una introducción a cargo de la editorial y un epílogo que es una carta de Susy a su maestra de la escuela primaria, la señorita Dolores, conforman este libro, con ilustraciones en tapas e interiores de Anahí Bazán Jara, hija de la autora. Esta obra, que transmuta de formatos al desplazarse del programa radial al libro de relatos, también contiene notas intercaladas entre los textos, que funcionan como una especie de glosario de léxico específico del activismo territorial y popular en general y de la militancia del colectivo disidente sexual en particular (Ley de Identidad de Género, Ley de Matrimonio Igualitario, Criar, Besazo, Teatro comunitario, Cooperativa de reciclado, Asamblea, #NiUnaMenos, Orgullo LGBTIQ). Susy escribe una dedicatoria que anticipa el viaje literario: “Van estas palabras para las travitas, para lxs niñxs trans…que ojalá les hagamos, de una buena vez, los postres, los abrazos y las canciones de cuna necesarios para que vuelen sus alas…”, y agrega en cada uno de los episodios radiales: “para que tus alitas no crezcan más rotas”. Uno de los motivos de la existencia de Crianzas está íntimamente relacionado con Marlene Wayar, como se explica en la Introducción: “Este libro surge el día en que Marlene Wayar nos contó de su infancia y chocamos contra el mundo trava”. Por eso es inevitable hablar del prólogo a su cargo, en donde se pregunta quién piensa en las y los niños, para llegar a la conclusión de que quienes piensan en ellas y ellos en nuestra sociedad son las industrias de consumo pero que lo que no existe es una industria de cuidado, de acompañamiento y de amorosidad. La activista trans cordobesa también denuncia la violencia que se ejerce sobre las y los niños cuando se los cosifica como objetos de deseo de los adultos, cuando se los usa como mano de obra esclava y como esclavos sexuales. Debido a los emergentes de la injusticia social, siendo huérfanos de políticas estatales, es que surge este libro, cuyo título apela no sólo al proceso de acompañamiento en los primeros momentos de la infancia, con educación, amor y juego; sino también a lo que Susy Shock pudo escuchar en sus viajes a Brasil, lo que la voz portuguesa homófona representa: “uma criança” como un niño/a, la posibilidad de nombrar al proceso y a su vez al sujeto, evitando el binarismo de género. Prof. Gastón Daix

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En estos relatos, Susy Shock ficcionaliza la figura de una trava del conurbano bonaerense llamada Susy, tía de su sobrino Uriel, que vive frente al Centro Comunitario del barrio. Estos cuentos giran en torno a las situaciones sociales cotidianas como las vacaciones (“Vacaciones”), la represión policial en los barrios (“Buen ejemplo”, “País”), el teatro comunitario (“Barro”, “Hada”), la chacarera (“Bailar mezcladxs”), las fiestas de fin de año (“De fiestas”), las charlas con vecinas (“Alimentos”), maestras (“La palabra”) y familiares de compañeritxs y amigxs de Uriel (“Jueguitos”, “No verse”, “Tareas”); y ocurren en espacios reconocibles como la escuela, el mercado, la ruta, el centro comunitario, el barrio de Once (“Miradas”). Los textos reflejan un posicionamiento político desde lo popular (“Ruta”, “En el mercado”, “Circo”) y contra todo tipo de discriminación, ya sea racial, de clase, religiosa o sexual (“Alas”, “Urieles”). Estos relatos breves también enseñan cómo tratar y nombrar a una persona trans (“Crianzas”, “LA”, “Otras cosas”), y reflexionan sobre la controvertida figura de los curas (“Curas”), el amor entre personas de un mismo sexo (“Malos besos”), los juegos (“Jueguitos”, “Jugar”, “Abracitos”), y las futuras humanidades (“Jardín”, “Pichones”). Para dimensionar el tipo de escritura, a modo de ejemplo, citaremos el primer relato de título homónimo, qu e contiene la fórmula de saludo introductorio y final que se repite en el resto de las comunicaciones: ¡Chango! ¡Chinita! ¡Gurices! Acá te escribe la Susy. Seguro que me conocés de verme volver tarde por el barrio, algunas risitas me habrás regalado estando en barra. Pero sos de los y las que me dice “Buen día, señora” cuando voy a la mañana a comprar el pan. Soy la tía de Uriel, que vive justo en frente del Centro Comunitario, y aunque tenemos nuevas leyes, que me permiten tener en el documento el nombre que siento para mí, todavía la ley no puede hacer mucho para que dejen de cargarlo a mi sobrino con “su tío que se disfraza de mujer”. No vengo a retarte; vengo a que me conozcas. ¿Y sabés por qué? Porque hay un amanecer asomando y estaría bueno que no te lo pierdas, que no nos lo perdamos. Te dejo un beso, o un abrazo, de tía trava. Como vemos, este objeto libro se puede aprovechar como un recurso para docentes y estudiantes, posibilidad para encarnar la Ley de Educación Sexual Integral (ESI) sancionada ya hace 11 años, pero que todavía cuesta aplicar en las aulas desde las diferentes asignaturas escolares, debido al desmantelamiento de los programas, a la falta de materiales y de formación invertida en las y los docentes. Con la aparición de Crianzas no sólo sumamos un nuevo libro para trabajar ESI en las casas y en las aulas, sino que percibimos la importancia de abrazar a las nuevas infancias en su diversidad, no cortar sus alas, escucharlas y dejarlas crecer en libertad. Y nadie queda exento de hacer un viaje introspectivo hacia su infancia, con la pregunta que suele revelarnos Susy Shock: “¿Perdón, alguien puede vivir sin ser abrazado?”. Fuente: http://www.laizquierdadiario.com/

Canal Encuentro - Historias debidas VIII: Susy Shock

https://youtu.be/YttgXlEa0tc

Desencuentros del deseo . 4. En esta sección se proponen cuatro textos. En uno de ellos, se presenta un entramado político en el que la persona gestante no desea concebir, pero –como en El cuento de la criada– es forzada a hacerlo. En otro, existe el deseo de maternar pero las condiciones materiales, legales y el cuerpo no lo permiten, aún así algo fortuito ocurre, un punto de fuga que permite la concreción del deseo, aunque en una situación de absoluta precariedad y sin reconocimiento y resguardo de la ley. En cambio, uno de los relatos presenta una familia que quiere tener un hijo y puede, pero que, a pesar de ese deseo, se encuentra en una encrucijada al reconocer que el hecho les ha tomado por sorpresa y que preferirían interrumpir y postergar ese momento. Por último, una voz clama su deseo de maternar y desafía un entramado social que la condena por querer hacerlo en soledad. Lean la selección ofrecida y reconozcan a qué relato corresponde cada una de estas descripciones.

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C ONSERVAS Samanta Schweblin

Pasa una semana, un mes, y vamos haciéndonos la idea de que Teresita se adelantará a nuestros planes. Voy a tener que renunciar a la beca de estudios porque dentro de unos meses ya no va a ser fácil seguir. Quizá no por Teresita, sino por pura angustia, no puedo parar de comer y empiezo a engordar. Manuel me alcanza la comida al sillón, a la cama, al jardín. Todo organizado en la bandeja, limpio en la cocina, abastecido en la alacena, como si la culpa, o qué sé yo qué cosa, lo obligara a cumplir con lo que espero de él. Pero pierde sus energías y no parece muy feliz: regresa tarde a casa, no me hace compañía, le molesta hablar del tema. Pasa otro mes. Mamá también se resigna, nos compra algunos regalos y nos los entrega –la conozco bien– con algo de tristeza. Dice: –Este es un cambiador lavable con cierre de velcro… Estos son escarpines de puro algodón… Esta es la toalla con capucha en piqué… –papá mira las cosas que nos van regalando y asiente. –Ay, no sé… –digo yo, y no sé si me refiero al regalo o a Teresita. La verdad es que no sé –le digo más tarde a mi suegra cuando cae con un juego de sabanitas de colores–, no sé –digo ya sin saber qué decir, y abrazo las sábanas y me largo a llorar. El tercer mes me siento más triste todavía. Cada vez que me levanto me miro al espejo y me quedo así un rato. Mi cara, mis brazos, todo mi cuerpo, y por sobre todo la panza, están cada vez más hinchados. A veces llamo a Manuel y le pido que se pare a mi lado. A él, en cambio, lo veo más flaco. Además, cada vez me habla menos. Llega del trabajo y se sienta a mirar televisión sosteniéndose la cabeza. No es que ya no me quiera, ni que me quiera menos. Sé que Manuel me adora y sé que –como yo– no tiene nada en contra de nuestra Teresita, qué va a tener. Pero es que había tanto que hacer antes de su llegada. A veces mamá pide acariciar la panza. Me siento en el sillón y ella con voz suave y cariñosa le dice cosas a Teresita. A la mamá de Manuel, en cambio, se le da por llamar a cada rato para saber cómo estoy, dónde estoy, qué estoy comiendo, cómo me siento, y todo lo que se le pueda ocurrir preguntar. Tengo insomnio. Paso las noches despierta, en la cama. Miro el techo con las manos sobre la pequeña Teresita. No puedo pensar en nada más. No puedo entender cómo en un mundo en el que ocurren cosas que todavía me parecen maravillosas, como alquilar un coche en un país y devolverlo en otro, descongelar del freezer un pescado fresco que murió hace treinta días, o pagar las cuentas sin moverse de casa, no pueda solucionarse un asunto tan trivial como un pequeño cambio en la Prof. Gastón Daix

organización de los hechos. Es que simplemente no me resigno. Entonces olvido la guía de la obra social y busco otras alternativas. Hablo con obstetras, con curanderos y hasta con un chamán. Alguien me da el número de una comadrona y hablo con ella por teléfono. Pero cada uno a su manera presenta soluciones conformistas o perversas que nada tienen que ver con lo que busco. Me cuesta hacerme a la idea de recibir a Teresita tan temprano, pero tampoco quiero lastimarla. Y entonces doy con el doctor Weisman. El consultorio queda en el último piso de un edificio antiguo del centro. No tiene secretaria, ni sala de espera. Sólo un pequeño hall de entrada, y dos habitaciones. Weisman es muy amable, nos hace pasar y nos ofrece café. Durante la conversación se interesa en especial por el tipo de familia que formamos, por nuestros padres, por nuestro matrimonio, por las relaciones particulares entre cada uno de nosotros. Contestamos todo lo que pregunta. Weisman entrecruza los dedos y apoya las manos sobre el escritorio, parece conforme con nuestro perfil. Nos cuenta algunas cosas sobre su trayectoria, el éxito de sus investigaciones y lo que nos puede ofrecer, pero entiende que no necesita convencernos, y pasa a explicarnos el tratamiento. Cada tanto miro a Manuel: escucha con atención, asiente, parece entusiasmado. El plan incluye cambios en la alimentación, en el sueño, ejercicios de respiración, medicamentos. Va a haber que hablar con mamá y papá, y con la madre de Manuel; el papel de ellos también es importante. Anoto todo en mi cuaderno, punto por punto. –¿Y qué seguridad tenemos con este tratamiento? –pregunto. –Tenemos lo que necesitamos para que todo salga bien –dice Weisman. Al día siguiente Manuel se queda en casa. Nos sentamos en la mesa del living, rodeados de grillas y papeles, y empezamos a trabajar. Anotamos lo más fielmente posible cómo se han ido dando las cosas desde el momento en que sospechamos que Teresita se había adelantado. Citamos a nuestros padres y somos claros con ellos: el asunto está decidido, el tratamiento en marcha, y no hay nada que discutir. Papá va a preguntar algo, pero Manuel lo interrumpe: –Tienen que hacer lo que les decimos –dice. Entiendo lo que siente: tomamos esto en serio y esperamos lo mismo de los demás–, en la hora y al tiempo que corresponda.

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Están preocupados y creo que no llegan a entender de qué se trata, pero se comprometen a seguir las instrucciones y cada uno vuelve a su casa con una lista. Cuando concluyen los primeros diez días las cosas ya están un poco más aceitadas. Tomo mis tres pastillas diarias en horario y respeto cada sesión de “respiración consciente”. La respiración consciente es parte fundamental del tratamiento y es un método de relajación y concentración innovador, descubierto y enseñado por el mismo Weisman. En el jardín, sobre el césped, me centro en el contacto con “el vientre húmedo de la tierra”. Comienzo inhalando una vez y exhalando dos veces. Prolongo los tiempos hasta inspirar durante cinco segundos, y exhalar en ocho. Tras varios días de ejercicio inhalo en diez y exhalo en quince, y entonces paso al segundo nivel de respiración consciente y empiezo a sentir la dirección de mis energías. Weisman dice que eso va a tomarme algo más de tiempo, pero insiste en que el ejercicio está a mi alcance, en que tengo que seguir trabajando. Hay un momento en el que es posible visualizar la velocidad a la que la energía circula en el cuerpo. Se siente como un cosquilleo suave, que comienza por lo general en los labios, en las manos y en los pies. Entonces uno empieza a controlarlo: hay que aminorar el ritmo, lentamente. La meta es detenerlo por completo para, poco a poco, retomar la circulación en sentido contrario. Manuel no puede ser muy cariñoso conmigo todavía. Tiene que ser fiel a las listas que hicimos y por lo tanto, hasta dentro de un mes y medio, mantenerse alejado, hablar sólo lo necesario y volver tarde a casa algunas noches. Cumple su parte con esmero pero lo conozco, y sé que, secretamente, ya está mejor, y que se muere de ganas de abrazarme y decirme lo mucho que me extraña. Pero así hay que hacer las cosas por ahora; no podemos arriesgarnos a salirnos ni un segundo del guión. Al mes sigo progresando en la respiración consciente. Ya casi siento que logro detener la energía. Weisman dice que no falta mucho, que apenas hay que esforzarse un poco más. Me aumenta la dosis de las pastillas. Empiezo a notar que la ansiedad disminuye y como un poco menos. Siguiendo el primer punto de su lista, la madre de Manuel hace su mejor esfuerzo y trata de, gradualmente –esto último es importante y se lo subrayamos repetidas veces–, gradualmente, decía, ir haciendo menos llamados a casa y bajar la ansiedad por hablar todo el tiempo sobre Teresita. El segundo es, quizás, el mes de más cambios. Mi cuerpo ya no está tan hinchado, y para sorpresa y alegría de ambos, la panza empieza a disminuir. Este cambio tan notable alerta un poco a nuestros padres. Prof. Gastón Daix

Quizás es ahora cuando entienden, o intuyen, en qué consiste el tratamiento. La madre de Manuel, sobre todo, parece temer lo peor y, aunque se esfuerza por mantenerse al margen y seguir su lista, siento su miedo y sus dudas y temo que esto afecte el tratamiento. Duermo mejor a la noche, y ya no me siento tan deprimida. Le cuento a Weisman mis progresos en la respiración consciente. El se entusiasma, parece que estoy a punto de lograr mi energía inversa: tan pero tan cerca que sólo un velo me separa del objetivo. Empieza el tercer mes, el anteúltimo. Es el mes en el que más protagonismo van a tener nuestros padres; estamos ansiosos por ver que cumplan con su palabra y que todo salga a la perfección, y lo hacen, y lo hacen bien, y estamos agradecidos. La madre de Manuel llega a casa una tarde y reclama las sábanas de colores que había traído para Teresita. Quizá porque había pensado en este detalle durante mucho tiempo, me pide una bolsa para envolver el paquete. Es que así lo traje, dice, con bolsa, así que así se va, y nos guiña un ojo. Después les toca a mis padres. También vienen por sus regalos, los reclaman uno por uno: primero la toalla con capucha en piqué, después los escarpines de puro algodón, por último el cambiador lavable con cierre de velcro. Los envuelvo. Mamá pide acariciar por última vez la panza. Me siento en el sillón, ella se sienta al lado mío, y habla con voz suave y cariñosa. Acaricia la panza y dice: “Esta es mi Teresita, cómo voy a extrañar a mi Teresita”, y yo no digo nada, pero sé que, si hubiera podido, si no hubiera tenido que limitarse a su lista, habría llorado. Los días del último mes pasan rápido. Manuel ya puede acercarse más y la verdad es que su compañía me hace bien. Nos paramos frente al espejo y nos reímos. La sensación es todo lo contrario a lo que se siente al emprender un viaje. No es la alegría de partir, sino la de quedarse. Es como si al mejor año de tu vida le agregaras un año más, bajo las mismas condiciones. Es la oportunidad de seguir en continuado. Estoy mucho menos hinchada. Eso alivia mis actividades y me levanta el ánimo. Hago mi última visita a Weisman. –Se acerca el momento –dice él, y empuja sobre el escritorio, hacia mí, el frasco de conservación. Está helado, y así debe mantenerse, por eso traje la vianda térmica, como Weisman recomendó. Debo guardarlo en la heladera en cuanto llegue. Lo levanto: el agua es transparente pero espesa, como un frasco de almíbar incoloro. Una mañana, durante una sesión de respiración consciente, logro pasar al último nivel: respiro lentamente, el cuerpo siente la humedad de la tierra y la energía que lo envuelve. Respiro una vez, otra

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vez, otra vez, y entonces todo se detiene. La energía parece materializarse a mi alrededor y podría precisar el momento exacto en el que, poco a poco, comienza a circular en sentido inverso. Es una sensación purificadora, rejuvenecedora, como si el agua o el aire volviesen por sí mismas al sitio en el que alguna vez estuvieron contenidas. Entonces llega el día. Está marcado en el almanaque de la heladera, Manuel lo rodeó con un círculo rojo cuando volvimos del consultorio de Weisman por primera vez. No sé cuándo sucederá, estoy preocupada. Manuel está en casa. Estoy recostada en la cama. Lo escucho caminar de un lado a otro, intranquilo. Me toco la panza. Es una panza normal, una panza como la de cualquier mujer, quiero decir que no es una panza de embarazada. Al contrario, Weisman dice que el tratamiento fue muy intenso: estoy un poco anémica, y mucho más flaca que antes de que el asunto de Teresita empezara. Espero toda la mañana y toda la tarde encerrada en mi cuarto. No quiero comer, ni salir, ni hablar. Manuel se asoma cada tanto y pregunta cómo estoy. Imagino que mamá debe estar trepándose por las paredes, pero saben que no pueden llamar ni pasar a verme. Ahora hace rato que siento náuseas. El estómago me arde y late cada vez más fuerte, como si fuera a explotar. Tengo que avisarle a Manuel, pero trato de incorporarme y no puedo, no me había dado cuenta de lo mareada que estaba. Tengo que avisarle a Manuel para que llame a Weisman. Logro levantarme, me siento mareada. Me dejo caer al piso y espero un segundo de rodillas. Pienso en la respiración consciente pero mi cabeza ya está en otra cosa. Tengo miedo. Temo que algo pueda salir

mal y lastimemos a Teresita. Quizás ella sepa lo que está pasando, quizá todo esto esté muy mal. Manuel entra a la habitación y corre hasta mí. –Yo sólo quiero dejarlo para más adelante… –le digo–, no quiero que... Quiero decirle que me deje acá tirada, que no importa, que corra a hablar con Weisman, que todo salió mal. Pero no puedo hablar. Me tiembla el cuerpo, no tengo control sobre él. Manuel se arrodilla junto a mí, me toma de las manos, me habla pero no escucho lo que dice. Siento que voy a vomitar. Me tapo la boca. El parece reaccionar, me deja sola y corre hacia la cocina. No demora más que unos segundos: regresa con el vaso desinfectado y el envase plástico que dice “Dr. Weisman”. Rompe la faja de seguridad del envase, vierte el contenido translúcido en el vaso. Otra vez siento ganas de vomitar, pero no puedo, no quiero: no todavía. Tengo una arcada, y otra, y otra, arcadas cada vez más violentas que empiezan a dejarme sin aire. Por primera vez pienso en la posibilidad de la muerte. Pienso en eso un instante y ya no puedo respirar. Manuel me mira, no sabe qué hacer. Las arcadas se interrumpen y algo se me atora en la garganta. Cierro la boca y tomo a Manuel de la muñeca. Entonces siento algo pequeño, del tamaño de una almendra. Lo acomodo sobre la lengua, es frágil. Sé lo que tengo que hacer pero no puedo hacerlo. Es una sensación inconfundible que guardaré hasta dentro de algunos años. Miro a Manuel, que parece aceptar el tiempo que necesito. Ella nos esperará, pienso. Ella estará bien: hasta el momento indicado. Entonces Manuel me acerca el vaso de conservación, y al fin, suavemente, la escupo.

Audiolibro: https://www.youtube.com/watch?v=RrepXUgkK-o

L AS MALAS Camila Sosa Villada

Es profunda la noche: hiela sobre el Parque. Árboles muy antiguos, que acaban de perder sus hojas, parecen suplicar al cielo algo indescifrable pero vital para la vegetación. Un grupo de travestis hace su ronda. Van amparadas por la arboleda. Parecen parte de un mismo organismo, células de un mismo animal. Se mueven así, como si fueran manada. Los clientes pasan en sus automóviles, disminuyen la velocidad al ver al grupo y, de entre todas las travestis, eligen a una que llaman con un gesto. La elegida acude al llamado. Así es noche tras noche. El Parque Sarmiento se encuentra en el corazón de la ciudad. Un gran pulmón verde, con un zoológico y un Parque de diversiones. Por las noches se torna salvaje. Las travestis esperan bajo las ramas Prof. Gastón Daix

o delante de los automóviles, pasean su hechizo por la boca del lobo, frente a la estatua del Dante, la histórica estatua que da nombre a esa avenida. Las travestis trepan cada noche desde ese infierno del que nadie escribe, para devolver la primavera al mundo. Con este grupo de travestis también está una embarazada, la única nacida mujer entre todas. Las demás, las travestis, se han transformado a sí mismas para serlo. En la comarca de travestis del Parque, ella es la diferente, esa mujer embarazada que repite desde siempre el mismo chiste: tomar por sorpresa la entrepierna de las travestis. Ahora mismo lo hace y todas ríen a carcajadas.

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El frío no detiene la caravana de travestis. Una petaca de whisky va de mano en mano, papeles de cocaína visitan una a una todas las narices, algunas enormes y naturales, otras pequeñas y operadas. Lo que la naturaleza no te da, el infierno te lo presta. Ahí, en ese Parque contiguo al centro de la ciudad, el cuerpo de las travestis toma prestado del infierno la sustancia de su hechizo. La Tía Encarna participa del aquelarre con un entusiasmo feroz. Está exultante después de la merca. Se sabe eterna, se sabe invulnerable como un antiguo ídolo de piedra. Pero algo que viene de la noche y del frío convoca su atención, la separa de sus amigas. Desde la espesura algo la llama. Entre las risas y el whisky que viene y que va de una boca pintada a otra, entre los bocinazos de los que pasan buscando un turno de felicidad con las travestis, La Tía Encarna distingue un so- nido de otra procedencia, emitido por algo o alguien que no es como el resto de las personas que aquí vemos. Las otras travestis siguen la ronda sin prestar atención a los movimientos de Encarna. Anda desmemoriada La Tía, cuenta una y otra vez las mismas viejas anécdotas. Las cosas más recientes y cercanas no tienen lugar en su memoria. Llega un momento de la vida en que ningún recuerdo está a salvo. Desde entonces anota todo en cuadernitos, pega notas en la puerta de la heladera, como una manera de ganarle al olvido. Algunas piensan que está volviéndose loca, otras creen que ha dejado de recordar por cansancio. Muchos golpes ha padecido La Tía Encarna, botines de policías y de clientes han jugado al fútbol con su cabeza y también con sus riñones. Los golpes en los riñones la hacen orinar sangre. De manera que nadie se inquieta cuando se va, cuando las deja, cuando responde a la sirena de su destino. Se aleja un poco desorientada, hostigada por los zapatos de acrílico que a sus ciento setenta y ocho años se sienten como una cama de clavos. Camina con dificultad por la tierra seca y el yuyal bravo que crece al descuido, cruza la avenida del Dante como un silbido hacia la zona del Parque donde hay espinas y barrancas y una cueva en la que las maricas van a darse besos y consuelo, y que han apodado La Cueva del Oso. A unos metros está el Hospital Rawson, el hospital que se encarga de las infecciones: nuestro segundo hogar. Zanjas, abismos, arbustos que lastiman, borrachos masturbándose. Mientras La Tía Encarna se pierde entre los matorrales, comienza a suceder la magia. Las putas, las parejas calientes, los levantes fortuitos, aquellos que logran encontrarse en ese bosque improvisado, todos dan y reciben placer dentro de los autos estacionados a la bartola, o echados entre los yuyos, o de pie contra los árboles. Prof. Gastón Daix

A esa hora, el Parque es como un vientre de gozo, un recipiente de sexo sin vergüenza. No se distingue de dónde provienen las caricias ni los lengüetazos. A esa hora, en ese lugar, las parejas están cogiendo. Pero La Tía Encarna persigue algo así como un sonido o un perfume. Nunca es posible saberlo cuando se la ve ir detrás de algo. Paulatinamente, eso que la ha convocado se revela: es el llanto de un bebé. La Tía Encarna tantea en el aire con los zapatos en la mano, enterrándose en la inclemencia del terreno para verlo con sus propios ojos. Mucha hambre y mucha sed. Eso se siente en el clamor del bebé y es la causa de la tribulación de La Tía Encarna, que se adentra en el bosque con desesperación porque sabe que en algún lugar hay un niño que sufre. Y en el Parque es invierno y la helada es tan fuerte que congela las lágrimas. Encarna se acerca a las canaletas donde se esconden las putas cuando ven acercarse las luces de la policía y por fin lo encuentra. Unas ramas espinosas cubren al niño. Llora con desesperación, el Parque parece llorar con él. La Tía Encarna se pone muy nerviosa, todo el terror del mundo se le prende a la garganta en ese momento. El niño está envuelto en una campera de adulto, una campera inflable verde. Parece una lora con la cabeza calva. Cuando intenta sacarlo de su tumba de ramas se clava espinas en las manos y las pinchaduras comienzan a sangrar, tiñen las mangas de su blusa. Parece una partera metiendo las manos dentro de la yegua para extraer al potrillo. No siente dolor, no repara en los cortes que le hacen esas espinas. Continúa apartando ramas y finalmente rescata al niño que aúlla en la noche. Está cagado entero, el olor es insoportable. Entre las arcadas y la sangre, La Tía Encarna lo sujeta contra el pecho y comienza a llamar a los gritos a sus amigas. Sus gritos deben viajar hasta el otro lado de la avenida. Es difícil que la escuchen. Pero las travestis perras del Parque Sarmiento de la ciudad de Córdoba escuchan mucho más que cualquier vulgar humano. Escuchan el llamado de La Tía Encarna porque huelen el miedo en el aire. Y se ponen alerta, la piel de gallina, los pelos erizados, las branquias abiertas, las fauces en tensión. –¡Travestis del Parque! ¡Vengan! ¡Vengan que he encontrado algo! –grita. Un niño de unos tres meses abandonado en el Parque. Cubierto con ramas, dispuesto así para que la muerte hiciera con él lo que quisiera. Incluso los perros y los gatos salvajes que viven ahí: en todas partes del mundo los niños son un banquete. Las travestis se acercan con curiosidad, parecen una invasión de zombies acercándose hambrientas a la mujer con el bebé en brazos. Una se lleva las manos a la boca, unas manos tan grandes que

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podrían cubrir el sol entero. Otra exclama que el niño es precioso, una joya. Otra inmediatamente se vuelve sobre sus pasos y dice: –Yo no tengo nada que ver, yo no vi nada. ¿Así son? responde otra, queriendo decir: así son estos putos bigotudos cuando el zapato aprieta. ... A La Tía Encarna le habíamos conocido un único amor: un romance tranquilo y duradero con un hombre sin cabeza. Por esos años habían aparecido en la ciudad cantidad de refugiados de guerras libradas en África. Llegaron a nuestro país con la arena del desierto todavía pegada a sus zapatos y se decía que habían perdido la cabeza en combate. Las mujeres enloquecieron con ellos porque su ternura, su sensualidad y su disposición al juego eran legendarias. Habían sufrido muchas penurias en la guerra, casi las mismas que las travestis en la calle, y eso los había convertido en objeto de deseo y héroes de guerra al mismo tiempo. Los Hombres Sin Cabeza hicieron cursos acelerados de castellano para poder hablar nuestra lengua, y fue así como supimos que habían perdido la cabeza y ahora pensaban con todo el cuerpo y sólo recordaban las cosas que habían sentido con la piel. Los Hombres Sin Cabeza llegaron con su novedosa dulzura y decepcionaron tiernamente a las mujeres que los esperaban con las piernas abiertas y el sexo en flor, porque ellos prefirieron a las travestis de la región. Nosotras no sabíamos por qué nos habían elegido, pero hubo muchas que se casaron y envejecieron junto a sus amados decapitados. Ellos dejaban en claro que se enamoraban de nosotras porque a nuestro lado era más fácil compartir el trauma, dejarlo trepar por las paredes o recluirlo cuando hacía falta. Pero las mujeres tomaron como una ofensa aquel desaire e hicieron correr comentarios ladinos y mal

intencionados sobre nuestros huéspedes, que al fin y al cabo estaban así por haber peleado por un mundo mejor. Decían que hacer el amor con uno de ellos era como ir a la playa, una después no podía sacarse la arena del culo por días y días. Pero a nosotras no nos importaba lo que decían. La Tía Encarna lo había conocido en Hangar 18, el boliche gay más pecaminoso que existió en nuestra ciudad, el antro más sacrílego y dionisíaco donde nos encontrábamos las brujas, maricas y lesbianas de entonces. La relación entre Encarna y su Hombre Sin Cabeza había comenzado como un arreglo comercial de lo más próspero, porque cuando se conocieron La Tía estaba en la plenitud productiva de su cuerpo. Los clientes no significaban para ella el menor desgaste. De manera que bien podía acostarse con diez hombres por noche, algo que sucedía muy a menudo, y despertarse al otro día fresca y enérgica como un viento de verano, abrazada a su Hombre Sin Cabeza, que vivía holgadamente en su propio departamento gracias a una pensión por veterano de guerra. Los Hombres Sin Cabeza provenían de regiones incomprensibles para nuestra escasa cultura, no lográbamos entender por qué se habían producido esos conflictos sangrientos que los habían expulsado hasta nuestra ciudad, pero eran todo lo que toda travesti esperaba de la suerte. Aunque, claro, escaseaban, pues muchos terminaban en manicomios o decidían emigrar a pueblos junto al mar. Los pocos que se quedaron en Córdoba se aquerenciaron pronto y ese punto de fuga se cerró para siempre. Aquel noviazgo sin edad representaba una bendición inusual en la vida de las travestis. Él no sólo amaba a Encarna sino a todo lo que la rodeaba, incluidas nosotras, sus hijas putativas.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/177509-las-malas – Adelanto de la novela homónima publicada en 2019 por Tusquets.

L A LOBA Alfonsina Storni

Yo soy como la loba. Quebré con el rebaño Y me fui a la montaña Fatigada del llano.

Mirad cómo se ríen y cómo me señalan Porque lo digo así: (Las ovejitas balan Porque ven que una loba ha entrado en el corral Y saben que las lobas vienen del matorral).

Yo tengo un hijo fruto del amor, de amor sin ley, Que no pude ser como las otras, casta de buey Con yugo al cuello; ¡libre se eleve mi cabeza! Yo quiero con mis manos apartar la maleza.

¡Pobrecitas y mansas ovejas del rebaño! No temáis a la loba, ella no os hará daño. Pero tampoco riáis, que sus dientes son finos ¡Y en el bosque aprendieron sus manejos felinos!

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No os robará la loba al pastor, no os inquietéis; Yo sé que alguien lo dijo y vosotras lo creéis Pero sin fundamento, que no sabe robar Esa loba; ¡sus dientes son armas de matar!

Yo soy como la loba. Ando sola y me río Del rebaño. El sustento me lo gano y es mío Donde quiera que sea, que yo tengo una mano Que sabe trabajar y un cerebro que es sano.

Ha entrado en el corral porque sí, porque gusta De ver cómo al llegar el rebaño se asusta, Y cómo disimula con risas su temor Bosquejando en el gesto un extraño escozor...

La que pueda seguirme que se venga conmigo. Pero yo estoy de pie, de frente al enemigo, La vida, y no temo su arrebato fatal Porque tengo en la mano siempre pronto un puñal.

Id si acaso podéis frente a frente a la loba Y robadle el cachorro; no vayáis en la boba Conjunción de un rebaño ni llevéis un pastor... ¡Id solas! ¡Fuerza a fuerza oponed el valor!

El hijo y después yo y después... ¡lo que sea! Aquello que me llame más pronto a la pelea. A veces la ilusión de un capullo de amor Que yo sé malograr antes que se haga flor.

Ovejitas, mostradme los dientes. ¡Qué pequeños! No podréis, pobrecitas, caminar sin los dueños Por la montaña abrupta, que si el tigre os acecha No sabréis defenderos, moriréis en la brecha.

Yo soy como la loba, Quebré con el rebaño Y me fui a la montaña Fatigada del llano.

UNDERGROUND | Alfonsina Storni: “Dispuesta a todo”

https://player.vimeo.com/video/236357086 Para saber más sobre la vida de Alfonsina Storni, pueden visitar el portal del Ministerio de Cultura de la Nación.

E LENA SABE Claudia Piñeiro

Se trata de levantar el pie derecho, apenas unos centímetros del suelo, moverlo en el aire hacia adelante, tanto como para que sobrepase al pie izquierdo, y a esa distancia, la que sea, mucha o poca, hacerlo bajar. Apenas de eso se trata, piensa Elena. Pero ella piensa, y aunque su cerebro ordena el movimiento, el pie derecho no se mueve. No se eleva. No avanza en el aire. No vuelve a bajar. No se mueve, no se eleva en el aire, no vuelve a bajar. Eso apenas. Pero no lo hace. Entonces Elena se sienta y espera. En la cocina de su casa. Tiene que tomar el tren que sale para la Capital a las diez de la mañana; el siguiente, el de las once, ya no le sirve porque la pastilla la tomó a las nueve, entonces piensa, y sabe, que tiene que tomar el de las diez, poco después de que la medicación logre que su cuerpo cumpla la orden de su cerebro. Pronto. El de las once no, porque entonces el efecto de la medicación habrá Prof. Gastón Daix

declinado hasta desaparecer y ella estará igual que ahora, pero sin esperanza de que la levadopa actúe. Levadopa se llama eso que tiene que circular por su cuerpo una vez disuelta la pastilla; conoce el nombre desde hace un tiempo. Levadopa. Así le dijeron, y ella misma lo anotó en un papel porque sabe que no iba a entender la letra del médico. Que la levadopa circule por su cuerpo, sabe. Eso es lo que espera, sentada, en la cocina de su casa. Esperar es todo lo que puede hacer por el momento. Cuenta calles en el aire. Recita nombres de calles de memoria. De atrás para adelante y de adelante para atrás. […] Solo la separan cinco cuadras de la estación, no es tanto, piensa, y recita, y sigue esperando. Cinco. Calles que todavía no puede andar con sus pasos esforzados aunque sí repetir sus nombres en silencio. Hoy no quiere encontrarse con nadie. Nadie que le pregunte por su salud ni que le dé el pésame tardío por la

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muerte de su hija. Cada día de le aparece alguna persona que no pudo verla o no pudo estar en el entierro. O no se atrevió. O no quiso. Cuando alguien muere como murió Rita, todos se sienten invitados al funeral. Por eso las diez no es una buena hora, piensa, porque para llegar a la estación hay que pasar por delante del banco y hoy se pagan las jubilaciones, entonces es muy probable que se cruce con algún vecino. Con varios vecinos. Aunque el banco abra recién a la diez, cuando su tren esté entrando en la estación y ella con el boleto en la mano se acerque al borde del andén para tomarlo, antes de eso, Elena sabe, ya va a encontrar jubilados haciendo la cola como si tuvieran miedo de que la plata alcanzara sólo para pagarle a los que primero llegan. Sólo podría evitar el frente del banco dando una vuelta a la manzana que su Parkinson no le perdonaría. Ése es el nombre. Elena sabe desde hace un tiempo que ya no es ella la que manda sobre algunas partes de su cuerpo, los pies por ejemplo. Manda él. O ella. Y se pregunta si al Parkinson habría que tratarlo de él o de ella, porque aunque el nombre propio suena a masculino no deja de ser una enfermedad, y una enfermedad es femenina. Como lo es una desgracia. O una condena. Entonces decide que lo va a llamar Ella, porque cuando la piensa, piensa “qué enfermedad puta”. Y puta es ella, no él. Con perdón de la palabra, dice. Ella. […] Rita apareció colgada del campanario de la iglesia. Muerta. Una tarde de lluvia, y eso, la lluvia, Elena sabe, no es un detalle menor. Aunque todos digan que fue un suicidio. Amigos o no, todos. Pero por más que insistan, o callen, nadie puede rebatirle que Rita no se acercaba a la iglesia cuando amenazaba lluvia. No se acercaba ni muerta, habría dicho su madre si alguien le hubiera preguntado antes de aquella vez. Pero ni muerta ya no puede decirlo, porque ahí estaba, ese cuerpo sin vida que ya no era su hija, en el campanario un día de lluvia, aunque ella no pudiera explicarse cómo llegó hasta allí. Rita le tenía miedo a los rayos, desde chica, y sabía que la cruz sobre la iglesia los atraía. […] Un hombre se acerca y dice, ¿necesita que la ayude, abuela?, abuela un carajo, piensa, pero no dice nada, lo mira y sigue, como si además fuera sorda. Sorda como sus pies cuando no responden. Sorda como quienes no quieren escuchar que aquella tarde llovía. Un hombre que no debe tener más de diez años menos que ella. A lo mejor ni cinco. Pero que no tiene el cuerpo achicharrado como el suyo, entonces, porque no sabe como sabe Elena, se siente mucho más joven, se siente con derecho. El hombre mira su cuerpo y dice, abuela. Podría serlo a sus sesenta y tres años, pero no en el sentido desvalido en que lo usó el hombre que quiso ayudarla. A ella le hubiera gustado ser abuela, pero Prof. Gastón Daix

nunca pudo imaginarse a Rita madre. Siempre la imaginó estéril. Tal vez porque tardó tanto en menstruar, casi a los quince, la última de su clase en ser “señorita”. Y siempre muy irregular, siempre poco, reglas amarretas tenés vos, Rita, mejor, mamá, menos tiempo sucia. Rita nunca manchó una sábana, nunca un dolor que le impidiera hacer la vida de todos los días. Como si su menstruación no tuviera la contundencia necesaria. Como si fuera un simulacro, apenas lo suficiente para que nadie se pregunte por qué no. En cambio Elena sí, ella siempre tuvo reglas abundantes, generosas, de esas que no dejan dudas de que todo, ahí dentro, funciona. Todavía se acuerda del día en que manchó la butaca del cine donde habían ido una tarde cuando Rita tenía diez o doce años, levantate, hija, y salí rápido, levantate ya mismo, pero Rita se tomó su tiempo, tenía que juntar sus golosinas, ponerse los zapatos, dije que te apures y salgas, volvió a decir Elena, esperá, mamá, ¿qué apuro hay?, este apuro, le contestó, y le dio vuelta la cara para que mirara la mancha sobre la butaca de pana marrón, entonces Rita se apuró, salió casi corriendo de ese cine, llorando, pero sin dejar de mirar hacia atrás para saber si alguien más veía la mancha de su madre. Que su vientre funcionaba estaba claro, pero del de su hija siempre tuvo dudas. […] [E]l doctor Benegas le indicó un estudio que permitiera comprobar si su hija tenía útero, quien le dice nos llevamos una sorpresa, Elena, y Rita es una vaina sin semilla que no nos puede cumplir la posta para la que vino al mundo. En esa época no existían las ecografías de hoy donde se puede ver como en el cine lo que hay detrás de la piel y la carne. Antes, para ver, había que entrar de alguna manera, meterse dentro del cuerpo. Rita y Elena llegaron juntas al consultorio. Benegas las esperaba con dos asistentes. El día anterior Rita había tenido que hacer ayuno, lo último que había podido comer era jalea de membrillo y dos galletas sin gusto a nada. Y en las últimas seis horas ni siquiera agua. Tenía hambre, pero de sólo pensar en la jalea le daban arcadas. La pusieron en una camilla y trajeron un aparato del que Rita nunca supo el nombre pero idéntico a un inflador de pelota número cinco. Sólo que el pico se lo pusieron a ella. Lo clavaron en su vientre e inflaron. Una, dos, tres, diez veces. Rita lloraba. No podés decir que eso te duele, Rita, le dijo el doctor Benegas. Y ella no contestó, sino su madre, claro que no le duele, doctor, lo hace para hacernos sentir mal a nosotros. Cuando la panza de Rita estuvo lo suficientemente inflada levantaron la camilla, los pies hacia el techo y la cabeza hacia abajo, dibujando una diagonal con el piso de mosaico gris. Y la estudiaron. Rita no sabe cómo porque cerró los ojos. Elena tampoco porque el doctor Benegas la hizo salir, se peleaban tanto

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madre e hija que el estudio peligraba. Pará de llorar, Rita, que si te ponés así por un estudio mejor que no puedas tener hijos en serio, si supieras lo que duele, ¿no, doctor?, ah, yo no sé cuánto duele, dijo Benegas y se rieron juntos, junto a su hija inclinada a cuarenta y cinco grados respecto del suelo, inflada de aire. Por la posición de la camilla las lágrimas de Rita hacían el recorrido inverso al llanto habitual, desde el lagrimal recorrían la curva del párpado superior, dibujaban el arco de la cejas y en la punta de ese arco lo abandonaban para correr por su frente y desaparecer dentro del flequillo. Rita sintió que alguien le rozaba la mano debajo de la sábana y luego la tomaba, fuerte, una mano fuerte apretando la suya. Abrió un instante los ojos y vio parado de ese lado, junto a la camilla, a uno de los asistentes del doctor Benegas. Cuando ella abrió los ojos él la estaba mirando. El asistente, al ver los ojos de Rita clavados en los suyos, hizo un movimiento, no la apretó más fuerte, sólo un movimiento, como si le acariciara la mano. Y le sonrió. Rita apretó los ojos más que antes y apartó la mano de la de él corriéndola junto a su cuerpo. Esperó, dura, tensa, pero nadie vino por su mano. […] A Elena le hubiera gustado ser abuela. Si fuera, hoy no estaría sola caminando por esos pasillos en una terminal de tren que huele a fritanga, haciendo el recorrido que cree que la llevará a encontrar un cuerpo que la ayude. Porque si tuviera un nieto le estaría hablando de Rita, contándole cómo era ella cuando tenía su edad, cómo era antes. Y él le preguntaría, y ella inventaría anécdotas, adornaría las que recuerda, inventaría la hija que Rita no fue, todo para él, para ese chico, el que le daría un nombre, abuela, aunque Rita estuviera muerta, y entonces el olor a fritanga desaparecería. Pero no desaparece, se le mete por la nariz y la recorre, recorre su cuerpo doblado, se le pega a la ropa, la toma toda, entera, mientras ella se arrastra. Los altoparlantes anuncian un nuevo tren con atraso, la gente a su alrededor protesta, silba, y Elena está ahí, en medio de los silbidos, sin nieto y sin hija. […] Elena conoció a Isabel hace veinte años, la tarde en que Rita la arrastró dentro de su casa. Hacía frío, ella tejía sentada junto a la estufa; un tacho con agua caliente y cáscara de naranja perfumaba la casa. La puerta se abrió de un golpe, como si Rita le hubiera dado una patada, ocupadas sus manos en cargar a la mujer que llevaba. Entró de espaldas, primero su cuerpo y luego el otro, el que arrastraba. ¿Quién es esa mujer?, le preguntó Elena, no sé, le contestó su hija, ¿cómo no sé, hija?, se siente mal, mamá, dijo Rita y empujó a la mujer hasta meterla en su cuarto y recostarla sobre su cama. La mujer lloraba y se desvanecía en forma intermitente. Traé una palangana o un balde, mamá. Elena le llevó lo que Prof. Gastón Daix

pedía, Rita lo acomodó en el piso a la altura de la cara de la mujer, por si vomita otra vez, dijo. Luego fue a la ventana, cerró el postigo de madera y encendió la luz. ¿Llamo a un médico?, preguntó Elena, pero Rita no contestó, volvió donde estaba la mujer, volcó el contenido de su cartera sobre la cama y revolvió. ¿Qué hacés?, busco, ¿qué cosa?, un número de teléfono, una dirección, por qué no le preguntás a ella, porque no me contesta, mamá, ¿no ves que no contesta?, llora, dijo Elena, sí, ahora llora. Sobre la colcha rodó un rouge que Rita atajó justo antes de que cayera, una caja de Valium, una billetera, papeles, dos sobres, monedas sueltas. Elena se acercó a la cama, todavía dueña de su cuerpo, veinte años atrás, sin arrastrar los pies, con la cabeza en alto. La mujer lloraba abrazada a la almohada, tapándose la cara con ella. Elena preguntó una vez más, ¿quién es esa mujer?, ¿por qué volviste?, y esta vez su hija le contó. Rita la había encontrado de camino al colegio parroquial, cuando volvía de almorzar con su madre como todos los días, caminaba apurada para llegar en horario a cumplir con su trabajo, tocar la campana que daba inicio al turno tarde, pero nunca llegó a dar el campanazo, porque allí estaba Isabel, en la vereda contraria, la que ella no pisaba, la que tampoco dejaba que pisara Elena, esa donde las baldosas dibujan un damero. Isabel, agarrada a un árbol, se doblaba sobre la cintura y vomitaba. Rita dio una arcada y apuró el paso tratando de no mirarla. La imagen le producía asco, pero poco a poco el asco fue cediendo y apareció otra cosa, no sabía qué, algo que la hizo detenerse, un llamado, mamá, fue un llamado, iba a entrar, está embarazada, me dije, y va a entrar, giré, volví sobre mis pasos, le ofrecí ayuda sin subir el cordón, no, gracias, no necesito nada, me dijo en medio de un vómito, y yo le dije, en ese estado no podés dar un paso, y ella insistió, no tengo que andar mucho. Tenía un papel con la dirección en la mano, y un nombre, vos sabés qué nombre, mamá, Olga. Entonces Rita le dijo que no, que no qué, que no lo hagas, te vas a arrepentir, vos qué sabés, todas las que vienen acá se arrepienten, ¿qué sabés?, yo sé, no te metas, es pecado mortal, no creo en Dios, pensá en tu hijo, no tengo hijo, vas a tenerlo, no, llevás una vida dentro, estoy vacía, cuando lo oigas latir lo vas a querer, vos qué sabés, no lo mates, andate, no te saques el hijo, no hay ningún hijo, sí que hay, para que haya hijo tiene que haber madre, vos ya sos madre, yo no quiero ser madre, esta mujer me decía que no quiere ser madre, mamá, ¿podés creer?, pero yo le dije, ésa no es tu decisión, ¿y de quién entonces?, se atrevió a preguntar, mamá, y yo le grité, tenés un hijo dentro, adentro no tengo nada, volvió a decir, pero yo también insistí, dije, late, y ella, no hay hijo ni madre, no lo mates, callate, vas a

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vivir siempre con la culpa, ¿y cómo voy a vivir si no?, ninguna de las que lo hacen se olvida, no se puede obligar a nadie a ser madre, lo hubieras pensado antes, siempre lo pensé, nunca quise ser madre, pero lo sos, no, no soy, oyen llorar a un bebé todas las noches, vos qué sabés, los bebés abortados te lloran dentro de la cabeza, yo soy la que lloro dentro de mi cabeza, no mates a un inocente, yo también soy inocente. La mujer se llevó la mano a la boca y vomitó otra vez, Rita desde esa distancia vio su alianza en el dedo anular. Sos casada, sí, hay un padre, mamá, ¿te das cuenta?, ¿y él qué dice?, le pregunté, no me importa lo que diga, tiene derecho a decir, es el padre, ¿o no es el padre?, no te metas, si él se entera te mata, ya me mató, no podés ir contra lo que Dios manda, no entiendo sus mandatos, Él sabe, vos no tenés que entender sino confiar, no quiero llevar lo que llevo dentro, no lo llames así, le dije, ponele un nombre a tu hijo, y ella me la sigue, mamá, me volvió a decir que lo que lleva dentro no es un hijo, y que para que haya hijo tiene que haber madre, y que adentro no tiene nada, pero ahí se descompuso otra vez y después un nuevo vómito, estaba tan mareada que entonces se me ocurrió, le dije, madre va a haber, y sin decir agua va aproveché el mareo, la tomé del brazo y la traje. No fue difícil, la mujer ya no tenía fuerzas, Rita sí, y arrasó con ella. Aquella tarde, Rita, que no era madre ni nunca lo sería, obligó a otra mujer a serlo, forzando el dogma aprendido hasta llegar al cuerpo de otro. […] [Tomaron un taxi y] Con las tres mujeres en el asiento trasero, el auto arrancó. El camino lo llevó a pasar por el lugar donde un rato antes Isabel y Rita se habían conocido, la vereda de la casa de Olga, la partera, abortera, mamá, esa donde los colores de las baldosas dibujan un damero negro y blanco. No hay hijo, volvió a decir la mujer que lloraba en medio de ellas y cerró los puños tan fuerte que cuando los abrió Elena llegó a ver la marca de sus uñas clavadas en la palma de su mano.No hay hijo, repitió varias veces durante el camino. Pero ni Rita ni Elena la escucharon. […] […] [En casa de Isabel]. Sabía que algún día usted o su hija vendrían, dice, y Elena a su vez pregunta, ¿entonces me va a ayudar? Isabel se sorprende con la pregunta, no entiendo, dice, y Elena intenta explicarse, ¿va a saldar esa deuda? La mujer se levanta y camina unos pasos que no la conducen a ninguna parte, vuelve sobre ellos, la mira, ¿de qué deuda está hablando, Elena? Usted sabe, le contesta ella, no, no sé, dice Isabel. Elena entonces aclara, tal vez usted quiera ayudarme, por aquel día de hace veinte años cuando mi hija sin conocerla la ayudó a usted, la salvó, fue un llamado, mamá, tal vez usted se sienta en deuda y esté dispuesta a pagar lo que debe, y yo, que no me gusta reclamar, me aproveche Prof. Gastón Daix

de eso que usted sienta para encontrar lo que no tengo, un cuerpo, el cuerpo que me ayude. Elena se detiene, ya dijo lo que vino a decir y aunque no hizo una pregunta, espera una respuesta, pero Isabel no dice nada todavía, las dos mujeres sostienen el silencio hasta que a Elena se le vuelve incómodo entonces sigue, gracias a mi hija usted tuvo a la suya, formó su familia, pudo festejar cada Año Nuevo abrazada a ellos como muestran las fotos que nos mandan, su historia tuvo un final feliz, yo me quedé sin nadie a quien abrazar, y no es que hubiera abrazado mucho a mi hija en vida pero el hecho de no poder hacerlo, porque está muerta, porque su cuerpo está enterrado bajo tierra. […] Elena, no puedo ayudarla, […] a su hija la maté yo. […] La maté de tanto desearle la muerte, aclara Isabel porque cree que hace falta, no hubo un solo día de mi vida que no le haya pedido al dios que fuera, al mago que fuera, al astro que fuera, que su hija muriera, y al fin murió. […] Qué absurdo que usted pensara que yo me sentía en deuda con su hija, qué absurdo que durante veinte años usted creyera algo tan distinto de lo que yo creo, y que yo siguiera mi vida y usted la suya, construyendo el pasado, construyendo ese día, esa tarde, como si no hubiéramos estado juntas en el mismo lugar y en el mismo tiempo. Absurdo, sí, dice Elena, Rita es arrebatada, era arrebatada, pero gracias al arrebato de mi hija usted tuvo a la suya, no hay mal que por bien no venga, dice, pero Isabel la interrumpe, nunca entendí ese dicho, Elena, ¿cuál es el bien y cuál el mal al que se refiere?, y en tal caso, si nos pusiéramos de acuerdo en eso, ¿es el mal el que viene por el bien o el bien por el mal?, otra vez confunde todo, y me hace confundir a mí, me hace pensar, le dice Elena, yo no quería ser madre, dice Isabel veinte años después, usted creía que no quería, corrige ella, yo nunca quise, insiste la mujer, usted lo pensaba sin tener el bebé en brazos, pero cuando lo tuvo sobre su cuerpo, cuando le dio el pecho, usted, Elena no puede terminar su frase porque Isabel la corta para decir, nunca pude darle el pecho, mi pecho estaba vacío, lo siento, dice Elena, no lo sienta, yo no quería ser madre, lo quisieron los demás, mi marido, el socio, su hija, usted, mi cuerpo creció nueve meses y nació Julieta, la obligaron a cargar con una madre que no quería serlo, dice la mujer, Elena insiste, pero hoy que la ve, hoy que está ahí, y vive en su casa y la llama mamá, no me llama mamá, me llama Isabel, ella siempre supo, no hizo falta decirle, yo hice lo que pude, […] pero nunca pude sentila mi hija, su padre sí, […] él es el que saca las fotos y las manda cada fin de año, él y su socio, el padrino de Julieta, con quien comparte la clínica y otros asuntos […] Isabel se acomoda en el sillón frente a ella, aquella tarde su hija me dijo que si me hacía un aborto oiría el resto de mi vida el llanto de

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un bebé en mi cabeza, pero ella no se había hecho un aborto, ella no sabía, repetía lo que alguien le había dicho, tal vez un hombre, tal vez no, alguien que creía saber. Me gustaría haber hablado con su hija antes de que muriera y contarle lo que oía en mi cabeza cada día de mi vida desde aquél, ese en el que en medio de un vómito ella me arrastró a su casa. […] [S]i pudiera oír todo lo que la otra tiene para contar la escucharía decir, no sé qué siente una mujer que se hace un aborto pero sí sé lo que siente una mujer que no quiso ser madre y lo fue, ¿sabe qué, Elena?, la culpa de sus pechos vacíos, y el dolor por esa mano que se estira pidiendo la suya y la suya, aunque la tome, no quiere tocarla, siente no saber acunar, ni arropar, ni mecer, ni entibiar, ni acariciar, y la vergüenza de no querer ser madre, porque todos, los que dicen saber, aseguran que una mujer tiene que ser madre. […] Isabel se seca las lágrimas con las manos, y las manos con la pollera, respira hondo para asegurarse de que ya no va a llorar, y luego dice, yo hubiera jurado que jamás me habría hecho un aborto, pero siempre pensé en esa posibilidad no estando embarazada, mi decisión estaba en mi cabeza no en mi cuerpo, sin tener nada dentro lo pensaba, hasta que lo tuve; cuando lo tuve, cuando fui a buscar el resultado del análisis y decía positivo, entonces dejé de pensar y supe por primera vez. Isabel la mira, espera que Elena diga algo, pero Elena todavía no puede decir, entonces sigue, uno confunde creer con saber, uno se deja confundir […]. Nunca estuve enamorada de mi marido, sabe, nos casamos vírgenes los dos, las primeras noches no pude abrirme para hacer el amor con él, no pudimos, recién tres meses después de casados lo logramos, con violencia, él me abría las piernas y decía, las vas a abrir, como sea las vas a abrir, tuve moretones por varios días, y dolor, un dolor que me duró mucho tiempo, no fue sólo esa noche, siguió hasta que quedé embarazada y después nunca más me tocó, hace veinte años que no me toca, ¿le molesta que le cuente? […] Salen con su socio, se van de viaje, es su confidente, mi marido lo eligió padrino de Julieta, es el que aparece junto a ella en esa foto sobre la chimenea. […] Aquella noche en que mi marido me tomó por la fuerza él estaba ahí, no lo vi, la habitación estaba a oscuras, pero estoy segura de que estaba ahí, Marcos solo no se habría atrevido, no habría podido. […] También estaba acá aquella tarde en que ustedes me trajeron de vuelta, no me hagan entrar, les rogué. Él ayudó a mi marido a mantenerme controlada los nueve meses de embarazo, me tuvieron casi presa, sedada, con una acompañante terapéutica todo el día, como si estuviera loca, estás loca, me decían, y otra enfermera durante la noche, velando mi sueño, ellos dispusieron todo y yo dejé que lo hicieran, nunca fui Prof. Gastón Daix

una mujer fuerte, la única fuerza que logré juntar fue la que aquella tarde en que nos conocimos me llevó a ese lugar cerca de su casa […].Una enfermera que trabajaba en la clínica de mi marido me pasó el dato, me vio llorar la mañana en que fui a verlo con los resultados del análisis, seguramente también escuchó los gritos, él ya lo sabía, le habían avisado del laboratorio, en ese ambiente también hay informantes que trabajan para quienes tienen algún poder, fui a rogarle, a decirle que yo no quería tener un hijo, me dio una cachetada, dijo que se avergonzaba de mí, que no me repudiaba por respeto a lo que llevaba dentro, salí al pasillo y quise andar pero no podía, me senté en un sillón, entonces fue cuando se acercó esa mujer, la enfermera, y sin decir nada metió en mi bolsillo un papel con una dirección y un nombre: Olga. Nunca fui una mujer fuerte, la fuerza que junté la perdí aquella tarde en que nos conocimos usted y yo. […] Por qué no piensa qué prueba le habrá puesto la vida delante a su hija para que a pesar de creer que jamás se acercaría a una iglesia un día como ése, lo haya hecho, haya decidido caminar bajo los rayos y los truenos que según ella podían matarla, tal vez hasta haya buscado precisamente eso, lo que temía, que uno de esos rayos la partiera al medio, y al no conseguirlo, al llegar mojada pero viva a ese lugar que le mintió, eligiera subir al campanario, intentara hacer un nudo que nunca sospechó que sabía hacer, se pusiera la soga al cuello y se colgara. […] […] Dos días antes de colgar del campanario, Rita fue a ver al doctor Banegas. Elena no supo, no le contó. Se lo contó el inspector Avellaneda cuando su hija ya estaba muerta. Elena quisiera saber qué hablaron ese día, pero antes no le importó preguntar, y ahora se encuentra demasiado lejos de quien podría responderle. Sin embargo, si sabe de qué hablaron once días atrás, porque ella estuvo ahí. Fue la última vez que vieron juntas al doctor Benegas, pero no en su consultorio, sino en la clínica. había propuesto que Elena se internara dos días para hacerse estudios, es mejor hacer todo junto, Elena, a no la vamos a hacer ir y venir muchas veces. […] Elena, su madre tiene un tipo particular de Parkinson, nosotros llamamos Plus, ¿me entiende?, ¿plus?, preguntó Elena, superior, algo más que un Parkinson común y corriente, aclaró Benegas, hicimos una batería de estudios antes de llegar a esta conclusión, y ya no tenemos dudas, es un Plus, un plus, repitió Rita, sí, conformó el médico, ¿Plus quiere decir más?, sí, ¿más?, sí, más, ¿hay más, doctor?, insistió Rita, parece que sí, hija, contestó Elena pero a Rita no le alcanzó con la respuesta de su madre y dijo, ¿a usted le parece poco con lo que ya tenemos, doctor?, yo no digo que sea poco, pero digo que hay más, y yo, doctor, me pregunto si usted

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sabe de lo que habla, ¡Rita!, la retó Elena, ¿más dice usted?, volvió a preguntar su hija ignorándola y luego continuó, más que babear, que hacerse pis encima y aunque se lave oler siempre a orina vieja, más que no poder dar un paso a voluntad, más que arrastrar los pasos que sí puede dar gracias a su levodopa, dígame, doctor. Dijo otra vez, ¡dígame! […] Más que no poder cortarse las uñas de los pies, ni atarse los cordones de las zapatillas, ¿más?, ¿hay más que deglutir con dificultad, sentir que el aire no pasa y que uno puede morir ahogado? Más que comer con las manos, que tener que intentar cien veces antes de poder tragar una pastilla, más que solo poder beber a través de una ridícula circunferencia de una pajita de plástico o el calado de una bombilla, más que no poder bajarse o subirse la bombacha sola, ni limpiarse el traste después de ir al baño, vamos, hija, trató de convencerla Elena pero Rita ya no escuchaba más que a ella misma, ¿hay más doctor?, más que no poder abrocharse una blusa, ni colocarse el reloj pulsera, ni correr el cierre de una cartera, más que no poderse poner ni sacar la dentadura postiza, más que caerse de lado si nadie sostiene su cuerpo, de a poco, casi sin notarlo, hasta quedar acostada en el banco que sea, en el lugar que sea, frente a quien sea, más que firmar con dificultad y apenas entender la propia letra, más que aceptar que la boca se apriete, se resista a modula y no deje entender si no con mucho esfuerzo e imaginación las palabras que pronuncia, ¿más?, ¿usted dice que hay más, doctor? […] Rita, mientras uno esté vivo hay esperanza, su madre va a vivir, su madre quiere vivir, yo quiero vivir, hija, no estoy hablando de mi madre, si hay más soy yo la que no sé si voy a poder, me querés meter a un geriátrico, no, mamá, un geriátrico, no, dejame sola, no me atiendas si no querés, pero en mi casa, no entendés nada, mamá, va a poder, claro que sí, por su madre, no, yo quiero en mi casa, Rita, yo puedo, hija, ahora nos toca a nosotros devolverles lo que nos dieron, ella la necesita como usted necesitó a su madre años atrás, va a tener que ser de madre de su madre, Rita, porque la Elena que conocimos va a ser un bebé, ¿un bebé? qué dice doctor, mi madre no puede ser un bebé, un bebé es lindo, un bebé tiene la piel suave y blanca, y la baba clara, transparente, el cuerpo de un bebé poco a poco se va irguiendo, un día aprende a andar, camina, le salen dientes nuevos, blancos, sanos y a mi madre le pasará exactamente lo contrario, mírela, en lugar de controlar los esfínteres se hará encima, en lugar de hablar se quedará muda, en lugar de erguirse se agachará cada vez más, se

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doblará, se vencerá, y yo estoy condenada a ver cómo su cuerpo va muriendo sin que ella muera. Rita, por primera vez en mucho tiempo lloró. No, doctor, mi mamá no va a ser un bebé, y no creo que yo pueda ser esa madre que usted me pide, la vamos a ayudar, Rita, ¿a mí o a ella?, a las dos, mire, dijo Benegas y sacó de su portafolios un sobre lleno de folletos. […] El gato maúlla entre las dos mujeres. ¿Habré sido una buena madre?, quién puede saberlo. Isabel acaricia al gato, y el gato se le ofrece, se menea, se curva, ayuda a la caricia, la alaga, impide que termine. Elena los mira y estira la mano para hacer lo mismo pero no llega, su brazo queda colgado, en el aire, vacío. Trae otra vez el brazo junto a ella. Llovía, le dice. Tal vez, le contesta la mujer. Mi hija fue aunque llovía, su hija fue porque llovía y porque había algo que la asustaba más que la lluvia. Yo, se acusa Elena. Isabel la mira, y dice, el cuerpo de los otros, a veces, asusta. Elena estira la mano otra vez en dirección al gato, y esta vez el gato la ayuda alargando la cabeza hacia ella. Las manos de las dos mujeres acarician el mismo animal. ¿Cree que Rita pensaría que iba a heredar mi enfermedad?, le pregunta, no, creo que no podía tolerar que usted la tuviera, nunca me lo dijo, a veces es más fácil gritar que llorar, me habría gustado que Rita estuviera hoy acá, que supiera, dice Elena, pero Isabel corrige, debe haber sabido, cuando sintió que no quería vivir más, después del asombro y la decepción debe haber sabido. El gato va de una a otra, ellas lo comparten. Yo sí quiero vivir, ¿sabe?, a pesar de este cuerpo, a pesar de mi hija muerta, dice y llora, sigo eligiendo vivir, ¿será soberbia?, hace un tiempo me dijeron que yo era soberbia, no le crea a la gente que nos pone nombre, Elena. Isabel toma el gato y se lo acerca, se lo pone sobre la falda, Elena lo recibe, lo acaricia y el gato se retuerce sobre su regazo. ¿Le gustan los gatos?, le pregunta Isabel, no sé, le contesta ella y la mujer le dice, al menos sabemos que al gato le gusta usted. Elena se sonría y llora al mismo tiempo, parece que le gusto, sí. ¿Qué va hacer ahora?, le pregunta la mujer y Elena quisiera responderle, quisiera decir, voy a esperar para después ponerme a andar, pero son tantas las palabras que llegan a su cabeza al mismo tiempo, que se enredan, se mezclan, se estrellan una contra otra, y terminan perdidas o muertas antes de que Elena pueda pronunciarlas, entonces no dice, no responde, no sabe, o porque ahora sí sabe, no dice, no responde, solo acaricia ese gato. Eso es todo por hoy, acariciar un gato. […]

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Dilemas Bioéticos . Desde el descubrimiento de la rueda y la domesticación del fuego, pasando por las vacunas y la revolución de conectividad que supuso internet, la tecnología ha servido a la humanidad para eludir, transformar o anular los límites que la naturaleza impone a la calidad y duración de nuestras vidas, al punto que ya poco y nada queda en nosotros de ella en estado puro. Sin embargo, al igual que toda herramienta, la tecnología puede ser tanto aliada como enemiga, resolver problemas como generarlos, y es por ello que los estados regulan la clase de prácticas que se consideran éticamente viables. En este marco, los enormes avances científicos en materia de genética suscitan una serie de dilemas bioéticos que conducen a interrogar acerca de los límites que se pueden correr y las barreras que se deben mantener y no cruzar en materia de edición del ADN y qué hacer frente al diagnóstico temprano que permite conocer las disposiciones de un embrión de desarrollar durante la gestación o en la vida adulta no solo determinadas enfermedades, sino también características como las dimensiones corporales, su genitalidad, pigmentación, etc.

QUÉ PIENSAN LOS QUE NO PIENSAN COMO YO | Bebés de diseño

https://youtu.be/y9AmuL4RBHs

5. Ver el programa “Bebés de diseño” del ciclo “¿Qué piensan los que no piensan como yo?” (Canal Encuentro), en el que la Dra. Diana Cohen Agrest lleva a una mesa de discusión a especialistas de diversos campos académicos para exponer sus posiciones frente a diversas cuestiones asociadas con la intervención genética de fetos y embriones. 6. Discutir a partir del video anterior los argumentos expuestos en torno a los siguientes problemas: eugenesia, derecho a la salud, inclusión y discapacidad, “bebés-medicamento”, conservación y descarte de embriones criogénicamente conservados, fertilización médicamente asistida. 7. En la década del treinta el escritor británico publicó la novela Un mundo feliz, en la que mucho antes de que hubiese avances de ingeniería genética como los que conocemos exploraba en la ficción el impacto que estos podrían tener en la sociedad. Lean el siguiente fragmento de los primeros dos capítulos y respondan las preguntas que se encuentran debajo.

U N MUNDO FELIZ Aldous Huxley

Un edificio gris, achaparrado, de sólo treinta y cuatro plantas. Encima de la entrada principal las palabras: Centro de Incubación y Condicionamiento de la Central de Londres, y, en un escudo, la divisa del Estado Mundial: Comunidad, Identidad, Estabilidad. Dentro, la enorme sala de la planta baja se hallaba orientada hacia el Norte. Fría a pesar del verano que reinaba en el exterior […]. Lo invernal respondía a lo invernal. Las batas de los trabajadores eran blancas, y éstos llevaban las manos enfundadas en guantes de goma de un color pálido, como de cadáver. La luz era helada, muerta, fantasmal. […] —Y ésta —dijo el director, abriendo la puerta— es la Sala de Fecundación. Prof. Gastón Daix

Inclinados sobre sus instrumentos, trescientos Fecundadores se hallaban entregados a su trabajo, cuando el director de Incubación y Condicionamiento entró en la sala, sumidos en un absoluto silencio, sólo interrumpido por el distraído canturreo o silboteo solitario de quien se halla concentrado y abstraído en su labor. Un grupo de estudiantes recién ingresados, muy jóvenes, sonrosados e inexpertos, seguía con excitación, casi abyectamente, al director, pisándole los talones. Cada uno de ellos llevaba un bloc de notas en el cual, cada vez que el gran hombre hablaba, garrapateaban con desesperación. Directamente de labios de la ciencia misma. Era un raro privilegio. El D.I.C. de la

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central de Londres tenía siempre un gran interés en acompañar personalmente a los nuevos alumnos a visitar los diversos departamentos. —Sólo para darles una idea general —les decía. Porque, desde luego, alguna especie de idea general debían tener si habían de llevar a cabo su tarea inteligentemente; pero no demasiado grande si habían de ser buenos y felices miembros de la sociedad. Porque los detalles, como todos sabemos, conducen a la virtud y la felicidad, en tanto que las generalidades son intelectualmente males necesarios. No son los filósofos […] los que constituyen la columna vertebral de la sociedad. —Mañana —añadió, sonriéndoles con una ligera amenaza—empezarán ustedes a trabajar en serio. Y entonces no tendrán tiempo para generalidades. Mientras tanto... Mientras tanto, era un privilegio. Directamente de los labios de la ciencia personificada al bloc de notas. Los muchachos garrapateaban como locos. Alto y más bien delgado, muy erguido, el director se adentró por la sala. Tenía el mentón largo y saliente, y dientes algo prominentes, apenas cubiertos, cuando no hablaba, por sus labios regordetes, de curvas floreadas. ¿Viejo? ¿Joven? ¿Treinta? ¿Cincuenta? ¿Cincuenta y cinco? Hubiese sido difícil decirlo. En todo caso la cuestión no llegaba siquiera a plantearse; en aquel año de estabilidad, el 632 después de Ford, a nadie se le hubiese ocurrido preguntarlo. —Empezaré por el principio —dijo el director. Y los más celosos estudiantes anotaron la intención del director en sus blocs de notas: Empieza por el principio. —Estas —siguió el director, con un movimiento de la mano— son las incubadoras.—Y abriendo una puerta aislante les enseñó hileras y más hileras de tubos de ensayo numerados—. Esta es la provisión semanal de óvulos —explicó—. Conservados a la temperatura de la sangre; en tanto que los gametos masculinos —y al decir esto abrió otra puerta— deben ser conservados a treinta y cinco grados de temperatura en lugar de treinta y siete. […] Sin dejar de apoyarse en las incubadoras, el director ofreció a los nuevos alumnos, mientras los lápices corrían velozmente por las páginas, una breve descripción del moderno proceso de fecundación. Primero habló, naturalmente, de sus fundamentos quirúrgicos, la operación voluntariamente sufrida para el bien de la Sociedad, aparte el hecho de que entraña una prima equivalente al salario de seis meses; prosiguió con unas notas sobre la técnica de conservación de los ovarios extirpados de forma que se conserven en vida y se desarrollen activamente; pasó a hacer algunas consideraciones sobre la temperatura, salinidad y viscosidad óptimas; continuó luego Prof. Gastón Daix

explicando sobre el líquido en el que se conservan separados los óvulos maduros; y conduciendo a sus alumnos a las mesas de trabajo, les enseñó en la práctica cómo se retiraba aquel líquido de los tubos de ensayo; cómo se vertía, gota a gota, sobre las placas del microscopio previamente calentadas; cómo los óvulos que contenía eran inspeccionados en busca de posibles anormalidades, contados y trasladados a un recipiente poroso; cómo (y para ello los llevó al sitio donde se realizaba la operación) este recipiente era sumergido en un caldo tibio que contenía espermatozoides en libertad, a una concentración mínima de cien mil por centímetro cúbico, como hizo constar con insistencia; y cómo, al cabo de diez minutos, el recipiente era extraído del caldo y su contenido volvía a ser examinado; cómo, si algunos de los óvulos seguían sin fertilizar, era sumergido de nuevo, y, en caso necesario, una tercera vez; cómo los óvulos fecundados volvían a las incubadoras, donde los Alfas y los Betas permanecían hasta que eran definitivamente embotellados, en tanto que los Gammas, Deltas y Epsilones eran retirados al cabo de sólo treinta y seis horas, para ser sometidos al método de Bokanovsky. —El método de Bokanovsky —repitió el director. Y los estudiantes subrayaron estas palabras. Un óvulo, un embrión, un adulto: es lo normal. Pero en este caso un óvulo bokanovskificado prolifera, se subdivide. De ocho a noventa y seis brotes, y cada brote llegará a formar un embrión perfectamente constituido y cada embrión se convertirá en un adulto completo. Una producción de noventa y seis seres humanos donde antes sólo se conseguía uno. Esto es el progreso. —En esencia —concluyó el D. I. C.—, la bokanovskificación consiste en una serie de interrupciones en el proceso del desarrollo. Se detiene el crecimiento normal, y paradójicamente, el óvulo reacciona reproduciéndose. Reacciona reproduciéndose. Los lápices apuntaron. El director señaló a un lado. En una ancha banda que se movía muy lento, un porta tubos enteramente cargado se introducía en una vasta caja de metal, de cuyo extremo emergía otro porta tubos igualmente repleto. El mecanismo producía un débil zumbido. El director explicó que los tubos de ensayo tardaban ocho minutos en atravesar aquella cámara metálica. Ocho minutos de rayos X era lo máximo que los óvulos podían soportar. Unos pocos morían; de los restantes, los menos aptos se dividían en dos, la mayoría producía cuatro, algunos ocho; y todos volvían después a las incubadoras, donde los nuevos brotes empezaban a desarrollarse; luego, al cabo de dos días, se les sometía a un proceso de congelación y se detenía su crecimiento. Dos, cuatro, y hasta ocho nuevos retoños, estos a su vez se dividían echando

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nuevos brotes; después se les administraba una dosis casi letal de alcohol; como consecuencia de ello, volvían a subdividirse —brotes de brotes de brotes— y después se les dejaba desarrollar en paz, puesto que una nueva detención en su crecimiento solía resultar fatal. Pero, a aquellas alturas, el óvulo original se había convertido en un número de embriones que oscilaba entre ocho y noventa y seis, un prodigioso adelanto, hay que reconocerlo, con respecto a la Naturaleza. Mellizos idénticos, pero no en ridículas parejas, o de tres en tres, como en los viejos tiempos vivíparos, cuando un óvulo se escindía de vez en cuando, accidentalmente; mellizos por docenas, por veintenas a un tiempo. —Veintenas —repitió el director; y abrió los brazos como distribuyendo generosas dádivas—. Veintenas. Pero uno de los estudiantes fue lo bastante tonto para preguntar en qué consistía la ventaja. —¡Pero, hijo mío! —exclamó el director, volviéndose bruscamente hacia él—. ¿De veras no lo comprendes? ¿No puedes comprenderlo? —Levantó una mano, con expresión solemne—. El Método Bokanovsky es uno de los mayores instrumentos de la estabilidad social. Uno de los mayores instrumentos de la estabilidad social. Hombres y mujeres estandarizados, en grupos uniformes. Todo el personal de una fábrica podía ser el producto de un solo óvulo bokanovskificado. —¡Noventa y seis mellizos trabajando en noventa y seis máquinas idénticas! —La voz del director casi temblaba de entusiasmo.—Sabemos muy bien adónde vamos. Por primera vez en la Historia.—Citó la divisa planetaria:—Comunidad, Identidad, Estabilidad.—Grandes palabras.—Si pudiéramos bokanovskificar indefinidamente, el problema estaría resuelto. Resuelto por Gammas, Deltas y Epsilones producidos en serie, idénticos, sin ninguna diferencia. Millones de mellizos iguales entre sí. El principio de la producción en masa aplicado, por fin, a la biología. —Pero, por desgracia, —añadió el director— no podemos bokanovskificar indefinidamente. Al parecer, noventa y seis era el límite, y setenta y dos un buen promedio. Lo más que podían hacer, a falta de poder realizar aquel ideal, era manufacturar tantos grupos de mellizos idénticos como fuese posible a partir del mismo ovario y con gametos del mismo macho. Y aún esto era difícil. —Porque, por vías naturales, se necesitan treinta años para que doscientos óvulos alcancen la madurez. Pero nuestra tarea consiste en estabilizar la población en este momento, aquí y ahora. ¿De qué nos serviría producir mellizos con cuentagotas a lo largo de un cuarto de siglo? Prof. Gastón Daix

Evidentemente, de nada. Pero la técnica de Podsnap había acelerado inmensamente el proceso de la maduración. Ahora cabía tener la seguridad de conseguir como mínimo ciento cincuenta óvulos maduros en dos años. Fecundación y bokanovskificación —es decir, multiplicación por setenta y dos—, aseguraban una producción media de casi once mil hermanos y hermanas en ciento cincuenta grupos de mellizos idénticos; y todo ello en el plazo de dos años. —Y, en casos excepcionales, podemos lograr que un solo ovario produzca más de quince mil individuos adultos. Volteando hacia un joven alto y rubio que en ese momento entraba, lo llamó: —Señor Foster. ¿Puede decirnos cuál es la marca máxima obtenida por un solo ovario? —Dieciséis mil doce en este Centro —contestó Foster sin vacilar. Hablaba con gran rapidez, tenía unos ojos azules muy vivos, y era evidente que le producía un intenso placer al citar cifras—. Dieciséis mil doce, en ciento ochenta y nueve grupos de mellizos idénticos. Pero, desde luego, se ha conseguido mucho más —prosiguió atropelladamente— en algunos centros tropicales. […] Y siguieron la visita. En la Sala de Envasado reinaba una animación armoniosa y una actividad ordenada. Trozos de peritoneo de cerda, cortados ya a la medida adecuada, subían disparados en pequeños ascensores, procedentes del Almacén de órganos de los sótanos. Un zumbido, después un chasquido, y las puertas del ascensor se abrían de golpe; el Forrador de Envases sólo tenía que alargar la mano, coger el trozo, introducirlo en el frasco, presionarlo, y antes de que el envase debidamente forrado por el interior se hallara fuera de su alcance, transportado por la cinta sin fin, otro zumbido, otro chasquido, y otro trozo de peritoneo era disparado desde las profundidades, listo para ser deslizado en el interior de otro frasco, el siguiente de aquella lenta procesión que la cinta transportaba. Después de los Forradores estaban los Matriculadores. La procesión avanzaba; uno a uno, los óvulos pasaban de sus tubos de ensayo a unos recipientes más grandes; diestramente, el forro de peritoneo era cortado, la mórula se ponía en su lugar, se le agregaba la solución salina... y el frasco pasaba y les llegaba a los etiquetadores. Herencia, fecha de fecundación, grupo de Bokanovsky al que pertenecía; todos estos detalles iban del tubo de ensayo al frasco. Sin anonimato ya, con sus nombres, pasaban a través de un agujero en la pared hacia la Sala de Predestinación Social. —Ochenta y ocho metros cúbicos de fichas —dijo el señor Foster, satisfecho, al entrar.

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—Que contienen toda la información de interés —agregó el director. —Que se ponen al día todas las mañanas. —Y se coordinan todas las tardes. —Las cuales son la base de todos nuestros cálculos. Tantos individuos de tal y tal calidad —dijo Foster. —Distribuidos en tales y cuales cantidades. —Dándonos el óptimo Porcentaje de Decantación en cualquier momento. —Permitiendo compensar rápidamente las pérdidas imprevistas. —Rápida sustitución —repitió Foster—. ¡Si supieran ustedes la cantidad de horas extras que tuve que emplear después del último terremoto en el Japón! Dicho esto rió de buena gana y movió la cabeza. —Los Predestinadores envían sus datos a los Fecundadores. —Quienes les facilitan los embriones que solicitan. —Y los frascos pasan aquí para ser predestinados con todo detalle. —Después de lo cual vuelven a ser enviados al Almacén de Embriones. —El lugar adonde nos dirigimos ahora mismo. Y, abriendo una puerta, Foster inició la marcha hacia una escalera que conducía al sótano. La temperatura seguía siendo tropical. El grupo penetró en un ambiente iluminado con una luz crepuscular. Dos puertas y un pasadizo con un doble recodo aseguraban al sótano contra toda posible infiltración de la luz. —Los embriones son como la película fotográfica —dijo Foster, jocosamente, al tiempo que empujaba la segunda puerta—. Sólo soportan la luz roja. Y, en efecto, la bochornosa oscuridad en medio de la cual los estudiantes le seguían ahora era visible y escarlata como la oscuridad que se divisa con los ojos cerrados en plena tarde con sol. Los voluminosos estantes laterales, con sus hileras interminables de botellas, brillaban como cuajados de rubíes, y entre los rubíes se movían los espectros rojos de mujeres y hombres con los ojos purpúreos, como de lobos. El zumbido de la maquinaria llenaba débilmente los aires. —Denos algunas cifras, señor Foster —dijo el director, que estaba cansado de hablar. A Foster le encantaba hablarles de números. Doscientos veinte metros de longitud, doscientos de anchura y diez de altura. Señaló hacia arriba. Como gallinitas bebiendo agua, los estudiantes levantaron los ojos hacia el elevado techo. Tres grupos de estantes: a nivel del suelo, en la primera galería y en la segunda galería. La telaraña metálica de las galerías se perdía a lo lejos, en todas direcciones, en la oscuridad. Cerca de Prof. Gastón Daix

ellas, tres fantasmas rojos se hallaban muy atareados descargando garrafones de una escalera móvil. La escalera que procedía de la Sala de Predestinación Social. Cada frasco podía ser colocado en cualquiera de los quince estantes, cada uno de los cuales, aunque a simple vista no se notaba, era en realidad un convoy que viajaba a razón de trescientos treinta y tres centímetros por hora. Doscientos sesenta y siete días, a ocho metros diarios. Dos mil ciento treinta y seis metros en total. Una vuelta al sótano a nivel del suelo, otra en la primera galería, media en la segunda, y, la mañana del día doscientos sesenta y siete, luz de día en la Sala de Decantación. Y de ahí partía la llamada existencia independiente. […] Y Foster les narró todo. […]Explicó el sistema de etiquetaje: una T para los varones, un círculo para las hembras, y un signo de interrogación negro sobre fondo blanco para los destinados a hermafroditas. —Porque, desde luego —dijo Foster—, en la gran mayoría de los casos la fecundidad no es más que un estorbo. Un solo ovario fértil de cada mil doscientos bastaría para nuestros propósitos. Pero queremos poder elegir a placer. Y, desde luego, conviene siempre dejar un buen margen de seguridad. Por esto permitimos que hasta un treinta por ciento de embriones hembra se desarrollen normalmente. A los demás les administramos una dosis de hormona sexual femenina cada veinticuatro metros durante lo que les queda de trayecto. Resultado: son decantados como hermafroditas, completamente normales en su estructura, excepto —tuvo que reconocer— que tienen una ligera tendencia a echar barba, pero estériles. Con una esterilidad garantizada. Lo cual nos conduce por fin —prosiguió Foster— fuera del reino de la mera imitación servil de la Naturaleza para pasar al mundo mucho más interesante de la invención humana. Se frotó las manos. Porque, desde luego, ellos no se limitaban meramente a incubar embriones […] — También predestinamos y condicionamos. Decantamos nuestros críos como seres humanos socializados, como Alfas o Epsilones, como futuros excavadores o futuros...—Iba a decir futuros Interventores Mundiales, pero se dio cuenta a tiempo y dijo—... futuros Directores de Incubadoras. El director agradeció el cumplido con una sonrisa. Pasaban en aquel momento por el Metro 320 del Estante número 11. Un joven mecánico Beta-Menos, estaba atareado con un destornillador y una llave inglesa, trabajando en la bomba de sangre artificial de una botella que pasaba. Cuando dio vuelta a las tuercas, el zumbido del motor eléctrico se hizo un poco más grave. Bajó más aún, y un poco más… Una última vuelta a la llave inglesa, una mirada al contador de revoluciones, y terminó su tarea. El

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hombre retrocedió dos pasos en la fila y repitió el mismo proceso en la bomba del frasco siguiente. —Está reduciendo el número de revoluciones por minuto —explicó Foster—. La sangre artificial circula más despacio; por consiguiente, pasa por el pulmón a intervalos más largos; y así, aporta menos oxígeno al embrión. No hay nada como la escasez de oxígeno para mantener a un embrión por debajo de lo normal. Y volvió a frotarse las manos. —¿Y para qué quieren mantener a un embrión por debajo de lo normal? —preguntó un estudiante ingenuo. —¡Estúpido! —exclamó el director, rompiendo un largo silencio—. ¿No se le ha ocurrido pensar que un embrión de Epsilon debe tener un ambiente Epsilon y una herencia Epsilon también? Evidentemente, no se le había ocurrido. Quedó abochornado. —Cuanto más baja es la casta —dijo Foster—, se les proporciona menos oxígeno. El primer órgano afectado es el cerebro. […] En los Epsilones —dijo Foster, muy acertadamente— no necesitamos inteligencia humana. No la necesitaban, y no la “fabricaban”. Pero, aunque la mente de un Epsilon alcanzaba la madurez a los diez años, el cuerpo del Epsilon no era apto para el trabajo hasta los dieciocho. Largos años de inmadurez superflua y perdida. Si el desarrollo físico pudiera acelerarse hasta que fuera tan rápido, digamos, como el de una vaca, ¡qué enorme ahorro para la Comunidad! —¡Enorme! —murmuraron los estudiantes contagiados por el entusiasmo de Foster. Después se puso más técnico; habló de una coordinación endocrina anormal que era la causa de que los hombres crecieran tan lentamente, y sostuvo que esta anormalidad se debía a una mutación germinal. ¿Sería posible destruir los efectos de esta mutación germinal? ¿Podían devolver al individuo Epsilon, mediante una técnica adecuada, a la normalidad de los perros y de las vacas? Este era el gran problema. Y estaba a punto de ser resuelto. Pilkinton, en Mombasa, había producido individuos sexualmente maduros a los cuatro años y completamente crecidos a los seis y medio. Un triunfo científico. Pero socialmente inútil. Los hombres y las mujeres de seis años eran demasiado estúpidos, incluso para realizar el trabajo de un Epsilon. Y el método era de los del tipo “todo o nada”; o no se lograba modificación alguna, o tal modificación era en todos los sentidos. Todavía estaban luchando por encontrar el compromiso ideal entre adultos de veinte años y adultos de seis. Y hasta entonces sin éxito. Foster movía la cabeza suspirando con desconsuelo. Prof. Gastón Daix

Su recorrido a través de la luz crepuscular escarlata les había llevado a las proximidades del Metro 170 del Estante 9. A partir de aquel punto, el Estante 9 estaba cerrado, y los frascos realizaban el resto de su viaje en el interior de una especie de túnel, interrumpido de vez en cuando por unas aberturas de dos o tres metros de anchura. —Condicionamiento de temperatura —explicó Foster. Túneles calientes alternaban con túneles fríos. El frío acompañaba a la incomodidad en forma de intensos rayos X. Porque en el momento de la decantación, los embriones sentían horror por el frío. Estaban predestinados a emigrar a los trópicos, a ser mineros, tejedores de seda sintética o metalúrgicos. Más adelante, enseñarían a sus mentes a seguir las indicaciones de sus cuerpos. —Nosotros los condicionamos de modo que el calor no los haga sufrir —concluyó Foster—. Y nuestros colegas de arriba les enseñarán a amarlo. —Y éste —intervino el director sentenciosamente—, éste es el secreto de la felicidad y la virtud: amar lo que uno tiene que hacer. Todo condicionamiento tiende a esto: a lograr que la gente ame su inevitable destino social. […] —Los trabajadores del trópico empiezan a ser inoculados en el Metro 150 —explicó Foster a los estudiantes—. Los embriones todavía tienen branquias. Inmunizamos al pez contra las enfermedades del hombre futuro. […] En el Estante número 10, hileras de la próxima generación de obreros químicos eran sometidos a un tratamiento para acostumbrarlos a tolerar el plomo, la sosa cáustica, el asfalto, la clorina... El primero de un grupo de doscientos cincuenta mecánicos de cohetes aéreos en embrión pasaba en aquel momento por el Metro mil cien del Estante 3. Un mecanismo especial mantenía sus envases en constante rotación. —Para mejorar su sentido del equilibrio — explicó Foster—. Efectuar reparaciones en el exterior de un cohete en el aire es una tarea complicada. Cuando están de pie, reducimos la circulación hasta casi matarlos, y doblamos el flujo del sucedáneo de la sangre –sangre artificial- cuando están cabeza abajo. Así aprenden a asociar esta posición con el bienestar; de hecho, sólo son felices de verdad cuando están así. […] Guardería infantil. Sala de Condicionamiento NeoPavloviano, anunciaba el rótulo de la entrada. El director abrió una puerta. Entraron en una vasta estancia vacía, muy brillante y soleada, porque toda la pared orientada hacia el Sur era un cristal de parte a parte. Media docena de enfermeras, con pantalones y chaqueta de uniforme, de viscosilla blanca, los cabellos asépticamente ocultos bajo cofias blancas, se hallaban atareadas disponiendo jarrones con rosas en una larga hilera, en el suelo.

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Grandes jarrones llenos de flores. Millares de pétalos, suaves y sedosos como las mejillas de innumerables querubines, pero de querubines que bajo aquella luz brillante, no se veían rosados y arios, sino también luminosamente chinos y también mexicanos y hasta colorados a fuerza de soplar en celestiales trompetas, o pálidos como la muerte, pálidos con la blancura postrera del mármol. Cuando el D.I.C. entró, las enfermeras se cuadraron rígidamente. —Coloquen los libros — ordenó el director. En silencio, las enfermeras obedecieron la orden. Entre los jarrones de rosas, los libros fueron debidamente dispuestos: una hilera de libros infantiles se abrieron invitadoramente mostrando alguna imagen alegremente coloreada de animales, peces o pájaros. —Y ahora traigan a los niños. Las enfermeras se apresuraron a salir de la sala y volvieron al cabo de uno o dos minutos; cada una de ellas empujaba una especie de carrito de té muy alto, con cuatro estantes de tela metálica, en cada uno de los cuales había un crío de ocho meses. Todos eran exactamente iguales (un grupo Bokanovsky, evidentemente) y todos vestían de color caqui, porque pertenecían a la casta Delta. —Pónganlos en el suelo. Los carritos fueron descargados. —Y ahora sitúenlos de modo que puedan ver las flores y los libros. Los chiquillos inmediatamente guardaron silencio, y empezaron a arrastrarse hacia aquellas masas de colores vivos, aquellas formas alegres y brillantes que aparecían en las páginas blancas. Cuando ya se acercaban, el sol palideció un momento, eclipsándose tras una nube. Las rosas llamearon, como a impulsos de una pasión interior; un nuevo y profundo significado pareció brotar de las brillantes páginas de los libros. De las filas de críos que gateaban llegaron pequeños chillidos de excitación, gorjeos y ronroneos de placer. El director se frotó las manos. —¡Estupendo! —exclamó—. Ni hecho a propósito. Los más rápidos ya habían alcanzado su meta. Sus manitas se tendían, inseguras, palpaban, agarraban, deshojaban las rosas transfiguradas, arrugaban las páginas iluminadas de los libros. El director esperó verles a todos alegremente atareados. Entonces dijo: —Pongan atención. —Y levantando la mano dio la señal. La Enfermera Jefe, que estaba de pie junto a un cuadro de mandos, al otro extremo de la sala, bajó una pequeña palanca. Se produjo una violenta explosión. Cada vez más aguda, empezó a sonar una sirena. Penetrantes timbres de alarma sonaron enloquecedoramente. Prof. Gastón Daix

Los chiquillos se sobresaltaron y rompieron en chillidos; sus rostros aparecían convulsos de terror. —Y ahora —gritó el director (porque el estruendo era ensordecedor)—, ahora pasaremos a reforzar la lección con una pequeña descarga eléctrica. Volvió a hacer una señal con la mano, y la Enfermera Jefe pulsó otra palanca. Los chillidos de los pequeños cambiaron súbitamente de tono. Había algo desesperado, algo casi demencial, en los gritos agudos, espasmódicos, que brotaban de sus labios. Sus cuerpecitos se retorcían y cobraban rigidez; sus miembros se agitaban bruscamente, como obedeciendo a los tirones de alambres invisibles. —Podemos electrificar toda esta zona del suelo —gritó el director, como explicación—. Pero ya basta. E hizo otra señal a la enfermera. Las explosiones cesaron, los timbres enmudecieron, y el chillido de la sirena fue bajando de tono hasta reducirse al silencio. Los cuerpecillos rígidos y retorcidos se relajaron, y lo que había sido el sollozo y el aullido de unos niños desatinados volvió a convertirse en el llanto normal del terror ordinario. —Vuelvan a ofrecerles las flores y los libros. Las enfermeras obedecieron; pero ante la proximidad de las rosas, a la sola vista de las alegres y coloreadas imágenes de los gatitos, los gallos y las ovejas, los niños se apartaron con horror, y el volumen de su llanto aumentó súbitamente. —Observen —dijo el director, en tono triunfal—. Observen. Los libros y ruidos fuertes, flores y descargas eléctricas; en la mente de aquellos niños ambas cosas se hallaban ya fuertemente relacionadas entre sí; y al cabo de doscientas repeticiones de la misma o parecida lección formarían ya una unión indisoluble. Lo que el hombre ha unido, la Naturaleza no puede separarlo. —Crecerán con lo que los psicólogos solían llamar un odio instintivo hacia los libros y las flores. Reflejos condicionados definitivamente. Estarán a salvo de los libros y de la botánica para toda su vida. —El director se volvió hacia las enfermeras—. Llévenselos. Llorando todavía, los niños vestidos de caqui fueron cargados de nuevo en los carritos y retirados de la sala, dejando tras de sí un olor a leche agria y un agradable silencio. Uno de los estudiantes levantó la mano; aunque comprendía perfectamente que no podía permitirse que los miembros de una casta baja malgastaran el tiempo de la Comunidad en libros, y que siempre existía el riesgo de que leyeran algo que pudiera, por desdicha, destruir uno de sus reflejos condicionados, sin embargo... bueno, no podía comprender lo de las

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flores. ¿Por qué tomarse la molestia de hacer psicológicamente imposible para los Deltas el amor a las flores? Pacientemente, el D.I.C. se explicó. Si se inducía a los niños a chillar a la vista de una rosa, ello obedecía a una alta política económica. No mucho tiempo atrás (aproximadamente un siglo), los Gammas, los Deltas y hasta los Epsilones habían sido condicionados de modo que les gustaran las flores; las flores en particular, y la naturaleza salvaje en general. El propósito, entonces, estribaba en inducirles a salir al campo en toda oportunidad, con el fin de que consumieran transporte. —¿Y no consumían transporte? —preguntó el estudiante. —Mucho —contestó el D.I.C—. Pero sólo transporte. Las flores y los paisajes— explicó—, tienen un grave defecto: son gratuitos. El amor a la Naturaleza no da quehacer a las fábricas. Se decidió abolir el amor a la Naturaleza, al menos entre las castas más bajas; abolir el amor a la Naturaleza, pero no la tendencia a consumir transporte. Porque, desde luego, era esencial, que siguieran deseando ir al campo, aunque lo odiaran. El problema residía en hallar una razón económica más poderosa para consumir transporte que la mera afición a las flores y los paisajes. Y la encontraron. Condicionamos a las clases bajas de modo que odien el campo —concluyó el director—: Pero simultáneamente las condicionamos para que adoren los deportes campestres. Al mismo tiempo, velamos para que todos los deportes al aire libre entrañen el uso de aparatos complicados. Así, además de transporte, consumen artículos manufacturados. De ahí estas descargas eléctricas. —Comprendo —dijo el estudiante. Y mudo de admiración, permaneció en silencio. […] Frenéticamente, los estudiantes garrapateaban: “Hipnopedia, empleada por primera vez oficialmente en 214 d. F. ¿Por qué no antes? Dos razones. (a) ...” —Estos primeros experimentos —les decía el D.I.C.— seguían una pista falsa. Los investigadores creían que la hipnopedia podía convertirse en un instrumento de educación intelectual; pero relataré un ejemplo que marca el error: Un niño duerme sobre su costado derecho, con el brazo derecho estirado, la mano derecha colgando fuera de la cama. A través de un orificio enrejado, redondo, practicado en el lado de una caja, una voz habla suavemente: —El Nilo es el río más largo de África y el segundo en longitud de todos los ríos del Globo. Aunque es poco menos largo que el Mississippi-Missouri, el Nilo es el más importante de todos los ríos del Prof. Gastón Daix

mundo en cuanto a la anchura de su cuenca, que se extiende a través de 35 grados de latitud... A la mañana siguiente, alguien dice: —Tommy, ¿sabes cuál es el río más largo de África? El chiquillo niega con la cabeza. —Pero, ¿no recuerdas algo que empieza: El Nilo es el...? —El-Nilo-es-el-río-más-largo-de-África-y-elsegundo-en-longitud-de-todos-los-ríos-del- globo... —Las palabras brotan caudalosamente de sus labios—. Aunque-es-poco-menos- largo-que... —Bueno, entonces, ¿cuál es el río más largo de África? Los ojos aparecen vacíos de expresión. —No lo sé. —Pues el Nilo, Tommy. —¿ Cuál es el río más largo del mundo, Tommy? Tommy rompe a llorar. —No lo sé —solloza. Este llanto, según explicó el director, desanimó a los primeros investigadores. Los experimentos fueron abandonados. No se volvió a intentar enseñar a los niños, durante el sueño, la longitud del Nilo. Muy acertadamente. No se puede aprender una ciencia a menos que uno sepa de qué trata. —Por el contrario, debían haber empezado por la educación moral —dijo el director, abriendo la marcha hacia la puerta. Los estudiantes le siguieron, garrapateando desesperadamente mientras caminaban hasta llegar al ascensor—. La educación moral, que nunca, en ningún caso, debe ser racional. […] —¿Cuál es la lección de esta tarde? —preguntó éste. —Durante los primeros cuarenta minutos tuvimos Sexo Elemental —contestó la enfermera—. Pero ahora hemos pasado a Conciencia de Clase Elemental. El director pasó lentamente a lo largo de la hilera de literas. Sonrosados y relajados por el sueño, ochenta niños y niñas yacían, respirando suavemente. Debajo de cada almohada se oía un susurro. El D.I.C. se detuvo, e inclinándose sobre una de las camitas, escuchó atentamente. —¿Conciencia de Clase Elemental? —dijo el director—. Vamos a hacerlo repetir por el altavoz. Al extremo de la sala un altavoz sobresalía de la pared. El director se acercó al mismo y pulsó un interruptor. —...todos visten de color verde —dijo una voz suave pero muy clara, empezando en mitad de una frase—, y los niños Delta visten todos de caqui. ¡Oh, no, yo no quiero jugar con niños Delta! Y los Epsilones todavía son peores. Son demasiado tontos para poder leer o escribir. Además, visten de negro, que es un color asqueroso. Me alegro mucho de ser un Beta.

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Se produjo una pausa; después la voz continuó: “Los niños Alfa visten de color gris. Trabajan mucho más duramente que nosotros, porque son terriblemente inteligentes. De verdad, me alegro muchísimo de ser Beta, porque no trabajo tanto. Y, además, nosotros somos mucho mejores que los Gammas y los Deltas. Los Gammas son tontos. Todos visten de color verde, y los niños Delta visten todos de caqui. ¡Oh, no, yo no quiero jugar con niños Delta! Y los Epsilones todavía son peores. Son demasiado tontos para...” […] Rosas y descargas eléctricas, el caqui de los Deltas y un vaho fétido, indisolublemente relacionados entre sí antes de que el niño sepa hablar. Pero el condicionamiento sin palabras es

algo tosco y burdo; no se pueden hacer distinciones más sutiles, no se pueden inculcar formas de comportamiento más complejas. Para esto se precisan las palabras, pero palabras sin razonamiento. Esto es en suma, la hipnopedia. —La mayor fuerza socializadora y moralizadora de todos los tiempos. […] Al fin, la mente del niño se transforma en esas sugestiones, y la suma de estas sugestiones es la mente del niño. Y no sólo la mente del niño, sino también la del adulto, a lo largo de toda su vida. La mente que juzga, que desea, que decide... formada por estas sugestiones. ¡Y estas sugestiones son nuestras sugestiones! —casi gritó el director, exaltado—. ¡Sugestiones del Estado! […]

DRAW MY LIFE EN ESPAÑOL | Resumen de “Un mundo feliz”

https://youtu.be/Lq1z4AzaT5Q 7.1. ¿Saben qué es el “fordismo”? ¿Qué aspectos del proceso de gestación de nuevas vidas coincide en el relato con dicho sistema de producción industrial? ¿Qué efectos tiene ello en el modo en que se valoran esas vidas? 7.2. Realicen un esquema en el que se sintetice el paso por las distintas salas que realizan los personajes en su visita al Centro de Incubación y Condicionamiento de la Central de Londres. 7.3. ¿Qué valoraciones positivas y negativas encuentran en torno a los estandartes que rigen en el relato al Estado Mundial: Comunidad, Identidad, Estabilidad? ¿Qué otros valores creen que serían necesarios en nuestra sociedad para vivir en un “mundo feliz”? 7.4. ¿En qué sentido se puede sostener que la sociedad retratada en el libro de Huxley se basa en un sistema de castas? 7.5. Las técnicas de condicionamiento empleadas en la narración tienen su correlato en el discurso científico de la época en que la obra fue escrita. Averigüen quién fue Pavlov, por qué son célebres sus perros, qué relación guarda con el pensamiento de Skinner y sus palomas, qué es el condicionamiento (clásico y operante). 7.6. ¿Conocen la película “La naranja mecánica” (1971)? ¿Cómo se relaciona esta con lo anterior? 7.7. En Un mundo feliz un nuevo calendario ha reemplazado al gregoriano y ha establecido un nuevo cero relativo que fija el inicio de una nueva era a partir de Ford. ¿Qué efectos creen que tiene la fijación de un cero histórico en la organización del relato histórico y de su percepción? ¿Qué sesgos culturales pueden en el sistema que empleamos cotidianamente y en el que se figura en la ficción de Huxley?

KURZGESAGT | Una Nueva Historia para la Humanidad

https://youtu.be/czgOWmtGVGs 8. Vean el episodio “Alquiler de vientre” de “¿Qué piensan los que no piensan como yo? y discutan luego, teniendo en cuenta el plexo normativo vigente en nuestro país acerca de los conflictos de intereses que supone en la actualidad la subrogación de vientre. Prof. Gastón Daix

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Pan Imagina un pedazo de pan. No hace falta imaginarlo, está aquí en la cocina, sobre la tabla del pan, en su bolsa de plástico, junto al cuchillo del pan. Ese cuchillo es uno muy viejo que conseguiste en una subasta, la palabra PAN está tallada en el mango de madera. Abres la bolsa, pliegas el envoltorio hacia atrás, cortas una rebanada. La untas con mantequilla, con mantequilla de cacahuete, después miel, y lo doblas hacia adentro. Un poco de miel se te escurre entre los dedos y la lames con la lengua. Te lleva cerca de un minuto comer el pan. Este pan es negro, pero también hay pan blanco, en el frigorífico, y un poco de pan de centeno de la semana pasada, antes redondo como un estómago lleno, ahora a punto de echarse a perder. De vez en cuando haces pan. Lo ves como algo relajante que puedes elaborar con las manos. Imagina una hambruna. Ahora imagina un pedazo de pan. Ambas cosas son reales pero tú estás en el mismo cuarto con sólo una de ellas. Ponte en otro cuarto, para eso sirve la mente. Ahora te encuentras sobre un colchón delgado en un cuarto caluroso. Las paredes están hechas de tierra seca, y tu hermana, más joven que tú, está contigo en el cuarto. Tiene mucha hambre, su vientre está hinchado, las moscas se le posan en los ojos, tú las espantas con las manos. Tienes un trapo, sucio pero húmedo, y se lo pones en los labios y en la frente. El pedazo de pan es el mismo pan que has estado guardando desde hace días. Sientes la misma hambre que ella, pero todavía no te sientes tan débil. ¿Cuánto va durar esto? ¿Cuándo vendrá alguien con más pan? Piensas en salir a ver si encuentras algo para comer, pero afuera las calles están infestadas de carroñeros y el hedor de los cuerpos lo llena todo. ¿Deberías compartir el pan o dárselo todo a tu hermana? ¿Deberías comer tú el pedazo de pan? Después de todo, tú tienes una mejor oportunidad de sobrevivir, eres más fuerte. ¿Cuánto tiempo tardarás en decidirlo? Imagina una prisión. Hay algo que tú conoces, pero que todavía no se lo has contado a nadie. Los controladores de la prisión saben que tú lo sabes

y todos los demás también lo saben. Si hablas, treinta o cuarenta o cien de tus amigos, tus compañeros, serán detenidos y morirán. Si te niegas a hablar, esta noche sucederá lo mismo que la noche anterior. Siempre eligen la noche. Sin embargo, no piensas en la noche, sino en el pedazo de pan que te ofrecieron. ¿Cuánto tiempo tardarás en decidirte? El pedazo de pan era negro y fresco y te recordó un rayo de sol que cae sobre un pedazo de madera. Te recordó un bol, un bol amarillo que había en tu casa. Contenía manzanas y peras, y estaba sobre una mesa de madera que también recuerdas. No es el hambre o el dolor lo que te está matando sino la ausencia de aquel bol amarillo. Si tan solo pudieras sostener el bol en tus manos, aquí mismo, podrías aguantar lo que sea, te dices a ti mismo. El pan que te ofrecieron es peligroso y traicionero, significa la muerte. Hubo una vez dos hermanas. Una era rica y no tenía hijos, la otra tenía cinco hijos y era viuda, tan pobre que ya no le quedaba nada de comer. Fue a ver a su hermana y le pidió un pedazo de pan. ‘Mis hijos se están muriendo’, dijo. La hermana rica respondió, ‘No tengo suficiente para mí’, y la echó de su casa. Luego el marido de la hermana rica llegó a su casa y quiso cortar un trozo de pan, pero al hacer el primer corte, brotó sangre roja. Todos sabían lo que eso significaba. Es un cuento maravilloso, un cuento de hadas alemán. La hogaza de pan que he creado para ti flota unos centímetros por encima de la mesa de la cocina. La mesa es normal, no tiene ninguna trampa. Un paño azul de cocina flota bajo el pan y no hay hilos que sujeten al techo el paño o el pan ni la mesa al paño; ya lo has comprobado al pasar la mano por debajo y por arriba, y sin embargo no has tocado el pan. ¿Qué te detuvo? No quieres saber si el pan es real o si es sólo una alucinación que te hice ver. No existen dudas de que puedes ver el pan, hasta puedes olerlo, huele a levadura, y parece lo bastante sólido, tan sólido como tu propio brazo. ¿Pero puedes confiar en él? ¿Puedes comerlo? No quieres saberlo, imagínalo.

Margaret Atwood, “Bread”, en Shapard, Robert y James Thomas, Sudden Fiction. American Short-Short Stories, Salt Lake City: Peregrine Smith Book, 1986. Prof. Gastón Daix

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El baldío NO TENÍAN CARA, chorreados, comidos por la oscuridad. Nada más que sus dos siluetas vagamente humanas, los cuerpos reabsorbidos en sus sombras. Iguales y sin embargo tan distintos. Inerte el uno, viajando a ras del suelo con la pasividad de la inocencia o de la indiferencia más absoluta. Encorvado el otro, jadeante, por el esfuerzo de arrastrarlo entre la maleza y los desperdicios. Se detenía a ratos a tomar aliento. Luego recomenzaba doblando aún más el espinazo sobre su carga. El olor del agua estancada del Riachuelo debía estar en todas partes, ahora más con la fetidez dulzarrona del baldío hediendo a herrumbre, a excrementos de animales, ese olor pastoso por la amenaza del mal tiempo que el hombre manoteaba de tanto en tanto para despegárselo de la cara. Varillitas de vidrio o de metal entrechocaban entre los yuyos, aunque de seguro ninguno de los dos oiría ese cantito isócrono, fantasmal. Tampoco el apagado rumor de la ciudad que allí parecía trepidar bajo tierra. Y el que arrastraba, sólo tal vez ese ruido blando y sordo del cuerpo al rebotar sobre el terreno, el siseo de restos de papeles o el opaco golpe de los zapatos contra las latas y cascotes. A veces el hombro del otro se enganchaba en las matas duras o en alguna piedra. Lo destrababa entonces a tirones mascullando alguna curiosa interjección o haciendo a cada forcejeo el ha... neumático de los estibadores al reventar la carga rebelde al hombreo. Era evidente que le resultaba cada vez más pesado. No sólo por esa resistencia pasiva que se le empacaba de vez en cuando en los obstáculos. Acaso también por el propio miedo, la repugnancia o el apuro que le iría comiendo las fuerzas, empujándolo a terminar cuanto antes. Al principio lo arrastró de los brazos. De no estar la noche tan cerrada se hubiera podido ver los dos pares de manos entrelazadas, negativo de un salvamento al revés. Cuando el cuerpo volvió a engancharse, agarró las dos piernas y empezó a remolcarlo dándole la espalda, muy inclinado hacia delante, estribando frente a los hoyos. La cabeza del otro fue dando tumbos alegres, al parecer encantada del cambio. Los faros de

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un auto en una curva desparramaron de pronto una claridad amarilla que llegó en oleadas sobre los montículos de basura, sobre los yuyos, sobre los desniveles del terreno. El que estiraba se tendió junto al otro. Por un instante, bajo esa pálida pincelada, tuvieron algo de cara, lívida, asustada la una, llena de tierra la otra, mirando hacer impasible. La oscuridad volvió a tragarlas enseguida. Se levantó y siguió halándolo otro poco, pero ya habían llegado a un sitio donde la maleza era más alta. Lo acomodó como pudo, lo arropó con basura, ramas secas, cascotes. Parecía de improviso querer protegerlo de ese olor que llenaba el baldío o de la lluvia que no tardaría en caer. Se detuvo, se pasó el brazo por la frente regada de sudor, escarró y escupió con rabia. Entonces escuchó ese vagido que lo sobresaltó. Subía débil y sofocado del yuyal, como si el otro hubiera comenzado a quejarse con lloro de recién nacido bajo su túmulo de basura. Iba a huir, pero se detuvo encandilado por el fogonazo de fotografía de un relámpago que arrancó también de la oscuridad el bloque metálico del puente, mostrándole lo poco que había andado. Ladeó la cabeza, vencido. Se arrodilló y acercó husmeando casi ese vagido tenue, estrangulado, insistente. Cerca del montón había un bulto blanquecino. El hombre quedó un largo rato sin saber que hacer. Se levantó para irse, dio unos pasos tambaleando, pero no pudo avanzar. Ahora el vagido tironeaba de él. Regresó poco a poco, a tientas, jadeante. Volvió a arrodillarse titubeando todavía. Después tendió la mano. El papel del envoltorio crujió. Entre las hojas del diario se debatía una formita humana. El hombre la tomó en sus brazos. Su gesto fue torpe y desmemoriado, el gesto de alguien que no sabe lo que hace; pero que de todos modos no puede dejar de hacerlo. Se incorporó lentamente, como asqueado de una repentina ternura semejante al más extremo desamparo y quitándose el saco arropó con él a la criatura húmeda y lloriqueante. Cada vez más rápido, corriendo casi se alejó del yuyal con el vagido y desapareció en la oscuridad.

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Absit Las cosas sucedieron más o menos así. Ese tipo venía caminando por la vereda del barrio. Era sábado temprano a la tarde y el sol le daba en la espalda. Se paró frente a la verja pintada de verde. Ay no, pensó, ay, no, por favor no otra vez no, ¿cuántos años tendrá? siete, ocho cuanto más, ay, no, no quiero. La reja cerraba un jardín pequeño con algo de césped no muy bien cuidado, una planta de azalea, un jazmín del cabo y casi nada más, si no se consideran los restos de algunas alegrías del hogar y malvones, y la chiquita jugaba con un animalito de paño que tenía mucho pelo, nada de cola y mucho bigote. Le hablaba. El tipo le habló a ella. -Hola -le dijo. Ella no le contestó. -Hola -insistió él-, ¿cómo te llamás? -Mi mamá me dijo que no hable con extraños. -Por eso te pregunto cómo te llamás, para que no seamos extraños. Vos me decís cómo te llamás, yo te digo cómo me llamo. Seis años, pensó. Nada más que seis, ay, cómo puedo hacer, seis años no más, a esa edad son suaves, blandas, ay, no. -No te digo nada. -Bueno, no me digas nada. ¿Tu mamá está? -No, se fue al súper. -Entonces estás con tu papá. Que me diga que sí, que está con el papá y me voy, me voy. -No. -O con la muchacha. -¿Qué? -La muchacha que trabaja en tu casa. -No tenemos muchacha. -¿Y con quién estás? ¿Con tu abuelita, con tu tía? No sólo blandas, no sólo suaves, chiquitas, tienen todo tan chiquito. -No. -¿Estás solita? -Y, sí. -Mirá, tengo un caramelo. Te lo doy para consolarte porque estás solita, ¿querés? Es de frutilla. -Bueno. -También tengo una muñeca. Es muy linda, con carita de porcelana y tiene zapatitos y una cofia. -A verla. -Acá, la tengo en el bolsillo del saco, ¿querés verla? Prof. Gastón Daix

Eso que tienen entre las piernas es tan pero tan chiquito que da trabajo, no se puede, de primera intención no se puede y lloran y es peor. -Sí. -Bueno, abrime la reja y te la muestro. -Está abierta, no tiene llave, para no dejarme encerrada. -Ah, qué bien. El tipo empujó la reja y entró en el jardín. Todavía iba pensando no, no, ojalá que no, pero sabía que sí. Casi sentía la piel de la nena bajo sus dedos: seda, raso, dulce, tibia, no quiero, se decía, no quiero que me pase otra vez pero ya estaba solo, solo en un mundo en el que no había nada más que el jardín y se preguntaba adónde podré llevarla. -A ver la muñeca. -Vení, ahora te la muestro, dame la mano y nos escondemos detrás de la planta así no nos ve nadie porque si te ve una vecina te va a tener envidia. -Entonces vamos atrás. -¿Atrás? Cuidado, se dijo. No conocés el lugar, tené cuidado, no te vaya a pasar como con la hermanita de la Lucy. -En el terreno de atrás van a hacer un edificio pero como hoy es sábado no hay nadie. -¿Tenemos que entrar en la casa? -Pero no, por acá, por el costado, vení y me mostrás la muñeca. -Ah, hay árboles y todo. -Los van a sacar. Mi mamá dice que son unos brutos. -Tu mamá tiene razón. Siempre tiene razón, ¿no es cierto? La mamá. ¿Por qué no viene la mamá? No, ahora no, que no venga. -No sé. Dice que no tengo que agarrar caramelos si alguien me da. Y que todos los hombres son malos. Unos cerdos, dice. -Bueno, no es para tanto. Hay gente mala y hay gente buena. ¿Acaso tu papá no es bueno? -Mi papá no vive con nosotras. Mostrame la muñeca. ¿Tiene un vestido azul? -¿Eh? Sí, azul. La verdad es que la dejé en casa pero -Vos también sos malo. Me dijiste que tenías la muñeca en el bolsillo y no la tenés. -Pero no, vas a ver qué bueno soy, vení, vamos atrás de ese árbol y te muestro algo más lindo que la muñeca.

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-Bueno, cuidado, ahí hay un pozo. Dicen que fue de un jibe. -Aljibe. -Eso. Un jibe, y que es hondo hondo. Lo van a tapar con cemento y tierra y piedras, dijo don Leyes. -¿Don Leyes? -El capataz. Y que hay agua abajo. Y sapos. Y mi mamá dijo que ojalá lo tapen pronto porque debe haber ratas y jurciégalos. -Murciélagos. Vení, vamos para allá. -Cuidado, ahí está el pozo, ¿ves? -Hmmmm. Sí. Tan hondo no parece. -Sí que es hondo, hondo hasta el otro lado del mundo. -Bueno, nena, bueno, vení, vamos. -Mirá, mirá qué hondo. -Sí, sí, está bien, ya veo, es muuuuy hondo. El tipo se inclinó, miró hacia abajo, hacia lo hondo del pozo. El corazón del tipo galopaba allá en el fondo del pozo que era su cuerpo. La nena lo empujó: apoyó las dos manitos contra la cintura del tipo y empujó con todas sus fuerzas. El tipo cayó gritando y la nena se arrodilló en el borde del pozo y miró para abajo. -¿Hay jurciégalos? -preguntó. -¡Mocosa de mierda, sacame de aquí! No, cómo lo iba a sacar de ahí. El tipo se dio cuenta de que la nena no iba a poder sacarlo de ahí. Miró para arriba: la cara de la nena se recortaba claramente muy claramente por sobre el borde, contra el cielo azul de la tarde de un sábado, un sábado solitario, sin nadie. Nadie salvo una nena chiquita, suave, blandita. Miró para arriba: seis metros fácil fácil, mucho más alto que el techo de una habitación, cómo iba a poder salir de ahí. -¡Andá a buscar a alguien, andá, vamos! La nena no se movió. -Andá, escuchame nenita, andá a buscar a alguien, la vecina o el kiosquero de enfrente. -Enfrente no hay un kiosco, en la otra cuadra hay un kiosco. -Andá, andá nenita, andá y decile al kiosquero que hubo un accidente, que venga, que traiga una soga, no, una escalera, no, mejor una soga, andá. -Bueno -dijo la nena-, pero ¿hay jurciégalos abajo? -No, no hay. Andá, querida, andá a buscar al kiosquero, decile que una soga, que traiga una soga que hubo un accidente. La cara de la nena desapareció y el tipo se quedó de veras solo: ni murciélagos había. Se miró las manos, miró a su alrededor. Oscuro, estaba muy oscuro. Se dio cuenta de que estaba parado en el barro, un barro flojo aguachento y que los zapatos se le habían empapado y el agua le entraba y le enfriaba los pies, mocosa de mierda ojalá vuelva pronto, el kiosquero, ¿le dirá al Prof. Gastón Daix

kiosquero lo de la soga? ¿y yo qué le digo al kiosquero cuando venga? Un accidente. ¿Cómo me caí, cómo estaba yo acá? Le digo que entré por la otra calle, a mear porque me estaba haciendo encima y vi que acá no había nadie y entré y pisé el borde y me caí, eso le digo y espero que la mocosa hija de puta no cuente nada ni hable del caramelo ni de la muñeca, ay que se apure, qué está esperando, pendeja de mierda. Miraba para arriba y hacía mal: se le cerró la garganta porque había pensado en esas paredes desnudas de piedra que podían caerle encima y sepultarlo vivo por qué no si eso era como un, un sótano, una celda, una tumba, la nena, esa nena maldita que se apure, no, vea oficial, lo que pasó fue que me estaba meando encima y vi que en el terreno no había nadie pero primero necesito una soga, alguien, alguien que tenga fuerza y que tire de la soga. Pasaron dos horas y empezó a oscurecer allá afuera, allá arriba. Mientras tanto el tipo pasó las manos por sobre las paredes del pozo y descubrió que estaban hechas de piedra. Piedras irregulares, ásperas, que se le venían encima, pero que no ofrecían agujeros en los que poner los pies o sostenerse para tratar de subir. La nena, la mocosa de porquería que lo había empujado, adónde estaría la muy tarada imbécil que no había ido a buscar al kiosquero. Se estaba haciendo de noche. Gritar, se le ocurrió. Voy a gritar, alguien me va a oír. Gritó y gritó, gritó socorro y auxilio y gritó cosas y llamó a la nena y nadie lo oyó. Era sábado, era una tarde de sábado. No, no puede ser, no pueden dejarme aquí hasta mañana, mañana que es domingo tampoco va a haber nadie, esa mocosa tiene que venir, tiene que decirle a alguien lo que hizo, si le cuenta a la madre por ejemplo, la madre seguro que va a venir a ver, pero ¿y si no le cree?, dejate de inventar pavadas m'hijita, ¿y si no le cree y comen y se van a acostar y yo aquí? -¡Señoooooraaaaaa! -gritó. -¡Señoora, auxiliooooo, aquíiiii, venga! Y el cielo de noche era negro como el tipo nunca lo había visto, negro y lleno de estrellas, muchas, tantas, tantas estrellas, ay Dios mío que venga alguien, que esa mujer le crea a la nena, por favor Dios yo nunca nunca jamás voy a agarrar a otra nena nunca jamás ya no voy a lastimar a ninguna nena te prometo cuando tenga ganas voy con putas pero nenas no no puedo estar aquí en este pozo hasta el lunes cuando vengan los albañiles no, pero no, me voy a morir morirse no es nada pero no aquí de este modo no, por favor Dios oíme hacé que venga alguien. Y siguió gritando. Gritó durante mucho tiempo hasta que la garganta se le secó y empezó a tragar saliva para tratar de que se le humedeciera de nuevo

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para poder seguir gritando. Pero ya no podía y el cielo seguía siendo negro con muchas estrellas asiento de Dios le habían dicho pero Dios no, Dios tampoco lo oía. Estaba empapado, empapado de agua y barro y sudor y le dolía todo el cuerpo todo. Le dolía el vientre. Necesitaba ir al baño, un baño ¡un baño, qué disparate! Se rio a carcajadas. ¡Un baño! Estaba metido en un pozo seis metros de hondo y quería un baño bajarse los pantalones y echar afuera todo lo que tenía en las tripas créame oficial yo lo único que quería era cagar y vi que no había nadie en el terreno. Tuvo un retorcijón y una arcada. Algo dentro de él se movía y trataba de salir. El asco, el miedo, eso, el agua barrosa, las paredes del pozo. -¡Señooooraaaa! -y él sabía que ella no lo iba a oír. Ni ella ni nadie. Ni la nena. La nena apareció en el borde del pozo allá arriba. -Al fin volviste -dijo el tipo-. ¿Le dijiste al kiosquero que trajera una soga? La nena no se movió, no habló, no hizo nada contra el cielo negro negro lleno de estrellas. Cambió, eso sí, cambiaba. Las estrellas venían como cucharada de sopa venían y se derramaban sopa de estrellas sobre la cabecita redonda asomada al borde del pozo. Blanca era de pronto, o plateada, eso, y llena de luz como el cielo. Ah los ángeles, eran los ángeles, él sabía que Dios lo iba a oír, que venían a rescatarlo. -¡No importa! -gritó-. ¡No hace falta una soga! ¡Ya vienen! -gritó-. ¡Sáquenme de aquí! ¡Señoooooraaaa, señooooraaaaaaa! Sollozó. Sintió algo doloroso y caliente en los fondillos de los pantalones y se puso a llorar. Lloraba y gritaba. Lo peor no era sentir que se moría, lo peor era tener esperanzas de no morirse. No saber qué ni cómo hacer para no morirse. -Señora -dijo, ya no gritaba-, señora venga y sáqueme de aquí, yo no le voy a hacer nada a su nena, nada, pero sáqueme de aquí dígale a Dios que venga

que me mande a sus ángeles para que me levanten no hay murciélagos que no tengan miedo no hay, señora, venga. Después hubo silencio y el domingo fue como todos los domingos. La nena y su mamá fueron a lo de la abuela Emilia y volvieron tardísimo pero la mamá no se preocupó porque el lunes era feriado y la nena no tenía que ir al jardín, de modo que durmieron hasta bastante tarde. Hizo frío, eso sí, un frío inesperado para esa época del año y llovió un poco hacia la tarde. -Señora -dijo Don Leyes-, ¿me permite el teléfono? Ya otras veces se lo había pedido y ella lo había hecho entrar a la cocina. Era un buen hombre Don Leyes, grandote, moreno, con una sonrisa agradable, muy bien educado. Hasta le había pedido disculpas por el ruido que a veces hacían con la excavadora o las sierras. -Pero sí, Don Leyes, pase. ¿Quiere un café? Acabo de prepararlo. -Gracias, señora, pero estuvimos tomando mate con el ingeniero, ¿vio?, y ahora tengo que hablar a la empresa a ver qué hacemos, hay algo en el fondo del pozo, parece que es un animal grande, un perro digo yo. -Ay, qué trastorno. -Sí, no se mueve, debe estar muerto pero hay que sacarlo, pensábamos empezar hoy a la tarde con el rellenado. -Bueno, usted hable tranquilo, yo ya llevé a la nena al colegio y ahora me voy al estudio pero a mediodía vuelvo. -Gracias, señora, y disculpe la molestia, ¿eh? Buen hombre Don Leyes. Ojalá pudieran sacar el perro del pozo. Claro que si empieza a llover de nuevo va a ser un problema. Ese pozo siempre fue un peligro, siempre.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/absit-un-relato-de-angelica-gorodischer-nid1642660

CLUB DE LECTURA | Angélica Gorodischer

https://youtu.be/fE9sD17VZSw

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Mitos: la lengua, las lenguas, el lenguaje, nosotros  Discutan las siguientes afirmaciones e intenten establecer si son verdaderas o falsas.  En una época muy lejana la humanidad hablaba una lengua única y perfecta.  Las lenguas del pasado más remoto que conocemos habrán de ser más primitivas que las actuales.  El sistema de comunicación de las personas sordas es inferior a una lengua natural como el español.  La lengua de señas es universal.  Hay lenguas cultas y lenguas incultas.  Hay lenguas útiles y otras inútiles.  La institución que nos dice cómo tenemos que hablar nuestra lengua es la Real Academia Española.  En toda España se habla español.  Una lengua con muchos hablantes goza de buena salud.  Es importante que un niño aprenda primero bien una lengua para después aprender otra. No hay que confundirlo.  El plurilingüismo introduce confusión y desagracia entre las personas.  Una lengua corresponde siempre a una nación y viceversa.  Hay lenguas fáciles y lenguas difíciles. Las primeras se difunden más rápidamente.  Los hablantes de idiomas difíciles tienen mayor facilidad para aprender otras lenguas.  Los delincuentes y grupos marginados hablan jergas que son corrupciones soeces e incultas de las lenguas.  La gente de clase alta habla mejor que la gente de clase baja.  Hay lenguas que tienen menor riqueza léxica que otras.  Hablar bien, pensar bien y obrar bien tienen mucho que ver.  Los españoles hablan mejor el español que los argentinos.  Las lenguas que no tienen sistema de escritura son más básicas.  Un sujeto que no adquirió una lengua materna en su infancia tranquilamente puede hacerlo en la adultez.

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Del dicho al hecho: la cultura griega antigua en el español cotidiano

Cuando se piensa en la cultura de la Grecia antigua tal vez se perciba que ella es algo anacrónico, ajeno al hablante del español actual, un objeto de estudio de los especialistas a ella dedicados. Sin embargo, si prestamos atención a numerosas locuciones de nuestra lengua, se puede comprobar que la influencia helénica está presente cotidianamente en diversos giros coloquiales que empleamos. Aun cuando los hablantes del español puedan ignorar los pormenores de lo referido en tales expresiones, logran igualmente recuperar la esencia de sus significados. Para dar una muestra de esto, quisiera considerar algunas de las muchas locuciones de este tipo que, en su mayoría, conciernen a diversos relatos asociados a la mitología o historia de Grecia que perviven en nuestra habla cotidiana, más allá de nuestro conocimiento de las fuentes textuales. Quisiera comenzar por un asunto por muchos conocido. Célebre es la historia de la guerra de Troya que enfrentó a griegos y troyanos y de la que la Ilíada de Homero sólo nos cuenta un episodio, el de la cólera de Aquiles y los hechos a ella vinculada. Aun cuando el hablante del español actual no haya leído el poema homérico, con frecuencia utiliza la expresión arde Troya o "se armó la de Troya" cuando quiere aludir a una situación en la que se ha producido algún tipo de disputa o situación escandalosa. También asociado a la historia de la guerra de Troya está el episodio del caballo de madera mencionado en distintos pasajes de la Odisea de Homero, como en el canto de Demodoco. El caballo construido por el feocio Epeo, el mejor carpintero del campamento aqueo, fue introducido en la ciudad de los troyanos, quienes lo aceptaron para ofrendarlo a los dioses, ignorando que era un ardid de los griegos para traspasar sus murallas, puesto que en su interior se escondía un grupo de soldados. Una vez introducido el caballo, los soldados ocultos en él abrieron las puertas de la ciudad, permitiendo el ingreso de los aqueos y la destrucción de Troya. Es por esto que, cuando nuestra computadora se infecta con algún tipo de software malicioso que se presenta como un programa aparentemente legítimo e inofensivo pero que, al ejecutarlo voluntariamente, ocasiona daños, hablamos de un virus troyano. También es sabido que el más destacado de los guerreros aqueos fue Aquiles, hijo de Peleo y la ninfa Tetis. No existe en Homero ninguna referencia a que el héroe tuviera algún tipo de vulnerabilidad física en particular. Es en la Aquileida de Estacio (poeta latino del s. I) donde se cuenta que, cuando aquel nació, Tetis intentó hacerlo inmortal sumergiéndolo en la laguna Estigia, pero olvidó mojar el talón por el que lo sujetaba, dejando vulnerable esa parte de su cuerpo. De allí que, cuando queremos referirnos al punto Prof. Gastón Daix

vulnerable o débil de una persona o cosa, usemos la expresión "es su talón de Aquiles”. Una vez concluida la guerra de Troya, los griegos emprendieron el retorno a sus ciudades. El relato de los regresos más conocido y preservado es el de la Odisea de Homero, que refiere las innumerables dificultades que Odiseo tuvo que atravesar para regresar a Ítaca. Tal es el renombre de esta historia que, aún hoy en día, decimos que pasamos una odisea cuando experimentamos múltiples problemas o debemos sortear distintos obstáculos para alcanzar un objetivo o un destino. En ese derrotero se puede llegar a sentir tal confusión que uno acaba por concluir que la situación se ha transformado en un verdadero caos, aún cuando ignoremos que Caos era, según la Teogonía hesiódica, aquello que existió en el principio del mundo, una suerte de personificación del vacío primordial que la tradición posterior (concretamente Ovidio en sus Metamorfosis) figuró como una masa informe y confusa, como un conjunto de elementos malamente unidos y discordantes. Este rasgo del desorden se asocia al término "caos" hasta tal punto que, actualmente, toda situación confusa puede ser nominada de tal modo. Retomando el rumbo del cometido que nos hemos propuesto, a veces ocurre que se requiere una fuerza extraordinaria para llevarlo a cabo. En circunstancias como esas parece que la nuestra es una tarea titánica, aunque no nos auxilien en ella los poderosos y fuertes Titanes, quienes, según Hesíodo en su Teogonía, eran los hijos menores de Gea y Urano. Conviene, entonces, mantener la calma y no ser presa del pánico, pues Pan, esa deidad mitad hombre y macho cabrío, no se presentará para atemorizarnos. Tampoco sería apropiado que nuestro propósito se sustente en una vana ilusión o en un imposible. De otro modo, estaríamos persiguiendo una quimera cuando, en verdad, no pretendemos nada fabuloso, como sí en cambio lo era la monstruosa Quimera, hija de Tifón y Equidna, cuyas descripciones varían desde las que le asignaban el cuerpo de una cabra, cola de serpiente y cabeza de un león, hasta las que afirmaban que tenía tres cabezas, una por cada animal. Su apariencia, a la que se sumaba un aliento de fuego, resulta hasta tal punto fabulosa y atemorizante que es poco probable que deseemos perseguir algo de semejante naturaleza. Siguiendo el derrotero de nuestras aspiraciones, puede asimismo ocurrir que, a menudo, nos confiemos demasiado tras obtener un éxito parcial y lleguemos a descuidarnos hasta el punto de dormirnos en los laureles, aun cuando ellos todavía no coronen nuestro éxito, como sí ocurría en el caso de los atletas, guerreros y poetas victoriosos de la antigua Grecia, quienes eran coronados con las hojas del árbol más

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estimado por Apolo, ese en el que su amada Dafne había sido transformada. Entendemos, por tanto, que nunca está de más el ser humilde, pues no es sensato creerse el ombligo del mundo cuando, evidentemente, no poseemos la piedra llamada omphalos (ombligo), depositada en el santuario de Delfos, donde los griegos creían que estaba el centro del mundo, según mencionan, entre otros, Píndaro en sus Píticas cuarta y octava y Pausanias en su Descripción de Grecia. También ocurre que, frecuentemente, se nos presenta una cosa, persona o situación causante de un conflicto o disputa y desencadenante de hechos desgraciados. Entonces parece que nos hubieran dado la manzana de la discordia, como si la propia diosa Eris (la Discordia en latín) volviera a presentarse ante nosotros como lo hizo en el banquete donde los dioses olímpicos celebraban las bodas de Peleo y Tetis, aun cuando no había sido invitada. Tal vez fue por eso que arrojó una manzana de oro con la inscripción para la más hermosa" y provocó una disputa entre Hera, Atenea y Afrodita, que Zeus decidió que resolviera Paris. Vale entonces recordar que el asunto condujo a eventos todavía más funestos, dado que, como Paris eligió a Afrodita, quien le había prometido a Helena, todo dio lugar a la guerra de Troya, como nos lo resume Apolodoro en su Epitome. Ante semejante panorama, siempre conviene ser prudente y medir las consecuencias de nuestros actos pues, a menudo, una acción en apariencia pequeña o inofensiva puede tener efectos que no alcanzamos a medir; no vaya a ser que terminemos por abrir la caja de Pandora. Ahora bien, si leemos Trabajos y días de Hesiodo, descubriremos que lo que Pandora abrió en realidad fue una tinaja, la cual, según la interpretación más tradicional y extendida del mito hesiódico, contenía todos los males que entonces se esparcieron entre los hombres. Probablemente, la confusión entre la tinaja y la caja se produjo por contaminación de otro mito: en el arte postclásico se identificó erróneamente la tinaja de Pandora con la caja que Psique le arrebató a Perséfone en el Averno y sobre la que también pendía la prohibición de abrirla. Hemos mencionado el Averno, lo que nos recuerda la fragilidad de la vida humana, cuya suerte, en ocasiones, se halla en inminente peligro, por lo que se puede concluir que, en tal caso, la vida pende de un hilo. Para entender el origen de esta expresión es provechoso conocer a las Moiras, las divinidades que hilaban y cortaban la vida humana: las hermanas Cloto, Láquesis y Átropos. La primera y más joven de ellas, Cloto, presidía el momento del nacimiento iniciando el hilo del destino de los hombres. La segunda, representada en ocasiones como una mujer madura, Láquesis, era la que hilaba el hilo de la vida. Y la tercera y más vieja era Átropos, la encargada de cortarlo. Por otra parte, ante un peligro inminente, ¿acaso no hemos llegado a pensar que la espada de Damocles Prof. Gastón Daix

pareciera cernirse sobre nosotros? Sobre este asunto, podemos recurrir, entre otras fuentes, a Timeo de Tauromenio, historiador griego de los siglos IV-III a. C., quien se dedicó a escribir una Historia de Sicilia cuando ella fue invadida por el tirano Agatocles. La historia fue retomada por Diodoro de Sicilia y también la mencionan Cicerón y Horacio. Damocles fue, al parecer, un cortesano excesivamente adulador en la corte de Dionisio II, tirano de Siracusa del siglo IV a. C., que se la pasaba hablando de lo afortunado que era el rey al disponer de tanto poder y lujos. Dionisio, deseoso de escarmentar al adulador, le propuso cambiar lugares por un día, de modo que Damocles pudiera disfrutar de los placeres que tanto envidiaba. El rey organizó un banquete donde el cortesano ocupó su lugar. Hacia el final del festín, Damocles advirtió que una espada colgaba sobre su cabeza, atada por un único pelo de crin de caballo. Al punto, pidió al tirano abandonar su puesto, diciendo que ya no quería seguir siendo tan afortunado. […] En algunas ocasiones, en el curso de la transmisión de la expresión se altera alguno de sus términos claves. Tal es el caso de la frase tener vista de lince. Ignoro en verdad cuál es la capacidad visual de un lince pero, sin dudas, hubo aquí una alteración pues, en realidad, la referencia es a Linceo, hijo del rey de Mesenia Afareo, quien integró la expedición de los Argonautas y que, según refiere Apolonio en el primer libro de Argonáuticas, poseía una vista tan aguda que tenía fama de ver incluso debajo de la tierra. Siendo más conocido el felino que Linceo, se comprende la suplantación. Ahora bien, si se considera que la palabra griega para Linceo es Lynkeus y para lince es lynx, y si se acuerda con Pierre Chantraine, quien en su Dictionnaire étymologique de la langue grecque señala que la primera es un derivado de la segunda, tal parece que el que habría podido tener “vista de lince" era el propio Linceo. Hasta aquí con el felino, pues a continuación pasaré a hablar de un preciado molusco a raíz de otra expresión que será la última que trataré, pues "el tiempo es tirano" y no desearía que se "aburran como ostras". En este caso, quisiera hacer justicia al molusco como lo hice con el lince pues, en realidad, parece que las ostras tienen una vida muy amena, según refiere un biólogo mexicano en un artículo titulado "Las ostras ¿realmente se aburren?". El profesor Enrique Ayala Duval de la Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa comienza su escrito diciendo que la frase estoy aburrido como una ostra "posiblemente fue acuñada por alguien que observó a las ostras viviendo apaciblemente en un fondo rocoso. Sin embargo, estos organismos tienen una vida activa aunque no lo aparenten. He aquí un panorama de la vida de estos interesantes moluscos”, y sigue, a continuación, un claro estudio de estos organismos. Como dije anteriormente, quisiera ser justa con las ostras y, ante todo, con la expresión que parece acusarla de

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aburridas, pues en verdad lo que tenemos aquí es el apócope de la palabra "ostracismo", el destierro practicado entre los atenienses y al que se sometía a aquellos individuos que eran considerados un riesgo para las instituciones, debiendo abandonar Atenas y permanecer exiliados durante un período aproximado de diez años. Al tener que permanecer lejos de los suyos y vivir en soledad, es muy probable que los desterrados experimentaran un profundo aburrimiento. También hay que recordar que la palabra ostracismo nada tiene que ver con las ostras, pues se origina en el término ostrakon, el trozo de cerámica en la que se escribía el nombre de la persona propuesta para el destierro, asunto que luego era sometido a votación.

Tras haber considerado algunas de las muchas expresiones de nuestro español cotidiano que involucran referencias a la cultura de la Grecia antigua, se impone, en este punto, poner el colofón a mi escrito, recordando que la palabra griega kolophon no sólo significa "término", "final", sino que también es el nombre de una ciudad de Jonia que, según refiere el geógrafo, tenía un poderío naval y un cuerpo de caballería tan destacados que, sin importar la dificultad de la contienda, lograban rematarla con la victoria. Me resta, entonces, sólo desear que, al igual que los colofones, haya podido alcanzar un buen término en el propósito que me impuse al inicio de mi artículo.

Este artículo fue publicado en el primer número de la Revista El Cocodrilo de la Asociación Rosarina de Graduados en Letras y es una adaptación realizada por la autora de una conferencia dictada el 20 de agosto de 2013 en la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario, bajo el título “La lengua griega y su cultura en las expresiones cotidianas del español actual”.

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Índice del corpus literario BLOQUE I Variaciones del heroísmo en la literatura Odisea (Homero) ............................................................................................................................................................................ 6 Los clásicos según Fontanarrosa .................................................................................................................................................... 7 El Eternauta (Oesterheld y Solano López) ................................................................................................................................... 13 El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (Cervantes) ...................................................................................................... 15 Capitalismo e individualismo: “Emprendedurismo” (Asiain) ...................................................................................................... 20 Economía colaborativa: Todes emprendedores (Unzué y Chávez Molina) .................................................................................. 21 Bloque II

(Im)posible huir de tan funesto destino........................................................................................................................... 26 Edipo Rey (Sófocles). ................................................................................................................................................................... 27 Medea (Eurípes). .......................................................................................................................................................................... 29 Nunca en domingo ........................................................................................................................................................................ 34 Don Juan (Moliere)....................................................................................................................................................................... 40 BLOQUE III Estructuras elementales de la violencia ............................................................................................................................. 45 Metáforas de la lengua.................................................................................................................................................................. 45 Historia de una palabra: queer (Preciado)..................................................................................................................................... 47 Teoría King Kong (Despentes) ..................................................................................................................................................... 50 Entrevista a Rita Segato ................................................................................................................................................................ 57 Beya (Cabezón Cámara) ............................................................................................................................................................... 58 El Matadero (Echeverría) ............................................................................................................................................................. 59 El niño proletario (Lamborghini) ................................................................................................................................................. 65 El cuento de la criada (Atwood) ................................................................................................................................................... 66 BLOQUE IV Cuerpos que importan ...................................................................................................................................................... 69 Los colores (Solá) ......................................................................................................................................................................... 71 Esperar la tormenta (Solá) ............................................................................................................................................................ 72 Negra de mierda (Solá) ................................................................................................................................................................. 73 ¿Cuánto cobrás, putito? (Sanchez) ............................................................................................................................................... 73 Conservas (Schweblin) ................................................................................................................................................................. 76 Las malas (Sosa Villada) .............................................................................................................................................................. 78 La loba (Storni)............................................................................................................................................................................. 80 Elena sabe (Piñeiro) ...................................................................................................................................................................... 81 Un mundo feliz (Huxley).............................................................................................................................................................. 87 OFF THE RECORD Pan (Atwood) ............................................................................................................................................................................... 97 El baldío (Roa Bastos) .................................................................................................................................................................. 98 Absit (Gorodischer) ...................................................................................................................................................................... 98 Mitos acerca de la lengua ........................................................................................................................................................... 102 Del dicho al hecho: la cultura griega antigua en el español cotidiano (Antúnez) ....................................................................... 102