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Cruz1 Luis Nicolás Pietanza2 Conviene que la muerte asista a las asambleas. Chesterton, Ortodoxia To Mona Wales Solt

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Cruz1

Luis Nicolás Pietanza2

Conviene que la muerte asista a las asambleas. Chesterton, Ortodoxia

To Mona Wales

Soltarse

Toda la gran obra de Borges es, para empezar a hablar, una representación de la realidad, pero una representación que tiene como propósito intentar comprender esa realidad. El intento literario de comprensión es de tal magnitud que uno está tentado de afirmar que las ficciones borgeanas logran el desciframiento del modo de construcción de la realidad. Y lo logran: los grandes cuentos de Borges develan el mecanismo de construcción de realidad porque crean realidad: son objetos pluridimensionales que incluyen realidad como una de sus dimensiones: la abarcan, la superan y, finalmente, la inventan: la realidad se ficcionaliza, la ficción se realiza3. Sólo operan sobre el lector, que es quien experimenta, a lo largo del tiempo, el impacto de la lectura sostenida de las ficciones borgeanas. Con los años, el mudo Recabarren empieza a hablar. Con los años, uno se da cuenta de que la revelación del ser que experimenta Tadeo Isidoro Cruz podría llegar a ser una experiencia propia.

1

Obra Registrada. Interpretación del cuento Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874).

2

Luis Nicolás Pietanza es argentino, Profesor de Educación Superior en Lengua y Literatura y se desempeña como docente en escuelas de enseñanza media de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y de la Provincia de Buenos Aires. [email protected]. 3

Véanse El Aleph y Tlön, Uqbar, Orbis Tertius.

1

Sé que lo que acabo de describir es una experiencia personal. Ocurre, sin embargo, que la lectura es una experiencia personal, tanto como la escritura, el amor o el mundo. Ocurre, también, que los cuentos de Borges iluminan las cadenas que nos sujetan: nos revelan de qué materia están hechas, y nos señalan el camino que las hará menos gravosas o, en el mejor de los casos, el camino a través del cual, tal vez, las podamos transformar en espadas. La transformación a través de la comprensión es el núcleo de la gran obra borgeana. Contra todo lo que puedan decir los manuales, Borges -el filósofo menos comprendido de nuestra literatura4- propone y vindica la sublevación, la revolución, la transformación total 5 . Dos ejemplos: la transformación total de la sociedad, en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius; la transformación total del hombre, en Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (18291874), obra que, para abreviar, de aquí en adelante designaré Biografía. La transformación suele conducir al Nirvana (La escritura del dios), a la escritura (El hacedor, El milagro secreto, Biografía, El fin) o al combate (Biografía) -o a la promesa de un combate (El sur). La transformación borgeana perfecta (la que se encuentra en Ficciones y en El Aleph), como toda verdadera transformación, sucede subrepticiamente: a veces, para el lector; otras, para el protagonista; otras más, para ambos. Ya se verá cómo, pero adelanto que, en el caso del cuento que aquí nos convoca, la transformación a través de la comprensión pasa inadvertida para el lector y para el protagonista, por mucho que, hacia el final, el narrador machaque con el “Comprendió, comprendió, comprendió”.

Y como la realidad es compleja, la obra es compleja. Como la realidad es atractiva, la obra es atractiva6. Como la realidad se oculta a sí misma, la obra se oculta a sí misma, tal como un sueño se va perdiendo en el despertar. Este es un punto importantísimo: da la impresión de que Borges construye sus cuentos sobre una matriz similar – o quizás, idéntica- a la matriz del sueño. Se dirá, por supuesto, que cualquier poeta que conozca el oficio edifica sobre el molde del sueño. ¡Sí, claro! Pero una cosa es el diez de Cambaceres, y otra cosa, muy distinta, es Maradona: los distingue, fundamentalmente, el grado de ocultación de la pelota. Gracias a su capacidad de velamiento, Maradona 4

Ya lo demostré en Recabarren; ahora lo demostraré con Cruz.

5

Es cierto que, finalmente, nada se transforma: en los cuentos de Borges pasa todo y no pasa nada

6

Los cuentos de Borges son lindos cuentos.

.

2

está más cerca de Borges que de otro jugador de fúbol, y ésa es la razón que invalida la comparación futbolística entre el Diego y cualquier otro ser humano que haya pateado alguna vez una balón7.

Volviendo a Jorge Luis, agrego lo siguiente: Él conoce la matriz del sueño en grado tal, que sus grandes cuentos logran el mismo efecto que el sueño: una vez leídos, nos trabajan furtivamente para siempre, y ese obrar de sus cuentos en nosotros obedece, entre otras cosas, a que los cuentos de Borges, tal como los sueños, son verdad, y lo son en la misma medida en que son verdad los mitos griegos. La mitad de los valores, de los mitos y de las ideas fundamentales de la cultura occiedental -y, por ende, de los suyos y de los míos- no son fruto de una revelación divina: son creaciones de la poesía griega del siglo VI antes de Cristo. ¿Cuál es la nota de distinción de esos poemas? Que son verdad. El mito de Edipo es verdad, el mito de Narciso es verdad. Si usted, lector, lo quiere comprobar, le propongo un ejercicio simplísimo, el mismo que propone Castoriadis: Mírese en un espejo8.

Creación de realidad, comprensión-transformación y verdad son los tres elementos que conforman el mecanismo de la ficción borgeana, y que funciona del siguiente modo. La verdad, que es una verdad íntima e irrevocable, aparece cuando el lector empieza a pertenecer al cuento que está leyendo. Y comienza a pertenecer sólo desde el momento en que llega a aferrarase tan firmemente a las palabras que empieza desprenderse de ellas ¿Cuándo ocurre esto? Cuando las palabras dejan de ser nombres 9. Sólo en ese instante el lector pertenece al cuento, y es ahí, además, que la comprensióntransformación ocurre en el lector, junto con la aparición, en el cuento, de una realidad, hasta ese momento, inverosímil -inverosímil pero entrevista- antes del momento de la comprensión. En ese momento, el lector accede a una verdad que está más allá de las 7

Cf. Argentina vs. Inglaterra / Méjico 86.

8

Véase el ensayo Homero de Cornelius Castoriadis.

9

En el instante en que las palabras ya no son más etiquetas, el lector se olvida de sí mismo y pertenece al cuento: puede escuchar, entonces, lo que el cuento está diciendo más allá de las palabras. La comprensión así alcanzada es el resultado del olvido de sí mismo a través de la extenuación de la propia fuerza en el ejercicio de la lectura; y, en consecuencia, de la pérdida de la confianza en tal fuerza y en sí mismo (Hay que recordar aquí la advertencia de Jeremías: “Que no se gloríe el sabio de su sabiduría ni el fuerte de su fuerza”). Si el lector resulta victorioso en la noche, hará bien en recordar que si el brazo triunfa en el combate es porque el Espíritu lo guía. Y seguirá haciendo bien si no se jacta del triunfo (Tampoco hay que olvidar el consejo de Pablo: “Quien se gloría, gloríese en el Señor”).

3

palabras, es decir, que no está estrictamente en el texto, sino que es una manifestación una epifanía- del texto mismo, aprehendida por el lector en el instante en que se suelta de las palabras 10

11

. Así, el tipo de comprensión que alcanza el lector es una

comprensión fugaz, de la misma índole que el sueño12, y que, tal como el sueño, se va olvidando, hasta que, en una nueva lectura, el lector logra volver a pertenecer al cuento. Interpretar un cuento de Borges es una ceremonia de rememoración en la que el lector combate contra el olvido: el olvido de la comprensión fugaz que ha alcanzado -de la epifanía surgida, en la conciencia del lector, desde ese manojo de jirones de palabras en que se le ha transformado el texto. Más adelante mostraré que, gracias a esa ceremonia de rememoración, el lector no sólo comienza a comprender la obra: esa ceremonia, además, es el inicio de la comprensión de sí mismo a través de la revelación de quién es verdaderamente el creador de la obra, el Hacedor. Interpretar un cuento de Borges no es otra cosa que volver a sumergirse en una lúcida noche fundamental en la que el lector y el texto se enfrentan, luchan y se revelan13 14. En esa lúcida noche común -al lector y al texto- uno mismo debe entrar para amanecerse, para traer a la luz una verdad tan íntima y tan lejana como el sueño o como el mito. Ya lo escribí en otro lado15: Nosotros no leemos un cuento de Borges; en el mejor de los casos, cuento y lector se están leyendo. Pertenecer es esto: estar dispuestos a que el cuento también lea. Lo mismo que la noche, el cuento sabe infinitamente más que nosotros de las maravillas ocultas en la tiniebla hasta hace sólo un momento, indescifrable- de uno mismo.

10

Soltarse de las palabras es esto: En Biografía, lo mismo que en El fin, no hay que escuchar las palabras del cuento. Recuérdese que Heráclito ya había dicho que si no lo escuchamos a él, sino al logos, comprenderemos que Uno es Todo. 11

En Recabarren, a esta epifanía del texto, que ocurre en el lector de El fin en el momento en que se suelta de las palabras, la denomino el cantar de Recabarren, porque uno empieza a advertir que lo que está leyendo está siendo cantado,“producido” por alguien -o por algo- que no puede hablar. 12

Un sueño de la vigilia, no del dormir.

13

Tal como se enfrenta, lucha y se revela Cruz en Biografía.

14

Por lo tanto, este escrito es una lucha que trata de abrirse camino entre las palabras de Biografía. Si está bien encaminado, en algún momento empezará a dar la impresión de que esta lucha se está escribiendo sola, y de que, de algún modo, este escrito estaba contenido en el texto de Biografía. Si así ocurriera, Cruz también sería una epifanía. Con respecto al modo en que un escrito puede estar contenido en otro, véase Recabarren. 15

En Recabarren.

4

Pero hay algo más -fundamental para comprender la obra borgeana-, y que tiene fuerza de axioma: Borges, a la par que un literato, es un filósofo -y, tal vez, el más grande de Iberoamérica. Toda su gran obra es –hasta donde yo llego a ver- una alegoría de algunas de las ideas fundamentales de la filosofía. Si no se comprende esto, no se comprende nada. Y valga como ejemplo mi Recabarren, ensayo en el que demuestro la intención borgeana de aunar, en Recabarren, al logos heraclíteo y al ser parmenídeo. No sé si existen otros que sostengan con tanto fervor el mismo axioma; hasta ahora no encontré a ninguno; sospecho, sin embargo, que, como yo, alguno andará dando vueltas por ahí. Sé con certeza, eso sí, que tarde o temprano mi axioma y lo que sostengo en estas páginas, y en Recabarren, serán la moneda corriente; y sé con certeza, además, que mi interpretación de El fin será la primera y básica interpretación de una serie que, hoy por hoy, desconozco. Lo pongo en otros términos: Dentro de un tiempo, la idea de Recabarren como logos/ser no será más que una de las caras de ese poliedro que es el texto de El fin, del que ni siquiera sospecho cuántas caras podría llegar a tener, pero que ya me veo venir que son muchas. ¡Al menos di con una cara16! Tal vez -quién sabecomo en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, formo parte de una dispersa dinastía de solitarios que se está dando a la tarea imperceptible de reinterpretar la obra borgeana, cosa que Borges, evidentemente, ya habría previsto hará, más o menos, ochenta años. Y ya se sabe lo que pasa en ese cuento: ¡Cuando te querés acordar, el mundo es Tlön!17

El problema

Hay algo en Biografía que nunca me había llamado la atención, y que sin embargo es lo primero por lo que se me tendrían que haber parado las antenas, lo primero que debería haber hecho encender alguna señal de la alarma de triquiñuelas borgeanas. Sucede, por supuesto, que las argucias de Borges son como la mano del Diego: prácticamente invisibles. Me refiero a lo siguiente.

16

A veces no sé si con Recabarren no me pasó lo mismo que a Cruz en su lúcida noche fundamental, y, en realidad, lo que alcancé en El fin no es otra cosa que mi propia cara, no la de Recabarren. No sé. Quizás encontré las dos. “Una dispersa dinastía de solitarios ha cambiado la faz del mundo. Su tarea prosigue. Si nuestras previsiones no erran, de aquí a cien años alguien descubrirá los cien tomos de la Segunda Enciclopedia de Tlön. Entonces desaparecerán el inglés y el francés y el mero español. El mundo será Tlön”. 17

5

Biografía es un cuento en el que sólo al final se descubre que el ignoto Tadeo Isidoro Cruz no es otro que el archifamoso sargento Cruz de El Martín Fierro. No conozco a nadie que haya previsto, antes de leer las dos últimas palabras del cuento -que son “Martín Fierro”-, que Tadeo Isidoro Cruz era el insigne Cruz. Nadie, ni uno. Biografía, evidentemente, está diseñado para conducir al lector a una revelación final que explica todo el cuento desde las últimas dos palabras 18: está diseñado para sorprender en el instante final del último acto. La lúcida noche fundamental no es sólo de Cruz, también es del lector: al atravesarla, Cruz, pero también el lector, comprenden quién es Cruz19. Éste comprende que el otro era él; el lector, que Tadeo Isidoro Cruz es el famoso sargento Cruz. ¿Existe algún problema en lo que acabo de relatar, o bien está todo claro como el agua? Hay, sí, atento lector, un flor de problema. “¿Cuál?”, preguntará usted en un grito. “Éste”, diré yo. Salvo por la alusión a su muerte 20 y porque el narrador menciona que Cruz es padre de un hijo, no hay ni el más mínimo punto de contacto entre lo que cuenta el sargento Cruz de sí mismo en El Martín Fierro21, y lo que cuenta el narrador en Biografía. Hasta donde yo sé, este problema no se había planteado hasta este momento. Lo que me pregunto ahora es por qué no me di cuenta, en la primera lectura, de la casi absoluta desigualdad biográfica, y sólo reparé en ella en la quincoagésima22. Le digo honestamente, desconfiado lector, que hasta hace poco tiempo no tenía respuesta ninguna a la pregunta. Pero quizás convenga, antes de arrancar con la respuesta, ver si en realidad es cierto que difieren tanto las historias. Arranco por Biografía, y empiezo por aquello que a todas luces no está en El Martín Fierro: La persecución inicial, Lavalle, López, la estancia, la pesadilla del hombre, el grito, Isidora Cruz, Tadeo Isidoro, Suárez, Manuel Mesa. Todo lo recién listado no figura en El Martín Fierro. Como no sabía quién era Manuel Mesa, se me ocurrió

18

En realidad, la palabra clave para la comprensión es la última: de la penúltima se podría haber prescindido tranquilamente; se arruinaba, eso sí, la sonoridad perfecta del remate. Hágase usted un tiempito, caro lector, y pruebe leer el final omitiendo la palabra “Martín”: verá el esperpento en que puede transformarse una definición magistral. 19

Hay que ver qué comprende cada uno, en el caso de que comprendan algo.

20

“Cuando, en 1874, murió de una viruela negra…”

21

Ni en lo que cuenta Cruz ni en todo El Martín Fierro.

22

Me estoy haciendo precio.

6

buscarlo en Internet. ¿Qué encontré? Encontré la biografía de Manuel Mesa23, escrita por Jacinto R. Yaben (Biografías argentinas y sudamericanas, Editorial Metrópolis, 1939, Buenos Aires). ¿Qué podría tener de interesante la biografía de Yaben? Que Borges la leyó, que la usó como modelo de Biografía, y que le robó, incluso, frases completas. Cosa notable, no encontré, en ninguno de los trabajos dedicados a Biografía, mención alguna al artículo de Yaben, lo cual me resulta sorprendente, porque hay frases de Biografía que están casi calcadas del texto de Yaben. ¡Y no tuve que remover cielo y tierra!: gugleé su nombre, y apareció en la primera entrada. A mí no me interesa, en este escrito, la intertextualidad, por lo menos la que es tan evidente, pero sí uso el texto de Yaben en otros ámbitos. En fin, ahí está la biografía de Yaben: el que la quiera usar que la use24. Volviendo a Biografía, el narrador nos indica que Tadeo Isidoro -que era muy, pero muy valiente-, mató a un tropero como quien mata una mosca, se enfrentó a sus perseguidores como un tigre, luchó en las guerras civiles, guerreó contra el indio, y, en resumen, que vivió en un mundo de barbarie monótona. Luego nos cuenta que le ordenaron apresar a un malevo; y nos cuenta una lúcida noche fundamental en la comprendió que el otro era él, noche fundamental en la que consta el famoso grito, que en El Martín Fierro suena así:

Tal vez en el corazón lo tocó un Santo bendito a un gaucho que pegó el grito, y dijo: “Cruz no consiente que se cometa el delito de matar ansí a un valiente”.

Cuando, en busca de Cruz, vamos a El Martín Fierro nos encontramos con esto (¡según el propio Cruz!): Andaba en amores con una mujer. Esa mujer lo engañaba con un viejo, comandante de la milicia, para más datos. Al encontrarlos, lejos de matar a su mujer y al amante, se apiadó de él y le pegó con el cuchillo un planazo en la cabeza, porque le daba pena matar a un viejo; a la mujer ni la tocó. Se dió después a la mala vida de

23

http://www.revisionistas.com.ar/?=11135

24

Me resulta desconcertante la falta de referencia a la biografía de Mesa escrita por Yaben. Tan desconcertante, que estoy seguro de que debo estar equivocado; sé que en algún momento alguien me hará llegar un trabajo que lo nombre. Espero, eso sí, que ese trabajo no sea éste.

7

gaucho matrero, pero no mucho, no exageró. Andaba por los bailes hecho un zaparrastroso; se burlaban de él los guitarreros, y, si mató a alguno, no está claro, pero es probable que lo hiciera. Al final, lo llamó el juez y lo empleó como sargento de policía. Acota, además, que en la noche en que fue a buscar a Martín Fierro vio la oportunidad de rajarse, porque no le gustaba andar con la lata en la cintura. Eso es todo. No hay aquí ni el audaz soldado de la guerras civiles ni el valiente matador de indios. No hay nada de barbarie monótona, sino, más bien, las andanzas de un pícaro miserable que anduvo rodando por la vida como bolita de purrete arrabalero, sin norte, a la buena de Dios y en patas. No hay nada más en todo El Martín Fierro.

Sentenciada en una baldosa, una sola frase del narrador de Biografía basta para que esas dos historias vitales formen una sola. Dice el narrador: “En su oscura y valerosa historia abundan los hiatos”. ¡Santo Remedio! Si en la historia de Tadeo Isidoro Cruz abundan las interrupciones temporales -los agujeros en los que no se sabe qué pasa- es ahí donde tenemos que ubicar, del modo que nos plazca, lo que Cruz cuenta de sí mismo en El Martín Fierro. Hay que reconocerlo: el recurso que utiliza el narrador para que encajen las dos biografías es perfecto (Y nótese que aún no hemos dado uso a la otra característica de la historia de Tadeo Isidoro Cruz: la oscuridad). Además, al narrador de Biografía no le interesa contar la historia de Tadeo Isidoro: a él sólo le importa una noche. Dice el narrador:

Mi propósito no es repetir su historia. De los días y noches que la componen, sólo me interesa una noche; del resto no referiré sino lo indispensable para que esa noche se entienda.

Y agrega un poquito más adelante:

Lo esperaba, secreta en el porvenir, una lúcida noche fundamental: la noche en que por fin vio su propia cara, la noche que por fin oyó su nombre. Bien entendida25, esa noche agota su historia; mejor dicho, un instante de esa noche, un acto de esa noche, porque los actos son nuestro símbolo. 25

¡Ojo, “Bien entendida”!

8

Si acepto como válida la solución del narrador (tapo con una historia los huecos de la otra y armo una sola con las dos) puedo llegar a entender que, en Biografía, Borges se propuso explicar por qué Cruz terminó luchando junto al hombre que perseguía, y combatiendo contra aquellos que, hasta sólo un momento antes, habían sido sus subordinados. ¿Por qué lo hizo? Porque comprendió que el otro era él. El otro puede ser él mismo en modo bárbaro- es decir, en modo Tadeo Isidoro, el guerrero valerosísimo-, puede ser Martín Fierro, puede ser el desconocido que lo engendró, pueden ser Manuel Mesa, Lavalle, López, Suárez… En fin, pueden ser todos los anteriores juntos o puede ser cualquiera, salvo Cruz en modo sargento de El Martín Fierro, que es casi una esfinge de la gilada: parte ortiba con dos dedos de frente, parte bueno para nada, parte corneta.

Puestos así, uno a la par del otro, ¿se nota que la diferencia abismal que media entre Tadeo Isidoro y Cruz no puede salvarse con el simple expediente de la historia oscura abundante en hiatos 26 ? Yo creo que sí; creo que usted, impertérrito lector, ya anda sospechando que acá, en Biografía, hay gato encerrado. Y tiene razón, pero lo que hay escondido en Biografía es bastante más grande que una gato. Si hay dos historias vitales -y dos personalidades- totalmente disímiles, no hay más remedio que aceptar que estamos frente a dos personas distintas. Una de ellas es el parco27, ignoto y valerosísimo Tadeo Isidoro de Biografía. La otra, el cantor, pícaro y archifamoso Cruz de El Martín Fierro. Para que quede claro, lo paso en limpio: Borges no escribe la historia de Cruz (La historia de Cruz la cuenta el propio Cruz en El Martín Fierro). En Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874), Borges escribe la historia de Tadeo Isidoro Cruz, que no es Cruz, porque Tadeo Isidoro es un guerrero temerario (del que poco se sabe, por un lado, porque su muy valerosa historia, además de ser abundante en hiatos, es oscura, y por otro, porque al narrador no le interesa su historia, lo que le interesa es una noche), y Cruz es el pícaro y famoso sargento que una noche se encontró con Martín Fierro, le contó toda su vida (¡su vida, no la de Tadeo Isidoro!), se volvió su amigo, y anduvo unos años junto a él hasta que lo mató la viruela entre la 26

¡Pero cuidado! Si ahora nos parece que al Cruz de El Martín Fierro no le da el cuero para lo que el poema mismo cuenta, ello obedece a Borges escribió Biografía, y podemos, así, contrastar a Cruz con Tadeo Isidoro. En el poema de Hernández el personaje de Cruz es ambiguo; esa ambigüedad fue vista por Borges, y le sacó partido, mucho partido. 27

¿Mudo, tal vez?

9

indiada. Por todo lo visto hasta acá, no queda otra alternativa que la siguiente: Cruz y Tadeo Isidoro (¡Chan, chan, chan!)...

Son dos personas distintas, y sus personalidades son radicalmente opuestas: (Ésta es la clave para entender el cuento) Ya lo escucho a usted decir, paciente lector: “¡No puede ser, Nicolás28! Si Tadeo Isidoro y Cruz fueran dos personas, los dos tendrían que haber estado presentes en la lúcida noche fundamental en la que la partida de soldados se enfrentaron a Martín Fierro. Salvo que vos estés sugiriendo que Tadeo Isidoro era uno de los soldados de Cruz (¡Pero en Biografía dice que es el sargento!), o “alguien” (no se sabe quién: alguien que andaba por ahí, un desconocido) que reemplazó (no sabría decirte por qué, quizás porque lo conmovió la valentía de Martín Fierro) a Cruz en la lúcida noche (¿lo mató a Cruz?, ¿lo amenazó para que no dijera nada, se escapara y no apareciera nunca más? ¿Acaso se la tenía jurada?), y, después de sacarse el bozal, le contó a Martín Fierro una vida que no tuvo -la vida de Cruz- y se mantuvo en su papel sin un solo renuncio hasta la muerte, un renuncio en el que podría haberle confesado a Martín Fierro su verdadera vida de coraje y barbarie monótona, y su posterior destino de actor, de estafador, pues fingió ser quien no era. Pero si ése fuera el caso, este Tadeo Isidoro - un verdadero desconocido, quizás, el desconocido que engendró a Cruz- tendría que haberlo conocido íntimamente a Cruz, al punto de saber tan en detalle su historia como para poder contársela a Martín Fierro 29. ¿O acaso lo que vos estás insinuando es que Tadeo Isidoro se condolió, no sólo de Martín Fierro, sino también de Cruz? Si fuera así, “salvó” a los dos: a Martín Fierro, porque lo habría conmovido el espectáculo de una valentía que conocía profunda y personalmente; pero también “salvó” a Cruz, porque salvó su memoria: lo salvó para todos nosotros, pero fundamentalmente para su hijo, Picardía, quien, al conocer la historia de su padre, la del valiente sargento Cruz (que de valiente no tenía nada; la historia que supo Picardía no fue la de su padre, fue la falsa historia del sargento Cruz, rescatado del oprobio por un impostor -Tadeo Isidoro-, el oprobio de haber estado involucrado en el sacrificio de un hombre cabal, Martín Fierro, como Nicolás soy yo; no uso mi primer nombre. Es más, cuando alguien me llama “Luis” siento como si le hablaran a otra persona. 28

29

(Nota del Lector) También cabe la posibilidad de que Tadeo Isidoro le haya contado a Martín Fierro una historia inventada por él, una ficción.

10

integrante de una manada de cobardes que, mano a mano, no se le animarían ni a una vieja con un plumero) pudo redimirse y encontrarle un nuevo cauce a su vida de pícaro y bueno para nada, una vida en la que estaba siguiendo el modelo de su padre, Cruz, el tarambana y pusilánime Cruz30. ¿Y si no es así como recién lo planteé, qué alternativa queda?¡No me vas a decir que la partida que fue a buscar a Martín Fierro tenía dos sargentos, y que esos dos sargentos se apellidaban, casualmente, “Cruz”!”. Veo que está pensando, lector ávido de respuestas, pero le pregunto ahora yo, y escuche bien la pregunta: ¿no existiría la posibilidad de que esas dos personas -Tadeo Isidoro y Cruz- fueran, en realidad, el mismo hombre? ¿Eh, qué me dice? “¡Ah, bueno!”-me dirá usted, levantando las manos hacia la mancha de humedad del techo- “!Lo que faltaba!, ¡Ahora resulta que Tadeo Isidoro, que también es Cruz, en realidad es... Batman! ¡Claro, cómo no se me ocurrió desde un principio! Pero si vamos a plantear cualquier cosa ¿por qué no decimos que Tadeo Isidoro es el doble de riesgo de Cruz, eh? Al fin y al cabo, podemos pensar que Cruz, que es un cagón, tiene un reemplazo para las escenas de acción, lo tiene a Tadeo Isidoro. Cuando pasa el peligro (el peligro de la lúcida noche fundamental fue el único gran peligro que enfrentó Cruz durante toda su vida31), ahí nomás hace su entrada Cruz, el gran actor Cruz, y entonces habla y habla y habla, bla, bla, bla. ¡Y habla hasta por los codos! No como Tadeo Isidoro, al que no se le escucha ni una palabra, ¡ni “mu” dice el tipo! ¡Dale, Nicolás, dejate de joder, che! Le anuncio, imaginativo lector, que la teoría del doble de riesgo me está gustando mucho32. Le aviso, además, que anda usted muy cerca de la solución del caso. Por lo tanto, le propongo lo siguiente. Ya que usted está motivado y, además, en posesión de todos los elementos necesarios para resolver por sí solo “El caso Cruz”, lo invito a que lea nuevamente Biografía, pero a que esta vez lo lea desconfiadamente, con absoluta suspicacia por cada una de las palabras. Sé que si usted le dedica tiempo y esfuezo encontrará alguna grieta en la que podrá meter la cuña que abrirá finalmente ese diamante de oscuridad que es Biografía. La lúcida noche fundamental de Tadeo Isidoro Cruz podría llegar a ser su lúcida noche fundamental de lector. No se me olvide de lo 30

Véase Tema del traidor y del héroe y La forma de la espada.

31

(Nota del lector) ¡Si es que lo enfrentó!

Si luego de leer este escrito, ve usted la película Había una vez en…Hollywood, de Tarantino, verá que es una película borgeana. 32

11

que leyó usted al principio de este escrito: la transformación a través de la comprensión es uno de los ejes que sostienen la obra borgeana: la transformación del personaje y, simultáneamente, la transformación del lector. Si usted no se transforma en otro lector, si usted no deja de ser el lector que es y se transforma en el otro lector33, en el valiente lector que se anima a dar en la noche un salto de comprensión, nunca sabrá quién es realmente Tadeo Isidoro Cruz, y Biografía seguirá siendo para usted lo mismo que para la mayoría de los lectores: una noche cerrada. En este momento, todo lo que se ha dicho y escrito sobre este cuento, para usted no vale nada. Se lo digo en los términos de Biografía: cualquier autoridad que usted detente, o ante la que usted se rinda, en este cuento no vale nada. Es más, si usted, como lector, no lucha contra la autoridad que hay en usted, no comprenderá que las jinetas le andan sobrando, porque las jinetas siempre andan sobrando cuando uno se enfrenta a un cuento de Borges. Éste, mientras combatía en la oscuridad -mientras su cuerpo combatía en la oscuridad- también comprendió su íntimo destino de lobo, no de perro gregario. Si lo quiere más claro, se lo digo más claro: Borges no escribía ni para la academia ni en la academia. Borges, como Stevenson, como Hernández, como Chesterton, escribía para el hombre del pueblo, y al hombre del pueblo los académicos le importan un carajo, porque nada saben de la astucia, la fortaleza, la templanza, el amor, la fe y el coraje que se necesitan para sobrevivir día tras día, para llevar, día tras día, el pan a la mesa con alegría.

Así que, valiente lector, ya sabe lo que tiene que hacer. Esta puede ser la noche fundamental en la que se vea usted cara a cara con usted mismo; y también puede ser la noche en que escuche su propio nombre. ¿Necesitaba usted la orden -el mandato- de apresar a un hombre? Ya la tiene. Eso sí, sepa que ese hombre tejerá un largo laberinto de idas y venidas con tal de que usted no dé con él, porque es un hombre que, aun si llegara usted a tener la astucia necesaria para rastrearlo y, finalmente, para cercarlo, lo va pelear a usted hasta su último aliento con tal de que usted se vaya con las manos vacías, porque ese hombre -como, en el fondo, todos los hombres- quiere seguir siendo libre, y lo quiere porque ama su libertad

34

. Si usted lucha en la tiniebla casi

indescifrable del cuento como luchó Cruz, como un valiente, usted finalmente dará con él: usted será, finalmente, un lector libre. ¡Convierta su oscura noche en una lúcida 33

¡Si usted no comprende que el otro es usted!

34

No se haga problema por el hombre, ni sienta culpa si da con él. Como en Biografía, recuerde que si usted se libera, él se libera. ¡Y además Martín Fierro tendrá otro aliado!

12

noche fundamental! ¡Vamos! ¡Anímese! Al fin y al cabo sólo tiene que leer y pelearse con lo que lee. De última, si no es esta noche, será la próxima; si no es en Biografía, será en otro cuento de Borges. ¡Vaya no más! Yo acá lo estaré esperando con el mate. ¡Adiós!

¡Bienvenido!

Cualquiera que lea Biografía más de cien veces, en algún momento reparará en la frase “Un motivo notorio me veda referir el combate”. Bien pensada, la frase no tiene sentido. ¿Por qué? Porque si la frase está aludiendo al combate que tiene lugar en El Martín Fierro, en éste el combate es descripto con lujos y detalles por el mismo Martín Fierro. Cuando releí el poema de Hernández, conté, por lo menos, seis soldados malheridos o muertos por el héroe. Martín Fierro, además, cuenta pormenorizadamente cómo malhirió o mató a cada uno de ellos, y la estrategia que usó en cada caso. Entonces, el motivo notorio al que apunta el narrador de Biografía no es, evidentemente, la falta de datos respecto del combate mismo, porque lo que sobra son datos. Si el narrador de Biografía hubiera querido contarnos el combate entre Martín Fierro y los hombres de Cruz, no habría tenido el más mínimo impedimento para hacerlo: leía El Martín Fierro, y punto. Por otra parte, hay que reparar en un asunto crucial: en el combate contado en El Martín Fierro no (Reitero: no, n-o) participa Cruz. En ningún momento el sargento Cruz lo encara o lucha con Martín Fierro; su participación en el poema arranca -como es de público conocimiento- con su voz, con su grito, grito que aparece prácticamente calcado en el final de Biografía:

Cruz arrojó por tierra el quepis, gritó que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear contra los soldados junto al desertor Martín Fierro.

En El Martín Fierro, el grito suena así:

13

Tal vez en el corazón lo tocó un santo bendito a un gaucho que pegó el grito. Y dijo: “¡Cruz no consiente que se cometa el delito de matar ansí a un valiene!”.

Y en la estrofa que sigue, Martín Fierro nos cuenta que:

Y ay nomás se me aparió, dentrándole a la partida: yo les hice otra envestida, pues entre los dos era robo; y el Cruz era como un lobo que defiende su guarida.

Reitero lo que dije hace unas líneas: En El Martín Fierro nunca combate Cruz con Martín Fierro; tampoco en Biografía. Biografía termina, justamente, en el momento en que aparece Cruz en El Martín Fierro. ¿Combate con alguien Cruz en El Martín Fierro? Sí, en El Martín Fierro –no en Biografía- Cruz combate con dos soldados; a uno de ellos, lo mata. Y ahí se termina la pelea. Los soldados sobrevivientes huyen, y Martín Fierro se pone a juntar los cadáveres, y les hace una cruz con un palito. Y después de que Martín Fierro le refiere a Cruz su vida en tres estrofas, empieza el largo parlamento de Cruz. Setenta y siete estrofas en las que Cruz cuenta su vida hasta el momento en que se le dio la orden de captura. Compare usted, fiel lector, esas setenta y siete estrofas con Biografía35, y constatará por qué postulo yo en estas páginas que Cruz y Tadeo Isidoro son dos personas distintas, y de personalidades radicalmente opuestas. Pero vuelvo a la frase sin sentido: “Un motivo notorio me veda referir el combate”. El combate mismo, lo vimos recién, no es el motivo por el cual el narrador de Biografía no puede contarlo. El motivo, por otro lado, es, según el narrador, “notorio”, es decir, es “evidente, conocido, manifiesto, visible, obvio, común, destacado, notable, famoso,

Le sugiero que, ya que está con el libro en la mano, lea todo El Martín Fierro. Algunos lo llaman “La Biblia Gaucha”, y no es por nada, sino porque es un libro extraordinario. 35

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célebre”. El motivo, que es notorio para el narrador, no lo es en absoluto para el lector. Si hay algo que no es notorio es, justamente, el motivo que al narrador le veda referir el combate. Contrariamente a lo que dice el narrador, lo que sí es de todo punto notorio es... el combate, pues el combate entre Martín Fierro y los soldados es famoso. ¿Tiene solución este embrollo? Sí, porque el narrador se explaya un poco sobre la naturaleza del combate: pese a que un motivo notorio le veda referirlo, algo larga, nos tira un hueso. Dice el narrador:

Básteme recordar que el desertor malhirió o mató a varios de los hombres de Cruz. Éste, mientras combatía en la oscuridad (mientras su cuerpo combatía en la oscuridad), empezó a comprender.

¿Qué sacamos en limpio de esta última cita? Que, no obstante le está vedado referirlo, el narrador precisa qué es lo que combate: el cuerpo de Cruz. Esto sí que es fundamental: Cruz no combate, lo que combate es su cuerpo. Reitero: lo que combate es el cuerpo de Cruz. El cuerpo de Cruz lucha, combate, pelea; él, no. Mientras su cuerpo combate, él empieza a comprender, él empieza a ver la luz. Si se recuerda que Cruz grita justo cuando amanece (“Amanecía en la desaforada llanura; Cruz arrojó por tierra el quepis, gritó”), se verá que el combate de su cuerpo es simultáneo a la comprensión. Cruz comprende y, simultáneamente, se hace la luz porque (y cuando) combate, porque (y cuando) su cuerpo lucha. El final de Biografía coincide con el surgimiento de Cruz en la obra de Hernández: Luego de un combate corporal en la oscuridad de su lúcida noche fundamental -en la que vio su propia cara y escuchó su propio nombre- Cruz, con la cabeza descubierta (“arrojó por tierra el quepis”), grita cuando amanece y ve la luz en la obra de Hernández. Dicho en una palabra: nace36.

Intermedio Humorístico

Pero si Cruz no entra nunca en combate con Martín Fierro, pregunto yo aquí y ahora: ¿Con quién corno combate Cruz? ¿Dónde estaba Cruz mientras Martín Fierro se 36

Veremos luego que este nacimiento es también un renacimiento.

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estaba cargando -¡a cuchillo!- a seis de sus subordinados? ¿No era que el jefe siempre debía ser el primero en entrar en batalla, el que tenía que dar el ejemplo, ése que se ponía en la primera línea enfrentando lo que viniera, aunque vinieran degollando? No, parece que no. Martín Fierro mató al primero, y Cruz no se metió; mató al segundo, y Cruz no aparecía; mató al tercero, y de Cruz ni noticias; mató al cuarto, mató al quinto y mató al sexto. En medio de la noche, solito y su alma, Martín Fierro, se sacó de encima a seis soldados. Eso sí, cuando mató al sexto, Cruz gritó que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente. Digo yo, Cruz, ¿a qué valiente se estaba refiriendo37? Y recuérdese, además, que Martín Fierro, antes de matar al sexto soldado, siente que un sable le hace cosquillas en las costillas, y aclara que, en ese momento, se le heló la sangre y se salió de las casillas. Es decir que ese hombre, que ya había despachado, en una lucha cuerpo a cuerpo, a cinco soldados, ni siquiera estaba muy enojado. ¡Muy enojado estaba ahora que le había hecho cosquillas un sable! ¡Cosquillas!¡Esto es un héroe, señores!¡Otra que Aquiles! ¿Y qué hace en este momento el héroe, ahora que está sacado? Mata al sexto. Recién entonces -muy oportunamente- se escucha el grito de Cruz. En fin...la verdad es que esto ya parece joda. Le confieso, abatido lector, que no era mi intención llegar hasta este lugar; la escritura me trajo hasta este cómico paraje. Más adelante, desde aquí, rumbearé para otro lado, pero, si sigo derecho por esta senda, no me queda más remedio que admitir que el cuerpo de Cruz luchaba del julepe que tenía ese cristiano. Sí, Cruz estaba muerto de miedo, temblando, con el vacilante cuchillo en la mano, al borde de la convulsión, con los ojos bizcos, la boca en una mueca como la del hombre de “El grito” de Munch, o tirándose de los pelos como la rubia de las películas de Jason o de La masacre de Texas cuando ve venir al loco de la motosierra. ¡Sí, señores, Cruz era un flor de cagón! ¿Y qué hizo el gonca Cruz para salirse de tamaño quilombo? Rajar, no podía. ¿Qué iba a decir si volvía?: “Capitán, capitán, aquí ha vuelto ileso su bravo sargento Cruz, al que le han matado a todos sus soldados”, rematando con un pucherito con la boca. No, hizo lo único que podía hacer. Hizo lo que hacen los cobardes: se puso del lado del más fuerte, del serial killer Martín Fierro. Eso sí, antes de aparecer en la arena, avisó que él estaba del lado del héroe: no fuera cosa que asomara el hocico blandiendo el facón, y Martín Fierro, que estaba más cebado que mate de ciruja, lo ensartara para todo el campeonato, y adiós mi plata.

37

Tadeo, en arameo, significa “valiente”, pero esto lo desarrollaré en otro escrito.

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Retomando la senda digna

Si en la noche de su comprensión, Cruz comprende para siempre quién es, eso significa que, antes de esa noche, sabía quién era, pero no lo sabía para siempre, porque su saber respecto de sí mismo estaba parcializado, estaba partido, tanto en el tiempo38 como en su propia conciencia dividida. Sabía quién era, pero durante un rato, no para siempre. Caía la noche, y lo ovidaba; lo volvía a saber, pero caía la noche, y lo olvidaba nuevamente; y así seguía por sus vidas. Si lo que sabía no lo sabía para siempre, ello obedece a que lo que sabía de sí mismo, y luego olvidaba, no era, en cada etapa, lo mismo. Durante un tiempo, sabía que era Cruz; luego, sabía que era Tadeo Isidoro; después, volvía a ser Cruz39. En el momento en el que le es ordenada la captura del malevo que debía dos muertes a la justicia (o sea, antes de la comprensión ocurrida en la lúcida noche fundamental, en la cual alcanza una conciencia definitiva, para siempre) la conciencia que imperaba en el cuerpo de Cruz40 era la conciencia de Cruz, no la de Tadeo Isidoro 41. Estas dos conciencias, como ya vimos, pertenecen, cada una de ellas, a dos personas distintas, y con personalidades radicalmente opuestas, pero que conviven en un mismo cuerpo. Ese cuerpo, a veces es Cruz, y, otras veces, es Tadeo Isidoro, en función de qué personalidad se manifieste en la conciencia. ¿Cómo nos damos cuenta de que las personalidades que conviven en el cuerpo de Cruz se alternan en la primacía de la consciencia? Porque el narrador así nos lo insinúa. Fíjese, si no, en que: “Cruz y los suyos, cautelosos y a pie, avanzaron hacia las matas en cuya hondura trémula acechaba o dormía el hombre secreto. Gritó un Chajá”. Y

38

Algo similar sucede en El milagro secreto.

39

Desde el punto de vista de Cruz, pero también desde el de Tadeo Isidoro, esta discontinuidad que estoy describiendo no existe. Ni siquiera puede decirse que pasa inadvertida: sencillamente, no existe para ellos. No son vidas paralelas; es un mismo cuerpo el que guarece a Cruz y a Tadeo Isidoro. Representadas, más o menos gráficamente, la etapas que transcurren en el cuerpo de Cruz (desde algún momento indeterminable después de su nacimiento hasta el 12 de julio de 1870) quedarían así: Cruz //Transformación y Noche de Olvido// Tadeo Isidoro //Transformación y Noche de Olvido// Cruz //Transformación y Noche de Olvido // Tadeo Isidoro //Transformación y Noche de Olvido// Cruz //Transformación Final y Comprensión en la Lúcida noche fundamental (12 de julio de 1870)// Valiente Sargento Cruz aparece en El Martín Fierro. Lo que aquí denomino “cuerpo de Cruz” bien podría haberlo denominado “cuerpo de Tadeo Isidoro”. Por comodidad, y para no confundir al lector ni a mí mismo, siempre utilizo la misma fórmula. 40

41

¿Quién se podría imaginar a Tadeo Isidoro empleado en la policía como sargento? Recuerde, lector, el incidente con el tropero, recuerde que Tadeo Isidoro enfrentó a la policía, recuerde que es una máquina de matar que no perdonaría ni a su propios compañeros ni a sus jefes; recuerde, en fin, que ni habla.

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repárese el siguiente revelador comentario: “Cruz tuvo la impresión de haber vivido ya ese momento”. La declaración del narrador es habilísima, porque ella nos retrotrae a un hito en la vida de Tadeo Isidoro (¡Ojo! De Tadeo Isidoro, no de Cruz). Me estoy refiriendo a la noche en la que a Tadeo Isidoro lo había cercado la partida, y en la que guerreó hasta la extenuación y casi hasta la muerte. Esa pelea memorable (hito inolvidable y definitorio de la vida y la esencia de Tadeo Isidoro) es presentada por el narrador como un dejá vu en la memoria de Cruz (no de Tadeo Isidoro). Cruz tiene la impresión de haber vivido ya ese momento, como aquél que, durante la vigilia, recuerda, súbita y vagamente, un sueño de la noche. Es decir, que no lo recuerda con la potencia y la vivacidad que debería tener el recuerdo de un acontecimiento crucial de su vida, aquél en el que estuvo a punto de morir asesinado, luchando como un tigre en un combate descomunal. Tadeo Isidoro no se rindió esa vez porque Tadeo Isidoro no se rinde nunca. Si lograron aprehenderlo, fue a causa de la gravedad de sus heridas, y de la pérdida de sangre que éstas le ocasionaron y que lo dejaron prácticamente desvanecido. Reitero: Ese mojón en la vida de Tadeo Isidoro es presentado por el narrador de Biografía como un dejá vu en la memoria de Cruz. Si en este momento se ha comprendido el peso específico que debería tener en la memoria un evento de tal envergadura, se entenderá, además, que Cruz no lo recuerda42 todo lo vívidamente que debería, únicamente porque tal recuerdo pertenece a la memoria de Tadeo Isidoro43. Sí es cierto que lo que desencadena el dejá vu es la situación en la que está ahora Cruz, pues ambas situaciones son prácticamente iguales, con la salvedad de que, en ésta última, Cruz es el perseguidor –el flamante y ambiguo perseguidor-, y Tadeo Isidoro, en ambas, es el perseguido 44 . La búsqueda exterior45 en la que está envuelto Cruz46 –porque así se le había ordenado- lo encamina 42

Estrictamente hablando, no es un recuerdo: Cruz se está asomando a Tadeo Isidoro.

43

No podemos decir que el recuerdo pertenezca al otro, porque, como ya será, Tadeo Isidoro no es el otro.

44

Si Tadeo Isidoro representa el íntimo y secreto perseguidor de Cruz, Tadeo Isidoro es la Voluntad. Esta es una lectura más del cuento, pero no la intentaré aquí. Véase, con respecto a esta nueva lectura, Había una vez en… Hollywood, de Tarantino, y El club de la pelea. Por otra parte, le aviso, caro lector, que en la película Bestia Salvaje (Sexy Beast) se puede encontrar un símil del comportamiento de Tadeo Isidoro. 45

Esta búsqueda exterior es en realidad una fuga de sí mismo que culmina en la lúcida noche fundamental. Borges mismo lo dice en Borges y yo: “Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro”. 46

La búsqueda en la que está envuelto Cruz es la misma búsqueda que debería emprender del lector.

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en una búsqueda interior47 que tendrá como resultado el hallazgo del hombre secreto que duerme o acecha en la oscuridad de la hondura trémula de su ser, y que está ya está empezando a asomar en su consciencia48 : “El criminal salió de la guarida para pelearlos. Cruz lo entrevió, terrible; la crecida melena y la barba gris parecían comerle la cara”. Acá está la clave: Cruz lo entrevió a Tadeo Isidoro (Tadeo Isidoro siempre es el perseguidor real del que huye, del que se fuga, Cruz), y lo que alcanzó a ver fue terrible, porque Tadeo Isidoro es, para Cruz –y quizás para todos-, eso, un hombre terrible, una despiadada máquina de matar 49 . Si no me cree, recuerde usted el incidente con el tropero, a quien mata como quien mata un mosquito, y el incidente con la partida. Tadeo Isidoro es un asesino inclemente, incapaz, no sólo de condolerse del prójimo, sino también de registrar su existencia para otra cosa que no sea destruirlo. Cruz, si bien es un cobarde, puede llegar a apiadarse de un viejo, y no matarlo, aunque ese viejo le haya birlado la mujer. Pero su cobardía es lo que le impide registrar la existencia de Tadeo Isidoro, pues ya vimos lo que siente cuando se asoma (a) Tadeo Isidoro: terror (Cruz lo entrevió, terrible). Las dos personalidades que coexisten en el cuerpo de Cruz son, evidentemente, irreconciliables. Por tal motivo, alternan su presencia en la consciencia: Cuando Tadeo Isidoro surge, Cruz va al fondo; cuando Cruz emerge, Tadeo Isidoro va a la sombra. Reitero lo que escribí hace un rato: Cruz y Tadeo Isidoro son dos personas distintas, y sus personalidades son radicalmente opuestas. Esas dos personalidades conviven, alternándose, en el mismo cuerpo. Nos encontramos, ambable lector, frente a un caso de doble personalidad.

¿Existen casos notorios de doble personalidad, casos en los que personalidades opuestas convivan en un mismo cuerpo? ¡Sí, claro! ¡Tan notorios como usted y yo, lector; tan notorios (manifiestos, evidentes) como todos los hombres! Porque en todos nosotros conviven la luz y la oscuridad, la temeridad y la cobardía, el perseguidor y el perseguido. ¡Pero, ojo: conviven y se conocen! Esto es, se juntan, se mezclan y, de ese modo, se atenúan y se matizan. Ni el bien absoluto, ni la maldad absoluta; ni la temeridad pura, ni 47

Este es el acápite del cuento: Estoy buscando la cara que tenía antes de que el mundo fuera creado.

48

Podrá enfrentarlo gracias al concurso de conocidas fuerzas extrañas que, en esa noche, su lúcida noche, caerán sobre él. 49

Existe otra interpretación con respecto a Cruz, y es la siguiente: Cruz no huye de Tadeo Isidoro porque es un cobarde, sino que Tadeo Isidoro es verdaderamente terrorífico, eso ante cuya visión cualquier ser humano huiría despavorido pues supondría su inevitable aniquilación.

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la cobardía pura. Todos somos un poco valientes y un poco cobardes, gracias a que no saltamos del polo de la temeridad al polo de la cobardía. Por ser el caso de todos los hombres, el tema de la doble personalidad ha sido plasmado por el arte, desde sus inicios, en obras innumerables. En la literatura, el caso consta en un libro insigne, en un libro que puede ser todo para todos (I Corintios 9:22). ¡Ya lo veo venir a usted, duplicado lector, y ya lo escucho decir que el libro del que estamos hablando es la Biblia! Y de alguna manera tiene usted razón, porque, en parte, “El caso Cruz” consta en El Martín Fierro, o sea, en la Biblia Gaucha. Pero si usted se estaba refiriendo al famoso caso del apóstol San Pablo, fíjese que Pablo y Cruz tienen, sí, algo en común, pero no el hecho de padecer del síndrome de doble personalidad. No, lo que ellos comparten es la circunstancia de la conversión súbita: de perseguidores, a aliados del perseguido. Archifamoso es el caso del Apóstol: él mismo lo cuenta en sus cartas, con palabras que ya son parte del acervo espiritual de la humanidad. San Pablo persiguió a Cristo con tanto fervor que, finalmente, se encontró con Él en el camino de Damasco, y quedó cegado como de rayo. Pero no sólo se encontró con Él: cuando el Apóstol se encuentra con el Hijo de Dios también se encuentra con sí mismo: Saulo se convierte en Pablo: escucha su propio nombre, ve su propia cara y sabe para siempre quién es. Allí, en el camino de Damasco, ocurre su lúcida noche fundamental. Pero Pablo es consciente de su transformación: sabe que se ha encontrado con Dios y que Dios lo ha transformado en Pablo. El caso del Apóstol no es un caso de personalidad dividida, en el cual cada personalidad se alterna en la primacía de la conciencia. Entonces, no es la Biblia el libro insigne donde consta la historia de Tadeo Isidoro Cruz. En realidad, se trata aquí de un libro mucho más cercano a nosotros en el tiempo; se trata de un libro que no es fruto de la revelación divina, sino de la imaginación de un hombre que supo ver y reflejar en una pequeña novela la división interna y fundamental de todos los hombres. Ese hombre, que, casualmente, vivió, igual que Tadeo Isidoro Cruz, cuarenta y cuatro años, escribió un pequeño libro que, a causa de iluminar al hombre como una lucha constante entre el bien y el mal, bien puede ser todo para todos, puede ser todo para todos los hombres.

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El extraño caso del sargento Cruz

Según sus biógrafos, una mañana del otoño de 1886 a Robert Louis Stevenson lo persiguió una pesadilla tenaz. Gritó; y su mujer, que dormía junto a él, lo despertó. Al contrario de lo que sucede en Biografía, sí sabemos lo que soñó, pues él mismo se lo contó a su esposa. Estaba soñando un dulce cuento de terror; su mujer lo había despertado justo en el momento en que, por primera vez, el Dr. Jekyll se transforma en Mr. Hyde. Ese sueño fue, también según los biógrafos, el gérmen del El extraño caso del Doctor Jekyll y el señor Hyde. Ese sueño fue la causa de un acto: la escritura de la obra en la que Stevenson despliega su obsesión por el tema de “el doble”, que era un tema que estaba muy en boga por ese entonces: el de las distintas personalidades que conviven en un mismo hombre.

Todos sabemos que Borges era un admirador incondicional del escritor escocés, y que en algún lugar declaró que era uno de los pocos escritores que releía 50. Pero lo que no sabíamos hasta este momento era que Borges lo consideraba su influencia fundamental. ¿Por qué afirmo esto? Porque Biografía no es únicamente la invención de un caso de doble personalidad, el de Tadeo Isidoro Cruz. Si fuera sólo eso, ya sería un cuento descomunal. Pero, sabemos, los lectores de Borges, que sus cuentos son objetos pluridimensionales. Por lo tanto, en un solo cuento conviven, mezclándose, dimensiones distintas,

tal

como

en

todos

nosotros

conviven,

amalgamándose,

distintas

personalidades. Nunca aparece una aislada de las otras. Nuestra dimensión filosófica siempre se da la mano con la literaria. Nuestra dimensión de hijo es acompañada por nuestra dimensión de padre 51 . Nuestra dimensión histórica convive con nuestra dimensión íntima y personal. Y además, el tiempo, nuestro tiempo, convive con la eternidad, como sucede en todos los cuento de Borges, cuentos en los que, como ya expliqué en Recabarren, sucede todo y no sucede nada. Igual que San Pablo, todos nosotros experimentamos la visión de la eternidad, del mismo modo vertiginoso en que

50

En Borges y yo, que es un verdadero testamento literario, el único escritor mencionado es Stevenson.

51

Nadie es totalmente hijo o totalmente padre; si lo fuera, sería un monstruo. Y, si no, recuérdese el caso de la Santísima Trinidad: el Hijo también es el Padre, y el Padre también es el Hijo: uno no es sin el otro, y ninguno de los dos es sin el Espíritu Santo. Esta convivencia, contrariamente a lo que pueda opinar la “sana lógica”, es una nota de la sabiduría de la Ortodoxia (Véase Ortodoxia, de Chesterton).

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Cruz, en su lúcida noche fundamental, comprende para siempre quién es, cuando/porque comprende que el otro es él52. Pero vuelvo a lo que estaba diciendo más arriba con respecto a que Borges confesaba (mostraba, develaba), en Biografía, que Stevenson era su influencia primaria, fundamental. ¿Cómo llego a tal afirmación? Porque la influencia más importante es justamente la influencia que no se ve, la oculta en nosotros mismos, la secreta. De ella no podemos decir palabra alguna: sólo se manifiesta en nuestros actos, que, como muy bien dice el narrador de Biografía, son nuestro símbolo. En Biografía conviven notoriamente (visiblemente) El Martín Fierro, Yeats, Yaben, San Pablo y la Ilíada. Sin embargo, todos esos textos descansan sobre un único y secreto fundamento: El extraño caso del Doctor Jekill y el Señor Hyde, texto que, para Borges, funciona como El Martín Fierro para Cruz: Es el texto deslumbrante en el que vio su propia cara, ése en el que escuchó su propio nombre. ¡Pero cuidado! El extraño caso del Doctor Jekill y el Señor Hyde no es su espejo (como tampoco Martín Fierro es espejo de Cruz): es el rayo terrible que lo transformó a tal punto que dejó de perseguirlo y que lo hermanó con él en lo Otro, y, de ese modo, le dio su propia voz, la voz de Borges, que es la escritura de Borges, porque la escritura es un acto y, como ya se sabe, los actos son nuestro símbolo. Biografia es un símbolo de Borges porque es un acto de Borges53, o sea, del otro. Le advierto, iluminado lector, que no estoy inventando nada: Borges mismo dijo claramente en Borges y yo (dos que son uno, como el sargento Cruz y el agregado “cobarde Cruz - terrible Tadeo Isidoro”) lo que en Biografía declara secreta y alegóricamente: “Yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica … Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy) … Así mi vida es una fuga54 y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro”. Biografía es el acto de escritura del otro, de Borges, de ese otro que descubrió, en una lúcida noche fundamental, su propio nombre, su propia cara y su propia voz. Y este es un punto fundamental y precioso: Lo que le sucede a Cruz en su lúcida noche fundamental es lo mismo que le sucedió a Borges con su escritura55. 52

Borges también lo comprendió.

53

Aquí es donde se entiende Borges y yo.

54

Fuga de sí mismo, como Cruz.

55

Es, también, lo que le sucede al lector cuando comprende Biografía.

22

¿Cómo se resuelve El extraño caso del sargento Cruz? Se resuelve en el combate de su cuerpo. Gracias y durante ese combate, él comprende quién es: el valiente sargento Cruz. Y Cruz, ahora transformado en el valiente sargento Cruz, luego de que comprende, grita56, y es en su grito donde está la clave del modo en que se resuelve el caso. El resultado de ese combate no es, ni la victoria del cobarde Cruz, ni la del sanguinario Tadeo Isidoro. Ninguno de los dos puede matar al otro porque se estaría matando a sí mismo, se estaría suicidando. (El suicidio no es viable, además, porque Cruz es un cobarde, y Tadeo Isidoro, un asesino, no un suicida). Esa lucha culmina cuando lo irreconciliable se reconcilia; cuando surge un acuerdo gracias al cual las dos personalidades se funden en una sola: cuando la ley convive con la pulsión de destrucción. Y es por eso que Cruz grita lo que grita, que “no va a consentir el delito de que se mate a un valiente”. El combate entre Cruz y Tadeo Isidoro se resuelve cuando surge una personalidad que puede ser la síntesis de ambas. Es gracias a esa síntesis que el ya no más cobarde Cruz –que en las sombras de la noche luchaba contra sí mismo- puede entrar en la batalla y defender a aquél que –desde hace apenas un instante- se le parece íntima y secretamente. Gracias a esa síntesis, quien ahora está en la lid exterior es el valiente sargento Cruz, y no el asesino Tadeo Isidoro ni el cobarde Cruz. Si la transformación hubiera decantado en Tadeo Isidoro, la historia hubiera sido otra historia. Pero el destino ya estaba escrito. ¿Dónde? En un escrito: Su historia consta en un libro insigne, en un libro que puede ser todo para todos: En El Martín Fierro57 58. La magnitud de la maestría borgeana es tal, que repárese en el detalle de que Cruz (ya estoy en la obra de Hernández, y es que con ella está trabajando Borges) no recuerda a

56

Y, luego de que grita, actúa. Los actos son nuestro símbolo. El acto de haberse puesto a pelear contra sus soldados, junto al desertor Martín Fierro (Ése es el Símbolo de Cruz) es el acto de la noche que le interesa al narrador de Biografía. Ese acto es el Símbolo del valiente sargento Cruz, no las setenta y siete estrofas en las que engarza una sandez tras otra. Porque el valiente sargento Cruz es uno cuando habla, pero, cuando actúa, es el otro. 57

Véase Recabarren.

Si le damos una vuelta más de rosca a la frase “Su historia consta en un libro insigne, en un libro que puede ser todo para todos”, nos percataremos de que la historia de Tadeo Isidoro Cruz consta en el cuento “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)”, cuento que pertenece a El Aleph (acto de escritura de Borges). Y, efectivamente, El Aleph es un libro insigne, es decir, famoso. Pero es también un libro insigne, es decir notable (que se hace notar) y destacado (que se destaca) porque es el libro que el lector tiene en sus manos cuando está leyendo “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)”. El Aleph, además, es un libro in-signe, en un signo. ¿Qué signo? Aleph. Además, si usted lee el cuento “El Aleph”, verá que el Aleph puede ser –si logramos dar con él- todo para todos. 58

23

Tadeo Isidoro ni al cobarde Cruz. Cruz no le cuenta a Martín Fierro la vida de Tadeo Isidoro. ¿Por qué? Porque Tadeo Isidoro y el cobarde Cruz ahora viven en él como un sueño, ahora que ambas personalidades se han reconciliado en una sola: el valiente sargento Cruz59. Lo contrario sucede en la obra de Stevenson, en la que el propio Jekyll se lamenta, momentos antes de suicidarse, de no haberles dado un lugar en su personalidad a sus instintos destructivos. Como no lo hizo, el mal que en él habitaba se desarrolló y creció en la forma autónoma de Mr. Hyde60. En Biografía Borges nos muestra que la reconciliación es posible 61 , y que esa reconciliación de los contrarios tendrá como resultado el olvido62 de que alguna vez hubo en nosotros una lucha íntima entre el bien y el mal63, entre el cobarde y el asesino. Este olvido también es simultáneo al olvido del lector, que no puede ver que Tadeo Isidoro y Cruz son dos personas distintas, cosa que ya vimos al principio de este escrito. Si es cierto que Tadeo Isidoro Cruz se transforma en un hombre valiente (el valiente sargento Cruz), también es verdad que tal transformación lo convierte en un hombre sensato, y esto ocurre porque en él se descubre –porque en él se crea- una personalidad original. Su grito es el testimonio de esa originalidad, porque el hecho de que matar a un valiente sea un delito es, nada más y nada menos que “un mandamiento nuevo”64, fruto del surgimiento de una personalidad nueva y originalísima: la del bravo sargento Cruz. Ese grito es (y esto les gustará a los lacanianos) una “palabra plena”. No una vida, ¡dos 59

Nótese que se cumple lo que se advertía en las primeras páginas de este escrito: la transformación ocurre subrepticiamente. 60

Sobre este tema se explaya Borges en la clase 25 de Borges profesor (Está en Internet).

61

Veremos luego que en esta reconciliación se necesita la ayuda de fuerzas aún insospechadas. La reconciliación, además de ser posible, es lo único que puede salvarnos. 62

En ese olvido, por supuesto, siempre asoma la causa del olvido, del mismo modo en que en Biografía (entre las palabras de Biografía) asoma la causa real de la identidad del valiente sargento Cruz. Estamos tratando aquí con un olvido que no debemos olvidar. Las sibilinas palabras del poeta –de Borges- nos recuerdan la existencia del olvido. La función del poeta es ésa: la rememoración de quiénes somos. 63

Según Freud, una lucha similar a la que aquí describo se da en todos los hombres; esa lucha tiene por resultado el surgimiento de la conciencia definitiva, pero también el olvido de esa lucha, la amnesia infantil. Véase El sepultamiento del complejo de Edipo. Este mandamiento es nuevo con respecto a “No matarás”. El mandamiento nuevo no ordena no matar, ordena no matar a un valiente. Por lo tanto, no está prohibido matar a los cobardes. Ergo, en este mandamiento nuevo convive la ley con la pulsión de destrucción. Como ya vimos más atrás, lo que le sucede a Cruz en su lúcida noche fundamental es lo mismo que le sucede a Borges con su escritura, porque, en su propia lúcida noche fundamental, Borges descubre su propio nombre y su propia voz. Y el símbolo de Borges es su acto, su escritura, que -lo mismo que el “mandamiento nuevo” de Cruz- es “una escritura nueva”. 64

24

vidas precisó Cruz para dar finalmente con sí mismo en una palabra que expresara su ser! Este definitivo encuentro tiene, además, las notas características de la sanación. Y esto es absolutamente cierto, porque en su lúcida noche fundamental, Cruz –al revés de Jekyll- se sana. El mecanismo de la sanación está descripto claramente en Biografía. Bien entendida, la lúcida noche fundamental de Cruz es una ceremonia de sanación chamánica65, y es, además, la causa por la cual el lector no percibe la diferencia entre Cruz y Tadeo Isidoro. Trataré de ser claro en el intento de explicar el mecanismo de sanación y olvido de la lúcida noche fundametal, pero sepa, paciente lector, que caminaré sobre un espejo de agua, y que cualquier descuido puede hacerme perder pie en la noche, porque aquí, delante de mí, no hay ninguna huella. Estoy buscando algo preciosísimo: lo mismo que buscaron Borges y Hernández, lo mismo que buscan Cruz 66 y usted y todos: estoy buscando la cara que tenía antes de que el mundo fuera creado.

De ahí salió Manuel Mesa…De ahí, el desconocido que engendró a Cruz

Dice el narrador de Biografía:

En los últimos días del mes de junio de 1870, recibió la orden de apresar a un malevo, que debía dos muertes a la justicia (…) el informe agregaba que procedía de la Laguna Colorada (…) de ahí salió Manuel Mesa (…) de ahí, el desconocido que engendró a Cruz.

Y agrega:

Cruz había olvidado el nombre del lugar; con leve pero inexplicable inquietud lo reconoció…(¡Los puntos suspensivos son de Borges!)

Repárese, primero, en la pista que nos deja el narrador con respecto a la doble personalidad de Cruz: “Cruz había olvidado ese nombre, con leve pero inexplicable 65

La escritura y la lectura también son –o, pueden ser- ceremonias de sanación chamánica.

66

No sé si Cruz lo buscó, pero eso es algo que investigaré en otro escrito.

25

inquietud lo reconoció”. Cruz no puede explicar la razón de su inquietud. Pero, ahora (a esta altura de Cruz) tanto el olvido como la inexplicable inquietud de Cruz son totalmente comprensibles: No lo recordaba porque ese recuerdo pertenecía a la memoria de Tadeo Isidoro. Cuando logra reconocer 67 el nombre, su inquietud obedece, evidentemente, a que se está asomando (a) Tadeo Isidoro. Y ése es el motivo de la inquietud de Cruz: no quiere enfrentarse con el terrible Tadeo Isidoro68. De la Laguna Colorada procedía, además, el hombre al que debía perseguir, o sea, Martín Fierro, pero también procedían Tadeo Isidoro y él mismo, Cruz: Ésta es la lúcida noche fundamental que hacía rato lo estaba esperando. Sin embargo, lo que me importa de la cita es “De ahí salió Manuel Mesa…De ahí, el desconocido que engendró a Cruz”. ¿De dónde salieron? De la Laguna Colorada69. Muy bien entendidas, estas últimas palabras nos están diciendo que, en el mismo momento en que Cruz recibe la orden de detención –de aprehensión-, salen, de la Laguna Colorada, Manuel Mesa y el desconocido que lo engendró. Ya veo que usted dirá: “¡Tenga mano, tallador! ¿Cómo van a salir si están muertos!” Sí, claro -usted lo ha dicho- están muertos. Sin embargo, el texto dice claramente que de ahí salió Manuel Mesa y que de ahí (salió) el desconocido que engendró a Cruz. O sea que, por muy muertos que estuvieran, de ahí salieron. Pero no salieron sus cuerpos; de ahí salieron…sus espíritus. De la Laguna Colorada salieron los espíritus de Manuel Mesa y del desconocido que engendró a Cruz. De ahí salieron y con Cruz van: “Cruz y los suyos, cautelosos y a pie, avanzaron hacia las matas70 en cuya hondura trémula acechaba o dormía el hombre secreto”. Y ahí nomás gritó un chajá, y Cruz tuvo la sensación de haber vivido ya ese momento. Uno suponía que ahora el narrador nos iba a contar el combate. No, nada de eso; el narrador aclara que un motivo notorio le veda referirlo, pero indica que lo que combate es el cuerpo de Cruz. Quienes secundan al cobarde Cruz en su combate con el sanguinario Tadeo Isidoro, son Manuel Mesa y el desconocido que engendró a Cruz. Ya lo veo venir, lector asombrado:

El narrador usa el infinitivo “reconocer” -no usa “recordar”- porque, como ya se dijo, ese recuerdo pertenece a la memoria de Tadeo Isidoro. 67

68

Cruz no lo puede ni ver a Tadeo Isidoro: “Cruz lo entrevió, terrible”.

69

Como se ve, todos (el cobarde Cruz, Tadeo Isidoro, el valiente sargento Cruz, Martín Fierro, Manuel Mesa y el desconocido que engendró a Cruz) proceden de la Laguna Colorada. ¡Qué noche, Bariloche! 70

¡Qué bien elegida está esta palabra! “Matas”, de “matar”.

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“Pero si lo que lucha es el cuerpo de Cruz, ¿de qué modo intervienen Manuel Mesa y el ilustre desconocido?”. El cuerpo de Cruz lucha (por ejemplo, como Edward Norton en El club de la pelea71). Y esa lucha del cuerpo es simultánea a un combate espiritual que sucede en una dimensión a la cual ni a usted, ni al narrador, ni a mí se nos está permitido acceder todavía, porque, para bien o para mal, nos está vedado su paso. Esa suerte quiere que al narrador le esté vedado referir el combate 72. O sea, el combate ocurre en una dimensión corporal y, simultáneamente, en una dimensión espiritual, para cuya descripción no existen palabras, como tampoco existen palabras para explicar por qué surge la conciencia (Ni por qué surge, ni qué es la consciencia), ni por qué usted y yo estamos vivos. ¡No hay palabras para explicar lo evidente! 73 74 Lo único que uno sabe con certeza de sí mismo es que el cuerpo lucha. Nada más. Y mientras el cuerpo lucha, uno comprende. Pero ¿de dónde procede esa comprensión? ¿Cuál es su origen? ¿Por qué Cruz comprende lo que comprende y no otra cosa? ¿Por qué comprendió, justamente, un destino de lobo, y no comprendió lo opuesto, un destino de perro gregario? ¿Por qué comprendió que es un delito matar a un valiente, y no cualquier otra cosa? Si Cruz comprende lo que comprende, y no otra cosa, ello obedece a que en su combate inefable 75 –en esa verdadera ceremonia iniciática y de sanación- Cruz estaba siendo animado por la tradición, por la tradición del coraje, por una asamblea del coraje de la que estaba siendo parte junto a Manuel Mesa y al ilustre desconocido que lo engendró. Gracias a que ambos pertenecen a una tradición de hombres valientes que enfrentaron la

71

El club de la pelea tiene mucho de Biografía, porque tiene mucho de Stevenson.

72

El motivo notorio también es éste: Si el narrador nos contara el combate del cuerpo de Cruz, tendría que contarnos el combate corporal de Cruz contra sí mismo. Más allá de que le esté vedado referirlo, el narrador nos asoma a ese combate. Cuando logramos atravesar las palabras y pertenecer al cuento, el texto de Biografía se nos revela como un espejo: un espejo del que salen Manuel Mesa y el desconocido que engendró a Cruz. O sea: Cuando el lector se transforma, y comprende, atraviesa el espejo y entra en un país de mil y una maravillas, en el que, por ejemplo, las mesas vuelan. 73

Para intentar explicar lo evidente hay que dar un millón de vueltas. Parménides, entre otros, trató de hacerlo. El nivel de abstracción y de dificultad de su poema es tan alto, que el mismísimo Platón decía que Parménides era terrible. “Terrible”, como el malhechor que sale de su guarida para pelearlo a Cruz. Y recuérdese aquí que también Platón –según él mismo cuenta- tuvo que sacrificar a su padre espiritual, al terrible Parménides, para poder encontrar su propia voz. 74

Si bien no existen palabras para tales explicaciones, es sólo desde las palabras, y soltándonos de ellas, que podemos acceder a alguna clase de comprensión. 75

Pero no tan inefable.

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muerte con coraje, puede Cruz enfrentarse a Tadeo Isidoro y reconciliar –siguiendo las huellas de sus pasos, tomándolos como modelos de valentía- al cobarde Cruz con el sanguinario Tadeo Isidoro76. ¡Ambos pueden ahora morir a su doble condición de nadie (Un ser que es dos personas que se alternan desconociéndose en un solo cuerpo, es nadie77) para nacer -para renacer78- a su condición de hombre -de mortal- en el valiente sargento Cruz!

Es indispensable agregar ahora que aquello que desencadena este viaje espiritual de sanación –todo un verdadero “vuelo” 79 - es el miedo a la muerte inminente que experimenta el cuerpo de Cruz, del cobarde Cruz, ante la visión del terrible Tadeo Isidoro. Lo que podría uno preguntarse es por qué justamente ahora se sumerge Cruz en su lúcida noche fundamental, y no, por el contrario, se transforma –como tantas veces pasadas- en Tadeo Isidoro. Y la respuesta ya cae de madura: ésta es la lúcida noche fundamental de Cruz -aquella en la que se debe enfrentar a Tadeo Isidoro- porque así lo determina el destino, que, como es sabido, ya está escrito 80. ¿Dónde? En El Martín Fierro. Estrictamente hablando, el que experimenta el temor a una muerte inminente no es Cruz; es su cuerpo el que experimenta el miedo. Hace unas páginas, en el Intermedio Humorístico, relaté el comportamiento de Cruz (De Cruz, no de Tadeo Isidoro) momentos antes de su intervención en la pelea. Lo contado cómicamente fue, en realidad, aquello que sintió el cuerpo de Cruz. El cuerpo del cobarde Cruz estaba aterrado, no sólo por el asomo de Tadeo Isidoro en su conciencia, sino también por el espectáculo de esa máquina de matar que es, para el cobarde Cruz, el héroe de la literatura argentina81. Y es ese mismo cuerpo -como suele ocurrir en los cuentos de 76

¿De qué modo lo amansan a Tadeo Isidoro? Tadeo Isidoro, en esa asamblea, tendrá que luchar contra espíritus que son parte de sí mismo, es decir, que también son parte de Cruz, quien tiene la misma –la idéntica- fuerza corporal que Tadeo Isidoro. Cruz, en su lúcida noche fundamental, por fin está luchando contra sí mismo, y, como bien dice la letra de El témpano: “la lucha es de igual a igual contra uno mismo, y eso es ganarla”. 77

Recuérdese Borges y yo.

78

Muerte y resurrección también están escondidas en Biografía.

79

Como el “vuelo” de San Pablo.

80

Sobre este tema, véase, por ejemplo, Recabarren.

81

Si, ante el miedo, Cruz se convierte en una máquina de destrucción, quizás su mecanismo de transformación podría ser similar al de Hulk.

28

Borges, también aquí, en Biografía- lo que comprende 82 , pues el cuerpo es lo que comprende, hasta los huesos, la inminencia de la muerte 83 . Esta es la gran prueba iniciática y de sanación en la que está metido el cobarde Cruz, y en la que vendrán a socorrerlo los espíritus de Manuel Mesa y del ilustre desconocido que lo engendró. Sin su compañía, sin “los suyos”, el cobarde Cruz habría salido eyectado de las sombras, pero no hacia la pelea, sino en dirección contraria, y habría corrido frenéticamente por la pampa hasta caer desmayado; o se habría transformado en Tadeo Isidoro, y otra habría sido la historia si el destino no hubiera estado ya escrito en El Martín Fierro. Gracias a que, durante el combate convulsionado de su cuerpo, se desarrolla la asamblea espiritual en la que el cobarde Cruz, respaldado por los suyos, puede hacerle frente al miedo a la muerte (encarnada en su doble, el terrible Tadeo Isidoro, que ya ha salido de las sombras para pelearlo), y vencerlo; gracias a eso, decía, puede el ahora valiente sargento Cruz ver a Martín Fierro como lo que es: no una sanguinaria máquina de matar (ése era Tadeo Isidoro), sino un hombre valiente que lucha fieramente por su libertad. Más allá de las palabras, y aun del entendimiento, están el cuerpo y el espíritu: esos son los lugares en los que se desarrolla, nada notoriamente, el combate. Con respecto a lo dicho recién nomás, vale la pena escuchar a los que verdaderamente saben del tema. Dice Mircea Eliade:

Esa angustia de la Muerte no es desconocida para él (el primitivo): está ligada a su experiencia fundamental, a la experiencia decisiva que ha hecho de él lo que es: un hombre maduro, consciente y responsable; que lo ha ayudado a sobrepujar la infancia y a desligarse de su madre y de todos los complejos infantiles. La angustia de la Muerte vivida por el primitivo es la de la iniciación. Y si pudiésemos traducir la angustia del hombre moderno con palabras de su propia experiencia y de su lenguaje simbólico, un primitivo nos diría substancialmente esto: es una gran prueba iniciática, es la penetración en el laberinto o en las malezas frecuentadas por los demonios y las almas de los antepasados, las malezas que corresponden al Infierno, al Esto último es algo que tengo que seguir investigando, pues el incidente del tropero daría la impresión de contradecir la teoría. Pero ya se sabe que la impresión, en los cuentos de Borges, no es lo que cuenta. 82

Véase Recabarren.

83

La muerte está más allá de las palabras y aun del entendimiento. Si no fuera así, no moriría nadie. Algo de esto puede encontrarse en La invención de Morel.

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otro mundo; es el gran miedo que paraliza al candidato a la iniciación en el momento en que es engullido por el monstruo y se encuentra en las tinieblas de su vientre o cuando se siente cortado en trozos y digerido a fin de poder renacer como un hombre nuevo (…) Y sin embargo, a los ojos del primitivo, esta terrible experiencia de angustia es indispensable para el nacimiento de un hombre nuevo. No hay iniciación posible sin una agonía, una muerte y una resurrección rituales84.

Muerte y resurrección; muerte y renacimiento. Como ya dije hace unas cuantas páginas atrás:

El final de Biografía coincide con el surgimiento de Cruz en la obra de Hernández: Luego de un combate corporal en la oscuridad de su lúcida noche fundamental -en la que vio su propia cara y escuchó su propio nombre- Cruz, con la cabeza descubierta (“arrojó por tierra el quepis”), grita cuando amanece y ve la luz en la obra de Hernández. Dicho en una palabra: nace.

Y, como cualquier recién nacido, el valiente sargento Cruz no tiene memoria de esa lucha interior y anterior a sí mismo85. Recuerda, sí, pero en ese recuerdo no hay ni un asomo de Tadeo Isidoro ni del cobarde Cruz. Lo que de Biografía sobrevive en El Martín Fierro, además del valiente sargento Cruz, es su hijo y la muerte86: “Casado o amancebado, padre de un hijo”. Y esto es así porque un hijo es lo único que, no habiendo ningún otro acto de ninguna especie, puede sobrevivirnos.

84

Mircea Eliade, Mitos, sueños y misterios, Editorial Grupo Libro, 1991, Madrid, pp. 45-6.

85

Esa lucha ahora vive, íntima y secreta, en el valiente sargento Cruz.

86

Recién ahora, y porque ha nacido, está la muerte: “Cuando, en 1874, murió de una viruela negra”.

30

Tadeo Isidoro Cruz: un mortal de dos cabezas87

Existe en Biografía, de principio a fin, un plan general de obra que coexiste con el plan de la novela de Stevenson y con el de la biografía de Manuel Mesa de Yaben. Borges, creo yo, está superponiendo esos tres planes -o mejor, como mínimo, esos tres planes. Además del plan de Stevenson y del de Yaben, lo que está en Biografía es el afamado poema de Parménides. Biografía, lo mismo que el poema del sabio de Elea, comienza con una carrera de caballos88, como resultado de la cual, un mortal de dos cabezas, luego de llevar durante unos cuantos años una doble vida –en la cual confunde lo que es y lo que no es- entrará en una lúcida noche fundamental 89 , una verdadera prueba iniciática. En esa lúcida noche combatirá su cuerpo y, simultáneamente, combatirá su espíritu, cada uno de ellos en su dimensión respectiva: la corporal y la espiritual90. En el combate de su espíritu, el iniciado será asistido por aquellos que ya no están en la dimensión corporal: Manuel Mesa y el ilustre desconocido que engendró al iniciado91, que saldrá victorioso de la terrible prueba. Su premio es, ¡nada más y nada menos que!: El conocimiento de lo que es92.

87

En este apartado presento de modo esquemático lo que trataré de desarrollar en otro escrito.

88

La relación que pudiera existir entre Píndaro y Biografía no la voy a investigar aquí.

Fragmento 9: “Pero como todo ha sido denominado luz y noche, y aquello que tiene sus propios poderes fue nombrado gracias a éstos o a aquellos, todo está lleno al mismo tiempo de luz y de noche oscura, igual la una a la otra, pues, aparte de ellas, nada hay”. Todas las citas de Parménides están sacadas del libro del filósofo argentino Néstor Luis Cordero, Siendo se es: la tesis de Parménides, Biblos, Buenos Aires, 2005. Si bien yo sospechaba en El fin (Véase mi Recabarren) la presencia de Parménides (Si está Gorgias tiene que estar Parménides; pero además recuérdese que Recabarren vive en el presente de la lectura total, y que sus atributos son los mismos que los del ser parmenídeo), fue Cordero –a quien no conozco personalmente- el que me alertó respecto de la lucha corporal propuesta por el eléata como condición de la comprensión. Sobre este tema, recomiendo que se consulten los trabajos que Néstor Luis tiene subidos en Internet. Por otra parte, también recomiendo sus libros. Yo los leí todos. Y los releo. Son, para mi gusto, de lo mejor que existe en divulgación filosófica. 89

Fragmento 16: “Así como en cada ocasión hay una mezcla de miembros pródigos en movimiento, así el intelecto está presente en los hombres. Pues, para los hombres, tanto en general como en particular, la naturaleza de los miembros es lo que piensa; pues el pensamiento es lo pleno”. 90

Tanto a Manuel Mesa como al ilustre desconocido los habíamos creído –sólo por el detalle de que están muertos- ya definitivamente ausentes. Pero en este escrito se demostró que en al asamblea espiritual están bien presentes. ¡Y si no, escúchelo a Parménides!: “Observa como lo ausente está firmemente presente para el intelecto; pues no se puede obligar a lo que es a no estar conectado con lo que es, ni dispersándolo completamente respecto del cosmos, ni reuniéndolo” (Fragmento 4). 91

Fragmento 8.1: “Queda entonces una sola palabra del camino: que es. Sobre él, hay muchas pruebas de que lo que está siendo es inengendrado e incorruptible, total, único, inconmovible y acabado”. 92

31

El plan que acabo de esbozar es el plan del Eléata. Su poema es no sólo un tratado filosófico sobre el ser, sino, además, el relato de un rito de iniciación en los misterios de la vida (o de la realidad, o del cosmos, o de la physis). Pero tenga usted en cuenta, filosófico lector, que Parménides, además de filósofo, era médico, lo cual -para los usos y costumbres de la Grecia del siglo VI antes de Cristo- significa que era chamán. Su poema, que bien puede ser todo para todos93 -además de un tratado filosófico y el relato de un rito de iniciación- es la descripción y la explicación de un modo de sanar las desviaciones y bifurcaciones espirituales. Por lo tanto, en Biografía, igual que en El fin94, Parménides está presente95.

La laguna del olvido

Además de todo lo dicho ya hasta acá, Biografía es una impresionante estratagema borgeana que le impide a la mente del lector notar la evidente diferencia biográfica entre el cuento de Borges y el poema de Hernández, de modo tal que ni siquiera llega a sospechar el abismo que separa a Cruz de Tadeo Isidoro y, por tal motivo, los confunde en una sola persona. Daría la impresión de que el espectáculo final del cuento nos encandila de tal modo que nos impide cualquier clase de objeción96. Porque cuando uno termina de leer Biografía, se asombra y dice “¡Claro, pero si éste es el famoso Cruz, el que salvó a Martín Fierro!”. Y luego no dice ni piensa nada más sobre el tema. Deja el libro, contento por irse del En términos de Biografía, este fragmento se expresa así: Cruz, en su lúcida noche fundamental, comprendió para siempre quién es porque encontró la cara que tenía antes de que el mundo fuera creado. Merced a esa lúcida noche, ya no anduvo más por la vida como “los mortales que nada saben, bicéfalos, pues la carencia de recursos conduce en sus pechos al intelecto errante. Son llevados ciegos y sordos, estupefactos, gente sin capacidad de juicio, que consideran que ser y no ser son lo mismo y no lo mismo; el camino de todos ellos vuelve al punto de partida”. Cruz supo, en su lúcida noche fundamental, que lo que es, es siempre. 93

Lo que está siendo –lo que es- es todo para todos.

94

Véase Recabarren.

95

¡Hola, Parménides!

96

Como ya se ha dicho, Borges sigue en Biografía el diseño de El extraño caso del Doctor Jekill y el señor Hyde. En la novela de Stevenson, es el mismo Dr. Jekyll el que se encarga de revelar, al final, la verdadera naturaleza del protagonista: él y Mr. Hyde conviven en el mismo cuerpo. Pero, en Biografía, el lector asiste a un simulacro de revelación de la verdadera identidad del protagonista –o mejor, de los protagonistas.

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cuento con un caso cerrado, y encima, de modo sorpresivo. Cree que ha llegado al final, pero ni siquiera sospecha que está en el principio. Uno siente la luz del entendimiento como un fogonozo en la noche, y la agradece, porque, aunque el encandilamiento moleste un poco los ojos, al menos pasa rápido97. El problema es que la impresión del deslumbramiento nos impide comenzar a andar el camino que podría conducirnos al momento de la comprensión respecto de qué pasó en el cuento. Aparentemente, el narrador nos resolvió el problema de saber quién era este Tadeo Isidoro Cruz. Pero el narrador no resolvió nada; como Maya, hechizó al lector con su final deslumbrante, cerró el expediente, lo archivó y se fue. Es que el final de Biografía es un impacto en el que se celebra, tanto la aparición de Martín Fierro como el advenimiento de la comprensión –tanto en el lector, como en Cruz- con respecto a la identidad de Cruz. Sin embargo, la comprensión a la que arriba el lector es, en realidad, una falsa comprensión, porque es un golpe de efecto buscado por Borges con el fin de impedir cualquier clase de reflexión respecto de quién es verdaderamente Tadeo Isidoro Cruz. La comprensión verdadera respecto de lo que sucede en Biografía sólo podrá ser alcanzada por aquel lector que se interne cautelosamente en el texto, y lo lea, en asamblea, acompañado por los suyos y por la sospecha de que alguien se esconde en la hondura trémula del cuento: un hombre secreto, que duerme o acecha. Pero este tipo de lectura asamblearia que acabo de prescribir –a la cual, además, debe asistir la muerte- es una clase de comportamiento inexistente en prácticamente todos98 los ámbitos de la sociedad actual99. Por lo tanto, conviene mucho más la siguiente advertencia: Si alguien quisiera alcanzar la comprensión verdadera de Biografía (de Biografía, de cualquier cuento de Borges, o de lo que fuere), ese alguien no debería olvidar nunca que nada tiene de evidente lo que se le presenta con absoluta evidencia, tanta que lo impacta y lo encandila, porque eso La velocidad parece ser el signo de nuestros tiempos. Andamos como esas piedras de “el sapito”: lanzadas paralelamente al agua para que en el agua reboten. Así parece andar el lector frente a la superficie especular del texto: huyendo del agua como Cruz de Tadeo Isidoro. 97

98

Pero no en todos.

99

Se parece, eso sí, a una descripción del estado anímico y mental del espectador de la tragedia griega antigua; al descenso de Eneas al Hades –acompañado por la Sibila- en busca de su padre, Anquises; y al descenso del Dante al Infierno en compañía de Virgilio. También se parece –y mucho- a esa epifanía que es la visión de Maradona durante el segundo gol a los ingleses. Porque el partido contra Inglaterra fue, para el Diez, su lúcida noche fundamental, ésa en la que vio su propia cara, ésa en la que escuchó su nombre. En ese partido –mejor dicho, en un instante de ese partido, en un acto de ese partido- Maradona supo para siempre quién es. Y porque, cauteloso y a pie, en ese acto avanzaba con “los suyos” –y la muerte iba con ellos- Maradona es lo que es: un héroe. Biografía, además, tiene un aire al mito de Osiris, un aire demasiado grande como para intentar explicarlo en este escrito. Por lo pronto, habría que tener en cuenta que Isidoro significa “regalo de Isis”.

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que se presenta ante nosotros se manifiesta ocultándose. En

El fin, como ya lo

demostré en Recabarren, ocurre en el lector el mismo fenómeno. En ambos cuentos, además, el protagonista está partido en dos. Y si todo esto fuera poco, le aviso, caro lector, que en los dos cuentos existe una lucha a muerte al interior del personaje, lucha que se entabla entre las dos partes constitutivas de su ser.

De lo dicho en el párrafo anterior concluimos que no basta con leer atentamente para no caer en las trampas borgeanas. Lá práctica de la lectura atenta sería eficaz si las trampas borgeanas no fueran similares a la trampa de la realidad. Pero si hay algo en nosotros que verdaderamente nos está vedado es, precisamente, evadir la imperiosa presencia de la realidad. Ergo: no podemos sortear las trampas de Borges. Lo único que le queda al lector es leer y leer y leer, y luego de leer, volver a leer ese largo laberinto de idas y venidas que es todo gran cuento de Borges. En algún momento, gritará un chajá, y tendremos la sensación de haber vivido ya ese momento. En ese preciso instante sabremos que no estamos solos frente al texto, sino que estamos leyendo en asamblea con los nuestros (los ausentes que están presentes), y que la muerte es uno de ellos; y en ese mismo instante empezaremos a sospechar que al final del cuento se produce la revelación –la epifanía- de un misterio, y no la resolución de un caso. Porque lo que nos queda entre las manos cuando terminamos de leer Biografia es un misterio. La maestría de Borges está en ponernos frente a un misterio, y en ocultárnoslo, en presentárnoslo como algo evidente. La maestría de Borges está, como dije en la primera página de este escrito, en que sus cuentos son una representación de la realidad. Porque la realidad es – o parece ser- un cuento de Borges: un misterio que nos parece evidente.

Pero hay más, porque Borges, creo yo, está trabajando con la laguna mental que existe en cada uno de nosotros. La misma laguna mental que nos impele a aceptar la imperiosa evidencia de la innegable realidad, es la misma de la que se está valiendo Borges para que la lectura de Biografía produzca el olvido de la historia de Cruz100. La explicación de por qué Cruz es Cruz (eso es Biografía), en realidad provoca el olvido de la historia de Cruz (y el desconocimiento de quién es en verdad Tadeo Isidoro Cruz), y crea en el lector una certeza -un sentimiento de comprensión- cuando, en realidad, no está

100

Borges ha construido en Biografía un máquina del olvido, una máquina que funciona, tanto en el lector, como en las dos personalidades del protagonista, Cruz y Tadeo Isidoro: Cruz se olvida de Tadeo Isidoro, y Tadeo Isidoro se olvida de Cruz.

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comprendiendo nada, porque no ha entendido nada de lo que acaba de leer. El final de Biografía es un artificio en el que se celebra tanto la aparición de Martín Fierro como el advenimiento de la comprensión, porque el final de Biografía es una fiesta en la que se conmemora la aparición del héroe, la aparición de nuestro propio héroe en nuestra propia consciencia, una consciencia que -igual que la de Cruz antes de su lúcida nocheno es aún para siempre. Será para siempre, eso sí, cuando los númenes sean propicios, cuando de esa misma laguna común salgan hacia y desde nosotros aquellos que siempre están a la espera del momento preciso para emerger y convocarnos en asamblea. Porque esa íntima laguna común (todo para todos) esconde, pero también alberga. En ese momento preciso –que es íntimo y personal, y que está determinado, como en Cruz, por el destino- el lector comprenderá que está leyendo con los suyos, y que entre los suyos está la muerte. Entonces luchará –su cuerpo luchará- y simultáneamente a esa lucha comenzará a comprender la diferencia radical entre Cruz y Tadeo Isidoro, el engaño que tiene frente a sí, el engaño del que nada quiso o pudo saber hasta ese momento de advenimiento. En el lector, igual que en Cruz, surgirá entonces una nueva conciencia…

El crepúsculo frente al espejo …que, como toda conciencia, ha necesitado un espejo para descubrirse. En este caso, ha necesitado el texto de Biografía. Porque eso mismo es el texto de Biografía: un espejo del que emergen los valientes ancestros cuando en el lector aparece el héroe y, así, se sumerge en la noche de sí mismo y se encuentra a sí mismo en asamblea con sus muertos, con los ausentes que siempre están presentes, con aquellos que ya no están corporalmente entre nosotros, pero que acuden a nosotros cuando erramos, como Cruz, por el valle de la sombra. Evidentemente, esta comprensión alcanzada por el lector es sólo un primer nivel de comprensión. Desde aquí, desde este primer nivel (al que el lector ha llegado porque, como Cruz, ha atravesado el espejo y, por lo tanto, está adentro del texto) se puede mirar hacia atrás (hacia afuera del texto) y hacia adelante (hacia adentro del texto, que es hacia donde miró Cruz: comprendió que un destino no es mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva adentro). Si miramos hacia afuera, desde adentro de la página hacia nosotros mismos, ¿qué vemos? Vemos al lector que fuimos hasta hace sólo un momento: vemos la cara de un tipo que se mira en el texto como quien 35

mira la cara de un extraño, de un desconocido101, tal y como se veía Cruz a sí mismo antes de su lúcida noche fundamental. Pero si, desde adentro del texto, miramos hacia adelante, hacia el interior ¿qué vemos? Vemos lo que suele verse cuando se atraviesa un espejo: un mundo de mil y una maravillas en el que está todo por descubrirse. En realidad, no vemos, sino que, igual que Cruz, entrevemos. En la lúcida noche de este segundo nivel, entrevemos la existencia de una posible resonancia secreta entre Biografia de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874) y El fin, porque en El fin se oculta un dios, y en Biografía se oculta un hombre. Entrevemos, también, que, si en El fin se oculta a Apolo en la figura de Recabarren, quizás en Biografía se esté escondiendo, en Tadeo Isidoro, a Dioniso. Entrevemos, además, que, si a Cruz no lo hubiese esperado, secreta en el porvenir, su lúcida noche fundamental, quizás se habría desatado en su cuerpo la esencia de Tadeo Isidoro: Todas las potencias de la destrucción. Y esas potencias sólo construyen una cosa: una casa de cadáveres102. Pero esto es lo que entrevemos. Todavía está por verse, en otro escrito, si lo entrevisto en este segundo nivel podemos alcanzarlo, al menos, con la punta de los dedos. Hay algo, sin embargo, que de este nivel nos llevamos como cierto, algo que hemos descubierto para siempre, y es lo siguiente. El tan mentado espejo que debemos atravesar para comprender, no sólo es el texto: somos nosotros mismos. Porque nosotros, en los cuentos de Borges, somos, o bien un espejo de sangre -una laguna colorada- o bien un crepúsculo103. Esos dos símbolos son, para Borges, símbolos de ese texto esquivo que es el hombre.

El grito

Hay algo que no sé, ni llegaré a saber nunca, y es si Borges comprendió lo que estaba gritando en la hondura trémula de su ser. No sé si escuchó ese grito, y lo reprimió, o si jamás alcanzó a advertir que la lucha de su ser podía estar haciéndose eco de un grito que, allá por 1949 (año de la publicación de El Aleph, libro en el que está Biografía), imantaba las noches en millones de voces. Porque Borges sabía –gracias a la discordia 101

Vemos la cara del hombre que fuimos antes del momento de la comprensión y de la transformación, antes de habernos soltado de las palabras para atravesar el espejo. 102

Véase The house that Jack Built, de Lars von Trier.

103

Véase Recabarren.

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de su dos linajes104- que la confrontación entre Civilización y Barbarie postulada por Sarmiento era una construcción artificial operada por la mejor pluma de la propaganda inglesa. Tal confrontación no existió nunca. Tal confrontación no existe. Aquellos a los que Sarmiento califica de bárbaros fueron los guerreros que derrotaron a dos ejércitos imperiales: al inglés primero, y al español después y, así, conquistaron la independencia de medio continente. Esto Borges lo sabía muy bien, y lo sabía hasta los huesos: nunca confunde barbarie con libertad, tampoco con valentía. En él, el elogio y la vindicación del coraje es también el elogio y la vindicación de sus ancestros (de los ausentes que están presentes), quienes, según él mismo confiesa, le legaron un valor que no pudo ejercer: Me legaron valor, no fui valiente, dice en un formidable poema. No fui valiente. Creo yo que es ahí donde se esconde un Borges que, tal vez, nunca llegaremos a conocer. Porque Borges, el más grande escritor de todos los tiempos, es conocido por todos nosotros a través de su acto de escritura, acto en el que se reconció a sí mismo: encontró su propia voz, escuchó su propio nombre, vio su propia cara y supo para siempre quién era. Pero hay otro Borges, el Borges político, ese Borges yrigoyenista que asomaba en sus primeros libros, libros de los que más tarde abjurara. De ese Borges nada parece haber quedado luego en su obra. Sin embargo, Biografía no es sólo la invención de un caso de doble personalidad ni la confesión de Borges respecto de su influencia literaria fundamental. Es además, y de un modo sublime y sibilino, la palabra del vate –poeta y profeta a la vez- sobre el ser político de un pueblo –su pueblo- que, allá por 1949 celebraba su renacimiento en la forma de una Nueva Constitución. Un pueblo que hacía cuatro años había aparecido en la historia, igual que el bravo sargento Cruz en El Martín Fierro, porque se había comprendido en una lúcida noche fundamental de octubre de 1945. Un pueblo que se había encontrado a sí mismo a través de un movimiento físico transformador en una multitudinaria asamblea espiritual. El 17 de octubre de 1945 el pueblo vio su propia cara y escuchó su propio nombre. E, igual que Cruz, entró a la vida porque no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente. Esto Borges lo vio claramente, pero quizás no pudo o no quiso comprenderlo…O tal vez sí lo comprendió, y vio que en ese movimiento se representaba lo que en su propio cuerpo luchaba, y vio, además, que en ese mismo movimiento se resolvía, se sintetizaba. Si lo comprendió, no se atrevió a decirlo. Si lo supo -igual que el narrador de Biografía- lo escondió, y sus palabras estuvieron

104

Véase El sur.

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dedicadas a que no existiera la menor sospecha con respecto a su íntima convicción política y a su verdadera identidad. Yo creo -y a veces, quiero creer- que sintió que ya era demasiado tarde para transformarse íntima y públicamente, y por eso dejó en su obra –quizás sin saberloalgunas palabras que encerraran la clave de su verdadera pasión y de su identidad secreta. Y esto último lo digo porque Biografía es, además de lo que ya se ha dicho hasta acá, una profecía –alegórica, como toda verdadera profecía- de la forma en que se puede detener la guerra, la íntima y de cada uno, y la guerra de todos contra todos, la guerra de argentinos contra argentinos: la guerra civil. La transformación a través de la comprensión nos pacifica, a usted, a mí y a todos, y esa comprensión sale de ahí, del fondo de nuestra historia, del lugar del que salen los valientes ancestros (De ahí salió Manuel Mesa…De ahí, el desconocido que engendró a Cruz)… de la mansa laguna de uno mismo. Borges vio y vivió -no sé si lo comprendió- el movimiento popular del 45. El padre de ese movimiento, igual que el padre de Cruz, fue un militar; su santa y hermosa madre Eva supo ser, para sus detractores, como Isidora, mujer de una noche. Ese movimiento, lo mismo que el valiente Cruz, hizo de la lealtad su lema. Ese movimiento, compañero lector, nos podría haber pacificado igual que hizo con Cruz. De ese movimiento, hoy por hoy, sólo quedan jirones de sombra. Pero es sabido que en las sombras de la noche siempre duerme o acecha el hombre secreto, ése que algún día saldrá de su guarida para pelearnos, y para que podamos ver, una vez más, nuestra propia cara, para que volvamos a escuchar nuestro propio nombre. Si así ocurriera, ya sabe usted, leal lector, cuál será el grito con el que entraremos en la plaza: ese mismo grito que quedó enmudecido en lo más íntimo de Borges.

Moraleja

Este no es un cuento de moralejas, pero tiene una, hermosísima: Conocer a un hombre, a través de sus propios dichos o a través de lo que se dice de él, es muy, pero muy, pero muy difícil.

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Un poema para el final Al compañero Jorge Luis105

Todo pasará: los sueños soñados en tus cuentos, la luna, el universo, el fatal laberinto hecho de versos que tejió el primer enamorado.

De roca efímera, y en una rosa de cristal cantado, sabe y no sabe quien lo trama que, aunque todo acabe su deber inmediato es esa rosa.

Antes que yo vivieron tantos por errar en la clave de tu alma, que voy sin esperanza hacia adelante.

Yo sé que mi victoria es este canto: no habrá mañana ni piedad ni calma en la noche que se abra como amante.

105

El compañero Jorge Luis es, evidentemente, el otro del otro de Borges.

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