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CORAZÓN RADIANTE Vivir la unidad Título: Corazón radiante Subtítulo: Vivir la unidad Autor: Jorge Lomar Primera edició

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CORAZÓN RADIANTE Vivir la unidad

Título: Corazón radiante Subtítulo: Vivir la unidad Autor: Jorge Lomar Primera edición en España Junio de 2015-05-11 ©2015 para la edición en España El Grano de Mostaza Impreso en España Depósito Legal: B 17601-2015 ISBN: 978-84-944146-3-3 EDICIONES EL GRANO DE MOSTAZA, S. L. Carrer de Balmes, 394, Principal Primera

08022 Barcelona, SPAIN «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (; 91 702

19 70/ 93 272 04 45)».

CORAZÓN RADIANTE Vivir la unidad JORGE LOMAR

Prólogo Hace poco tiempo que conozco a Jorge Lomar. Fue en una de estas sincronicidades de la vida, porque, como ya está escrito, los que se deben encontrar se encontrarán. Ambos somos buscadores, buscadores de algo que ya sabemos que tenemos. Entonces ¿para qué buscar? Y, sobre todo, ¿para encontrar qué?

Sentimos que estamos encerrados en algo que aparentemente no tiene paredes, ni ventanas, ni puertas. Sentimos que hay algo que se esconde, que no percibimos, como si no tuviéramos los medios para verlo. Es una búsqueda compulsiva, sentimos en lo más profundo de nosotros mismos que hay algo más, no sabemos muy bien que es, si es que es algo. Es una búsqueda compulsiva

porque sentimos que tanta energía a nuestro alrededor no puede existir solamente para vivir lo que llamamos vida. Es una búsqueda compulsiva porque sentimos que no hemos venido a este mundo a experimentar lo que vemos cada día en él. Dolor, sufrimiento, padecimientos de toda índole, ver como tanta gente muere de hambre o se desplaza de sus

hogares por guerras y hambrunas. Nos preguntamos qué sentido tiene la vida: vivir para luego morir, viendo como nuestros cuerpos y nuestras mente decaen, observando la ruina de nuestro magnífico cuerpo. Cómo se nos cae el pelo, cómo se arruga nuestra piel, cómo se deforman nuestros cuerpos, cómo las enfermedades hacen mella en él. Todo esto y más, ¿para qué? Buscamos

en

la

ciencia,

buscamos en la religión, se nos dice que esto es así, que si la entropía, que si los genes, que si los factores externos, etc. Por otro lado se nos dice que somos unos pecadores, que hemos sido expulsados del paraíso por un Ser que al parecer es tremendamente bueno, pero que nos hace vivir experiencias de miedo y de muerte. En nuestro fuero interno pensamos que todo esto es una locura, que hay algo más, hay

algo que se nos oculta y este algo por fin lo hemos encontrado: el Poder, ¡¡Nuestro Poder!! El de cada uno y el de todos. Se nos ha enseñado y se nos enseña que la solución a todos nuestros males y a todas nuestras penalidades se encuentra en algún lugar externo a nosotros. Un curso de milagros, en la lección décima, dice muy claramente: «No hay nada externo a ti que pueda hacerte

temer o amar, porque no hay nada externo a ti». Hasta hablando servidor tomando cafés.

ahora he estado como si Jorge y un estuviéramos juntos unas cervezas o unos

Desde mi experiencia personal no hay nadie a quién preguntar, porque no hay nadie más que Yo Mismo. Siempre me estoy contestando a mí mismo, y mis respuestas son experiencias de

vida en este mundo onírico que hemos construido para vivir lo que no es real. Ciertamente es un mundo que podemos palpar, tocar y sentir. Para ello hemos fabricado unos instrumentos — los cuerpos— que nos permiten ver, oler, tocar y sentir a unas frecuencias determinadas. De lo que no somos conscientes es de que esta forma de percibir es la que fabrica nuestro mundo a fin de que pueda ser percibido. El gran secreto es «que nosotros

somos los hacedores y los arquitectos del mundo en el cual vivimos» sin ser conscientes de ello. Nuestras mentes se proyectan en lo que podríamos llamar una gran pantalla cósmica, y en ella vemos aquello que nuestra mente proyecta. Como creemos que somos muchos y que estamos separados, así lo percibimos y así lo vivimos, llamándole a esto experiencia de vida.

Cuando uno despierta a esta gran verdad, ya no busca en el exterior, sino que lo observa con una mente que sabe que lo que aparentemente está afuera es en realidad nuestra propia proyección. No hay mejor manera de encontrar lo que buscas que saber dónde se halla, que saber dónde mirar. Corazón Radiante es una manera excelente de decir que lo que buscas está en tu corazón, y como muy bien dice Jorge, no en

un pedazo de carne. Observar tu corazón es sentirlo y ver cómo se expresa en esta pantalla cósmica. Es poner la mente al servicio del corazón, porque en él se encuentra toda la información primordial, nuestro tesoro, aquello que realmente somos y que nunca hemos dejado de ser. Allí se encuentra nuestra divinidad, nuestro auténtico poder, nuestra esencia. Y esas preguntas que antes nos hacíamos, que nos hacemos:

¿Para qué?, ¿Qué buscamos? Con esta inversión de pensamiento, las respuestas son obvias: ¿Para qué? Para poder tomar plena Consciencia de quienes somos tenemos que experimentarnos como algo que no somos, y esta incomodidad, por así decirlo, nos lleva a darnos cuenta que esta manera de vivir, de existir, no tiene sentido y que tiene que haber algo que no vemos. Ahora ya lo sabes: sabes plenamente que no hay un Tú y

un Yo, que solamente hay un Yo expresándose en infinidad de formas de vida y de experiencias. ¿Qué buscamos? La conexión, el canal, el «agujero de gusano» que nos lleve desde esta universo dual, al universo holístico, que se encuentra precisamente en nuestro corazón. Se le llama el «átomo primordial», porque en él se encuentra toda la información, absolutamente toda. Siempre ha estado allí y siempre ha estado radiante, manifestándose por

todos los rincones de nuestras vidas. Le podríamos llamar «la vocecita», y muchas veces decimos: «¡¡Lo sabía!!, ¿por qué no me escucho?». Nuestras palabras expresan esta gran verdad: todo lo que hay que hacer en este universo de experiencia dual el corazón nos lo dicta, siempre que sepamos escucharlo. De esto trata este libro de Jorge: de saber escuchar, de saber poner nuestra mente al servicio de nuestro corazón, de

que sí que tenemos que razonar, pero la sabiduría que nos guía en este universo ya está en nosotros y a nuestro servicio. Como ya hemos visto escrito muchas veces: «El corazón tiene razones que nuestra mente no alcanza a comprender». Corazón radiante es un magnífico libro para poner nuestra mente al servicio de nuestro corazón. Para poder interpretar correctamente lo que

la pantalla del mundo nos ofrece y así poder cambiar guiones y llenarlos de plenitud, de ganas de vivir, de ganas de experimentarse, de ganas de Ser. Aquí tienes un modo alcanzar tu gran anhelo libertad.

de de

Gracias Jorge. Enric Corbera

Introducción Una experiencia sin dudas Este libro es una cita entre tú y yo para celebrar que hemos tomado una decisión mutua: abandonar el sufrimiento y lanzarnos a vivir el goce de Ser. Esta es mi experiencia. No encontrarás aquí referencias a otros libros1 o autores ni a experimentos científicos o a estudios académicos. Este libro

solo versa sobre mi experiencia y mi manera de explicarla. Mi experiencia no es especial ni personal. Por eso mismo se puede compartir y, de hecho, la comparto desde el mismo instante en que comenzó. No hay duda alguna en ningún rincón de lo que te he escrito, pues es exactamente lo que siento desde hace cierto tiempo. Es lo que vivo cada día, en lo cotidiano y en lo profundo, junto

a mi pareja, con mis alumnos y en mi familia, junto a mis amigos y en mi intimidad, por dentro y por fuera. Esta es mi vida, esta es mi expresión. No estoy iluminado. Soy un caminante feliz que te anima a que te unas a este ligero caminar. Aquí no hay ningún proceso terminado. Aquí te presento una mentalidad completa desde la que vivo mi felicidad en este mundo. Todo encaja con todo en esta mentalidad, todo se verifica

en la experiencia profunda de cada día, y todo proviene de lo intuitivo. Esto significa que, en un principio, cada idea me llegó como un regalo, algo que pareció provenir de fuera de mí. Yo no he inventado ni una sola de las ideas que aquí se exponen. Todas me han sido regaladas. Nunca tuve maestros personales. Los regalos me llegaron primero a través de libros. Tal como buscaba la verdad, esta llego a mí,

primeramente, en forma de palabras escritas. Siempre me ha conmovido la facilidad con la que he podido sentir la verdad que había más allá de las palabras. Por ello discerní, con asombrosa claridad, los regalos de la verdad de todas las cosas del mundo que había leído y creído antes. ¡Y esas fueron millares! Por eso he dicho que todo proviene de lo intuitivo. Recibí cada regalo como si hubiera estado esperándolo, incluso con

lágrimas en los ojos. No sé establecer cuándo empiezan los regalos, pues realmente siempre estuvieron ahí, en la medida de mi comprensión. El más claro y definitivo de los regalos fue la experiencia de Un curso de milagros2. Me resultó fácil entenderlo, pues ya había disfrutado de numerosos regalos anteriores provenientes del Advaita. El Curso iba mucho más

allá de todo cuanto yo había leído y sentido. No estaba redactado por ningún humano. Todo se veía desde otro lugar, otra inteligencia fuera del ego. No atendía a otras referencias. ¡Y me hablaba Jesús! Este pequeño formalismo me hizo reconciliarme poco a poco con la tradición occidental. Posteriormente, y una vez situado en tan maravilloso y revolucionario camino del amor verdadero, encontré otros libros

manados de la misma fuente. Merecen citarse aquí, por la inspiración que supusieron para este libro, la trilogía: Un curso de amor3, Más allá de las palabras4 y La otra voz5. Yo siempre he sido un buen alumno. He llevado a la experiencia todo aquello que haya resonado en mi interior como la verdad sentida. Si lo siento, lo practico. Y al practicarlo, lo siento. Es como si,

en cierta manera, siempre hubiera tenido contacto con el corazón radiante, aun sin verdadera consciencia de él. He de citar las fuentes de mis regalos en su forma más terrenal, los libros. Pero los verdaderos regalos, los más grandes, los de verdad, han llegado cada día en cada detalle de mi experiencia. No hace tanto que he aprendido algo absolutamente nuevo, he aprendido a encontrar a Dios en mi alegría a cada momento, pase

lo que pase. El verdadero sentido de este libro es guiarte para que permitas que el amor puro se revele en tu interior. Finalmente, el contenido de este libro es la realidad en la que vivo, en contraste con la que vivía antes de mi nuevo aprendizaje, la mayor parte de mi vida, antes de que mi mente, paulatinamente, se fuera dando la vuelta como un calcetín. Mi corazón caminó siempre junto a ella, hasta unirse con ella en el corazón radiante

¡de forma cotidiana! ¡Y aquí está el corazón radiante! ¡Para ti! ¡Ahora! ¡Donde siempre estuvo en realidad! En este libro no hay creencias ni dudas ni suposiciones ni hipótesis. En este libro te cuento claramente lo que siento, lo que comprendo y lo que vivo, tal como lo veo. Todo encaja, tanto en la experiencia como en la manera de explicarse. He podido vivir la mentalidad

programada en la separación muchos años antes de abrirme a la experiencia de la unidad. Conozco ambos lugares de la mente. Escúchame bien: no hay duda en mí. Ya no busco nada. Ya he encontrado la forma de aprender riendo y sintiendo. Ahora solo me queda seguir aprendiendo del amor. No hay duda alguna. La consciencia de unidad es la liberación de la mente.

Simplemente soy feliz desde el centro de mi Ser, tal como te lo cuento, desde el corazón radiante. Una felicidad que no se ve amenazada por los sucesos ni por la opinión de los demás. Una seguridad que no se conoce en este mundo. Y este libro brota de este gozo que he aceptado como el más grande de los regalos que jamás pude imaginar. En

este

mundo

todo

son

creencias, pues no es la experiencia de lo real. De la verdad no hay demostraciones externas, por mucho que las busques. Y de lo que percibes, tampoco tienes demostración alguna, aunque por ahora creas a rajatabla en tus sentidos y en tu actual forma de pensar. De modo que o te lanzas a experimentar lo nuevo o no. No hay trucos. No hay atajos. No existen demostraciones de lo

espiritual. Tan solo tu íntima y propia experiencia.

Detente. Respira. Siente Encontrarás un simbolito ( ) entre párrafos muy a menudo. Es una invitación al silencio. Es un instante para recibir a tu maestro interno. Es un espacio en donde reconocer al corazón radiante en ti. Es momento de sentir lo que las palabras no pueden alcanzar. ¡No te lo pierdas!

La comprensión es sentir. Todo darse cuenta sucede sentido, no pensado. Más tarde llegan las palabras y las explicaciones. Ni una sola de las cosas que aquí explico llegó en palabras antes que sentida. Para mí, el verdadero aprendizaje es la experiencia. También irás encontrando frases extraídas, a modo de citas, como píldoras que resumen alguna comprensión esencial. De igual manera, solo están ahí para

tu enfoque de conciencia y tu sentir. Además, hay una colección de saladísimos esquemas e ilustraciones que facilitan la relación de las ideas con las ideas, por cortesía de mi amigo Gabriel Molnar. Obsérvalos también desde tu sentir más amplio.

Práctica Además de leerse, este libro se practica, pues es material para tu

sentir. Este libro es un curso experiencial para liberar tu luz y vivir desde tu corazón radiante, es decir, para vivir en la consciencia de la unidad. La práctica es tan importante como los nuevos puntos de vista que te abrirán a permitirte entregarte a la práctica. Sin la experiencia que se derive de tu práctica, no entenderás ni una pequeña parte de todos estos puntos de vista que aquí están disponibles para ti. Una vez más, sin tu voluntad

nada sucede en tu conciencia. Además de la lectura en sí, aquí hay una propuesta concreta de prácticas diarias. Lo ideal es que encuentres un espacio meditativo en el cual practicar formalmente cada día, por la mañana y por la noche. Basta con quince o veinte minutos en cada sesión. Según mi experiencia, esa preparación diaria resulta casi imprescindible para vivir un verdadero cambio de conciencia, una verdadera experiencia de lo nuevo. Yo

actualmente mantengo cierta práctica formal diaria, no veo motivo para dejarla. La práctica informal es la cotidiana, la que haces en cualquier momento o lugar, la que dura tres segundos o tres minutos, fuera de agenda, sin postura ni espacio concreto, aquella sin guía externa, la que de verdad compartes con tu mundo percibido. Es fundamental y a ella va dirigida tanto la práctica formal como todas las

explicaciones del libro. La preparación mediante la práctica formal diaria es la base necesaria para luego poder aplicar en cualquier momento de tu vida lo practicado, que es lo que llamo la práctica informal. Un instante de rechazo, una visión tenebrosa del futuro, un conflicto con alguien, un sentimiento de culpa o, en general, cualquier momento de tensión o tristeza en el que la paz parezca haberte abandonado sería adecuado para

encontrar un instante para la práctica informal, pues es cuando no estás en paz cuando más necesitas aplicar lo aprendido. También puedes practicar informalmente sin necesidad de que haya conflicto, en cualquier momento, de forma exploradora, expectante e inocente, como un juego, como una experiencia nueva a la que te abres. Descubrirás nuevas maneras de comprender todo, casi inmediatamente después de que

te dispongas a llevar todo esto a tu experiencia. También encontrarás una fuente directa de nuevo aprendizaje en tu experiencia del goce. Toda la práctica de este libro apunta al goce. La práctica es fundamental en cualquier momento para liberar tu mente. Ha de ser tan cotidiana como cualquier otra cosa que haces cada día, como lavarte, cenar o llamar por teléfono.

La práctica no es ningún esfuerzo. Es un momento para descansar, liberarte, soltar y sentir la paz. Pese a que al principio puedas experimentar resistencia a mantener cierta constancia, con el tiempo descubrirás que la práctica espiritual es un camino al gozo. La constancia de tu práctica es lo que hará todo más fácil. Tus dudas, demoras, oposiciones intelectuales, frenos y resistencias solamente producirán dificultad.

Esa dificultad no es de la práctica. La práctica es fácil y sencilla. Las prácticas de este libro son de dos tipos: Enfoques de conciencia (EC): son prácticas breves que constan de un título, un subtítulo a modo de objetivo presente y una pequeña meditación centrada en un cambio de percepción específico. El enfoque de conciencia se prepara y se

aplica. La preparación consiste primero en leer el enfoque de conciencia lenta y meditativamente. Esta parte es como una invocación, la expresión de tu voluntad. Al terminar, respira, suelta todo y quédate en silencio dos o tres minutos, sintiendo en tu interior el eco de la idea. Esta parte es el recibir en sí, como si tu ser hablase a tu corazón a través del silencio,

explicándole lo que las palabras no pudieron abarcar. Haz la preparación del enfoque por la mañana y por la noche. La aplicación se hace en cualquier momento del día, cuando, debido a la previa preparación, detectas un pensamiento, una emoción o una sensación a la que puedes responder internamente con el título del enfoque. Después, lo más

importante: sueltas todo, respiras y de nuevo te quedas sintiendo en quietud y silencio, uniéndote a tu maestro interno, unos segundos o incluso más. Usa cada enfoque durante varios días, cuatro o cinco como mínimo, hasta interiorizarlo. Meditaciones guiadas (M): son procesos meditativos guiados, más largos y

relajados, en donde se van conectando nuevas formas de sentir. Se trata de escenarios para sentir espaciosamente. Incluyen a veces algún aspecto de visualización, pero lo normal es que se basen en el sentir. En el proceso meditativo es natural que aparezcan en tu conciencia relaciones con personas o temas de tu vida que están asociados a lo que sientes. Deja que todo esto sea como

venga. Haz estas meditaciones del mismo modo que la preparación de los enfoques, por la mañana y por la noche, y durante varios días. Las meditaciones también están en las tarjetas anexas al libro, para que las lleves contigo y las puedas recordar y vivir en diferentes entornos. ¡Saca tu práctica a la calle! Las meditaciones6 pueden ser

apoyadas y complementadas por su audio7 correspondiente, disponible para su descarga gratuita para los poseedores de este libro en el sitio web: 8 Practica meditaciones y enfoques juntos, según aparezcan en tu lectura del libro, o según te guste a ti unirlos. Dos prácticas cada día es una buena medida, ya sea meditación y enfoque o dos

enfoques. Al hacer tu pareja, combina libremente nuevas prácticas con repasos de lo ya practicado. Todas ellas encajan sin problema alguno. Para los usuarios de móvil y tableta, están disponibles todas las tarjetas en PDF en este mismo sitio web. También es posible descargarse en PDF un modelo para que hacer tus propias tarjetas en una imprenta digital, en caso de que pierdas alguna o hayas adquirido este libro en

formato electrónico.

Indicaciones generales para la práctica Lo más importante es que no te lo tomes en serio. Esto no significa que dejes la práctica abandonada o que no seas constante. Si tu deseo es experimentar la paz interior y el goce de Ser, la práctica debería ser prioritaria en tu vida, pero en principio me conformo con que sea tan prioritaria como tu

comida o tu vestimenta. No creo que estas sean cosas que se te olviden. Cuando digo que no te lo tomes en serio me refiero a que bajo ningún concepto dejes de ser totalmente amable contigo mismo. Jamás te juzgues, y no desaproveches ni una oportunidad de reírte de ti mismo, del mundo o de este libro. La risa debería ser el fundamento de toda escuela, y por eso te invito a que hagas

extensivo mi consejo a todo lo que vivas en este mundo. Sea lo que sea, no te lo tomes en serio. Es un chiste. Si debido a las resistencias y a las distracciones dejas por algún tiempo tu práctica, no importa. Date cuenta y regresa al camino. Así cada vez. Ni siquiera hagas borrón, pasa directamente a la cuenta nueva. Sacúdete el polvo de las manos y levántate. Queda mucho por decidir, por sentir y por reír dentro de ti.

Usa los audios, te ayudarán a comprender y a profundizar en las prácticas internas. Una vez que te hayas acostumbrado a los audios, haz las prácticas internas bajo tu propia guía. Acabarán convirtiéndose en hábitos mentales que brotarán de la nueva mentalidad cosechada en tu interior. Finalmente los harás a tu manera y usando tus propias palabras, pero espérate a que no haya confusión alguna ni alteración inconsciente del

contenido. Inicialmente, por favor, no cambies unas palabras por otras. Acostúmbrate a este nuevo lenguaje para que todo sea mucho más fácil. Puede que algunas partes del libro te resulten difíciles de entender. Tal vez las retomes más despacio y con mayor paz dentro de unos minutos o unas horas. Tal vez desees dejarlas para más tarde y continuar. Según leas más, entenderás más. Según practiques más, entenderás

mucho más. No tengas prisa en entender. Este libro no es para leerlo una sola vez. Cuando lo acabes, si has disfrutado, comienza de nuevo. ¡Hay mucho más! No dejes ninguna práctica a un lado porque te parezca inadecuada o creas no entenderla. No selecciones, eso solo es resistencia. Esto es para tu corazón, él sabrá entender. Bajo ningún concepto tengas prisa con tu práctica. Si tu lectura

es fluida, permite que las prácticas vayan detrás, a su propio ritmo. Por favor, permítete releer los fragmentos que más te ayuden o que más disfrutes. La paz y la prisa no ligan bien. De hecho, ir sin prisa, pero con verdadera voluntad, es el camino más rápido. Tampoco te quedes estancado en ninguna práctica en particular porque consideres que necesites especial interiorización de aquello específicamente o porque

la lectura del libro vaya lenta. Pasada una semana como mucho, deja esa práctica en particular y toma otra, nueva o antigua. Ya la repetirás todas las veces que necesites. Observa tu camino siempre con ojos de águila. Aplica el enfoque que estés trabajando a cualquier tema de tu vida que te surja. Aplícalo a tus relaciones, la familia, los amigos, la pareja, en tus cosas íntimas, tus temores, tus torpezas, tus remordimientos y tus conflictos.

Aplícalo para sentirte bien. Aplícalo para aprender. Aplícalo como quien prueba una fresa en primavera, por el goce de experimentar. Es fundamental que la práctica se infiltre en lo cotidiano hasta que llegue a cada rincón de tu experiencia. Para eso se acompañan las tarjetas, para que las lleves siempre cómodamente contigo y puedas recordar tu práctica. No pretendas comparar lo que aquí se expone con lo que ya

conoces. Libérate de ese tormento. No intentes encajar lo que ahora se te ofrece en lo que ya aprendiste. No encaja. No digas: «Esto es como...», o «esto equivale a...», pues de ese modo te perderías la fiesta. El programa «yoya» es un verdadero inconveniente. Se trata de ese que dice: «Yo ya sé esto o aquello». No sepas nada, por favor. Lleva todo a tu sentir profundo sin más. Sé un buen alumno. Vive todo

como un niño que siempre está a punto de descubrir algo nuevo en cada momento. Cada pregunta tendrá su respuesta a su debido tiempo. Y, muy probablemente, muchas preguntas dejarán de interesarte según te abras a una nueva comprensión. Por favor, no distorsiones ni traduzcas lo que digo. Te aseguro que, por mucho que te sorprenda, digo exactamente lo que quiero decir, ni más ni menos. Algún aspecto puede

parecerte radical, pero es que la unidad es radical, es decir, de raíz. No intentes suavizar lo que te explico con tu antigua forma de explicar las cosas. Se te ofrece una enseñanza radical para que flexibilices tu manera de ver. No flexibilices la enseñanza para mantener rígida tu actual manera de ver. El objetivo compartido de nuestra cita es la experiencia de lo nuevo, pues eso es el aprendizaje auténtico.

El único inconveniente para que aceptes lo nuevo es que desees guardar lo antiguo. Si estás aquí, adelante. ¡Vamos juntos! 1 Con la excepción de Un curso de milagros, al cual haré algunas referencias. 2 Journey Beyond Words , de Brent Haskell, Ed. Miracles Studies Book, 1994; sin publicar en castellano.

3 Un curso de amor, de Mary Perron y Dan Odegard, Ed. Gaia, 2004; los otros dos libros de la trilogía, aún sin publicar en castellano, ambos también de Mary Perron: The Treatises of a Course of Love, Ed. Createspace, 2011 y The Dialogues of a Course of Love: Coming to Voice, Ed. Createspace, 2011. 4 Journey Beyond Words, de Brent Haskell, Ed. Miracles Studies Book, 1994; sin publicar en castellano.

5 Other Voice, de Brent Haskell, 1998, col. Miracles Studies Book; sin publicar en castellano. 6 Excepcionalmente, también hay un audio para apoyar un enfoque de conciencia. 7 Archivos mp3, compatibles con prácticamente cualquier móvil, tableta, ordenador o minirreproductor. 8 Este sitio web te preguntará datos precisos sobre este libro antes de poder acceder a los contenidos de apoyo didáctico.

Corazón radiante El centro de tu deseo Sé lo que quieres. Sé lo que quiere todo el mundo, porque es lo mismo que quiero yo. Y también es lo que tú quieres. Quieres ser feliz, quieres estar bien. Deseas estar en paz, sentir el goce en tu centro, y que desde ti brille en todas direcciones. Quieres un corazón radiante. Esa

es tu expresión deseada, tu anhelo profundo llamándote, y lo quieres mucho más allá de las cosas que crees que quieres. Puede haber tormenta fuera, truenos imponentes y grises nubarrones. Pero si tú sientes el corazón radiante, si tú estás unido, entonces vibras junto a los truenos, te dejas llenar por el aroma de la tierra mojada y te entregas a sentir el viento. Te expandes. Hasta la lluvia es recibida con inexplicable gozo,

porque hay una gran sonrisa dentro de tu corazón, en donde todo tiene cabida. Así es la aceptación plena del momento presente. Así es tu corazón radiante. ¿Qué importa el día que haga? No depende de nada. Nada puede afectarlo ni amenazarlo. Así es el recuerdo de tu incondicionalidad brillando ahora, la expresión de Quien realmente eres. Cuando digo corazón, por favor,

no lo entiendas como un pedazo de carne ni como un órgano funcional ni siquiera como un lugar en tu cuerpo. El corazón radiante es el centro de ti mismo, el contacto con el todo, el brillo que mana de tu conciencia yo soy. Es el sentir de la totalidad expresándose en ti, aquí y ahora. Es tu sentir auténtico y presente, sin límite ni temor, sin confusión alguna. Un sentir tan extenso, tranquilo y gozoso que no se puede explicar desde la

perspectiva humana, solo puedes abrirte a recodarlo desde tu centro. Es sentirte, sentir Quien realmente eres, sentir tu Ser. El corazón radiante es la expresión de tu Yo real siendo, aun en tiempo y espacio, aun en la forma y el cuerpo y a través de todo ello, sin que nada de ello pueda eclipsarlo. Al contrario, el corazón radiante lo convierte todo en camino de expresión de tu Ser. Nada de lo que ves ahora será igual desde tu verdadera luz

interior. El mundo que ves a tu alrededor quedará totalmente reinterpretado por el corazón radiante. Mientras tu corazón está radiante de amor y dicha, lo que hagas o no hagas pierde toda importancia. Tanto el fracaso como el logro, así como todo el camino de desafíos que los separa, desaparecen juntos en el ahora del descubrimiento. Todo logro está ya completo en tu corazón radiante. Estás ya

consumado en tu corazón radiante, y aun así, cualquier acción o cualquier situación cobra sentido, pues todo es reconocido como expresión en sí mismo, el amor siendo en el ahora. Quieres tu corazón radiante. Este es el motivo de este encuentro en forma de lectura. Es lo que quieres, lo que te ha traído hasta aquí. Tu corazón radiante es el sentido de la vida, es la vida sentida.

¿Podrías imaginarte totalmente consciente de tu corazón radiante en todo momento? El corazón radiante es pura expansión constante. ¡Es tu sentir eterno! Pero muy a menudo, si no constantemente, permaneces inconsciente de ello. ¿Podrías imaginar solo por un momento que fueras totalmente consciente de tu corazón radiante? Permítete experimentar esto. En ello consiste toda nuestra práctica a lo largo de este libro.

Porque este libro es un camino de práctica, un curso, como un río, que puede ir mucho más allá de un libro, si tú quieres, hasta algo tan inmenso como el mar. Vivir una total conciencia de tu luz interior no implica que todas las experiencias que conoces hayan desparecido ni que ya no percibas tu forma humana ni que hayas dejado de percibir las cosas del mundo ni siquiera implica que tu experiencia sentida sea siempre de total gratitud.

Simplemente, eres consciente de manera permanente de tu corazón radiante. Está ahí, constante, como un fondo de tu percepción, siempre te acompaña la canción de todo lo que Es, sin temor, duda, divagación o confusión. Esto es la total consciencia, la plenitud de consciencia que corresponde con el corazón radiante. Una constante que esta lectura te invita a despertar y a recibir, el brillo que nunca pudiste olvidar y

que constituye tu deseo pleno. ¿Acaso crees que esto no es posible en este mundo? ¡Es tu destino inevitable! Ya está sucediendo en tu conciencia, te ha traído hasta este momento, hasta estas palabras. Es inevitable tu libertad, tal como un río llega al mar. Dalo por hecho. ¡Esta es la actitud de tu práctica! El corazón radiante no es algo

que debas conseguir. Ya está. Está ahí, en tu interior, en lo profundo. Reconócelo. De tu corazón siempre brota luz eterna y sanadora. Tú estás siempre recibiéndola, dejando que pase a través y sintiendo al mismo tiempo cómo se extiende fresca y nueva en cada instante. Sientes esa luz brillante y no la confundes con otra cosa externa ni esperas algo ni clasificas el momento ni temes que se acabe ni comparas...

Vives, con total sencillez y naturalidad. Estás sereno, receptivo a la vida, en tu corazón eternamente brillante. Te alimenta el flujo de vida que mana de tu centro, hagas lo que hagas y vayas adonde vayas, un amor constantemente presente, luz y alegría expansiva y sin fin, que te acompaña adonde vayas, haciendo lo que hagas. La vida te lleva. Ni siquiera pareces distinto a cualquiera, simplemente por sentirte tal como eres. Eres, sin

más, en una total simplicidad y alegría. Esto es lo que quieres. Lo que siempre has querido. Lo que buscaste en el otro, en la realización de un trabajo, en la culminación de un proceso, al final de todo camino, al beber de una fuente o al abrazar a tu madre. Tras cada deseo latía tu verdadera búsqueda del corazón radiante, el recuerdo de tu ser.

Todo el mundo anda tras lo mismo sin ni siquiera reconocerlo, sin saber qué es saber, sin sentir qué es sentirse, sin conocer qué es conocerse. Y sintiendo el corazón radiante en tu centro en todo momento, en contacto con lo inagotable dentro de ti, ¿crees que sería posible vivir sin darte? Viviendo un flujo de alegría sin fin que pasa por ti a través de cada

movimiento, ¿qué motivo podría haber para racionar el goce de Ser? ¿Crees que sería posible decir «contigo sí, pero contigo no»? No podrías rechazar una sola experiencia teniendo tal seguridad. ¿Crees que tendría algún sentido la reserva o la pérdida? Habrías de olvidar momentáneamente a tu corazón radiante para poder recrear lo individual en el tiempo, lo separado y comparado, lo que se

opone y lo que constantemente busca llenarse. Pues, en presencia del corazón radiante, no puedes dejar de darte a la relación ni puedes dejar de recibirte en la relación constante, que es lo que es siempre aquí y ahora, la vida sin más. No puedes sentir tu alegría presente y a la vez decir «ahora sí o ahora no» ni «aquí sí, pero aquí no». El corazón radiante abarca todo, a todos y en todo momento. La experiencia misma, la relación tal como es, es

efervescencia que enriquece sin fin la constante expresión del corazón radiante. Todo es constantemente nuevo, sencillamente bello y totalmente compartido. Te invita a abrirte a una consciencia de compartir con todo lo que hay, todo lo que sucede y todo lo que es más allá del tiempo y el espacio, incluyendo el

tiempo y el espacio. Esta consciencia es una experiencia, una efervescente vitalidad en una total calma, una alegría incondicionada que suaviza, modula y hace brillar en conocimiento cualquier brizna de emoción que pueda surgir, cual pequeña ola en un mar de luz. Todo esto, ilimitadamente, brota de tu corazón ahora mismo. Ya has accedido a este recuerdo. Ya está aquí, ya es el momento.

No puede ser tan difícil ni tan alejado de tu actual estado si, como este sentir te anuncia, resulta ser este tu estado natural. ¡Cualquier otro sería una alteración que te has tenido que creer tras mucho tiempo y esfuerzo! ¿No estarías, por tanto, dispuesto a recibir este sentir cada día si ya ves con claridad que ese estado eres tú? La práctica se convertirá así en

descanso en lugar de esfuerzo. La constancia será tu voluntad expresada en lugar de una lucha contra el tiempo. El entrenamiento será un juego nuevo y liberador en lugar de un simulacro programado. Este libro es una respuesta a tu llamada, la llamada de Quien realmente eres, la llamada de tu corazón radiante. Sé lo que quieres, porque es lo mismo que quiero yo. Tu deseo no puede ser distinto del mío,

pues compartimos una misma voluntad. Del mismo modo, sé quién eres, pues eres el mismo que yo. El corazón radiante.

Un corazón sintiente Siendo el corazón el centro de tu ser, tal y como ahora mismo lo sientes, es también, por tanto, en todo momento, el centro de tu conciencia. En otras palabras, te das cuenta sintiendo. Es en tu sentir en donde te conoces.

Recibes a la vida sintiendo. Vives la constante relación sintiendo. Y esto significa que has empezado a aprender de otra manera. Un nuevo conocimiento implica un nuevo aprendizaje, en donde tanto conocimiento como aprendizaje son pura experiencia. El modo en que sientes la vida, el modo en que la recibes, sintiéndola en tu corazón, es lo

que determina tu estado mental y, en consecuencia, tu capacidad de extender tus brazos o de usarlos para protegerte, el destino de tus palabras, el significado de tu mirada y el resultado de tu expresión, tu arte, tu expresarte. El corazón determina tu expresión, no solo tu recibir, sino tu dar, pues dar y recibir se funden en tu expresión. El corazón es el centro de tu ser.

Representa el lugar físico al que señalas cuando dices «yo» y, simultáneamente, es el constante latido de la vida dentro de ti. Además, lo reconoces como el origen de tus sentimientos. Y reconoces intuitivamente que todos estos sentimientos se expanden desde ti, en tu experiencia y en tu relación. Vives tu creación a través de tu corazón. ¡Es el pincel de tu cuadro vital! Pues el corazón es una emisión radiante, si bien no

siempre la has sentido como amor.

De hecho, cuando has sentido culpa, ira, temor, carencia o

tristeza te has dado cuenta de que algo era retenido, refrenado, como una expresión rechazada en tu interior. En el caso de la ira, cabalgando sobre un deseo contradictorio, tu corazón quiere explotar ante el agravio recibido, pero a la vez llega el miedo a explotar y ha de retenerse en profunda tensión. ¿Sientes el miedo bajo tu ira? ¿Sientes la extraña necesidad de modularte? Es el signo de tu corazón alterado: una expresión

contradictoria y reglamentada. En el caso de la tristeza, el miedo y la culpa el autorrechazo es aún más evidente. El deseo contradictorio empuja al centro de tu ser a empequeñecerse hasta hacerse imperceptible, hasta negarse del todo o dejar de ser sentido. Como si esta emisión de vida fundamental hubiera dejado de emitir, o la radiación ya no estuviera radiando, o ya no estuviera la luz o el espíritu en ti sino otra cosa... oscura y pesada,

densa y sin sentido, a la que has de rendirte, pues no puedes comprenderla. En tu experiencia, todo queda teñido del color que tu corazón toma. El día es triste si tu corazón está triste. No importa que haga sol o no. Podría haber un precioso atardecer sobre las cumbres blancas y brillantes de montañas imponentes, en un lienzo pintado de colores imposibles, bordado con mil dibujos distintos de nubes, todo

ello envuelto en un fresco aroma de tierra mojada y flores silvestres; y..., aun así, si tu corazón está enzarzado en la defensa y el ataque, si cree haberse perdido, si cree estar solo, si cree estar en problemas, no puedes ni siquiera verlo. Nada, no puedes recibir ni dar nada. No sabes quién eres. Estás alterado. Es evidente que los sentimientos son constantemente cambiantes, tal como las

situaciones y los pensamientos. También es evidente que no contabas con tu corazón radiante, por mucho que fuera esto lo que tú querías, es como si nunca hubiera existido esa fuente de vida en tu centro. Tu atención iba tras algo distinto. Algo hizo que escogieras otros caminos. Sobre esto versa la toma de consciencia de este libro. ¿Por qué andas siempre buscando algo distinto de tu experiencia presente? Crees que el hecho innegable de

que la experiencia sea constante cambio implica que el sufrimiento tenga que estar presente en tu experiencia. Es la creencia generalizada de que no hay placer sin dolor ni luz sin sombra ni paz sin guerra ni inocencia sin culpa. Es la creencia que prorroga un mundo de sufrimiento, un mundo sin corazón radiante, un mundo donde la muerte es tan fuerte como la vida, y por tanto no existe vida sin muerte. Ni alegría sin dolor.

Es momento de que empieces a considerar la posibilidad de que el sufrimiento sea un estado alterado, y no lo llames natural. Pues, de otro modo, no puedes entender al corazón radiante y, por tanto, no te comprendes a ti mismo. Y, cuando no te comprendes, no sientes el corazón radiante, que es eso que quieres. ¿Puedes abrirte a la posibilidad de que el constante cambio esté totalmente exento de

sufrimiento? Así es tu mente natural y así es tu corazón radiante. Una experiencia en cambio constante, un ahora constantemente nuevo de creatividad pura, pero sin sufrimiento. Esta es la efervescencia de la que hablo. El cambio no es la causa del sufrimiento. El sufrimiento no es parte de la vida.

No es la vida lo que te hace sufrir. El sufrimiento no es parte de la vida. Es necesario que te detengas y observes el modo como recibes la vida en tu corazón, el modo como respondes a la vida. No es la vida, sino un modo de ver, una manera de pensar, una estructura de creencias dicotómicas, contradictorias y polarizadas lo que apaga tu corazón. Es un programa lo que te impide conocer al corazón radiante que

eres. El sufrimiento es el estado alterado de tu corazón.

La práctica: abrir mi corazón Abrir el corazón al sentir es el primer paso para conocer al corazón radiante. No es una decisión intelectual. De nada sirve decirlo frecuentemente en las conversaciones ni siquiera pensar

en ello como algo importante para ti. Has de discernir todo el cuento pensado de una verdadera actitud de experimentar, una verdadera voluntad de permitirte sentir, una verdadera entrega de corazón al momento presente. Así comienza la práctica del nuevo aprendizaje. Es la aplicación o actualización de todo lo que ya está en ti. Es el gesto interno de unirte a tu Ser, una verdadera oración.

La primera de nuestras prácticas te invita a soltar el pensamiento programado en mitad de cualquier circunstancia en la que hayas perdido de vista tu comunión con el corazón radiante que eres. Puede que estés pensando en argumentos de ataque y defensa, sobre quién lleva razón o quién empezó primero. Tal vez creas que estás solo o pienses que algo horrible ha pasado. Quizá andes imaginando lo que sería mejor

hacer en alguna situación que, sin duda, temes. Es posible que te imagines que has hecho algo incorrecto. No importa cuál sea la situación en concreto. Estás tenso, estás en conflicto, no estás en paz, es momento de aplicar la práctica. Esta práctica te ayudará a volver tu atención sobre el corazón radiante que permanece ahí, dentro y fuera de ti, en todo momento y todo lugar, esperando a que lo aceptes de

nuevo en tu conciencia. Este es el principio de la oración: reconocer lo que es por siempre más allá de la alteración de tu mente. Has de salir del túnel de pensamiento, tal como se explica en la práctica, y extender tu sentir, en lugar de seguir encerrándote en el agujero mental que ahoga tu corazón. Se trata de abrirse a recibir ayuda de lo desconocido, de lo nuevo, de lo impensable e

imperceptible, de tu Ser. Se trata de sentir que la paz está siempre ahí, y que en tu decisión está soltar el bucle del falso yo.

Abro mi corazón Unirme al corazón radiante (EC) Abro mi corazón, respiro. Me abro a la vida. Salgo del túnel de pensamiento que retenía mi corazón. Suelto la tensión. Abro mi corazón, respiro.

Miro alrededor, suelto mi mente, me extiendo. Confío en este momento. Me uno al corazón radiante. Me abro a la vida, elijo sentir ahora. Abro mi experiencia. Libero mi luz. Abro mi corazón a la vida, me abro a la relación. Pues la vida es relación.

Abro mi corazón y miro de nuevo al mundo. Miro al otro, y respiro. Con una mirada nueva, le siento. Soy el corazón radiante.

El viejo aprendizaje Aprender a desaprender El conflicto es una contradicción repetitiva en tu mente que toma diferentes formas. El nuevo aprendizaje es el medio para sanar esta contradicción. Uno de los aspectos en el que vives tu contradicción tiene que ver con tu noción de aprendizaje. Por un lado, sabes que de él depende todo. Entiendes que el

aprendizaje es clave en tu vida, y has saboreado una y mil veces sus ventajas. Sin aprendizaje no hay logro ni avance. Sin aprendizaje no hay salida. Por otro lado, estás profundamente frustrado con los aprendizajes recibidos. La mayor parte de ellos resultaron prescindibles, estaban rellenos de paja o totalmente fuera de tu centro de interés. Según lo ves tú, muchos de ellos resultaron ser estafas, manipulaciones y engaños, sobre

todo si eran aprendizajes globales, interiores, mentales o espirituales, es decir, aprendizajes sobre la vida misma. Cuando menos, resultaron parciales. Solo unos pocos de esos incontables aprendizajes están guardados en el cofre de tus tesoros, como auténticos caminos a la verdad. Sabes bien que, a lo largo del tiempo, algunas de estas selectas perlas acabaron demostrándose falsas, lo que te

hizo sentir muy frustrado alguna vez. Creíste entonces que nada sirvió de nada y que siempre estás dando pasos atrás. E incluso, a lo largo de este libro, alguno de estos aprendizajes sagrados se convertirá en un obstáculo para lo nuevo. Así de complejo y contradictorio ha sido y es nuestro aprendizaje. Si bien por un lado deseas aprender de verdad, por otro estás harto de aprender. Te dices a ti mismo: «¡Ya basta de

aprender! ¿No es bastante ya? ¿Qué se supone que debo saber? ¡Quiero sentir ya mi corazón radiante! ¡Quiero ese goce de Ser ahora!». Este deseo es totalmente lógico, dentro de toda su contradicción. Te rebelas contra lo viejo, contra lo disfuncional. Estás harto de tantos años de lento y esforzado aprendizaje en los que tenías que imponer una idea, que en realidad no entendías, a todo lo que tu corazón deseaba y esperar

que algo externo te fuera dando una capacidad por la cual habías pagado con el esfuerzo y el sacrificio de un repetitivo y necesariamente extenuante entrenamiento. Era como si tuvieras que renunciar a sentir, a tu corazón gozoso o a la experiencia misma para que el aprendizaje fuera productivo. Te parece injusto y ves algo falso tras todo ello, como si estuvieras siendo manipulado. Ahora tu conciencia está en

otro estado. Una parte en ti se rebela, sí, claro: ya no quieres más aprendizaje, aunque en realidad lo que estás haciendo es negarte internamente a la memoria, al pasado, al esfuerzo y al sacrificio. Ahora quieres experiencia. Quieres sentir, quieres vivir, quieres amar. Quieres lo auténtico. Anhelas tu corazón radiante. Y, en alguna parte de ti, sabes que no hace falta nada para ganártelo. Pues tú eres la

capacidad experimentar.

misma

de

El vacío por llenar El viejo aprendizaje se fundamentaba en que te fijaras en algo pequeño y pusieras en ello todo tu empeño. Te pedía que te concentraras en un objetivo para hacerlo real, ya fuera un dogma o un comportamiento: debías reproducirlo, encarnarlo fielmente. Te decía: «Has de ser

algo, tienes que convertirte en algo definido y concreto, fabrícate a ti mismo, haz de ti el mejor producto». Era un aprendizaje basado en el adiestramiento, la programación, la imitación, lo concreto, el comportamiento externo, el producto palpable. Su fundamento radicaba en que hicieras algo productivo para tu mundo, que dejaras algo memorable y con valor tras tu indefectible final, algo de más valor que tú. De algún modo,

tenías que arreglártelas para que quedara una memoria con más sentido y duración que tú. El viejo aprendizaje no te hablaba del sentir, pues no lo tenía en cuenta. Para el viejo aprendizaje no había nada que aprender en el sentir, dado que no se trataba de un aprendizaje experiencial, sino conceptual. Lo importante era aprender nuevos conceptos, nuevas cajas para manejar con tu mente pensante. La única alusión al sentir se hacía

al resaltar las trascendentes ventajas de tu esfuerzo y tu sacrificio, pues de ello dependía indefectiblemente tu «éxito». Para el viejo patrón, todo se hace a fuerza de fuerza. Es el esfuerzo y el sufrimiento el verdadero motor del éxito. Es una especie de sublimación de la ley del más bruto. Y el éxito del que se habla en el viejo aprendizaje consiste en distanciarte suficientemente de los demás como para resultar claramente especial o

competente, y así obtener una posición de prestigio en la que sentirte seguro. Para el aprendizaje programado, tú eres un vacío que hay que llenar. Su premisa básica es que naces como una caja vacía de identidad y entonces vives todo el tiempo a la búsqueda de algún contenido con el cual fabricarte a ti mismo. Como si fueras un ser sin sentido que necesita obtenerlo de fuera, por supuesto. El viejo aprendizaje se

basa en la «realidad» de tu vacío interno, y desde esa carencia o ausencia de ser, es el mundo de ahí fuera el que tiene que dotar de contenido a la forma que eres, al cuerpo que eres. Es el mundo de ahí fuera el que te ha de dar sentido. El mundo te dirá quién eres, te definirá, te modelará a base de juicios, esfuerzo y sufrimiento. Cuando eras un bebé no sabías pensar, pero ahora ya has aprendido y, por tanto, tu

pensamiento está de acuerdo con el mundo que ves. Ya no solo es el exterior lo que te define: el viejo aprendizaje ahora es tu propio pensamiento. El programa está tanto fuera de ti como en tu propio pensamiento. Pues tu pensamiento está programado de acuerdo al viejo aprendizaje. El fundamento del aprendizaje programado consiste en que aprendas que tú eres efecto y el mundo que percibes es tu causa. Y este aprendizaje, lo creas o no,

lo tienes totalmente aprendido. Eres adicto a los juicios. Ante la experiencia de ese vacío interior, te preguntas: «¿Quién soy?». Y miras fuera, para que el mundo te conteste. Por tanto, este viejo programa de estudios te recuerda constantemente quién eres, cómo debes pensar, qué debes sentir y, mediante el juicio, te va modelando para que te adaptes al mundo, que es tu verdadera causa. El mundo te ha hecho

nacer, pues has nacido de otros cuerpos que estaban en el mundo. El mundo te ha dado una genética que se corresponde con el linaje de los cuerpos al que perteneces y el cual te define. Es inevitable y no puedes hacer nada contra ello. La genética te define. Y, además, el paso del tiempo, a través de la educación y la cultura, también te define. Finalmente, todo consiste en que aprendas profundamente que lo de fuera definirá tu interior. Tú

eres efecto de una causa externa. Tú eres un producto del mundo. La insatisfacción se considera un motor necesario para el aprendizaje. Es la carencia lo que te hará buscar, será la necesidad la que te movilice. En tal aprendizaje, las motivaciones se basan en necesidades. ¡Y vaya si lo hemos aprendido! Sin necesidad no hay sentido en el mundo de la carencia. Del

mismo

modo

que

la

carencia resulta fundamental en este proceso, el dolor, el temor y la culpa son igualmente necesarios para que el aprendizaje suceda. El aprendizaje basado en el pasado no entiende otras lecciones que las que dicta la sagrada memoria del dolor y el error. La atención debe poner su diana en el dolor y en los errores. Por tanto, no es posible aprender de otra forma que desde la crítica, la cual no solo debe

centrarse en el presente, sino que ha de argumentarse a lo largo de toda la historia, en el pasado. El pasado te enseña que el miedo te hace fuerte, que la culpa es la piedra angular de tu aprendizaje y que la inconsciencia es la maldad contra la cual luchamos. Toda esa memoria mantiene vigente un mismo sistema de pensamiento, un mismo programa de mantenimiento del vacío existencial, pues ese vacío es el

que hace experiencia.

funcionar

la

En realidad, se trata de un aprendizaje muerto, por muchas causas; pero, para empezar, siempre está custodiado por el miedo a la muerte. Por mucho que aprendas, la muerte parece dirigir tus pasos más allá de lo que tú pienses o hagas, como si fuera una entidad con total poder sobre tu vida y, por tanto, sobre ti. Parecen existir muchas posibilidades en tu futuro, pero

solo hay una inamovible, hacia la cual te encaminas indefectiblemente. Tienes que aceptar como real el triunfo soberano del más absoluto de los vacíos. Tu función tan solo consiste en intentar arrancar algo más de tiempo a tu efímera existencia. Tal pseudoaprendizaje, por tanto, se basa en el miedo a la muerte, la cual se extiende a cualquier cambio que arriesgue, de algún modo, la pequeña

cantidad de tiempo de que dispones para conseguir algún valor. Es, por tanto, un aprendizaje de supervivencia en el cual se requiere velocidad, competición y, por tanto, lucha. Luchamos por la seguridad y por el tiempo.

El aprendizaje del juicio

El logro y el fracaso son los fundamentos de este aprendizaje totalmente instaurado en el mundo que percibes. El éxito o fracaso es lo que decidirá si vivimos un poco más. Porque este patrón de pensamiento cree en algo llamado selección natural. ¡Interesantes palabras juntas! ¡Nunca se dijo de un modo más claro que Dios —o la inteligencia natural— juzga! Esto significa que es propio de tu naturaleza que intentes ser

más fuerte y más listo que los demás y que, por tanto, no tiene por qué importarte que tal competitividad haga difícil o imposible la vida de los otros, incluso la tuya misma. Al fin y al cabo, no lo haces tú por decisión propia, sino que es lo natural. Es la naturaleza —la inteligencia de la vida o Dios— la que pone a cada uno en su sitio para luego destruir al más débil, tonto o inútil. No puedes hacer nada contra ello, pues has de recordar

que es el mundo el que te define a ti, tú solo eres su efecto. Corresponde con tal aprendizaje, en toda lógica, que el fuerte pueda abrirse camino a costa del débil, y en nombre de dios, incluso puede librarse del estorbo que el otro constituye para la evolución y para el todo. El antiguo aprendizaje es la ley de la supervivencia, de la adaptación y de la explotación. Es la ley que rige el mundo que ves. Es la supuesta ley natural de la

evolución. Es ciencia, es un hecho. No debes discutirlo. Simplemente has de ayudar a la depuración. No obstante, si tales ideas se exponen o aplican de un modo demasiado claro o directo, es tu deber tacharlas de fascistas o nazis, acusar a los responsables y emprender una lucha para corregirlo. De hecho, se trata de un inmejorable modo de conseguir valor para llenar tu vacío. Pues el juicio y el conflicto resultan aún más importantes

que cualquier otra cosa para fabricarte. El juicio es la piedra angular del viejo aprendizaje. No solo has de juzgar a los demás para luchar contra ellos, sino que has de emplear el juicio en tu propia autocorrección. El vacío continúa en tu interior y tienes que repararte constantemente. El viejo

aprendizaje, ahora perfectamente camuflado como tu propio pensamiento, te dice: «Esto lo has hecho mal. Recuerda bien que lo has hecho mal, guarda en un importante rincón de tu memoria el fracaso de hoy y tenlo presente, pues es fundamental para el éxito del mañana, incluso para tu supervivencia, que lo tengas fresco en tu memoria». Si un suceso no se corresponde con el modelo de éxito, entonces es un fracaso, y tú también lo eres.

Por tanto, resulta fundamental guardar fresco el sabor del fracaso, pues de ello, del error, nace la corrección. Del error se aprende, el error es tu maestro. El viejo aprendizaje es un programa que inmediatamente diagnostica lo que ha salido mal y fabrica un nuevo patrón para el futuro. Y así se fabrican los contenidos que han de llenar los vacíos, corregir los errores. Así funcionan los programas. Has de aprenderte el nuevo patrón, la

nueva regla, a sangre, como una memoria sagrada, pues no quieres volver a sentirte tan fracasado como hoy. La base del viejo aprendizaje es: prepárate para el futuro mediante los errores del pasado. Guarda el recuerdo de tu dolor como un tesoro, pues gracias a tu desconfianza te irás corrigiendo. Haz del miedo tu coach. El viejo aprendizaje se basa en los grados, en las medidas y en los criterios, pues un programa de

juicios necesita estas herramientas para hacer sus estructuras. Por tanto, ahora mismo, es muy posible que observes dentro de ti al programa diciendo: «Todo esto que dice este libro es muy exagerado. Puede que sea verdad, pero solo en cierto grado. En realidad, es necesario el miedo, el dolor y el juicio para aprender, pero en su correcta medida. En cierto modo, es una forma de aprender inevitable».

Los grados y las medidas permiten que nunca te des cuenta de lo que verdaderamente estás aceptando como la verdad. Creer en las medidas es creer en las medias verdades. Puedes sufrir un poco, es necesario. Es inevitable que te pasen cosas malas, simplemente has de mejorar poco a poco para intentar controlar el grado. Pues para el aprendizaje nada es ni cierto ni falso, sino que todo es una cuestión de niveles, de

grados, de medidas. Y en tal forma de pensar, nunca te puedes dar cuenta de la falsedad evidente. No, no. No es falso, solo a veces. Solo un poco. Solo algunas personas, en cierto grado. ¡Todo depende! Pues es una forma de pensar basada en la dependencia. El aprendizaje de la prueba y el error nunca acaba. Es un aprendizaje que no te lleva a ninguna parte, aunque mantiene tu confianza en él, pues se

supone que en algún momento se acabarán los grados, las medidas, las excepciones, los cambios..., y por fin aprenderás, se llenará el vacío existencial y llegarás, por fin, a ser aquello que se supone que has estado aprendiendo a ser. Pero no. Es un engaño. Cuando te veías seguro en cierta situación, cuando ya creías por fin controlar tu vida, entonces todo cambiaba y nada te servía. El vacío, entonces, se reveló idéntico a como siempre estuvo.

Y si aprendiste a ser algo en concreto, resulta que ese algo concreto tampoco te llevó a la satisfacción. Siempre hay más. Siempre surge algo que supone un nuevo desafío, un nuevo sufrimiento, una nueva tensión y un nuevo error. No hay lugar para la paz, nunca es suficiente, no es posible gozar del aprendizaje, solamente puedes seguir adelante con lo mismo, como en un eterno loop, todo es lucha, siempre eres erróneo, «hay

que...», «tienes que...», «consigue esto y lo otro», una y otra vez, como una escapada hacia adelante. Pues las situaciones son siempre cambiantes, cada vez más sofisticadas, entrelazadas y complicadas, aunque en lo profundo repetitivas. Y ese vacío sigue sin llenarse. Sin embargo, algo en ti se está dando cuenta de algo. Algo en ti empieza a arrojar luz sobre el viejo aprendizaje en sí mismo. En algún momento sientes: «No

puede ser así la verdad. Tiene que haber algo más». Y en ese sagrado instante, aunque pase fugazmente, no has pensado ni en grados ni en medidas. Algo en ti ha visto lo falso. El programa de juicios, no obstante, sigue repitiéndose. Ya ni siquiera puedes juzgar tú mismo. Has de fiarte de los expertos, unas voces externas y especializadas que estudiarán tu tema oportunamente y a fondo, y por ti juzgarán lo que te llevará al

éxito y al fracaso. Ahora bien, has de estar muy actualizado, pues lo que dijeron ayer ya no es válido para hoy, ya sabes, esto evoluciona muy deprisa, debes estar pendiente de lo que dicen los expertos. Y cuidado, no todos los expertos están de acuerdo. Tendrás que probar con unos y otros. Nunca acaba el proceso de prueba y error. Pues gracias a este proceso vas fabricando los contenidos de juicios con los que fabricas el yo.

Si lo observas globalmente y con honestidad, podrás llegar a sentir algo evidente: tal aprendizaje no te lleva a ninguna parte, sino que simplemente se autosostiene en el tiempo, pues en sí mismo es un ejercicio de supervivencia. El viejo aprendizaje está basado en el juicio, en la culpa, en el esfuerzo y en la memoria. Te dice que conocer es juzgar. Has de saber lo que es correcto y separarlo de lo incorrecto, para

así hacerte correcto. Tienes que aprender qué es lo bueno y qué es lo malo. Porque el juicio es la base del conocimiento y, por tanto, del aprendizaje. Para el viejo aprendizaje, conocer es juzgar. Esta es la orientación fundamental del viejo aprendizaje. Tienes que distinguir claramente entre el placer y el

dolor, entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo incorrecto. Porque aprender consiste en que, una vez que has separado lo bueno de lo malo, imites lo bueno, poseas lo bueno, obtengas lo bueno, luches por lo bueno, para así acabar algún día siendo lo bueno. Y claro está, para ello es inevitable que rechaces lo malo, evites lo malo, borres lo malo, luches contra lo malo, destruyas lo malo, e igualmente te limpies

tú mismo del pecado que, actualmente, sin duda alguna, te ensucia a ti y al mundo. El viejo aprendizaje se basa en separar lo bueno de lo malo para después enfocarse en rechazar lo malo y obtener lo bueno. Este patrón lo has de observar con claridad: el aprendizaje antiguo te lleva a rechazar lo que has aprendido que es incorrecto y

a conseguir o reafirmar lo que has aprendido que es correcto.

El fin del viejo aprendizaje Tras este repaso a las estructuras del viejo patrón de aprendizaje, al cual también llamo a menudo programa, descansemos un momento. ¿Te has fijado que simplemente verlo tal como es resulta siempre, de algún modo, culpabilizante? ¡Hemos estado tanto tiempo aprendiendo así…!

Sonriamos juntos un instante. Sería profundamente refrescante que ahora dijeras: «¡Se acabó el aprendizaje!». De hecho, todo este aprendizaje del viejo patrón ha concluido. Está acabado. Ha muerto. Ya no te hace falta o, dicho de otro modo: ya no necesitas sostenerlo con tu fe y tu voluntad. Ya no se corresponde con tu estado de conciencia, ya no se corresponde con tu voluntad, con tu deseo profundo. Etapa concluida. ¡Fin!

¡Ya lo experimentaste! ¡Ya lo viviste! Ya lo aprendiste y ya viviste adónde te llevaba. Ya no hay más para ti ahí. Ya no hay nada que aprender en la prueba/error. Es un bucle. Es por eso por lo que es un aprendizaje muerto. No te lleva a ninguna parte, ya no es tu aprendizaje. No te puede decir quién eres. Respira. Observa cómo ahora mismo, en este momento, sin memorias ni programas, al enfocarte hacia lo interno de ti

mismo, hacia tu corazón, hacia el yo soy, ese aprendizaje ya no está. No está en quien tú eres. Reconoce de manera calmada que simplemente observamos una memoria, un patrón, una estructura, algo insustancial y, por tanto, nada relevante para tu auténtico deseo: tu felicidad, tu corazón radiante, tu verdadero yo. Tómate un respiro entonces, pues ahora que eres capaz de sensibilizarte al sinsentido, a la

locura del viejo aprendizaje, es, por tanto, el momento de decirle adiós, sin miedo ni apego. Ahora puedes renunciar a ese programa y sonreír al nuevo aprendizaje, la experiencia del verdadero conocimiento de Quien eres, que llega de la mano de tu corazón radiante. No obstante, he de ser totalmente claro a este respecto. Este viejo patrón, aunque sin verdadera fuerza, aun sin vida y sin ser realmente tuyo, te

acompañará a lo largo del tiempo. Esto es así porque el tiempo mismo está hecho de ese viejo aprendizaje, de esa memoria ya experimentada. Será como una inercia que aparece en tu mente y que, poco a poco, aprenderás a observar con el corazón. Es como un programa o como un pasado remanente que perdonas, y que al perdonarlo, poco a poco, lo dejas ir. Pues el nuevo aprendizaje te enseña a no luchar. Y ni siquiera necesitarás

luchar contra el viejo aprendizaje. Si lo ves muerto, no tendrá efecto alguno sobre tu corazón. Pero has de expresar tu renuncia interna al viejo patrón, has de mostrarte tu voluntad de unidad para recibir la expresión de tu libertad como una experiencia. Has de vaciarte de lo viejo para recibir lo nuevo. Has de ser sincero con tus

sentimientos para poder observar, desde la paz y la aceptación sin lucha, lo que hay más allá de ellos, pues todos ellos están teñidos del viejo aprendizaje. Es preciso observar al programa, tal y como es, para sentir tu propia inversión en él desde la luz del corazón radiante. Tu función es perdonarlo. Y el perdón implica una responsabilidad total sobre la experiencia que vives. Para empezar, observarás que

sientes una profunda frustración con respecto a cualquier aprendizaje. Dado que el único aprendizaje que has conocido te manejó como a una marioneta y te llevó una y otra vez adonde, aparentemente, no querías ir, tanto «busca pero no encuentres» acumulado te hace sentir un escepticismo de fondo sobre el hecho mismo de aprender. Dudas sobre la posibilidad de un cambio real. Dudas del mismo proceso de

llegar a saber. ¿Realmente hay algo que saber? ¿Algo que sentir? ¿Puedo siquiera llegar a saberlo? ¿Hay realmente un cielo en mi ser? En realidad, es como si ese patrón de aprendizaje muerto aún levantase la cabeza desde su tumba para decirte: «Es imposible, no puedes. Ni lo intentes, estás atrapado. La verdad no existe más allá de lo que siempre has conocido. Todo es lo mismo. No hay más que

aprender que lo que yo te he enseñado, tu incapacidad y tu debilidad es la verdad última. No existe más verdad que la muerte, el dolor y la lucha. No hay otra manera de vivir ni de relacionarte, no existe el amor verdadero». Y a continuación te hablará de ciertos grados por los que merece la pena luchar, de cierto control que puedes conseguir por ti solo. Tras la frustración por «todo ese tiempo perdido», por todo

ese «sufrimiento invertido» o por toda esa «buena voluntad depositada en vanas ideas» habla la culpa por tu viaje de olvido e inconsciencia, habla el temor al tiempo y, por tanto, a la muerte. Pero sobre todo, tras esta frustración está el viejo deseo de haber sido una persona especial que vence al mundo. Todo ese aprendizaje ha muerto.

El viejo patrón como bucle El primer paso del aprendizaje

nuevo será afrontar tu respuesta ante el viejo aprendizaje. Ya lo hemos visto. Estás harto de lo viejo. Este hastío es y ha sido el componente central de la ira contra el pasado. Ahora es momento de que entiendas que la ira representó también, tal y como sabías expresarlo, tu anhelo profundo de romper los muros que te impedían ser libre. Tu deseo profundo siempre fue una reclamación de Quien realmente eres; la ira era ese

mismo deseo transformado en una respuesta del viejo aprendizaje, en el que precisamente la respuesta a tu deseo de expansión es la ira, la lucha, la explosión, destruir el obstáculo, acabar con el problema, derrumbar lo viejo. Tras la ira, hay un deseo de deshacerte de tu «viejo yo», de tu «yo programado», del pasado que te esclaviza, de tu «yo sucio». No podría existir ira sin culpa. No podría existir ira sin desprecio o

sin odio. Esta es la misma ira que hay en tu enfado contra el aprendizaje, contra lo que nunca funcionó o contra la locura y la inconsciencia. Y aun así, la ira es tan solo una expresión alterada de tu deseo natural de expansión, convirtiendo lo que naturalmente sería amor y aceptación en lucha y ataque. Puesto que la ira es una forma aprendida desde los patrones de la lucha y el rechazo, la ira hace un bucle contra sí misma. Dado

que tu enfado es contra tu yo viejo —tu yo del viejo aprendizaje —, que es de donde procede la ira, la ira es contra la ira misma. Te enfadas contra el enfado. Te enfadas con el ego. Te enfadas con el programa. Te enfadas con el pasado. Te enfadas con los límites que te aprisionan. Te enfadas contra tus propias creencias, las cuales crees que tienen poder sobre ti. Y, por tanto, luchas contra ese poder. Te enfadas contra el otro, a quien le

has concedido hacerte daño.

el

poder

de

¿Y quién se enfada? ¿Quién lucha?: el yo identificado con lo viejo. El yo que aún responde al viejo aprendizaje. El yo falso. El ego. El ego se enfada con el ego. El ego no puede enfadarse con el Ser, puesto que el ego es el

olvido del Ser. Como mucho, puede hablar de temor a lo desconocido; pero, finalmente, el viejo aprendizaje emprende todo su rechazo y su destrucción contra sí mismo. El programa es autodestructivo. Entonces, puedes darte cuenta del fundamento más escondido del programa: la culpa inconsciente, el odio a ti mismo,

el ataque constante contra el concepto que tienes de ti mismo. La ira es una alteración de tu impulso natural de expresarte basada en la idea del ataque. Y se vuelca contra aquello que parece atacarte desde fuera de ti mismo, ocultando el hecho de que te impides a ti mismo expresar amor, expresar Quien eres. Entonces, la ira misma se convierte en el impedimento para reconocerte.

No puedes conocerte como amor si expresas ataque. Bien sabes que a menudo empleaste la ira para defender quien imaginas ser frente a lo que te amenaza, para mantenerte firme, evitando la apertura al aprendizaje sobre tus propias creencias que toda relación ofrece. Poco a poco podrás entender la ira también por el profundo temor y victimismo que

oculta. Es el grito de un niño que no ve salida. La ira es una queja que nunca da fruto. Al ver que el viejo patrón de aprendizaje o programación no era más que un bucle, puede que la ira aún aumente. Pero ahora es momento de recibir tus sentimientos con mayor amabilidad. Ahora puedes sentir

tu corazón radiante. Te susurra que no tiene sentido la lucha contra ti mismo, la lucha contra tu sentir. Permite a tu sentir ser, déjale que se extienda, deja que se abra. Permite a tu ser sentir lo que sea que esté sintiendo. No respondas con ira ante tu ira. No ataques al ataque. Deja de luchar contra el mal y siente Quien realmente eres. Permítete la experiencia tal como es. Vacíate del viejo aprendizaje ahora. Di no sé a todo en este momento.

Deja que este momento sea exactamente como es. Siente cómo se extiende tu sentir. Te has vaciado de lo viejo para recibir la presencia. La única respuesta es la paz Tu única respuesta ante tu ira ha de ser dejar en paz tu sentir

alterado. ¡Déjate en paz! ¡Acéptate totalmente en silencio ahora! Vacíate de todo lo falso que no te permite reconocerte. Vacíate ahora del viejo aprendizaje, de los patrones de la lucha y el sufrimiento. Tu única respuesta verdadera ante tu ira solo puede ser amor, una respuesta verdadera, de tu Ser, tal como la luz es respuesta ante la oscuridad o el recuerdo es respuesta ante el olvido. Así es la consciencia sobre la

inconsciencia. encuéntrate.

Vacíate

y

Quien realmente eres no lucha, no tiene nada que ver con el enfado ni con la queja. Quien realmente eres es totalmente libre y responsable. Es el olvido de tu Yo auténtico, la alteración de tu sentir, lo que da lugar a la ira. Puede que creas que todo lo pasado no sirvió para nada más que para perder el tiempo, y que

nunca te llevó a ninguna parte. Puede que, entonces, de nuevo ¡sientas ira! Sin embargo, esto tampoco es verdad. Nunca hay motivo real para la ira, como irás descubriendo. Pues incluso tras todo ese viejo aprendizaje, seguía el corazón radiante dentro de ti, latiendo, llamándote, mostrándote cada vez con mayor claridad la futilidad de la lucha. Esto lo comprenderás mucho mejor según avances en la práctica de este libro.

Tras tu ira defendías una manera de experimentarte que tú mismo elegiste. La inteligencia del amor siempre estuvo dentro de ti. Simplemente no te interesaba atenderla, pues tu estado de conciencia estaba alineado con el antiguo estilo de aprendizaje. Esa era tu experiencia. Era tu deseo alterado. Aunque no te dieras cuenta, era tu voluntad profunda explorar ese aprendizaje. Por eso existió ese aprendizaje, y por ninguna otra causa en realidad.

Hiciste lo que pudiste. Y no pudo ser de otra manera. Eras consciente de lo que eras consciente, sentías lo que sentías e interpretabas lo que sentías respondiendo a lo que habías aprendido, que era lo que deseabas aprender para tu profundo propósito de experiencia. Quisiste ser un luchador, un guerrero, un justiciero, un sacrificado, una víctima y un salvador, entre muchos otros papeles.

Por tanto, no tiene sentido enfadarse por la inutilidad del aprendizaje pasado. No pudo ser de otra manera, dados los objetivos que te planteaste. Todo ello sirvió, más allá de lo que pudieras darte cuenta, para que tu conciencia avanzara, se expandiese, descartara, eligiera a través del sentir, hasta llegar al hoy, cuando descubrirás que sentir es todo el aprendizaje. El verdadero aprendizaje, el de tu corazón, sucedió más allá y a

pesar del viejo aprendizaje. Te ayudó a mirar más allá de lo aparente, a confiar en algo más allá de lo visible, a entregarte a algo más que a tu pequeño yo y al mundo que lo fabricó. También ahora, en tu camino de transición al nuevo aprendizaje, te encontrarás con frustración. Creerás que los sentimientos son mentirosos. Y de nuevo responderás con ira contra ti mismo. Por ello, se hará necesario que entrenes una

atención pacífica y abierta sobre tu sentir, junto a la paz de tu corazón radiante, en donde puedas ver el fondo tras la forma. No fue el sentir quien te engañó. Fueron los mismos propósitos que ocultabas bajo los sentimientos los que mantuvieron tu corazón preso. Fue el juego de engañarte a ti mismo lo que te hizo sentirte vacío y manipulado. Puedes elegir ahora una nueva

actitud ante tu memoria y el resentimiento que la protege. Puedes vaciarte ahora y observar todos estos procesos internos de nuevo, bajo una nueva luz, tu luz interna. Desde el espacio de tu corazón radiante, verás los viejos propósitos de lucha y sacrificio como quien ve un programa, un funcionamiento mental, una colección de creencias vacías, una estructura vieja, un juguete que ya no necesitas.

El nuevo aprendizaje del corazón La experiencia pura es el nuevo aprendizaje Ahora hay disponible dentro de ti un nuevo aprendizaje, uno que antes no permitiste. Ahora el aprendizaje está enfocado en conocer Quien realmente eres, y ya no hay nada más que sea conocimiento. Ahora tu conciencia se abre a recibir a tu

corazón radiante, tu voluntad quiere conocer al Ser. Tal conocimiento te lleva a un nuevo sentido del saber. Antes yo no sabía lo que era saber, pues ahí radicaba la confusión del viejo aprendizaje. Ahora sé que solo hay un modo de saber, de conocer, de ser consciente del Ser: expresarlo. Ser uno con él en la expresión. Esto eres tú, esto soy yo, la expresión del Ser.

La expresión del Ser es nuestro corazón radiante. No podemos ser separados de la expresión. No existe tal cosa como un ser separado de su expresión. Ser y su expresión son uno y lo mismo. Tal como la tradición cristiana dice que Dios —el Padre— y su Hijo —el Cristo — son uno, en Oriente se explica como que Brahman y Atman son uno.

El Ser y su expresión son uno y lo mismo. La expresión es la experiencia del Ser. Por tanto, hablamos de una nueva manera de entender el conocimiento del Ser como la experiencia del Ser. El conocimiento del Ser es su experiencia.

Del mismo modo, por tanto, el nuevo aprendizaje no está nunca separado de la experiencia. El nuevo aprendizaje parte del conocimiento interno, ya presente, ya completo, que late en tu corazón, de Quien tú eres. Y esto se debe a que tú, realmente, ya estás completo, y de tu completitud surge la respuesta a este momento. Esta es la base del nuevo aprendizaje del corazón radiante. El saber surge de quien realmente eres ahora mismo,

completo y total en ti mismo. Saber es experimentar, y no existe conocimiento sin experiencia. En el nuevo aprendizaje todo es experiencia. Sin experiencia, sin sentir, sin tu entrega y cooperación con el momento presente, no hay aprendizaje de lo nuevo. Sin aprendizaje de lo nuevo no hay cambio de consciencia sobre lo que eres.

Sin experiencia, no hay conocimiento del Ser. Y el conocimiento del Ser es el amor revelándose en tu experiencia, siempre fresco, siempre nuevo. En el viejo conocimiento, todo aprendizaje está destinado a ser algo. Por ejemplo, un universitario aprende para ser arquitecto o ser médico. Si bien esta visión todavía mantiene separado el aprendizaje de la experiencia —es decir, el proceso de conocer aparece separado de

la experiencia de ser—, aun así, el aprendizaje de algo apuntaba a ser algo. Sin embargo, la gran diferencia radica en que el nuevo aprendizaje parte de la revelación de tu plenitud interna para llegar a conocerte como el auténtico, único e ilimitado Ser. El nuevo aprendizaje sucede en el corazón, allí donde experimentas el sentir. El corazón es ahora tu conciencia, pues

ahora tu conocimiento es pura experiencia, en lugar de pensamiento concreto. El centro de tu ser es tu corazón, el espacio constantemente presente en ti en donde te das cuenta de todo, más allá de tus interpretaciones. En tu corazón aceptas la comunicación con el Ser y es donde en realidad recibes lo nuevo constantemente, aquello que no está programado en tu memoria. Es en donde creces, en donde eres, en donde te

despliegas y en donde la relación con la verdad nace en ti ahora, una puerta constantemente abierta al conocimiento de ti mismo. El corazón es tu acceso a la unidad, tu punto de contacto con la totalidad. Desde ahí brota la inteligencia del amor dentro de ti y se expande junto a ti en tu expresión. Tu pensamiento se eleva, tu razonamiento se templa, tu visión se totaliza, poniendo en relación todo con todo. Nace la

comprensión en tu interior cada día. Así es el nuevo aprendizaje. Ahora estás listo para la revelación del amor dentro de ti, una experiencia directa que hará de tu expresión la auténtica creación que sostuvo tu esperanza, tu anhelo de verdad. El corazón del que aquí hablo no es algo distinto de tu mente, sino que alude a una nueva forma de entender la mente; unida al corazón y siendo lo

mismo. Una mente que experimenta, en lugar de una mente que da vueltas en torno a sí misma. Tradicionalmente se ha entendido el corazón como el centro del sentir, y la mente como el centro del pensar. Estando todo nuestro modo de percibir —interpretar, comprender— condicionado por las formas de separar propias del viejo aprendizaje, el sentir lo entendemos dividido en un sinfín

de emociones o experiencias distintas; y el pensar, en un incontable número de conceptos e ideas diferentes. Esta forma de sentir lo concreto y de pensar lo concreto nos define como seres concretos. El pensamiento programado te hace sentir lo concreto para que pienses en lo concreto y sientas lo concreto, un objeto, un ser separado de lo demás, un sintiente intenso y separado de su entorno. Hasta las mismas palabras con

las que está hecho este libro, y con las que parecemos comunicarnos, están basadas en todas esas conceptualizaciones y experiencias de lo concreto y separado. Por tanto, tendremos que usarlas sin rechazarlas, para, al igual que hacemos con las emociones programadas, trascenderlas en un nuevo aprendizaje que suceda como una experiencia comunicativa real, de corazón, en contacto con el Ser. Es entonces cuando lo imposible

se hace posible en tu interior. Se trata de un aprendizaje verdaderamente nuevo.

La mente libera al corazón Entendamos la mente, aun por un momento, como el centro de tu pensar. En el nuevo aprendizaje, la mente se torna abierta y entra en relación con todo, se hace global. Es, por tanto, capaz de abandonar los viejos esquemas e ideas del yo pequeño en las que estaba

obcecada y se abre a desprogramarse. Ahora emplea su poder para apuntar directamente al conocimiento del Ser. Surge el auténtico discernimiento, que es como la claridad mental que deja en evidencia lo falso, tal como es y sin temor alguno, pues lo falso es falso. El pensar ahora conecta todo con todo, en lugar de verlo separado desde lo separado. Y aun usando conceptos concretos y percepciones separadas, la

mente funciona relacionalmente en lugar de analíticamente. La elevación del pensar está en directa relación con el propósito nuevo de la mente, claramente enfocado a la unidad. La mente entonces se pone al servicio del corazón y lo libera, gracias al constante discernimiento de lo falso. Pone así al descubierto lo viejo, pero no necesita luchar contra ello. Lo viejo ya no es temible. Simplemente lo ve, y lo ve como

falso, como pasado que ya pasó, como una vieja elección que ya no es. Luchar contra ello implicaría darle un valor actual, un valor real. La mente, en el nuevo aprendizaje, sabe que todo el proceso está sucediendo dentro de ella y, por tanto, luchar contra lo externo ya no tiene sentido. La lucha ha quedado totalmente fuera de su intención. Ante lo viejo, la mente se vacía, se libera en silencio, confiada en su propia

plenitud presente. La mente se expresa, es ella misma, al ser luz que ilumina todo aquello que mira; y surge de su mirada la pura comprensión que unifica, hilvanada tarde o temprano en un pensamiento sencillo y certero. Lo falso ya no es obstáculo, pues se ve en la luz. La mente se vuelve claridad y discernimiento al servicio del corazón.

El corazón mente

empodera

la

Del mismo modo, entendamos el corazón, aun por un momento, separado del pensar, como el centro de tu sentir. En el nuevo aprendizaje, el corazón se libera, se abre, sin miedo a sentir. Es el proceso en el que descubres que el sentir eres tú mismo, y te abres paso más allá de las ataduras del viejo aprendizaje. El corazón deja

de autocontenerse, abandona su lealtad a los programas de victimismo, sacrificio, culpa y temor, para permitirse totalmente ser, y entonces vive su expansión. La sensibilidad se extiende. Brillas. El juicio al corazón se desvanece ante la inocencia experimentada, el miedo a la vida va remitiendo paulatinamente. Sueltas el temor a tu expresión, pues reconoces que eres pura expresión, esa es tu función. El corazón trasciende los límites en

los que vivía oprimido para comenzar a ser él mismo, como luz sentida.

Entonces

vives

el

corazón

radiante, pues tu sentir se convierte en la expresión del Ser. Te vives, por tanto, como Atman, como el Hijo de Dios, vives el Ser. Eres Dios expresándose, cuya marca ineludible es el goce del Ser —Ananda—. Y esta es la única felicidad auténtica más allá de toda circunstancia y, sin lugar a dudas, tu destino inevitable. De este modo, el corazón se pone al servicio de la mente y le hace saber, mediante su brillo, que ella es el poder más allá del

pasado, las memorias y las creencias, pues ella es la expresión del Ser. Y así, la mente se recuerda sin tiempo y sin memoria, se sabe libre y se lanza a vaciarse de todo programa, en la plenitud del ahora.

Unidad interna El estado mental habitual o normal en el mundo consiste en la experiencia de la separación. De su mantenimiento se encarga el programa, patrón o antiguo

aprendizaje. La liberación de los programas implica un nuevo aprendizaje, una experiencia de lo nuevo. El miedo, como base del programa de separación, es lo único que parece interponerse en esta nueva experiencia para la cual estás ya preparado. La mente dice «no sé» a todos los programas que la hacían definir lo que la verdad es. La mente se lanza a sentir junto al corazón lo que la verdad es, lo que el amor es. Esto es la experiencia

presente. Estos programas incluyen la cultura, la educación, la ciencia, los valores, la moral, la sabiduría tradicional dogmatizada, lo que se considera sagrado e importante, lo bueno y lo malo, toda la propia interpretación de las experiencias pasadas, basada en todos estos códigos que apuntalaban tu sentido de identidad separado. La auténtica función de estos programas era mantener bloqueado el acceso a

lo nuevo, el acceso a la unidad como experiencia. No es culpa de nadie ni de los religiosos ni de los políticos ni de los historiadores ni de los educadores. Nadie sabe lo que hace hasta que no sabe lo que es. Todos intentan hacer lo mejor que pueden y saben, según las estructuras mentales aprendidas y los bloqueos emocionales basados en el miedo. Todos participamos, aparentemente separados, pero unidos en el

mantenimiento de un código programado. El programa es un código subconsciente que rige la experiencia colectiva. Al vaciarse, la mente dice «no sé» con profunda humildad y acepta ahora el silencio sanador en lugar de las suposiciones, revisiones del pasado, elucubraciones éticas, comparaciones con lo conocido y anticipaciones de lo que debe ser. La mente confía en que la inteligencia aguarda su silencio y

se entrega con el más valiente de los gestos. El pensamiento pierde concreción, se hace esponjoso, se deja penetrar por el espacio. Aprendes a abrirte a la inspiración mediante la experiencia de recibir el silencio. Descubres poco a poco que tu pensamiento se eleva, tu conciencia de lo que eres se expande. Paso a paso, tu mente deja de apegarse a «sus

programas», que estaban definiendo un yo concreto, una manera de pensar, un punto de vista, un personaje. Gracias a este proceso, el corazón puede sentir más allá de los límites que lo constreñían, permitirse experiencias que van más allá de lo concreto, más allá del cuerpo, más allá de lo conceptualizable y definitivamente más allá de lo ya experimentado. El corazón conoce la extensión. Entonces se

abre a sentir todo sin excepción, pues sabiendo que hay un nuevo sentir, el pasado ya no tiene excusas para retener la experiencia del presente. Te lanzas a sentir todo lo que llega y dejas que llegue todo sin replegarte, pues confías en la experiencia presente. Y descubres que es siempre nueva. El corazón aprende a sentir el espacio, conoce la paz profunda y más allá de ella surge el brillo del corazón radiante. Puede resultar

sorpresivo al principio, como algo que proviene verdaderamente de más allá de lo conocido, de más allá de este mundo. Puedes incluso replegarte en alguna ocasión ante la sensación de grandeza que amanece en tu centro. Poco a poco se te hace evidente qué es lo que siempre buscaste: precisamente aquello que está llamando a las puertas de tu corazón.

La práctica: me vacío y me

extiendo Según lo permitas, la experiencia de paz irá abarcando tu vida cotidiana desde un lugar absolutamente calmo y comprensivo. Vas con la vida. Tu alegría es sencilla, sin opuesto, sin un origen externo, sin una causa concreta. Es un goce centrado e íntimo, lleno de certeza y gratitud, extenso, sin brecha, amable y sabio. Admite dentro de sí todas las oscilaciones y circunstancias propias del

tiempo, pero en cualquier momento puedes recordar la sencillez del amor, que, desde una memoria inmemorial, mana en tu pecho. La luz de tu corazón se está liberando. Sin lugar a dudas, lo reconoces. No necesitas trucos ni análisis para reconocerlo. Es amor en paz, puro y simple, brillante y total. El amor que se revela en tu interior es poder puro. Un poder que, en lugar de dominar, oprimir o limitar, abraza a tu mente y le

da todo el valor que necesita para trascender cualquier resistencia, cualquier limitación. Ahora puedes soltar lo viejo con mayor facilidad, pues un nuevo mundo ha venido a reemplazar al que se defendía, el mundo del yo pequeño. Ahora has recordado la verdad en ti, has recibido el brillo de tu eterna comunicación con tu Ser en tu corazón. Es esta la experiencia universal que desencadena el aprendizaje directo. El amor se revela en tu

interior y deshace las fronteras de tu mente. Ocurre el discernimiento como un puro ver desde el corazón y la mente unidos. En él no hay comparación ni evaluación. Simplemente se ve lo que es, tal y como es, claramente y sin engaño, y por tanto no hace falta darle más vueltas. El aprendizaje sucede espontáneamente en la experiencia del discernimiento, sin necesidad de recuerdo, esfuerzo ni comparación.

Tú eres el aprendizaje hecho experiencia creativa. Por tanto, la mente libera al corazón gracias al discernimiento y a la claridad del pensamiento elevado. El corazón, a su vez, abraza a la mente, le da el valor y la confianza necesarios para desafiar los límites en los que se basan todas las creencias que fabrican el mundo que la mente ve, ese mismo que sujeta

mediante el poder de su propia creencia. El sentir se une al pensar. El pensamiento pierde rigidez o densidad, se eleva, se expande, hasta perder toda forma. Entonces la mente flota en el espacio de la confianza para permitirse pensar con la totalidad, y no como una mente que va por su cuenta, encerrada en su pasado. El sentimiento pierde límite, se expande más allá de las creencias que lo sujetaban,

creando ese espacio sintiente que da alas al nuevo pensamiento sin forma. En un instante sagrado de calma interna, pensar y sentir se hacen lo mismo. La mente y el corazón se unen. Pensar y sentir unidos se vuelven tu expresión, tu extensión, tu expansión. Ni el pensamiento ni el sentimiento son concretos, pues expresan lo desconocido haciéndose conocido a través de ti. Y la oración se convierte en experiencia pura del

espacio ilimitado en donde no existe el vacío, sino que te experimentas como plenitud siendo. Este es el estado elevado de la oración, pues la oración es un encuentro sincero con la totalidad. El nuevo aprendizaje no se basa en programas, sino en un corazón y una mente unidos. Así piensas junto a tu corazón

radiante. Así te reconoces como el pensamiento mismo de Dios. Así te recuerdas siendo expresión pura. Este es el nuevo aprendizaje de la unidad. El amor se revela en tu interior y aprendes a ser su pura expresión. Pues es lo que eres. Tal expresión se integrará poco a poco con tu vida en la forma, es un verdadero camino de revelación de la inteligencia, pues es precisamente en el escenario del tiempo, el espacio y la forma

donde ha de ser expresado tu nuevo aprendizaje. Tú estás aquí para expresar Quien realmente eres en la forma. ¡Y este, sin duda, es un nuevo aprendizaje!

Me vacío, me extiendo y me recibo (M) - AUDIO Es momento de decir no sé a todo lo que creo y vaciarme. Es momento de soltar mi

percepción del asunto. Suelto todo ahora y me vacío. Ahora atiendo mi sentir, respiro y observo mi interior. Suelto mi historia de mí mismo, dejo de defender mi tenso personaje, suelto toda función que me estuviera atribuyendo. Me dejo en paz. Suelto mi exigencia de que algo sea

distinto de como es. Suelto toda queja y toda defensa. No sé nada. No sé qué es mejor ni peor. Me vacío ahora. No sé nada. No entiendo lo que está pasando. Me vacío en el ahora. Elijo el silencio como mi maestro. Lo recibo ahora. Me uno a él. Me disuelvo en él.

Me vacío en el silencio. Me extiendo en él. Me permito sentir plenamente, abro y extiendo mi sentir... Respiro. Mi corazón se abre. Me extiendo. Me doy al presente, me vacío del pasado. Me abro a lo nuevo, me doy al espacio. Me entrego al silencio

para ser sanado. Me disuelvo en la unidad. Me doy a la paz. Me vacío de yo. Me lleno de Ser. Me vacío. Simplemente soy.

Conciencia de ti No eres quien crees ser Por supuesto, tu Yo real no es quien tú, en tu percepción de ti mismo, crees ser. De esto puedes estar seguro, puesto que tu Yo real está más allá de cualquier creencia. Tu percepción de ti mismo es una conciencia de ti totalmente programada. ¡Alégrate! Sería tremendamente frustrante que fueras realmente

quien crees ser, esa figura que se mira en el espejo y que, al contemplarse, experimenta un profundo sentimiento de futilidad, viendo pasar el tiempo como si la muerte se impusiera a la vida segundo a segundo. No es posible de ningún modo que tú seas un cuerpo, diseñado con fecha de caducidad, acechado a lo largo de su corta vida por variadas enfermedades y disfuncionalidades, cuyas necesidades y requerimientos

hacen que casi la mayor parte del día tengas que atenderlo de un modo u otro. O bien lo tienes que lavar, alimentar, vestir, decorar, maquillar, peinar, transportar, o bien tienes que ganar dinero haciendo todo tipo de cosas extrañas para sostener todo lo anterior. Por si fuera poco, y dentro de todo este vaivén, has de mantener relaciones sociales que, desde tal perspectiva, inevitablemente se complican de modos sorprendentes. Sí,

contemplado a vista de águila, es increíble, afortunadamente. Pero sin duda hemos creído en ello hasta el fondo del corazón. Gracias a Dios, no eres quien crees ser. Tu función aquí no es trabajar para sobrevivir ni tienes que ser una buena madre que saque adelante a sus hijos ni un gran profesional ni un atleta ni un

buen algo. Ni siquiera estás aquí para hacer grandes obras sociales que arreglen el mundo. No necesitas ser un científico genial ni un pensador revolucionario. Tampoco has venido a crear admiradas obras de arte ni a descubrir las maravillas que el mundo oculta mediante los idealizados viajes con los que sueñas. Ni siquiera has venido a encontrar a alguien especial que te haga feliz. Nada de eso te daría la felicidad de tu corazón

radiante, por mucho que creas que en tales ídolos se esconde tu goce. No puedes conocer la felicidad sin conocerte. Ese personaje que crees ser no es más que el resultado de haber olvidado el amor tal como es. Tal olvido implica un gran esfuerzo por sentirse bueno y aceptable en un mundo de juicios. Esfuerzo,

lucha, consecución... ¿Crees acaso que el amor te exigiría algo? En absoluto. El amor te mira ahora mismo más allá de la forma en la que te ves, aun con todos esos pensamientos surcando tu mente, en cualquiera que sea tu situación y, con todo, te ve tal como eres: completo. El corazón radiante se encargará de que recuerdes este sentir, pues es tal experiencia la que te devolverá la cordura y, entonces,

mediante la expresión recordarás Quien eres. Pero antes debes estar dispuesto a dejar atrás todas las ideas sobre quien crees ser. Y este es un aspecto importante, no secundario. Pues son esas ideas sobre ti mismo las que impiden tu experiencia de la luz interna. Este es el obstáculo, y por eso es primordial verlo directamente. El vaciado interior de conceptos y percepciones, que ya has comenzado a practicar, ha

de profundizarse hasta el final del tiempo, hasta el fondo de tu idea de ti mismo. No eres ese con nombre propio [escríbase aquí], el cual define una historia, unos rasgos, unos atributos, unas preferencias, un pasado y un futuro que llamas tuyo, que llamas tu yo. Tu auténtico nombre no es propio ni tiene propietario. Tu auténtico nombre es Soy. Este es tu sustento, tu sustantivo, tu sustancia. Este es el nombre de

Dios, este es el denominador común, el Ser. Esa forma que ves en el espejo es, pues, simplemente una forma, una imagen, una representación que no representa a quien tú eres, una expresión particular que no expresa al Ser. Verte en esa forma es una alteración perceptiva de tu identidad. El mismo hecho de que el programa perceptivo parezca tan antiguo y tan extendido te hace creer que lo que percibes con los sentidos

es la verdad. Afortunadamente, no es así.

Sentir esencial corporal

y

sentir

Por ejemplo, es normal que creas que es el cuerpo quien siente o lo que te produce el sentir. Esta creencia está muy enraizada y es fundamental para ofrecerte constantemente una identificación con la forma, de modo que experimentes tu yo cosificado, como un cuerpo. Crees

que dependes del cuerpo para sentir y, por tanto, crees que sin cuerpo no podrías experimentar nada. Del mismo modo, crees que todo sentimiento ha de pasar por el cuerpo y ha de estar sometido a los parámetros de tus sentidos corporales. Todo ello resulta muy biológico y, sin embargo, no tiene ninguna lógica de vida. Porque el sentir de tu corazón radiante no tiene nada que ver con el sentir sensorial o corporal del que hemos hablado. Será la

experiencia del sentir esencial lo que te llevará al discernimiento, pues tal diferencia no es fácil de explicar y solo a través de tu corazón sabrás reconocerla. El sentir esencial es extenso, gozoso, abierto, se expande sin fin. Trae consigo los aromas de la eternidad, pues es expresión que te recuerda a tu Ser. En el sentir esencial no hay comparación con nada ni atribución a nada externo, pues está totalmente centrado en tu interior, es la

comunicación pura con tu esencia. Es alegre y está desposeído de temor. Mientras lo experimentas no puede ser amenazado tal sentir, pues te haces uno con lo invulnerable. Si te lo permites, se extenderá hasta alcanzar todo en tu experiencia. Si la conciencia acoge al temor, se interrumpe el sentir esencial y no es posible que tu corazón siga expandiéndose. Es como si, te des cuenta o no, usando tu atención profunda, decidieras mirar a otro

lado, como si dieras crédito de nuevo a esa idea de ti mismo que proviene del antiguo aprendizaje. Puede ser que al principio relaciones tu forma de sentir el corazón radiante con alguna localización corporal, como el pecho, la frente o el abdomen. No importa, eso está bien. Es funcional que, al principio, tengas bien claro y localizado tu acceso a la luz, como un lugar en el que enfocarte cuando lo necesites. Es como una ventana. A través de

ella ves la luz. Toda tu atención ha de dirigirse a la ventana, la cual parece localizada, aunque la luz en sí, a la que accedes, no es de lugares ni de localizaciones. Cuando se desarrolle esta experiencia, según se haga más natural el sentir esencial, verás que no está localizado, pues su naturaleza es extensa, es el abrazo del todo al todo, una experiencia de disolución de los límites.

El corazón radiante se experimenta en la mente, no requiere del cuerpo para vivirse, pues es la liberación de tu luz interna, la cual está más allá de tu aprendizaje en el tiempo. Es expresión eterna de Quien eres, no necesita la forma para su experiencia, pero tampoco es incompatible con ella. Sin embargo, sí es incompatible con la creencia en el engaño de la separación; en otras palabras, con el miedo. El sentir corporal o

sensorial está basado en las polaridades que surgen de experimentar la creencia de ser un cuerpo separado en donde parecen convivir un objeto y un sujeto simultáneamente, que es lo que llamas cuerpo-mente, todo ello limitado y localizado. Sin la creencia de la separación y el miedo, la mente no puede generar la intensidad necesaria para vivir polarizadamente el dolor y el placer emocional, así como sus derivados sensoriales,

el dolor y el placer corporal. La profunda idea de que sin dolor no es posible el placer, y al revés, es el resultado de la experiencia de la dualidad que proviene de la fuerte identificación con un cuerpo separado. La identificación no es más que una profunda elección mental, normalmente inconsciente, que te hace creer que tú eres un cuerpo que sufre o que goza. Y este es el engaño fundamental que has de tener en cuenta

constantemente para poder entregarte con profundidad a las prácticas de este libro. Tú eres mente, no eres un cuerpo. El corazón radiante es la expresión de Quien realmente eres, la experiencia de tu Yo real, el sentir del Ser. Es la alegría de lo incondicional que se expresa aquí y ahora, sin que importe en absoluto que te percibas con un

cuerpo en un mundo material en donde los relojes parecen marcarte el tiempo. Lo verdadero está aquí y ahora, en tu experiencia. Es tu función aprender a relacionarte con ello ahora mismo para ser totalmente feliz aquí, ser Quien realmente eres, aun percibiendo este mundo de materia, emociones y creencias. De hecho, creer que, como humano, has de esperar a la muerte sin más, no es más que otra estrategia intelectual más

del programa para convertirte en una víctima, de modo que así abandones toda capacidad interna, tu poder mental, tu voluntad y tu corazón radiante.

La vieja idea de que tu cuerpo físico no es compatible con la experiencia de Ser surge desde un entendimiento meramente

intelectual de lo espiritual. En realidad, tu verdadero objetivo es expresar tu Yo real en la forma, mientras tienes un cuerpo. A eso has venido. Por tanto, ahora es el momento de que te sientas mente, y no en otro momento. Pues creías ser un cuerpo, y este era un impedimento para aceptar las experiencias mentales que están más allá de lo corporal, lo temporal y lo sensorial. También es habitual jugar metafóricamente con la idea de

muerte del ego —o incluso muerte de la mente— como una manera de hablar de la disolución del programa. Para ser precisos, solo desde el ego es posible la creencia en la muerte. Y manteniendo la precisión, es imposible que algo muera si es vida. Por supuesto, el programa ego no es vida. Es un programa, una estructura sin sustancia, un sistema de pensamiento alterado. Lo que en las tradiciones se ha llamado muerte del ego es

simplemente la desprogramación de la mente.

Conciencia y experiencia Te invito a usar ciertas palabras de un modo distinto al habitual, de manera que te puedan ser más útiles para la experiencia del yo-mente. Una de las palabras que te resultará más interesante para vivenciar un nuevo contexto vital será conciencia. Es un término polémico debido a la cantidad de usos distintos que ha

recibido, por ello precisaré ahora la manera de usarla en nuestra práctica diaria. Entendamos ahora la conciencia sencillamente como el aspecto receptivo de tu mente. Es como una pantalla en la que experimentas todo lo que pasa ahora mismo por tu mente —por ti—. Toda la experiencia sucede en la conciencia. La conciencia es como el escenario de tu vida. Y lo que sucede eres tú, la relación pura, la experiencia, el

experimentador y lo experimentado, todo junto en ti. En la conciencia suceden casi constantemente pensamientos concretos, algo así como frases que oyes como algo íntimo. Son escuchadas, pronunciadas y vividas al mismo tiempo. También brotan, como efervescencias, todo tipo de emociones, sutiles o volcánicas. A veces sucede todo esto junto a sensaciones experimentadas — aparentemente— en el cuerpo.

Muy habitualmente, puedes sentir el oleaje emocional al compás de los pensamientos concretos, esas mismas frases toman ahora forma de diálogo dramático. Si las frases llegan mediante los oídos de tu cuerpo, entonces ya no las sientes tuyas ni tan íntimas, sino que provienen del exterior. No las vives como pensamientos, sino que al llegar por tus oídos, es como si tuvieran un grado superior de realidad. Es

como si lo externo tuviera más realidad que lo interno. En tu pantalla también puedes recibir imágenes. Si las ves a través de los ojos de tu cuerpo, las llamas percepciones visuales e interpretas inmediatamente que aquello que ves está fuera de ti. A veces no vienen por los ojos, sino que aparecen directamente en tu interior. Si llegan de sitios que reconoces haber visto fuera, entonces las llamas recuerdos. Si llegan de sitios que no reconoces,

esas mismas imágenes las vives como ensoñaciones. Y si sientes que tú estás dando forma a esas imágenes a través de tu pensamiento, las llamas mis imaginaciones, y son combinaciones de retazos de recuerdos. Conciencia es a la vez sentir y pensar, recordar e imaginar, ver y ensoñarse, todo ello y mucho más. La conciencia recibe tanto lo que llamas mental como emocional, presente como

pasado, imaginado como soñado. Lo recibe siempre ahora. Es un crisol de contenidos con formas diferentes. Recibe en imágenes, en palabras y... de muchas formas más. Este es un buen momento para abrir el concepto imagen. Ahora mismo puedes cerrar los ojos y escuchar todo lo que oyes. Percibes sonidos lejanos y más cercanos. Puede que haya algún murmullo lejano —coches, un río,

el mar, el viento, gente hablando, maquinaria—, como un colchón que envuelve todo el sonido, o puede ser que tengas la suerte de estar viviendo un fondo de silencio total sobre el que brotan sonidos concretos entrando y saliendo. En tal caso, también podrás percibir el sonido de tu respiración, de cada movimiento en ti o alrededor de ti. Se trata de una imagen auditiva en constante

movimiento. Si escuchas muy calmo tu paisaje sonoro, poco a poco lo aprenderás a percibir como un todo, como una sola imagen que recibes en tu pantalla. Igual sucede con la imagen táctil que ahora mismo puedes experimentar. Al principio, tal vez debas afinar tu atención para darte cuenta de la cantidad de estímulos táctiles que hay en tu

conciencia corporal. El asiento, la ropa, el abdomen, la respiración, ligeros picores, los movimientos. Una vez que has afinado la atención hacia tu experiencial táctil, podrás sentirla toda como una sola imagen, un solo sentir corporal o sensorial. Tendrás una imagen kinestésica total de tu momento, en constante movimiento. Para que la imagen sentida

fuera total, sería necesario incorporar más inputs. Hay imágenes de olor, de sabor y, sobre todo, hay un mundo de imágenes emocionales complejas, sutiles o intensas en donde todo está en relación con todo: pensamientos concretos, sensaciones corporales, visuales, auditivas, sonoras, recordadas, percibidas o imaginadas. Las imágenes que percibes no tendrían importancia alguna si no fuera porque incluyen un sinfín

de aspectos que te afectan, que te llevan a una experiencia, te hacen sentir. Pues todo ello está ahí para tu sentir. Bien, la conciencia es el espacio mental de la experiencia, la cual abarca todos los contenidos que hemos enumerado, relacionados todos ellos entre sí de modo que sientas la experiencia, sea como sea esta. Como ves, todo está relacionado con todo para proporcionarte una experiencia global sentida de este momento

que es, en fin, tu vivencia, tu relación con todo tal como la vives ahora, es decir, tu vida ahora. El modo como se relaciona todo con todo es tu conciencia, y da lugar a tu experiencia. La conciencia es el modo como se relaciona todo con todo ahora. Finalmente, la conciencia es un sentir global que relaciona todas las imágenes entre ellas, siendo

ese preciso sentir una imagen actual de ti mismo y el mundo, una imagen sentida a la que llamamos tu experiencia presente. La conciencia es, ni más ni menos, tu sentido del yo ahora mismo, y da lugar, también en sí misma, a tu experiencia presente. No está separada la conciencia de la experiencia, es lo mismo. La conciencia es tu experiencia presente.

La conciencia es tu sentido del yo ahora mismo. Esta experiencia manifiesta el estado de tu relación con todo. Entonces se habla de estados de consciencia o de niveles de consciencia, lo cual igualmente encaja en esta manera de ver: a mayor conciencia, mayor relación sientes tú con todo. A más

inconsciencia, más separado te sientes. Es como si dijéramos que te sientes más Quien realmente eres, más consciente de ti; o menos tú, menos consciente de Quien realmente eres. Entender así la conciencia nos ayuda a que te entregues más fácilmente a tus experiencias de conciencia, es decir, las experiencias en las que recibes tu vivencia como si fuera un todo, donde todo está relacionado con todo. No se trata de que analices

cada contenido de tu conciencia, sino más bien todo lo contrario, que según te haces consciente, lo integres, lo unas en tu sentir, lo abarques en tu conciencia. Hemos hecho este recorrido de análisis de la conciencia y sus contenidos precisamente para, una vez entendido, dejarlo a un lado y que no moleste en tu práctica. Por tanto, en las prácticas de conciencia de nuestro nuevo aprendizaje, no pretendas analizar todo lo que suena o todo

lo que percibes, dándole nombre y atributos, o pensando en sus propiedades. Más bien, simplemente recíbelo, regístralo, date cuenta de ello sin más, incorpóralo y sigue abriendo tu sentir, tu conciencia, para vivirte poco a poco como el espacio que recibe todo eso, el aspecto de la mente sensible, receptivo, abierto y vivencial. Abro mi conciencia para recibirlo todo como uno.

Consciencia de la conciencia El proceso de vivenciarte a ti

mismo como mente en lugar de como cuerpo requiere que te vivas en la conciencia como experiencia presente, en lugar de como una historia caminando. Será esta apertura la que te lleve al nuevo aprendizaje. La historia caminando es tu viejo concepto de ti mismo, un cuerpo y su historia, una conciencia programada en el tiempo, de modo que toda su atención seleccione solo lo adecuado para su propia historia.

La alta selectividad que impone la conciencia programada para juzgar te lleva a una experiencia tensa, intensa. La experiencia presente es la relación pura de todo con todo, abierta y sentida. Es presente. Es presencia. En ella amanece el corazón radiante. La práctica te va haciendo consciente de la conciencia. De este modo integramos otro uso de la palabra conciencia o

consciencia, como darte cuenta. Popularmente, el uso de esta palabra se refiere a cualquier cosa que llegas a conocer, en general, pero nosotros lo vamos a usar más específicamente para aquello que realmente nos interesa en el nuevo aprendizaje: darme cuenta de mi verdadera identidad, de lo que soy. Darme cuenta de lo que soy implicará darme cuenta de lo que no soy, y así se desarrolla el discernimiento. Y estas dos cosas

suceden simultáneamente en la conciencia, como algo sentido y pensado, como algo presente que experimentas en el corazón. El discernimiento es la pura luz de tu corazón radiante transformando tu conciencia. Al principio es necesario entrenar este salto de conciencia para vivir la experiencia presente. Irá sucediendo cada vez con

mayor pureza, con menos reservas, con menos resistencia. Este es el objetivo primordial de la meditación y los estados vivenciales de presencia — contemplación y meditación en la vida cotidiana—. Al vivirnos habitualmente tan embebidos en nuestro personaje, las relaciones personales, los asuntos de familia, el dinero, el trabajo y todas las emociones y creencias asociadas con todas estas cosas, es preciso una

paulatina iniciación a nuevas experiencias internas más globales, presentes y elevadas, un proceso de sensibilización a las experiencias sutiles, el silencio y la actitud de escucha abierta, no solo de los oídos, sino de toda la conciencia. En este proceso irás familiarizándote poco a poco con el yo-mente. Consciente de tu conciencia, experimentas que eres el espacio donde sucede todo, que eres la capacidad para todos los sucesos,

todas las percepciones, todo el movimiento y todo el sentir. Todo está sucediendo en tu conciencia en un único ahora constante, en una receptividad constante, que eres tú, que es la conciencia. Todo está pasando en tu mente, en definitiva, todo está en tu mente. Todo está en mi mente.

Este es mi cuadro

(M) - AUDIO Esta es una práctica para mi vida cotidiana, pero al principio tendrás que prepararla en tus espacios de práctica formal, por la mañana y por la noche, tal como sigue: Deja tu cuerpo en una postura estable y totalmente cómoda. Cierra los ojos. Respira profundamente. Destensa todo tu cuerpo poco a poco. Déjate totalmente en paz.

Déjate sentir. Deja que se calmen tus pensamientos mientras sigues respirando. A partir de ahora, no te distraigas ya más con ningún movimiento corporal. Siente tu quietud. Solamente respira, observa y siente. Siente las sensaciones de tu

cuerpo. No pongas tu mano en ningún sitio. Si surge un picor, siéntelo, obsérvalo, inclúyelo en tu conciencia sentida. Deja que se una a tu respirar, a tu sentir global. Envuélvelo en tu quietud. Sigue sintiendo y respirando. No te fijes en nada, extiende tu sentir. Interiormente, di muy

lentamente: «Todo esto está en mi conciencia. Todo está en mi mente». Observa cómo se diluyen las frases en tu sentir. Siente el silencio que surge al atenderlas. Ahora escucha tu paisaje sonoro. No te quedes en nada, no pienses en ellos, date cuenta de cada sonido y envuelve todos ellos en

tu quietud. Sigue extendiendo tu escucha. Di interiormente: «Soy el silencio entre los sonidos. Todo está en mi mente». Abre los ojos, sin cambiar en absoluto tu postura, sin alterar tu quietud. Respira y contempla la escena que hay frente a ti, sea como sea. Siente con todo ello.

Siente los sonidos, las sensaciones del cuerpo y la escena que ves. Repite en total quietud: «Este es mi cuadro. Todo está en mi mente. Esta es mi pantalla». Siente y respira. Mueve suavemente tu cuello e

incorpora otras imágenes a tu experiencia. Siente todo unido en ti. «Este es mi cuadro. Todo está en mi mente». Disfruta de tu experiencia tal y como es, en la quietud y con total sencillez. «Este es mi cuadro».

En tu vida cotidiana, haz este ejercicio en cualquier momento en que no tengas que estar pendiente de ningún asunto en particular. Abre espacio para ello, encuentra un momento para practicar. Toma tu tarjeta y haz esta práctica del mismo modo, pero en un parque, en tu coche, en el campo, en mitad de la calle, en el metro, en el avión o en el autobús.

Hay coches, gente, colores, ruidos, músicas, olores, sensaciones. Únelas todas dentro de ti como una sola experiencia presente en ti. Descubre cómo puedes dejar de seleccionar y, en lugar de ello, ser en relación con todo a la vez. Entonces, sin historia, lo recibes todo dentro de ti. Prueba a hacer esta práctica también con los ojos abiertos desde el principio.

Abre tu corazón y permítete sentir profundamente que todo lo que hay en tu experiencia está en tu conciencia, está en tu mente.

La caja mágica Soy mente, soy libre Vivimos en un mundo donde hay cajitas que nos producen experiencias. Llevamos en el bolsillo una cajita que en cualquier momento nos facilita una experiencia de comunicación: el teléfono móvil. En casa hay otra caja más grande: la televisión. Te invita a que elijas como entretenimiento vivir experiencias basadas en otras

historias. A veces, te metes en una gran caja para hacer lo mismo de un modo más concentrado: el cine. Por todas partes hay pequeñas cajas que te dan música, palabras y sonidos: los altavoces. Incluso, últimamente, se está poniendo de moda vender directamente experiencias en caja. Cajas que te ofrecen experiencias. Las verás en los centros comerciales, incluyen fines de semana en un hotel, masajes, aventuras o cursos.

Ahora, por un momento, salta fuera del tiempo. Eres el Ser. Para que juegues eternamente dispones de una caja mágica frente a ti, más exactamente, en ti. Esta caja no tiene ningún color ni forma específica, precisamente porque es capaz de elaborar todo tipo de formas y colores, sabores y sonidos, en definitiva, todo tipo de experiencias. La función de esta caja es

convertir en experiencia sentida cualquier idea que le ofrezcas. Cualquier pequeño deseo es transformado en realidad por esta caja mágica. Tu voluntad se convierte en experiencia total, en sentir, en color, en forma, en lo que sea necesario, sin límite de presupuesto, para llevar esa ideadeseo a la experiencia. Todo ello sucede en el acto, sin mediar tiempo en el asunto. Esta caja, al igual que el Ser que

eres, no conoce la limitación, pues su motor es la libertad total y el amor absoluto. No te dice cómo han de ser los deseos o ideas por realizar, no hay normas, esquemas ni programas en tu estado natural. La experimentación de tu Ser es pura e ilimitada, pues no hay riesgo alguno para ti. No hay nada fuera de ti. Hasta la misma caja está en ti, forma parte de ti, es tu deseo de experimentar cumpliéndose eternamente.

No hay objetivos que cubrir ni necesidad alguna de ninguna clase. No hay para qué. No hay bueno o malo, bello o feo. Todo es juego, todo es experiencia, todo es vida pura, todo es relación. Y tú eres uno con todo ello ahora eternamente. Esta caja es la mente. La metáfora de la caja nos ha servido para crearnos la imagen de una urna en la que el sintiente introduce su deseo, de una forma

tan libre y natural como un niño jugando. Es una metáfora de la libre voluntad de tu Ser. «Pide y se te dará» no es una instrucción, no es un modo de conseguir algo. «Pide y se te dará» es una descripción de la mente. La mente es el poder que tiene el Ser para experimentarse libre y eternamente.

Evidentemente, la caja es no local, no temporal, no dimensional, una con el Ser. La mente es parte del Ser, es la herramienta a través de la cual el Ser se siente y se vive, se relaciona consigo mismo en una expresión eterna. La mente es, por tanto, el Ser experimentándose a sí mismo. Es un concepto que representa al principio activo del espíritu9, el movimiento y la expresión del Ser.

El deseo especial

Surge una idea de la nada. Parece revolucionaria, un desafío interesante: la idea de la separación. ¿Cómo sería eso? En un instante, te parece deseable a ti, el Ser. La idea se convierte en un deseo nuevo y especial, distinto a todo lo demás. Y lo es. Pues se trata de un deseo distinto a cualquier otro que exprese al Ser, es el deseo de olvidar la unidad y vivirse separadamente. Es un deseo de dejar de ser lo que es

para probar otra cosa. Eso es imposible. Pero recuerda: no hay límites ni reglas ni bueno ni malo. De igual modo que cualquier otro, la idea-deseo es convertida en experiencia por la mente. ¡Alehop! ¡Y aquí estás! Ahora, la herramienta mente ha olvidado su Ser, su unidad fundamental y su relación con todo. Ahora se vive como un proceso independiente, sin un

objetivo unido al todo, pero con un objetivo propio, separado y especial, la experimentación separada. Una voluntad propia, en lugar de la Voluntad. Es una nueva creación que ha olvidado el tejido mismo de la creación —la unidad en relación consigo misma— para hacer realidad algo distinto y especial, una creación aparte, otra realidad en donde la separación es la verdad.

Pero lo real es lo real. No se puede crear otra realidad. El Ser es el Ser. Dios es Dios. La Verdad es la Verdad y no puede dejar de serlo. El Amor es el Amor. La Verdad es Unidad. La experiencia del Ser es totalmente libre en su sentir, pero no puede decidir que lo que es deje de serlo. Hacer otra realidad es como

hacer real lo que no es real. Por tanto, lo que sucede es que la mente, para atender este deseo, tiene que ensimismarse, dormirse en su propia fabricación de lo separado. El sueño comienza. El tiempo y el espacio comienzan. El big bang de lo separado explota en tu mente. Ha nacido la experiencia separada. Ahora, una parte de la mente se experimenta como si estuviera separada del resto, se vive como quien no es, dormida

en su propia y aparente creación de sí misma. Es imposible que la mente esté separada en partes, pero recuerda, una parte de la mente ha decidido vivir el sueño de parecer que está separada. Y esa parte eres tú y tu mundo, con su estructura de espacio y tiempo. Esa pequeña parte de la mente se vive separada, pero en realidad, permanece en la unidad, pues no puede dejar de ser lo que es. La Verdad es la

Verdad, y es inmutable. Por mucho que sueñe lo que quiera soñar, la mente sigue siendo la Verdad, sigue siendo una con el Ser. Ten en cuenta que la mente no puede separase en el espacio, pues todo espacio sucede dentro de ella y es creado por ella misma, como un escenario de experimentación. A la par, tampoco se puede separar en el tiempo, pues todo tiempo es inventado y desarrollado por la

misma mente. Por tanto, la separación mental no es como la separación física o percibida que aquí conocemos, donde los objetos están separados por el espacio o por el tiempo, o por ambos a la vez. La separación mental ha de ser vivida como experiencia, y esto solo es posible mediante el olvido. El olvido hace posible la separación aparente de aquello que soy. La mente inventa el olvido, pues ha de olvidarse de su

esencia, de su Ser. Gracias al olvido pierde la consciencia de sí misma, olvida la unidad para poder vivir la separación. Sucede entonces una experiencia totalmente nueva y distinta, algo imposible de prever, pues no pertenece a la verdad. Se sueña algo totalmente nuevo: el miedo y el sufrimiento.

Separación y victimismo Como ya hemos visto, un aspecto de tu mente es la

conciencia. Ya hemos iniciado la práctica de la responsabilidad sobre la experiencia, pero solo a un nivel superficial. Poco a poco, a lo largo de este libro, si lo deseas, podrás aceptar paulatinamente un sistema de pensamiento nuevo, basado en la unidad, que te ayude a permitirte experimentar el yo-mente cada vez más profundamente. En el fondo, es lógico que no puedas hacerte responsable de tu experiencia, y por tanto de tu

conciencia, debido a que crees, en lo más profundo de ti, que lo que sucede procede de algo externo a ti. Se trata de un evidente sentimiento de victimismo, tan naturalizado y dado por hecho en este mundo que, normalmente, al principio ni siquiera se reconoce. Socialmente se entiende el victimismo como el hábito de quejarse, pero no se relaciona con la noción de que estás sometido a fuerzas externas. Esto

se considera normal. Lo de fuera te define y te condiciona. La manera de pensar del mundo, es decir, el programa, te hace creer que pensar que estás sometido a lo externo es la verdad y no debe ni siquiera ponerse en cuestión: «Mira fuera para saber quién eres». Ese algo externo lo vemos, a grandes rasgos, como la vida, Dios o el mundo. Muchas veces, ese algo externo es una persona con la que te relacionas. En

ocasiones, ese algo externo es una enfermedad, un diagnóstico, un virus. También es habitual que ese algo externo sea un suceso del pasado que determina el presente. El caso es que todos nos encontramos en este mundo sintiéndonos dependientes de ese algo externo, sea lo que sea, lo llamemos como lo llamemos. Pues ese algo externo es el reemplazo de tu poder mental. La dependencia existencial sirve para que te sientas separado.

Mediante la creencia de un victimismo básico y natural, que interpreta cada suceso de tu experiencia, pierdes una y otra vez el contacto con el poder mental y te consideras a ti mismo un efecto, una víctima sin poder alguno para llevar paz y aceptación a tu conciencia. Te parece inaccesible el salto de conciencia a sentirte mente, la experiencia de conciencia que ya hemos comenzado a practicar. Según las situaciones o, para ser

exactos, según los estados de conciencia, se interpreta a veces que un suceso es debido a una elección individual. En este caso, la creencia en la separación es evidente y no hace falta explicarla. Crees que eliges privadamente, al margen de todo, por ti mismo, como una voluntad propia. Otras veces, en cambio, se dice que la vida te pone en cierta situación, la vida te trae una relación o te la quita, la vida hace que pierdas o ganes cierto dinero.

También puedes decir que el mundo es así o que Dios lo ha querido. En cualquier caso, es el resultado de experimentar una dualidad entre la vida y tú, Dios y tú o el mundo y tú, según te guste llamarlo de un modo u otro. Ambas posibilidades corresponden a un mismo paradigma de separación. Este aspecto de un mundo y un yo separado es fundamental para entender la experiencia programada en la separación que

caracteriza a este mundo, a este estado mental que llamamos normal, y que en realidad está alterado —no natural— y corresponde a una falsa idea sobre el Ser. Una idea normalizada del ser separado. La idea falsa es la separación. Este es el autoengaño fundamental, la misma separación que constantemente te hace experimentar un yo y un mundo, un yo y la vida, un yo y un dios separados.

Es la clave de la percepción: un sujeto y un objeto, un observador y lo observado, una separación constante entre el entorno y el sujeto. Igualmente, esto implica una separación entre lo que me sucede y lo que yo hago. Hay cosas que controlo yo, corresponden a mi elección, y otras que no, y todo desde mi propia interpretación, por supuesto. Desde un punto de vista perceptivo, resulta evidente que

estás viviendo una experiencia individual, en íntima soledad, como si fueras uno más en un universo de millares y millares. Esta es una idea generalizada de la existencia. Pero solo es una perspectiva, la perspectiva de la percepción. Hay otra manera de ver.

Soy mente

El punto de vista fundamental de la espiritualidad es la unidad. No importa la cultura ni el momento histórico, el nombre del sabio ni la longitud de su barba. Cualquier espiritualidad es un camino a la conciencia de unidad o no es espiritualidad. Esto significa que solo hay una mente, y que esa mente eres tú ahora mismo. No es algo que tengas que conseguir con tu esfuerzo ni que haya que adquirir desde un origen externo. Tú eres

la mente ahora mismo. Toda la mente. No una parte, sino la unidad de todo lo que ves, todo lo que vives y mucho más, todo lo que es. Si bien cada momento es distinto, y parece haber muchos individuos, así como muchas perspectivas distintas de observación, todo ello es así desde una misma percepción transitoria y personalizada, es decir, un punto de vista local y temporal, el tuyo.

Dicho de otro modo, el hecho mismo de que haya muchas percepciones es una percepción en tu mente. El hecho mismo de que haya muchas percepciones es una percepción en tu mente. Cualquier experiencia conciencia de las que te hablado, igual que las que hayas podido tener

de he ya tú

anteriormente —meditación, contemplación y otras prácticas interiores modernas—, te han podido traer, desde más allá del mundo de las creencias, las inexplicables intuiciones y sutiles sensaciones de que tú eres mente viviendo tu experiencia, tú eres conciencia o espacio en donde sucede todo para ti. Pues es esta la experiencia universal a la que apunta la práctica espiritual. El principio de todo despertar espiritual auténtico comienza por

la responsabilidad mental. Consiste en aplicar la idea soy mente a todo lo que experimentas, como un nuevo paradigma desde el que sientes todo, de tal modo que experimentas el mundo como algo que ocurre dentro de ti. Se trata de una experiencia de conciencia, pues como te dije en el capítulo anterior, te lleva a conocerte. En ella, abres tu sentir más allá los límites percibidos en tu ser, como un cuerpo, una

persona, una situación problemática o una historia basada en creencias. Entonces, te permites experimentar una sensación que proviene de más allá de este mundo, de tu ser, aunque sea sutilmente y no sepas explicarlo.

La verdadera responsabilidad La responsabilidad es la toma del poder que es propio de ti. Responsabilidad es usar tus capacidades naturales para

responder a la experiencia. Por el contrario, victimismo significa que eres incapaz de responder, que no dispones de poder frente a aquello externo que te obliga a una experiencia. Es lógica la ausencia de paz, puesto que paz y libertad van de la mano. El victimismo es inevitable desde la inobservada creencia de separación entre el mundo —la vida, Dios, el Ser, el otro— y tú. La responsabilidad mental es la única herramienta

verdaderamente efectiva para disolver paulatinamente el victimismo ancestral del estado mental llamado humano, en el que la creencia establecida dicta que te suceden cosas ajenas y que el origen de todo está fuera de ti, muy lejos, no se sabe dónde, pero fuera de ti. Pero ¿qué tal si, por un momento, haces caso a las veces que oíste «la verdad está dentro de ti» o «el poder está en tu interior» y consideras,

simplemente, que eres mente? Soy mente, soy libre. Entonces sentirás una libertad que no es de este mundo. Y esa es la experiencia que vamos a compartir mediante nuestra práctica.

Soy mente, soy libre Soy la mente invulnerable (EC)

Me libero del cuerpo y sus límites, suelto mi historia y sus dramas. Soy mente totalmente invulnerable. Soy mente, soy libre. El cuerpo es solo una idea en mi mente. Observo el engaño de la percepción, solo enferma la mente al creerse separada. La prisión del sufrimiento se

impone, la verdad queda enterrada. No estoy separado, soy uno con todo. Soy la mente totalmente invulnerable. Soy mente, soy libre. El cuerpo no es una prisión, sino el efecto de la idea de estar aprisionado. El cuerpo es inocente, solo es efecto, neutro, no hace nada por sí

mismo. Soy la mente totalmente invulnerable. Abandono el sufrimiento en este momento, pues no soy el cuerpo ni su historia, gracias a Dios, y solo el cuerpo puede sufrir. Soy mente, soy libre. No necesito nada, soy uno con la inteligencia.

Soy la mente totalmente invulnerable. Soy lo eterno. Soy mente, soy libre. 99 Así lo explica exactamente Un curso de milagros en «Clarificación de Términos», 1.1.

La puerta de la liberación Subconsciente y proyección Si en una conferencia digo: «Eres algo más que una persona», todos asienten con la cabeza y se complacen por ser algo más que lo que creen ser, aunque este algo más se reduzca a un vago conjunto de estereotipos morales, más bien poéticos y motivadores.

Sin embargo, si digo lo que normalmente suelo decir: «Lo que tú eres no tiene nada que ver con una persona», algunos de los asistentes ponen cara de extrañeza y empiezan a considerar que se han equivocado de conferencia. ¿Puedes abrirte a la posibilidad de ser mente en lugar de una persona?

Este es el paso interno, el salto de conciencia, la decisión profunda que te lleva a la experiencia espiritual. Esta es la puerta de la liberación, la responsabilidad mental. La mente no está supeditada a las formas. Las formas están dentro de la mente. Este libro que lees es un objeto. La mente no es un objeto. No está aquí ni allá, no es del espacio ni del tiempo, sino que es la mente la que crea el tiempo y el espacio.

La mente no está dentro de tu cuerpo. Tu cuerpo, junto a todos los demás cuerpos, está en tu mente. La

mente es no local,

no temporal. El universo es mente10. En la mente están todos los sucesos, todos los lugares y todos los momentos, puesto que el espacio y el tiempo son ideas estructurales necesarias para la experiencia mental de vivirte como un individuo separado.

La mente es una, singular y no plural, pues no hay posible separación dentro de ella, a no ser que la misma mente la imagine. Todo es mente. Todo está en tu mente. Tu mente y la mía son la misma mente, pero lo que llamas tuyo y mío son percepciones —memorias proyectadas— que aparecen desde un acuerdo, aceptado en lo profundo que nos une, de que somos seres individuales y distintos.

La mente no establece diferencias entre lo fácil o lo difícil, sino que experimenta lo que desea. En ella no hay grados de capacidad, sino que es la pura capacidad. Su poder es ilimitado. La experiencia que vive es siempre su voluntad, pues la mente es el poder para que el Ser experimente eternamente sus deseos. Ya sabes, como una caja mágica de experiencias ilimitadas. Para la mente no existe fácil o

difícil. Solo hay quiero o no quiero. Sí, ya sabemos que percibes y sientes como si fueras un individuo separado, pero esto es así porque tu mente lo quiere así. Ni más ni menos. La mente es capaz de experimentar lo que desee. No es como una entidad corporal, a la que le pasan cosas que no puede controlar puesto que son externas a ella. Tal entidad, de existir como

identidad, sería una víctima. He aquí la confusión constante que la práctica irá disolviendo. No soy una persona. Soy mente. Soy libre.

Proyección mental Para entender cómo logra la mente hacernos creer constantemente que somos personas, hemos de comprender

qué es la proyección. Vayamos mucho más allá de la idea de proyección que usa la psicología académica, pues está desarrollada en torno a la percepción de que somos personas que tenemos dentro de nosotros mismos, cada cual, una mente independiente. Por tanto, para la Psicología, una persona proyecta sentimientos, impulsos o atributos en otra persona. Esta interpretación es lógica, dado que se cree que la mente está dentro

de las personas —en el cerebro, para ser exactos—. Cualquier creencia surgida desde esta premisa nos resulta ahora obsoleta, pues gira en torno de lo que la proyección precisamente pretende hacerte creer: que estás separado. Para el entendimiento de la “proyección”, nos resulta mucho más interesante el significado primario de tal palabra: ‘Imagen o conjunto de imágenes que se proyectan en una pantalla’.

Es la mente la que proyecta todo. Las personas son proyecciones en la mente. Por tanto, dejemos a un lado esa idea de que una persona proyecta algo en otra. Las personas no proyectan nada, puesto que las personas son objetos perceptibles y, por tanto, proyectados en la conciencia. En el capítulo anterior ya hemos

apuntado a la experimentación de nuestra conciencia como una gran pantalla de vivencia multidimensional, en donde hay percepción de imágenes visuales, auditivas y kinestésicas en constante movimiento, así como percepción de pensamiento y emoción, en constante variación. Toda esta práctica es una ayuda experiencial para la nueva comprensión intuitiva de lo que vives en todo momento. Al

considerar

la

conciencia

como un aspecto receptivo, te resultará más sencillo entender ahora la proyección. El subconsciente11 es lo que proyecta en la conciencia todo lo que necesitas para creer que tienes una vida como un individuo separado, es decir, como una persona. El subconsciente es, por tanto, el proyector —tal como en una sala de cine— que proyecta la película de tu vida, con todos sus recuerdos, sensaciones, creencias,

etcétera. La conciencia sería la pantalla en donde vives tu vida, totalmente identificado con el protagonista de la película, tu personaje, y con su historia, tu memoria. De este modo, vives constantemente una separación entre lo externo y lo interno, entre el mundo y tú, entre el subconsciente —que fabrica lo externo— y lo consciente —que elabora una sensación de ser alguien separado—.

La proyección es el mecanismo por el cual la mente percibe la separación en sí misma. La proyección funciona perfectamente para hacerte experimentar la separación. Ahora mismo, la proyección hace que creas que este libro es una influencia externa —puede que incluso subversiva—.

Proyección

en

relaciones

personales La proyección mental, al operar sobre las relaciones personales, produce un efecto emocional profundo, puesto que establece la separación según la misma idea de lo que tú crees ser: una persona. El mecanismo mental de la proyección establece una base inamovible en cada relación personal; hace que percibas — interpretes, sientas— una

separación entre lo que la otra persona es y lo que tú eres, y así vivas la separación dentro del mismo marco de tus creencias personales. En torno a este mecanismo de proyección gira todo en este mundo. Por ejemplo, me siento mal porque me han insultado, algo que puede pasar en cualquier momento. La proyección forja la firme creencia de que soy un personaje aislado, y otra persona externa a mí, con otra mente

fuera de mí, me ha hecho algo a mí. Por tanto, creo que él es malo —culpable— y yo soy la víctima —inocente—. Establecer esto como la realidad produce cierta lógica emocional consecuente, la experiencia interna puede variar según el estado de conciencia, pero en general suele consistir en una sensación de vulnerabilidad e injusticia, queja, rabia o resentimiento, necesidad de defenderme, incluyendo pensamientos repetitivos de

ataque, procesos de revisión de lo sucedido con distintas alternativas y fantasías representadas y una anticipación pensada de sucesos futuros, relacionados tanto con el miedo como con la venganza. En medio de todo ello, siento que lo sucedido me produce tensión y sufrimiento. Estoy en conflicto. No estoy en paz. No, no, no estoy de acuerdo con este momento, en absoluto. Estoy totalmente separado de este

momento. Estoy en lucha contra la vida ahora. Me da la impresión de que la aceptación de este momento es imposible. En tal estado no puedo recordar que soy amor —aceptación—, es imposible experimentar la unidad, la armonía o el amor, y en su lugar surge una expresión interna o emocional de ataque. Me he olvidado totalmente de Quien soy. La percepción de mí mismo me hace creer que soy odio, en lugar de amor, lo cual

me lleva de nuevo al autodesprecio y a la culpa, como consecuencia inevitable de experimentar ataque en mi mente. La proyección ha funcionado perfectamente. Estoy experimentando la separación. Desmontar la proyección implica descubrir que estoy en el autoengaño de creer que hay un otro, algo externo que me hace algo y, por tanto, me victimiza.

Consiste en recordar que el otro y yo somos lo mismo, somos conciencia, somos la misma mente, él soy yo. Es una voluntad mediante la cual vacío mi mente, me entrego a mi corazón radiante y elijo ver al otro totalmente inocente. Una nueva experiencia de conciencia que cambia todo en el ahora, pues expresa tu profunda elección de unidad. En sí mismo, este gesto es una

petición de ayuda que encamina directamente tu conciencia hacia la unidad interna con el Ser. Esta es la esencia del perdón. En este instante, te dispones a escuchar a tu maestro interno —tu corazón radiante—, quien te recuerda Quién eres. Un modo de hacerlo es ayudarte a experimentar que el otro no es otro. Y, para ello, lo más sencillo es recordar que tú eres mente, pues así puedes entender la unidad más allá de la percepción.

El otro y tú sois una sola mente. La proyección detectada cotidianamente en la relación con el otro es un camino de aprendizaje que opera dentro de un nivel más amplio, la toma de conciencia global y paulatina de que este mundo es un sueño, una gran proyección del inconsciente que mantiene la conciencia en una experiencia de aparente limitación e individualidad.

A este tipo de proyección la llamo proyección del mundo. Sentir que el mundo que percibes está proyectado y generado por tu propia mente es toda una experiencia de conciencia, una nueva, sutil y profunda experiencia de que este es mi cuadro.

La amenaza del amor Mediante la proyección subconsciente se establece una relación con un todo externo, un

mundo percibido que parece ser tu vida y que reemplaza a la consciencia esencial de Ser, la cual fue olvidada. La representación programada de esta relación yo-mundo siempre está teñida de miedo. No puede haber separación sin miedo, pues al igual que el amor es la experiencia de la unidad, el miedo es la experiencia de la separación. Desde la experiencia de separación tememos a la verdad

de un modo muy profundo e inconsciente, pero arraigado e intenso, fácilmente constatable si así lo deseas. Creemos que al disolvernos en la unidad —que es la cualidad de la verdad— perderemos la vida, al deshacerse el sueño de individualidad. Este miedo hace que la noción de Dios o Verdad sea reemplazada desde lo profundo del programa por una poderosa idea de muerte. Detrás de todo el horror de la muerte, tan exaltado

emocionalmente en cualquier cultura y tiempo, está el temor a Dios o, dicho de otro modo, el miedo al Amor. La muerte representa el final del personaje. Expresa la disolución del ego, no como algo agradable y feliz, sino como algo horrible, lleno de culpas y miedos, en donde el llanto y la negrura se hacen protagonistas. La proyección, fuera de este miedo a la unidad, produce en

nosotros un profundo temor al mundo, al que percibimos brutal y peligroso. Por tanto, tenemos miedo al futuro, creemos que la vida nos va a hacer algo malo, antes o después, de un modo u otro. «¡Hay que estar precavidos y alerta! ¡La seguridad es lo más importante!» son las consignas de un mundo donde reina el miedo. Desde esta sensación de inseguridad existencial generamos un profundo rechazo

al mundo. La sensación de caos e injustica y, por consiguiente, la desconfianza básica en la vida sirven como caldo de cultivo para la representación de todo tipo de relaciones que expresan, una y otra vez, el mismo conflicto. El verdadero conflicto es con el Ser, con Dios, con la Vida y con la Unidad. Tú mismo ser convertido en un amenaza. No es amenazando la

ahora asesino sino la farsa

se ha que te verdad de tu

individualidad. Y esta es la fuente del miedo que organiza toda la programación subconsciente de supervivencia del ego.

La proyección del mundo En el esquema que vemos a continuación está representada la proyección del mundo. Evidentemente, hablamos de aspectos metafísicos irrepresentables, pero resulta útil el esquema para la comprensión de los conceptos que vamos a

tratar constantemente en nuestra práctica de comunicación con el corazón radiante. En lo profundo de nuestra mente tenemos el subconsciente o inconsciente, que es el lugar donde residen todas las memorias, todas ellas relacionadas entre sí en un mismo programa, al que repetidamente aludo. El subconsciente proyecta memorias —o codificaciones— en

forma de contenidos que ya hemos revisado en una práctica de conciencia: pensamientos concretos, emociones, imágenes, creencias, sonidos, sensaciones, percepciones, sueños y sucesos. Todo ello es, en realidad, pensamiento programado, proyectado sobre nuestra conciencia, que hace las veces de pantalla multimedia, tal como el monitor de un ordenador, pero con propiedades expandidas. Es en la conciencia, como ya hemos

visto, donde experimentas la vida, tal como si fuera una gran pantalla de televisión de un videojuego interactivo, pero en el que cuentas con una tecnología cósmica, vives estímulos programados tan diversos y profundos como un sentimiento de nostalgia o el deseo de ver a una persona. Todas las basadas en viven con el hacer posible

memorias están la separación, se único objetivo de la identificación en

exclusiva con una forma individual y personal. Son memorias, por tanto, basadas en la creencia y el deseo de ser especial, de lo cual hablaremos más adelante en profundidad. Todas esas memorias forjan tu historia, tu recuerdo, tus preferencias, tus objetivos hasta fabricarte tal como crees ser. Llamo memorias a contenidos codificados y programados, tal como la memoria de un ordenador. No me refiero a las

memorias de alguien que vivió algo en el pasado, sino memorias impersonales, memorias que la mente ha generado, retazos de experiencias elaboradas para ser vividas. De modo que no son necesariamente memorias de un pasado realmente vivido, sino memorias para ser proyectadas sobre el tiempo de la conciencia. Esto seguramente sea difícil de entender, pero para que haya pasado o futuro tenemos que tener un punto de conciencia

localizado mediante memorias y, por tanto, a un personaje que cree estar en algún lugar del tiempo al que llama presente. Sin embargo, estamos hablando de la mente que elabora el mundo, y no de la mente de ningún personaje. La mente no está sometida al tiempo, sino que ella es la que elabora el tiempo mediante las memorias. Por ello, la práctica de conciencia te hace saltar desde tu conciencia codificada en el tiempo y el

espacio, es decir, te hace saltar desde tu personaje hasta una conciencia presente y extensa, la experiencia yo-mente. La experiencia del yo-mente es una transición paulatina a la liberación de tu luz interna, la cual creía estar encerrada entre fronteras de carne y hueso en lugares muy concretos del espacio y el tiempo, tras una barrera perceptiva que parecía infranqueable.

Debido a que recibimos en la conciencia la constante proyección de contenidos desde el subconsciente, creemos que tenemos memoria propia. Y esa memoria fabrica nuestro yo personal. Aquí experimentamos una conciencia limitada por memorias que ha fabricado la mente, aunque parezcan muy propias, pues constituyen precisamente todo lo que llamamos lo personal. La conciencia, por tanto, se vive

limitada, separada e individualizada gracias a las proyecciones subconscientes que constantemente la reducen a un ámbito espacio-temporal programado y elaborado. El alcance espacial de la conciencia programada se limita a sus sentidos. Su alcance temporal se limita a la memoria de la historia de ese cuerpo, un limitado campo de conciencia que habla del nacimiento de un yo, de su infancia, de sus relaciones, de su

carácter, sus penurias y sus triunfos, sus pérdidas y sus logros. En ese campo de memorias es en donde se desarrolla nuestro camino como personaje. En el gráfico se ha representado como un ojo la conciencia limitada por las memorias del personaje, a través de la cual actualmente miras. Sobre la pantalla de tu conciencia aparecen constantes proyecciones, que si bien son

memorias colectivas —de toda la mente—, las vives en tu mundo en exclusiva, como si fueran sucesos reales y espontáneos, o memorias, pensamientos e imaginaciones personales. Los límites de tu conciencia de ti mismo son programas o memorias en los que crees como si fueran tu propia identidad. De tal modo, crees que tuviste ciertas experiencias en tu infancia que te marcaron para siempre, así como ciertas relaciones en tu

pasado que te llevaron a este momento. Sin embargo, todo estaba relacionado con todo, y nada en concreto fue causa de nada. Todo es para tu experiencia presente. Todo está en tu mente. También crees que has desayunado esta mañana y hasta puedes recordar con precisión lo que has tomado. Y todo ello te lo está proporcionando el subconsciente para que puedas disponer de una identidad personal perfectamente

coherente, finamente programada. De otro modo no podrías tener una experiencia completa de individualidad y de separación, que era el verdadero objetivo de todo esto, tu verdadero deseo subconsciente, el deseo que metiste en la cajita.

Este momento son tus deseos subconscientes cumplidos. Rodeando al círculo donde se ha representado la mente que desea estar separada, está el blanco del papel. He puesto «Realidad sin límites. Mente unida al Ser». Se trata de la experiencia de la realidad, la mente natural y extensa, el Cielo. Eres tú más allá de todo

programa de separación, el experimentándose tal como sin límite ni sufrimiento, experiencia en la unidad o Dios.

Ser es, tu en

El blanco del papel no solo está rodeando al círculo, sino que también está bajo el círculo, dándole soporte al círculo de la separación, junto a él, siendo la unidad en la que sucede todo el sueño de la separación. Y ese blanco del papel que lo

rodea todo, que está bajo el esquema, penetrando todo, sigue ahí, como una constante. No se ha ido ni ha desparecido. No ha sufrido daño alguno. Está plenamente disponible, como siempre. Lo sientes cuando te unes a tu corazón radiante. Es tu paz y tu libertad. Por tanto, además de la proyección concreta y constante del subconsciente, también está siempre disponible el brillo del Ser.

La conciencia, que es en donde se centra toda nuestra práctica, es el lugar en el que experimentas tu nueva elección de unidad, es el tomador de decisiones12, la puerta entre el sueño y la realidad.

La fabricación de un falso origen externo El subconsciente encarga de constantemente la mundo y, por

es el que se que vivas dualidad yotanto, una

oposición constante que te permita experimentarte separado. Por tanto, el subconsciente reemplaza a Dios, es decir, reemplaza a tu consciencia de Ser de tu esencia y de tu unidad y, en su lugar, te da un universo de separación. Es normal, por tanto, que creas que son las circunstancias las que hacen que te sientas de un modo u otro. Tu seguridad económica, el aprecio que despiertas en los demás, el confort de tu entorno o

la salud de tu cuerpo parecen ser aspectos prioritarios determinantes de tu experiencia. ¿Cómo vas a sentirte bien estando enfermo, sintiendo la profunda culpa de un fracaso o en la ausencia de un ser querido? Manteniendo la misma conciencia de ti mismo y de tu relación con el mundo, efectivamente, no es posible. Además de forjar todo tu sistema perceptivo, el programa parece haber estado contigo

desde siempre, pues tan solo tienes conciencia de las memorias que fabrican tu yo personal y cualquier noción de tu Ser ha sido totalmente suprimida. Se trata de un reemplazo de la realidad, una sustitución total, tal como un sueño. La coherencia perceptiva, el hecho de que aparentemente no haya alternativa y la sensación de estar ahí desde siempre son tres importantes motivos por los que tu percepción parece ser la verdad.

Pero, además, hay algo que te hace creer en los dictados subconscientes de una forma mucho más emocional que todo lo demás: sientes que los compartes. El programa se extiende allá adonde mires, para mostrarse en todas las personas que amas. Todos ellos piensan que las circunstancias son las determinantes de tu sentir. Por tanto, vives una experiencia compartida, aunque sea desde un prisma totalmente individual. El

hecho de compartir una experiencia separada es, con mucho, lo que hace que te parezca totalmente real el mundo que percibes. La mente comparte, y no solo en este programa. Más allá de este mundo, la mente comparte como el modo esencial de expresarse, pues la mente es el Ser dándose y recibiéndose simultáneamente a través de la experiencia eterna de sentirse. El programa ha tenido que emular

una forma de compartir los dictados de separación. Y es este falso compartir, basado en el auténtico compartir que permanece latente e imperceptible —la realidad ineludible de que somos el mismo, una misma mente, un mismo ser— lo que, por encima de cualquier otro motivo, te hace percibir realidad en la ilusión, y por tanto, darle realidad a la ilusión. «Lo de fuera es la causa de lo de

dentro. El origen de tu sentir está ahí fuera. Busca, consigue, logra, no pierdas, defiende, controla, altera para ser alterado». Esta es la ley programada, el viejo aprendizaje o programa disfuncional «no acorde a tu propósito de felicidad» que es prioritario comenzar a desmontar. Y el mismo programa, al estar en constante presencia de la comprensión que habita en tu mente, ha sido siempre, de algún

modo, vislumbrado, intuido, visto como locura, sinsentido y vacío, una y otra vez, en cada uno de tus momentos de paz, humildad, compasión y aceptación. Pues el corazón radiante siempre estuvo contigo. Y en cada momento que dijiste «no puede ser» se desmontó una pequeña creencia que consentiste soltar. Diste un pequeño paso adelante para que apareciera la siguiente relación, el siguiente suceso, la siguiente situación que te encaminara

hacia el discernimiento... si tú quieres.

No existe origen externo Solo tu profundo anhelo de unidad puede hacer para ti evidente que todo lo que ves es un sueño proyectado en tu consciencia, por acuerdo contigo mismo y para tu propio goce. Pues ningún programa mantendría limitada tu conciencia a no ser que tú, el Ser, el niño de Dios jugando a

sentirse, no lo hubiera deseado así. La responsabilidad mental es el primer cambio fundamental que nos hace falta vivir para conocer los cambios sin sufrimiento. Se trata del primer gran paso hacia el corazón radiante, la puerta de la liberación. No existe origen externo. Todo origen está dentro de ti, dentro de tu mente.

No hay fuente fuera de ti, no hay ninguna experiencia que se origine fuera de ti. Todo origen está dentro de ti, dentro de tu mente. Por supuesto, el inconsciente o subconsciente del que hablamos no es personal, puesto que no existe una mente separada en donde habite un inconsciente individual. Lo único que es individual es la historia que sobre ti has creído.

El inconsciente es uno, el de la mente que experimenta la separación, pero tal separación no existe en absoluto. Por tanto, cada vez que digo inconsciente me refiero al tuyo, al mío, al único que hay fabricando todo lo que ves, el que proyecta todas las percepciones en la conciencia única que hay, aquí y ahora, esta conciencia..., vivas la memoria que estés viviendo o, dicho de otro modo, creas ser quien creas ser.

Muy habitualmente diré «mi mente» o «mi subconsciente», o también «tu mente», puesto que he comprobado que utilizar el posesivo es importante para responsabilizarse. Por tanto, no uso el mí ni el mío para expresar exclusividad —mi mente o tu mente—, sino para expresar responsabilidad —la mente que soy, de la cual me responsabilizo ahora—.

Entre el apego y el amor

Sé que este paso puede parecerte difícil, pero en realidad es en donde se encuentra toda la facilidad. Pues la facilidad no puede estar en otro sitio sino en el poder. Y poder implica que el origen esté dentro, en ti mismo, y no fuera. ¿Qué dificultad existe para aprender lo nuevo, sino lo viejo? De modo que la constante

dificultad que encontrarás para aplicar esta idea a tu vida cotidiana será simplemente el apego. Apego a ser una víctima. Inercia de sentirte herido. Memorias de desconfianza. Reactividad de un programa de miedo. Miedo a la libertad, miedo a tu Ser. El programa no se basa en amor, sino que se cimenta en el apego. Y toda dificultad es apego.

Toda dificultad es apego. La diferencia básica entre el apego y el amor está en torno a la idea de necesidad. La idea de necesidad surge en el mismo momento en que te olvidas de Quien eres. A partir de ahí, se organiza el programa para fabricar maneras de reemplazar esa ausencia. Crees que te falta Dios, y esa misma creencia de necesidad fundamental proyecta

en tu conciencia todo tipo de necesidades concretas, así como sofisticados caminos para satisfacerlas. Sin la idea de necesidad, el miedo no existiría. En el amor no hay ni necesidad ni miedo, sino libertad. Por tanto, una buena medida para distinguir amor de apego es: En donde se siente la necesidad, hay apego. En donde se siente la libertad, hay

amor. El programa es complejidad, dificultad, memoria, necesidad, oposición, miedo, inercia, apego. Es pasado aparente que te incapacita. Es una creencia que parece tan sólida como la verdad y que ha durado tanto tiempo que parece ser eterna. Has de elegir demostrarte que las creencias programadas solo son eso, creencias. Y, como tales, vienen; pero también se van,

gracias a Dios. Si eliges demostrarte que tus pensamientos de victimismo son solo creencias, encontrarás en tu experiencia el poder de tu corazón radiante. Un dulce y pacífico poder de paz en donde te conocerás como amor.

Discernimiento y desapego El amor revelándose en tu interior es la fuente del discernimiento, una vez que sientes el amor en ti, contigo,

como fuente de ti y expresión de ti, ves lo falso tal y como es, sin miedo ni apego, sin rechazo ni juicio. El desapego es producto del discernimiento del amor. En realidad, ya sabes que todas tus creencias no hicieron otra cosa que cambiar. Tu idea de libertad, tu concepto de Dios, tu manera de expresar amor, tu

expresión de la amistad, todo ello sufrió profundos cambios a través del tiempo en tu recuerdo. Pareció que lo verdadero cambió, que el amor se perdió, que la libertad fue solo un suspiro, que la amistad se estropeó, que la felicidad fue fugaz y que, sin embargo, el persistente sentimiento de miedo, victimismo e incapacidad adaptable a todo cambio declaraba su realidad incontestable. Pero todo eran

memorias fingiendo ser eternas. Y todo pareció así porque tú estabas defendiendo el programa que hacía que todo se percibiera o se sintiera así. Es como si hubieras contratado al programa para darte un aprendizaje y una experiencia que te demostrara exactamente este modelo de mundo. Así era tu pacto con el ego. ¡Menos mal que ya caducó! El

ego

ha

desparecido.

El

aprendizaje se acabó. Ya experimentaste todo eso de aprender sufriendo, de superarte y de conseguir. Ya fabricaste mil personajes. Ya intentaste ser feliz siendo especial. Ya fuiste príncipe y princesa. Ya jugaste con muñecas y soldados. Basta de juegos, ya estás cansado de fallar para aprender y que empiece todo de nuevo otra vez y de otra forma. Tu conciencia ha decidido decir adiós al sufrimiento. Ahora eliges el corazón radiante.

La práctica de responsabilidad mental

la

Hemos llegado a la primera gran

verdad en el camino a la unidad. Todas las prácticas anteriores nos sirven, apoyan y complementan para experimentar la puerta de la liberación: la responsabilidad mental, la primera gran verdad de la unidad que dice: «Todo está en mi mente. Soy la mente invulnerable. Todo me lo hago yo a mí mismo, por mi propio deseo profundo y subconsciente. Ahora tomo la responsabilidad».

La primera gran verdad del perdón transpersonal, de la no dualidad, de la vía directa y del nuevo pensamiento es la puerta de entrada a la unidad. Cada palabra de este libro declaraba sigilosamente esta práctica. Cada susurro del viento te lo decía en cada brizna de alegría. Si tú eres el Ser, has de reconocerlo ahora. Si te sientes mal, es que has imaginado ser algo menos que todo. A partir de este capítulo es

conveniente que hagas dos prácticas diarias. Elige una cualquiera de las anteriores junto al nuevo enfoque «Nadie me ha hecho nada», prepáralo y aplícalo cada día, tal como expliqué en la introducción. La puerta de la liberación es la primera de las tres grandes verdades que practicaremos juntos en nuestro camino al despertar. Bienvenido a la puerta de la liberación.

Nadie me ha hecho nada Todo soy (EC) Nadie me ha hecho nada. No hay nadie fuera de mí. Todo soy. Todo está en mi mente. El lugar en el que vivo, la persona que veo en el espejo, el problema que creo tener, grande o pequeño, propio o ajeno, todo es un sueño en mi mente,

y yo soy el soñador. Nadie me ha hecho nada. No hay nadie fuera de mí. Todo soy yo. Todo me lo hago yo a mí mismo. Yo me privo y yo me doy, yo me rechazo y yo me acepto, yo me condeno y yo me libero, yo me juzgo y yo me perdono. En ellos, vosotros o nosotros, en él, en ti y en mí, todo me lo hago yo a mí mismo.

Todo soy yo. Todo está en mi mente, todo es un sueño para que pueda sentir mi deseo, que defiendo y ataco, que pierdo y gano, que muero y nazco, que consigo y me regalan, que temo y que sufro, como un ser separado. Todo está en mi mente. Todo es un sueño

que he soñado yo. Ahora elijo despertar. Nadie me ha hecho nada. Nada hay fuera de mí. Todo soy. 1010 Hermes Trismegisto, El Kybalion. 11 Usaré “inconsciente” y “subconsciente” de un mismo modo, al margen de las interpretaciones o teorías de la Psicología, atendiendo tan solo

a la etimología de la palabra: ‘Por debajo del consciente’ (subconsciente) y ‘no consciente’ (inconsciente). Desde este paradigma no sirve de mucho distinguir entre ambas palabras. Suelo preferir una de ellas, subconsciente, pero solo porque me parece más optimista. 1212 Así la llama Kenneth Wapnick, el famoso profesor de Un curso de milagros.

Aceptar el regalo Fe es voluntad El capítulo anterior explica el mecanismo de proyección tal y como es, entendiéndolo como un fenómeno que ocurre en la mente y no en una persona característica ni en una relación específica. Este es el mecanismo mental de generación del mundo externo en donde reina la identidad separada, desde la cual percibimos. De tal manera,

gracias a la proyección, el perceptor se vive como un ser independiente. Será normal que veamos aparecer en nuestra mente distintas resistencias lógicas a este entendimiento, pues esta es verdaderamente una puerta de liberación y, por tanto, está bien protegida por el programa del viejo aprendizaje. Puedes preguntarte por qué te pasó lo que te pasó una y otra

vez: ¿recuerdas estos bucles? E incluso contestarte y quedarte satisfecho con tu contestación. Tal vez, pasados unos meses, o más bien algunos años, tu explicación resulta ser totalmente distinta. Ahora sabes que todo eso es igual: todo pasó porque así lo proyectaste, como mente poderosa que eres, en su libre experimentación de la separación y el especialismo. Muchas veces dirás: «Yo no deseo esta enfermedad», y es

evidente que, a nivel consciente, en donde tu conciencia está totalmente programada por la memoria, no puedes ver en absoluto tu deseo de sufrir. ¡Te parece absurdo! La apariencia absurda de lo nuevo, visto desde lo viejo, será un gran recurso del programa para impulsarte a abandonar tus nuevas prácticas y que, así, te apegues a lo viejo. En cuanto a lo viejo, ya estás tan acostumbrado a verlo absurdo que ni te lo

planteas. Tu deseo de sufrir te parece absurdo porque tu deseo de ser separado tampoco es todavía consciente. Para darte cuenta de esto te lanzarás a experimentar, sentir y vivir desde una nueva forma de pensar que va más allá de tu persona, un razonamiento nuevo que se te ofrece aquí como un regalo que tú te has dado, pero que solo aceptarás cuando escuches en silencio a tu maestro interno, al corazón radiante.

Has de entender que, precisamente porque creías en el sufrimiento, te enfermaste para sufrir y sentirte torturado por la vida, te generaste síntomas insoportables, privaciones, rechazos y abandonos, grandes dificultades o cualquiera que haya sido la forma que haya tomado tu percepción del sufrimiento. Pues el sufrimiento es la noción de sentirte separado, la comprobación o la verificación de que estás solo y aislado, y eres

una víctima de la vida.

La fe ciega Si escuchas con el corazón, sabrás que lo que te pasó te lo hiciste a ti mismo como la mente poderosa que eres. Esa experiencia es la forma en la que representaste tu dar y recibir alterado por la separación. Te la diste para recibirla. La recibiste sin darte cuenta de que te la dabas. En ello consistía el juego. Del mismo modo, te das ahora

la oportunidad de dar un salto de conciencia en la manera de concebir este momento, este mundo y este estado de consciencia al que llamas yo. Pero, como cada regalo que te ofreces desde tu voluntad profunda, has de aceptarlo. ¿Qué implica aceptar el regalo? Una vez que sientes en tu corazón que puedes estar equivocado con respecto a lo que es lo real y que tal vez haya otra manera de ver, sentir y entender

todo, incluidos tus momentos más oscuros y tus triunfos más gloriosos, te puedes abrir a aceptar el regalo. Además de abrirte a la posibilidad de estas ideas, te lanzas a experimentarlas. Pues así es como expresas tu deseo de que tales ideas sean verdad. Te lanzas a una piscina que no sabes si existe. Esto es lo que se ha llamado fe ciega, y para muchos constituye un complicado obstáculo intelectual.

En este mundo todo son creencias, pues no es esta la experiencia de lo real. Por eso hablo de un programa, de un viejo aprendizaje en donde nos hemos implicado, hasta el corazón, tal y como, por razón de Quienes somos, siempre nos implicamos. Es una experiencia alterada. Tu idea sobre lo que es el mundo es un sistema de creencias interconectadas para mantener una dualidad mental, un paradigma de separación en el

cual te puedas experimentar como una persona individual. En un mundo de creencias, no hay demostraciones externas de lo espiritual, por mucho que las busques. No hay nada ahí fuera que te vaya a decir con claridad total qué es lo verdadero y qué lo falso. No hay evidencias. La confianza en las demostraciones, llevada al terreno espiritual, es un lastre de la superstición materialista, de la fe ciega en los sentidos, del endiosamiento a los

científicos, a los que se les ha dado el poder de establecer lo que es verdadero, por mucho que sus verdades y modelos cambien cada pocos años. ¡Nosotros los científicos! Nuestras atribuciones de lo verdadero varían al son de la conciencia colectivamente programada. No hay experimento científico alguno que te vaya a demostrar que los experimentos científicos se basan tan solo en la percepción y que, por tanto, no

demuestran nada. La ciencia generalmente aceptada hoy por hoy está constreñida a lo perceptual y establece que lo objetivo es lo real, dejando la experiencia íntima absolutamente fuera de lo que te pueda llevar a lo real. Este es exactamente el paradigma de viejo aprendizaje: la realidad es perceptible. En cierta etapa de tu búsqueda, tal vez la teoría cuántica y todo su razonamiento asociado te ayudaron a abrir tu perspectiva.

Pero llegados a este punto, la ciencia ya no te puede ayudar. Ahora solo te podrás fiar de tu propia experiencia ¿Cómo va a demostrarte la ciencia que la mente es lo real, si parte de la premisa de encontrar lo real fuera de la mente? La búsqueda de una demostración externa es ya, en sí misma, una elección de separación en la mente que la experimenta. No es posible, por tanto, demostración externa de tu realidad.

Para cuando la percepción te muestre claramente ahí fuera el brillo de la verdad, este ya habrá tenido que ser reconocido en tu interior mucho antes. Pues la percepción es efecto. Y tú eres la causa. Pero, además, a medida que vayas trascendiendo tus ídolos, también descubrirás que, en realidad, no hay ahí ningún santo, ninguna personalidad perfecta, ningún modelo que desde la forma te pueda hacer

saber que no eres forma. Todo sigue siendo una experiencia que apunta, que ayuda, que invita, que ofrece; pero que sigue requiriendo de tu voluntad, de tu decisión real, de tu aplicación en tu propia e íntima experiencia. Sin experiencia, no hay verdadera transformación. Si hubiera demostraciones evidentes de lo real, ¿qué papel

jugaría tu voluntad? Un día al azar se te concedería la gracia de ver a Dios con tus ojos del cuerpo desde una decisión de la que no eres en absoluto partícipe, y el victimismo se haría real. Eso no tiene sentido. ¿Cómo vas a llegar a la unidad sin tu voluntad de unidad? En un mundo inventado desde la libre voluntad de experimentar lo falso, es la libre voluntad lo que te hará despertar a lo real.

No puede ser nada externo lo que te salve. Pues, precisamente, la verdad que te salva es que no existe nada externo. Solo queda tu decisión: o te lanzas a experimentar lo nuevo, o no; no hay trucos. Todo es voluntad. De modo que lo que para mí es una experiencia, para ti es una creencia; hasta que, por medio de tu voluntad, para ti sea una experiencia. La espiritualidad

es pura experiencia, toda experiencia es precedida por la fe. La fe no es otra cosa que la voluntad de experimentar lo nuevo. El obstáculo aparente de la fe ciega es, por tanto, una reserva de viejo aprendizaje que uno elige mantener. Se trata de un argumento que aún busca

encontrar a Dios en los conceptos, en los razonamientos de lo perceptivo, en las pruebas físicas, ¡en la forma! Las revelaciones directas de ese algo externo supondrían que algo se te da sin que tú lo quieras. Y resulta que tu experiencia definitiva consistirá en la inexplicable experiencia de que dar y recibir es uno y lo mismo. Tu experiencia definitiva consistirá en la inexplicable experiencia de

que dar y recibir es uno y lo mismo.

Fe es voluntad En el mundo de lo separado resulta difícil entender la mente y su poder, pues en él la mente tan solo es un pequeño programa al servicio de la defensa y la supervivencia de un insignificante personaje vulnerable. Resulta tan habitual creer en

algo que puede o no ser verdad, que la fe parece ser una especie de apuesta, como una lotería, en lugar de reconocerse el auténtico poder de la mente. Esto es debido a que la fe se ha invertido en lo falso, pues exactamente esto es el efecto del antiguo aprendizaje. En realidad, no se trata de que tengas o no fe. Eres mente y estás usando constantemente la fe. Tu fe es ilimitada. Todo lo que percibes procede de tu fe, todo lo

que sientes y todo lo que tocas está forjado con tu fe. La fe es el poder con el que experimentas. Y, como ya hemos visto, eso no significa que lo que tocas o que lo que sientes sea la verdad, tal como percibes o interpretas las formas que tocas y los conceptos bajo los que sientes. La fe genera tu experiencia, la fe no crea realidad. ¡La realidad no puede ser creada! La verdad es. Y

ahora

escucha

bien:

la

experiencia puede basarse en lo real o, por el contrario, puede basarse en lo falso. Por tanto, una fe invertida en lo falso produce una experiencia de lo falso. Así estás experimentando ahora, y ese es el motivo de que conozcas el sufrimiento, el miedo y la culpa. Este mundo ha nacido de una creencia falsa: la separación. Sin embargo, al conceptualizar la fe como algo personal, separado y particular, es decir, al

creernos que la fe es algo personal en lugar de ser el motor de la experiencia total, la fe parece ser una vaga ilusión, en lugar de un poder real. Y, de nuevo, el poder de la mente queda alejado de tu aparente capacidad personal. También puede invertirse la voluntad en un empeño imposible, de modo que se derroche, por decirlo de algún modo, aunque tal derroche carezca de importancia si

consideramos que la voluntad es infinita. Solo es un derroche en el sentido de que te estás perdiendo una fiesta genial ahora mismo, aunque, en realidad, la fiesta está ahí por siempre. Por tanto, nada es un derroche en realidad. El tiempo es tuyo. En este mundo se asocia la voluntad personal al esfuerzo. Una voluntad ha de tener un proceso de consecución basado en esfuerzo y, según parece, a mayor esfuerzo, mayor

posibilidad de que se haga tu voluntad. ¿Reconoces ya que esto es totalmente falso? Tú eres mente. La voluntad es querer, y no tiene nada que ver con el esfuerzo, sino con tu verdadero deseo profundo, tu deseo de ser. Para ti, en tu estado natural, es decir, para la mente liberada de la separación, no hay tiempo. La voluntad da lugar a una experiencia inmediata. No hay

tiempo entre un deseo y su satisfacción. No tiene que dilucidarse en un proceso la consecución de algo. No hay que llegar a un acuerdo, hacer un estudio, recopilar medios, luchar ni negociar, pues no hay oposición, la mente es una. No hace falta un crecimiento o un aprendizaje, pues todo el conocimiento es en la mente. Para la mente no hay fácil o difícil, solo hay quiero o no quiero.

Y así es como la mente genera su experiencia. Como has podido ver, no hay diferencia entre fe y voluntad, son dos palabras para una única idea: el poder de la mente para generar su experiencia. Este instante, esta experiencia sucede por un solo motivo: porque tú quieres. Es tu deseo subconsciente que sea exactamente así, y tu fe ha

imaginado cada detalle, cada pequeño sonido, cada sutil sensación, cada rasgo de lo que vives exactamente ahora, así como en cualquier momento, pensamiento o percepción. Este es tu cuadro.

La fe es poder. La voluntad es poder. Son el mismo poder, el poder de la experiencia.

La fe fragmentada El programa de la separación ha hecho que la fe —el poder de la

mente— se fragmente en mil creencias distintas, separadas y en oposición. Entonces crees que existe un sinfín de creencias y que algunas son más verdaderas que otras. Solo falta averiguar cuáles son válidas y cuáles no: «¿Quién tiene las creencias verdaderas? ¡Tengo que encontrarlo! ¡Los demás son farsantes!». El juicio está servido. De tal modo, las creencias te producen constante confusión e inseguridad. Pero la puerta de la

liberación puede deshacer todo esto en un instante para traerte de nuevo a un instante de calmo silencio en donde experimentar el presente limpio y fresco en donde sentirte. Todo está en mi mente. No hay nada fuera de mí. Y al sentirte, en presencia del significado total que es el Ser, si puedes acallar tu mente y abrirte

a este momento sin expectativa ni crítica, al encontrar el sentido mismo dentro de ti, sabrás de qué está hecha la fe. Pues la fe solo es necesaria en este mundo donde la verdad ha sido olvidada. En tu mente liberada, en lugar de fe hay conocimiento. Del reflejo del conocimiento de tu Ser, procede toda fe y todo poder. Este es un mundo de creencias

fragmentadas en donde se ha reemplazado la consciencia de la verdad por un programa, un sistema de pensamiento del cual estás aprendiendo a hacerte responsable. Pues una vez que te hagas responsable de tal programa, tendrás poder para liberarte de él. Esa es la puerta de la liberación. Incluso lo que este libro te propone son creencias. Sí, es cierto, pues así es este mundo. Pero escucha: estas son creencias

que te llevan a un lugar donde se deshace toda creencia, tal como un camino que te lleva adonde ya no hace falta camino, o un río lleva al mar. No puede ser de otra manera, dado que has decidido experimentar un mundo de creencias. Las nuevas, amplias y liberadoras ideas —creencias hasta que se conviertan en experiencias— de la unidad y el amor infinito, si son por ti aceptadas, te llevarán de la

mano, te ayudarán a sentir la presencia del amor mismo en ti. Entonces, todas las creencias serán vistas, reconocidas y soltadas, sin necesidad de libro alguno ni de creencia alguna. Pues es la voluntad el poder de la experiencia. El perdón de la no dualidad es un programa que desprograma. Es el único programa que, una vez experimentado, se autodestruirá. Pues todo en él incluye el conocimiento necesario para

deshacer las creencias fragmentadas y acceder a la fe en lo total, la fe pura, el poder de la mente tal y como es, el recuerdo de la verdad, que se mantiene brillante en tu centro desde la eternidad esperando que lo reconozcas.

La voluntad fragmentada El programa al servicio de la separación ha hecho que la voluntad —el poder de la mente —, una vez invertida en lo

separado, se fragmente en mil deseos distintos, separados y en oposición. Como consecuencia, crees que hay en ti un sinfín de deseos y que algunos te llevarán a la felicidad y otros no. Solo falta averiguar cuáles son genuinos y cuáles no: «¿Qué deseos debo atender? ¿Cuáles son del espíritu y cuáles del ego?». El juicio está servido. Tu sentir ha de ser juzgado, medido y programado. Si descubres este tipo de preguntas en tu conciencia, ya sabes de qué

aprendizaje proceden. Y lo que tú deseas se confrontará con lo que otro desea. Experimentarás deseos en oposición constantemente, intereses distintos en las personas que más quieres, voluntades aparentemente separadas allá donde más deseas algo. Parece que donde tu libertad acaba empieza la mía, y por tanto es imposible compartirla. Los deseos, por tanto, habrán de competir para

que unos venzan a otros imponiéndose, pues ya sabes: voluntad es esfuerzo y, por tanto, los deseos son fuerzas en oposición. De tal modo, buena parte de los espectáculos y juegos del mundo consisten en ver cómo los deseos luchan unos contra otros, anotando tantos en el marcador, avanzando posiciones en el ranking o arrollando en la lista de ventas. Una competición mundial de pequeños deseos que luchan

por brillar efímeramente y luego perderse en la vorágine del cambio, donde otros deseos, aparentemente distintos y nuevos, vienen a reemplazarlos. De esta misma manera experimentas que tus deseos cambian, se alternan, compiten unos con otros, son reemplazados por otros más modernos y sofisticados, y todo sigue siendo, en el fondo, una gran distracción... deseada. Otras

veces

te

encontrarás

luchando entre dos deseos tuyos, pero opuestos. Quieres estar con una persona y, a la vez, quieres estar sin ella. Quieres mantener un hábito que parece darte placer y, a la vez, quieres abandonarlo por salud. Y todo ello resulta bastante tenso, como si te tirasen dos cuerdas de cada lado. El asunto de los deseos opuestos parece tener que ver con el esfuerzo. Resultará un duro y penoso esfuerzo tanto dejar a una persona a la que te has

apegado, como dejar de fumar. Pues la lucha sigue asociada a la voluntad, ya sabes, la famosa fuerza de voluntad. Y, sencillamente, lo que sucede es que percibes la voluntad fragmentada, pues el programa mental representa deseos en oposición para que puedas experimentar la separación. Y, así, experimentas la separación claramente, ahora como duda, confusión y debilidad.

Aún hay una manera más cercana y experiencial de entender que fe y voluntad es lo mismo. Coge un deseo cualquiera. Por ejemplo, observa el deseo de ver a alguien, sin ningún objetivo más allá, sin necesidad de llegar a un acuerdo con él ni hacer un negocio o nada juntos. Trae a tu conciencia un simple deseo de verle. Incluso puede que sientas una sutil sensación agradable tan solo por visualizar que estás en presencia

de esa persona. Pues, debajo del deseo de verle, está la creencia de que te sentirás bien con esa persona. Bien, pues esa creencia sustenta el deseo. La energía del deseo procede de la creencia que has detectado. Esa creencia canaliza la inversión de tu mente hacia ese deseo. Del mismo modo, debajo de cada deseo, podrás encontrar que hay una o varias creencias, como si fueran sus pilares. ¿Y qué pasa si entonces sientes

que ya no quieres ver más a esa persona? No me refiero al miedo o al rechazo, sino, simplemente, a que no tiene sentido verle para nada. Si no hay deseo, tampoco hay creencia, no hay fe depositada en tal encuentro. No hay sustancia de goce invertida, no está el poder de tu mente enfocado ahí. Es interesante experimentar de dónde procede la energía de tu deseo, pues una vez que sabes que creencia y deseo es lo mismo,

y canalizas tu voluntad y tu fe hacia tu centro, puedes desmontar cualquier creencia que programe tus deseos. Los pensamientos que te absorben la atención, que se repiten obsesivamente, que te dan imágenes tortuosas y te producen emoción una y otra vez, no pueden sino estar fabricados con tu fe y tu voluntad, con tu creencia y tu deseo. Por tanto, están hechos de tu mismo poder.

Vuelve a tu corazón radiante. Está aquí. En ti. El sentido está en tu centro, eres tú, es tu Ser, eso que crees haber perdido y que sigue ahí en espera de que lo reconozcas.

No puedes creer nada que no desees creer. No puedes desear nada que no se sustente en una creencia deseada.

Creencia y deseo son dos caras de lo mismo. Fe y voluntad es lo mismo.

La aceptación del regalo Una vez superado el escollo programado de la fe ciega, ¿qué implica aceptar el regalo? Aceptar el regalo es exactamente aplicar de corazón las prácticas que aquí se proponen, en tu vida cotidiana,

en tus pensamientos, en tu sentir, en tus relaciones. Estas prácticas surgen de esa misma aplicación y conectan todas las ideas del nuevo aprendizaje para que tú puedas experimentarlas cada vez más cerca de ti, cada vez más reales. Todo lo que aquí se expone es un regalo que te ofreces, aunque parezca venir desde fuera de ti. Está en tu mente. Aceptar el regalo consiste en aplicar estas ideas en tu interior para

experimentar un cambio de conciencia radical, un estado de conciencia de paz en donde encuentras tu corazón radiante. No te desanimes porque tus sensaciones aún sean leves, oscilen mucho y te olvides a menudo de centrarte en la verdad. No te enfades contigo mismo porque una vez más eliges el ataque, la queja o el victimismo. No te preocupes porque hay etapas en las que parece que todo va viento en

popa y otras en las que parece que todo se ha perdido. No te castigues porque hay momentos en los que pareces haber olvidado todo. Así es el camino, como una onda que cada vez se hace más suave, según crece la luz de la constante en tu interior, según vives la unidad. ¡Estás viendo la onda! ¡Estás recorriendo el camino! Vas a paso firme, bien guiado por la luz del amor. Las dudas se irán deshaciendo paso a paso, a su

debido tiempo, que es el que tú eliges en cada momento. ¡Tú eres el camino! Como ves, el principio operativo, el principio de la voluntad, es la fe. En ella te basas para todo, pues eres mente, y ese es tu poder. Pues aquí, en el estado de conciencia en donde estamos, en este mundo de tiempo, forma y materia, la fe es lo que mueve montañas, tal como en la mente natural es el conocimiento el poder de la

experiencia. Y es por cómo es esta experiencia por lo que no te bastará hacer una elección y ya está. La voluntad está fragmentada en incontables niveles de olvido, complicaciones intelectuales y emociones estancadas en recuerdos programados. Se trata de una estructura completa subconsciente que te hace experimentar.

No puedes tomarte este camino como un capricho. Tu voluntad ha de trascender el tiempo. Tu perseverancia ha de trascender las definiciones que has hecho de ti mismo y del mundo, más allá de lo que pueda pasar. De este modo, despiertas a la verdadera voluntad que eres, de este modo trasciendes el tiempo. Por este motivo, la espiritualidad es un camino, un proceso de liberación paulatino y cada vez más amable, de la mente y el corazón.

Siempre has estado dándote regalos para ir desestructurando tu mente. El corazón radiante siempre estuvo contigo. Ha sido un proceso de aprendizaje y preparación para este nuevo y profundo salto de conciencia, el que te hace traspasar la barrera perceptiva, todos tus recuerdos y todas tus creencias, para sentir el cristalino presente, aquí donde sientes tu Yo real. Los regalos son aceptados en tu aplicación íntima y honesta de las

nuevas ideas, los regalos son tus nuevos descubrimientos, vendavales de gozo, gotas de sabiduría, pequeños despertares que aceptas en tu corazón, en los que te permites experimentar lo siempre nuevo. Ahora te das este regalo. Acéptalo aplicándolo en tu vida, pues tu vida es tu relación contigo mismo.

La capacidad de una mente

libre La capacidad que tienes para dirigir el enfoque de tu atención hacia dentro de ti mismo, hacia tu centro, contactar con tu corazón radiante e ir despertando poco a poco tu luz interna es la base de este trabajo. En esto consiste la aplicación, en esto consiste aceptar el regalo que aquí se ofrece. Es una aceptación que ha de integrarse en lo cotidiano, pues

de otra manera ignoras el regalo que se te ofrece, y por tanto eliges, te des cuenta o no del uso que haces de tu fe y voluntad, mantenerte en tu estado de conciencia programado, eliges la separación. Dices sí a la separación y corroboras el sistema subconsciente de voluntades en oposición, cuando consideras el ataque y la lucha como un funcionamiento natural en tu mente.

Dices sí a la unidad cuando enfocas tu atención en tu corazón, en la luz de tu centro, y te dices a ti mismo: «Nadie me hace nada, pues todo soy yo». La capacidad de la conciencia de volverse hacia el interior, de mirar al corazón, es un nuevo modo de usar tu voluntad. La voluntad irá girando hacia la unidad desde su estado de creencia en la separación. Sucederá poco a poco, a medida que el darte cuenta, el sentir y la

luz de tu corazón radiante vayan deshaciendo el miedo que, como unas oxidadas cadenas, mantienen tu visión del mundo y tu corazón sintiente estancados en un aparente sinsentido. La libertad absoluta que tienes para aceptar una creencia o dejarla a un lado corresponde con el lugar de donde vienen las creencias y los deseos, de tu propio poder interior, de tu Ser, de tu realidad. Es tu propia luz la que deshace las creencias, la que

te muestra con absoluta claridad y discernimiento la estructura del viejo aprendizaje y su obsolescencia. No existe creencia con poder, sino creencia deseada. Pues la luz que irradia el corazón radiante es la luz de tu propio Ser, de tu Yo real, y por ello también la llamamos Espíritu, Voz de Dios, Espíritu Santo,

Maestro Interno, inteligencia, comprensión, sabiduría, amigo invisible, luz interior, Buda interno, Cristo... Es la inteligencia que se adapta exactamente a tu estado de conciencia actual para ayudarte a desmontar cada una de las cadenas que has puesto en tu mente. Todo ello sucede en la total libertad de tu aceptación de los regalos, pues la naturaleza del amor, de donde nace tu luz, no puede imponerse de ninguna

manera a tu voluntad. El amor jamás puede imponerse.

Tú eres pura creación, pura voluntad, eres la mente expresándose, la Voluntad de Dios siendo, pues eso es la creación, el hijo de Dios, el Ser danzando en la experiencia.

Tienes total libertad para creer en lo que crees, tanto como para dejar de creer en lo que creías. Aceptar esta responsabilidad es aceptar tu poder.

La voluntad es entrega Un instante de mirada interna, una respiración, un soplo de aire fresco. Tan solo un instante de paz abre la puerta a la nueva voluntad que estás descubriendo

en tu interior, la voluntad de tu corazón radiante, el centro de tu deseo con el que hemos comenzado juntos este libro. Cuando experimentas la elección de unidad, tu voluntad ha dicho sí a la paz aunque sea por un instante. Te has permitido un instante de humildad en donde dejar de dar vueltas alrededor de lo que no tiene sentido. Te has abierto. Sigue abriéndote. Tu voluntad

se ha tornado en entrega, pues es la voluntad de unidad lo que estás comenzando a experimentar. Estás entregando ese pequeño y temeroso poder personal que creías tener sobre la mente y el mundo. Estás dándote. Pues hasta la entrega de lo falso implica al poder de darte. Según haces más honesta tu entrega, la luz que permite tu humildad desvelará todo aquello que creías saber y que te estaba encerrando en la ignorancia.

Creías saber lo que era bueno y malo, creías saber lo que te hacía feliz. Creías que sabías cómo debía ser la otra persona. Creías saber cómo debías ser tú mismo. Creías entender cómo debía ser tu relación con otra persona. Creías conocer qué acontecimientos deberían sucederte y cuáles eran temibles. Creías que sabías. Creías, y en tu creencia falsa se movilizaba una falsa voluntad. Y sea falsa o no la creencia subyacente, la

voluntad sigue siendo el poder para la experiencia. Por eso experimentas sufrimiento y crees que se te impone. Has olvidado tu poder. Pero ¿qué pasa si en tu práctica te das cuenta de este montaje? Entonces puedes ver toda la estructura subconsciente funcionando tal y como es. El engaño cede ante la luz de tu descubrimiento. La conciencia se libera. Te desprogramas.

El proceso de cambiar tu voluntad desde una creencia de separación hasta una apertura a la unidad es una voluntad que se experimenta como pura entrega. Voluntad de unidad es entrega. En tal entrega sientes la paz que va extendiéndose desde tu centro. Estás devolviendo esa pequeña mente que parecía encerrada en sí misma, refrenada

e incapacitada en su propio olvido, a la totalidad, para que el amor de la unidad la sane.

Te entrego mi mente Me doy (EC) Abandono mis temores, te doy estos pensamientos, suelto toda mi confusión, te entrego mi mente. Te doy mi pasado, te entrego mi futuro, te devuelvo mi mente.

Te entrego esta relación, no decidiré yo lo que ha de ser, decídelo tú, pues yo no sé nada, renuncio a manipular a mi hermano, te entrego esta relación. Me doy a ti totalmente ahora, te devuelvo el poder que creí tener entre dudas y confusión, entre miedo y sufrimiento,

¿cómo pude retenerlo? Solo me hice daño a mí mismo. Nunca fue verdadero el poder que retuve, nunca fue mío. Te entrego mi mente pues tuya es por siempre. Gracias, gracias, gracias. Te entrego mi mente.

No hay herida Proyección en relación Mientras creemos en la percepción, pensamos que nos hace falta el cuerpo para relacionarnos. Sin embargo, en tu interior, estás descubriendo otro tipo de relación, una que trasciende lo perceptible y que no requiere del cuerpo para ser expresada. Porque las relaciones están en la mente y, mejor aún, la mente es pura relación.

Por mucho que la percepción pueda engañarte, tú ahora mismo sigues siendo la mente una. Por tanto, todo lo que vives, en todo momento, es tu relación contigo mismo. La relación basada en la unidad es totalmente distinta a la relación basada en la separación. La primera tiene como objetivo la experiencia del amor, tu verdadera expresión, mientras que la segunda, la relación tal y como el ego la concibe, tiene

como objetivo engrandecer a un personaje separado y defenderlo de la totalidad, a costa del otro.

La relación negociada La proyección da como resultado un extraño tipo de relaciones personales en donde, por un lado, se reconoce el poder de la unidad, pero por otro, este poder es usado solo para el interés propio y separado. Por tanto, se buscan acuerdos y alianzas, negociando el modo de

usar la unidad al servicio del interés particular. Los acuerdos son pequeñas concesiones puntuales y perfectamente limitadas a la relación. Es como si, desde un establecido y omnipresente gran acuerdo de separación, se aceptaran ciertas necesidades puntuales de unidad. ¡Así funciona este mundo! La relación se basa en la pura negociación, es el modo en que se intentan establecer o confirmar los condicionamientos

de la unidad puntual. Si el acuerdo resulta imposible, se intenta la imposición, la amenaza, el engaño o la manipulación. Son los mismos ingredientes de la negociación, pero ya sin tapujos, pura lucha en campo abierto. Si nada de esto funciona, la relación deja de interesar y entonces finaliza, toque de retirada. Cuando el acuerdo es posible y se aceptan ciertas condiciones para la confianza, entonces se crean

alianzas, se forman bandos, incluso tribus, partidos y equipos que se defienden en grupo de la totalidad. Pero todo sigue igual. Hay una guerra subterránea de todos contra todos, tribu contra tribu, equipo contra equipo y, por supuesto, también dentro de cada grupo. Las alianzas estratégicas no dejan de cambiar. Lo has visto en la política y la empresa. Pero, además, lo has visto en los deportes, en las

juntas de vecinos e incluso en tu familia o en tu grupo de amigos. «Evaluaré la situación con cuidado, investigaré las posibles ventajas e inconvenientes. ¿De qué bando estoy? He de ser astuto o me quedaré sin nada. Analizaré a mi aliado. ¿Realmente me conviene? Tengo que tomar el control, pondré nuevas condiciones y límites a esta relación, nuevas normas en las que poder confiar. Ya decidiré oportunamente si irme o

quedarme para mejorar mi estatus. Tengo que medir bien el grupo al que pertenezco. ¿Es este el momento de marcharme? Mi vida es una carrera en solitario». Mientras no te des cuenta del juego del ego, inconsciente de las reglas, juegas su ju-ego. Y, por tanto, estás en medio del campo de batalla y te ves a ti mismo en la tensión del juicio, la lucha y la negociación. Aceptar el regalo de la unidad

te llevará a ver, simplemente, un viejo aprendizaje de separación e individualidad... funcionando en tu misma mente. Algo para ser entregado a tu corazón radiante. La separación no puede ir más allá de sí misma. Tú, sin embargo, eres ilimitado. La separación no es creativa para Quien realmente eres. No puedes ser feliz en la creencia en la separación. No puedes expresar tu Ser, no puedes darte mientras creas que eres un yo separado.

Las migajas del ego Todas las pequeñas felicidades que te brinda el ego son tan solo migajas. En realidad, funciona exactamente como una adicción. Desde una necesidad percibida y experimentada como tal, llega por fin la satisfacción. Tan profunda como haya sido la carencia y la agonía, así de exaltado será el placer de la satisfacción. Pero solo por un rato, pues, tras poco tiempo, vuelve a regenerarse la

necesidad. Es un bucle que constituye el tejido del tiempo y que aparenta ser eterno. Tienes hambre y comes. ¡Qué placer una buena comida! Tienes apetencia sexual y la desfogas. ¡Qué estremecimiento el orgasmo! Tienes deudas y las pagas. ¡Qué bueno hacer lo correcto! Tienes frío y te acercas al fuego. ¡Qué calor más agradable! Sientes placer gracias a la carencia anteriormente sentida. Es un programa de

experiencias polaridades.

separadas

en

El sustituto de la experiencia de la unidad es la falsa y efímera sensación de ganar que el programa elabora cuando te hace creer que has conseguido algo de valor, seguridad o placer para tu personaje. El momento en el que crees que ganas algo, es decir, que eres algo más que hace un momento, cuando eras algo menos debido a alguna necesidad, ese instante de gloria

prefabricada es el reemplazo de la auténtica sensación de expansión eterna que proviene de la mente al experimentar la unidad. Es el sustituto del Cielo. Es el modo como el subconsciente imita la creación, la verdadera experiencia del Ser expresándose en expansión infinita. Como resultado, este programa te impulsa a obtener constantemente algo para tu yo separado y especial, algo para

paliar la profunda carencia que la misma separación te produce. Esta carencia es como una gran herida mental que se expresa de diferentes modos en el mundo de la forma. Y ese algo al que se llama felicidad es, como ya hemos visto, una gran estafa.

Amar desde lo separado es imposible Donde había una mente ahora

parece haber multitud. Y cada una de ellas lucha por conseguir, obtener, hacerse superior, engrandecerse, aunque siempre encerrada en su cuerpo correspondiente y en la memoria que define su individualidad. Esta es la guerra subterránea. La relación desde la separación genera necesariamente conflicto. El aprendizaje de lo separado te hacer percibir todo separado. La relación intenta sobrevivir a tu percepción. Pero tú ves en la otra

persona eso, otra cosa. Algo fuera de ti, que aunque esté en relación contigo, no tiene relación contigo. Es una relación contradictoria. Ves al otro como una mente distinta de la tuya. Como su cuerpo es distinto, por tanto, es otro. Sus memorias son distintas a las tuyas, es otra historia. Y como crees que el pasado es lo que fabrica el presente, el ser presente que hay delante de ti es también distinto al ser presente que tú sientes en ti. Su pasado y

el tuyo son totalmente distintos. Sus experiencias no tienen nada que ver con las tuyas. Él no tiene nada que ver contigo. Sois seres distintos. Solo porque su cuerpo y sus memorias son distintas, ya decides que es un ser distinto, pues crees que eres un cuerpo y una memoria. Piensas que siente distinto, pero en realidad solo es una diferencia de formas. Todos sentimos lo mismo, de diferentes formas. Si quisieras, podrías ver la

unidad de contenido, pero tendrías que ir más allá de la barrera perceptiva, la cual te dice muy claramente que eso que ves está fuera de ti, es distinto de ti, es otro. Si ya has tenido experiencia de conciencia, si has sentido el yo-mente, podrías ver al otro dentro de ti, sentirlo en la conciencia, desde la comprensión, la mirada que une. Al mirar al otro desde la percepción programada —la mirada que separa—, lo observas

y te comparas, aún sin darte cuenta, pues la percepción está especializada en comparar para evaluar. Lo miras y dices: «Vaya, tiene algo que yo no tengo». Tal vez sea el carisma, la capacidad de comunicarse, su cultura o simplemente su atractivo aspecto físico. Inmediatamente sientes que algo está mal: «¿Por qué razón esta persona tiene algo que yo no tengo?». Te sientes incompleto: «¡Es como si hubiera llegado tarde al reparto!». Algo

en ti sabe que no puede ser. Es una profunda injusticia, una total desigualdad. Ahí delante ves algo que tú quieres y que no tienes. ¡Pero lo quieres! En tu pensamiento aparecen planes para conseguir eso que te falta, surgen las estrategias. Ha aparecido la necesidad, sientes un vacío en ti que hay que llenar, y en este momento parece estar muy claro para ti cómo ha de ser llenado. Es algo ciertamente obsesivo. Sin

que apenas te des cuenta de lo que sucede, la energía sentida va hacia ese objetivo una y otra vez y el bucle pensado termina de trazar el cerco de tu corazón. El mecanismo de comparación, necesidad y consecución está en la raíz de la mente que vive la separación. Estás jugando tu juego. El programa se despliega. Necesitas acercarte a esa persona, quieres imitarla, quieres conseguir eso que te falta, quieres poseerla, pues quieres

eso que no tienes y que ves en esa persona. En otra ocasión puede ser que veas a alguien y pienses que le falta algo que tú si tienes. Ni siquiera te das cuenta de la rapidez y simplicidad con que aparece este tipo de proceso psicoemocional contrario al anterior, en este caso de superioridad, aunque sigue siendo el mismo mecanismo de comparación de la mirada que separa. Ni siquiera ves el

pensamiento; como mucho, sientes la pesada sensación de culpabilidad que llega en cuanto ves que alguien no tiene lo que tú tienes. Algo en ti sabe que eso es un injusto privilegio; pero, por otro lado, debes estar agradecido. Tal vez pienses que te gustaría darle algo de eso que tú tienes, pero también sabes que eso es imposible. ¿Cómo darle tu pasado, tus experiencias, tu darte cuenta, tus talentos y tus dones, tu facultad para relacionarte, tu

cuerpo o tu saber? Todo eso es propio de ti, no se puede compartir en realidad. El otro es una mente separada, con sus propias experiencias, y no tiene acceso a eso que tú tienes. ¡Tendría que nacer de nuevo en tu lugar para ello! Y así es para ti, pues contemplas memorias distintas, experiencias distintas, expresiones de la mente tan distintas en la forma que no ves en absoluto que se trate de lo

mismo, de un mecanismo proyectivo de relación que ha convertido la relación en percepción y, por tanto, en separación. Crees profundamente que tienes eso que el otro no tiene, y aunque tal injusticia te favorece haciéndote especial —tienes una posición privilegiada en la vida, una relación especial con dios—, la culpa se hace sentir en forma de pena o lástima. Además, tienes la clara sensación de que

eres incorrecto por no ayudarlo a él en particular y, en general, por no hacer algo por el mundo, la justicia y la igualdad. En cualquier caso, sientes miedo, es mejor que te marches. «Seguro que el otro quiere quitarme aquello que yo tengo y él no tiene, se pegará a mí como una lapa. Es mejor alejarse y olvidar. ¡Las cosas son como son! ¡Así es la vida!». La comparación constante a la que te lleva la percepción programada hace imposible que

veas —sientas— la verdadera igualdad, inocencia y libertad propia de tu mente. Tal comparación hace imposible que agradezcas la relación con el otro. No puedes valorar la relación, pues en ti no hay aceptación, sino comparación. En definitiva, no puedes amar desde lo separado.

Percibir la herida Un aspecto fundamental para mantener tu conciencia de separación es la percepción de la

herida. La herida no es necesariamente sangrante, basta con que simplemente sientas que has sido herido, agraviado, dañado, robado, rechazado, abandonado o no respetado de alguna manera. En muchos casos es el honor, la dignidad o el orgullo lo que parece haber sido dañado en tu imaginación. Otras veces es tu economía, lo cual lo relacionas directamente con tu bienestar, tu seguridad y tu comodidad; y algo más allá, pero

no fuera de tu conciencia, también lo asocias a tu supervivencia. No digamos ya si la herida es en tu cuerpo. En tal caso, el dolor alcanza los interiores de tu aparente identidad, pues te sientes ultrajado y violado. Igual sucede con ciertas extensiones de tu cuerpo, como tu casa y tu coche, por ejemplo. Estas cosas también reciben heridas en representación de tu dignidad. En general todo aquello que sea de

tu propiedad puede acabar haciéndote sentir herido, pues la posesión es el mecanismo que tiene el ego para expandirse. Cada propiedad significa para el programa una ganancia y, mediante las propiedades obtenidas, el falso yo se agranda y expande. Por eso te sientes herido, aunque sean objetos los que se deterioren, debido a tu creencia en la extensión de tu ser que la propiedad representa.

Pero, además, las más valiosas de tus propiedades: tu mujer, tu marido, tus hijos, tu padre, tu madre, tu familia, tus amigos…, también te pueden hacer sentir muy herido. Basta con que cualquiera de esas personas esté herida, para que tú sientas la herida. Esto sucede de un modo tan profundamente programado que incluso el hecho de que sientas la herida del otro lo asociarás con el amor en lugar de con la posesión o el apego. El

dolor es algo que el programa sí te va a permitir compartir, puesto que, como he dicho, la herida es un cimiento de la separación. Esas mismas propiedades personales son también las que más posibilidad tienen de herirte profundamente, pues disponen de un poder emocional que otras personas no tienen sobre ti. Estas personas son tus seres queridos, son muy especiales. Te une a ellas un fuerte apego, pues toda propiedad produce dependencia.

Por tanto, en cualquier momento puedes recibir una herida de cualquiera ellos. Estás en su poder. Basta un leve rechazo, una sutil falta de respeto, una exclusión simbólica, para que te sientas herido en tu misma tribu. No digamos ya si lo que experimentas es un desprecio total, un agravio directo o un abandono. En tal caso, el programa te dice que la herida es tan grave que puede marcarte para toda la vida. ¡Te han

arruinado la vida!

Deshacer la herida Pero ¿qué es lo que ha sido herido?: solo una imagen de ti. Puedes encontrarte herido debido a la forma que toma una relación, o cuando has visto desafiado cierto punto de vista tuyo que consideras importante. Puede que veas amenazada tu cuenta bancaria o tu estatus económico. Puede que sientas la herida al desestabilizarse cierta

estructura de vida en la que estabas afincado, cierta comodidad a la que dabas valor o incluso un conjunto de códigos morales que para ti representan una verdad. La herida es un concepto tan amplio como tu apego al personaje. Sea lo que sea lo que ha pasado, ¿puedes asegurar que tu identidad ha sido herida?, ¿a qué llamas tu identidad entonces?

¿Qué es lo que ha sido herido?: solo una imagen de ti. Tu conciencia está enfocada en un programa de dolor. Y es por ese motivo por el que sientes la herida, pues crees en la herida. Si alguna vez sentiste Quien tú eras verdaderamente, aunque solo haya sido un instante de

silencio lleno, aquello que te lo recordó está pleno en ti ahora mismo, dispuesto a volvértelo a recordar. Ahora mismo puedes unirte a tu corazón radiante y dejar que, en su dulce paz, la herida se disuelva. Porque no hay herida, nada ha sido herido. Todo es una proyección, un montaje. No hay herida. Estoy a salvo. Me uno con el corazón radiante

ahora. No tengo nada que temer. No hay herida. La herida es el mecanismo fundamental que tiene el subconsciente para hacerte sentir separado, vulnerable, aislado y solo. En el dolor se fundamenta su realidad, en la cual tú eres una persona débil que en cualquier momento puede ser herida y que, por tanto, ha de vivir regida por el código del miedo y la relación

negociada, el antiguo aprendizaje de la separación.

Devolver la herida La expresión de la separación no solo se fundamenta en el victimismo propio de hacer real una herida, como si tu ser, ante cualquier interacción en donde algo sale de un modo desacorde a tus deseos, sangrara igual que lo hace tu cuerpo al ser herido. Este victimismo, en sí, ya es suficiente para hacerte sentir rechazado,

incorrecto, solo y separado; pero el programa aún te invita a seguir, se puede ir aún más allá en la expresión de la separación: «hay que devolver la herida». La imaginaria necesidad de atacar aparece inmediatamente en tu conciencia al creerte herido. Has sido atacado y tu mente se dispara automáticamente —o más bien, programadamente— al ataque. Pues la única solución para un problema parece ser que devuelvas la herida.

Basta con que te mantengas un minuto en estado de observación ante tu próxima discusión acalorada o tras proferir un grito a alguien. No se trata de que esto sea malo desde un punto de vista moral, pues eso sería hablar desde los juicios y los preconceptos. Me refiero a que observes cómo te sientes. Te tiemblan las manos, tu mente está inflamada, la respiración acelerada, los pensamientos de odio y venganza te hacen sentir

una tensión indescriptible. ¡Es miedo! ¡Un profundo miedo! Lo que sientes cuando estás en un estado de rabia es, ante todo, un profundo miedo; solo debido a ese tremendo miedo has llegado al extremo de reaccionar como una bestia en defensa de su vida. Has concedido al otro el poder de destruirte y ahora, aterrado, sientes la necesidad de defenderte. Y más allá del miedo, como un desarrollo del mismo, surge una

profunda sensación de culpa y malestar. Estás atacando al otro, pero, simultáneamente, a ti mismo. Pareciera que en tales momentos no existiera opción para la paz. Esta es la idea que has de desafiar. Detente un instante. Mira dentro. Todo está en tu mente. Tú puedes acostumbrarte a escuchar tu sentir, a pararte a respirar con una motivación clara e irrebatible: tu determinación a dejar de sufrir ahora.

Actualiza ahora mismo tu deseo firme de ser feliz. Sabes de sobra que no hay nada que defender ahora, sino que estás en un proceso mental de mantenimiento del miedo y del ataque que no lleva a ninguna parte. ¡Intentas devolver una herida que no existe! Nada en este proceso es creativo ni funcional. Es simplemente queja y miedo, parece ataque y defensa

de algo, pero realmente es ataque mental a ti mismo —a tu experiencia de este momento— y defensa de un personaje vano. Basta con un instante de cordura para encontrarte de nuevo con el corazón radiante y expandir tu conciencia sobre el programa que te había arrebatado la paz. Todo se basaba en la creencia de que el ataque servía de algo, era necesario para tu defensa, podía modelar el comportamiento del

otro, condicionar la relación a la medida de tu miedo o apego; en fin, que el ataque era útil de algún modo. Y, por tanto, suponías que ese miedo, esa culpa y ese malestar que sentías eran igualmente necesarios. Es momento de deshacer esta idea y comprender que no tienes motivo alguno para sufrir en ese estado. Permite que el corazón radiante te aporte el nuevo punto de vista de la situación, la nueva manera de ver que aquí estamos

aprendiendo. Recuerda: es tu subconsciente el que te estaba lanzando un código de miedo y ataque para que pusieras tu mente al servicio de la separación. Pues el ataque mental es la expresión de la separación. Y ese programa es tu subconsciente. Solo es una inercia. Está en tu mente, en tu poder. Si tú decides que no deseas separarte del otro, de este momento y de quien realmente eres, el programa dejará de

afectarte. Soy la mente totalmente invulnerable. Nadie me ha hecho nada. No he sido atacado. No hay herida. Es el propio subconsciente —de toda la mente que eres tú— quien te hizo creer herido e inmediatamente te ordenó que devolvieras la herida..., pues para

el programa la única solución es el ataque. En ello se basa la culpa y el castigo. El castigo es la creencia de que está totalmente justificado sentir rabia y atacar, sufrir y hacer sufrir. ¡Qué libertad sentir ahora que nadie me ha herido! ¡No hay herida en absoluto! Desde esta perspectiva ves toda la argumentación del viejo aprendizaje, todos los cimientos de la mentalidad de la culpa y el

castigo, el guion del montaje de la separación. Es solo una memoria, una estructura sin sustancia.

La desviación típica No faltará lo que yo llamo la desviación típica. Consiste en un pensamiento que llega con fuerza inusitada a tu conciencia y con la firme intención de desplazar toda tu atención a tu forma de actuar como un personaje en el mundo, en lugar de centrarte en la

práctica interior de conciencia, en tu forma de actuar como una mente, que es lo que aquí aprendemos. El programa te dirá: «Si no hay herida, ¿significa que no debo defenderme cuando un perro viene corriendo a morderme?». De este modo, surge una oposición a la verdadera práctica interna de la unidad. Pareciera que la evidencia de la locura del programa quedara olvidada ante la ilógica e injusta petición de

dejarte atacar que interpretación programada saca de la manga.

la se

La desviación típica de tu atención hacia la idea de que eres un cuerpo, y su historia, se centra constantemente en esta idea: «¿Qué hago? ¡Tengo que saberlo! Lo importante es mi personaje, el que ha de sobrevivir y parecer aceptable». Llega de nuevo la tensión. Intentas programar tu respuesta para estar preparado ante la fantasía imaginada. Tu

forma de percibir este momento, tu sentir ahora, tu trabajo de conciencia y tu paz parecen, de repente, no tener importancia alguna. Es perfectamente lógico, pues el programa es un diseño mental cuya función es identificarte con el personaje. Es eficiente, es funcional. Recuerda: todo lo que experimentas proviene del subconsciente, incluido un perro que viniera a morderte. También el hecho de que elijas imaginar

una historia sin salida. Porque tú eres mente. El subconsciente no está fuera de ti, sino en tu mente. Todo eres tú. Todo lo que ves lo has elaborado tú, como mente, no como personaje. Tu experiencia de separación se basa precisamente en que no puedas recordar que tú eres el que hace funcionar todo. Por eso, el subconsciente, que es el verdadero motor de ese perro que te muerde y de esa factura que te llega inesperadamente, es

subconsciente. Pues si lo recordaras, harías consciente el truco, y así no podrías vivir separación alguna. ¡Ese es el objetivo de nuestra práctica!: desmontará el truco perceptivo. Es precisamente recordar que eres mente lo que deshará el miedo de tu experiencia, deshará el tiempo en tu conciencia y deshará la herida de tu corazón. No hay herida en tu mente, no

hay herida en tu Ser. La desviación típica simplemente te hace olvidar la aún fresca idea de que eres mente y, por tanto, libre para devolverte al mundo de los cuerpos, donde parece que todo depende de lo que hagas o no hagas por tu cuenta. Nadie te ha pedido que no defiendas tu cuerpo ni que no cierres el cerrojo de tu coche, que no corras si viene un perro o que no pongas la mano si viene una piedra. ¿Qué importancia puede

tener eso en tu cambio de conciencia? No, no se trata de que te fuerces a vivir como una especie de superhéroe en este mundo ni de que intentes demostrar que no tienes miedo mediante un comportamiento temerario. Se trata de deshacer el miedo en la paz de tu interior, cada vez que aparezca en tu mente y en tu corazón, pues el miedo es falso. Y experimentarlo será tu liberación. No dudes de que si te cae un

jarro de agua fría, reaccionarás. Y ante la injusticia gritarás. Ante el ataque te zafarás. Y todo eso está bien. Será inevitable, no tiene importancia. Es como una rémora del escenario en donde elegiste vivir por un tiempo. Permanecerá ahí y lo trascenderás interiormente, capa a capa, paso a paso. No intentes demostrarte nada ni forzarte en ningún momento. Estás bien guiado. El amor nunca te forzaría. No te permitas ser juzgado por

el programa en ningún momento. En cuento puedas, reúnete en la paz de tu corazón radiante y aísla de pensamientos el momento presente. Siente. Aprenderás poco a poco a responder a cada reacción de rabia, victimismo o terror que vivas. Te levantarás de nuevo, una vez más y, sacudiéndote las manos, dirás: «¡Aquí no ha pasado nada!». Es cierto. Porque eres mente y eres libre. Ya no es tu escenario el dramatismo ni el ataque.

Ya vendrán los cambios externos a su propio paso, sin que puedas prevenirlos, espontáneos, muy paulatinos y humildes. No se trata de hacerte un personaje especial, sino una mente liberada.

Reparar la herida Y es normal que deseemos que los cambios sean perceptibles ya. Es lógico que nuestro deseo sea arreglar el mundo. ¡Nos encantaría ver felices y en paz a

todos los seres que percibimos! Aunque este deseo proviene de tu naturaleza amorosa, llega a un mundo de falsas percepciones. Pues todo lo que ves es efecto y sigue ahí para mostrarte un mundo separado que tú has diseñado. Has de elegir la verdad en tu interior antes de poder verla en tu percepción.

Ten en cuenta que todavía no estás absolutamente seguro de que no hay herida. Puedes tener cierta noción intelectual, pero aún queda todo un camino del corazón por recorrer a través de lo que parece ser una brecha entre tú y el Ser. La herida todavía te muestra sufrimientos, perros que muerden, facturas imprevistas, seres queridos que sufren, personas que te critican y cientos de pequeños problemas que se alternan e interrelacionan

de un modo sutil e inteligente a cada paso que das. Pues, a niveles subconscientes, crees en la herida. Y la herida aparece en tu vida en forma de oposiciones, resistencias, obstáculos e inconvenientes, frustraciones y confusiones. ¡Por supuesto! Este es el camino de la humildad. Reconociendo esto, harás tu práctica con sentido y profundidad. Si ya conocieras tu Ser, ¡no estarías aquí!

Hay un camino que recorrer y ese camino eres tú mismo. El programa te hace creer en la necesidad de reparar la herida dentro de ti, como una mente culpable que ha de repararse a sí misma; y también ahí fuera, como un personaje y un cuerpo, usando tus propias manos, moviendo masa contra masa, demostrando a dios que salvas al mundo de su propia autodestrucción, que

reparas el mal cometido. Primero te hace creer que la herida es real, te hace negociar con ella cada día para que sientas que la recibes con tu dolor y que la devuelves con tu ataque. Y luego te exige repararla constantemente con tu sacrificio. Pues el programa sirve para que tú creas en la herida y uses tu mente para mantenerla viva. ¿Cómo puedes reparar la herida? De variadas maneras.

Para empezar, divídete interiormente en una víctima y un juzgador. Recibe la herida y después devuélvela ¡dentro de ti! ¿Cómo? Es fácil, está programado: siéntete muy culpable ante cada reacción negativa que experimentes en tu vida. Un grito, una demostración de cobardía, una metedura de pata, una torpeza con alguien querido. Sea lo que sea lo que hayas vivido, ahí está la herida. «Tienes que reparar la herida.

Siéntete culpable, es importante, comienza a aceptar el castigo interno. Si sientes suficiente dolor, aprenderás a no repetir semejante reacción». De este modo, se te hace responsable de la herida, la herida se da por real y se fomenta la importancia del sufrimiento como método de aprendizaje. «Has de reparar la herida con tu dolor». Sin embargo, cualquiera que fuera tu acción, estaba programada. Era un efecto.

Aunque pareciera una acción individual, una responsabilidad personal, tales cosas no existen. Todo está en tu mente, y todo está relacionado con todo. Tu acción aparentemente particular provenía igualmente del programa subconsciente que genera experiencias interactivas de oposición y separación. La situación se desenvolvió como un resorte y nada pudiste hacer para evitarlo, pues, en ese momento, tu estado de conciencia era el

que era. No pudiste ser consciente de lo que no fuiste consciente. ¡Estaba programado! ¡No pudo ser de otra manera! Aun así, el mismo hecho de creer que la herida es real, te hace sentir el peso de la culpa impulsándote a buscar una solución fuera, una reparación de la herida. El dolor dentro te lleva al esfuerzo fuera. Si por un momento compartieras tu percepción del

asunto con tu corazón radiante, todo sería distinto, pues la presencia del amor llegaría a tu conciencia de nuevo. Entonces recordarías que todo está en tu mente, que tú eres la mente y que tu responsabilidad es recordar que la herida no es real. ¡Es tan importante recordar tu verdad una y otra vez! ¡Es toda la práctica! Pues cuando regresas a la consciencia de que la herida no es real y de que tú eres mente totalmente inocente, estás

liberado de toda carga. Sientes tu inocencia y la del mundo entero. Entiendes perfectamente que el amor es.

Arreglar el mundo La otra forma de reparar la herida a la que te llevará una y otra vez el programa será arreglando el mundo. El personaje salvador está profundamente enraizado, no es tan fácil descubrirlo como se podría creer, no resulta tan

evidente. El arreglo del mundo toma muchas y variadas formas. Una de ellas se fundamenta en las relaciones personales. Te gustaría reparar a los demás. Modelarlos para que, a través de ellos, se reparase la herida que sientes dentro de ti. Quieres que tu hijo cambie ya, que tu padre tome conciencia de una vez, que tu pareja espabile por fin, que tu hermano se libere y que el que sufre tenga paz. Inviertes en todos ellos tus mejores

estrategias de control y manipulación y, aunque tu voluntad es buena, te frustras ante cada intento fallido. Te da la impresión de que la resistencia, la pereza, la indolencia, la irresponsabilidad, el peso del pasado y la inconsciencia misma son más fuertes que el amor, amor que tú crees representar sin duda alguna mediante tus valerosos intentos de cambiar a los demás. Y sí, de nuevo, la fuente de tu deseo de paz es el

recuerdo de la verdad. Pero tal deseo ha sido alterado por el programa de las proyecciones. Ahora, tu deseo de paz se ha convertido en un obstáculo para la paz y la aceptación. Todo este tipo de relaciones de manipulación tienen tanto juego para el programa de reparación de la culpa que no nos suelen faltar oportunidades de perdernos en ellas. En realidad, uno se intenta redimir por medio de los demás. ¡Es tan especial

ayudar a los demás! ¡Resulta tan útil cambiar, aunque sea un alma! ¡Es tan importante ser sanador del otro! En los escenarios de educación, familia y relación de ayuda se multiplica esta constante fabricación de intentos y frustraciones. Múltiples roles están establecidos específicamente desde la función de cambiar a los otros. Por ejemplo, una madre tiene

que modelar a su hijo, pulirlo hasta hacerlo autorresponsable. Los fracasos del hijo son fracasos de la madre. La frustración parece no acabar nunca. Tu práctica consiste en unirte a tu maestro interno y recordar la verdad: no hay herida. Tu hijo está en la luz, pues es uno contigo y con el Ser. Es la misma expresión de la mente que eres tú, en el juego de la relación del Ser consigo mismo. Puedes liberarlo de tu juicio ahora mismo soltando

internamente tu exigencia de cambio. Puedes entender los motivos por los que todo ha pasado en tu experiencia, gracias a la nueva perspectiva que tu corazón radiante te ofrece como un regalo. Acepta el regalo de la inocencia en tu relación y libera al otro de tus exigencias. Es así como aprenderás a contemplar al otro en paz, en su eterna inocencia que es la tuya. Pues el amor jamás te exige nada a ti, y es esta la verdadera libertad, la

que sientes desde la luz de tu corazón. Tus roles personales seguirán funcionando sin necesidad de tu experiencia interna de manipulación de los demás. De hecho, funcionarán en paz, de un modo mucho más apacible, amable y cooperativo. De hecho, es algo fantástico que tienes que vivir. No significa que tus relaciones personales vayan a convertirse en un camino de rosas inmediatamente, pues el

camino siempre será acorde al tiempo que tú decidas tomarte, pero el cambio de percepción interna nunca deja de tener consecuencias en tu experiencia de relación personal. No las puedes controlar, no las puedes forzar, precipitar, prever ni programar, pero son inevitables las consecuencias en el mundo de los efectos. Suceden como regalos de la unidad.

Cuando permito, soy

Soy un permitidor (EC) No puedo cambiarle. No quiero cambiarle. No creo en la manipulación. Renuncio a pretender que los demás se adapten a mi sueño. Permito a todos vivir libremente su sueño, es el mío. Me convierto en un permitidor. Te libero totalmente ahora. Renuncio a la manipulación. Al dar libertad me libero

y encuentro la paz. Al permitir le permito ser. Cuando permito, soy. Sin juicio, sin crítica ni corrección, suelto mi condena. Me respeto profundamente. Soy aceptación. Renuncio al conflicto. Al permitir le permito ser, me permito ser. Cuando permito, soy.

La verdadera corrección El corazón radiante no te pide que hagas algo ahí fuera, pues el amor no te exige nada. Está siempre disponible en tu centro, pues es tu verdad y no puede marcharse ni desaparecer. Solo te invita a que te unas a él, silencies los alocados discursos sobre cómo deberían ser las cosas, dejes a un lado toda esa agenda particular en la que tanto crees y, simplemente, te des al momento con total integridad.

Elige que tan solo se corrija tu falsa percepción del otro, pues lo has visto incorrecto y has pretendido cambiarlo. Ahora es momento de recordar que no hay herida. Dedica tu espacio y tu atención a realizar esta práctica. Recuerda todo lo que has integrado ya de esta mentalidad. Muy despacio, ábrete a esta idea: «no hay herida». Es como si integraras muchas otras ideas en una sola frase: soy mente, soy libre, nadie

me hace nada, todo está en mi mente, el ataque no tiene sentido... Deja que haya silencio entre cada recordatorio, sigue entregándote despacio al presente. Disuélvete en el espacio que eres, déjate caer en el silencio interior. Entrégate a la unidad vaciándote lentamente. Poco a poco, irás sintiendo cómo te llenas de luz según permites el despertar de tu corazón radiante dentro de ti. No evalúes lo que sientes,

simplemente entrégate. Si crees que todavía no sientes lo que deberías sentir, date cuenta de nuevo del obstáculo que el programa intenta forjar y profundiza en tu entrega.

No hay herida Soy la mente invulnerable (EC) Fabriqué tu falsa imagen con la herida del mal, te percibí incorrecto. Creí que me habías herido,

creí que habitaba el mal en ti. Te percibí incorrectamente. Ahora descanso en la paz de mi corazón radiante y recuerdo la verdad según acepto la luz en mi centro. Ahora veo. Ahora me veo. Ahora te veo. No hay herida. Nadie me ha hecho nada, el ataque no tiene sentido. En la luz de mi corazón radiante

por fin te veo, libre e inocente. Totalmente inofensivo. Miro al centro de mí y veo la verdad. Estoy completo, estoy a salvo. Igual que tú. No te debo nada, no tengo nada que reparar, pues no hay herida. No hay herida que me separe de ti.

No hay herida que me separe de Dios. No hay herida en mí, no hay herida en ti. No hay herida en el Ser. No hay herida.

El colapso del tiempo El instante sagrado Al unirte a tu Ser en tu conciencia, el tiempo se colapsa. Deshaces tu aferramiento al tiempo, que representa tu inversión en la separación. El tiempo simboliza la separación entre causa y efecto. Sirve para hacerte creer que el pasado de la otra persona lo define y, por tanto, no puedes

evitar sentirlo como lo sientes. Lo ves herido o lo ves culpable o lo ves inconsciente, porque crees en el tiempo, crees en tu pasado, en el suyo, crees en el pasado que tu mismo subconsciente te está proyectando ahora mismo. Libérate uniéndote a la luz del corazón radiante. Pues esa luz proviene de tu Ser, de la eterna verdad, y, compartiéndote con ella, colapsas ahora mismo el tiempo al entregarte al absoluto presente.

El colapso del tiempo lo sientes como una profunda sensación de libertad e inocencia, tan refrescante como si tu mente pudiera volar de repente tras largos años sin hacerlo. Y cada vez que lo sientas será nuevo y te aportará una gota de sabiduría tan eterna como tú, pero que llega a tu conciencia totalmente fresca, declarando la total inocencia del otro, así como la tuya propia, pues solo sois uno en relación.

La creación se hace en tu interior. Resucitas al presente.

La trampa del tiempo La trampa del tiempo es el victimismo básico de la creencia en la herida. Si crees en el tiempo, crees que el pasado te define, que la memoria te da la identidad, entregas al subconsciente todo el poder para responder a la pregunta: «¿Quién

soy?». Y te contesta diciéndote que eres un juzgador, un guerrero o una víctima, tal vez un reparador de lo herido o un héroe del sufrimiento; pero sea cual sea el papel que te asigna, siempre está en relación a una herida real. Porque, para el programa, tu separación es real y, por tanto, la herida es real. Todo victimismo es un efecto de tu entrega al programa basado en el tiempo. Entonces, el pasado parece la causa del presente,

totalmente separada del poder de tu presencia, una causa separada de ti aquí y ahora, de tu poder mental, de tu libertad. El pasado representa el poder del subconsciente sobre el ahora de tu conciencia. El pasado es el cimiento de tu falso yo. Y tu falso yo ha de desarrollarse en un futuro de ilusiones programadas por tu pasado. Solo en el futuro parece aguardar la reparación de las heridas que ya has considerado

reales al escuchar al pasado. Pero como es un truco, el futuro finalmente no es más que una proyección del pasado, un pasado en el que la forma cambia, pero no el contenido, la herida misma representándose de todas las formas que hemos visto. Es falso, es una ilusión, un sueño. Este instante es absolutamente independiente de todas las memorias. Porque eres mente, eres libre.

No hay pasado ni futuro, sino que tú existes ahora mismo, aquí, en el sentir de tu corazón, eres conciencia aquí y ahora, uniéndote al Ser y colapsando toda separación entre causa y efecto.

No hay pasado ni futuro. Por tanto, no hay un tú ni un yo.

Colapsar causa y efecto

Por tanto, al colapsar el tiempo, también experimentas un colapso de causa y efecto. Primero se colapsan el subconsciente y el consciente en mi mente al entregarme totalmente al presente y unirme a la luz de mi Ser. Las aparentes causas del ahora que en mi misma mente, a nivel subconsciente, he fabricado para ver la separación se disuelven ante mi entrega al eterno ahora en donde está la presencia del

amor, mi Ser. Entonces se deshace el poder del pasado sobre el ahora, comienzo a experimentar la liberación. Mi corazón se libera. Amanece la luz. Pues en el ahora habita el Yo real, amoroso, libre y puro, sin pasado ni futuro, inocente e inofensivo, tal como es. Al colapsarse el tiempo y las falsas causas, se deshace el miedo y desaparece la herida. Entonces se colapsa también la distancia entre el otro y yo. Se colapsa el

espacio. Experimento al otro como una expresión mía, de mi propia mente, y por fin lo reconozco. El otro es lo que yo soy. Lo veo en total libertad e inocencia, pues ya no hay herida que nos separe. Él soy yo, el Ser en relación, una misma mente, una misma vida. Y todo ello es posible porque se colapsa la separación entre Dios y yo, entre mi Causa verdadera y la experiencia presente, entre el Ser

y mi conciencia de mí mismo. Me uno ahora a mi Causa, comprendiendo por fin que creación y creador son lo mismo. Experimento que no hay separación. Siento el amor en mí. Y este es el nuevo aprendizaje en su plena expresión. Pues el amor se ha revelado en mi corazón, en mi conciencia. Al experimentar la presencia del amor en mi interior, es imposible

no comenzar a verlo en todas partes.

El regalo Ya vimos como el regalo aparece en tu experiencia tras aplicar una nueva idea en el presente, en tu interior, ante lo cotidiano. El regalo es un nuevo sentir que proviene de lo eterno y desafía todo lo que conoces, todo el viejo aprendizaje, todo concepto que pudiera encerrarte en un yo definido, para abrirte a

la posibilidad de la vivencia de la paz y la expresión; por tanto, de Quien eres, en ese mismo instante. Solo aceptas el regalo cuando lo expresas en tu vida; en otras palabras, cuando lo das. Pues hasta que no apliques este nuevo sentir, esta nueva idea, en tu vida cotidiana y, muy particularmente, en tus relaciones, el regalo no habrá sido aceptado en realidad. Un regalo no aceptado se queda en una bonita experiencia, una

chispa de luz, pero no es un faro en tu camino. Solo aceptas el regalo cuando lo das. El regalo es mucho más que una fugaz experiencia de paz o una nueva idea liberadora. Esas son solo algunas muestras de ese regalo constante. Al verdadero regalo lo he llamado corazón radiante, y es tu relación con Dios

o, si lo prefieres, el sentir de Quien realmente eres. También podrías decir que es la revelación del amor llevándote de vuelta a casa tras tu viaje por extraños parajes. Este es el verdadero regalo. Tal presente parece tomar todo tipo de formas, pues donde hace falta que sea recibido es en la pantalla donde solo es posible percibir lo proyectado. En realidad, no tiene forma alguna, pues es luz pura. Tal presente,

como su propio nombre indica, no es del tiempo, sino de la eternidad. En el presente está el regalo que te corresponde vivir día a día, hora a hora, por ser Quien eres. El regalo es tu herencia. Siempre estás en el regalo. No hace falta que vayas a ninguna parte ni que hagas nada. El regalo está presente. La aceptación del regalo puede constituir tu nueva forma de vida.

Es un camino, no un capricho. Por tanto, ha de ser tan constante, cotidiano y familiar como cualquier otra cosa que realmente forma parte de tu vida. Como todo camino, lo vas a vivir a través del tiempo. Habrá épocas en que te parecerá difícil aceptar el regalo, e incluso ver que el regalo está disponible. Más tarde, descubrirás, en tu regreso a la humildad, que deseabas ir por tu cuenta, que estabas explorando alguna queja, alguna escondida

capa de reserva de tu yo especial. En realidad, el tiempo no tiene la más mínima importancia, por mucho que tú creas que es vital, mientras te crees limitado. El tiempo solo constituye un escenario en donde experimentar que causa y efecto están separados, que la voluntad y el logro están separados por el esfuerzo y que llamada y respuesta están separados por la soledad del abandono. Todas las separaciones que impone la

creencia en el tiempo nos hacen creer que la herida es real. Tarde o temprano elegirás de nuevo firmemente ser feliz y entenderás, una vez más, que el corazón radiante siempre está aquí, en el centro de ti, dispuesto a compartir el regalo contigo para que tú lo compartas con toda la mente, que es lo que llamas el mundo, tu propia percepción de ti mismo. Sin embargo, cada paso del

camino, cada instante de encuentro con el corazón radiante, no es del tiempo. Es un momento de presente. Es un instante total en el que se colapsa el tiempo, se integran causas y efectos, te unes al Ser. Experimentas la total presencia del amor, la total ausencia del tiempo y la herida se deshace en tu corazón. Tal experiencia, aunque te pueda parecer que dure unos segundos o unos minutos, como mucho, proviene

de tu Ser, de la eternidad, y está deshaciendo paulatinamente el tiempo. A la medida exacta de tu voluntad, tus ataduras al tiempo y al dolor se están soltando.

La voluntad plena

Fe es voluntad. En ese instante en el que dejas a un lado las cosas del mundo y enfocas la atención directamente a tu centro, te diriges sin dudas a la unidad que hay en ti y, con total fe, con deseo pleno, vas al encuentro del amor en tu interior. Esto solo puedes hacerlo porque, de alguna manera, sabes que el amor ha de estar presente en tu interior. Esto es fe. Y su aplicación es la expresión de la voluntad de amar. Esta expresión

equivale en este mundo a la expresión de tu ser. Al igual que sabes que el amor ha de estar presente en ti, deseas profundamente ser feliz, expresar alegría y regresar a tu estado natural de paz. Pues esa es tu voluntad profunda, más allá de programas, conflictos, heridas, tiempo y espacio. Esa voluntad, ni más ni menos, eres tú. Esa es la expresión del Ser, el amor danzante, el sintiente, Atman, el Hijo de Dios.

Eres la expresión del Ser, eres la voluntad de Dios. Eres la experiencia del amor. Ahora reconoces lo que era la fe: la llamada del amor desde tu Ser, la atracción irresistible de la verdad llamándote a la certeza que habías olvidado. El aprendizaje de la separación había invertido el poder de la fe y la voluntad en lo falso, en la

separación, reemplazando la Verdad que habita en ti —de la cual tienes una eterna intuición —, por conceptos y valores propios —de tu propiedad—, revestidos de argumentos de necesidad y propósito, todo un programa en el cual invertías el poder de tu voluntad, casi sin saberlo, en la separación, para así poder vivir tu extraño viaje de independencia. La voluntad, igualmente, es tu capacidad para vivir libremente la

experiencia de Quien eres, usada por el programa para vivir la experiencia de quien no eres. En tu camino aparecerán una y otra vez ocasiones en las que puedas elegir entre seguir tu extraño viaje de separación por tu cuenta o comenzar a regresar de tu viaje en compañía de la totalidad. ¿Vas con la vida o vas por tu cuenta? Elige ahora.

En tu vida cotidiana, como aparente persona que vive en un mundo de aparentes separaciones, de tiempo y espacio, de forma y fondo, facturas, pañales sucios e impuestos imprevistos, habrá momentos en los que puedes mirar afuera y ver paz, e incluso belleza, sonrisas, arte, armonía y amabilidad. Esto se experimenta normalmente cuando, según el programa, nada se opone a ti, no

hay peligro y nada te acusa, es decir, cuando no aparece la herida de la separación. Entonces, miras afuera y ves amor, por tanto, experimentas paz. ¡Todo va bien! En cambio, en mucho otros momentos, te aseguro que al mirar afuera verás algo que no es amor. Verás inconsciencia, carencia, codicia, violencia, terror, sangre, injusticia, explotación, irresponsabilidad, incapacidad, guerra, sufrimiento y dolor.

Experimentarás lo contrario al amor, tu corazón se encogerá y tu mente entrará en bucles programados. Sentirás la herida. Querrás devolver la herida al otro. Creerás necesario herir para proteger. Aceptarás la herida como real. Pretenderás reparar la herida. Adorarás la herida. Es en estos momentos en los que más necesitas expresar tu voluntad de aceptar el regalo. En un instante, volverás tu mirada hacia dentro. Decidirás estar en

paz, sentir tu interior, escuchar el silencio de tu corazón radiante, invocar un enfoque y dejarte acompañar por la vida.

Al encuentro del Amor Será necesario que dejes a un lado todas tus ideas sobre lo que sucede, todas tus creencias y percepciones, pues estás aceptando el regalo de lo nuevo, de lo que trasciende todo en tu interior.

Miras adentro en busca de tu encuentro con el Amor que habita en ti. Al ir al sincero encuentro del amor en ti, el corazón comienza a irradiar la luz de tu Ser. Amanece la respuesta en tu centro, sientes la presencia del amor en tu interior, aunque no lo vieras fuera, donde todo es percepción. Su presencia te lleva cálidamente a la paz.

Respiras, te abres a sentir, te permites poco a poco compartir tu mente con la vida. Tu percepción, tu manera de pensar, de sentir y de entender la situación irá cambiando poco a poco, según dejas que te impregne la comprensión, la mirada de la unidad. Recuerdas que eres todo, una sola mente en relación consigo misma y que todo sucede en el amor.

Profundizas un poco más hasta deshacer los pensamientos de tiempo, del tú y del yo. Pensar se convierte en sentir. Soy mente, soy libre. El sentir se extiende. Soy. En ese instante recibes la noción de que efectivamente aquí está el amor, más allá de los programas, de la percepción y del

tiempo. Es tu fe y tu voluntad, es tu poder el que tomas y el que se expresa en esta experiencia de comunicación perfecta. La experiencia directa del amor dentro de ti une mente y corazón, colapsa el tiempo, disuelve la distancia y deshace la herida. Este es el modo como el amor entra en esa relación que percibes, a través de ti, mediante

tu voluntad y tu certeza de que eres el amor mismo. Eres un portal del Ser. Lo desconocido se hace conocido a través de ti. Te vives como un canal del amor que siembra alrededor —en tu propia mente— la luz de la verdad. Así cumples tu función aquí, así expresas que eres Quien realmente eres. Y no siembras de maneras predeterminadas ni con comportamientos programadamente bondadosos.

Un cambio de percepción es un salto de conciencia, un despertar, un cambio de las causas de todo lo que ves y de lo que eres. La bondad pasa a través de ti sin que puedas ni siquiera explicártelo. Te desvela en silencio que la bondad misma es la totalidad y eres tú. Deja que los efectos de la aceptación de este regalo multipliquen los regalos. Te estoy mostrando exactamente mi experiencia y la de otros alumnos

que compartimos el camino durante muchos años. Todo ocurrirá por sí solo, en la unidad. Deja que los efectos sean por sí mismos, no intentes programarlos o entrarás de nuevo en conflicto con la unidad. Pues, si intentas controlar los efectos en la forma, sin duda crees que tienes que reparar una herida real. Tu nuevo aprendizaje consistirá en experimentar tu profunda y verdadera voluntad de amar. En

cada momento que no puedas ver el amor fuera y, en su lugar, sientas miedo de alguien, creas que debes defenderte de otra persona, imagines que alguien es incorrecto, sospeches que estás siendo engañado, te sientas rechazado o, simplemente, creas que no estás en presencia de un igual, en cada instante en que creas vivir la herida en tus relaciones, sin importar la forma que tome o el grado de intensidad que le atribuyas,

acude al encuentro del amor dentro de ti, en tu corazón radiante. Y, al pasar el amor a través de ti, se te revela. Este es el nuevo aprendizaje de la experiencia directa. ¿Cómo se mantiene este aprendizaje? Haciendo de este encuentro una relación a largo plazo, convirtiendo tu vida en una expresión de esto, abriéndote a expresar esta

unidad una y otra vez, más allá del tiempo, de las resistencias, del hastío y de las quejas. Pues un camino espiritual no se puede elegir solo un fin de semana, como un capricho, ni solamente en los momentos de absoluta oscuridad ni tan solo cuando las cosas van tan bien que puedes reconocer al amor tal y como lo pinta tu programa personal. El perdón profundo, la experiencia de unidad, el colapso del tiempo ha de hacerse para ti tan natural

como comer, como beber o caminar. ¿Por qué? Porque este es tu profundo deseo, tu corazón radiante, tu expresión del amor; aquí, en la forma, aun percibiendo un cuerpo, aun mirando relojes, trasciendes cada día al tiempo y al espacio, las causas separadas de los efectos, vas más allá del victimismo y la herida hasta sentir en tu interior la constante presencia de la verdad.

El yo del espacio Soy el sintiente Ahora viviremos un paso más hacia la apertura del corazón radiante. Te voy a pedir que recuerdes desde tu corazón, pero que imagines con la mente. Imagina que eres como el viento. No como una masa de aire en movimiento, sino como el espacio sintiente y pleno de vida. Eres movimiento puro que pasa a

través de cada una de las formas que abarca, rodea y penetra. Pasas entre las ramas de los árboles, a través de las grietas de las paredes, pero también te infiltras en los poros de la piel de los cuerpos, te hundes en la tierra y vuelves a flotar entre las húmedas y frescas nubes. Atraviesas las gotas que hacen el océano y eres uno con ellas. Pasas a través de los átomos y de los colores, eres en los sabores, formas y sonidos, eres

movimiento y expresión. Todo uno y todo ello, sin excepción, es sentido por ti, que pasas a través, sin tiempo ni espacio que se oponga a ti. En tu movimiento no existen límites. La materia no se opone a ti, pues no existe oposición en ti. Todo es atravesado, todo es sentido y experimentado. Eres uno con la experiencia, eres el Ser siendo en relación consigo mismo. Eres el espacio sintiendo todas las interacciones dentro de

sí mismo, todas como una, todas a la vez. Eres el espacio, como un vacío sintiente y danzante, en movimiento dentro de sí mismo. Eres consciencia en estado de relación eterna consigo misma, reconociéndose en el acto de experimentarse, pues aquí no hay olvido ni separación, sino solo expansión constante en creatividad pura. Eres alegría sin límites, pues todo momento es un eterno juego en donde cada

expresión es inmediatamente dada y recibida en sí misma. Eres vida pura sin fin, sin necesidad, sin más objetivo que la experiencia de este momento, en constante extensión de ti mismo, de tu expresión. Esto eres tú. Cada instante es nuevo y fresco, pues no existe memoria ni previsión. Cada deseo es experiencia presente, pues no existe oposición ni necesidad de acuerdo, no hay desarrollo ni tiempo de consecución ni

esfuerzo alguno. Tu deseo es. Eres la voluntad de Dios. Eres el Ser siendo en relación. Eres la creación, la unidad expresándose. Eres, por tanto, el viento sin forma ni límite, el yo del espacio acariciando las hojas de los árboles. Y, al mismo tiempo, eres en la hoja del árbol que es mecida por el viento. Pues estás en el espacio sintiente dentro de la hoja y fuera de la hoja. Sientes que el viento te rodea, te mueve y pasa a través de ti. Y lo sientes

totalmente, sin temor. A la vez, sientes que estás acariciando la hoja que está en ti. Sientes el fluir de la savia en tu interior refrescándote y, como una sola experiencia, también sientes a la vez el calor del sol entrando en ti. Y al tiempo, te sientes en el Sol, como luz y calor extendiéndote en todas direcciones, emitiendo como un corazón radiante que se da entero. Sientes este darte, al mismo tiempo que te sientes

recibiendo el calor en la hoja. No existe posibilidad alguna de sufrimiento o temor. Tu consciencia de invulnerabilidad es tan luminosa que no da lugar a sombra alguna. El viento es caldeado por el Sol, desviado por las ramas y disuelto en la espuma del mar. Todo ello es forma que sirve al sintiente, que eres tú. Sientes que eres el mar en constante vaivén, remolino y corriente, viento,

oleaje y ruptura, ruido, música y silencio, gotas, ríos y espuma efervescente que fluye por la roca y que tú sientes, tal como la savia que refresca a la hoja, calentada por el Sol y mecida por el viento. El sentir unido y total eres tú. Pues eres el Ser en relación contigo mismo en todas partes y sin tiempo ni límite. Todo es nuevo ahora. Sin importar las formas que están a tu servicio, tú eres uno con la experiencia. En el estado del conocimiento de ti

mismo puedes experimentarte directamente y sin forma, o con forma, a tu servicio. Pues nada existe que no sea para tu expresión. En realidad, las formas que sirven a tu experiencia en tu estado natural no son ni siquiera imaginables aquí, donde todo tiene significado por medio de la percepción y de la separación. Pero he usado imágenes tales como hoja, gota, sol y viento para que pudieras acceder a recordar,

desde el corazón, tu relación auténtica, el recuerdo de la experiencia del Ser expresándose a través de cualquier forma. Algo que no ha dejado de suceder, pero que ahora solo sientes como un recuerdo intuitivo, debido a que ahora no lo experimentas igual... Actualmente experimentas el tiempo. ¿Cómo es esto posible? Regresa a ese sentir de constante expresión, expansión y extensión donde todo es

inmediatamente experimentado y, según aparece el movimiento en tu mente —una con todo—, recibido todo en tu corazón totalmente receptivo y abierto. Ahora imagina que surge en tu conciencia una idea extraña, pero desafiante. Algo tan nuevo, tan desconocido, tan imposible ¡que parece imposible dejarlo a un lado! Resulta tan interesante... ¡Nada menos que una nueva manera de sentir! ¡Una forma de crear totalmente nueva! Más allá

de todo lo conocido, algo tan extraño que ha de ser explorado aparece en tu mente. «Sentiré la forma olvidando Quien soy y, sin el constante sustento de la consciencia de que soy uno con todo, sin tal conocimiento de la unidad, mi sentir será nuevo, espectacular y, sobre todo, absolutamente propio, mío y de nadie más, totalmente especial. Experimentaré una creación especial, única y propia. Viviré la

diferenciación no como una forma de expresión de mi Ser, sino totalmente identificado, como un ser diferenciado. Viviré la separación. Inventaré la intensidad de vivir un mundo propio y totalmente mío, olvidando totalmente la unidad y, por tanto, mi Ser original, para... ¡Ser otra cosa! ¡Y así seré la forma! La diferencia, la individualidad. Seré lo especial». Inmediatamente, la mente da lugar a la nueva experiencia que

va más allá de todo lo que es, hacia lo que no es. Aunque en este punto y en este instante, la idea que surge es la separación: la unidad no puede oponerse a esta experiencia, pues en la unidad no hay oposición alguna. Tal experiencia, como tal, da lugar a un sueño que comienza... La mente duerme. Ahora soy una hoja. He nacido en un momento del tiempo al que pertenezco. Soy un

fragmento de materia en el espacio que me acota. Debo sobrevivir ante un entorno que puede acabar conmigo. Pues he olvidado mi poder infinito para poder vivir lo separado. El viento sopla y sopla. ¡Es muy fuerte este viento! Si sigue moviéndome así, me desprenderá de mi rama y caeré donde esas otras hojas yacen muertas y sin vida. ¡Tengo miedo al viento! No recuerdo que soy uno con el viento para poder vivir lo separado. Ya no

puedo disfrutar a la vez de la experiencia de mecer y ser mecido. Ahora todo mi foco está en sobrevivir como la forma que soy, como la hoja que soy. No recuerdo que soy todo, he olvidado la relación sin límite, no recuerdo a mi ser, he olvidado la unidad y siento miedo. Tampoco recuerdo que soy en la rama y en el árbol que me sujeta. ¡No puedo sentirlo! Como he olvidado el conocimiento de que soy Vida, creo que el árbol

me da la vida y que si el viento me desprende de la rama, moriré. Soy una víctima de un entorno hostil que me amenaza. Bajo tal creencia se determinan todas mis percepciones. Todo ello al servicio de mi experiencia, pues fe es voluntad. Y sigo siendo la mente. Y todo sigue estando a mi servicio, como el espacio sintiente que soy, aunque ahora crea que solo soy una hoja.

Miro al Sol en lo alto. ¡Tan lejos, tan poderoso, tan luminoso! ¡El Sol me da la vida! ¡Sin él me muero! ¡Adoro al Sol! Pues no recuerdo que soy uno con el Sol y que no puedo recibir sino lo que me doy. Algo externo parece darme la vida, soy dependiente de aquello que adoro. Comienzo a vivir la relación especial. Pero ¡ah, peligro! ¡Otra hoja se está interponiendo entre el Sol y yo! ¡Me está arrebatando la vida que necesito! ¡Me está atacando!

Es una cuestión de supervivencia, necesito defenderme, desearía eliminar esa hoja. Pues no recuerdo que esa hoja soy yo. Ha nacido la herida, la vulnerabilidad, el ataque y la defensa, la carencia y la dependencia. Ha surgido en mi mente el programa de la separación, pues he decidido vivir la experiencia de la separación, la percepción.

Anteriormente, el sentimiento de invulnerabilidad era constante, pues la consciencia de unidad era permanentemente

reconocida como identidad. A nivel totalmente sentido, de forma totalmente natural, en todo momento la experiencia estaba sucediendo en el conocimiento de Quien soy. Ahora el cambio va más allá de lo conocido, más allá de la consciencia de Ser. ¡Va más allá de lo posible, más allá de todo! ¡Uauh! Nos hemos adentrado en lo incognoscible, lo imposible, hemos inventado el inconsciente, el olvido del Ser. ¡Puede llegar a

resultar tan interesante vivir lo imposible! ¡Muy especial! La nueva idea para ser experimentada, la separación, requiere que la consciencia de unidad sea olvidada. La mente ha de olvidar su fundamento, su objetivo, su sentir esencial, su Ser. La mente, por tanto, se duerme en sí misma, se repliega en sí misma al hacer realidad la nueva idea de una creación separada. Y se divide, dando lugar a una mente durmiente que

se cree separada dentro de la mente eterna. Mientras duermes, aún sigues siendo Quien eres. No puedes dejar de Ser Quien eres, gracias a Dios.

Soy el yo del espacio (M) - AUDIO Encuentro una postura totalmente estable y cómoda. Suelto toda tensión y respiro profundo, largo y lento.

Me permito sentir extensa y totalmente. Nada puedo temer. Confío totalmente en este momento. Abro mi sentir y me doy, me extiendo más allá de toda idea, más allá del tiempo, de todo límite, de toda forma, más allá de la frontera de mi piel me extiendo, me expando,

me doy al todo, extiendo mi sentir. Soy el yo del espacio, soy el vacío sintiente, soy en todo lo que veo, siento todo con todo en todo. Soy el yo del espacio y me extiendo. Soy movimiento, soy expresión, soy relación, soy danza y respiración. Me extiendo más y más.

Me disuelvo en la unidad. Soy el yo del espacio. Me extiendo a todo lo que es, hasta cada ser que conozco, y lo alcanzo, lo rodeo, está en mí, lo siento, somos la relación, lo reconozco en mi sentir, lo amo, soy uno con él y en él. Soy el yo del espacio. Ya nada se opone a mí, me disuelvo en el espacio,

cada forma es experiencia, todo es sentido, acariciado y traspasado. Soy uno con todo lo que es. Soy mente, soy libre. Soy el yo del espacio. Me extiendo. Me doy. Soy la relación, y en todo soy. No hay nada fuera de mí. Soy el compartir, soy la experiencia,

soy el sintiente. Soy mente, soy libre. Soy el yo del espacio.

Estás aquí El sintiente de la relación El deseo de experimentar lo separado conlleva la identificación con la forma. En la experiencia de identificación con la forma no parece posible la experiencia de identidad en la unidad. Ahora ya no eres el viento ni el espacio sin límite experimentando el movimiento y la expresión. Ahora has decidido vivir la separación y te vives como

la hoja. Tú eres la hoja. La forma y tú sois lo mismo, en ello consiste la nueva aventura, la experiencia de la separación. Crees ser un cuerpo y su historia descrita a través del tiempo. Crees ser una persona. Sin embargo, este es un libro práctico si bien la metafísica ayuda y explica, la verdadera vivencia consiste en poner en práctica ese recuerdo del corazón —aceptar el regalo—. Frente a ti hay un camino por recorrer y

ahora se pone interesante. Comenzarás a reconocer cómo todos los parámetros del deseo de ser especial —el programa— aparecen en cada cosa que ves cada día, tanto dentro como fuera de ti. El hecho mismo de reconocer y experimentar que fuera es dentro, permitirte experimentar como todo encaja y abrirte así a comprender la paradójica naturaleza del mundo en el que vives, será de gran utilidad para

liberar tu corazón radiante. Porque estás aquí para iluminar el mundo con el amor que eres.

El yo-mente como experimentador abierto

el

Gran parte de la práctica consiste en que regreses a tu experiencia de yo-mente, en lugar de la habitualmente programada por la percepción como sujeto/objeto separado. Conocer tu identidad mental ya es un nuevo aprendizaje, porque la

característica del nuevo aprendizaje es su clara dirección hacia la experiencia de la unidad. El yo-mente es una manera de sentir. El conocimiento al que nos referimos es una experiencia, pues es un conocimiento que se siente y se vive desde el corazón y la mente unidos. El yo-mente, por tanto, es igualmente el yo-corazón. Y cada vez que me dirijo a ti como mente, me estoy refiriendo a un concepto de mente cuya función

es la experiencia, el sentir, la vivencia del sí mismo en relación con todo. Por tanto, la mente conoce sintiendo, y su sentir se abre en pura comprensión. La comprensión es la forma de percibir de una mente que reconoce su relación con la unidad. La comprensión es la mirada de la unidad.

Por supuesto, no es la mirada de los ojos, no es la vista, sino la mirada en conciencia de tu Ser, la visión espiritual, el aspecto experiencial y receptivo de la mente y el corazón unidos. La comprensión es la experiencia de la conciencia en expansión. La mente, aun percibiéndose separada, al comprender, recibe, en el sentido de que es conciencia sintiente, el experimentador abriéndose a la totalidad.

Pero este recibir no es pasivo. Es un recibir totalmente participativo con lo recibido. ¿Puedes abrirte a entender la palabra participativo sin pensar en parte alguna? Eso es ser totalmente participativo, totalmente involucrado desde tu Ser. Es una experiencia de unidad en sí misma. La mente que está unida al corazón no ve lo que ve —lo que experimenta— como algo fuera de sí misma, sino como algo que se da a sí misma y que,

por tanto, puede integrar totalmente sin miedo alguno. Incluso resulta innecesario explicar o interpretar lo que ve con los códigos del pasado. La interpretación es una mirada basada en el pasado, que compara lo presente con aquello que ya se ha aprendido, para poderlo clasificar sin dejar lugar para lo nuevo. La interpretación siempre es limitante. Te protege de lo desconocido, pues teme a lo nuevo y necesita controlar.

Una mirada filtrada totalmente por la interpretación es lo que llamo “percepción”, una palabra que etimológicamente significa ‘capturar totalmente’. Percibir es someter todo lo que recibes a una interpretación basada en tu memoria. La mente programada, mediante la percepción, se apropia del mundo y de este momento para hacerte vivir una experiencia privada, adaptada a la medida de quien crees ser.

El pasado captura al presente. Esto es percepción. De algún modo, la interpretación siempre guarda algo de la memoria, guarda algo del pasado como cierto, defiende lo que creíste ser en lugar de lo que efectivamente eres aquí y ahora en tu total recibir de ti mismo, como una experiencia pura o una relación presente. La

imaginaria

necesidad

de

defenderte contra el presente está totalmente sostenida por una sensación, no necesariamente consciente, de miedo, por una parte, y de insatisfacción por otra. Mediante este miedo y esta insatisfacción se sustenta inconscientemente la imagen de ti que crees ser, tu personaje, el cual te proporciona una base segura y continua de interpretación de la experiencia. Según experimentas el yomente de forma más abierta,

entregada y confiada, es menos necesaria esta interpretación, debido precisamente a tu propia corroboración de que no necesitas ejercer ningún control perceptivo. Poco a poco, puedes confiar en el presente. Te estás sensibilizando, dicho de otro modo, te estás dando cuenta de lo que es el miedo: un software, una inercia, un dispositivo de control, una memoria, una estructura sin más. Gracias al nuevo conocimiento silencioso de

la experiencia presente — observación—, aprendes que era precisamente el miedo lo que mantenía tu corazón preso. Tu armadura se ablanda. El tiempo es un aspecto esencial para la memoria, de la cual surge la percepción, tal y como hemos visto. En este mundo, la experiencia está sometida al tiempo, por tanto, es inevitable que vivas como un proceso paulatino la transformación de tu experiencia hacia este yo-mente

del que aquí hablo. Sin embargo, cada instante de experiencia ha de ser experimentado como total. No lo límites con pensamientos del tipo: «Estoy aún en este sitio, o en este», o «aún me falta mucho para sentir eso, o lo otro». Olvida el tiempo en cada experiencia presente, hazla total. Recibir sin reservas, es decir, sin necesidad de guardarse nada, es la característica esencial del yo-

mente. La apertura de este recibir, es decir, la sinceridad de tu experiencia presente, es inversamente proporcional a tu dependencia de las creencias que atesoras. Todos los pensamientos programados dependen del tiempo. Sin una imagen de tu pasado, ni uno solo de los pensamientos concretos podría existir. Tu experiencia yo-mente requiere que tengas la suficiente confianza en el momento

presente como para darte... a recibir. A este darte a recibirte también lo podemos llamar observación, y es el principio de la transformación de tu experiencia hacia el yo-mente. Observación es darte a recibirte.

La respuesta a la llamada El corazón, como centro de tu ser y de tu sentir, se vive como

algo más relacionado con la expansión, la vivencia y la experiencia de darse que con la observación. El corazón radiante, al fin y al cabo, es tu recuerdo de Quien realmente eres: el Ser dándose eternamente a sí mismo. Podrías llamarlo, igualmente, tu centro de comunicación con el todo, tu conciencia yo soy. El recuerdo de tu Ser lo has sentido en toda circunstancia, siempre estaba en tu interior como un llamado del amor. La

mayor parte de las veces has sido totalmente inconsciente de él, pues toda tu atención estaba centrada en tu persona. Ese era tu deseo, eso movía tu experiencia. Por tanto, el llamado del amor fue siempre interpretado y alterado por tu programación mental. Esta llamada, filtrada por la interpretación constante de la mente programada, ocasionaba todo tipo de sentimientos, comportamientos, percepciones,

relaciones... Respondías a la llamada intentando hacer bien las cosas, educando a un niño, escribiendo una carta, creando una empresa que produjera bienes o servicios, desarrollando ideas, bebiendo algo menos de alcohol, plantando un árbol, comiendo sano, escribiendo un libro. Algunas formas son más fáciles de ser entendidas como una respuesta a la llamada del amor que otras, pero, en realidad, la llamada siempre era

la misma, una constante en tu corazón. La forma de la respuesta era variable. ¿Podrías entender como una respuesta al amor cualquier tipo de percepción, cualquier acción, cualquier expresión? Por ejemplo: la huida del dolor, la defensa violenta, la guerra en cualquiera de sus formas, la discusión, la pelea, la revolución de un adolescente, el grito de un loco, la violación, el suicidio o el terrorismo.

Sí, ya sé. No puedes ver que todo sea una expresión de amor. Pues de nuevo, todo es interpretado según la idea de personas. Personas que sufren, personas que pierden todo. Personas que mueren, personas oprimidas o maltratadas, personas con miedo, con codicia, personas inconscientes. Las respuestas que percibes son el resultado de tomar el llamado eterno, la luz de la creación, el poder de la mente y

transformarlo en una expresión de lo que quieres vivir: un ser separado. Finalmente, la proyección de expresiones tan distorsionadas por el miedo, la culpa y el sufrimiento hacen que la observación de tu mundo desde el yo-mente no sea tan sencilla y requiera de todo un entrenamiento. Tu objetivo profundo sigue siendo algo difuso, pero fuerte. Deseas el amor, deseas el goce del Ser, deseas la alegría que

eres. Pero el programa sigue estando ahí modulando las formas de responder a la llamada, es decir, interpretando todo con el miedo y el juicio. En cada una de las respuestas al llamado del amor, surge un aspecto de tu personaje. Observa. Esto significa siente. Únete a la experiencia de forma directa, en el yo-mente. Es tu acceso al corazón radiante. Tu forma de darte ha quedado

tan proyectada que la mayor parte de las veces ni siquiera puedes comprender que te estás dando. Una respuesta es una respuesta, y el diálogo constante entre el Ser y tú es tu vida. Darte y recibirte es tu existencia, independientemente de la manera en que lo percibas. Al creerte que eres una persona — una cosa que siente a la medida de su historia—, no puedes entenderte a ti mismo como un dar y recibir eternamente

presente. Has olvidado que eres el sintiente, el yo-mente-corazón, y es momento de recordarlo. Todo lo que sientes es una relación. Relación es experiencia. De hecho, lo que sientes es, de la forma más honesta posible, tu experiencia de relación actual con el mundo y, por tanto, tu relación actual contigo mismo.

El sentir aquí es algo así como el rozamiento del dar y recibir que tu mente experimenta consigo misma. Aquí percibimos el dar y el recibir separadamente. Puedes sentir que tú te entregas a la experiencia, que te das, pero sin embargo recibes algo de fuera que no te gusta o te daña. Puedes sentir que la respuesta al amor no es acorde con tu idea de amor debido al programa de la mente que separa el dar y el recibir. Si el dar y el recibir están totalmente

separados, tu sentir es percibido como dolor. El rozamiento es intenso, extremo. El dar y el recibir unidos es la experiencia de unidad. Eres causa y efecto unidos, sientes la relación sin polarización, sientes gratitud, porque tu sentir es el goce profundo e interior de la unidad. Pues en lugar de rozamiento, tu sentir es relación auténtica con el Ser.

El sentir es relación. Y esto es igual aquí y en el Cielo (tu mente natural).

Soy el sintiente, relación

soy

la

Dado que el miedo proyectado desde tu subconsciente es un constante retraimiento, una reserva de ti mismo que parece impedirte darte, un límite a tu

expansión, sin duda hará falta un entrenamiento que libere tu corazón. La observación te hace regresar al yo-mente, a la entrega de corazón, sin importar si observas con los ojos abiertos o cerrados, pues la mirada que observa es tu conciencia, tu yo-mente-corazón. Estos ejercicios son tu principal práctica ahora mismo. Observación y entrega a la relación es sentir sin pensar, estar

presente, más allá del programa, experimentando tu corazón libre de ataduras, culpas y temores. Tu corazón, por tanto, tiene la función de darse, de expandirse hasta fundirse en la unidad y así disolverte en el yo del espacio, sentir plenamente la relación sin miedo. Tu corazón desea amar todo lo que hay y vivirlo en sí mismo. Tu corazón radiante solo hace esto eternamente. Tu corazón radiante es uno y el mismo que da la vida al universo

entero. Aun sin ser consciente del corazón radiante y creyendo que solo eras un corazón solitario latiendo trabajosamente en lucha por la supervivencia, no dejaste de dar como pudiste y supiste ni un solo instante, tal como no dejaste de respirar. No pudo ser de otra manera, mientras querías experimentar la separación y el deseo de ser especial. No pudiste hacer otra cosa ni nadie de los que conociste pudo hacer otra

cosa. Pues tú y todos ellos juntos, es decir, tú y «los demás» no erais sino la relación que tú vivías para sentir. El rozamiento, por otro lado, era inevitable. Era tu elección. De modo que, con todo, te diste a cada momento. Te diste cambiando pañales, abrazando a un amigo, limpiando tu cuerpo día tras día, trabajando en tareas sin sentido, tocando un instrumento, liderando un equipo, siendo sumiso a una

causa, huyendo de un sentir o peleando por nobles objetivos, defendiendo lo propio o lo que te pareció ajeno pero propio, aprisionado en pos de oscuros juegos que creías necesitar, manteniendo día tras día secretos que creías que debías mantener, mostrándote violencias ante las que necesitabas sensibilizarte, juicios que necesitabas justificar, iras que tu creías que te liberaban o culpas que te imponían lo que supuestamente

te acercaba al amor. Siempre eran respuestas al amor filtradas por el programa de la separación. Simplemente te dabas y te recibías como podías. Te atendías como sabías. No pudo ser de otra manera. Y ya pasó. Pero siempre estuvo ahí tu voluntad de entrega, tu deseo de darte, tu corazón radiante. Siempre has sido amor. Siempre lo eres. Siempre está ahí.

Reconócelo, siéntelo, únete a él.

Estás aquí ¿Cómo podrías reconocer el regalo si estás convencido de que no existe? ¿Cómo podrías leer estas líneas si vivieras la creencia de que no hay tal cosa como un libro frente a ti? No puedes experimentar al Ser si no reconoces que está presente en tu interior. No puedes

escuchar su calor ni recibir su luz, pues no crees que esté. Lo ignoras. No hace falta que esperes nada. Háblale, está en ti. Reconócelo. «Estás aquí». Siéntelo ahora. Cierra los ojos y di: «Te siento». Ábrele la puerta de tu corazón. Entrégate totalmente al corazón radiante. Pues eres el sintiente, la

expresión de Dios, su Hijo, Atman, el Espíritu, la experiencia del Ser. Te experimentas como deseas. Amas como puedes, pero siempre está la llamada del amor como una constante en tu corazón. La experiencia de darte a él en este momento, de darte a disfrutar, de darte a la relación, de darte a recibir, consciente del darte y del recibirte, es la experiencia del corazón que te ayudará a unir mente y corazón en una sola

cosa, dar y recibir en un solo movimiento, el movimiento de tu Ser. Darte es abrirte a sentir sin miedo. Darte es abrir tu corazón. Darte es regresar a tu corazón y unirte con él. Darte es integrarte. Darte es dejar de pensar lo que es correcto o no, lo que es o no. Darte te lleva irremediablemente al corazón radiante. Darte es recibir a tu Ser en tu mente. Y al recibir, te das, lo sientes.

Experimentas a Dios en ti.

Estás aquí (M) - AUDIO Suelta tu cuerpo. Sé totalmente amable contigo mismo. Deja caer los hombros. Encuentra y libera cualquier tensión en tu cuerpo. Revisa las piernas, la espalda, el cuello, los brazos, el abdomen.

Respira. Es un símbolo: deja entrar la vida en ti. Siéntela. Recíbela totalmente. Exhala suavemente. Deja que salga lo que ya no tiene lugar en ti. Déjalo ir sin más. Y, en el espacio que deja, permite de nuevo que entre la vida pura y sin forma en tu mente. Respira conscientemente, cada

vez más lento, más profundo, más gozoso. Libera toda tensión en tu rostro. Es un símbolo: no necesitas una máscara. No hace falta mantener un personaje. No importa lo que pareces. Suelta la frente, los párpados. Suelta la careta. Suelta las manos. Es un símbolo: no hay nada que

hacer con las manos. Ahora eres mente, ahora eres corazón, y tu mente mira a tu corazón, dentro. Y tu corazón abre sus brazos a tu mente, te expandes. Te unes, te disuelves. Ahora habla a tu Ser. Di simplemente: «Estás aquí». Y respira.

Déjate un tiempo antes de repetir, lentamente: «Estás aquí». Reconócelo en tu sentir. Está aquí. Siempre lo estuvo. Ahora estás lo suficientemente en paz como para recibirlo, para hacerte consciente de Él. Estás aquí. Siéntelo en silencio. Suelta todo pensamiento.

Suelta todo recuerdo. Deja ir toda idea. Deja que se diluyan al no darles tu poder. Suelta toda pretensión, todo objetivo, todo deseo. Siente este momento sin límite. Déjate ser. Recíbelo en ti. Estás aquí. Te siento. Te reconozco. Estás en mí.

Descúbrete más allá de cualquier pensamiento. Deja ir cualquier idea de tiempo y espacio. Suelta tu nombre. Suelta tu historia. Suelta tu idea de yo. Estás aquí. Te reconozco. Descanso en el Ser. Te siento. Estás en mí,

soy en ti. Soy.

Percepción La experiencia separación

de

la

En la creación, donde la mente está al servicio del Ser en la unidad, la experiencia mental es una constante expansión, un constante dar y recibir simultáneo dentro de sí mismo, donde no hay fuera ni dentro, no hay un más o un menos. Fíjate que si te hablo de un

constante dar y recibir, uno normalmente visualiza en la mente un ciclo o bucle de interacción recíproca entre dos polaridades. Y esto es así porque, de nuevo, se piensa desde la mente separada. Entonces, aparece algo que da y algo que recibe en el espacio y el tiempo. Sin embargo, en la unidad, es decir, en el amor, no existe la reciprocidad.

En el amor no existe la reciprocidad. La expresión del amor es una expansión infinita más allá del espacio y el tiempo, la eternidad experimentándose a sí misma en constante relación. Dios, o el Ser, se da a sí mismo, tal como la luz brilla desde un centro, extendiéndose hasta el infinito. Y su extensión es

partícipe de ese centro porque hay un dar y recibir totalmente unificados. No es recíproco. El rayo de luz en extensión no se vuelve contra el centro para devolverle lo que recibió de él, sino que ya es el centro en sí mismo, ya siente con el centro. No hay nada que recibir en el centro. La extensión dispone del mismo poder total de extenderse del centro, pues se ha dado totalmente. Así, la extensión

continúa eternamente. Es como una cadena de dar infinita donde sentir es el recibir de la experiencia y el dar de la expansión. Cada rayo de luz sigue siendo brillo y foco, tanto como su propia radiación. Ninguna expresión es excluida de la identidad primordial en unidad, toda expresión es simultánea e interrelacionada con las demás, no hay sintientes separados, sino expresión en relación. No existe

la exclusión ni el que da o el que recibe ni ganar o perder ni tú o yo. Todo es relación expansiva en sí misma, sin tiempo ni espacio, sin separación. Solo tu mente-corazón puede recordarlo, no intentes entenderlo con la mente programada para separar ni intentes sentirlo como una persona lo haría.

Proyección como extensión alterada

Normalmente, entendemos la percepción de un modo sensorial, es decir, creemos que la percepción se refiere a lo que vemos, escuchamos, olemos, tocamos; como si, de algún modo, estuviera muy vinculado lo perceptivo con los sentidos del cuerpo. Efectivamente, todo lo que los sentidos reciben pertenece al ámbito de la percepción. Sin embargo, al situarnos ahora en el nivel de la mente, el concepto de percepción

al que aludimos ha de ser ampliado y profundizado. Recuerda: no es el cuerpo el que percibe, sino la mente; y más concretamente, el aspecto de la mente que llamamos conciencia. Hemos de entender más profundamente qué es la proyección, porque percepción y proyección son dos caras de un mismo proceso mental. La proyección es el proceso por el cual la mente se ha dividido a

sí misma. Primero, para poder experimentar la nueva y loca idea especial de la separación, la mente ha negado y expulsado de sí misma toda consciencia de unidad. Inventa el olvido. En ese mismo instante, la mente experimenta la separación de sí misma y comienza a dormir. En el vacío resultante, la mente vive una pesadilla de soledad, culpa, miedo y locura insoportable, y también esta experiencia necesita ser negada y expulsada de sí

misma. La mente que sueña convive en lo profundo de sí misma con cierto recuerdo de la creación, pues este recuerdo es imborrable por mucho que intente expulsarlo. Es el corazón radiante. No obstante, trasforma a su propia manera tal recuerdo, remodelando la expresión de su relación con el todo de modo que pueda experimentarse la separación. El resultado lo expulsa igualmente hacia fuera

de sí misma, lo proyecta, fabricando así un entorno externo —el mundo que ves— como resultado perceptivo. En su proyección incluye también la sensación de soledad, culpa, miedo y locura que experimenta en lo profundo debido al olvido de su Ser. La mente dormida, al estar al servicio de la idea de separación, proyecta en lugar de extenderse, como su propia forma alterada y especial de crear, es decir, de

producir experiencia. La proyección es algo así como una expansión desde la perspectiva de la separación. No es creativa, puesto que no se genera una experiencia de lo real, no se experimenta el Ser expresándose tal como es y sintiéndose a sí mismo, sino que se sueña una experiencia falsa, la separación, y la consecuente percepción de seres diferentes y separados. Por tanto, para producir esta expulsión, proyección o rechazo,

la mente usa el mismo poder creativo del que ya hemos hablado, pues no existe otro poder. El mismo poder de la Creación. Ese poder es la voluntad, que, al enfocarse en la separación, se vuelve contra sí misma fabricando un mundo separado. La misma habilidad creativa que sirve al Ser para su experiencia de sí mismo produce la experiencia falsa de separación mediante la proyección.

Por supuesto, la creación resultante tiene características absolutamente distintas a la Creación en la unidad, y la principal de ellas es que lo proyectado aparece como separado del observador. En esto consiste la percepción, la experiencia de la separación. Otras características de la proyección, inexistentes en la Creación, serían el miedo, la soledad, la culpa, el sufrimiento o la muerte.

La percepción es la experiencia de la separación. La mente dormida, tal como sucede en tus sueños nocturnos, es como si hiciera su propia imitación particular de la verdad, como si usara recuerdos del Cielo para fabricar el experimento de la separación. La proyección está imitando a la extensión, todo ello dentro del sueño de la separación.

Claro está, en la extensión de la mente natural, el Creador y la Creación son uno y lo mismo. La Creación hace que el Creador experimente una relación consigo mismo, una expresión de sí mismo, una experiencia de Ser. Y en tal expresión no hay separación entre causa y efecto. Hay un sentir esencial, una expansión infinita. En tal expresión no hay separación entre el Padre y el Hijo, entre dar y recibir, pues todo ello es Dios

manifiesto, el Ser en relación. Sin embargo, en la experiencia de la separación, causa y efecto están separados. Creador y creación parecen diferentes. Observador y observado aparecen separados. Esta es la experiencia de la dualidad, que da lugar a la percepción. En este esquema, basado en el que ya vimos en el capítulo «La puerta de la liberación» —sí, ese dibujo que parece un huevo frito

—, la flecha o el vector de la proyección sale desde el subconsciente para llegar hasta tu conciencia. El subconsciente proyecta sobre la conciencia individualizada —si lo prefieres, consciente—, pero, visto desde la perspectiva de la conciencia, esa misma proyección la recibes como percepción. Ambos movimientos de la mente son uno nada más, proyección es percepción. Solo parecen cosas separadas en la confusión de nuestra mente,

donde todo parece separado.

Percepción es proyección.

Percepción en un sentido amplio La percepción no solo es el funcionamiento de los sentidos. La percepción es un funcionamiento de la mente, lo cual está totalmente aceptado incluso por el conocimiento del mundo. A un nivel más profundo aún, la percepción consiste en el entramado estructural de la experiencia que vivimos. Por ejemplo, las creencias son

una forma de percepción. Las creencias son una forma de percepción. Esto significa que las creencias específicas que tienes —por ejemplo, que eres una persona— no son previas a la proyección, sino que, en sí mismas, son contenidos proyectados y percibidos en tu mente.

Cada creencia que percibimos está relacionada con todas las demás creencias programadas, todas ellas procedentes de un mismo sistema de proyección/percepción inconsciente. Además, las creencias están relacionadas coherentemente con las formas visuales, los pensamientos concretos y abstractos, los sucesos, las relaciones personales y las experiencias. Este entramado lo vivimos como real,

sin lugar a dudas. Por tanto, es eficaz, funciona para la experiencia de separación deseada. Por tanto, la percepción no solo se refiere a los sentidos, sino que, más bien, se refiere a la interpretación global, profunda y oculta de toda la experiencia. Es fundamental que entiendas que todas tus ideas y conceptos, lo que crees ser, los humanos, la forma de ver la historia y el tiempo, los espacios, los sucesos,

todo ello, absolutamente todo, está programado por el juego oculto de la proyección/percepción. Es una gran programación perceptiva a la que llamo barrera perceptiva, puesto que constituye el gran obstáculo para liberarse del sufrimiento y la culpa.

De fuera adentro: percepción y víctima Para ver más funcionamiento de

claro el la mente

proyectiva, vamos a estudiarlo de nuevo, ahora de fuera adentro. Comenzamos ahora por los aspectos más claros de tu experiencia: percibes formas visuales, texturas, sonidos, ambientes, temperatura, sensaciones, olores. Todas estas formas, por mucho que te parezcan estar en el exterior de ti, están en tu mente, han sido proyectadas y, bajo cada forma percibida, hay un juego de conceptos significativos

interrelacionados. Por ejemplo, puedes coger un objeto cercano, como tu teléfono móvil. Míralo ahora, pero teniendo en cuenta que, en lugar de ser un objeto externo a ti, es un pensamiento, una idea que en tu mente ha tomado una forma. La idea «teléfono móvil» ha sido compuesta y colocada como algo externo a ti mediante la proyección y percepción. Ese objeto, el móvil, está relacionado con muchas otras ideas, tales

como el operador de telefonía, los amigos que están en tu agenda —con los cuales esta máquina te permite comunicarte —, la comunicación misma o la información accesible por internet. Representa algo externo a ti que viene a cubrir la carencia comunicativa de tu mente, aparentemente aislada de aquellas mentes metidas en cuerpos lejanos de ti. Bien, hasta aquí hemos manejado un objeto —teléfono

móvil— e ideas —comunicación, espacio, limitación—. Todo esto son también creencias. Son formas de percepción que estructuran una manera de ver y de pensar. Además, están los sentimientos. Resulta que todas estas ideas y objetos que hemos visto, organizadas debidamente, constituyen la base de todas tus experiencias personales cotidianas. Si, por ejemplo, has quedado con un amigo a las

cuatro de la tarde, pero te encuentras atascado en una autovía y al intentar llamarlo por el móvil este indica que no tiene cobertura precisamente en ese momento, entonces te sientes mal al imaginar a tu amigo mirando el reloj mientras te juzga, pensando que eres un irresponsable que está jugando con su precioso tiempo. Vives experiencias emocionales como consecuencia lógica de la forma en que se proyectan todas

las cosas debidamente organizadas por tu subconsciente, mediante el proceso de proyección y percepción. Por tanto, sientes y piensas de acuerdo a creencias programadas y organizadas que hay en tu mente. En el ejemplo que acabamos de ver están interrelacionadas un buen número de creencias: amigo, móvil, cobertura, atasco, tiempo, prisa, falta de libertad, retraso, traición, culpa, agravio..., ¡y solo

hemos rascado un poco de la superficie! Sientes según tus creencias programadas. Como hemos visto, la creencia es una forma de percepción. Los objetos son creencias de un nivel, pero las creencias que te hacen interpretar todo lo que sucede son creencias más complejas y sofisticadas: traición, culpa,

amistad, juicio... Estas creencias son las que ahora nos importan. Se trata de una interpretación programada de la situación, una percepción proyectada y percibida que te hace sentir «soy malo» o «algo malo sucede». Pero recuerda ahora: Las creencias son una forma de percepción. La percepción es la recepción de lo que proyectaste.

Hasta ahora, habías visto con claridad que todos tus sentimientos y pensamientos se apoyaban en tus creencias. No obstante, las creencias parecían algo alejado de tu poder. Creías que no podías dejar de creer lo que creías. Esta era la base de tu incapacidad.

De dentro afuera: separación y culpa

Ahora es momento de recuperar el poder mental, para lo cual es necesario responsabilizarse de las creencias tal y como aparecen. Todas las ideas sobre sufrimiento, ataque, miedo, odio, competición, etcétera no solo las percibes, en lugar de ser verdades, sino que han sido proyectadas por ti mismo, como mente invulnerable que eres —y no como débil persona que sueñas ser— con un propósito concreto.

Todas ellas forman parte del proyecto —o la proyección— de experimentarte como un ser separado y creerte un creador separado, un diosecillo aparte. En la experiencia de vivir como real la separación, sentimos que hemos destruido la unidad, un profundo sentimiento de haber rechazado el Amor, la culpa inconsciente que gira en torno a la escondida creencia de que el mal habita en tu naturaleza.

El famoso pecado original no es más que una creencia: la de haberte separado. He aquí el único origen del sufrimiento. Todas las consecuencias proyectadas y percibidas, como la muerte, el dolor, el hambre, la carencia, la explotación, la violencia proceden de la profunda culpa inconsciente en la mente dormida. Se trata de ese vacío horrible que surgió ante

el olvido de la unidad y que tiñe toda proyección. La proyección surge de la culpa inconsciente. Es el único origen del sufrimiento en tu experiencia. Ideas tales como mal, miedo, lucha, carencia, muerte y necesidad han sido proyectadas y percibidas (subconsciente y conciencia) porque son necesarias

para la experiencia de la mente viviéndose como separada. Imagina sentir el total vacío, la total separación, mediante un rechazo a la unidad. El olvido de tu Ser se percibe como si realmente lo hubieras destruido, hubiera desaparecido, una destrucción voluntaria del Amor —de tu fuente— que inmediatamente se convierte en un insoportable sentimiento de culpabilidad: «el mal es real y está en mí».

La culpa surge desde la experiencia de que es real que has producido la separación. Y solo la creencia de que la separación es real produce culpa. Ahora hemos llegado al fondo, al engaño profundo en la mente dormida: la creencia en la separación. Se le ha llamado pecado original, drama primal, origen del mal.

La separación es el origen del sueño: el engaño original.

La práctica

Llegamos al momento de desvelar la segunda gran verdad de la experiencia de la unidad. Es momento de desmontar la creencia en la culpa y en la separación. Si la primera puerta decía: «Todo está en ti, eres el soñador del sueño», la segunda puerta dice: «El sueño de la separación es totalmente inocente. La separación nunca sucedió».

Y para llegar hasta aquí has practicado recientemente que la separación no existe («No hay herida», «Soy el yo del espacio») y que el amor sigue eternamente aquí («Estás aquí»). Nuestro entrenamiento de esta segunda idea continuará unos cuantos capítulos más, pues es un punto crucial para la vivencia del verdadero perdón profundo, la sanación de tu mente y la liberación de tu corazón de luz. ¡Todo

es

inocente!

¡Eres

inocente! ¡El mundo es inocente! Poco a poco, según extiendas tu práctica a cada rincón de tu experiencia, aprenderás a ver la expresión del amor en todas partes. Pero, para empezar, practicaremos que no hay separación alguna de la causa de tu felicidad en ningún momento. El gozo está dentro de ti, en todo momento. No está fuera ni en otro tiempo ni en otro lugar ni en otro estado mental. La separación no existe: en este

momento está mi felicidad.

En este momento está mi felicidad Siento el goce del Ser (EC) En este momento está mi felicidad. Sin atadura alguna, sin pensamiento exigente ni recuerdo carente, sin temerosa espera, en este momento habita mi libertad.

Y toda alegría surge de mi centro. En este momento, aquí y ahora, siento mi felicidad. No sujeto nada, ninguna idea, ningún nombre, ninguna forma, ninguna relación, ninguna atadura. Nada. Todo

En este momento, sin duda alguna, está mi felicidad.

Una idea falsa, un deseo falso, un falso ser Al vaciarme de lo falso, aflora la verdad ¿Qué es el mal? En tu experiencia cotidiana, el mal es algo, tome la forma que tome — persona, situación, acontecimiento o idea—, que se opone a ti.

El mal es algo que se opone a ti. La oposición es la idea del mal y, por tanto, el origen del miedo. Creer en la oposición es vivir la dualidad. La dualidad te hace creer en la vulnerabilidad y el victimismo, en la dependencia externa, en la defensa y el control. Todo ello es vivir el miedo como el resultado experiencial opuesto al amor. La consecuencia de alimentar la

creencia en el miedo es el sufrimiento. El sufrimiento es la experiencia del mal. Si has seguido la secuencia, en definitiva el sufrimiento es la experiencia de la separación. La verdad no es la oposición. La verdad es la unidad. La unidad mental es no oposición, aceptación total: uno con la experiencia, uno con la voluntad. Una voluntad inseparable de mi

Ser, en donde ni el mal ni el miedo es posible.

Este mundo se basa en la creencia en la separación. Toda resistencia u oposición que sientes está fundamentada en hacer verdad una creencia tuya —la que sea— que está basada, a su vez, en la premisa o creencia

raíz de la separación. Tal creencia genera una voluntad —no del todo consciente— cuyo objetivo es expresarse, ser demostrada en tu percepción. El objetivo es llegar a experimentarla o, dicho de otro modo, verificarla con tu sentir. Para cumplir ese objetivo, la creencia en la separación toma diversas formas: el mal, la lucha, el ataque, el caos, el control y la manipulación, la defensa, la vulnerabilidad, el esfuerzo, la supervivencia, la necesidad, la

carencia y la competencia..., por citar algunas de ellas. No hay otro motivo por el que sufras que no sea hacer de tu creencia la verdad, en lugar de escuchar a la verdad directamente allá donde la unidad puede sentirse, en tu interior, en lo profundo de ti, en el silencio de la paz donde te susurra el corazón radiante lo que está más allá de tus creencias.

No entiendes lo que es realmente la voluntad sencillamente porque no entiendes la grandeza de la mente. Lo normal es que creas que solo esa pequeña parte consciente de tu voluntad a la que se le ha dado tanta importancia —la voluntad personal—, esa parte de tu conciencia totalmente programada y engañada en lo personal, en lucha y oposición contra la relación, es tu voluntad.

Sin embargo, esa voluntad, separada y por sí sola, no es más que un reflejo sin poder, un espejismo, un montaje para que te sientas una persona y experimentes la separación. Como tal, por tanto, tan solo expresa una voluntad de separación, un capricho, un deseo que puedes decidir cambiar ahora mismo. Para entender todo lo que pasa,

has de entender tu escondido deseo de ser especial, de ser separado. La voluntad de estar separado es una falsa voluntad. Y no es falsa porque no la sientas —¡la sientes!—, sino que es falsa porque no expresa tu realidad, contradice Quien eres, pues tú eres el Ser en la unidad. Como consecuencia de una falsa voluntad, lo que sientes no expresa tu realidad, es una

experiencia ilusoria y engañosa. ¿Recuerdas la última vez que te enfadaste con un amigo o un familiar? En el momento de la discusión, seguramente podías sentir un profundo deseo de hacerle callar, de que se hiciera pequeño, de ganarle, de borrarlo de tu presencia, de atacarlo en definitiva. Tal vez estaba reprimido o negado, pero claramente presente, tu sentir era innegable, era ira, rabia, enfado. ¡Decías no al otro con toda tu

voluntad! En ese instante estabas como poseído por una falsa voluntad, una voluntad programada e ilusoria que declaraba que tú eres quien no eres, que te lanzaba a experimentar un conflicto: tu deseo de separarte del otro. Y en tal expresión no te sentías nada bien. Pues sabías que, debajo de todo ello, algo no estaba bien. Tal vez, posteriormente, en un momento de paz, te diste cuenta

de algo. Eso que vivías mientras estabas programado por el conflicto no es lo que tú quieres. No es tu verdadera voluntad. Tú quieres estar en paz. No quieres sufrir. Tú quieres a esa persona, tú deseas amar, deseas la unidad, tu verdadera voluntad es compartirte en lugar de luchar. Te dices: «¿Cómo puedo haberme enredado así? ¿Cómo puedo haberme olvidado tanto?». Lo que te hizo saltar como un resorte fue puro miedo. Lo que

había debajo de la ira, como fondo de tu grito, en tus intentos de solapar al otro y contrariarlo, en tu oposición, no era otra cosa que miedo. ¿Te has parado alguna vez a sentir en mitad de una discusión? Sí, estás temblando. Hay una vibración muy tensa dentro de ti. Estás muy intenso —en tensión—, muy movido, muy excitado, en estado de pura alerta. Estás en estado de pánico, de pura supervivencia. En

lo

profundo

de

tu

subconsciente, has concedido al otro poder suficiente como para poder dañarte y ahora el otro te da pánico, pues has creído que tu hermano tiene el poder de decidir sobre tu valor y tu vida. De algún modo, le has dado a tu semejante el poder de matarte y ahora sientes el miedo profundo a la muerte de tu personaje. El miedo elevado al grado de supervivencia se transforma en ira. La relación se ha convertido en una lucha por la supervivencia

del yo especial. Respira. Lo que no está bien no eres tú. Tú estás bien por siempre, pues eres el Ser. Lo que está mal es tu percepción de lo que sucede a tu alrededor. Mejor dicho, esa percepción es falsa, no te está diciendo la verdad. Percibes algo falso: crees estar separado, ser vulnerable y recibir ataques del exterior. Como consecuencia, crees en la imaginaria necesidad de atacar.

La percepción falsa es la consecuencia de una falsa voluntad: la voluntad propia. Esta es la verdadera toma de consciencia: solo quieres amar. Tu deseo es la paz. Deseas vivir la unidad. Deseas ver con tu corazón radiante la situación y así recibir la luz que hay en toda situación. Y esta es tu verdadera voluntad.

Por tanto, el programa de conflicto es una falsa voluntad. Es lo que creías que querías. Un falso deseo de defender algo de algo. Un falso límite a tu corazón radiante. Un sentir alterado es un falso yo. Tu sentir no expresa tu realidad en cuanto que es sufrimiento, sin importar el grado o la forma de este ni lo aparentemente

justificado que esté. La separación es el gran engaño que te hace creer que sufrir te habla de lo real. Sin embargo, sufrir te está indicando precisamente que tu percepción es falsa, una oposición a ti mismo, tu autonegación. Solo un sentir en la total paz corresponde con tu Ser.

Creencia y deseo

No puedes creer nada que no desees creer. No puedes desear nada que no se sustente en una creencia deseada. Si algo ha sido verdaderamente relevante en los cambios experimentados en el mundo a lo largo de las últimas décadas, ha sido la difusión de una idea cuyo alcance es ilimitado: la libertad de creencia. La total libertad de creencia es

la base de tu responsabilidad mental. Es de esta libertad de donde surge todo el poder. No puedes creer nada que no desees creer porque la voluntad es el origen de todas tus creencias. La voluntad es el origen de toda tu experiencia, y cada creencia, grande o pequeña, que puedas identificar solo es una puesta en práctica de tu voluntad. Dado que estás experimentando cómo sería vivirte como una voluntad

separada, todas tus creencias surgen como proyecciones de tu voluntad de sentirte separado y solo. No obstante, la verdad sigue disponible en tu interior, tal como la luz está presente a tu alrededor aunque decidas cerrar tus ojos. Si ahora deseas la unidad, si ahora expresas tu voluntad de unidad, se desvelarán en tu conciencia nuevas interpretaciones acerca de todo. Como hay que ir paso a

paso para que no sientas el miedo a la pérdida de tu personaje, aparecerán paulatinamente nuevas creencias aceptadas por ti que apuntarán a una dirección alegre y te facilitrán nuevas experiencias de unidad. Pareciera que estas nuevas creencias provinieran de fuera, pero al comprobarlas en tu experiencia sabrás que son una respuesta a tu verdadera oración, una verdadera comunicación con tu maestro interno, una conexión

con la realidad que eres. Las nuevas creencias, que apuntan hacia la unidad y hacia el amor, esta vez son extensiones de tu voluntad de unidad, de tu unidad de voluntad, de la verdadera voluntad, la Voluntad. Y lo que aparente ser un gesto, un instante de silencio, un momento de entrega, un suspiro de aceptación o incluso una sonrisa de gratitud, aquello que parece ser nada, eso que podrías menospreciar e incluso confundir

con la voluntad de tu personaje, en lugar de ser una voluntad aislada y solitaria, un deseo limitado, es nada menos que un reflejo de la voluntad del universo. Es una conexión con la Voluntad. De tal conexión deriva todo tu poder. Pues no hay poder sin unidad. A diferencia de las antiguas, centradas en el paradigma de la separación, las nuevas creencias que apuntan a la unidad te abren a experiencias liberadoras en las

cuales sueltas el miedo y sientes tu Ser. Son ideas poderosas y coherentes que encajan entre ellas al provenir de una misma fuente totalmente distinta al programa. Son inteligentes, pues dejan lo falso en evidencia. Te hacen ver. Hay un camino frente a ti, un plan meticuloso a tu medida que incluye libros, enseñanzas, tomas de conciencia, experiencias sutiles y profundas, relaciones y regalos de todo tipo, y que te llevará

dulcemente, de mano de tu corazón radiante, hasta la certeza, la experiencia de tu Ser. El plan de la unidad es un programa también, pues aparece aquí, donde hace falta, en el mundo de lo programado en tiempo y espacio. Donde la memoria rige, el camino del perdón aparece como una memoria de lo eterno, un plan de salida del sueño de la separación. Un plan para tu despertar.

Pero este programa se distingue claramente del otro: este programa se autodestruirá automáticamente. Pues su objetivo es llevarte a una experiencia de totalidad y libertad, en donde ya ni siquiera necesites un programa. Pero, mientras tanto, estas nuevas ideas que aparecen ante ti, de mano de este libro o de muchos otros canales que apuntan a lo mismo y que se te presentarán en el momento

oportuno, según se desvela tu voluntad profunda de despertar, mientras tanto, seguirán siendo creencias hasta que tu experiencia destierre cada duda. Ya sabes: las creencias son un regalo que recibes, pero no lo aceptas del todo hasta que no las pruebas en tu experiencia, que es cuando las das y, por tanto, las recibes totalmente. Pues las creencias desaparecen solo ante tu profunda y silenciosa experiencia de certeza.

Como tales, aún no las sientes totalmente de tu Ser, pues el Ser solamente puede ser experienciado. Por ello parece que el maestro interno sea algo externo a ti. Aún necesitas probarte algunas cuestiones. Hay dudas. Hay dualidad en tu mundo de creencias. Hay un camino de experiencias frente a ti. No puedes creer nada que no desees creer.

Ante las dudas, te pido que recuerdes: no puedes creer nada que no desees creer. Gozas constantemente de una total libertad de creencias. Puedes elegir ahora recibir ayuda para trascender la creencia que te aprisiona en el miedo. Puedes vaciarte totalmente ahora. Pues en eso consiste pedir ayuda a tu maestro interno. No hay petición de ayuda sin silencio, sin entrega, sin recuerdo del corazón, sin deseo de unidad con tu Ser.

Exactamente esta es tu responsabilidad, pues has decidido abandonar el sufrimiento y vivir para tu verdadero objetivo: el corazón radiante.

Ver el error es estar en un error Estar equivocado solo es posible como ilusión y en la ilusión: el sueño de la separación, el mundo que percibes a tu alrededor cada día, a través del

tiempo, desde un cuerpo, en una conciencia limitada desde donde ves suceder una secuencia de escenarios psicoemocionales, cuerpos que sufren, problemas que te amenazan y todo tipo de situaciones, sucesos, cosas y personas que se oponen a ti. En este estado perceptivo ves el error en todas partes. Lo ves en las cosas que te pasan, lo ves en los demás, lo ves en ti mismo. Ves un mundo separado, ves oposición, ves el mal.

Y viendo errores es cuando los sientes todos ellos reales dentro de ti, en tu conciencia, en tu corazón, experimentando que el error, lejos de una ilusión, es la realidad. ¿Cómo se siente real el error dentro de ti? Lo llamamos sufrimiento. Lo llamamos dolor. Lo llamamos culpa. Al sentir el error que ves real dentro de ti, surge el impulso de corregir el error. En realidad,

deseas deshacer la culpa interna, el error en ti, deseas limpiarlo. Pero como has creído verlo antes fuera, toda tu actividad mental y corporal, toda tu inversión emocional, toda tu voluntad, tu atención y tu creencia se invierten en intentar reparar los errores que percibes. Te lanzas entonces a corregir al otro, educar al hijo querido, reprimir al hermano, controlar el caos, evadir o incapacitar al oponente, salvar a la víctima,

atender al que sufre, luchar contra el malvado, rebelarte contra el opresor, sanar al enfermo, etcétera. Sin darte cuenta, actúas como un robot manejado por la culpa, un cuerpo que debe arreglar con sus propias manos aquello que está mal. Es necesario sembrar una idea en el centro de tu conciencia para poner freno a la locura desenfrenada de la ilusión y comenzar a experimentar la paz de tu corazón radiante saliendo a

tu encuentro y amaneciendo entre nubes de ilusión. La idea que ahora sembraremos es: Solo ve error quien está en el error. ¿Qué significa estar en el error? ¿Qué significa estar equivocado? Simplemente es estar en la ignorancia, vivir en la

inconsciencia de quien eres, percibir equivocadamente a ti mismo y al mundo, que eres tú. Nada más que esto. En la verdad no se ven errores. Solo se ven en el error. Esta idea es equivalente a decir que todo el conflicto está en mi mente,13 y es la clave de la responsabilidad mental, la puerta de la liberación que atenuará

paulatinamente tanto tus deseos de reparar el mundo como tus deseos de evadirte de tu poder mental interno, puesto que ya comienzas a descubrir que el error simplemente es una falsa percepción. Nadie desea corregir algo que no está realmente ahí. Y si el error solo está en mi forma de percibir, el enfoque, la atención, la inversión, la voluntad se dirigirá entonces a mi interior, a la causa básica por la que la que

estoy percibiendo error: estoy en la ignorancia. Estoy en el error. Estoy equivocado. Deseo despertar.

La percepción correcta Esté donde esté, pase lo que pase, sea lo que sea lo que estoy sintiendo o lo que estoy pensando, sin importar los sucesos que impregnan mi

percepción de este momento, hay una idea que viene a mi conciencia como un regalo luminoso y esclarecedor: Este momento es totalmente correcto. Es un brillo de luz. La incipiente posibilidad en la que brota el poder sin límite de la aceptación. Pero también puedes elegir

opacarlo. Puede que aún no conozcas el poder de la aplicación de esta idea en tu día a día. Puede que el programa «yoya» se interponga ahora mismo y no decidas acceder a entender lo que hay más allá de esta práctica. El programa «yoya» es el que repite: «Yo ya sé esto. Yo ya lo conozco. Yo ya lo aprendí —es positivismo, está bien, pero no es nada nuevo. Se trata de enfocarte en lo bueno—. Sí, sí. Yo ya lo probé».

Sin embargo, permíteme que miremos juntos un poco más allá, para poder aplicar esta poderosa práctica de aceptación. Para la mente programada en el pasado, puede tratarse de un ejercicio psicológico de autosugestión, pero no es eso lo que te estoy sugiriendo ahora. Te estoy diciendo que esta frase revela la verdad más allá de lo que tú percibes. Esta idea, apoyada por tu voluntad, sentida y experimentada, saca a la luz de

tu conciencia el contraste entre tu percepción y la verdad. Este momento es totalmente correcto, pero tú lo ves incorrecto. Tienes miedo, por lo tanto, no puedes verlo correcto. Sientes rabia e indignación, crees que te falta algo, piensas que hay algo ahí que se opone a ti, ves algo mal. Hay crítica en tu mente sobre este momento. Y la verdad de tu corazón radiante te dice: solo es una percepción incorrecta, pues la

verdad es la verdad y siempre es igual: este momento es totalmente correcto. ¡Es mi percepción la incorrecta! Al ver algo malo en este momento, al creer que mi sentir es incorrecto, que mi pensamiento es incorrecto, que el otro es incorrecto, que este momento es injusto, que es un momento cruel o desagradable estoy creyendo que la verdad es incorrecta. Que Dios es incorrecto. Que yo soy incorrecto.

Y me siento mal. Estoy en el error. Es así y no al revés. Aceptar esta idea me permite descubrir la percepción incorrecta de la que tengo que hacerme responsable: este momento es totalmente correcto. Lo que siento es totalmente correcto. Mi queja es totalmente correcta. Todo lo que sucede es totalmente correcto. Lo que siente la otra persona es totalmente correcto. Lo que piense, sea lo que sea, es totalmente correcto. Y lo es

igualmente que ella esté en mi presencia o que deje de estarlo. Que se vaya o que llegue. Que inspire o exhale. Que amanezca o anochezca, es todo ello totalmente correcto, ahora que estoy yo para aceptarlo, aquí y ahora, unido a mi corazón radiante. Y si este momento es totalmente correcto, me siento totalmente correcto. Pero si critico este momento,

me siento mal. Pues el sufrimiento es el sentir del mal percibido como real. Acepta que este momento es totalmente correcto y entrega ahora mismo toda tu oposición a este momento. Este es el cambio de percepción espiritual, el cambio de conciencia al que te invita tu Ser, el cambio de identidad hacia lo real, la mirada de la comprensión. Pues en ese cambio de

percepción entiendes el ilimitado poder de que dispones al unirte a este momento al unirte a tu maestro interno, al unirte a la aceptación presente, al amor, a la vida tal como es, a tu Ser. ¿Por qué no querría cambiar de conciencia ahora mismo? El sentir me avisa de que mi conciencia es inconsciencia.

Un cambio de conciencia es un cambio de tu noción de ti mismo, un cambio de tu manera de entender lo que tú eres, un cambio de percepción con respecto a tu identidad. Cambiar a la conciencia de que eres mente es el cambio fundamental que se propone cada una de las prácticas y explicaciones de este libro. La experiencia del cambio de percepción es una autopista directa al conocimiento de ti mismo como mente invulnerable,

como experimentador ilimitado, como aceptación presente, como el niño de Dios que eres, el sintiente experimentando sin miedo.

Este momento

Miremos por un momento esta idea tal y como se ve desde al antiguo aprendizaje para descartar las resistencias evidentes. La idea comienza diciendo: «Este momento». ¿Qué es este momento? Este momento es ahora. Y ahora también... ¡Ahora es este momento! ¡Este momento es siempre! ¡Cualquier momento, si en realidad lo vives tú, es este momento!

Puedes pensar en ayer, pero lo que sucede es que, en este momento, tú estás dibujando imágenes en tu mente a las que llamas ayer. Y sigue siendo este momento, ahora. Puedes pensar en mañana, pero de nuevo, es solo una imagen de ti. No eres tú. Tú eres conciencia, tú estás solo ahora, siempre ahora. Tú eres este momento, porque tú eres el experimentador, el sintiente. No puedes sentir ayer ni pasado mañana, solo puedes sentir en

este momento. Porque en este momento estás tú. Y este momento es eterno, como tú. ¡Esto de «este momento» no le gusta nada al programa! Lo interesante, para el viejo aprendizaje, era comparar entre los distintos momentos, averiguar cuál estuvo mejor que el otro, en qué grado y según qué criterios, para poder fabricar momentos iguales a los juzgados como buenos y también evitar los momentos malos. Nunca le

funcionó, pero no parará de intentarlo hasta que dejes de escucharlo. La imaginaria capacidad de control de la mente programada se basa en el juicio a cada momento. El aprendizaje parte de la crítica, encontrar el error para así mejorar. El fundamento estaba girando siempre en torno al conocimiento del error, al estudio de lo malo y lo bueno. Pues la premisa básica era que el error era verdadero, y que el

perceptor percibía la verdad. Por tanto, la verdad era a veces buena y a veces mala. Lo importante era distinguir claramente entre lo bueno y lo malo, para aprender a imitar y conseguir lo bueno, e igualmente evitar y excluir de mi vista lo malo. De tal manera, juzgar era conocer, y de ello dependía mi bienestar. Sin embargo, este momento es todos los momentos, pues todos son iguales, todos ellos son

correctos. En realidad, no hay más momento que este, tú siendo, eternamente, ahora. No hay momentos mejores ni peores. Simplemente, en mi percepción hay juicio. Por tanto, hay momentos que ya sé amar y otros que todavía no sé amar, aunque todos ellos sean iguales. Este enfoque no te deja salida: pase lo que pase, si lo estás viviendo, es totalmente correcto. ¿Sabes por qué es correcto? Porque estás tú. Porque eres el

Ser, porque eres lo totalmente correcto eternamente. Este momento es totalmente correcto porque tú eres el hijo de Dios y eres totalmente correcto vivas lo que vivas, sientas lo que sientas, estés donde estés, aparezca lo que aparezca. Todo lo que vives lo has ideado para tener tu experiencia, libre y gozosa de ti mismo. Y si has querido experimentar el drama de la separación, la densidad de la materia, la confusión del olvido

y la languidez del tiempo, es por tu propio deseo. Nada se te ha impuesto. Este momento es tu deseo subconsciente cumplido. Es exactamente la experiencia que te has preparado. Tú te lo guisas y tú te lo comes. Las texturas que ves a tu alrededor en árboles, paredes y cielo son exactamente tu diseño. El paisaje sonoro es la música que te has dispuesto. Porque eres la mente que genera la experiencia. Las personas que te rodean

cotidianamente son tus invitados para vivir la energía de la relación. Los sucesos de tu vida son el guion que te has preparado para conocer adónde te lleva la experiencia del deseo de ser especial. Eres el sintiente, totalmente inocente, absolutamente libre. Todo aparece exactamente de acuerdo a tus deseos profundos. ¡No hay error alguno! Todo aparece en su perfecto orden,

para tu sentir, para tu experiencia, para tu propio goce. Eres el niño de Dios, Dios siendo un niño jugando. ¿Cómo no va a ser entonces correcto este momento? Solo si vuelves a la vieja memoria del dolor, solo si regresas al estado en donde crees que las personas mueren, que el cuerpo enferma, que el Ser se degenera y que el tiempo limita tu experiencia, solo en tal caso,

puedes contemplar este momento incorrecto de mil formas distintas. Cada vez que ves erróneo este momento, dejas de creer en Dios, dejas de creer en el amor y su naturaleza eterna. Y, de acuerdo con tu creencia, dejas de experimentarte correcto. Dejas de recibir Su amor. En definitiva, puedes comprobar con total claridad que si aceptas la creencia en el mal,

que si el sufrimiento es real y, por tanto, el mal es la verdad, solo en este ámbito encontrarás incorrección en este momento. Algo externo está mal. Y a la vez te sientes mal, pues si este momento es incorrecto, yo soy incorrecto. Sí, es preciso llevar a la práctica este enfoque de conciencia. Esto es verdadera espiritualidad. No estamos aquí para prorrogar viejas creencias basadas en el juicio, sino para dejarlas atrás

mediante una experiencia de aceptación y amor auténtico. Es la experiencia que te revela que la verdad es verdad, la libertad es libertad y que el amor es amor. Por tanto, es la base del discernimiento auténtico. Una experiencia de comprensión que barre silenciosamente los esquemas del sufrimiento.

Mente total La segunda parte de esta idea dice «totalmente correcto». Esto

tampoco le gusta nada al programa. No pasaría nada si la cosa pudiera ser evaluable, si le pusiéramos nota, si hubiera ciertos criterios en los que se fundamentase lo correcto y lo incorrecto. No, no. La práctica dice «totalmente correcto». Aquí hablamos de una corrección totalmente distinta. No es lo correcto como opuesto a lo incorrecto. No hay lucha ni competición entre lo correcto y lo

incorrecto. Ni siquiera alternancia. La totalidad de lo correcto es un cambio en el estado de Ser, en la identidad del experimentador, en la esencia de la conciencia. Este momento es totalmente correcto porque lo incorrecto no existe, pues el mal no existe. Es una corrección sin límites, universal, una corrección incondicionada. Es la percepción correcta que nos habla de la inocencia eterna del Ser. Una

inocencia que no cambia allí o aquí ni antes ni después. Una inocencia sin grados ni formas, sin criterios. Eso significa total. Es la inocencia que proviene de saberte total. Es la perspectiva correcta desde la que debes observar este momento. Desde la mente total que eres. Este momento es totalmente correcto porque tú eres

totalmente correcto. Este momento es el elegido para aplicar el regalo de la comprensión. Es el momento adecuado, porque este momento es en donde dispongo de la total libertad de elegir. Ahora es este momento. Ahora es mi vida. Ahora es el momento de mi libertad. Porque solo ahora estoy Yo. Este es el momento para aplicar

esta práctica de aceptación total, de cambio de percepción. Este momento, en el cual percibes que las cosas no son en absoluto como tú te imaginabas... Este momento, en el que la sorpresa se convierte en amarga decepción... ¿Puedes atreverte en este instante a ser radicalmente libre? ¿Puedes lanzarte a ser la total aceptación?

¿Qué tal si te unes a tu corazón radiante en este momento y entiendes que no hay nada que temer, nada que criticar, nada que sufrir aquí y ahora, porque este momento es totalmente correcto? Deja que caiga el miedo a la vida en este momento. Y comprenderás todo. Este momento, en el cual percibes que tu cuerpo está

enfermo, en el que los miedos y expectativas desfilan ante tu temor... Este momento de envidia por los que disfrutan allá fuera... Este momento de aislamiento y obligada inactividad... ... Es totalmente correcto. Suelta la lucha y ábrete a la poderosa sanación de este momento que proviene de tu aceptación presente, es decir, de

la aceptación de la presencia en tu conciencia, de tu unidad con el Ser en tu mente invulnerable. Suelta las armas y recibe la experiencia de la paz, pues este momento es totalmente correcto, y nada debe ser, en absoluto, de modo distinto. Así es como tú diseñaste tu experiencia, y solo si la abrazas totalmente, solo si la ves totalmente correcta, sin oposición ni lucha, podrás vivir una nueva experiencia de ti mismo, como totalmente

correcto. Pues solo desde la total aceptación es posible el desapego que te permite soltar las memorias del dolor. Si sigues condenando este momento, tu misma condena te condena. Tu juicio es tu apego. Tu crítica es tu prisión de ti mismo.

Tu aceptación total de tu viaje, en la total inocencia y corrección, es la llamada de la libertad en tu corazón. Pues la libertad llega de los dulces brazos de la inocencia. La experiencia de la separación es totalmente inocente. Esta es la segunda gran verdad del perdón verdadero. El sueño es inocente. Este momento es totalmente correcto, pues esta experiencia es totalmente inocente. Bienvenido al final del drama, a

la absolución del sacrificio, a la resurrección.

Este momento es totalmente correcto Soy aceptación (EC) Confío en el presente, permito ser a este momento tal como es. Este momento es totalmente correcto. Lo demás es fantasía, un

pensamiento inútil, resistencia a este momento, pura queja, distracción de mi objetivo: Soy aceptación. Permito ser a este momento tal y como es. Confío en el ahora, pues es absolutamente correcto con todo lo que incluye. Tú eres correcto. El sentir es correcto. Yo soy correcto.

A la luz de la comprensión, todo es correcto en este momento. Lo incorrecto solo es incomprensión. Este momento es absolutamente correcto. Descubro la verdad sobre este momento: nada le falta, nada le sobra. Le permito ser perfecto. Y amanece la perfección en mi conciencia.

Entonces recuerdo mi Ser. Soy aceptación.

La voluntad separada Desde la perspectiva separada del personaje, desde la proyección, cuando ves a alguien que no está de acuerdo contigo, haciendo, diciendo o expresando algo que, aparentemente, se opone a tu voluntad, y puesto que crees que su voluntad está separada de la tuya y es

independiente, le ves como un error, o incluso le ves directamente peligroso y temible, como una amenaza, pues has caído en las garras del miedo. El programa de separación te hace creer que ese suceso ha de corregirse de algún modo, debe adaptarse a tu voluntad, has de luchar y ejercer tu oposición. El programa te impulsa a la lucha. ¿Recuerdas? «La vida es lucha». El programa te lleva a una experiencia en la que te

involucras a distintos niveles, ya sea una lucha a la que dedicas tu vida o solo un tiempo, un leve análisis, un proceso de pensamientos, un instante de atención, aunque solo sea una crítica, un juicio sentido, incluso una leve desaprobación. La aparición de este tipo de oposiciones en tu conciencia es constante, pues en ella se basa la experiencia de sentirte separado. Aparecen en tu conciencia como resortes que saltan desde el

subconsciente. Del juego de oposiciones surgen los héroes, los justicieros, los salvadores, los sanadores y todos los pequeños o grandes méritos del mundo que dan valor a un personaje. En oposición, surgen los culpables, los asesinos, los tiranos, los fascistas, los ladrones, los verdugos…, ellos representan el mal. Y claro, para ello también es necesaria la polaridad de las víctimas, los enfermos, los oprimidos, los pobres y los

supervivientes, y todos los pequeños o grandes dramas personales del mundo.

Práctica el «nosotros» Cada vez que percibas crítica, clasificación, generalización o, simplemente, una leve sensación de rechazo, reconoce la oposición que hay en tu mente, la semilla de la separación en tu interior. No importa el grado ni siquiera si este prejuicio hace al otro grupo mejor o peor que aquel al que yo

creo pertenecer. Mira cara a cara esta semilla, porque estás aquí para ver el juego y desentrañarlo. Míralo sin miedo ni culpa, pues es un juego. Míralo como un niño que se sorprende, que experimenta y que explora en la total inocencia. Pero no dejes de mirarlo. Practica el «nosotros». Si, por un momento, piensas que, por ejemplo, los judíos son de una manera o de otra, desafía este límite. Céntrate y di internamente: «Nosotros, los

judíos». Siente ese programa que hay en tu mente. Reconoce esa clasificación en tu mente y sonríe, explorando tu sensación como un niño juguetón. Siente entonces al Ser más allá de todas las clasificaciones. Continúa. Ahora puedes saltar a otro recoveco de tu memoria y decir: «Nosotros, los nazis». ¡Un nuevo programa más en tu memoria de oposiciones y juicios! Una memoria diseñada para darte una falsa identidad.

Obsérvala. ¿No reconoces haber representado tantísimas veces el papel de nazi? ¡Di alegremente: «Nosotros, los nazis»! ¡Y continúa! Esto se pone interesante. Nosotros, los chinos. Nosotros, los pajaritos. Nosotros, los muertos. Nosotros, los santos.

Nosotros, los sanadores; nosotros, los enfermos; nosotros, los oprimidos; nosotros, los dictadores; nosotros, los asesinos... Nosotros, los que interpretamos mil papeles y mil dramas para sentirnos separados. Todos los programas están en mi mente, todos los juegos los inventé yo, y todos ellos los he jugado ya. Ya no hace falta que

me crea que unos son mejores que otros, que unos son más peligrosos que otros, que unos son más merecedores o más víctimas que los otros. Ya no necesito este juego.

Ya pasó Ese aprendizaje de separación ya finalizó. No hay más. Es un viejo aprendizaje, está muerto.

No hay un individuo separado, especial y feliz que vaya a realizarse en solitario. Pues no existe tal cosa sino como una ilusión momentánea que ya viviste una y mil veces y que ya viste cómo luego cambiaba a su opuesto, del cielo al infierno, y al revés, siempre en mitad de ninguna parte. Ya está. El juego de los opuestos es un bucle de aprendizaje concluido. Ya lo experimentaste. No necesitas

recordar cada forma de oposición, cada experiencia de separación, todas están ya en ti. Ya pasó. Esa experiencia ya está terminada, aunque aún puedes decidir aferrarte a ella, una vez más. Pero ya no obtendrás nada más que frustración. No puede satisfacerte. Es un aprendizaje muerto. Ya no representa tu voluntad, ya no te hace gozar. Has madurado. Has decidido dejar los juguetes, los soldados y

las muñecas con los que jugaste en el infantil sueño de crear tu micromundo personal de oposición y comparación. Era un juego donde, en realidad, nunca tuvo lugar el dolor ni la pérdida, pero en tu mente elegiste representarlos, deseaste aprenderlos y conocerlos. Para ello fue necesario olvidarse de la verdad. Y tu mente se entregó a soñar para experimentar lo imposible. Ya está. Ya pasó. Lo viviste en

todas sus dimensiones, tu corazón ya tiene esa experiencia. Lo sabes porque has decidido dejar atrás el sufrimiento y el conflicto. Ya lo experimentaste todo, y por ello sientes el amanecer de tu corazón radiante llamándote en el fondo de tu sentir. Es la llamada de la unidad. ¿No es verdad que ahora te apetece descansar del drama y comenzar a recordar tu verdad? ¡Qué alegría saber que todo este

programa, este mundo, con su drama y su dolor, es solamente un sueño! ¿Qué motivo podrías tener para resistirte a la idea más antigua que existe sobre el mundo: que es un sueño? ¿Qué motivo podrías tener para negarte a la posibilidad de experimentar que lo que más temes, lo que te ha hecho sufrir, lo que te deprime y lo que te enferma es falso?

Efectivamente, por muchas vueltas que le des, el único motivo que tendrías es el que defendiera, con cualquier argumento, el actual concepto que tienes de ti mismo, el personaje. El único motivo para resistirse a lo absolutamente nuevo es lo viejo. Y el único motivo para defenderse de la percepción, como si fuera real, es el deseo de ser especial. Un deseo falso. Una voluntad falsa. Un falso ser que proviene de una

falsa idea: la separación. Todos los deseos de la separación están muertos, no son plenos. Están separados y no se pueden compartir. Nacen y mueren en frustración. Su fantasía se celebra con exaltación y fuegos artificiales, pues siempre es necesario añadir ornamento a la futilidad. Pero por mucho color y alegría que se les intente asociar, son deseos tan imposibles como la oposición de la que surgieron, la oposición a lo

que Es. Tales deseos no pueden satisfacerte, pues no corresponden con tu verdadero deseo, con la voluntad de tu Ser, con Quien realmente eres. Tales deseos provienen de una falsa voluntad, la aparente oposición a la voluntad que eres. Tú eres la voluntad de Dios y, por tanto, la voluntad de amar. Tú eres la voluntad de Dios

La separación es el juego de oponerse a tal voluntad, la oposición a la verdad. Este es el origen del mundo que percibes. Y aún en este mundo, la verdad se revelará dentro de ti a través del corazón radiante. Este es tu destino inevitable, pues nunca dejaste de Ser Quien realmente eres. Sin necesidad de dejar de percibir las apariencias con los falsos sentidos de tu cuerpo, tu corazón será consciente de la

Verdad sin ninguna duda, como una presencia constante que brilla a través de todas tus memorias inofensivas. Y nada en este mundo podrá afectar tu regreso a Casa. Porque tu único deseo pleno es tu corazón radiante. El único deseo pleno es tu corazón radiante.

1313 Este es uno de los enfoques de conciencia del libro de Jorge Lomar Vivir el perdón, El Grano de Mostaza, 2013.

El sufrimiento no tiene sentido No vivas con el maltratador El sufrimiento es fundamental para la visión del mundo y de ti mismo que ofrece el programa. Por eso, Buda —en nuestra memoria— se refería así a la experiencia humana: «La vida es sufrimiento». Es una profunda toma de conciencia, pues resulta fundamental darse cuenta de que

la vivencia de la separación (samsara) es la elección del sufrimiento. Gracias a tu entrenamiento diario, cada vez te resultará más fácil sorprender al programa en tu mente. En cualquier momento, a la mínima de cambio, el mismo pensamiento que dirige tus acciones corporales en cada momento, ese que recuerda y que pone aparentemente cierto orden en tus operaciones, ese que se ha erigido como tu

director psicoemocional, se convertirá en un maltratador que hace todo «por tu bien». Comenzará a juzgarte de miles de modos distintos, como si tus elecciones rara vez fueran acertadas, te mantendrá en tensión y a la búsqueda de algo, como si tuvieras que tener algo que no tienes, saber algo que no sabes, como si fueras algo malo e incorrecto. La voz del maltratador ha sido tan repetitiva y constante que

creíste que esa era la única manera de mejorar. Para este sistema de pensamiento, el sufrimiento es el catalizador de tu mejora y, por tanto, tu sufrimiento es absolutamente necesario para evolucionar. Es fundamental profundizar en el discernimiento de la locura, pues el maltratador mental está muy muy enraizado en lo profundo de la programación mental de este mundo.

Dar valor al sufrimiento Para empezar, oirás decir una y otra vez: «La vida es lucha», «no te rindas», «sigue luchando». Que, aunque a veces pierdas y a veces ganes, «lo importante es participar» en el juego de la lucha. ¡Nunca te rindas o dejarás de ser un luchador! Por supuesto, la lucha es sufrimiento y tensión, algo que solo tiene sentido en un estado mental de miedo, ataque y

defensa. El antiguo aprendizaje te dice a gritos: «¡Sufre!». «Si no funciona, es que no te has esforzado suficiente, no has sufrido aún todo lo posible. Si no es con esfuerzo y sufrimiento, si no es con tu sacrificio, nada tiene valor. Nada de valor puede conseguirse sin tu dolor, pues resulta que ¡es el mismo sacrificio en sí lo que tiene valor!». ¿No está aún claro que el verdadero objetivo, el sentido, parece ser el sufrimiento en sí? ¿Cómo iba a

ser de otra manera en un mundo basado en la culpa? El castigo es su objetivo. Por tanto, el sufrimiento tiene todo el sentido del mundo. Aún, en un instante de paz y cordura, pensaste: «¿Cómo va a tener valor en sí mismo el sufrimiento si todo lo que yo deseo es ser feliz?». Sin embargo, toda la programación mental del mundo te dice a coro: «El sufrimiento tiene un gran valor, incluso para que seas feliz».

Este mundo parece ser un extraño lugar en donde se viene a disfrutar del sufrimiento. Sentirás que verdaderamente tiene valor subir a una montaña o recorrer un largo y pedregoso camino en la medida que sientas la piel cortada, los callos en los pies y el dolor en tus piernas. Es sacrificio y tiene un gran valor. Para el programa, es algo así como abandonarte a sufrir, aceptar el sufrimiento como tu naturaleza, como lo que quiere dios o la vida

para ti y, por tanto, se supone que, de algún modo, te enaltece. Pues se trata de que aceptes que tu casa es la cruz. ¡Sacrifícate! ¡Es sagrado que sufras! Para el programa no hay santo si no hay mártir, y no hay nada más espiritual que entregarte al sufrimiento. Recuerda que la proyección de este mundo se basa en la culpa. Y toda culpa pide castigo. Si tú eres algo erróneo, si el mal está en ti, tu expresión ha de ser el

sufrimiento. Este es el motivo por el cual el programa de sacrificio está tan profundamente enraizado. Se te pide que sufras por tu bien, por tu honor, por dios, que sufras por el otro, que sufras para iluminarte y ascender a los cielos, que expreses tu amor... sufriendo. Para el programa, el amor es sufrimiento.

La idea de sufrir por el otro ya es absurda en sí misma. Uno decide sufrir y entonces dice: «Lo hago por ti», y resulta que, por tanto, ya es culpa del otro. El heroísmo de sufrir por el otro es otra forma de hacerte creer la idea central del programa: que el amor es sufrimiento. Sacrificarte implica dar lo que no quieres dar, pues te introduce en la extraña locura de creerte que sufrir es dar. Además, es

inevitable esperar a cambio alguna compensación. Y no puede ser de otra manera, pues si lo que intentas dar es tu propio sufrimiento, no puede funcionar. Es imposible que des lo que en realidad separa. Con sufrimiento no puedes dar, no puedes compartir nada realmente, no puedes amar. Con el sufrimiento solo puedes negociar con quien cree en la misma locura que tú. Por tanto, antes o después te habrás encontrado explicando a

alguien todo lo que has sufrido por él. Dirás: «Verás, yo renuncié a esto y a lo otro por ti. Pasé noches sin dormir, sufrí muchísimo por ti, porque te amo». Finalmente, este discurso siempre acaba igual: «Ahora, hazlo tú por mí». En otras palabras: «Sufre por mí». Y así se «comparte» este «amor» por todo el mundo que ves. El programa te exhorta: «¡Sufre! Si sufres, vales más». No solo serás más santo, sino también

más fuerte, pues todo el mundo sabe que el sufrimiento te hace fuerte. Además, te hace conocer la naturaleza de la realidad. Por tanto, a más sufrimiento, más sabiduría. Y si ves a alguien que ha sufrido mucho, dirás: «Vaya, he aquí a un sabio». Porque, además, sufrir es aprender. Sufrir es aprender... lo culpable que eres. He aquí la base del antiguo aprendizaje. Es el sufrimiento quien te

enseña, te dice el programa. «El sufrimiento es tu maestro. Dado que solo puedes aprender del error, sigue en el error, sigue sufriendo, que es lo que te enseñará». ¿Te has dado cuenta de tu creencia de que es el sufrimiento lo que te hace aprender, lo que te hace ser más fuerte, lo que te hace evolucionar incluso espiritualmente? ¡Es una locura absoluta! ¿Cómo

iba el amor a pedirte esto? ¿Crees que ese es el camino del amor? ¿Sufrir? ¿Esta es la forma en que la inteligencia ha dispuesto tu regreso a casa? Sin duda, se hace necesario replantear el tema. Debemos entender qué está pasando aquí, pues el truco de hacerte creer que el amor es sufrimiento ha ido demasiado lejos. Si estás leyendo este libro, significa que, en lo profundo de tu voluntad, ya has decidido decir adiós al sufrimiento para

despertar al amor. Dado que esta enseñanza es no dualista —también llamada vía directa—, al igual que en este libro, las prácticas que enseño en los cursos y talleres consisten en enfocarte directamente en la paz interna, pase lo que pase, y más allá de cualquier pensamiento que intente impedírtelo. Se trata de ir descubriendo y esclareciendo el acceso directo a la unidad en el centro de uno mismo. Sin embargo, algunas

veces hay alguien entre los asistentes a mis talleres que me dice: «Pero, entonces, ¿qué pasa con todo el sufrimiento que he invertido durante todos los años de mi vida?». ¡Es cierto! Es absolutamente normal que el sufrimiento se considere una inversión. Le contesto: «¿Y qué clase de rentabilidad esperas recibir de un banco en donde inviertes sufrimiento?».

Se suele creer que hay algún tipo de compensación verdadera por el sufrimiento. De ahí los privilegios que toda víctima reivindica. Es como si hubiera ahí, en alguna parte de tu mente, un extraño dios que va contabilizando tu sufrimiento — con su particular sufriómetro—, para que, cuando llegues a alguna cantidad específica de dolor acumulado, cuando, por fin, después de vivir todas las miserias y los horrores del mundo

que te mereces, cuando hayas pagado con todo tu dolor la tremenda culpa por ser tan malo, entonces, y solo entonces, se te permitirá entrar en el cielo. ¡Vaya broma! ¡No quiero imaginarme qué clase de cielo sería ese! La idea de vivirse en una constante negociación con dios consiste precisamente en atribuir al Ser o a Dios las propiedades de la polaridad y los juicios que nosotros mismos necesitamos para experimentar el yo especial.

El castigo divino toma la forma de una expiación mal entendida en la tradición occidental, en la cual parece que has de pagar con dolor tu culpa, de modo que el efecto —el sufrimiento— hace real la causa —la culpa—. En Oriente, la misma idea toma la forma de un karma mal entendido por el cual has de pagar una deuda y estás condenado por tu pasado, ya sea de esta o de otras vidas. La creencia de que mantienes una

deuda con dios por la que has de pagar para ser aceptado de nuevo es solo la consecuencia del total olvido de Dios. Si buscas la aceptación de Dios, es que lo has olvidado. La profunda creencia en el pecado —la creencia en el mal— y la culpa inconsciente —tu identificación con el mal— es lo que hace que el pensador se

convierta una y otra vez en un maltratador. Pues el pensador no puede dejar de ser una expresión del programa que tú, en lo profundo, aceptas como director. En mitad del maltrato mental, no puedes resolver nada desde la soledad. Deja de darle vueltas. No vivas con el maltratador. Déjate en paz de una vez.

Necesitas paz. Necesitas darte a otro maestro. Necesitas reunirte con tu corazón radiante, con tu Maestro del Amor, en total silencio, para que de verdad se haga la luz en tu conciencia, para que el espacio se haga consciente entre los pensamientos y, entonces, comiences a recordar la verdad con tu mente y corazón unidos. Párate en cuanto puedas y atiende toda esa herida imaginaria, llévala hasta la

verdad. Necesitas volver a darte al espacio y sentir la luz de tu corazón radiante. Una vez que el programa y toda la percepción manipulan tu sentir, resulta casi inevitable que creas en las importantes ventajas del sufrimiento. Puede que creyeras en todo este galimatías, tal vez solo en parte, o solo a veces, pero, al fin y al cabo, no te dabas cuenta de la verdadera

cuestión: has estado dando valor al sufrimiento. Solo puedes sufrir en tu experiencia si tú mismo le das valor al sufrimiento.

Sufro porque quiero Todos los que paseamos por este mundo hemos dado valor de un modo u otro al sufrimiento. El verdadero motivo del sufrimiento

es, de nuevo, la falsa voluntad de estar separado. Por tanto, sufro porque quiero. Sufres solo porque quieres. Tu libertad es mucho más grande que tu creencia en el sufrimiento. En tu estado natural, como mente libre y unida, resultaría totalmente imposible sufrir. El sufrimiento no es natural, no

es del amor. Porque el sufrimiento no es del Ser, no es de Dios, no es real. El sufrimiento no es de Dios. Esta es la más profunda manera de entender nuestro enfoque: el sufrimiento no tiene sentido. No tiene sentido porque no tiene significado. No pertenece a tu Ser, y por tanto no es realidad, en absoluto.

Puede que aún creas que si sientes algo, si interpretas tu sentir de un modo concreto, eso es real tal y como lo interpretas. Por tanto, crees que el sufrimiento es real solo por tu manera de sentir, por tu manera de crear experiencia. Pero lo real no es real solo porque tú lo decidas, gracias a Dios. Lo real es lo real, creas lo que creas, pienses lo que pienses, percibas lo que percibas y sueñes lo que sueñes. Lo real es lo real, la verdad es la

verdad y el amor es el amor. El amor jamás te pediría que sufrieras ni lo más mínimo, pues, de otro modo, el amor no sería amor. El sufrimiento no tiene sustancia, no tiene esencia, pues es precisamente el resultado de experimentar la idea inventada del vacío de la esencia, el vacío de la vida, la oposición al amor y al

Ser, el no ser, el no amor. El sufrimiento es la experiencia que proviene de la creencia en la muerte, la negación de tu naturaleza eterna.

Es tan solo un diseño más de la mente programada, pues sin sufrimiento no podrías vivirte separado. No podrías tener un yo

especial sin los desafíos sufrientes, sin los logros, sin el sacrificio, sin el salvador de las víctimas, sin ser tú mismo tanto la víctima como el verdugo. Para toda esta polaridad era necesario el diseño del sufrimiento. Pues si no experimentaras sufrimiento alguno, no tendrías experiencia alguna de la separación. El sufrimiento es el sinsentido, el vacío de conocimiento, la ausencia del amor, la oscuridad, la experiencia misma de la

inconsciencia. El sufrimiento no tiene sentido

El sufrimiento como pilar de la realidad Para el programa, el pilar de la realidad es el sufrimiento. Mediante el sufrimiento justifica la realidad de la culpa y el ataque, la justificación del castigo, la majestad del miedo y

la lógica búsqueda constante de huida y evasión ante tan aterradora realidad, la importancia suprema de la seguridad defensiva, la idolatría a los héroes vengadores protagonistas de toda película, la memorable relevancia de las víctimas y la adoración al sagrado sacrificio. El sufrimiento es el argumento de la separación.

Cuando aparece la posibilidad de considerar la percepción como un sueño de la mente, siempre hay quien dice: «Pero si te diera ahora mismo un golpe con un bate de béisbol, ¿te parecería falso lo que sientes?». Para una mente que elige el marco interpretativo de lo separado, el dolor siempre es indicativo infalible de realidad. De hecho, para comprobar si se está en un sueño, se suele decir que hay que pellizcarse. Se

supone que si sientes dolor, es real. Pero no lo hagas, no tiene sentido. También sufres en sueños, evidentemente. Tan solo se está dando por hecho que el sentimiento de dolor es lo más real de este mundo, puesto que el argumento fundamental del engaño de la percepción radica en este punto precisamente. Para vivirte separado, es fundamental que creas que la percepción te dice la realidad. Cuestionarlo es muy

peligroso para el argumento mismo del sufrimiento. Pellízcate. Si te duele, estás soñando. En algunas reuniones, cuando hablo de acceder a la experiencia de la paz profunda como paso ineludible para entender el perdón, a menudo hay quien rápidamente levanta la mano y me dice: «¡Un momento! ¿Cómo pretendes que esté en paz si, por ejemplo, alguien coge a tu hijo, lo

mata, lo parte en trozos y te lo pone en una bolsa de plástico a la puerta de tu casa?». Y yo contesto: «Pero ¿por qué eliges imaginar eso? ¿No te das cuenta de que en este mismo instante te estás intentando demostrar que es imposible estar en paz, porque el dolor es más real y poderoso que la paz? ¡Simplemente quieres reivindicar tu incapacidad para ser feliz!». Pues es así como funciona exactamente nuestro maltratador

interno.

El sufrimiento no sirve para nada Podrías ver tu camino entero por el mundo de la separación, como un proceso por el cual, poco a poco, dejas de creer en el sufrimiento, es decir, dejas de darle valor. Pues, tu verdadero deseo, después de todo, es vivir sin sufrimiento. Tu deseo es ser natural, ser feliz, ser el goce del Ser. Ese ha sido tu verdadero

motivador espiritual. Tu poder es la mente. Eres voluntad, aquí, ahora y eternamente. La consecuencia inevitable de dejar de darle valor al sufrimiento es dejar de experimentarlo. Si estás leyendo este libro atentamente, y te aseguro que hace falta atención para entender este libro, es porque, del algún modo, dentro de ti has elegido ya abandonar la idea del

sufrimiento. No puede ser de otra manera. Para mí, la espiritualidad es una decisión firme y profunda de ser feliz. Y no de ser feliz como el programa dice que debes serlo, sino de ser real y esencialmente alegría en expresión. Espiritualidad es una decisión firme y profunda de ser feliz. El sufrimiento tuvo propósito y sentido mientras tú deseabas

experimentar la separación. Ahora has de mirarlo de otra manera. El sufrimiento no tiene propósito alguno ya para ti. Tú tienes un propósito, y el sufrimiento lo niega. Cuando digo que el sufrimiento no tiene sentido, quiero decir que no tiene propósito, que no sirve para nada en absoluto, que no te lleva a ninguna parte. Es totalmente inútil siempre. En esto, el amor es radical.

El sufrimiento no tiene sentido a cualquier nivel, de cualquier manera que lo mires. No puedes tomarte en serio tu decisión de abandonar el sufrimiento y, por otro lado, con algunas personas, en algunos escenarios, a veces o según la circunstancia, hacer verdad en tu corazón que el sufrimiento sirve para algo. ¿Significa esto que está mal que sufra o que ya no debería sufrir, o que ya no sufriré tras terminar de leer la última palabra de este

libro? No. Mientras creas en el sufrimiento, experimentarás el sufrimiento. Esto significa que puedes elegir ahora mismo dejar de darle valor al sufrimiento. No tiene valor alguno, no tiene sentido, no sirve para nada. Puedes practicar y experimentar ahora mismo cómo dejas ir el sufrimiento. Recuerda: al cambiar tu voluntad y tu creencia, cambia tu

experiencia. Porque tú eres la Voluntad. El valor que le das al sufrimiento no es otra cosa que el indicativo de tu creencia en la culpa. No hay ningún otro motivo para que una mente se lleve a sí misma a una experiencia de sufrimiento. Ha de creer que hay algo malo dentro de ella y que el sufrimiento lo sanará. Bajo tu pensador maltratador, una y otra vez se transluce este extraño galimatías, un sádico dios

inventado por ti que pide tu dolor para que limpies tu pecado y, así, permitirte estar con él. Podrías incluso pensar: «¿Quién querría estar con ese dios? ¡Prefiero quedarme aquí aunque sufra!». Darle sentido al sufrimiento incluye un dios de locura que te juzga y que convierte el castigo en tu sanación. ¡Como si fuera posible que el amor juzgara o castigara! No, gracias a Dios, el sufrimiento no sirve para nada y,

por tanto, no hay ningún motivo por el que debas sufrir, más allá de tu creencia en la culpa. La culpa pide castigo, y ese es el principio de todo sufrimiento. El sufrimiento no tiene sentido porque no tiene propósito.

La confusión de dar sentido al sufrimiento Sin embargo, aunque bajo esta

nueva luz resulte evidente que el amor no pueda dar sentido al sufrimiento, todo el pasado programado en tu subconsciente te hace creer una y otra vez que el sufrimiento te sirvió. Crees que te sirvió para hacerte fuerte, para madurar, crees que te hizo crecer, evolucionar, crees que te llevó al camino a la espiritualidad, crees que fue la manera de darte cuenta de la verdad, que te acercó al amor o a Dios.

¿Recuerdas a los mártires de la Iglesia? La idea del sacrificio, como un pago de dolor a la divinidad, se ha repetido de mil maneras en la historia de las historias separadas. La misma crucifixión refleja cómo el máximo exponente occidental de la espiritualidad, Jesús, el símbolo del maestro, debía de experimentar el dolor máximo para llegar a dios. Has oído a menudo: «Él sufrió por ti, para salvarte». «Él limpió

tu pecado con sus heridas». ¡Solo te ha producido más culpa! Y, por si fuera poco, ¡no había forma posible de entenderlo! Pues, aunque se suponía que su sufrimiento te había salvado, ¡tú seguías sufriendo! No obstante, tenías que observar el modelo de espiritualidad que se te daba. El mensaje final parecía ser de nuevo: «Acéptalo, has de sufrir para llegar a dios». Por si fuera poco, habrás oído también un montón de historias

de maestros espirituales que tuvieron que tocar fondo para despertar verdaderamente. Algunos tuvieron que llegar a una ruina, otros tuvieron que pasar por una enfermedad que parecía crónica y alguno más que accedió a su iluminación a través de una depresión. Al fin y al cabo, esas son cosas que suceden a todo el mundo. Pero en las historias de estos maestros, tal como se cuentan, estos sucesos de máximo

sufrimiento y ruptura parecen ser desencadenantes, catalizadores, verdaderas causas de su despertar. ¿Cómo no ver propósito en el sufrimiento? Todo ello está encuadrado en el mismo marco de interpretación dominante en el mundo, por el cual, para casi todos, el sufrimiento tiene sentido y sirve para algo. Y es que la base de tal confusión radica, precisamente, en darle sentido al sufrimiento. Así de profunda es la cuestión.

Nosotros, los adolescentes ¿Qué es lo que hace que veamos tan importante el sufrimiento para aprender, para mejorar? ¿Por qué es tan insidiosa la creencia de que es necesario el sufrimiento para darte cuenta de lo que está mal y así corregirte? ¿Por qué aparenta ser un catalizador de tu espiritualidad? Por un lado, el programa te hace pensar de ti mismo que es

imposible la luz de la comprensión en tu mente, es decir, que no hay discernimiento en ti. Solo a base de palos, y por tu consecuente evitación del dolor, puedes cambiar a mejor. Así opera el viejo aprendizaje. «La letra con sangre entra». Deriva de un punto de vista sobre lo que eres, un objeto inconsciente y vulnerable, incapaz de ir más allá de sí mismo. Un ego separado que necesita protegerse de lo nuevo. En tal estado, solo el

miedo al dolor te podría forzar a aprender. El programa sirve para el mantenimiento de ese punto de vista. El máximo logro del programa es tu depresión, tu incapacidad, pues de ese modo consigue el statu quo en tu conciencia. Sin embargo, para muchos, la misma depresión, el gran crac, la gran enfermedad, el tocar fondo, es lo que ha determinado todo gran avance. ¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo es posible que se le

haya dado todo el valor al sufrimiento? No solo es posible creer lo que te dé la gana creer, sino que la misma raíz del programa de separación y conflicto consiste precisamente en ello. Has de creer en el sacrificio. Ha de ser tu fe, tu culto. ¿Cómo, si no, te puede parecer tan normal la culpa que ni siquiera puedas verla? ¿Cómo, si no, mantener escondido todo el sistema de manipulación de tu conciencia?

Hay una confusión de base con respecto al sufrimiento y sus propiedades que solo puede ser disuelta al comprender cómo opera en sí mismo el proceso de darte cuenta. Imagina que tienes un hijo adolescente. Está en graves apuros, tiene un tremendo conflicto. Lleva horas llorando, tecleando nerviosamente en su móvil como un animal enjaulado que no ve salida a su sufrimiento. Su problema es que ha perdido

gran parte de su popularidad en Twitter. Desde tu punto de vista, esto es una tontería. Pero para él es muy grave. Ha perdido su valor a los ojos de los demás, que son los que lo definen. Se trata de un adolescente, ¿te acuerdas? Lo ves tan nervioso y afectado que te gustaría tener una charla con él para explicarle, desde tu madura perspectiva, que todo eso de lo que tanto se está

preocupando no tiene ninguna importancia. Todo eso cambiará constantemente, subirá y bajará, y ello no puede determinar su valor en absoluto para todos los que de verdad le quieren. Te encantaría darle esta visión, mucho más segura, menos tensa, más amplia y experimentada, para que pudiera compartirla contigo y, de tal modo, verlo en paz tras deshacer su conflicto. Lógicamente, lo intentas. Te acercas cuidadosa y amablemente

a su lado, le pones una mano encima del hombro y le dices: «Hijo mío, ¿podemos hablar sobre el tema?». Inmediatamente, tu hijo retira su hombro bruscamente y te dice sin mirarte: «Déjame en paz. ¿Tú qué sabes de mis cosas? ¡Si ni siquiera tienes cuenta de Twitter! ¡No me rayes con tus cuentos! ¡Déjame a mi bola!». Y en ese mismo instante te das cuenta de que no puedes hacer nada por él.

Es libre. Ha de vivir su juego. ¿Te das cuenta? Si el recuerdo de tu Ser, tu maestro interno, fuera una persona, tu relación con él sería algo parecido a esto. Tú eres el adolescente y el maestro interno es tu padre o tu madre. Aunque tú estés lleno de miedo y de tensión, el corazón radiante permanece dentro de ti, disponible. Está permanentemente ahí, aunque no lo puedas percibir, como el Sol

tras las nubes, como una luz accesible para ofrecerte una visión amplia de todo tu escenario, adonde puedes saltar desde tu pequeño punto de vista personal. Cuando tú se lo permites, te pone la mano encima de tu corazón y puedes llegar a sentir una paz inexplicable, en relación con tu manera de comprender el mundo. De vez en cuando te susurra: «¿Y si nada de lo que crees fuera cierto?».

Puede que tú no lo atiendas, incluso que rechaces ir a un espacio de paz en donde encontrarte con un cambio de conciencia verdaderamente espiritual, lo que, como siempre, abriría un camino para que la paz llegase hasta tu corazón. Entonces, la luz entraría en tu mente y el problema comenzaría a dejar de pesar en tu experiencia. La luz del amor no puede imponerte nada. Porque tú eres

el experimentador, totalmente libre y poderoso, absolutamente invulnerable. Estás jugando tu juego. Y así te ve. Solamente se te ofrece, te invita a un lugar de paz y apertura, como respuesta lógica al grito de tu sufrimiento. Pero lo rechazas. ¿Te das cuenta de que en estos momentos lo que sucede es que prefieres ir por tu cuenta? Eliges mantener tu modelo del mundo. Volvamos a la historia en la que

tú eres el padre o la madre. Pasado algún tiempo, el problema de tu hijo cambia de forma. De nuevo vuelve a estar desgarrado por los sucesos de su vida. Ahora, una chica del instituto lo ha rechazado. Precisamente la que más le gustaba. Se siente insignificante, feo, despreciable. Se maltrata a diferentes niveles. De nuevo deseas acercarte, explicarle desde tu conocimiento, desde tu experiencia amplia, que

no debería darle importancia; que, ciertamente, conocerá muchas chicas más, que en la vida siempre llega un momento en que alguien te rechaza y que eso no significa nada con respecto a tu valor. Te gustaría despertarlo amablemente de su sueño, transmitirle que dentro de un mes nada de esto tendrá ningún sentido para él, que todo habrá pasado, pues así son las cosas. Las emociones son olas en el mar que vienen y van, efervescencias

en un camino de madurez. De nuevo te acercas, le comienzas a hablar, pero inmediatamente eres interrumpido: «Por favor, no empieces otra vez. ¡Déjame en paz! Eres un pesado. ¡Déjame vivir mi vida!». Como padre o madre, tal vez necesites muchas lecciones como esta. Y, mucho más allá de cualquier rol como caminante, estás aquí para aprender a soltar. Aprenderás a ver que el deseo de ser especial es inocente, nadie

mejor que tú lo puede comprender y, por tanto, puedes permitirlo internamente desde el amor y el respeto sin rechazo ni abandono, tal como, en todo momento —contigo— todo te permite tu maestro interno. Entenderás profundamente de qué trata este mundo. Estás aquí para perdonar tu deseo de ser especial.

La segunda gran verdad del perdón dice que tu sueño es totalmente inocente. La experiencia de la separación no ha hecho daño a nadie. Estás a salvo. No hay herida. El deseo de ser especial es inocente. En cada conflicto hay una oportunidad para soltar tu apego

a tu yo separado. El sufrimiento se acentúa y se prolonga, solo debido a tu deseo de ir por tu cuenta, de ir solo, de intentar una y otra vez conseguir arreglarlo todo por ti mismo. ¡Qué importante es esto para el adolescente que somos! ¡Y qué absurdo resulta en presencia de la verdad de la unidad! Porque el resultado es que acabas sufriendo para repararte. Y te dices: aunque sufra».

«Tengo

razón,

Ahora imagina que ese mismo adolescente —y esto en verdad tendrás que imaginártelo— un día se da cuenta de que podría estar equivocado. En un instante de paz, le sobreviene una idea fresca y nueva a su mente: «¿Y si las cosas no las estoy mirando desde el foco adecuado? ¿Y si nada es como yo creo ahora mismo? ¿Y si no estoy entendiendo nada?». Surge un brillo de humildad en su corazón.

Está dispuesto, en cierta medida, a abrirse a una nueva luz. Humildemente, se acerca a ti y te pregunta: «¿Qué querías decirme?». El adolescente escucha. ¡He aquí sufrimiento!

el

se

abre

límite

La humildad es el límite del sufrimiento.

y del

Con la humildad se ha abierto una gran ventana en el corazón. «¡Puedo estar equivocado! ¡Puede ser maravilloso que yo esté equivocado!». Hay una decisión de abrirme a un conocimiento superior, una visión más allá de mi pasado, de mis explicaciones, de mis creencias, de mi pequeño yo. Y todo ello sucedió en un brillo de luz, en un suspiro, en una mirada perdida en una sonrisa. Nadie lo vio siquiera. Nadie se dio

cuenta de la humildad. Pues así es la humildad. No se escuchan sus pasos, no se la ve venir, no se anuncia con grandes letreros luminosos, no hay bombo y platillo ni fuegos artificiales. Es silenciosa y austera. No se la ve. Sin embargo, ¿quién se lleva el mérito a ojos de todo el mundo? ¡El sufrimiento! ¡Este sí que da ostentosos gritos! ¡Este sí que se hace notar! El sufrimiento se anuncia en cada noticia, se hace eco de sí mismo en cada rumor,

en cada historia del pasado, se autoproclama motivo de todo, sentido de todo, y hasta ¡cura de todo! Y no es por otro motivo sino porque el castigo y el sacrificio son raíces fundamentales del sistema de aprendizaje del ego. ¡Aprende sufriendo! ¡Sana sufriendo! Fue la humildad la que te llevó a la comprensión y a la sanación de tu mente siempre y en cada conflicto. Pero el mérito se lo llevó el sufrimiento, por muy

absurdo que resulte. Porque tienes frente a ti un mundo entero con millones de personas que creen que el sufrimiento las hace sanar, las hace aprender, darse cuenta, abrirse a lo nuevo, ser mejor. Solo con que eches un vistazo al mundo, verás toda tu creencia en el sufrimiento proyectada. ¿Y no es verdad que conoces a un sinfín de personas que sufren y que siguen sufriendo y siguen y siguen? ¿No deberían ya haber

aprendido si, como reza el programa popular, el sufrimiento fuera el catalizador al cambio de conciencia? ¡Si el sufrimiento te ayudara a ver la verdad, estaríamos ya todos iluminados hace mucho! Esta forma de ver es una locura. Está totalmente programada, no tiene ningún sentido, a no ser que se comprenda el propósito del programa de conflicto: el ego. Evidentemente, el sufrimiento

no sana el sufrimiento. Hace falta algo mucho más importante, sustancial y significativo como respuesta para salir del sufrimiento. Sin humildad no hay apertura, no hay cambio, no hay aprendizaje y, por tanto, el sufrimiento continúa, cambia de forma y se repite una y otra vez, relación tras relación. Y lo sabes, porque así ha sido tu experiencia siempre. Solo que, toda esa experiencia estaba siendo

interpretada hasta ahora por un programa de sufrimiento. Y había que dar sistemáticamente sentido al sufrimiento. «¿Humildad? No, no. Es una bonita pose, pero no cumple ningún papel en tu desarrollo interior. El sufrimiento es lo que te ayudará a salir del sufrimiento. Si te escuece la herida, es que está sanando». La arrogancia es lo que hacía que el adolescente de nuestra

historia no pudiera pararse a escuchar y rechazase una visión más amplia que él mismo. Simplemente, la obstinación por mantener su propio punto de vista le hace creer tener razón, y entonces no puede ver más allá de sí mismo y de su dolor. La arrogancia es el mantenimiento del sufrimiento, porque la arrogancia es el mantenimiento de la ignorancia.

Cuando sientes dolor te cierras a la relación. Tu pensamiento gira en torno a la herida como un buitre volando alrededor del cadáver. Vives la intensidad. Te identificas con el dolor. Crees no poder salir del túnel que tu propia mente ha fabricado. El sufrimiento, lejos de abrirte, te mantiene cerrado, coherente con la arrogancia que lo sostiene. El dolor niega la relación con este momento, con el todo, con el Ser, con la verdad y, por supuesto,

con la ayuda que se te ofrece en la paz de tu corazón radiante. El sufrimiento es la consecuencia de la inconsciencia. Puedes verlo como la experiencia de olvidar la verdad sobre ti mismo, por tanto, como la expresión de tu inconsciencia a un nivel profundo y existencial. El sufrimiento es, como ya he dicho, la vivencia del sinsentido. No tiene sentido. No le des valor alguno. No te identifiques

con él. No tiene nada que ver con tu Ser, es simplemente la experiencia de oposición al conocimiento de Quien eres. No importa el grado ni la circunstancia ni la relación ni el rol que cumplas en esta obra de teatro. No importa si estás enfermo, preso, si vives en la calle o si te han dado una paliza. No importa si te asusta mucho o poco. Sea

como

sea,

ante

la

experiencia del sufrimiento, la verdadera lección siempre es la humildad. Reconoce que no sabes nada. Date cuenta de que estás en manos de la vida, tal como tú la concibes, y que puedes abrirte a una concepción mucho mayor ahora mismo. Es momento de soltar tus creencias sobre este momento, de vaciarte. Entrega tu mente. Toma tus prácticas anteriores, todas ellas te servirán para reconocer tu humildad. Profundiza en la experiencia de

darte a tu Ser, de entregarte a tu corazón radiante. Eres como un adolescente que se ha metido en problemas mentales que no comprende. Eres como un poderoso niño que se ha olvidado del juego que inventó y ahora le produce dolor y tensión su mismo juego. Es momento de pararte, entregar todas tus creencias y darte, con total humildad, a un gran «no sé».

No sé. Deja ir todos tus conceptos sobre lo que es o lo que debe ser, sobre la enfermedad, sobre lo que tú o cualquiera ha hecho mal, sobre lo que deberías hacer ahí fuera, sobre cuánto dura o debería durar tu situación, suelta todo eso, no tiene sentido. Únete a tu corazón radiante.

Siente en silencio. Vuelve a tu Ser. Extiende tu sentir. Abre tu corazón, vuelve a la relación. Regresa a la experiencia del ahora. Y déjate en paz por fin. Pues el sufrimiento no tiene sentido. No sabes el motivo de tu sufrimiento, te resulta

incomprensible porque has escondido en lo más profundo tu propia decisión de olvidar tu plenitud. Abandona todas tus creencias en el mundo, en las historias del pasado, en las explicaciones técnicas sobre «cómo son las cosas» y «por qué suceden las cosas» y entrégate totalmente a tu corazón radiante. Eres mente, pero ahora necesitas, tal como un niño necesita un abrazo cuando llora, sentir la presencia del amor en tu

corazón. Y no ese amor basado en cuerpos que imaginas que está en los demás y que han de dártelo con sus gestos. Permítete recibir el verdadero amor que habita en tu interior. Me permito ser totalmente amado. En los momentos de sufrimiento, más que en cualquier otro momento, estás

inconsciente de la verdad. Te has creído el programa, pues de otro modo no podrías estar sufriendo. Tienes una experiencia de ti mismo fabricada por ti mismo, como mente que eres, en la que, aparentemente, te haces daño a ti mismo. No importa que en tu situación, sea la que sea, parezca que alguien o algo externo te esté haciendo algo. Recuerda: eres mente. No hay nadie fuera de ti. Es momento para la humildad. El sufrimiento no tiene sentido ni

un minuto más. El sufrimiento es el sinsentido. Es momento de abrirte a tu grandeza y recordarla. Es tu derecho, es tu herencia. Ábrete a recibirlo. No importa en qué situación te encuentres ni cómo te percibas ni qué creencias tengas. El amor está brotando de tu centro eternamente. Lo estás recibiendo totalmente. Solo has de darte cuenta. No es solo un hilo de luz. Es el amor total, todo el amor del universo eterno totalmente dado a ti mismo.

Permítete. Permítete ser. Permítete ser totalmente. Permítete ser totalmente amado.

Me permito ser totalmente amado Recibo la sanación (EC) - AUDIO Me permito sentirme totalmente amado, totalmente aceptado, absolutamente inocente.

No hay nada que temer, soy totalmente amado. Y la vida fluye en mi centro sin interrupción ni obstáculo alguno. Mi corazón, liberado y feliz, irradia la luz que se expande en mi sentir. Me permito ser. Me permito ser totalmente amado. El viento me ama, el Sol me ama,

el agua me ama, la tierra me ama, el universo me ama. Tú me amas. Te amo, te amo, te amo. Soy amor, amante y amado. Soy Vida pura y sin fin. Recibo la sanación. Me permito ser. Me permito ser totalmente amado.

El único indicativo

¿Cómo puedo saber que estoy soltando mi fe en el sufrimiento? ¿Cómo puedo saber si he elegido una fe distinta? ¿Cómo puedo saber si estoy en el camino del maestro del amor? «Por sus frutos lo conocerás». Paz y amabilidad. Toda tu experiencia se irá haciendo, poco a poco, más pacífica y fácil. Tus relaciones también. Todo sucederá en la misma medida que haces de este camino tu sincera

expresión de vida, pues exactamente al ritmo al que das el regalo, lo recibes. Pero, sobre todo, tendrás un indicativo bastante temprano de tu cambio de voluntad: tu pensador se hará más amable. Pues a medida que el sufrimiento deja de tener sentido para ti, dejarás de vivir con el maltratador interno. Ese pensador estaba estructurado en el juicio y, por

tanto, era un pensador de crisis, desconfianza y constante comparación. El juicio tiene un efecto bloqueante sobre tu atención. Obsérvalo. Cuando estás juzgando algo, a una persona, a ti mismo o a este momento, estás tan bloqueado que ¡ni siquiera escuchas! El juicio no solo bloquea tu comprensión, no solo te separa de la inteligencia que relaciona todo con todo, sino que te separa de la relación con este momento y

de la relación con el otro. Te bloquea en tu yo especial. El juicio impide que veas lo que hay ahí. La buena noticia es que ese maltratador se va a marchar poco a poco. No puede ser de otra manera desde que decides que el sufrimiento no tiene sentido y lo aplicas en tu expresión de vida, dando el regalo que has recibido.

Esa voz que suena en tu cabeza seguirá narrando las cosas que pasan, seguirá dirigiendo tus movimientos, organizando tus deseos e intereses mientras estás en el mundo de lo operativo en contacto con todas las cosas del mundo, en un cuerpo, pero lo hará de una forma más pacífica, más amable, más amorosa cada vez. Y además, se retirará fácilmente cuando decidas regresar junto a tu corazón radiante. Tu pensador se irá

haciendo cooperativo y funcional, no para un personaje productivo, sino para una conciencia que despierta. Cada vez encontrarás más espacio para recordar tu libertad mental. Esto sucederá en cualquier momento, en cualquier relación, desde que sepas que tu voluntad firme de ser feliz está unida a la voluntad de toda la vida en cada instante.

Estás siendo sostenido. Si estás en conflicto, abandona tu soledad y recuerda tu corazón radiante, una y otra vez, hasta setenta veces siete. Porque el sufrimiento no tiene sentido a ningún nivel, en ninguna circunstancia y bajo ninguna justificación. Jamás creas los oscuros argumentos que intenten llevarte

a pensar que el amor te exige, de algún modo, que sufras. No puede ser verdad. No es el amor quien te habla, sino la negación del amor. Sin importar lo que creas, o cómo te percibas, haz tu vida lo más amable que puedas, lo más agradable que sepas, pues esto es lo que tu corazón radiante desea, esto es lo que desea el Espíritu y todo el universo. ¿Cómo, si no, vas a brillar? ¿Cómo, de otra forma, vas a cumplir tu función de

expresar el goce del amor en la forma? Si tienes frío, acércate al sol. Si en cierto lugar no te gusta estar, no te apegues al sufrimiento. Si te gusta cantar, ¡no lo dudes ni un instante! Si te gusta viajar, haz lo que puedas por viajar. Si cierta relación te parece un sacrificio y no puedes verlo de otra forma por mucho que lo intentas, ¿qué sentido tiene aferrarte a ella? ¿Aún crees que el sacrificio tiene sentido y te salvará?

¿Te das cuenta? El sufrimiento no tiene sentido a ningún nivel de la experiencia. ¡No sirve para perdonar! Al contrario, el perdón es lo que sirve para que salgas del sufrimiento. ¿Cómo iba a ser de otra forma? ¡No estás aquí —ni en ningún otro sitio— sin otro objetivo que la pura expresión del goce que eres! ¡Eres el Hijo de Dios! ¡No hay nada del mundo que pueda impedir tu derecho a la felicidad! ¿Crees acaso que debes pasar de puntillas por el

mundo? ¡Disfruta, por Dios! ¡Esto tiene todo el sentido del mundo! ¡Y siempre lo supiste en lo más hondo y auténtico de ti! Porque el corazón jamás se fue.

radiante

El sufrimiento no tiene sentido Desidentificarme con el dolor (EC) No es necesario sufrir para comprender,

porque lo que yo soy es comprensión. No necesito culpar para cambiar. Ni necesito la culpa para aprender, soy la inocencia. Solo necesito paz para conocerme. Me doy cuenta ahora y despierto: el sufrimiento no tiene sentido. Mi atención es mi tesoro, la llave de la paz.

No dedicaré mi valioso presente al conflicto. Estaba distraído. El sufrimiento no tiene sentido. Ni causa ni propósito. Mi deseo de paz es opuesto al de sacrificio. Abandono la fantasía de esperar compensación alguna por sufrir. Mi paz depende de esto: el sufrimiento no tiene sentido.

El pecado no existe, la culpa es un retorcido sueño. El miedo a lo que no existe, fe en el mal. El sufrimiento no tiene sentido. El dolor es la experiencia de desarmonía entre percepción y verdad. El dolor es la percepción incorrecta, aunque parezca ser más real que nada en este mundo, el dolor es lo opuesto a mi

Realidad. Estoy a salvo. Soy el Ser. El sufrimiento no tiene sentido.

El deseo de ser especial Ser o no ser Gracias al proceso de expansión de tu conciencia que experimentas guiado por tu corazón radiante, eres capaz de ver al programa en tu mente, y cada vez lo verás con más claridad en más situaciones y con mayor profundidad. Tomando una vez más el famoso gráfico del capítulo «La

puerta de la liberación» —otra vez ese que parece un huevo frito —, en el proceso de liberación de tu mente vas dejando de creer en las memorias proyectadas desde el subconsciente que te definen como un personaje y que limitan, en un pequeño espacio programado, a tu conciencia. Al dejar de creer en las proyecciones, según las desmontas en tu práctica cotidiana y experimentas en su lugar al corazón radiante en ti,

ese espacio de conciencia se va haciendo más amplio. Ves más y desde un lugar más profundo. Sientes una espaciosidad interna, estás más en paz, experimentas momentos de liberación cada día. Desde esa paz te das cuenta de muchas cosas, las pones todas en relación con todas, todo va encajando y mostrándote una nueva realidad interior. Lo que era un pequeño espacio de conciencia se expande hasta que, finalmente, abarca toda la

circunferencia representada en ese gráfico. Entonces, te sentirás responsable por el subconsciente y, por tanto, vivirás una plena consciencia y una total libertad de lo programado que ves por todas partes. Esto significa paz. Tu expansión de conciencia te llevará inevitablemente a una responsabilidad total de la mente que eres. En tal responsabilidad eres libre. La expresión de tu Ser ya no encontrará aquí obstáculo alguno para que sea por ti

reconocida. Verás amor por todas partes, más allá de lo percibido. Compartiendo la visión de tu Ser, experimentas aquí con claridad, sin necesidad de investigación, cómo el programa se ejecuta, aparece, sucede y es visto por ti. Esto es el discernimiento del corazón.

La atención profunda: el discernimiento de corazón En la verdadera atención, en la

observación profunda y sentida, en la plena sensibilidad hay un discernimiento de corazón entre lo que es tu expresión natural en la forma —en armonía con la forma, uno con tu experiencia, receptivo y en total aceptación de todo, consciente de que este momento es totalmente correcto— y lo que es el programa atrapándote — preocupación, mérito, culpa, excitación, prisa, anticipación—, que es lo que debe ser entregado una y otra vez en la paz de tu

corazón radiante. consiste la atención.

En

esto

Lo que percibes es un sueño. Esto solo lo sabe tu corazón, el centro de ti, el que está en contacto con la verdad. Por tanto, has de unirte a tu corazón. Pero, para poder hacerlo, necesitarás esa atención interna y honesta. La atención es expresión de tu voluntad y está disponible siempre que tú deseas el discernimiento.

Cada vez que sientes tu plenitud, tu relación con el ser, aparece el discernimiento. Reconoces que lo que percibes no puede ser verdad, pues la verdad ya es presencia en tu corazón. La verdad no es pensable con el pensamiento concreto. No tiene forma ni color ni viene y se va. No es variada ni múltiple, no hay niveles en la realidad. Es una, única y unidad. La verdad es amor, la verdad es ser.

Siento el amor verdadero, por tanto, lo que veo no puede ser verdad. Lo que veo solo es producto de lo que creo, no de la verdad.

El deseo oculto Gracias al discernimiento de corazón, a esta atención

profunda y sensible que se hace transparente al flujo de pensamiento, emoción y percepción programadas en mayor o menor grado, habrás detectado que, tras cada impulso, tras cada perturbación emocional y más allá de cada explosión de euforia hay un propósito oculto, un deseo primordial que da sentido a todo el programa ego: es el deseo de ser especial. El programa se sostiene por este deseo, no tiene otro

alimento. ¿Recuerdas la caja mágica? El fundamento del sueño de la mente, la desafiante y alocada idea de separación que metimos en la cajita mágica de la mente, era, en sí misma, un deseo. El deseo de ser especial. Fe es voluntad. Deseo es creencia. Todo deseo hace real una creencia. Toda creencia se sostiene por un deseo. La mente

genera experiencias y utiliza como herramienta las creencias. Con ellas elabora un entorno de experimentación, lo que, en este caso, da lugar a una percepción programada: espacio, tiempo, cuerpos, energías polares, emociones y pensamientos concretos, etcétera. Pero estas creencias deben responder a la propia voluntad de la mente, a su deseo de experimentarse como algo especial y separado. Como ya hemos dicho, no es

posible que la mente experimente algo cuyo origen esté fuera de ella. No existe el victimismo, es una ilusión. Cualquiera que sea la experiencia de la conciencia y por mucho que ella se crea un objeto separado, ha sido producida por la misma mente que lo experimenta. «Yo me lo guiso, yo me lo como», así funciona la experiencia mental que vives. Toda creencia se sostiene por un

deseo. Como también hemos visto, solo crees lo que deseas creer. Esta es la base de la responsabilidad mental. Creo lo que quiero creer y dejo de creer lo que entrego a la totalidad.

La creencia de ser especial Ya hemos entrado de lleno en el entendimiento de la responsabilidad mental, esencia

de cualquier camino espiritual, la puerta a la liberación. Nadie me hace nada. Todo me lo hago a mí mismo, como el yo-mente que soy. El fin del victimismo abre un amplísimo espacio para el darse cuenta. Toda la atención que antes era desviada hacia la proyección, el juicio, el ataque y el resentimiento, ahora puede ser transformada en visión, la verdadera visión espiritual, que ni lucha ni ataca, simplemente ve lo

falso, sin temor ni condena, reconociéndolo como el paisaje de mi propio camino del perdón. Veo todo aquello que tengo que perdonar en mi mente. Ahora el inconveniente ya no es la inconsciencia pura, es decir, ya no se trata de que no sepas qué hacer ni de cómo hacerlo, como pasaba antes al encontrarte con un conflicto. ¡Podían ser tantas las causas y tantas las soluciones! Todo era duda, vacilación, comparación entre culpas, entre

temores más o menos grandes de tu apresado corazón. Ahora tienes un regalo que dar. Simplemente te encuentras con tu voluntad. ¿Quieres creer en esto que se te presenta? ¿Quieres o no quieres?

Fácil o difícil frente a quieres o no quieres La cuestión de si el camino resulta difícil o fácil no es una en la que debas entretenerte.

Didácticamente, tal cuestión no sirve para nada. Es el Yo real, ese que decidiste olvidar, el que se encargará de limpiar tu percepción. ¿Qué sentido crees que tiene lo fácil o difícil para Él? Es el pasado, el viejo aprendizaje, un rescoldo de una vieja queja, quien está interviniendo con su ignorante cálculo de dificultades. El yo del esfuerzo, el yo falso, estudiando sus temores, lamiendo sus heridas.

No importa si es fácil o difícil. Para la mente eso no existe. Ahora solo importa: ¿quieres o no quieres ser especial? Pues toda creencia la estás sosteniendo con tu deseo. Todo ocurre porque tú —tú como mente— quieres. De otro modo no podrías experimentarlo, pues así es el verdadero universo en el que vives y así es la libertad incondicional que eres, por mucho que hayas jugado a olvidarla.

Lo que sin duda resultaría difícil sería, a priori, creer que uno, a solas y por su cuenta, con su pequeña y confundida mente dominada por memorias, tiene que identificar, descubrir y soltar cada una de las creencias que aparecen en cada instante. No solo resultaría difícil, sino que la constante interferencia de la culpa en tal vigilancia haría que la dificultad llegase a parecer no solo verdadera, sino verdaderamente dolorosa.

Este es el principal argumento de la resistencia a mirar que el programa mantiene vigente. Te hace creer que has de sufrir, luchando contra la oscuridad como un guerrero. Pero, en verdad, solo has de dejarte acompañar de la luz que brota en tu centro eternamente. Regresa a esa paz. No hay ningún problema ahora. Deja de esforzarte y sintoniza con tu voluntad de aprender Quién eres realmente.

Si sientes dificultad, es que estás poniendo demasiado de tu parte. El discernimiento del deseo de ser especial será, por el contrario, un facilitador, un profundizador, un abrelatas del darte cuenta. Pues la revelación del deseo de ser especial14, que parecía tan escondido en lo profundo del subconsciente, hace que lo que parecía un trabajo disgregado y fracturado se convierta en un

proceso del perdón de un solo deseo en todas partes: el de ser especial. Es un deseo de sostener la creencia de que ya eres especial, y hacer que esta creencia se imponga ante la amenaza del todo que te rodea. Es la lucha de la forma contra el fondo, del individuo contra el universo, de ti contra Dios lo que declara la creencia de ser especial.

El mundo de las verdades en

lucha Te habrás dado cuenta de que en el mundo predomina la idea de que cada uno tiene su propia verdad15. Con esta creencia, resulta posible que la verdad sea distinta en cada caso, en cada momento, en cada lugar y, sobre todo, según quien lo mire. Este es un mundo donde un punto de vista parece declarar algún tipo de verdad. También se hace posible algo

que, observado de cerca, es cuando menos cuestionable: que todo lo que uno percibe sea verdad. «Todas mis interpretaciones son la verdad». Según esta creencia, la verdad se fabrica en cada instante por cada uno, e inmediatamente se hace propietario de ella su autor personal, por mucho que tal verdad esté en constante cambio y, al minuto siguiente, sea desdeñada como falsa. ¡No importa! Es «tu verdad» o «mi

verdad». Es evidente que, desde tal perspectiva, unas verdades se oponen a otras constantemente. Por tanto, solo queda dilucidar cuál de estas verdades es más verdad que la otra. El conflicto está servido. Un mundo de lucha entre verdades diferentes, cambiantes y graduales. El programa establece la creencia en los grados de verdad. Hay verdades mayores que otras,

y las verdades mayores deben ser protegidas y salvaguardadas de otras verdades inferiores. Sí, por favor, ríete. Gracias a Dios, es solo un sueño. Un sueño en donde todo el mundo vive su verdad en la ignorancia y debe defenderla de las verdades de los demás. Es el caos, cada cual tiene una verdad y nadie puede compartirla enteramente, sino que debe defenderla como si de un dios

propio se tratase, un dios especial que, por cierto, necesita de tu defensa. La incomunicación, la competición y el conflicto son consecuencias inevitables, pues la verdad es diferente y especial para cada uno. La creencia de ser especial que hay en nuestra mente es el fundamento del programa perceptivo de la separación, el cual reza que la diferencia es la verdad, negando necesariamente que la unidad es la verdad.

La diferencia hecha identidad

La base del programa que organiza nuestra conciencia es la diferencia de creencias, diferencia de voluntades y diferencia de percepciones, de modo que eso es lo que vemos proyectado a nuestro alrededor en todas partes, en el mundo que creemos que es la realidad. La proyección surge en tu conciencia desde tu creencia en el especialismo, y esta, a su vez, está siendo sostenida por tu voluntad actual, consciente o no, de ser especial.

Contempla la gran proyección. En el mundo que percibimos a través de los sentidos, cada cosa es única y especial gracias a su diferencia, pues es la diferencia lo que le da sentido, lo que la hace ser algo distinguible de otra cosa. No hay dos granos de arena iguales, de tal modo que cada grano de arena parece tener identidad propia, pues llamamos identidad a la diferencia. Es así como se vive la identificación con la forma.

No hay problema alguno con la forma en sí. No es ese el problema. El gran engaño es la creencia de que la separación es real, la negación de la unidad de identidad. El origen del sufrimiento, por tanto, es el deseo de ser separado, que es el deseo de ser especial y la consiguiente identificación con la forma. La forma no implica separación en sí misma. La forma es el juego de la diferencia, el movimiento y

la transformación. Ha sido creada en la unidad como una experiencia armónica y unificada al servicio del Ser. No es necesaria, sino una forma de experimentar y de sentir. La forma sin separación es música y expresión, mientras que la forma separada es ruido y discordancia. La forma es una experiencia de relación más. Y su experiencia es gozosa, siempre y cuando se viva en la total consciencia de la unidad del Ser.

La forma es pura experiencia al servicio del Ser y no una identidad separada. Cada persona es un mundo separado aunque solitario. Este carácter único, especial y autosuficiente se ha sacralizado, como si fuera la separación el verdadero sentido de la existencia. Ahora es el ego, el programa de la separación, el nuevo dios soñado. Si bien el

mermado recuerdo de la creación está por debajo de toda intuición, ante todo es necesario darse cuenta de la gran alteración perceptiva de base en la que vivimos: el culto generalizado al falso dios, el usurpador de la unidad, el sistema de pensamiento cuya función es producir una experiencia separada y especial, el ego. Mi subconsciente se encarga de mantener viva la proyección perceptiva del programa, solo

porque mi voluntad está invertida en tal experiencia. Me vivo separado porque es lo que quiero a nivel profundo. Según el programa de la separación, donde la diferencia es la única verdad y la unidad ha sido negada —olvidada—, la única experiencia posible se basa en el contraste y la polaridad. Se supone entonces que para vivir el placer has de vivir el dolor. La vida se convierte en una

constante fluctuación entre bueno y malo, éxito y fracaso, carencia y satisfacción, placer y dolor, claridad y confusión. ¿Te suena esta montaña rusa? La luz, igualmente, depende de la oscuridad para poder ser experimentada, por lo tanto, ¡has de mantenerte en la oscuridad para poder vivir la luz! Tu inocencia depende de que otro sea culpable, por lo cual es necesario mantener una

constante actitud crítica de fondo, una especialización secreta en ver fuera la culpa que nos garantice cierta proyección constante de la culpa inconsciente y, como contrapartida, cierta sensación prefabricada de inocencia por oposición. De igual modo, te sientes culpable automáticamente en cuanto ves una víctima inocente. El significado es un valor prefabricado que se consigue por

oposición, por contraste, en lugar de sencillamente ser. Esto se debe a que el significado se ha convertido en ser especial. Te defines por comparaciones, ¡y necesitas definirte con ellas, pues sin ellas no serías nada! Crees necesitar las comparaciones para saber quién eres. Las comparaciones se fundamentan en juicios que se

fabrican en tu experiencia, diferencias aparentemente reales y esenciales. Se fabrican significados por juicio, oposición y comparación. Por ello somos adictos a los juicios y vamos preguntando al mundo constantemente: «¿Quién soy? ¡Júzgame!». El programa que hace real la separación establece la danza de víctimas y culpables, de deseos y frustraciones, como una representación de la constante

lucha del especialismo contra la unidad.

El origen del dolor La resistencia a Ser se muestra como una expresión constante del conflicto con lo que es, acompañada de una sensación subyacente de «yo contra la vida». El intento de lo imposible como base de la existencia implica la constante frustración del intento de ser especial, lo que da lugar a una constante insatisfacción o vacío interno.

¡Es muy costoso ser lo que no eres! Es todo el esfuerzo, todo el sufrimiento del mundo, una defensa que debe tener algún valor por sí mismo, pues jamás ha de revelar su verdadera causa oculta. El valor que se le da a la lucha y al sufrimiento ha de observarse desde fuera del programa para

que se le vea absurdo. Has de observar bien de cerca, en tu intimidad interna, todo el esfuerzo que significa mantenerte en tus posiciones especiales, defender tu personaje, implicarte en tus deseos de ser especial. Pues es el único modo de entender los motivos ocultos por los que damos valor al sufrimiento. Si quieres contestarte a la insidiosa pregunta: «Si soy el Ser, ¿cómo he podido elegir el

sufrimiento?», simplemente siente, descubre cotidianamente, con total honestidad e inocencia, tu constante deseo de defensa de tu yo especial. Experimentarás la respuesta y avanzarás un paso de incalculable valor hacia tu felicidad presente. Pues has descubierto nada menos que la lucha constante que constituye la vida para el ego defendiéndose del amor omniabarcante que no ve diferencias. Tal defensa es todo el

esfuerzo, la lucha y el sufrimiento de este mundo. ¿Sabes cuál es el ministerio que más gasta? Lo adivinaste. Defensa.

Una vida separada, perspectiva de soledad

una

Tal como entendemos lo que vemos según el programa de separación, es la forma y la historia de las formas lo que les proporciona propósito y

significado. Mediante su aspecto y su pasado, las cosas tienen un significado especial que les da identidad y las distingue de lo demás, al igual que tú mismo. Es la separación en sí misma lo que dota de significado. Un objeto tiene una historia, un propósito y un significado por sí mismo. Cuando llegas a algún lugar turístico, ya sea de interés cultural, artístico o natural, lo primero que haces es observar lo que ves y jugar internamente a

las adivinanzas: «¿Cuál será el significado de lo que veo?», «esos dibujos en la montaña ¿serán fallas?», «¿este animal es pariente del oso?», «¿será barroco o gótico?», «¿será anterior o posterior a la guerra?». Inmediata y automáticamente, buscas sentido a lo que ves, buscas su historia analizando su aspecto. Tu pensamiento lleva a cabo un juego de cálculo comparativo con los registros memorísticos que puedan

asociarse a lo que ves, los sonidos que percibes, las texturas que palpas. Pero todo eso acaba cuando llega el guía. El guía es elocuente. Da sentido a todo lo que ves, ¿sabes por qué? Porque te cuenta la historia completa. Al tener ya una percepción y su pasado explicado —¡por un guía! —, ya tienes todo lo que necesitas para entender lo especial que es lo que ves. Sin un cuerpo y una historia no hay significado.

Mediante esta percepción del mundo, el significado está en cada cosa que ves, por sí sola, y de este modo lo observado es algo independiente del observador, puesto que ambos tienen significado por sí mismos. La idea misma de «tener significado por sí mismo» define con claridad el ego o el especialismo. Un significado separado y por sí mismo explica qué es el ego.

En esta manera de percibir, lo individual tiene significado por sí y no hay un significado común, no hay una fuente de sentido común a todo lo que es. No se percibe la relación como el sentido, con lo que la experiencia percibida es radicalmente distinta a la experiencia del Ser. En lugar de una sinfonía dirigida por el todo, lo que se experimenta es un conjunto de solos.

El ser ya no es la relación presente siendo en su totalidad, sino que, en su lugar, el ser es una forma y una historia. Observa qué es lo que, bajo el programa, definimos como ser vivo. El requisito es que represente, con cierta claridad, una voluntad propia más o menos particular. No es igual una planta que un humano, por supuesto, hay grados de especialismo; pero, al fin y al cabo, parece ser que lo vivo es

aquello que muestra, que grita, que se da a sí mismo en una voluntad única, autónoma, distinta y particular de existir. El motivo por el que la planta nos parece viva es que la percibimos como si fuera un ser individual, con vida propia y cierto interés particular, el código propio que le da sentido de por sí. Es esto lo que hace que la percibamos como viva, mientras que a una piedra no. Vemos la planta como un sentir

independiente y aislado, una experiencia tan aislada como la que el observador vive. La planta busca el sol, orienta sus hojas, abre sus flores y emite perfumes para embelesar al insecto, deja caer sus hojas según la estación... ¡como si lo hiciera ella! La percepción programada en la separación ve una voluntad individual y la llama viva. Parece que hay una existencia por sí misma, una independencia esencial que le da la vida.

Igualmente, percibimos que un animal está vivo porque parece que tiene su propio interés y, por tanto, a cierto nivel, tiene una voluntad propia. Es una voluntad separada, está viva. Tal es la definición de la vida programada en la mente. Una piedra también cristaliza, o se disuelve, o se endurece, o se erosiona según ciertas circunstancias, pero... ¡nadie piensa que tenga un interés

particular en hacerlo! Pues si alguien lo pensara, la consideraría «un ser vivo». Según el programa de separación, lo vivo tiene una voluntad individualizada y propia aunque esté, evidentemente, en relación inseparable con la vida toda. El yo se siente aislado y separado, y en tal estado de conciencia percibe todo así.

Es como si viéramos un árbol vivo y solo viéramos vida en aquello que es «árbol», sin ver la vida en toda su relación de todo con todo: la tierra que lo alimenta, el agua que le da fluidez, el pájaro que le canta, el insecto que lo puebla, el viento que lo acaricia y le da movimiento, que le hace susurrarte a tus oídos hasta llegar a tus ojos, que lo representan en tu conciencia. Es como ver la vida sin la

relación. En el aprendizaje de la responsabilidad mental, has reconocido que estás dando tú, como mente, el sentido a todo lo que percibes. Todo es una percepción subjetiva. Es la propia mente la que está asignando significado a todo lo que percibe. Ahora es momento de descubrir la causa de esta percepción subjetiva y desconectada. Pues es en tal manera de dar significado,

—en el sistema de pensamiento — en donde radica el origen del sufrimiento. El deseo de ser especial es lo que ocasiona todo un programa de separación como respuesta a tal deseo profundo camuflado en mil creencias fragmentadas y deseos revestidos de necesidades personales. El deseo de ser especial es el origen del sufrimiento.

El perdón es el entrenamiento experiencial por el cual vas descubriendo cómo sana tu mente al dar un significado basado en la unidad a todo lo que ves. La comprensión es la mirada de la unidad, su aplicación despierta el recuerdo del amor que eres en tu percepción interior, que es tu conciencia, el sentido del yo. La verdadera vida es tu ser. La verdadera vida está en tu mente,

siempre donde estás tú, siempre eres tú, pase lo que pase. No tiene opuestos ni oscila ni enferma. La vida auténtica es tu ser y está en tu mente, no en ciertas formas que percibes. Mente = Vida Bajo la mirada de la comprensión, hay vida en todo lo que percibes, porque la vida está en tu mente.

«Dios está en todo lo que veo porque Dios está en mi mente»16.16 La conciencia de vida sin opuestos destierra toda sensación de temor. Se te ofrece un acercamiento a esta mirada en cada una de nuestras prácticas; pero, muy particularmente, cuando deshacemos la percepción de separación con otra persona mediante la mirada

del amor. Hacer real la diferencia hace real el conflicto Percepción es proyección. Percibir separación es el resultado de la proyección que hacemos desde el inconsciente colectivo. El conflicto interior de creernos diferentes y separados del resto de la mente, de la totalidad, del Ser o de Dios es lo

que da lugar a esta proyección. La creencia produce la experiencia. Y la experiencia es un mundo de diferencias. Recuerda: la creencia debe ser sostenida por una voluntad, por un deseo, sea consciente o no. A nivel subconsciente, el ego es el deseo de ser especial, el deseo de usar el poder divino —el poder creativo del Ser— para fabricar

mentalmente nuestra propia creación, independiente de la fuente, y así instaurarnos como un nuevo dios separado: el ego. Así «creamos» —proyectamos sería más exacto, pues no se trata de una creación basada en la verdad— un mundo dual aparentemente al margen del Ser. Es como si un pensamiento de la mente quedara dormido, aislado, encerrado en su propio sueño deseado. Tal sueño está basado en la diferencia y, por tanto, en la

dualidad. Se vive en él una experiencia de conflicto con el Ser, lo cual vives como culpa, miedo, sufrimiento e ira. Se trata de un conflicto de relación cambiante a cada momento. La creencia en la separación es la creencia en el pecado. El pecado es la creencia de que hay diferencia entre yo y el Ser.

Ver al otro como otro Habitualmente te sientes como un ser separado de los demás,

una conciencia separada del mundo que observa al otro como a una conciencia distinta de la tuya, como si su mente estuviera metida en su cuerpo, en el cerebro más concretamente. Te parece que esa conciencia vive gracias al cuerpo. Crees que la mente depende de un trozo de carne. Y en tu mundo domina la superstición materialista, pues todo el mundo cree que los sentimientos, las emociones y los pensamientos proceden del

cerebro, ese pedazo de carne blando y tembloroso —como un huevo frito— al que hemos atribuido propiedades mágicas. Sin embargo, un objeto es un objeto. No experimenta. No piensa. No siente. No vive la relación. ¡Eso sería equivalente a pensar que un huevo frito piensa y siente! No. No son las neuronas las que producen tu experiencia. Es la mente la que ha inventado la neurona y la electricidad y todas las percepciones, incluidos

los aparatos percepciones.

que

miden

Es la mente quien experimenta,

quien siente, quien piensa, quien es puro pensamiento conectado con el todo. Y lo sabes, pues cada noche lo experimentas. Dejas tu cuerpo, con el único estímulo de una sábana encima y un colchón debajo, y tú te marchas a vivir experiencias en las que sientes, vuelas, conoces y olvidas, te relacionas, te emocionas hasta el fondo, aprendes, te excitas y te frustras. Tu cuerpo sigue sin recibir estímulos, pero eso no importa. Tu mente siente y

experimenta un nuevo cuerpo dentro de ella, como siempre, pero ahora desde otro canal, allí donde no se recuerda al cuerpo tapado por la sábana. Sin embargo, cuando ves al otro, ves otro cuerpo. Y crees que ahí hay otra mente. Como si la mente del otro fuera tan distinta de ti como el cuerpo que ves. Es como si fuera otra mente, con una historia individual diferente, distintas experiencias y memorias, intereses particulares,

preferencias propias, objetivos distintos. En definitiva, una conciencia especial y única definida por un punto de vista único y distinto, lo cual le da al otro una identidad, una vida propia y separada de la tuya: otro ser. Y dices: «Esto es la verdad». En la percepción de una mente diferente está el germen del conflicto y la negación del amor, pues es imposible que la mente

ame verdaderamente a otra mente a la que ve separada. Como ya vimos, si una mente ve reales las diferencias que percibe en otra mente, siente que la otra tiene algo que ella no tiene, percibe inferioridad y no entiende por qué. Surge la injusticia. Siente envidia e inseguridad. Planea entonces, aun secretamente, intentar conseguir eso que percibe y que no posee, pues se considera injustamente privada de algo.

Igualmente, si una mente cree tener algo que otra mente no tiene, se siente culpable por tener lo que la otra no tiene, se percibe superior y antes o después se sentirá amenazada, pues tendrá miedo de que la ataquen o manipulen para obtener lo que ella tiene y otros no. La creencia en la diferencia es el conflicto. El amor no ve diferencias reales o significativas, pues todo lo que ve está dentro

de sí, está totalmente incluido en la gran identidad, el Ser. En la experiencia del amor no existe el miedo, pues es la consciencia de la unidad. Sin miedo, hay total libertad. Y en la total libertad, el disfrute no tiene opuestos. Es total. Cuando una mente cree que hay otra mente distinta de sí misma, se está expresando el conflicto profundo con el Ser.

La creencia en la diferencia es el conflicto. El amor no ve diferencias.

Comparar es separar El deseo de ser especial te hace sentir como una mente diferente que ve mentes diferentes. El programa establece constante comparación en busca de especialismos en una u otra dirección, a saber, lo que deseo

para mi propio especialismo y lo que tengo que rechazar, pues esto último impediría mi propio especialismo. Mediante la comparación, el programa establece constantemente la separación en la conciencia. Como ya hemos visto, al considerar a la otra mente separada y distinta de ti, verás cosas que tú no tienes y que deseas para ti, o bien verás cosas que no deseas tener y que rechazas en el otro. Al haber

comparación es imposible que haga presencia el amor en tu mente. Y la ausencia del amor es, literalmente, la muerte. Para una mayor claridad, la unidad es vida, es amor, es sanación. La separación es la enfermedad, es la creencia en el pecado, es la ilusión de la muerte. Por tanto, la comparación es una trampa habitual de separación. La comparación te

hace sentir solo, te hace sentir carente, falto de vida, pues estás separado y eres defectuoso. O bien, por otro lado, te hace creer que eres especial al tener lo que el otro no tiene o, mejor dicho, ser lo que el otro no es; pero igualmente caes en la trampa de creerte solo e incapaz de compartir. Y además, te apegas a tu imagen de superioridad e intentas protegerla a toda costa.

En la comparación es imposible la comprensión, pues en cuanto aparece la comparación en tu mente, la separación se ha hecho

ley, y con ella toda carencia, injusticia, enfermedad y muerte es vivida como real. Para el proceso del perdón del especialismo, es interesante darnos cuenta de la inversión emocional que dedicamos a las comparaciones. Nos comparamos con los demás. Nos comparamos con nuestra pareja, con nuestros padres, con nuestros amigos y con nuestros enemigos. Nos comparamos con nuestro pasado... ¡hasta con nuestro

futuro imaginado! La exigencia es un tipo curioso de comparación entre quien crees ser y quien crees que deberías ser. Y todo ello solo es refuerzo del aprendizaje de lo especial, como una constante redefinición del personaje fabricándose, un intento de fijar nuevas metas de especialismo en un proceso que va desde el yo-idea al yo-ideal.

También comparas cuando te aburres, puesto que no consideras este momento suficientemente especial para ti, en comparación con otro hipotético momento más especial que ha aparecido en tu mente. El programa te hará comparar el perdón con otros caminos, e incluso, aunque te parezca increíble, puede hacerte comparar lo falso con lo verdadero. De hecho, suele ver lo falso... ¡mucho más divertido que

lo verdadero! Y eso, ¡sin ni siquiera ser capaz de compararlo! Solo creyendo que compara, al reconocer la verdad como algo... ¡nada especial! La comparación es carencia, pues en ella se ha establecido como real la separación y, por tanto, careces de todo lo que deseas, por el hecho de verlo proyectado fuera de ti. La comparación es competición, por tanto, es lucha de especialismos. En la comparación encontramos

el ámbito del ego. No me privaré de nada ni de nadie. No me privaré de la verdad. Comparar es soledad. Comparar es carencia. Comparar es separar. Renuncio a comparar.

Comparar es separar Renuncio a la soledad (EC) Comparar es separar,

diferenciarme y distanciarme, un deseo de ser especial, de separarme, quedarme solo, echarme en falta. Creo carecer de lo que el otro tiene y yo no, ¡Maldito! Me lo ha quitado. Comparar es soledad. Comparar es batallar, pues él me quiere anular y es necesario ganarle para ser «completo» sin él. Compara es competir. Comparar es separar.

Comparar es olvidar que soy mente, todo soy y nada me falta. No necesito ser especial. Renuncio a comparar. Comparar es privarme de mi hermano y creerme separado. La carencia me lleva al miedo. Solo compito conmigo mismo, separándome una y otra vez de la sabiduría de amar, ver y

sentir, que nada nos falta y nada podemos temer. No me privaré de nada ni de nadie. No me privaré de la verdad. Comparar es soledad. Comparar es carencia. Comparar es competir. Comparar es separar. Renuncio a comparar.

El amor no es nada especial

En el amor no hay límites, no hay diferencias, no es posible ser especial. Renunciar a la creencia de que eres especial implica darte cuenta de que no necesitas ser especial. Tu felicidad está, precisamente, en todo lo contrario, en la paz de la verdad. No necesitas ser especial. Entonces, invocas al recuerdo de tu realidad y el amor hace presencia en tu mente mediante el proceso de cambio de percepción.

Vivir en el mundo sabiendo que no eres especial es el camino del perdón. Nos hacemos normales, nada especiales, felices e iguales a todos, sin necesitar demostrar nada y descubriendo nuevos campos de experiencia en donde aplicar la percepción de inocencia. En el camino del perdón no hay personas especiales.

No hay personas iluminadas ni caminos del perdón acabados. Todo está sucediendo en tu conciencia para la comprensión, para el despertar. No se pretende que despierte un personaje, sino la mente entera de la cual te haces responsable en el ahora. «Yo soy luz del mundo». «Perdonar es mi función por ser la luz del mundo»17.

El proceso profundo del perdón irá liberando tu conciencia. Además, y según van desplomándose las capas de culpa con las cuales te identificabas, el proceso en todo momento te ofrecerá la oportunidad de descubrir nuevos y sutiles detalles de especialismo que podrás perdonar. A veces en tu propio personaje y, muy a menudo en todas tus relaciones. Siempre estoy perdonando el deseo y la creencia de ser

especial. Y esa es mi función. Tras el deseo de ser especial, solo hay inocencia. Sus consecuencias nunca fueron reales. El deseo de ser especial es totalmente inocente.

El especialismo como defensa del personaje El programa mental centra todo su empeño en que defiendas tu

personaje, es decir, defiendas la realidad de que eres el personaje. Es una inversión de voluntad y, por tanto, una fe en la separación, todo un culto privado y oculto... que se vive compartido. Lo puedes ver en todas partes, pero no lo ves hasta que no lo desees ver y saber. No importa si tu culto es el cristianismo, el islamismo, el budismo o el ateísmo. Todos compartimos un culto más allá de todo eso: el egoísmo. Es el deseo

de ser especial. El fundamento para defender al personaje consiste en invertir tu poder —tu deseo, tu voluntad y, por tanto, tu fe— en ser especial. Para empezar, te hace creer que ya eres especial, debido a tu especial modo de sentir, tu especial modo de ver el mundo, tu especial pasado, tus especiales

experiencias —las cuales te hacen único—, así como tus preferencias especiales. El pasado te hace especial, tu cuerpo te hace especial, tus ideas son tuyas y te hacen especial. Tus relaciones también han de servir para hacerte especial. De este modo, tu relación con todo y con todos se pone al servicio del ego. Tu percepción del futuro se adapta a este objetivo. Has de conseguir ser mucho más especial de lo que eres. No tiene fin la

insatisfacción. Pues tu actual idea de lo que eres, si bien te hace verte como alguien especial, no es completamente especial. Aún podrías ser mucho más especial, ¡aún hay que mejorar en esto de ser especial! El intento de ser más y más especial es como una zanahoria delante de ti: por mucho que corras no la alcanzas. Si un día tienes un triunfo, espera un poco, que enseguida desaparecerá el sabor del azucarillo que el ego te

ha dado. ¡Pues aún tienes que intentar mucho más! Y seguirás tras la zanahoria hasta que consideres la posibilidad de que estás persiguiendo una falsa felicidad, un invento imposible, un deseo de muerte. Nunca es suficiente cuando lo que se persigue es falso. Y el vacío no solo se alimenta de tu frustración. Hay un

profundo sentido de culpa añadido a la creencia de ser especial, pues, como hemos visto, la creencia en la diferencia es la creencia en el pecado. Creerte especial produce culpa, pues desde lo profundo crees haber pecado al hacerte especial —crees que es verdad que ha pasado—, crees que has atacado al amor, a tu Ser, a Dios, que has traicionado la unidad y que aún lo sigues haciendo. La culpa es tu creencia profunda

de que eres erróneo e imperfecto, la cual, proyectada sobre tu mundo de percepciones, situaciones y sucesos, da como resultado un mundo imperfecto lleno de maldad. Por tanto, tu personaje especial no solo tiene cualidades especialmente positivas en constante proceso de mejora, sino también cualidades especialmente negativas que reprimes o contra las que luchas.

De aquí surge una constante motivación para construirte a ti mismo como un ser especial, algo que parece ser eterno, pero que simplemente es un bucle imposible de deseo y frustración consecutiva. Tienes que cambiar tu forma física y tu comportamiento, tus pensamientos han de ser más sofisticados y complejos, debes acumular conocimientos especializados para lograr influencia en los demás, de modo

que así consigas ser quien deseas ser. Es un deseo combinado de ganar, de no perder, de acumular, de conseguir lo que te falta, de corregirte, de limpiar los fallos del pasado, de aprender lo que no sabes y, finalmente, conseguir ser feliz. Tú, igual que yo, igual que todos, estuviste intentando salir del sufrimiento usando como motor la misma motivación del sufrimiento: el deseo de ser especial.

Y, bajo todo ello, solo perseguías tu verdadero deseo, tu corazón radiante, dentro de ti por siempre.

Yo-idea y yo-ideal Forjamos un «yo-ideal», un ser futuro que debes conseguir ser, como contraparte del «yo-idea» incorrecto que actualmente crees ser. Y este juego entre yo-idea y yo-ideal, entre ser presente y ser futuro, va a definir tu vaivén emocional, tu ascenso al cielo o

tu descenso al infierno, las amistades que prefieres, el éxito o el fracaso, como un hacha pendulando sobre tu cabeza. Si consideras que un acontecimiento te ha situado más cerca de tu yo-ideal, es un éxito. Si, por el contrario, el acontecimiento te ancla en tu yoidea o te hace regresar a un desdeñable estado pasado, es un fracaso. Tu valor parece cambiar ante estas percepciones. ¡Como si tu

valor pudiera cambiar! Piensas que tu ser está en constante cambio, que mejora y empeora, que vas adelante y atrás. El deseo de cambiar el ser no solo es la semilla, sino la constante del especialismo. Igualmente vivirás así tus relaciones. Si una persona te hace sentir especial, te sientes amado y obtienes así el reconocimiento

que buscabas para tu especialismo. La relación se usa para que te refleje una imagen de lo que tú deseas ser. Si una persona, en cambio, te percibe como tu yo-idea, en lugar de como tu yo--ideal, te sientes ofendido o rechazado. Al darte cuenta del modo como te ve la otra persona, al sentir en tu interior el reflejo de tu propio rechazo a ti mismo, odias a esa persona como una proyección del profundo odio que guardas hacia

tu imagen actual de ti mismo, deficiente y carente de todo aquel especialismo por conseguir. Como siempre, todo está brotando de la culpa inconsciente, el rechazo a ti mismo asociado a creerte especial. El programa consigue así anclarte a la culpa, la cual se expresa cotidianamente, al identificarte con un falso ser. Le das permiso para ello mediante el deseo de ser especial que

sostienes. Crees que es una necesidad. Crees que es una supervivencia por la que luchar. Defiendes a tu personaje especial frente a la amenazante totalidad o unidad, que, por otro lado, resulta aburrida y nada especial. Para el programa, la unidad es uniformidad, un orden que se imagina opresivo, sin libertad ni frescura. En ella se diluye la vida. Para el programa, la unidad es muerte, Dios es muerte, el amor es muerte. Y la

salvación de todos tus pesares, según el programa, se basa en conseguir ser un personaje que sea reconocido finalmente por todos los demás y, sobre todo, por ti mismo como especial. Eso sería el triunfo del ego sobre la mediocre y amenazante totalidad. Esta es su particular visión de la vida triunfando sobre la muerte. Es su cielo particular. Si el mundo reconociera todo lo especial que tú deseas ser, habrías triunfado. Sería como si

Dios mismo tuviera que rendirse ante el ego, reconociendo su existencia. El ego lucha por vencer a Dios en un loco intento de lo separado imponiéndose a lo que Es, la unidad. Y la unidad lo deja ser, amorosamente. Evidentemente, el ego es el único que lucha, pues se trata de una lucha soñada, proyectada como un videojuego cósmico, sin contendientes reales, sin herida ni daño real. Pero tú vives esa lucha como propia y te

preguntas: «¿Por qué tanto sufrimiento, tanto esfuerzo, tanta soledad y dificultad?». Y, aún, en esta pregunta se niega el deseo de ser especial. La respuesta resulta tan frustrante como la pregunta. Estás invirtiendo tu poder — como mente que eres— en un deseo imposible. Intentas que sea lo que no es. Es momento de rendirse.

Ser reconocido como especial es la base del falso reconocimiento que el programa te lanza a buscar en el mundo. «¿Dónde están mis adoradores? Debo ser aún más especial. ¿Dónde estarán mis dones especiales? ¿Cuál será mi misión especial en el mundo?». No solo ciertos talentos especiales son requeridos. También dramas, castigos, injusticias..., cada uno de los momentos cumbres de la historia de tu vida forjan tu personaje

especial en la película del ego. Y, creyendo que estabas conociéndote como algo particular y solitario, andabas perdido, atrapado en el olvido de tu esencia, la unidad. Solo hay una respuesta: la unidad.

La ley de los incentivos positivos y negativos ¿Cómo mantener vivo el deseo

del consumidor? ¿En qué consiste el entretenimiento del mundo? ¿Cómo mantiene vivo el programa tu deseo de ser especial? El programa necesita mantener a salvo tu inversión en él. Necesita que inviertas nada menos que tu vida. Tú eres su único cliente. Por tanto, te ofrece un sofisticado plan de incentivos. Se trata de un tema bien conocido en la economía, la

ciencia que estudia el funcionamiento de ciertos aspectos sociales según los datos que recoge. Sus estudios corroboran, una vez tras otra, lo evidente: que la clave de todo comportamiento humano está en los incentivos. Averigua incentivos verdaderos y podrás prever comportamientos futuros. Para cambiar el comportamiento, has de cambiar los incentivos. Por supuesto, esta herramienta debe ser usada a continuación por las

fuerzas sociales para desarrollar estrategias adecuadas de incentivos según los objetivos por conseguir. De este modo, se intenta controlar a la sociedad usando el mismo sistema de palo y zanahoria que el programa subconsciente impone en cada mente aparentemente separada. La economía es, sin duda, una de las ciencias más respetadas y consideradas en el generalizado y loco intento de cambiar el mundo, aun sin entender lo que

es el mundo. No es nada distinto de lo que sucede en la educación, en donde la misma ley se aplica a rajatabla. No obstante, te animo a buscar en cualquier otro sitio: empresa, política, deportes. ¿Ves el programa de los incentivos? ¿Ves la estructura de premios y castigos que te ha controlado desde el principio de tus recuerdos? ¿Lo ves infiltrado en cada pensamiento?

Todo ello sucede alentado por una supuesta buena voluntad, pues bajo todo este circo de papeles y roles no hay sino un intento de dejar de sufrir. Recuerda: todos deseamos lo mismo. Todo el mundo desea el corazón radiante. Pero, en su lugar, el programa de incentivos subconsciente desarrolla un cielo ideal especial para ti. Y todo a tu servicio, pues el programa es tu servidor. Solo escucha los deseos de su cliente. ¡El cliente manda!

Lo que sigue sin ser visto, lo que esconde cuidadosamente el programa de incentivos con su constante fabricación de deseos fragmentados y encadenados, es el deseo de ser especial, por supuesto, y el constante juego de reparaciones en el que te empleas, entre juicios, esfuerzos, premios y castigos. Se trata de una constante interpretación de un personaje. Puedes desear o creer ser especial mediante la popularidad,

la fama, la belleza o el éxito en tus conquistas sexuales. Puedes probar con la inteligencia, el ingenio, el prestigio, el conocimiento o la sofisticación. También puedes desear ser especial mediante la habilidad, la acrobacia, la rareza, la genialidad o el arte. Puedes creértelo a través del dinero, el poder político o social, el aparente poder que ostentas ante la influencia efímera de tu criterio sobre los demás como líder de

opinión. Estas formas constituyen los incentivos sociales más habituales que, en superficie, parecen mover el mundo. Pero también puedes ser especial como un solitario, una víctima, un luchador, un enfermo especial o un «malo de la película» especialmente rechazado por un mundo cruel. Hasta ser culpable es especial. ¡Es tan especial e importante haber hecho el mal! ¡Distingue tanto la transgresión! ¡Llama tanto la

atención un grito de rebeldía! Y ¡cómo no! Puedes ser un personaje espiritual especial o un gran filántropo especial que va a salvar al mundo. ¡Te lo tienes muy creído! Hay tantas formas de ser especial como personajes puedas reconocer en este mundo. Es el resultado del big bang del deseo de ser especial.

La sustitución del Cielo

El reconocimiento de nuestro Ser en la dualidad es reemplazado por el reconocimiento del especialismo. El valor de la unidad es sustituido por el valor de la diferencia. La relación con el Ser, como una relación constante que da sentido y sustancia a la existencia, es olvidada y reemplazada. El Ser, en eterna relación, mediante un malabarismo mental inconsciente, es sustituido por una falsa identidad:

_________________ [escribe aquí el nombre con el que te conoces], cuya relación con lo demás —el universo— se argumenta en la separación: miedo, carencia, dependencia, logro, consecución, voluntad propia, culpa, lucha, reparación, admiración, mérito personal y mil síntomas más. ¡Es un asunto del todo personal! Los demás, a menudo, están de más. Los demás compiten contigo por tu propio especialismo, el cual te quieren arrebatar. Y no

solo me refiero al deseo de atención e importancia personal. Cuando sientes ira, el otro, sin duda, está de más. También cuando hay miedo o culpabilidad. Si tuvieras una varita mágica, los hubieras hecho desaparecer. También cuando alguien tiene lo que tú querrías para ti, sea lo que sea, te gustaría que eso no estuviera ahí. Está de más. O cuando te sientes víctima de algo más que tú mismo. Ese algo más está de más. De modo que la

separación te hace sentirte y experimentarte como un yo, carente e insatisfecho, frente a lo de-más. En tal percepción programada, la relación no es entendida como es, basada en la unidad en lugar de en la separación, y no puede ser vivida desde el corazón radiante. El deseo de ser especial, como piedra angular de la experiencia ego, ha reemplazado a la relación

natural —la relación del Ser en la unidad, la expresividad pura del sintiente consciente del todo— por otro extraño tipo de relación en donde los polos de la relación están separados. Cada polo usa al otro para autoafirmarse y negociar, intentar obtener algo del otro. La relación es una lucha por conseguir el especialismo que, aparentemente, satisfaría el profundo vacío interior que dejó el olvido del Ser. Cualquier relación así planteada

divaga entre el éxito y el fracaso, generando una experiencia tan polarizada como la concepción misma de la relación, el juego constante de la ilusión y la desilusión. La relación con los de-más no es más que una proyección, una expresión alterada y disfrazada de tu verdadera y olvidada relación con Dios, tu relación con el Ser.

Todo lo que buscas en tus relaciones especiales es lo que buscas en Dios, lo que pides a Dios, o lo que crees que Dios te pide a ti, en una supuesta relación especial con Dios. En tal relación con Dios, expresada en tu relación con todo lo de-más, es como si, en cada emprendimiento, deseo o temor secretamente anhelases que Dios, por fin, se rindiera a tus

pies y reconociera que eres especial, que tú eres el elegido. Deseas que haga un trato especial contigo en particular, de ello depende tu creencia en la magia. Buscas el privilegio del poder invisible. Tu personaje ha de recibir un trato especial. En esta ilusión de éxito, finalmente todo sale como tú quieres, al gusto de tus apegos y tus temores, tú dominas el mundo. Puesto que has vencido, tenías razón en todos tus esfuerzos y

sufrimientos, y ahora, por fin, el amor ve la diferencia y te juzga merecedor de la gloria especial, el cielo de los elegidos, tu Walhalla particular. A esto se le llama el juicio de dios. ¡Ganar a Dios e imponer un mundo de separación! Esta locura es el descabellado objetivo del ego: imponer lo imposible sobre lo real. Y en esta contradicción se forja la dualidad —samsara— y toda la experiencia del sufrimiento.

No puede ser real lo imposible. Sin embargo, la creencia de ser especial te hace creer que ya se ha conseguido, que eso es «lo real». Lo tienes alrededor. Lo percibes. Todo está separado. Lo sientes. Es doloroso. Por tanto, es real. Y el deseo de ser especial te empuja a defender cada día tal realidad. Pero mientras tanto, sin duda,

sufres, lo cual es innatural al Ser que eres, tal como el mundo en el que crees vivir. El Cielo de la unidad ha sido sustituido por el extraño cielo que consiste en «ser especial». Un cielo de separación es imposible —lo cual te resulta evidente si miras alrededor con honestidad—, pues en el hecho de creerte especial reside el conflicto, es en donde se origina todo dolor. Por este motivo, nuestro mundo, tal y como lo

percibimos, evidentemente, no es el Cielo. Para el ego, por tanto, la salvación consiste en ser especial. Su consigna es: «Busca, pero no encuentres». La búsqueda errada es fundamental para demorar la aceptación de tu auténtico Ser, se sostiene en invertir, buscar y defender un falso ser, un ser especial y, consecuentemente, un falso concepto de amor, basado en ser especial. Entonces el programa mental subconsciente

se encarga de desplegar el juego completo de incentivos especiales del que hemos hablado. El gran espectáculo del mundo está ahí para atraparte, como un juego de fuerzas que constantemente te ofrece entretenimiento para la búsqueda de lo que no eres. En eso parece consistir la evolución. ¡En especializarse! Y el mundo viaja hacia la especialización, que es considerada por todos la ruta a la perfección. De este modo, el

mundo de la forma se hace cada vez más sofisticado a lo largo del tiempo aparente. La evolución, la sanación, la salvación, el cielo, la felicidad y el amor, todo ello consiste, para el programa, en ser especial. La búsqueda errada empapa igualmente a tu búsqueda espiritual. Pues, sin ser visto el deseo de ser especial, todo lo que buscas es que se ilumine tu personaje. Cuando consigas ser suficientemente especial, te

iluminarás y todo el mundo reconocerá tu especialismo. ¡Hay que luchar y esforzarse por conseguirlo!

Ilumínate ahora mismo Respira, descansa, gracias a Dios, es solo un sueño. Únete a tu corazón radiante. Ya estás en el camino del amor, estás a salvo. Toda esa experiencia ya pasó, solo es memoria. Ante ti hay un camino

de perdón, comprensión y descubrimiento, un camino de regalos que, según lo acepte, irá suavizando la inercia de la memoria programada en el deseo de ser especial. Todo lo que he descrito se te irá cayendo, inevitablemente, pero solo en la medida de tu permiso profundo. Evidentemente, si el Cielo o la salvación han sido reemplazados en la conciencia, lo que realmente ha sido sustituido es el auténtico amor —que es tu Ser o Dios—,

por otra cosa —el ego— que constituye un sistema de pensamiento que te ofrece una imagen falsa de ti, una imagen falsa de Dios y una imagen falsa del Cielo. Tu relación no es como la percibes. No eres un polo en la relación. Eres la electricidad misma entre los polos de la relación, eres el sintiente, el experimentador, el hijo de Dios.

No eres un polo de la relación. Eres la relación misma. Recuerda: eres el espacio sintiente, el viento. Únete a tu corazón radiante ahora mismo e ilumínate.

La iluminación no es una meta que te aguarde en el futuro, sino una opción totalmente presente. La iluminación vive en tu corazón.

Está radiando, llamándote para que te unas ahora mismo. No sirve de nada definir la iluminación, mas tu deseo de unirte a ella en el ahora te llevará al dulce silencio, donde el griterío del pesado pasado pensado se acalla poco a poco ante el sentir del espacio interno. No necesitas ser especial. Eres amor. Eres Dios. Nada especial.

No necesito ser especial Soy amor (EC) Observo un impulso en mi mente que desea ser mejor, compara y busca la diferencia entre el otro y yo, para al final quedarse solo y triste. No necesito ser especial.

Elijo ser amor en lugar de miedo. Soy comprensión. Soy libertad. Nada especial. Mi valor siempre es el mismo, total e indiferente a lo que pasa, a lo que hago y a lo que pienso. El amor es valor, eso soy. No necesito ser especial. No necesito ser especial, pues soy amor,

comprensión y libertad. Nada especial. Pase lo que pase, haga lo que haga, piense lo que piense, no necesito ser especial. Soy amor. 1414 Revelación que experimenté gracias a la guía de Un curso de milagros. 1515 En Un curso de milagros, a

esta creencia se la llama primera ley del caos. 1616 [UCDM] Un curso de milagros: Lección 30 del «Libro de ejercicios». 1717 Lecciones 61 y 62 de Un curso de milagros.

La creencia en el mal La percepción incorrecta El deseo de ser especial hace funcionar, desde una parte oculta de tu mente, una experiencia completa de separación en la que resulta totalmente veraz que estás solo, que eres un ser separado y vulnerable, con tu propia historia, tus experiencias únicas y tus pensamientos privados, preferencias y proyectos, decisiones tuyas,

aparentemente libres y conscientes, de las cuales derivan tanto el mérito como la culpa. Gracias a la memoria, desfila por tu mente una programación completa de recuerdos coherentes con tu yo especial. Todo responde a tu oculto deseo de ser especial. Esta experiencia la tienes cada día, y cada día se mantiene la continuidad que te permite creerte ese ser individual, a no ser que decidas pararte y unirte.

Hay algo que has podido comprobar, algo que puedes verificar usando la misma memoria que te da una identidad especial: el conflicto, grande o pequeño, aparece en tu vida una y otra vez, de mil maneras distintas. Por supuesto, puede que aún no te creas que todo conflicto se deba siempre a tu oculto deseo de ser especial. Es normal, pues el apego te impulsa a hacer todo tipo de pruebas ahí

fuera para solucionar los conflictos antes de rendirte a lo que es. Y no importa. Tu deseo de verdad te irá orientando. Desde una conciencia cada vez más limpia de programas, siempre guiado por tu corazón radiante, verás poco a poco, con total claridad, que todos tus conflictos provienen de tu deseo de ser especial. Todos tus conflictos provienen de tu deseo de ser especial.

A un nivel profundo, el conflicto básico de la experiencia como un individuo especial es precisamente ese: que tú no eres ni un individuo ni especial. Tú eres amor, eres el compartir, eres lo no limitado, tal como tu corazón radiante anuncia con su constante brillo. Eres la mente total, y no una parte pequeña de ella ni un cuerpecito vulnerable ni un ser en apuros. Eres simplemente el Ser, puro espíritu,

pura vida. No necesitas compararte ni resaltar para existir. No eres un objeto. Ni siquiera eres un punto de vista. Eres la total experiencia. El sintiente. La luz misma de la experiencia así como el espacio que la siente. El conflicto básico es que experimentas lo opuesto a lo que eres. Y esta creencia tan profunda te hace sentir constantemente que hay algo malo en ti, en tu

relación, en tu experiencia. Es como si el conflicto, o el sufrimiento, te dijera constantemente: «Algo anda mal aquí». Desde el olvido, desde la fabricación de un falso ser, desde el conflicto de identidad fundamental surge la contradicción, la negación del sí mismo, la oposición a uno mismo y, por tanto, la idea del mal. Y desde tal creencia y deseo se recrea el guion temporal en

donde vivimos todo tipo de conflictos, como una expresión consecuente con lo que crees ser, como un mantenimiento de la experiencia deseada, creída y creada. Todos los conflictos cotidianos están proyectando o representando el conflicto básico de creerte especial, separado y solo. La idea del mal es un invento tuyo —como mente—, procedente de la misma creencia en la separación. La creencia en la

separación es la idea del mal en sí misma. En realidad, no existe tal cosa como el mal, pues la separación jamás sucedió, sigue siendo una creencia funcional para vivirte separado por un tiempo, la posibilidad de soñar tu adicción a la contradicción. Cada día vives un conflicto que, aunque parece ser diferente y proceder de fuentes diversas, siempre reproduce una experiencia: tu sensación de que algo está mal en este momento.

La creencia en el mal se ve, por tanto, constantemente representada en la experiencia. En tu memoria tienes registradas una serie de cosas que están mal en el mundo y en tu historia, sea personal, grupal o ancestral. El mundo parece ofrecer mil maneras de sufrir, un panorama completo en donde el miedo se autojustifica momento a momento.

La creencia en el sufrimiento Tú

eres

el

sintiente,

el

experimentador, quien convierte las ideas en experiencias. Sin lugar a dudas, la idea del mal, hecha experiencia, es el sufrimiento. El sufrimiento es la idea del mal convertida en experiencia. Sentir dolor, sentir la pérdida, sufrir la soledad y el abandono, el desgarro de creer en la muerte y todo el terror del mundo te

proporciona seguridad sobre la existencia del mal. El sufrimiento es la demostración experiencial de que el mal es real... para la mente programada. Siendo el mal real, todo el argumento de tu vida gira en torno a evitar el sufrimiento, y esto tiene toda la lógica del mundo, pues solo puedes ser feliz sin sufrimiento. La vida parece programada en un sistema de escape e incentivos. Sin embargo, todo cambia cuando te empiezas a relacionar

con la unidad, cuando empiezas a vivir con tu verdadero Ser, cuando vives con el corazón radiante. La puerta de la liberación, la sabiduría que alberga tu corazón de que jamás eres una víctima —sino que en todo momento estás haciendo uso de tu habilidad creativa— te lleva dulcemente a reinterpretar toda situación desde un punto de poder, una percepción de libertad. Ahora sabes que las imágenes que ves, que las ideas

que tienes, las creencias y los recuerdos, están ahí para sostener una identidad especial. Es lo que tú quisiste. Y puedes cambiar de opinión en este mismo instante. Puedes unirte a tu Ser en silencio, vaciarte en el yo del espacio y reconocer todo como tu cuadro. Todo lo que experimentas, a cualquier nivel y por muy real o ajeno que te parezca, es lo que te das a ti mismo como mente que proyecta, y lo recibes como mente que

percibe. Todo ello cimenta una sensación de ser especial en la que estás experimentándote. Cuando vives un dolor o una enfermedad, sin duda sientes real tu aislamiento, tu incapacidad y tu vulnerabilidad. Al creer ciegamente en tu percepción y haber dado la espalda totalmente a toda relación, todo tu enfoque, toda tu atención se centra en el dolor, en la pérdida, en la soledad. El bucle de sentir sufrimiento y hacer real el

sufrimiento es, en sí mismo, el encierro aparentemente sin salida en que te pone la creencia en el mal. Ahí se encuentra la mente estancada, el corazón comprimido, ambos separados por la barrera perceptiva a la que más poder hemos dado. Ante las experiencias de sufrimiento, se hace fuerte la noción «yo soy una víctima». Te sientes especialmente castigado... pero especial.

La creencia en el mal es necesaria para que puedas vivirte como el yo víctima.

La creencia en el juicio El programa te hará indagar sobre las causas del sufrimiento que experimentas. Según tu sistema de pensamiento, estas causas podrían ser genéticas y, por tanto, verías culpables a tus familiares de sangre. Otras veces

culparás al mundo y a ciertas cosas que los demás te hicieron en el pasado. Finalmente, en un falso intento de ser responsable, desde la investigación analítica programada que presume de buscar causas para luchar contra el sufrimiento,pensarás que hiciste ciertas elecciones desafortunadas en el pasado, las cuales te han traído hasta este sufrimiento. ¡Precisamente se trata de las elecciones que más culpable te hicieron sentir!

Además de dolorido, ahora vuelves a sentirte culpable.

El programa puede usar incluso

tus avances espirituales, sean los que sean, para hacerte creer que enfermas porque eres aún impuro. En otras palabras, en la enfermedad te encuentras tú a tú frente a esta creencia: «Yo soy algo que está mal, especialmente mal». La creencia en el mal es necesaria para que puedas vivirte como el yo culpable.

La noción del sufrimiento será reinterpretada en la misma medida que puedas entregar tu deseo de ser especial. Poco a poco entenderás que el sufrimiento no demuestra el mal, sino tan solo la ignorancia de Quien eres. El sufrimiento es el indicativo, a gritos, de la inconsciencia, siempre y sin excepción. Y la inconsciencia, recuerda, es elegida en tu fondo, para olvidar Quien realmente eres y así sentirte especial. El

camino más corto es la vía directa a la fuente del conflicto. No necesito ser especial. Soy amor presente. El olvido de tu totalidad, de tu yo-mente, es inconsciencia pura que, en un intento controvertido de llevar la creatividad hasta lo imposible, obra el malabarismo de construir un mundo completo reemplazando lo olvidado. El

inconsciente, convertido en el director de tu experiencia, necesita proyectar mil escenas ante las que digas: «Yo juzgo que eso está mal», y así recrear tu sentimiento especial. Necesitas un oponente frente al que ser lo especial. Te lo servirá el programa. Fíjate que el conflicto, el mal y el sufrimiento, todo ello es necesario para que te sientas especial. Has de corroborar el yo juzgador que contempla el mal y

lo siente real. La creencia en el mal es necesaria para que puedas vivirte como el yo juzgador. El observador que está separado de algo y lo ve como malo, lo juzga y, en contraste con ello, recrea un personaje en el tiempo en constante comparación con lo juzgado, en constante rechazo, reprimiendo

lo que encuentra en sí mismo igual que lo juzgado, expresando lo idolatrado como especial, en lucha contra el mal, empeñado en la reparación del mundo y de sí mismo. Pues el mal es real, he aquí la base del engaño. La comparación con los demás personajes que ve en el espacio a su alrededor es la medida con la que se define el personaje. En los de-más ve lo que más detesta, en los de-más ve lo que más admira y crea sus modelos de fabricación

del propio ego, del propio personaje, en constante proceso de reparación. En el tiempo, en su pasado, el personaje recuerda momentos en que hizo bien y otros en los que falló, lo cuales han de ser atesorados como perlas del aprendizaje, momentos culminantes de mérito y de culpa sobre los que se construirá su éxito o fracaso futuro. El

subconsciente

proyecta

constantemente distintos estados de consciencia para que podamos compararlos. Aparecen ante nosotros en el espacio —otras personas— y en el tiempo — pasado y futuro—, para que la evolución parezca supeditada irremediablemente a la comparación. Tal observador se encuentra separado del amor, pues el amor jamás podría ver el mal en ninguna parte, al estar en la total consciencia de su inexistencia. El

amor es la consciencia de que solo el amor es real.

La fe en el miedo Pero la creencia en el mal, además, tiene su propio sentimiento. Constante, pase lo que pase, sin importar cuál sea la situación, por debajo de los aparentes éxitos y fracasos, y más allá de la apariencia que podamos fabricar de cara a los demás, como un sentir de fondo, permanece el miedo.

El miedo es el indicativo de tu creencia en el mal. Algo malo me puede pasar, algo malo acecha, pues el mal es real y está esperando en la esquina. Tal como es real en mi pasado, el mal es real en mi futuro. Esto es el miedo. Toma mil formas en tu experiencia, mientras te sientas separado y vulnerable. Una y otra vez, la vida te lleva a su verdad inventada: el miedo, la sensación omnipresente de que el mal está ahí fuera, la tensión interna que

anuncia la constante amenaza de la totalidad contra tu pequeño yo especial. La creencia en el mal es necesaria para que puedas vivirte como el yo temeroso. El miedo es el sentimiento de sustitución de tu verdadero Ser por un falso ser vulnerable, pequeño y especial, que frente a la poderosa maldad preexistente

debe salir adelante, a pesar de la tormenta, en total soledad. El miedo es el indicativo de que te vives sin Dios o, mejor dicho, de que tu fe está invertida en un extraño dios del mal, un dios que hace que tengas miedo a tu mismo Ser, un profundo e inescrutable miedo a la unidad, que ahora se percibe como tu muerte.

El miedo es tan solo el olvido de tu Ser, y puede ser deshecho en un instante si te entregas a tu corazón radiante, te vacías

profundamente y recuerdas que eres con Dios, que estás en el Ser y que jamás puede cambiar eso, por muy difícil que parezca la situación. Estoy a salvo. Estoy en Dios. Esta será tu práctica. Reconocerás y descubrirás el poder de la luz para disipar la oscuridad, el poder de la verdad para deshacer el olvido en tu

corazón. Cuando tu corazón vuelva a brillar, la oscuridad no podrá resistirse, pues no es nada más que olvido. Al igual que cuando abres la ventana en una habitación oscura e inmediatamente queda inundada en la luz del sol, ¿se resiste acaso la oscuridad? ¿Tiene poder alguno la ausencia de luz? En absoluto. No existe poder alguno en la oscuridad, pues el mal no existe.

La experiencia instantánea de deshacer el miedo ante tu unidad interna es un aspecto fundamental de nuestra práctica cotidiana, pues así es el camino del corazón radiante. Cuando nos veamos en una situación en la que aparentemente acecha el peligro, la responsabilidad ahora no consistirá en salir corriendo ante el griterío del espanto ni pararse a analizar los enrevesados argumentos del

miedo y sus frágiles soluciones. La verdadera responsabilidad será deshacer la oscuridad de nuestro corazón y recordar la verdad.

Estoy a salvo (M) - AUDIO Estás aquí. Estoy a salvo. Estoy en Dios. Este momento es totalmente correcto. Soy inocente.

Aquí está el amor. Y lo recibo en mi centro. No tengo que protegerme de las experiencias que he fabricado. Estoy en la unidad. Soy la mente invulnerable. No podrá ser de otra manera sino como sea. Suelto toda preocupación. Estoy totalmente a salvo. Voy con el Ser. Siento mi corazón radiante.

Recibo la luz en mi interior. Me permito ser totalmente amado. Estoy a salvo. Voy con el Ser. Este salto vertical de consciencia te hará reconocer que el mal es... una creencia. Y como tal, desde el yo-mente, se rinde ante la unidad invulnerable que es tu verdad. No importa cuántas veces te haga falta pararte a unirte a tu corazón radiante.

Recuerda que el tiempo no importa, no creas que ciertos miedos deberían ya estar superados. Es tan solo una cuestión de voluntad ahora. Simplemente deshaz el temor en la presencia del amor y tu experiencia irá cambiando, tal como la luz entra en una habitación cuya ventana se abre.

Salvar a los que sufren La creencia en el mal tiene otra carta con la que puedes jugar a

sentirte muy especial. Una vez que has visto el mal real, que has reconocido que las víctimas son reales y sufren verdaderamente, el mismo miedo te guiará para... luchar contra el mal. Este mundo te subirá a la gloria del panteón de los héroes si haces de tu vida una expresión de la lucha contra el mal. Serás un salvador especial, el héroe del mundo, el protector de la inocencia. Sin darte cuenta, así estás siendo el ilusorio héroe de un

sueño mental en donde te sientes especial. Y eres inocente en tal experimentación, no hay herida alguna por jugar a tal juego. Pero si en la paz del silencio puedes sentir tu verdadera voluntad una vez más, te resultará evidente que, a la luz de tu corazón radiante, ya no deseas seguir haciendo real el mal en tu experiencia, luchando contra el mal. La verdad no necesita ser

defendida. La lucha contra el mal es el principal argumento del mundo para generar expectativas de especialismo. Todos hemos soñado con acabar con el hambre del mundo, sanar las enfermedades, desterrar la miseria al olvido, educar a los malvados castigándolos de un modo inequívoco, frenar a los corruptos, apaciguar las guerras mediante la ofensiva definitiva o,

tal vez, mucho más familiarmente, acabar con las lágrimas de un hijo. El engaño es siempre retorcido, pero tal vez aquí es donde más te haga dudar. Pues reconoces la llamada del amor en el deseo de sanar, de que los demás estén bien, sean felices y dejen de sufrir. Y es verdad. Lo que no es verdad es todo lo que percibes. Es el escenario completo el que te está

engañando. Mediante un cuidadoso diseño subconsciente, hace que tu deseo de extender amor se convierta en heroísmo especial, en algún tipo de lucha. Alrededor de este tema giran todas las películas del mundo. El bien contra el mal, como si ambos poderes fueran reales y la lucha, la única opción. Si el mal vence, cosa que ocurre por lo visto muy a menudo, los buenos fracasan y son víctimas de la injustica. Llegan las largas y

oscuras épocas en las que se espera un mesías, algún héroe imaginario que llegue desde lejos y, con alguna nueva magia, con un superpoder, por fin nos vengue definitivamente del mal. De tal modo, esperamos un mesías redentor, alguien especial capaz de desterrar el mal. El padre le preguntó al niño: «Si nos reunimos todas las personas buenas y juntas matamos a todas las personas malas, entonces ¿quiénes quedaríamos?». El niño

contestó: «¡Los asesinos!». Ojo por ojo, y todo el mundo acabará ciego18. ¡Qué lejos está todo este cuento de la auténtica responsabilidad mental! Cómo cambia todo cuando simplemente te das cuenta de que el mal es una creencia y que las maldades que percibes son solo eso, percepciones, efectos de tu

creencia. La verdadera responsabilidad espiritual o mental pasa por reconocer, en todo juicio que aparezca en mi conciencia, mis fabricaciones mentales asentadas en el deseo de ser especial. La lucha contra el mal perpetúa la creencia en el mal.

No necesito defensas

Confianza presente (EC) Me descubrí maquinando. Creí necesitar una estrategia para defenderme del suceder que... he inventado. Todo está en mi mente. Ahora despierto, me había distraído. Me confundí con un programa de miedo, con un objeto vulnerable en un mundo de caos. Creí necesitar planear, programarme,

pensar el modo y la manera de ganar esta partida a la vida, fabricar desde lo que no sé. No sé qué es mejor ni peor. No necesito calcular. Lo he visto. Solo era el programa del miedo. No necesito defensas, estoy a salvo en la confianza presente. Siento y me libero. En mi inocencia radica mi seguridad.

Ahora salgo del campo de batalla, no podrá ser de otra manera. Estoy a salvo siempre, pues no soy el miedo. Soy el hijo de Dios. Lo dejo en manos del Ser. No necesito defensas. Gracias, gracias, gracias.

La acción correcta Incluso si ya estás en el camino del perdón verdadero y la

aceptación profunda, puedes encontrarte en situaciones en las que vives la guerra interna entre el bien y el mal. «¿Estaré haciendo lo correcto? ¿Será malo esto? ¿Habrá algo que se me escapa?». ¿Recuerdas? Lo llamo la desviación típica. Toda la atención se ha puesto en la defensa del personaje. Los resquicios de culpa aparecen una y otra vez, como proyecciones auspiciadas por las dudas aún remanentes en tu

interior. La barrera perceptiva está ahí para no dejarte ver — hacerte consciente— la verdad. Y la principal tentación consiste en abandonar tu mirada interna, tu camino junto al corazón radiante para intentar resolver esto a solas, por tu cuenta, con las acciones y decisiones que surgen directamente del antiguo aprendizaje. ¿Qué será lo correcto? ¿Cómo saberlo? No te dejes llevar por juicios

sobre lo que ha hecho [tu nombre] o lo que debería hacer. Suelta esa manera de pensar ahora mismo. Es un juicio a lo que ha pasado o a lo que pasará. Y eso es miedo. Únete ahora mismo y suelta todo el control. Deja de juzgar este momento y únete a la vida, únete en tu interior. Siempre eres guiado por el amor, que es tu verdadero Ser, siempre tienes acceso a él uniéndote a tu corazón radiante.

Suéltalo. Treinta segundos. Siente el silencio junto a la paz, únete a la confianza en el presente y permite totalmente todo tu pasado y todo tu futuro mediante tu permitir pleno de este momento. Silencio. La acción correcta surge solo desde la percepción correcta. La acción correcta brota de tu paz,

es espontánea, no calculada, no programada. ¿Qué es la acción correcta? Es la acción no juzgada. Junto a tu corazón radiante, pleno en la inocencia y en la consciencia de quien eres, hagas lo que hagas y sea lo que sea lo que se desenvuelva en tu relación con este momento, sin dudas ni juicios, será lo correcto.

No puede ser de otra manera, porque este momento es totalmente correcto. Porque tú eres totalmente correcto ahora mismo. Y tú eres este momento.

1818 Gandhi.

La pareja especial El juego del apego En las relaciones de pareja, la observación del especialismo se hace aún más evidente. Si tú me haces sentir especial, me amas. Si amas a alguien, le haces sentir especial. Este es el pacto. De hecho, le amas porque es especial, distinto a todos los demás, es único. Tal

vez

ya

hayas

vivido

bastantes relaciones. Puede ser que te encuentres con cierta sensación de frustración ante la extraña magia que ha hecho convertirse una y otra vez en sapo al príncipe o a la princesa, según te corresponda. ¿Por qué el amor se convierte en odio tan fácilmente? ¿Por qué lo que comienza como una amistad a toda prueba acaba como un combate de rencor? Puede ser que, no obstante, la ilusión de encontrar a alguien

especial sea aún más fuerte que toda la frustración por las dolorosas experiencias del pasado en las que te abriste a alguien. También puede ser que atravieses, en un momento dado, por una época en la que te decidas a estar solo. «Más vale que me demuestre a mí mismo que no necesito una pareja, que puedo ser independiente emocionalmente. Puedo estar solo».

Y precisamente, al día siguiente, encuentras a una persona especial. Sientes una conmoción en tu interior. La química se dispara. Frente a la mediocridad y vacío que cada día vives, esta persona es diferente a todas las demás personas y a todo lo conocido, representa el cielo, pues ¡es especial! Toda tu atención se dirige a ella. Tu inversión emocional aumenta al mismo ritmo que tus pulsaciones. La persona que has

encontrado tiene una serie de aspectos especiales para ti que, sin duda alguna, deseas poseer. Tal vez estos aspectos tomen la forma de un cuerpo atractivo, una interesante historia, un rasgo intelectual, un carácter fresco y original. Otras veces ni siquiera eres capaz de ver, descifrar o explicar cuáles son exactamente los aspectos que te hacen verla tan especial y atractiva. Simplemente, sabes que lo es. Una persona especial que está

ahí para ti. Lo sientes así. Pues así te lo das. En tu subconsciente, aquellos aspectos psicoemocionales profundos que consideras que te faltan a ti mismo para ser especial están representados en la imagen que el otro te ofrece de un modo tan brillante como disimulado. ¡Por eso te parece tan especial! Porque tiene aquello que tú crees necesitar. Es como si esa persona dispusiera

justo de lo que tú careces, eso que te haría más especial. Y toda tu bioquímica, programada subconscientemente, se dispara en pos de poseer aquello que tan profundamente sientes que te falta, tal como el hambre te dispara hacia la comida, la sed hacia el agua fresca y, mucho más al fondo, el enamoramiento te lanza en pos de, supuestamente, tu corazón radiante. A su vez, para que el encuentro sea completo, la otra persona ha

de ver en ti algo lo suficientemente especial como para desearlo. Tu comportamiento, como dirigido por un sistema operativo especial, automáticamente se hace más amable y exuberante. Surge un nuevo personaje, refinado y especial para la especial circunstancia. La relación es pura energía de mutuo deseo, la intensidad se puede cortar con cuchillo. Parece ser sensualidad, pero va mucho

más allá. Es tu felicidad lo que está en juego. Crees haber encontrado el cielo. Quieres que el otro sea tuyo y deseas ser del otro. Algo programado muy profundo, basado en carencias, se ejecuta. Comienza la seducción. Comienza la posesión. En las relaciones personales, todo el mundo reconoce abiertamente el afán de posesión como indeseable. «¿Poseer a otra persona? Eso es esclavitud». Pero de un modo latente, es el alma de

la seducción, psicoemocional.

una

La seducción y el especial

cacería

amor

La tentación del ego se siente como el profundo deseo de ser especial frente al otro. Y la tentación es seducción. La seducción se caracteriza por una conquista y explotación de los deseados aspectos especiales en el otro, por una parte, y por una

exhibición paulatina de los aspectos especiales propios, por otra parte. Ha empezado el intercambio de especialismo. Es como si pusiéramos un tenderete de nuestros productos especiales y comenzara una romántica y escondida mercadería. Por supuesto, en el tenderete ofrezco solo mis cualidades especiales positivas. Hay otro paquete de cualidades, también muy especiales, pero no muy atractivas que, por ahora, será

mejor dejar en la trastienda. El otro hace lo mismo, por supuesto. Este es el aspecto de márquetin que caracteriza a la seducción o, si lo prefieres, esta es la seducción que caracteriza al márquetin. Pues el mismo modelo mental se refleja tanto en un negocio como en otro, mientras haya un juego de necesidades por medio. Además, conviene ir poco a

poco. No se puede entregar todo de golpe, es importante reservarse. Pues, secretamente, todos sabemos que el romanticismo es una cuestión de tiempo. Una vez que yo consiga lo que quiero, dejará de tener sentido, tal como si extrajese el mineral de una mina que inevitablemente terminará por agotarse. ¡Pero ahora no pensamos en algo tan desagradable! ¡Estoy enamorado! Hay un pacto entre los dos

pretendientes para intentar hacer lo más largo posible este proceso, toda una parafernalia mágica alrededor del romanticismo. Se suele imaginar como algo posible que el mercadeo del especialismo dure «toda la vida», como si la mina pudiera renovarse constantemente de su preciado mineral sorprendente y especial. El deseo de ser especial siempre ha de venderse a sí mismo como un reemplazo del amor eterno. ¿Qué clase de cielo sería uno con

caducidad? ¡Resultaría demasiado evidente que el amor especial no es verdadero! El matrimonio, en cierta manera, es como un imaginario sello de amor eterno. En fin, lo de eterno ha de matizarse con un «hasta que la muerte nos separe», pues todo el mundo sabe que la muerte está por encima de la eternidad, por supuesto. Aun así, no temas. Uno se

puede separar cuando quiera. «Hasta que la muerte nos separe o, en su defecto, un abogado». Pero, por ahora, mantengamos las formas, al menos durante el enamoramiento.

Un pacto de amor especial Te cases o no, hagas papeles o no, la exigencia fundamental del compromiso de la pareja es: promete amarme solo a mí. ¿Te suena? Exclusividad. Un pacto de amor especial en exclusiva. Es un

sello de propiedad del amor del otr, aceptado por ambos pretendientes. Soy tuyo y tú eres mío. Tu amor es solo para mí y el mío tan solo para ti. Dejaremos de brillar alrededor y haremos nuestros rayos coincidentes. Te quiero para mí y me quieres para ti. ¡Y estamos de acuerdo en esto! Cualquiera sabe, en lo profundo, que es imposible amar solo a alguien, pues ¡la vida es amar! Pero el compromiso

consiste en hacer absolutamente especial al otro, para que el otro, a cambio, te haga a ti absolutamente especial. Pues en esto consiste el cielo de la pareja especial. Durante el encantamiento de estar enamorado, día tras día verificas que el otro ha hecho realidad tu sueño. Justo cuando creías imposible encontrar a alguien especial... ¡ahí está, todo para ti! Puede ser que, antes de conocerlo, incluso hubieras dado

por terminada tu búsqueda del amor en este mundo tras toda la frustración acumulada buscando lo que creías desear —ser especial con alguien especial—. Sin embargo, delante tienes palpitando la demostración de que no es así. ¡Has encontrado a alguien especial a quien amar especialmente y, por tanto, por fin puedes ser amado, ser especial para alguien! ¿Cómo ibas a amar si no mereciera la pena? ¡Con lo

arriesgado que es! ¿Cómo desnudarte sin los incentivos adecuados? El amor es lo más peligroso del mundo, te puede destrozar, ya en el pasado tuviste que renunciar a él para no sufrir. Pero ahora ¡el cielo ha llegado a tu corazón! Esa persona responde a tu sueño, es tal como la habías imaginado o incluso mejor, pues el subconsciente parece saber mejor que tú lo que quieres. Pues sin que puedas sospechar que tú fabricaste al otro a la medida de

tu necesidad de especialismo — tus aparentes carencias—, ahí está el otro, satisfaciendo aparente y temporalmente tu vacío interno. El príncipe, o la princesa, es real, está delante de ti. Ahora bailáis en vuestro paraíso eterno de amor especial. Se trata de una de las ilusiones más poderosamente ensalzadas por las canciones, los cuentos, el cine y la poesía de todos los tiempos. El amor especial ha llegado, ya

nada más importa. Tu mago o maga particular conseguirá convertir tu vacío en plenitud, tu tristeza en risa y tu falta de amor propio en un constante recibir. ¡Te salvará! El programa ego ha convertido a tu pareja en un dios de carne y hueso —¡hmmm, mucho mejor!— que te hará feliz y te dará todo lo que necesites, pues te dotará de todo lo que te hace sentirte especial.

A la vez, tú has de conceder tus dones especiales al otro, de modo que cada vez te necesite más a su lado. Si el otro no te necesita, pierdes poder. Ha de ser adicto a ti, al menos tal como tú eres adicto al otro o, si es posible, algo más. Si no te necesita, corres el riesgo de que te abandone. Entonces, de nuevo aparecería el infierno de la soledad en tu mente. No, no. Hay que luchar para que el otro te necesite. Entonces, das lo mejor de ti,

ocultando lo peor, pues en eso consiste la seducción, de nuevo en ofrecer una percepción selectiva de ti mismo, una fotografía atractiva de quien eres. Es la obra de teatro definitiva de tu yo--ideal, con público y todo. La mutua estrategia de alianza de poder va trazándose sigilosa, a ritmo de romántica balada. Todo está programado en la misma mente que somos. Todo encaja, al servicio del propósito que sirve. La seducción se constituye

como un negocio de carencias, un intercambio de dones especiales que ata al otro y, a la vez, te hace sentir dependiente de él. Tú muestras tus productos y se los ofreces al otro, el otro te ofrece los suyos. Cuando en este acuerdo comercial se reconoce una mutua posesión, una mutua dependencia, un poder recíproco, una mutua necesidad, entonces, y solo entonces, es posible la «confianza».

De la seducción a la confianza La seducción da lugar paulatinamente a un proceso de

normalización de la relación. Hay un intento por alguna de las partes de hacer todo más natural, honesto y sencillo. No vas a estar siempre representando la obra de teatro. A veces te apetece estar sin afeitar o salir sin tacones. Poco a poco, la experiencia del paulatino derrumbamiento de barreras frente al otro, el inevitable desnudarse cotidiano por fuera y por dentro, hace brillar el recuerdo del verdadero amor: surge la esperanza de la

confianza. Todos los dispositivos de defensa que habitualmente controlan tu trato con los demás se relajan con el otro, poco a poco, a medida que se apacigua el enamoramiento. Uno se reconoce dependiente del otro y se entrega, en la ilusión de que el otro nunca dejará de verle especial. Solo en confianza puedes sentirte tú mismo... aunque no tan especial.

Te estás entregando al otro. La entrega está tan profundamente relacionada con el amor, y deseamos tanto que este amor sea verdadero, que es inevitable que la esperanza profunda de ser aceptado tal como eres, sin más, tarde o temprano, trascienda los mecanismos constantes de seducción que te obligaban a mostrar exclusivamente tus aspectos preciosos y especiales. La obra de teatro no se puede mantener eternamente. Además,

no hay motivo, pues la verdad es que, pasado cierto tiempo, el otro ya no te resulta tan especial. Y tú mismo sabes que ya tampoco resultas tan original y novedoso para el otro. Al fin y al cabo, sois personas normales y corrientes. Reclamas ser aceptado tal y como eres. Y, a la vez, renuncias a ver especial al otro. El encantamiento toca a su fin. El pacto mágico se resquebraja en búsqueda de una confianza para la cual no hay base psicológica,

pues la creencia en la carencia permanece. Todo lo especial es incapaz de soportar el paso del tiempo. Tras toda ilusión llega, antes o después, la desilusión, tal como el olor a coche nuevo solo dura unos meses. El mundo de lo especial está sembrado de deseo y frustración. Pues lo temporal es cuestión de tiempo. Y, como ya sabes, el deseo de ser especial es la semilla del mundo temporal.

Poco a poco se trasluce, más allá de las ilusiones eufóricas del principio, que el miedo, la culpa y el vacío permanecen igual. La misma carencia que dio origen a la alianza estratégica aparece ahora de nuevo, rondando como un buitre en torno a la mutua dependencia establecida. Surgen las disputas, desacuerdos, manipulaciones y críticas. El rencor comienza a trazar su red.

De la confianza al control

El enorme peligro de exponerse al amor comienza a hacerse patente. Toda la confianza entregada previamente se revela ahora como un riesgo, pues el otro aprovecha tu vulnerabilidad para ejercer su poder, tal como tú haces lo propio, aunque sea en defensa propia. ¿Quién empezó primero? Frente al apego, aparece una sensación de rechazo al otro. Al principio son solo pequeños detalles que el programa mental

atesora en contra del otro. Pero, gota a gota, sin que te puedas dar cuenta, el programa te irá haciendo degenerar tu percepción del otro. Se suman los detalles. Los pequeños acontecimientos presentes están relacionados subliminalmente con agravios de tu pasado y traen más dolor del que podría esperarse. Está todo entrelazado, relacionado con otras personas, con otras situaciones y con lo profundo e insondable, de modo

que tu rencor u odio hacia la otra persona va aumentando. Ahora es todo culpa del otro. Está arruinando tu vida. Te sientes constantemente torturado por el otro. Ves al otro como una amenaza para tu especialismo, para tu personaje, para tu falso yo. Pues la relación, al caducar la magia externa —la química inicial— y al profundizar en lo cotidiano — crudo y mediocre—, amenaza ahora tu sensación de ser

especial y, por tanto, te lleva inevitablemente al conflicto. Lo que realmente te duele es que el otro amenaza tu especialismo. A ti y a todos nos duele lo mismo. Además, te pesa la dependencia. El apego inicial ha saltado a la polaridad contraria y ahora te sientes aprisionado. Si bien sientes que lo necesitas, el otro te hace su esclavo, te molesta, te limita, te agobia, te

produce obligaciones y te abruma su debilidad. Es más: te odias a ti mismo al sentirte tan incapaz de amar y, a la vez, tan débil en tu dependencia. Eres un adicto. Pero, sin embargo, la culpa es del otro. Habías fabricado una imagen del otro capaz de darte lo que necesitabas y ahora él no parece cumplir con el papel que le habías asignado. Te sientes traicionado, defraudado, desilusionado. «Me ha engañado,

no es esta la persona de la que me enamoré». Te sientes estafado. Se suponía que el otro debía llenar tu vacío, pero ahora parece ser la causa de ese mismo vacío. Pues el objetivo de la relación estuvo fijado en hacer del otro el sanador de mi carencia, mi dios privado, mi ídolo de barro con nombre propio e historia. El otro espera lo mismo de ti. Y tú lo intentas. Intentas sanar al

otro según lo que tú juzgas que es lo bueno, según la percepción programada a través de la cual lo miras. Intentas salvarlo, fracasando día tras día, tal como está destinado al fracaso cualquier intento de ser especial. Pues el salvador es, igualmente, un intento de ser especial. Ambos os reconocéis víctimas de la traición del otro e incapaces de sanar al otro. ¿Traicionado por quién? La imagen de la que te enamoraste

era una fantasía producto de las carencias que inconscientemente te atribuiste. Hiciste encajar tu reflejo de luz en una imagen ilusoria que el ego fabricó desde el especialismo que te falta. Y al amar una imagen del otro, dejaste de amar. Ahora, la relación se fundamenta en el control. He de conseguir que el otro vuelva a ser la imagen que yo imaginé, pues me consta que ya lo conseguí durante un tiempo. El incentivo

de regresar al paraíso perdido puede hacer que la relación dé sus últimos coletazos, todo ello salpicado de conflicto. «Debo moldear a otro según mi recuerdo de lo especial. He de corregir al otro para que sea adecuado y aceptable para mí. Es lo mejor para él, pues no puedo abandonarlo. Por tanto, voy a repararlo, lo sanaré». Pero el control no solo se fundamenta en fabricar un otro a mi medida. Además, hay por ahí

un sinfín de otros que podrían también resultarles especiales a mi pareja. Es fundamental evitar volver a sentir la amarga experiencia del abandono. La carencia fundamental que caracteriza al ego se muestra igualmente en la constante competencia y rivalidad con los demás para ver quién es más especial. Los celos han aparecido. El control debe hacerse más estrecho, pues de no ser así, todas esas personas que

amenazan mi relación especial podrían llevarse mi tesoro, mi droga, mi apego sagrado, mi espejo narcisista y mi necesidad de salvar a alguien. A partir de este momento, la relación puede ser más o menos cruel, más o menos esclavizante, más o menos violenta, pero de cualquier modo estará sometida en alguna medida al control, el ataque, el sacrificio por el otro, la dependencia, el intercambio de culpas y la falsa lealtad escondida

bajo el miedo a la soledad y el apego. El amor ha acabado. Ha muerto. Estás atrapado. En definitiva, el ego ha conseguido su propósito: te sientes incapaz de amar, incapaz de sanar, incapaz de ser Quien eres. ¡Pero especial, de nuevo!

El juego del apego Evidentemente, no todas las parejas son así. Pero todas tienen algo de lo que aquí se ha

descrito, pues en todas ellas está funcionando el deseo de ser especial. El objetivo de este capítulo es reconocer el funcionamiento del programa que te hace buscar el cielo a través de encontrar alguien que te haga especial. Se trata de darte cuenta de la diferencia entre el apego y el verdadero amor. Apego —la aplicación del ego— es hacer de la necesidad y de la adicción un amor especial que crees necesitar. De tu imaginaria

necesidad de ser especial, surge una imaginaria necesidad del otro totalmente codificada en miedos y deseos viscerales e impulsivos. Muy intensos. Muy extremos. El apego es el mantenimiento de la necesidad de ser especial. Para que te vivas como un personaje especial, el programa usa dos medios fundamentales: uno es tu pasado, la memoria en

la que se sostiene toda tu historia, a la cual has de recurrir una y otra vez para recrear la ilusión de que eres alguien especial. El otro medio es la relación especial, en donde otra imagen personal ha de recordarte que eres especial una y otra vez hasta satisfacer un vacío de identidad... que no es posible llenar. Únete ahora a tu radiante.

corazón

Despierta. Puedes sentir ahora mismo que no necesitas más ejercicios de diferenciación, adoración y autoafirmación del yo falso. Ya pasó. Puedes elegir que el objetivo de tu relación deje de ser fabricar un yo especial. Puedes vivir tu relación como una expresión de unidad. Puedes poner tu relación al servicio del perdón,

de la total aceptación interna del otro, del reconocimiento del Ser en el otro para reconocerlo en ti mismo. No necesitas ser especial. Porque ya eres amor total. El otro eres tú. El sentir entre vosotros eres tú. Eres la electricidad entre los polos, eres el sintiente.

Sanar la relación Amor y libertad es lo mismo Todas las relaciones de este mundo son especiales, puesto que este es el mundo del especialismo. Puedes incluir las plantas de tu terraza, a las cuales amas especialmente; tu mascota, que te ama especialmente; toda tu familia, tus amigos, tu pareja e incluso tu jersey viejo, ese que buscas especialmente. En todas ellas esperas encontrar algo que

te dé felicidad, placer, reconocimiento, una identidad especial que te complete, el origen externo de tu cielo privado. En realidad, deseas el corazón radiante, tu felicidad natural, que no es sino el verdadero amor de tu ser, del cual te crees separado. Pero el deseo de ser especial te confunde con alguien separado y, por tanto, crees que necesitas completarte en una relación especial con alguien especial.

Idolatría significa convertir a Dios en una figura de barro. La relación especial reemplaza a Dios por una forma concreta, que es la que te hará feliz. De tal modo se experimenta una forma especial de amor, condicionado, apegado y posesivo. Es el amor especial.

El amor especial La relación con tu Ser es la

relación de todo con todo. Su expresión es libertad pura, amor sin límites en constante y eterna expresión siempre nueva en el ahora sin tiempo, una expansión ilimitada, un sentir infinito, un brillo que se extiende sin fin al darse eternamente. El amor especial reemplaza el verdadero sentido del amor por la relación de lo separado con lo separado, cuyo sello es el apego, la necesidad, la propiedad y la manipulación. Esta alteración de

la relación esencial o natural la llamaremos, en plural, relaciones especiales19. En ellas no es posible hacer encajar amor y libertad, indicativo claro de que algo aquí no es natural. ¡Pues amor y libertad en verdad es lo mismo! Se trata de relaciones de amor especial. Amor y libertad es lo mismo. El amor —tal como tu ser— ha

sido, perceptivamente, distorsionado por el ego, se ha fragmentado para que parezca polarizado, algo que funciona en lo separado, y de tal modo se han proyectado en tu conciencia una suma de atributos especiales que condicionan tu amor. Son los aspectos conscientes e inconscientes que te harán ver amable a una persona, una situación, un lugar. Estos atributos determinan tu sentido de belleza, de bondad y de

inteligencia. Son las condiciones para tu aceptación en cada momento y, por tanto, condicionan tu amor. Tu expresión ha quedado programada, normalizada. Los atributos especiales definen y distinguen tu proyecto vital personal, tu yo-ideal, tu búsqueda personalizada del amor. Pero lo cierto es que el amor, al ser condicional, ha dejado de ser amor. Pues la cualidad esencial

del amor es, precisamente, que no tiene límites. No te dejes llevar por la confusión adonde te quieren llevar los grados. No hay grados en el amor. O lo expresas o expresas otra cosa inventada basada en juicios. El amor es amor cuando es invulnerable, sin límite, juicio, necesidad ni reciprocidad. El amor especial no es amor en

absoluto, sino apego. Pues lo que crees amar son atributos, ídolos, características que has juzgado como buenas y especiales. Y dependes de tu propio y voluble juicio para amar. Ahora sí, ahora no. A ti sí, a ti no. Hoy me gusto, hoy no. Un amor desconectado de todo no es amor. El

amor

ha

quedado

determinado por los juicios programados en tu mente. En tal condicionamiento, todo parece indicar que el amor, efectivamente, juzga. En tal programación mental se imagina a un dios juzgador, una especie de amor que juzga y castiga. El deseo de ser especial es la creencia de que el amor juzga.

Odio especial Igualmente, cuando una persona te cae mal desde hace

tiempo o cuando estas enredado en remolinos de resentimiento, odio, victimismo, dolor, decepción, pena, temor o culpabilización con una persona que, aunque no te caiga tradicionalmente mal, en cierto momento te haya sentado peor que una indigestión —ya sea alguien cercano o no, y sin tener en cuenta cómo clasifiques tú la relación (podrías incluso pensar que la persona con la que en este momento te sientes así es a

quien más amas en el mundo), en mayor o menor grado, te parezca o no circunstancial, sin importar nada de nada lo que puedas pensar o creer al respecto, lo cierto es que en ese mismo instante estás estableciendo una relación de odio especial. Vemos ciertos atributos como odiosos o despreciables en el otro y, por lo tanto, de nuevo, el amor que eres se ha visto condicionado, programado por tu propia condena, adicto a tu propio

juicio, encerrado en la percepción programada. Sufres entonces la consecuente sensación de aislamiento, soledad y desamparo que produce el resentimiento, seguido de una profunda culpa por confundirte con el odio. En este momento, tu relación con el otro es de odio especial. Pero es toda tu experiencia, tu emocionalidad, tu expresión, la que está implicada. Es tu relación con la vida la que es de odio

especial. Tu relación eterna con Dios, con tu esencia, con tu Ser, contigo mismo, aparece en este momento como una relación especial de odio. Este es el aparente poder que tiene la percepción programada. En el odio —en la ira— sientes miedo. Creas una barrera de falsa fuerza mientras tiemblas por dentro. Das gritos de imposición mientras te lames la herida por dentro. Aparentas fuerza donde solo vives debilidad. Te sientes

especialmente perjudicado, víctima del otro y, por tanto, de la vida. Te ves vulnerable, como alguien amenazado, el temor hace presencia, y la necesidad de defensa y estrategia no te permite un instante de reposo en tu agobiante y frenético pensamiento programado en la guerra.

Aspectos no perdonados ¿De dónde ha salido esto? Lo que en tu experiencia forja las relaciones tanto de amor especial

como de odio especial es la proyección de aspectos subconscientes no perdonados que, oportunamente, aparecen en tu consciente según un guion de experiencias de lo separado. «¿No perdonados? ¡Pero si yo ya perdoné a X en marzo del año pasado!». No te resistas. El hecho de que tu pensamiento programado asocie cierta situación pasada, en la que crees haber hecho algo en

tu subconsciente, con el presente no significa que tú tengas ni una somera idea verdadera respecto al proceso que obra tu ser en tu mente mediante el perdón. «¿He perdonado ya esto? ¿Me iluminaré en esta vida? ¿Estaré ya en grado 650? ¿En qué dimensión estoy?». Detente. Deja de juzgarte. No puedes evaluar en qué grado estás, tu camino está mucho más allá de aquello que

evalúa. El proceso del auténtico perdón espiritual no lo puedes controlar con ese pensamiento programado que sirve de barrera entre la experiencia y tú. Los aspectos no perdonados son juicios profundos, asentados como creencias protegidas y deseadas, que forjan un mundo de especialismo en el cual te has instalado para vivir tu experiencia separada. Y todo ello, usando el perfecto poder de la mente del que eternamente dispones. Todo

ello para tu propio goce y deleite. Los aspectos no perdonados son aspectos que llamas buenos o malos, aún inobservados, y que cimentan tu emocionalidad personal. Son aspectos especiales que forjan tu mundo juzgado y alimentan tu intensidad, tu polaridad, tu deseada vivencia del extremo. Surgen constantemente en tu camino, en el orden exacto y preciso, para que decidas entre

seguir viviendo en esa limitada percepción o saltar a un nivel superior de experiencia del amor. ¿Ilusión o verdad? ¿Esclavitud o libertad? ¿Programa o experiencia? ¿Juicio o amor? Lo que te parece especialmente bueno, pero no puedes aceptar como propio en tu imagen actual de ti mismo —viviéndolo—, por tanto, como una carencia que satisfacer, como un objetivo vital, es un aspecto que forjará relaciones de amor especial. Será

aquello que necesitas para fabricar tu yo-ideal, tu yo separado futuro y especial en el que tanto te has empeñado en crear y creer. Lo que te parece especialmente malo y, por tanto, no puedes aceptar en tu mundo mental, forjará relaciones de odio especial. Son aspectos que proceden de tu profunda creencia en el mal, aparecerán de distintas formas y modos entrelazados en la normalidad de tu vida

personal. Este es el movimiento de atracción y repulsión que dirige el ámbito completo de tus relaciones, desde tu actitud con tu hijo hasta el modo como sonríes a un vecino al cruzarte con él en el ascensor. En tu interior, lo que eterna y naturalmente es una relación armónica de todo con todo aparece fragmentado en conceptos, aspectos, creencias o

juicios. Son pensamientos que se han separado al haber sido polarizados, demonizados o divinizados —según una estructura de juicio— como una rejilla o filtro de especialismo que tu subconsciente se encarga de mantener viva en la memoria. Sientes amor especial ante las idealizaciones o ídolos positivos. Sientes odio especial ante las idealizaciones o ídolos negativos.

Esta es la estructura de la dualidad, la base misma del conflicto. Todo ello es un mismo y único conflicto: No te has perdonado a ti mismo el deseo de ser especial. No te has perdonado, pues crees que realmente te has separado del Ser. No te has perdonado, pues permanece la condena a ti mismo. Y así te

condenas a vivir la separación en la conciencia. Por tanto, esa separación se proyecta en todas las relaciones, las cuales están establecidas según un sinfín de juicios inescrutables, condenas proyectadas. No, no es necesario que analices los juicios. Tal vez solo al principio necesites cierto cálculo antes de abrirte a experimentar. En realidad, todo esto se siente. Al sentir los reconoces. Reconócelos. Son todos iguales.

Están en todas partes. Date cuenta, permítete experimentar la observación de esa estructura. Desde una total inocencia, siempre bien acompañado, permítete sentir tu darte cuenta de que toda esa estructura es el condicionamiento que te esclaviza a ti y a todo lo que ves, pues todo ello eres tú mismo. El discernimiento del corazón no analiza, ve claramente lo que hay. Ofrécete unos segundos de silencio mientras observas los

juicios. No permitas que la culpa intente hacerte aprender. Recibe la ayuda de la paz en toda tu observación de lo falso. Todo eso está en tu mente. Todo eso está ahí para servir tu propósito. Todos esos juicios y programas están honrando tu experiencia deseada, tal y como lo has deseado. Todo eso está en tu poder. Ahora puedes elegir de nuevo y

liberarte.

Sanar la relación especial ¿Significa esto que debo abandonar todas mis relaciones especiales? ¡No, claro que no! Eso es imposible, aquí todo se configura en relaciones especiales. No te llevaría a ninguna parte intentar cambiar el mundo que percibes con tus propias manos. ¿Quién sino un personaje especial estaría

intentándolo? No se trata de lo que hagas con tu cuerpo. Es más, en el intento de ser un personaje tan especial que no tuviera relaciones especiales, tu sufrimiento podría ser aún mayor. ¡Tal cosa no existe! Se trata de darte cuenta, no de lanzarte a una nueva guerra. La respuesta debe darse en tu conciencia. En ello consiste la práctica. En tal práctica es donde

todo cambiará radicalmente a favor de tu libertad. Pues todo lo que hay es experiencia. Todo es conciencia. Las relaciones especiales no necesitan ser destruidas. De hecho, nada necesita ser destruido. Esto no va de guerreros en absoluto. Tanto las relaciones especiales de amor — personas a las que consideras especiales porque, más o menos, las quieres— como tus relaciones especiales de odio —personas a

las que consideras especiales porque, más o menos, las rechazas— tienen una sola respuesta por parte del amor: el perdón. ¿Cuál es el objetivo de la relación? ¿El otro debe atender mis necesidades? ¿La relación gira en torno a la necesidad? ¿El otro debe responder a una imagen que yo he fabricado de él? ¿Qué es entonces el amor? ¿Exigencia e intercambio? ¿Un negocio de carencias?

No. Tú eres amor. El otro es uno contigo en ti. No eres un polo en la relación. Tú eres la relación misma, la electricidad entre los polos. Tú eres yo y tú. Eres el yotú completo y todo lo demás con todo lo demás completo. Y eso solo lo puedes experimentar. ¡Porque tú eres experiencia pura! ¿Recuerdas? Eres la experiencia del Ser. Te habías confundido persiguiendo un objetivo que necesitaba de constante defensa a costa del otro y del todo.

El amor es experiencia pura, expresión, relación sintiéndose a sí misma. ¿Por qué negarte a sentir esto? El amor solo se expresa en la aceptación total de este momento tal y como es, con todo lo que incluye. Y si la otra persona está en tu momento ahora, ella es la relación de tu vida. Una persona que está en tu presencia es la relación de tu vida.

Ella es la relación con la vida, pues está en tu mente, está ahora en ti como la expresión de tu experiencia tal y como la deseas. Ella es una representación de tu relación con el Ser. Ella es, más allá de tu percepción y tus pensamientos, tu relación actual con el Ser. El amor hará brillar tu corazón cuando abandones toda imagen predeterminada del otro y lo veas tal como es, siendo la libertad misma, un fluir, una expresión de

la mente, de tu mente, totalmente libre de tu percepción de tu pasado y del suyo que tú imaginas. Lo ves como la luz, la expresión del Ser. ¡Lo ves al fin! Y verlo como Quien realmente Es significa bendecirlo.

Liberarlo totalmente (M) - AUDIO Únete a ese lugar en tu interior

donde no existe conflicto en absoluto. Déjate en la paz de tu corazón radiante ahora mismo. Respira y siente. Trae a tu mente a una persona cualquiera en tu experiencia, preferiblemente si hay algo en vuestra relación que te produzca tensión. Obsérvalo sintiendo. Siente tu relación especial.

Dirígete a esa persona: Eres inocente, soy inocente. Elijo ahora mismo liberarte totalmente de todas mis percepciones. Eres libre. Puedes ser como quieras ser, hacer lo que quieras hacer, pensar como desees, sentir lo que sientes. Pues eres la libre expresión de mi mente. Eres mi expresión. Y te honro.

Eres mi expresión. Y me honras. Te libero totalmente de todo mi pasado. Este momento es totalmente libre e independiente del pasado. Me libero totalmente de todo tu pasado, ahora. Eres libre. Soy libre. Te libero totalmente pues eres la expresión de Dios, una conmigo. Eres Dios, uno conmigo.

Tal como Dios te deja ser totalmente libre, ahora mismo te libero totalmente. El amor está aquí. No hay herida. En el amor te libero. En el amor me libero. Eres libre. Soy la libertad. Somos amor.

En lugar de fabricarte, te

acepto Vives la relación entonces, en lugar de vivir una imagen. Lo conoces al otro como amor puro y sin atributos junto a ti mismo. Y entonces sientes la relación. Sientes la verdad más allá de las apariencias, más allá de las capas de pensamiento programadas, más allá de las estructuras de especialismo y juicio. Experimentas al otro, pues experimentas la relación. ¡Sientes

el amor! Por tanto, expresas Quien eres. Y al verlo como Quien realmente es, verás en él lo que tú Eres, y así lo recordarás. Pues estarás recordando la relación con el Ser más allá de tu relación especial, sin necesidad de cambiar nada en tu relación especial. Efectivamente, puedes reconocer tu Ser en el otro, pero solo si te das cuenta de que no necesitas ser especial. De otro

modo, permanecerías eligiendo experimentar la separación en lugar de sentir la verdadera relación. Al perdonar, sueltas tu imaginaria necesidad de ser especial. Eliges algo distinto. Te unes a tu corazón radiante, y con él no puedes sino expandirte más allá de tu yo especial. En silencio, sueltas tu herramienta mental y permites que el corazón radiante te

extienda como el yo del espacio. Sueltas todo control del momento y te permites ser sanado. Te alineas con la incondicionalidad del espíritu y te unes a él. Escúchalo: Déjame por un momento tu capacidad creativa, tu herramienta de experiencia, déjame tu mente libre y limpia por un instante para que juntos

podamos extender amor. Déjate en la unidad y recibe un regalo. Compártete un instante conmigo, obremos juntos un milagro.

Y te extiendes. Tu yo del espacio luminoso sale de sus fronteras y se extiende, tal como tu sentir se libera. Eres el yo del espacio. Sientes que rodeas al otro. Dejas de fabricar al otro para

verlo tal y como lo ve el Ser, tal como es: amor puro, más allá de todas las formas. Mente experimentando en total libertad, un niño jugando, un niño que eres tú. El otro es la expresión de ti mismo que se hizo necesaria para que vivieras la separación. Pero somos relación. Al unirte a tu corazón radiante, ahí está también ese al que llamas el otro. Es uno contigo. Al extenderte hasta abrazarlo y

permitirlo totalmente — reconocerlo totalmente en ti—, de esta unión surge más luminosidad, más espacio luminoso que se extiende en todas direcciones. Pura creatividad, pura extensión, pura expresión de tu Ser. Ahora sientes la aceptación. Ahora sientes el poder de la unidad. Sientes el perdón. Pues reconoces que el otro es uno contigo. La misma mente, la

misma unidad de experiencia, la misma relación, el sintiente, el espacio, el experimentador. La Luz. Amas al otro cuando lo ves totalmente inocente, libre, inofensivo, cuando lo aceptas totalmente. Amas cuando eres aceptación y sientes en tu mente la unidad, pues no hay rozamiento con lo que es, no hay oposición al otro ni a este momento. Recuerdas la

incondicionalidad de tu corazón radiante y te reconoces como amor puro, en relación. Soy la relación. Te extiendes entonces en el yo del espacio, y envuelves al otro, te unes mentalmente al otro, sintiendo que sois lo mismo en la inocencia, la libertad, el amor y la unidad.

El objetivo de la relación El auténtico amor es todo lo contrario al apego especial. Para el amor verdadero no hay diferencias, no hay nadie especial, no hay mejores ni peores, pues el amor permanece presente más allá de la variable de la forma o la utilidad. El amor se expresa como aceptación presente, ausencia de temor, total confianza en este momento y en el proceso de comprensión que constantemente está

sucediendo en el ahora, que es tu verdadera vida.

Tus relaciones especiales se

convertirán en relaciones sagradas cuando las compartas con el espíritu y las dediques, mediante el perdón aplicado de corazón, a la aceptación total del otro y de ti mismo. No es casualidad que el otro esté frente a ti, que haga el camino contigo. Lo has llamado a tu lado. Y en esa misma llamada, nacida de la carencia en la que creías experimentarte, hay otra llamada aún más profunda y

compartida con tu realidad, una oportunidad para reconocer la locura en la que estaba basada la relación desde el punto de vista del ego. Puedes hacer cambiar tu relación ahora mismo. ¡Puedes sanarla! ¿Qué eres tú sino relación? Haz de ella un camino de encuentro cuyo único y constante objetivo sea la aceptación del otro en tu corazón, una relación cuyo único propósito es perdonar, una relación perfectamente enfocada

en recordar lo que en tu mente está sucediendo y reintegrar la cordura en tu conciencia. Haz de tu meta la aceptación —la unidad mental—, en lugar de la lucha por el especialismo —la separación mental—. Si en verdad tomas esta decisión, ya no estarás solo nunca más. El amor verdadero —el

maestro interno que es tu Ser— acudirá a tu invocación en cada momento de distracción, olvido y carencia. En cada exigencia al otro, en cada momento de soledad, en cada expectativa frustrada, te ayudará a recordar cuál es el verdadero objetivo de la relación: la experiencia del amor. El verdadero objetivo de la relación es la experiencia del amor.

La relación es la expresión del amor. Tu felicidad no te la puede dar nadie. Tu felicidad es el reconocimiento del amor que eres. Y en la relación tienes la sagrada oportunidad de expresarlo para así recordarlo. Pero el ego —el software antiguo — intentará que creas que amar es hacer sentir al otro especial a cambio de sentirte especial con él. Es una inercia, un programa

mental, un pacto de sufrimiento en el que todo el mundo anda confundido. Pues se trata del mundo que está ahí para que tú experimentes la separación. No naciste tú en ese mundo, sino que ese mundo nació en tu mente, junto a tu deseo de ser especial. Ni siquiera tienes que dejar de hacer lo que normalmente haces con el otro. Date cuenta de lo que verdaderamente es amar y no te olvides de ello: haz de tu relación

un proceso de perdón. Pues el perdón es el puente a la aceptación —no oposición, no juicio, no exigencia— y solo en la total aceptación interna tiene sentido una relación, pues en ella se reconoce la unidad esencial que subyace más allá de lo visible. ¡Y ese es el sentido de la relación! ¡Expresar el goce de la unidad! Toda relación tiene un propósito sagrado: experimentar la unidad,

expresar el amor, expresarte, pues solo de este modo puedes ser feliz. La persona con la que mantienes cualquier relación especial está ahí como una representación de tu creencia en la separación, un símbolo de tus deseos subconscientes. No lo veas como un cuerpo, sino como un pensamiento tuyo, un aspecto de tu mente que dejaste

fuera. Inclúyelo de nuevo, reconócete en él, mas no en su forma, sino en la mente que sois en pura relación. Vuélvelo a aceptar en tu corazón una y otra vez con la ayuda del recuerdo de tu Ser. Reconócelo como el brillo de tu corazón radiante.

Reconócete como experiencia pura. Reconócete como el brillo del Ser.

Relación = libertad En cuanto te sientas falto de libertad, dásela al otro, libéralo totalmente para gozar de nuevo de tu libertad. Pues, si miras honestamente en tu interior, verás que se la estabas arrebatando en nombre de una imagen especial. Si respiras un instante y te acercas, aunque solo

sea un poco, a la paz de tu corazón radiante donde vibra tu verdadero deseo sabrás que no necesitas ser especial. Así reconocerás en tu interior la auténtica libertad. Simplemente quédate en paz renunciando a todo lo que creías que el otro debía ser, debía tener, debía hacer. Así renuncias a tu necesidad de ser especial. Déjala a un lado y únete al otro en tu corazón radiante. El amor que eres vendrá en tu ayuda para que

recorras la experiencia del perdón a la luz de la verdad. Es un camino. No importa si lo ves largo o corto, pues no eres del tiempo. Eres mente. El tiempo es la ilusión que te separa de la experiencia. Lo has inventado para eso como la mente que eres. Pues solo olvidándote de que eres mente te podrías sentir solo. Solo olvidando podrías creer que el tiempo es demasiado largo. Puede que en cuanto cambies el

propósito de tu relación sientas miedo, pues el ego se verá amenazado. El trabajo con la relación es verdadero y profundo. Es la sanación de la mente. Pero si llegas a sentir el poder de tu amor, aunque sea solo por un instante, poco a poco tendrás ayuda y sustento para el proceso de liberación de tu corazón. Pues ese es tu verdadero deseo, mucho más allá de la ilusión de ser especial. Bajo ningún concepto aceptes

maltrato y sufrimiento, pues el amor jamás te exige sacrificio. Trátate con todo el amor a ti mismo que puedas concebir, e igualmente relaciónate con todo el mundo con la máxima amabilidad que puedas sin salir de lo que a ti te parece razonable. A veces sentirás que tienes que quejarte, que es inevitable enfadarte. No dejes que la culpa te haga presa. No creas que debería suceder algo distinto a lo que sucede

exactamente así. Sé uno con tu queja y con tu enfado. Siente. Ábrete a sentir. Déjate sentir. Permítete sentir y deja que se extienda totalmente tu sentir. No te concentres en los pensamientos. Son todos falsos. Sigue sintiendo, sigue liberando el sentir, sigue permitiendo tu experiencia. En contacto con tu total inocencia, poco a poco vuelve a tu corazón radiante, sal a flote por encima de cualquier creencia en tu vulnerabilidad.

Sacúdete el polvo de tus manos y sigue adelante. Soy mente invulnerable. Todo ha sucedido según mis deseos.

Poco a poco entenderás que estás convirtiendo cada relación especial en una relación de unidad con este momento. Poco a poco sentirás que cada sufrimiento se transforma en una

lección de un nuevo aprendizaje que siempre termina apuntando a tu corazón radiante de amor. El amor, tal como lo entiendes en cada momento, produce tu deseo de hacer lo mejor posible. Pero el amor no es programable, no se puede predeterminar, no es un código de comportamiento, no atiende dogmas y no se puede capturar en normas. Solo se expresa en presente, desde tu conciencia Yo Soy, desde la

honestidad de realmente eres.

vivir

quien

Independientemente de lo que pase fuera, e incluso si te has separado del otro en el mundo social, ocúpate de recordar el propósito auténtico y profundo de esa relación: la unidad interna, la aceptación. Pues las relaciones están en la mente, y en ellas encuentras el escenario de expresión de tu propósito.

¿Desearías hacer de tu vida una expresión de amor? Tu propósito, que es tu sentido y tu significado, ha de ser coherente con tu Ser. Y eres amor. Eres amor. Nada especial, sencillamente amor.

1919 Tal como son llamadas en Un curso de milagros.

Especialismo y muerte La vida es unidad No hay vida sin relación en la unidad. El deseo de ser especial es el deseo de separarse. El deseo de separarse es la negación de la vida. El deseo de separarse es el deseo de morir.

Es importante reconocer que en el deseo de ser especial está el deseo de morir. La muerte es una idea necesaria para los límites. Es la máxima expresión de separación. Y, por supuesto, en la creencia de ser especial está incluida la creencia en la muerte. Desear ser especial es desear el suicidio. Tal como anunciaba la Biblia, si pruebas la manzana del árbol del conocimiento del bien y del mal, que es la dualidad, conocerás la

muerte. En el mundo que percibes, la muerte es una idea fabricada desde el deseo de morir. No se puede experimentar, pero se puede temer e imaginar gracias a la percepción. Y el temor que inspira es una experiencia necesaria para sentirte separado, vulnerable, limitado en el tiempo, según tu deseo de probar qué sería estar solo. La muerte es una ilusión que expresa la negación de la vida, pero también expresa el supuesto

castigo de dios por haberlo desafiado, el castigo por el terrible pecado de haber abandonado el amor, haber abandonado tu casa y haber creado tu propio mundo especial. La culpa es la consecuencia de creer que es verdad la separación. No sé si para ti ya resultará evidente, o no, lo evidente; pero la vida no puede matar. Lo que

realmente está vivo tampoco puede morir. Lo que muere ha de ser una ilusión. Tan solo experimentamos aquello en lo que creemos. La muerte no existe. Además, jamás nos hemos separado. Ni nos hemos separado de nuestra esencia ni entre nosotros. La separación no es real. Todo sigue siendo por siempre la relación en la unidad, en ello consiste la verdad por ello, la verdad es consistente,

eterna e inmutable, por mucho que una estructura inventada de creencias y percepciones nos haga soñar hasta creernos que nuestro sueño es la verdad. Hemos proyectado una falsa idea-dios a medida del especialismo, que en realidad es el ego convertido en sustituto de Dios. Ese dios opera en tu mente como un programa de pensamientos de separación. La temerosa defensa de lo separado, de cada ídolo especial, hace que

cada cambio, cada transformación, cada forma cambiante se experimente como el final de algo vivo. La vulnerabilidad de lo especial es la base del apego, el dolor asociado al final de tu percepción especial. La evitación del dolor es el mecanismo más importante por el cual defendemos un personaje especial. Tal evitación no soluciona nada, pues la función misma del dolor es prorrogar tu experiencia de

separación. Ese dolor puede solo ser desmontado de raíz, desde su propio origen en tu mente. Es como si estuvieras mirando al mar y por cada ola tuvieras que sentir un duelo. Pero, además, por cada brizna de hierba, por cada copo de nieve, por cada gota de espuma y por cada silbido del viento debiéramos hacer un funeral. El programa asocia el final de cada forma de especialismo con una dolorosa muerte.

Pero ¿sabes cuál es la naturaleza misma de la forma? ¡La transformación! ¡El cambio! Observa la locura de creer que la transformación es muerte.

La temible libertadora La muerte parece liberarte de la culpa, y se convierte así en la única salvación posible del definitivo pecado que te hace merecedor de la desaparición. Nada puede hacer nada contra el

pecado, salvo la muerte. El perdón no existe, la única solución es la muerte, el castigo final. Es la sanación final de lo que tú eres, según el programa, la diosa inamovible. Es como si fueras tan sucio por haberte separado de Dios que, finalmente, la única sanación posible es una dolorosa muerte. Tal es la forma de pensar del programa. La muerte, esa idea inventada, parece liberarte del sufrimiento

por sí misma, dejando claro que la vida es sufrimiento. Sin embargo, ¿tendríamos miedo a la muerte si supiéramos con certeza que supone el final del sufrimiento? ¿Por qué tanto horror invertido sobre la muerte si se supone que te libera de todo pesar, dolor y debilidad? La muerte oculta símbolos subconscientes más aterradores, como la confrontación con lo desconocido —la verdad, Dios, tu realidad—; y totalmente unido a

lo anterior, el final de todos tus apegos especiales. El programa te hace creer que la verdad, en lugar de ser plenitud, es un vacío en donde tan solo está la nada. Así ve el ego al amor: el vacío de atributos especiales. Pero recuerda: el programa es la estructura fabricada para reemplazar a la verdad. La verdad ha sido olvidada, necesariamente desalojada de tu mente aparentemente separada, para así poder vivir la experiencia de

una mente que es por sí misma. Por tanto, el programa tiene la función de evitar el recuerdo de la verdad a toda costa. Es eficiente que haga equivaler a Dios con la nada. Es eficaz para el ego que Dios sea... muerte. Pues allí donde el amor se hace presente en tu mente, allí desaparece todo programa, toda estructura, todo olvido, toda vulnerabilidad, todo horror y toda necesidad de supervivencia.

Es cierto. El amor es el final de tu creencia en lo especial. Y a eso lo llama muerte el programa de mantenimiento de lo especial. ¿Qué hay entonces tras todo el horror que has sentido al ver cuerpos rotos y sangrantes? ¿Qué hay en realidad tras el esperpento de la guerra? ¿Qué hay tras el dolor y el terror de la muerte? El temor a Dios. El miedo al amor.

El ego defendiéndose de la luz. La pura obsesión de la supervivencia convertida en un subconsciente motor de pensamiento estructurado.

El final de la historia La muerte es el símbolo del fracaso de la individualidad y el final de toda historia. El falso ser está irremediablemente unido a la idea de muerte. De hecho, no es posible que un falso ser nazca sin la contrapartida pendiente, la

marca de la muerte. Es cuestión de tiempo. Eres limitado. Y el apego al falso ser constituye todo el dolor de la muerte, así como todo el dolor en este mundo.

En cada conflicto vives una pequeña muerte. En la pérdida

de un ser querido, sientes el dolor de la muerte en ti mismo, no una muerte total, sino solo un grado de muerte, como si un trozo de tu ser especial se hubiera desgajado de ti al marcharse el otro y te hubieras quedado solo con tu apego. ¿Qué es el apego? Una herida inventada que te hace sentir la ausencia del amor especial que se fue de tu percepción, mas no de tu memoria. Es una y otra vez la misma representación del drama

de la separación: has dejado el Cielo y sientes su vacío. El principio fundamental del dolor se basa en el apego. Es el síndrome del paraíso perdido. Pues el apego representa tu elección por la separación, tu deseo de ser especial. Si pierdes repentinamente la capacidad de andar o el sentido de la vista, sientes que una parcela de tu expresión, que un pedazo de tu vida ha muerto. Y de nuevo vives apego, un grado

de muerte. Un recuerdo especial. Otro aspecto especial perdido, pero recordado. Así es la muerte. La pérdida recordada una y otra vez. En cada enfermedad vives un grado de muerte. En cada enfado con el otro, en cada decepción y en cada fracaso, en cada leve rechazo que percibes, sigues viviendo la muerte en vida. Pues la idea de la muerte consiste en sí misma en la

creencia de que es malo, horrible, espantoso y doloroso renunciar a tu deseo de ser especial. La amenaza de la muerte es la base del sistema de mantenimiento del ego, basado en el sufrimiento y el temor. ¿Qué hay tras todo el horror a la muerte? El miedo al amor. El miedo a Dios, disfrazado de miedo a lo desconocido. Tras todo el horror de la muerte está el deseo de supervivencia del ego: el apego.

¿Y qué pasa si ahora mismo te permites sentir que eres mente? Mente libre y espaciosa. Espacio sintiente, libre y expresivo, en eterno movimiento, experimentando todo lo que es. Siéntelo. Soy mente libre, totalmente invulnerable. Soy el Ser en expresión. Soy el Hijo de Dios.

Si dejas de experimentar ahora mismo esta amenaza, eres libre.

La vida no muere La vida, concebida como un difícil equilibrio con la muerte, siempre escapando de ella, en lucha contra ella, siempre adorando su poder; es una extraña relación. Una relación polarizada. Es una relación que se contradice. Es una relación de la vida con la muerte, en lugar de la vida con la vida. Es vida a medias.

La vida no está en relación con la muerte. La vida es tu Ser y no tiene opuestos. La vida no tiene límites. Los límites a la vida son formados en la mente por el deseo de ser especial. Es muy sano que a partir de ahora asocies la palabra vida a la palabra mente. Mente es vida.

La mente es el aspecto del ser que genera la experiencia de la vida. La mente es la herramienta del amor para darse a la relación. La mente es el modo de expresión del Ser, para así vivirse en relación. Y esta creación, esta relación, es eterna, tan eterna como la mente, como tú, que siempre eres vida. Puedes mirar alrededor entonces y entender así que todo está vivo pues todo está en tu mente. Todo es tu mente. Y todo ha sido

impregnado de la vida que eres. Eres vida. Todo eres. La vida y tú no os podéis separar. Porque sois lo mismo, no puedes dejar de ser lo que eres. Eres vida, y sobre esto no hay nada que hacer. No lo puedes evitar. Solo puedes imaginar lo que quieras, pues tan amplia es tu libertad de experiencia. Pero imaginar no es cambiar tu Ser. Eres lo que eres, y eso no puede cambiar.

Nadie murió nunca. Solo cambió la forma a la que tú habías asociado una relación mental. El recuerdo de tu Ser resucita a los muertos y sana a los enfermos, pues en la unidad se deshacen las ideas de muerte y enfermedad de tu subconsciente. Entonces ves —experimentas, sientes— vida en todas partes. Pues mente es vida y el universo es mente. Tu mente.

Y si deshaces las ideas de muerte y enfermedad de tu mente, las estás deshaciendo de toda la mente. No podrán dominar tu experiencia. No te harán sentir el horror, el miedo y la soledad para las que estaban diseñadas. La muerte no existe. Nadie murió nunca. Ni nadie nació. Este mundo completo apareció en el instante en que deseaste experimentarlo, y desaparecerá en cuanto para ti no tenga ningún

sentido. Mientras tanto, tienes un camino frente a ti. Y ese camino eres tú, la experiencia del Ser.

La muerte liberada La enfermedad no existe. Pero, tal vez, la única enfermedad que exista sea creer en la enfermedad, mantenerla como un modo de vida. Esta enfermedad no es del cuerpo, pues el cuerpo está en la mente para representar en percepciones lo que la mente

desea experimentar. Esta enfermedad está en la mente. Es un olvido de la verdad, es el temor al amor. La experiencia del amor en este mundo te hará feliz. Es inevitable. Es solo una cuestión de tiempo, el que decidas tomarte. Ni siquiera necesitarás imaginar las formas en las que eso sucederá, pues también está ya escrito. Es la mejor de las maneras, la que nace de la Inteligencia del Amor, el plan de regreso a casa. Te

enseña poco a poco a reconocer tu Ser y te facilita la mejor de las experiencias posibles en este mundo, siempre que tú decidas reconocer tu Ser, en lugar de negarlo. Nada puede oponerse a ti, decidas lo que decidas. Además, tu Yo real te prepara para que cuando llegue el momento de abandonar tu personaje —eso que llamamos morir—, al tenerlo totalmente perdonado tal como cualquier otra ilusión, y sin temor alguno,

puedas acoger tu experiencia de transformación con naturalidad y aceptación, sin temor ni duelo, sin los apegos al especialismo que tu mismo personaje representa. Si ya eres consciente, en alguna medida, de que tu personaje es una ilusión, de que, en realidad, eso que crees ser no existe, recibirás la experiencia de la muerte como una verdadera liberación de ataduras perceptivas. Puesto que ya te habías entregado a vivir la

grandeza de ti mismo, en esos momentos será, sin duda, fácil dejarse llevar por el camino de la verdad. En la experiencia de la muerte, en lugar de pérdida, experimentarás la ampliación de tu relación con lo que es en tu conciencia, tal como ya lo habías experimentado en cada proceso del perdón, desde ese mismo personaje que finalmente se desvanece. Con la mente sanada gracias a la consciencia de la unidad, la

muerte la vivirás como una experiencia más de liberación, al igual que lo fue cada uno de los últimos días que pasaste sobre la Tierra. La muerte de tu imagen será la liberación de las ligeras ataduras temporales, totalmente perdonadas, y no un escape del mundo del sufrimiento. Pues tal mundo habrá desaparecido anteriormente. Cuando ya sabes que el sufrimiento no existe, el miedo no puede sostenerse en tu

conciencia. Solo cuando hay apego y culpa en la mente, la muerte puede producir temor, tal como el mundo te produce temor. En consciencia de ti mismo, la muerte es una transición lúcida a otros campos de experiencia mental, otros ámbitos de gozosa relación con la realidad. El perdón no solo te prepara para vivir sin duelo tu propia muerte, sino que te ayudará con

cada duelo que vivas en tus relaciones especiales. Pues, al haber perdonado tu deseo de ser especial, entiendes que nadie muere en realidad, sino solo el apego que perdonas. Solo muere el sufrimiento. Y si muere, fue que nunca estuvo vivo. Eso nos enseña el perdón de cada día.

El duelo Como ya hemos visto, la vida vivida a medias, desde el deseo de ser especial, está repleta de constantes duelos cotidianos. Lo especial está constantemente derrumbándose. Ya sea una pareja, una familia, un proyecto, una obra artística, una empresa o un sueño de grandeza, todo ello se arruina una y otra vez. El duelo es, prácticamente, la forma de vivir en el mundo del especialismo. No obstante, hay

un duelo que se levanta por encima de los demás: el duelo por un ser querido. Se trata del duelo por la relación especial arrebatada por la muerte. El dolor siempre surge del mismo apego —amor especial—, pero dado que esto normalmente ni siquiera ha sido observado y, sobre todo, dado que para el programa la única forma de amor que existe es el apego, a efectos del mundo, si te duele mucho una pérdida, es que amabas de

verdad a la persona que ha muerto. Y, si no sientes ganas de llorar, sentirás culpa, pues si no sientes la pérdida dentro de ti, no amas. Recuerda: para el programa, el que verdaderamente ama lo demuestra, ante todo, sufriendo. Tras la pérdida, a base de dolor y evasión, cada persona intenta salir adelante aferrándose a las migajas que el mundo le ofrece. Los amigos de la persona que sufre el duelo intentarán

distraerlo de la mejor manera que sepan. En este mundo, el perdón es algo que sucede a base de distracción. Te llevarán al cine, te harán conocer nuevas personas o te invitarán a pasar un fin de semana fuera. El olvido es el sistema de solución habitual de lo que no puede solucionarse: la oscura e inevitable pérdida que supone la muerte a la que todos estamos abocados. Todos y cada uno de nosotros vivirá, sin lugar a dudas, el final

de todas sus relaciones especiales. Pues todas tienen un final marcado, incluyendo, por supuesto, tu relación más importante: la que mantienes con tu personaje, tu falso ser. En cada duelo, las personas salen adelante como pueden, intentando olvidar lo perdido, aunque valorando lo importante que es sentir ese vacío en el corazón, pues tal sufrimiento es la muestra del amor que se quedó atrás y su recuerdo es lo

más importante del mundo. Así pues, intentando olvidar y recordar a la vez, sucede ese extraño despropósito llamado duelo, en donde no hay forma de encontrar sentido a esta vida ni motivación auténtica para expresarse en el ahora, en realidad, sin saber si quiera qué ha de ser expresado. Ese corazón no volverá a ver la luz hasta que no decida abrazar la aceptación del presente, en donde está la verdadera luz, pues

solo ahora se puede experimentar el amor. Pero cree que no puede hacerlo, pues soltar el pasado supondría una traición a la persona que ha de ser mantenida viva gracias a la memoria. Y ese recuerdo muerto, esa creencia ciega en la pérdida del amor, en la muerte del amor, no le permite experimentar el amor presente en sí mismo. Así de extraño es el martirio del desamor.

La invención de la muerte

El duelo se suele vivir como un tiempo de sacrificio, de dolor, de vacío y soledad. Así lo dicta el programa. Es un tiempo en donde se está experimentando una verdad primordial del ego: que el amor ha muerto, la unidad ha muerto, la relación ha muerto. Toda tu comunicación, tu emocionalidad compartida, tu amistad, tu compartir con el otro se ha ido tal como el otro se ha ido. El maltratador interno te dirá que hace falta mucho, mucho

tiempo, y mucho, mucho para poder olvidar esto. para el programa, la posibilidad es el olvido, una nueva comprensión.

dolor Pues, única nunca

Cuando una relación especial desaparece de tu percepción, se representa de nuevo en tu mente el drama de la separación. Es el modo de experimentar que la vida tiene límite, que la muerte es más poderosa que la vida, que el amor se acaba como todo lo falso, dando lugar a la única

realidad de la total nada: la muerte. El vacío de no ser. Como ya vimos, para que la mente pudiera construir su propio mundo basado en la separación, antes tuvo que olvidar totalmente al Ser. Tuvo que cambiar dramáticamente el estado de atención, naturalmente abierto y expansivo, a uno ensimismado y durmiente. Entonces, en ese punto, en ese pequeño deseo loco, la mente se puso a experimentar la

separación y comenzó a vivirse separada del resto de la mente, como otra mente minúscula y con estilo propio, separada del Ser y de todo lo demás. Pero, para ello, tuvo que expulsar al amor, la consciencia de unidad, el conocimiento del Ser de sí mismo. En ese instante, inventó una creencia imposible: la muerte. El vacío de no ser. La muerte, desde este prisma, como un vacío de vida, una no vida, es tal cual una creencia. Una

creencia que no se puede experimentar. No puedes experimentar un vacío de vida. Siempre estás tú. Tu existencia es eterna y no puedes conocer un vacío de tu identidad, pues es eterna. No recuerdas tu nacimiento. Puede ser incluso que tengas recuerdos de que sales de algún sitio, tal como recuerdes que hay distintos grados de luz. Pero lo que es imposible es recordar que, de repente, existes desde un

estado de no existencia. Porque es una falacia. Siempre has existido. Todo lo que has hecho, como mente eterna que eres en tu deseo de experimentar la separación, ha sido transformar tu estado de atención hasta aprender el mundo que ves. El viejo aprendizaje comenzó con la invención de la muerte del amor. Pues sin este invento ¡no se podría experimentar la separación!

El origen del dolor Este es el motivo por el cual la experiencia del deseo de ser especial está ineludiblemente unida a la creencia en la muerte. Muerte significa el límite máximo. El amor ha muerto. Dios ha muerto. El Ser ha muerto. Hay un poder por encima de la vida, y ese poder es la muerte. Sin embargo, en tu interior, permanece presente el amor. No importa lo que sueñes ni lo que

hayas decidido creer. Como una llave, como un billete de regreso, está tu corazón radiante aguardando a que elijas de nuevo transformar tu estado de atención, ahora en favor de la relación misma, de la unidad. Por tanto, conviven la creencia en el límite, la muerte, y la presencia de lo sin límites, el amor. Lo falso y lo verdadero, hecho real todo mezclado, da como resultado experiencial un profundo conflicto. Este conflicto,

en su estado álgido, es lo que representa el duelo. Es el conflicto de la separación en su representación más clara. El origen del dolor y la muerte es la separación. Tu corazón se estremece. Todas esas risas, toda esa experiencia, ese sentir, ese pensamiento juguetón, ese brillo

que en el otro supiste ver por razón de que sois lo mismo, todo eso que tu corazón vio en algún instante fugaz, todo eso que representa la amistad, la belleza, el juego y el compartir, la inocencia y el amor, la muerte se lo ha llevado a la nada. Ha sido destruido. Algo en ti no puede creerlo: «¡No puede ser verdad!». Sin embargo, todo, en todas partes, te dice que es la verdad. Tus amigos te explican muy serios que debes aceptarlo lo antes

posible, pues aceptar la realidad te hará dejar de sufrir: «Así son las cosas. Así es la vida» (o la muerte, que es lo mismo llegados a este punto). En el duelo, toda conciencia aún en manos del programa se encuentra de bruces con el total sinsentido aparente de la existencia. Ante la experiencia de que el amor muere, ¿qué sentido tiene vivir? La idea del suicidio aparece.

Pero, además, el maltratador se apodera de ti de diferentes maneras: te culpa por lo que deberías haber hecho, dicho o evitado antes de que tu ser querido muriese; o te invade una insidiosa creencia de que el muerto te está mirando y reprochándote algo. Es como si el pensador programado te hiciera creer primero que el otro ya no existe, ha sido destruido; pero luego dijera que sí que existe para juzgarte y hacerte sentir

culpable. Hasta que el maltrato se convierte en aprendizaje. Pues, de hecho, incluso el programa maltratador en tiempo de duelo es un indicativo de que la relación sigue estando donde siempre estuvo: en la mente. Tal y como esa relación se fabricó cada día con imágenes, sensaciones, experiencias compartidas ahora sigue sucediendo igual, solo con una salvedad: ahora no se puede ver

el cuerpo del otro con tus ojos, sino solo con la memoria. Antes, igualmente estabas viendo tan solo memorias, pero ya sabes: aquello que ves con los ojos de tu cuerpo se considera lo real.

La muerte no existe La muerte no existe, nadie ha desaparecido. El otro es una expresión más de mi mente, nada muere nunca. Todo está en constante transformación y por eso mi percepción es igualmente

cambiante. Nunca permanece igual.

nada

En realidad, lo que pasa en aquello que llamamos muerte es lo mismo que cuando un móvil pierde cobertura. Imagina que estás hablando con alguien y de repente te quedas sin cobertura. «¡Ha muerto!». El móvil es similar al cuerpo en ciertos aspectos. Necesitas uno para hablar con tus amigos, enviarles imágenes o sonidos,

hacerte notar y sentir que eres especial para ellos. Ellos también han de tener uno, de otro modo no es posible la comunicación. Tanto el móvil como el cuerpo son un medio de comunicación en un entorno mental específico. Cada noche debes cargar tu móvil, dado que se queda sin energía. Pasado algunos años, el móvil un día se estropea, deja de funcionar y lo tienes que desechar. Con el cuerpo pasa igual. Has de cambiar la tarjeta

SIM del móvil viejo al nuevo. ¡Y guarda los contactos! Mas, si en tu mundo crees seguir necesitando un móvil para tu relación con los demás, no dudes que, desde el poder de la mente que eres, tendrás un móvil nuevo. Con el cuerpo pasa igual. No puedes morir. Es imposible, sueñes lo que sueñes. No puedes dejar de ser.

Tu cuerpo llegará a su caducidad programada, lo dejarás a un lado y tú seguirás viviendo por siempre, como siempre. Si quieres estar en un cuerpo, te verás en uno. Se le ha llamado reencarnación, una experiencia de continuidad de lo separado, no de unidad; pero que, al menos, descubre la falacia de la muerte. Si ya no tiene sentido para ti la separación, dejarás también los cuerpos a un lado y te abrirás a lo

nuevo. Pues el cuerpo solo sirvió para experimentar la separación por un tiempo. Sin importar la cantidad de cuerpos distintos que parecieron existir en la memoria de la mente, todo ello configuró tu experiencia corporal. Siempre es lo que tú quieras.

Elevar la relación El otro ya no está en mi percepción. Se ha ido. No hay nada de malo en ello. Lo dejo libre ahora.

Es correcto que en ese momento desaparezca el medio corporal de relación, pues es lo que pasa. Este momento es totalmente correcto. Lo que pasa es totalmente correcto, pues así lo has diseñado tú para tu libre experiencia. No puede ser de otra manera. Nadie te está haciendo nada, estás

viviendo tu viaje, tu juego. El otro no es un polo de la relación. El otro es uno contigo, y jamás muere. Sigue viviendo dentro de ti tu viaje, tu juego. Pero la manera de sentir que configuraba vuestra relación personal ya ha caducado. Es momento de elevar la relación. La lección de la comunicación corporal ya pasó. Es momento de

elevar la relación para prescindir del medio corporal. Ahora has de entender a un nivel más profundo que eres el sentir, que el otro es el sentir y que todo es experiencia. Elige sentir al otro ahora, allí donde verdaderamente está, dentro de tu corazón, en el interior de ti, en tu mente. Donde siempre estuvo. En ti, uno contigo, expresión tuya y pensamiento tuyo. Así de cerca

estuvisteis y estáis por siempre. Siente ahora el amor por el otro dentro de ti y comprueba que nada ha muerto. Pues el amor jamás muere. Solo puedes soñar que muere, imaginar que muere y, por tanto, percibir mil maneras de creerlo. Pero creas lo que creas, ahí sigue, perfecta, la vida dentro de ti, la misma vida que alimenta al otro, que alimenta al Sol, a las plantas

y a cada experiencia. La muerte intenta demostrar que el amor ha muerto. Pero si te unes a tu corazón radiante ahora, si sientes el amor que te une a toda expresión mental en relación, sabrás que nada ha muerto. Vacía tu mente, no permitas que la creencia en la separación, en la soledad y el vacío reemplacen la presencia de lo que el otro verdaderamente es.

Pues el otro está en ti. Siéntelo. Solo la presencia de la luz puede expulsar la oscuridad de tu corazón. Así se deshace el duelo por el otro, el duelo por el amor, el duelo por tu ser. Es preciso que experimentes lúcidamente que, ahora mismo, en el silencio de tu paz, en tu centro, sientes perfectamente la vida del otro en ti, la bondad de

su expresión, el profundo agradecimiento por vuestra relación, vuestro mutuo compartir, vuestra constante decisión mutua y en relación en la experiencia de la unidad. Esta es la gratitud que te regresa a la presencia, la presencia del amor en tu corazón. Al experimentar que elevas la relación y amas al otro sin necesidad de percibirlo, regresas plácidamente al recuerdo de que eres mente y, poco a poco,

regresas a la vida. Practica así en cada duelo, en cada aparente separación, incluso en cada aparente conflicto. Pues así sabrás que todo es lo mismo, la misma representación, el mismo juego una y otra vez. En cada jugada, recordarás, de una nueva manera, que eres mente libre e invulnerable, hasta tenerlo tan claro que no llegarás a sentir ningún tipo de pesar por la muerte aparente que tanto horroriza al mundo.

Sí, sí, has oído bien. Ningún tipo de pesar. No solo es posible, sino inevitable que pases por esta experiencia, pues lo falso es limitado. Y así es como se destierra la extraña idea de que la vida se acaba. El programa ya no será capaz de hacerte creer que al acabarse el cuerpo se acaba el amor. Ya no te hará incapaz de amar por percibirte en un cuerpo. Ya no derrumbará tu relación de un golpe perceptivo. Una vez que

la idea de la muerte ya no es capaz de conmoverte, has aprendido a resucitar a los muertos. Ábrete a la posibilidad de una vida sin duelo, sin sufrimiento, pues este es tu destino inevitable, tu corazón totalmente libre, la eterna alegría sin pena, la expresión del amor sin fin, tu auténtico Ser.

El apego al personaje El camino se hace cada día, y

ante cada conflicto te das cuenta, cada vez más profunda y claramente, de que lo único que queda en tu camino es apego. Apego al personaje. Apego a la identificación con lo especial. Apego a un cuerpo y su historia. La única fuente de dolor es el apego a lo especial. Cuando, tras la marcha de un compañero, sientes algo amargo

en tu corazón, eso es apego. Cuando, tras una discusión con alguien, te sientes comprimido, eso es apego a tu personaje. El apego está inevitablemente unido a esa idea que ya hemos visto de que el amor ha muerto. El especialismo se ha ido, el amor ha muerto. Esto es el apego. Está entrelazado con la creencia de que la herida es real, de que la separación es real y, por tanto, el mal es real.

Pero sigue uniéndote a tu interior. Sigue sintiendo mientras deshaces tu pensamiento estancado en el pasado. Sigue abriéndote al yo del espacio. Sigue dándote. En comunión con tu corazón radiante, te será mucho más fácil y amable contemplar qué es el apego. Poco a poco lo irás viendo. Comenzarás a observarlo. Dejarás de considerar un sacrificio la observación del apego y el discernimiento de la verdad de tu

Ser. Apego solo es una estructura sin sustancia. Es un software, un dispositivo de protección de tu ego. Solo es una idea que, ante la luz del amor, se disuelve. Esta es la experiencia a la que te gustará acostumbrarte. Pues es la experiencia que barrerá todas las melancólicas y nostálgicas defensas del pasado especial. ¡Para el programa es tan hermoso, nostálgico y romántico

sufrir por lo perdido! ¡Es tan bonito el tono sepia y los bordes carcomidos de la foto que jamás regresará! Pero ¿qué sucede si te das cuenta en el centro de tu lucidez de que nada se pierde jamás? ¿Qué pasa si resulta que todo ese recuerdo es una sintética estructura, simple código, data sin más, información desechable que ya se transformó una y mil veces más? ¿Qué tal si lo dejo ir?

Todo duelo es por mi propio personaje. Todo duelo es mi apego, es la inercia de mi viejo deseo de ser especial, del viejo aprendizaje de la pequeñez, la debilidad, la lucha, el dolor y el temor. Es momento de dejarlo ir, porque la vida me propone ahora mismo un nuevo duelo, cualquiera que sea el conflicto que estoy viviendo.

Ahora es el momento de dejar de sufrir. Ahora es el momento de dejar ir mi apego a mi personaje. No necesito ser especial. El duelo por una persona que ha muerto es, en realidad, un duelo de una parte de mi propio personaje: específicamente, la parte de mi personaje que estaba en relación con el otro personaje.

Es un duelo por aspectos especiales míos que yo creía dependientes del otro personaje. Es un duelo por la relación especial. En el duelo por la muerte de alguien querido, crees que muere la parte de tu personaje que sentía en relación con el otro. Crees que todas esas experiencias únicas y especiales mueren, pues el programa te hace creer que lo importante son los cuerpos, la historia en especial, en lugar de la

relación en sí misma, la cual está en tu mente por siempre.

Desapego progresivo

inmediato

o

A lo largo de tu camino hacia la unidad, habrá ocasiones en las que vivirás cambios de consciencia repentinos, en donde la luz aparece con facilidad en tu interior, y todo pesar, pereza o resistencia desaparecerá súbitamente. En esos momentos te será sencillo apreciar el regalo

que has aceptado y que, por tanto, estás dando. Sin embargo, en muchas otras ocasiones, vivirás procesos de perdón. Procesos en los que un conflicto, sea el que sea, en relación al tema que sea — familia, amigos, trabajo, problemas económicos, salud, críticas recibidas, injusticias, culpa por tratar mal a alguien, asuntos jurídicos, celos, vacío existencial, etcétera— se repite en tu experiencia, tanto interna como

externa, a lo largo del tiempo, en distintas etapas, fases y en situaciones o relaciones con formas muy distintas. Son procesos en los que, tras los primeros y confusos momentos —en los cuales muy probablemente te lances a intentar arreglar las cosas ahí fuera: ir corriendo a hablar con el otro, presentar una queja, hacer una denuncia, acudir al médico— y una vez que el acontecer mismo te lleve a una fase más madura,

encontrarás la lucidez y la paz necesarias para elegir llevar el tema a una dimensión superior: a tu interior, en donde puedes experimentar la impregnación de la auténtica inteligencia, ante la cual, todo eso solo es un mal sueño, una experiencia organizada para tu vivencia del deseo de ser especial. Cada proceso del perdón no es más que una especie de autodesafío que tú te has programado para volver a elegir, finalmente, ser

quien realmente eres. Cada una de esas etapas o procesos configura un duelo por cierto aspecto de tu personaje. Siempre, y cada vez, es un duelo por quien creías ser, por lo que creías ser. Lo único que te duele es tu misma resistencia a lo nuevo, tu apego a lo viejo, el antiguo deseo de ser especial que ya viviste y que la vida te invita a dejar marchar ahora. Son capas y capas, no tiene

sentido que intentes controlar el proceso, más al contrario, es altamente conveniente que dejes ir todo cálculo del tipo «estoy en grado 450» o «en un nivel espiritual 600», pues todo eso es pensamiento programado en busca de hacerte creer que eres especial, espiritualmente especial, una vez más. Mucho más amable y creativo es vivirlo como una experiencia presente en la que estás totalmente asistido por tu

corazón radiante. Recuerda: este momento es totalmente correcto. Todos tus intentos son máximos. No tienes que ir más deprisa ni más despacio. No tienes que hacer eso que crees que deberías hacer. Pero si piensas que te gustaría hacerlo, no hay nada de malo en que lo hagas. No hay exigencia en el amor ni prisa. Todo sucede para ti.

Suelto, siento, soy

(M) - AUDIO Suelto todo. Suelto el cuerpo. La mente suelta el cuerpo. Suelto el tiempo. Me doy a este momento. No me aferro a nada. No sujeto ningún pensamiento. Lo dejo ir. No toco ninguna percepción. No me aferro a nada.

No necesito sujetar nada. No me sujeto a nada. Solo siento mi ser. Suelto, siento, soy. Siento la vida dentro de mí. Siento el silencio. Se abre mi corazón. Me disuelvo. Suelto, siento, soy. Suelto cualquier idea sobre mí. Dejo ir el concepto del yo. No toco ninguna forma.

No toco ninguna idea sobre mí. La dejo ir. No toco ni mi nombre ni mi forma. Dejo todo como está. Me doy. Suelto, siento, soy. Me entrego. Me disuelvo. Siento el Ser. Suelto, siento, soy.

El truco de la intensidad Extenderme es compartir Hemos visto ya, en distintos momentos, cómo el sufrimiento comienza como un estado o una experiencia mental ilusoria —no como una realidad de tu Ser—, justo desde el instante en que la creencia en la separación se hace presente en tu conciencia. ¿Por qué motivo se hace presente tal creencia? También

hemos visto ya diferentes maneras de contestar a esta pregunta, pero todas desembocaban en una respuesta: porque tú quieres. Toda tu experiencia es por tu voluntad. Pues fe y voluntad son dos caras de lo mismo. Toda creencia es deseada para poder ser experimentada. Recibes la experiencia porque

deseas la creencia. No solo es un dar y recibir simultáneo, sino que se está dando el principio de la experiencia de unidad: dar y recibir es lo mismo. No hay separación. Este es el mismo principio que te ayudará a entender, de una vez por todas, la idea de elección mutua, la idea que te llevará a comprender por qué no existe la voluntad separada, aunque la experimentes como una creencia. Antes de que la creencia en la

separación fuera deseada, no existía separación alguna, por tanto, la elección no pudo suceder fuera de ti ni tampoco solo en ti. No había tal separación ni tal soledad. La posibilidad de la experiencia separada brotó como un movimiento autogenerado en el sintiente, como algo nuevo en la mente, otra experiencia más, sin más. Ese sentir desconocido apareció y el experimentador la deseó. No hay más. No hay drama. No hay motivos ocultos.

No hay objetivos. No hay pecado, maldad ni rebeldía. No había que completar nada incompleto ni era una evolución de Ser ni nada parecido. El Ser ya es por siempre. En la verdad no hay aprendizaje ni objetivos. Simplemente, surgió la experiencia del sueño como una elección mutua. Pues así es toda elección. En ese instante, al igual que en cualquier instante de la eternidad, nada se opuso a tu elección. El poder entero de la

mente se puso a tu disposición para vivirte separado, sin que ello afectara ni hiciera daño alguno a la mente total. La separación nunca ha existido. No obstante, es imposible que suceda un deseo en tu mente que no sea apoyado totalmente por la totalidad. Nada en ti puede ser rechazado jamás ni siquiera aunque sea un sueño de rechazo. Si tu deseo es imposible, adelante. Lo sueñas junto a la totalidad. Sueñas la separación

abrazado por la totalidad. Fue, incluso, esta creencia alocada de la separación, una elección mutua entre Dios y tú, en el sentido de que tu fuente no puede oponerse a tu interés, a tu iniciativa como experimentador, como sintiente. Y aun si dices: «¿Qué sería lo contrario al amor?», la fuente no puede abandonarte, no es posible, sobre esto no hay elección. La fuente simplemente es el conocimiento de la verdad en tu interior; y dice: «Vale».

Tú duermes, ella te abraza dulcemente, no puede compartir tu sueño, pues no es la verdad, pero te acompaña desde el interior, desde un lugar en donde el recuerdo permanece totalmente presente: el corazón radiante. Su presencia te permitirá el dulce regreso a la verdad cuando te canses de soñar a solas.

Ojos picarones Imagina

que

eres

un

padre/madre —todo junto— que juegas un juego eterno. El hecho mismo de jugar un juego eterno hace que surja en ti un juguetón, un sintiente, un experimentador, una creación eterna de juego. Ahora eres, por tanto, un padre/madre/hijo —todo junto —. Por cierto, así, de paso, desvelamos de una vez el famoso misterio de la Santísima Trinidad. Ahora eres, por consiguiente, Dios convertido en niño jugando. ¿Recuerdas el viento sintiente

que acariciaba la hoja y, a la vez, era la hoja? Pues estás jugando a ese juego y a infinitos juegos más como ese, por siempre viviendo, descubriendo, experimentando la relación de ti contigo mismo en la unidad. Eres el Ser en la unidad jugando a entrar, salir, descubrir cómo se siente esto y aquello, probar esta y otra forma, todo ello dirigido por el deseo que inmediatamente se hace experiencia, sin necesidad de recuerdo ni de aprendizaje ni de

comunicación. Pues todo es sabido ahora mismo, todo está en el ahora junto, y la comunicación perfecta es tu estado de ser. Eres amor en expresión. Surge la nueva idea. Y aparece algo que quiere jugar solo. Quiere ser independiente. Y, por tanto, se ensimisma, se ensueña. Un pensamiento duerme, creyéndose separado. Pero el juego de todo con todo sigue siendo, eternamente, no afectado ni

influido por este pensamiento durmiente. Tú, que eres el padre/madre, puedes incluso ver a tu hijo que, en un momento dado, se aleja de ti con su deseo, con su propia intención. Esto no lo entiendes, es nuevo, pero lo apoyas, pues es el deseo de tu siempre amado, de tu mismo experimentador, de tu sintiente ahora. Cuando este hijo tuyo se aleja, ves en su rostro unos grandes ojos picarones que te miran por última vez para ya no

volver la vista atrás hasta que el tiempo llegue a su final. ¡Quiere ver qué pasa! Desea experimentar el deseo de ser especial. Quiere probar a ser su propio dios. Y te das totalmente a él, igual que siempre, aunque ahora no puedes compartir su sueño de dolor, pues no es la verdad. Permaneces ofreciéndole todo el amor del universo, pero desde su centro, desde su corazón. Como

una

madre

que

contempla a su hijo mientras duerme, la madre entiende que el sueño del niño le hace sufrir, pero no puede despertarle porque el lazo que le une a su hijo es la total libertad. No hay imposición ni siquiera oposición en la naturaleza de ambos. Pero el niño sueña otra cosa. Sueñas tu independencia. A partir de ahí crees vivir elecciones individuales, propias, crees que eres una voluntad propia, que te has apropiado de la voluntad,

que eres un ego, solitario, independiente, con sentido por ti mismo y sin ningún sentido más allá de un sí mismo separado.

¡Vale! Dicho llanamente: la voluntad de Dios es lo que tú quieras. Si tú quieres vivir la separación, tú, la mente libre, la danza del Ser, el experimentador eterno, el juguetón sintiente, el espacio del amor, el viento de la expresión, puedes soñarla para saborearla.

El Ser jamás se opone a tu elección. Todo está para tu deleite sin límite alguno. Adelante. «Vale». Aun así, la verdad sigue siendo verdad, el amor no deja de ser amor, la unidad no deja de ser unidad. Para vivir como real tu sueño, tu experiencia de estar separado, necesitas una serie de inventos añadidos que hagan mentalmente experienciable —sentible— lo que en verdad no es real. Esos inventos, diseños o

programas son tensos, no expresan la paz de la verdad, pues son, por decirlo de alguna manera, de naturaleza artificial, como un montaje para explorar lo imposible, lo que se opone a la verdad, una especie de ilusión u obra de teatro a tu servicio. Son añadidos, programas prefabricados para recrear la experiencia de la separación en la mente... para tu propio goce y deleite, pues ese es tu deseo. Por ejemplo, uno de ellos es la

vulnerabilidad. Si no puedes experimentar que «lo otro» tiene poder sobre ti, ¿cómo vas a sentir la separación? El sufrimiento es necesario para vivir la separación. Mantiene vivo el juego. No tendrías experiencia alguna de separación sin el sufrimiento.

El superpoder Además de la vulnerabilidad, has de sentir que tú tienes influencia sobre lo otro, es decir,

que tú tienes poder personal sobre lo otro, ya sea lo otro una cosa que moldeas, fabricas o transportas; ya sea lo otro una planta que modificas genéticamente o una persona a la que influyes con tus palabras. En tu sueño, puedes controlar y ser controlado. Puedes atacar y ser atacado. Ayudar y ser ayudado. Dañar y ser dañado. De este modo, puedes vivir una relación basada en la separación, una relación «verdaderamente»

intensa. Y tú podrías preguntar: «Si, pero ¿no sería posible vivirme separado sin sentir vulnerabilidad alguna? ¿No podría percibirme y sentirme separado sin tener miedo alguno?». ¡Cuántas veces lo has imaginado! ¿Verdad? ¡Superman o Superwoman! ¡El superhéroe! Aquel que tiene poder sobre todo lo demás, aquel que es único y absolutamente especial, al que

nada le puede afectar; pero que, en cambio, él afecta a todo lo demás. En tal imaginación —tan recurrente en este mundo—, el superhombre representa el triunfo de lo especial sobre la totalidad, el triunfo del ego, la individualidad ejerciendo su poder como un dios separado, justiciero, fuerte y tan especial que no puede ser jamás bajado de su trono, pues no existe otro poder como él. Claro está que para que tal

poder separado tuviera sentido, tendría que haber algo malo ahí fuera contra lo que luchar. Pues, de otro modo, ¿cómo podría servirnos la lucha, el superpoder del ego, para algo? En un mundo de total paz, ¿qué sentido tendría este poder especial? El mal sería necesario en el mundo del superhéroe. Pues el superego tiene que dar muestras de su poder luchando, tiene que mostrarse constantemente en oposición y comparación contra

lo otro, vencer dificultades, atravesar malos momentos, reponerse y salir adelante para seguir luchando, para tener sentido. Y, por supuesto, el súper siempre gana. Luego pierde; pero, en fin, acaba ganando sin que, en realidad, nunca acabe nada. El bueno de la peli no puede morir. Pero va y muere. Lo recordaremos. El especialismo es eterno en la memoria nada más. Si eres honesto, ¿no es ese deseo de ser el súper el que te

hace imponerte a alguien cuando tú crees que se está pasando? ¿Reconoces el programa justiciero? ¿Reconoces el deseo de que el especialismo triunfe? ¿Reconoces la raíz del despotismo?

Un poder separado El poder individual es la idea de un poder separado, especial, que se impone a lo demás. Un poder separado es una libertad superior a todo lo demás. Ahora la justicia

la impone este poder separado. Echa un vistazo a tu memoria: ¿viste ahí fuera algo parecido a esto? Ya sé que la idea no para de aparecer en las películas. Pero, en la película de la historia del mundo, ¿no fue así cada uno de los protagonistas? ¿No fueron los cruzados, los conquistadores, los inquisidores, los revolucionarios, lo generales liberadores, los padres de la patria, los terroristas y los nazis?

¿Cómo va a ser justicia la fuerza de lo separado? ¿No ves que si hay alguien con un poder especial, a su lado, necesariamente, hay alguien especialmente sometido? La igualdad se ha quebrantado para imponerse la polaridad. ¿No sería la total igualdad la única justicia irrefutable? Bien, tranquilo. Respira la verdad. Regresa a la paz. La verdad es la verdad. No hay un

superhéroe especial y eterno. No existe el ego, gracias a Dios. Ni siquiera en tus sueños has llegado a ver que esta manifestación del poder separado durase más que... un tiempo. Pues así es lo falso, así es lo especial, es temporal. Estás protegido. Estás siempre a salvo, viviendo tu experiencia de discernimiento, guiado por la luz del amor siempre presente en tu corazón radiante.

Sin embargo, resulta de mucha ayuda observar el mecanismo de la lucha, descubrir, desde lo profundo de la emoción programada, cómo se proyecta el intento constante de ser más poderoso, de imponerse a lo otro, de vivir una elección independiente, una invulnerabilidad que se impone a lo demás.

Toda elección es mutua Para

sentirte

especialmente

listo, es necesario que percibas ahí fuera a alguien especialmente tonto. Es necesaria la contraparte para sentirte parte. Dado que toda experiencia es relación, el mundo que percibes, el mundo que el programa fabrica, se basa en una relación de separación. Para sentirte fuerte, ha de haber ahí alguien débil. Para que tú seas culpable, es necesario que haya una víctima. Y al revés. El miedo, el sufrimiento y la lucha son necesarios para representar

la idea de la separación en una experiencia. En todo lo que la programación dual te prepara verás lo mismo, pues es una manera de pensar desde la premisa de la separación. Incluso te hace creer que debes quedarte en la oscuridad para así poder vivir la luz. Tan convincente resultó el invento. Sin embargo, ahora puedes entender perfectamente que, aun

en la dualidad, en tu mismo sueño, cada vez que has vivido que alguien te abandonaba, fue una elección mutua. Cada vez que sentiste que alguien te hizo daño, fue una elección mutua. Cada vez que te impusiste sobre alguien, fue una elección mutua. Si supiste algo de alguien sin que te hablase, fue porque te lo dijo de otra manera. Pues fue una elección mutua que tú lo

supieras. Cada pensamiento en tu mente, que parece tan propio, es una decisión mutua. Si te hicieron daño, fue una elección mutua. Si abandonaste a alguien, el otro te pidió que lo hicieras. Pues sois la relación, y todo es una decisión mutua. Libre, pero totalmente mutua. Toda elección ha sido una

elección mutua. Absolutamente cada movimiento ha sido en lo mutuo, en el juego de fuerzas de la relación compartida. Recuerda: tú eres la electricidad entre los polos, en lugar de ser uno de los polos. Puedes verlo en una relación de dos, de otro y tú. El otro y tú estabais de acuerdo en cada instante que experimentasteis, exactamente tal y como lo experimentaste. Si aparentasteis estar en desacuerdo, en realidad,

profundamente estabais de acuerdo en estar en desacuerdo. Sois una sola voluntad. Pues sois la misma mente dividida en aspectos para vivir una relación de separación. Toda elección es mutua. Pero aún más: puedes verlo en la totalidad de tu mundo. Toda elección es mutua entre todas las personas del mundo, entre todos

los animales, todas las plantas y cada objeto que percibes —que crees inanimado y sin voluntad, aunque represente para ti un propósito—. Pues todo ello está en tu mente. Todo te honra la experiencia. Todo está para tu experiencia, para tu sentir. Todo está para ti, el sintiente. Hay elección mutua en cada respiración, en cada brizna de hierba movida por el viento, en cada rayo de luz, en el agua de la cascada. Todo es sincrónico, todo

está de acuerdo con todo en todas partes, pues la unidad es, y solo existe una voluntad. Toda decisión es libre, pero universal. Vives en la unidad, sin importar lo que pienses de lo que percibes. ¿Puedes entender que en tal igualdad de elección no puede existir injusticia alguna? ¡Nunca! ¡En ningún grado!

Este momento es totalmente correcto. Incluso en tu elección de la separación, el Ser te dijo: «Vale». No existe oposición en la unidad, el amor jamás se impone. No está en su naturaleza. No existe la oposición en la realidad. No puede el amor oponerse a tu deseo, pues tu libertad es total e incondicional, al ser tú Su expresión. Y así, cuando la mente

eligió la separación y, por tanto, soñaste estar solo, el Ser siguió dándose a ti totalmente, permaneció en tu centro, dentro de ti, como el corazón radiante20. Y fue así, de nuevo, una elección mutua. Tú eliges la separación, y el Ser, aunque tú sueñes la separación, sigue unido a ti, apoyándote inevitablemente en tu deseo, pues la fuente de tu poder nunca se te niega. Tú sueñas la

separación y el Ser coopera con su poder para que sueñes tu sueño y, a la par, tengas una vía segura de regreso por tu propia voluntad, la cual será igualmente mutua y universal, en realidad nada propia, pero soñada como propia. Tal vez esta sea una elección mutua que todavía no puedas comprender —o aceptar—, pues aún crees que la separación es real y, sobre todo, que el sufrimiento es real. Pero nunca

fue real.

Tú dormiste y el Ser te permitió dormir: era imposible la separación. Él guardó la verdad

en el centro de tu corazón para que jamás la pudieras olvidar del todo. Y todo lo que experimentas ha sido cocreado a la medida de tu deseo de experimentar la separación. ¿Qué significa cocreado? ¿Que el Ser Uno deseaba que yo viviera la separación? No. Ese deseo no es de la totalidad. Ese deseo surgió espontáneamente en la experimentación, como un deseo separado. Es el sueño de la

oposición. No puede experimentarse sin ser deseado. Lo estás soñando tú, en aparente soledad multitudinaria, en aparente vulnerabilidad, en el olvido, solo para tu deleite. Cocreado significa que estás soñando en los brazos de la verdad sin que la unidad haya dejado de ser ni por un instante la verdad, dándose aún totalmente, para que vivas tu sueño. Pues Dios se da en ti totalmente y no se opone ni a

uno solo de tus deseos por extravagantes que sean. Él no se pierde en tus sueños, sino que permanece en tu centro salvaguardando la unidad. Tal vez te gustaría que todo esto fuera de otra manera. Pero no puede ser de otra manera. Quizá preferirías ser salvado del sufrimiento por un superpoder externo. Sin embargo, la libertad y la certeza de Quien eres está mucho más allá de tu creencia en el sufrimiento.

No se te puede arrebatar el sueño que sostienes por tu propio deseo. Precisamente, porque deseaste tener un deseo propio. Aunque no lo parezca, es un deseo. Aunque parezca propio, es compartido. La libertad es amor puro. Una creencia es algo que puedes soñar.

La libertad está mucho más allá de tu creencia en el sufrimiento. La consciencia del Ser, la ventana a la luz dentro de ti, sigue mostrándote más allá de los gritos del ego que no puedes estar solo jamás. No se te retiró poder alguno para vivir tu experiencia, tu sueño de independencia, tu adolescencia deseada y, a la par, mostrarte lo imposible de tu deseo de ser

especial, dulcemente, como un camino de aprendizaje al ritmo exacto que resulta entre tu apego y tu deseo de unidad. Si un día te sentiste superior, alguien se puso de acuerdo contigo para mostrarte lo inferior. Pero no pudiste sentir solo una de esas cosas todo el tiempo. No duró el superhéroe. No funcionó en tu experiencia ser solo una polaridad, tuviste que vivir cada extremo.

Sigues siendo la unidad. Y si vives la experiencia de ganar, alguien ha de perder a tu costa. ¿Pero recuerdas Quién es ese alguien? ¿Recuerdas Quién es más allá de toda apariencia? Vives en la unidad, percibas lo que percibas. Por tanto, la experiencia de perder te aguarda bajo la experiencia de ganar, pues es la misma. No hay ganar sin

perder. No hay poder sobre el otro sin vulnerabilidad al otro. La separación es imposible. Para entender qué es ser superior, otro día te sentiste inferior, y alguien se puso de acuerdo contigo para mostrarte la comparación, pues eres el mismo de los dos polos que se han separado en tu mente. Y seguiste sintiendo, aprendiendo,

explorando... Todo se puso de acuerdo contigo para tu experiencia de lo distinto. Has querido ser alegría y pena, éxito y fracaso, abandonado y apoyado, mérito y culpa, opresor y opresión, profesor y alumno, hijo y padre. De aquí todas las explicaciones sobre la reencarnación, el karma y la aparente deuda contigo mismo, la devolución de la herida, el ataque y la defensa, el constante salto de polaridad... de lo especial. Y al

revés, y una vez más. Creías que estabas encerrado en la polaridad. Te viste aprisionado por la adecuada percepción diseñada para tu propia experiencia. Y ya pasó, ya lo has experimentado todo y es, si así lo deseas, momento de despertar a la unidad. En la unidad no hay nada que ganar ni que perder, pues todo es

extensión, todo es aceptación. Lo que pasó en cada momento en que perdiste la paz fue tan solo que dejaste de lado la unidad con todo y volviste a la tensión, volviste a sentirte especial, volviste a ser intenso, una y otra vez, como un holograma en donde cada pequeña experiencia es un reflejo del gran camino que recorres.

El truco de la intensidad

El daño y el dolor es solo una percepción, por muy intenso que te parezca. Pues es precisamente esa intensidad en lo que se fundamenta la experiencia de la separación, ya sea un tremendo dolor de muelas o un exaltado orgasmo. La intensidad es la experiencia de la separación. La intensidad te proporciona grados de experiencia de un ser separado, siendo los más altos grados de intensidad los que te parecerán más especiales, ya se

trate de un dolor o un placer, una herida del infierno o un cielo mundano. Tu corazón radiante, tal como un maestro paciente, te enseñará poco a poco el goce mental de sentir la extensión de tu Ser. Tal extensión, como la misma palabra indica, no es in-tensa, pues no está en tensión. La experiencia del Ser está fuera de la inconsciencia de tu libertad, fuera del miedo y fuera del dolor inventados por la estructura

subconsciente de la separación. Tu expresión está fuera de la tensión, es extensa, expresa la grandeza de lo infinito expresándose libremente, expandiéndose, compartiéndose. Lo puedes sentir aquí, en el mundo de la percepción, como la realidad llamándote desde dentro de ti, como tu Ser expandiéndose dentro de ti. Es el mundo real21 que sientes como un reflejo de la verdad en tu corazón radiante.

Extenderme es compartir.

Un lugar dentro de ti Hay un lugar dentro de ti en total paz, un lugar en donde estás totalmente a salvo, en donde no puede entrar de ningún modo la tristeza o la inseguridad. Un espacio de tu corazón en el que el conflicto es absolutamente imposible. Es un sitio invulnerable en donde el

equívoco y la mentira jamás pueden colarse, un lugar de plena luz. Ese lugar es tu corazón radiante. Según te abras a tu extensión, podrás darte cuenta con mayor facilidad de la intensidad a la que estabas apegado, como un corazón separado, un sintiente intenso viviendo el drama de lo extremo. La experiencia de intensidad requiere de polaridad, dolor y

placer; mientras que la extensión no tiene polaridad al ser un reflejo de la eternidad. En la unidad, el gozo no tiene opuesto y, sin embargo, la experiencia está siempre expandiéndose eternamente nueva, ahora. Sí, es algo totalmente incomprensible desde el tiempo. Tu corazón radiante te ayudará a sentirlo, pues no hay otro entendimiento para lo que no es del tiempo y, por tanto, es de tu Ser.

Y junto a tu corazón radiante soñarás despierto. Soñarás que te liberas. Soñarás que eres libre. Soñaras que despiertas. Y despertarás.

El truco de lo intenso El programa te hace creer que tú puedes conseguir mantenerte separado y, aun así, sentir tan solo placer y nunca dolor. Y te

dice que, para ello, solo debes hacer dos cosas: por un lado, identificar y conseguir lo que te falta —lo bueno—; por otro, atacar, excluir y enviar bien lejos lo que sobra —lo malo—. Mediante tu apego, posesividad, rechazo y proyección conseguirás tu cielo. ¡Lucha por él! Tienes toda una vida de pruebas que te muestran la falsedad de este programa. Pero es un programa, una memoria que se repite una y otra vez, y por

ello crees que es poderoso, tanto como el pasado que te da identidad. Porque lo ves aparecer una vez tras otra crees que es la verdad. Porque lo ves tan grande te parece invencible. Porque lo percibes tan antiguo crees que es tu naturaleza. Pero todo eso tan solo es percepción. Una percepción de intensidad que te ha hecho creer que todo ese apego, agresividad, rechazo y posesividad era lo divertido, lo amoroso, lo pasional, lo alegre, lo

aventurero. ¡Qué intensa la vida del sufrimiento! ¡Qué aureola de nostalgia y romanticismo parece tener el apego a lo intenso! Lo intenso es lo intenso: apego y rechazo, arriba y abajo. Una identidad basada en la experiencia de la constante polaridad, un yo fabricado a base de tensión. ¿No preferirías vivir la dulce y apacible experiencia de saber día tras día que tú eres la paz? ¿No deseas desde el fondo de ti mismo encontrarte con la

facilidad y la alegría todoabarcante de la inocencia? ¿Crees aún que es aburrido estar constantemente recibiendo regalos de felicidad auténtica? Lo eterno te da una experiencia de extensión en donde reconoces la auténtica fuente del goce y la libertad. Creías que lo divertido y lo diverso era lo que te hacía feliz, pero ya descubriste que lo divertido puede convertirse en frívolo y superficial si tú te sientes solo. Lo diverso te parecerá

caótico si tú no te sientes a salvo. Pues la alegría no depende de nada de eso, y todo eso puede quedar abrazado y acompañado por tu alegría. Tu alegría es de tu Ser, y de nada que desde fuera parezca dártelo. Cada vez que sentiste alegría, verdaderamente procedía de tu Ser, llegó a ti por tu corazón radiante. Provenía de recordar la unidad que eres, aunque el programa no te dejó verlo.

Puede ser que hayas pasado una tarde jugando con un niño y, entre sonrisas y absurdos juegos sin explicación, tocaras con un fondo de alegría que te dejó una sensación de plenitud. Fue la unidad lo que sentiste como un rayo de luz que se coló entre vuestras miradas y juegos. No obstante, el programa te hizo creer que era el niño lo que te hacía feliz, en lugar del recuerdo de tu propia inocencia eterna.

Ese día que detuviste tu coche para contemplar el paisaje en donde los colores se mezclaban con tus sensaciones, ese instante en donde el pensamiento se paró y sentiste que te desbordabas ante tanta belleza, salías literalmente de ti mismo y te disolvías en el todo, en ese momento sentiste la unidad. Y la grandeza que te sobrecogió era el reflejo del Cielo. Fuiste uno con el momento, en la total aceptación del goce de recordar Quien eres.

Pero el programa te dijo que era la belleza del paisaje la que te hizo feliz. Esa noche en la que sentiste tan agradable calidez al ver a tus amigos y familiares reunidos en torno a una gran mesa, riendo y charlando, compartiendo y sonriendo, fue de nuevo la unidad de tu ser lo que recordaste con total familiaridad. Mas el programa te dijo que fue algo así como la familia o tus

especiales amigos los que te dieron la felicidad. Y esa tarde insospechada que pasaste con ese amigo de confianza, cuando todo pareció encajar sin plan alguno, donde cada palabra cayó justo en su sitio; tu corazón se sintió totalmente unido al otro, y tú sabes, con latente certeza, que sin importar quién fuera el otro ni aun quién pareces ser tú, lo que te hizo sentir fue tu auténtico Ser expresándose en

unidad. Pero ya sabes, el programa te hizo creer que fue la otra persona la que te hizo sentir eso. El programa parte de la premisa de una carencia profunda y te repite constantemente los argumentos temerosos para tu desconexión del sentir del eterno momento presente y del goce del Ser. Crees estar en ausencia de la misma vitalidad de tu corazón y, en tal estado, es inevitable que

busques fuera una y otra vez. A veces, buscaste esa vida que parecía faltarte —la consciencia de tu Ser— en actividades arriesgadas y aventureras. Otras veces, la buscabas en paisajes nuevos y exóticos. En muchas ocasiones, tramaste inconscientemente dramas de pasión y reconciliación, así como todo tipo de juegos en tus relaciones personales. Sí, de nuevo buscabas la vida que creías que estaba en la intensidad.

Incluso si ya tienes un recorrido espiritual, habrá veces que creerás que tienes que unirte al sufrimiento y las pasiones del mundo, pues «¡hay que sentir! ¡Hay que estar con el mundo!». Aún puedes creer alguna vez que la manera de sentir la vida es envolverte en los engaños del mundo y dejarte arrastrar por sus banalidades. Y pensarás alguna vez que te gustaría llorar, vibrar, sufrir y echar de menos. Y una vez más te aseguro que

no es esto lo que deseas, sino la amable paz y seguridad de tu corazón radiante, la extensa alegría que abrazará todo dentro de sí, impregnándolo de su brillo mientras tú vives la constante de la paz invulnerable en tu centro. Esto es lo que siempre deseaste, y no los sucedáneos del mundo con sus intensidades efímeras que jamás te dejarán satisfecho.

Pues todo lo que el mundo de las intensidades te dio duró tan solo un momento, para, al segundo siguiente, volverte a

hacerte sentir que necesitabas más de lo mismo. Y lo que parecía ser un goce se convirtió en un apego del cual poco a poco te sentiste preso de diversas y entrelazadas maneras. Pero, mientras tanto, todo ello fue válido para fabricar una imagen de tu yo. Pues ese era el único sentido que tenía la intensidad programada.

Toda elección es mutua Compartir me libera (EC)

Me siento culpable, creo haber hecho algo mal, en mi soledad. Siento miedo, no sé qué será lo correcto, en mi soledad. Soy una víctima del otro, y de la vida, en mi soledad. Estoy soñando lo intenso. No tengo por qué ir solo. Elijo despertar. Voy con el Ser.

Está aquí, en mi centro. Voy al lugar de mi paz, me extiendo en él. Me uno al corazón radiante. Compartir me libera. Ahora recuerdo la unidad, ahora veo la relación. No pudo ser de otra manera. Toda elección es mutua. Siento el goce de liberarme. Nunca estuve solo. Toda elección es mutua.

El otro está en mí. Somos el mismo. Compartir me libera. Nadie me ha hecho nada. No he hecho nada a nadie. Todo está de acuerdo consigo mismo. Soy la relación. La siento. Soy la luz. Toda elección es mutua. 2020 Como el Maestro Interno, Espíritu Santo, Inteligencia del Amor, Sabiduría interna, Yo

verdadero. 21 Así lo expresa Un curso de milagros. El mundo real es una experiencia interna y no una forma nueva que pudiera tomar el mundo percibido.

Yo no existo Vivir la constante La muerte pone fin a la angustia de la vida. Y, sin embargo, la vida tiembla ante la muerte... Así tiembla un corazón ante el amor, como si sintiera la amenaza de su fin. Porque allí donde despierta el

amor, muere el yo, el oscuro déspota. Rumi A lo largo de nuestro diálogo escrito, pensado y sentido, al menos desde que decidiste leer este libro, te he mencionado una y otra vez que la persona que crees ser no existe. [Escríbase a continuación el nombre]: __________ ... no existe. Es una proyección.

percepción, Un grupo

una de

recuerdos, memorias perceptuales de tiempo y espacio diseñadas para que te vivas separado y, desde tal perspectiva, explores el deseo de ser especial. Dado que tan solo se trata de una interesada interpretación de ti mismo, bajo un concretísimo punto de vista, lo suelo llamar personaje, a modo de recordatorio constante de que tú no eres una persona. De hecho, añadir un «je» al final de persona es muy buena idea. La

desidentificación con tus memorias comenzó el primer día que te reíste de ti mismo, de tus cosas, tus manías, tus obsesiones, tus miedos o tus fantasías. Es muy aconsejable que veas lo gracioso que ha resultado ser tu personaje, pues es el yo especial el único que se parará en un momento dado y dirá amargamente: «¡Eso no tiene ninguna gracia!». De cualquier manera, lo mejor será que te rías de nuevo. Pues, al

final, acabarás riéndote absolutamente de todo. Este mundo es un chiste enorme, tan grande como la risotada final que te llevará a Dios. Al igual que cualquier otro intérprete de la gran obra de teatro del mundo, tu personaje es el resultado de un profundo autoengaño. Te ves en tu personaje, estás totalmente identificado —como conciencia— con tu memoria y necesitas a los de-más personajes para compartir

esa curiosa «realidad» basada en la diferencia que caracteriza el mundo de lo especial. ¡Compartir lo separado es todo un malabarismo mental! Y el que hace acrobacias, sin duda, quiere ser especial. El mantenimiento de tal autoengaño en tu conciencia ha supuesto la fuente de todo el dolor, todo el esfuerzo, toda la frustración y todo el sufrimiento del mundo. Pues, sin esa figura vulnerable a la que has dado en

llamar humano, no podría ni siquiera pensarse el sufrimiento. “Humano” es una palabra que significa etimológicamente ‘el que procede de la tierra’. Representa, por tanto, la total identificación de la mente con la materia. La mente, tal como es, no puede sufrir daño alguno, pues su naturaleza está más allá del espacio y el tiempo. Sin embargo, si es necesario representar la separación para ser vivida por la mente, se hace absolutamente

necesario crear una percepción de un cuerpo vulnerable, el cual existe en el tiempo y el espacio, representando la separación. La mente tuvo que fabricar un cuerpo para poder expresar de mil formas distintas el ataque, el sufrimiento y la vulnerabilidad que había inventado. Una mente que fabrica un cuerpo no tiene, en su total libertad, otro motivo que su objetivo de vivirse identificada con lo separado. Se encierra

mediante el olvido en un yo especial con fecha de caducidad, anclado en sus recuerdos y lleno de fantasías de futuro que le puedan dar sentido.

Un yo memorable Pues, para el personaje, para tu sentido del yo especial, tu valor está supeditado a tus supuestos logros del pasado, las gloriosas memorias de lo que ya se llevó el viento pero que se supone que han de significar algo para ti y

para todo el mundo. En tus fantasías de futuro, si bien sabes que el cuerpo no durará, guardas celosamente tu esperanza de ser recordado en otras memorias programadas. Toda la pretensión del personaje es ser una memoria duradera, ser recordado, ser una imagen persistente en otra mente. Como si el valor fuera el tiempo de recuerdo. Como si la identidad fuera memoria. En la sociedad de lo especia,l se intenta recordar constantemente

las tragedias que han de enseñarnos cómo ser mejores, pues la memoria es el verdadero conocimiento para lo basado en programaciones. También se hacen grandes esfuerzos para mantener viva la memoria de los personajes más especiales que la historia haya parido, ya sea Hitler o Gandhi, pues, mientras sean especiales, de ambos extremos ha de aprenderse la polaridad del juicio. Sin embargo, todo el enfoque

de nuestras prácticas te ha ido desplazando desde esta falsa identificación —desde tu memoria, desde ese pensamiento obsesivo que es imposible que sobreviva ni un instante sin una imagen del pasado— hasta un lugar en donde eres el sentir, la electricidad entre los polos, el sintiente, la relación, el espacio, el yo-mente. Y, desde allí, tomar contacto con la noción de que eres la totalidad.

Un yo propietario Una de las formas predilectas de fabricar un yo especial consiste en poseer. Se muestra

cotidianamente en el deseo de poseer objetos, herramientas para la experiencia, dinero, información, control, experiencias para contar o incluso personas entre las que ser especial. Tal vínculo entre la propiedad y el yo es uno de los aspectos más reconocidos del ego. Incluso cuando hacemos fotografías con el móvil, hacemos honor al hambre de apropiación del programa; en este caso deseo capturar un momento especial

para intentar reproducirlo mediante la memoria algunas veces más. De nuevo se revela la etimología de la palabra percepción en la tecnología multimedia de mayor éxito. La percepción captura selectivamente la vida para adaptarla a lo que uno considera especial y, de tal modo, fabricar así un cielo privado. De modo que el intento de capturar la experiencia seguirá apareciendo incluso cuando

broten tus primeras vivencias de plenitud. Una vez que has sentido la unidad mental, ahora todo tu empeño consistirá, más o menos, en: «¿Qué debo hacer para poseer esa experiencia?», «¿cómo reproducirla?», «¿cómo hacer que sea mía?». Y, de nuevo, el aspecto de apropiación de la experiencia impedirá la extensa relación presente tal y como es, pues crees haber perdido algo, por alguna razón —sin duda— culpabilizante. Esta sensación de

haber perdido algo se remonta a lo más profundo que crees haber perdido —el Cielo— y, desde esa sensación, surge, en realidad, toda carencia, todo vacío, toda soledad y, finalmente, todo sufrimiento. El deseo de ser especial y el deseo de posesión/control están siempre unidos. Ábrete a una nueva sensación

liberadora: ¡no tienes propiedades! No posees nada. Todo te fue dado. He aquí la clave para regresar a la conciencia del eterno receptor de regalos. La clave de la abundancia. Nada consigues. Nada pierdes. Nada es tuyo. Nada deja de ser tuyo. Todo está en ti, pero nada es del personaje. En

tu

mismo

recuerdo

programado, naciste desnudo y, a partir de ahí, ¡te encontraste todo pagado! Es el mismo deseo de ser especial el que pone un sello a las tierras y las llama «mías», pone un sello a la casa y la llama «mía», pone un sello a su compañero y lo llama «mío», pone un sello a su cuerpo y lo llama «mío». Incluso la marea de pensamiento programado por el subconsciente, en cuanto aparece en la conciencia, ni una décima de segundo pasa que eso que

crees ser y que no existe dice: «Mío». Pero es falso. Es totalmente impropio de tu Ser la propiedad. No la necesitas. Todo eres. El dinero y las propiedades aparecen y desaparecen en tus conciencias en la relación de todo con todo al servicio de tu relación, tal como en tu subconsciente la deseas. Todo es para tu experiencia. La propiedad es una falsedad.

No existe. Y el yo que dice poseer algo tampoco existe.

Voluntad propia Si decides vivir la relación verdadera, has de soltar el control, dejar ir ese profundo engaño de que tú, individualmente, has conseguido algo, has perdido algo, has hecho algo. Dejas ir la autoría personal como una manera de discernir que estás en relación permanente con el todo y que es con el todo

como todo sucede. Recuerda: toda relación es mutua. No existe la elección particular, individual, personal. Todo es relación, eres en la unidad. Nada de tu pasado pudo ser de otra manera. Nada en tu presente puede ser de otra manera. Nada en tu futuro será de otra manera, no existe ni jamás ha existido en absoluto ningún tipo de control personal de nada. Todo el

autoengaño del personaje consiste en hacerte creer que tienes cierta capacidad de decisión particular, que eres, en fin, una voluntad propia. ¿A qué da lugar la profunda creencia en la voluntad propia? Para empezar, crees que la voluntad es algo separado, pues ¡de eso se trataba! ¿Cómo, si no, ibas a experimentar la separación? El programa es como un gran

videojuego que te hace creer que tú decides constantemente como un individuo con elección propia. En realidad, decidas lo que decidas, el videojuego ya lo tiene todo escrito en su código madre, en la memoria subconsciente, el proyector de toda la película multimedia de tu personaje. Puedes mover la palanquita de tu mando del videojuego, ¡así crees influir personalmente en los efectos totales! Sin embargo, cada uno de tus movimientos de

la palanquita está perfectamente programado e integrado en el programa donde todo funciona con todo. Cada movimiento de tu personaje, cada palabra, cada decisión, te pareció personal, pero fue mutua. Fue en un guion de todo relacionado con todo. Pues vives en la unidad. Tu personaje no decidió nada. Tu personaje es un efecto más entre todos los efectos interrelacionados. No hay decisiones en los efectos. No hay

poder en lo separado. Las decisiones están en la mente. Son elecciones mutuas. Eres relación. En realidad, todo ese videojuego está en tu mente, para que experimentes esta sensación de estar por tu cuenta, en tu micromundo, solo en ti mismo, usando tu voluntad propia, defendiéndola de lo demás, tú contra el mundo, el individuo contra el todo. Como tú quieras.

¿Crees que puedes sorprender a un videojuego usando tu personaje programado? ¿Ves como no tiene sentido? No puedes engañar a la vida. Puedes engañarte solamente a ti mismo. Puedes creer que te has apropiado de un trocito de voluntad y que, ahora, es tuya solamente. Puedes experimentarlo, si así lo deseas, en tanto lo creas. Pero es una elección de soledad, al dar la espalda a tu relación con todo.

Por tanto, no te estoy diciendo en modo alguno que, a partir de ahora, cambies tu comportamiento y decidas dejar de controlar. No, en absoluto. Te estoy ayudando a elegir darte cuenta de que jamás controlaste nada. La idea de «controlar» o «manipular» solo sería posible si fuera verdad la separación. Jamás has controlado nada. Todo sucedió según el guion que deseaste vivir.

Como la mente que eres, no solo te has encargado de las acciones que parecía hacer tu personaje, sino que has diseñado exactamente todas las acciones que has vivido, que has presenciado, que has experimentado en tu paseo por el mundo de la separación. En las películas modernas de cine, cuando, por ejemplo, ves que un caballero medieval pasea

por un animado pueblo, entre caminos de barro, lleno de gente haciendo sus labores, herreros trabajando, mujeres transportando agua, niños sucios jugando y corriendo, animales pasando de un lado para otro, ¡de repente cae un saco de grano en mitad del camino...! Todo parece tan espontáneo, tan casual, tan caótico, tan bien hecho. Te parece veraz, creíble y, aunque sepas que estás en el cine viendo una película, aun así, te

identificas, lo sientes porque parece real, todo está cuidado al detalle. Sin embargo, cada una de esas escenas ha sido medida al milímetro por un equipo de profesionales de producción, guion y dirección. Del mismo modo, el videojuego que estás viviendo lo ha desarrollado la mente con tecnología superior, tecnología cósmica. Es el modo en que se te honra tu deseo de experimentarte solo, como una

voluntad propia. La mente vive exactamente lo que desea experimentar. Amén. Y si, en un momento dado, te ves como un cuerpo deteriorado y envejecido, tú sigues siendo la mente totalmente invulnerable. Si te ves enfermo o deprimido, sigues siendo invulnerable, te percibas como te percibas. Si crees haber hecho daño a alguien y sientes ser el mal

encarnado, aun experimentador inocente.

así, eres el totalmente

Si estás en una cárcel rechazado por todos, sigues siendo la mente invulnerable, libre y juguetona, que vive su propia experiencia para su propio disfrute. Así es el amor verdadero. En tu videojuego, hagas lo que hagas, hagas o no hagas, eres inocente.

Todo está para tu sentir de este momento. Todo está para ti. Pero cuidado, no para ti, el personaje. Recuerda: ¡ese no existe! Todo está para ti, la mente, que estás allí donde miras, que estás allí donde sientes, que no estás en ningún lugar ni en ningún momento, pero que eres el todo siendo con todo, en cada momento y en cada lugar. Cada personaje que ves eres tú. Eres igual de «tú» en la persona con tu nombre [escríbase aquí

__________] que en cualquiera que percibas. Eres igualmente tú en ese que parece el protagonista como en el último de los actores secundarios. Eres igual en el lector que en el escritor de este libro. Somos el mismo eternamente, nosotros, los judíos, los enfermos, los no nacidos, los héroes, los nazis, las víctimas, los muertos, los amigos y los enemigos, los buenos y los malos. No somos nada de eso en concreto. No somos esos

conceptos elaborados en la separación, que parecen significar algo por sí mismos. Pero somos en todo ello lo que siempre somos. Somos el ser en relación consigo mismo, soñando un deseo de ser especial. Y es momento de despertar, pues, de otro modo, ni siquiera te interesaría este libro que te has escrito. Cada personaje que ves eres tú.

Vamos en el mismo tren. El tren salió de un sitio a una hora y llegará a un sito a una hora. Nadie llegará antes o después, pues todos estamos en el mismo tren, en la mente. Si crees que alguien va unos asientos más adelantado, recuerda que es una ilusión. El tren entrará en la estación para todos al mismo tiempo, pues somos uno. No hay un personaje que sea mejor que otro. No hay personas especiales. Todo lo que ves es la

mente haciendo lo mismo en todas partes, para su experiencia, para tu experiencia. Todos hacemos lo mismo, cada uno es solo tú, explorando una memoria distinta de las posibilidades que ofrece la experiencia de sentirte separado. No hay mejores ni peores. No hay ni siquiera alguien más avanzado o retrasado. Todo son imágenes en tu mente, estados de consciencia que dejas fuera para considerarlos futuro o pasado. Futuro deseado —yo-

ideal— o pasado desdeñable — yo-culpable—. ¿Crees que especiales?

hay

personas

Observa tu creencia en el yo especial. Elige alguien que consideres especial. ¿Gandhi, por ejemplo? Y ahora repítete: «Gandhi no hizo nada. Todo está en mi mente». ¿Teresa de Calcuta? «Teresa de Calcuta no hizo nada. Todo está

en mi mente». ¿Jesús? «Jesús no hizo nada. Todo está en mi mente». Gandhi soy yo. Teresa soy yo. Jesús soy yo. Soy la relación eterna. Estos eran símbolos de la mente que despierta, intermediarios necesarios para el reconocimiento de tu Yo real. Y ahora vamos al otro extremo

de lo especial. ¡Adivina! ¿Hitler? «Hitler no hizo nada. Todo está en mi mente». He aquí el símbolo en mi mente de la culpabilidad por el deseo de ser especial.

¡Yo no existo! ¡Qué alegría! La soledad no existe. El sufrimiento no existe. El miedo no existe. La muerte no existe. Ni el desprecio ni la opresión ni la codicia ni las

guerras ni el hambre ni las heridas. Ni los héroes ni los villanos ni los muertos ni los nacidos. Y cuando dices: «Yo no existo», te refieres, sin duda, a eso que parece tener problemas, eso que se sintió rechazado, eso que pareció perder dinero en una decisión que pareció suya. Eso que pareció hacer daño a eso otro. Eso que muere. Eso que envejece. Eso que engorda. Eso que tiene miedo y se enfada

cuando las cosas no salen como eso parecía querer. Te refieres a eso que sufre enfermedades, eso que vive la carencia y la necesidad. Eso que se opone a la unidad. Ese obstáculo a tu plenitud no existe. Solo es una imagen. Una percepción, una proyección más en un mundo de proyecciones percibidas. Cada vez que pases por el espejo, puedes decir a esa figura: «Yo no soy tú, gracias a Dios».

Y, si aún sientes algún tipo de conmoción cuando dices: «Yo no existo», eso que es falso, es todavía creído por ti, en alguna medida. ¡Muy inocentemente, te das cuenta! ¡Sonríe! Pues solo eso se da por aludido. Solo eso se da por atacado y dice: «Esto no tiene ninguna gracia». Solo eso se defiende, como si fuera necesario defenderse de la verdad, como si acaso pudiera defenderse de tu entendimiento. Lo que verdaderamente eres no

se siente afectado en absoluto. Y en un lugar, en el centro de tu sentir, en lo profundo de ti, sientes que se abre un espacio en donde entra la luz y la alegría. Es el corazón radiante llamándote a celebrar: ¡Yo no existo! El yo con nombre no existe. El pasado no existe. La limitación no existe. No es la verdad, no es de Dios, sino solo una imagen con la que quise identificarme. ¡El

despertar ha comenzado! El yo especial no existe. Solo existe la vida, solo existo Yo.

Yo no existo Vivir el continuo (EC) Mis pensamientos son la persona. Mis emociones son la persona. Mis preferencias son la persona. Mi situación es la persona. Mi opinión es la persona.

Mi recuerdo es la persona. Mi futuro es la persona. Mi deseo es la persona. Mi miedo es la persona. Mi culpa es la persona, mi historia, mi drama, mi ilusión, mi persona no existe, solo es máscara. Vivo el continuo ser. Vivo el continuo goce. No hay diferencias, yo no existo.

Mi deseo de ser especial compara mi dignidad desde la diferencia, mi libertad al margen del universo, mi ilusión defendiéndose de la desilusión, mi verdad imponiéndose a la vida, mi posesión, mi elección, mi identidad... Mi persona no existe. Vivo el continuo ser.

Vivo el continuo goce. No hay diferencias, yo no existo.

El pacto de dolor No compartiré su sueño de dolor Hay días en los que sientes tu corazón roto. Tal vez las cosas fueron demasiado decepcionantes para tus creencias actuales. Tal vez un suceso desencadenó la tristeza, el sinsentido, la creencia en la injusticia o el sabor de la soledad. Quizá fue una cadena de pequeños sinsabores los que te

llevaron al escepticismo, al estancamiento en el pasado, al corazón acorazado... Cuando el programa te atrapa en su espiral, te lleva a amplificar la intensidad del drama. ¿Y qué mejor manera de amplificar el drama que compartirlo? Si tu amigo te escucha, sentirás el calor de la unidad y, tal vez, el aroma de la aceptación. Como mínimo, el alivio de no sentirte solo en tu locura.

El programa te dirá que tu amigo solo es tu amigo si da por cierta tu locura. Solo te acompaña de verdad si te acompaña en el dolor. Solo está contigo si sufre contigo. Pero ¿y si tu amigo está contigo pero se mantiene firme en la paz? ¿Te sentirás entonces abandonado? ¿Creerás entonces que estás solo en tu locura? El programa te podría hacer creer que, de nuevo, has sido abandonado. «No me

comprendes», «me gustaría que lo sintieras tú», «es que tú no sabes qué es esto». Amigo, sí que lo sé. Es la locura. La soledad es la locura. ¿Cómo compartir la soledad? El programa te hace creer que tu amigo ha de ponerse de tu bando, pues en tu corazón encerrado en el dolor, solo hay penumbras en donde reina la separación. «Si mi amigo no está del bando del dolor, no me

comprende». Tu deseo de compartir, tu legítimo deseo de reencontrarte con la unidad olvidada, ha sido alterado ahora para buscar testigos de la locura. Y sales en busca de quien haga más hondo tu dolor, quien amplifique tu tortura, quien se una a tu dolor para, así, compartirlo. La locura de la soledad se intenta compartir para hacerse aún más intensa, más dramática,

más especial y, sobre todo, más real. Pues nada puede sentirse real si no se comparte. Nada puede sentirse real si no se comparte. Lo ocurrido, lo percibas como lo percibas, ha de ser magnificado mediante alianzas de percepción. Es verdad que una idea compartida se hace fuerte en la conciencia, y el programa usa

todas las leyes de la mente para imponer su percepción de dolor y soledad.

Frente a mi pasado Hoy estás frente a mí, triste y desconsolado. Te percibo resentido con la vida, decepcionado, envuelto en la prisión de la queja. Me hablas de dolor, soledad y oscuridad. Crees que el amor no existe, te sientes traicionado. Tus

lágrimas

traen

a

mi

conciencia el recuerdo de las mismas lágrimas que ya lloré. Tus lágrimas son mis lágrimas en otro tiempo, en otra conciencia, en otro yo que ya sé que no soy. Pero mira. ¡Aquí estás! Te veo y sé que no estás en ti. Sé que tu pensamiento está solo, sin el corazón radiante. Me doy cuenta de tu dolor, pero sé que has dado la espalda a la verdad por razones que tú consideras plenamente justificadas tal como

las ves. Estás confundido, en un laberinto oscuro y ni siquiera puedes ver que lo has trazado con las mismas creencias que ahora sostienes para fabricar tus lágrimas. Y también sé que solo vienes buscando amor, pues reconozco tu petición de amor como la mía misma. Hoy no tienes un buen día. Hoy estamos juntos, pero solo sientes soledad. Hoy estás donde siempre estuviste, pero crees que la luz se fue para no volver. Te

sientes solo, no me sientes, no te sientes. Estás frente a mí, pero sé que lo que muestras no demuestra nada. Aun así, en tu envoltura de dolor, no puedes sentir, no puedes ver, no puedes abrirte aún. ¿Cómo no va a ser mi deseo verte feliz? Inevitable. ¿Cómo no desear compartir el increíble descubrimiento de que el dolor es tan solo falsedad? ¿Cómo no

sentir mi amor más allá de tu olvido? Ahora, solo puedo regresar a mi corazón radiante para acompañarte con la verdad. Solo puedo darte mi paz, pues es la tuya, la que has querido por hoy dejar a un lado para revolver de nuevo tus escondidos deseos de atacarte. Sé perfectamente que este momento es totalmente correcto. Y también sé que no puedes verlo

así ahora mismo. No es este el momento para hablarte de unidad, lo sé, pues ahora es el momento en el que tú deseas hablar y expresar tu desacuerdo contigo mismo. Solo deseas sentir mi mano en la tuya. Puedo estar contigo, pues sé que no hay desacuerdo alguno en el universo. Puedo estar contigo, pues tu dolor no llega hasta mi corazón. Mi corazón brilla al saber que tu dolor no es real. Toda decisión es mutua.

Puedo aceptar tu duelo, tu expresión, pues sé que es la mía en otro tiempo, en otra conciencia, en otra forma, en otro grado, en otra intensidad. Y entiendo que creas que aún quieres existir ahí, en las turbulencias del rencor, en las negras mareas de la soledad y en el desprecio por este momento. ¡Tantas veces creí querer expresar lo que tú ahora me muestras! Pues tu tristeza es el pasado que ya viví y solté. Tu soledad es

la creencia que me hizo estar aquí, junto a ti, escuchándote mentirte. ¡Recuerdo tan claramente mi deseo de ir por mi cuenta, de lamerme mis heridas, de atravesar mi propia tormenta a solas, de vivir un rato más mi drama heroico! No es este el momento para explicarte la verdad con palabras, sino para que sencillamente veas en mí que el dolor, en verdad, no se puede compartir. Solo te puedo mostrar mi paz, mi total

aceptación de nuestra relación ahora. Solo puedo darte la verdad. Solo puedo brillar. Por ti y por mí, no puedo dar ni un paso atrás. Pues es en la luz que veas en mí donde verás con claridad Quien eres realmente. No puedo dar ni un paso atrás, pues por nadie puedo sufrir. Sé que si deseas expresar dolor, igualmente deseas que tu dolor sea corroborado por mi dolor. Sé que la mente siempre necesita

compartirse para experimentarse, incluso embriagada en sus sueños de dolor. Conozco el programa. Ya intenté en mi pasado medir a mis amigos según su apoyo a mi desgracia. ¿De qué modo podría ayudarte que yo compartiera tu dolor? ¿No sentirías entonces que son ciertas todas las causas que te mantienen estancado en la queja? ¿Cómo puede ayudarte el encadenarte a una idea de ti mismo? ¿Crees que es mi deseo

cooperar con tu martirio? ¿No ves que ya he decidido firmemente ser feliz? Y toda decisión es mutua. ¿Cómo, de otro modo, podrías estar frente a mí? Pues yo sé que no es ese tu verdadero deseo, aunque ahora mismo tú creas que deseas mi dolor, junto al tuyo. Por mucho que llores, por mucho que maldigas, por mucho que te retuerzas en el barro, no olvidaré Quien eres. Tampoco

olvidaré Quien soy por quien no eres. Pues somos amigos sin fin, y jamás te olvidaré.

Compartir la verdad No me puedo rendir a la percepción solo porque aparezca. Las apariencias solo son apariencias. No compartiré tu sueño de dolor. Pues es el mío, y ya lo soñé. Ya no necesito expresar lo que no soy ni expresarte lo que no eres.

Solo puedo compartir la verdad, pues la verdad es compartir. Compartir la verdad es recordar ahora Quien eres. Compartir la verdad es unirme a mi corazón radiante, sentir la total aceptación de este momento, respirar, abrirme a la relación tal cual es y darme a ti desde la verdad. Te bendeciré. Y bendecir es verte tal cual eres. Libre de mis

juicios, libre de mi pasado, libre de sufrimiento, libre de enfermedad y libre de tu pasado y tu dolor. Te bendeciré una y otra vez. Solo te puedo mostrar la paz. Y así tu conciencia recordará la luz a poco que desees abrir un poco las ventanas de tu corazón. Pero, amigo, no me pidas que te traicione en tus días oscuros. No puedo engañarme creyendo que te ayudo, fingiendo estar de tu

parte en una guerra que nunca tuvo lugar, defendiendo mi personaje encantador, alabando el miedo al rechazo. Tu percepción está engañada. Y tus engaños no son otros sino los míos proyectados ahí. Me ofreces una nueva oportunidad para elegir la verdad por encima de las apariencias, para elegir el conocimiento en lugar de la percepción. Nuestra relación sigue siendo el templo donde silenciosamente se comparte el

despertar de nuestra mente. Mi función sigue siendo corregir la percepción, aunque la vea hoy representada en ti. Veo hoy mi tristeza subconsciente delante de mí, tentándome. No eres tú, mi amigo, quien me tientas, sino mi propio recuerdo del dolor. Mi pasado hoy tomó tu forma, para que me ayudes, una vez más, a decidirme por la verdad. Es momento de despertar, por

ti y por mí, pues somos el mismo. Es momento de recordar Quién eres. Eres la expresión de Dios. Eres la mente libre jugando su juego. Eres mi propia expresión en relación consigo misma. Eres el Ser siendo. Eres perfecto. Estás totalmente correcto, en tu miseria, en tu injusticia o en tu dolor, en tu rabia o en tu queja, no eres nada de eso, pues todo eso es mi

sueño. El programa en mi mente te hace verte hoy más distorsionado que nunca. Olvidado de tu juego eterno, encerrado en el dolor, hoy te veo —verte— opuesto a Quien eres. Elijo la verdad. No compartiré tu sueño de dolor, pues es el mío. Compartirlo me haría creer que el dolor es la verdad. Pues la herramienta de la mente es compartir. La mente es el compartir, y la experiencia se hace real mediante el compartir.

El pacto de dolor en relación Igual que cada día observo dentro de mi mente los pensamientos del olvido del Ser y del encierro en la soledad, hoy vienen a visitarme tales pensamientos en formas especialmente engañosas: mi amigo especial, mi hijo, mi padre, mi marido o mi mujer. El falso pensamiento del dolor se representa en tus relaciones especiales para que realmente puedas elegir la verdad más allá

de tu pacto sufrimiento.

de

lealtad

al

Pues todas las relaciones especiales incluyen tal pacto. Dado que las relaciones están programadas, hay un sistema emocional que se desencadena de una forma muy especial cuando el otro sufre. Tal pacto hará que todo te parezca muy Será como si el otro te gritos que verifiques su

entonces confuso. pidiera a rabia, su

disgusto o su traición. Parecerá que abandonas al otro si no compartes su pesar. Fíjate bien: tu deseo de ser especial para el otro se verá amenazado. Tu miedo al rechazo surgirá una vez más en tan emotiva situación. Antes de experimentar tu elección de verdad, tienes que hacerte consciente de este juego. Todo se desencadena de una forma tan emocional y tan rápida que ni siquiera recuerdas tu función de unirte a tu corazón

radiante. No parece ser este un momento para tu paz interna, sino para unirte a la guerra junto a tu amigo. ¡Te lo pide a gritos! Tal vez, entonces, creyendo que ayudas a tu mejor amigo, a tu hermano o a tu hijo, te verás haciendo real su drama. Pero no importa si caes de lleno en la tentación. También es aprendizaje, y si así ha sucedido, recuerda, no pudo ser de otra manera. Es una elección mutua. Te estás sensibilizando. Te estás

haciendo consciente al programa de dolor y su oscuro pacto de sufrimiento sellado en tu mente. No puedes romper un contrato sin leerlo primero. Es necesario que te des cuenta de todo esto en tu propia experiencia. Obsérvalo con amabilidad. No te juzgues por no haber sabido ver la relación de otra manera. Si aún no te has dado cuenta profundamente del sinsentido de compartir el sufrimiento, no puedes elegir aún

unirte a tu corazón radiante, en medio de lo que parece ser un verdadero problema, junto a alguien tan familiar en busca de aliados. Este entrenamiento es un proceso, sé amable con tu aprendizaje del amor. Está creciendo la luz en tu corazón. Cuida esa luz incipiente. No la juzgues ni le exijas retos de tiempo. Permítete seguir observando en la paz de tu lugar sagrado, en el goce de tu seguridad eterna, en el espacio

de tu corazón radiante.

Vuelve a tu paz en cuanto puedas y observa la lección.

Observa los mecanismos del conflicto y su modo de verificarse. Observa tu proyección y su diseño. No dejes pasar tu oportunidad de verlo junto al corazón radiante.

Confusiones evidentes La deconstrucción de este pacto no puedes imponérsela al otro. No puedes pedirle al otro, tu hijo, tu pareja o tu amigo, que te ayude a hacer esto, no es esa la ayuda que necesitas. No se trata de que

el otro cambie de actitud para que tú te sientas mejor. Ni tampoco se trata de que le des lecciones de espiritualidad en medio de su ofuscación. El aprendizaje solo ocurre por voluntad compartida, no se puede imponer. Es, igualmente, una elección mutua. Precisamente, cuando estás dándote cuenta de su deseo de compartir el drama, no es el momento de separarte de él con tu desprecio por su momento de

conciencia. Pues tal rechazo es una falta de perdón a ti mismo por esas elecciones que tomaste en tu pasado reciente. Tienes que entender muy profundamente que tu amigo desea expresarse exactamente como lo está haciendo. Y es libre. Totalmente libre. Él no lo sabe, pero igual que tú, él es la mente representando su deseo de ser especial, manifestando su intensidad, expresando su soledad, sintiendo la separación.

Ahora puedes sentir hasta qué punto puedes ver inocente tu propio deseo de ser especial. Pues así como veas inocente tu propio deseo de ser especial, podrás aceptar tal y como es la expresión de tu amigo. Estás en este mundo para perdonar el deseo de ser especial.

Junto a tu corazón

Has de estar en contacto con tu sentir. Tu sentir expresa la relación. Tu sentir también expresará el deseo de ser especial que ves proyectado. Sentirás la tensión que se produce cuando alguien que deseas ver feliz se encuentra en problemas. Tienes que atender tu sentir, aceptarlo, permitirlo y liberarlo de todo juicio y culpa, para así poder estar en aceptación junto al otro. Es como si una luz modulada, filtrada y coloreada fuera liberada

y expandida en tu corazón. Has de comprender tu sentir, dejarlo extenderse, permitirlo hasta sentir la relación desde la paz que te da tu corazón radiante. Entonces, podrás liberar totalmente al otro de tu propio pasado. Y lo verás a la luz. Lo verás libre... en su drama, en su juego, en su propia obra de teatro. Te estás permitiendo experimentar profundamente el

perdón por tu propio camino especial. Extiende este sentir, contémplalo, permítete experimentarlo a fondo. Lo estás compartiendo con tu ser y el amor que llega, llega desde tu realidad para ser compartido. Acepta el regalo de la relación perfecta con toda su aparente imperfección inherente al deseo de ser especial. Recuerda: junto a tu corazón libre. No se trata en absoluto de hacer que el otro cambie de

opinión ni siquiera de actitud, tal como el viejo aprendizaje propone. Es normal que si le explicas al otro que su percepción está programada o, dicho de otro modo, que está ofuscado, dolorido y confundido, el otro se sienta juzgado y separado de ti. Esto solo podría tener lugar cuando el otro, de algún modo, te hiciera saber su deseo de cambio, te pidiera ayuda para cambiar la percepción y pudieras sentir claramente que está dispuesto a

escuchar, a abrirse en su humildad. Entonces, la elección sería conscientemente mutua. Por tanto, antes de centrarte en lo que debes hacer, antes de preocuparte por la actuación de tu personaje o la del que tienes delante de ti, es fundamental que te unas al sentir, que te unas a tu maestro interior para estar presente en la relación. Desde ahí, te ofreces espacio. Desde ahí, te das al yo del espacio y se lo ofreces al otro. Te das hasta

alcanzar al otro, hasta rodearlo totalmente, hasta penetrarlo e incluirlo en ti. Pues eres tú. ¡Permítete experimentarte! Recuerda lo que verdaderamente está sucediendo. Esta relación está en tu mente, está ahí para que veas tu inocencia en el otro. Comienza por dar espacio a esta relación, dar espacio a tu sentir, a su sentir. En la medida en que comiences

tu proceso interno de cambio de percepción, te irás dando cuenta de más cosas. También irás experimentando tu capacidad de ofrecer paz cuando antes has podido encontrarla dentro de ti. La paz es auténtica luz liberada que brota de ti y se expande en todas direcciones, el espacio luminoso y gozoso que abraza todo hasta alcanzar a tu amigo. Inmediatamente, lo abraza hasta hacerlo uno con la luz, y de ese encuentro surge un nuevo centro

desde el que se expande aún más luz en todas direcciones. Visualiza esta extensión de luz en tu mente para abrirte aún más a la expansión de tu sentir. Porque, realmente, estás sintiendo la luz. Y no te confundas, no pretendas que el mundo represente esta extensión de luz de alguna forma perceptible que tú decidas. En muchas ocasiones, la percepción te mostrará que el otro no desea la paz, y por tanto, se irá a buscar a alguien que

realmente comparta el dolor con él y desee la intensidad del drama tal como él. Si tú lo deseas, también en tal actitud llegarás a ver lo perfecto. Pues así es. Por supuesto, tu deseo sería verlo cambiar de percepción, verlo sanar la mente. ¡Innegable! Pues eres amor que desea extenderse hasta percibirse. Y cómo no, te haría feliz ver al otro regresar a la paz.

Sin embargo, tú como conciencia no decides las lecciones de perdón que experimentas. Tú solo las experimentas y eliges aprender de ellas, pero las lecciones ya están ahí tal como aparecen. Son totalmente correctas. Tu deseo de compartir la paz no puede ser convertido en un deseo de manipular lo que sucede.

Deja que suceda lo que suceda y mantente firme en no dar la espalda a la verdad dentro de ti.

Ni un paso atrás No des ni un solo paso atrás en la absurda creencia de que lo haces para esperar a alguien. ¡Brilla! ¡No escuches la voz del pasado haciéndote esperar! ¡Brilla! ¡Brilla para toda la mente! No tiene sentido retardar la expresión de tu luz ya reconocida. Haz que se expanda. Libera tu luz.

¡Nunca sanas solo! Observarás los grandes cambios que se producen en tu interior al elegir firmemente compartir solamente la verdad. También observarás que todo cambia en tu exterior, pero de un modo que no puedes controlar. ¡Es un regalo en la unidad! En tu camino a la consciencia del amor verdadero, nunca des ni un solo paso atrás «por el otro». Pues no hay otro por quien dar ningún paso atrás. Si das un paso atrás y decides dar la espalda a la

verdad, no lo haces por el otro. Lo haces porque deseas ser especial. Obsérvalo cuidadosamente. Permítete experimentarlo. La mejor manera de ayudar a tu amigo es ser una luz, el brillo del corazón radiante que él cree haber olvidado. La mejor manera de ayudarlo es ofrecerle tu paz y tu consciencia de que no hay nada que temer. Puede que temporalmente el otro rechace la luz, pero la luz sigue estando ahí

para cuando desee aceptarla. El Sol siempre estuvo tras las nubes. No dejes que las nubes te engañen. Siente el calor del sol.

No compartiré su sueño de dolor Solo comparto la verdad (EC) Siento pena, lástima, dolor

o un temor compartido. Ahora elijo despertar. Es un sueño de dolor. Pues solo comparto la verdad. Si el otro sueña dolor o temor, estamos compartiendo un sueño de dolor. Elijo despertar por mí y por él. No compartiré su sueño de dolor, pues no es sino mi sueño de dolor. Ahora elijo despertar.

Extiendo mi paz. Es libre. Es el Ser. Soy en él. Te siento. Te veo. Somos uno. No seguiré soñando un sueño de dolor creyendo que mi hermano es miedo y sufrimiento, compartiendo una pesadilla. Soñaré despierto. No es compasión verlo débil e incapaz. No es compasión verlo como un

cuerpo. No es compasión creer en el dolor. No es compasión compartir lo falso, sino falsa compasión. No compartiré su sueño de dolor, pues no es sino mi sueño de dolor. Entrego mi sueño al Ser para que sea sanado. Ahora elijo despertar. Solo comparto la verdad.

Extiendo mi paz. Es libre. Es el Ser. Soy en él. Te siento. Te veo. Somos uno.

La relación sagrada Estás aquí Quien realmente eres está aquí ahora mismo. Puedes sentirlo, porque lo eres. Tu Ser no va y viene, es real y, por tanto, permanece eternamente. Cada vez que unes tu mente a tu corazón, estás en presencia. En presencia de ti mismo. Tu mente se vacía y recibe totalmente a tu corazón radiante. Soy. Eres, eternamente, por mucho que te

pienses o te percibas de un modo u otro. Esta es la tercera gran verdad del perdón, la cual estuvo tan presente a lo largo de tu vida como lo ha estado a lo largo de este libro. No fue una verdad que se hiciera esperar. Es que nunca faltó. Vas con el Ser. Tu Ser es una constante. Es el Ser de todo lo que Es. Simplemente Es, y puedes sentirlo... si quieres sentirlo. Es la

constante. La percepción, sin embargo, es variable y cambia dependiendo de tus creencias programadas sobre lo que tú eres. Por tanto, la percepción de ti mismo y del mundo que proyectas es la variable. La variable no puede conseguir que tu Ser deje de ser, pues tu Ser es invulnerable. La variable no afecta a la constante.

Tu Ser, Quien realmente eres, es constante. Tus creencias, afortunadamente, son variables. La variable no determina Quien eres, pero tú puedes elegir creer que sí lo hace. Este es el juego al que estamos jugando. La creencia en la separación te hace creer que te has separado de la constante de Quien realmente eres. Por tanto, crees que tu Ser y «tú» estáis separados.

Al sentirte separado de tu Ser, y según lo percibes durante tanto tiempo, crees que es difícil experimentar Quien realmente eres. Tus memorias han elaborado, incluso, todo un mundo de creencias sobre lo que significa estar iluminado, despertar, vivir el Ser, ser espiritual. Es como si el programa presumiera saber qué es y cómo se siente estar desprogramado. Sin embargo, eso es del todo

imposible. ¿Cómo va a saber el programa lo que está más allá de él? Por lo que a él respecta, solo existe una respuesta ante tu abandono del programa: el miedo. Ni el mundo de ahí fuera ni este libro ni un pensamiento ni un juicio podrá decirte lo que te espera en la luz. No puedes prevenirte ni prepararte ni evaluarlo para decidirte. Solo te queda lanzarte a la experiencia.

En mi experiencia, te puedo asegurar que la vivencia del Ser no tiene nada que ver con nada que haya podido prever, imaginar o explicar; sin embargo, está totalmente alineado con un recuerdo sentido en mi corazón. Siempre estuvo ahí. La vivencia del Ser es la experiencia de lo desconocido, en el sentido de que no puede ser atrapado, no puedes decir «es algo como», no es lo conocido.

Siempre estuvo ahí, pero siempre es nuevo. Si entiendes que en el nuevo aprendizaje conocer es experimentar, es sentir, entonces podrás entender que la experiencia del Ser es totalmente nueva constantemente. ¿Nuevo constantemente ahora? ¡Tampoco esto es asimilable para el pensamiento programado!

Por tanto, la experiencia de Quien realmente eres es lo desconocido —lo olvidado— haciéndose experiencia y, por tanto, haciéndose conocido a través de ti ahora mismo. ¿Cómo puedes prever lo que no conoces aún? La experiencia del Ser es imprevisible. La inercia conocimiento te para conocer capturarlo con previos, en el

del antiguo hace creer que algo debes tus conceptos marco de tu

memoria o tu programa, adaptarlo a lo que ya conoces. Pues eso es la percepción: la captura de la realidad en un marco de referencia privado y separado. Este uso del conocimiento sostiene la creencia de que puedes modelar el mundo según tu interpretación. Esa experiencia mental, precisamente, es la que te produce sufrimiento y frustración. No puedes usar el pasado para

comprender la presencia. El programa no sabe en absoluto. No sabe lo que Es. No sabe Quién eres. Es un programa para vivir la experiencia de no saber, para vivir la inconsciencia. No comprende la relación sagrada. El programa tiene un objetivo, una función, y la ejecuta perfectamente. Su misión es definirte y mantenerte definido, pues para eso fue inventado.

Puedes decir ahora mismo no sé a todas y cada una de tus nociones sobre lo que es despertar, iluminarse, conocer a Dios, experimentar tu propio Ser o Ser quien realmente Eres, pues no te sirven en absoluto. No hacen referencia a nada. Son un estorbo. Es el viejo conocimiento. Y está muerto. Tú deseas la experiencia de Ser, pues esa es tu naturaleza y tu función: expresar al Ser. Tú eres la expresión de Dios. Ese es el

goce en cuya ausencia tu corazón radiante parece no existir, tal como el Sol tras las nubes. Sin el sentir de tu corazón radiante, tu mente no puede recibir Quién eres. Es como si estuvieras en una habitación oscura sin una sola ventana por donde pudiera entrar la luz. Sin la mente receptiva, tu corazón radiante parece lejano e inalcanzable, tanto como el Cielo. Es muy posible que hasta

hubieras considerado toda experiencia espiritual algo así como una mitología —¡un sueño! — y, sin embargo, es algo tan natural. No es más que tu estado natural. No hay fuegos artificiales ni unicornios rosados ni ángeles con trompetas. Es un sentir tan, tan, tan familiar. Siempre estuvo dentro de ti la ventana a la luz. Siempre te acompañó, jamás se marchó el acceso a tu Ser. Este es el motivo por el que la sensación de ser, de saberte vivo, te sea tan

familiar. Siempre está presente. Es la creencia en la separación lo que ha alterado tu estado de atención desplazándolo de tu centro en expansión hacia algo externo inventado por tu subconsciente: las percepciones y pensamientos de lo separado. Una relación intensa de lo especial. Estás totalmente acostumbrado a esta vivencia. Sin embargo, ha llegado la hora de regresar. El juego acabó. Ahora

comienzas a discernir un recuerdo que no es del tiempo ni de lo separado, un recuerdo inmemorial, un recuerdo que no es del pasado, pues jamás pasó. Permanece siempre presente. Ese recuerdo es tu corazón radiante.

La práctica de las tres grandes verdades de la unidad El proceso del perdón es una

meditación profunda para regresar a tu corazón radiante. Puedes emplearla en cualquier momento como una manera de sentirte bien. También puedes usarla como una preparación de tu mente. Te puede ser muy útil en un momento de conflicto. Al igual que en mi libro anterior, el perdón se explicó en cinco pasos; en esta ocasión, y desde el punto de vista del Corazón Radiante, reduciremos el proceso a tres pasos22. No es que se hayan

caído dos pasos por el camino, sino que lo que aquí es un solo paso, el primero, en el libro anterior se dividió en tres pasos para facilitar la experiencia. Cualquiera de ambos procesos va al mismo punto. También podrías llegar en un solo paso, despertando ahora mismo a tu Ser. Pero no importa que llegues en uno, tres, cinco o veintidós pasos. Lo que importa es que salgas del engaño y despiertes ahora.

El proceso del perdón es el puente que te lleva a la paz cuando, debido a tus propias ilusiones, te la has arrebatado. Es un camino a casa. En este proceso verás las tres grandes verdades sobre la unidad que una y otra vez se han repetido a lo largo de este libro, ahora como una meditación que dulcemente te lleva de una en una hasta que todo encaje dentro de ti y toda división interna desaparezca de tu corazón.

Proceso del perdón (M) – AUDIO Relájate y suelta absolutamente todo. Déjate totalmente en paz. Respira lentamente. Libera cualquier tensión en tu cuerpo. Encuentra tu espacio interno de paz. Libera cualquier tensión en tu mente. Deja a un lado toda la historia. Únete a tu corazón radiante, en

el fondo de ti, allí donde no hay temor ni conflicto. Déjate en la quietud y el silencio. Siente la luz en tu centro y deja que se extienda. Sigue sintiendo. Esto es un sueño y yo soy el soñador. Soy la mente invulnerable. Es por mi propio poder por lo que experimento lo que experimento.

El conflicto que percibo, sea grande o pequeño, lo llame propio o ajeno, de cualquier manera que lo perciba, es un sueño en mi mente. Es una fabricación en mi mente surgida desde mi deseo de experimentar la separación. Esta es la causa de mi experiencia conflictiva, y no la que creía. Siente. La separación nunca sucedió.

No hay herida. La mente no puede sufrir daño ni hacerlo. No hay herida. Nadie me ha hecho nada, nadie ha sufrido daño. La culpa no existe. Lo suelto. Lo entrego. El sueño que estoy soñando es inocente. El soñador que soy es total y eternamente inocente.

El deseo de ser especial es totalmente inocente. Perdono al sueño y al soñador. Soy totalmente inocente. Libero al mundo de todos mis juicios. No necesito el sueño de conflicto, lo entrego. El sufrimiento no tiene sentido. Me libero de toda condena. Entrego mi personaje. Entrego mi mente.

Libero totalmente a mi hermano, pues es totalmente libre. Me libero totalmente. Soy uno con él. Soy libre. Suelto, siento, soy. Soy uno con el Ser. Expreso el Ser en mi inocencia. Me uno al ser en el silencio de mi mente. Siento al Ser. Vivo mi total inocencia e invulnerabilidad.

Acepto la sanación que siempre proviene de la unidad. Recibo la alegría de Ser, recibo el amor. Me permito ser totalmente amado. Agradezco. Expreso mi gratitud. Me permito brillar. El amor y la alegría que soy se extienden a toda mi experiencia y a todo lo que soy. Me doy.

Me expreso como Quien realmente soy en la forma, aquí y ahora. Gracias, pues vivo en la Unidad y soy la expresión del amor. Abandono toda expectativa, todo control de los resultados, y me uno en total confianza al espíritu agradeciendo el proceso. Gracias, gracias, gracias. Acepto la sanación. Me hago consciente sintiendo el poder del amor y el goce de

reconocer mi inocencia.

Comunicación desconocido

con

lo

Dado que creemos estar separados de nuestro Ser, el camino de la unidad comienza por la comunicación con nuestro Ser. En esto consiste la relación sagrada. Es la relación con la verdad, más allá de la percepción, en tu interior. Es sagrada porque es una relación directa con Dios. Tu conciencia y tu verdad en relación, en presente.

Primero, has de experimentar una relación con el Ser. Mientras vas dejando a un lado tu apego a ser especial, vivirás la experiencia de que recibes ayuda, de que pides ayuda, de que invocas y recibes, como un dar y un recibir separado. Está bien que sea así, pues hay que dar cada paso uno detrás de otro. Después experimentas al Ser en relación contigo y con todo lo que vives, pues eso eres tú.

El Ser es relación. Y la relación eres tú. Tú eres la relación de lo desconocido con la experiencia presente. Y no me refiero a Dios como lo desconocido solo porque hayamos decidido olvidarlo, como la mente que elige vivir la separación. Dios es lo eternamente interminable, la experiencia que jamás es totalmente conocida, en el

sentido de que su experiencia, su vivencia, su expresión, su conocimiento, nunca finaliza, es eterno, eternamente nuevo. Tú, más allá de toda forma y concepto, eres la relación de lo total, lo infinito e inabarcable, con la experiencia presente. La expresión de lo invisible siendo eternamente nueva. Eso eres, eso es la creación, la manifestación, la expresión, la relación, eso es Atman, el Hijo de Dios. El Hijo de Dios no existe separado, sino en

Dios. El Ser es en relación. El Ser no es algo vacío, muerto, inmanifiesto o yermo. La paz del Ser no es aburrida ni estática. Es una sonrisa eterna. Es alegría sencilla y total. Tú eres como el viento, ¿recuerdas? Como el espacio, no vacío, sino pleno, que está en todo y en todo momento, para vivir lo vivible. Eres la luz, el sintiente, la energía sin límites ni polaridades, la sonrisa sin fin, la mente plena, la vida siendo, la experiencia de Dios.

¿Cómo iba a ser la creación aburrida si el aburrimiento es una idea inventada por el ego? El ego llama aburrido a lo que carece de especialismo. Llama aburrido al desafío sin sufrimiento, a la relación sin drama, a la aventura sin riesgo, a lo que no es intenso, a lo que no tiene sentido en la polaridad del yo especial temporal. Llama aburrido a lo que no es especial y, desde ese momento, rechaza al presente y elabora una situación alternativa

mejor que la actual. Pues al momento del aburrimiento, la mente programada no sabe darle otro sentido: ya se lo ha dado. Es un momento desdeñable del cual me he de separar. El ego es el motivador persistente de la separación, pues sin él, la separación no tiene motivo. El programa devalúa lo desconocido, ha de sentirse más fuerte con lo que llama conocido, el pasado, pues en lo desconocido habita su temor... y su disolución.

La creación es un siempre presente en donde todo está relacionado con todo, pues tú experimentas la constante de la unidad dentro de ti. Ese conocimiento, la constante de la unidad, es lo que en la espiritualidad se ha llamado el Conocimiento. Un Conocimiento que te permite experimentar, conocer, ser la aventura sin fin, siempre expandiéndose, sin que nunca llegue a ser un conocimiento totalmente

conocido. Pues el Cielo es infinito. Eres la relación en la unidad. La relación sagrada eres tú, y por eso eres el camino, la verdad y la vida. Ser la relación sagrada o, mejor aún, ser la relación es un concepto absolutamente extraño para el programa. ¿Soy una relación? Significa dejar de ser uno de los polos de una interacción para ser, a la vez, todos los polos de la interacción

y, sobre todo, la interacción sentida en sí misma. No hay polos en una interacción vivida en la unidad. Es movimiento, luz, goce, pura expresión, experiencia sin otro objetivo que el presente en sí mismo.

La expresión del Ser en la forma Una de las creencias aparentemente espirituales más profundas te hace creer que en tu estado actual, «anclado» en un

cuerpo y en un maremágnum de pensamiento personal, no puedes acceder a la unidad y, por tanto, no puedes conocer a Dios. Es como si, estando manchado por el cuerpo, fueras inaceptable para Dios. Se trata de un retazo más de la creencia en el pecado original, la creencia en el mal sustentando la culpabilidad inconsciente. Esta creencia te hace creer, por lo tanto, que tu vida, que tu viaje es una mera transición sin ningún

sentido, algo que sencillamente debes soportar, una especie de espera vacía antes del gran momento de unirte, el cual no sabes cuándo sucederá; pero seguro que después de la muerte, una vez que hayas dejado atrás tus sucias ataduras con la forma y hayas pagado tu karma. ¡Es como si la muerte fuera la guardiana de la vida! La muerte no tiene ningún papel relevante en la vida. Es parte de la percepción. La muerte

no forma parte de la vida. La vida, sin embargo, es el papel eterno en donde se pinta la obra de arte que tú eres. Sin embargo, la idea de muerte está fuertemente conectada dentro de la mente programada en la que vivimos, con el desapego y, por tanto, con el dolor. El horror de la muerte es una emoción prefabricada que se refiere, en profundidad, a una exaltación fundamental de lo que inevitablemente vivirás como soltar el ego y abrazar tu

condición natural de unidad mental. Es solo una creencia, una consecuencia de creerte una forma y una historia. Lo único que importa es el sentido que tú le das a esa creencia. Solo desde la confusión con respecto a lo que está vivo es posible la dramatización de algunos aspectos de la variable; pero al margen de toda confusión, la variable no tiene nada que ver con la constante. La vida es la constante. Solo hay vida sin

opuestos. En la constante no tiene sentido la muerte, que es, en sí misma, la idea de límite expresada. La verdad es la verdad y no puede dejar de serlo. También puedes dejar a un lado esa idea de que una especie de sutil y translúcida energía espiritual se desprende de la forma cuando esta muere, como

si un espíritu individual regresase al cielo al dejar la atadura de la forma. Esa idea encaja con las imaginaciones de lo separado que vive y pervive, pero no corresponde en absoluto con la experiencia de tu despertar a la vida. Tu despertar a la unidad es experiencial, es del corazón y la mente unidos, y lo vas a vivir aquí, aun presenciando tu cuerpo. No es necesaria la destrucción de la forma para acceder a la

expresión del amor. ¿Puedes creer acaso que el amor despierta en ti gracias a la destrucción de la forma? ¿Crees que la forma tiene poder alguno sobre el amor? ¿Crees que al amor le afecta en algún modo la forma para poder expresarse? No, no solo son ideas propias de la creencia en el poder de lo separado, sino que, además, ni siquiera es lógico. El cuerpo no es el inconveniente para abrirte a la unidad. La forma es neutra, es solo una

herramienta para la experiencia. Es la voluntad lo que mueve toda experiencia. Este es un viaje de la conciencia. Un viaje de recuerdo y unidad. Un viaje del despertar a quien realmente eres de una forma única y especial, en tu propia forma, a través de la que has elegido expresar ahora. No estás de paso. No es un viaje transitorio. Jamás estás solo. Nada te impide vivir el Ser ahora mismo; es de tu recuerdo eterno

de lo completo en ti desde donde surgirá el brillo del corazón radiante. Eres. Estás aquí. Participas totalmente desde el Ser que eres, completo y perfecto en este momento perfecto. Ya está. No hay que esperar señal alguna. Ya. Ahora. Siempre. Es el momento de vivirte como Quien realmente eres... en la forma. ¿Crees que la forma le puede impedir al Ser expresarse? ¿Crees que la forma puede hacer algo a la esencia? ¿Crees en el pecado?

¿Crees que la variable deshace la constante? ¿Crees que la materia imaginada por la mente puede inutilizar la mente misma? En absoluto. Es, tan solo, el sueño de una idea falsa: la separación. Precisamente, la función por la que estamos viviendo en la forma, el propósito de estar aquí, en un mundo aparentemente material, no es otra que experimentarte como el Ser... ¡en la forma!

Sí, es cierto que aquí no puedes sentir plenamente el Ser debido a las limitaciones perceptivas que has deseado fabricarte, pero eso no significa que no puedas expresar Quien eres aquí. De hecho, en ello consiste el juego. Hasta que no lo hagas, no te marcharás. Pues ese es tu deseo, ese es mi deseo y el deseo oculto de todos en cada uno. Estas aquí para expresar Quien realmente eres.

Este es tu objetivo. Y te aseguro que no te irás de aquí hasta que lo experimentes. Por razón de Quien eres, no es posible que dejes una misión sin terminar. Vas a vivir la relación sagrada en este mundo percibido, sin necesidad de que lo percibido cambie radicalmente de forma. La percepción la sentirás como una variable que simplemente proporciona un ámbito de expresión para tu constante.

Nuestra función aquí, como el Ser en relación que somos, es vivirnos como el Ser expresándose en la forma. La forma no es problema. Es un instrumento para tu relación. Sin la idea de separación, el cielo está en la tierra, haya forma o no. El cielo con o sin nubes, al fin y al cabo, sigue siendo el cielo sin límite. El cielo en la tierra es vivirte en la

unidad. Regresa de nuevo a tu corazón radiante. Entrégate totalmente al yo del espacio. Recuerda: eres el viento, espacio sintiente en movimiento que está en todo lo que ves. Eres la consciencia en todas partes. Eres luz invisible sintiéndose gozosa e inventando mundos. Te vives tanto en el rayo de luz entrando por tu ventana como en

la mariposa que vuela libre sin objeto, en la espuma del mar, simplemente siendo la efervescencia, el movimiento y la experiencia de ti mismo. No eres nada en concreto por un tiempo. Eres el sentir eterno que hay ahora en todo en relación con todo. Esta es una experiencia de ser Quien realmente eres, en la relación y la unidad. Pues en tal expresión no eres un objeto separado, sino la experiencia a través de la forma, en la unidad

con todo lo que eres. Este es tu recuerdo sin tiempo, tu recuerdo del futuro y del pasado reunido en el presente del yo del espacio sin límite. Eres la relación en la unidad. En la experiencia de la unidad siendo, se desvanecen todos los problemas, desafíos y extrañas emociones que aparecieron desde la creencia en que tú eras tan solo una forma, una memoria limitada, un proceso de

supervivencia, una resistencia al cambio convertida en vida muerta. Tu corazón radiante surge desde el recuerdo de tu función, la expresión del amor, aquí y ahora, en la forma que aparece en tu percepción, en tu pantalla. El sentir abierto de la experiencia total te pone en contacto con tu recuerdo invulnerable de quien eres, tu conciencia Yo Soy, tu corazón radiante.

La constante relación sagrada Para ello, la relación ha de ser sagrada, ha de ser verdadera, una relación con la Verdad. La consciencia de unidad — consciencia total en Oriente y consciencia crística en Occidente — es la constante que te permite vivir la relación en la unidad, la verdadera relación que siempre has deseado. La relación sagrada siempre está presente, pues es la presencia, y

es constante, consistente, sustancial. Pero, en tu vivencia del deseo de ser especial —ya sea este aun totalmente inconsciente o en cierta medida observado—, la relación sagrada es reemplazada por una relación alterada en la que lo separado se relaciona con lo separado y surge un drama constante de comparación, destrucción, apego y frustración. Constante deseo y frustración, pues de la variable se ha intentado hacer una

constante. El fracaso está garantizado cuando el juego en sí es una contradicción. Siendo el deseo imposible, y contraviniendo tu verdad absoluta, la frustración hace de tu presente un infierno de carencia solo lleno de insatisfacción. Por si fuera poco, juegas un juego del cual ¡no conoces las reglas! Nada parece tener sentido y, en tu confusión, estás aterrado. La relación sagrada siempre está

presente para recordarte el sentido, la regla básica, la unidad; pero tú puedes elegir profundamente no estar presente en la relación sagrada, porque tu foco está en la relación separada, en el deseo de ser especial, en las soñadas consecuciones de tu personaje. A medida que vives la relación con el Ser, tu necesidad de relaciones especiales que hagan a tu personaje más especial se harán: primero, evidentes;

después, evidentemente falsas. Primero, te harás consciente de la cuestión que aquí se explica. Aceptarás el regalo y te abrirás paso entre la neblina de miedo que oculta tu corazón radiante, precisamente por el poder de tu deseo de compartirte con lo que Es. Solo entonces, la frustración comenzará a deshacerse. Te parecerá un milagro, pues la paz aparece en tu conciencia desde un lugar que mantenías olvidado: tu realidad.

Poco a poco irás abriendo la ventana a la luz. El nuevo aprendizaje es un camino de experiencias escrito en tu corazón especialmente para ti. Por tanto, llegarán los regalos que anhelas desde tu recuerdo del amor. Llegará tu respuesta al amor como el amor respondiendo al amor, y sabrás quién eres, el amor siendo. Y sabrás que la relación con el Ser es tu relación constante y eterna contigo mismo, siendo eternamente

amor, amante y amado. Libre y sin límite, tal y como es en este momento. Tú eres la relación. El Ser es en relación.

La relación especial con el Ser En la historia de la mente separada, en la memoria colectiva23, el Ser ha tomado todo tipo de formas, como no podía ser de otra manera en una mente que ha elegido relacionarse exclusivamente a través de las formas separadas. La mente

proyectiva, en su programa de mantenimiento de la idea de separación, tenía que proyectar, en alguna forma, esa sensación persistente e invulnerable de existencia pura que residía en el fondo de ella misma. A veces, has sentido tu relación con el Ser como un llamado del amor. Otras, como un remanso de paz que te protegía de toda tu ignorancia. Muchas veces fue un soplo fresco de libertad. En muchas ocasiones fue

directamente un despertar a darte cuenta de algo que, repentinamente, está muy claro. Pero, muchas otras veces, hemos creído que el Ser nos obligaba a sufrir, a culparnos e incluso a matar o a morir. En la proyección, la confusión parece inmensa. La relación seguía estando presente como un estado inalterable en tu corazón; pero al estar procesada por la mente programada y, en consecuencia, proyectado en la forma,

inevitablemente, el ser tomaba una forma concreta, para los efectos. Pues para la mente concreta, solo puede ser así. Hasta el Ser ha de ser algo capturable o perceptible, algo controlable y definible. Simplemente, el programa no entiende la relación sin separación. Tu relación con el ser necesitaba un intermediario formal. No podía ser, bajo ningún concepto, una relación directa en

tu mente, en tu corazón o en tu experiencia. Eso parecía inalcanzable. Era preciso que la proyección estableciese una distancia entre lo percibido y tú, más aún cuando el Ser estaba más o menos enmarcado en una idea de dios dominante, caprichoso, no muy contento en general, una especie de ser supremo, separado y lejano. Para dirigirte a él, solías mirar hacia arriba, allí donde el cielo infinito se localizaba.

Curiosamente, comparados con los creyentes habituales, muchos ateos estaban a veces más cerca de una experiencia no contradictoria con Dios, al considerar lo que es como la vida misma, sin más lío. Pero, por lo general, el ateo suele primero definir un concepto de dios, para poco después negar su existencia, sin darse cuenta de que todo el proceso está en su propia mente. Nosotros, los ateos. Las antiguas tribus —en nuestra

memoria— veían a dios en el Sol, o en la montaña, o en otros elementos de la naturaleza, cada grupo a su manera y a su modo. También dio lugar, en muchos casos, a una experiencia de relación con el Ser mucho más cercana y natural que en una mente más sofisticada. Sin embargo, el mismo hecho de que el elemento elegido como sagrado fuera distinto entre las tribus, producía enfrentamientos y malentendidos entre los vecinos.

Nosotros, los nativos. En cualquier caso, hemos hecho tomar forma al Ser mediante todo tipo de figuras, símbolos y mitologías. Lo hemos percibido constantemente: en la naturaleza, en el arte, en las historias, en los rituales y festejos; conceptualizado, moldeado y capturado para así poder mantener una relación especial con él. Y no podía ser de otra manera, pues así ha sido. Este es el mundo de la idolatría.

Para los efectos de dar un salto en nuestra relación actual con el Ser, poco importa las formas en que lo hayas percibido. Bien podía ser una virgen bondadosa, un sufriente joven crucificado, una montaña o un novio. Puedo recordar —con total inocencia— cómo yo mismo rezaba a ese ser supremo en algunos momentos difíciles de mi historia. Cuando las cifras de mi empresa gritaban sobre su desmoronamiento, le pedía a

Dios que llegara un pelotazo, un giro de los acontecimientos que arreglara todo y llevara a mi empresa, a mí y a mis empleados a lo que yo consideraba un buen puerto. Y ese buen puerto no era otra cosa que lo que mi pasado me recordaba como la buena época. Quería regresar a mi paraíso recordado. Yo era un ferviente creyente de la ley de la atracción, tal y como yo podía entender aquello. Me levantaba cada mañana y

dedicaba un espacio a crear mi realidad. Intentaba, con todas mis fuerzas, sentir aquello que yo decía: «Soy rico. Soy muy rico». Lo hacía muy tensamente. Tenía que resultarme convincente a mí mismo, era un ejercicio verdaderamente extraño. Me lo tomaba como una especie de autosugestión en medio de una total sensación de soledad. «Soy totalmente rico y abundante». ¡Ah, espera! ¡Lo estoy haciendo mal! ¡Hay que agradecerlo!

«Gracias, porque soy muy rico y abundante». Pero mi realidad ya estaba creada y funcionaba por sí sola. Fue precisamente poco tiempo después de que mi empresa se arruinara, y no tuviera otro remedio que seguir mi actividad como freelance, cuando fui dándome cuenta de cuál es mi verdadera realidad. Entré en la comprensión de la aceptación, lo cual fue, sin duda, un verdadero avance hacia mi corazón radiante.

Entonces aprendí a meditar primero, con el Advaita, y a orar después, ya de la mano de Un curso de milagros. Finalmente, estas dos cosas me parecieron lo mismo. Pero, antes de este salto de comprensión, ¿quién no ha pedido a algo separado que interviniese ante la enfermedad de un hijo, un familiar o un amigo?, ¿quién no ha pedido una protección especial en momentos de pánico?, ¿quién no ha buscado

en el más allá lo que parece imposible en el más acá, aunque fuera extraterrestre? Cada instante de oración, fuera como fuera y en el nivel de conciencia en el que estuvieras, fue un paso adelante hacia la apertura de tu pensamiento a lo desconocido, un paso adelante a reconocer el poder de la mente y tu relación eterna con el Ser, pues la intuición de que el poder es invisible estaba por siempre en tu corazón. En el fondo, siempre

supiste que la verdad no estaba en la forma.

La etapa de la intermediación La oración, entendida como una relación —más o menos consciente— con el Ser, ha tomado diversas formas a lo largo de tu experiencia personal. E igualmente lo ha hecho así a lo largo de la memoria de lo humano. Muchos de los lectores de este libro reconocerán que se les hace

difícil establecer una relación sin la imagen de Jesús, Buda o un punto de luz en la frente. No importa la forma, lo importante ahora es darse cuenta de que has usado la intermediación de la forma en tu relación con el Ser. Para algunos estudiantes de Un curso de milagros, la relación con el Ser ha tomado la forma de una voz que les habla con palabras y les guía en sus decisiones cotidianas. Normalmente, es la voz de Jesús o la del Espíritu

Santo. Esa voz sigue siendo proyección, es decir, percepción, por supuesto. Es algo concreto en relación con lo concreto. La imagen misma de Jesús o de Buda, como una imagen personal de referencia, es, evidentemente, proyección e idolatría. Y no quiero decir que esto sea incorrecto, pues, de hecho, de una forma u otra, es necesario atravesar la etapa de la intermediación. Es un paso necesario en el proceso de

transformación de la relación con el Ser. En el camino de liberar tu corazón, antes de una experiencia directa de la relación —sentida en tu centro como una constante —, se hace útil una relación formal con el Ser, si bien las formas se van reconociendo paulatinamente más sutiles y se va haciendo cada vez más consciente el uso de alguna forma como intermediación.

En cierto momento, también pudiste sentir tu relación con el Ser ante el reconocimiento de ciertas sincronicidades. Por ejemplo, piensas en una persona e inmediatamente después esa persona te está llamando por teléfono. Es algo así como una casualidad que se conecta con tu pensamiento consciente. En ese momento, esa fue una poderosa forma de abrirte a lo desconocido, a una relación con el Ser más amplia y sutil. Las

sincronicidades han sido a menudo, y para muchos, el acceso al reconocimiento de la unidad y, poco a poco, el descubrir que todo es mente. Es como si la voz del espíritu te hablara en la vida. Todo seguía apuntando inexorablemente hacia una nueva relación con el Ser. Finalmente, tal vez ya te hayas dado cuenta de que absolutamente todo es sincronicidad, y allí donde tú

quieras ver, la vida te habla de la luz.

Vas siempre con el Ser Simplemente te invito a que entiendas la relación con el Ser como una experiencia total, directa en ti y en todo lo que es, pues eso es lo que eres tú. Tu experiencia presente es la relación directa con el Ser. Si estás leyendo este libro, a estas alturas habrás entendido que no es casualidad en absoluto,

pues tal cosa no existe. Es tu voluntad que este libro aparezca en tu experiencia, pues no puede ser de otra manera. Recuerda: no hay victimismo, sino tan solo lo que tú —mente— te haces a ti mismo. Eso es la experiencia presente. Eso es relación con el Ser, por ejemplo. El primer indicativo de tu relación con el Ser, tal vez el más claro, cercano y comprensible, es el «darte cuenta». Tú nunca sabes cuándo vas a comprender algo.

Cuando llega la comprensión, tu experiencia es que simplemente sucede. Sabes que la comprensión no ha salido de tu proceso pensado —o al menos llegarás a saberlo—, pues la comprensión pareciera deslizarse desde una dimensión del asunto totalmente distinta, lo vives como si viniera de fuera de ti, puesto que tú estás identificado con ese pensador de lo concreto que define tu línea de tiempo. De tal modo que experimentas como si

recibieras ayuda para ver. La ayuda para ver es lo que he llamado, en libros anteriores, comprensión, maestro interno o inteligencia del amor. Un curso de milagros lo llama Espíritu Santo, tal como el cristianismo tradicional. El budismo lo llama a veces Buda interno o clara luz. En tus prácticas de paz, en tu meditación, en tu oración, como una entrega consciente a la relación con el Ser, de la forma

que sea, habrás experimentado a veces una apertura en tu mente, cierta elevación del pensamiento que experimentaste como si hubieras recibido algo, o como si algo te hubiera hecho darte cuenta de lo que es evidente; pero que momentos antes parecía envuelto en una bruma de confusión, dudas o problemas. Esta experiencia de liberación o de darte cuenta es un recibir, y establece poco a poco en tu conciencia, muy sigilosamente, un

claro reconocimiento de comunicación con el Ser.

tu

La inteligencia se comparte contigo cuando tú eliges compartirte. La meditación u oración es muy conveniente para preparar tu mente. El mismo hecho de sentarte a meditar, a hacer un ejercicio del perdón o a vaciar tranquilamente tu mente,

expresa tu voluntad de entrega, tu deseo de darte al Ser. Esta experiencia de entrega o de vaciado mental es un dar y te ayudará a desarrollar la conciencia de tu relación con el Ser. Sin ella, sería mucho más difícil recordar a lo largo del día tal relación. Poco a poco, tu experiencia de paz has de llevarla a todo lo que haces, a todo lo cotidiano, de forma que la práctica se infiltre en tus cosas personales hasta que

ya no quede ningún hueco oscuro en donde el miedo pueda esconderse de la luz. El recuerdo de la unidad alcanzará hasta cada una de tus palabras, tus gestos y tus movimientos. Finalmente, tu pensamiento será casi tan amable como la verdad. Cuando esta entrega y recepción se hacen parte de tu vida, comienzas a sentir que vas con el Ser. Y tu relación con el Ser se hace más consciente. Además, tampoco importa mucho que al

Ser le des forma, ya sea un cuerpo, una luz o una voz que habla en tu cabeza. No importa que lo uses, aunque conviene que te hagas consciente de que las formas son solo herramientas que, de momento, crees necesitar para relacionarte con lo invisible. Es interesante que vayas enfocándote en la experiencia en sí, en el sentir, pues es el aspecto comunicativo verdaderamente relevante. Lo que importa es que en tu

relación cotidiana ya no estás tú solo ante el amenazante mundo externo. Estás comenzando a vivir la relación directa con el Ser, como algo que se impregna en tu pensamiento, en tu razonar, en tu sentir y en tu forma de percibir el mundo. La oración se desarrolla como una relación que crece en tu conciencia, en la misma medida que tu voluntad profunda de aceptar esta relación —tu deseo del corazón radiante— se hace

consciente. La oración te ayuda a ver de otra manera cualquier conflicto y, al elevar tu pensamiento, hay menos miedo y mayor capacidad de darte cuenta de lo que verdaderamente hay ahí. La oración te lleva, con paso firme, al reconocimiento de que la relación con el Ser implica tu total aceptación de lo que es. La aceptación de lo que es te hará sentir lo nuevo.

La oración como experiencia

directa Es momento de dar un salto en el entendimiento de esta relación. El Espíritu Santo eres tú, es tu yo real, es quien realmente eres. Cristo es el Ser, es tu yo real. Buda es tu yo real. Krishna, el maestro interno, la inteligencia del amor, la consciencia superior, tu yo superior, el ángel de la guarda, el Espíritu Santo, la Virgen María, o como tú prefieras

verlo, no son otra cosa que intermediarios, ideas, formas, herramientas transitorias, para abrirte a una experiencia directa, es decir, una relación directa con el Ser completo, perfecto, que eres realmente. Tampoco debería ser una sorpresa, pues en cualquier camino de pensamiento no dual (incluido, por supuesto, Un curso de milagros) se apunta constantemente a la unidad subyacente en toda relación. Por

tanto, no hace falta hacer mucha pompa en este salto de comprensión. De hecho, te he estado hablando en estos términos desde el principio de este libro. Lo verdaderamente interesante es vivir esta relación, experimentar ya la relación directa con tu realidad, tu relación con Dios. Tu relación con el Ser, como una experiencia directa, es el

propósito de la práctica de todo este libro. Es la oración verdadera. Es cada instante en el que, en total entrega de ti mismo, de todo tú, te das totalmente al Ser. Recuerda a Dios. Lo sientes, lo reconoces. Lo aceptas en ti. Te unes. Eres uno con él. Sientes su presencia como el brillo, la luz auténtica, el goce pacífico y profundo de tu corazón radiante, la alegría de tu Ser. Esta es la relación directa con tu

presencia sagrada. Te extiendes y te permites en ese gozo que no es de este mundo. Goce puro. Goce del Ser. Tu fuente. La luz de todo. Reconoces que Dios eres tú, que estás en todo y que todo está en ti, y trasciendes todo pensamiento para disfrutar del sabor del silencio, de la agradable quietud de tu sagrada compañía.

Y permaneces un tiempo en este estado de gratitud, amando y siendo amado, en el amor. Esta es la oración directa, el

aprendizaje experiencia conocimiento alegría de Ser.

directo, directa, directo.

la el Pura

En cualquier momento, ábrete a sentir tu relación directa con el Ser. Está en tu propio sentir, según lo extiendes y deshaces sus límites pensados. Siempre está ahí.

Voy con el Ser No tengo que hacerlo solo (EC)

No estoy solo. Nunca lo estuve. A cada paso que doy, el universo entero lo da conmigo. La Vida constantemente se me ofrece para compartirme su inteligencia infinita, su amor y su plenitud. A cada paso que doy, allí donde esté, en todo momento, voy con el Ser.

Ser, Vida, Inteligencia, me rodeas, me impregnas... Vivo en Ti. Creía que en mi pequeña mente no podías entrar, más solo era yo quien te vetaba. Renuncio a la soledad, te abro mi mente. Voy contigo. No tengo que hacerlo solo, no tengo por qué sufrir,

no importa el tiempo ni la forma ni el lugar, vaya adonde vaya, mire adonde mire, voy con el Ser.

La relación sagrada con el momento presente La relación directa con el Ser te lleva directamente al ahora. Deshace tu esclavitud de la memoria, y los pensamientos concretos dejan de esclavizarte,

dejan de definirte. Sientes el momento. Sientes el presente que, como su nombre indica, es un regalo. Y al aceptar el presente, al aceptar el regalo de la vida en su sagrada simplicidad, te sientes totalmente agradecido. Pues sientes tu inmensa libertad sin necesidad de explicarla. El pasado se ha disuelto, el futuro no es necesario, y lo que florece en la presencia es total libertad, total amor incondicionado. En tu relación sagrada con el

presente, tu sentir se abre y se abre y se abre sin fin. Y todo tu agradecimiento se abre contigo, pues tú mismo eres agradecimiento. La gratitud esencial es sentir que dar y recibir es lo mismo y simultáneo. Es un profundo y extenso sentimiento de inclusión total, de completitud, de abundancia. Hay

un reconocimiento puro y sin palabras de tu naturaleza auténtica. Te sabes el goce de Dios. Recuerdas tu eterna capacidad de experimentar libremente, en total inocencia. La gratitud es la marca ineludible de tu relación sagrada a través del momento presente. Está la experiencia de la aceptación de la verdad en tu conciencia. La relación sagrada solo puede suceder en la aceptación del presente, pues el

amor no es del tiempo. Y la verdad es presente. Solo si aceptas la verdad profundamente en tu corazón, puedes aceptar entonces, con sinceridad, todas las perfectas imperfecciones inherentes a tu experiencia humana. Solo si aceptas la verdad, puedes vivir con sincera aceptación lo falso, las percepciones, pues solo desde la vivencia de la verdad, te liberas de las percepciones. Aunque siguen delante de ti, las

percepciones ya no te dan miedo. Pues sientes que nada puede pasarte. Estás a salvo en la verdad. Tampoco sientes culpa, pues en la verdad, reconoces tu inocencia plena y omniabarcante. Eres la mente invulnerable. Nada puedes temer. Dejas de juzgar lo que pasa o lo que no pasa, pues por fin experimentas qué es la paz. La paz mental consiste en dejar de defenderse de la vida y decir: «¡Vale!».

Acepto lo que es, porque acepto Lo que Es. En la relación sagrada con el presente no hay oposición. Todo está en ti, y tú estás en todo. El momento trasciende el tiempo para elevarte hasta tocar con la punta de tus dedos la mismísima eternidad.

La relación sagrada con las personas

En tu camino de relación sagrada, resulta fundamental profundizar en la elevación de tus relaciones personales o especiales, tal y como vimos en su momento al hablar de estas relaciones. En realidad, tu relación con las ideas o con las cosas es mucho menos importante que la relación con las personas, pues una relación personal es una relación con aquello que tú crees ser, una persona, por tanto, la

repercusión de tal relación en tu sentir es total, pues tu sentir está donde has depositado tu identificación. El mismo significado de lo que crees ser impregnará toda tu experiencia. Así como veas al otro, te verás a ti mismo. Además de tu relación directa con el Ser mediante el sentir consciente del goce y tu práctica formal, y además del desarrollo de tu consciencia de relación con el momento presente, la relación

con el Ser sucede a través de todas esas personas que conforman tu vida. Pues el programa mental de la separación hace que veas constantemente proyecciones en todos ellos, de modo que te sientas separado, en oposición a ellos, en comparación, rechazado o rechazando, al ataque o a la defensiva, admirando o desconfiando. Sin embargo, ¿quién está ahí delante de ti?

Si has leído hasta aquí este libro, sin duda conoces de sobra el poder que le hemos dado a la proyección. ¡Hemos fabricado con ella este mundo! Un simple conflicto personal puede destrozar tu paz interna en un instante totalmente imprevisto. Un correo electrónico, una carta o una llamada telefónica pueden permanecer incluso meses o años en tu mente, mientras tal imagen emocional tenga el poder de decidir sobre tu valor. Una

mirada o una frase de alguien puede parecer una fuente de resentimiento inagotable. Mientras el poder de dominar tu concepto de ti mismo siga inconscientemente entregado a manos de tu subconsciente, eres un esclavo. Solo el perdón, correctamente entendido como la liberación de tus proyecciones, puede sanarte. El fundamento del perdón consiste en bendecir al otro.

Bendecir ha sido un tipo de oración no siempre bien entendido. No se trata de que envíes buenos deseos. Se trata de llegar a ver al otro, a sentirle como Quien realmente es. Y, de tal modo, recordarte Quien eres. Para ello, has de darte totalmente, has de dar tu Ser, has de extenderte como Quien realmente eres. Y en tu extensión, alcanzar y abrazar al otro hasta verle la misma relación, el mismo espacio

sintiente, el mismo ser y la misma mente que tú. Para empezar, necesitas paz suficiente como para vaciarte de todo preconcepto sobre el otro, pues son las proyecciones que ahora mismo presiden tu mente los obstáculos a tu relación sagrada. Son tus juicios los que te hacen perder todo contacto con la realidad. Solo necesitas a tu corazón radiante. Según puedes irte dando cuenta

de que todo lo que has vivido es un montaje programado, según asumes la responsabilidad de que todo lo has diseñado cuidadosamente como la mente que eres, para tu experiencia del deseo de ser especial, irás soltando las exigencias, juicios y proyecciones con los que mantenías al otro crucificado. Decidirás dejarlo totalmente libre, libre de tus percepciones, de tus juicios, de tus exigencias, de tus críticas... Y no como un

esfuerzo, sino como un soltar del esfuerzo. Esto solo es posible desde que comienzas a aceptar al otro, aceptar su verdad intrínseca, su Ser. Pues el otro, al igual que tú, es el Ser. El otro es tu libertad. Es la mente en su libre experiencia. Y comenzarás a sentir tú mismo la liberación, como síntoma ineludible de la unidad que hay en vuestra relación sagrada, pues el otro y tú sois el mismo.

Recuerdo Quien Es, recuerdo Quien Soy Creo en el Ser (EC) Ahora despierto a la verdad. Soy totalmente inocente y, por tanto, él es totalmente inocente. Es libre. Recuerdo Quien Es. Soy libre. Recuerdo Quien Soy.

Somos una misma mente soñando. Los sueños, sueños son. Me uno al Ser ahora. Yo soy Amor. Él es amor. Somos el mismo Ser. Creo en el Ser. Creo en mi hermano. Extiendo mi luz, hasta abrazarlo en mi corazón. Recuerdo Quien Es. Recuerdo Quien Soy.

Nada me puede pasar, soy la mente invulnerable. No tengo nada que temer. Recuerdo Quien Soy. Recuerdo Quien Es. Somos el mismo.

Perdón sin grado El perdón comienza a aplicarse en los momentos de conflicto, cuando tu sentir te avisa a gritos de que la relación se ha roto en tu conciencia, y tu corazón te

comunica su desgarro, su contradicción. Pero la vivencia de la relación sagrada basada en las relaciones personales no es necesario que se restrinja a los conflictos. No tienes que esperar a que pase algo terrible para practicar la unidad. Puedes sentir que el otro es uno contigo mientras vas en autobús.

Practica el arte de bendecir en la cola del cine. Recuerda Quien es el otro cuando lo abraces. Siéntelo. Siente su luz todavía después, cuando converses con él en la puerta de tu casa. Puedes bendecir de un modo tan cotidiano como que es cierto que eliges firmemente ser feliz.

La relación sagrada con tu personaje He aquí un personaje aún más especial que los demás. Ese que

ves en el espejo. El protagonista de todas las películas de tu memoria. Ese del cual siempre habla tu pensamiento. Ese que teme no existir. La relación sagrada con tu personaje no significa que tu personaje exista realmente o que tengas una relación con él, como algo real. No. Tu personaje no es real. Es totalmente insignificante, es decir, no significa nada, no dice nada de tu realidad. Es una fabricación mental que ha servido

tan solo para que experimentes tu deseo de ser especial, solo es una forma, una herramienta perceptiva basada en la memoria. La relación sagrada con tu personaje significa que tu relación es sagrada, sin importar que te percibas en un personaje, es decir, que tú sigues siendo tú, el sintiente, la relación sagrada... aunque ahí este, en tu percepción, todo ese tiempo, el personaje. Tu relación con el Ser sucede a través de ese campo de

conciencia que está aparentemente limitado por tu personaje. De algún modo, la relación sagrada sucede a través de tu personaje. Tu personaje es, por tanto, un medio para la relación. Tu personaje es un medio al servicio de tu relación sagrada. Tu personaje es tu camino. Es un camino de experiencias

escritas. En él están representadas las memorias que en un principio iban a servir para mantener viva tu experiencia de separación. Sin embargo, por tu voluntad, has elegido que ya está bien. Gracias a tu elección en favor del recuerdo de la unidad, ahora, ese mismo camino, esas mismas memorias de tu personaje, van a ser tu camino especial a la unidad. Tu mismo personaje, entregado a la unidad, te llevará dulcemente al cielo.

Tu personaje va a ser el medio a través del cual vas a reconocer los motivos de tu experiencia, el sentido de tu camino. Descubrirás en cada momento cómo has defendido la imagen de ti mismo, tu deseo de ser especial, tu afán por construirte comparativamente. Encontrarás que los ladrillos con que está fabricado tu personaje son polaridades, conflictos internos, asuntos sin perdonar. Cada uno de esos ladrillos aguarda a una

experiencia de liberación a través de tu relación con el otro. Y, en cada experiencia de perdón, el miedo con el que se fabricó ese ladrillo se transformará en el goce presente de la unidad. La creación nacerá en tu corazón radiante día tras día. La relación sagrada es con tu sentir, pues más allá de lo que ves, de las memorias, de los conceptos y creencias sobre ti mismo, tú eres el sintiente ahora mismo. Eres el experimentador, la

expresión del Ser, el Hijo de Dios. Ahí radica tu relación sagrada. El personaje representa la variable, el movimiento, la tensión creativa en la que ir actualizando, ampliando y profundizando tu relación sagrada. En cada instante de tensión que aparezca en ese camino llamado «tu persona», vas a regresar una y otra vez a tu corazón radiante para reinterpretar tu percepción, tu pensamiento, hasta deshacer

toda oposición a este momento. Al liberarte de la tensión, dejarás atrás toda intensidad. Pues el sentir del amor es extenso. Cuando elevas tu relación personal especial con otra persona, sueltas las imágenes que te han impedido ver la realidad del otro, para que esta aflore en tu corazón. De tal modo, lo recuerdas, lo liberas y te liberas de la separación en la que estabas preso.

Igualmente, puedes soltar todos los conceptos, imágenes, juicios, exigencias y defensas de tu propio personaje para, a través de tu propio personaje, vivirte como la luz que eres, como el yo del espacio, como el mismo sintiente. Sueltas todo significado de tu personaje. Dejas ir toda importancia personal. No has conseguido nada por ti solo. Nunca ganaste nada. Jamás perdiste nada. Nunca hizo nada

tu personaje, es una ilusión, simplemente un camino de experiencia, una herramienta didáctica para el recuerdo de tu verdad. Me expando más allá de mi cuerpo. Me doy al espacio. Dejo ir todo nombre. Suelto toda imagen.

Suelto, siento, soy.

La mirada de la verdad Mira la imagen de ti mismo. Eres la conciencia viendo a tu persona. Repite muy despacio estas frases. Interiorízalas, siéntelas. Tras cada una, respira y siente unos segundos en silencio su efecto en ti.

[Tu nombre], no espero nada de ti. No necesito nada de ti, [tu nombre]. [Tu nombre], nunca te equivocaste. Te acepto totalmente tal como estás. [Tu nombre], nunca cometiste ningún error. [Tu nombre], eres absolutamente inocente. Eres inofensivo.

[Tu nombre], no se espera nada de ti. No tienes que demostrar nada. Tu función tan solo es ser feliz, aceptarte y despertar de todo drama. [Tu nombre], eres totalmente aceptado en todo momento. Permanece sintiendo unos minutos en silencio.

La relación sagrada con el mundo

¿Sientes la luz manando de tu centro, en tu corazón? Esta luz no es un espectro de frecuencias electromagnéticas. La luz auténtica no es física. De verdadera luz está hecho todo, incluyendo el mundo que ves con su luz física. Todo está hecho de tu sentir, de la pura luz que eres, de puro pensamiento. Pues el verdadero pensamiento —y no el pensamiento programado o concreto al que se acostumbra a

llamar pensamiento— es puro sentir, pura experiencia de Ser. Es el pensamiento de Dios, tu Ser, de lo que todo está hecho. Tu relación sagrada es con todo el mundo. Ves cortinas, ventanas, columnas, ladrillos, asfalto, árboles y coches, pero ahí solo hay amor. Solo hay luz. Despierta a tu relación sagrada. Haz que la oración salga de tu cuarto, de tu casa, de tu coche y conviva con todo lo que haces,

con tu paseo, con tu conversación. Incluye a todo el mundo que ves. Todo ello, en todas partes, está en tu mente. Y es luz. Todo está para ti. Todo es por ti y para ti. Eres la mente invulnerable viviendo su experiencia exactamente como quiere vivirla. El mundo que ves ha nacido para ti cuando tú quisiste que naciera, para tu experiencia de nacer y de morir. El mundo que ves honra tu

experiencia. El Ser está en tu sentir, pero está en todo lo que ves, en tu respiración, en aquel al que miras, en la mariposa que revolotea, en la gota de lluvia, en el señor al que le compras la barra de pan, en la manita de tu hijo, en la piedra fría en la que te apoyas y en el olor de la escalera. En todo ello está tu experiencia, está el Ser en relación. Ninguna de esas formas puede contenerlo ni limitarlo. Todo es pura vida en

movimiento. Siente. Eres tú. Permítete conmoverte. Sorpréndete ante lo desconocido una vez más y otra más. Eres la experiencia, eres la relación con Dios siendo.

Tu corazón radiante es una relación directa con el Ser aquí y ahora, y es justo en este momento donde está toda tu felicidad. Permítete sentirla. Está aquí entera, sea lo que sea lo que estás pensado, sintiendo, haciendo. Párate un momento a sentir tu relación, pues está aquí. Haz de tu vida una expresión pura de unidad, una relación con Dios, una oración cotidiana.

Hazte consciente de esto en cada momento y eleva tu experiencia. Pues estás aquí para salvar al mundo de tus juicios, y este mundo, tal como lo ves ahora, será totalmente perdonado por ti. Pues inevitablemente llegará el día en que lo verás totalmente agradable, y en el solo podrás ver amor, pues no podrás ver otra cosa en ningún lugar que la verdad.

Deja que fluya la luz de tu corazón radiante. Aquí, ahora, está el amor. Está aquí. Me permito ser totalmente amado. Me permito amar totalmente este momento. Estás aquí. Estás en mí. Vamos juntos. Soy 2222 Los mismos que indica Un curso de milagros, pero

explicados de otra forma. 2323 Etimológicamente, “colectivo” significa‘ elegir conjuntamente’.

Recursos en internet Todas las prácticas están ordenadas en el sitio web creado específicamente para ayudarte a vivir la unidad con este libro: