Conurbano Maldito

CONURBANO MALDITO Antología de relatos negros Cuentos ganadores del concurso literario EL LADO OSCURO DEL CONURBANO Pr

Views 156 Downloads 4 File size 540KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

CONURBANO MALDITO Antología de relatos negros

Cuentos ganadores del concurso literario

EL LADO OSCURO DEL CONURBANO Primera Edición - 2016

Jurado: Osvaldo Bayer, Vicente Zito Lema y Damián Snitifker

Primera edición: octubre 2016 Publicado Por: Frente Juvenil Hagamos Lo Imposible [email protected]

Diseño de tapa e interiores: Mamut Diseño (Bs. As. - Avellaneda - French 87) Impresión: El Zócalo. Gráfica & Ediciones Santiago del Estero 995, C.A.B.A

Impreso en Argentina

PRÓLOGO “acá en mi barrio el hambre se nota y pasan balas todos los días y la violencia se pone fría y te espera... sentadita en el cordón.” Los Piojos, Reggae rojo y negro

El conurbano siempre está en el ojo de la tormenta. Los canales que hacen guardia en las teles de los bares, las radios que suenan en los taxis y las primeras planas que pueblan los bondis se han encargado de contar siempre la misma historia. Una historia de violencia, de robos y de asesinatos. Los sospechosos son los mismos de siempre: Los pibes chorros. Las gorritas. Los paqueros. Los villeros. Los negros. Los pobres. Pero casi nunca, los verdaderos culpables ocupan horas de radio y TV. Porque si hablamos de chorros, de corrupción y de grandes entramados mafiosos, créame que hay que hablar de los peces gordos: la maldita bonaerense, los políticos, los narcos, los jueces y los eternos barones, por mencionar algunos. Pero también créame que el otro conurbano existe, aquel que se anima a contar el “lado B” de las historias, aquel que se anima a desentramar a la bonaerense, a sacarle la careta a jueces y políticos, aquel que se anima a mostrar sus miserias pero también a mostrar quienes son los verdaderos culpables de las mismas. Como Movimiento Cultural Hagamos Lo Imposible, por medio de nuestro trabajo cotidiano conocemos desde adentro las problemáticas de los barrios populares del conurbano, donde sobran las necesidades que dan lugar al abuso de los poderosos, donde la violencia es moneda corriente y se lleva puesto el futuro de nuestros pibes. No queremos que nos arranquen nuestro futuro. No queremos dejar de imaginar un mundo mejor. No queremos pensar que el conurbano está maldito. No queremos pensar que la es3

quina, la bolsita y los fierros son la única salida. Múltiples son los caminos para dar la batalla, este libro pretende ser uno de ellos. Un ejemplo, entre tanto otros de literatura comprometida, que no reniega, ni se olvida de la creación estética. Proponiéndose en todo momento, indagar sobre la naturaleza humana, con originalidad, audacia y experimentación narrativa, comprendiendo primero su condición para luego interrogar, desentramar y desnudar el mundo en el que vivimos. Este libro, a su vez, pretende convertirse en una denuncia viva en manos de sus autores y lectores de la sociedad en la que vivimos, desafiar sus horizontes, empuñar la tinta y el cuerpo para no callarnos, para contar lo que nos sucede a diario. Nuestro desafío es que se retomen estos relatos y puedan convertirse en literatura del pueblo, de los barrios, de la juventud, que están conectadas con la realidad que viven la gran mayoría de los hombres y las mujeres de este mundo. Que no solo descansen en los estantes sino que cada uno de nosotros se convierta en hacedor de su propia historia, de su propio relato, que podamos empuñar el lápiz, escribir, crear y transformar. Movimiento Cultural Hagamos Lo Imposible.

Quilmes, Octubre 2016.

4

PEREJIL Fernando José Veglia

El pueblo era pequeño y la noche lo empequeñecía aún más, parecía un punto luminoso en medio de una oscuridad insondable, de cerros ondulantes y aullidos de viento. Calles y veredas estaban abandonadas a la soledad, a luces y silencios rutinarios. Solo el hotel, frente a la plaza, evitaba el adormecimiento escuchando los débiles murmullos del salón comedor. Un patrullero azulaba las fachadas somnolientas avanzando perezosamente, constatando que todos, objetos y personas, estuvieran en el sitio de siempre. Sin embargo, César estaba emboscado en su hogar, tenía el treinta y ocho listo y la certeza de que vendrían a matarlo. Pegándose a cada ventana y a oscuras, caminaba de un ambiente a otro escudriñando el exterior, sumergiéndose en el pasado que volvía a buscarlo. Hacía seis años que había llegado al pueblo. Era un desconocido a pesar de que sus antepasados estaban enterrados en ese suelo árido. Vivió en el hotel hasta que alquiló una casa pequeña. Dos meses después, en un local sobre la ruta provincial, inauguró el taller mecánico. Al intendente no le importó habilitar el negocio; podía ignorar las cicatrices de su rostro, los tatuajes visibles y su mirada pesada, siempre que reparase los vehículos de la intendencia sin chistar. Los vecinos no hicieron preguntas, su silencio era más que elocuente y el dinero convincente. Un mediodía caluroso y agotador, el patrullero llegó al taller estacionándose sobre la fosa, lejos de las miradas curiosas, como si necesitase una reparación. A César le repugnaban los policías, pero una nueva vida implicaba aceptarlos. Supuso que trabajaría gratis. -Buen día -saludó una voz ronca y un hombre robusto descendió del vehículo, enfrentando los ojos negros de César- ¿Se 5

imagina quién soy? -preguntó la voz, con una mano descansando sobre la pistola y la otra en la cintura. El automóvil los separaba. César asintió moviendo afirmativamente la cabeza. Imaginaba que era el comisario y que su estancia podía peligrar. -Muy bien. Soy Sánchez y, como ve, tengo unas cuentas canas -el comisario hizo una pausa densa, sosteniendo la mirada oscura que mancillaba sus ojos- Sé lo que hizo y quien es -afirmó y ambos cayeron en un incómodo silencio, hasta que César volvió a afirmar con la cabeza- Somos pocos y tengo que cuidarlos a todos. No quiero “quilombos”, ni amistades indeseables. Si respeta esos términos, nunca nos vamos a cruzar. Tiene mi palabra. -Sí, señor -contestó César automáticamente, aunque hubiese preferido cortarse la lengua. Maldijo al comisario en pensamientos, por su arrogancia de cerdo, de dueño de estancia. Había pagado sus pecados y no necesitaba amenazas. Sánchez no dijo palabra, lo miró unos instantes, cerciorándose de que lo escuchado era cierto, entró en el patrullero y salió del taller lentamente hasta desaparecer en la ruta. César masculló un “hijo de puta” casi inaudible, de despedida. El tiempo y los vehículos que reparó para la intendencia y la comisaría lo hicieron creíble, aunque no fiable. Siempre tendría ojos sobre sus pasos. Observó el patio trasero, pequeño y rectangular. Era probable que los asesinos saltasen la tapia vecina, aunque no había donde ocultarse. Había quitado los árboles y cualquier objeto que pudiese utilizarse como cobertura. El frío del revólver le recordó el de los barrotes y las pérdidas. Volvió al frente, guiado por el ronroneo de un motor. Espió la calle, a través de la ventana de la sala, y vio un Chevrolet rojo estacionado en la vereda opuesta, a pocos metros de la esquina. Sus ocupantes habían descendido rápido, estaba seguro de que no tardaría en conocerlos. Era el mismo automóvil que había llegado al taller, del que descendieron un joven, tenía un tatuaje en la frente y la mirada oculta detrás de antejos negros, y un hombre maduro, que a pesar del calor usaba gorra y ropa deportiva. Lo observaron desde el portón, como 6

lobos codiciando a una oveja en el corral, mascullaron algo en voz baja, uno utilizó el teléfono móvil y, aunque les preguntó a quién buscaban, desaparecieron. Supuso que la presencia de dos clientes salvó su vida. Demasiados testigos, demasiadas muertes, cuestión de presupuesto. Un ruido metálico lo llevó a la cocina, a la puerta que daba al patio trasero. Espió a través de la ventana, con el treinta y ocho martillado, sudando, asomando la mirada desde las sombras, sin mover la cortina. El ruido hizo crujir la cerradura, sobresaltándolo, potenciando sus sentidos. Alguien hacía palanca. Sin dudarlo, disparó dos veces contra la puerta y, al olor a pólvora mezclándose con un alarido, muerte y sudor, siguió un estallido de vidrios. El otro asesino estaba entrando por el frente, por la ventana de la sala. Su padre, Manuel, había emigrado de Tucumán hacía una vida. Con dieciséis años, el cuerpo magullado y la complicidad de su madre, huyó de las palizas paternas y la rudeza del campo en un vagón. Con lo puesto y la inocencia de los pueblos, terminó en el conurbano bonaerense. El capataz de una obra en construcción lo vio en la estación del ferrocarril esperando a nadie y, quizá porque le recordase a alguien, le ofreció trabajo a cambio de comida y un sitio con el sereno. Manuel nunca gozó de un descanso, solo conoció trabajos mal pagos, manos callosas y una miseria pegadiza, de la que huía a fuerza de pegar ladrillos y doblar fierros. Los años trajeron el amor, la familia y seis hijos, el último, el más pequeño, era César Díaz. Un solo trabajo no podía alimentar tantas bocas. Llegó el alcohol y las palizas. A los reclamos de su esposa y a los “tengo hambre” de los niños respondía a puño limpio. César, a los quince años, vio la casa paterna por última vez. Derramó algunas lágrimas por su madre y huyó. Logró, gracias a la intervención de su hermano mayor, alojarse en un taller mecánico de mala muerte a cambio de trabajo. Recibió, aunque era el blanco de las bromas de los mecánicos, buen trato y un plato de comida. Comenzó limpiándolo todo, desde el suelo hasta las pie7

zas, siguió ordenando herramientas, asistiendo a los que sabían y, en breve, culminó armando y desarmando automóviles. Durante su aprendizaje, notó que no había clientes, que las personas traían los vehículos a las apuradas, los dejaban a cambio de unos pesos o de nada, que debía desarmarlos a como diera lugar, de día o de noche, y que el dueño del taller rendía cuentas, cada quincena, a un policía. Entonces supo que el silencio era más valioso que cualquier habilidad, jamás cuestionó a su patrón, lo que le mandaba hacía, y el dinero no tardó en llegar. A los veinte años alquilaba un departamento, tenía pareja, un hijo de meses y una reputación forjada de complicidades. Había ascendido a encargado, la voz y las manos del patrón, pero necesitaba hacerse a un lado, tener un negocio propio. Sus ambiciones perecieron cuando la policía federal allanó el taller sorpresivamente. Alguien debía pagar por los crímenes: robo de automotor, desguace y venta ilegal de autopartes. La cuestión implicaba al dueño del taller, a la comisaría y a la fiscalía. Pero surgió una alternativa, que César pagase por todo y por todos. Lo confesó a cambio de su vida y de una compensación. El penal de Ezeiza lo aguardaba. La reja chirrió y los oficiales del servicio penitenciario abandonaron el pabellón, estaba solo y sus compañeros comenzaban a rodearlo. No sabía qué hacer. Durante su estadía en la comisaría y en los traslados, algunos presos le habían dicho que debía mantenerse fuerte o iba a pasarla muy mal. Las miradas comenzaban a pesarle. Una “faca” rodó hasta sus pies. La tomó y esperó. Resistió cuanto pudo, un tajo en el vientre, otro sobre la ceja izquierda y uno en la muñeca derecha lo desarmaron. Siguió una golpiza de patadas, puñetazos y escupitajos. Trataba de erguirse, pero era imposible. Los gritos desaparecieron hasta que despertó en la enfermería. El terror lo dominaba, varias veces retrasó el tratamiento causándose lesiones. Cuando volvió al pabellón, lo recibió “Chanchi”, un hombre joven y corpulento, rapado, de 8

mirada escrutadora e insostenible, cargado de tatuajes y algunas cicatrices. ¿Qué pasa? ¿No te gustó la bienvenida? –preguntó “Chanchi”, sin hallar respuesta, sonriente- Otra pelotudez así, y no la contás. Acá, el “poronga” soy yo y vos un “perejil”. Vas a hacer todo lo que te digan, limpiar, cocinar, lavar, todo, como una “mina”. Mientras paguen, vivís. Ahora, desaparecé. César, que no había despegado la mirada del piso, obedeció y, mientras resistió con los puños, lesionándose para terminar en la enfermería o evitando las duchas y el patio, sufrió los abusos que su jerarquía debía soportar. “Chanchi” lo tuvo entre cejas hasta que consiguió transformarse en un fantasma silencioso y hermanarse con los otros oprimidos del pabellón. El tiempo rehízo su cuerpo y su realidad, era un muchacho robusto y oscuro, había perdido a su familia, incluso la esperanza de ver a su hijo. Solo esperaba salir del penal y huir lo más lejos posible. Pero la llegada de “Willy”Krueger cambió ciertas cosas. -Hola –saludó “Willy”, con un acento extraño, mientras las rejas temblaban y los oficiales lo abandonaban a su suerte- No quiero pelea –advirtió, desde su metro noventa de estatura y cien kilos de musculatura tensándose, a los tres compañeros que lo rodeaban. Pero una “faca” rodó hasta sus pies –¡No! No pelea – repitió, sin recoger el arma y observando al grupo, la curiosidad había sumado tres presos más. “Chanchi” abandonó sus quehaceres y, a pesar de que nunca asistía a las “bienvenidas”, fue a ver al nuevo. Tenía la espalda ancha, una cintura pequeña y aspecto de “milico”, pelo corto, mirada firme, bigotes pequeños, ni una marca de haber estado encerrado. -¿Qué mierda pasa? –gritó “Chanchi”- Denle la puta “bienvenida” a este gringo pelotudo. Los primeros tres atacantes quedaron fuera de combate rápidamente. “Willy” sabía pelear, había evitado que lo inmovilizasen y sus golpes resultaron demoledores. La tensión aumentó, podía palparse. Volvieron a rodearlo. Ahora eran seis. 9

-Basta ya –dijo “Willy”, contra las rejas- Amigos, no lastimo. Atacaron todos a la vez, como si la voz del extranjero fuese la señal. El primer atacante cayó pesadamente, había recibido un certero golpe en la nuez de Adán y comenzaba a asfixiarse. El resto soportaba la andanada de puñetazos, buscando inmovilizarlo. Había sangre en los rostros, en el suelo, podía olerse. “Willy” dislocó una rodilla de una patada y a los gritos de furia se asociaron los de dolor. Apareció “Chanchi” con una “faca”, los primeros tajos y el cansancio. Entonces, César vislumbró una oportunidad, tomó un palo de escoba y lo partió en el cráneo de “Chanchi”. El líder estaba fuera de combate y otros presos, que habían permanecido al margen de la “bienvenida”, que habían sido oprimidos, pasaron a las filas del recién llegado. La jornada terminó con cuatro lesionados más, castigos disciplinarios y un nuevo “poronga”: “Willy”. El extranjero resultó un ex militar alemán. Despedido del ejército por adicción a las drogas, había buscado suerte en la seguridad privada. Pero el vicio lo llevó a Sudamérica, a desempeñarse como guardaespaldas en Colombia y a una promesa de dinero fácil en Argentina: Asaltar dos camiones de caudales. Llevó a cabo el atraco, junto a una banda que desconocía. Después de varios meses huyendo, lo atraparon en la frontera con Paraguay. César estaba en el bando dominador. De pronto, era el lugarteniente del líder y manejaba ciertos negocios con algunos oficiales del servicio penitenciario y otras facciones del penal. No olvidó a “Chanchi” y sus secuaces, retribuyó con sadismo todos los abusos que había soportado. La amistad que forjócon “Willy” resultó honesta, compartieron sus desdichas y deseos. Cuando recuperó la libertad, jurónunca olvidarlo. Aunque quería alejarse, perderse, intentar una vida tranquila, quizá instalar un taller donde nadie lo conociese. El asesino rompió y atravesó la ventana de la sala, suponiendo que le habían disparado a su compañero, que no tardaría en enfrentarse con su víctima. Vio una puerta plegadiza abierta, la delpasillo distribuidor que conducía al baño y al dormitorio, 10

y otra que lo separaba de la cocina. Permaneció quieto, tenía elveintidóslisto y escuchaba una respiración agitada, olía una mezcla de pólvora y sudor. Dio tres pasos ruidosos en el mismo sitio y, cuando la figura de César apareció desde la cocina, le disparó cuatro veces al pecho. Fueron chasquidos luminosos, hasta que el treinta y ocho rugió mordiéndole de un balazo el estómago y destrozándole las entrañas. El taller entretuvo a César, aunque nunca pudo deshacerse de sus fantasmas, de los gritos, la sangre, las traiciones, el silencio, las miradas que lo señalaban. Una mañana leyó en un diario nacional que habían capturado a “Willy” Krueger, un peligroso criminal, especialista en robo a camiones de caudales. Cuánto tiempo había pasado. Sacó cuentas y concluyó que era el alemán. Tuvo ganas de contactarse, de brindarle apoyo, pero las reprimió. El artículo no decía nada del posible destino del reo y, si volvía al pasado, acabaría muerto. El trabajo y el tiempo lograron despejarle los pensamientos, comunicarlo con los habitantes del pueblo, pero otra noticia volvió a perturbarlo: “Willy” estaba en el penal de Ezeiza, debía cumplir doce años de condena. El pasado volvía con fuerza corroyéndolo por dentro. Había quedado en deuda y tenía que hacer algo. Telefoneó al penal, informó sus datos y volvió a escuchar la voz de su único amigo, ese acento inconfundible. Ambos rieron. Prometió enviarle dinero y se despidió asegurándole que llamaría. Quince días después, dos asesinos los habían hallado. César, recostado contra una pared de la cocina, respiraba trabajosamente. Las heridas le ardían y sentía una jaqueca insoportable. No podía pararse. La sangre comenzaba a rodearlo, debilitándolo, llevándose su vida. Sabía que de no recibir ayuda rápidamente, moriría. Maldijo el calibre pequeño del asesino, la agonía. Aunque era evidente que lo habían traicionado, no estaba arrepentido de haber llamado a “Willy”. Escuchó las voces de los vecinos, unos lo llamaban, otros pedían auxilio. Vio la sala envuelta en la perezosa luz azul del patrullero. El comisario pidió calma con su voz imperativa, lo llamó 11

a grito pelado e ingresó a la sala por la ventana. -La puta madre –masculló Sánchez, viendo el cadáver del asesino en la sala. Desenfundó la pistola y comenzó a registrar los ambientes, encendiendo las luces. Siguió un rastro de sangre hasta dar con el rostro pálidode César. -Teníamos un acuerdo –dijo el comisario, desarmándolo y mirando, a través de la ventana, el cadáver del otro asesino tirado junto a la puerta- Te cargaste a dos… Más de uno te quería lejos y callado por “perejil”, pero no pudiste. Hace unos días me ofrecieron unos pesos por tu cabeza, llamaron de Buenos Aires... Soy un hombre de palabra –afirmó, sentándose en una silla, con el respaldo al frente, observando una mirada oscura, una respiración agitada- Pero trajiste “quilombo” y amistades indeseables –limpió el treinta y ocho con un pañuelo y, apuntándole a la sien, sentenció- Somos pocos y tengo que cuidarlos a todos. El disparo retumbó en todos los ambientes, enmudeciendo a los vecinos y alertando a los oficiales que aguardaban afuera de la casa. La voz de Sánchez calmó los ánimos: Todos estaban muertos.

12

EVA Nilda Leonor Allegri

La Eva se había ido primero del campo, y al toque del pueblo con Macín, que le prometía la capital, ese paraíso, pero después a la capital la vio solo en los noticieros, porque él la llevó a San Justo y ella después siguió en el conurbano, ya siendo doña y con dos varones y Janice embarazada de ocho meses, recalando en la Chancheria, que está casi en la capital, pero enfrente, en la parte que no le gusta a nadie. No obstante, había progreso en ese derrotero. De niña en patas, para todo uso, de una familia con once hermanos y mucha hambre, a madre de tres en Matanza, en casa propia, aunque sin escriturar, y finalmente mujer emancipada, como decían las de género que daban los talleres a las mujeres del barrio, acá en Lomas de Zamora. Cuarenta y dos años de caminar la tierra, aunque su cara en el espejo le parecía de sesenta y el alma de doscientos y encima esas pendejas del Género que creían que le podían enseñar cómo era la vida, porque salieron de la facultad. Eva solita se había sacado de encima a Macín, y el nene de la Janice había nacido más que sano en el Pena, y sus varones, el Caito y el Abel, se iban asentando, los dos terminaron la secundaria en el Fines, junto a ella, madre e hijos yendo juntos a la delegación, un orgullo. Una lástima que la Janice hubiera dejado de estudiar, con 18 años, pero se entendía, el ir y venir a la casa del padre del chico, hasta que directamente eso de vivir juntos quedó en la nada, pero con un Macín más, otro varón para criar, o ayudar a criar, sanito, gracias a Dios, el Santino. Caito había entrado en la Local, y Abel remisiaba, cuando el patrón le daba el auto, y eran muchas veces, y a cualquier hora. No le gustaba, olía algo feo. Lo llamaban por celular, y Abel siempre salía, como enojado. Por suerte no se les pegó lo de la vagancia para el trabajo del padre. Los dos sabían el oficio del albañil y con eso 13

pudieron levantar la losa Las de género en una cosa tenían razón: una sale adelante con los hijos, aun sin marido, pero eso de que no es obligatorio tener hijos no le entraba, los hijos son la riqueza. Al barrio había que darle tiempo. La Chanchería era nada cuando llegaron, ella misma había pensado en volver con Macín ni bien vio la porquería donde habían agarrado terreno. Pero hoy, cuatro años después, tenían flor de losa, y los chicos trabajo y no faltaba ni aceite ni garrafa, ni acolchado y Eva pensó que el tiempo no hay que tratar de volverlo para atrás. En cuanto al Abel, bueno había que darle tiempo también. Ya iba a dejar la mariguana, por lo menos no era un paquero como otros y cuando lo llamaban para trabajar salía. El Caito policía y Dios que cumpla su parte. CAITO Nos habíamos ido de San Justo cuando mi vieja decidió dejarlo al viejo, la Eva es brava, y averiguando nos enteramos que esa noche se tomaban terrenos en la Chanchería, pasando La Noria. Entonces Abel y yo, todavía pendejos, le hicimos el aguante con la gente que nos llevó desde San Justo en un bondi alquilado, algunos con fierros, y a nosotros nos habían dado unos palos, negociando el lugar con los de la política, la policía tratando de sacarnos a patadas, los punteros que organizaban haciendo su kiosko y llevándose su tajada. Muchos de los bolivianos que estaban con nosotros, que pelearon por el terreno, mas tarde los vendieron por unos billetes. El barrio era un pozo y ahora es un mar de losas sin terminar. La nuestra la levantamos juntos yo y el Abel y mi vieja que entró ladrillo sapo a lo bobo y cuidó día y noche que no nos afanaran los hierros, Mi hermana que un mes después paría a su pibe que no hace nada pero es otra boca para alimentar. Que llegara Santino nos sirvió para que la municipalidad nos ayudara con materiales y colchones, Todo a pulmón y yo que ya estoy cansado de tanta gente dando vuelta.. Hace ya un año después de soñar, le di bola al de la Delegación y me fui a anotar en 14

la Policía Local y también le rompí al Abel. Habíamos terminado el Fines , casi nunca iba yo porque cuando no changueaba levantaba paredes, o iba a las manifestaciones porque eso me servia para cuando pedía cosas en la Delegación, y cuando iba no estaban los profesores, pero al final, pintó titulo y además Abel y me vieja, que era la que mas entusiasmada estaba, me pasaban los apuntes y los profesores lo sabían y eso sirvió para tener secundario. Lástima que mi viejo y ni se enteró de que nos habíamos recibido los tres con titulo, me hubiera gustado que venga a la entrega, pero la Eva es rencorosa y no aflojó, hizo empanadas y hubo fiesta en casa. Como los norteamericanos de las series, nosotros, los tres también tuvimos fiesta de graduación, y vinieron los vecinos y pintó cumbia y bachata y fernet toda la noche. El de la delegación, que se cree groso pero es un tarado, nos juntó a todos los que egresamos y nos dijo, “anótense en la Policía Local, ahí hay futuro, trabajo en blanco, arma reglamentaria, sos un señor”. No le hubiera dado mucha bola si no fuera por el sueño. Mi vieja se hubiera anotado si le hubiera dado la edad, nos dijo. Esa noche que me recibí soñé que había una presa, un animal vivo, y yo daba vueltas olvidándome que estaba ahí, pero la presa me olía y yo era la presa. Nos sacaban fotos, nos preguntaban quien había cazado a quien, había sangre y alguien la lamía. Abel no estaba en el sueño, pero a la mañana lo desperté y fuimos juntos a anotarnos en la Policía Local. A raíz de eso perdió la changa fija, en el mercado de la Salada, y de ahí en mas solo remisea, al menos eso dice él. Había como doscientos monos, mas de la mitad eran mujerio. Nos atendieron unas licenciadas que nos pidieron que dibujáramos gilada. En la cola nos avivaron que teníamos que dibujar paraguas, pero sabiendo eso y todo, yo entré y el Abel quedó afuera. Me dio tanta bronca que cuando volvimos le dije que yo si él no ingresaba, yo no quería ser cana. Me empezó a gastar con que necesitábamos un gorra en la familia, que le tenia que prestar el fierro, que las wachas del barrio se iban a piyar encima cuando me vieran de uniforme. Lindo imaginarme con uniforme y un sueldo en el banco cada mes, y darle una mano a la Janice, porque del gil ese de Fernando no se podía esperar ni una 15

lata de leche y un paquete de pañales por mes.. Así que, parece que con ayuda de San Vicente, soy Pitufo de la local de Lomas, con un 9 mm reglamentario mío propio, chaleco antibalas que estoy pagando en cuotas, manejando un Toyota Helios, cero kilometro, todo legal. Los seis meses de formación fueron un viento que pasa y arrasa y después es como que me desperté en otro planeta, El viejo Eugenio, uno de los instructores nos decía siempre que el principal objetivo de un policía es volver a la casa a la noche, vivo. El objetivo es mantenerse vivo. Ya tengo destino, estoy con el móvil frente al Frigorífico La Loja, cerca de Centenario, pero lo suficientemente lejos de mi casa, para que no se me arme bardo,conozco demasiado bien la gilada como para hacerme el otario, y lo del uniforme con las guachas no funciona, porque hay unos que venden paco acá nomas que una vez me empezaron a fisurear y tuve que pensar muchas veces lo del viejo para no sacar la reglamentaria. Desde ese momento, me saco el uniforme en la comisaría y lo pongo en el bolso, como cualquier gil laburante. Lo bueno es que estoy tranquilo, y cuido al móvil como si fuera mio, y mi binomio es una piba macanuda, la Ariadna Santome, ella tiene mas experiencia, es de la primera promoción de la local, y con mas huevos que un macho, con la que pasamos el tiempo hablando, cuando no se enfrasca en el celular con su novio, charlando. Una vez la vi en la calle, sin el peinado de oficial y sin uniforme, y no la reconocí, mira como nos cambia la pilcha. Lo que me preocupa es lo del Abel, desde que soy cobani me mira mal, y nosotros éramos los mas unidos, carne y uña. El viejo Macín, mi padre, nos recitaba al Martin Fierro, “cuando ellos se pelean los devoran los de afuera” Pero este pendejo no se que se cree, cada vez que le intento hablar, me frena diciendo, eh boludo, te comiste un gorra, vos, que hablas. Y yo me quiero acercar, darle una mano, darle consejos, yo veo muchas cosas y algunas no las quiero ver, como la junta que tiene, que no lo va a llevar a ningún lado, salvo la cárcel y él me mira como si fuera un extraño, como si estuviera del otro lado. Se olvida todas la que pasamos juntos, se olvida que fuimos a la primaria, que pasamos hambre juntos, se olvida cuando lo operaron de la péndice y mi 16

vieja iba a limpiar casas y yo estuve todo el tiempo en el hospital de san justo con él. Un día que estaba en pedo me dijo “vos sos otro”. Y se largo a llorar. SI él hubiera querido entrar a la Local, hubiera podido, yo estando ahí adentro tengo un poco de banca, le hubiera dicho como hacer el tipo del dibujito con el paragua y que la casa no la haga tan chiquita y que la ponga en el medio, y hasta hubiera hablado con la licenciada, que cada tanto me llama para hacer dibujitos y para que le diga que todo está más que bien. Pero el Abel me sacó cagando, me dijo que en esta casa ya hay demasiado olor a chancho y yo no me ofendí porque se que está dolido. Entonces, ayer, cuando la Eva me dijo “Caito, dame una mano, mirá en que anda tu hermano” me hinché las pelotas “sabía que la vieja estaba preocupada, pero le dije “acaso soy yo el guardián de mi hermano?” y si bien nunca le falte el respeto, casi que le levanté la voz. Que el pendejo haga lo que quiera, bastante tengo yo en volver sano cada noche, no meterme en kilombos por bocón, y mirar para un lado cuando tengo que mirar y para otro cuando no tengo que ver. ABEL

La verdad que lo mejor que me podía pasar es no haber aprobado el ingreso para ser pitufo, mi hermano entró y ya no se puede contar con él. Hasta me mira con cara de asco cuando le ofrezco una seca, a mi, justo a mi , viene a hacerse el otro, menos mal que ya no vuelve vestido de pitufo a casa, porque me daba vergüenza el aire de patrón con el que nos mira a los pibes y un día de estos iba a tener que cagar a palos a los que se le reían en la cara. Desde que perdí la changa en La Salada vengo para atrás, decí que ahora Caito tiene sueldo fijo y hasta puso a mi vieja a su cargo en la obra social, así que le cubren la diabetes y sacó un préstamo y compramos hasta un aire acondicionado, porque la Chancheria que esta a media hora de San Justo, tiene un clima que ni que fuera el desierto del Sahara. Pero la plata igual no alcanza y yo tengo mi orgullo, Saldré de pobre sin ser cobani. La cuestión, dicen los grandes, es trata de mantenerse vivo. Volver, 17

con o sin guita (eso puede pasar) pero vivo, y mantenerse afuera, porque una vez que estas fichado, empieza el fin. Yo tengo 22 y ni una entrada. Y así trataré de seguir. Apenas me levanté, con la lengua verde del mate, quemé las ramas de olivo, el fueguito ni calentaba, apenas unas ramitas patas para arriba en el crucifijo, donde la cama de mi vieja. La Eva bufaba ronquidos y se le deslizaban unas babas en la almohada, mosqueándose por el ruido que hice, tropezándome con unas ollas que había puesto por el asunto de las goteras.,Al final hoy es miércoles. Llego el día. El olivo no hizo olor como esperaba, con esa peste de cuando quemas madera verde. Lo importante es que con las cenizas pueda empolvarme la cara pintando, clara, una cruz en la frente. Justo mi hermano se estaba yendo, me vio quemar el olivo y pareció querer hablar y yo le di la espalda, justo hoy no estaba para andar de charla. Cuando salió, me hice la cruz de ceniza en la frente, me gustó, era como esas cosas de guerra de esos guerreros del haka, que golpean con las patas el suelo . Un tatuaje parecía, pero un tatuaje gris. “El viejo Almazan” sabe de estas cosas, se volvió evangelio en el penal y me dijo que si me encomiendo al santito Gil,y a San La Muerte, cada vez que salgo a trabajar voy a volver a casa, que no puede fallar, pero yo además de eso, soy muy creyente de la virgen y en el santito patrono de las lluvias que es San Vicente. Mi viejo me dío una chapita con San Valentín, y yo después aprendí que ese santo le gustan las fiestas, como a mi.. Lo enterrás cabeza abajo y hasta que no caiga agua lo mantenés. Y cuando llueve le haces una fiesta, para cumplirle por la lluvia. En la Chancheria , mas que ayudar, la lluvia jode, pero el Macín me contaba de cuando vivía en Santiago del Estero, con la seca se le morían las ovejas que cuidaba y no quedaba nada para comer. Y ayer llovió, buena tuya San Vicente: es una señal . Y por ahí con este trabajo me salvo y me compro un auto, y empiezo a remisiar por las mías, pero no en un trucho, sino en una agencia buena, del centro de Lomas, y después vamos a ver quien trae mas plata a la casa. Por ahí, incluso, la pu sacar a la Eva de acá y dejarle la casa a la Janice. La vieja se despierta, me ve y me dice medio dormida que la 18

ceniza en la frente es para recordar que nuestra vida en la tierra es pasajera y que el cielo será nuestra casa. Y para eso tenemos que ser buenos. Le doy un beso y me voy. Tengo que encontrarme con los pibes que se hicieron de una Nissan Frontier y me pasan a buscar por la Ribera, con tanta preparación no da quedarme de garpe. Es un trabajo limpito, un frigorífico. ARIADNA

Pero quedate tranquilo, Caito, todo en regla, después redactamos el acta y seguro nos ligamos una felicitación de los capos, quien te dice algo mas. Te va a quedar pipi cucu para tu foja de servicios, ya se que es tu primer óbito, pero después te acostumbras, dejate de llorar que están los de Crónica que por ahí te ponen en una placa roja “Pitufo llorando” y yo quiero que salgamos como lo valiente que fuimos. Dale, quedate tranquilo que ya modulo y cerramos todo esto y volvemos a casa. No me mariconee ahora amigo, acaso no cumplimos con lo que nos machacaban en la Escuela, volver sanos, Esta noche te tomas un fernet por el muerto y todos contentos. Espera que modulo: Base a móvil ¿Me copias, base? aquí Movil 5765 /-QRV ¿alguna novedad? /- Sí, aquí oficial Santome, Ariadna, Camino Negro, bajada de Itati, frente a Frigorífico, atraco consumado, con dos ñatos muertos, y una pila de fierros en un vehículo flojo de papeles, Nissan Frontier, chapa XLS 931, seguro que afanado, hay que cotejar. La plata la tenemos y los testigos para el acta también, solo necesitamos refuerzos, porque mi binomio se siente mal, Los óbitos, tome nota, uno se llama Abel Macín, argentino, 22 años y el otro, Olegarío Almazan, 55 años, estaba bajo palabra, a ver que dicen ahora estos del Patronato. Otros dos se dieron a la fuga, en un auto de apoyo. Te tengo que dejar, porque acá están los de C5n y los de Crónica que vinieron a caranchear noticias. Ah, mandame una ambulancia. No, no hay heridos, es para este pibe nuevo, mi binomio, el Caito, ese de la última promoción, el que vive en la Chancheria, parece que el tomuer era pariente. 19

SEGÚN EL DATO Enrique Antonio Rivas

La levantamos en la Monteverde. A tres cuadras de la cancha del Tambo. Según el dato, la piba salía de la 52 a las 17.10 y caminaba un par de cuadras hasta la parada del bondi. Por supuesto que iba acompañada y por supuesto que la avenida estaba hasta las manos. No pasa nada. Apenas JC miró la foto en su celular y nos confirmó que era esa, acerqué el auto al cordón de la vereda, clavé los frenos y Milton abrió la puerta. Ni siquiera bajó. Sacó medio cuerpo y agarró a la pendeja de las mechas y la metió en el auto. Al toque le puso una capucha y la hizo acostarse en el piso. Ya fue. Nos vimos. En menos de un pedo ya estábamos cruzando el puente y en menos de otro pedo ya estábamos en Calzada. La onda era guardarla en una casucha de Mármol, aunque primero teníamos que hacer algo de tiempo y cambiar de carro en el taller de Raimundo, al toque del arco de Calzada. Según el dato, el padre la piba, en esos momentos debería estar en una reunión, en Quilmes. En el taller estuvimos diez minutos. Metimos a la piba en el baúl de un Duna, le dimos unos mangos a Raimundo a cambio del carro, una bolsa con algo de comida y un inhalador. Según el dato, la piba sufría de asma, así que por las dudas preferimos ahorrarnos un quilombo. No daba esconderla un par de días y que le agarrara un ataque en plena noche y tuviéramos que salir a pegar un coso de esos que ni sabíamos dónde mierda se compraban. Antes de enfilar para Mármol, frenamos en un locutorio que se parecía a un santuario del Gauchito Gil y bajé a hacer la llamada. Según el dato, no nos convenía llamar desde un celular porque ahora te ubican al toque con todas esas antenas nuevas. Yo qué sé. —Tenemos a tu hija —fue lo primero que le dije al tipo que 20

me atendió. Y el tipo que me atendió, que apenas dijo un hola bien fiacoso, no hizo ningún comentario. De fondo se escuchaba el ruido de otras voces. —¿Escuchaste? —le dije, tratando de no levantar la voz en esa cabina que olía a Ayudín desinfectante. —¿Quién habla? —El tipo que tiene a tu hija, pelotudo. —¿Quién carajo habla? —¿Sos sordo? Te dije que tenemos a tu hija. Así que vas a tener que juntar un palito si querés volver a verla. Un palito. —¿Qué hija? Acá en un toque me cagó. Por suerte me acordé que, según el dato, la piba se llamaba Karina. —Karina —le dije. —¿A quién? —¡Karina, la concha de tu madre! —grité, y el dueño del locutorio me miró con cara de ojete—. ¿Sos pelotudo? —Me parece que vos sos el pelotudo. Yo no tengo ninguna hija, así que la jodita te salió para la mierda. ¿Qué? ¿De qué habla este loco? —Esperá —le dije—. ¿Sos Ernesto Paz? —Si llamás al celular de Ernesto Paz lo más probable es que te atienda Ernesto Paz. Así que sí, boludo, soy Ernesto Paz. ¿Vos quién carajo sos? Y entonces el tipo me dijo dos o tres boludeces más mezcladas con algunas puteadas y me cortó. —No es la hija —le dije a los pibes apenas me metí en el coche—. Nos recontra durmieron. JC puso cara de boludo y preguntó qué qué qué muchas veces. Milton no sé qué cara puso, pero dijo que no lo podía creer. —¿Cómo sabés? —me preguntó JC. —Me lo dijo el tipo. No tiene ninguna hija. 21

—Yo les dije, forros —dijo Milton—, que era imposible que la hija estudiara en esa escuela poronga. —Te puede haber chamuyado—me dijo JC. Según el dato, Paz era un importante sindicalista de la Federación Gremial del Personal de la Industria de la Carne y sus Derivados (o sea, de los carneros) al cual le teníamos que sacar un palo por su hija que, supuestamente, estudiaba en la 52 de Claypole. Pero ahora resultaba que no tenía ninguna hija. Así que teníamos a la hija de alguien en el baúl, pero no a la de un sindicalista del orto. —Me parece que tu dato nos cagó —le dije a JC. —No es mi dato. Te dije bocha de veces que no es mi dato. —Me importa un choto. Pasame el teléfono del tipo. —¿Otra vez con lo mismo? Te dije que no lo tengo, que las dos veces que hablamos llamó a lo de Mancilla. Mancilla era un jovato ex cana que, de vez en cuando, nos conseguía laburitos medio pedorros. Como por ejemplo una salidera, vaciar la casa de un jubilado, robar computadoras de una escuela, etc... —¿Y la foto de la piba? —le dije a JC. No me cerraba nada. —También se la mandó a Mancilla y Mancilla me la mandó a mí. Aunque lo conocía hacía banda de tiempo, en un toque no pude dejar de pensar que JC me estaba caminando o que lo habían caminado a él con este laburito. Una de dos. Y ninguna de las dos me gustaba. —Entonces llamá a Mancilla —le dije—. Acá alguien va a tener que dar explicaciones. Arranqué el auto y me puse a dar un par de vueltas sin sentido mientras JC decía que aprovechemos que tenemos una piba secuestrada y que pidamos rescate a quién sea. Aunque nos den diez lucas, algo teníamos que sacar. —No da —dije, pero Milton se sumó y dijo que no le parecía mala idea. Que había dos opciones: sacarnos a la piba de encima y no recuperar ni para el gas, o jugarnos a ver cuánta guita podía22

mos sacar por ese paquete. En eso, mientras Milton decía que de última podíamos venderla a algún tugurio, sonó el celular de JC. Era Mancilla. No lo dejé ni saludar, le arranqué el teléfono de la mano a JC y me lo puse en la oreja. —¿Están en un Duna blanco? —fue lo primero que dijo Mancilla. No me dio tiempo ni para putearlo como tenía pensado hacerlo. —¿Cómo sabés? —Lo sabe todo el mundo. —Nos recontra vendieron. —Escuchen —dijo Mancilla—, hubo un problemita con el dato. La pibita no era para ustedes. —¿Qué? —A la pibita no la tenían que levantar ahora, y menos ustedes. —¿Quién es? —La hija de un yuta de la 6TA. Así que les conviene que la suelten ya mismo. —No podés ser tan pelotudo. —Después hablamos de eso —dijo Mancilla—. Ahora dejen a la pibita o se pudre todo. —¿El padre ya lo sabe? —Lo sabe toda la bonaerense. Así que dejen a la pibita y guardensé un buen rato. Después los llamo. Mancilla me cortó. Di un par de vueltas largas mientras le contaba a los pibes el nuevo quilombito. Cuando estábamos cerca del Club Pucará, frené pero sin apagar el motor. —Soltala a la mierda —le dije a Milton, que bajó sin chistar. Me puse a pensar en el lindo bardo que nos había metido Mancilla. JC dijo que no le extrañaba nada de Mancilla, que ya era un viejo gagá y que si alguien le ponía un corchazo en la cabeza le haría un gran favor. —¿O no? —me dijo JC—. Alguien con dos dedos de frente no se confunde de foto. ¿O no? 23

No dije nada. Milton se asomó por la ventanilla, con la boca abierta como un pelotudo, y dijo: —Creo que se desmayó, boludo. Pero no, ni ahí se había desmayado. Cuando fuimos a verla la encontramos bien muerta. Su cara tenía una expresión como si se hubiera ahogado o sofocado o algo de eso que le pasa a la gente que se muere ahogada o sofocada. —Ah, cagamos —dijo JC—. ¿Y ahora? —¿Seguro que está muerta? —dijo Milton. —¿Vos decís que se quedó dormida y se olvidó de respirar?— le dije, para no decirle que era un tremendo pelotudo. —¿Y ahora? —repitió JC, al mismo tiempo que escuchamos el ruido de una sirena por ahí. Una sirena de cana, más vale. No se nos ocurrió otra idea que tirar a la piba en un container lleno de basura y prender fuego el Duna cerca del Parque Industrial de Burzaco. Aunque primero, esa misma tarde, pasamos por lo de Mancilla y le hicimos el puto favor que nadie se animó a hacerle. Por viejo, por boludo y por bocón. Después sí, nos fuimos a la mierda del barrio un par de meses. Hasta el día de hoy que, según un dato, el cadáver de la piba se lo encajaron a unos ex ratis que estaban en guerra con otros ratis. Algo así. Si el dato lo dice debe ser posta.

24

UN DÍA HERMOSO Kike Ferrari “Nobody wants to be here, and nobody wants to leave” C. McCarthy

– A ver, hijo de mil puta. –grita Pedro sin sacarse el casco ni bajar de la Yamaha– Bajate, dale. Pero tras la ventanilla polarizada las cosas no son lo que él esperaba y todavía tiene tiempo de pensar una vez más: no tendría que haber salido de la cama hoy.

Lo sabía desde que se despertó. Desde antes de despertarse. Cuando el celular empezó pi pi pi pi, pi pi pi pi y la resaca de la noche anterior empezó a cobrarse lo suyo. Abrió los ojos y la luminosidad breve que colaba por las hendijas de la persiana hicieron su trabajo rápido y bien: puñales que le avisaron que, maldición, se trataba de un día hermoso. Las sábanas se pegaban a su espalda por la humedad y el calor hijo de puta de mediados de febrero. Hoy no tendría que ir a laburar, pensó Pedro paladeando el calor, volviendo a bajarle la cortina a sus párpados, no tendría que levantarme siquiera. Se dio vuelta, abrazó a su mujer por la espalda, metió la cara entre sus pelos negros desordenados sobre la almohada y le apoyó la erección matinal entre las nalgas. – Salí –masculló ella, acompañando las palabras con un movimiento de hombro sin apenas despertarse. Pedro separó el cuerpo con una puteada en los labios resecos. Después se levantó de la cama como pudo e intentó, a ciegas, encontrar algo con qué vestirse. Inútil, habría que esperar. Dejó pasar los segundos que pronto fueron minutos hasta que sus ojos se fueron acostumbrando a la luminosidad tenue. Al fin agarró la remera gris con la lengua de Los Stones de arriba de la silla y la olió. 25

Aguanta, pensó antes de ponérsela. Se dio vuelta hacia la cama. Casi quince años juntos y todavía lo calentaba como loco el dibujo del cuerpo bajo las sábanas, el pelo renegrido desparramado en la almohada, la boca entreabierta en un ronquido suave. Cuánto hace que no la despierto a pijazos, pensó. Sonrió enseguida, negando con la cabeza: cómo si se fuera a despertar. Como si no supiera lo que iba a pasar, lo que acababa de pasar: salí, dejame. Pensó que quizá el matrimonio termina siendo eso: que la mujer que te calienta te descarte con un movimiento de hombro y sigan durmiendo una mañana de calor. Levantó el jean y las topper del piso y se fue a la cocina. Sacó la botella de agua fría de la heladera y dio un trago larguísimo para tratar de apaciguar el incendio. Puso a calentar la pava con el agua para el mate y se terminó de vestir. Cuando la erección aflojó un poco fue hasta el biorsi a desagotar. Se lavó los dientes y en el camino de vuelta a la cocina hizo una parada en el cuarto de los pibes, que dormían profundo despatarrados como dos marionetas rotas, sin taparse y en cuero, bajo el ondular monótono del ventilador de techo que hacía flamear, una vuelta sí y la otra también, la bandera de Racing. No tendría que ir a laburar hoy, pensó, ni ellos a la escuela. Quedarnos en casa. Que peguen el faltazo y boludear un rato con la manguera en la terraza o irnos a jugar a la pelota al parque. Pero recordó la cuota de la heladera, el seguro de la moto, el vencimiento de la concha de su madre. No. Hoy no es el día, pensó. Pensó que quizá la vida adulta es eso: que nunca sea el día. Nunca tu día. Que el de quedarte con los pibes, jugar, reírse como locos, es siempre otro. Mañana. O pasado, capaz. Nunca hoy. Maldición, cantó bajito como si se arrullara, va a ser un día hermoso. Maldición. Volvió a la cocina. Con el primer amargo prendió la radio sólo para confirmar el calor de mierda e informarse del estado 26

del tránsito: marcha lenta en Lugones mano a Capital, un poco más fluida en Dellepiane y la autopista Illía. El Acceso Norte totalmente detenido a la altura de Pacheco por un corte de ruta de los trabajadores de Fate. No tendría que ir un carajo, pensó una vez más, mientras agarraba el casco, los anteojos negros, las llaves de la Yamaha y salía a la calle.

En la agencia lo esperaban mate, biscochitos y charlas repetidas de lunes a la mañana: El calor, el tránsito, lo que escabiaron el fin de semana, lo que morfaron. Y fútbol: Boca que se comió tres con los Cuervos. Los tenemos de nietos. Ganen una Copa y después hablamos. Hijo. Qué querés si al Chino Benítez no le trajeron a nadie. ¿Lo escuchaste a Cascini? Otra vez el cabaré. Y River, a penas uno a cero y eso que jugaban con Banfield, eh. Uno a cero y a la punta, loco. Andá, jugaban con nadie. Sí, pero nos echaron al Muñeco. Callate, si sale uno y tienen otro ¿viste qué golazo metió Lucho? No jodas, es un pecho, ese. Vos estás loco. Vos porque sos quemero. ¿Y Racing, Racing de mi vida, vos sos la alegría de mi corazón? Dos al Bicho. Vamos Cardetti. Vamos. Vamos Lacadé. Morgan, el encargado, los interrumpió para avisar que había poco laburo. – Y vos no empieces a romper las bolas, eh, Piter –dijo. Me tienen marcado como quilombero, pensó Pedro con un dejo de orgullo. Si no me comí los mocos con la yuta en el 2001 no voy a arrugar ahora con estos giles. Volvió a los biscochitos y el mate mientras la charla se fue haciendo más y más igual a sí misma, el calor crecía y con el calor el tedio. No tendría que haber venido, se repitió. Pero cuota, seguro, vencimientos: hay que aguantar. Aguantar, salir y hacer la guita. Mirá que tipo responsable que estoy hecho, pensó. – Vení, Piter, –lo llamó El Pelado al rato– vamos a hacer uno. Por fin una buena, pensó Pedro, y salió a la vereda a fumarse un porro con el que fumarse esa mañana infumable. 27

El primer viaje le tocó a las diez y media. – Piter –gritó Morgan. Y le dio el papelito: Parisi 1074, Quilmes, preguntar por Nacho o Juan Manuel. Once era un infierno de autos. El calor del asfalto se sumaba al calor de febrero y no había hecho ni quince cuadras cuando Morgan empezó a romper las pelotas con el Nextel –por dónde andás, en cuánto llegás, llamaron los Parisi que necesitan los sobres antes de las doce en expreso Cruz del Sur– mientras Pedro se aferraba a la locura del medio porro fumado en la vereda con el Pelado para surfear la mañana de sol y las calles cortadas. Una calle sí y otra también, cortadas por cansinas cuadrillas de trabajo que parecían estar arreglando lo que habían roto el día anterior. O al revés, rompiendo lo arreglado. Nada importa nada, pensó Pedro, es más la alegría dejar un rato la Capital, de rajar de una vez para el sur. Subió a la 25 de Mayo y enganchó con la autopista. Bajó en la salida 9 y se metió en el Acceso hasta Bermejo. Llegando a Dardo Rocha un auto de altísima gama blanco que venía a las chapas le hizo un esquive por la derecha, lo encerró contra un contenedor y casi lo tira a la mierda. Cheto hijo de puta, pensó Pedro, orgulloso de su conciencia de clase. Y aceleró. Le mete pata hasta la Avenida La Plata y al doblar en Carlos Pellegrini los agarra el semáforo. Perdiste, muñeco, piensa. Esquiva un par de coches y para de golpe junto a Altísima Gama Blanco, al que las puertas le laten por el volumen de la música. Aprieta los dientes con bronca y el sabor de la adrenalina en la saliva. Confirma que si no se comió los mocos con la yuta en el 2001 no le va a perdonar la vida ahora a este cheto de mierda. – A ver, hijo de mil puta –grita sin sacarse el casco ni bajar de la moto. La ventanilla polarizada baja con un zumbido inaudible tras la música que sale grosera de unos parlantes así de grandes 28

y que hace temblar la puerta. Cuando la mitad del polarizado desaparece en la puerta blanca, Pedro se da cuenta que dentro del Altísima Gama no viene el cheto que esperaba encontrar sino un morochito con la mandíbula desencajada y los ojos inyectados bajo una gorra violeta que dice NY en letras doradas. La música que escupen los parlantes así de grandes, completa el cuadro. Si tu viejo es zapatero, zarpale la lata Uy, piensa Pedro, un cabeza. Y bue, le va a caber igual, decide y a la mierda con la conciencia de clase de la que se enorgullecía un instante atrás. – Bajate, dale. Del mandibuleo desencajado del pibe de la gorra violeta cuelga una sonrisa media asta que parece decir qué pasa, amigo. Pero el pibe no dice nada. Nada. Pero a medida que la ventanilla baja –el zumbido, el polarizado que se va, la música de mierda cada vez más fuerte– delante de los ojos inyectados y la sonrisa media asta aparece la boca negra de una metra que apunta entre los ojos de Pedro, que todavía tiene tiempo de pensar una vez más: no tendría que haber salido de la cama hoy, antes de que la sonrisa media asta se transforme en risa franca y una ráfaga le reviente la cabeza dentro del casco y el casco también. Y cuando todo es gritos de vecinas que hasta recién hacían las compras y porteros que dejaron de barrer la vereda para mirar horrorizados el espectáculo –la rueda delantera de la Yamaha girando lenta e inútil, el cuerpo de Pedro como un muñeco al que un perro le hubiera arrancado la cabeza tiñendo el empedrado de sangre– el Altísima Gama sale arando por Carlos Pellegrini, con la ventanilla todavía baja y la música al taco –ahora los pibes andamos viajando y el quieren que le conviden que levante las manos– hasta perderse como una mancha blanca entre el tránsito, más allá de Vélez Sarfield. 29

CUERDAS Sandra Gasparini

La lámpara está encendida. Se balancea tenuemente al compás de la brisa fresca que entra desde la puerta abierta. El comisario a cargo del operativo avanza unos pasos pero se detiene para sacar un pañuelo descartable: el hedor es insoportable. El cadáver está sentado en el piso, la espalda apoyada en la baranda de la escalera. Una gruesa cuerda de plástico ajusta el cuello y una bolsa de nylon transparente le cubre la cabeza. El rostro del hombre está hinchado, al igual que los párpados cerrados. Algunas marcas violáceas de dedos, muy tenues, pueden adivinarse cerca de la nuez. El otro cadáver, femenino, está desplomado en un sofá deteriorado, con la cabeza ladeada hacia la derecha. Un vaso vacío en el antebrazo de algarrobo. Parece dormir el sueño de un recién nacido. Pero no lo es. Entran Funes y Conte. Deben haber estado jugando estos pelotudos, les dice. La minita tiene pinta de trola. Conte sonríe. Esta semana va a estar jodida en Ituzaingó. Y justo le tocó a él. 1. Ella estudia Turismo en Morón porque le queda cerca y además la carrera está en pocas universidades. Se repite esta frase como un mantra para impedir que el olor acre a orín y mierda le termine de llegar a la corteza cerebral. La cuerda le está lacerando las muñecas. Mientras piensa esto recuerda con odio creciente la frase del gordo asqueroso: quieta, muñeca, quieta. La habitación o lo que ese lugar sea está cerrada y en sombras. No tiene ventanas: cuando dejes de forcejear y patear y te quedes mansita te pasamos a una con ventana, le dijo el gordo. Hace unas horas no te resistías tanto, ríe. 30

Recordar, recordar. Tiene que lograrlo. Se esfuerza: la parada del 1 en la estación, ella en la fila, carpeta y mochila encima, celular con auriculares pegados casi a los tímpanos. Sube al colectivo. Se ubica en el último asiento. Y de ahí en más, tal vez minutos después, el mareo. La náusea. Todo le da vueltas. Y la nada, la nada misma hasta que su cuerpo cae aquí, donde no sabe, no escucha, no ve. Apagón total. Como cuando se ha desmayado otras veces: se desvanece el mundo en remolinos y, cuando despierta, se despereza del sueño de la muerte, vertiginoso, tan callado. Se da cuenta de que vuelve de algún lugar porque siempre tres figuras de cabezas cónicas y alargadas la están observando con sus rostros de tez rugosa, casi arbórea. Se esfuerzan por mirarla, estudiarla. Ignora si la velan o la despiden. Todo sucede tan rápido que no llegan a comunicarse porque, por fortuna, ella se despierta definitivamente y pregunta qué pasó, qué pasó. Muchas veces alguien la socorre y le explica. La trinidad ya no está. Y esto a lo largo de sus veinticinco años. Ahora es diferente. No recuerda un bajón de presión ni el sitio donde se desmayó. El trío Los Triángulos no ha venido a visitarla. Y sin embargo las piernas le pesan y el mareo no se va del todo. Tiene la boca seca. Y no está en su casa, ni en la de su madre. Tiene sed. Pide en voz alta, dos veces: agua. Cómo no, se escucha desde afuera, luego de un murmullo. Cuando el gordo abre la puerta ella ve que el piso es de cemento, no tiene baldosas, y afuera es de día, por la luz natural que adivina en el pasillo. Le acerca la taza a la boca y ella sorbe el líquido y se moja la remera. Tomá todo lo que quieras dice el gordo. Y se queda dormida otra vez. Ahora hay algo de luz. Se filtra por la rendija en el dintel de la puerta. ¿Cuánto hace que está ahí? Siente un ardor en la entrepierna pero no tiene voluntad ni para acomodar mejor los isquiones en el piso. Las nalgas también le duelen, piensa que puede deberse a estar sentada en el cemento frío y rugoso como las caras de la Trinidad oscura. Siente que los párpados le pe31

san. Que la cabeza le pesa. Agua, vuelve a gritar, pero no escucha nada que venga desde afuera. Pasa un tiempo hasta que entra un hombre con una linterna. ¿Quién es?, pregunta, como si fueran a responderle. Ahora apagala, dice la voz del gordo al flaco que ya está cerca. No, no, dice el interpelado. Oscuridad total, no. No me gusta. Entonces le vendo los ojos, accede secamente el gordo. Ella se queda quieta. Es como si fuera otra persona. Desde un costado de la habitación en semipenumbra cree ver a uno de los integrantes de la Trinidad, fosforescente, agazapado en un rincón, casi tieso, confundido en las anfractuosidades del revoque mal hecho. El hombre parece joven, no debe superar los treinta años. Lo llega a adivinar antes de que la venden. Siente el desliz de un pantalón y un cinturón. Unas manos torpes le sacan las calzas y le meten un pene voluminoso y duro. Ardor, dolor. Asco. Y a la vez inacción. Entrega: una sumisión casi inducida. Una actitud zombi como la de algunos compañeros de trabajo en la oficina: vivir a reglamento, o mejor, sobrevivir. Las ingles se contraen en un espasmo muscular. El tipo se echa a un lado y golpea la puerta. El gordo le dice pagame la otra mitad ahora. No escucha nada más. Solo una puerta a lo lejos. Sobre-vivir, poco más o menos que un zombi.

2.

Los días se suceden y se dividen por las tres comidas frugales que recibe. No se marea tanto, ya. Siguen desfilando hombres: gordos, flacos, maduros, ancianos. Ha perdido la cuenta de cuántos y del tiempo que está allí. El gordo se asoma a la puerta con un celular. Tiene una gorra encajada hasta las orejas, nunca puede verle bien la cara. La comida se la da a cucharadas en una oscuridad que cada vez se disipa más. Sacame las sogas, le dice ella sin mucha fuerza. Me sos muy útil, putita, le responde él. Pero sos buenita. Puede ser que te desate, no sé. Pero eso no ocurre. Un viejo que la tiene muy fláccida, como una manguera de goma, la besa, no para de besarla y llenarla de saliva y ella, como 32

remando en cemento, le dice desatame y vas a ver cómo se te va a poner. No sabe si por estupidez o piedad el viejo accede. Cuando se va, se vuelve a atar pero deja la soga floja. Y así pasa tal vez un día, hasta que empieza a registrar que el gordo no entra. No se escuchan ruidos en la casa. Se desplaza arrastrándose pero enseguida siente que puede ponerse de pie. Se libera de las sogas. La puerta está cerrada pero parece muy liviana. La golpea. Sigue sin aparecer nadie. Sigue golpeando y gritando hasta que se cansa. Silencio. Tiene hambre y sed. Por la rendija se ve luz natural. Es de día. Ahora distingue algunos ruidos como cascos de caballos sobre asfalto y algún auto que pasa. Recorre la habitación con el pie para examinar el terreno. Nada por aquí, nada por allá. Le duelen la entrepierna, las ingles, el culo. Trata de no pensar ni tocar su cuerpo. Pero no puede evitar llorar. Sigue caminando con los pies pegados al piso. Patea algo: un celular. No puede ser. Sí, un celular. Logra encenderlo, aunque tiene poca batería. La clave de bloqueo cede al tercer intento. El tres es signo de su buena y su mala suerte. ¿Será del viejo? La carrera contra el agotamiento de la batería es ardua: logra sacarse dos fotos con flash y subirla a las redes sociales del propietario (sí, es un viejo, cómo no) y a las suyas. En pocas palabras denuncia el secuestro y su nombre se desparrama por la web. Apagón otra vez. 3.

En la cama de hospital están su madre y su hermana. La abrazan. Pero antes de volver la Trinidad la observa de cerca, los tres parados como formando una carpa sobre ella. El más alto parece mujer, no sabe por qué, pero algún detalle la hace inferir eso. Se desvanecen lentamente. Las tres mujeres se abrazan. Lloran. La policía que custodia la habitación entra y le dice que unas horas más tarde le van a hacer un interrogatorio. Su cabeza parece limpia ahora pero una angustia en forma de bloque de mármol le invade el pecho y la parte en dos. La madre le explica que ya tiene que llegar el psiquiatra. Que la secuestraron y estuvo 33

perdida diez días. La buscaron por todas partes. Hasta hubo una marcha en Ramos Mejía días atrás, pidiendo justicia por ella. Su foto inundó las redes. La encontraron por la IP del celular del viejo, que confesó dónde lo habían llevado. Pero imposible dar con el delincuente, ese hijo de puta. La casa, a medio construir, estaba abandonada. Su sobrenombre no dice nada: la Roca. Tiene la boca pastosa pero repite lo que acaba de escuchar: la Roca. Ella no recuerda nada salvo su voz. Te drogaron, le explica la madre. Pero no hay restos de nada en sangre. Te están haciendo un chequeo, vas a estar un par de días más y te venís a casa con mamá y tu hermana por un tiempo. Ya avisamos en el trabajo y la facultad. Ella piensa en el horror de dar explicaciones, el horror de la conmiseración y el horror de su cuerpo que ya no es tan suyo. 4. El Hospital es como un fantasma dormido de noche. Se escuchan ayes y voces de personas que exigen atención. Las enfermeras van y vienen de un lado a otro. A ella la dejaron en una habitación sola con su madre con custodia afuera. Quedate tranquila, mamita, acá te vamos a tratar bien, le dice una con las manos metidas en los bolsillos del ambo. En un día te vas pero tenés que volver unas veces más en el año, ¿sabés? Después de la sopa de verduras viene la caba Isabel, se presenta. De la Comisaría de la Mujer. La interroga. Luego una psicóloga. La interroga. No han dado con el delincuente, le dicen. Ni saben qué le pudo suceder que lo hizo abandonar la madriguera. Su madre le trae su propio celular para que se comunique. Ella, al principio, solo quiere dormir pero después el odio le va ganando los días. Busca información sobre la droga que le podrían haber suministrado en líquido, polvo o quién sabe qué forma. Sabe que esto la va a acompañar toda la vida, como la Trinidad. Pero esto lo sabe casi todo el mundo conocido, en cambio, la visita del trío, casi nadie. 34

5. Hace un mes que vive en la casa de su madre. Retrocedió en todo: no está cursando, no pudo volver al trabajo. Pero debe regresar al Hospital a seguir con chequeos y rutinas. Su hermana la acompaña esta vez. Cuando espera sentada en un pasillo después de que le extraigan sangre ve acercarse una figura con un ambo celeste. Esos brazos, esa panza le parecen conocidos. Pero el enfermero dobla en un pasillo y se pierde. Se da cuenta de que el miedo tampoco se irá nunca de su cuerpo, ni la sensación de haber sido sometida sin ofrecer demasiada resistencia: sumisión química, esas palabras había usado la psicóloga para nombrar lo que le había pasado. Algo que tiene una explicación científica pero que no se perdonará nunca. Va a terminar un trámite en la mesa de entradas del Hospital y escucha esa voz muy por detrás. Su hermana fue al baño. La dejó sola. Las paredes sucias y el techo altísimo se le vienen encima como un terremoto y vuelve a desmayarse. No sabe cuánto tiempo pasa pero cree que el trío esta vez la arrastra hasta un banco. La mujer la mira con ojos piadosos, pupilas dilatadas, negras, como las de un ciervo y su mollera parece estirarse hasta el infinito. No hablan, nunca le hablan. La despiertan las palabras de alguien que le sostiene la cabeza y entonces cree escuchar al oído qué hacés, putita, cómo estás. Pero sabe que no es posible, no es posible. Su hermana pide un médico a los gritos y pasa en la guardia un par de horas hasta que se estabiliza. En los electros no sale nada raro, le dice un hombre de guardapolvo blanco que tiene su historia clínica en la mano. Te descompensaste. En el viaje de vuelta le cuenta a su hermana lo que escuchó. La hermana permanece en silencio. Después: no sé qué decirte. Empieza a darse cuenta de que nadie nunca ha sabido qué decirle, ni tampoco escucharla. Pero esa voz inmunda la ha definido, la ha delimitado, le ha asignado una función en el mundo precario de aquella habitación, esa porción del universo que se ha ido agrandando y ocupando su conciencia y se pregunta 35

si podrá zafar de eso. Entonces siente que si ella se impone otra misión podrá salir de ese casillero en el que la han ubicado. Vuelve al hospital una semana después, al lugar donde se desmayó, el mismo día de la semana. Se sienta en un banco. Pasan dos horas. Ve a ese enfermero de celeste. Lo sigue por el pasillo. Ella es casi invisible, porque quiere retirarse del mundo. Lo ve ir a almorzar al comedor sin que él la vea. Se sienta en una mesa cercana. El tipo no hace otra cosa que revisar el celular. Recibe una llamada y entonces ella escucha la voz. No hay dudas: es él. Lo sabe. Se va, despacio, hacia la puerta. Toma el colectivo. Ya no tiene miedo porque siente que su vida no vale nada. Es un pedazo de papel a la deriva en la vida de otro. Esa noche no duerme. Escribe datos en una libreta. Busca información en su computadora. Borra el historial. Si algo le ha enseñado lo que le pasó es a cerrar las aplicaciones, las redes y no confiar en nadie. Los mudos testigos de toda su vida la visitan en sueños esa noche, por primera vez fuera del mundo de los desmayos profundos. El o la más alta parece asentir con la cabeza. No le resulta difícil averiguar la dirección. Una de las enfermeras es activista de una agrupación que lucha contra la violencia de género y ha colaborado mucho con ella y su madre. Hasta se ha expuesto revelando datos confidenciales del personal y consiguiendo un alcaloide que circula clandestinamente entre unos pocos compañeros del Hospital. Sabe que la chica salvada de una muerte segura solo quiere comprobar qué le han metido en el cuerpo y no va a comprometerlos.

36

BASURAL Victoria Mora El cana le clava el caño de la pistola en la nuca. Se le hunde apenas la carne. Siente el frío de esa presión. Tiene los brazos sobre la cabeza. Es de noche, la oscuridad está rasgada por la luz de una luna creciente. Cincuenta metros a su espalda dos patrulleros tienen las luces apagadas desde que estacionaron ahí. Lo que él puede ver, robándole claridad a la noche, es el basural que conoce de memoria. Un terreno baldío, con el pasto alto lleno de los deshechos que la gente tira. La vía de acceso o salida a la villa donde vive. Su barrio se extiende detrás de los patrulleros lo bastante lejos como para que nadie pueda venir a darle una mano. Sabe que es el fin. Se lo advirtieron: no es gratis dejar de laburar para la policía. No se resignó. Ahora el caño en la nuca le dice que los otros tenían razón. Te lo dije Chino, le diría el Turco si estuviera ahí. Más que hablar, el Turco, los cagaría a tiros a estos dos, piensa. Pero está solo, y el frío del caño presiona, apenas un poquito más. Cuando siente la insistencia del caño se tira al piso a la vez que empuja a el cana. En un segundo se encuentra arrastrándose hacia adelante, se para y corre salta algunos restos de basura que se le interponen en el camino. Cuando corre escucha los gritos, las puteadas, vení acá cagón, negro hijo de puta. Suenan dos tiros, no sabe si son al aire o lo tienen cercado y le están errando a su cuerpo. Le duelen las piernas pero no para. Tiene que llegar a la ruta al otro lado del basural. Si llega se salva. Mientras corre piensa en la nena, empieza primer grado. Y aunque lo sorprenda lo que más lamenta es no estar ahí para llevarla. Si la cosa sale bien y se escapa se va a tener que guardar. Y si la cosa no sale… prefiere no pensarlo. Está agitado. Llega al 37

esqueleto de un auto abandonado hace tanto tiempo que ahí jugó de chico y se juntó más grande con los pibes. Se mete adentro, calcula que unos minutos tiene. Está flaco y siempre fue un buen corredor. No había modo que el Turco le ganase una carrera. Iban de la casilla del Chino a la de la Vieja Sara justo a la otra punta del pasillo. Nunca pudo ganarle, hasta que se cansó. En la cancha era al revés. El Turco es un crack. Tiene unos minutos, al menos, los patrulleros no pueden entrar al basurero, imposible circular entre los montículos de mugre. Si quieren ir por él sólo les queda correr. Eso le da una ventaja, un pequeño margen por donde soñar una salida.

Pensó que si se cambiaba de zona iba a poder cortarse solo. Estaba muy mal. No había encontrado nada. Ni changas con José en la obra, ni de limpieza en los avisos que encontraba en los diarios. Intentó en un par de entrevistas para laburar de operario pero vivir en una villa es un ancla muy pesada. No declarar domicilio no es una alternativa. Los gritos de Mariana se le clavaban en el pecho que sos un pelotudo, que no cambias más, que la nena empieza las clases y no tiene una mierda para ponerse, que está harta de comer de fiado y que la almacenera la cague a puteadas cada vez que la ve. Él había apretado los puños, no quería gritarle, no quería volver a pasar por eso, los gritos, los empujones, los llantos. Salió y la dejó hablando sola en el punto justo en que los gritos pasaban a ser lágrimas. Siente su respiración agitada y el frío de la chapa oxidada que le trepa por la espalda. Tiene que seguir corriendo ya. Toma aire y sale por el hueco de lo que alguna vez fue la puerta del acompañante. Le extraña no sentir más los gritos, ni las puteadas. No hay un solo ruido. Tampoco siente el olor que le hacía llorar los ojos. Ese olor a podrido que se había instalado hacía un tiempo en ese lugar donde antes se podía jugar al fútbol. No puede parar, piensa y corre manteniendo el paso. Ve que la ruta esta cerca, llega al límite, un paso más y puede pisar el asfalto. Es de 38

madrugada, pero aún así, debería pasar algún auto, no escucha ni siquiera algún ruido lejano. Es una noche sin tiros, ni gritos, ni risas, ni motores que suenen a la distancia. Se extraña pero está demasiado agitado y empieza a ponerse contento de poder escapar. No debería, pero quiere ir a la casa de Mariana. Hace mucho que se separaron, no cree que vayan buscarlo ahí, pero aún así es arriesgado. Tiene que ir lo decide más allá de la inconveniencia bordea la ruta camina a paso apurado, ya no puede correr, las piernas no le responden para seguir con ese ritmo. Se da vuelta para mirar por encima de su hombro derecho. Nada. Ni una luz, ni un ruido, la calle vacía. Vuelve la vista hacia delante. Mantiene el ritmo, tiene que andar unos cuatrocientos metros costeando la ruta y después bordear el barrio hasta el pasillo que da a la casilla de Mariana. Se va a enojar. No puede llegar así sin más a la madrugada, pero sus pies lo llevan ahí. No puede explicarlo, es ahí donde tiene que estar. Llega abre la puerta de chapa, está oscuro. Sigue sin oír ningún sonido, se le ocurre la idea de que quizás se quedó sordo por los golpes que le dieron para meterlo al patrullero. No tiene tiempo de pensar en nada más porque Mariana se levanta del colchón y se para frente a él. Él estira los brazos quiere tocarla, lo logra. La abraza y hunde su nariz en el cuello de ella, la aprieta con fuerzas. Cae al piso. La sangre se mezcla con los pastos y restos de basura. La tierra absorbe el líquido rojo que brota del agujero que el cuerpo tiene en la nuca. El policía le patea las costillas para chequear lo obvio. Vamos Ramírez, tema terminado. Caminan hacia los patrulleros.

39

CELSO PETROSIAN Y LA PATRIA GRANDE Nicolás Eloy Garibaldi Noya

*

Ese día el Bati y Crespo jugaron juntos y el que se quedó en el banco fue el Piojo López. El Piojo se movía frenético en un radio de dos metros, iba y venía sin salirse del radio del Pointer 96 que esperaba en marcha para salir arando, una vieja paseaba un perro cruza con pequinés, Piojo en sus chancletas veía botas, y en el cruza un ovejero entrenado para matar, no le sacó la vista de encima hasta que dobló en la esquina. Por seguirla a ella perdió de vista al Patrulla Jiménez que venía caminando del otro lado, un poli bonaerense famoso en el barrio por ensañarse con los pibes cuando los enganchaba fumando porro. El Patrulla estaba de civil, aunque eso no significaba nada, con la chombita salmón podía ser más sanguinario que con el uniforme. El Piojo sudaba como botella de birra en pleno verano recién sacadita del freezer, se preguntaba qué hacer, de todo lo malo que podía pasar Patrulla era lo peor. De repente escuchó un grito que venía desde donde la vieja había doblado. Patrulla desenfundó y corrió con el fierro en la mano, caliente como la misma birra un par de horas después, le quemaba en las manos, lo quería usar, esperaba dar con un malviviente choreando a una vieja crota que cobraba menos de la mínima porque un puntero le mordía un diego, en cambio un perro cruza con Dogo despedazaba al cruza con pequinés y Patrulla disparaba, uno, dos, seis tiros, y se sacaba la calentura. Los dos canes estaban muertos cuando Bati y Crespo salieron con algo de guita y una bolsa con muchas pastillas. El olor de las cubiertas quemadas del Pointer se mezcló con el de la pólvora y perfumaron el aire de Claypole. 40

*

La compactera escupió el CD y lo despertó. Fueron pocos minutos pero intensos en los que no pudo evitar el hilo de baba, que debió limpiarse usando la camisa a cuadros como servilleta. Tomó el fibrón indeleble y escribió, “Los mejores temas americanos”, luego lo colocó en la cajita hecha con una tapa artesanal y lo encimó en una pila, junto a Creedence, Elvis Crespo, las Azúcar Moreno, Ramón Ayala y Dos Minutos, entre otros. Todavía le quedaba 50 CD’s para grabar, ser detective en el conurbano no era el oficio más rentable, menos si lo que se quería era estar del lado de los más débiles, como lo hacía Celso Petrosian. Al día siguiente se levantaría, conectaría el radiograbador a la batería de auto y se subiría al Roca, a seducir pasajeros en puñados de segundos con un montón de canciones inconclusas y vertiginosas. Luego volvía y grababa más CDs, los que había vendido para que al día siguiente no faltara nada. La dieta de Celso se basaba en tortillas de harina y cerveza, cada tanto comía alguna ensalada o algún bife, y también café que lo despabilaba cada vez que tenía que resolver algún caso, pero la base estaba en las tortillas con birra. Puso a grabar un disco más, temía que la computadora se descompusiera por la cantidad de horas que llevaba prendida, decidió que ese sería el último que grabaría en el día y tomó su cuaderno con anotaciones. La foto de la chica de 17 años que había desaparecido tras un llamado en el que le proponían ser promotora del TC 2000, quería ayudar a su madre pero no sabía cómo, el caso implicaba un presupuesto extraordinario, hasta donde sabía la chica había viajado a Santa Teresita por la empresa TAS, en los últimos tiempos había aparecido un tipo que le había regalado un tamagotchi cuando salía de la escuela, ella le había explicado que el juego estaba pasado de moda, él le explicó que era solo el principio, que tenía contactos con despachantes de aduana y que así como hoy le conseguía el tamagotchi en un futuro le podía conseguir merchandaising de Justin Timberlake, no hablaron mucho más que eso, el tipo siempre andaba cerca 41

de la escuela, por lo que había averiguado no era de Claypole, que había estado durante dos meses, y paraba el Bar de Willy el tétrico, bar en el que solía invitar bebidas a todos. Quería viajar a Santa Teresita, lo máximo que había podido averiguar había sido con un llamado a cobro revertido a la terminal, un remisero decía haberla visto, pero tenía que entrevistarlo en persona, pensó en irse unos días a la costa y seguir la investigación pero ¿a quién le iba a encajar un CD? *

Bati se tomó el trabajo de elegir con que pastillas se iban a quedar, y cuales le darían a Pablin para que vendiera en la Feria de Solano, lo hizo con la actitud del curador que elige los mejores cuadros para una muestra en un museo. Crespo y el Piojo querían el clona, “eso es para giles” respondió Bati y los llevó al chino a comprar una gelatina. En la casa del Piojo no había nadie, se sentaron en la mesa del comedor y desplegaron las cajitas, Crespo agarró uno de los prospectos del Aseptobron y se puso a leer, el Piojo quiso saber qué decía, “dice que se te puede enfriar el pechito”, Bati celebró la broma y les indicó lo que tenían que hacer. Debían abrir las capsulas y separar los pequeños cristales, eso lo iban a mezclar con la gelatina, la pondrían a enfriar y se la comerían a la noche. El piso de cemento parecía hecho de goma espuma, ahí los tres se hundieron, mientras las notas del órgano de Mala Fama, el ritmo y la sustancia, se les metían en el oído como un insecto en busca de un poco de azúcar. *

Cemento, arena, portland, un balde gastado y una palita. Las camisetas de la Fiore, del Parma y del Valencia guardadas en el placard. El tío de Crespo era jefe de obra y les había conseguido la changuita, era por un día nomás. Los dejó solos pero prometió volver con algo para unos sanguchitos y unas gaseosas 42

frescas, era mediodía y el sol brillaba como una navaja circular. Estaban en la terraza de la casa de una parejita con un chico de tres años, el nene crecía y necesitaba su habitación y no quedaba otra que crecer para arriba. Piojo estaba algo ido, se notaba que le había abierto la puerta le había pegado una trompada sentimental, Bati vio como Piojo le miró los ojos, las tetas, y después sus propios cordones, Bati era de hacer chistes, pero le pareció que con el amor no se jodía. Crespo se puso en cuero y se acostó en el cemento caliente de la terraza, “para boludo, va a venir tu tío y va a ver que no estamos laburando”, “olvidate, el tío anda con un travesaño, lo enganché el otro día, dándole un piquito en el último 263 de la noche, ¿por qué se piensan que nos dice de laburar acá?, anda con cola de paja, a esta hora la debe visitar” , Piojo se entusiasmó con el relato, y sacó un porro húmedo de la media, lo trataron de asqueroso pero se prendieron enseguida, Piojo sacó un encendedor que apenas chispeaba, los demás no tenían encendedor, Crespo se ofreció a buscar un encendedor en la cocina de la casa, “¿y si viene alguien?”, “no te precupes, está de fiesta con el tío y el travesaño” respondió Crespo y los tres se tentaron. Volvió con un magiclick y una cerveza. Piojo prendió el porro y enseguida tosió, estaba picante, áspero como los buenos centrales del fútbol paraguayo. Crespo propuso un carioca, estaban en argentina, fumando un paragua al estilo carioca, eran el ejemplo vivo de la integración latinoamericana, la patria grande del fasito. Se rieron, y también se paranoiquiaron, Crespo se puso la remera por las dudas de que el tío apareciera, también completaron la botella de birra con agua, volvieron a taparla y la devolvieron a la heladera. Se quedaron colgados, mirando los pocos autos que pasaban al mediodía, casi se tiran de palomita cuando vieron pasar a tres rolingas, Piojo estaba engolosinado y quiso fumarse la tuquita final, en una maniobra torpe fue a parar al balde de cemento, arena, portland, esa tuquita sería para siempre parte de las paredes donde ese niño encerraría sus miserables y ortivas sueños. 43

*

Cuando niño Petrosian soñaba con ser policía, con una pistola de plástico estilo sheriff del lejano oeste se enfrentaba a delincuentes imaginarios, sanguinarios, con sombrero y dientes enchapados en oro. De grande su sueño se hizo realidad pero en vez de enfrentar a delincuentes sanguinarios, lo apostaron en una esquina del centro de Quilmes a pedir documentos a pibes que no encajaran con todo lo que la calle Videla representaba. No se la aguantó y se fue, durante un tiempo trabajó en un frigorífico, ahí aprendió a usar el cuchillo para sacarle el cuero a la vaca, pero también lo aprendió a usar para otras cosas, sabía con cuantos días de licencia médica se correspondía cada corte en la piel de sus compañeros, que hacían un esfuercito y Petrosian les metía un tajazo para poder pasar unos días con la patroncita y festejar algún aniversario alejados del olor a viseras, cuando lo descubrieron lo rajaron pero se fue dándole un puntazo al jefe que por el cagazo que le tenía y por la plata que le debía, hizo de cuenta de que estaban a mano. Después enganchó como cajero del supermercado Sumo, de ahí también lo echaron cuando encabezó una protesta en contra de la implementación de los ticket canasta. Todavía estaba grabado indeleble en su memoria, el primer caso resuelto, la casa de reparación de electrodomésticos, el disparo por el 29 pulgadas mal arreglado, y toda una trama de tráfico de cocaína que había sabido desentrañar detrás de los controles remotos universales. Pero estaba en ese tren, en un fin de mes, bolsillos secos y corazones duros, fallando en el CD elegido de acuerdo al grupo etario de los pasajeros, las pilchas, los peinados, no pegaba una, empezó a caminar y a saltear vagones, se fue directo al furgón, ahí los pibes lo esperaban como a un héroe, “gracias chicos, me hacen sentir todo un disc jockey”, dijo Celso algo chapado a la antigua y les puso una cumbia, y les aceptó un trago y otro ambulante ofreció unos alfajores y se armó una fiestita que no duró más de cuatro o cinco estaciones cuando 44

todos debieron bajar para no rebotar y la imagen de la chica y el hombre de los tamagotchi volvió a invadirlo. *

La propuesta los tomó de sorpresa. La mujer de por si era extraña, esa casa, de ese tamaño, con ladrillos a la vista, rejas, perros de raza custodiando, y dos camionetas cero km en la puerta, ¿de dónde habían sacado tanta guita? era una de las preguntas centrales de cualquier conversación en kiosquitos y almacenes del barrio, siempre habían sido unos ratas, ella en su defensa decía ser “productora de eventos”. La plata que les ofrecía era buena y el trabajo no parecía difícil, los pasaban a buscar en la camioneta y tenían que sacar fotos con cámaras profesionales, además cobraron por adelantado. Viajaron en la caja de la camioneta, contaban la plata y fantaseaban, Bati conocía una chica que había sido bailarina del grupo Comanche, con esa plata podían pagarle y llevársela al castillo de Don Orione donde vivían los punkis, ellos seguro tenían alguna habitación para compartir, vivían en un castillo y eran diez, a Crespo se le ocurrió que podían jugar al juego de la copa y averiguar la verdadera historia de la casa, ¿realmente la habría construido Eva Perón para su primo?. El entusiasmo iba mermando en la medida que la camioneta aceleraba en caminos bacheados y casi desérticos, Piojo propuso prender uno pero nadie quiso. En el medio de la nada la camioneta se detuvo, ya casi era de noche, un tipo enorme los estaba esperando, los apuntó con un revólver y los invitó a bajarse, la mujer que los había invitado también se bajó y les explicó cómo tenían que hacer el trabajo. Desde algunos autos se escuchaba el sonido del acelerador, el aire olía a nafta y carburadores. Un circuito de asfalto lleno de curvas enrevesadas apenas se distinguía de la tierra. La mujer le dio una cámara a cada uno y los ubicó en las conocidas como curvas de la muerte. Los autos se colocaron en línea y empezaron a correr, no eran autos lujosos, pero iban rapidísimo, nunca ha45

bían visto nada que anduviera más rápido que eso, apretaban el botón de la cámara cuando el auto estaba a cien metros, y aún así no llegaban a sacar la foto que la mujer les pedía, ninguno de los tres llegaba a verse entre sí, pero si se escuchaban, o al menos sí se escuchó el aullido de Bati. *

Golpearon la puerta, Petrosian sacó el pasador y atendió confiado. Eran tres mujeres desesperadas, sus hijos habían desaparecido hacía una semana, la policía no les habías querido tomar la denuncia, incluso les habían dicho que el hijo de una de ellas había sido denunciado por el robo de un magiclick y una botella de cerveza. Petrosian trató de tranquilizarlas, les sirvió un vaso de agua a cada una y cortó la tortilla que estaba a punto de comerse en cuatro pedazos. Les pidió que contaran todo lo que supieran, la madre de Crespo empezó a contar lo del ofrecimiento extraño que les había hecho la mujer, Petrosian pidió disculpas, se levantó, puso un nuevo cd virgen en la grabadora y volvió para escucharlas. Mientras escuchaba el relato su rostro se ponía rígido, parecía imaginar exactamente todo lo que había pasado. Les pidió que tuvieran paciencia y prometió investigar, sabía lo que la mujer hacía, y las malas noticias no llegaban muy seguido pero cada tanto llegaban. Guardó el último cd, se lavó la cara y fue al taller de chapa y pintura del Palomo. Hacía tiempo que no pasaba por ahí, por eso el Palomo le desconfió, le entró con la excusa de que quería comprarse algo usado, Palomo solía tener autos baratos porque lijaba el número de serie de las chapas de los motores, “¿cuánto tenés?”, “cinco lucas” dijo Petrosian y los ojos de Palomo se abrieron gigantes, “¿no te preparás unos mates y charlamos tranquilos?” dijo Petrosian, Palomo aceptó y se fue a cargar la pava para ponerla en el calentador. Petrosian aprovechó y empezó a mirar los autos, sabía que Palomo trabajaba para la mujer de las carreras, buscaba pero no encontraba nada raro. Palomo volvió con una idea, lo llevó a un cuartito especial en que 46

lo esperaba un Fiat Europa preparado para carreras, “este te lo largo por 5 lucas, si tenés el cash te lo llevas mañana, lo tengo que lavar y darle una mano de pintura”, Petrosian miraba el auto y trataba de seguirle la corriente, “me gusta che, no me lo digas más que con estas cosas soy calentón” y cuando terminaba de decirlo notó tirada en el piso, al lado del guardabarro, la camiseta del Parma manchada con sangre.

47

EL RETIRO Fernando Aguirre

Don Alberto Vicari era una de los mejores orfebres del país. Eran famosos sus mates y bombillas cincelados a mano con envidiable precisión y buen gusto. Sus trabajos podían llevarle semanas y hasta meses, ya que no dejaba ningún detalle librado al azar. Detallista y perfeccionista, hacía de cada una de sus piezas un motivo de conversación. Pero aún así el estaba convencido que siempre podía hacerlo mejor, que su mejor trabajo estaba aún por llegar, que faltaba ̈esa ̈ obra que lo hiciera retirarse de la orfebrería por la puerta grande. Viudo y dueño de un muy buen pasar económico, Vicari solía dedicar gran parte del día a su arte, que hacía ya varios años atrás se había vuelto en gran parte terapéutico. Veinticinco años antes, en un confuso episodio policial nunca resuelto, su hijo Manuel de 21 años había quedado atrapado en un balacera brutal que se había llevado su vida, junto con las ganas de vivir de Alberto y su mujer, Alba. El tema salió rápidamente de los medios, era mucha la presión policial y política para taparlo y dejarlo diluir. Se hablaba de negligencia e irresponsabilidad de los policías Flores y Urruñe,, quienes había llevado la situación a un extremo inmanejable que terminó con la vida de tres personas, entre ellos Manuel Vicari. El intendente ofreció una disculpa y se comprometió públicamente, junto a los jefes de policía, a retirar de la fuerza a los responsables y juzgarlos. Cosa que sucedió a medias porque si bien Urruñe, estuvo preso 3 años, Flores no solo no fue juzgado sino que tampoco se lo retiró de la fuerza porque tenía un acomodo muy grande en las altas esferas de la policía. El mismo acomodo que con constancia lo haría llegar a comisario muchos años después. 48

Alba no pudo superar la muerte de su hijo y murió de cáncer y tristeza dos años después, y Alberto no pudo más que sumergirse en su trabajo, y encontrar en el, algún motivo para seguir adelante. Unos meses antes de la visita de los Reyes de España a la Argentina, la gente de cancillería le había encargado a Vicari un mate de plata labrado para regalarle al Rey, que siendo admirador del trabajo del orfebre, ya le había comprado dos piezas en su visita anterior, de la que tenía una foto enmarcada en su comedor donde se veían al Rey Juan Carlos y a la Reina Sofía junto a Alba y él sonriendo en su taller, acompañados por un ministro y el embajador de España. Aún quedaban algunos días antes de la llegada de los reyes, y don Alberto ya le estaba dando los toques finales a su pieza. El sellado, el pulido y unos detalles a la estructura de la base, también en plata, que sostenía al mate. Mientras ponía un poco de pasta de pulir en la franela le pareció oír el timbre. Dejó lo que estaba haciendo, salió del taller que tenía en el jardín, y entró a la casa por la puerta con mosquitero de la cocina. Observó por la mirilla y vio a dos policías. -¿Quién es? - preguntó por el portero eléctrico. - Disculpe jefe ¿Usted es el que hace los mates esos de metal? - se oyó en el portero. - Si, pero ¿Quién es? - repitió Alberto. - Somos de acá de la comisaría número 5, Sargento Ordóñez y la cabo Santangeli, ¿Lo podemos interrumpir un momento? Vicari abrió la puerta con desgano y los miró en silencio. - Disculpe que lo interrumpamos señor, le tenemos que hacer una consulta - dijo Ordóñez. - Dígame - contestó Vicari, con marcada sequedad en su voz. - Resulta que se va retirar el comisario y en la seccional le queremos hacer un regalo - dijo Ordóñez y se corrigió - Le tenemos, que hacer un regalo -. - Y a él le gustan todas las cosas de campo vio - añadió Santangeli - Y Norma de la oficina de tránsito nos dijo que usted era 49

el mejor con los mates y que le está haciendo un mate al rey de España y nos dijo donde vivía. - Ajá - contestó don Alberto cada vez más indiferente. - Y bueno nada, eso. Queríamos saber si usted podría hacerle un mate al comisario, se lo vamos a pagar eh - dijo Ordóñez casi sarcásticamente sonriéndole a Santangeli, que como buen cabo se ríe de todo lo que dice el sargento. - Mire - dijo Alberto - Como usted bien dijo estoy trabajando en una pieza para el Rey de España, así que en este momento no puedo. - ¡Pero algo sencillo Jefe! - interrumpió Santangeli - Algo tipo para el querido comisario Flores – dijo Santangeli dibujando la frase en el aire con un dedo. A Alberto se le hizo un nudo en la garganta. - ¿Flores dijo? - preguntó el orfebre. - Si jefe, Comisario Adalberto Angel Flores, ¿Lo conoce? dijo entusiasmado Ordóñez. - No - mintió don Alberto. - Le repito jefe, algo simple, se lo vamos a pagar entre los muchachos y la familia del comisario – dijo Ordóñez casi pidiendo un favor. - Lo necesitamos para dentro de un mes Don Alberto pareció dudar unos instantes y les dijo: - Vamos a hacer una cosa. - Yo voy a hacerle el mate al comisario y no se los voy a cobrar. Pero con una condición. - Si jefe, lo que usted diga - dijo Ordóñez. - Quiero entregárselo personalmente. – Lo único que aparecía en Google sobre el comisario Adalberto Angel Flores, o lo único que se habían ocupado de que apareciera, era su historial de ascensos y un par de casos resonantes de los últimos años. Hubo uno en particular que llamo la atención de don Alberto. Aparentemente el comisario Flores había comenzado a recibir unos sobres que llegaban a su despacho todas las semanas. El contenido variaba, pero siempre iban cargados con algún tipo de polvo de olor extraño y a veces cristales similares a la sal gruesa. El caso había alcanzado los medios porque las primeras dos 50

veces que llegaron los sobres se llamó a escuadrones especiales, y el hasta el comisario mayor de toxicología se había hecho presente en la comisaría. Todo esto se encontraba en la página de internet del diario La Palabra, donde el periodista Carlos Garmendia había seguido la investigación y mostraba los pormenores. Según Garmendia, todos los sobres se hacían analizar y siempre los resultados daban que el polvo o los cristales eran productos químicos de uso doméstico. Polvo para limpiar hornos, bicarbonato teñido con tiza de color, cosas así. En un tono un poco exagerado y novelesco, el periodista decía: Flores, a quien su entorno sabe hipocondríaco, se ha obsesionado con el tema y estaba convencido de que alguien quiere envenenarlo. Parte de la comisaría cree que puede tener algún tipo de relación con la explosión generada intencionalmente en la planta química S.A.S.I.F.E y con la que el comisario Flores hizo la vista gorda. La nota tenía cuatro años aproximadamente. Don Alberto no siguió leyendo más y apagó su computadora. Agradeció no haber encontrado nada sobre la relación de Flores con la muerte de su hijo, siendo este uno de los episodios que habían desparecido del historial público del comisario. Pero aún así no pudo evitar sentir el dolor. Por Manuel, por Alba y por el. Se enjuagó los ojos y refregó su cara con las manos varias veces. Suspiró y levantó el teléfono. - Hola ¿si? - Hola Polaco soy Alberto - ¡Albertito querido! ¿Cómo estás? - Bien Polaco - dijo Alberto y se quedó en silencio. - ¿Alberto estás bien? ¿Pasó algo? - Polaco.. - ¡Decime Alberto! - Necesito un favor. -A solo una semana del retiro del comisario, la comisaría tenía un movimiento inusual. Eran comunes los llamados diarios de ex-compañeros, amigos y familiares de 51

Flores, así como también los regalos y tarjetas que llegaban y que la cabo Santangeli se había ocupado de acomodar prolijamente sobre el escritorio del comisario. Flores se encontraba en su despacho leyendo una tarjeta del club de remo, del que era vitalicio, felicitándolo por el retiro y mirando una botella de whisky junto a una tarjeta que le había enviado su primo José, también policía. Dirigió su atención a un paquete del tamaño de una caja de alfajores envuelto en un papel de regalo rojo con un moño blanco. Lo abrió y dentro vio unos estupendos guantes de cuero negro. Contento se los probó y apreciando su calidad se dispuso abrir el sobre que venía dentro de la caja. Había una tarjeta en una cartulina fina que rezaba: Esta vez es enserio. Sorprendido y creyendo que se trataba de alguna broma de algún ex compañero se quitó los guantes, y mientras lo hacía se dio cuenta que algo caía de adentro de ellos. Tenía todas las manos llenas de un polvo blanco extraño. Entró en pánico. - ¡Ordóñez! , ¡Ordóñez! - comenzó a gritar con desesperación el comisario desde su despacho. Habían pasado unos días desde que el orfebre había entregado el mate para el Rey Juan Carlos en cancillería. Se encontraba terminando el trabajo que le habían encargado para el comisario. Un mate sencillo, en calabaza y alpaca, con el texto que le habían pedido y unos pequeños ornamentos para darle cierta terminación de categoría a un trabajo más bien austero. Marcó el número de celular que Ordóñez le había dejado para acordar la entrega y lo atendió el sargento. - Hable - dijo Ordóñez. - Ordóñez soy Vicari, ya tengo el mate listo - Vicari disculpe, estamos con un problema con el comisario, lo tuvieron que llevar de urgencia en una ambulancia. - ¿Le pasó algo? - No, no le pasa nada, se puso un poco nervioso por un episodio, le están haciendo estudios - , en cuanto se acomode todo un poco yo lo llamo así se lo viene a entregar usted como me lo pidió. 52

- De acuerdo, hasta luego - Dijo don Alberto mientras escuchaba como cortaban del otro lado. Se sentó en el sillón de la sala de estar de su casa y prendió la televisión en el canal de noticias. Varios periodistas, camarógrafos y técnicos agolpados delante de una clínica. En la pantalla se sucedía diferentes títulos debajo de la imagen; - Ataque a un comisario - el fantasma de la causa S.A.S.I.F.E - Había cianuro en el regalo - y cosas por el estilo. El periodista del canal que miraba don Alberto decía: Reiteramos, el regalo que recibió el comisario tenía una cantidad muy pequeña de cianuro, no suficiente para hacerle daño, pero aún así la situación preocupa muchísimo, porque si bien el comisario ya había recibido amenazas de este tipo, nunca habían utilizado agentes tóxicos reales.-y añadió - recordamos que el comisario está a horas de su retiro, que según rumores se haría efectivo mañana mismo, para que luego que terminen de hacerle algunos estudios pueda regresar a su casa con su familia. Fuentes aseguran que todo esto, tiene que ver con la causa de la planta química S.A.S.I.F.E, en la que se sabe el comisario Flores tuvo un accionar confuso y desprolijo. Si bien las amenazas dejaron de llegarle hace años, en las últimas horas el comisario fue víctima nuevamente de un ataque.- Alberto apagó el televisor. A las 11 de la mañana del día siguiente, en la habitación de la clínica se encontraba todo en calma. Graciela, la mujer del comisario leía el diario mientras este abría los ojos después de haber dormido toda la noche como un bebé. En el momento en el que ella vio que su marido despertaba tomó su celular y mando un mensaje de texto. A los pocos minutos se escuchó como Ordóñez golpeaba la puerta y pedía permiso. - Pase Ordóñez - dijo Graciela - Disculpe Comisario - se atajó Ordóñez - Sabemos que no es el mejor momento, pero con los muchachos de la comisaría y su familia quisimos hacerle un regalo.53

El comisario se incorporó en la cama entusiasmado y miró a su mujer que sonreía. Era una habitación grande, entraron cuatro policías más, sus dos hijos, su hermano y su cuñado. Todos lo saludaron fervorosamente, entregándole regalos y abrazos. El comisario estaba contento. - ¡Pase don Alberto! - dijo Ordóñez Don Alberto tomó coraje y con un nudo en la panza se aventuró dentro de la habitación. - El es el señor Alberto Vicari comisario, es el mejor orfebre del país - lo presentó Ordoñez - Un gusto - dijo el comisario que no entendía muy bien que hacía ese hombre allí y porque tenía una bolsa en una mano y un termo en otra. Don Alberto se acercó dejando el paquete y el termo en una mesita y saludó a Flores. - Comisario, feliz retiro. Este es un regalo de sus seres queridos y compañeros Le entregó el paquete a Flores que miraba a todos con expectativa, mientras su mujer estaba al borde del llanto por la emoción. El comisario abrió el regalo y se encontró con un hermoso mate con la frase que habían elegido para él. Habiendo sido días bastante movidos, el comisario Flores se quebró. Comenzó a llorar mientras todos lo abrazaban. - ¡Un aplauso para Adalberto! - Vitoreó su cuñado mientras todos aplaudían Entre saludos, llantos y abrazos, don Alberto interrumpió. - La tradición dice - mintió el orfebre - Que los primeros dos mates son para el dueño, mientras tomaba el mate de las manos del comisario y se disponía a llenarlo con yerba que sacó de la bolsa que había traído. - ¡Que lo pruebe! ¡Que lo pruebe! - cantaban a coro en la sala. Don Alberto abrió el termo y le sirvió un humeante mate al comisario que lo recibió con gusto y se lo tomó de un solo sorbo. Luego de servirle el segundo, que Flores bebió con la misma ce54

leridad, todos se acercaron al comisario a saludarlo nuevamente. El orfebre recibió saludos varios y elogios mientras volvía a quitarle el mate de las manos al comisario y fingiendo torpeza, dejó caer la bombilla y parte de la yerba al piso a la vista de todos. - Espere que lo ayudo don Alberto - le dijo Ordóñez - No se preocupe - le dijo don Alberto mientras juntaba a yerba del piso con un papel tissue. – Ahora enjuago la bombilla en el baño y recargo el mate para que usted cebe una ronda para todos. Don Alberto se fue al baño de la clínica y volvió pocos momentos después dejando el mate, la bombilla, la yerba y el termo en una mesa en la habitación listo para ser usados nuevamente. Luego juntó sus cosas y se despidió. - Buenas tardes para todos - . - Especialmente para usted comisario. - Dijo el orfebre Flores le extendió la mano y le agradeció nuevamente. Don Alberto dejó la clínica y se subió a su auto. Manejó hasta su casa y fue al jardín. Tomó la pala grande y cavó un pozo pequeño pero profundo. Allí metió la botellita de vidrio que había contenido el cianuro que le había conseguido su amigo el Polaco y con el que había embebido toda la calabaza del mate durante días. También un envase pequeño que contenía una mezcla de talco y cianuro que había metido dentro de los guantes de cuero. Luego metió el mate, la yerba y la bombilla que el comisario había usado por primera vez en la clínica, ya que cuando fue al baño luego de haber, tirado las cosas al piso, guardó estos en una bolsa y volvió a la habitación con una réplica exacta de el mate y la bombilla que había llevado consigo, y que dejó para que todos tomaran y por si alguien se le ocurriera hacer revisar el mate. Tapó el pozo con arena y luego con tierra. Arriba puso una maceta con un ficus grande. Se fue al living y se durmió un rato en el sillón. Cuando despertó prendió la televisión y puso el canal de noticias. 55

UN MALEVO DEL SIGLO XXI Luz Díaz

Habían pasado dos años de aquel encuentro en Barcelona con « El Flaco ». Volví a Buenos Aires con mi mochila, sabiendo que él estaba en nuestras tierras. Sabía donde ubicarlo, por eso estaba tranquila, con la esperanza de por lo menos tomarnos un café en zona sur. Sabía por las últimas noticias, que vivía en el barrio Los Perales, uno de los más calientes del sector. Entre Berazategui y Ezpeleta esa frontera del sur, definida entre las barreras y las calles numeradas, donde pasa el 98. Mi viaje era relativamente corto, entre mi familia, mi viaje al interior y mis amigos que me invitaban a todos lados, yo quería dejar un tiempo para buscar al Flaco. Fui a ver a su familia a Berazategui, su mamá me abrazó fuerte, su papá había fallecido, el Coli, el perro estaba igualito, siempre lindo. Ella no sabía nada del hijo, el Flaco era así se iba varios meses y de pronto traía unas cervezas bajo el brazo y un ramo de flores para la vieja, algunos mangos también. A mí no me cerraba, yo estuve sin noticias directas de él, desde Barcelona, cuando desapareció por las calles del barrio Gótico buscando « la blanca, la mejor ». Los mates de la mamá del Flaco eran muy ricos, era misionera y ellos saben hacer mates terribles, había olvidado ese gusto. Ella no decía nada, me dejaba hablar y contar cosas de Europa, yo no me animaba a preguntar directamente. El silencio y la ausencia del Flaco nos pesaba demasiado. Por suerte Pablo, el hermano, llegó cuando el silencio era ya muy intenso. Pablo me abrazó cariñosamente, lo conocía desde chiquito, ahora era un hombre y me hizo sentir media vieja a mis 33 años. Salimos a fumar al patio, a la mamá le molestaba el humo. Fumamos varios puchos a la sombra de la parra, era noviembre caluroso, las rosas estaban al rojo vivo. Ahí pude saber algo más… El Flaco volvió de Europa, (fue a visitarme) llegó directo a Los Perales, a buscar a sus « amigos » (comillas mías). Se quedó en la casa del que siempre le vendió la merca, el Foca. Este era un 56

puntero, que tenía varios « negocios » con la bonaerense. Según Pablo, al Flaco no le daba más el cuerpo de tanto consumir, la última vez que lo vio sólo era piel y huesos, con ojos saltones. Robaba en countrys de nuevos ricos, esos barrios cerrados, aledaños siempre con una « fija », que venía de la cana. Pagaba sus gastos siempre ligados a « la Blanca, la pura » como le gustaba llamarla a su novia imaginaria. A veces iba de putas en el barrio subtérraneo, ese submundo que sólo conocen los malandras, ahí en Ezpeleta. El Flaco nunca se fue de esa zona, nunca pudo irse de su barrio. A su vieja le decía que era chófer del 603, « El tierrita », demasiado lejos el recorrido como para que ella verifique si era verdad lo que decía. Ella le creía, adoraba al Flaco. El hermano no se comía ninguna, me contó, que la última navidad (hace casi un año ya) le llevó un pan dulce y una sidra Real, sabiendo que el Flaco no comía. Cuando llegó a la casilla, los « guardias » de este Foca le dijeron que su hermano no paraba más ahí. El foca, salió sudado de « la cocina », le dijo –mandate a mudar ya- Pablo se fue rajando. Una vecina le dijo que el Flaco andaba como un fantasma últimamente, perdido y mal vestido, pero cuando andaba « careta » era un sol y le cantaba en la ventana unos tangos. Pablo me contó todo esto, y yo me fui de su casa, llorando pisando las baldosas rotas, no sentía mis pies casi, no quise esperar el bondi. Caminé hasta la estación. De repente todos los recuerdos del Flaco se me vinieron tan rápido como la tormenta sub-tropical y sub-urbana que me estaba empapando de pies a cabeza. Este muchacho, era un tanguero con gomina y todo, andaba de traje con las topper de lona embarradas y la guitarra en la espalda. Parecía de otro tiempo, cantaba en las calles por monedas, a veces en el subte, y en los bares. También hacía changas como albañil, era un « buscavidas ». En el barrio todos lo querían, sus rasgos grotescos le daban una belleza única. Su risa era contagiosa y llenaba de ternura su entorno. Además era un chamuyero nato, con las minas tenía arrastre. Obviamente cuando lo conocí, sucumbí a su encanto callejero en el cumpleaños de 15 de mi prima que era vecina de él. Salimos juntos mucho tiempo, éramos muy compañeros, con 17 años nomás. Yo le escribía tangos y él los cantaba. Era bien malevo, con él era imposible tener miedo, era muy protector. Patear las calles con el Flaco, era como estar en una peli de los años 40, silbaba tangos todo el tiempo y 57

algún rock and roll a veces como para demostrar que era de bien nuestra época. En ese tiempo empecé la facultad en La Plata, era pleno año 95. El empezó a tener yunta nueva y probaba de todo, pepas, crack, merca, todo le iba bien, nadie se enteraba, si no era porqué se iba de gira 3 días a la capital a veces y lo buscabámos todos desesperados con la vieja y los tíos, cuando no había celulares aún, había que recorrer los cien barrios porteños y el gran Buenos Aires. Una vez apareció en una zanja en Villa Crespo, fui a buscarlo porqué me llamaron. El pibe tenía por suerte, la agenda en el bolsillo y estaba mi número de casa primero. Yo empecé a cursar y a laburar al mismo tiempo en una escuela ; lo veía menos, entonces él se cansaba de decirme que andaba media « cheta » y además que era una « careta ». Yo no le daba bola igual nos queríamos con locura. Un día lo llevé a una fiesta de mis compañeros en La Plata, tuvimos que salir corriendo casi lo matan, se hizo el cocorito en un grupo de rugbiers. Tomamos el tren de las seis de la mañana de vuelta a Berazategui, se me dormía en el regazo, sin gomina el pelo era largo y suave. Fueron épocas inolvidables, pudo grabar un CD, con algunas canciones de él y otras de autores conocidos. Era un poeta, vivía la bohemia de verdad. En el under era conocido, pero su insolencia también molestaba a varios del ambiente rockero. Me salió una beca para ir Barcelona para un Master al final de la carrera. Traté de convencerlo que viniera conmigo, imposible, el barrio le tiraba más que todo lo nuevo. Me acompañó con mi valija en el bondi, tres horas desde Plaza Congreso hasta Ezeiza, no teníamos un mango para un remís, medio riendo y medio llorando nos abrazamos muy fuerte, y subí al avión, sabía que dejaba una parte de mí ese día, una de las personas más queridas en mi vida, era el Flaco. Al final me quedé más de un año, ya sabía que lo nuestro era imposible a la distancia. Sin embargo ahorré y el Flaco pudo venir a visitarme, no sé como logré convencerlo creo que me quería de verdad. Hace dos años de esto y fue al última vez que lo vi. Me arrepiento de no haberlo convencido que se quedara conmigo, pero sé también era familiero, y bastante mamero, protegía a su vieja a su manera. Se quedó dos meses conmigo, cuando yo estaba en las clases, él hacía su vida en el barrio Gótico tenía amigos de todas nacionalidades y todos los dealers lo tenían calado, 58

claro era buen cliente y ahí fue la perdición. Le gustaba la gira, me robó guita varias veces, y un día desapareció con bolso y todo. Supe que se fue con una mina catalana con billete, que quería que se la cogieran bien, ella le daba la merca que quisera, le pintó el gigoló. Se fueron a Ibiza y no supe más, me partió en dos esta historia. Era puro impulso, al tiempo, Pablo me contó en un mail que había vuelto a la casa y estaba medio destruido, por su comportamiento conmigo. Ya no vivía con ellos en la casa familiar… ¿Flaco dónde andarás? Mi viaje sigue, pero el tiempo es corto. Yo sigo buscándolo, en comisarías, centros de recuperación, en iglesias y hasta en el Borda me tiraron un dato, pero nada. Estoy segura que se mandó una cagada. Fui hasta el barrio donde paraba, mis amigas de la época, me hicieron entrar, ya nadie me recuerda sino es imposible meterse. Busqué la casita del susodicho Foca, y los 3 guardias, me pararon en el pasillo directo. Les dije que era la ex novia del Flaco, que quería hablar con el Jefe. El foca escuchó desde adentro y gritó, -Andate nena- Le grité también, -decime que pasó con el Flaco y me voy-La foca, salió siempre estaba sudando, con la cabeza grasienta, brillando al sol, lo recordaba más delgado, era muy gordo, dijo secamente- mandate a mudar nena, acá no tenés nada que hacer pendeja-. Dónde está Foca decime, acordate de mí-, dije suplicando. Me miró y lo último que me dijo « debe estar cantándole a Gardel ». Me dejó hablando sola en el pasillo, los guardias, me empujaron y de paso uno me tocó el culo –rajate piba-. Me fui llorando, masticando mi bronca, odiando haberme ido a España. Dónde estás Flaco? la puta madre, te estoy buscando !!! Una chica de unos 15 años me siguió unas cuadras y dando vuelta a la esquina me paró, y me dio una carilina, yo estaba moqueando. Me dijo que era Micaela, la hermana de la novia del Foca. Cintia,vivía con ellos era muy adicta a la pala, como el Flaco. El Foca no tomaba nada, sólo vendía, lo mandaba cada vez más a chorear al Flaco, que siempre decía que sí. Cintia que era muy viva, enroscaba al Flaco contra el Foca. Empezaron a darle al Paco los dos, y ya el Flaco estaba bien limado según la chiquita. Cintia logró que El flaco se pusiera contra su jefe « por autoritario y tacaño », en realidad le controlaba mucho a ella el consumo. La noche que los peruanos vinieron a hacer las paces en el barrio, con el grupo del Foca, después de unos « pases » El Flaco se le fue al humo al Foca. Tenía un tramontina 59

como única arma, pero estaba tan puesto que perdió equilibrio, el Foca ni se movió, era tan amorfo que su nombre le iba perfecto. Sus centinelas vinieron al toque y sin armas, lo sacaron rápidamente al Flaco. Dice Micaela que se lo llevaron en un Renault 12 rojo y destartalado, para el lado del centro de Quilmes. Ella escuchó el griterío y salíó. Parece que lo descuartizaron los 3 pibes, y lo enterraron en la orilla del río de Quilmes, es lo que ella que escuchó como rumor en el barrio. Me dio escalofrío saber esto. Su hermana también desapareció al tiempo, pero no sabe si esta viva o muerta, tal vez está en una red de trata, eso piensa Micaela, que se va a mudar de este barrio con su abuela. La familia del Flaco no hizo la denuncia, porqué desconfían de la cana, y saben también que lo conocían por malandra y tienen miedo de las represalias del Foca, uno de los dealers más pesados de zona sur. Al otro día de escuchar la historia de Micaela, fui a caminar al Río de Quilmes, imaginando que podía encontrar una prueba de todo esto. Caminé horas y horas sola. ¡Qué ilusa! Pobre Flaco si esta historia es verdad, no puedo imaginarlo enterrado, sin cantar! ¿Mi tanguero muerto? Me imagino que el Flaco, está perdido en Constitución yirando, me parece ver su silueta entre travestis y putas buscando merca, «su Blanca». Me volví muy triste a Barcelona, busqué el CD que me había regalado hace dos años, en su foto sonríe, y escuché su voz tan cercana como ayer, cuando me regalaba sus canciones. Se me caen algunas lágrimas, sabiendo que a este malevo no le gustaría verme llorar, prendo un pucho y busco una birome y un papel. Empiezo a escribir este tango para él: « Donde estabas que no te encontré tanguero bohemio rodeado de humo, la milonga te espera en Bera, Pa’ patear un tango juntos, en las mismas calles que nos vio crecer, Te miro al espejo y me veo como relojeando mi pasado, Nos cruzamos sin cruzarnos y atravesamos el mar, Para después separarnos »

60

HUELLAS EN EL AGUA Natasha Rivas I. La llamaron Atenea, como la diosa de la guerra, la habilidad, la estrategia y la sabiduría. En ese momento no pensaron la influencia que el nombre tendría en su vida. Era detective privada desde los 25 años, había recibido una incontable cantidad de disparos y provocado unos cuantos más. Tenía su consulta, relativamente secreta, en uno de los barrios bajos de su ciudad. Los años de experiencia y la frivolidad con que resolvía cada uno de sus casos habían convertido a su nombre en una palabra de peso. Era respetada y temida. En un principio, por su condición de mujer, sus colegas enviaban a su consulta casos de infidelidades sin ninguna emoción, entonces comenzó a visitar los bares, y con su característica rudeza hizo correr la voz de con quien trataban en la zona. En una semana había acrecentado su fama. A pesar de su estatus nunca cambió el espantoso lugar en que recibía a sus clientes. En parte porque creía que la incomodidad de estos los haría verla con más seriedad, y a demás porque no apoyaba los gastos innecesarios. Todos los días abría su consulta durante la mañana, como si se tratase de una abogada, y la cerraba a la tarde para iniciar el trabajo. Fue una de esas mañanas en que, agresiva porque no había descansado lo suficiente, recibió a la señora Donel. En cuanto cruzó la puerta pensó en decirle que no estaba en sus planes corretear a su marido y la amante, pero algo la hizo 61

callar. La señora Donel era delicada y de voz dulce, pero sus ojos reflejaban la intensidad de las mujeres de alma fuerte. —Han asesinado a mi hija—comentó al tomar asiento. Atenea alzó las cejas, invitándola a continuar. —La policía está trabajando, pero no confío en ellos. —¿Y quiere que descubra quién la asesinó? —Y que luego me entregue las pruebas—soltó algunas lágrimas—. Para hacer justicia. No era común que Atenea se sintiese conmovida, y tampoco la agradaba interferir sentimientos con profesión. —Le saldrá caro, y necesito toda la información que tenga sobre... —Elisa. El dinero no será un problema. —Entonces tenemos un trato, y antes quiero dejarle en claro que todo el que trabaja conmigo debe cumplir su parte del trato. A menos que desee no poder nunca más hacer uno. II.

Elisa tenía diecinueve años y para ser una persona sin intereses tenía muchos amigos. La habían asesinado un 12 de mayo a un horario cercano a las 22:30. Su cuerpo fue descubierto entre los arbustos cuando una señora salió a pasear a su caniche al parque y llamó rápidamente a la policía. Había sido apuñalada, y luego de eso cubierta con cloro. La señora Donel le contó que en el informe se decía que estaba embarazada, y junto a su marido lloro por el nieto no nacido, y por la crueldad con que detuvieron los latidos en el pecho de su hija. Ese mismo día, Atenea comenzó a patear puertas. La primera fue la de la habitación de la joven, cerrada con 62

una llave de la que nadie conocía. A pesar del barrio privado en que Elisa vivía, su cuarto pertenecía a las calles. Drogas, cuchillos y fotos con diversos personajes de aspecto problemático decoraban el lugar. En el umbral de la puerta había escrito “Hay que salir del agujero interior”. Tomó una de las fotografías. Era un muchacho de unos veintiséis años, tras la barra de un bar. El espejo detrás suyo, reflejaba parte del nombre del lugar. Atenea lo reconoció enseguida. Parte de su trabajo consistía en conocer esos antros, observar las crueldades más profundas y finalmente olvidar a la espera del pago. Se despidió de la señora Donel, y manejo hasta donde creía encontrar las primeras respuestas. III.

—¿Lo conoce?—Inquirió enseñando la foto. El dueño del bar titubeo, para luego soltar: —Es Ricky. —¿Dónde está? —¿Ha hecho algo malo?—Pregunto el hombre. —Mira Abel— Comenzó Atenea—podemos hacerlo por las buenas, o las malas. Sospecho que tiene una bonita mujer en casa que desea que regrese esta noche. Era extremista en situaciones innecesarias, porque había descubierto que era en esas en las únicas que el extremismo funcionaba. —Le daré su dirección—Contestó Abel, y se maldijo internamente por temer a esa mujer de porte y rostro seguro. Minutos después la detective conducía a la casa del joven Ricky. Llevaba una pistola Ar-24 en el bolsillo del tapado y una browning en los pantalones. También tenía para emergencias su 63

cuchillo Aitor Oso Blanco que la acompañaba hace años, y unas esposas para tortura, las cuál prefería no usar, no por compasión sino porque siempre acababa manchando su ropa. Aún deliberaba las condiciones del cuarto de Elisa, y la única explicación lógica por las zonas que las imágenes enseñaban, era que la joven formaba parte de una pandilla. Eso explicaba también su asesinato rápido, brutal y con un mensaje: el cloro. Aunque no sabía qué significaba, pensaba que este era esencial en la búsqueda del asesino. IV.

La casa de Ricky era de chapa y madera, como muchas en el barrio. La detective golpeó la puerta. Un muchacho pálido y cubierto de tatuajes abrió rápidamente. —¿Ricky? —Sí. Atenea no espero más y lo empujó con rudeza devuelta al interior. Le ordenó tomar asiento y lo apuntó con la browning. —Decime todo sobre el asesinato de Elisa Donel. —No la conozco—contestó Ricky calmado. —Su cuarto está cubierto de fotos tuyas—Exclamó Atenea, y disparó. La bala impactó a centímetros de la cabeza de Ricky. —Decime todo. Entonces Ricky se dio vuelta hacia atrás con el sillón, y sacó un arma. —Era mi mejor amiga—gritó cuando Atenea, oculta tras la arcada, se disponía a atacar—. Yo no la maté. —¿Y por qué me apuntas? —Creí que era policía, y no soy un buen hombre. No los necesito en mi casa. Pero entonces pensé en su pistola, no es la que llevan los policías aquí. Es usted detective. —Decime entonces lo que sabes—contestó Atenea, que no pensaba salir de su escondite. 64

—La noche que falleció estuvo con Ramiro, su novio. Trabaja en Kamel. —¿Pertenecía a una pandilla? —Su novio, sí. Ella solo recibía regalos y privilegios. —¿Cómo drogas y cuchillos? —Exactamente. —Un gusto charlar contigo—caminó a la puerta aún armada e intentó cerrarla pero esta cayó cuando lo hizo. —No se preocupe detective, y buena suerte. V.

Kamel era un prostíbulo reconocido por su clientela Burguesa. Era a ese antro, en lo que parecía el fin del mundo, donde iban millonarios en busca de diversión. Lejos de sus esposas, la prensa y amigos. Atenea lo visitó al día siguiente de su charla con Ricky. La dejaron pasar con la advertencia de que sí su esposo estaba allí, hiciese el escándalo afuera. La detective camino al cuarto de limpieza, cruzándose de tanto en tanto con prostitutas acompañadas por su “trabajo”. Entró con delicadeza, para no asustar al resto de trabajadores, y preguntó a una señora por Ramiro. La mujer la miro con desconfianza, pero contestó que el muchacho se encontraba en el cuarto diez. No tardó un minuto en llegar allí, abrió la puerta con brusquedad y entró. Lejos de limpiar, Ramiro comía papas fritas sobre la cama. —¿Necesita algo, señora?—Preguntó con amabilidad. Era de tez oscura y cuerpo bien formado. Sus ojos eran penetrantes y atentos. La voz profunda y gruesa, como un conductor de radio que Atenea oía los sábados. —Felicidades, vas a ser padre... O ibas a serlo—Atenea 65

arrastró una silla frente a la cama para sentarse. —¿Qué quiere? ¿Pertenece a los perros? —Soy mucho peor que una pandillera—Quitó su cuchillo Aitor y fingió jugar con él—¿Así que no querías ser padre? —¡Claro que si! ¿Quién le ha dicho eso? —Quizás el cuerpo sin vida de tu novia. El muchacho demoro unos instantes en comprender—¡Yo no la maté! —¿No? ¿Y por qué dijeron que fuiste su última compañía? ¿Sabes qué el cloro lo arrojaron sobre su vientre? ¡Por supuesto que lo sabes! Preferías ahogar al niño en químicos antes que tenerlo. —Usted se equivoca—dijo Ramiro llorando—. Yo me despedí de ella a las siete y vine a trabajar. —Compruébalo—La detective lo tomó del brazo y caminaron en busca del registro. Evidentemente Ramiro no había sido, se podía ver solo con lo afectado por la muerte que se encontraba. —¿Haz ido al entierro?—Preguntó una vez se hubiesen arreglado. —No, la madre de Elisa no quería gente de “mi clase” allí. —¿Pandilleros? —No, gente de color. VI.

Las piezas comenzaban a encajar, por eso el siguiente paso de Atenea fue furtivo. Escaló el árbol frontal de la casa Donel, y saltó al balcón. Por el horario, sabía que solo podía cruzarse con la servidumbre. Forcejeó la ventana para entrar. A pesar del entrenamiento, su respiración era agitada. El cuarto era amplio y ordenado, con dos armarios a cada lado. Uno de ellos llevaba grabado “L.D”. Atenea disparo a la cerradura y esta cedió. 66

Entre montañas de prendas y perfumes se encontró con una cruz de madera y una foto de Elisa con la frase “Te curaré de impurezas para ser esclava del señor”. La detective tomó asiento y espero. No oyó a la servidumbre pero sí un teléfono al ser marcado. Media hora después la señora Donel subió las escaleras, con la advertencia al cocinero de no llamar a la policía. —La esperaba—dijo Atenea con cierto dramatismo. —¿Encontró algo? Podía llamarme. —Me contrató para que encontrase un culpable creíble que enseñar a la policía. ¿Pensó que no sospecharía de usted? ¿Por qué me llamó? ¿Por qué era su madre? —No sé de qué me habla. —¿Su religión aprueba su racismo? ¿Qué hay del cloro? —Debía desinfectar la impureza del cuerpo de mi pobre hija para que se elevase—gritó la señora Donel—. Usted no entiende que hace una madre por amor. —¿Es con uno de los tres cuchillos que le regalo Ramiro con que la apuñalo? —Necesitaba un arma de su raza para eliminar el feto. —Su marido jamás sospecho nada. Fue entonces cuando la sirena de una patrulla comenzó a sonar, solo quedaba una pregunta. —¿La miró a los ojos al asesinarla? La señora Donel sonrió, a pesar de la policía y que el cocinero la defraudara, no había pruebas físicas en su contra, todas eran cenizas y solo existían las suposiciones de una detective cercana al retiro. Atenea reconoció el significado de su sonrisa, y también que sería el primer caso no resuelto en su vida. Tomó su cuchillo, por Elisa, por su hijo, por Ramiro y por cada ser herido y discriminado sobre la tierra, y hundió la punta en el pecho de la señora Donel. Minutos después la policía cayó sobre ella. 67

LOS AUTORES Fernando José Veglia. Vivo en el conurbano bonaerense, en Isidro Casanova, partido de La Matanza. Mi relación con las letras nació en la pequeña, aunque cálida, biblioteca familiar, a través de los libros infantiles, de las enciclopedias sobre la naturaleza, y continuó afianzándose en el colegio, descubriendo grandes autores, conociendo un poco de cada género. Comencé el derrotero literario al revés: publiqué el libro de cuentos “Líneas” (Editorial De los Cuatro Vientos, 2005). Participé en antologías de Editorial Dunken, Ediciones Irreverentes y en una de Vagamundos en colaboración con Ediciones del Viento. Colaboré y dirigí el blog “Periódico Irreverentes”. Resulté ganador del concurso de relato policíaco de Semana Negra Gijón 2015 y finalista del concurso nacional de Cuentos Cortos 2013 de Editorial Autores de Argentina y del Premio Córdoba Mata 2016 de Novela Negra, con la novela inédita “Guach@s”. Y compilé la antología “Letras del Face 12” para Editorial Dunken en 2015.

Nilda Leonor Allegri. Psicóloga de la UBA, ,tengo 60 años, y trabajé haciendo clínica psicoanalítica en una salita donde Lomas se vuelve Quilmes o Lanús, hasta hace un par de años. Me acerque a la escritura ya de muy grande, a los 54 me armé (?) un blog. Puedo definirme como “escritora de blogs” .Me llevo bien con las redes sociales, especialmente con esa peste que se llama twitter. Saqué amigos del blog y del twitter. Escribo poesía (también empecé de vieja) y revisé mis cosas con Osvaldo Bossi, en un corto y brillante lapso. Volveré. Me autoedité un libro, que regalé a los lectores del blog. y fui finalista en un par de concursos: el Metrovias del Bicentenario (Relatos de inmigrantes) en cuento y en poesía en un movimiento latinoamericano “Grito de Mujer” y también en un pequeño concurso de cuentos en Lomas “Veredas de Sueño”, en homenaje a Cortázar. Una amiga (Tessa García) incluyó un par de textos de mi autoría en un libro de verdad, en Uruguay, “Como conseguir 68

un novio en el Supermercado”.

Enrique Antonio Rivas. Soy docente y estudiante avanzado de la carrera de Letras en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Resido en la ciudad de Temperley. Me acerqué a la literatura porque me gusta escribir. Escribo hace bastante pero recién en 2011 publiqué mi primer libro de relatos llamado ‘Los nietos del carnicero’, por Editorial Funesiana. En noviembre de 2016 está previsto la publicación de mi primera novela (‘Aries odia la violencia’) por Editorial Subsur. Kike Ferrari. Nací en la Ciudad de Buenos Aires, donde actualmente vivo con mi mujer y mis hijos, en 1972. Mis trabajos publicados son las novelas Operación Bukowski, Lo que no fue, Que de lejos parecen moscas, Punto ciego (acuatro manos con Juan Mattio) y Es probable que no quede ninguno (con el heterónimo de Hank McPherrar), los libros de cuentos Entonces sólo la noche y Nadie es inocente y la selección de ensayos breves Postales rabiosas.

Sandra Gasparini. Se crió en Lanús pero vive en Ramos Mejía hace veintisiete años. Se dedica a la investigación sobre literatura argentina y es docente en la UBA y en la Universidad Nacional de las Artes. Se acercó desde muy chica a la literatura a partir de los relatos contados por su abuelo Antonio, de la biblioteca de sus padres y la de la escuela primaria. Publicó los ensayos Espectros de la ciencia. Fantasías científicas de la Argentina del siglo XIX (2012) e Iniciado del alba: seis ensayos y un epílogo sobre Luis Alberto Spinetta (2016), entre otros, y poesía en Rutas. Un recorrido por los diversos senderos poéticos del país, antología compilada por Gito Minore (2015).

Victoria Mora. Soy de Del Viso, ciudad del conurbano norte. Soy psicoanalista, docente y narradora. Me acerqué a la literatura desde que descubrí la magia de las palabras. Insistí de muy pe69

queña para que me enseñarán a leer porque veía a mis viejos y yo también quería poder descifrar las letras. Hace unos años decidí formarme en el oficio asistiendo a talleres y leyendo y escribiendo más que nunca. En 2014 publiqué un libro de cuentos Un mundo oscuro por Llantodemudo Ediciones. Se publicaron cuentos míos en distintas antologías, entre ellas en el libro por el II Certamen de Cuentos Cortos del 1°de Mayo (Córdoba 2012), en la Antología II Concurso Relato Breve Osvaldo Soriano UNLP (2014) y en Lista Negra, Tomo 11 Colección Pelos de punta (2016). Nicolás Eloy Garibaldi Noya. Nací en Quilmes en el 87, soy hincha de los mates, fui fotocopista, revisador médico y eterno precarizado estatal. Mi primer acercamiento a la literatura fue en la secundaria, tenía un profesor de lengua que era un campeón, Cesar Colombani, que me transmitió el amor por la lectura y la escritura, tenía un cuadernillo lleno de consignas creativas, me acuerdo que nos hizo escribir el testamento de un linyera. También escribía, tenía un librito que se había autoeditado, guardaba los ejemplares en el baúl de un Fiat Uno blanco y nos lo regalaba a todos nosotros, sus pollos. Después edité algunos relatos en revistas (Vulva, 27), y en una antología digital (Editorial Outsider), que van abrochados al mail.

Fernando Aguirre. Tengo 36 años y soy músico. Nací en el barrio de Florida en una casa llena de libros, y desde muy chico me interesé por la lectura. De Stephen king a Borges y de Bukowski a Fontanarrosa. Toda mi vida estuve rodeado de discos y libros, y aunque mi vínculo profesional fue siempre con la música, me gusta escribir desde chico y siempre estoy buscando conectarme con eso. Estoy atrás de una novela hace años. Natasha Rivas. soy de Florencio Varela. No tengo un momento especial de acercamiento a la literatura, ya que la disfrutó desde que tengo conciencia. Crecí oyendo los cuentos que relataban 70

mis padres, y modificándolos oralmente para sentirme parte de ese mundo de fantasía. El año pasado se publicó un cuento mío en la revista anuario del diario Mi Ciudad.

Luz Diaz. Soy periodista independiente recibida en la UNLP. Soy del partido de Berazategui, mi ciudad es G.E.Hudson. Mis primeros contactos con la literatura fueron en la escuela Nuestra Señora de Ranelagh, donde los profesores de lengua nos daban las herramientas necesarias para despertar nuestro interés. Me interesa explorar todo tipo de autores (conocidos e independientes) y estilos. Por el momento no tengo publicaciones.

71

INDICE Prólogo ….…………………………………………….………………………………3 Perejil Fernando José Veglia …………………………...………………………………...5

Eva Nilda Leonor Allegri …………………………………………………………….13

Según el dato Enrique Antonio Rivas …..……………………………………………………..20 Un día hermoso Kike Ferrari ……...………………………………………………………………...25

Cuerdas Sandra Gasparini ….……………………………………………………………..30

Basural Victoria Mora ...……………………………………………………………………37

Celso Petrosian y la Patria Grande Nicolás Eloy Garibaldi Noya ……...………………………………………….40

El retiro Fernando Aguirre ………………………………………………………………..48 Un malevo del Siglo XXI Luz Díaz …...…………………………………………….…………………………..56 Huellas en el agua Natasha Rivas …………………………………………………………….……….61

Los autores .....…………………………………..………………………………..68 72