Contra Satanas - Emmanuel Milingo

Emmanu mgi Emmanuel Milingo CONTRA SATANÁS I C O L E C C I Ó N T E S T I M O N I O ediciones paulinas

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Emmanuel Milingo

CONTRA SATANÁS

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T E S T I M O N I O

ediciones paulinas

Prefacio

Título italiano: Contra Sotana Luigi Reverdito Editóle - Italii Traducción de Justiniano Beltrán © EDICIONES PAULINAS 1990 Calle 170 No. 23-31 Apdo. Aéreo 100383 Fax 6711278

i-Y Xonseñor Emmanuel Milingo, arzobispo de Lusaka, residente en Roma desde hace algunos años, es sin duda un personaje famoso. La razón de su popularidad se debe al hecho de que monseñor Milingo es un poderoso exorcista y un excelente curador espiritual. Son miles las personas que afirman haber recibido de sus intervenciones beneficios físicos y espirituales; cuando celebra los actos de curación, acuden muchedumbres de fieles. En su país de origen, Zambia, su popularidad es vastísima, segunda después de Kaunda, presidente del Estado. En Italia son pocas las personas que no hayan oído hablar de él, que no lo hayan visto en los periódicos o en la televisión. Pero las curaciones, y sobre todo los exorcismos que tienen por objeto a Satanás, son temas que escaldan. Cuando alguno los toca, levanta un avispero de polémicas. Desencadena el interés morboso de las masas y la hostilidad desdeñosa y furiosa de muchos intelectuales, incluso de fe religiosa. Y, por esto, monseñor Milingo es también un personaje muy criticado. Sus enemigos laicos lo definen como hechicero, embustero, visionario; sus enemigos eclesiásticos dicen que es un fautor de supersticiones, un fanático peligroso, y, desde hace varios años, está en el ojo de un ardiente ciclón. La prensa lo ataca cuando celebra sus "ceremonias de curación", que atraen muchedumbres oceánicas; las auto-

ridades eclesiásticas, preocupadas por la gente que acude y las críticas de los periódicos, frenan su misión. En 1983, monseñor Milingo recibió la primera llamada de atención oficial por parte de las autoridades eclesiásticas, cuando todavía se encontraba en Lusaka. Su fama en África había llegado al ápice. Un año antes, un funcionario del Estado de Zambia, Ludwig Sondashi, entonces ministro de los asuntos sociales, había declarado oficialmente haber sido curado por monseñor Milingo. La declaración suscitó el entusiasmo de la gente, pero también las envidias. Alguien hizo llegar un dossier a la Santa Sede, y monseñor Milingo fue llamado a Roma. El alejamiento de África fue muy doloroso para el joven arzobispo, que se sentía acusado injustamente. Pero obedeció, demostrando una humildad, una sumisión a los superiores, una fe en las autoridades eclesiásticas que despiertan admiración. No pronunció nunca un juicio contra quien lo había acusado. No se lamentó de la suerte que le había tocado. Sufrió en silencio, orando. En Roma, después de una larga espera, fue procesado y absuelto. Se encontró con el mismo pontífice, Juan Pablo II, quien se dio cuenta de la perfecta ortodoxia de este obispo y de su conducta ejemplar. Así monseñor Milingo, aunque teniendo que permanecer en Roma como "delegado especial" del Pontificio consejo para la pastoral de las migraciones y del turismo, obtuvo el permiso de continuar su actividad de "curador especial" y de "exorcista". En pocos años su fama se difundió en todo el país y su bondad ha conquistado decenas de miles de personas. Pero una vez más la creciente popularidad ha suscitado envidias y preocupaciones, y una vez más Milingo fue invitado a suspender sus encuentros públicos con los fieles. Quien lo conoce bien, sabe que es una persona que merece estimación: límpido en la acción, trasparente en sus ideas, es un eclesiástico de profunda y auténtica fe. Su experiencia humana es rica y amplia. Nació en 1930 en un pueblo pobre de Zambia. Pertenece al pueblo Ngumi, del cual los zulú son la rama más antigua. A los 12 años todavía era analfabeto. Luego empezó a estudiar con los Misioneros Blancos y en poco tiempo llegó a ser el mejor de la escuela. Entró en el seminario y fue ordenado sacerdote en 1958. Once años después, cuando sólo tenía 39 años, fue consagrado

obispo por Pablo VI, quien le confió la arquidiócesis de Lusaka, capital de Zambia. Su actividad lo ha llevado a viajar por el mundo y a conocer los problemas y las aspiraciones de muchos pueblos. Su preparación intelectual también merece mucho respeto. Después de los estudios filosóficos y teológicos en el seminario de Lusaka, Emmanuel Milingo fue a Europa a completar su formación. Se graduó en filosofía, teología y ciencias sociales en Roma y en la Universidad de Dublín, en Irlanda. Adelantó cursos de perfeccionamiento en locución y, cuando regresó a su patria, se convirtió en una de las voces radiofónicas más populares de toda África. También ha escrito bastantes libros, traducidos en varias lenguas. Él admite candidamente que tiene dotes particulares, que ha hecho experiencias especiales, que se siente llamado a desarrollar una misión especial en la Iglesia. No oculta sus experiencias, que considera verdaderos dones de Dios. Me cuenta: "Empecé a hacer de exorcista, después de haber vivido una experiencia particular que me hizo comprender cuan grande, concreta y peligrosa es la presencia de Satanás entre los hombres. Desde entonces he recorrido el mundo profundizando siempre más el significado y la importancia de mi misión. He sido exorcista en América, en varias naciones europeas, en África. En todas partes he encontrado casos aterradores. La lucha de Satanás contra los hijos de Dios no da tregua. Desafortunadamente, con frecuencia el hombre no se da cuenta de esto, convirtiéndose así en una víctima indefensa de su enemigo". Monseñor Milingo se expresa hablando con convicción y sencillez desarmantes. Su sonrisa candida y serena manifiesta un ánimo noble. Dice: "La experiencia que me llevó a cambiar radicalmente mi vida remonta al tiempo de mi consagración como obispo. Empecé a interrogarme sobre mis nuevas responsabilidades religiosas. Yo era sacerdote, más aún obispo, es decir, tenía la plenitud del sacerdocio con la misión específica de guiar a los otros sacerdotes y a los fieles hacia la verdad, y mis convicciones tenían que ser precisas y concretas. "Meditando y haciendo profundos exámenes de conciencia, me di cuenta que me faltaba algo. Mi fe en el evangelio era total, pero parecía "acolchonada", adormecida. Me parecía ser el administrador de una "cosa muerta", mientras sabía que Cristo es la

"fuente de la vida". Sentía que, para estar a la altura de mi misión, tenía que encontrar la "realidad" concreta del evangelio. "Me decía: si Cristo afirmaba ser el alfa y la omega, el principio y el fin, y si decía que, cuando dos discípulos suyos oran juntos, él está en medio de ellos, esto significa que la realidad a la que dio comienzo hace dos mil años debe continuar siempre, hasta el fin del mundo. Por eso, nosotros cristianos del siglo XX, debemos comportarnos como lo hacía él. El evangelio no debe ser un "documento histórico", sino un "código de acción práctica". Si lo vivimos con este espíritu, deberían realizarse, inevitablemente, todos esos milagros, prodigios y fenómenos espirituales que sucedían en ese tiempo. "Seguí leyendo y meditando con asiduidad los libros del Nuevo Testamento con esta óptica, tratando de aplicarlos a la vida práctica. Descubrí nuevos aspectos de la verdad cristiana, sus más profundos significados y también la realidad de los espíritus del mal. "Siempre había creído en el demonio. Estudiando teología, había profundizado también en el conocimiento de los enemigos de Cristo, en particular los espíritus malignos. Pero había hecho todo esto sólo teóricamente, mientras el Nuevo Testamento habla de ellos de manera concretísima". Monseñor Milingo toma un libro grande en donde están reunidos todos los libros de la Biblia y, con seguridad, conocimiento y competencia, encuentra y lee cada uno de los pasajes que se refieren a la existencia de los demonios y a su acción sobre el mundo. Cita los evangelistas, san Pablo, san Pedro, los Hechos de bs Apóstoles. Luego continúa: "A un cierto punto, tuve como una iluminación que me hizo comprender profundamente la importancia de estas verdades. Inmediatamente empecé a obrar en la vida práctica, tratando de resolver los problemas de cada día con la oración como había enseñado Jesús y obtuve inmediatamente resultados estrepitosos, en lo referente a las enfermedades, y a las posesiones diabólicas". Desde entonces monseñor Milingo ha seguido comportándose según este nuevo espíritu de fe viva, suscitando en todas partes un grandísimo interés. Quien se le acerca y habla con él, aunque sea una sola vez, difícilmente lo puede olvidar. Incluso sus enemigos quedan encantados por su candor y bondad.

En este libro, Milingo narra su historia y resume su pensamiento filosófico y teológico. Dice cómo ve el mundo y los acontecimientos de los hombres. Describe sus desconcertantes experiencias con los muertos, los poseídos y los endemoniados. Revela detalles clamorosos sobre la "Iglesia de Satanás" y sobre su organización difundida en el mundo. Habla de todo esto con discreción, con prudencia, pero con franqueza, porque lo que narra es fruto de una profunda convicción y de una larga experiencia. Se puede no estar de acuerdo con cuanto él afirma, pero no se pueden negar los hechos que el arzobispo de Lusaka ha vivido en su propia persona. Por esto, el libro tiene un gran valor de testimonio y merece la más viva atención. Renzo Allegri

Capítulo primero

PREDICAR A CRISTO "No quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y este crucificado. Y me presenté ante vosotros débil... Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder" ICo 2,2-4

Se necesitaron cuarenta y cinco años

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ómo desearía haber nacido en una familia real! Creo que, si hubiera crecido como un muchacho sofisticado de una familia real, se habrían podido evitar mis pequeñas innatas reacciones que me traumatizan. ¡Cuántas veces he sentido haber obrado con una cierta agresividad respecto de mi prójimo... pero nadie elige al propio padre ni a la propia madre! Mis padres vivían mejor que yo, en el sentido de que vivían en su tiempo, según las costumbres y las usanzas de su tiempo, mientras que yo, tratando de imitarlos, tengo que desdoblarme, porque tengo también una dignidad sacerdotal con la que a veces me es difícil competir. Mi madre, Dios bendiga su alma, fue la mejor madre que se pueda imaginar. Les dejo a ustedes decir lo mismo de la suya. Era una mujer diligente, severa con nosotros. Con frecuencia me castigaba por mi insolencia y mis caprichos de niño. Recuerdo que detestaba verme escupir por todas partes. Siempre decía: "¡Vete! ¡Sigues escupiendo como si tuvieses una rana podrida en la boca!". Entonces me alejaba, pero seguía a su alrededor, porque la quería mucho. Claro está que ella me quería mucho más que yo a ella... ¡me conocía aun antes de nacer! Y tenía un motivo más para quererme tanto: de niño me parecía mucho a ella; creo que le disgustaba que no hubiera nacido mujer.

Ahora me parece comprender que tenía razón porque, también yo como ella, hubiera sido una madre maravillosa. Mi padre era la disciplina en persona. Con mi padre no tenía mucha familiaridad, aunque nunca llegó a pegarme cuando me merecía un castigo. Con el correr de los años tuve que darme cuenta de que había motivos precisos para ello. Ante todo, era tan frágil que, si hubiera nacido algunos años más tarde, seguramente me habrían puesto en incubadora. Sin embargo, y dadas sus condiciones, mis padres lograron mantenerme en vida, pero durante toda la juventud seguí siendo muy débil. Creo que mi padre me consideraba demasiado débil, pero a él le bastaba que yo viviera. Otra probable razón podría ser ésta: como era el predilecto de mi madre, si se me hubiese castigado con frecuencia, hubiera podido convertirme fácilmente en causa de desacuerdos. Yo siempre reservé a mi madre todo mi afecto, aunque esto no esté de acuerdo con la costumbre de mi tradición tribal. Los tiempos cambiaron. Con la muerte de mi madre, cuando yo tenía diecisiete años, toda la responsabilidad de los siete hijos pasó a mi padre. Así él dejó de ser "el hombre de la disciplina", obligado a convertirse en padre y madre al mismo tiempo, y nosotros descubrimos en él ternura y atenciones que habían sido propios de nuestra madre. Recuerdo que me decía, durante mis años de seminario: "Todos los días ofrezco una decena de mi Rosario para que puedas llegar a ser sacerdote". De mis padres, sólo mi papá tuvo la alegría de verme sacerdote y de estar presente en mi consagración como arzobispo de Lusaka. Entonces recordamos a mi madre de manera muy especial, todavía muy presente en nuestra vida. ¡Que su alma descanse en paz! Nací el 13 de junio de 1930 en el pueblo de Mukwa, diócesis de Chipata (Zambia oriental), de Yakobe Milingo Chilumbu y de Tomaide Lumbiwe Miti. De 1949 a 195 8 estudié filosofía, teología y derecho canónico en el seminario de Kachabere. Situado en el confín entre Zambia y Malawi, el seminario de Kachabere servía a las diócesis de Zambia y Malawi. Fui nombrado arzobispo de Lusaka en junio de 1969 y consa-

grado el primero de agosto del mismo año por su santidad, el papa Pablo VI, durante su visita a Kampala. He empleado cuarenta y cinco años para despejar mi mente de conceptos errados sobre Dios, conceptos errados de oración, conceptos errados de cristianismo. No quiero enumerarlos todos —sería deprimente— y por ellos no culpo a nadie sino a mí mismo, pues desde la edad de los doce años me había preparado para llegar a ser un eclesiástico y así había tenido la posibilidad de elegir entre el bien y el mal. Sin embargo, permítanme hacer alusión solamente a un par de errores inherentes a mi modo de creer. El primer error se refería a mi actitud hacia la oración, que yo consideraba una imposición de la religión sobre los que aceptaban ser "esclavos de Dios". Yo creía que, rezando, se renovase a Dios nuestro compromiso de fidelidad y sometimiento, y estaba convencido de que, durante toda la vida, habría tenido que inclinarme continuamente delante de él y decirle: "No puedo hacer otra cosa, si esto es lo que me pides". Se necesitaron cuarenta y cinco año para comprender qué significa ser cristiano. Descubrirlo fue para mí motivo de grande alegría. Pero, ¿cuánto tiempo necesitaré para serlo realmente? Siento miedo al pensarlo. En todo caso, ésta es la finalidad que me he propuesto para el resto de la vida.

La primera misión

J—/a primera misión que el Señor me ha confiado es la lucha contra Satanás y sus aliados. Los demonios viven entre nosotros, oculta e inteligentemente. Son como gatos salvajes que despedazan los pollos y que el campesino no logra atrapar. Pone las trampas, pero en vano. Por fortuna, cuando el bosque está en llamas y el gato selvático no sabe a dónde huir, el campesino puede sorprenderlo. Me he encontrado, casualmente, tan a menudo en el espíritu de Judas Iscariote —mejor, en un espíritu que afirmaba hablar en su nombre— que un día tuve la curiosidad de querer descubrir su identidad. Entonces me dijo: "Ese Jesús perdió la batalla. ¡Nosotros lo matamos! Lo herimos mortalmente. Él no tenía ningún poder sobre nosotros". Naturalmente, decir que Jesús no tuvo ningún poder contra el ejército de Judas Iscariote es una mentira. Quien ríe de último, ríe mejor, y Jesús se rió de sus enemigos después de su resurrección. Ellos tuvieron que huir a esconderse. "¿Por qué —preguntémonos— Cristo nos recuerda tan a menudo que debemos ser audaces, valientes, que no debemos dudar? Porque él sabía que nuestro más grande obstáculo para servirlo como deberíamos, es el miedo: miedo de la oposición que conlleva la fidelidad a Jesús, miedo de la indiferencia por parte de las personas que amamos o, como dice Cristo, de los enemigos que se encuentran en nuestra misma casa; pero, sobre todo, miedo de

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quien conocemos hasta demasiado bien, de quien nos ha traicionado a menudo: es decir, de nosotros mismo" (Fr. J. Hardon 'Holiness in the Church'). Alguien tenía razón de decirme: "Yo objeto sobre el uso continuo que usted hace de la palabra poder". Esto sucedía en Ann Arbor, Michigan, en 1976. Ahora bien, no es fácil definir algo espiritual. Mientras los científicos llaman "radiaciones" de las energías desconocidas, yo llamo "poder" a la fuerza vital que irradia de Cristo en su Iglesia. No quiero definirla "gracia", porque comparo la gracia con un suave susurro que se derrama dulcemente, silenciosamente en el alma —presencia divina que, derramándose en ella, la transforma en templo del Espíritu Santo, extraordinaria permanencia del Dios vivo en la vida más humilde tocada por una luz inefable. También se es llevados a considerar la gracia como algo particularmente bello e incontaminado que hay que tratar con un cuidado especial, el mismo que se requeriría para transportar un huevo en un canasto grande; pero lo que yo defino "poder" es, para mí, virilidad, riesgo, audacia: una espada de doble filo, un derecho a la vida. Durante siete años les he declarado guerra a los espíritus malignos. ¡Ha sido una guerra dura! Ellos han usado todos los medios para perjudicarme, pero mi espíritu, que no se duerme nunca, continuamente estaba alerta para protegerme. Si los espíritus malignos lograran mandarme en "trance", se darían cuenta de ello y se reirían de mí, atormentarían mi cuerpo y, abusando de mi fantasía, me recordarían una cantidad de imágenes. Poco a poco insinuarían en mí el espíritu del miedo; y es lo que no logran hacer. Cuando mi cuerpo descansa, sigo estando "espiritualmente consciente" (para usar un término de Prajapita Brahma Kumaris). He aquí por qué, si durante la noche vienen los espíritus malignos a atacarme, yo me levanto y los saco corriendo con una bendición o una señal de la cruz. Después sigo durmiendo. El hecho es que nunca estoy solo (ni siquiera ahora cuando hablo), sino en continua compañía de muchos espíritus custodios, cuyo rango desconozco. Les estoy profundamente agradecido, porque en muchas ocasiones me han protegido de los espíritus malignos y de venganza. Viajando hacia países lejanos, han sido mis amigos predilectos: 16

me han levantado de depresiones y desánimos y les han declarado guerra a los espíritus malignos más duramente de lo que yo hubiera podido hacerlo, siendo como soy un débil ser humano. Cada vez que los invoco, se ponen a mi lado. Estas reflexiones forman parte del tercer opúsculo de una serie sobre la investigación relativa al mundo de los espíritus —el "mundo intermedio"— que considero ser el lugar de encuentro de los otros dos mundos: los cielos y la tierra. Por "lugar de encuentro" aquí no se debe entender la unión de los cielos con la tierra, todavía separados entre sí, sino más bien un ambiente —precisamente el "mundo intermedio"— en el que ambos poderes son operantes, el único que puede recibir los seres del mundo de arriba y de abajo. El "mundo intermedio" es en donde los seres del cielo sienten la atmósfera de la tierra, y los de la tierra la atmósfera del cielo. Para usar una expresión común y corriente, podríamos definirlo un "mundo de realidades recíprocas". Lázaro y el rico Epulón pudieron sentir su recíproca atmósfera, pero no pasar el uno a la parte del otro (cfr Le 16,26). Ustedes pueden definirlo como el lugar en donde se realizará el juicio final de Dios sobre mi destino y el de ustedes.

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El descubrimiento del don de curación

suceso común. Después de haber orado por la mujer, mi cuerpo se congeló hasta el punto de quedar entumecido; esto porque estaba haciendo la experiencia de la oración profunda, sea en el cuerpo, sea en la mente. Me preguntaba cómo podría desvincularme de semejante fuerza, pero poco a poco, con el poder que me venía del Señor, retomé conocimiento y el dominio de mí mismo. Demos gracias al Señor porque la mujer ha estado bien hasta hoy (aunque tenga problemas, son de naturaleza diversa). Come normalmente, no oye más las voces y ya no le tiene miedo a su hijo. Puedo recordar muchísimas cosas que me sucedieron en ese mes de mayo de 1973. Sabía que Dios me estaba guiando hacia la curación de la enfermedad de la que son víctimas muchos de mis hermanos y hermanas zambeses, el "mashawe"*, que no se puede curar en el hospital. Durante todo el mes me pregunté cómo se podría ayudar a esos enfermos, luego el 3 de julio participé en una reunión de la Acción católica en la catedral de Roma (Lusaka), incierto de si hablar de eso en la asamblea. Al final el Señor me dio la valentía de anunciar: "¡Hermanos, hermanas! Durante mucho tiempo hemos sufrido por causa del mashawe y se nos ha obligado a recurrir a los médicos dejando a un lado a la Iglesia. Esta enfermedad puede ser curada en nuestra Iglesia católica. Ahora bien, si alguno de ustedes sufre de mashawe, venga adelante y trataremos de ayudarlo". Fue así como empecé a curar.

\*J na mujer sufría desde hacía cinco meses. A veces pasaba enteras semanas sin poder comer algo. Únicamente podía beber agua o bebidas sin alcohol; le tenía miedo a su niño, porque creía que no era un ser humano y continuamente oía voces. La mujer había sido tratada en una clínica siquiátrica sin ningún resultado. El 12 de abril de 1973 vino a mi oficina y me expuso su caso. Algunos días después volvió y, una vez más, me contó toda su historia. Entonces la llevé a mi residencia para escucharla y celebrar la misa. A pesar de ello, la mujer seguía oyendo las voces y temiendo a su niño (en ese tiempo todavía yo no sabía cómo se comporta Satanás cuando está en posesión de una persona). Cuando estaba pensando en el modo de ayudarla, improvisamente una idea se iluminó en mi mente: "Mírala intensamente a los ojos tres veces y pídele que haga lo mismo, luego ordénale que duerma. Habíale a su alma, después de haberle hecho la señal de la cruz". Seguí escrupulosamente las instrucciones recibidas y la mujer quedó dormida por el poder del Señor: se calmó, se relajó; así pude ponerme en contacto con su alma. Recé lo más largamente posible, luego la desperté... pero ninguno de los dos sabía decir qué había sucedido. Yo puedo narrar solamente lo que me había sucedido, en el

* Definido el "fenómeno africano", el mashawe causa alienación mental e improvisas manifestaciones de comportamiento animal (E. Milingo 'The World ¡n Between').

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El 8 de julio me encontraba en Kabwe y estaba curando a los enfermos al final de la misa. Usaba la mano derecha para trasmitir lo que la gente llama comúnmente "radiaciones de curación". Las personas, enfermas de mashawe, se pusieron a gritar y a llorar mientras rezábamos por ellas. Una mujer, llevada hasta la iglesia en una bicicleta, regresó a casa a pie después de la oración de curación. Mientras tanto yo empezaba a creer que el Señor Jesús aprobaba lo que yo estaba haciendo, aunque sin lograr entender de dónde me venía esta fuerza particular. El 24 de julio me encontraba nuevamente en Kabwe, en donde

se habían reunido muchísimos enfermos para la función de curación. Eran tan numerosos, que imponer las manos a cada uno hubiera sido una empresa imposible. Entonces el Señor me señaló otro método: me puse delante de los enfermos y les ordené relajarse y cerrar los ojos. Con gran sorpresa mía todos se durmieron, excepto una mujer que se durmió después que le toqué la mano. "Malodza a kwa Mulungu": "¡Es un misterio de Dios!". No encuentro nada mejor que esta traducción aproximativa del dicho popular para describir lo que me estaba sucediendo. Precisamente es el caso de decir "lo que me estaba sucediendo", porque yo mismo estaba a oscuras de la transformación que sucedía en mi cuerpo. Recuerdo que un día —era abril de 1974—, mientras me encontraba en Kitwe, en casa de mi hermana, dedicado a contarle los más recientes acontecimientos de mi vida, ella exclamó: "Mira al hijo de mi madre... ¡¿Es posible que nadie logre entender qué tiene?!". Era tan difícil explicarlo a los demás. Por eso, en ciertos días podía parecer un loco que hablaba ininterrumpidamente sin ser comprendido y sin aclarar nada. No puedo decir haber tenido una fe semejante a la de ellos, porque diría una mentira. No acepté inmediatamente los problemas cuando se me presentaron, por la sencilla razón de que todavía no me había dado cuenta del don que Dios me estaba haciendo (y que yo no le había pedido). Me maravillaba que Dios me diera un don semejante, gracias a su poder y bondad respecto de mí. También estaba sorprendido porque parecía que algunas personas ya habían comprendido y explicado a Roma lo que me estaba sucediendo. Y de Roma me llegó una carta de reproche en la que se me ordenaba interrumpir. Fueron días difíciles. Durante varios meses me comporté como un prófugo, con tal de no desobedecer las órdenes recibidas. Me escapaba de casa cuando veía los enfermos y el jueves había tomado la costumbre de regresar a casa a las diez de la noche. Aunque los había evitado durante muchos meses, los enfermos seguían viniendo.

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Y el Señor me dijo

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k_/olamente desde 1973 fui apartado de los sentimientos profundamente religiosos de mis hermanos africanos. Antes estaba acostumbrado a sentir hablar muchísimo de las bellas cosas que hacía como sacerdote y a recibir un montón de elogios por mis homilías. Pero hoy, cuando estoy tan cerca de la vida privada de miles y miles de cristianos, me doy cuenta de que mis hermanos tienen mucho que enseñarme a mí y que muchos de ellos están en contacto directo con lo sobrenatural. A su tiempo algunas personas habían venido, por iniciativa propia, a aconsejarme sobre asuntos importantísimos que, en el momento en que me hablaban, podían parecer puramente casuales. Una vez salido del período al que se referían, llegué a comprender que sus palabras habían sido proféticas. Aceptar sus consejos requería humildad de parte mía, pues yo estaba convencido de que, por una parte, la filosofía que había estudiado me abría las puertas a todo lo que era intelectual y, por otra parte, la teología me introducía a lo sobrenatural. Hoy sé que en la vida hay muchas cosas más que cuentan, prescindiendo de la filosofía y de la teología. También estoy convencido de que en muchas religiones tradicionales se encuentran elementos idóneos para conducir el hombre a Dios, satisfaciendo al mismo tiempo la razón. 21

Con la misma profusión con que ha creado diferentes colores para tantas variedades de flores, Dios ha distribuido sus dones a razas y naciones diversas; por tanto es equivocado pensar que una raza tenga una cultura superior a la de otra. La historia ha demostrado que, cuando el cristianismo era llevado de nación en nación, indirectamente se manifestaba un complejo de superioridad espiritual, por medio del cual se aniquilaba la cultura del pueblo evangelizado. Las sensaciones son realidades comparables, en el ser humano, a un barómetro, que puede señalar cuándo la temperatura está al mínimo, mientras afuera tal vez resplandece el sol y el cielo es terso. Según el tiempo que hay, o que se prevé en breve, el barómetro nos ayuda a tomar decisiones; por eso es responsabilidad nuestra si decidimos movernos en sentido contrario a sus indicaciones. Estos instrumentos de alta precisión se usan también en los hospitales. En efecto, el termómetro puede indicar inmediatamente si el paciente tiene fiebre, dando así al médico una información preciosa sobre el estado general de sus condiciones físicas. Las sensaciones son para el hombre como las antenas para la radio y la televisión (las antenas reciben material para uso de los medios de comunicación con los que se organizan los programas para el público; a su vez el público elige los programas que prefiere). Así no sería justo echar la culpa a las sensaciones que están en nosotros porque, sin ellas, se nos escaparía la vida. Nosotros estamos vivos porque "sentimos" y porque los demás "sienten" que vivimos. Muchas veces se resume nuestra personalidad, no con una frase hecha o un juicio standarizado, sino más bien a través de la valoración de sus diversos aspectos que los demás "ven" y "sienten".

ambiente tribal, se me había ya recomendado no evidenciar demasiado los valores de mi tribu. Ahora, cuando estoy lejos de África, se me da una gran lección, esto es, que todos los hombres pertenecen a Dios y son hermanos. Me doy cuenta de estar tratando el instinto a la buena... En todo caso hay que decir que, cuando se obra según los instintos —sobre todo según el instinto de pertenencia— se puede desarrollar la tendencia a practicar el exclusivismo. A nivel político es fácil resaltar lo que el tribalismo ha causado y sigue causando en el continente africano. "No hay griego, ni romano, ni gentil... Todos vosotros sois uno solo en Cristo Jesús" (Col 3,11). Palabras que no significan nada, ni siquiera en las comunidades religiosas. Las comunidades religiosas africanas están infestadas por esta debilidad y el diablo vive en cada una de ellas, precisamente porque el tribalismo le abre las puertas. La vida religiosa, en cambio, debe ir contra corriente. El tribalismo es lo que san Pablo define "indulgencia hacia sí mismos". Dice él: "No os engañéis; de Dios nadie se burla. Pues lo que uno siembre, eso cosechará; el que siembre en su carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna" (Ga 6,7-8). Las consecuencias son muy claras. En donde el tribalismo siembra semillas del exclusivismo, la comunidad tiene miembros que se lamentan siempre. En ella prevalece la injusticia; el favoritismo es historia de todos los días; la estrechez mental de los superiores limita la visión de la congregación que, poco a poco, se convierte en una "santidad tribal" y no ya en la expresión de la Iglesia universal que debe testimoniar la presencia de Dios en su pueblo. La congregación ya no es el símbolo de una vida que tiende hacia Dios, tal como deberían vivirla sus miembros que se han congregado a la Iglesia.

Se puede abusar de un instinto, especialmente del instinto de pertenencia. Yo tengo dos instintos muy fuertes en mí: me siento muy africano y me siento muy Ngumi. Si no fuera guiado por Dios, y no me esforzara por adherir a sus planes en mi vida, terminaría siendo muy africano y muy Ngumi. ¡Cómo ha sido sabio el Señor que me ha ayudado a desarrollar otra cosa: a ser "todo para todos"! Por el simple hecho de haber sido alejado de mi casa y de mi

Leemos en el libro de Jonás: "La palabra del Señor fue dirigida a Jonás, hijo de Amitai, en estos términos: Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad, y anúnciales que su maldad ha llegado hasta mí. Jonás se puso en marcha, para huir a Tarsis, lejos del Señor". (Jon 1,1-3). Comparándome con Jonás, yo creo haber aceptado la invitación del Señor, pero no todo lo que se refería a su ejecución. A mí el

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Señor me había dicho: "¡Ve a predicar el evangelio!". El poder de su voz no me dejaba dudas, pero tampoco la valentía de preguntarle cómo había que predicar este evangelio. Volví a entrar dentro de mí mismo, simplemente, esperando otra aclaración. Desde ese momento —octubre de 1973— el Señor me habló por medio de signos. Por fortuna no me dijo que predicara el evangelio a una comunidad particular, pero también éste es el motivo por el cual me metí imprudentemente en las dificultades. Además, al profeta Jonás se le había sugerido qué debería anunciar; a mí solamente se me había dado una orden —predicar el evangelio—.

El profeta es atormentado

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J—i\ profeta es atormentado cuando obedece a Dios y le colabora en la trasmisión de su mensaje, intranquiliza al pecador y lo aparta de su falsa tranquilidad, poniendo en peligro su propia vida. En efecto, muchos profetas la perdieron. Realmente, el profeta es un signo de contradicción, como nos lo revela la historia de Jesús, el gran profeta: "Su padre y su madre estaban admirados de I9 que se decía de él. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción —y a ti misma una espada te atravesará el alma— a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones" (Le 2,33-35). En 1976, mientras me encontraba en la comunidad carismática ecuménica "Palabra de Dios" de Ann Arbor, Michigan, Dios me habló por medio del profeta de la comunidad. El mensaje anunciaba: "Tendrás que sufrir todavía, pero saldrás adelante". Conociendo las pruebas que me habían tocado desde abril de 1973, el hermano quedó muy adolorido y sufrió mucho cuando el Señor le pidió que me informara que yo tendría que seguir sufriendo. En todo caso, él cumplió puntualmente la orden recibida. Por parte mía medité el mensaje sin lograr adivinar qué clase de sufrimientos tendría que esperar. Sólo me quedaba el consuelo 24

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de haber sido preavisado por el Señor, y ésta era la prueba de que él me amaba y de que estaría conmigo. El cumplimiento de la profecía es lo que me ha llevado a redactar estas líneas. A pesar de haber tratado de eludirlas de muchas maneras, los sufrimientos llegaron (pero no fui tragado por el pez...) y la oración de Jonás seguramente es también mi oración: "Entonces Jonás oró al Señor su Dios desde el vientre del pez. Dijo: Desde mi angustia clamé al Señor y él me respondió; desde el seno del Seol grité, y tú oíste mi voz" (Jon 2,2-3). El Señor me acompañó durante todas mis travesías, aunque de vez en cuando yo no haya tenido en cuenta su presencia y haya ido en busca de consuelos humanos. Pero ahora comprendo la diferencia que hay entre el ser uno instrumento del Señor al servicio de la comunidad y el compartir su vida, es decir, la santidad. Me queda mucho por caminar antes de que estas dos cosas se vuelvan una sola cosa dentro de mí. Leemos en la Sagrada Escritura: "No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!" (Mt 7,21-23). Cuando las personas, a las que se refiere Jesús en este contexto, profetizaban, su profecía se cumplía. Los que expulsaban los demonios, los expulsaban efectivamente. Los dones —el de la profecía y el de expulsar los demonios— son concedidos en beneficio de la comunidad por medio de cualquier hombre y su presencia en una persona no implica necesariamente la presencia de la vida divina. Steve Clark, uno de los primeros miembros de la Renovación carismática de los Estados Unidos, comenta así este pasaje: "El no dice que éstos no profetizaban o no expulsaban los demonios o no hacían milagros en su nombre, dice más bien que todo esto no hace de un hombre un auténtico discípulo suyo. Lo que hace a un hombre un auténtico discípulo de Cristo es el cumplimiento de la voluntad del Padre, es decir, la santidad" (S. B. Clark 'Spiritual Gifts'). A menudo me ha sucedido preguntarle a Dios si él es consciente de mis sufrimientos y hasta qué punto llevo adelante su 26

obra; además, si las personas se dan cuenta de los sacrificios que tengo que hacer para servirlas. Lo que siempre queda cierto, para mí, es que los caminos del Señor no son nuestros caminos. Aunque nunca le he dicho abiertamente que rechazaba su voluntad, sin embargo muchas veces tuve la tentación de abandonar el uso de los dones que me había dado y el servicio a la comunidad, pareciéndome que éste era el camino justo para regresar a casa a gozar de mi libertad. Después, el 22 de septiembre de 1973, alguien vino a mí y me dijo: "Tengo un mensaje para darte. Desapruebo tu proyecto de abandonar el ministerio de la curación, sólo porque te lo ordenan. Puesto que está dentro de ti, aunque renuncies a él te será difícil enterrarlo". ¡Y era cierto! Dos veces estuve a punto de renunciar al arzobispado de Lusaka, debido al inesperado trato de mis superiores (el mensaje se refería precisamente a estas tentaciones). Yo no había preferido la muerte a la vida (como lo había hecho Jonás), pero me había dejado llevar por el dolor profundo de ser alejado de los servicios eclesiásticos públicos. Aunque dotado de dones espirituales, seguía siendo humano, como el profeta Jonás... Haber sido puesto en entredicho, fue el sufrimiento más atroz. Yo creo que esto haya causado ansiedad aun a los que fueron instrumentos en la ejecución de la condena oficial de mi ministerio de curación. Al mismo tiempo creo, y sé, que se trató de una prueba para todos, porque Dios prueba a los que ama de los modos más dolorosos e inexplicables. A veces parece que el Señor quiera hundirme en una oscuridad espantosa que me impide valorar globalmente sus planes en mi vida, por lo cual no me queda sino caminar por el sendero que él me ha trazado, consciente de tenerlo siempre a mi lado. Además, señalándome ulteriores sufrimientos a lo largo del camino, parece que él no me quiere mostrar el final. Dios es el más grande curador de los hombres y, si yo soy su instrumento en esta obra suya, no me corresponde decidir cómo tenga que usarme. Tal vez el Señor me está usando, como si fuera un bisturí, con el fin de hacer un corte doloroso en una parte de su cuerpo, la Iglesia, para la salud y el bienestar de todos sus miembros. Me aterro ante la idea, pero estoy completamente en sus manos. *

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El 7 de agosto de 1974 tuve una reunión con los expertos: una experiencia terrible... Fui acusado de usar el hipnotismo como técnica de curación y se citó la advertencia de Pablo según la cual los dones buenos y válidos no se deben usar siempre ni indiscriminadamente (cf ICo 14). Algunos afirmaron que estrechar las manos a una mujer, como yo lo hacía habitualmente, podía ser mal interpretado. Mis propios expertos fueron de pareceres opuestos y esto comprometió la toma de posición del pro-Nuncio respecto de mí. Se me negó la posibilidad de defenderme y se estableció que los dones que yo tenía eran naturales y nada más. La carta, que me llegó del Vaticano, declaraba abiertamente que lo que yo hacía no convenía a una persona en la posición de jefe de la arquidiócesis de Lusaka. Me aislaron completamente y me tacharon de desobediente. Un día un sacerdote me confió amablemente un secreto temor suyo: "¡Esté atento, eminencia... No me gustaría verlo alejado de la arquidiócesis!". Cuando era niño no me imaginé que se me harían tantas heridas. En el momento de mi ordenación sacerdotal no sabía qué me reservaría el futuro. Lamento tener que admitir que, si lo hubiera sabido, me habría aterrado la idea de abrazar el sacerdocio. Si sólo hubiera imaginado que me convertiría en el receptáculo de ciertos poderes, es probable que me habría aplicado escasamente a los estudios, quedando en espera de recibir aquellos. Por la misma razón —y también para que no me apegue nunca a un solo método de curación— el Señor, mi Dios, ni siquiera en el momento actual me muestra la amplitud y la profundidad de sus dones y varía continuamente su modo de curar a los enfermos. Con humildad y alegría repito: "¡Señor, yo soy simplemente un canal por medio del cual tus dones de curación se derraman sobre mis hermanos enfermos!".

no lejano, las palabras de Jesús —"Quien permanece en mí da mucho fruto" (op. cit.)— sean realidad en mi vida. Mi sensación de falta de realismo en la transmisión del mensaje evangélico se basaba en la ineficacia de la predicación, de la oración, de la moralidad cristiana... Cuando recibí el mensaje divino —¡Ve a predicar el evangelio!— entonces comprendí estar en lo justo por haber reparado la grave laguna. Finalidad de la enseñanza tradicional era la de preparar a los hombres a la admisión al paraíso por medio de la purificación de su vida y el abandono del pecado. Parecía que cada uno tenía que obtener el paraíso con sus propios medios. Una vez allí, sus esfuerzos serían coronados con una medalla al mérito; pero, mientras vivieran sobre la tierra, no pregustaban nada de las realidades futuras. En el paraíso encontrarían la explicación de todo. Así Dios sería un juez, y no un Padre. Su juicio consistiría en distinguir, entre los pecados cometidos por los hombres, los mortales de los veniales. ¡Esta pobre religión no me satisfizo nunca ni como sacerdote, ni como cristiano! De aquí mi rebelión que sigue aún hoy. Pero hoy puedo afirmar con certeza que he encontrado lo que buscaba, es decir, el evangelio como "palabra viva", como "palabra de Jesús". Por medio del evangelio Jesús nos transmite la fe en su palabra, luego viene a vivir entre nosotros. Jesús está en nosotros, si creemos en su palabra.

Corrían voces según las cuales un grupo de mis sacerdotes ya me habían elegido un sucesor. Mi humilde oración es la de que yo nunca llegue al punto de merecerme un rechazo completo por parte de Jesús, mi salvador. Entonces yo sería completamente inútil, porque él dice: "Sin mí nada podéis hacer" (Jn 15,5). Yo veo la luz en estas palabras suyas y no quiero ser derrotado por mis debilidades. No elijo ninguno de estos instrumentos perjudiciales y espero que un día, 28

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Qué es la libertad

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muchos que, poco a poco, se vuelven pecadores habituales encegueciendo su conciencia hasta hacerlos insensibles al mordisco interior —el remordimiento—. En el infierno, el diablo se dirige contra los pecadores y los llama "estúpidos" por haber escuchado sus mentiras y haberse convertido en sus víctimas. Pero, a este punto, ya no hay posibilidad de un regreso. La puerta del arrepentimiento está cerrada y ni siquiera se desea la misericordia de Dios. El nombre de Dios es una pildora amarga para engullir y Jesús el redentor aquel que ya no podrá salvar al pecador. Este vivirá eternamente en el infierno llenándolo con sus gritos desesperados, impotente ante las torturas. Desearía morir, pero ya no puede morir nunca. Aunque le ofrecieran la posibilidad de salvarse, el ofrecimiento le parecería ridículo, detestaría oír hablar de él. Él mismo es pecado, y sólo pecado. Hablando como sacerdotes y ministros de la religión, todos nosotros podemos afirmar que ya estamos preparados para afrontar los poderes de las tinieblas, en virtud de nuestra ordenación. No se trata sólo de creer que tenemos estos poderes, los tenemos de hecho.

A o vivía mi vida buscando la libertad. ¡Qué error! Ante todo, hubiera debido preguntarme "¿Qué es la libertad?". Después: "¿Libertad de qué?". Así hubiera descubierto mi verdadera identidad y las razones por las cuales vine a este mundo: yo soy hijo de Dios, hecho a su imagen. Proponiéndome alcanzar los fines por los cuales Dios me creó, encontraré, al final, la verdadera libertad. Ser libre quiere decir atenerme a los mandamientos de Dios, por medio de los cuales podré poseerlo. Dios, que me creó para sí, "vivirá —entonces—en mí y yo en él" (cf Jn 15,5). Desde este punto en adelante ya no tendré que temer nada, porque tendré lo que me basta para vivir en plenitud mi vida. El pecado me arrastra hacia una meta que está fuera de mi destino, hacia una muerte eterna, haciéndome desviar hacia un objetivo que me cierra la posesión de la eternidad, hacia un lugar carente de amor, de misericordia, de alegría, de todo lo que tiene en sí un poquito de bondad. Allá nunca más escucharé hablar de lo que había conocido como libertad y seré torturado cruelmente. ¡Extraño que el diablo haga parte del buen samaritano! Él es conocido como mentiroso —mentiroso de naturaleza y de nombre. ¿Quién no lo sabe? (cf Jn 8,44)—. Él miente todos los días a

El 15 de junio de 1980, el decano de la zona organizó, al lado de las celebraciones por mis cincuenta años, la administración de la confirmación. En el momento de la homilía, poco antes de invocar al Espíritu Santo, hice el siguiente anuncio: "¡Hermanos, hermanas! Yo creo en la realidad del Espíritu Santo como persona viva; por eso, cuando lo invoque, él no tardará en venir. Me permito pedir, a los que están de pie, que se arrodillen o se sienten. Podrá haber conmoción a la venida del Espíritu Santo y, para evitar desórdenes, quiero que todos estén sentados". Los que tomaron mis palabras a la letra se sentaron, y nosotros comenzamos el rito de la confirmación. Después de la enunciación de las dos oraciones oficiales, yo seguí impartiendo la unción a los confirmandos. Mientras tanto la conmoción empezó a abrirse camino entre los presentes y algunas personas cayeron, otras se pusieron a gritar y otras a temblar. Quien sabía cómo comportarse en semejantes circunstancias se dedicó a socorrer a los hermanos necesitados y a orar junto con ellos. Al final del rito anuncié de nuevo: "Les ruego que no den

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asistencia a las personas a las que ha tocado el Espíritu Santo. Que ellas se queden donde están. En el momento de la consagración pediremos al Señor Jesucristo que las cure a todas". En efecto, en el momento de la consagración, elevando la hostia santa y el cáliz le pedí al Señor Jesús curar a mis hermanos, por su amor compasivo; pero, en el mismo instante, muchos cayeron nuevamente hacia atrás entre gritos y llantos. Un hombre, que se encontraba cerca del altar, confesó en alta voz: "¡Yo creo, Señor, que tú estás presente en la eucaristía! ¡Señor, yo creo!".

En muchos casos la falta de curación —la espiritual, de las raíces del mal— determina la enfermedad física, porque alma y cuerpo son, por naturaleza, hermanos, dos en uno solo (no es fácil separarlos, porque son los gemelos más idénticos del mundo). Muchas veces la curación física ha llevado a muchas personas a las alturas de la perfección, abriéndoles el canal de la comunicación directa con Dios. Curar significa, pues, querer seguir un programa de evangelización.

Un periódico declaraba: "Cuando el arzobispo Milingo invoca el Espíritu Santo, los espíritus malignos vienen a disturbar a las personas. Yo me pregunto cómo se puede creer en su ministerio de curación". Unos días después, el mismo periódico publicaba otro artículo en respuesta al primero: "El problema —escribía— es que muchos de ustedes no creen en lo que hace el arzobispo Milingo. Simplemente él tiene una fe firme en Dios y lo que se dice se cumple". Un día un sacerdote vino a decirme: "Usted escribe sobre el ministerio de la curación como si todos nosotros tuviéramos que creer en sus palabras con la misma seriedad con que creemos en las palabras de la Biblia". Ciertamente que mi intención no era esa. Por lo demás, toda la gente que anhela que yo no crea en lo que experimento, ¿no trata, acaso, de convencerme a que reniegue a los hechos reales de mi vida? Finalidad de todas las críticas que se me han hecho era la de obligarme a mentirme a mí mismo. A pesar de esto, yo confieso creer en el ministerio de la curación incorporado en el mensaje salvador de Jesucristo. Jesús es definido "la liberación", "el salvador", "el esperado", y todos estos apelativos nos ayudan a comprender la misión redentora del Hijo de Dios. Cristo vive entre nosotros para darnos libertad, liberación, alivio a todos nuestros males, físicos y espirituales. El ministerio de la curación no es una contradicción a la invitación a llevar nuestra cruz, día por día. La lucha cotidiana contra el mal que está en nosotros, la práctica del mandamiento del amor hacia Dios y el prójimo, la integridad de vida y la honestidad: todas estas cosas nos colocan ya en condición de "llevar" la cruz. 32

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San Pablo

iJ an Pablo escribe basado en su experiencia. Enseña con las palabras y con la vida. Es mi ambición. No me propongo confesar a Jesucristo para mi gloria personal, sino por la gratitud que una criatura debe a su maestro. Construyendo la habitación para él en el corazón de los hombres, yo dejo que mis palabras y actos se realicen con base en una libre elección suya. No tengo ningún derecho de propiedad sobre la gracia divina, aunque pueda ayudar a mis hermanos a crear en sí mismos las condiciones idóneas para recibirla. Me atrevo, pues, a decir con san Pablo: "Así como hemos sido juzgados aptos por Dios para confiarnos el evangelio, así lo predicamos, no buscando agradar a los hombres, sino a Dios que examina nuestros corazones... nos mostramos amables con vosotros, como una madre que cuida con cariño a sus hijos" (1 Ts 2,4-7). No recuerdo quién fue el que me aconsejó que escribiera una carta a Roma, al Papa (Pablo VI), sin pasar a través del pro-Nuncio u otro mediador. La escribí el 7 de julio de 1974 y poco después recibí la respuesta del Papa, quien me decía que en ese momento tenía las dos versiones del acontecimiento. Poco después fui donde mis superiores y ellos me aconsejaron abandonar todo, poco a poco, con el fin de evitar desórdenes entre la gente. Mientras la humildad, tal vez, requería de mi parte, la acepta34

ción de todo como llegado de las manos de Dios, no era tampoco bueno mezclar a Dios en toda clase de males. Si algunas autoridades se han negado totalmente a considerar que lo que yo hago brota del corazón de Dios, yo no puedo ponerme de su parte sólo porque representan la autoridad. Algunos teólogos no toleran que se nombre a Satanás como uno de los responsables del caos actual en el mundo, yo no puedo aceptar su rechazo por el hecho de que lo que ellos dicen es teológico y aprobado por la Iglesia. Hay una gran diferencia entre una persona que ve las cosas en la percepción del mundo que está por encima de nosotros y otra que las ve únicamente a través de sus conocimientos académico-teológicos. Me atrevo a admitir que, aun teniendo muchas cosas en común con las personas que viven en esta tierra, yo me comunico con el "mundo intermedio" y con el "mundo final" en donde está Dios, nuestro creador y Padre. Me alegro haber completado mi preparación en las ciencias sagradas, pero tengo que confesar humildemente que yo me comunico con el "mundo intermedio". Y, cuando esto sucede, mis disposiciones humanas ya no son las mismas. Siguen siendo mías la voluntad y la mente, mientras el cuerpo, que no está sujeto a emociones físicas, pierde peso. Para poder obrar en esta atmósfera, el cuerpo debe inmediatamente ajustarse a la calma, al relajamiento y a una flexibilidad inexplicables, controlado por un poder que lo dirige en cualquier parte en donde Dios lo quiere. A veces, este poder ha obedecido a las órdenes de mi voluntad, otras veces ha salido de mí, obrando fuera de mis expectativas. Por ejemplo, hablando a una persona poseída, muchas veces ha salido a combatir a los espíritus malignos, mucho antes de que yo hubiese dado órdenes. No sé cómo pueda suceder esto... Los teólogos, que no han estudiado las estrategias que los demonios y los espíritus malignos usan para torturar y destruir a los seres humanos, no tienen el derecho de dictarnos a nosotros lo que debemos decir sobre el diablo y los espíritus malignos. Adrede, ellos los han dejado a un lado con el pretexto de que no hay que atemorizar a la gente. El resultado es que muchísimas personas, debido a su ignorancia sobre el diablo, han quedado sometidas a él. Inconscientemente se han convertido en sus representantes. 35

A muchos teólogos les puedo hablar de hechos —y no de teorías— sobre el demonio y sobre las estrategias que él usa para engañar a los seres humanos, que es el verdadero objetivo en su obra de destrucción del mundo. Pongo de relieve la posición de los teólogos, porque de distintos modos han inducido, en error, sutilmente, a la Iglesia con su teología sistemática y científica. La teología con la que me comparo —la que me sirve de guía—es la Sagrada Escritura, a más de la sabiduría que gobierna los tres mundos: la tierra, el "mundo intermedio", los cielos. Un gran número de personas no cree en las cosas que se escriben, si no van acompañadas por una rica bibliografía. Por el contrario, yo he leído episodios de hechicería con la certeza de que la gran mayoría de los escritores no han encontrado nunca un hechicero o una hechicera. Ellos citaban una infinidad de ensayos de estudiosos que, a su vez, realmente nunca habían tenido nada que ver con un hechicero o una hechicera. Tratar con el diablo puede ser lo mismo. ¡Cuántas veces he visto santos religiosos casi muertos de terror por haber sido testigos de las torturas que el diablo le hacía a una persona poseída! ¡Pero cuántos libros no hemos leído sobre este preciso argumento! Muchos otros escritores, que en el pasado trataron del culto ancestral, nunca habían participado en una conversación entre un clan africano y sus "difuntos-vivos"; por lo cual, a todos los que me preguntan: "¿Quién lo autoriza a escribir con certeza sobre hechiceros, hechiceras y espíritus?", les contesto: "Expertuspotest credere"'. Habiendo pasado a través de la experiencia, tengo el atrevimiento de escribir con determinación y autoridad. Yo he hablado con hechiceros y hechiceras y he tenido que habérmelas con los muertos: he ido más allá de la teoría. También Dios me ha concedido el privilegio de conocer estas cosas para demostrar a su pueblo que Jesús es el salvador fiel de los vivos y de los difuntos. En efecto, por un fin bueno y consentido, Jesús pudo hablar a Lázaro muerto y encontrarse con Moisés y Elias sobre el monte Tabor(cfJn 11; Mt 17,1-3). ¡Sigamos adelante y enfrentémonos con el dragón! El Señor le ha quitado los dientes, las garras, el veneno. El dragón nos observa con rabia cuando pasamos libres delante de él, 1. El que es experto puede creer.

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porque sabe que es impotente respecto de nosotros. Su gigantesca estatura lo hace inmediatamente reconocible, pero será aniquilado (y es consciente de esto) por el poder de Dios en nosotros. ¡Cede, dragón, cede! ¡Jesús es el Señor y el vencedor! Sepa el lector que este libro describe el momento más crucial de la lucha que he emprendido. Me encuentro en "agua salada", como se dice, afortunadamente en la imposibilidad de ahogarme, porque el agua salada, por su naturaleza, no me lo permitiría. Esto porque me he esforzado por demostrar que Dios es el Padre de los hombres, que Dios se hace accesible a toda persona que se acerque a él —la fuente de todo bien—, que Dios escucha las oraciones de todos los que se dirigen a él con espontaneidad. Dios no considera inadecuada ninguna de nuestras peticiones. ¡Inexpresable es el amor del Padre por sus criaturas! Dios aniquiló a su propio Hijo —Jesucristo— con el fin de recuperar para sí a toda la humanidad. Quien llegue a convencerse de estas verdades, experimentará "literalmente" lo que he dicho. "Espíritus interferentes". ¡Qué clase de definición para personas civilizadas, que consideran que Satanás es una fantasía! Se dice que, después de la resurrección de Cristo, Satanás fue encerrado en una habitación llena de humo (en donde se encontraría todavía completamente desorientado). Nombrar a Satanás y a los espíritus malignos fastidia los oídos de muchos, que juzgan este lenguaje sumamente primitivo. Raro, porque con toda probabilidad estas mismas personas están controladas por el diablo —incluso como sus representantes— y, sin embargo, fingen no tener nada con él. El diablo siempre ha sido un mentiroso desde cuando se rebeló contra Dios (cf Jn 8,44) y todos sus acólitos emplean la misma arma, que es la de vivir de manera contraria de lo que piensan. Un día, caminando por las calles de París, vi un teatro en donde se proyectaba una película sobre Satanás. ¿Quién no conoce la "Iglesia de Satanás" difundida en Europa y en América? La silla del diablo, que estaba una vez en Babilonia, se ha trasladado de país en país... En el mes de noviembre de 1979 participé en el exorcismo del 37

continente americano por la esclavitud de Satanás, al que se le había consagrado poco antes de la independencia. Realizar una sesión de exorcismo es mucho más difícil que describirla en el papel. Una cosa deberían saber los lectores: tenemos que luchar contra fuerzas que van más allá de nuestros cálculos... Permítanme no añadir más. En palabras pobres, quiero decirles a los amigos americanos y europeos que van a África, que abandonen su lenguaje autoritario, como si se dirigieran a quien no sabe nada de lo que sucede en su país. O ellos están completamente a oscuras de los acontecimientos de su propia casa, o hay que perdonarlos por su invencible complejo de superioridad. ¡Pero qué tristeza escuchar a alguien que habla por ignorancia de su propio país! ¡En realidad es algo muy doloroso!

Capítulo segundo

QUÉ TIPO DE LIBERACIÓN "Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres" Jn 8,36

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El ambiente africano

fama de doctores, sin crecer en la persona de Jesucristo. Hoy los oímos predicar que Satanás —principio del mal— no existe y hablar del temor de Dios en modo tal de hacernos creer que no hay motivos para que exista. Dios, siendo no solamente justo, sino también bueno y misericordioso, no podía castigar a todos; como consecuencia, el infierno no existe. Y las verdades afirmadas por Jesús sobre el infierno, sobre el pecado y sobre Satanás —el príncipe de los mentirosos— se consideran argumentos puramente históricos, en relación con la situación de mal que existía antes de la resurrección de Cristo. Así fue eliminado el temor de Dios.

J a l l o s siguen profesándose cristianos aun cuando pecan, según un malentendido cristianismo que coloca a Cristo fuera del cristiano. Las palabras de Jesús: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos" (Jn 15,5) tienen un significado real a más de simbólico. La imagen es la del árbol, pero la referencia a la unidad de la vida representada por el —compuesta por el tronco, las ramas, las raíces— hay que tomarla a la letra. Del tronco, al que corresponde la búsqueda del alimento por medio de las raíces, sale la linfa, que permite a las ramas producir nuevos vastagos y flores. También las palabras de Jesús: "Sin mí nada podéis hacer" (Jn 15,5), hay que entenderlas en sentido literal. Jesús no exageraba, sino que enunciaba un dato de hecho: un cristiano no lo es realmente, si no está sólidamente unido a "su" persona. La razón por la cual el cristianismo ha perdido su vitalidad y su influencia en los problemas del mundo, se debe al hecho de haber tratado de dar de sí mismo la mejor imagen. La teología parece haberse convertido en una empresa internacional de publicidad espiritual y la mayoría de sus operadores no gastarían un centavo para restaurar la dignidad de Jesús en la evangelización secular. Ellos han llegado a ser doctores en teología en vez de convertirse en santos y se han complacido con su

En el cumplimiento de sus deberes para con la humanidad, la Iglesia del mañana tendrá que contar, no tanto sobre el número de sus miembros, cuanto sobre su fuerza interior y calidad. La adulación vigente en la Iglesia, respecto de los que ocupan puestos de prestigio en el gobierno y en los negocios, tiene que desaparecer. A estas personas importantes muchas veces no se les dice la verdad, porque se les tiene miedo. En muchos casos son las más pobres espiritualmente: incluso están a oscuras de un programa parroquial, puesto que los sacerdotes van a ellas par hablar de negocios, esforzándose por demostrar que los sacerdotes también tienen conocimientos prácticos. Estas personas están tan "arriba" que no se pueden bajar al nivel tierra-tierra de la parroquia ni tomar parte en el desarrollo de un programa, que no tenga en cuenta su posición social. Infortunadamente, algunos sacerdotes han contribuido a la ignorancia general de los cristianos que pertenecen a las clases sociales elevadas, enseñándoles solo lo que ellos quieren escuchar. Sucede, pues, que los llamados "pobretones" —hombres y mujeres de la calle, pero que son miembros activos en la parroquia— conocen mejor a Dios que la mayoría de los hombres y mujeres que tienen títulos académicos. Los cristianos de las clases altas se preocupan por sobresalir en los ambientes seculares y no por madurar como cristianos. Conservan lo que aprendieron en la escuela, y tal vez lo que escuchan el domingo al predicador a quien raramente preguntan; pero, tan pronto salen de la iglesia, únicamente piensan en sus actividades y en su propia posición social.

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Quieren ser considerados cristianos, pero en realidad no lo son. No sufren por su fe y no se preocupan por saber más de ella, no sacrifican el propio tiempo por las necesidades de la Iglesia y no creen en la nobleza del compromiso de servir a Cristo en sus "miembros"; y los sacerdotes que van a visitarlos no les reprochan sus públicas faltas. Yo hasta me pregunto si estas personas comparten la propia vida moral y espiritual con los sacerdotes... En todo caso estén seguros de que Jesucristo es un juez ecuánime. No quedará satisfecho con el diploma que obtengan de un sacerdote adulador. Ambos serán sometidos a su juicio imparcial. Los que se presentaron a nosotros para hablarnos de Dios se retiraron en una decadencia espiritual. Su moralidad perdió la integridad del evangelio. El Dios del Occidente ya no es un "misterio", porque ellos lo elaboraron por medio de la teología y lo expusieron a los transeúntes; lo pusieron en condiciones de pensar como ellos piensan, por eso ya no existe el temor de Dios. Alguien dijo: "Su Dios es tan pequeño que se lo echaron al bolsillo". Si el Occidente no retrocede, aceptando a Dios como el ser supremo —su Señor y maestro— no vencerá al África por medio de su teología actual. Si la teología tiene que basarse en probabilidades, pronto quedará despojada de sus absolutos y de sus valores divinos, que no pueden ser modificados porque gobiernan la creación. Por una pane, muchos misioneros describen todo lo africano como superstición o deformación síquica; por otra, representan la verdadera y propia "unilateral racionalidad" tan tenazmente rechazada por el difunto pontífice Pablo VI. No hay que maravillarse si yo siento que mi vocación es la de llegar a ser misionero de los misioneros. Puede ser cierto que yo haya tenido prisa de tomar las palabras de Pablo VI a la letra, ¿y por qué no? No sería una exageración, puesto que él me nombró arzobispo de Lusaka en 1969. Entonces pronunció palabras sobre África que después de muchos años todavía resuenan en mis oídos: "Ál respecto nos parece oportuno detenernos en algunos conceptos generales característicos de las antiguas culturas africanas, porque su valor religioso y moral nos parece merecedor de atenta consideración. 42

Fundamento constante y general de la tradición africana es la visión espiritual de la vida. No se trata simplemente de la concepción llamada "animística" en el sentido que se le da a este término en la historia de las religiones al final del siglo pasado. Se trata, en cambio, de una concepción más profunda, más vasta y universa!, según la cual todos los seres y la misma naturaleza visible se consideran unidos al mundo de lo invisible y del espíritu. En particular, no se concibe nunca al hombre como materia, limitado a la vida terrena, sino que se reconoce en él la presencia y la eficacia de otro elemento espiritual, por lo cual la vida humana siempre se pone en relación con la vida del más allá" (Africae Terrarum, 1967 - Mensaje de Pablo VI a la Jerarquía católica y a todos los pueblos de África). Para la Iglesia católica occidental ciertamente sería más sencillo aceptar que Santa Teresa del Niño Jesús, de Lisieux, sea invocada como espíritu protector contra los espíritus malignos. Santa Teresa del Niño Jesús (a quien yo amo) no sólo es un espíritu protector aprobado, sino una santa canonizada. Ingrid Sherman dice cómo la invocaba: "Hay un extraño magnetismo en esas islas (las Filipinas) que causa una mayor actividad de elementos síquicos malvados. Muchas veces fui atacada por fuerzas negras y una noche fui arrastrada en la habitación por un ser invisible. Una vez fui visitada por algo parecido a un monstruo de unas trescientas libras, que, saltando por la sala, llegó a mi cuarto y dio vueltas sobre mi cama jadeando pesadamente. En este último incidente, gritando, invoqué la ayuda de Santa Teresa. Entonces tuve la visión de su estatua y escuché una voz que me aseguraba que todo volvería a la normalidad. Como cristiana, conozco a Santa Teresa y acudo a ella, ¿pero cuántos de mis hermanos africanos la consideran como su espíritu protector?". Ingrid Sherman, que muchas veces era atacada por espíritus malignos, añade: "Mi gracia salvadora residía en la confianza, que me había construido con el correr de los años, en las fuerzas divinas, mientras seguía el camino de la fe. Cultiva la conciencia de que Dios existe y que te sostienen tus guías espirituales; entonces en oración es suficiente que invoques a Dios para recibir toda la ayuda que necesitas". Los africanos han vivido con sus guías espirituales durante un número incalculable de años. 43

tual en una comunidad pagana, en donde Dios obra a través de la comunidad, tal como es, llevándola al punto justo. En efecto, el cristiano constituye la promoción de los aspectos más importantes de la vida humana, el descubrimiento de la identidad del hombre y del destino al que es llamado. El evangelio es un conjunto de mensajes —y no de normas— que Dios ha transmitido al hombre. En el ambiente en donde vive, el hombre los aplica a las propias actividades, cribándolos continuamente para sacar de ellos lo que es pertinente a la vida de cada día, en el camino temporal hacia su destino último de muerte y resurrección. Dios nos creó en razas diversas e insertó sus valores divinos en nuestros diversos modos de vivir. Aunque en el transcurso de su existencia sobre la tierra el hombre haya perdido el sentido de la orientación hacia su Padre y creador (y la fuerza para perseguir esta finalidad haya sido distorsionada en él y debilitada por los celos del maligno), sin embargo nunca ha dejado de ser "imagen de Dios" y de constatar la íntima certeza; he aquí por qué ha hallado gracia delante de Dios aun después de haber abandonado el recto sendero durante miles de años.

Nosotros seguimos reprochando a los colonialistas y los definimos como "Hombres de corazón de piedra", al igual que reprochamos a las grandes empresas financieras y comerciales por el modo egoísta de tratar la economía mundial. Todos los males, causados a la humanidad poi* estas instituciones, se deben a individuos que se esconden detrás de ellas, formulando leyes en perjuicio de la sociedad. Protegidos por ciertas máscaras, se sienten seguros, porque no son responsables de lo establecido por la ley. ¡He aquí cómo se separan de los sejes humanos, sus hermanos! Nosotros, desde afuera, reprochamos la organización, pero, como dijo alguien, la organización no tiene conciencia. "El hombre es creado por Dios como individuo; el ente es una institución creada por el hombre. Como el hombre, el ente tiene un cuerpo, tiene brazos y piernas; no sólo cuatro, sino miles de miembros. Tiene una mente y una finalidad. Tiene ojos, oídos y una especie de cerebro: piensa, programa, recuerda y puede crecer hasta llegar a ser enorme y vigoroso. Pero no tiene conciencia" ("Whatever became of sin"). Es doloroso hablar del "colonialismo" cristiano, porque por parte de los predicadores del evangelio no se concibe un "colonialismo cristiano". En cambio, está inserto dentro de la cultura de ciertas personas que valoran hasta tal punto su modo de vivir, que no pueden contemporáneamente tomar en consideración los valores culturales de los demás. Enceguecidas por los beneficios de sus propias culturas, creen que ninguna otra raza en el mundo puede vivir mejor que ellas. Se trata siempre de una actitud equivocada, aunque sea natural. Es mi opinión personal que toda nación, que abraza el cristianismo sin empaparlo con sus propios valores culturales, no tiene una espiritualidad de base. Con esto no voy a excluir los medios extraordinarios que Dios usa normalmente cuando quiere hacer algo inmediato. Él transforma un Pablo en un apóstol de fe excepcional y convierte una Magdalena, que termina amando lo que antes detestaba totalmente. Son innumerables los milagros de este género en la vida de los santos, pero aquí me refiero al proceso normal de elevación espiri-

Los que han acuñado las subdivisiones de "primero" "segundo" y "tercer" mundo, se han puesto en la cabeza una corona de gloria, que nosotros no aceptamos.

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"De igual manera, también nosotros, cuando éramos menores de edad, vivíamos como esclavos bajo los elementos del mundo. Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Ga 4,3-5). Los desórdenes en una comunidad son causados por los individuos moral y espiritualmente confundidos; por tanto, en una nación en donde la moralidad está en declive, la evolución interior de los pueblos oscila sobre los valores mínimos y en ella prevalece la barbarie, consecuencia del pecado. Como esto está sucediendo en todo el mundo, yo digo que, en relación a la evolución interior del.hombre, ninguna nación ha evolucionado.

Con base en conceptos equivocados de "desarrollo" y "progreso", se han hecho artífices del destino de otros hombres, tomándose el derecho de juzgarlos, como si hubieran sido delegados por Dios para imprimir una forma a la vida de los demás. Tal distinción borra la igualdad entre los seres humanos agrupados en las naciones dispersas en el globo terrestre. Según estos falsarios, el "tercer" mundo sería el último en recibir las bendiciones divinas y, por lo tanto, obligado a aceptar la ayuda del "primer" mundo y su compasión. Además, en el propio ámbito social, éstos logran atraer las grandes simpatías de los jóvenes haciéndose colocar por ellos sobre un pedestal, al que deberían levantar a los infelices del "tercer" mundo. Creen que el propio "nivel de civilización" (así lo definen) constituye la meta de la existencia humana, pero se trata de una convicción equivocada. A la palabra "evolución" se le ha dado un relieve particular en cuanto al hombre, en cualquier parte en donde se encuentre y a cualquier comunidad que pertenezca, no vive todavía plenamente su vida. Él está rígido en sus comportamientos, atemorizado por sus semejantes cuando, por propia iniciativa, quisiera alcanzar un objetivo en la vida, absorbido por las ideas vigentes en la comunidad, que declara que "no hay nada nuevo bajo el sol"; en fin, se encuentra desvalorizado respecto de sus capacidades u obligado a dejarse guiar por los demás. En una palabra, es privado de dignidad y libertad. Lo que definimos "civilización" es un cuadrito adornado del mundo, muy lejano de la realidad del hombre, que ha sido vaciado moral y espiritualmente por él. Salta una pregunta: "¿El hombre se ha evolucionado interiormente?". La respuesta es: "Demasiado poco".

recuperados, quizá después de varios años, los legítimos propietarios tienen el derecho de reclamarlos. Nosotros africanos creemos que se nos debe restituir lo que nos pertenece. Si la existencia del hombre sobre la tierra es, en cierto modo, un castigo temporal impuesto por Dios, no veo cómo el hombre pueda pagar a Dios sus deudas —debidas por el pecado— sino por medio de la purificación del pecado mismo. Y por purificación debemos entender la lucha personal, continua, que tenemos que librar contra nuestras innatas tendencias al egoísmo, la soberbia, la injusticia y la deshonestidad.

Somos conscientes del hecho de que Europa y América no lograrán recompensar a África por todo lo que le han quitado. Ambas deberían darse cuenta de que para nosotros africanos ha llegado el momento de pedir la restitución. Decir que la ayuda económica a África, por parte de estos países, es un deber, no es sino una observación casual. El desarrollo moderno en nuestro continente se realizará a medida que se pague la deuda económica que Europa y América han contraído con él. Cuando un ladrón ha huido con los bienes ajenos y éstos son 46

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La liberación

A i l . f r i c a , al igual que Europa y América, necesitan una liberación. En cada individuo el requisito fundamental para lograr la verdadera liberación, es la libertad interior del pecado. Mientras los miembros de una determinada sociedad no sean conscientes del hecho de que Dios controla cualquier acontecimiento humano, el caos brotará de sus mentes y de sus corazones, y en esa sociedad no reinarán ni la paz ni el amor. Para mí la "liberación" es ante todo una necesidad humana, interior e individual. El hombre debe sentirse libre en sí mismo, antes de empezar a luchar por su liberación externamente. Cada uno de nosotros tiene su tarea particular por desarrollar para transformar la sociedad en la cual vive, llevándola a la sencillez. Así veremos la bondad de Dios empapar toda acción, en toda persona. Para ello ponemos nuestra confianza ante todo en cada uno de los individuos, luego en las familias —a su vez reunidas en pueblos y ciudades— y finalmente en el Estado y en la Iglesia, las entidades supremas a quienes corresponde la responsabilidad de remediar las necesidades de la comunidad. 48

La liberación de una raza, de una nación o de una tribu, depende del grado de perfección de cada uno de sus miembros. No podemos hablar de liberación —base de una sociedad perfecta— si antes no hemos garantizado al hombre la liberación de los obstáculos interiores que él encuentra en su camino hacia la verdadera libertad, el amor y la paz. Jesús era una persona interiormente libre, aunque externamente durante su pasión fue lanzado de aquí para allá hasta el momento de la cruz. Los soldados, los escribas, los fariseos y todos los que gritaban "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!", no lograron privar a Jesús de su libertad interior, que le venía del ser libre y justo respecto de su Padre celestial. "A quien no conoció pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2Co5,21). No veo cómo pueda toda la humanidad conseguir su propia liberación, si cada una de las personas no se libera del pecado en su interior. Quiero añadir que la limitación de la libertad humana, o la privación de la misma, no siempre se debe a fuerzas externas, sino a veces a los mismos individuos. No es fácil hablar de "liberación" ante cualquier asamblea, sin tenerse que confrontar con una infinidad de personas convencidas de saber lo que significa "liberación". En una palabra, la "liberación" es un proceso por medio del cual una persona supera los obstáculos que la limitan en el ejercicio de sus derechos humanos, sin que ello quiera decir que siempre es necesario una intervención externa. Más aún, la persona que necesita una liberación podría ser, ella misma, la responsable de la complicada situación en que se encuentra. Nuestra dificultad consiste en esto: creemos que "pobreza" quiere decir "falta de posesión", desapego de los bienes materiales y fuga de ellos. Pobreza, en cambio, significa sobre todo confianza en la divina providencia, que lo tiene todo y que no permitirá nunca que caiga un solo cabello de nuestra cabeza, sin que ella lo haya decidido. Dios es un Padre amoroso. Dios da la vida y la sostiene. Al 49

Cuando los musulmanes deciden una estrategia para la evangelización del Islam, no lo hacen aisladamente, sino que ponen todos ios recursos en común. En el Sudán meridional, por ejemplo, se han dedicado a emplear su dinero para comprar televisores y distribuirlos a las familias de los no creyentes, realizando así el proyecto de llevar el Islam a todas las familias. Ya no se trata sólo de un proyecto, sino de una realidad. Los musulmanes pueden no ser un solo corazón y una sola

mente en toda circunstancia, pero en todo caso hoy están de acuerdo en el uso de los medios de comunicación social para la difusión de su religión. Tal vez los cristianos no se dan cuenta de lo que significa guerra y exterminio sin piedad para los que se niegan a hacerse musulmanesVolvamos a la finalidad inicial de la evangelización, que hemos mezclado a tantas filosofías hasta el punto de haberle quitado su original e intrínseca fuerza espiritual. Nosotros, ministros de la religión, canales de la evangelización, somos portadores de los gérmenes de la enfermedad espiritual que aflige al mundo. No se maravillen si, inmediatamente después de haber puesto pie en ciertas comunidades religiosas, palpan la frialdad de las relaciones entre los varios miembros. Hoy casi forma parte del estilo de vida religiosa ser celosos los unos de los otros, calumniarse mutuamente, formar grupos internos de división, que generan incomprensión y desunión. Estoy seguro que el Señor no está presente en tales comunidades, con consecuencias desastrosas, porque -—a merced de la mentira— se han convertido en viveros de satanás y de sus demonios. Alimentándose mutuamente de rencores, prejuicios, faltas de perdón, afirmaciones del propio "yo", los miembros de la comunidad quedan privados de los elementos indispensables para la vida de la consagración. Un día marido y mujer vinieron a hablarme de su hijo, luego me expusieron otros problemas personales, entre los cuales un problema de conciencia: a menudo sucedía que no se atrevían a acercarse a la santa comunión, porque el sacerdote celebraba la misa muy aprisa y mecánicamente. Me decían: "Cuando llega el momento de la comunión, quedamos sorprendidos de cómo se pueda llegar a él con tanta rapidez". Para ciertos sacerdotes la misa es un acto que hay que hacer todos los días —y ni siquiera el más importante— hasta el punto que no lo consideran uno de los principales deberes en beneficio de la comunidad, sino un acto inserto en la tradición de la Iglesia; y, a falta de participantes, ni siquiera la celebran, porque —afirman— "la misa es un ágape, un rito comunitario".

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respecto decía Pablo VI: "La pobreza de Cristo es esencialmente una liberación, una invitación a una vida nueva más elevada, en donde los bienes del Espíritu —y no ya los terrenos— tienen la supremacía" (Audiencia general, 12 de octubre de 1968). "Evolución" debería ser sinónimo de la transformación interior que lleva poco a poco al hombre a la conciencia de sí mismo, de su dignidad, de sus derechos. El hombre tiene que liberarse de toda forma de opresión que los demás hombres le imponen; de la abyección moral que tiene raíces en la ignorancia y en la pobreza, cuando son fruto de egoísmo; de la enfermedad y de la miseria debidas a la falta de alimento y a las precarias condiciones de vida. El comunismo se alimenta con la débil fe de los cristianos y con los males de la sociedad. Hace de sus miembros activistas de partido y embajadores del marxismo. El comunismo les transmite a los nuevos reclutas, junto con las enseñanzas, la confianza en sí mismos, el entusiasmo y el celo y, con pequeñas manifestaciones de gentileza y afecto, conquista el corazón de millones de individuos para su doctrina. El comunismo echó raíces en la Europa cristiana, porque, en ella, la práctica de la fe ha perdido vigor. En efecto, las masas se preocupan mucho más por ¡os problemas concretos relativos a la vida de cada día y a la seguridad material para el futuro. Douglas Hyde dice que la actual generación en Europa, gústenos o no, se preocupa sobre todo por las cosas materiales; que los hombres de hoy, en la gran mayoría, están distantes de las generaciones que amaban a Dios, que únicamente son conscientes de la existencia de los problemas espirituales y se confunden cuando se los discute. Se trata de un lenguaje que simplemente ellos no conocen.

¿Pero cómo se puede razonar así? Entonces, ¿por qué nosotros sacerdotes tenemos que meditar el breviario —una oración de la Iglesia— aunque estemos solos? ¡La misa tiene un valor universal! Jesús murió sobre la cruz —solo— y los efectos de su muerte son una vida nueva para nosotros y las gracias que la sostienen. De la misma manera, cuando el sacrificio de Cristo se renueva durante la celebración de la misa, los efectos son los mismos y dirigidos a todos los hombres.

El camino cristiano del amor hacia el prójimo tiene como punto de partida el amor a Dios. Y nosotros no podremos conocer las inmensas riquezas del amor de Cristo, si no estamos en comunión con Dios por medio de la oración.

Hoy parece que la vida religiosa se obtiene a tan poco precio, que ya no suscita, por muchos aspectos, gran admiración. Se presenta como un huerto rodeado por un bellísimo cercado, dentro del cual se han secado las plantas (y se le sigue llamando huerto, aunque sin ver sus frutos). ¡Pero la vida religiosa no se obtendrá nunca a poco precio! Es una vocación y un privilegio para los que son llamados a ella. Si, aun hoy, no logramos mínimamente imitar a Cristo, esto se debe únicamente a nuestra debilidad humana. La Sagrada Escritura posee todas las verdades: testimonia quién es Jesucristo y lo que él vino a realizar en la tierra, pero nosotros no tomamos en serio la vida cristiana en relación con ella. Todavía somos "paganos bautizados", porque no hemos perdido nada de nuestra íntima naturaleza y porque no cumplimos en plenitud de vida nuestros deberes de cristianos; por tanto, todavía no somos transformados. Algunos creen que, por una parte, la dramática situación que atraviesa actualmente el mundo y, por otra, la indiferencia, la ineptitud de tantos cristianos ante sus propios errores, exijan una acción enérgica y un cierto espíritu revolucionario, con el fin de modificar las estructuras inadecuadas de nuestra sociedad. ¿Pero por qué cada uno de nosotros no hace, mientras tanto, lo mejor que pueda para resolver los problemas de los que están material y moralmente necesitados, en vez de exclamar "¡Oh Señor! ¡Oh Señor!"? En vez de pasar delante de un pobre, un enfermo, un miserable meditando tal vez el breviario, nosotros tenemos la obligación de comportarnos como hizo el buen samaritano. Insisto en decir que, si queremos efectivamente empeñarnos en una "acción cristiana", nos debemos mover no sólo por sentimientos humanos de compasión y de participación en los sufrimientos ajenos, sino por la unión personal e íntima con Dios. 52

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Renovarse en el espíritu u X Aoy tenemos que pedirle al Espíritu Santo que guíe a su Iglesia, porque son demasiado numerosas las discordias humanas dentro de ella. La acción del Espíritu Santo deberá guiar la restauración de lo que ha decaído en la iglesia. Esto significa que, si no sabemos lo que Cristo dice hoy al mundo, tenemos que apresurarnos a conocer al Espíritu Santo, quien nos dirá lo que oye de él. Jesús sigue profetizando en la comunidad cristiana; sin embargo, muchos no lo escuchan porque, no habitando en ellos el Espíritu Santo, les falta la disposición a la escucha. Entonces no debemos darle importancia solamente a nuestra adhesión externa a las estructuras de la Iglesia. Para una genuina imitación de Cristo se requiere mucho más. Cristo confío su Iglesia a la autoridad del Espíritu Santo, y el Espíritu Santo, por medio de sus múltiples dones, la dirige como lo quiso Jesucristo. Al respecto dice san Agustín: "¿Que" son las leyes de Dios escritas en nuestros corazones, sino los dones del mismo Espíritu Santo, cuya presencia en nuestros corazones derrama la caridad, que es la plenitud de la ley?" (de los "Sermones").

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Capítulo tercero

LA COMUNICACIÓN CON DIOS Y uno de ellos le preguntó con ánimo de ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la ley? El le dijo: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento" (Mt 22,35-38).

La comunicación con Dios

1-Ja religión no es solamente el conocimiento teórico de un buen comportamiento, sino también contacto y comunión con el ser supremo. Claro está que en algunas religiones los creyentes pueden no tener una relación directa con el ser supremo, sin embargo, por lo que podemos saber de las religiones del mundo, el objeto de su culto sigue siendo el mismo: el ser supremo.

Existen en nosotros cuerdas que nos atraen a Dios: en algunos son muy débiles; en otros casi inexistentes, tratándose generalmente de personas que viven situaciones dominadas por el materialismo, cuyos valores son la alegría y la felicidad terrenas, la popularidad, el prestigio —cosas todas que no las satisfacen plenamente y que, sin una referencia precisa al ser supremo, se alcanzan solamente por medio del egoísmo, la exaltación de sí mismos, la injusticia y a costa de los sufrimientos ajenos. Si, a pesar de esto, algunas personas pueden, en cierto modo, considerarse todavía religiosas, se tratará siempre de una religión ritualista y ceremonial: de hecho, no se sienten íntimamente comprometidas en lo que creen (si no cambian interiormente, siguen siendo paganas y no religiosas). Es, pues, importante que se les enseñe a conocer a Dios y a comunicarse con él. Nuestra relación con el Padre celestial tendrá que obtenernos no sólo consuelos espirituales, sino también la auténtica comunión con Dios, puesto que él es nuestro Padre. Dios siempre está a disposición de sus hijos para establecer una relación íntima con ellos, pero somos nosotros los que no correspondemos a sus deseos. Cuando esto sucede, se nos recuerda que somos "ciudadanos del otro mundo" y que en él —nuestro creador y Padre— seremos un día plenamente nosotros mismos.

Al crear al hombre, Dios no quería que fuera autosuficiente, sino que permaneciera junto a él y que compartiera con él amor, paz y alegría para siempre. Pero sabemos cómo el mal se introdujo en nuestra existencia: Adán y Eva fueron la causa; rompieron así nuestra comunión natural con Dios, a quien ahora debemos buscar.

Para nosotros, que somos religiosos, la satisfacción plena consiste en lograr un nivel en el que nos podamos comunicar habitualmente con nuestro sumo Padre. Sin embargo, si ya aquí sobre la tierra lográramos establecer una relación de comunión permanente con Dios, no deberíamos desear dejar este mundo para unirnos definitivamente a él, porque esto significaría huir de la responsabilidad de compartir con los hermanos nuestras experiencias sobrenaturales. En el momento justo el Padre celestial nos liberará de las incumbencias de la vida terrena y nos cubrirá con vestidos espirituales, que no podrán ser manchados por la herida de la desviación. Yo no creo que se pueda hacer un cambio en el mundo actual, salvándolo de su inmersión total en la autodestrucción, sino alimentando mentes y corazones con los valores espirituales. No sirve acumular conocimientos sobre estos valores; se nece-

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Yo siento que la misión —la nuestra y la de todos los que viven en comunión con el Padre celestial— es la de hacer conocer al mundo que él está constantemente presente en él. Dios nunca se ausenta del mundo. Hay que predicar desde los tejados y en todo lugar que Dios es el Padre de los hombres, el viviente, el creador, el rey del universo, el maestro de su vida y el Señor de sus corazones. Solamente la visión de Dios puede salvar al mundo de la autodestrucción, que se está materializando por medio del ateísmo y la inmoralidad.

sita, más bien, trabajar para llevar a los hombres a aceptar la supremacía de los bienes espirituales sobre los materiales. Cuando los "ciudadanos de este mundo" tomen conciencia de tales realidades y empiecen a ponerse en comunión con su Padre celestial, podrán darle el justo valor a sus necesidades. En mi tradición africana Dios es el Padre, porque es la fuente de la vida y la hace crecer. Dios es el Padre, porque mantiene en vida todo lo creado. Dios es el Padre, porque se hace accesible a sus hijos, los protege, les infunde seguridades. Nosotros decimos: "Si se tiene un padre, se tiene una dirección en la vida". No hay duda: Dios es quien se merece el nombre de "Padre", aunque en muchas tradiciones africanas todos los atributos de una madre están reservados también a Dios. Dios, pues, es hombre y mujer, padre y madre al mismo tiempo. Es quien determina la existencia; y, puesto que el concepto de fertilidad se le atribuye a la mujer, entonces Dios —que da origen a toda la creación, incluso a los seres humanos— es una madre. Por eso en las oraciones tradicionales una mujer se expresa libremente como mujer y sabe que será comprendida sin necesidad de explicaciones; también un hombre tiene el derecho de orar como hombre. Yo nunca sentí, por parte de mi madre, atribuirle un género a Dios. Cuando dicen que sus oraciones no son escuchadas, sobre todo respecto del "Padrenuestro", es porque en ellas hay probablemente algo equivocado. Dios se complace únicamente en dar. Toda la belleza de la creación nos viene de él y nosotros, apreciándola, reconocemos su bondad. Como un pintor manifiesta su talento traduciéndolo en imágenes, así también Dios se manifiesta en parte a través de las infinitas y maravillosas criaturas que trae a la vida. Observen cómo Jesús se identifica claramente con Dios Padre contestando a su discípulo Felipe: "¿Tanto tiempo estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os 58

digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras" (Jn 14,9-11). Jesús es el Señor. Jesús es el Hijo de Dios. Nosotros debemos creer lo que él dice, porque es también lo que dice su Padre. Desearía que ustedes, siguiendo el testimonio de Jesús, se convencieran de que la unidad —como la tienen que entender todos los que han aceptado la buena noticia— tiene su modelo en la unión de Jesús con su Padre. Nosotros —seres humanos creados a imagen de Dios— debemos posesionarnos de una heredad espiritual: la de llegar a ser una sola cosa con Dios y con cualquiera otra persona, precisamente como Jesús es "uno" con su Padre. ¡Esta misma unidad es la que él se propone realizar con nosotros y verla realizada entre nosotros! Cristo está tan unido a su Padre, que nos dijo que no podemos pasar por encima de él para llegar al Padre: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Desde ahora lo conocéis y lo habéis visto" (Jn 14,6-7). Sin embargo, Jesús no afirma que es el Padre porque, al declarar que cumple la voluntad del Padre, admite ser una persona distinta de él. ¿Pero entonces qué quería decir con "Mi Padre y yo somos una sola cosa" (Jn 10,30)? El quería decir que en todo lo que ambos hacen —aun singularmente como personas de la Trinidad— nunca hay oposición, ni contradicción: existen perfecto orden y perfecto acuerdo. Nadie ha conocido nunca el lenguaje de Dios porque, para comunicarse con el hombre, Dios siempre se ha servido de medios conocidos por el hombre. Nadie ha sabido nunca cómo Dios distribuye el conocimiento, porque él elige tanto a un estúpido cuanto a un genio para hacerlo su portavoz. No hay ninguna raza humana que haya logrado conquistar completamente su corazón por una particular preferencia, ni siquiera la estirpe de Israel que lo tuvo todo para sí. Fíjense lo que dice Israel a Dios: "Me has echado en lo profundo de la fosa, en las tinieblas, en los abismos; sobre mí pesa tu furor, con todas tus olas me hundes" (Sal 88,7-8). 59

Todos nosotros pertenecemos a Dios; con razón, pues, él nos considera suyos. Ahora bien, mi pregunta es ésta: "¿Acaso Dios está obligado a hablar a los hombres por medio de una mente sutil?". Absolutamente no. Lo que Dios exige de su mensajero o portavoz son lafidelidady la obediencia. Él mismo afina su mente preparándola a transmitir su mensaje. Dios no está obligado a servirse de un genio —de un gigante en inteligencia— pues él usa la mente humana como mejor cree, hasta en el sueño cuando se la supone inactiva. ¡Cuántas descripciones de sueños se encuentran en la Sagrada Escritura! Por medio de ellos Dios ha hablado a los hombres trasmitiendo mensajes que han influido en sus vidas y en la nuestra. Dios ordenó a Ananías por medio de sueños que bautizara a Saulo. Ananías protestó, pero Dios fue irremovible y lo obligó a obedecer. Por medio de sueños, José fue tranquilizado sobre la maternidad de María, y también se le ordenó ir a Egipto para huir de la crueldad de Herodes, que tramaba suprimir la tierna vida del niño Jesús. A los magos, que en su sencillez le habían prometido al rey regresar para informarlo sobre el nacimiento del niño, se les ordenó, siempre con la ayuda de un sueño, que no se pusieran nunca en contacto con él. Aun hoy Dios habla a muchos hombres y mujeres, por medio de sueños, y nosotros —llamados hombres de razón— con desprecio los llamamos estúpidos y los consideramos anormales. La voz sigue haciéndose sentir. Es la voz de Jesucristo, por medio del cual ha sido todo hecho (cf Jn 1,3), la voz de quien ha llegado a ser el Señor del universo. ¡Solamente por medio de Jesucristo el hombre podrá salvarse! (cf Hch 4,12). Si él nos eligió precisamente a nosotros, no fue precisamente para engañarnos. Nosotros podríamos creer que nuestro progreso espiritual sólo es posible por su iniciativa; pero, porque él nos creó como personas, respeta nuestra dignidad y no cambia su actitud para con nosotros, seres humanos, seres nobles, con una dignidad que ninguna otra criatura sobre la tierra tiene. Por falta de experiencias espirituales personales, somos lleva60

dos a creer que Jesús está en los libros que hablan de él y esperamos encontrarlo, página tras página, quizás en el capítulo que sigue. Estamos convencidos de que Jesús organiza un juego con nosotros —el de ir a esconderse, por ejemplo— en el que él se demostrará el más inteligente. Nosotros estaremos siempre de la parte de los que buscan, y Jesús de la parte de los que se esconden. Finalmente, cansados de buscarlo, retrocedemos exclamando: "¡Nunca encontré a Jesús en mi vida!". Pero si queremos ser auténticos discípulos de Cristo, tenemos que aceptar, desde el comienzo, las dificultades que Cristo encontró en su vida terrena. Ésta es la invitación que nos dirige: "Si alguien quiere venir en pos de mí, niegúese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame" (Le 9,23). La vida sobre la tierra se ha convertido en una vida de sufrimiento obviamente debido al rechazo, por parte nuestra, del orden en el que Dios nos ha creado. Queremos programar nuestro camino por nosotros mismos y, no conociendo sus dificultades, nos convertimos en víctimas de los engaños de los demonios. Hoy recogemos los frutos de nuestra ambición y, para poder regresar a Dios, se nos pide mucho. Jesús tuvo que presentarse a los hombres como el mesías esperado, a pesar de su dificultad para reconocerlo. En efecto, sus corazones estaban llenos de amargura y de egoísmo, de crueles mentiras y de arrogancia. Jesús tuvo que hacer milagros al nacer: los ángeles cantaron para él y los pastores, de tan humildes orígenes, tuvieron la misión de proclamar de primeros su gloria. Cuando se propagó la noticia de que Jesús era el mesías, Herodes declaró: "¡Debe morir!", no pudiendo tolerar que el pueblo tributase a otros sufidelidady, por medio de los magos, quiso tenderle una emboscada. Afortunadamente los magos no regresaron al rey para indicarle el lugar en donde había nacido el Hijo de Dios, y Herodes, desilusionado, hizo matar a muchos niños esperando que en la matanza cayera también Jesús (de quien ya desde entonces se contemplaba el sacrificio que haría por nosotros sobre la cruz). 61

¡Cómo somos de vacíos cuando no tenemos amor! Tal vez nos damos importancia, pero sin amor genuino sólo obtenemos aplausos que resuenan vacíos delante de Dios. Podríamos compararnos con las muñecas expuestas en las vitrinas —objetos sin vida— incapaces de hacer suyas las modas. Bien arregladas, a veces se nos parecen, dejando una vivísima impresión en los transeúntes que las admiran, pero que no pueden comunicarse con ellas, ni siquiera para conocer su precio. Las muñecas no tienen vida, y así somos nosotros delante de Dios si no tenemos amor. Yo no estoy de acuerdo con quien trata de demostrar que el amor es importante por el hecho de ser eterno. El amor es la única virtud imperecedera porque Dios, que es su fuente, vive y vivirá siempre. La fe pasará y también la esperanza, pero el amor durará. La importancia del amor está determinada por la fuente de la cual brota, por los objetivos hacia los cuales está orientado y no por el hecho de ser eterno. En este contexto se debería definir a Dios —el SER—, es decir, el viviente. Haciendo una atenta consideración, todo existe para el cumplimiento de la felicidad, del amor, de la alegría. Leemos en el libro de la Sabiduría: "No os busquéis la muerte con los extravíos de vuestra vida, no os atraigáis la ruina con las obras de vuestras manos; que no fue Dios quien hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes; él todo lo creó para que subsistiera, las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas veneno de muerte ni imperio del hades sobre la tierra, porque la justicia es inmortal" (Sb 1,12-15).

Nosotros conocemos muchísimas personas y no a todas las consideramos amigas. Es obvio que la amistad no se compra; crece lentamente con el conocimiento, la comprensión y, por último, con la mutua aceptación. La amistad quiere que se conceda a otro ser humano interferir en nuestra vida, hasta el punto de convertirse en un "alter ego"; he aquí por qué comparte con nosotros algunos derechos entre los cuales tener acceso a nuestros bienes. La coronación de la amistad es la coronación de mentes y de corazones, la alegría de la presencia recíproca. En términos más religiosos podríamos decir que los amigos se contemplan: se sientan uno junto al otro, a veces sin lograr encontrar palabras para expresar su afecto. Es lo que llamamos "intimidad".

La virtud que definimos "amor" es la esencia del ser divino. Dios vive y vivirá por siempre, por eso el amor también es eterno —según la Escritura—, virtud inmortal en la que Dios se identifica. El apóstol del amor —san Juan— afirma: "Dios es amor; quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él" (Un 4,16). No se dice que conocer a Jesús quiera decir necesariamente "amarlo". 62

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Amor reflejo

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J—i\ amor duradero es amor reflejo: el de dos personas que, intercambiándose mensajes de amor sobre un principio de dar y recibir, se funden la una en la otra con la mente y con el corazón. Se ha dicho que es "pasar de las dimensiones sub-personales e interpersonales de la existencia a las super-personales", a las razones del misterio, de la trascendencia, del destino. Por medio del amor reflejo se remonta a la fuente del amor. En otras palabras, buscando satisfacción por la urgencia de amar, se parte de los efectos para llegar a la causa. ¿Quién duda del amor de Marta por Jesús? Marta le había ofrecido lo mejor que tenía —el alimento, entre otras cosas—para expresarle todo su afecto, pero Jesús demostró apreciar más el amor de María, cuando le dijo: "Ha escogido la mejor parte que no le será quitada" (Le 10,42). Se podría comparar a María con una persona que, fatigada por haber caminado demasiado tiempo bajo el sol abrasador, se encuentra de repente ante un mar abierto y calmado, y se lanza a él para limpiarse y encontrar frescura. Para que el Señor esté siempre presente en nosotros y nos haga habitaciones permanentes de la santísima Trinidad, se requiere que renunciemos a lo que nos interesa mucho —a veces a los * afectos sencillos de nuestra vida—. 64

Permítanme hablarles, una vez más, basado en mi experiencia. Cuando estoy en comunión estática con Dios, el uso de mis facultades y de mis sentidos físicos está totalmente en sus manos. Se trata de una oración que abraza todo mi ser y yo dejo que el "motor" de mis facultades y de mis sentidos sea Dios. Soy consciente de lo que me sucede —y a veces hasta le hago preguntas—, pero dejo que sea él quien desempeñe el papel principal en la acción. Cuando me sumerjo en este tipo de oración, penetra en mí un poder que me relaja, me hace sentir cómodo, parece querer susurrarme: "Deja que el cuerpo funcione según nuestras directivas". Por este relajamiento, las facultades espirituales tienen ventaja sobre el control de los sentidos físicos: el cuerpo pierde peso y la voz no logra alcanzar un cierto tono aunque en oraciones dichas en alta voz, por ejemplo cuando se reza "en lenguas" (lenguaje a veces incomprensible para quien lo habla, usado por quien verdaderamente está abierto a la acción del Espíritu Santo). En estas condiciones es imposible sentirse enojados o ansiosos, porque las reacciones físicas están totalmente bajo control. Dios habla por medio de signos, imágenes, susurros, inspiraciones. Toda la oración está tan impregnada de significado, es tan eficaz, que no se pierde ni una sola palabra. Hay personas que permanecen horas y horas en este estado, aunque deberían pedir la gracia de colaborar con el Espíritu Santo para volver sobre la tierra sin dificultad. Que la oración represente la mejor condición de vida, está absolutamente fuera de duda; sin embargo, mientras estemos en la tierra, no podemos vivir dos vidas completas. Además, habría que evitar la vanidad de hablar difusamente de nuestra experiencia volviendo a la normalidad y, poco a poco, llegar a ejercer un control sobre nosotros mismos incluso en este bien espiritual. ¿Por qué razones una persona se siente llevada hacia un tipo de oración como ésta? Aunque señalando una pista, no quisiera dar la impresión de que se puedan fijar reglas. Cada uno tiene sus motivos personales... en todo caso, y sin correr riesgos, sólo diré que quien tiene 65

experiencia de oración y no logra obtener plena satisfacción sino por medio de "su" oración, llega a un nivel en el que se abandona en la mano de Dios. Entonces se dirá a sí mismo: "Quiero orar... orar más... así me pondré en las manos de Dios". (Les ruego entender la palabra "manos" en sentido espiritual. Mejor aún, se trata de un descanso espiritual en el "pecho" de Dios). Deseamos que Jesús se haga presente entre nosotros. Queremos que su persona "viva y verdadera" se manifieste una vez más con poder y signos, como en las primeras comunidades cristianas (cf Hch 2,43). Cuando seamos poseídos por Cristo, ya no viviremos en el miedo; por el contrario, lucharemos contra el mal y lo venceremos. Esta tierra debe ser conquistada para Cristo, por los discípulos de Cristo. Pero llegar a la comunión con Dios no es una cosa sencilla. Aunque derramando sobre nosotros los bienes indispensables para la vida, el creador no nos obliga a descubrirlo en nuestro interior. Para reconquistar lo que se perdió con Adán y Eva, se necesita hacer esfuerzos personales. "Reconquistar" no significa aquí solamente "adquirir de nuevo" (los bienes perdidos), sino mucho más: significa purificarse, volver a ser inocentes y puros como lo éramos en Adán y Eva antes del pecado. La adquisición de este estado originario supone para nosotros una transformación en nuevas criaturas (claro está, viviendo sobre esta tierra) por medio de lo que Prajapita Brahma Kumaris llama "el abandono en Dios". He aquí cómo lo explica: "El medio más eficaz para erradicar los vicios y las tendencias demoníacas es el de estar dedicados o abandonados con todo nuestro corazón a él, que es el alma suprema. Sin ninguna duda —es decir, sin pensar demasiado en lo que soy en el presente— debería considerar que, desde este momento, nada es mío. Lo que "yo" y "mío" representaban en un tiempo, están ahora en sus manos. Ahora tengo que sentir con certeza que cuerpo, mente —todo— son suyos y que yo tengo que usar todo según sus directivas" (P. Brahma Kumaris "Moral Valúes, Attitudes and Moods"). Quiero hacer alusión brevemente al "mundo intermedio". Como ya dije en otro lugar, yo considero el "mundo intermedio" 66

como el lugar de encuentro de los otros dos mundos: el cielo y la tierra; y, puesto que tengo una actitud mental abierta, sé que no es fácil que todos entiendan. Distintas estructuras mentales, distintos ambientes y culturas —pero, sobre todo, experiencias religiosas diferentes— influyen muchísimo en nuestro modo de comunicarnos con Dios. El "mundo intermedio" es muy real y muy poderoso. Puede favorecer o impedir nuestra comunicación con Dios. Sin embargo, Dios ha estado —y está— continuamente presente en la sociedad humana tocando muchas almas que, en distintos países, han desarrollado y desarrollan las variadas tareas confiadas por él. Dios las ha sensibilizado por medio de sueños, visiones, apariciones o, más sencillamente, por medio de una voz audible en una habitación o en otro lugar adecuado. Gran parte de estos mensajeros caen en éxtasis. Yo nunca he oído decir que una persona haya hablado a Dios desde la tierra en la plena posesión de sus facultades humanas. Para encontrar al "divino" es necesario ser elevados a la atmósfera divina, que está mucho más arriba de la terrena (paralelamente a la superioridad del alma sobre el cuerpo). Dios usa el alma y sus facultades espirituales para lograr los propios fines por medio de la instrumentación del hombre. Algunos de estos mensajeros continuamente están en oración, otros desarrollan sus actividades normales, comportándose en todo caso de manera siempre distinta, cada vez que están en contacto con Dios. En ambos casos —cuando deseamos ardientemente profundizarnos en la oración, y cuando Dios está en comunión con nosotros para darnos un mensaje particular— obramos por fuera de nuestra conciencia física y, por algunos instantes, compartimos lo sobrenatural: nos volvemos "divinos". Espiritualmente somos conscientes y vigilantes, porque nuestra alma vive la comunión plena con su creador: "En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. 67

Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados" (Rm 8,14-17). Después de haber cumplido todo nuestro deber —como hijos de Dios— estamos obligados a hacer todo lo posible, para que el conocimiento de esta oración se extienda a la gran mayoría de las personas. Finalidad de la vida religiosa es la de compartir los frutos de nuestra contemplación con las personas con las cuales convivimos y a las cuales somos enviados. Desear tener comunión con Dios por un breve tiempo —sin aspirar a permanecer continuamente en su presencia— puede ser una simple gratificación humana. La comunión con Dios tiene sus raíces en el alma, de donde él irradia poco a poco su luz en una relación estable e íntima en la cual nosotros, a un cierto punto, nos esforzamos por identificarnos con él. Si sobre la tierra alcanzamos ya esta meta, seremos bendicidos con los frutos que siguen a la divinización: justicia, integridad, pureza, amor, alegría, paz, hermandad, unidad, armonía y libertad de los hijos de Dios. Sin embargo, no podremos ser contados entre los sabios, los santos, los místicos, si solamente nuestra curiosidad es la que nos impulsa hacia la "ciencia" de la santidad. Dios es luz y quien desea estar en comunión con Dios debe antes desembarazarse de todas aquellas cosas que enumeró nuestro maestro Jesús: "Lo que sale del hombre, eso es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraudes, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y hacen impuro al hombre" (Mt 7,20-23). ¡Si lográramos sólo tomar a la letra las palabras de Cristo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida"! (Jn 14,6). En cambio, todavía no hemos comprendido bien que la transformación en auténticos discípulos de Cristo quiere decir pérdida de nuestra identidad humana. Jesucristo era en todo semejante a nosotros, menos en el pecado (cf Hb 4,15). Sus facultades eran las de un ser humano íntegro, maduro, creado a imagen de Dios. ¡Precisamente porque 68

en él no había pecado, su vida terrena estaba ya integrada a la del otro mundo! Por eso decimos que, mientras estaba en la tierra, Jesús estaba en comunión con su Padre, como si el cielo estuviera siempre abierto delante de él. También a san Esteban —todavía bajo los despojos mortales— se le abrieron los cielos hasta el punto de permitirle contemplar las criaturas celestiales (cf Hch 7,55-56). Y lo que le sucedió a san Esteban debería podernos suceder también a nosotros, si fuésemos poseídos por Jesucristo y por el Espíritu Santo. Según la enseñanza histórica de la Iglesia católica se supone que sólo pocas personas son poseídas por Cristo. Y como son muy pocas, por lo general son veneradas por sus semejantes sobre la tierra. Se trata de un fenómeno que, con base en las afirmaciones, sucede en tres o cuatro lugares distintos en el curso de un siglo. Pero, en realidad, Jesucristo quiere poseer a todo cristiano, porque por medio de los evangelios nos invita a ser "santos, como Dios es santo" (cf 1P 1,16). El primado espiritual inherente a la función sacerdotal —que lleva a los fieles a creer en una santidad espontánea de los sacerdotes, de las religiosas y de los monjes— ha inhibido también el poder de Jesucristo y ha formado subdivisiones en la Iglesia católica. Históricamente ha sucedido que cristianos sencillos, satisfechos con lo que los sacerdotes les transmitían desde el pulpito, no siguieron más adelante y aceptaron no poder ser más santos que las religiosas, los monjes —menos aún que los sacerdotes— presumiendo que sólo estos últimos, que llevan a Jesús sobre el altar, y las religiosas y los fieles que lo reciben todos los días, son poseídos por Cristo... pero no siempre es así. . ,,, Quiero decir que la fe de un sacerdote es compartida en la misa, según el modo como la celebra. Insisto en precisar que la misa tiene un valor comunitario universal, aun sin la participación de los fieles. El sacerdote tiene una audiencia privada con Jesús (y muchas otras personas con él); he aquí por qué él debería desear ardientemente el momento en el cual poder verter su propio corazón en el de su maestro. De vez en 69

cuando el sacerdote sería reprochado, pero también recibiría consuelos y ánimos. Dejar de celebrar la misa porque se está solos —con el pretexto de que la misa es, por su naturaleza, comunitaria— es absolutamente una aberración teológica. "Él, por el contrario, habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre, esperando desde entonces hasta que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies. En efecto, mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados" (Hb 10,12-14). Éste es el mismo sacrificio que el sacerdote renueva en la misa, y los efectos son los mismos: "eterna perfección para los que son santificados". Si es bastante humilde, el sacerdote debe darse cuenta, sin sombra de duda, de ser realmente eficaz a través de la misa (aunque en otras actividades le suceda lo contrario). En efecto, durante la celebración de la eucaristía, él es elevado por Jesús por encima de las propias desilusiones, ansiedades y depresiones. Sus fracasos no deberían ya constituir motivo de desesperación, y la conversación con Jesús podría resolver muchos problemas que tal vez él considera personales. El sacerdote terminaría considerando la celebración de la misa como una audiencia privada con Jesús, puesto que en realidad Jesús se hace vivo para los que creen en su presencia en ella. Hay hombres cultos y maduros, que afirman que el "certificado de ciudadanía celestial" del hombre es falso, y hay otros, sencillos e iletrados, para los que este certificado no les dice nada, porque saben a qué reino pertenecen. El águila ve el sol y no hay necesidad de que la astronomía pruebe su existencia. El topo, en cambio, no cree que exista la luz, aunque se afirme lo contrario y se trate de demostrárselo. Cualquiera que tenga buen oído gustará la música, pero inclusive Kubelich tocaría el violín en vano para un sordo. No es que la música no sea buena, es que el oído no puede escucharla ni gozar de ella. No es que no exista el sol, es que el topo no se preocupa de si el sol existe o no. Lo mismo dígase respecto de la oración, sobre todo para el "Padrenuestro". La oración tiene su valor intrínseco. Los que no son conscien70

tes de ello, no le pueden sacar provecho. Bastaría que cada uno tuviera la justa disposición, y su enorme importancia sería reconocida en el mundo entero. Les ruego, no les den importancia a los "espíritus interferentes", que se presentan a ustedes como "buenos samaritanos". Yo quisiera poderlos encontrar y garantizarles que ser rechazados por el hombre no significa de ninguna manera ser rechazados por Dios (a menos que nos merezcamos las acusaciones que se nos hacen). Por lo que sé, si no hay culpa personal, no debemos excluir de nuestra vida dichos sufrimientos, aun cuando, viniéndonos de los amigos más íntimos, nos son insoportables. No hago una declaración superflua diciendo que Jesús es todo para mí y que yo considero el cristianismo como algo que se define e integra en Jesucristo. Él afirma: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Jesucristo no vino para hacer de nosotros solamente especialistas en cristianismo, sino para hacernos semejantes a él. El cristianismo es Cristo y tal debe ser para toda persona que sustancialmente debe convertirse en un auténtico cristiano, digno del nombre que lleva. Él es la vid, pero nosotros no estamos convencidos de ser sus sarmientos: no esperamos ver realizada una unión física con él, experimentar el fluir de su vida. Aunque Jesús haya dicho: "Sin mí nada podéis hacer" (Jn 15,5), sabemos que podemos hacer algo por medio de los sacramentos, que son signos concretos. Nos atreveríamos a decir: "¿Hasta qué punto Jesús está involucrado en nuestras funciones sacerdotales?". "Creer" significa tomar a Jesús a la letra y tener confianza de que él cumple lo suyo. Entonces lentamente él inyectaría en nosotros su fuerza y, junto con él, bailaríamos la danza de los ángeles. Las condiciones que se nos ponen son la integridad de vida y la confianza en Jesús que, invitándonos a la danza, quiere trasmitirnos alegría, felicidad, amor y paz; por eso, nos volvemos flexibles aun cuando él nos saque de los puestos que ocupamos para enseñarnos un nuevo paso de danza. Hagámonos disponibles a él con estas palabras: "Estoy en tus 71

manos, oh Señor, como la greda en manos del alfarero. Modélame como tú quieras. Yo sé que quieres transformarme en una obra maestra tuya de rara belleza". Y Jesús nos contestará: "Éstas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, tomarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no íes hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien" (Me 16,17-18). Confiemos en el Señor y no lo perdamos de vista en todo lo que hacemos. Nuestro lazo de unión con él es la oración, a la que sigue la intimidad. Lo que nosotros llamamos fe es la réplica de la vida divina en nosotros. Hemos intercambiado nuestros derechos con Dios y podemos estar seguros de que, cuando decimos: "¡Suceda esto en el nombre de Dios!", esto sucederá, porque él no nos defrauda. Si Dios está permanentemente presente en nosotros, nosotros nos movemos en él y somos poseídos por él. Podríamos poder decir con san Juan que vivimos en él. "Pero quien guarda su palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él" (Un 2,5-6).

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La oración

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