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CONFINAMIENTO

CAPITALISMO, PANDEMIA Y NUEVA NORMALIDAD

Andrés Lund Medina Agosto de 2020

“Pero adviértase que aquí sólo nos referimos a las personas en cuanto personificación de categorías económicas, como representantes de determinados intereses y relaciones de clase. Quien como yo concibe el desarrollo de la formación económica de la sociedad como un proceso histórico–natural, no puede hacer al individuo responsable de la existencia de relaciones de que él es socialmente criatura, aunque subjetivamente se considere muy por encima de ellas.” –Karl Marx, Prólogo a El Capital.

INTRODUCCIÓN Para comprender y explicar la convergencia de crisis que vivimos, extendidas y agudizadas por la pandemia de Covid 19 y el confinamiento impuesto a la mayoría de la población, necesitamos utilizar ese mapa cognitivo que trazó Marx para ubicarnos, con ojos desengañados, en este mundo invertido y enajenado en el que vivimos, así como para guiar una praxis revolucionaria que debe darle la vuelta al mundo, desenajenarlo, para que el trabajo sea útil y produzca valores de uso que afirmen la vida (humana y no humana), para que las comunidades de vida autogestionen democráticamente la producción y el consumo,

restituyendo

el

metabolismo

sociedad-naturaleza

con

una

racionalidad democrática, ecológica y humanizadora. Desde esta perspectiva crítica (anticapitalista) y utópica (ecosocialista) buscamos interpretar al mundo para transformarlo.

PRIMERA PARTE: EMPECEMOS HABLANDO DEL CAPITALISMO… “Al transformar el dinero en mercancías que sirven como materias formadoras de un nuevo producto o como factores del proceso laboral, al incorporar fuerza viva de trabajo a la objetividad muerta de los mismos, el capitalista transforma valor, trabajo pretérito, objetivado, muerto, en capital, en valor que se valoriza a sí mismo, en un monstruo animado que comienza a "trabajar" cual si tuviera dentro del cuerpo el amor.” -Karl Marx, El Capital (Libro I)

El capitalismo es, en principio, un modo de producción basado en el Capital. El Capital, cabe aclarar, no es una mera acumulación de dinero, aunque eso es lo que lo mueve. El Capital tampoco es una cosa (dinero, mercancías, máquinas) aunque éste nos domine como tal. El Capital, explicaba Marx, es una relación social que genera una fuerza social, en principio económica, enajenada y enajenante. Es una fuerza enajenada porque es ajena al control social y hostil a la sociedad que la genera. Es una economía enajenada que explota, domina, oprime, a sus creadores, a los trabajadores (en lo productivo) y a las trabajadoras (en lo reproductivo), a las colonias, a la naturaleza. Y es una fuerza enajenante porque enajena los productos (las mercancías) y la propia actividad del trabajo, la relación con la naturaleza (la hace ajena o fractura el metabolismo con ella) así como nuestras potencialidades humanas: impide desarrollar la conciencia, la creatividad, la libertad y la socialidad para las mayorías.

El Capital, entonces, es una relación social económica que crea una fuerza social ajena al control social y vuelta contra el ser humano, que configura un sistema económico que funciona por sí mismo, autonomizado, como un “monstruo animado”, para explotar, dominar, saquear al ser humano y a la naturaleza y aumentar sus ganancias. Se basa en la explotación del trabajo productivo pues paga un salario que sólo cubre una parte del valor producido por el trabajador, apropiándose de la plusvalía que se incorpora en las Mercancías y que al venderse se vuelve Dinero incrementado, ganancias. Pero también sobreexplota el trabajo reproductivo, de subsistencia y de cuidados que se les obligó a realizar a las mujeres (con la domesticación patriarcal capitalista), que ni siquiera recibe un salario o se le considera productivo, así como sobreexplota el trabajo precarizado de los países neocolonizados y sobreexplota con el extractivismo las riquezas de la naturaleza,

fracturando

de

diversas

formas

la

relación

metabólica

sociedad/naturaleza.

Por esa sed de ganancias, el Capital produce mercancías con un doble valor: con un Valor de uso, que es producto del trabajo útil que satisface necesidades vitales y de un intercambio metabólico que preserva la vida, y con un Valor de cambio pues éstas deben cambiarse para volverse Dinero y realizar las ganancias.

Como esto último es lo que le interesa al “sujeto automático” que es el Capital, en la producción de mercancías tiende a disminuir el valor de uso y a predominar el valor de cambio lucrativo, esto es: lo que interesa es producir más y que se consuma más, para ganar más, sin que importe el fracturar el intercambio metabólico o dañar la salud humana y ecológica. En ese sentido, las mercancías tienden a volverse tóxicas. Entendido el Capital como una fuerza enajenada y enajenante, el sujeto humano tiende a ser cosificado y la cosa inhumana se vuelve sujeto. Por eso, para Marx, el Capital es el trabajo muerto que oprime al trabajo vivo, la Cosa (mercancía, dinero, máquina) que domina a la vida, el Hombre de Hierro que subyuga al humano. Dice Marx: “La dominación del capitalista sobre el obrero es por consiguiente la de la dominación de la cosa sobre el hombre, la del trabajo muerto sobre el trabajo vivo, la del producto sobre el productor, ya que en realidad los medios de producción se convierten en medios de dominación sobre los obreros (pero sólo como medios de dominación del capital mismo)... En la producción material, en el verdadero proceso de la vida real social….se da exactamente la misma relación que en el terreno ideológico se presenta en la religión: la conversión del sujeto en objeto y viceversa.” (El Capital, Capítulo VI, manuscritos de 1863-1865) El Capital, dice Marx, es semejante a un Vampiro, a un muerto viviente que chupa la vida, que sólo quiere incrementar sus ganancias explotando a la naturaleza y a los seres humanos. Para Marx, en el capitalismo el sujeto se vuelve objeto y el objeto se vuelve sujeto.

El capitalismo como mundo invertido “De tal manera, los participantes en la producción capitalista viven en un mundo embrujado, y sus propias relaciones se les presentan como propiedades de cosas... El capital que rinde interés se personifica en el capitalista financiero, el capital industrial en el capitalista industrial, el capital que da renta en el terrateniente como dueño de la tierra, y por último, el trabajo en el asalariado. Entran en la lucha competitiva y en el verdadero proceso de producción como esas formas rígidas, personificadas en personalidades independientes que al mismo tiempo parecen ser simples representantes de cosas personificadas. La competencia presupone esta exteriorización... y en la superficie la competencia parece ser nada más que el movimiento de este mundo invertido.” -Karl Marx, El Capital (Libro IV)

El capitalismo es, entonces, un mundo al revés en el que la economía no está al servicio del ser humano sino que éste funciona para la economía enajenada y autonomizada. Es un mundo invertido en el que el ser humano no domina (regula, gestiona) a la economía sino que ésta sojuzga y determina a la vida humana; en donde la economía no se pone en marcha para satisfacer necesidades humana pues el ser humano y la naturaleza sólo sirven para satisfacer la sed de ganancias del Capital.

Es un mundo de cabeza en el que no interesa que aumente la pobreza, el desempleo, la miseria material y espiritual, la exclusión social, las enfermedades y la muerte, la intoxicación ambiental, el ecocidio, el cambio climático, etc., pues lo único que importa es que aumenten las ganancias del Capital, que se mantenga la explotación, que circulen las mercancías, que se paguen los intereses de las deudas…

A la economía capitalista sólo le importa privatizar, privar, quitar lo común (tierra, agua, vida, bienes); explotar sin límites a la naturaleza y a los humanos; despojar, saquear, acumular; polarizar la sociedad con una minoría de ricos y una mayoría sobreexplotada y empobrecida; quitar autosuficiencia y promover dependencias para formar consumistas; poner a la política, a la cultura, a los mundos de vida, al servicio del Capital. Con esta dinámica enajenada y enajenante, el Capital se globalizó colonizando al mundo, conquistando y dominando pueblos para extraer sus riquezas naturales, dividiendo al mundo en países imperialistas y coloniales, llevando a las colonias la explotación capitalista junto con el patriarcado occidental y la racialización inferiorizante de la población nativa. Con esa riqueza acumulada, el Capital impulsó las industrias y la urbanización del mundo, explotando a hombres, mujeres y niños, pero también al campo. Luego, en competencia con otros Capitales y buscando más ganancias, incrementó la producción con máquinas e industrias. La unión del Capital bancario y el industrial dio lugar al Capital Financiero, que organizó la reconquista económica imperialista, dos guerras mundiales y muchas más guerras por el reparto del mundo. Esta dinámica expansiva del Capital lo llevó hasta su Crisis civilizatoria actual.

Crisis civilizatoria capitalista “Es un Moloch que exige todo el mundo como un sacrificio que le corresponde por derecho.” -Karl Marx, El Capital (Libro IV)

La crisis civilizatoria del capitalismo refiere tanto a los límites sociales y ecológicos del mismo como a su abierta conversión en una barbarie que es capaz de sacrificar al mundo entero en su dinámica enajenada y enajenante. Esta crisis civilizatoria puede determinarse desde distintos ángulos. Como muchos economistas lo han señalado, el capitalismo ya alcanzó sus límites productivos desde los años 60 del siglo pasado. A partir de entonces se registra que decae el crecimiento económico y la tasa de ganancias, así como los empleos y los salarios, mientras sube el desempleo, la precarización laboral y la exclusión. Ello puede explicar el peso que adquirieron los juegos especulativos y la financiarización de la economía, con sus efectos tóxicos y destructivos en la producción.

Además, parece evidente que las Fuerzas Productivas capitalistas se han vuelto clara y abiertamente Fuerzas Destructivas. No sólo porque aumentan día a día el desempleo y la exclusión, con su secuela de pobreza, hambre y miseria material para la mayoría de la población, también crecen las catástrofes: migratorias, alimentarias, climáticas, sanitarias, etc., que cada vez son más graves, así como las diversas violencias, hoy visibilizadas, contra las mujeres, la racial, la policiaca.

Además, los conflictos bélicos, alimentados por las pugnas interimperialistas por el reparto del mundo, son más peligrosos por la potencia de las armas, a tal punto que desde mediados del siglo pasado vivimos bajo la amenaza de una guerra nuclear que puede terminar con la civilización humana y hasta con el planeta. A este estado de cosas, John Bellamy Foster lo denomina “capitalismo catastrófico”. Otra manifestación de la crisis civilizatoria es que la dinámica capitalista produce

cada

vez

más

recurrentemente

crisis

globales

y

multidimensionales encadenadas: crisis financieras que retroalimentan crisis productivas, alimentarias, migratorias, energéticas, políticas, ecológicas, sanitarias… Muchas de esas crisis no son cíclicas sino tendencias devastadoras hacia la escasez global (de alimentos, de empleos, de recursos naturales, de energía). El capitalismo está hundido en una crisis civilizatoria cuya dimensión ecológica señala sus límites naturales y sociales con una cada vez más amenazante Crisis ecológica. Esta crisis ecológica tiene varias facetas: 

una amplia intoxicación medioambiental de agua, aire, suelos, todo;



un ecocidio global y acelerado de vidas, especies, ecosistemas;



un Cambio Climático que ya provocó nuestra entrada en una nueva era geológica: el Capitaloceno, que pone en riesgo la supervivencia del ser humano y la propia trama de la vida en nuestro planeta.

Con este mapa cognitivo desplegado, avancemos al siguiente tema.

SEGUNDA PARTE: HABLEMOS DE LA PANDEMIA DE COVID 19 “La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, los ha convertido en sus servidores asalariados. La burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones familiares, y las ha reducido a simples relaciones de dinero. Todo lo sólido se disuelve en el aire; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.” -Karl Marx, El Manifiesto Comunista.

Pandemia y finitud humana La pandemia que vivimos nos recuerda que el ser humano sólo es un ser material, natural, vivo, entrelazado con la naturaleza y dependiente de ella. Por eso mismo, es un ser finito: mortal, con una vida breve y opciones existenciales limitadas. Es, también, un ser frágil: casi cualquier cosa afecta su organismo y hasta diminutos virus pueden disminuirlo, enfermarlo o hasta matarlo. Como seres vivos siempre estamos expuestos a las contingencias, amenazados permanentemente por el caos que implica muerte y destrucción. Tal es la condición humana y los sueños tecnocientíficos que pretenden cambiar eso y eliminar nuestra finitud (con cyborgs), sólo sueños son. El ser humano es, asimismo, un ser social, inter y ecodependiente, que crea relaciones sociales, valores de uso y comunidades de vida, que funcionan como tentativas de cosmos que aseguren la existencia (humana y no humana) y nos protejan del caos amenazador para el cual todo es pasajero.

El capitalismo, se ve claramente ahora, no es un cosmos protector de la vida (humana y no humana) sino un caos instituido que amenaza toda forma de vida, que es incapaz de cuidarla, porque, decía Marx desde el siglo XIX, el Capital es el poder enajenado (ajeno al control social) de la Cosa muerta (mercancía, dinero, máquinas, mercado) que somete al trabajo vivo (el que permite la producción y reproducción de la vida) a su lógica productivista y consumista que sólo busca valorizar el valor, incrementar las ganancias, maximizar los beneficios y minimizar los costos, explotando sin límites a los seres humanos y a la naturaleza. Desde esta perspectiva crítica y anticapitalista explicaremos la crisis actual. Avanzando

analíticamente, distinguiremos: el nuevo coronavirus y la

enfermedad que produce, la Covid 19, la pandemia, la crisis sanitaria y la política del confinamiento, para encontrar sus causas en el capitalismo como un mundo enajenado e invertido que escapó de nuestro control y que sólo busca incrementar las ganancias explotando sin trabas al ser humano y a la naturaleza, sin importar las consecuencias sociales o naturales.

El coronavirus, con su enfermedad COVID 19, la pandemia, la crisis sanitaria y el confinamiento, son productos del capitalismo: de su mundo enajenado e invertido El capitalismo crea al coronavirus Por supuesto, los virus y los coronavirus han existido antes del capitalismo, pero ciertos virus que han provocado las recientes enfermedades zoonóticas (que saltan de animales no humanos a humanos) son productos de las fracturas metabólicas que provoca el capitalismo: ya sea por la urbanización ecocida que nos acerca a animales no humanos salvajes que tienen virus nuevos para nuestro sistema inmune (como los murciélagos) o por la brutal industria alimentaria y agropecuaria especista que tortura e intoxica a animales no humanos domesticados (como los puercos), se producen virus que provocan estas enfermedades zoonóticas en los humanos. Tengamos presente que tres cuartas partes de las nuevas enfermedades desde los años 60 del siglo XX son por zoonosis: ébola, SIDA, SARS, MERS, H1N1 y Covid 19. Es decir: el coronavirus está en el animal no humano y la

relación metabólica fracturada que provoca el capitalismo lo hace mutar hasta poder infectar a los animales humanos, como ocurrió a finales del 2019.

El capitalismo crea la pandemia El coronavirus provoca una enfermedad zoonótica, Covid 19, que produce procesos inflamatorios que afectan, principalmente, al sistema respiratorio humano. La contagiosidad de este virus se calcula entre 1.5 y 2, que en realidad es menor a la de otras enfermedades virales que nunca han provocado confinamientos.

Como otras enfermedades recientes, se extendió por la globalización neoliberal, que la llevó muy rápidamente por todo el mundo a través de los circuitos productivos, comerciales y turísticos, del Capital. Esto es cada vez más frecuente en nuestro mundo invertido: aparecen nuevos virus infecciosos en alguna parte del mundo y muy pronto se globalizan, provocando pandemias, por ejemplo, de gripes.

El capitalismo crea una crisis sanitaria permanente La dinámica anti-ecológica del capitalismo crea al coronavirus y la Covid 19, la globalización neoliberal extiende la enfermedad muy rápidamente por todo el planeta, volviéndola pandemia mundial. Esta pandemia, como otras, converge con el desprecio del Capital por la vida, que mantiene una constante crisis de salud mundial. De hecho, el capitalismo enferma y eventualmente mata a las

mayorías con hambre y miseria, con la sobrexplotación, con sus violencias, pero también con su intoxicación medioambiental y sus mercancías tóxicas, que incluyen a las de la industria alimentaria y la farmacéutica. Al capitalismo no le importa intoxicar el aire, el agua, la tierra, el cuerpo humano, aunque ello nos enferme y nos mate, porque sólo se mueve buscando incrementar sus ganancias. A la industria alimentaria no le importa la nutrición ni la producción y consumo de mercancías tóxicas (cuyos elementos centrales son la carne, el azúcar y la harina refinada, los añadidos químicos) que enferman, incapacitan y matan a millones al año (por diabetes, obesidad, cáncer, enfermedades degenerativas). Al Capital sólo le interesa acrecentar sus ganancias.

Principales causas de muerte en México:  Enfermedades del corazón  Diabetes Asociadas al consumo de productos de la industria capitalista de alimentación Total Enfermedades del corazón 149 368 Diabetes 101 257 INEGI 2019

Hombres Enfermedades del corazón 77 977 Diabetes 49 679

Mujeres Enfermedades del corazón 69 357 Diabetes 51 576

A la industria farmacéutica no le interesa la salud sino la enfermedad, promoviendo el consumo de medicinas que no curan pero producen ganancias. Recientemente, el doctor Richard J. Roberts, ganador del premio Nobel de Medicina de 2019, denunció que las grandes farmacéuticas capitalistas anteponen los beneficios económicos a la salud y detienen los avances

científicos para la cura de enfermedades ya que remediar no es tan rentable como las enfermedades crónicas. Así lo dice el propio Roberts: “Porque las farmacéuticas a menudo no están tan interesadas en curarle a usted como en sacarle dinero, así que esa investigación, de repente, es desviada hacia el descubrimiento de medicinas que no curan del todo, sino que cronifican la enfermedad y le hacen experimentar una mejoría que desaparece cuando deja de tomar el medicamento.”

Así funciona el mundo al revés que instituye el capitalismo, en donde todo se pone de cabeza. Al capitalismo no le interesa promover la salud pública, por eso se ocupó en los años del neoliberalismo emergente de desmontar, reducir y privatizar los servicios médicos. En esos años distorsionó los sistemas de salud para que se preocuparan más por las enfermedades que por la salud, pero por enfermedades que dieran ganancias a los servicios médicos y a la industria farmacéutica. La industria alimentaria no nutre sino que enferma y la industria farmacéutica no cura sino que mantiene las enfermedades con medicinas y servicios que producen ganancias millonarias. Según la Encuesta Nacional de Salud de 2018, en nuestro país, el 75% de la población mayor de 20 años padece sobrepeso y obesidad, 8 millones padecen diabetes y 15 millones de hipertensión, gracias no sólo a la llamada comida chatarra sino al entero Sistema Alimentario Capitalista. En 2019, murieron en México 717 mil 500 personas y las tres primeras causas de muerte están asociadas con la alimentación capitalista: enfermedades del corazón, diabetes mellitus y tumores malignos. Estas tres enfermedades provocaron 341 mil 200 defunciones en un año, el 47.5% del total.

Mientras tanto, las grandes farmacéuticas, transnacionales y oligopólicas, extendidas por todo el planeta, obtienen las más altas ganancias capitalistas, incluso por encima de los bancos:

Los Estados y gobiernos no garantizan condiciones de vida dignas y saludables a sus poblaciones sino que promueven y cuidan a las inversiones capitalistas. ¡Un mundo al revés!

Capitalismo, OMS y políticas de salud ante la pandemia de Covid 19 “Perseo se cubría con un yelmo de niebla para perseguir a los monstruos. Nosotros nos encasquetamos el yelmo de niebla, cubriéndonos ojos y oídos para poder negar la existencia de los monstruos.” -Karl Marx, El Capital

Ante una Covid 19 que se extendía por algunas regiones del planeta, con datos insuficientes y declaraciones contradictorias, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la Pandemia y mandató de manera dictatorial que los gobiernos impusieran una política sanitaria de restricción de actividades sociales, de aislamiento en casa de enfermos y sanos, de distanciamiento social, así como medidas higiénicas (lavarse las manos, desinfectar todo, etc.).

Además de generar un pánico mundial, la OMS promovió una insólita política de confinamiento para todo mundo a partir de un enfoque epidemiológico fatalista, que calcula contagios y muertos, dejando de lado un enfoque terapéutico, de prevención y curativo, de la enfermedad.

Ciencia y práctica médicas enajenadas e invertidas por el capitalismo Para explicar cómo fue posible que la OMS impusiera un confinamiento para todo mundo, sanos y enfermos, sin considerar sus fatales consecuencias en las

condiciones materiales de vida de la mayoría de la población mundial y que le diera preeminencia a un estrecho enfoque epidemiológico que hace cálculos sobre el desarrollo de esta pandemia, soslayando el enfoque propiamente médico, terapéutico, de prevención y tratamiento de la enfermedad, es necesario entender lo que ha pasado con la ciencia y práctica médica en el capitalismo. Es sabido o debiera saberse más que el conocimiento y la práctica médica (que incluye el estudio, la docencia y la investigación) están íntimamente ligados a los intereses de las grandes capitales de las industrias farmacéuticas.

Y ya sabemos que el Capital enajena e invierte lo que toca, de modo que a la ciencia y práctica médica tentada por el capitalismo le importa más la enfermedad que la salud y que los médicos sean asalariados a su servicio. Como se trata, sobre todo, de incrementar las ganancias, a la industria farmacéutica (que corrompe a los médicos) no le importa tanto curar enfermedades sino enfermar y mantener enfermos para vender sus medicinas paliativas que alivian síntomas pero no curan. Este tipo de ciencia y práctica médica invertida por la dinámica capitalista no considera las condiciones económicas y sociales de la salud, es decir: no toma en cuenta las desigualdades, la miseria, el hambre, el desgaste físico y psíquico por la sobrexplotación, la mal nutrición por consumo de las mercancías tóxicas de la industria alimentaria, que son las causales de las

principales enfermedades que matan a la mayoría de seres humanos en el planeta, y tampoco promueve la salud con medidas de prevención y cuidados tempranos de enfermedades. De funcionar tomando en cuenta lo señalado -las condiciones económicas y sociales de las enfermedades y tratamientos preventivos o de atención primaria-, sería una ciencia y una práctica médica enfrentada al Capital. Pese a los sistemas de salud que se han levantado en casi todo el mundo, instituciones que el neoliberalismo ha liquidado o debilitado al extremo, tenemos una ciencia y práctica médica que no está comprometida a fondo con la extensión de la salud pública pues está penetrada de intereses privados. Por eso, esta ciencia y práctica médica no valora los saberes médicos de pueblos originarios, comunitarios y gratuitos, y cuando lo hace, la industria farmacéutica se los roba con patentes que privatizan el conocimiento para mercantilizarlos y lucrar con él. Tampoco promueve el conocimiento, la sabiduría y la autonomía preventiva y curativa, pues le conviene la ignorancia, la dependencia y mantener su postura autoritaria para mercantilizar medicinas y servicios médicos con el único fin de aumentar sus ganancias. De hecho, dejó de ser un escándalo que el Capital hiciera negocio con la salud, privatizando los servicios para que se rigieran por las leyes del mercado. La salud, entonces, dejó de concebirse como derecho humano fundamental para volverse una mercancía que se vende y se compra, para obtener ganancias. Mientras se dejaba sin recursos a las instituciones de atención médica, sin medicamentos y con menos personal, la privatización de los servicios médicos floreció como un negocio próspero. Y tanto en las instituciones públicas como privadas, las industrias farmacéuticas y los seguros médicos impusieron sus intereses sobre acciones que propicien mantener la salud de las personas. De esta manera, las instituciones médicas a su servicio, como la OMS, priorizan las enfermedades tratables con medicinas y vacunas, cuya compra venta produce altísimas ganancias en la industria farmacéutica. La Gran Industria Farmacéutica “En cuanto valor de uso, nada de misterioso se oculta en ella [la mercancía], ya la consideremos desde el punto de vista de que merced a sus propiedades satisface necesidades humanas, o de que no adquiere esas propiedades sino

en cuanto producto del trabajo humano. Es de claridad meridiana que el hombre, mediante su actividad, altera las formas de las materias naturales de manera que le sean útiles. Se modifica la forma de la madera, por ejemplo, cuando con ella se hace una mesa. No obstante, la mesa sigue siendo madera, una cosa ordinaria, sensible. Pero no bien entra en escena como mercancía, se trasmuta en cosa sensorialmente suprasensible. No sólo se mantiene tiesa apoyando sus patas en el suelo, sino que se pone de cabeza frente a todas las demás mercancías y de su testa de palo brotan quimeras mucho más caprichosas que si, por libre determinación, se lanzara a bailar.” -Karl Marx, El Capital (Libro I)

La industria farmacéutica capitalista produce y comercializa mercancías químicas medicinales. Aparentemente, su valor de uso es tratar y prevenir enfermedades, pero siendo expresiones del Capital con las que se busca hacer más dinero, valorizar el valor, de estas mercancías “brotan quimeras” como tabletas,

cápsulas,

inyecciones,

supositorios,

¡vacunas!,

que

sirven,

principalmente, para incrementar las ganancias de las empresas. Y según el siguiente cuadro de 2017, las quimeras de estas mercancías se realizan con creces:

“El mercado farmacéutico mundial se estimó en 1,11 billones de dólares en 2017 y se prevé que alcance los 1,43 billones de dólares en 2020. En 2017, el mercado farmacéutico de América del Norte, Asia Pacífico y Europa Occidental representó aproximadamente el 37%, el 22% y el 20% de la cuota de mercado mundial, respectivamente.

En 2017, las 10 principales compañías farmacéuticas mundiales generaron ventas por valor de 437.257 millones de dólares, lo que representa aproximadamente el 40% de la cuota de mercado mundial, y las 15 principales compañías farmacéuticas mundiales generaron ventas por valor de 568.617 millones de dólares, lo que representa el 51% de la cuota de mercado mundial. Se utilizó un análisis comparativo de las 15 principales organizaciones para desarrollar un ranking para estas compañías.” (Top 10 compañías farmacéuticas 2018 a nivel mundial, AIMFA) Otra quimera de estas mercancías, que son formas del Capital, es la de concentrar, centralizar y monopolizar todo en 25 empresas farmacéuticas que controlan el 50% del mercado mundial. Estas

empresas

farmacéuticas

compran

materia

prima

baratísima,

sobreexplotan a sus trabajadores, contaminan el medio ambiente, presionan a los gobiernos y a los doctores para poder comercializar sus productos con patente (aunque no curen e incluso empeoren a los enfermos) y venderlos donde hay dinero.

Aunque digan que gastan en Investigación, invierten mucho más en costos en publicidad, y muchas de sus investigaciones consisten en producir sus medicinas con variantes para volverlas a patentar. Algunos calculan que para ciertos productos de esta industria se invierte un dólar y se sacan mil. A las farmacéuticas no les importa que se mueran millones de niños por enfermedades prevenibles con la vacunación: sólo les interesa obtener más ganancias. Médicos Sin Fronteras les ha solicitado a las compañías farmacéuticas GlaxoSmithKline (GSK) y Pfizer que bajen los precios de la vacuna contra el neumococo para que más niños se salven. Pero eso no les conviene a estas empresas porque gracias a esta vacuna esas industrias ganaron 28.000 millones de dólares en ventas en cinco años. En un

año Pfizer obtuvo más de 4.400 millones en ventas de la vacuna contra la neumonía, la más vendida en el mundo.

Por cierto, si las vacunas tienen efectos negativos y mortales (como suele ocurrir), la industria farmacéutica le impuso leyes al gobierno norteamericano para protegerla de demandas contra ella.

Cabe recordarlo, ahora que Astra Zeneca, apoyada por Bill Gates, está recibiendo ganancias extraordinarias por hacer la vacuna para la Covid 19 sin ajustarse a los protocolos exigidos. Organización Mundial de la Salud

“Es el tiempo de la corrupción general, de la venalidad universal, o, para expresarnos en términos de economía política, el tiempo en que cada cosa, moral o física, convertida en valor de cambio, es llevada al mercado para ser apreciada en su más justo valor.” -Karl Marx, Miseria de la filosofía.

Conviene recordar que la OMS nació como proyecto con la institución de la ONU en 1945, al final de la segunda guerra mundial, y que se fundó en 1948. Como tal, la OMS consiste en una organización de más de 7000 personas que trabajan en 150 países, con seis oficinas regionales y su sede de Ginebra. Se considera “la autoridad directiva y coordinadora en asuntos de sanidad internacional en el sistema de las Naciones Unidas”, actuando con orientaciones sobre sistemas de salud, promoción de la salud, enfermedades no transmisibles y transmisibles, así como la preparación, vigilancia y respuesta a las crisis de salud. Por eso su papel determinante ante esta pandemia de Covid 19.

La OMS está guiada por una Constitución que tiene una serie de Principios que omiten la incidencia negativa del capitalismo en la salud humana (por las desigualdades y violencias sistémicas, las condiciones miserables de vida, la sobreexplotación, las intoxicaciones medioambientales, el consumo de mercancías tóxicas, etc.). Los Principios de la OMS son negados por el mundo invertido del capitalismo: si “la salud es -dice la OMS- un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”, todos, hasta los más ricos económicamente y los poderosos políticamente, estamos enfermos.

Si “el goce del grado máximo de salud que se pueda lograr –sostiene la OMSes uno de los derechos fundamentales de todo ser humano sin distinción de raza, religión, ideología política o condición económica o social”, nadie goza de ese derecho. Así son los Principios de la OMS: ideales negados por este mundo invertido del capitalismo. Tampoco se cumple el interés por “la salud de todos los pueblos”, el valor “en el fomento y protección de la salud”. Como se puede apreciar en esta pandemia de Covid 19, a la OMS no le importó imponer un confinamiento de toda la población olvidando el principio de considerar “el peligro común” de la “desigualdad de los diversos países en lo relativo al fomento de la salud y el control de las enfermedades, sobre todo las transmisibles.” Con el confinamiento también se dejó de lado el “desarrollo saludable del niño”, el extender “a todos los pueblos de los beneficios de los conocimientos médicos, psicológicos y afines” para la salud. Con sus vaivenes y contradicciones,

negando

la

eficacia

de

tratamientos

terapéuticos

o

promoviendo ciertas medicinas, fomentando el pánico con afirmaciones infundadas, la OMS negó el principio de promover “una opinión pública bien informada y una cooperación activa por parte del público. La OMS también abandonó el principio de que “los gobiernos tienen la responsabilidad de la salud de sus pueblos, que solo se puede cumplir mediante la provisión de medidas sanitarias y sociales adecuadas”, pues negó a los gobiernos la búsqueda de alternativas terapéuticas imponiendo su fatalista enfoque epidemiológico y el insólito confinamiento de enfermos y sanos, sin tomar en cuenta sus terribles consecuencias en las condiciones materiales de vida y en la propia psique social. Tal vez podamos comprender y explicar por qué la OMS actuó así si revisamos su financiamiento. La OMS es financiada por gobiernos, por el neoliberal Banco Mundial y por organizaciones privadas, como la empresarial Asociación Rotaria Internacional. Según datos de la propia OMS, entre sus veinte principales contribuyentes estaba, en primer lugar, Estados Unidos (que ya rompió su relación con ella).

En segundo lugar (ahora primero), está la Fundación Bill y Melinda Gates, en cuarto (ahora tercero) la Alianza Gavi para las Vacunas. Esta Alianza promueve el uso de vacunas y está conformada por, dice, “entidades públicas y privadas”, que incluye gobiernos, organismos mundiales y empresas farmacéuticas. En ella también participa la Fundación Bill and Melinda Gates, que es fundador y principal donante.

Estas críticas a los vínculos que existen entre la OMS y los intereses económicos de las grandes farmacéuticas ya se han hecho anteriormente. El exdirector del Programa Mundial de Medicamentos de la OMS, Germán Velásquez desde hace años ha hecho la denuncia de que la Organización Mundial de la Salud funciona en favor de intereses privados: "Han privatizado la OMS, la financiación privada condiciona sus decisiones." Señala que aunque esta institución ha sido una referencia en las políticas mundiales de salud recientemente “está en un proceso acelerado de privatización.”

“El problema de las donaciones voluntarias es que el donante decide para qué va [su dinero], de manera que se escapa de las deliberaciones y de la formulación de prioridades que fijan todos los países a nivel mundial. Para que lo entendamos, más del 80% del presupuesto de la OMS son contribuciones privadas o públicas, pero voluntarias, que se concentran en los diferentes países, en la Fundación Bill Gates y en la industria farmacéutica… Un ejemplo, el 90% del Programa de Medicamentos (que dirigió Germán Velásquez) ahora está financiado por la Fundación Bill & Melinda Gates, están dando el dinero solo para los asuntos que le interesa a Bill Gates, de tal manera, que el programa solo se centra en los proyectos para los que tiene dinero, el resto se queda sobre el papel. Por ejemplo, ya no se trabaja nada sobre el programa de uso racional de los medicamentos.” -¿Esto puede hacer que la OMS adopte decisiones de salud pública que pueden acabar beneficiando a estas mismas compañías? -"Es una teoría que es totalmente cierta -responde Germán Velásquez-, ha sucedido, y está sucediendo. Cuando un donante da dinero, por ejemplo, la industria farmacéutica, estos representantes solicitan estar presente en los comités de expertos de los diferentes programas [de la OMS]. Hay un conflicto de intereses grave. Sucedió con la epidemia H1N1, los posibles fabricantes de vacunas y de medicamentos, como el Tamiflú, estaban sentados en el comité que estaba decidiendo si se lanzaba una epidemia o no, evidentemente, [las farmacéuticas] empujaron a que se lanzara la epidemia y se diera una alarma global porque iban a tener un mercado impresionante”. En 2010, ante la pandemia de influenza A/H1N1 declarada por la OMS, Wolfang Wodarg, presidente de la Comisión de Salud de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, denunció “que las acciones promovidas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para contrarrestar la transmisión del virus, la declaratoria de pandemia y el llamado urgente para la fabricación de una vacuna, tuvieron el objetivo de favorecer a laboratorios farmacéuticos.” (La Jornada, 15 de enero de 2010). Esto se comprobó fehacientemente al señalarse que uno de los principales asesores de la OMS, el doctor Albert Osterhaus, estaba relacionado con laboratorios farmacéuticos, además de que se ocultaron los vínculos

financieros entre sus expertos y las farmacéuticas Roche y Glaxo, fabricantes de Tamiflu y Relenza, los fármacos antivirales contra el virus H1N1. Algo similar ha ocurrido en el curso de esta pandemia, como lo ha denunciado un equipo global de investigadores, médicos y defensores de los ciudadanos, que han cuestionado la promoción del Remdesivir por la propia OMS (Ray Moynihan, Helen MaCDonald, Lisa Bero, Fiona Godlee, “Una mayor independencia de los intereses comerciales es más importante que nunca”, Viento Sur 16 de julio 2020). Este grupo advierte “un grave desequilibrio en la investigación de la Covid-19 [que] favorece fuertemente el estudio de los tratamientos farmacológicos sobre las intervenciones no farmacológicas, con muchos estudios demasiado pequeños o demasiado débiles para producir resultados fiables.” También cuestionan que la OMS comunique “resultados parciales o preliminares antes de la revisión por pares”, “lo que distorsiona las percepciones públicas”. Y ponen como ejemplo el caso del Remdesivir, que es un antiviral fabricado por la compañía estadounidense Gilead, calificado de “rayo de esperanza” por el director de emergencias de la OMS, Mike Ryan, basándose en un estudio hecho por la propia farmacéutica y carente de rigor experimental. Estudios posteriores no corroboraron la eficacia de dicho antiviral y encontraron efectos adversos que los llevó a abandonar esta investigación para Covid 19.

De hecho, la actuación de la OMS desde antes que se detectara la Covid 19 ha sido muy cuestionable: desde 2019 alertaba de una posible pandemia similar a la gripe que “podría extenderse por el mundo en apenas 36 horas y matar a 80

millones de personas.” Además de promover el pánico, ante ella recomendaba la vigilancia epidemiológica y el desarrollo de vacunas (no olvidemos que ese es el negocio que Bill Gates quiere promover), dejando de lado tratamientos médicos.

En diciembre de ese año, recibe de China la notificación de una nueva "neumonía de origen desconocido" detectada en la ciudad de Wuhan y desde principios de enero la OMS empieza a dar cifras de personas contagiadas; luego informa de los síntomas de la enfermedad y posteriormente clasifica como causante de ella a un nuevo coronavirus (SARS Cov2) y, en vez de promover el tratarlo de manera análoga a otros coronavirus, recomienda cómo evitar los contagios. Sin embargo, afirma en enero que no son necesarias las restricciones en viajes ni en el comercio. Ese mismo mes publica el genoma del nuevo virus, informa del primer fallecido por el nuevo coronavirus (que ocurre el 12 de enero), y empieza a comunicar del número creciente de contagiados y pacientes graves. Pese a registrar cada vez más contagiados, la OMS discute si el contagio es de humano a humano o no. Aunque ya hay pacientes fuera de China, pone en duda la infección interpersonal, pero horas después la confirma. El 22 de enero declara una emergencia sanitaria en China, pero no a nivel global. Siguiendo los criterios epidemiológicos de la OMS, China inicia un severo confinamiento de la población y muchos países empiezan a fijar protocolos de actuación ante la aparición de posibles casos sospechosos de coronavirus, no para tratarlos sino para evitar contagios. El 30 de enero, la OMS declara una emergencia de salud pública internacional, dando recomendaciones de vigilancia epidemiológica pero no terapéutica.

"Todos los países deben estar preparados para la contención, incluida la vigilancia activa, la detección temprana, el aislamiento y la gestión de casos, el seguimiento de contactos y la prevención de la propagación de la infección por 2019-nCoV, y compartir datos completos con nosotros."

En febrero se sigue informando del creciente número de contagiados que se han expandido por más de 20 países, entre ellos siete de la Unión Europea. El 11 de febrero nombra a la enfermedad producida por el nuevo coronavirus como Covid-19. Ya desde entonces hay polémicas sobre los métodos para la contabilización de contagiados. Abandonando definitivamente el asunto de los tratamientos terapéuticos, la OMS se centra en cómo evitar contagios en el personal médico. Las medidas de actuación que fija en marzo tienen que ver con las medidas de higiene, distanciamiento social, confinamiento y aislar a enfermos, a los que se les niega tratamientos terapéuticos (sólo admite administrar paracetamol y usar ventiladores cuando ya no puedan respirar). El 11 de marzo, con más de 100.000 casos, la OMS declara la pandemia mundial.

Durante todo el mes de marzo, la OMS sigue insistiendo a todos los países “que no es suficiente con solo hacer pruebas, rastrear los contactos, las cuarentenas o el distanciamiento social”: "Hagan todo a la vez". Además de calificar, descalificar y promover posibles tratamientos preventivos y curativos (casos de la hidroxicloroquina, el ibuprofeno y el Remdesivir), la OMS discute si las personas infectadas pueden transmitir el virus después de que los síntomas hayan remitido, o cómo salir del confinamiento en algunos países, pese a que se seguía propagando por todo el mundo. En todo el planeta los epidemiólogos impusieron los lineamientos de la OMS, como lo hace en México el subsecretario de Salud López Gatell.

Cabe señalar que la Secretaría de Salud contaba, antes de la pandemia de Covid 19, con dos instancias: la Subsecretaría de Integración y Desarrollo del Sistema de Salud (SIDSS) y la de Promoción y Prevención (SPP). Esta última estaba encargada básicamente de la vigilancia epidemiológica y de programas específicos para enfermedades como diabetes, hipertensión, VIH, etcétera. En cambio, la SIDSS tenía como función la rectoría de todo el SNS, es decir, de los Servicios Estatales de Salud (Sesa); de IMSS, ISSSTE y del sector privado. Esta SIDSS, con Asa Cristina Laurell en la dirección, tenía cinco direcciones generales: Planeación y Desarrollo en Salud (Dgplades), el Centro Nacional de Excelencia Tecnológica en Salud (Cenetec), la Dirección de Calidad y Educación en Salud (DGCES) y la de Evaluación del Desempeño (DGED) y de Información en Salud. Desde estas instancias se pensaba concretar el nuevo modelo de atención, la Atención Primaria de Salud Integral e Integrada de México (APS-I Mx), pero toda la SIDSS fue desmontada y se privilegió un insólito enfoque epidemiológico para la crisis sanitaria (¡confinar a enfermos y sanos, a todos!), mandatado por la OMS.

Un confinamiento que develó las desigualdades sociales y el darwinismo social capitalista Gracias a la política de confinamiento impuesta por la OMS, se clausuraron escuelas, centros de trabajo, actividades comerciales, etc., enclaustrando a poblaciones enteras en sus casas. Sin importar las consecuencias económicas ni las desigualdades sociales o las diferencias entre el Norte y el Sur globales, sin considerar la precaria condición de los trabajadores formales e informales, sin tomar en cuenta la situación de vulnerabilidad que ya padecían los millones de pobres, migrantes, mujeres y niños expuestos a la violencia doméstica, enfermos y ancianos.

Aquellos que tuvieran recursos o algún tipo de protección social (salario y seguridad pública, becas, bonos de desempleo) podrían sobrevivir, pero a los trabajadores se les obligó seguir laborando y a los desempleados, a los trabajadores informales, a los pobres o a los migrantes, se les condenó a contagiarse, a más miseria y a una muerte determinada por las injusticias y desigualdades del sistema capitalista. El darwinismo social se reveló como la verdadera política de salud del capitalismo.

Algunos políticos afrontaron el dilema de escoger entre cuidar la economía y cuidar las vidas de la población trabajadora, pero el sistema capitalista, que funciona según Marx como un "sujeto automático", optó por la economía: por encubrir una crisis financiera, por permitir las purgas financieras, productivas y comerciales capitalistas que le permiten continuar sus ciclos de relanzamiento económico, en donde solo los capitales más fuertes prevalecerán.

Para la pandemia se utilizó el mismo criterio de que los más fuertes económicamente prevalecerán: el confinamiento implicaba resguardarse y esperar a que pasara, de modo que los que tienen recursos podrán aislarse y subsistir, mientras que los que no los tienen y están más frágiles no prevalecerán. Una de las personificaciones más cínicas del Capital ha dicho abiertamente: que lo importante es que la actividad económica se mantenga. El inefable Donald Trump lo dijo, no como mera opinión sino como política oficial del que se supone es el país capitalista más poderoso del mundo, significativamente carente de un sistema de salud público. A los pocos meses, los gobernantes del mundo asumieron este dictado del Capital.

La OMS tampoco tomó en cuenta los catastróficos efectos del confinamiento De hecho, la propia dinámica capitalista genera fatalmente crisis económicas cíclicas porque el capitalismo funciona como un poder ajeno al control social y hostil a la vida que, de manera automática, impulsa el productivismo y el consumismo de manera ilimitada e irracional. Esto genera crisis económicas de sobreproducción, que obligan a parar el sistema económico para purgarlo y luego relanzar otra vez el productivismo/consumismo y la búsqueda de más ganancias. Todo ello, por supuesto, sin importar las consecuencias sociales, como el desempleo, la reducción de salarios, la quiebra de pequeñas o medianas empresas, así como el incremento de la miseria, del hambre, las enfermedades, la pérdida de vidas de las mayorías o la devastación de la naturaleza. Todo parece indicar que la política de confinamiento está resultando peor que una enfermedad que no recibe tratamiento médico.

Una política de confinamiento para sanos y enfermos en casi todo el planeta aceleró y globalizó una crisis económica inédita al limitar el consumo de más de 300 millones de personas confinadas, al reducir las actividades económicas, al quebrar las cadenas productivas, generando una histórica confluencia de crisis -sanitaria, económica, política- que se manifiesta con la visibilización de contagiados y muertos, con el cierre temporal o definitivo de negocios, con su secuela de desempleados, miseria y hambre. Para evitar desórdenes sociales, la política de confinamiento se volvió, entonces, política de control social: en varios países se instituyeron Estados de excepción como formas autoritarias para gobernar sin respetar los derechos humanos, sociales o democráticos.

La crisis recesiva mundial que implica frenar gran parte de la economía ha causado millones de desempleados y la quiebra de miles de pequeñas y medianas empresas, afectando incluso a grandes empresas de servicios. La OIT ha dicho claramente que el confinamiento afecta a 2.700 millones de trabajadores, es decir: al 81% de la fuerza de trabajo mundial. Sin tener todavía completas las cifras de este desastre económico y social, la OIT calculaba hace dos meses que este confinamiento terminaría con el 6,7% de las horas de empleos, lo que significa que se perderán 195 millones de puestos, sólo entre abril y junio de este año. "Los trabajadores y las empresas se enfrentan a una catástrofe tanto en las economías desarrolladas como en las que están en desarrollo", declaró el Director General de la OIT, Guy Ryder. Para Latinoamérica y el Caribe estima que se pierdan 14 millones de puestos de trabajo, ya sea por despidos o por una reducción temporal de las horas de trabajo.

La Pandemia de Covid 19 y el confinamiento recorren el Sur global Como era de esperar, la pandemia de COVID 19 impactó a los países neocoloniales del Sur global, en donde la mayoría de la población está en una situación de pobreza y exclusión, viviendo sobreexplotados en la producción y en la reproducción (que recae principalmente en las mujeres), con insuficientes y debilitados sistemas de salud, con carencias en servicios básicos como el acceso al agua o a una vivienda digna, con una enorme crisis de cuidados, además de una carga de enfermedades crónicas. Sin considerar estas condiciones, también se le impuso como política central de “salud” el confinamiento de poblaciones enteras.

Cabe subrayar que esta política de confinamiento y distanciamiento social cerró abruptamente el ciclo de estallidos sociales y políticos que recorría a Latinoamérica desde el 2019 y que prometía continuarse y radicalizarse en el 2020, pues se generaban ya iniciativas políticas en Chile, Ecuador, Colombia… Sin duda, la crisis sanitaria fue aprovechada para mantener y estabilizar gobiernos en crisis de legitimidad en esta región, para cerrar el campo político y centralizarlo en el poder ejecutivo. Además, la colonialidad del poder y del saber en los países latinoamericanos asumió, sin crítica y sin considerar políticas preventivas o terapéuticas, el discutible enfoque epidemiológico de un confinamiento de sanos y enfermos, negando tratamientos y difundiendo el pánico, con sus efectos catastróficos en la salud y en la economía, en la psique colectiva y en la cultura… Después de que esta pandemia recorrió a Europa, el epicentro se trasladó a nuestros países, en donde, por las condiciones de miseria, hambre y enfermedades, así como por la falta de tratamiento médico, se van acumulando el mayor número de contagiados y de muertos… y de efectos catastróficos en la economía, en la sociedad, en la cultura y psique social.

Convergencia de crisis: hacia una crisis social Nos encontramos, entonces, bajo la sombra amenazadora de una crisis civilizatoria del capitalismo que se retroalimenta con una convergencia de graves crisis -sanitaria, económica, social, política, cultural, educativa…- que se prolonga agudizando la pugna interimperialista (sobre todo, entre Estados Unidos y China), la crisis del neoliberalismo y una amplia y profunda crisis social que significa más miseria, exclusión, hambre, enfermedades y muertes, así como luchas sociales contra tales efectos. La crisis civilizatoria retroalimentada por una crisis multidimensional y social puede volverse una crisis orgánica, con un gobernabilidad frágil que abre un espacio polarizado disputado por la extrema derecha o la izquierda anticapitalista.

Además, parece que en esta convergencia de crisis se tiende a transitar hacia una nueva etapa de un capitalismo tardío y senil, en crisis histórica y civilizatoria. Hay personificaciones del Capital que anuncian el fin de la globalización neoliberal (de la ilusión del mercado libre como regulador del sistema), buscando recuperar el papel del Estado en la gestión de las diversas crisis, pero para el mantenimiento del capitalismo. Algunos temen la transición hacia un capitalismo “a la China”, con la eliminación de libertades y nuevas formas de control tecnológicas de la población. El Foro Económico Mundial habla del Gran Reseteo o Reinicio del sistema capitalista.

Con todo, la crisis política se postergó. En los meses iniciales de la pandemia y del confinamiento, cuando se veía venir la catástrofe económica y social, ningún movimiento social se atrevió a salir a las calles levantando demandas sociales urgentes como medidas sanitarias para hacer frente a la pandemia y defender nuestra salud, garantizar el trabajo y el salario, exigir una renta universal básica para todos los que lo necesiten, así como la prohibición de todos los despidos y la reincorporación de los empleados despedidos desde el comienzo de la pandemia, etc. -¿Por qué fue así? -Quizás porque se impuso la pandemia como una fatalidad, porque se asumió el confinamiento como la única medida posible ante el nuevo coronavirus, porque se le otorgó toda la autoridad a un organismo mundial, la OMS, supuestamente preocupado por la salud, o porque se impuso el pánico como una doctrina del shock a nivel mundial que paralizó y confundió todo…

Tal vez la rebelión mundial antirracista y contra la violencia policiaca durante esta pandemia, en la que se rompió con el confinamiento, fue una explosión contra esta convergencia de crisis, pero todavía en estado de shock, sin comprender o explicar lo que ocurría y lo que viene.

Hacia una extensa y profunda crisis social La crisis social está en curso y todavía no se sabe cuál será su resultado final, pero hasta ahora resulta catastrófica.

La CEPAL refiere “una crisis sincrónica de alcance mundial”, calculando una caída del PIB global de 5.2%, afectando tanto a “las economías desarrolladas” (Estados Unidos con decrecimiento de 6.5 por ciento del PIB y la Unión Europea con uno de 8.7%) como a las del Sur global. Si en la crisis económica de 2009 el desempleo creció de 6.7 a 7.3%, en la de 2020 se calcula pasar de 8.1 a 13.5%. Esto significa que en Latinoamérica se va a pasar de 26 a 44 millones de personas desempleadas y de 185 millones a 231 millones de pobres, o sea, 37.3 por ciento de la población de la región. Además, la pobreza extrema aumentará en 28 millones de personas, el equivalente a 15.5% de la población latinoamericana. Según la Cepal, este año “vamos a retroceder 15 años en todo lo avanzado en la lucha contra la pobreza y la desigualdad.” Otros cálculos indican que al final del 2020 habrá 40 millones de nuevos desempleados y más de 50 millones de nuevos pobres, así como 8 mil nuevos millonarios en América Latina, según la Oxfam, cuyas riquezas han aumentado en un 17% con la pandemia. Después de la pandemia, América Latina, que es la región más desigual del planeta, va a ser todavía más desigual. Y si sigue la vía del endeudamiento para paliar esta crisis, esta medida la encadenará más a la sangría de riquezas y a los organismos financieros y sus políticas económicas.

En México, el confinamiento colapsó la actividad económica reflejada en la caída anual de 18.9% del PIB, según estudios del INEGI. “Todas las actividades decrecieron entre abril y junio.

Las industrias se desplomaron 26 por ciento a tasa anual y el comercio y servicios 15.6 por ciento. Ambas son las caídas más profundas de las que hay registro en el país. Mientras el sector agrícola cayó 0.3 por ciento también en cifras desestacionalizadas.” (La Jornada, viernes 31 de julio de 2020). Se considera a la crisis mundial provocada por el confinamiento como la más grave desde la Gran Depresión del siglo pasado.

Los pronósticos sobre la economía mexicana son catastróficos: “el Fondo Monetario Internacional estima que el PIB de México caiga 10.5 por ciento en 2020; el Banco Mundial, 7.5 por ciento; la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, al menos 8.6; y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, 9 por ciento, que además llevará el número de personas en pobreza de 53.6 a 63.3 millones y en pobreza extrema de 14 a 22 millones.” Esto configura un terreno en donde, como decía Gramsci, lo único que se puede prever es que habrá luchas: batallas por el presente y el futuro, de vida o muerte, pero no su desenlace.

¿There is no alternative? Si, como señalan algunos voceros del Capital, esta convergencia de crisis provocará el abandono del neoliberalismo duro y puro (el que se ilusionó con la autorregulación del mercado), transitando hacia un capitalismo con mayor intervención estatal para regular las crisis que socavan a este sistema (sobre toda, la ecológica), entonces esta transición parece hacerse, en el plano ideológico, tal y como cuando el propio neoliberalismo empezó su dominio, manejándola como una fatalidad, magistralmente sintetizada en la frase de campaña política de la tristemente célebre Margaret Thatcher: “There is no alternative”: “No hay alternativa.”

Con esa estrategia nos interpela la OMS y sus voceros epidemiólogos: “No hay alternativa” y se debe acatar un confinamiento prolongado para enfermos y sanos, sin importar edad, género, clase, nación y condición social. Y su juicio pretenden sustentarlo en un ideal de Ciencia racional, objetiva y neutral. Desde el feminismo o el Sur global ya sabemos, o deberíamos saber, lo que significa el uso de un discurso cientificista y autoritario de ese tipo: un discurso que apela a la Ciencia y a la Razón para legitimar la dominación y la colonización: la colonialidad del poder que es colonialidad del saber. Desde una perspectiva crítica, cabe tener presente la vertiente dominadora de la Ciencia moderna, su racionalidad limitada por el contexto social y atravesada por intereses particulares (ya lo ejemplificamos con la ciencia y la práctica médicas), su reducción del conocimiento a lo experimental y que permite aplicaciones técnicas, su abierta conversión en tecnociencia al servicio de la maquinaria productivista que busca el dominio ilimitado de la naturaleza. La Ciencia ya no se hace en laboratorios independientes o en las universidades por científicos preocupados sólo por acrecentar el saber de la humanidad.

Actualmente, las investigaciones científicas se realizan para empresas transnacionales con fines lucrativos, para privatizar los conocimientos producidos, mercantilizarlos y sacar ganancias: por eso, al lado de técnicos que producen un conocimiento con aplicaciones técnicas (transgénicos, vacunas, celulares, etc.) encontramos abogados (para privatizarlo), publicistas (para venderlo) y economistas (para calcular las ganancias). Ante la tentativa exitosa de una nueva colonización del saber con el manejo de la pandemia de Covid 19, cabe promover una desobediencia epistémica, un desprendimiento

o

giro

descolonial.

¿No

será

necesario,

entonces,

decolonizarnos, desprendernos epistémicamente del imperialismo cognitivo de la OMS, y buscar caminos de salud propios?

No se trataría de rechazar a toda la Ciencia moderna, ni de intentar un nuevo totalitarismo cientificista desde otra parte, sino de reivindicar saberes fundados y útiles para la vida, abiertos a diálogos, sin pretensiones de universalidad, coexistiendo en la pluri‐versalidad, desprendidos de la matriz de la colonialidad. La descolonización epistemológica debe dar paso a una nueva comunicación inter‐cultural, a un intercambio de experiencias y de significaciones, como la base de otra racionalidad que pueda pretender, con legitimidad, a alguna universalidad que será asumida como pluriversalidad. Mientras subsista la colonialidad del poder y del saber se sostiene la falsa Universalidad eurocéntrica que impuso un confinamiento sin tomar en cuenta, entre otras cosas, la condición latinoamericana y del Sur global. Por ello mismo es necesario buscar caminos propios para combatir el coronavirus, controlar la pandemia y evitar un desastre económico y cultural como el que está ocurriendo. Tal vez un ejemplo de desprendimiento y desobediencia epistémica en esta pandemia sea el que nos proporciona Cuba.

Pese a todos los problemas económicos que sufre por el bloqueo impuesto por el imperialismo estadounidense, Cuba diseñó su propia política de salud ante la Covid 19. Lo pudo hacer porque tiene un sólido y reconocido sistema de salud público y un número elevado de profesionales de la salud. Ese sistema incluye como central la prevención y la atención primaria en barrios y comunidades, y en el caso de esta pandemia, con detección y aislamiento de contagiados así como tratamientos preventivos a las personas vulnerables y tratamientos curativos a los enfermos. Aunque la OMS no recomienda e incluso critica protocolos de tratamiento médico, Cuba usa “medicamentos como la Biomodulina T y los interferones producidos en el país, que han permitido que los pacientes evolucionen de manera favorable.” Es por ello que, actualmente, Cuba no tiene enfermos de Covid 19, ni casos de contagio y se mantiene con una letalidad del 3.77%, que contrasta con el 5.71% de la región y el más del 10% de México, con solo 86 muertos. Además, el gobierno realizó pruebas de Covid 19 con métodos y materiales propios, mandó brigadas de personal médico a varios países, desarrolló su medicina para la Covid 19 e investiga para sacar una vacuna contra este virus.

Este ejemplo nos muestra lo que puede hacer un sistema de salud no tocado por la enajenación e inversión capitalista: un sistema de salud con sujeto epistémico descolonizado que sirve a la vida y a la comunidad, con una ciencia médica para cuidar y sanar, no para lucrar. Un sistema de salud con sujeto epistémico descolonizado que desobedece (a la OMS), que genera disonancias con la realidad capitalista enajenada, que se descoloniza y promueve experiencias de cuidado y verdadera salud pública. Al parecer, fuera de los sistemas de salud, incluso reconvertidos para enfrentar la Covid 19, se están ensayando múltiples tratamientos terapéuticos, que minimizan los efectos inflamatorios en el sistema respiratorio (faringitis, laringitis y neumonía), salvando vidas con protocolos ya conocidos que curan gripes (con antigripales y antinflamatorios, como el ibuprofeno). Estos tratamientos terapéuticos no pretenden matar al coronavirus con una vacuna (que, por cierto, provocará mutaciones en el virus hasta hacerlo inmune a ésta o que puede tener graves efectos secundarios) sino curar el proceso inflamatorio que produce. Cabe señalar, además, que éste y los otros coronavirus son autolimitados, esto es: se replican sólo por un tiempo y luego dejan de hacerlo, disgregándose. De esta manera, muchos médicos de barrio, no sometidos al pánicos y a los dictámenes de la OMS, están salvando vidas con tratamientos curativos efectivos y baratosMientras tanto, en los hospitales públicos sometidos a la OMS asumen lo dicho por esta institución: “no hay vacunas o medicamentos específicos contra la COVID-19”, de modo que en muchos de ellos no les dan atención terapéutica a los enfermos de Covid 19: acaso les dan paracetamoles, mucha agua y les insertan ventiladores cuando se están ahogando, negándoles una verdadera atención médica, el derecho a la salud. Al mismo tiempo, las grandes farmacéuticas ya se están enriqueciendo en la bolsa de valores con sus proyectos tecnocientíficos de producir vacunas para obtener millonarias ganancias… En fin, la pandemia en un mundo al revés del capitalismo.

Dimensión cultural y psico-social de esta crisis En esta convergencia de crisis y sometidos a una política de confinamiento, donde se exalta el distanciamiento social, el quedarse en casa y el literal “sálvese quien pueda”, se agudiza una crisis más profunda provocada por el capitalismo: la crisis de las relaciones humanas, fomentada aún más por el neoliberalismo en estos últimos años. Esta crisis de relaciones humanas tiene varias facetas y todas han sido fortalecidas por el confinamiento impuesto en la gran mayoría de países. Es claro que esta política de confinamiento a sanos y enfermos, de todas las edades y condiciones sociales, refuerza: 

Las tendencias hacia la privatización de la existencia, es decir, al encierro en el mundo privado (idiotización) y el abandono de la esfera pública, que es el lugar de una ciudadanía activa políticamente.



La falta de comunicación intergeneracional y abre más la brecha entre las nuevas generaciones, que se insertan desorientados en la existencia social (y que no quieren escuchar a las anteriores), y las generaciones anteriores (que muchas veces tampoco tienen nada que decir significativamente), de modo que se fracturan los procesos educativos entendidos como transmisión de herencias culturales.



El escapismo juvenil hacia los mundos virtuales como signo identitario de las nuevas generaciones permanentemente conectadas a redes sociales.



Las identidades particulares (yo, mi familia, mi barrio, mi clase, mi grupo, mi nación) así como los temores, rechazos y odios a los Otro/as diferentes.



La indiferencia, el amor líquido, la falta de solidaridad y de empatía propios del individualismo competitivo que conforma el capitalismo.



El actual estado de shock de la mayoría de la población mundial, que maximiza la confusión y minimiza las respuestas, que no sólo genera miedo sino estrés, pánico e incluso enfermedades mentales.



Los distanciamientos físicos generando inhibición y rechazo al contacto físico, afectando necesarios procesos de socialización y afectividad.

Con esta dolorosa vivencia en el mundo enajenado del capitalismo en tiempos de confinamiento, el Capital intenta una nueva normalidad. TERCERA PARTE: ¿NUEVA NORMALIDAD? “No lo saben, pero lo hacen.” Marx, El Capital

En esta crisis y para después de la crisis, el Capital y sus personificaciones quieren imponer una, así llamada y propalada, nueva normalidad.

En realidad, esa nueva normalidad que se quiere manejar sólo busca mantener al capitalismo y su mundo al revés, enajenado y enajenante. No pretende una salida anticapitalista de la crisis civilizatoria, que puede ser una crisis terminal para la humanidad; por lo contrario: quiere imponer un nuevo sentido común, construir una hegemonía, una nueva forma de dominio político, ideológico, cultural, educativo, psíquico… La nueva normalidad es una ideología de la normalización y de nuevo ajuste al sistema dominante. Si la “normalidad” implica estar sometido a la Norma impuesta por los Otros (a la heteronomía adaptativa y funcional), “ser normalizado” significa ser ajustado a la norma, esto es, hacer a las clases subalternas consonantes con la Norma impuesta: la reproducción de un sistema capitalista en crisis. Para las personificaciones del Capital, se trata de aprovechar esta convergencia de crisis (de salud, económica, cultural, de legitimidad política,

del propio neoliberalismo y del capitalismo) para intentar una nueva forma de dominio ideológico en una crisis no cíclica sino permanente. Lucha hegemónica por la nueva normalidad Para Gramsci, la ideología dominante era pensada como la generación de un consenso y de un sentido común compartido por las clases subalternas que garantizaba la hegemonía de un bloque en el poder. Por eso, en esta convergencia de crisis profundas y gravísimas, se intenta reforzar la hegemonía del bloque dominante con una nueva normalización ajustada a los tiempos de Covid 19 y de la próxima pospandemia. Ante el horizonte de una gravísima crisis económica (desempleo, caída salarial, mayor precarización, exclusión extendida, devastación de la economía informal) y de una profunda crisis social (miseria, hambre, enfermedades, muertes) que, sin duda, alimentarán nuevas insurrecciones sociales, con un capitalismo sin fuerzas ni espacio para relanzar a la economía, se requiere una nueva normalización del pueblo trabajador. Para imponer la nueva normalidad será necesario, como estamos viendo: 

Tratar de mantener el estado de shock de la población, fomentando el pánico por los contagios y por un virus que se presenta como letal, que siempre estará entre nosotros como una amenaza mortal.



Donde se pueda, avanzar hacia formas de control tecnológico de la población, como en China, por medio de celulares, recursos informáticos (big data), drones…



Mantener latente un Estado de excepción que limite libertades de todo tipo ante una pandemia también latente, que tendrá rebrotes permanentes.



Sostener formas de cuarentena que limiten ciertas actividades (las escolares, por ejemplo), así como el aislamiento y el distanciamiento social, el temor al Otro…

Hacer un giro hacia lo virtual "Trabajar hasta la muerte es la orden del día, no sólo en los talleres de las modistas, sino en otros mil lugares, en todo sitio donde el negocio marche...” Karl Marx, El Capital (Libro I)

La gran apuesta en esta tentativa de imponer una nueva normalidad hegemónica en el curso de una pandemia que no termina y para la pospandemia, es el giro hacia lo virtual: el abandono de lo presencial, de lo colectivo, del encuentro ético político, de la unidad y solidaridad que es la fuerza de las clases dominadas, todo ello sustituido por las comunicaciones virtuales, empobrecidas, frágiles y susceptibles de ser vigiladas, reguladas y castigadas. Con todo, el fondo de este giro intenta adecuar el funcionamiento del sistema capitalista a las innovaciones de la cuarta revolución tecnológica, sobre todo en el mundo urbano pues este capitalismo pretende desaparecer al real y necesario mundo rural y campesino. Este giro hacia lo virtual se pretende extender en algunas áreas conflictivas y difíciles de controlar por las extensiones políticas del Capital, a saber: 

En la producción

Con el pretexto de limitar el contagio de la Covid 19, muchos gobiernos y empresas en todo el mundo fomentaron el trabajo a distancia. Lo que era una tendencia y un posible futuro de ciertos trabajos cualificados, ahora es una realidad. De manera acelerada se están modificando las formas del trabajo, acercándonos más hacia la distopía capitalista de un trabajo limitado sólo para unos cuantos, realizado en la casa pero vigilado y sancionado, y la robotización del mismo, que implica la exclusión del trabajo para las mayorías.

“Las cifras de afectación en el empleo varían mucho, desde algunos primeros estudios, como el Carl Benedikt Frey y Michael A. Osborne 15/, en 2015, que señalaban que el 47% de las y los trabajadores de EE UU corren el riesgo de verse sustituidos en sus puestos de trabajo por la automatización. Estudios posteriores de organismos internacionales como el Banco Mundial, la OCDE y el FMI señalan que se automatizarán ciertas tareas, pero no sectores enteros y que los trabajos más afectados serán aquellos que desarrollan tareas repetitivas.” (Judith Carreras, “El futuro del trabajo después del coronavirus”, Viento Sur, 1 agosto 2020 | 170)

La pandemia de Covid 19 y el confinamiento impuesto han extendido el teletrabajo terciario o de servicios online a distancia, ya sea desde las oficinas o desde los hogares de los trabajadores. En una nueva normalidad que proscribe toda cercanía y contacto físico, el trabajo digital remoto se ha impuesto a gran parte de servidores públicos que puedan llevarlo a cabo y también en empresas privadas. No por ello se ha dejado de explotar a este teletrabajo pues supone una labor intensa y constante, vigilada y castigada, que no respeta horarios ni legislaciones laborales, que tiende a ser aún más precarizado y vulnerable. Desgastantes trámites y reuniones virtuales se han vuelto rutina cotidiana en este confinamiento, favoreciendo el negocio de las plataformas digitales. En el caso de que se desarrolle en el hogar, ello desdibuja las fronteras entre la jornada laboral y el tiempo libre, lo que provoca un incremento de estrés e incluso problemas de salud mental.

De hecho, trabajar sin la compañía de otros compañeros, sin reconocimientos ni pertenencia social, acrecienta sentimientos de aislamiento, de pérdida de identidad y de objetivos. Por supuesto, el distanciamiento físico e incluso social entre los empleados y la carencia de un espacio común para reunirse inhibirán su unión, organización y solidaridad, que es la fuerza social que tienen los trabajadores para defenderse de la fuerza enajenada y hostil del Capital.



En el consumo

El paso de la subsunción formal y material del consumo por el Capital se cumplió en los años 60 del siglo pasado, pero los recursos tecnológicos presentes, derivados de la cuarta revolución industrial, y el confinamiento de enfermos y sanos impuesto por la OMS están acelerando tendencias para modificar tanto la producción capitalista como el consumo. Ello significa que se avanza en la idea de la prescindibilidad de muchos trabajos (ahora denominados “no esenciales”) y trabajadores (que hoy resultan “vulnerables), pero también se cambian los hábitos de consumo, creciendo exponencialmente la compra on line y la entrega del producto en la casa. Se trata, dice Luis Bonilla, de intentar centrar el consumo desde la casa y en ella, pero también el trabajo, la educación y el entretenimiento.

La industria enajenante del entretenimiento con su giro digital se ve reforzada con el confinamiento: predomina la navegación por las redes sociales (Facebook, WhatsApp y YouTube), por arriba de la televisión de paga

y

abierta, siendo esta última el medio de entretenimiento declarado durante esta contingencia. Se consumen chismes, música de años pasados, noticias, series de Netflix y mucho cine futurista y apocalíptico de ciencia ficción. 

En la educación escolar

Tal vez desde su nacimiento en la modernidad capitalista, el campo de la educación escolar ha sido un terreno en disputa entre las tendencias a favor de una escuela reproduccionista del sistema y las vertientes críticas, entre el intento de volver a la escuela un subsistema funcional al sistema capitalista y la tentativa de mantener en ella espacios de cuestionamiento e impugnación al sistema, de una socialidad politizada y democratizadora. Desde hace años, y aprovechando las innovaciones tecnológicas en la comunicación (internet y masificación de computadoras personales y celulares, por ejemplo), el Capital ha lanzado un ataque frontal contra una educación escolar pública que no puede controlar porque en ella los docentes fomentan el encuentro pedagógico que intenta una formación integral y una conciencia de participación ciudadana en los asuntos públicos. A ese ataque contra la educación pública Luis Bonilla lo ha calificado de “apagón pedagógico”, que según él se expresa en: “(a) la fragmentación de la pedagogía, en el impulso de modas temporales de algunos de sus componentes (didácticas, planeación, gerencialismo, evaluación, currículo, sistemas de evaluación escolar) que terminan generando una despedagogización de la educación y especialmente de la escolaridad; (b) una desvaloración institucional y social de la profesión docente que conlleva a impulsar la idea que cualquier titulado puede ejercer la docencia, rompiéndose la noción de profesionalidad en el sector y de carrera docente e,

incluso cuestionando la existencia de normales y universidades que forman docentes; (c) un creciente discurso de desvaloración de la escuela, del centro educativo, con alternativas que golpean la noción de educación pública, como lo son la virtualización, la educación en casa o el concepto de espacios de aprendizajes como sustitutos permanentes de plantel y aula; (d) la evaluación de aprendizajes en dos áreas cognitivas (pensamiento lógico matemático / lectura y escritura), una informativa (conocimiento sobre ciencias) y una instrumental (uso de tecnología) creando la noción que el resto de los aprendizajes son de segundo orden. Todo aquello que apunte al desarrollo integral del ser, individual y social, y la construcción de ciudadanía pasa a ser accesorio y prescindible. (…) No es osado ni delirante plantear que de continuar esta tendencia al APG capitalista en educación, en las próximas décadas podría desaparecer la escuela y la escolaridad como las hemos conocido en los últimos siglos. El sustituto de los sistemas educativos pareciera ser una especie de apartheid educacional que llevaría la exclusión educativa a un nivel inimaginable en el presente, conduciendo a la humanidad a una barbarie civilizacional sin precedentes.” No cabe la menor duda de que el extendido confinamiento poblacional impuesto por la OMS ha acelerado de manera dramática el “apagón pedagógico global” al punto de estarlo viviendo ya durante esta pandemia y se anuncia su continuidad en la pospandemia como algo normalizado, como parte de la nueva normalidad. En la práctica, afirma Hugo Aboites, con el desarrollo de la educación a distancia se impone una nueva Reforma Educativa en la que nuevas formas del Capital digital penetran y ocupan el espacio educativo con sus plataformas de comunicación. En estos meses, la firma Zoom ha multiplicado como nunca sus ganancias y se proyecta en el nuevo mercado educativo. Pero también logran ganancias extraordinarias las televisoras y una nueva presencia en las generaciones más recientes. Todo ello sin importar, por supuesto, que se degrade la idea y práctica educativa, sobreexplotando a los docentes, obligándolos a una educación bancaria que sólo transmite información. “Lo más grave –dice Aboites-, la educación virtual enfatiza el aprendizaje de informaciones, datos, fechas, conocimientos, pero no la formación de niñas, niños y jóvenes como personas solidarias, curiosas, investigadores participantes en procesos colectivos, responsables de su comunidad, familia y de sí mismos con base en el conocimiento. La lógica virtual, excluyente, en un clima autoritario, hacen que el uso de la tecnología tenga con mayor fuerza un sesgo privatizador salvaje y una visión sumamente conservadora y pobre de la

educación.” (“La reforma educativa de la pandemia”, 6 de junio 2020, La Jornada)

Este abrupto paso de lo presencial a lo virtual anuncia el fin del derecho por una verdadera educación pública y la exclusión de miles de jóvenes a ella, el término de formas de socialización y politización así como de transmisión de herencia cultural, el crepúsculo de los estudiantes como sujetos políticos contestatarios, el ocaso de la Universidad como espacio para la cultura crítica, el arte, el encuentro pedagógico. Incluso la ONU habla de la catástrofe educativa que este confinamiento implica: “El Secretario General de las Naciones Unidas advierte de que se avecina una catástrofe en la educación y cita la previsión de la UNESCO de que 24 millones de alumnos podrían abandonar los estudios.” 

En el espacio político

Ya Daniel Bensaïd advertía hace años que el neoliberalismo había corroído a la Modernidad política, lo que significa un debilitamiento y eclipse progresivo de la política. En estos años ha sido claro que el espacio político está disminuido (en él no cabe la izquierda anticapitalista), que la ciudadanía está sometida por el mercado, que el derecho internacional es siempre derrotado por la guerra global, etc. Esta tendencia a eclipsar el espacio de la política se ha reforzado y acelerado en estos tiempos de confinamiento y pandemia. En primer lugar, fue evidente

que el confinamiento poblacional por la pandemia se volvió muy rápidamente una forma de control político, un Estado de excepción que terminó de golpe con muchas libertades o derechos individuales o colectivos. En segundo lugar, cobraron más fuerza los poderes ejecutivos y su exhibicionismo político, que convalidaron las órdenes de la OMS y se dedicaron a imponer un extendido confinamiento poblacional, a veces con formas de control policíaco, sin considerar los efectos sociales y económicos del mismo. En tercer lugar, mantener la política sanitaria del confinamiento se volvió crucial para sostener la legitimidad del régimen político; por eso dejó de importar la cuestión sanitaria, la discusión pública sobre la efectividad de la medida epidemiológica del confinamiento por la pandemia, la búsqueda de otras alternativas.

Para los gobiernos se volvió perentorio reforzar el pánico por la pandemia de Covid 19 con la información diaria de contagiados y muertos, pues ello justifica un confinamiento poblacional cada vez más insostenible. Más allá de lo que ocurre en el ámbito de lo político (en la esfera del gobierno), la política ha quedado dañada porque el pánico promovido diariamente y las medidas de confinamiento inhiben reuniones, encuentros, tentativas de reorganización de las clases subalternas. Obviamente el enclaustramiento en la casa fomenta la idiotización o el encierro en el mundo privado que se olvida del espacio político. Todo ello propicia el debilitamiento de la política. Advertir sobre el agotamiento de la Modernidad política o sobre el debilitamiento de la política es señalar el enorme riesgo de que cesen los procesos democratizadores que, como tendencias, han sido parte de la definición del mundo moderno; es considerar lo peligroso que puede resultar el que se clausure de manera definitiva toda esfera pública en las sociedades.

Ello resulta particularmente catastrófico para una izquierda que quiere cambiar el mundo pues sus luchas consisten, justamente, en mantener y ampliar los procesos democratizadores modernos así como pugnar por el control colectivo y democrático del poder público para, aprovechándolo, terminar con la Dictadura de un Capital enajenado. Concebir un mundo sin política y sin la tentativa de instituir esferas públicas democráticas, desde las cuales es posible realizar cambios radicales anticapitalistas que apunten hacia el ecosocialismo, es pensar un mundo que retrocede a un pasado pleno de despotismos (premodernos) o avanza hacia el futuro del biopoder totalitario (posmoderno). En un mundo en el que la política desapareciera también se perdería, decía Bensaïd, nuestra “capacidad de elegir la humanidad en que intentamos convertirnos.” En esta nueva normalidad que se nos quiere imponer es crucial defender y reivindicar a la política, como el ocuparse de los asuntos públicos de la sociedad y como construcción de un Poder colectivo y democrático. En todo caso, una política que no se reduzca al mero rejuego maquiavélico del Poder político instituido (elecciones tramposas, pugnas de tribus por puestos o prebendas, etc.) sino que sea institución, creación imaginaria y colectiva, de Otro Poder: popular, democrático y transformativo (comunas, consejos, soviets, asambleas populares, Asambleas Constituyentes, etc.). Se trata de subrayar la importancia de la política como tentativa de sujetar democrática y colectivamente al Poder político (Estado enajenado) y al Poder despótico del Capital (economía enajenada) para desenajenarlos, permitiendo así una política -y una economía, una cultura, una sociedad- que busque el bienestar social y el cuidado de la naturaleza. Distopía del Capital de una nueva normalidad En esta nueva normalidad el Capital desea promover un permanente pánico ante ésta y las nuevas amenazas (¡los rebrotes!, ¡los nuevos virus!), sin importar el daño psicosocial. Se trata de vivir aterrorizados por salir de la casa, por viajar en el transporte público, por tener contactos humanos con familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo. Dice Luis Bonilla: “La deshumanización adquiere una nueva escala y el desencuentro se convierte en un “acto responsable”. Se naturaliza el desencuentro humano.

Podemos vivir sin estar en contacto con los otros y otras pareciera ser el mensaje que se instala en la civilización humana.”

En un capitalismo crepuscular, siempre amenazado por las catástrofes, la nueva normalidad pretende una existencia humana aterrorizada, en estado de shock, resignada y obediente, despolitizada, educada en el fatalismo. Se pretende reducir la vida de todos al ámbito doméstico, en donde algunos podrán trabajar (teletrabajo), consumir (compras on line), tener entretenimiento (el regreso a la televisión a través de las series y las nuevas plataformas, como Netflix, videojuegos adictivos y escapistas), e incluso podrán recibir un simulacro de educación escolar. El confinamiento como una nueva forma de vida humana. Los demás serán los excluidos y prescindibles, invisibilizados y siempre expuestos a virus o enfermedades letales. Citemos otra vez a Luis Bonilla: “Todo vivirá la apariencia de volver a la “normalidad” pero ya no seremos los mismos. La hegemonía sobre una nueva forma de construir las sociedades del capitalismo de la cuarta revolución industrial será ya no utopía, sino algo posible para miles de millones de hombres y mujeres en todo el planeta. La nueva normalidad estará preñada de certezas sobre la necesidad de repensar la casa, como escenario de vida, trabajo, educación, salud, seguridad y gobernabilidad. El mundo se nos hará incontrolable y la tranquilidad de lo que podemos moldear tendrá en la casa un espacio privilegiado. Seguramente vendrán nuevas crisis y otras formas de consolidar la hegemonía para la nueva sociedad, pero la semilla del “nuevo” modelo capitalista ha sido sembrado. Es hora que las resistencias anticapitalistas se atrevan a pensar

esta nueva realidad, que ya no es un teorema, sino que se nos ha mostrado como una realidad concreta.”

El Gran Reseteo o Reinicio del capitalismo “El capitalista, como tal capitalista, no es más que la personificación del capital, esa creación del trabajo dotada de su propia voluntad y personalidad, que se opone al trabajo.” –Karl Marx, Teorías de la plusvalía.

Aprovechando la “Gran Reclusión” mandatada por la OMS en esta pandemia de Covid 19, el Foro Económico Mundial, como comité de una fracción de la burguesía mundial que se dice consciente de la crisis ecológica que está en curso, se propone aprovecharla para impulsar un Gran Reseteo o Reinicio del capitalismo.

El ideólogo de este Foro, Klaus Schwab, lo explica así: “La agenda del Gran Reinicio tendrá tres componentes principales. El primero orientará el mercado hacia unos resultados más justos. Para ello, los gobiernos

deberían mejorar la coordinación (por ejemplo, en materia de políticas tributarias, reglamentarias y fiscales), actualizar los acuerdos comerciales, y crear las condiciones de una «economía de las partes interesadas»…Además, los gobiernos deberían aplicar unas reformas, muy necesarias, que promuevan unos resultados más equitativos que, dependiendo del país, podrían incluir cambios en los impuestos sobre el patrimonio, la retirada de las subvenciones a los combustibles fósiles y normas nuevas que rijan la propiedad intelectual, el comercio y la competencia. El segundo componente de la agenda del Gran Reinicio garantizaría que las inversiones promuevan objetivos comunes, como la igualdad y la sostenibilidad... Esto se traduce, por ejemplo, en la creación de infraestructura urbana «verde» y en proponer incentivos para que las industrias mejoren su trayectoria de métricas medioambientales, sociales y de gobernanza. La tercera y última prioridad de la agenda del Gran Reinicio consiste en aprovechar las innovaciones de la Cuarta Revolución Industrial en pos del bien público, sobre todo, haciendo frente a los desafíos sanitarios y sociales.”

Este supuesto nuevo capitalismo, verde e igualitario, es el de “las partes interesadas”, capaz de “asegurar la preservación y la resistencia a largo plazo de la empresa, así como de la integración de esta en la sociedad.” Se trata de promover una nueva ilusión sobre la capacidad de desenajenar al capitalismo sin acabar con él, haciéndolo más responsable (preocupado por la ecología y la igualdad) y menos interesado por las ganancias. Sin embargo, mientras el Capital exista, éste funciona automáticamente maximizando los beneficios y minimizando los costos, valorizando el valor, explotando a los trabajadores, a las mujeres, a la naturaleza para acumular más ganancias. Michael Roberts cuestiona estas “geniales ideas” del capitalismo de las partes interesadas de Klaus Schwab en los siguientes términos: “Por supuesto, esto es una tontería engañosa. De hecho, como Nick Buxton señala, "el afán de lucro siempre ganará", y prosigue: "en ninguna parte se mencionan los mecanismos para asegurar el cumplimiento, la legislación o la reglamentación para garantizar que las empresas acaten sus compromisos. Es un proceso totalmente voluntario que depende completamente de la autorregulación, que no pone en tela de juicio el objetivo primordial de las corporaciones de obtener ganancias”.” (Sin/permiso, 24/01/2020) Por cierto, cuando Schwab hace el elogio a la Cuarta Revolución Tecnológica y refiere la necesidad de acelerar su implementación, tiene que admitir las dificultades para sus propósitos igualitarios pues es inevitable concluir que implica no más desempleo sino la exclusión del empleo para las mayorías.

Esta ilusoria y absurda propuesta del Foro Económico Mundial es una expresión de la crisis civilizatoria del capitalismo, en la que algunas de sus personificaciones son capaces de prever el desastre que significa su mantenimiento pero son incapaces de pensar su superación porque lo personifican. Otras fracciones de la burguesía mundial expresan esa misma crisis civilizatoria pero negándola, sosteniendo la ilusión de que el capitalismo seguirá funcionando de manera automática. Así dice Roberts más adelante: “Mientras Schwab y otros en Davos hablaban de que las mega-corporaciones estaban tomando la delantera en la solución de los problemas sociales mundiales y no sólo ganando dinero, el presidente de los EEUU, Donald Trump, se presentó para decir a la élite allí reunida que era una gran noticia que los mercados de valores estaban alcanzando nuevos máximos, que el capitalismo se encontraba muy bien gracias, y que no hay necesidad de pesimismo ni de hablar de crisis ambientales o del aumento de la desigualdad.” ¿QUÉ HACER? “Es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños. De examinar con atención la vida real, de confrontar nuestra observación con nuestros sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía.” -Lenin, ¿Qué hacer?

Lo que pasa, lo que nos pasa, lo que no termina de pasar y parece instalarse de manera permanente como nueva normalidad, nos obliga, en efecto, a pensar esta nueva realidad instalada, a ejercer nuestra manera de pensar: con dudas, sin aceptar verdades cerradas y no discutibles, sospechando de las dinámicas del Capital para reproducirse y extenderse en su lógica enajenada y enajenante, manteniendo nuestros sueños anticapitalistas. Pensamiento crítico-utópico Ante todo lo que pasa, nos pasa y no deja de pasar, debemos tratar de salir del estado de shock y empezar a ejercer, primero, el pensamiento crítico: 

Dudar (de la OMS, de la UNESCO, de la OIT, de la OCD, por ejemplo),



Cuestionar (sus políticas “sanitarias”, su manera de entender la ciencia y práctica médica, su ligazón con la Industria farmacéutica, el confinamiento para sanos y enfermos sin importar las estructuras de desigualdad y sus consecuencias catastróficas, el no promover tratamientos curativos, que existen)



Abrir interrogaciones radicales (¿por qué la mayoría de las muertes están determinadas por condiciones sociales de pobreza y por la

racialización?, ¿no sería necesario un enfoque terapéutico y no meramente epidemiológico o tecnocientífico a esta pandemia?) 

Reflexionar

(¿era necesario el confinamiento o se podían ensayar

tratamientos a enfermedades análogas, usando antinflamatorios?)



Intercambiar razones y dialogar.

Ese pensamiento crítico y ético-utópico puede hacer disonancias, procurar desobediencias y desplazamientos con la episteme cientificista, racionalista, tecnocientífica y penetrada por los intereses de las farmacéuticas que, por debajo de la OMS, dictó como política un confinamiento poblacional en esta pandemia, sin cuestionar al sistema capitalista ni tomar en cuenta las estructuras de desigualdad existentes o sus efectos catastróficos. Estas dudas, cuestionamientos, reflexiones, diálogos pueden hacer algo esencial para nuestro proyecto revolucionario: superar el estado de shock, el pánico y el aislamiento social, tal y como lo hacen todos los días aquellos que viajan en transporte público porque tienen que hacer un trabajo presencial; tal y como lo hicieron los miles que salieron a protestar contra el racismo y la violencia policiaca en Estados Unidos y el mundo entero.

Es necesario pensar de manera crítica-utópica para clarificar la confusión e inmovilidad que supone el estado de shock, para tomar distancia de nuestras emociones básicas negativas (miedo), reconocerlas y empezar a gestionarlas, con consciencia y libertad, reaccionando de manera reflexiva y mirando hacia el futuro posible que deseamos. Porque sin romper el estado de shock y esa nueva normalidad no será posible tener una fuerza social capaz de luchar por lo que viene: por una verdadera salud pública, por el empleo, los salarios, los derechos laborales, por una renta universal básica para todos, que se podría otorgar con la anulación de la Deuda externa y de todas las deudas, con mayores impuestos a los millonarios o la expropiación de sus riquezas, etc. Y para ello no basta pensar. Hacernos cargo de nuestra salud Ante esta terrible convergencia de crisis provocadas por el mundo invertido del capitalismo, debemos superar el aislamiento impuesto, el pánico inducido y el estado de shock para empezar a hacernos cargo de nuestra salud. Eso implica cuestionar las supuestas políticas de salud dadas sin discusión (un confinamiento a enfermos y sanos, el negar ensayos de cuidados terapéuticos a los enfermos, la promoción de las vacunas) por una muy sospechosa OMS que se ha guiado sólo por estrechos criterios epidemiológicos así como por una ciencia y práctica médica penetradas por los virulentos intereses del Capital farmacéutico. Sin darnos cuenta, los tecnócratas epidemiólogos tomaron el poder y de manera autoritaria, pasando por encima de toda forma democrática, impusieron políticas de salud que patentemente han fracasado. El debate público e informado debe abrirse para reivindicar el derecho a la salud como el derecho a un tratamiento preventivo y terapéutico ante esta enfermedad.

En estos tiempos de pandemia y de confinamiento resulta vital defender el derecho a la salud como exigencia de una verdadera atención médica, preventiva, de atención primera y de tratamientos curativos. Ello implica exigir que la perspectiva epidemiológica para esta pandemia no eclipse un enfoque propiamente médico, terapéutico, curativo. Para ello será necesario cuestionar ciertos supuestos sembrados, como el de que esta enfermedad Covid 19 no es curable y tiene altos índices de letalidad. Recordemos, sin embargo, que este virus es curable y no es tan contagioso como preveía la OMS a mediados del 2019, cuando estimaba que un virus similar infectaría al 80% de la población mundial en menos de 40 horas. El mismo director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, informó en febrero del 2020 que el nuevo coronavirus es menos mortal que el SARS y el MERS, y destacó “que el 80 por ciento de los afectados están leves y se van a recuperar.” Lo que nunca explicó después fue el por qué del confinamiento. Estas afirmaciones del director general de la OMS se han confirmado en los meses posteriores: el número de infectados por Covid 19, hasta mediados de agosto, es de 25 millones, que en relación a la población mundial de 7,500 millones, representa sólo el 0.3%. Tengamos presente, además, que la gran mayoría de ellos se cura incluso por sí mismos. Pero muchos toman vitaminas, antigripales, antiinflamatorios, etc., para aliviarse.

Por otro lado, la media de letalidad de este virus en relación al cien por ciento de contagiados de Covid 19 es de 3.5%, aunque con fuertes variaciones por países. En México su letalidad es superior al 10% pero en otros países es inferior al 2%. Eso significa que casi el 90% de los que se contagian se curan. Es por ello que, hasta ahora, los muertos por Covid 19 no llegan a un millón: el 0.013% de la población mundial. La propia OMS ha informado de otras enfermedades con mayor letalidad anual: como los 7 millones de muertos por cardiopatías, los más de 6 millones por afecciones cerebrovasculares, los más de 3 millones por afecciones respiratorias, los más de 2 millones por enfermedades diarreicas, etc. Dice la propia OMS: “Las infecciones de las vías respiratorias inferiores continúan siendo la enfermedad transmisible más letal; en 2016 causaron tres millones de defunciones en todo el mundo.” Y las más comunes de éstas son… resfriados y gripes, como los causados por los coronavirus, viejos o nuevos. Por supuesto, si no se evitan los contagios con antigripales y no se atiende el proceso inflamatorio con antiinflamatorios, los contagios y las muertes fatalmente aumentarán, como está ocurriendo en esta pandemia. Letalidad del capitalismo Lo que sí tiene una altísima letalidad es el capitalismo. El capitalismo enferma y mata por pobreza y hambre, por la intoxicación medioambiental y por las fracturas metabólicas con la naturaleza que fomentan enfermedades zoonóticas, por la violencia necrófila que propicia, pero también por satisfacer el hambre con las mercancías tóxicas que produce la industria alimentaria, que provocan las más letales enfermedades por las que mueren los humanos tempranamente. Vayamos por partes. Según cálculos del investigador de Harvard, Thomas Pogge, “un tercio de todas las vidas humanas terminan en muerte temprana por causas relacionadas con la pobreza.” Él ha calculado que de 1990 a 2005 hubo 300 millones de muertos por pobreza, cinco veces los muertos que hubo en la Segunda Guerra Mundial.

También se ha calculado que cada año mueren 20 millones de personas por las desigualdades y la miseria material y ecológica que causa el capitalismo.

El capitalismo también mata con la intoxicación medioambiental: del aire, del agua, de los suelos. En 2019 se calculó que morirían por contaminación atmosférica 8.8 millones en todo el mundo, asociados a enfermedades vasculares, ataques cardiacos y accidentes cerebrovasculares, subrayando los riesgos de las nuevas micropartículas PM 2.5 (partículas sólidas de polvo, ceniza, hollín, metal, cemento). También hay miles de muertes por contaminación de agua para beber y de suelos. La OMS calcula que cada año mueren 12,6 millones de personas a causa de la insalubridad del medio ambiente.

Y la cuota de muertos por el capitalismo aumenta si tomamos en cuenta los que se mueren por enfermedades asociadas con el sistema alimentario y sus industrias. Según la OMS, las enfermedades más letales son las siguientes: No.Causa 1 Cardiopatía isquémica 2 Afección cerebrovascular 3 Infecciones de las vías respiratorias inferiores 4 Enfermedad pulmonar obstructiva crónica 5 Enfermedades diarreicas

N.º estimado de muertes (en milliones) 7.25

Porcentaje del total de muertes 12.8

6.15

10.8

3.46

6.1

3.28

5.8

2.46

4.3

La gran mayoría de las enfermedades más letales son causadas por el modo de producción, vida y consumo capitalista, que suman casi 30 millones de muertos al año. El derecho a la salud es anticapitalista De acuerdo con lo anterior, debemos demandar el derecho a la salud para esta pandemia, que debe significar un cambio de enfoque en el sistema de

salud, de modo que el enfoque epidemiológico no eclipse al terapéutico, y que éste sea puesto en práctica con tratamientos preventivos (reforzando el sistema inmune para esta Covid 19), con medicamentos terapéuticos (como antiinflamatorios, que curan los procesos inflamatorios que esta enfermedad provoca) y específicos para personas vulnerables. De llevarse a cabo esto, tal vez no baje el número de contagios (como en cualquier pandemia de gripe), pero sin duda reducirá el de muertos. La enfermedad de Covid 19 (sus procesos inflamatorios), como lo argumentamos, es tratable y curable. En el caso de que se diera una verdadera atención médica a todos los enfermos de Covid 19 (con medicamentos terapéuticos), el número de muertos por esta enfermedad disminuiría y el confinamiento perdería su razón de ser, así como muchas medidas para imponer una nueva normalidad. Tal vez volvamos a la vieja normalidad, pero esa mantiene las formas conocidas de trabajo, consumo, educación y política que nos permiten seguir intentando crear ese Otro poder colectivo que puede desinvertir o desenajenar a este mundo invertido del Capital. Pero la lucha por el Derecho a la Salud no debe detenerse ahí. Demandar que se tenga un verdadero Derecho a la Salud no implica una “nueva normalidad” sino una nueva realidad: anticapitalista y ecosocialista. Sólo en esa nueva realidad ecosocialista planetaria podrán cumplirse sueños lúcidos, utopías que el capitalismo niega, como la cobertura sanitaria universal.

Porque tener un verdadero Derecho a la Salud universal implica terminar con un sistema enajenado y enajenante que en automático produce mayores

desigualdades y más miseria (material, ecológica, espiritual), desnutrición y enfermedades, principales causas de muertes humanas al año.

Un auténtico sistema de salud público debe de ir de la mano con el combate contra la desigualdad mundial y contra la miseria material, ecológica y espiritual. Un enfoque radical en la salud pública no se queda en las ramas sino que va a la raíz del problema: no sólo debemos reducir o evitar el consumo de esas mercancías tóxicas que se presentan como productos de la industria alimentaria (fabricadas con carne, azúcar y harina refinada, añadidos químicos) que, ahora es evidente, causan todas esas enfermedades crónicas que producen cada año el mayor número de muertos y que nos vuelven vulnerables ante este tipo de virus, además de que nos van deteriorando lentamente, también será necesario demandar que sean expropiadas para que funcionen para nutrirnos. Para desenajenar este mundo capitalista invertido debemos poner por encima el valor de uso de trabajos verdaderamente útiles, realizados en comunidad y cuidando la relación metabólica entre la sociedad y la naturaleza. Se trata de poner en el centro la Vida y no las ganancias del Capital. Pero hacernos cargo de nuestra salud es hacernos cargo de la salud, nuestra, de la sociedad, del planeta Tierra.

Y por ello debemos unirnos, organizarnos y luchar para terminar con las industrias que intoxiquen el aire, el agua, la tierra, nuestros cuerpos, que promueven el ecocidio, que fomenten el Calentamiento global, que producen mercancías tóxicas para la salud humana o de los ecosistemas, o que potencien la violencia, que no tengan utilidad social o pública.

También será necesario hacer consciencia de la necesidad de restituir un metabolismo sociedad/naturaleza que permita la preservación y regeneración de esta última así como una vida humana digna para todos, e impulsar una urgente transición energética que pase de la fósil a otras no contaminantes y renovables. Y todo ello es urgente bajo la crisis civilizatoria de este mundo invertido por el Capital. Debemos hacernos conscientes de que para que exista un mundo saludable será preciso reorganizar las formas de convivencia, terminando con la explotación, el patriarcado, las discriminaciones y opresiones diversas, promoviendo una democracia participativa y directa, o sea: terminar con el patriarcado capitalista y su secuela de relaciones tóxicas. Debe quedar claro de que el Hacernos cargo de nuestra salud, llega a la conclusión de que para ello es necesario dejar atrás al capitalismo por un ecosocialismo ecofeminista y democrático centrado en el cuidado de la Vida. La vida sigue, la lucha sigue…

Y en este pensar crítica y utópicamente, en este hacernos cargo de nuestra salud, mientras demandamos nuestro derecho a la salud como el derecho a tener un tratamiento terapéutico ante la Covid 19, debemos investigar y ensayar tratamientos preventivos y terapéuticos (vitamina C y D3, antigripales e ibuprofeno, dexametasona, etc.) que resulten razonables y se están ensayando fuera de las cambiantes y hasta contradictorias políticas de la OMS. Se trata de que el Capital, en esta ocasión, no nos mate. Abriendo este espacio de pensamiento crítico y de cuidado, con una confianza en otras miradas epistémicas y médicas, dejando atrás el estado de shock, el pánico y la paralización, podremos volver a las urgentes tareas de una izquierda anticapitalista. Y esas tareas son enormes, como las señala de la declaración de la Cuarta Internacional de junio, “La crisis de Covid 19 amenaza la vida de millones de personas, acelera la transformación política y enciende la llama de la agitación social”: “organizar a las clases populares para la defensa de su salud y sus derechos frente a una ola de ataques sociales que afectarán paralelamente al empleo, los derechos sociales y las libertades democráticas y recrear una relación sostenible entre las poblaciones humanas y el medio ambiente.” Como vimos antes, ello era imposible meses atrás, cuando la mayoría estaba apanicada, en estado de shock, confundida y paralizada, confinada y en extremo aislamiento social. Sin embargo, en estos meses empiezan a generarse iniciativas de reuniones, de reorganización para la lucha que debemos enfrentar.

Ante la catástrofe económica y social en curso, el confinamiento está resultando insostenible. Pronto se reclamarán nuevas medidas sanitarias de prevención, atención primaria y de tratamiento terapéutico pero también la resolución de los graves problemas sociales que han desnudado al capitalismo en esta crisis histórica. En ese sentido, debemos buscar las demandas transitorias, sentidas y urgentes, que nos lleven a exigencias radicales que sólo podrán ser satisfechas superando la fuerza enajenada y enajenante del capitalismo, tratando de volvernos sujetos capaces de tomar las riendas de la sociedad y de la historia en nuestras manos. Desde los inicios del confinamiento, en México, la Nueva Central de Trabajadores promovió una declaración planteando la consigna y las demandas más urgentes, en ese momento, para la clase trabajadora: ¡Salud, pan y trabajo!

En ella afirmaban que “la crisis económica y de salud no debe pagarla el pueblo trabajador”, levantando un pliego de demandas para los trabajadores (protección al salario y el empleo de todos los trabajadores y trabajadoras, rechazo a los despidos indiscriminados por motivo de la emergencia, salario íntegro de los trabajadores, etc.), demandas sociales (salario mínimo universal, condonación de deudas, control de precios, créditos especiales, etc.), así como demandas de las mujeres (reforzar campañas y acciones de sensibilización y atención a casos de violencia familiar y cualquier otro tipo de violencia de género, campaña de sensibilización para redistribuir las tareas del cuidado y del hogar, acciones reforzadas para proteger a las trabajadoras del hogar remuneradas). Esas demandas son actuales pero pueden irse radicalizando hasta plantear la necesidad de otra política, otro régimen y otro sistema.

En ese sentido, de formular demandas de transición que partan de las exigencias inmediatas apoyadas por las mayorías para “encender la llama de la agitación” y “acelerar la transformación social”, la declaración de junio de la Cuarta Internacional propone también una serie de exigencias. Sus ejes son la Salud, el Trabajo y diversas demandas sociales, entre ellas la de la Renta universal básica. En la situación actual, esas demandas y otras podrían plantearse con tres ejes: ¡Salud, Trabajo y Vida! ¡Salud!

Ante esta pandemia de Covid 19 y un confinamiento impuesto por la OMS que no debe ni puede prolongarse, se debe exigir el cabal cumplimiento del Derecho a la salud como el derecho a promover medidas preventivas que fortalezcan el sistema inmune así como tratamientos terapéuticos con verdaderas medicinas que atiendan los procesos inflamatorios que esta enfermedad produce, sin dejar de atender a personas vulnerables a esta enfermedad o enfermos desatendidos en esta emergencia sanitaria. También es necesario exigir que todos los trabajadores de la salud tengan un empleo estable, bien remunerado, con todas las prestaciones y materiales de protección, unido y organizado en sindicatos libres y democráticos, que tengan el derecho a ser tomados en cuenta en el funcionamiento y las medidas que se tomen en el sistema de salud. Otro reclamo que se debe cumplir es el del fortalecimiento del sistema de salud pública, reconocido por todos como un servicio esencial, aumentando su presupuesto, su personal, sus instalaciones, avanzando hacia una atención primaria de salud integral e integrada que llegue a todas las poblaciones.

Se debe luchar por sacar al Capital de los servicios médicos para que no los pervierta con su lógica de maximizar ganancias y minimizar costos. En ese sentido se debe demandar la desprivatización de todos los ámbitos del sistema de salud, lo que incluye los seguros, las patentes, los productos médicos, la industria farmacéutica y biotecnológica, la investigación y el desarrollo médico y farmacéutico, los hospitales privados, de modo de que sean puestos bajo control público para que sólo sirvan para cuidar la salud y la vida de la humanidad. También se debe sacar al Capital de la industria alimentaria que fabrica sus mercancías tóxicas que producen las principales enfermedades por las que mueren millones de humanos al año. Se tienen que promover una alimentación

verdaderamente

nutritiva

que

cuide

el

metabolismo

sociedad/naturaleza así como estilos de vida saludables que permitan, como soñaba Marx, el despliegue de las potencialidades humanas y el goce de la vida.

Debemos luchar por un Derecho a la salud que se vuelva efectivo: que vaya de la mano con un combate contra la pobreza, contra la desnutrición, contra la carencia de servicios básicos como agua, luz, viviendas dignas, educación… Esa lucha por el Derecho a la salud debe ser por una que sea integral y ecológica: que se comprometa también en un combate contra la intoxicación medioambiental, las fracturas en el metabolismo sociedad/naturaleza (que

promueve

las

enfermedades

zoonóticas),

megaproyectos extractivistas, el calentamiento global.

el

ecocidio

de

¡Trabajo!

Ante el confinamiento impuesto por la OMS que detuvo la marcha de la producción y de los servicios en todo el mundo, provocando la quiebra de negocios, desempleo y la afectación a los trabajadores informales, debemos luchar por el Derecho al trabajo. El Artículo 23 de los Derechos Humanos establece que “toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo. Toda persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario por trabajo igual. Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana y que será completada, en caso necesario, por cualesquiera otros medios de protección social. Toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa de sus intereses.” Debemos demandar y luchar por la conservación de los empleos, por el pago de los salarios, por el respeto a los derechos laborales, por nuestro derecho a organizar sindicatos libres y democráticos. Como la solidaridad es la fuerza colectiva de los trabajadores, debemos luchar por los derechos de los trabajadores migrantes, los trabajadores precarios, los trabajadores temporales, las trabajadoras domésticas, los trabajadores autónomos y los trabajadores de temporada. Debemos imponer el derecho a una Renta universal básica para los trabajadores desempleados, para los trabajadores informales, para los trabajadores sobreexplotados y precarios, para los trabajadores que estudian, para todos los que la necesiten.

Debemos pugnar por la prohibición de todos los despidos y cierres de empresas por parte de los grupos capitalistas, así como por la reincorporación de los empleados despedidos desde el comienzo de la pandemia. También es necesario exigir que todos los trabajadores del campo reciban los apoyos necesarios para promover una soberanía alimentaria y la preservación de modos de vida campesinos y ecológicos. Otro reclamo que se debe cumplir es el de la valoración social y el fortalecimiento del sistema de cuidados, acompañado del desarrollo de una infraestructura social gratuita para el cuidado, la crianza y la salud. En esta revaloración social de los trabajos esenciales de la reproducción social, ocupados mayoritariamente o incluso exclusivamente por mujeres, deben ser realizados por hombres y mujeres así como mejor remunerados. En el trabajo, pero también en el ámbito doméstico y social, se deben impulsar campañas y acciones de sensibilización y atención a casos de violencia de género así como para redistribuir las tareas del cuidado y del hogar, junto con acciones para proteger a las trabajadoras del hogar remuneradas. ¡Vida! Debe quedar claro que luchamos por darle la vuelta al mundo invertido y enajenado del Capital para ponerlo sobre sus pies, al servicio de la vida y no de la explotación y el incremento de las ganancias, para que los trabajadores asociados, libre y conscientemente, podamos gestionar su relación metabólica con la naturaleza con una racionalidad ambiental (que preserve y permita la regeneración de los sistemas ecológicos), democrática, y ética-utópica: la del desarrollo de las potencialidades humanas, de la libertad de cada uno como condición de la libertad de todos, la de la justicia y la igualdad, la del goce de la vida, la de la reconciliación del ser humano con la naturaleza y consigo mismo.

Un mundo saludable que desenajene al trabajo y cuide la vida (humana y no humana) requiere reorganizar las formas de relacionarnos con la naturaleza, gestionando ecológicamente el metabolismo con ella, pero también las relaciones sociales tóxicas para la vida social, terminando con la explotación colonial y de cualquier tipo, con el patriarcado que sobreexplota a las mujeres y pretende inferiorizarlas, con las discriminaciones y opresiones diversas, para lo cual se requiere desenajenar al capital y al estado a su servicio promoviendo una democracia participativa y directa.

Y si alguien pregunta que de dónde saldrán los recursos para hacer todo eso, podemos dar varias respuestas: 

De la suspensión del pago de la Deuda Externa y de todas la deudas



De la expropiación y reconversión de las empresas capitalistas que dañan a la salud y a la vida, que son todas sin excepción, ya que sólo buscan explotar y sacar más ganancias, menospreciando la vida humana y a la naturaleza



De la expropiación de la riquezas y de la empresas bancarias



De la transferencia a la propiedad pública de las principales plataformas de medios de comunicación social. Facebook, WhatsApp, Amazon y Zoom, que se están beneficiando masivamente del confinamiento



De la expropiación y uso útil de las riquezas de los más ricos



De la redistribución justa e igualitaria de la riqueza social en función de la vida

Como dice la citada declaración de la Cuarta Internacional: “La actual convergencia de crisis, al poner en peligro los fundamentos de la vida humana, exige una política anticapitalista con una perspectiva ecosocialista. Muestra la urgencia de una sociedad basada en las necesidades sociales, organizada por y para las clases trabajadoras con propiedad pública de los bancos y los principales medios de producción. Y esta crisis muestra la urgente necesidad de frenar las causas del cambio climático, de detener la depredación ambiental que está destruyendo "nuestra casa común", reduciendo la biodiversidad y abriendo el camino a las plagas contemporáneas, como los síndromes respiratorios severos de naturaleza viral.” “Será imposible volver al llamado estado normal antes de la crisis de Covid-19, que era una "normalidad" capitalista que amenazaba el futuro de la humanidad y del planeta. Es urgente pasar a una nueva sociedad basada en las necesidades sociales, organizada por y para las clases trabajadoras con propiedad pública de los bancos y los principales medios de producción. Por eso es necesaria una perspectiva de transformación socio-ecológica radical.”

Para hacer esa transformación social radical, esa vuelta o revolución al mundo invertido del Capital, se requiere que dejemos de ser cosificados o instrumentalizados y pugnemos por volvernos sujetos: sujetos libres y conscientes para un cambio revolucionario. Esto puede empezar con reuniones de los sectores sobre los que recae esta crisis: trabajadores de la ciudad y del campo, de la producción y de los servicios, formales e informales, precarizados y desempleados, hombres y mujeres, jóvenes, adultos y viejos, para levantar pliegos de demandas ante esta crisis. Estas reuniones pueden volverse en organizaciones pasajeras o en movimientos, los cuales deben unirse a otros para impulsar Frentes únicos, coordinadoras, asambleas populares, generando de esta manera un amplio y poderoso polo anticapitalista. Porque nuestra fuerza y nuestro poder es la unidad. Pero para cumplir nuestras demandas radicales y anticapitalistas este sujeto intersubjetivo y colectivo debe dar el salto a la política: a la cuestión del partido para la disputa por el poder político explícito, el Estado, que puede ser una palanca poderosa que en manos de los trabajadores transforme de manera radical el sistema capitalista, dando inicio así a una revolución permanente.

Una política pedagógica Nunca como en este momento, nuestra política debe ser pedagógica y la pedagogía debe ser política, pues sólo así se podrá salir del fatalismo, del pánico, del confinamiento, de la narrativa que quiere imponer una nueva normalidad. Hoy más que nunca es necesaria una izquierda anticapitalista que rompa con la doctrina del shock y que se rebela contra el intento de imponernos una nueva normalidad, a la cual combatimos con la consigna de: ¡OTRO MUNDO, MÁS ALLÁ DEL MUNDO INVERTIDO DEL CAPITALISMO, ES NECESARIO Y URGENTE!

Agosto de 2020