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Escuela Secundaria Normal Superior “Domingo F. Sarmiento” Literatura argentina. Curso: 6to año. Divisiones: A y B (Natur

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Escuela Secundaria Normal Superior “Domingo F. Sarmiento” Literatura argentina. Curso: 6to año. Divisiones: A y B (Naturales y Humanidades) Características del texto literario FICCIONALIDAD El propó sito de los textos literarios no es mostrar la realidad tal cual es, sino representar, por medio de la palabra, una percepció n posible y peculiar del mundo. En este sentido, todo texto literario es ficcional. Ficción no significa “mentira”, sino invención. 1-Pacto de ficción: No se lee literatura para “estar informado”, sino que esta actividad se relaciona con el placer y, en todo caso con otro tipo de “saber”: el de apropiarse de un espacio y un tiempo que no se mide con los pará metros de la cotidianidad, en los que se juega a ser otro. El buen lector es el que no busca comprobaciones; es el que olvida todo lo que está fuera del texto y se convierte en parte de la obra. Niveles de verosimilitud: Otra característica de la ficció n literaria es el verosímil, que significa “verdadero” o “creíble”. Pero en la literatura, el verosímil se refiere a la manera particular en que cada texto literario construye su ficción. Y esa invenció n puede acercarse a lo que percibimos como real o alejarse de esa percepció n. Precisamente, el verosímil se vincula a esa relación entre la ficción y la realidad. En otras palabras, cuando hablamos de verosímil, nos referimos a có mo presenta la realidad un texto literario. Así, podemos determinar diferentes niveles de verosimilitud. Fuente: Cuesta, Carolina. Lengua y literatura 3. La máquina literaria. Buenos Aires. Longseller, 2002 Literatura y Lengua 3 Activa. Buenos Aires. Puerto de Palos, 2010

Los siguientes relatos son ejemplos de los tres niveles de verosimilitud: UNA CACERIA - Liborio Justo (1902-2003)

 Mi padre fue uno de los primeros pobladores del Gutiérrez. Vino de Europa con mi madre y nosotros del allá por 1908 y nos instalamos en un lote cerca de la boca, sobre aquel río, entonces casi desierto. Mi padre comenzó a zanjar y a plantar, y de vez en cuando, cazaba. Porque había muchos animales en las islas y los cueros algo ayudaban. Yo ya tenía dieciocho años, pero mi padre no me autorizaba aún a cazar por más que se lo pedía. Sin embargo, aquella vez habían andado muchos ciervos por los alrededores y, tanto, seguramente, he de haber insistido, que, por fin, me dio permiso para "linternear" esa noche. ¡Qué alegría! Desde temprano, y ayudado por mi hermano de once años, que era el más entusiasta, me dediqué a preparar las balas, fabricándolas con un trozo de plomo viejo que tenía. Cuando, por último, llegó la noche, tomé la escopeta y la linterna y me disponía a salir, mi hermano me hizo esperar mientras pedía otra vez a nuestra madre que le dejara seguirme. Mi padre no quería, pero ella terminó por ceder y vino especialmente hasta la puerta para recomendarme cuidado. Salimos prometiendo volver temprano. Íbamos contentísimos. ¡La primera vez! La noche estaba fresca y bastante oscura. Pero, utilizando la linterna, cruzamos las zanjas siguiendo un camino que nos era bien conocido, hasta llegar a unos albardones, en el fondo. Yo iba adelante y mi hermano me seguía. De pronto, en tanto nos deteníamos para escuchar, alertas a cualquier ruido.

Escuela Secundaria Normal Superior “Domingo F. Sarmiento” Literatura argentina. Curso: 6to año. Divisiones: A y B (Naturales y Humanidades) Caminamos como media hora hasta llegar a un lugar donde habíamos visto las sendas de los ciervos. Desde allí, para hacer menos ruido, me pareció mejor continuar solo. -Quedáte aquí -le dije a mi hermano-. Yo voy a ir hasta los ceibos y, si no encuentro nada, me vuelvo y después podemos seguir hasta la horqueta. Lo dejé al lado de un sarandí y marché por una de las sendas entre grandes plumachos que parecían como bultos en la oscuridad. Avancé como trescientos metros y, no sintiendo nada, regresé lentamente a donde dejara a mi hermano. Habría hecho la mitad del camino, cuando sentí un ruido. Era el ruido de algo que se movía quebrando las ramas. Por un momento quedé escuchando. Allí había un ceibo. No podía pensar que mi hermano, al quedarse solo, tuvo miedo y venía en mi busca, sintiendo, a su vez, el ruido que yo hacía. Y, quizás con alguna incertidumbre, se acercó a aquel ceibo comenzando a subirse a él, quebrando ramas. ¡Ese ruido en la noche en medio de la soledad del campo, donde sólo se sentía el sonido del viento en la punta de los plumachales! Estaba seguro de que había sido un ciervo. Levanté la escopeta, enfoqué con la linterna, más o menos a quince metros, y disparé. No terminó aún de resonar la descarga cuando, en un relámpago de comprensión, me di cuenta que había disparado sobre mi hermano. Era horrible. Pero el disparo ya estaba hecho y mi dedo apretaba hasta el fondo el acero del gatillo. ¡La bala había salido! ¡No había forma de poder detenerla! Una tremenda sensación de espanto me hizo tirar al suelo la escopeta y la linterna y aun, de un manotón, arrancarme la bufanda que llevaba. Mi angustia era tan grande que quedé como aniquilado. Pero, enseguida, saltando hacia donde había estado mi hermano, llegué justo a tiempo para recogerlo en mis brazos cuando caía. Y, con él sobre el hombro, salí corriendo, aguantando el llanto brutal que me apretaba la garganta. Todavía hoy no logro explicarme cómo, con todo el peso de mi hermano encima, pude saltar aun las zanjas de dos metros sin detenerme. Cuando ya me acercaba a la casa, me encontré con mi padre que había sentido el tiro y venía a buscarme trayendo su escopeta y su linterna. Me vio llegar e inquirió con inquietud y alarma: -¡Hijo! ¿Qué ha pasado? Quise contestarle, pero ni un sonido salió de mi garganta. Entonces me siguió, corriendo él también, a mi lado. Cuando llegamos a la casa, tiré a mi hermano en la cama, sin aliento, mientras mi madre empezó a quitarle las ropas empapadas en sangre, pudiendo apenas mover las manos por la forma en que le temblaban. Y, cuando lo desnudó, pudimos ver que la bala le había penetrado por la espalda, quebrándole la columna vertebral a la altura del pecho. Me dio un ataque y gritaba desesperado. Mi padre tuvo que arrebatarme su escopeta, porque quería matarme. Y puédole asegurar que, si hubiera sabido que ya traía a mi hermano sin vida, ahí no más en el campo lo habría hecho disparándome enloquecido, una de las seis balas de plomo que llevaba.

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Casa tomada, Julio Cortá zar (1914-1984) Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia. Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde. Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina. Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor para preguntarle a Irene qué pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso. Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte más retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y mas allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en

Escuela Secundaria Normal Superior “Domingo F. Sarmiento” Literatura argentina. Curso: 6to año. Divisiones: A y B (Naturales y Humanidades) esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es increíble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos. Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la pared antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad. Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene: -Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo. Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados. -¿Estás seguro? Asentí. -Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado. Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que me tejía un chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco. Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza. -No está aquí. Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa. Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba el almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre. Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papá, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía: -Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol? Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar. (Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros

Escuela Secundaria Normal Superior “Domingo F. Sarmiento” Literatura argentina. Curso: 6to año. Divisiones: A y B (Naturales y Humanidades) dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios. Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en voz más alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.) Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro. No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada. -Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo. -¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente. -No, nada. Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora. Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada. En: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/cortazar/casa_tomada.htm

Discurso del Oso, Julio Cortá zar  Soy el oso de las cañerías de la casa, subo por los caños en las horas de silencio, los tubos de agua caliente, de la calefacción, del aire fresco, voy por los tubos de departamento en departamento y soy el oso que va por las cañerías.  Creo que me estiman porque mi pelo mantiene limpios los conductos, incesantemente corro por los tubos y nada me gusta más que pasar de piso en piso resbalando por los caños.  A veces saco una pata por la canilla y la muchacha del tercero grita que se ha quemado, o gruño a la altura del horno del segundo y la cocinera Guillermina se queja de que el aire tira mal.

Escuela Secundaria Normal Superior “Domingo F. Sarmiento” Literatura argentina. Curso: 6to año. Divisiones: A y B (Naturales y Humanidades)  De noche ando callado y es cuando más ligero ando, me asomo al techo por la chimenea para ver si la luna baila arriba, y me dejo resbalar como el viento hasta las calderas del sótano.  Y en verano nado de noche en la cisterna picoteada de estrellas, me lavo la cara primero con una mano, después con la otra, después con las dos juntas, y eso me produce una grandísima alegría.  Entonces resbalo por todos los caños de la casa, gruñendo contento, y los matrimonios se agitan en sus camas y deploran la instalación de las tuberías. Algunos encienden la luz y escriben un papelito para acordarse de protestar cuando vean al portero.  Yo busco la canilla que siempre queda abierta en algún piso; por allí saco la nariz y miro la oscuridad de las habitaciones donde viven esos seres que no pueden andar por los caños, y les tengo algo de lástima al verlos tan torpes y grandes, al oír cómo roncan y sueñan en voz alta, y están tan solos. Cuando de mañana se lavan la cara, les acaricio las mejillas, les lamo la nariz y me voy vagamente seguro de haber hecho bien. En: http://decimoslee.blogspot.com.ar/2009/07/discurso-del-oso-cuento.html

FUNCIÓ N POÉ TICA DEL LENGUAJE 1-Leer los siguientes textos: TEXTO A Ante la invasió n de los ingleses y la huida del virrey Sobremonte hacia Có rdoba, los pobladores de Buenos Aires, que habían quedado desprotegidos, se organizaron para reconquistar la ciudad. Hombres y mujeres participaron enérgicamente. El criollo Juan Martín de Pueyrredó n reunió un grupo de paisanos, pero los ingleses lo derrotaron. Santiago de Liniers, un oficial, logró organizar un ejército en Montevideo, cruzó por el Río de la Plata y reconquistó la ciudad el 12 de agosto de 1806. Los habitantes de Buenos Aires temían por un nuevo ataque. Por ello, crearon varios regimientos debido a que no existían tropas regulares en la ciudad. El pueblo quedó así preparado para otra posible invasió n. Silvia V. de Ferná ndez De la modernidad a los tiempos contemporáneos

TEXTO B Y así, día a día, rumor a rumor, en cada esquina, en cada barrio, se iba organizando el pueblo para reconquistar la ciudad, se iban organizando el pueblo para reconquistar la ciudad d las manos de los piratas, má s interesados en las arcas de la ciudad que en expandir el reino de Su Majestad. (…) Y llegó el gran momento que marcaría el nacimiento como pueblo de ese grupo de hombres y mujeres. Y María Kumba, mulata liberta, estará entre ellos, luchando en las calles. Vomitan columnas de hombres las naves de Liniers que vienen de Colonia. Entre gritos y aullidos avanzan triunfantes hasta la Plaza de Toros. Desde allí a la Plaza de la Victoria, mediará un suspiro: el que dará n los ingleses, heridos de muerte en sus sueñ os rapaces. Hombres, mujeres y niñ os vencerá n al invasor en una lucha feroz que parirá en las calles el má s bello recién nacido: el pueblo. Ana Gloria Moya

Escuela Secundaria Normal Superior “Domingo F. Sarmiento” Literatura argentina. Curso: 6to año. Divisiones: A y B (Naturales y Humanidades) Cielo de tambores

-Responder: *¿Cuá l es el tema comú n a ambos textos? *¿Con qué trama se organizan ambos textos? Fundamentar *¿Qué funció n del lenguaje predomina en cada uno? *¿Cuá l de los textos es literario? Fundamentar

2-Leer el siguiente fragmento y reformularlo con las características de un texto literario: El 25 de mayo comenzaron muy temprano las reuniones en el Cabildo. Como pasaban las horas y no se comunicaban las resoluciones, numerosos partidarios de las ideas patriotas se reunieron en la Plaza Mayor con la consigna: “El pueblo quiere saber de qué se trata”. Mediante una solicitud firmada por más de cuatrocientas personas, exigieron la renuncia del virrey y la formación de otra junta de gobierno. El virrey fue destituido y se constituyó la Primera Junta de Gobierno integrada por nueve miembros. Silvia V. de Ferná ndez De la modernidad a los tiempos contemporáneos. Historia 2

3-Pensar otro hecho histó rico o de la realidad actual y convertirlo en un texto literario (cuento, poema, pieza teatral) 4-Buscar una breve noticia periodística y transformarla en un cuento (con las características de un texto literario).

Connotación-Denotación 1-Subrayar con un color los aspectos del lenguaje connotativo, y con otro los del lenguaje denotativo. Aparte de la significación gramatical del lenguaje, hay otra, una significación mágica (…). Uno es el lenguaje objetivo que sirve para nombrar las cosas del mundo sin sacarlas fuera de su calidad de inventario; el otro rompe esa norma convencional y en él las palabras pierden su representación estricta para adquirir otra más profunda y como rodeada de un aura luminosa que debe elevar al lector en un plano habitual y envolverlo en una atmósfera encantada. (Vicente Huidobro. De una conferencia leída en el Ateneo de Madrid, 1921, fragmento)

2-Determinar el significado connotativo de las expresiones subrayadas en el siguiente fragmento de Eduardo Mallea …entre los hombres de los galpones y los hombres del agua permanecía establecida cierta pugna, cierta animadversión cultivada, que el párroco edulcoraba en charlas crepusculares, amasando a éste, reconviniendo a aquél, mostrando a todos la utilidad de la no objetada voz de la experiencia.

Escuela Secundaria Normal Superior “Domingo F. Sarmiento” Literatura argentina. Curso: 6to año. Divisiones: A y B (Naturales y Humanidades) 3-Partiendo de la siguiente lista de palabras, elaborar dos redacciones: una narració n en que estas palabras estén usadas con valor connotativo y un texto informativo en que aparezca su significado denotativo: distancia-hogar-jardín-lejano-oscuro-persona-silencio-valor. Recursos literarios 1-Leer el siguiente texto: Cró nicas masculinas

El discurso amoroso Por Mex Urtizberea.

Después de tantos añ os de haber terminado el secundario, descubro lo importante que ha sido aprender literatura. La razó n es sencilla: a las mujeres les fascina que seamos poetas. Siempre tenemos que hacerles el verso y tratarlas de novela. Para chamuyar a una mujer resulta muy ú til tener presente los tecnicismos que aprendimos en literatura: si deseamos halagar el rojo de unos labios seductores podemos recurrir siempre a una metá fora del tipo tu boca es una remolacha. Si esa boca está acompañ ada de unos alargados ojos verdes, se puede redoblar la apuesta y decir tu cara es una ensalada de remolacha y chauchas. Si necesitamos gritar un piropo por la ventanilla del auto, algo rá pido y demoledor, la figura retó rica que conviene aquí es la hipérbole (es decir, la exageració n). Podría ser algo como sos un camión con acoplado. Cuando la mujer amada no duerme con nosotros, por teléfono le decimos mi cama te extraña, y resulta que le damos a la cama rasgos humanos, es decir, construimos una personificació n. ¡Si pudiera oírnos ahora nuestra profesora de literatura, se arrepentiría de habernos aplazado tantas veces! (Publicado en: lanacion.com|-LA NACION revista-Domingo 30 de noviembre de 2003 | Publicado en edición impresa)

1-Escribir un texto a la manera del anterior, pero desde el punto de vista femenino. Podría comenzar así: Después de tantos años de haber terminado el secundario, descubro lo importante que ha sido leer literatura. La razón es sencilla: a los hombres les encanta que las mujeres les adulen el ego. Para chamuyar a un hombre…

Comparación “De pronto, como un breve latigazo, mi nombre, Friedt, estalló en el aula”. (Baldomero Ferná ndez Moreno) Metáfora “El miedo, serpiente helada, le corrió por el espinazo” (Manuel Mujica Láinez) Personificación “Se está durmiendo la noche sobre los grillos despiertos”

Escuela Secundaria Normal Superior “Domingo F. Sarmiento” Literatura argentina. Curso: 6to año. Divisiones: A y B (Naturales y Humanidades) (Antonio de la Torre) Hipérbole “Por doler me duele hasta el aliento.” (Miguel Herná ndez) Hipérbaton “Del monte en la ladera  por mi mano plantado tengo un huerto”  (Fray Luis de Leó n)

2-Extraer los recursos literarios en los siguientes poemas: Mudable como el tiempo es tu mejilla…

Tarde a Solas

(Baldomero Ferná ndez Moreno)

(Norah Lange)

Mudable como el tiempo es tu mejilla, o arde como una tarde del estío o hiela, o poco menos, si hace frío; pero ardiente o helada es maravilla.

Vacía la casa donde tantas veces las palabras incendiaron los rincones. La noche se anticipa en el piano mudo que nadie toca. Voy a solas desde un recuerdo a otro abriendo las ventanas para que tu nombre pueble la mísera quietud de esta tarde a solas. Ya nadie inmoviliza las horas largas y cerradas a toda dicha mía. Y tu recuerdo es otra casa grande y quieta por donde yo tropiezo sola. Y mis latidos forman una hilera de pisadas que van desde su puerta hacia el olvido.

Deja que acerque mi cansada arcilla al pétalo de amor que llamo mío, mientras corre mi brazo como un río por tu cuello, delgada torrecilla. Calor o frío, llamarada o nieve, no me importa un instante su mudanza, que a ocultos nervios nada má s se debe. Tu corazó n es nido de templanza y grave su latido al par que leve. Y si no, que lo diga mi esperanza.

Siesta (Juan L.Ortiz)

Tendido a la sombra de un á rbol, yo soy un niñ o dormido en medio del campo. La tierra parece que tiene suavidad de falda. El cielo puro de agua da con su vaga corriente unas espumas de nubes y sobre el cielo, el follaje un traslú cido bordado hace y deshace, indeciso, reduciendo el lujo etéreo

a un temblor de monedas que me enriquecen la sombra. El viento entra en el sueñ o como una mú sica que trae el anhelo del campo, ya extá tico o vagabundo, soñ ando con sus secretos, o tendido al horizonte. El viento dice el ensueñ o de esta paz verde y fluida bajo su respiració n. Tendido a la sombra de un á rbol, yo soy un niñ o dormido en medio del campo.

Escuela Secundaria Normal Superior “Domingo F. Sarmiento” Literatura argentina. Curso: 6to año. Divisiones: A y B (Naturales y Humanidades) Tomé mi amor que asombraba a los astros y le dije: señ or amor, usted crece de tarde, noche y día, de costado, hacia abajo, entre las cejas, sus ruidos no me dejan dormir perdí todo apetito y ella ni nos saluda, es inú til, inú til.

En la carpeta (Juan Gelman)

De modo que tomé a mi amor, le corté un brazo, un pie, sus adminículos, hice un mazo de naipes y ante la palidez de los planetas me lo jugué una noche lentamente mientras mi corazó n silbaba, el distraído

3-Explicar qué tipo de asociació n producen las siguientes metá foras: *la flor de la edad *tempestad de la voz *la boca del subte *cabellos de oro *llama de amor

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4-Entre los siguientes términos hay algunos que pueden formar parejas a partir de un aspecto semejante. Formar cuatro parejas usando todos los términos dados y justificar la analogía: sueño, sed, desierto, enciclopedia, mar, mundo, tinieblas, vida. 5-Escribir una historia, con un nivel de verosimilitud bajo, usando las parejas formadas del punto anterior. Recursos literarios en la prosa: El patio iluminado (1725)

Todo ha terminado ya. Benjamín se arrebuja en su capa y cruza el primer patio sin ver los jazmines en flor que desbordan de los tinajones, sin escuchar a los pá jaros que desde sus jaulas despiden a la tarde. Apenas tendrá tiempo de asegurar las alforjas sobre el caballo y desaparecer por la salida del huerto, rumbo a Có rdoba o a Santa Fe. Antes de la noche surgirá por allí algú n regidor o quizá s uno de los alcaldes, con soldados del Fuerte, para prender al contrabandista. Detrá s del negro fiel que llegó de Mendoza, tartamudeando las malas nuevas, habrá n llegado a la ciudad sus acusadores. La fortuna tan velozmente amasada se le escapará entre los dedos. Abre las manos, como si sintiera fluir la plata que no le pertenece. Pá lido de miedo y de có lera, tortura su imaginació n en pos de quién lo habrá delatado. Pero eso no importa. Lo que importa es salvarse, poner leguas entre él y sus enemigos. En el segundo patio se detiene. La inesperada claridad lo deslumbra. Nunca lo ha visto así. Parece un altar mayor en misa de Gloria. No ha quedado rincó n sin iluminar. Faroles con velas de sebo o velones de grasa de potro chisporrotean bajo la higuera tenebrosa. Entre ellos se mueve doñ a Concepció n, menudita, esmirriada. Corre con agilidad ratonil, llevando y trayendo macetas de geranios, avivando aquí un pabilo, enderezando allá un taburete. Los muebles del estrado han sido trasladados al corredor de alero, por la mulata que la sigue como una sombra bailarina. A la luz de tanta llama trémula, se multiplican los desgarrones de damasco y el punteado de las polillas sobre las maderas del Paraguay. Benjamín se pasa la mano por la frente. Había olvidado la fiesta de su madre. Durante diez días la loca no paró con las invitaciones. Del brigadier don Bruno Mauricio de Zabala para abajo, no había que olvidar a nadie. Para algo se guarda en los cofres de la casa tanto dinero. El obispo fray Pedro de Fajardo, los señ ores del Cabildo, los vecinos de fuste… Colmó papeles y papeles como si en verdad supiera escribir, como si en verdad fuera a realizarse el sarao. Benjamín encerró los garabatos y los borrones en el mismo bargueñ o donde está n sus cuentas secretas de los negros, los cueros y frutos que subrepticiamente ha enviado a Mendoza y por culpa de los cuales vendrá n a arrestarle. Doñ a Concepció n se le acerca, radiante, brillá ndole los ojos extraviados: -Vete a vestir- le dice-; ponte la chupa morada. Pronto estará aquí el gobernador. Y sin detenerse regresa a su tarea. Benjamín advierte que se ha colocado unas plumas rojas, desflecadas, en los cabellos. Ya no parece un rató n, sino un ave extrañ a que camina entre las velas a saltitos, aleteando, picoteando. Detrá s va la esclava, mostrando los dientes. -Aquí- ordena la señ ora-, la silla para don Bruno. La mulata carga con el silló n de Arequipa. Cuando lo alza fulgen los clavos en el respaldo de vaqueta. El contrabandista no sabe có mo proceder para quebrar la ilusió n de la demente. Por fin se decide:

Escuela Secundaria Normal Superior “Domingo F. Sarmiento” Literatura argentina. Curso: 6to año. Divisiones: A y B (Naturales y Humanidades) -Madre, no podré estar en la fiesta. Tengo que partir en seguida para el norte. ¿El norte? ¿Partir para el norte el día mismo en que habrá que agasajar a la flor de Buenos Aires? No, no, su hijo bromea. Ríe doñ a Concepció n con su risa rota y habla a un tiempo con su hijo y con los jilgueros. -Madre, tiene usted que comprenderme, debo irme ahora sin perder un segundo. ¿Le dirá también que no habrá tal fiesta, que nadie acudirá al patio luminoso? Tan ocupado estuvo los ú ltimos días que tarde a tarde fue postergando la explicació n, el pretexto. Ahora no vale la pena. Lo que urge es abandonar la casa y su peligro. Pero no contó con la desesperació n de la señ ora. Le besa, angustiada. Se le cuelga del cuello y le ciega con las plumas rojas. -¡No te puedes ir hoy, Benjamín! ¡No te vayas, hijo! El hombre desanuda los brazos nerviosos que lo oprimen. -Me voy, madre, me voy. Se mete en su aposento y arroja las alforjas sobre la cama. Doñ a Concepció n gimotea. Junto a ella, dijérase que la mulata ha enloquecido también. Giran alrededor del contrabandista, como dos pajarracos. Benjamín las empuja hacia la puerta y desliza el pasador por las argollas. La señ ora queda balanceá ndose un momento, en mitad del patio, como si el menor soplo de brisa la fuera a derribar entre las plantas. -No se irá -murmura-, no se irá. Sus ojos encendidos buscan en torno. -Ven, movamos la silla. Entre las dos apoyan el pesado silló n de Arequipa contra la puerta, afianzá ndolo en el cerrojo de tal manera que traba la salida. La mulata se pone a cantar. Benjamín, furioso, arremete contra las hojas de cedro, pero los duros cuarterones resisten. Cuantos má s esfuerzos hace, má s se afirma en los hierros el respaldo. -¡Madre, déjeme usted salir! ¡Déjeme usted salir! ¡Madre, que vendrá n a prenderme! ¡Madre! Doñ a Concepció n no lo escucha. Riega los tiestos olorosos, sacude una alfombrilla, aguza el oído hacia el zaguá n donde arde una lá mpara bajo la imagen de la Virgen de la Merced. De la huerta, solemne, avanza el mugir de la vaca entrecortado de graznidos y cloqueos. -¡Madre, madre, que nadie vendrá , que no habrá fiesta ni nada! La loca yergue la cabeza orgullosa y fulgura su plumaje tembló n. ¿Nadie acudirá a la fiesta, a su fiesta? Su hijo desvaría. En el patio entró ya el primer convidado. Es el alcalde de segundo voto. Trae el bastó n en la diestra y lo escoltan cuatro soldados del Frente. Doñ a Concepció n sonríe, paladeando su triunfo. Se echa a parlotear, frenética, revolviendo los brazos huesudos en el rumor de las piedras y de los dijes de plata. Con ayuda de la esclava quita el silló n de la puerta para que Benjamín acoja al huésped. Mujica Lainez, Manuel, Misteriosa Buenos Aires, Buenos Aires, Sudamericana, 1995. El caballo muerto

Escuela Secundaria Normal Superior “Domingo F. Sarmiento” Literatura argentina. Curso: 6to año. Divisiones: A y B (Naturales y Humanidades) Sentían que llevaban corazones bordados de nervaduras como las hojas, todas iguales y sin embargo distintas en las láminas del libro de Ciencias Naturales. Las tres corrían juntas en el fondo del jardín; de tarde tenían el pelo desatado en ondas que se levantaban detrás de ellas; corrían hasta el alambrado que daba sobre el camino de tierra. Se olía de tanto en tanto pasar la respiración acalorada del tren, que provocaba la nostalgia de un viaje sobre la suprema felicidad de la cama de arriba, en un camarote lleno de valijas y de vidrios que tiemblan. Eran las cinco de la tarde en la sombra de las hamacas abandonadas, hamacadas por el viento, cuando veían pasar todos los días un chico a caballo, con los pies desnudos. Desde el día en que habían visto ese caballo obscuro con un chico encima, una presencia milagrosa las llevaba juntas, en remolinos de corridas por todo el jardín. Nunca habían podido ser amigas, siempre había una de las dos hermanas que se iba sola, caminando con un cielo de tormenta en la frente, y la otra con el brazo anudado al brazo de su amiga. Y ahora andaban las tres juntas, desde la mañana hasta la noche. Miss Harrington ya no tenía ningún poder sobre ellas; era inútil que tragara el jardín con sus pasos enormes, llamándolas con una voz que le quedaba chica. La pobre Miss Harrington lloraba de noche, en su cuarto, lágrimas imperceptibles. Había llegado a esa casa una tarde de Navidad. Los chicos escondieron abundantes risas detrás de la puerta por donde la veían llegar. Los largos pasos de sus piernas involuntarias, hacían de ella una institutriz insensible y severa. En ese momento, Miss Harrington se sintió más chica que sus discípulos: no sabía nada de geografía, no podía acordarse de ningún dato histórico; desamparada ante la largura de sus pasos, subió la escalera de un interminable suplicio, que la llevó hasta el cuarto de la dueña de casa. Hacía cuatro años que estaba en la casa y vivía recogiendo los náufragos de las peleas. Ahora no había peleas para preservarla de su soledad: los varones estaban ese año en un colegio, las tres chicas estaban demasiado unidas para oír a ningún llamado. Asombraba en la casa ese tríptico enlazado que antes vivía de rasguños y tirones de pelo. Estaban tan quietas que parecía que posaban para un fotógrafo invisible, y era que se sentían crecer, y a una de ellas le entristecía, a las otras dos les gustaba. Por eso estaban a veces atentas y mudas, como si las estuvieran peinando para ir a una fiesta. A las cinco de la tarde, por el camino de tierra pasaba a caballo el chico del guardabarrera, que las llevaba, corriendo por el deseo de verlo, hasta el alambrado. Le regalaban monedas y estampas, pero el chico les decía cosas atroces. De noche, antes de dormirse, las tres contaban las palabras que les había dicho, las contaban mil veces, de miedo de haber perdido algunas en el transcurso del día, y se dormían tarde. Un día que había torta pascualina para el almuerzo, y treinta grados en el termómetro del corredor -apenas parpadeaban las sombras de los árboles a las cinco de la tarde-, ya no galopaba más el caballo sobre el camino: estaba muriéndose en el suelo y el chico le pegaba con un látigo, con sus gritos y con sus miradas. El caballo ya no se movía, tenía los ojos grandes, abiertos, y en ellos entraba el cielo y se detenían los golpes. Estaba muerto como un cabrón sobre la tierra. Y más tarde, subía la noche llenando el jardín de olor a caballo muerto. Volaban las pantallas de las moscas por toda la casa. El canto de los grillos era tan compacto que no se oía. Una de las dos hermanas iba sola caminando. Miss Harrington, que estaba recogiendo datos históricos, se sonrió por encima de su libro al verlas llegar.

Silvina Ocampo. En: Cuentos completos I. Bs.As.: Emecé, 2010

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TIEMPO DE LA HISTORIA Y TIEMPO DEL RELATO Una historia puede contarse porque es un suceder en el tiempo de acontecimientos, personajes y lugares. Esta historia se convierte en un texto narrativo cuando es relatada por un narrador; es decir, que en un texto narrativo encontramos dos aspectos: la historia y el relato. La historia es el conjunto de los sucesos, mientras que el relato es la manera en que esos hechos son narrados. Relatar es instalar “otro tiempo” en “este tiempo”. Esto significa que en la narració n hay dos temporalidades que conviven: el tiempo de la historia y el tiempo del relato. Comparen los siguientes textos: Otros, ellos, antes, podían. Mojaban, despacio, en la cocina, en el atardecer, en invierno, la galletita, sopando, subían, después, la mano, de un solo movimiento, la boca, mordían y dejaban, durante un momento, la pasta azucarada sobre la punta de la lengua… (Saer, Juan José. La mayor. Bs. As., Seix Barral, 1998. Fragmento) Vine, vi, vencí. (César) En el primer ejemplo hay una minuciosidad con que el narrador relata la escena de la merienda, que parece producir el efecto de extender su duració n. Contrariamente, la rapidez y condensació n con que César anuncia al Senado romano su victoria en una extensa batalla, provoca la impresió n de que su actuació n militar fue fulminante. Fuente: Avendaño, Carlos y otros. Lengua y Literatura. B.s. A.s. Santillana, 2006