Como Ser Una Persona Normal

Gustavo Tiberius no es normal. Él sabe eso. Todo el mundo en la pequeña ciudad de Abby, Oregón, sabe eso. Lee encicloped

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Gustavo Tiberius no es normal. Él sabe eso. Todo el mundo en la pequeña ciudad de Abby, Oregón, sabe eso. Lee enciclopedias todas las noches antes de ir a la cama. Tiene como mascota un hurón llamado Harry S. Truman. Es dueño de una tienda de alquiler de vídeos a la que nadie va. Sus amigas más cercanas son una señora llamada Lottie, con pelo de drag queen, y el trío de conductoras de Vespa más viejas, conocido como ―Nosotras Tres Reinas‖. Gus no es normal. Y él está bien con eso. Todo lo que quiere es que le dejen en paz. Hasta que Casey, un asexual hípster muy porrero y el más nuevo empleado de Lottie's Lattes, entra en su vida. Por alguna razón, Casey piensa que Gus es la mejor cosa del mundo. Y puede que Gus empiece a pensar lo mismo sobre Casey, incluso si Casey está obsesionado con mostrar su comida en Instagram. Pero Gus no es normal, y Casey se merece a alguien que lo sea. Queriendo de repente ser ese alguien, Gus se sale de su zona de confort y planea ser la persona más normal que existe. Después de todo ¿qué podría ir mal?

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COMO SER UNA PERSONA NORMAL TJ Klune

Nueva Edición: más revisada

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Nunca jamás dejes que alguien te diga que lo que eres está mal. Está bien ser gay. O hetero. O bisexual. También está bien ser asexual1, demisexual2, pansexual3 o aromántico4. Tú sé tú, y si alguien siente pena por tí por eso, recuerda una cosa: eres exactamente de la manera que se supone que debes ser.

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asexual - persona que no siente deseo sexual hacia ninguna otra persona demisexual - persona que siente atracción sexual solo hacia personas con las cuales mantiene una relación cercana, frecuentemente romántica 3 pansexual - persona que se siente atraída sexualmente por otros individuos más allá de su género 4 aromántico - persona que no siente atracción romántica. 2

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Capítulo 1

ERAN LAS siete de la mañana cuando la alarma del reloj perteneciente a Gustavo Tiberius sonó y él abrió sus ojos. Miró hacia el techo y pensó, Hoy va a ser un día ok. Rodó fuera de la cama al suelo y empezó la serie de cien flexiones. El Pastor Tommy le había dicho que un cuerpo es un templo y debería ser tratado como tal. Concedido, el Pastor Tommy, no era realmente un pastor y estaba drogado cuando lo dijo, pero el punto seguía siendo el mismo. —Dios te dio ese cuerpo, chico —dijo el Pastor Tommy—. Asegúrate de cuidarlo. Ahora, parece que me apetecen unos piscolabis. Por favor, tráeme el pastel de café y el litro de Orange Slice de la despensa. Estoy completamente rasgado y siento la necesidad de desestimar a Hemingway como a un presunto escritorzuelo. Los brazos de Gustavo ardían de una buena manera para cuando terminó. Se sentó y miró al pequeño mueble con cajones al lado de su cama. Encima de los cajones había un calendario que decía tener ¡365 DIAS DE CITAS INSPIRADORAS! ¡CADA DÍA ES UN NUEVO MENSAJS DE PAZ! Lo había recibido de "Nosotras Tres Reinas", el trío de viejas lesbianas que eran, ya sea hermanas o estaban en una relación poli-amorosa. Todavía no había reunido el coraje para preguntar. No conocía la manera apropiada de empezar el tema

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ya sea sobre estar relacionadas o en un trío. Pero no era nada nuevo, no conocía la manera apropiada de empezar un sin número de temas. Gustavo (o Gus, como prefería ser llamado, porque ¿qué demonios había fumado el Pastor Tommy el día que le puso nombre a su hijo?) había arrancado y leído las largas y confusas 135 citas inspiradoras del año. No hay ascensor hacia el éxito. Tienes que tomar las escaleras. —Esa es, probablemente, la cosa más estúpida que he leído nunca —Gus murmuró. Gus odiaba las citas inspiradoras, pero Nosotras Tres Reinas, sentían que él tendía a ser un poco terco y necesitaba afirmaciones diarias. Gus había aprendido rápido que cuando unas lesbianas te daban un regalo, había que aceptarlo con una sonrisa en la cara. Si no lo hacías, era posible que las tres lesbianas (quienes eran o hermanas o amantes y él realmente necesitaba encontrar una manera de preguntarles) vinieran a tu casa con cazuelas de atún o carne cada día de la semana y te lo hicieran comer frente a ellas mientras te dicen que mereces cosas buenas y francamente, Gus, deja de poner esa cara, se te va quedar de esa manera y ¿qué vas a hacer entonces? Así que Gus prometió intentarlo, pero Nosotras Tres Reinas no estaban en su habitación esta mañana y además no necesitaba esconder que eso no era inspirador, y de hecho se acercaba bastante a lo opuesto de inspirador aún siendo un mensaje inspirador. Pero eso estaba bien. Sólo le quedaban doscientas treinta más. La alegría que sintió mientras pensaba eso no conocía límites. Y estaría bien que no le dieran otro el año que viene.

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Simplemente cerraría su puerta con llave para evitar futuras cazuelas. Antes de que pudiera rumiar sobre la adicional deficiencia de ser inspirado tan temprano en la mañana, Harry S. Truman, chilló detrás de él en algún lugar, fuera en el pasillo. No el Harry S. Truman que tú piensas. No, ese Harry S. Truman murió de fallo multi-orgánico en diciembre de 1972, así que sería un poco alarmante tenerle en la casa de Gustavo, demandando ser alimentado. Gus no sabía lo que haría si estuviera cazado por el fantasma de un ex-presidente. Por suerte, el presidente Truman probablemente tendría un millón de citas inspiradoras y Gus tendría que encontrar un exorcista o algo para que el presidente descansara en paz y dejara a Gus solo. Se sintió mal sobre eso, bueno, un poco. Y no sabía cómo empezar a buscar un exorcista presidencial. Parecía un montón de trabajo. No, este Harry S. Truman era un hurón albino de tres años de edad que el Pastor Tommy había adoptado antes de morir. En su lecho de muerte, con el cuerpo rasgado por el cáncer, el Pastor Tommy, hizo que Gus prometiera que cuidaría de Harry S. Truman por el resto de sus días. —Él es mi animal espiritual —el Pastor Tommy había dicho—. Igual, me guía y esas mierdas. Me enseñará los secretos del universo. Puede ser tuyo, ¿sabes? Si tú quieres. Seguro —Gus había dicho, sus ojos quemando ligeramente—. Vale. Está bien. —Eres un buen hijo —el Pastor Tommy dijo con una sonrisa—. Ahora, acercarme mi pipa y vamos a ver „House Hunters Internacional' y reirnos de la gente cuando elijan la peor jodida casa, porque ellos siempre lo hacen, por Dios.

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Harry S. Truman estaba esperando por Gus en el pasillo, sus ojos rojos mirándolo y sus bigotes moviéndose espasmódicamente. Cuando vio que tenía la atención de Gus, Harry S. Truman chilló otra vez y corrió hacia él, las pequeñas patas repiqueteando en el suelo. Tan pronto como alcanzó a Gus, se recostó en su estómago, impidiendo a Gus tomar cualquier medida. Él sabía que era la manera más fácil de conseguir la atención de Gus. —Eres un idiota —le dijo Gus, pero se agachó y levantó a Harry S. Truman, quien procedió a escalar su hombro y lamer su pelo. Gus hizo su camino a la cocina mientras Harry S. Truman le bañaba y resoplaba húmedamente en su oreja. Gus intentó no hacer una mueca, pero estaba cerca. Le estaba bañando un hurón por ahora, pero eso no quería decir que apreciaba tener babas en su oreja. Pero como el presidente, el hurón Harry S. Truman no daba una mierda sobre dónde estaban sus babas, así que Gus tenía que lidiar con ello. Harry S. Truman saltó de su hombro sobre el mostrador cuando Gus bajó hasta el gabinete junto al fregadero hablando con sus pequeños clics y chirridos. Gus agitó los gránulos en su envase de goma y Harry S. Truman giró en un círculo. Gus llenó su bol, se aseguró de que tenía agua fresca, y luego se sentó en el suelo al lado de Harry S. Truman que cavaba entre los gránulos, comiendo una manzana y pensando. —Yo no voy a tomar el ascensor —dijo Gus finalmente, decidido—. Las escaleras tampoco. Estoy bien con mi manera de ser. Harry S. Truman lo ignoró por completo, pero estaba bien.

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GUSTAVO TIBERIUS (sin segundo nombre porque el Pastor Tommy no pensó que fuera necesario. Venga ya, Gus, ¿por qué necesitas tres nombres cuando tus dos nombres son brillantes? Gus no sabía si estaba de acuerdo con el Pastor Tommy en eso último) tenía veintinueve años en este ciento trigésimo quinto día del año. Estaba vivo, no tenía granos en su cara esta mañana, y buenas encías. Su piel era pálida, y su pelo negro, que necesitaba un corte, se rizaba en su frente y cuello. Intento afeitarse la cabeza, pero descubrió, después de hacerlo, que su cabeza era desproporcionadamente grande comparada con el resto de su cuerpo. El Pastor Tommy dijo que absolutamente no se veía como un pene, y se sintió agradecido por eso, pero entonces el Pastor Tommy se disculpó por mentir y dijo que definitivamente sí se veía como un pene. Gus nunca volvió a afeitarse la cabeza. Tenía ojos azules, que el Pastor Tommy describió como ‗basura europea agradable' (¿qué demonios?), y pasó un año cuando tenía seis años convencido de que estaban demasiado juntos y tiraba cada mañana de las esquinas en un intento de conseguir que estén más separados. Funcionó, pero al mismo tiempo cumplió siete y descubrió el póker y olvidó todo sobre tener ojos pequeños y brillantes, porque estaba demasiado ocupado con el Pastor Tommy y ganando cientos de dólares en billetes de Monopoly. Tenía nariz y orejas, también, pero no tenía problemas con ello. Gus se miró en el espejo y flexionó sus brazos. Fue sólo momentáneo, ya que Gustavo Tiberius no era un gilipollas. Al menos no un completo gilipollas. Sus brazos tenían bultos, así

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que se podía interpretar como que tenía músculos, así que flexionarlos de vez en cuando estaba bien. No todo el tiempo, sin embargo. Tenía algo de dignidad, después de todo. Las Nosotras Tres Reinas decían que estaba demasiado delgado, pero él pensaba que era el deber de las viejas damas de todo el mundo decir eso sobre la gente joven, así que no pensaba demasiado sobre eso. Se duchó y cepilló y enjuagó sus dientes. Le sonrió a su reflejo, pero fue raro, así que paró. Sonreír era lo suficientemente raro para él. Sabía muy bien que tenía cara de puta recostada, pero no había nada que pudiera hacer sobre eso. Así que no hizo nada. La gente decía que debería sonreír más. Él generalmente evitaba a esas personas. Se vistió con su uniforme de trabajo, le puso la plaquita con su nombre (pensándolo, en serio, Abby, Oregón, sólo tenía seiscientas cincuenta siete personas, y todo el mundo sabía quién era quién, muy a su pesar), y mentalmente se preparó a sí mismo para salir por la puerta e interactuar con la raza humana. Hoy iba a ser un día ok. Aseguró a Harry S. Truman en su trasportín, el hurón le refunfuñó, abrió la puerta frontal de la casa y empezó a afrontar su día.

PARA EMPEZAR, sólo tenía que cruzar la calle hasta Lottie's Lattes, una cafetería con el más ridículo nombre. Él se lo dijo a Lottie, y ella refunfuñó y le hizo un batido de frutas en vez de su acostumbrado café solo. Estuvo dulce y cremoso y todo sobre él fue terrible, así que se guardó sus opiniones

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sobre nombres para sí mismo (fue una cosa terrible y cualquiera que pensara de otra manera debía ser castigado en consecuencia). Estaba fresco afuera, pero el cielo era azul y el sol brillaba. Los pájaros estaban cantando y la gente decía hola mientras iban por la calle. Gus dio lo mejor de sí mismo intentando no fruncir el ceño, pero aparentemente era impropio de él (Gus, Dios mío, para con esa cara, como decía el Pastor Tommy, en paz descanse). Se las arregló para contestar con un hola, y en silencio se felicitó por hacerlo tan bien. La campana sonó alegre y acogedora, y Gus puso los ojos en blanco. Lottie estaba detrás del mostrador, todo su metro treinta, con su largo pelo rizado teñido en una alarmante sombra de rojo. (He sido un drag queen en una vida pasada —me confesó una vez). Estaba en sus cincuenta, y honestamente, no aceptaba mierda de nadie. Él la había visto derribar a un hombre tres veces su tamaño, pateándole las nueces cuando este, estando borracho, hizo un movimiento agresivo hacia ella. —Con grandes poderes vienen grandes responsabilidades — le dijo ella solemnemente, y él tuvo que recordarle que ese era Spider-Man y que ella tenía pelos de drag queen. Lottie también tenía un arma de fuego que mantenía oculta debajo del mostrador. La había llamado LeVar Burton, pero mantenía el por qué para sí misma. Gus pensaba que era porque Lottie tenía una erección de dama por la Unidad La Forge/Leer Arcoíris. —Tu aura es marrón hoy —Lottie dijo como saludo. Gus cabeceó. Él no creía en auras o cristales o sean cuales sean las choradas hippies a las que Lottie estaba suscrita, pero

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¿por qué era marrón? —¿Qué significa eso? —preguntó, intentando sonar como que no le importaba para nada. Pensaba que lo había conseguido admirablemente. Ella se encogió de hombros. —No lo sé. Puedo verlo. No le busco sentido. No tengo tiempo. Nadie más va a preparar esos muffins de plátano. Entonces estrechó sus ojos y dijo: —Mejores actores de reparto y ganador de 1957. —Anthony Quinn, Don Murray, Anthony Perkins, Mickey Rooney y Roberto Stacl —Gus recitó automáticamente—. Anthony Quinn ganó por Lust for Life. Ella suspiró. —Un día, voy a pillarte —dijo ella—. Todavía no sé cómo conoces cada una de las categorías de los premios de la Academia y los ganadores. —Es un don —dijo Gus. —Como las auras —dijo ella, asintiendo sabiamente—. No, no como las auras. Porque eso era una chorada. —Exactamente —dijo él, porque no quería un maldito batido de frutas esa mañana. O un muffin. Ella empezó a preparar su café. —¿Cómo se encuentra hoy el presidente? Harry S. Truman chilló. —Bien —dijo ella—. Su aura es roja. Igual que sus ojos. Combina extrañamente con tu marrón. —Eso es súper —dijo Gus, y se dio cuenta de que no era una chica de dieciséis años, e inmediatamente suprimió la palabra súper de su vocabulario. Debía haber dicho estupendo. Sonaba mucho más apropiado para su edad. Y sarcástico.

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—Robert Stack es hermoso —ella dijo poniendo una tapa a su café—. No le habría echado de mi cama por la mañana. —Está muerto —dijo Gus—. Espero que no estuviera en tu cama. Para mí no te ves como una necrofílica. Pero ¿qué sabía él? Ella veía auras. Puede que el simple hecho de que Robert Stack esté muerto no frenase su lujuria carnal. —Mi madre era hemofílica —ella ofreció. Él la miró. —¿Qué has leído hoy? —preguntó ella, ignorando la mirada en su cara, como solía hacer. Era molesto que de alguna manera se hubiera vuelto insensible a sus expresiones faciales. Se dijo a sí mismo que sólo tenía que intentarlo con más fuerzas la próxima vez. —No tomes ascensores hacia el éxito porque los cables se pueden romper y caerías en picado hacia tú muerte. Toma las escaleras, pero mira tus espaldas, porque alguien puede empujarte para abajo y podrías romperte el cuello. Ella torció su nariz. —Eso no suena muy inspirador. —Lesbianas —dijo él, porque eso lo explicaba todo. Y si no, entonces debería. Pensaba que la mayoría de los problemas del mundo podrían resolverse de esa manera. —O Gus —dijo Lottie, ese conocimiento destellando en sus ojos. Él frunció el ceño. —¿Muffin? —ella preguntó dulcemente—. Es de plátano. Los hago yo, en caso de que no lo supieras. Él frunció el ceño aún más. Ella le dio un muffin de todas formas.

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Él frunció el ceño a más no poder. —Y tú café —dijo ella dándole la taza que tenía un corazón dibujado alrededor de su nombre—. Tan negro como tu corazón. —Pensé que era marrón —dijo él haciéndole muecas al corazón. Era mono. Dios, odiaba jodidamente lo mono. Estaba al mismo nivel que súper. Ella sonrió. —Te voy a llevar el almuerzo al mediodía. —No ensalada de atún —le advirtió antes de que volviera a alejarse—. Que Dios tenga misericordia de tí si hay ensalada de atún. —¡Gracias por venir a Lottie Lattes! —gritó tras él—. ¡Donde nos gustas un montón! —Por el amor de Dios —murmuró él cuando la campana sonó por encima.

CAMINÓ hacia abajo por Main Street, lejos de su casa y Lottie's Lattes, antes de cruzar al otro lado de la calle. Harry S. Truman le chilló mientras caminaba, haciendo malabares con el trasportín, el café y el maldito muffin. Pensó en dejar caer el muffin en la calle, pero Lottie, de alguna manera lo encontraría y él seguramente tendría ensalada de atún. Paró en frente de su tienda, una manzana más abajo y dejó el trasportín de Harry S. Truman en el suelo mientras sacaba sus llaves del bolsillo y abría la puerta. Se recordó que necesitaba arreglar la cerradura más tarde, ya que se atrancaba de vez en cuando.

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Levantó a Harry S. Truman y entró en la tienda, encendiendo las luces. Estas parpadearon por encima de su cabeza y él se dirigió al centro de la estancia, donde estaba el mostrador. Dejó a Harry S. Truman encima del mostrador y se inclinó para encender su ordenador Gateway 2000 y el monitor. Mientras éste arrancaba, abrió la jaula para mascotas que había en el mostrador. Limpió la pequeña caja del interior y puso agua fresca en el bol de una de las botellas que el mantenía en una pequeña nevera debajo del mostrador. Después de que estas tareas fueron completadas, abrió el trasportín. Harry S. Truman retorció juguetonamente sus patitas y chilló cuando vio su jaula y los pequeños juguetes del interior. Gus dejó la puerta de la jaula abierta de momento. Como el presidente por el que había sido nombrado, Harry S. Truman no se alejaría demasiado. Tomó el plumero de debajo del mostrador y fue arriba y abajo en los pasillos, desempolvando la mercancía y colocando cualquier caja que no estuviera en su lugar. Había cientos de esas cajas, pero Gus no era otra cosa que eficiente. Ayudaba que hiciera lo mismo todas las noches antes de irse, así que el polvo no tenía ninguna oportunidad de acumularse. Le dejaba un montón de tiempo para pensar, y hoy, pensó sobre el documental que vio en la televisión la noche anterior, sobre el período de apareamiento de las cabras de montaña. Los machos cabríos maduros, o chivos, como los llamaron, miraban a las hembras, las cabras, por largos períodos de tiempo. Después procedían a cavar surcos y luchar con otros machos para impresionar a las cabras. Después de elegir una pareja, el apareamiento era rápido y caótico, y las cabras

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podían elegir múltiples parejas, mientras el macho sólo elegía una. Gus se había sentido ligeramente horrorizado por la promiscuidad de las hembras cabrías. Decidió que estaba agradecido de ser humano. La mayoría del tiempo. Terminó de desempolvar treinta minutos después. Volvió al mostrador. Harry S. Truman estaba parpadeando somnoliento desde su manta. Gus dejó el plumero en su sitio, tecleó su contraseña en el ordenador (WiTcHITA123KANSsas —porque nunca había estado ahí y nadie nunca la adivinaría), y enderezó la plaquita con su nombre. Miró el reloj y contó el último minuto en su cabeza. —Está bien —dijo cuando la segunda manecilla cruzó las doce—. Hoy va a ser un día ok. Tomó una respiración profunda y soltó el aire despacio. Gustavo Tiberius, nombrado por su padre, que llevaba tres años muerto y una madre que se marchó cuando él tenía tres años y nunca volvió, se movió hacia la entrada de la tienda. Desbloqueó la puerta, dándole la vuelta al cartel para que mostrara Abierto, y accionó el interruptor para iluminar las letras que colgaban en la ventana frontal de la tienda. Era el día ciento treinta y cinco del año, quince de mayo de 2014. Era un jueves primaveral con el sol brillando y el olor de pinos en el frío aire de montaña. Iba a ser un día ok, porque así lo había dicho Gus. Él no necesitaba mensajes inspiradores regalados por lesbianas poli amorosa (quienes, de hecho, sólo eran hermanas). No necesitaba muffins de plátano hechos por una repetitiva mujer bajita con pelos de drag queen. Tenía el hurón de su padre, el antiguo ordenador de su padre, y Pastor Tommy's Vídeo Rental Emporium (todos los ciento cincuenta y ocho metros cuadrados) estaba ahora oficialmente abierto,

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sirviendo a la gente de Abby, Oregón, y las áreas del alrededor, de lunes a sábado, abriendo cada día a las nueve y cerrando a las cinco. Las tarjetas de regalo estaban disponibles a demanda. Martes era el día de alquiler a noventa y nueve centavos, hasta tres alquileres. Dios, odiaba los martes. Venían al menos cuatro personas los martes. Pero hoy era jueves. E iba a ser un día ok.

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Capítulo 2

NADIE vino a la tienda en toda la mañana, pero eso era de esperar. Era jueves, después de todo, y Gus le habría fruncido el ceño a cualquiera que tuviera tiempo para alquilar una película en vez de estar trabajando. Seguramente, le habría fruncido el ceño a cualquiera de todas maneras, pero eso solo era parte de quién era. Ese específico fruncimiento de ceño era uno de juicio y leve desprecio. El hecho de que la tienda estuviera abierta sólo cuando la gente debería estar en el trabajo realmente no se le había pasado por la cabeza. Pero, el Pastor Tommy siempre le había inculcado que el cliente era ¡¡¡el número uno!!! Así que Gus se sentó en el taburete detrás del mostrador y miró la puerta frontal, esperando en caso que alguien, que obviamente no contribuía con nada a la sociedad, viniera un jueves por la mañana a alquilar una película. Pero nadie lo hizo. Gus se sintió mejor por eso. Eran las 11:54 exactamente cuando recibió sus primeros clientes del día. Pero era lo esperado, ya que venían cada día que estaba abierto a las 11:54. Ni un minuto antes o después. Gus pensaba que se mantenían fuera de la vista, sincronizando sus relojes, mientras esperaban que llegara el momento exacto para descender sobre él y alquilar su película para el día. Él no

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les fruncía el ceño con juicio, porque les tenía miedo, cosa que nunca admitiría. Las Nosotras Tres Reinas: Bertha, Bernice y Betty. Llegaron en sus Vespas, sus deslumbrantes chaquetas rosa de cuero con una corona de reina decorando la espalda. Bertha, como siempre, lideraba. Si alguna vez hubiera una lesbiana líder de banda, muy dueña de su moto (Vespa), en Abby, Oregón, sería ella. Bertha estaba en sus setenta y muchos, tenía un peinado afro casi perfecto de pelo blanco, rizado semanalmente en el Midge's Hair Salón, un par de manzanas abajo en el Main Street. Sus manos eran huesudas y sus ojos agudos. Su voz era suave como el whiskey. Bernice llevaba una peluca verde hoy, debido a que era propensa a la calvicie femenina, algo que ella le dijo a Gus, aún cuando no quiso saber. Él se lo dijo bastante, pero ella siguió y siguió en que era tan común en las mujeres como en los hombres, cómo ella no se avergonzaba de ello por todas sus bonitas pelucas, y que le enseñaría su calva cabeza, si de verdad quería verla. Él no quería. Ella se la enseñó de todas maneras. Tenía setenta y dos. Betty mantenía su pelo corto en este momento, incluso más corto que el de Gus. Mientras Bertha y Bernice llevaban vestidos bajo sus chaquetas rosa y zapatos cómodos, Betty vestía vaqueros y chaparreras y botas con hebillas de plata que tintineaban mientras se pavoneaba. Las otras dos le decían tortillera toro, y Gus no estaba muy seguro lo que eso significaba. No estaba seguro de querer saber lo que eso significaba. Gus encontró que era mucho más fácil no hacer preguntas. La gente le dejaban más en paz de esa manera.

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Pero no Nosotras Tres Reinas. Ellas habían rugido por la ciudad (bueno tanto como una Vespa podía rugir) tres días después de que el Pastor Tommy fuera puesto en la tierra, diciendo que iban a cruzar el país. Empezaron en Ashland, Oregón, e hicieron sólo las 67,8 millas hasta Abby y decidieron que les gustaba suficiente para renunciar a su viaje en moto a través de América. Se quedaron en el único hotel de Abby mientras finalizaban la compra de una casa para nunca irse. Por alguna razón, ellas adoraban a Gus. Al principio él lo odió. Su padre había muerto. Él estaba de duelo. Vistió de negro donde fuera que iba y le fruncía el ceño a cualquiera que intentaba hablar con él. Pero ellas vinieron a su tienda, día tras día, decidiendo que alquilarían en orden alfabético para ver todas las películas de la tienda, una a la vez. Actualmente estaban en la C. Gus pensaba que, al ritmo que llevaban, no había manera de terminar toda la sección antes de que estiraran la pata. De alguna manera se las arregló para mantener ese pensamiento para sí mismo. Ellas vieron su dolor como lo que era y se encargaron de convertirlo en algo que valía la pena. Él se resistió, por supuesto. No habría sido Gus de no haberlo hecho. ¿Ahora, sin embargo? Ahora las toleraba. Principalmente. —Gustavo. —Bertha saludó, manteniendo la puerta abierta para las otras—. Me alegró que estés vivo hoy. —Eso es debatible —dijo Gus—. Cada momento que vivimos es otro momento en el que ya estamos muriendo. Bernice se río mientras se acercaba y pellizcó sus mejillas. —¿Sabes? —dijo ella—, usas más músculos de tu cara para

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fruncir el ceño que para sonreír. —Eso no es verdad —dijo Gus—. Te han mentido. Usas doce músculos de tu cara para sonreír y once para fruncir el ceño. La ciencia médica es un hecho. No los memes de internet que compartes cuando no tienes nada interesante para decir. —Oh, chico —dijo Bertha—. Es uno de esos días, ¿no es así? —No —dijo Gus—. Es lo mismo de siempre. —Hmm —dijo Betty acercándose más para inspeccionar la cara de Gus—. Su ceño es un poco más pronunciado hoy. Tal vez un centímetro o así. —Sonreí —insistió Gus—. En el espejo, esta mañana. Fue raro y me arrepentí que alguna vez haya pasado. —¿Te has flexionado de nuevo, también? —Berenice preguntó, corriendo sus dedos por su brazo—. Eres un hombre grade y fuerte. Y, Dios, se arrepentía del día en el que les contó eso. —No. No hago nada de eso. Eso pasó una vez. O lo que sea. ¡Cállate! Las Nosotras Tres Reinas le miraron. Él las miró de vuelta. —Gus. —Betty ladró por fin, y él la miró con un poco más de atención sin siquiera darse cuenta. Aparentemente, Betty había estado en el ejército durante años antes de retirarse. No parecía que fuera capaz de dejarlo ir. —¡El mensaje inspirado del día! —Ugh —dijo Gus, lamentando con firmeza todas las decisiones de su vida. —¡Ahora, cadete!

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—No soy tu… Su boca se estrechó. Esa no era una buena visión. Incluso Gus sabía que no debía luchar con esa mirada. Uno no quería enfrentarse a la ira de una motorista (de Vespa) lesbiana. —No hay ascensores hacía el éxito —Gus se quejó—. Tienes que tomar las escaleras. —Oh, ¡cuánta verdad! —Bernice exclamó aplaudiendo—. Que sentimiento más hermoso. —Tienes que trabajar para ello —Bertha agregó—. Nada llega fácil. Levantó el cuello de su rosa chaqueta y miró al vacío, obviamente pensando en todo el trabajo que tuvo que hacer y las recompensas que recibió por el dicho trabajo. Como la chaqueta. O su pelo. —Cierto, cierto —dijo Betty—. Trabajar duro vale la pena al ver los resultados al final. —Los ascensores matan aproximadamente a seis personas al año —dijo Gus, porque él, no podía no decirlo—. Las escaleras matan a miles. En todo caso me gustaría tomar el ascensor para incrementar mis oportunidades de no morir. Todas ellas lo miraron de nuevo. —Es verdad —dijo Gus—. Miradlo en la enciclopedia. Yo lo hice. Es así como lo sé. Bertha resopló. —Gus, es 2014. Puedo mirarlo en mi Smartphone. —Oh, Bertha —Bernice dijo frunciendo sus labios—. Sabes que Gus todavía tiene un teléfono con tapa de hace una década. No hay necesidad de insistir. —Hace cosas —dijo Gus—. Puedo mensajear.

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—Pero no mensajes con fotos —dijo Bertha, sus dedos volando sobre la pantalla táctil del teléfono. —No necesito mensajes con fotos —dijo Gus—. Tengo un teléfono. Es para hacer llamadas. No para que los hípsters suban a Instagram la foto de un plato de ensalada de quinua, en lo que se supone que es una iluminación artística y así todo el mundo pueda ver lo que tienen para el almuerzo. —¿Qué diablos es una ensalada de quinua? —preguntó Bertha. —Suena libanés —dijo Bernice—. O puede que islandés. —¿Y a quién llamas? —le preguntó Betty ladeando la cabeza. —A la gente —dijo Gus, evitando sus ojos—. Para cosas. —A la gente. —Bertha repitió, sin levantar siquiera la vista de su teléfono—. Para cosas. —Sí —Gus dijo con el ceño fruncido—. Como... El sitio de la pizza. Para pizza. —Huh —dijo Bertha—. Seis personas mueren al año en los ascensores. —¡Ja! —dijo Gus—. Toma eso, internet. —Harry S. Truman está despertando —Bernice dijo, agachándose hasta quedar al nivel de la jaula—. Oh, mira esos bonitos ojos rojos del mal. Harry S. Truman bostezó. Incluso Gus dijo aww. Él lo negaría hasta el día de su muerte, sin embargo. Porque eso fue ridículo. —Señoras —dijo Betty—. Estamos aquí en una misión. —Ah, sí —dijo Bertha—. Gus, necesitamos devolver Cannibal Rollerbabes. Y pasar a la siguiente película. La cual

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probablemente también tenga caníbal en el título, ya que esta es tu tienda de vídeo. —Lo más probable es que sea correcto. ¿Opiniones? —Usar caníbales femeninos sobre patines, controladas por radio, para atraer a hombres para comerles, ha sido positivamente un golpe de genio —dijo Bernice—. Admito, sin embargo, el pensamiento de que debería haber más nenas en Cannibal Rollerbabes.‖ —Es de Canadá —dijo Gus. —Ohh —las Nosotras Tres Reinas, dijeron, porque eso explicaba todo. —¿Qué es lo siguiente? —preguntó Betty. Bertha suspiró desde la estantería en la que empezaba con C. —Cannibal Women in the Avocado Jungle of Death. ¿En serio, Gus? —Es una película con un muy fuerte fondo moralizador feminista —dijo Gus serio—. Y, además, hay una batalla entre Las Mujeres Barracuda y Las Mujeres Piraña. Ambas son tribus caníbales. Ya saben. En la Jungla Avocado. ¿Dato divertido? Se basa en Corazón de las tinieblas. —Betty. —Bernice susurró. —Sí, Bernice. —¿Gus acaba de decir ―dato divertido‖? —Creo que lo ha hecho —dijo Betty. —Vaya. —Bernice respiró. —No lo he hecho —dijo Gus, mirando a las tres a la vez—. Has oído mal. —Es el calendario inspirador —dijo Bertha, ignorándole completamente—. Lo está sacando de su concha haciendo de él una explosión de luz y color.

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—Es como esa canción de Katy Perry —dijo Bernice—. Como los fuegos artificiales. Bum, bum, bum. Gus supo entonces que algo tenía que estar mal con su vida cuando una probable lesbiana lo comparaba con una canción de Katy Perry. Hizo planes para quemar el calendario inspirador tan pronto como llegara a casa y esparcir las cenizas en un radio de cuatro millas. Esperaba que eso fuera suficiente para negar los efectos de ser un fuego artificial. También vestiría más negro mañana. Él no era fuegos artificiales. O, si lo era, era una de esas negras serpientes a las que prendes y no hacen nada más que soltar una larga fila de cenizas. Ese era un fuego artificial aceptable para ser. A nadie le gustaría entonces y no harían absolutamente nada. —Definitivamente está frunciendo más el ceño —Bernice dijo mientras le arrullaba. —Necesitas ver caníbales feministas —dijo Gus—. Créeme, cambiara tu vida. —Ese es un grupo de palabras que nunca pensé que oiría — dijo Bertha—. Gus, pienso que nuestros gustos en películas pueden ser distintos. —Nombra una buena película, entonces —Gus dijo. Bertha se encogió de hombros. —Me gusta la película Transformers. —¡Fuera de mi tienda! —dijo Gus—. Tú, pagana. Criatura blasfema. Michael Bay es para la cinematografía lo que el candirus es para las uretras. —Umm —dijo Bernice—. ¿Qué? Gus volteó sus ojos. —¿Candirus? ¿El nombre que dan en el Amazonas al bagre? Si un humano orina en el agua, el candirus confunde la

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corriente de orina con la corriente de agua de las branquias de un pez más grande. Nada por la uretra y se une con unas púas espinosas y entonces empieza a masticarlo desde dentro. —Así que —dijo Betty—, solo para ser clara. Comparas a Michael Bay con un pez que nada por los penes y empieza a comérselo desde dentro hacia afuera. —Sí —dijo Gus, sintiéndose bastante contento de haber sacado con éxito una analogía—. Tengo sentimientos muy fuertes hacia Michael Bay. Ninguno de ellos bueno. —He encontrado una foto en mi teléfono —dijo Bertha—. Te doy mi palabra, hay un montón de bagres en penes. Sabía que había una razón para que fuera lesbiana. ¡Validación! Gus tuvo que morderse la lengua, sin embargo. No sabía si ahora era el momento apropiado para preguntar sobre tríos. —Prefiero tener un pez en mi pene a sentarme y ver una película de Michael Bay. Por supuesto, fue entonces cuando la puerta de la tienda de vídeo se abrió. Lottie caminó dentro, su pelo de drag queen detrás de ella. —Eso es algo que nunca pensé que oiría decir a una persona. —Miró a Gus curiosamente—. Y mucho menos a ti. —Parece que está diciendo unas cuantas cosas como esas, hoy —dijo Bernice—. Es una rareza, lo es nuestro Gus. Gus se negó, absolutamente, a reconocer el caliente sentimiento que floreció en el al ser llamado el algo de alguien. No era los fuegos artificiales de Katy Perry, después de todo. Para contrarrestar los sentimientos que arañaban su pecho y le hacían querer sonreír y decir cosas como: Vamos a encontrar un prado y hacer un pícnic entre las margaritas,

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dijo: —Será mejor que no sea ensalada de atún. Odiaría tener que boicotear tu negocio por el resto de mi vida. —Es ensalada de pollo —dijo Lottie. —¿Hay pepinillos en ella? —Gus preguntó torciendo la nariz con disgusto. —Por supuesto que no. ¿De verdad crees que te haría eso? —De nuevo. —¿Qué? —Querías decir de verdad crees que te haría eso de nuevo. Lo has hecho antes. —Y lo había hecho. Fue uno de sus peores días de siempre. Ella sonrió. —Y me aseguré de aprender la lección. Pensabas que lo había hecho a propósito y no me has hablado durante dos días. Mi vida se sentía vacía y oscura sin tus ceños oscuros en el Lottie's Lattes, donde nos gustas un montón. —Ohh —dijo Bernice—. Eso es pegadizo. —Al igual que la clamidia —murmuró él en voz baja. —Gracias, —le dijo Lottie a Bernice—. Me alegró que pienses de esa manera. Gus tiende a verse como si hubiera mordido un limón cuando lo digo. —No lo hago —dijo él. —Lo estás haciendo ahora mismo. —Esa es mi cara normal. —Ah —dijo Betty—. Eso explica mucho. —Sonríe —dijo Bernice—. No te hará daño. —Podría hacerlo —dijo Gus—. ¿Qué pasaría si tuviera un infarto mientras sonrió? Mi cara se quedaría congelada de esa manera por el rigor mortis y tendríais que ver mi sonriente

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cadáver congelado, porque voy a insistir que sea un ataúd abierto sólo para mortificar a todo el mundo. —Me aseguraré de que te incineren —dijo Bertha—. Y voy a esparcir tus cenizas por la casa de Michael Bay, y así tendrá que caminar sobre ti todos los días. —Fuera —dijo Gus—. Tengo un negocio que atender. —Tiene que comer su sándwich sólo. —Como si todas ellas no lo supieran—. No le gusta comer delante de la gente. —Se siente antinatural —dijo Gus, ligeramente a la defensiva—. Vosotras no estáis comiendo, y yo sí, y me veréis masticando. Es privado. —Está bien —dijo Betty—. Dame Avocado Cannibal Babes, o cómo sea que se llame y me volveré pro-feminista, mientras tú masticas en privado. —Hmm —dijo Bernice—. Masticar en privado. Eso suena sucio. Gus ni siquiera dignaría eso con una respuesta. Tomó la tarjeta del videoclub de Nosotras Tres Reinas, les cargó dos dólares (incluso si pensaba que deberían ser cuatro; se dijo que era porque eran clientes regulares, y ese era casi verdad. También lo era porque las amaba profundamente y no sabía muy bien cómo decirlo de otra manera. Gus no era otra cosa que una persona reticente), y las envió a seguir su camino. Ellas prometieron que le verían mañana y dijo rotundamente: —La alegría que siento no conoce límites. Ellas se rieron, sin dejarse engañar en lo más mínimo. Se preguntó, mientras cerraba la puerta y esas Vespas arrancaban (se quejaban), cuándo exactamente perdió el control y se encontró a sí mismo con personas que podían ser consideradas amigos. Si tenía sentimientos cálidos y difusos en

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el interior, bueno... Nadie estaba ahí para verlo y el infierno se congelaría antes de que él lo admitiera.

NADIE más vino en el resto del día. Eso estaba bien. Era jueves después de todo.

LA TARDE era cálida cuando cerró Pastor Tommy's Vídeo Rental Emporium. Le dio la vuelta al cartelito y apagó las luces. Caminó alrededor para asegurarse de que cada película estaba perfectamente en su sitio. Solo habían venido las Nosotras Tres Reinas hoy, y nada había sido movido, pero le ayudaba ser meticuloso. Volvió a poner en el estante Cannibal Rollerbabes, y reflexionó brevemente sobre los misterios del cine canadiense. Le gustaría conocer Canadá, algún día, pero probablemente no lo haría. Eso requeriría dejar Abby, Oregón, y, aparte de un viaje a Seattle a un dispensario médico de marihuana con el Pastor Tommy un año antes de morir (que incluyó galletas y cupcake y mierdas llenas de THC de calidad: el Pastor Tommy estaba literalmente en el cielo, mientras mostraba su tarjeta de marihuana medicinal y cargó suficientes productos para que le dure al menos dos meses), él realmente nunca había pisado fuera de Abby. O, mejor dicho, del Condado de Douglas. No había necesidad. El mundo era grande y desconocido y asustaba. Gus no lo necesitaba. Tenía todo lo que necesitaba, estaba aquí mismo. Con Cannibal Rollerbabes y las otras películas de alta calidad. (Sí, incluso tenía Transformers. Todas ellas. Pero, que jodan

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a Michael Bay en su cara por arruinar los recuerdos de la infancia de millones de personas y por continuar haciéndolo con sus secuelas sin alma.) Harry S. Truman chilló felizmente salpicando agua en su jaula, esperando a que Gus hiciera lo que tenía que hacer y así pudieran volver a casa. Una vez que las tareas estuvieron hechas y los recibos contados (vale, el único recibo, pero lo que sea), metió a Harry S. Truman en su trasportín, apagó las luces, y cerró las puertas con llave para volver a su casa que estaba a una manzana, más o menos.

MAS TARDE, esa noche, se preparó una cena precocinada que no se parecía en nada a la imagen que venía en la caja. ¡ENCHILADAS DE CARNE! ponían en la caja, pero, Gus estaba convencido de que deberían poner ¡VOMITO DE ENCHILADAS! Se lo comió de todas maneras, y pensó que la próxima vez que fuera a comprar (domingo, siempre los domingos), probaría con una marca nacional en vez de una marca blanca. La idea le molestó ligeramente (como a menudo lo hacían los cambios), pero había tomado una decisión firme, e intentaba no darse cuenta de cuán sudorosas se sentían sus manos. Pensó en encender la televisión, pero prefería la tranquilidad, así que, en vez de eso, cogió la enciclopedia que había al lado del sillón reclinable en el que estaba sentado (el viejo sillón del Pastor Tommy, y dudaba de que alguna vez se pudiera desprender de él, sin importar lo mucho que dolía verlo todos

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los días). Estaba en la letra G de la edición de 2010. Para su horror, había sido el último año en el que la Enciclopedia Británica decidió imprimir ediciones de tapa dura, relegando todo a internet. Dado que Gus no había tenido una nueva edición desde 1995, el Pastor Tommy, había derrochado el dinero por su cumpleaños y le había comprado toda la colección de treinta y dos volúmenes. El Pastor Tommy habría dicho que a Gus se le escapó una lágrima cuando empezó a abrir cada uno de los libros envueltos individualmente. Gus habría dicho que el Pastor Tommy era un mentiroso y que la alergia le había golpeado especialmente fuerte ese día. —Es toda esa hierba cortada, —había dicho Gus con la voz ligeramente estrangulada. El Pastor Tommy sólo sonrió y le dio una calada a su porro. Pero el Pastor Tommy se había ido, y Gus tenía que leer un poco. Abrió el libro por la página marcada, y empezó a leer en voz alta sobre cómo en febrero de 1875 el SS Gothenburg naufragó en la Gran Barrera de Coral. Entre noventa y ocho y ciento doce personas perdieron la vida. Qué tragedia. Harry S. Truman no daba una mierda por la pérdida de vidas mientras se acurrucaba en el regazo de Gus y se dormía. Con el tiempo se hizo de noche y Gustavo Tiberius se llevó a sí mismo y a Harry S. Truman a la cama. Antes de quedarse dormido, a las 11:00 p.m., miró al techo y dijo: —Hoy ha sido un día ok. Mañana también lo será. Y casi se lo creyó.

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Capítulo 3

SU ALARMA sonó a las siete de la mañana. Abrió sus ojos. Dijo para nadie en particular: —Hoy va a ser un día ok. Rodó de la cama y completó sus ejercicios matutinos, porque su cuerpo era un templo. Se puso de pie, secándose el sudor de la frente. Miró hacía la mesita de noche y vio el calendario inspirador. Se le olvidó quemarlo la noche anterior. Se dijo que podría hacerlo el fin de semana. Pensó en ignorar el mensaje del día, pero sabía que Lottie y Nosotras Tres Reinas le preguntarían sobre ello y él no estaba de humor para dar largas hoy. Suspiró. La vida era dura. Arrancó la hoja con el mensaje del día anterior y leyó el de hoy. No mires atrás. No vayas por ese camino. —¿Qué demonios? —dijo Gus. Gruñendo, se duchó, lavó sus dientes, y no sonrió y/o flexionó ante el espejo. Se puso unos pantalones negros y una camiseta negra del Emporium. Fijó la plaquita con su nombre, asegurándose de que estuviera recta.

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Harry S. Truman esperaba por él en el pasillo. Lo recogió y lo llevó a la cocina. Se comió su manzana mientras el hurón jugaba con sus gránulos. Cuando terminaron, Gus cerró la puerta detrás de ellos y se dirigieron hacia el mundo. —TU AURA es más marrón hoy —dijo Lottie tan pronto como entró por la puerta. —Bien —dijo Gus—. Eso es lo que quería. Lo conseguí. —Hmm —dijo ella. —Hmm, ¿qué? —Gus preguntó sin preguntar. —Había muffins de sobra —dijo ella—. No necesité hacer más anoche. —Oh —dijo Gus—. Cuánto júbilo. —Así que, he googleado auras. —Fascinante —dijo Gus—. Deberías mantener para tí lo que haces en tu tiempo libre, porque eso suena mal. Café negro. — Hizo una pausa. Y después—, por favor. Ni siquiera el por favor la distrajo. —¿Qué has aprendido esta mañana? Él suspiró. —Que no deberías mirar hacia atrás, siempre adelante, lo cuál, honestamente, es ridículo, porque, ¿qué si estas caminando por la calle y unos ninjas desquiciados con una enemistad mortal van detrás de tí con una espada y te apuñala en el riñón? Si hubieras mirado hacia atrás podrías haberlo visto venir y tomado las medidas adecuadas para asegurarte de que tu riñón permanezca intacto. Café negro. Por favor.

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—Ninjas desquiciados —dijo ella—. El señor sabe que hay unos cuantos de esos ahí fuera. Ella se volteó para preparar su café, pero no antes de que envasara un cubo de limón helado y lo deslizara por el mostrador. —No lo sabes —dijo él dejando las pastas donde estaban—. Hay ninjas. El punto es que tú no los veas venir, especialmente si no los estás buscando. —Bueno —dijo ella. Sus ojos de estrecharon—. Mejores Guionistas, nominados y ganador de 1937. —La categoría se llamaba en aquel entonces "Mejor Historia‖ —dijo Gus—. Los nominados fueron Norman Krasna, William McGuire, Roberto Hopkins, Adele Comandini. Los ganadores fueron Pierre Collings y Sheridan Gibney por The Story of Louis Pasteur. Es sobre un científico que se inyecta la rabia a sí mismo. —Bueno, mierda —dijo Lottie. —Sí —dijo Gus—. Así que... —Las auras marrones significan soledad —Lottie siguió como si Gus no hubiera hablado en absoluto. Tapó la taza de café y le puso una pajita—. Y tu aura es marrón. Como marrón mierda de oso. O puede que mierda de nutria. O puede que mierda de oso y nutria combinada. Gus la miró boquiabierto. Ella se encogió de hombros. —¿Por qué no dijiste nada? —¿Sobre mierda de oso y nutria? —dijo él sonando ligeramente estrangulado. —Sobre sentirte sólo. Gus, se pondrá peor. —No lo hago —dijo él apuntalando los muros alrededor de

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su corazón y mente—. Estoy perfectamente bien, y todo está bien, y ¿sabías que un barco naufragó en la Gran Barrera de Coral en 1875? Más de cien personas murieron y, aparentemente, pudo ser evitado. Tan triste. Bueno. Una buena charla. Tengo que ir a trabajar. —Giró sobre sus talones e hizo todo lo posible para que no pareciera que estaba huyendo. —¿Ensalada de atún? —dijo ella detrás de él. —Ninjas con enemistades mortales, —le recordó él sin mirar atrás. —¡Gracias por venir a Lottie's Lattes! —dijo ella—. Donde nos… Pero la puerta se cerró detrás de él, cortando el resto. Él no era un solitario. Él debería saber si lo era. Él debería. Él no lo era. Él no lo era. Él no lo era.

ABRIÓ las puertas de su tienda a las nueve en punto. Exactamente a las 11:54, las Nosotras Tres Reinas entraron en el Emporium. —¡Cambia-vidas! —dijo Bertha. —¡Chocante! —gritó Bernice. —Jodidamente estúpida, —gruñó Betty. —Feminismo caníbal con intentos pocos sutiles de insinuaciones eróticas —dijo Gus—. Esperaba respuestas mixtas. —¡Habla, cadete!

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—Por el amor de Dios, yo no soy… Oh, estás poniendo esa cara de nuevo. Bien. Jesús. Decía que nunca debo mirar atrás y siempre mirar adelante, así no caminaré y caeré en una caverna o en el hueco del alcantarillado destapado. Pero no quiero ser apuñalado en los riñones, así que siempre miraré atrás. Pero no puedo hacer las dos cosas al mismo tiempo. Los músculos y lo huesos de mi cuello no me permiten tal rango de movilidad. —Hmm —dijo Bernice—. Eso tiene... sentido. O algo así. —¿Alguien está amenazándote? —Betty dijo chasqueado sus nudillos—. ¿Dices que alguien va a apuñalarte? Le vas a contar todo a la vieja Betty. Me aseguraré de que no serás apuñalado en los riñones. —Fue una forma de hablar —dijo Gus—. Y eso fue castrante. Yo puedo cuidar de mí mismo. Bertha y Betty resoplaron mientras Bernice pellizcaba sus mejillas. Gus dijo: —Dios. Lo que sea. Cállate. —Me lo cuentas, ¿me has oído? —dijo Betty, y Gus se preguntó si tan sólo tenía que entregar sus bolas ahora—. Estas bajo la protección de Nosotras Tres Reinas. —Tal vez deberíamos darle una chaqueta —dijo Bernice—. Pienso que tiene hombros para ello. Ella miró sus hombros con ojo crítico y él trató de cubrirse con los brazos, pero se dio cuenta rápidamente de lo ridículo que parecía. —Y unas botas —dijo Betty—. También chaparreras. ¿Cuáles son las medidas de tú entrepierna? —¿Por qué? No creo que eso sea asunto vuestro —dijo Gus rígidamente. Además, él nunca se había medido, así que no

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tenía ni idea. ¿Era eso algo que todo el mundo tenía que saber? Se recordó buscarlo en la enciclopedia cuando llegara a casa, pero recordó que solamente iba por la G, y no podía saltar hacia adelante. Estaba destinado a preguntárselo por meses. Bernice le miró las piernas. —Parece un treinta y dos de largo. —¡Perdón! —dijo Gus doblando su espalda y cubriendo su entrepierna por razones que ni siquiera entendía. No creía que una potencial lesbiana anciana supiera algo sobre cómo medir a un hombre. Ni siquiera estaba seguro de que ella estuviera en lo cierto para empezar. —Probablemente le valga mi chaqueta —dijo Betty. —No puedo vestir una chaqueta rosa —dijo Gus. —Alguien no está lo suficientemente seguro de su masculinidad, —susurró Bernice. —Estoy muy seguro —dijo Gus. No puedo estar más seguro. Soy como el Fort Knox de seguro. —Está bien princesa —dijo Betty—. Te creó. —The Cannonball Run —dijo Bertha, levantando una caja de DVD. —Ah, Burt Reynolds —Bernice dijo con un suspiró—. Dios sabe que nunca puedo decir no a eso. Y... Huh. Hermanas entonces. —No te olvides de Farrah Fawcett —dijo Bertha—. En toda su gloria. Y... Doble huh. ¿Hermanas, amantes-bisexuales? Era un misterio que tenía que resolver de forma encubierta. —¿Hay feministas caníbales en esta? —preguntó Betty—. No sé si puedo manejar más caníbales. Las feministas están bien. La mayoría del tiempo.

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Todas miraron a Gus. —No —dijo él—. No hay caníbales. O feministas. Lottie entró. Era jamón esta vez. No había tomates tampoco, lo que significaba que Lottie no enfrentaría la ira de Gus otro día más. Tuvo suerte. Lottie y las Nosotras Tres Reinas se fueron juntas. Por un momento se pararon junto a las Vespas, y Lottie estaba agitando sus manos. Si Gus fuera bueno en charadas, habría sido capaz de averiguar de lo que estaban hablando. Como fuera, la charada era unos de los pocos talentos que Gus todavía tenía que dominar, y especuló que Lottie les estaba diciendo sobre un encuentro que tuvo con Bigfoot cuando tenía veinticinco años. O eso, o era una cuestión femenina y Gus no tenía cabida ahí. Hubo un momento, en el que las cuatro mujeres miraron hacia el videoclub y él juró que todas ellas tenían idénticas, malvadas sonrisas en sus caras. Eso... Eso no auguraba nada bueno. Luego se fueron por sus caminos, las Nosotras Tres Reinas marchando en sus Vespas y Lottie volviendo a su tienda. Nadie más vino ese día. Justo del modo en a él que le gustaba. Cerró el Emporium a las cinco. Era viernes por la noche. Hora de fiesta. Volvió a su casa e hizo arroz y pollo precocinado. Tomó su enciclopedia y continuó a través del amplio y maravilloso mundo de la letra G. A las siete, tomó una cerveza, pero sólo una. Un poco más y estaría enciclopendiando borracho, y eso sería una cosa imprudente para hacer. Muy pronto, estaría saltándose todas

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las letras y doblaría páginas y se despertaría por la mañana con dolor de cabeza y arrepentimiento, la enciclopedia colocada en su cara como un libro común. El camino de la vergüenza hacia su habitación sería miserable. No, era mejor que tuviera sólo una mientras leía el regalo de su padre en el sillón de su padre. Hoy era viernes, así que no entró hasta las 11:30. Mientras Harry S. Truman se ponía cómodo, acurrucándose en la almohada, junto a la cabeza de Gus, tomó una respiración profunda y la dejó salir lentamente. Dijo: —Hoy ha sido un día ok. Mañana también lo será. Después se quedó dormido.

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Capítulo 4

LA ALARMA sonó a las siete. Abrió los ojos. Dijo: —Hoy va a ser un día ok. Rodó fuera de la cama y se ejercitó. Terminó y se sentó, mirando el calendario inspirador. Pensó, brevemente, en ignorarlo hoy. Pero ya era parte de su rutina. Arrancó el mensaje de ayer y lo tiró a la papelera. Un simple hola puede conducirte a un millón de cosas. —Sí —dijo Gus—. Como el herpes, o ser jodido con el puño. Jodido y estúpido calendario inspirador. Era sábado. Se duchó y se vistió. La plaquita con su nombre estaba recta. Harry S. Truman actuó como un imbécil. Gus se comió su manzana. El hurón jugó con su comida y chillo felizmente. Después, metió a Harry S. Truman en su trasportín. Salieron de casa. Estaba lloviendo. —Hijo de puta —se quejó Gus. Volvió y tomó el viejo

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paraguas del Pastor Tommy de su soporte junto a la puerta. El Pastor Tommy era un firme creyente de tener que llevar el paraguas a cualquier sitio, porque Gus, muchacho, podría llover en cualquier momento, no importa si el sol está brillante y hermoso, él siempre iba a estar preparado, además, su pelo tendía a quedar de un modo rizado cuando se mojaba y siempre acababa viéndose como un caniche mojado, por Dios. Gus podía dar fe. Era la maldición de la familia Tiberius. —Lo siento —dijo Gus cuando Harry S. Truman se quejó en voz alta mientras la lluvia caía en su trasportín—. No me grites. Pensó en olvidarse de su café esa mañana. Sólo por esta vez. Suspiró y cruzó la calle. La campana tintineó sobre su cabeza. Recogió su paraguas y esperó el comentario colorido de Lottie. En cambio, una voz masculina dijo: —Oye hombre. Mírate. Todo mojado y salvaje. Gus se congeló. Ahora, hay que decir que Gus no era... del tipo agradable. Sabía que tenía cara de puta recostada, sabía que fruncía el ceño la mayoría de las veces, era considerado malhumorado y extraño, y la mayoría de las personas que entraban en contacto con él estaba de acuerdo en que era generalmente desagradable. Claro, la mayoría de las personas de Abby, Oregón, le sonreiría y saludaría, y seguramente, susurrarían entre ellos sobre lo extraño que era Gustavo Tiberius, sobre lo tranquilo que era ahora que ya no tenía al Pastor Tommy hablando por él. Él Pastor Tommy había sido la cara y la voz de los dos

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hombres de la familia Tiberius desde que podía recordar. Cuando murió, la voz se volvió tranquila y suave, hablándole sólo a un grupo selecto y realmente cuando era absolutamente necesario. Gus no era una persona de gente. Y eso era con la gente que él conocía. Y esta... esta no era una persona que él conociera. Lentamente, levantó la mirada, sabiendo que sus ojos estaban muy abiertos y con algo que probablemente podría ser interpretado como leve temor. Su corazón retumbaba en su pecho. Ahí, detrás del mostrador, había un hombre. Era más joven que Gus. Probablemente. Llevaba un gorro verde que era demasiado grande para su cabeza, cuya parte superior colgaba hacia su nuca. Un mechón de pelo rubio sucio sobresalía y descansaba sobre su frente. Sus ojos oscuros estaban enmarcados por gruesos marcos negros que descansaban en una nariz torcida. Tenía una barba desaliñada, pero probablemente estaba hecha para verse de esa manera. Era más oscura que el mechón de pelo que sobresalía de debajo de su gorro. Vestía una camisa de botones, abierta en el cuello, revelando millas y millas de pálida piel con pequeños rizos (aún más oscuros, pensó Gus, incapaz de pararse) en el pecho, por encima de los botones cerrados de la camiseta. Su cintura estaba envuelta en uno de los delantales rojos de Lottie's, ceñido alrededor de su cuerpo enjuto, fuerte y compacto. Pero fue en los brazos donde la mirada de Gus se quedó pegada. Las mangas de su camisa estaban remangadas, y casi cada centímetro de piel estaba cubierto de tatuajes, brillantes y

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coloridos. Podía ver pájaros y nombres y flores y líneas definidas. Se preguntaba cuán arriba en los brazos llegaban. Volvió a mirar a la cara del hombre y de dio cuenta de que habían pasado segundos y él no había hecho nada más que mirar. El desconocido tenía una pequeña sonrisa en la cara, un indicio de dientes blancos, y arrugas a lo largo de las comisuras de sus ojos. Era esbelto y bonito y tan, tan risueño, y fue incómodo. Gus no pudo pensar en una sola cosa que decir, así que dijo un simple: —Hola. La sonrisa del hombre se ensanchó. —Hey, hombre. Llueve gatos y perros. Gus (siendo Gus) dijo: —El primer uso registrado de esa frase fue en 1651 en la colección de poemas Olor Iscanus de Henry Vaughn. Pensando todo el tiempo ¡cállate, cállate, cállate! El hombre ladeó la cabeza. —¿De verdad? ¿Henry Vaughn, dices? Mis respectos. Gus tragó densamente e intentó controlar lo que fuera que le estaba pasando a los latidos de su corazón. —¿Dónde está Lottie? El hombre dijo: —Tú eres Gus, ¿huh? Y eso no le ayudaba para nada, así que Gus dijo: —No —más bien defensivo, porque estaba descentrado, y estaba lloviendo, y aquí había un desconocido con labios y orejas que sobresalían ligeramente y eso no debería ser jodidamente entrañable. Luego:

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—Quiero decir, sí. Sí. Gus. Gustavo. Gustavo Tiberius. Ese soy yo. Es quien soy. —¿Estás seguro? —el hombre preguntó, recostándose sobre sus brazos encima del mostrador sin quitar sus ojos de Gus. Sus dedos tamborileaban un staccato en el mostrador que Gus no pudo evitar seguir. —No suenas seguro, hombre. —Estoy seguro, hombre. ¿Cómo lo sabes? El tipo se encogió de hombros ligeramente. —Lo pone en la plaquita con tu nombre. Gus, al menos. Pero ¿Gustavo Tiberius? Eso es... épico. Como, estar en una colina, con tu espada desenvainada y un dragón a tu lado, ese tipo de épico. Gus frunció el ceño mientras se sonrojaba, porque era más bien no épico. —Si. Bueno. Bien. Café negro. —Y porque no era un completo gilipollas, añadió—, por favor, —después—, ahora, —y después—, por favor. Y entonces, por supuesto, fue cuando Harry S. Truman (terminando con el ser completamente ignorado, la reina del drama) escogió chillar bastante alto. —¿Qué demonios? —el hombre dijo, sus ojos amplios—. Um. No te alarmes, tío, pero la caja que estás llevando está chillando. —Eso es sólo Harry S. Truman. Y no soy un tío. —Harry S. ¿qué? —el hombre preguntó entrecerrándole los ojos a Gus, y ¿cuándo tomó Gus suficientes pasos hacia adelante para ver que el tipo tenía más o menos la misma altura que él? Tan cerca que podría mirar fijamente en los ojos del otro hombre y ver el oscuro avellana con pequeñas motas

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de oro y verde y... —Harry S. Truman —dijo Gus, intentando pararse de rapsodiar sobre el bonito hombre que estaba delante de él—. Mi hurón. —Tú hurón —el hombre repitió. Dios, era tan difícil encontrar buenos ayudantes estos días. Pobre Lottie. Además, le iba a dar un montón de mierda más tarde por no decírselo. El equilibrio había sido perturbado ahora y todo el día estaba probablemente arruinado. Hurón —dijo Gus—. Son cosas que la gente tiene. Yo tengo uno. Como otras personas. Es perfectamente normal tener un hurón. Debería saberlo. Tengo uno. Y soy normal. —Un hurón al que has nombrado Harry S. Truman. —No he sido yo —Gus replicó—. Ese fue el Pastor Tommy, dijo que se veía muy presidencial. —¿El Pastor Tommy? ¿Qué diablos estaba pasando? —Mi padre. No era pastor, pero todo el mundo le llamaba así, por Dios. El hombre sacudió la cabeza. —O estoy demasiado colocado, o no estoy colocado lo suficiente. Dios, esa es una buena onda en la que estar. —No deberías estar colocado en el trabajo —Gus dijo rígidamente—. No es apropiado. —Se encogió internamente, ya que sonó como si fuera una debutante de 1920. Trató de corregirlo y añadió: — Hombre —y eso lo hizo aún peor. —A Lottie no le importa —dijo el hombre, agitando una mano en fácil despido—. Ella sabe que este soy yo. —Sus ojos se abrieron—. Pero no. No, está bien. No estoy siempre

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colocado. Lo necesito. Más o menos. Los nervios, ¿sabes? Mi primer día y todo. ¡Y tú eres mi primer cliente! Pero es realmente medicinal. Tengo una tarjeta y todo. —¡Ni siquiera son las ocho de la mañana! —Fue despertar y quemar, hombre. Y ayudó. —No me importa —dijo Gus. Se preguntó qué pasaría si corría en dirección contraria. ¿El hombre lo seguiría? ¿Tendría que dejar la ciudad? ¿Dónde iría? Puede que a Canadá. Podría trabajar en su industria cinematográfica y hacer películas terribles. —Es una cosa medicinal —el tipo dijo encogiéndose de hombros otra vez—. Tengo estigmas. Gus le miró. El tipo le devolvió una sonrisa, amplia y maravillosa y, oh tan brillante y fresca. Gus lo odio. —Tienes estigmas —dijo Gus rotundamente. —Sí —dijo el tipo, intentando mirar en el trasportín, poniéndole caras a Harry S. Truman como si pensara que el hurón se reiría—. Eso es todo... cosita. Grr rawr, pequeño hurón. —Tus manos y pies sangran de manera similar a las heridas infligidas a Jesucristo durante su crucifixión y es por eso que tienes una prescripción para la marihuana medicinal. El tipo volvió a mirar hacia Gus. —Guau. Eso ha sido fuerte. Como. Vaya. Necesito poner este momento en Instagram —dijo sacando un Smartphone del bolsillo del delantal—. Nadie va a creerme. Tú eres como... andas por ahí con un hurón y mierda. Necesito decirle a todo el mundo sobre eso. Eres…

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—Oh Dios mío —Gus gimió, preguntándose si le habían drogado durante la noche y estaba teniendo un mal viaje—. Eres un hípster porrero, que piensa que sangra como Jesús. Y tienes un iPhone. Porque, por supuesto que lo tienes. Él levantó la mirada de su teléfono. —¿Sangrar como Jesús? —dijo frunciendo el ceño—. Hombre, eres, como... tremendo. Ese sería un gran nombre para una banda, creo. Bleeding Jesus5. La gente pensaría que tocarías rock cristiano del duro o algo así, ya sabes, gritar sobre tú amor por Cristo y cómo tu sangre arde por él y mierdas, porque que se joda el diablo, y entonces les sorprenderías saliendo y tocando folk con unos bongos. Hombre, eso sería increíble. ¿Tienes bongos? Siempre he querido… —Yo sólo quiero café —dijo Gus, sonando algo desesperado—, y tú me dices que fumas hierba porque sangras como Jesús. —No, no lo hice —dijo antes de levantar su teléfono y tomar una foto que Gus estaba bastante seguro que le mostraría con la más impresionante de las miradas—. Fumo hierba porque me encanta. Y, además, tengo esa cosa en los ojos. Oh, joder... —¿Quieres decir astigmatismo? Porque ¿qué está pasando ahora mismo? —Es lo que dije. ¿Qué filtro debería usar para tu foto? ¿Y cuál es tu nombre en Instagram para poder etiquetarte? Seríamos amigos ahí. Y en la vida real. Cualquiera que tenga

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En español Jesus Sangrante, que hace referencia a las estigmas. Se deja en original porque es el nombre que Casey le da a la imaginaria banda de rock cristiano

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tu cara y un hurón debería ser mi amigo. Me temo que tendré que insistir. —Yo no tengo Instagram, oh Dios mío. Tengo prioridades. Y la marihuana no hace nada por el astigmatismo. No hay ningún soporte médico que apoye… —Guay —dijo el hombre—. He usado el filtro Valencia. Resalta tus ojos. Y los ojos de Harry. —Empezó a teclear en su teléfono murmurando—. Hey, seguidores. Mi segundo día aquí y he conocido a Gustavo Tiberius y su hurón. Comprobadlo. Los dos tienen ojos bonitos. Carita sonrojada sonriendo. LOL. Hashtag increíble. Hashtag hurón presidencial. Hashtag aventuras en ciudad de montaña. Hashtag... —No tengo ojos bonitos —dijo Gus, sonrojándose miserablemente porque ¿qué? —Está bien —dijo el tipo—. No tienes que pensar eso. Yo lo hago. Hashtag hurón con mérito. Y publicar. —Puso su teléfono lejos y le sonrió a Gus, mirándole expectante—. Bienvenido a Lottie's Lattes donde jodidamente seguro nos gustas un montón. ¿Qué puedo servirte? —Café negro —Gus dijo entre dientes tratando de ocultar cómo de sudoroso estaba de repente. —Café negro viene ahora mismo. ¿Podría interesarte un muffin? Lottie los ha hecho esta mañana. Se ve bastante orgullosa de ellos. Como si el limón y las semillas de amapola fueran su religión. Quizás que puedas venderlos en el concierto de tus Bleeding Jesus. —Odio los muffins —dijo Gus algo salvaje. Y aunque eso no era del todo verdad, ciertamente lo sintió en ese momento, porque todo estaba equivocado. —Ohh —el hombre mientras llenaba una gran taza de café—

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. ¿Alguna tragedia relacionada con el muffin cuando eras pequeño? Lo entiendo, hombre. Créeme. Lo entiendo. Tuve una mala experiencia con la coliflor cuando tenía ocho años o algo así. Ni siquiera puedo estar cerca de una sin tener flashbacks... —Se encogió de hombros—. Estrés post traumático por la coliflor, ¿sabes? Me da escalofríos. Es mi Vietnam. La terapia ayudó. Más o menos. Pero todos estamos un poco locos, ¿verdad? Oh, y acaba de recordar. No tengo estigmas. Es glaucoma. Y eso me recuerda al guacamole. El cual sería impresionante ahora mismo. —¿Qué demonios has fumado? —preguntó Gus. El tipo le disparó una sonrisa por encima del hombro. —Mota, hombre. Y no esa paja de la ciudad vendida por algunos WAPS de los suburbios, eso es todo semilla. Consigues mierda fina por aquí. Los productores saben lo que están haciendo. La legalización hace maravillas. Puede que todos seamos Colorado algún día y podamos fumar en las calles. —Dejó la taza en el mostrador, poniéndole la tapa y la deslizó—. Un café negro, grande. Lottie dice que no te cobra por las cosas aquí. Igual, eso está guay, ¿sabes? Ella te quiere bastante. Y puedo ver por qué, hombre. Tienes todas esas... vibras sobre ti. —No tengo vibras, —Gus insistió, intentando no dejar salir ninguna vibra—. Soy no-vibras. Soy libre de vibras. Soy tan carente de vibras, soy el anti-vibras. —Seguro —dijo fácilmente—. Eso está guay. No tengo idea de lo que estás hablando. —Eso es... Tú sólo... Estas... —Hey, ¿tú fumas? —dijo como si Gus no intentara hablar para nada.

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—Tengo que ir a trabajar —dijo Gus, luchando por no arrebatarle el café y huir. —Impresionante —el tipo dijo. Hey. Hey. Me olvidé totalmente. Tú muffin. —¡No quiero uno! —¿Estás seguro? Lottie dice que te encantan. —Lottie es, literalmente, una mentirosa. Él parpadeó hacia Gus. —Vaya. Hombre, buena aliteración. Eso me puso la piel de gallina. Eso requiere habilidad. Tú tienes habilidad, Gustavo Tiberius. Sonrió de nuevo. Gus recogió su café y huyó.

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Capítulo 5

Y ESO arruinó todo su día. Estaba llegando tarde a la tienda, tarde para quitar el polvo de los estantes y colocar las cajas de las películas. Estaba tarde para encender el ordenador y para el momento en que cambió la señal a ‗Abierto‘ y desbloqueó la puerta, Gus estaba nervioso y desconcertado, y por alguna malditamente jodida razón, no podía dejar de pensar en aliteraciones, y era de verdad jodidamente frustrante. Dado que era sábado, de hecho tuvo clientes. Dos. En un período de tres horas. Y sentía que no estaba preparado para ellos, a pesar de que el pastor Tommy siempre le había recordado que los clientes eran ¡¡¡el número uno!!! y que ellos siempre tenían la razón, Gus, recuerda eso, y mira, mira, una pareja eligiendo la casa equivocada en House Hunters Internacional, que sorpresa, ni siquiera tiene hecha la plomería interna, oh, Dios mío. Martin Handle, un viejo que vivía apartado en el medio del bosque, llegó a las diez esa mañana, y Gus estaba tan sorprendido de verlo, que casi le dijo a Martin que se fuera a la mierda. Afortunadamente, Gus recordó que el cliente era ¡¡¡el número uno!!! y fue capaz de darle una retorcida sonrisa que, si la reacción de los ojos completamente abiertos del señor

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Handle tenía algo que decir al respecto, salió más parecida a una especie de mueca del tipo Estoy-pensando-en-bañarmeen-tu-sangre. El Sr. Handle alquiló Todo sobre Eva y Sesenta segundos, y Gus ni siquiera tuvo el ánimo suficiente para burlarse silenciosamente por esta última, dado que las películas de Michael Bay eran el tumor en la piel de la cinematografía. La segunda persona (¿qué era esto, el día de vayan a jodidamente alquilar una película?) llegó apenas pasadas las once y quería registrarse para obtener una nueva cuenta. Gus, después de haber sido entrenado a una edad muy temprana por el indomable Pastor Tommy, fue capaz de conseguir atravesar el tedioso proceso de solicitud de cuatro minutos sin ceder a la necesidad de hacer una mueca o rodar sus ojos. No ayudó al asunto que su nuevo cliente fuera la señora LaRonda Havisham, un ama de casa que vivía en el pueblo y cuyo marido era un camionero de larga distancia. Los rumores en la calle eran que la señora Havisham entretenía a hombres en ausencia de su marido. Gus nunca prestó ninguna atención a esas cosas, pero incluso él no podía ignorar sus opciones de alquiler de El Graduado e Infidelidad. —Bienvenida a la familia de alquiler de películas Emporium —dijo, como le habían dicho que dijera a todos los clientes nuevos—. En esta familia, encontrará miles de opciones a precios inmejorables. Recuerde, si no está en lo del Pastor Tommy, lo más probable es que sea contrabando y el FBI te encontrará. Tenga un día Emporiumfantástico. —Bien, ahora —dijo la señora Havisham, todo menos ronroneando mientras se inclinaba hacia adelante, un amplio escote mostrándose— Has crecido, ¿no es así? Dime, Gustavo.

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¿Cuáles son tus pensamientos sobre tener una amante experimentada? —No muchos —dijo Gus—. De hecho, ninguno en absoluto. ¿Además? Salí cuando tenía trece años. Tú estabas ahí. Como lo estaba toda la ciudad. El Pastor Tommy lo anunció en el Festival de la Cosecha de Otoño. En el escenario. En un micrófono. Había tarta de manzana para después. —¿Aún así? —dijo con una mueca exagerada. —Sí —dijo Gus, tan inexpresivo como podía serlo—. Aún así. Es divertido cómo eso funciona. —Bueno, si cambias de opinión, ya sabes dónde encontrarme —dijo, arrastrando una uña rosada por su brazo— . Mi puerta siempre está abierta. Como mi cuerpo. —Eso no es ni remotamente saludable —dijo Gus con un resoplido. —Tal vez por eso necesite tus proteínas —dijo con un guiño. —Nop —dijo Gus—. No, no, no. —¿Estás seguro de eso? —Tal vez deberías cerrar esa puerta. Y tus piernas. —Lo intenté, —la señora Havisham dijo mientras recogía sus películas y se volvía para irse. —¡Las películas se deben devolver para el martes! —gritó trás ella. Suspiró cuando la puerta se cerró detrás de ella. Culpó al hípster de la cafetería por esto. Por todo ello. La loca carrera por alquilar películas, el flagrante coqueteo de un puma, y la sensación de que todo alrededor estaba borroso en la que el cerebro de Gus parecía haber caído. Era culpa del hípster porque existía y existía cerca de Gus.

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—Voy a darle a Lottie tanta mierda —le dijo a Harry S. Truman—.Tú solo observa. Ella va a pagar por sus crímenes contra mi humanidad. Dado que era un hurón, Harry S. Truman no respondió. A las 11:54, las Nosotras Tres Reinas entraron al Emporium y de inmediato supieron que algo estaba mal. Porque por supuesto, que lo hicieron. Para ser honesto, pensó, realmente no era tan difícil de descubrir. —Tu cara está extra crispada hoy —dijo Bertha. —Y tú labio superior está sudoroso —dijo Bernice. —Y también luces como que estás a punto de golpear a una cabra bebé —dijo Betty. —Estoy bien —dijo Gus. Era casi creíble—. Y no voy a golpear a una cabra bebé. Dios. Qué demonios. ¿Quién hace eso? Ellas lo miraron fijamente. —Estoy bien —él insistió—. Absolutamente nada es diferente y todo está igual y estoy bien. —Hmm —dijo Bernice. —En efecto —dijo Bertha. —¡Cadete! —dijo Betty—. ¡El mensaje inspirador del día! Y eso era normal. Eso podía hacerlo. —Un simple hola puede llevar a un millón de cosas. Ellas esperaron. Él esperó también, pero sobre todo porque estaba pensando en tatuajes en los antebrazos y en barbas… —¡Oh Dios mío! —Bertha exhaló—. Algo está definitivamente diferente. —¿Qué? —dijo Gus, ruborizándose furiosamente—. Cállate.

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No lo está. ¿De qué estás hablando? Cállate. —Hmm —dijo Bernice de nuevo. —No has gruñido —dijo Betty, entrecerrando los ojos—. Tú gruñes y hoy no hubo ningún gruñido. Siempre gruñes, especialmente cuando se trata de los mensajes inspiradores. ¿Dónde está el Gusñido? —Eso ni siquiera es una palabra real —dijo Gus—. No te atrevas a traer tu jerga a mi lugar de trabajo. Esto no es una cancha de baloncesto del YMCA. No vamos a tirar a los aros. Sin jergas. —Ahí está el gruñido, Betty dijo a sus amantes lesbianas (¿hermanas?). —Pero parece tan retrasado —dijo Bertha. —Hmm —dijo Bernice. Gus trató de salvar lo que podía. —¿Y un simple hola? —dijo—. ¿Qué se supone incluso que signifique eso? ¿Qué pasa si le dices hola a alguien que luego resulta ser peor que Hitler o que Michael Bay y desatas otro holocausto u otra pesada-CGI, todo relleno, excusa de película protagonizada por Shia LaBeouf? ¿Podrían vivir con eso en su conciencia? Porque yo no podría. —Frase patética —dijo Bertha, tirando hacia arriba el cuello de su chaqueta de cuero rosada, luciendo muy guay, aunque Gus nunca diría eso. —Definitivamente una frase patética —Betty estuvo de acuerdo, parada en posición de descanso—. Posiblemente la frase más patética que alguna vez se haya fraseado. —Hmm —dijo Bernice, inclinándose sobre el mostrador hasta que su cara quedó a pulgadas de Gus. Él no se inmutó. Ni siquiera un poquito.

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—Cuéntame tus secretos —susurró Bernice y extendió la mano para tocar sus cejas. Ahora sí, él se estremeció. La puerta del Emporium se abrió. Lottie dijo: —Parece que estás a punto de ladrar —mientras entraba en la tienda—. No lo hagas. El derramamiento de sangre sería terrorífico. Gus entrecerró los ojos. —Tú —dijo—. Tengo algunas palabras para ti—. Porque sí, estaba a punto de ladrar muy duro. Y habría derramamiento de sangre. —Aquí vamos —dijo Bernice—. Revélame tus secretos. —¿Y cuáles serían esas palabras? —preguntó Lottie—. Te traje ensalada de huevo hoy. Sin pepinillos ni cebollas. Bueno, eso era bueno. Los pepinillos y las cebollas eran cosas del diablo y nunca deberían estar en cualquier sitio cercano a una ensalada de huevo, por lo tanto. Pero ese no era el punto. —¡Tú! —dijo Gus—. ¡Tú tienes un hípster en tu tienda! Élél-él me subió a Instagram. Nunca me sentí tan violado en mi… La puerta se abrió de nuevo. Entró el hípster. Sonrió cuando vio a Gus. —Hola —Gus chilló. Las Nosotras Tres Reinas volvieron la cabeza lentamente y se quedaron mirando a Gus. —Ese —dijo Bertha—, no es un sonido que habría esperado que hicieras nunca.

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Gus tosió, más o menos. —Sí. Bueno, algo en la garganta. La temporada de alergias. Es bastante mala este año. La cantidad de polen es alta. Es el calentamiento global. —Apuesto a que hay algo de calentamiento en tu garganta —dijo Bertha, su sonrisa un poco petulante. —Las cosas tienen mucho más sentido ahora —dijo Bernice—. Los secretos ya han sido revelados. —Oye, tía Lottie —dijo el hombre mientras se acercaba al mostrador—. Espero que no te moleste que me haya autoinvitado. Tenía que ver quiénes eran nuestros vecinos. Y mira quién es. —Saltó al mostrador como si perteneciera allí, como si lo hubiera hecho un millón de veces antes. —¿Tía Lottie? —Gus hizo eco, sintiendo algo parecido a la traición incluso cuando resistió el impulso de golpear al hípster en la nuca para sacarlo del mostrador. No me molesta en absoluto —dijo Lottie inocentemente, como si no fuera una especie de diabólica villana cuya única razón de ser era traer dolor a Gus—. Cuántos más, mejor. Señoras, este es mi sobrino Casey Richards. Casey, estas son las Nosotras Tres Reinas. Ah, y por lo que entiendo, ya conoces a Gus quién está por allí. Casey Richards. Eso tenía un nombre. Este era, muy posiblemente, el peor día de la vida de Gustavo. Bueno. Quizás no el absolutamente peor, pero estaba cerca. Gus no era típicamente propenso a hiperventilar, pero parecía ajustarse a la situación. Peor.Día.Siempre. (Casi.) —Vaya —dijo Casey, mirando a las Nosotras Tres Reinas

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arriba y abajo—. Ustedes tienen que ser las cosas más feroces que han existido nunca. Tienen chaquetas que coinciden. Eso es… hombre, yo ni siquiera sé lo que es eso. Su nivel de genialidad, literalmente, acaba de dejarme alucinado. Estoy sin palabras. Sin palabras. Gus pensó que estaba hablando bastante para alguien que decía estar sin palabras, pero mantuvo esa opinión para sí mismo y se quedó inmóvil, con la esperanza de que Jurassic Park estuviera en lo cierto y que Casey fuera como un dinosaurio y su visión se basara en el movimiento. —Tendemos a provocar eso dondequiera que vamos —dijo Bertha—. Es un poco lo nuestro. —Miró en la distancia como si estuviera recordando todas las mentes que había hecho alucinar. —¿Y ustedes se llaman a sí mismas las Nosotras Tres Reinas? —preguntó Casey—. El hecho de que ustedes existan y estén paradas delante de mí es un verdadero hito en mi vida. Gus pensó que tal vez las expectativas de Casey estaban un poco bajas si eso era un ‗hito‘, pero no dijo nada porque él no sacaba simplemente todo como haría un plebeyo. —Vaya, gracias, jovencito —dijo Bernice, radiante, y Gus consideró que ella era ahora una traidora a la causa. —Tenemos que hacernos un selfi —dijo Casey—. Todos nosotros. Tengo que tener una foto de nosotros. Cómo, ustedes no se hacen una idea. Gus espetó, —¡Oh Dios mío, selfis, maldita sea mi vida! —y de inmediato se llevó la mano a la boca y se quedó inmóvil, porque ellos lo estaban mirando. —Tú también, Gustavo Tiberius —dijo Casey, mirándolo.

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—No pienses que me he olvidado de tí. Y ya que había sido descubierto y el gato ya estaba fuera de la bolsa, Gus frunció el ceño en respuesta y dijo: —Yo no puedo hacer selfis. Va en contra de mi religión. Casey ladeó la cabeza. —¿Todo ese asunto de la banda folk de bongos Bleeding Jesus? —¿Qué? No. Solo. Cállate. Ni siquiera te conozco. —Oh —dijo Casey—. Lo harás. —¡No me amenaces! Casey negó con la cabeza. —Hay algunas cositas que tenemos que discutir. Eso no sonaba bien. —No tengo nada que discutir contigo —dijo Gus. —Uh, sí lo haces —dijo Casey—. ¿Y qué sobre el hecho de que trabajas en una tienda de alquiler de videos y estamos en el 2014? Eso es... eso es, como. Retro. Y mierda. —Retro y mierda —dijo Gus—. Vaya. ¿Es esa tu opinión profesional? ¿Vas a hacer un blog al respecto? —Sarcasmo —dijo Betty—. Tanto sarcasmo. —Siento que deberíamos tener palomitas de maíz, —Bernice dijo a sus hermanas-amantes—. Es como una película. —Una trágica comedia —Bertha estuvo de acuerdo. —Efectivamente —le dijo Casey a Gus—. Debido a que Netflix y Redbox no son cosas que realmente existen en estos tiempos que corren. —La gente quiere ladrillos y mortero —dijo Gus—. Y yo les doy lo que quieren. Yo ofrezco películas de alta calidad…

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—¿Esa es una muestra de Sharknado6? —preguntó Casey, señalando a una muestra de Sharknado. —… al público exigente que quiere venir y poder elegir cara a cara en vez de sentarse frente a una pantalla de ordenador y escoger opciones de saludables películas… —Guau, esa es una gran muestra de Sharknado —dijo Casey. —¡Se supone que es irónico! —Tan hípster —dijo Casey, sonando más cariñoso de lo que nadie nunca había hablado con Gus, excepto quizás por el Pastor Tommy—. Hacer las cosas irónicamente. Gus se quedó boquiabierto, porque dudaba que alguna vez hubiera sido llamado algo más ofensivo en su vida. —Entonces —dijo Casey, haciendo caso omiso de las amenazas de muerte murmuradas por Gus mientras saltaba del mostrador—. Selfi. Todo el mundo, reúnanse alrededor de Gus y apretújense juntos tanto como sea posible. Todos tenemos que entrar. —¿Qué? ¡No! No reunirse alrededor de Gus y apretujarse. Todo el mundo se reunió alrededor de Gus y se apretujaron juntos, Casey se apretó contra su costado, sus mejillas tocándose mientras levantaba su teléfono en frente de ellos. Fue horrible, aún cuando Casey oliera a café y Altoid y un débil dejo dulce a marihuana y… —Perfecto —dijo Casey, y todos se apartaron, Gus ni siquiera se dio cuenta de cuándo la foto fue tomada. Casey miró su teléfono y comenzó a cacarear—. Oh hombre. Gus, tu cara. Estoy publicándolo para todos. —Empezó a escribir furiosamente—. Hey, seguidores. Haciendo nuevos amigos. Sí, 6

Película de culto del cine Z., también conocido como Lluvia de Tiburones.

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esas chaquetas son reales. Hashtag feroces. Hashtag aventuras en un pueblo de montaña. Hashtag irónico videoclub FTW. Hashtag gruñón Gus. —¿Qué? —ijo Gus, indignado—. No soy… —Hashtag damas rosa. Hashtag continuamente colocado fumando hasta el musgo. Hashtag… —¿Lo ven? —Gus siseó hacia a las Nosotras Tres Reinas—. Está Instagrameándome. Sin mi permiso expreso. ¡Con hashtags! Ni siquiera sé que son esos. ¡Yo no soy una cena lujosa a la que nadie se preocupa en mirar! Bertha ya estaba en su teléfono. —Síguenos —le dijo a Casey—. Somos NosotrasTresReinasXsiempre en Instagram. Gus se la quedó mirando con horror abyecto. —Siguiéndolas —Casey dijo mientras su teléfono hacía un pequeño sonido musical. —Confirmado —dijo Betty—. Te estamos siguiendo también. —Hecho y hecho —dijo Casey y todos guardaron sus teléfonos. —¿Sándwich? —preguntó Lottie.

FUE mientras Casey estaba ayudando a las Nosotras Tres Reinas a elegir sus películas diarias (dos en esta ocasión, ya que al día siguiente era domingo y Gus cerraba los domingos) que Gus se dio cuenta de que todo esto podía ser culpa del calendario inspirador. Porque él había dicho hola, y había dado lugar a que un millón de cosas sucedieran en las últimas cinco horas, todas ellas difíciles y equivocadas. Gustavo

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Tiberius no era un hombre hecho para las cosas difíciles y equivocadas. Todo tenía un orden. Todo tenía su lugar. Y Casey Richards estaba arruinando eso. Estaba arruinando a Gus. —Lo estás mirando fijamente —dijo Lottie. —No lo hago —Gus dijo mientras miraba directamente a Casey—. Estoy mirándolo para asegurarme de que no roba nada. —Sí —dijo Lottie—. Dios no quiera que robe una caja de película vacía. ¡Oh, no! ¿En que se está convirtiendo el mundo? —Estaba colocado en el trabajo, —Gus susurró furiosamente. —¿Atendió tu pedido bien? —¿Qué? ¡Sí! Él estab… —Entonces, ¿qué importa? No tengo ningún problema con ello. Es medicinal. Algo así. —¡Me dijo que tenía estigmas! Lottie sonrió. —Sí, no siempre es la persona más inteligente cuando está colocado. No hiere a nadie, sin embargo. Como un adorable pequeño cachorrito. —Me hirió —dijo Gus—. Mucho. Mortalmente, podría decirse. Y si él es un pequeño y adorable cachorrito, es del tipo que caga por todos lados. —¿Crees que es adorable? —preguntó Lottie, arqueando una ceja. La mente de Gus se volvió algo difusa con eso. —¿Qué? ¡No! No lo hago. Es que... ¡No debería estar fumado mientras está trabajando!

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—Porque tú eres tan anti-marihuana y todo eso —dijo ella, poniendo los ojos—. Ningún hijo del Pastor Tommy tendría jamás problemas con la marihuana. Lo cual. Por supuesto. Era un punto justo. Pero lo que sea. —¿Por qué no me dijiste que él iba a venir aquí? —Porque quería ver la expresión de tu cara cuando lo vieras por primera vez —dijo ella—. Estaba escondida en la trastienda y observé todo. Fue precioso. Tu cara no tenía precio. Tan fingida ‗justa‘ indignación. Me olvidé de grabarlo en vídeo, sin embargo. Estaba pensando en los muffins. —Oh, Dios mío —dijo Gus—. Te estoy desahuciando de la cafetería. Llaves en mano, ahora. Abandona el pueblo. —El contrato propietario-inquilino —ella se burló de él—. Estoy protegida por la ley. —¿Quién es un propietario? —preguntó Casey y Gus absolutamente no chilló de nuevo, no importa lo que la sonrisa de Casey dijera. Y estaba parándose tan cerca, como si tuviera el derecho de estar detrás del mostrador. —Aquí presente, Gus —dijo Lottie—. Él es dueño del edificio de la cafetería. Y el de la tienda de videos. Y el de la ferretería. Y el de la tienda. Ahora que pienso en ello, de prácticamente todos los edificios de por aquí. Trata a todos los inquilinos muy bien. —Le palmeó el brazo, y Gus se negó a sentirse cálido por ello. Fracasó miserablemente. Los ojos de Casey se agrandaron. —Vaya. ¿Eres dueño de todo? Impresionante, hombre. —No, —Gus se quejó—. No soy dueño de todo. Sólo de casi todo. —En realidad, el Pastor Tommy había poseído casi todo. Había comprado la mayoría de las tiendas en los años ochenta y noventa, cambiándolas y bajando el alquiler a los

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propietarios de los negocios. Cuando murió, todo había parado a Gus. Pero Casey no necesitaba saber eso porque Gus no conocía a Casey. Y no quería hacerlo. Ni siquiera un poquito. —Bueno —dijo Casey—. Aún así. Impresionante. Hey, ¿vas a comer eso? —Y le arrancó el sándwich de la mano a Gus y le dio un mordisco, antes de devolvérselo sonriendo con la boca llena de ensalada de huevo. Comenzó a masticar, incluso mientras más palabras salieron de su boca—. Además, ya que estoy viviendo mi sueño aquí, he decidido registrarme como miembro del videoclub para poder alquilar películas de alta gama como Sharknado. Incluso vi Leprechaun 4: In Space. O, ya sabes, aquella en la que el duende asesino va al espacio. Dame una solicitud, Gruñón Gus. —Vete —dijo Gus, completamente serio. Casey sonrió y ni siquiera se veía remotamente ofendido. Gus estaba obviamente perdiendo su toque. Tendría que esforzarse más la próxima vez. —No —dijo Casey—. Estoy bien. —Tienes que tener dieciocho años, —Gus intentó. Esperaba que no sonara como si estuviera pescando. Porque él no lo estaba. Casey lo miró fijamente. —Hombre, tengo una barba. Gus intentó no mirar dicha barba y sin duda no quería tocarla. Solo la idea era ridícula y a Gus no lo entretendría en lo más mínimo. —Felicidades. Tal vez eres un niño peludo. —Tengo veintitrés. Y a esta barba le tomó meses quedar bien, tío. —Sí, veintitrés, tío —Gus se burló.

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—No tienes nada más, Gruñón Gus. Puedes también darte por vencido ahora. Bueno, a la mierda. Gus decidió jugar su carta triunfal. —Tienes que ser residente de Abby, Oregón, o sus alrededores. No puedo alquilar a forasteros. Podrían irse del estado con mis películas y yo tendría que llamar a la policía y llenar papeleo y habría posters de ‗buscado‘, tío. —Para recuperar tus películas —dijo Casey. —Exactamente. No digo que tú lo harías, pero si hago una excepción contigo, entonces tendría que hacer una excepción con todo el mundo. —Y Gus se sintió bien otra vez. Porque él ganó. Casey se apoyó en el mostrador, brazos coloridos cruzándole el pecho, relajado a su gusto. Dijo: —Oye, Gus. —Sonaba divertido. —¿Qué? —dijo Gus con cautela. Él no sonaba divertido. Los labios de Casey se torcieron. —Probablemente sea bueno entonces que no tengamos que preocuparnos por eso. Aunque, estoy un poco dolido de que estarías bien con verme detenido. No. —Pero, no te preocupes —continuó, pasándose una mano por la barba—. Porque ¿adivina quién se acaba de mudar aquí? No, no, no. —Síp —dijo Casey, como si pudiera oír el horror corriendo por la cabeza de Gus—. Este aire de montaña está sencillamente hablándole a mi musa, hombre. Instalado a largo plazo. Así que, ¿qué hay de esa solicitud? Algo me dice que voy a estar por aquí un poco, como he decidido que tú y yo vamos a ser amigos.

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Y luego le guiñó un ojo. Ese fue el momento en el que Gustavo Tiberius se dio cuenta de que estaba sin dudas condenado.

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Capítulo 6

GUS NO sabía si creía en Dios, pero, con seguridad, le daba las gracias porque al día siguiente fuera domingo, el único día en el que no abría el Emporium. Ya que no tenía que abrir el Emporium, no tenía que ir al Lottie's Lattes y por consiguiente, no tenía que correr el riesgo de ver a cierto barbudo hípster —Hoy va a ser un día ok —dijo al techo. Rodó de la cama e intentó ejercitarse. En cambio, yació en el suelo. Harry S. Truman se asomó por el borde de la cama y le chillo. —Ni siquiera sé —dijo Gus. Finalmente, se levantó. Ignoró el calendario inspirador. Salió de la habitación. Volvió a la habitación y le frunció el ceño al calendario. No quería saber lo que decía el mensaje de hoy, porque el de ayer fue, con seguridad, el peor. Dijo hola y todo se trastornó. Gus frunció el ceño porque era bueno en eso. —Ugh —dijo—. Bien. No conocemos a la gente por accidente. Están destinados a cruzarse en nuestro camino por una razón. Gus se quedó mirando el calendario inspirador. —¿Me estas espiando? —finalmente susurró.

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El calendario inspirador no le contestó. Gus salió de la habitación.

SE PLANTEÓ, muy en serio, no ir a la tienda ese día. Pensó que sería una mejor idea quedarse en casa todo el día. No para esconderse, eso sí, pero si para no ser visto por nadie más. Había una diferencia, se dijo a sí mismo. Una diferencia absoluta, porque Gustavo Tiberius no se oculta. Él evita, seguro, pero no se oculta. Pero entonces se dio cuenta de que andaba corto de cenas precocinadas y de manzanas, y se le metió en la cabeza el que necesitaba palitos de queso, incluso si no los había tenido desde que tenía doce años. Huelga decir que Gus no podía quedarse en casa. No era factible. Y no era que realmente se encontraría con una persona específica (hípster) mientras hacia la compra. El mercado estaba en la ciudad de al lado, a unas cuantas millas de camino. Tenía que conducir para llegar allí, algo que sólo hacia los domingos, y no había ninguna oportunidad de encontrarse con alguien a quien no quería ver (hípster) así que estaría bien. —Sí —dijo Gus—. Puedo hacer esto. Se duchó y se vistió. Su reflejo le mostraba con los ojos muy abiertos, así que frunció el ceño y todo estuvo mejor. Cargó a Harry S. Truman en su trasportín y se aseguró de llevar su correa, porque Harry S. Truman se negaba rotundamente a quedarse atrás. Gus pagó por días la última vez que dejó a su hurón en casa. Harry S. Truman podía ser

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extraordinariamente vengativo cuando elegía serlo. Gus no sabía si era una cosa de hurones o una cosa de hurón albino. Llamaba la atención, claro, pero la mayoría de las personas sólo lo arrullaban y sonreían antes de darle a Gus una mirada cautelosa. Él prefería tratar con la atención no deseada que con un hurón cabreado. Y mientras tenía ese pensamiento especifico, se preguntó en qué se había convertido su vida. —Tienda de comestibles —dijo mientras cerraba la puerta de su casa—. Hasta ahí y de vuelta y todo estará bien. Entró en el coche de su padre, Ford Taurus de 1995. (―Ah, qué año para el Taurus —decía el Pastor Tommy de manera regular—. ¡Esas elegantes líneas! ¡Esa dirección! La conducción, ¡Dios mío, Gus, la manera en la que se conduce! ¡El hombre caerá a tus pies cuando este coche sea tuyo!‖). Estaba bien cuidado, y llevaba sólo 237 000 millas. No le gustaba el frío, pero tampoco le gustaba a Gus. Entró en el coche y arrancó, con el sonido de la NPR hablando sobre paleontólogos desenterrando lo que podía ser el dinosaurio más grande que se había encontrado nunca, en algún lugar en Argentina. Gus sonrió porque iba a estar bien.

NO ESTUVO bien. —Qué casualidad encontrarte aquí —dijo Casey, acercándose a Gus con su propio carrito de la compra—. Estaba absolutamente convencido de que pedías los alimentos a domicilio y así no tendrías que poner un pie fuera de Abby. —Hola —dijo Gus sobresaltado. Y después—. ¿Qué? —Oh, mi jodido Dios —Casey gimió, y eso fue a lugares en

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los que Gus intentaba muy duro no pensar—. Lleva una correa. Gus. Gus. Estas llevando a tu hurón con una correa en una tienda de comestibles. Ni siquiera... Esto es... ¿Cómo has podido incluso...? —Sacó su teléfono y tomó varias fotos. Gus, que todavía estaba conmocionado intentando averiguar cómo es que Casey también estaba ahí, no dijo una palabra. No podía pensar en nada que decir. Además, no ayudaba el notar que Casey no llevaba el gorro hoy y Gus podía ver su pelo y los lados de su cabeza estaban afeitados, los largos mechones de pelo que tenía en el centro caían hacia atrás y estaban atados con una fina correa de cuero, acabando en un moño desordenado. Por un terrorífico momento, Gus se preguntó cómo se sentiría el pelo de Casey. Pero, ya que Gus no era espeluznante y tampoco interesado, no pensó nada de él, excepto por el hecho de que tenía un moño, el cual se veía estúpido y ni siquiera remotamente atractivo, incluso si le quedaba realmente bien y le hacía ver... Nop. Ni siquiera iba a ir por ahí. Finalmente, Casey superó la visión de un hurón con correa y guardó su teléfono, y miró a Gus. —Gustavo —dijo, con una sonrisa perezosa en sus labios—. ¿Cómo estás? Gus dijo: —Estoy comprando comestibles. —Porque era incapaz de, incluso, las más básicas interacciones humanas. Frunció el ceño, pero era por sí mismo, porque era un ser humano funcional y no debería estar tan nervioso con alguien como Casey. Casey era como cualquier otro con el que Gus hubiera tratado. Incluso si estaba vistiendo una fina camiseta blanca con cuello en V y Gus podía ver débilmente el contorno de sus

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pezones debajo e incluso si sus mangas de tatuajes eran mangas de verdad y llegaban hasta arriba de sus brazos y bíceps. Sí. Incluso si eso. Porque él era como cualquier otro, y Gus debería tratarle como tal. Lo cual, desafortunadamente, quería decir recurrir a una gilipollez épica. —¿No deberías estar en Trader Joe's? —preguntó Gus—. Dudo mucho que haya algo orgánico en Billy Hampton's Shop and Save. Casey río y fue profundo y maravilloso y Gus lo despreció. —No hay Trader Joe's aquí —dijo Casey—. Billy's está bien. Tienen humus de judías negras, así que estoy bien. — Echó una mirada al carrito de Gus—. Esas son... un montón de cenas precocinadas. —Bien —dijo Gus—. Sabes contar. Me alegro de eso. Y el humus de judías negras es pretencioso. —Empezó a empujar su carrito por el pasillo, negándose rotundamente a sentirse avergonzado por el contenido de su carro y la falta de reacción a sus insultos. Claro, tomaba cenas precocinadas (puede que dos o tres veces a la semana, lo que sea), pero ese era quién Gus era. Ese era quién el Pastor Tommy fue. Nunca aprendieron a cocinar, nunca hubo necesidad realmente, y Gus continuó con la tradición después de que el Pastor Tommy muriera. Sabían hornear, sin embargo. Horneaban un montón. Sólo porque el Pastor Tommy era aficionado a los brownies de mota. Y a las galletas de mota. Y a los pasteles de mota y a las tartas de mota (marihuana, no pollo) y al curmble7 de mota y frambuesa. 7

tipo de pastel

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Gus no había horneado en un tiempo. No lo había necesitado. (Claro, la idea de hacerlo lo ponía triste, pero eligió no pensar en esa parte.) Casey parecía no entenderlo, pero, él era un porrero, y puede que tomara más que un toque-más-o-menos-sutil para que atravesara su cráneo empañado. Siguió a Gus empujando el carrito, saltando sobre la barra inferior, rodando hacia adelante y riendo cuando Harry S. Truman chilló y trató de correr tras él. Gus no se río o chilló. —Así que, Gus —dijo Casey—, cuéntame más sobre ti. —¿Que? —Gus preguntó ya sospechando. Pensó que era posible que Casey fuera un espía enviado por una gran corporación de videoclubs, pero después se recordó que estaban todos más o menos fuera del negocio. Entonces Gus decidió que probablemente trabajaba para algún promotor oculto e intentaría conocer a Gus para convencerle vender su propiedad para después derribarla y convertirla en un garaje para gente con BMWs y sin alma. —Porque eso es lo que hacen los nuevos amigos —dijo Casey—. Aprenden el uno sobre el otro y así puedan crecer como personas, tanto juntos como por separado. —Me gusta eso —dijo Gus—. Vamos a crecer por separado. Casey se río. —Eres gracioso. Ohh, yogur orgánico. Gus, decías que no tenían nada orgánico—. Se paró en frente de la nevera y empezó a coger sabores al azar. —No sabía que tenían —dijo Gus—. La gente de aquí no compra esa mierda.

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—Claro —dijo Casey—. Mierda. Es de la tierra. Es por eso que es orgánico. Ya sabes, el procesamiento moderno usa demasiados químicos en los productos que usamos. No quiero esa mierda en mi cuerpo. Es por eso que me gusta la hierba, hombre. Se cultiva. Y si se cultiva, el cuerpo lo sabe. —Oh, mira —dijo Gus—. Creo que he oído jazz suave tocado fuera. Deberías ir a escuchar. Casey se paró, ladeando la cabeza. —No escucho nad… —Sonrió mientras abría mucho los ojos—. Veo lo que estás haciendo. Hombre, eres bueno. —No es tan difícil engañar a alguien cuando está colocado. —dijo Gus. —Nah, hombre. No estoy colocado hoy. Desperté con la musa acariciando mi cara y susurrando en mi oído. Le di buen uso. Además, es domingo, ¿sabes? Dios y Jesús y mierdas. —Sí —dijo Gus—. Estoy seguro que Dios y Jesús están felices de que tú no fumes hierba en este, el más santo de los días. —Y antes de que pudiera detenerse—: ¿Musa? Casey le sonrió, sus dientes destellaron. —Sí. —Y no dijo nada más. Ahora, Gus debería haber dejado que eso acabara ahí. Debería. Normalmente lo habría hecho. No había ningún motivo para que la conversación siguiera. Había venido a comprar sus cenas precocinadas, su papel higiénico de dos capas, y si se sentía realmente retozón, un paquete de carne seca que podría tener como postre después de cenar. Y sus palitos de queso. Los necesitaba ahora como el aire. Sin embargo, el calendario inspirador había forzado a Gus decir hola el día anterior, y un millón de cosas estaban sucediendo, y Gus no pudo parar su boca de abrirse y decir:

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—¿Pintas o algo? —Salió distante y aburrido, pero aún así era una pregunta de seguimiento. Gustavo Tiberius raramente hacía preguntas de seguimiento. Y nunca a hípsters. Era una de sus reglas no-escritas. —Soy escritor —dijo Casey fácilmente. Gus se paró. —¿Qué? Casey también se paró, apoyando sus codos en el carro. —Escribo. Eso... Eso no cuadraba. —¿Tú qué? Casey se encogió de hombros. —Escribo. Palabras. Soy un especialista de las palabras. Novelista. Tengo ideas que llenan páginas y creo mundos que hacen florecer las jóvenes mentes... Gus de repente entendió. Tenía mucho más sentido. Se sintió aliviado de que el mundo trabajara con cierto orden. —Oh —dijo—. Así que, escribes poesía sobre la misoginia y el racismo en la América corporativa y lo haces trabajando en humeantes cafeterías mientras cobras a los clientes, pero dolorosamente deseando escribir romance como Pablo Neruda en su lugar. Lo tengo. Casey echó la cabeza hacia atrás y río. Gus no siguió la larga columna de su cuello, ni sintió que su corazón latió un poco más fuerte cuando la manzana de Adán subió y bajó, y definitivamente no sintió la urgencia de mirarlo maravillado. Gus no estaba preparado para no sentir nada de eso. —Oh, Gus —dijo Casey, secándose los ojos—. Eres una delicia. Estoy encantado contigo. Gus hizo una mueca.

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—Esa palabra no debería ser usada para describirme. —Ah —dijo Casey—. Pero soy un escritor. Las palabras son las que uso. Y no, no soy el poeta bohemio que tienes en la cabeza. Pablo Neruda, por otro lado. Me gusta esa mierda. Gus frunció el ceño. —Entonces ¿qué es lo que escribes? —¿Por qué, Gus? —dijo Casey inclinándose un poco más cerca—. ¿Estas intentando aprender sobre mí? ¿Para que podamos crecer juntos? Y sí, eso era exactamente lo que Gus estaba haciendo, pero no lo estaba haciendo por su propia voluntad. Ni siquiera sabía por qué había preguntado. Estaba seguro de que lo sobrenatural existía, porque el único modo de que esta conversación ocurriera era si Gus estuviera bajo el poder de alguna clase de hechizo. Miró a Casey y dijo entre dientes, —¡Bruja! —Porque, ¡de verdad!—. Vamos, Harry S. Truman —dijo—. Tenemos que terminar de comprar. Pero, por supuesto, Harry S. Truman decidió que prefería ser un imbécil y se tumbó sobre su estómago, negándose a andar. Gus no estaba por encima de arrastrarlo por la tienda, pero no quería verse como un dueño irresponsable de hurón frente a un poeta hípster, a no ser que quisiera ser el objetivo de Casey en su próximo concurso de poesía. He VISTO (*pausa dramática*) Un hombre de mi generación Fingiendo amor y haciendo la guerra (*pausa para aplausos*) Todo el rato

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Dulce, dulce niño gas mostaza Arrastrando hurones por la tienda. Así que se quedó ahí parado. Y también lo hizo Casey. Harry S. Truman no hizo nada. Yació, dejándose caer al suelo como si todos sus huesos hubieran desaparecido misteriosamente. Gus empezó a sudar. Casey sonrió. Gus dijo: —No leo libros, leo enciclopedias —y desesperadamente deseó haber mantenido la boca cerrada—. No hay nada malo con eso. Un montón de gente lo hace." Casey dijo: —Guay, hombre. El conocimiento es poder. Hey, una pregunta. ¿Cómo llegaron todas esas películas a tu tienda? Probablemente ya no tienen centros de distribución para esas cosas. Gus dijo: —Voy al centro comercial en Glide y las compro ahí y después las pongo para alquilar. Casey dijo: —¡Eso es genial! Épico. ¿Verdad? Bien. Eso es tan raro. ¿Haces eso? ¡Guau! Yo no… Gus dijo: —Una vez al mes. Voy a una excursión de compras… —y entonces se sintió ridículo por decir excursión de compras, ¿qué demonios?—. Quiero decir, yo sólo. ¿Qué estábamos…? Casey dijo:

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—¡Oh, mierda! Te estas sonrojando. ¿Por qué te estás sonrojando? Eso es tan injusto. Yo ni siquiera… Gus dijo: —No lo hago. Me siento acalorado. El aire acondicionado tiene que estar roto. No estoy sonrojado y todo está bien. No me sonrojo. Casey dijo: —Escribo libros. Novelas. Como, libros enteros sobre temas. Y cosas. Cosas locas. Gus dijo: —Oh. Yo sólo leo enciclopedias, eso. Casey dijo: —Sí. Sí. Claro. Eso está guay, hombre. Hay que hacer lo que tú haces. ¿Te gusta el curry? Gus dijo: —No. Es horrible. No me gusta la forma en la que sabe. ¿De verdad quieres ir ahí. Casey dijo: —Curry, no, entendido. Eso está bien, hombre. Sí. Vivo con Lottie por un tiempo. Aclarando mi cabeza. Encontrado mi mojo8. Funciona. Creo que funciona. Estar aquí funciona. Y ni una sola vez rompieron el contacto visual. Finalmente, Gus se fue, arrastrando a Harry S. Truman detrás de él. Si ha pasado el resto del día atónito en una niebla, bueno. Nadie estaba ahí para verlo.

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mojo— encanto mágico o un hechizo. El poder o la suerte supernatural. Magnetismo personal; encanto. Atractivo sexual; el deseo sexual

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Capítulo 7 —HOY VA a ser un día ok —dijo Gus al techo la mañana siguiente, porque tenía que hacerlo. Tenía que ser ok, porque si no lo era, Gus no sabía que iba a hacer. Podía, literalmente, salirse de su jodida mente. Pensó que sólo una semana antes todo había estado bien. Ni siquiera sabía lo que era eso ahora. Le ponía ansioso. Gus odiaba sentirse ansioso. También odiaba el kétchup caliente, la gente ruidosa, las quemaduras de sol, aparcar en paralelo, mermeladas y gelatinas, Instagram, los anuncios de Sarah McLachlan's de la SPCA9, el pegamento de goma, los DVD con los comentarios de Michael Bay, las películas de Michael Bay, a Michael Bay, y esos extraños sentimientos que un tatuado, barbudo hípster causaba en la boca de su estómago, que se sentía como si hubiera salido disparado por un tramo de escaleras a un lago helado que estaba envuelto en llamas. Hizo sus ejercicios. Se dijo a si mismo que hizo un extra de cincuenta flexiones porque ayudaba a despejar la cabeza. No tenía absolutamente nada que ver con cualquier persona que trabaja en el Lottie's Lattes y cómo podía disfrutar Gus si sus brazos se veían un poco más fuertes, porque eso era ridículo. Estaba sudado cuando se puso de pie. Porque todo estaba bien e iba a ser un día ok, refunfuño cuando arrancó el mensaje 9

sociedad para la prevención de la crueldad en los animales

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inspirado del día anterior para ver el de hoy. Era lo que normalmente hacía, e incluso si estaba ansioso, iba a mantener las apariencias. Iba a manejar esto de la misma manera que manejaba todo lo demás: con el ceño fruncido y una mueca y, finalmente se iría y estaría bien. No era un jodido rayo de sol y le gustaba de esa manera. Miró hacía abajo para leer el mensaje inspirado de esta mañana de lunes. Que hoy sea el día en el que dejas salir tu sol interior para que todo el mundo lo vea. —¡Oh, venga ya! —Gus gritó—. ¿Por qué te burlas de mí? El calendario inspirador sólo se quedó ahí. Gus se precipitó fuera de su habitación. Y, ciertamente, no pasó un extra de tres minutos frente al espejo esta mañana para asegurarse de que su pelo estaba bien, porque eso sería estúpido.

GUS SE QUEDÓ fuera de su casa, Harry S. Truman sentado en su trasportín, mirando la puerta de Lottie's Lattes a través de la calle. Después del trabajo extra que hizo, la furiosa ducha que tomó, y el tiempo que no perdió frente al espejo, iba un poco tarde hoy. Fruncirle el ceño a la cafetería no ayudaba a la situación. —Sólo hazlo —dijo en voz alta—. Solo cruza la calle. Consigue tu café. Ve a trabajar. Está bien. Está bien. Se dijo que sus manos estaban un poco sudorosas porque había bastante humedad esta mañana.

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Se dijo que su corazón estaba latiendo erráticamente en su pecho porque en su familia había antecedentes de arritmia, y que debería ver a un cardiólogo en un futuro cercano. —Es sólo un café —dijo—. Haces esto todos los días. Menos los domingos. Porque los domingos es cuando vas a la tienda de comestibles, eres acosado por hípster que escribe libros con protagonistas que probablemente son pseudo Holden Caulfield10, que intentan ser existencialmente profundos, pero que en realidad son insulsos veinteañeros que no contribuyen con nada al mundo literario. Se sintió un poco mejor después de eso. Se paro derecho, cuadrando los hombros. Tenía la cabeza bien alta. Caminó, cruzando la calle. Entró en el Lottie's Lattes porque él era Gustavo Tiberius y tenía un maldito videoclub que abrir y necesitaba su café. La campana sonó por encima de él. Abrió la boca para pedir (mejor dicho, demandar) su café negro y no, no quería un muffin, muchas gracias, solo quería su café, y seguiría su camino, eso estaba bien y él. Simplemente. Se detuvo. Porque la vida... la vida era completamente injusta. Casey estaba a su izquierda, en la ventana del frente de la tienda, limpiando el cristal con una toallita de papel, una botella de Windex11 a sus pies. Su pelo estaba recogido de nuevo, ingeniosamente desordenado, pero era lo que el vestía 10

personaje ficticio creado por J.D. Salinder, adolecente de 17 años protagonista de la novela "El guardián entre el centeno" de 1951, pero que también aparece en otras obras del autor 11 limpiador para los cristales con pulverizador, en España, Cristasol

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lo que hizo que la garganta de Gus se constriñera involuntariamente. Unos skinny jeans12, de color rojo profundo se aferraban a sus caderas. Una fina camiseta blanca de tirantes que dejaba sus brazos al descubierto. Y se estaba estirando hacia arriba, sobre la punta de sus dedos para limpiar la parte superior del cristal, y había más piel, una franja delgada de bronceada piel por encima de sus pantalones. Había vello en su ombligo, siguiendo hacia abajo, siendo más oscuro mientas desaparecía en sus pantalones. Y Gus. Bueno. Gus sólo se quedó ahí. Mirando. Porque por alguna razón, no podía no hacerlo. Casey finalmente miró detrás de él, una sonrisa ligeramente acristalada en su cara. Dijo: —Hola, Gus. Me alegró que por fin hayas dejado de fulminar con la mirada la tienda y hayas entrado. Gus hizo lo que mejor hacía cuando le llamaban la atención por la veracidad de sus acciones. Farfulló: —¿Que? Yo nunca… no fue así yo solo estaba ahí para… ni siquiera intente… no estaba fulminando, yo… Cuando Gus tenía una buena farfulla en marcha, cuando estaba muy avergonzado, podía durar más de un minuto. Esta era una buena farfulla. Una muy buena farfulla. Casey, por lo que valía la pena, solamente le sonrió y esperó, ojos entrecerrados, ligeramente inyectados de sangre, porque era despertar y quemar y le ayudaba. Se apoyó en la ventana recién limpiada con los brazos cruzados sobre su pecho y Gus hizo todo lo que pudo para evitar mirar al vello del pecho que 12

piel

son un tipo de vaqueros muy ceñidos y apretados al cuerpo, casi como una segunda

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se asomaba por el cuello de la camiseta, porque no estaba emocionalmente equipado para tratar con ello en este momento. Finalmente, Gus dejó de farfullar. Sólo se fue... apagando. —Hola, hombre —Casey dijo cuando él se quedó en silencio—. No es que sea asunto mío. ¿Te gusta la arquitectura o algo? Gus realmente no sabía que quería decir con eso. —¿La arquitectura? —Sonaba un poco horrorizado. —La forma —dijo Casey, agitando una mano para indicar la tienda—. El diseño. Creó que estabas fulminando la tienda con la mirada porque no te gusta la forma en la que se ve. No te culpo. Es tan... cuadrado. Como. Cuadrado. —Es un edificio —dijo Gus, preguntándose cómo había perdido tan rápido el control de esta conversación, cuando todo lo que quería era café—. Se supone que debe ser cuadrado. —Nop —dijo Casey—. No todos los edificios son cuadrados. Están las pirámides y la casa de la ópera en Australia y la Torre Eiffel y esas casas en el bosque que tienen en Nueva Zelanda en las que puedes hacer el recorrido hobbit. Esas son circulares. O esféricas. —Hizo una pausa, su cara arrugándose ligeramente—. O los Domos. —¿Qué es lo que acaba de pasar? —preguntó Gus. —No lo sé —dijo Casey, rascando su barba con los dedos de manera descuidada—. Yo sólo estaba feliz de ver que habías dejado de estar furioso con el edificio y entraras. —No estaba furioso con el… espera. ¿Estabas mirándome? Casey se encogió de hombros. —Estaba limpiando la ventana, hombre, y ahí estabas tú. Gustavo Tiberius, listo para batallar contra el edificio. Tenías

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puesta tu cara de grr. —¿Mi qué? —preguntó Gus, seguro de que sus cejas casi tocaban la línea de su pelo. —Tu cara de grr —dijo Casey—. Ya sabes. Grr. —Desnudó sus dientes, en lo que Gus asumió que se suponía que era una imitación de su mueca. Y Gus se sintió ofendido. —No tengo cara de grr —Gus replicó—. No tengo ningún tipo de cara. —Intentó no pensar en lo petulante que sonó eso, pero no era culpa suya. Casey llevaba una camiseta sin mangas. —Tienes una cara bonita —dijo Casey. —¿Qué? —Gus chilló. Ahora, Gus, no era normalmente una persona ansiosa, no realmente. Tenía un mundo perfectamente ordenado, donde cada cosa tenía su sitio, y todo era parte de su rutina. No se desviaba de su rutina, porque eso sería una locura. Los últimos pocos días, sin embargo, habían sido una amalgama extraña de eventos que no le ocurrían a alguien como él. Él era teléfonos con tapa y enciclopedias antes de dormir. Carne seca como postre especial y tener cada día un día ok. Era todo culpa de Casey. Todo ello. Lo cual explicaba por qué, cuando Lottie habló detrás de él, dejó salir una especie de grito ahogado. —Guau —dijo Lottie, casi causando que Gus dejara caer a Harry S. Truman, con lo mucho que se sobresaltó. Ella imitó un horrible acento francés y dijo con voz entrecortada, —la passion est incroyable. Él terminó de gritar cuando su terrible momento francés

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acabó, así que fue capaz de captar la esencia del mismo, e inmediatamente hizo planes para averiguar si el mal de ojo era real, y así poner uno en Lottie Richards. Pero ya que nadie le informó sobre una reunión de brujos, eligió fruncir el ceño a todos los que se encontraban en la tienda, una mirada que fue inmediatamente ignorada. —¿Te he asustado? —preguntó ella suavemente, y Gus decidió que sería un mal brujo. —¡No! —dijo Gus—. Nada de nada. Ni siquiera un poquito. Estaba comprobando la acústica de aquí. Es terrible. —Uh-huh —dijo Lottie—. Así que, ¿qué has aprendido hoy? —¿Aprender? —preguntó Casey, y Gus no tembló ligeramente cuando el colocado hípster le rozó, su brazo intencionadamente tocando a Gus, incluso cuando había espacio de sobra para evitar esa acción. —Las Nosotras Tres Reinas le dieron a Gus un calendario con mensajes inspiradores por Navidad, —Lottie explicó. Como una idiota—. Pensaron que podía usar unos sentimientos edificantes como una base diaria. Para asegurarnos de que los lee, tenemos que preguntarle cada día sobre el mensaje. —Huh —dijo Casey—. Tiene sentido. —¿Cómo tiene eso sentido? —preguntó Gus. Casey le miró confuso. —Es un calendario con citas. No es tan difícil. ¿Necesitas ayuda con ello? —Oh, Dios mío —dijo Gus—. No. No necesito ayuda para leer un calendario. —Oh —dijo Casey, sonando extrañamente decepcionado—. Bueno, ¿qué decía?

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Él realmente no entendió la pregunta, porque la camiseta de tirantes de Casey estaba ligeramente levantada debajo de los brazos y Gus vio un pezón y todo falló en su cabeza a la vez. —Uhhh —dijo Gus poco poético. —¿Gus? —Lottie preguntó. —Uhhh —dijo Gus, aún menos poético. —Estuvo mirando el edificio ante —Casey le dijo a Lottie— . Creo que no le gusta la forma que tiene. Tiene algo en contra de los cuadrados. Ni siquiera sé. Y eso lo sacó de su bruma pezón-inducida. —¡Tengo que dejar que mi sol interior brille sobre el mundo! —Gus lloriqueó. Y, santa mierda, la acústica. Lottie y Casey le miraron. —Fue el mensaje de hoy —dijo Gus, pensando que era el momento perfecto para ver si podía ser un corredor de larga distancia. Los labios de Casey se torcieron. —Um. ¿Tienes que hacer qué? —Esas arrugas en sus ojos estaban de vuelta. —Dejar que su sol interior brille —dijo Lottie, intentando, obviamente no reírse—. Sobre todo el mundo. —Guau, hombre —dijo Casey—. Eso es realmente inspirador. Gus le miró con cautela. —Si eres un Oso Amoroso —añadió Casey. —¡Yo no soy un Oso Amoroso! —Gus estalló. —No creo que lo seas —dijo Casey—. Eres mucho más alto de lo que un Oso Amoroso es. —Creo que tengo colocón por contacto —dijo Gus—. Creo que estás colocado y hubo contacto y ahora estoy colocado y

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es por eso que estamos hablando sobre Osos Amorosos. —¿Oh? —preguntó Lottie inocentemente—. ¿Hubo contacto? Gus se sonrojó terriblemente. Casey hizo un ruido nasal. Lottie sonrió maléficamente. —Err —dijo Gus. —Se sonroja todo el tiempo —dijo Casey con admiración. —¿De verdad? —preguntó Lottie—. Porque esta es la primera vez que lo he visto. Y entonces, sólo porque podía, dijo:— ¡Gus! Categoría Mejor Guion Adaptado, cuadragésima novena edición de los Premios de la Academia. Y ya que Gus no podía no contestar, dijo: —Robert Getchell, Nicholas Meyer, Federico Fellini y Bernardino Zapponi, David Butler y Steve Shagan. Ganó William Goldman por ‗Todos los hombres del presidente'. —¿Qué? —dijo Casey. —Realmente disfruté esa película —dijo Lottie—. Robert Redford está como un queso, ha envejecido bien, y quiero tenerlo en mi boca. —No, en serio —dijo Casey. ¿Qué? —Oh —dijo Lottie—. Gus puede nombrar cada nominado y ganador de los Premios de la Academia, en cada categoría de cada año de los Oscar. —Tío —dijo Casey. —Solo es una cosa —Gus se quejó. —¡Tío! —demandó Casey. —¡Para de llamarme tío! —El Pastor Tommy también podía hacerlo —dijo Lottie—. Le transmitió a Gus todo lo que sabía.

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—Mejor Documental —dijo Casey—. 1967. —The Anderson Platoon. —Mejor Banda Sonora 1952. —Alfred Newman, por ―With a song in My Heart‖. —¡Mejor Montaje 1986! —Thom Noble, por ―Witness‖. —¡Mejor director de fotografía 1937! —Tony Gaudio, por ―Anthony Adverse‖. —Tío, —Casey respiró. —Tú... tú solo... ¿Quién eres? Gus frunció el ceño. —Soy Gus —dijo, sin saber muy bien cómo explicar eso. —No —dijo Casey—. Tú eres… como quédate conmigo en esto ¿vale? Así que, si Jesús siguiera vivo y estuviera en esta cosa de las películas y pudiera memorizar mierdas, porque esa es la manera en la que su cerebro trabaja, ese es quien tú serias. ¿No lo pillas? Tú eres el Jesús cinematográfico. Bueno. Gus no sabía cómo tomarse eso. —Me estas... ¿haciendo un cumplido? —Sí. Sí. Santa mierda, sí. —Llamándome Jesús cinematográfico. —¡Alabado sea! —dijo Casey, levantando sus manos al aire. —Colocón por contacto —dijo Gus—. Esto tiene que ser un colocón por contacto. Y Casey sonrió.

CUANDO alguien llamó a su puerta esa noche, Gus estaba ligeramente confundido. Entendía el concepto de llamar a una puerta (y, de hecho, él también lo había hecho unas cuantas veces en su vida). Lo que le confundía, sin embargo, era el

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hecho de que alguien estaba llamando a su puerta. Dejó la enciclopedia (a mitad de la entrada sobre Grecia) y miró a la puerta desde su lugar en el sillón del Pastor Tommy. El golpe sonó otra vez. —Huh —dijo Gus—. Así que, así es como suena. Gus no sabía si era normal o no, escuchar por, probablemente, primera vez a alguien llamando a la puerta frontal. El Pastor Tommy siempre tuvo una política de puertasabiertas para cualquiera que quisiera venir. Y la gente lo hacía, porque ellos amaban al Pastor Tommy, quien estaría sentado en su sillón con su pipa en una mano y agitando salvajemente la otra, mientras contaba historias sobre el tiempo en el que fue buzo y fue acosado por un amoroso calamar o cuando emborrachó a un irlandés, en un pub irlandés en Irlanda (aunque, eso último realmente fue beber con un tipo llamado O'Malley en un pub de Portland). Si la puerta del dormitorio de Gus a veces estaba cerrada, significaba que necesitaba privacidad y el Pastor Tommy respetaba eso. (―No debes sentirte avergonzado por masturbarte, Gus, todo el mundo lo hace, tus profesores lo hacen, los policías, el cartero, los políticos, yo lo hago, todo el mundo lo hace, en serio, así que deja de actuar raro sobre ello y sólo cierra la puerta y pon música y hazlo, por Dios‖.). Después de que el Pastor Tommy muriera, nunca dejó la puerta frontal abierta y la gente ya no vino más. Era más fácil de esa manera. Hasta ahora. —Huh —dijo Gus de nuevo mientras llamaban por tercera vez. Entonces recordó que cuando llaman a la puerta, hay que ir a averiguar quién estaba al otro lado.

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A veces, cuando estaba en casa, Gus no llevaba pantalones. Estuvo agradecido de que hoy no fuera uno de esos días. No creía que fuera apropiado responder a la puerta en nada más que sus calzoncillos. Se acercó a la puerta y escuchó a alguien arrastrar los pies afuera en el porche. La puerta no tenía mirilla y Gus no era un hombre estúpido, así que dijo en voz alta —Si estás aquí para robarme, deberías saber que tengo conocimiento básico de las artes marciales y no voy a dudar en dar rienda suelta a mi ira sobre tus maneras de ladrón. —Vaya —dijo una voz al otro lado de la puerta—. ¿Lo dices en serio? Tío. Por favor no me pegues un golpe de karate en la cara. Gus suspiró profundamente y abrió la puerta, encendiendo las luces del porche. Casey parpadeó y después sonrió. —Gustavo —dijo, como si estuviera sorprendido de ver a Gus en lugar de al revés—. Hola. —Jugueteó con sus gafas, las empujó de nuevo en la nariz y luego dejó caer la mano. —Casey —Gus le reconoció—. ¿Con qué puedo ayudarte? —¿Es ese tu pijama? —preguntó, sus ojos rastrillando sobre Gus. —Sí. —Dijo Gus, negándose a ser avergonzado. —Tienes pantalones de dormir con diminutas imágenes de... ¿Es ese Yasser Arafat? —Um. Sí. —Tienes pijama con la cara de un líder palestino muerto en ello. —Lo sé —dijo Gus, intentando no inquietarse cuando Casey se quedó mirando, esencialmente, su entrepierna—. Son mis

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Yasser Arapants. Casey se atragantó. Gus esperó. —Oh mi jodido Dios —Casey murmuró para sí mismo—. Eres como... Sólo... Como, esta persona. Gus esperó algo más. —Gus —Casey dijo, levantando su mirada—. Hola. —Su boca se torció. —Hola, Casey. —¿Y por qué salió más o menos indulgente? No debería haberlo hecho en absoluto. —Así que. Mira. Gus esperó incluso más. Se preguntaba si debería invitar a Casey dentro, pero no sabía lo que quería. Era un momento muy confuso para él. Culpó al hípster y a la sociedad que ayudó a promoverlo. Probablemente tenía un blog sobre el cuidado de la barba y también publicaba fotos en blanco y negro de graneros en ruina porque pensaba que simbolizaban la América post-guerra y le hacían sentir profundo. —Hay algo que deberías saber sobre mí —dijo Casey—. Antes de continuar haciendo lo que estamos haciendo. —Estoy bastante seguro de que no tengo ni idea de lo que hablas —dijo Gus—. No estamos haciendo nada. —Claro, Gus —dijo Casey—. Bien. Así que, bueno. He tenido sexo antes. Con mujeres. Y hombres. Y... guau. Gus realmente no quería pensar en eso. Pero para nada, porque estuviera pensando en Casey teniendo sexo con otras personas y se pusiera celoso con la idea, sino porque no quería pensar en Casey como un ser sexual en absoluto. Y no lo hizo. —¿Bien? —dijo Gus—. Uh. Gracias. Por compartir.

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Casey asintió. —Bien, eso se siente bien. Tú también. Puedes compartir. Este puede ser nuestro espacio para compartir. —Movió sus brazos como abarcando toda el área. —Nuestro espacio para compartir, —repitió Gus. —Sí. —Dijo Casey serio—. Puedes compartir conmigo en nuestro espacio para compartir. Es un sitio seguro para compartir. Libre de juicios, somos tú y yo. —Te estoy juzgando —dijo Gus—. Estas rimando y te estoy juzgando. —Espacio para compartir —susurró Casey mirando a Gus con atención. —¿Estas colocado otra vez? —preguntó Gus. —No —dijo Casey—. No he fumado desde, como, las cinco de esta tarde. —Son las siete y cuarto —dijo Gus. —Lo sé —dijo Casey, perdiéndose completamente el sarcasmo—. Pero no quería estar colocado cuando viniera a hablar contigo, así no podrías echarle la culpa a la hierba más tarde. Espacio para compartir. —Agitó los brazos otra vez. Ahora, Gus recordaba porque no quería que la gente llamara a su puerta. —Mira, Casey… —No eras un Oso Amoroso antes —dijo Casey—. Incluso con toda esa cosa de brillar sobre el mundo. Pero ahora puedes ser un Oso Compartir. Espacio para compartir. —¿Un Oso... Compartir? —Gus no podía creer que esas palabras habían salido de su boca y esperaba no hacerlo de nuevo. Casey asintió.

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—Y vamos a compartir sobre... —Sexo —Casey dijo rápidamente. —¿Y después te vas? Casey sonrió. Gus volteó sus ojos. —Si. He tenido sexo. —¿Con? —Hombres. —Tres de hecho. Una vez cuando tenía dieciocho años decidió que quería librarse de su virginidad y jodió a un tipo con el que había ido a la escuela en la parte trasera del Ford Taurus del Pastor Tommy. La segunda vez tenía veintitrés y quería ser jodido, y así no tendría que pensar más en ello, y durmió con un hombre que pasó por Abby en su camino hacia Seattle. La tercera fue el año pasado y hubo alcohol involucrado, en un bar y Gus no recordaba mucho sobre ello, sólo que Nosotras Tres Reinas le dieron mierda durante días, diciendo que nunca pensaron que fuera tan zorra. Nunca supo que era tan zorra y pensar sobre sexo era demasiado complicado. Lo hizo porque pensó que eso era lo que hacían las personas normales. Y lo disfrutó, o al menos su cuerpo lo hizo. El resto de él se preguntó si eso era todo. —Bien —dijo Casey—. Mi turno. No me gustó la mayor parte de ello. Y eso... Gus no sabía qué hacer con eso. Un pensamiento realmente, realmente horrible le golpeó y no sabía muy bien como vocalizarlo sin hacer que sonara mal. —¿Porque fue no...consensuado? Los ojos de Casey se abrieron mucho. —¡No, no, no! Fue todo consensuado. Todos los consentimientos fueron dados. Nada de eso. Soy as.

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—No sé lo que significa eso —Gus admitió. —Está bien —dijo Casey—. Soy asexual. Y Gus aún no sabía qué hacer con eso. —¿Eso está... bien? Casey asintió. —Me tomó bastante tiempo averiguarlo, por qué no me sentía de la misma manera que los demás se sentían sobre el sexo. No era gran cosa para mí, para ser honesto. Pensé que a lo mejor era por las mujeres, así que cambié a los hombres, pero no fue mucho mejor. Era... casi mecánico. Iba a través de los movimientos, pero realmente no me hacía nada. Podía correrme, pero no me importaba. Pensé que puede que hubiera algo mal conmigo, hasta que lo averigüé y entonces fue como si un gran, gordo, asexual rayo de sol cayera sobre mí y fue glorioso. Pero fue mejor cuando averigüe que yo no era extraño y que estaba bien no querer sexo como los demás. Pero me gusta tocar y me gusta besar casi siempre y puedo estar ahí como una pareja debería, si la situación... surge. A veces, incluso me masturbo, y te digo que doy unos abrazos realmente impresionantes. —Movió las cejas insinuantemente. —Seguro —dijo Gus, intentando no dejar que algo surja, porque la manera en la que Casey dijo abrazos era la misma que otro diría mamada y eso no debería hacerlo por él. —Bueno. —Vamos a trabajar en eso, sin embargo —dijo Casey. —¿Lo haremos? —Sí. Sólo sé paciente conmigo. Soy muy frágil. Gus le miró fijamente. —¿Qué demonios? —Espacio para compartir —dijo Casey.

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—Correcto —dijo Gus, porque no estaba muy seguro de lo que estaba pasando en ese momento y le ponía ansioso, de nuevo. Se preguntaba si así era como se sentiría siempre alrededor de Casey. Entonces se preguntó porque estaba pensando en estar alrededor de Casey a largo plazo. Se preguntaba muchas cosas. —Entonces, ¿estás bien con eso? —Casey preguntó, y por primera vez desde que Gus lo conoció (hace dos días, una pequeña voz en su cabeza proporcionó), se veía un poco nervioso, como si la respuesta de Gus fuera importante. Y Gus no podía recordar la última vez que alguien le hizo una pregunta que pareciera que su respuesta fuera importante. O la gente no confiaba en él, o Gus no confiaba en sí mismo (más lo segundo que lo primero, si era honesto). No siquiera sabía porque a Casey le importaba lo que él pensaba, pero se preguntó cómo de difícil sería compartir algo como eso sobre uno mismo y cuánto valor se necesitaría para admitirlo. Así que contestó tan honestamente como pudo. —¿Si? Casey dejó salir una larga respiración y le sonrió. —Sabía que lo estarías, hombre. Tienes esas vibras. Lottie dice que tu aura ha sido más brillante estos últimos dos días. Puede que tu aura y tus vibras sean la misma cosa, porque vibran. —¿Tú crees en auras? preguntó Gus haciendo una ligera mueca—. Er, ¿vibras? Casey se encogió de hombros. —Creo en un montón de cosas. No tienen que ser reales para todos, mientras lo sean para mí.

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—Mis vibras son reales para ti —dijo Gus intentando seguirle. Y ahí estaba esa brillante sonrisa de nuevo. —Sí, hombre. Yo las extraigo. —Extraes mis vibras —dijo Gus. —Claro —dijo Casey. —Pero… —dijo Gus. Casey arqueó una ceja. —No sé lo que está pasando —dijo Gus sin poder hacer nada. —Nos estamos convirtiendo en amigos, Gustavo —dijo Casey como si fuera la cosa más obvia del mundo. —¿Lo hacemos? —dijo Gus, como si fuera la cosa menos obvia del mundo. —Claro —dijo Casey—. Está bien. Lo resolveremos a medida que avancemos. Necesito tu número de teléfono. —¿Por qué? —preguntó Gus, de repente sospechando. Casey volteó sus ojos. —Para poder mensajearte. Eso es lo que hacen los amigos. —Yo no mensajeo. —Está bien, te enseñaré como hacerlo. —Sé cómo hacerlo. Sólo que no lo hago, por Dios. —Lo harás —dijo Casey. Lottie dice que tu teléfono es un dinosaurio, así que no puedo enviarte mensajes con fotos. Tendremos que arreglar eso en el futuro. Tomo un montón de fotos. —¿En el futuro? —preguntó Gus débilmente. —Gustavo —dijo Casey—. Céntrate. Número de teléfono. Gus se centró y le dio a Casey su número de teléfono. Fue torpe. Nunca antes había dado su número de teléfono. Parte de

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él esperaba equivocarse y darle a Casey un número equivocado. —Si me mensajeas después de las nueve de la noche —dijo Gus mientras Casey guardaba su número en contactos—, voy a desatar el infierno sobre tí en formas que nunca has visto. —Guau —dijo Casey—. Tío. Que fuerte. —Lo digo en serio. —Pero ¿qué si algo impresionante para a las nueve y veintiséis? —Te lo guardas para el día siguiente. —Pero, ¿qué si es algo cambia-vidas de lo que tienes que ser informado de inmediato? —No necesito saber tus fumados pensamientos sobre cómo te gustaría saborear los colores y como de impresionante sería yacer en un montón de malvaviscos. —Pero… —¡Casey! —Bien. ¿Vas a enloquecer cuando me vaya? Parece que vas a enloquecer. Gus estaba un poco ofendido. —¡No voy a enloquecer! —iba a enloquecer. —Aja —dijo Casey—. Bueno, no enloquezcas demasiado, ¿vale? Tengo planes para ti. —Eso suena... ominoso. Casey sonrió. —Buenas noches, Gustavo Tiberius. Después se fue. ¿Y Gus? Bueno. Gus enloqueció.

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Capítulo 8

DE HECHO, pasó la mayor parte de la noche enloqueciendo. A Harry S. Truman no le hizo gracia que se paseara con sus Yasser Arapants arriba y abajo desde el salón a su dormitorio, pasando por la puerta cerrada del Pastor Tommy. Raramente entraba en su habitación, puede que una o dos veces al mes para limpia y airear. Pero la mayoría de las veces se mantenía alejado porque todavía le dolía ver las cosas de su padre como las había dejado. Puede que un día no doliera y los recuerdos de su padre serían nada más que felicidad, pero todo era aún muy fresco en su cabeza y en su corazón. Pero eso no importa ahora, porque en este mismo momento, Gus tenía problemas mucho más grandes con los que tratar. Es decir, Casey Richards y el caos que ha traído con él. A las ocho cincuenta y nueve de esa noche, Gus recibió un mensaje de un número que no reconocía. Sn ants d ls9. Th rsptdo. CnfianzXsmpre xk SsV1V xx=) No entendió nade de lo que eso quería decir. —¡No hables en tu argot! —Gus se quejó a nadie en particular, pero guardó el número en sus contactos bajo el nombre COMO ESTO ES MI VIDA. Gus estaba estresado. Tenía problemas.

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Tenía que resolver dichos problemas. Entonces ya no estaría estresado. Volvió a la primera enciclopedia, pero la entrada sobre ―asexual‖ era relativamente corta y no le proveía de mucha información sobre porque un asexual hípster quería llegar hasta abrazarse y Gus no sabía qué hacer con eso. Por primera vez en su relativamente corta vida, la Enciclopedia Británica falló al no proporcionarle la información necesaria para resolver el más desconcertante de los problemas. (Pero, para ser justos, aprendió sobre la reproducción asexual de las plantas, dado que ambos ciclos de vida, la de los homosporus y heterospus pueden presentar diversos tipos de reproducción asexual, y ¿no era eso interesante?) Se fue a la cama, seguro que todo tendría sentido por la mañana. Ahuecó la almohada y recostó su cabeza. Se tapó con el edredón. Dijo: —Hoy ha sido un día...extraño. Mañana no será extraño. Mañana será ok y todo estará bien. Miró al techo por un largo tiempo.

SU ALARMA sonó. Sus ojos se sentían arenosos. Rodó fuera de la cama. Hizo sus ejercicios. Se sentó. Miró al calendario.

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—No me salgas con ninguna chulería hoy, —le dijo. No estoy de humor. Arrancó el mensaje del día anterior. Tomó una respiración. Y leyó, Al final, sólo lamentamos las oportunidades que no tomamos. Si el calendario inspirador hubiera sido una persona, Gus le habría dado un puñetazo en la cara.

GUS CONSIDERÓ llamar al trabajo y reportarse enfermo. Claro, era su propio jefe y no necesitaba reportarse enfermo con nadie, pero el sentimiento seguía siendo el mismo. Nunca antes había hecho eso, ni siquiera cuando tuvo la gripe y tenía la necesidad de vomitar al menos una vez cada cuatro minutos. La tienda olía bastante asqueroso ese día y las Nosotras Tres Reinas le habían regañado hasta que fue a la oficina que había atrás y durmió en la silla de la oficina mientras ellas miraban la tienda. Pero hoy era martes. Los martes eran los días de alquileres a noventa y nueve centavos. Por lo general tenía al menos cuatro clientes. Excluyendo a las Nosotras Tres Reinas. Era una casa de locos total. Pero, aún así. No. No podía fallarles a sus clientes. Se duchó y evitó el espejo, porque sabía que probablemente se vería como un retrasado mental.

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Se vistió y se aseguró que la plaquita con su nombre estaba recta. Se comió su manzana. Harry S. Truman jugó con sus gránulos. Dejaron la casa. El sol estaba brillando. Él lo miró. Ciertamente no era su sol interior, eso seguro. La gente decía hola con la mano. Él les frunció el ceño. Cruzó la calle pisoteando. Y paró cuando escuchó su nombre a través de la puerta abierta de Lottie's Lattes. —Solo necesitas tener cuidado con Gus —estaba diciendo Lottie, su voz deslizándose a través de la puerta— Él no es como otras personas. —Sé eso —dijo Casey, y Gus casi se sintió culpable por espiar. Casi—. Es anormal, y raro, y extraño. Eso picaba. No debería. Eran cosas que él había pensado sobre sí mismo. Eran cosas que sabía que los demás pensaban sobre él. Pero oírlo dicho tan descuidadamente dolió más de lo que Gus esperaba. Deseó que no lo hiciera. —Siempre fue así —dijo Lottie—. Incluso cuando el Pastor Tommy estaba vivo. —¿Su padre? —Si. Un hombre dulce. Un dulce, dulce hombre. Diferentes como la noche y el día, él y Gus. No es que Gus no sea dulce, supongo. Lo es a su manera. Sólo toma...tiempo, supongo, para ver de lo que está hecho Gus. Ay. Justo en los sentimientos. Casey se echó a reír.

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—Gus frunce el ceño y mira ferozmente un montón. —Es algo suyo —Lottie estuvo de acuerdo. Y Gus había escuchado suficiente. Se alejó.

LLEVÓ A Harry S. Truman a casa. Volvió al Emporium y puso un cartel en la puerta: CERRADO POR ENFERMEDAD. NO ES EBOLA O DISENTERÍA. VOLVERÉ MAÑANA. Y después fue a dar un paseo. Cuando Gus era pequeño, y los problemas del mundo se volvían demasiado (escuela, y profesores, y la falta de amigos y las cosas decían, como: ―Pastor Tommy, puede que tenga trastorno social o trastorno de ansiedad, porque, obviamente está trastornado, ¿no crees? Y el Pastor Tommy se reía, porque no, no, eso solo era como Gus era y no había nada mal con él”), a veces andaba durante horas y horas, intentando aclarar su cabeza de todo el desorden. Le ayudaba a tranquilizarse. Le daba un propósito. Después de que el Pastor Tommy muriera, Gus caminó durante días. Intentó dejar Abby a pie, intentó seguir más allá de Glide, incluso, pero no fue capaz de hacerse salir de la única área que había conocido toda su vida. Incluso cuando sentía que no podía respirar, que también se estaba muriendo porque el Pastor Tommy se había ido, ido, ido, y no podía hacer que se fuera. Así que caminó en un gran círculo a través de los pequeños pueblos de los alrededores. Por las calles. A través del bosque. Durante días.

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Finalmente, tuvo que parar, porque tenía obligaciones que le habían pasado. Fue a casa y empezó su nueva vida. Esta vez no fue tan malo. Gus estaba un poco herido y un poco aturdido, pero no perdido en la ola de dolor como aquella vez. Nada podía compararse con eso. Nada debería compararse con eso. Aún así, ese era el verdadero motivo por el que no se permitía tener cosas. O personas, en realidad. Las Somos Tres Reinas habían serpenteado su camino a pesar de todo, y no podía deshacerse de ellas incluso si lo intentaba. Sabía, (realmente sabía) que Lottie no quiso decirlo de la manera que sonó, y no podía entender por qué le importaba lo que Casey pensara en absoluto (porque, por supuesto, un hípster tenía su opinión). Así que caminó. Fue, a lo mejor, una hora después cuando su teléfono sonó. Un mensaje de COMO ESTO ES MI VIDA. Vi tu crtel. Stas nfermo???? No bueno13 :-( xx —No eres hispano —dijo Gus con un ceño. Le contestó, despacio y metódico. Estoy bien. Sólo es un virus. Estaré bien. Kk. ¿T llvo algo? —Cristo —dijo Gus—. ¿Y se supone que eres escritor? No. Estoy bien. Sólo un virus. Estaré bien. Kk. Sts fruncndo l cño al tfno ahora msmo >:{