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SABRINA JEFFRIES CÓMO CASARSE CON UN LORD SALVAJE Hellions of Halstead Hall 4 Para Susan Williams, quién siempre ha

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SABRINA JEFFRIES

CÓMO

CASARSE CON UN LORD SALVAJE Hellions of Halstead Hall 4

Para Susan Williams, quién siempre ha estado ahí para mí. ¡Gracias por todos esos maravillosos años! Y para mi querido hermano, Craig Martin, el fanático de la adrenalina, quien inspiró el personaje de Gabe. ¡Ten cuidado!

ARGUMENTO

Para satisfacer el ultimátum de su abuela, lord Gabriel Sharpe persigue a una dama temperamental que cree lo necesita desesperadamente. Luego se vuelven las tornas…

Como todas las cosas temerarias que Gabe Sharpe hace, cortejar a Virginia Waverly es un juego de alta apuesta. Desde que su hermano Roger muriera corriendo contra lord Gabriel, Virginia ha anhelado tomarse venganza sobre el imprudente lord batiéndolo en su propio juego. Pero cuando desafia a lord Gabriel a una carrera, el libertino llamado “el Ángel de la Muerte” ¡responde con una propuesta de matrimonio! Gabe sabe que Virginia está en grandes apuros económicos… asi que ¿por qué no casarse con ella y resolver los problemas de ambos? Ella afirma estar horrorizada por su propuesta, pero la respuesta a sus besos dicen otra cosa. Y cuando ambos comienzan a desentrañar la verdad tras la muerte de Roger, Gabe arriesga la mayor apuesta de todas, ofrecer a la valiente belleza algo más precioso que cualquier herencia: amor verdadero

Queridos lectores, Estoy al borde de mi ingenio con mi nieto, Gabriel. Es por él que exigí que todos mis nietos se casaran dentro de un año o serían desheredados. Su mejor amigo murió en una carrera con Gabe, sin embargo, casi siete años más tarde, ¡el chico imprudente se rompió el brazo haciendo otra tonta carrera en el mismo sitio traicionero! Eso es lo que me hizo enfadar. Y no es de extrañar, la gente llama a Gabe el Ángel de la Muerte precisamente porque la corteja en todo momento. Ahora, la hermana de su mejor amigo, Virginia Waverly, tiene la idea de buscar venganza al derrotarlo en una carrera en el mismo sitio, y en lugar de ignorar el desafío de la niña, ¡Gabe desea cortejarla! Creo que puede haber perdido la cabeza. Por supuesto, ella es una pequeña cosita enérgica, pero su abuelo, el general Waverly, nunca aprobará el matrimonio. El hombre es muy terco cuando da su palabra de honor. ¡Pues vaya, el general de caballería tuvo la audacia de llamarme "diablesa"! Ningún hombre se sale con la suya, no importa cuán guapo y listo pueda ser para su edad. Pero estoy divagando (el general Waverly me distrae indebidamente). No puedo decidir lo que pienso sobre el interés de Gabe en la impertinente señorita Waverly. Quiero que se case, pero él todavía está luchando con la culpa por lo que le pasó a su hermano, ¿cómo puedo estar seguro de que ella no empeorará esa situación? Mi único consuelo es que la muchacha parece tan fascinada por mi nieto como él por ella. ¡Justo hoy el general Waverly y yo nos tropezamos con ellos después de lo que pudo haber sido un encuentro íntimo! Los labios de la chica estaban decididamente rojos, y parecía como si alguien acabara de quitarle a Gabe su juguete favorito. El hombre no está acostumbrado a tratar con mujeres respetables. Mientras tanto, me estoy haciendo vieja para esto. Si este noviazgo no sale bien, quizás tenga que atar a Gabe al establo hasta que entre en razón. ¡Deséenme suerte, queridos amigos! Sinceramente, Hetty Plumtree

Prólogo

Ealing, abril de 1806 La gente estaba gritando de nuevo. Gabriel Sharpe, de siete años, tercer hijo del marqués de Stoneville, trató de cubrirse las orejas para borrar el sonido. Odiaba los gritos, hacían que se le retorciera el estómago, especialmente cuando mamá le gritaba a papá. Sólo que esta vez mamá estaba gritando a su hermano mayor. Gabe podía oírlo claro como el agua, porque la habitación de Oliver estaba justo debajo de la sala de clases. Gabe no pudo distinguir las palabras; sólo sonaban enfadados. Era extraño que se le gritara a Oliver, era el favorito de mamá. Bueno, la mayoría del tiempo. Ella llamaba a Gabe "su chico querido", y nunca llamaba así a sus hermanos. ¿Era eso porque eran casi mayores? Gabe frunció el ceño. Debería decirle a mamá que no le gustaba que le llamaran "su chico querido"…excepto que le gustaba. Ella siempre lo decía justo antes de darle tartas de limón, sus favoritas. Una puerta se cerró de golpe. Los gritos se detuvieron. Dejó escapar un suspiro y algo se aflojó dentro de él. Tal vez todo saldría bien ahora. Bajó la mirada a su libro para niños. Se suponía que estaba leyendo una historia, pero era estúpida, sobre un petirrojo que fue asesinado: Aquí yace Cock Robin 1, Muerto y frío. Su final este libro Pronto revelará. Hablaba de todas esas criaturas que hicieron cosas por el muerto Cock Robin, la lechuza que lo enterró y el toro que tocó la campana. Pero aunque dijo cómo murió Cock Robin, el gorrión le disparó con una flecha, nunca dijo por qué. ¿Por qué un gorrión dispararía a un petirrojo? No tenía sentido. 1

The Death and Burial of Cock Robin. La muerte y entierro de Cock Robin, es una rima para niños bastante macabra que fue muy utilizada como arquetipo del asesinato. El registro más antiguo de esta obra data de 1744

Y tampoco había caballos. Había recorrido las imágenes, así que lo sabía con certeza. Un montón de pájaros, un pez, una mosca y un escarabajo. Nada de caballos. Prefería leer una historia sobre un caballo corriendo una carrera, pero nunca había historias para niños sobre eso. Aburrido, miró por la ventana y vio a su madre dirigirse hacia los establos con pasos largos y fuertes. ¿Iba a ir al picnic para contarle a su padre acerca de Oliver? A Gabe le encantaría ver eso. Oliver nunca se metía en problemas. En cambio, Gabe siempre lo hacía. Por eso estaba sentado en esta estúpida sala de clase con este estúpido libro, en vez de divertirse en el picnic, porque había hecho algo malo y papá le había ordenado que se quedara en casa. Pero papá podría perdonarle si se había enfadado con Oliver. Si mamá iba al picnic, Gabe incluso podría convencerla de que lo llevara también. Miró al otro lado de la habitación; su tutor, el señor Virgil, dormía en la silla. Gabe podría escabullirse fácilmente y preguntarle a mamá. Pero sólo si se apresuraba. Vigilando a su tutor, se deslizó de su silla y se dirigió hacia la puerta. Tan pronto como llegó a la sala, se puso a correr. Se precipitó por las escaleras, luego medio se deslizó y medio corrió por los azulejos del pasillo del fondo antes de saltar al patio carmesí. Salió disparado través de él y estuvo en su lugar favorito en el mundo entero, el establo. Le encantaba el olor a sudor de los caballos, el crujido del heno bajo los pies en el altillo, la manera en que hablaban los mozos de cuadras. El establo era un lugar mágico, donde la gente hablaba en voz baja. Sin gritar, porque eso molestaba a los caballos. Miró a su alrededor y suspiró. El compartimento que tenía la yegua favorita de su madre estaba vacío. Ella se había ido. Pero no quería volver al aula y al estúpido libro sobre Cock Robin. —Buenos días, joven señor —dijo el mozo de cuadras, Benny May, que estaba herrando un caballo. Él solía ser jockey para el abuelo de Gabe, antes, cuando los Sharpe presentaban muchos caballos a las carreras—. ¿Busca a alguien? Gabe no iba a admitir que había buscado a su madre. En vez de eso, hinchó el pecho y se metió los pulgares en la cintura de sus pantalones como los mozos de cuadras.

—Sólo me preguntaba si necesitas ayuda. Parece que los mozos de cuadras se han ido. —Sí, para el picnic. Me imagino que mucha gente va a entrar y salir esta tarde. Las bellas damas y caballeros se cansarán del aire libre antes de tiempo. —Benny mantuvo su mirada en la pata del caballo—. ¿Por qué no está en el picnic? —Papá no me dejó ir porque metí una araña en el cabello de Minerva y me negué a disculparme. Benny hizo un sonido ahogado que se convirtió en una tos. —¿Entonces dijo que podría venir a los establos? Gabe miró sus zapatos. —Ah. ¿Ha vuelto a escaparse del señor Virgil? —Más o menos —murmuró. —Debería ser más amable con su hermana, ¿sabe? Es una niña dulce. Gabe resopló. —Es una acusica. De todos modos, vine a ver a Jacky Boy. —Ese era el poni de Gabe. Su padre se lo había dado en su cumpleaños el verano pasado—. A veces se pone de malhumor. La dura mirada de Benny se suavizó en una sonrisa. —Sí, eso hace, muchacho. Y siempre se tranquiliza con usted, ¿no? Tratando de no mostrar su orgullo por el cumplido, Gabe se encogió de hombros. —Sé cómo almohazarle del modo que le gusta. ¿Él…esto…necesita que lo almohace? —Bueno, bien, es curioso que lo pregunte, porque creo que podría necesitar unos pocos cuidados. —Levantó la cabeza hacia el guadarnés—. Ya sabe dónde guardamos las almohazas. Gabe se dirigió al guadarnés. Rápidamente encontró lo que necesitaba, entonces entró en el compartimento. Jacky Boy lo olisqueó, esperando un trozo de azúcar.

—Lo siento, viejo amigo —murmuró Gabe—. Vine aquí a toda prisa. No te traje nada. —Comenzó a almohazar al poni, y Jacky Boy se relajó. En el mundo entero no había nada mejor que acicalar a Jacky Boy, el suave movimiento de la almohaza, la respiración del poni calmándose hasta un ritmo suave, la sensación del sedoso pelaje de Jacky Boy bajo sus dedos…Gabe nunca se cansaba de eso. En el establo, la gente iba y venía, pero en el compartimento sólo estaban Gabe y Jacky Boy. Ocasionalmente, algo perturbaba su ensimismamiento, un caballero altivo exigiendo un cambio de montura, un mozo de cuadras pidiéndole disculpas a alguna señora grosera por no conseguir su montura tan rápido como ella quería, pero en su mayor parte, estaba en silencio excepto por el sonido del martillo de Benny colocando otra herradura en su lugar. Incluso ese sonido terminó cuando Benny fue llamado para ayudar con un carruaje que se acercaba. Durante unos minutos Gabe estuvo en un estado de pura felicidad, solo con su poni. Luego escuchó unas botas pisando fuerte por el pasillo. —¿Hay alguien aquí? —gritó una voz de hombre—. Necesito una montura. Gabe se encogió en el suelo en la esquina delantera del compartimento, esperando no ser notado. El hombre debió oírlo, porque gritó: —Tú, muchacho. Necesito una montura. Había sido descubierto. Cuando el hombre se acercó, gritó: —Lo siento, señor, no soy un mozo de cuadras. Sólo estoy cuidando de mi caballo. El hombre se detuvo frente al compartimento. Puesto que Gabe estaba sentado en el suelo de espaldas a la puerta del establo, no pudo ver al hombre. Esperaba que el hombre tampoco pudiera verlo. —Ah —dijo el hombre—. Uno de los niños Sharpe, ¿verdad? El estómago se le revolvió. —¿Co…cómo lo sabe? —Los únicos niños que tendrían sus propios caballos aquí en el establo son los niños Sharpe. —Oh. —No había pensado en eso.

—Eres Gabriel, ¿verdad? —Gabe se congeló, tenía miedo del hombre listo. Tendría problemas, si su padre se enteraba de esto. —Yo…yo… —Lord Jarret está en el picnic, y lord Oliver decidió no ir. Eso deja solo a lord Gabriel. Tú. La voz del hombre era suave, incluso amable. No dijo las cosas en ese tono alto que los adultos usan con los niños. Y no sonaba como si quisiera meter a Gabe en problemas. —¿Sabes dónde están los mozos de cuadras? —Preguntó el hombre, su voz se alejaba. Gabe se relajó ahora que ya no era el centro de atención. —Se fueron a recibir un carruaje. —Entonces probablemente no les importará si ensillo mi propia montura. —Supongo que no. Oliver ensillaba su propia montura todo el tiempo. Lo mismo hacía Jarret. Gabe no podía esperar hasta ser lo suficientemente grande como para ensillar una montura. Entonces no tendría que pedir permiso a papá para montar a Jacky Boy. Cuando el hombre escogió el caballo del siguiente compartimento, todo lo que Gabe pudo ver era su sombrero de castor asomando. Después de que saliera cabalgando, Gabe empezó a preguntarse si debía haber averiguado el nombre del hombre, o al menos haber tratado de verlo mejor. Un súbito pánico se apoderó de él. ¿Y si el hombre era un ladrón de caballos, y Gabe lo había dejado salir? No, el hombre sabía el nombre de Gabe y todos los demás. Tenía que ser un invitado. ¿Cierto? Benny regresó al establo y, antes de que Gabe pudiera decir algo, gritó: —Los invitados están regresando del picnic, muchacho. Será mejor que corra a la casa si no quiere que su padre le atrape aquí. El pánico de Gabe regresó. Si papá supiera que salió de la sala de clases nuevamente, le iba a caer una tunda. Su padre era estricto sobre sus estudios. Corrió hacia la casa. Cuando llegó a la sala de clases, su tutor seguía roncando. Con un suspiro de alivio, Gabe se sentó en la silla y volvió a tomar el aburrido libro.

Pero no podía pensar en el muerto Cock Robin. Seguía preguntándose por el hombre desconocido. ¿Debería haber dicho algo a Benny? ¿Qué pasaría si se oyera un alboroto acerca de un caballo robado? ¿Y si se metía en problemas? Todavía estaba preocupado por ello después de la cena en la habitación de los niños con Minerva. Celia, que había estado enferma con un resfriado, ya estaba dormida cuando un criado, la niñera y el señor Virgil vinieron a buscarlos. La abuela Plumtree quería hablar con él y Minerva abajo, dijo el criado solemnemente. El pulso de Gabe saltó al galope. El hombre del establo debió haber robado un caballo, y de alguna manera la abuela se había enterado de que Gabe se lo había dejado hacer. Pero entonces, ¿por qué traer a Minerva? El criado los llevó a la biblioteca, dejando a Celia con la niñera y el señor Virgil. Cuando Gabe vio a Oliver allí de pie con su pelo mojado y sus ojos rojos, llevando ropa diferente de la que había usado antes, no sabía qué pensar. Entonces apareció Jarret, convocado por otro criado. —¿Dónde están mamá y papá? El rostro de Oliver se endureció hasta el granito y sus ojos mostraron una mirada asustada. —Tengo algo que deciros, niños. —La abuela habló más suavemente que de costumbre—. Ha habido un accidente. —La voz se le entrecortó, y se aclaró la garganta. ¿Estaba llorando? La abuela nunca lloraba. Papá decía que tenía un corazón de acero. —Vuestros padres… Ella se interrumpió y Oliver se estremeció, como si acabara de recibir un golpe. —Mamá y Papá están muertos —terminó por ella en una voz que ni siquiera sonaba como la suya. Al principio, las palabras no calaron. ¿Muertos? Al igual que Cock Robin? Gabe los miró fijamente, esperando a que alguien le corrigiera. Nadie le rectificó. La abuela se limpió los ojos, luego enderezó sus hombros.

—Vuestra madre confundió a vuestro padre con un intruso en el pabellón de caza, y le disparó. Cuando se dio cuenta de su error, ella…ella también se disparó. A su lado, Minerva comenzó a llorar. Jarret seguía sacudiendo la cabeza y diciendo: —No, no, no puede ser. ¿Cómo es posible? —Oliver se acercó a la ventana, con los hombros temblando. Gabe no podía dejar de pensar en ese estúpido poema: Entonces todos los pájaros empezaron A suspirar y sollozar, Cuando oyeron la campana repicar Por el pobre Cock Robin. Era como el poema, excepto que no había campana. Gabe no sabía qué hacer. La abuela estaba diciendo que no debían hablar de ello a nadie, porque habría escándalo suficiente sin eso, pero sus palabras no tenían sentido. ¿Por qué él querría hablar de ello? Ni siquiera podía creer que había ocurrido. Quizás esto era una pesadilla. Se despertaría, y papá estaría aquí. —¿Estás segura que eran ellos? —preguntó con voz vacilante—. Tal vez fue alguien más el que recibió un disparo. La abuela se veía afligida. —Estoy segura. Oliver y yo vimos... —Con una mueca, la abuela se acercó para abrazarles a él y a Minerva—. Lo siento, queridos míos. Tratad de ser fuertes. Sé que es difícil. Minerva seguía llorando. La abuela la abrazó. Gabe pensó en la última vez que vio a papá, saliendo al picnic, y a mamá, corriendo hacia el establo. ¿Cómo pudo haber sido la última vez? Ahora no podía decirle a papá que lamentaba haber puesto la araña en el cabello de Minerva. Papá había muerto pensando que era un chico malo que no se disculparía.

Fue entonces cuando las lágrimas brotaron en sus ojos. No podía permitir que Jarret y Oliver lo vieran, le considerarían una niña estúpida. Así que salió disparado de la habitación, ignorando el grito asustado de la abuela, y corrió hacia el establo. Estaba en silencio; los mozos de cuadras estaban cenando. Tan pronto como llegó al puesto de Jacky Boy, se derrumbó en el suelo y comenzó a llorar. ¡Eso no estaba bien! ¿Cómo podían estar muertos? No estaba seguro de cuánto tiempo estuvo allí sollozando, pero al momento lo supo, Jarret había entrado en el compartimento y se inclinó para poner la mano en el hombro de Gabe. —Vamos, muchacho, levanta el ánimo. Gabe apartó la mano de Jarret. —¡No puedo! ¡E…ellos se han ido, y no van a volver! —Lo sé —dijo Jarret con voz temblorosa. —No es justo. —Gabe miró a Jarret—. Los padres de otros niños no mueren. ¿Por… por qué debieron morir los nuestros? Jarret se mordió el labio. —A veces suceden cosas. —Es j…justo como ese es…estúpido libro sobre Cock Robin. N…no tiene sentido. —La vida no tiene sentido —dijo Jarret suavemente—. No debes esperar que lo tenga. El Destino tiene una mano en todo, y nadie puede explicar por qué el Destino actúa como lo hace. Jarret no lloraba, aunque sus ojos estaban hundidos y su cara estaba crispada de una manera extraña, como si alguien le hubiera dado un fuerte pisotón. Gabe siempre había querido a Jarret más que a los demás, pero en este momento odiaba lo tranquilo que estaba Jarret. ¿Por qué su hermano no estaba enfadado? —Tenemos que ser fuertes —continuó Jarret. —¿Por qué? —Contestó Gabe—. ¿Qué importa? Todavía están mu…muertos. Y nosotros todavía estamos so…solos.

—Sí, pero si dejas que el Destino tenga la ventaja, te arrastrará hacia abajo. Debes negarte a ser intimidado. Ríete, dile que se vaya al infierno. Es la única manera de vencerle. No era la vida lo que no tenía sentido. Era la muerte. Se llevaba a la gente sin razón. Mamá no debería haber matado a papá, y los gorriones no deberían disparar a los petirrojos. Sin embargo, todos estaban muertos. La muerte también podía llevárselo a él, en cualquier momento que quisiera. El miedo le atrapó por la garganta. Podría morir en cualquier momento. Sin razón. ¿Cómo iba a detenerlo? La muerte parecía ser una bastarda taimada, subiendo por detrás para dar golpes bajos. Si iba detrás de él… Tal vez Jarret tenía razón. No había nada más que hacer sino hacer frente a la muerte. O incluso tratar de ignorarla. Gabe había jugado con bastantes bastardos taimados, y la única manera de lidiar con ellos era no encogerse, no mostrar que te hacían daño. Luego se iban a atormentar a otros tipos y te dejaban solo. Pensó en mamá y papá yaciendo muertos en algún lugar, y las lágrimas le picaron de nuevo en los ojos. Se las limpió sin piedad e hizo un puchero. Tal vez la muerte podría cruzarse en su camino de la misma manera en que había agarrado a mamá y papá, pero no sin una pelea. Si le quería, tendría que arrastrarlo dando patadas y gritando. Porque él no iba a ir dócilmente.

Capítulo 1

Eastcote, agosto de 1825 Virginia Waverly apenas podía contener su emoción mientras el carruaje se dirigía hacia Marsbury House. ¡Un baile! Por fin iba a un baile. Finalmente llegaría a ejercitar esos pasos de vals que le había enseñado su primo segundo, Pierce Waverly, el conde de Devonmont. Por un momento, dejó que su mente vagara por una encantadora fantasía de estar bailando por la sala con un apuesto oficial de caballería. ¡O tal vez por su propio anfitrión, el duque de Lyons! ¿No sería eso grandioso? Ella sabía lo que la gente decía de su padre, a quien ellos llamaban "El Duque Loco", pero nunca prestó atención a esos chismes. Ojalá tuviera un vestido más de moda, como el de gros rosa de Nápoles 2 que había visto en The Ladies Magazine. Pero los vestidos de moda eran caros, por lo que tuvo que conformarse con su vieja seda de tartán, comprada cuando el atuendo escocés estaba a la orden del día. Cómo deseaba haber escogido algo menos…distintivo para cambiar de imagen. Todo el mundo le echaría una mirada y sabría lo pobre que era. —Puedo ver que estás preocupada —dijo Pierce. Virginia lo miró, sorprendida por su perspicacia. —Solo un poco. Traté de hacer este vestido más de moda añadiendo una envoltura de red, pero las mangas todavía son cortas, por lo que ahora sólo se ve como un vestido anticuado con mangas extrañas. —No, quería decir... —Seguramente la gente no me culpará demasiado por eso —sacó hacia afuera la barbilla—. Aunque no me importa si lo hacen. Soy la única mujer de veinte años que

2

El gros es un tipo de tela confeccionada únicamente en seda. El de Nápoles es un tipo de tafetán de buena seda de organza.

conozco que nunca ha estado en un baile. Hasta la hija del granjero de al lado fue a Bath, ¡y sólo tiene dieciocho años! —De lo que estaba hablando... —Así que no voy a dejar que mi vestido o mi inexperiencia en la pista de baile me impidan disfrutar —dijo ella con firmeza—. Comeré caviar y beberé champán, y por una noche fingiré que soy rica. Y finalmente bailaré con un hombre. Pierce parecía afrentado. —¡Escucha!, soy un hombre. —Bueno, por supuesto, pero tú eres mi primo. No es lo mismo. —Además —dijo él—, no estaba hablando de tu vestido. Quiero decir, ¿no te preocupa que encontrarte con lord Gabriel Sharpe? Ella parpadeó. —¿Por qué estaría él allí? Hoy no estaba en la carrera. Hacía unos años, el duque de Lyons había iniciado una carrera anual, “el clásico de Marsbury” en su propiedad. Este año su abuelo, el tío-abuelo de Pierce, el general Isaac Waverly, había presentado un semental pura sangre de su granja. Lamentablemente, Ghost Rider había perdido la carrera y la Marsbury Cup. Era por eso que Pierce la acompañaba al baile de la carrera esta noche, en lugar de su abuelo, el pobre rendimiento de Ghost Rider había decepcionado mucho al abuelito. También la había decepcionado a ella, pero no lo suficiente como para impedirle asistir al baile. —Sharpe es el amigo íntimo de Lyons —dijo Pierce—. De hecho, estuvo en la carrera en Turnham Green con Roger. Su estómago se hundió. —¡Eso no puede ser! Las únicas personas que estaban allí eran Lord Gabriel y un tipo llamado Kinloch... —El marqués de Kinloch, sí. Ese era el título de Lyons antes de que su padre muriera y heredara el ducado. Ella frunció el ceño.

—No me sorprende que el abuelito se haya negado a asistir a esta noche. ¿Por qué no me lo dijo? No habría venido. —Es por eso que no lo hizo. El tío Isaac quería que te divirtieras por una vez. Y asumió que Sharpe no estaría allí puesto que no estaba en la carrera. —Aun así, tendré que enfrentarme con el duque, que dejó que Roger corriera esa terrible carrera en Turnham Green a pesar de saber los riesgos. ¿Por qué nos invitó? ¿No se da cuenta quiénes somos? —Quizá os esté mostrando la rama de olivo a ti y al tío Isaac por su parte en la muerte de Roger, por pequeña que fuera. Ella resopló. —Bastante tarde, si me lo preguntas. —Vamos, no puedes culpar a Lyons por lo que pasó. O a Sharpe, por otra parte. Ella miró fijamente a Pierce. Habían tenido esta discusión muchas veces en los últimos siete años desde que su hermano había muerto en una peligrosa carrera de carruajes contra Lord Gabriel. —Su señoría y Kinloch, Lyons, se aprovecharon de que Roger estaba borracho... —No lo sabes. —Bueno, nadie lo sabe con seguridad, ya que lord Gabriel se niega a hablar de ello. Pero el abuelito dice que eso es lo que pasó, y yo le creo. Roger nunca habría aceptado enhebrar la aguja con lord Gabriel si hubiera estado sobrio. La carrera se llamaba “enhebrar la aguja” porque corría entre dos peñascos con espacio suficiente para que sólo pasara un carruaje. El corredor que venía detrás tenía que refrenar los caballos para permitir que el otro pasara. Roger no había retrocedido a tiempo y había sido lanzado contra una roca. Había muerto al instante. Desde entonces ella había odiado a lord Gabriel. —Los hombres hacen cosas estúpidas cuando están borrachos —dijo Pierce— Especialmente cuando están con otros hombres. —¿Por qué siempre excusas a lord Gabriel?

Pierce le lanzó una mirada cerrada con unos ojos del mismo tono de marrón que Ghost Rider. —Porque aunque puede ser un loco imprudente que arriesga su cuello cada vez que puede, no es el demonio que el tío Isaac le hace ser. —Nunca estaremos de acuerdo en esto —dijo, tirando de sus guantes caídos. —Solo porque eres terca e intratable. —Un rasgo de familia, creo. Él se rió. —Ciertamente lo es. Virginia miró por la ventana y trató de recuperar su ánimo optimista, pero no sirvió para nada. El baile estaba condenado a quedar arruinado si lord Gabriel aparecía. —Sin embargo —prosiguió Pierce—, si Sharpe viene, espero que te abstengas de mencionar el reto que le lanzaste hace un mes y medio. —¿Y por qué debería hacerlo? —¡Porque es una locura! —Entrecerró los ojos hacia ella—. No es que fueras a hacer algo tan irresponsable. Sé que no tenías la intención de lanzar ese reto... solo estabas enfadada, pero continuar sería una tontería, y tú no eres tonta. Ella apartó la mirada. A veces Pierce no tenía idea de lo que pasaba en su interior. El abuelito y él insistían en verla como un pilar de virtud doméstica que mantenía la granja en funcionamiento y que quería las mismas cosas que todas las mujeres de su edad: un hogar estable y una familia, aunque sólo fuera con el abuelito. No era que no quisiera esas cosas. Solo que… no las quería junto al sacrificio de su alma. A la parte de ella que se sentía encajonada a veces por el trabajo constante y la responsabilidad. La parte que quería bailar en un baile. Y hacer una carrera con Lord Gabriel Sharpe. Pierce siguió con su sermón. —Además, si el tío Isaac se entera de que desafiaste a Sharpe a correr en la misma carrera que mató a Roger, pondrá fin a ello de inmediato.

Cierto. El abuelito era ligeramente sobreprotector. Ella tenía sólo tres años cuando él había dejado la caballería para cuidar de ella y de Roger después de que sus padres, su hijo y su nuera, hubieran muerto en un accidente de barco. —¿Cómo va a oír hablar de eso? —Virginia aleteó las pestañas hacia Pierce—. Seguro que no serías tan cruel como para decírselo. —Oh, no intentes tus bromas conmigo, querida niña. Pueden funcionar con el tío Isaac, pero soy inmune a esas cosas. Ella se tensó. —Ya no soy una niña, por si no lo has notado. —En realidad, lo he hecho. Por eso debes dejar de atormentar a lord Gabriel. Este baile es tu oportunidad de encontrar un marido. Y a los muchachos no les gusta cuando las mujeres van desafiando a los hombres a carreras necias. —No tengo prisa por casarme —dijo, dándole la misma mentira que siempre le daba a su abuelo—. Prefiero quedarme con el abuelito todo el tiempo posible. —Virginia —dijo Pierce en voz baja—, no seas ingenua. Tiene sesenta y nueve años. La probabilidad de que viva mucho más tiempo... —No lo digas. —El mismo pensamiento de que muriera el abuelito hizo que su estómago se agitara—. Tiene buena salud. Podría vivir hasta los cien años. Seguramente uno de nuestros caballos ganará un buen premio en los próximos años, lo suficiente para aumentar mi patética dote. —Podrías casarte conmigo. —Pierce agitó sus cejas marrón oscuro—. Ni siquiera tendrías que salir de casa. Ella se quedó boquiabierta. Debido a la muerte de Roger, Pierce heredaría Waverly Farm, pero nunca había sugerido el matrimonio. —¿Y quién estaría durmiendo en la habitación contigua a la tuya, tu amante o yo? Él le frunció el ceño. —Espera un minuto, yo dejaría a mi amante. —¿Por mí? Y una porra lo harías. —Ella le sonrió—. Te conozco mejor que eso. —Bueno —dijo él en tono hosco—, al menos no la mantendría en la misma casa.

Ella se rió. —Ahora ese es el Pierce Waverly que conozco. Y es precisamente por eso que nunca podría casarme contigo. Un alivio inconfundible cruzó su rostro. —Gracias a Dios. Soy demasiado joven para que me cacen. —Treinta años no es joven. Si fueras un caballo, el abuelito te pondría a pastar. —Me alegro de no ser un caballo —bromeó, mostrándole la sonrisa torcida que hacía que todas las chicas tontas del mercado matrimonial se desmayaran sobre él. Ella se enderezó. —¡Mira, ya casi llegamos! ¡Creo que veo la casa! —Se alisó las faldas mientras le miraba—. ¿Me parezco a un ratón de campo? —Para nada. Quizás a un ratón de ciudad... —¡Pierce! Él se rió. —Estoy bromeando, patito. Te ves perfecta, los ojos brillantes y las mejillas sonrojadas. Por eso ofrecí casarme contigo —bromeó. —No ofreciste matrimonio. Ofreciste un arreglo conveniente en el que tienes que tener tu pastel y comerlo también. Él sonrió. —¿No es ese siempre mi plan? Ella negó con la cabeza. Pierce era imposible. —Espero no estar todavía tan desesperada como para necesitar casarme por conveniencia. —El problema contigo es que tienes la cabeza en las nubes. Quieres una maldita unión de almas, con palomas arrullando por encima de tu cabeza para bendecir la cama conyugal. Sorprendida de que incluso hubiera notado eso sobre ella, Victoria dijo:

—Sólo creo que dos personas deben estar enamoradas cuando se casan, eso es todo —¡Qué repugnante! —murmuró él. Por eso nunca podrían casarse. Pierce tenía una clara aversión al matrimonio. Además, prefería mujeres con pechos grandes y pelo rubio, nada de lo cual tenía ella. Y a él también le gustaban las salvajes. La reputación de Pierce era menos que estelar, aunque Virginia sospechaba que la mitad de ello estaba azuzado por el escándalo, la indignación y la intriga de los chismes de mamás preocupadas cuyas hijas estaban enamoradas de su buena apariencia oscura y de su maldad. Luego estaba el hecho de que era prácticamente su hermano. Pasaba tanto tiempo en Waverly Farm como lo hacía en su hacienda en Hertfordshire. Ella no podía imaginarlo como su marido más que a su cochero. El carruaje se detuvo y Pierce salió y la ayudó a bajar. Virginia miró con la boca abierta la famosa Marsbury House, tres largas extensiones de pedernal revestidas de piedra y ancladas por cuatro torres de piedra con cúpula de cobre. El interior era incluso más grande, había columnas y estatuas de mármol por todas partes. Mientras los sirvientes los acompañaban al salón de baile, vislumbraba ricos tapices, enormes pinturas con marcos dorados y cortinas de seda. Oh Señor. Ella no pertenecía aquí. ¿Podría Pierce estar en lo cierto? ¿Podría el duque haberla invitado porque se sentía mal por la muerte de Roger? No, eso no tenía sentido. Ni siquiera había asistido al funeral. Sin embargo, ¿qué otra razón podría haber para la invitación? El baile de la carrera en Marsbury era un asunto exclusivo, y aunque el abuelito era el tercer hijo de un conde, había pasado la mayor parte de su vida en campos de batalla más que en fiestas finas como ésta. Al no haber tenido nunca un debut formal, ella tampoco era exactamente de la alta sociedad. Cuando entraron en el salón de baile, Pierce la guió a un rincón aislado para poder orientarse. Hecho todo en oro y crema con candelabros de luz de gas, el salón de baile poseía un cálido resplandor que hizo que su corazón se acelerara con anticipación. ¿Y si conocía a alguien aquí esta noche? ¿No sería eso bonito? Después de todo, no le importaría encontrar un marido, aunque temía que sus requisitos fueran irrazonables. El hombre tendría que estar dispuesto a vivir en Waverly Farm hasta que el abuelito muriera, necesitaría su propia fortuna y tendría

que pasar por alto el hecho de que pretendía competir con lord Gabriel. Todo lo cual era una tarea monumental. De repente, el rostro de Pierce se endureció y se inclinó para murmurar: —No mires ahora, pero el propio Sharpe se apoya en ese pilar de allí. Ella miró inmediatamente, por supuesto, y deseó no haberlo hecho. Porque la apariencia de lord Gabriel Sharpe había cambiado sustancialmente desde la última vez que lo había visto. Cuando lo había desafiado en Turnham Green, ella había estado cegada por la rabia, y él había estado cubierto del polvo de la carrera que acababa de ganar contra el teniente Chetwin. Esta noche, sin embargo, parecía totalmente el Ángel de la Muerte. ¡Oh, cómo odiaba ese apodo! La gente se lo había dado después de la muerte de Roger, y él hacía todo para reforzarlo. Se vestía completamente de negro, hasta su camisa y su corbata, que se decía que estaban especialmente teñidos para él. Incluso había pintado su faetón de negro y lo había equipado con un par de caballos negros como el carbón. Ciertamente, el Ángel de la Muerte. Estaba utilizando la carrera trágica contra Roger para mejorar su reputación como conductor intrépido. Debería encogerse de vergüenza en un remoto rincón de la finca de su familia...no aceptar el desafío de cada tonto que le pedía que corriera con él. ¿Cómo se atrevía a pavonearse ante la sociedad sin que le importara el mundo? ¿Cómo se atrevía a parecerse tanto a un Ángel de la Muerte? No sólo la parte de la muerte, tampoco. A regañadientes, admitió que aparte de su ropa, él era la misma imagen de un ángel. Su pelo rubio con mechones castaños parecía como si el sol hubiera pasado sus dedos entre sus ondas. Y su rostro era como algo esculpido por Miguel Ángel: una nariz clásica, una boca italiana gruesa y una barbilla obstinada. Aunque ahora no podía ver sus ojos, había observado su color antes: de un color verde musgo con manchas marrones que le recordaban los claros secretos de los bosques. Resopló. Debía de estar loca. Sus ojos eran los del hombre que había matado a su hermano. Ella sólo lo había notado porque lo odiaba tan profundamente que parecía un ultraje para él ser tan pecaminosamente atractivo. Esa era la única razón. —Estás mirando —murmuró Pierce entre dientes.

Oh, Dios, lo hacía. ¿Cómo se atrevía lord Gabriel a hacer que ella lo mirara? —Ven, vamos a bailar. —Pierce le ofreció su brazo. Ella lo tomó, agradecida de ser salvada de sí misma. Entonces, cuando se unieron a una larga fila de bailarines, vio a lord Gabriel avistándola. Él abrió mucho los ojos, luego deslizó la mirada por su figura con un grosero interés. Y lo último que ella vio, cuando Pierce la giró en el baile, fue al maldito Ángel de la Muerte mirar directamente a sus ojos y sonreír.

LORD GABRIEL SHARPE observó cómo la señorita Virginia Waverly bailaba por el salón con el conde de Devonmont. Gracias a Dios que ella había venido. Si hubiese tenido que soportar un baile entero sin cumplir su propósito, le habría explotado el cerebro. Afortunadamente, estaba bien preparado para su aparición aquí. Jackson Pinter, el Bow Street Runner que ayudaba a sus hermanos a investigar las muertes de sus padres, había descubierto una gran cantidad de información sobre la señorita Waverly. Y Gabe pretendía usarla para su ventaja. —Ahí va tu némesis —dijo Maximilian Cale, el duque de Lyons. Lyons era miembro del Jockey Club y el amigo más íntimo de Gabe. Tenía un establo de pura sangres que Gabe envidiaba, uno de los cuales había ganado el Derby dos veces y otro había ganado el Royal Ascot. Gabe había comprado la prole del último caballo el mes pasado, después de haber conseguido reunir bastante dinero proveniente de sus ganancias en las apuestas. —La señorita Waverly apenas califica como némesis —dijo Gabe secamente. Lyons resopló. —¿Acaso ha renovado su desafío? —No ha tenido la oportunidad —dijo Gabe fingiendo indiferencia. Ese maldito desafío había sido difundido por la alta sociedad desde Turnham Green, y esta noche quería ponerle fin. —Claro que no. —Lyons bebió su vino—. Ella no puede ser tan impulsiva como su hermano.

Gabe se puso rígido. Siete años, y aún no podía olvidar la visión de Roger tumbado en la hierba, con el cuello roto. Si solo… “Si sólo” era para sacerdotes y filósofos. Gabe no buscaba ni la absolución ni el entendimiento; no podía cambiar lo que había sucedido. Pero tal vez podría aliviar los terribles resultados, ahora que los conocía. —Sospecho que la señorita Waverly no sólo es impulsiva, sino también terca. — Gabe la siguió con los ojos mientras Devonmont la conducía por la estrecha fila—. Vino aquí esta noche, ¿no? Tenía que suponer que yo podría estar aquí. —¿Si ella menciona el desafío de nuevo, lo aceptarás? —No. —Él había terminado de jugarse el cuello en Turnham Green. Lyons le sonrió burlonamente. —¿Preocupado de que la mocosa te venza? Gabe había aprendido a no morder el anzuelo. —Más preocupado de que vaya a hacer correr su carruaje sobre mi mejor equipo de caballos. —Dicen que derrotó a Letty Lade. Eso no es poca cosa. Él resopló. —Letty Lade tenía casi setenta años para entonces; es un milagro que la mujer no se cayera de su pescante. Deja a la señorita Waverly conmigo. Después de esta noche, no habrá más conversaciones sobre una carrera. —¿Qué quieres hacer? —Tengo la intención de casarme con ella —dijo Gabe. ¿Qué más podía hacer? Era evidente que su abuelo la consentía, y ese villano de Devonmont probablemente la animaba para su propia diversión. La señorita Waverly necesitaba un hombre para que la metiera en cintura. Y puesto que él era en parte culpable de su situación actual, él sería el que lo hiciera. En el proceso, podría resolver su propio problema. Lyons se quedó boquiabierto.

—¿Casarte con ella? ¿Por qué diablos harías eso? Gabe se encogió de hombros. —La abuela exige que mis hermanos y yo nos casemos, y la señorita Waverly necesita un marido. ¿Por qué no debería ser yo? —¿Porque te culpa por la muerte de Roger? Gabe forzó una sonrisa. —Una vez que se dé cuenta de que lo que pasó con Roger fue realmente un accidente… Su voz se apagó, fragmentos de recuerdos lo atormentaron. Roger haciéndole salir bruscamente de la cama para la carrera. Lyons que parecía enfermo cuando llegaron a la carrera. La sangre de Gabe acelerándose mientras se acercaba a los peñascos… Una cólera poco característica hervía en él, y la controló con esfuerzo. Generalmente no se enfadaba. Hacía mucho tiempo, había enterrado sus emociones en una tumba tan profunda que nunca podrían ser desenterradas. O eso había pensado. Desde el desafío de la señorita Waverly, había sido volátil, propenso a ataques irracionales de furia. No tenía sentido. ¿Cómo podría un desafío estúpido remover los fríos cimientos en su interior? Y sin embargo lo había hecho. Todo parecía agravar su temperamento. Pero esta noche tenía que controlar su rabia, o nunca lograría sus planes. Así que luchó para que sus emociones volvieran a la tumba que parecía más superficial durante el día. —¿Por qué no encontrar a alguien más dócil para casarte? —preguntó Lyons. Porque su falta de docilidad atraía extrañamente a Gabe. Puesto que tenía que casarse, no quería una muchacha de la alta sociedad servil y plácida. Quería una esposa con espíritu. ¿Quién tenía más espíritu que una mujer lo suficientemente valiente como para desafiar públicamente a un hombre a una carrera? Además, después de todo lo que había oído de la señorita Waverly y de la triste vida que había estado llevando, no podía dejar que esa situación continuara. No es que pudiera decirle eso a Lyons; el duque no entendía que sólo estaba haciendo lo que era correcto.

Puso su habitual sonrisa. —Ya sabes como soy. Siempre me gusta un reto. Sin parecer convencido, Lyons tomó un sorbo de vino. —¿Así que no fue idea de tu abuela que te casaras con la hermana de Roger? —La abuela no especificó con quién casarnos, sino que todos debemos hacerlo, o ninguno de nosotros heredará. Y por cierto, eso no es de conocimiento común, por lo que te agradecería que te lo guardaras para ti mismo. —Supongo que a la señorita Waverly no le gustaría oír que es la clave para ganar tu herencia. Pero ¿tanto necesitas el dinero? Oliver parece tener la propiedad bajo control, Jarret convenció a vuestra abuela para que le diera la cervecería de todos modos, y Minerva ahora tiene un marido que puede permitirse el lujo de darle lo que quiera. Seguramente tú puedes confiar en ellos para que te presten dinero si te quedas corto. —No es eso. —De tener más tiempo, él esperaba mantenerse por sí mismo de todos modos—. Estoy preocupado por Celia. —Ah, sí. Me olvidé de ella. Gabe miró hacia donde su hermana estaba bailando con un extranjero que tenía el doble de su edad y parecía decididamente molesta. Le había dicho a Gabe la semana pasada que no tenía intención de casarse mientras Gabe permaneciera soltero. Tenemos que mantenernos firmes, había dicho, y la abuela tendrá que ceder. Ella tiene a tres de nosotros emparejados, eso debería satisfacerla. Gabe apretó los dientes. La abuela no estaría satisfecha hasta que tuviera a toda la familia marchando al ritmo que ella marcaba. Y mientras él se negara a casarse, Celia podría culparle por el hecho de que todos fueran desheredados. Pero entonces ella sería la que sufriera. Mientras que él estaba poniendo sus planes para la independencia financiera en su sitio, ella sería arrastrada de relación en relación. Decia que no necesitaba ni quería un hombre, pero sin dote para compensar el peso del escándalo familiar en sus candidatos matrimoniales, no tendría más remedio que convertirse en una solterona. Se negaba a ser responsable de eso. Si Celia todavía no se casaba después de que Gabe fuera cazado, al menos no podría culparle.

—No creo que estés buscando una esposa —dijo Gabe con esperanza. Lyons le miró de reojo. —¿Tu encantadora hermana? No estoy seguro de querer una esposa que pueda matarme a veinte pasos. Gabe sonrió tristemente. —Esa parece ser la objeción que la mayoría de los hombres tienen hacia Celia. Y dado el historial familiar de Lyons, tendría más objeciones que la mayoría. Lyons devolvió su atención a la señorita Waverly, que estaba dando un giro. —Supongo que es bastante bonita. Un poco plana, sin embargo. ¿Plana? Apenas. Pero Gabe nunca había sido atraído por las mujeres con los pechos como almohadones de silla rellenados con exceso. Las hacía parecer descompensadas. Le gustaban los senos que podía tomar en su boca sin sentirse ahogado. Apostaba a que la señorita Waverly tenía pechos pequeños debajo de ese atrevido vestido… y un pequeño trasero bien formado. De hecho, estaba condenadamente cerca de lo perfecto. Más alta que la mujer promedio, con una figura esbelta que denotaba horas de caminar y montar a caballo. Luego estaba su hermoso cabello, negro brillante arrastrado hasta un arreglo de plumas y cintas de tela escocesa y rizos colgantes que hacía que un hombre deseara deshacerlo. Y su rostro también, todo vivaz y bonito, desde el mentón enérgico hasta la alta y aristocrática frente. Por no hablar de sus ojos. Un hombre podía vagar durante días en las profundidades de aquellos ojos fríos como lagos. Lyons vació su copa de vino y la colocó en la bandeja de un criado que pasaba. —Su odio hacia ti será un serio obstáculo para ganarla. Sobre todo porque no eres bueno con las mujeres. —¿Qué? Por supuesto que soy bueno con las mujeres. —No me refiero a las prostitutas y a las viudas alegres que te persiguen porque eres el Ángel de la Muerte. No tienes que hacer nada para conseguir que les gustes, sólo quieren ver si eres tan peligroso en la cama como en las carreras. —Lyons miró a la señorita Waverly—. Pero ella es una mujer respetable, y éstas requieren

delicadeza. Tienes que ser capaz de hacer algo más que acostarte con ellas. Tienes que poder hablar con ellas. Gabe resopló. —Puedo hablar con las mujeres perfectamente bien. —¿Algo más que de caballos? ¿O qué hermosas se ven desnudas? —Sé cómo excitar a una mujer dulce. —El baile terminó y Gabe vio a Devonmont conduciendo a la señorita Waverly desde la pista. Cuando la orquesta tocó un vals, Gabe arqueó una ceja hacia Lyons—. Diez libras dicen que puedo hacer que baile el vals conmigo. —Que sean veinte, y hecho. Con una sonrisa, Gabe se dirigió hacia la señorita Waverly. Devonmont se dirigía hacia la mesa del ponche. Bien. Eso debería facilitar las cosas. Mientras se acercaba a ella otro hombre también lo hizo, pero Gabe se encargó de eso con una mirada de advertencia. El hombre palideció y se dirigió hacia la otra dirección. Había ventajas claras en ser el Ángel de la Muerte. Ella parecía ajena a lo que acababa de suceder. Golpeando el pie al ritmo de la música, miraba con ojos brillantes a las parejas que llenaban la pista. Era evidente que estaba ansiosa por bailar de nuevo. Esto no debería ser demasiado difícil. Gabe hizo un amplio rodeo para poder acercarse a ella. —Buenas noches, señorita Waverly. Ella se puso rígida, negándose a mirarlo. —Me sorprende verle en una distracción tan aburrida, lord Gabriel. Mi difunto hermano siempre decía que no le gustaban los bailes. No hay peligro suficiente, supongo, y pocas oportunidades para crear caos. Él ignoró su vehemencia. —Cada hombre necesita un descanso ocasional del caos. Y aunque no me gusta el ponche insípido, las sonrisas falsas y los chismes inevitables, me gusta el baile. Me encantaría que me concediera el honor del siguiente.

Se le escapó una aguda exhalación y finalmente se volvió para fijarlo con una mirada fría. —Prefiero sumergirme en una cuba de sanguijuelas. La vivida imagen le hizo contener una sonrisa. —Gracias a Dios. —Cuando ella parpadeó, él añadió—. Estaba preocupado porque pudiera aceptar, y luego tendríamos que discutir esa tontería de las carreras. Él se volvió como si se fuera, y ella dijo: —¡Espere! Ah, él tenía el pez en el sedal. La miró de nuevo. —¿Sí? —¿Por qué no podemos discutirlo aquí mismo? Él echó una mirada significativa a la gente que se esforzaba por oír la conversación entre el tristemente célebre Ángel de la Muerte y la notoria mujer que se rumoreaba que le había desafiado a una carrera. —Habría pensado que preferiría la intimidad de un vals para eso, para evitar que su abuelo se entere de lo que está considerando, pero si no le importa... —Oh. —Ella miró nerviosamente alrededor—. Tiene razón. —Es su decisión —dijo él con indiferencia—. Tal vez olvide el asunto en su totalidad, en cuyo caso... —No, por cierto. —Ella levantó la barbilla y dijo con voz triunfante—: Me encantaría bailar con usted, lord Gabriel. —Muy bien. Con una sonrisa cordial, la llevó a la pista y lanzó una mirada triunfal a Lyons. Cuando el duque levantó los ojos hacia el cielo, Gabe sonrió. No era bueno con las mujeres, ¡ja! ¿Qué sabía Lyons al respecto? Era cierto que rara vez tenía relaciones con mujeres respetables, pero podía conseguir que una mujer se casara con él. Era bastante elegible, a pesar del escándalo

que rodeaba a su familia, y a él generalmente se le consideraba guapo. Y pronto debería heredar una buena fortuna. De acuerdo, la señorita Waverly tenía cierto prejuicio en su contra, pero su situación actual era muy precaria. Lo único que necesitaba era mostrarle su lado bueno, suavizarla un poco y luego señalar las ventajas prácticas de un matrimonio entre ellos. ¿Qué tan difícil podría ser?

Capítulo 2

Mientras Gabriel la llevaba a la pista, la mente de Virginia vagaba hacia una fantasía sobre el día de la carrera. A diferencia de su hermano, no estaría demasiado borracha como para ganar. Llegaría a la línea de meta delante de lord Gabriel, habiéndolo cortado antes de llegar a los peñascos. Muchas personas se alegrarían, diciendo: —Esos Waverly ciertamente tienen valor. —Sus amigos se burlarían de él por perder ante una mujer. Le mostraría que no se sentía intimidada por su faetón negro, su ropa y su reputación. Terminaría con su pose como el Ángel de la Muerte, de modo que Roger finalmente podría descansar en paz. Y ella podría dejar de sentir como si lord Gabriel pisoteara la tumba de su hermano cada vez que participaba otra carrera imprudente. —Esta noche se ve muy hermosa —dijo lord Gabriel. Su comentario la sorprendió. —¿Qué tiene eso que ver con algo? —Se suponía que estaban hablando de la carrera. Él parpadeó. —Sólo decía que se ve bien con ese vestido. Ella lo miró fijamente. —¿Cree que no me doy cuenta que mi vestido lleva tres años pasado de moda? Sé que las mangas parecen ridículas, pero hice todo lo posible para rehacerlo y... —¡Señorita Waverly! Estoy tratando de hacerle un cumplido. El color subió en sus mejillas. —Oh. —Sus ojos se entrecerraron—. ¿Por qué?

—Porque eso es lo que hace un caballero cuando baila con una dama —dijo irritado. —No cuando sólo tiene el espacio de un vals para discutir un asunto de gran importancia —replicó ella—. Se supone que estamos hablando de cuándo tener nuestra carrera. Y no tenemos mucho tiempo. —Oh, por el amor de Dios —murmuró entre dientes. —¿Cree que si me halaga, me olvidaré de todo? Sus ojos se veían de un verde más brillante bajo las velas, menos como un bosque y más como un océano. —No. Esperaba recordarle su lugar en el mundo. —¿Cuál es? —Como miembro respetable de la sociedad. Una que asiste a los bailes y es buscada para las danzas. —Su voz se profundizó—. No una que es condenada al ostracismo por participar en una carrera escandalosa. Vaya con el hombre, él era tan malo como Pierce. —La carrera no es escandalosa —dijo con brusquedad—. La gente lo hace todo el tiempo. —Las reglas son diferentes para los hombres que para las mujeres, especialmente las solteras, como usted bien sabe. Retarme a una carrera reducirá instantáneamente sus perspectivas para el matrimonio. ¿Por qué le importaba? —Supone que si no le reto, los lords y ricos comerciantes caerán a mis pies como mendigos en un banquete. Él puso los ojos en blanco. —¿Es eso lo que quiere? ¿Que un lord le pida casarse con usted? —De hecho, no —dijo ella mientras la conducía expertamente en los giros. No era una gran sorpresa que fuera un buen bailarín. Probablemente era bueno en cualquier cosa que implicara maltratar a las mujeres—. Quiero quedarme en casa y cuidar de

mi abuelo hasta que muera. Ningún lord lo permitiría. Incluso si pudiera encontrar uno que rogara. —Ya veo. ¿Y qué piensa su abuelo de ese plan? El calor se elevó en sus mejillas. —Eso no es asunto suyo. —Ah, pero lo es. —Respiró hondo—. A causa de la muerte de Roger, usted perderá su casa cuando muera el general. Waverly Farm está vinculada con su primo. Un escalofrío recorrió su espina dorsal. —¿Cómo lo supo? —Contraté a un Bow Street Runner para que examinara su situación después de que me desafió a esa carrera. Ella se quedó boquiabierta. —Usted…usted…¿qué? —Me dijo que las cosas han sido difíciles. Su abuelo había planeado que Roger heredara la granja y lo ayudara a manejarla. Entonces Roger murió. Y cuando usted cumplió dieciséis años, el general fue arrojado de un caballo y sufrió heridas graves, por lo que le ha costado algún tiempo para... —¡Cómo se atreve! —Siseó. ¿Había hurgado en los asuntos privados de su familia? ¡Qué mortificante!—. El abuelito está bien. Estamos bien, usted…usted miserable presuntuoso. Intentó librarse de él inmediatamente, pero Gabe le agarró la mano y la cintura con tanta fuerza que tendría que hacer una escena para conseguir que la soltara. Y ella no iba a humillarse ante él y sus grandes amigos, que probablemente se estaban riendo de ello en este mismo minuto. Él se inclinó acercándose, con expresión extrañamente decidida. —La granja de sementales está luchando, y no puede darse el lujo de proporcionarle una temporada o una dote suficiente. Así que no finja que su negativa a casarse es una opción. La verdad es que su situación le hace difícil encontrar un

marido. Sólo lo está haciendo lo mejor que puede con la mala mano que le ha sido repartida. Ella quería que el suelo se la tragara. No, quería darle una bofetada por su exposición insensible de sus problemas. —El baile de esta noche es el primero al que ha asistido —continuó—. Y sólo está aquí porque persuadí al duque para que la invitara a usted y a su familia. Ella fantaseó con clavarle una estaca en el corazón. —Debería haberlo sabido. Quiere humillarme ante sus amigos, como venganza por hacerle el hazmerreír con mi desafío. —Oh, por el amor de Dios —Soltó un bufido de frustración—. Incluso si me hubiera hecho el hazmerreír, que no lo ha hecho, no tengo ningún deseo de humillarla. —Él la miró. —La invité para hacerle una proposición. Ya que dudé de que su abuelo me permitiera que la visitara, tuve que arreglar los asuntos yo mismo. Su mirada en ella era intensa, seria…perturbadora. La llenó de una extraña sensación de recelo. —¿Una proposición que tiene que ver con nuestra carrera? —preguntó, con el corazón latiendo violentamente en los oídos. —¡Maldita sea, no! No estoy interesado en competir con usted. —¡Ajá! Ahora sale la verdad. No le había considerado un cobarde. Algo brilló en sus ojos. —Y yo no la había considerado estúpida. La aspereza de su voz la hizo estremecer, y no totalmente de miedo. No había conocido a lord Gabriel cuando era amigo de Roger. Roger la había considerado demasiado joven, a los trece años, para estar con él cuando estaba con sus amigos. Además, los hombres generalmente habían estado en la universidad y, cuando no estaban allí, se habían reunido en Londres, en alguna taberna o en la casa de la abuela de Lord Gabriel, la señora Plumtree. Así que lo había visto una sola vez, en el funeral de Roger. Incluso eso había sido un simple vistazo, ya que el abuelito le había ordenado salir de la propiedad en el momento en que él había llegado.

Sin embargo, ese vislumbre había sido suficiente para hacerla odiarle por sobrevivir a la carrera en la que su hermano no. Aunque tal vez él no era exactamente como había pensado. —Está bien, no es un cobarde —concedió ella—. Así que no entiendo su renuencia a correr conmigo. Parece competir con quienquiera que le desafíe. —No con mujeres. —Su mirada la exasperó—. No con la hermana de Roger. —Como si eso fuera importante —se burló ella—. Nunca antes ha mostrado ningún interés en mi familia. —Eso es porque no sabía que usted... No importa lo que piense de mí, Roger era mi mejor amigo. Me preocupaba lo suficiente por él como para no querer ver a su hermana envuelta en un escándalo. Me gustaría proponer algo más. Ella no podía imaginar qué podría ser eso. —Quiero cortejarla —terminó. Por un momento pensó que lo había entendido mal. Entonces notó la mirada expectante en su rostro y se dio cuenta de que él iba en serio. —¿Tú? ¿Cortejarme? —Ella imbuyó las palabras con tanto desprecio como pudo—. Esa es la cosa más ridícula que he oído. Él no pareció insultado en lo más mínimo. —Escúcheme —dijo mientras la giraba sobre el suelo de madera muy pulido —. Gracias a mí, no tiene a nadie que la provea. Si Roger hubiera vivido, habría heredado Waverly Farm y siempre habría tenido un hogar, pero como no lo hizo, lo perderá cuando su abuelo muera. —Y su solución a eso es que me case con usted —dijo ella, todavía apenas capaz de creer lo que ofrecía. —Es lo menos que puedo hacer. No espero que salte de cabeza a ello a tontas y a locas, pero seguramente podría considerar un cortejo. —Sus ojos brillaron ante ella bajo el cálido resplandor de las lámparas de gas—. Puede que encuentre que no soy tan horrible una vez que me conozca. —Sé lo suficiente para decirme que es arrogante, entrometido, propenso a hacer suposiciones...

—Dije la verdad sobre su situación. Admítalo. —Ha superado sus límites —dijo ella con firmeza—. No tenía ningún derecho. Él murmuró una maldición. —Estoy tratando de ayudarla. La humillación se apoderó de ella. La única cosa peor que ser pedida en matrimonio por tu peor enemigo era ser compadecida por él. —No necesito su ayuda, señor. Y ciertamente no le necesito, ni quiero, como esposo. El canalla ni siquiera se estremeció. —Sólo porque ha oído algunos chismes acerca de mí. Deme una oportunidad. Podría sorprenderla. —Él le lanzó una sonrisa arrogante—. A su hermano le caía bastante bien. —Sí, y terminó muerto para su desgracia —replicó ella. Una expresión de aflicción cruzó su rostro, y Virginia casi deseó poder recuperar las palabras. Hasta que desapareció ese vestigio de dolor, reemplazado por una determinación de acero que la asustó. —Es exactamente por eso que estoy ofreciéndole compensaciones casándome con usted —dijo con una fría falta de emoción—. Porque tiene un futuro sombrío por delante si no encuentra marido. Qué cosa monstruosa que decir, aunque fuera verdad. Ella levantó la barbilla. —Estoy perfectamente contenta de vivir con mi abuelo. —Él no vivirá para siempre. Y cuando muera... —Encontraré una posición como dama de compañía. Lord Gabriel frunció el ceño. —¿Y estará sujeta a todos los caprichos de su patrona? —Como su esposa, estaría sujeta a sus caprichos. ¿Por qué es eso mejor? —Porque yo tendría tus mejores intereses en el corazón. Su patrona no lo haría.

—Entonces me convertiré en institutriz. —¿Se lanzaría a la misericordia de alguna matrona con cara de perro y sus siete hijos? ¿Cómo podría ser eso satisfactorio para una mujer de educación y buena crianza? —Su mirada se movió sobre su rostro—. ¿Y si su belleza la pone a merced de un marido loco o de un hijo lujurioso? Ignorando su sorprendente segundo elogio a su aspecto, ella lo fulminó con la mirada. —Asume que todo el mundo tiene sus valores, señor. —No son mis valores —dijo bruscamente—. Pero muchos hombres los tienen, y odiaría ver a la hermana de Roger caer presa de tal cosa. Allí estaba de nuevo, su referencia a ella como la hermana de Roger. ¿Se sentía realmente culpable por lo que había sucedido? El día que ella lo había enfrentado en Turnham Green, había mostrado mucho remordimiento, pero había supuesto que sólo era porque estaba delante de su familia y no quería que pensaran mal de él. Sin embargo, aquí estaba otra vez. Ella resopló. No era remordimiento lo que estaba mostrando, sino arrogancia. Qué típico. La forma en que se paseaba por la ciudad riéndose de la muerte, como si el accidente de Roger no le hubiera afectado ni una pizca, la hacía perder el control. Además, su oferta de matrimonio no se ajustaba a su carácter. Aunque no se movía mucho en la sociedad, había oído hablar de las hazañas de los hermanos Sharpe con las mujeres. ¿Por qué quería casarse de repente? ¿Y por qué ella? Virginia no creyó ni por un minuto que él genuinamente deseaba hacer las paces. No había intentado hacerlas desde las cartas que había escrito al abuelito justo después de la muerte de Roger. Y esto sería una manera extrema de hacer las paces, atándose para toda la vida. No, debía tener algún motivo ulterior. Ella simplemente no sabía lo que era. No importaba. No se casaría con él por ninguna razón. —Tan halagada como estoy por su afán de mejorar mis circunstancias, señor — dijo en un tono cortante—. Me temo que debo rechazar su oferta. Lo único que quiero de usted es una oportunidad para competir con usted. Si no está interesado en eso, no veo ninguna razón para continuar esta conversación.

Lord Gabriel parecía frustrado, lo que le dio una satisfacción perversa. El baile estaba terminando, gracias a Dios. Encontraría a Pierce y se marcharía, ahora que sabía que su invitación había sido sólo un engaño. —¿Y si estoy de acuerdo con una carrera diferente? —dijo, mientras sonaban las últimas notas del vals—. No en la carrera que mató a su hermano, sino en otra. Virginia lo miró sorprendida. —Una carrera de carruajes —dijo ella, para confirmar lo que él quería decir. Gabriel la sacó de la pista, cubriendo su mano con la suya. —Entre usted y yo. Si gana, correré con usted en Turnham Green ya que me ha estado atosigando para que lo haga. —Le lanzó una mirada desafiante—. Pero si yo gano, dejará que la corteje. Virginia respiró hondo. Ella podría conseguir su carrera en Turnham Green después de todo. Si ganaba esta nueva carrera que estaba proponiendo. —Incluso puede escoger la carrera —dijo él. Su sangre comenzó a latir. Si escogía la carrera, tendría una mejor oportunidad de ganar. ¿Y no sería delicioso vencerle dos veces, especialmente después de toda su presuntuosa conversación sobre casarse con ella? ¡Nunca podría volver a levantar la cabeza ante sus amigos! —¿Cualquier carrera que me guste? —Preguntó. Él asintió. —Incluso podría organizar la misma que corrió contra Letty Lade. Ni muerta. Había corrido con Lady Lade en Waverly Farm, cuando los Lade habían venido para hacer cubrir una yegua por uno de los sementales del abuelito. Ella y lady Lade habían corrido por una pista de tierra de sólo un kilómetro de largo. Esperar que el tristemente célebre Ángel de la Muerte compitiera a lo largo de ese trayecto tan doméstico sería vergonzoso. Pero otro le vino instantáneamente a la mente.

—¿Qué hay con la que está cerca de Ealing, en la que usted y Roger corrían siempre? —Y por el que ella había conducido su carruaje cientos de veces. Roger solía llevarla allí cuando quería practicar, y ella era con quién él había competido. Levantó una ceja. —¿Sabe eso? Ella fingió despreocupación. —Roger siempre hablaba de sus carreras contra usted. Le molestaba no poder vencerle más a menudo. —Me venció bastante a menudo —dijo lord Gabriel secamente. Simplemente no cuando contó. Estaban a medio camino alrededor de la habitación hasta la esquina donde Pierce estaba de pie, sosteniendo dos copas de ponche y observándola con los ojos entrecerrados. Ella ignoró a su primo. —¿Así que es un trato? ¿Haremos la carrera cerca de Ealing? La mirada de lord Gabriel la perforó con inquietante intensidad. —¿Está de acuerdo con mis términos? Ella vaciló. Pero en realidad, ¿cómo podía negarse? No importaba que sus términos implicaran el cortejo: iba a ganar. Sus caballos conocían bien el trayecto. Él podría tener un equipo rápido, pero ella también tenía la ventaja de ser más pequeña y más ligera que él. —Estoy de acuerdo con sus términos. La sonrisa que apareció en su rostro casi le quitó el aliento. Era verdaderamente molesto lo guapo que podía ser cuando quería. —Muy bien entonces —dijo—, la carrera cerca de Ealing. ¿Este viernes es demasiado pronto para usted? Eso le daba poco más de tres días para prepararse, pero bastaría.

—Por supuesto, mientras sea después de la una del mediodía, así mi abuelo piensa que estoy dando mi paseo de la tarde. —Ralentizando los pasos mientras se acercaban a Pierce, ella bajó la voz—. Y no se lo diga a mi primo. Él iría directamente al abuelito con ello. Una mirada conocedora cruzó la cara de lord Gabriel. —¿Significa eso que vamos a tener una carrera secreta? ¿Sólo nosotros dos? Algo en la perezosa sonrisa de lord Gabriel la puso en guardia. Y hacía que su corazón latiera más rápido. Ella frunció el ceño. —No sea ridículo. Pierce tiene que estar allí. Alguien debe asegurarse que no hace trampa. —Por el amor de Dios... —Pero no se lo diré hasta el último minuto. Eso funcionó bien cuando me llevó a Turnham Green. —Ella levantó la barbilla—. Puedo hacer que Pierce haga lo que me plazca. —Excepto no delatarla a su abuelo —dijo secamente Gabriel—. Sospecho que hay límites incluso para la indulgencia de Devonmont con sus caprichos. —Ninguno que haya alcanzado. —Aún. Lord Gabriel no entendía su amistad con su primo. Ella era prácticamente una hermana para él. Pero cuando Pierce se aproximó a ellos, demasiado impaciente para esperar su acercamiento, ella se preguntó si había límites para su indulgencia. —Buenas noches, Sharpe —dijo Pierce con voz fría. Le entregó una copa a ella—. Dijiste que tenías sed. —Por supuesto. Gracias. Pierce miró a lord Gabriel. —Me sorprendió veros bailar, Sharpe, dada la aversión de Virginia por ti.

—Eso es agua pasada —dijo lord Gabriel con una sonrisa desdeñosa. Virginia le miró de reojo. El hombre tenía una irritante tendencia a creer lo que le convenía. Un caballero que le parecía familiar se acercó a ellos, y tanto Pierce como Lord Gabriel se pusieron rígidos ante su acercamiento. —Bueno, bueno —dijo el hombre, contemplando al pequeño grupo con gran interés—, qué sorpresa verte aquí, Sharpe. Te perdiste la carrera hoy. Lord Gabriel se encogió de hombros. —No había motivo para ir. Sabía que iba a ganar la potra de Jessup. —¿Qué dice de eso, señorita Waverly? —preguntó el extraño con empalagosa condescendencia—. Lástima que no haya consultado con Sharpe. Su abuelo podría haberse salvado del problema y haber mantenido a Ghost Rider en casa. Virginia sintió una aversión inmediata al hombre. —Lo siento, señor, pero creo que no le conozco. Pierce intervino para presentar al hombre como el teniente Chetwin. —Chetwin fue el que corrió con su carruaje contra Sharpe en Turnham Green — añadió. —Ah, sí, lo recuerdo. —Otro sinvergüenza imprudente dispuesto a hacer cualquier cosa por la emoción de ello, sin importar a quien pueda hacer daño. Sin embargo, se sorprendió de que Pierce lo conociera. Nunca había mencionado al hombre. —Dígame, señorita Waverly —dijo el teniente con una sonrisa—. ¿Sharpe todavía se resiste a competir con usted? —No veo cómo eso es algo de su incumbencia —dijo con frialdad. Eso borró su sonrisa. —Simplemente me pregunté si él es tan reacio sobre competir con usted como lo es sobre competir conmigo. Sigo tratando de convencerlo para que vuelva a competir en Turnham Green, pero no lo hará. La última vez, tuve que insultar a su madre para hacerle meter la aguja.

—Y sin embargo te vencí —replicó lord Gabriel, aunque sus ojos brillaban—. Si no fuera porque golpee ese peñasco y destruí mi faetón la primera vez que corrimos allí, te habría vencido dos veces. —Sí, pero no golpear las rocas es el propósito, compañero —se burló el teniente Chetwin—. ¿No está de acuerdo, señorita Waverly? ¿Se refería el hombre horrible a la muerte de su hermano? —Me parece que ganar es el propósito, señor. Y usted perdió. La mirada del teniente Chetwin se volvió fría. —Sólo porque uno de los cascos de mis caballos pilló una piedra, como bien sabe Sharpe. Y porque tuve el buen sentido de retroceder antes de estrellarme sobre las rocas. Ella se quedó atónita ante la referencia. ¿Qué clase de burro pisoteaba el dolor de alguien? —Eso fue totalmente inaceptable, Chetwin. Pero claro, nunca aprendiste a hablar correctamente a una dama —gruñó lord Gabriel. Chetwin lanzó una mirada desdeñosa hacia ella. —Una señora no desafía a los caballeros a carreras que no tiene intención de correr. —¡Tengo la intención de correrla! —dijo acaloradamente—. ¡Tan pronto como venza a Lord Gabriel en Ealing el viernes! En el momento en que las palabras salieron de su boca, ella podría haberse dado una patada. —Si nos disculpáis, la señorita Waverley aceptó acompañarme en este próximo baile —dijo lord Gabriel, y la llevó rápidamente de vuelta a la pista. Esta vez el baile era un reel. Adecuado, ya que su mente estaba dando vueltas. Lord Gabriel la había defendido de ese desagradable de Chetwin. Y hasta que ella misma lo dejó escapar, también había guardado su secreto sobre la carrera, cuando pudo contrarrestar las insinuaciones del teniente al alardear ante el hombre. Dado su aparente estilo para lo dramático, eso era bastante extraño.

La cogió por la cintura para llevarla a la línea de baile y dijo: —Lo lamento, señorita Waverly. Chetwin es un asno. —Estoy de acuerdo. ¿Por qué le odia tanto? Un músculo se agitó en la mandíbula de lord Gabriel. —Gané una carrera contra él frente a todo su regimiento de caballería y lo humillé ante los hombres bajo su mando. Desde entonces está resentido conmigo. Es por eso que sigue molestándome para que compita con él en Turnham Green otra vez. —Eso no es excusa para su comportamiento conmigo —dijo ella antes de que se separaran de nuevo. Cuando volvieron a estar juntos en el baile, él dijo: —Usted le recordó que le vencí. Esa es razón suficiente para que no le guste. ¿Por qué hizo eso, cuando pretende odiarme también? —Sus ojos brillaron al mirarla como si hubiera sacado una conclusión falsa de eso. Ella resopló. —Si alguien te va a criticar, lord Gabriel, voy a ser yo, no un vil tonto cuya misión en la vida parece ser causar problemas. Él se echó a reír, y el baile los separó de nuevo. Después de eso no hablaron más, pero ella estaba muy consciente de que algo había cambiado entre ellos. Las palabras del teniente se deslizaron en su mente: La última vez, tuve que insultar a su madre para inducirlo a enhebrar la aguja. ¿Era ésa la razón por la que lord Gabriel había hecho una carrera con ese vil compañero, a causa de un insulto a su madre? Eso no cambiaba nada, por supuesto. Pero lo… bien…mitigó un poco, ya que sus padres habían muerto escandalosamente. Había oído todos los rumores sobre el difunto lord y lady Stoneville años atrás. La historia oficial era que lady Stoneville había matado a su marido por accidente y que después se suicidó fuera de sí por la pena, pero abundaron toda clase de otras historias. Que su hijo mayor, el actual lord Stoneville, los había asesinado por su fortuna. Que lady Stoneville había matado a su marido por celos a causa de sus muchas indiscreciones.

No era de extrañar que lord Gabriel se sintiera obligado a aceptar el desafío del hombre. Ella frunció el ceño. ¿Cómo podía excusarle? Era un tonto imprudente sin sentido de la decencia, un sinvergüenza arrogante que pensaba que debía estar agradecida de que él quisiera casarse con ella…Y un hombre que había perdido a sus padres de una manera horrible a los siete años, y de alguna manera todavía logró encontrar algo de alegría en la vida. Ella lo miró mientras giraban con sus compañeros alternos en el baile. La mujer que estaba girando sonrió hacia él, y él sonrió abiertamente. Muy bien, así lograría ver cómo algunas mujeres podían encontrarle encantador. Tenía una manera de hacer que una mujer sintiera que tenía toda su atención cuando estaba con él. Cada vez que el baile los hacía volver juntos, él sonreía, y cada vez que lo hacía, su pulso se agitaba un poco. Claramente ella no salía lo suficiente. Su pulso no se aceleraba en absoluto con los hombres. Terminaron el baile, y él la condujo desde la pista. —Puesto que se ha descubierto el pastel —dijo—, ¿qué va a hacer con su primo? —Déjeme a Pierce. Nos vemos el viernes a la una y media. Sólo asegúrese de estar allí. Pierce podía gritar todo lo que quisiera. Haría la carrera contra Lord Gabriel, y ella ganaría primero en Ealing, luego en Turnham Green. Entonces se quitaría para siempre de la mente la buena apariencia de él y su reputación salvaje.

Capítulo 3

Hetty Plumtree había estado sentada en la biblioteca de Halstead Hall durante al menos una hora. Su nieto más joven ya debería estar en casa. El resto de la familia había regresado del baile en Marsbury House hace algún tiempo. Y dado lo que le habían dicho, no sabía qué pensar de la ausencia de Gabe. Pero él nunca se comportaba como se esperaba. El bribón tenía en su cuerpo una vena rebelde. Recordaba una vez cuando... —No tenías que esperar —dijo una voz casi en su oreja. Ella saltó, luego lo golpeó con su bastón. —¿Estás tratando de que me dé un infarto, acercándote así de sigilosamente? ¿De dónde vienes de todos modos, diablillo? Su nieto de metro noventa se echó a reír y señaló la ventana abierta detrás de ella. Gabe se inclinó para besar su mejilla, y ella olió el aroma almizclado de caballos en él. Debía haberse quedado en los establos para almohazar su propia montura, lo que la alarmó. Sólo lo hacía cuando algo le había perturbado. —¿Dónde has estado? —Espetó ella—. Todos los demás han estado en casa hace horas. —La última vez que lo comprobé —dijo arrastrando las palabras mientras se dejaba caer en la silla enfrente de ella—, no debía informar sobre mis idas y venidas. —No seas impertinente —gruñó ella. Él se rió de nuevo. Era la manera de Gabe de menospreciar al mundo. Fingía que su corazón no se había partido ya en dos ocasiones en su joven vida; primero con las muertes de sus padres y otra vez el día en que murió Roger Waverly. Gabe cubrió las heridas con algunas bromas y una sonrisa temeraria, pero en las últimas seis semanas, la cobertura parecía estar agrietándose. Él no podía verlo, pero

ella sí. Y cuando esas heridas comenzaran a sangrar de nuevo, todas las bromas del mundo no iban a contener la sangre. —Entonces, ¿cómo estuvo el baile? —sondeó, preguntándose cómo abordar el tema que realmente quería discutir. Su sonrisa se desvaneció. —Sabes perfectamente cómo fue. Estoy seguro de que los demás te lo contaron todo. Si Gabe pudiera poner sus cartas sobre la mesa. . . —Dijeron que bailaste con la señorita Waverly. Dos veces. —Sí. —No estás pensando aceptar su desafío, ¿verdad? —En realidad, estoy pensando en casarme con ella. Hetty se quedó boquiabierta. —¿Incluso aunque te odia? —¿Hablaba en serio? Él frunció el ceño. —¿Por qué todo el mundo sigue diciendo eso? —Porque es cierto. —No me puede odiar, no me conoce. Ella odia que su hermano muriera corriendo conmigo, pero eso no significa que me odie. —Cruzó sus brazos sobre su pecho—. Conseguí que bailara conmigo, ¿no? —¿Qué hiciste... insinuar que estarías de acuerdo en correr con ella si bailaba contigo? —Cuando él se encogió de hombros, Hetty resopló—. Lo que no sabéis acerca de las mujeres podría llenar un océano. Manipular a una mujer no te lleva a ninguna parte con ella a largo plazo. —Aunque sigues intentando manipularnos —dijo secamente. —Eso es diferente. ¿Para qué son los abuelos sino para molestar a sus nietos? Mirando fijamente su mandíbula y sus ojos atormentados, ella sintió una repentina opresión en su pecho. Siempre había tenido debilidad por Gabe, con su

naturaleza tranquila, su falta de miedo y su sonrisa desafiante a la muerte. Pero siempre se había sentido incapaz para alcanzarle. —Esto no es lo que yo quería para ti —dijo suavemente—. Quería amor, vida y felicidad. No una mujer que hará de tu vida un infierno. Las palabras contundentes parecieron molestarle, porque se quedó perfectamente rígido. —Entonces no deberías haber dado tu ultimátum. —No tienes que elegir a la única mujer que tiene todas las razones para odiarte. —Gracias a mí, estará desamparada cuando muera su abuelo. Pensé que casarme con ella era lo menos que podía hacer. Hetty le lanzó una mirada escéptica. —¿Y ella está de acuerdo? —Lo estará. Finalmente. —Gabriel… —Suficiente —dijo, poniéndose en pie—. Mientras yo gane una esposa, no tienes razón para quejarte. —Tienes que vivir hasta la boda para que cuente, sabes —dijo ella mientras se alejaba. Se volvió para mirarla. —¿Qué quieres decir? —Si planeas correr con ella... —Ah. Crees que me mataré enhebrando la aguja en Turnham Green. —Has tenido suerte tres veces. A nadie le dura la suerte para siempre. Su frente se arrugó. —¿Y si juro que nunca volveré a enhebrar la aguja contra la señorita Waverly o cualquier otra persona? ¿Qué me darías?

Ella dudó. Tal promesa eliminaría su mayor preocupación: que él hiciera esa carrera y se matara a sí mismo o a otra persona. Cualquiera de los escenarios podría ponerlo fuera del alcance de su familia para siempre. Sin embargo, negociar con sus nietos era arriesgado. Había trabajado en beneficio de Jarret, pero Gabe era otra cosa completamente distinta. —¿Qué deseas? —Quiero que rescindas tu ultimátum para... —Eso nunca sucederá —interrumpió ella—. Además, dijiste que querías casarte con la señorita Waverly para ayudarla. —Cierto. Pero no es para mí que quiero que lo rescindas. Es para Celia. Ella se quedó boquiabierta. —¿Por qué? —Ya tendrás a cuatro de nosotros emparejados. Me doy cuenta de que el resto de nosotros lo dejamos durante demasiado tiempo, pero ella sólo tiene veinticuatro años. Deja que encuentre un marido a su propio ritmo. O no lo encuentre en absoluto, si eso es lo que prefiere. No quiero verla casarse con algún cazafortunas, ni tú tampoco. Tienes suerte con Minerva, pero Celia es…diferente. —¿Quieres decir, porque dispara armas para entretenerse? —Porque se mantendrá firme en la resistencia a tu ultimátum. Celia te obligará a estar entre la espada y la pared. Realmente no quieres desheredarnos a todos. Y ciertamente no quieres hacerlo si todo el mundo cumple excepto ella. Tenía razón, aunque no iba a decírselo a él. —Haré lo que tenga que hacer. Sus labios se apretaron en una línea. —Entonces correré con quien quiera, en cualquier carrera que quiera. Ella le frunció el ceño. —Recuerda lo que dije. Si mueres antes de casarte, entonces nadie consigue nada.

—¿De verdad? ¿Castigarías a mis afligidos hermanos sólo porque tuve la audacia de morir y perdiste la oportunidad de que se cumplieran tus planes? No lo creo. — Entonces, esa luz impudente apareció en sus ojos, la que ella conocía tan bien desde que era un niño y salía furtivamente al establo, sin importar qué castigo inventara para hacerle quedarse—. Además, ¿no lo has oído? Soy el Ángel de la Muerte, no puedo morir. Un escalofrío recorrió su columna vertebral. Maldito tonto. Decir tal cosa era tentar al destino. Él se acercó más y bajó la voz. —Y voy a vivir solo para ver a Celia hacer que te retuerzas, abuela. Sospecho que después de que a ella le llegue el turno de encontrar a un cónyuge, te arrepentirás de haber seguido con este plan tuyo. Nunca digas que no te lo advertí. Cuando se volvió para irse, ella dijo: —Pensaré en eso. Él se detuvo para mirarla. —No estoy diciendo que no aceptaré tu oferta. Pero lo consideraré. —Es mejor que lo consideres pronto —dijo arrastrando las palabras—. Voy a competir con la señorita Waverly en tres días. —Salió dando zancadas. ¡Maldito sea ese muchacho! Parecía que había heredado cada pedazo de su destreza en la manipulación. Si no era cuidadosa, podría sacar ventaja en esta batalla. Usó su bastón para levantarse. Pero había llegado hasta ahí sin ceder ante las quejas de sus nietos. No iba a darse por vencida debido a las amenazas de Gabe. Sin embargo, mientras caminaba hacia su dormitorio, sus palabras sonaron en su cabeza: Soy el Ángel de la Muerte, no puedo morir. Sabía mejor que nadie que la muerte podía agarrarte cuando menos lo esperabas. Y no podía soportar pensar en perder a alguien a quien amaba en sus codiciosas manos.

EL GENERAL ISAAC Waverly estaba encorvado sobre su desayuno de huevos al plato y bacon cuando su sobrino nieto entró en la habitación. Todavía dolido por la pérdida de la Marsbury Cup ayer, Isaac ni siquiera miró hacia arriba. Ghost Rider debería haber ganado, el potro había perdido por una mera nariz. ¿Cómo se suponía que Waverly Farm saldría de la deuda si sus caballos no podían ganar premios en metálico? Las granjas de sementales vivían y morían por la aptitud de sus caballos de carreras, y él no había tenido un ganador espectacular en algún tiempo. Isaac estaba cobrando cada vez menos dinero por el servicio de sus sementales, y sus pocos arrendatarios estaban luchando debido a la sequía reciente. Había sido un año difícil para muchos hacendados, pero necesitaba apartar fondos para Virginia. Él temía mucho que no encontrara marido con su pequeña dote. Entre su falta de temporada y su incapacidad para morderse la lengua cuando debía, necesitaba toda la ayuda que pudiera conseguir. Y se lo debía a ella. La niña había renunciado a su futuro para cuidar de él después de su lesión, la muchacha merecía algo más que una vida de cuidar de un viejo cascarrabias como él. Miró a Pierce. —¿Cómo estuvo el baile? ¿Nuestra niña bailó con alguien? Pierce se sirvió una taza de té. —Se puede decir que sí. —¿Alguien que yo conozca? Su sobrino vaciló, luego miró hacia la puerta que daba a la cocina, de donde salían los sonidos de la feliz conversación de Virginia con los sirvientes. No era ninguna sorpresa para Isaac que ella estuviera tan cómoda en la cocina como en un salón. En aquellos largos meses después de haber sido arrojado de un caballo e incapaz de salir de su cama, la única compañía de Virginia, aparte de la ocasional visita de Pierce, habían sido los sirvientes. La adoraban. La cocinera le pasaba a hurtadillas su pastel de jengibre cuando ella estaba de bajón, el ama de llaves la consultaba sobre las cuentas y los menús, y los mozos de cuadras le permitían tener cualquier montura que ella eligiera, incluso los que él había advertido que le estaban estrictamente prohibidos.

La niña tenía la energía de su madre y el temperamento de su padre. Discutían sobre todo mientras ella se esforzaba en crear orden en su casa. A veces le resultaba más fácil darle rienda suelta. —¿Con quién bailó? —preguntó a Pierce. —Gabriel Sharpe. Una sensación de presentimiento lo atrapó por las pelotas. —¿Por qué diablos iba a bailar con ese bastardo arrogante? Su sobrino hizo una mueca. —Hay algo que debería haberte dicho hace un mes, cuando sucedió. Pero me imaginé que tenías suficientes cosas en la cabeza, y realmente no pensé que ella seguiría adelante. Ahora no estoy tan seguro. —¿Seguir adelante con qué? —preguntó, con la sangre helada. En pocas palabras, Pierce expuso exactamente lo que la fiera de su nieta había estado haciendo. Isaac saltó de la mesa del desayuno como un caballo de guerra alcanzado en la grupa por perdigones. —¡Virginia Anne Waverly! —gritó—. ¡Ven inmediatamente! La pequeña descarada entró en la habitación con un plato de pan tostado en una mano y una bandeja de mantequilla en la otra, con una expresión de pura inocencia que no le engañó ni un minuto. —Sí, ¿abuelito? Él frunció el ceño. —Pierce me ha dicho que quieres hacer una carrera tonta contra Lord Gabriel Sharpe. Ella le lanzó a su primo una mirada desagradable mientras colocaba el plato y la bandeja sobre la mesa. —Ya veremos si alguna otra vez voy a bordarte un par de zapatillas. Pierce la miró fríamente sobre su taza de té.

—Si me bordas más zapatillas, tendré que hacer crecer más pies. —Sabes perfectamente que necesitas un número excesivo de zapatillas —dijo Virginia—. Las desgastas más rápido que... —¡No me importan las malditas zapatillas de Pierce! —gritó Isaac—. ¡Quiero saber qué te ha poseído para desafiar a Sharpe a una carrera! No parece propio de ti hacer algo tan tonto. La ira se encendió en su rostro. —No hay nada de qué preocuparse, es sólo una carrera de carruaje rápido por ese camino en Ealing. Te acuerdas de la que… esta es menos peligrosa. —¡Todas las carreras son peligrosas, jovencita! —Abuelito, siéntate —dijo ella con firmeza mientras se acercaba a su lado y le tomaba el brazo—. Sabes que el médico dice que debes evitar disgustarte. —¡Entonces deja de disgustarme! —Él apartó la mano—. Pierce me dice que en realidad desafiaste al hombre a enhebrar la aguja... ¿en qué estabas pensando? Un rubor caliente se elevó en sus mejillas. —Pensé que podría vencerle y que por fin dejaría de pavonearse por la ciudad, demostrando su destreza en conseguir que la gente se matara. Eso retuvo el temperamento de Isaac rápidamente. La muerte de Roger los había golpeado a ambos con fuerza, pero había sido más difícil para ella. Había idolatrado a su hermano, y su muerte había puesto una fina pátina en el gigantesco monumento que había estado construyendo en su honor desde que era una niña. No pensaba con claridad cuando se trataba de Roger. —Oh, corderita —dijo—. Tienes que dejar de preocuparte por Sharpe. Odio a ese tipo tanto como tú, pero... —Si sólo lo hubieras visto el mes pasado en la carrera, jactándote de cómo había vencido al teniente Chetwin. —Ella cerró las manos en puños—. ¡No se molesta por el hecho de que Roger murió haciendo esa carrera! Alguien tiene que poner a Lord Gabriel en su lugar, para enseñarle algo de humildad, algún…algún sentido de decencia. —¿Y crees que deberías ser tú?

—¿Por qué no? —su voz se volvió suplicante—. Sabes que puedo hacerlo. Dijiste que yo puedo usar un carruaje mejor que cualquier hombre que hayas visto. —No voy a ver cómo arriesgas tu vida, y tu futuro, podría añadir, tratando de competir con ese hombre, de todos los hombres. Ve a buscar tu bonete. Vamos a visitar a Lord Gabriel Sharpe. Tú, querida, vas a decirle que has visto el error de tu proceder y te niegas a correr con él. —¡No voy a hacer tal cosa! —Espetó ella—. Me niego a dejarle pensar que soy una cobarde. —¡Y yo me niego a perder a otro nieto con ese gilipollas! Ella palideció. —No me perderás, te lo juro. —Tienes razón, no lo haré —dijo, sintiendo un embate de miedo en su corazón—. No podría soportarlo. Después de que su esposa hubiese muerto de pleuresía mientras lo acompañaba a él y a la caballería en la Península, lo había pasado mal. Entonces su hijo y su nuera habían muerto, y él había vuelto a casa para dirigir la granja de sementales, amargado por sus pérdidas, no queriendo nada más que arrastrarse a un agujero y afligirse a solas. Había planeado encontrar a un pariente que acogiera a Virginia y a Roger, hasta que había visto a la inconsolable muchacha de tres años. Ella lo había mirado con sus labios temblorosos y le había dicho: —¿Papá se ha ido? Un nudo se le había clavado en la garganta cuando él le había contestado: —Papá se ha ido, corderita. Pero el abuelito está aquí. Mirándolo con ojos enormes, llenos de lágrimas, ella le había lanzado sus pequeños brazos regordetes alrededor de su pierna y dijo: —Abuelito quédate. En ese momento, ella había agarrado su corazón en sus diminutos puños. Él se había convertido en su “abuelito”, y ella se había convertido en su “corderita”.

Y nunca iba a perderla. —Te vamos a librar de esta carrera con Sharpe, o juro por Dios que te encerraré en tu habitación y nunca te dejaré salir de nuevo. La chica discutió con él a cada paso del camino. Ella protestó mientras esperaban la llegada del carruaje. Suplicó mientras se dirigían a Ealing. Pero como sus esfuerzos no produjeron nada durante la hora de trayecto a Halstead Hall, se quedó en un silencio cabizbajo. Él no sabía qué era peor. Cuando se acercaron a Halstead Hall, Isaac se había puesto de buen humor, alimentado aún más por la vista de la gran e impresionante mansión. Siempre había sabido que Sharpe era hermano de un marqués, de una familia tan antigua como la propia Inglaterra. De hecho, esa era una de las razones por las que odiaba al sujeto. Si Sharpe no hubiera atraído a Roger a una vida salvaje e imprudente, el muchacho seguramente estaría vivo hoy. Roger había adorado al joven lord, dispuesto a hacer algo maldito cerca de impresionar a su amigo. Mientras habían estado en la universidad, Isaac no se había preocupado por su amistad. Exponer a Roger a una clase superior podría ayudar al muchacho a largo plazo. Él mismo no había alcanzado el rango de general sin hacer amistades ventajosas, por lo que sabía el valor de ello. Incluso las carreras no le habían molestado. Después de todo, los jóvenes eran jóvenes. Pero entonces Roger había empezado a pasar todo su tiempo en los burdeles de Londres, bebiendo y jugando más allá de sus posibilidades, e Isaac empezó a preocuparse. Ver Halstead Hall trajo todo de vuelta. No era de extrañar que Roger se hubiera prendado de Sharpe y ese hijo del duque ¿cómo no habría podido seducir al muchacho con tales ventajas cuando las suyas eran tan modestas? Isaac debería haberse puesto firme mientras tenía la oportunidad. No debería haber esperado hasta el funeral de Roger para echar a Sharpe de su propiedad. Bueno, no iba a permitir que sucediera otra tragedia. Llegaron a las enormes puertas delanteras demasiado pronto. Halstead Hall era una de esas espaciosas mansiones de estilo Tudor aptas para albergar a un rey, el cual aparentemente era su dueño antes de que fuera entregada a la familia Sharpe hacía más de doscientos años.

—Mira —le dijo a Virginia mientras los lacayos y los mozos de cuadras corrían hacia su carruaje—. Me dejarás hablar hasta que nos encontremos con Sharpe. Entonces le informarás que has cambiado de opinión sobre competir con él, y punto. —Pero abuelito... —Lo digo en serio, Virginia. —Cuando ella cruzó los brazos sobre el pecho en un gesto de desafío, él suspiró—. Si haces lo que te digo, prometo comprarte unos vestidos nuevos. Incluso podríamos ir a Londres para un baile o dos. Estoy seguro de que Pierce podría arreglarnos una invitación en alguna parte. Aunque no sabía cómo podría permitirse el alojamiento en aquel momento. No podían quedarse exactamente en los cuartos de soltero de Pierce. Una mirada herida cruzó su rostro. —Incluso si hubiera dinero para vestidos y bailes, no soy una chica de sociedad con una cabeza hueca para ser influenciada por ellos. Hay un principio en juego. Con un profundo suspiro, miró por la ventana del carruaje. ¡Maldición!, ¡maldición!, ¡maldición! Su corderito ciertamente sabía cómo atacar el corazón. Ofreciéndole vestidos había herido su dignidad, y si la muchacha tenía una cosa, eran océanos de dignidad. La puerta se abrió y salieron. Cuando le dio el nombre al sirviente y anunció que habían venido a visitar a lord Gabriel, los condujeron a través de un largo pasaje abovedado y cruzaron un patio hacia un gran salón que podría intimidar al hombre promedio. Pero este era el mundo en el que Isaac había crecido. Uno en donde se definía la “buena crianza” como la habilidad de poner a un advenedizo en su lugar, donde los hombres eran juzgados por el corte de sus abrigos, no por el corte de su carácter. Él odiaba este mundo de vanidades y promesas vacías. Había estado feliz de dejarlo de joven para convertirse en oficial y hacer algo importante con su vida. Había vivido las batallas en Vimeiro y Roliça, y vio el rostro del mal demasiadas veces como para contarlas. Ninguna familia noble con una multitud de niños pendencieros iba a intimidarle, por Dios.

De Virginia, no estaba muy seguro. Ella miraba fijamente el antiguo biombo de roble tallado que ocupaba un extremo del vestíbulo y las enormes chimeneas de mármol que destacaban en la pared lateral, con la boca abierta. —¿De verdad es aquí donde vive Lord Gabriel? —susurró mientras el sirviente se alejaba, presumiblemente para ir a buscar al hombre. Isaac frunció el ceño. —Eso he oído. —Issac le frunció el ceño—. Seguro que conocías sus antecedentes. —Bueno, sí, pero nunca me di cuenta…En su mayor parte, presté atención a sus hazañas. — Halstead Hall es famosa en esta zona por su tamaño: trescientas sesenta y cinco habitaciones. Sus jardines son enormes, y tiene uno de los laberintos más grandes de Inglaterra. La última vez que oí, la finca tenía setenta arrendatarios. —Dios mío —dijo—. Su familia debe ser enormemente rica. —Lo suficientemente rica como para comprar lo que sea y a quien quiera. Tenlo en cuenta cuando pienses hacer una tontería como la de una carrera. —No se molestó en modular la voz; no iba a dejar que estos Sharpe lo intimidaran con toda su riqueza—. Aunque he oído que su dinero proviene del lado materno de la familia, no del marqués. —Ha oído bien, señor. Mis nietos consiguen su dinero de mí. Sorprendido, él echó un vistazo para ver a una mujer de aproximadamente su edad que bajaba la escalera decorada. Sus pasos eran lentos, lo que le daba una cualidad regia que momentáneamente le dejó asombrado. Fue sólo cuando vio el bastón en su mano que se dio cuenta de que su marcha lenta se debía a alguna debilidad en sus piernas. Él se frotó distraídamente el brazo que no había funcionado desde su caída del caballo. Sabía lo que era ser traicionado por el propio cuerpo, incapaz de hacer todo lo que uno deseaba. Eso le hizo sentir una simpatía inmediata por la dama. La reprimió sin piedad. —Usted debe ser el general Waverly —dijo mientras se acercaba a ellos—. Soy Hester Plumtree, abuela de... —Ya sé quién es —dijo bruscamente.

¿Quién no conocía a Hetty Plumtree, famosa por dirigir un imperio cervecero con puño de hierro y forzar a todos los cerveceros a dar el brazo a torcer? Pero él había esperado a una matrona con la voz de una arpía, y una actitud varonil. No esta criatura de apariencia frágil con una hermosa tez y una sonrisa que hacía que la sangre envejecida de un hombre corriera de nuevo. Maldita sea, estaba dejando que la mujer llegara a él. —Hemos venido a ver a lord Gabriel —bramó—. Este asunto no le incumbe, señora. Ella no se estremeció ni frunció el ceño ante sus palabras groseras. —Me temo que no sé exactamente dónde está en este momento. Pero mientras los sirvientes lo buscan, ¿quizá quieran un poco de té? Deben estar sedientos después de su largo viaje. —No quiero té —espetó él, sabiendo que se estaba comportando como un asno viejo y malhumorado pero incapaz de detenerse. —Me encantaría un poco de té —dijo Virginia con una sonrisa brillante—. Gracias. ¿Ahora decidía la chica comportarse como una jovencita bien educada? Iba a llevarlo a una tumba temprana. La señora Plumtree ordenó al criado que les trajera té y le dijo que lo tomarían en la biblioteca. —Así

—dijo mientras señalaba hacia un pasillo—, podremos estar cómodos

mientras conversamos. Y esta habitación es muy lúgubre, ¿no cree? Me hace sentir como si estuviera dando una lección. Isaac no sabía cómo responder. ¿Estaba tratando de confundirle siendo cordial, apaciguarles hasta que bajaran la guardia? No funcionaría. Ninguna mujercita iba a superarle, no importa cuán hermosa fuera su figura. Una vez que estuvieron instalados en la biblioteca, ella dijo: —¿Deduzco que esto es sobre la carrera que mi nieto y su nieta acordaron hacer? —Ya se lo dije, no es asunto suyo.

—Por supuesto que sí. No quiero ver a ninguno de los dos heridos más que usted. Y esa carrera en Turnham Green... —¡Turnham Green! —Él frunció el ceño hacia Virginia—. ¡Me dijiste que planeabas hacer la carrera en Ealing! —La haremos, abuelito, te lo prometo. —¿Entonces de qué está hablando esta mujer? —Perdóneme, señor —dijo la señora Plumtree. —Debo haber malinterpretado a mi nieto. Ahora que lo pienso, él nunca dijo realmente qué carrera iban a hacer. Simplemente asumí… —Entrecerró los ojos—. Puedo ver que él y yo necesitamos tener otra conversación. —No importa qué carrera sea. No deberían competir. Virginia se inclinó hacia delante. —Sigo explicándole a mi abuelo que es perfectamente segura. —¡Segura! —gritó Isaac—. ¿Hacer correr un carruaje por algún camino lleno de baches contra un hombre que es conocido por su imprudencia, un hombre que hará cualquier cosa para ganar? —Mi nieto no permitirá que ella resulte herida, si eso es lo que está insinuando, señor —dijo la señora Plumtree gélidamente. ¡Ah! La dama dragón salió por fin. —Perdóneme, señora, pero he visto el caos que su nieto inflige cuando corre. —Seguramente una carrera tan inocua no podrá causar ningún daño —replicó ella. —Eso es exactamente lo que le digo, señora Plumtree —explicó Virginia—. Sinceramente, abuelito, difícilmente... —Basta, muchacha. —Él le frunció el ceño—. Ve a esperar en el vestíbulo mientras hablo a solas con la señora Plumtree. —Pero... —¡Ahora, Virginia!

Con un bufido, ella se levantó y salió. En cuanto se marchó, él miró a la señora Plumtree. —¿Cómo se atreve a animarla en esta loca idea? Ella lo miró fijamente. —¿Así que usted ha tenido éxito en reprimir sus locas ideas en el pasado? Las palabras le sorprendieron. —No ha tenido ninguna idea loca en el pasado. Hasta que llegó su nieto, ella era responsable y equilibrada y... —Mi nieto no cambió su carácter, señor. Tal vez él solo expuso lo que ya estaba allí. —No conoce a mi nieta. —Conozco a las mujeres jóvenes. Tengo dos nietas propias, y una hija antes que ellas. Soy muy consciente de lo obstinadas que son las jóvenes, especialmente las de naturaleza apasionada, como su nieta. Si usted se mantiene firme, es probable que ella actúe a sus espaldas. ¿Cuándo descubrió que había desafiado a mi nieto a una carrera? Él la miró de manera amenazante, luego se levantó, molesto porque se le hubiera echado en cara su incompetencia como guardián. —Hoy. —Ella lo desafió hace un mes. Eso debería decirle algo. —Bueno, si pudiera evitar que su maldito nieto hiciera cosas necias, como correr en la carrera de Turnham Green... —Hago todo lo posible —dijo ella con rigidez—. Pero considere que usted tiene solamente una nieta a la que amenazar. Yo tengo cinco. Él no podía discutir eso. Infierno y condenación, ¿qué habría hecho si se hubiera encontrado en una edad avanzada siendo el guardián de cinco niños? No quería ni pensarlo. —Además —continuó ella—, a los veintisiete años, ya ha crecido. No va a escuchar lo que le dice su abuela.

Isaac se acercó a ella. —Podría desheredarle, reducir la paga... —Ya he amenazado con algo así. Hasta ahora, no ha frenado mucho su comportamiento. —Claro, o no estaría de acuerdo en competir con Virginia. —Ignorando la posición que él había tomado deliberadamente para intimidarla, ella se levantó y le enfrentó. —¿Y qué hay de su nieta? Sus tácticas no parecen hacer mucha mella en ella. Estaban tan cerca que Isaac podía ver en sus ojos azules insondables y oler el agua de rosas en ella. La mujer era enloquecedora. Era fascinante. Habían pasado años desde que había encontrado una mujer fascinante, no desde que murió su Lily. Pero esta mujer… Se puso rígido. —¿Y qué propone que hagamos? ¿Dejarles que se maten el uno al otro? —Oh, por favor —dijo con brusquedad—. Ustedes los hombres siempre exageran. No se matarán. Si permite la carrera, entonces usted tiene control de cuándo, dónde y cómo sucede. Podemos estar allí para controlar la situación. Su nieta estará tan contenta que dejará de pelear con usted, y correr contra mi nieto purgará su deseo de venganza. Entonces usted no tendrá que preocuparse por más encuentros entre ellos. —¿Y si no lo permito? —Entonces encontrarán una manera de arreglarlo en secreto. No puede mantenerla encerrada todo el tiempo, ya sabe. Por mucho que odiara admitirlo, sus palabras tenían sentido. Podía reconocer a un maestro estratega cuando se encontraba con uno. —Suena, señora, como si hubiera tenido bastante experiencia en la manipulación de los asuntos de sus nietos. Me sorprende que no sean más cooperativos. —Y a mí también —dijo ella alegremente. Una risa se le escapó a pesar de sí mismo. Al oírlo, sus ojos se suavizaron.

—En realidad, he conseguido que tres de ellos estén casados y bien establecidos en los últimos meses. Así que, en verdad, son mucho más cooperativos de lo que solían ser. —Tendrá que darme lecciones sobre cómo lograr tal hazaña —dijo con una sonrisa. —Sería un honor. —Una sonrisa tímida curvó sus propios labios. Tenía unos labios bonitos, no pudo dejar de notarlo. Entonces se sorprendió. ¿Qué estaba haciendo? Esta era la abuela de los Sharpe, ¡por el amor de Dios! El sinvergüenza había adquirido claramente su imprudencia de ella. Honestamente; Isaac bien podía imaginar a Hester Plumtree conduciendo un carruaje a toda velocidad por algún sendero. Y ¡ay del loco que se interpusiera en su camino! —Debo atender a mi nieta —murmuró, volviéndose. Necesitaba escapar de la mujer y sus maquinaciones antes de zozobrar sobre las rocas. Venir aquí había sido un error. Encerraría a la chica el viernes; dejaría que Sharpe viniera tras ella si quería su carrera. Se dirigió hacia el vestíbulo. —Virginia, nos vamos a casa. Allí no había nadie. —¡Virginia! —gritó. Nadie vino, y no había señales de adónde habría ido. —¡Condenación! ¿Dónde diablos está mi nieta?

Capítulo 4

Virginia siguió las detalladas instrucciones que el buen sirviente le había dado hacia los establos. Esta mansión era increíble. ¿Quién vivía en un lugar así? No era de extrañar que lord Gabriel estuviera tan seguro de sí mismo. Se le había entregado todo en bandeja de plata desde el momento en que nació, por lo que asumió que tenía derecho a todo. Bueno, ella le bajaría los humos. Era una lástima que el abuelito estuviera siendo tan obstinado con la carrera de carruajes. ¿No quería ver a Lord Gabriel humillado públicamente? Bueno, ella tenía un plan. Si pudiera echar un vistazo a los caballos que lord Gabriel usaba para tirar de su faetón, tendría alguna munición para sus argumentos con el abuelito. Ella detallaría sus fortalezas y debilidades, luego señalaría exactamente cómo podía vencerlas con sus propios caballos. Después de todo, tenía una granja llena de sementales. Dudaba que Lord Gabriel tuviera eso. Tampoco le haría daño examinar su carruaje. Podría haber alguna forma de mejorar su faetón. Si pudiera convencer al abuelito de que no podía perder esta carrera, él podría ceder. Se acercó a un gran edificio que, obviamente, albergaba varios caballos, a poca distancia de un edificio más pequeño que también parecía ser un establo. ¡Ay, Dios!, ¿cuál contenía sus caballos y el faetón? ¿Y cómo iba a conseguir la ayuda de los mozos de cuadras para verlos sin mostrar sus cartas? De repente salió un mozo de cuadras del edificio más grande llevando un cubo. Ella se agachó en una puerta para mirar mientras él llamaba a un mozo más joven. Tan pronto como el más joven llegó volando, el mayor le dio el cubo y dijo: —Ésta es la mezcla especial que el señor Gabriel quería para su caballo nuevo. Asegúrate de que la bestia se lo come todo. Le aliviará la digestión.

El mozo de cuadras joven se apresuró a ir hacia el edificio más pequeño y entró con el cubo, y poco después salió sin él. Virginia dejó escapar un suspiro. El nuevo caballo de lord Gabriel debía ser para su faetón. Ya que el pequeño establo no estaba tan ocupado como el grande, tal vez podría entrar a verlo sin ser vista. Se dirigió hacia la entrada y buscó por los alrededores a cualquiera de los mozos de cuadras que pudiera salir del más grande. Cuando oyó voces que se acercaban, se lanzó hacia el establo pequeño. Luego se detuvo en seco. Porque de pie en el estrecho pasillo estaba el mismísimo Lord Gabriel. Sostenía el cubo de mezcla en sus manos y estaba alimentando al caballo cuya nariz podía ver saliendo de un compartimento. Su señoría no llevaba abrigo ni corbata, sólo un chaleco y una camisa con las mangas enrolladas exponiendo sus elegantes y musculosos antebrazos. Contuvo el aliento. Con mangas de camisa, pantalones de montar y botas altas, era un hombre bastante impresionante, delgado, en forma y guapo. Demasiado guapo para la cordura de cualquier mujer. —Vamos, mi pequeña potranca —le dijo al caballo—. Esto debería hacerte sentir mejor. Su voz tranquilizadora hizo que algo se agitara en su interior. Era difícil no dejarse seducir por un hombre que podía tratar a un animal con tanta ternura. Le hacía preguntarse cómo sería con una mujer. Ella maldijo interiormente. No se preguntaba nada de eso. ¡No! —Y dejarás de pelear contra los mozos de cuadras, ¿lo harás? —Le dijo Gabriel a la potranca—. Debes ahorrar esa energía para St. Leger Stakes 3. Les vas a hacer caer de culo, mi linda chica. Vas a correr como el viento y dejar a todos esos estúpidos potros muy atrás. ¿Planeaba meter un purasangre en St. Leger Stakes? Dios mío, también el abuelito. Y si lord Gabriel la atrapaba aquí…

3

St. Leger Stakes: Carrera para purasangres de tres años. Se celebra en septiembre en Doncaster, desde 1776. La distancia que se recorre es de 2.921 metros.

Con el corazón en la garganta, empezó a retroceder. Entonces un caballo cerca de ella relinchó, y la cabeza de lord Gabriel se giró. La miró entrecerrando los ojos, dejó el cubo y se acercó a ella. Virginia dio media vuelta para correr, pero él estuvo a su lado en dos pasos y la agarró por los brazos. —Alto ahí —gruñó mientras la giraba hacia él—. ¿Qué diablos está haciendo aquí? —Yo…esto…bien…mi abuelo quería hacerle una visita, pero está hablando con su abuela, y…—Ella pensó rápidamente—. Y oí que tenía un espectacular laberinto, así que fui a buscarlo. Entonces me perdí y terminé aquí. —Porque buscaba nuestro laberinto —dijo él con escepticismo. —Me encantan los laberintos. —Así que no tiene nada que ver con tratar de observar a su competencia. —Sus ojos la taladraron. —¡Para nada! No tenía ni idea de que tenía un pura sangre al que tenía la intención de... quiero decir… —Me escuchó hablando con Flying Jane —acusó—. ¡Vaya, pequeña bruja taimada! Oh, Dios, ahora estaba realmente en problemas. El mundo de las carreras estaba lleno de subterfugios. Dado que las probabilidades se establecían sobre la base del conocimiento de un caballo, los vendedores a menudo se colaban en los establos o espiaban las pruebas secretas para obtener información. Así que cualquier dueño de un pura sangre sospechaba si un competidor se acercaba a sus caballos, especialmente antes de una gran carrera como la de St. Leger Stakes. —¡Fue puramente accidental, lo juro! —Y ahora irá a hablar con su abuelo acerca de su competidor. —¡No! —Al verle arquear la ceja, agregó—. No se lo diré a nadie. Nunca lo haría. —Cierto. —Deslizó su agarre de sus hombros hasta sus brazos—. Se perdió y decidió entrar en una cuadra sola, sabiendo que varios mozos de cuadras estarían alrededor. —Vivo en una granja. Voy sola a las cuadras todo el tiempo.

—Pero sus mozos de cuadra saben que no deben poner una mano encima de la nieta del propietario. Estos mozos no la conocen. Su control sobre ella la inquietó. La mantenía demasiado cerca, y eso la ponía nerviosa. Especialmente con él vestido de manera tan informal. Su camisa negra estaba abierta en la garganta, exponiendo un poco de polvo en el pecho. —Me habrían tratado mejor que usted, me atrevo a decir —replicó ella con una inclinación de la barbilla—. Por favor, déjeme ir. —¿Para que pueda espiarme un poco más? —No estaba espiando. —Entonces tenía otra razón para venir aquí —dijo, su voz se profundizó—. Tal vez alguna razón más…personal. —¿Personal? —chilló Virginia. Su mirada se movió sobre ella, cada vez más caliente. —Quizás me estaba buscando. ¡Oh, pero que arrogante era! —Por supuesto que no. ¿Por qué le buscaría aquí, de todos los lugares? —Porque los criados, sin duda, le dijeron que a menudo paso aquí mis mañanas. —Su voz era ronca ahora, y sus manos se movían arriba y abajo de sus brazos, calentándolos, haciendo que su corazón se acelerara inexplicablemente. —No pregunté a los criados… Quiero decir, les pregunté acerca del est…el laberinto, pero yo…—Estaba balbuceando como una colegiala enamorada, por amor de Dios—. No sabía que estuviera aquí —terminó ella. —Está siendo ridículo. —A juzgar por su rubor, no estoy siendo ridículo en absoluto —murmuró. Se llevó la mano a la mejilla. ¿Estaba ruborizada? ¡Santo cielo!, lo estaba. —No soy una de esas coquetas que se desmayan con cada una de sus palabras, ya sabe. —No es con las palabras con lo que se desmayan. —Él rodeó su cintura y la acercó aún más—. Y aunque no sea ni un poco coqueta, eso no significa que no tenga curiosidad por mí.

Su respiración se negó a obedecer sus órdenes, acelerándose febrilmente. Debería darle una bofetada, empujándole lejos. —Eso es absurdo. ¿Cómo podría yo sentir curiosidad acerca de u…un canalla con su reputación? —Porque quiere saber cómo conseguí esa reputación. Si es merecida. Si realmente hago que las mujeres se desmayen en mi cama. Se quedó boquiabierta. Él no debería estar diciéndole cosas así. Y ella definitivamente no debería dejar que eso hiciera que su pulso se acelerara y sus manos se pusieran sudorosas. ¿Qué le pasaba? —Se me ocurre una idea —dijo con voz ronca, inclinando la cabeza hacia ella—. ¿Por qué no satisfago un poco su curiosidad? —Él cubrió su boca con la suya. Virginia se quedó inmóvil ante el asalto íntimo. Qué horroroso. Qué inaceptable. Qué intoxicante. Sus labios se movieron sobre los suyos con la seguridad de un hombre que había besado a muchas mujeres. Una emoción instantánea se deslizó por su columna vertebral que le hizo las cosas más deliciosas a su interior. Podía sentir su boca suavizarse debajo de la de él, sentir su aliento vacilar contra sus labios, sentir su sangre correr incontroladamente por sus venas. Esto estaba mal, muy mal. Y se sentía completa y totalmente correcto. —Ah, bruja —susurró contra sus labios—. Qué boca tan besable tienes. ¿La tenía? Ningún hombre la había besado antes. —Lord Gabriel, realmente no creo... —Gabe —murmuró—. Mis amigos me llaman Gabe. —No soy tu amiga. —Tienes razón. Eres algo más…íntimo. Así que llámame Gabriel. Casi nadie lo hace. O mejor aún, llámame “cariño”. Nadie me llama así, cariño. —Antes de que ella pudiera resistirse a esa desfachatez, volvió a tomar sus labios. Pero esta vez sus labios eran más firmes, más cálidos. Gabe la empujó contra él y abrió su boca sobre la suya, persuadiéndola para poder meter su lengua dentro. Dios mío. ¿Qué era eso? Nunca se había imaginado…

Era glorioso. Él persuadió su lengua para que se enroscara con la suya, luego jugó con ella. Oh, cómo jugaba. Su boca devoraba la suya, y su lengua penetró en su interior con movimientos lentos y sedosos que la hicieron desear cosas, necesitar cosas que no entendía. Antes de que ella lo supiera, la había presionado contra la pared entre dos compartimentos, sus labios seduciendo los suyos. No podía respirar, no podía pensar. Ella puso sus manos sobre su pecho, con la intención de empujarlo hacia atrás, pero sus dedos se enroscaron en su chaleco como pequeños traidores. En unos instantes, el mundo entero se redujo a este hombre con su boca sobre la suya y sus manos moviéndose por sus costillas y su cintura, sus pulgares rozando la parte inferior de sus pechos a medida que se deslizaban… Un repentino dolor agudo en su brazo la hizo gritar contra su boca y empujarlo lejos. —¿Qué diantres? —¡Jacky Boy! —Gabriel le gruñó al pony que acababa de morderla—. ¡Eso no! Ella giró su cabeza para mirar al poni cuyos labios estaban separados para mostrar los dientes. Si alguna vez se podría decir que una bestia fulminaba con la mirada, ésta estaba haciéndolo. Gabriel le examinó el brazo con gran preocupación. Al ver que el mordisco ni siquiera había cortado la tela, se volvió hacia el poni. —Deberías ser sensato, muchacho —gruñó—. No puedes ir por ahí mordiendo a las damas. El poni le dio un empujón a Gabriel con su cabeza, metiéndose entre ellos como para separarlos. Reprimiendo una risa, Virginia se movió fuera de su alcance. Gabriel podría llamarlo “chico”, pero el poni envejecido estaba claramente mucho más allá de la flor de la vida. Al pobre probablemente le quedaban sólo unos pocos años más. Y un apego decidido a su dueño. Gracias al cielo. Ella había estado a punto de hacer Dios sabe qué.

—Lo siento —dijo Gabriel—. Jacky Boy fue la primera montura que tuve, por lo que tiende a ser posesivo. Está celoso de cualquiera a quien preste atención. Ya estaba molesto por la llegada de Flying Jane al establo, así que se desquitó contigo. —No tiene motivos para estar celoso de mí —dijo ella. Los ojos de Gabriel se oscurecieron mientras se acercaba a ella. —Sin duda los tiene. —Su mirada recorrió su cuerpo con tal calor que su respiración volvió a acelerarse—. Pero tendrá que acostumbrarse. La insinuación de que tenían algún tipo de futuro juntos la alarmó como nada más lo había hecho. Retrocedió, horrorizada de haber ido tan lejos con él. —No, no —dijo ella, sacudiendo la cabeza—. No voy a juntarme con el asesino de mi hermano. El rostro de él se volvió de piedra, pero sus ojos brillaron con un calor que la abrasó. —¿No te cansarás nunca de esa discusión, Virginia? —exclamó él, como si le costara cada gramo de su voluntad no estrangularla—. No maté a tu hermano. El asesinato implica intención. Lo que ocurrió fue un trágico accidente... —Que tú causaste al aprovecharte de él mientras estaba borracho —contestó ella— . Roger estaba demasiado borracho para saber qué hacía. —Cuando corríamos, estaba perfectamente sobrio. —No es lo que dice el abuelito. —Tu abuelo no estaba allí. Necesita culpar a alguien, así que me culpa a mí. Pero eso no significa que tenga una razón para ello. —Ta…tampoco tienes ninguna razón para mentir sobre eso. —La gente se engaña a veces —se dirigió hacia ella otra vez—. Es mejor que enfrentar la verdad, que tu hermano... —¿Qué demonios está pasando aquí? —llegó la voz de su abuelo desde la entrada. Gabriel se detuvo. —Buenos días, general —dijo, aunque mantenía los ojos fijos en los suyos—. Su nieta y yo estábamos hablando de una carrera.

Mientras su abuelo se aproximaba, ella añadió apresuradamente: —Vine a los establos para ver si podía ver a Gabriel…quiero decir, el carruaje de lord Gabriel y los caballos, abuelito, y encontré a su señoría en su lugar. Podría admitir la verdad. Al menos entonces, Gabriel no persistiría en pensar que había venido a buscarlo. O peor, espiar a su purasangre para ayudar al abuelito a obtener una ventaja para el St. Leger Stakes. —No tienes por qué vagar sola en los establos —repuso el abuelito. —Su señoría me estaba diciendo lo mismo. Estaba a punto de escoltarme de nuevo adentro. Con una expresión escéptica, su abuelo miró de ella a Gabriel. Virginia rezó para que no supiera que estaba mintiendo. Que no pudiera decir que acababa de ser besada hasta dejarla aturdida. En ese momento, entró la señora Plumtree en el establo, luego se detuvo. Su mirada parecía absorber más que la del abuelito, porque se clavó en la boca probablemente enrojecida de Virginia durante tanto tiempo que Virginia tuvo que bajar los ojos. —Bueno, ¿no es esto encantador? —dijo—. Las reuniones secretas ya han comenzado. El abuelito se puso rígido y le lanzó a la señora Plumtree una mirada torva. Luego miró a Gabriel. —Todo bien. Así es como va a ser. Los dos tendréis vuestra carrera el viernes. La Sra. Plumtree y yo estaremos allí para asegurarnos de que se haga de manera justa y segura. Después... —Volveremos todos a Halstead Hall para cenar —dijo la señora Plumtree—. ¿Qué dice usted, general? ¿No sería una manera agradable de terminar el día? —Sí —gruñó—. Y una manera agradable de acabar con la asociación de nuestras familias también. Virginia inhaló bruscamente. No se atrevió a revelar que después de esta carrera, correría con Gabriel en Turnham Green o que él estaría cortejándola. Si el abuelito oyera eso, la encerraría en su habitación y tiraría la llave.

—Me parece un plan excelente —replicó Gabriel. —Sí —convino Virginia. Una vez que la carrera hubiera terminado, ella y Gabriel podían administrar el resto de su pacto de manera más discreta. —Muy bien. —El abuelito le tendió el brazo—. Vamos, mi niña, vamos a casa. Ella le tomó el brazo, sin atreverse a mirar a Gabriel por miedo a lo que pudiera ver en sus ojos. Y lo que podría hacer que se sintiera. —¡Señorita Waverly! —la llamó Gabriel. Ella se detuvo para mirar hacia atrás. —¿Sí? Su mirada se clavó en la suya. —Quise decir lo que dije sobre Jacky Boy. Tiene todas las razones para estar molesto. Porque sabe que no me rendiré. Ella tragó saliva. No estaba tan horrorizada como debería estar por su recordatorio. El diablo lo lleve. —La persistencia no siempre es suficiente, señor —dijo, y salió con su abuelo. Mientras se dirigían al otro establo, donde ahora estaba esperando su carruaje, el abuelito le preguntó: —¿De qué iba todo esto? —Hablamos de los métodos de entrenamiento de su señoría para sus caballos — mintió—. Le estaba dando algunos consejos. El abuelito resopló. —No creo que Sharpe necesite ningún consejo. No, él sabía exactamente lo que estaba haciendo, con los caballos y las mujeres. Lo que era una lástima. —¿Hay algo entre tú y Sharpe que no me estás diciendo? —preguntó el abuelito. Ella contuvo el aliento. —¿Por qué dices eso?

—Me han señalado que las mujeres jóvenes a veces pueden ser diferentes de lo que parecen. Señor, por mucho que quisiera que el abuelito la viera por lo que era, no quería que él viera la parte de ella que había disfrutado imprudentemente de besar a Gabriel. —Siempre soy tu corderita, abuelito. No es necesario que te preocupes por eso. — Era una respuesta evasiva, pero no podía soportar mentirle. Afortunadamente, eso pareció satisfacerle. —Eso es lo que pensaba. La culpa la mantuvo en silencio. Mientras se dirigían a casa, se le ocurrió algo. —Abuelito, ¿Roger estaba borracho cuando corrió con lord Gabriel? Su abuelo se puso rígido. —¿Por qué lo preguntas? —Por algo que dijo lord Gabriel. —Roger definitivamente estaba borracho cuando aceptó el desafío. Se quedó sin aliento. —¿Así que lord Gabriel fue el que impuso el desafío? Él se la quedó mirando con tristeza. —Debió haber sido él. De lo contrario, habría culpado a Roger hace mucho tiempo. Ella pensó en lo que Gabriel había dicho. No había mencionado quién había hecho el desafío. Pero obviamente le había mentido acerca de la borrachera de Roger. —Así que Roger estaba borracho cuando hizo la carrera. Una larga pausa siguió. Entonces el abuelito soltó un juramento bajo. —No lo sé.

—¿Qué quieres decir? —Fue horas después. Corrieron al mediodía. Una bola de plomo se asentó en su vientre. —Pero pensé que lord Gabriel lo desafió después de haber estado bebiendo toda la noche y la mitad de la mañana. Luego salieron para hacer la carrera. —No exactamente. Su mundo cambió. Todo este tiempo, había creído… —Entonces, ¿qué sucedió? —¿Por qué importa? —Espetó él—. ¿No basta con que convenciera a Roger de correr con él cuando el muchacho estaba borracho, y luego lo arrastrara a esa condenada carrera para morir más tarde? —Supongo —dijo en voz baja. Aunque eso no era del todo cierto. Siempre había asumido que Gabriel había convencido deliberadamente a Roger a emborracharse para poder vencerlo. Pero si habían transcurrido horas entre el momento en que Roger había aceptado el desafío y los dos hombres habían corrido la carrera… Se tensó. No, el abuelito tenía razón. Gabriel todavía se había aprovechado de Roger. Su hermano nunca habría corrido esa carrera si hubiera estado sobrio. Se lo siguió diciendo a sí misma todo el camino de regreso a Waverly Farm.

Capítulo 5

Gabe no sabía qué le molestaba más: que la abuela estaba a punto de descubrir el nuevo uurasangre que había estado manteniendo en secreto…o que casi lo había pillado besando a Virginia. Probablemente lo último. Tener una reputación de ser bueno en el dormitorio era una cosa; tener a la abuela siendo casi testigo de ese talento era otra. Especialmente cuando eso le había descolocado. Virginia Waverly tenía una maldita boca dulce. Deseó poder haberla asaltado más tiempo. Deseaba poder haberla posado en la paja y haber descubierto qué secretos yacían debajo del anticuado vestido, una cosa de muselina amarilla y blanca que la hacía parecer un caramelo de limón. Lo cual era más que apropiado, ya que él quería desenrollarla y chuparla y saborearla, para satisfacer su adición a los dulces al devorarla. —Me has mentido —dijo la abuela sin preámbulos. Eso destrozó su agradable fantasía. Tratando de pensar lo que quería decir la abuela, Gabe fue a buscar el cubo de mezcla que había dejado fuera del compartimento de Flying Jane. Tenía que sacar a la abuela de aquí antes de que se diera cuenta del caballo; ella tenía un prejuicio categórico contra sus carreras. —¿Sobre qué? —Dijiste que tú y la señorita Waverly ibais a enhebrar la aguja en Turnham Green, cuando realmente planeabais una carrera sencilla en Ealing. Ah, eso. Una lástima que ella lo hubiera descubierto tan pronto. Había esperado que la preocupación por él pudiera hacer que la abuela aceptara dejar a Celia fuera del ultimátum matrimonial. Aunque tal vez todavía podría manejar eso. —No mentí —se agarró su chaqueta y se dirigió hacia ella a la puerta del establo— . La señorita Waverly y yo vamos a correr para determinar si vamos a enhebrar la

aguja. Si gano, entonces ella me deja cortejarla. Si ella gana, entonces enhebramos la aguja. La abuela bufó. —Sabes muy bien que vas a ganar. Con un encogimiento de hombros, él dejó el establo, entregándole el cubo de mezcla al primer mozo de cuadras que vino corriendo. —Las carreras son impredecibles. —Le lanzó una mirada astuta—. Y eso sin contar que puedo resultar herido mientras compito con ella en Ealing. Ella puso los ojos en blanco. —Si te lastimas en esa carrera, mereces perderte. Así que esperaré a ver quién gana antes de decidir si quiero liberar a Celia de mi demanda. —Como quieras. —Se dirigió hacia la casa, igualando su zancada con su paso vacilante. —La señorita Waverly se ha convertido en una chica muy bonita. No me sorprende; su madre fue impresionante. —¿Conocías a su madre? —Ella fue presentada en sociedad al mismo tiempo que la tuya. La mocosa tenía el ojo puesto en tu padre, pero Prudence no tenía nada que hacer. Lewis deslumbró a tu madre, pobrecita. Una vez que lo conoció no había nadie más, y tampoco iba a permitir que ninguna otra mujer lo tuviera. —Una lástima que él no sintiera lo mismo —estalló Gabe. A diferencia de Oliver, Gabe no culpaba a su padre por todo lo que había salido mal en el matrimonio de sus padres. Pero las infidelidades de su padre habían hecho terriblemente difícil que su madre pasara por alto sus otros problemas. La abuela le lanzó una larga mirada. —Esa es una declaración dura por tu parte, quien nunca está sin una mujer en su cama. Él apretó los dientes. Se entretenía con una viuda o una camarera de vez en cuando, pero la mayor parte de sus días los pasaba con sus caballos. No era el putero

que ella parecía pensar. Ciertamente nunca había rivalizado con su padre por el libertinaje. O incluso con sus hermanos mayores. —Por lo menos yo creo en la fidelidad, que es más de lo que puedo decir de mi padre —le dijo—. Tengo la intención de hacerlo mejor en mi propio matrimonio. —Suponiendo que la señorita Waverly esté de acuerdo en casarse contigo. Él le lanzó una sonrisa arrogante. —¿Alguna vez me has visto no ganar a una mujer que yo quisiera? —Las mujeres del tipo que has estado ganando no cuentan, se pueden comprar. Dudo que la señorita Waverly pueda ser comprada. —Gracias a Dios —dijo con frialdad—, ya que sólo obtengo dinero de ti si Celia también se casa, y eso no es seguro. Entraron en la casa y se dirigieron al salón. —¿Qué vas a hacer si te casas con la señorita Waverly y luego termino excluyéndote?—Preguntó ella, con un tono cuidadosamente distante. —Tengo perspectivas —dijo él evasivamente. —¿Qué tipo de perspectivas? ¿Tienen algo que ver con esa nueva potra purasangre que estás escondiendo? Se puso rígido. Maldita abuela y su ojo observador. —¿Qué te hace pensar que la estoy escondiendo? Le miró con ojos entrecerrados. —Estaba en los viejos establos, los cuales sólo han mantenido a Jacky Boy durante años. Espero que no tengas la tonta idea de hacerla entrar en una carrera de caballos. Tu padre tuvo que casarse precisamente porque su padre... —Lo sé, abuela. Ya he escuchado la charla. Numerosas veces. Su abuelo paterno había estado loco por los caballos. Por desgracia, también había sido maldecido con malos entrenadores y caballos aún peores. Había perdido cientos de miles de libras en sus establos para poder competir con purasangres, ninguno de los cuales le había hecho ganar dinero.

Por eso Gabe no quería que supiera que esperaba construir su propio establo de purasangres. Ella nunca creería que podría triunfar. Él tenía un ojo mejor para los caballos que el que su abuelo nunca había tenido, y podría entrenarlos él mismo mientras encontraba el jinete adecuado para montarlos. Pero la abuela pensaba que las carreras de purasangres eran un deporte para jugadores, y el juego para ella era una pérdida de tiempo. No es que le importara. Ella había arruinado su vida con este asunto del matrimonio. No iba a arruinar su futuro en las carreras, también. Ésta era su póliza de seguro en caso de que Celia decidiera no casarse. —¿Y qué piensas hacer con el pura sangre? —Eso no es asunto tuyo —dijo mientras se acercaban al salón—. Es mi caballo. Lo compré con los fondos que he acumulado de las apuestas que gano en carreras de carruajes. Cualquier cosa que haga con ella es asunto mío. Ella entró en el salón. —No si usas los establos de Oliver para... —¿Para qué está usando Gabe mis establos para esta vez? —Preguntó Oliver desde su asiento en el sofá. Gabe se sobresaltó al ver a Oliver, junto con el resto de su familia, dispersos por la habitación. Los únicos desaparecidos eran el hijastro de Jarret, George, que visitaba a su familia en Burton, y el esposo de Minerva, Giles, que probablemente estaba demasiado ocupado con un juicio para venir. Pero Jackson Pinter, el Bow Street runner, estaba aquí. Maldita sea, había olvidado que le había pedido a Pinter y a sus hermanos que se reunieran en la sala de Halstead Hall hoy al mediodía. Ahora había una audiencia para esta discusión. —Compré un caballo que tengo en los viejos establos —dijo Gabe, preparándose para una pelea—. Yo mismo cuido a Flying Jane. Pero si eso es un problema... —No dije que fuera un problema —replicó Oliver. —No es sólo un caballo —replicó la abuela—. Gabriel ha comprado un purasangre. Para competir, sin duda.

— Bien por él —dijo Jarret. Cuando Gabe se quedó boquiabierto, Jarret le guiñó un ojo—. Ya era hora de que los establos de Halstead Hall fueran usados para algo distinto a nuestras monturas y caballos para los carruajes. Hay mucho espacio para los purasangres. Parecía como si la abuela fuera a explotar. —Es fácil para ti decirlo. Los establos no son tuyos para mantenerlos. —No —dijo Oliver bruscamente—, son míos. Sigues olvidando eso, abuela. La finca está bien encaminada para sustentarse por si misma. Así que no tienes nada que decir en lo que permito en mis establos. ¿También Oliver estaba de acuerdo con él? Gabe no lo podía creer. La abuela se veía completamente desconcertada. Miró a Oliver, luego a él. Qué gratificante verla sin palabras. Gabe tomó la oportunidad de explicarse. —Yo mismo estoy pagando por el mantenimiento de la potra y dando a los mozos de cuadras un extra para cuidar de ella cuando sea necesario. No estoy confiando en Oliver para nada más que espacio en los establos, que, como Jarret señaló, hay un montón. —¿Realmente estás planeando hacer correr el caballo? —Preguntó Annabel, la esposa de Jarret. Él dudó. Pero ya que todos eran tan razonables… —Estoy entrenándola para St. Leger Stakes —admitió. —Te has vuelto loco —gruñó la abuela. —Y se vuelve loco con mucha facilidad —dijo Minerva, con los ojos verdes brillando—. No puedo esperar a ver cómo se desarrolla la nueva aventura de Gabe. —Deja de alentarlo —gritó la abuela—. Es un esfuerzo infructuoso. —Por lo menos no tenemos que preocuparnos de que se suicide, ya que no va a montar en estas carreras —señaló Celia. —Por supuesto que no —dijo Gabe, satisfecho de que sus hermanos estuvieran tomando esto tan bien—. Aunque necesitaré encontrar un jockey.

—Yo conozco a un jinete decente que busca un trabajo —le ofreció Jarret. —Y yo también —dijo Pinter ante la sorpresa de Gabe. —Estáis todos locos —dijo la abuela con un bufido—. Cada uno de vosotros. Apiadándose de ella, Gabe le rodeó los hombros con el brazo. —Relájate, abuela. También estoy haciendo todo lo posible para casarme. ¿No es suficiente? Los ojos de Minerva se iluminaron. —¿Has elegido a alguien? —Lo he hecho. Celia se sobresaltó lo que le hizo que le atravesara la culpa. Aunque se llevaba tres años con su hermana menor, y sólo dos con su hermano mayor, él y Celia siempre habían estado más cerca en espíritu. Minerva se había hecho cargo de ambos mientras Jarret y Oliver estaban en la universidad, por lo que Celia y él se habían convertido en compañeros de delitos. Había sido él quien le había enseñado a disparar; ella había mentido por él cada vez que se escapaba a las carreras. Ahora la mirada de traición en los ojos de Celia le llegaba al corazón. Pero su plan para que ambos se mantuvieran firmes contra la abuela nunca habría funcionado, así que tuvo que intentar las cosas a su manera. Si jugaba bien sus cartas, todavía podría ganar la libertad de ella. —¿Con quién piensas casarte? —preguntó Annabel con una sonrisa y ansiosa anticipación. —¿Es alguien que conocemos? —preguntó Minerva. —Vamos, hombre —dijo Jarret—. Dinos quién es. —Es la señorita Waverly —dijo la abuela. Un silencio incrédulo cayó sobre la habitación. Estuvo marcada por el grito de Minerva: —¡Pero ella te odia!

—No me odia. —Le había dado una amplia prueba de eso en el establo. Su familia empezó a hablar a la vez. —Hablando de intentos infructuosos… —murmuró Oliver. —¿Ya sabe que quieres casarte con ella? —preguntó Jarret. —¿Y su abuelo? —preguntó Minerva—. Él nunca lo permitirá. Celia se sentó allí sonriendo, obviamente menos preocupada ahora que sabía quién era su futura esposa. La abuela le sorprendió respondiendo por él. —La señorita Waverly es muy consciente de las intenciones de Gabe, y creo que no está tan opuesta a la idea como pretende. Ha estado aquí para organizar una carrera con vuestro hermano. Y espero que todos vosotros asistáis. Eso también podría demostrarle que no somos los monstruos que ella ha creado en su mente desde la muerte de Roger. Esto provocó una nueva ronda de preguntas que Gabe contestó, aunque se abstuvo de mencionar la apuesta unida a la carrera. Cuando empezó a explicar sobre la situación financiera de la familia Waverly, Celia enfrentó al Bow Street runner. —Debería haber visto tu mano entrometida en esto —dijo bruscamente. Pinter parpadeó, claramente desprevenido por su ataque. —¿Perdón? —preguntó con su voz gruesa y ronca. —Tienes motivos. —Celia se levantó y se acercó para mirarle con las manos apoyadas en las caderas—. Probablemente le sugeriste la mujer a Gabe. No estarás satisfecho hasta que nos veas a todos casados y desgraciados. Los ojos de Pinter se entrecerraron y estaba considerando una réplica enérgica cuando Oliver dijo: —Vamos, Celia, yo no soy desgraciado. Y por lo que sé, tampoco lo es Jarret. —Ni yo —intervino Minerva. —¡Esto no os concierne! —exclamó Celia—. ¡Eso concierne a mi futuro! Y si Gabe se casa, significa que yo… —Ella se detuvo con un arrebato de frustración. —Oh, no

lo entenderíais. Pensé que Gabe lo había hecho, pero es evidente que también está en el bolsillo de la abuela. Se volvió de nuevo hacia Pinter con los ojos encendidos. —Y tú, señor, deberías avergonzarte de que la abuela te compre, cuerpo y alma. Pinter se levantó, frunciendo el entrecejo. —Mientras tú, mi señora, deberías avergonzarte de pelearte así con ella. Ten cuidado de que al morder la mano que te alimenta, no te rompas los dientes. Sus mejillas se sonrojaron, Celia levantó su cara hacia la suya. —No es de tu incumbencia darme un sermón, señor. Él se alzó sobre ella. —Sólo estoy señalando que tu abuela tiene tus mejores intereses en el corazón, algo que pareces incapaz de reconocer. —Porque a diferencia de ti, a quien se paga por apoyar lo que dice y hace, puedo ver que está equivocada. Así que si piensas que me quedaré aquí y escucharé al lacayo de mi abuela sermonearme... —¡Celia! —gritó Gabe, notando la agudeza de la mirada de Pinter. El hombre tenía un lado oscuro que escondía muy bien, pero uno de estos días iba a dejarlo volar si Celia lo provocaba. —Pinter ha venido hasta aquí hoy a petición mía, así que apreciaría que lo tratases de forma civilizada. Ella frunció el ceño a Gabe, luego a Pinter. —Si debo hacerlo… —dijo ella rígidamente, luego se giró para volver a su silla. Los ojos de Pinter siguieron su retirada con un interés que le dio que pensar a Gabe. ¿Podría Pinter querer a Celia? No, la idea era absurda. Luchaban constantemente. Y Gabe sabía de hecho que despreciaba al hombre. ¿De la misma forma en que Virginia te desprecia? Apartó esa inquietante idea de su mente mientras se sentaba.

—Pinter, te pedí que vinieras para que yo pudiera decirte lo que sé sobre los acontecimientos del día en que murieron mis padres—. Eso llamó la atención de todos. —¿Qué quieres decir? —preguntó Oliver. Gabe tomó aire temblorosamente. No era tan fácil como él esperaba. Pero después de que su despreciable primo, Desmond Plumtree, revelara que había visto a un hombre cabalgando hacia el pabellón de caza después de haber oído los tiros que asesinaron a sus padres, eso hizo que Gabe se hubiera vuelto a preguntar por el hombre que había conocido aquel día. —Estuve en las caballerizas poco después de que mamá se fuera al pabellón de caza. —Les contó todo acerca de su encuentro con el hombre que podía recordar, y añadió—: ¿Recordáis cómo Desmond dijo que el caballo que vio era negro con una mancha blanca en la cara y una media blanca en la pata trasera izquierda? Bueno, estoy bastante seguro de que el desconocido en el establo ese día eligió un caballo así. Oliver se inclinó hacia delante, sus ojos negros tempestuosos. —Ese asunto con Desmond fue hace casi dos meses. ¿Por qué no dijiste nada entonces? Es más, ¿por qué no nos hablaste de ese hombre hace años? —Hasta principios de este año, cuando finalmente te dignaste hablar de la discusión que tuviste ese día con mamá —dijo Gabe—, ninguno de nosotros sabía que la historia de la abuela de lo que pasó no fue del todo exacto. No tenía ninguna razón para creer que el hombre que vi tenía algo que ver con la muerte de nuestros padres. Con una maldición murmurada, Oliver se reclinó en su silla. Su esposa, María, tomó su mano. Su embarazo estaba empezando a notarse, y tenía un dulce resplandor que parecía calmar el oscuro humor de Oliver. Por alguna razón, Gabe sintió una punzada de resentimiento. Nadie había saltado nunca para calmar sus oscuros estados de ánimo. —Entonces Jarret y tú decidisteis que Desmond podría haberlos matado, por lo que todavía no tenía ninguna razón para pensar que el extraño estaba involucrado. Incluso después de que Desmond admitiera haber visto a un hombre montar hacia la escena, no pude ver cómo eso era relevante. El hombre fue amable conmigo. No

parecía molesto, ni interesado en encontrar a nadie. Pensé que era pura coincidencia que hubiera ido a montar cerca de la escena. —Excepto que nunca le dijo a nadie lo que había visto —recordó Jarret, con los ojos brillando a la luz de las velas. —Sí, lo consideré. ¿Pero tú le dirías a alguien si te has topado con dos cadáveres? ¿No te preocuparía que pudieras ser implicado en sus muertes, aunque no hubieras hecho nada? El silencio cayó sobre la habitación, sólo se quebró cuando Minerva preguntó: —Si consideras que su presencia es irrelevante, ¿por qué nos lo estás contando ahora? Gabe se pasó los dedos por el pelo. —Porque no hemos conseguido descubrir la verdad en ninguna parte, a pesar de nuestros esfuerzos. Han pasado dos meses, y Pinter parece haber perdido completamente la pista de Benny May, nuestro antiguo mozo de cuadras. —No le he perdido la pista —interrumpió Pinter—. No puedo encontrarlo. —Lo encontraste fácilmente hace unos meses, cuando Jarret te envió a buscarlo — dijo Gabe—. ¿No te parece raro que desaparezca sólo un par de meses después de revelar cómo mamá le advirtió que no le mencionara a padre a dónde iría ese día? —No ha desaparecido —dijo Pinter fríamente—. Se fue a visitar a un amigo cerca de Manchester. Eso es lo que dijo su familia. —Pero no han sabido nada de él. —Benny no podía escribirles una carta —dijo la abuela—. No sabe escribir. —Cierto —dijo Gabe—. Pero el viaje de Pinter a Manchester la semana pasada no le ha hecho aparecer. —Sólo porque tomó un camino diferente —dijo Pinter—. Una vez que encontré su rastro en Manchester, estaba a sólo unos días de él. Pero debió haberse detenido en alguna parte cerca de Woburn, puesto que allí lo perdí. Tampoco ha vuelto con su familia.

—Lo que me parece preocupante —dijo Gabe—. Supongo que es posible que no quiera ser encontrado. Tal vez él sabe algo. Quizás también vio al hombre, pero lo reconoció. —¿No lo reconociste tú? —preguntó Annabel. —No vi su cara. Me escondía en el compartimento, temeroso de meterme en problemas. Lo único que oí fue su voz. Y eso no sirvió para averiguar quién era. Yo era pequeño, así que no conocía a ninguno de los invitados. —Ni siquiera estamos seguros de que fuera un invitado —señaló Jarret. —Tenía que serlo —dijo Oliver—. Nadie más se atrevería a entrar y robar un caballo. Además, Gabe dijo que conocía nuestros nombres y adivinó la identidad de Gabe. Ese no era un ladrón de caballos. —Si pudiéramos encontrar a Benny, podríamos averiguar si el caballo fue devuelto al establo y por quién —dijo Minerva. —Por eso no he abordado este tema hasta ahora —les dijo Gabe—. Sabía que no podíamos seguir adelante sin hablar con él. Esperaba que apareciera e identificara al hombre. Se levantó para caminar de un lado a otro. —Pero ha pasado demasiado tiempo. He empezado a preocuparme por Benny. Si vio o sabía algo, y se acercó al hombre… —Sacudió la cabeza—. Tengo una sensación incómoda sobre su desaparición. Esta vez el silencio que cayó sobre la habitación reflejó su inquietud. Parecía que cuanto más ahondaban en las muertes de sus padres, descubrían asuntos más desagradables. A veces Gabe se preguntaba si incluso estaban cometiendo un error al tratar de llegar al fondo de aquello. Después de todo, habían pasado diecinueve años. Nada podría devolver a sus padres. Y sin embargo… Si hubiera sido un asesinato, sus padres merecían justicia. Y su asesino merecía sufrir la ira completa de aquellos que había quedado huérfanos. ¿De qué servía despreciar a la muerte cuando ésta todavía se escapaba con el peor crimen de todos? —¿Se le ha ocurrido a alguien más que el hombre podría haber sido el Mayor Rawdon? —dijo Jarret—. Su esposa y él salieron a toda prisa la noche de las muertes

de la mamá y papá. Asumimos que fue por el incidente con Oliver, pero podría haber sido algo más oscuro. Si su mujer le estaba engañando con papá... —No le estaba engañando —intervino Pinter. Todos se quedaron boquiabiertos. Oliver en particular frunció el ceño. —Tenía que hacerlo. Mamá dijo: Ya lo has tenido. ¿Qué más podría querer decir? —Yo no dudo que tu madre pensara que tu padre la estaba engañando con la señora Rawdon, en vista de sus acciones pasadas —observó Pinter—. Pero eso no quiere decir que lo hiciera. Hace unos días localicé al ayuda de cámara de tu padre. Dijo que conocía todos los secretos de tu padre, y ese no era uno. Eso los sorprendió a todos. —Podría estar mintiendo —señaló Jarret. —Podría, pero no lo creo. Ya no está en el servicio y ha recibido algo de dinero de su madre, por lo que no tiene nada que perder diciendo la verdad. —Oh Dios —dijo Oliver con voz ronca—. Si eso es verdad, ¿por qué me sedujo la mujer? Pinter se encogió de hombros. —Porque podía. O tal vez había intentado seducir a tu padre y fracasó, así que después lo intentó contigo. O tal vez no le gustaba tu madre. Oliver se estremeció. —No puedo creerlo. —Miró a Pinter—. Así que si mamá mató a papá por la ira de la señora Rawdon, ¿podría haber sido por nada? ¿Porque estaba celosa? —Me temo que sí. Todavía me gustaría hablar con los Rawdon, pero el capitán ha sido trasladado a la India por algunos años. Tan pronto como mencionaste su amistad con tus padres, le envié una carta a él y a sus superiores con numerosas preguntas, pero pasarán meses antes de recibir una respuesta. Y pueden ser reacios a hablar de la inclinación de tu madre por la violencia en una carta. —Mamá no mató a papá —dijo Minerva con firmeza—. Giles está casi seguro de eso. O por lo menos no de la forma en que inicialmente asumimos.

—Pero no lo hemos descartado por completo —dijo Pinter con una mirada de dolor—. Además, aunque fuera el capitán Rawdon a quien viera tu primo, no podría haber sido él quien los matara. Desmond dejó claro que el hombre misterioso llegó al pabellón de caza después de los asesinatos. —Así que estamos de vuelta a la necesidad de saber lo que vio ese hombre, y por qué fue allí en primer lugar —dijo Gabe con firmeza. —Está bien —dijo Oliver—. Esto es lo que haremos. Pinter, vuelve y encuentra a los otros mozos de cuadras, los de tus entrevistas iniciales que dijeron que no vieron nada y descubre si recuerdan ese caballo y quién pudo haberlo devuelto. Pregunta también acerca de su asociación con Benny. Algunos de ellos pueden seguir viéndolo de vez en cuando. —Muy bien —dijo Pinter—. Y si lo deseas, hablaré con la familia de Benny otra vez, para ver si conocen a alguien más con información sobre su paradero exacto. Si todo falla, haré otro viaje a Manchester. — Cualquier cosa que puedas hacer ayudará —dijo Oliver. —Si te diriges a Manchester —dijo Gabe—, házmelo saber. Quiero ir contigo. La sensación de que Benny pudiera tener la llave de lo que había sucedido ese día no le abandonaba. Hasta que hablara con el hombre y se convenciera de que Benny no sabía nada, no podía estar tranquilo.

Capítulo 6

—Es un día desagradable para una carrera —dijo el abuelo de Virginia mientras se dirigían a Ealing. Ella miró por la ventana del carruaje al oscuro cielo que amenazaba lluvia. Sus caballos, que habían sido enviados por adelantado al sitio de la carrera hacía horas, corrían como demonios cuando hacía buen tiempo. El mal tiempo podría desbaratar todo, especialmente si el viento se levantaba. A los caballos no les gustaba el viento. —¿Es el clima lo que te tiene tan mal humor? —preguntó Pierce. Habría regresado a casa ayer si no fuera por la carrera. Aparentemente se le necesitaba de nuevo en su finca. —Por supuesto —mintió ella. Su mal humor había comenzado el día en que había dejado los establos de Halstead Hall. Ese diablo de Gabriel no salía de su cabeza. Seguía sintiendo la presión de su firme cuerpo contra el suyo. Tenía el tipo de músculos que hacían que una mujer sólo quisiera disfrutarlo y agarrarse. Un físico tan bueno tenía que ser criminal. ¿Y la forma en que besaba? Puro cielo. No podía dejar de pensar en su boca caliente y su lengua malvada explorando la suya. Un rubor se elevó en sus mejillas. ¡Dios!, ella era tan perversa como él. No quería que ese hombre la besara de nuevo. Él era horrible. Detestable. Despreciable. Desafortunadamente, ese argumento se debilitaba cada día más. Desde que el abuelito había puesto dudas en su cabeza acerca de lo que había sucedido en Turnham Green, estaba confundida. Pero incluso si Gabriel no era totalmente culpable de la muerte de Roger, todavía era un sinvergüenza arrogante que pensaba que ella debería saltar ante la

oportunidad de casarse con él. Odiaba cuando los hombres pensaban que sabían lo que era mejor para ella, y cómo debía llevarse a cabo. En el momento en que llegaron a la pista, se había puesto de buen humor. ¡Sólo deja que Gabriel intente besarla hoy! Le cantaría las cuarenta. Le diría en términos inequívocos que no era la clase de tonta para caer rendida por sus músculos y sus hermosos ojos verdes y su sonrisa arrogante. Para nada. Entonces lo vio en la pista, vestido con su característico color negro y sus brillantes botas, y su estómago dio un pequeño vuelco. Maldito hombre. ¿Por qué la afectaba así? —Recuerda lo que te dije acerca de tantear suavemente la boca de los caballos — dijo el abuelito mientras se acercaban a su carruaje—. No querrás irritarles la boca. —Sí, abuelito, lo sé. Ya lo he hecho antes. —Y mantén el exterior del vehículo bien controlado mientras das las curvas, o frenará el carruaje. —O quizás debería darle rienda suelta a los caballos y ver si pueden hacer la carrera por su cuenta —dijo ella suavemente. Él se sobresaltó, luego frunció el ceño. —Esto es un asunto serio, muchacha. Ella le dio una palmadita en la mano. —Me di cuenta de eso. Pero es hora de que me dejes elegir mi propio camino y ver lo que puedo hacer. —No me gusta esto —gruñó él—. Ni un poco. —¿Crees que no puedo ganar? Le lanzó una larga mirada. —Si alguien puede vencer a Sharpe, eres tú. —Pero... —Pero no tienes su espíritu imprudente. Eso podría impedirte ganar. Estás cuerda. Él no.

Ella ahogó una respuesta acalorada. ¿Cómo era que el abuelito nunca veía a la verdadera Virginia? No siempre era cuerda, y a veces era imprudente. O al menos ansiaba serlo, aunque tenía pocas posibilidades de hacerlo. Pero ahora tenía una, e iba a aprovecharla. —No es imbatible, y quiero demostrarlo. El abuelito miró hacia fuera. —Hay una multitud. ¿Crees que puedes manejar eso? Ella siguió su mirada por la ventana. Por Dios, él tenía razón. La gente se alineaba a cada lado de la pista, se inclinaba para verla bajar del carruaje. —Entiendo por qué la familia de lord Gabriel está aquí, pero ¿quiénes son los demás? —¿Estás bromeando? —preguntó Pierce—. Todo lo que se necesitó fue que Chetwin hiciera correr la voz para que la mitad de la alta sociedad se presentase aquí. No hay nada que les guste más que una carrera jugosa y escandalosa. Por un momento, el corazón le falló. Había querido que Gabriel se humillara ante sus amigos, pero también quería una carrera fácil. Con tanta gente agolpada y sin rieles para contenerlos, la carrera no sería sencilla. De pronto sintió que la mano del abuelito le apretaba el hombro. —Machácalo, corderita. Eso reforzó su coraje. —Voy a hacerlo. No te preocupes. Pierce saltó para ayudarla a bajar, luego se inclinó para besar su frente. —Es hora de barrer el suelo con Sharpe, prima. He apostado veinte libras por ti. Ella rió temblorosa pero notó que Gabriel miraba furiosamente a Pierce. ¿Oyó su conversación? Seguramente no esperaba que su primo apostase por él. Mientras su abuelo y Pierce se dirigían hacia la línea de meta donde la esperarían, se dirigió a su carruaje, situado a la derecha del faetón de Gabriel.

Cuando ella subió y tomó las riendas del mozo de cuadras, Gabriel echó una ojeada y se tocó el sombrero. —No es demasiado tarde para renunciar —dijo con una sonrisa satisfecha que le hizo apretar los dientes. —Oh, ¿querías renunciar? —Dijo dulcemente—. Estoy más que feliz de aceptar. Eso borró la sonrisa de su rostro. Él tomó sus riendas, sus ojos brillando con desafío. —Que gane el mejor conductor. —Será ella —interrumpió —¡Bravo! —gritó una voz femenina, y Virginia se volvió para ver a una mujer que estaba junto a la familia de él. Era la recién casada Lady Minerva, que había estado en la carrera con Gabriel el día en que Virginia lo había desafiado. ¿Cuál era su nombre ahora? Oh sí, señora de Giles Masters. —Buena suerte, señorita Waverly —le gritó la señora Masters—. Si vences a mi hermano, te daré un lote de mis novelas. —Gracias por ofrecerle un incentivo para perder, Minerva —dijo Gabriel con buen humor, aparentemente nada preocupado porque su hermana estuviera animando a su competencia. —Cuidado hermano pequeño —contestó su hermana— o te pondré en uno de mis libros. Pregúntale a Oliver cómo le gusta eso. —Ah, pero entonces finalmente tendrás un héroe que valga la pena —dijo Gabe juguetonamente. —¿Qué te hace pensar que serías un héroe? —preguntó la señora Masters con una sonrisa burlona. Virginia los miraba, envidiosa de sus bromas. Había olvidado lo agradable que era tener un hermano. Pierce era un buen amigo, por supuesto, pero no era lo mismo. Había algo especial acerca de tener un hermano cerca quien compartía un lazo de sangre contigo y te entendía cuando nadie más podía. Gabriel se lo había arrebatado, se recordó, y le haría pagar.

El duque de Lyons se puso de pie ante sus carruajes. Gabriel explicó que Lyons no sólo era miembro del Jockey Club, sino también del antiguo club de Cuatro en Mano. Así que estaba perfectamente preparado para establecer las reglas para la carrera. Sus compañeros miembros del Jockey Club actuarían como jueces, si ella estaba dispuesta. Por supuesto que lo estaba. Estos hombres podían ser amigos de Gabriel, pero también eran caballeros con un famoso y honrado código de honor. No juzgarían una carrera injustamente. —La primera regla —dijo el duque—. No habrá intentos de echar fuera de la carretera al otro carruaje, a riesgo de perder la carrera Como si alguna vez fuera a hacer algo así. Ella no era uno de esos tontos señores que arriesgarían la vida de otra persona para ganar. —Segunda regla. Los conductores deben ir con la cabeza descubierta. No queremos que los caballos se asusten accidentalmente con un sombrero o bonete volador. Mientras Gabriel arrojaba su sombrero a uno de sus hermanos, ella se quitó el bonete. De todos modos, a Virginia le encantaba sentir el viento en su pelo. —Tercera regla. No azotar a los caballos del otro, a riesgo de perder la carrera. ¿Realmente la gente hacía esas cosas? Por Dios, eso era más que injusto. —Cuarta regla. Si os caéis del carruaje, perdéis la carrera. Si vuestro carruaje pierde una rueda, perdéis la carrera. Si vuestros caballos chocan... —Perdéis la carrera —comentó Gabriel irritado—. Continúa, Lyons. El duque le sonrió. —Muy bien. El juez de salida del Jockey Club señalará el comienzo de la carrera con una bandera —Miró a Virginia—. ¿Está lista, señora? —Por supuesto. Ella se dio cuenta de que no le había preguntado lo mismo a Gabriel, cuya actitud había cambiado de la manera más inquietante. Parecía remoto, resuelto y frío. La encarnación del Ángel de la Muerte. Con un escalofrío, volvió su atención a la carrera.

El duque hizo una seña al juez de salida, que se acercó al borde del campo y levantó su bandera. —¡Preparados! —Gritó el juez. Virginia se tensó y apretó las riendas. El juez dejó caer la bandera y se fueron. El recorrido era de tres kilómetros, una buena prueba para un carruaje de dos caballos, pero después de algunos metros de terreno plano, corría alrededor de la mitad de una colina antes de terminar en otro metro que llevaba a la línea de meta. Así que la parte que bordeaba la colina sería difícil. Como retadora, le habían dado la posición menos ventajosa a la salida. Si permanecían parejos, Gabriel tendría la pista interior. Tenía que pasarle antes de que llegaran a la colina para poder tomar el sendero interior. Pero el viento era muy fuerte, le arrancaba los alfileres del pelo e inquietaba a sus caballos. Tiraban de las riendas, tirando de sus manos hasta que sus hombros le dolieron por el esfuerzo de controlarlos. Una mirada a Gabriel le mostró perfectamente relajado. Su atención parecía centrarse en la pista y en sus caballos. No parecía darse cuenta de que la gente se acercaba a ambos lados con tanta fuerza que los dos carruajes pronto salieron disparados por un camino estrecho apenas lo suficientemente grande para ambos equipos. Aunque ella instó al suyo, sabía que estaba conteniéndose un poco. ¿Qué pasa si golpeaban a alguien en la multitud? No podía apartar ese miedo de su cabeza. Esto era completamente diferente de las muchas veces que había corrido con los mozos de cuadras o con Roger. Y los caballos parecían sentir su renuencia, porque no estaban corriendo a tope. Al parecer, los caballos de él estaban más acostumbrados a las multitudes, podía verlos tirando de sus bocados, sus pelajes cubiertos de espuma y sus ojos feroces. Gabe estaba un cuerpo por delante, y apretó los dientes. ¡No podía dejarlo ganar! Instando a su tiro con un chasquido del látigo y un “¡Hi ya!” Se obligó a ignorar a la multitud. Y su carruaje comenzó a acercarse al de él. ¡Sí! Podría hacerlo. Ella podría vencerlo

Exultante, se inclinó un poco fuera de su asiento, la emoción de la carrera disparó su sangre. Tenía que ganar. ¡Debía hacerlo! Los dos carruajes corrieron estruendosamente por la pista, los cascos volando, las cabezas balanceándose. Ella ahora estaba avanzando; incluso el polvo que le picaba los ojos no podía mantenerla alejada de su propósito. Desafortunadamente, se acercaban a la colina, y no podía pasarlo para tomar la pista interior. Sólo estaba a medio cuerpo. Instó a su tiro, pero el aumento de velocidad no fue suficiente. Así que mientras se dirigían a la curva alrededor de la colina, ella seguía en el carril exterior. A la derecha de ella, la gente se apiñaba lo más cerca que se atrevían. A la izquierda de Gabriel estaba la colina. Virginia estaba a medio camino, logrando mantener su ligera ventaja, cuando un espectador cayó en su camino. Sólo tuvo un segundo para elegir entre desviarse hacia la multitud y desviarse hacia Gabriel. Con la esperanza de que él hubiera visto lo que había sucedido y tirara de las riendas para dejarla pasar por su camino, eligió la segunda. Pero en vez de eso, él llevó a su tiro hacia la empinada colina. Mientras Virginia pasaba al hombre caído que estaba siendo sacado de su camino por otros espectadores, el carruaje de Gabriel se balanceó cerca de ella. ¡Si su faetón volcaba, podría matarlos a ambos! Con una maldición, ella redujo la velocidad, rezando para poder controlar a su tiro cuando cayera el carruaje de Gabriel, llevándose al hombre y a sus caballos con él. Pero no volcó. Milagrosamente, mantuvo su velocidad y todavía logró girar su carruaje de vuelta a la pista... y muy por delante de ella. La admiración por su hábil conducción se transformó rápidamente en ira. ¿Qué estaba pensando, para exponerse a tales acrobacias? ¡El hombre estaba loco! ¡Y era peligroso y descuidado y mil cosas más, ninguna buena! Ella instó a su tiro en un sprint que habría dejado a cualquier otro atrás, pero Gabriel parecía tener el cielo a su lado, porque sus caballos corrieron más rápido que el viento. En el momento en que llegaron a la línea de meta, él todavía estaba a un metro o más por delante de ella. ¡Había ganado, el canalla! ¡Y casi la había matado también!

Hirviendo de furia justa, tiró de las riendas, saltó y las entregó a los mozos de cuadras que venían corriendo. Luego se dirigió a donde Gabriel estaba saltando desde su faetón. Ignorando a su abuelo y a Pierce, que se dirigían hacia ella, se acercó a Gabriel. —¿Estás loco? ¡Sólo tú podrías convertir una carrera anodina en una trampa mortal! Él parpadeó, luego se encogió de hombros. —Soy el Ángel de la Muerte. ¿Qué esperas? ¡Oh, eso era demasiado! Ella le dio una fuerte bofetada. —¡Espero que tengas un poco de respeto por la vida humana! —Su sangre seguía resonando en sus oídos—. ¡Podrías habernos lastimado tanto a nosotros como a nuestros caballos! Con los ojos brillantes, él se frotó la mandíbula donde ella lo había golpeado. —Ah, pero no lo hice. —¡Sólo porque tienes la suerte del diablo! Él miró entrecerrando los ojos. —Y porque sé manejar un tiro. Simplemente estás enfadada porque he ganado. Ooh, eso realmente era el colmo. —¡Estoy enfadada de que hayas tomado un riesgo tan enorme! ¡Si tu faetón hubiera volcado a esa velocidad, te habrías roto el cuello! Él arqueó pícaramente una ceja. —¿Así que estabas preocupada por mí? El despreciable diablo lo vería de esa manera. —Yo estaba preocupada por mis caballos y por mí. ¡Me importa un bledo si te quieres matar haciendo carreras, pero te agradecería que no me matases en el ínterin! Eso finalmente rompió su extraña reserva, porque la ira se encendió en sus rasgos.

—No me habría arriesgado si hubiera pensado que resultarías herida. En verdad, no pensé en absoluto, apenas tuve tiempo de reaccionar. Tú viraste, y yo viré. Al darme cuenta de que estaba subiendo la colina, pensé que lo mejor que podía hacer era jugármela. Eso tranquilizó su genio sólo un poco. —Deberías haber frenado. Pero nunca lo haces, ¿verdad? —Espetó pensando en Roger—. No podías soportar no ganar. —No, no podía. —Estaba nariz con nariz con ella ahora, con los ojos encendidos— . Puesto que vencer era la única manera de ganar una oportunidad de cortejarte, no tenía ninguna opción. Mientras la muchedumbre aguzaba el oído para escuchar cada deliciosa palabra, ella solamente podía mirarle. ¿Tanto quería cortejarla? ¿De verdad? —¿Cortejarte? —preguntó el abuelito. —¡Cortejarte! —repitió Pierce. Dios mío, les había olvidado por completo. Se terminó mantener las verdaderas apuestas ocultas a su familia. Y a la mitad de los chismosos de Londres. En ese punto, todo el clan Sharpe había aparecido y los rodeaban como espectadores en un combate de boxeo. —Hicieron una apuesta —le explicó la señora Plumtree al abuelito—. Si ella ganaba, él iba a correr con ella en Turnham Green. Si Gabriel ganaba, tendría que dejar que él la cortejara. —¿Y usted me ocultó esa información? —Le espetó el abuelito a la señora Plumtree. —No me enteré de ello hasta después de que usted se marchara —replicó la mujer. —¡No me importa qué arreglo hayan hecho —respondió el abuelito—, su nieto no va a cortejar a mi nieta! Gabriel miró furioso a Virginia. —¿Quieres renunciar a nuestra apuesta? Ella enderezó los hombros.

—Claro que no —dijo, ignorando el rugido de furia del abuelito—. Pero cortejarme te hará poco bien si piensas seguir con tales exhibiciones. Nunca me casaré con un hombre tan imprudente. Una sonrisa triste tocó los labios de Gabriel. —Nunca digas nunca, cariño. Frunciendo el ceño al oír a su nieta siendo llamada “cariño”, el abuelito se metió entre ellos. —No me importa la apuesta que hizo mi nieta con usted, señor. No dejaré que la corteje. —Déjelos, general Waverly —dijo la señora Plumtree con firmeza—. Debería dejar que ellos lo arreglen. Él la encaró con una mirada de soslayo. —Eso es lo que dijo antes. Me convenció para dejarles que hicieran esto diciéndome que pondría fin a su asociación. Pero sabía que no lo haría. Es una diabólica y manipuladora diablilla con... —Mire, señor —intervino Gabriel—. Esa a la que está difamando es mi abuela. —¡Y es a mi nieta a la que usted está tratando de seducir! —¡Abuelito! —gritó Virginia, mientras un rubor se elevaba en sus mejillas. —¡Basta! —El marqués de Stoneville entró en la refriega y todos se callaron. Lord Stoneville se puso de pie entre el abuelito y Gabriel. —El mal humor está comprensiblemente alto en este momento. Así que antes de que todo el mundo empiece a lanzar acusaciones públicas, sería mejor que todas las partes tengan los hechos de la situación. —Miró a la multitud ansiosa que estaba más allá—. Y esas discusiones se llevan a cabo mejor en privado. Le lanzó una sonrisa a su abuelo. —General, si es tan amable de acompañar a la señorita Waverly a Halstead Hall, mi abuela ha preparado una excelente comida para usted y su familia. Por el camino, puede preguntar a la joven sobre qué acuerdo ha hecho con mi hermano. Entonces el marqués se volvió hacia Gabriel, y su mirada se volvió más fría.

—Mientras tanto, hermano, irás conmigo y explicarás por qué has arreglado una apuesta con una respetable dama sin contárselo a su familia. —Le lanzó una mirada a la señora Plumtree—. Y la abuela puede explicar por qué lo mantuvo en secreto de ambas familias. La señora Plumtree simplemente bufó. El abuelito miró al marqués. —Haré lo que dice, señor, pero sólo porque no disfruto entreteniendo a sus amigos. Vamos, Virginia. —La agarró del brazo y la empujó hacia el carruaje. Tan pronto como estuvieron fuera del alcance del oído, dijo: —Estás en muchos problemas, jovencita. ¿Por qué? ¿Porque hice algo para satisfacer mis propias necesidades por una vez? Pero eso sólo haría daño a sus sentimientos, y todavía no lo entendería. En el momento en que ella, su primo y su abuelo se dirigían a Halstead Hall, El abuelito comenzó su rapapolvo. —¿Qué crees que estás haciendo, organizando apuestas con caballeros escandalosos y desafiándolos a carreras? Te has vuelto loca. —Él le frunció el ceño—. ¿De verdad aceptaste dejar que el imbécil te cortejara si ganaba? —Lo hice —contestó mientras reparaba su peinado—. Pero... —Y tú —continuó su abuelo, volviendo su ira contra Pierce—. ¿Sabías algo de esto? —Abuelito, no es... —empezó ella. —Por supuesto que no —espetó Pierce—. Ella debe haber hecho la apuesta mientras estaba bailando con Sharpe en ese baile. —La envié contigo, pensando que la cuidarías. Lo siguiente que sé es que se ha metido en una apuesta que seguramente terminará en escándalo y arruinará sus posibilidades de casarse de una vez por... —¡Abuelito! —gritó ella. Eso finalmente consiguió su atención. —¿Qué? ¿Qué puedes decir para mejorar esto?

—Dudo seriamente que Lord Gabriel realmente quiera casarse conmigo. — Cuando ella tuvo la atención completa de los dos hombres, agregó—. Probablemente sólo tiene la intención de cortejar a la mujer a cuya familia hizo daño para así gustarle más a todo el mundo. —A todo el mundo ya le gusta bastante —gritó el abuelito—. Tú y yo somos las únicas personas que lo culpan. Él tenía razón. —Bueno, entonces, tal vez tenga algún otro motivo ulterior que no se me ocurre. O tal vez realmente quiere reparar lo que le hizo a Roger. Él dice que esa es la razón. Y yo empiezo a creer que lo dice en serio. Pierce estaba frunciendo el ceño, su mirada voló de ella hacia su abuelo con una inquietante intensidad. Era raro que no estuviera dando su opinión como siempre. —Te diré lo que quiere —dijo el abuelito—. Quiere arruinarte. Puedo verlo en cómo te mira, como si pudiera ver a través de tu ropa. Ella resopló. —Oh, por amor de Dios, no lo hace. —Al menos, no cuando alguien más estaba alrededor. Ese día en los establos, ciertamente la había mirado con mucho ardor. Y sus besos No, ella no estaba pensando en eso de nuevo, no con el abuelito sentado aquí mismo, observándole cada rubor. Debió de haberse traicionado, porque su abuelo le lanzó una súbita mirada sombría. —No me digas que te gusta. —Claro que no. —Esa era la verdad. Principalmente—. Algunas mujeres podrían encontrar atractiva su manera de ser diabólico, pero no yo. Lo que encontraba atractivo era su aparente preocupación por ella y su familia. Por no hablar de esa infernal sonrisa arrogante suya, y la forma en que sus besos parecían calentar el aire que entraba en sus pulmones y... ¡Dios mío, debía detener esta locura!

—No soy tan superficial —dijo, en parte como una advertencia para sí misma—. No estoy influenciada por la deslumbrante buena apariencia, los excelentes músculos y una asombrosa capacidad de conducir un tiro con… —Ella se calló ante la mirada furibunda en la cara del abuelito. —Realmente no lo estoy. —¿Y no te impresionó que arriesgara tanto en la carrera por la mera oportunidad de cortejarte? —le preguntó el abuelito. —¡No! Bueno…no exactamente. Supongo que algunas mujeres…podrían encontrar terriblemente romántico que un hombre casi se suicidara por una oportunidad de cortejarlas, pero... —Tiene un motivo ulterior —intervino Pierce. Virginia dio un respingo. Él había estado muy callado hasta ahora. —¿Qué quieres decir? —Justo lo que dije. —Pierce mostraba una expresión sombría—. Sólo tengo la información de segunda mano, así que no iba a mencionar nada. Pero ya que claramente estás perdiendo la cabeza por el cabrón… —¿Qué motivo ulterior? —preguntó. —Necesita dinero —dijo Pierce en tono cortante. Ella lo miró, confundida. —Él no va a recibir nada de mí. Lo sabes. —No de ti. —Pierce la miró fijamente—. De su abuela. No puede obtener su herencia sin casarse. —¿De qué estás hablando? —preguntó el abuelito. Su primo miró al abuelito con frialdad. —Su abuela le dio un ultimátum a él y a sus hermanos, o bien se casaban todos antes del final del próximo mes de enero, o los deshereda a todos. Ella miró a Pierce, tratando de captar lo que estaba diciendo. ¿Todo, la carrera y el cortejo, era simplemente para que Gabriel pudiera obtener su herencia? Su corazón se hundió. Por lo tanto, no era un intento legítimo de reparar lo que le había costado a su familia. O incluso alguna gran atracción…

No, nunca había pensado eso. ¿Lo había hecho? Pero por supuesto una pequeña, tonta parte de ella lo había pensado. Los besos y los bailes y su determinación de ganar la apuesta… Los ojos le picaban por las lágrimas y luchó por mantenerlas a raya. —¿Estás seguro? —Ella debería haberlo visto antes. Había sabido que estaba tramando algo, y su propuesta inicial había sido fríamente impasible, más calculada que apasionada. ¿Por qué debería sorprenderse con esta noticia? Encajaba con todo lo que sabía de él. Y aun así, dolía. —¿Quién te ha hablado de la herencia? —Chetwin. Un extraño alivio la atravesó. —¿El teniente Chetwin? Él desprecia a Gab…Lord Gabriel. Simplemente trata de crearle problemas, como siempre. —Tal vez —dijo Pierce—, pero no lo creo. Chetwin dijo que lo obtuvo de una buena fuente, alguien que oyó a dos de los hermanos Sharpe hablar de ello durante un juego de cartas hace algún tiempo. ¿Y no te has dado cuenta de que tres de sus hermanos se han casado en pocos meses? ¿Después de años sin mostrar ningún interés en el matrimonio? —Tal vez todos ellos se encontraron con la persona adecuada al mismo tiempo. — Eso sonó absurdo, incluso para ella. —Dijiste que creías que tenía un motivo ulterior —dijo su abuelo. Ella asintió con la cabeza, un bulto le obstruía la garganta. Esto no debería molestarla. Todo el mundo sabía que lord Gabriel era un completo sinvergüenza, y los sinvergüenzas no decidieron casarse sin ninguna razón. Pero realmente había comenzado a pensar que tal vez había sido injusta con él. ¿Su juicio era tan malo? Y sus besos... ¡Deja de pensar en sus besos! Ha besado a cien mujeres; probablemente no significa nada para él. Lo que hacía aún más patético que eso significara algo para ella.

Tonta. Idiota. Cerró los puños en el regazo. ¿Cómo podía haberle tomado el pelo tan fácilmente? Esto era lo que venía por dar rienda suelta a sus impulsos más salvajes. No traía nada bueno. El abuelito miró por la ventana. —Ya casi llegamos. ¿Qué quieres hacer? Podemos irnos a Waverly Farm ahora mismo si quieres. Oh, cómo ella quería saltar ante esa sugerencia, huir y olvidar que había conocido a Gabriel Sharpe. Pero no podía. —No, eso sería grosero. Además, me gustaría determinar por mí misma cuál es la verdad. Sin ánimo de ofender, Pierce. —Faltaría más —dijo Pierce—. Sé que no vas a creerlo hasta que tengas una prueba sólida. —Oh, lo creo —dijo ella, luchando por mantener el tono—. Pero quiero que él sepa que lo sé. Así entenderá por qué nunca podré aceptar su petición. —Olvídate de su petición —gruñó el abuelito—. No necesitas ni hablar de nuevo con ese canalla. Podemos irnos a casa. —He hecho una apuesta —dijo con firmeza—. Si yo fuera un hombre y renunciara, me desafiarías. ¿Por qué habría de ser diferente porque soy mujer? Podía ver la lucha en el rostro del abuelito. —¿Entonces quieres dejar que te corteje? —Espetó él. —No te preocupes, no durará mucho. Voy a poner fin a ello sin renunciar a nuestra apuesta. Le haría retorcerse. Hacer que se arrepintiera de su pretensión de cuidar de ella y de su familia. Expondría al desgraciado, luego le destrozaría. —Al final de nuestra cena de hoy, lord Gabriel tendrá un decidido cambio de actitud al cortejarme. Me aseguraré de eso. —Endureció su voz—. Porque va a helar en el infierno antes de dejar que se case conmigo para ganar su herencia.

Capítulo 7

Gabe no sabía por qué se sentía tan irritado cuando el carruaje de Oliver avanzó pesadamente hacia Halstead Hall. Generalmente ganar una carrera le hacía sentir como un rey. Pero la reacción de Virginia a su victoria lo había perturbado. —Ella tenía razón, ya sabes —dijo Oliver desde donde estaba sentado junto a Gabe, frente a María y la abuela. —¿Sobre qué? —Gruñó Gabe. Él no tenía que preguntar quién era ella. —El enorme riesgo que asumiste en esa carrera. Podrías haber hecho que ambos os matarais. Maldita sea, una cosa era que ella se quejara de eso. Otra muy distinta era que su hermano le reprendiera por eso. —No era como si hubiera planeado subir la colina, por el amor de Dios. No fui yo quien se desvió. —Pero no puedes culparla por virar. Era eso o toparse con la multitud. Ella manejó una situación difícil bastante bien y sin entrar en pánico, lo cual es más de lo que muchos hombres harían. Gabe no necesitaba que le dijeran eso. Desde el comienzo de la carrera, ella había demostrado ser una excelente conductora experta en el manejo de su equipo, experta en sacar lo mejor de ellos, y valiente más allá de lo que hubiera esperado de una joven protegida. —Una vez que tomó su decisión, hice lo que era necesario para ganar. —Como siempre había hecho. —Deberías haber tirado de las riendas —dijo Oliver. Miró a su hermano. —¿Por qué? Tenía el control total en cada momento.

—¿De verdad? Tu faetón estuvo muy cerca de volcar sobre el suyo. Él no dijo nada. Oliver tenía razón. Cuando sintió cambiar el equilibrio de su carruaje, tuvo un momento de puro terror. La misma idea de causar algún accidente que la lastimara… Se estremeció, luego se maldijo por eso. Siempre había sobrevivido a estas cosas mirando a la Muerte a la cara, al no permitir que la idea de morir le diera miedo. El hecho de que esta carrera lo hubiera hecho, que ella lo hubiera hecho, le alarmó. No querer vivir con miedo era precisamente la razón por la que había evitado acercarse a alguien fuera de su familia. Tener una amante, una esposa o hijos hacía que un hombre tuviera miedo, de perderlos, de tenerlos alejados de él, de morir y dejarlos sufriendo. En el minuto en que un hombre mostraba debilidad, la Muerte se abalanzaba para vencer. Mira cómo había venido la Muerte a su familia. Su madre se había aterrorizado al pensar que su hijo estaba siendo corrompido por la amante de su marido, por lo que había intentado asesinar a su marido. Y luego, ella se horrorizó ante la idea de estar sin él, así que se había suicidado. De todos modos, eso es lo que siempre había pensado. Ahora no estaba tan seguro. No había estado seguro de nada en los últimos meses. Y eso le asustaba mucho. Frunció el ceño. ¡No, maldita sea! No iba a dejar que eso lo asustara. Y ciertamente no iba a dejar que Virginia sembrara el miedo en su mente con sus delirios sobre sus acciones temerarias. —No vale la pena vivir la vida sin riesgo —dijo, aunque por primera vez, las palabras sonaron un poco huecas—. Incluso la señorita Waverly lo reconoce, o no me habría desafiado en primer lugar. —Puede ser, pero si no tienes cuidado, perderás cualquier oportunidad de ganarla —dijo Oliver—. Perdió a su hermano en una carrera. No querrá arriesgarse a casarse con un hombre al que podría perder en una, apuesta o no apuesta. Gabe cruzó sus brazos sobre su pecho. —¿Es esta la parte en la que me das un sermón sobre establecer una apuesta escandalosa con ella? ¿Y a la abuela sobre ocultar un secreto a su familia?

Oliver soltó una risita triste. —Darle un sermón a la abuela no tiene sentido. Ella nunca antes me escuchó, y no me imagino que eso cambie. —Te escucho cuando hablas juiciosamente —dijo la abuela con un resoplido. —Me

escuchas

cuando

estoy

de

acuerdo

contigo

—replicó

Oliver

bondadosamente—. Gabe ni siquiera hace eso. —Se encontró con la mirada de Gabe. —Pero en este caso, teniendo en cuenta los escandalosos subterfugios que utilicé para ganar a mi propia esposa, sermonearle por arreglar una apuesta sería como la sartén gritándole al cazo por tiznarla. —Ya me lo imagino —intervino María. Con una ceja levantada hacia su esposa, Oliver dijo: —Además, Gabe, parece que necesitas toda la ayuda que puedas obtener con la señorita Waverly. Dijo que nunca se casaría con un hombre tan imprudente como tú. —Ella puede decir todo lo que quiera, pero no lo dice en serio —replicó Gabe—. Vi la expresión de su rostro cuando puntualicé que tenía que ganar para poder cortejarla. Estaba más contenta que unas castañuelas, lo admitiera o no. A las mujeres les encanta que un hombre arriesgue su vida por ellas. María resopló. —A las mujeres les gustan los hombres que toman decisiones inteligentes. No hombres que corran locamente hacia una situación temeraria. Una mujer puede estar momentáneamente influenciada por el romance, pero al final quiere un hombre racional. —Las mujeres no saben lo que quieren —replicó, irritándole que probablemente tuviera razón—. No hasta que lo consiguen. Oliver le dio un codazo a su esposa. —Está condenado. —Efectivamente. —María miró a Gabe—. ¿Ella sabe que te vas a casar para obtener tu herencia? Gabe se tensó.

—No. Y prefiero mantenerlo así hasta que pueda convencerla para que pase por alto el accidente con su hermano y me conozca. —Si se entera antes de que se lo digas —señaló María—, perderás tu oportunidad con ella —Tonterías —dijo la abuela—. Necesita un marido. Seguramente pensará con sensatez cuando se enfrente a la posibilidad de tener uno rico. —Preferiría que no supiera lo del dinero todavía —dijo Gabe—. Necesito más oportunidades para demostrar lo que ya sé, que me gusta lo suficiente como para casarse conmigo. Si puedo hacer que deje de pensar con la cabeza y empiece a pensar con su…su… —¿Sí? —Preguntó María, sus ojos azules brillantes de humor—. ¿Con su qué? Gabe fulminó con la mirada a María. —La cuestión es que sé que puedo engatusarla, a la primera de cambio. Si tuviera la oportunidad. El general Waverly era el taimado en esta situación. Si el general no le permitía a Virginia honrar la apuesta, Gabe tendría una pelea en sus manos. Solo podía desear que Virginia fuera buena para rodear a su abuelo. Tan pronto como él y su familia llegaron a casa, les dijeron que los Waverly y Devonmont les esperaban en el gran salón. Gabe llevó aparte a sus hermanos y reiteró lo que les había dicho a la abuela, Oliver y María, que no quería mencionar el ultimátum de la abuela. Lo aceptaron, aunque Celia lo hizo a regañadientes. Ahora de todo lo que tenía que preocuparse era del general. Afortunadamente, cuando las dos familias se encontraron, el general parecía bastante más tranquilo que antes. No se quedó así, por supuesto, una mirada a Gabe le hizo fruncir el ceño, pero no parecía como si acabara de ordenar a su nieta que abandonara. Y Virginia parecía… Gabe contuvo el aliento. Virginia parecía una diosa de los sueños más eróticos de un hombre. Su pelo todavía estaba en desorden de la carrera, sus mejillas estaban brillantes, y sus ojos tenían un destello de astucia que le hubiese dado que pensar si no lo hubiese hipnotizado. Con su vestido color azul real, era todo lo que un hombre podía desear en su cama.

Una cosa era cierta: no tendría problemas para consumar el matrimonio. La idea de poner sus manos sobre ella y mostrarle cómo satisfacer sus deseos y los de él hizo que su garganta estuviera en carne viva. Harían una excelente pareja. Ella lo entendería pronto. Entraron en el salón para tomar una copa de vino y esperar a que se sirviera la cena. Por una vez, se alegró del boato que la abuela insistía en que Oliver empleara con los invitados. Sus copas de cristal podían tener un par de arañazos y la tapicería de los sofás podía ser vieja y gastada, pero era un buen cristal y el tejido era caro, y el vino era de excelente calidad. Si alguna vez él quería impresionar a alguien, era ahora. Tan pronto como se sentaron con sus copas, la abuela presentó formalmente a la familia. Todos estaban allí, excepto el esposo de Minerva ya que tenía que estar en la corte. Luego, sus hermanos comenzaron a comportarse con su usual entrometimiento, bombardeando a Virginia con preguntas. —Entonces, señorita Waverly —preguntó Jarret—, usted y mi hermano hicieron una apuesta. ¿Supongo que quiere continuar con eso? —Por supuesto. —Bebió un sorbo de vino, su expresión enigmática—. Las mujeres no son menos honorables que los hombres. —Miró a Annabel. —¿No está de acuerdo, lady Jarret? Entiendo que usted y su marido se conocieron por una apuesta. Annabel sonrió. —Ciertamente. Aunque realmente gané, la rendición no fue un problema. —Perdiste una apuesta conmigo. —La sonrisa de Jarret insinuó que había sido más escandalosa que la que Gabe había presenciado. La sospecha de Gabe fue confirmada cuando Annabel fulminó con la mirada a su marido. —Y la pagué, así que estoy de acuerdo con usted, señorita Waverly. —De hecho, estoy deseando honrar mi apuesta —dijo Virginia—. Después de asistir a mi primer baile la otra noche, me he estado muriendo por asistir a más. Eso puso a Gabe en guardia.

—¿Qué quieres decir? —Eso es parte del cortejo, ¿no es así? Generalmente no sería invitada a tales eventos, pero tan pronto como se sepa la noticia de que eres mi pretendiente, estoy segura de recibir muchas invitaciones. Y querrás presentarme a todos tus amigos. ¿Qué mejor lugar que en un baile? La gente amable, la excelente conversación… Porque incluso el ponche es delicioso. La víbora estaba haciendo eco deliberadamente de su letanía de todo lo que odiaba de los bailes. Mientras sus hermanos y hermanas se reían con ganas, sofocó un gemido. Déjales que encuentren esto divertido. Su abuelo también parecía divertido, al igual que su primo. Ambos parecían bastante satisfechos. —La temporada ha terminado en Londres —señaló Gabe—. Dudo que haya bailes en los próximos meses. —Quizás no en Londres. —Los ojos de Minerva brillaron con picardía—. Pero ahora que ha comenzado la temporada de caza abundan los bailes de campo. Estamos invitados a uno en Ealing y a dos en Acton solo este mes. —Y la señorita Langston nos invitó a su cumpleaños en Richmond —agregó Celia amablemente. —No te olvides del evento de Lady Kirkwood en la escuela para inaugurar el trimestre de otoño para sus chicas —ofreció Oliver—. Le prometí a Kirkwood que todos estaríamos allí. Gabe bebió su copa de vino de un largo trago. Maldita sea. Parecía que tenía semanas de su peor pesadilla delante de él. —Bueno, entonces seré feliz de acompañarte, señorita Waverly, —mintió entre dientes—. Asumiendo que tu abuelo esté dispuesto a acompañarnos. —Si Gabe tenía que sufrir, haría que el general lo hiciera también. —Tonterías —dijo la abuela—. Cualquiera de nosotros estará feliz de proporcionaros un acompañante. Por supuesto que sí. —¿No os importa la hora en coche a Waverly Farm y de regreso? —Señaló Gabe— . ¿A altas horas de la mañana?

—Por supuesto que no —dijo Celia con una sonrisa brillante—. Me encanta un buen paseo. A todos nos encanta. Genial. Ahora tenía que ir a bailes con Virginia y su familia. Eso no era lo que había tenido en mente. Había imaginado picnics en el bosque, acompañados de una criada a la que podía hablar con dulzura para que le dejara tiempo a solas con su futura esposa. O paseos largos y excitantes por caminos rurales solitarios cerca de Waverly Farm. —No quisiera molestar a tus hermanas —dijo Virginia suavemente—. Estoy segura de que el abuelito estaría encantado de acudir a cualquier velada a la que podamos asistir. No tanto durante el invierno, con las inclemencias del tiempo, pero en primavera... —¿Primavera? —exclamó Gabe—. Espero que aún no estemos saliendo en primavera. —Al darse cuenta de cómo sonaba, añadió apresuradamente: —Quiero decir, una vez que lleguemos a conocernos... —Oh, seguramente no crees que suceda tan rápido como todo eso. —Su inocente sonrisa no lo engañó ni por un minuto—. Dijiste que necesitaba conocerte, y estoy totalmente de acuerdo. Es por eso que los cortejos largos son las mejores. —Cortejos largos —repitió, su corazón se hundió en su estómago. —Mi difunto hijo cortejó a su esposa durante dos años antes de casarse — dijo el general Waverly, con un brillo sospechoso en sus ojos—. Odiaría ver a mi nieta apresurarse. ¿Qué te parece, Pierce? Mientras la alarma se construía en el pecho de Gabe, Devonmont le lanzó una sonrisa satisfecha. —Oh, sí —dijo, levantando su vaso para beber—. Dos años es suficiente tiempo. —Vamos, Pierce —Le reprendió Virginia—. El abuelito y tú estáis siendo ridículos. Dos años es demasiado tiempo. Gabe dejó escapar un suspiro. —En efecto. —Un año es suficiente. —Le lanzó a Gabe una mirada astuta sobre el borde de su copa de vino—. Aunque supongo que podría acortarse a seis meses.

Ante el gemido de Gabe, Celia se echó a reír. —¿Qué te parece, Gabe? La señorita Waverly quiere un cortejo que durará al menos hasta febrero. Él reprimió un juramento. La mocosa de su hermana ciertamente iba a divertirse con esto. —No hay prisa, ¿no? —Virginia le lanzó otra de esas dulces sonrisas que le hicieron detenerse—. ¿Cómo puedo tomar una decisión juiciosa sobre toda mi vida en tan poco tiempo? Oh, Dios, ¿podría haberse enterado de la demanda de la abuela? No, ¿cómo podría? —No hay prisa —murmuró y se levantó para servir más vino. —Además —continuó ella con una voz súbitamente acerada—, necesitarás ese tiempo para prepararte para la mudanza. Gabe casi dejó caer su copa. —¿La mudanza? —Supongo que si nos casamos, vendrás a vivir a Waverly Farm conmigo y con el abuelito. Seguramente no supondrás que puedo vivir aquí. —De hecho, tengo la intención de que tengamos una casa propia —dijo mientras caminaba frente a la chimenea. —Entonces, ¿quién cuidará al abuelito? Él me necesita para dirigir su hogar. —No puedo prescindir de ella —dijo su abuelo alegremente. Ella le lanzó a Gabe una mirada falsamente dolorida. —Y perdóname por mi falta de tacto, pero dado que no tienes una profesión y yo tengo una pequeña dote, bueno…No veo cómo podríamos permitirnos una casa. Todos los ojos se volvieron hacia él. ¡Maldición!, ¡maldición!, ¡maldición! Podía decir que estaban disfrutando de esta conversación increíblemente vulgar. ¿Y, de todos modos, qué mujer de buena cuna sacaba el tema de los futuros ingresos de su prometido como conversación educada en la cena? La abuela no pareció molestarse por nada.

—Le aseguro, señorita Waverly, que mi nieto podrá sustentarla. —Oh, nunca pensé lo contrario. —Los ojos de Virginia brillaban con recelo—. Pero una mujer tiene que ser práctica. Sé que los hombres como Lord Gabriel requieren esposas que puedan aportar algo a un matrimonio. Como no puedo, debo hacer todo lo que pueda para ayudar a nuestra situación. Su actitud profundizó su alarma. Ella no parecía disculparse ni arrepentirse. Además, estaba hablando de su futuro matrimonio como si realmente quisiera terminar con eso lo que era un giro bastante inesperado. Apostaba a que esta discusión vulgar no fuera típica de ella. ¿Y si realmente hubiera oído hablar del ultimátum de la abuela? ¿Pero cuando? Seguramente no antes del baile, o se lo habría lanzado a la cara. Además, no era ampliamente conocido más allá de su familia, a excepción de algunos amigos. —Odio que casarse conmigo altere materialmente la vida de su señoría — continuó, despertando aún más sus sospechas—. Tendrá que renunciar a sus habitaciones en la ciudad, sin mencionar su membresía en cualquier club. Y me atrevo a decir que habrá pocas carreras después de casarnos. Pero espero que nuestra unión compense esos inconvenientes. —Debe confiar en mí en esto, señorita Waverly, —insistió la abuela—. El muchacho tiene perspectivas. —¿Oh? ¿Y cuáles podrían ser? —La mirada de Virginia se encontró con la suya, llena de desafío—. Uno nunca debe vender la piel del oso antes de cazarlo, ya sabe. Tengo que pensar prácticamente. Gabe se puso rígido. Ella lo sabía. No sabía cómo, pero debía haberse enterado del ultimátum de la abuela. Y estaba claramente ansiosa por atacarle. Había estado jugando con él hasta ahora. Se acercó a ella. —Señorita Waverly, parece que la cena puede durar un poco más. ¿Quizás te gustaría ir a ver nuestro laberinto? Pareciste muy interesada en eso la última vez que estuviste aquí, y me gustaría mostrártelo. —Estaría encantada —dijo ella, como si estuviera buscando una pelea—. Podemos hablar algo más de tus “perspectivas”. Oh, sí. Ella definitivamente lo sabía.

—Tal vez debería ir —comenzó su abuelo. —No hay necesidad —interrumpió la abuela—. El laberinto está cerca, no perjudicará dejar que los jóvenes caminen antes de la cena. Ayuda a la digestión. — Le lanzó a Gabe una mirada larga y severa. —Y mi nieto sabe que si él no se comporta, tendrá que responderme. —Estaré bien, abuelito —agregó Virginia mientras deslizaba su mano en el hueco del codo de Gabe—. Esto no tardará mucho. No, no tardaría. Gabe tenía la intención de recordarle todas las razones que necesitaba para casarse, y todas las razones por las cuales era el candidato perfecto. Su orgullo se podía pinchar en ese momento, pero ella seguía diciendo que era una mujer práctica, y no podía negar que su oferta era tan ventajosa para ella como para él. Pero no la dejaría retirarse de esto, por Dios. Él había ganado esa apuesta en forma justa, y ella le debía un cortejo. Después de todo tenía que pensar en Celia. Él tenía que casarse. Ambos permanecieron callados mientras caminaban por los pasillos hacia la puerta lateral. Había sirvientes en todas partes, y Gabe no quería que nadie escuchara esta discusión en particular. En el momento en que salieron a los jardines y se dirigieron hacia el laberinto, dijo en voz baja: —Supongo que has oído hablar del ultimátum de mi abuela. —¿Ultimatum? —Dijo con esa falsa mirada de inocencia. Eso agitó aún más su temperamento. —No te hagas la tonta, Virginia. No te favorece. Llevándola hacia el laberinto, la apresuró por el pequeño camino entre los setos recortados para encontrar algo de privacidad de cualquier curioso oyente. —¿Cómo sabes lo que me favorece? —Soltó bruscamente—. Apenas me conoces. La cual es probablemente la razón por la que me elegiste para tu plan mercenario. ¡Maldición!, ¡maldición!, ¡maldición!

—¿Cómo te enteraste de las demandas de la abuela? ¿Cuánto tiempo lo has sabido? Ella levantó la barbilla. —Pierce me lo dijo justo ahora en el carruaje. Aparentemente lo obtuvo de un conocido que había oído algo de eso en un juego de cartas que jugabas en una taberna. Él se había olvidado de todo ese debate, que había tenido lugar en un espacio público. —Estás trabajando bajo una suposición falsa. Te elegí como mi esposa porque perjudiqué a tu familia —espetó, molesto por haber sido descrito tan poco favorablemente—. Confía en mí, hay muchas mujeres deseosas de casarse con el hijo de un marqués. Podría haber encontrado una en cualquiera de tus preciosos bailes sin tener que correr el riesgo de correr contigo. Tan pronto como pronunció las palabras, se arrepintió de ellas, porque la mención de otras mujeres parecía inflamarla aún más. Arrancando su mano de su brazo, ella escupió: —Entonces hazlo. No quiero nada de tu plan. Ella se giró para volver, pero él bloqueó su camino. ¡La haría escuchar, por Dios, aunque fuera lo último que hiciera! —No es un plan, es una situación desesperada. Y sí, esperaba que me ayudaras con eso. No por mi bien, sino por el de mi hermana. Podía ver la curiosidad en guerra con ira en su rostro. —¿Tu hermana? —No sé cuánto has escuchado sobre la demanda de la abuela, pero dice que todos tenemos que casarnos antes de fin de año, o ninguno de nosotros heredará. Entonces, si uno no se casa, los demás también pierden su fortuna. Los tres mayores están en buenas situaciones, por lo que no estoy preocupado por ellos. Y tengo ingresos suficientes para apoyarme en las carreras. Pero Celia… —Se pasó los dedos por el cabello—. Ella merece algo mejor que ser desheredada solo porque es demasiado terca para ceder. Si no me caso, ella usará mi rechazo como una excusa para negarse

también. Pero si me caso, no querrá ser la única que sostenga a todos los demás. Ella hará lo que tiene que hacer. Ella lo fulminó con la mirada. —Dios mío, eres incluso peor de lo que pensaba. Quieres obligarme a casarme para poder obligar a tu hermana a casarse, también. —¡No, maldita sea! —Tomó aliento, lo expulsó, luego volvió a tomar aire, luchando por calmarse—. No quiero forzar a nadie a nada. Si tuviera elección, seguiría como siempre había planeado, compitiendo con quien quisiera, viviendo de mis ganancias y tratando de establecer un establo de pura sangre decente. —La miró fijamente. —Pero no tengo elección. Y tampoco Celia. Para el caso, tampoco tú. Quieres vivir para siempre con tu abuelo en tu acogedora granja, pero ambos sabemos que eso no puede suceder. Este cortejo es la única forma que pude encontrar para hacernos felices a todos. Ella lo miró con escepticismo. —Entonces no te importa el dinero. —Por supuesto que me importa el dinero; no soy idiota. Sé que mi herencia podría permitirme alcanzar mi sueño mucho más rápido que si tuviera que luchar por mi cuenta. Pero si Celia ya estuviera casada y decidida, le diría a la abuela que se fuera a hacer puñetas. —Dios sabe que deseaba poder hacerlo. —En cambio —espetó ella—, has decidido que debo renunciar a mi libertad para que tú y tu hermana podáis disfrutar de los frutos del trabajo de tu abuela. ¡Había tenido suficiente, maldita sea! —Pareces olvidar que tú también disfrutarías de esos frutos. Si gano mi herencia, tendrás el dinero que necesitas para ayudar a tu abuelo en su vejez, para restaurar Waverly Farm a su antigua gloria y para vivir como una reina si eso es lo que quieres. Ella lo miró boquiabierta. Claramente no se le había ocurrido que si se casaba con él, su ganancia sería su ganancia. Luego, su expresión se endureció. —Eso es solo si tu hermana también se casa. ¿Qué pasa si no se comporta como esperas? ¿Qué pasa si se niega? Entonces me cargaré con un marido que ha perdido sus “expectativas”.

Con una mirada de enfado, se abalanzó sobre ella, obligándola a retroceder hasta un callejón sin salida. —Para una mujer que está indignada porque me casaría con ella para obtener mi herencia, pareces terriblemente interesada en mis “expectativas”. Hace un momento montaste un escándalo por ellas. —¡Eso fue solo porque estaba intentando provocarte! Ya lo sabías. Lo sabía. Porque cuando se trataba de él, Virginia no era práctica. Las mujeres prácticas no desafiaban a los hombres a las carreras en un ataque de mal humor. Las mujeres prácticas no tiraban piedras a su propio tejado cuando se presentaba una propuesta de matrimonio perfectamente buena, y las mujeres prácticas no rechazaban un montón de dinero. Eran las románticas las que lo hacían. Ella era romántica. Dios, debería haberse dado cuenta antes. Nunca llegaría a ninguna parte argumentando lo factible de la cosa. Sus emociones eran demasiado altas. Él necesitaba seguir una táctica diferente. —¿Y sabes por qué estabas tratando de provocarme? —Porque estaba enfadada contigo por ser arrogante, engañoso... —Porque no te gustaba la idea de que me casara contigo por dinero. Porque querías que me casara contigo por otros motivos. Cuando sus mejillas se volvieron rosadas, supo que había acertado. Ella cuadró los hombros. —No seas ridículo. No quiero que te cases conmigo por ninguna... Él levantó su mano para tomar su barbilla. —Me deseas. Y quieres que te desee. Una mirada de pánico se apoderó de su rostro. —Esa es la cosa más absurda que he escuchado. —¿Lo es? —El tiempo de hablar había pasado. En lugar de eso, la besó.

Por un segundo ella estuvo rígida y quieta, como una potranca a punto de desbocarse. Entonces sus labios se suavizaron y su cuerpo se inclinó hacia él, y Gabe supo que había elegido bien. Porque Virginia era más como él de lo que ella quería admitir. Era física, susceptible al tacto y al gusto, no a las palabras y argumentos. Y eso estaba bien para Gabe. Con su sangre todavía acelerada por la carrera y su discusión, ardía por tocarla y volver a saborearla. Él empujó la lengua entre sus tiernos labios para atormentar y explorar. Dios, su suave boca hizo que quisiera perderse en ella para siempre. Virginia Daba tanto como recibía, también, enredando su lengua con la suya, enredando sus dedos en su abrigo para mantenerlo quieto para poder incendiar su sangre. Esta era la mujer que quería, con su cuerpo esbelto y su piel suave y su risa gutural lo que seguramente era la envidia de las mujeres en todas partes. Era una encantadora hechicera que triunfaba en su misión despiadada de volverlo loco. De repente, ella apartó la boca. —No puedes ganar la discusión besándome hasta dejarme sin sentido. —Puedo intentarlo —murmuró en contra de su insolente mentón—. Sabes muy bien que no se trata solo de dinero. Cada vez que te veo, mi sangre se acelera, y solo puedo pensar en lo mucho que quiero llevarte a la cama. En el momento en que se puso rígida, supo que había hablado demasiado francamente, pero no pudo evitarlo: las palabras no eran su habilidad. Lo eran las acciones. —Te engañas si piensas que yo... —comenzó ella. La besó de nuevo. Sólo que esta vez, la arrastró a sus brazos y asaltó su boca. Tardó unos momentos en relajarse, pero una vez que la tuvo suave y ansiosa, dejó un sendero de besos en su mandíbula entonces pudo colocarle uno en la curva de su cuello…su cuello de piel sedosa, con su aroma a flores de naranja y almendras que le hacía desear devorarla por completo. Cuando él le lamió la garganta, Virginia jadeó. —Desearía…que…dejaras de ser tan…travieso. —No, no lo deseas —murmuró y la besó de nuevo.

Por Dios, ella era dulce, su cuerpo presionando contra el suyo, aferrándose a él, llevándolo a una loca excitación. Pasó las manos por su figura elegante, bajó por su esbelta cintura hasta sus sorprendentemente bien formadas caderas, luego hacia sus costillas y los pechos que ansiaba tocar. Le vino a la mente la advertencia de Lyons sobre cómo tratar a una mujer respetable, pero sus manos parecían tener una voluntad propia mientras se deslizaban hacia arriba para acariciar sus pequeños pechos perfectos, con sus pezones perfectamente excitados asomando a través de su vestido. Anheló arrancarle la ropa y chupar esas puntas hasta que ella gimiera y se derritiera en sus brazos. Pero esto era una locura. Cualquiera podría encontrarlos. Bien, susurró su mente. Luego se vería comprometida, y él podría casarse con ella sin tener que navegar por la carrera de obstáculos del cortejo. Si quien los encontraba no le mataba primero. Pero a él no le importaba. Mientras ella le permitiera tocarla, por Dios, lo haría. Porque valía la pena morir por algunas cosas.

Capítulo 8

Virginia no podía creer que Gabriel tuviera las manos en sus senos. ¡Era impactante! ¡Indignante! Delicioso. ¿Cómo algo tan escandaloso podía parecer tan bueno? Ya era suficientemente malo que la hubiera besado, ahora estaba causando estragos en sus sentidos con sus caricias atrevidas. Simplemente no era justo. Estaba haciendo trampa. Y ella le estaba dejando. Era tonta Debería hacer que se detuviera. Y lo haría, en unos minutos. Después de que descubriera por qué no quería hacerlo. Él la empujó contra el seto, su cuerpo se pegó al de ella mientras asaltaba su boca una y otra vez. Los bordes recortados del boj la pincharon, y su penetrante olor flotó en sus sentidos, pero ella solo era consciente de cómo la hacía sentir, caliente, ansiosa y agitada. De manera placentera. Especialmente con él masajeando sus pechos y tocándole los pezones a través del vestido. Era difícil saber dónde terminaba su rápida respiración y comenzaba la de él. ¡Dios mío, la estaba volviendo loca! Y ella debía estar haciendo lo mismo con él; podía sentir la dureza subiendo en sus pantalones donde estaba presionado contra ella. Criada en una granja de sementales, sabía exactamente lo que eso indicaba. Debería ser una advertencia para detener esta locura, pero simplemente la hizo sentirse feliz. Él había dicho la verdad acerca de desearla. Cuando la besaba, no había señales del señor frío y remoto, y su vanidad femenina se emocionó ante eso. Pero cuando abrió el botón superior de la parte delantera de su corpiño, ella se resistió y le agarró la mano. —No debes —susurró, mirando su otra mano bronceada, todavía acariciando su pecho—. Es indecoroso.

Sus ojos brillaron mirándola. —Exactamente la palabra que estaba pensando. Indecoroso. Hombre horrible, por haberse reído de ella. —E imprudente —reprendió, para mantener su mente alejada del hecho de que él había desabotonado dos botones más—. Estás siendo muy imprudente. —Y se estaba muriendo por sentir sus dedos sobre su carne desnuda. Él también podría inclinar sus faldas y llamarla paloma mancillada. —¿Qué esperas de un hombre como yo? —La besó en la sien—. La imprudencia es mi vocación. Además, te gusta que sea imprudente. —¡No lo sé! —Dijo, pero eso era una mentira. La sensación de su mano desnuda deslizándose dentro de su corpiño era exquisita. La hizo sentir como una mujer de verdad. Su mujer. Oh, estaba loca. Él la besó en la oreja. —Te gusta porque secretamente también tienes algo de imprudencia en ti. Su corazón se aceleró. ¿Por qué tenía que ser el único que se daba cuenta de que le urgía ser increíblemente irresponsable? —No me digas que no fuiste arrastrada por la emoción de la carrera esta tarde — continuó como un pequeño demonio sentado sobre su hombro, susurrando verdades terribles—. Lo pude ver en tu cara. —¿Antes o después de que casi matarte? —Se ahogó. Oh, Señor, él había alcanzado dentro de su copa de corsé para acariciarle el pezón a través de la combinación. Deseó quitarse la ropa para que él pudiera hacerlo mejor. Su mano se detuvo en su pecho. —Realmente estabas preocupada por mí. ¿Qué había dicho ella? Oh sí. No debería haber dicho eso. —Quise decir, antes de que casi consiguieras que nos matáramos. —No lo niegues, estabas preocupada por mí. —Él hizo rodar su pezón entre sus dedos, haciendo que sus rodillas se debilitaran. ¿Por qué no hacía que se detuviera?

Porque esperaba que nunca se detuviera. La respiración de él se espesó, cayendo pesadamente sobre su mejilla. —Nadie sino mi familia se preocupa por mí. Todos piensan que soy invencible. Algo en su voz hizo que quisiera atraparlo en sus brazos y calmarlo. En cambio, se apartó para mirarlo. —Eso es porque crees que eres invencible, tontorrón. Sus ojos tenían una desolación que hacía que sufriera por él. —En realidad, no me importa si lo soy o no. Las palabras la enfriaron. Gracias a Dios, había dejado de acariciarla, porque realmente necesitaba pensar con claridad en este momento. —Entonces, ¿por qué casarse, si vas a convertir a alguna mujer en viuda? Una expresión herida y vulnerable apareció sobre su rostro antes de enmascararla. —Te dije por qué. Porque Celia… —Ah, sí. Tu hermana necesita que lo hagas. —Ella no sabía si admirar su lealtad hacia su familia o despreciar su suposición arrogante de que su plan era el mejor para todos—. Y no te importa a qué mujer hieras en el proceso. Con un suspiro, él inclinó la cabeza para acariciarle la mejilla. —No estoy tratando de herirte. Necesito una esposa y necesitas un marido. ¿Por qué no hacerlo fácil y casarnos? Las palabras la desgarraron. —No quiero un marido que se case conmigo por pena de mi situación. O porque quiere que su hermana obtenga su herencia. Su mano se movió nuevamente sobre su pecho, suave y delicadamente. —¿Esto te parece pena? ¿Esto parece como una intención mercenaria? —Cuando respiró con dificultad, agregó—: He tenido siete meses para encontrar una esposa, cariño, y eres la primera mujer que he considerado. ¿Quieres saber por qué? Señor, sí.

—Despiertas mi sangre. No tengo otra forma de describirlo. No soy poeta, no soy bueno con bonitos cumplidos, y Dios sabe que tengo poco que ofrecer excepto una posible herencia. Pero te prometo que en el dormitorio, puedo hacerte feliz. Tal vez eso no cuente mucho, pero la gente se ha casado por menos. —Prefiero casarme por más. —Entonces, ¿tienes otra perspectiva mejor? —Preguntó, todavía acariciándola, llevándola a la distracción. Sabía la respuesta a eso. —Dame la oportunidad de mostrarte lo bien que podemos estar juntos — susurró—. Sólo…una…oportunidad. Él la estaba besando de nuevo, tan dulcemente que hacía que le doliera la garganta por la belleza de aquello. ¿Qué pasa si él tenía razón? ¿Y si esto fuera suficiente? Dios sabe que también despertó su sangre. Si no fuera por su loca necesidad de estar en peligro a cada momento, y su sensación de que estaba traicionando a Roger por estar con él, casi podría imaginar una vida con Gabe. Por un momento, se entregó al placer que él envolvía a su alrededor. Olía a caballos y cuero y sabía a vino, la embriagaba con sus besos. Su boca caliente se deslizó por su barbilla hasta su cuello para chupar el pulso que latía allí, luego descendió hacia su pecho, haciéndola gemir y arquearse para agarrar sus hombros. Sus hombros musculosos y magníficos. No era de extrañar que las mujeres se arrojaran sobre él. Era un pura sangre entre caballos de carro, elegante e imponente. Sus magistrales caricias la hacían sentir como una yegua en celo que pisoteaba cualquier cosa para aparearse con el semental del potrero de al lado. Ningún hombre había provocado tales sentimientos salvajes en ella. Se estaba hundiendo en ellos, ahogándose en las sensaciones... —¡Virginia! —llegó una voz aguda, a través de la niebla de su cerebro aturdido. El pánico se apoderó de ella. —Para —siseó—. Tienes que parar. Gabriel abrió el vestido. —Mantente en silencio y se irá.

—¡Virginia! —Repitió la voz, más cerca ahora. —Es Pierce —dijo, empujando a Gabriel hacia atrás. Mientras él se detuvo parpadeando, ella se abotonó el vestido. ¡Señor, estaba colgando medio abierto! —. No se irá hasta que nos encuentre. Cuando Gabriel medio aturdido estiró la mano, ella le dio una palmada. —¿Estás tratando de arruinarme? —Se pasó los dedos por el cabello, luego miró hacia la entrada del callejón sin salida. —No es arruinarte si estoy dispuesto a casarme contigo. Ella lo miró boquiabierta. Entonces ese era su plan: comprometerla y asegurar su matrimonio de esa manera. ¡Y ella casi le dejó hacerlo! Girando sobre sus talones, se dirigió hacia la entrada. —No me ganarás así, señor. Él la siguió. —Hay hojas y ramitas en la parte de atrás de tu vestido. —Él comenzó a cepillarlas. —¡No hagas eso! —Gruñó, golpeando sus manos. —Maldición, Sharpe, ¿a dónde habéis ido tú y mi prima? —Gritó Pierce desde muy cerca. Luego vino un horrible silencio, seguido por—: ¿Qué diablos estáis haciendo? Gabriel se tomó su tiempo para dejar caer sus manos de su vestido, el demonio. —Estamos intentando recorrer el laberinto, Devonmont. Virginia miró a Pierce parado en la entrada del callejón sin salida, que los observaba con desconfianza. A medida que el calor subía en sus mejillas, se le ocurrió que probablemente su pelo estaba despeinado por tener las manos de Gabriel enterradas en él. Oh querido. ¿Cómo podía haber sido tan tonta? —Pierce, ¿no es este el laberinto más lindo? He estado admirando los setos recortados —mintió alegremente. —¿Con las manos de Sharpe en tu trasero? —Dijo Pierce. Las mejillas de Virginia se calentaron. ¡Ya le valía a Gabriel por eso!

—No seas grosero, Pierce. Lord Gabriel me estaba ayudando a quitarme las hojas del vestido. —Apuesto a que lo hacía —dijo Pierce secamente, con la mirada fija en Gabriel. El cual se encontró con la mirada de Pierce con una que era demasiado engreída. —Nos atrapaste, Devonmont, lo admito. Supongo que no hay forma de detener la boda ahora. Su primo dijo: —No hay necesidad de tales dramatismos. Un hombre debería ser capaz de robar un beso sin verse encadenado, ¿no estás de acuerdo? —Estoy totalmente de acuerdo. No es que estuviéramos haciendo algo tan escandaloso —dijo ella apresuradamente, y luego frunció el ceño a Gabriel—. Porque no lo estábamos. Gabriel miró a Pierce hacia ella. —Está bien, cariño. Estoy más que feliz de hacer esto bien. —Por supuesto que lo estás —dijo Pierce arrastrando las palabras—. Tienes esa pequeña herencia esperándote. Fuego ardió en la cara de Gabriel. —No es que sea de tu incumbencia, pero le estaba explicando a tu prima por qué no me caso con ella por mi herencia. —Por supuesto que es de mi incumbencia —dijo Pierce—. Ella es familia. Y se merece algo mejor que tú, que es precisamente por lo que pretendo casarme con Virginia. Por un momento, ella y Gabriel lo miraron. Entonces Virginia encontró su voz. —¿De qué diablos estás hablando? Pierce se encogió de hombros. —Puedes tener más de un pretendiente. Me estoy proponiendo como candidato. —¡Y un infierno, lo haces! —gruñó Gabriel y se lanzó hacia adelante.

—¡Basta! —Ella lo agarró por el brazo—. ¿No ves que solo trata de provocarte? —Ni en lo más mínimo —dijo Pierce—. Lo digo totalmente en serio. Soy un marido mucho más adecuado para ti que este sinvergüenza. —Le dirigió una mirada desdeñosa a Gabriel—. Ya que soy el que heredará tu hogar, si quieres casarte por una herencia, deberías casarte por la mía. —No me casaré por la herencia de nadie —dijo irritada. —Entonces cásate para amor. —El tono frío de Pierce contradecía sus palabras sentimentales—. Te quiero con locura, prima. Así que debería tener una buena oportunidad contigo como él. O mejor, a menos que Sharpe afirme que también te ama con locura. Ella casi se echó a reír. Pierce claramente no la amaba. Si ella tenía la cabeza en las nubes, como decía Pierce, él tenía la suya firmemente arraigada en la tierra. Su declaración estaba teniendo el efecto más extraño sobre Gabriel, quien parecía loco de atar. Qué curioso ¿Estaba molesto porque odiaba perder su herencia futura? ¿O porque odiaba perderla a ella? Virginia realmente necesitaba saberlo. Tal vez debería dejar que Pierce continuara con esta pequeña farsa. —¿Realmente me amas, primo? Cuando Pierce le disparó una mirada con una advertencia silenciosa, se alegró de haber seguido con sus instintos. —Por supuesto. Aprecio tu inteligencia, tu espíritu y tu buen corazón. Sharpe solo quiere meterse en tu cama. —¿Y tú no? —Replicó Gabriel. —¿Qué pasa si lo hago? —Dijo Pierce arrastrando las palabras—. ¿No es eso normal para un hombre enamorado? Él prácticamente hizo una mueca y ella tuvo que ahogar un bufido. Seguramente incluso Gabriel podía decir que Pierce estaba mintiendo; prácticamente se atragantó con la palabra amor. Pero al parecer, Gabriel tomó el reclamo de su primo al pie de la letra. —No sabes el significado del amor, Devonmont. Soy muy consciente de tu reputación, incluso si tu prima no lo es. Has dejado una hilera de amantes detrás de

ti más larga que mi brazo. Si se casa contigo, siempre jugará un papel secundario con tu amante actual. —¿Pero planeas serle fiel? —Pierce le lanzó a Gabriel una mirada fulminante—. Una vez que tengas el dinero de tu abuela, estarás gastando todas las noches en burdeles. —No sabes nada de lo que quiero hacer con el dinero de mi abuela —espetó Gabriel.—Y no sabes nada de mí. Pierce se acercó. —Sé que soy el mejor hombre para ella. —¡Eres su primo por el amor de Dios! —Primo segundo. Y de todos modos, no hay impedimento legal para que los primos se casen. —Le dirigió a Gabriel una mirada minuciosa—. Me he dado cuenta de que no has hecho ninguna afirmación de amarla. Un músculo se movió en la mandíbula de Gabriel, lo que fue toda la respuesta que ella o Pierce necesitaban. No es que hubiera esperado que Gabriel dijera que la amaba, apenas la conocía. Y Virginia no quería que él sostuviera una mentira. Eso demostraría que era tan mercenario como Pierce parecía pensar. Pero una pequeña parte de ella estaba decepcionada. Lo cual era completamente ridículo. No lo amaba ¿Por qué debería querer que él la amara? Pierce le tendió el brazo. —Ven, querida. El tío Isaac me envió a buscarte para cenar. Mientras caminaba, Gabriel gruñó: —¡No te atrevas a ir con él! Ella se detuvo para mirarlo con el ceño fruncido. —¿Perdona? —Dijo con su voz más helada—. No sabía que tenías derecho a mandarme. Pierce negó con la cabeza. —No hay ni un gramo de conducta caballerosa en él.

Gabriel miró a Pierce. —¡No te metas en esto! —Luego dirigió una mirada enojada a Virginia—. Tú y yo teníamos un acuerdo. Gané nuestra carrera, y con ella, el derecho a cortejarte. —Sí, pero no había nada en nuestra apuesta que impidiera que nadie más me cortejara. Muchas gracias por llevarme por el laberinto, pero ahora que mi primo ha declarado sus intenciones, creo que dejaré que me lleve a cenar. Parece justo que os dé a ambos el mismo tiempo. Ante su mirada de indignación, reprimió una sonrisa y tomó el brazo de Pierce. Antes de irse, Pierce dijo: —Es posible que desees tomarte unos minutos, hombre, para…estar presentable. —La mirada de Pierce fue a la ingle de Gabriel, provocando una maldición de Gabriel. Virginia se sonrojó violentamente cuando Pierce agregó: —Si vas a cenar con ese aspecto, y el general se da cuenta, no solo no habrá boda, sino que habrá pistolas al amanecer. Eso no te servirá de nada. Salieron juntos, dejando que Gabriel se preocupara. —A veces eres muy malvado —dijo ella tan pronto como estuvieron fuera del alcance del oído. La voz de Pierce fue dura. —¿Hizo algo más que besarte? Virginia tragó saliva. Había algunas cosas que una mujer definitivamente se guardaba para sí misma. —Nada. —Ella lo miró de soslayo—. Debes decirme qué tramas. Porque ambos sabemos que no quieres casarte conmigo, y ciertamente no me amas locamente. — Quizás no locamente, pero te amo. Ella arqueó una ceja hacia él. —Amo a toda mi familia —aclaró, con una sonrisa diabólica curvándose en sus labios.

—En otras palabras, entonces me amas como lo haces con tu madre. Él se encogió de hombros. —Es mejor que amarte como amo a mi perro. —Juega con palabras si debes, pero al menos dime cuál es tu juego. Él bajó la voz. —Mira detrás de nosotros. Ella lo hizo y vio a Gabriel saliendo del laberinto, con las manos apretadas y sus ojos enviando puñales a la parte posterior de la cabeza de Pierce. —¿Nos está mirando? —Preguntó Pierce. —Como un perro observa cómo le roban un hueso. Pierce le lanzó una larga mirada. —¿O como un hombre que no quiere perder una oportunidad con una mujer que él desea? —Es lo mismo. —No, no es así.

—Pierce miró hacia Halstead Hall—. Cualquier mujer será

suficiente para ayudar a Sharpe a ganar su herencia. Está irritado en este momento porque le han quitado lo que ve como una conquista fácil. Y si lo único que le importa es el dinero, pasará a otra mujer ya que hay competencia. No tiene tiempo para pelear una guerra de noviazgo. —¿Y si no se va con otra mujer? —Entonces él te desea. —¿Cómo es eso mejor? En ningún caso me ama. —Vamos, cariño, el amor es una farsa para un hombre como Sharpe. Lo mejor que obtendrás de él es el deseo. Te prometo que, al menos en la habitación, puedo hacerte feliz. . . La gente se ha casado por menos. —Eso no es lo suficientemente bueno para mí.

Pierce le lanzó una mirada compasiva. —Entonces tendrás que buscar en otro lado un marido, querida niña. O conformarte con la clase de amor que ofrezco y aceptar mi petición. —Tu pretendida petición, quieres decir. Él la miró solemnemente. —No es pretendida. Si la única forma de ayudarte es casarme contigo, estoy dispuesto a sacrificarme en el altar del matrimonio. —Gracias, pero creo que puedo hacerlo sin un cordero sacrificado. Entraron en la casa en silencio, Gabriel acechándolos. Cuando doblaron una esquina, Pierce miró a Gabriel que todavía le miraba con el ceño fruncido. —Existe la posibilidad remota de que Sharpe pueda convertirse en un buen esposo, mi querida niña. Pero hasta que conozca sus verdaderas intenciones, deberíamos darle algo de competencia. Entonces, si persiste en su demanda hacia ti, podemos volver a examinar su sinceridad. Ella le lanzó una mirada desconcertada. —¿Por qué querrías ayudarlo? —No lo hago. Quiero ayudarte a ti. El matrimonio es la única forma de garantizar tu futuro. —Él buscó en su rostro—. Y te gusta, admítelo. El color subió en sus mejillas, miró hacia el pasillo. —Lo encuentro arrogante y muy seguro de sí mismo. —Sin embargo, te gusta. Ella apretó los dientes. Pierce no siempre sabía lo que pensaba, pero a veces estaba en lo cierto. —Por el momento —murmuró—, me gusta la idea de ser institutriz. Si tengo que lidiar con la posesividad y las demandas desagradables, preferiría que fuera de criaturas lo suficientemente pequeñas para que las envíe a sus habitaciones. Pierce se rió entre dientes. —Me gustaría ver que intentas enviar a Sharpe a su habitación.

Solo haría eso si fuera allí con él. Bueno gracioso, ¿de dónde venía ese pensamiento? Esto era lo que pasaba por dejar que un diablo como Gabriel la besara y le pusiera las manos encima. Eso alimentaba la inquietud en su alma y provocó los pensamientos y fantasías más imprudentes. Pero quizás Pierce tenía razón. Si ella quería considerar a Gabriel como marido, de lo cual no estaba del todo segura, no estaría de más darle una cierta competencia. E incluso si ella no quería casarse con él, darle competencia sería una manera encantadora de atormentarlo. Por el momento, descubrió que eso era muy atractivo. —¿Qué le diremos al abuelito? —Preguntó. —La verdad. Que yo también te estoy cortejando. —No se lo creerá. —No apostaría por eso. —Su expresión se volvió solemne—. Se tragará cualquier cosa en lugar de enfrentarse a la posibilidad de que Sharpe se te lleve lejos de él después de hacer lo mismo con Roger. Él tenía razón. El abuelito nunca perdonaría a Gabriel por haber matado a Roger. Ella todavía no estaba del todo segura de poder hacerlo. —Pierce, ¿sabes lo que realmente sucedió? —¿Qué quieres decir? —¿Roger estaba borracho el día de la carrera? ¿Y fue él quien hizo el desafío, o fue Sharpe? Una mirada inescrutable cruzó el rostro de Pierce. —Tendrás que preguntárselo a Sharpe. —¿Crees que me lo diría? —Solo hay una forma de averiguarlo. Cierto. Aunque una parte de ella tenía miedo de saber la verdad. Porque si el abuelito tenía razón acerca de Gabriel, incluso mientras había estado dejando que el canalla la besara y acariciara… Señor, ella nunca podría soportar eso.

Capítulo 9

Entraron al comedor y encontraron a todos los demás sentados. Pierce la condujo a su silla, que estaba junto a la de él. —¿Dónde está mi hermano? —Preguntó Lord Jarret mientras se sentaban. —Se separaron, y Virginia vagaba sola por el laberinto —mintió Pierce—. Entonces utilicé la oportunidad de expresar mi deseo de cortejarla también. La habitación se llenó de audibles jadeos. Virginia lanzó una mirada a su abuelo, que parecía aturdido. Entonces, sonrió ampliamente. Oh querido. Ella no quería que él se hiciera ilusiones. —Esto es bastante repentino, ¿no es cierto? —Preguntó la hermana de Gabriel, la señora Masters. —Muy repentino —dijo Gabriel desde la puerta. Entró tranquilamente, entrecerró los ojos cuando la vio sentada al lado de Pierce—. Al parecer, Devonmont no está satisfecho con ganar Waverly Farm. También quiere a la dama de Waverly Farm. —Al menos él quiere a la dama —replicó Virginia—. Tú solo quieres ganar tu herencia. Mientras él fruncía el ceño, sus hermanos soltaron un gemido colectivo. —¿Lo sabes? —Preguntó la señora Plumtree. —Sí, no gracias a ninguno de vosotros. —Colocó su mano en la de Pierce, disfrutando de cómo eso hizo que Gabriel se tensara—. Afortunadamente, mi primo había escuchado los chismes y fue tan amable de informarme de camino aquí. —¿Tan amable? —Gabriel se sentó frente a ella, con los ojos echando fuego—. Me parece que él aprovechó su oportunidad para arrebatarte de mí.

Lady Stoneville hizo un gesto al criado para que sirviera la sopa, y este comenzó a moverse por la mesa. —Lamentamos mucho el malentendido sobre el ultimátum de la abuela — dijo la señora Masters, con una mirada dura hacia su hermano—. Queríamos decírtelo, pero Gabriel estaba en contra. Creo que está avergonzado. Está muy enamorado de ti, y sabía que malinterpretarías la situación si lo supieras. Enamorado de ella, ¡ja! Gabriel solo la quería en su cama. —Entonces mentisteis por él. —No del todo —dijo Lord Jarret—. Más bien…omitimos algo de la verdad. —Partes importantes de la verdad, ¿no? —Virginia les lanzó una mirada fulminante mientras tomaba su cuchara. Cuando tuvieron la delicadeza de parecer avergonzados, añadió—: Encuentro esencial la sinceridad en un esposo. —Gabe es generalmente bastante sincero —insistió la señora Masters—. Casi hasta la exageración. —Sobre todo porque no le importa lo que alguien piense de él —agregó Lady Celia. Eso hizo que Virginia se quedara sorprendiera. ¿Qué había dicho cuando ella lo había acusado de pensar que él era invencible? En realidad, no me importa si lo soy o no. Las palabras vulnerables le provocaron un dolor en el pecho antes de aplastarlo. ¿Cómo podía dejarse engañar todavía por él? La había perseguido por fines completamente diferentes de lo que él afirmaba, y ella no podía, no debería, perdonarle por eso. —También puede ser muy terco al respecto. ¿Recuerdas ese incidente en Navidad con el tutor? —La señora Masters comió una cucharada de sopa mientras miraba a Lord Jarret—. ¿El budín de ciruela robado? —Oh, por el amor de Dios —murmuró Gabriel mientras deshacía el elaborado pliegue de su servilleta y la dejaba caer sobre su regazo. Lady Celia palideció de pronto, lo que despertó el interés de Virginia. —Gabe tenía, ¿qué? ¿Ocho? —Continuó la señora Masters.

—Tenía que ser a esa edad —dijo Lord Jarret—. Fue nuestra primera Navidad después que mamá y papá... —se interrumpió—. De todos modos, el cocinero de la abuela había dejado nuestro pudin de Navidad en el alféizar de la ventana para que se enfriara, y desapareció. —Gabe tenía un particular gusto por el pudin de ciruelas —continuó la señora Masters—, y todos lo sabían. Entonces, cuando desapareció, su tutor, el señor Virgil, subió al ático, donde Gabe había hecho una especie de guarida secreta. Encontró a Gabe rodeado de migajas. —Pero el muchacho se negó a admitir que había robado y comido el pudin —dijo Lord Jarret—. Él no lo negaría, eso sería mentir, pero tampoco lo admitiría. El señor Virgil exigió que confesara lo que había hecho, pero Gabe continuó negándose a responderle. —Espero que el tutor tuviera el buen sentido de darle con un bastón —dijo su abuelo mientras hundía la cuchara en su sopa—. Se debe ser firme con un muchacho así. Virginia escondió una sonrisa. A pesar de todas sus fanfarronadas, el abuelito nunca le había hecho daño a ella ni a Roger, a pesar de sus amenazas de hacerlo. —Papá probablemente le habría sacado la verdad a Gabe —respondió la señora Masters—. Pero el señor Virgil era un erudito apacible que simplemente le dio un sermón a Gabe por el pecado de robar. Citó versículos de la Biblia. Incluso trajo a colación el espectro de nuestros padres muertos, diciendo que miraban hacia abajo desde el cielo, decepcionados por sus acciones. —Eso solo hizo que Gabe se emperrara —dijo Lord Jarret—. Se negó a decir una palabra. Virginia bien podía entenderlo. Su niñera lo había intentado con ella cuando era niña, y siempre la había enfurecido. Había sentido que si sus padres hubieran querido que se comportara, no deberían haberse ido. La muerte no había sido algo que ella realmente entendiera. Se había sentido abandonada. Sin duda él también lo había hecho. Una simpatía indeseada creció en ella. Pensativamente, se comió la sopa. A veces se olvidaba de que tenían la muerte de sus padres en común. Gabe era un poco más mayor cuando murieron, pero eso solo lo hizo más horrible para él. Al menos ella, en realidad, no recordaba a los suyos.

—Entonces su tutor dijo que no podía ir a cenar hasta que admitiera lo que había hecho —continuó la señora Masters. La abuela de Gabriel continuó la historia. —Se resistió toda la víspera de Navidad, y al día siguiente. El necio obstinado rehusó admitir cualquier cosa, o mentir sobre eso, tampoco. Le costó no aparecer en la cena de Navidad para que aprendiera la verdad. El señor Virgil me lo había ocultado todo, temiendo ser despedido por no poder manejar a Gabriel. —Una vez que la abuela lo supo —agregó Lord Jarret—, le dijo a Gabriel que lo que él había hecho era incorrecto, que ella usaría su paga de Navidad para comprar otro pudin de ciruelas en la panadería de Ealing, y luego lo azotó por robar. Ya no se habló más de admitir nada. Ella se dio cuenta en ese momento de que nunca lo conseguiría. —Eso es porque no lo hizo —dijo una vocecita desde el extremo de la mesa. Todos los ojos se volvieron hacia Lady Celia. —Celia —dijo Gabriel en voz baja—, no importa. —Sí, importa —dijo con acritud, con los ojos fijos en su hermano—. Han estado equivocados todos estos años, y no puedo soportarlo más. —Ella se encontró con la mirada de su abuela—. Gabe nunca tomó el pudin. Es por eso que no dijo que lo hizo. Fui yo quien lo tomó. Todos en la mesa parecían tan sorprendidos como Virginia. —Pero las migajas… —Comenzó la señora Plumtree. —Los puso allí para encubrirlo —dijo Lady Celia—. Cuando me encontró en la cocina con el pudin, ya me había comido la mayor parte. Tenía hambre y había pudin de ciruela. Ni siquiera me di cuenta de que era para la cena de Navidad. —Apenas tenías cinco años —señaló amablemente la señora Masters. —Cuando me encontró devorándolo, me reprendió por ello, y rompí a llorar. — Lady Celia lanzó a Virginia una mirada triste—. Gabe nunca pudo soportar ver llorar a una chica.

Con el corazón apenado, Virginia miró a Gabriel. Estaba mirando su sopa, las orejas sonrojadas. Y se dio cuenta de que aunque a él le gustara ser el centro de atención en una carrera, no parecía gustarle en casa. Su claro bochorno tiró de su corazón. —De todos modos —continuó lady Celia—, escuchó que venía Cook, así que tomó mi mano y lo que quedaba del pudín y corrimos. La señora Plumtree miró a su nieto. —¿Por qué no la dejaste allí? Cook habría estado enojada, pero siempre tuvo una debilidad por Celia... — Celia no sabía eso —dijo en voz baja—. Cuando la reñí, ella preguntó: “¿La abuela se irá porque he sido una niña mala?”, Le dije que no, que la abuela nunca lo descubriría. Entonces yo…solo reaccioné La saqué de allí, y desmenucé el resto del pudin en el ático. Pero se había negado a mentir y decir que lo había comido. O decir algo que pudiera plantear la pregunta de quién realmente había robado el pudin. Las lágrimas obstruyeron la garganta de Virginia. —Oh, Señor —dijo la señora Plumtree, con la cara llena de amor—. Celia, niña, nunca supe que temías que me fuera. —Pensé que mamá y papá habían muerto porque éramos niños malos — admitió lady Celia. ¡Pobrecita! —Entiendo eso —dijo Virginia—. Cuando éramos niños, Roger solía decir que mamá y papá nos habían dejado porque habíamos sido traviesos. —Le dije al muchacho que eso no era cierto —dijo el abuelito bruscamente. —Pero los niños sienten cosas en sus corazones, incluso cuando les dices que no son lógicos —dijo la señora Plumtree—. Es difícil para un niño tan pequeño perder a un padre. El abuelito le lanzó a la señora Plumtree una mirada larga y pensativa. —Cierto —dijo, su voz más suave que antes.

Para sorpresa de Virginia, la señora Plumtree bajó la mirada, ocupándose de su sopa. Una calma incómoda cayó sobre todos. Entonces, la señora Masters echó un vistazo alrededor de la mesa y dijo: —Bueno, esa historia no salió como estaba planeada. De hecho os ha desanimado y ha estropeado bastante nuestra cena. Así que ahora tendré que contar una historia más feliz sobre Gabe. Oliver, ¿recuerdas la vez?... Ella relató una historia de Gabriel disparando accidentalmente y haciendo un agujero en un bote cuando él y sus hermanos fueron a cazar, hundiéndolos en el río, armas y todo, pero Virginia no podía dejar de pensar en Gabriel corriendo para ayudar a su hermana pequeña. Cada vez que pensaba que lo había descifrado, descubría que no tenía ni idea de quién era él. ¿Podría un hombre que tanto le importaba su familia ser tan malo? ¿Y Lady Celia se daba cuenta del sacrificio que estaba haciendo para que tuviera un futuro? Era terriblemente arrogante para él suponer que a su hermana le iría mejor casada, pero estaba tratando de hacer lo que pensaba que era correcto. Algunos hermanos no lo harían si eso significara que tenían que casarse cuando no querían hacerlo. Le estudió mientras embellecía la historia de su hermana con gran alegría, claramente ansioso por dejar atrás la triste historia. Ella no sabía qué pensar de él. En un momento estaba pasando por alto decir la verdad sobre sus verdaderos motivos detrás de querer casarse con ella, y al siguiente rehusaba mentir sobre no quererla. Porque pudo haber mentido. Pudo haber negado totalmente el chisme sobre su herencia. Su familia claramente habría confirmado su historia. Incluso podría haber lanzado algunas tonterías sobre haberse enamorado de ella durante sus dos breves encuentros. No es que ella le hubiera creído, pero podría haberlo intentado. Podría haberle mentido a Pierce cuando tuvo la oportunidad, aunque solo fuera para salvarse. Pero cuando Pierce le había preguntado si la amaba, Gabriel se había negado a responder. Su hermana parecía tener razón. Gabriel era sincero hasta la exageración. Pero esa parecía ser su única virtud. Seguía siendo imprudente y salvaje, dispuesto a hacer cualquier cosa escandalosa para ganar una carrera. Y aún había

causado la muerte de Roger, aunque su comprensión de lo sucedido se volvía más confusa con cada nueva información. Sin embargo, él le gustaba. Virginia se quedó mirando la sopa con el ceño fruncido. ¿Podría eso ser suficiente para un buen matrimonio? ¿Le parecía lo suficiente como para arriesgarse a verlo matarse por el camino? ¿Le gustaba lo suficiente como para perdonarle por su participación en la muerte de Roger? Simplemente no lo sabía.

HETTY RECHAZÓ el postre cuando fue traído. Los dulces le revolvian el estómago en estos días, y lo último que quería en este momento era tenerlo revuelto. Especialmente con invitados alrededor. Los demás parecían complacidos por el trifle 4 de naranja que ella y María habían elegido, y la cena había ido bien. La señorita Waverly ciertamente parecía menos enojada con Gabe. Mientras tanto, Gabriel se había convertido en el jovial Gabe, el bromista Gabe, el temerario Gabe a quien no le importaba nada. Era su manera de esconderse, y esconderse era tan destructivo para él como lo había sido para sus hermanos. Desde el momento en que sus padres habían muerto, Oliver había reprimido sin piedad cómo se sentía, sofocando sus emociones con tanta fuerza que cuando finalmente estallaron, después de encontrarse con María, había sido un desastre emocional. Jarret había descartado sus sentimientos por no ser útiles para sus objetivos, y se había convertido en una criatura fríamente analítica que genuinamente no se había preocupado por nada ni por nadie. Gracias a Dios, finalmente conoció a una mujer que lo hizo sentirse lo suficientemente seguro como para redescubrir la parte de él que podría importarle.

4

Postre típico de la cocina inglesa elaborado con crema, frutas, masa de bizcocho y zumo de fruta. Los ingredientes se distribuyen en capas con el bizcocho como separación entre ellas.

El enfoque de Gabe era luchar contra sus sentimientos. No los ignoraba o descartaba. ¿Sus padres estaban muertos? Bien, él se burlaría de la muerte para que también se lo llevara. Se burlaría del tormento y se reiría del peligro y nunca consideraría el costo de ninguna acción. Él golpearía a la muerte hasta la sumisión. Era solo otra forma de no enfrentar el dolor. Otra forma de no lancear la herida para que pudiera sanar. Y la muerte de Roger lo había empeorado, y se había convertido en un nudo de agonía que se había infectado justo debajo de la superficie. El tontorrón pensó que podría arreglarlo al casarse con la señorita Waverly. Con su habitual imprudencia, se había lanzado a la acción, persiguiéndola con el celo que tenía por cada desafío o conquista. Había logrado llegar muy lejos con ella, también, hasta que ese maldito primo suyo había aparecido. Pero Hetty no estaba preocupada por Lord Devonmont. La señorita Waverly claramente prefería a Gabe, gracias a Dios. Lo que preocupaba a Hetty era no poder saber cómo se sentía Gabe con respecto a la señorita Waverly. Y si no podía saber cómo se sentía, ¿cómo podría la señorita Waverly? A las jóvenes les gustaba saber dónde estaban con un hombre. Especialmente si tenían otro pretendiente esperando entre bastidores. María se levantó de la mesa. —Señoras, ¿nos vamos al salón y dejamos a los caballeros con el oporto y los cigarros? —Por supuesto —dijo Hetty, complacida de que María se hubiera adaptado tan bien a los hábitos de la buena sociedad inglesa. La chica podría ser estadounidense, pero había estado dispuesta a aprender, y Hetty había sido feliz enseñándola. Las damas se levantaron, ansiosas por estar lejos de los caballeros para poder hablar de bebés, guarderías y moda y todas esas cosas que aburrían a los hombres. Con dos de sus nietas embarazadas, Hetty estaba muy ansiosa por discutir tales asuntos. Había estado esperando bisnietos por mucho tiempo. Como siempre fue la última que salió por la puerta, dada su lenta marcha, y el general la siguió. —¿Puedo tener unas palabras en privado con usted, señora Plumtree?

Las demás se detuvieron para mirar atrás y ella les hizo un gesto para que continuaran. Una vez que el pasillo se despejó, ella lo miró expectante. Con una mirada a la puerta abierta del comedor, él la tomó del brazo y la condujo por el pasillo hasta la biblioteca. —¿De qué se trata esto? —Preguntó después de que entraron. —La felicito, señora —dijo el general acaloradamente—. Eso fue muy hábilmente manejado. Ella no estaba segura de a qué se refería exactamente. —Gracias, creo que fue bastante bien. La sopa podría haber estado un poco más caliente, pero... —No estoy hablando de la cena, ¡maldita sea! Estoy hablando de la historia de Lord Gabriel en su juventud. Sé que maquinó eso para suavizar el corazón de Virginia hacia él. Usted tiene un don para tales cosas. Ella le miró con los ojos entrecerrados. —Si bien tengo una “habilidad” para manejar a las personas, no tuve nada que ver con lo que ocurrió en la cena. —¿En serio? —Dijo con escepticismo. —Así como a mi chica se le recuerda qué clase de criatura es realmente su nieto, he aquí, que su nieta relata un cuento triste que la ha vuelto loca de nuevo. ¿Y espera que crea que no tuvo nada que ver con eso? Ella se encogió de hombros. —Incluso si hubiera instado a mi nieta a contar una historia sobre Gabe, no habría escuchado. Siempre hace exactamente lo que quiere. En este caso, ella quería pintar a su hermano de una manera más atractiva. Y dado que ninguno de nosotros, incluida yo misma, no tenía ni idea de la participación de Celia en el incidente, no podría haber diseñado su confesión. Honestamente, era un viejo tonto desconfiado. Si no fuera un tonto muy guapo, podría hacer que Oliver lo echara. Pero a ella le gustaba mirar a un buen hombre, incluso a alguien que tenía casi su edad. Sus nietos actuaban como si estuviera a la puerta de la muerte, pero nada

estaba más lejos de la verdad. Especialmente cuando estaba cerca del general. La hacía sentir como una niña de nuevo. Y por eso valía la pena aguantar sus tontas sospechas. Él la miró con incertidumbre. —¿Jura que no planeó nada de eso? —Solo desearía haberlo hecho —dijo ella—, ya que le ha impresionado tanto. No estaba segura de cómo tomaría esa observación; su expresión era bastante enigmática. Pero luego su rostro se aclaró y él le sonrió a regañadientes. El hombre tenía una sonrisa encantadora. Hacía que las comisuras de sus ojos se arrugaran de una manera muy atractiva, incluso si eso tenía un rastro de confianza en sí mismo. —¿Está tan ansiosa por impresionarme? —Preguntó con la voz ronca y baja de un hombre que había bebido mucho whisky, fumado abundantes cigarros y seducido a muchas mujeres hermosas en su juventud. Su difunto esposo, Josiah, había sido un hombre así, y todavía lo extrañaba profundamente. Pero Josiah había estado muerto durante veintiún años. No le importaría si tuviera un pequeño flirteo. No es que quisiera que el general supiera lo que tenía en mente; nunca dolía mantener desconcertado a un hombre. —Siempre estoy ansiosa por impresionar a mis invitados —dijo alegremente —. Una nunca sabe cuándo pueden ser útiles. La suficiencia dejó su sonrisa, pero la confianza en sí mismo no. —¿Y cómo puedo ser útil para ti, Hetty? Ella arqueó una ceja. —No le he dado permiso para dirigirse a mí por mi nombre, señor. —Sin embargo, lo permitirás, ¿verdad? —Él se acercó, elevándose sobre ella. Había pasado mucho tiempo desde que un hombre que se preciaba de tal había tratado de intimidarla, y ella encontró su descarada falta de decoro… vigorizante

—Supongo que sí…Isaac —dijo con una voz sedosa. Ella decidió probar las aguas—. Sobre todo porque pronto estaremos asociados a través del matrimonio de nuestros nietos. Eso hizo que frunciera el ceño. —No estaría muy seguro de eso, señora. —Dijiste que tu nieta estaba enamorada de mi nieto. —Quizás un poco. Pero ella no es tonta. Reconocerá sus verdaderos colores a tiempo. Fue su turno de fruncir el ceño. —Mi nieto no es el demonio que haces de él. Ha sufrido por la muerte del joven Roger más de lo que posiblemente puedas saber. —Como debería —dijo bruscamente. —Estoy de acuerdo en que fue imprudente que Gabe compitiera con Roger en ese camino, pero ambos sabemos que los jóvenes actuarán como les plazca. Y tu nieto también tuvo algo de culpabilidad en el accidente. Sus ojos azules brillaron mirándola. —Parece que tú y yo tendremos que aceptar estar en desacuerdo sobre este asunto. Ella quería argumentar más, pero el hombre tenía la mente fija y nada tan trivial como la verdad iba a alterarlo. —Solo pido que no permitas que tus estúpidas opiniones mantengan a tu nieta lejos de un buen matrimonio. —¿Lo sería? —¿Crees que casarla con su primo sería mejor? Él la miró fijamente. —De hecho, sí. —Entonces estás ciego, señor. Cualquiera puede ver que no se aman. No románticamente, en cualquier caso. —No sabes nada sobre ellos.

—Sé que no importa cuán conveniente sea para ellos casarse, no es sabio si no están enamorados. —Me casé con mi propia esposa en un matrimonio concertado —dijo con acritud—, sin embargo, llegué a amarla profundamente. No veo por qué no puede funcionar para ellos. Ya se aprecian bastante, y es una solución práctica al problema de la vinculación. — Entonces, ¿por qué ninguno de ellos lo sugirió antes? Él se sonrojó. —Lord Gabriel forzó la mano de Pierce, eso es todo. —Y a ti no te preocupa la reputación de tu sobrino nieto como pícaro disoluto. —No tanto como lo estoy por la reputación de tu nieto. Pierce no la lastimaría, estoy seguro de eso. No puedo decir lo mismo por Lord Gabriel. Ella suspiró. Era muy terco Y muy estrecho de miras. —Crees que no entiendo cómo te sientes, pero sí. Estás preocupado por ella. Los dos vais haciéndoos mayores cada año, y temes que si espera mucho más para casarse, no encontrará a nadie y se quedará completamente sola. —No es bueno que una mujer esté sola en este mundo —estuvo de acuerdo. —Tampoco es bueno para un hombre. Su mirada se cerró con la de ella. Ya no hablaban de sus nietos, y ambos lo sabían. Ella tragó saliva. Había pasado mucho tiempo desde que un hombre podía leerle los pensamientos. Había olvidado lo inquietante que podía ser. Aclarándose la garganta, miró hacia el salón. —¿Por qué crees que establecí mi ultimátum? Mis nietos nunca se habrían casado si no fuera por eso. —Estoy seguro de que tienes razón. Yo hubiera hecho lo mismo. Pero no entiendo por qué estás tan empeñada en tenerlos a todos casados, y en el plazo de un año, además. Con tres casados y dos embarazadas, ¿por qué obligar a los otros dos a tu programa?

Se había preguntado a sí misma lo mismo. ¿Estaba siendo tan obstinada y determinada como sus nietos? Pensó en Gabe, poniéndose en peligro para evitar sentir el dolor de lo que había perdido. Y Celia, que apenas recordaba a sus padres pero aún luchaba por ser lo más diferente posible. No era un misterio para ella por qué a la chica le encantaba disparar. Celia había pasado su vida creyendo que su madre había sido lo bastante tonta como para dispararle accidentalmente a su padre, por lo que había decidido aprender a usar un arma adecuadamente, para demostrarle al mundo que una Sharpe, al menos, tenía buen juicio con las armas. Lo que Celia no admitiría era como le gustaba que sus disparos hacían que los hombres fueran cautelosos con ella. No necesita arriesgarse a enamorarse de un sinvergüenza, como lo había hecho su madre. Nunca más necesitaria arriesgarse a ser abandonada por alguien a quien amaba. Hetty respiró hondo. —Todo lo demás que he intentado ha fallado. Necesitan amor, todos, pero lo temen desesperadamente. Darles más tiempo no cambiará eso. Espero que si les presiono, intentarán encontrar el amor en lugar de esconderse de él. Él resopló. —Vosotras las mujeres con vuestras nociones románticas. No tiene nada que ver con el amor. Si lo hiciera, se sentaría y dejaría que la Madre Naturaleza siguiera su curso. —La Madre Naturaleza es una perra voluble y olvidadiza —espetó Hetty—. Necesita una mano amiga, y estoy tratando de apresurarla por el bien de ellos. Él ni siquiera parpadeó ante su lenguaje grosero. —Disparates. Lo estás haciendo por tu propio bien, para poder asegurarte de que se haga antes de que ya no puedas controlar las cosas. Y me críticas por alentar el cortejo de Pierce a mi nieta. No eres mejor. Ella lo fulminó con la mirada.

—No puedes entender. A diferencia de mis nietos, tu nieta quiere casarse. Solo las circunstancias lo han impedido hasta ahora. Tampoco tiene una inmensa fortuna para transmitir, que debe ser alimentada y manejada por herederos responsables. Cuando él se estiró rígidamente, se arrepintió de sus palabras agudas. Lo único que una mujer nunca debía hacer era atacar el orgullo de un hombre. El orgullo masculino era tan sensible como la vanidad de una mujer. —Eso es cierto —dijo fríamente—. Si lo hiciera, Virginia ya estaría casada y muy lejos de tu nieto. Pero como no lo hago y ella no lo está, te hago esta promesa. —Se inclinó cerca, sus ojos brillando—. Con mucho gusto la entregaré a Pierce antes de permitirle casarse solo para satisfacer tus necesidades. Puede que no tenga tu inmensa fortuna, pero sí tengo influencia con ella. Y quiero usarla para animarla a casarse con su primo. De una forma u otra, me aseguraré de que nunca se case con el sinvergüenza de tu nieto. Él se volvió y se alejó. Ella frunció el ceño y luego se dirigió a la sala de estar. —Ya lo veremos, señor —murmuró mientras lo veía regresar al comedor —. Porque me voy a asegurar de que lo haga. Y si crees que tú y tu prejuicio irrazonable lo evitarán, estás muy equivocado.

Capítulo 10

Calor, tanto calor. La transpiración le corría por la espalda. A mediodía en pleno verano no era el momento para una maldita carrera, pero Gabe podía manejarlo. A pesar de que la bebida que había estado tomando toda la noche se agrió en su estómago, instó a correr a sus caballos. Debía. Vencer. A Roger. El estribillo clamó en sus oídos. Debía. Ganar. O Roger y Lyons nunca le dejarían olvidarlo. Incluso en su estado de indisposición, la fiebre de la carrera corría por sus venas, enloqueciéndolo para aumentar su velocidad. No miró hacia atrás para lo cerca que estaba Roger, pero podía sentirlo justo detrás de él. Los peñascos se estaban acercando, el calor brillaba sobre ellos, haciéndolos parecer una ilusión. Pero eran reales, y Gabe los alcanzaría primero. ¡Ja! Estaba adelante, bien adelante mientras conducía… Un grito sonó detrás de él, seguido del horrible crujido de la madera contra la piedra y los gritos de los caballos. Mirando hacia atrás, vio a Roger tocar el suelo. La fiebre de la carrera cambió a una sacudida enfermiza. Tiró frenéticamente de las riendas, con todas sus fuerzas. ¡Tenía que llegar a Roger! Pero los caballos continuaron. No pudo regresar. Y ahora un nuevo peñasco extraño se alzaba adelante, y se dirigía directo hacia él, y no podía detenerse, no podía parar, no podía... Gabe se despertó con un sudor frío, como siempre hacía. Yacía mirando el techo con el corazón palpitando y las manos tirando de las sábanas. Luchó contra su respiración frenética, y forzó sus manos para soltar las sábanas. Luego, levantándose, sacó las piernas por el borde de la cama y miró por la ventana el inminente amanecer. El corazón aún le golpeteaba en el pecho, luchó por calmarlo. No había tenido el sueño en casi dos años. ¿Por qué diablos había vuelto?

Cuando su mente se aclaró, supo por qué. Debido a la carrera de ayer. Por ella. La condenada Virginia Waverly había despertado todo, maldita sea. Debió haber sido tonto al considerarla una futura esposa. Ayudarla solo estaba despertando el pasado. Se levantó y se acercó a la ventana, abriéndola para dejar entrar el aire fresco de la noche, dio una bocanada para que el frío eliminara su sueño. La abuela tenía razón. El hecho de que tuviera que casarse no significaba que tuviera que elegir a la hermana de Roger. Podía ir a cualquier maldito baile y encontrar muchas mujeres que se consideraran afortunadas de ser cortejadas por el hijo de un marqués. Además, Virginia ni siquiera quería su ayuda. No, ella quería al tonto de Devonmont. Frunció el ceño. El conde pensaba que podía intervenir y arreglar todo solo casándose con ella. Y aparentemente Virginia pensó lo mismo. ¿Realmente me amas, primo? Devonmont no reconocería el amor aunque se le acercara y le lamiera la cara. ¿Cómo podía caer Virginia por las estupideces que ese tonto soltó? ¿Cómo podía considerar casarse con ese asno inmoral y sin conciencia? Ese asno con título y con un legado, que iba a heredar el hogar de la infancia de Virginia. Gimió. De acuerdo, entonces si lo mirabas desde esa perspectiva tenía sentido. En la superficie, Devonmont ciertamente tenía más que ofrecerle a Virginia que Gabe. Tenían una conexión familiar, la fortuna de Devonmont no dependía del éxito del ultimátum de la abuela, y Devonmont no tenía un escándalo familiar sobre él. Tampoco había sido parte del accidente que había matado al hermano de Virginia. Pero una mujer con la pasión de Virginia nunca podría ser feliz con Devonmont, ¡maldita sea! El hijo de puta era incapaz de ser fiel; probablemente estaría recorriendo los burdeles en su noche de bodas. Además, era a él a quien ella deseaba, no a Devonmont. Gabe se agarró al alféizar de la ventana, recordando lo dulcemente que lo había mirado después de que Celia confesara haber robado el pudin de ciruela. Qué dulcemente se había derretido ayer en el laberinto cuando la había besado y acariciado…

¡Maldición!, ¡maldición! y ¡maldición! No podía dejarla casarse con Devonmont. Tenía la obligación de salvarla a ella y a su familia, de eso se trataba este noviazgo y eso no había cambiado. Podría haber estado roto y golpeado muy fácilmente en ese campo, y si lo hubiera estado, Roger también habría hecho lo posible por enmendarlo. Así que le debía al hombre el asegurarse de que Virginia estuviera atendida. Sin previo aviso, las palabras de Devonmont saltaron a su mente: al menos aprecio tu inteligencia, tu espíritu y tu buen corazón. Sharpe solo quiere meterse en tu cama. ¡Esa no era la razón por la que estaba haciendo esto! No tenía nada que ver con cómo ella calentaba su sangre o lo hacía reír, nada que ver con la forma en que sus ácidos comentarios y la preocupación por su seguridad le desestabilizaban, y le hacían querer… Con una maldición, se apartó de la ventana. Él no quería nada de ella. Estaba cumpliendo una obligación, eso es todo. No importa que ella no lo apreciara, tenía que hacerse. De alguna manera, tenía que convencerla de que él era una mejor opción que Devonmont. ¿Qué había dicho Lyons? Es una mujer respetable, y ellas requieren delicadeza. Tienes que ser capaz de hacer algo más que acostarte con ellas. Tienes que poder hablar con ellas. Había intentado hablar con ella, maldita sea. Luego había intentado besarla. Ninguno de las dos cosas había funcionado. Ella se había ido felizmente a casa esta noche sin echar la vista atrás para mirarle. Por lo que necesitaba otro plan. Miró por la ventana otra vez al sol naciente. Era muy temprano para llamarla. Por otra parte, la mujer vivía en una granja de sementales. Los caballos tenían que ser alimentados y ejercitados, y los compartimentos limpiados. Sin duda ella también tenía deberes. Para cuando se vistiera y cabalgara hacia Waverly Farm, no sería tan temprano. Él podría atraparlos en el desayuno. No estaba seguro de lo que haría después de eso, pero pensaría en algo espectacular en el camino. No podía quedarse por aquí esperando que sucediera algo. Devonmont ya tenía la ventaja de quedarse allí. Gabe corrió hacia el lavabo. Lo único que no debía hacer era hacer mal las cosas como lo hizo en el laberinto. No debería haber besos ni caricias. Definitivamente nada

de caricias. Lyons podría estar en lo cierto al respecto: a las damas respetables les gustaban otros métodos de cortejo que besarse. Solo tendría que rezar para que ella no llevara otro de esos vestidos de volantes con los corpiños que se abrochaban en la parte delantera, los que le hacían imaginar desabrochar cada pequeño botón y desenvolverla como un regalo de Navidad… Gruñó cuando sus calzones se volvieron incómodamente apretados. ¿Qué demonios estaba mal con él? Era una mujer respetable. Se suponía que ella no debía incitarlo a la lujuria. Pero él podría manejar este error de una chiquilla. Tal vez tomaría algunas flores del jardín. A las mujeres les gustaban las flores Tomaría esas bonitas moradas, había muchas. Y más siempre era mejor que menos. Gabe se puso la ropa y se fue antes de que su familia se levantara. Luego se fue a Waverly Farm con las flores en la mano. ¿Y ahora qué? Dudaba que un puñado de flores fuera a compensar sus pecados percibidos. Él debía mostrarle que no era solo el hombre que ella veía como el asesino de su hermano. Que no era un tonto imprudente empeñado en suicidarse, o un tipo mercenario empeñado en obtener su herencia. Debía mostrarle que podía ser un caballero. Que podría ser un marido responsable. Pero, ¿cómo hacer eso? Cuando se acercó a Waverly Farm, los recuerdos lo asaltaron: venir aquí para el funeral, con el estómago revuelto por la idea de ver a Roger en una tumba en el cementerio de la finca. Cabalgar hasta la casa y hacer que el general saliera con el asesinato en sus ojos. Gabe apenas había pronunciado una palabra antes de que dos mozos de cara sombría lo escoltaran fuera de la propiedad. Se estremeció. Eso mismo podría pasar nuevamente hoy. Waverly claramente no lo había perdonado. Gabe ni siquiera estaba seguro de que Virginia lo hubiera hecho. Sin embargo, tenía que tratar de arreglar las cosas entre las familias. Simplemente parecía correcto. Y Virginia era la clave para eso. Mientras cabalgaba hacia la casa solariega, se dio cuenta de que no tenía que preocuparse por la hora temprana. Ya había un alboroto proveniente del corral más allá de los establos.

Rodeó los establos para encontrar un grupo abigarrado reunido junto a la cerca del potrero. Estaban observando atentamente al general, que se acercaba a un caballo que estaba peleando brutalmente contra un mozo de cuadras. ¿Estaba loco el hombre? ¡Él sería pisoteado! ¿Por qué los otros solo estaban mirando, por el amor de Dios? ¡Waverly tenía casi setenta años! Cabalgando hasta la valla, Gabe saltó de su montura y se lanzó hacia adelante, con la intención de arrastrar al general desde el potrero. Pero alguien lo tomó del brazo. Cuando le lanzó a la persona una mirada oscura, descubrió, para su asombro, que era Virginia, vestida con un vestido mañanero de chintz marrón con un delantal blanco liso. —¿Qué estás haciendo aquí? —Preguntó ella. —¡Intentando salvar a tu abuelo! —Replicó él mientras le quitaba la mano. Ella se rió y lo agarró de nuevo. —Él no necesita ayuda. Solo fíjate. Él siguió su mirada hacia donde el general había agarrado el cabestro del caballo. Ordenó al mozo de cuadras que se fuera, se acercó al semental y le habló en voz baja. El semental dejó de encabritarse de inmediato, aunque todavía brincaba agitado. El viejo se acercó para acariciar el cuello del caballo, murmurándole todo el tiempo. —¿Qué rayos está haciendo? —Preguntó Gabe. —¿Alguna vez has oído hablar de un hombre llamado Daniel Sullivan? — Preguntó ella. —Nuestro jefe de cuadras lo mencionó un par de veces. ¿No era ese “susurrador de caballos”? Ella frunció el ceño. —Ese es un nombre sin sentido que la gente le dio cuando lo vieron susurrándole a los caballos. No fue el susurro lo que lo hizo, sino sus métodos de entrenamiento. Sullivan había sido una leyenda en los círculos de los caballos hacia veinte años por ser capaz de calmar y entrenar a los caballos que todos pensaban que eran intratables. Algunos dijeron que había aprendido sus técnicas de los gitanos, pero nadie lo sabía con certeza.

—Pensé que no compartía sus métodos con nadie. —El abuelito y él eran amigos. Antes de morir, le enseñó a mi abuelo algo de lo que sabía. El resto, lo ha desarrollado el abuelito solo. Gabe observó con asombro cómo un caballo al que él habría renunciado por imposible se calmaba lo suficiente como para permitir que le pusieran una silla de montar en el lomo. —A veces, cuando la gente tiene caballos que les desesperan —continuó—, se los llevan al abuelito. Él hace lo que puede para hacerlos útiles. Ha estado trabajando con el castrado durante semanas. Ese tonto mozo de cuadras no escuchó cuando mi abuelo le dijo cómo manejar el caballo, por lo que el abuelito tuvo que intervenir — suspiró—. Desafortunadamente, eso probablemente significa que despedirá al mozo de cuadras. Y no podemos permitirnos perder otro. En ese momento, Gabe se dio cuenta de cómo acercarse a Virginia para poder ver su lado bueno. Waverly entregó el cabestro del semental a un trabajador para que el caballo pudiera ser llevado, y luego se volvió para darle un rapapolvo al mozo de cuadras que estaba equivocado. El joven discutió con el general antes de irse a los establos. Cuando salió unos minutos después con su equipo, Gabe sofocó una sonrisa. Ahora era su oportunidad. El general Waverly observó al hombre hasta que dejó la propiedad y luego se acercó a su nieta. Se detuvo cuando vio a Gabe, y su ceño ya fruncido se hizo más profundo mientras caminaba hacia ellos. —Bastante temprano para una visita, ¿no es así, Sharpe? —Los dos parecen estar despiertos. —Este es una granja de sementales en funcionamiento. —Con una obvia rigidez en su brazo, Waverly abrió la puerta al potrero—. No tenemos tiempo para holgazanear en la cama la mitad de la mañana como tú en Londres. Tenemos más trabajo del que podemos manejar. —Ya veo eso. Y si me lo permite, me complacerá ayudarle. El general lo miró cautelosamente. —¿Qué quieres decir?

—Ya que parece que acaba de perder un mozo de cuadras, le estoy ofreciendo echarle una mano. Waverly lo miró fijamente, luego miró a su nieta. —¿Fue idea tuya? —No. —Miró a Gabe, su expresión era difícil de leer—. Pero es buena. El general resopló y luego estudió a Gabe. —Arruinarás esas ropas elegantes. —No me importa. —Supongo que no. Tienes dinero suficiente para comprarte una elegante camisa negra todos los días de la semana. Gabe ignoró el cebo. —Sé que no me aprecia, pero mi oferta es sincera. ¿Por qué no aceptarla? Puede hacerme trabajar hasta matarme y luego echarme de la propiedad cuando haya terminado conmigo. Es una forma de castigarme por lo que le hice a Roger. Waverly se estremeció, luego miró hacia otro lado. —No quiero castigarte. No quiero tener nada que ver contigo. —Entonces voy a cortejar a su nieta. Vendré todos los días y me sentaré en su salón como cualquier otro pretendiente, y la llevaré a pasear por el campo y... —¡El diablo lo harás! Ella no irá contigo. —Abuelito —comenzó Virginia—, acepté... —Esa maldita apuesta —refunfuñó él—. Las jóvenes no deberían hacer apuestas con caballeros. —Pero si las hacen, deberían honrarlas, ¿no cree? —Presionó Gabe—. Consideraré esto como parte del cortejo si me permite ayudarle. —Podríamos usar la ayuda —señaló Virginia—. Hemos perdido dos mozos de cuadras en un mes, y si Lord Danville trae a su yegua para cubrirla…

—Está bien, maldita sea. —El general clavó una mirada fría en Gabe—. Pero no pienses que vas a pasar el tiempo montando y presumiendo. Hay caballos para ser alimentados y arreglados... —Sé cómo alimentar y preparar un caballo. Lo he hecho muchas veces. —¿Y has barrido un establo? Necesito mucho de eso. —El general arqueó una ceja en claro desafío. —También puedo hacer eso. El general lo miró con escepticismo. —Me gustará ver a un señor elegante como tú limpiar un establo. No durarás un día. —Pruébeme. —Nunca había limpiado un establo; los mozos de cuadras nunca lo habían permitido. Pero sabía cómo se hacía, y no era ajeno a otros tipos de trabajo de los establos. Waverly cruzó los brazos sobre su pecho. —Te digo algo, Sharpe. Ven aquí todos los días a esta misma hora, quédate hasta el anochecer y haz lo que te pida, y al cabo de una semana te dejaré que lleves a mi nieta a dar un paseo en coche. Conmigo. Después de eso, ya veremos. Gabe asintió. Era más de lo que había esperado. Mientras el general se alejaba, Virginia preguntó: —¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —No me habría ofrecido si no fuera así. —De repente recordó las flores, y se volvió para sacarlas de donde las había metido: en su alforja abierta. Él frunció el ceño. Parecían marchitas y golpeadas después de la hora de viaje. —¿Son para mí? —Preguntó ella. Él se veía incómodo. —Bien…esto…se suponía que lo eran, pero… —Me encanta la lavanda —dijo con una sonrisa vacilante cuando se acercó a él para sacarlos de la alforja—. ¿Cómo lo supiste?

Enterró el rostro en las pequeñas flores, y a él se le secó la garganta. Se veía muy atractiva, incluso con su vestido y delantal de trabajo diario. —¿Dónde está tu primo esta mañana? —Le preguntó, para no imaginarse quitándole ese vestido y acostándola sobre la fragante lavanda. Su risa hizo que algo se apretara en su pecho. —¿Estás loco? Pierce nunca se levanta hasta mucho después del mediodía —Ella le dirigió una mirada maliciosa por encima de las flores—. Me sorprende que estés aquí tan temprano. —Siempre me levanto temprano. No puedo dormir hasta tarde. —¿En serio? ¿Por qué? Un bramido sonó desde la valla. —¿Vienes, Sharpe, o no? Él le hizo una reverencia y se dirigió hacia su abuelo. Esto no iba a ser fácil, pero lo soportaría todo el tiempo que fuera necesario. Era un Sharpe, y ningún oficial de caballería cascarrabias iba a mantenerle alejado de lo que quería.

Capítulo 11

Cinco días después, Virginia estaba de pie en la ventana de la sala del desayuno mirando el camino. Se apresuró a comer su desayuno para estar lista. Eran casi las ocho. Todos los días esperaba no volver a ver a Gabriel, y todos los días aparecía con la regularidad de un trabajador remunerado. Y cada vez que aparecía, él destruía sus defensas. ¿Por qué? Pasaban poco tiempo juntos a solas, su abuelo y su primo se aseguraron de eso. Principalmente lo veía cuando ella sacaba sándwiches al mediodía, como siempre había hecho. Y si tenían un momento para sí mismos, no intentaba besarla. No es que ella quisiera que él lo hiciera. Solo porque ocasionalmente pensara en sus besos, y se preguntara si realmente habían sido tan asombrosos como lo recordaba, no significaba nada. Le resultó interesante escuchar mientras el abuelito y él comían y hablaban sobre el entrenamiento de caballos, pero no era porque estuviera cayendo bajo su hechizo. De hecho no. Simplemente se cansaba de trabajar en la casa a veces. Por eso salía a ver cómo lidiaban con una yegua en celo o ejercitaban a un pura sangre. No dejaba de ser molesto que Gabriel pareciera estar más interesado en los caballos que en ella. Aunque se suponía que debía cortejarla. No es que ella quisiera que él lo hiciera. Pero cuando las personas decían que estaban en un lugar para hacer una determinada cosa, debían hacerlo, eso era todo. Alcanzó a ver a Gabriel al final del camino, y se quedó sin aliento. ¡Dios mío, qué guapo! Montaba un caballo mejor que cualquier hombre que ella conociera: cabalgar le parecía tan natural como respirar. El caballo y él se movían como uno solo, tendones y músculos flexionándose juntos, haciendo que su boca se secara. —Está aquí otra vez, ¿verdad? —Dijo una voz suave a su espalda. Ella saltó, luego presionó una mano sobre su corazón.

—¡Pierce! No te acerques a mí de esa manera. ¿Qué haces tan temprano, de todos modos? El abuelito ni siquiera ha bajado. Pierce se acercó resueltamente a ella en el aparador. —Te dije ayer que me iba a casa esta mañana y planeaba hacerlo temprano. —No te creí. No te levantas temprano para nada. —Generalmente me propongo disfrutar de mis noches de otra manera que no sea dormir —dijo con un guiño—. Pero, por desgracia, mi administrador no hace lo mismo, así que si no llego antes de que se retire por la noche, no voy a averiguar qué era tan importante que no podía esperar otra semana para que regrese. El administrador de Pierce había estado enviando mensajes cada vez más urgentes. Ella sabía que él los había estado ignorando por su causa, por la presencia de Gabriel, pero no podía hacerlo más. Pierce llenó un plato con tostadas y queso y se sentó. —Así que, supongo que Sharpe ha vuelto a aparecer esta mañana. Ella no pudo ocultar su sonrojo. —No tengo ni idea —dijo despreocupadamente. Él la miró con recelo. —No, tú estabas allí exactamente a las ocho para ver entrar a los recogedores de heno. Con un resoplido, ella se apartó de la ventana. —Simplemente me gusta mirar a los girasoles en flor. —Supongo que también es por eso que tú misma pareces una flor en plena floración en estos días —dijo con una sonrisa petulante. —Ella está usando sus mejores vestidos para ti, eso es lo que es —dijo el abuelito alegremente cuando entró en la habitación. —Sí —dijo él arrastrando las palabras, con una mirada diabólica en los ojos—. Todo para mí. ¿No es eso dulce?

Mirándole con el ceño fruncido, ella tiró conscientemente de la pañoleta de encaje que solía dejar suelta, luego se dirigió al aparador para envolver una rebanada de pan con dos salchichas para el abuelito. De lo contrario, no desayunaría en absoluto. — Me gusta este vestido, eso es todo. Le gustaba su vestido, sobre todo porque el corte le quedaba bien a su figura, y tenía elegantes lazos españoles que la hacían sentir bonita. Usar ese, o el vestido de rayas de ayer con las hermosas mangas, no tenía nada que ver con nadie. Ciertamente no era por las cálidas miradas de admiración que Gabriel le daba cada vez que el abuelito daba la espalda. De hecho no. —Bueno, puedes decir que está feliz de tenerte aquí —dijo el abuelito, totalmente ajeno a los astutos consejos de Pierce—. Ha estado esparciendo lavanda por toda la casa para que huela bien para ti. La risa de Pierce se convirtió en tos cuando ella le frunció el ceño. Virginia se acercó para servir té a Pierce. —Me gusta la lavanda. No tiene nada que ver con Pierce ni con nadie más. El abuelito le guiñó un ojo a su sobrino nieto. —Eso es lo que tú dices. Mientras tanto, estamos a punto de ahogarnos con el olor. Su primo le lanzó una mirada de pura travesura. —En realidad, tío Isaac, creo que ella está obteniendo la lavanda de... —El jardín —dijo Virginia rápidamente. Ella sostuvo la taza de té de Pierce directamente sobre su regazo y comenzó a verter té caliente en ella—. ¿No es así, primo? Sus ojos se abrieron de par en par. Un desliz de su mano y sus noches serían decididamente menos agradables. —Desde luego.

—Bueno, asegúrate de que no vacías el jardín por completo. —El abuelito. Poppy devoró el resto de su desayuno—. Sé que lo usas para possets 5 y esas cosas. A este ritmo te quedarás sin él antes del invierno. —Sí, prima, ten cuidado —dijo Pierce, con los ojos brillantes. Ella lo miró mientras dejaba el té y se servía un vaso de leche. —Tengo que irme —dijo el abuelito. Haciendo una pausa solo el tiempo suficiente para agarrar el vaso que ella le tendió y engullir su contenido, se dirigió a la puerta— . Hoy voy a dejar a Ghost Rider a su antojo, para ver si puedo espabilarle para St. Leger Stakes. Tengo que hacerlo mientras Sharpe está fuera del camino. —¿Fuera del camino? —Preguntó Pierce. Su abuelo sonrió. —Estoy haciendo que limpie de nuevo los establos. —¡Abuelito! —Protestó ella—. ¿No fue suficiente que le hicieras hacerlo en su primer día? Estoy segura de que estropeó su ropa. Eso le recordó. . . Se apresuró a buscar el abrigo del abuelito, ya que su lacayo no estaba a la vista. —No es mi culpa que no estuviera vestido apropiadamente. Y si ahora se quita la maldita ropa para trabajar en los establos, no es culpa mía si se resfría. Virginia ayudó a Poppy con su abrigo. —¿Un resfriado? Es verano, por el amor de Dios. Así que no puedes culparle por quitársela. —Esa no es razón para que vaya con el torso desnudo. Conseguirá matarse si sigue así. No es saludable, te lo digo. —El abuelito se dirigió hacia la puerta. ¿Gabriel iba con el torso desnudo en los establos? Seguramente el abuelito no quiso decir que iba sin siquiera una camisa. —Puede que quieras cerrar la boca, prima —dijo Pierce secamente—, antes de que te entren moscas.

5

Bebida de origen medieval a base de leche, vino y especias. Se consideraba un remedio casero contra resfriados o para conciliar el sueño.

Ella se giró hacia él. —Desearía que dejaras de hacer que el abuelito piense que realmente quieres casarte conmigo. —Quiero casarme contigo —sonrió Pierce—. Suponiendo que no te escapes primero con un Sharpe con el torso desnudo, adornado con toda la lavanda que te sigue trayendo. —¿Cómo supiste lo de la lavanda? —No insultes a mi inteligencia. Le vi dársela a Molly para ti una mañana. Lo ha estado haciendo todos los días, ¿no? Ella no pudo evitar una pequeña sonrisa. —Sí. —Su sonrisa se desvaneció—. Pero el abuelito no lo sabe, y no se lo cuentes. —Estoy sorprendido de que no lo haya descubierto. Las flores son exactamente el tipo de regalo aburrido que un hombre como Sharpe consideraría romántico. —¡No son para nada aburridas! —Se maldijo por su lengua rápida. Pero no pudo evitarlo; nadie le había traído flores antes. Ella lo encontró terriblemente dulce. Pierce la miró de cerca mientras se servía más té. —Por supuesto, el voluntariado para ayudar por aquí fue bastante original. Para ser honesto, no esperaba que durara tanto. —Yo tampoco —admitió. —No es que me importe. —Si no te importa, ¿qué estás haciendo aquí? —Él movió su mano hacia un plato de tartas de limón en el aparador—. Oí a Sharpe decirle a Cook ese primer día que le encantaban las tartas de limón. Y desde entonces, han estado apareciendo en el aparador cuando él y el tío Isaac vienen a tomar el té. Ella levantó la barbilla. —Estoy segura de que Cook solo intenta hacerle sentir como en casa. —Cook ni siquiera hace tartas de limón para mí, querida, y yo soy su favorito. Además, tú eres quien le dice a ella qué cocinar. —Vació su taza de té, luego la dejó— . Ten cuidado, prima —dijo en voz baja—. Sharpe no es un perro callejero al que

puedas atraer y que se enamore de ti con tartas de limón. Asegúrate de que él es lo que quieres, tal como es, antes de mostrar tus cartas. —No estoy tratando de atraerlo a nada. No le pedí que trabajara en la granja; eligió hacerlo él mismo. Para mí. Para cortejarme. Oh, cómo deseaba que eso no la emocionara cada vez que pensaba en ello. Llamaron a la puerta de la sala del desayuno. —Mi señor, su carruaje está listo. —Gracias, James. —Pierce terminó su tostada, luego rodeó la mesa—. ¿Me acompañas fuera? —Por supuesto. Ella tomó su brazo mientras se dirigían hacia el hall de entrada. —Te voy a extrañar, ya sabes. —Eso espero. Soy prácticamente tu prometido. —Oh, ¡menuda vergüenza!. ¿Podrías parar esa tontería? Él se rió. —Lo haré cuando deje de molestarte. Salieron al camino para encontrar a Gabriel que regresaba del pasto donde aparentemente había conducido a un par de caballos, probablemente vaciando los compartimentos para prepararse para limpiarlos. Gabriel se detuvo. —Entonces te vas, ¿eh, Devonmont? —Parecía bastante satisfecho. —Obligaciones. —Pierce se volvió hacia ella—. Eso me recuerda, me olvidé de mencionar al tío Isaac que revisé todos los libros y parecen estar en orden. Pero tiene algunas facturas de embarque incorrectamente registradas, y debe presionar a ese granjero de al lado para que pague. Vecino o no, el hombre tiene que pagar la tarifa del semental.

—Se lo diré, pero no hará nada al respecto. Conoces al abuelito, siente lástima por él. Pierce negó con la cabeza. —No tiene sentido ayudarlo con sus cuentas si ignora mi consejo. —Lo sé, pero él le aprecia. De verdad. —Ella se puso de puntillas para besar su mejilla—. Igual que yo. Pierce lanzó una mirada de soslayo hacia donde Gabriel estaba escuchando, y dijo arrastrando las palabras: —Seguramente le puedes dar a tu futuro prometido un mejor agradecimiento que eso. Y sin previo aviso, él tomó su cabeza entre sus manos y la besó en los labios. No fue contenido o breve. Se demoró, por amor de Dios. —¡Escucha! —gruñó Gabriel—, no puedes hacerle eso. Retrocediendo, Pierce le guiñó un ojo a ella. —No veo por qué no. A los primos se les permite besarse. Gabriel se acercó. —Ese no fue un beso de primos —espetó. —A Virginia no le importó. —Los ojos de Pierce brillaban maliciosamente con ella—. ¿Te importó, querida? Apenas sabía cómo responder. Pierce nunca la había besado en los labios antes. Ella habría esperado más impacto. Después de todo, Pierce era famoso por su talento con las mujeres. Pero había sido extraño e incómodo, como besar a un hermano en los labios. —¿Bien? —Dijo bruscamente Gabriel—. ¿Te molesta? —Yo…yo…no. Por supuesto que no. — No quería que Gabriel golpeara a su primo por algún insulto percibido a su honor. —Ya veo. —Gabriel se dirigió hacia los establos.

Tan pronto como estuvo fuera del alcance del oído, ella le dio un empujón a Pierce. —¿A qué vino eso? Pierce sonrió. —Simplemente divirtiéndome un poco. Ella dejó escapar un bufido frustrado. —Ahora él va a pensar que tú y yo hemos estado…haciendo cosas que no hemos hecho. Y luego están los sirvientes... —Quienes saben perfectamente que no pasa nada entre nosotros, palomita. Nunca está de más hacer que un hombre se preocupe un poco. No puedo dejar que piense que eres un blanco fácil, cuando le estás tirando tartas de limón y vistiéndote con tus mejores vestidos y mirándolo por la ventana. —Baja la voz —siseó—. Él no sabe que estoy haciendo esas cosas. —Entonces está ciego. —Pierce le dio una palmadita en el mentón—. Él ya quiere casarse contigo. No tienes que esforzarte tanto para convencerlo de que es una buena idea. —¡No lo hago! Y solo quiere casarse conmigo para poder ganar su herencia. —Quizás. —Miró hacia el granero—Quizás no. —De repente, Pierce se puso muy serio—. Mira, prima, si algo sucede mientras estoy fuera, envía una nota a Hertfordshire y volveré de inmediato. —Lo sé. Eres un encanto. —Ella cruzó sus brazos sobre su pecho—. Uno muy malvado, pero supongo que eso es lo que se espera de la forma en que vives cuando estás en Londres. Él la miró fijamente con inquietud. —Ese beso no te afectó para nada, ¿verdad? Ella parpadeó. —Fue…perfectamente agradable. Una risa triste se le escapó.

—Agradable, ¿eh? Realmente sabes cómo destrozar a un hombre. Cuídate, ¿quieres? —Estaré bien. Pero mientras él se alejaba, su sonrisa vaciló. No podía dejar de pensar en la expresión de Gabriel cuando dijo: Ya veo, como si de algún modo lo hubiera traicionado. Ella no lo hizo; no había un acuerdo entre ellos. Sin embargo… Mirando alrededor, se dio cuenta de que todos los sirvientes habían desaparecido. El abuelito se había ido con Ghost Rider al pasto de atrás, y sus dos mozos de cuadras probablemente estaban con él. Lo cual dejaba a Gabriel solo en el establo. Tal vez debería hablar con Gabriel sobre Pierce. Solo podía imaginar lo que Gabriel debía pensar después de la travesura de Pierce, y quería aclararlo. Solo quieres ver si Gabriel realmente trabaja allí con el torso desnudo, dijo su conciencia. Estúpida conciencia Y eso también estaba mal. Aun así, tragó saliva mientras se dirigía al jardín de la cocina, que justamente estaba al lado de la entrada trasera del establo. Y tuvo cuidado de no hacer ningún ruido cuando entró. Se detuvo junto a la escalera que conducía al altillo del heno. Tal vez antes de hablar con él, debería mirarle trabajando. Después de todo, el abuelito no estaba seguro de que él estuviera haciendo un trabajo decente, por lo que sabían, estaba pagando a uno de los trabajadores para que hiciera el trabajo. Realmente no crees eso, dijo su conciencia. Solo quieres espiarle. Con el ceño fruncido por su conciencia, se apresuró a subir la escalera, luego se deslizó a través del heno hasta que pudo verlo abajo. Contuvo el aliento. Dios del cielo, tenía el torso desnudo. No tenía nada de cintura para arriba. Y atacaba la paja con una pala como si fuera un soldado enemigo al que había encontrado en la batalla. Un Gabriel semidesnudo con pantalones de gamuza y botas negras era digno de contemplar. Los músculos bien definidos de sus brazos se flexionaban con cada golpe de la pala, y su espalda mostraba cada estocada feroz, los tendones apretados en un baile maravilloso. Nunca antes había visto la espalda desnuda de un hombre, pero dudaba de que las otras se vieran tan espectaculares como la de Gabriel.

Luego él se inclinó para recoger alguna tachuela que había caído en la paja. Sus pantalones flojos se apretaron sobre su trasero, y ella jadeó. Cuando Gabe se congeló, ella se tapó la boca con la mano. Si la sorprendiera mirándole… Pero luego se enderezó, y ella dejó escapar un suspiro de alivio. No la había escuchado después de todo. Se inclinó de nuevo, y esta vez aprovechó la oportunidad para mirar su increíble trasero. ¿Se suponía que debía verse así…de...firme? Cuando finalmente él volvió a palear, no podía decidir qué le gustaba más, verlo inclinarse o mirarlo palear. No se sorprendió al descubrir que tenía una forma muy atractiva, pero no había sabido que ver tanto de lo revelado tendría un efecto tan sorprendente en ella. Con la transpiración haciendo que su espalda le brillara, no podía pensar en nada más que en cómo le gustaría tocar sus músculos. Lo cual era absolutamente ridículo Después de unos momentos yaciendo embelesada en la paja, comenzó a desear más. Date la vuelta, gira, gira, cantó en su cabeza, casi desesperada por verle de frente. Y cuando lo hizo, recogiendo los mangos de la carretilla y guiándola hacia la puerta de atrás, se mordió el puño para evitar suspirar en voz alta. Señor, ten piedad de su alma. ¿Cómo había llegado a estar tan exquisitamente formado? Tenía un poco de pelo en medio del pecho y rodeando su ombligo, pero por lo demás, toda la parte superior de su cuerpo parecía tallado en roble. Su carne se veía tensa y firme, con ondas de músculos corriendo por su vientre. Apenas podía respirar a la vista de un hombre tan…dotado. Casi estuvo feliz cuando él desapareció por la parte posterior del establo. Por fin pudo recuperar el aliento. Ella debería bajar la escalera y esperarlo abajo para que no supiera que lo había estado mirando, pero ¿y si la atrapaba? No, esperaría hasta que estuviera ocupado paleando de nuevo. Entonces se arrastraría y se acercaría como si hubiera venido desde afuera. Eso funcionaria. Y si ocurría que... —Disfrutando, ¿verdad? —Con un chillido, ella se puso de pie y giró. Para su total mortificación, allí estaba Gabriel, a unos pocos metros de distancia. Y a juzgar por el ceño fruncido y el brillo feroz en sus ojos, estaba furioso.

Capítulo 12

Gabe no lo podía creer. ¡Después de todo lo que había tenido que soportar esta semana, ella tenía la audacia de espiarlo! ¿No era suficiente que hubiera besado felizmente a su primo mientras él se quedaba allí mirando y montando en cólera? Y ahora, probablemente estaba aquí para asegurarse de que él hiciera exactamente lo que su abuelo quería. Al menos tenía la elegancia de sentirse avergonzada; el color rojo fuego subió lentamente por su cuello hasta su rostro. —Yo… yo… —Me estabas espiando. Otra vez. —Él cruzó los brazos sobre su pecho—. ¿Te preocupa que tu abuelo no consiga suficiente trabajo de mi parte? ¿O te pidió que le informaras sobre mi progreso? Supongo que no le basta con hacerme trabajar como un maldito caballerizo… —Quería hablar contigo, eso es todo—soltó ella. Sus ojos se entrecerraron. —¿Sobre qué? Ella se mordió el labio inferior. —Sobre Pierce. Eso le dio el toque final a su cólera. Ahora iba a explicar cómo su despiadado primo y ella eran perfectos el uno para el otro, y Gabe podría ir al infierno. —¿Qué hay de él? Ella se alisó las faldas, negándose a mirarlo a los ojos, lo que confirmó sus sospechas. —Mi primo y yo no… es decir… nosotros… nosotros dos… nunca hemos… — Tomando una respiración profunda, ella comenzó de nuevo—. Esa fue la primera y única vez que me ha besado… así. No quería que tuvieras la impresión de que habíamos sido... —¿Íntimos?—preguntó mordazmente.

Aunque su rubor se profundizó, su mirada se disparó hacia la de él. —Sí. Íntimos. Pensé que deberías saber que no importa lo que él insinuó, no tenemos ese tipo de… amistad. Él la miró un largo momento, tratando de captar lo que estaba diciendo. ¿Así que ella no estaba rechazando su cortejo? ¿Le daba vergüenza ser acusada de ser “íntima” con su primo? —¿Estás segura de que él lo sabe?—preguntó confundido. —¡Por supuesto!— Ella soltó una exhalación frustrada—. Lo hizo para molestarte. Y me tomó tan de sorpresa que no supe qué decir cuando me preguntaste si realmente no me importaba. Cuando se dio cuenta de lo que eso significaba, su cólera disminuyó. —Ese es el mayor defecto de Pierce, ¿sabes? —prosiguió ella—. No sabe cuándo dejar las cosas tranquilas. Parece adorar… —Él se convertiría en un pésimo esposo para ti—interrumpió Gabe. Ella no saltó para negarlo. —¿Qué te hace decir eso? Él aprovechó su ventaja. —Devonmont te da por sentado. Ella parpadeó. —Eso es absurdo. —Vamos, cariño. Veo cómo te encargas de las cosas aquí. Mantienes unida esta casa. Tú eres la que se asegura de que todos estén bien alimentados. Sin ti, ese cocinero perezoso de tu abuelo les daría pan duro y cordero, y ellos lo aceptarían porque él no puede permitirse un cocinero decente. Sus ojos se abrieron de par en par. —No puedo creer que te hayas dado cuenta. —No soy ciego —le espetó—. Veo cómo son las cosas. Cuando vas a la ciudad a comprar, las dos criadas pasan el tiempo flirteando con tu desatento lacayo y tus mozos de cuadra, y el ama de llaves bebe whisky hasta tu regreso. —Mientras lo miraba con evidente conmoción, añadió—. Pero cuando estás aquí, ellos hacen su trabajo, y casi felizmente, también. —Porque temen que los despida. Él bufó.

—Saben que no puedes permitirte eso. Esa no es la razón. —Él buscó afanosamente las palabras para explicárselo. De repente parecía muy importante que ella comprendiera su valor—. Es porque eres muy alegre. Eso lo había sorprendido completamente. La había visto como la mujer que consideraba un ultraje la sola existencia de él. Pero eso fue antes de que la hubiera observado en su elemento. Aquí, en Waverly Farm, era un torbellino de mujer feliz, entrando y saliendo, subiendo y bajando, calmando los nervios crispados y avivando el entusiasmo dondequiera que fuera. —¿Quién no querría hacerte feliz?—se atragantó—. Tú… bien, haces que todos de alguna manera… encuentren la fuerza para superarse. —Ella le hacía eso a él también, pero Gabe tragaría pólvora antes de admitirlo—. Te las apañas con el personal que tienes, y lo haces de manera brillante. Devonmont no ve eso ni le preocupa. Está acostumbrado a tener todo funcionando como debería, por lo que no se da cuenta de que lo que ocurre en esta casa es obra tuya. Ahora lo miraba con una expresión abiertamente vulnerable que lo enojaba. ¿Cómo no podía saber estas cosas sobre sí misma? ¿Cómo ninguno de ellos podía hacer que lo supiera? —Devonmont no se da cuenta de que cuando tú no estás cerca, tu abuelo cae en un estado de ánimo más oscuro. El conde es un culo egoísta y condescendiente, y no te merece. —Ante su obvia conmoción, masculló—: Perdona mi lenguaje, pero es verdad. Su atenta mirada le hizo sentir incómodo. Descruzó los brazos y metió los pulgares dentro de la cintura de sus pantalones de montar en un gesto de desafío para demostrarle que él no era el idiota que parecía. Entonces la mirada femenina se deslizó lentamente por su pecho hasta su vientre… se detuvo en sus pantalones… antes de regresar bruscamente hacia su cara. El nuevo rubor que cubría sus bonitas mejillas lo tomó por sorpresa. Y de repente la vio mirarlo con una nueva luz. Bueno, caramba. ¿Lo podría estar observando por otra razón? El mero pensamiento de que la curiosa y virginal Virginia lo mirara en su estado medio desnudo hacía que se le calentara la sangre. Ella levantó la barbilla. —Sólo dices estas cosas de Pierce porque me quieres para ti. Absolutamente cierto, la quería. Incluso más, ahora que sospechaba que ella sentía lo mismo. —Lo digo porque es cierto. Mereces algo mejor. —Yo te merezco, supongo.

—Te mereces a un hombre que te vea por lo que eres. —Ella lo miró cautelosamente. —Y ¿qué es eso? —Una mujer necesitando de alguien que cuide de ella, para variar. Que considere sus sueños, deseos y necesidades. —Él arrastró su mirada lentamente por su cuerpo, su sangre saltando al ver cómo eso la turbaba—. Alguien que te pueda dar lo que deseas ardientemente. Su respiración se aceleró. —No sabes lo que deseo ardientemente. —Oh, creo que lo sé. —Él se acercó, regocijándose cuando sus mejillas se pusieron rosadas bajo su mirada—. Admítelo, no viniste aquí para hablar. La alarma se extendió por su rostro. —¡Por supuesto que sí! Quiero decir, ¿por qué si no podría...? —No juegues a la inocente indignada conmigo, cariño. —Le lanzó una conocedora sonrisa—. Las jóvenes inocentes no se esconden en el heno para mirar trabajar a los hombres semidesnudos. Su boca se abrió. Cuando se cerró bruscamente y el genio ardió en sus ojos, él se dio cuenta de que se había pasado de listo. Sin embargo, lo tomó por sorpresa cuando ella lo empujó con la fuerza suficiente para hacerlo caer en el heno. —Y los caballeros inocentes no trabajan semidesnudos en una propiedad donde podrían deambular jóvenes inocentes. Ella se volvió para alejarse, pero él medio se levantó para arrastrarla al heno a su lado. Cuando ella jadeó y abrió su boca indignada, se inclinó y la besó. Por un momento, temió que la hubiera malinterpretado. Pero mientras moldeaba sus labios con los de él, ella se relajó debajo de su cuerpo y le echó los brazos al cuello. Después de eso él estaba perdido. Su cabeza le decía que debería evitar esta invitación, darle un beso que no la hiciera escaparse corriendo alarmada. Pero había pasado días observándola desde lejos, ocultando el padecimiento por volver a tocarla, por mostrarle que lo que había entre ellos era más poderoso que cualquier otra estúpida apuesta. Y ahora que tenía su oportunidad, no podía ser suave, tierno o tranquilo. Mientras separaba sus labios con los de él, se movió hasta quedar medio encima de ella. Luego hundió su lengua dentro de la boca femenina de la manera en que quería hundir su dolorida polla en ella.

Y gracias a Dios, ella le devolvió el beso. Virginia enredó su lengua con la de él y lo encontró con el suficiente entusiasmo para ponerlos a ambos en llamas. El deseo estalló en su interior. Ardía de deseos de tomarla aquí mismo, levantar sus faldas y poner fin a los días de imprudente carestía. Pero tenía suficiente aplomo para saber que eso no era prudente. En lugar de eso, puso la mano sobre su pecho. Y ella le dejó. Incluso se arqueó en su mano mientras la acariciaba a través del vestido. Eso era suficiente para enloquecer a un hombre. Febril por tocar su piel desnuda, rompió el pedazo de encaje que llevaba alrededor del cuello, luego buscó a tientas los lazos que sostenían su vestido cerrado en el frente. Le tomó unos segundos darse cuenta de que disfrazaban los ganchos que eran la verdadera abotonadura, pero pronto los soltó, entonces abrió su vestido para introducir la mano y bajar la copa del corsé. —Dulce Señor—susurró ella contra su boca mientras le acariciaba el pecho a través de sla camisola, rodando el pezón entre el pulgar y el índice. —Dulce Virginia. —No contento con sólo tocar, desató su camisola y desnudó su pecho para su mirada. Su piel se ruborizó violentamente, pero ella no hizo ningún movimiento para detenerlo, así que se quedó satisfecho. Su seno era tan exquisito como lo había imaginado, insolente, delicado y perfectamente formado, con un pezón rosado que suplicaba ser chupado. Y estaba más que deseoso por atenderlo. Cuando su boca se cerró sobre su seno, ella enterró sus manos en su cabello. —Gabriel… no deberías… no deberíamos… Él llenó su mano con su otro seno mientras levantaba la cabeza para mirar su cara ruborizada. —Es para lo que viniste aquí, mozuela. Admítelo. —¡No! Yo… yo sólo vine a hablar contigo. Haciendo girar la lengua sobre la punta de su pecho, él se regocijó cuando el aliento se le atascó en la garganta. —Y te escondías aquí en la paja porque… —Yo… estaba buscando algo, eso es todo. Algo que perdí cuando vine aquí... a esperar a que… terminaras de trabajar. Él reprimió una risa. Ella era tan transparente. Tocó su seno de manera desvergonzada, deleitándose con el pequeño jadeo de placer que pronunció. —¿Y qué buscabas exactamente? —Um… una… joya. —Cuando él chupó su pecho con fuerza, ella gimió—. Sí. Un… un relicario Debe habérseme caído en la paja.

Sus manos se deslizaron hasta el masculino cuello y apretó sus hombros convulsivamente mientras él chupaba y atormentaba sus diminutos senos. —¿Encontraste lo que buscabas? —Le rozó el pezón. Ella tenía los ojos cerrados. —Yo… yo… no… —Qué lástima. Tendré que ayudarte a buscar. Sus ojos se abrieron de golpe. —¡No! Q-quiero decir... —¿Quién sabe a dónde fue? —Desabrochó más ganchos y presillas hasta que tuvo su vestido completamente abierto—. Tal vez se cayó dentro de tu ropa. Ella parpadeó. —Lo dudo. —Aquí, tal vez —murmuró, deslizando la mano por el corsé hasta la unión entre sus piernas—. O aquí. —Él la frotó allí a través de su camisola y enaguas. ¿Cómo reaccionaría ante una invasión tan flagrante? ¿Estaría consternada? Dada su lamentable excusa de por qué lo había estado observando, esperaba curiosidad. Virginia estaba dividida entre la conmoción y la fascinación. Había estado muriendo porque la tocara desde el momento en que lo había visto semidesnudo, pero esa no era la parte que ella quería que él tocara. Entonces él la frotó de nuevo, y ella se dio cuenta de que era exactamente la parte que quería que él tocara. —Oh Dios. Dios Santísimo. Es decir… ¡Oh! ¡Ohhh! —¿ Encontraste lo que buscabas? —Una sonrisa presumida cruzó su rostro. Él estaba tan confiado de sí mismo, y ella ni siquiera podía obligarse a protestar. Porque lo que estaba haciendo ahí abajo la estaba volviendo loca. Nada debería sentirse tan bien. No era de extrañar que todo el mundo instara a las mujeres respetables a permanecer lejos de los sinvergüenzas. Porque cada mujer arrojaría su respetabilidad por la ventana si supiera cómo se sentía tener un hombre poniendo sus manos sobre ella de esta manera. Y ahora le estaba levantando las enaguas, y deslizando su mano debajo de la camisola… —¿O qué tal esto?—dijo con una voz ronca que hizo que su pulso hiciera un pequeño baile divertido—. ¿Es más de lo que buscabas?

Oh. Dulce. Señor. Cuando su mano se deslizó dentro de la hendidura de sus bragas para cubrir su montículo, un gemido escapó de ella. —Lo tomaré como un sí—dijo arrastrando las palabras. Un definitivo sí. Ella clavó los dedos en sus anchos hombros desnudos, maravillándose con la sensación de seda sobre acero de la piel sobre el tendón. Entonces su dedo se deslizó en la hendidura entre sus piernas, y ella casi se salió de su piel. Exploró dentro de ella con un dedo, haciéndola desear retorcerse bajo su mano. Haciéndola desear que lo hiciera más… y más… Sus manos se deslizaron sobre el viril pecho desnudo, que era tan fuerte como ella había pensado. No podía dejar de tocarlo. Su musculatura era magnífica, y sólo sentir la cálida piel contraerse bajo sus dedos la hizo ansiarle ahí abajo aún más. La respiración de él se tensó. —Tendré que echar un vistazo —gruñó. Ella apenas podía pensar. —¿A qué? —A ti. Debajo de tu ropa. —Sus ojos tenían un hambre cruda que la hizo estremecerse deliciosamente—. ¿Cómo puedo encontrar lo que estabas buscando? Él ya se deslizaba por su cuerpo. Debería poner fin a la farsa del relicario perdido. —No creo que necesites... La cubrió allí abajo con su boca. Su boca. —¡Gabriel! Su lengua se deslizó dentro de ella. —Gabriel… —suspiró—. Qué… cómo… Oh… mi… Dios. Eres malvado. Muy malvado. Una amortiguada risa ahogada se le escapó cuando empezó a hacer cosas con su lengua que dieron un nuevo significado a la palabra malvado. Válgame Dios. ¿Quién podría haber adivinado…? ¿Cómo podría haber sabido…? Su cuerpo estaba ardiendo. Ella se tensó contra su boca, deseando sentir cada deliciosa caricia de su lengua. Él estaba usando los labios, los dientes y la lengua para excitarla de una manera asombrosa. ¡Era lo más glorioso que había sentido jamás! Era como subir corriendo una colina sobre un corpulento corcel, lanzándose a toda velocidad hacia la cima, esforzándose… Y saltar de un acantilado al vacío.

Ella gritó. Y volvió a gritar mientras se precipitaba hacia un océano, donde olas de placer se estrellaban sobre ella. Duraron por lo que pareció una eternidad, hasta que al fin disminuyeron y él retiró su boca de ella. Mientras ella yacía allí jadeando, Gabe besó su muslo. —Creo que lo encontramos—dijo con una voz gutural. Un largo suspiro escapó de ella. —Yo también lo creo. No estaba segura de qué había encontrado exactamente, pero quería encontrarlo otra vez, cada vez que pudiera. Y claramente él quería ayudarla a encontrarlo, observarla con una cruda necesidad que convertía sus entrañas en gelatina. Subió por su cuerpo para tumbarse de lado junto a ella, con la cabeza apoyada en su mano. —Esto no tiene nada que ver con ningún relicario—dijo, pasando el pulgar por su labio inferior. Ella lo besó. —No. Él enarcó una ceja. —Sólo querías verme semidesnudo. —Realmente eres irritantemente presuntuoso—dijo ella con petulancia. —Pero estoy muy feliz de que lo hicieras. —Su voz cayó a un murmullo derrotado—. Me atrevería a decir que no estaríamos aquí de otra manera. Además, el pensamiento de que me observes semidesnudo me excita ferozmente. —¿En serio? —Averígualo por ti misma—le agarró la mano y la bajó a los pantalones—. Cuando se combina con lo que estábamos haciendo… Gabe inspiró cuando su mano acarició el prominente bulto en sus pantalones de montar. Y cuando ella lo frotó, él masculló una maldición que la complació enormemente. Por una vez, no parecía tan arrogante. —¿Estabas diciendo? —preguntó. Era su turno de ser presumida. Sus ojos se cerraron. —Eres una muchacha provocadora que… Oh Dios… —Con un gemido se presionó contra la mano femenina—. Sí, cariño. Tócame así. Justo ahí… Dios me salve… —¡Sharpe!—gritó una voz desde fuera del establo. Podría haber sido la voz del mismo Dios, sólo que él no estaba viniendo a salvar a nadie.

Ella retiró la mano de los pantalones de Gabriel aterrorizada. —¡Es el abuelito! No puede encontrarnos así. Gabriel la miró sin comprender por un segundo. Ella lo sacudió. —Si él te encuentra aquí conmigo, no habrá boda, ni duelo, ni nada, excepto tu hermoso cuerpo atravesado con esa horquilla de allá. Una sonrisa perezosa cruzó su rostro. —¿Crees que soy hermoso? —¡Gabriel! —Oh, está bien. —Él se levantó y se sacudió la paja de la piel y los pantalones. —¡Sharpe! —La voz del abuelito llegaba de más cerca ahora—. ¿Dónde diablos estás? Frenéticamente, trató de sujetarse el vestido. —En verdad, debemos dejar de reunirnos donde las personas puedan encontrarnos, cariño —replicó Gabriel mientras le lanzaba la pañoleta de encaje—. Arruina cada vez el estado de ánimo. Ella lo fulminó con la mirada. Cuando la puerta se abrió abajo violentamente, masculló: —Quédate agachada—y entonces se acercó a la horquilla que siempre se guardaba en el altillo. Justo a tiempo porque el abuelito entró en el establo en ese momento. Ella se hundió en la paja, rezando para que no pudiera verla. Ayudó que Gabriel se las arreglara para echar un poco de heno sobre ella mientras miraba por el borde del altillo. —Sí, general—gritó él—. ¿Quería algo? Un breve silencio cayó, durante el cual ella murió cien muertes, segura de que el abuelito había adivinado que estaba aquí arriba. —¿Qué diablos estás haciendo? Gabriel ahorquilló un poco de heno sobre el borde. —Lo que me pidió. —¿No oíste que te llamaba? —Lo siento, no. Es difícil de escuchar aquí. —Bueno, necesito tu ayuda con esta maldita yegua que Lord Danville acaba de traer. Dijo que no vendría hasta mañana, y ahora se presenta con la condenada

yegua, esperando que lo deje todo y la instale bien. Los caballerizos están con Ghost Rider, y no hay nadie más. Así que baja. Y ponte tu maldita ropa, también. No quiero que mi nieta te vea desnudo. —Demasiado tarde para eso—masculló Gabriel por lo bajo mientras pasaba junto a ella para poner la horquilla contra la pared y descender por la escalera. Ella contuvo la respiración, esperando a que se fueran. —¿Qué sabes de los árabes? —preguntó el abuelito. Ella podía oír a Gabriel moviéndose, probablemente poniéndose la ropa. —He oído que pueden ser temperamentales. —Sólo si se los maneja mal. Por naturaleza, son incluso moderados. Roger solía decir que un árabe era tan temperamental como su dueño, pero probablemente podrías decir eso de la mayoría de los caballos. La conversación continuó mientras los hombres salían del establo, pero ella permaneció allí un largo rato, congelada por la mención de su hermano por parte del abuelito. Se había olvidado por completo de él. Atrapada en sus tontos deseos y en las dulces palabras de Gabriel, había dejado que su hermano fuera olvidado por completo. —Roger, lo siento —susurró mientras se incorporaba, pero eso no hizo nada para calmar su culpable conciencia. Mientras se levantaba y terminaba de acomodarse la ropa, ella vacilaba entre defender a Gabriel en su mente y odiarse a sí misma por traicionar la memoria de su hermano. Después de unos momentos de eso, se dio cuenta de una cosa. Ya era hora de que supiera exactamente lo que había sucedido durante la noche anterior a su fatídica carrera, y la mañana en que sucedió. Nunca se sentiría tranquila con Gabriel hasta que lo hiciera. Y sólo había una manera de hacerlo. Tenía que preguntarle a Gabriel. No importaba lo incómodo que lo pusiera, y a ella, tenía que saber la verdad. Hasta que lo hiciera, nunca podría avanzar.

Capítulo 13

Al atardecer del día siguiente, Virginia se dirigió al establo con unas jarras de barro con cerveza, con la esperanza de ver a Gabriel antes de que saliera para Halstead Hall. No había tenido oportunidad de estar a solas con él desde su encuentro en el heno; el abuelito o uno de los caballerizos siempre andaban por ahí. Cuando entró en el establo, el abuelito y los demás estaban sentados en un banco limpiándose las botas, mientras que Gabriel estaba guardando arreos. Él alzó la vista cuando entró, y la cálida sonrisa que le lanzó le hizo cosquillear hasta los dedos de los pies. Después de pasar la noche anterior reviviendo cada momento de su interludio en el establo, era todo lo que podía hacer para no sonrojarse cuando su mirada se deslizó por ella. Como si pudiera ver a través de tu ropa. Ahora sabía lo que había querido decir el abuelito. Y ahora, fácilmente podía imaginarse casada con Gabriel, lograr hacer las cosas que habían hecho ayer cada vez que lo desearan. Precisamente por eso tenía que hablar con él. Su defensa se erosionaba cada vez más con cada día que pasaba cerca de él. Se acercó para entregarle una jarra de cerveza, y su mano le rozó los dedos mientras se la quitaba. La mirada conocedora de sus ojos decía que lo había hecho a propósito. Esta vez ella no pudo contener el rubor que subió a sus mejillas. Cuando él respondió guiñándole un ojo, ella inspiró profundamente. Su pulso estaba acelerado, y su estómago estaba dando graciosas volteretas que le dificultaban pensar bien. Si no era precavida, el abuelito se daría cuenta. —Esta cerveza es deliciosa. —Gabriel la bebió con una lenta sensualidad que hizo que su cuerpo zumbara—. ¿La hiciste aquí en Waverly Farm?

—Me temo que no. —Ella echó una mirada al abuelito, pero afortunadamente no estaba prestando atención a cómo Gabriel la miraba—. He probado suerte para fabricar cerveza casera, pero no he tenido mucho éxito. —Es verdad, sabía cómo barro—respondió Hob, uno de los caballerizos. Ella le frunció el ceño, aunque el hombre tenía razón. —Quizá mi cuñada pueda ayudarte con eso—dijo Gabriel—. Es cervecera, ¿sabes? —Si tiene instrucciones sencillas que yo pueda seguir —dijo Virginia—, estaría muy agradecida. —También nosotros—dijo Hob. Gabriel le disparó al caballerizo una desagradable mirada. —Sí, porque no es suficiente que la señorita Waverly se asegure de que estés bien alimentado y que tus dolencias sean tratadas. Ella debería preparar una buena cerveza también, ¿verdad? Mientras Hob se encogía de hombros, Virginia sonrió cálidamente a Gabriel. Su inesperada defensa la emocionó profundamente. Pero también obtuvo la atención del abuelito. Él les echó un vistazo, con los ojos entrecerrados. —Entonces, Sharpe, ¿crees que podrías venir más temprano de lo habitual mañana? Gabriel se puso tenso. —¿Por qué? —Mañana es la feria de Langsford. Voy a llevar algunos de los potros para comerciar, los caballerizos y yo estaremos ocupadísimos. No saldremos hasta las nueve, pero podría necesitar algo de ayuda antes para prepararlo todo. —Lo siento, no puedo. El abuelito se recostó en el banco, con aire de satisfacción. —Debería haberlo sabido. Todos los tipos como tú disfrutan de sus noches de viernes en la ciudad, apostando y bebiendo. Eso hace que sea difícil levantarse temprano un sábado.

Disparándole una mirada de furia a su abuelo, Virginia se acercó para servirles la cerveza a los dos mozos de cuadra. —Esa no es la razón. —La voz de Gabriel contenía una pizca de irritación—. En realidad, no planeaba venir mañana. —Así que finalmente te has cansado de trabajar tan duro, ¿verdad? ¿Quieres terminar tu pequeña aventura? —En lo más mínimo. —Gabriel engulló la cerveza con el ceño fruncido—. Tengo un compromiso previo. —Entonces ven aquí un rato antes. —Abuelito—lo regañó Virginia—, su señoría no es uno de tus siervos a quien ordenar. —Vendría si pudiera —dijo Gabriel—, pero mi compromiso es muy temprano. Su abuelo lo miró con recelo. —Temprano por la mañana sólo hay un tipo de compromiso que un hombre puede tener, y es con una mujer. La ira ardió en el rostro de Gabriel. —Sucede que voy a encontrarme con un caballero. Estamos haciendo una apuesta. Cuando se dio cuenta de qué tipo de apuesta debía ser, Virginia se giró para enfrentarse a Gabriel. —Vas a correr—lo acusó. Con el rostro cuidadosamente inexpresivo, Gabriel tendió su tazón vacío. —¿Y qué si lo hago? Sus miradas se encontraron, entonces ella la apartó. Él no mostraba ninguna señal de que los sentimientos femeninos sobre el asunto fueran de alguna importancia para él. Podría estar lleno de dulces palabras sobre su trabajo en la granja, pero eso no cambiaba su carácter. Seguía siendo el Ángel de la Muerte, todavía tan temerario como siempre.

Bueno, ya se había cansado de eso. Era hora de decidir de una vez por todas qué clase de hombre verdaderamente era. No podía seguir sin saber exactamente qué había sucedido entre él y Roger. Se volvió hacia su abuelo. —Dijiste que si lord Gabriel trabajaba aquí una semana, lo que ha hecho, nos permitirías dar un paseo juntos. Quiero hacerlo ahora. El abuelito se hinchó como un caballo con cólicos. —También dije que yo tendría que estar. Y no puedo dejar la granja ahora mismo con lord Danville viniendo a preguntar sobre su yegua. —Llevaré a Hob. Él debería ser un chaperón suficiente. —Vamos, corderito… —Tú nos debes esto, abuelito. —Ella lo miró fijamente—. He sido muy paciente, pero merezco pasar tiempo con mi pretendiente. Lo menos que puedes hacer después de todo el trabajo que ha hecho esta semana es permitirlo. Su abuelo la miró furiosamente, luego a Gabriel. Pero tenía que saber que había hecho trabajar a Gabriel como un perro, y que él lo había tomado con una ecuanimidad asombrosa. —Oh, muy bien, adelante, entonces—finalmente gruñó—. Pero no te marches demasiado tiempo. No falta más de una hora antes de la puesta del sol, y no deberías estar fuera con él después del anochecer. —Miró a Hob—. Y no dejes a ninguno de los dos fuera de tu vista ni por un minuto, ¿entiendes? —Sí, señor—respondió Hob. Un poco más tarde, Gabriel la estaba subiendo al carruaje mientras Hob subía al asiento del caballerizo detrás. Virginia tomó las riendas debido al hábito, ya que era su carruaje, y Gabriel no dijo nada. A pesar de que había una capota entre ellos y el mozo de cuadras, ella necesitaba mucha más privacidad que la que el carruaje podría proporcionar. —Vamos a un lugar donde podamos hablar. Cuando sus ojos se oscurecieron y se deslizaron por su cuerpo con dolorosa lentitud, ella lamentó cómo había dicho eso. No quería que él se hiciera una idea

equivocada. Por mucho que quisiera perderse en sus brazos, no podía. No hasta que resolvieran algunas cosas. Condujo unos ochocientos metros, y entonces guió el carruaje por un camino de tierra, que pronto terminó en un pequeño claro. Antes de que se hubiera detenido completamente, él saltó. Cuando Gabe extendió las manos hacia ella, las detuvo en su cintura, lo que provocó una pequeña espiral de excitación en su vientre que Virginia silenció sin piedad. Lanzándole una mirada de reprobación, se dirigió a la parte posterior del carruaje. —Hob, si me haces el favor de llevar a los caballos para que se ejerciten un poco más allá, te estaría muy agradecida. Hob saltó, con la mandíbula tensa mientras pasaba la mirada de ella a Gabriel. —El amo dijo que no debía perderles de vista. El amo dijo... —Tal vez debería decirle a nuestra ama de llaves que tú y Molly os habéis estado reuniendo en secreto en el establo por la noche. —Había una razón por la que había pedido a Hob, y no era sólo porque era el más descerebrado de los dos caballerizos. Toda la bravuconada de Hob se escapó. —Por favor, señorita, el ama de llaves echaría a Molly, ella lo haría, y... —¿Así que ejercitarás a los caballos duranrte, digamos, la siguiente media hora? Hob vaciló un largo momento. Luego, con un suspiro, asintió brevemente y saltó al asiento del conductor. Después que se marchó, dijo Gabriel arrastrando las palabras: —Ese fue un pequeño chantaje. ¿Cómo sabías de él y Molly? Ella resopló. —La chica viene a avivar mi chimenea por la noche con heno en el pelo. Y como nuestro otro caballerizo tiene un amor en la ciudad, eso deja a Hob. No soy la idiota por la que mi personal me toma, ¿sabes? —Lo sé muy bien—dijo con voz ronca. Él trató de agarrarla, pero ella se alejó. —Oh, no. No me tomé todas estas molestias sólo para que pudieras nublar mi cabeza con besos. Quiero saber sobre esa carrera que vas a correr mañana.

Una pequeña maldición escapó de él, y por un momento temió que no se lo dijera. Entonces se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta con esa osada manera que ella admiraba y odiaba, y dijo: —Si tanto te interesa, un tipo llamado Wheaton me desafió. La apuesta es de cien libras, así que acepté. —Por supuesto que sí —dijo ella amargamente—. El dinero es siempre lo más importante para ti. La ira se encendió en su rostro. —También debería ser importante para ti. Si Celia es obstinada y se niega a casarse, el dinero que gano de las carreras es lo que nos mantendrá. Si gano mañana, las cien libras serán suficientes para cubrir el costo de contratar a un jockey y pagar la inscripción para que Flying Jane pueda correr en St. Leger Stakes. Y si gano ese premio… —Si, si, ¡si! Eso suena como una gran cantidad de si. —¿Entonces qué sugieres? ¿Que acepte un puesto como caballerizo en el establo de tu abuelo? —No claro que no. ¿Tu abuela no te ayudará con Flying Jane? Con una risa fría, comenzó a pasearse por el claro. —Ella no aprueba las carreras de pura sangre. Teme que siga los pasos del idiota de mi abuelo, el viejo marqués, que perdió miles y miles de libras tratando de competir. Sé que puedo lograrlo, pero ella no me cree. Podía ver lo mucho que eso lo hería. No se le había ocurrido que pudiera tener un plan para su vida más allá de ganar su herencia. Había mencionado que quería construir un establo de carreras, pero ella no le había tomado en serio. Ahora que sabía que hablaba en serio, ahora que le conocía mejor, tenía sentido. —Tu abuela está siendo tonta. Se detuvo para mirarla. Ella se ruborizó. —He visto cómo eres. Tienes un don para reconocer las fortalezas excepcionales de un caballo. Hasta el abuelito ha comentado sobre ello, aunque nunca te diría nada.

Su mirada se clavó en ella, oscura y cautelosa. —La abuela argumentaría que tener éxito en las carreras de pura sangre requiere más que habilidad para elegir un caballo. —Y ella tendría razón. El entrenamiento también es importante. Pero también eres bueno en eso. Si comienzas a competir con los pura sangre en serio, me atrevería a decir que harás sudar tinta a la mayoría de los dueños importantes. —Ella sonrió débilmente—. Sin juego de palabras. —Gracias. —Una expresión decidida se posó en su rostro—. Entonces entiendes por qué tengo que correr esta carrera mañana. Las apuestas que gano en carreras privadas pagarán por las carreras de pura sangre, y las carreras de pura sangre es donde está el dinero de verdad. Cuando no dijo nada a eso, agregó: —Sé que estoy empezando desde abajo con Flying Jane, pero si las cosas van como planeo, algún día podría tener un establo entero lleno de pura sangre para correr. Incluso podría tener una caballeriza propia. —Él apartó la mirada—. Esa es mi esperanza, de todos modos. Podía ver lo mucho que su plan significaba para él. Pero también tenía claras desventajas, de las que seguramente se percataría. —Así que necesitas una gran cantidad de carreras privadas, y muchas apuestas. Altas apuestas. Lo que significa carreras peligrosas. Su mirada se volvió hacia ella, instantáneamente desconfiada. —Cuanto más peligrosa es la carrera, mayor es la apuesta. Tú lo sabes. Su corazón se hundió. —¿Qué tan peligrosa es la carrera que tú y el señor Wheaton correréis mañana? —Lord Wheaton. Y no es tan peligrosa, lo juro. Ni siquiera es una carrera de carruajes. Sólo una carrera común, caballo contra caballo. —Tú sabes perfectamente bien que esas pueden ser tan peligrosas, si no más. ¿Cuál es el recorrido? —Probablemente ni siquiera has oído hablar de él.

—¿Cuál es el recorrido?—insistió ella. Un músculo latió en su mandíbula. —El que corre junto al arroyo en la hacienda de Lyons en Eastcote. La alarma se apoderó de ella. —¿El que tiene todos los saltos? Él parpadeó, claramente sorprendido de que ella lo supiera. —Son sólo dos saltos, y no son tan malos. —¡No son tan malos! Recuerdo al abuelito hablando de eso. ¿Lyons no se fracturó la pierna en uno de ellos? Gabriel se puso tenso. —Sólo porque él es malísimo montando. —Oh, Dios mío —masculló ella, el temor por él la hizo marearse—. Eres completamente estúpido. Eso hizo que él se encrespara. —No más estúpido que tú, que competiste con Letty Lade y luego me desafiaste a una carrera. ¿Desde cuándo desapruebas las carreras? —Desde que he visto cómo corres—dijo ella—. Desde que he visto de primera mano cómo asumes riesgos que nadie con buen tino haría. —¿Me vas sermonear sobre el buen tino? —Él avanzó amenazadoramente sobre ella—. Eres la que quería correr en Turnham Green, a pesar del riesgo para tu futuro. —¡Sí, porque me cansé de ver cómo construyes una reputación de imprudencia a expensas de mi hermano muerto! La conmoción llenó su rostro, rápidamente reemplazada por el dolor. Aun así, ella no podía recuperar las palabras. Ahora que fueron dichas, no podía dejarlo pasar. Ella respiró entrecortadamente mientras luchaba contra las lágrimas. —Pintas tu faetón de negro, y te pavoneas por la ciudad con tu ropa negra y... —No me pavoneo en ningún lugar, cariño—dijo con voz hueca.

—¡No te atrevas a hacer una broma de esto! Hablas de ganar dinero con estas carreras peligrosas, cuando ambos sabemos que nadie estaría apostando en tu contra si no fuera por mi hermano. —Su voz cayó a un susurro—. Si no fuera por Roger, no habría Ángel de la Muerte. —¡Yo no elegí ser el Ángel de la Muerte, maldita sea! —Él prácticamente escupió las palabras. Cuando ella parpadeó, sorprendida por su vehemencia, añadió—: Esa fue la idea de una broma de algún tonto. Ella seguía mirándolo, muda. ¿Una broma? ¿La muerte de su hermano era una broma para alguien? Al ver su reacción, continuó con voz baja y torturada: —Después del accidente de Roger, me vestía de negro para llevar luto por él. Como Roger no era mi familia, Chetwin hizo comentarios sobre eso, diciendo que me vestía de negro porque la Muerte era mi constante compañera. Señaló que todos a los que tocaba morían, mis padres, mi mejor amigo… todo el mundo. Empezó a pasearse por el claro, el dolor grabado en sus facciones. —Chetwin tenía razón, por supuesto. La muerte era mi constante compañera. Así que no fue una gran sorpresa cuando otras personas comenzaron a llamarme el Ángel de la Muerte. —Su voz se ahogó—. Después de todo, yo daba la talla. Y en ese momento ella se dio cuenta de que había entendido todo mal. El Ángel de la Muerte no era su manera de presumir. Era su maldición, impuesta sobre él por personas que no se preocupaban por su tormento. —Oh, Gabriel —susurró ella. Pero él no pareció oírla, perdido en el pasado. —Tenía dos opciones. Podría dejar que esos asnos me intimidaran con sus burlas, o podría mostrarles que no tenía miedo de ellos o de la muerte. —Se dio la vuelta de prisa hacia ella, su mirada tan profundamente torturada que le rompió el corazón—. Así que sí, pinté mi faetón de negro, me vestí íntegramente de negro y los desafié a llamarme lo que quisieran, siempre y cuando me dejaran solo. Una risa desquiciada escapó de él. —Pero, por supuesto, no lo hicieron. Cada estúpido que alguna vez había manejado un carruaje quería desafiarme a una carrera. Al principio me negaba.

Durante casi un año dije que no a todos los desafíos, hasta que las apuestas se pusieron tan altas que ya no podía ignorarlas. Se pasó los dedos por el pelo y volvió a pasearse. —Finalmente me di cuenta de que el dinero podría ser mi salvación. Si pudiera conseguir lo suficiente para hacer lo que realmente quería, lo que la abuela nunca iba a dejarme hacer por mi cuenta, podría liberarme de la sociedad por completo. ¿Así que eso era lo que había querido? ¿Ganar lo suficiente para poder esconderse? —Nunca quise ser el Ángel de la Muerte—dijo con ferocidad—. Pero una vez que lo era, estaba condenadamente bien sacándole provecho. Su mirada se disparó hacia ella, vulnerable en su agonía, y su voz cayó a un susurro entrecortado. —Me dije que estaba honrando la memoria de Roger. Que cada vez que ganaba, lo hacía por él, para compensar el hecho de que él nunca podría volver a competir como tanto le gustaba. Pero supongo que puedes ver que es tan sólo mi excusa para conseguir hacer lo que me encanta. —A Roger le encantaba correr—dijo ella en voz baja—. No era una mala manera de honrar su memoria. La culpa se mezcló con ira en la mirada masculina. —Realmente no crees eso. —Creo que su muerte te ha torturado más de lo que me percaté. —Claramente ella y el abuelito no habían sido los únicos que sufrían—. Han pasado siete años, Gabriel. Es hora de que lo superes. Pero antes de que puedas hacer eso, antes de que cualquiera de nosotros podamos, tienes que decirme la verdad. Él se tensó. Virginia reunió su coraje. —He oído la versión de segunda mano del abuelito, y he oído los rumores, pero nunca he oído la verdad de tus labios. Entonces, ¿por qué no me dices qué ocurrió realmente la noche de la apuesta y el día de la muerte de Roger? Los ojos de Gabriel se volvieron sombríos y descorazonados.

Ella quería sacarlo de cualquier lugar al que se estaba retirando, pero no podía. Este Gabriel, el que estaba de pie frío e inmóvil, era el Ángel de la Muerte. Y ella se negaba a dejar que la intimidara. —Dime la verdad. ¿Quién, inicialmente, propuso el reto: tú o Roger? —No quieres la verdad—dijo con voz lejana—. Estás buscando una razón para rechazar mi petición. —No necesito una razón para eso. Lo que necesito es una razón para aceptarla. —No hay una respuesta a tu pregunta que te haga feliz—le espetó—. Si digo que hice el desafío, estarás enojada conmigo. Si digo que lo hizo él, estarás enojada con Roger, y entonces me guardarás rencor por haber destruido tu perfecta imagen de tu hermano. —Eso no es cierto—dijo ella con firmeza. —Sabes en tu corazón que lo es. No puedo salir airoso. —Se acercó y bajó la voz—. Si queremos que este cortejo funcione, nuestra única opción es dejar atrás el pasado. Tenemos que dejar de hablar de lo que sucedió aquella noche, quién tuvo la culpa, qué pudo haberse hecho de manera diferente. Ella negó con la cabeza. —Esa no es nuestra única opción. —Es la única que aceptaré. —Gabriel… —¡No hablaré de aquella noche!—dijo con los dientes apretados—. Ni ahora, ni nunca. Y si no puedes aceptar eso, entonces no me dejas otra opción que retirar mi petición. Una semana atrás, le habría dicho que tomara su petición y regresara a Ealing con ésta. Pero una semana atrás, no había llegado a conocerlo. Sí, él podía ser imprudente y salvaje, pero también podía ser responsable. Trabajaba duro, se adaptaba perfectamente a la vida en la granja cuando el abuelito lo permitía, y la hizo querer tener un futuro. Un verdadero futuro, no uno dependiente de la generosidad de Pierce o de las perspectivas del abuelito de una larga vida.

Sobre todo, él la entendía como nadie más lo hacía. Centraba la inquietud dentro de ella. Y aunque su mente le dijo que debería ser la menor de sus razones para aceptar su petición, su corazón y su cuerpo le dijeron algo diferente. Si solo hubiera resultado ser tan desagradable y frío como ella había supuesto. Pero en la granja había trabajado incansablemente sin llamar la atención sobre sus logros. Bromeaba con los mozos de cuadras y se reía en la cara ante el desagrado del abuelito, pero ahora veía que era sólo una máscara, sólo una forma de ocultar la profunda infelicidad de su alma. Desafortunadamente, esa profunda infelicidad fácilmente los podría envenenar si continuara. —No sé si puedo aceptar tu negativa a hablar de esa carrera—dijo ella—. Ni siquiera sé si debería hacerlo. —Está bien. —Él enderezó los hombros como contra un golpe—. Declaro que has cumplido con los términos de nuestra apuesta. No necesitas continuar con eso. Cuando se volvió como para dejar el claro, ella gritó: —Al menos dame tiempo para pensarlo. Él se detuvo. —No voy a cambiar de opinión. Tal vez no ahora. Pero si pudiera confiar en ella, dejarla entrar en su corazón… ¿Su corazón? ¿Era eso lo que ella quería? ¿El corazón de Gabriel? Si lo era, estaba loca. Tenía el corazón encerrado en el pasado. Traerlo al futuro podría tomar un esfuerzo hercúleo. Podría romper su propio corazón. Pero la posibilidad de tenerlo para ella podría valer el riesgo. Si pudiera resistirse a averiguar sus secretos. Y sin conocerlos, no sabía si podía. Ella caminó detrás de él para poner su mano en su brazo. —Vuelve el lunes. Eso me dará la oportunidad de pensar lo que quiero hacer. ¿De acuerdo? Él miró su mano, luego su cara. La esperanza luchaba contra la cautela en sus ojos.

—Eres una mujer muy testaruda—se aventuró. —Extrañas palabras, procedentes de un hombre que ha perfeccionado su propia terquedad hasta un grado magnífico —bromeó ella. Su expresión se suavizó. —Cierto. Ella miró al cielo. —Y hablando de infinita obstinación, mejor regresemos o el abuelito te proscribirá de la granja para siempre. Cuando empezó a alejarse, Gabriel la agarró por la cintura y la acercó para un beso embriagador que rivalizaba con la puesta de sol por el brillo. Por un momento, dejó que se saliera con la suya. Era tan dulce estar en sus brazos otra vez, tan fácil de olvidar que su deseo de intimidad no se extendía más allá de lo físico. Solamente cuando él la tenía tambaleante la dejó ir. —Ahí tienes—dijo, su mirada caliente sobre ella—. Eso debería darte algo a considerar mientras piensas en aceptar mi petición. Entonces se dirigió hacia la carretera como si no la hubiera besado hasta el olvido. Dios la ayudara, estaba en un mundo de problemas. El hombre ya la tenía tan cautivada que ella no sabía si iba o venía. La única forma en que podía salir de esto con su corazón intacto era apuntalar sus defensas. Y temía que ya fuera demasiado tarde para eso.

Capítulo 14

Era todavía bastante temprano en la mañana, cuando Gabe se marchó a caballo de Marsbury House al día siguiente. Lyons los había invitado a él y a Wheaton a quedarse a desayunar, pero aunque Gabe sabía que le hacía parecer grosero, se había negado. No soportaba ni una más de las bromas del duque. Porque lo impensable había sucedido. Había perdido. No podía recordar la última vez que había perdido una carrera. Y se había lastimado en el proceso, aunque no de gravedad. Había seguido a Wheaton debajo de un árbol, y una rama que Wheaton había empujado lo había golpeado con tanta fuerza que le había hecho un corte en la cabeza. La herida era superficial, pero parecía un engendro con sangre seca y el cabello enmarañado. La abuela y las chicas se quejarían si lo vieran. Sin embargo, su herida no le preocupaba tanto como el hecho de haber perdido cien libras. Maldita sea. Si hubiera ganado, ese dinero habría pagado fácilmente la inscripción de Flying Jane en St. Leger Stakes. La voz de Virginia sonó en su cabeza: ¡Si, si, si! Eso suena como una gran cantidad de si. Maldita mujer. Ella era la razón por la que había perdido. Normalmente antes de correr, le sobrevenía una fría calma que le permitía concentrarse en ganar, en bloquear la visión de los peligros. Pero hoy esa calma lo había abandonado, gracias a los pensamientos que se habían agitado en su mente desde el encuentro de ayer con la muchacha. Había dormido mal. Pasó la mitad de la noche deseando no haberse embarcado nunca en esta idea de cortejarla, y la otra mitad pensando en cómo ella lo había acusado de construir su reputación a expensas de Roger.

Él nunca habría soñado que pudiera verlo así. Realzar su reputación nunca había sido su intención. Pero una vez que ella había dicho esas palabras, se había sentido obligado a refutar su acusación, y pronto había estado desenterrando cosas de la tumba donde las había mantenido sepultadas durante años. Se le escapó una maldición. ¿Por qué ella no podía permitir que la muerte de Roger permaneciera en el pasado? ¿Y cómo diablos iba a lograr que dejara de hacer sus malditas preguntas? No podía contarle lo que quería saber. Si incluso insinuaba la verdad, Virginia se negaría a tener algo que ver con él de nuevo. Si no lo sabía, tenía alguna posibilidad de conquistarla, pero si lo supiera, no tenía absolutamente ninguna. ¿Y por qué debería exponerse así ante ella, o ante su abuela o cualquiera? Dejar que el pasado permaneciera en el pasado. Eso era lo mejor para todos ellos. Pero, ¿y si no pudiera hacer que Virginia entendiera eso? ¿Y si se negaba a casarse con él? Entonces encontraría a alguien más. Gimió cuando puso su caballo al trote. No quería a nadie más. No quería una recatada jovencita de la alta sociedad que soltara risitas detrás de su abanico y dijera una cosa insinuando otra. Él quería a la muchachuela amante de la naturaleza que veía las necesidades de todos con una claridad que endulzaba hasta las almas más amargadas de su personal. Quería a la mujer cuyas palabras alegres tranquilizaban a los sirvientes, daban ánimo a su abuelo y hacía que Gabe ardiera por volver a probarla y tocarla, por tenerla en sus brazos suspirando de placer. Ya puestos lo podría admitir, no podía pensar correctamente de tanto desearla. Ahora sabía exactamente cómo se sentían los malditos sementales cuando olían a las yeguas en celo. Todo lo que ella había tenido que hacer en la última semana era darle una de sus sonrisas, y su sangre se encendía. La idea de que renunciara a él ahora... No, no lo permitiría. Tenía que hacerle ver que el pasado no importaba. Que podían empezar de nuevo. Pero no iba a hacerlo compitiendo con todos los idiotas que lo desafiaban. Él frunció el ceño cuando las palabras de Oliver flotaron en su mente: Perdió a su hermano en una carrera. No querrá arriesgarse a casarse con un hombre al que podría perder en una, apuesta o no apuesta.

Maldita sea. Ella se preocupaba por él, increíblemente. Pero no podía dejar de correr hasta que Celia se casara. ¿Qué pasaría si él y sus hermanos perdieran su herencia? Necesitaría dinero y no conocía otro modo que corriendo. A menos que se asociara con su abuelo. Podía ser lo que Roger había sido preparado para ser antes de su muerte, la mano derecha del general. De todos modos, si se iba a casar con la nieta del general... Él suspiró. Por el momento, eso era un gran si. Además, se negaba a gastar su tiempo y energía en la construcción de una granja de sementales que Devonmont heredaría. Necesitaba sus propios ingresos. Y eso significaba correr. Virginia sólo tendría que aprender a aceptarlo, eso era todo. Llegó a la curva que conducía hacia Ealing y se detuvo. Tenía que irse a casa. Pero entonces tendría que contarle a su maldita familia que había perdido la carrera. Tendría que soportar las bromas idiotas de sus hermanos acerca de eso. Luego estaba el corte en la cabeza. Podía intentar entrar a hurtadillas y conservar puesto el sombrero hasta que pudiera limpiar su herida, pero su familia siempre aparecía en los lugares más inverosímiles, y ellos encontrarían sospechosa su negativa a quitarse el sombrero. Lo último que necesitaba era un puñado de mujeres riñéndolo por un insignificante corte en la cabeza. Además, el general había querido su ayuda para llevar los potros al mercado. Puede que no fuera demasiado tarde para alcanzarles. Prefería ayudar al general que ocuparse de las preguntas de su familia sobre la carrera. Probablemente el hombre ni siquiera lo mencionaría: estaría demasiado ocupado por otras preocupaciones. Virginia tampoco tendría la oportunidad de preguntarle acerca de eso, ya que él estaría con el general encargándose de la manada. En el exterior, él no tendría ninguna razón para quitarse el sombrero, así que ella no sabría que se había hecho daño. Y él conseguiría verla. No es que verla tuviera nada que ver con su deseo de ir a Waverly Farm. Eso era sólo fortuito. Bufó mientras volvía su caballo hacia Waverly Farm. Fortuito, correcto. Mejor que se vigilara. Estaba enamorándose, y eso no podía ser. Si ella lo adivinara, trataría de envolverlo en su dedo, y lo siguiente que sabría, es que le ordenaría que dejara de competir.

Aun así, no podía evitar que el corazón le latiera aceleradamente mientras se acercaba a la granja media hora después. El lugar parecía desierto. Nadie estaba en el establo, ni siquiera los mozos de cuadras, y el general no se veía por ninguna parte. Maldita sea, los había perdido. Pero tal vez podría alcanzarlos en el camino. Algún criado podría saber cuál habían tomado. Desmontando, ató el caballo y se acercó con pasos largos hacia la puerta. Llamó. Nadie respondió. Volvió a llamar, y estaba a punto de marcharse cuando escuchó una respuesta amortiguada desde dentro. Sin embargo, cuando la puerta se abrió, allí no estaba una de las criadas o el lacayo. Estaba Virginia. Él inspiró profundamente. Tenía el pelo suelto sobre los hombros y no llevaba nada más que un camisón y una delicada bata encima. Claramente la había despertado. Ella se frotó los ojos. —Creí que tenías una carrera. —La tenía. Terminó. —¿Tan pronto? —¿Pronto? Son las nueve pasadas, cariño, y corríamos al amanecer. —Oh. Acabo de irme a la cama hace unas horas. Molly está enferma. Por eso no fui a la feria, alguien tenía que quedarse y cuidar de ella. —Ella parpadeó—. Espera, ¿son las nueve pasadas? Tengo que darle más agua de cebada. Con su fiebre, necesita mucha agua. —Se dirigió por el pasillo hacia la cocina. Gabe entró y cerró la puerta detrás de él, luego la siguió hasta la cocina. —¿No hay nadie aquí que te ayude con ella? —El abuelito tuvo que llevar a todo el mundo a la feria. Se suponía que ella y yo íbamos a ir, pero con nosotras aquí, necesitaba a quienquiera que pudiera auxiliarlo. —Ella le puso un vaso en la mano—. Sostén esto. Gabe observó como ella llenaba un cuenco con vinagre, pero cuando fue a tomar el vaso, él murmuró:

—Lo llevaré por ti. Con un asentimiento de cabeza, Virginia se apresuró a subir las escaleras de los criados. Él la siguió. La habitación de Molly estaba en el último piso. Era pequeña pero ordenada, con una acogedora alfombra en el suelo y un tocador decente. Las ventanas estaban abiertas, lo que hacía tolerable el calor del verano. Molly dormía en la cama, roncando fuerte. Virginia dejó el vaso en la mesita junto a la cama, y luego colocó la palma de la mano sobre la frente de Molly. —Gracias a Dios, su fiebre parece haber remitido. No la despertaré. Sólo dejaré el agua de cebada aquí. Tomando el cuenco de las manos de él, comenzó a rociar el vinagre alrededor de la habitación. —¿Qué estás haciendo?—preguntó. —El doctor Buchanan dice que esto refrescará al paciente. —¿Has traído a un médico para Molly? —No, eso parecía prematuro. Sospecho que ella sólo tiene un resfriado. Pero yo consulto Medicina Doméstica del doctor Buchanan cada vez que uno de nosotros está enfermo. Da consejos muy sensatos. Gabe trató de imaginar a una de las bobaliconas damas de sociedad que conocía enfrascándose en un libro de medicina, pero no pudo. En general la única cosa que muchas consultaban era The Lady’s Magazine. Colocando el cuenco medio vacío en el tocador, ella le condujo hacia la puerta. Mientras la seguía por las escaleras, dijo: —No deberías estar aquí. —Pero estoy —dijo él—. Bien podría quedarme un rato. Se estaba dando cuenta de que finalmente la tenía a solas. Molly claramente no iba a mejorarse en las próximas horas, y si todos los demás se habían ido, esta podría ser su oportunidad de conquistarla.

Giles había conquistado a Minerva comprometiéndola. ¿Por qué no debería funcionar eso para él? —Podría ayudarte con Molly —dijo mientras Virginia se apresuraba a bajar las escaleras hacia el vestíbulo. —No necesito ayuda con Molly. —Se dirigía a la puerta principal tan rápidamente, que tuvo que atraparla por el brazo para detenerla. —Entonces podría ayudarte con cualquier cosa que necesites —insistió él. —Lo único que necesito ahora es acostarme. —En el momento en que las palabras salieron de sus labios, se sonrojó—. Quiero decir que… necesito dormir. La agarró por la barbilla. —Podría ayudarte a dormir—dijo arrastrando las palabras. Sus ojos se oscurecieron al azul turbulento de un lago tormentoso mientras levantaba las manos para empujar contra su pecho. —Gabriel… Él la besó. ¿Cómo podría resistirse? Recién levantada, se veía tan salvaje y lasciva como una bailarina de ópera francesa, pero de alguna manera inocente, también, con todo ese lino y encaje blanco. Quería hacerle el amor con fuerza y suavidad a la vez. Por un momento, ella permaneció rígida en sus brazos. Entonces sus brazos se deslizaron por su cintura, y ella se fundió en él como la dulce muchachuela que era. Su boca se abrió debajo de la de él, y le metió la lengua, ansiando su suave calor, dolorido por hacerla suya. No podía mantener las manos quietas, no con tanta gloriosa feminidad en sus manos, pero cuando las deslizó para acunarle los pechos, ella lo empujó. Tenía los ojos muy abiertos, pero no estaba asustada. —Deberías irte. —Tú no quieres que me vaya. Su respiración acelerada demostraba que Gabriel tenía razón. —No es prudente que te quedes.

—¿Desde cuándo haces siempre lo que es prudente? Ella negó con la cabeza. —No he tomado una decisión sobre ti. —Entonces déjame ayudarte con eso —susurró y la levantó de nuevo en sus brazos. Esta vez sus besos fueron más largos, se volvieron más calientes, hasta que ambos estuvieron jadeantes, y su cuerpo estuvo pegado al de él. Se las arregló para mantenerse alejado de las partes que anhelaba tocar, pero entonces ella le echó los brazos al cuello, quitándole el sombrero y enterrando las manos en el pelo… Y retrocedió con un grito de alarma. —¿Qué es esto? —Sus dedos exploraron el corte en su cabeza—. ¡Estás herido! Maldita sea, se había olvidado por completo de eso. —Está bien, sólo es un pequeño corte. —¡Estás sangrando! —Agarrándolo por el brazo, lo arrastró por el pasillo y lo metió en la cocina. —De verdad, Virginia, no es nada. —Siéntate—ordenó—. Eso no es nada. —Cuando él vaciló, agregó, con mayor firmeza—. Siéntate antes de que haga que te sientes. Él soltó una risa y ella lo miró furiosa. Se dejó caer en una silla. —No sabía que eras tan mandona. —¿Qué opción tengo cuando me encuentro con tontos como tú y el abuelito? — Ella echó un poco de agua de una jarra sobre un trapo—. Nada, ciertamente. Vosotros los hombres siempre decís eso, mientras vais dejando un rastro de sangre y exhibiendo huesos rotos. —Todavía refunfuñando, se acercó para limpiar su herida—. Parece que tienes un pedazo de madera allí dentro. Tenemos que sacarlo. Ella dejó su lado para buscar lo que necesitaba. —¿Qué hiciste, tropezaste con un árbol? —Se podría decir que sí. —Gabe estaba disfrutando de tenerla preocupada por él.

Hasta que ella volvió y exploró su cabeza con la punta de un cuchillo de mondar. —Buen Dios todopoderoso—masculló entre dientes—. ¿No puedes hacer eso con menos entusiasmo? —Sólo estoy tratando de ayudar—dijo ella remilgadamente. —Parece que lo estás disfrutando un poco demasiado. —No más de lo que tú disfrutas arriesgando tu vida por unas pocas libras —le espetó. Un tintineo sonó cuando ella dejó caer algo en un recipiente de hojalata. Él miró dentro para ver una astilla de madera de considerable tamaño. —Y afirmaste que ésta no sería una carrera peligrosa —masculló mientras limpiaba la herida—. Cada carrera que corres es peligrosa, es la única clase que conoces. Me atrevería a decir que le provocabas ataques a tu madre cuando eras niño, ¿tropezando contra las cosas y jugando con palos afilados. —Ella retrocedió para evaluar el corte—. Dulce Señor, ¿te das cuenta de lo cerca que está de tu ojo? —No tan cerca—protestó él. —¡Podrías haberte arrancado el ojo! La herida no dejará de sangrar, así que tendré que tratarla con algo. Quítate todo hasta la cintura. —¿Perdón? Ella ya estaba corriendo hacia un cofre en la esquina. —No quiero arruinar tu ropa. —Estaba claro por su comportamiento sin sentido que ella quiso decir eso y sólo eso. Con un suspiro, se desató la corbata, luego se levantó para quitarse la chaqueta, el chaleco y la camisa. Mientras tanto, ella rebuscaba en su cofre. —Es asombroso que no te arrancaras una oreja, aunque eso podría haber sido algo bueno. Podría haberte hecho pensar dos veces la próxima vez que te dispusieras a matarte por una apuesta absurda. —Ella se detuvo a mirarlo furiosamente—. ¿Esas cien libras valieron casi matarte? Él la miró con el ceño fruncido mientras arrojaba la ropa sobre la mesa.

—En realidad, no gané. Ella abrió los ojos de par en par. —Pero nunca pierdes. —No me lo recuerdes —gruñó, volviendo a dejarse caer en la silla. —¿Qué pasó? —¿Qué quieres decir con qué pasó? Él cabalgó mejor que yo. —Estaría condenado si le dijera que fue porque había estado pensando en ella. Pero si había pensado que su pérdida le ganaría la simpatía de ella, estaba muy equivocado. —Eso lo hace aún peor. —Ella sacó una botella tapada del cofre y la trajo junto con un paño—. Perdiste cien libras, arriesgaste la vida, y ahora tienes un corte en la cabeza que podría matarte. —No seas ridícula. No moriré por un pequeño rasguño. —Un pequeño rasguño, mis narices. —Ella derramó algo líquido sobre la herida. —¡Ay! —protestó él mientras goteaba sobre su hombro y ella lo limpiaba con el paño—. ¿Qué demonios es eso? —Alcohol de vino, para detener el sangrado. Ahora sostén esto. —Presionando el paño en su cabeza, puso su mano sobre éste—. Voy a buscar algún esparadrapo. La agarró por el brazo. —De ninguna manera. Sería el hazmerreír de Londres. Véndalo si es necesario, pero... —Supongo que piensas que un vendaje se vería más elegante. —El fuego ardía en sus ojos—. Así que ahora tengo que buscar un poco de lino negro para envolver alrededor de tu tonta cabeza para que se corresponda con tu negro… Ella se interrumpió. —Espera un minuto. —Sus ojos lo examinaron, y después se clavaron en el montón de ropa sobre la mesa. Cuando levantó la mirada para encontrarse con la de él, su ira había sido reemplazada por la conmoción—. No vas vestido de negro.

Capítulo 15

Virginia no podía creer que no lo hubiera notado antes. Pero ciertamente lo estaba notando ahora. Llevaba unos pantalones de montar de piel de ante de color leonado y sobre la mesa había un abrigo color chocolate, un chaleco amarillo cremoso, una camisa de lino blanca y una corbata blanca como la nieve. —¿Qué le pasó a tu camisa negra?—preguntó. Él se veía repentinamente incómodo. —Me cansé de ella. Un nudo se atascó en la garganta femenina. —¿Y el resto de tu ropa negra? ¿También te has cansado de ella? Él se encogió de hombros. —Pensé que era hora de darle un descanso, eso es todo. Había más que eso, y ambos lo sabían. Había dejado de vestirse de negro por lo que Virginia había dicho ayer. No podía creerlo. Había hecho un cambio tan enorme por ella. Si podía hacer eso después de tantos años, ¿podría hacer más? ¿Podría incluso dejarla entrar en ese receloso corazón suyo un día? Tratando de recuperar el control de sus sentimientos, ella murmuró: —Te queda bien el color marrón. Su mirada se oscureció y envió un rayo de necesidad directamente a su vientre y debajo de éste. Incluso con la mano en la cabeza recordándole su herida, no podía evitar reaccionar ante su cercanía. Habían pasado dos días desde que la había pillado

en el establo, dos días desde que había tejido su hechizo sobre ella. Se sentía como una eternidad. Se sentía como un segundo. —Te queda bien el blanco—dijo él con voz ronca. Dulce Señor, se había olvidado por completo de lo inapropiadamente que estaba vestida. Él alargó la mano para desatar su bata, luego la abrió y la deslizó por sus hombros. La prenda susurró como el viento hasta arrugarse en un charco a sus pies, dejándola sólo con el camisón. Su delicado camisón semitransparente. No podía dejarlo hacer esto. Había jurado no ceder a él hasta que estuviera dispuesto a compartir sus secretos, pero aquí estaba, ya medio desnuda, con él, su sangre calentándose, su pulso latiendo acelerado y su cuerpo anhelando tenerlo... ¡No! Tenía que alejarse de él para tomar aire. —Voy a buscar un vendaje para tu cabeza. C-creo que tengo una tela que puedo usar. —Agarró su bata y corrió hacia la puerta. Si sólo tuviera un momento para pensar, ponerse ropa apropiada, entonces no se sentiría tan expuesta… —¡Virginia, espera! —gritó él, pero ella lo ignoró mientras salía corriendo y subía las escaleras de prisa. En su dormitorio, ella se quedó mirando al vacío con expresión perdida, luchando por el equilibrio, su bata aún aferrada en su mano. Si no tuviera cuidado… —¿Estás huyendo de mí, cariño? —preguntó Gabriel a sus espaldas. Ella se giró para encontrarlo de pie en la puerta abierta. No esperaba que la siguiera. —¿Qué estás haciendo aquí? Cuando entró y cerró la puerta, una emoción, alarmante y excitante a la vez la atravesó. Desnudo desde la cintura, se veía pecaminoso y peligroso. Deliciosamente peligroso. —No deberías estar en mi dormitorio —dijo, intentando sonar firme. Él escudriñó la habitación. —Esto no es lo que esperaba.

Ella siguió su mirada a los cobertores de la cama de damasco rojo que había hecho del tejido que perteneció a su difunta madre, y el papel pintado de oro que ella misma había puesto. Estaba bastante orgullosa de su dormitorio. —¿Por qué no? —preguntó a la defensiva. —Después de una semana de verte aquí en la granja, pensé que tu habitación sería más sencilla y práctica. —Él soltó una risa pesarosa—. Debería haber sido más inteligente. Tienes una veta romántica que te atraviesa de lado a lado, tan ancha como esa alfombra de fantasía en la que estás de pie. Ella resopló. —Si no te gusta mi habitación… —Ah, pero me gusta. Hace juego contigo. El sagrario de la señorita Virginia Waverly. Por fuera, es la eficiente señora de la heredad haciendo funcionar la granja. Por dentro, es la audaz hechicera que desafía a los hombres a carreras y los espía en los establos. —Su voz se hizo más ronca—. Y los tienta a desmadrarse. — Con desmedido hambre en la mirada, se apartó de la puerta—. ¿Quién sabría que bajo el lino crujiente y el delantal almidonado había tanto terciopelo y encaje? Ella tragó saliva. ¿Por qué debió ser él el único hombre que vio eso? ¿El que realmente la entendiera? —Y afirmas que no eres poeta. —Supongo que tú lo suscitas. —Sus ojos hicieron un examen lento e íntimo de su apenas vestido cuerpo, haciendo que la sangre femenina clamara de necesidad—. Del mismo modo que suscito la imprudencia en ti. —Esto es demasiado imprudente, incluso para mí—dijo ella en un vano intento de protesta. —Lo dudo. De todos modos, sólo he venido a decirte que no necesito un vendaje. —Cayendo en la silla más cercana, golpeó ligeramente su cabeza—. Míralo por ti misma. Con cautela, se acercó a él, manteniéndose bien al lado mientras le miraba la cabeza. Ella movió un mechón de cabello para conseguir una mejor mirada. Él tenía razón. La herida había dejado de sangrar y estaba cubriéndose con una costra.

Él atrapó su mano y se la llevó a los labios. Con la mirada fija en la suya, le besó el dorso de la mano, tan suavemente que el aliento se le atascó en la garganta. Entonces volvió la mano para besar la palma. Y su muñeca. Su pulso saltaba en un frenesí debajo de sus labios. —No lo hagas—susurró ella, rescatando la mano y volviéndose para alejarse. Él la agarró por la cintura y la empujó hasta su regazo. —¿Qué crees que estás haciendo?—dijo con voz ronca mientras luchaba contra su agarre—. No deberías... —¿Quieres saber la verdadera razón por la que perdí la carrera hoy?—gruñó él contra su oído. Ella se congeló, el corazón en la garganta. De espaldas a él no podía ver su rostro, pero podía sentir su excitación debajo de su trasero. Y eso estaba alimentando su propio deseo. Gabriel estiró la mano para desabotonarle el camisón, y ella lo permitió, incluso cuando separó los bordes para dejar expuestos sus pechos. —Perdí porque mi concentración estaba destrozada. Mi mente estaba en otra parte. —Cubrió un pecho desnudo con su mano—. En ti. En lo mucho que te deseaba. En lo mucho que deseaba estar aquí contigo. Se apoderó de ella una profunda necesidad que no sería negada. Lo deseaba aquí con ella, ansiaba perderse en su alma. Él acarició su pecho, y un suspiro de placer escapó de sus labios. —Así que—jadeó ella—, me estás culpando… por tu… derrota. —Algo por el estilo. Aunque si hubieras estado parada al final de la carrera vestida así, te prometo que habría ganado. Un deleite puramente femenino la atravesó. Trató de decirse que eran las palabras practicadas de un seductor experimentado, pero ya no lo creía. No después de ver su agonía ayer. Gabriel era muchas cosas, pero un vano adulador no era una de ellas. Él se llenó ambas manos con sus pechos, excitando los pezones hasta que ella se sintió toda confundida y agitada por dentro. Nunca le había ocurrido nada tan

maravilloso, y aunque no debería consentírselo a él o a sí misma, lo anhelaba mucho. Muchísimo. Él lentamente le subió el camisón por los muslos para poder deslizar la mano debajo. Su aliento llegó caliente contra el oído femenino. —No llevas bragas. Ella se ruborizó. —No lo hago cuando duermo. —Tendré que atraparte con tu camisón más a menudo. —Su mano encontró el lugar entre sus piernas donde se sentía húmeda, caliente y ansiosa, y lo frotó deliciosamente. Cuando deslizó el dedo dentro de ella, soltó un jadeo. Era tan delicioso como cuando había usado su lengua en el establo. —¿Está tratando de seducirme, caballero?—susurró. —Absolutamente. ¿Está funcionando? Por supuesto que estaba funcionando. Era diabólicamente bueno en este tipo de cosas. —Claro que no. Su ronca risa hizo que el corazón le diera un vuelco en el pecho. —Entonces tendré que esforzarme más. Oh, Dios querido, eso podría ser su ruina. Pero era tan tentador tenerlo tocándola por todas partes, una mano acariciando su pecho mientras la otra la acariciaba abajo. El hombre tenía un talento para la seducción que era francamente diabólico. —Tú no deberías… no podemos... —Podemos, y lo haremos. —Él presionó un beso caliente, de boca abierta en su cuello—. Después de todo, te vas a casar conmigo. ¿A quién le importa si consumamos el matrimonio con antelación? Ella se puso rígida. —No he aceptado casarme contigo.

—Sí, estás siendo obstinada acerca de eso. —Él la acarició profundamente, haciéndola retorcerse, haciéndola desear más—. Es por eso que debo recurrir a estas tácticas. —Sólo quieres ganar tu fortuna—lo acusó ella, aunque ya no lo creía. Él se detuvo. —Si ese miedo es todo lo que te impide casarte conmigo, puedo resolver ese problema ahora mismo. Renunciaré a mi fortuna. Mientras me case, la abuela quedará satisfecha y no desheredará a los demás. Sólo le diré que divida mi parte entre mis hermanos. Sorprendida, se giró sobre su regazo para poder mirarle a la cara. ¿Él realmente renunciaría a su herencia por ella? —Estás bromeando. Su expresión de solemne sinceridad la estremeció hasta los pies. —El dinero no significa nada para mí. —¿Incluso si te permitiera alcanzar tu sueño? —Puedo alcanzar mi sueño sin él. Su corazón se contrajo. —Corriendo por dinero, quieres decir. Algo le brilló en los ojos. —Sin la herencia, necesitaré correr para mantenernos. —Entonces, preferiría que conservaras la herencia. —Cuidado, cariño—murmuró—. O pensaré que estás casándote conmigo por el dinero. Molesta, ella empujó su pecho. —¿Y por qué más me casaría contigo? Una sonrisa oscura curvó sus labios. —Por esto.

Luego la estaba besando, ardiente, profunda y lentamente. Y mientras tanto la acariciaba, despertándole una fiebre allí abajo. Ella se retorció, y luego apartó la boca para poder recuperar el aliento. Sólo que no pudo. Inclinándola hacia atrás sobre su brazo, trasladó su boca para chuparle el pecho mientras su mano la acariciaba con destreza, pareciendo saber lo que necesitaba antes de que ella lo supiera. —Te deseo, cariño —gruñó contra su seno—. Deseo hacerte el amor. ¿Me dejarás? Una mujer sensata diría que no. Una vez que se entregara a él, no habría vuelta atrás. Tendrían que casarse. Y él todavía guardaba mucho de sí encerrado detrás de una puerta sin picaporte. Pero había dejado de vestir de negro por ella. Estaba dispuesto a renunciar a su fortuna. Era más de lo que había esperado. Y la única otra opción, alejarlo ahora y terminar este cortejo hasta que estuviera más segura de él, tampoco la atraía. No podía soportar más días del abuelito revoloteando, con Gabriel tan cerca, pero tan inaccesible. Ella estaba cansada de dar a todo el mundo lo que quería y nunca tomar algo para sí misma. Estaba cansada de anhelar su propia casa y familia, su esposo. Lo que Gabriel proponía no era perfecto, pero ¿qué lo era? Y una parte de ella estaba segura de que un día él la dejaría entrar. Ya la había dejado más allá de lo que había esperado. Ella miró a sus ojos insondables. —Está bien. Con un feroz gruñido de satisfacción, la puso en el suelo para poder sacarse las botas y arrojarlas a un lado. Entonces se levantó para sacarle el camisón de los hombros. La prenda se deslizó por su cuerpo, dejándola desnuda como un abedul en invierno. Sus ojos la bebieron, oscuros, ardientes y adoradores. —Eres la mujer más hermosa que he visto. —Sé que hay muchas mujeres hermosas en tu círculo—susurró ella, entre el deseo de creerle y su temor de que careciera de los atributos físicos para conservar a un sinvergüenza como él. Él se rió.

—Contrario a la opinión popular, mi “círculo” es sobre todo caballos y hombres que corren con ellos. Evito la sociedad respetable lo más posible, y las pocas mujeres que he conocido allí son aburridas, estúpidas, o ambas cosas. No eres ni una, ni la otra. —¿Y las mujeres que no pertenecen a la sociedad? Debes estar acostumbrado a acostarte con mujeres que tienen... —Bajó la mirada a sus senos y tragó—. Más grandes… esto… curvas. Con el ceño fruncido, la acercó. —No te atrevas a difamar tus curvas. Son perfectas. Eres perfecta. —Él agachó la cabeza para besar cada uno de sus pechos—. Estoy acostado despierto por la noche pensando en estas bellezas. Y me atrevo a decir que una vez que nos casemos y que seas presentada en sociedad, no voy a ser el único que lo haga. La mitad de los hombres de la alta sociedad me van a envidiar la esposa, y la otra mitad va a tratar de seducirla. —No seas tonto. —Él estaba siendo escandaloso, y a ella le encantaba. —Estoy hablando en serio. —Él levantó las manos para acariciar el cabello sobre los hombros—. Gracias a Dios, nunca tuviste una temporada, o algún otro te habría arrebatado antes de que yo pudiera. No podía resistirse a burlarse de él. —Tal vez uno de ellos todavía lo haga. La luz posesiva que llameó en su rostro hizo que se le secara la garganta. —Oh no, has perdido la oportunidad, muchachuela. Ahora me pertenecerás. Solo a mí. La acusación de Pierce ese día en el laberinto le vino a la mente: Una vez que él ponga las manos en el dinero de su abuela, tendrás que pasar todas las noches sola. Gabriel no lo había negado exactamente. —¿Y tú?—preguntó suavemente—. ¿Me pertenecerás a mí y sólo a mí? El dolor brilló en sus facciones.

—La infidelidad de mi padre destruyó a mi madre y posiblemente causó sus muertes. Te prometo que la única cosa que nunca seré es infiel. No te haría pasar por eso. Las palabras tenían la sensación de un voto. Era lo más cercano a palabras de amor que había oído de él. No es que ella estuviera segura de sus propios sentimientos. Aún así, era adorable que a él le importara tanto. Ella dejó escapar un suspiro. —Entonces, ¿cuándo consigo verte desnudo? Él parpadeó, y luego la soltó para desprenderse rápidamente del resto de la ropa. Entonces dio un paso atrás con esa enorme sonrisa arrogante. —¿Feliz ahora? Cuando su carne se alzó, gruesa, larga y cubierta de vello en la base, ella contuvo el aliento. ¿Contenta? Más como, fascinada. ¿Quién hubiera imaginado que su cosa sería tan larga? Había pasado algún tiempo pensando en el tema, había estado observando muchos apéndices de caballos, pero los caballos y los hombres no eran tan parecidos como había pensado. Eso parecía agitarse bajo su mirada, como si le gustara la atención. —¿Duele cuando se asoma así?—preguntó ella. —No. —Su voz sonaba tensa—. No cuando estoy desnudo, de todos modos. Es un poco incómodo con ropa. —¿Puedo tocarlo? —preguntó. —Dios, sí —exclamó. Tomando su mano, la cerró sobre su carne. Esto era interesante. La cosa se estremeció cuando la sostuvo, como si su mano la hubiera agitado. Suave y duro, era más bien como el mango de cuero de una fusta. Sólo que más grande. Mucho más grande. Y crecía cada vez más mientras más la acariciaba. —¿No te molesta cuando montas? —Por lo general no —dijo con los dientes apretados.

—¿Cuán grande es? —Bastante grande—gruñó él. —Esa no es la clase de resp… Lo siguiente que supo fue que estaba tendida en la cama, y él estaba encima de ella, mirándola a la cara de manera hambrienta. —Un hombre sólo puede soportar una cierta cantidad de provocaciones, Virginia. —Sólo tenía curiosidad por... —Lo sé—dijo, y luego sonrió de manera forzada—. Pero mucho más de tu curiosidad, y esto habría terminado antes de que comenzara. —¿Qué quieres decir? Él deslizó la rodilla entre sus piernas, separándolas para poder arrodillarse entre ellas. —Sólo confía en mí cuando digo que necesito estar dentro de ti. Ahora mismo. Al parecer, los hombres tenían una cosa en común con los caballos. La impaciencia. Ella se sentía un poco impaciente. Cuando comenzó a acariciarla otra vez entre las piernas, volvió el desasosiego que había sentido en el establo. Entonces la estaba besando, rudamente, salvajemente, y era tan delicioso que casi olvidó que Gabriel estaba desnudo y que ella estaba desnuda, y él estaba a punto de tomar su inocencia. Hasta que algo más grande que su dedo la presionó. Ella realmente iba a hacerlo. Realmente estaba dejando que él la hiciera suya. Debería sentirse aterrada. Debería estar asustada. En lugar de eso, una gloriosa excitación se inflamó a través de ella. Incluso la gruesa presión de él abriéndose paso con esfuerzo en su interior no podía contenerla. Esto era lo que había estado anhelando, este acto temerario, esta embriagadora fusión con un hombre que la hacía sentir viva por una vez. Que la hacía sentirse como una mujer, no sólo la fémina que se ocupaba de las necesidades de todos. Él apartó la boca para susurrar: —Supongo que no tengo que contarte sobre el dolor.

—No. —Ella enterró sus dedos en su cabello, con cuidado de no tocar su herida— . Pero no se siente tan mal. —Bueno—dijo él con voz áspera—. Porque me parece increíble. Incluso mejor de lo que imaginaba. Ella lo miró tímidamente a la cara. —¿Realmente yacías en tu cama pensando en mis... um... senos? Avanzó más adentro con gotas de sudor en la frente. —Cariño, si supieras con qué frecuencia, me abofetearías. La admisión la complació. Pensó que le debía una admisión propia. —Yo… pensé en ti también Una cruda pasión se propagó por el rostro masculino. —¿Así? —No, tonto. —Ella se movió un poco debajo de él, buscando una posición más cómoda, y él se deslizó más profundamente. Contuvo el aliento—. Pero después que te vi medio desnudo ese día en el establo... Él soltó una risa tensa. —Yo tenía razón. En tu alma, eres una seductora. Ella debería sentirse insultada, pero no lo estaba. —Creo que… podría serlo. —Entonces, agárrate. Porque estás a punto de ser una seductora de verdad. — Y con eso, se introdujo en ella. Un jadeo escapó de Virginia, pero fue más por la sorpresa que por el dolor. Ella había sentido una punzada, nada más. —¿Estás bien? —Creo que sí—dijo, demasiado avergonzada para admitir que se sentía bien. Hubo una presión y una cierta incomodidad al tenerlo empujando dentro de ella, pero nada como había esperado.

—¿Estás lista para más, mi futura esposa? —preguntó con voz ronca. Con una mano le acariciaba el pecho mientras que con la otra se sostenía encima de ella. Señor, él era fuerte. —Oh, sí. —Gracias a Dios —gruñó él. Empezó a deslizarse dentro y fuera de ella, con movimientos lentos y suaves. Al principio se sentía bastante raro. Pero cuando se inclinó para besarla, empujando la lengua dentro de su boca, ella soltó una risita. Él dejó de besarla bruscamente. —¿Y qué te parece tan divertido? —Me di cuenta de por qué besas de esa manera. Imitas lo que estamos haciendo. Sus ojos la miraron brillantes. —No completamente. —No—dijo ella—. No completamente. —Mientras que los besos eran siempre maravillosos, apenas se comparaba con el extraño calor acumulándose entre sus piernas mientras él entraba y salía, una y otra vez. Algún instinto la hizo levantar las rodillas justo cuando él se empujaba profundamente, y un placer intenso la atravesó. —¡Oh! —gritó ella—. Ohhhh, Gabriel. Él soltó una risa ronca. —¿Así,

verdad?

—Deliberadamente

se

hundió

profundamente

en

ella,

provocando la misma sensación que antes. Ella gritó, luego se sonrojó. —Dios mío ayúdame… Supongo que soy… una especie de libertina. —No. —Él le acarició la mejilla—. Sólo una mujer en la agonía del deseo. Gracias a Dios. Porque te he deseado noche y día.

—Yo también—admitió ella. Sintiéndose más libre de explorar ahora que habían caído en un ritmo continuo, ella le pasó las manos por los músculos tensos de los hombros—. Te sientes tan duro… Él ahogó una risa. —Eso espero. Y tú te sientes como seda. Seda dulce y caliente… Ella le pasó las manos por el pecho, disfrutando de los movimientos de los músculos debajo de los dedos. Tenía un excelente cuerpo de hombre. ¿Estaba mal que ella amara eso de él? Él pellizcó su pezón y envió un pequeño temblor a través de ella para unirse a los otros que hacían que su cuerpo se estremeciera por completo. Ahora los temblores se retorcían todos juntos, haciéndola desear, anhelar y temblar bajo su glorioso empuje. Dulce Señor, esto estaba más allá del deseo. Éste era él y ella, unidos, dirigidos hacia el futuro. Ella levantó los ojos hacia su caliente mirada y sintió su corazón abrirse para dejarlo entrar. Como si él viera los sentimientos en los ojos femeninos, gruñó: —Recuerda que me perteneces… sólo a mí… —Y tú a mí, sólo a mí —repitió ella—. Para siempre. Los ojos masculinos se abrieron de par en par, pero las palabras parecieron empujarlo por el borde, porque él se hundió profundamente una última vez, y estallaron juntos. Su cuerpo llenó el de ella con su esencia mientras el cuerpo femenino se hacía pedazos tan poderosamente que sólo podía sujetarse a él mientras el terremoto la destrozaba. Y él lo montó con ella, su olor, sabor y toque la llenaron mientras se derrumbaba encima de ella con un gemido. Fue entonces cuando se dio cuenta de que se había enamorado de él. Su salvaje y tempestuoso caballero era el único hombre que había visto dentro de su alma. También era el único hombre al que había dejado acercarse lo suficiente como para hacerle daño. Ahora sólo podía orar a Dios para que nunca se lo hiciera.

Capítulo 16

Gabe yacía junto a Virginia en las postrimerías de sus relaciones sexuales, el pánico le aprisionaba el corazón. Para siempre. ¿Cómo era que no lo había pensado así hasta que ella lo había dicho? Había estado tan concentrado en asegurarse de conseguir lo que deseaba, asegurarse de que la conseguía, que no se había detenido a pensar en lo que estaba consiguiendo. Una esposa, para siempre. Alguien dependiendo de él, para siempre. Alguien que lo necesitaba más que nadie jamás. Volviéndose de lado para poder mirarla, vio la sangre manchando sus muslos. Eso sólo aumentó su pánico. Había tomado a su futura esposa, y ahora era responsable de ella. Para siempre. Nunca había pensado en tener un para siempre, porque la muerte podía terminar el para siempre en un santiamén. Se había deslizado cerca de la muerte tantas veces que futuro y para siempre no tenían ningún significado para él. Ahora tenían que significar algo. Entonces, ¿por qué casarse si sólo vas a convertir en viuda a una mujer? Había ignorado las palabras cuando ella las había dicho, pero no podía ignorarlas ahora. Tener una esposa lo cambiaba todo. No podía ganar carreras si tenía que preocuparse por morir y dejar atrás a una viuda. Sólo mira lo que sucedió esta mañana. Un escalofrío le estremeció. ¿Cómo podría mantener una esposa si no recibía su herencia y no podía ganar carreras?

Virginia lo miraba con una sonrisa trémula, y algo aprisionó su pecho. Que Dios lo salvara, ¿y si no podía cuidar de ella? Era demasiado tarde para considerarlo ahora. La había arruinado. Tenían que casarse. —¿Estás bien?—preguntó él. —Maravillosa. La confianza en sus ojos hizo que su garganta se secara. Su ansiedad debió haberse hecho visible, porque la alegría de ella se desvaneció repentinamente. —Pero tú no te ves tan bien. Él forzó una sonrisa. —Estaba preocupado de haberte hecho demasiado daño. Ella se relajó. —No lo hiciste. Él enterró sus miedos bajo una broma. —Porque siempre podríamos volver a hacerlo y yo podría tratar de mejorarlo. Una risa escapó de ella. —Si lo mejoraras, me moriría del placer. —¿Muerte por placer? —dijo—. Podría arreglar eso. Soy el Ángel de la Muerte, ya sabes. En cuanto sus ojos se pusieron tristes, quiso patearse. Qué cosa tan idiota para decir. —¿En qué me convierte eso?—preguntó ella completamente en serio—. ¿Señora Ángel de la Muerte? —Por supuesto que no. —Se tendió sobre su espalda, quedándose con la mirada fija en el exuberante baldaquín de damasco rojo—. Es sólo un estúpido apodo del que espero librarme pronto. —¿Cómo, si tienes intención de seguir corriendo carreras?

Claramente no era el único que estaba pensando en tales asuntos. —Pensaré en algo. Y lo llevaría a la práctica, también. No iba a dejar que ella se preocupara por él, ni que los temores absurdos que sentía ahora ante la posibilidad de dejarla viuda, alteraran sus planes para el futuro. Cambió de tema. —¿Cuán pronto podemos casarnos? ¿Debería pedirle al general tu mano cuando regrese de la feria? —¡Dios mío, no! —Fue el turno de ella de parecer alarmada. Se sentó y arrastró la sábana sobre su cuerpo—. Si te encontrara aquí y tuviera la sospecha de que hemos estado solos en la casa juntos, te atravesaría con su espada de caballería. —¿No te preocupa que Molly se lo diga? —Ella tendría que despertarse y encontrarte aquí, y eso es poco probable. Su fiebre puede haber bajado, pero estaba durmiendo profundamente. No se despertará durante unas cuantas horas. Incluso si se despierta, no saldrá de la cama si no tiene que hacerlo. Aprovechará la oportunidad para descansar un poco. El Señor sabe que no tenemos mucho de eso por aquí en estos días. —Sí, he visto lo duro que trabajas. Más razón por la que deberíamos casarnos rápidamente. Entonces podría mudarme y empezar a ayudar… —Ya estás ayudando. —Le lanzó una mirada lastimera—. ¿Y por qué tienes tanta prisa en casarte? Tienes algunos meses antes de la fecha límite de tu abuela. —Estás loca si piensas que esperaré meses, escabulléndome para verte, y sin poder hacer nada más que tocar tu mano en público. —Se sentó para rodearle los hombros con el brazo—. Quiero reclamarte como mi esposa. No quiero esperar. Ella soltó un suspiro frustrado. —Ni yo. Pero tienes que darme la oportunidad de comunicarle las nuevas al abuelito suavemente. Afirmará que sólo me estás desposando para ganar tu fortuna. —Y tú le dirás que estoy prescindiendo de ella. Por ti.

—No seas ridículo. Fue encantador de tu parte ofrecerte, pero no quiero que hagas una tontería. El dinero nos permitirá vivir más libremente. —Le lanzó una rápida mirada—. Y eso te librará de competir. Él no dijo nada. Tenía razón, pero sólo si Celia se casaba, y eso no era seguro. —Así que tengo que convencer al abuelito de que eres digno de mí, incluso con el asunto de la herencia. Además, todavía tiene la tonta idea de que Pierce y yo vamos a casarnos. La flecha de celos que se clavó en su corazón lo tomó por sorpresa. —Supongo que Devonmont tiene la misma idea tonta. Ella se rió. —Mi primo no tiene ilusiones en ese sentido, créeme. —Volvió la cara y lo besó en la mejilla—. Pero es dulce de tu parte estar celoso. —¿Dulce?—gruñó—. Si te vuelve a besar como lo hizo cuando se fue, el estrangulamiento que le daré será todo menos dulce. —Pierce podría necesitar un estrangulamiento. Se escabulle demasiado. —Lo miró con ojos brillantes—. Como tú. Él se movió para mirarla. —Razón por la cual deberías casarte conmigo de inmediato. Antes de que me meta en más problemas. —Tentador como suena—dijo secamente—, necesito un poco de tiempo para preparar al abuelito. Gabe la miró ceñudo. —¿Cuánto? —Algunos días, por lo menos. —Un día. —¡Gabriel!

—Lo digo en serio. Cuando venga aquí el lunes, vendré con una propuesta de matrimonio. Y si no dices que sí, te arrojaré sobre mi hombro y te llevaré sobre mi fiel corcel. Una risa escapó de ella. —Me gustaría ver eso. Entonces el abuelito vendría detrás de ti con su espada de caballería. —Tendría que atraparme primero. Y soy muy rápido a caballo. La mirada femenina se volvió ardiente. —Excepto cuando estás pensando en mí. Como hoy. Él sonrió con arrepentimiento. —No olvidas nada de lo que digo, ¿verdad? —No cuando es algo tan dulce como eso. Ella se inclinó para besarlo y él tomó su cabeza entre las manos para prolongar el beso. En cuestión de segundos se volvió ardiente, y para su sorpresa se encontró endureciéndose de nuevo. Dios, ya lo tenía babeando detrás de ella como un semental enloquecido. Tendría andarse con cuidado, o estaría tan atontado con ella como sus hermanos estaban con sus esposas. Y eso sería un error. A diferencia de sus hermanos, si no ganaba su herencia, no tenía manera de vivir excepto por las carreras. Así que no podía dejarse llevar y que las preocupaciones de Virginia alteraran sus planes. Pero era difícil mantenerse al margen cuando la única mujer que alguna vez había encendido su sangre y su mente lo estaba excitando con locura. —Sobre esa oferta de hacerlo de nuevo…—susurró con su sonrisa de hechicera. —¿No estás muy dolorida?—preguntó él mientras se llenaba la mano con un pecho. —¿Por qué no lo averiguamos? Eso fue todo lo que necesitó para tenderse encima de ella. De acuerdo, así que no tenía autocontrol cuando se acercaba a ella en la cama. Eso no significaba que

estuviera atontado. Simplemente quería decir que era el mismo patán de siempre. Sucedía que él prefería satisfacer sus deseos con ella. Y esta vez borraría el recuerdo de su incómoda desfloración. Podría no ser capaz de mantenerla feliz en cualquier otra parte, pero ciertamente podría hacerlo aquí, en el dormitorio. Así que dedicó toda su amplia experiencia con las mujeres a enloquecerla de deseo. En el momento en que volvió a hundirse en ella, se había asegurado de que ella suplicara por él, que lo encontrara estocada a estocada, moviendo su pequeño cuerpo perfecto debajo de él exactamente como debería una esposa a la que le gusta la pasión. Y se obligó a esperar hasta que alcanzara el clímax antes de permitirse la misma liberación. Fue tan maravilloso como la primera vez. E incluso mejor, ya que no tenía que preocuparse de lastimarla. Después, ambos cayeron dormidos, ya que ninguno había dormido mucho la noche anterior. Pareció que sólo pasaron momentos antes de que alguien lo sacudiera. —¡Gabriel, tienes que salir de aquí! El pánico en la voz de Virginia lo despertó completamente. —¿Qué? —Dormimos demasiado tiempo. Es casi de noche. El abuelito llegará en cualquier momento, y si ve tu montura en la parte delantera... —De acuerdo. —Obligó a sus extremidades haraganas a moverse y se obligó a salir de la cama. Ella le arrojó su ropa interior. —¡Tienes que vestirte! —Y yo que estaba planeando ir a casa desnudo—dijo sarcásticamente mientras se ponía su ropa interior. —¡No es momento de bromear! —dijo ella con voz de urgencia—. Gabriel, por favor...

—¡Está bien, está bien! —Se apresuró a vestirse—. Pero una vez que estemos casados, cariño, nunca voy a salir corriendo de tus brazos, ni de tu cama, de nuevo. Eso al menos la hizo sonreír. —Espero que no. Él la atrajo hacia él para un beso duro y rápido, lo hizo más rápido cuando ella lo apartó. Virginia lo miraba con el ceño fruncido. —Si eres asesinado por el abuelito porque estás haciendo tonterías como besarme, ¡nunca te perdonaré! Se veía tan adorable preocupada que la volvió a besar. —¡Gabriel! —protestó ella. Él guiñó un ojo, nada perturbado. —No te preocupes por mí, muchachuela. Yo engaño a la muerte. Es lo que hago, lo que he hecho más veces de las que puedo contar. Su preocupada expresión se profundizó. —Eso sólo significa que tu suerte podría acabarse cualquier día. Las palabras enviaron un escalofrío por la columna vertebral y él trató de encogerse de hombros. La abuela había dicho eso durante años, y hasta ahora no había sucedido. Sin embargo, mientras se vestía y se apresuraba a bajar por las escaleras, no podía ignorar una profunda sensación de presentimiento. Pero eso no le impidió detenerse en el vestíbulo para acercar a Virginia para un beso abrasador. —Quise decir lo que dije más temprano—murmuró mientras echaba una última mirada a su boca enrojecida y a su figura escasamente vestida—. Estaré aquí el lunes, pase lo que pase. Así que es mejor que te asegures de que el general lo sepa. —Lo haré, lo prometo. —Ella le tocó la cabeza donde estaba la herida—. Cuida de esto, ¿quieres? Y trata de no herirte en más carreras. Alentado por el hecho de que no le había pedido que no corriera, asintió. En cuestión de segundos, estaba en camino y se dirigía a Halstead Hall.

Tuvo un susto a unos cinco kilómetros de la granja. Un carruaje apareció en el camino delante de él. Afortunadamente, lo vio a tiempo para ocultarse detrás de unos árboles. Gracias a Dios que lo hizo, porque cuando pasó, vio que era el carruaje del general. Eso estuvo un poco demasiado cerca para su comodidad. Si el general lo hubiera visto en ese camino, habría sospechado que Gabe había estado en la granja. Por mucho que Gabe quisiera casarse con Virginia de inmediato, comprendía su deseo de tener la bendición de su abuelo. Además, no tenía sentido antagonizar con el viejo. Probablemente estarían viviendo uno del trabajo del otro durante un tiempo, al menos hasta que la herencia de Gabe estuviera disponible. Si alguna vez lo estaba. Ese pensamiento dio lugar a pensamientos sobre su futuro y cómo se debería manejar, lo que lo preocupó todo el camino de regreso a Halstead Hall. Estaba tan absorto que no notó el alboroto que se incrementaba a medida que se acercaba a los establos. Pero cuando Jarret salió a zancadas, con la cara llena de preocupación, Gabe se detuvo en seco. —¿Dónde diablos has estado? —gruñó Jarret mientras Gabe se apeaba. Eso puso a Gabe instantáneamente en alerta. —¿Por qué? —Lo último que hemos escuchado de uno de los caballerizos es que habías ido a correr con Wheaton en la propiedad de Lyons. —La voz de Jarret tenía un borde—. Así que cuando Pinter vino con sus noticias... —¿Qué noticias? —preguntó Gabe bruscamente. Jarret lo ignoró. —Fui a casa de Lyons a buscarte, pero él dijo que te habías ido horas antes, y con una herida en la cabeza también. Te hemos estado buscando en el campo, suponiendo que te habías caído en una zanja en algún lugar debido a la pérdida de sangre. —Oh, por el amor de Dios —replicó Gabe—. Fue un rasguño, nada más.

Oliver se acercó en ese momento. —Eso no es lo que Lyons dijo. He tenido hombres en la ruta, buscándote. —Incluso comprobamos todas las tabernas de Ealing—agregó Jarret. —Bueno, ahora estoy aquí —exclamó Gabe. No iba a decirles dónde había estado—. ¿Así que alguien podría decirme cual es la maldita noticia de Pinter? —Han encontrado a Benny May. Gabe se quedó mirando a Jarret boquiabierto. —Bien. ¿Pinter va a hablar con él? —Me temo que eso es imposible —dijo Oliver—. A Benny lo han encontrado muerto. Inspirando bruscamente, Gabe se volvió para mirar ciegamente a los establos, un millón de pensamientos entremezclándose. Una vez más, alguien vinculado con él había muerto. Y aunque sabía que no tenía nada que ver con él, todavía parecia como si lo tuviera. —¿Cómo? —preguntó con voz ronca. Jarret y Oliver intercambiaron miradas. Entonces Jarret suavizó el tono. —No estamos seguros. Pero hay algunos indicios de que podría haber sido algo sucio. —El policía de Woburn recordó que Pinter había preguntado por Benny hacía un par de semanas —explicó Oliver—. Así que cuando el cuerpo de un hombre del tamaño correcto y con el color del pelo adecuado apareció en el bosque cerca de allí, le avisó a Pinter. Él conservará el cuerpo hasta que Pinter pueda estar allí para el examen. Gabe volvió la mirada hacia ellos. —Quiero estar allí también. —Pensamos que podrías quererlo—dijo Jarret—. Oliver no puede abandonar la finca ahora mismo, pero tú y yo podemos acompañar a Pinter. Está en su oficina dando instrucciones a su secretario sobre sus otros casos. Nos reuniremos allí tan pronto como estés listo para marcharte.

—Puedo estar listo en cuestión de minutos. —Gabe caminó hacia la casa. Sólo después de llegar a su dormitorio cayó en la cuenta. No había ninguna manera de que pudiera llegar a Woburn, ser testigo de la autopsia, ya que no la harían un domingo, y volver a casa el lunes para estar en Waverly Farm. En el mejor de los casos, eso sería el martes. Maldita fuera. Bueno, no podía evitarlo. No iba a dejar de estar en la autopsia de Benny May. Si se trataba de un asesinato, eso podría significar que la muerte de sus padres había sido más de lo que parecía. Y había perdido la oportunidad de saber quién había sido el misterioso hombre de los establos. Pero tenía que enviar un mensaje a Virginia. Annabel atinó a pasar por el pasillo en ese momento, y a él se le ocurrió una idea. —Annabel, ¿me harías un favor? —Por supuesto. —Esto es lo que necesito...

Capítulo 17

—¿Cómo estuvo la iglesia?—le preguntó el abuelito a Virginia cuando ella entró en el comedor. Él había estado leyendo el periódico mientras esperaba su regreso, pero ahora que ella estaba en casa, hizo un gesto al lacayo para que sirviera la cena. Virginia se sentó y se quitó los guantes. —La iglesia estuvo bien. El abuelito nunca iba a los servicios. No había ido desde la muerte de Roger, al parecer había culpado a Dios por eso. Comprendía sus sentimientos, pero no era lo suficientemente valiente como para quedarse en casa. Las personas ya hablaban bastante de ellos y de sus problemas con la granja; no tenía sentido que todo el pueblo los considerara paganos impíos también. Especialmente cuando se había sentido como una pagana atea, sentada en la iglesia y temiendo poder ser alcanzada por un rayo en cualquier momento. Después de lo que había hecho con Gabriel ayer, debió de estar loca para hacerse ver en una casa de Dios. Sin embargo, no podía lamentar su condición de pecadora. Dado que ella y Gabriel iban a casarse de todos modos, lo que habían hecho no era demasiado terrible, ¿verdad? Y tenía que decirle al abuelito que tenía la intención de casarse con Gabriel. ¿Cómo iba a hacer eso? El criado trajo el asado y los nabos que les gustaba comer el fin de semana, y ella y el abuelito charlaron mientras comían. Tenía que haber alguna manera de mencionar a Gabriel sin que el abuelito tuviera una rabieta. —Por cierto—dijo el anciano mientras terminaba una gran porción de crema de grosella—, uno de los potros obtuvo un buen precio en la feria de ayer. Así que si

quieres unos vestidos nuevos, deberíamos ser capaces de manejarlo. No puedes verte desaliñada cuando te cases con Pierce. Su corazón se hundió. —No me voy a casar con Pierce. Él se levantó y cruzó la habitación para servirse un poquito de brandy. —Por supuesto que sí. Es el arreglo perfecto. Te casas con Pierce, él hereda la granja, los dos podéis vivir aquí y administrarla juntos… —¿Pierce? ¿Administrar la granja? —Ella resopló—. No puede distinguir entre una herradura para hierba y una para escarcha, y lo único que le importa es el cerdo que come en la cena del domingo. Una mirada inquieta cruzó por el rostro del abuelito. —Todavía tendrías una casa con él, aunque vivieras en la finca de Hertfordshire. —Quieres decir, ¿si él no puede mantenerse solo? —Ella se preguntaba a menudo por qué era eso. Tenía algo que ver con su tía, la madre de Pierce, pero ella no estaba segura de qué. Él claramente evitaba el hogar de su infancia. Cumplía con su deber hacia ella, pero nada más. —Entonces vivirás aquí y alguien más dirigirá el lugar —dijo el abuelito, claramente exasperado—. No importa dónde viváis, siempre y cuando estéis juntos. —Él le lanzó una larga mirada—. Con tal que te cuide. —No puedo casarme con él —dijo ella suavemente—. Es como un hermano para mí. Nunca funcionaría. —Lo hará si le das una oportunidad. —Había una nota de desesperación en su voz ahora—. Vamos, corderito, está deseoso de casarte contigo. Maldita sea Pierce y sus tonterías. Nunca debería haber dejado que lo llevara tan lejos. —Pierre no tiene más ganas de casarse conmigo que las que tengo yo, abuelito. Él la miró con el ceño fruncido. —Entonces, ¿por qué te lo propuso? —Para fastidiar a lord Gabriel, eso es todo. Conoces a Pierce, le gusta bromear.

—Te equivocas, te lo digo. Pierce nunca... —¿Señor? —dijo el lacayo desde la puerta—. Hay una visita para la señorita Waverly. Ella miró al lacayo con sorpresa. El abuelito frunció el ceño. —¿Quién es? —Lady Jarret Sharpe. —Malditos Sharpe. Todos ellos nos están invadiendo ahora. —Dejó el vaso de brandy—. ¿Supongo que ella trajo el resto de los Sharpe con ella, también? —No, señor. Sólo un lacayo. —Hazla pasar—dijo Virginia al mismo tiempo que el abuelito espetó: —Dile que la señorita Waverly está indispuesta. —¡Abuelito! —Virginia se puso en pie de un salto—. ¡No te atrevas a decirle eso! Honestamente, ¿qué te pasa? ¿Quieres que me aísle de toda la compañía femenina? Se veía culpable. —Por supuesto no. Pero es domingo, y temprano además. Por qué, apenas hemos terminado de comer. No es correcto. Ella resopló. —Como si alguna vez antes te hubieras preocupado por las buenas costumbres. Es probable que esté aquí para instruirme en la preparación de cerveza casera. Lord Gabriel prometió que su cuñada me ayudaría con eso, y obviamente cumplió su promesa. —Y tiene otra aliada para ayudar a alegar por su caso—gruñó—. Esa es la verdadera razón por la que está aquí, para hacerle quedar bien. No tiene sentido si vas a casarte con Pierce. En realidad, Virginia sospechaba que la mujer estaba aquí por algo más. Algo como Gabriel enviando un mensaje a través de una de sus parientes. Tendría que ser secreto, sin embargo, ya que a las damas solteras no se les permitía recibir cartas de caballeros a menos que sus familias lo aprobaran.

—Sea cual sea su motivo, tengo el derecho de entretener a quien yo quiera cuando quiera. —Ella lo miró fijamente—. A menos que hayas decidido empezar a mantenerme prisionera aquí. —No seas tonta—protestó él—. Simplemente no creo que nada bueno pueda venir de tu asociación con esos Sharpe. El lacayo seguía allí, esperando ver el resultado de la discusión. Virginia se volvió hacia él y le dijo: —Por favor, haz pasar a lady Jarret al salón. Y dile a Cook que nos traiga té y tartas de limón. Tan pronto como el lacayo desapareció, se dirigió a la puerta. —No necesitas unirte a nosotras. Nuestra conversación seguramente te aburrirá. Él la miró con los ojos entrecerrados. —Si crees que te voy a dejar a solas con cualquier Sharpe, estás loca. Ella se encogió de hombros. —Haz lo que quieras. Pero no digas que no te advertí cuando empecemos a hablar sobre recetas de cerveza. El abuelito se sirvió otro brandy y ella escondió una sonrisa. Tal vez no tendría que preocuparse por él interfiriendo después de todo. Con dos brandis en su barriga, sería incapaz de mantener los ojos abiertos. Podían hablar mientras él echaba un sueño en su silla favorita. Momentos después, ella entraba como si nada en el salón con una sonrisa. —Qué encantador es volver a verla, milady —dijo ella, tendiéndole las manos. Pero antes de que lady Jarret pudiera tomárselas, el abuelito le dijo: —Lady Jarret—hizo con una reverencia—. ¿Qué la trajo a Waverly Farm tan temprano un domingo? Si lady Jarret notó el comentario cortante de su abuelo sobre el momento elegido para visitarla, no dio ninguna indicación.

—Primero, vine a transmitirles a ambos un mensaje. Mi marido y Gabriel se vieron obligados a ausentarse debido a una cuestión de negocios de la familia anoche tarde, por lo que mi cuñado no podrá estar aquí mañana para ayudarle con la granja. Mientras Virginia trataba de esconder su decepción, el abuelito masculló: —No me sorprende. Con el tiempo, el hombre iba a cansarse de este tipo de trabajo. El fuego brilló brevemente en los ojos de lady Jarret antes de desterrarlo con una sonrisa. —En realidad, él quería que yo le dijera que espera estar aquí el martes por la mañana, a primera hora. Para entonces, deberían haber finalizado el asunto. —Bueno, ha dado el mensaje—dijo el anciano—. Estoy seguro de que está ansiosa por regresar a casa, así que... —Oh no, también tenía otro propósito para venir. Gabriel dijo que su nieta quería consejos sobre la preparación de cerveza casera. Así que he venido a hablar con ella sobre eso. —¿Ves, abuelito? —Virginia señaló un sofá cercano—. Tome asiento, milady. —Por favor, yo era una señorita hasta que me casé con Jarret, y todavía me parece raro ser llamada “milady”. Preferiría que me llames Annabel. —Y por favor, llámame Virginia. —Con una furtiva mirada al abuelito, añadió—. Puede que pronto seamos familia, después de todo. —Sobre mi cadáver —gruñó el abuelito. Annabel parpadeó. —¿Perdón? El abuelito se sentó en el sofá, haciendo imposible que Virginia y Annabel se sentaran una al lado de la otra como Virginia había planeado. Si Annabel tenía un mensaje privado para ella de Gabriel, iba a hacérsele muy difícil recibirlo sin que él se diera cuenta. —Por favor, disculpa la grosería de mi abuelo. —Virginia fulminó al anciano con una dura mirada—. Él no aprueba a lord Gabriel como un marido para mí, así que está esmerándose para fastidiarte. Y a mí.

Con una risa, Annabel se encaramó en una silla cerca del sofá. —Tendrá que hacerlo mejor que eso. Vivo con la señora Plumtree, que ha perfeccionado el fino arte de fastidiar a los pretendientes y a sus familiares. Ella puso a prueba al señor Masters cuando estaba cortejando a lady Minerva. El abuelito pareció sentarse un poco más derecho. —Eso es porque ella tiene el buen tino de saber que un hombre debe tener más que un rostro guapo y una lengua astuta para cortejar a una dama. —Sí, debe tener propiedades en Hertfordshire—replicó Virginia mientras se sentaba frente a Annabel. Cuando la mujer se quedó con una expresión en blanco, Virginia agregó—. El abuelito quiere que me case con mi primo. —No por el dinero —protestó el anciano. —¿No?—preguntó Virginia, maliciosamente—. No me has dado ninguna otra buena razón. —¡Lord Gabriel es un sinvergüenza! —También lo es Pierce. Y también tiene un rostro hermoso y una lengua astuta. —Pero él se preocupa por ti—espetó él. —También mi cuñado—insistió Annabel—. Usted debería escuchar cómo habla de Virginia en casa. Él la llama el animado mariscal de su granja. Dice que su inadecuado personal puede marchar como cualquier regimiento experto, pero lo hacen con una sonrisa en los labios y un resorte en su andar. Eso hizo que Virginia se volviera toda tierna e inestable por dentro. —¿En verdad lo dijo? El abuelito saltó del sofá. —¡No voy a permitir que él la use para lanzar su trivial adulación, lady Jarret! Annabel parpadeó. —No es una lisonja trivial, se lo aseguro, señor. Eso era para él, Virginia pensó con una punzada.

—Por favor, abuelito, me estás avergonzando. —Ella usó la voz suave que usualmente calmaba su mal carácter—. No quiero que mi amiga piense que somos groseros con los invitados. Se quedó allí malhumorado. —No es amiga tuya si está aquí en su nombre. Annabel sonrió dulcemente al anciano. —En verdad, señor, deseo ayudar a su nieta con la cerveza. Si usted lo permite, por supuesto. Siempre pienso que es importante para una casa tener cerveza decente disponible para las comidas. —Al abuelito le gusta una buena cerveza amarga—intervino Virginia—, y es difícil encontrar una así en esta área. Todo lo que tienen es suave. Solíamos ir a Londres por ella, pero estamos tan ocupados en estos días, que pensé que podría ser agradable si pudiera fabricar una cierta cantidad yo misma. ¿No estás de acuerdo, abuelito? Él miró de Virginia a Annabel, luego soltó un suspiro. —Supongo. —Cayendo de nuevo en el sofá, cruzó los brazos sobre el pecho—. Bueno, sigue adelante con eso, entonces. —Si es amarga lo que quieres —le dijo Annabel a Virginia—, entonces debes conseguir el lúpulo correcto. El té y los pasteles de limón fueron traídos en ese momento, por lo que las dos mujeres hablaron sobre sus refrescos. Durante la siguiente media hora discutieron la elaboración de cerveza, un tema que interesaba a Virginia de todos modos. Pero dado que ella hoy estaba más preocupada por conseguir que el abuelito se durmiera para que ella y Annabel pudieran tener unos momentos a solas, hizo algunas preguntas ridículamente comunes y corrientes. Al parecer Annabel se dio cuenta de lo que estaba haciendo, porque la mujer describió el proceso de elaboración de la cerveza con largos y elaborados términos que harían dormir a cualquier hombre, especialmente a un anciano que acababa de beberse dos brandis. Efectivamente, después de un rato la cabeza del abuelito comenzó a caer sobre su pecho. Tan pronto como Virginia se dio cuenta de eso, le dirigió a Annabel una

mirada que hablaba por si sola. Annabel miró al anciano, luego asintió con la cabeza para mostrar que había entendido. Hablaron de lúpulo, tostados y de las ventajas de usar malta en lugar de cebada por algunos momentos más. Una vez que el anciano empezó a roncar, Annabel dijo: —He escrito algunas instrucciones que espero que encuentres útiles. Contienen recetas y cosas semejantes. —Ella lanzó a Virginia una mirada significativa—. Pero debes leer todas las instrucciones. Ellas te aclaran todo. Virginia asintió con la cabeza. Gabriel le había enviado un mensaje privado. Mirando al abuelito, Annabel sacó un trozo de papel doblado. Se inclinó para entregárselo a Virginia, que se levantó un poco de la silla para alcanzarlo. Eso fue suficiente para que el anciano se despertara sobresaltado de su sueño. Al ver el papel doblado, se lo arrebató a Annabel. —¿Y qué es esto? —gruñó. —Son instrucciones para fabricar cerveza, señor —replicó Virginia mientras se levantaba, con el corazón en la garganta. Él abrió el papel y lo escudriñó. Entonces una expresión de odio cruzó su rostro. —Oh. Son instrucciones para fabricar cerveza. Virginia miró a Annabel con curiosidad, pero la mirada de la dama estaba clavada en él, sus ojos llenos de preocupación. El abuelito empezó a entregar la hoja a Virginia, entonces se le ocurrió dar vuelta el papel. Un ceño fruncido oscureció su semblante. Se volvió hacia Annabel. —Es hora de que se vaya, lady Jarret. Cuando Annabel se levantó, Virginia trató de alcanzar el papel que él estaba mirando furiosamente. —Abuelito, creo que eso es para mí. —Ciertamente así es. Y lo discutiremos en cuanto lady Jarret se vaya. —Con eso, se lo guardó en el bolsillo, luego fue a la puerta y llamó al lacayo. Annabel se acercó para apretar la mano de Virginia.

—Estoy segura de que nos reencontraremos pronto. —Yo también—dijo Virginia, con una dosis adicional de énfasis para su abuelo. Se estaba muriendo por saber qué había en ese trozo de papel. Si pensaba que podía evitarlo, estaba loco. Tan pronto como el lacayo entró, el anciano lo instruyó para que lady Jarret fuera escoltada sin percances fuera de las instalaciones. Pero él detuvo a la mujer mientras se dirigía a la puerta con el lacayo. —Tengo un mensaje para su cuñado—le dijo él—. Dígale que si se presenta en mi propiedad el martes por la mañana, le dispararé. ¿Está claro? Los ojos de Annabel se abrieron de par en par. —Muy claro, señor. En el momento en que ella se fue, Virginia se volvió contra su abuelo. —¿Te has vuelto loco? ¿Por qué amenazaste con semejante cosa? ¡Él no ha hecho nada para justificarlo! Extrayendo la carta, el anciano leyó en voz alta: —Mi querida Virginia... —La miró—. ¿El condenado cree que puede usar tu nombre de pila ahora? ¿Cuándo comenzó eso? Ella se negaba a responder cuando él estaba de tan mal talante. Solo apoyó los brazos en jarra y lo miró fieramente. Frunciendo el ceño, continuó leyendo. —Perdóname por no cumplir mi promesa. ¿Y cuándo te hizo promesas, jovencita? Luchó contra el deseo de sonrojarse. —Salimos a dar un paseo el viernes, ¿recuerdas? El anciano le lanzó una mirada de desprecio, entonces volvió a la carta. —Pero como dijiste que necesitabas más tiempo para convencer a tu abuelo de aceptar mi proposición, ahora lo tienes. Eso en cuanto a soltarle la noticia al abuelito suavemente. El anciano le lanzó una mirada furiosa.

—¿Aceptaste casarte con el maldito canalla? Ella cuadró los hombros. —Sí. —¡No te casarás con ese gilipollas! Obligándose a mantener la calma, intentó con la lógica. —Has visto lo duro que ha trabajado durante toda la semana. Admítelo, ha demostrado perfectamente que no es el noble blando e indolente por el que lo tomaste. —Todo lo que ha demostrado es que puede desempeñar un papel cuando hay algo que desea. Hará cualquier cosa para ganar su fortuna. El temperamento femenino se encendió. —Se ofreció a renunciar a esa fortuna si me casaba con él. El anciano resopló. —Como he dicho, hará lo que sea para conseguir lo que desea: mentir, engañar... —¿Es tan difícil creer que un hombre pueda quererme por mí? —Ella parpadeó para contener las lágrimas mientras años de sentirse poco apreciada brotaban desde dentro de ella—. ¿Es realmente tan imposible de entender? Su abuelo parecía como si le hubieran pateado en el estómago. —¡No! —Se acercó—. Eso no es lo que yo... —Es como suena. —Las lágrimas corrían por sus mejillas—. No puedes imaginar que un lord de su posición y riqueza podría quererme verdaderamente. Por eso estabas tan ansioso por promocionar la propuesta de Pierce. Porque ¿qué hombre me querría de otra manera, sin un montón de dinero para tentarlo? —Oh, corderito, no. —Agarrándola en sus brazos, la abrazó—. No es verdad en absoluto. Es porque eres tan valiosa que me preocupo. Quiero que encuentres a un hombre que te valore. Un hombre de buena reputación. —Él es un hombre de buena reputación—susurró—. Ni siquiera le darás una oportunidad.

—¿Cómo puedes decir eso cuando mató a Roger? Ella levantó su cara llena de lágrimas hacia él. —Eso fue un accidente, abuelito, y lo sabes. Él lamenta profundamente lo que le pasó a Roger. El hombre se puso testarudo. —¿Qué clase de hombre fuerza a su supuesto amigo a arriesgarse a morir? —No sabes que lo forzara. —Por supuesto que sí. La helada certeza de su voz congeló la sangre de Virginia. —¿Cómo has podido? —Se apartó de sus brazos—. No estabas allí. Él apartó la mirada. —Pero sé lo que pasó, de todos modos. —¿Cómo? ¿Qué sabes de esa noche? Se puso rígido. —Suficiente. Tendrás que confiar en mí. —Ya veo. —Su ira ardió—. Tú no hablarás de ello, él no hablará de ello, y ambos esperáis que acepte dócilmente vuestros disparates y elija entre vosotros dos, ¿es así? Él se quedó parado estoicamente, sin decir nada. —Correcto. Bueno, me parece que si no dices lo que sabes, es porque estás protegiendo la memoria de Roger. Ciertamente no ocultarías la verdad si significara que lord Gabriel fuera culpable. —Ella empinó la barbilla—. Y por lo que sé sobre su carácter, probablemente esconde la verdad por la misma razón: para proteger la memoria de Roger. Eso habla bien de él... no mal. —Maldita sea, jovencita, eso no es lo que… Cuando él se interrumpió, ella levantó una ceja. —Siéntate libre de corregir mi impresión equivocada en cualquier momento.

Él masculló un juramento. —¿Por qué no me crees cuando digo que la verdad es más complicada de lo que crees? No es el hombre que parece. —Pero no me das ninguna prueba de eso. —Ella tendió la mano—. Me gustaría mi carta ahora, por favor. Él vaciló, luego le entregó el papel. Lo escrutó rápidamente. La parte que el anciano no había leído en voz alta decía: —Estoy contando las horas hasta que te vea de nuevo, mi amor. —Sólo estaba firmado—. Tu Gabriel. Con el corazón lleno, la guardó en el bolsillo de su delantal para volver a leerla cuando estuviera sola. Gabriel no había dicho que estaba enamorado, pero ella no había esperado eso. Y no importaba. Le estaba ofreciendo lo que el abuelito quería negarle: un futuro con un hombre al que amaba. Incluso si ese amor no era correspondido, era mejor que el tipo de vida que tendría con Pierce. Si Pierce hablara en serio, lo que dudaba. Y realmente creía que con el tiempo Gabriel llegaría a amarla, se sentiría lo suficientemente seguro en su amor para contarle sus secretos. Tenía que creerlo. Porque se había entregado a él ahora, y el pensamiento de un futuro sin él era demasiado sombrío para contemplar. Cuando se volvió hacia la puerta, el abuelito dijo: —Lo digo en serio, corderito. Si viene aquí el martes por la mañana, le dispararé. Ella no respondió, porque no importaba. Gabriel nunca permitiría que una amenaza así lo disuadiera. De alguna manera encontraría una manera para que estuvieran juntos. Si no la encontraba ella primero.

A GABE, JARRET y Pinter se les permitió asistir a la totalidad de la autopsia, que tuvo lugar en una sala pequeña en el piso de arriba en la oficina del médico forense en George Street. Gabe se preguntaba si ellos habrían estado mejor evitándolo. El olor de la muerte enturbiaba el aire, volviéndose aún peor por el calor del verano y la vista del cuerpo de Benny...

Gabe se estremeció. También había estado presente en la autopsia de Roger, pero sólo brevemente como testigo, y no había mirado a Roger. Aquí tenía que mirar a Benny, que yacía hinchado y prácticamente irreconocible sobre una mesa. No había otra forma de comprender lo que el forense estaba señalando sobre las heridas de Benny. Gabe nunca se había visto obligado a ver un cuerpo tan descompuesto, y esperaba que nunca volviera a verse obligado. Le daba un nuevo significado a la idea de mirar a la muerte de cerca. Empezó a entender por qué Virginia estaba tan enfadada con él por su papel de Ángel de la Muerte. Al burlarse de la muerte, de alguna manera la había glorificado también. Y no había nada glorioso en que el cuerpo de un hombre desintegrándose lentamente en el calor de la oficina de un forense, mientras su familia se preocupaba por dónde estaba. Así como no había nada admirable en arriesgar la vida y los miembros en una suerte de batalla inútil con la muerte. Si la Parca venía por ti, no había nada que pudieras hacer para detenerla. Benny lo había probado. Felizmente, la autopsia fue breve. El forense determinó fácilmente que Benny había muerto de una herida de bala en el pecho; la bala estaba alojada entre dos de sus costillas. Las autoridades locales habían retrasado la autopsia con la esperanza de que Pinter pudiera identificar sin lugar a dudas el cuerpo como el de Benny. Afortunadamente, a pesar del grado de descomposición, Pinter fue capaz de hacerlo. Cuando había entrevistado a Benny meses antes, había notado el extraño anillo que el hombre usaba para conmemorar una de las pocas carreras que había ganado como ex jockey. El cuerpo llevaba ese mismo anillo. El hecho de que todavía estuviera en el dedo de Benny hacía que Gabe se preguntara por qué el asesino no se lo había robado. Esto no había sido un atraco. Más allá de la información de que Benny había sido definitivamente asesinado, la autopsia no les dijo nada más. Nadie podía determinar con certeza si el balazo fue accidental, tal vez hecho involuntariamente por un cazador. Un par de testigos vinieron a declarar que habían visto a Benny en la ciudad dos semanas y media antes de que su cuerpo fuera encontrado, pero ninguno de ellos lo había visto con alguien.

Y nadie sabía por qué había estado en el pueblo. Se había quedado en una posada durante una sola noche, diciendo que se dirigía a casa. Después de la autopsia, Pinter convenció al agente de policía para que los llevara a donde el cuerpo había sido encontrado por un chico que buscaba leña. Pinter dijo que quería asegurarse de que ninguna prueba crucial había sido pasada por alto en la prisa del policía por llevar el cuerpo al pueblo para la autopsia. Después de unos instantes de deambular por un denso bosque, el policía se detuvo en un pequeño claro que había marcado antes con una estaca. Si no hubieran sabido que un cuerpo había estado allí alguna vez, no lo habrían adivinado ahora. Pinter miró a su alrededor. —Seguramente Benny no vino hasta aquí al bosque por su cuenta—le dijo al agente—. La luz del sol apenas penetra el follaje aquí. ¿Qué propósito podría tener para meterse tan profundamente en el bosque? —¿Cazar quizás?—observó el policía. —Benny nunca fue cazador—dijo Gabe—. En rigor, era un hombre de caballos. Dejaba los tiros a otros. ¿Y por qué se detendría para cazar mientras viajaba a visitar a un amigo? Jarret hizo un amplio recorrido por la zona en la que se encontraban. Se arrodilló para recoger algo y luego se levantó para mostrarles un trozo de tela. —Esto estaba atrapado en un arbusto. Está manchado de sangre, y coincide con la ropa que Benny tenía puesta durante la autopsia. Parece como si hubiera sido arrastrado hasta aquí después de que lo mataran. —Si es así, parece improbable que el tiro fuera accidental—dijo Pinter—. Como mínimo, alguien intentó esconder el cuerpo. En el peor de los casos, fue asesinado. La inquietud de Gabe se profundizó en un temor escalofriante. —Pinter, ¿crees que esto podría tener algo que ver con las muertes de mi madre y mi padre? ¿Y si Benny vio algo en aquel entonces, y su asesino lo sabía? —Entonces, el asesino lo habría liquidado antes—contestó Pinter—. Han pasado diecinueve años. —A menos que el asesino se pusiera nervioso por nuestras preguntas.

Pinter soltó un largo suspiro. —Honestamente, no sé qué pensar. Es extraño que Benny decidiera dejar su casa después de que hablara con él, y extraño que muriera de un disparo. Pero podrían ser una serie de coincidencias. Necesitamos más información. —Alguien tiene que saber más sobre por qué viajó a Manchester—dijo Jarret—. Si no lo sabe ninguna de las personas de aquí o de allí, entonces la familia de Benny. Uno de nosotros debería permanecer en el pueblo un poco más de tiempo para hacer preguntas. No puedo hacerlo. Tengo que volver a la cervecería mañana para una reunión, pero ¿qué hay de ti, Pinter? —Tengo una semana o poco más o menos antes de que necesite regresar a Londres—dijo Pinter. —Tenemos que enviar una carta a los May para que puedan venir a reclamar su cuerpo—dijo Jarret—. Mientras esperas su llegada, puedes hacer preguntas aquí, luego preguntarles a ellos cuando lleguen. —Si me queda tiempo después, viajaré hasta Manchester—dijo Pinter—. Ahora que está involucrada una muerte, algunas de las personas a las que interrogué antes podrían ser más abiertas con la información. En cualquier caso, vale la pena intentarlo. —Excelente idea. —Jarret miró a Gabe—. ¿Qué pasa contigo? ¿Te quedas? —No puedo. Hice una promesa a Virginia. —¿Qué clase de promesa? —Que pediría formalmente a su abuelo su mano mañana por la mañana. Si nos vamos ahora, todavía puedo llegar a casa con el tiempo suficiente para estar allí al alba. —Entonces, por supuesto, deberíamos irnos —dijo Jarret con una amplia sonrisa— . Puedes manejarlo por tu cuenta, ¿verdad, Pinter? —Ciertamente. —Déjanos saber lo que averigües. —Gabe odiaba irse, pero quería cumplir con su promesa a Virginia, a cualquier costo.

Sin embargo, temía el viaje a casa con Jarret. Su hermano había pasado la mitad de la autopsia mirando a Gabe con preocupación, y Gabe no estaba de humor para soportar ese mismo escrutinio durante las próximas horas. Tan pronto como partieron, Jarret dijo: —¿Alguna vez has estado en una autopsia antes? —Sólo en la de Roger —dijo Gabe de manera cortante. —Ésta ha debido ser casi tan difícil, dada tu amistad desde la infancia con Benny. Eso era un eufemismo. —Si no te importa, prefiero no hablar de eso. Necesito dormir. No dormí mucho anoche en esa ruidosa posada, y mañana tengo que levantarme temprano. Jarret asintió con la cabeza. —Probablemente sea una buena idea para ambos. Gracias a Dios. Gabe se apoyó en las almohadas y cerró los ojos, pero el sueño era imposible. No podía sacarse la imagen del cuerpo hinchado de Benny de la mente. El hedor parecía aferrado a él, y se preguntó si se aferraría durante días, si las personas lo olerían en él y verían el horror que se escondía en su alma. Por primera vez en su vida, se sintió realmente como el Ángel de la Muerte. Y no le gustó esa sensación.

Capítulo 18

Virginia y su abuelo no habían hablado desde el día anterior, manteniéndose cada uno fuera del camino del otro, como de común acuerdo. Incluso ella había comido en su habitación, lo cual él no había cuestionado. Afortunadamente, tampoco le había cuestionado escribir a Pierce. Después de la conversación de ayer con el abuelito, había enviado un correo urgente a su primo limitándose a decir, te necesito. Él tenía que rectificar ante el abuelo de una vez por todas sobre que no se iban a casar. El granuja había elevado las esperanzas del abuelito, y ahora tenía que ayudarla a derribarlas. Pero dado que Pierce no recibiría el correo urgente hasta hoy, podría no llegar mañana por la mañana. Y ahora, con la noche cayendo, se puso nerviosa. Necesitaba un plan para cuando apareciera Gabriel. ¿El abuelito, realmente lo recibiría con un rifle? Incluso si lo hiciera, ¿lo usaría? Ella no podía imaginarlo, pero tampoco podía imaginarlo retrocediendo. Ni podía imaginarse a Gabriel haciendo eso, ni siquiera delante del cañón de un arma. El hombre era tan obstinado como el abuelito, y más imprudente. Ni hablar lo que cualquiera de ellos haría si fueran forzados a enfrentarse. ¿Cómo el abuelito podría ser tan ciego? ¿No había visto cuánto interés había mostrado Gabriel en la granja? Concedido, Gabriel no la heredaría, lo que significaba que con el tiempo tendrían que marcharse, pero eso podría ser un tiempo largo, y mientras tanto, Gabriel podría ser de gran ayuda para él. Siempre y cuando no se matara en una carrera. Apartó ese pensamiento de su mente. Obsesionarse en ello sólo aumentaría sus dudas, y estaba decidida a dejarlas en suspenso. Casarse con Gabriel era lo que quería, corriera o no.

Así que necesitaba advertirle antes de que el abuelito hiciera algo estúpido. Annabel le contaría sobre la amenaza del anciano, pero eso no impediría que Gabriel viniera hasta aquí. Tal vez ella podría escapar a las siete y media de la mañana e interceptarlo en la carretera… Un golpe llamó a la puerta y ella se tensionó. —¿Quién es? —Es Molly, señorita. El general quiere hablar con usted en su estudio. Ella suspiró. Debería haber sabido que no podría evitarlo para siempre. —Dile que estaré allí. Cuando Virginia llegó al estudio del abuelito, se sorprendió al encontrarlo sentado en su escritorio con la cabeza entre las manos. Parecía muy cansado, y cuando alzó la cabeza para mirarla, sus ojos tenían una desolación poco característica. —Cierra la puerta y toma asiento, corderito. La suavidad de su voz la puso en guardia al instante. Ella hizo como le ordenó, pero él no habló de inmediato. Sólo la miraba como si contemplara un fantasma. —¿Abuelito? Su mirada finalmente fue hacia ella, y él endureció su columna. —He pensado y pensado en ello, pero no veo ninguna forma de evitarlo. Ayer tenías razón. Por mucho que lo odie, no puedo ocultarte secretos cuando estás dejando que ese sinvergüenza de Sharpe se meta en tu corazón. Ella tragó saliva. —¿Qué clase de secretos? —Me preguntaste cómo sé lo que pasó esa noche. Bueno, te lo diré. —Con una mirada perseguida en el rostro, respiró hondo—. Tu hermano vino a casa y me lo contó antes de salir a desafiar a Sharpe. Las palabras la pasmaron. —¿Sabías que Roger iba a correr, y ni siquiera trataste de detenerlo?

—¡No! —Recogió su abrecartas, dándole vueltas y vueltas en las manos—. No me contó los detalles. Él entró y dijo: “Si un hombre acepta una apuesta mientras está borracho, ¿hay alguna forma honorable en que pueda librarse de ella? ¿O tiene que cumplirla? —Pensé que estaba hablando de apuestas de cartas, y que había jugado más de lo que podía permitirse. Y no quería que el muchacho pensara que podría aceptar una apuesta, y luego echarse atrás porque había estado bebiendo. Era deshonroso y deshonesto. El dolor esculpía arrugas profundas en sus sufridas facciones. —Así que le dije que sólo un canalla se volvía atrás en una apuesta. Si no podía soportar el licor, no debería apostar. Lo correcto era mantenerse firme y pagar sus deudas. Oh, abuelito. La mente de ella se tambaleó. Ella fácilmente podría imaginar lo que Roger habría pensado acerca de esas palabras del gran general de caballería. Su hermano siempre había querido impresionar a su mítico abuelo, y estaba enojado porque pavonearse por la ciudad con el hijo de un marqués y el de un duque no lograba eso. Habría tomado a pecho el consejo del abuelito, mientras se negaba a compartir toda la historia. ¿Por qué arriesgarse a otra pelea? Y habían existido muchas peleas entre Roger y el abuelito, sobre las apuestas, el vicio de la bebida y las horas intempestivas de Roger. ¿Cómo podía haberlo olvidado? Había estado pensando en el hermano que extrañaba desesperadamente, a quien había convertido en un santo. Pero nunca había sido un santo. Había sido un huérfano luchando por encontrar su lugar en el mundo, con un abuelo a quien pensaba había decepcionado. La mirada del anciano se movió hacia ella. —Juro por Dios que no tenía ni idea de que estaba hablando de una estúpida carrera donde podría matarse, o nunca habría... —Está bien, abuelito —dijo ella suavemente—. No podrías haberlo sabido. Todos estos años, él había mantenido esta culpa dentro de él. Gabriel había dicho, él necesita a alguien para culpar, así que me culpa a mí. Pero eso no significa que tenga un motivo para ello.

Él tenía razón. —Pero debería haberlo presionado—dijo el anciano—. Debería haberlo hecho decirme lo que pasaba. —Él cerró la mano alrededor del abrecartas—. En lugar de eso, le pregunté cuánto le debía y a quién. —Su voz se endureció—. Eso es todo lo que me importó... el dinero. Cuando dijo que no era mucho y que no me preocupara por eso, lo dejé ir. Me sentí aliviado, a decir verdad. Pensé que era una señal de que finalmente estaba asumiendo la responsabilidad por su imprudencia. Dejó escapar un fuerte suspiro. —¿Por qué no lo presioné? Si hubiera dicho que era una carrera en Turnham Green entre él y Sharpe... —No debes torturarte con eso. —Ella se inclinó sobre el escritorio para quitarle el abrecartas, entonces agarró su mano tensa entre las suyas—. Estabas tratando de enseñarle a hacer lo correcto. —¿Lo estaba? —Sus ojos estaban llenos de antiguos remordimientos—. ¿O simplemente me avergonzaba la idea de que mi nieto pareciera inferior cuando estaba delante de sus nobles amigos? Se puso de pie y empezó a caminar. —Mis últimas palabras a él fueron sobre cómo tenía que ser un hombre. ¿Qué clase de monstruo envía a su propio nieto a su muerte porque no quiere ser avergonzado delante de muchos idiotas? Ella se levantó para ir a su lado. —No lo mandaste a su muerte. Le diste el único consejo que podías dar sin conocer todos los hechos. No fue tu culpa, fue la de él. El anciano se giró hacia ella, sujetándole los hombros con las manos. —¿Pero ahora lo entiendes? Sé que Sharpe se aprovechó del estado de embriaguez de tu hermano para obligarlo a aceptar esa estúpida apuesta. —Podría haber sido Roger quien lo hizo. —Entonces, ¿por qué tu hermano dijo: “Si un hombre acepta una apuesta”? Eso implica aceptar un desafío. Sharpe estableció el desafío, y Roger lo aceptó. De lo

contrario ¿por qué lamentarlo más tarde? Los hombres lamentan cosas a las que han sido intimados, no las cosas que ellos mismos hicieron. —Eso no es cierto, abuelito. Los hombres lamentan todo tipo de cosas que hacen cuando están borrachos. Lo sabes tan bien como yo. Pero si un hombre acepta una apuesta definitivamente sonaba como si Roger hubiera aceptado el reto. —La cuestión es —dijo el anciano—, un hombre de buena reputación no intimida a su amigo borracho para que haga algo que puede matarlo. —No sabes que lo intimidó. —Sí, lo sé. Lo sé en mi corazón. Ella lo miró con tristeza. Su corazón. Su corazón, abatido por la culpa y repleto de dolor que no podía dejar ir sobre aquella noche. Gabriel tenía razón: había llegado el momento de enterrar el pasado. Ya había causado suficiente dolor. El problema era que ninguno de los dos hombres podía olvidarlo. Seguían royendo ese mismo hueso viejo, preocupándose hasta la muerte. Y siempre y cuando la verdad de lo que había sucedido se mantuviera en secreto, siempre y cuando continuaran culpándose a sí mismos, nunca se detendrían Alguien tenía que hacer que se detuviera. Alguien tenía que aclarar las cosas. Y parecía que ese alguien tendría que ser ella. ¿Y si se enterara de cosas terribles sobre Gabriel? ¿Y si la verdad sólo lo empeorara todo? No, no podía creer eso. El Gabriel que ella había llegado a conocer no intimidaría a un hombre a nada. No estaba en su naturaleza. Él era un buen hombre; ella lo sabía con tanta seguridad como sabía que lo amaba. Así que sólo tenía una opción. No podía esperar hasta mañana, cuando algo trágico pudiera suceder una vez que Gabriel llegara. Si se escabullía esta noche, podría ir a Halstead Hall y atrapar a Gabriel. Con luna llena, no debería tener ningún problema en el camino. Tenía que convencerlo de la importancia de ser honesto con el abuelito. Era la única manera de reparar la grieta entre los dos hombres, la única manera de obtener

el permiso del abuelito para casarse. Porque aunque fuera mayor de edad y no necesitara ese permiso, realmente lo quería. Una vez que hablara con Gabriel, él podría persuadir a la señora Plumtree de venir aquí con él por la mañana. El abuelito no se atrevería a dispararle delante de la señora Plumtree. Parecía gustarle la mujer. Sí, ese plan podría funcionar.

GABE SE QUEDÓ MIRANDO inexpresivamente por la ventanilla mientras el carruaje de Jarret se dirigía hacia Halstead Hall. Su hermano había logrado dormir, pero Gabe no. Por desgracia, todavía tenían una larga noche por delante. A pesar de la hora tardía, la familia esperaba un informe sobre Benny. Y antes de que Jarret fuera a acostarse con su esposa, Gabe debía averiguar con Annabel si su visita a Virginia había tenido éxito. Lástima que no pudiera ir a Waverly Farm y entrar a hurtadillas a verla. Pero era casi imposible entrar en la casa sin ser detectado, y lo último que necesitaba era una pelea de medianoche con el general. El solo hecho de que estuviera dispuesto a arriesgarse mostraba hasta qué punto estaba enamorado. ¿Cuándo había sucedido? Se había acostado con un montón de mujeres a través de los años, pero ninguna de ellas había invadido sus pensamientos en cada momento de vigilia. Ninguna le había hecho ansiar y anhelar por ellas, en cuerpo y alma. Al acostarse con Virginia, había desencadenado un deseo que se intensificaba cuanto más se alejaba de ella. Especialmente después de su día en la guarida de la muerte. La muchacha le hacía ansiar la vida, en todo su color y belleza. El carruaje se detuvo delante de Halstead Hall, despertando a Jarret. Cuando salieron, uno de los mozos de cuadras se acercó para decirle a Gabe: —Milord, debería pasar a examinar a Flying Jane. Se le cayó el corazón. —¿Por qué?

Con una mirada furtiva a Jarret, el mozo murmuró: —De verdad que debería verlo por usted mismo. Jarret preguntó: —¿Quieres que vaya contigo? —No, Annabel probablemente estará esperándote y la abuela, también. —Habían enviado a un jinete por delante para alertar a la familia de su llegada—. Estaré dentro en poco tiempo. Mientras seguía al mozo de cuadras, preguntó: —¿El caballo está enfermo? —No, milord. Tiene una visita, y ella no quiere que nadie sepa que está aquí, excepto usted. Esa fue toda la preparación que Gabe recibió antes de entrar en el viejo establo y ver a Virginia. La conmoción y el placer lo congelaron en el lugar. ¿Cómo estaba ella aquí? ¿Por qué estaba aquí? ¿Cómo diablos había sabido que deseaba ardientemente verla? Entonces Virginia se volvió hacia él y ya no le importó por qué. Apenas notó que el mozo de cuadras se escabullía y cerraba la puerta. Todo lo que podía ver era a ella, y su sonrisa dándole la bienvenida a casa. Él se acercó a grandes pasos hasta atrapar su rostro entre las manos, aprisionándola para un beso duro y urgente que ella le devolvió con gran fervor. ¿Había pensado que la necesitaba, que la deseaba ardientemente? Estaba famélico de ella, de la misma forma en que un hombre en un calabozo estaba famélico de luz. Porque ella era su luz. Era calidez, belleza y dulce apoyo, todo lo que necesitaba para desterrar lo que había visto en Woburn. Ella se apartó. —Gabriel, tenemos que hablar. —No ahora. —Él arrastró su boca por su cuello que olía a lavanda, y la lengua por la garganta—. Si tuvieras alguna idea por lo que tuve que pasar hoy...

La imagen de Benny se levantó en su mente, y la enterró bajo el deseo que le tenía agarrado de las pelotas. Cuando buscó los lazos de su vestido, la respiración femenina se volvió pesada y caliente contra su mejilla. —Creía que viajabas por asuntos familiares. —Sí, un horrible asunto familiar. Te lo contaré más tarde, ahora mismo te necesito demasiado. Te extrañé. No tienes idea de cuánto. —Yo también te extrañé. Pero el mozo de cuadras… —Se ha ido. No volverá. —Le quitó el vestido de los hombros—. Nadie más sabe que estás aquí. —Bien—dijo con una sonrisa tímida. Ella tironeó de su abrigo y él se lo quitó, entonces Virginia se puso a trabajar con los botones del chaleco. Él consiguió abrir su vestido lo suficiente para desnudar un pecho encantador. —¿Recibiste mi mensaje? —murmuró justo antes de cerrar la boca sobre su dulce y tierno pezón. Ella jadeó, y el placer resonó en cada una de las venas, tendones y huesos masculinos. Ella todavía le pertenecía. Sería suya para siempre. Y de repente para siempre no parecía tan aterrador como antes. —Sí... —Ella le estrechó la cabeza contra su pecho—. Por eso vine aquí... el abuelito dijo que te dispararía si aparecías mañana. —Entonces nos fugaremos. —La hizo retroceder hacia la pared más cercana—. Esta noche. Pero primero... Se abrió los pantalones de montar y la ropa interior. Cuando la alzó para sentarla a horcajadas sobre su cintura, los ojos femeninos se abrieron de par en par. Sabía que no debía tomarla como una puta en un callejón. Pero la necesidad de expulsar el frío de su alma, de estar envuelto en su calor, era tan poderosa que no podía evitarlo. —Lo siento, cariño, pero esta noche no puedo moverme lento y suave. —Él movió una mano entre ellos y la introdujo en la abertura de sus calzones. Estaba resbaladiza y caliente, tan ansiosa como él, y su polla se endureció aún más—. Tengo que tenerte ahora, aquí mismo. ¿Me dejarás?

El deseo estalló en la cara de ella, y Gabe vio la sonrisa de muchachuela que tanto adoraba. —Ya te estoy dejando. —Gracias a Dios —exclamó él, y entró en ella con una profunda estocada. —Gabriel... —Ella jadeó contra su boca—. Oh... dulce... Señor. Es asombroso. Asombroso era sin duda la palabra. Con sus sedosos muslos rodeándole las caderas y sus delicados brazos apretados alrededor del cuello, ella lo envolvió en un exuberante trópico de calor femenino. La vida en su esencia; una protección al hielo de la muerte. Se introdujo tan bruscamente en su interior que temió ser demasiado rudo, pero cuando ella se movió contra él, supo que estaría bien. Virginia era una maravilla, su futura esposa. —Mi dulce Virginia —susurró—. Me has cautivado por completo. —¿En serio? —¿No ves cómo has confundido mi mente? ¿Por qué más te estaría tomando aquí como un animal salvaje? —Me gusta cuando te descontrolas—susurró ella—. Al menos cuando estamos... ya sabes. —Ella se frotó los pechos contra su chaleco, y él deseó habérselo quitado. Y la camisa. Y su vestido. Más tarde. Si esta noche se escapaban, podían hacer el amor en el carruaje hasta llegar a Gretna Green. Por ahora, su instinto le estaba diciendo que la volviera insensata. O tal vez sólo quería volverse insensato, ser obnubilado por ella. Por esto. Él trató de contener su liberación, pero era imposible. Se sentía demasiado bien, y él lo ansiaba demasiado. Ni siquiera podía acariciarla en esta posición, pero sus gemidos le dijeron que ella estaba sintiendo algo. Y cuando cambió el ángulo para golpear su pequeña protuberancia una y otra vez con cada empuje, ella le clavó las uñas en los hombros. —Oh, sí. —Virginia apretó las piernas alrededor de sus caderas—. Oh, Gabriel... Por favor... Oh, por favor... Quiero... quiero...

—Lo que quieras... es tuyo. —Él empujaba en ella con movimientos acelerados que lo trajeron justo sobre el borde. Ella lo siguió con un grito que él amortiguó con su boca. Y mientras ella se estremecía y sacudía, él bombeaba su semilla dentro de ella y seguía escuchando, quiero… quiero... Él también. Oh, cómo quería. Quería mucho más de lo que se había dado cuenta. Quería que conociera todos los oscuros secretos de su corazón, cada parte del pasado que había enterrado. Quería que ella conociera al verdadero él. El inesperado pensamiento lo aterrorizó. Si cedía a ese deseo, podría perderla. Y de repente lo que más quería era no perderla.

Capítulo 19

Virginia se sintió despojada cuando Gabriel se retiró de ella y sus piernas cayeron. Las palabras “Te amo” estaban en la punta de su lengua, pero algo la contuvo. No podía soportar que no correspondiera a sus sentimientos. Tal vez sería más fácil una vez que fuera su marido. Cuando Gabriel abandonó sus brazos, parecía avergonzado. —No tenía la intención de ser tan rudo—dijo mientras se abrochaba la ropa interior y luego los pantalones—. Debes pensar, más que nunca, que soy un sinvergüenza. —Si eres así cuando eres un sinvergüenza —le dijo a la ligera—, entonces agradezco a Dios los sinvergüenzas. Él pareció conmocionado. Entonces le dirigió la amplia sonrisa que siempre la hacía temblar. —Lo disfrutaste, ¿verdad? Ella alisó un mechón de su cabello. —Muchísimo. Aunque me sorprendió. —Lo sé. Yo… —Él la giró para poder abrocharle el vestido—. Necesitaba olvidar por un algún rato lo que vi hoy. —¿Y qué fue eso? —Muerte. Ella se giró para mirarlo fijamente, la dura palabra vibrando sobre su piel. —¿Qué quieres decir?

—Jarret y yo viajamos hacia el norte para ver una autopsia. Desde la de Roger no he… —¿Estabas en la autopsia de Roger? Se puso rígido. —Por supuesto. Él murió corriendo contra mí. Hay reglas oficiales para tales cosas. Todos los que habíamos estado presentes tuvimos que responder preguntas y dar testimonio. Tu abuelo apareció, al igual que otros testigos. ¿Significaba eso que Gabriel había sido interrogado públicamente sobre lo que había ocurrido en la carrera? ¿Y el abuelito no habría oído ese testimonio? Porque entonces sabría quién había lanzado el desafío, pero había actuado como si no lo supiera. Pero nadie más había afirmado haber oído la verdad, tampoco. Gabriel continuó, claramente ansioso por dejar atrás el tema. —Esta autopsia fue un asunto completamente diferente. Benny fue encontrado después de estar a la intemperie durante un tiempo. Ella se estremeció. Se imaginaba lo terrible que debió haber sido. —¿Era un amigo? —Podrías decir eso. Era el mozo de cuadras principal aquí en Halstead Hall hasta poco después de que mis padres murieran. En pocas palabras, le explicó que en los últimos meses él y sus hermanos habían estado investigando la muerte de sus padres. No se lo habían dicho a nadie porque primero querían estar seguros de la verdad. Por eso no había permitido que Annabel revelara a su abuelo la razón de su repentino viaje. Le contó a Virginia sobre sus intentos de interrogar al mozo de cuadras de la familia y cómo eso había llevado a que se les informara del posible asesinato del hombre. —Nunca he sido testigo de la muerte de esa manera. Después de quedar en el bosque por un par de semanas, el cuerpo de Benny estaba... estaba... —¿Horrible? —terminó ella suavemente. Él asintió.

—No lo había visto en diecinueve años. Después de que nuestros padres murieron, la abuela nos llevó a vivir a la ciudad y Oliver mantuvo la propiedad cerrada, así que la mayor parte del personal fue despedido. Pero no lo habría conocido aunque lo hubiera visto todos los días. Su cara… —Una respiración entrecortada escapó de él—. No fue fácil de mirar. Sólo pudimos identificarlo por un anillo que había llevado puesto cuando Pinter lo interrogó. —Siento que tuvieras que pasar por eso. —Yo no. Finalmente me he impresionado tanto que no quiero morir. —La miró a los ojos con expresión desolada—. No quiero terminar roto y sangrando en algún campo de algún lugar. No quiero que me dejen en el suelo para que me pudra antes de mi hora. Pero no sé cómo evitar que eso suceda. Si Celia no se casa, entonces las carreras son todo lo que tengo. Y si dejo que el miedo a la muerte me vuelva cauteloso, no puedo ganar. El hecho de que compartiera sus miedos la tocó. —Seguramente puedes ganar dinero de alguna otra manera que corriendo. Podrías llevar a Flying Jane a Waverly Farm. Si el abuelito o uno de tus hermanos pudieran ser persuadidos a prestarte la cuota de inscripción para esa primera carrera... Él bufó. —Tu abuelo no va a darme el dinero, y lo sabes. Y mis hermanos no tienen mucho para gastar en una inversión arriesgada. No me sentiría bien pidiéndoles. —Pero sería sólo esta vez. Y si ganaras una carrera con ella, ellos podrían recuperar su dinero con interés. Con una triste sonrisa, él alargó la mano para meterle un mechón de cabello detrás de la oreja. —Como dijiste la semana pasada, eso es un montón de síes. —Pero es algo. Mientras tanto, podrías ayudar al abuelito a poner a competir sus caballos y a dirigir la cuadra. —¿Para que Pierce pueda heredarlo todo cuando muera tu abuelo? ¿Dónde nos dejará eso? Ella tragó saliva.

—Al menos no te dejará muerto. Además, ¿por qué estás tan seguro de que Celia no se casará? —Conociste a mi hermana, ¿verdad?—dijo con sequedad. —Es muy bonita. —No es su aspecto lo que me preocupa. Es su fuerte aversión a casarse. —Ella parecía muy ansiosa por defenderte. —Virginia acunó su mejilla—. Estoy segura que llegado el momento hará lo correcto. No te preocupes innecesariamente, Gabriel. Todo saldrá bien. —Siempre la alegre optimista, ¿verdad? —Él se llevó la mano a sus labios—. Estás suponiendo que tu abuelo me dejará permanecer a un kilómetro de tu casa. Ya dijo que quiere dispararme. ¿Estás dispuesta a fugarte?—le preguntó, con una nota de esperanza en la voz—. Podríamos irnos esta noche. —Preferiría que resolvieras tus diferencias con él antes. Se apartó de ella, y luego fue a recoger su abrigo del suelo. —¿Cómo demonios voy a hacer eso? —Él necesita saber la verdad sobre la noche cuando tú y Roger hicisteis la apuesta. Y necesita oírla de ti. Su mandíbula se tensó. —Quieres decir que tú necesitas escucharlo de mí—espetó—. No lo dejarás en paz. —Eso no es cierto —dijo ella con firmeza—. En mi corazón sé que eres un buen hombre. Pero el abuelito necesita estar seguro de que eres un hombre honorable. Tiene que sentir que eres digno de mí, y eso significa conocer la verdad. De lo contrario, él nunca... La puerta del establo se abrió. —Dios mío, Gabe. ¿Vendrás alguna vez...? —Lord Jarret se detuvo en seco, mirando de Virginia a Gabriel—. Lo siento, viejo. Asumí que todavía estabas mimando a tu pura sangre. —Su mirada se clavó en el abrigo en la mano de Gabriel—. Yo… este… no quise interrumpir. Annabel dijo que necesitaba hablar contigo, y supongo que probablemente eso es discutible ahora. Os dejaré a los dos para... lo que sea que estabais haciendo.

—No hace falta. —Gabriel se puso el abrigo—. Virginia y yo estábamos discutiendo nuestra fuga. Parece que su abuelo se opone al matrimonio y va decididamente en busca de mi sangre, así que vamos a eliminar ese problema acudiendo a Gretna Green. —Gabriel. —Estaba huyendo de todo, de la verdad, del pasado. Tenía que parar— . Sabes perfectamente bien que no estuve de acuerdo... —Si estás planeando una fuga—dijo lord Jarret—, es mejor que entres. La abuela necesita oír esto. Rodeó la cintura de Virginia con el brazo y la condujo hacia la puerta. —Escúchame... —comenzó ella. —¿Cuánto tiempo crees que nos llevará? —preguntó Gabriel a su hermano, ignorándola. Ellos procedieron a discutir la logística de la fuga mientras los tres cruzaban el patio. Dios me libre del hombre. ¿Por qué no escuchaba? Habían entrado en la casa y se dirigían a la sala de estar, cuando fueron abordados en el pasillo por su abuela. —¿Qué diablos te está llevando tanto... Oh. —La señora Plumtree vio a Virginia y sonrió—. Buenas noches, señorita Waverly. Annabel dijo que su abuelo amenazaba con disparar a mi nieto si él iba a Waverly Farm a proponerle matrimonio mañana. ¿Estás aquí para advertir a Gabe? —En verdad… —Estamos huyendo, abuela—intervino Gabriel—. Sé lo que dijiste acerca de nada de huir, pero... —No, no, hijo mío, sigue adelante y fúgate con la novia—dijo alegremente la señora Plumtree—. Sólo asegúrate de que sea legal. Haz que te den algo escrito, nada de esas deshonestas tonterías escocesas acerca de que tu palabra es lo suficientemente buena. —Por supuesto —dijo Gabriel. —Pero yo no quiero... —comenzó Virginia.

—¿Qué puedo hacer para ayudar?—prosiguió la señora Plumtree—. Si el general es como yo, se levantará en unas pocas horas y querrás estar bien avanzado en el camino

antes

de

que

descubra

que

la

señorita

Waverly

se

ha

marchado. Probablemente vendrá aquí primero, y lo detendremos, con lo que ganarás algo de tiempo. Virginia estaba irritándose. —Realmente no creo… Lord Jarret dijo: —El faetón no será tan cómodo para viajar, pero será más rápido. Puedes llevarte mi carruaje, pero el cochero no ha tenido la oportunidad de descansar de nuestro viaje. Y tampoco tú. —¡Detened esto, todos vosotros! —gritó Virginia—. ¡No quiero fugarme! Mascullando un bajo juramento, Gabriel apretó el brazo alrededor de su cintura como una manilla. —¿No quieres casarte con mi nieto? —preguntó la señora Plumtree, lanzando una mirada penetrante ante el íntimo agarre de Gabriel sobre ella. Virginia se ruborizó. —Por supuesto que quiero casarme con él. Pero quiero hacerlo bien. Quiero el consentimiento del abuelito. La señora Plumtree chasqueó la lengua. —Dado lo que tu abuelo me dijo la noche de nuestra cena, es poco probable que lo dé. Sus palabras exactas fueron: “De un modo u otro, me aseguraré de que nunca se case con el sinvergüenza de su nieto”. Y si está hablando de disparar a Gabe, no suena como si hubiera cambiado de idea. —¡Tiene toda la razón, no he cambiado de idea! —gritó otra voz desde la puerta. Dulce Señor. El abuelito, con un criado a la zaga. —Lo siento, señora —dijo el criado—, pero el general Waverly se negó a esperar en el… —Está bien, John—dijo la señora Plumtree.

Virginia miró a su abuelo con preocupación. Parecía desolado, cansado y con el pelo de punta en todas partes. —¿Qué estás haciendo aquí, abuelito? Él se acercó a ella con el ceño fruncido. —Después de nuestra discusión, no podía dormir. Fui a tu cuarto, pensando que volvería a hablarte de ello, pero ya no estabas. —Le lanzó a Gabriel una mirada asesina—. ¿Cómo convenciste a mi nieta de hacer algo tan estúpido como montar hasta aquí en medio de la noche? Pudo haberle ocurrido cualquier cosa. Pudo haber sido abordada en el camino o haberse perdido en la oscuridad… —Él no tuvo nada que ver con eso—interrumpió Virginia—. Vine aquí porque hablabas de dispararle en la mañana. —Vino a advertirle —señaló la señora Plumtree, con un brillo en los ojos—. Usted no puede culparla por eso. Habla bien de la chica. El abuelito volvió la mirada furiosa hacia la señora Plumtree. —La única cosa de la que habla bien, mujer, son de tus maquinaciones. Y no culpo a Virginia. Te culpo a ti, a tu maldita familia, y a vuestra interferencia en asuntos que no os competen. —Se volvió para fruncir el ceño a lord Jarret—. La próxima vez que envíe a su esposa a mi casa para pasar mensajes a mis espaldas, señor, es mejor que esté preparado para los problemas. —No envié a mi esposa a su casa—protestó lord Jarret. —Eso lo hice yo. —Gabriel tiró de Virginia más cerca—. Quería que Virginia supiera que estaría de regreso para casarme con ella tan pronto como fuera posible. —Es la señorita Waverly para ti, chico. Y te casarás con ella sobre mi cadáver. —El abuelito le tendió la mano—. Vamos, Virginia, nos vamos a casa. Virginia miró a Gabriel y dijo en voz baja: —Díselo. Díselo ahora. Él se puso rígido y luego le frunció el ceño. —Éste no es el momento.

—No hay mejor momento. Esa noche mientras bailábamos el vals dijiste que querías recompensar a mi familia. Bien, ésta es tu oportunidad. Necesita oírlo. Ella podía ver cómo se retiraba, lo veía metiéndose en su caparazón protector como una tortuga, pero de todos modos perseveró. —Hazle entender. —No voy a hablar de esto aquí, ¡maldita sea! —¿Hablar de qué?—preguntó la señora Plumtree. —Entonces me voy a casa con él. —Se apartó de su agarre y se alejó unos metros. Tenía que forzar la mano de Gabriel—. Tienes que elegir. Dile la verdad u obsérvame marcharme. No sabía si podía cumplir con eso, pero tenía que intentarlo. Su negativa a enfrentar el pasado sólo envenenaría su amor, y una fuga no resolvería nada. Algo parpadeó profundamente en sus ojos. Rabia. Y pena. —No me pidas que haga esto. ¿Por qué debía ser tan terco? Sin decir una palabra, se volvió y caminó hacia su abuelo. —¡Maldita sea, Virginia, pídeme que haga cualquier cosa excepto esto! El dolor en sus palabras le retorció el corazón en el pecho, pero siguió caminando. —No puedo contarte la verdad—dijo él entre dientes. —Quieres decir que no lo harás. —No puedo. Porque no sé cuál es. Eso la detuvo. No segura de haberlo oído bien, se volvió para mirarlo. —¿Qué quieres decir? Aunque los demás no sabían de qué estaba hablando, parecían estar conteniendo la respiración, al igual que ella, esperando su respuesta. Hundió la mano en sus cabellos, luego soltó una apestosa maldición.

—Realmente no sé lo que ocurrió aquella noche. Estaba tan borracho que no recuerdo nada. —Su respiración sonó fuerte en el repentino silencio—. La gente ha asumido siempre que no he hablado de ello para ocultar mi culpabilidad o para proteger la memoria de Roger. Pero la verdad es que no sé cuál de los dos lanzó el desafío. Nunca lo he sabido. La cabeza de Virginia dio vueltas. —¿Cómo puede ser? Él soltó una risa dura. —¿No tienes ni idea de lo que Roger y yo estábamos haciendo entonces? Pasábamos nuestras noches con nuestras cabezas metidas en jarras de cerveza. —Muchos jóvenes lo hacen, Gabe —respondió lord Jarret. Gabriel frunció el ceño a su hermano. —¿Tanto que se olvidan por completo si causaron la muerte de su mejor amigo? —Él fulminó a Virginia con una mirada—. Dijiste que tu abuelo necesitaba saber si yo era un hombre de honor. No puedo decírselo. Su voz se estranguló. —Todo lo que recuerdo es a Roger discutiendo airadamente con Lyons. El duque se fue, y Roger y yo bebimos hasta la inconsciencia. No recuerdo haber salido de la taberna, no recuerdo el viaje a casa, y no me acuerdo de haber hecho esa maldita apuesta. Él se paseó con agitación. —No hay nada en mi memoria entre el momento en que comenzamos a beber en exceso y el momento en que me desperté a media mañana para encontrar a Roger a los pies de mi cama diciendo: “Bueno, viejo, ¿vamos a hacerlo o no?” —¿Ni siquiera le preguntaste de qué estaba hablando?—dijo en un susurro ella. —¡Por supuesto que le pregunté! —Él se giró sobre ella, su voz tan llena de rabia que ella retrocedió por reflejo. Él lo notó y se puso pálido. Cuando continuó, fue con una voz cuidadosamente controlada que era más escalofriante que su ira.

—Él dijo: “Ya sabes, la carrera”. Luego tenía esa mirada de suficiencia en el rostro que siempre tenía cuando me había derrotado y dijo: “No recuerdas nuestra apuesta”. ¿Y yo lo admitiría? Oh, no, nunca confesaría a Roger que no podía soportar el licor. Que no sabía de qué diablos estaba hablando. Eso me haría parecer un tonto. El corazón de Virginia se rompió al ver el dolor masculino. Él se apartó de ella. —Fue suficiente para mí saber que habíamos acordado una apuesta. Porque todo caballero sabe que si haces una apuesta, borracho o no, la mantienes. Recordando lo que el abuelito había dicho, le dirigió una furtiva mirada, pero estaba atrapado por la historia de Gabriel. —¿Así que te fuiste con él como un necio jovenzuelo? —preguntó su abuelo. —Exactamente como un necio jovenzuelo. Él dijo: “Bueno, hagámoslo. Ganaré esta vez, Sharpe”, y yo salí arrastrándome de la cama y fui a ensillar el caballo. No me importaba dónde era la carrera, ni qué implicaba. Sólo me importaba derrotarlo. — Su voz era amarga. —Porque él siempre tenía que derrotarte—dijo lord Jarret en voz baja. Era cierto, recordó ella. Su rivalidad no había sido unilateral. Roger regresaría a casa afirmando que Gabriel de alguna manera había embrujado sus caballos, o había ganado un juego de cartas porque tenía la suerte del diablo. Y ella le había dicho esas mismas palabras a Gabriel durante la carrera que habían corrido. Se estremeció. La mirada de Gabriel era distante, como si lo viera todo de nuevo. —Cuando se hizo evidente a dónde nos dirigíamos, tuve un momento de cordura. Sabía que el recorrido de Turnham Green era demasiado peligroso; había visto a otros hombres hiriéndose durante una carrera allí. Tragó convulsivamente. —Pero ya habíamos sacado a Lyons de la cama para juzgar el resultado de la carrera, y no iba a retroceder frente a ellos. Mejor morirme que hacer eso, ¿verdad? —Su voz se volvió gélida y remota—. Mejor matar a mi mejor amigo. —No lo mataste, Gabriel —dijo ella suavemente, incapaz de soportar más.

—¿Estás segura? —Sus ojos la miraban brillando intensamente—. Porque yo no. Tu abuelo dice que lo emborraché y lo forcé a correr la carrera... y eso es muy posible. Podría haberlo presionado. Podría haberlo llamado cobarde. Incluso podría haberlo amenazado. Nosotros nunca lo sabremos. Se acercó a ella, con la cara tan muerta y fría como el tono de la voz. —Pero una cosa sabemos con absoluta seguridad. Fui demasiado orgulloso para admitir que no me acordaba. Fui demasiado arrogante para retroceder, o incluso dejar que mi mejor amigo ganara. Porque cuando corría, entonces por Dios, tenía que ganar, aunque eso significara... Su respiración se atascó en la garganta. —Esto soy yo. El general tiene razón, Virginia. No te merezco. —No lo creo —susurró ella. La miró fijamente. —¿No lo crees? Entonces, ¿por qué presionaste tanto para hacer que denude mi alma? Y no digas que fue por tu abuelo. Los dos sabemos que fue por ti, así podrías saber si yo era un hombre de “honor”. Porque nunca estuviste realmente segura. ¿Era eso cierto? ¿Había sido su necesidad todo el tiempo lo que los habían traído a este terrible lugar? Su respiración era áspera. —No importa quién hizo la apuesta, tu hermano murió porque yo fui demasiado orgulloso para detener la carrera, porque estaba demasiado ansioso de gloria para dejarle ganar. ¿Realmente crees que alguna vez serás capaz de olvidar eso? ¿O perdonarme por ello? Por un momento, una imagen pasó por su mente, la de Roger tendido en su dormitorio, antinaturalmente inmóvil. Gabriel podría haber detenido la carrera, pero no lo había hecho. Por otro lado, Roger podría haberla detenido también. Pero si no se había dado cuenta de que Gabriel no recordaba... —Eso es lo que pensaba—dijo con frialdad cuando ella no respondió—. Al menos ahora que conoces los hechos, puedes odiarme con razón.

Él pasó por delante de ella y se dirigió a la puerta. —¡Espera! —Su mente era un torbellino con todo lo que él había revelado—. ¿Dónde vas? Aunque se detuvo en el umbral, se negó a mirarla. —Donde siempre voy a olvidar lo que recuerdo. —Miró a su abuelo—. Dígale a Devonmont que cuide bien de ella. Luego salió por la puerta. —¡Gabriel! —Ella se encaminó tras él, pero el abuelito la atrapó del brazo—. ¡Déjame ir!—protestó, luchando. Lord Jarret dijo: —Lo traeré de vuelta—y salió corriendo. —Déjalo, corderito—dijo el abuelito—. Te dije lo que Roger dijo aquella noche: “Si un hombre acepta una apuesta mientras está borracho, ¿hay alguna manera honrosa de que pueda salir de ésta?”. Claramente tu hermano no quería seguir adelante con esa apuesta, y lord Gabriel lo empujó. —Él no es así —protestó la señora Plumtree. Virginia coincidía. El Gabriel que ella conocía nunca forzaría a nadie. Ella podría no estar segura de lo que había sucedido esa noche, pero de una cosa estaba segura, Gabriel no era más culpable que Roger. La señora Plumtree miró fieramente al abuelito. —Ha decidido que Gabe es un monstruo, basado únicamente en algunas palabras dichas por su nieto. Por lo que sabe, él estaba mintiendo. Está tan ciego por su ira que no puede ver más allá de su prejuicio. —¿Y qué pasa con su perjuicio?— gruñó el abuelo. —Fue un accidente—dijo la señora Plumtree—. Un trágico y estúpido accidente. Gabriel no se propuso matar a su nieto. Sí, se comportó como los jóvenes insensatos a menudo se comportan. Pero fue Roger quien lo levantó de la cama, Roger, quien los llevó al lugar de la carrera. Piense en eso cuando empiece a acusar a mi nieto.

Las palabras de la señora Plumtree parecieron aturdir al abuelito. Tenía razón. Si se creyera a Gabriel, y Virginia sabía en su corazón que no mentiría, entonces Roger había sido el que había empujado el asunto. Más importante aún, había ocurrido hacía siete años. Y no importaba lo que Gabriel pensara, no cambió el hecho de que ella lo amaba. No te merezco. Había sido una tonta por dejarle creer, incluso por un momento, que no era digno de ella. Creer que no era digno de amor. —Tengo que hablar con Gabriel. Justo entonces, lord Jarret volvió a entrar. —Se ha ido, me temo. Estaba ensillando un caballo cuando entré en el establo, y me dijo que lo dejara. Traté de hablar con él, pero montó de un salto y salió. —¿Para ir a donde? —preguntó ella. —No lo sé —dijo lord Jarret, con los ojos llenos de compasión. —A la larga volverá—dijo la señora Plumtree—. Siempre lo hace. —¿Ha hecho esto antes? —preguntó Virginia. —Algunas veces, cuando se pone triste por la muerte de Roger. Se marcha Dios sabe dónde, y lo siguiente que sabemos, es que está aceptando otra tonta carrera. Ella lo había perdido. Lo había dejado marcharse de aquí, odiándose a sí mismo, y ahora lo había perdido. ¡Ni siquiera le había dicho que lo amaba! —¿Por qué está tan obsesionado con las carreras? Dice que es por el dinero, pero juraría que es más que eso. La tristeza llenó las facciones de la señora Plumtree. —Es su manera de protegerse de su miedo de que podría acabar como Roger y sus padres, muertos antes de hora. No quiero que me dejen en el suelo para que me pudra antes de mi hora. Pero no sé cómo evitar que eso suceda. Sin embargo, había algo más allí, también. Algo que a ella le faltaba. Algo más.

—Vamos a casa —dijo el abuelito suavemente—. No tiene sentido quedarse aquí. Si tienes que hablar con el hombre, te traeré de vuelta mañana. Pero necesitas dormir. —No me voy—dijo ella con firmeza—. No hasta que Gabriel regrese. —Tu abuelo tiene razón, necesitas dormir—la sorprendió diciendo la señora Plumtree—. Pero puedes hacer eso aquí. Tenemos muchos cuartos. El abuelito miró a la señora Plumtree. —Si ella se queda, yo me quedo. —Eso puede arreglarse. —La mirada fija de la señora Plumtree hizo que el abuelito se ruborizara—. Su nieta no es la única que necesita dormir, me atrevería a decir. La conmocionó cuando él dijo: —Muy bien. Pasaremos la noche. Pero si no ha vuelto por la mañana... —Nos ocuparemos de eso cuando suceda —dijo la señora Plumtree con firmeza. Miró a lord Jarret. Él asintió. —Lo encontraré, señorita Waverly, no se preocupe. —Gracias—murmuró ella a través del nudo en la garganta. Ellos estaban siendo muy amables. Lord Jarret acababa de regresar de un largo viaje; la última cosa que probablemente deseaba hacer era ir a buscar a su hermano. Cuando lord Jarret se marchó, la señora Plumtree los guió por el pasillo. —Halstead Hall tiene un apartamento privado que podéis usar—dijo—. Fue construido para alojar a un príncipe extranjero y a su esposa en el siglo XVII. Virginia apenas escuchó, recordando las palabras de despedida de Gabriel. Dígale a Devonmont que cuide bien de ella. Tenía la intención de darle la espalda, después de todo lo que habían dicho y significado el uno para el otro. ¿Cómo podría hacerlo? Aturdida por el dolor, entró en la enorme suite con dos dormitorios y una sala de estar tan grande como el comedor de Waverly Farm. La señora Plumtree ordenó a los

sirvientes que encendieran las estufas y quitaran los recubrimientos de los muebles en tan poco tiempo que pronto Virginia y el abuelito se quedaron solos. Cuando ella no hizo ningún movimiento hacia su dormitorio, el anciano se acercó con una mirada preocupada. —Vete a la cama, corderito. Estoy seguro de que el sinvergüenza volverá pronto. Ella negó con la cabeza. —No puedo dormir. No hasta que sepa que está a salvo. —Estará bien—dijo el abuelo, con un filo en la voz—. Además, esto podría ser para bien. Ahora puedes reconsiderar la posibilidad de que tú y Pierce... —¡No voy a casarme con Pierce! —gritó, incapaz de soportarlo más—. ¡Estoy enamorada de Gabriel! El abuelito parpadeó. —¿Enamorada? Apenas conoces al hombre. Seguramente no eres tan tonta como para creer que un matrimonio puede ser construido con besos, adulaciones y palabras suaves. —¿Es tonto querer ser tratada como una mujer deseable por una vez siquiera, y no como un engranaje de la granja? —Ella se atragantó. Cuando el abuelo pareció afligido, soltó una respiración entrecortada—. ¿No puedes entenderlo? Gabriel ve todas mis partes, no sólo las partes eficientes. Ve a la mujer que quiere ser bonita y recibir flores, que quiere bailar, que quiere sentir algo más que alivio porque el potro que se soltó no pisoteó los nabos. Su voz cayó. —Al menos lo hizo hasta que lo empujé a hablar del pasado. Ahora todo lo que puede ver es su culpa. Y piensa que eso es todo lo que yo puedo ver, también. ¿Estaba él ahí afuera incluso ahora, yendo en busca de algún nuevo desafío para borrar la angustia de su mente, alguna nueva carrera en su batalla con la muerte? Engaño a la muerte. Es lo que hago. Y de pronto ella comprendió.

Lo había dicho como una broma, pero no era una broma. Eso lo explicaba todo: las carreras, la imprudencia, las veces en que se había retirado y se había convertido en esa persona fría y aterradora a la que ella pensaba como el verdadero Ángel de la Muerte. Rezó para que tuviera la oportunidad de hacerlo entender. Porque hasta que lo hiciera, nunca podrían casarse. Y no podía soportar la idea.

Capítulo 20

Debes. Derrotar. A Roger. El cántico del sueño de Gabe lo perseguía. Lo mismo que la imagen de Roger tendido con el cuello roto mientras Lyons corría hacia ellos y Gabe luchaba por controlar los caballos. Gabe tragó una cerveza con el ceño fruncido. Tenía que sacarse esa imagen de la mente. Tenía que encontrar ese perfecto estado de bendito entumecimiento, de fría calma que sentía cuando estaba corriendo. Normalmente no lo buscaba en la bebida, pero aunque esta noche se requiriera la mitad del licor de Londres, iba a sacar los recuerdos de su mente. Soltó una risa amarga mientras miraba perdidamente su jarra. La ironía no escapó de él. —Eres diabólicamente difícil de encontrar—dijo Jarret a sus espaldas. —He estado buscándote enloquecido por todas partes durante horas. Maldición. —Bueno, me encontraste. Ahora vete. Bebió más cerveza. Tenía que estar más borracho que esto para tratar con su hermano. Jarret le alejó la jarra. —Pensaba que ya habrías aprendido que esto no ayudará. Cierto, pero esta noche estaba desesperado. Volvió a acercar la jarra. —Consigue tu propia cerveza. O mejor aún, vete. —Deberías haberte quedado para verlo todo. Ella quería que te quedaras.

—Sí, me di cuenta por la forma en que me pidió que no me fuera. —¿Por qué estaba hablando con Jarret? No cambiaría nada. —No le diste la oportunidad. Él maldijo entre dientes. Había visto la confusión en su rostro, la conmoción cuando él le había dicho la verdad. Tal vez lo habría perdonado, tal vez no. No podía quedarse para averiguarlo. Irse significaba que no tenía que ver la luz morir en sus ojos cuando se diera cuenta de lo que realmente era. —No habría importado. —Por supuesto que habría importado. Está enamorada de ti. Las abrasadoras palabras se abrieron paso a través del entumecimiento que lo invadía, provocando una pequeña esperanza en el glaciar del corazón de Gabe. —¿Virginia dijo eso? Jarret hizo una pausa. —No tuvo que hacerlo. Lo vi en su rostro. La esperanza se desvaneció. —Viste lo que querías ver. Yo vi a una mujer que finalmente había conseguido la verdad por la que había estado clamando y no le gustó. Levantó la jarra para beber, pero estaba vacía. Se la tendió a una moza de la taberna que andaba cerca. —¡Otra! —Ella se apresuró a rellenarla. —Apenas le diste a la señorita Waverly la oportunidad de digerirlo todo—replicó Jarret—. ¿Qué esperabas? —Esperaba... —¿Qué? ¿Que una vez que le abriera su corazón, el dolor se detendría? Eso era ingenuo. Nunca se detendría, ni siquiera si ella lo pudiera perdonar por lo que había sucedido. Su hermano aún estaría muerto. Y él seguiría siendo el despreciable imprudente que lo había puesto en la tumba. —Conseguí exactamente lo que esperaba—mintió él.

—¿Así que vas a castigarla por su momentáneo lapsus abandonándola? — preguntó Jarret. —¿Castigarla? —Gabe le frunció el ceño—. Le estoy haciendo un favor. Fui un idiota por pensar que podríamos casarnos. Hay demasiado del pasado entre nosotros. —Ella parece dispuesta a resolverlo. —Entonces es una tonta. Se merece un hombre que sea digno de ella. Y yo no soy ese hombre. —La jarra estaba colocada delante de él, y la agarró. Necesitaba no sentir. Solía ser tan fácil, encontraba alguna carrera para competir y se convertía en el Ángel de la Muerte. ¿Por qué no podía hacer más eso? Todo lo que quería era hundirse en el entumecimiento, dejar que lo rodeara como la tumba... —Pero no es probable que la señorita Waverly consiga a un hombre más digno en su situación actual, ¿verdad? —dijo fríamente Jarret. —Tiene a su primo—dijo él mordiendo las palabras, aunque el mero pensamiento hacía que sus dedos picaran por estrangular al hombre—. Se casará con ella. —No quiere a Devonmont. Sólo Dios sabe por qué, pero la señorita Waverly te quiere. A juzgar por cómo su pulso saltó ante esas palabras, todavía no había consumido suficiente alcohol. —No sabe lo que quiere. Y de todos modos, estará mejor con él que conmigo. Jarret bufó. —Eres un maldito cobarde. Cuando eso encendió su temperamento, él maldijo. ¿Dónde estaba el entumecimiento? —Cuidado, hermano mayor. El último hombre que me llamó eso se tragó los dientes. —Sí, eres valiente cuando menos importa. Estás muy feliz de correr con cualquier idiota que te desafíe, pero Dios no lo permita que debas admitir que necesitas a Virginia. Que incluso la podrías amar. Es más fácil darse media vuelta y escapar. Gabe se puso rígido.

—No es más fácil. Es mejor para ella. No puedo darle lo que desea. —¿Qué? ¿Una especie de penitencia por competir contra su hermano? Virginia no quiere eso. Quiere que le abras tu corazón, que confíes en ella. Y eso te aterroriza. Gabe bebió abundantemente, luchando por ignorar la verdad en las palabras de Jarret. —Créeme, lo entiendo—continuó Jarret—. He estado en tu lugar. También lo han hecho Oliver y Minerva. Todos hemos pasado los últimos diecinueve años protegiendo nuestros corazones, porque sabemos lo terrible que se siente ser abandonados por aquellos que más amamos. Eso nos ha hecho tardar en confiar. Pero hasta que puedas confiar en alguien con tu corazón, sólo estarás medio vivo. Amar a alguien y ser amado vale la pena cualquier riesgo. Las palabras golpearon su cerebro, peleando contra los efectos de la cerveza. —¿Has terminado?—gruñó—. Porque nada de esto te concierne. El general y Devonmont han urdido un pequeño y ordenado plan para su futuro, y no lo obstaculizaré. —Bien—dijo Jarret con tranquilidad mientras se levantaba—. Pero debería mencionar una cosa. ¿Tu intención de entregarla a Devonmont significa que malinterpreté lo que estaba pasando cuando os sorprendí a los dos en el establo? Supuse que habías hecho el amor con ella. Gabe se congeló. —Pero eso no puede ser posible. Porque tomar su inocencia y luego alejarse, dejándola solo para hacerse cargo de las consecuencias, sería diez veces peor que cualquier cosa que le hicieras a Roger Waverly. Y con ese golpe de gracia, Jarret se fue. Gabe empujó la jarra a un lado con una retahíla de palabrotas. No podía creer que lo hubiera olvidado. Había arruinado a Virginia, y Jarret tenía razón: no podía dejarla sola para manejarlo. Devonmont podría ser tan indulgente como Virginia había aducido, pero no sería indulgente al respecto. Ningún hombre lo sería. La había seducido dos veces. Eso significaba que tenía que casarse con ella.

Si ella quería casarse con él. Miró ciegamente la jarra. A pesar de las optimistas observaciones de Jarret, no estaba seguro de eso. Una vez que ella tuviera tiempo para pensar en sus revelaciones, tal vez no querría tener nada que ver con él. ¿Y quién la podría culpar? Ni siquiera podia decirle lo que único que ella quería saber, lo que había sucedido entre él y Roger aquella noche. Ella se merecía saberlo, y él no podía decírselo. O… ¿podría? Su mente se puso en movimiento, recorriendo las posibilidades. Durante los últimos siete años había evitado tratar de enterarse de la verdad, de lo que pudiera averiguar. Pero tal vez podría averiguarlo ahora. Alguien debió haberlos oído a Roger y a él hablando de esa apuesta. Tal vez alguien presente aquella noche había visto todo, excepto que las habladurías sobre ellos se mezclaban con el resto de los chismes, por lo que nadie las reconocía como la verdad. Si pudiera saber lo que realmente sucedió, entonces Virginia y su abuelo al fin conocerían toda la verdad. Gabe tiró algo de dinero sobre la mesa y salió tambaleándose de la taberna, luego caminó a trompicones por la calle. Necesitaba despejarse la cabeza, necesitaba pensar. ¿Quién había estado en la taberna cuando él, Roger, y Lyons llegaron? Tenía que haber alguien que los hubiera oído. Dios sabe que él y sus amigos nunca habían sido bebedores silenciosos. Tal vez si regresara al lugar, podría refrescar su memoria. Gabe pasó el siguiente par de horas vagando por las tabernas. Entró en la taberna donde habían estado aquella noche. Estar allí no resucitó nada del cementerio de su memoria, así que comenzó a hacer preguntas. No le quedaba ningún orgullo. Sólo quería la verdad, aunque la mitad del mundo empezara a chismorrear sobre su extraña nueva obsesión con los acontecimientos que llevaron a la muerte de Roger. Por desgracia, la taberna había cambiado de manos un par de veces, así que el propietario sólo podía guiarlo a los propietarios anteriores. Preguntó a los asiduos y a las camareras, pero ninguno de ellos tenía idea de lo que estaba hablando. Se dedicó a hacer preguntas en una taberna tras otra. En poco tiempo, estaba persiguiendo sombras, buscando personas que podrían conocer a alguien que conociera a alguien que había estado allí aquella noche.

Cuanto menos borracho estaba, más empezaba a darse cuenta de lo inútil que era su búsqueda. Nadie recordaba a un par de borrachos tontos haciendo una apuesta en una taberna hacía siete años. La única vez que encontró a alguien que estuvo allí, el hombre tenía poco que decirle. Evidentemente las personas que pasaban largas horas de la noche en tabernas no eran las mejores fuentes de información. La bebida había oxidado sus cerebros. Finalmente, después de rastrear al propietario original de la taberna, sólo para oírle decir que no tenía idea acerca de cualquier apuesta, Gabe se sentó deprimido en el nuevo establecimiento del hombre a considerar sus opciones. Ninguna de ellas era buena, y todas implicaban casarse con Virginia con las preguntas del pasado colgando entre ellos. Tendrían que fugarse, ya que su abuelo nunca aprobaría un matrimonio. Estaba a punto de pedir algo de comida, no había comido durante horas, cuando un hombre se dejó caer en el asiento frente a él. Chetwin, malditos sean sus ojos. La última persona que quería ver esta noche. —He oído que has estado haciendo preguntas en la ciudad sobre la noche en la que tú y Roger hicisteis la apuesta—dijo Chetwin. Aunque odiaba que su búsqueda fuera descubierta por un gilipollas como Chetwin, no lo demostró. —Y lo encuentro muy interesante, especialmente a la luz de tu cortejo a la señorita Waverly. Gabe frunció el ceño pero no cayó en la trampa. —Todo el mundo está hablando de eso, ya sabes. Ganaste el derecho a cortejarla, así que todos estamos esperando para ver si ella se casará contigo. —Chetwin pidió una jarra de cerveza—. Supongo que tus preguntas sobre lo que ocurrió aquella noche tienen algo que ver con la señorita Waverly. —No tengo tiempo para esto —soltó Gabe mientras se levantaba. —No lo recuerdas, ¿verdad? Eso inmovilizó a Gabe en el lugar. —No seas absurdo. ¿Por qué no lo recordaría?

—Porque estabas bastante borracho, por lo que he oído. Y si lo recordaras — continuó Chetwin—, ¿por qué estarías buscando a alguien que pudiera haberlo presenciado? La única razón por la que necesitarías un testigo es si quisieras ayudar a tu memoria. Tensándose, Gabe bajó la mirada hacia Chetwin. —¿Cuál es tu punto? —Mi punto es que obviamente tienes una súbita necesidad de aclarar la historia para la señorita Waverly. Siempre asumí que ella sabía lo que pasó de boca de su abuelo o incluso de Waverly, pero tal vez no lo hizo. Así que querría saber la verdad antes de casarse contigo. —Chetwin lanzó a Gabe una sonrisa presumida—. Y sucede que conozco a alguien que lo sabe. Aunque el pulso de Gabe comenzó a latir al triple de velocidad, él logró encogerse de hombros. —¿Sí? ¿Quién podría ser? —Te lo diré, pero sólo bajo una condición. Que vuelvas a competir en Turnham Green. Gabe se rió incluso cuando la decepción lo atravesó. —No voy a caer en tu intento de conseguir una revancha. No sabes una maldita cosa, y no voy a competir contigo. Cuando se dio la vuelta para marcharse, Chetwin dijo: —Sé que Lyons discutió con Waverly y salió de la taberna antes de hacer la apuesta. Gabe se quedó inmóvil. Eso era algo que sólo alguien que había estado allí, o que había hablado con alguien que había estado allí, sabría. Lentamente se volvió para mirar a Chetwin. —Si has sabido la verdad todos estos años, ¿por qué no has dicho nada a nadie? —No dije que supiera la verdad. Dije que conozco a alguien que la sabe. —El rostro de Chetwin se oscureció—. Una noche, cuando estaba especulando con algunos amigos sobre lo que había provocado la apuesta, un hombre me dijo que debía mantener la boca cerrada cuando no conocía todos los hechos. Él dejó escapar

un pedacito sobre Lyons y la pelea. Cuando me di cuenta de que él debía saber la verdad, traté de obligarlo a decir más, pero se negó. Dijo que las familias no se merecían estar en boca de gente como yo. Gabe hizo un gran esfuerzo mental para saber quién podría haberle defendido, pero por su vida, no podía pensar quién podría ser. Recordaba la discusión con Lyons pero no recordaba a ningún amigo suyo estando allí cuando ocurrió. Tenía que haber sido un extraño, pero ¿qué hombre que conocía a Chetwin no conocería a Gabe también? Gabe se puso cara a cara con Chetwin. —Dime quién es, o te estrangularé hasta que lo hagas. Chetwin se limitó a sonreír. —Entonces nunca lo sabrás, ¿verdad? Gabe se enderezó, luchando por mantener su temperamento bajo control. —Le podría preguntar a cada uno de tus amigos... —El hombre no es amigo mío. Pensé que lo había aclarado. Sólo un tipo con el que una vez hablé en una taberna. —Chetwin se recostó en la silla, presumido e insolente como siempre—. Así que esto es lo que te propongo. Correremos en Turnham Green mañana al mediodía por trescientas libras. Quien gane la carrera gana el dinero, pero gane quien gane, te doy el nombre. Seguramente ese premio es lo suficientemente dulce como para tentarte. Trescientas libras era mucho dinero. Si ganaba, podría casarse con Virginia en una posición financieramente más segura que ahora. Pero si perdía, estaría en una situación desesperada. De cualquier manera, sin embargo, podía brindarle a ella y a su abuelo la verdad al fin. Por supuesto, Chetwin podría estar mintiendo. Pero daba lo mismo; no tenía otra opción. Además, había vencido a Chetwin una vez, podía vencerlo de nuevo. Pero esta sería la última vez que Gabe correría en Turnham Green. Virginia tendría su cabeza en una bandeja si supiera que planeaba correr. Incluso podría negarse a casarse con él, y eso no resolvería nada.

—Tengo una condición—dijo Gabe—. Por ahora, la carrera tiene que ser mantenida entre los dos. Trae a uno de tus amigos para presenciarla, y yo traeré a Lyons. Nadie más. Una vez que esté casado con la señorita Waverly puedes decirle a quien te plazca sobre el resultado, pero no hasta entonces. ¿Estás de acuerdo? Chetwin no parecía feliz, pero asintió. —Muy bien —le dijo Gabe a Chetwin—. Entonces tendrás tu carrera.

Capítulo 21

El martes a media mañana, Celia cruzó el patio y se dirigió hacia el campo, a la esquina noroeste más lejana de la finca. A lo lejos podía oír a los cazadores, la temporada de caza del urogallo había comenzado el sábado. Ahora podía practicar tiro al blanco sin que nadie se diera cuenta. Y con los Waverly aquí, todos se habían olvidado de ella, gracias a Dios. Avecinándose una fiesta en la casa, que estaba segura incluiría concursos de tiro al blanco, quería estar preparada. Suspiró. Pobre señorita Waverly. Por mucho que Celia no hubiera querido que Gabe se casara y la obligara a hacer lo mismo, tampoco quería ver sufrir a la señorita Waverly. Parecía del tipo decente, y todo ese asunto con la muerte de su hermano era muy triste. Celia rodeó el establo y casi chocó con Gabe, que estaba sacando su faetón y los caballos por las puertas junto con el joven Willy, uno de los mozos de cuadras. —¡Gabe! ¿Qué estás haciendo?—gritó ella mientras escondía el rifle detrás de la espalda—. Todos están fuera de sí de la preocupación. La abuela regañó duramente a Jarret cuando volvió de Londres solo. —¿Debería decirle que los Waverly estaban aquí? Tal vez no. Eso podría espantarlo. Ya se veía terrible—. Tienes que entrar y hablar con la abuela… —Luego. Si no te molesta, preferiría que te callaras que me has visto. Sólo por unas horas, eso es todo. Ella echó un vistazo a su faetón, luego a él, y cayó en la cuenta. —Vas a competir con alguien, ¿verdad? Él masculló un juramento en voz baja. Entonces su mirada se movió ligeramente a la izquierda de ella, y sus ojos se entrecerraron. —Y tú vas a disparar, ¿no?

—¿Por qué dices eso? —Puedo ver el rifle que estás ocultando sin éxito detrás de tu espalda—dijo él arrastrando las palabras—. Creí que la abuela te había prohibido las prácticas de tiro. —Lo que ella no sabe no la lastimará. —Le lanzó una mirada preocupada—. No lo dirás, ¿verdad? —Tú guardas mi secreto y yo guardaré el tuyo. —Él hizo una pausa, como si estuviera considerando algo, y luego dijo—. De hecho... —Y volviéndose hacia Willy, señaló el bolsillo del chaleco del muchacho. El mozo de la cuadra sacó un sobre y se lo entregó a Gabe, que lo miró fijamente. Luego levantó la mirada hacia Celia. —Si algo me sucediera, quiero que le des esto a la señorita Waverly. ¿Lo harás? Un escalofrío bajó por su espina dorsal. —¿A dónde vas a competir, Gabe?—preguntó ella. Él alzó una ceja. —¿A dónde vas a disparar? Ella se mordisqueó el labio. De repente, mantenerse mutuamente los secretos parecía muy imprudente. Le tendió el sobre, pero cuando ella lo alcanzó, él no lo soltó. —Prométeme que no lo leerás. O lo entregarás a menos que algo me ocurra. Ella dudó. Pero si quería saber lo que estaba pasando, mejor haría lo que le pidiera. Cruzó los dedos detrás de su espalda, por si acaso. —Lo prometo. Él soltó el sobre y ella lo guardó en el bolsillo del delantal. Entonces lo observó mientras trepaba al faetón y ponía los caballos al trote. En cuanto desapareció, se volvió hacia Willy. —¿Sabes a dónde va? —No, señorita, no lo dijo.

Ella sacó el sobre y clavó los ojos en él. No era típico de Gabe dejar notas para nadie antes de correr. Siempre asumió que ganaría con facilidad, sin ninguna lesión. Eso era lo que lo metía en problemas. Pero últimamente había estado diferente, más cambiante, más irritable. Ni siquiera vestía de negro. Además de lo que había oído de las revelaciones de la noche anterior, todo parecía ser congruente con que su hermano estaba en serios problemas. Jarret parecía pensar que Gabe estaba en una especie de encrucijada, que tenía que ver con la señorita Waverly. Incluso había especulado que Gabe estaba enamorado, una opinión que la esposa de Jarret parecía compartir. Contrariamente a lo que el resto de la familia pensaba de Celia, ella creía en el amor. Eso era precisamente por lo que no quería casarse por el capricho de la abuela. De la nada resurgieron las palabras del señor Pinter de hacía más de una semana: Simplemente estoy señalando que su abuela piensa en serio en los mejores beneficios para usted, algo que usted parece incapaz de reconocer. ¿Qué sabía él al respecto? Ese maldito detective de Bow Street no tenía ni una pizca de pasión en él. Siempre era un asunto de negocios con él. No podía entender lo que era desear cosas negadas rutinariamente a las mujeres, la seguridad de saber que nadie podría hacerte daño a menos que lo permitieses, la deliciosa emoción de meter una bala en un blanco, el intenso placer de ganarle a un grupo de estúpidos y pomposos hombres que se creían mejores que tú. Ella podría ser capaz de tolerar al señor Pinter si el hombre tuviera alguna capacidad de senti… Una maldición escapó de ella. No importaba si pudiera o no. Trabajaba para la abuela, no había más que hablar. Nada que ver con ella. Volvió su atención al sobre. Ella había estado resentida cuando Gabe había cedido a las demandas de la abuela cortejando a la señorita Waverly. Pero eso no tendría importancia si realmente estuviera enamorado de la mujer, lo que la carta parecía dar a entender. El sobre y todas sus implicaciones le quemaban la mano, inquietándola. Si algo me sucediera… Ella suspiró. Eso en cuanto a pasar la tarde disparando. Se volvió y se dirigió a la casa.

ISAAC SE PASEABA por la sala de estar, preguntándose si debería despertar a Virginia. Finalmente la había persuadido de que se acostara a eso de las cuatro de la madrugada y todavía estaba dormida, gracias a Dios. Pero él quería regresar a Waverly Farm. Esta mansión le recordaba demasiado su infancia en la finca en Hertfordshire que ahora poseía Pierce como heredero del título. Un golpe suave llamó a la puerta de la sala de estar. Asumiendo que era un sirviente, fue a abrirla, sólo para encontrar a Hetty de pie allí con un jarrón de flores recién cortadas. Parecía desolada y macilenta, pero todavía se las arreglaba para verse bonita, también. —¿Puedo pasar? —Por supuesto. —¿Cómo está ella? —preguntó Hetty mientras él se apartaba para dejarla pasar. —Dormida. Estaba tratando de decidir cuándo despertarla. Necesito estar en casa. ¿Has oído algo de lord Gabriel? —Me temo que no. —Hetty se acercó para colocar el jarrón sobre una mesa—. Le traje unas lavandas de nuestro jardín. Gabe dijo que eran sus flores favoritas, y pensé que la podría animar. Me costó un tiempo para encontrar algunas, ya que alguien ha estado cortándolas como loco. Él ve a la mujer que quiere ser bonita y recibir flores... Un gemido escapó de él. —Soy un viejo idiota. Ella parpadeó. —¿Por qué? —Pensé que ella estaba llenando nuestros jarrones con nuestra lavanda. —Él negó con la cabeza—. Tuve la tonta idea de que si mantenía a tu nieto ocupado trabajando en el establo, no tendría la oportunidad de cortejarla. Mientras tanto, lo estuvo haciendo todo el tiempo debajo de mis narices. Sólo veía lo que quería ver. Hetty se encargó de arreglar las flores. —A menudo hacemos eso.

Él le lanzó una mirada compungida. —No lo haces. Me dijiste que ella tenía una naturaleza apasionada, pero no la vi. Siempre es tan responsable que olvidé que tenía otras necesidades, las necesidades de una mujer. —Su voz vaciló—. Algo que tu nieto notó mejor que yo. Demasiado tarde recordó a Sharpe saliendo en defensa de ella con Hob, prestando atención a lo que llevaba puesto, dándole las gracias por los bocadillos... comportándose como un caballero. Si examinara con honestidad las acciones del hombre en la última semana, tenía que admitir que Sharpe siempre se había comportado como un caballero. De hecho, se había comportado mejor aún. Jamás se había quejado de tener que limpiar el estiércol de las caballerizas, y tampoco había hecho un mal trabajo. Había mostrado genuino interés en cómo Isaac entrenaba a sus caballos. Y le había ofrecido algunos consejos de su propia cosecha sobre la alimentación de los pura sangre. El hombre era un actor consumado o un caballero. Isaac había estado convencido de lo primero durante tanto tiempo que era difícil pensar en él siendo lo último. Pero anoche había hecho tambalear sus percepciones. —Sé que no quieres oír esto, Isaac —dijo Hetty suavemente—, pero creo que son apropiados el uno para el otro. Virginia tiene suficiente fuego como para mantenerlo interesado, y él tiene el tino suficiente para escucharla cuando ella lo corrige. Ellos harían un buen matrimonio, si pudieras encontrar un modo de permitirlo. Un mejor matrimonio que el que podría hacer con Lord Devonmont, me atrevería a decir. ¡No puedo casarme con Pierce cuando estoy enamorada de Gabriel! Infierno y condenación. —Anoche dejó bien claro que nunca se casaría con Pierce. Eso fue otra cosa en la que he estado ciego. ¿Había creído realmente que esos dos podrían casarse? Había esperado que pudieran hacerlo, pero en algún lugar en su interior, sabía que se comportaban más como hermanos que como amantes. Había estado tan ansioso por el matrimonio que había ignorado lo que sus instintos le decían. Parecía hacer eso mucho con su corderito.

—Estoy acostumbrado a dar órdenes, incluso con mi nieta, y ella lo soporta bien. Pero tenías razón: el amor no es algo que un general pueda dictar. —¿Ama a Gabriel? —preguntó Hetty, con voz temblorosa. —Ella dice que sí. Pero cree que la culpa de él le impedirá amarla a cambio. —Puede ser. —Hetty suspiró—. Lo siento por lo que te dije anoche sobre la mentira de Roger. No quise insinuar que... —No, has tenido toda la razón al decirlo. —Él inspiró profundamente—. He tenido tiempo de sobra para pensar desde entonces. Virginia siempre ha puesto a Roger en un pedestal, y yo mismo había santificado su memoria. A Roger le gustaba jugar y beber, y me mintió acerca de ambos esa vez. Estaba preocupado, y yo lo sabía. Pero no pude hacer nada al respecto, así que después de su muerte, fue más fácil... Tragó saliva con dificultad. Esto era difícil de decir, especialmente a ella. —Culpar a Gabe—murmuró ella. Él asintió con la cabeza. En pocas palabras, le relató lo que le había contado a Virginia sobre su conversación con Roger aquella noche. —Roger no dijo nada sobre ser intimidado o forzado. Esa fue mi contribución. Pero tenías razón, maldita sea. El hecho de que Roger sacara a tu nieto de la cama para la carrera dice mucho sobre quién tenía la culpa. Traté de decirme a mí mismo que Sharpe había mentido acerca de eso, pero si estuviera mintiendo, ¿por qué no pretendió que Roger lanzó el desafío? ¿Por qué admitir que estaba tan borracho? —¿Por qué decirle a Virginia que no la merecía?—preguntó Hetty. —No la merece—dijo Isaac mordiendo las palabra. Cuando la vio encresparse, agregó—. Pero nadie lo hace, según mi opinión. Una sonrisa tocó los labios de Hetty. —Tal vez tengas razón. Pero sigo diciendo que Gabe será un buen marido para ella. Sharpe casado con su nieta. Le dolía pensar en ello, pero si ella lo deseaba con tanta fuerza… Él suspiró.

—Todo general reconoce cuando está superado en potencia de fuego y astucia. Entre Virginia y tú... —Él le lanzó una mirada seria—. Sólo quiero su felicidad, ¿sabes? —Lo sé. Yo también quiero eso. Para los dos. —Ella se acercó a su lado—. Gracias, Isaac, por mantener una mente abierta al respecto. Se estiró de puntillas para besarle la mejilla, pero antes de que pudiera alejarse, él sujetó su barbilla con la mano y la besó de lleno en los labios. Cuando alzó la cabeza, ella lo miraba con los ojos muy abiertos y un rubor que le daba a las mejillas finas como papel un juvenil tono rosado. Había sorpresa en su mirada, y femenina conciencia, también. Él deslizó su brazo alrededor de la cintura femenina para estabilizarla contra él, y entonces le dio un beso más profundo. Ella se derritió, como él sabía que haría, porque Hetty era lo suficientemente mayor para saber cómo se libraba la batalla, y no era con palabras. La rendición nunca había sabido tan dulce. Un golpe en la puerta lo hizo soltarla con pesar. Especialmente cuando ella le brindó una media sonrisa suave antes de ir a abrir la puerta. Lady Celia se apresuró a entrar. —¡Abuela, te he estado buscando por todas partes! Acabo de ver a Gabe... —¿Ha regresado? —preguntó Virginia mientras salía del dormitorio, aturdida. Todavía llevaba su ropa de ayer, aunque estaba arrugada como si hubiera dormido con ella—. ¿Él está aquí? —Ya no. No pude hacer que se quedara. Se dirigía a correr en algún lugar, pero me dio esto para que te lo entregue. —Ella sostuvo en alto una carta cerrada, pero cuando Virginia corrió para conseguirla, agregó—. Debo advertirte que me hizo prometer que no te la daría... a menos que le sucediera algo. Mientras Hetty maldecía, la sangre se escurrió del rostro de Virginia. —Nunca ha dejado una carta para nadie antes—dijo Celia—, sabiendo lo que esto significa, pensé que es mejor que le eches un vistazo. Tal vez diga dónde está corriendo.

Cuando Virginia rompió el sobre y leyó, Isaac maldijo entre dientes. Sharpe le estaba haciendo muy difícil perdonarlo en este instante. Ella levantó la mirada hacia ellos, viéndose como si pudiera desmayarse. Hetty le quitó la carta, y la leyó en voz alta para su beneficio y el de Lady Celia. Querida Virginia, Si estás leyendo esto, entonces lo impensable ha sucedido. He perdido la carrera y mi vida. No podía soportar dejarte preguntándote cómo se produjo, la forma en que te quedabas pensando en mi carrera contra Roger, así que esto es para explicarlo. Chetwin afirma conocer a alguien que me puede decir lo que sucedió aquella noche hace siete años. No revelará el nombre a menos que compita contra él en Turnham Green, así que acepté. No te culpes por ello. Lo hice para que supieras exactamente con qué tipo de hombre te ibas a casar. Sólo asegúrate de que Chetwin cumpla con los términos de nuestra apuesta, que es que me dice (o a mi apoderado si muero) el nombre de la persona, independientemente de quién gane. Si por fin te enteras de la verdad, mi vida no será en vano. Ojalá pudiera estar allí para brindarte la verdad yo mismo. Haría cualquier cosa para hacer eso por ti.

—Cualquier cosa menos correr en Turnham Green—dijo Virginia amargamente. Le lanzó al abuelito una mirada de urgencia—. Tenemos que detenerlo. Si le pasa algo... —Su voz se quebró. —Por supuesto. —Se volvió a lady Celia—. ¿Cuánto tiempo hace que se fue? —Quince minutos más o menos. Miró a Hetty. —Deberíamos tomar mi carruaje. Ya envié para que lo tengan listo. Pero sólo tres de nosotros entrarán en él. —Me quedaré aquí —dijo lady Celia. Isaac asintió con la cabeza.

—Si partimos ahora, deberíamos llegar a Turnham Green antes de que comience la carrera. No se lanzarán a ello inmediatamente después de su llegada, supongo. — Volviéndose a Virginia, añadió—. Y si no lo logramos, querida, el muchacho ha corrido esa carrera tres veces hasta la fecha, seguramente puede escapar ileso otra vez. Su mirada se entrecerró. —Oh no, no puede. Porque tendrá que enfrentarme después. Y no escapará ileso de mí, te lo aseguro.

CON LA SANGRE bombeando y el sudor perlando su frente, Gabe se quedó esperando a Chetwin. Lyons fruncía el ceño mientras estudiaba su reloj de bolsillo. —Son pasadas las diez. —Él está jugando conmigo—dijo Gabe mordiendo las palabras—. Tratando de ponerme nervioso, eso es todo. —Peor aún, eso estaba funcionando. Nunca una carrera significó tanto para él. Y eso le preocupaba. Significaba que no podía llegar a ese lugar de control frío que necesitaba para ganar. Miró hacia abajo, hacia el lugar donde los peñascos se alzaban amenazadoramente grandes. Las últimas dos veces que estuvo aquí, había habido tanta gente que el recuerdo de su carrera con Roger había retrocedido ante el rugido del espectáculo. Y la hora del día y la estación del año habían sido diferentes. Ni había estado presente Lyons. Había estado fuera del país para las otras dos carreras con Chetwin. Pero hoy era como ese día, hacía siete años. Verano. Mediodía. Nadie más que él y Lyons. Gabe estaba incluso sufriendo los efectos de una noche pasada bebiendo. Todo estaba misteriosamente igual. Un estremecimiento lo azotó. Eso no debería molestarlo, pero lo hizo. —¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —preguntó Lyons. Eso era diferente, Lyons no le había preguntado una maldita cosa antes de su carrera contra Roger. En aquel entonces todos habían sido mucho más estúpidos. —No tengo otra opción. Es la única manera de saber lo que pasó.

—Siempre asumí que lo sabías, que guardabas silencio porque no querías empañar su memoria. —Lo sé. —No sabía si reír o llorar. Todas estas personas atribuyéndole tales nobles motivos, cuando todo el tiempo… —Lamento no habéroslo preguntado a los dos—dijo Lyons—. Estaba medio dormido cuando vinimos aquí. Era sólo otra carrera; no me importaba quién había lanzado el desafío. —Su voz tenía un filo—. Durante años pensé que si lo hubiera preguntado, si hubiera dicho algo... Pero por supuesto que no lo hice, y tú tampoco, y aquí estamos. Un escalofrío recorrió a Gabe. Nunca se le había ocurrido que Lyons pudiera sentirse culpable por ello también. Dado eso, era sorprendente que hubiera venido hoy. —Así que esta vez cumpliré con mi conciencia volviendo a preguntar—prosiguió Lyons—. ¿Estás seguro que quieres hacer esto? Antes de que Gabe pudiera responder, el sonido de los cascos llegó a ellos. Se volvió para ver a Chetwin conduciendo su carruaje hacia ellos con un soldado sentado a su lado. Brevemente, Gabe se preguntó si ese podría ser el hombre que Chetwin había mencionado. Pero su misterioso informante no había sido un amigo, o eso decía Chetwin. Chetwin se detuvo junto a su carruaje. —Llegas tarde—dijo Gabe mientras el amigo de Chetwin se bajaba y se ponía junto a Lyons. La sonrisa presuntuosa que Chetwin le lanzó confirmó sus sospechas. —¿Preocupado de que no apareciera? —¿Y perder la oportunidad de hacer el ridículo? —Gabe recogió las riendas—. No lo creo. Eso desterró la sonrisa de Chetwin. —Vamos a ver quién es el ridículo cuando esto termine, y haya ganado.

—Sólo recuerda lo que acordamos—dijo Gabe—. Esta es la última vez que me acosas para competir aquí, sin importar si tu caballo recoge una piedra o rompes tu eje o cualquier número de atípicos acontecimientos te impidan ganar. Eso realmente consiguió enojar a Chetwin. —Cuidado, Sharpe, o cambiaré de opinión acerca de la carrera, y nunca sabrás el nombre. Gabe apretó los dientes. Hostigar a Chetwin no era divertido cuando el hombre tenía algo que él quería. —¿Debo enumerar las reglas para que podamos seguir con esto? —preguntó Lyons. —Conocemos las reglas—dijo Gabe. Con un gesto de asentimiento, Lyons levantó la bandera y se colocó entre ellos. Entonces Gabe oyó más cascos que venían desde detrás de él. Miró a Chetwin con el ceño fruncido. —¡Maldición, dijiste que no se lo dirías a nadie! —No son amigos míos, lo juro por Dios —replicó Chetwin. Gabe se movió en su asiento para mirar hacia atrás, entonces maldijo. La abuela. Celia debió haber roto su promesa, maldita sea. Entonces su corazón dio un vuelco. No sólo la abuela. Virginia. Al verla, su corazón comenzó a latir de prisa. Ella había venido para detenerlo. Se había preocupado lo suficiente para intentar detenerlo, incluso después de lo que le había dicho. Eso hacía imperativo que él corriera esta carrera. Porque por mucho que se preocupara por él, se merecía la verdad. Y ahora estaba seguro de que podía lograrlo. Por ella. Sólo por ella. —¡Deja caer la maldita bandera, Lyons!

Capítulo 22

Cuando el carruaje se detuvo, Virginia oyó la orden de Gabriel. Mientras se bajaba de un salto y se echaba al correr, gritó al duque: —¡Si deja caer esa bandera, Su Excelencia, se la meteré por la garganta! Lyons parpadeó, sin duda no estaba acostumbrado a ser amenazado con violencia por una mujer. Entonces rompió en una sonrisa satisfecha y levantó la bandera más arriba. Ella alcanzó a Gabriel en unos instantes. —¡No te atrevas a correr esta carrera, Gabriel Sharpe, o juro que no me casaré contigo! —Lyons, maldito asno —soltó Chetwin—, si no dejas caer esa bandera, la correré sin él y declararé que ha perdido. —¡Abuelito! —gritó ella. Ella miraba a Gabriel a los ojos mientras su abuelo se apresuraba a ponerse delante del carruaje de Chetwin y aferrar el arnés del caballo principal. —¡Maldición, salga del camino! —gritó Chetwin. —No hasta que mi nieta haya terminado—dijo el abuelito, manteniendo fácilmente el control de los caballos de Chetwin. Gabriel miró con el ceño fruncido a Chetwin. —Dame unos minutos, ¿quieres? Tendremos nuestra carrera. Déjame hablar con ella. —Saltó del pescante, la agarró del brazo y la alejó del resto de ellos.

—Virginia, cariño... —comenzó. —¡No me vengas con cariño!—gritó ella—. No puedes correr esta carrera. Me arrojaré delante del carruaje antes de dejarte. Eso pareció asustarlo. —No entiendes... —Entiendo. Leí la carta que me dejaste. Más allá de ellos, su abuela se bajó del carruaje, pero afortunadamente mantuvo la distancia. —Si lo hiciste entonces sabes que esta es la única manera de averiguar la verdad— dijo él en el tono paciente que se usa con los niños o los tontos. —¡No me importa la verdad! No me importa lo que sucedió aquella noche, o el día siguiente o los años entre entonces y ahora. Sé que eres un buen hombre, Gabriel... un buen hombre. —Su voz se quebró—. Me enamoré de ese hombre. El salto de alegría en su rostro la hizo pensar que todo lo que él había necesitado era oír esas palabras. Hasta que una triste sonrisa tocó sus labios. —Entonces deberías comprender aún más por qué debo competir con Chetwin. Ella se tragó su decepción. —¿Por qué? —Porque no puedo casarme contigo sin saber si tengo derecho a ese amor. Sé que ahora no crees que el pasado importa, pero con el tiempo envenenará lo que sientes por mí en este momento. Estoy haciendo esto por nosotros. —No—dijo, agarrando sus brazos—. Lo estás haciendo por ti. Él la miró, y ella pudo verlo retrayéndose, convirtiéndose en esa criatura fría y cautelosa. No esta vez, porras. —Escúchame—dijo ella con urgencia—. Me dijiste que seguías actuando como el Ángel de la Muerte porque pensabas que debías pagarlo. Y tu abuela dijo que seguías con eso porque era tu manera de combatir tus miedos. Pero ambos sabemos que es algo más.

Él se tensó, hundiéndose más en el gélido retraimiento que la asustaba más que cualquier carrera que pudiera correr. Pero al menos no se alejó. —No sé de lo que estás hablando. —Tú mismo lo dijiste: “Engaño a la Muerte. Es lo que hago”. —Ella hundió sus dedos en sus brazos, decidida a hacerle ver—. Crees que de alguna manera engañaste a la Muerte ese día con Roger. Piensas que la muerte te debería haber llevado en lugar de él. Cuando un músculo se movió en la mandíbula, supo que había acertado. Ella presionó su ventaja sin piedad. —Desde entonces, has estado desafiando a la muerte una y otra vez, seguro de que algún día vendrá por ti. Imaginas que bien podría ser en un momento que tú elijas, ¿correcto? Pero lo que no puedes aceptar es que a veces las personas simplemente mueren. Se matan en un momento de pasión, como tus padres, o están en el lugar equivocado en el momento equivocado, como tu amigo Benny. O corren tontas carreras, como Roger. La ira brillaba en su mirada ahora, que era mejor que el retraimiento. —No lo entiendes. Si yo hubiera... —¡No tenía nada que ver contigo! —gritó—. No importa que no hayas cancelado la carrera. Él tampoco lo habría hecho. O Lyons. Y ni tú, ni Lyons lo obligaron a correr. Ninguno de los dos le hizo tomar un riesgo y no parar cuando debería. Tragó saliva, dándose cuenta de que tendría que exponer sus propias vulnerabilidades si quería ganar esto. —Nunca debería haberte culpado por ello; no tenía derecho. Estaba enojada y herida, y extrañaba a mi hermano. Pero ahora me doy cuenta de que corrió la carrera del modo en que él eligió. Siempre tomó sus propias decisiones. Ella tomó su cara entre las manos. —Quieres creer que tienes algún tipo de poder sobre la muerte, que cada vez que compites y no mueres, le has robado su legítimo premio. Pero la verdad es que la muerte te ha tenido en sus garras durante siete años. Gabe quiso ignorar la verdad en sus palabras, pero resonaron demasiado profundamente para que lo hiciera. Se sentía enraizado en el lugar, incapaz de

apartar la mirada de la mirada desesperada de ella. Si pudiera refugiarse en el bendito entumecimiento que le había mantenido cuerdo durante los últimos siete años... Pero eso se había hecho cada vez más imposible desde el momento en que la había conocido. Cada vez que estaba con ella, lo cubría de calor y sentimientos, sin importar lo mucho que lo combatiera. Y ella seguía haciéndolo, su feroz hechicera, todavía luchando. —La ropa y el faetón y las interminables carreras son todo tu baile con la muerte. Si continuas con eso, vas a morir. Pero no ganarás nada, excepto lo que tontamente piensas que merecías haber ganado hace siete años... tu lugar en la tumba, en cambio de Roger. Las palabras martillearon en sus oídos. Oh, Dios, era cierto. ¿Cuántas veces había deseado no haber sobrevivido aquel día? El dolor que él siempre evitaba lo atravesó, sobrecogiéndole, hasta que finalmente admitió la verdad que había marcado su alma durante todos estos años. —Debería haber sido yo. —Lágrimas contenidas le obstruían la garganta—. Entonces no te habrías quedado sin nadie para cuidar de ti. No es correcto que muriera. No se lo merecía... —Ninguno de los dos se lo merecía. —Sus manos lo agarraron fuertemente, muy fuertemente—. Ojalá Dios os hubiera hecho regresar sanos y amigos, pero como no lo hizo, no hay nada malo en estar feliz porque todavía estás aquí, conmigo, vivo. Dios sabe que estoy feliz de que lo estés. —¿Cómo puedes decir eso?—dijo él con voz ronca—. Roger está en la tumba, mientras yo puedo tener una vida. —Él no te regañaría por eso. Y yo tampoco. —Las palabras curativas se introdujeron directamente en su corazón, plantando una semilla de esperanza. Ella le retiró un mechón de cabello. —Nada de lo que hagas puede cambiar lo que sucedió, Gabriel. Conseguir la verdad de Chetwin o competir en este circuito una y otra vez ciertamente no lo hará, ni siquiera casarte conmigo como una especie de penitencia. No hay deshonra en

renunciar a una batalla con la muerte. No es una batalla que puedes ganar. Y es hora de que lo aceptes. La semilla de esperanza echó raíces y floreció. Se había estado golpeando la cabeza contra el pasado desde la muerte de Roger, ¿y para qué? Para nada más que una cabeza dolorida. Tal vez fuera hora de que él tomara el amor que ella le ofrecía, sin cuestionamientos, sin remordimientos. —De acuerdo. Ella se congeló. —De acuerdo, ¿qué? —De acuerdo, no competiré con Chetwin. —Cuando ella se combó contra él de alivio, se llevó las manos femeninas a los labios y las besó—. Después de todo, no puedo tener a la mujer que amo negándose a casarme conmigo por una tonta carrera. Sus ojos comenzaron a brillar con lágrimas. —Tú... ¿me amas? Su corazón parecía permanentemente alojado en su garganta. —Más que a la vida. Sólo Dios sabe por qué me amas, porque segurísimo que yo no, pero sé por qué te amo. Eres mi faro en la oscuridad, y mi brújula en una noche en altamar. Cuando estoy contigo, no quiero bailar con la muerte. Quiero bailar con la vida. Quiero bailar contigo. Cueste lo que cueste, pretendo pasar el resto de mi vida tratando de merecerte. Ella comenzó a llorar a lágrima viva y se aferró a él. No sabía qué hacer, así que siguió su instinto y levantó su cara empapada de lágrimas para un beso largo y tierno que esperaba le mostrara cuánto la amaba. Cuando se apartó le dirigió una sonrisa, con la esperanza de detener sus lágrimas. —Así que si no quieres que compita con Chetwin, no competiré con Chetwin. —Él le dio unos golpecitos debajo de la barbilla mientras ella trataba vigorosamente de recuperar el control sobre sus emociones—. Después de todo, lo último que necesito es que te arrojes delante de mis caballos. —Lo haría, también—espetó ella.

—No lo dudo. Puedo verte, de pie en el hueco entre los peñascos, desafiándonos a atropellarte. —No había pensado en eso pero es una buena idea—respondió ella animosamente. Con una carcajada, la besó de nuevo. Entonces, tomándola de la mano, la condujo de vuelta hacia donde Lyons se paseaba y Chetwin miraba con el ceño fruncido. Cuando se acercaron a los carruajes, Chetwin replicó: —¿Y bien? ¿Estás listo? —Lo siento, viejo. La carrera ha terminado. Lyons dijo: —Gracias a Dios—y se acercó a la familia de Gabe. —No puedes hacer esto—dijo Chetwin. —Claro que puedo —replicó Gabe—. He cambiado de opinión. Chetwin frunció el ceño. —Entonces te juro que nunca escucharás la verdad. Gabe miró a Virginia, que lo miraba con ojos llenos de amor. —No importa. Ya tengo todo lo que quiero. —¿Y las trescientas libras? —le dijo desdeñosamente Chetwin—. ¿No importan tampoco? Gabe miró a Virginia con una ceja levantada. —¿Cariño? ¿Voy a competir con Chetwin por trescientas libras? —Absolutamente no—dijo con firmeza—. Estaremos muy bien sin ese dinero. Gabe le dijo a Chetwin: —Ninguna carrera hoy, ni nunca más. El Ángel de la Muerte se está retirando. Eso le valió un beso de Virginia en la mejilla.

—Chorradas—escupió Chetwin—. Estarás de vuelta una vez que tus bolsillos te lo pidan y necesitas algo contundente para ese nuevo pura sangre tuyo. —No veo por qué —dijo la abuela, entrando en la pelea—. Tengo toda la intención de invertir en los pura sangre de mi nieto. No puedo esperar a verle duplicar mi dinero. Gabe se la quedó mirando boquiabierto, y ella se ruborizó un poco. —El general y yo tuvimos una conversación de camino aquí. Dice que tienes una habilidad para entrenar a los caballos, y con su ayuda, piensa que podrías conseguirlo. Estoy dispuesta a invertir un poco para ver si eso es verdad. —Ella levantó la barbilla—. Una pequeña cantidad, ten cuidado, pero debería ser suficiente para financiar la entrada de un caballo a las carreras. —Gracias, abuela—dijo Gabe, refrenando una sonrisa. De vez en cuando ella podía ser bastante blanda. Especialmente cuando se trataba de sus nietos. El sonido de más caballos que se acercaban llamó su atención. Todos miraron para ver a Devonmont y lady Celia avanzando hacia ellos en el carruaje de Devonmont con su palafrenero en la parte trasera. —¡Pierce!—exclamó Virginia mientras salía corriendo para saludarlo—. ¿Qué estás haciendo aquí? Después de descender del carruaje y ayudar a Celia, le dio a Virginia un rápido beso en la mejilla. —Llegué a Waverly Farm tarde anoche. Pensé que todos estabais durmiendo, así que no me preocupé hasta esta mañana cuando me desperté para no encontrar a nadie más que a los sirvientes. Me dijeron que ambos estabais en Halstead Hall, así que fui allí. Entonces lady Celia me mostró una carta que Sharpe había escrito, y vine aquí de inmediato. —¿Por qué? —Gabe se acercó para enroscar un brazo posesivo en la cintura de Virginia—. ¿Estabas esperando que me rompiera el cuello y pudieras tomar mi lugar con ella? —Esperaba detenerte. —Volvió una dura mirada hacia Chetwin—. Creo que el teniente sabe por qué. Chetwin parecía beligerante.

—No sé a qué te refieres. —¿No?—exclamó Devonmont—. ¿Así que no recuerdas una conversación que tuvimos años atrás cuando estabas diciendo un montón de disparates sobre Sharpe y Roger y lo que había pasado la noche antes de su carrera? Gabe se olvidó de respirar. —¿Eres la misteriosa fuente de Chetwin? Virginia se congeló. —¿Estabas allí por la apuesta, Pierce? —No—dijo—estaba en Waverly Farm. Pero después de que Roger se emborrachó aquella noche, vino a hablar conmigo antes de hablar con el tío Isaac. Me lo contó todo. —¿Y nunca dijiste una palabra de ello?—gritó—. ¿Cómo pudiste? —Hasta que leí la carta de Sharpe hace instantes y lady Celia me explicó su importancia, siempre creí que él sabía exactamente lo que había ocurrido aquella noche. —¡Pero yo no sabía lo que sucedió aquella noche!—dijo, la traición en su voz—. El abuelito no lo sabía. ¿Por qué no nos lo dijiste? ¡Tú sabías que era importante para nosotros! —Por eso, si te acuerdas, te dije que le preguntaras a Sharpe al respecto —replicó Devonmont—. ¿Cómo iba a saber que no se acordaba? Supuse que se lo estaba guardando para sí mismo por la misma razón por la que yo no he dicho nada, porque quería protegeros al tío Isaac y a ti de saber lo peor de Roger. Cuando se hizo evidente para Gabe lo que eso significaba, un alivio lo recorrió tan profundamente que comenzó a temblar. —Así que no lo hice... No fui quien... —No—dijo Devonmont—. Roger me dijo que él hizo la apuesta. Al parecer, estaba molesto por algo que Lyons había dicho durante su discusión, y cuando estuviste de acuerdo con Lyons, él te desafió a esa tonta carrera. Con un suspiro, Lyons se puso detrás de Gabe.

—Lo recuerdo. Se quejaba porque el general no le permitía ser el jinete en alguna carrera de caballos. Roger dijo que su abuelo se había vuelto blando en su vejez. Le dije que un hombre que se había arriesgado en Boney tenía más valor que los tres juntos. Él desaprobó eso, especialmente cuando Sharpe estuvo de acuerdo conmigo. Cuando empezó a lanzarme improperios por eso, decidí que había tenido suficiente, y me fui a casa. —Entonces se sintió obligado a demostrar su valentía desafiando a Sharpe a correr en la pista más peligrosa de Londres—dijo Devonmont. —Maldito tonto—masculló el general. Devonmont miró a Gabe. —Dijo que al principio te resististe. Estaba muy orgulloso de eso, parecía pensar que lo hacía de alguna manera superior. Le dije que era un asno, que podía matarse fácilmente en ese circuito y que tú por lo menos tenías el buen tino de reconocerlo. Le dije que debía librarse de eso como pudiera, el honor no valía la pena. —Entonces vino a verme —dijo el general con voz ronca—. Y yo contradije tu consejo, Pierce. Virginia lanzó a su abuelo una mirada preocupada. —No sabías acerca de qué lo estabas aconsejando, abuelito. No fue tu culpa. —Ella lo recorrió a todos con una mirada feroz—. No fue culpa de nadie. No la de Gabe, Pierce o el duque. Roger siempre tomaba sus propias decisiones. Y aquella resultó ser la peor de todas. —Aunque todo esto es muy interesante—añadió Chetwin—, no cambia el hecho de que Sharpe accedió a competir conmigo y ahora está tratando de retractarse. —Se acercó a Gabe—. Esta es tu última oportunidad, Sharpe. Si no compites conmigo, me aseguraré de que todo hombre en Londres sepa que eres un cobarde. Voy a ennegrecer tu nombre de un extremo de Londres al otro por recular en un desafío. —¿Ha presentado un desafío? —preguntó el general Waverly—. Sonó más como un chantaje para mí: si Sharpe no estaba de acuerdo en competir con usted, se negaba a decirle lo que un hombre decente le hubiera dicho cuando le hubieran preguntado. —El tono de su voz se endureció—. No hay deshonra en que un caballero se niegue a ceder al chantaje. Se acercó a grandes pasos a Chetwin.

—Sucede que conozco a su oficial superior, y estaré encantado de darle un relato veraz de sus acciones aquí hoy. Él es todo un caballero. No verá con buenos ojos su abuso del dolor de otro caballero. ¿Está dispuesto a arriesgar su futuro en el ejército por ir tras una última provocación? Chetwin se puso completamente pálido, pero el general no había terminado. —Así que es mejor que no vuelva a oír ni una sola palabra sobre este incidente. Mi nieta está a punto de casarse con este hombre, y no voy a tener la reputación de mi futuro nieto mancillada por un gilipollas como usted. ¿Lo entendió, soldado? Gabe tuvo que clavarse las uñas en la palma para no reírse. Chetwin parecía como si estuviera a punto de orinarse en los pantalones. —Sí, General—dijo Chetwin de manera ahogada. Luego agarró a su amigo y regresó a su faetón. —Al parecer, Chetwin tienes algún sentido después de todo—gritó Gabe mientras el hombre se alejaba rápidamente. —Obviamente más que tú—gritó la abuela—. No puedo creer que fueras a picar el cebo otra vez con ese maldito… —Hetty —dijo el general, deteniendo su diatriba—. Terminó. Al final, volvió a sus cabales, así que deja tranquilo al hombre. Eso conmocionó a Gabe más que nada de lo que el general le había dicho a Chetwin. Sobre todo cuando, en lugar de darle al hombre una respuesta de las que sacan ampollas, su abuela lo miró suavemente y dijo: —Supongo que ha sufrido lo suficiente. Gabe bajó la mirada para encontrar a Virginia mirando boquiabierta a su abuelo, y se inclinó para susurrarle: —Parece que no soy el único que se enamoró de un Waverly. Poniendo la mano de ella en su brazo, se acercó al general. —Gracias por intervenir, señor. No me importa mucho lo que Chetwin me llame, pero agradezco que lo cortara de raíz. La mirada del general se endureció.

—Simplemente no hagas que me arrepienta. —Su mirada se dirigió a Virginia—. Hazla feliz. O cumpliré mi promesa de dispararte. —Él ofreció su brazo a la abuela— . Ahora, ¿vamos a algún lugar algo más cómodo? —Suena como una excelente idea para mí—dijo Devonmont mientras subía a Celia en su carruaje. —Llegaremos en un momento. —Gabe llevó aparte a Virginia—. Hay una cosa que debo aclarar, mi amor. Ella se lo quedó mirando con una tierna mirada que hizo zumbar su sangre. —¿Sí? —Dijiste antes que te casarías conmigo como una especie de penitencia. No es cierto. No lo piensas ni por un momento. La súbita vulnerabilidad en el rostro femenino se aferró a su corazón. —Dijiste que querías casarte conmigo para recompensarme, para resguardarme de un futuro sombrío. —He dicho una sarta de disparates—admitió—, y tal vez empezó de esa manera. —Él tomó sus manos en las suyas—. Pero esa razón para cortejarte desapareció la primera vez que te besé. La primera vez que me di cuenta de que eras la luz para mi oscuridad y la única mujer con la que jamás podría imaginar casarme. Cuando sus ojos comenzaron a brillar, agregó: —Tú eres mi recompensa. Sólo Dios sabe por qué, pero no voy a cuestionarlo. Sólo voy a tomar el premio y dar gracias a Dios por permitirme ganarlo. Él la acercó y le dio un suave beso en los labios. —Porque de todos los premios que alguna vez he ganado, definitivamente eres el mejor.

Epílogo

Ealing, finales de septiembre de 1825.

—¡Saludad al héroe vencedor! El grito saludó a Virginia y a su marido de una semana cuando descendieron de su carruaje en Halstead Hall y los Sharpe los rodearon rápidamente para felicitar a Gabriel por la victoria de Flying Jane en Doncaster. Virginia sonrió cuando Gabriel levantó la copa de oro en beneficio de sus hermanos, que aplaudían y se daban palmadas en la espalda como si ellos mismos hubieran conducido el caballo a la victoria. Celia era la única de los hermanos que había asistido a la carrera. Sus hermanos no habían querido dejar a sus esposas que habían entrado en sus respectivas fechas de parto, y la señora Masters había decidido quedarse en Londres con su marido, que no podía abandonar su bufete por el momento. Pero ahora estaban todos juntos otra vez, y claramente emocionados por la noticia. —El Times dijo que fue una carrera brillante—dijo Gabriel Stoneville—. Cito, “Flying Jane voló a la línea de meta”. —Te dije que el jinete te haría sentir orgulloso—dijo Jarret. —Y tenías razón —dijo Gabriel—. Gracias a él, tengo dos caballeros clamando por comprar a Flying Jane. —No la estás vendiendo, ¿verdad? —preguntó Annabel. —Nunca jamás. Virginia sonrió.

—El abuelito quiere cruzarla con Ghost Rider. Un carruaje llegó detrás del de ellos justo en ese momento. —Y hablando de Ghost Rider—dijo Gabriel—, aquí está el otro héroe vencedor. Otra ovación se alzó cuando el abuelito bajó del carruaje y ayudó a bajar a la señora Plumtree. Pierce lo siguió, ayudando a lady Celia a apearse. Gabriel y el abuelito habían decidido correr el mejor de los dos caballos en St. Leger Stakes, lo que en los ensayos había demostrado ser Ghost Rider. Entonces ambos caballos habían corrido la segunda carrera por la copa de oro ya que, como ganador de St. Leger Stakes, Ghost Rider tenía que llevar peso adicional. Gabriel había pensado que el peso podría inclinar la balanza a favor de Flying Jane, y lo había hecho. Flying Jane había ganado la copa de oro, por lo que fue un triunfo en todo. El abuelito y Gabriel habían estado celebrando todo el camino desde Doncaster. —¿Entonces qué piensas de las carreras de pura sangre ahora, abuela? —gritó Jarret mientras ella tomaba el brazo del general. —Tuvisteis suerte, es todo—dijo ella remilgadamente. —No la escuches. —El abuelito le dio una palmadita en la mano—. Ganó cien libras en apuestas en las dos carreras. —¿La abuela apostó en una carrera de caballos?—exclamó Minerva—. ¡Las maravillas nunca cesarán! —Oh, silencio—replicó la señora Plumtree—. Isaac me dijo que si no apostaba me arrepentiría, pero estuve condenadamente cerca de tener un paro cardíaco viendo esas carreras. Ese segundo estaba muy cerca. —Eso dijeron en los periódicos. —Oliver sonrió—. Supongo que te alegras de haber escuchado a “Isaac”. Las dos manchas rosadas que aparecieron en sus pálidas mejillas demostraban que no había querido cometer un desliz y usar el nombre de pila del abuelito. Virginia reprimió una carcajada. Él y la señora Plumtree se habían vuelto bastante íntimos últimamente, y ella y Gabriel habían empezado a especular sobre si habría un matrimonio a la postre. La señora Plumtree seguía diciendo que era demasiado vieja para esas tonterías, pero sus protestas se habían debilitado mucho últimamente.

—¿Y qué piensas de las carreras, Devonmont?—preguntó Jarret cuando todos ellos se dirigieron a la abovedada puerta de entrada. Pierce se encogió de hombros. —Una carrera de caballos es como cualquier otra, para mí. —Con una mirada astuta a Gabriel, metió la mano de Celia en la curva de su codo—. Gracias a Dios, lady Celia estaba allí para mantenerme entretenido. Ante el ceño fruncido de Gabriel, Virginia le susurró: —Sabes que está tratando de provocarte. No puede darte celos conmigo ahora, así que está tratando de preocuparte por tu hermana. Es su idea de diversión. Pero lady Celia es demasiado inteligente para enamorarse de Pierce. Deberías saber eso. —Espero que tengas razón—refunfuñó Gabriel. Estaban cruzando el patio cuando oyeron el sonido de otro caballo que se acercaba, y el señor Pinter atravesó la arcada. Se detuvo ante la vista de toda la familia. —¿Estoy interrumpiendo algo? —Su mirada se clavó en Pierce y lady Celia, y se endureció. Oliver se adelantó. —De ningún modo. Los entusiastas de las carreras han regresado a casa y estábamos de camino a celebrarlo. Eres bienvenido a unirte a nosotros. —Gracias, pero antes debería contaros mis noticias. Virginia sintió la instantánea tensión vibrando a través de su marido. Le había hablado de la investigación sobre la muerte de sus padres, pero no había pasado nada en el último mes. El señor Pinter había estado ocupado tratando de seguirles la pista a varios viejos sirvientes, así como de volver sobre los pasos de Benny May en Manchester. —¿Es sobre la muerte de Benny? —preguntó Gabriel. —No, todavía estoy trabajando en eso—dijo Pinter—. Voy a regresar a Manchester ahora. —¿Entonces cuáles son tus noticias?—preguntó Jarret.

—Cuando comenzamos todo esto, le pedí al policía una oportunidad para examinar el arma usada para matar a tus padres. Dijo que había sido trasladada a un depósito en algún lugar de la ciudad, y que le llevaría un tiempo rastrearla. La encontró ayer y le eché un vistazo. —El señor Pinter hizo una pausa, como para asegurarse de que tenía la completa atención de ellos—. Sé con certeza que vuestra madre no mató a vuestro padre. —¿Cómo?—preguntó Gabriel con impaciencia. —Porque ese arma no los mató. Nunca había sido disparada. Claramente, fue sacada de la pared donde estaba colgada y colocada cerca de los cuerpos, así parecería como si fuera el arma. El asesino no debió darse cuenta de que era ornamental. Por fin, los Sharpe tenían la confirmación de que sus padres habían sido asesinados. Durante todos estos años, habían vivido con lo que pensaban fue una tragedia doméstica. Habían soportado juntos esa vergüenza, habían forjado sus vidas en torno a ello, viviendo a diario con el doloroso conocimiento de que su madre había matado a su padre. Enterarse de lo contrario era algo descomunal. —¿Estás seguro? —preguntó Oliver con un temblor en la voz. —Sí. —Pero ¿por qué el agente de policía no notó que no había sido disparada?— preguntó Gabriel. Pinter lo miró de reojo. —Los policías no están entrenados en estos asuntos, son ciudadanos comunes que sirven como oficiales de policía durante un año. No hay duda de que el agente de policía de ese año en particular no tenía experiencia con armas. O quizás ni siquiera la examinó de cerca, ya que tu abuela le pagó para que callara los acontecimientos de esa noche. Cuando ella le contó lo que había sucedido, él podría haberlo aceptado como cierto. La señora Plumtree se ruborizó. —Nunca debería haber interferido. Pero en ese momento parecía obvio quién había matado a quién, y sólo quería proteger a mi familia.

—A mí también me pareció obvio—dijo Oliver—. Esta es la primera prueba concreta que hemos tenido de que no fue mamá quien le disparó. Todos empezaron a hablar de inmediato, interrogando a Pinter, revisando teorías anteriores, diciéndose que habían estado seguros de ello todo el tiempo. Oliver los llevó dentro para que pudieran estar más cómodos para la discusión. Pero después de discutirlo durante algún tiempo sin llegar a ninguna conclusión, excepto que el señor Pinter debería investigar más, la conversación eventualmente volvió a las carreras y a las victorias. —Entonces, ¿qué vas a hacer con esa copa de oro?—preguntó Oliver a Gabriel—. ¿Fundirla así puedes comprar otro pura sangre? —Muérdete la lengua —dijo Gabriel—. Va a estar en exhibición en Waverly Farm, hasta que Virginia y yo podamos comprar nuestra granja de cría. Su propia granja. Las palabras tenían un sonido tan bonito…, pensó ella. ¿Y quién hubiera imaginado que ella estaría sentada aquí entre personas que una vez había odiado, junto al hombre a quien había considerado su enemigo? Ahora no podía imaginar la vida sin él. Y le gustaba pensar que Roger lo aprobaría. —Mi oferta todavía está en pie—dijo Pierce—. Si quieres alquilar y manejar el lugar una vez que pase a mí, felizmente te daré un largo contrato de arrendamiento. —Gracias —dijo Gabriel, apretando la mano de Virginia—, pero preferiríamos tener un lugar propio. Si alguna vez nos lo podemos permitir. —¿Por qué no podrías una vez que recibas tu herencia de la señora Plumtree? — preguntó el señor Masters. El abogado había venido desde Londres para pasar el día a petición de su esposa. Gabriel resopló. —A menos que alguien que no conozco esté pensando en pedir matrimonio a Celia, dudo que alguno de nosotros vaya a heredar. Todos los ojos se volvieron hacia Celia. Ella parpadeó. —Veamos, ¿estás diciendo que no puedo conseguir un marido? —Nadie está diciendo eso, estoy segura—dijo Virginia.

—Oh, sí, lo están diciendo. Bueno, Gabe lo está diciendo. —Celia lo fulminó con la mirada—. Crees que no puedo conseguir un marido. ¡Crees que nadie se casará conmigo! Gabriel se encogió de hombros. —Faltan cuatro meses para que termine el año y no veo a nadie más que Devonmont en nuestra puerta, y Virginia dice que eres demasiado inteligente para enamorarte de él. Pierce la miró con una ceja levantada. Gabriel continuó: —Por supuesto, dime si tienes a alguien esperando entre bastidores. Pero no me quedaré de brazos cruzados esperando que aparezcan muchos pretendientes. Estoy haciendo mis propios planes para el futuro, ya que la abuela parece decidida a mantener su ultimátum. Celia se levantó para plantar sus manos en las caderas y examinar al resto de la familia. —¿Eso es lo que todos pensáis? ¿Que soy incapaz de encontrar un marido? ¿Que nadie me ofrecería matrimonio? Las mujeres murmuraron palabras tranquilizadoras y los hombres parpadearon como ciervos asustados, excepto Gabriel, que seguía mirando a Celia con su sonrisa sarcástica, y el señor Pinter, que miraba a Pierce con una expresión cerrada. Celia se ruborizó profundamente. —Al diablo con todos vosotros. Voy a tener un marido para Navidad, ¡ya veréis! —Ella salió deprisa de la habitación. Virginia saltó y corrió tras ella, pero apenas había llegado a las escaleras antes de que Gabriel la alcanzara. —Déjala, cariño. —No lo entiendes. Ahora piensa que todos creemos que se va a quedar para vestir santos. —Bien.

—¡Gabriel! ¡Eso es cruel! —No, Celia tiene un lado terco. Cuando la abuela dijo que teníamos que casarnos para heredar, eso la hizo plantarse y decir que nunca se casaría. Alguien tenía que empujarla en la dirección contraria. Ahora que tiene un reto para alcanzar, se matará tratando de cumplirlo. Si dice que estará casada en Navidad, te lo prometo, estará casada en Navidad. Virginia lo miró fijamente. Su abuela era famosa por esa manipulación, pero nunca la había visto en él. —¿El dinero es tan importante para ti? —No, pero mi hermana sí. —La atrajo hacia sus brazos, bajando la voz hasta un ronco murmullo—. La abuela ha tenido razón en una cosa todo el tiempo, ninguno de nosotros habría perseguido el amor si no nos hubiera empujado. Y ahora que sé lo que es el amor, no quiero nada menos que eso para Celia. Esas palabras hicieron que su corazón volara muy alto, pero había algo más que ella quería saber. —¿Alguna vez extrañas correr, mi amor? Él la miró solemnemente. —¿La verdad? No. Correr es para jóvenes y tontos, para los que no tienen nada que perder. —Él la besó en los labios—. En estos días tengo demasiado para arriesgarlo por algo tan estúpido como una carrera de caballos. Ver a mi pura sangre correr en un hipódromo contigo a mi lado es suficiente emoción para mí ahora. La muerte finalmente había perdido su dominio sobre él. —Para un hombre que una vez dijo que no era hábil en decir bonitos elogios, ciertamente sabes cómo enternecer a una mujer. Él le lanzó esa sonrisa arrogante que tanto adoraba. —¿En serio? La misma noche que nos conocimos, Lyons me informó que no era bueno con mujeres respetables. —No lo eres— bromeó ella—. Pero ¿con las mujeres que desafían a los hombres a correr y tienen un anhelo secreto de perder la razón por los sinvergüenzas? —Le

rodeó el cuello con los brazos y se estiró para poder susurrarle al oído—. Con esas mujeres, mi amor, eres muy, muy bueno. Entonces él la besó, ardiente, dulce y lentamente, y ella le respondió con toda la imprudencia y el anhelo de su alma. Porque como cualquier mujer inteligente sabe, a veces el único camino a la verdadera felicidad es casarse con un lord salvaje.

Fin