¿Cómo actuar con un adolescente difícil? Consejos para padres y profesionales

1 ¿Cómo actuar con un adolescente difícil? Consejos para padres y profesionales. Nasio, Juan-David Paidós, Buenos Aires

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¿Cómo actuar con un adolescente difícil? Consejos para padres y profesionales. Nasio, Juan-David Paidós, Buenos Aires, 2010

Retrato del adolescente de hoy

DEFINICIONES DE LA ADOLESCENCIA "En este momento estoy dividido entre dos edades, la de la infancia y la de la adultez. Cuando la edad adulta predomine sobre la infancia, seré dueño de mí mismo. Pienso que por ahora debo estar en un 60% de infancia y un 40% de adultez". Alain, 15 años Ante todo, comencemos por definir la adolescencia. La adolescencia es un pasaje obligado, el pasaje delicado, atormentado pero también creativo, que se extiende desde el fin de la infancia hasta las puertas de la madurez. El adolescente es un muchacho o una chica que poco a poco deja de ser un niño y se encamina difícilmente hacia el adulto que será. Definiré a la adolescencia de acuerdo con tres puntos de vista diferentes pero complementarios: biológico, sociológico y psicoanalítico. Desde la perspectiva biológica, sabemos que la adolescencia corresponde a la pubertad, más exactamente el principio de la adolescencia corresponde a la pubertad, a ese momento de la vida en el que el cuerpo de un niño de 11 años es abrasado por una sorprendente llamarada hormonal. La pubertad -término médico- designa justamente el período en el que se desarrollan los órganos genitales, aparecen signos distintivos del cuerpo del hombre y de la mujer, y se produce un impresionante crecimiento de la altura así como una modificación sensible de las formas anatómicas. Para el varón, es la edad en la que se producen las primeras erecciones seguidas de eyaculación durante una masturbación, las poluciones nocturnas, el cambio de la voz y el aumento de la masa y de la tonicidad musculares, gérmenes todos ellos de una virilidad incipiente. En la niña, se desencadenan las primeras menstruaciones y las primeras sensaciones ováricas, los senos crecen, la cadera se ensancha confiriéndole a la silueta el porte típicamente femenino y, sobre todo, se despierta en ella esa tensión imposible de definir que emana del cuerpo de toda mujer y que llamamos el encanto femenino. Por lo tanto, biológicamente hablando, la adolescencia es sinónimo del advenimiento de un cuerpo maduro, sexuado, susceptible de procrear. En cuanto a lo sociológico, el vocablo "adolescencia" abarca el período de transición entre la dependencia infantil y la emancipación del joven adulto. Según las culturas, este período intermedio puede ser muy corto -cuando se reduce a un rito iniciático que, en unas pocas horas, transforma a un niño grande en un adulto- o particularmente largo, como en nuestra sociedad, donde los jóvenes conquistan su autonomía muy tardíamente, dados la extensión de los estudios y el desempleo masivo, factores que mantienen la dependencia material y afectiva del adolescente respecto de su familia. En este sentido, observemos que un adulto joven de cada dos sigue viviendo en el domicilio de los padres a los 23 años, gozando no solo del techo por tiempos cada vez más prolongados, sino también de su sostén económico, que, muy a menudo, se extiende incluso más allá. En una palabra, si se consideran los dos extremos del pasaje adolescente, puede afirmarse que la pubertad signa su entrada hacia los 11 o 12 años, mientras que la emancipación puntúa su salida alrededor de los 25 años.

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RETRATO DEL ADOLESCENTE DE HOY Pero vayamos ahora al punto de vista psicoanalítico tal como lo fui forjando a lo largo del contacto con mis jóvenes pacientes. Ahora bien, ¿qué es un adolescente para el analista que somos? En primerísimo lugar, esbocemos su retrato hecho en vivo. Más adelante, describiré al adolescente desde el interior, desde el fondo de su inconsciente, tal como se ignora a sí mismo. Por el momento, esbocemos su figura a grandes rasgos. El joven muchacho o la chica de hoy es un ser trastornado que, alternativamente, se precipita alegre hacia adelante en la vida, luego de pronto se detiene, agobiado, vacío de esperanza, para volver a arrancar inmediatamente llevado por el fuego de la acción. Todo en él son contrastes y contradicciones. Puede estar tanto agitado como indolente, eufórico y deprimido, rebelde y conformista, intransigente y decepcionado; en un momento entusiasta y, de golpe, inactivo y desmoralizado. A veces, es muy individualista y exhibe una vanidad desmesurada o, por el contrario, no se quiere, se siente poca cosa y duda de todo. Exalta hasta las nubes a una persona de más edad, a la que admira, como, por ejemplo, un rapero, un jefe de grupo o un personaje de juegos de video, a condición de que su ídolo sea diametralmente opuesto a los valores familiares. Los únicos ideales a los que adhiere, las más de las veces con pasión y sectarismo, son los ideales -a veces nobles, a veces discutibles- de su grupo de amigos. A sus padres les manifiesta sentimientos que son la inversa de los que siente realmente por ellos: los desprecia y les grita su odio, mientras que el niño que subsiste en el fondo los ama con ternura. Es capaz de ridiculizar al padre en público mientras que está orgulloso de él y lo envidia en secreto. Tales cambios de humor y de actitud, tan frecuentes y tan bruscos, serían percibidos como anormales en cualquier otra época de la vida, pero en la adolescencia, ¡nada más normal! EL IMPULSO CREADOR DEL ADOLESCENTE Sin ninguna duda, el adolescente es un ser que sufre, exaspera a los suyos y se siente sofocado por ellos, pero es, sobre todo, el que asiste a la eclosión de su propio pensamiento y al nacimiento de una fuerza nueva; una fuerza viva sin la cual en la edad adulta ninguna obra podría llevarse a cabo. Todo lo que construimos hoy está erigido con la energía y la inocencia del adolescente que sobrevive en nosotros. Indiscutiblemente, la adolescencia es una de las fases más fecundas de nuestra existencia. Por un lado, el cuerpo se acerca a la morfología adulta y se vuelve capaz de procrear; por el otro, la mente se inflama por grandes causas, aprende a concentrarse en un problema abstracto, a discernir lo esencial de una situación, a anticipar las dificultades eventuales y a expandirse ganando espacios desconocidos. El adolescente conquista el espacio intelectual con el descubrimiento de nuevos intereses culturales; conquista el espacio afectivo con el descubrimiento de nuevas maneras de vivir emociones que ya conocía, pero que nunca antes había experimentado de esa manera -el amor, el sueño, los celos, la admiración, el sentimiento de ser rechazado por sus semejantes e incluso la rabia-; y, por último, conquista el espacio social al descubrir, más allá del círculo familiar y del escolar, el universo de los otros seres humanos en toda su diversidad. Ante la creciente importancia que la sociedad reviste ahora en su vida, comprende muy pronto que nada puede surgir de una acción solitaria. La adolescencia es el momento en el que nos damos cuenta de cuán vital es el otro biológica, afectiva y socialmente para cada uno de nosotros, cuánta necesidad tenemos del otro para ser nosotros mismos. PANORAMA DE LAS ADOLESCENTE DE HOY

MANIFESTACIONES

DEL

SUFRIMIENTO

INCONSCIENTE

DEL

Con todo, las más de las veces, nosotros, los profesionales o los padres, no estamos confrontados con esta energía creadora del adolescente. La mayor parte del tiempo, lo que se presenta ante nosotros es un adolescente en estado de desasosiego; un joven al que le cuesta expresar su malestar con palabras. No sabe o no puede verbalizar el sufrimiento difuso que lo invade y es a nosotros, adultso, a quienes nos compete soplarle las palabras que le faltan, traducirle el mal-estar que siente y que habría expresado él mismo si hubiera sabido reconocerlo. Soplarle las palabras, por cierto, pero con mucho tacto y sin que lo advierta, ayudarlo pero no ofenderlo. No, el adolescente no siempre sabe hablar de lo que siente porque no sabe identificar bien lo que siente. Se trata de una observación que muy a menudo hago a los padres y a los profesionales que se quejan del mutismo del joven que se encuentra ante ellos. Si el adolescente no habla, no es porque no quiere comunicar, sino porque no sabe identificar lo que siente, y mucho menos verbalizarlo. Es así como se ve lanzado a actuar más que a hablar y que su mal-estar se traduce más por medio de los actos que de las palabras. Su sufrimiento,

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confusamente sentido, informulable y, en una palabra, inconsciente, está más expresado mediante comportamientos impulsivos que conscientemente vivido y puesto en palabras. Justamente, me gustaría proponerle un Panorama de las manifestaciones del sufrimiento inconsciente del adolescente de hoy. Dichas manifestaciones se presentan de distinto modo según el grado de intensidad del sufrimiento: moderado, intenso o extremo. Lo invito a detenerse un instante en la figura 1. Figura 1 EL SUFRIMIENTO INCONSCIENTE DEL ADOLESCENTE PUEDE MANIFESTARSE DE TRES MANERAS DIFERENTES:1 POR MEDIO DE UNA NEUROSIS DE POR MEDIO DE POR MEDIO DE PERTURBACIONES CRECIMIENTO

[ A]. La adolescencia es una neurosis sana, necesaria para volverse adulto. Esta neurosis (angustia, tristeza, rebeldía) traduce un sufrimiento inconsciente moderado.

En Francia, esta neurosis sana afecta a 5 millones de jóvenes de entre 11 y 18 años, sobre una población global de 6,5 millones de adolescentes.

COMPORTAMIENTOS PELIGROSOS

MENTALES

[B]. Comportamientos peligrosos que interpretamos como la puesta en acto de un sufrimiento inconsciente intenso.

[C]. Perturbaciones mentales (principalmente la esquizofrenia, los TOC, las fobias, la depresión, los desórdenes alimentarios crónicos y las perversiones sexuales) que revelan un sufrimiento inconsciente extremo.

Estos comportamientos son los de un millón de jóvenes de entre 11 y 18 años.

Estas perturbaciones afectan a 150.000 jóvenes de entre 11 y 18 años.

- Comportamientos depresivos. Aislamiento. - Intentos de suicidio y suicidio. - Poliadicción. - Consumo de drogas duras. - Reviente alcohólico repetido. - Pornografía invasiva. - Anorexia y bulimia. - Distanciamiento escolar y ausentismo. Fugas. - Vandalismo. Violencias contra los otros y contra sí mismo. Violaciones. - Ciberdependencia y uso abusivo de chats.

1 Todos los datos estadísticos corresponden a Francia.

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Para crecer, nos hemos visto obligados a soportar dos neurosis en nuestra juventud: la primera entre los 3 y los 6 años, y la segunda entre los 11 y los 18 años; una neurosis infantil durante el Edipo y más tarde, una neurosis juvenil durante la adolescencia. Estas dos neurosis de crecimiento son neurosis sanas porque son pasajeras y se resuelven por sí mismas. J.-D.N. En la columna [A] del Panorama (figura 1), indiqué la manifestación más frecuente de un sufrimiento moderado, es decir, la efervescencia adolescente ordinaria. Identifico la agitación adolescente con una neurosis juvenil sana y aun necesaria; necesaria para que el adolescente, al cabo de su metamorfosis, logre adueñarse de sí mismo y afirmar su personalidad. También la denomino neurosis de crecimiento. Los principales síntomas de esta neurosis saludable de crecimiento, síntomas que vamos a profundizar más adelante pero que de ahora en más podemos mencionar -angustia, tristeza y rebeldía-, son los signos anticipadores de la futura madurez del muchacho y de la chica. Cabe señalar que esta neurosis de crecimiento afecta a prácticamente la totalidad de la población adolescente, es decir, a 5 millones de jóvenes, de entre 11 y 18 años de edad, sobre una población global, en Francia, de 6 millones y medio de adolescentes. ¿Quiénes son estos muchachos? Son los jóvenes con los que nos relacionamos todos los días, incluso los jóvenes pacientes que recibimos puntualmente por problemas de poca gravedad. En síntesis, los adolescentes incluidos en la categoría [A] son en su gran mayoría jóvenes con buena salud que atraviesan su adolescencia de manera moderadamente conflictiva y sufren una neurosis pasajera que califico como sana porque se disipa por sí misma con el tiempo, sin necesidad de recurrir a un terapeuta. En el fondo, en presencia de un adolescente difícil, es decir neurótico, nuestra mejor respuesta como padres es saber esperar, lo mejor que podamos, el fin de la tormenta. Al final de esta neurosis insoslayable y en suma benéfica, el o la joven entran por fin en la edad adulta. He de aclararle que esta manera de pensar la adolescencia como una neurosis de crecimiento es una idea innovadora que me ha sido inspirada por el trabajo con los jóvenes y que propongo a los padres y a los profesionales confrontados con el sufrimiento juvenil. Me gustaría agregar que esta neurosis saludable es, de hecho, la repetición en la adolescencia de la primera neurosis de crecimiento que fue, para un niño de 4 años, el complejo de Edipo. Estoy convencido de que la formación de la personalidad de un individuo se decide en su manera de atravesar estas dos pruebas inevitables que son la neurosis sana del complejo de Edipo y, diez años más tarde, la neurosis sana de la adolescencia.2 En ambos casos, se trata de una neurosis porque, en el transcurso de estos dos períodos de la vida, complejo de Edipo y adolescencia, el sujeto se desgarra interiormente, tratando de responder a la vez a las fuertes exigencias pulsionales de su cuerpo (llamarada libidinal) y a las fuertes exigencias sociales (padres, amigos y valores culturales), exigencias que ha introyectado y que se impone a sí mismo bajo la forma de la voz interior y despótica del superyó. La adolescencia es la edad en que las sensaciones corporales son tan apremiantes como el juicio crítico procedente de los otros. Este juicio negativo, interiorizado como autojuicio, es lo que denominamos superyó, entidad a la que nos referiremos más adelante. Ahora usted comprenderá que la neurosis sea justamente el resultado de la incapacidad que tiene el yo adolescente, aún inmaduro, de conciliar las tiránicas exigencias pulsionales con las tiránicas exigencias superyoicas. Esta guerra intestina entre un cuerpo invadido por las pulsiones y una cabeza invadida por una moral extrema hace del adolescente un ser íntimamente dislocado, desgarrado, que experimenta sentimientos contradictorios respecto de sí mismo y de aquellos de los que depende afectivamente, en primer lugar sus padres. Por ende, tiene reacciones desconcertantes, chocantes, incluso agresivas respecto de su entorno. Esto es la neurosis: sentimientos, palabras y comportamientos impulsivos y desfasados, que engendran una insatisfacción permanente y múltiples conflictos con el prójimo. Pero el fin normal de esta neurosis juvenil de crecimiento dependerá en gran medida de la inteligencia, de la serenidad y, en una palabra, del umbral de tolerancia de los padres durante la tormenta. Todo estriba en lo siguiente: aceptar que nuestro hijo real no sea el hijo que hemos soñado. La tarea es difícil pues, en la adolescencia, los padres ya no cuentan ni con la paciencia ni con la flexibilidad mental que tuvieron durante el Edipo. La efervescencia neurótica del joven desborda a menudo en la escena social y los padres rápidamente se ven superados. Se sienten mil veces más desarmados para manejar las turbulencias de su adolescente difícil que para manejar, por ejemplo, la inocente falta de pudor de su hijo de 4 años.

2 He desarrollado ampliamente en El Edipo. El concepto más crucial del psicoanálisis (Buenos Aires, Paidós, 2007) la idea de que el complejo de Edipo es la primera neurosis sana, formadora de nuestra personalidad.

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Retomaré detenidamente el cuadro clínico de la neurosis adolescente. Por el momento, sigamos examinando el Panorama de la figura 1.

Remitámonos a la columna [B], donde encontramos diferentes comportamientos peligrosos que interpreto como la puesta en acto por parte del joven de un sufrimiento del que no tiene conciencia, un sufrimiento inconsciente que ya no es moderado, sino intenso. Aquí querría volver un instante a la naturaleza inconsciente del sufrimiento adolescente. Cuando digo que el sufrimiento es inconsciente, quiero dar a entender que el joven no siempre lo siente y nunca nítidamente; y, si lo siente, no llega a verbalizarlo. Ahora bien, cuando este sufrimiento mudo es muy intenso e incoercible, se exterioriza ya no a través de la efervescencia adolescente común y corriente, sino a través de los comportamientos riesgosos, impulsivos y repetitivos. Insisto: nosotros, los psicoanalistas, somos los que interpretamos, por ejemplo, tal o cual acto de violencia perpetrado por un adolescente furioso como la expresión actuada de un dolor interior, no sentido, que socava al joven desde los desgarramientos familiares de su infancia. En el momento de cometer el acto, el joven no siente nada, ni dolor, ni miedo, ni culpabilidad; está como anestesiado, fuera de sí y muchas veces animado por un sentimiento de omnipotencia e invulnerabilidad. Esta ausencia de conciencia de su mal-estar interior explica por qué un adolescente, pese a hallarse en una situación desesperada, no piensa en pedir ayuda. Por lo tanto, se encierra en su soledad, su rencor y su desafío para con los otros. No obstante, hay otra razón que explica la violencia que puede adueñarse del joven. Sin darse cuenta, el adolescente muchas veces corre riesgos para ponerse a prueba y afirmarse. A través de la violencia y el ruido, busca la prueba de su propio valor. Quiere sentirse existir, distinguirse de los adultos y hacerse reconocer por sus amigos. En cuanto a los comportamientos peligrosos, observemos que, pese a su carácter ruidoso y espectacular (incendio de autos, violencia en el colegio secundario y muchos otros hechos que ocupan la primera plana de los periódicos), solo conciernen a un millón de jóvenes de entre 11 y 18 años -lo que no deja de ser, sin embargo, una cantidad considerable-. Las conductas riesgosas que encontramos con mayor frecuencia en nuestra práctica son los comportamientos depresivos y el aislamiento -sobre todo en las adolescentes-; los intentos de suicidio, más frecuentes en las jóvenes pero más sanguinarios entre los varones; los suicidios logrados, que representan la segunda causa de mortalidad entre los jóvenes adultos después de los accidentes de ruta; la poliadicción -tabaco, alcohol, cannabis- en constante alza; el consumo de drogas duras como el éxtasis, las anfetaminas, la heroína o la cocaína. Me interesa destacar que los adolescentes en peligro de los que estamos hablando son cada vez más jóvenes: ¡a veces tienen 11 o 12 años! Recientemente, han aparecido nuevas alteraciones del carácter tan precoces y alarmantes como el reviente alcohólico del sábado a la noche, que suele degenerar en situaciones trágicas; la pornografía invasora vía la televisión e Internet, donde el sexo se mezcla con la violencia; los trastornos del comportamiento alimentario -anorexia y bulimia en nítido aumento-, así como la deserción escolar, el ausentismo y las fugas, que instalan el vagabundeo y fomentan los actos delictivos. En lo atinente a los actos delictivos, he de decirle que la mayor parte de los menores encarcelados son varones desescolarizados y librados a sí mismos que, antes de cometer el delito, absorben un cóctel de drogas y bebidas alcohólicas para suprimir toda conciencia y todo miedo al peligro. Así, expulsan de su mente el menor atisbo superyoico para que su furor no conozca límites. Actualmente, asistimos al ascenso indiscutible del vandalismo, así como de la violencia contra los otros y contra sí mismo. A veces, las víctimas de la violencia son otros jóvenes que se vuelven violentos a su vez y a menudo violentos contra sí mismos. Pienso en los piercings, no en el lóbulo de la oreja, sino en la lengua o en los órganos genitales; piercings muy sangrientos y, con harta frecuencia, infectados. Pienso también en las automutilaciones y en particular en las escaras que, cuando se repiten, provocan lesiones definitivas de la piel. Toda esta crueldad contra uno mismo y contra los otros encubre muy a menudo -cosa que muchos ignoran- una depresión muy particular que no se manifiesta por medio del abatimiento y la tristeza. Es una depresión enmascarada, mezcla de amargura y despecho, que también suele denominarse "depresión hostil". Por ende, ante un joven violento, pregúntese siempre cuál es la decepción que, en lugar de ponerlo francamente triste, generó su odio. En lugar de sufrir el dolor de una pérdida, conservó en su fuero interno el rencor de una ofensa. Para completar la columna [B] de los comportamientos peligrosos, agregaré que el sufrimiento inconsciente ha adoptado recientemente la forma de nuevas adicciones sin droga que son la ciberdependencia a los juegos de video y el uso abusivo de los chats con carácter erótico con cámara web y video. Aquí ya no se trata de la dependencia de un producto, sino de la dependencia de un comportamiento. Por último, en la columna [C], incluimos las alteraciones mentales severas capaces de prolongarse hasta la edad adulta, perturbaciones que revelan un sufrimiento inconsciente extremo en el adolescente. Entre estas afecciones, la más dramática es indiscutiblemente la esquizofrenia o disociación esquizofrénica, que va

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acompañada muchas veces de delirios, de alucinaciones o de un repliegue autista irreductible. Otras veces, el joven está aquejado por alteraciones obsesivas compulsivas -las TOC-; perturbaciones ansiosas y fóbicas -las fobias escolares, por ejemplo-; trastornos alimentarios muchas veces crónicos -la anorexia y la bulimia-; o incluso una depresión importante que puede conducir al suicidio: todos trastornos mentales tan invalidantes que el adolescente se desescolariza y se margina. Otra patología mental, menos frecuente, que afecta a los varones, son los abusos sexuales paidófilos practicados, por ejemplo, en niñas de corta edad a las que el adolescente varón babysitter cuida por la noche en ausencia de sus padres; o incluso los abusos incestuosos en hermanos jóvenes, hermanas o medias hermanas. Pero en este punto me interesa insistir. El problema principal, para nosotros, profesionales, paidopsiquiatras, psicoanalistas, psicólogos, para todos aquellos que atienden a jóvenes con un gran sufrimiento psíquico, la perturbación más grave, la más irreversible, es sin duda alguna la esquizofrenia. Es nuestro cáncer en psicopatología del adolescente. Recordémoslo: la disociación esquizofrénica es una enfermedad de la juventud y no de la edad adulta. Kraepelin la había llamado demencia precoz. ¿Por qué este nombre? "Demencia" porque el sujeto se recorta de la realidad y produce ideas delirantes. En la época de Kraepelin, el estado de alienación mental se calificaba como demencia y no como psicosis, como hoy. Y "precoz" para subrayar que la demencia aparecía relativamente temprano en la vida de un individuo. Bleuler, el gran psiquiatra suizo, uno de los maestros de Freud y de Jung, prefirió calificar la demencia precoz como esquizofrenia, donde "esquizo" quiere decir disociación, hiancia, ruptura, y "frenia", mente. Por consiguiente, "disociación de la mente", expresión propuesta por Bleuler para dar a entender mejor que el síntoma principal del estado esquizofrénico es la ruptura, el clivaje de la personalidad del joven enfermo, síntoma que nosotros en la actualidad llamamos "despersonalización". En todo caso, llámese demencia precoz o esquizofrenia, siempre se trata de una psicosis que se declara en la adolescencia. En lo que se refiere a la edad de la eclosión de esta enfermedad, seguramente usted habrá escuchado hablar, hace algún tiempo, de un esquizofrénico peligroso que se fugó del hospital de Grenoble y cuya foto fue difundida por los medios, la de un hombre de unos 50 años. Al ver la foto, los profanos pudieron creer que la esquizofrenia era una patología de la edad madura. Pero sabemos que este enfermo diagnosticado como esquizofrénico es en verdad esquizofrénico desde su adolescencia; su enfermedad no data de hoy. En efecto, la esquizofrenia es una psicosis crónica que comienza entre los 15 y los 25 años, la mayor parte de las veces alrededor de los 18, al finalizar los estudios secundarios. Querría ser claro: la casi totalidad de los enfermos esquizofrénicos han visto estallar su psicosis antes de los 25 años. Si usted atiende a un paciente de unos 50 años, diagnosticado como esquizofrénico, tiene que saber automáticamente que los primeros signos de la enfermedad aparecieron en la adolescencia. Y, correlativamente, en la consulta con un joven que presenta alteraciones neuróticas severas o comportamientos peligrosos, el primer gesto que debe acompañar a un profesional avezado es la búsqueda de los síntomas típicos de la esquizofrenia, esperando, por supuesto, no encontrarlos. Esta es exactamente la actitud que adopto. Movilizo todo mi saber de psicoanalista para descubrir una falla que, con todas mis fuerzas, no querría ver aparecer: la disociación esquizofrénica. Cuanto antes detectemos una esquizofrenia incipiente, más chances tenemos de sofocarla en su estado embrionario y, si se declara abiertamente, de tratarla muy rápido. Y ello sin ignorar que, según la gravedad de la enfermedad, nuestro tratamiento puede no pasar, empero, de ser un mero paliativo. En la actualidad, nuestros colegas psiquiatras, a la hora de prescribir, solo disponen de psicotrópicos bastante eficaces para desarraigar una esquizofrenia profundamente anclada en el joven enfermo. La psicosis esquizofrénica es una patología que aún resiste a la cura comprendida como una remisión completa y definitiva de las perturbaciones. Sin duda, hoy en día contamos con excelentes medicamentos antipsicóticos, pero no son sino meros paliativos que favorecen, sin embargo, uno de nuestros objetivos terapéuticos principales: la reinserción social, escolar o profesional del joven paciente. De modo que, en lo relativo a algunos enfermos severamente aquejados, diré que, a falta de conseguir una cura mental, se puede esperar una cura social. Por ende, es responsabilidad del profesional tratante descubrir, desde la primera consulta, una eventual esquizofrenia larvada y tener así una oportunidad de intervenir lo más eficazmente posible. Para descubrirla, el terapeuta no psiquiatra debe estar bien formado y conocer exactamente los síntomas característicos de esta psicosis, a saber: la despersonalización -el joven siente su propio cuerpo como si fuera extraño-; ideas de persecución que pueden llegar hasta el delirio; alucinaciones, en particular auditivas, en cuyo transcurso el joven oye voces que lo insultan o lo intiman a cometer actos extraños, incluso violentos hacia sí mismo o hacia el prójimo; alteraciones discordantes de la afectividad -insensibilidad emocional o incoherencia entre la naturaleza de la emoción y las circunstancias que la suscitan-; y alteraciones cognitivas -detenimiento súbito y momentáneo del pensamiento o incluso incapacidad de concentración acompañada a veces de dolores sentidos en la parte superior de la espalda cuando el joven enfermo se esfuerza por retomar el hilo de sus ideas-.

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Todas estas perturbaciones deben estar presentes en la mente del profesional cuando atiende a un joven aquejado, por ejemplo, de una neurosis obsesiva grave o de una fobia escolar grave. ¿Qué significa grave? Quiere decir que la enfermedad es invalidante. Una neurosis será calificada de grave cuando su intensidad, su duración o su invasión en la vida cotidiana, impiden al sujeto vivir normalmente. Si uno atiende a un joven aquejado de neurosis obsesiva o de una fobia que sigue yendo a la escuela todos los días, cuyo boletín de calificaciones es relativamente satisfactorio y cuyos amigos vienen seguido a su casa, se puede estar seguro de que esa neurosis no es preocupante. En cambio, si los síntomas obsesivos o fóbicos son invasivos al punto de obligar al joven a quedarse encerrado en su casa durante varias semanas y a desescolarizarse, estamos verdaderamente en presencia de una patología severa que nos obliga por principio a no excluir jamás que la susodicha neurosis podría evolucionar hacia la esquizofrenia. En efecto, el 20% de los esquizofrénicos declarados han sufrido previamente alteraciones neuróticas serias, en particular alteraciones obsesivas invalidantes. En este caso, la psicosis es un agravamiento de la neurosis. Quizás usted está atendiendo actualmente a jóvenes obsesivos y, al leerme, se preguntará: entonces, ¿la joven de 13 años a la que atiendo por TOC podría volverse esquizofrénica? Ya mismo le respondo: aunque su obsesión sea invalidante, no es seguro que zozobre en la psicosis. Hay que saber que solo el 15% de los jóvenes adolescentes que sufren de alteraciones neuróticas preocupantes pueden virar a la esquizofrenia. Volviendo al caso de esta muchacha de 13 años que sufre de TOC, lo tranquilizo recordándole que su trabajo de psicoterapeuta, asociado eventualmente al de un psiquiatra encargado de prescribir medicación, ya permite entrever una salida favorable al tratamiento de la obsesión. He aquí las tres categorías de manifestaciones del sufrimiento inconsciente del adolescente: síntomas neuróticos, comportamientos peligrosos y alteraciones mentales. En cada categoría, podemos encontrar casos de adolescentes que atraviesan una crisis aguda. Por ejemplo, en la categoría [A], la de la neurosis de crecimiento, pienso en esa joven, ya muy ansiosa, que se repliega de pronto en un mutismo obstinado. En la categoría [B], la de los comportamientos peligrosos, pienso en ese joven dealer ocasional de cannabis que, para estupor de sus padres, es detenido por posesión de estupefacientes; o incluso, en la categoría [C], la de las enfermedades mentales, me acuerdo de ese joven de 16 años, atendido hasta entonces por una neurosis obsesiva seria, que vira en pocos días hacia un delirio de persecución. El agravamiento de su perturbación se ha operado cuando su miedo obsesivo al polvillo se convirtió en miedo a ser contaminado por los microbios de otra persona, y, más gravemente aún, cuando este miedo se ha transformado en la idea delirante de creer que alguien quería contaminarlo adrede. En lo atinente al modo de aparición de la esquizofrenia, y para completar lo que hemos dicho al respecto, precisemos que esta psicosis juvenil puede declararse, empero, en un adolescente sin ningún antecedente neurótico grave. Por ejemplo, puede suceder que estalle súbitamente en un joven durante un largo viaje al extranjero. Muchas veces pude comprobar que el desencadenamiento de la esquizofrenia se producía en el momento del retorno de un viaje de un país lejano cuya cultura es muy diferente de la nuestra. En general, los jóvenes se lanzan a la aventura, solos o con amigos, para afrontar lo desconocido y vivir emociones nuevas. Pero sucede que en el avión de regreso aparecen brutalmente las primeras manifestaciones de una disociación psicótica. Hasta ese momento, nada permitía presagiar tales alteraciones. Es todo lo contrario del joven obsesivo de 16 años que ve sus obsesiones transformarse progresivamente en delirio de persecución y al que tomé como ejemplo de una crisis aguda. * Antes de proseguir, querría introducir sin tardanza dos distinciones terminológicas. Acabo de utilizar la expresión ¿Cómo actuar con un adolescente difícil? Para evitar toda confusión, me gustaría aclarar que la palabra "crisis" puede entenderse de dos maneras diferentes: la crisis considerada como un período más o menos largo de ruptura y de cambio -por ejemplo, la crisis económica que vivimos hoy-; y la crisis considerada como un momento agudo, brutal, un momento de ruptura y de cambio, un accidente, por ejemplo, o incluso el agravamiento brusco de un estado crónico. Así pues, distinguimos "crisis de adolescencia" y "adolescente en crisis". La crisis de adolescencia designa el período intermedio de la vida en el que la infancia no ha terminado de apagarse y la madurez no ha terminado de surgir, mientras que un adolescente en situación de crisis aguda es un joven cuyo comportamiento, que ya era agresivo o adictivo, por ejemplo, súbitamente se convierte en inmanejable para su familia. La segunda precisión terminológica concierne al concepto nuevo que le propongo de "neurosis saludable de crecimiento". ¿Por qué de crecimiento? Porque para crecer todo adolescente está obligado a sufrir una neurosis y a deshacerse de ella. Está obligado a padecer el asalto de sus pulsiones, la intransigencia de su superyó y, por

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fin, a conciliarlas. La práctica con los jóvenes me ha llevado a reemplazar la expresión corriente y muy vaga de "crisis de adolescencia" por la de neurosis saludable de crecimiento o, más exactamente, de histeria saludable de nacimiento. Pronto explicaré lo que el vocablo "histeria" aporta de esencial a nuestra comprensión del funcionamiento psíquico del adolescente neurótico. Aclaro desde ya que mi interpretación de la adolescencia como una histeria ha demostrado ser muy fecunda y operativa en el trabajo con los adolescentes. Ahora les pido a ustedes -padres, docentes o terapeutas- seguir mi argumentación teniendo presente tal o cual adolescente con el que están actualmente en relación y confirmar o no el valor de nuestra tesis. LA ADOLESCENCIA ES UNA HISTERIA Y UN DUELO, NECESARIOS PARA VOLVERSE ADULTO Las aclaraciones terminológicas están ya planteadas y antes de responder a la pregunta de saber cómo actuar con un adolescente en situación de crisis aguda, necesitamos comprender mejor lo que es un adolescente normal -quiero decir moderadamente neurótico- desde el punto de vista psicoanalítico (categoría [A] de la figura 1). Esbocé el retrato del joven y elaboré el Panorama de las manifestaciones de su sufrimiento; ahora querría que se sumerja usted psicoanalíticamente en su inconsciente. Tenemos dos maneras de conceptualizar la tempestad que estalla en la cabeza del adolescente neurótico. Primero, podemos utilizar el modelo del conflicto que opone, por un lado, las pulsiones púberes que se exteriorizan en comportamientos impulsivos y, por el otro lado, la represión brutal de estas pulsiones por parte de un superyó despiadado. Esta lucha entre las pulsiones y el superyó, entre el cuerpo y la cabeza, se traduce en el adolescente por medio de una neurosis histérica difícil de manejar por los padres; neurosis no obstante sana, que evoluciona a lo largo de todo el período adolescente y que se disipa por sí misma en las puertas de la vida adulta. Pero también podemos concebir la tormenta psíquica del adolescente utilizando un segundo modelo conceptual, ya no el del conflicto neurótico, sino el del duelo de la infancia perdida. La adolescencia aquí es no solo una neurosis histérica ruidosa, sino un proceso silencioso, doloroso, lento y subterráneo de desprendimiento del mundo infantil. Cuando usted está en presencia de un joven, dígase que en el interior de ese paciente -de la misma manera que, sin percatarnos, perdemos a cada segundo una célula de nuestro cuerpo-, él está perdiendo a cada segundo una célula de su infancia. Es una pérdida sorda que no se ve ni se siente, pero que se confirma inexorablemente hasta la conquista de la madurez. El adolescente, por lo tanto, crece realizando, paulatinamente y sin saberlo, el duelo de su infancia. Entre los diferentes signos que darán testimonio del fin de este duelo y de la entrada en la edad adulta, hay uno esencial para nosotros, y al que volveremos, es decir, el aprendizaje de otra manera de amar a sus nuevos compañeros y de amarse a sí mismo. Ser maduro es haber adquirido una nueva manera de amar al otro y de amarse a sí mismo. Así que voy a desarrollar sucesivamente estos dos abordajes complementarios que son la adolescencia considerada como una turbulenta neurosis histérica y la adolescencia considerada como un duelo silencioso de la infancia. Entonces, ¿qué es la adolescencia? Para responder en una palabra, diré que la adolescencia es a la vez una histeria y un duelo, necesarios para volverse adulto. Comencemos por la neurosis histérica.

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La adolescencia es una saludable histeria de crecimiento

EL ADOLESCENTE HISTÉRICO OSCILA ENTRE LA ANGUSTIA, LA TRISTEZA Y LA REBELDÍA Cuando se trata de nuestros pacientes adultos, aunque cada personalidad es única y compleja, conseguimos identificar fácilmente tal o cual perfil psicopatológico (neurosis, psicosis, estado límite o perversión). Pero en el adolescente, aunque se trate del más normal, los comportamientos son tan cambiantes, contradictorios e imprevisibles, y él mismo tan poco locuaz, que al terapeuta muchas veces le cuesta ubicarse. ¿Cómo agrupar entonces las diversas manifestaciones neuróticas habituales en un joven, y por qué considerar que todas ellas son de naturaleza histérica? Esquemáticamente, reconozco tres estados del yo del adolescente histérico: un estado angustiado, un estado triste y un estado rebelde, siendo este último justamente el estado del yo más característico de la histeria juvenil. El primer estado, por así decir pasivo, es aquel en el que el joven angustiado se siente impedido de actuar, de desear o de pensar. El adolescente es tímido, temeroso e indeciso. Algunas veces, su superyó es tan represivo de toda sensación o pensamiento sexual perturbador que el joven termina por execrar su cuerpo o, peor aún, por tener vergüenza de experimentar el más mínimo placer. También está en juego la virulencia del superyó hipermoral que lleva al adolescente a mostrarse intratable en familia y hostil a todo compromiso. En tal sentido, ¡no hay nadie más sectario que un adolescente! ¡Son implacables! Aquel que no tiene la misma marca de zapatillas que yo, ¡FUERA! El que no escucha la misma música que yo, ¡FUERA! ¡Tienen la visión más estrecha e intolerante de las cosas! Por ende, la intransigencia es lo propio de la juventud. ¿Por qué? No solo porque el superyó a esa edad es un monstruo de intransigencia, sino también porque el brote del nuevo yo adolescente es un pimpollo tan tierno y frágil que el joven quiere protegerse de toda amenaza procedente del otro, de lo extraño, de lo diferente. El otro, el extraño, el diferente deben ser excluidos despiadadamente, porque son una amenaza grave contra la afirmación de uno mismo. Por lo tanto, el primer estado es el de un yo miedoso y angustiado. El otro estado de un yo bien distinto es el de un yo triste. Se da sobre todo en las jóvenes, decepcionadas de sí mismas y de la vida, cuya personalidad parece totalmente impregnada de un estado de ánimo taciturno. La adolescente está desalentada, replegada en sí misma y cerrada a los otros. Sometida también ella al dominio de un superyó inflexible que la agobia con reproches y la desprecia, la joven se siente tan culpable que puede llegar a ser presa de ideas suicidas, sin pasar necesariamente al acto. Por consiguiente, el segundo caso, el de un yo triste, es víctima de una autodesvalorización exagerada o, lo que viene a ser lo mismo, víctima de una denigración operada por un superyó tiránico. Observemos que este estado de hipertrofia del superyó del adolescente triste se sitúa en las antípodas del estado de ausencia de superyó del adolescente delincuente cuando este actúa con total impunidad (categoría [B] de nuestro Panorama). Por último, reconocemos un tercer estado del yo del adolescente, el más frecuente en la población masculina adolescente y el más parecido al yo histérico. El joven es susceptible, irritable, provocador y agresivo; es alguien en carne viva que solo vive en el presente, ignora el pasado y desprecia el futuro. Vive en oposición y en una rebeldía permanente, y esta rebeldía suele ser la expresión paradójica de una depresión que calificamos más arriba como hostil. Mientras que la joven deprimida se agota repitiendo y machacando hasta el hartazgo sus ideas mórbidas, el joven huraño, aunque habitado por una tristeza no consciente, no manifiesta ningún signo de depresión. Por el contrario, el muchacho histérico exterioriza su saturnismo mediante un humor reactivo, irascible y por medio de comportamientos reivindicativos, nihilistas y violentos. Más que quejarse, el joven depresivo-hostil se crispa en el despecho y estalla en una rabia destructiva. Su tristeza y su cólera se mezclan así en una agresividad epidérmica. Lo que usted tiene delante es un joven despechado, un ser que sufre de la misma manera que el neurótico aquejado de lo que denomino una histeria paranoide. Clasifico a la histeria en tres tipos: la histeria de angustia o fobia, la histeria depresiva y la histeria paranoide. La histeria de angustia se caracteriza por la prevalencia de los síntomas fóbicos; es el caso de nuestro adolescente angustiado. La histeria depresiva se caracteriza por la prevalencia de síntomas tales como la apatía, las quejas frecuentes o la amargura de sentirse mal amado; es el caso del adolescente triste. Por último, tenemos la histeria paranoide, forma clínica que más se aproxima al retrato de nuestro adolescente susceptible y rebelde. La histeria paranoide se caracteriza por una insatisfacción permanente del joven; por el resentimiento contra sus padres, a los que acusa de no haberlo amado lo suficiente cuando sabemos que en realidad ha sido un niño mimado y sobreprotegido; por una hipersensibilidad a la menor contrariedad, que automáticamente interpreta como un

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rechazo de amor procedente de su familia; y, en una palabra, por un narcisismo inmoderado que lo vuelve más vulnerable que nunca. En la histeria, siempre se trata de una desilusión amorosa. Ya esté angustiado, deprimido o paranoide, nuestro joven histérico sufre invariablemente de creerse mal amado. El amor desdichado siempre está en el corazón de la histeria: el angustiado tiene miedo de amar, el depresivo llora su amor perdido y el paranoide grita su rabia de haber sido abandonado. Por lo tanto, el tercer estado es el de un yo susceptible y rebelde. En suma, según su personalidad, su contexto familiar y su medio social, el adolescente "neurótico de crecimiento" oscila entre la angustia, la tristeza y la rebeldía. De estos tres estados del yo, el que me llevó a identificar la adolescencia con la histeria y del que querría hablarle ahora es el yo susceptible y rebelde. EL ADOLESCENTE REBELDE ES UN HISTÉRICO QUE TEME SER HUMILLADO Lo más insoportable para un adolescente es que le hagan un pedido; poco importa el contenido del pedido, lo que lo espanta es el ser solicitado por sus padres, el tener que responderles y, curiosamente, hacerlos felices. ¿Pero por qué es tan alérgico a las solicitaciones de los adultos? Porque todo pedido procedente de los padres despierta en él dos sentimientos penosos: el miedo a no saber responderles y la vergüenza de mostrarse servil. "¡Yo no soy tu sirvienta!", suele repetir. J.-D.N. Ante todo, querría explicar más detalladamente por qué asimilo la adolescencia a una histeria pasajera de crecimiento. ¿Por qué una histeria y no una fobia o una obsesión? ¿Qué tienen en común la histeria y la adolescencia? El adolescente, al igual que el histérico, tiene una concepción infantil del amor, del odio y de la relación afectiva en general. Seguramente, esta visión pueril de los sentimientos también está presente en la fobia y en la obsesión, pero sin ser dominante. Cada neurosis está caracterizada por una problemática dominante. Cuando uno escucha a un paciente que, desde la primera entrevista, habla de amor, o más bien de celos, de traición o de pasión amorosa, uno está escuchando a un histérico; si habla de angustia, estamos escuchando a un fóbico; y, por último, si nos habla de poder, o más bien de todo lo que debe hacer y que no consigue hacer, estamos escuchando a un obsesivo. Por supuesto, estas distinciones esquemáticas no son útiles sino a condición de someterse a la singularidad de cada uno de nuestros pacientes. Pero volviendo a nuestro adolescente histérico y a su visión pueril de la afectividad, este percibe a los adultos a los que quiere y de los que depende a través de la lente deformante de un imaginario infantil y emotivo. Para él, como para todo histérico, el universo afectivo se divide naturalmente en dos grandes categorías humanas: los amados y los mal amados, los fuertes y los débiles, los dominadores y los dominados, los jueces y los culpables, los perversos y las víctimas: en una palabra, los fálicos y los castrados. Ahora bien, cuando la relación con los padres está falseada por este imaginario dualista, invariablemente el conflicto estalla en el seno de la familia. Dotado de un yo inmaduro por estar inacabado, el adolescente se siente mal amado más que amado, débil más que fuerte, dominado más que dominante, víctima más que manipulador y culpable más que acusador. Por consiguiente, el peligro más temido para un joven que se siente débil, sometido o culpable es que justamente se lo sospeche de ser débil, sometido o culpable. Si tuviera que enunciar el lema del adolescente histérico y rebelde, sería el siguiente: Cualquier cosa antes que sentir la vergüenza de ser descubierto tal como me siento en lo más profundo de mí mismo: ¡débil, sometido o culpable! Y para evitar la vergüenza y la humillación, tengo que rechazar absolutamente toda palabra, todo pedido o toda exigencia de los adultos, que desenmascararía mi debilidad, mi inferioridad o mi dependencia.3 Digámoslo claramente: la mayoría de los conflictos que estallan entre el adolescente y sus padres están motivados por el miedo -incluso inconsciente- de exponerse a la humillación y a mostrarse un inútil a sus ojos, a los ojos de todos y ante todo a los propios. En consecuencia, para no sentirse débil, el adolescente es agresivo y ataca. Decididamente, ¡la mejor defensa es el ataque! 3

Debería añadir que el adolescente susceptible desconfía también de toda mirada que se le dirige, vivida como una mirada intrusiva, profanadora de su intimidad. Pienso en la canción de Johnny Hallyday Ma gueule, qu'est-ce qu'elle a ma gueule (Mi cara, ¿qué tiene mi cara?). Es exactamente la reacción del adolescente erizado ante la más mínima mirada inquisidora del prójimo: "¿Por qué me miras? ¿Qué hice? ¿Qué tiene mi cara?”

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Pero no hay humillación más dolorosa, más temida incluso por el adolescente -sorprendentemente- ¡que hacer feliz al adulto que le hace un pedido! Me explico: acabo de decir que la mayoría de los conflictos del adolescente con sus padres están motivados por su miedo a mostrarse inútil, incapaz y afectivamente dependiente; ahora completo la idea y afirmo que muchísimos conflictos también están motivados por su miedo a satisfacer la expectativa de sus padres y a hacerlos felices: "¡No soporto complacer a mis padres!", se sublevaría el inconsciente del adolescente histérico. "Sobre todo, ¡no quiero que mis padres estén orgullosos de mí! Si están orgullosos de mí, vuelvo a ser no solo un niño dependiente, sino que me siento el objeto servil de su placer, ¡y esto me repugna! Entonces ¡los hago sufrir haciendo todo lo contrario de lo que querrían que hiciera!". En suma, las dos peores amenazas por un adolescente histérico y rebelde son la humillación de que lo vean fallar y, en el extremo opuesto, la humillación de mostrarse demasiado conforme al hijo ideal o a la hija ideal que, según él, sus padres soñarían tener. He aquí dos libretos habituales, eminentemente neuróticos, que se juegan en lo que llamamos el fantasma de humillación del adolescente histérico. Observemos que estas dos variantes del fantasma angustiante de humillación no son más que la expresión de lo que Freud denominaba el fantasma angustiante de castración. ¿Pero por qué hablar aquí de castración? ¿Castración de qué? La angustia de castración siempre es el temor de perder lo más caro que se tiene. ¿Y cómo se llama en psicoanálisis aquello que se considera lo más caro que tenemos? Se llama el "Falo". El Falo es la cosa que más nos interesa porque pensamos, erróneamente, que solo de él depende nuestra felicidad. Por ejemplo, creyendo que nuestra felicidad depende exclusivamente de nuestro hijo, nos arriesgamos a hacer de él nuestro precioso Falo, descuidando así al compañero o a la compañera que, sin embargo, comparte nuestra vida. Para un padre o una madre, el Falo no debería ser el hijo, sino su pareja. ¿Por qué? Porque mi pareja es el elegido del que espero, con o sin razón, la felicidad futura. Esto es el amor: creer en la felicidad tácitamente prometida por aquel o aquella con quien comparto mi vida. Cuando llega a mi consultorio un niño en presencia de sus padres, suelo decirle a la madre: "Señora, el rey en su casa no es su hijo; el rey es el señor que está a su izquierda, su marido". Y si recibo a una niña con los padres, suelo dirigirme al padre y decirle: "Para usted, señor, la reina de la casa no es su hija; la reina de la casa es esta señora, su compañera". Un niño no puede llevar sobre los hombros el peso inmenso de la expectativa de un padre o de una madre que harían de él la única razón de su felicidad. En una palabra, el Falo no puede ser ni tiene que ser nuestro hijo. Como lo decía el poeta libanés Khalil Gibran dirigiéndose a una madre: "Tus hijos no son tus hijos / son hijos e hijas de la vida / deseosa de sí misma. / No vienen de ti, sino a través de ti / y aunque estén contigo / no te pertenecen". Gibran no era psicoanalista, pero entendió muy bien qué es la castración, recordándonos que nuestros hijos no nos pertenecen y que nuestra felicidad no depende exclusivamente de ellos. En una palabra, nuestros hijos no son nuestros Falos. Y para el adolescente, ¿cuál es el Falo? El Falo del adolescente histérico, aquello que le interesa por sobre todas las cosas, es su propio yo, su amor propio. En última instancia, el jovencito no teme perder su virilidad o su fuerza, entidades que habría podido erigir en inestimables Falos. En cuanto a la jovencita, lo que teme perder no es ni su encanto ni su capacidad de seducción, ni siquiera el amor del compañero, todas cosas que habría podido magnificar como Falos. No, el Falo para un adolescente, varón o mujer, es, insisto, su propio yo. Es lo que más les interesa a los jóvenes, su yo, es decir, la estima de sí mismos. Para ellos resulta intolerable ver su yo maltratado, humillado o rebajado. "¡No soporto que me humillen! ¡No quiero pasar un mal trago!". Evidentemente, nadie tolera ser humillado, pero el adolescente vive en un estado de alerta permanente para responder a la más mínima amenaza de humillación. Tiene tanto miedo de ser humillado que está constantemente a la defensiva. En rigor, el joven se siente frágil en lo más profundo de sí mismo y tan dependiente de sus padres que, para compensar este sentimiento de inferioridad, desarrolla una sobrestimación patológica de su yo y una irritabilidad igualmente patológica frente a la más mínima ofensa. Se ama a sí mismo, por cierto, pero con un amor desmesurado, crispado y desafiante. Es como si tuviera el brazo herido y lo protegiera continuamente con la otra mano para que nadie lo rozara: "¡Cuidado! ¡No me toquen el brazo! ¡No ves que está lastimado! ¡Tengo que ocuparme de él y desconfío de cualquier contacto que pueda llegar a dañarme!". Para el adolescente, esto mismo es lo que sucede con su "pequeño" yo. Nadie puede tocar su yo, al que venda y quiere como si estuviera herido. El Falo es su yo, el amor de sí mismo; y la castración es la angustia, el miedo paranoide de que se pueda dañar a su yo embrionario vivido como más frágil de lo que realmente es. Ahora usted comprende por qué la angustia de una hipotética humillación, el temor pueril y exagerado de ver su yo rebajado es una variante en nuestro adolescente neurótico de lo que el psicoanálisis llama la angustia de castración. Por ende, afirmo sintéticamente que el adolescente sufre de una neurosis de crecimiento nutrida por su miedo pueril y exagerado a ser humillado. He resumido en el cuadro siguiente (figura 2) la génesis del comportamiento histérico del adolescente frente a sus padres. Estoy persuadido de que si uno comprende que detrás del comportamiento susceptible, agresivo e intransigente de un adolescente difícil se esconde un pequeño niño asustado por los fantasmas de su imaginación, uno está en la mejor disposición subjetiva para resolver las

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situaciones conflictivas, si se es padre o madre; o para instalar la confianza en un intercambio individual con un adolescente que sufre, si se es un profesional.

¿Por qué nuestros adolescentes son tan insoportables en la casa? "MI YO ES OBJETIVAMENTE FRÁGIL". El yo del adolescente es frágil porque está inacabado en su formación, y es frágil también porque está atenazado entre las pulsiones que irrumpen en el cuerpo y un pensamiento rígido que quiere reprimirlas. "PARA CONSOLIDAR MI YO MUY FRÁGIL, LO AMO DESMESURADAMENTE".

El adolescente, al sentir a sujo más frágil de lo que realmente es, lo sobreprotege desarrollando un amor propio exacerbado (narcisismo hipertrofiado del adolescente).

"AL PROTEGER A MI YO FRÁGIL, ME VUELVO CADA VEZ MÁS SUSCEPTIBLE". El adolescente, sobreprotector de su yo vivido como muy frágil, siente la más mínima observación procedente de los adultos como una herida en su amor propio. Por consiguiente, para evitar la eventualidad de tal herida, desarrolla una susceptibilidad enfermiza que les hace decir a los padres: "¡No se le puede pedir nada!".

“RECHAZO TODA SOLICITACIÓN QUE VENGA DE MIS PADRES".

La susceptibilidad histérica del adolescente se explica por su miedo a no estar a la altura de lo que se le pide y a sentirse humillado; o, por el contrario, por su miedo a responder demasiado bien al pedido de sus padres, de hacerlos felices y de sentirse humillado por la idea de que ellos lo consideren como el objeto servil de su placer. Doble miedo a ser humillado (fantasma de humillación): miedo a ser humillado si se muestra desfalleciente y miedo a sentirse humillado si se muestra servil.

Por lo tanto, el adolescente histérico, en constante rebeldía y a la defensiva, se vuelve insoportable en la casa y difícilmente manejable por sus padres.

Figura 2

Arriba, en la figura 2, describí lo que considero la causa esencial de la histeria del adolescente, es decir, que su yo está comprimido entre dos fuerzas antagonistas: las pulsiones que irrumpen en el cuerpo y el superyó que trata de contrarrestarlas. Esta doble presión ejercida en el yo termina muchas veces por distorsionarlo en su sustancia misma y por instalar en el joven el sentimiento inconsciente de una profunda y penosa desunión entre el cuerpo y la mente. En el nivel de abajo, destaqué que la primera defensa del adolescente para consolidar su yo

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vivido como muy vulnerable era quererlo con un amor propio excesivo y crispado. Es lo que denomino el narcisismo hipertrofiado del adolescente. Esta sobreprotección de su yo vivido como muy frágil se traduce entonces por la necesidad de mantenerse a distancia de todo adulto que podría solicitarlo y develar así su debilidad. Por ello se defiende desarrollando una susceptibilidad mórbida, paranoide, respecto de la menor demanda que podría ponerlo en una situación de fracaso. Para él, toda solicitación es sistemáticamente el equivalente de una humillación. ¡Se ha convertido en un reflejo! Así pues, distingo en el adolescente dos miedos a sentirse humillado: el miedo a sentirse humillado si se muestra débil y el miedo a sentirse humillado si se muestra servil. La culminación de esta lógica imaginaria del adolescente es un comportamiento histérico de hipersensibilidad a la frustración, de insatisfacción constante y de hostilidad epidérmica contra el mundo de los adultos. Nuestra figura 2 puede recortarse en cuatro tiempos. Si el inconsciente del adolescente pudiera hablar, confesaría: "Ciertamente, mi yo es objetivamente frágil" —> "No obstante, lo siento mucho más frágil de lo que es, tan frágil que para consolidarlo, lo quiero desmesuradamente" —> "No solo lo quiero desmesuradamente con un amor propio exacerbado, sino que lo sobreprotejo contra una posible ofensa. Entonces me vuelvo enfermizamente susceptible" —> "Rechazo pues toda obligación o toda presión procedente de mis padres para no correr el riesgo de tener que mostrarme débil o servil". Así, el joven histérico no quiere saber nada de los adultos y se aísla. A propósito del aislamiento, señalemos que el cannabis es un temible fomentador de la susceptibilidad paranoide del adolescente y de su aislamiento. En ocasiones, algunos padres me preguntan cuáles son los daños del cannabis: "¿Por qué mi hijo no debe fumar, cuando todo el mundo lo hace? ¡No es tan grave!". Mi respuesta es que un adulto que consume cotidianamente cannabis ya tiene un yo formado y por lo tanto puede amortiguar parcialmente sus efectos. Para el joven es muy diferente. El consumo regular de cannabis provoca en él cuatro efectos nocivos principales bien conocidos en la actualidad: el cannabis exacerba la susceptibilidad; incita al joven a aislarse -aun cuando fume en patota, se las arregla para aislarse en medio de los otros-; el cannabis provoca alteraciones en la capacidad de concentración y alteraciones de la memoria; y, por último, es una sustancia que puede debilitar al yo y desencadenar una esquizofrenia latente en un adolescente vulnerable a la psicosis. Por supuesto, el consumo de esta droga solo puede agravar el estado de un joven que ya ha sido tratado como esquizofrénico.

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La adolescencia es un duelo de la infancia

LA ADOLESCENCIA ES UN DUELO DE LA INFANCIA: EL JOVEN DEBE PERDERA LA VEZ SU UNIVERSO DE NIÑO, CONSERVAR EN SÍ MISMO SUS SENSACIONES Y EMOCIONES INFANTILES, Y CONQUISTAR LA EDAD ADULTA Nuestra infancia pasada siempre está conservada en sus más ínfimos detalles. Todo lo que hemos sentido, percibido, querido, desde nuestro primer despertar, vive hoy en nosotros y nos hace actuar. J.-D.N. Consideremos ahora el segundo aspecto del abordaje psicoanalítico, que entiende el período de la adolescencia como un lento y doloroso proceso de duelo y renacimiento. Detrás de los comportamientos angustiados, tristes o rebeldes del adolescente neurótico, se esconde en lo más profundo de él un lento, doloroso y sordo trabajo interior de alejamiento progresivo del niño que ha sido, pero también de construcción igualmente progresiva del adulto por venir. Ya no estamos en presencia de un yo histérico agitado por el conflicto interno entre las pulsiones y el superyó, sino de un yo sereno, resuelto a perder y a crecer regenerándose paso a paso en un movimiento de vaivén entre el presente y el pasado. El adolescente debe perder, conservar y conquistar a la vez: perder el cuerpo de niño y el universo familiar en el cual creció; conservar todo lo que sintió, percibió, quiso desde su primer despertar, en particular su inocencia de niño; y conquistar finalmente la edad adulta. Tiene que abandonar la infancia sin dejar de quererla en su fuero interno y encontrar nuevas referencias para afirmar su identidad de hombre o de mujer. Acabo de decir que el período de la adolescencia era un lento y doloroso proceso de duelo. Pero ¿qué es un duelo? ¿Qué es, por ejemplo, el duelo de un ser querido que acaba de morir? El duelo es un tiempo, el tiempo que hace falta para aceptar vivir con la ausencia definitiva de aquel a quien amamos y que acabamos de perder. Aceptar vivir con la ausencia significa, de hecho, aprender a amar de otro modo a aquel que ya nunca más volverá a estar, aprender a quererlo de otra manera que cuando estaba vivo. Cuando hemos perdido a nuestra madre o a cualquier otra persona querida, seguimos amándola, pero de otra manera que cuando compartía nuestra vida. Por lo tanto, diría que haber, efectuado un duelo significa haber aprendido, paso a paso, dolorosamente, a amar de otro modo a aquel que se ha perdido. Desde su muerte, lo amo tan intensamente como antes, pero con un nuevo amor, con un amor que no se nutre ya de su presencia corporal. Me vi obligado a desligarme progresivamente de su presencia real para ligarme progresivamente a su presencia virtual. En una palabra, aprendí, no sin dolor, a amarlo en imagen. Asimismo, el adolescente debe aprender lenta y penosamente a desligarse del niño viviente que ha sido y del universo familiar que fue el suyo, para ligarse poco a poco al recuerdo de su infancia. Antes, cuando era pequeño, se amaba a sí mismo amando la vida; ahora, disfruta recordando al niño que era y sobre todo reviviendo en acto -sin tener conciencia de ello- sus primeras vivencias infantiles. Revivir en acto su infancia cuando, por ejemplo, el adolescente siente hoy una emoción intensa o hace un gesto emocionado. Observemos, sin embargo, que no es fácil para un adolescente amar al niño que hay en él. En general, tiene tanto horror de sentirse tratado como un niño por sus padres que rechaza con repugnancia todo lo que de su infancia vuelve en él. No quiere sentirse ni mostrarse como un niño porque, para él, sería un signo de debilidad. Esta es la histeria juvenil de la que hemos hablado. Ahora bien, independientemente de su aversión histérica por todo lo que lo lleva al niño de antaño, solo podrá crecer asumiendo, lo quiera o no, su infancia pasada. Para hacernos adultos, felices de serlo, aún necesitamos amar al niño que hemos sido. Es por ello que me interesa destacar el aforismo siguiente: madurar es ganar penosamente la flexibilidad de amar: el amor de sí del pequeño niño se ha transformado, al final de la adolescencia, en amor del joven adulto por su infancia pasada. En el fondo, en un adolescente, el duelo de su infancia es, ante todo, un cambio imperceptible en la manera de amarse a sí mismo. Pero me gustaría volver por un momento a esta idea de que el pasado infantil resurge en la vida concreta y actual del joven, sin que este se dé cuenta de ello. ¿Qué es lo que vuelve del pasado lejano? No son solamente los recuerdos conscientes de las escenas decisivas de la infancia, sino más bien oleadas de sensaciones y de sentimientos que resurgen en el centro de una emoción presente. Al amar a una pareja de la misma edad, al descubrir

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un país desconocido, al crear una cuenta en Facebook o al reírse con los amigos, el joven de hoy revive -sin saberlo- la ternura y la sensualidad del primer amor que, de pequeño, sintió por su madre, la sorpresa de sus primeros descubrimientos, la pasión de sus primeros juegos infantiles o simplemente la alegría del niño que ha sido. Pues bien, el adolescente, y más tarde el adulto, pierden por cierto su infancia real, pero conservan vivaz, como lo escribió Homero, "el candor sagrado de la mañana". Lo pueril, lo incipiente, lo que debe crecer, la fuerza que nos empuja siempre hacia adelante y hacia el otro son, en cada uno de nosotros, la fuente inagotable de la formidable energía con la cual afirmamos cada día nuestro deseo de existir. Le decía que el duelo de la infancia es un lento y sordo proceso de alejamiento. Sin duda, no se abandona la infancia en el desgarramiento doloroso de un día. Y, aunque a menudo tengamos la impresión de que nuestros adolescentes crecen en un santiamén, no obstante necesitan tiempo, mucho tiempo de gestación de sí mismos para que nazca el adulto. Pero ¿por qué el duelo de la infancia es tan lento y progresivo? Porque, para dejar atrás la infancia, el adolescente debe volver a ella sin cesar y sin cesar revivirla en la frescura de los nuevos encuentros. Por lo tanto, el joven avanza gradualmente hacia su madurez recordando el pasado innumerables veces y dejándolo volver en acto una y otra vez. Cada retorno al pasado y cada retorno del pasado marcan un paso hacia adelante, dando lugar a un micronacimiento. Si nuestro adolescente pudiera resumir en una frase el movimiento de su duelo, diría: “Para asumir plenamente mi metamorfosis de adolescente, debo separarme del niño que he sido y, para separarme de él, debo recordarlo sin cesar y dejarlo volver en mí en las palabras, las emociones y los actos que entretejen la trama de mi vida actual”. Ahora querría retomar esta proposición de un duelo fecundo bajo la forma de un esbozo (figura 3) que muestra el movimiento del duelo que debe cumplir el adolescente para abandonar su cuerpo de niño y el universo familiar de su infancia, conservar en sí lo esencial de su pasado infantil y conquistar por fin la edad adulta. El duelo de la infancia es un vaivén entre el presente y el pasado, un movimiento que avanza por retrocesos sucesivos al pasado infantil y por resurgimientos sucesivos de ese pasado en el presente. Cada retorno o cada resurgimiento del pasado es un micronacimiento. No hay progreso continuo; solo hay nacimientos sucesivos. Así, el adolescente abandona progresivamente su pequeño cuerpo de niño, conserva en sí, reviviéndolas, sus primeras emociones infantiles y por fin accede a la madurez.

Figura 3 Gráfico que demuestra el movimiento del duelo que debe efectuar el adolescente para abandonar su universo de niño, conservar sus primeras sensaciones y emociones infantiles y acceder a la madurez. El duelo de la infancia es un movimiento que avanza por retrocesos sucesivos al pasado infantil y por resurgimientos sucesivos de ese pasado en el presente. Cada resurgimiento del pasado es un micronacimiento. No hay progreso continuo; solo hay nacimientos sucesivos (n, n1, n2, n3…). El eje que va de la infancia a la edad adulta no es una línea continua, sino una línea en forma de serrucho, destinada a ilustrar los momentos en que el adolescente lentifica o, por el contrario, acelera su maduración.

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LOS PRINCIPALES SIGNOS QUE DAN TESTIMONIO DEL FINAL DE LA ADOLESCENCIA Y DE LA ENTRADA EN LA EDAD ADULTA Pero ¿cómo saber si el joven ha conseguido llevar a cabo su transformación? ¿Qué signos dan cuenta del final de su neurosis juvenil y de la entrada en la vida adulta? Sin ignorar que ser adulto es más un ideal inalcanzable que un estado bien definido, reconocemos, empero, dos indicadores de madurez afectiva que muestran que el adolescente ha abandonado la adolescencia, ya no vive bajo la presión del superyó asfixiante y, por consiguiente, se ha vuelto más conciliador consigo mismo y con el mundo. Primero, el joven adulto ya no se avergüenza de jugar como un niño; ha comprendido intuitivamente que ser un hombre o una mujer es permitirse regresar a la infancia cuando se quiere y como se quiere, sin por ello sentirse rebajado. Luego, segundo indicador, al muchacho o la muchacha ya no le molesta mostrarse obediente frente a la autoridad. Q u e respondamos a las órdenes de un superior jerárquico o que nos pleguemos a una disciplina no significa que nos rebajemos en una sumisión indigna. Creer que es ridículo mostrarse niño o creer que es humillante obedecer son susceptibilidades que revelan que el joven adulto no terminó de atravesar su pasaje adolescente; sigue habitado por el miedo histérico e infantil a ser humillado. Por ende, he de resumir los dos principales indicadores de madurez afectiva diciendo: ser adulto es vivir sin temor de jugar como un niño y sin vergüenza de mostrarse obediente. Seguramente hay muchos otros indicios de madurez. Además del indicador social que da cuenta de que un joven se ha vuelto adulto cuando ya no es dependiente económicamente de sus padres, pienso aquí en tres indicadores psíquicos elocuentes: ser apto para reconocer las propias imperfecciones y aceptarse tal como se es; estar cómodo consigo mismo y, por ende, disponible con los otros; y, por último, haber aprendido a amar al prójimo y a amarse a sí mismo de otra manera que cuando se era un niño. * Para terminar estos dos capítulos en los que les he descripto al adolescente histérico y en estado de duelo desde el interior de su inconsciente, querría hacer la alabanza del gesto más fecundo que llevan a cabo el muchacho y la muchacha al final de su adolescencia. Espontáneamente, tienen el talento inigualable que no existe en ningún otro período de la existencia: preservar la infancia en el corazón de su ser sin por ello renunciar a madurar. Más allá de las crisis y de los conflictos, el adolescente sabe asociar instintivamente la inocencia y la madurez, la despreocupación y la seriedad, la frescura mental y la responsabilidad en la acción. Por su juventud que brilla un día y se ensombrece al día siguiente, el adolescente nos muestra que la fuerza vital que nos anima cada día, a nosotros, los adultos, toma la figura de un niño incesantemente sacrificado y que renace sin cesar. Nuestra fuerza vital, quiero decir nuestro deseo de vivir, siempre adquiere el rostro sonriente de un niño. Nadie como Georges Bernanos supo cantar el impulso de nuestra inocencia eterna: Por cierto -escribe-, mi vida ya está llena de muertos. Pero el más muerto de los muertos es el pequeño niño que fui. Y, sin embargo, llegado el momento, es él quien se pondrá al frente de mi vida, reunirá a mis pobres años hasta el último y, como un joven jefe de Veteranos que une la tropa en desorden, será el primero de todos en entrar en la casa del Padre.

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¿Cómo actuar con un adolescente difícil? Consejos prácticos para los padres

¿CÓMO ACTUAR EN LA COTIDIANIDAD CON UN ADOLESCENTE DIFÍCIL, ES DECIR, NORMALMENTE NEURÓTICO? Consejos prácticos para los padres Si usted quiere que su adolescente cambie, ¡cambie la mirada que usted tiene de él! J.-D.N. Ahora me gustaría dirigirme muy particularmente a los padres y responder a las preguntas más frecuentes que se hacen cuando se enfrentan a dificultades con su adolescente. Elegí la opción de presentarle, en las páginas con recuadros, las ocho recomendaciones más importantes que suelo formularles a los numerosos padres y madres que recibo en la consulta para desanudar situaciones conflictivas sin gravedad.

 Saber esperar. Ante todo, nunca hay que olvidar que el mejor remedio para calmar a un joven que se ha vuelto difícil de manejar es el tiempo que pasa. Dígase que, tarde o temprano, los disgustos debidos al comportamiento del adolescente van a cesar. No pueden más que cesar, salvo en el caso de una patología mental grave. Si usted recuerda que la adolescencia es una etapa de la vida que comienza y termina, tendrá la fuerza de esperar, de soportar y de relativizar los inconvenientes inherentes a esta prueba insoslayable que todos los padres y sus hijos deben atravesar.  Saber relativizar. Cuando usted regaña a su hijo o a su hija adolescente, ¿qué escucha él o ella? No es tanto la sanción moral que usted le dirige, ni siquiera la emoción que llena sus palabras. Lo que el joven escucha, a través de vuestro enojo, es mucho más profundo, es vuestra disponibilidad espiritual. Más allá de vuestra reacción legítima y necesaria de cólera o de decepción, es necesario que sienta que, en el fondo de usted mismo, usted no está desestabilizado por el comportamiento no obstante inadmisible que acaba de tener, que usted no ha perdido confianza en él y que sigue creyendo que, pase lo que pase, será mejor de lo que es hoy. En una palabra, sepa distinguir a la persona de sus actos; usted puede condenar un comportamiento condenable sin por ello renegar de su amor de padres.  Saber negociar. Hay que saber prohibir y sancionar, pero también saber hacer arreglos con el joven. Si su adolescente tiene un desvío en su conducta (como, por ejemplo, llegar a una hora muy tardía, ebrio o impregnado de olor a cannabis), no reaccione impulsivamente en el momento. Espere al día siguiente para hablarle y muéstrese firme pero abierto al intercambio. Usted no es ni un gendarme ni un amigo. No olvide que su hijo espera de usted que asuma un rol de adulto protector y no dude en fijar límites cuando hace falta. Poner límites significa no solo prohibir (evitando siempre humillar o atacar al joven), sino también negociar con él. Además, es preferible que esta aclaración, muchas veces difícil y otras malograda, concluya con una iniciativa positiva: por ejemplo, proponerle a su hijo que organice una reunión en la casa con algunos amigos que han participado en la parranda de la víspera. Su hijo se sentirá entonces valorizado a los ojos de sus amigos y usted tendrá la ocasión de saber quiénes son las compañías que frecuenta -buenas o malas-. Más tarde, en un momento más favorable y estando usted mejor informado, podrá entonces volver a hablar con él de dicha batahola, de sus amigos y de su relación con el alcohol o el cannabis.  Saber no comparar. Cuando usted lo rete, nunca lo compare con uno de sus hermanos o con otro joven que tendría un comportamiento ejemplar. Poniéndolo en competencia con un modelo, usted tal vez cree

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provocar un sobresalto de orgullo. Pues bien, se equivoca: en lugar de aguijonearlo, lo desalienta o, peor aún, lo humilla.  No presagie nunca un fracaso de su hijo. Por el contrario, sea siempre positivo. Para incitar a su adolescente a responder a una exigencia escolar, por ejemplo, no lo asuste anunciándole un fracaso seguro si no estudia. No es la amenaza de un fracaso lo que va a estimularlo, ya que no sabe anticipar los problemas y evitarlos. Solo vive en el presente y, en lugar de sentirse aguijoneado por el miedo de un eventual fracaso, solo se escuchará, de vuestras palabras preventivas, su falta de confianza en él. ¡Usted quería protegerlo de la derrota, pero él solo escuchará su supuesto pesimismo! Es por ello que resulta inútil agitar el espantapájaros del fracaso. Más vale llevarlo a dirigir sus esfuerzos a lo que concretamente debe hacer. Es preferible que tome clases particulares de una de las materias en las que está flojo, con un profesor calificado para que le enseñe a estudiar, conocer el placer de dominar una noción y sobre todo sentirse reconocido en sus progresos por el docente del colegio. Estos logros puntuales darán al adolescente una mejor opinión de sí mismo y, por ende, una mayor tolerancia respecto del prójimo.  Un adolescente insoportable en su casa es muchas veces muy bien apreciado fuera de ella. En efecto, los padres a veces se ven agradablemente sorprendidos al recibir elogios del comportamiento en sociedad de su hijo, cuando en la casa es insufrible. ¿Cómo se explica esto? Primero, hay que saber que el amor de los padres puede ser vivido por el adolescente no como un afecto tierno y protector, sino como una presión asfixiante: "Sé muy bien que mis padres me quieren, pero yo no siento el amor; solo siento que se interesan por mi rendimiento escolar y no por mi persona; que me gobiernan y me juzgan en vez de quererme. En cambio, mis abuelos no me juzgan y me quieren tal como soy, sin pedirme nada". En una palabra, en el corazón del adolescente neurótico, el amor del padre o de la madre, lamentablemente, queda suplantado por las exigencias y los juicios: "Cuanto más juzgado me siento por mis padres, menos amado me siento. En cambio, el amor de los otros adultos es para mí un alivio; es un amor sin pedido, un amor calmo que no me angustia y que, por el contrario, ¡me consolida!". Es por ello que un adolescente puede ser insufrible en la casa y agradable en el exterior. Y es por ello también que, los terceros -los abuelos, el tío, un amigo de la familia, el médico de cabecera, un docente o a veces los amigos- son mejor aceptados por el adolescente y pueden desempeñar un rol muy positivo en el desenlace de una eventual crisis. Las intervenciones de los terceros muchas veces son bien recibidas por el joven porque no reavivan su sentimiento de inferioridad.  Justamente, a propósito de los terceros, no dude en hacerlos intervenir en caso de conflicto con el adolescente. Los abuelos, un tío, una tía, un amigo de la familia o incluso un profesor al que el adolescente aprecia suelen ser recursos inestimables para evitar los enfrentamientos explosivos padre-hijo o madre-hija. En caso de tensiones con su hijo, no reaccione enfrentándolo creyendo así imponer mejor su autoridad. Seguro que lo lamentará.  No olvide que su actitud hacia el adolescente suele estar animada por sus sueños de lo que el joven debería ser. Sea realista y ámelo tal como es. La agresividad y la viva susceptibilidad del adolescente neurótico son reacciones inherentes a las expectativas totalmente neuróticas, aunque comprensibles, de sus padres. Por cierto, el sufrimiento de un adolescente neurótico se debe a los desgarramientos que sufre entre las exigencias de su cuerpo y las exigencias de su moral, pero también se debe a un malentendido profundo entre él y sus padres: estos no aceptan a su hijo tal como ha llegado a ser, y el joven, por su lado, piensa que no puede realizar sus propios sueños a causa de la actitud de sus padres. Se imagina impedido por su padre o su madre de ser él mismo y de hacer lo que cree que tiene que hacer. "¡No eres como deberías ser!", deploran constantemente los padres de Cyril; y él replica: "¡Son ustedes los que me impiden que sea el que quiero ser!... aunque conozca que mi ideal -llegar a ser una estrella de rock, por ejemplo- ¡es un sueño de niño!". Observe que los padres también sufren, pues deben cumplir el duelo del pequeño niño dócil de ayer que su adolescente ha dejado de ser y aceptar que el joven o la muchacha de hoy no sea el que han soñado tener. De hecho, los padres de un adolescente deben asumir dos pérdidas: la pérdida del niño que ahora ha crecido y la pérdida de su ilusión de un adolescente ideal, contento consigo mismo, sin demasiadas dificultades escolares, amante de la familia y de sus valores. Pero esta ilusión de los padres, vivida como una expectativa legítima, es percibida por el adolescente neurótico como una exigencia aplastante. "Además de mis dificultades y de mis temores -nos dice Cyril-, tengo que soportar la ansiedad de sus expectativas. ¡Me exasperan!".

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Extractos de las obras de S. Freud y de J. Lacan sobre la adolescencia, precedidos por nuestros comentarios Los subtítulos, así como las líneas en negrita que presentan los extractos de Freud y de Lacan, son de J.-D.N. FREUD LO MASCULINO Y LO FEMENINO Es en la adolescencia cuando se afirma la identidad masculina y femenina pues, a esa edad, los diferentes placeres físicos se subordinan a la primacía del placer genital: placer masculino de penetrar y placer femenino de ser penetrada. "[En la pubertad todas] las zonas erógenas se someten a la primacía de la zona genital".4 Freud "Hay que esperar a la pubertad para que se instale la fuerte diferenciación de los caracteres masculino y femenino, oposición que, luego, ejerce más que ninguna otra una influencia decisiva en la manera como viven los seres humanos".5 Freud *

EL ADOLESCENTE ELIGE A SU NOVIECITA SEGÚN EL MODELO DE SUS PRIMEROS DESEOS SEXUALES INFANTILES POR SUS PADRES Y LAS PERSONAS QUE LO CUIDAN Primero en la pubertad, y más tarde en la edad adulta, la elección de su pareja es guiada por la reviviscencia de un antiguo deseo sexual edípico del niño por sus padres. "En cuanto a la elección de objeto [elección de su pareja], está guiada por los esbozos de inclinación sexual del niño -revigorizadas en la pubertad- respecto de sus padres y de los adultos que se ocupan de él".6 Freud EL ADOLESCENTE ENAMORADO El adolescente enamorado logra mejor que nadie condensar en un solo impulso sexo y ternura: el deseo sexual y el amor tierno hacia su noviecita. "El adolescente logra la síntesis entre el amor no sensual, celeste, y el amor sensual, terrestre, y su relación con el objeto sexual se caracteriza por la acción conjugada de las pulsiones no inhibidas [deseo sexual] y de las inhibidas en cuanto a su fin [amor tierno]".7 Freud *

"Durante el período transitorio que es la pubertad, los desarrollos somáticos y psíquicos se despliegan durante cierto tiempo en paralelo y sin estar vinculados, hasta que la irrupción de una intensa moción amorosa,

4 5 6 7

Tres ensayos para una teoría sexual (1905). [Todas las traducciones de Freud y de Lacan son nuestras]. Ibíd. Ibíd. "Psicología de las masas y análisis del yo" (1921).

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que inerva las zonas genitales, produce la unidad normalmente necesaria de la función amorosa [el amor tierno se confunde con el deseo sexual]".8 Freud *

Para construir una relación afectiva durable, el adolescente enamorado deberá aprender que la ternura en su pareja es tan esencial como el deseo sexual. Si solo existiera la sexualidad, la pareja sin duda sería inestable y efímera. "Las pulsiones sexuales inhibidas en su fin [ternura] tienen sobre las no inhibidas [deseo sexual] una gran ventaja funcional. Como [las pulsiones inhibidas] no son capaces de una satisfacción total, se muestran particularmente proclives a crear lazos durables, mientras que las pulsiones directamente sexuales pierden cada vez más energía por el hecho mismo de la satisfacción".9 Freud *

Las pulsiones sexuales del adolescente de hoy están irresistiblemente atraídas hacia el pasado por los fantasmas infantiles siempre activos en el inconsciente del joven. Este tironeo entre el presente y el pasado, entre la frescura de las pulsiones puberales y la tendencia a hacer regresiones a la infancia, es una de las causas de la neurosis juvenil de crecimiento. "[...] de tal suerte que las mociones sexuales ulteriores de la pubertad corren en riesgo de dejarse llevar por el atractivo de los prototipos infantiles [fantasmas] y de seguirlos en la represión. Alcanzamos aquí la etiología más inmediata de las neurosis".10 Freud *

EL ADOLESCENTE ES UN SOÑADOR Y LA ADOLESCENCIA, LA EDAD DE LOS FANTASMAS, EN PARTICULAR DE LOS FANTASMAS SEXUALES Observemos que, en el fragmento que sigue, Freud propone la más simple y precisa definición del fantasma. ¿Qué es un fantasma? Un fantasma es una representación mental que no está destinada a realizarse. "Pero la elección de objeto [elección de una pareja] se cumple ante todo en la representación, y la vida sexual del adolescente que justo acaba de alcanzar la madurez prácticamente no tiene otra posibilidad que nutrirse de sus fantasmas, es decir, de representaciones que no están destinadas a realizarse".11 Freud *

AL FINAL DE SU ADOLESCENCIA, EL JOVEN, MENOS SOÑADOR Y MÁS REALISTA, ES CAPAZ DE ATRAVESAR UNA DE LAS PRUEBAS DECISIVAS PARA SU VIDA ADULTA: DEJAR A SUS PADRES "En el momento mismo en que se han superado y rechazado estos fantasmas claramente incestuosos, se cumple una de las realizaciones psíquicas más significativas, pero también más dolorosas, de la pubertad: la liberación de la autoridad de los padres".12 Freud *

LA REPUGNANCIA POR LA SEXUALIDAD EN LAS JÓVENES

8 Tres ensayos para una teoría sexual. 9 "Psicología de las masas y análisis del yo" 10 Inhibición, síntoma y angustia. 11 Tres ensayos para una teoría sexual. 12 Ibíd.

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En la jovencita, la repugnancia por la sexualidad -alteración típicamente histérica- es, sin embargo, una reacción perfectamente normal en la adolescencia y una manifestación frecuente de lo que yo llamo una "sana histeria juvenil". "La distinción principal [entre la jovencita y el muchacho] se pone de manifiesto en la pubertad, cuando cierta repugnancia por la sexualidad sin carácter neurótico [es decir, pasajera] se adueña de las jóvenes mientras que la libido domina al varón".13 Freud *

EL EXCESO DE PUDOR ES UNA REACCIÓN TÍPICA EN LA JOVEN ADOLESCENTE Para Freud, el exceso de pudor de la joven se explica por la represión demasiado brutal del placer clitoridiano dominante desde la infancia. El pudor, la frigidez, la repugnancia por la sexualidad o la rigidez moral y, de un modo más general, los comportamientos histéricos, son las consecuencias, en la joven adolescente asustada, de una represión demasiado fuerte (superyó) del placer sexual clitoridiano. "Es en esta época [la pubertad] cuando otra zona sexual se borra [represión] en la mujer. Quiero referirme a la región del clítoris, donde, durante la infancia, la sensibilidad sexual femenina parece estar concentrada. Esto explicaría el exceso de pudor que demuestra en ese momento el ser femenino hasta que, espontáneamente, la nueva zona vaginal se despierta. De allí, quizás, la frigidez femenina".14 Freud *

LA PUBERTAD ES UN PERÍODO PROPICIO PARA LA REVIVISCENCIA DE UN ANTIGUO TRAUMA EVENTUALMENTE SOBREVENIDO EN LA INFANCIA La pubertad es el período de la vida en el cual los recuerdos de los antiguos traumas infantiles se reavivan fácilmente. "[Para que un trauma vuelva a la conciencia] es necesaria una sola condición: el sujeto debe haber alcanzado la edad de la pubertad en el lapso que separa el incidente [trauma] de su repetición mnémica [recuerdo del trauma], dado que la pubertad intensifica enormemente el efecto de la reviviscencia".15 Freud *

LACAN LA VIRILIDAD DEL VARÓN Para Lacan, la pubertad es el momento en que se define la virilidad del varón, a condición, empero, de que haya encontrado en su padre, en el tiempo del Edipo, una imagen masculina con la cual identificarse. "El niño [el varón de 5 años] tiene todo el derecho a ser un hombre, y lo que se le podrá objetar más tarde en el momento de la pubertad debe relacionarse con una falla en la identificación metafórica con la imagen del padre".16 Lacan 13 Los orígenes del psicoanálisis. 14 Ibid 15 Ibíd. 16 Le Séminaire, libro V, Les Formations de l’inconscient (1957-1958), texto establecido en francés por Jacques-Alain Miller, col. "Le Champ Freudien", París, Seuil, 1998, p. 195 [Ed. cast.: El Seminario, libro V, Las formaciones del inconsciente, Buenos Aires, Paidós, 1999.]

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LA PUBERTAD, EDAD PROPICIA PARA LA NEUROSIS La pubertad es el momento en el que van a reavivarse las brasas mal apagadas del Edipo, bajo la forma de los síntomas de una sana histeria juvenil. "Los fragmentos, los restos más o menos incompletamente reprimidos del Edipo van a resurgir en la pubertad bajo la forma de síntomas neuróticos".17 Lacan *

EL CUERPO DE UN EFEBO ES LA IMAGEN MÁS ACABADA DEL OBJETO DEL DESEO El cuerpo grácil, casi femenino, de un púber, varón o mujer, es la imagen más acabada del Falo, objeto supremo del deseo. Al comentar el cuadro de Zucchi, Psique sorprende a Amore, Lacan afirma: "En el cuadro, la iluminada es Psique, y como lo vengo enseñando desde hace mucho tiempo, en lo que concierne a la forma grácil femenina, en el límite del púber y del impúber, es ella la que se erige ante nosotros como la imagen fálica".18 Lacan *

EL ESTADIO DEL ESPEJO DE LACAN Y LO QUE LLAMO EL ESTADIO DE LA ADOLESCENCIA Para comprender mejor la histeria sana del adolescente, les propongo compararla con la excitación alegre del lactante cuando es sorprendido por su imagen reflejada en el espejo. Le sugiero al lector releer el texto de J. Lacan "El estadio del espejo", en particular las primeras páginas, donde Lacan subraya el júbilo del pequeño ante su imagen especular. He aquí un corto extracto significativo de esas páginas: "La asunción jubilosa de su imagen especular por el ser aún sumergido en la impotencia motriz y la dependencia de la nutrición".19 Lacan En efecto, si comparamos el concepto de Estadio del espejo de Lacan con lo que llamo el Estadio de la Adolescencia, se desprende una dinámica común. Tanto el joven niño, para lograr la unidad de su "Yo", como el adolescente, para lograr la maduración de su "yo", deben superar una contradicción mayor. En el niño, la contradicción estalla entre su cuerpo inmaduro, rebosante de pulsiones, y la imagen fascinante de sí que descubre en el espejo. En el adolescente, en cambio, la contradicción ya no se da entre cuerpo e imagen, sino entre su cuerpo púber, rebosante de pulsiones, y sus autojuicios, extremadamente severos; en otros términos, entre su cuerpo desbordante de deseo y su superyó que lo condena. El pequeño de 15 meses siente júbilo al descubrir su imagen; el adolescente de 15 años se histeriza al frenar el terremoto pulsional que lo sumerge. Histerizarse significa tanto amarse a sí mismo hasta creerse todopoderoso como odiarse a sí mismo hasta el autodesprecio. El júbilo narcisista es al niño del espejo lo que los excesos de amor y de odio de sí son al adolescente. Para comprender mejor mi comparación entre el Estadio del espejo de Lacan y el Estadio de la adolescencia, propongo al lector leer el segundo capítulo de mi libro Mi cuerpo y sus imágenes (Buenos Aires, Paidós, 2008).

17 Le Désir et son interprétation (seminario inédito), clase del 29 de abril de 1959. 18 Le Séminaire, libro VIII, Le Transfert (1960-1961), texto establecido en francés por Jacques-Alain Miller, col. "Le Champ Freudien", París, Seuil, 2001, p. 287. [Ed. cast.: El Seminario, libro VIII, La transferencia, Buenos Aires, Paidós, 2002.] 19 Écrits, col. "Points Essais", París, Seuil, 1966, p. 94.