Coleccion de Poemas y Cuentos Lord Byron

Acuérdate de mí Lord Byron Llora en silencio mi alma solitaria, Adiós excepto cuando está mi corazón Lord Byron uni

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Acuérdate de mí Lord Byron

Llora en silencio mi alma solitaria,

Adiós

excepto cuando está mi corazón

Lord Byron

unido al tuyo en celestial alianza de mutuo suspirar y mutuo amor.

Es la llama de mi alma cual lumbrera, que brilla en el recinto sepulcral: casi extinta, invisible, pero eterna...

¡Adiós! si dicha se concede al hombre de una plegaria en premio, ésta tu nombre elevará hasta el trono del Señor. Promesas, quejas, llanto, fueran vanos;

ni la muerte la puede aniquilar.

más que el lloro, exprimido, ya sangrante,

¡Acuérdate de mí!... Cerca a mi tumba

de ojos sin luz, tenaz remordimiento esta palabra dice... ¡Adiós! ¡Adiós!

no pases, no, sin darme una oración; para mi alma no habrá mayor tortura que el saber que olvidaste mi dolor.

Oye mi última voz. No es un delito rogar por los que fueron. Yo jamás

Secos están mis ojos, extinguida mi voz, pero al dejarte, de mi vida se adueña para siempre un gran dolor. Aunque el pesar y la pasión torturan mi corazón, quejarse no le es dado...

te pedí nada: al expirar te exijo

Yo sólo sé que en vano hemos amado...

que vengas a mi tumba a sollozar.

Sólo puedo sentir... ¡Adiós! adiós.

de esta gloria?

¡Despierta! A Hélade no toques, Ya Hélade despierta está. Invócate a ti. No invoques Al cumplir mis 36 años

más allá

Lord Byron Viejo volcán enfriado ¡Calma, corazón, ten calma!

es mi llama; al firmamento

¿A qué lates, si no abates

alza su ardor apagado.

ya ni alegras a otra alma?

¡Ah momento!

¿A qué lates? Temor y esperanza mueren. Mi vida, verde parral,

Dolor y placer huyeron.

dio ya su fruto y su flor,

Ni me curan ni me hieren.

amarillea, otoñal,

No son. Fueron.

sin amor. ¿A qué vivir, correr suerte, Más no pongamos mal ceño!

si la juventud tu sien

¡No pensemos, no pensemos!

ya no adorna? He aquí tu

Démonos al alto empeño

muerte.

que tenemos. Y está bien. Mira: Armas, banderas, campo

Tras tanta palabra dicha,

de batalla, y la victoria,

el silencio. Es lo mejor.

y Grecia. ¿No vale un lampo

En el silencio ¿no hay dicha?

y hay valor.

Hubieran mermado la gracia inefable

Lo que tantos han hallado

Que se agita en cada trenza suya de negro brillo,

buscar ahora para ti:

O ilumina suavemente su rostro,

una tumba de soldado.

Donde dulces pensamientos expresan

Y hela aquí.

Cuán pura, cuán adorable es su morada. Todo cansa todo pasa. Una mirada hacia atrás, y marchémonos a casa. Allí hay paz.

Camina bella, como la noche... Lord Byron

Y en esa mejilla, y sobre esa frente, Son tan suaves, tan tranquilas, y a la vez elocuentes, Las sonrisas que vencen, los matices que iluminan Y hablan de días vividos con felicidad. Una mente en paz con todo,

Camina bella, como la noche

¡Un corazón con inocente amor!

De climas despejados y de cielos estrellados, Y todo lo mejor de la oscuridad y de la luz Resplandece en su aspecto y en sus ojos, Enriquecida así por esa tierna luz Que el cielo niega al vulgar día.

Una sombra de más, un rayo de menos,

Canción del corsario Lord Byron

En su fondo mi alma lleva un tierno secreto solitario y perdido, que yace reposado; mas a veces, mi pecho al tuyo respondiendo, como antes vibra y tiembla de amor, desesperado.

Cuando nos separamos Ardiendo en lenta llama, eterna pero oculta, hay en su centro a modo de fúnebre velón,

en silencio y con lágrimas, con el corazón medio roto, para apartarnos por años,

pero su luz parece no haber brillado nunca:

tu mejilla se tornó pálida y fría

ni alumbra ni combate mi negra situación.

Aquella hora predijo

y tu beso aún más frío...

en verdad todo este dolor. ¡No me olvides!... Si un día pasaras por mi tumba, tu pensamiento un punto reclina en mí, perdido...

El rocío de la mañana resbaló frío por mi frente y fue como un anuncio de lo que ahora siento.

La pena que mi pecho no arrostrara, la única, es pensar que en el tuyo pudiera hallar olvido.

Tus juramentos se han roto y tu fama ya es muy frágil; cuando escucho tu nombre

escucha, locas, tímidas, mis últimas palabras -la virtud a los muertos no niega ese favor-; dame... cuanto pedí. Dedícame una lágrima, ¡la sola recompensa en pago de tu amor!.

comparto su vergüenza. Cuando te nombran delante de mí, un toque lúgubre llega a mi oído y un estremecimiento me sacude. ¿Por qué te quise tanto? Aquellos que te conocen bien no saben que te conocí:

Cuando nos separamos...

Por mucho, mucho tiempo

Lord Byron

habré de arrepentirme de ti tan hondamente,

que no puedo expresarlo.

Y cada vez cada vez que acudas a leer este nombre,

En secreto nos encontramos,

piensa en mí como se piensa en los muertos;

y en silencio me lamento

e imagina que mi corazón está aquí,

de que tu corazón pueda olvidar

inhumado e intacto.

y tu espíritu engañarme. Si llegara a encontrarte

Hubo un tiempo... ¿recuerdas?

tras largos años,

Lord Byron

¿cómo habría de saludarte? ¡Con silencio y con lágrimas!

Hubo un tiempo... ¿recuerdas? su memoria Vivirá en nuestro pecho eternamente... Ambos sentimos un cariño ardiente; El mismo, ¡oh virgen! que me arrastra a ti.

En un álbum Lord Byron

¡Ay! desde el día en que por vez primera Eterno amor mi labio te ha jurado, Y pesares mi vida han desgarrado,

Sobre la fría losa de una tumba un nombre retiene la mirada de los que pasan, de igual modo, cuando mires esta página, pueda el mío atraer tus ojos y tu pensamiento.

Pesares que no puedes tú sufrir;

Desde entonces el triste pensamiento De tu olvido falaz en mi agonía: Olvido de un amor todo armonía, Fugitivo en su yerto corazón.

Y sin embargo, celestial consuelo Llega a inundar mi espíritu agobiado, Hoy que tu dulce voz ha despertado

brillaban sus cohortes con el oro y la púrpura; sus lanzas fulguraban como en el mar luceros, como en tu onda azul, Galilea escondida.

Recuerdos, ¡ay! de un tiempo que pasó. Tal las ramas del bosque en el estío verde, Aunque jamás tu corazón de hielo Palpite en mi presencia estremecido, Me es grato recordar que no has podido Nunca olvidar nuestro primer amor.

Y si pretendes con tenaz empeño Seguir indiferente tu camino... Obedece la voz de tu destino Que odiarme puedes; olvidarme, no.

la hueste y sus banderas traspasó en el ocaso: tal las ramas del bosque cuando sopla el otoño, yacía marchitada la hueste, al otro día.

Pues voló entre las ráfagas el Ángel de la Muerte y tocó con su aliento, pasando, al enemigo: los ojos del durmiente fríos, yertos, quedaron, palpitó el corazón, quedó inmóvil ya siempre.

La destrucción de Senaquerib Lord Byron

Bajaron los asirios como al redil el lobo:

Y allí estaba el corcel, la nariz muy abierta, mas ya no respiraba con su aliento de orgullo: al jadear, su espuma quedó en el césped, blanca,

fría como las gotas de las olas bravías.

Y allí estaba el jinete, contorsionado y pálido,

La gacela salvaje Lord Byron

La gacela salvaje en montes de Judea

con rocío en la frente y herrumbre en la armadura,

Puede brincar aún, alborozada,

y las tiendas calladas y solas las banderas,

puede abrevarse en esas aguas vivas

levantadas las lanzas y el clarín silencioso.

que en la sagrada tierra brotan siempre; puede alzar el pie leve y con ardientes ojos

Y las viudas de Asur con gran voz se lamentan

mirar, en un transporte de indómita alegría.

y el templo de Baal ve quebrarse sus ídolos, y el poder del Gentil, que no abatió la espada,

Pies ágiles también y ojos más encendidos

al mirarle el Señor se fundió como nieve.

aquí tuvo Judea en otros tiempos, y en el lugar del ya perdido gozo, más bellos habitantes hubo un día. Ondulan en el Líbano los cedros, mas se fueron las hijas de Judea, aun más majestuosas.

Más bendita la palma de esos llanos que de Israel la dispersada estirpe, pues echa aquí raíces y se queda, graciosa y solitaria: ya su suelo natal no deja nunca

y no podrá vivir en otras tierras.

Mas nosotros vagamos, agostados, para morir muy lejos: donde están las cenizas de los padres nunca descansarán nuestras cenizas; ya ni un solo sillar le queda a nuestro templo y en trono de Salem se ha sentado la Burla.

Yo no he visto hace tiempo aquellos ojos que fueron mi contento y mi pesar; loa amo, a pesar de sus enojos, pero abandono Albión, tierra de abrojos, y a la sola mujer que puedo amar. Y rompiendo las olas de los mares, a tierra extraña, patria iré a buscar; mas no hallaré consuelo a mis pesares, y pensaré desde extranjeros lares en la sola mujer que puedo amar.

La partida Lord Byron

Como una viuda tórtola doliente mi corazón abandonado está,

¡Todo acabó! La vela temblorosa se despliega a la brisa del mar,

porque en medio de la turba indiferente

y yo dejo esta playa cariñosa

jamás encuentro la mirada ardiente

en donde queda la mujer hermosa,

de la sola mujer que puedo amar.

¡ay!, la sola mujer que puedo amar.

Jamás el infeliz halla consuelo

Si pudiera ser hoy lo que antes era,

ausente del amor y la amistad,

y mi frente abatida reclinar

y yo, proscrito en extranjero suelo,

en ese seno que por mí latiera,

remedio no hallaré para mi duelo

quizá no abandonara esta ribera

lejos de la mujer que puedo amar.

y a la sola mujer que puedo amar. Mujeres más hermosas he encontrado,

mas no han hecho mi seno palpitar,

pero llevo el dulcísimo recuerdo

que el corazón ya estaba consagrado

de la sola mujer que puedo amar.

a la fe de otro objeto idolatrado, a la sola mujer que puedo amar. Adiós, en fin. Oculto en mi retiro, en el ausente nadie ha de pensar;

¡Todo acabó! La vela temblorosa se despliega a la brisa del mar, y yo dejo esta playa cariñosa en donde queda la mujer hermosa, ¡ay!, la sola mujer que puedo amar.

ni un solo recuerdo, ni un suspiro me dará la mujer por quien deliro, ¡ay!, la sola mujer que puedo amar.

Comparando el pasado y el presente, el corazón se rompe de pesar, pero yo sufro con serena frente

No volveremos a vagar

y mi pecho palpita eternamente

Lord Byron

por la sola mujer que puedo amar. Su nombre es un secreto de mi vida

Así es, no volveremos a vagar

que el mundo para siempre ignorará,

Tan tarde en la noche, Aunque el corazón siga amando

y la causa fatal de mi partida

Y la luna conserve el mismo brillo.

la sabrá sólo la mujer querida, ¡ay!, la sola mujer que puedo amar.

Pues así como la espada gasta su vaina,

¡Adiós!..Quisiera verla... mas me acuerdo

Y el alma consume el pecho,

que todo para siempre va a acabar;

Asimismo el corazón debe detenerse a respirar,

la patria y el amor, todo lo pierdo...

E incluso el amor debe descansar.

Aunque la noche fue hecha para amar,

Reflejo de una llama oculta o extinguida,

Y los días vuelven demasiado pronto,

llena la mente, pero no la enciende;

Aún así no volveremos a vagar

vive en el alma, pero no lo anima.

A la luz de la luna.

Descubre cual tú, sombras que esmalta o acaricia, y como a ti, tan sólo la contempla el dolor mudo en férvida vigilia.

Sol del que triste vela... Lord Byron OSCURIDAD ¡Sol del que triste vela,

LORD BYRON

astro de cumbre fría,

Tuve un sueño, que no era del todo un sueño.

cuyos trémulos rayos de la noche para mostrar las sombras sólo brillan. !Oh, cuánto te asemeja de la pasada dicha al pálido recuerdo, que del alma sólo hace ver la soledad umbría!

El brillante sol se apagaba, y los astros Vagaban apagándose por el espacio eterno, Sin rayos, sin rutas, y la helada tierra

Oscilaba ciega y oscureciéndose en el aire sin luna;

Se extinguieron con un estrépito - y todo estuvo negro.

La mañana llegó, y se fue, y llegó, y no trajo consigo el día,

Las frentes de los hombres, a la luz sin esperanza

Y los hombres olvidaron sus pasiones ante el terror

Tenían un aspecto no terreno, cuando de pronto

De esta desolación; y todos los corazones

Los haces caían sobre ellos; algunos se tendían

Se congelaron en una plegaria egoísta por luz;

Y escondían sus ojos y lloraban; otros descansaban

Y vivieron junto a hogueras - y los tronos,

Sus barbillas en sus manos apretadas, y sonreían;

Los palacios de los reyes coronados - las chozas,

Y otros iban rápido de aquí para allá, y alimentaban

Las viviendas de todas las cosas que habitaban,

Sus pilas funerarias con combustible, y miraban hacia arriba

Fueron quemadas en los fogones; las ciudades se consumieron,

Con loca inquietud al sordo cielo,

Y los hombres se reunieron en torno a sus ardientes casas Para verse de nuevo las caras unos a otros; Felices eran aquellos que vivían dentro del ojo De los volcanes, y su antorcha montañosa: Una temerosa esperanza era todo lo que el mundo contenía; Se encendió fuego a los bosques pero otra tras hora Fueron cayendo y apagándose - y los crujientes troncos

El sudario de un mundo pasado; y entonces otra vez Con maldiciones se arrojaban sobre el polvo, Y rechinaban sus dientes y aullaban; las aves silvestres chillaban, Y, aterrorizadas, revoloteaban sobre el suelo, Y agitaban sus inútiles alas; los brutos más salvajes Venían dóciles y trémulos; y las víboras se arrastraron Y se enroscaron entre la multitud, Sisando, pero sin picar - y fueron muertas para ser alimento:

Y la Guerra, que por un momento se había ido,

De a poco la multitud fue muriendo de hambre; pero dos

Se sació otra vez; - una comida se compraba

De una ciudad enorme sobrevivieron,

Con sangre, y cada uno se sentó resentido y solo

Y eran enemigos; se encontraron junto

Atiborrándose en la penumbra: no quedaba amor;

A las agonizantes brasas de un altar

Toda la tierra era un solo pensamiento - y ese era la muerte, Inmediata y sin gloria; y el dolor agudo Del hambre se instaló en todas las entrañas - hombres Morían, y sus huesos no tenían tumba, y tampoco su carne; El magro por el magro fue devorado, Y aún los perros asaltaron a sus amos, todos salvo uno, Y aquel fue fiel a un cadáver, y mantuvo A raya a las aves y las bestias y los débiles hombres, Hasta que el hambre se apoderó de ellos, o los muertos que caían Tentaron sus delgadas quijadas; él no se buscó comida, Sino que con un gemido piadoso y perpetuo Y un corto grito desolado, lamiendo la mano Que no respondió con una caricia murió.

Donde se había apilado una masa de cosas santas Para un fin impío; hurgaron, Y temblando revolvieron con sus manos delgadas y esqueléticas En las débiles cenizas, y sus débiles alientos Soplaron por un poco de vida, e hicieron una llama Que era una burla; entonces levantaron Sus ojos al verla palidecer, y observaron El aspecto del otro - miraron, y gritaron, y murieron De su propio espanto mutuo murieron, Sin saber quién era aquel sobre cuya frente La hambruna había escrito Enemigo. El mundo estaba vacío, Lo populoso y lo poderoso - era una masa, Sin estaciones, sin hierba, sin árboles, sin hombres, sin vida -

Una masa de muerte - un caos de dura arcilla.

Y cuando tus hijos son enviados a los grilletes -

Los ríos, lagos, y océanos estaban quietos,

A los grilletes, y al húmedo sótano de penumbra sin día,

Y nada se movía en sus silenciosos abismos;

Su país vence con su martirio,

Los barcos sin marinos yacían pudriéndose en el mar, Y sus mástiles bajaban poco a poco; cuando caían Dormían en el abismo sin un vaivén Las olas estaban muertas; las mareas estaban en sus tumbas, Antes ya había expirado su señora la luna; Los vientos se marchitaron en el aire estancado, Y las nubes perecieron; la Oscuridad no necesitaba De su ayuda - Ella era el universo.

Y el nombre de la Libertad halla alas en todo viento. ¡Chillon! Tu prisión es un sitio sagrado, Y tu triste suelo un altar, pues fue hollado, Hasta que sus pasos dejaron una huella Gastada, como su tu pavimento fuese un prado, ¡ Por Bonnivard! - ¡Que no se borre ninguna de esas marcas! Pues ellas claman a Dios contra la tiranía.

ESTROFAS PARA MUSICA LORD BYRON

SONETO A CHILLON LORD BYRON ¡Espíritu eterno de la mente sin cadenas! ¡Libertad! Más brillante eres en las mazmorras, Pues allí tu morada es el corazón El corazón al que sólo el amor por tí puede atar.

No digo - No esbozo - No respiro vuestro nombre, Hay pesar en el sonido - habría culpa en la fama; Pero la lágrima que ahora arde en mi mejilla puede dar cuenta Del profundo pensamiento que habita en ese silencio del corazón.

Demasiado cortas para nuestra pasión, demasiado largas para nuestra paz,

Vuestro labio no habrá de responder a ellos - sino al mío.

Fueron aquellas horas, ¿puede cesar su alegría o su amargura? Nos arrepentimos - abjuramos deseamos romper nuestra cadena; Debemos separarnos - debemos volar a - unirla otra vez. ¡Oh! Vuestra sea la alegría y mía sea la culpa, Perdonadme adorada abandonadme si lo deseáis;

El Giaour. The Giaour, Lord Byron (17881824)

Pero el corazón que porto expirará sin haber sido rebajado,

Pero antes, sobre la tierra, como vampiro enviado,

Y los hombres no lo quebraran - sea lo que sea que podáis vos.

tu cadáver del sepulcro será exiliado;

Y firme ante el altivo, pero humilde ante vos,

entonces, lívido, vagarás por el que fuera tu hogar,

Habrá de ser mi alma en su más amarga oscuridad;

y la sangre de los tuyos has de arrancar;

Y nuestros días han de ser más rápidos - y nuestros momentos más dulces,

allí, de tu hija, hermana y esposa,

Con vos a mi lado - que con el mundo a nuestros pies. Una visión de vuestro dolor - una imagen de vuestro amor, Habrá de cambiarme o confirmarme, de castigar o reprobar; Y los sin corazón podrán maravillarse de tanto a lo que renunciamos,

a media noche, la fuente de la vida secarás; Aunque abomines aquel banquete, debes, forzosamente, nutrir tu lívido cadáver andante, tus víctimas, antes de expirar, en el demonio a su señor verán; maldiciéndote, maldiciéndose, tus flores marchitándose están en el tallo.

Pero una que por tu crimen debe caer, la más joven, entre todas, la más amada, llamándote padre, te bendecirá: ¡esta palabra envolverá en llamas tu corazón! Pero debes concluir tu obra y observar en sus mejillas el último color; de sus ojos el destello final, y su vidriosa mirada debes ver helarse sobre el azul sin vida; con impías manos desharás luego

de un espectro más abominable que ellos.

El Primer Beso de Amor. The first kiss of love: George Gordon, Lord Byron.

Ausente con tus ficciones de endebles romances, Aquellos harapos de falsedad tejidos por la locura; Dadme el espíritu fugaz con su débil resplandor, O el arrebato que habita en el primer beso de Amor.

las trenzas de su dorado cabello, que fueron bucles por ti acariciados y con promesas de tierno amor despeinados; ¡pero ahora tú lo arrebatas, monumento a tu agonía! Con tu propia y mejor sangre chorrearán

Si, poetas, vuestros pechos con fantasías brillarán, Aquella pasión en la arboleda danzará con ardor; Y de la bendita inspiración vuestros sonetos fluirán, ¿Pero podrán alguna vez saborear el primer beso de amor?

tus rechinantes dientes y macilentos labios; luego, a tu lóbrega tumba caminarás; ve, y con demonios y espíritus delira, hasta que de horror estremecidos, huyan

Si Apolo debe rehusar su asistencia, O las Nueve dispuestas están a tu servicio; No las invoquéis, decidle adiós a las Musas, Y prueba el efecto del primer beso de amor.

Los odio, y odio vuestras frías composiciones, Aunque el prudente me condene,

El recuerdo más amado será siempre el último, Nuestro monumento más dulce, el primer beso de amor.

Y el intolerante lo repruebe; Yo abrazo las delicias que brotan del corazón, Cuyos latidos y alegría son el primer beso de amor.

Epitafio para un perro. Epitaph to a Dog, Lord Byron (1788-1824)

Boatswain. Vuestros pastores y sus rebaños, aquellos temas fantásticos, Tal vez puedan divertir pero nunca conmoverán.

1803-1808

Cerca de aquí

Arcadia se despliega como un sueño de bello color,

descansan los restos de alguien

¿Pero cómo podría compararse con el primer beso de amor?

Fuerte sin Insolencia,

que fue Bello sin Vanidad,

Valiente sin Ferocidad, ¡Oh, cesad de afirmar que el hombre, desde que surgió Del linaje de Adán, ha luchado contra la miseria! Algunas parcelas del Cielo vibran en la Tierra, Y el Edén resurge con el primer beso de amor.

Cuando los años hielen la sangre, cuando nuestros placeres pasen, (Flotando durante años en las alas de una paloma)

que poseyó todas las virtudes del hombre y ninguno de sus defectos.

Lachin y Gair. Lachin and Gair, Lord Byron (1788-1824)

¡Sombras de los muertos! ¿No he oído vuestras voces Alzándose sobre el repentino aliento del viento nocturno?

Sin dudas el alma del heroe se regocija Y en su propio valle sobre el viento cabalga; Alrededor de Loch na Garr mientras se reúne La implacable niebla el invierno en su frío carro reina: Las nubes, las formas de mis padres allí rodean, Ellos habitan en la tempestad del oscuro Loch na Garr.

The tear, Lord Byron (17881824)

Cuando el amor o la amistad debieran el alma a la ternura, y ésta debiera aparecer sincera en los ojos, podrán los labios engañar fingiendo una sonrisa seductora y falsa; pero la prueba de emoción se muestra

Los años han pasado, Loch na Garr, desde que te abandoné, Y los años pasarán hasta que vuelva a pisarte; La naturaleza de flores y verde te ha privado, Y aún así eres más amado que las planicies de Albión.* ¡Inglaterra! tus encantos son pálidos y domésticos Para aquel que ha vagado más allá de las montañas; ¡Oh, los acantilados salvajes y majestuosos! Las hondas y terribles glorias del oscuro Loch na Garr.

La lágrima.

en una lágrima.

Una sonrisa puede ser un artificio que el temor encarna; con ella puede revestirse el odio que nos engaña; mas yo prefiero para mí un suspiro cuando los ojos, expresión del alma, se oscurece por un momento con una lágrima.

El hombre surca el desconocido Océano con el hálito del viento que lo arrastra, entre olas bramadoras que se alzan;

se inclina, y en las olas tempestuosas

Dulce mansión de mi niñez perdida,

que terribles sobre su nave avanzan,

donde la sinceridad y la amistad gozaba;

mira el abismo, y en sus aguas turbias

donde en medio del amor vi deslizarse

mezcla una lágrima.

las horas rápidas;

En la carrera de la noble gloria, el valiente capitán se afana por ganar con su muerte una corona en las batallas; pero levanta al que postró en el suelo y sus heridas piadoso baña, una por una, en el sangriento campo, con una lágrima.

yo te dejé con un hondo sentimiento, volví hacia ti mis últimas miradas, y apenas puede percibir tus torres detrás una lágrima.

Aunque no puedo repetir, como antes, mi juramento a mi María adorada, a la que fuera en otro tiempo el fuego del alma, recuerdo los felices días

Y cuando vuelve, henchido de ese orgullo

en que, aún infantes, tanto me amaba,

que hace latir el pecho que avasalla;

cuando ella respondía a mis promesas

cuando teñida en enemiga sangre cuelga su espada,

con una sencilla lágrima.

la recompensan todas sus fatigas al abrazar a su consorte amada, al darle un beso en sus mejillas húmedas con una lágrima.

¿En otros brazos puede ser dichosa? ¿Conserva el recuerdo de su edad pasada? Mi corazón respetará ese nombre

que tanto amaba. Y así dije adiós a mi esperanza loca, siempre, con una lágrima.

Yo no ambiciono el mármol, monumento que la la vanidad levanta; manto suntuoso con que el necio orgullo

Cuando el imperio de la noche eterna

cubre su nada;

reclame para siempre mi alma;

no darán sus emblemas a mi nombre

cuando mi cuerpo exánime repose

el falso orgullo ni la gloria vana;

bajo una lápida,

lo que yo quiero, lo único que pido,

si por ventura os acercáis un día

es una lágrima.

donde mi triste sepultura se halla, humedeced apenas mis cenizas con una lágrima.

Te vi llorar. I saw thee weep, Lord Byron (1788-1824)

¡Yo te vi llorar! Tu lágrima, mía, en tu pupila azul brillaba inquieta, como la blanca gota de rocío sobre el tallo delicado de la violeta.

¡Te vi reír! Y un fértil mayo, las rosas deshojadas por la brisa no pudieron dibujar en su desmayo la inefable expresión de tu sonrisa.

Así como las nubes en el cielo del sol reciben una luz tan bella, que la noche no borra con su beso, ni eclipsa con su luz la clara estrella.

Tu sonrisa transmite la fortuna al alma triste, y tu mirada incierta, deja una dulce claridad tan pura que llega al corazón después de muerta.

El entierro. The Burial, Lord Byron (1788-1824)

En el año de 17..., después de haber meditado algún tiempo sobre la posibilidad de viajar por tierras ignoradas por los viajeros, partí en compañía de un amigo, a quien me referiré como August Darvell.

Era unos años mayor que yo, un hombre de fortuna considerable y de familia aristocrática. Ventajas que él ni devaluaba ni estimaba gracias a su gran capacidad. Algunas circunstancias singulares en su historia personal lo habían convertido para mí en objeto de atención, interés y hasta de estimación, que no disminuían ni sus modales reservados ni los ocasionales atisbos de angustia que a veces le acercaban a la enajenación.

Yo era todavía un joven y había empezado a vivir temprano; pero mi intimidad con él era reciente: asistimos a las mismas escuelas y universidad; más su paso por ellas me había precedido, y él ya se había iniciado a fondo en lo que se ha llamado el mundo, mientras yo todavía permanecía en el noviciado. Durante ese tiempo, escuché abundantes detalles, tanto de su vida pasada como de la presente y, aunque en estas narraciones había muchas e irreconciliables contradicciones, podía yo inferir que él no era un ser común, sino alguien que, aun cuando se esforzara por no ser prosaico, seguía siendo notable.

Había trabado conocimiento con él e intenté conquistar posteriormente su amistad, pero parecía que ésta era inalcanzable; los afectos que pudiera haber sentido aparentaban para entonces o haberse extinto o concentrarse en él. Tuve suficientes oportunidades para observar que sus sentimientos eran intensos; pues aún cuando los podía controlar, le era imposible esconderlos por completo; sin embargo, tenía la facultad de dar a una pasión la apariencia de otra, de modo que resultaba difícil definir la naturaleza de lo que sucedía en su interior; y las expresiones de su rostro podían variar con tal rapidez, aunque ligeramente, que resultaba inútil tratar de escrutar su origen.

Era manifiesto cómo lo dominaba una angustia incurable; pero nunca pude descubrir si era a causa de la ambición, el amor, el remordimiento o la pena, de uno sólo o de todos estos, o sencillamente por un temperamento mórbido, semejante a una enfermedad. Existían circunstancias supuestas que habrían podido justificar su atribución a cualquiera de estas causas; pero como antes dije, éstas eran tan contrarias y contradictorias que ninguna podía considerarse definitiva.

Se supone, generalmente, que donde hay misterio existe también la perversidad: no sé cómo pueda ser esto, pero es un hecho que en él existía el primero aunque no podría atestiguar los alcances de la segunda (y estaba poco dispuesto, en lo que a él se refería, a creer en su existencia). Recibía mi proximidad con bastante reserva; más yo era joven y difícil para el desaliento; y, con el tiempo, tuve éxito al entablar, hasta cierto punto, ese vínculo común y esa confianza moderada de los intereses mutuos y cotidianos que crean la comunión de empeños, y la frecuencia de encuentros que se llama intimidad o amistad según las ideas de quienes utilizan esas palabras para su expresión.

Darvell había viajado ampliamente; me dirigí a él para que me aconsejara respecto al viaje que pretendía realizar. Era mi deseo secreto que se dejara persuadir para acompañarme; además, era una perspectiva improbable; basada en la vaga inquietud que había observado en él y a la cual daban renovada fuerza el entusiasmo que parecía sentir hacia tales temas y su aparente indiferencia por todo lo que lo rodeaba muy de cerca.

Al principio insinué mi deseo y después lo expresé abiertamente: su respuesta, aun cuando yo la esperaba en alguna medida, me dio todo el placer de una sorpresa: aceptó; y, al término de los preparativos necesarios, comenzamos nuestra jornada.

Después de viajar por varios países del sur de Europa, volvimos la atención hacia el Este, de acuerdo con nuestro destino original; y fue en nuestro recorrido a través de estas regiones que ocurrió el incidente que da ocasión a mi relato.

La complexión de Darvell, que, dada su apariencia, debía haber sido en su juventud más robusta de lo normal, estaba decayendo gradualmente desde algún tiempo atrás, sin que mediara ninguna enfermedad manifiesta: no tenía tos ni tísis; sin embargo, cada día se debilitaba más; sus hábitos eran moderados, no admitía ni se quejaba de fatiga; no obstante, era evidente que se estaba consumiendo: se volvía cada vez más y más taciturno e insomne y, por fin, se alteró de tan notable manera que mi preocupación aumentó de manera proporcional al peligro que yo consideré le amenazaba.

A nuestra llegada a Esmirna, nos habíamos propuesto ir a una excursión a las ruinas de Éfeso y Sardis, de la cual intenté disuadirlo debido a su indisposición; pero en vano: parecía existir una opresión en su mente, y una solemnidad en sus modales que no correspondían con su ansiedad para seguir con lo que yo consideraba un simple viaje de placer, totalmente inadecuado para una persona delicada; pero no me opuse más, y unos días después partimos en compañía únicamente de un guía y un cargador.

Habíamos recorrido la mitad del camino hacia los vestigios de Éfeso, dejando atrás los contornos mas fértiles de Esmirna y nos adentrábamos en esa región inhóspita y deshabitada a través de los pantanos y desfiladeros que llevan a las pocas chozas que aún subsisten sobre las destrozadas columnas de Diana (las paredes sin techo de la cristiandad expulsada y la aún más reciente pero total desolación de las mezquitas abandonadas) cuando la súbita y vertiginosa enfermedad de mi camarada nos obligó a detenernos en un cementerio turco, cuyas lápidas coronadas de turbantes eran el sólo indicio de que la vida humana había morado alguna vez en ese yermo. La única caravana que vimos había quedado unas horas atrás; no se podía ver ni esperar vestigio alguno de pueblo o cabaña siquiera, y esta "ciudad de los muertos" parecía ser el único refugio para mi desafortunado amigo, quien se veía próximo a convertirse en su siguiente morador.

En esta situación, busqué por los alrededores un lugar en el que pudiera reposar con más comodidad: al contrario del aspecto usual de los cementerios orientales, los cipreses de éste eran escasos, esparcidos sobre toda la superficie; la mayoría de las tumbas estaban derruidas y

desgastadas por los años: sobre una de las más grandes y bajo de uno de los árboles más frondosos, Darvell se apoyó, inclinándose con gran dificultad. Pidió agua. Yo dudaba que pudiéramos encontrarla, aunque me dispuse ir a buscarla a pesar de mi desaliento: pero él deseaba que yo permaneciera con él; y volviéndose hacia Suleiman, nuestro cargador, que fumaba con gran tranquilidad, le dijo:

—Suleimán, verbena su. —es decir, trae un poco de agua, y continuó describiéndole con gran detalle el punto donde podría encontrarla. Era un pequeño pozo para camellos, algunos cientos de yardas a la derecha. El jenízaro obedeció.

Dije a Darvell:

—¿Cómo supo esto?

—Por nuestra posición —repuso—. usted debe notar que el lugar estuvo habitado alguna vez y no podría haberlo estado sin manantiales. Además, ya he estado aquí antes.

—¡Usted ya ha estado aquí! ¿Cómo nunca me lo mencionó? Y ¿qué hacía usted en lugar semejante donde nadie puede permanecer un momento más sin pedir ayuda?

A esta pregunta no recibí respuesta alguna. Mientras tanto, Suleimán regresó con el agua y dejó al guía y a los caballos en la fuente. Parecía que al mitigar su sed Darvell revivió por un momento; y albergué la esperanza de que pudiese continuar, o por lo menos regresar, y lo exhorté a intentarlo.

Él guardó silencio. Parecía poner orden en sus pensamientos antes de esforzarse al hablar.

—Éste es el fin de mi jornada —comenzó— y de mi vida; vine hasta aquí para morir; pero tengo una súplica que hacer: una orden que dar, pues tales deben ser mis últimas palabras. ¿La cumplirá?

—Desde luego; pero tengo mejores intenciones.

—Yo no tengo esperanzas, ni deseos, sino éste: oculte mi muerte a todo ser humano.

—Espero que no se presente la ocasión; usted se recuperará y...

—¡Silencio!, así debe ser: prométalo.

—Sí.

—Júrelo por lo más. —aquí pronunció un juramento de gran solemnidad.

—No hay razón para ello, yo cumpliré con su petición; y dudar de mí es...

—No puedo evitarlo, debe usted jurar.

Pronuncié el juramento y eso pareció aliviarlo. Se quitó del dedo un anillo de sello, que tenía grabados algunos caracteres arábigos, y me lo dio.

—En el noveno día del mes —continuó—, precisamente al mediodía (el mes que usted guste, pero el día debe ser ése) usted deberá arrojar este anillo a la fuentes de agua salada que alimentan la bahía de Eleusis. Al día siguiente, a la misma hora, deberá dirigirse a las ruinas del templo de Ceres y esperar una hora...

—¿Para qué?

—Ya lo verá

—¿Dice usted que el noveno día del mes?

—El noveno.

Cuando hice la observación de que el presente era el noveno día del mes, su semblante cambió e hizo pausa. Mientras estaba sentado, debilitándose visiblemente, una cigüeña con una serpiente en el pico se posó sobre una tumba cercana a nosotros; y, sin devorar su presa, daba la impresión de observarnos fijamente. No sé lo que me impulsó a espantarla, pero el intento fue inútil; hizo algunos círculos en el aire y regresó exactamente al mismo lugar. Darvell la señaló y sonrió. Habló (no sé si para sí mismo o para mí) pero las palabras sólo fueron:

—Está bien.

—¿Qué es lo que está bien? ¿Qué quiere decir?

—No importa; usted deberá enterrarme aquí esta noche, y en el punto exacto en que está parada esa ave. Ya conoce usted el resto de mis mandatos.

Entonces procedió a darme algunas instrucciones sobre cómo podría ocultar mejor su muerte. Cuando terminó, dijo:

—¿Ve usted esa ave?

—Desde luego.

—¿Y la serpiente que se estremece en su pico?

—Sin duda: no hay nada raro en ello; es su presa natural. Pero resulta extraño que no la devore.

Se rió de una manera espectral y dijo lánguidamente:

—Todavía no es el momento.

Mientras hablaba, la cigüeña emprendió el vuelo. La seguí con los ojos un instante: no pude haber tardado más que en contar diez. Sentí aumentar el peso de Darvell, por poco que fuese, sobre mi hombro y, al volver a verlo a la cara, vi que había muerto.

Me impresionó la repentina certeza inconfundible: en pocos minutos su semblante se tornó casi negro. Hubiera podido atribuir ese cambio tan rápido a la acción de algún veneno, si no hubiera estado consciente de que no tuvo oportunidad alguna de tomarlo sin que yo me diera cuenta. El día se acercaba a su final, el cuerpo se descomponía con rapidez. No quedaba nada más que cumplir su petición. Con ayuda del yatagán de Suleimán y de mi propio sable, excavamos una tumba poco profunda en el sitio que Darvell había indicado: la tierra cedió con facilidad: tiempo atrás había recibido un ocupante ignoto.

Cavamos lo más profundo que el tiempo permitió y, arrojando la tierra seca sobre todo lo que quedaba del ser tan singular que acababa de partir, cortamos algunos bloques del césped más verde que crecía en la tierra menos desgastada que nos rodeaba y lo pusimos sobre su sepulcro.

Entre el asombro y la pena, no podía derramar una lágrima...