Colapso Mundial y Guerra

Eduardo E. Saxe Fernández enseña e investiga los estudios internacionales en la Universidad Nacional de Costa Rica (UNA)

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Eduardo E. Saxe Fernández enseña e investiga los estudios internacionales en la Universidad Nacional de Costa Rica (UNA). Colabora con universidades de España, Estados Unidos y Brasil. Ha publicado extensamente, incluyendo dos libros sobre el neoliberalismo y las nuevas oligarquÍas latinoamericanas. Durante 2003-2004 coordinó el proyecto Militarización de la crisis mundial, del que surge el presente libro.

Eduardo E. Saxe Fernández COLAPSO MUNDIAL Y GUERRA

La economía ha desbordado la capacidad del ecosistema mundial y de la biosfera. Los peligros de destrucción social y ecológica alcanzan dimensiones de colapso (por ejemplo, escasez de petróleo a corto plazo), que inducen entre los dueños del capital, respuestas y soluciones de guerra, militarización y fascistización universales. La guerra de agresión es el último recurso de EE.UU. y sus asociados, para intentar sobrevivir en las catástrofes que azotan al planeta, provocadas por sus afanes egoístas, posesivos e intolerantes. La actual aspiración hegemonista de EE.UU. nuevamente se torna imposible, por sus debilidades, por la magnitud de los colapsos ecosociales, y por los inmensos costos que tal aspiración significa para los otros actores internacionales.

COLAPSO MUNDIAL Y GUERRA

Eduardo E. Saxe Fernández

Colapso Mundial y Guerra

Eduardo E. Saxe Fernández

COLAPSO MUNDIAL Y GUERRA

San José, Costa Rica 2005

AMO AL SUR Editorial © Eduardo E. Saxe Fernández Colapso mundial y guerra Primera edición 2005

355.028 S272c Saxe Fernández Eduardo Colapso Mundial y Guerra/ Eduardo Saxe Fernández - 1era ed.-San José, CR: AMO AL SUR, 2005. 391 p.; 20cm 1. POLÍTICA INTERNACIONAL 2. GUERRA 3. COLAPSOS ECOSOCIALES

Edición a cargo de Juan Gómez Meza y Ernesto Ribero Hecho el depósito de ley Se permite reproducir parcialmente cualquier parte de este libro, citando la fuente original. Se prohíbe cualquier uso, contra la humanidad, la paz o la naturaleza, de cualquier parte de este libro AMO AL SUR Editorial es un proyecto auspiciado por Global Academy (www.gacademy.com). Está adscrita al Foro Social Mundial: (www.forosocialmundial.org.ve) Escríbanos: a m o a l s u r @ g a c a d e m y . c o m

Índice Prólogo…………………………………………

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Capítulo I: Un mundo que se hunde: Los colapsos sociales y ecológicos……………………...…... 25 1. 2.

Introducción………………………………... Los colapsos ontológicos ecosociales……… 2.1. La noción de colapso…………………. 2.2. La dimensión ontológica……………... 2.3. Evolución del concepto………………. 3. El colapso social mundial…………………... 3.1. Socialmente…………………………... 3.2. Económicamente……………………... 4. El colapso ecológico mundial……………… 5. Conclusiones……………………………….. ANEXO I: El Banco Mundial…………………... ANEXO II: La sexta extinción…………………..

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Capítulo II: Aspiración imperial-ista de Estados Unidos, debilidades estratégicas, guerra y colapso mundial………………………………

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1. Aspiración hegemonista, guerra y colapsos ecosociales mundiales……………………….. 2. EE.UU. de Clinton a Bush II……….............. 3. Destruir el derecho internacional e instaurar el crimen mundial…………………………… 4. Ilusiones de imperio eterno y rapacidad imperialista...................................................... 5. La estrategia del terror: el caso de las nuevas doctrinas de EE.UU. para el empleo de armas termonucleares y bioquímicas………………. 6. Resistencias, costos y limitaciones a la aspiración hegemónica de EE.UU.………….. 7. El sistema Galileo………..………………….. 8. Debilidades estratégicas de EE.UU…………. 8.1. Debilidades internas…………………..

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8.2. Debilidades internacionales…………... 8.3. Incapacidad frente a los colapsos ecosociales mundiales………………... 9. En lugar de una conclusión: América Latina y el Imperialismo de EE.UU…………………...

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Capítulo III: Petróleo, militarización y guerra..................................................................

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1. La importancia estratégica del petróleo............................................................ 2. El petróleo antes de la Segunda Guerra Mundial............................................................ 3. Política petrolera después de la Segunda Guerra Mundial................................................ 4. Las guerras de Israel, el surgimiento de la OPEP y la crisis del régimen petrolero……… 5. La doctrina Carter y la política Bush IReagan………………………………………. 6. Petróleo y estrategia de Clinton a Bush II....... 7. Conclusiones....................................................

Capítulo IV: Religión y guerra en la política exterior de EE.UU………………………………………….. 1. 2. 3. 4.

5. 6. 7. 8.

Introducción...................................................... Nación y religión…….………………………. Guerra y religión de EE.UU.………………… Base ontológica e ideológica de la fanatización militar de EE.UU. (modelo israelita)… …………………………………... Las dimensiones religiosas de las nuevas doctrinas militares de EE.UU….…………….. Los colapsos ontológicos inducen a recurrir a la guerra y a la religión………………………. Bush II y Juan Pablo II, Blair y las iglesias de Gran Bretaña…................................................. Bush II y Blair como líderes políticos, militares y religiosos del “imperio final” (juicio final)......................................................

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9. Movilizaciones y acciones para evitar más guerras..............................................................

Capítulo V: Costa Rica y la “guerra antiterrorista” de EE.UU.................................................................. 1. Introducción..................................................... 2. Aproximación al proceso político y a la política internacional de Costa Rica………… 3. Posturas “metropolitana” y “propia” en la política internacional de Costa Rica………… 4. Costa Rica participa en la guerra de EE.UU. contra Irak……………………….................... 5. Costa Rica se involucra en la guerra de Colombia.........................................................

Bibliografía........................................................

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307 307 307 325 334 351 365

Prólogo I.

L

as destrucciones social y ecológica adquieren características de colapso mundial, a partir de la guerra lanzada por EE.UU para mantener sus privilegios tanto como al capitalismo. La guerra es utilizada como último recurso “administrativo” para el planeta, provocando mayor y más amplia destrucción. Estamos en una nueva polarización político ideológica, azuzada y agudizada desde el poder por la extrema derecha (también) terrorista1, junto con el capital oligopólico internacional2 y, por supuesto, los mismos aparatos militares y de “seguridad”3. Esta guerra es la única forma que 1

Con el fundamentalismo evangélico aportando “las masas”, la ciudadanía que “elige” a Bush II. 2 Sobre todo el especulativo financiero y el asociado con la guerra. 3 En la academia de los estudios internacionales, las voces oficialistas van desde guerreros estilo familia Kagan o Carlos Escudé, hasta ideólogos de nociones “totalizantes” o “integradoras”, no ya de la guerra (“fea palabra”), sino de la “seguridad”. (Pero “la verdad” es que la guerra es el centro de los procesos internacionales -otra vez-). La noción de “seguridad” normaliza, naturaliza, cotidianiza, positiviza y justifica la guerra; -invierte los valores y se la emplea para suprimir la repulsión que sentimos por el asesinato como fundamento ontológico. Así caen ahora los escrúpulos morales que pudieran quedarles a “los científicos oficiales” de los estudios internacionales.

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conocen las actuales oligarquías para enfrentar esos colapsos. Los pocos, armados hasta los dientes y protegidos por fanáticos asesinos, tratan de defender “su” planeta (riquezas, poder), atacando a quienes no estén “incluído/as en el bote salvavidas”, es decir, la inmensa mayoría de la humanidad. La literatura crítica sobre la situación y las tendencias internacionales hoy día aumenta, a contrapelo de las crecientes limitaciones impuestas para divulgar opiniones alternativas. Por eso, la actual situación de guerra mundial obliga a una parsimonia vehemente -pero no positivista- para el análisis. Se cumplen las condiciones empíricas que requieren o evocan (según se prefiera): 1. renovadas visiones totalizantes, 2. concepciones alternativas y 3. explicitación de supuestos y posturas éticas. La nuestra (mía aquí) es una labor “científica” que se realiza desde y para contratendencias sociales y políticas, novedosas y constructivas: alternativas, pacifistas, humanistas, incluyentes y no excluyentes ni dominantes. Se trata de tendencias sociales y teóricas, que rompen el círculo vicioso y pernicioso implicado en cualquier dicotomía excluyente y en la perpetuación del orden cotidiano del capital. Indagamos y desnudamos, en este esfuerzo analítico, las implicaciones profundas y devastadoras generadas con el renovado predominio de la guerra y la agresión para enfrentar y resolver los “últimos” problemas del tiempo histórico del capital y de la especie humana.

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Hoy más que nunca, las primeras víctimas y casi todas las víctimas de esta guerra son inocentes (“daños colaterales”). Y son muchas víctimas, demasiadas víctimas. Demasiado genocidio universal de miles que a diario mueren de hambre, enfermedades curables y guerra.4 El capital y particularmente el grupo al frente de la administración Bush II, se basan en un supuesto “derecho de guerra de agresión y rapiña”, apoyado en su superioridad tecnológica militar y en un sistema internacional que ahora se ha centrado en los derechos de las mercancías. Por eso se han preocupado poco de que caigan abatidos el derecho y los derechos humanos, la solidaridad, la hermandad. La principal, y cada vez más única, forma para que sobrevivan ese capitalismo y ese y otros grupos neo oligárquicos, es la imposición violenta de sus intereses, ahora eliminando los intereses de lo/as demás -cuando es necesario también eliminando a lo/as demás. Casi todo el resto de la humanidad es mejor que perezca, según los creyentes de tales ideologías. En nuestra argumentación, ese y otros dilemas éticos y políticos surgidos de las supuestas “amenazas y atentados inminentes”, tienen una base “estructural” o incluso “real”, en la situación y tendencias actuales de colapso de las sociedades humanas y de la naturaleza cuaternaria de la Tierra –Capítulo Primero. Desde esta situación de colapsos ecosociales, en el resto del libro discuto aspectos de cómo se militariza su “gestión”, 4 Ahora EE.UU. hacen la guerra atacando la infraestructura civilizacional y la naturaleza, incluyendo la población civil enemiga diferente (alien).

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discutiendo el carácter despótico en la renovada e intensificada militarización mundial. El pensamiento y la expresión de opiniones hoy se hacen bajo amenaza del límite del “terrorismo”, según lo definen espías, policías y militares, en condiciones de guerra de agresión permanente e hipervigilancia individualizada universal: bajo amenaza de terminar en Guantánamo o envenenado/as o con cáncer, por ejemplo. Con el fin de la Guerra Fría, el pensamiento oficial ya se había tornado ahistoricista e “irracional” (“fin de la historia” propuesto por un neohegeliano funcionario del ministerio de exteriores de EE.UU.), y dogmático exclusivista: dominan el catolicismo y fundamentalismos carismatistas y por tanto fanatizados, junto con neoliberalismo en el que el Mercado “perfecto” y su “natural éxito”, es base y “constituyente” de la democracia totalitaria.5 Hoy el pensamiento es recortado y retorcido por el estado, por los medios de comunicación, por los funcionarios intelectuales, por quienes pueden pagar los medios de comunicación, por el fanatismo religioso; así como por la fuerza de la tempestad ecosocial mundial: ¿La humanidad empieza su postrer momento; vamos a sucumbir, enloquecido/as, en la avidez ansiosa e insaciable de magnates financieros, y por el autoritarismo de los militares prepotentes y asesinos, fieles de Ares “viviendo” hiper 5

La teoría política viene quedando reducida a estudiar la democracia como único sistema político posible y pensable –incluyendo variantes desde formales hasta participativas y radicales.

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realidades como Alejandros o Césares con sus ejércitos, todos embriagados de sangre humana?6 Si tuviéramos que hacer una comparación histórica para ejemplificar la situación respecto a las libertades políticas y civiles, que emerge en EE.UU. a principios de agosto de 2004, cuando se nombra un Director para dirigir la guerra contra el terrorismo, que centralizará a todas las agencias de espionaje, y cuando en noviembre de ese año Bush II es reelecto con el apoyo organizado de la derecha cristiana, la analogía inmediata es una significativa referencia del diccionario escolar: “El establecimiento de la Inquisición en los diferentes reinos hispánicos y luego en América se debió a la iniciativa de los Reyes Católicos, tras una serie de negociaciones con Sixto IV, entre 1478 y 1483. A diferencia de la institución medieval, el nuevo tribunal o Santo Oficio se organizó con independencia de la Santa Sede, bajo la jurisdicción de la corona. Su actuación se centró en la represión del judaísmo, y, después de la expulsión de los judíos (1492), en la persecución de los falsos 6

Los “paradigmas” heleno romanos caracterizan al “poder” en “Occidente”. Así, ya en 1815 el Congreso de Representantes de Carolina del Norte encargó al escultor italiano Antonio Canova una estatua de George Washington. Canova le representó como emperador romano que, “…a pesar de su noble postura parece, sobre todo, un héroe militar…”, supuestamente traicionándole porque la estatua, “encarna valores extraños al primer presidente…” de EE.UU. (Reyero, 1993: 122). La opinión de Reyero es discutible, ya que Washington, junto con Bonaparte y Bolívar, representó el tipo de caudillo militar de las clases burguesas y criollas que entonces accedian al poder -revoluciones y procesos de independencias nacionales.

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conversos, la bigamia, la blasfemia, la brujería, los libros prohibidos, etc. El órgano rector era el Consejo Supremo de la Inquisición... Las sentencias eran hechas públicas en los autos de fé y las condenas a muerte, ejecutadas por la justicia secular”. (Cursiva y énfasis, ESF)7. La analogía puede hacerse con regímenes más recientes en España o Alemania. Estas comparaciones no son ni casuales ni estereotípicas de mi parte, si consideramos que la administración Bush II aprovecha el 11 de septiembre, para redefinir al “enemigo terrorista” como ubicado “fuera de la humanidad”, y para definir como “humanidad” al grupo detentador de riqueza y poder. Ese gobierno ha sido autorizado mediante las leyes antiterroristas que se aprobaron en medio del pánico inmediatamente posterior al 11-09-01, para realizar crecientes violaciones a los derechos humanos, y separarse o no cumplir tratados y convenios internacionales. EE.UU. se ha colocado “fuera de la ley”, como señalaba Chomsky (2003). La posición de forajidos internacionales es justificada con “razonamientos” o “argumentos” desarrollados desde, por y para organizaciones e instituciones policiaco militares, empresariales y religiosas de la más extrema derecha8. Estos 7

Diccionario Gran Espasa Ilustrado 2000, 1999: 915. La reelección de Bush II a finales de 2004, dependió, de forma crucial, del apoyo y movilización de la “derecha religiosa”: cristianismo evangélico junto con la derecha católica; ambas movilizadas por motivos psicosexuales, incluyendo temas comunes a ambas tendencias religiosas como el aborto y la clonación, además del matrimonio gay lésbico, a lo que se sumaba, en caso de la iglesia romana, la 8

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grupos social políticos, frenéticos y fanáticos, se beneficiaron directamente del fervor/pánico resultado del “terror” impuesto por la misma administración Bush II, en una confrontación que define como guerra mundial, comparable con la Guerra Fría (discurso del 5 de octubre de 2005). Continuando con las tendencias de la Guerra Fría (1945-1990), la sociedad mundial, cada vez más desgarrada entre una inmensa mayoría pobre (desposeída) y una ínfima minoría rica (poseedora), se polariza nuevamente en los extremos de la disyuntiva Paz-participación versus Guerra-dominación. La crux de hoy y mañana, todavía sigue siendo la de ayer: superar las disyuntivas pobreza-riqueza, paz-guerra. La diferencia específica es que las interacciones entre esas dimensiones, ahora muestran dinámicas colapsantes, que se precipitan aún más por la pretensión de EE.UU. de “hegemonía” o “imperio” mundial, empleando la violencia y ampliando la destrucción general. Una tal “hegemonía” o “imperio”9, sin embargo, es inalcanzable en las condiciones de colapsos ecosociales mundiales –y por consiguiente, su búsqueda solamente sirve para empeorar y acelerar esos colapsos. En este libro argumentaré “como si rigieran” condiciones psicosociales de expresión –en este exposición y represión de la pedofilia medievalesco victoriana de sus sacerdotes. 9 Dos nociones que, junto con “globalización”, se emplean en la jerga político académica y periodística oficial, para definir y connotar de legitimación (y mal explicar), la actual fase “despótica” del capital, como anticipatoriamente prefería denominarla Marx. Más sobre esto en el Capítulo Tercero.

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caso analítica y heurística- muy amplias y profundas. Es decir, me ubicaré críticamente frente al discurso y la política de la hiperposesividad, la guerra, el genocidio y la destrucción del planeta. Por ejemplo, es “como si” discutiera sobre la doctrina Monroe en América Latina desde Europa o Asia, en 1914; o “como si” discutiera sobre el régimen germano de las décadas de 1930 y 1940 desde EE.UU. o la U.R.S.S. en esos mismos años. Por no hablar de las analogías cercanas con los regímenes dictatoriales y fascistoides latinoamericanos. Ubico la problemática en el análisis del imperialismo capitalista, pero enfatizando que el poder “metropolitano”, y EE.UU. en particular, muestran flancos y dimensiones de importantes debilidades estratégicas.10 Es decir, aquí argumento que, con poco éxito, pese a sus propagandistas y pese a la influencia ideológica de un supuesto nuevo “imperio” todopoderoso, EE.UU. con Bush II al frente se ha lanzado en un aventurerismo muy peligroso que poco rédito le va dando, y que no logra frenar, ni la pérdida de capacidad estratégica de todos los actores individualmente (incluyendo los mismos EE.UU.), ni la imposibilidad de mantener o profundizar un dominio militar jurídico –y económico- universal. 10 Esto, independientemente que consideremos a EE.UU. como un “imperio”, un “hegemón” o un “aspirante a hegemón”, o que se trata de “potencias imperiales” (Petras), ya no solamente EE.UU. sino también la UE. Aquí concibo una aspiración hegemónica de EE.UU., en creciente rivalidad con la UE pese a su alianza tradicional (herencia de la II Guerra Mundial), y cada vez más enfrentada con otras grandes potencias sobre todo euroasiáticas.

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Con la militarización mundial, EE.UU. y el capital financiero oligopólico internacional, buscan desesperadamente mantener y ampliar sus privilegios. Se trata de un país y de grupos social económicos minoritarios, que tienen ingresos muy por encima de sus necesidades reales, y que solo pueden mantener su “estilo” económico psicosocial empleando cada vez más recursos “de los demás” países y sectores sociales. EE.UU. ha dejado de ser el “mercado central” mundial (de mercancías no financieras), que ahora está constituido bipartidamente por, 1. La UE ampliada hasta Rusia y, 2. El conjunto de países del Asia del Pacífico. (Es decir, el conjunto de grandes potencias euroasiáticas, si les sumamos la India). Por eso la dirigencia en EE.UU. se siente compelida a buscar “imperio”, característicamente por medios militares, actuando contra la dinámica interestatal y contra las instituciones del sistema internacional moderno originado a partir de la Paz de Westfalia (1648) y asentado en los principios de la ONU y la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948). El “sistema internacional institucional” que emergiera con la Sociedad de las Naciones y las Naciones Unidas durante el siglo XX, no solamente fue conformado por el hegemonismo elitesco de las potencias, sino también por el aprendizaje histórico de los pueblos y países “subordinados”. Se orienta en la concreción cada vez mayor de una agenda alternativa, conciliadora y pacifista, pese a la contrafuerza que ejerce o

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pueda ejercer uno o dos actores (y pese a que esos actores también “construyan” objetos o subsistemas internacionales). Las instituciones internacionales y las reivindicaciones sociales, nacionales y psicosociales continúan extendiéndose y profundizándose, casi “por inercia”, en los notables avances en derecho internacional, en regímenes internacionales de protección, en la proliferación de movimientos sociales “nuevos”, y hasta en teoría social.11 Las contratendencias sociales y económicas al capitalismo militarista actual de EE.UU., si empleamos, traduciéndola, la teoría del equilibrio de poder, surgen por contrapeso, como “resistencias” y “alternativas”. Vivimos una proliferación sin precedentes de movimientos sociales, de propuestas y pensamientos, de instituciones, de dinámicas y de formas de organización social y psicosocial, que buscan detener y luego revertir la destrucción provocada durante la historia moderna de ese sistema internacional mundial –hoy escindido y disgregado en núcleos autofágicos-, particularmente durante el ya prolongado período de aspiración hegemónica de EE.UU., y específicamente con la forma religioso extremista y neo-fascista que adopta durante las dos administraciones Bush II (20002004; 2005-… ). También, pero aplicando de forma clásica la teoría del equilibrio de poder internacional, hay que tener en cuenta que surgen contrapesos por 11

Que revitaliza raíces y se renueva frente a la presente y futura condición terminal…

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parte de todas las demás potencias y actores del sistema internacional (acercamiento entre todas las otras grandes potencias, salvo Inglaterra y Japón). Incluso Brasil y Argentina, pese a la doctrina (menemista) de “abdicación periférica realista”, de la década de 199012, ahora se han sumado a estas posiciones. La militarización y la nueva guerra mundial que organizan y articulan EE.UU., no logran ni contener ni mucho menos administrar el colapso ecosocial mundial. Ni tampoco le posibilita o garantiza a esa dirigencia y a ese país, la soñada hegemonía mundial, el todopoderoso “imperio” de sus propagandistas. Y pese del terror que puedan infundir sus armas y amenazas. Más bien, las tremendas dificultades que tiene EE.UU. para dominar y controlar policiaco militarmente a dos países “medianos y atrasados”, previamente devastados durante décadas (Afganistán e Irak), han desenmascarado el poco músculo real de EE.UU., tanto como el carácter criminal de la política de la administración Bush II. Guerra contra el terrorismo es guerra contra la sociedad; en el caso de Irak se trata de la develación, con claridad, de la incapacidad estratégica militar de EE.UU. La maquinaria militar más mortífera de la historia es impotente para ni siquiera “imponer el orden público”, pese a sus soldados narcotizados, al uso de armas prohibidas, a la violación flagrante de las normas del derecho humanitario internacional y del derecho de guerra. 12

Véase por ejemplo C.Escudé, 2004.

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No parece que pueda EE.UU. hoy en día, enfrentarse y sobre todo dominar, policíaco militarmente, a potencias más significativas, a menos que emplee “armas de destrucción masiva”, termonucleares, físicas (radiaciones y otras) y bioquímicas. O amenazas y sabotajes secretos o terroristas. Mas tales acciones cuasi mafiosas (recordemos que el Acta Patriótica vuelve a autorizar los vínculos entre las agencias policiales y de espionaje de EE.UU. y el crimen organizado), no le garantizan no sufrir ataques similarmente devastadores. Más bien, todas las potencias (incluso sus propios aliados –de los que también dice desconfiar) y prácticamente todos los países del mundo13, se ven impelidos a tomar medidas adicionales para detener la principal amenaza que perciben cada vez más claramente, y que son las políticas de EE.UU. En EE.UU., el carácter criminal de las acciones de las fuerzas armadas y los servicios de inteligencia, y en específico, las responsabilidades del presidente, sus ministros y asesores, así como del estado mayor conjunto de sus fuerzas armadas, se hicieron del conocimiento del gran público, cuando aparecieron algunas evidencias de los crímenes de guerra (asesinatos, torturas, violaciones) que las fuerzas de ocupación cometen contra prisionero/as y contra el conjunto de la población iraquí, así como en Afganistán, en el campo de concentración de Guantánamo, (nuevo Auschwitz del nuevo terror), o simplemente entregando ciertos prisioneros a países que 13

Incluso aquellos que, como México y los centroamericanos, supuestamente están bajo el control más directo de EE.UU.

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practican la tortura, como Pakistán o Turquía. Hay un afán en ese gobierno, de siempre tratar de ubicarse contra o fuera de las leyes. Por eso se trata de acciones flagrantes: El rey (Estado) marcha en paños menores, el pueblo ha abierto los ojos y sabe que se trata del Leviatán Criminal que destruye la posibilidad de paz, porque debe imponer su voluntad siempre empleando la represión abierta y arbitraria –nunca llega a legislar. Así desenmascarados, el ejecutivo y las fuerzas armadas de EE.UU. prefieren como instrumento de proyección de poder, el terror que sus actos anti humanos puedan suscitar en la población, la mundial en general e incluyendo los (reales o imaginarios) enemigos, pero en primer término incluyendo la propia población, a la que se le reducen sus derechos políticos y civiles, y que aparece muy escindida, como no lo estaba desde la Guerra Civil de principios de la segunda mitad del siglo XIX y desde la guerra contra Vietnam de mediados del XX. La impunidad del gobierno (que miente para justificar una guerra, o que maltrata ilegalmente a los prisioneros de guerra), puede emplearse como indicador del grado de tiranía y hundimiento ético que sufren EE.UU. y el mundo. La tendencia a actuar “irracionalmente” en política es mayor cuando se trata de movimientos fanático excluyentes que buscan alcanzar y afirmar su poder. O bien, o paralelamente, cuando se dan condiciones de “descomposición” psicosocial, social institucional y ecológica: en situación de colapso. En el caso de la administración Bush II, significa continuar la postura política, ya adoptada

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por Nixon y Kissinger, de suscitar la percepción en otros y de actuar, como “loco” (la famosa “teoría del loco”), con el objetivo de provocar temor. Por eso, los cuatro años adicionales de gobierno de Bush II en EE.UU. serán aprovechados por ese extremismo, para promover su agenda oligárquica. Ese gobierno, primero, agudiza los conflictos y problemas de su país y del planeta. La administración Bush II trata de “manejar” los colapsos ecosociales, militarizando los organismos financieros internacionales, en primer lugar el Banco Mundial con Wolfowitz al frente14. Es allí donde quieren implantar las ideas de “seguridad integral”, que no son sino renovados velos para encubrir las guerras económicas, sociales y ambientales. En segundo lugar, propicia la exacerbación de la creciente polarización política en la ya citada nueva crux que divide a la humanidad y a EE.UU., en dos dilemas íntimamente entreverados.15 Entonces, el “ejercicio intelectual sobre y en la guerra” tiene, o enfrenta, la ferocidad autoritaria, fanática y violenta a partir de la univocidad; es decir, el autoritarismo del discurso oficial. El 14

Es uno de los más fanáticos propulsores de la doctrina de guerra de agresión y unilateralismo imperialista del grupo Bush. Fue viceministro de guerra durante la primera administración Bush II. 15 Por lo demás, Kerry también habría continuado en lo fundamental (con “matices y énfasis”), las políticas del grupo Bush, como ya lo hiciera Clinton. Acertadamente me señala Rodolfo Meoño, la tendencia a la guerra y la aspiración hegemonista de EE.UU., “no son situaciones coyunturales que desaparecerían si Kerry hubiese resultado electo, sino que se trata de una tendencia estructural”.

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pensamiento se entorpece, se torna laborioso y penosísimo por el sufrimiento, la angustia, el miedo y, sobre todo, el venenoso odio. Y por tanto es peligroso incluso pensar, decir o escribir ciertas cosas y, pronto, como en los años dorados de la Inquisición, del Generalísimo Franco, o de Pinochet, se prohibirá simplemente pensar, decir y escribir casi cualquier cosa... Son situaciones cada vez más similares a las vividas por quienes hacían teoría crítica en Alemania, durante las décadas de 1920-1940, o teoría social en Argentina o Chile durante las décadas de 1970 y 1980. En este libro he buscado plantear y hacer inferencias significativas, sobre dimensiones cruciales de la tesis que exploro. Esas inferencias se basan en el análisis de la literatura y la información públicas, sobre las prácticas, las políticas, las doctrinas y estrategias, de estados y otros actores, sobre todo de EE.UU., con el propósito de articular, sintetizar y facilitar, la comprensión del conjunto de la situación, sus tendencias, características e implicaciones. La hipótesis general es que: las destrucciones social y ecológica ya alcanzan dimensiones de “colapsos” (“hundimientos” –zusammenbrück), pero la solución que buscan imponer quienes provocan esos colapsos, que son los ricos y poderosos, es hacer permanente la guerra, militarizando el planeta y organizando su administración con un sistema policiaco totalitario (Leviatán). Esta estrategia corresponde a un actor desesperado, que infructuosamente busca “hegemonía” como forma para sobrevivir, en un contexto de hundimiento generalizado, incluso si

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todos los demás tuviesen que morir (Dilema del Titanic). Al buscar esa elusiva hegemonía militarmente, EE.UU. agrava la situación mundial (ontológicamente signada por el terror de policías, soldados, torturadores y asesinos) y precipita aún más los colapsos ecosociales. La mentalidad hacia la hegemonía o incluso un imperio mundial, consiste en preferir creer ilusoriamente, claro, que más bien se produciría una pax derivada de la imposición de la ley de EE.UU. por medio de las fuerzas armadas de EE.UU. Tal pax tendría lugar en los marcos políticos, institucionales, y psicosociales, determinados para el planeta por EE.UU., es decir, después de eliminar/reducir y/o dominar, los correspondientes marcos históricos de otras economías y sociedades, civilizaciones, naciones, regiones, pueblos, etnias, grupos, personas. Mas del dicho al hecho hay distancias que conviene explorar, sobre todo en los discursos o políticas “neo imperiales” de EE.UU. Es decir, la enunciación de una hegemonía no necesariamente nos debe llevar a asumir, inferir, presumir, o “explicar”, un carácter incontestable de tal intento hacia ese tipo de hegemonía.16 Más bien, lo predecible y lo que se observa es la creciente capacidad de resistencia a la estrategia de diktat – el recurso que escoge Bush II-, por parte de la gran mayoría de los demás actores internacionales y por 16

En el esquema de Kaplan (Morton), se trataría de un sistema internacional universalista: legislación y control y ejercicio de la fuerza mundiales en manos de EE.UU.; el gobierno de EE.UU. funcionaría como gobierno mundial.

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al menos la mitad de la propia población de EE.UU. Nuestra hipótesis implica que, considerando la situación internacional actual con teorías político económicas estructuralistas, político militares realistas e idealistas, y del equilibrio, junto con teorias geopolíticas de alianza de las potencias “terrestres” de Eurasia, y creciente aislamiento de EE.UU. en la “Isla Norte” de América17, entonces es posible discutir la hipótesis general, incluyendo las hipótesis específicas sobre las debilidades de EE.UU. y sobre las tendencias contra hegemónicas. En las teorías clásicas de los estudios internacionales18, se privilegia la tendencia al equilibrio. Para esto, una regla de operación en la política internacional es, oponerse a cualquier coalición o a cualquier actor individual, que busque asumir el predominio en el sistema. Esta tendencia a oponerse a las pretensiones de EE.UU. será mayor por parte de los actores esenciales internacionales, las grandes potencias como la UE (individual, y cada vez más colectivamente a largo plazo). A la “gran alianza” de EE.UU. (Israel, Inglaterra y parte de la UE, Japón, Corea del Sur y Australia, sobre todo), se opone una tendencia similarmente mundial, basada en recientes acuerdos estratégicos entre las otras grandes potencias, UE, Rusia, R.P. China, India y Brasil, 17

La “Isla Sur” americana (en parla mackinderiana) ahora tendería a unirse y a tratar de liberarse (“al menos un poco más”) de la del Norte. 18 Referidos a un orden internacional donde los estados nacionales siguen siendo los principales actores.

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junto con la inmensa mayoría de los estados y la población mundiales, que rechazan la “cruzada” del grupo Bush. Por otra parte, los avances de EE.UU. tomando Afganistán e Irak, y haciéndose presente militarmente en toda el Asia Central, por una parte amenazan directamente a Rusia y a la R.P. China. EE.UU. intenta neutralizar las acciones desde el área pivote o “Heartland” de las potencias terrestres euroasiáticas. Pero, a la vez, por otra parte esa avanzadilla también ha resultado en una mayor reactivación militar de Rusia y su acercamiento estratégico tanto con Europa como sobre todo con China e India, constituyendo cada vez más un formidable frente. La misma debilidad rusa, así como las crecientes capacidades propias y las necesidades derivadas de la carrera armamentista de EE.UU., impulsan a esas otras potencias euroasiáticas a vincularse entre sí, tanto porque la debilidad rusa ya no les impide hacerlo, como porque esa débil Rusia ahora actúa como agente vinculante (incluso y sobre todo en los aspectos militares) entre las potencias euroasiáticas –Japón es la única gran potencia asiática del Pacífico que sigue en la coalición de EE.UU. Por consiguiente, se acelera la carrera armamentista derivada de la guerra preventiva propugnada por EE.UU., agudizándose al límite el dilema de la seguridad (entre más seguridad busco, menos seguridad obtengo), por la naturaleza misma de la guerra civilsocial (terrorista antiterrorista) mundial. La forma en que puede precipitarse una guerra mundial con empleo de todo tipo de armas a gran

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escala, queda ejemplificada en el caso paradigmático de la relación petróleo guerra, que exploro en el tercer capítulo. Los colapsos ecosociales confluyen con la tendencia hacia la militarización y la guerra, concentrándose y precipitándose alrededor de los recursos necesarios para sobrevivir, en primer lugar la principal materia prima estratégica, el petróleo. El grupo Bush busca el control militar de todos los hidrocarburos del planeta. Esto provoca una tendencia alcista en el precio del petróleo, por la incertidumbre e inseguridad que conlleva. Al mismo tiempo, las empresas petroleras mantienen restringido el procesamiento del crudo, en particular la producción de gasolinas. Estas restricciones también empujan al alza los precios petroleros. Existen también grupos de especuladores, que obtienen ganancias de los sobreprecios al petróleo y que operan exagerando los aspectos anteriores y agregando otros. La tendencia alcista en los precios del petróleo, a su vez, aumenta la importancia estratégica y militar de sus yacimientos, induciendo en la dirigencia de EE.UU., una creciente inclinación a desarrollar nuevas aventuras militares (ocupaciones), como en el caso de Arabia Saudita en 1990 e Irak en 2003. Estos factores confluyen hacia un enfrentamiento con Irán y con Venezuela, y/o a procesos de guerra en torno a Siria y Líbano, o Colombia. El aumento del precio del petróleo puede ser muy significativo, si hubiera un ataque de EE.UU. a Irán (incluyendo guerra económica), a la que inmediatamente se verían arrastrados

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prácticamente todos los países de la región, e incluyendo a Pakistán, India y Rusia19. La elevación del precio del petróleo agudiza las contradicciones y tendencias económicas de los mercados hoy oligopolizados, también coadyuvando con la “necesidad” de la guerra permanente para mantener los privilegios y ganancias del capital. La argumentación del libro es como sigue. La estrategia pro imperialista de EE.UU. y el capital, encuentra razones profundas, “estructurales”, en la situación de colapsos sociales y de colapsos ecológicos mundiales. A la vez que (con) “causa” de la militarización y degradación de la vida planetaria y civilizacional, los colapsos ecosociales tienden a provocar el fracaso de la aspiración hegemónica de EE.UU. y de la rearticulación del capital. Estos colapsos son estudiados en el primer capítulo. En el capítulo segundo discuto las posturas político militares de “nuevo” imperialismo y las debilidades de la aspiración hegemónica de EE.UU. En el tercer capítulo, analizo históricamente la imbricación estratégica entre petróleo y aparato militar en la política de EE.UU. y del mundo, mientras que en el cuarto incursiono en el análisis de dimensiones ideológicas, considerando el papel de la religión cristiana en esta guerra. Acabo con un capítulo sobre el involucramiento de Costa Rica en las guerras de EE.UU. en Irak y en Colombia: el 19

¿El premio Nobel de la paz de 2005, otorgado a la Agencia Internacional de Energía Atómica, buscaría fortalecerla para que actúe contra Irán? ¿O fortalecer a la AIEA contra quienes buscan agredir a Irán?

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capítulo es una ilustración del neocoloniaje que padece esta pequeña república centroamericana. II. Este libro surge de la preocupación que siente hoy la humanidad por el agravamiento de la situación mundial, en todas las dimensiones, inquietud que hemos concretado en el proyecto de investigación sobre “La militarización de la crisis mundial”, en la Escuela de Relaciones Internacionales (ERI) de la Universidad Nacional de Costa Rica (UNA), que he coordinado durante 2003 y 2004.20 Agradezco sinceramente a varias personas que han ayudado en la difícil tarea de explorar un tema tan áspero y terrible como es la guerra, la agresión, la destrucción. En especial a Roberto de la Ossa y a Adolfo Ruiz, director y subdirector de ERI respectivamente, por creer en nuestra propuesta y ofrecer su apoyo, y junto con ellos agradezco al personal administrativo. Con similar confianza pero acaso con mayores expectativas han colaborado lo/as estudiantes asociados al proyecto, especialmente Bryan González e Ivannia Morera. También nos han apoyado la Vicedecanatura de la Facultad de Ciencias Sociales y la Vicerrectoría de 20

Junto con este libro, y también como resultado del proyecto de investigación, he coordinado y escrito parcialmente otro, colectivo, con investigadore/as (colegas y estudiantes) asociado/as al proyecto y denominado, Militarización de la Crisis Mundial. Adicionalmente, en el número 69-70 de la Revista de Relaciones Internacionales, 2005, dedicada a los derechos humanos, aparecen varios artículos coordinados desde el citado proyecto de investigación.

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Investigación, en particular Guillermo Aguilar. La inclusión de Costa Rica en el temario se hace, sobre todo, por solicitud expresa de la Vicedecanatura de Ciencias Sociales. Conjuntamente con la Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión, por iniciativa y apoyo de su director Francisco Mena y el profesor Francisco Avendaño, llevamos a cabo una concentración de análisis, la noche previa al ataque de EE.UU. contra Irak. La discusión y exposición de los argumentos ha implicado a amigos y colegas, incluyendo a J. Olivier Gómez Meza y a Rodolfo Meoño Soto, quienes hicieron importantes comentarios y sugerencias a todo el texto, mientras que Joaquín Herrrera Flores me ayudó con el capítulo primero. David Sánchez Rubio comentó una versión preliminar del capítulo segundo, y junto con François Houtart y John Saxe-Fernández, cada uno por diferentes motivos, fueron interlocutores (explícitos o implícitos) en la discusión del capítulo sobre la religión y la política exterior de EE.UU. Alcindo José de Sá me ayudó a profundizar en los aspectos geopolíticos, mientras que Arthur N. Gilbert discutió conmigo características y tendencias de la política internacional y de la situación interna de EE.UU. Partes y avances de la investigación fueron presentados en foros de la UNA, así como en la Universidad Pablo de Olavide (UPO) de Sevilla dentro del marco del Doctorado en Derechos Humanos y Desarrollo dirigido por Joaquín Herrera Flores. También en la Universidade Estadual de Amazonas (UEA), en Manaos, dentro

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del marco del postgrado en Derecho Ambiental dirigido por Fernando A. Carvalho Dantas. Igualmente, ofrecí una conferencia sobre la temática del libro, con motivo de la creación de la Asociación Gestora de la Universidad Alternativa del Sur (UNIALSUR), en la Finca Longomai y con representantes de la comunidad indígena de Salitre, en el Valle del General al sur de Costa Rica. El capítulo sobre el petróleo y la guerra apareció publicado en la serie Documentos de Estudio de ERI-UNA, N. 25, Noviembre de 2004. También agradezco el interés de AMO AL SUR Editorial por la publicación de esta obra (incluyendo edición digital), dándome la oportunidad de divulgar pensamiento alternativo.

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Capítulo Primero

Un mundo que se hunde: Los colapsos ecosociales, ontológicos y globales I. Introducción

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urante la mayor parte de su historia, las diferentes ramas de la humanidad han sobrevivido o sucumbido en conflictos y destrucciones sociales y ambientales. Muchos grupos, pueblos, naciones, regiones y continentes se autodestruyeron, o fueron destruidos, en guerras (muerte y esclavitud) o sufriendo o provocando cataclismos naturales; o ambos. La humanidad sobrevivió, creció y se extendió por casi todos los continentes durante los últimos cuatro millones de años, pese a esas destrucciones ecológicas y sociales21. Las grandes civilizaciones históricas antiguas florecieron hace no mucho tiempo, por ejemplo los sumerios

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En América, la megafauna del Pleistoceno fue destruida no solo por los cambios climáticos que conducían al Holoceno, sino por la acción de los pueblos inmigrantes, ante los que esos grandes animales no tenían defensas. (El Pleistoceno empezó hace unos 2 millones de años y duró hasta más o menos el 8 mil adne; el Holoceno empieza alrededor del 7 mil adne. –hace unos 9 mil años).

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vivieron apenas hace unos cinco mil años22, los romanos algo más de mil quinientos años atrás. Con ellas creció la capacidad humana para alterar la naturaleza y para matar (animales y, sobre todo, otros seres humanos). Pero ha sido con la expansión europea (cristianismo capitalista) a todo el planeta desde hace apenas unos seiscientos años (y sobre todo a partir del siglo XIX), cuando las dimensiones de los procesos destructivos sociales (militares, económicos, políticos, culturales), y ambientales, no han cesado de magnificarse. Crecer indefinida y permanentemente, eliminando la oposición social o natural, es regla básica de supervivencia de esa civilización. Una civilización cristiana –excluyente de toda otra religión- y que se organiza en una economía política capitalista – excluyente de toda otra economía política. Desde la séptima década del siglo XX, esa capacidad de muerte mundial llegó a significar, disponer de armas capaces de matar al menos 500 veces a cada persona viva en el plantea. En el siglo XXI, el capitalismo del patriarcado tardío profundiza la destructividad y autodestructividad humanas, centrando la “humanidad” en el hiperegoísmo posesivo, agresivo y excluyente. Ese ultra individualismo de soledades (masculinas o masculinizadas), se expresa en violencia universal, hacia y desde cada persona (sujeto de pro-terror y contra-terror), conforme la naturaleza holocénica y la sociedad humana se descomponen, se rompen y colapsan.

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Véase el clásico de S.N.Kramer (1962), sobre los grandes aportes sumerios, incluyendo la escritura.

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Hoy día, militarmente, EE.UU. y Rusia y estados sucesores de la U.R.S.S. mantienen capacidades para destruir unas 300 veces a cada ser humano vivo en el planeta, solamente empleando armas termonucleares de conocimiento público, y sin contar convencionales, bioquímicas y otras. Francia, Inglaterra, Israel, la R.P. China, India, y Pakistán, también poseen capacidades militares termonucleares para infligir graves daños al mundo y la humanidad. Social y económicamente, a principios del siglo XXI, unos 600 millones de personas controlan más del 75% de la riqueza mundial, mientras que otros 5.400 millones de personas deben compartir el 25% restante; y 1.200 millones de las personas sobreviven pocos años, con algo más del 2% de la riqueza mundial. Al mismo tiempo, los aparatos militares del mundo cuestan casi 1 billón de euros (un millón de millones) al año; se gastan decenas de millardos (miles de millones) de euros en el consumo superfluo (incluyendo decenas de millardos de euros para mascotas domésticas, por ejemplo), o para realizar exploraciones espaciales. El derrumbe moral de esta contradicción ya señalada por Marcuse, lanza a la humanidad por la senda de la violencia. Para que no nos hastiemos de la violencia (Kant preveía que nos educaríamos y hartaríamos de ella), se la hace el centro del individuo que, a su vez, es centro ideológico, político. Se la entrevera con mucha sexualidad también agresiva, excluyente y estereotipada, desarrollando patologías psicosociales que se expresan en éticas nihilistas y tanásicas.

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Si los recursos no fueran desperdiciados de esa manera, en menos de un lustro los centenares de millones de pobres podrían solucionar sus carencias de poder, a partir de disponer de vivienda, salud, educación y fuentes de bienestar psicosocial y económico. Esos recursos serían también suficientes para implementar nuevas formas de organización del espacio y la vida, energéticas y productivas, de las que ya tenemos suficiente conocimiento científico y concreción tecnológica. Con la reconstrucción social mundial, además, la muy vapuleada y devastada naturaleza podría empezar a reconstituirse. Un resultado similar se podría obtener, en cinco años, estableciendo un impuesto del uno por ciento (1%) a las primeras 500 Corporaciones Transnacionales Metropolitanas (CTM). Ecológicamente, observamos que los procesos destructivos tienden a encadenarse, provocando sinergias devastadoras entre diferentes ecosistemas o componentes de los mismos. Las características de cruciales procesos ecológicos mundiales se van extremando, agudizándose sus rasgos configurativos23. No sabemos cuándo esas sinergias provocarán un salto, un colapso, un cataclismo, como por ejemplo nuevas y mayores rupturas o desagregaciones de la atmósfera mundial; o huracanes con vientos superiores a 350 23 Más frío y más calor, más lluvia y más sequía, más desertificación y pérdida de suelo fértil, más pérdida de capa vegetal; “rupturas” repentinas de la atmósfera o de montañas y laderas, derretimiento de los casquetes polares, o la creciente extensión de zonas desoxigenadas en el mar –donde sucumbe la vida, etc.

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Km/hora y acompañados por fuertes y muy prolongadas lluvias. El capitalismo global, triunfante, cristiano y guerrero ha sido y es excluyente, no solo de todo otro sistema (social político, ideológico, económico y militar), sino especialmente de la mayoría de lo/as seres humanos. Y es excluyente de la naturaleza, porque solo se relaciona con ella destruyéndola o sustituyéndola. En el siglo XXI, el capitalismo equivale para el planeta y la humanidad, a un cáncer en metástasis, pues por su necesidad de crecimiento ataca y destruye al ser que le da origen -pero que no constituye su sentido, aunque su ideología postule que la humanidad y la naturaleza le serían constituyentes. El continuado centramiento en el petróleo como fuente estratégica energética y la articulación del aparato militar de EE.UU. y las otras grandes potencias alrededor de este régimen internacional, son el principal foco de problemas ambientales y político militares del planeta ahora. Continuar basando el régimen energético en el consumo de petróleo, es la apuesta irresponsable de quienes dirigen a EE.UU. (dueños de empresas petroleras, e institucionalmente ubicados en el sector de seguridad y militar). Para garantizarse el control mundial de este recurso estratégico que escasea cada vez más, y como componente central de su aspiración hegemónica, EE.UU. primeramente se apoderó de Afganistán y más recientemente de Irak.24. EE.UU. tiene que retirar 24 Por ejemplo, la rápida expansión de los talibanes afganos y la toma de Kabul el 26 de septiembre de 1996, “...no pueden comprenderse sin el apoyo directo de los

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tropas de Europa y del Asia del Pacífico, para concentrarse en las zonas petrolíferas meso orientales, lo cual ofrecerá más margen de maniobra a la UE, a la misma Rusia, y a las grandes potencias asiáticas como la R.P.China e India. Respecto de Irak, tanto Clinton como Bush II han justificado atacarle recurriendo a flagrantes y notorias mentiras, utilizando argumentos falsos. Su descrédito político ha crecido por este motivo. Por ejemplo, durante la administración Clinton, mientras el jefe de inspectores de la ONU, Richard Butler, adobaba los informes sobre posesión de armas de destrucción masiva, siguiendo indicaciones del Pentágono, un observador menos comprometido con la agresión de EE.UU. a Irak sostenía que, “...un arma está siempre constituida por dos elementos, la carga y el lanzador; una y otro faltan en Bagdad... Excepto seis misiles Scud que se sepa, Irak no tiene ya lanzadores aptos para bombardear a sus vecinos. No es, pues, capaz de dispersar sobre ellos cargas químicas o bacteriológicas”(Gresh: 1999: 93). Más recientemente, en noviembre de 2003 venció el plazo que diera el Congreso de EE.UU. a sus militares, para que presentaran pruebas sobre la posesión de armas de destrucción masiva por

servicios paquistaníes, con el acuerdo de Estados Unidos y Arabia Saudita, en el marco de un gran proyecto que apunta a la exportación de los hidrocarburos de Asia central por Afganistán y Pakistán, en detrimento de Irán y Rusia.”( Oliver Roy, 1999: 221).

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parte del Irak de Sadam Hussein, pero esas pruebas nunca se presentaron. La “política de los hechos cumplidos” que aplicaba la dirigencia nazi alemana es ahora también utilizada por Washington, característicamente en una guerrra civilsocial mundial que cada día más opone a EE.UU. al resto del mundo, y a quienes poseen riqueza y poder, en general, frente a quienes cada vez están más excluidos de una vida humana digna. Similarmente, la guerra civilsocial mundial (guerra contra el terrorismo) implica la instauración de la violencia y guerra como primera institución nacional e internacional para enfrentar y resolver problemas y conflictos. Implica también la profundización y aceleración de la destrucción de la naturaleza. Así, los peligros de destrucción masiva, social y ecológica, que notábamos durante la década de 1990, ahora alcanzan dimensiones de colapsos mundiales. Las guerras por los recursos, y el recurso a la guerra que caracterizaron el imperialismo clásico decimonónico y que fueran esgrimidos por el régimen nazi alemán (con mayor propiedad jurídica que hoy EE.UU. -Cf. González, 2005), reaparecen con el intento de hegemonía emprendido por el gobierno de Washington, que también se autoconcibe como imperial si no ya como imperialista. Su dificultad estriba en implantar o mantener una hegemonía o imperio en condiciones de rechazo generalizado de la población, que por ello tiende a ser convertida en potenciales terroristas según la política oficial; población que es tratada

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como “enemiga”, por ejemplo cuando protesta contra la política internacional de mentiras. Además, esa aspiración hegemonista ocurre en un contexto mundial de colapsos ecosociales, y necesariamente debe instaurarse, empleando medios que aceleran y agudizan la destrucción del planeta (capitalismo mafioso de guerra estructural). Las dificultades estratégicas de EE.UU. aumentan, de otra manera no tendría necesidad de actuar cada vez más militarmente. La sobrerreacción y la prepotencia en que incurre EE.UU. por los ataques el 11-09-01, en el fondo ocultan debilidad estratégica: si no es invulnerable ni siquiera para grupos terroristas, mucho menos invulnerable será para actores más poderosos, incluyendo otras potencias y CTMs. La militarización, la guerra de agresión y la carrera armamentista que acelera Bush II, buscan tapar el agujero estructural de la “seguridad nacional”, que no se cubre con mayores presupuestos militares, pues se trata del dilema de la seguridad. Y a esto hay que sumar otros factores, como que a principios del siglo XXI no le es posible a EE.UU. mantener la hegemonía productivamente como entre 1945-1967, pero tampoco le es posible mantenerla financieramente como hasta el estallido de la burbuja electrónica a finales de la década de 1990 y la paralela salida a mercado del euro retador. La hegemonía ideológica se ha venido derrumbando también, conforme el patrioterismo de guerra evolucionó hacia formas neo fascistas: rechazo y desprecio del derecho y los tratados internacionales y sobre todo humanitarios, y discursos y política cínicos (por ejemplo, Bush II

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aparece en la televisión registrando su oficina en son burlesco, buscando las “armas de destrucción masiva” de Sadam Hussein). Después de las experiencias históricas del siglo XX en el fascismo euroasiático y en el posterior epígono periférico (articulado por EE.UU.), la gente no se deja engañar tan fácilmente y tiende a reaccionar contra ese liderazgo. El instrumento más a mano y aparentemente cada vez más necesario, para la oligarquía de EE.UU. y mundial es el militar. Apuestan por la guerra de agresión, eufemísticamente llamada “guerra preventiva”. EE.UU. solo vislumbra una salida de crisis exitosa, mediante la guerra, esto es, mediante la generación de anarquía sistémica para, en esas turbulentas aguas (guerra mundial contra el terrorismo), aprovechar el diferencial de poder militar (que es el decisivo en tales coyunturas – obviamente creen en el Pentágono y la Casa Blanca), y así recuperar/reafirmar el control del planeta. Se trata claramente de un hegemón en crisis, actuando como retador de sí mismo, en tanto heredero del sistema internacional westfaliano y de la misma ONU, que busca destrozar. Como señala Carlos Eduardo Martins, durante, “... (l)as confrontaciones que se establecieron en los períodos de caos sistémico, los Estados que vieron frustrados sus proyectos de dominación desarrollaron características fuertemente imperiales de intervención... En el nuevo período histórico que se avecina, los proyectos para mantener el capitalismo histórico buscarán articular, desde el hegemón,

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un conjunto de fuerzas oligárquicas bajo formas cada vez más fascistas. Esto se observa nítidamente en las reacciones del gobierno Bush al atentado del 11 de septiembre”(2002: 36-37). Martins aquí asume a EE.UU. como hegemón, pero hay que señalar que lo es sobre todo en dimensiones militares y ello con crecientes dificultades, conforme la carrera armamentística creada por su doctrina de guerra preventiva, hace que otros estados y sujetos internacionales desarrollen medios para contrarrestar (a veces con soluciones muy baratas) las costosas iniciativas militares, de sabotaje, asesinato y espionaje de EE.UU. El costo del aparato policíaco militar en regímenes fascistoides siempre ha sido superior al que pueda proporcionar una economía moderna (similarmente con el socialismo burocrático estalinista), por lo que se le hace necesario apoderarse de riquezas o recursos adicionales, mediante la fuerza (“raids” de saqueo). Para lograr tales propósitos, es necesario que la economía esté hiperconcentrada en inmensos oligopolios mundiales, y en sistemas político sociales articulados hobbesianamente, con un Leviatán de leviatanes (el estado de EE.UU. y las oligarquías, camarillas y mafias asociadas, en otros países). Se trata, hoy, de un capitalismo rapaz como nunca antes (porque se acaban los recursos; porque la gente puede ser tratada peor que animales; como enemigos), inestable y cada vez más apoyado en las fuerzas armadas y de seguridad (que discriminan entre “humanos” y “no humanos”: comunistas, judíos, homosexuales para Hitler; hoy

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terroristas y “no cristianos” para Bush II). Tales aventuras, históricamente tienden a terminar en tragedias y genocidios de grandes proporciones. Esta vez, se trata de la destrucción del mundo y de la humanidad. Consecuentemente, no solo avanza el planeta de manera irreversible en los procesos de destrucción ambiental y social, sino que para los estrategas del grupo en el poder en EE.UU., esa destrucción e inseguridad ontológica, necesariamente (!por dicha y suerte! –pensarían lo/as así interesado/as) van acompañadas por una creciente (e “imparable”) demanda por seguridad, lo cual resultará en un buen negocio para ello/as (como abanderado/as del aparato militar industrial universitario), además de garantizarles la continuidad al frente del estado washingtoniano. Esta es la dimensión placentera del dilema de la seguridad. El aspecto doloroso es que la amenaza no cesa de crecer y consecuentemente el pánico de los tiranos –por no mencionar el dolor de la vida humana y la naturaleza destruidas, que no incumben a esos personajes. Mientras continúe la guerra mundial contra el terrorismo, el grupo Bush espera allegar recursos tales, que los coloquen como uno de los más ricos, y el más poderoso, en el planeta. A su vez, tal riqueza se acumula recibiendo contratos del Pentágono en Irak y aprovechándose de los elevados precios del petróleo. Se centra en los sistemas militares y de seguridad. Y, con estos dos instrumentos, petróleo y poder militar, pretenden mantenerse en el poder indefinidamente o ser parte y voz líderes, de él. Esto que quieren hacer o que

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están tratando de hacer, se lo imaginan como si fuera la guerra emprendida por Julio César contra las Galias, cuando mató millones de galos para apoderarse de sus riquezas y posesiones, y vendió como esclavos a otros millones. Con esas bases financieras pudo sostener sus ejércitos y, con ellos, se lanzó a buscar la dictadura en la Roma aún republicana. Ahora a principios del siglo XXI, ese grupo en EE.UU. (y otros en otros lados – Berlusconi o Putin vienen a la mente), busca un primer momento de “principado”, dentro de esquemas oligárquicos. La tendencia generalizada de este capitalismo de guerra final y permanente, apunta a la corporatización de las principales instituciones sociales, destruyéndose o tergiversándose el Estado en sentido hegeliano, en tanto espacio que lograba escapar a la dura tenaza corporativa –la jerarquía de la dominación/explotación económico social-. Ese Estado era “la” instancia en la que las personas no sufrían las jerarquías autoritarias extra estatales: la familia, la empresa o la corporación mercantil o artesanal, y la iglesia. (los ejércitos pueden ubicarse parcialmente dentro y parcialmente fuera del estado). En el siglo XXI, aquellas corporaciones se recrean en nuevas jerarquías: recapturan, “reforman”, adaptan y achican al Estado, para que las proteja y las establezca como los espacios de algo equivalente a las personas humanas, eliminando el espacio de la libertad (individual, grupal o social) que el Estado hasta entonces hacía posible. Renacen las oligarquías y las dictaduras (por ejemplo en Rusia o Indonesia). La democracia se decide mediante

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carísimas campañas publicitarias lavacerebros. Los grupos ricos y poderosos que acaparan el poder, también son dueños de los medios de información y llevan a cabo la conducción política mediante sucesivos referendos y procesos electorales que “venden figuras” (Reagan o Swarzenegger en California, “Fujicolor” –Fujimori y Collor de Melo- en América del Sur, Arias en Costa Rica). La “democracia vacía” se hace posible por la situación de terror o pánico a la que se induce a la población, sea por violencia económica (mega paro estructural y eliminación de garantías laborales), por violencia social (criminalidad y destrucción de redes de solidaridad y seguridad social) o por violencia política (guerra civil, terrorismo oficial y opositor). Así se consolida el gobierno del aparato de seguridad y los medios de comunicación tanásicos. La apuesta (literalmente) que hace EE.UU. busca una hegemonía imposible (por el impacto de las destrucciones social ecológicas), y el esfuerzo que dedica a ella precipita al mundo (incluyendo a EE.UU. mismos) en colapsos militares, económicos, sociales y ecológicos, en la locura del frenesí asesino (el asesinato es el centro de la estética actual), para pretender, ilusamente, que los ricos sobrevivan un poco más que los demás (morituri), entre ruinas que crecen y en una orgía de sangre inocente. En síntesis, el mercado capitalista es un componente del ecosistema mundial que viene creciendo incesantemente, engullendo cada vez más recursos del planeta y sujetando a sus leyes de hierro a la humanidad entera, más de la mitad de la

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cual sobrevive mala e indignamente. Ese mercado es el mercado de los ricos que participan y se benefician, los demás sirven en él para apenas sobrevivir, o son marginados funcionales (megaparo estructural). Ese (mítico) “mercado” ha desbordado la capacidad y los límites del ecosistema mundial y de la biosfera, los “peligros” de destrucción social y ecológica (“ecosocial”) alcanzan dimensiones (por ejemplo, escasez de petróleo a corto plazo) de colapso, que inducen, entre los mismos dueños del capital, respuestas y soluciones de guerra, militarización y fascistización universales (Véase el Anexo II). Este extremismo se tiñe de fundamentalismo cristiano, y representa el último recurso de EE.UU. y sus asociados, para intentar ser quienes sobrevivan de las grandes catástrofes sociales y ecológicas que azotarán el planeta en los próximos lustros, provocadas por ellos mismos en sus afanes egoístas posesivos. En el resto del presente capítulo, discuto la noción de “colapsos ontológicos ecosociales”, en sus dos dimensiones, la social y la ecológica. Busco mostrar justamente el carácter terminal y de derrumbe que adquieren cada vez más estos procesos a escala mundial. El paralelo colapso mundial resultante de las tendencias que enfatizan y centran la política y la sociedad en la guerra (el colapso militar), es el tema indirecto de este capítulo (los ataques terroristas son respuestas, inhumanas, a los ataques y políticas imperialistas, también inhumanos), y es el tema de los otros capítulos del libro.

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2. Los colapsos ontológicos ecosociales 2.1. La noción de “colapso”. Para alguien o alguno/as, una “amenaza” significa la existencia de muchas o crecientes probabilidades de que a cierto plazo (no muy lejano) se padezca humillación, injuria, enfermedad, daño, destrucción, muerte. Generalmente se reconocen dos acepciones: una social personal, cuando alguien o alguno/as dan a entender con actos o palabras que se quiere hacer algún mal a otro/a u otro/as; y la otra acepción, que es “impersonal” o referida a lo no humano en general, incluyendo lo natural, tiene tres fases: (1) anunciar, (2) presagiar o (3) ser inminente algún daño. La inminencia es la última fase de la amenaza, y se confunde casi con el “peligro”. Pues la amenaza puede aumentar, con lo que las probabilidades de daño también crecen, mientras que los plazos para que eso suceda tienden a reducirse. Correspondientemente, un “peligro” aparece cuando la amenaza deja de ser inminente y empieza a cumplirse y realizarse. La destrucción que trae ese creciente peligro puede ampliarse hasta afectar los componentes y relaciones básicos de las personas o entidades perjudicadas, dañadas. En el siguiente momento, la destrucción continúa aumentando y alcanza una magnitud y/o intensidad tales que producen el “colapso” (agonía y muerte; descomposición, desintegración, derrumbe, destrucción) de esa o esas personas, seres o entidades. Tanto el peligro como el colapso implican “destrucción”, pero en el caso del colapso se trata de encadenamientos de destrucciones locales o singulares, que alcanzan dimensiones cada vez

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más extendidas, amplias y generales. En los colapsos, tiende además a reducirse el gradualismo de los procesos, y aumentan “caídas”, “desplomes”, “derrumbes”, “extinciones en masa”, “bombardeos, hambrunas o genocidios en cada vez más países”, etc., de carácter repentino, súbito. El colapso significa la última fase de vida de esos seres vivos, o de la existencia –en determinadas condiciones y formas-, de objetos, instituciones o cosas. No resulta problemático emplear la noción de “colapso” para comprender los procesos internacionales y mundiales. Por ejemplo, es fácilmente comprensible para referirse a una parte cada vez más significativa de especies animales, incluyendo no solamente mamíferos sino muchos reptiles, aves, peces e insectos, que desaparecen para siempre cada día. Tampoco es difícil aplicar la noción a la sociedad humana: cada vez más hemos sufrido, o hemos venido contemplando con horror, “en directo o en los imaginarios”, el asesinato de humanos como base de la vida cotidiana; hemos visto sociedades devastadas, hundidas en la miseria y la violencia, o simplemente desaparecidas (eliminadas). Aparte de nosotro/as mismo/as, podemos observar cómo otros seres vivos, y también inanimados (paisajes y comarcas), padecen amenazas o peligros, o colapsan. En particular, es posible señalar niveles de amenazas, peligros y colapsos, en sociedades y en ecosistemas o componentes de ellos. 2.2. La dimensión ontológica. La ontología es una rama de la filosofìa que estudia lo que es y lo que

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no es, en cuanto tales, y por consiguiente es considerada como la dimensión fundante de lo que se piense sea “real” e “irreal”. “Ser” y “no ser” constituyen el predicado más general que se puede dar a (o que “puede tener”) cualquier ser o cosa. Un equivalente del ámbito “vital” es “vida” y “muerte”. La ontología estudia las formas y características de lo que es y/o no es, de lo “vivo” y de lo “muerto”, “en general”25. La dimensión ontológica puede considerarse análoga a predicar, respecto de la humanidad (plural e individual): “su existencia y sentido, implicando la posibilidad de expresar al máximo las mismas capacidades humanas” (Cf. Herrera Flores, 2001; Sánchez Rubio, 1999; 2003). En el caso de la dimensión social, el “punto de referencia” para realizar la comparación que permita determinar ese “ser humano” como “ser social”, por definición se da y no se da históricamente, aunque en la historia podamos encontrar ejemplos de aspectos y tendencias. Se ha ubicado en un desideratum para nuestras vidas hoy y mañana, y para las vidas de quienes vivirán después que nosotros ya no lo hagamos. Los genocidios, las masacres, los asesinatos, las torturas, las enfermedades, el hambre, los secuestros, los encarcelamientos, las persecuciones, el odio y la venganza, la 25

Si dentro de la ontología destacamos alguna entidad específica de la totalidad de lo que es, o bien destacamos a la totalidad misma, como “creadora”, “ordenadora”, “productora de sentido”, o “copresente”, entonces abandonamos la ontología y nos ubicamos en otra rama de la filosofía, la metafísica.

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prepotencia y el exclusivismo, el amor a la violencia (cultura del asesinato), la extinción del grupo social, la desaparición de costumbres, de lenguajes, de imaginarios, la represión psicosocial y particularmente sexual, y la agresión contra seres vivos e inanimados, todo acompañado de un culto a la Violencia, alcanzan niveles delirantes a principios del siglo XXI, y son los “constituyentes” de ese “punto de referencia” de definición de “lo humano”, en los pensamientos y los discursos oficiales. Para al menos un tercio de la humanidad, hoy su situación es de colapso total, mientras un grupo cada vez más pequeño concentra riquezas inenarrables y poderes dictatoriales, y el conjunto enloquece en la ansiedad insaciable de conciencias engolosinadas con el adrenalinazo orgásmico de la muerte del/a “otro/a” De manera que a partir de 2001, cuando la administración Bush II emprende una nueva Guerra Mundial y el planeta se recentra alrededor de la violencia institucionalizada (militar, policial) para garantizar a los ricos la posesión de la “propiedad-mundo”, entonces esos peligros ecológicos se transforman en colapsos. Respecto de la naturaleza del planeta (incluye humanos, pero se refiere sobre todo a animales, plantas y minerales), la “dimensión ontológica”, en tanto desideratum se refiere a las características que mostraba este planeta a finales del Pleistoceno y a principios del Holoceno (hace unos 13.000/8.000 años). Es decir, tomamos al Holoceno como punto de referencia o comparación en la historia de la naturaleza de la Tierra (Cf.

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Leakey & Lewin, 1997). La comparación se hace, entre esa época y las situaciones y las tendencias históricas y actuales, de creciente impacto negativo (destrucción) que la humanidad inflinge a (contra) la naturaleza. Es decir, establecemos una especie de “definición” o “medida” de lo humano (social, grupal, individual), y también de lo natural, que exprese esas dimensiones, no necesariamente en su plenitud ideal, pero sí en plenitud de posibilidad real de existencia, justicia e igualdad, así como en la expresión no represiva destructiva de nuestra humanidad y de la naturaleza del planeta. Lo “social” en tanto “humanidad”, y la “humanidad” en cuanto bondad-belleza-justicia (por ejemplo), tienden a colapsar y desaparecer en un desenfreno imparable, ideológico y práxico, de sangre y violencia. Por su parte, la destrucción de la naturaleza del Holoceno, es una especie de “daño colateral” que resulta de esa tendencia social ontocida. Podemos establecer entonces “parámetros” o “paradigmas heurísticos” de humanidad y de naturaleza, e intentar “medir” la distancia que se establezca entre la “situación” (no la “realidad”) de la humanidad y la naturaleza en determinado momento, respecto de esos parámetros o paradigmas. Notamos así un proceso histórico de expansión de la civilización, primero cristiana y luego capitalista (siempre patriarcal), euro-americana, a escala mundial. También notamos que desde del siglo XIX hasta hoy (2006), esa civilización entra en una etapa de economía industrial fundada en energías altamente contaminantes como el carbón,

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el petróleo y la fisión nuclear, y que implica utilizar todos los recursos sociales y naturales del planeta, a una escala cada vez mayor. Se trata de un sistema socio económico y político ideológico que tiene por bandera “el progreso”, “el crecimiento del capital” como condición de supervivencia del capital, es decir, el crecimiento ilimitado de “la producción y la productividad”. El capitalismo cristiano, sin embargo, es excluyente en tanto la riqueza y el poder se concentran cada vez más en menos personas, y en tanto se autodefinen como el único “sistema” (económico, político y religioso) posible. Notamos que a partir del siglo XVIII, la situación del resto de las civilizaciones y regiones del planeta se ha venido deteriorando, mientras que la civilización del capitalismo cristiano ha aumentado sin cesar su participación en la renta mundial. La diversidad social se ha deteriorado y muchas naciones desaparecen en el anonimato empobrecido o bombardeado de los suburbios o los campos desolados de África, América Latina y Asia, en países devastados como Angola, Ruanda, Nicaragua, Haití, Afganistán, Irak (para solamente citar dos de cada continente). Los otros países de estas regiones muestran “islas de desarrollo”, pero que se ven rodeadas por crecientes devastaciones sociales y ecológicas y, por tanto, las sociedades y en particular los ricos, se esconden y parapetan cada vez más, tras fuertes barreras protectoras de carácter militar y policíaco. Mientras tanto, decenas de millones mueren de hambre, en desastres naturales y de enfermedades curables. Al menos un tercio de la humanidad vive en

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condiciones de “pobreza absoluta”, según la definía el mismo Robert MacNamara (uno de sus responsables al frente del FMI), como: “condiciones de vida tan limitadas por la desnutrición, el analfabetismo, la enfermedad, la miseria ambiental, el alto índice de mortalidad infantil y la reducida esperanza de vida, que están muy por debajo de cualquier definición razonable de decencia humana”. Similarmente, la diversidad biológica se reduce sin tregua: día a día se agregan muchos nombres a la inmensa lista de especies vegetales y animales que desaparecen para siempre. El clima está alterándose, calentándose por el llamado efecto invernadero que provocan nuestros “gases”, haciendo a la atmósfera más lluviosa y tormentosa conforme el calor derrite los hielos y el agua agregada se distribuye en los océanos y la atmósfera. Empeoran todas las condiciones ambientales para que continuemos viviendo; estamos en medio de una gran extinción de vida de la que somos responsables y culpables. 2.3. Evolución del concepto. He desarrollado el concepto de “colapsos ontológicos ecosociales” (E.Saxe Fernández, 1996, 1999, 2003), a partir de la noción de “peligros” ontológicos ecosociales, que conviene precisar. La noción de “peligro ontológico” fue planteada originalmente, aunque de forma parcial, por el filósofo alemán Günther Anders en su ensayo “Tesis para la Era Atómica” (Anders, 1975). Llamaba la atención sobre la existencia de una amenaza real, a cargo de un arma con un potencial destructor inimaginable, capaz

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ciertamente de provocar la muerte de la inmensa mayoría de la población humana, y de causar daños ambientales (elevados niveles de radiación a escala mundial durante muchos años), acaso fatales para el resto de los organismos vertebrados, de muchos invertebrados y de la mayoría de las plantas. El peligro termonuclear es ontológico, en el sentido de significar “prácticamente” la destrucción de la especie humana y gran parte de la naturaleza, en una Hiroshima Universal. Según Anders, ese “peligro termonuclear” (la capacidad de EE.UU. y la URSS a partir de la década de 1970, de destruirse recíprocamente cientos de veces con bombas termonucleares), se nos torna invisible, aunque siga siendo constitutivo, pues resulta “supraliminal”. Se trata de algo tan grande que no lo podemos “ver”, y es el opuesto correspondiente de la dimension “subliminal”, la cual se refiere a estímulos visuales (por ejemplo), tan pequeños que escapan a la conciencia de quien “ve” (anuncios minúsculos en pantallas de cine; contenidos ideológicos –como una bandera- en el trasfondo esfuminado de una escena fílmica o televisiva). El peligro termonuclear es tan gigantesco, que escapa a la percepción, el razonamiento y el juicio, por las dificultades que tenemos para procesarlo en nuestro cerebro: “No solamente la imaginación ha dejado de estar al lado de la producción, sino que también el sentimiento ha dejado de estar a la par de la responsabilidad. Todavía podría ser posible imaginar o arrepentirse por el asesinato de un semejante, o aun de compartir la responsabilidad por ello. Pero figurarse la

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eliminación de cien mil semejantes definitivamente sobrepasa nuestro poder imaginativo. Entre más grande sea el efecto posible de nuestras acciones, tanto menos capaces somos de representárnoslo, de arrepentirnos o de sentir responsabilidad por él. Entre más ancho es el abismo, tanto más débil es el mecanismo de frenado. Eliminar cien mil personas apretando un botón es algo incomparablemente más fácil que destazar a un individuo. Lo “subliminal”, el estímulo demasiado pequeño como para generar una reacción, ya ha sido reconocido en la psicología. Más significativo, sin embargo, aunque no haya sido visto ni mucho menos analizado, es lo “supraliminal”, el estímulo demasiado grande como para generar una reacción, o para activar algún mecanismo de frenaje” (1975: 94). Hacia mediados de la década de 1990, junto con C. Brugger, propusimos entender por “peligro”: “...algo que efectivamente tiene la capacidad y la tendencia a amenazar la existencia de determinado ente... para poner en jaque mate la continuidad de nuestra especie y la misma organización de la naturaleza en su forma cuaternaria” (E.Saxe-Fernández & C. Brugger, 1996: 52). Este peligro termonuclear de Anders, entonces, lo he definido en primer lugar como peligro “ontológico”, por su significación (alcance): se refiere a la destrucción de la sociedad humana y de la naturaleza (del Holoceno). Además, se trata de un peligro

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ontológico “metafísico”, pero en un sentido particular, en tanto algo que ha sido inminente desde 1945 y sobre todo desde la década de 1970, pero que no ha tenido lugar. El peligro termonuclear es una amenaza total permanente para los humanos desde Hiroshima y Nagasaki, y sobre todo a partir del empleo del espacio circundante como nuevo “océano” mundial en el que operan los sistemas militares. Pero es invisible porque está más allá del azul del cielo y oculto bajo las olas del mar o en silos y túneles... Es invisible porque no hemos tenido una guerra total termonuclear (y con todas las demás armas) entre EE.UU. y la URSS, lo cual facilitaba el ocultamiento y la invisibilización del peligro, como señala Anders, convirtiéndolo entonces en algo “meta-físico”. En segundo lugar, a partir de la noción de “peligro ontológico termonuclear” es posible concebir un “peligro ontológico militar” en general, que incluya tanto las armas termonucleares como las convencionales, las bioquímicas y otras. En este caso, el carácter “metafísico” o invisibilización se diluye (relativamente). Sin embargo, permanece oculto a la inmensa mayoría de la población e incluso a los políticos, el carácter central que adquiere el aparato militar y de seguridad durante todo el siglo XX y hoy con mayor intensidad y tamaño. En tercer lugar, a partir de las nociones de “peligro ontológico termonuclear” y de “peligro ontológico militar”, es posible construir las nociones de “peligro ontológico social” y de “peligro ontológico ecológico”. Con ellas

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hacemos referencia a procesos destructivos terminales, en los ámbitos psicosociales y naturales, y que durante las últimas dos décadas del siglo XX alcanzan una dimensión de “inminencia”, señalada por esa calificación como “peligros”. Al final del siglo XX y especialmente a partir del 11 de septiembre de 2001, esos “peligros” tienden a convertirse en colapsos. Es que la noción de “peligro” o “inminencia” de catástrofe parecía adecuada aún en 1992, y muchos en esa década de los años 1990 se entusiasmaban creyendo que el neoliberalismo institucionalista globalista, y la ausencia de “guerra mundial” (fin de la Guerra Fría), servirían para enfrentar y superar esos peligros ontológicos. Ahora se podrían dedicar los esfuerzos a detener la destrucción social y natural, la guerra finalmente ya no haría falta y poco a poco desaparecería, en un sueño post histórico de eternidad globalista comercial. Sin embargo, el mismo globalismo neoliberal ha sido violento, fraudulento, mafioso, rapaz, tiende a recurrir al engaño, al fraude y a las acciones violentas (golpes de Pinochet o Videla, por ejemplo). La situación actual es de “degradación ontológica”, por el tipo de guerra que tiene lugar. Se trata de una “guerra interna mundial”, civil y social (civilsocial), que adquiere prioridad sobre cualquier otra actividad, y que resulta un fardo adicional demasiado pesado para la persona humana, la sociedad y la economía. Los gastos de guerra son además improcedentes, es decir, no solamente resultan “improductivos” sino sobre todo “agravantes” o “dañinos” para enfrentar los

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actuales colapsos ontológicos ecosociales (y por supuesto incluyendo la misma amenaza termonuclear-militar). Sin embargo, la salida de crisis propuesta por el grupo Bush se basa en fortalecer y establecer a la muerte como eje central de la vida. Las predicciones pesimistas de observadores como Robert Heilbroner adquieren entonces nuevo significado. En 1991 se preguntaba si había esperanza para el “hombre” (Sic), y respondía: “La perspectiva para el hombre es dolorosa, desesperada, y la esperanza que se pueda tener por su futuro parece ciertamente muy escasa” (1991: 20). Agregaba que: “Cuando los hombres pueden aceptar, e incluso deleitarse, con la destrucción de sus contemporáneos vivos, cuando pueden mirar con indiferencia o irritación el destino de quienes viven en tugurios, se pudren en prisión, o mueren de hambre en tierras que solamente tienen sentido en tanto lugares de vacaciones, ¿por qué habría que esperar que realizaran acciones dolorosas, requeridas para prevenir la destrucción de generaciones futuras cuyos rostros nunca vivirán ellos para contemplar? Pero aún más, ¿No maldecirán a esas generaciones futuras, cuyos derechos a la vida solamente pueden honrarse sacrificando el disfrute presente; y, si se llegara a tener que escoger, no las condenarán a la no existencia, al escoger el presente antes que el futuro?”(1991: 169).

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Advierte sobre el surgimiento de “gobiernos de hierro” que practicarán “coerción gubernamental”. Hoy se hace evidente que la “salida de la crisis” que lleva adelante el gobierno de EE.UU. agrava dramáticamente la crisis mundial, pues ahora la situación es otra vez una guerra mundial. De manera que, a partir del 11 de septiembre de 2001, oficialmente, las originales “amenazas” ontológicos pasan, de estar en una situación de peligro, a una nueva situación de tendencias crecientes a los colapsos. La precipitación de colapsos tiende a darse cuando un subsistema (por ejemplo un país como Afganistán) se derrumba, y en poco tiempo estos colapsos particulares se encadenan y provocan colapsos regionales o mundiales, como señalaremos en la siguiente sección. 3. El colapso social mundial “La paradoja del desarrollo es que el tremendo éxito de la civilización industrial moderna será la causa de su colapso y ruina” (Lewis: 1998: 45-46; énfasis ESF). La economía política del capitalismo mundial implica que “el mercado” tiende a crecer indefinidamente, como característica derivada de la competencia y como estrategia para aumentar las ganancias. Como se representa en el Anexo II de este Capítulo, el subsistema económico es un componente del ecosistema mundial, que crece hasta llegar a sustituir, absorber y destruir todo el ecosistema del planeta. Ya la economía domina en cada vez más ámbitos de la vida social humana

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(hasta la educación es articulada ahora desde perspectivas mercantilistas). Los grupos y sectores dominantes en los mercados oligopólicos internacionales, se disponen a adueñarse de la naturaleza “virgen”, es decir, prácticamente de todas las plantas y los animales, y de paso acabar con las últimas sociedades articuladas en torno a la agricultura. Y en alianza con políticos, sacerdotes y muchos militares, quieren “reinar” sobre sus posesiones “globales”. El determinismo tecnológico es un supuesto ideológico que ha tendido a reemplazar a la noción de “progreso”, otrora dominante en el sistema de supuestos sociales del capitalismo cristiano. Representa el “mecanismo” mental y social, justificador y significativo de que la “actual” o pasada distribución y organización del poder y la riqueza, podrán perpetuarse ad aeternum, gracias a los “milagros tecnológicos”. Pues tanto los etnocidios y masacres, como los ecocidios para “evitar que los pobres se apoderen de todo”, así como el necesario “aislamiento” y “privacidad” de lo/as dueño/as del planeta, solamente pueden garantizarse por medio de la fuerza más brutal posible –en lo que conocemos de la historia de la vida. Entonces, los conocimientos y tecnologías militares o “de seguridad”, tienden a convertirse en el centro de las actividades de investigación científica y desarrollo tecnológico. Representan una creciente carga para la sociedad y el fisco, sobre todo de EE.UU., lo cual también es limitante y aberrante –respecto a las necesidades humanas. La historia de la vida en el planeta y la de la humanidad durante el siglo XX ha venido

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avanzando y sobrepasando umbrales de destrucción, inéditos desde hace unos 65 millones de años; pues parece que “los dueños del mundo” creen que destruyendo la vida planetaria lograrán alcanzar su felicidad y libertad supremas. Mas los mayores riesgos los corren esos “dueños” y la misma humanidad. Pero, ciertamente, muchas personas consideran que su situación personal y social es especial o excepcional, por riqueza o poder, o por ubicación en el planeta – supuestamente lejos de crisis económicas, sociales, ecológicas, políticas o militares. Esta creencia es muy errada, pues las magnitudes de la intervención contra la naturaleza son de alcance planetario, y la exclusión social alcanza límites intolerables y características degradantes y degradadas, explosivas social, política y éticamente. Pero sobre todo es muy errado creerse inmune a las dimensiones sociales del colapso ontológico mundial (crisis, desastres y catástrofes), porque tales creencias tienen como base una ética nihilista que se nutre del cinismo, el engaño y la indiferencia. La “salvación” o el “bienestar” individual o grupal a corto plazo, garantizadas por riqueza y poder, facilitan “no ver” o “no darle importancia” o “significado” al sufrimiento de la “humanidad” que no vive “humanamente” y que más bien malmuere en vida. El cinismo nihilista entonces facilita considerar esa inhumanidad “compatible” con la abundancia violenta, prepotente, glotona y tacaña. La actual “ética” de quienes tienen poder y riqueza, que se practica en las instituciones sociales y culturales dominantes, y que se sustenta tanto en el neoliberalismo como

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en el ethos de la guerra, considera culpable y por tanto inmoral o no ético, al/a pobre y excluido/a. Su supuesta “falta de iniciativa” sería la única o principal causa de sus males. Para la ética oficial, nadie más que esas mismas personas son responsables de su “condición”. Pero, como se trata de la mayoría de la población del mundo, entonces es necesario invertir el argumento, señalando que la minoría posesiva y violenta es la responsable de los problemas de todo/as. 3.1 Socialmente, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), disponemos de información más exacta o completa, sobre cómo la mayoría de la humanidad viene sufriendo un proceso de creciente empobrecimiento económico, marginación social y exclusión política e ideológica. Al mismo tiempo, una minoría ha venido aumentando sostenidamente su participación en el control del poder y la riqueza del planeta. A partir del neoliberalismo globalista institucionalista del último tercio del siglo XX, se magnifican sin embargo las tendencias sociales parasitarias y corruptas, incluyendo la mafización y oligarquización de la política y la economía, por la concentración de la dirección económica en la especulación financiera y la sobreexplotación o ganancia extraordinaria que se obtenga en coyunturas internacionales creadas ad hoc, incluyendo el saqueo, desmantelamiento y destrucción de los bienes públicos (empleo, transporte, energía, comunicación, finanzas), mediante la privatización, en numerosos países de América Latina, África y Asia, pero también en el mismo corazón metropolitano, donde los

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escándalos financieros han arrastrado por los suelos las reputaciones de las firmas bancarias y financieras más importantes del mundo, y donde también avanzan el desempleo, la pobreza y la violencia. Las nuevas oligarquías (son las “clases globalistas” de Petras y Veltmeyer, 2002) que toman el poder en el mundo a partir de la década de 1970, se sustentan en dos pilares, el control de los medios de comunicación y el uso cada vez más intenso y extenso de los medios de control y represión jurídicos, policíacos y militares.26 Adicionalmente, los grupos en el poder, como en el caso de EE.UU., también son grupos relativamente interconectados de empresas, que prosperan rápidamente gracias a las concesiones y contratos adjudicados por funcionarios públicos que no se sonrojan por los conflictos de intereses, y aceptados por rivales y público mediante campañas y engaños propagandísticos, o violencia jurídica, policíaca y militar. Las nuevas oligarquías metropolitanas ejercen su poder económico al frente de conglomerados transnacionales financieros, industriales y comerciales. Un puñado de mega corporaciones y un puñado de áreas metropolitanas controlan y utilizan la inmensa mayoría de la riqueza del mundo. Según Escobar (1995: 212), las naciones industrializadas (o centros metropolitanos) del mundo representan el 26 por ciento de la población, pero producen el 78 por ciento del PNB 26 El caso de Berlusconi en Italia es paradigmático en este sentido, ya que personalmente controla toda la televisión privada y, desde el gobierno, también la televisión pública.

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mundial, y significan el 81 por ciento del consumo de energía, el 70 por ciento de los fertilizantes químicos, y el 87 por ciento de los armamentos mundiales. De acuerdo con los informes del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD, ediciones de 1996 y 1997): - Entre 1970 y 1985 el número de pobres creció un 17 por ciento, pese a que la producción aumentó un 40 por ciento. - En 1996, 800 millones de personas pasaban hambre y 500 millones sufrían de malnutrición crónica. - Cada año morían alrededor de 17 millones de personas, a causa de enfermedades curables como la diarrea, el paludismo o la tuberculosis. - Entre 1987 y 1993 (8 años), el número de personas con ingresos diarios inferiores a un dólar de EE.UU., aumentó en 100 millones. - En más de cien países el ingreso por habitante en 1996 era inferior al de 15 años antes. Es decir, en 1996 casi 1.600 millones de personas vivían peor que al inicio de la década de 1980. - Ciento treinta millones de niño/as no asistían a la escuela primaria, y 275 millones a la secundaria. (En Costa Rica, la matrícula de secundaria excluye a más del 30 por ciento de la población en edad). - En los países más desarrollados la población casi no crece, pero el número de desempleados llegó a casi 40 millones antes de la crisis de 2001, más de tres veces el número de desempleados de principios de la

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década de 1970. Adicionalmente, 100 millones de personas en estos países ricos, tienen ingresos que son la mitad o menos de los ingresos individuales medios del país correspondiente. En EE.UU. casi 50 millones de personas no tienen seguridad social, y en Londres, una de las grandes megalópolis del capital, 400.000 personas no tienen hogar. - En los países de la antigua URSS, el número de pobres pasó, del 4 por ciento en 1988, al 32 por ciento en 1994. Más recientemente, en su Informe 2005, el Programa para el Desarrollo de la ONU (PNUD) señala que, de los 73 países sobre los cuales se dispone información, en 53 de ellos (que en conjunto reúnen a más del 80% de la población mundial) han visto crecer la desigualdad, mientras que sólo en 9 países, con el 4 % de la población del mundo ha disminuido la desigualdad. La desigualdad social ocurre también en los países ricos. Así por ejemplo, según la citada fuente, en EE.UU. un bebé de sexo masculino proveniente del 5% superior de la escala de ingresos vivirá 25% más que un niño que nace en un hogar perteneciente al 5% inferior de la escala de ingresos. En este país, el promedio de analfabetos funcionales entre 1994-2003 fue del 20 % de la población (PNUD, 2005, Tabla 4, p.254). Por su parte, los economistas españoles Berzosa, Bustello y De la Iglesia (2001), señalan que: “La diferencia entre el ingreso de los países ricos y el de los países más pobres era de

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alrededor 3 a 1 en 1820, de 35 a 1 en 1950, de 44 a 1 en 1973, y de 72 a 1 en 1992... (En 2000, ESF) …la distancia entre las personas ricas y pobres se eleva a 140 a 1. El 20 por ciento más rico supone el 81.2 por ciento del comercio mundial, el 94.6 por ciento de los préstamos, el 80.6 por ciento del ahorro interno, y el 80.5 por ciento de la inversión interna. Mientras, el 20 por ciento más pobre sólo participa con el 1.0 por ciento en el comercio mundial, con el 0.2 por ciento de los préstamos comerciales, con el 1.0 por ciento en el ahorro interno, y el 1.3 por ciento de la inversión interna” (pp.27-28). “Según las últimas estimaciones del Banco Mundial, nuestro mundo se caracteriza por una gran pobreza en medio de la abundancia. De un total de 6.000 millones de habitantes, 2.800 –casi la mitad- viven con menos de dos dólares diarios, y 1.200 –una quinta parte- con menos de un dólar al día” (Idem, p.35). Adicionalmente, las Corporaciones Transnacionales Metropolitanas (CTMs), la inmensa mayoría de las cuales tiene su base nacional jurídico territorial en EE.UU., la UE y Japón, “llevan a cabo el 70 por ciento del comercio internacional y el 80 por ciento de la inversión extranjera”. Además, las CTMs controlan el 80 por ciento de la tierra sembrada con productos de exportación, y 20 CTMs controlan el 90 por ciento de las ventas de pesticidas (Chatterjee & Finger, 1994: 112, 106). La división mundial entre ricos y pobres no disminuye. Hacia 2003, según el antes citado

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Informe 2005 del PNUD, los países ricos (desarrollo humano alto) tenían una población de 948 millones de personas, con una esperanza de vida al nacer de 78 años, e ingresos promedio per cápita de 25.665 dólares, mientras que los países pobres (desarrollo humano bajo), con una población de 2,614 millones de personas, tenían una esperanza de vida al nacer de 46 años, y un ingreso promedio per cápita de apenas 1.046 dólares anuales (Tablas 1 y 5, pp.246 y 259). La población de esos países ricos aumentará en 57 millones hasta 2015, mientras que la de los países pobres aumentará en 568 millones hasta ese año (Tabla 5, p.259). Las diferencias sociales se magnifican por la desigualdad en la provisión de mecanismos intermediantes con la naturaleza y la sociedad (ciencia y tecnología). Así, mientras que en los países ricos, hacia 2003, 495 de cada 1.000 personas disponía de lineas telefónicas básicas, en los países pobres ese número era de apenas 8 teléfonos por cada 1.000 habitantes. Similarmente en términos de abonados a teléfonos móviles, en los países ricos alcanzaba los 652 teléfonos por cada 1.000 habitantes en ese año, mientras que los países pobres solo tenían 25 teléfonos por cada 1.000 habitantes (PNUD, Tabla 13, p.289). El mundo tiene una profunda grieta divisoria socialmente, que adquiere expresiones políticas como los gigantescos vallados que separan a México de EE.UU., a Palestina de Israel., o a las ciudades españolas de Melilla y Ceuta del territorio marroquí.

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El poderío político de las oligarquías incluye un importante nivel de influencia y control sobre los gobiernos de las grandes potencias, las Instituciones Financieras Internacionales (IFIs) y hasta la misma ONU. Ya no es posible dejar sin considerar el carácter cada vez más rapaz de las nuevas oligarquías que controlan las CTMs y los gobiernos. No solamente es el caso en América Latina, como hemos señalado antes (1999), sino también en EE.UU. Un ejemplo de esto ha salido a la luz pública, aunque muchísimos otros, y la tendencia, siguen tan campantes: “Enron, cuya quiebra en 2001 fue la mayor de la historia mundial, ha sido un ejemplo de cómo los sistemas económico y político de Estados Unidos favorecen tendenciosamente a los ricos en detrimento de los pobres. Cuando Enron se desplomó, se estima que tanto sus trabajadores como el accionista medio perdieron entre 25.000 y 50.000 millones de dólares en la cotización de sus fondos de pensiones y de sus acciones, porque ni la compañía ni sus auditores, la firma Arthur Andersen, dijeron la verdad acerca de la peligrosa situación de la compañía. Los ejecutivos de la empresa, sin embargo, cobraron sus beneficios por adelantado y huyeron con cientos de millones de dólares. Enron robó otros 50.000 millones de dólares manipulando el mercado de energía eléctrica de California: provocó una escasez artificial de electricidad e hizo subir los precios. También estafó a los contribuyentes de todo el país:

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como la desregulación de la era Clinton hizo posible la transferencia de fondos a paraísos fiscales en el extranjero, Enron no pagó ningún impuesto federal sobre la renta en cuatro de los cinco años previos a su bancarrota...” (Hertsgaard, 2003: 158-159). Más abajo, este autor agrega que: “...la desigualdad tiene todos los visos de hacerse más profunda en los años venideros, porque la administración Bush y el Congreso continúan favoreciendo a los más ricos en sus políticas fiscal y de gasto, y porque la economía de Estados Unidos ya no genera suficientes empleos bien pagados como para sostener a una clase media estable” (165). Los colapsos sociales tienden a generalizarse sobre todo en América Latina, África y Asia. Entre la guerra de EE.UU. contra Vietnam (a partir de 1960) y su guerra contra Irak (desde1990 hasta hoy), muchos países y regiones han acabado devastados por hambrunas, sequías o inundaciones, y guerras. Según O´Connor (1994: 17), a mediados de la década de 1990, estos subcontinentes ya podían considerarse “una zona de desastre económico, social, y ecológico”. En ellos, como indicador, cada día mueren más de 35.000 (treinta y cinco mil) niños, víctimas de enfermedades surgidas de no comer y por vivir constantemente hambrientos (FAO, 2001). Y el desempleo, la pobreza y la exclusión también crecen en los centros metropolitanos. Frank (2000), destaca que, durante el boom especulativo de la década de 1990, el 89 por ciento del capital transado en esos medios estaba en

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manos del 10 por ciento de los hogares más ricos. Bill Gates, por ejemplo, posee más riqueza que el 40 por ciento más pobre de la población total de EE.UU. (más de 100 millones de personas). El número de personas sin seguro social, o pobres, en EE.UU., ha aumentado desde que tomó posesión la administración Bush II, según informaciones dadas a conocer por la oficina de censos del gobierno a finales de septiembre de 2003. Y, entre 2003 y 2004, otro millón y medio de personas pasó a situación de pobreza. El capitalismo ya no puede pretender ser bueno “para todo/as”, abiertamente reconoce que hay “perdedores”, aunque no es capaz de comprender el significado político, social, ético y ontológico de que esos morituri sean la inmensa mayoría de la humanidad. Pues a ese “reconocimiento” de fracaso universal no le pueden ofrecer más explicación que “la falta de iniciativa individual”. Las consecuencias destructivas y genocidas del capitalismo, son consideradas como una “limitación inevitable” de la sociedad humana frente a algo más allá de nuestro “control” (en el siglo XIX construían un “ídolo” de la “Naturaleza hostil o indomable”; a principios del siglo XXI se trata de los inexplicables designios del ídolo del “Mercado”). Los tejidos y entretejidos sociales (para emplear la conocida metáfora) de todas la sociedades, durante la Guerra Fría crecieron y se tensaron desmesuradamente y empezaron a mostrar fracturas, conforme crecían los peligros ontológicos militares y ecosociales, característicos de aquella “carrera sin fin de militarización”.

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Durante la actual fase de “colapso”, es cada día más evidente como las fibras sociales sobrepasan la tensión y se deshilachan, se sueltan, se separan, se rasgan, se rompen, se deshacen, se pudren. Las formas de operación de quienes tienen poder y riqueza, se fundamentan en la rapiña, el robo, el engaño, y se articulan en estructuras mafiosas. Se trata de nuevas oligarquías mafiosas, muy violentas y ávidas de poder, obtusas, dogmáticas e intolerantes, sin capacidad de liderazgo social o político. Quienes tienen poder y riqueza se parapetan detrás de tecnologías y cegueras, cada vez más prepotentes y también cada vez más impotentes para “detener” –o al menos “no ver”los derrumbes sociales, el hundimiento de los grupos, sectores, clases, contendientes, de ambos o de todos los bandos: “ganadore/as y perdedore/as” pierden. Se trata de una situación en la que nadie gana, aunque esos expertos en “hacer dinero”, no lo lleguen a entender. 3 .2 Económicamente. La expansión mundial del capitalismo, y sus repetidos reacomodos imperialistas desde que se industrializaran y desarrollaran los mercados metropolitanos, no solamente vienen causando devastaciones y crecientes colapsos ecológicos. También han tenido como consecuencia un proceso de concentración de la riqueza, que prácticamente empieza con las sucesivas expansiones europeas (Griega, Romana, Cristiana) y de EE.UU., y que hoy alcanza dimensiones extremas. En estos primeros años del siglo XXI, al ampliar el número de “excluidos” del mercado capitalista globalizado, por extraordinarios

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incrementos en la composición orgánica del capital, la economía entra en una serie de recesiones que dan paso a crisis deflacionarias en las que resulta imposible vender la grandísima y variadísima producción de mercaderías, porque sus precios resultan inaccesibles para la inmensa mayoría de la población, gran parte de la cual está desempleada y sobrevive en las economías informales, marginales, o de beneficencia. La teoría marxista de la crisis del régimen del capital sostiene que: “... la economía capitalista no tiene como finalidad la satisfacción de necesidades, sino la obtención de ganancias. Y la ganancia es tanto más alta cuanto más alta es la tasa de plusvalor y cuanto más grande es el capital, en igualdad de circunstancias. Además, solo las empresas que cuentan con una alta concentración de capital son capaces de racionalizar la producción, de aplicar técnicas modernas, de reducir al mínimo los costos, de alcanzar un alto rendimiento. Por estas razones, el capital trata de comprimir el salario y de acumular la parte más grande posible de ganancia. A través de este mecanismo, se reduce la capacidad de consumo y se fuerza la capacidad productiva. El consumo de la población, cuyos miembros son en su mayor parte asalariados y trabajadores a sueldo, no crece al mismo tiempo que la producción social. La divergencia entre la producción y el consumo efectivo de la sociedad, aumenta con el progreso técnico” (Moszkoskowa, 1978: 2122).

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Claudio Katz sintetiza el argumento señalando que: “El cambio tecnológico y los parámetros de comercialización se desenvuelven siguiendo tendencias contrapuestas, lo que la economía capitalista incorpora es apenas la fracción mínima de la capacidad científico-tecnológica existente que logra atravesar el filtro mercantil… Cuando la concurrencia obliga a la introducción de cambios que no contemplan la solvencia del consumo aparece además la superproducción. El cambio tecnológico es el principal factor desequilibrante del capitalismo, incentiva mayores producciones que las digeribles por los mercados, crea expectativas de ganancias extraordinarias que se desvanecen con la generalización de la novedad, induce un nivel de consumo que no puede sostenerse sin elevar los salarios y afectar contradictoriamente el beneficio esperado… El impulso ilimitado a la producción de bienes que surge con la renovación tecnológica desborda permanentemente a las restricciones que caracterizan el proceso de valorización” (1994: 137). Los estancamientos o crecimientos lentos en las economías, así como simplemente la necesidad de aumentar las ganancias, multiplican las presiones para reducir las plantillas de obrero/as y empleado/as, sustituyendo personal con nuevos equipos y tecnologías. Esto además permite negociar desde posiciones de fuerza con los representantes laborales, amenazándoles con

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mayores despidos y exigiendo reducciones de salarios, de feriados, de prestaciones sociales y sanitarias, etc. Adicionalmente, las instituciones nacionales e internacionales también asumen la misión de reducir la porción de renta que reciben las clases trabajadoras. Tales procedimientos aumentan efectivamente las ganancias al corto plazo, pero las desinflan al plazo largo o, precisamente, estructural. Pues sus acciones reducen la capacidad de compra de los mercados, y de ahí que las ventas crezcan poco de año en año. Dos breves descripciones de la crisis (que se pueden considerar como de subconsumo o como de sobreproducción) que afectara al capitalismo mundial a finales de la década de 1920 y principios de la de 1930, pueden ilustrar una serie de similitudes entre aquella coyuntura y las tendencias actuales: 1. El análisis del Institut für Konjunkturforschung de Berlín, realizado en 1931, que enfatiza el aspecto del subconsumo: “La observación empírica señala, con toda precisión, una doble circunstancia que precedió la actual crisis económica mundial en el campo de las mercancías y que la provocó. Por una parte está la sobreproducción agrícola y por otra la industrial... La crisis del año 1929 aparece como la consecuencia lógica de una desproporción entre la producción y la capacidad de consumo. El ingreso monetario de las grandes masas no basta para alcanzar el ritmo de la producción... En todas las etapas del capitalismo avanzado... podían observarse ya desde 1929 tensiones entre la esfera del

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ingreso y la del capital... Tensiones que en esta ocasión constituyen la “causa principal” de la crisis. Con esto, la teoría del subconsumo se ha llevado la palma, en esta ocasión” (Wagemann, 1931: pp.333-341). El análisis de la crisis mundial de 1929 por Bahamonte Magro, catedrático de economía en Madrid, realizado en 1998, que enfatiza el aspecto de la sobreproducción: “La producción, globalmente considerada, ha superado... las necesidades reales, condicionadas por una distribución sumamente desigual de la renta. El contexto se agrava por el mantenimiento de precios de monopolio gracias a los acuerdos internacionales tipo cartel –que unifican precios y reparten mercados-, provocando una acumulación de stocks sin vender. Sobre este esquema actúa la crisis financiera que, al dislocar los acuerdos, provoca desajustes que desembocan en una brusca afluencia de stocks al mercado, y la consiguiente caída inmediata de los precios... (L)as tensiones de la sobreproducción arrancan del desfase pronunciado entre unos precios agrícolas cuyo aumento es menos rápido que el de los productos manufacturados, disminuyendo la capacidad de compra del sector agrario. Por otra parte, la existencia de elevadas tasas de paro... también restringe la capacidad de consumo... (La producción mundial se disparó) por encima de los niveles sociales de absorción” (1998: 11-12).

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En el debate que siguió a la gran crisis económica de finales de la década de 1920 y principios de la de 1930 se pueden distinguir entre, explicaciones “endogenistas” que consideraban que la estructura económica interna de la economía genera fluctuaciones que alteran los equilibrios, y las explicaciones “exogenistas”, que consideraban que fuerzas externas a la estructura económica eran responsables de tales fluctuaciones. Natalie Moszkowska, ubicada en la corriente endogenista, en un estudio publicado en 1936 (Ed. en español de 1978), parte de considerar que las empresas típicas del capitalismo tardío son grandes monopolios o carteles y elevada concentración del capital, en condiciones de racionalizar la producción, de aplicar técnicas avanzadas, de reducir los costos al mínimo y de lograr elevadas tasas de rentabilidad. Es así que el capitalismo del siglo XX ha llegado a desarrollar fenómenos teóricamente ajenos a él y más bien propios de otro sistema económico. Lo cual no quiere decir que los fenómenos que aparecen sean “socialistas”, sino, como los denomina Moszkowska, son fenómenos económicos del “capitalismo tardío” (Spätkapitalismus). Este capitalismo tardío se caracteriza por breves períodos de prosperidad y largos períodos de depresión: el empobrecimiento relativo se torna absoluto. La autora concentra el análisis en la relación que se da entre innovación técnica y disminución del salario real, porque el progreso técnico desvaloriza la fuerza de trabajo. Todo aumento de la productividad por introducción de nuevos medios productivos, hace que los salarios

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nominales disminuyan. Se da entonces una desproporción entre producción y consumo, y entre ahorro e ingresos, generándose una crisis de subconsumo que se agudiza conforme aumenta el crecimiento desproporcionado de la composición técnica del capital. La postura de la autora es relevante hoy, en tanto discute a partir del desencanto generado por la derrota de la revolución en Alemania a finales de la Primera Guerra Mundial. Por eso afirma que hay una desproporción “total” entre el poder contractual obrero y el patronal, por lo cual es imposible una confrontación favorable a los obreros. Esta no es solamente la condición general en el sistema capitalista, sino que se ve profundizada en el capitalismo tardío: la condición de debilidad permanente de cada trabajador hacia el patrón. Por eso la autora considera a la fuerza de trabajo como una variable dependiente (y no independiente como corresponde más con el marxismo), con lo que enfatiza los impactos depresivos de un capitalismo ampliamente dominado por las corporaciones transnacionales, que realizan gran parte de sus negocios entre ellas y con grandes consumidores públicos o estatales, y que supuestamente no pierden mucho con la ausencia de los sectores trabajadores en los mercados de consumo. La limitación del trabajo de la referida autora, reside en que no considera las dimensiones políticas y militares que enmarcan las actividades económicas, y que pueden agravar o aliviar las tensiones derivadas de las crisis, mediante algún tipo de intervención –tanto liberales como

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estatistas (por ejemplo Keynesianos) asignan tareas (regulatorias, directivas, etc.) a los sistemas políticos. En el capitalismo tardío, además, un rasgo peculiar es el relativamente importante papel que cumplen los sistemas militares en las economías de las potencias capitalistas, de forma sistemática (o integrada) a partir de la Segunda Guerra Mundial, con el desarrollo de “complejos militares industriales universitarios”, especialmente en EE.UU., Inglaterra, Francia y la URSS. El capitalismo del siglo XXI padece una crisis de sobreproducción. Es el abismo cada vez más ancho que existe, entre las capacidades y necesidades productivas, que se ahonda gracias a nuevos conocimientos científicos y tecnologías, por una parte, y la reducción cada vez mayor del consumo de la población, sobre todo por el crecimiento del desempleo estructural, incluyendo los sectores “informalizados”, los “marginalizados” y los “excluidos”, en primer lugar quienes no tienen cómo trabajar. Susan George (2001) plantea esto lúcidamente: “El futuro del libre mercado depende... de quién recibe los beneficios del crecimiento. Si la recompensa va a parar a la mitad inferior de la población, la inmensa mayoría de estas personas relativamente pobres utilizarán su dinero para el consumo y mantendrán la demanda boyante. Si, por el contrario, la recompensa va destinada al tramo superior de la escala social, los receptores colocarán sumas aún mayores en los mercados financieros en lugar de adquirir bienes y

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servicios. Como consecuencia, la demanda caerá, trayendo consigo el aumento de las existencias, la superproducción y el estancamiento” (p.20). “Cada empresa gigante intenta ganar una ventaja temporal realizando inversiones en tecnología de vanguardia con una aportación mínima de mano de obra. Como consecuencia, hay demasiadas fábricas notablemente eficientes que producen demasiados bienes para demasiados pocos compradores solventes. Las empresas, al mismo tiempo que despiden a sus trabajadores, reducen la plantilla de sus clientes. No se ha encontrado nada que sustituya la sabiduría de Henry Ford: paga a tus trabajadores lo suficiente como para que puedan comprar tus coches. Dado que es matemáticamente imposible vender todos los automóviles (y muchos otros productos) que se producen actualmente, es obligado que se produzcan reorganizaciones importantes, pese a lo cual las empresas siguen cerrando modernas fábricas para construir otras aún más modernas en otro lugar, generalmente contratando a menos trabajadores a los que pagan también menos... La saturación crónica fue uno de los factores que provocaron la Gran Depresión de los años treinta; ahora se dan la mayoría de elementos necesarios para que se produzca otra” (pp.46-47; Énfasis ESF). Los citados Berzosa, Bustello y De la Iglesia (2001: 167), opinan justamente que el desempleo

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tecnológico de principios del siglo XXI se debe a la presencia de tres tendencias: 1. Crecimiento de la oferta de trabajo; 2. Mejoras en la productividad; y 3. Débil crecimiento de la demanda real. El ataque neoliberal contra los salarios, le ha permitido al capital transnacional apoderarse de la política y la ideología. Esto ha reducido la capacidad política no solamente de quienes trabajan, sino sobre todo también de quienes no trabajan “oficialmente”, ya que realizan actividades en economías informales o domésticas. Las nuevas “libertades” del capital conducen a la rápida concentración de los recursos, por la capacidad para comprimir los salarios y en general los ingresos de quienes no son dueños del capital. El ataque neoliberal contra los salarios es entonces decisivo para explicar la debilidad estructural de la demanda mundial. La actual crisis de sobreproducción y/o subconsumo tiende a profundizarse y a no encontrar solución, por tres motivos al menos: Primero. Precipita el agotamiento y la devastación de los recursos y los entornos naturales planetarios, y por tanto dispone cada vez menos de los recursos adicionales o nuevos, necesarios para relanzar la producción y/o para mantener el status quo ambiental. A principios del siglo XXI, señalaba S.George (2001): “... la escala de la actividad económica ejercerá una presión extrema sobre los límites de la biosfera e incluso sobre la capacidad del planeta para sostener la vida... Varias señales indican que el competitivo sistema de mercado

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ya está haciendo que se sobrepasen ciertos umbrales naturales, incluidos algunos que quizá no reconozcan las autoridades políticas hasta que sea demasiado tarde... Las tensiones ecológicas... se traducirán en una mayor inestabilidad política y en el aumento de los conflictos armados” (p.26). “Ni las empresas gigantes ni las comunidades ni las personas acaudaladas pueden, con independencia de los bienes que posean, librarse de las consecuencias de la degradación ecológica. Incluso ellas parecen impotentes para detener el proceso, y son un ejemplo de la paradoja de unos beneficiarios que son incapaces de proteger el sistema que les beneficia” (p. 27). Segundo. La crisis general se enmarca en una dinámica centrada en el sector financiero especulativo, como señalan diversos autores, por ejemplo Sader: “A pesar de los avances tecnológicos del período (especialmente los vinculados a la informática), la mayoría de los capitales circula en el mundo dentro del circuito financiero, gran parte de los cuales están directamente vinculados con la especulación. El propio financiamiento del “boom” de las empresas informáticas se dio a través de capitales volátiles que, una vez en regresión, arrastran con ellos también a ese sector que, según los ideólogos de la “nueva economía”, estarían exentos de crisis” (2001: 93). La crisis económica recurrente y con tendencias a convertirse en permanente, tiene como expresión significativa el colapso del

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régimen financiero internacional que Duncan (2003) denomina “el patrón dólar” (“the dollar standard”). Desde que la administración NixonKissinger desligara el valor de la moneda nacional de EE.UU. del valor del oro a principios de la década de 1970, este país ha podido endeudarse y mantener grandes déficit de cuenta corriente, vendiendo (sobre todo a extranjeros y socios comerciales) instrumentos de la deuda nacional del banco central. El valor del dólar ha colapsado ya varias veces antes (administraciones Nixon y Carter), y ha estado perdiendo terreno recientemente, ahora frente a un competidor capaz de convertirse en moneda de reserva por el volumen de su producción y de su comercio. (Cf. también Arnold, 2002). Las oligarquías mafiosas del capital financiero internacional encuentran un apoyo valiosísimo en las Instituciones Financieras Internacionales “multilaterales” o “públicas” (FMI, Banco Mundial, BID, por ejemplo). De consuno, corporaciones transnacionales, bancos privados, e instituciones financieras internacionales, actúan para que esos agentes privados se hagan dueños de los principales activos de muchos países, o para realizar grandes robos mediante la especulación con las monedas. Así, por ejemplo J.SaxeFernández y G.C.Delgado Ramos (2004), han mostrado cómo el Banco Mundial viene siendo un agente crucial en la privatización o destrucción de las principales empresas y servicios de México. M. Chossudovsky (1999), por su parte, ha mostrado cómo capitales especulativos, conjuntamente con el Banco Mundial, saquearon Brasil entre finales

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de 1998 y primeros meses de 1999, apoderándose de unos 40.000 millones de dólares, especulando con papeles estatales de Brasilia y con los valores del Real y de la moneda de EE.UU. y haciendo, al mismo tiempo, que el estado brasileño aumentara su deuda externa en un monto similar. Es decir, el dinero empleado por el banco central de Brasil para “sostener” el Real y pagar a quienes poseían papeles estatales, pasó, del Banco Mundial (articulador de un conjunto de agentes estatales y privados), a través del Banco Central de Brasil, a manos de los especuladores (incluyendo agentes privados que habían aportado parte del dinero “prestado” a Brasil). El carácter financiero especulativo de la crisis tiende a ser compatible con climas de guerras, subiendo y bajando las acciones bursátiles según la marcha de las confrontaciones por apoderarse de recursos económicos claves; guerras entre las grandes potencias y también de las grandes potencias contra países pobres hasta hace poco “independientes” y hasta aliados de EE.UU. o la UE Tercero. La actual crisis de subconsumo o sobreproducción afecta negativamente la incorporación de nuevos conocimientos y tecnologías, excepto en las esferas militar y policíaca. Lo cual resulta en que la ampliación de los mercados, necesaria para una eventual recuperación, se dirige a submercados especializados: elites y oligarquías metropolitanas y dependientes, y sistemas militar policíacos. 4. El colapso ecológico mundial

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Dos procesos estrechamente vinculados vienen precipitando el planeta hacia una “sexta extinción” (Leakey & Lewin, 1997): la destrucción cada vez mayor de los ecosistemas del planeta, y la privatización violenta de todos los ecosistemas y recursos naturales por parte de los ejércitos (locales y de las potencias) y las corporaciones transnacionales de las grandes potencias. Primero consideraré los procesos de destrucción de la naturaleza, y luego los de su apropiación. Este capítulo se complementa con el siguiente, en el que se discute la imbricación del petróleo como recurso energético principal, con la crisis mundial y con su actual militarización. La ecología adquiere cada vez mayor relevancia como área interdisciplinaria de estudios a partir de la década de 1970, cuando cambia su perfil epistemológico, reorganizando la discusión sobre las relaciones de los organismos vivos respecto del ambiente que los rodea, para considerarla desde y para sus dimensiones políticas. En 1972 se celebró en Estocolmo una primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente. Para ese momento, el llamado Club de Roma ya había presentado su conocido informe Los límites del crecimiento, que se publica en medio de la crisis petrolera de mediados de esa década (1973). El informe sostenía que el “desarrollo” tal como se llevaba a cabo conducía a la catástrofe ecológica, y la crisis energética venía a confirmar esta aseveración. En las potencias capitalistas de entonces se generó un movimiento “ecologista”, que significaba un estadio superior

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de las preocupaciones y la organización política sobre la naturaleza, y que planteaba la necesidad de transformar la mentalidad, y los estilos de vida y de “desarrollo” de la humanidad (sobre todo de los ricos), como única forma para evitar un colapso ecológico generalizado. Durante la década de 1960 empieza a emerger una conciencia social sobre la destrucción de la naturaleza, haciéndose eco de anteriores voces que advertían sobre la destrucción de especies animales y vegetales, sobre los impactos nocivos de las contaminaciones atmosféricas, terrestres y acuáticas por productos o desechos industriales o militares (químicos o radioactivos, por ejemplo). En los siguientes diez años, esa preocupación daría paso al surgimiento de iniciativas y explicaciones donde se planteaba que la relación humanidad naturaleza era contradictoria o dualista en las consecuencias de la civilización “occidentalcapitalista-cristiana”, pero que no necesariamente debía de ser así (Cf. Margarit, 2003). Hacia la década de 1980 la conciencia del peligro de destrucción generalizada (ontológica) de la naturaleza ya lo planteaba como gravísimo y evidente, pero el pensamiento ambientalista fue parcialmente cooptado mediante categorías que vinculan conceptos invinculantes como “desarrollo sostenible” (o como “gobernabilidad”) (Cf. Carmen, 1996). Durante la década de 1990 se hicieron buenos propósitos que no se cumplieron y continuó la destrucción ecológica (Fracaso de la conferencia de Río de Janeiro sobre el medio ambiente, y la no ratificación del Protocolo de Kyoto, por ejemplo);

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En algo más de 30 años el “movimiento ecologista” ha crecido impetuosamente por todo el planeta, en cada persona cada día hay más conciencia de la destrucción ambiental. Durante la década de 1980, el movimiento ecologista creció mucho, pero al mismo tiempo su agenda se vio cooptada por las instituciones financieras internacionales (IFIs) (el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, y otros). En esa década, los países pobres o del “Sur” perdieron muchas conquistas políticas y económicas (tanto internas como internacionales) frente a un emergente neo imperialismo del “Norte”, que ha utilizado el control financiero y la deuda externa de los países pobres, para obligarles a realizar procesos en los que sus economías son forzadas a “ajustarse” para contribuir con el bienestar de gobiernos y empresas de las grandes potencias (acreedores)27. Con el ascenso de la derecha neoliberal al poder, se reducen las preocupaciones ambientalistas. Hay un retroceso en las políticas energéticas, sobre todo en EE.UU., que desestimulan la exploración de alternativas y que enfatizan el petróleo, el gas, el carbón y la energía nuclear. 27

Para autores oficialistas como Roett & Candall (1999), América Latina se encuentra bajo “condiciones confinantes” por su “vínculo financiero inextricable con el mundo externo. No importa qué tipo de régimen político esté en el poder, no puede ignorar la voluntad de los mercados financieros internacionales”(p-65). En la p.67 califica esas condiciones confinantes de despiadadas (“Ruthless”).

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A nivel epistemológico, es de destacar cómo el movimiento ambientalista se ve penetrado por los paradigmas economicistas neoliberales. Estos paradigmas adquirieron carácter oficial cuando la Academia de Ciencias de Suecia ofrece el Premio Nobel a Milton Friedman, arquitecto del experimento chileno e inspiración del neoliberalismo. La ecología introduce el paradigma economicista neoliberal inintencionadamente y más bien como una paradoja cruel. Pues lo que buscaba el movimiento ecologista (Informe de la Comisión Brutland, por ejemplo) era cuestionar las ideas, las políticas y las prácticas económicas y de desarrollo, responsables por la creciente destrucción social y ecológica. El resultado, sin embargo, conduce a postular y a tomar como supuesto para el análisis, que no debería existir incompatibilidad entre desarrollo económico y salud ecológica. De aquí obtenemos una “conciliación entre mercado y naturaleza”, que se va a articular conceptualmente en la noción de “desarrollo sostenible” o “sustentable”. Las IFIs, los gobiernos de las potencias y sus empresas transnacionales, así como las ONGs que se financian en gran medida por subsidios de esos estados y empresas, y finalmente también gobiernos, empresarios, académicos y activistas ecologistas del “Sur”, acabaron por aceptar, y asumir en sus discusiones y análisis, esa noción de “desarrollo sostenible”. Y, sobre esta base, durante la década de 1990 y durante los primeros años del siglo XXI, se han organizado nuevas instituciones y programas, que conforman un marco ideológico,

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jurídico, e institucional, el cual sirve para que las grandes potencias y sus empresas se apropien de todos los ecosistemas y recursos naturales del planeta. Del 3 al 14 de junio de 1992 se celebró en Río de Janeiro la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo (CNUMAD), conocida como “Cumbre de la Tierra”, en la que se plantearon importantes aspiraciones y metas para la década de 1990, que se consideraba “crucial” para estabilizar y empezar a regenerar el deteriorado planeta. Al mismo tiempo, en la Declaración correspondiente encontramos elementos del “desarrollo sostenible” que abren las puertas a las corporaciones transnacionales: “Principio 12: Los Estados deberían cooperar en la promoción de un sistema económico internacional favorable y abierto que conduzca al crecimiento económico y al desarrollo sostenible de todos los países, a fin de abordar en mejor forma los problemas de la degradación ambiental. Las medidas de política comercial con fines ambientales no deberían constituir un medio de discriminación arbitraria o injustificable, ni una restricción velada al comercio internacional. Se deberían evitar medidas unilaterales para solucionar problemas ambientales que se producen fuera de la jurisdicción del país importador. Las medidas destinadas a tratar los problemas ambientales transfronterizos o mundiales deberían, en la medida de lo posible, basarse en un consenso

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internacional” (Consejo de la Tierra, 2002: 58) (Énfasis ESF). “Principio 16: Las autoridades nacionales deberían procurar fomentar la internalización de los costos ambientales y el uso de instrumentos económicos, teniendo en cuenta el criterio de que, el que contamina debe, en principio, cargar con los costos de la contaminación, teniendo debidamente en cuenta el interés público y sin distorsionar el comercio ni las inversiones internacionales. (Ibid, p.59).(Énfasis ESF). Por su parte, la llamada Agenda 21 es más clara y explícita respecto del papel que jugarán las corporaciones transnacionales, aunque sin mencionarlas en cuanto tales. El primer apartado de esa Agenda, sobre cooperación internacional, empieza con el “comercio y desarrollo sostenible”, que busca “detener el proteccionismo y expandir el comercio mundial”, y que exige de los países que se dediquen a “Facilitar la integración de todos los países en la economía mundial y en el sistema comercial internacional” (2002: 69). Adicionalmente, se indica que: “Los gobiernos deberán alentar al GATT, a la UNCTAD y otras instituciones para realizar las siguientes actividades: -Tratar que las normas y reglamentaciones ambientales no constituyan restricciones al comercio... Ubicar las políticas ambientales dentro de un marco jurídico-institucional que responda adecuadamente a los cambios productivos y comerciales” (Idem, p.70).

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La última de las tres principales políticas económicas que recomienda esta Agenda pide: “Aumentar la capacidad de ajustes de las economías mediante la aplicación de políticas macroeconómicas y estructurales” (Loc. Cit.). Igualmente, se recomienda que los “países en desarrollo” procedan a “Estimular el sector privado, fomentar la actividad empresarial y eliminar obstáculos institucionales” (Idem.). Sin embargo, otros documentos de la Cumbre de la Tierra, como el Tratado de las ONGs, Declaraciones sobre Medio Ambiente y Desarrollo, son más críticos de las corporaciones transnacionales de las potencias. Por esto y por la agenda política de los sectores conservadores en EE.UU., el compromiso de este país, crucial para hacer avanzar la agenda, al final quedó estancado por la división entre el ejecutivo a favor del tratado y la oposición conservadora del congreso -que anteponía a cualquier consideración ambientalista o humanista, el beneficio económico de las empresas de EE.UU. y la ventaja político militar de ese estado. Así como en la doctrina económica vigente durante esa década de 1990, también en las dimensiones ambientales, el “internacionalismo neoliberal globalista” miraba con optimismo un futuro sin guerras ni confrontaciones. Así por ejemplo, el Worldwatch Institute indicaba en su propuesta para tal Conferencia, que, en 1992: “... el mundo se encuentra en mejor situación para adoptar medidas eficaces... la guerra fría ha concluido y, por primera vez en varios decenios, Este y Oeste colaboran. Por otra

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parte, los debates ideológicos entre el Norte y el Sur son ya mucho menos destemplados, al aceptar varias naciones ricas la responsabilidad de aplicarse a la solución de los problemas medioambientales de la Tierra, y comprender los países pobres que la degradación del medio ambienta amenaza su bienestar. En Río, se encontrarán en un terreno común: el de la necesidad de acometer un esfuerzo mundial para salvar el planeta” (Brown, 1992) El problema del internacionalismo neoliberal globalista, en este caso como en otros (sus “costos sociales”, por ejemplo), fue que la doctrina y la política más bien estimularon, protegieron y organizaron, una profundización sin precedentes en el crecimiento de las disparidades sociales a nivel mundial, y de destrucción natural. Por eso no es de extrañar que, según esa ONG citada, entre 1972 y 1992, los esfuerzos por detener la destrucción de la naturaleza, “sólo han visto alguno que otro éxito suelto... A escala planetaria, casi todos los indicios son negativos.”(1992:17). A continuación advierte que: “...la salud del mundo se ha menoscabado a un ritmo inaudito” (Idem., p.18) (Énfasis ESF). Doscientos millones de hectáreas de bosques se cortaron en ese lapso de 20 años, una superficie equivalente a casi la mitad del territorio de EE.UU. En 1980 se talaban 11 millones de hectáreas de bosques vírgenes, y en 1989 se talaron 17 millones de hectáreas. En otro estudio, Myers estima que hace unos 8.000 años aproximadamente, al

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comienzo de la actual época del holoceno, el planeta disponía de unas 6.000.000.000 (seis mil millones) de hectáreas de bosques, equivalentes al 40% de todos los territorios mundiales. Al año 1988, unos 2.400.000.000 ha de bosques ya habían sido talados (Myers, 1988). Entre 1972 y 1992, los desiertos aumentaron en el mundo en unos 120 millones de hectáreas; y se perdieron unas 480 millones de toneladas de la capa de suelo superior, que sirve para la agricultura. Para este autor, “La contaminación atmosférica es un problema persistente en cientos de grandes urbes y en infinidad de zonas rurales de todo el mundo” (p.23). Después de presentar casos de destrucción ecológica atmosférica y del recurso hídrico, señala que: “A escala planetaria, los síntomas de deterioro son incluso más inquietantes, y los procesos en curso, más difíciles de cambiar”(p.25). Respecto a la acelerada destrucción de la capa de ozono por emisiones de cloro fluro carbonos (CFC), Worldwatch Institute señalaba que: “...aunque la producción de CFC se interrumpiera inmediatamente, el desgaste de la capa de ozono continuará durante dos o tres décadas y es muy probable que las capas superiores de la atmósfera tardasen varios decenios en recuperarse” (Loc. Cit). Adicionalmente, la cantidad de carbono que entra en la atmósfera como resultado de quemar combustibles (sobre todo petróleo y carbón), representaba 6.000.000.000 (seis mil millones) de toneladas en 1990, es decir, casi una tonelada per cápita. Kluger estima que, entre 1950 y 2001, la atmósfera terrestre recibió cerca de

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500.000.000.000 (quinientos mil millones) de toneladas métricas de bióxido de carbono (Kluger, 2001). Por estos motivos, en el movimiento mundial ecologista que se articuló para la reunión de Río de Janeiro en 1992, pese a grandes y a veces insalvables diferencias, una gran mayoría de participantes consideraba que la década de 1990 iba a ser decisiva para salvar o perder gran parte de la naturaleza, e incluso arriesgar inminentemente graves colapsos generales (planetarios). Las expectativas no se han cumplido, pues el neoliberalismo institucionalista globalista ha tenido mucho éxito en profundizar, agravar y precipitar crisis económicas, sociales y ambientales. Así, por ejemplo, en el Informe Anual del World Watch Institute para 1995, se señala que “El consumo de granos excedió nuevamente a la producción en 1994, reduciendo los acopios mundiales de grano por segundo año consecutivo...” (1995: 18). “Si la elevación en las temperaturas que prevaleciera desde finales de la década de 1970 hasta 1990 continúa, se escalará el riesgo de reducción climática de las cosechas, a causa de intenso calor y sequías...” (Idem.). “Conforme la década de 1990 se desarrolla, los asuntos ambientales adquieren centralidad. Los gobiernos que no estabilicen las poblaciones de sus países antes que de las demandas superen la producción sostenible de sus sistemas locales de apoyo-a-la-vida, corren el riesgo de verse sobrepasados y abrumados por las consecuencias de sus fallos” (Idem.: 20).

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En el Informe Anual del Worldwatch Institute sobre Medio Ambiente y Desarrollo, La situación del mundo 2000, ya se plantean claramente las situaciones de colapso ecológico. Su director, L.R.Brown observa siete tendencias destructoras de la naturaleza: “el crecimiento de la población, la subida de las temperaturas, el descenso de la capa freática, la disminución de la tierra cultivable per cápita, el colapso de las pesquerías, la disminución de los bosques y la pérdida de especies animales y vegetales”(Brown, 2001). De entre estas siete tendencias destructoras, destaquemos dos. Durante las primeras fases de la Revolución Industrial, en el siglo XVIII, la concentración de CO2 en la atmósfera se estimaba en 280 partículas por millón (ppm). En 1959, ya con instrumental moderno se midieron 316 ppm, y en 1998, 367ppm, un incremento del 39 por ciento en esos 40 años. Otra estimación, del Hadley Centre for Climate Prediction and Research, estima que en el año 2.020 habrán 441 ppm de CO2 en la atmósfera, y para 2.080 llegaría a 731ppm. (Citado en Delgado, 2002: 82). Por otra parte, el porcentaje de mamíferos, aves y peces “vulnerables o en inminente peligro de extinción”, al año 2.000 se estimaba en: “...el 11 por ciento de las 8.615 especies de aves, el 25 por ciento de las 4.355 especies de mamíferos, y se estima que un 34 por ciento de todas las especies de peces” (Idem, p.31). En los océanos han empezado a desarrollarse crecientes “zonas muertas” en las que la falta de oxígeno simplemente impide la vida. En otra publicación, L.R. Brown (1999) estima que, sumando plantas y

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animales, hacia 1999 desaparecían unas 10.000 (diez mil) especies cada año. El resultado sinergístico de estas tendencias destructoras es que: “... el número de especies con las que compartimos el planeta disminuye. Según van desapareciendo cada vez más especies, los ecosistemas locales comienzan a colapsar; y llegará un momento en que nos enfrentemos a un colapso total de los ecosistemas” (2000:32) (énfasis ESF). Los referidos Leakey & Lewin (1997) han sintetizado el deslizamiento de la crisis ontológica ecológica, desde un nivel de “peligro” hasta el de “colapso”. Señalan que, estudiando la historia natural desde perspectivas neo evolucionistas, nuestro planeta ha vivido cinco grandes extinciones de vida, desde el Cámbrico hasta hoy; que grandes cambios en la historia natural han sucedido abruptamente y no gradualmente como creía Darwin; y que las especies que sobreviven lo hacen no por selección natural sino en importante medida por la suerte. Autores como Bright (2000) señalan cómo los colapsos particulares de algún segmento de algún sistema ecológico, tienden y pueden precipitarse en cascadas de efectos destructores. Destaca tres tipos de “sorpresas ambientales” y cuatro de “causas importantes de discontinuidades y sinergismos”. Los tipos de sorpresa son: 1) “Una discontinuidad... un cambio abrupto en una tendencia o en un estado previamente estable. La discontinuidad no es necesariamente evidente en una escala

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humana; lo que cuenta es la escala temporal de los procesos involucrados”; 2) “Un sinergismo es un cambio en el cual varios fenómenos se combinan para producir un efecto mucho mayor del que cabría esperar de la suma de los efectos tomados separadamente”; y 3) “Una tendencia inadvertida, aun cuando no produzca ninguna discontinuidad o sinergismos, puede producir un importante daño antes de ser descubierta” (2000: 56). Las cuatro causas importantes de discontinuidades y sinergismos que señala este autor son: 1) “Un sinergismo puede producir una discontinuidad”; 2) “Una discontinuidad puede producir un sinergismo”; 3) “Una reacción positiva puede producir una discontinuidad (una reacción positiva es un ciclo de cambios que se amplifican)”;y 4) “Una cascada de efectos puede llevar a múltiples discontinuidades y sinergismos. (Una cascada de efectos se produce cuando un cambio en uno de los componentes de un sistema produce cambios en otro componente, que a su vez provoca el cambio de otro, y así sucesivamente” (2000: 58). Por su parte, Gowdy (1998) destaca que: “Desde muchas perspectivas es claro que estamos llevando los límites de la habilidad del mundo biofísico para sostener la continua expansión del empleo de los

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recursos naturales y de la capacidad asimiladora del medio ambiente.”(p.66). Según Leakey y Lewin, los humanos somos una casualidad de la historia de la vida, pero ciertamente somos la especie dominante hoy. Estamos equipados con la capacidad de devastar la diversidad dondequiera que vayamos. Nuestra racionalidad y nuestro conocimiento han servido para explotar colectivamente los recursos de la Tierra en proporciones incomparables: “El homo sapiens está maduro para ser el destructor más colosal de la historia, sólo superado por el asteroide gigante que chocó contra la Tierra hace sesenta y cinco millones de años, barriendo en un instante geológico la mitad de las especies de entonces” (p-260); “Dominante como ninguna otra especie en la historia de la vida en la Tierra, el Homo sapiens está a punto de causar una gran crisis biológica, una extinción en masa, el sexto acontecimiento de estas características que habrá ocurrido en los últimos quinientos millones de años. Y nosotros, el Homo sapiens, podríamos estar también entre los muertos en vida” (p.264-265). Lamentablemente, más que “estar a punto de causar” el colapso ecosocial generalizado, el ser humano ya lo está causando. Como señala el citado Brown: “Los ecosistema locales empiezan a colapsar; y llegará un momento en que nos enfrentemos a un colapso total de los ecosistemas”(Brown, 2000: 32)(Énfasis ESF). Concurrentemente con la destrucción ambiental se viene intensificando la privatización

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de los ecosistemas y los recursos naturales de todo el planeta. Este proceso es conducido ideológica, política y financieramente por el Banco Mundial, con el apoyo de su principal dueño, los EE.UU. (Cf. Anexo I). El programa de privatizaciones auspiciado por el BM respecto de los ecosistemas y los recursos naturales se articula en una alianza con la Global Environmental Facility (GEF) (llamada en español Fondo Mundial para la Naturaleza), y la International Finance Corporation (IFC). La IFC ha estado involucrada en los procesos de privatización que han llevado adelante los OFIs por ejemplo en América Latina y, para este caso, también participa el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). La IFC “... busca financiar proyectos del sector privado en países en desarrollo, ayudar a multinacionales del primer mundo a movilizar capital en los mercados internacionales y proveer asesoría y asistencia técnica a empresas y gobiernos” (Cf. www.ifc.org). “El Banco Mundial, en su papel como agencia ejecutora de la GEF, debería jugar el papel primordial para asegurarse el desarrollo y administración de proyectos de inversión... El Banco Mundial recurre a la experiencia inversionista de su afiliada, la International Finance Corporation (IFC)... para promover las oportunidades de inversión y para movilizar los recursos del sector privado” (Idem). Mencionemos dos casos: primero, el Plan Puebla Panamá (PPP), el Corredor Biológico Mesoamericano (CBM) y el Corredor Coralino

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Mesoamericano (CCM); y segundo, los programas para privatizar el agua en favor de las CTMs. El PPP pretende “desarrollar” la vertiente caribeña de Mesoamérica, históricamente menos “desarrollada” y poblada que la vertiente del Pacífico, por razones climáticas sobre todo. Se trata de “abrir” y de “intercomunicar” regiones y países, en ejes que se dirigen básicamente de sur a norte, en una especie de reproducción a la inversa de los procesos de construcción de ferrocarriles en México durante el siglo XIX, todos ellos dirigidos desde el centro de México hacia diferentes puntos de la frontera con EE.UU. La red vial y de comunicaciones del PPP similarmente, permitirá la integración territorial directa de Mesoamérica con México y con EE.UU. Con esto, la región centroamericana será objeto de compra por parte de intereses privados sobre todo de EE.UU., que explotarán sus recursos y poblaciones. El PPP promueve la bioprospección para que las CTMs se apropien los abundantes recursos naturales biogenéticos de la región. Simultáneamente con el PPP, las IFIs plantean desarrollar los corredores mesoamericanos, biológico y coralino (CBM, CCM). La GEF aportó 67 de los 90 millones iniciales necesarios. El BM y la GEF prevén invertir de sus recursos casi 900 millones de dólares en estos proyectos, y otros 4.500 provendrían de CTMs –algunas a través de ONGs como INBIO en Costa Rica. La bioprospección está presente desde las primeras etapas de estos proyectos. La bioprospección incluye la investigación sobre plantas medicinales y demás biodiversidad con

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potencial comercial, incluyendo actividades de clasificación y definición de especies, inventarios, descripción de componentes de sustancias activas, establecimiento de métodos para su extracción, procesamiento, certificación y acceso al mercado. En tanto exploración de la biodiversidad para encontrar recursos comercialmente valiosos para la genética y la bioquímica, como reconoce el BM, esta actividad es calificada correctamente como biopiratería por algunos autores (Money, 2000; Delgado, 2003). A partir de la bioprospección, otras posibilidades comerciales se visualizan para los ecosistemas y los recursos mesoamericanos. La “armonización” del PPP y de la CBM y CCM, implica la subordinación del ambiente a su apropiación por las CTMs. El BM señala al respecto que, “...será necesario cuantificar el valor económico de todos los bienes y servicios que suministrarán las áreas silvestres de la región, como el agua, ecoturismo, plantas medicinales, etc.”28 Respecto al agua, ya en 1998 la CEPAL anunciaba la privatización del recurso en América Latina: “...casi todos los gobiernos de América Latina y el Caribe han anunciado una política de aumento de la participación privada en los servicios públicos relacionados con el agua... solamente en algunos países se ha traspasado al sector privado la función de administrar los 28

Véase el Anexo I, y J.Saxe-Fernández 2003 y 2004.

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servicios de abastecimiento de agua y saneamiento, si bien otras funciones dentro de esos servicios, de carácter más técnico, efectivamente se han traspasado en muchos países... (E)n América Latina son únicamente cuatro los países en que las principales atribuciones de gestión de los servicios públicos relacionados con el agua se han transferido al sector privado. Sólo en uno de los cuatro, a saber en la Argentina, se ha encomendado a empresas privadas la gestión de importantes sistemas de abastecimiento de agua y saneamiento” (CEPAL, 1998). Esta tendencia ha creado muchas “oportunidades de inversión”, de las cuales, “...la más interesante quizá sea la posibilidad de hacerse cargo del servicio, ya sea mediante una compra directa o un arreglo de concesión, pero las oportunidades no se paran ahí. Los contratos de gestión también pueden brindar oportunidades apreciables...” (CEPAL, 1998). En el diseño del PPP también encontramos claramente una propuesta para privatizar el agua mesoamericana. El Banco Mundial prevée la preparación de planes estratégicos para el desarrollo de los servicios hidrometeorológicos nacionales (incluyendo evaluaciones del marco institucional y legal, financieramente, recursos humanos y comercialización de sus servicios); y la creación de marcos legales y administrativos para comercializar servicios y “productos meteorológicos con valor agregado”. Los Gobiernos se comprometen a presentar un plan estratégico para el desarrollo de los servicios

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meteorológicos e hídricos nacionales, basado en un diagnóstico de los marcos legal e institucional de los servicios nacionales y un estudio del mercado para productos hidrometeorológicos comerciales. Delgado (2003) nos ofrece un último ejemplo de la privatización del recurso, describiendo el proyecto del Acuífero Guaraní, una de las megareservas de agua dulce del mundo, que cubre una superficie de 1.2 millones de kilómetros cuadrados entre Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay, más de dos veces el área de Centroamérica. El desarrollo del proyecto del acuífero Guaraní nos muestra cómo procede típicamente el Banco Mundial, que, “...en este tipo de proyectos, devela su interés, primero, por reconfigurar el manejo de cuencas y, segundo, por la transferencia de recursos hídricos hacia el sector privado. Es decir, por un lado, impulsa una concentración del manejo de cuencas hídricas en manos de “selectos actores”; y, una vez consolidados, busca, por el otro lado, colocar a las multinacionales de los acreedores en el centro de la gestión y usufructo del agua dulce (es decir, en los negocios de servicios hídricos de almacenaje, distribución, potabilización, generación de termo e hidroelectricidad, etc.)”.(Delgado 2003). Entre las empresas que se aprestan a operar, tanto en Mesoamérica como en la cuenca del Guaraní, encontramos a Monsanto y Bechtel, esta última muy vinculada con varios miembros del poder ejecutivo de EE.UU. y que recientemente ha recibido jugosos contratos en Irak.

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La combinación sinergística de devastación y privatización-comercialización de la naturaleza aceleran el colapso ecológico mundial. 5. Conclusiones La sociedad humana organizada en el patriarcado tardío capitalista (Cf. E.Saxe Fernández, 1997), ha desarrollado una determinada “intervención” o “manipulación” sobre la naturaleza y sobre sí misma, que reduce o elimina la forma natural y busca reemplazarla por una forma “patriarcal”29. La diversidad de formas materiales y mentales (máquinas o mentalidades), se conciben, diseñan y emplean para posibilitar la mayor apropiación posible (por parte de pequeños grupos en la sociedad humana), de riquezas materiales y de poder político (con aspectos sociales e ideológicos incluidos). Esos pequeños grupos están compuestos por un total de personas que podría oscilar entre 50 y 100 millones. Acumulan la mayor parte de la riqueza y el poder mundiales, regionales, nacionales, locales y familiares. Por eso, esta forma de apropiación y de intervención sobre la naturaleza y la misma sociedad, necesariamente debe excluir del poder y la riqueza al “resto”, es decir, a la mayor parte (esa “inmensa mayoría” excluida) de lo/as miembro/as de la sociedad mundial. También debe intervenir en la naturaleza de forma excluyente, es decir violenta, con la utilización de procedimientos que acaban por 29

Según algunas teóricas feministas, se trata del deseo patriarcal de tener la capacidad de las mujeres, para gestar hijo/as.

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destruir el recurso natural, tanto el renovable como el no renovable. Este proceso se ha venido repitiendo ya por lo menos desde el cataclismo ecológico provocado por el imperio romano en la cuenca del Mediterráneo, pero se acentuó con el fanatismo político, religioso y racista que emplearon las potencias europeas y luego EE.UU., Japón y Rusia para “conquistar” y apropiarse del planeta, entre los siglos XV y XIX. Durante los siglos XIX y XX el proceso se va acelerando, adquiriendo una intensidad inusitada a partir de la llamada Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y durante todo el resto del siglo XX. A partir de la década de 1980 y sobre todo en la de 1990, la devastación ecosocial adquiere proporciones incontrolables y cada vez más amplias. No hay “reconstrucción” de los países que EE.UU. o la OTAN o la ONU “devastan” para “garantizar la libertad” política y económica; no hay “humanidad” para los excluidos pues las guerras “humanitarias” matan a esos mismos excluidos – de la misma manera que la “lucha contra la pobreza” tiende a convertirse en una “guerra contra los pobres”(Cf. Techer, 2001). Sin embargo, a partir de los atentados contra el Pentágono y el Centro Mundial de Comercio en septiembre de 2001, los señores de la guerra ya no necesitan pretextos pseudo humanitaristas, porque la “guerra contra el terror” necesariamente es una guerra entre contendientes que deben y tienden a sustentar ideologías y políticas “extremistas”, como corresponde a la necesidad de acciones y pensamientos que promueven espirales donde se

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van magnificando el terror y el similarmente terrorista contra terror. La precipitación hacia abismos apocalípticos es entonces necesidad y urgencia del patriarcado tardío capitalista. Los colapsos ecosociales constituyen el ácido y explosivo fundamento de la locura característica de los grupos minoritarios que concentran el poder y la riqueza mundiales. “Locura” porque las acciones y pensamientos que emprenden para mantener sus prerrogativas, incrementan las amenazas y la crisis de esas prerrogativas, y solamente pueden responder con nuevas acciones y pensamientos que “solucionan” algunos de los problemas, pero con el resultado de crear otros nuevos y más difíciles y grandes problemas; los cuales, al final de cuentas en realidad no son entonces dos tipos de problemas, sino la profundización (incluso “profundización desviada”) de la devastación social y ecológica universal. En una guerra contra el “terrorismo”, el dilema de la seguridad llega a su clímax. La guerra contra el terrorismo lanza las naciones al caos, la degradación moral, el despotismo sanguinario, el fanatismo (de carácter notablemente religioso por la percatación, consciente o no, de la inminencia y la vivencia de cataclismos social ecológicos), la miseria y el cinismo máximos. Toda la sociedad, los bandos contendientes así como los espectadores, los opositores y las víctimas, tienden a ser presa de ese fatal círculo de vertiginosa vorágine de decadencia en la que entran determinadas estructuras sociales, políticas, económicas y militares. El modelo de modelos de

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estado terrorista que libra una guerra anti terrorista es Israel, particularmente bajo el gobierno de Sharon, que define y trata a los palestinos como terroristas. Del ejemplo israelí se nutre la administración Bush II, asesorada por el ejército israelí para enfrentar la guerra de guerrillas de la resistencia a la ocupación en Irak, por ejemplo. La universalización de esta tendencia se orienta a presentar, a los ciudadanos y a los estados de EE.UU. y otros 27 países “de primera categoría”, como el centro anti-terrorista, y al resto de la población del mundo y de países, como al menos implícita o potencialmente terroristas, como el “centro terrorista”. El centro anti-terrorista sería EE.UU., que en el símil es Israel; y el centro terrorista serían los países del “sur” y los pueblos “no blancos”, que en el símil son los palestinos. Algunos autores hablan de “guerras por los recursos”, emprendidas por EE.UU. y otras potencias para acaparar o apoderarse de las fuentes de “recursos vitales” para sus economías, sociedades y aparatos militares (Klare, 2001; Heinberg, 2003). Esta orientación es característica del período posterior al fin de la Guerra Fría, aparece notoriamente ya durante la administración Clinton. Por supuesto, el primer recurso estratégico por el que EE.UU. y otras potencias están dispuestas a guerrear es el petróleo, como observaremos en el siguiente capítulo. Este tipo de estrategia tampoco es nuevo, sino más bien característico de la misma expansión capitalista desde al menos el siglo XV: el control de materias primas y los “recursos” humanos, provocó enfrentamientos entre las principales potencias.

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Actualmente, sin embargo, su intensidad y características son mucho más acentuadas, por las condiciones que imponen los colapsos ecológicos y sociales. Así, el mismo Klare, para explicar las causas de este nuevo tipo de guerras recurre a planteamientos neo o cuasi malthusianos, que establecen una relación directamente proporcional entre el tamaño de la población y el consumo de recursos naturales. Según este autor, las guerras por los recursos tienen su origen en las demandas planteadas por una población que crece rápidamente, por recursos cada vez más escasos. La noción de escasez es nuevamente central, en torno a ella ha girado un debate sobre las existencias de reservas petroleras, por ejemplo, en la que las empresas, los gobiernos y la misma Agencia Internacional de Energía no prevén ningún problema, mientras que numerosos críticos sostienen lo contrario, que el petróleo está pronto a su agotamiento. Otro motivo de estas guerras de recursos, sostiene Klare, es que esos recursos se encuentran en países “inestables” –o más bien que se resisten a ser controlados por EE.UU., agreguemos nosotros. Aparte del petróleo y el gas natural, el otro recurso que Klare y muchos otros señalan como de máxima prioridad estratégica es el agua –tema crucial para todas las regiones que tienen mucha cantidad de ella. Esa escasez creciente de recursos estratégicos pone a soñar a los asesores de Bush II, quienes esperan encontrar en Marte (of all places), abundante petróleo producto del pasado orgánico de ese planeta, así como suficiente agua como para obtener oxígeno para respirar, e hidrógeno para propulsar los

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navíos de transporte y otros. Mientras tanto, las prioridades están en controlar las áreas principales de petróleo, entre las que Klare cita el Medio Oriente y el Asia Central. Sobre el agua se refiere a los casos ya conocidos del Cercano y Medio Oriente, así como al Nilo, y a otros ríos multinacionales de interés estratégico para las potencias –incluyendo el Amazonas, por ejemplo y, como señalan otros autores (Delgado 2002), también hasta las cuencas de los fronterizos mesoamericanos como el Usumacinta o el San Juan. A principios de 2004 nos hemos enterado que el gobierno de EE.UU. ha estado ocultando información disponible, que señala el rápido agravamiento del deterioro atmosférico planetario. La noticia ha causado honda preocupación y molestia entre “el público extranjero”, por ejemplo en Francia, donde las temperaturas veraniegas del 2003 llegaron a los 50 grados Celsius, provocando la muerte de al menos 15.000 anciano/as. En febrero de 2004, sesenta distinguidos científicos de EE.UU., incluyendo 20 que recibieran premios Nobel, denunciaron públicamente la campaña desinformativa del ejecutivo gubernamental. La acelerada militarización de la crisis mundial que lleva adelante y que desata la administración Bush II, constituye su política para hacer frente al colapso ecosocial en marcha. El colapso ontológico social incluye componentes múltiples: colapsos económicos (crisis, concentración, dilapidación de riqueza); colapsos antropológicos, psicológicos, sociológicos y políticos (guerras, hambrunas,

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pestes, mafización, descomposición étnico nacional,); colapsos ideo culturales (hiper egoísmo, nihilismo, cinismo, autoritarismo, agresivismo genocida y ontocida). Encontramos cada vez más “roces” y “choques” entre elementos, partes y procesos sociales, de todo tipo y características. Se coordinan dimensiones individuales, grupales, sectoriales, locales, regionales, nacionales, internacionales, institucionales, ideacionales, lógicas, imaginarias, lúdicas y eróticas. Pero se trata de coordinaciones cada vez más difíciles, cada vez más entorpecidas por sí mismas y por todas las demás. Así como el trabajador no propietario tiene que intensificar el número de horas laborales y su rendimiento durante ese tiempo, para apenas sostener un puesto con un salario nominal que sin embargo cada vez tiene menos capacidad de compra, así también en el conjunto de instituciones sociales, se requiere cada vez más esfuerzo para “mantener” los “status quo”; aunque no pueda evitarse que en los bordes tanto como en los centros ocurran también descomposiciones, derrumbes, desapariciones, exterminios. Se mantiene todo aquello que se puede sostener, hasta donde sea posible. Pero la degradación social general continúa, y tiende a explotar en “cadenas sinergísticas” que pueden conducir a mayores colapsos del status quo, o a tendencias reorganizativas alternativas. El proceso social histórico ha tenido resultados devastadores sobre el entorno planetario de la naturaleza holocénica. Se ha acelerado con y desde la expansión y dominación de la civilización cristiana y el sistema socio económico capitalista.

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Alcanza dimensiones inmanejables para los ecosistemas tanto como por las mismas instituciones sociales en las que surgieron y se desarrollaron. Se dan así otras sinergias entre los colapsos sociales y los naturales, que a su vez alimentan o subtienen el “marco ontológico” en el que operan los diferentes actores. La prueba de esta tendencia reside claramente en que las potencias hegemónicas, EE.UU. en primer lugar, definen la situación político militar mundial como “guerra contra el terrorismo” (que enmarcaran o acompañan las) “guerras de recursos”. Es decir, la civilización mundial cristiana capitalista actual se caracteriza por: desarrollar procesos de militarización definidos en función de un creciente dilema de seguridad –generado por los colapsos ontológicos ecosociales. La militarización y el creciente dilema de seguridad inciden a su vez muy fuertemente, en sentido destructivo, amplificando esos colapsos.

ANEXO 1: El Banco Mundial

Se trata de un eslabón muy importante en el régimen financiero internacional, desde la segunda mitad del siglo XX. EE.UU. lo diseñó como instrumento para su control financiero planetario, multilateral pero manteniendo EE.UU. el poder de veto -así como que su presidente habría de ser un nacional de ese país, y otros rasgos tipificantes del dominio - 102 -

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del gobierno de Washington. Este Banco se organizó por el principio corporativo financiero de: “un dólar un voto”. Teóricamente, aunque se trata de una entidad de las Naciones Unidas, sin embargo, de derecho y de hecho se trata de un esquema en el que participan, ciertamente Estados, pero a título de: “capitales privados, con votos proporcionales a los aportes financieros de cada socio”. En este Banco Mundial, EE.UU. posee más del 17 por ciento de los votos; los países de la Unión Europea son dueños de más del 21.5 por ciento de las acciones, pero tienen dificultades para actuar concertadamente, en importante medida por políticas de EE.UU. Por su parte, Brasil, México y Venezuela poseen en conjunto el 3.85 por ciento de las acciones del Banco; incluso la región latinoamericana en su conjunto no supera el 5 por ciento. Es más que evidente la asimetría fundamental del régimen –para favorecer al llamado “Grupo K” (grupo de potencias dominantes, incluyendo o no “hegemones”). Cualquier medida, según la normativa del BM, ha de contar con al menos el 85 por ciento de los votos, dándole poder de veto efectivo a EE.UU., y potencial a la UE. Adicionalmente conviene señalar que los funcionarios del BM, “exigen” rendición de cuentas a los gobiernos que someten a “programas de ajuste estructural”, a la vez que ellos gozan de inmunidad jurídica total. (Cf. J.Saxe- 103 -

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Fernández & J-C.Delgado, 2003; y M. Chossudovsky, 2001). Aquí destaco el carácter privado corporativo –asimétrico- de la institución. El nombramiento de Paul Wolfowitz como presidente del BM a principios de la administración Bush II es “normal” en la institución en la que EE.UU. tiene “derecho” a ese puesto. Que se trate de un miembro del grupo de gobierno de EE.UU. tampoco debe extrañarnos. Su proveniencia del área político militar nos indica que el grupo Bush II quiere una administración militar en la banca internacional, sobre todo para precaverse –o disponer de un salvavidas internacional- si la economía mundial, sobre todo la de EE.UU., sufriera mayores “dificultades” (graves crisis, generales y específicas), incluyendo devastaciones ambientales como la provocada en Louisianna por el huracán Katrina. Con Wolfowitz al frente, el BM pierde aún más credibilidad y tenderá a ser sustituido por otros arreglos institucionales, por parte de la gran mayoría de países que no tienen disposición o capacidad para aportar recursos, a través de ese Banco, para apuntalar una economía de EE.UU. en crisis. El BM será empleado aún más descaradamente por el gobierno de EE.UU. en sus chantajes, amenazas y guerras económicas –incluyendo guerra bioquímica. Esto acabará por minar a ambas instituciones, ya muy desprestigiadas. - 104 -

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ANEXO 2:

La sexta extinción: los colapsos ecosociales mundiales 1750-2100 Ecosistema Población Economía

1750

1960

1985

2005

2100

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Capítulo Segundo

Aspiración imperial-ista de Estados Unidos: debilidades estratégicas, guerra y colapso mundial 1. Aspiración hegemonista, guerra y colapsos ecosociales mundiales

C

on el fin de la Guerra Fría en 1990, EE.UU. esperaba convertirse en el hegemón o potencia dominante del planeta. Desde las administraciones Bush I-Reagan se promovía el unilateralismo y el excepcionalismo. Clinton desarrolla un unilateralismo que empleaba subsidiariamente al multilateralismo (EE.UU. era “primero entre iguales” dentro de la OTAN y el Consejo de Seguridad de la ONU). Se apoyaba en un constructo ideológico político, el neoliberalismo globalista institucionalista, que implicaba la instauración de una paz mercantil, democrática, universal y perpetua. Ese esfuerzo se apoyaba en una burbuja financiera y en la introducción de nuevas tecnologías de información. El derrumbe de finales de la década de 1990 destrozó las predicciones de “economía sin crisis” que predicaban las fuentes oficiales y del capital. Más bien, las instituciones internacionales fueron empleadas por los especuladores financieros,

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apoyados por sus gobiernos, para saquear, por ejemplo, las cajas de ahorro propias y de otros países. A la crisis económica del fin del mandato de Clinton ha seguido una nueva guerra mundial. El instrumento militar es ahora el privilegiado para buscar esa hegemonía. La estrategia principal de la administración Bush II, para el futuro de la humanidad, consiste en una guerra permanente que tiene dos dimensiones: por un lado se trata de una “guerra preventiva”, por otro lado es una guerra “contra el terrorismo” o “guerra civilsocial mundial”. Los atentados contra el Pentágono y las Torres del Centro Mundial de Comercio, en 2001, fueron el pretexto para la emisión y aprobación de leyes de excepción, y la militarización adicional de EE.UU.30 30

Las sospechas alrededor de estos ataques crecen cuando nos enteramos que varios años antes ya se había delineado la política que adoptaría la administración Bush II, después de esos ataques y supuestamente como respuesta a ellos. Ya se preveían, entonces, ataques de este tipo. La fundación ultraconservadora de EE.UU., Project for a New American Century (www.newamericancentury.org) en 1997 y 2000 publicó dos documentos “elaborados por una falange de neoconservadores y de representantes del complejo militar industrial” (Rouleau, 2003: 29), incluyendo a Cheney, Rumsfeld, Wolfowitz, Jeb Bush, Elliot Abrams, Richard Perle. Allí se recomienda una política exterior unilateralista y adoptar la doctrina de guerra preventiva, para inhibir el surgimiento de posibles retadores a la hegemonía, así como recurrir a las organizaciones y regímenes internacionales solamente

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El ataque terrorista facilitó las cosas para quienes buscaban militarizar el proceso histórico mundial y nacional. El ataque del 11 de setiembre les facilita caracterizar la nueva amenaza como “universal”. Aquí se hace evidente la ilegalidad de cualquier “guerra antiterrorista”, pues necesariamente se libra dentro de los espacios y tiempos de las personas que no son combatientes. Cada quien, y todo/as somos posibles terroristas, o sujetos de ataques terroristas, o sujetos de ataques antiterroristas. Es una guerra civilsocial mundial. Plantear como defensiva la guerra preventiva o de agresión, incluyendo la postura estratégica de “yo ataco primero si creo que alguien podría pretender atacarme en el futuro no inmediato”, es una burla y tergiversación del pensamiento, el derecho y el lenguaje; una declaración de agresividad unilateral y un crimen contra la humanidad. La guerra preventiva atenta contra el derecho internacional, se basa en justificar agresiones ex post. Y en tanto “guerra preventiva contra el terrorismo”, la ilegalidad agresiva se convierte en crimen de lesa humanidad, puesto que debe librarse al interior de los sistemas social políticos y afecta a la población no combatiente. En fin, también se trata de una “guerra preventiva contra el terrorismo, no convencional y clandestina”. Es decir, que se libra al margen de toda legalidad y en máximo secretismo, sin restricciones para el tratamiento de los enemigos, a quienes se despoja de su condición humana. Y esta cuando y si conviene a los (supuestos) intereses de EE.UU.

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ilegalidad también significa que, en un tiempo como el actual, EE.UU. retorna a los tiempos cuando su gobierno libraba guerras ilegales y clandestinas (en Guatemala, Vietnam o Nicaragua), incluyendo contratar miembros del mundo del crimen para realizar operaciones de y con las agencias de espionaje gubernamentales. Esto se prohibió a partir de los escándalos Watergate y la renuncia de Nixon, pero ahora ha sido restituido desde 2002, junto con otra serie de medidas y leyes que amplían considerablemente las prerrogativas de los cuerpos de seguridad e inteligencia, policiales y judiciales. Movimientos similares se emprenden en otros países de la OTAN (España o Inglaterra después de “sus” atentados, por ejemplo). La consecuencia directa es la regresión ontológica, la reducción o eliminación de libertades y posibilidades de expresión y vida; de derechos civiles, políticos y sobre todo humanos. En la hipótesis que exploro en este libro, sin embargo, en el sistema internacional tendería a resultar cada vez más imposible buscar una hegemonía capitalista para salvar o perpetuar ese sistema, en tanto el capital tiende a profundizar la acumulación concentradora y excluyente (por medios militares preferentemente), que a su vez produce los colapsos ecosociales. Mantener a la fuerza la fuente de los problemas universales redunda en su profundización, y hasta en abandonar la pretensión de solucionarlos. El gobierno de EE.UU. se desentiende del destino de las poblaciones que ataca o “protege”, e incluso de su propia población pobre.

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Conforme se desencadenan los colapsos generados históricamente por esa acumulación capitalista, las soluciones alternativas se tornan estratégicamente “realistas” (urgentes), pues la continuidad del capital militarizado solo logra acelerar el hundimiento civilizatorio y la catástrofe universal. La crisis del capitalismo tardío, a partir del 11 de setiembre de 2001, se articula en crecientes colapsos ecosociales mundiales. El recurso de EE.UU. a la guerra, a la militarización de su propia crisis y de la crisis ecosocial mundial, debe entenderse entonces como un esfuerzo desesperado y prácticamente agónico para buscar mantenerse como principal y excluyente usufructuario del planeta (¡después del huracán Katrina, incluso como receptor de ayuda humanitaria, quitándosela a países como Níger!). La respuesta belicista ante los colapsos ecosociales mundiales encuentra y encontrará crecientes dificultades. En primer lugar por los mismos colapsos. En segundo, por la resistencia a un orden ontológico (histórico social) deshumanizante y violento. Requiere restablecer a la guerra como principal instrumento de política internacional. Más aún, implica separarse incluso de las nociones de “guerra justa”, porque en una guerra civilsocial se incumple el principio de proporcionalidad al emplearse las actuales armas disponibles –incluso las miniaturizadas-, que no distinguen entre combatientes y no combatientes. Los ricos y poderosos pretenden, entonces, solucionar los problemas para beneficio propio, y solamente les va quedando, para hacerlo, el

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empleo abierto de la máxima violencia. Degradan la vida humana a una situación de terror, y quieren instaurar un régimen político totalitario y autoritario, en manos de militares, policías y espías, aliados con banqueros, especuladores y mafiosos. 2. EE.UU. de Clinton a Bush II Podemos aproximarnos a las características y consecuencias estratégicas de los colapsos mundiales, considerando las estrategias y políticas seguidas por los gobiernos de EE.UU. para promover su aspiración hegemónica internacional. La actual fase de aspiración hegemónica de EE.UU. data desde su derrota en Vietnam, aumenta con las administraciones Bush I-Reagan, y se intensifica con el derrumbe de la URSS. Durante la década de 1990 fue triunfalista, como efecto del súbito colapso soviético, e implicó un auge económico nunca antes visto en EE.UU. Sus beneficiarios fueron apenas pequeños grupos, pero quienes lo promovían presentaron al capitalismo con los rasgos ideales que buscaba el socialismo burocrático: una economía perfecta, que siempre crezca y que nunca tenga crisis. Durante la década de 1990, se trató sin embargo de un auge coyuntural y especulativo sobre todo. Estaba basado en las ganancias extraordinarias derivadas de la caída del rival estratégico y, particularmente, se fundaba en una “burbuja” de los sectores financiero mismo, de bienes raíces, de la microelectrónica aplicada, la biotecnología y los nuevos materiales, pero especialmente apoyándose en la expansión del

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capital privado, a sectores económicos anteriormente encomendados al Estado31, que sufren desmantelamientos y saqueos. A finales de esa década de 1990, la burbuja especulativa y de “alta” tecnología, empezó a estallar. Pues la crisis estructural de sobreproducción se agravó con el predominio del capital financiero especulativo y la conformación de sistemas de producción mundiales de las CTMs, que impusieron nuevamente, y de una forma violentísima, la ley de hierro al trabajo; pero que, al hacerlo, se privaron de consumidores para sus mercancías. Adicionalmente, el auge se apoyó en los saqueos financieros realizados por el nuevo principal actor internacional, el sector de “inversionistas”, aupado y subsidiado por las IFIs, contra Rusia, contra el Sud-Este de Asia, contra Argentina y contra Brasil, para citar solo grandes potencias así golpeadas. Ese triunfalismo predador había empezado “internamente” en el sistema capitalista mundial, durante la década de 1980, con el hundimiento de la resistencia estatal-nacional y el restablecimiento de regímenes con formas oligárquicas en América Latina32. Esa fase prosiguió con la reanudación de 31

Por ineficiencia o desinterés de los empresarios (“baja rentabilidad”) en sectores como salud o educación; y/o por la vigencia de derechos colectivos de propiedad (prioridades públicas sobre prioridades privadas) en algunas esferas definidas como “estratégicas para la nación”. 32 Cf. E.Saxe Fernández, 1999. América Latina es utilizada por EE.UU. como laboratorio de prueba de numerosas políticas y doctrinas que luego tratará de internacionalizar al resto del planeta. Además, ha intensificado su integración con meso América y el circum Caribe, promoviendo pero también asimilando aspectos de la cultura política oligárquica, corrupta y militarista de América Latina (mafias de EE.UU. que

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guerras por el control del petróleo meso oriental y del Asia central, con la guerra en Afganistán contra la URSS y con la guerra de Bush I contra Irak en 1990. Durante sus dos administraciones, Clinton prosiguió las guerras alrededor de la URSS, ahora sobre todo en la Federación Yugoeslava que también se buscaba desintegrar, y siempre en el Asia central, particularmente la zona del mar Caspio. La administración Clinton quería afirmar la hegemonía mundial de EE.UU., definiéndose como primus inter pares (el primero entre iguales), en el seno del G7 –posteriormente G8 con Rusia- y la OTAN. Se trataba de una estrategia de “dominación benevolente”, ejemplificada en la popularidad que adquirieron, en EE.UU., nociones sobre el carácter “imperial” de EE.UU. y sobre los beneficios de ese imperialismo neoliberal multilateralista –hermano del supuestamente bondadoso imperialismo inglés-, frente a los (previos) imperialismos “despóticos” de Alemania o la Unión Soviética. Además, en EE.UU. se trataba de un imperialismo “religiosista”, ubicado más allá de la historia y la racionalidad modernas, que venía a sustituir la guerra por la economía (fin de las guerras estratégicas), de manera permanente (eterna). Las administraciones Clinton no fueron menos nacionalistas que sus predecesoras Republicanas (Bush I y dos de Reagan-Bush I), pero el gobierno controlaban La Habana batistiana y que luego de ser expulsadas por la revolución desarrollan Las Vegas, por ejemplo; o las elecciones tipo “república bananera” en la Florida para elegir a Bush II).

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del partido Demócrata se autodefinía en la corriente del liberalismo comercial internacionalista que, por ejemplo, quería emplear “zanahoria” y no solo “garrote” con los focos de resistencia o rebeldía internacionales, así que buscaba solucionar la crisis del cercano y medio Oriente, mediante acuerdos políticos y una integración económica que incluyera a los países árabes y a Israel, junto con un estado Palestino. Durante las dos administraciones de Clinton y hasta el 11 de septiembre de 2001, el liberalismo y sus variantes han configurado la visión oficial y supuestamente propiciada por EE.UU.: libre comercio, democracia, derechos humanos, derecho internacional, aparte de las consabidas políticas para propiciar el desarrollo de los países más pobres, etc. A partir del comienzo de la guerra mundial contra el terrorismo, se convierte en una retórica del todo incoherente, por ejemplo cuando aparece en la “Ley Patriótica” de Bush II, donde plantea su estrategia de guerra preventiva. Durante esas dos administraciones Clinton, la ideología y la teoría sobre la política internacional en EE.UU. se orientaran por el llamado “liberalismo transnacional”, considerado como pensamiento hegemónico (Agnew, 1998: 56). El liberalismo o neoliberalismo transnacional postula que las ventajas nacionales en el mercado internacional, ahora se ven superadas por las ventajas que ofrecen las estructuraciones regionales y globales, lo que representa: “...un reto material significativo a la distinción entre lo doméstico versus lo internacional, sobre la que se basa el “realismo” de los

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análisis estrictamente territoriales de la espacialidad del poder” (Ídem, 59). El neoliberalismo transnacional implica la imposibilidad de que algún estado busque adquirir supremacía mundial. Primero, porque la capacidad de segundo golpe termonuclear hace obsoletas las carreras armamentísticas estratégicas. Segundo, porque el bienestar económico requiere de los mercados internacionales: “El acceso a los mercados globales es ahora la precondición principal para el crecimiento económico sostenido. A su vez, la creciente interdependencia económica aumenta los incentivos para resolver las disputas de formas no militares” (Ídem, p. 79). Finalmente, los neoliberales transnacionalistas apuntaban a la creación y desarrollo de regímenes internacionales, como elemento crucial para superar el realismo y el neorrealismo estado céntricos. En esta argumentación, se sostenía que la hegemonía de EE.UU. durante la Guerra Fría había sido una hegemonía diferente de las otras, porque: “Se ha institucionalizado globalmente mediante un gran número de agencias y ha tenido una profunda influencia cultural” (Ídem, p.82). EE.UU. habría sido el campeón de los regímenes internacionales, entonces, que serían sus instrumentos de hegemonía mundial. Las instituciones, prácticas, reglas, normas o legislaciones federales o estaduales de EE.UU., NO serían las encargadas de esas dimensiones internacionales:

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“... los esfuerzos de EE.UU. para involucrar a otros estados en “regímenes” internacionales de uno u otro tipo y que abarcan un amplio espectro de temas sustantivos desde el comercio a los derechos de pesca o la degradación ambiental, han tenido el efecto de enfatizar las aproximaciones colectivas, antes que las unilaterales, para resolver los conflictos” (Loc. Cit). Por supuesto, sin embargo, las políticas neoliberales de las dos administraciones demócratas, favorecían ampliamente a los grupos y sectores más acaudalados o ricos, y continuaron reduciendo la parte del salario en la renta nacional. En términos político económicos, se trata de la emergencia de una sociedad oligárquica, a lo que apunta, entre muchos otros, Hertsgaard: “Los datos sobre ingresos vienen a indicar... (que) la (década) de los noventa fue una década especialmente gratificante para el 20% de los americanos con mayor renta (y, especialmente, para el 5% superior), porque se hicieron con la mayor parte de los ingresos generados por el “boom” bursátil. Los ingresos de otros grupos de renta también aumentaron, pero en mucha menor medida. El 80% restante (la mayoría pobre, obrera y de clase media de Estados Unidos) no llegó ni siquiera a recuperar el terreno económico que habían perdido durante las dos décadas anteriores. A finales de los noventa, los trabajadores estadounidenses aún ganaban menos en términos reales que cuando Richard Nixon dejó la Casa Blanca en 1973, a pesar de que su

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productividad se había incrementado en una tercera parte desde entonces... Cada vez más, Estados Unidos se está dividiendo entre una pequeña élite fabulosamente rica y una mayoría creciente de personas que pasan apuros y que deben trabajar duro con el único ánimo de no quedarse atrás” (2003:156-157). Agrega que el 40 por ciento de lo niños en ese país viven por debajo o en las inmediaciones del umbral de pobreza. Así, con el auge económico de la década de 1990, el estado y la sociedad adquirieron riquezas suficiente como para haber ayudado a las personas pobres, no solamente de EE.UU. sino del resto del mundo. Tanto en lo social como respecto del cuidado de la naturaleza, las administraciones Clinton significaron desaprovechar una oportunidad tal vez irrepetible, para haber contribuido a reorientar la marcha del planeta hacia derroteros más humanos, o más “sostenibles”, como decía la misma retórica empleada por esos neoliberales internacionalistas institucionalistas (Cf. Maynes, 1999). La realidad era, ciertamente, que quienes acumulaban riqueza y poder solamente pensaron en ellos mismos, en su seguridad inmediata, empujados por la creciente complejidad y agudeza que adquirieron día a día los problemas y peligros ecosociales mundiales, hasta empezar a convertirse en colapsos. Desde entonces esos grupos vienen perdiendo coherencia, rumbo y sentido. Tienden a preferir procedimientos y acciones cada vez más directamente rapaces, sobre los recursos necesarios para que solamente ellos puedan sobrevivir.

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Las políticas adoptadas por la administración Bush II a partir del 11 de septiembre de 2001, llevan ese neoliberalismo transnacional a una nueva forma tecnoburocrática militarizada, dedicada a la guerra. Acentúa sus posturas mercantilistas en las negociaciones comerciales internacionales, por ejemplo en la misma Organización Mundial de Comercio, negándose a reducir o eliminar los subsidios que otorga a su economía, pero exigiendo que sus socios comerciales sí lo hagan. El auge económico y la sensación de superioridad ideológica y militar sobre el “comunismo”, se fundaban, como señalamos, en un proceso especulativo que subtendía y conducía a una crisis de sobreproducción, por la reducción drástica del trabajo en el reparto de la riqueza mundial. Las burbujas financieras se reventaron ya al final de la segunda administración Clinton, como señala Stiglitz: “La burbuja estalló. La economía entró en una recesión. Era inevitable que ocurriera: los días de los felices noventa se habían construido sobre unas premisas tan falsas que finalmente tenían que acabar... Pero lo que no era inevitable es que la recesión económica fuera tan larga y tan profunda como ha sido o que produjera tanto sufrimiento” (Stiglitz, 2003: 365). Notemos que, pese a sus retóricas neoliberales institucionalistas, las administraciones Clinton aceleraron el unilateralismo militarista de EE.UU.: “La administración Clinton no hizo mas que incentivar las insaciables demandas del

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Pentágono. En enero de 2000 –con la vista puesta en la elección presidencial de noviembre del mismo año- añadió otros ciento quince mil millones de dólares al plan quinquenal del defensa, que llegaba hasta 2005, un incremento mucho mayor que el solicitado por los republicanos. Se negó a firmar el Tratado de Ottawa sobre prohibición de minas antipersonales, puso objeciones a todas las cláusulas del tratado propuesto para el control sobre el comercio de armas ligeras que disgustaban a la Asociación Nacional del Rifle, y se opuso firmemente a vincular las florecientes exportaciones estadounidenses de armamento a criterios relativos a los derechos humanos y la democracia. La cuota estadounidense, que ya era la mayor del mundo en el mercado mundial de exportaciones de armamento, se hizo aún más grande: de un 32% del comercio mundial de armas en 1987 pasó a un 43% en 1997. De los ciento cuarenta países a los que dio o vendió armas en 1995, el 90% no eran democráticos o violaban los derechos humanos... y su proporción en el gasto militar global ascendió, de un 31% en 1985 a un 36% en el año fiscal 2000...”(Klare, 2003: 128). Ya con respecto a esa zona meso oriental, citada por ejemplo, el asesinato de Rabín por un militante de la extrema derecha israelí, (4 de noviembre de 1995) y la posterior provocación montada por Ariel Sharon en la Explanada de las Mezquitas (al poco de llegar después de meses de trabajo y descanso en el rancho de la familia Bush

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en Texas), su ascenso al poder y su política de confrontación y aniquilamiento de los palestinos, impidieron que la política Clinton para esa región prosperara. Esto nos pareció y nos parece, desde el principio, una actuación de Sharon como parte del grupo Bush, un claro ejemplo de cómo ha actuado este grupo que hoy encabeza el gobierno en EE.UU. Desde al menos la segunda mitad de la administración Carter, y sobre todo con las administraciones Reagan-Bush I, el nacionalismo militarista en EE.UU. supera el llamado “síndrome de Vietnam”, y se arropa de triunfalismo con la victoria sobre la URSS. Bush I afirmaba ese nacionalismo como centro de los procesos de globalización o mundialización, a partir de la guerra contra Irak. Militarmente, Clinton mantuvo el asedio para terminar de desestabilizar y desmembrar a la URSS y a Yugoslavia, y enfatizó el papel de la OTAN. Este presidente ya se sintió imperial en un sentido neo británico, dominado por “la locura pretenciosa de aquellos que creían solucionar todos los problemas económicos y sociales simplemente abriendo los mercados”33.

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“Si la fecha del 11 de septiembre es importante no es porque ha abierto una crisis que se acaba de cerrar con la derrota de los talibanes, sino porque pone fin a la larga década nacida con la caída del muro de Berlín y que ha estado dominada por la locura pretenciosa de aquellos que creían solucionar todos los problemas económicos y sociales simplemente abriendo los mercados. Pero ahora este período ha terminado, no hay que esperar una sabia vuelta a la razón, sino más bien la multiplicación de las calamidades y las catástrofes”. A. Touraine (21-12-2001).

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La postura de “nuevo” liberalismo sostenida por Clinton se desinfló, la aspiración a una hegemonía de “primero entre iguales” ha quedado atrás. EE.UU., como en el pasado, busca afirmarse internacionalmente con políticas unilateralistas que requieren, y son “inducidas”, por la hipertrofia de su aparato militar. Desafortunadamente para EE.UU. y el mundo, cuando en la historia se dieron circunstancias propicias para que aspirara a una hegemonía más profunda, ese país solamente disponía de ventajas relativas militarmente, pues en otros ámbitos como el económico o el ideológico político, a partir del 11 de septiembre de 2001, EE.UU. rápidamente pierde su “glamour” y liderazgo y acentúa y profundiza sus desventajas –en el intento mismo de hegemonizar. ¿Pretende Bush II, entonces, actuar contradiciendo sus palabras, es decir, engañando descaradamente? Todo indica que, efectivamente, la mentira se ha entronizado como método para alcanzar objetivos estratégicos: intentar establecerse como hegemón mundial, bajo la forma de un “imperio”, por una parte bíblico fundamentalista, y por otra parte posmoderno tecno/autocrático. Se trata del modelo de hegemonía “universalista” de Morton Kaplan, que corresponde aproximadamente a los precedentes en Roma, en el Sacro Imperio Romano, y en el Imperio Inglés: un solo estado universal, una sola ley y un solo ejército nacionales que funcionarían como instituciones universales. Un agresivo y ciego chauvinismo rige la ideología hoy en EE.UU. A partir del 11 de

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septiembre de 2001, EE.UU. impulsa con mayor energía su característico (pero exacerbado) nacionalismo militarista, que se observa simbólicamente, por ejemplo, en un culto histérico a la bandera. Cada casa, cada establecimiento comercial, cada oficina pública, cada recinto público o privado, cada actividad, toda la televisión y todo el cine, cada vehículo (de todo tipo), monumentos, y el paisaje, se han llenado de banderas nacionales. El fervor patriótico alcanzó y se mantiene en paroxismos sin precedentes. Ese patrioterismo es necesario para que prevalezca el “espíritu” guerrero, para que se pueda pensar totalitariamente y así pueda operar el intensificado autoritarismo, necesarios todos para el “triunfo”. Ese patrioterismo exacerbado se originó en el terror que siente la población de esa nación a partir del 11 de septiembre, y que el gobierno se encarga de “administrar”, como eje de toda la actividad pública y humana, en una guerra que, en opinión de esos mismos funcionarios, puede durar varias generaciones humanas. 3. Destruir el derecho internacional e instaurar el crimen mundial Las promesas de democracia y bienestar material del neoliberalismo globalista mostraron ser apenas falsas ilusiones que se desvanecieron con la renovada crisis económica de principios del siglo XXI. Tan pronto el grupo Bush retomó la presidencia de EE.UU. y ese país sufriera los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, el gobierno empezó a implementar una “estrategia imperial”, preconcebida probablemente desde

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cuando Nixon y Kissinger empezaron a luchar “clandestinamente” contra la decadencia hegemónica de EE.UU. Particularmente respecto al terrorismo, EE.UU. ha mantenido una de las dos posturas que señalaba Aron (el juez o el soldado), rechazando cualquier ubicación de los terroristas dentro de cualquier derecho que no sea la represalia (retaliation) violenta. Así por ejemplo, en el secuestro del buque Achille Lauro (octubre de 1985), ya notamos esta postura en el gobierno Bush I-Reagan: “...un estado (EE.UU.) escogió la opción militar, mientras que los otros dos (Italia y Egipto) llevaron a cabo una negociación paciente aunque extenuante. Desde el mismo comienzo, los Estados Unidos dijeron a Craxi que estaba “completamente opuesto a participar en cualquier forma de negociación”; posteriormente procedió a violar los derechos soberanos tanto de Egipto como de Italia y, peor aún, empleó la fuerza contra Egipto de una manera que estaba totalmente injustificada de acuerdo con el derecho internacional”(Cassese, 1989: 127). Este ejemplo se multiplicaba en EE.UU. desde la década de 1980, en numerosas otras instancias, entre las que podemos citar, también, la alianza de las potencias marítimas (EE.UU e Inglaterra), contra Argentina. O el caso de la agresión contra Nicaragua también en esa década.34 34

La condición humana se hunde ontológicamente con la expansión y dominio de la civilización “Occidental” (judeocristiana y greco-romana; posteriormente capitalista-

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La guerra terrorista contra el terrorismo de EE.UU. a principios del siglo XXI, instaura la “institución” de la guerra y la agresión violenta, como centros de la política, de la vida internacional y de cada nación y/o estado. Esta guerra viene envuelta en la ideología de la seguridad y está característicamente lastrada por el dilema de la seguridad: guerra/seguridad permanente, guerra /seguridad preventiva, guerra/seguridad sin límites, total y “despiadada” (el “enemigo” es definido como no humano y no tiene derechos como tal). La Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 reflejó la división del mundo en dos grandes campos político ideológicos, enfrentados en una guerra “fría”, que era “caliente en las periferias” y que durante cinco décadas instituyó el fanatismo unilateral de una mundovisión en blanco y negro, escatológica: capitalismo reformista o socialismo burocrático, capitalismo-socialismo. Entre esa fecha y, oficialmente hasta el hundimiento de la URSS, esa Declaración representó “un decálogo” para las dos imperialista), sobre todo a partir del siglo XX, porque la guerra y el autoritarismo del sector dueño del capital, predominan sobre y contra las aspiraciones y necesidades de la inmensa mayoría de la humanidad, incluyendo su dignidad y su paz. Conforme el capital triunfa sobre los recursos naturales, sobre las personas, las sociedades y los estados, va agudizando la crisis mundial, que hoy tiende a desbocarse. El “capital” y sus “representaciones institucionalizaciones formales” debe recurrir, cada vez más y preponderantemente, a procedimientos violentos para mantener esos triunfos, aunque sea al corto plazo –“plazo electoral” o “ciclo financiero”, por ejemplo.

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partes contendientes y para la humanidad. Según Pérez Luño (1991), la Declaración Universal de los Derechos Humanos marca un punto de arranque en el proceso, dirigido a que la efectividad y vigencia de los derechos humanos, a partir de los principios generales del Derecho, fueran permeando todo el Derecho Internacional. Al final de la Segunda Guerra Mundial, después de 50 millones de muertos en Europa y 30 millones de muertos en Asia, además de cientos de millones de heridos y desplazados y la destrucción de las principales economías –salvo la de EE.UU.-, las dos superpotencias triunfantes vistieron galas paladinescas, esforzándose en competir a todo nivel, no solamente en una carrera armamentista sin precedentes. La competencia político ideológica era tanto mayor cuanto que no se daba una confrontación militar directa entre las superpotencias. De ahí que cada una se esforzara al máximo para mostrar y demostrar (y así convencer a las poblaciones) su adhesión y promoción de “los primeros valores humanos” y de los “derechos humanos de todos los pueblos”, para así vencer al oponente –que también se arropaba en “libertad”, “democracia”, “igualdad”, “capacidad negociadora”, “defensoría/promoción de los derechos humanos”- (junto con “poder militar incontestable”). Que las prácticas no correspondieran con esas declaraciones, sin embargo “ocurría y se entendía” dentro de los marcos de definición de situación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y “se esperaba” que, con el correr del

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tiempo esas discrepancias entre prácticas y normas desaparecerían. Se trataba del triunfo de la “racionalidad humanista” (tanto socialista como capitalista), que se plasmaban en un sistema político militar internacional de equilibrio de poder, con dos superpotencias -EE.UU. y URSS-; y tres otras potencias nucleares –Inglaterra, Francia, R.P. China-, con derecho a veto, apoyadas en y por todos los estados del mundo (agrupados en grandes coaliciones o alianzas) y legitimadas institucionalmente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Es decir, prevalecía el principio de seguridad colectiva (uno para todos, todos para uno; derecho de veto si no de todos, de un “grupo representativo” –las grandes potencias o “grupo K”). También se trataba, no obstante, de un paso atrás en lo alcanzado con la Sociedad de las Naciones, en la que ningún país cuestionado podía votar en esos temas o asuntos que le implicaran. EE.UU. sin embargo, controlaba y orientaba los mecanismos e instituciones de la ONU, encargadas de la economía mundial, es decir, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y otros35. Si la URSS tenía capacidad militar equivalente a la de EE.UU., en lo económico su aporte al PIB mundial no superaba el diez por 35

Además, y esto es muy importante, la guerra económica no se incluyó en el “derecho de guerra”. Las citadas dos instituciones financieras pueden así participar directa y abiertamente en la planificación y ejecución de “ataques” y guerras económicas contra los “enemigos” de los países que controlan esas IFIs.

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ciento, sufría un bloqueo financiero comercial internacional e, internamente, padecía por los lastres del costo del aparato militar (para guerra estratégica y para las guerras periféricas), y del autoritarismo derivado de la “dictadura del proletariado” leninista, desvirtuada por la corrupción del Partido Comunista (PCUS). Por eso EE.UU. se consideraba hegemón mundial, al controlar (sin competencia europea o de las potencias del Asia del Pacífico) al mundo, con la excepción de los territorios y mercados soviéticos y, durante un tiempo, de la R.P. China. La crisis hegemónica de EE.UU. durante la década de 1970 no pudo ser aprovechada por la URSS, entonces, que más bien, en su intento por expandirse acabó acelerando un colapso históricamente crucial, porque no tuvo como consecuencia la destrucción del mundo, aunque haya resultado en el colapso y la devastación de la URSS, convirtiéndola en un gran “hueco negro” de la sociedad y la economía mundiales. Más bien, a partir del golpe neofascista en Chile, EE.UU. pudo aprovechar el impacto de su propia crisis en las periferias, sobre todo en América Latina, para empezar a recuperarse y retomar posiciones neocoloniales y neoimperialistas, por ejemplo sobre México y América Central, incluyendo “ajustes estructurales” generalizados para readaptar las economías e instituciones latinoamericanas a las preferencias y necesidades metropolitanas. Durante la Guerra Fría, cada superpotencia llegó a tener la capacidad para destruir termonuclear y bioquímicamente a su oponente

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(segundo golpe), en caso que éste iniciara un ataque (primer golpe). Nadie podía ganar una confrontación termonuclear y bioquímica generalizadas o mundiales; la especie desaparecería, junto con la mayoría de las restantes especies animales y vegetales (probablemente la inmensa mayoría de los mamíferos y otros animales con endoesqueleto); una intensa contaminación radioactiva y bioquímica del planeta duraría milenios. Ante ese “equilibrio del terror”, el recurso a fundar el sistema internacional sobre los instrumentos pacifistas de la ONU servía para garantizar que no ocurriría una tercera guerra mundial. La prohibición del uso de la guerra como instrumento de política internacional –al menos directamente entre las superpotencias- implicaba la afirmación/enunciación de un sistema internacional fundado en el derecho, no en la guerra. A su vez, es crucial notarlo, tal derecho se fundaba en aquel “equilibrio de terror”. (Cf. Bobbio, “Paz”). Esta situación duró hasta que el contexto histórico cambió, con el derrumbe y desmembramiento de la URSS. Sin embargo, durante la década de crisis de la URSS (1980) y la que siguió a su derrumbe (década de 1990), se mantuvo ideológicamente la postura centrada en la ONU, aunque EE.UU. empezó a actuar cada vez más unilateralmente, tanto en la primera guerra del Medio Oriente (ocupación militar de Arabia Saudita) como durante las dos administraciones Clinton. (Cf. Sánchez Rubio, 2003). El mantenimiento de los principios de la ONU, en

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medio de una creciente hostilidad hacia ella por EE.UU., coincidía con los citados reclamos posmodernos y neoliberales del “fin de las guerras” por el “fin de la historia” y la resultante “eternidad” del “mercado libre” y de la “democracia liberal”. Los sectores e intereses de la extrema derecha en EE.UU., quieren descartar y reemplazar a la ONU como institución mundial de convergencia y acción política, sobre todo entre las potencias con derecho a veto en el Consejo de Seguridad. Un paso importante en esto consistió en sustituir al incómodo Buthros Ghali por el “houseboy” de Annan. Otro es conformar coaliciones ad hoc para actuar y posteriormente arreglar las relaciones con las otras potencias y todos los países, bilateralmente o en la ONU (según convenga), involucrándoles en tareas designadas por EE.UU., y subordinados a sus necesidades e intereses. Las políticas de las administraciones Bush II se han orientado a destruir y desprestigiar la ONU, pero han encontrado cada vez mayor resistencia por la gran mayoría de miembros, y Washington, más bien, ha resultado el actor aislado y desprestigiado. La ONU declaró a los años de 1990s “década del derecho internacional”. Esos esfuerzos, sin embargo, se utilizaron inocentemente, o cínica y tergiversadamente, para justificar nuevas guerras y la aspiración neo imperialista de EE.UU. –fundada en el “derecho de guerra”- (dos guerras contra Irak, guerra contra Yugoslavia, y guerra contra Afganistán). EE.UU. no se adhiere a la Corte Penal Internacional, se aparta y rechaza prácticamente

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todos los tratados internacionales para el control de la guerra y del armamentismo “anti humano”, incluyendo: - el acuerdo ABM sobre defensas antibalísticas; - los acuerdos sobre no empleo de armas bioquímicas; - los acuerdos sobre no empleo de armas nucleares tácticas; y - los acuerdos contra genocidios, crímenes de guerra y de lesa humanidad, y ecocidios. La “doctrina de guerra preventiva” pretende justificar cualquier agresión que convenga a su interés, y basar las relaciones internacionales en el control/intervención militar de EE.UU. sobre todo el planeta. Se trata, en fin, de la “normalización de la guerra” como tejido fundante de un “orden” internacional imperialista centrado en EE.UU. La guerra contra el terrorismo de EE.UU. quiere romper el consenso que ubicaba al “mantenimiento de la paz mediante la acción internacional –negociadora y pacífica” en la cúspide de los valores políticos, y más bien pretende (o busca) instaurar la guerra y por consiguiente la ilegalidad arbitraria, agresiva destructiva, como procedimiento fundamental en las relaciones e instituciones políticas, psicosociales y económicas; individuales, grupales, comunales, cantonales, provinciales o estatales, nacionales, e internacionales. Robert Kagan, analista promotor de la guerra, sintetiza la postura ilegalista diciendo que,

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“Estados Unidos ejerce el poder en un mundo hobbesiano en el que todos luchan contra todos y no se pueden fiar de reglas internacionales ni del derecho internacional público”(R.Kagan, 2003). Esa ilegalidad militar arbitraria va acompañada por una legalidad internacional en el campo económico (la Organización Mundial del Comercio, OMC). Pero la implicación derivada de pretender destruir y “deslegitimizar” al derecho es, necesariamente, su sustitución por el “crimen”. Cometer un crimen sería entonces lo “legítimo” en el sistema internacional, y también en los ámbitos estatales y psicosociales. De donde se siguen varias consecuencias nefastas y autodestructivas, incluyendo: que la política, la economía, la sociología y la psicología se articulan mediante corporaciones autoritarias excluyentes y violentas, mafiosas. Resulta espeluznante (y peligroso) percatarse del carácter mafioso criminal que adquieren las instituciones (en primer término las empresas y los estados, pero también psicosocialmente), en esos ámbitos citados y en el conjunto de la vida humana. SIN DERECHO INTERNACIONAL PREVALECEN LA IMPUNIDAD, EL CRIMEN Y EL ASESINATO. Con del fin de la Guerra Fría, en EE.UU. la ideología y la política dominantes tienden a justificar y propiciar, respectivamente, la aspiración de ese país a dominar/controlar todo el planeta. El problema es que, explícitamente con Bush II, EE.UU. no ha podido articular una nueva

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posición internacional hegemónica, enmarcada en el derecho internacional, especialmente sobre las bases de ese derecho tal como se expresan en la ONU y en los principios de su declaración de los derechos humanos. Esos principios representan el “mínimo de humanidad” (Pictet, 1998) aplicable en todo tiempo, en todo lugar y en toda circunstancia. Al contrario, para buscar establecer una “hegemonía permanente”, EE.UU. ha apostado a la guerra permanente y a las ideas de “imperio”, y por tanto a la ilegalidad internacional como nueva “norma” para sus relaciones internacionales. Es decir, la ilegalidad internacional de EE.UU. –el recurso a la fuerza para dirimir diferencias y contenciosos- pretende arrogarse el valor de legalidad, contra la voluntad de todos los demás actores del sistema internacional. El problema es que la ley de la ilegalidad arbitraria no puede ser aceptada sino mediante la fuerza. Se trata de una maniobra lógicamente imposible, pues “derecho” y “guerra” son antitéticos: aquel sirve para solucionar negociada o arbitradamente las diferencias y problemas, la guerra sirve para imponer una voluntad a “otro/as”, pero no es útil para negociar. La ilegalidad que EE.UU. pretende imponer al sistema internacional, la ha venido ensayando en nuestras tierras. Ya a principios de la década de 1986, el gobierno de Ronald Reagan libraba una guerra ilegal contra Nicaragua: “...el gobierno estadounidense instauró entonces una red terrorista internacional de una amplitud sin precedentes. Si esta red

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cometió atrocidades incontables de un extremo a otro del planeta, reservó lo esencial de sus esfuerzos para América Latina. El caso de Nicaragua es indiscutible. Lo zanjaron la Corte Internacional de la Haya y las Naciones Unidas... la Corte de Justicia Internacional... falló el 27 de junio de 1986 a favor de las autoridades de Managua, condenando “el empleo ilegal de la fuerza” por parte de Estados Unidos” (Chomsky, 2003: 14-15). La ilegalidad que busca EE.UU. se ha apoyado en políticas unilaterales, como enunciaba la embajadora de Clinton ante la ONU, Madeleine Albright, al señalar que actuarían multilateralmente cuando pudieran, y unilateralmente cuando Washington lo considerara necesario. Este recurso a la violencia, el “caos” y la guerra, es esgrimido por EE.UU. para amedrentar a los demás actores internacionales y nacionales. Se trata de la conocida “teoría del loco”, desarrollada en la administración Nixon-Kissinger: “Resulta perjudicial presentarnos como gente razonable, racional o con sangre fría... Que ciertos elementos del gobierno federal puedan aparecer potencialmente imposibles de controlar puede contribuir a crear o a reforzar los temores y las aprehensiones de nuestros adversarios”36. Las guerras desarrolladas por la ONU y la OTAN durante la década de 1990 para desmembrar la Federación de Yugoslavia, fueron 36

Essentials of Post-Cold War Deterrence (1986) – citado en Chomsky, Op.cit., 27.

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conceptualizadas como “intervenciones humanitarias”, plenamente legales por su aprobación en la ONU, y dirigidas a eliminar graves violaciones a los derechos humanos, o a paliar situaciones extremas o de catástrofe humanitaria. Estas guerras causaron bajas entre la población civil serbia, por ejemplo, cuando se bombardea Belgrado; bajas consideradas como “daños colaterales” e inevitables de la “guerra humanitaria”. La defensa de los derechos humanos colocaba al infractor en la situación de no humano, lo que justificaba atacarlo y destruirlo, o atraparlo, juzgarlo, condenarlo y castigarlo. No es posible que en la “guerra humanitaria” exista reciprocidad entre las partes contendientes, pues una de ellas, la del violador de los derechos, no es “humana”. Se trata de una guerra de destrucción (Cf. Sánchez Rubio, 2003). Mucho “menos humana” será la condición del “enemigo” si se trata, no ya de eslavo/as blanco/as de Europa como en la desmembrada Federación Yugoeslava, sino de los Talibanes y, con ellos, la población inocente de indigentes afgano/as. Justamente la guerra contra Afganistán en 2003, marcó el tránsito desde la “guerra de intervención humanitaria” hacia la “guerra de venganza”, justificada en términos de la primera por la posición extremista fundamentalista del gobierno talibán. Esa guerra de venganza era una guerra contra el terrorismo. Una posición similar de “guerra total contra un enemigo al que no se reconoce como tal y con el que no se puede negociar” se puede encontrar en la definición de la “guerra contra el terrorismo”. La

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desposesión de humanidad y de derechos humanos que caracteriza ahora al “enemigo” (el “terrorista”), que es quien ataca por sorpresa a la población civil o a los ejércitos del país o localidad en cuestión, justifica su muerte y la muerte o sufrimiento de todas las personas que insistan en, por ejemplo, seguir viviendo en la ciudad de Fallujah, Irak, cuando inmediatamente después de ser reelecto (Noviembre de 2004), Bush II la ataca, buscando eliminar la guerrilla de Al-Zarkawi, supuestamente allí atrincherada. La “guerra contra el terrorismo” posterior al 11 de septiembre de 2001, es la continuación, entonces, en este sentido crucial, de las “guerras humanitarias” –y de sus correspondientes teorizaciones- de la década de 1990. La justificación para la guerra preventiva aparece rodeada de tinieblas sangrientas, confirmadas desde que Bush II anunció, ante las cámaras legislativas de su país, el asesinato clandestino de unos 3.000 “terroristas” en los meses posteriores al 11 de septiembre de 2001, con el establecimiento del régimen de campos de concentración en Guantánamo y otros lugares, con las torturas en las cárceles de Irak, con el encarcelamiento ilegal y secreto de cientos de personas en muchos países de mundo, por parte de agentes de EE.UU. Se confirmó también cuando el ministro de guerra Rumsfeld tergiversaba el método hipotético deductivo para justificar este tipo de guerra. Empleaba “procedimientos” y argumentos comparables con los utilizados por la Inquisición Católica en Iberoamérica durante la dinastía

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Hasburgo: se captura a alguien por una denuncia o por mostrar algún “comportamiento o expresión peligrosa”, y se le acusa de algo (herejía o planeamiento o ayuda a un atentado terrorista). Si no confiesa es por su gran maldad e insistencia en el pecado o en su ser terrorista, de manera que se le tortura hasta que confiese lo que el Inquisidor quiere que confiese. Entonces la “justicia” está a salvo y se procede a quemar viva a la víctima... 4. Ilusiones de imperio eterno y rapacidad imperialista En su formulación, la “aspiración hegemónica” de EE.UU. ha sido concebida y descrita con los rasgos monolíticos y totalitarios que encontramos en las concepciones filosóficas y jurídicas de “lo imperial”. Esto va de la mano con las “inevitabilidades estructurales”, no ya desde el marxismo en sus versiones mecanicistas, sino desde el “neoliberalismo” y el “globalismo” (Cf. Saxe Fernández & Brugger, 1997; Saxe Fernández, 1999). Más recientemente, esas versiones imperiales son sobre todo militaristas y guerreristas –para organizar regímenes internacionales de “tributos” (tributarios). Se trata más bien del “imperialismo” o capitalismo decadente “renovado”, o mejor, “retomado”, pues consiste en revivir las tendencias, interpretaciones y más bien características de los períodos decimonónicos37, que condujeron a la I Guerra Mundial, al colapso financiero de 1929, a las crisis (económicas y 37

un sistema internacional de Imperios como Inglaterra, Rusia o Francia, y “democracias” imperialistas como EE.UU.

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militares) de la década de 1930, a la II Guerra Mundial, a las guerras de EE.UU. contra Corea y Vietnam, a la Guerra Fría –incluyendo las confrontaciones en el “Tercer Mundo”.. A partir de setiembre de 2001, EE.UU. quiere instaurar un sistema internacional ilegal y de inseguridad (toma de riesgos). Se trata de una regresión histórica, institucional y juridica, señala Ferrajoli (2004), a épocas decimonónicas donde los estados imperialistas emplearon la guerra como instrumento de proyección de poder, entre ellos y contra los países que querían “incorporar al régimen económico liberal”. Con el fin de la Guerra Fría acabó un sistema internacional de seguridad, fundado en el equilibrio de fuerzas y el principio de ilegitimidad de la guerra como instrumento de política internacional. Con la guerra contra Irak en 1990, Bush I indujo a que la ONU aceptara el uso de la guerra para solucionar un problema internacional. La organización internacional se traicionaba a sí misma y a su razón de ser. Se trataba de nuevas versiones de la doctrina de la “guerra justa”, que fueron ampliadas durante la guerra contra Yugoeslavia, en la forma de “guerra humanitaria”, y contra Afganistán en 2001 como guerra de venganza. La aspiración hegemonista o “imperial” busca destruir el sistema de estados nacionales, lo cual supuestamente coincide con las tendencias económicas del “globalismo”. Se terminaría un sistema internacional organizado con base en unidades discretas y antitéticas (los estados, sobre todo las potencias), que operarían en “entornos de

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anarquía” (ausencia de poder central mudial). Sería reemplazado por un sistema “universalista”, con una autoridad central que monopolizaría el empleo de la fuerza. Es el Leviatán hobbesiano, enarbolado por los ideólogos de este imperialismo, con posturas de nuevo social darwinismo. Sin embargo, esa aspiración imperial se frustra constantemente en cada avance que logra, porque solamente puede obtener algunos beneficios el mismo EE.UU., mientras que los otros actores internacionales casi solamente obtienen pérdidas. De estado que ha usufructuado privilegiadamente el orden internacional posterior a la II Guerra Mundial, EE.UU. ha pasado a tener que actuar como agente ilegal, recurriendo a la amenaza o uso de la fuerza para intentar apoderarse de los recursos e instituciones que le permitirían imponer su voluntad al planeta de forma eterna. Se trata de un estado “revisionista”, un “retador” que busca destruir el sistema internacional basado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos como principio constitucional. En el caso de EE.UU., se trataría de un retador universalista, que busca defender su incapacidad estratégica y hegemónica. EE.UU. como hegemón es un fracaso, la tendencia es a que la mayoría de los países y personas del mundo tengan más costos que beneficios derivados de su supuesta hegemonía. La tendencia militarista va acompañada por políticas que favorecen exclusivamente los intereses nacionales de EE.UU., en detrimento de los intereses de los demás actores. Como otros retadores

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internacionales, centra su aspiración en el empleo de la violencia en todas sus variantes. En la hegemonía universalista que busca EE.UU., la centralidad jurídico institucional ideológica de la persona humana, es reemplazada por el empoderamiento de un nuevo sujeto, la mercancía. Es la lex mercatoria (Cf. Herrera y Médici, 2005), articulada en la institución internacional más efectiva actualmente, la Organización Mundial del Comercio. Esta organización y el régimen mercantil, han sido construidos para ubicar a las corporaciones transnacionales metropolitanas (CTMs) de EE.UU. y las otras grandes potencias, como los verdaderos “sujetos” y “ciudadanos” del planeta “globalizado”, con poderes y capacidades de soberanía y dominación. Un mundo corporativizado no puede ser democrático ni puede en él existir algo como “derechos humanos”, porque la corporación es jerárquica, autoritaria y orientada por el principio de la ganancia. Como complemento al nuevo papel central de las mercancías en el sistema internacional, EE.UU. y las CTMs, sobre todo, emprenden campañas para debilitar las instituciones internacionales y nacionales del derecho, sobre todo el humanitario y los derechos humanos. E.W.Lefever, quien fuera postulado por Reagan para encargarse del área de derechos humanos, en 1999 sostenía que EE.UU. era “la potencia más poderosa de la historia, América (sic) tiene una obligación correspondiente con su capacidad, para levantar a un mundo caído pero no desesperado (o sin esperanza)”. Se trata de

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responsabilidades “imperiales”, que el autor explora en las nociones de “imperio” e “imperial”. Sostiene que, contrariamente a sus connotaciones peryorativas, se trata de términos y nociones “moralmente neutrales”. Indica que algunos poderes imperiales como la Alemania nazi o la Rusia soviética eran terriblemente malos. Pero que otros poderes imperiales han sido “benevolentes”, como Roma o Inglaterra. Dice que, a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. ha venido cumpliendo ese papel imperial benevolente, y que debe seguir cumpliéndolo (Cf. También Bishai, 2004). A partir de una analogía con el caso de Las Filipinas en 1899, J. Saxe-Fernández ha discutido la “toma” de México por EE.UU. a partir del fin del gobierno de López Portillo, en términos de una “absorción benevolente” que oculta la violencia imperialista de Washington (Saxe-Fernández, J. 2004). Durante la década de 1990, sobre todo en las administraciones Clinton, Saxe-Fernández señala que operaciones como las realizadas contra México no fueron “benevolentes” sino fundadas en el fraude y la usurpación violentas, similares a las empleadas por EE.UU. durante su expansión decimonónica sobre el territorio de América del Norte. Y con la actual guerra contra el terrorismo, cada vez resulta más difícil encontrar los aspectos “benevolentes” de la política internacional de EE.UU. Pero la campaña publicitaria a favor de interpretaciones “imperiales” tiene otros voceros. A partir de las especulaciones del globalismo y las teorías del “fin de la historia”, el filósofo italiano

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Negri (Cf. Hardt & Negri, 2002), sostiene que “el siglo XXI ha amanecido con un solo mundo” en el que desaparece la anarquía de la “exterioridad”; lo “internacional” es subsumido en un “interior” excluyente y totalitario, pues “fuera de él no hay sino caos”. Habría una sola “humanidad”, una forma capitalista de producción, un solo mercado, un solo poder, “que por ser universal no tiene localización”. El “Imperio” resultante sería un “Sistema Global”, en sentido luhmanniano. Es decir, una estructura cerrada que nace del establecimiento arbitrario de un límite entre un espacio interno y otro externo. “Todo lo que” se encuentre en el espacio interno está/es “organizado”, “todo lo que” se encuentre en el espacio externo está/es “caótico” –“para existir”, lo externo debe hacerse interno. La energía cohesionante de ese Sistema Global, definido según Niklas Luhmann (1996), residiría en que, “es la única instancia que otorga existencia a los elementos que lo constituyen”. Por ser “definidor” y “constituyente” de lo “interno”, señala Negri, el actual Imperio tiene una vocación universalista. La “vida interna” del Sistema se basa en crear redes de comunicación que aseguran la cohesión de los elementos componentes, en una “estructura flexible” que permite la integración de elementos provenientes de lo “externo” “El tipo de organización que representa el sistema es, sin duda, el más potente que imaginarse pueda. Para comenzar, el sistema da carta de naturaleza a los elementos aislados que existen solo en la medida en que se integran a él. Como no se plantea objetivos, el

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sistema no puede fracasar en su consecución, pues no hay desviación entre lo que debería haber conseguido y lo que de hecho ha conseguido. El sistema se manifiesta siempre bañado en la luz del triunfo.38 El hecho de su capacidad para producir estructuras flexibles hace que el sistema sea prácticamente indestructible. Las fuerzas disgregadoras que podría albergar en su interior son simplemente reordenadas en nuevas estructuras que afianzan la organización sistémica, lo que actúa como barrera contra futuras amenazas. Aún en el caso de que esas fuerzas disgregadoras no pudieran ser integradas, el sistema no sufriría, pues simplemente serían arrojadas al entorno caótico, desde donde tendrán que iniciar de nuevo el camino de retorno hacia la integración. Por ser el sistema un todo que no puede concebirse más que como un universo que no permite existencia alguna fuera de sus márgenes, la única posibilidad de su destrucción ha de adoptar la forma de una catástrofe absoluta, una implosión que deshaga su estructura de tal modo que sea imposible recomponerla. Evidentemente, la inmensa mayor parte de los elementos que componen el sistema y de los que tratan de integrarse desde el entorno no pueden prever consecuencias positivas de la desaparición del sistema, toda vez que éste elimina cualquier posibilidad de alternativa 38

Lo enfatizado anteriormente es similar a los planteamientos de Anselmo de Canterbury: que dios es aquello mayor de lo cual nada puede pensarse.

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que no sea una reestructuración del sistema mismo”(Cf. L.Florido. http://aparterei.com). Petras (2001) examina los presupuestos económicos y políticos de ese pretendido “imperio” luhmanniano de Hardt y Negri, mostrando las deficiencias conceptuales que manifiestan sus proponentes, incapaces de analizar las instituciones políticas y sobre todo las económicas que, en vez de rasgos “imperiales absolutistas” muestran características de renovado imperialismo del capital. El supuesto y la capacidad de “flexibilidad” no caracterizan ni a las CTMs ni a la aspiración hegemónica de EE.UU., sin embargo. Más bien, estas tendencias destacan el carácter absolutista que poseería el tal imperio, que le tornaría “indestructible” (como todos los imperios previos, agreguemos). Además, desde la perspectiva de postulación de “imperio”, las tendencias entrópicas y desintegradoras, las amenazas, los peligros y los colapsos sociales y ecológicos no pueden ser ni imaginados, ni “vistos”, ni comprendidos. La mediación militar policiaco represiva sería “exigida” por la nueva Necesidad Universal (colapsos) tanto como por los nuevos “sujetos” del derecho, las CTMs y los portadores y dueños de armas. Antes que un imperio perfecto y eterno, se trata de un Leviatán sangriento que enfrenta enemigos y tendencias rebeldes cada vez más “fuertes”. En cambio, para los teóricos del imperialismo anglosajón “benevolente”, se trataría de un “autoritarismo flexible”, otro retruécano y estrambótico par de conceptos imposible, similar a la cuadratura del círculo que significan la

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“gobernabilidad” o el “desarrollo” (Cf. E.Saxe Fernández 2005; Carmen, 1996). En todo caso no pueden EE.UU. y el capitalismo tardío decadente, ni siquiera pretender que buscan ejercer un “despotismo ilustrado”. Los colapsos ecosociales tanto como la militarización para enfrentarlos, de forma similar a como sucediera con Esparta redundan en menos “ilustración”, en fanatismo y en discursos dogmáticos. Además, lo “externo” de la situación actual se encuentra imbricado a todo nivel y en todo ámbito, con lo “interno”. Las personas y estados “fuera de la ley” de la guerra, y el correspondiente diktat (dictadura), tienden a ubicar, en lo “interno”, solamente a los mismos ejércitos y aparatos de seguridad de EE.UU., que controlarían militarmente a todo/as las demás personas. Por eso resultarían más adecuadas, entonces, analogías de las administraciones Bush II con los regímenes de Franco en España o de Pinochet en Chile. La comparación de EE.UU. con Roma se ha puesto de moda entre periodistas y “analistas” en EE.UU. (como anteriormente en todos los intentos imperiales e imperialistas en ese y en otros países euro americanos, incluyendo Rusia), aunque el “modelo” del imperialismo de EE.UU. ha sido y sería más bien el inglés. Se ha enfatizado, por supuesto, que el rasgo de “mayor similitud” entre el imperio romano y el “imperio americano”, se encuentra en la dimensión militar: “Roma era la superpotencia de su tiempo y se enorgullecía de tener un ejército con el mejor entrenamiento, dotado del mayor presupuesto

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y con el mejor equipamiento militar que el mundo hubiera visto. Ningún ejército se le acercaba ni de lejos... Estados Unidos es ahora una potencia dominante igual que lo era Roma entonces” (J.Freedland, citado en Montoya, 2003: 338). También económicamente habría una similitud entre la rapiña y devastaciones sociales y ecológicas actuales, y las provocadas por el esclavismo romano posterior a las Guerras Púnicas, cuando los militares finalmente, con Julio César desplazan al Senado39. A nivel social político, incluyendo lo religioso, los romanos y helenos eran muy diferentes de cristianos, judíos y musulmanes. Había libertad de culto y respeto de identidades nacionales y étnicas. Más bien, convivían diferentes religiones, bajo la voluntad de la divinidad imperial encarnada (emperador). Fue durante la decadencia del imperio romano, que prevalecieron las tendencias esclerotizantes. Esto sucede cuando el cristianismo se convierte en la religión oficial imperial, y se tienden a imbricar y a confundir imperio e iglesia. Para entender cómo EE.UU. se viene convirtiendo en un país autoritario y centrado en los militares, los policías y los espías, las comparaciones históricas pueden resultar ilustrativas y, como señalamos, hay sectores que 39

Con la devastación de Cartago y la adopción del modelo agrícola púnico de gran hacienda, se destruyó la sociedad agraria latina, provocando emigración del campo a la ciudad, y que los campesinos se alistasen como soldados. Julio César obtiene recursos para pagar sus ejércitos y superar al conjunto de fortunas de sus opositores, saqueando las Galias y vendiendo su población a la esclavitud.

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impulsan los sueños imperiales con ropa texano washingtoniana y en “discurso” de nuevas Grecias y Romas. Si hacemos referencia a una imagen de esas antigüedades heleno romanas mínimamente “científica”, y consideramos la pólis lacedemonia, notamos que Esparta originalmente adquirió fama y poderío por su liderazgo artístico (escultura o poesía, por ejemplo), y que con las llamadas guerras mesenias consolidó su hegemonía sobre el Peloponeso pero, para mantenerla, se militarizó estructuralmente (para controlar la población perieca y esclava) y a partir de entonces se convirtió en un “campamento militar”. Los ciudadanos eran educados para obedecer y funcionar como ejército. Luego, notemos que es prácticamente una “costumbre”, en el análisis de la política internacional, establecer la analogía entre la antigua Grecia y el proceso histórico de EE.UU. (o, anteriormente, de Inglaterra o Francia). En esos modelos, y refiriéndose a las similitudes de la Guerra del Peloponeso y la Guerra Fría, EE.UU. era analogado con Atenas, y la URSS con Esparta. Tal era el caso de Kissinger, quien infería entonces el triunfo espartano/soviético a largo plazo, sobre las polis democráticas e ilustradas de AtenasEE.UU. El triunfo de EE.UU. en la Guerra Fría revela su militarización. Hoy EE.UU. tiende a adquirir más rasgos espartanos que atenienses40. 40

A la Mesenia esclavizada por lacedemonia corresponderían claramente las regiones hispanoamericanas de las que EE.UU. se apodera durante el siglo XIX, y la América Latina que domina durante el XX.

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Algunas afirmaciones de funcionarios de la administración Bush II (recogidas por Menéndez del Valle, 2002), se dirigen a propagar justamente esa idea de “imperio” -mientras que, en medios ideológicos, académicos y políticos oficialistas, se evita cuidadosamente toda mención al “imperialismo”. La ministra de exteriores de la segunda administración Bush II, Rice, sostenía en agosto de 2002 que: “Los Estados Unidos deben partir del suelo firme de sus intereses nacionales y olvidarse de los intereses de una comunidad internacional ilusoria”. La ministra adopta una postura militarista o “realista”: ella y su gobierno se encuentran en “suelo firme”, mientras que las instituciones internacionales y el derecho serían “idealistas”: fundamentan su política exterior en una dimensión “ilusoria”. La “realidad” es concebida por lo/as teórico/as realistas como ejercicio del poder, en primer término el militar. La guerra es el principal instrumento de política internacional para el realismo desde Tucídides y Maquiavelo hasta Morgenthau y Waltz. La ministra Rice, como estudiosa de las relaciones internacionales es consciente de esta implicación. Es ridìculo, sin embargo, pretender que la guerra sea un “suelo firme” para la vida humana. Los colapsos ecosociales “justifican” esa posición guerrerista del capitalismo tardío centrado en Washington, pero en el caso de la ministra Rice, que no sabemos si comprende la actual condición de colapsos ecosociales mundiales, se trata de

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posturas político ideológicas similares a las de Churchill o Hitler durante la década de 1930. ¿Una muestra del “realismo en política internacional” (“científico”) en el Ministerio de Exteriores de EE.UU., serían sus falsas afirmaciones sobre la existencia de “armas de destrucción masiva” en el Irak de Sadam Hussein? (Cf. Buncombe, 2004; Casson & Brooks, 2004a y 2004c). Otro alto funcionario, el ministro de guerra Rumsfeld, afirmaba, antes de la invasión contra Irak que: “No importa que no nos apoyen. Una vez que empecemos nosotros, todos nos seguirán”. No ha sido así, sin embargo. Más bien, la coalición invasora se ha ido desintegrando, costándole muy caro a los dirigentes que, como Berlusconi, han sido obligados por Bush a mantener sus tropas en Irak. El aislamiento internacional de Washington ha aumentado más que disminuido. También el viceministro de exteriores de la primera administración Bush II, Armytage, perteneciente a sectores supuestamente más negociadores (entiéndase, dispuestos a recurrir a las instituciones internacionales), el 1 de septiembre de 2002, sostenía que: “Tenemos mucha más influencia, poder y prestigio que ninguna otra nación en la historia. Eso provoca envidia”. Los motivos psicosociales del rechazo al gobierno de Bush II y a las políticas internacionales de EE.UU., sin embargo, no provienen de la “envidia”, sino más bien del rechazo que provoca la presencia del matonismo, la prepotencia, y la violencia e irrespeto a la vida y la dignidad de personas, grupos, y naciones. En lo

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que toca al “prestigio”, nunca EE.UU. ha tenido más descrédito mundial que hoy. Finalmente, el mismo presidente todavía cree que: “Estados Unidos es el único modelo de progreso humano que sobrevive”. Casi no hace ya falta destacar el exclusivismo explícito en la noción de “modelo único”, que el neoliberalismo globalista institucionalista ha machacado en sus campañas propagandísticas. Tampoco hace falta destacar, ni el fracaso de tal modelo, ni el crecimiento de alternativas de todo tipo (“otros mundos”). El guerrerismo realista, el matonismo y el exclusivismo, son parte de esa esa “ilusión imperial” alimentada como ideología justificadora y orientadora en los medios políticos, académicos y propagandísticos. Encontramos la “ilusión”, el autoengaño que sufren los grupos cerrados, en la segunda administración Bush II. El grupo se ha cohesionado con la separación de Powell, alrededor de “yesmen” y “yeswomen” (siempre dicen que sí al líder, rechazan las críticas ad portas), en un “gabinete de guerra” en el que prevalecen las voces e intereses más guerreristas y unilateralistas. Han desarrollado un “groupthinking” (pensamiento grupal) que aísla y filtra “lo externo” a la euforia neoengadinesca41, de intereses privados –por ejemplo petrolerosexpresándose/basándose en la guerra permanente.

41 Me refiero a las montañas de la Engadina, donde Nietzsche pensara al Superhombre (“Superman” en inglés) y donde Hitler lo invocara.

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5. La estrategia del terror: el caso de las nuevas doctrinas de EE.UU. para el empleo de armas termonucleares y bioquímicas. Las consecuencias de la estrategia agresiva de EE.UU., y las carreras armamentistas que suscita, pueden observarse, por ejemplo, en el cambio que se realiza en la política o postura sobre las armas termonucleares. En marzo de 2002, el profesor investigador de la universidad Johns Hopkins, William Arkin, publicó en el diario Los Ángeles Times, un informe sobre la nueva “Nuclear Review Posture” (Revisión de la Postura Nuclear) (RPN) El documento estaba firmado por el ministro de guerra Rumsfeld y era sancionado por el presidente Bush II, quien afirmaba: “...nos guardamos todas las opciones sobre la mesa, porque queremos dejarle claro a todas las naciones que nadie amenazará más a los Estados Unidos ni utilizará más sus armas de destrucción masiva contra nosotros.” Es claro que el armamento termonuclear ha sido el más importante para EE.UU. y por eso una declaración sobre él puede y tiende a ser general, para referirse a la postura militar general de la administración de Bush II. Cuatro indicadores de las políticas recientes de Washington nos revelan cómo se torna extremista y agresiva la estrategia militar termonuclear. El gobierno ha procedido a ordenar: 1) Producción y uso de armas nucleares de baja potencia para destruir complejos subterráneos (Earth Penetrating Weapons –EPW- armas para penetrar la tierra);

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2) Reinicio de producción de un conjunto de elementos necesarios para la fabricación de armas nucleares; 3) Aceptar reducir el número de armas nucleares “listas” para ser lanzadas, mas no destruirlas, sino desmontarlas y colocarlas en bodegas en situación “responsive” (disponible); y 4) Abrir la posibilidad de reemprender las pruebas de armas nucleares, justificándolo por la necesidad de comprobar el buen estado de viejas bombas. Sobre el tercer punto, Thomas Cochran, analista del Natural Resources Defense Council, dijo que, “la administración Bush planea conservar un potencial que le permita desplegar no más de 1.700 a 2.200 armas, pero ciertamente con 15.000 ojivas nucleares”. Adicionalmente, EE.UU. abandona el compromiso de no atacar con armas nucleares a un país no nuclear, y el empleo de armas químicas o biológicas contra EE.UU. justificaría, de acuerdo con el Pentágono, respuestas con armas termonucleares. Según H. Kempf (2002): “El complejo de producción (militar; ESF) es reactivado vigorosamente y, sobre el plano de los conceptos, el arma nuclear tiende a ser banalizada, tanto en su empleo táctico eventual contra escondrijos subterráneos como por habérsela hecho equivalente a las armas biológicas y químicas. Este cambio está acompañado por un rechazo absoluto a los tratados de control de armamentos, los Estados Unidos se abstuvieron de enviar un

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representante a la conferencia del tratado sobre los ensayos nucleares que se realizò en Nueva York (en noviembre de 2001; ESF), mientras que en diciembre (EE.UU.; ESF) se retiraba de la convención sobre las armas biológicas”. Por su parte, Andrés Ortega del diario español El País, comentaba sobre la nueva “doctrina estratégica termonuclear” de EE.UU. en los siguientes términos: “La filtración del documento secreto, enviado al Congreso y preparado por el Pentágono y otros departamentos de la Administración no parece ser casual. Es algo más que un globo sonda. El pasado 21 de febrero, el subsecretario de Estado para control de armamentos y seguridad internacional, John Bolton, ya había declarado, aunque pasó inadvertido, que EE.UU. estaba abandonando su compromiso de no utilizar armas nucleares contra Estados no nuclearizados (salvo que actuaran en alianza con una potencia atómica), una ampliación a la doctrina de no renunciar a ser el primero en usar este tipo de armamentos en caso de conflicto. De confirmarse, la nueva doctrina socavaría el Tratado de no Proliferación Nuclear, que no ha sido un éxito total, pero que ha contribuido a frenar la proliferación, bajo la condición de que los firmantes no serían atacados con armas nucleares, y los que las tienen reducirían drásticamente sus arsenales. En el documento filtrado, se nombra como objetivo potencial a los tres Estados del llamado por Bush eje del mal –Corea del Norte, Irán e Irak-, junto a

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Libia, Siria, China y, en un principio –pues después Washington pidió disculpas- Rusia... Lo que es relativamente nuevo en la Revisión de la Postura Nuclear es la pretensión de Norteamérica de desarrollar microbombas atómicas que se podrían utilizar con una resultante precipitación y contaminación radioactiva mucho menor” (24 de marzo de 2002). El problema, por supuesto, es asumir que una gran potencia nuclear y sobre todo una potencia no nuclear, atacada con esas microbombas no va a responder empleando todos los arsenales a su disposición, o que va a repetir los errores de Hussein en la primera Guerra del Golfo de Bush I. Tanto Irán como Corea del Norte tienen cohetes con un alcance de hasta 3.000 kilómetros de radio, apuntando a las fuerzas navales de EE.UU. ubicadas en el Golfo Pérsico y en Corea del Sur y Japón, respectivamente42. 6. Resistencias, costos y limitaciones a la aspiración hegemónica de EE.UU. Que EE.UU. plantee como su estrategia central la guerra preventiva para consolidar una aspiración hegemonista, lanza a todos los demás actores internacionales por la lógica de ese tipo de estrategia. Supuestamente, la hegemonía o 42

Sin embargo, el presupuesto militar de Corea del Norte es diez veces menor que el de Corea del Sur, el cual, por su parte, es tres o cuatro veces menor que el Japonés, que, a su vez, representa apenas un diez (10) por ciento del presupuesto militar de EE.UU. La “amenaza coreana”, como la iraquí, se basan en la ignorancia sobre los dispositivos militares de EE.UU.

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“Imperio” está y estará en manos de quienes posean capacidades para librar con éxito una guerra preventiva global y permanente. EE.UU. aspira a disponer de sistemas de armamentos hasta cinco generaciones más adelantadas que los de sus más cercanos competidores. Esta pretensión es no obstante muy optimista, habida cuenta de las dificultades que enfrenta en Afganistán, Irak, así como en muchos otros países que también entran en la dinámica de la nueva guerra, en dos direcciones: unos gravitando hacia EE.UU., otros buscando alejarse o independizarse43. En términos generales, incluso en sus mejores aliados e incluso internamente, incluso dentro de los partidos políticos “oficiales” (Republicanos, Demócratas y de Consumidores), enfrenta creciente rechazo y resistencia. Por ejemplo, el pasado 30 de julio de 2004, el gobierno inglés se quejaba ante el ministro de exteriores de EE.UU., porque las empresas inglesas se han visto imposibilitadas de participar en el “reparto” de contratos en Irak. A nivel social ese rechazo ha aumentado notablemente; a nivel político y militar también,

43

El caso de España es ilustrativo: durante la presidencia del Partido Popular, el presidente Aznar se alió fuertemente con Washington y supeditó el aprovisionamiento de algunos tipos de carros de combate a empresas de EE.UU. que se están instalando en ese país ibérico desde 2003; mientras que el gobierno de Partido Socialista Obrero Español (PSOE), con Zapatero en la presidencia del gobierno, se ha apartado de la coalición organizada por EE.UU. contra Irak, y los contratos de compras armamentísticas a esas empresas de EE.UU. instaladas en España se convierten en un problema para los estrategas político militares del nuevo gobierno ibérico.

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tanto interna como, sobre todo, internacionalmente. El grupo dirigente en EE.UU. parece considerar necesario desestabilizar al mundo más allá del impacto de los colapsos ecosociales, desarrollando engañosas políticas “preventivas” (ataques sin previo aviso; ataques basados en mentiras sobre el o los supuestos “potenciales agresores”), contra cualquier actor institucional, grupo, nación o persona, que los dirigentes washingtonianos consideren hipotéticamente “peligroso” o “amenazante”. Cualquier guerra o ataque “preventivo” es una guerra o un acto “de agresión”, de acuerdo con el derecho internacional de guerra y con los derechos civil y penal de la mayoría de las naciones. La última potencia que utilizó esta estrategia para aspirar a la hegemonía mundial fue el Tercer Reich de Alemania. Las terribles consecuencias de esa aspiración durante las décadas de 1930 y 1940, deberían servirnos de advertencia sobre qué espera a la humanidad, incluyendo al grupo dirigente en Washington, en el futuro cercano. La prohibición de la guerra que ahora el gobierno de Bush II quiere borrar, es básica para enfrentar los colapsos ecosociales. La estrategia seguida por el gobierno de Washington genera tensiones crecientes con un número cada vez mayor de países e instituciones, incluyendo las grandes potencias (Unión Europea, Rusia, R.P. China, India, Brasil). Así, por ejemplo, respecto a la nueva doctrina nuclear de Bush II, en la UE hay preocupación:

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“El cambio de la hiperpotencia americana coloca a las otras potencias en una situación delicada, empujándolas paradójicamente a elevar su nivel de armamentos para no verse condenadas a una inferioridad mayor que la actual, que ya es inmensa. La posición de Europa –que cuenta con dos potencias nucleares, Francia y Gran Bretaña- es particularmente incómoda: observa cómo se crea un nuevo punto de divergencia con los Estados Unidos. Después de la tentativa de Chirac de reiniciar los ensayos nucleares en 1995, Francia y Gran Bretaña han adoptado una posición a la de Estados Unidos durante la administración de Bill Clinton: moratoria de ensayos, acordar una reducción del arsenal nuclear, y participación activa en las negociaciones de control de armamentos. La desunión que reaparece con Estados Unidos constriñe a París y a Londres a escoger: ¿Aceptar sin decir una palabra esta nueva actitud o afirmar su desacuerdo buscando, como en el caso de la negociación climatológica, una alianza con los países del Sur y del Este para aislar a Estados Unidos”(Kempf, 2002). Efectivamente, para la discusión del Tratado de Kyoto o de la Corte Penal Internacional, o las negociaciones sobre armamentos de destrucción masiva, o incluso la eliminación de minas antipersonales, EE.UU. se queda aislado de la gran mayoría de los otros países, en particular la UE, Rusia, China, India, Brasil, así como muchos otros.

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Esta emergente “hiperpotencia” europea, pese a estar ocupada miltarmente, a sus divisiones internas notorias en la guerra contra Irak de Bush II, y pese a su dependencia petrolera, sin embargo se consolida como el principal mercado mundial (con más del 40 por ciento del comercio mundial y un PIB similar al de EE.UU. y asociados de América del Norte, Centroamérica y el Caribe), establece una moneda de reserva que compite exitosamente con el dólar de EE.UU., y también se expande al agregársele la mayor parte de la antigua “Europa del Este” soviética, e incluso las repúblicas bálticas. También entra en una carrera armamentista con EE.UU., con la creación de una fuerza de despliegue rápido de cien mil soldados y acelerando e integrando la producción industrial militar. 7. El sistema Galileo Un ejemplo de las aspiraciones estratégico militares europeas lo constituye el sistema Galileo. En su cita de Barcelona en marzo de 2002, la UE acordó continuar y acelerar el Proyecto Galileo, que implicará la independencia estratégica en Comando, Comunicación, Control e Información (C3I), mediante un sistema satelital capaz de competir con el del Pentágono (Global Positioning System; GPS) (El sistema GLONASS “fue dañado” y apenas puede operar sobre la mayoría del territorio de la antigua URSS). Según informaba explícitamente la Agencia Espacial Europea el 26 de marzo de 2002, bajo el título Galileo gets the go ahead, el sistema Galileo “está destinado a competir con el GPS estadounidense”:

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“El sistema Galileo consistirá de 30 satélites (27 en operación y 3 de reserva), desplegados en tres órbitas circulares geoestacionarios a una altitud de 23.616 Km. y una inclinación de 56 grados del ecuador. Esto ofrecerá una cobertura excelente del planeta. En Europa se establecerán dos Centro de Control Galileo para monitorear la operación de los satélites y administrar el sistema de navegación”. El sistema Galileo, indica Carlos Elías (2002), “...permitiría a Europa tener controlados todos los movimientos del planeta con una precisión de cinco metros. En estos momentos, todo el tráfico de barcos, aviones y trenes del mundo se guía por lo que Estados Unidos concede de su sistema militar GPS, pues el sistema ruso Glonas está deteriorado. Tras el 11 de septiembre los americanos concentraron sus satélites GPS en Afganistán... Los transportes europeos, y del resto del mundo, sufrieron una gran merma de su capacidad de orientación. Sin embargo, también después del 11 de septiembre, los estadounidenses están más convencidos de que ellos deben ser el único país con ese servicio. No están seguros del uso que la UE le pueda dar a su sistema y tampoco quieren que el ojo vigilante del Galileo penetre donde no les interesa”. La entonces ministra de exteriores española, Loyola de Palacio, opinaba que “Europa no puede permitirse fracasar en la cumbre de Barcelona”, mientras que Javier Benedicto, director del proyecto, decía en Bruselas que: “En el desarrollo de la infraestructura de Galileo... no está previsto

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implicar a empresas que no sean europeas... Galileo ofrecerá un estándar mundial y todo fabricante podrá producir receptores y desarrolla aplicaciones y servicios basados en Galileo. Otra cosa muy importante es la interoperabilidad con el GPS para poder combinar sus señales con las de Galileo. También estamos diseñando Galileo para asegurarnos que no interferirá con el GPS... Hemos tenido reuniones con los estadounidenses. Pero es claro que la relación con EE.UU. es muy importante en este momento. La última reunión con el Departamento de Estado fue en octubre del año pasado. Desde entonces, hemos estado esperando el lanzamiento definitivo del programa. Ahora reemprenderemos la negociación para que ambos sistemas no se interfieran... Los planes de modernización del GPS se aceleran enormemente por Galileo... Los países (europeos; ESF) pueden decidir el uso que les interese en cada momento. En un conflicto, los países de la UE, propietarios del sistema, podrán intervenir en su uso. Pero quede claro que Galileo no está concebido como sistema de uso militar”. El periodista que grabó su intervención no parece haber quedado convencido de la última declaración de Benedicto (Pozzi, 2002 a), y publicó otro artículo (Pozzi 2002b), donde señala que: “Lo cierto es que el sistema europeo de navegación por satélite competirá con dos el GPS y el GLONASS ruso, que fueron concebidos en los años 70 con fines sólo militares y dispondrá de una señal reservada que los gobiernos podrán utilizar según las necesidades”.

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8. Debilidades estratégicas de EE.UU. La propaganda nos presenta a EE.UU. como invencible Leviatán “hiperpoderoso”, frente al que todos los estados tiemblan y se humillan. Sin embargo, la propaganda oculta o no considera sus importantes limitaciones ante los colapsos ecosociales, tanto como ante la tarea, no solamente de desmantelar el sistema estatal e institucional contemporáneo, sino de sustituirlo por otro de carácter universalista “imperial”. EE.UU. no dispone ni de los recursos ni de las aptitudes y capacidades para convertirse en el nodo articulador de un sistema internacional viable –es decir, capaz de enfrentar y revertir los colapsos ecosociales mundiales. Podemos agrupar las desventajas y limitaciones de EE.UU. en tres aspectos multifacéticos: 1. Debilidades internas; 2. Debilidades internacionales; y 3. Incapacidad para enfrentar los colapsos sociales y ecológicos mundiales. 8.1.Debilidades internas: A-Creciente división social entre ricos y pobres ( Ver Cap. I). Es un proceso mundial, pero en EE.UU. es más agudo que en los otros países ricos. B-Crecientes limitaciones económicas (Crisis estructural de sobreproducción; destrucción de socio y ecosistemas) (Ver Cap. I). C-Crecientes dilemas científico tecnológicos. Privatización y cooptación de la investigación científica y el desarrollo tecnológico (I&D) para

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fines militares y de beneficio a elites oligárquicas; trabas a I&D alternativa. La privatización ralentiza el avance científico tecnológico porque la información y el conocimiento ya no están al alcance de la población en su conjunto. Esto afecta muy negativamente a la política y a la cultura. Empleo de tecnologías obsoletas del siglo XIX (petróleo y carbón como combustibles, motor de combustión interna) y del XX (tecnologías contaminantes y destructivas contra la sociedad – enfermedades- y la naturaleza, incluyendo la energía nuclear y pesticidas químicos). La sustitución de la naturaleza mediante su manipulación, a manos privadas y guerreristas, promete hacer realidad los feroces antropolarios, zoolarios y fitolarios, característicos de la actual imaginación social sobre el futuro, expresada por ejemplo en el género estético de la llamada “ciencia ficción” y toda su tanatología neo calicleana44. Como señalaba la notable analista Susan George (2001), la sobrevivencia del capital exige la muerte de “los que sobran”. D-División ideológico política nacional entre pacifistas y guerreristas. El país está dividido profundamente entre quienes apoyan la guerra y quienes buscan la paz –y ésto/as son mayoritarios cuando la población no es aterrorizada por el Estado y los medios de comunicación respecto a algún “enemigo”. La apuesta que hace EE.UU., histórica y socioculturalmente, por la violencia 44

Me refiero al pensamiento de Calicles, personaje del libro primero de la Politeia (República) de Platón, defensor del “derecho del más fuerte” (en esta tesis, la voluntad del más fuerte es el derecho).

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como forma básica y generalizada de resolver los problemas y las diferencias (internas e internacionales), se expresa magnificadamente en una cultura de hiper posesividad individualista, fundada en la definición de los diferentes tipos y “niveles” de “humanidad”, en función de la cantidad y calidad de personas (tutelajes y subordinaciones legales) y cosas (mercancías), que cada quien posea. De ahí la profundidad y duración de la estética y la ética (sic) del asesinato y la catástrofe en los imaginarios comerciales y gubernamentales. Al mismo tiempo, coexiste aunque con aspectos limitantes, una cultura de paz que se promueve y surge (por el aumento de la intensidad en la dominación del capital), entre cada vez más capas, sectores y grupos sociales crecientemente “excluidos”. La respuesta gubernamental ha sido aumentar sus prerrogativas policíaco judiciales y reducir las libertades civiles de la propia ciudadanía. Dos muestras características de la nueva situación política en EE.UU. fueron los miles de personas arrestadas en Nueva York en Agosto de 2004, porque protestaban en las calles contra la nominación de Bush II como candidato del oficialista GOP (Partido Republicano), o las dificultades enfrentadas por lo/as bibliotecario/as, cuando el gobierno les exige revelarle las lecturas o libros que soliciten a préstamo sus usuario/as. Solo durante la Guerra Civil (1860) y la Guerra contra Vietnam (1960-1974), encontramos divisiones ideológicas tan profundas como las que hoy fracturan a EE.UU. Se trata de una importante debilidad estratégica, reverso de la unidad nacional

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que los mismos teóricos realistas postulaban como necesaria para la proyección de poder internacional de una potencia o gran potencia, y que los propagandistas del gobierno quisieran hacernos creer.. E-Chauvinismo militarista para enfrentar efectos de “tercera generación”(efecto Buddenbrock). La famosa novela homónima, que fuera uno de los principales argumentos para que Thomas Mann recibiera el premio Nobel de literatura, como sabemos cuenta la historia de una familia de comerciantes en un puerto alemán del Báltico, centrándose en su tercera y última generación. El proceso empieza con una generación que sacrifica su bienestar trabajando intensamente para lograr la acumulación de riquezas. La siguiente generación está mejor educada y disfruta de mayores bienestares, pero también mantiene la intensidad del trabajo, el ahorro que producirá la consolidación del capital. La tercera generación no conoce privaciones ni encuentra satisfacción o plenitud en el trabajo con los negocios familiares, se transforman en personas ególatras contradictorias psicosocialmente, que solo tienen interés en disfrutar de la riqueza y que terminan agotando sus fortunas. Este ejemplo es un modelo en el desarrollo del capitalismo, no solamente de una familia sino también de países e internacionalmente. También la tercera etapa tiende a enfatizar las dimensiones financiera y rentista, así como el monopolismo y sobre todo el oligopolismo. El carácter imperialista del capital desde el siglo XIX puede tipificarse como de

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“tercera generación”, y aparece claramente delineado desde ese siglo, en las políticas económicas de EE.UU. respecto a América Latina. Las privatizaciones neoliberales han facilitado la compra de activos de todo el mundo, por consorcios financieros, industriales y comerciales metropolitanos, que extraen rentas de sus inversiones. Así, por ejemplo, empresas como Bechtel o Halliburton, directamente o mediante subsidiarias ahora gestionan puertos, aeropuertos, carreteras, en diferentes países, y obtiene ganancias que generalmente emplea para beneficiar a los dueños y accionistas de la empresa metropolitana. Algo similar hacen otras empresas metropolitanas respecto de los servicios de transporte, finanzas, electricidad, agua, etc. Estos servicios previamente se gestionaban por los gobiernos o por empresas de los propios países, los ingresos en mayor medida iban a los mercados locales –y generalmente a precios menores o subsidiados para lo/as usuario/as. El carácter parasitario de la economía y la cultura, específicamente en EE.UU. y el capitalismo tardío o decadente, redundan en tendencias opuestas: por un lado sibaritismo consumista ególatra y basado en sexo o “juego” violento para suscitar el “adrelinazo fundante”; por otro lado la frigidez metódica y autoritaria de espías, policías y soldados, determinada por las tecnologías que cada uno de ellos anhela emplear (al menos por una vez) contra “los malos”, “los enemigos”, “los otros”. Esta situación civilizatoria de EE.UU. implica que su proyección internacional en ningún caso es

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“ilustrada” como pretenden sus apologistas. Su política, su mentalidad, su ideología, no se orientan desde y hacia la democracia, ni la promoción de los derechos humanos. La situación de “tercera generación” no se supera o elimina instilándole militarismo y violencia cultural a la nación. Más bien, la contradicción tiende a acentuar los aspectos más inhumanos de ambas dimensiones. Por eso EE.UU. ya no es ni inspiración ni modelo cultural, internacionalmente pero también en su interior. Y el carácter parasitario de su economía, tanto nacional como internacionalmente, por una parte requiere su militarización y por el otro es incapaz de resolver los retos sociales y ecológicos, tanto los propios como los del planeta. F-Desmoralización, ilegitimidad y falta de credibilidad interna, de la misma “civilización Occidental”, de la nación y del gobierno. Por la política de mentiras, crímenes de guerra, fraude electoral, nihilismo ético. Fanatismo religioso “carismático” es la vía de (falsa) solución a este predicamento. G-“Ceguera” política del gobierno federal por servir como instrumento de grupos e intereses especiales (petroleros y militares). Existe una relación directamente proporcional entre, por una parte el aumento de la intensidad de una crisis y, por la otra parte, la disminución de capacidades cognitivas, reflexivas y práxicas para enfrentarla y resolverla. En situaciones o tiempos de guerra, la calidad de la información recibida por los estados mayores, así como su interpretación, se ven notoriamente reducidas e inducen a errores. En

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tales situaciones, los grupos dirigentes tienden a eliminar opiniones disidentes y a quedar reducidos a quienes comparten las opiniones del o los líderes. Esto incrementa aún más las disonancias cognitivas, reflexivas y práxicas. Y, aparte de estas tendencias características de la dinámica de personas y grupos sometidos a fuertes procesos de tensión y estrés, en el caso de la dirigencia que actualmente orienta a EE.UU., esa “ceguera política” se ve potenciada porque sus acciones se fundamentan en un conflicto de intereses. La guerra y sobre todo las “guerras por los recursos” y particularmente el petróleo, son ámbitos en los que los miembros del gobierno no solamente participan por sus cargos públicos, sino también por sus intereses económicos, en empresas dedicadas a la guerra y a los negocios con el petróleo. Sus decisiones tienden desestimar y afectar negativamente los intereses nacionales de EE.UU., los de sus ciudadano/as, y los de aquellas personas, grupos, instituciones o países que se vean implicados en ellas. Se trata de una importante debilidad que tenemos que catalogar como deficiencia muy peligrosa -en primer término para sus mismo/as titulares. H-“Ceguera” ideológica por adhesión a cristianismo fundamentalista excluyente,, (Ver Capítulo IV). Es el medio que hoy emplea el grupo político ideológico dominante en EE.UU., para enfrentar la debilidad derivada del aspecto “F”: el fanatismo carismático cristiano es considerado como la manera para solucionar la desmoralización e ilegitimidad (Véase prédica del jefe del Vaticano, Ratzinger, contra “el nihilismo”,

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por ejemplo). También es el canto de sirena y el tambor trepidante que incita y justifica la guerra, librada a nombre de dios, para su mayor gloria. Esta “posición” también afecta negativamente, no solamente la misma “comprensión” de lo que sucede y por qué sucede en la realidad, sino también las relaciones con otros actores internacionales y nacionales. J-“Ceguera” y limitaciones políticas, institucionales e ideológicas, para detentar el liderazgo internacional, por el tour de force que supone emplear un nacionalismo extremo y religiosamente intolerante, para articular un sistema universalista planetario. Muchos autores apologéticos ahora encuentran en el documento de la Constitución de EE.UU., “la base” para un imperio universalista, democrático, mercantilista y guerrerista. Así, el 20 de setiembre de 2002, al presentar su “gran estrategia” militar, Bush II señalaba que: “Estados Unidos debe defender la libertad y la justicia porque estos principios son justos y verdaderos para los pueblos de todas partes”. Las crecientes contradicciones surgen no solamente por las interpretaciones partidarias o unilaterales de esas grandes palabras (“libertad y justicia”). También emergen porque las percepciones externas al grupo alrededor y pro Bush II, tanto en EE.UU. como sobre todo en el extranjero, es de un liderazgo y un país que no promueve realmente las libertades de todo/as sino solo para uno/as poco/as. Y que, adicionalmente, considera que la justicia promovida por Bush II y su gobierno solamente busca la imposición de sus preferencias. “Libertad” y “justicia” en labios de

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los dirigentes actuales de EE.UU. tienen denotaciones y connotaciones similares a las que encontramos en personajes “creados” por EE.UU. como Mobutu, Mubarak, o Musharraf 45 8.2. Debilidades internacionales, motivadas por A-Crecientes resistencias, del resto de actores, a postura militarista y a crecientes costos y “tributos”. Antes que inhibirse de defenderse cultural, económica y militarmente de EE.UU., sobre todo las potencias (grandes, medianas y pequeñas) se ven obligadas a rechazar o revertir pretensiones de EE.UU., en todos esos campos. Las fricciones entre EE.UU. y el resto de actores internacionales ha aumentado y seguirá aumentando. Las respuestas de EE.UU. a esas crecientes dificultades y complicaciones que tienden a suscitarse inevitablemente, también tenderán a crecer en su carácter impositivo y autoritario, en una relación relativamente proporcional a la incapacidad que tenga para, como reconocía el mismo Rumsfeld, “cuidar” (vigilar, contener, reprimir) a cada persona en el planeta –y por extensión a cada potencia y país. B-Tendencias a formación de alianzas anti EE.UU. y a “equilibrio” internacional. El gasto militar en el mundo crece, no solamente el de EE.UU. Según el Internacional Peace Research Institute de Suecia (SIPRI), para 2004 superaba el billón de dólares (1.034.000.000.000). EE.UU. gastaba el 47 % de 45 Para solo citar aquellos cuyos apellidos empiezan con “M” (¡!).

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ese monto, pero el resto de países de la OTAN representaban 227.000.000.000 de dólares. Entre 1998, cuando el gasto militar mundial había bajado a unos 765.000.000.000 de dólares y 2004 el aumento ha sido de 270.000.000.000 de dólares. Gran parte de estos gastos no han estado a cargo solo de EE.UU., sino que todos los otros actores los han incrementado. La postura de EE.UU. a partir del 11 de setiembre de 2001 ha inducido en el conjunto de los demás actores internacionales, tanto los que se encuentran aliados con EE.UU. como quienes no lo son o lo son a regañadientes, una renovada carrera armamentista. La novedad es que tiende a ser de “cada uno con o frente a EE.UU.” Los mismos propagandistas del Pentágono sostienen que hasta ahora las potencias regionales habíanse preparado para enfrentar a sus vecinas potencias regionales, y no para enfrentarse con EE.UU. Ahora, en cambio, dicen, “...cada potencial adversario ya está preparando sus fuerzas para enfrentarse contra el ejército estadounidense... un mundo en el que todos nuestros potenciales enemigos están trabajando duro para diseñar fuerzas que sepan aprovecharse de nuestros puntos flacos y puedan repeler a nuestras unidades de combate...”(Kagan, 2004: 137, -énfasis ESF). Destaco el carácter “potencial” de los eventuales adversarios de EE.UU. para ubicarlo en el contexto doctrinario de la guerra de agresión que ha adoptado ese país, como principal instrumento de política internacional. Esto significa que se trata, no solamente de los adversarios actuales o previsibles a corto plazo sino que, como desea el

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mismo Kagan, pretende referise a cualquier/todo futuro. De manera que, en principio, cualquier, o todo, otro estado podría “potencialmente” ser adversario de EE.UU. Adicionalmente, este autor también reconoce que, “Es imposible prevenir que el resto de las naciones poderosas del planeta incrementen su potencial o persigan objetivos que compitan con los intereses de Estados Unidos” (p.138). Por eso, debido a que EE.UU. adopta el diktat militar, entre todos los estados se desarrolla esa tendencia a armarse contra EE.UU.. No solamente se rearman o preparan contra posibles agresiones de EE.UU. los “enemigos” reconocidos por Kagan (Golfo Pérsico, Corea, China, Rusia), sino también la India, una UE cada vez mas independiente, e incluso una América del Sur articulándose contra EE.UU., alrededor de Venezuela y Brasil. C-Imposibilidad de emplear instrumentos militares estratégicos. Incluso con los más sofisticados sistemas balísticos antimisiles, resulta imposible impedir un contrataque de cualquiera de las grandes potencias (con capacidad de lanzar cohetes intercontinentales) contra el territorio de EE.UU. También resulta muy difícil prevenir o evitar ataques “no convencionales” de respuesta a una agresión de EE.UU., en el mismo territorio nacional y contra las propiedades de EE.UU. en el extranjero, por parte de cualquiera de las grandes potencias y de otros actores. El uso de armas estratégicas contra otras potencias, precipitaría una guerra mundial termonuclear y bioquímico ambiental.

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D-Destrucción inevitable de población civil e infraestructura “enemigas”, La guerra tal como se libra en el siglo XXI necesariamente implica atacar a la población civil “enemiga”, que cae muerta o herida, o es “desplazada”. El Pentágono considera a esta población civil afectada, como “daño colateral” de la intervención militar, daño “inevitable” sobre todo para reducir el número de bajas entre los soldados de EE.UU. También la infraestructura del país atacado es devastada, incluyendo sistemas energéticos, de comunicaciones, de transporte, industrial, comercial, educativo, agrícola. Incluso los hospitales y servicios de emergencia son también destruidos o atacados. Todo esto se justifica argumentando la “maldad” del tirano o del régimen de turno, que EE.UU. quiera destruir. Si EE.UU. atacase “preventivamente” a la UE, el derrumbe mundial sería catastrófico para todos, y representaría una reedición de la Guerra Fría. Si EE.UU. atacase “preventivamente” a Rusia, India o China, y éstos respondieran contratacando el territorio de EE.UU., entonces, en represalia, EE.UU. podría arrasar con 200 o 300 millones de personas en la India o la RPChina, casi inmediatamente, e incluso con toda la población de estos países –si fuera “necesario” -aunque no sin sufrir daños irreparables en su propio “homeland”. E-Incapacidad de EE.UU. para llevar a cabo las reconstrucciones de países sujetos a sus a ataques, Los casos de Nicaragua y Haití están muy presentes ante las mentes latinoamericanas en

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tanto fracasos estrepitosos de las “reconstrucciones” emprendidas o lidereadeas por EE.UU., después de haber sido los mismos EE.UU. quienes causaron esas destrucciones. Afganistán e Irak destacan entre los importantes fracasos “reconstructivos” de EE.UU. y sus aliados. En estos cuatro lugares, la reconstrucción simplemente no tiene lugar y los países se mantienen sumidos en la mayor de las miserias que hayan conocido esos pueblos, -en el caso nicaragüense, desde que los conquistadores y colonizadores españoles exterminasen a las gentes Caribes que habitaban la Española. En Nicaragua la crisis provocada por el dominio de la familia Somoza y EE.UU., se ha profundizado y prolongado durante más de medio siglo, hundiendo el país en su peor crisis de todos los tiempos. Los teóricos en EE.UU. hablan de “estados fallidos” o fracasados, por la descomposición institucional, ideológica, jurídica y ética que sufren, el aparato estatal y la sociedad. La razón de fondo es la terrible miseria que padece la inmensa mayoría de la población. La reconstrucción de Afganistán también es poco alentadora, incluso con la aculturación forzada que llevan a cabo las potencias ocupantes (OTAN) –que convive felizmente con cosechas de opio récord. La celebración de elecciones en 2005 en Afganistán e Irak es significativa para esas potencias ocupantes, aunque estuviesen plagadas de fraudes y amplio abstencionismo. En Irak, después de casi tres años de ocupación, ni EE.UU. ni el gobierno iraquí, todavía no logran ni siquiera “restablecer el orden

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público”, y la guerra de resistencia continúa y más bien se amplía. F-Pérdida de credibilidad política y moral por doctrina de guerra de agresión, y mantenimiento de doble moral y doble discurso. Por ejemplo respecto de la democracia. Por una parte EE.UU. exige a sus enemigos en Irán o la R.P.China la democratización, por otra parte mantiene en estatuto de “principal aliado” en la región, al brutal tirano General Pervez Musharraf, “presidente” de Pakistán –país al que Washington envía, para su tortura o muerte, a “terroristas” capturados clandestinamente, por ejemplo. G-Incapacidad para impulsar nuevo sistema internacional por extremismo nacionalista y pretensiones hegemónicas. El modelo de sistema internacional que preconiza la administración Bush II supone sustituir el derecho y las instituciones internacionales, así como el derecho y las instituciones nacionales de cada país, por el derecho y las instituciones nacionales de EE.UU. A nivel institucional las fricciones son inmediatas y profundas. A nivel jurídico, el derecho que se busca implantar es la negación misma del derecho. Por eso algunos autores hablan de un sistema internacional (y las naciones mismas, incluyendo a EE.UU.), “desjuridificado” (Pérez Prat, 2004). Es decir, un Leviatán irracional cuya auto afirmación y búsqueda de consolidación implican la destrucción de la misma fábrica social (ya el sistema político se habría deshecho paralelamente con la descomposición del derecho).

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8.3. Incapacidad frente a los colapsos ecosociales mundiales: A-Por las características dicotómico excluyentes de la mentalidad “Occidental” (patriarcal capitalista) (Véase Saxe Fernández, 1997). B-Por las rupturas y destrucciones ontológicas (éticas, políticas, psicosexuales). La situación de guerra, y particularmente de guerra mundial, redundan en un nivel o estado de ser inferior al nivel o estado de ser, mucho “mejor”, que se deriva de una situación de paz mundial. Hoy todo/as somos “menos”, no podemos ser mejores, o plenamente, o simplemente existir, por la guerra mundial. La existencia, promoción y crecimiento de diferencias existenciales profundísimas, entre ricos y pobres, se añade a ese primer nivel ontológico, agregándole una derrota ética en todos los frentes, similar a la claudicación en la que debe vivir quien está sometido al consumo de tabaco. Los famosos “objetivos del milenio”, por ejemplo, a finales de 2005 estaban muy retrasados y se acepta que no podrán cumplirse, ni siquiera al larguísimo plazo (150 años, es decir, después del fin de la guerra de 100 años que prometió Bush II duraría su guerra). C- Por las dificultades psicosociales e ideológicas derivadas de los colapsos ecosociales mundiales, D-Por el crecimiento permanente contra y sobre la naturaleza a nivel mundial, de la economía capitalista (Cf. Cap. I). Los recursos se agotan, la destrucción del planeta se precipita aceleradamente.

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E-Por la creciente exclusión y división social mundiales (Cap. I), F-Por la imposibilidad de implementar alternativas nacionales e internacionales. Existen los conocimientos y las posibilidades de organización social, política y económica que beneficien a todas las personas y que detengan y reviertan la destrucción de la naturaleza. Estas alternativas no pueden ser ni exploradas ni implementadas por las dirigencias económica y político ideológica actuales de EE.UU. (y del mundo). G-Por la existencia y auge de tendencias y opciones alternativas. En cambio, en cada vez más lugares, y en cada vez más personas, las alternativas posibles e imposibles han venido cobrando vigor y credibilidad, conforme las “soluciones” militares y excluyentes (económica, social y políticamente) muestran su destructividad e inadecuación (para la vida humana y natural). El ejemplo más importante, pero solamente uno entre muchísimos, es ciertamente el Foro Social Mundial. 9. En lugar de una conclusión: América Latina y el imperialismo de EE.UU. La región latinoamericana ha sufrido más directa y prolongadamente que ninguna otra, las políticas imperialistas de EE.UU. Las características de las relaciones entre EE.UU. y América Latina, son las más ilustrativas del tipo de sistema internacional que pretende imponer el primero en todo el planeta.

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Podríamos ubicar la reanimación de la aspiración hegemónica de EE.UU., el 11 de septiembre de 1973, un acontecimiento sucedido en medio repetidas derrotas estratégicas para EE.UU. (en Vietnam; respecto del control del petróleo y de las relaciones con Israel; en África y el Medio Oriente donde la URSS y sus aliados avanzaban; en la necesidad de desligar el dólar del patrón oro y dejarlo flotar; en escándalos por actividades ilícitas de connivencia con la mafia para espiar rivales políticos internos, por ejemplo). Por lo que sabemos ahora, sin duda el presidente R. Nixon y su ministro de exteriores, H. Kissinger (así como su embajador en la R.P. China, Bush I), recibirían con beneplácito la noticia del asesinato de Allende y el golpe de estado neo fascista en Chile. El genocidio y la acción antidemocrática en Chile fueron el principio de la lucha emprendida por la derecha republicana de EE.UU., asociada con petroleros, con los militares y los servicios de seguridad, así como con las mafias y especuladores, para recuperar/restablecer y sostener, para ellos y para siempre, el poder político en EE.UU. y en el mundo. Y podríamos indicar que otro 11 de septiembre, pero 28 años más tarde, señala el comienzo de la nueva guerra mundial para consolidar una hegemonía de EE.UU., liderado por el mismo grupo, que lógicamente perdió y ganó cuadros y socios durante ese lapso histórico. El proceso de militarización de EE.UU. se notaba ya con el expansionismo territorial sobre el continente americano y sobre el Pacífico, durante la primera mitad del siglo XIX, con la Guerra Civil

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y con su expansionismo imperialista sobre el Caribe (incluyendo la Guerra contra España) a finales de ese siglo y principios del siguiente. Se profundiza con su participación en la Primera Guerra Mundial (cuando desarrolla un primer “escudo defensivo” mediante el Canal de Panamá), pero se observa sobre todo desde la II Guerra Mundial, la guerra contra Corea y el comunismo soviético y mundial. La militarización de EE.UU. quedó expresada “oficialmente” por el presidente Eisenhower (él mismo un militar), en su famoso discurso de despedida, donde advertía contra el “complejo militar industrial” que pretendía ejercer control autoritario sobre la nación fundada por Washington. Insistiendo en las analogías históricas, la decadencia cultural lacedemonia generada por la militarización, encuentra una contraparte analógica en EE.UU. y su centramiento en la cultura de violencia y muerte actuales, así como en las crecientes restricciones a la libertad de pensamiento y conocimiento (privatización corporativizada de la ciencia y la tecnología). El paralelo comparativo más inmediato con el régimen actual en EE.UU., son los regímenes autoritarios, militar tecnocráticos, latinoamericanos (en tanto diferenciados de los previos, “caudillistas”), entre las décadas de 1960 y 1980. Pero, entre las grandes potencias capitalistas, el esfuerzo militar actual de EE.UU. se parece sobre todo al alemán. Es decir, a un “eterno aspirante a hegemonía” Las viejas analogías y tendencias siguen reproduciéndose en las instituciones militares de

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EE.UU., y es posible señalar paralelismos entre políticas aplicadas por EE.UU. en relación con América Latina (desde Monroe en adelante), y las políticas que EE.UU. quiere desarrollar con relación al resto del mundo, especialmente a partir del fin de la Guerra Fría. El neo monroísmo de EE.UU. se dirige ahora a pretender que, en el mundo entero quede excluido cualquier intento de ningún estado o entidad (individual, grupal o colectivamente), a ejercer influencia o poder internacionales, opuestos o paralelos a los de EE.UU. “Nada ni nadie”, decía Bush II, ya más va a amenazar a EE.UU. Con la doctrina de guerra preventiva, ahora EE.UU. es quien amenaza a todos, a cualquiera que pretenda no hacer lo que EE.UU. considera que ese estado o actor debe hacer. En esto consiste el elemento imperialista (monroísmo) del unilateralismo implicado en la política militar internacional del gobierno de Washington. También es posible considerar que la política internacional que se sigue de una doctrina de guerra preventiva es similar, o una especie de extensión, de la doctrina Olney, ministro de exteriores de EE.UU., quien el 20 de julio de 1895 señalaba, en una carta dirigida a Thomas F. Bayard, embajador de EE.UU. en Gran Bretaña, respecto a la disputa entre ese país y Venezuela, que: “Hoy los Estados Unidos son prácticamente soberanos en este continente, y su voluntad es ley sobre los sujetos a los que ejerce su interposición. ¿Por qué? No se debe a la pura amistad o buena voluntad que sienten por ella.

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No es simplemente por razón de su elevado carácter como estado civilizado, ni porque la sabiduría y la justicia y la equidad son las características invariables en las negociaciones de los Estados Unidos. Es porque, además de todo esto, sus infinitos recursos combinados con su posición aislada le hacen dueño de la situación (en el hemisferio americano; ESF) y prácticamente invulnerable contra cualquiera o todas las otras potencias (Gantenbein, 1950: 340-354). Una pretensión similar tienen hoy EE.UU. sobre el resto del planeta. Las características “morales” que destaca Olney ahora no están presentes, al contrario, pese a todo el control de la imagen, EE.UU. y particularmente Bush II se encuentran entre el 5 por ciento de personajes más “odiados y temidos”. Esto incluye sus supuestas “sabiduría, justicia y equidad”, bien conocidas en ese período por Cuba, Puerto Rico, Panamá, Nicaragua, Haití, México, para citar algunos países latinoamericanos invadidos militarmente por EE.UU. en esos años de principios del siglo XX. Fue sobre todo su capacidad militar, aunque aunada a su capacidad económica, lo que permitió a EE.UU. adquirir poder hegemónico sobre el norte de América Latina en particular, incluyendo al Caribe como especie de pequeño “mare nostrum”. Ahora busca que todos los países del mundo “se parezcan” a nuestra región también en esto, es decir, que conseguir, que no dispongan de capacidad militar significativa a nivel regional o mundial.

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Conseguido este objetivo, el mundo quedaría en una situación similar a la latinoamericana, como señala el profesor de política internacional de la academia naval de Annápolis, G. Pope Atkins: “... el espectro de técnicas disponible a los estados latinoamericanos en la política global ha sido limitado porque deben recurrir a instrumentos que no impliquen poder físico, sea militar o económico. Los estados de la región tienden a utilizar los mismos medios que escogen casi todos los estados pequeños del mundo, ejerciendo influencia de la mejor manera que pueden, empleando tácticas como: (1) participar activamente en las organizaciones internacionales; (2) promover el derecho internacional y apoyar principios y procedimientos tales como la no intervención y la resolución pacífica de disputas; (3) apelar a sentimientos humanitarios y a principios morales; (4) explotar las rivalidades de las grandes potencias y, a la vez, mantenerse lo menos comprometido posible con ninguna de ellas; y (5) regatear con naciones que ofrecen mercados a sus recursos naturales”(1989: 77). Políticamente, sin embargo, hoy sus “penetraciones imperialistas”, incluso en el (supuestamente) debilitado traspatio latinoamericano, se ven contrarrestadas por nuevas e inéditas alianzas regionales y por la misma UE, que ha procedido a crear un nuevo “ministerio de colonias” paralelo a la OEA, la Secretaría de asuntos Iberoamericanos con sede en Madrid (parte del poderío español reside en su renovada

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presencia en las economías latinoamericanas, junto con otros capitales de la UE). Nunca desde la compra de Louisianna a principios del siglo XIX, ha enfrentado EE.UU. una situación de tanta debilidad en el hemisferio occidental, respecto de la “injerencia” europea. Desde la perspectiva geopolítica, encontramos en la explicación de MacKinder que en nuestro continente, a partir de la apertura del Canal de Panamá en 1914, existen “dos islas” geoestratégicas, una al sur y otra al norte. Porque, de manera estratégicamente definitoria, además y sobre todo está la paz entre Brasil y Argentina (y el grupo de países que se les adhiere, desde Cuba hasta Chile), hito histórico regional que supera cinco siglos de distanciamiento y oposición estratégica. Es un proceso similar al ocurrido entre Francia y Alemania, base de la UE; como Brasil y Argentina lo son de MERCOSUR y propicia la consolidación de un papel de potencia mundial a Brasil, interlocutor regional de este país frente a EE.UU., las otras grandes potencias, y que en la ONU aspira a un asiento en el Consejo de Seguridad. Su doctrina estratégica de “contención benevolente” señala que Brasil es el vocero, e intermediario de América Latina frente a EE.UU.. Venezuela tiende a convertirse, por su parte, en el primer régimen pro socialismo, “rico”.

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Capítulo Tercero

Petróleo, militarización y guerra 1. La importancia estratégica del petróleo

Las

economías industrializadas y en particular la de EE.UU., dependen del suministro externo de una serie de materias primas, entre las que encontramos: petróleo, cromo, cobalto, oro, manganeso, níquel, platino, plata, estaño y tungsteno. Zaire, África del Sur, Canadá y Malasia generan, respectivamente, más del 40 por ciento de la producción mundial de cobalto, oro, níquel y estaño. México, Venezuela, Brasil, Bolivia, Perú y Colombia y otros países latinoamericanos también han sido grandes proveedores tradicionales de minerales y otras materias primas estratégicas. Sin embargo, el mercado petrolero es con mucho el mayor de todos. La dependencia de EE.UU., los otros países de la OCDE, y el resto del mundo, de este recurso, como combustible y como materia prima industrial, no ha disminuido, más bien crecerá – sobre todo por consumo chino e hindú- hasta por lo menos el 2020, según piensa oficialmente en Washington el grupo de militares petroleros a cargo del poder ejecutivo. A partir de entonces, esperan controlar y utilizar el agua como nueva “sustancia esencial” de su poder militar y económico interplanetario.

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Esta creencia política implica querer mantener el poder entre 2005 y 2020, en un régimen fundado en el control militar y petrolero del mundo, un neo autoritarismo cesariano imperial. Militarmente, EE.UU. espera aumentar a tres o cinco generaciones de armas, su superioridad sobre cualquier adversario o alianza de adversarios. Petroleramente, espera que sus empresas petroleras y militares trabajen conjuntamente con las europeas, controlando todo el petróleo del mundo. La OPEP se haría cada vez más funcional; EE.UU. sería el dueño y señor, de facto, de todos los yacimientos petroleros; el oligopolio metropolitano petrolero militar tendría a su cargo el conocimiento y la innovación energéticas y otras, y desarrollaría el del hidrógeno/oxígeno (agua). El grupo en el poder hoy en EE.UU. es parte, pero quiere ser dominante, del oligopolio petrolero militar; el control del Estado de EE.UU. resulta crucial para ello. Señalemos, estratégicamente, las dificultades para tal aspiración hegemónica, tanto para el grupo socio político que la articula, como para EE.UU. como estado nacional. Se observan dificultades de varios tipos: a) Las limitaciones y retrocesos por el nacionalismo chauvinista exacerbado, en tanto eje de la ideología “imperial” (“reducción de la capacidad para reconocer problemas y tomar decisiones adecuadas”); (oposición internacional; percepciones y políticas erróneas); b) La falta de legitimidad (incluyendo ética) del autoritarismo policiaco militar, sujeto y

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conciencia de ese nacionalismo chauvinista exacerbado (oposición interna; oposición ético jurídica); c) La precariedad y creciente deterioro de una economía centrada en la “seguridad” (deterioro civilizacional y científico tecnológico) que provoca cada vez más inseguridad (situación económica mundial cada vez más desastrosa por la petrolización continuada innecesariamente y por el crecimiento imparable del dilema de la seguridad); y d) La imposibilidad de una “hegemonía” mundial en condiciones de colapsos sociales y ecológicos, ontológicos y mundiales. (En el mejor de los casos, se trataría de algo similar a esos violentísimos y devastados mundos post apocalípticos, que son un supuesto casi universal del género denominado “ciencia ficción”, tanto como del fundamentalismo cristiano; pero que son una realidad en cada vez más sitios de cada vez más países, no solamente en Haití, en Irak, en Palestina, en Uganda, en Sudán...). En América Latina hemos vivido situaciones que se parecen a este tipo de condiciones, de forma mágica en Tenochtitlán (por ejemplo), y repetidas veces desde el genocidio de la conquista europea. En particular, es importante plantear una hipótesis de trabajo, consistente en comparar (ver similitudes y diferencias) el proceso actual en EE.UU.: 1) Con el imperialismo inglés; 2) Con el imperialismo del mismo EE.UU.;

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3) Con los regímenes autoritarios capitalistas metropolitanos (fascismo, nazismo, franquismo, otros) de la primera mitad del siglo XX; y 4) Con los regímenes militares institucionales latinoamericanos posteriores a la Segunda Guerra Mundial. El petróleo continúa siendo eje del sistema de transporte mundial, y es responsable en gran medida del resto del sistema energético, pese a sus impactos negativos (por ejemplo las guerras en los países llamados “productores de crudos”, o el continuado y creciente deterioro atmosférico mundial) y, sobre todo, pese a la cercanía de su agotamiento. La producción de EE.UU. declina desde la década de 1970, la producción mundial empezará a declinar hacia el 2006 o, según los estrategas/empresarios militar petroleros de la administración Bush II, hacia el 2020. El régimen petrolero constituye una de las dimensiones internacionales más importantes y a la vez más asimétricas. Es el resultado de la política expoliadora e imperialista adoptada por los actores metropolitanos (EE.UU., EU y Japón), durante toda la historia de este “régimen internacional”. Consecuentemente, hay una imbricación estructural y creciente, del aparato militar de EE.UU. y las otras potencias metropolitanas, pero también de todos los países que dependen de economías organizadas alrededor de la producción, transporte, procesamiento y negociación del petróleo. Las asimetrías son tan acusadas, porque las formas y dinámicas institucionales se fundamentan en un oligopolio

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empresarial metropolitano y, sobre todo, en el apoyo de las fuerzas armadas de EE.UU. e Inglaterra, en primer término. La energía es un componente imprescindible de la vida y también de las civilizaciones o edades: los tipos de energías empleados son importantes condicionantes de los sistemas económicos, técnicos y tecnológicos de cada momento en la historia humana, desde los tiempos de la primera utilización del fuego. Nosotros, hoy, disponemos de conocimientos que han demostrado su validez en aplicaciones exitosas, de fuentes energéticas alternativas, incluyendo no solamente el ya cada vez más popular hidrógeno, sino energías hidráulica, solar, eólica, de fermentación (“compost”) y, para el futuro, especialmente la energía fotosintética. La fractura o “dilema” tecnológico de principios del siglo XXI muestra, por una parte la tendencia a seguir incrementando la productividad del trabajo con el empleo de nuevas tecnologías (informática, nanotecnologías, nuevos materiales, biotecnologías, tecnologías para el control psicosocial, etc.). El control empresarial del cambio tecnológico le viene permitiendo a los grandes oligopolios internacionales (CTMs), reducir la parte de la riqueza asignada al trabajo, aumentando la porción que se apropian los dueños del “capital”. Lo cual, sin embargo, redunda en crisis de sobreproducción por las tasas elevadísimas de población excluida mercantilmente. Por la otra parte, esa economía continúa fundándose energéticamente en un recurso, el petróleo, que se agotará cada vez más rápidamente a partir de los próximos cinco años, y

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que es económica y políticamente inviable por su asimétrica y “explosiva” estructura político institucional, tanto como por sus consecuencias ecosociales. Hay una tensión creciente entre uno y otro extremos del dilema, tornándolo irresoluble con el simple empleo de nuevas tecnologías que mejoren el procesamiento y la utilización del petróleo, o en general todo el proceso productivo. Más bien, las llamadas nuevas tecnologías, como la información, son completamente compatibles con sistemas energéticos alternativos; de hecho, esas “nuevas tecnologías” ya han logrado aumentar la capacidad productiva de sistemas alternativos, “amistosos” con la sociedad, las personas y la naturaleza, así como reducir sus costos, limitaciones y dificultades de operación. Este dilema tecnológico se agrava, entonces, por la utilización del petróleo como fuente energética fundamental para el transporte, y muy importante para otras necesidades energéticas. Además, grandes sectores de la industria química son similarmente dependientes del petróleo. El “régimen internacional” petrolero está compuesto, a principios del siglo XXI, por cuatro actores: 1) Países productores. Los podemos subdividir en dos grupos, según dispongan o no de la integración horizontal y vertical en la industria correspondiente. Los que no la tienen, son básicamente exportadores de materia prima no procesada (un régimen decimonónico), es decir, petróleo crudo. En términos de grandes productores, entre los industrializados hay que incluir a EE.UU. y a Noruega. Los otros

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grandes exportadores, en su mayoría tienden a vender el producto sin procesar. Entre estos incluimos hoy también a Rusia y países sucesores de la URSS, así como los del Medio Oriente, con Arabia Saudita e Irak detentando la porción más importante de las reservas mundiales. Pero también en esa región encontramos a Irán, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos y Yemen, además de los estados del Asia Central previamente componentes de la URSS. El petróleo del Golfo Pérsico es el que menos costos de producción tiene. En América, aparte de EE.UU., México, Venezuela, Canadá, Brasil, Argentina, Colombia, Ecuador, y Trinidad y Tobago, son importantes productores de petróleo, a los que se agrega Bolivia como gran productor de gas natural. En África: Nigeria, Angola, Sudán y Guinea Ecuatorial son los principales exportadores; Indonesia en Asia. Algunos de estos países, sobre todo los árabes, rompieron con el régimen militarizado del petróleo que mantenían sobre ellos las potencias imperialistas durante las primeras seis o siete décadas del siglo XX, y constituyeron un cartel de productores, la Organización de Países Productores de Petróleo (OPEP), que representa una porción importante de la producción mundial del petróleo no procesado. 2) El procesamiento ha estado y sigue estando en manos de unas pocas gigantescas empresas transnacionales metropolitanas, asociadas oligopólicamente (son las “Siete Hermanas”), que extraen o compran petróleo crudo, lo

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procesan (en la multitud de subproductos que significa la industria química asociada, por ejemplo), y que también lo comercializan. Es un oligopolio hoy día más fuerte que el cartel de la OPEP, por su control de todo el proceso productivo –a partir de la I&D-, y también por el apoyo que recibe, político y militar, de “sus” gobiernos, los más poderosos del mundo. 3) De ahí la centralidad del petróleo en el pensamiento y las estrategias político militares internacionales, no solamente de las grandes potencias sino también de los otros estados que también dependan energéticamente del petróleo; hoy día prácticamente todos. La importancia estratégica del petróleo ha venido aumentando, porque sigue creciendo el consumo del producto y, paralelamente, disminuyen las reservas mundiales del mismo. Se trata de los países consumidores 4) En cuarto lugar encontramos a los agentes de bolsa (traders), que “negocian” (especulan) con el producto, habiendo llegado a representar, recientemente, hasta un 25 por ciento del precio final del crudo. Estos actores son hoy (otra vez) más importantes, por el renovado predominio del capital financiero especulativo en la economía capitalista mundial, a partir sobre todo del colapso del régimen de Bretton Woods. Estos intermediarios financieros, actuando conjuntamente con los gobiernos y las empresas transnacionales metropolitanas, durante las décadas de 1990 y 2000, en algunas oportunidades han logrado manipular los

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precios, sin que la OPEP hubiese podido contrarrestar sus acciones. Aunque la transición a un régimen energético distinto es urgente, los poderes establecidos se resisten ferozmente al cambio. Los crecientes niveles de violencia y militarización que esto implica, tanto para mantener al régimen energético como a su “expresión” en el conjunto de la economía, la sociedad y la ecología mundiales, son un factor central, precipitante de los colapsos generales (militares y ecosociales) que observamos a principios del sigo XXI. Es necesario y científica y tecnológicamente viable y fácil, sobre todo para los países tropicales y subtropicales, sin embargo, producir combustibles tan o más eficientes que el petróleo, y similarmente relevantes para la química, empleando plantaciones de diferentes especies, en primer término para aprovechar las ya existentes plantaciones de caña de azúcar. Los países latinoamericanos que lo necesitasen podrían, así, a corto plazo, reducir dramáticamente su dependencia petrolera, o aumentar sus exportaciones de combustibles. Todas las personas nos vemos en la obligación de buscar utilizar cada vez menos petróleo; a sustituirlo por alternativas, y a impedir que se nos prohíba incluso recoger el agua de lluvia, porque también está “privatizada” (oligo-polizada –en poder de pocas CTMs), como ha sucedido en Cochabamba; o que el precio del agua potable sea elevado casi un 30 por ciento en un año (2004), Monsanto, que “gestiona” el acueducto de Manaos. (¡!)

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2. El petróleo antes de la II Guerra Mundial La carrera industrial que lideró originalmente Inglaterra y que luego fue seguida por las otras potencias europeas, por EE.UU. y por Japón, se basaba energéticamente en el motor de vapor de agua, empleando como fuentes de energía la madera y sobre todo el carbón mineral. En Europa, no es sino hasta después de la II Guerra Mundial que la economía, incluyendo el transporte, abandona el carbón y pasa a depender fuertemente del petróleo. En EE.UU. ese proceso se dio antes, con la automovilización acelerada del transporte, que data al menos de los días de Henry Ford, así como por el empleo del petróleo en la producción de electricidad y particularmente en la industria química, en la que EE.UU., junto con Alemania, tenía el liderazgo mundial desde finales del siglo XIX. Aparte de ser el primer productor mundial de petróleo durante la primera mitad del siglo XX, EE.UU. también “disponía” del petróleo latinoamericano, sobre todo de México y Venezuela. Esto le otorgaba una ventaja estratégica a EE.UU. en su proceso de industrialización y en su aventura por el dominio del hemisferio americano primero, y posteriormente de otros continentes, a partir de la II Guerra Mundial y hasta su primera gran crisis hegemónica en la década de 1970 (que justamente coincidió con el “primer choque petrolero”). Conforme se desplegaba el siglo XX, el petróleo fue adquiriendo cada vez mayor importancia estratégica para las grandes potencias. Durante la Guerra Fría, tanto EE.UU. como la

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antigua URSS reclamaban ser el lugar donde se explotó el primer pozo de petróleo (Odell, 1993: 50). La forma en que EE.UU. históricamente ha actuado para controlar y utilizar el petróleo mexicano (incluyendo el de Texas y otros territorios tomados a México mediante la guerra) primero, posteriormente el venezolano y luego el de la región latinoamericana en su conjunto, anticipó y prefiguró las políticas y tendencias que emplearía EE.UU. en otras regiones para garantizarse su control. Pero ya a principios del siglo XX, la mayor potencia de la época, Inglaterra, por supuesto también mostraba gran interés por el petróleo ubicado fuera de sus fronteras, particularmente en el Oriente Medio. En 1913 se fundó la AngloPersian Oil Company (Compañía Petrolera Anglo Persa), para extraer petróleo en lo que hoy es Irán. Inglaterra, Francia y EE.UU. compitieron para asegurarse concesiones petroleras hasta 1935 en el Medio Oriente, pese a las reglas de la “Línea Roja” y al Acuerdo de Achnacarry (1928), diseñados para impedir esa competencia. Sin embargo, las Siete Hermanas empresariales desarrollaron un pacto oligopólico, como veremos enseguida. Durante esa década de 1930, las grandes potencias se repartieron el petróleo del Medio Oriente. Inglaterra mantuvo una posición dominante en esa zona hasta el final de la II Guerra Mundial, después de la cual EE.UU. asumió el mayor papel, aunque contenido y

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combatido por diferentes movimientos nacionalistas, socialistas y religiosos de la región. Desde los acuerdos previos a la II Guerra Mundial y hasta 1960, las Siete Hermanas controlaron la producción, refinamiento y distribución internacional del petróleo. Se trató originalmente de: Standard Oil de New Jersey, Royal Dutch-Shell, British Petroleum (descendiente de la Anglo-Persian Oil), Gulf, Texas Oil, Standard Oil de California, y SoconyMobil Oil. La Standard Oil fue desmembrada en varias compañías: Exxon, Mobil y Chevron. El grupo oligopólico mantenía un “ethos anti competitivo”, argumentando que la competencia resultaría destructiva para el sistema petrolero. (Turner, 1978: 30). Es decir, las compañías petroleras lograron imponer, para su beneficio, un precio mundial independiente de los costos de producción. Esto les permitió grandes ganancias, con las que financiaron la investigación científica y el desarrollo tecnológico, nuevas exploraciones y explotaciones, así como eliminar competidores en energías tradicionales (sobre todo el carbón). Pero, además, han hecho todo lo posible para inhibir el desarrollo y empleo masivo de otras fuentes energéticas menos contaminantes y más eficientes social y ecológicamente. La fortaleza del oligopolio estaba fundada en los apoyos estratégico militares que brindaban sus respectivos gobiernos nacionales. La vinculación entre petróleo y guerra fue enunciada, macabra y oficialmente, por el presidente francés George Clemençau, en una carta dirigida a su colega de EE.UU., Woodrow Wilson,

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durante la I Guerra Mundial: “Una gota de petróleo vale una gota de sangre”. Esta vinculación sigue siendo fundamental hoy en la política internacional de EE.UU. y constituye el nudo articulador de la problemática energética: el régimen petrolero cuasi excluyente, dominado oligopólica (empresas) e imperialistamente (gobiernos metropolitanos), está entreverado estructuralmente con los correspondientes aparatos militares. Política y simbólicamente, guerra y petróleo continúan imbricados. Así, lo/as opositores andaluces a la guerra contra Irak, en 2002 publicaban un afiche en el que aparecía un negro barril de petróleo contra un fondo rojo, y se leía: un barril de petróleo no vale una vida humana. La “defensa” y “promoción” del régimen petrolero internacional reside en los dispositivos militares metropolitanos. La rigidez y exclusividad de este régimen se explica como resultado de una tal imbricación. También se deduce que la transición a otro régimen energético es y será resistida por quienes controlen el petróleo. El oligopolio petrolero y los aparatos militares de EE.UU. e Inglaterra (sobre todo), muestran una tendencia a mantener el status quo del “sistema energético militar petrolero”, mediante mecanismos castrenses que tienden a desestabilizar permanentemente ese status quo. México. Después de las agresiones de finales de la década de 1840, que significaron para México la pérdida de más de 2 millones de Km2 y la “toma” de otros 140.000 Km2 mexicanos en 1853, EE.UU. utilizó una política de penetración

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económica, que a finales del siglo XIX implicaba el control de ferrocarriles, industrias, bancos, empresas agroindustriales y otros latifundios, y la producción de petróleo. Las empresas de EE.UU. dominaban hacia 1911 el 76% de las exportaciones mexicanas. Después de la salida, en noviembre de 1914, de las tropas de ocupación de EE.UU., el gobierno azteca emitió un decreto que prohibía a los extranjeros la prospección de yacimientos petroleros y la perforación de pozos, si no contaban con permisos especiales. Todas las riquezas del subsuelo mexicano, así como bosques, tierras y aguas, fueron proclamadas propiedad de la nación. EE.UU. concentró unos 100.000 soldados a lo largo de la frontera con su vecino del Sur, y empresas de EE.UU. en México organizaron bandas militares para defender sus propiedades y para llevar a cabo atentados y complots. En marzo de 1916, las tropas de EE.UU. al mando de Pershing incursionaron unos mil kilómetros en el territorio mexicano, pero tuvieron que retirarse. Hacia 1921, México ya era el segundo productor de petróleo del mundo (después de EE.UU.). Philander Cox, ministro de exteriores del presidente Taft, articuló la relación petróleo guerra, en la política exterior de EE.UU. Planteaba, para México, una política petrolera muy similar a la que a principios del siglo XXI quiere emplear EE.UU. en todo el sistema internacional, respecto del control del petróleo, basada en la amenaza inminente de guerra, o en el empleo directo de la fuerza militar. Cox señalaba que, para proteger los intereses de “sus” compañías de petróleo, EE.UU. había desplegado una flota naval

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de guerra a lo largo de la costa mexicana en el Golfo de México, esperando así lograr mantener a los nacionalistas revolucionarios, “...en un saludable equilibrio, entre un peligroso recelo temeroso y exagerado y un conveniente nivel de saludable miedo integral.(Citado en Engler, 1961: 194, y Barnet, 1976: 201)46. Es decir, la disposición, actitud y acción de la máquina político militar de EE.UU., se dirigían a provocar la exageración del temor y un miedo integral en el país productor de petróleo. Ese “miedo integral” tiene un nombre más preciso en la lengua: “terror”. Petróleo y guerra están vinculados en el pensamiento estratégico de EE.UU., y esa vinculación pasa por aterrorizar a quienes quieran defender sus yacimientos, tanto como a quienes busquen implementar otras fuentes energéticas alternativas. EE.UU. operó (y opera) mediante políticas de intimidación y prepotencia, siendo su primer arma y línea de defensa, que “el enemigo tenga miedo de nuestra exagerada presenciapoder”. Cualquier país que impida a EE.UU. abastecerse del petróleo que exista en su territorio, es entonces considerado “enemigo”. Incluso cuando permite ese abastecimiento, lo hace por la intimidación o el uso de la fuerza que emplea EE.UU. Similares políticas han seguido, sobre todo, Inglaterra y Francia en el norte de África y el Medio Oriente. Violencia, sangre y petróleo van entonces de la mano, en una arquitectura internacional dantesca. El petróleo es el régimen 46 “…in a salutary equilibrium, between a dangerous and exaggerated apprehension and a proper degree of wholesome fear”.

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internacional más “asimétrico”: porque se fundamenta en afirmar los derechos de una parte (potencias imperialistas y sus empresas petroleras) sobre otra (países con depósitos de hidrocarburos), mediante una “legitimidad de facto” que posibilitan la guerra y el control militar. Un régimen que se ha concebido y articulado, entonces, como estratégicamente central durante todo el siglo XX. Durante las primeras décadas del siglo XXI, la disponibilidad del recurso tenderá a reducirse dramáticamente, mientras que continuaría el crecimiento del consumo. Sin embargo, de todas formas, durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, México logró nacionalizar el petróleo el 18 de octubre de 1938, y las compañías petroleras de EE.UU. inmediatamente excluyeron la producción azteca de los mercados mundiales durante un tiempo, a la vez que se dedicaron a explorar y extraer el petróleo de Venezuela, que para 1946 se había convertido en el segundo productor mundial, siempre detrás de EE.UU. La situación de crisis económica en todo el sistema capitalista mundial, y la inminencia de guerras en Eurasia, obligaron a F. D. Roosevelt a emplear una política de “buen vecino” con América Latina, que soslayó la invasión a México. 3. Política petrolera después de la Segunda Guerra Mundial Después de la II Guerra Mundial, la política internacional de EE.UU., incluyendo su aparato militar, directamente buscó colaborar con los esfuerzos de las compañías petroleras para

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apoderarse del petróleo medio oriental. El petróleo pasó a constituir un elemento clave de la postura internacional de ese país, que abandonaba su “aislacionismo” dentro del hemisferio americano y con una proyección al Pacífico, y buscaba abiertamente la hegemonía en Eurasia occidental. Pues la hegemonía de EE.UU. –incluso con la existencia de un rival estratégico en la URSS-, después de la guerra se cimentaba en tres aspectos: - Disponer de más de la mitad de la capacidad de producción industrial moderna del mundo y del control de los regímenes internacionales de comercio y finanzas; - Disponer de unas fuerzas armadas desplegadas en todo el planeta, excepto los territorios de la URSS y aliados y de la R.P. China y aliados –particularmente, controlando junto con Inglaterra el océano mundial-; todo ello, - Centrado en la utilización de hidrocarburos baratos como fuente energética principal, en manos de un oligopolio privado. Por su parte, la ausencia de recursos petroleros propios impulsó a las potencias europeas, Inglaterra, Francia y Holanda en primer lugar, a garantizarse el aprovisionamiento externo, siendo el Oriente Medio y el Norte de África los principales focos de atención. Respecto de Alemania, durante su segundo fallido intento por hacerse con un estatuto de hegemón europeo y eventualmente mundial (19391945), la preocupación por la dependencia estratégica, los exitosos esfuerzos por apoderarse del petróleo rumano y posteriormente las fallidas

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operaciones militares para apoderarse de los petróleos soviéticos caucásicos, signaron la dirección de la guerra por parte del estado mayor nazi (J.Saxe-Fernández, 1980). La dependencia estratégica y la política internacional alemanas, incluyendo la guerra contra la URSS y la conquista del petróleo caucásico, anticipan las de EE.UU. frente a su creciente dependencia estratégica del petróleo importado, especialmente a partir de la década de 1970. El control de todos los recursos petroleros del hemisferio americano se había tornado entonces crucial para que EE.UU. intentase sobrevivir una hipotética parálisis de la producción medio oriental, que podría resultar de tres motivos principales: a) El desarrollo y la autonomía de los estados de la región, b) La expansión de potencias hostiles (URSS) o competidoras (Inglaterra, Francia), y c) El apoyo incondicional a Israel. Todas estas posibilidades podrían redundar en guerras por el control del recurso en el Medio Oriente. La recuperación europea después de la II Guerra Mundial significó un creciente consumo de energía. En particular, iba aumentando año con año el porcentaje del petróleo en su facturación energética, en detrimento del tradicional carbón. A esta tendencia se agregaban Japón y otros países netamente importadores de hidrocarburos. En 1948, EE.UU. importó sus primeros barriles de petróleo del Medio Oriente.

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Con el fin de la II Guerra Mundial en 1945, EE.UU. adquiere un rango de primera potencia mundial, y ejerce una hegemonía “en auge” hasta la década de 1970. Al mismo tiempo, pasa a depender cada vez más de los mercados y sobre todo de los suministros externos de recursos estratégicos: “La autosuficiencia que caracterizaba a Estados Unidos en el terreno de las materias primas básicas desapareció después de la Segunda Guerra Mundial. Las materias primas nacionales no bastaron para sostener el enorme auge de la producción industrial promovido por la necesidad de abastecer los ejércitos aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos empezó a importar petróleo, mineral de hierro, bauxita, cobre, manganeso y níquel. Los suministros de petróleo se garantizaron imponiendo el dominio estadounidense en diversas regiones de América Latina, Oriente Próximo y Nigeria; el mineral de hierro se obtenía en otras zonas de América Latina y en África Occidental, y otros minerales procedían de Canadá, Australia y Sudáfrica. Los vínculos de la política y la economía se estrecharon. La necesidad de conseguir materias primas provocó toda una serie de intervenciones políticas. Los golpes de Estado, las guerras regionales, el establecimiento de bases militares estadounidenses, el tenaz respaldo prestado a la oligarquía venezolana, a los generales de Brasil y Chile, y al clan al-Saud de Arabia Saudí, eran los medios más sencillos de

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combatir al enemigo comunista y de proteger la economía de Estados Unidos”. (Alí, 2002: 347). Especialmente a partir de la II Guerra Mundial, entonces, el petróleo juega un papel central en la economía de EE.UU. y del mundo, y este país ha articulado el control internacional del recurso mediante dispositivos fundamentalmente militares. Es decir, el petróleo y el aparato militar de EE.UU. han mantenido una estrecha colaboración, y han llegado a imbricarse de forma inextricable, en la medida en que, tanto para dueños y gerentes de las empresas petroleras, como para el aparato político militar, el petróleo es la primera prioridad (privada en el primer caso, pública en el segundo, y corporativa en ambos: se trataría de “los primeros intereses nacionales”). Así, por ejemplo, un memorando del ministerio de exteriores de EE.UU., “Petroleum in International Relations”, de 1945, señalaba claramente: “Otra gran categoría de problemas se refiere al apoyo dado por el Departamento (de Estado; ESF) a nombre del gobierno de los Estados Unidos, a ciudadanos nacionales americanos que buscan obtener o retener derechos para dedicarse, en el extranjero, al desarrollo del petróleo, de su transporte o su procesamiento industrial. Esta es la función tradicional del Departamento, en relación con el petróleo... Conforme retornan las condiciones de normalidad (después de la II Guerra Mundial; ESF), esta función llegará a adquirir gran

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importancia. Recientemente, derechos de concesión para exploraciones han sido obtenidos por compañías americanas, contando con la ayuda del Departamento de Estado, en Etiopía y Paraguay. En Irán las negociaciones, que aparentemente estaban a punto de culminar el pasado otoño, por razones políticas han sido suspendidas temporalmente. En China existen grandes posibilidades para el período de pos guerra. Áreas grandes y potencialmente productivas de Colombia, todavía no han sido concesionadas a empresas privadas; y en Brasil, donde pueden haber grandes potencialidades para la producción petrolera, aún no se han otorgado concesiones. Tanto en Colombia como en Brasil existen buenas probabilidades para que se emita una legislación básica que permitiría obtener concesiones por parte de la empresa privada, sobre bases recíprocamente satisfactorias. Estos casos implican áreas en las que aún hay que buscar derechos de concesión. Existen otras situaciones críticas, en las que las concesiones están amenazadas y en las que se requiere la atención vigilante del Departamento. Más aún, hay otras áreas en las que, después de la guerra, existe una verdadera posibilidad de conseguir una mejora en las condiciones discriminatorias desfavorables bajo las que nacionales americanos obtuvieron concesiones antes de la guerra”. (Citado en Barnet, 1976: 202)47. 47

“Another major category of problems concerns the support

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Sin embargo, como apuntamos, esas características que aparecen tan acentuadas a partir de la II Guerra Mundial, ya eran evidentes desde prácticamente el siglo XIX en aquellos ámbitos que se debatían ante el avasallamiento imperialista de EE.UU., particularmente las antiguas colonias españolas en América Latina y el Asia Pacífica. Es necesario destacar, sin embargo, que a partir de la Segunda Guerra Mundial aumenta given by the Department on behalf of the United States Government to American nationals seeking to obtain or to retain rights to engage in petroleum development, transportation, and processing abroad. This is the traditional function of the Department with respect to petroleum… As normal economic conditions return (después del fin de la guerra; ESF) this function will come to be of very great importance. Recently significant exploration concession rights have been obtained by American companies, with the assistance of the Department, in Ethiopia and Paraguay. In Iran the negotiations which apparently near to culmination lasf fall have been temporarily suspended for political reasons. In China there are great possibilities for the post-war period. Large, potentially productive areas in Colombia are yet to be concessioned out to private enterprise; and in Brazil, where there may be very great potentialities of pretroleum production, no concessions at all have yet been granted. In both Colombia and Brazil there is a fair probability of basic legislation being enacted which would permit the obtaining of concessions by private companies on a mutually satisfactory basis. The foregoing cases involve areas where concession rights are being sought. There are other critical situations where concessions rights are in jeopardy and where the Department´s vigilant attention is required. Furthermore, there are other areas where after the war there is a genuine possibility of securing an amelioration of the unfavorable discriminatory conditions under which American nationals were able to obtain rights before the war”.

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dramáticamente la dependencia estratégica de EE.UU., de materias primas y petróleo, como señala Gabriel Kolko: “La guerra de Corea también intensificó la dependencia estadounidense de las importaciones de materias primas, que provenían básicamente del tercer mundo. Todos sus líderes eran conscientes de la importancia de estas importaciones, una importancia que iba a influenciar desde ese momento las decisiones en materia de política exterior. Sólo el 5% de su consumo total de metales, excluyendo el oro y el hierro, era importado en los años veinte, pero entre 1940 y 1949 la cifra ascendió al 38% y al 48% en la década siguiente. El crecimiento americano estaba ligado al libre acceso a las importaciones esenciales, de las que el hemisferio occidental era el proveedor más importante en cuanto a metales y Oriente próximo era esencial en cuanto al petróleo”(2003: 112). Al final de la II Guerra Mundial, EE.UU. coordinó políticas con Inglaterra y Francia, que poseían mejores posiciones en el Medio Oriente. El 25 de mayo de 1950 emitieron una declaración tripartita, en la que asumían de hecho y unilateralmente, el papel de garantes del armisticio firmado en 1949 entre Israel y los países árabes. Además, EE.UU., Inglaterra y Francia se otorgaban a sí mismas el derecho de determinar los niveles de las fuerzas armadas y los armamentos de los estados de la región. Esta política se llevó a cabo al margen de la ONU. Por su carácter

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intervencionista y neo imperialista, incluso gobiernos pro occidentales de la región, como los de Egipto, Siria, Líbano, Arabia Saudita, Yemen, y Jordania, se pronunciaron contra esa declaración y prometieron no admitir acciones que perjudicaran su soberanía o independencia. En 1950-1951, EE.UU., Inglaterra, Francia y Turquía, varias veces propusieron un Mando Mesoriental bajo su dirección, que incluiría todas las fuerzas armadas de los países de la región como miembros. El proyecto no funcionó. En 1952 Turquía se integró a la OTAN y en 1954 firmó un pacto militar con Pakistán. En ese mismo año, Turquía, junto con EE.UU., Inglaterra, Francia, Australia, Nueva Zelanda, Tailandia y Filipinas, firmaron el Tratado de defensa colectiva de Asia Sudoriental (SEATO), dirigido contra la URSS. EE.UU. utilizó a Irak para promover sus intereses en la región. En abril de 1954 aumentó la ayuda militar al régimen de Bagdad (a cargo de Nuri Said, subordinado de Inglaterra), y en febrero de 1955 los dos países firmaron en esa ciudad mesopotámica un tratado militar, el llamado Pacto de Bagdad. Inglaterra se unió a esta alianza militar el 4 de abril, Pakistán el 23 de septiembre, e Irán el 11 de octubre. Pero Irak se retiró del pacto en 1958, como resultado de la revolución de julio. Al quedarse sin Bagdad, el Pacto pasó a denominarse la Organización del Tratado Central (CENTO), y su sede regional se trasladó a Teherán. Al igual que SEATO, CENTO también estaba orientado a cercar y hostigar militarmente a la URSS. El 5 de enero de 1957 el presidente Eisenhower de EE.UU. formuló su “doctrina”,

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que resultó aprobada por las cámaras legislativas el 9 de marzo de ese año, en la que se proclama el derecho unilateral del presidente de EE.UU. para intervenir, inclusive por vía militar, en los asuntos internos de cualquier país del Medio Oriente, para luchar contra el comunismo internacional. Se asume que tal intervención se justificaría por el papel de la región en la política y la economía internacionales. Esta doctrina se empleó en la región y contra la revolución iraquí de 1958. En ese mismo año, la infantería de marina de EE.UU. desembarcó tropas en Líbano y su fuerza aérea apoyó un desembarco de tropas inglesas contra Jordania. Pero a finales de ese año las potencias metropolitanas debieron retirar sus tropas y no lograron revertir la revolución iraquí. 4. Las guerras de Israel, el surgimiento de la OPEP y la crisis del régimen petrolero La llegada a la presidencia de John F. Kennedy marcó un importante cambio en la política exterior de EE.UU. para el Medio Oriente, al concentrar sobre Israel la cooperación militar en la zona. Ya en 1952 los dos países habían firmado un acuerdo de asistencia para la seguridad mutua, en el que el estado judío se comprometía a poner a disposición de EE.UU. equipos, materiales, servicios y otras ayudas; a participar junto con EE.UU. en la defensa del área; así como en otras medidas de protección de la seguridad internacional48. Esta tendencia se acentuaría 48

Treaties and Other International Acts Series. Washington, D.C: 1953, pp.1,2.

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durante la década de 1960 y se ha consolidado hasta la fecha. En 1962 EE.UU. entrega a Israel misiles Hawk y en 1966 acordó proveerle de aviones Skyhawk y tanques Patton. Mientras tanto, los movimientos y tendencias nacionalistas y antimperialistas en el Medio Oriente seguían creciendo. Uno de los centros de interés, lógicamente, lo constituía el control del petróleo, principal producto de la mayoría de los países de esta región. Así, en 1960, en la Conferencia de Bagdad se creó la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que buscaba unificar la política de los países productores frente al oligopolio transnacional metropolitano y sus gobiernos. Venezuela es el único país latinoamericano miembro de la OPEP. Durante la administración de Lyndon Johnson y el auge de la guerra de EE.UU. contra Vietnam, la colaboración militar entre EE.UU. e Israel se intensificó, a la vez que Washington se distanció de los países árabes. En este período, con recursos científico tecnológicos propios y probablemente de EE.UU., o en todo caso con la complacencia de Washington, el estado sionista empieza a desarrollar su arsenal de bombas termonucleares y otras armas de destrucción masiva (se estima “oficial” y conservadoramente, que hoy incluye al menos 200 bombas) (Houtart, 1998). A partir de aquí, y más explícitamente con la Doctrina Carter (Cf. infra), se establecen los dos pilares de la política de EE.UU. en el Medio Oriente: acceso irrestricto y barato al petróleo, y alianza incondicional con Israel.

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La OPEP fue resultado del programa nacionalista populista que llegó a dominar durante la década de 1970, en el que el “Sur” o el “Tercer Mundo”, pasaban a tener iniciativa estratégica y, además de liberarse del tutelaje colonial, pretendían establecer un “nuevo orden económico internacional” (NOEI), más justo y equitativo, con reglas de comportamiento que permitieran a los pobres y excluidos superar esas condiciones. Parte fundamental de esta estrategia consistía en la organización y unificación de políticas de América Latina, África y Asia. La OPEP, junto con otra serie de organismos e instituciones internacionales (de países exportadores de café o de azúcar, por ejemplo), se convirtieron en los instrumentos para esas reivindicaciones frente a las grandes potencias. Pero, al igual que en otros casos, y de la misma manera que con la propuesta en la ONU por un NOEI, EE.UU. y las grandes potencias capitalistas rechazaron esas pretensiones y, cuando no pudieron destruirlas, se dedicaron a atacarlas. Tal fue el caso de la OPEP. La OPEP ha construido un régimen parcial del petróleo, pero ha sobrevivido y representado un “equilibrante” (similarmente parcial) del poderío metropolitano (empresas y gobiernos). Desde su creación, y con mayor evidencia durante la última década del siglo XX y la primera del XXI, no ha logrado sustituir satisfactoriamente los innúmeros insumos y servicios, las correspondientes porciones de la estructura vertical y horizontal de la industria, así como segmentos del mercado, que siguen estando controlados por las grandes empresas petroleras de EE.UU., Inglaterra, Francia

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y Holanda. Más bien, la OPEP se ha caracterizado por su poca participación en los “derivados” del petróleo, habiéndose concentrado en exportar el “crudo”, es decir, materia prima con un mínimo de procesamiento. El aporte soviético o chino nunca fue o ha sido suficiente y a veces resultó inadecuado. Más bien, se estima que el crecimiento del consumo petrolero de China e India será el mayor del mundo entre 2000 y 2020, y deberá llenarse con importaciones. Otros productores previamente independientes, como México, han sido integrados a la estructura dirigida por el oligopolio petrolero y el gobierno de EE.UU. Pierre Jalée comentaba a principios de la década de 1970, que: “Verdadero mandatario del sistema... en el dominio-rey del petróleo, el cártel (de empresas; ESF), por apoyos políticos en sus países de origen y por la debilidad de los países detentadores de reservas, ha podido asegurar... tanto la exploración y extracción como el transporte y la venta del petróleo en todas las regiones” (1977: 35). Y N. Sarkis, refiriéndose a los convenios, concesiones y tratados impuestos por las “Siete Hermanas” a los países productores antes de 1960, señala que “se asemejan hasta la confusión mucho más a cartas coloniales que a contratos libremente negociados” (1968). Hasta principios de la década de 1970, las Siete Hermanas ayudaron a que EE.UU., Inglaterra, Francia y Holanda tuvieran acceso al petróleo del Medio Oriente a bajo costo, lo cual no

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les impidió entregar grandes ganancias a sus accionistas. Así, el precio del barril de petróleo se mantuvo bajo los cinco dólares a precios corrientes (un poco más de siete dólares en precios constantes) hasta prácticamente 1973. En 1880 la producción mundial de petróleo era de unos 20 millones de barriles anuales. En las décadas sucesivas hasta 1960, la producción creció a un ritmo promedio del 6.94 por ciento anual, y alcanzó los 16.000 millones de barriles en 1970, cifra equivalente a todo el petróleo producido entre 1880 y 1960. También hacia 1970, el petróleo representaba casi el 60 por ciento de toda la energía consumida en el planeta (Zorzoli, 1981: 33, 34). Y, en 1975, el petróleo representaba ya el 67 por ciento del consumo energético (Conant & Racine Gold, 1974: 24). Como señalamos, el régimen internacional petrolero ha estado dominado, incluso con la presencia de la OPEP, por las llamadas “Siete Hermanas”. Así, por ejemplo, en EE.UU., tres empresas petroleras (Standard Oil de New Jersey, Mobil Oil, y Texaco), hacia 1966 controlaban el 48 por ciento de las ventas del producto; y en Francia, en el mismo año, cuatro empresas (Compagnie Francaise des Pétroles, Compagnie Francaise de Raffinage, Shell Francaise, y ERAPELF), controlaban el 80 por ciento del mercado. En 1969, la lista anual de las mayores empresas mundiales que publicara la revista Fortune, estaba encabezada por Standard Oil de New Jersey, seguida por Royal Dutch Shell Group, mientras que Texaco ocupaba el cuarto lugar, Gulf Oil el sexto, y Mobil Oil el octavo. Los lugares

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intermedios, tercero y quinto, eran ocupados por sendas empresas íntimamente relacionadas con el consumo de petróleo, de la rama automovilística, General Motors y Ford Motors. En 1973, el presidente Nixon presenta el Proyecto Independencia, dirigido a “emancipar” a EE.UU. de la dependencia del petróleo importado, diversificando las fuentes energéticas, enfatizando la energía nuclear y el carbón, y aumentando la producción petrolera nacional. El 6 de octubre de 1973 empezó la guerra del “Yom Kippur”, como respuesta árabe al expansionismo de Israel (país que había lanzado una expedición expansiva con la “Guerra de los Seis Días” de 1967). El gobierno israelí solicitó ayuda a EE.UU. y consideró utilizar sus armas termonucleares. El 21 de octubre, Nixon y Kissinger enviaron ayuda militar y los israelitas pudieron rechazar la ofensiva árabe. Entonces, “...la Unión Soviética amenazó con intervenir para apoyar a los egipcios y Nixon respondió poniendo en alerta a las tropas americanas en todo el mundo”(Schulzinger, 1984: 305). Se llegó a un impasse entre las partes, pese a que Israel y el Egipto de A. Sadat –realineado con EE.UU. por Kissinger-, rechazaron la presencia soviética en sus negociaciones. Hasta entonces, EE.UU. había logrado mantener separados sus intereses por el petróleo y su alianza estratégica con Israel ante la opinión pública y (algunos de) los gobiernos árabes. El apoyo que ofreció EE.UU. en esta oportunidad al estado sionista, implicó un pacto estratégico con Israel (evidente pero secreto), que se estrechó en la práctica. Los países árabes,

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organizados en la OPEP, mentalmente y políticamente “se percataron” de la preferencia político estratégica a favor de Israel, en la política exterior de Washington y Londres, y decretaron un embargo a quienes apoyaban al régimen judío. La OPEP “castigó” a Holanda por sus posiciones pro israelitas, provocando que otros países europeos se distanciaran de esa política. Mientras tanto, Nixon se veía forzado a renunciar y su sustituto, el vicepresidente G. Ford, perdía toda popularidad al otorgar el “perdón ejecutivo” a Nixon. A finales de 1974 Kissinger – inmune a la caída de Nixon- había logrado la separación de las fuerzas judías y sirias en los altos del Golán. Lo cual, sin embargo, no podía detener la ira árabe y el embargo petrolero decretado por la OPEP. Tampoco lograba detener la crisis de la hegemonía de EE.UU. El aumento de los precios del petróleo coincidió y ayudó a intensificar crisis en los principales “regímenes” internacionales (financiero, comercial, energético), que minaron la hegemonía de EE.UU. durante la década de 1970, incluyendo la crisis monetaria (paridad oro dólar; devaluación del dólar y procesos inflacionarios deflacionarios incontrolables -“estagflación”); la crisis de la paridad estratégica con la URSS y la derrota en la Guerra de Vietnam; la crisis de su dominación sobre el Tercer Mundo (rebeliones en Asia, África y América Latina). A esto hay que sumar las crisis éticas y de legitimidad política, desatadas por esa impopular guerra de agresión y por la profunda corrupción de la administración Nixon, en la que aparecían claramente los vínculos

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entre el ejecutivo, la “comunidad de seguridad nacional” y el crimen organizado (Caso Watergate). Durante la primavera de 1974, el más fiel aliado de Washington en la zona meso oriental, el Shá de Irán, había promovido que la OPEP incrementara el precio del crudo un trescientos por ciento, de 2 a 8 dólares por barril. Para “recuperar” los pagos extraordinarios que se estaban realizando a Irán, los gobiernos de Nixon y Ford multiplicaron las ventas de equipo militar a ese país. Entre 1950 y 1971, EE.UU. exportó a Irán armas por valor de 1.2 millardos de dólares, mientras que entre 1972 y 1978 ese monto ascendió a 21 millardos de dólares. Cinco mil militares de los ejércitos de EE.UU. llegaron a Irán como instructores de uso de las nuevas armas. Otros 40.000 civiles de EE.UU. se instalaron en ese país para construir infraestructuras y servicios, incluyendo aeropuertos y puertos, y para instalar y operar los campos de extracción y exportación del petróleo. Como contraparte, más de cien mil jóvenes iraníes se dirigieron a estudiar en EE.UU. Las consecuencias del embargo de la OPEP fueron sobre estimadas, y sirvieron como explicación única para la crisis estratégica (militar, político ideológica y económica) de EE.UU., durante la década de 1970. Esta sobre estimación expresa el valor simbólico asignado al recurso petrolero, incluyendo la conciencia de los daños ecosociales provocados por el petróleo y por el aparato militar industrial (expresada en protestas y convulsiones internas), y ese énfasis mediático en el petróleo como causa de la crisis económica,

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también expresa nítidamente la “necesidad oficial” de estrechar aún más los vínculos entre el petróleo y la seguridad nacional de EE.UU. La tendencia culminaría con la llamada Doctrina Carter, que consideraremos más abajo. Planteando el problema desde la perspectiva del análisis de regímenes internacionales y de la decadencia hegemónica de EE.UU. durante esa década de 1970, R. Keohane estudió la crisis del régimen energético de los hidrocarburos. Señala que, a diferencia de los regímenes internacionales financiero y comercial: “En petróleo, los acuerdos eran menos explícitos y menos abarcadores, ya que las reglas y prácticas no habían sido establecidas en conferencias internacionales sino que habían sido elaboradas, en gran parte por las principales compañías petroleras, respaldadas por los Estados Unidos e Inglaterra, y eran acatadas, aunque cada vez más conflictivamente, por los países productores, todavía débiles. No existía ninguna organización global internacional que controlara la conducta estatal... En este régimen, las relaciones de poder eran altamente asimétricas. Las compañías principales poseían mejor información acerca de los mercados y la tecnología petrolera; acaparaban recursos financieros y capacidades de producción, transporte y mercado que no podían igualar los países productores. Cuando se veían amenazadas por la nacionalización y la revolución, las compañías podían recurrir a

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la ayuda de los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña (1988: 233-234) (Énfasis ESF). Keohane destaca los golpes asestados al régimen del oligopolio petrolero por los países productores agrupados en la OPEP, quienes, “…se aseguraron un sustancial aumento de precio en las negociaciones llevadas a cabo en Teherán en 1971, luego cuadruplicaron virtualmente los precios sin negociaciones tras la guerra de Yom Kippur... En términos reales, los precios cayeron hasta principios de 1979, cuando la revolución de Irán suministró otro catalizador para la duplicación de precios, lo que condujo a un precio de 30 dólares por barril a principios de 1980” (1988: 239-240). En 1974, EE.UU. convocó a las potencias capitalistas industrializadas a organizar la Agencia Internacional de Energía (AIE), para desarrollar un sistema que permitiera a sus miembros defenderse en situaciones de crisis y para reducir o limitar la dependencia del petróleo importado. La AIE dejaba el mercado en manos de las compañías y de la OPEP, y se preocupaba por la seguridad energética de sus miembros, bajo el liderazgo de EE.UU. 5. La Doctrina Carter y la política Bush IReagan Después que G. Ford terminase el mandato de Nixon, la nueva administración de James Carter, inicialmente se propuso como lema de su política internacional “liderazgo sin hegemonía”, y el desarrollo de la interdependencia a nivel global, para unir el Norte con el Sur y con el Este. La

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doctrina estratégica, sin embargo, seguía siendo agresiva aunque menos directamente realista: “Sustituimos la política del equilibrio de poder por la política del orden mundial”, y anunciaba el neoliberalismo internacionalista que predominaría durante las administraciones Clinton al final del siglo XX, al señalar que: “En el futuro cercano, los asuntos de la guerra y la paz serán más una función de problemas económicos y sociales, antes que de los problemas de seguridad militar que han dominado las relaciones internacionales desde la II Guerra Mundial” (Citado en Schulzinger, 1984: 317)49. Entre 1976 y 1978, la política de EE.UU. hacia el “Sur” y el “Este” estuvo influida por las posiciones del ministro de exteriores C. Vance. En este período, EE.UU. negocia con el gobierno de Omar Torrijos la devolución del Canal a Panamá, y posibilita que Israel y Egipto hagan la paz. Posteriormente, el agresivo asesor de seguridad nacional, Z. Brzezinski, logró que sus opiniones fueran más decisivas, y Vance fue retirado del gobierno. Como señala un historiador, “En 1979 el presidente regresó a temas agresivos de principios de la Guerra Fría. La toma de la embajada americana por revolucionarios iraníes en noviembre y una invasión soviética contra Afganistán en 49

“…in the near future issues of war and peace will be more a function of economic and social problems than of the military security problems which have dominated international relations since World War II”.

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diciembre de 1979 completaron la conversión de Carter en un Guerrero Frío”. (Schulzinger, 1984: 317). Carter se retiró de las negociaciones con la URSS sobre el tratado SALT II en enero de 1980, y anunció que su país boicotearía los Juegos Olímpicos a celebrarse en Moscú. Además, organizó un embargo de equipos tecnológicamente avanzados contra la URSS, y aumentó el presupuesto militar. En marzo de 1977, Carter señaló la necesidad del “equivalente moral de una guerra”, para reducir la dependencia estratégica del petróleo importado, y proclamó la llamada “Doctrina Carter”, según la cual EE.UU. intervendría para defender sus “intereses nacionales”, en caso de que la URSS (u otro adversario o competidor), amenazara el flujo de petróleo desde el Golfo Pérsico hacia EE.UU. o sus aliados. La doctrina Carter está en la base de las posteriores intervenciones militares y de otro tipo que ha emprendido EE.UU. en el Golfo Pérsico y el Medio Oriente. Durante la Guerra Fría, sin embargo, EE.UU. actuó cuidadosamente, respetando, no solo la integridad de la URSS (repúblicas soviéticas asiáticas) sino una “zona de influencia”, demarcada por la disponibilidad de sistemas estratégicos recíprocos capaces de entrar en una confrontación termonuclear generalizada, así como la disponibilidad de bases y líneas de abastecimiento. Con la desintegración de la URSS y la reducción de Rusia a un territorio menor que el poseído por los zares desde el siglo XVIII, la

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Doctrina Carter ha pasado a significar la base del renovado intervencionismo de EE.UU. en el Medio Oriente y el Asia Central, durante las administraciones desde Bush I hasta Bush II, con las administraciones Clinton incluidas. Así, a finales de la década de 1970, las tendencias militaristas y guerreristas dentro de la sociedad y del gobierno de EE.UU., tanto como en Inglaterra y otros países metropolitanos, se preparaban para lanzar una ofensiva estratégica contra sus enemigos, en primer término la URSS, y en segundo la “disidencia” y “guerras de liberación” en el llamado Tercer Mundo. La segunda mitad de la administración Carter ya se orientó en este sentido; el alejamiento de Vance y la preeminencia de Brzezinski en la política exterior de EE.UU. lo hacían patente. Rancios aires decimonónicos soplaban en el capitalismo. La derecha política se fortalecía y crecía al calor de la lucha contra la URSS y el socialismo; los intelectuales “light” establecen una relación teológica, de dependencia recíproca, entre “democracia y mercado”. Se trataba de las tendencias en teoría y política económicas que revivían los postulados del liberalismo, como estrategia para fortalecer los intereses de los oligopolios mundiales y de las potencias centrales, EE.UU. en primer término. Estas posiciones neoliberales, a la vez que predicaban libertad económica, desataban o atizaban golpes de estado o guerras en Afganistán, en Chile, en Argentina, en Angola, por ejemplo. Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Milton Friedman con los “Chicago Boys”, Jorge Videla y Augusto Pinochet, se

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convirtieron en figuras emblemáticas del neoliberalismo autoritario, que pasó a erigir como “sujeto de la historia” a los carteles oligopólicos (disfrazados de “empresas libres”, que a su vez se disfrazaban de “individuos libres”), actores centrales, junto con Rambo –encarnación de la violencia psicosocial y militar del imaginario en EE.UU.-, en una renovada y postrer versión del capitalismo triunfante, salvaje y sangrante. La estrategia de EE.UU. durante la última fase de la administración Brezhnev en la URSS, consistió en penetrar los aparatos de inteligencia soviéticos y sobre todo fomentar la corrupción en el Partido Comunista, por una parte. Por la otra, se revivieron las doctrinas del “roll back” (hacer retroceder) contra el comunismo internacional y, para ello, se intensificó al máximo la competencia estratégica, no escuchando las propuestas de convivencia pacífica que desesperadamente planteaban los soviéticos ya desde la guerra de Vietnam, sino, al contrario, provocando que los ejércitos soviéticos se sobre extendieran en guerras de desgaste, y la economía de guerra ahogase a la URSS. EE.UU. apoyó decididamente al régimen racista sudafricano contra Angola, Mozambique y otras naciones africanas. Pero, sobre todo, Brzezinski y C. Wojtila (electo sumo sacerdote de la iglesia de Roma después que su predecesor – seguidor de Juan XXIII- fuera asesinado misteriosamente), organizaron dos ataques contra Moscú, uno de guerra política en Europa Oriental centrado en Polonia, el otro en Afganistán, de guerra de guerrillas contra los ejércitos soviéticos, siendo el saudita Osama Ben Laden, uno de los

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principales cabecillas entrenados y financiados por EE.UU. –recibió más de 2.000 millones de dólares de agencias de EE.UU. y del gobierno Saudita. Durante el siglo XX, EE.UU. pudo funcionar económica y socialmente por la disponibilidad y uso de recursos, en particular recursos energéticos, abundantes y baratos. Entre 1965 y 1973, el consumo energético en EE.UU. había crecido a una tasa del 4.5 por ciento anual (Kash & Rycroft, 1984: 9), y la producción nacional ya no podía dar abasto con la demanda, de manera que la diferencia se llenaba con importaciones baratas. La “crisis energética” suscitada alrededor del embargo petrolero de la OPEP generó confusión en EE.UU. y un cambio en su política, que se tornó aún más agresiva. Así, la administración Carter decide relanzar su política energética, centrando el esfuerzo en tres objetivos: abundancia energética, “limpieza” de los recursos empleados, y seguridad en los suministros. Sin embargo, para esto no se cambiaron las tendencias históricas, sino más bien se reforzaron los sectores tradicionales, petróleo, energía nuclear, gas natural y carbón, aunque ciertamente la investigación y el apoyo al desarrollo de energías alternativas también se acentuaron, tanto por parte del estado como por las empresas y otros actores. En un comunicado de prensa de la Casa Blanca del 29 de abril de 1977 podemos observar claramente, otra vez, cómo se recurre al miedo y a las amenazas, que vinculan energía y seguridad nacional: “La pregunta de fondo es si esta sociedad está dispuesta a ejercer disciplina interna para

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seleccionar y perseguir un conjunto coherente de políticas, con la suficiente anticipación frente a cualquier desastre amenazante. Las democracias occidentales han demostrado esa disciplina en el pasado, al reaccionar ante amenazas a la sobrevivencia inmediatas y palpables, en tiempos de guerra. Pero han tenido menos éxito en cohesionar sus recursos humanos y materiales para enfrentar amenazas a sus sistemas económico y político, menos visibles e inmediatas. Cuando los peligros aparecen de forma incremental y el día de dar cuentas parece lejano en el futuro, los líderes políticos democráticos se han mostrado renuentes a tomar acciones decisivas y tal vez impopulares. Pero se requerirá tal acción para enfrentar la crisis energética. Si la nación continúa yendo a la deriva, lo hará en un mar cada vez más peligroso” (p.25; énfasis ESF)50. Nixon había devaluado el dólar en 1971, rompiendo su paridad con el oro. Similarmente, la 50

“The ultimate question is whether this society is willing to exercise the internal discipline to select and pursue a coherent set of policies well in advance of a threatened disaster. Western democracies have demonstrated such discipline in the past in reacting to immediate, palpable threats to survival, as in time of war. But they have had less success in harnessing their human and material resources to deal with less visible and immediate threats to their political and economic systems. When dangers appear incrementally and the day of reckoning seems far in the future, democratic political leaders have been reluctant to take decisive and perhaps unpopular action. But such action will be required to meet the energy crisis. If the nation continues to drift, it will do so in an increasingly perilous sea” (Énfasis ESF).

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administración Carter determinó devaluar el dólar en 1977, para promover las exportaciones de EE.UU. Hacia 1978, la moneda de EE.UU. se había devaluado un veinticinco por ciento y la OPEP incrementó el precio del petróleo, de 12 a 18 dólares. En 1979, EE.UU. abonaba unos 50 mil millones de dólares por concepto de compras petroleras. En junio de ese año el precio del barril de petróleo se duplicó, alcanzando los 36 dólares, como resultado del impacto de la revolución iraní, que redujo la producción persa en un noventa por ciento. Los ingresos adicionales que recibían los miembros de la OPEP, en importante medida se convirtieron en “petro dólares”, es decir, fueron depositados en bancos metropolitanos, y de allí se ofrecieron en calidad de préstamos, en condiciones aparentemente muy favorables, a un conjunto de países subdesarrollados, sobre todo latinoamericanos que, o bien enfrentaban una cuenta muy elevada por importaciones petroleras, o bien, como en los casos de México, Irán o Venezuela, confiaban en sus recursos petroleros para hacer frente a la creciente deuda externa. Sin embargo, el uso más eficiente de la energía, así como el aumento de la producción de petróleo, hacia 1981 resultó en una abundancia del recurso en los mercados. Los precios en bolsa de las empresas petroleras habían aumentado un 500 por ciento entre 1973 y 1980, pero entre 1981 y 1982 descendieron a la mitad, por el motivo citado. La misma OPEP redujo su producción en un quince por ciento, para mantener el precio del barril alrededor de 34 dólares.

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Las dos administraciones Reagan-Bush I que siguieron a la de Carter, por una parte redujeron drásticamente el financiamiento estatal para la energía, algo particularmente dañino para quienes desarrollaban fuentes energéticas alternativas a las tradicionales; y por otra parte, siguiendo su orientación ideológica de nuevo liberalismo extremista, plantearon que las empresas de energía (en particular las petroleras) debían recuperar su capacidad rectora en el régimen energético internacional, empezando entonces por hacerse cargo del sector (desde la I&D hasta la distribución). Empleando un análisis de situación que enfatiza la inestabilidad energética, el gobierno Reagan-Bush I centra su resolución en el oligopolio petrolero (disfrazado de “mercado”): “Lo que sí es cierto sobre el futuro es que el camino exacto del desarrollo de la energía y de sus mercados es incierto. Las innovaciones tecnológicas, los descubrimientos geológicos, los cambios en la economía interna o internacional, los conflictos políticos o militares, las variaciones en la actitud del público –todos estos son acontecimientos inherentemente impredecibles que pueden alterar drásticamente la situación energética de la nación. Bajo la filosofía de mercado libre de esta administración, el mismo pueblo americano de hecho llevará a cabo un plebiscito continuo en el mercado, para expresar su evaluación individual y colectiva de los posibles cursos de acción. Sus acciones determinarán, ultimadamente, si el consumo

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energético per cápita de la nación sube o baja entre hoy día y el año 2000 –y cuál será nuestra mezcla de fuentes energéticas al cambio de siglo”. (Bureau of National Affairs, 1981: 1115)51. Todos los problemas energéticos habían de solucionarse mediante el “mercado”, incluyendo las crisis militares o de seguridad. Así, en la p.1113 de ese documento citado, se lee que el gobierno de EE.UU., “se fundamentará primariamente en las fuerzas del mercado para determinar el precio y la distribución de los insumos de energía, incluso durante una emergencia energética” (Énfasis, ESF)52. En la rama legislativa, las propuestas del ejecutivo sufrieron algunas modificaciones respecto a la distribución de recursos financieros, y se evitó el desmantelamiento completo del sistema de formulación de políticas energéticas. 51

“The one thing that is certain about the future is that the exact path of energy development and markets is uncertain. Technological innovations, geologic discoveries, changes in the economy at home or abroad, political or military conflict, variations in public attitude –all of these are inherently unpredictable events that can alter the nation´s energy situation drastically. Under the free market philosophy of this administration, the American people themselves will actually conduct a continuing national plebiscite in the marketplace to express their individual and collective evaluation of possible courses of action. Their actions will determine ultimately whether energy consumption per capita in this country rises or falls between now and the year 2000 –and what our mix of energy sources will be at the turn of the century.” 52 “primary reliance on market forces to determine the price and allocation of energy supplies even during an energy emergency”.

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El 17 de septiembre de 1980, Irak declara sin validez el Tratado de Argel de 1975, que el gobierno de Bagdad había firmado bajo la presión del Shá Reza Pahlevi y según el cual el país persa controlaría la desembocadura de los ríos mesopotámicos, el Shat-el-Arab. El 21 de septiembre Irak ataca a Irán y sus tropas penetran en el territorio iraní, pero avanzan lentamente y a los pocos meses empiezan a estabilizarse y luego a contraerse las líneas del frente. Hacia 1982 Irán había recuperado casi todo su territorio perdido y empezaba a avanzar para tomar el sur de Irak (Basora). Con armas convencionales, biológicas y químicas, el gobierno iraquí, sin embargo, para 1987 había contenido la ofensiva iraní –siempre contando Bagdad con el apoyo de EE.UU. Mientras, aprovechando el notorio debilitamiento de las partes beligerantes y apostando a que la URSS no se atrevería a intervenir, en 1986 la marina de guerra de EE.UU. se apoderó (de la parte acuática) del Golfo Pérsico. Irán minó sus puertos en una acción puramente defensiva, de manera que no logró contrarrestar esta importante adquisición por parte de EE.UU. El dominio de esa avenida marítima es fundamental para el control del Medio Oriente, ya desde tiempos de Alejandro Magno. La presencia de fuertes contingentes terrestres y navales de EE.UU. en el golfo Pérsico representa una amenaza para Rusia y los estados sucesores de la URSS, así como para Irán. Al mismo tiempo, esas fuerzas y buques pasan a ser blancos de sistemas misilísticos de mediano alcance, tanto rusos como, más recientemente, también iraníes.

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Además, a mediados de 1982, en Washington el ministro de exteriores A. Haigh había sido reemplazado por G. Schultz, justo a tiempo para enfrentar una nueva crisis, cuando Israel hizo avanzar sus tropas hasta los alrededores de Beirut, buscando destruir a la Organización de Liberación Palestina (OLP). La opinión pública mundial, incluida la de EE.UU., se oponía fuertemente a las acciones sionistas, al conocerse los cientos de muertos que causaba el ataque contra civiles libaneses y refugiados palestinos -mujeres, niño/as y anciano/as incluidos. La administración Reagan supuestamente trataba de detener el ataque israelita, y el 1 de septiembre propuso un plan para intercambiar territorios: Israel cedería la margen occidental del río Jordán a los palestinos, que conformarían un estado conjuntamente con Jordania. Pero el 14 de septiembre caía abatido el líder de la falange derechista libanesa, Bashir Gemayel, aliado incondicional de Israel. El 15 de septiembre de 1982 los ejércitos judíos ocupaban el sector oeste de Beirut. Dos días después, el 17, los milicianos derechistas cristianos de Gemayel entraron a dos campos de refugiados palestinos (Shabra y Shatila) y asesinaron a casi trescientos indefensos refugiados palestinos, nuevamente mujeres, niño/as, anciano/as. Una fuerza integrada con soldados de EE.UU., Francia e Italia entró a la zona para “interponerse”. En 1983 esas fuerzas metropolitanas, junto con el ejército israelita, las milicias cristianas de Gemayel y las fuerzas del ejército sirio (enviadas por el presidente Al Hassad para proteger a los

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palestinos), seguían ocupando sus posiciones en Líbano. A la vez, EE.UU. apoyaba a Inglaterra en su guerra contra Argentina y desarrollaba guerras contrarrevolucionarias en Nicaragua, Angola, Etiopía-Somalia y Afganistán. La administración Reagan-Bush I agravó su crisis con el llamado “Irangate”, al descubrirse que, contra lo estipulado en la ley, el ejecutivo washingtoniano secretamente abastecía a la revolución iraní que oficialmente combatía. La operación implicaba una triangulación, para así conseguir recursos financieros dirigidos a los “contras” nicaragüenses, que Washington ponía a luchar contra el gobierno sandinista. Sin embargo, pese a la indignación pública y a procedimientos institucionales, a diferencia de Nixon, ni Reagan ni Bush I fueron castigados, ni se vieron obligados a dimitir, creando un funesto precedente para la democracia en EE.UU. Se originaba, en consecuencia, un excelente precedente para la transformación autoritaria del estado en EE.UU. Por su parte, la URSS empezaba a manifestar con mayor claridad su debilidad estratégica, y los sectores del aparato de inteligencia, militar y policíaco dominantes en el PCUS y el Estado eran incapaces de contrarrestar las tendencias centrífugas y autofágicas que padecían, ni tampoco, entonces, pudieron enfrentar las acciones de sus contrapartes de EE.UU. (también con el aparato de inteligencia, militar y policiaco en el poder) y sus aliados, que coadyuvaban a desestabilizar rápidamente esas instituciones (Partido y Estado), las fuerzas armadas, la

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economía, los intelectuales, los grupos étnicos y religiosos. Similarmente, EE.UU. y sus aliados desestabilizaban el occidente europeo de los soviéticos y el vital Pacto de Varsovia, así como el ámbito austral soviético (Repúblicas asiáticas y guerra en Afganistán). En este último país, EE.UU. orquestó y financió una “guerra santa”, a cargo de fanáticos islamistas que tendrían la suficiente ferocidad para enfrentarse a los ejércitos soviéticos: “Durante la década de 1980, la CIA trabajó estrechamente con los saudíes para financiar la guerra contra los soviéticos en Afganistán, y éstos casi igualaron los tres mil millones de dólares que se gastó la propia agencia. Muchos de los ricos contactos saudíes de Bin Laden, imbuidos de parecidas convicciones religiosas, remordimientos o sentimientos similares, continuaron financiándole durante la década siguiente... Estados Unidos dio la bienvenida a los movimientos islámicos como un antídoto contra los grupos izquierdistas laicos, de los cuales temían que se aliaran con los soviéticos, al igual que preferían al Sha en Irán que a los nacionalistas laicos y de clase media” (Kolko, 2003: 57. Cf. Brissard & Dasquié, 2002). Mientras tanto, en 1988 Irán había aceptado la Resolución de Paz 598 de las Naciones Unidas (acordada el 20 de julio de 1987), y el 20 de agosto de 1990 se firmó la paz entre Irán e Irak. Al mismo tiempo, creyendo contar con el apoyo del gobierno de EE.UU., Irak invade Kuwait el 2 de agosto de 1990. El 8 de agosto EE.UU. empieza su ocupación de Arabia Saudita,

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cuando aterrizan ahí los primeros aviones de su fuerza aérea. Entre el 6 de agosto y el 31 de octubre de 1990, la administración Bush I diseña la operación de ataque a Irak. Esta ofensiva militar tenía por objetivo principal controlar el Golfo Pérsico que se disputaban Irak e Irán y establecer tropas y bases en Arabia Saudita (posicionamiento militar naval sobre Shat-al-Arab, y terrestre en Arabia Saudita, Omán, Qatar). Un objetivo ulterior consistía en tomar Irak. De esta manera, EE.UU. controlaría los dos principales yacimientos petroleros del planeta. Entre los planificadores de la operación se encontraban Bush I, Cheney, Powell, Wolfowitz, Perle, Negroponte, y otros. La superposición de fechas alrededor de la firma de la paz entre Irak e Irán y la invasión iraquí contra Kuwait no es observada por algunos analistas que, sin embargo, destacan cómo las acciones kuwaitíes habrían provocado la respuesta militar iraquí: “Nada más acabar la guerra entre Irán e Irak, Kuwait empezó a presionar a Bagdad para que devolviera sus enormes préstamos. Los kuwaitíes también reclamaron que Irak abandonase la disputa fronteriza que mantenía con su país y, al excederse en su cuota de producción determinada por la OPEP, redujeron sensiblemente el precio mundial del petróleo, que constituía prácticamente la única fuente de divisas de Irak. El ejército iraquí ocupó Kuwait en agosto de 1990, convirtiéndose en el detestado enemigo de sus antiguos aliados (Estados Unidos y Arabia Saudita; ESF)” (Klare: 2003: 54).

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El 29 de noviembre de 1990, EE.UU. consigue que el Consejo de Seguridad de la ONU autorice el empleo “de todos los medios necesarios para repeler la invasión” iraquí de Kuwait. El 15 de enero de 1991 vence el plazo de la ONU para que Irak se retire de Kuwait, y dos días después (17 de enero), bien posicionados de antemano, EE.UU. y sus aliados atacaron a partir de las 2:38 a.m., hora de Ryad. EE.UU. denominó a su plan de guerra “Operación Tormenta del Desierto”. Los militares diseñaron todo un nuevo dispositivo de control y filtración de imágenes y análisis de la guerra ante la opinión pública de EE.UU. y “el mundo”, con el fin de evitar un posible efecto “anti guerra” como el que ocurriera con el periodismo (“primitivo y libre”) de la Guerra de Vietnam. Un mes después Irak ofrecía retirarse de Kuwait, pero Bush I rechazó la oferta. El ejército iraquí acabó destruido y en desbandada, habiendo determinado jugar una guerra de posiciones en el desierto, con armas y equipos anticuados, y teniendo al frente a ejércitos con las armas más modernas (termonucleares “de baja intensidad”, lasers y bombas de “aturdimiento” o de fragmentación), todas de alta precisión al ser dirigidas por una densa red de C3I (Comunicación, Comando, Control, Información), integrada por estaciones en tierra, mar, aire y espacio, con capacidad para “ver” cientos de metros bajo tierra o detectar objetos del tamaño de cajetillas de fósforos. Esta red servía para “dirigir” las “armas inteligentes” de EE.UU. contra aquel obsoleto ejército iraquí, carente de sistemas modernos de mando o abastecimiento (incapaz de coordinarse

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de día y por supuesto no podía ni operar ni “ver” de noche), sin fuerza aérea y con blindados desfasados, y además con muy limitadas capacidades balísticas. EE.UU. también realizó un bombardeo contra la “infraestructura” del país (carreteras, aeropuertos, puertos, puentes, plantas y sistemas de electricidad y agua, gas, teléfonos, industrias, centros de acopio y abastecimiento de alimentos, etc.), con el propósito de paralizar el esfuerzo bélico defensivo. Lógicamente, este bombardeo ilegal por el derecho de guerra, afectó no solamente instalaciones y personal militar, sino también tuvo un terrible impacto entre la población civil. El 28 de febrero cesan las hostilidades, con una especie de impasse que, sin embargo, dividió a Irak en amplias zonas donde el ejército iraquí no podía operar, controladas por EE.UU. e Inglaterra. La toma de Irak se pospuso por muchos motivos. Según Klare, en aquel momento, “Los únicos que apoyaban la idea de que las tropas comandadas por los estadounidenses continuaran hasta Bagdad, algo que hubieran podido hacer sin problemas, eran los kuwaitíes, pero en ese caso la coalición se hubiera desintegrado”(Klare, 2003: 55). La resolución número 687 del Consejo de Seguridad de la ONU, del 3 de abril de 1991, establecía las condiciones para el cese del fuego entre las fuerzas de esa institución y las de Irak. La resolución tenía clara la existencia de armas de destrucción masiva (ADM) en la región medio oriental, señalando que, “...la amenaza que todas las armas de destrucción masiva hace pesar sobre la paz y la

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seguridad en la región, así como la necesidad de trabajar en la creación en Medio Oriente de una zona exenta de tales armas”. En este caso, la referencia es a las armas que poseían Turquía, Irán, Arabia Saudita e Irak, pero también EE.UU., Israel o Inglaterra. En todo caso, para EE.UU. se trataba de una importante victoria, porque consolidaba su control sobre el Golfo Pérsico –tomado desde 1986-, al utilizar el territorio saudita para desplegar sus fuerzas militares –además de los miles de asesores que ayudan en las operaciones del ejército saudita, principal cliente de EE.UU. en las ventas internacionales de armamentos. El objetivo principal en torno al dominio del Golfo Pérsico radicaba en el control del petróleo. Como señalaban Bush I y Brent Scowcroft (1998), EE.UU. buscaba en esta guerra de 1991, “Que ninguna potencia regional hostil pudiese secuestrar la mayoría de los aprovisionamientos de petróleo” (Énfasis ESF). Adicionalmente, Irak quedaba prácticamente dividido en zonas, las más importantes de las cuales, en términos de petróleo, eran controladas desde el aire y el espacio por EE.UU. e Inglaterra. El régimen de S. Hussein quedaba confinado a un territorio con mucha población y poco petróleo, sujeto a un embargo económico devastador (cientos de miles de personas, sobre todo niño/as, enfermarían o morirían a causa de hambrunas o escasez de medicinas), y a inspecciones para destruir sus armamentos. El mismo primer ministro británico, Blair, reconocía que los equipos

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de inspectores de la ONU en Irak, “han llegado a eliminar más armas de destrucción masiva que durante la guerra del Golfo (Pérsico; ESF)”53. En 1990 se había producido, en el orden de cosas económico, el llamado “Consenso de Washington”, mediante el que EE.UU., los organismos financieros internacionales y los acreedores privados metropolitanos, imponen a los países deudores del Sur, condiciones que sujetan directamente las políticas económicas y sociales de estos países a los deseos e intereses de los acreedores ricos. También, y paralelamente a la guerra contra Irak de EE.UU., en Europa se firma el Tratado de Maastrich, que refuerza la unidad regional de la UE. La URSS se disuelve y Yeltsin asume un mando presidencialista tiránico, apoyándose en un golpe de estado y las oligarquías mafiosas. Desde entonces, es posible observar cómo, a cada paso que da la Unión Europea en su consolidación como unión monetaria y política, EE.UU. también da un paso paralelo para aumentar su control sobre el Medio Oriente, el Golfo Pérsico y el Asia central, es decir, sobre el petróleo euroasiático. Así por ejemplo, la emisión del euro coincide con los ataques terroristas contra el Pentágono y el centro financiero de Nueva York -incluyendo el posterior ataque y ocupación de Afganistán-, y la invasión a Irak del 2003 coincide con la ampliación hacia el Este de la UE (“la Europa de los 25”).

53

Le Figaro, Décémbre 18, 1998.

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6. Petróleo y estrategia de Clinton a Bush II La derrota electoral de Bush I contra William Clinton en 1993 apartó temporalmente del poder al equipo coordinador que buscaba tomar el Medio Oriente y el Asia Central, y el impasse con el gobierno de Saddam Hussein se mantuvo durante más de una década. Para los estrategas militares de EE.UU., tomar Irak resultaría en el derrocamiento del nacionalismo y el anti americanismo en todo el Golfo Pérsico (Irán quedaría aislado), el mundo islámico y el Asia central. Los ideólogos de EE.UU. consideraron necesario imponer la forma política e ideológica oligárquica llamada “democracia”, en toda la región: ello acabaría para siempre con las resistencias a la dominación de EE.UU. y del llamado Grupo de los 8. Los ideólogos religiosos fundamentalistas cristianos en EE.UU., afirmaban su adhesión a Israel y su odio excluyente a la religión mahometana, considerando una supuesta inminencia del “fin del mundo” y el comienzo del reino de dios afincado en EE.UU. Sus contrapartes árabes proclamaban guerras igualmente santas contra los agresores infieles cristianos. Desde interpretaciones geopolíticas derivadas de MacKinder, es posible considerar que la base de la dominación estratégica mundial, consiste en controlar esa zona que incluye el Cercano y Medio orientes y su proyección hasta el Asia central (Afganistán hasta Tibet). Es la yugular geoestratégica del planeta, según la visión petroleocéntrica. Esto se tenía claro por el grupo Bush desde al menos la revolución iraní.

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Habían, en esos años, procesos muy importantes que se ubicaron en el centro del interés petrolero de la administraciones Clinton (y Blair), por el deliberado desmembramiento de la parte Sur y asiática de la antigua URSS, que redujo el territorio de Rusia a una estrecha faja de terreno entre los mares Negro y Caspio, encerrada al oeste por Ucrania, al este por Kazajstán y Turkmenistán, y al sur por Abjasia, Georgia, Armenia y Azerbaiyán. Resultaba crucial para los objetivos estratégicos de EE.UU., como lo preveíamos ya en 198954 y como lo había entendido claramente el estado mayor nazi durante la Segunda Guerra Mundial, controlar los recursos petroleros y minerales de la región. Tal fue la tarea que emprendió la administración Clinton, centrando su política petrolera para Eurasia, en la cuenca del Mar Caspio (Azerbaiján, Kazajstán, Turkmenistán y Uzbekistán –más Rusia e Irán), y en la aprobación y construcción de nuevas rutas para la exportación de gas natural hacia Europa. EE.UU. quería que los gasoductos no pasasen ni por Rusia ni por Irán, de manera que se diseñó una ruta entre Bakú y Coyhan (Turquía), pasando por Tiflis, capital de la república de Georgia -que E. Shevernadze había “heredado” de su jefe M. Gorbachov.(Cf. Cheterián, 1999). En el continente americano, EE.UU. pasa a controlar el petróleo y los recursos estratégicos de México y Canadá, mediante el control financiero del quebrado México, y mediante NAFTA. Menem, en Argentina, vende Yacimientos 54

En conversación con Joseph Szyliowicz.

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Petrolíferos Fiscales (YPF), la empresa de petróleo de bandera nacional desde Irigoyen. Se intensifica el interés por el petróleo de Colombia, Brasil, Ecuador, y la región circumcaribe. En África, se renueva el interés sobre Nigeria, Angola y Guinea Ecuatorial. Los asuntos políticos internacionales eran muchos, en particular la administración Clinton trataba de aprovechar los vacíos que se creaban con la desintegración de la URSS, y en intensificar la desintegración de la Federación de Yugoslavia. Según comenta Gilbert Achcar, el objetivo estratégico principal era: “...impedir que surgisse uma forca capaz de contestar sua supremacía político militar mundial, certeza de supremacía económica. Para consegui-lo, empenharam-se em aumentar a defasagem militar, quantitativa e qualitativa, que havia entre eles e o resto do mundo, especialmente dos adversários em potencial. Tambén precisaram impedir que os vassalos de ontem nao se libertassem de sua tutela e nao ficassem tentados a criar blocos regionais que pudessem resistir á hegemonia americana, como un bloco euro-ruso ou nipochinés.”(Achcar, 2003: 277) Al mismo tiempo, estas políticas de la agenda del presidente Clinton tenían como sustrato doctrinario ideológico, una especie de “nuevo idealismo” en política internacional, signado como neoliberalismo internacionalista, que proponía al libre comercio y al mercado como solución para todos los problemas que, de otra forma, tendrían que enfrentarse militarmente. En la post Guerra

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Fría, se afirmaba, el poder ya no estaría concentrado en el aspecto militar sino en el dinamismo económico y en la innovación tecnológica; la capacidad militar solamente serviría como “garantía de último recurso” en un sistema mundial interdependiente, neo liberal y globalista, pacífico, “democrático” y dominado por las grandes corporaciones transnacionales metropolitanas (en tales “sueños rosa”, esas empresas cuidarían que los ecosistemas no se destruyan más, y ofrecerían a las poblaciones periféricas, medios y formas para alcanzar el bienestar y la libertad). Son los años de la vacía euforia globalista en América Latina –Salinas de Gortari, Menem, Cardoso o Fujimori y equivalentes-; son los años de las burbujas financieras y de tecnologías en los mercados financieros mundiales. En el año en que Clinton toma posesión, en África se generalizaba la guerra regional que venía desencadenándose en torno a la zona de los Grandes Lagos, y en la que intervinieron Burundi, Congo, Ruanda y Uganda, con cientos de miles de muertos y millones de desplazados. Ni EE.UU. ni las otras grandes potencias, o la ONU, prestaron mucha atención al suceso: ¿Qué importancia pueden tener para los blancos educados, ricos y poderosos, las vidas de cientos de miles de africano/as negro/as y pobres? Continuó el proceso de destrucción y desmembramiento de la antigua Yugoslavia. En 1995, la resolución número 986 del Consejo de Seguridad señalaba que Irak podría vender, semestralmente, hasta 2.000 millones de

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dólares en petróleo. Los fondos recaudados irían a una cuenta controlada por la ONU, que con esos recursos permitiría al gobierno iraquí comprar alimentos y medicinas. Casi una tercera parte de esos ingresos servirían, para financiar a los inspectores de la UNSCOM y para pagar indemnizaciones de guerra a Kuwait. El gobierno iraquí no aceptó esta resolución sino en 1997. La resolución 1153 de febrero de 1998, autorizaba que Irak exportara hasta 5.200 millones de dólares en petróleo, semestralmente. Antes, en 1996, el poder legislativo en EE.UU. aprobó una legislación denominada Iran-Lybia Sanction Act, con sanciones unilaterales y pretensiones de extraterritorialidad para su derecho. Prohibía a toda sociedad económica comerciar de ninguna manera con estos dos países –ambos miembros de la OPEP; con lo que para ese momento, al menos tres miembros de esta organización eran objeto de ataques económicos por EE.UU. También, ese Act daba potestad a las autoridades de EE.UU., para “castigar” a cualquier sociedad de otros países, que comerciara o realizara cualquier tipo de negocios con Irán y Libia. Sin embargo, “Las compañías petroleras extranjeras que negociaban con Irán o Libia no han sido nunca sancionadas” (Ivekovic, 2003: 38). Si bien Clinton no intentó ocupar todo Irak, de todas maneras mantuvo una política muy agresiva y unilateral contra este país. Aparecen claramente procedimientos, por parte de EE.UU., que riñen con el derecho y las instituciones internacionales. Este tipo de actuación se hacía evidente en las

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arrogantes declaraciones de la ministra de exteriores Madeleine Albright, quien sostenía que EE.UU. se había convertido en “la nación indispensable” en el planeta, y que su voluntad debía prevalecer. Su asesor, Thomas Friedman, combinaba “neoliberalismo” con militarismo y guerra, como se había mostrado claramente ya desde el golpe de estado contra Allende, en Chile, en 1973: “La mano invisible del mercado nunca funcionará sin un puño invisible. McDonald´s no puede prosperar sin McDonnel Douglas, el fabricante de los (aviones; ESF) F-15. Y el puño invisible que mantiene la seguridad del mundo, con la tecnología de Silicon Valley, se llama Ejército norteamericano, fuerzas aéreas, marina militar y marines”.55 El 16 de diciembre de 1998, el Consejo de Seguridad de la ONU se reunió para discutir dos informes sobre la situación en Irak, uno de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), que señalaba cómo Irak había cumplido sus obligaciones y planteaba pasar, de un régimen de inspección a otro de continuo control. Sin embargo, el segundo informe, redactado por el australiano Richard Butler, a cargo del equipo de inspectores de la ONU en Irak (UNSCOM), sostenía que ese equipo “no está en condiciones de llevar a cabo un trabajo sustancial de desarme”. El debate en el Consejo de Seguridad no pudo desarrollarse normalmente, porque EE.UU., el día anterior, apoyándose en el informe de Butler había empezado a bombardear a Irak. El gobierno de 55

Citado en Amín, S. 2000: 73.

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Clinton había tenido acceso previo al documento de Butler, quien, “…no había consultado a ninguno de sus adjuntos, (pero) informaba regularmente al Departamento de Estado por adelantado de la redacción”(Gresh, 1999: 92). Ningún otro país, salvo EE.UU. conocía de antemano estas informaciones. Según Scott Ritter, quien insistió en el empleo de la fuerza contra Irak, durante el desarrollo de las inspecciones y la redacción de su informe, Butler se mantuvo en contacto permanente con los miembros del Consejo de Seguridad Nacional de EE.UU., que le solicitaban “endurecer el tono de su informe para justificar los bombardeos”56. Pese a estas declaraciones, según informaba el periódico The Washington Times, también el 17 de diciembre de 1998, desde el 13 de ese mes el gobierno de Clinton había comunicado al Estado Mayor de sus fuerzas armadas que el presidente ordenaría atacar a Irak de forma inminente. Esto sucedía tres días antes de la presentación de los informes ante el Consejo de Seguridad, sobre la supuesta existencia de “armas de destrucción masiva” en manos del gobierno y ejército iraquíes. Es posible notar, así, que ese ataque lanzado por Clinton en 1998, contiene muchos elementos que anticipan los empleados en 2003 por Bush II y Blair para justificar la guerra contra Irak. El ataque contra Irak no fue muy auspicioso para Clinton. Tiene algunos rasgos similares a los del fracaso militar de EE.UU. en Irán en 1979. Clinton pudo mantenerse hasta el final de su 56

The New York Post, December 17, 1998.

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mandato –aunque debilitado. Respecto a Irak, en primer término, el ataque tuvo lugar en medio de un escándalo de faldas en el que lo enredaron sus opositores políticos... tanto como su falta de tacto. Así, el ministro de exteriores de Bush I, James Baker, señalaba que: “...se han planteado cuestiones legítimas sobre la fecha de esos ataques: espero tener razón cuando digo que simplemente no puedo creer que un presidente norteamericano sea lo bastante chorizo como para poner en peligro a militares, hombres y mujeres, para proteger su trasero político”57. Seis años más tarde, similares preguntas se plantean al presidente Bush II por su ataque y toma de Irak, sustituyendo “faldas” por “petróleo” –y bajo el pretexto de la posesión de “armas de destrucción masiva” por Irak, armas que nunca fueron halladas. Ese ataque de la administración Clinton contra Irak generó una ola de sentimientos y manifestaciones contra EE.UU. en todo el mundo, incluyendo a los árabes, que pedían un juicio contra Clinton y Blair por crímenes de guerra. EE.UU. minó la credibilidad y autoridad de la ONU y alienó a viejos y nuevos aliados (Rusia. Francia, pública y fríamente apoyó a EE.UU., pero en privado se oponía). En 1997 EE.UU. “impuso” sanciones a Sudán, alegando que su gobierno colaboraba con terroristas árabes. Estas sanciones fueron aumentadas en el año 2000. En 1998, tanto Pakistán como la India realizan pruebas nucleares y demuestran tener la capacidad 57

International Herald Tribune, December 18-19, 1998.

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balística para al menos atacarse mutuamente –así como a quienes se encuentren en un radio de hasta 3.000 kilómetros de sus fronteras o vectores de lanzamiento. También en ese año son atacadas dos embajadas de EE.UU. en África del Este, curiosamente justo cuando el presidente Clinton era sometido a interrogatorio sobre sus relaciones con la señorita Lewinsky. El 21 de agosto EE.UU., bombardean Sudán y Afganistán con unos 100 cohetes Tomahawk cargados con bombas anti personales y de fragmentación. Estos países eran acusados y condenados por Washington de terrorismo. Estas acciones son ilegales para el Derecho Internacional. Inter alia, a este respecto cabe destacar la posición del gobierno de Costa Rica sobre estos ataques de EE.UU. en 1998. Por una parte, condenó los actos terroristas cometidos contra embajadas de ese país en África. Por la otra parte lamentó que EE.UU. se hubiese lanzado por el camino de tomar represalias militares unilaterales, y recordaba la posición idealista de este país centroamericano, sobre la necesidad de buscar soluciones negociadas, multilaterales, institucionales, legales, de beneficio para todas las partes, y por supuesto pacíficas. Esta postura contrastará abiertamente con la asumida por el país centroamericano después del 11 de septiembre de 2001, de apoyo a la militarización mundial (Véase el Capítulo V). Aparte de lo señalado sobre Irak y sobre el desplazamiento del interés estratégico inmediato hacia el Asia central y el “desmantelamiento” (colapso que se transformó en hundimiento) de la

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difunta URSS, la política de Clinton hacia el Medio Oriente continuó, a su manera, la realizada por la administración Bush I. Durante la guerra del Golfo, EE.UU. había logrado realinear a su favor a prácticamente todos los países árabes de la zona, y disponía de bases militares en Kuwait, Qatar, Arabia Saudita, Bahrein, Omán, los Emiratos Árabes Unidos, así como en la isla Diego García y en Turquía. Probablemente inspirado por el ejemplo del TLCAN con Canadá y México, la administración Clinton quiso transformar esa alianza militar regional con los árabes, en una “alianza” económica e ideológica, mediante un proceso de “integración regional” en el que se incluía la participación de Israel. El plan de paz entre Israel y Palestina que promovía la administración Clinton, pretendía facilitar ese proceso económico. EE.UU. buscaba darle continuidad al “momento unipolar” de la pos Guerra Fría, aprovechando la “ganancia extraordinaria” o “premio” (windfall) que obtenían la economía y la política exterior de EE.UU. por esa circunstancia. Se revivieron en la teoría las tendencias librecambistas y libremercadistas, mientras en la práctica se atacaba al trabajo, se premiaba al capital especulativo, se reforzaban los oligopolios mundiales y se intensificaba el mercantilismo. La idea de un gran mercado medio oriental integrado, iba acompañada del creciente (y considerado necesario) control militar de la región por parte de EE.UU. –y con una extensión hasta Afganistán. Esta estrategia neoliberal “pacifista”, fue violentamente interrumpida por la extrema derecha

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judía, mediante el asesinato de Simón Peres, primer ministro israelí. Posteriormente, como sabemos, Sharon realiza una provocación en la llamada “Explanada de las Mezquitas”, para generar la “segunda Intifada” que lo llevó al poder en Israel y que hasta la fecha mantiene un régimen similar al nazi sobre la ocupada Polonia, contra el pueblo palestino. El candidato oficial de Clinton, Al Gore, fue declarado perdedor, en unas elecciones de dudosa transparencia formal. El “electo” presidente G.W.Bush (“Bush II”), es otro miembro más de la cadena internacional de “familias políticas” que vienen ocupando recientemente, durante generaciones, los más altos cargos (los Kennedy, los Papandreu, los Karamanlis, los Figueres, los Calderón, los Ghandi, etc.). Son las cabezas visibles de las renovadas oligarquías que dominan política y económicamente en el planeta. Con Bush II regresó al poder el equipo de Bush I, que había llevado a cabo la guerra del Golfo y que ahora se preparaba para tomar la región y asegurarle a EE.UU. el control mundial del petróleo. Con este recurso en mano (y un aparato militar incontestable), se posibilitaría la consolidación de una hegemonía mundial ad aeternis, pese al creciente poder económico de la UE, pese a las crecientes crisis generales de sobre producción, y pese a los procesos de descomposición social, política e ideológica, cada vez más claros en cada vez más países. Adicionalmente, los (entonces) peligros ecosociales constituían un horizonte de creciente deterioro e inestabilidad generalizados.

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Pero Bush II llega deslegitimado a la presidencia –por el espectáculo de “elecciones tipo república bananera” en el estado de Florida (que decidía el resultado de la elección), gobernado por otro hijo de Bush I. Sin embargo, los ataques del 11 de septiembre de 2001 no solamente le dieron “legitimidad” a Bush II ante la opinión pública nacional, sino que cayeron como guante en mano para llevar adelante un programa político, nacional e internacional, elaborado desde finales del siglo pasado y dirigido a consolidar el lugar central del aparato militar en la política de EE.UU. y el mundo. El grupo en el poder, con Bush II, mantiene estrechas relaciones y vínculos de negocios con empresas petroleras y militares; el vicepresidente Cheney y la Ministra de Exteriores, Rice, son accionistas en empresas de estos ramos, como Halliburton o Chevron. Recordemos además que las familias Bush y Bin Laden fueron socios desde antes de la guerra contra la URSS en Afganistán. A partir del 11 de septiembre de 2001, al menos, y como quiso hacer su contraparte española en marzo de 2004, el gobierno de EE.UU. ha estado engañando a la opinión pública respecto del régimen de Irak, y ha montado un proceso político y de relaciones públicas, que acompañase los preparativos y la misma campaña militar. El objetivo era apoderarse del petróleo de Irak, mientras la opinión pública y el debate político se centraban en “otras cosas” (por ejemplo la caída y captura de S. Hussein; la supuesta existencia de “armas de destrucción masiva” que representaban una “amenaza inminente” para Israel y EE.UU.).

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Puesto que la producción nacional de petróleo de EE.UU. continúa apenas estable y más bien tiende a declinar, y se agotará en breve tiempo; dado que la demanda petrolera sigue aumentando; dada además la importancia de controlar el petróleo para “ejercer influencia decisiva” sobre todas las regiones y países; y dado el agravamiento incontenible de los colapsos ecosociales58. Entonces el ejecutivo de EE.UU. ha decidido hacerse con el control de todo el petróleo del mundo. Es parte de las llamadas “guerras de recursos”. En el caso de EE.UU., el control del petróleo mundial se torna estratégicamente crucial, por el colapso del dólar y la emergencia del euro como moneda de reserva mundial. (Cf. Klare, 2001; Duncan, 2003; Heinberg, 2003; Arnold, 2002). En mayo de 2001 –apenas cuatro meses antes de los ataques del 11 de setiembre-, el vicepresidente Cheney presentó su Política Energética Nacional. Se trata de una propuesta congruente con la historia de EE.UU., en la que señala que ese país, al momento importaba el 60 por ciento del petróleo que consumía, y estimaba que para el año 2020 esas importaciones representarían el 90 por ciento del consumo nacional. El referido informe señala que en el año 2000 EE.UU. consumió energía equivalente a 100 trillones de BTUs (“cuadrillones” en inglés), y estimaba que para el año 2020 ese consumo alcanzaría casi 130 trillones (un incremento del 30 58

La administración Bush II oculta información al público – incluyendo la comunidad científica- sobre el calentamiento mundial, y otros aspectos del colapso ecológico, por ejemplo.

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por ciento). Ahora bien, la producción nacional de EE.UU. estaba en unos 70 trillones anuales en 2000, y para 2020 alcanzaría los 75 trillones. Consecuentemente, el déficit general de importación energética pasaría, de unos 30 trillones en 2000, a unos 55 trillones, equivalente a casi el 45 por ciento del consumo. Según Klare (2002), de acuerdo con esta previsión del gobierno de Bush II, EE.UU. debe inmiscuirse en los asuntos políticos, económicos y militares de los países ricos en petróleo. Advierte que la ingerencia puede adquirir formas financieras o políticas, pero siempre va a requerir de acciones militares. Para la Agencia Internacional de Energía (AIE), la dependencia petrolera en América del Norte pasará, del 45 por ciento en 1997 al 58 en 2020; la de Europa del 53 al 79 por ciento; la de Asia Oriental (sin la R. P. China) de 54 a 90 por ciento; la de la R. P. China del 22 al 77 por ciento; y la de la India del 57 al 92 por ciento Es decir, el consumo mundial pasará de 75 millones de barriles de petróleo en 2000, a 115 millones de barriles en 2020 –de los cuales los miembros de la OPEP producirán al menos 60 millones.59 Volviendo al informe Cheney, estima que los productores del Golfo Pérsico “seguirán siendo centrales para la seguridad mundial petrolera”. También estima que esos países contienen unos 675 millardos de barriles de petróleo, equivalentes a dos tercios de las reservas mundiales. Arabia Saudita e Irak poseen los principales yacimientos – los de Irak han estado en condición de “reserva” 59

World Energy Outlook 2000.

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desde la guerra de Bush I hasta la toma del país por Bush II. Con esta política energética y petrolera, la administración Bush II ha reiniciado el objetivo nixoniano de lograr la “independencia” energética de su país. Esto quiere decir, por una parte producir suficiente energía para no depender de nadie (lo que implica otros y nuevos tipos energéticos); por la otra parte, controlar las fuentes de energía del mundo entero, sobre todo el petróleo. Un analista señalaba, a finales de 2003, que: “Lo que es novedoso es cuán sistemáticamente está persiguiendo el objetivo la administración Bush, peinando la tierra en búsqueda de aprovisionamiento en Rusia, el Mar Caspio, África Occidental, las aguas profundas del Atlántico, o donde sea”. (J. Barry, 2003: 18). Arabia Saudita es el país más importante del mundo, en términos de producción de petróleo. Sus reservas representan una cuarta parte del total mundial (unos 265 millardos de barriles), y el gobierno de EE.UU. estima que debe aumentar su producción, de 11.4 millones de barriles diarios en 2000, a unos 23.1 millones de barriles diarios en 2020. El gobierno de EE.UU. esperaría que ese fabuloso aumento en la producción saudita, lo llevaran a cabo las compañías petroleras metropolitanas. A partir de la guerra contra Irak de Bush I, Arabia Saudita está prácticamente bajo control militar de EE.UU. Por otra parte, el control de Irak permitiría a EE.UU. emprender una política diferente con Arabia Saudita, menos “dependiente” de la casa

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real y otros “compromisos” de EE.UU. –por ejemplo: después del 11 de septiembre de 2001, los familiares de Ben Laden que residían en EE.UU., pudieron salir sin ningún problema y nunca fueron interrogados por agentes políticos, judiciales, de “inteligencia”, policiales o militares. Por su parte, Irak tendría reservas de por lo menos 112 millardos de barriles de petróleo; y él solo podría abastecer las necesidades de importación de EE.UU. durante los próximos veinte años. Luego, en el Asia Central se estiman reservas de hasta 235 millardos de barriles de petróleo. Los productores africanos de petróleo (sobre todo Nigeria, Angola, Sudán, Guinea Ecuatorial y todo el Golfo de Guinea) generaron el 10 por ciento de la producción mundial en 2000, y EE.UU en 2020. espera que produzcan hasta un 13 por ciento de ese total. Nigeria producía 900.000 barriles de petróleo diarios en 2000, y EE.UU. espera que aumente su producción a 1.800.000 en los próximos veinte años. Similarmente, espera que las reservas de ese país se incrementen un 50 por ciento hacia 2012. De América Latina, Venezuela es el tercer proveedor de EE.UU. –que no importa mucho desde el Golfo Pérsico-, México el cuarto, y Colombia el séptimo. EE.UU. estima que la producción de petróleo en Brasil puede alcanzar los 4 millones de barriles diarios hacia el año 2020. Colombia (donde los oleoductos son controlados y vigilados por fuerzas de EE.UU) y Ecuador también deberán aumentar su producción; México y Canadá siempre podrían aumentar mucho su producción “si EE.UU. lo necesitase”.

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Todos los países de la región –incluyendo los de la cuenca caribeña y Centroamérica- son actualmente objeto de interés petrolero de compañías y del gobierno de EE.UU. Los países que se nieguen a “colaborar” son amenazados con represalias –por ejemplo en Costa Rica, desde que el gobierno, por presiones populares, se vio obligado a rescindir los contratos con la transnacional petrolera Harken, se continúan recibiendo amenazas del representante comercial de EE.UU., el Sr. Zoellick, con quien el país ha estado “negociando” un tratado de “libre comercio”. Es que, las áreas donde se prevén las “guerras por los recursos” del futuro, también son las regiones definidas por EE.UU. como estratégicas para obtener petróleo y gas natural: Medio Oriente, Asia Central, África, y América Latina. Es decir, el petróleo es el recurso más militarizado del mundo; EE.UU. “teje” a su alrededor (producción, transporte, comercialización, procesamiento, distribución, etc.), una parte esencial de su aparato y estrategia militares. En las doctrinas estratégicas, solamente por medios militares es posible controlar el petróleo; y solamente controlando el petróleo dispondrá EE.UU. de un “arma económica” contra sus adversarios europeos –cada vez más poderosos económicamente-; y contra regiones y potencias emergentes (sobre todo la R. P. China y la India), que en la actualidad aumentan, y en el futuro próximo aumentarán dramáticamente, sus importaciones de petróleo.

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7. Conclusiones La guerra contra el terrorismo de EE.UU. tiene como primer objetivo garantizarle a ese país (empresas y estado), una hegemonía mundial indiscutible y, en segundo término, asegurarle el control del petróleo medio oriental y del Asia central, así como de África y todo el continente americano. De esta manera, tanto la UE como Japón y notoriamente la R. P. China y la India, quedarían a merced de las políticas exterior, militar y petrolera norteamericanas. La estrategia busca compensar la expansión de la UE hacia el Este (la UE de los 25), y la emergente “alianza alternativa equilibrante” grupo encabezado por la EU, Rusia, RP China e India, y que tiende a complementarse con Brasil y su área geoestratégica de influencia –por su alianza con Argentina.60 Además, contra la política de Washington actúan, entre otras, las presiones económicas. Las dinámicas que impulsa la dirigencia (político empresarial) de EE.UU. conducen al siguiente dilema: el aparato militar es el instrumento disponible para garantizarse una hegemonía planetaria (“mantener e incrementar superioridad militar”), incluyendo el control del petróleo, clave del control económico. Los sectores económicos petrolero y militar son los favorecidos y pasarían a 60 Prácticamente durante todo el siglo XX, EE.UU. estuvo aliado con Brasil y durante largos períodos estuvo enfrentado o distanciado de Argentina; la rivalidad entre las dos potencias del Sur americano impedía la integración estratégica de América del Sur.

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la centralidad económica cuando los sistemas financieros dependan de ellos. Esto es lo que viene sucediendo, con el estado permanente de guerra que mantiene internamente y que pretende imponer internacionalmente. El sector financiero adquiere entonces las características de los juegos de azar, que exacerban la “psicología del riesgo” de los cada vez más inestables mercados financieros, particularmente el mercado monetario (valorizaciones y desvalorizaciones a mediano plazo del dólar de EE.UU. y del euro de la UE). Los sectores petroleros ven aumentadas sus ganancias extraordinariamente, por los altos precios que inducen las especulaciones sobre la marcha de la guerra contra el terrorismo en general, la guerra contra/en Irak en particular, pero adicionalmente también otras guerras del Medio Oriente y Asia (Palestina, Afganistán, por ejemplo), América (Colombia; posible ataque de EE.UU. contra Venezuela y Cuba); y algunas, pero no todas (claro), de las guerras civiles o regionales que devastan el continente africano. Así como “otros” puntos, como la unificación y liberación de Corea o la integración de Formosa a la R.P. China, que las políticas de EE.UU. tienden a desestabilizar hacia crisis político militares “permanentes”, que entonces, en las bolsas de valores y para los especuladores monetarios o de los precios del petróleo o de los riesgos de seguros, representarían tales y tales costos (para quién) y tales y tales ganancias (para quién). Capitalismo de “casino”, se ha denominado a esta fase del capitalismo que corresponde con la precipitación en la guerra civilsocial mundial.

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Adicionalmente, con el financiamiento de la carrera armamentista, EE.UU. incurre en crecientes déficit presupuestarios, fiscales y comerciales. Para enjugar esos déficit se devalúa el dólar (como ya se hiciera durante la década de 1970), esperando que un repunte en las exportaciones y un abaratamiento de la producción nacional en el mercado interno, le permitan crecer lo suficiente como para enjugar esos déficit. Esto, sin embargo, abarata el precio del petróleo para sus competidores económicos y para los países productores. La OPEP reaccionó primero, disminuyendo la producción de manera de subir el precio “real” del petróleo. Pero las citadas “guerras”, por los recursos petroleros en el caso de la ocupación de Irak, han convertido al precio de este producto energético en un paraíso para los especuladores, que quieren ubicarlo en el rango de entre 100 y 200 euros por barril para 2007-8, y que, por supuesto (¿O no?), engordan las arcas de magnates petroleros, incluyendo los que ocupan los principales cargos políticos en EE.UU.61. La administración Bush II ha buscado que los regímenes e instituciones públicas internacionales resulten deteriorados y desprestigiados, como resultado de las posturas unilateralistas que debe adoptar. Estas políticas no han funcionado, EE.UU. viene quedándose aislado y enfrentando, tanto interna como internacionalmente, 61

Mas también engordan las arcas de Venezuela, algo que le permite al régimen neobolivariano chavista, co-liderear los cambios ideológicos, militar estratégicos, sociales y económicos tendientes a la liberación latinoamericana).

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a) repudios por el unilateralismo, y b) mantenimiento y fortalecimiento de las instituciones internacionales fundadas en el multilateralismo. La Ministra de Exteriores Rice viene dialogando con todas las potencias, prometiendo portarse bien y aceptando regresar a las instituciones internacionales multilaterales, incluyendo el derecho internacional, como condición para empezar a “normalizar” las relaciones deterioradas, entre EE.UU. y la mayoría de los países, a partir del 11 de setiembre de 2001 –salvo casos como el “democrático” Pakistán de Mussharraf o el Egipto del eterno presidente Mubarak. Las actuaciones de la diplomacia de EE.UU. no han servido para reducir la carrera armamentista mundial, al revés. Las posturas guerreristas aparecen como “lógicas” y “racionales” para quienes construyen las políticas del gobierno de EE.UU. y que constituyen la forma DESTRUCTIVA de compensar los efectos negativos actuales, del dilema económico del dilema de la seguridad, articulados ambos alrededor del acaparamiento, el (ab)uso y el (des)control de la energía – el petróleo y, cada vez más, el agua. La relación estrecha entre guerra y petróleo ha sido remozada una vez más. La administración Bush II, en boca de su ministro de energía ubica la problemática como parte de su “guerra contra el terrorismo”: “Los terribles ataques terroristas del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, así como las consecuentes acciones militares y

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diplomáticas que se están llevando a cabo, le han dado un sentido de importancia a la seguridad energética de nuestra nación. De repente hemos visto con mayor claridad la urgencia de garantizar la estabilidad de nuestros suministros de energía. Y es que hay un vínculo fundamental entre nuestra seguridad nacional y nuestra seguridad energética”(Spencer, 2001). Este vínculo “fundamental” o estructural de la política (interna e internacional) de EE.UU. ha sido explorado en este capítulo, y esa travesía conduce a estimar que, es alrededor del petróleo que tienden a precipitarse guerras de insospechados alcances. Conforme aumenta la especulación con los precios del petróleo, azuzada por la negativa de las empresas petroleras a construir plantas de refinación para aumentar la oferta sobre todo de gasolinas, así como por el desarrollo de actividades militares en los lugares de producción del hidrocarburo, entonces los precios vienen subiendo desde que EE.UU. desatara su agresión ilegal contra Irak.. Aparte de los problemas económicos y social políticos que esto provocará, es posible visualizar escenarios de confrontaciones de EE.UU. con los gobiernos de Irán y de Venezuela, que podrían llevar los precios hasta niveles de US200 dólares –en caso de suspensión de producción, por ejemplo. Las posibilidades de confrontación internacional generalizada tenderán a multiplicarse. Rusia, India, Pakistán, Israel, Turquía, los estados del Golfo Pérsico, se verían arrastrados al empleo de armas nucleares y bioquímicas –no tan “miniaturizadas y

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desleídas” como las de EE.UU. y por tanto más letales. Un ataque a Irán por parte de EE.UU. tendría que destruirle a ese país, su capacidad para atacar blancos militares de EE.UU. en el Golfo Pérsico, e incluyendo a Irak, Arabia Saudita y Pakistán, así como las instalaciones petroleras propias y de sus vecinos. Aparte de un posible involucramiento israelita si Irán también se defendiera atacando al gobierno de Sharon. Mientras tanto, con el fin de la era del petróleo, los gobiernos, las CTMs, las organizaciones e instituciones internacionales, las comunidades de todo tipo (desde académicas hasta rurales), no están dando los pasos necesarios para su reemplazo prácticamente inmediato. En parte significativa, la creciente crisis mundial se origina en la “administración militar” de la última fase de la era del petróleo. Hacen falta ahora, esfuerzos para “superar el petróleo”. Con los conocimientos y tecnologías disponibles esa tarea es muchísimo más fácil hoy que durante el primero de estos espasmos finales del régimen energético de hidrocarburos, en la década de 1970. Así, por ejemplo, en los países latinoamericanos, no solamente los tropicales, la transición a los combustibles vegetales sería relativamente fácil, empleando para ello plantas como la caña de azúcar, el maíz o la soja, y tecnologías desarrolladas en Brasil, Argentina o México –por solo mencionar las tres potencias regionales.62 62 Sería apenas un primer paso mínimo e insuficiente, pues mantiene los motores de combustión interna y desplazaría parcialmente la agricultura. Es un dilema que el uso del agua

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tampoco resuelve (motores de hidrógeno). El dilema energético solo se podrá solucionar desarrollando los conocimientos científicos para replicar los procesos fotosintéticos.

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Capítulo Cuarto

Religión y política exterior de EE.UU. en la guerra contra Irak (2002-2003) Para John Saxe-Fernández David Sánchez Rubio y François Houtart. “...el fundamentalismo cristiano de EU es mucho más extremo porque es total. Lanza a todo el mundo al suicidio colectivo para dejar como horizonte de salida la segunda venida de Cristo” (Franz Hinkelammert, 2003: 137).

1. Introducción

C

onforme se agudizan los colapsos ecosociales y por la guerra mundial que quiere imponer EE.UU., era de esperar, y ha sucedido, que la gran mayoría de las gentes empezaran a padecer de “miedo” extraordinario, extremo, es decir, “terror”. Estos crecientes temores son profundos, estremecen y aterrorizan, las personas se lanzan a búsquedas de “sentido y seguridad”, y cada vez más la encuentran en afiliaciones religiosas cristianas, en EE.UU., la UE y América Latina, sobre todo. Como no ocurrieron

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“cataclismos” en el año 2.000 y las gentes podrían inclinarse a posiciones “no creyentes”, los ataques del 11-09-01 en EE.UU. sirvieron para encauzar y aumentar el temor a los cataclismos apocalípticos que anuncian los cristianos –se trata de “interpretaciones suicidas” de los colapsos ecosociales mundiales, provocados por la misma civilización cristiana en su etapa de capitalismo tardío. El siglo XX implicó guerras devastadoras como nunca antes, y “equilibrios de terror”, ante la posibilidad real de destrucción total (guerra termonuclear). En el siglo XXI, el terror por la destrucción mundial y de la humanidad, es “administrado” por los actores políticos y económicos, incluyendo ideológicos pero, particularmente, enfatizándose la religiosidad. La “anticipación” social histórica de los procesos cataclísmicos inducidos por el capital y su guerra/explotación, evidentes en el deterioro de la cotidianeidad (dimensión ecopsicosocial) y el crecimiento de la violencia y la guerra (dimensión policíaco/militar y criminal), que “sienten-presienten” las poblaciones hoy; esa anticipación, en gran medida se expresa y manifiesta también en formas religiosas, que operan como sistemas ideológico institucionales cotidiano-universales y consecuentemente totalizantes. Así, muchas son las personas que ahora gravitan hacia mundovisiones articuladas desde las lecturas, las imágenes (de todo tipo), los discursos y las ceremonias, que anticipan la segunda llegada inminente de Cristo, quien vendría a repartir justicia, y a “salvarlos” a ello/as solo/as –o al

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menos dándoles entrada preferente en el “Reino”. Y ocurriría entonces “el final de los tiempos”, que los cristianos venían identificando con el año 2.000, hasta que pasaron los meses y días y “el mundo no se acabó”.63 Salvación de una circunstancia de amenaza a la vida, mediante/en el “Juicio Final”, o ante el “Fin del Mundo”, es nuevamente, pese a lo supuestamente “avanzados” en el tiempo histórico que estamos, el problema que atemoriza, produce terror y, entonces, suscita el fervor religioso. (También tiende a suceder individualmente, entre muchas personas que, al aproximarse su muerte, se tornan más religiosas). En lo que sigue, exploro algunas de las formas en que la religión, específicamente el cristianismo “evangélico” en EE.UU. e Inglaterra (también llamado “pentecostalismo” en América Latina), incide sobre la política y, sirve como instrumento justificador y como “definición de situación” para el liderazgo en Washington y Londres. El citado Franz Hinkelammert destaca que el cristianismo se ha “imperializado”, en el fundamentalismo cristiano de EE.UU., que asume como su dios al “dios del salvajismo”. Discutiendo el caso del ideólogo de Reagan, Hal Lindsey, Hinkelammert señala que se trata de una teología,

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Sin embargo, el Vaticano aprovechó la excitación en ese momento para realizar una recolecta extraordinaria de fondos, a nivel mundial –Jubileo-. Similar al auge eclesial en la Europa de la Edad Media.

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“...que surge en nombre del fundamentalismo, interpreta el mundo actual como un mundo que está por desaparecer en las próximas décadas. Esta segunda venida de Cristo es precedida por un juicio más terrible que cualquier cosa conocida en el pasado, la llamada gran tribulación. Los fundamentalistas creen que la mayoría de los creyentes en Jesús serán “raptados” al cielo por Cristo, para que la tribulación se concentre sobre los pecadores empedernidos. Un tiempo antes de esa tribulación será restaurado el pueblo de Israel y sus enemigos destruidos”(2003: 135). Las organizaciones y membresía de estas corrientes apocalípticas incluyen desde quienes se suicidan durante ciertas conjunciones astrales, hasta quienes salieron a votar a favor de Bush II, “...porque así lo pedía Cristo”. 2. Nación y religión Entre los mitos fundacionales de EE.UU. encontramos la creencia en que ese país es la única (y por tanto toda) “América”, y que “América” a su vez es el “paraíso recobrado”, “EL” “ombligo del mundo”, y en consecuencia el centro de dirección y orientación universales. Ese sería el “destino manifiesto”, tal como lo ha sostenido el cristianismo nacionalista y fundamentalista en EE.UU. desde por lo menos el siglo XIX. Tanto Alemania como Francia como Inglaterra, Rusia, Holanda y los Estados Unidos de América, son potencias que históricamente han considerado su destino/sentido traer la “libertad” al

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Mundo, en el predominio de “su” versión (cristiana) de libertad. En el caso de EE.UU., esa “libertad” tiene una base religiosa, en sentido predestinal de “pueblo elegido” por su Dios (“El” Dios verdadero en sus resultados). En EE.UU. mucho/as han creído que “Dios” les otorga mandato universal y que les guía y protege en sus empresas internacionales. “En Dios confiamos”, leemos en su moneda. La forma simbólica que asume esa divinidad es el “capital democracia”, o sea, son: las correspondientes nociones políticas y económicas de lo religioso, y viceversa, la “noción religiosa” de la economía y la política, las que permiten aglutinar a la nación excepcional alrededor del excepcional estado en guerra. Quienes practican el cristianismo evangélico norteamericano quieren ampliar su influencia y poder, haciendo que la administración Bush II adopte su agenda, “y algo más”. Ese “algo más” es central en el análisis y la discusión políticas, se refiere a la profesión de fe y a la articulación del mundo en términos religiosos, que tiende a emplear ese gobierno, tanto en la formulación como en la “concepción” misma de sus políticas, nacionales e internacionales. Y la principal política es, en tiempo previos a la gran tribulación y el Juicio Final, la guerra; la guerra de quienes se van a salvar contra quienes deben morir para vivir un castigo eterno. Guerra siempre de “cristianos” contra diferentes tipos de “otros” no plenamente humanos en tanto no cristianos. En la historia de EE.UU., se trataba de las guerras contra infieles (supuestos) “amenazantes”

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“indios” y “bandidos o déspotas mexicanos o nicaragüenses o filipinos”, siendo su principal pecado habitar el “territorio deseado”, por ejemplo las montañas Rocosas, Texas o California. Pues en el caso de EE.UU. es notable su involucramiento histórico en conflictos bélicos, y en tales circunstancias la “democracia” rápidamente se reduce al apoyo ideológico y simbólico a la postura “nacional” en la guerra. Esa postura “nacional democrática” ha sido y ahora es más que antes, fundamentalmente “cristiana”. Las guerras enriquecen a algunos y dejan en la miseria a mucho/as, como hace un mercado “desregulado” al extremo en sus ciclos temporales. Diríamos que “La guerra es la continuación de la economía por otros medios”, como es el caso, tendencialmente, del neoimperialismo “predador” (neoliberal globalista) hasta el 11-09-01 y, a partir de entonces, del neoimperialismo de guerra, que tiene un sesgo “cristiano” importante, tan importante, podemos hipotetizar, ¿como lo fuera el cristianismo en Europa entre los siglos III al XVIII? La reducción de la democracia en estado de guerra, y el salvajismo económico social correspondiente, conllevan un costo político que los poderes de turno buscan compensar y justificar. La ideología y el compromiso humano, desde la modernidad se han venido articulando en estados nacionales, y por tanto el nacionalismo sigue siendo la ideología dominante, no solamente en EE.UU. donde alcanza cotas paroxísticas durante esta “guerra contra el terrorismo”, sino también en la identificación que buscan, por un lado las

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organizaciones de diferentes religiones pero sobre todo cristianas y, por el otro lado, las personas que ocupan posiciones públicas, con una mundo visión y un ser-en-el-mundo basados en lecturas literales e interpretaciones espontáneas, o eruditas y empíricas, de documentos o textos considerados sagrados. La situación de guerra, generalmente es suficiente para provocar “miedo y cólera” sociales, nacionales. Miedo y cólera se traducen en, y emergen de, procesos dialógicos y sociales fundamentalmente dicotómico excluyentes; situaciones de sumatoria cero; pérdidas o ganancias totales –incluyendo en primer término la violencia física o/y psicosocial, es decir, “vida y propiedad”. Pero en segundo término, el miedo y la cólera nos hacen ir perdiendo capacidades discursivas y determinativas. Sobre todo quedamos especialmente deteriorado/as ética y estéticamente. De donde se siguen los discursos autoritarios, unilaterales y destructores. Se trata de solucionar violentamente las dificultades o problemas, como forma de vida, como mandato “espiritual”. Pero si esas dificultades y problemas aumentan, ninguna forma de vida puede persistir autodestruyéndose. De ahí la necesidad y la tendencia a recurrir al fundamentalismo religioso, junto con el chauvinismo nacional político, incluyendo los ámbitos de la política institucionalizada y a los ámbitos “pre” o “cuasi” políticos de una religión organizada alrededor, no solamente de la culpa sino del terror, como en la Iglesia Católica en España y América con la Santa Inquisición. Terror y culpa unidos en la mitificación de la política de

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“la guerra de dios”, proceso que impulsan los sectores fundamentalistas cristianos en el poder en EE.UU. hoy. Ese “destino mítico” y religioso de EE.UU., ha sido parte del debate público en el país desde su origen y al través de su historia, incluso y sobre todo por el fundamentalismo evangélico actual de la Casa Blanca. 3. Guerra y religión de EE.UU. En numerosas oportunidades, la coyuntura de “democracia capitalista en estado de guerra” ha sido puesta en “ejecución intensa” (“vivencia mítica” de una guerra por parte de cada generación), en cruciales guerras que encontraron el respaldo fervoroso y explícitamente religioso de la población, pues se trataba de ir contra el pagano (“indio” en suelo americano, “nativos” en los otros), o contra el “infiel” (sobre todo judío o musulmán, pero en principio cualquiera que no aceptase la religión cristiana nacional) o simplemente contra el “ateo” (sobre todo los “anarquistas” y los “comunistas”). Se trata, siempre, del enemigo-malo-agresor al que se combate por parte de “nosotros buenos-justos”, “portadores de la cólera y la espada divinas”. La justificación religiosa del monoteísmo excluyente (cristiano, judío, musulmán, sobre todo) para las guerras, no solamente las ha exacerbado y potenciado sino que las ha venido transformado en heridas enconadas y permanentes. Pues quien agrede lo hace cuando siente haber sido agredido por un enemigo escatológico, el otro que no comparte su fe –basada en el repudio a la no

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adopción de esa fe. Hasta la Segunda Guerra Mundial y en la iglesia romana todavía durante algún tiempo más, los “judíos” eran vistos como enemigos de la fe (“mataron a Cristo”). Pero a partir de la administración Kennedy y el ulterior acercamiento entre Tel Aviv y Washington, ahora las dos religiones (cristianismo católico y judaísmo) parecen convivir muy bien, sobre todo porque enfrentaban dos enemigos comunes (comunistas e infieles musulmanes). Entonces, la “guerra” cristiana contra los árabes puede remontarse al menos a los avances sobre el Imperio Bizantino, y a Iberia entre los siglos VII y XV dne.; habiendo alcanzado cumbres históricas y literarias, respectivamente, en Saladino, en Lepanto y en Cervantes, por ejemplo. La población es manipulada descaradamente con los medios de comunicación; los gobiernos de Bush II y de Blair han mentido y engañado repetidamente a sus conciudadanías. A raíz del más reciente y más “impactante” evento aterrorizador de la población en EE.UU. (11-0901), desde los imaginarios religioso nacionalistas, fundacionales y profundos, la población históricamente ha tendido a ofrecer pleno respaldo a su gobierno, cuando se trata de una guerra “justa”, es decir, de “retribución”(“retaliation”) o “venganza”, ya que la guerra a la que va a pelear la juventud de EE.UU. resultaría ser: “siempre justa, porque EE.UU. nunca, por definición, empieza la agresión, siempre EE.UU. es quien responde a la agresión; se trata de una agresión recibida, de ataques a mansalva y por la espalda”.

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Implícitamente se asume que la gente de EE.UU., y el país mismo, son “diferentes” a, digamos, los europeos que “siempre están en guerra”, o los “indolentes” latinoamericanos que se matan entre ellos y todos son “bandidos y corruptos”. Esa “diferencia” es “ontológica”, el país, EE.UU., estaría ubicado en la “tierra prometida”, es decir, en la tierra del pueblo “destinado” a dominar el mundo. Se trata de un mito fundacional; las dimensiones religiosas son evidentes en su formulación y vivencia. Por consiguiente, los “ataques” de los enemigos (siempre “malos”), “los indios”, México, España, Alemania, Japón, la URSS, Corea, Vietnam, y más recientemente una entidad terrorista supranacional, supuestamente radicada primero en Afganistán y luego en Irak (así como una serie de países “Eje del Mal” mundial), después de ser procesados por la lógica descrita, fueron entendidos y difundidos como “provocadores” y “justificadores” de los ataques de “represalia” (reprisal) (venganza) de EE.UU. En los casos de la voladura del “Maine” en el puerto de La Habana y del supuesto ataque vietnamita a buques de la marina de guerra de EE.UU. en el golfo de Tonkín, se ha podido saber que más bien se trataba de falsos escenarios, creados por acciones y discursos de agentes de EE.UU. En el caso japonés, EE.UU. había estado provocando insistentemente a Tokio, imponiéndole un embargo petrolero previo a Pearl Harbor, en un escenario con algunos elementos similares al actual entre EE.UU. y Corea del Norte. Y, así

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como Inglaterra se alió con Japón contra Rusia en 1905, así también ahora EE.UU. y Japón se han aliado militarmente contra la R.P. China y Corea del Sur –para tratar de impedir una “Unión Asiática”. Estos movimientos estratégicos tienden a agudizar las tensiones y propensión a la guerra en el Asia del Pacífico. Tales manipulaciones adquieren sentido dentro de un discurso en el que lo religioso justifica “el interés nacional”, aunque no necesariamente en un discurso en el que el “interés nacional” se estime en términos de “poderío”. Por consiguiente, la guerra que libra EE.UU. contra sus enemigos es considerada y publicitada por las sucesivas administraciones como “guerra santa”, elemento que refuerza y a la vez se apoya en las ideas de la “guerra justa”. Pero por esto mismo, la “racionalidad” de tales empresas es cada vez más la “racionalidad” del fanatismo y el odio religiosos. Lo que, de acuerdo con las formulaciones positivistas de la política internacional, iría conduciendo al empeoramiento de las situaciones y tendencias mundiales. Además, de forma similar a otras inquisiciones y regímenes basados en el control social mediante el terror ideológico policíaco (como la Inquisición española durante la colonia hispanoamericana), los contenidos y las dinámicas giran alrededor del finde-mundo, fin-de-vida. Amantes de la muerte. Se trata de una cultura que tiene como principal ícono religioso a la violencia contra “el otro”, el otro “hombre”. Es la imagen de un hombre con múltiples heridas, acosado y azotado, públicamente golpeado y puesto a agonizar y morir

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ignominiosamente en una cruz.64 Se trata de una cultura religiosa que se deleita en el detalle microscópico y eterno del Asesinato de Dios, y por extensión moderna y posmoderna, de (todo, algún, cualquier) asesinato, como hemos señalado en otros lugares (Saxe Fernández, 1999). Hinkelammert concuerda con nosotros, señalando que el signo de los fundamentalistas como Bush II “... es el lema Cristo viene, que, pegado en automóviles, casas y caminos no solamente en EU, no es un anuncio sino una amenaza, la del último juicio, que estos fundamentalistas pretenden anticipar en nombre de la segunda venida de Cristo. Se habla de la venida de este último juicio para anticiparlo y tomarlo en las propias manos. Por eso, las guerras que se hacen dentro de este contexto son anticipaciones del último juicio de Cristo y los fundamentalistas cristianos son los encargados de llevarlas a cabo. Esta mística de aniquilamiento es sumamente eficaz. Le da una apariencia utópica a la propia destrucción de la humanidad y de la Tierra. Es la antiutopía como utopía. Puede destruir todo aunque sepa que al final se destruye a sí misma. Siempre mantiene un horizonte más allá de la destrucción total... No es un horizonte de esperanza, sino una salida para aquellos que no admiten ninguna esperanza.”. (2003: 136)

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Única forma permitida a lo/as observar/considerar el desnudo masculino.

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cristiano/as

de

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4. Base ontológica e ideológica de la fanatización militar de EE.UU. (modelo israelita) La actual administración de EE.UU. cree y quiere hacer creer que su despliegue estratégico universal es inevitable, aunque acaso un poco costoso. Pero esos costos se compensarían con creces, por el acceso a los recursos que “necesite” EE.UU. para mantener y reafirmar su primacía mundial. Para ello escoge atacar y tomar países con recursos u otros elementos estratégicos, generalmente muy pobres y que se encuentren debilitados al máximo, tanto económica como militarmente, en numerosos casos después de “embargos” y “ocupaciones del espacio aéreo”, durante décadas; y en todas las veces después de terribles guerras regionales que desgastaron a los contendientes, incluso a quienes resultaron vencedores. Más aún, esas guerras regionales fueron azuzadas por la política de EE.UU. y la URSS durante la guerra fría, como en el caso del apoyo de EE.UU. a Sadam Hussein en su guerra contra Irán, o la financiación a Osama Ben Laden para la guerra contra la URSS en Afganistán. El caso israelí es, sin embargo, el caso paradigmático de la significación político militar de la guerra. Utiliza su pasado como víctima, para actuar como la reencarnación de sus verdugos (Hitler en particular), contra el pueblo palestino. Como señalan muchos analistas (por ejemplo Ordóñez, 2003; Ferrajoli, 2004, etc.) e incluso el Vaticano, la continua masacre contra el pueblo palestino produce un sentimiento de frustración y una voluntad de rebeldía en todo el mundo, sobre

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todo entre los seguidores de Mahoma, contra “Occidente”, en primer lugar contra Israel y EE.UU. y particularmente contra el actual presidente Bush II y su fiel aliado Ariel Sharon.65 Israel puede incumplir cuantas resoluciones de la ONU se le antoje; con la amenaza de veto de EE.UU. en el Consejo de Seguridad se impide el despliegue de cascos azules que separen a las partes contendientes. Israel también puede masacrar a la población Palestina impunemente y atacar a otros estados, siempre contando con el apoyo y por lo menos “la comprensión” de Washington. Israel dispone de un arsenal termonuclear y bioquímico ilegal, que los otros miembros de la ONU aceptan “de facto” por la protección que otorga EE.UU. a Israel. Mientras tanto, EE.UU. desarma o ataca militarmente a los enemigos de Israel -que además están estratégicamente ubicados en el mundo y poseen las mayores reservas petrolíferas del planeta, es decir, a pueblos y países seguidores de Mahoma. Esas percepciones y sentimientos por las repetidas 65

El 16 de setiembre de 1982, durante su invasión contra el Líbano, bajo las órdenes de Sharon, “milicianos falangistas penetraron en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila y hasta el día 18 se dedicaron a asesinar impunemente a sus moradores, muchos de ellos mujeres, niños y ancianos… Fuentes judiciales establecieron un balance de víctimas de 460 como mínimo y de 800 como máximo…la OLP cifró los muertos entre 3.000 y 3.500. La implicación de Israel en tan terrible crimen pareció incuestionable desde el primer momento… el propio Sharon reconoció el 21 de setiembre haber autorizado la entrada de los falangistas en los campos” (CIDOB, http://www.cidob.org/bios/castellano/lìderes/s027.htm).

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humillaciones, combinándose con el hambre y la falta de recursos y de posibilidades de expresión política, conducen a la desesperanza y a planes de vida dedicados a la venganza violenta: personalidades fundadas en desarrollar sentimientos de odio, sentimientos articulados alrededor de la “encarnación volitiva para la muerte redentora”. Como sus contrapartes cristianas, estos musulmanes fanáticos, piensan la vida y el mundo, incluyendo la política, desde lecturas sui generis de un texto sagrado, particularmente el Antiguo Testamento judeo cristiano y El Corán. A su vez, esa represalia desesperada que está en la base del “terrorismo anti EE.UU.-Israel”, “anti judeo-cristiano”, suscita una venganza también violenta, pero mucho mayor, por parte de los aparatos estatales y grupos y sectores que detentan poder y riqueza en el sistema internacional, en primer término el estado que aspira a la hegemonía. Esta segunda cara de la moneda del terror es la que verdaderamente aterroriza a la población mundial, y la que ha permitido a la inmensa mayoría de la población del mundo rechazar la guerra de EE.UU. contra Irak, incluso derrotando a la maquinaria propagandística de guerra más formidable de la historia. En esta tarea de la guerra estatal contra el terror colaboran los sectores y grupos “ganadores” en las “guerras de venganza”, “guerras justas”, y “guerras santas” de la “dinastía” Bush. Es decir, también, y en primer término, los pueblos y los dirigentes de EE.UU. mantienen un culto intenso a la violencia, organizando los

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imaginarios sociales con el asesinato como centro de la estética, y una religiosidad fanática fundamentalista que les hace creerse ungidos y apoyados por la divinidad “en la lucha final”. En segundo término, en Occidente y en EE.UU., similarmente existe un sentimiento de odio que se expresa en la institucionalización de la violencia no ya psicosocial, sino militar –contra esas naciones, religiones, grupos y personas que busquen venganza de las violencias y humillaciones que provocan EE.UU. la UE, Japón, y los ricos (cristianos, musulmanes, judíos, y otros) del mundo. El fanatismo religioso de los fundamentalismos cristianos, judíos y mahometanos tiene sus orígenes en un enfrentamiento muy prolongado, que aparece ya desde la expansión de los seguidores de Mahoma hasta los Balcanes y la península Ibérica, el Índico y todo el norte africano al menos, entre los siglos VI y XVII, con una recomposición en el Imperio Otomano, para dar paso a la toma y organización colonial del medio oriente por Inglaterra, Francia, EE.UU. y la URSS, ya con conciencia de su importancia petrolera y estratégica, durante todo el siglo XX. En el XXI, el nacionalismo y el socialismo (del que aún quedaba un régimen como el iraquí) vienen siendo sustituidos en importantes casos (Irán, Turquía, Afganistán talibán, por ejemplo) por movimientos y partidos políticos religiosos. La política internacional de la administración Bush II, también encuentra resistencia y el desarrollo de un polo opositor, dentro del

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cristianismo. Aquí encontramos monoteístas dispuesto/as a “compatir” la divinidad con sus manifestaciones (“encarnaciones”) en diferentes lugares y tiempos. También se unieron a estos grupos, sectores de todas las iglesias cristianas “históricas” (incluyendo sus principales dirigentes), así como todas las personas religiosas del mundo que anhelan vivir en paz creadora. En cambio, muchas congregaciones fundamentalistas promueven fervorosamente la guerra santa de Bush II, considerando que la guerra permanente es nada menos que la “guerra final”, el Juicio Final en el que ellos son “los escogidos”. 5. Las dimensiones religiosas de las nuevas doctrinas militares de EE.UU. En estas guerras ideológico religiosas (que no por ello dejan de estar orientadas por “intereses de poder y riqueza”), la espiral de violencia se torna imparable y se escala y encona en formas de difícil solución, como las que hemos podido observar en el caso de Israel y Palestina. El exclusivismo religioso de estas religiones monoteístas, es crucial para comprender la dimensión religiosa de la crisis mundial, no solamente porque Israel, junto con Gran Bretaña y Japón, compone el grupo central de apoyo para EE.UU., sino porque la política del actual gobierno de Sharon parece ser el modelo que sigue la administración Bush II a escala planetaria, basándose justamente en una “alianza” de carácter religioso, “válida” como motivación y como forma de pensamiento y discurso – incluyendo los rituales tan importantes a niveles gubernamentales-, tanto para el liderazgo como

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para sus seguidores en los respectivos partidos políticos y otras organizaciones. La administración Bush II justifica y respalda las masacres ordenadas por Sharon como parte de su compartida guerra Santa contra el “terrorismo islámico”, y el creciente aislamiento de EE.UU. parece ubicarlo en una situación similar a la de Tel Aviv. Es decir, EE.UU. equivale a Israel y “el mundo” equivale a los palestinos, en términos de las políticas a seguir contra quienes sean definidos como “potencialmente amenazantes”. Adicionalmente, notemos las similitudes entre la “política” de EE.UU. y de Israel respecto de los árabes y musulmanes, y la “política” nazi contra comunistas, judíos, gitanos y homosexuales. Entre la postura apocalíptica del grupo Bush, señala Hinkelammert, “Hay un evidente parecido con la ideología nazi, que también concibe el régimen nazi como el milenio realizado atacado por las fuerzas del mal de todo el mundo y que tiene que conquistar el mundo entero para aniquilarlas. Hasta se llama oficialmente el Reich del milenio. Eso tiene el mismo sentido que hoy tiene el New American Century en EU. No se habla de New American Millenium para que el paralelo con el nazismo no sea demasiado evidente” (2003: 138). En el caso de los ataques de septiembre de 2001, incluso si las agencias de seguridad de EE.UU. se limitaron “a mirar para otra parte” y “laissez faire” a quienes atacaron los centros militar (Pentágono) y financiero (Torres en N.Y.) de EE.UU., lo cierto es que esos atentados

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resultaron “como caídos del cielo” para revivir la administración Bush, que hasta entonces aún se debatía en medio de su percibida ilegitimidad electoral. Esos ataques inmediatamente se administraron funcionalmente por la administración como “provocación”, es decir, el gobierno de EE.UU. y los sectores y grupos que lo apoyan tanto dentro como fuera de EE.UU., han aprovechado la fatal coyuntura del 11 de septiembre de 2001 para tratar de implementar sus planes de dominio y hegemonía mundiales, llevando adelante la Guerra contra el Terror, la Tercera Guerra Mundial. Mediante el terror provocado entre la población de EE.UU y del mundo, buscan que se aprueben sus iniciativas para establecer un sistema internacional “centrado” en una guerra permanente contra el terror, incluyendo reducciones dramáticas de los derechos civiles de su propia población, así como nuevas “posturas estratégicas” que justifican la agresión. “Todo se vale”, para librar y ganar la Guerra del Juicio Final. Esto implicaría, al menos para personas tan creyentes como Bush II y Blair, un sentido religioso profundo de lo político, que podría llevarlos a asumir roles institucionales religiosos a nivel internacional, amenazando así también, no solamente a las instituciones diplomáticas, políticas, económicas y militares, sino también a las instituciones religiosas, en primer lugar a las grandes iglesias cristianas. Por eso es que el mundo entero se agita y se levanta para contener ese suicidio irresponsable que buscan fanáticos religiosos, cristianos y

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mahometanos, tanto entre sus líderes como entre influyentes sectores (incluyendo populares) en cada bando. 6. Los colapsos ecosociales (ontológicos) inducen a recurrir a la guerra y a la religión Los montajes escenográficos y televisivos del pontífice Wojtila, plagados de mensajes anticomunistas, antiliberación sexual y antifeministas, muestran como el carismatismo apocalíptico de la extrema derecha, políticamente maquiavélica por parte de personajes como Pinochet, Salinas de Gortari o el mismo Wojtila o Berlusconi (Cf. Larrabeiti, 2005), o los Blair o Bush (I y II), y en general “la clase política”, en importante medida sustituye a “la razón” y al “estado” como instituciones/ideologías para la movilización y otorgamiento de sentido de las personas. La restauración de la santidad de ciertas personas poderosas destroza la igualdad política formal. En esta dimensión, el posmodernismo significa, antes que una superación de la modernidad, más bien un retroceso y degradación hacia formas del pre modernismo. En el caso de la iglesia católica, se trata del corporativismo exclusivo de una monarquía absoluta de carácter teocrático y de alcance mundial. Tanto en EE.UU. como en el Vaticano, las tendencias regresivas anquilosantes y autoritarias vienen afirmándose con el Grupo Bush (I y II) y con el reinado de Wojtila –coincidentes en el tiempo- acentuado su incapacidad para afrontar los retos de los colapsos ecosociales.

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Nunca como con la muerte, entierro y divinización de Wojtila, se ha hecho patente la importancia del factor religioso en la economía, sociedad, la cultura y la política capitalistas de hoy, tanto como el retroceso de la conciencia social internacional hacia formas irracionalistas, autoritarias y violentas. El concierto adulatorio y laudatorio ha sido ensordecedor, y patético en el sentido de una lastimosa idolatría supersticiosa y también, insisto, violenta, respecto de un personaje más bien tenebroso y alejado de su propio dios. Dos ejemplos nos aclaran lo anterior: por una parte hemos visto cómo en México sacaron en procesión a la silla en la que se sentó Wojtila durante sus estadías en ese país, venerándola como reliquia en la que se encarnaba (y se paseaba en la procesión) el espíritu del “santo”. Por la otra parte, hemos sabido que, entre las medidas de seguridad adoptadas durante la ceremonia de entierro de este líder religioso, “dos mil ametralladoras constantemente apuntaron a la multitud” que llenaba la plaza del templo católico principal en Roma. En otras épocas, esas u otras armas habrían, en el mejor de los casos, apuntado a prevenir agresiones o atentados externos, no de los mismos “fieles”. Wojtila ha sido un fiel aliado de Thatcher, Reagan, Bush I, Bush II, y en general de todos los regímenes y movimientos conservadores. No “podemos tener” claridad sobre cómo conceptualizan y estiman el Pentágono y en general la administración Bush II, eso que nosotros conceptualizamos como “colapsos ontológicos” militar y ecosociales. Solamente disponemos de

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sus políticas, sus reacciones y acciones frente a esos colapsos. Y la postura que adoptan es la de “salvarme yo y los míos a toda costa sin importarme los demás, armándonos hasta los dientes para poder utilizar y controlar todos los recursos del mundo, y para contener y prevenir cualquier posible cambio en la estructura y “ubicación” (no ya “distribución”) de la riqueza y el poder”. Con lo cual resulta que la aspiración hegemónica de EE.UU. hoy, aparece inmediatamente como lesiva a prácticamente todos los otros actores del sistema. Es decir, que la intensificación del carácter nacionalista y mesiánico de la política exterior de EE.UU., intensifica también la coalescencia de varios subpolos, y de un frente opositor cada vez más coherente, que adversa, resiste, y crea alternativas, así como “costos” adicionales e inesperados, a esa aspiración hegemónica del gobierno de Washington. Se trata de una aspiración a la hegemonía en condiciones de colapsos militares y ecosociales terminales. Por tanto se trata de una aspiración hegemónica de un grupo político militar al frente del ejecutivo en EE.UU, que se siente en situación de “bote salvavidas”, según la metáfora de Hardin (1968 y 1974), especificada ahora en el sentido de guerra preventiva: el buque trasatlántico (el mundo) se está hundiendo, los botes salvavidas solamente pueden servir para un 20% de la población (el 20% más rico del mundo que concentra el 80% de la riqueza), y se plantea el problema “moral” a quienes ya están a salvo en

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esos botes, de qué hacer con quienes chapalean en el agua y quieren subirse a alguno de los botes salvavidas. La respuesta es clara para quienes están en los botes: hay que impedir (prevenir) que se suban, pues entonces nadie se salvaría. En todo caso, quienes están a salvo tendrían la obligación de determinar quienes se podrían “salvar” y, sobre todo, quienes “no merecen salvarse”. Las tradicionales “listas negras, grises y blancas” de los períodos más oscuros de macartismo, ya están siendo compiladas en Washington y en todos los otros centros de información del planeta, para realizar “el escrutinio del terror” de la población del mundo, que determinaría quienes podrán sobrevivir y quienes no. Como ejemplo, la prensa informaba, durante la Semana Santa de 2003 –con lo cual la noticia no sería percibida-, que una empresa privada de EE.UU. “adquirió” los archivos policiales, militares y de registro civil de toda América Latina y los ha “vendido” al Pentágono, que ya los utiliza. 7. Bush y Juan Pablo II, Blair y las iglesias inglesas La conmoción mundial que siguió a los atentados en Washington y Nueva York inundó de simpatía y solidaridad a EE.UU. En particular, hubo un consenso suscitado por Washington, en el sentido de que el artículo 51 de la Carta de la ONU permitía entender un ataque de EE.UU. contra Afganistán, como realizado “en legítima defensa”. En ese momento, ya el Vaticano no aprobó el ataque por razones morales. Pero, por otra parte, hasta la fecha el presidente Bush II y los pontífices

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Wojtila Ratzinger han compartido una férrea oposición al comunismo, el aborto y a la clonación. Durante la campaña para su reelección, en EE.UU. “se desataron” varias polémicas sobre asuntos “sexuales”. Como el cristianismo basa el control de la población en la culpabilización por el sexo, estos temas electorales resultaron cruciales para “sacar el voto” del pentecostalismo que se oponía: 1) al aborto, al control de la natalidad y a la clonación, y, 2) a los matrimonios gay lésbicos y a la pederastia institucional en la Iglesia Católica. Pero poco a poco, de forma similar a como ha venido sucediendo con muchos otros gobiernos e instituciones, el unilateralismo agresivo que caracterizaba cada vez más a la administración Bush II, conforme transcurría el año 2002, fue creando diferencias con el Vaticano, pasando este último, de una relativa benevolencia hacia la guerra en Afganistán a finales del 2001, a oponerse en importante medida a otra guerra a principios del 2003, ahora contra el similarmente devastado y desarmado Irak. El péndulo de las relaciones entre el Vaticano y EE.UU. oscilaba de lado a lado, alejándose de la armonía, de manera similar a lo que sucede con un número cada vez mayor de estados. Pues la guerra contra Irak enfrenta un repudio casi universal, no solamente en Inglaterra, España e Italia, sino también en los EE.UU. mismos, donde el presidente pierde más y más adeptos.

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Por su parte, la popularidad de Blair ha descendido más de lo que preveían las estimaciones anticipadas, y la rebelión entre los laboristas el 26 de febrero de 2003 fue mucho mayor de lo esperado, cuando el gobierno pidió apoyo a las cámaras legislativas para su política de guerra. Con un grupo de los suyos y aliado a los sectores conservadores, Blair logró la aprobación que buscaba, sin lograr impedir que medio partido propio votara en contra. Los jefes de las dos más grandes iglesias de Gran Bretaña han rechazado y condenado la política iraquí del primer Ministro Blair. Rowan Williams, el nuevo Arzobispo de Canterbury, quien asumiera su cargo el 27 de febrero de 2003, opinaba que una acción militar para desarmar a Hussein no cumpliría con los criterios de la guerra justa. En lo cual coincide con los católicos romanos ingleses, tal como lo expresara poco tiempo después el jefe católico de Inglaterra, el Cardenal Cormac Murphy O´Connor. (Véase “The Moral Imperative”, The Economist: 2003). La confrontación entre el papado y Washington aumentaba en Mayo del 2002, cuando se notaron diferencias ulteriores. Durante la visita de Bush II a Roma, el presidente manifestó al jefe católico su “preocupación” (concerned) por la situación y percepción de la iglesia católica en EE.UU., donde “ha sido estremecida por escándalos de abusos sexuales” (S.Lindlaw, 2003 A). Esa campaña contra la iglesia católica provino de una “debilidad estratégica” en su interior, la “pederastia ritualizada”, de origen romano y resabida por siglos, característica de las

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contradicciones que plagan al catolicismo en particular. Pero la campaña anti sexual también ha sido atizada por la extrema derecha cristiana de EE.UU., en la que Bush II basa su apoyo electoral y de la que es líder representante. Ciertamente que Bush II ha cortejado a los católicos electoralmente, pero a partir del 11 de septiembre de 2001 y específicamente en la guerra contra Irak, parece haber entrado en importante enfrentamiento político ideológico y diplomático con el Vaticano, con consecuencias para los 1.000 millones de católicos y los otros cientos de millones de cristianos de las principales iglesias, incluyendo a los metodistas, iglesia a la que pertenecería Bush II. Bush II y las grandes iglesias cristianas del mundo están enfrentados, como parte del creciente aislamiento internacional de EE.UU., aislamiento que entonces incluye motivaciones religiosas, y un retroceso en las posiciones de EE.UU. en su lucha por la hegemonía cultural y religiosa. Sin embargo, no debemos esperar mucho por parte de la iglesia católica. Su jefe de entonces, Wojtila, llega al papado después del extraño asesinato de Juan Pablo I, quien pretendía seguir más la tendencia de Juan XXIII. Wojtila era el candidato de Washington, porque participaba directamente en el esfuerzo articulado por Z. Brzezinski desde la administración Carter, y por L. Walesa como líder de los sindicatos polacos. Wojtila articulaba la conservadora iglesia polaca. El objetivo era eliminar el comunismo, que el nuevo papa siempre odió:

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“No solo lo dijo en abundantes ocasiones sino que utilizó los servicios secretos vaticanos y esos mecanismos bancarios que posee la iglesia, para financiar el sindicato polaco Solidaridad. La contundencia con la que se aplicó a esa tarea contaminó su misión pastoral, por ejemplo al condenar con tanta fiereza como escaso análisis la teología de la liberación” (Moncada, 2005). Justamente respecto a Monseñor Romero, mostró Wojtila su intolerancia e intransigencia. No quiso escucharle en una audiencia en la que el (ese sí) santo salvadoreño esperaba contarle la situación de guerra en su país. El pontífice le dijo: “Usted lo que tiene que hacer es llevarse bien con sus autoridades civiles”, y dio por terminada la audiencia. Poco después Monseñor Romero caía bajo las balas de “sus autoridades civiles”. Küng (2005) señala, entre otras, las siguientes políticas y doctrinas premodernas (de corporativismo autoritario) que impulsó y desarrolló Wojtila durante su reinado: 1. El papel de las mujeres: Wojtila prohíbe a las mujeres que usen métodos anticonceptivos y les impide fungir como sacerdotisas. También prohibe el aborto. Muchas mujeres católicas no aceptan estas enseñanzas y otras se alejan del catolicismo. 2. Los derechos humanos: En su retórica y prédica, Wojtila defendía los derechos humanos, pero dentro de la institución a su cargo se los ha negado a obispos, teólogos y especialmente a las mujeres: “El Vaticano –en otro tiempo enemigo resuelto de los derechos

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humanos pero, hoy en día, de lo más dispuesto a intervenir en la política europea- no ha firmado aún la Declaración de Derechos Humanos del Consejo de Europa. Antes tendría que enmendar demasiados cánones del derecho eclesiástico, una ley absolutista y medieval. El concepto de separación de poderes, la base de toda la práctica legal moderna, no existe en la Iglesia católica. El debido proceso es una entidad desconocida. En las disputas, un mismo organismo vaticano sirve de abogado, fiscal y juez” (Küng, 2005: 2). 3. Moral sexual. Wojtila ha predicado para terminar con la pobreza, pero la fomentaba con sus prédicas anticonceptivas. La consecuencia es que, incluso en países católicos tradicionalistas como España, Portugal o Irlanda hay un rechazo mayoritario a la postura vaticana. 4. Celibato de sacerdotes. No permite actividades sexuales por parte de los sacerdotes católicos, exigiéndoles un celibato estricto –que seguramente seguiría Wojtila. Esto incluye el matrimonio heterosexual. En la práctica y la realidad institucional de la iglesia, los sacerdotes y las monjas católicos practican actividades sexuales entre ellos y con la feligresía y otros, de todo tipo, heterosexual, homosexual, pederástica, y otras. Varios compañeros de estudio y dirigencia de Wojtila en Polonia se vieron involucrados en escándalos pedófilos, incluyendo íntimos y compañeros de Ratzinger. Al final del “reinado” de Wojtila se dió una fuerte

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persecución y represión de la pedofilia y la homosexualidad en la iglesia católica, que parece dirigirse a la normalización de la heterosexualidad matrimonial como norma para el futuro sacerdocio católico. En esta como en otras instancias (doble discurso y doble moral), la postura de Wojtila era abominar públicamente las relaciones eróticas entre varones (y mujeres), pero mantener la amistad y apoyo a sus colegas y amigos curas pedófilos. (Es de notar que tanto gays como los supuestos amantes del celibato que optan por vocaciones sacerdotales católicas, ahora tienden a buscar “normalizarse” con un emparejamiento que siga el modelo heterosexual normativo, funcional a la concepción más conservadora de la sociedad). 5. Ecumenismo traicionado. Wojtila ha gustado de llenarse la boca hablando de ecumenismo, pero ha desarrollado prácticas anti ecuménicas. Caso ejemplar fue su insistencia en enviar obispos y curas católicos a regiones en las que predomina la iglesia ortodoxa rusa. O su no reconocer los cargos y los servicios de las iglesias no católicas y su no permitir la hospitalidad eucarística. La consecuencia es que “las relaciones con la Iglesia ortodoxa y las iglesias protestantes han sufrido una asfixia espantosa. El papado, como pasó en los siglos XI y XVI, ha demostrado ser el mayor obstáculo para la unidad entre las iglesias cristianas dentro de la libertad y la diversidad” (Küng, 2005: 3).

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6. Personalismo autoritario. A contrapelo de la tendencia mostrada en el Concilio Vaticano II, Wojtila desplazó a los obispos locales y eliminó los procedimientos colegiados. En vez de “aggiornamento, diálogo, carácter colegiado, ecuménico”, Wojtila imponía “restauración, enseñanza magistral, obediencia y vuelta a Roma”. Los obispos y cardenales se nombraron de acuerdo a su grado de identidad con la línea oficial de Roma. Como otros líderes de la actual extrema derecha política internacional, Wojtila siempre tendía a afirmar una cosa y a negarla en sus actos y políticas. El ejemplo acaso más patente y malévolo de esta actitud era el doble discurso y la doble moral que aplicaba este personaje –y “su” iglesia”a los problemas de los pobres o excluidos: realizaba giras a Polonia, Cuba o Nicaragua, para pedirle a “sus” fieles que protestaran y se rebelaran contra sus “opresores”. Pero en otras giras que lo llevaron a México o Brasil –ambos países gobernados por maleantes y extremistas de derecha (“neoliberales”) como Collor de Mello o Salinas de Gortari-, por ejemplo, Wojtila le pedía a las masas de pobres católicos, “paciencia con vuestro destino terrenal, porque Dios os premiará”, “no protestéis, no os rebeléis contra vuestros gobernantes”, “aceptad vuestra cruz y sufrimiento y llevadla con amor” (¡!). Wojtyla decididamente puso la iglesia católica al servicio del capital durante su reinado. Por eso, pese a divergencias pasajeras, contó con el beneplácito de los gobernantes de EE.UU. – incluyendo el fundamentalista Bush II.

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8. Bush II y Blair como líderes políticos, militares y religiosos del “imperio final” (Juicio Final) El presidente y el primer ministro se han formado políticamente, como líderes carismáticoreligiosos. Recordemos, con Max Weber, que el liderazgo podía ser burocrático, tradicional o carismático. Supuestamente, quien porta el carisma, por haber recibido tal “gracia natural”, adquiere autoridad para expedir nuevas órdenes. Sus prescripciones y nuevas normas se caracterizarán por ser autónomas, respecto de las reglas y códigos dominantes. El vínculo religioso con el portador de carisma libera a sus adepto/as de las normas, vinculándolo/as estrechamente con el agente carismático. Tal adhesión incondicional posibilita que el líder induzca entre sus seguidores un “consenso social”, en el que, y según el cual, los individuos se liberan y todos adquieren más “fuerza”. El carisma establece una distancia entre lo/as seguidore/as del “profeta”, y “lo/as demás”, “lo/as otro/as”, quienes perecerán por sus pecados. El carisma adquirió formas político ideológicas modernas abandonando, a partir de la Revolución Francesa, las formas religiosas. Encontramos, así, que durante casi todo el siglo XX, líderes carismáticos (con “cultos a la personalidad”), guiaron a las naciones (Reina Victoria, Lenin, F.D. Roosevelt, Churchill, Stalin, Mao Dze-Dong, Hitler, Mussolini, Franco, Perón, Vargas, Cárdenas). La supuesta pretensión posmoderna de “superar” el mundo de la política y sus ideologías,

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termina transformándose en premodernismo, es decir, en religiosidad. Se suponía que los países “desarrollados” como los de Europa o EE.UU., no tendrían mucho carismatismo cristiano, un “fenómeno” más bien atribuido, como no, a las regiones “no racionales” del planeta, América Latina incluida. Entonces, parecía lógico que los movimientos carismáticos llegaran a tomar el poder en Guatemala mediante un proceso electoral, teniendo a su frente un sacerdote-militar que durante su mandato cometió graves crímenes contra la humanidad (Ríos Mont). Pero ahora también nos encontramos con un liderazgo carismatista en EE.UU., similarmente con los militares y los espías en el poder, y también cometiendo crímenes contra la humanidad y pretendiendo actuar fuera de la ley. Pues claro, ellos solamente tienen que darle cuenta de sus acciones a su dios, y la “nueva palabra” que escuchan es: “tienes derecho, tienes deber, tienes placer, tienes permiso, otorgado por tu dios único y omnipotente, y por haber sido escogido/a como ángel/profeta, para perseguir y matar a todas las personas que se quieran oponer a la gloria de tu dios”. El mesianismo del fundamentalismo que orienta a Washington y a Londres incluye concebir la emergencia de un centro para ese “imperio” con el que alguna/os se solazan en hablar en EE.UU. Se trata del “puesto” de Emperador de ese próximo Imperio. Con lo que estaríamos en la locura no tanto de Julio César (Cf. Formoso: 2003), sino más bien en las de Nerón y Heliogábalo, combinadas con la ferocidad de Vespasiano y Tito, y el

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despotismo de Justiniano. Locura que incluye la necesidad de “divinizar” al emperador, tal como se hacía no solamente en Roma sino particularmente en imperios tan duraderos como el egipcio o el chino. Esa divinización podría significar concentrar a su alrededor al grupo de cristianos que va a tener (está teniendo; tiene; tendría) a cargo la “administración” del Juicio Final. La odisea que empezó el 11 de septiembre de 20001 y que siguió en Afganistán, preveía destruir, en marzo de 2003, a la perversa Babilonia, para apoderarse de sus fabulosos tesoros petrolíferos, con lo cual ya nadie podría amenazar a EE.UU. Así, se aseguraría el “imperio” y la consecuente divinización del Emperador, ojalá antes de su muerte, tal vez ya a partir del 2010, cuando la situación estaría más “consolidada” -se podrían finalmente contemplar los cataclísmicos resultados de la Tercera Guerra Mundial, la guerra del terror de la destrucción universal, agregaríamos nosotros a ese hipotético discurso “imperial”. Mientras tanto, entre algunos asesores políticos en Washington, de lo que se trataba al menos era que la guerra contra Irak sirvíera para ganar una segunda presidencia, durante la cual se prepararía en detalle lo que podría seguir. En importante medida alrededor del discurso “fervoroso” que emana hacia el público desde el entorno del presidente, Bush II ha organizado el característico círculo de “groupthink” y de “yesmen”. Así por ejemplo, como nos explica Suskind (2004) al referirse al período de Paul O´Neill como ministro del Tesoro de EE.UU., el proceso de toma de decisiones en la administración

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Bush II era muy “impermeable”: el 30 de enero de 2001, nada menos que en la primera reunión del Consejo de Seguridad Nacional, se acordó un dogma que varios miembros prepararon para esa ocasión, a saber: afirmar que Irak desestabilizaba la región del Golfo Pérsico y que poseía “armas de destrucción masiva”. A partir de esa “premisa” puramente imaginaria, se empezó a preparar una intervención. Similarmente se trataron los asuntos económicos, por ejemplo las rebajas de impuestos al capital y la decisión de gastar los superávit presupuestarios que había dejado la administración Clinton. Bush, Cheney, Rice, Rumsfeld (y durante un tiempo Powell también –Cf. Woodward, 20004a y 2004b), tomaban las decisiones “a priori” y luego forzaban a los tecnócratas de los ministerios a implementarlas, independientemente de sus criterios “técnicos”. “Los asesores de Bush saben que muchos americanos –y mucho del mundo- lo ven como un hombre cegado por sus creencias” (Fineman: 2003). Esta ceguera se nota en las percepciones erróneas en las que tiende a incurrir el conjunto de la administración (ejecutivo) en Washington. Por ejemplo, en su carta a Bush del 5 de marzo de 2003, el Papa Católico le indicaba a Bush II, que un ataque a Irak agudizaría el enfrentamiento entre cristianos y musulmanes. Pero el portavoz de la administración Bush II rechazó que existiera un tal enfrentamiento, señalando que la administración ha promovido oportunidades educativas que han acercado a musulmanes y Occidente” (Lindlaw, 2003). Mientras tanto, Samuel Huntington,

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intelectual orgánico de la derecha en EE.UU. (de la Fundacion Olin), opina al contrario que se trata de enfrentamientos entre civilizaciones signadas por sus religiones: cristianismo contra, sobre todo, el islamismo que no acepta someterse a la civilización “Occidental”. Es claro que todo el fárrago en torno a la religión sirve de manto para ocultar intereses estratégicos militares y económicos. Pero a la vez es importante notar cómo ese conjunto de creencias religiosas orientan la toma de decisiones en la administración Bush II y en la coalición de cristianismo fundamentalista que le une con Blair. El fenómeno religioso tiene “existencia social” real, y también entonces lo religioso puede considerarse como elemento del ámbito político. Se trata del nivel ideológico más institucionalizado y definitivo para un número creciente de personas (enfrentadas a los ejercicios caballerescos de fin de mundo que creen estar jugando el presidente y el primer ministro), conforme se agravan los peligros ontológicos militar y ecosocial. Esos motivos serían: que Bush II y Blair se consideran a sí mismos adalides escogidos por la providencia divina para conducir al mundo por los procelosos pasos del Juicio Final, es decir, encargados de llevar a cabo la Guerra contra el Mal. Están dispuestos a destruir el mundo que ha existido y a construir uno nuevo, acorde con su interpretación de la Biblia y el destino humano. Bush II es un “cristiano renacido” desde 1986, cuando se afilió a la Primera Iglesia Metodista Unida de su esposa Laura. Allí parece que logró superar una adicción alcohólica. Se trató de “Adios

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Jack Daniels, hola Jesús”. Bush II gusta comparar su “conversión” con la de San Pablo –recordemos que este personaje es responsable ideológico de las posiciones pro represión de las mujeres y sexual, del cristianismo-. Sobre esa conversión, dos años después, “Como subalterno de su padre en la campaña de 1988, George Bush el Joven organizó su carrera mediante contactos con los ministros del entonces emergente movimiento evangélico en la vida política. Ahora constituyen el corazón del Partido Republicano... Cristianos creyentes en la Biblia son quienes más fuertemente apoyan a Bush” (Finemann, 2003:3-4). Bush II se formó en el “movimiento de pequeños grupos” cristianos –los programas de los 12 pasos, círculos de oración, grupos de estudio de la Biblia.)(Woodward, 2003). Bush II, ya en esa campaña electoral de su padre se convirtió en el “vínculo” con la derecha religiosa. En la elecciones presidenciales de 1999, reunió a un grupo de líderes pastorales para indicarles que había sido “llamado” por Dios para la tarea. Según Chip Berlet, especialista en la influencia de la religión en la política, “Bush está en sintonía con el mensaje mesiánico y apocalíptico de los cristianos evangélicos. Su visión del mundo se reduce a que existe una lucha gigante entre el mal y el bien, que posiblemente culminará con un enfrentamiento final. La gente con esa visión del mundo es capaz de tomar riesgos

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inapropiados porque se cree portadora de la voluntad de Dios.” (The Progressive, citado en Fresneda, 2003). Laurent (2004), sostiene que se ha desplazado el centro de gravedad político en EE.UU., de las costas “liberales” al centro y el sur, más bien conservadoras y cristianas fundamentalistas. “Horrorizados” por el movimiento a favor de la revolución sexual, el aborto, la seguridad social, los grupos de la derecha han lanzado fuertes ofensivas propagandísticas en la que se involucra mucha gente, desde el presidente para abajo, e incluyendo más de un tercio de la población que toma a la Biblia como referente para comprender la política internacional tanto como sus vida privadas o públicas, e incluyendo también a casi la mitad de la población, que opina le toca vivir el Juicio Final y la Segunda Venida de Cristo. Bush II creería en un “plan divino que está por encima de los planes humanos”, del cual él es instrumento, pareciéndose a Cristo en eso. Esa sintonía entre Bush II y esos grupos cristianos se ha extendido rápidamente al primer ministro Inglés, Tony Blair, quien es un político, “... raro entre los político británicos, en que no solamente es profundamente religioso, sino que su fe fundamenta mucho de lo que hace. Ciertamente, el Sr. Blair es el primer ministro más abiertamente cristiano desde que William Gladstone abandonara la Calle Downing por última vez, en 1884” (“The moral imperative”, The Economist: 2003). Su mujer es católica pero él no. Se trata de un ferviente cristiano, practicante que además se

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considera a sí mismo exégeta de los evangelios. Poco antes de asumir su actual cargo, sostenía que: “El pecado en el plano teológico es la alienación de Dios. En el lenguaje corriente es el reconocimiento de que existen el Bien y el Mal... Y ésta es una cuestión que se va a volver cada vez más importante en política.”(Citado por Marliere, 2003). Después del 11 de septiembre de 2001, Blair adelantó la noción del “eje del mal” de los asesores teológicos de Bush II, cuando señaló que EE.UU. había sido atacado “por las fuerzas del mal”. Ante las advertencias y el rechazo de las iglesias cristianas inglesas a sus posiciones guerreristas, Blair responde con un nuevo extraño silogismo, que formula en estos términos: “El argumento moral contra la guerra tiene una respuesta moral: la guerra es el argumento moral para (que justifica, ESF) derrocar a Hussein” (The moral case against war has a moral answer: it is the moral case for removing Sadam), porque es algo que se puede llevar a cabo “con una conciencia limpia” (with a clear conscience), dado el confirmado pasado genocida del presidente Iraquí (“The Moral Imperative”, The Economist: 2003). Este “intervencionismo evangélico” que proclama Blair tanto como el militarismo religioso de Bush II, están asentados en las categorías del Bien y del Mal, en la convicción de que puede hacerse el Bien, en que el mundo “podría ser más pacífico después de una intervención dirigida por países estables, ricos y democráticos” (Marliere 2003).

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Blair sería quien habría convencido a Bush II de haber sido escogido por la Providencia, por el hecho de ser electo presidente de EE.UU. durante la época de la Guerra del Fin del Mundo. Similarmente habría sido escogido el propio Blair, en su puesto de primer ministro inglés. El “argumento” se basa en creer que ha llegado el fin de los tiempos y que ellos dos ocupan las posiciones que ocupan porque son enviados de Cristo, ángeles redentores de la humanidad. La coyuntura y la disposición vuelven imperativo e imprescindible librar las batallas finales contra el mal, para que prevalezca universalmente el cristianismo (¿entronizándose además a la familia Bush como Familia Imperial de EE.UU. y del mundo –incluyendo funciones religiosas en dos o tres generaciones o antes?). La dirigencia política y militar de EE.UU., en su conjunto, considera que su dios los ha colocado al frente de las naciones que encarnan el Bien universal, para enfrentar y derrotar a la encarnación del Mal universal -naciones, grupos y personas que ellos, con la espada maravillosa que han recibido (las armas ultramodernas), van a enfrentar y derrotar. El Vaticano rechazó la primera guerra de EE.UU. contra Irak a principios de la década de 1990, dirigida por el padre del actual presidente. Pero consideró como “justa” la guerra de Bush II contra los talibanes, aunque se basara en el precepto del Antiguo Testamento del “ojo por ojo”. Pero ahora los católicos sancionan como “injusta” la guerra contra Irak, calificándola de

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“derrota para la humanidad”. Sin el apoyo de la ONU, dijo Wojtila a Bush II en su carta del 5 de marzo de 2003, las acciones militares contra Irak son “ilegales e injustas”. En particular, a menos que se cuente con la venia de la ONU, un ataque preventivo es considerado “inmoral” por el pontífice católico. La respuesta de la administración Bush II (Lindlaw, 2003 B) fue que el presidente, “da la bienvenida a la oportunidad de describir sus razones desde un punto de vista moral, desde un punto de vista legal, sobre por qué es importante desarmar a Saddam Hussein”. Primero, porque Hussein no ha cumplido con sus obligaciones legales con la ONU, y segundo, “Porque el presidente piensa que el acto más inmoral sería que Saddam Hussein de alguna manera transfiriera sus armas a terroristas, quienes podrían utilizarlas contra nosotros”, dijo el portavoz presidencial, agregando que: “Por tanto, el presidente considera que el empleo de la fuerza es legal, es moral y es para proteger al pueblo americano”. En este texto el verbo “podrían” expresa claramente la doctrina de la guerra preventiva: existiría hipotéticamente la posibilidad de que, en el caso también hipotético de que Irak tuviera armas “de destrucción masiva”, también hipotéticamente las podría transferir a los grupos de Ben Laden. Cualquier indicio contra estas hipótesis era descartado, a priori, como inexistente o irrelevante, y se creó entonces un imaginario, gigantesco y moderno arsenal en manos de Hussein.

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Paralelamente a la entrevista del enviado del Papa y el presidente Bush II, en el mismo día el ministro ,entonces en ejercicio, de Exteriores Powell hizo pública, justamente, la lista negra de los países a los que EE.UU. ha analizado, juzgado y condenado como culpables por no permitir la libertad de culto. Se trata de países que, o prohíben las religiones como supersticiones, como Corea del Norte, o que no permiten, o discriminan, al cristianismo, es decir, una especie de “eje del mal religioso”. La lista sigue encabezada, al igual que el pasado año, por la R.P. China, seguida de Irán, Irak, Myanmar, Corea del Norte y Sudán. El portavoz de Powell indicó que EE.UU. se reserva “el derecho de imponerles sanciones” (“Libertad de culto”, La Nación: 2003). La iglesia católica estuvo dividida sobre si apoyar la guerra de Bush II o la paz del Papa: el Opus Dei aparentemente dejaba en libertad a Trillo y a otros miembros de la administración Aznar, que no consideraban “vinculante” la opinión del Papa (González, 2003). Tal postura del Opus Dei dejaba en evidencia el doble discurso y la doble moral de Wojtila que, nuevamente, decía estar contra la guerra pero de hecho no la rechazó. Pues el Opus Dei ha sido una de las principales organizaciones católicas que ha recibido todo tipo de apoyo de parte de Wojtila –no así, en cambio, los más “inteligentes e ilustrados” miembros de la orden de Jesuitas, que han sido silenciados o marginados por este monarca católico. También estaban los católicos que apoyan a Berlusconi, etc. Sin embargo, el Vaticano insistió en la unidad anti guerra de toda la iglesia, incluida en primer

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término la iglesia del mismo EE.UU. pero, a la hora de la verdad, no empleó los recursos a su disposición para tratar de impedirla. Porque, en todo caso, la prueba definitiva de que la Iglesia Católica, y otras iglesias, estén entendiendo lo que se juega hoy (la existencia misma de la humanidad), y que por tanto es necesario actuar “a fondo”, se puede medir (“indicador”) notando las prohibiciones y castigos que NO impusieron el Papa, los cardenales y los obispos, a aquellos católicos que de alguna manera ayudaron, apoyaron o participaron en la guerra, ya condenada por el Papa como “inmoral, injusta e ilegal”. Ni el Papa ni ningún otro jerarca católico EXCOMULGARON a quienes no le siguieron en su última y más decisiva participación en la historia del mundo, supuestamente tratando de evitar que Bush II, o bien se convierta en el Anticristo, o bien usurpe el poder religioso y él o alguno de sus descendientes se declare, no solamente sacerdote en jefe del mundo cristiano, sino incluso encarnación/representante de Cristo, por ejemplo en la forma de ángeles, tan de moda e importantes, por lo demás, en los imaginarios populares como de los líderes de EE.UU. y UK. Si la iglesia católica no toma medidas para prohibir a sus miembros participar o apoyar la guerra, entonces es posible sospechar que apenas ha buscado salvar la cara ante la opinión pública, y más bien cooptarla. Para el caso de sus fieles o seguidores, como siempre la iglesia buscaría desarrollar formas que se reducirán a sentir terrible culpa por no hacer nada para impedir que el pueblo iraquí sea masacrado justo en

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Cuaresma y durante la Semana Santa. Pues en el simbolismo religioso, el pontífice romano ciertamente parecía indicar que Irak es hoy el Cristo en su Calvario. Con el sentimiento la iglesia podría, o bien realizar la “catarsis” en sentido aristotélico (purgar el pecado padeciéndolo imaginaria y sentimentalmente), o bien estar en condiciones de movilizar a sus seguidores para entonces atreverse a realizar actos más audaces. Era de esperar, sin embargo, más decisión y actividad por parte de obispos, sacerdotes y fieles cristianos contra la nueva guerra mundial, como se evidenció en el siguiente ejemplo: “Monseñor Ignacio Trejos Picado, obispo de la diócesis de San Isidro del General, pidió a los costarricenses que apoyen una campaña contra la guerra en Irak. La llamada “campaña por la paz” consiste en que las personas coloquen en sus casas, talleres, oficinas y vehículos, una bandera blanca que signifique nuestro apego por la paz” (“Contra la guerra”, Al Día: 2003). Igualmente, en algunos centros educativos cristianos costarricenses, el alumnado y el profesorado desarrollaron actividades por la paz, levantaron banderas blancas, estudiaron, escribieron y enviaron mensajes, etc. 9. Movilizaciones y acciones para evitar más guerras La movilización popular contra la guerra de EE.UU. contra Irak, de mediados de Febrero de 2003, inicialmente fue estimada en unos 6 millones de personas, pero luego Ramonet (de Le Monde Diplomatique) la estimaba en 10 millones.

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Esas movilizaciones y protestas continuaron y se acentuaron en EE.UU. donde la popularidad de Bush II también retrocedió hasta que tomó Bagdad. En el resto del planeta el repudio a la guerra nunca antes ha sido tan universal. El presidente Bush II está encerrándose en una esquina, escudado en su poder militar superior al de todos los demás juntos. Pero una guerra sin el apoyo de la ONU, o incluso con la reprobación de Francia, Rusia y China, así como de México y Canadá y toda América Latina con excepción de 3 países centroamericanos y Colombia, representa un revés para EE.UU., pues señala la rápida emergencia de un poderoso frente de oposición, que alienta a otros menos poderosos, como la misma Turquía, a resistir. Esas movilizaciones han dado aire al movimiento por la paz, y creado el “contexto social histórico” para que una serie de gobiernos empiecen a distanciarse de Washington, no ya solamente Francia, Alemania y Rusia, sino también la R.P. China e incluso Turquía, llegando a México y a Chile, miembros temporales del Consejo de Seguridad que no apoyaron los planes de guerra de EE.UU. Pero es necesaria una movilización aún mayor, universal y permanente, contra la guerra. Pues se va a tornando necesaria la movilización permanente de la población, como forma para detener y hacer retroceder esas tendencias militaristas y apocalípticas. La dimensión religiosa de personas religiosas que busquen revertir los peligros ontológicos

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implica preferir la inclusión, la negociación y la participación, y evitar la solución violenta de diferencias y disputas. Existe la posibilidad, para las grandes organizaciones religiosas cristianas del mundo, de realmente conmover la conciencia de sus seguidore/as, sobre el peligro de la aventura imperial militarista de la administración de Bush II en EE.UU., utilizando los poderosos instrumentos de convicción y “moralidad” que les caracteriza institucionalmente. Como declarar que cualquiera que promueva la violencia es Anticristo porque Cristo promueve la paz, etc. (Recuérdese que en el fundamentalismo cristiano de EE.UU., el Papa y el Vaticano han sido catalogados tradicionalmente como “Anticristo” –para otros como Dostoievsky, el catolicismo es “el gran inquisidor” que basa su poder en aceptar las ofertas del diablo en el desierto). Por su parte, el actual conflicto adquiere dimensiones religiosas porque los líderes occidentales también buscan orientación y justificación para sus actos en su libro sagrado (aparentemente con énfasis en el Antiguo Testamento). Los titulares de los gobiernos de EE.UU. y Gran Bretaña, así como muchos miembros de sus gabinetes, asesores y estados mayores, todos son “cristianos fundamentalistas” y sus contrapartes en Israel son los “judíos más ortodoxos”, mientras que sus opositores son, militares laicos (Noriega o Hussein) o religiosos (Ben Laden) -creados por el mismo Washington, y que luego “se han rebelado” y transformado en encarnaciones del Mal.

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El exclusivismo radical del monoteísmo de guerra que profesan los dirigentes de EE.UU. tanto como los talibanes o los clérigos iraníes, es un elemento fundamental en la “justificación” de la agresión y la violencia. En su lenguaje peculiar, y siendo él mismo instigador de esos odios, el pontífice católico se ha referido al actual “enconamiento” del odio, en los siguientes términos: “Tenemos que pedirle a Dios la conversión de los corazones de aquellos que se enraizaron en el mal y el pecado” (“Papa pide ayunar por la paz”, Al Día: 2003) (Énfasis ESF). Sin duda, estas palabras emitidas con ocasión del “Miércoles de Ceniza”, día en que los católicos empiezan 40 días de ayuno y penitencia, se refieren a un razonamiento a favor de la paz mundial, que el citado Fiodor M. Dostoievsky explica, al principio de la historia sobre “El gran inquisidor” (Los Hermanos Karamazov, Libro V, v –2000: 517): Alrededor de la época de cuaresma, “La Virgen visita el infierno guiada por el arcángel San Miguel. Allí ve a los pecadores y las torturas que sufren. Entre otros, hay un lago de fuego, una categoría de pecadores bastante curiosa: éstos se hallan olvidados hasta de Dios mismo. La Virgen llora, cae de rodillas y ruega al Señor que perdone a todos los pecadores sin distinción alguna. Su diálogo con Dios es de tal interés que yo no sabría explicártelo. Ella ruega, insiste; Dios le muestra las manos y los pies agujereados de su Hijo y dice a la Virgen: “¿Cómo quieres que yo perdone a sus verdugos?” Pero ella ordena a todos los santos, ángeles y arcángeles que se

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arrodillen y pidan lo mismo que ella solicita...”, y Dios le otorga su pedido, al menos durante cierto período de tiempo (entre el Viernes Santo y la Resurrección, es decir, durante la visita de Cristo a los infiernos). La referencia es, pues, al precepto cristiano de no responder a la violencia con violencia sino con comprensión y diálogo (pero en una “condición infernal”). Para los cristianos fundamentalistas que dirigen la política de EE.UU. e Inglaterra, la guerra contra el terrorismo es ante todo la guerra contra el Mal, la guerra del Juicio Final. Consecuentemente, la guerra de agresión de EE.UU. contra Irak significa el arranque oficial de la Tercera Guerra Mundial después del preludio afgano, una guerra que, como afirman los dirigentes en Washington, esperan duraría al menos un siglo –por el enconamiento del odio en la conciencia social, agregamos nosotros, producto de la intensificación de las venganzas para vengar las venganzas de cada parte en conflicto. En este tipo de conflicto, de forma similar a las guerras “raciales” del siglo XIX y parte del XX, y de forma similar a las guerras “coloniales” y “revolucionarias y contrarrevolucionarias” de los siglos XVII al XX, y característico ya de las guerras de religión previas, el aspecto ideológico incluye una dimensión ética que se formula-y-vive escatológicamente: se reducen las opciones de juicio político a dos alternativas opuestas, definiéndose la bondad de la alternativa propia, en función de la maldad de la alternativa adversaria, y

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cada una de ellas, a su vez, en términos de capacidad de destrucción. De manera que la lógica de la llamada “guerra preventiva”, tiene un componente ideológico muy característico del monoteísmo exclusivista. Se puede explicar ese tipo de guerra, precisamente por el tipo de razonamiento “religioso”. Por eso, en tal contexto cada persona (y “estado cristiano”) tiende a pensar la siguiente secuencia: 1. El sentido de mi vida depende de la satanización de mi enemigo. De manera que, 2. Mi salvación exige que destruya a mi enemigo. 3. Por lo tanto, mi enemigo quiere atacarme y por eso tengo que defenderme atacándolo antes que él me ataque. (En las definiciones oficiales de la situación, esta “disposición cultural cognoscitiva” a la violencia y el asesinato es erróneamente considerada como LA disposición “natural” del “hombre”).

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Capítulo Quinto

Costa Rica y la “Guerra contra el terrorismo” de Bush II 1. Introducción

E

n este capítulo presento una discusión preliminar y limitada, sobre las relaciones entre las administraciones de los presidentes Abel Pacheco en Costa Rica y George W. Bush (“Bush II”) en EE.UU., destacando las características guerreristas e imperialistas de la nueva política internacional de Washington, su adopción por parte de la administración costarricense, y la consecuente preferencia por la postura “metropolitana” frente a la “propia”, en la doctrina y la política internacionales costarricenses. Esta preferencia se articula en el apoyo de Pacheco a la guerra de Bush II contra Irak, y en el creciente involucramiento de la administración Pacheco en la guerra de las administraciones Uribe y Bush II en Colombia. 2. Aproximación al proceso político y a la política internacional de Costa Rica. Ya en 2.000, con ocasión de un foro organizado por las escuelas de Relaciones Internacionales y de Planificación y Promoción Social de la Universidad Nacional de Costa Rica

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(UNA), en mi intervención destacaba la lamentable situación de este pequeño país centroamericano: “Costa Rica ha tenido un liderazgo deficiente desde la década de 1980. Se cometen graves errores (ley de la moneda, que dio ventajas a la banca privada; convenios con el FMI; cierre de ferrocarriles; dar ministerios del área económica y el Banco Central a la banca privada; de iure, permitir acciones policíaco militares de EE.UU. en el territorio nacional; etc.). Hay un pacto de la nueva oligarquía entre fracciones de la elite PUSC-PLN66. La elite ha perdido el rumbo y carece de proyecto nacional. La corrupción en las cumbres de la empresa privada y el Estado permea la sociedad y genera corrupción estructural. Concentración de la riqueza, clientelismo, favoritismo, amiguismo y nepotismo predominan. Hay tendencias a la gangsterización de la política y la economía. Hay mafias con creciente influencia, por el carácter de cuasiparaíso fiscal que hemos adquirido, y porque la industria turística trae beneficios, pero también una cultura de casino” (Saxe Fernández, 2004b: 25). Las líneas fundamentales de ese breve diagnóstico no han cambiado de tendencia, sino que al contrario se vienen intensificando.

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Que ya en 1995 denunciábamos en la noveleta satírica, Mama Chepa: Presidenta y Reina de Costa Rica. Heredia, CR: Ediciones Alejandrinas.

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No resultó sorpresivo entonces, que con respecto a la guerra de EE.UU. contra Irak, la administración Pacheco continuara la política de alineamiento incondicional y de doble discurso. En esta oportunidad, sin embargo, tales políticas quedaron al descubierto, en medio de incidentes en la ONU (caso del embajador Stagno defendiendo la postura contra la guerra; Cf. infra), y posteriormente la corrupción “estructural” que afecta el estado y la sociedad costarricenses, también se expresaron en el breve período como Secretario General de la OEA del ex presidente Dr. Miguel A. Rodríguez, cargo al que hubo de renunciar a un mes de su acceso, por acusaciones de corrupción y posterior encarcelamiento, decretadas por los tribunales costarricenses. Paralelamente, el ex presidente Rafael A. Calderón Fournier también ha sido encarcelado por similares acusaciones, y el ex presidente José María Figueres Olsen renunció a su cargo de edecán del Foro de Davos y se rehúsa a viajar hasta San José para enfrentar acusaciones similares y probablemente al menos, prisión preventiva. La política exterior que la administración Pacheco ha adoptado a partir del 11 de septiembre de 2001, apoyando a la administración Bush II en su guerra ilegal contra Irak, destroza los pilares de la “postura propia” en la política internacional costarricense. Posteriormente, cuando el ejecutivo y la cancillería han sido obligados a rectificar esa posición por determinación de la Sala Constitucional, tanto como por el Congreso y por la abrumadora mayoría de la ciudadanía, sin embargo la administración Pacheco y el estado

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costarricense no logran evitar la creciente presencia e influencia del gobierno de EE.UU. en su política exterior, sobre todo respecto a los temas del “narcotráfico”, y el apoyo a la guerra contra el “terrorismo”, particularmente en Colombia y en un emergente “frente de fricción” entre las “islas americanas” del norte y del sur. Durante 2005, EE.UU. le aprieta más las tuercas a Costa Rica, forzándola a firmar un Tratado de Libre Comercio que supeditará el sistema jurídico costarricense a las leyes de EE.UU., y que marcará el momento en que formalmente el país perderá la independencia adquirida a partir de 1821. Pasará a ser un pseudo estado, en el que prevalecerán los “derechos” e intereses de inmigrantes extranjeros primermundistas y de las empresas y gobiernos de sus países. Lo/as ciudadano/as y empresas de EE.UU. siempre podrán recurrir a sus tribunales en EE.UU. para protegerse de cualquier problema o disputa en Costa Rica. Por su parte, lo/as ciudadano/as y empresas de Costa Rica podrán recurrir a sus tribunales en Costa Rica, pero serán los tribunales en EE.UU. los que con el TLC tendrán la última palabra en disputas económicas, ambientales, con ciudadanos o empresas de EE.UU. Además, Costa Rica mantiene políticas internacionales todavía determinadas por su incondicionalidad con EE.UU. durante la Guerra Fría (sobre todo por las políticas de G. Facio – seguidor/admirador de Kissinger)(es la “postura metropolitana” en la política exterior costarricense).

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De esta forma, San José continúa apoyando totalmente al gobierno de Taiwán, y no mantiene relaciones diplomáticas con la RP China –aunque ya la comunidad china en Costa Rica apoya/pide la apertura de esas relaciones. Costa Rica se ubica junto con algunos otros países centroamericanos, que sin embargo no tienen los escrúpulos costarricenses para exigir públicamente determinadas sumas de dinero a cambio del voto en los foros internacionales, en primer término la ONU. Tal el caso de Nicaragua. Costa Rica, en cambio, negocia y “acepta” la donación taiwanesa de un puente sobre la desembocadura del río Tempisque, que finalmente integre territorialmente la península de Nicoya con el centro desarrollado del país. El gobierno de Taiwán, además, desde la administración Rodríguez (1998-2002) financiaba secretamente los salarios de los funcionarios del Ministerio de RR. EE. y Culto. También Costa Rica es aliada incondicional de Israel; es uno de los primeros países que trasladó su embajada a Jerusalém. Esto le aliena a Costa Rica sus relaciones con prácticamente todo el mundo árabe. Una política muy similar a la que mantiene Costa Rica con la RP China, se desarrolla con Corea del Norte. Cuba es objeto de gran atención. Costa Rica es uno de los pocos países latinoamericanos que aún sigue los lineamientos de EE.UU., desde que se expulsara de la OEA a Cuba, en la reunión que tuvo lugar en San José en 1961; es decir, no mantiene relaciones diplomáticas, aunque existen relaciones comerciales y culturales. Siguiendo esa

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línea, ha apoyado y planteado acciones contra Cuba, en organismos e instituciones internacionales. Durante la administración Calderón Fournier (1990-1994), se forjó un fuerte vínculo con el salinismo mexicano, que pasó a constituir un componente “mexicano” en la política exterior costarricense, el cual enfatiza los Tratados de Libre Comercio (TLC) acordados por el país azteca, bilateral con Costa Rica, y trilateral con EE.UU. y Canadá. Los gobiernos de Calderón Fournier, Rodríguez, y el actual de Pacheco, siguen estilos, estrategias y hasta consignas, desarrolladas en el México oficialista “para vender” el TLCAN, en los medios de comunicación, tanto como en los términos en que se plantea pública y políticamente la discusión (México o Costa Rica negocian bajo numerosas y crecientes amenazas por parte de los sectores protratado, costarricenses y de EE.UU.-incluyendo el gobierno de Washington-, sobre las terribles represalias que tomaría EE.UU. si no se firmase el TLC de turno). Los empresarios y gobierno costarricenses, o radicados en Costa Rica, han seguido una política de “puertas abiertas” a la inmigración de legales e ilegales que huyen de las pavorosas condiciones socio económicas de Nicaragua, devastada por las guerras revolucionarias y contrarrevolucionarias, así como por terremotos y huracanes. La población nicaragüense que trabaja y vive en Costa Rica sirve para deprimir los salarios, al aumentar la oferta laboral.

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Con el turismo, primeramente promovido como “cultural” y “ecológico”, sobre todo a partir de la administración Arias (1986-1990) llegaron olas de inmigrantes de EE.UU. y la UE. Estas nuevas poblaciones primermundistas se han adueñado de casi todas las costas del país y de parte muy importante de la propiedad en el área metropolitana de San José y otras zonas. Los hoteles turísticos traían consigo, o venían acompañados por otros negocios, incluyendo los casinos y la prostitución. Poco a poco pero acelerándose desde mediados de la década de 1980, proliferaron esas dos actividades en Costa Rica. Luego, durante la década de 1990 se empezaron a establecer en San José casas de apuestas, prohibidas en EE.UU. Hoy emplean a más de 8.000 personas, mayoritariamente jóvenes costarricenses bilingües, junto con un contingente de extranjeros que incluye “de todo”, los cuales colocan las apuestas sobre los diferentes deportes “profesionales” de EE.UU. (béisbol, baloncesto, fútbol americano, hockey sobre hielo), aparte del internacional fútbol, pero incluyendo también el boxeo, las carreras de caballos y las carreras de automóviles, motocicletas, botes, etc. Los casinos y casas de prostitución abundan también en Costa Rica ahora; miles de visitantes de EE.UU., la UE, y Japón, vienen al país para realizar “turismo sexual”, con lo/as miles de costarricenses que, o sobreviven haciendo esto, o lo hacen para ganarse una extra. Sumémosle a lo anterior que se realiza un importante contrabando de mercancías hacia y desde Costa Rica, empleando barcos que visitan

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sus puertos en el Pacífico o el Caribe. O mercancías que entran al país sin pasar por aduanas, directamente en furgones, aviones o botes. Y también el país es un importante nodo para el narcotráfico y para el avituallamiento de fuerzas policiales, mercenarias, guerrilleras, y mafiosas, que operan en Colombia y otros países, incluyendo las mismas fuerzas navales y especiales de EE.UU., en primer término. El narcotráfico incluye un importante componente de “lavado de dinero”, que se lleva a cabo de muchas formas, por ejemplo en inversiones inmobiliarias y turísticas. De manera que, según “se comenta privadamente” pero no se plantea públicamente, el país está dominado por dos grupos mafiosos, uno de EE.UU. y el otro de “China”. Costa Rica parece estar desvertebrándose sin haberse casi percatado. Se notaba cuando llegaron los fugitivos Teja y Vesco durante la tercera administración de Figueres Ferrer (1970-74), y con el tradicional comercio internacional ilegal que practicaban individuos, grupos y empresas. Pero la “mafización” se acelera a partir de la administración Calderón Fournier (1990-1994), aunque ya previamente algunos grupos en el Partido Liberación Nacional (PLN – “socialdemócrata”) habían establecido vínculos con contrapartes en EE.UU. El proceso político económico durante la décadas de 1980 y 1990 estuvo caracterizado por la privatización y concentración de la riqueza en el sector bancario financiero. Durante la administración Monge, el gobierno de EE.UU.

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creó un “estado paralelo” (USAID) que administraba un millón de dólares diarios de ayuda al país y de guerra contra la Nicaragua sandinista, con instalaciones ubicadas en un búnquer cercano a la Embajada (hoy transferido al gobierno de Costa Rica). Se trató de un “golpe de estado técnico”, que otorgó a EE.UU. ingerencia directa sobre todo en los ministerios de finanzas y seguridad, en la casa presidencial de Zapote y en el congreso. La acrecentada influencia de EE.UU. en la política exterior se redujo a partir de la crisis de la administración Reagan-Bush I en la guerra centroamericana, pero volvió a crecer durante las administraciones Calderón Fournier y Figueres Olsen (1990-1998). En este período se consolida una forma de estructuración política alrededor de “cúpulas oligárquicas” que se combinan, alternan o disputan el control del ejecutivo y el sistema estatal, como instrumento para la afirmación y consolidación de los intereses de esas cúpulas oligárquicas. Se trató del “Pacto Figueres Calderón”, y de la tendencia a la convergencia de los aparatos de los partidos políticos PLN y el Partido Unidad Social Cristiana (PUSC), conformando el popular “PLUSC”, la alianza cupular oligárquica. Esa alianza se hizo posible, de acuerdo con el modelo clásico, porque durante el (poco estudiado) golpe de estado que sufre Monge por parte de la USAID, se empezaron a abrir las puertas para que la banca privada compitiera “con ventaja” frente a la banca pública: la “Ley de la Moneda” que quería la administración Reagan implantaba un

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subsidio del Banco Central a los bancos privados, que con ello empezaron a crecer velozmente. Para la década de 1990 ya varios bancos habían concentrado la riqueza en Costa Rica, porque ese crecimiento propiciado con la Ley de la Moneda, se complementaba con el auge financiero especulativo que siguió a la caída de la URSS, que incluía un proceso de centralización de capital prácticamente sin precedentes. Entonces, las cúpulas oligárquicas tienen representantes importantes de la banca privada. Así, ya durante la administración Rodríguez (1998-2002), el sector económico del gabinete, y el presidente del Banco Central, eran todos miembros y representantes de la banca privada. Para culminar el proceso de oligarquización, el ex presidente Arias, aliado con Pacheco, mediante la Sala Constitucional (que lo autoriza, contra la letra explícita de la Constitución, a buscar reelección como presidente) desencadena un segundo “golpe de estado técnico”, a partir de 2003. La prohibición a la reelección presidencial fue establecida para impedir la formación de oligarquías. La vigencia de la reelección también señala la oficialidad del régimen neo oligárquico actual. Volver a la presidencia era un derecho humano que, alegaba Arias, se le cercenaba –¡Pero también se cercenan los derechos de cada ciudadano/a, entonces, cuando Arias es/pueda ser reelecto! Y es posible que en las elecciones de 2006 esa reelección tenga lugar. La oligarquía así se asienta en el poder con una de las peores de sus tradiciones políticas.

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Adicionalmente, tanto en su plataforma propagandística (por ejemplo en la televisión pública) como en sus propuestas de política internacional, el gobierno de Costa Rica viene haciéndole seguidilla (y la clásica servil “anticipación”) a las políticas internacionales del Vaticano, en los debates sobre biogenética, aborto, eutanasia, liberación lesbigay y otros, donde la Iglesia Católica ahora “le quita la palabra” y dirige al Estado costarricense. El incondicionalismo hacia EE.UU. se ha manifestado en múltiples ocasiones; el país ha agradecido siempre que EE.UU. no lo hubiese invadido militarmente como a Nicaragua o Panamá, así como su apoyo cuando, por ejemplo, Somoza (principal aliado militar de EE.UU. en Centroamérica), invadió militarmente a Costa Rica, en 1955. Sin embargo, Costa Rica ha sido utilizada militarmente por EE.UU., incluyendo, por ejemplo; que: 1. Las posiciones de las compañías bananeras a ambos lados (Pacífico y Caribe) de la frontera entre Costa Rica y Panamá, marcaron esa misma frontera (¡!) y establecieron esas posiciones como las “defensas lejanas” del Canal de Panamá. 2. También lo fue la carretera interamericana que, construida bajo dirección de EE.UU., innecesariamente desde el punto de vista del transporte aunque necesariamente desde la perspectiva militar, atraviesa puertos de montaña que sobrepasan los 3.500 metros de altura.

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3. Durante la guerra centroamericana de la década de 1980, ya Costa Rica empezó a ser base militar de operaciones de EE.UU., en diferentes puntos del país, y durante largos años a lo largo de la frontera con Nicaragua. 4. A partir de la década de 1980, EE.UU. opera militarmente en la gran sección patrimonial marítima de Costa Rica ( más de 500.000 kilómetros cuadrados); hoy tiene un acuerdo de “patrullaje conjunto” con Costa Rica, según el cual casi cien naves militares, incluyendo artilladas prohibidas en el mismo acuerdo, visitan anualmente esas aguas y el puerto de Golfito, en el profundo y protegido Golfo Dulce del Pacífico sur costarricense. 5. En Costa Rica también operan la American Legion y muchos oficiales militares de EE.UU. y otros países, a su retiro se han establecido en lugares estratégicos en las costas del país. Costa Rica, como la región latinoamericana en su conjunto, padece de incapacidad para la navegación marítima (y de otros medios, incluyendo el aéreo). Ha sido el nuevo sector inmigrante primermundista, el que, poco a poco, al darse cuenta que en Costa Rica no hay ni iniciativas ni tradiciones o instituciones “marineras”, se ha dedicado a hacerlo. Sería posible hipotetizar (en una conversación con el Prof. Arthur N. Gilbert de la Universidad de Denver), si: ¿Ese “sector” de nueva inmigración con “vocación marítima”, viene adquiriendo, y ha adquirido, creciente aspiración de poder (“poder no reconocido”) en Costa Rica –incluyendo turismo y economías mafiosas? (Gilbert comenta

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sobre el papel de la pesca en la conformación de la sociedad bostoniana y de Nueva Inglaterra) ¿Y entonces el TLC entre Costa Rica y EE.UU. traería como consecuencia la “adquisición” de poder, en Costa Rica, de esos sectores immigrantes primermundistas, por el apoyo/protección que van a encontrar, para sus actividades en Costa Rica, en las instituciones y el derecho de sus natales EE.UU.? ¿No es esta una situación muy parecida a la que tenían los súbditos ingleses en algunos reinos semi independientes de la India en el siglo XVIII, por ejemplo? En todo caso, con la aceptación del TLC, conviene señalarlo, los ciudadanos de EE.UU. que tengan residencia permanente en Costa Rica tenderán a adquirir y ejercer mayores derechos (mercantiles, civiles, penales) que los ciudadanos de Costa Rica (que vivan en Costa Rica). Es decir, la constitución costarricense se subordina a la ley federal de EE.UU.67 Desde finales de 2004, la gran crisis nacional se muestra y agrava a partir del encarcelamiento de los ex presidentes Rafael A. Calderon Fournier y Miguel A. Rodríguez, y la posible inculpación de José Ma. Figueres Olsen, todos acusados de actos corrupción. Actos consistentes, en muchos casos, en haber intermediado entre alguna CTM y entes públicos o gubernamentales, después de haber terminado sus funciones públicas. Actos que, en otros países como EE.UU., son completamente legales y están reglamentados. Pero con estos procesos se profundiza sin duda la podredumbre 67

Discutí este aspecto en conversaciones separadas con Fernando Antonio Dantas y Juan Olivier Gómez Meza (2005).

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que corroe, no solamente a los partidos políticos, sino a la sociedad costarricense, a las personas costarricenses. Antes que “pacifistas”, los “medios de comunicación” nos han ayudado a convertirnos en, como se dice, “hiper violentos”. Hemos venido aprendiendo muy bien y en inglés, que todo se compra y se vende, que lo que importa es el dinero, y que no importa de dónde provenga ese “recurso”. De lo que se trata es de tener, tener a toda costa. A falta de ejércitos, los descontrolados “medios de comunicación” han instilado la cultura del asesinato que concentra la producción hollywoodesca y televisiva. De ahí han surgido, sobre todo, muchachos y hombres cada vez más violentos: la cultura dominante nos enseña que la violencia es la forma para enfrentar y resolver diferencias y conflictos. En Costa Rica esto se ha aprendido perfectamente, en niveles elevados de violencia social, que en algunos puntos se desbordan en violencia política –sobre todo por la postura de imposición que adoptan las “nuevas” oligarquías en asuntos como la venta de activos públicos –caso de Miguel A. Rodríguez y su intento de privatizar el Instituto Costarricense de Electricidad. Ahora, como destaca R. Meoño68, la propaganda “muestra la necesidad de” abandonar “nuestra ingenuidad”: aquella disposición a saludar, conversar, ayudar, regalar, hacer amistad, debe sustituirse por recelo, desconfianza, distancia, temor. ¡Es la única manera, se nos enseña, de “combatir el crimen y la violencia”! En el gobierno de Pacheco, existe un importante lobby pro EE.UU. que “rodea” al 68

En conversación sobre la tesis doctoral que prepara (2005).

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presidente en lo que se refiere (al menos) a la política internacional, sobre todo en dos áreas: “seguridad” y “Colombia”. Algunos analistas, y los rumores populares en meses recientes, han sostenido que el presidente costarricense ha sido prácticamente “secuestrado” por estos sectores, que incluirían a personal de las vicepresidencias de la República, y al menos de los ministerios de Seguridad y Exteriores. Mantienen contacto permanente y estrecho con contrapartes representantes de Washington, y abogan por una postura de alineamiento completo y decidido, como “pide” el gobierno de EE.UU. . La administración Pacheco asume la lógica de la guerra de la administración Bush II, coloca al “terrorismo” en el lugar que hasta hace poco ocupara el “comunismo”, y declara estar en guerra contra esos movimientos o fenómenos. Sin embargo, hay una distinción tradicional en la política exterior costarricense que la administración Pacheco se salta ahora, porque hasta aquí Costa Rica había “pensado y actuado” buscando alcanzar soluciones pacíficas y negociadas de las diferencias internacionales. Con el “terrorismo”, la administración Pacheco cree encontrarse directamente e inmediatamente amenazada con guerra. Especialmente, el gobierno costarricense se orienta por las voces militaristas internas y externas. No es difícil imaginar que entonces llegan a la conclusión de que “la única opción posible” es entrar también en guerra. Esto se refuerza porque la administración Pacheco, como la de Bush II, ejerce su facultad de “juicio político”, desde y para

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marcos de referencia ideológicos, institucionales y jurídicos (aparte de psicosociales), de “profunda religiosidad”. Por eso les es fácil, nuevamente, plantearse y enfrentar los problemas, en términos de dilemas ético religiosos. Como consideraré en el resto de este capítulo, la actitud de “hay que decir sí a todo lo que pida Bush”, de la que encontramos indicios, en el rechazo de la administración Pacheco a la candidatura de la hoy Jueza Odio Benito en la nueva Corte Penal Internacional, y en la participación de Costa Rica en los pronunciamientos sobre el caso iraquí (embajador Stagno ante la ONU), se ha hecho explícita, primero cuando el ministro de Exteriores Tovar visitaba Bogotá y llegaba a acuerdos para “combatir el narcotráfico y el terrorismo”, y posteriormente, cuando el mismísimo presidente Pacheco, salía decir que Costa Rica participaba, como aliado, en la guerra de Bush II contra Irak después de reunirse con su embajador en Washington, J. Daremblum. La administración Pacheco como la de Bush II emplea todavía un doble discurso, de supuesto mantenimiento de nuestros ideales de paz, pero ahora estableciendo una relación, no con la terminación del conflicto, no con la paz permanente, sino que, más bien, haría falta dejar a un lado la paz, para enfrentar una guerra muy especial, tan especial que resulta más importante que esa misma paz: la guerra contra el terrorismo. Es una postura similar, pero incluso más extrema, a las sostenidas durante la guerra mundial contra “el comunismo”. Este argumento

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se plantea claramente a partir del 20 de marzo de 2003, en declaraciones del mismo presidente Pacheco. Con lo que se consumaba la adhesión del ejecutivo costarricense a la política de la administración Bush II. La actual política exterior costarricenseha sido calificada, como mínimo, de “errática”, por congresistas de la oposición69. Viene mostrando que, por un lado, en la opción “metropolitana”, sigue las sugerencias de Washington mediante el embajador en San José, Danilovitch, y a través del embajador costarricense en la capital de EE.UU., Daremblum. Por otro lado, en la opción “propia”, las declaraciones del embajador Stagno en la ONU, parecían representar la existencia de un “segundo grupo” o tendencia respecto de la formulación de la política exterior de la administración Pacheco, éste sector más orientado a rechazar la guerra y el involucramiento costarricense en ella. Hasta ahora el grupo pro EE.UU. tiene “copado” al presidente Pacheco, lo que se confirmó después de su anunciada reunión con Bush II, junto con los otros presidentes centroamericanos, cuando en abril de 2004 se encontraron en Washington para firmar nuevos acuerdos comerciales e impulsar un TLC entre EE.UU. y Centroamérica.

69 “Diputados cuestionarán la política exterior”. La Nación, 5 marzo (2003: 8 A).

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EL CASO DE LA JUEZA ELIZABETH ODIO BENITO. La política de alineamiento internacional con el gobierno de Bush II por parte de la administración Pacheco, pareció también estar entre las bambalinas que indujeron al Gobierno costarricense a no apoyar la candidatura de la jurista costarricense Elizabeth Odio Benito, al cargo de jueza en la Corte Penal Internacional, con motivo de la puesta en marcha de esta nueva institución jurídica, por la que Costa Rica hasta ahora había luchado. No solamente se trata de una institución que EE UU rechaza (entre otras cosas porque consideraría criminales los actos realizados durante “guerras preventivas”), y que Costa Rica tendría que buscar fortalecer al máximo, sino que un puesto de judicatura en ella daría a Costa Rica una distinción y un reconocimiento importantes en la consolidación de la “postura propia” dentro del sistema internacional, y como reafirmación del derecho y no de la guerra, como criterio de organización de ese sistema internacional multilateral. Por eso resultó similarmente importante que la administración Moscoso, en la vecina Panamá (que como Costa Rica ha abolido las fuerzas armadas) propusiera la candidatura de la jueza Odio Benito, y que la distinguida jurista resultara electa con un “contundente” respaldo internacional. La administración Pacheco sufrió un importante desprestigio y puso de manifiesto su orientación de seguidilla al unilateralismo de EE.UU. (Si pensamos qué tipo de nación desearía

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el grupo gobernante, señalaríamos que: es probable que Pacheco y su gobierno conciban como único futuro soñado, una especie de Anschluss, acaso como un Condado de algún estado que nos acoja, como Texas, California o Florida). Es notoria la posición pacifista de la jueza Odio, y su prominencia internacional significa que el sur de Centroamérica, es decir los vecinos de EE.UU. y Colombia, quieran tener una voz autorizada para referirse a la situación colombiana o propia, en caso de continuar o escalarse allí la guerra, como ha buscado Uribe con el apoyo de Bush II. Al mismo tiempo, si bien esto indicaría la preocupación panameña, también iluminaría el sentido de la posición adoptada por la administración Pacheco, que acaso seguía sugerencias de Washington. El rechazo a la candidatura de la jueza Odio Benito también significa que Costa Rica abjura –al menos con esta administración- de una posición responsable y legalista, institucionalista y pacifista, sobre los acontecimientos bélicos, especialmente en el norte de América del Sur pero también internacionalmente. 3 Posturas “metropolitana” y “propia” en la política internacional de Costa Rica Junto con el obligado incondicionalismo ante la potencia hegemónica regional, la política internacional del pequeño estado costarricense ha desarrollado, desde al menos la primera administración de González Víquez (1906-1910), un postura política internacional que busca apartarse del conflicto, para así evitar el

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avasallamiento y la ocupación militares de EE.UU. Legalismo, Neutralismo, Pacifismo, Institucionalismo, serían los cuatro pilares de esa tendencia en la política exterior costarricense. El legalismo, hay que agregar, también está presente en las políticas derivadas del incondicionalismo obligatorio, convirtiendo al derecho y al institucionalismo prácticamente en pasiones del servicio exterior costarricense. Por eso resultaba tan chocante la postura de la administración Pacheco, cuando anunciaba su apoyo a la invasión que llevaba a cabo EE.UU. contra Irak en 2003. Inicialmente, pudo esperarse que el acercamiento político entre el presidente Pacheco y el ex presidente Oscar Arias y su hermano, incluyera, para los Arias un apoyo en su camino hacia la reelección presidencial y sus negocios (que incluyen contratos de exclusividad para la mayor productora y exportadora de etanol extraído de la caña de azúcar, propiedad del grupo Arias); y para Pacheco, ventajas políticas y/o económicas presentes o futuras. Ese nuevo pacto oligárquico (al mejor estilo tradicional desde 1860 hasta 1948), hipotetizábamos, ahora también iría a contar con una asesoría fundamental en la orientación de la nave tica, en aguas internacionales tan turbulentas como las actuales: casi veríamos un anticipo de la política exterior en el caso que el ex presidente Arias le diera un último aire a esa “nueva oligarquía” costarricense, ganando (con métodos oligárquicos) un segundo período, ilegal, como presidente en las elecciones de 2006. El episodio del embajador Stagno pudo haber sido organizado por los equipos asesores de Arias, pero la reacción

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de EE.UU., muy probablemente articulada a través de la embajada en San José pero también con la colaboración del embajador costarricense en la “Roma del Potomac”, prácticamente “obligó” a la administración Pacheco, a mantener el curso de la guerra durante largo tiempo. El propio galardonado con el premio Nobel habría sido advertido de no intentar alterar el rumbo de la política exterior de Costa Rica que “espera el Presiente Bush”. Puesto que no tenía oficialmente ninguna responsabilidad política, Arias parece haber preferido estarse quieto, no sabemos si habiendo por lo menos atizado la expresión de la “postura propia” en la actuación de Stagno en la ONU (que se discute más abajo) para, en tal caso, trasmitir a sus eventuales electores, la esperanza de que tal vez, una vez electo, podría adoptar más esa “postura propia”. Pero su sumisión significó, que ahora prevalece en Arias el pragmatismo antes que la ideología, y que está dispuesto a acatar el orden conservador oligárquico re-colonial70.

70

En el régimen colonial sobre América Latina, las metrópolis controlaban los sistemas político jurídico y económico. En el régimen neocolonial (después de la independencia de Iberia) sobre la región, las metrópolis controlaban el sistema económico. El sistema político jurídico era oligárquico, con transición al populista corporativo. En el actual régimen recolonial, las metrópolis (ya casi) controlan el sistema jurídico (ya tiene EE.UU. a México y Canadá con el TLCAN, ahora se dispone a hacer lo propio con Centroamérica), y son quienes elaboran la política económica nacional de cada país latinoamericano, mientras que sistema político se reoligarquiza (neo corporativismo sistémico: iglesia, ejército, empresa; gobierno), en formas abiertamente “secretas” y mafiosas.

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Urgía, por tanto, que la ciudadanía y los sectores organizados obligaran al gobierno costarricense a rectificar esa ruta que conduce al abismo de la violencia y la muerte. A mediados de 2004, la Sala Constitucional acogió los recursos presentados contra la política exterior de la administración Pacheco, y le conminó a rectificar el rumbo. La acción atentaba contra la Constitución costarricense, contra la doctrina y postura internacionales de “paz desarmada” y de “legalidad internacional” del país, y contra la letra y el espíritu de la Carta de la ONU, que declara ilegal a la guerra como instrumento de política internacional. La administración Pacheco ha acatado esa disposición y se ha retirado oficialmente de la banda de estados (“coalition of the willing”) que apoyaron la guerra ilegal de EE.UU. contra Irak. Lo ha hecho en medio de su peor crisis política –y la más grave en el país desde el golpe de estado de EE.UU. contra la administración Monge a principios de la década de 1980-, acaso esperando que este gesto simbólico le atraería alguna popularidad entre una población desencantada y cada vez más agitada, por los escándalos de corrupción y la intransigencia extremista de los sectores oligárquicos financieros, únicos beneficiarios de la cada vez más deteriorada situación económica social, e ideológica. ASPECTOS DE LA “POSTURA PROPIA” DE COSTA RICA EN POLÍTICA INTERNACIONAL (Escritos en estilo “nacionalista idealista clásico”). Hice un primer intento de sintetizar la “postura propia” de política internacional costarricense en

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2.00071. Esas líneas generales me parece siguen vigentes aunque les falte precisión y actualidad. Aquí consideraré esa “postura propia”, más en términos de la política de guerra adoptada por la administración Pacheco. Político ideológicamente, la población costarricense y en particular la juventud, claramente se orientan hacia la paz y al repudio de la solución violenta de conflictos, pese a la violencia social exacerbada que permea a Costa Rica, en importante medida resultado de las campañas permanentes pro-asesinato que llenan los medios de comunicación audiovisuales (sobre todo), y pese al terrorismo ideológico del exclusivismo religioso exacerbado y apocalíptico. Este tipo de condicionamiento interno e internacional tanatofílico (“amante de la muerte”), para un país pacifista como Costa Rica resulta sumamente difícil de reducir y eliminar. Las generaciones costarricenses actuales no recuerdan la Segunda Guerra Mundial, pero me parece que tienden a saber de su terrible significado, con unos 100 millones de personas muertas y centenares de millones desplazadas. Pero mucho/as recordamos y conocemos sus secuelas en Costa Rica, particularmente con la Guerra Civil de 1948 – aunque también esto “se olvida” socialmente. Al mejor estilo kantiano, fue por el dolor que hemos vivido en nuestro pasado histórico, que determinamos desarmarnos. Entendimos que la guerra no es buena para casi nadie, significa retrocesos históricos que nos acercan más al abismo final. Tales kantianas ideas han encontrado 71

Cf. Saxe Fernández, 2004b

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eco en este país –“aunque solo sea” político ideológicamente. La misión internacional de Costa Rica consistiría entonces en promover la paz, la justicia y las soluciones negociadas, de manera vigorosa y consistente, como principal “protección” para garantizar la seguridad nacional: poco ganaríamos adoptando posturas militaristas o servilistas de los militares. Requeríriamos más (muchísima más) cultura de paz interna, e internacionalmente actuar como mediadore/as y pacificadore/as, y apoyando un sistema internacional más justo, multilateral y legal: apoyo a las instituciones internacionales y promoción de regímenes horizontales y ramificados. Por eso, ahora nuestro país requiere de gran serenidad y aplomo, para no dejarnos arrastrar a compromisos y acciones que puedan llevarnos a profundizar la cultura de violencia (violencia psicosocial) que ya atenaza la imaginación y que además conduciría a introducir y magnificar la violencia militar. La administración Pacheco: (a) nunca informó a la opinión pública los compromisos del país con EE.UU. para la “guerra contra el terror” de éste último, y (b) nunca reafirmó ante la opinión pública costarricense y mundial, la doctrina de paz desarmada y nuestra apuesta por la SOLUCIÓN PACÍFICA A CONFLICTOS Y DIFERENDOS, como disposición permanente de la política exterior de Costa Rica. Con Juan R. Mora, el General Cañas y Juan Santamaría, Costa Rica determinó no aceptar una imposición militar proveniente de lo que hoy es

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EE.UU. Con la abolición del ejército y otra serie de iniciativas, políticas e instituciones, Costa Rica ha adoptado y desarrollado una posición internacional basada en relaciones pacíficas y de cooperación, de desarme y de eliminación de las guerras y sus causas. Las posiciones de la administración Bush II, de nueva guerra mundial, que reflejan una lucha por sobrevivir en un mundo que se hunde (colapsos ecosociales), plantean un reto inédito al país costarricense. Si Costa Rica logra actualizar su doctrina y su diplomacia internacionales “propias”, recobrará prestigio y podrá “defenderse mejor” en actual sistema internacional, que EE.UU. insiste en precipitar hacia una guerra generalizada que acelera y acelerará esos colapsos. Estamos ante el dilema de si el sistema internacional va a regirse por la vía del “realismo craso” de la guerra y del predominio brutal del más fuerte en una selva de lobos contra lobos y ovejas (asesinato, guerra y terror); o bien por la vía de la cooperación, la solución negociada de diferencias, y el humanismo, para la reconstrucción y construcción de un planeta y un mundo humano viables y justos. El país no puede en esto apoyar el bando de la guerra; pero podría hacer aportes si lograra enrumbarse hacia el bando de la paz. En la opción de un mundo hobbesiano y tenebroso nuestro país sufriría mucho, pues sus atributos o recursos militares son pocos. Pero Costa Rica ha sabido capear temporales previos similarmente oscuros y convulsos. Más bien, por sus características y tradiciones, el país tiene ahora una oportunidad para ejercer orientación desde la

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cultura de paz en el sistema internacional, particularmente en una región geográfica de reciente “estabilización político militar”, pero que ahora vuelve a estar agitada por fuertes convulsiones sociales. También por su vecindad con otra región geográfica que más bien muestra creciente desestabilización, que es el área de intersección, de los intereses de EE.UU. y de los intereses de Brasil y América del Sur: Colombia, Ecuador, Venezuela y Perú. La búsqueda de paz política internacional constituye el sentimiento ampliamente mayoritario, aunque no faltan las consabidas voces que hoy entonan himnos y diatribas marciales. Pero el extremo comedimiento de “no comprometerse con nada” y las circunstancias de la posmodernidad (el alma desconcertada busca refugio en rincones intimistas o masivos, todos “mediatizados” y desgarradores adrenalizantes), hace que gran parte de la población se mantenga desinformada o apática. De todas maneras, resultaba engorroso que en las primeras marchas organizadas para protestar contra la guerra, el número de extranjeros residentes o visitantes fuera similar o mayor al número de costarricenses72. Conforme la guerra transcurría, ya a la semana siguiente encontrábamos un fuerte movimiento pro paz en Costa Rica, que culminaba cuando los expresidentes Carazo y Arias, el Rector de la Universidad de Costa Rica como Presidente del Consejo Nacional de Rectores, el Defensor de los 72

“No more War”.The Tico Times, Vol.XLVII, n.1710, 21 february (2003: 1). E ídem, Klempner, M. “Sta Elena gives peace a chance”, p.7.

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Habitantes, y un obispo en representación de la Iglesia Católica, se reunieron para instar a Pacheco a rectificar su política exterior respecto a la guerra contra Irak. LAS APARENTES AMBIVALENCIAS DE LA ADMINISTRACIÓN PACHECO Resulta importante observar la política exterior de la administración Pacheco, “enmarcada” por la política de unilateralismo ilegal y militarizado que practica la administración Bush II internacionalmente, incluida América Latina. La “apariencia” de la política exterior costarricense de la actual administración es “contradictoria”, diciendo y haciendo cosas en un sentido, para luego retractarse. Según una diputada de la oposición, “... el Ministerio de Relaciones Exteriores vive un “adormecimiento” en temas de trascendencia mundial. “Tenemos la sensación de que no hay una política exterior definida”, sostuvo la diputada” (Cf. nota 3) Sin embargo, esas contradicciones surgían porque la administración Pacheco seguía secretamente una política acorde con los deseos de Washington, pero públicamente quería aparecer como manteniendo la postura “propia” costarricense. Esto resulta en la imposible cuadratura del círculo. Adicionalmente, tampoco en el Congreso (Asamblea Legislativa) parecía haber mucha claridad sobre la situación internacional y sobre los problemas a los que debe referirse la política exterior costarricense. Algo similar se seguía de las intervenciones del Ministro de Relaciones

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Exteriores en sus comparecencias ante la cámara legislativa. Esto se hizo evidente en el temario sobre el que deseaban discutir los congresistas con el ministro del ramo, que no incluyó las solicitudes de EE.UU. a Costa Rica para su lucha contra el terrorismo73. 4. Costa Rica participa en la guerra de EE.UU. contra Irak Se trata de una guerra “extra-legal” o simplemente ilegal, que constitucionalmente no puede apoyar el país centroamericano, pues los compromisos jurídicos e institucionales internacionales que la Constitución costarricense acata, así lo determinan. Además, es una postura sumamente impopular en el país, y como en el caso de otros “aliados” de EE.UU. como España o Inglaterra, carece de legitimidad en términos de democracia activa. Dos episodios nos sirven para 73

“Diputados cuestionarán la política exterior”. La Nación, 5 marzo (2003: 8 A). “Inconclusa audiencia del Canciller”. La Nación, 6 marzo (2003: 6 A). El Ministro hizo una intervención en el Congreso en la que presentó “sus argumentos defensivos sobre cuatro temas: *El papel de la Cancillería en la promoción de la exvicepresidenta Elizabeth Odio como candidata a jueza de la Corte Penal Internacional; *La abstención de Costa Rica al designarse a una representante de Libia como presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (ONU); *La petición de renuncia y posterior marcha atrás en el caso del embajador del país ante la ONU, Bruno Stagno; *Las gestiones de su despacho ante la Unión Europea por la posible exclusión de los productores costarricenses del Sistema General de Preferencias”.

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observar la confrontación entre las posturas “metropolitana” y “propia” (caso Stagno), y cómo ha prevalecido la primera en la política de la administración Pacheco (apoyo a guerra de EE.UU. contra Irak). EL CASO DEL EMBAJADOR STAGNO EN LA ONU En los febriles días previos a las fechas en que EEUU tenía dispuesto atacar, destruir y tomar Irak, la cancillería costarricense da un faux pas, o bien lanza un críptico mensaje que diría algo así como: “Deberíamos, podríamos y nos gustaría, no apoyar la guerra. Pero no podemos, pues tenemos que apoyar a EE.UU.” El embajador ante la ONU participó en el debate sobre Irak y planteó los argumentos de la no-guerra. Luego, el canciller Tovar desautoriza y destituye al joven Bruno Stagno, el jueves 20 de febrero de 2003, pero al día siguiente lo restituye en su cargo. Todo este fárrago por el discurso de Stagno ante el Consejo de Seguridad (junto con otros 60 países que pidieron hablar), donde según un analista, “...hizo bien don Bruno en llevar a la ONU el criterio mayoritario de los ticos de rechazo a la guerra... la verdadera “embarcada” es el mensaje de la guerra...”, de la administración Pacheco74. Aparentemente, el embajador había consultado su propuesta de discurso con suficiente antelación ante la cancillería en San José, pero la respuesta habría llegado tarde y el embajador entonces dijo 74

Meléndez, J. “Tovar” Al Día, 21 de febrero (2003:14).

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algunas cosas que seguramente molestaron a la administración Bush II, entre ellas, que: - “Es indispensable otorgar suficiente tiempo (a los inspectores; ESF) para que puedan realizar un último esfuerzo sostenido para la verificación del desarme de Irak”; - (Que sean los inspectores quienes) determinen si es fructífero proseguir con su labor o si su efectividad se ha agotado; - (Que los miembros del Consejo de Seguridad) exploren y agoten todas las vías políticas y diplomáticas existentes dentro de este marco normativo para garantizar, por vías pacíficas, el cumplimiento de las resoluciones 687, 1284 y 1441 para lograr una solución pacífica; y - “El pueblo iraquí no debe ser la víctima...”75. “Los 26 millones de iraquíes no pueden ser víctimas inocentes”76. La postura del embajador Stagno se coloca dentro de la tradición de la política exterior costarricense “propia”, que elabora su doctrina, su postura, y sus políticas, desde la lógica del derecho internacional dirigido a promover la paz y el humanismo: a) Stagno, a nombre de Costa Rica, pide con justicia, que la comunidad internacional opere mediante las instituciones y el derecho internacionales, de manera que se pueda obtener una “solución pacífica”, y

75

“Palabra vetada. Estos párrafos del discurso de Bruno Stagno los vetó la cancillería”. La Nación, 21 de febrero (2003 8 A). 76 Ídem.

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b) Stagno, a nombre de Costa Rica, sostiene que aprecia como plenamente humano a cada iraquí, y rechaza la lógica de la guerra que implica la necesidad de sacrificar cada vez más “víctimas inocentes” (por lo demás tipificada como crimen en la Convención de Ginebra). La presentación del embajador Stagno merece entonces un reconocimiento por su transparencia ética y moral, y por su apego al derecho internacional y a un atribuido “ser de la política exterior costarricense” (o “ser costarricense en la política exterior”): nunca argumenta, como han hecho EE.UU. (y posteriormente también otros representantes costarricenses), desde la lógica de la guerra. Los periódicos del conservador consorcio publicitario La Nación, en San José, denunciaban las presiones e ingerencia de EEUU en la formulación de la política exterior costarricense, a raíz de esa discusión en la ONU sobre Irak: “Fuentes diplomáticas de alto nivel, que no quisieron ser identificadas, aseguraron que Estados Unidos expresó su molestia ante el Gobierno de Costa Rica”77, por las declaraciones del embajador Stagno. Aparentemente, el embajador costarricense en Washington (Jaime Daremblum, del grupo de Miguel Ángel Rodríguez) fue quien confrontó con mayor energía, en un primer momento, a Stagno. Adicionalmente, un diputado a la Asamblea Legislativa se preguntaba: “¿Qué estaba haciendo 77

Herrera, M. “Stagno se mantiene en la ONU” La Nación, 21 de febrero (2003: 8 A).

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el embajador de Estados Unidos, John Danilovitch, muy agitado en Casa Presidencial?”78. El comentarista Meléndez señala claramente que el canciller Tovar “admira” al ministro de exteriores Powell y “...está empeñado en seguir la línea de política exterior de Estados Unidos y respaldar la guerra en Irak”79. ¿Puede algún Ministro de Relaciones exteriores costarricense, o algún funcionario público costarricense, apoyar “oficialmente” una (cualquier) guerra, sin una posición previa al respecto, no ya del Ejecutivo, sino de la Asamblea Legislativa –dadas las limitaciones impuestas a un ejército en la Constitución? ¿Por qué no han sido reprendidos o separados de sus cargos quienes comprometieron tan gravemente al país en contra de nuestras tradiciones y (supuesta) actual política internacional?

Consecuentemente, antes que “regañar”, destituir y luego restituir al embajador en la ONU, la cancillería y el presidente de Costa Rica deberían premiar al embajador Stagno, por representar tan bien la postura “propia” internacional de Costa Rica y encarnada en la ONU y el derecho internacional, de: repudiar y reducir el uso de la fuerza en el sistema internacional.

78

“Diputados cuestionarán la política exterior”. La Nación, 5 marzo (2003: 8 A). 79 “Contra la guerra”. Al Día, 5 de marzo (2003: 8)

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PACHECO, ALIADO DE BUSH II EN LA GUERRA CONTRA IRAK La postura del gobierno costarricense, que contradice su aspiración a la negociación y la paz, es un “indicio” de la forma en que es tratada Costa Rica por la administración Bush II. México pudo apartarse de apoyar el ataque de Bush II a Irak, al igual que la inmensa mayoría de países latinoamericanos. Solamente Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Honduras, y Colombia, apoyaron a Washington en la región. Aislamiento de EE.UU., y debilidad extrema de estos pequeños países centroamericanos. Rechazo a la política de neo intervencionismo unilateralista e ilegal que conocemos muy bien en América Latina (salvo en la cancillería costarricense y otras pocas, aparentemente), y que ahora EE.UU. intenta universalizar. La política internacional de Pacheco, en este sentido, puede tener su origen y sentido en que la actual administración en Washington, de nuevo opera con sus “aliados” como si fuesen lacayos o criminales a sueldo, como señala un analista en EE.UU., cuando se pregunta si ¿EE.UU. realmente lo que quiere es un mundo “en el que se nos hace caso porque torcemos brazos, pagamos sobornos y nos aliamos con dictadores?”80. Pues la política exterior de EE.UU. hoy día no es precisamente complaciente ni comprensiva con posturas diferentes a la suya, contrariamente a lo que ha dicho el embajador costarricense en Washington, quien coincidentemente llegó a Costa Rica el viernes 14 de marzo de 2003, 80

Zakaria, 2003: 25.

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“...para afinar, con el presidente Abel Pacheco, los detalles de la reunión que éste último sostendrá el próximo 10 de abril con el mandatario norteamericano George W. Bush”81 Es imposible pensar que el embajador en Washington no le expresara a su presidente costarricense, al menos sus opiniones y percepciones sobre el comienzo de los ataques de EE.UU. a Irak. Incluso podría pensarse que (siempre en la “lógica de la república bananera” y de la “postura metropolitana”), o bien el embajador Daremblum “trasmitió” a la administración Pacheco el texto que el gobierno de EE.UU. “querría escuchar de Costa Rica”, o bien, en su defecto, ha sido uno de los redactores “nacionales” de ese documento, caracterizado por ubicarse completamente en la lógica argumental de la administración Bush II y por repudiar la lógica argumental que Costa Rica ha mantenido durante los últimos 25 años al menos. Se trataba, ni más ni menos, que Pacheco declarara estar en guerra contra el gobierno de Saddam Hussein, como miembro de la alianza militar organizada por EE.UU. Efectivamente, en declaraciones que aparentaban confundir a la opinión pública, el embajador Daremblum indicó que: “No apoyamos conflictos armados. Rechazamos la guerra. Sí nos unimos de lleno en el rechazo al terrorismo... ¿Esa posición antiguerra no podría traer algún problema en las relaciones bilaterales o comerciales con 81

Guerén, 2003: 10 A.

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Washington? (Periodista)... “No. Ellos comprenden muy bien cuál es nuestra tradición en materia de solución pacífica de conflictos y derechos humanos. Estados Unidos es un país democrático y comprende lo que es la idiosincrasia de sus países amigos”. Sin embargo, la opinión del editorialista de Newsweek, ya citado, contradice las afirmaciones de Daremblum respecto de la actual diplomacia de la administración Bush II. Más bien, la política costarricense estaría siendo diseñada para quedar bien con dios y con el diablo. El problema es que está quedando mal con dios (el pueblo costarricense) y bien con el diablo. Las intervenciones de Daremblum para señalar que Costa Rica está contra los conflictos armados, más parecen dirigidas a aplacar posibles críticas costarricenses a la administración del presidente Pacheco. En la segunda entrevista ya citada, Daremblum sostiene la misma doble postura el ejecutivo costarricense. Por un lado, indica: “Nosotros lo que apoyamos es la coalición internacional que se estableció contra el terrorismo”. Por el otro, sin embargo, señala que, “No estamos apoyando esta guerra ni mucho menos. Estamos abogando, como siempre lo hemos hecho, esperanzados de que pueda surgir una solución no bélica para este conflicto”82. Las declaraciones de Daremblum parecen contradecir al presidente Pacheco, pero sin embargo éste no lo ha criticado, ni tampoco su administración (incluido el embajador en 82

La Nación, 2003:10 A.

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Washington) han cambiado su postura explícitamente guerrerista. Más bien, Pacheco salía a la prensa a reafirmar su intención de comprometer a Costa Rica en esta nueva guerra mundial. Las desafortunadas declaraciones del presidente costarricense fueron que: “Si Mister Bush considera que en defensa de la cultura Occidental, de la democracia, de la vida de los seres humanos, de la vida de todos nosotros, es necesario invadir Irak, pues sí, yo en el caso de Mister Bush estaría haciendo lo mismo... Confío que Bush está haciendo lo mejor que puede hacer...”83 Para el presidente Pacheco, lo que “Mister Bush” considere que es bueno para él y su país, es igualmente bueno para la vida del mismo Dr. Abel Pacheco, su familia, y toda la población costarricense y mundial. Es decir, la administración costarricense adopta las decisiones que tome la administración de EE.UU., respecto a los problemas mundiales y particularmente los referentes a la paz y la guerra. Y, más aún, la administración Pacheco respalda la guerra ilegal de Bush II contra Irak, así como la guerra que el presidente de EE.UU. desarrolla en coordinación con su contraparte colombiana, el presidente Uribe. Llama la atención que en el documento que emite el gobierno costarricense (“Llamado a la paz”) para justificar su postura en torno al ataque de EE.UU., Inglaterra y España contra Irak, enfatiza como primer aspecto a considerar, que la 83

Guerén, 2003B.

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política exterior costarricense se enmarca en la guerra contra el terrorismo de la administración Bush: “3. que desde el once de septiembre de 2001, a raíz de los atentados terroristas contra los Estados Unidos de América, el Poder Ejecutivo y la Asamblea Legislativa, con el más amplio respaldo de la ciudadanía, se pronunciaron a favor de la alianza antiterrorista encabezada por las más sólidas democracias del mundo” (Énfasis, ESF)84 Esto es lo más parecido a una declaratoria de guerra, en tanto la noción de “alianza”, en sentido estricto implica una alianza militar. La administración Pacheco hacía retruécanos con el pensamiento, afirmando que, “....nuestra vocación de paz y neutralidad no debe interpretarse como una conducta de indiferencia ante el terrorismo” (Ídem, punto 2). El presidente Pacheco, no parecía darse cuenta de la incongruencia y sin sentido que se siguen cuando, para evitar esa “indiferencia ante el terrorismo”, se considera necesario abandonar “nuestra vocación de paz y neutralidad”, como era el caso con su apoyo a la guerra de Bush II contra Irak. Por este motivo, en sus “por tanto” (conclusiones o posturas), primero que todo, la administración Pacheco, ritualmente repite las obligadas frases que habrían sido “sugeridas o exigidas” por la diplomacia de EE.UU.: El gobierno costarricense, 84

“Llamado a la paz”, 2003.

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“Reitera, de manera inequívoca, su respaldo a la alianza internacional contra el terrorismo, definido desde los hechos del once de septiembre de 2001, por el Poder Ejecutivo, las representaciones parlamentarias de los partidos políticos y por la ciudadanía.” ¿Es que el presidente Pacheco quería establecer una “nueva Costa Rica”, guerrerista e incondicional del poder militar, para “superar” la “vieja” Costa Rica defensora de la paz y los derechos humanos? Pero la ciudadanía y los mismos miembros del congreso, esos que Pacheco engañosamente afirmaba que lo apoyaban, inmediatamente se pronunciaron, no solamente contra la guerra de Bush II sino también contra el guerrerismo absurdo e injustificado del gobierno costarricense. Así, el ex ministro de relaciones Exteriores, Rodrigo Madrigal Nieto, del Partido Liberación Nacional en la oposición, también ubicado en esa tendencia “pragmática” de la política exterior costarricense, opinaba que, “No tenemos peso político internacional, pero pudimos ser escuchados por nuestro prestigio, nuestro pasado y la naturaleza misma de la vida costarricense. Pudimos plantear por ejemplo dar forma a una comisión de las Naciones Unidas que vigilara el tema de los derechos humanos en Irak”85. El ex presidente Arias Sánchez, desligándose de las posiciones del gobierno, señaló que el ataque de EE.UU. a Irak demuestra “arrogancia y 85

Guerén, 2003 B.

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prepotencia” y hace daño a la ONU. Sobre la postura de la administración Pacheco opinó que, “Yo hubiera preferido una posición muy distinta del Gobierno, acorde con nuestras tradiciones”86 El entonces presidente del opositor Partido Liberación Nacional, Luis. G. Solís, rechazó, “...una postura que intenta ocultar una adhesión disimulada a la guerra”87. Por su lado, la congresista Ruth Montoya, del Partido Acción Ciudadana, también de la oposición, señalaba que la declaración del gobierno, “...ha sido vergonzosamente endeble, tímida y condescendiente con las intenciones agresivas del gobierno de Bush y ha cedido sus posiciones en defensa de la paz para apoyar a los Estados Unidos”(Idem). Similarmente, la congresista opositora Laura Chinchilla, indicaba que, “La posición del presidente es vergonzosa, pero la esperábamos luego de conocer del diferendo con el embajador tico ante la ONU, Bruno Stagno, y la profunda hipocresía y temor a establecer una posición. Costa Rica se bajó los pantalones”88. Según este periodista, de los 57 diputados que componen la cámara legislativa costarricense, 39 se pronunciaron contra la postura del presidente Pacheco (Idem), incluyendo 5 diputados de su propio partido. 86

Alvarado, 2003. Alvarado, 2003. 88 Guerén, 2003 C. 87

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Los congresistas opositores a esta política guerrerista de Pacheco afirmaron que la repudiaban, “Porque ese no es el sentir del pueblo y para lavarnos la cara ante el mundo”89. ¿Qué significa que la política exterior costarricense ahora se piense, se determine y se lleve a cabo, en relación con, y en función de, esa guerra antiterrorista liderada por EE.UU.? Podemos destacar dos aspectos iniciales. Uno, que el principal argumento de la administración Pacheco para justificar su postura es similar al de EE.UU. y al de la administración Aznar: la lucha contra el terrorismo. Esto cambia radicalmente los fundamentos de la política exterior costarricense, tal como ha sido desarrollada hasta ahora. Segundo, que el contencioso de la ONU con el gobierno de Irak no es por terrorismo, sino por haber invadido Kuwait y luego por haber incumplido sus resoluciones. Costa Rica se coloca al margen de la ONU y de las instituciones y leyes internacionales al apoyar la guerra de EE.UU. contra Irak, que es una guerra “ilegal, inmoral e injustificada”, como han señalado muchos, incluyendo al pontífice romano. En tercer lugar, el presidente Pacheco argumentaba sofísticamente cuando indicaba tener el respaldo del pueblo y de los políticos costarricenses. En esto su argumento también era similar al argumento que empleaba el presidente Bush II, quien decía tener el apoyo “de las naciones” –en realidad, para su guerra contra Irak cuenta con el 89

Alvarado, S, 2003.

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apoyo de menos de 50 de los aproximadamente 200 estados del mundo. Llama la atención que esa “doctrina” sobre la “guerra contra el terrorismo” (como se formula en EE.UU.), sea traída a colación tanto por Bush II como por Pacheco para explicar, no la guerra contra el terrorismo, sino la guerra contra Irak. Sin embargo, el documento emitido por la presidencia costarricense ni siquiera insinúa una relación entre la guerra contra el terrorismo y el ataque contra Irak. Esta confusión entre dos guerras le permite a quienes escribieron el documento, falaciosamente implicar que, el apoyo popular y de la Asamblea Legislativa, también implica o significa apoyo a la postura a favor de la guerra contra Irak de la administración Pacheco. Sin embargo, las condenas de la ONU a Hussein no se le hacían porque fuera terrorista, sino por haber invadido militarmente a Kuwait, así como por los crímenes de lesa humanidad que habría cometido. A este juego sofístico entre guerras “contra el terrorismo” y “contra Irak”, que caracteriza la postura costarricense, se le añade otro que, desde la perspectiva de la lógica es similarmente falaz, aparte de ser moral y políticamente desalentador. Sostiene el documento de la administración Pacheco, que “en el conflicto entre la paz y el terrorismo no somos neutrales”. El país abandona su neutralidad constitucional cuando se trata de librar la guerra contra el terrorismo, según esta nueva “doctrina Pacheco” (¿?). Pero lamentablemente se trata de un nuevo “error” de razonamiento. Pues en realidad, Costa Rica nunca se ha declarado neutral ideológica ni políticamente

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–como sostiene también la “premisa” del argumento de la administración Pacheco-; pero sí se ha considerado (hasta ahora) política, ideológica y constitucionalmente, dependiente de y apegada a los convenios y compromisos de la República de Costa Rica (representada en este caso por el Ejecutivo), en tanto parte del sistema de la Organización de las Naciones Unidas, y otras instancias jurídicas e institucionales; y sobre todo respecto de los conflictos militares –como inexplicablemente “olvidaban” la presidencia y la cancillería de Costa Rica. Por tanto, en abril y mayo de 2003, (junto con muchas otras personas y grupos), sosteníamos que: “Es necesario que la Corte Constitucional de Costa Rica se pronuncie a este respecto, como parte de un debate nacional necesario, para que la nave de la patria no acabe desguazada”. BUSH II Y PACHECO: QUE MUERAN NIÑOS ÁRABES PARA QUE NO MUERAN NIÑOS COSTARRICENSES Y NORTEAMERICANOS La postura sobre los derechos humanos resulta similarmente grave en lo que toca a los derechos de las personas, particularmente civiles, que habitan Irak y que pasan a engrosar las filas de las víctimas (“daños colaterales” en la jerga de la asepsia guerrera). En este momento es necesario destacar las diferencias que separan la citada postura del embajador Stagno en la ONU, y las posturas del presidente Pacheco. El presidente Pacheco opina como Bush II, desde una lógica de la guerra, en la que las ganancias de unos tienen

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como requisito las pérdidas de otros. El presidente Pacheco se ubica en el falso dilema de supuestamente tener que escoger, entre la vida del pueblo iraquí y la vida del pueblo costarricense, planteándolo de una manera escalofriante (para muchas de las personas que lo escuchaban en la inauguración de un supermercado), porque hizo referencia a las vidas de niños/as: “A mí todo muerto me angustia, todo muerto me duele, sea un niño iraquí, americano (sic) o costarricense; pero, por supuesto, entre la muerte masiva de niños costarricenses y norteamericanos, y la muerte de niños árabes, ¿qué puedo escoger?... ¿Cómo voy a escoger lo contrario de defender a mi gente? Yo tengo que defender a los costarricenses”90. Pero es que “los niños costarricenses y norteamericanos” no enfrentan ninguna amenaza de “muerte masiva” por acciones del gobierno de Irak; sino solamente los niños “árabes” son quienes enfrentan “muerte masiva”, tanto en Palestina como en Irak, por las acciones militares de EE.UU. e Israel, y también por el apoyo del presidente Pacheco. Con este argumento justificatorio, el presidente solamente lograría ser percibido por su propia población como “moralmente sanguinario” (me refiero a una pancarta que llevaron los ciudadanos a la manifestación contra la guerra, en San José, el 20 de marzo de 2003, en las que se veía un letrero, una efigie, de Pacheco con las manos 90

Herrera, 2003.

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ensangrentadas y abajo escribieron: “Yo haría lo mismo que Bush”)91. EPILOGO: SEGÚN PACHECO, LAS AMENAZAS ECONÓMICAS DE EE.UU. LO OBLIGARON A “DECLARAR LA GUERRA” Después de sus desafortunadas declaraciones sobre la guerra y la infancia, el presidente Pacheco salió a defender su postura pro guerra con nuevos argumentos. El 22 de marzo de 2003, Pacheco se apartó de una justificación “política” y “moral” para su apoyo a la guerra de EE.UU. contra Irak, y adoptó otra de tipo “económico”, implicando que el futuro de la economía costarricense está en el futuro de la economía de EE.UU., señalando también los precios del petróleo, implicando (erróneamente) que bajarían conforme avanzase la guerra. Se refirió a los sectores de inversionistas y comerciales, en lo que tal vez se implicaba todo el proceso de integración con EE.UU. que está en marcha con ALCA y específicamente en el tratado de libre comercio que los presidentes centroamericanos creyeron que firmarían con su contraparte de EE.UU., el 10 de abril de 2003. Este argumento parecía un último esfuerzo por tratar de contener las oleadas de rechazo que provocaba su adhesión a la guerra de Bush II; pero es muy importante porque es el principal argumento que emplean lo/as promotore/as de un TLC entre EE.UU. y Costa Rica: que el país del norte “se puede molestar o enojar, y dejarnos de lado, abandonarnos, repudiarnos”. Amenaza y 91

Cf. La Nación, 21 marzo (2003: 10 A.

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pusilanimidad para asustar y acobardar a la opinión pública. 5 Costa Rica se involucra en la guerra de Colombia Como indicamos antes, Costa Rica ha aprobado importantes concesiones militares a EE.UU., en las amplias zonas marítimas que posee la nación centroamericana, pero que son explotadas a placer por flotas atuneras (“asiáticas”) internacionales prácticamente sin controles, y que ahora están bajo el control y vigilancia de la Guarda Costera de EE.UU. Recuérdese que el territorio terrestre costarricense es de apenas 50.000 kilómetros cuadrados, mientras que el territorio marítimo es 10 veces mayor (500.000 kilómetros cuadrados). Se trata del “último oro” que tiene Costa Rica. Entonces, hoy más del 90 por ciento del territorio costarricense está “legalmente” bajo el control “policial” de EE.UU. En esta situación, el puerto de Golfito en el Pacífico sur de Costa Rica pasa a convertirse en una de las bases importantes para desarrollar operaciones militares en Colombia. En particular porque la armada de EEUU se ha retirado del Pacífico panameño –no así del Caribe. Se trata de un puerto bien protegido, amplio y profundo, y se trata de casi un centenar de buques militares de EE.UU. los que lo visitan anualmente o tienen como base durante sus operaciones “de patrullaje conjunto” con las pocas lanchas de la Guarda Costera de Costa Rica. Y la guerra en Colombia es preocupación para Costa Rica, por su inmediatez y por el entorno

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conflictivo del “Corredor del Norte Pacífico de América del Sur”, empezando con la vecina Venezuela, pero incluyendo a Colombia, Ecuador y Perú. La guerra civil en Colombia es de larga data y de profundo encono psicosocial. Durante muchos años ha sido considerada como un foco desde el que, tendencialmente, puede desatarse una conflagración civil por las regiones andina, caribeña y/o centroamericana, así como parte de la región amazónica. En la guerra participan: 1. Las fuerzas armadas, las policías y servicios de seguridad e inteligencia del gobierno colombiano, apoyados directamente por más de 1.000 asesores militares de EE.UU. 2. Los grupos paramilitares, integrados por ex miembros, pero también de miembros activos, de las fuerzas armadas y policiales. 3. Los grupos guerrilleros que combaten contra el gobierno colombiano. 4. Los grupos narcotraficantes que operan por sí mismos y también en alianzas con los otros tres actores. Me referiré a este asunto, primero mediante la ficción del discurso literario, y luego un poco más analíticamente. Heurística imaginaria92 El recién juramentado presidente costarricense, Dr. Abel Pacheco, con su comitiva realiza la importantísima primera visita al presidente George W. Bush, en Washington, a finales de la primavera boreal del año 2002. – ¡Qué eficiencia la de estos americanos!, comenta don Abel con uno de sus ayudantes, 92 El texto que sigue es “ficción”, en la libre búsqueda del argumento, y de acuerdo con esta forma discursiva, la heuresis.

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¡Apenas nos estamos bajando del avión y ya me dieron una carta confidencial de la Casa Blanca! Bueno, la leo después cuando lleguemos al hotel, porque ya yo no estoy como muy chirote para andar tantas horas en aviones y además está muy oscuro, ya es de noche aquí. Don Abel guardó la carta en su portadocumentos personal y se olvidó de ella, con todo el tráfago de su primera visita oficial nada menos que a la capital del universo, Washington, con un presidente que además ahora anda muy exigente con América Latina y con todo mundo. Al día siguiente, durante la recepción que le ofrece la delegación costarricense en esa ciudad, en un aparte uno de los embajadores latinoamericanos comenta con don Abel que: “Esperamos estar entre los países que se van a salvar, porque lo de América del Sur es muy serio, parece que se está hundiendo en caos económicos y guerras”. “Así es”, responde don Abel, “yo no me acuerdo de una crisis así en la región desde la década de 1930 por lo menos y tal vez antes” “¿A lo mejor una crisis como no se veía en la región desde el siglo XIX?” agrega el Embajador, quien continúa: “Pero de Panamá para arriba estamos mejor, vea usted, señor Presidente, en primer lugar están México y Costa Rica, y luego Haití y El Salvador, que son los países más integrados económicamente con Estados Unidos. Y nosotros esperamos meternos también, al corto plazo”. Esa tarde, mientras don Abel termina de prepararse para asistir a su primera y única breve reunión con el presidente Bush, su secretaria

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personal le lleva el portadocumentos, lo abre y dice: – “Don Abel, ¿ya vió usted esta carta? ¿Ya la leyó? Porque nadie se atrevió a hacerlo porque dice CONFIDENCIAL”. – “¡Ay muchacha, se me olvidó, con tanta cosa! ¡Dejame ver, abrila!”, contesta su jefe, quien añade: “Y leémela porque estoy revisando estos otros papeles de los proyectos que le vamos a presentar al Presidente”. – “Pues no sé si deba, porque aquí dice EYES ONLY”. – “¿Es algo sobre los ojos, alguna enfermedad o un invento nuevo?” – “No, don Abel, quiere decir que no se debe leer en voz alta y que por tanto “es solamente para los ojos´”. – “¡Ah!, bueno, pero de todas maneras mejor leémela vos, porque hablás mejor inglés”. – “Tampoco, don Abel, porque fíjese que viene en español, aquí están tan adelantados que ya hasta escriben en el idioma de uno; y creo que a lo mejor es muy importante por lo que estoy viendo. Mejor véala usted mismo. Tome”. Don Abel lee: WASHINGTON, 26 DE JUNIO DE 2002 MEMORANDUM CONFIDENCIAL PARA: DR. ABEL PACHECO, PRESIDENTE DE COSTA RICA ASUNTO: GOLFITO “A partir de la toma de posesión del presidente Uribe, las fuerzas armadas de USA lanzarán una operación conjunta con las correspondientes fuerzas colombianas, y

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contando con el apoyo de todos los países de la región, cada cual contribuyendo con lo que el Estado Mayor Conjunto de las FF.AA. de USA considere oportuno. En el caso de Costa Rica, USA solicita dos apoyos: primero, el respaldo político, jurídico y moral, basado en el prestigio bien ganado de la nación costarricense, como defensora y adalid de la democracia hemisférica y mundial. Segundo, igualmente, USA solicita al gobierno de Costa Rica, autorización para que el puerto de Golfito y el Golfo Dulce, se conviertan en áreas de lanzamiento y apoyo, de las operaciones que a partir de Agosto de 2002 se empezarán a desarrollar en todo el espacio de Colombia y áreas adyacentes, entre las que se encuentra su país. De acuerdo con los procedimientos ya establecidos en nuestro Convenio de Patrullaje Conjunto, estas operaciones de las FF.AA. de USA se dirigen a combatir el narcotráfico y la guerrilla terrorista que asolan Colombia y amenazan con desestabilizar toda la cuenca del Caribe. Este gobierno considera que esta fase no necesita aprobación de su Congreso, y tampoco conviene una discusión pública, por lo delicado de la situación”. Don Abel se preocupó mucho entonces, recordando muy claramente las guerras de las décadas de 1930 a 1970 en el mundo y en Centroamérica, e incluso de lo que le habían contado sobre la Primera Guerra Mundial. Al instante dijo en voz muy alta que alertó al resto del entorno presidencial:

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– “¡O SEA, EMPIEZA LA GUERRA EN COLOMBIA EN EL MISMO MOMENTO EN QUE URIBE TOMA POSESIÓN! ¡Y POR LO QUE VAMOS VIENDO ESTO ES PARTE DE LA NUEVA GUERRA MUNDIAL! ¡QUE LATA QUE NOS QUIERAN METER EN ESAS COSAS QUE A NOSOTROS NI NOS GUSTAN NI NOS CONVIENEN! Lo malo es que me va a tocar asistir a Bogotá a la toma de posesión de Uribe. Y a nosotros se nos pide el área del Golfo Dulce y el puerto de Golfito para operaciones ¿de qué, dice allí?” – “Lanzamiento y apoyo”. – “¿Bueno, será que van a lanzar cohetes desde Golfito?”, pregunta el presidente. – “No creo”, responde alguien de seguridad: “probablemente se tratará de la marina, no de la aviación, porque están pidiendo utilizar el puerto de Golfito. Tal vez es que desde Golfito van a lanzar las operaciones, porque ya no tienen las bases en Panamá, o para tener a su gente un poco más alejada y protegida de posibles ataques terroristas y represalias guerrilleras”. – “¿Y nosotros qué apoyo vamos a dar si no tenemos ni policías para cuidarnos a nosotros mismos?”, insiste don Abel. – “Bueno”, interviene otro de los ministros acompañantes, “el apoyo es precisamente permitirles utilizar Golfito y toda el área del Golfo Dulce y supongo que también mucho de la Península de Osa y por supuesto el puerto y sus alrededores. Acuérdese, usted sabe muy bien, don Abel, que los gringos siempre han tenido compañías bananeras a los dos lados de la frontera

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entre Costa Rica y Panamá, tanto en el Caribe como en el Pacífico, y esas compañías eran como bases para proteger la retaguardia del Canal de Panamá”. – “Ay sí, hombre!”, contesta don Abel, “y además acordate de los problemas que tuvimos con los límites con Panamá, y cómo después construyeron la carretera interamericana por las cumbres de Talamanca, nada más que para evitar que los nazis se apoderaran de ellas para atacar posteriormente el Canal; y durante la guerra con los sandinistas tenían bases de helicópteros allí en Talamanca, creo que todavía tienen esas bases ahí, ¿por qué no me averiguás?” El ministro del ramo correspondiente entra entonces a trabajar aceleradamente con sus ayudantes. Lentamente llegan a la conciencia de la comitiva presidencial, diferentes implicaciones del asunto. Pero no hay confusión, aunque sí angustia por la inminencia de la intensificación de la guerra en Colombia. – “Nada bueno saldrá de esto para el comercio”, comenta un asesor, “y más bien nos vamos a inundar de colombianos. ¿Qué hacemos, don Abel, si nos llegan medio millón o un millón de colombianos que huyen de la intensificación de la guerra?” Don Abel lo mira asombrado, se está callado por un momento y luego: – “Bueno, eso te pregunto yo a vos; averiguate qué se puede hacer que para eso me estás asesorando”.

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Para entonces ya el entorno de seguridad del estado costarricense ha evaluado la solicitud y no le encuentra problemas, y parte del supuesto que se trata de actividades incluidas en el convenio de patrullaje conjunto para la lucha contra el narcotráfico. De todas maneras, el ministro de seguridad intenta determinar las características del involucramiento costarricense para el lanzamiento y el apoyo a operaciones militares sobre Colombia. Pronto se enterará el presidente de Costa Rica y su entorno, de que la primera fase es de seis meses, e incluye 36 naves “cuasi militares” (de la Guardia Costera), que utilizarán el puerto y la región de Golfito y el Golfo Dulce como su base. Esto significará miles de marinos de USA comprando en Golfito y también llenando a Golfito con problemas similares a aquellos que las FF.AA de USA llevaron a otros lugares. Y en esta fase de “Guerra Mundial Contra el Terrorismo”, incluye la posibilidad de que miembros de las mafias de narcotraficantes, o las FARC, u otros, quieran atentar contra esas fuerzas navales desplegadas en Golfito. Es decir, supone que de pronto en Golfito y alrededores se den atentados terroristas que pueden afectar a la población costarricense. Con lo cual se hará imprescindible de antemano, poner en manos de las FF.AA. de USA toda la seguridad de la zona, que son varios miles de kilómetros cuadrados, y muchas decenas de miles de costarricenses, directamente involucrado/as. El terror presidencial es sumo, los discretos y mínimos costarricenses son muy apenados (se sienten políticamente “muy poquitos”) y ellos

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creen que muy astutos, diciendo a todo que sí, que claro, adoptando entonces las propuestas de Washington, pero lanzándolas como primer gran debate nacional en la supuestamente transformada Asamblea Legislativa. La situación recuerda claramente lo ya vivido con la guerra en Nicaragua entre las décadas de 1970 y 1990, y también recuerda las respuestas de las administraciones Carazo, Monge y Arias. Hacia una heurística analítica Pero claro, la duda, la ansiedad y la angustia surgen por muchos motivos, porque si hay una guerra más amplia en Colombia y el norte de América del Sur, el costo humano y de otros tipos será dolorosísimo, y además nos alcanzará e impactará con mayor fuerza que la que ya tiene. ¿Cuál es la estrategia nacional de Pacheco, de los partidos políticos, de la ciudadanía costarricense, sobre la guerra colombiana? El estrechamiento de las relaciones entre los gobiernos de Pacheco y Uribe, también es un indicador fundamental, que expresa el cada vez mayor involucramiento costarricense en la guerra colombiana. A principios de 2003, el ministro de Exteriores Tovar llegaba a acuerdos sobre la guerra (incluyendo la inmigración de nacionales colombianos a Costa Rica) y las relaciones comerciales. En estas como en otras relaciones, la administración Pacheco abandona las políticas derivadas de la “postura propia”. Se revirtió la política restrictiva que tenía Costa Rica para el ingreso de colombianos desde el 15 de abril de 2002, alegando entonces el ejecutivo costarricense

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la falta de avance en el proceso de negociación para la paz en Colombia. La administración Pacheco ahora, en cambio, se decantaba a favor de la administración Uribe y de sus políticas, que también cuentan con el apoyo de la administración Bush II. El ministro de Exteriores costarricense acuerda promover la inmigración colombiana: “El gobierno de Costa Rica planea flexibilizar la medida de exigir visa a los colombianos impuesta por la administración anterior... El cambio... se haría por medio de un permiso de ingreso vigente por lo menos un año y la eliminación de requisitos”. También de su visita a Colombia a principios de marzo de 2003, el ministro Tovar declara abiertamente la participación costarricense en la guerra que se libra en Colombia: “Costa Rica pretende estrechar las relaciones comerciales y de cooperación entre ambos países en la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo”93. Es necesario que Costa Rica determine si la nueva guerra mundial, ahora civilsocial va a implicar un alejamiento de las posiciones, políticas y doctrinas internacionales que se fraguaron en el país, sobre todo en la Guerra Fría, basadas en la solución negociada de conflictos. Se trata de que la administración Pacheco sigue las líneas políticas de la administración Bush II, no ya solamente en el apoyo a su guerra ilegal contra Irak, sino también en un creciente espectro de asuntos latinoamericanos. Las consecuencias del 93

“País podría modificar visas a colombianos”. La Nación, 5 marzo (2003:6 A).

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involucramiento costarricense en la guerra colombiana, van a implicar que el terrible odio que corroe desde hace décadas a esa hermana nación, permeará también a la sociedad costarricense. El asesinato del periodista costarricense colombiano Parmenio Medina podría tener que ver en esto. El recurso, cada vez más usual en Costa Rica, a emplear al asesinato para saldar diferencias o disputas, y de contratar “sicarios”, es otra muestra de ello. En un año, entre abril de 2002 y abril de 2003, Costa Rica otorgó unas 20.000 visas a titulares colombianos. Más aún, “Costa Rica se convirtió en los últimos años en un importante destino para los colombianos que emigran huyendo de la violencia y la inseguridad, y el turismo procedente del país sudamericano ha sido el de mayor crecimiento hacia Costa Rica, al punto de que se duplicó en los últimos cinco años”94. Al mismo tiempo, el ministro de Seguridad, Ramos, ha presentado ante la Asamblea Legislativa una nueva ley de migración: “Ramos dijo a los congresistas el miércoles (19 de febrero de 2003) que la ley es parte del cuatrianual Plan Nacional de Seguridad Integral esbozado por la administración del Presidente Pacheco”95 (3). Sería importante al menos considerar la consistencia de esta nueva ley con las políticas que 94

“Flexibilizarán visas a colombianos”. Al Día, 5 marzo (2003:8). 95 Boddiger (2003: 1, 5).

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adopta el Ministerio de Relaciones Exteriores respecto de la inmigración desde Colombia. Por arraigadas tradiciones humanitarias costarricenses debemos acoger a quienes sufren en su país las terribles consecuencias de la guerra. Pero es preferible que, en vez de una apertura indiscriminada para el ingreso de colombianos, el gobierno costarricense enfatice nuestra disposición de recibir a quienes sean víctimas de la violencia estatal, para estatal y revolucionaria. Costa Rica ha de evitar que lleguen al país actores de la guerra y la violencia, y se establezcan en el territorio –como ocurriera durante la reciente guerra en Nicaragua-, bases (de todo tipo) para promover y apoyar esa violencia. Así como no es conveniente para Costa Rica el “turismo mafioso” de casinos, prostitución y apuestas, mucho menos es conveniente el “turismo militar”, pues resultará fatal para la ya cuestionable viabilidad de su sociedad. La cancillería costarricense no ha divigulgado los términos específicos de su cooperación con el gobierno de Colombia, en términos de apoyo a los acuerdos sobre tráfico de drogas y contra el terrorismo. Mientras tanto, bajo la cobertura de su guerra contra el terrorismo, la administración Uribe de hecho “oficializa” la alianza de las fuerzas militares y paramilitares y también su guerra contra la guerrilla. El narcotráfico influye en todo el espectro político militar colombiano, es decir, “mantiene vínculos” con la guerrilla, con los paramilitares, con el Ejército e incluso podría ser, como en ocasiones anteriores, que también con el Ejecutivo. Esto viene conduciendo a un creciente

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deterioro de la situación de los derechos humanos, por las violaciones gubernamentales. Costa Rica no debe apoyar un gobierno de este tipo, ni una “guerra contra el terrorismo” en tales términos, incluso si así se lo “exige” la administración Bush II. La administración Pacheco requiere cambiar radicalmente su política hacia Colombia, buscando para ello el apoyo popular. VIOLACIONES DE DERECHOS HUMANOS POR EL EJÉRCITO DE URIBE Costa Rica abandonó su defensa de la paz y de los derechos humanos, sustituyéndola por una alineación con las concepciones (marcos de referencia) y políticas de la administración Bush II. Se trata de una decisión especialmente grave, por el compromiso adquirido con el gobierno de Colombia para apoyarlo en su “guerra antiterrorista”, caracterizada por crecientes atropellos a la dignidad y los derechos humanos. No sabemos si la nueva postura costarricense también implica un desprecio o repudio por las instituciones y el derecho internacionales, en particular respecto de la Organización de las Naciones Unidas. Pues la ONU advertía sobre la situación de los derechos humanos en Colombia: “Las fuerzas de seguridad del gobierno han cometido más abusos contra los derechos humanos desde que el presidente Álvaro Uribe decretó el estado de emergencia el pasado agosto, dijeron las Naciones Unidas. Tampoco ha hecho lo suficiente el gobierno para romper los lazos entre las fuerzas de seguridad y las unidades paramilitares de

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extrema derecha, según Michael Fruhling, representante del Alto Comisionado para los Derechos Humanos en Colombia. Las Naciones Unidas dijeron que su informe describe un aumento significativo en quejas de violaciones atribuidas directamente a miembros de las fuerzas de seguridad en comparación con 2001 y que muchas de estas acciones se desarrollaron como parte de la nueva política de seguridad del gobierno” (Énfasis ESF)96.

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“Colombia: Rights abuses growing, U.N. says”, New York Times, March 19 (2003: A6).

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