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Claude Lefort – L’expérience prolétarienne (1952) 16. Oktober 2012

La experiencia proletaria Quizá no haya fórmula de Marx más trillada: “la historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases”. Sin embargo, ella no ha perdido en nada su carácter explosivo. Los hombres no han cesado de proveer su comentario práctico; las teorías de los mistificadores, de amañar su sentido ni de reemplazarlo por verdades más tranquilizadoras. ¿Acaso hay que admitir que la historia se define enteramente por la lucha de clases; en nuestros días, enteramente por la lucha del proletariado contra las clases explotadoras; que la creatividad de la historia y la creatividad del proletariado son idénticas en la sociedad actual? Sobre este punto, no hay en Marx ambigüedad: “De todos los instrumentos de producción, la mayor fuerza productiva es la propia clase revolucionaria”1. Pero en lugar de subordinar todo a esta gran fuerza productiva, de interpretar la marcha de la sociedad según la marcha de la clase revolucionaria, el pseudo-marxismo de todo tipo ha juzgado más cómodo asentar el marxismo sobre una base menos movediza. Convierte la teoría de la lucha de clases en una ciencia puramente económica, pretende establecer leyes a imagen y semejanza de la física clásica, deduce la superestructura y mete en ese capítulo, junto a los fenómenos propiamente ideológicos, el comportamiento de las clases. El proletariado y la burguesía, dicen, no son más que “personificaciones de categorías económicas” (la expresión se encuentra en El Capital): el primero la personificación del trabajo asalariado, la segunda, del capital. Su lucha no es, pues, más que el reflejo de un conflicto objetivo, el que se produce en determinados períodos entre el avance de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción existentes. Puesto que este conflicto es resultado a su vez del desarrollo de las fuerzas productivas, la historia se reduce esencialmente a ese desarrollo, y se transforma poco a poco en un episodio particular de la evolución de la naturaleza. Al escamotear el rol propio de las clases, se escamotea el de los hombres. En verdad, esta teoría no dispensa del interés por el desarrollo del proletariado; pero sólo se toman en consideración sus características objetivas, su extensión, su densidad, su concentración; en el mejor de los casos se relacionan esos aspectos con las grandes manifestaciones del movimiento obrero; el proletariado es tratado como una MASA inconsciente e indiferenciada, cuya evolución natural se examina. Los episodios en su lucha permanente contra la explotación, sus acciones revolucionarias y las múltiples expresiones ideológicas que las acompañaron no constituyen la historia real de la clase, sino un acompañamiento de su función económica. Marx no sólo se diferencia de esta teoría, sino que también la critica explícitamente en sus obras filosóficas de juventud; la tendencia a representarse el desarrollo social en sí, es decir independientemente de los hombres concretos y de las relaciones que establecen entre ellos, relaciones de cooperación o de lucha, es para él una expresión de la enajenación inherente a la 1

Marx, K., Miseria de la Filosofía, EdaF P. 296 OJO BUSCAR TRADUCCIÓN ACEPTABLE!!!

sociedad capitalista. Es porque los hombres se tornan extraños a su trabajo, porque su condición social les es impuesta independientemente de su voluntad, que son llevados a representarse la actividad humana en general como una actividad física y la sociedad como un ser-en-sí. Marx no destruyó esta tendencia con su crítica, de la misma manera en que no suprimió la enajenación al revelarla: por el contrario, ella se desarrolló a partir de él, bajo la forma de un supuesto materialismo económico que, con el tiempo, fue llamado a representar un papel preciso en la mistificación del movimiento obrero. Reproduciendo una división social del proletariado entre una élite obrera asociada a una fracción de la inteligentsia y la masa de la clase, esta tendencia contribuyó a alimentar una ideología del orden cuyo carácter burocrático se reveló plenamente con el estalinismo. Al convertir al proletariado en una masa sometida a leyes, en mero ejecutor de su función económica, el estalinismo se justificaba de tratar al proletariado como ejecutor en el seno de la organización obrera y de volverlo materia a explotar. De hecho, la verdadera respuesta a ese pseudo-materialismo económico es aportada por el proletariado mismo en su existencia práctica. ¿Quién no ve que el proletariado no sólo reaccionó a factores externos en la historia, factores económicamente definidos como el grado de explotación, nivel de vida, forma de concentración, sino que también actuó realmente, interviniendo revolucionariamente no según un esquema preparado por su situación objetiva, sino en función de su experiencia acumulada total? Sería absurdo interpretar el desarrollo del movimiento obrero sin relacionarlo constantemente con la estructura económica de la sociedad. Pero querer reducirlo a ella es condenarse a ignorar la vasta mayoría de la conducta concreta de la clase. La transformación, en un siglo, de la mentalidad obrera, de sus métodos de lucha, de sus formas de organización, ¿quién podría aventurarse a deducirlas del proceso económico? Resulta pues esencial afirmar, siguiendo a Marx, que la clase obrera no sólo es una categoría económica, sino que es “la mayor fuerza productiva” y mostrar cómo lo es; hacerlo contra sus detractores y mistificadores, y para el desarrollo de la teoría revolucionaria. Pero hay que reconocer que esta tarea sólo fue bosquejada por Marx y que la concepción del proletariado que él expresó no es del todo clara. Con frecuencia se contentó con proclamar en términos abstractos el papel de la toma de consciencia en la constitución de la clase, sin explicar en qué consistía. Al mismo tiempo, trazó un retrato tan sombrío del proletariado (con el fin de demostrar la necesidad de una revolución radical) que tenemos derecho de preguntarnos cómo puede elevarse a la consciencia de sus condiciones y de su papel de dirección de la humanidad. El capitalismo lo habría transformado en una máquina “deshumanizad[a] tanto física como espiritualmente”2, habría quitado a su trabajo toda apariencia de “actividad personal”, habría realizado en él “la pérdida de la humanidad”. Según Marx, es porque el proletariado es una

2

Marx, Karl, Manuscritos Económico Filosóficos,, trad. F. Rubio Llorente, Madrid, Alianza, 1993, p. 129.

especie de sub-humanidad, totalmente enajenada, que acumuló en sí toda la miseria de la sociedad, que puede, al rebelarse contra su suerte, emancipar a la humanidad entera. (Es necesaria “una clase... que sea la pérdida total del hombre y que sólo pueda reconquistarse a sí misma por la conquista total del hombre” o, incluso, “Sólo los proletarios de la época actual, totalmente excluidos del ejercicio de su propia actividad, se hallan en condiciones de hacer valer su propia actividad, íntegra y no limitada, consistente en la apropiación de una totalidad de fuerzas productivas”3) Es, sin embargo, muy claro que la revolución proletaria no consiste en una explosión liberadora seguida por una transformación instantánea de la sociedad (bastantes son los sarcasmos que Marx dedica a esta candidez anarquista) sino en la toma de la dirección de la sociedad por parte de la clase explotada. Pero, ¿cómo podría ella realizarse, cómo podría el proletariado cumplir con las innumerables tareas políticas, económicas, culturales que se siguen de su poder si, hasta la víspera de la revolución se hallaba radicalmente excluido de la vida social? Equivaldría a decir que la clase se metamorfosea durante la revolución. De hecho, hay verdaderamente una aceleración del proceso histórico en los períodos revolucionarios, un trastrocamiento de las relaciones entre los hombres, una comunicación de cada uno de ellos con la sociedad global que debe provocar una maduración extraordinaria de la clase, pero sería absurdo, desde la perspectiva sociológica, hacer nacer a la clase con la revolución. Sólo madura entonces porque dispone de una experiencia anterior, que interpreta y pone positivamente en práctica. Las declaraciones de Marx sobre la enajenación total del proletariado confluyen con su idea de que el derribamiento de la burguesía es por sí mismo condición necesaria y suficiente para la victoria del socialismo; en los dos casos, sólo se ocupa de la destrucción de la sociedad anterior y de contraponerle la sociedad comunista, como positivo y negativo. En este punto se manifiesta su necesaria dependencia de su período histórico; las últimas décadas transcurridas invitan, sin embargo, a considerar de otra manera el pasaje de la sociedad anterior a la sociedad posrevolucionaria. El problema de la revolución se transforma en el problema de la capacidad del proletariado de dirigir la sociedad y por lo tanto fuerza a preguntarse por su desarrollo en el seno de la sociedad capitalista. No obstante, no faltan indicaciones, en Marx mismo, para encontrar el camino hacia otra concepción del proletariado. Por ejemplo, Marx escribe que el comunismo es el movimiento real que suprime a la sociedad real que es su supuesto, indicando que, en un aspecto, existe una continuidad entre las fuerzas sociales en el estadio capitalista y la humanidad futura; más explícitamente, subraya la originalidad del proletariado que ya representa, según dice, una “disolución de todas las clases”4, porque no está ligado a ningún interés particular, porque absorbe elementos de las clases anteriores y los funde en un molde único, porque no tiene un vínculo necesario con la tierra ni, por lo tanto, con ninguna nación en particular. Además, si bien 3

4

Las primer cita es de Marx, Crítica a la Filosofía del Derecho de Hegel, la segunda de La Ideología Alemana, trad. De Wenceslao Roces, Buenos Aires, Pueblos Unidos, 1973, p. 79. En el original francés sólo se informa la segunda cita [N. de la T]. Cf. Marx, Manifiesto Comunista

Marx insiste con justicia en el carácter negativo, alienante del trabajo proletario, también muestra bien que ese trabajo pone a la clase obrera en una situación universal, con el desarrollo del maquinismo que permite una intercambiabilidad de las tareas y una racionalización virtualmente ilimitadas. Por último, muestra la función creadora del proletariado por su concepción de la industria a la que define como “el libro abierto de las fuerzas humanas” 5. Éste aparece, pues, ya no como una sub-humanidad, sino como el productor de toda la vida social. Fabrica los objetos mediante los cuales la vida de los hombres se mantiene y prosigue en TODOS los ámbitos, puesto que no hay ámbito (siquiera el arte) que no deba sus condiciones de existencia a la producción industrial. Ahora bien, si es el productor universal, también tiene que, de alguna manera, ser depositario de la cultura y del progreso social. Por otra parte, en varias ocasiones, Marx parece describir la conducta de la burguesía y la del proletariado en los mismos términos, como si las clases no sólo se asimilaran por su posición en la producción sino también por el modo de su evolución y por las relaciones entre los hombres que establecen. Así, por ejemplo, escribe: “Los diferentes individuos sólo forman una clase en cuanto se ven obligados a sostener una lucha común contra otra clase, pues por lo demás ellos mismos se enfrentan unos con otros, hostilmente, en el plano de la competencia. Y, de otra parte, la clase se sustantiva6*, a su vez, frente a los individuos que la forman, de tal modo que estos se encuentran ya con sus condiciones de vida predestinadas” 7. No obstante, en cuanto describe concretamente la evolución del proletariado y de la burguesía, las distingue radicalmente. Los burgueses sólo componen una clase esencialmente por cuanto tienen una función económica similar; en ese aspecto tienen intereses comunes y el horizonte común que les dibujan sus condiciones de existencia; independientemente de la política que adopten, forman un grupo homogéneo dotado de una estructura fija; eso lo atestigua, por otro lado, la facultad de la clase de ponerse en manos de una fracción especializada en hacer su política, es decir en representar mejor sus intereses, intereses que son lo que son antes de toa expresión o interpretación. Esta característica de la burguesía se manifiesta igualmente en su proceso de formación histórica: “Las condiciones de vida de los diferentes burgueses o vecinos de los burgos o ciudades, empujadas por la reacción contra las relaciones existentes o por el tipo de trabajo que ello imponía, convertíanse al mismo tiempo en condiciones comunes a todos ellos” 8; en otras palabras, es la identidad de su situación económica en el seno del feudalismo la que los une y les da el aspecto de una clase, imponiéndoles al principio una mera asociación por semejanza. Marx lo expresa otra vez al decir que el siervo vagabundo, liberado del tributo9**, es ya un burgués a medias10; no hay 5 6 7 8 9

Marx, K., Manuscritos Económico-filosóficos. [N. de la T.] En el texto francés se lee: “la classe s'autonomise vis-à-vis des individus”. Ideología Alemana, p. 61. Id., p. 60. [N. de la T.] En el original se lee “le serf en rupture de ban est déjà un demi bourgeois”. Ban refiere originalmente al derecho jurisdiccional del señor sobre la tierra y sus campesinos; de allí la expresión francesa “être en rupture de ban”, ponerse en situación irregular, escapar a un poder jurisdiccional. Sin embargo, en la traducción castellana del pasaje de la Ideología Alemana al que Lefort refiere se lee “...un período de vagabundaje, provocado por la desaparición de las mesnadas feudales, por el licenciamiento de los ejércitos enrolados que habían servido a los

solución de continuidad entre el siervo y el burgués, sino una legalización por parte del último de un modo de existencia anterior; la burguesía se insinúa en la sociedad feudal como un grupo dentro de esta misma sociedad que extiende su modo de producción propio; aunque choque con las condiciones existentes, ellas no contradicen la existencia de este grupo, sólo obstaculizan su desarrollo. Marx no lo dice, pero permite decirlo: desde su origen la burguesía es lo que será, clase explotadora; por cierto, al principio tiene pocos privilegios, pero posee de entrada todos los rasgos que su historia simplemente desarrollará. El desarrollo del proletariado es totalmente distinto: reducido a su mera función económica, por cierto representa una categoría social determinada, pero esta categoría aún no contiene su sentido de clase, el sentido que constituye la conducta original, o sea, en definitiva, la lucha en todas sus formas de la clase en la sociedad y frente a los estratos adversos. Esto no significa que se deba soslayar el rol de la clase en la producción (por el contrario, veremos que el rol de los obreros en la sociedad, y el que están destinados a desempeñar al dirigirla se fundan directamente en su rol como productores) pero lo esencial es que este rol no les da ningún poder en acto, sino únicamente una capacidad cada vez más fuerte de dirigir. La burguesía se encuentra continuamente frente al resultado de su trabajo, y es eso lo que le confiere objetividad; el proletariado se eleva por su trabajo, pero su resultado nunca le atañe. Es desposeído al mismo tiempo de los productos y de las operaciones de su trabajo; mientras progresa en la técnica, este progreso sólo vale de alguna manera en el porvenir, sólo se inscribe como un negativo en la imagen de la sociedad de explotación. (Las capacidades técnicas del proletariado norteamericano contemporáneo son incomparables con las del proletariado francés de 1848, pero tanto éste como aquél se encuentran igualmente desprovistos de poder económico). Es verdad que los obreros, tanto como los burgueses, tienen intereses similares impuestos por sus condiciones de trabajo comunes (por ejemplo, interés en el pleno empleo y en obtener salarios más altos), pero estos intereses, desde cierta perspectiva, son de otro orden que el interés más profundo que es el de dejar de ser obreros. Aparentemente, el obrero busca el aumento de los salarios así como el burgués busca la ganancia; aparentemente también, los dos son poseedores de mercancías en el mercado, uno es poseedor de capital y el otro de fuerza de trabajo; en realidad el burgués se constituye con esta conducta en autor de su clase, edifica el sistema de producción que está en el origen de su propia estructura social; el proletario, por su parte, no hace más que reaccionar ante las condiciones que le son impuestas, es motivado por sus explotadores; y su reivindicación, aunque pueda ser el punto de partida de una oposición radical a la explotación en tanto tal, todavía forma parte de la dialéctica del capital. El proletariado sólo se afirma, como clase autónoma frente a la burguesía, al cuestionar su poder, es decir, su modo de producción, o sea, concretamente, el hecho mismo de la explotación; es pues su actitud revolucionaria, en tanto clase autónoma, la que constituye su actitud de clase; no desarrolla su sentido de clase al extender sus atribuciones económicas, sino al negarlas radicalmente para instituir un nuevo orden económico. Y es por eso también que los proletarios, a diferencia de los reyes contra los vasallos”. Traducimos pues por “vagabundo, liberado del tributo” teniendo en cuenta la referencia textual de Lefort. 10 Id., p. 63.

burgueses, no podrían emanciparse individualmente, pues su emancipación no supone el libre despliegue de lo que ya son virtualmente sino la abolición de la condición proletaria 11. Por último, y en el mismo sentido, Marx señala que los burgueses sólo pertenecen a su clase en tanto que son sus “miembros”, o como individuos “medios”, es decir, pasivamente determinados por su situación económica, mientras que los obreros que forman la “comunidad revolucionaria” 12 son estrictamente individuos que componen su clase precisamente en la medida en que dominan su situación y su relación inmediata con la producción. Si bien es verdad, entonces, que ninguna clase puede reducirse a su mera función económica; que una descripción de las relaciones sociales concretas en el seno de la burguesía forma necesariamente parte de la comprensión de la naturaleza de esta clase, es aún más verdadero que el proletariado exige un abordaje específico que permita aprehender el desarrollo subjetivo. No obstante las reservas que pueda invocar este calificativo, resume mejor que ninguno el rasgo dominante del proletariado. Éste es subjetivo en el sentido de que su comportamiento no es la mera consecuencia de sus condiciones de existencia, o, más aún, que sus condiciones de existencia exigen del proletariado una lucha constante por transformarlas, y por lo tanto desligarse constantemente de su destino inmediato y en el sentido de que el progreso de esta lucha, la elaboración del contenido ideológico que permita esta desvinculación componen una experiencia a través de la cual se constituye la clase. Parafraseando a Marx una vez más, diremos que se debe evitar a toda costa cristalizar al proletariado como abstracción enfentada al individuo, e incluso que hay que investigar cómo su estructura social se sigue continuamente del proceso vital de los individuos determinados, puesto que lo que para Marx es verdad respecto de la sociedad, lo es aún más respecto del proletariado que, en el estadio histórico actual, representa la fuerza eminentemente social, el grupo productor de la vida colectiva. Es sin embargo necesario reconocer que los indicios que encontramos en Marx, la orientación hacia el análisis concreto de las relaciones sociales constitutivas de la clase obrera, no fueron desarrollados por el movimiento socialista. La cuestión fundamental, a nuestro juicio, cómo los hombres puestos en las condiciones del trabajo industrial se apropian de ese trabajo, si tejen relaciones específicas entre ellos, si perciben y construyen prácticamente su relación con el resto de la sociedad, y particularmente, si componen una experiencia común que hace de ellos una fuerza histórica; esta cuestión no fue abordada directamente. Se la abandona por lo general por una concepción más abstracta cuyo objeto es, por ejemplo, la Sociedad capitalista, considerada de forma general, y las fuerzas que la componen, situadas separadamente en un mismo plano. Así, para Lenin, el proletariado es una entidad cuyo sentido histórico está ya establecido y que (salvo por el hecho de que se es para él) es tratado como su adversario, en función de sus características exteriores y del excesivo interés acordado al estudio de las 'correlaciones de fuerza' confundidas 11 Ideología Alemana, pp. 81-2 12 id

con la lucha de clases, como si lo esencial consistiera en medir la presión que una de las dos masas ejerce sobre la masa opuesta. Por cierto, para nosotros tampoco se trata de rechazar el análisis objetivo de las estructuras y las instituciones del todo social ni de pretender por ejemplo que el único conocimiento verdadero que nos puede ser dado es aquél que los proletarios mismos pueden elaborar y que está enraizado en la clase. Esta teroía 'obrerista' del conocimiento, que, dicho sea de paso, aniquilaría la obra de Marx, debe condenarse por al menos dos razones: en primer lugar, porque todo conocimiento aspira a la objetividad (al tiempo que es consciente de estar condicionado psicológica y socialmente), en segundo lugar, porque a la naturaleza social del proletariado corresponde la aspiración a un rol práctica e ideológicamente universal, o sea , en definitiva, identificarse con la sociedad total (todo social???). Pero también es verdad que el análisis objetivo, incluso hecho con el mayor rigor, como en el caso de El Capital de Marx, es incompleto porque está constreñido a interesarse sólo por los resultados de la vida social o por las formas cristalizadas en las que ésta se incorpora (por ejemplo, la evolución de las técnicas o de la concentración del capital) y a ignorar la experiencia humana que corresponde a este proceso material o al menos exterior (por ejemplo, la relación que tienen los hombres con su trabajo en la época de la máquina a vapor y en la época de la electricidad, en la época del capitalismo competitivo y en la del monopolio de estado). En un sentido, no hay medios para separar las formas materiales de la experiencia de los hombres, puesto que ésta es determinada por las condiciones en las que se efectúa y que estas condiciones son el resultado de una evolución social, el producto de un trabajo humano; no obstante, desde un punto de vista práctico, el análisis objetivo es aquél que se subordina al análisis concreto, pues los revolucionarios no son las condiciones sino los hombres, y la pregunta de fondo es cómo se apropian y transforman su situación. La urgencia y el interés de un análisis concreto también se nos imponen desde otro punto de vista. Sin alejarnos de Marx, acabamos de subrayar el rol de los obreros como productores de la vida social. Es necesario decir más al respecto, pues esta proposición podría aplicarse en forma general a todas las clases que, en el curso de la historia, tuvieron la carga del trabajo. Pero el proletariado está vinculado con su rol de productor de una manera en que ninguna clase lo estuvo en el pasado. Y esto se deriva del hecho de que la sociedad industrial moderna sólo puede compararse parcialmente a las formas sociales que la precedieron. Una idea expresada comúnmente en nuestros días por los sociólogos que sostienen, por ejemplo, que las sociedades primitivas de tipo más arcaico están más cerca de la sociedad europea feudal medieval de lo que ésta está de la sociedad capitalista a la que dio origen; pero cuya importancia no fue suficientemente expuesta en lo concerniente al rol de las clases y de las relaciones entre ellas. De hecho, en toda sociedad existe la doble relación entre el hombre y el hombre y entre el hombre y la cosa que transforma, pero el segundo aspecto de esta relación adquiere nueva importancia con la producción industrial. Existe ahora una esfera de la producción regida por leyes autónomas en cierta medida; por supuesto que está incluida en la esfera del todo social puesto que las relaciones entre las clases se constituyen en definitiva dentro del proceso de producción; pero esta esfera no se reduce a ellas,

Commented [1]: Fijate bien acá. Lefort escribe “société totale”, a mí me suena mejor “todo social” (sociedad total me suena a totalitarismo, etc...). Sin embargo, 1) no tengo el texto francés de los Grundrisse, del que podría provenir la expresión y, 2) por otro lado, en este texto no los refiere en ningún momento. Como dice la gran marxóloga Karina Jelinek, lo dejo a tu criterio.

pues el avance de la técnica, el proceso de racionalización que caracteriza la evolución capitalista desde su origen tienen una dimensión que sobrepasa el marco estricto de la lucha de clases. Por ejemplo (este es un enunciado banal), el uso del vapor o de la electricidad por la industria implica una serie de consecuencias: cierta forma de división del trabajo, cierta distribución de las empresas, relativamente independientes de la forma general de las relaciones sociales. Por cierto, la racionalización y el avance técnico no son una realidad en sí, o tan poco que se los puede interpretar como una defensa de la patronal cuyas ganancias son constantemente amenazadas por la resistencia del proletariado a la explotación. Pero aunque los motivos del Capital sean suficientes para explicar el origen del avance técnico, no permiten dar cuenta de su contenido. La explicación más profunda de la lógica del avance técnico es que éste no sólo es obra de la dirección capitalista, sino también expresión del trabajo proletario. La acción del proletariado, en efecto, no sólo toma la forma de la resistencia (que obliga constantemente a la patronal a mejorar sus métodos de explotación), sino también aquélla de una asimilación continua del progreso y más aún, de una colaboración activa con éste. Esta evolución puede llevarse adelante porque los obreros son capaces de adaptarse al ritmo y a la forma incesantemente cambiantes de la producción; más aún, ellos mismos hacen posible la aparición de la respuesta sistemática explícita llamada invención técnica, al aportar respuestas a los mil problemas que plantea la producción en sus particularidades. La racionalización operada a la vista de todos retoma para sí, interpreta, e integra a una perspectiva de clase las innovaciones múltiples, fragmentarias, dispersas y anónimas de los hombres involucrados en el proceso concreto de producción. Desde nuestro punto de vista, esta observación es capital, porque invita a enfatizar la experiencia que se efectúa en el plano de las relaciones de producción y la percepción que de ella tienen los obreros. Como puede verse, no se trata de separar radicalmente esa relación social específica de la relación social tal como se expresa en el plano del todo social, sino tan sólo de reconocer su especificidad o, en otras palabras, al constatar que la estructura industrial determina la estructura social de cabo a rabo, que adquirió tal permanencia que toda sociedad, de ahora en adelante, sea cual fuere su carácter de clase, debe moldearse siguiendo algunos de sus rasgos, debemos comprender en qué situación se encuentran los hombres que están integrados a ella de manera absolutamente necesaria, es decir, los proletarios. Entonces, ¿en qué consistiría un análisis concreto del proletariado? Intentaremos definirlo enumerando los diferentes abordajes y su respectivo interés. El primer abordaje consistiría en describir la situación económica en la que se encuentra la clase y la influencia que ella tiene en su estructura; resultarían necesarios para ello, en última instancia, todo el análisis económico y social, pero, en un sentido más estrecho, queremos hablar de las condiciones de trabajo y de las condiciones de vida de la clase: las modificaciones que sobrevienen por su concentración y su diferenciación, por los métodos de explotación, la productividad, la duración del trabajo, los salarios y las posibilidades de empleo, etc. Este abordaje es el más objetivo en cuanto se vincula con características evidentes (y por otro lado esenciales)

de la clase. Cualquier grupo social puede estudiarse de esta manera, y cualquier individuo puede consagrarse a un estudio así, independientemente de cualquier convicción revolucionaria13; a lo sumo puede decirse que una investigación de esta clase está o estará generalmente inspirada por motivos políticos puesto que perjudicará necesariamente a la clase explotadora, pero no hay nada específicamente proletario en su método. Inversamente, un segundo abordaje podría ser calificado de típicamente subjetivo; apuntaría a todas las expresiones de la conciencia proletaria, a lo que se entiende habitualmente por el término ideología. Por ejemplo, el marxismo primitivo, el anarquismo, el reformismo, el bolchevismo, el estalinismo representaron momentos de la conciencia proletaria, y es muy importante comprender el sentido de su sucesión; por qué vastos sectores de la clase se congregaron durante diferentes estadios históricos bajo sus banderas, y cómo esas formas siguen coexistiendo en el período actual, en otras palabras, qué es lo que el proletariado intenta decir por medio de ellas. Tal análisis de las ideologías, que no presentamos como original y del que se hallan numerosos ejemplos en la literatura marxista (en Lenin, por ejemplo, la crítica del anarquismo y del reformismo), podría sin embargo ser llevado muy lejos en el presente, al disponer de un precioso distanciamiento que permite apreciar la transformación de las doctrinas, más allá de su continuidad formal (la continuidad de las ideas estalinianas entre 1928 y 1952 o del reformismo desde hace un siglo). Pero más allá de su interés, este estudio es también incompleto y abstracto. Por un lado, utilizaríamos aún una forma de abordaje exterior, que podría ser satisfecha por un conocimiento libresco (de los programas y de los escritos de los grandes movimientos concernidos) y que no impone necesariamente una perspectiva proletaria. Por el otro, dejaríamos escapar en este plano lo que quizás sea lo más importante de la experiencia proletaria. En efecto, sólo nos interesaríamos por la experiencia explícita, formalizada en programas o artículos, sin preocuparnos por saber si esas ideas son un reflejo fiel de los pensamientos o las intenciones reales de los sectores obreros que aparentemente las reivindicaron. Y si bien siempre hay un desajuste entre lo vivido y lo elaborado, lo transformado en tesis, ese desajuste es particularmente importante en el caso del proletariado. En primer lugar, porque ésta es una clase enajenada, no sólo dominada, sino totalmente excluida del poder económico, y por ello imposibilitada de representar ninguna clase de estatus, lo que no quiere decir que la ideología no tenga relación con su experiencia de clase, sino que al volverse sistema de pensamientos, supone una ruptura respecto de esa experiencia y una anticipación que permite a sectores no proletarios ejercer su influencia. En este punto, encontramos una diferencia esencial entre el proletariado y la burguesía, diferencia a la que ya hemos aludido. Para ésta, por ejemplo, la teoría del liberalismo tuvo en determinado momento el sentido de una simple idealización o racionalización de sus intereses; los programas de sus partidos políticos expresan el estatus de algunos de sus sectores; para el proletariado, si el bolchevismo expresaba en cierta medida una racionalización de la condición obrera, era también una interpretación realizada por una fracción de la vanguardia 13 Pensamos por ejemplo en el libro de G. Duveau, La Vie ouvrière en France sous le Second Empire [La Vida Obrera en Francia en el Segundo Imperio]

asociada a una inteligentsia relativamente separada de la clase. En otras palabras, hay dos razones para la deformación de la expresión obrera: el hecho de que ella es obra de una minoría que es exterior a la vida real de la clase o que está forzada a adoptar una posición de exterioridad respecto de ella, y el hecho de que es utopía (sin dar a este término ningún sentido peyorativo), es decir, proyecto de establecer una situación cuyas premisas no están totalmente contenidas en el presente. Las ideologías del movimiento obrero lo representan en determinados aspectos, por cierto, ya que éste las reconoce como propias, pero lo representan de manera derivada. El tercer abordaje sería más específicamente histórico; consistiría en buscar una continuidad en las grandes manifestaciones de la clase desde su advenimiento, en establecer que las revoluciones y, en general, las diversas formas de resistencia o de organización obreras (asociaciones, sindicatos, comisiones de huelga o de lucha) constituyen los momentos de una experiencia progresiva y en mostrar cómo se vincula esta experiencia con la evolución de las formas económicas y políticas de la sociedad capitalista. Finalmente, nosotros consideramos más concreto el cuarto abordaje; en lugar de examinar desde el exterior la situación y la evolución del proletariado, se intentaría restituir desde el interior su actitud frente a su trabajo y a la sociedad y mostrar cómo se manifiestan en la vida cotidiana sus capacidades de invención o su poder de organización social. Antes de cualquier reflexión explícita, de cualquier interpretación sobre su destino o su rol, los obreros tienen una conducta espontánea respecto del trabajo industrial, de la explotación, de la organización de la producción, de la vida social dentro y fuera de la fábrica; y, evidentemente, su personalidad se manifiesta más íntegramente en esa conducta. En ese plano, pierden su sentido las distinciones entre lo objetivo y lo subjetivo: esa conducta incluye las ideologías que constituyen en cierta medida su racionalización, así como supone las condiciones económicas cuya integración o elaboración permanente constituye. Tal abordaje, como dijimos, ha sido apenas utilizado hasta ahora; por cierto encontramos en el análisis de la clase obrera inglesa del siglo XIX presente en El Capital informaciones que podrían servir para construirlo, sin embargo la preocupación esencial de Marx es describir las condiciones de trabajo y de vida de los obreros; y por lo tanto se limita al primer abordaje que mencionamos. Y, desde Marx hasta nuestros días, sólo podríamos citar documentos “literarios” como intentos de descripción de la personalidad obrera. Es verdad que surgió hace unos años, esencialmente en Estados Unidos, una sociología “obrera” que pretende analizar concretamente las relaciones sociales dentro de las empresas y que proclama sus intenciones prácticas. Esta sociología es obra de la patronal, los capitalistas “ilustrados” descubrieron que la racionalización material tenía sus límites, que los hombres-objeto tenían reacciones específicas que había que tomar en cuenta si se quería extraer el mayor provecho de ellos, es decir someterlos a la explotación más eficaz. Un descubrimiento efectivamente admirable que permite volver a poner en circulación un humanismo hasta ayer taylorizado y que hace el agosto de los pseudopsicoanalistas convocados para liberar a los obreros de su resentimiento como de un obstáculo

nefasto a la productividad, o de los pseudo-sociólogos encargados de investigar las actitudes de los individuos respecto de su trabajo y de sus compañeros y de implementar los mejores métodos de adaptación social. La desgracia de esta sociología es que, por definición, no puede comprender la personalidad proletaria, ya que está condenada por su perspectiva a abordarla desde el exterior y a no ver la personalidad del obrero más que como productor, simple ejecutor, irreductiblemente vinculado al sistema de explotación capitalista. Los conceptos que usa, por ejemplo el de adaptación social, tienen para los obreros un sentido contrario al que tienen para los investigadores, y están por lo tanto desprovistos de todo valor (para éstos, sólo hay adaptación a las condiciones existentes, para los obreros la adaptación implica una inadaptación a la explotación). Este fracaso muestra los presupuestos de un análisis verdaderamente concreto del proletariado. Lo importante es que este trabajo sea reconocido por los obreros como un momento de su propia experiencia, un medio de formular, de condensar y de cotejar un conocimiento habitualmente implícito, fragmentario y más bien “sentido” que reflexivo. Entre ese trabajo de inspiración revolucionaria y la sociología de la que hablábamos hay la misma distancia que separa el cronometraje en la fábrica capitalista de la determinación colectiva de las normas en el caso de la gestión obrera. Puesto que es justamente como a un cronometrador de su “duración psíquica” que tiene que aparecer necesariamente ante el obrero el investigador que llega para escrutar sus tendencias a la cooperación o su forma de adaptación. En contrapartida, el trabajo que proponemos se funda en la idea de que el proletariado está involucrado en una experiencia progresiva que tiende a hacer estallar el marco de la explotación; este trabajo sólo tiene sentido, pues, para los hombres que participan en tal experiencia, en primer lugar obreros. Respecto de esto se vuelve a manifestar la originalidad radical del proletariado. Esta clase sólo puede ser conocida por ella misma, sólo puede conocerse con la condición de que quien investiga admita el valor de la experiencia proletaria, se enraíce en su situación y haga suyo el horizonte social e histórico de la clase; con la condición, pues, de romper con las condiciones inmediatamente dadas que son las del sistema de explotación. Las cosas ocurren de manera muy diferente a la de otros grupos sociales. Los norteamericanos, por ejemplo, estudian con éxito a la pequeño burguesía del Middle West como estudian a los Papúes de la Isla de Alor; cualesquiera sean las dificultades encontradas (que siempre conciernen a la relación entre el observador y su objeto de estudio) y la necesidad del investigdor de ir más allá del simple análisis de las instituciones para restituir el sentido que ellas tienen para lo hombres concretos, en esos casos es posible obtener cierto conocimiento del grupo social, sin por ello compartir sus normas ni aceptar sus valores. Porque la pequeño burguesía, al igual que los papúes, tiene una existencia social objetiva, que, sea buena o mala, es lo que es, tiende a perpetuarse bajo la misma forma y presenta a sus miembros un conjunto de conductas y de creencias sólidamente vinculadas con las condiciones presentes. Mientras que el proletariado, tal como hemos insistido, no sólo es lo que parece ser, el colectivo de ejecutores de la producción capitalista: su verdadera existencia social

está oculta, es por supuesto solidaria de las condiciones presentes, pero es también la sorda contradicción del sistema actual (de explotación), advenimiento de un rol diferente punto por punto del rol que la sociedad hoy le impone. Este abordaje concreto, al que consideramos entonces suscitado por la propia naturaleza del proletariado, supone que podamos reunir e interpretar testimonios obreros; entendemos por testimonios, principalmente, relatos de vida o, mejor aún, de experiencias individuales hechos por los interesados y que proporcionarían información sobre su vida social. A manera de ejemplo, enumeramos algunas de las cuestiones que nos parece más interesante abordar en esos testimonios y que en buena medida hemos definido a la luz de documentos existentes 14. Se trataría de precisar: a) la relación del obrero con su trabajo (su función en la fábrica, su saber técnico, su conocimiento del proceso de producción, por ejemplo, si sabe de dónde viene y a dónde va su producto, etc.; su experiencia profesional, si trabajó en otras fábricas, o con otras máquinas, en otras ramas de la producción, etc.; su interés por la producción, cuánta iniciativa propia hay en su trabajo, si siente curiosidad por la técnica, si tiene espontáneamente ideas de transformaciones para aplicar a la estructura de la producción, al ritmo de trabajo, a las regulaciones y condiciones de vida en la fábrica, acaso tiene en general una actitud crítica frente a los métodos patronales de racionalización; cómo recibe los intentos de modernización). b) Las relaciones con los otros obreros y los miembros de otros grupos sociales en el seno de la empresa (diferencia entre las actitudes respeto de otros obreros, de la gestión, de los empleados, de los ingenieros, de la dirección), concepción de la división del trabajo. ¿Qué representan las jerarquías funcionales y salariales? ¿Preferiría cumplir una parte de sus tareas en la máquina y otra parte en las oficinas? ¿Se adaptó al rol de mero ejecutor? ¿Considera que la estructura social dentro de la fábrica es necesaria, o al menos “natural”? ¿Hay tendencias a la cooperación, a la competencia, o al aislamiento? ¿Hay un interés por el trabajo en equipo o individual? ¿Cómo se distribuyen las relaciones entre los individuos?, ¿como relaciones personales, por la formación de grupos pequeños?, ¿sobre qué base se establecen?, ¿qué importancia tienen para el individuo? Si estas relaciones son diferentes de las que se establecen en las oficinas, ¿cómo se perciben éstas y cómo son juzgadas? ¿Qué importancia tiene a sus ojos la fisionomía social? ¿Conoce la de otras fábricas?, ¿las compara con las suyas? ¿Está bien informado sobre los salarios pagados a las diferentes funciones de la empresa? ¿Compara sus recibos de salario con los de sus compañeros? Etc... c) La vida social fuera de la fábrica y el conocimiento de lo que ocurre en la sociedad total (Incidencia de la vida en la fábrica sobre la vida afuera): ¿Qué influencia tiene su trabajo, material

14

“L’ouvrier américain” [El Obrero Americano] publicado en Socialisme ou Barbarie, n°1 ; “Témoignage” [Testimonio], Les Temps Modernes, julio de 1952.

Commented [2]: Nuevamente, en el original 'société totale'. Alternativas: el resto de la sociedad, la sociedad en general. Creo que 'todo social' tiene, pr su parte, un contenido conceptual que excede este uso.

y psicológicamente, en su vida personal, por ej., familiar? ¿Qué medios frecuenta fuera de la fábrica? ¿En qué medida estos contactos le son impuestos por su trabajo, por el barrio donde vive? Características de la vida familiar, relaciones con sus hijos, educación de los hijos, ¿cuáles son sus actividades extralaborales? La forma en que ocupa su tiempo libre, ¿le interesa particularmente un tipo determinado de entretenimiento? En qué medida usa los medios masivos de información o de difusión cultural: libros, prensa, radio, cine; sus actitudes al respecto, por ej., qué le gusta, no sólo qué diarios lee: sino qué es lo que primero lee en el diario, en qué medida se interesa por lo que ocurre en el mundo y si habla de eso (los acontecimientos políticos o sociales, los descubrimientos tecnológicos, o los escándalos burgueses), etc... d) La relación con tradiciones e historias propiamente proletarias (Conocimiento del pasado del movimiento obrero y familiaridad con su historia; participación efectiva en luchas sociales y qué recuerdos dejaron; conocimiento de la situación obrera en otros países; actitud respecto del porvenir, independientemente de toda especulación política particular, etc...) Más allá del interés de estas preguntas, cabe legítimamente cuestionar el alcance de los testimonios individuales. Sabemos en efecto que sólo podremos obtener una cantidad muy restringida: ¿con qué derecho generalizarlos? Por definición, un testimonio es singular, el de un obrero de 20 o de 50 años, que trabaja en una pequeña empresa o en una gran corporación, militante avanzado, que goza de una gran experiencia sindical y política, que tiene opiniones firmes o desprovisto de toda formación y de toda experiencia particular; ¿cómo podríamos, sin artificio, despreciar esas diferencias de situación y extraer de relatos motivados de formas tan distintas una enseñanza de alcance universal? En este punto, la crítica está ampliamente justificada y parece evidente que los resultados que se podrían obtener serán de un carácter necesariamente limitado. Sin embargo, sería igualmente artificial considerar por ello que los testimonios carecen de todo interés. En primer lugar porque las diferencias individuales, por más importantes que sean, sólo operan dentro de un marco único, el de la situación proletaria; y es a ella que apuntamos a través de los relatos individuales, más que a la especificidad de esta o aquella vida en particular. Dos obreros situados en condiciones muy diferentes tienen este punto en común: uno y otro están sometidos a una forma de trabajo y de explotación que es esencialmente la misma y que absorbe tres cuartos de sus existencias personales. Sus salarios pueden presentar una sensible disparidad, sus condiciones de vivienda, sus vidas familiares pueden no ser comparables, sin embargo su rol de productores, de manipuladores de máquinas y su alienación siguen siendo profundamente idénticos. De hecho, todos los obreros lo saben; es lo que les da relaciones de familiaridad y de complicidad social (aunque no se conozcan) evidentes para el burgués que penetra en un barrio proletario. Por lo tanto no es absurdo buscar en ejemplos particulares rasgos que tengan un significado general, pues estos casos tienen similaridades suficientes para distinguirse en conjunto de todos los casos que conciernen a otras clases sociales. A ésto hay que agregar que el método de los testimonios sería mucho más criticable si apuntara a reunir y analizar opiniones, pues ellas presentan necesariamente una

amplia diversidad; pero, tal como hemos dicho, lo que nos interesa son las actitudes de los obreros, las que por cierto a veces se expresan mediante opiniones, pero que frecuentemente son deformadas por ellas y que en todo caso son más profundas y necesariamente más simples que estas [opiniones] que proceden de ellas; así, resultaría un desafío casi imposible querer inducir de algunos testimonios individuales las opiniones del proletariado sobre la U.R.S.S. o incluso sobre una cuestión tan concreta como el rango de los salarios, pero nos parece mucho más fácil percibir sus actitudes respecto del burócrata, adoptadas espontáneamente en el seno del proceso de producción. Finalmente, conviene insistir en que ninguna otra forma de conocimiento podría responder a los problemas que hemos planteado. Aunque dispusiéramos de un vasto aparato estadístico de investigación (en este caso numerosísimos compañeros obreros capaces de hacer miles de preguntas dentro de las fábricas, puesto que ya hemos condenado toda investigación hecha por elementos ajenos a la clase), este aparato no nos serviría de nada, ya que respuestas reunidas entre individuos anónimos que no pudieran relacionarse más que cuantitativamente estarían desprovistas de interés. Es sólo en cuanto se ligan a un individuo concreto que pueden rezumar un sentido, evocar una experiencia o un sistema de vida y de pensamiento susceptible de interpretación las respuestas que se refieren, se confirman o desmienten unas a otras. Por todas estas razones los relatos individuales tienen un valor irreemplazable. Esto no significa que pretendamos, por este rodeo, definir qué es el proletariado en realidad, una vez rechazadas todas las representaciones que él produce de su condición cuando se ve a través del prisma deformante de la sociedad burguesa o de los partidos que pretenden expresarlo. El testimonio de un obrero, por más significativo, simbólico y espontáneo que sea, sigue sin embargo estando determinado por la situación de la fuente. No aludimos aquí a la deformación que puede provenir de la interpretación del individuo, sino a aquella que el testimonio impone necesariamente a su autor. Relatar no es actuar, e incluso supone una ruptura con la acción que transforma su sentido; por ejemplo, relatar una huelga es completamente distinto que participar de ella, aunque más no fuere porque al relatarla se conoce su resultado, porque el simple distanciamiento de la reflexión permite juzgar lo que, en el momento, no había adquirido aún un sentido definido. Lo que se manifiesta en este caso es mucho más que una diferencia de opinión, es un cambio de actitud; es decir, una transformación en la manera de reaccionar ante las situaciones en las que uno se ubica. A ello se suma que el relato coloca al individuo en una posición de aislamiento que tampoco le resulta natural. Un obrero actúa ordinariamente en solidaridad con otros hombres que participan de su misma experiencia; sin siquiera mencionar la lucha social manifiesta, la que lleva adelante en forma oculta aunque constante en el seno del proceso de producción para resistir a la explotación es compartida con sus camaradas; sus actitudes más características frente a su trabajo o frente a otras clases sociales, no las encuentra en él como el burgués ni como el burócrata cuya conducta es dictada por sus intereses en tanto individuo, antes bien, participa de ellas en tanto respuestas colectivas.

Commented [3]: Alternativa: 'del informante'

La crítica de un testimonio debe permitirnos discernir justamente, en la actitud individual, qué corresponde a la conducta grupal, pero, en última instancia, una y otra no se superponen completamente y el testimonio sólo nos ofrece un conocimiento incompleto. Finalmente, y esta última crítica retoma y profundiza la primera, se debe explicitar el contexto histórico en el cual se publican los testimonios; no son testimonios de un proletario universal sino de cierto tipo de obrero que ocupa una posición determinada en la historia, situado en un período en el que se produce un reflujo de las fuerzas obreras en todo el mundo, y en el que la confrontación entre dos fuerzas de la sociedad de clases silencia progresivamente todas las otras manifestaciones sociales y tiende a desarrollarse como conflicto abierto y como uniformización burocrática del mundo. La actitud del proletariado, incluso esta actitud esencial que buscamos y que excede en parte la coyuntura histórica particular, no es no obstante idéntica y cambia según la clase trabaje con la perspectiva de una emancipación próxima o esté temporariamente condenada a contemplar horizontes obturados y a guardar un silencio histórico. Sea dicho, por todo lo anterior, que este abordaje que consideramos concreto resulta aún abstracto en muchas dimensiones, porque tres aspectos del proletariado (práctico, colectivo, histórico) sólo son abordados indirectamente y están por lo tanto desfigurados. En verdad, el proletariado concreto no es un objeto de conocimiento: trabaja, lucha, se transforma; no se puede en definitiva alcanzarlo teóricamente sino sólo prácticamente, participando de su historia. Pero esta última observación es también abstracta, puesto que no da cuenta del rol del conocimiento en esta historia, del que es parte integrante tanto como el trabajo y la lucha. Que los obreros se interroguen sobre su condición y la posibilidad de transformarla es un hecho tan evidente como los otros. Sólo podemos, pues, multiplicar las perspectivas teóricas, necesariamente abstractas incluso cuando están reunidas, y postular que todos los progresos de clarificación de la experiencia obrera hacen madurar esta experiencia. Por lo tanto, no era por una preocupación estilística que afirmábamos, a propósito de los cuatro abordajes que criticamos sucesivamente, que eran complementarios. Esto no significaba que sus resultados pudieran añadirse provechosamente, sino, más profundamente, que estos abordajes se comunicaban, alcanzando por vías diferentes (y de manera más o menos comprensiva) la misma realidad, a la que hemos llamado, a falta de un término más satisfactorio, experiencia proletaria. Pensamos, por ejemplo, que la crítica de la evolución del movimiento obrero, de sus formas de organización y lucha, la crítica de las ideologías y la descripción de las actitudes obreras deben superponerse necesariamente, puesto que las posiciones que se expresaron en forma sistemática y racional en la historia del movimiento obrero y en los sucesivos movimientos y organizaciones coexisten, en cierto sentido, a título de interpretaciones o de realizaciones posibles en el proletariado actual; debajo (por decirlo de esta manera) de los movimientos reformista, anarquista o estalinista hay entre los obreros una proyección sobre su destino procedente de su relación con la producción, que al mismo tiempo hace posibles y contiene esas elaboraciones; igualmente, técnicas de lucha que parecen asociadas a momentos de la historia obrera (1848, 1870 o 1917) expresan tipos de relaciones entre los obreros que siguen existiendo y manifestándose (en la forma, por ejemplo, de huelgas

espontáneas, carentes de toda organización). Esto no significa que el proletariado contenga, por su mera naturaleza, todos los episodios de su historia ni todas las expresiones ideológicas posibles de su condición, puesto que se podría también invertir nuestra observación y decir que la evolución material y teórica del proletariado lo llevó a ser lo que es, se condensó en su conducta actual creándole un nuevo horizonte de posibilidades y de reflexión. Lo esencial al analizar las actitudes obreras es no perder de vista que el conocimiento así obtenido es también limitado y que, aunque sea más profundo y más comprensivo que otras formas de conocimiento, no por eso suprime su validez sino que además debe asociarse con ellas para no resultar ininteligible. Ya hemos enumerado una serie de cuestiones que el análisis concreto debería permitirnos resolver o plantear mejor, quisiéramos ahora indicar (después de haber formulado reservas sobre su alcance) cómo pueden agruparse y contribuir a una profundización de la teoría revolucionaria. Los principales problemas implicados nos parecen los siguientes: 1) ¿En qué forma se apropia el obrero la vida social? 2) ¿Cómo se integra a la clase, es decir, qué relaciones lo unen a los hombres que comparten su condición y en qué medida esas relaciones constituyen una comunidad estable y determinada en la sociedad? 3) ¿Qué percepción tiene de los otros estratos sociales?, ¿cuál es su comunicación global con la sociedad, su sensibilidad respecto de las instituciones y acontecimientos que no conciernen inmediatamente su marco vital? 4) ¿De qué manera sufre material e ideológicamente la presión de la clase dominante, y qué tendencias tiene a escapar de su propia clase? 5) Finalmente, ¿qué sensibilidad tiene respecto de la historia del movimiento obrero, de su propia inserción fáctica en el pasado de la clase y de su capacidad de actuar en función de una tradición de clase? ¿Cómo podrían abordarse estos problemas y qué interés tendría este abordaje? Tomemos como ejemplo la apropiación de la vida social. Se trataría en primer lugar de determinar cuáles son el saber y la capacidad técnica del obrero, son necesarias las informaciones que conciernen directamente a su aptitud profesional; pero se debería investigar también cómo aparece la curiosidad técnica por fuera del oficio en el tiempo libre, por ejemplo en todas las formas de bricolaje o en el interés respecto de las publicaciones científicas o técnicas, se trataría de revelar el conocimiento que tiene el obrero de los problemas del mecanismo de la organización industrial, su sensibilidad respecto de todo lo que concierne a la administración de las cosas. Sin perder el interés por una evaluación del nivel cultural del interesado, y dando a la expresión el sentido estricto que la burguesía da habitualmente a este término (el volumen de conocimientos literarios, artísticos y científicos), se intentaría describir el ámbito de informaciones que le habilitan el diario, la radio, la televisión. Al mismo tiempo, se pondría empeño en saber si el proletario tiene una manera propia de considerar los acontecimientos y los comportamientos, cuáles son los que despiertan su interés (ya sea que los presencie en su vida cotidiana o que los conozca por los diarios, ya se trate de acontecimientos de orden político o sacados de la crónica periodística policial). Lo esencial sería determinar si hay una mentalidad de clase y en qué difiere de la mentalidad burguesa.

Sólo brindamos indicios sobre este punto: querer desarrollarlos sería anticiparse a los testimonios mismos, puesto que sólo ellos pueden, no sólo permitir una interpretación, sino incluso revelar la extensión de las cuestiones que conciernen a un orden dado de investigación. El interés revolucionario de la investigación es manifiesto. Se trata, en pocas palabras, de saber si el proletariado está realmente sujeto a la dominación cultural de la burguesía, y si su alienación lo priva de una perspectiva original sobre la sociedad. La respuesta a esta pregunta puede ora llevarnos a concluir que toda revolución está destinada al fracaso, puesto que el derrocamiento del Estado sólo podría traer nuevamente a flote todo el lastre cultural propio de la sociedad precedente, ora permitirnos vislumbrar el sentido de una cultura nueva cuyos elementos dispersos, y con la mayor frecuencia inconscientes, ya existen. Apenas hace falta señalar, contra críticas de mala fe demasiado previsibles, que esta investigación sobre la vida social del proletariado no se propone estudiar a la clase desde el exterior, para revelar su naturaleza a quienes no la conocen; sino que responde a preguntas precisas que se formulan explícitamente los obreros de vanguardia e implícitamente la mayoría de la clase en una situación en la que una serie de fracasos revolucionarios y la dominación de la burocracia obrera socavaron la confianza del proletariado en su capacidad creadora y su emancipación. Los obreros, aún dominados por la burguesía en este punto, piensan que no tienen ningún conocimiento como tales, que no son más que los parias de la cultura burguesa. Porque de hecho su creatividad no está allí donde, según las normas burguesas, debiera manifestarse, su cultura no existe como un orden separado de su vida social, bajo la forma de la producción de ideas, existe como cierto poder de organización de las cosas y de adaptación al progreso, como cierta actitud respecto de las relaciones humanas, una disposición a la comunidad social. Los obreros tomados individualmente sólo tienen una percepción confusa de ello, puesto que la imposibilidad en que se encuentran de dar un contenido objetivo a su cultura dentro de la sociedad de explotación los hace dudar de aquélla y creer en la realidad excluyente de la cultura burguesa. Tomemos por último un segundo ejemplo: ¿cómo describir el modo de integración del proletario a la clase? Se trataría de saber, en este caso, cómo percibe el obrero dentro de la empresa a los hombres que comparten su tarea y a los representantes de las otras clases sociales; cuál es el sentido y la naturaleza de las relaciones que tiene con sus compañeros de tareas; si tiene actitudes diferentes frente a los obreros de categorías diferentes (técnicos, obreros calificados, no calificados); si sus relaciones de camaradería se prolongan fuera de la fábrica; si tiende o no a buscar trabajos que requieran cooperación; en qué situación comenzó a trabajar en una fábrica y si siempre lo hizo; si acaso se le presentó una ocasión de cambiar de oficio; si frecuenta ambientes extraños a su clase y qué opinión tiene de ellos, en particular, medios rurales y cómo los juzga. Habría que confrontar respuestas dadas en ocasiones muy distintas con estas informaciones: evaluar, por ejemplo, la familiaridad del individuo con la tradición el movimiento obrero, la agudeza de los recuerdos que él asocia con episodios de las luchas sociales, qué interés tiene por

estas luchas, independientemente del juicio que le merezcan (pueden coexistir una condena de la lucha inspirada en el pesimismo revolucionario y un relato entusiasta de los acontecimientos de 1936 o del '44); identificar la tendencia a considerar la historia y particularmente el porvenir desde el punto de vista del proletariado, señalar las reacciones respecto de los proletarios extranjeros, especialmente respecto de un proletariado favorecido como el de Estados Unidos; buscar por último en la vida personal del individuo todo lo que puede mostrar la incidencia de la pertenencia a la clase y los intentos de escape de la condición obrera (la actitud respecto a los hijos, la educación que se les da, los proyectos que se hacen sobre su porvenir son particularmente significativos en este aspecto). Estas informaciones tendrían la ventaja de mostrar, desde un punto de vista revolucionario, cómo se incorpora un obrero a su clase, y si su pertenencia a su grupo es diferente o no de la de un pequeño burgués o de la de un burgués al suyo. ¿Acaso el proletario une su destino al de su clase en todos los niveles de su vida, consciente o inconscientemente? ¿Pueden verificarse concretamente las expresiones clásicas, aunque muchas veces abstractas, y la idea de Marx de que el proletario, a diferencia del burgués, no sólo es miembro de su clase sino también individuo dentro de una comunidad y consciente de que sólo puede emanciparse colectivamente? “Socialismo o Barbarie” desea suscitar testimonios obreros y publicarlos, al tiempo que concederá un lugar importante a todos los análisis que conciernen a la experiencia proletaria. Ya en este número se encuentra la primera parte de un testimonio15; quedan sin tratar una serie de puntos que enumeramos; otros testimonios podrán por su parte abordarlos a expensas de los aspectos tratados en el testimonio de este número. En verdad, resulta imposible imponer un marco preciso. Si, en las consideraciones precedentes, parecíamos acercarnos a un cuestionario, no creemos que esa forma de trabajo resulte válida: la pregunta precisa impuesta desde el exterior puede ser molesta para el sujeto que se interroga, determinar una respuesta artificial, en todo caso imprimir a su contenido un carácter que no tendría sin ella. Nos parece útil indicar algunas direcciones de investigación que puedan servir cuando se suscita un testimonio, pero debemos ser cautos ante las formas de expresión susceptibles de sustentar un análisis en concreto. Por lo demás, el verdadero problema no es el de la forma de los documentos, sino el de su interpretación. ¿Quién juzgará significativas las similitudes entre tal y tal respuesta, quién revelará las intenciones o las actitudes que inspiran un documento, más allá de su contenido explícito; finalmente, quién confrontará los diversos testimonios entre sí? ¿Los camaradas de “Socialisme ou Barbarie”? Pero, ¿acaso esto no va contra su intención, ya que ante todo, se proponían con esta investigación permitir a los obreros reflexionar sobre su experiencia? No se puede resolver artificialmente el problema, menos en esta primera etapa de trabajo. Esperamos que sea posible incorporar a los autores de los testimonios a una crítica colectiva de los documentos. De cualquier manera, la interpretación, venga de donde venga, tendrá como ventaja su contemporaneidad respecto del 15 Se refiere al testimonio de G. Vivier, “La vida en la fábrica” aparecido en el número 11 de “Socialisme ou Barbarie”, nov-dic. 1952. [N. de la T.]

texto interpretado. Sólo podrá imponerse a condición de ser reconocida como exacta por el lector, mientras que éste tiene la facultad de encontrar otro sentido a los materiales que se le presentan. Por el momento, nuestro objetivo es reunir estos materiales; esperamos contar para ello con la participación activa de los simpatizantes de la Revista. Socialisme ou Barbarie, n° 11, nov-dic. 1952, pp. 1-19. Publicado nuevamente en: Lefort, Claude, Éléments d'une critique de la bureaucratie, Paris, 1979, pp. 71-97. Traducción: Yael Gaisiner, marzo de 2016.