Clase Complementaria El Conde Lucanor

Clase complementaria sobre El Conde Lucanor Diálogo-marco y forma ejemplar En El Conde Lucanor don Juan Manuel trabaja s

Views 143 Downloads 0 File size 136KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

Clase complementaria sobre El Conde Lucanor Diálogo-marco y forma ejemplar En El Conde Lucanor don Juan Manuel trabaja sobre dos elementos básicos de la literatura didáctico-narrativa: el diálogo y el exemplum. Con respecto al marco dialogístico, a lo ya dicho en clase sobre las figuras de Patronio y Lucanor como consejero y aconsejado, habría que añadir, en cuanto al espacio en que ese diálogo se da, que este lugar de la enunciación se caracteriza por: 1. La ausencia de determinaciones temporales: “una vez, otro día” 2. El alejamiento y el aislamiento [el espacio de la poridat] 3. La inserción del autor (o de la figura del autor) en el final de cada enxemplo, lo que deriva en la total subordinación del universo textual creado a un esquema predeterminado. Una primera tipología del enxemplo El teórico estructuralista Claude Bremond, que se dedicó junto con Jacques Le Goff a estudiar el exemplum medieval como forma narrativa breve, distingue una forma sinecdótica y una forma metafórica del enxemplo. Sinecdótica: El acontecimiento narrado es presentado como verdadero o verosímil. Es extraído a título de muestra de una serie indefinida de acontecimientos pertenecientes a la misma categoría. Supone una identidad de estatuto entre los héroes de la anécdota y el destinatario del enxemplo. Metafórica: La regla general se ilustra por medio de la analogía. La anécdota no es una manifestación particular de la regla sino un hecho que la semeja. El estatuto de los personajes de la anécdota no coincide con el del destinatario, puesto que se prescinde de presentar la anécdota como verdadera o verosímil. Los apólogos de Patronio Es posible detectar tres modelos de transformación narrativa dominantes en los apólogos de Patronio: el modelo de la prueba, el de la lección y el de la trampa. Marta Ana Diz desarrolla también una tipología de los apólogos de acuerdo con los fines, los medios y las características de los personajes: Teniendo en cuenta estos criterios, clasifica los apólogos en monológicos y dialógicos (nada que ver con el concepto bajtiniano). A. Monológicos: no presentan interacción entre personajes. enfocan de modo directo y general los dos grandes núcleos de interés (fines y medios). la situación inicial presenta un protagonista cuyo deseo implícito o explícito de obtener o mantener algún tipo de bien (riqueza, honra, fama, vida, salvación del alma) pone en marcha la historia. En los casos positivos: se arriesga lo menor para alcanzar lo mayor. En los casos negativos: se evalúan erróneamente el objetivo y los medios.

Además, el éxito se atribuye al ejercicio de una cualidad recomendable; el fracaso a la ausencia de una acción preventiva. En todos: las transformaciones tienen escaso desarrollo narrativo y se reducen al ejercicio de un valor o de un disvalor. Son narraciones elementales y esquemáticos. Su valor literario reside en otros aspectos de la construcción discursiva. B. Dialógicos Hay verdadera interacción entre un protagonista y un antagonista. 1. El otro: un obstáculo para alcanzar un objetivo, porque se opone o porque interfiere. Según el desenlace se pueden distinguir dos tipos de relatos Oponente a eliminar: por muerte o desplazamiento. Interferente (produce el obstáculo pero no se identifica con él). no es eliminado; se modifica su conducta mediante una lección. El objetivo del protagonista es algo positivo y general: progresar en la vida, vivir en paz. El obstáculo no surge de una acción puntual sino de una condición o situación constante frente a la cual reacciona el protagonista buscando un tipo de corrección. Los interferentes pertenecen a su esfera y de algún modo son sus extensiones: hijos (2, 21, 48), esposas (30,35), hermana (47), es decir que su función correcta sería la de cooperación con el protagonista. La distorsión motoriza el relato. Los relatos dialógicos más complejos giran en torno de una misma cuestión: la importancia capital de las alianzas. La elección correcta del aliado en asuntos vitales: matrimonio y herencia se realiza a través de pruebas: 24, 25, 27b. Los mejores relatos desarrollan más complejamente el tema de las buenas y malas alianzas y presentan mayor riqueza en los procesos de transformación narrativa (trampas y pruebas). Sobre trabajo intertextual El concepto de intertexto pertenece a un determinado paradigma teórico (la Teoría del texto, o Teoría de la escritura). Intertexto, entonces, debe entenderse en una relación de oposición al concepto de fuente, así como texto es un concepto que se opone al de obra. Texto construcción teórica se sostiene con el lenguaje producción lectura productiva trabajo significación pluralidad autorreferencialidad / autonomía intertexto

Obra objeto se sostiene con la mano producto lectura pasiva (consumo) inspiración significado univocidad reflejo / representación fuente

Roland Barthes, “De la obra al texto”, Revue d’Esthétique, 3 (1971). Tel Quel, Teoría del conjunto. Barcelona, Seix Barral, 1975.

El origen del concepto de intertexto debe ubicarse en la lectura que Julia Kristeva hace de Bajtin, quien dice: La palabra literaria no es un punto (un sentido fijo) sino un cruce de superficies textuales, un diálogo de varias escrituras: del autor, del destinatario, del personaje, del contexto cultural anterior o actual.

En el juego de intersubjetividades de Bajtín, Kristeva lee la interrelación de 3 dimensiones en el espacio textual: sujeto de la escritura, destinatario, textos anteriores y 2 ejes de relación: el eje de la ambivalencia (texto-contexto) y el eje del diálogo (sujetodestinatario). Kristeva reduce todas estas instancias en el universo discursivo del texto: el destinatario estaría incluido en el discurso del sujeto y el contexto sería sólo una palabra ajena que resuena en el texto. En su artículo-reseña sobre los libros de Bajtin sobre Dostoievsky y Rabelais (“La palabra, el texto, la novela”), publicado en 1968 y luego recogido en Semeiotiké, dice: En Bajtin, además, esos dos ejes que denomina respectivamente diálogo y ambivalencia no aparecen claramente diferenciados. Pero esta falta de rigor es más bien un descubrimiento que es Bajtin el primero en introducir en la teoría literaria: todo texto se construye como mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto. En lugar de la noción de intersubjetividad se instala la de intertextualidad y el lenguaje poético se lee, al menos, como doble. El concepto aparece retomado en su artículo “La productividad llamada texto” y definitivamente inscripto en la polémica contra el logocentrismo inherente a la cultura occidental. El texto es, pues, fundamentalmente productividad e intertextualidad. Lo de productividad viene de una peculiar lectura de Marx (cap. I de El Capital) hecha desde Freud (La interpretación de los sueños). Lo de intertextualidad queda sumido en la noción de que los textos generan nuevos textos en la cadena infinita de la escritura, donde no hay sujeto, no hay referencia, no hay significado. La eliminación del sujeto fue una consecuencia (no buscada) de los ataques perfectamente fundados de la primera generación estructuralista (Lévi-Strauss, Foucault, Althusser). El concepto de intertexto tuvo éxito y comenzó a ser usado por teóricos y críticos de todo origen. A mediados de los 70 se llamaba intertexto a las citas no entrecomilladas, porque es el fenómeno donde más fácilmente se da la ilusión de la ausencia de un sujeto. A la proliferación terminológica alentada por Gerard Genette (Palimpsestos, Introducción al architexto): architexto, hipotexto, paratexto, metatexto, hipertexto; siguió como culminación la definición de Michael Riffaterre: intertexto es la percepción por el lector de relaciones entre una obra y otras que le han precedido o seguido. Frente a esta situación, me interesa rescatar el concepto con alguna especificidad, de allí que lo defina como: el conjunto de lecturas actuantes sobre el sujeto durante el proceso de escritura.

En el proceso de producción textual intervienen tres instancias: el sujeto, el contexto y el intertexto. El contexto es el conjunto de factores lingüísticos, históricosociales, ideológicos y culturales que cumple, como en Lingüística, la función de desambiguar (está orientado hacia la información). El intertexto, en cambio, está orientado hacia el arte. El resultado de este proceso es el texto, que debe entenderse, sí, como un entramado de discursos, pero en el que actúa la mediación de un sujeto. Allí se funda el proceso infinito de la producción literaria, como cadena de LECTURA – ESCRITURA – LECTURA Un sujeto que escribe a partir de sus lecturas. Un sujeto cuya lectura es una escritura. La intertextualidad es, pues, un fenómeno amplio y multiforme que puede funcionar como concepto básico para explicar cómo “trabaja” la literatura. Para avanzar un poco más, me interesa señalar dos desarrollos diversos: Juan González Millán, interesado en definir una poética histórica, privilegia el concepto de intertextualidad para precisar la historicidad intrínseca de la literatura. Lo que distingue esta Poética histórica de la Historia literaria es que estudia no la literatura en la historia, sino la literatura como historia. Como proceso histórico, la literatura debe estudiarse en relación con el contexto, privilegiando la mediación lingüística y considerando la dimensión discursiva del contexto. La intertextualidad es, en esta agenda, el punto de encuentro de un enfoque interdisciplinario del texto (Poética histórica, Historia literaria, Semiología de la cultura). Por otro lado, Cesare Segre plantea una serie de distinciones: 1º) entre intertextualidad (relación entre textos) e interdiscursividad (relación entre enunciados); 2º) tres formas de intertextualidad según relacione: a) textos “oficiales”, b) temas y motivos (esquemas de representabilidad, paradigmas cognoscitivos, unidades de contenido), c) palabras o sintagmas. A todo esto Alberto Vàrvaro, pensando en la literatura medieval, agrega un 4º modo de intertextualidad: la relación de estructuras organizativas (marcos narrativos, sistemas de articulación de relatos breves). Por mi parte, considero que cuando nos enfocamos en enunciados, esquemas de configuración, sintagmas y estructuras organizativas, ya estamos en el terreno de la interdiscursividad. Para lo cual definimos discurso, de acuerdo con Rötgers, como: conjunto históricamente variable y abierto de principios formales, menos coercitivo y completo que una gramática, pero que sin embargo es eficaz en la limitación de una serie de textos. Todas estas consideraciones generales y teóricas me parecen necesarias para entender qué tipo de trabajo literario se propone llevar a cabo don Juan Manuel. La condición paradójica de la conciencia literaria de don Juan Manuel Una de las razones por las que la cuestión del autor resulta tan compleja radica en la excentricidad de don Juan Manuel. Me refiero con este término al descentramiento de la figura y la conducta de don Juan Manuel con respecto a los cánones establecidos, tanto en el ámbito de lo político como en el de lo cultural: baste mencionar su dedicación a las letras (al menos en discutible relación con sus deberes estamentales), sus desplantes y la insolencia de algunas de sus acciones políticas, su obsesión con la condición regia (que lo ubicaba en una posición descentrada con respecto al lugar del poder ambicionado). Pero sobre todo fue su curiosidad y su inventiva las que marcaron siempre una diferencia frente

al perfil común a todo miembro de la alta nobleza. Trátese de un ungüento propio para curar heridas de halcones, una "maestría" para defender los muros de un castillo asediado, como de una vuelta de tuerca en el recurso a un artificio narrativo, la capacidad de invención de don Juan Manuel es una marca de individualidad y de originalidad inusitadas para su tiempo que atraviesa su voluntad de autoría y su voluntad de poder, como caras de una misma moneda. Desde otro ángulo, y para completar la idea de excentricidad, tenemos el hecho de que parte de su obra -claramente el Libro de las armas- está escrita desde una posición periférica con respecto a las formas dominantes del género respectivo (el historiográfico, en el caso del Libro de las armas). Este descentramiento en la conducta social y política y en la práctica literaria está en la base del carácter paradójico que manifiesta la conciencia literaria de don Juan Manuel. Ancilaridad y autonomía de lo literario Don Juan Manuel posee una clara concepción ancilar de la literatura. A tal punto llega su utilización de la escritura como un instrumento perfectamente adecuable para otros fines que el conjunto de su obra responde al diseño de un programa didáctico-político. Como ya hiciera notar Orduna, de los 14 títulos conocidos, solamente el Tratado de la asunción escapa a ese programa. Ahora bien, el didactismo dominante en su escritura va acompañado por una profunda y sistemática preocupación formal. En ningún otro texto es más visible esta paradoja que en el "Libro de los enxemplos" de El Conde Lucanor. Traeré a colación un solo caso: el enxemplo XI "Don Illán de Toledo y el deán de Santiago". Se trata de uno de los apólogos más famosos de don Juan Manuel, que ha sido analizado y estudiado brillantemente por numerosos críticos. Pero hay un aspecto que ha pasado casi inadvertido y del que no se ha aquilatado su trascendencia: el lector resulta tan engañado como el deán de Santiago. En efecto, sabemos que el deán es sometido a una prueba en la cual mediante un sortilegio de don Illán cree vivir una carrera eclesiástica ascendente que lo lleva a Papa, su conducta desagradecida para con don Illán lo devuelve a su estado inicial como simple deán. Las menciones de unas perdices abren y cierran el encantamiento y establecen las fronteras de ese tiempo mágico. Cualquier narración de sucesos que no ocurren exteriormente sino que sólo tienen lugar en la mente de un personaje supone una invasión de su interior. Muchos textos antes del CL recurren a esta suerte de narración subjetiva, pero en ellos el narrador siempre permanece visible, de modo que el aspecto subjetivado está mediatizado y acotado por el discurso de este narrador: el lector (u oyente) vive la aventura con el narrador, no con el personaje. La novedad que introduce don Juan Manuel es que el narrador transporta sutilmente al lector (como don Illán a su visitante) a una dimensión espacio-temporal irreal, una ficción en segundo grado, de modo tal que la eficacia del relato se apoya no sólo en la confusión del deán -que cree que el encantamiento es la realidad misma- sino también en el engaño paralelo que sufre el lector -que cree estar siguiendo una ficción primera. El caso es particularmente notable porque desde el punto de vista didáctico el recurso es completamente superfluo: la ingratitud del discípulo puede ilustrarse sin necesidad de ocultar que está sometido a un encantamiento. Podría argumentarse que esta vuelta de tuerca graba con más fuerza en la mente del destinatario la enseñanza —y muy probablemente esta haya sido la intención de don Juan Manuel—, por lo tanto, en su forma elaborada el enxemplo alcanza mayor eficacia didáctica. Todo este razonamiento nos lleva a concluir en la paradójica condición del relato ejemplar juanmanuelino: cuanto más ancilar, más autónomo; cuanto más atento a la forma, más eficaz en su finalidad didáctica. Tradición y ruptura en la ideología textual

Como portavoz de la alta nobleza, don Juan Manuel es un ferviente difusor de los principios de la ideología señorial. La postura conservadora se manifiesta en el trazado de un esquema socio-político ideal, en el que el rey no es monarca sino primus inter pares, compartiendo el pináculo de una estructura social piramidal en la que los estamentos se organizan armónicamente según los tres órdenes que informan el imaginario feudal desde la Alta Edad Media. También se manifiesta en su confianza en la concepción tradicional del saber, un saber esencialmente narrativo, en cuyas fuentes abreva para todas y cada una de sus obras. Pero a la vez, para vehiculizar esta ideología política y textual conservadora elige una estrategia que podemos calificar de "vanguardista": la ruptura de la relación tradicionalmente establecida entre relato y enseñanza y no sólo mediante la variación o el desvío, sino directamente mediante la inversión de la propia moraleja del texto. Esto es perfectamente visible en el caso de esa suerte de anti-Barlaam y Josafat que es el Libro de los estados y en el enxemplo XXXIII de El Conde Lucanor, que trata de "Lo que conteçio a vn falcon sacre que era del infante don Manuel". Individualidad e impersonalidad del texto juanmanuelino Hemos ilustrado hasta aquí lo que constituye el primer intento sistemático de trabajar la función 'sujeto' en el discurso didáctico y literario castellano: como autor y a la vez como proyección de un paradigma de conducta. Pero también esta inscripción de lo subjetivo testimonia el aprovechamiento del doble proceso por el cual la individualidad historiza el texto y textualiza la historia. Baste pensar en las narraciones tradicionales volcadas en el texto como anécdotas familiares o sucesos fechados históricamente, así como en el conjunto de procedimientos ficcionales mediante los cuales don Juan construye una versión disidente de la historia del reino y de su linaje (todo ello verificable en el Libro de las Armas). En suma, en esta temprana inscripción del sujeto en la escritura reconocemos un aporte fundamental de don Juan Manuel a la evolución de las letras castellanas. Sin embargo, algunos pasajes de sus obras vuelven problemática esta valoración de una escritura fuertemente individual. Quiero llamar la atención sobre un lugar muy perturbador de la Crónica Abreviada: Al llegar la abreviación a la sección de la Estoria alfonsí dedicada a los vándalos, silingos, alanos y suevos, se encuentra con una tabla de capítulos (presente, según señala Menéndez Pidal en su edición de la Primera crónica general, en testimonios de la versión regia y de la versión vulgar). Pues bien, la Crónica Abreviada consigna los títulos que integran esa tabla como si fueran capítulos: "Desdel CCCCII capitulo fasta CCCC e XXII, non cuenta ninguna cosa, ca sson commo rubricas de los capitulos de adelante". Esta conducta inesperada se repite poco después al abreviar la sección referida al pueblo godo, donde también aparece otra tabla de capítulos: "En los CCCCXLVI capitulo fasta CCCC LXIIIIº capitulo, non falla ninguna cosa, ca estos tiempos son commo rublicas de los capitulos de adelante" (ed. cit., p. 653). Estos pasajes son el producto de una tarea mecánica y decididamente poco inteligente, que contrasta con los claros criterios de selección de la materia cronística resumible. Como he señalado en otro lugar, si relacionamos estos casos tan peculiares con el modo en que la elaboración del párrafo abreviado se subordina a la frase literal de su modelo, con lo cual el resumen no siempre resulta fiel al contenido del capítulo abreviado, tenemos suficiente base para sospechar que el trabajo concreto de elaboración del texto no fue realizado directamente por don Juan Manuel sino que se trató de una tarea delegada a un amanuense, que habría trabajado quizá siguiendo las marcas dejadas por don Juan en la crónica que sirvió de modelo a la abreviación.

Por otra parte, está el problema de la materia doctrinal inserta en el Libro del cavallero et del escudero y en el Libro de los estados. Como señalara Vicente Cantarino, si bien las cuestiones teológicas tratadas responden al elenco de temas presentes en todos los autores ortodoxos, la formulación concreta de esas cuestiones delata la pluma de un escritor que posee la preparación técnica de un Maestro en Teología, especialmente versado en la doctrina tomista. Cantarino apoya en esta comprobación su hipótesis de una suerte de 'escritor fantasma' de estas obras atribuidas a don Juan, probablemente un fraile dominico. Por mi parte, limito mi sospecha a las secciones de ambas obras referidas a doctrina teológica y planteo la posibilidad de que tales secciones hayan estado a cargo de un miembro del scriptorium juanmanuelino, que habría seguido directivas generales sobre los temas a incluir. O quizás don Juan Manuel haya integrado en la estructura dialogística de ambas obras, mediante copia directa, materiales preparados por un fraile dominico de su entorno. Sea como fuere, estos lugares de la Crónica Abreviada, el Libro del cavallero et del escudero y del Libro de los estados apuntan a la probable actuación de escribas subordinados a don Juan Manuel, o, en última instancia, a la presencia en sus obras de una escritura delegada y, por tanto, impersonal, que convive paradójicamente en una textualidad que suele destacarse por su impronta individual. Oralidad y escritura en los textos juanmanuelinos La peculiar libertad con que don Juan Manuel manipula sus fuentes se ha explicado en parte por la incidencia de la oralidad en el proceso de composición de sus obras: don Juan se habría hecho leer o habría escuchado gran parte de los relatos utilizados, con lo cual el trabajo con versiones memorizadas y no con textos presentes ante sus ojos le habría llevado casi forzosamente a generar resultados muy alejados de sus fuentes. Al mismo tiempo, se han querido ver huellas de esta oralidad en las declaraciones explícitas de don Juan acerca de lo que oyó, presentes en varias obras, pero fundamentalmente en el Libro de las Armas. En este caso en particular, debemos decir que la referencia a fuentes orales es, en realidad, una elaborada estrategia por la cual don Juan remeda una práctica del discurso historiográfico, a la vez que otorga verosimilitud a historias y leyendas familiares —y también a relatos inventados por el propio don Juan, como es el diálogo con el rey Sancho en su lecho de muerte— y toma distancia de la exactitud de lo narrado, proveyendo a su historia un halo de objetividad. Limitándonos al tema que nos concierne aquí, digamos que este aspecto resulta una confirmación de la impronta paradójica de la voluntad de autoría de don Juan Manuel, pues en aquellos lugares en que se apela explícitamente a la oralidad como fuente y como pretexto, allí precisamente es donde opera con plenitud una estrategia de escritura. En resumen, la obra conservada de don Juan Manuel pone de manifiesto en todos sus niveles el carácter paradojal de la voluntad de autoría que la sostiene: ancilar y autónoma, conservadora y vanguardista, individualista e impersonal, oral y escrita, la textualidad juanmanuelina extrae de sus paradojas la fuente inagotable de sentidos que la mantienen viva en nuestro tiempo. Univocidad y polisemia Me interesa ahora discutir un fenómeno paradójico menos evidente que se circunscribe al uso de la forma exemplum en El conde Lucanor. En la producción de sentido del discurso didáctico-narrativo, la forma ejemplar parece, en principio, una estrategia discursiva destinada a asegurar la univocidad de su mensaje doctrinal y, por ende, la eficacia didáctica del texto. Las tradiciones acogidas por don Juan, en última instancias retóricas, y los diversos procedimientos puestos en juego para su configuración

textual, han sido estudiados por la crítica en numerosos trabajos. Entre ellos destaca por su amplitud y profundidad el de Aníbal Biglieri, que analiza diversos recursos mediante los cuales don Juan Manuel eliminaría la ambigüedad inherente a toda obra literaria y lograría formular una norma de conducta de validez general y estable. Desde otra perspectiva teórica y en el plano ideológico, Dayle SeidenspinnerNúñez corrobora este anclaje en la univocidad en su análisis comparativo de Juan Ruiz y don Juan Manuel. Luego de repasar las similitudes entre el Libro de buen amor y El conde Lucanor -tema, estrategia literaria, didactismo pragmático e híbrido (= mundano y espiritual)-, apoya su visión opositiva de ambos textos en los conceptos antitéticos de homo seriosus y homo rhetoricus, acuñados por Richard Lanham. Mientras la figura textual de Juan Ruiz, como "hombre retórico", es cambiente, manipuladora de la verdad y propiciadora de sentidos contradictorios, la figura de don Iohan, como "hombre serio", busca la claridad del lenguaje, la transparencia del vehículo textual y, lógicamente, la univocidad en la interpretación de la sentençia (= sentido, moraleja) de cada enxemplo. Pero si bien es innegable que los textos de don Juan Manuel aspiran explícitamente a la claridad enunciativa y a la univocidad de sentido, esto no impide que se manifieste en ellos (particularmente en El conde Lucanor) una pluralidad de sentidos, fruto no sólo de la naturaleza misma del lenguaje literario (y por ello, ajeno a la voluntad del autor), sino también de las estrategias puestas en juego por don Juan Manuel para asegurar la eficacia didáctica de sus relatos. Digamos desde ya que se trata de una cierta polisemia, no de una apertura absoluta ni de una derivación infinita de la significación: El conde Lucanor pertenece sin dudas al tipo de texto "legible", según la vieja clasificación de Roland Barthes; es decir, al texto clásico "cuyo plural es más o menos parsimonioso". En ese lugar Barthes ofrecía también una interesante definición de nuestra actividad crítica: "interpretar un texto no es darle un sentido (más o menos fundado, más o menos libre), sino por el contrario apreciar el plural de que está hecho" (ibidem). La presencia de más de un sentido se instaura en El conde Lucanor -inesperadamente- con la sola adopción de la forma ejemplar provista por la tradición retórica: en la medida en que el exemplum cuenta como una probatio artificialis dentro de la argumentatio, pone de manifiesto, según Lausberg: un doble estrato de la voluntas semántica: en el primer estrato (y sin que esté de antemano referida a la causa) se mienta la significación propia del contenido del exemplum [...]. Pero la intención semántica del hablante rebasa esta significación propia normal (cerrada en sí) del exemplum; el exemplum se toma como portador de una significación seria, pensada como válida, al servicio de la causa; la significación propia del exemplum es un medio alusivo para conseguir el fin de la significación seria. De modo que su propia naturaleza retórica asegura una polisemia intrínseca a la forma exemplum. De hecho, El conde Lucanor pone de relieve y elabora la relación entre estas dos significaciones mediante la complejización de la relación entre el apólogo (= relato en boca de Patronio) y el marco dialogístico; operación especialmente visible en: 1) aquellos apólogos en que la inclusión de una prueba o engaño permiten la constitución de un "marco interior", 2) los que permiten la interpretación alegórica y 3) aquellos de larga tradición ampliamente conocidos por el público, utilizados con una intencionalidad distinta de la original. A partir de este planteo básico de un juego de sentidos fundado en la retórica es posible avanzar en la descripción de la peculiar y compleja dimensión semántica del "Libro de los enxemplos" de El conde Lucanor.

Los análisis realizados en clase de los enxemplos I y XXXIII ilustran perfectamente cómo funciona ese cierto plural de sentidos. En esos casos el intertexto abre el enxemplo a un plural de lecturas (éticas, políticas, ideológicas), como efecto de estrategias muy específicas de configuración textual: en primer lugar, don Juan Manuel busca promover en el público inmediato, conocedor de la versión tradicional, la percepción de una diferencia mediante una lectura "doble" que lo lleve a reflexionar sobre la cuestión de la licitud del ataque a la figura regia; en segundo lugar, la discusión explicitada en el marco y la alusión eufemística de los versos finales constituyen estrategias para evitar el riesgo de censurabilidad. De ahí que el juego que el texto propone entre propósito aparente e intencionalidad implícita trabaje de manera análoga a la del mito contemporáneo, tal como Barthes lo analiza en sus Mitologías. En efecto, la discusión sobre el quehacer del noble y la guerra santa funciona como coartada: a su sombra esconde el texto su intromisión en la discusión política y si se denunciara su intención antidinástica o antimonárquica, alegaría inocencia señalando la ortodoxia de sus temas explícitos. En suma, ni la univocidad es tan prístina ni don Juan es la encarnación perfecta del homo seriosus: la realidad de los textos nos revelan un fenómeno más complejo fundado en la paradoja, donde la voluntad de autoría y el didactismo impulsan la dimensión retórica de su escritura y generan un plus polisémico que optimiza la contundencia del texto juanmanuelino en la guerra de los sentidos de un mundo en crisis.