Ciencia Filosofia y Teologia - Manuel Carreira

Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía En diálogo con Manuel Carreira Leopoldo Prieto López Profes

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Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía En diálogo con Manuel Carreira Leopoldo Prieto López

Profesor de Historia de la Filosofía moderna en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

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que existe entre la ciencia y la religión, lo primero que se debe hacer es aclarar el significado de los términos empleados, proporcionando una definición o, al menos, una descripción suficientemente precisa. Por tanto, ¿qué significan los conceptos de ciencia y religión?1. I SE QUIERE INVESTIGAR LA RELACIÓN

I. Las diferencias entre ciencia y religión 1. ¿Qué es la ciencia? El concepto de ciencia presenta dos acepciones diferentes: la clásica y la moderna. El concepto clásico de ciencia (epistéme) significa un tipo de conocimiento seguro, opuesto a la otra forma de conocimiento que es la opinión. Este significado del concepto de ciencia incluye dos características típicas: la certeza y la dimensión causal. La certeza hace del conocimiento científico un conocimiento fiable, seguro. En razón de esta certeza, la ciencia es un conocimiento de mayor valor que la simple opinión. La segunda característica integrante de esta noción es su dimensión etiológica o causal. La ciencia en este sentido no es el simple conocimiento de un hecho, sino que es un conocimiento más profundo que alcanza su porqué, es decir su causa. De acuerdo con ello, tener ciencia de algo no equivale al simple conocimiento de los datos, sino al hecho de comprender porqué los datos son 1 La bibliografia empleada es la siguiente: MANUEL CARREIRA, Ciencia y fe: ¿relaciones de complementariedad?, Vozdepapel, Madrid 2004 (abreviado in Cfrc); ID., Science and Faith: Chance and Design?, en http://www.jcu.edu/lectures.htm (December 2005). Este mismo artículo ha sido recientemente publicado en italiano con el título Scienza e fede: caso o progetto?, en “La Civiltà cattolica”, 18 febrero 2006 (abreviado in Sfcp). Finalmente, ID., Evolution in Living Forms: Determinism, Chance, Purposeful Design (conferencia tenida en el Congreso “Continuity & Change: Perspectives on Science and Religion”, June 3-7, 2006, Philadelphia, USA, http://www.metanexus.net/conferences/pdf/conference2006/Carreira.pdf).

Ecclesia, XXI, n. 3, 2007 - pp. 325-351

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estos y no otros. Por esta razón, es un rasgo esencial de la ciencia el razonamiento que se dirige desde los efectos a las causas o, inversamente, desde las causas a los efectos. Por lo tanto, en el razonamiento el entendimiento realiza un movimiento que va desde lo que nos es conocido a aquello que nos es desconocido. Tal movimiento lógico del pensamiento se llama demostración. En este sentido, la ciencia como saber causal es un tipo de saber esencialmente demostrativo. Demostrar significa hacer evidente a través del razonamiento (es decir, indirectamente) algo desconocido por medio de otra cosa conocida. El razonamiento demostrativo puede ser de dos tipos. Existe la demostración quia, que a partir de los efectos descubre inductivamente la causa productora; y la demostración propter quid, que va deductivamente desde la causa a sus efectos. Pero en la actualidad el sentido usual del término ciencia no es el que acabamos de exponer. Más allá de la noción aristotélica, el concepto moderno de la ciencia tiene un significado muy diferente. Por ciencia se suele entender hoy el estudio de la actividad de la materia, en cuanto que de ella se puede obtener una confirmación experimental2. Los tipos de actividad de la materia que pueden ser verificados son, en último análisis, cuatro y se corresponden a las cuatro fuerzas fundamentales de la materia: fuerza gravitacional, fuerza electromagnética, fuerza nuclear fuerte y fuerza nuclear débil. Hasta ahora no ha habido necesidad de invocar una quinta fuerza para explicar ninguno de los múltiples acontecimientos del mundo material. De este modo, como se puede ver, la ciencia proporciona una definición de la materia no esencial, sino operativa. Este es un rasgo típico de la ciencia, a diferencia de la filosofía. Los diversos tipos de actividad de la materia son verificables experimentalmente. La verificación experimental, además, ofrece como resultado datos numéricos o medidas que, integrados en ecuaciones, hacen posible predecir el comportamiento futuro o deducir las condiciones precedentes de un determinado sistema físico. Procediendo de este modo, el método científico se caracteriza por la objetividad de sus conocimientos y por la reiterabilidad de sus resultados. Estas propiedades de la verificación experimental permiten que cualquier investigador, de cualquiera época o cultura, alcance los mismos resultados. Los resultados de una actividad científica que no fueran susceptibles de reiteración resultarían inaceptables para la ciencia. Por la misma razón, ninguna afirmación puede ser considerada científica si, al menos en línea de principio, no es susceptible de un apropiado control experimental. En este 2

Cf. M. CARREIRA, Cfrc, p. 18.

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sentido, una teoría puede ser convincente desde el punto de vista matemático y lógico, pero si no puede ser controlada experimentalmente, se quedará irremediablemente en el nivel de la ciencia-ficción3. Frente a la actual tendencia de la física, cada vez más inclinada a la teoría y más alejada del control experimental, Carreira aplica despiadadamente el bisturí de la epistemología. En su opinión no es de naturaleza científica (y, por lo tanto, se queda en el terreno de la ciencia-ficción) hablar de parámetros de valor infinito, ya que el infinito es por definición no mensurable y, por lo tanto, no es objeto de ninguna verificación posible. No existe ningún instrumento en el mundo capaz de medir algo de valor infinito. Igualmente las afirmaciones respecto de otros universos no son juicios de naturaleza científica, por la simple razón que universo en sentido científico es la totalidad de cosas que son directa o indirectamente observables. Por lo tanto, teorizar sobre otros universos (sin importar cuántas ecuaciones sugieran su posible existencia) es ipso facto hablar de lo que, no pudiendo ser observado ni experimentado, no puede ser objeto de la ciencia experimental. Es más, Carreira piensa que el postulado de otros universos a menudo se emplea para ocultar las verdaderas dificultades que surgen en el momento de describir el universo en el que vivimos. Y esto le parece un “modo mísero de esconder bajo la alfombra los problemas que no sabemos resolver en relación con el único universo que conocemos y que podemos analizar”4. Si se argumentara que esos otros universos son matemáticamente posibles, haría falta añadir que es un presupuesto filosófico gratuito sostener que aquello que es matemáticamente posible debe existir. Conviene advertir que la matemática es un lenguaje sobre relaciones cuantitativas, “no una imposición respecto de la naturaleza ni un encantamiento para hacer aparecer las cosas”5. En resumen, la ciencia es una forma de conocimiento humano relativo a los diversos tipos de actividad de la materia, que puede ser verificada experimentalmente. La verificación experimental procura medidas en forma de datos numéricos. Esto nos permite afirmar que lo que no es de naturaleza cuantitativa ni mensurable no corresponde a la ciencia. Sólo lo que es cuantificable y que, medido con un determinado valor numérico, puede entrar en una ecuación y ser calculado, pertenece a la ciencia. En este sentido, si se ve una puesta de sol – afirma Carreira, citando a von Weizsacker – se puede analizar mediante una espectroscopia física la intensidad de las Cf. M. CARREIRA, Sfcp, p. 319. M. CARREIRA, Sfcp, p. 320. 5 M. CARREIRA, Sfcp, p. 320. 3 4

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diversas longitudes de onda que producen los colores del ocaso y dar ulteriormente una explicación sobre la causa de este fenómeno, pero nadie puede dar una explicación científica sobre la belleza del ocaso. Siendo lo bello algo no cuantificable, permanece como un hecho ajeno que sobrepasa las posibilidades de la ciencia. 2. ¿Qué es la religión? La religión son aquellos actos del hombre (de adoración, de súplica, de expiación, etc.), en relación con Dios, que proceden de la fe y que están orientados a la salvación eterna. Ahora bien, existe un tipo de fe que no es religiosa, sino humana. La fe humana suele llamarse conocimiento por testimonio. La mayor parte de los conocimientos de cualquier persona proviene de este tipo de fe. La historia, la geografía y todas las demás ciencias de cuyos objetos no somos competentes por nosotros mismos son campos de conocimiento adquirido por testimonio, es decir en virtud de afirmaciones de un testigo, que carecen de una intrínseca evidencia y que se aceptan por confianza en el testigo. Pero también existe la fe sobrenatural. Se apoya ésta en la revelación, que supera el conocimiento por experiencia y también el conocimiento racional (aunque no por ello deba ser irracional). Por lo tanto, se debe admitir que los objetos específicos de la fe (y de la revelación) son, en realidad, de un orden superior al humano, es decir, son de un orden sobrenatural. El objeto de la revelación es algo que se refiere al misterio de Dios en su ser íntimo y a su plan de salvación para los hombres, lo cual nadie ha estado nunca en condiciones de deducirlo de razonamiento filosófico alguno. En el mismo sentido se expresa el magisterio de la Iglesia, cuando, tratando sobre la revelación divina, dice que “plugo a Dios en su bondad y sabiduría revelarse en persona y manifestar el misterio de su voluntad […] La profunda verdad que esta revelación manifiesta sobre Dios y sobre la salvación de los hombres resplandece para nosotros en Cristo, que es al mismo tiempo el mediador y la plenitud de toda la revelación”6. 3. ¿Qué es el conocimiento filosófico? Carreira ya nos ha hablado de la ciencia. Pero existen otras formas de conocimiento diferentes de la ciencia. En efecto, es necesario destacar con claridad que el conocimiento no se limita sólo a la ciencia experimental (como cree el cientificismo). Entre esas otras formas de conocimiento y 6

Conc. Vaticano II, Dei Verbum 2.

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racionalidad se encuentra la filosofía. A diferencia de la ciencia experimental, la filosofía es un saber que no toma en consideración el aspecto cuantitativo ni busca la verificación experimental. El razonamiento filosófico, además, se caracteriza por emplear conceptos más alejados de la experiencia sensible, precisamente porque se encuentran en un nivel de abstracción más elevado. Estos conceptos se refieren a dimensiones verdaderas de la realidad, aún cuando no sean observables según los criterios del procedimiento experimental. Conceptos como esencia, ser, causa, finalidad, así como cantidad, calidad, espacio, tiempo, acción, pasión, etc. son nociones típicas de la filosofía. Carreira examina más en concreto el concepto de finalidad. La finalidad es una realidad de naturaleza filosófica, no un parámetro de índole científica. Sin embargo, no por ello es menos real. La finalidad es algo verdadero (incluso es más real que aquellos otros aspectos referidos en los conceptos empíricos de la ciencia), pero lo es de un modo diferente a la forma como operan los parámetros de la ciencia. No siendo una realidad de naturaleza cuantitativa, la finalidad no puede ser expresada a través de una ecuación. La finalidad tampoco puede ser verificada por medio de un experimento, puesto que es una realidad que no se percibe por medio de los sentidos, sino racionalmente. Por ejemplo, si un científico analiza un vaso, no podrá demostrar, después de haberlo medido cuidadosamente, que está hecho para beber agua. La finalidad no puede ser descubierta con ningún experimento ni ser reducida a valores numéricos en una ecuación. Sin embargo, nadie niega, a la vista de algún producto de la técnica, que haya sido fabricado para un determinado fin, pese a que ser fabricado para un determinado fin no sea una realidad demostrable científicamente. Como dice nuestro autor, en realidad “nosotros, constantemente, deducimos la finalidad de un determinado objeto del estudio de sus propiedades y de la deducción lógica de su falta de congruencia si, en relación con esa finalidad, tales propiedades resultaran alteradas de modo significativo”7. Pero no sólo la finalidad. Muchas otras dimensiones de la realidad escapan a las posibilidades de la investigación científica, aunque no por ello dejan de ser reales. Tómese, por ejemplo, el caso del pensamiento humano. Dado que éste no se reduce a la actividad nerviosa, no puede ser verificado de forma experimental8. Tampoco la calidad literaria de un libro o el valor estético de una sinfonía son, propiamente hablando, aspectos empíricos ni numéricamente cuantificables; en consecuencia, no son competencia de 7 8

M. CARREIRA, Sfcp, p. 320. Cf. M. CARREIRA, Sfcp, pp. 320-321.

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la ciencia. En realidad, como afirma Carreira, casi todo lo que constituye la vida y la cultura humanas no puede ser determinado ni cuantificado según una metodología estrictamente científica9. Sobre todo, las preguntas fundamentales no encuentran respuesta adecuada en ninguna ecuación. Tales cuestiones son de naturaleza metafísica, no científica. Por eso, su método de resolución no es cuantitativo. Para poner un ejemplo: aquello de lo que puede hablar un físico no es el tiempo (que es un concepto sumamente abstracto, de naturaleza filosófica, que supera ampliamente las exigencias experimentales), sino simplemente de aquello que mide un reloj. Einstein decía en este sentido: “Yo no hablo de espacio y tiempo, sino de reglas de medida y relojes, ya que éstas son las cosas que puedo tratar en el laboratorio”10. Así pues, cuestiones tales como qué es el espacio y el tiempo, etc., son preguntas filosóficas que no pueden ser afrontadas según las exigencias de la ciencia experimental. Aún más claramente no científica es la pregunta sobre el “porqué hay algo en lugar de nada”. Esta pregunta, que es en realidad la más importante de todas, no la puede responder ninguna medición, ningún experimento. Va más allá de la ciencia, y sólo es susceptible de una investigación metafísica. Así pues, las preguntas más profundas y más urgentes para el hombre no encuentran respuesta en la ciencia. Pertenecen al campo de la filosofía. 4. La razón humana, la ciencia y la filosofía La ciencia, dada sus limitaciones metodológicas, no está en condiciones de satisfacer la continua inquietud de la razón humana. La ciencia alcanza resultados rigurosos, pero limitados a ciertas propiedades de las cosas, precedentemente determinadas. La razón plantea numerosas preguntas que van más allá del estrecho ámbito dentro del cual la ciencia es competente (que es, como ya sabemos, el relativo a la materia y sus operaciones). En esta característica de la razón humana encontramos un indicio (por no decir una prueba) de la inmaterialidad del pensamiento humano, que aun cuando se interesa por las realidades materiales, también se orienta hacia muchos otros aspectos de la realidad. Es más, la razón humana, en tanto hunde sus raíces en el espíritu, se interesa por todo lo real. He aquí la razón de por qué el hombre se plantea preguntas últimas y radicales respecto de las cuales la ciencia, en razón de su limitación metodológi-

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Cf. M. CARREIRA, Sfcp, p. 321. Citado por M. CARREIRA, Cfrc, pp. 25-26.

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ca, no puede dar ninguna respuesta. Afrontar y responder tales cuestiones es tarea de la filosofía y la teología. Ahora bien, lo que es característico del modo de razonar del padre Carreira es la forma en que pone en relación datos científicos y razonamiento filosófico. Hemos dicho que los datos que emanan de la actividad científica no satisfacen completamente a la razón humana. Por lo tanto, al permanecer insatisfecha, la razón busca más allá. Esta insaciable curiosidad – inconfundible indicio del espíritu – ha hecho pensar a algunos cosmólogos en el llamado principio antrópico. El principio antrópico deduce la finalidad del universo del concurso de un conjunto de parámetros físicos que hacen posible la vida y la inteligencia en el cosmos. En realidad, el principio antrópico no es un principio de naturaleza científica, como resulta del simple hecho que es un razonamiento sobre la finalidad del cosmos. Pero el hecho de que no sea un principio científico, no significa que no tenga un valor evidente. El principio antrópico es un principio filosófico inducido a partir de abundantes y rigurosos datos de la física. Interesa subrayar aquí la continua insatisfacción que el pensamiento humano experimenta frente a los datos científicos. La pregunta sobre la finalidad del cosmos (que es, en realidad, aquello sobre lo que interroga el principio antrópico) es una típica e inevitable pregunta humana, que aún cuando no pueda ser satisfecha por la ciencia, tiene sentido y es legítima. Es una pregunta que la inteligencia humana puede y debe afrontar, aunque a un nivel diferente (y superior) del que es propio de la ciencia. 5. Ciencia, filosofía y religión: objetos y metodologías diferentes Ya sabemos que el objeto de la ciencia es el estudio de la materia y su actividad. Siendo éste su objeto, sería entonces absurdo pedir a la ciencia su opinión sobre cuestiones no relacionadas con la materia y que van más allá de la realidad material. Para ejemplificar esta importante verdad Carreira sugiere que preguntar a la ciencia si Dios existe es tan absurdo como preguntar a la física mecánica si El Quijote es una obra de valor literario. Ninguna de ellas está en condiciones de decir nada sobre tales argumentos. La ciencia, por lo tanto, no tiene nada que decir allí donde no está en juego la materia y su actividad. Dice Carreira con un fino toque de ironía que si alguien sostuviera que la ciencia afirma que Dios no existe debería explicar primero qué experimento ha realizado para llegar a semejante conclusión11.

11

Cf. M. CARREIRA, Cfrc, p. 28.

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Por otro lado, la teología no es competente en lo que concierne a la materia y su actividad. Este es el campo de la ciencia. Su ámbito propio es el misterio de Dios y el plan de su voluntad puesto por obra en la historia para la salvación de los hombres12. La teología, en efecto, no está en condiciones de decir si la materia comenzó caliente o fría, con alta o baja densidad, etc. La revelación, que es la fuente de la teología, no nos ha sido transmitida para ahorrarnos el esfuerzo de la investigación y de la teorización científica. Galileo estaba en lo cierto cuando, en tal sentido, advirtió a Benedetto Castelli que la revelación tiene como finalidad transmitir a los hombres aquellas verdades que, siendo “necesarias para su salvación [de los hombres], superan cualquier discurso humano”; y que, por lo tanto, no siendo alcanzables a través de ciencia alguna, fueron reveladas por el Espíritu Santo. En cambio – proseguía Galileo – en la investigación sobre las cuestiones naturales (es decir, no sobrenaturales o de ‘fe’, como él decía), no es razonable sostener que Dios, “que nos ha dotado de sentidos, de discurso y de intelecto, haya querido, posponiendo el uso de éstos, darnos por otro camino las noticias que podemos conseguir a través de ellos”13. Es necesario, por lo tanto, no mezclar lo que es diferente, pues de lo contrario se producirán lamentables equívocos. O como ha sido dicho recientemente, el hombre no debe unir “lo que Dios ha separado”14. Hay quienes sostienen erróneamente que la ciencia tiene competencia para dirimir la cuestión sobre la existencia de Dios; pero también están aquellos otros que afirman, de modo igualmente erróneo, que la Biblia procura conocimientos científicos sobre la realidad material. Ninguna de estas posiciones es aceptable. Hay que afirmar con claridad: la ciencia no tiene nada que decir sobre cuestiones independientes de la materia y de la cantidad, y la teología no tiene competencia al margen del misterio de Dios y su plan Cf. Dei Verbum, 2. G. GALILEI, Carta a dom Benedetto Castelli (21 diciembre 1613), en “Le Opere di Galileo Galilei”, Barberà, Firenze 1968, Firenze 1968, vol. V, p. 286. 14 Estas palabras forman parte del título de un artículo de S. Jaki, Aquello que Dios ha separado...reflexiones sobre la ciencia y la religión, publicado en “Siglo 21: Ciencia y tecnología” (año XVI, n. 1, febrero 2005, pp. 39-43). Allí nos dice Jaki: “En otras palabras, cada vez que un teólogo (o la Biblia sobre este argumento) haga una afirmación sobre un aspecto relativo a alguna realidad material, la verdad de este aspecto depende exclusivamente de la investigación cuantitativa o científica. Si nuestros teólogos del siglo XVII hubieran sido conscientes de esta regla imprescindible, no se hubiera producido ningún ‘caso Galileo’, que aún hoy lastra la Iglesia. Se termina así pagando precio muy alto cuando se toma a la ligera aquello de que cuanto Dios ha separado nadie debería intentar unirlo” (p. 43). 12 13

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de salvación (y de aquellos aspectos de la realidad que son considerados sub specie Dei). Las evidentes diferencias de objeto y método de estas dos formas de conocimiento hacen imposible un verdadero conflicto entre ellas. El conflicto entre ciencia y religión surge solamente cuando se adopta un método equivocado, que se aplica a objetos diferentes de aquellos para los cuales el método resulta idóneo. En este sentido, si es absurdo tratar de aplicar la metodología teológica a una cuestión científica, no lo es menos el aplicar la metodología experimental a una cuestión teológica15. Por último, es necesario precaverse de los peligros del cientificismo. La ciencia no está, ni objetiva ni metodológicamente, en condiciones de decir nada sobre lo que no es de índole cuantitativa ni objeto de experimentación. Y esto no sólo en relación con la religión, sino también con muchos otros aspectos de la realidad. Piénsese, por ejemplo, en la ética: ¿con qué experimento podría medirse el valor ético y la responsabilidad de una acción? Sobre aspectos tan importantes de la vida humana como son, entre otras, la actividad familiar, social, ética, estética, afectiva, la ciencia no tiene título alguno para pronunciarse. Y con todo, es en estas dimensiones donde radica el aspecto más específicamente humano del hombre (inteligencia, voluntad, ser persona, etc.). Por otro lado, si la ciencia no es competente en tantos ámbitos naturales, tan menos lo será en la esfera de la revelación y de la fe sobrenaturales. Éste es el territorio sagrado ante el cual la ciencia debe humillarse y, como Moisés delante de la zarza ardiente, descalzarse las sandalias. II. La complementariedad entre ciencia y religión Ya hemos visto las diferencias de objeto y método entre la ciencia y la religión. Ahora bien, el hecho que existan estas diferencias no constituye un obstáculo sino que, por el contrario, es justamente la condición necesaria para que exista complementariedad entre ellas. Ciencia y teología proporcionan en sus respectivos territorios conocimientos válidos de la realidad, aunque limitados y parciales. Desde diversos puntos de vista parciales, se obtiene una visión más completa de la totalidad. Ahora nos disponemos a ver de qué manera en concreto, tanto la filosofía como la teología pueden enriquecer y hacer más completa la visión de la realidad propia de la ciencia, ciertamente muy precisa, pero al mismo 15

Cfr. M. CARREIRA, Cfrc, p. 29.

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tiempo tan limitada y circunscrita. En línea de principio se puede anticipar que el complemento que tanto la filosofía como la teología ofrecen a la ciencia procede del razonamiento filosófico acerca de las preguntas fundamentales, a las que la ciencia no puede dar, como sabemos, ninguna respuesta. Carreira desarrolla un cierto número de estas preguntas fundamentales, en cuyo estudio lleva a cabo una interesante articulación de datos científicos y razonamiento filosófico. Esta articulación en concreto de ciencia, filosofía y teología puede ser considerada, probablemente, el aspecto más relevante del pensamiento de este autor. Las cuestiones fundamentales estudiadas son el origen del universo, la finalidad del universo, la evolución del universo y la evolución biológica. 1. El origen del universo De todas las preguntas relacionadas con la cosmología – dice Carreira – ninguna es más importante que la cuestión del origen del universo. La cuestión, más en concreto, es si el universo tiene una existencia eterna o, en cambio, limitada en el tiempo. En virtud de las propias exigencias metodológicas de la ciencia – y contra la opinión del genio de Newton, que admitió la eternidad y la infinitud espacial del cosmos – la ciencia del siglo XX debió formularse la pregunta de si el universo era verdaderamente infinito o finito. La respuesta que la ciencia ha estado obligada a dar, por diversos motivos, es que el universo es finito. Según Newton espacio y tiempo eran realidades absolutas (e infinitas), carentes de verdadero influjo físico sobre la materia. Espacio y tiempo, en cuanto absolutos, venían así a coincidir con la infinitud y la eternidad. Y como tales nociones no habían sido jamás pensadas como propiedades de las criaturas, terminaron por amalgamarse en el pensamiento del ilustre científico inglés con los atributos divinos de eternidad e infinitud. La concepción newtoniana creía, también, que el universo, en relación con la posición de las estrellas, era estático y sin centro ni límites, ya que de este modo se evitaba el peligro de que las fuerzas gravitacionales produjesen el colapso de la masa hacia el centro. En este estado de cosas – donde se aceptaban como cosas obvias la eternidad e infinitud del cosmos – se encontraba la física todavía a inicios del siglo XX. Pero, como nos indica Carreira, razones de orden científico obligaron la física a cambiar de opinión. En efecto, un universo de masa infinita en todas las direcciones tendría un potencial gravitacional igualmente infinito

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en todos sus puntos; ahora bien, sin diferencias de potencial, no habría fuerzas gravitacionales16. Además, un universo infinito tendría un número infinito de estrellas; pero en ese caso, en un cielo poblado de infinitas estrellas que brillaran eternamente (como dice la paradoja de Olbers), no habría noche y la luz sería en todos lados tan abundante como en la superficie del sol. Más aún: la ciencia sabe que cada estrella es un horno con una cantidad limitada de combustible, por lo que inevitablemente todas las estrellas terminarán por apagarse. Ahora bien, el hecho de que las estrellas brillen todavía, aún siendo limitado su combustible, exige una de estas dos posibilidades: o el universo existe desde un tiempo relativamente breve (de modo que pocas estrellas han agotado, por ahora, sus fuentes de energía) o hay una continua aparición de materia desde la nada, que permite la formación de nuevas estrellas cuando las más antiguas ya se han apagado. Ahora, en ambos casos se impone inevitablemente el concepto de inicio radical (o de creación, para la filosofía y la teología), sea en un único momento de un pasado calculable, sea en una forma continua17. Pues bien, entre estas dos posibles formas de inicio, los datos experimentales apuntan claramente a la primera, a la que se ha dado, como se sabe, el nombre de Big Bang, que quiere decir la gran explosión. El hecho de un estado inicial de elevadas temperaturas y densidad en el inicio del universo (en el sentido de que la ciencia no está en condiciones de hablar de algo precedente) está razonablemente bien establecido. Hablando en términos sencillos, sabemos que en el pasado remoto hubo un gran fuego, puesto que ahora hemos encontrado las cenizas y el persistente calor de ese fuego, tal como ya había sido anticipado con cálculos detallados por G. Gamow en 1948. Incluso la radiación emitida en esa gran explosión (como también había predicho Gamow) fue descubierta por Penzias y Wilson en 196518. El inicio del universo, que tuvo lugar con esa gran explosión, debió ocurrir hace unos 15.000 millones de años. No existe otra forma de explicar datos científicos incontrovertibles sin recurrir al momento de temperatura y densidad elevadísimas que caracterizó aquel estallido inicial. Algunos autores, sin embargo, queriendo evitar la teoría del inicio han intentado otro camino, postulando concretamente una etapa de previa contracción. Pero de tal hipotética etapa, que es un postulado al margen de las exigencias experimentales de la ciencia, no tenemos conocimiento científico alguno, Cf. M. CARREIRA, Cfrc, p. 49. Cf. M. CARREIRA, Cfrc, pp. 30-31. 18 Cf. M. CARREIRA, Evolution in Living Forms: Determinism, Chance, Purposeful Design, p. 6. 16 17

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dice Carreira. La razón es simple: cualquier propiedad o ley física que fuera capaz de describir un estado precedente a la gran explosión, habría resultado destruida por la enorme presión y temperatura desencadenada por el sucesivo Big Bang19, con las cuales se habría eliminado cualquier rastro de las propiedades o de las leyes de la materia precedente. Por otro lado, el postulado de una etapa de duración ilimitada en el tiempo (asimilado erróneamente a la eternidad) de contracción, que precediera al Big Bang, plantea por su parte un problema insoluble. Como sugiere Carreira, un estado de “contracción eterna [se entiende, ilimitada en el tiempo] supone una densidad cero en su inicio, ya que cualquier otro valor que no sea el de cero tiene que llevar necesariamente a la contracción final en un tiempo finito y calculable; pero una densidad cero no puede conducir a la contracción”20. Una vez más, vemos cómo la física desautoriza (como ajenas a la ciencia experimental) las teorías que adoptan parámetros de valor infinito. Procediendo de esa forma se incurre en un craso error metodológico, que consiste en creer que se ha ofrecido una explicación de un hecho del que, sin embargo, no se puede tener la debida verificación experimental. Es claro que de este modo el razonamiento se sale del campo de la ciencia. Hemos llegado hasta aquí conducidos por la física, la cual niega que el universo sea infinito (en sus dimensiones y en su duración), y exige la existencia de un inicio. Ahora es el momento de proseguir con el razonamiento filosófico. La ciencia no puede ir más allá de este punto, pero la razón sí. Vemos también de este modo concreto la relación de diferencia-complementariedad que se establece entre ciencia, filosofía y religión. Llegados a este momento resulta espontáneo a todo hombre preguntarse qué hubo antes de este inicio primordial. Ahora bien, la filosofía (y también la teoría de la relatividad) responde que antes de este inicio radical no había un antes, ya que espacio y tiempo son parámetros o dimensiones que se dan solamente allí donde existe la materia. Sin materia no tiene sentido preguntarse por el lugar o por el tiempo de la aparición de aquello que es condición del tiempo y el espacio, es decir, la materia misma. Es ahora cuando la Stephen Hawking, en su última libro, Historia brevísima del tiempo (Crítica, Barcelona, 2005, pp. 177-178) se expresa también en términos semejantes. Dice, en efecto, que “según la teoría general de la relatividad, en el pasado debió existir un estado de densidad infinita, el big bang, que debió constituir el inicio efectivo del tiempo. Del mismo modo, si el conjunto del universo colapsara de nuevo, debería darse en el futuro otro estado de densidad infinita, el Big Crunch, que sería el fin del tiempo [...] En el Big Bang y otras singularidades, todas las leyes dejarían de ser válidas y habría tenido la libertad completa de escoger lo que sucede y cómo inició el universo”. 20 M. CARREIRA, Cfrc, p. 50. 19

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filosofía toma la palabra. La filosofía argumenta diciendo que el hecho de que no exista ni la materia ni el tiempo ni el espacio no significa que no exista alguna otra realidad, aunque de un orden diverso, independiente del marco de la materia, del espacio y del tiempo, es decir inmaterial (o bien espiritual), causante del universo material y de su origen. Si no hubiera existido esta realidad espiritual (Dios), no habría habido inicio alguno del cosmos material. A la acción, realizada por un agente espiritual, que da inicio al cosmos material la filosofía y la teología le dan el nombre de creación. A la pregunta filosófica y teológica de por qué existe el ser y no más bien la nada, la ciencia no puede responder. A dicha cuestión se puede responder únicamente con la idea (filosófica y teológica) de creación. Es necesario, en este sentido, dar un paso más allá de la ciencia: he aquí la filosofía. La ciencia, en efecto, no dispone de ninguna ventana mágica, por así decir, a través de la cual pudiera salir del propio ámbito en busca de un tipo de existencia de la que, en razón de su misma naturaleza epistemológica, no puede tener ninguna información. Sin embargo, esta ventana mágica es usada no pocas veces por algunos científicos para dar salida a la necesidad de teoría que cada ser humano experimenta en su interior, pero a la que la ciencia no puede dar satisfacción. Puede evocarse en este sentido toda la literatura sobre los agujeros negros como lugares de tránsito a la eternidad y a otras dimensiones, sobre máquinas del tiempo, ovnis, etc. En definitiva, sofocada la razón filosófica, la fantasía humana se ve forzada a volverse hacia estas fábulas. Que la razón, por paradójico que parezca, tiene también sus sueños, ya lo sugirió irónicamente Kant en Los sueños de un visionario. Lo racional y lo irracional pueden convivir en el hombre más cerca de lo que se cree. Para curar esta enfermedad (o esta ensoñación, si se quiere así) de la razón, hace falta, en primer lugar, distinguir adecuadamente los múltiples planos que se entrecruzan en la realidad; y en segundo lugar, recurrir, además de a la ciencia, a la filosofía y a la teología, y junto a ellas, al concepto de creación. Es claro que este concepto no es de naturaleza científica, pues todo problema científico se resuelve sólo a partir de las condiciones iniciales y de las leyes de su desarrollo. Ahora bien, tratándose en este caso de una condición inicial absoluta (es decir, en ausencia de condiciones precedentes y de todo tipo de ley), no hay ningún estado previo y en tales condiciones la física no puede establecer ninguna medida. A partir de este punto, la ciencia dejar de sernos útil. A partir de este momento sólo la filosofía y la teología pueden (es más, deben, por el bien de la razón humana) continuar el camino, ya cerrado

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para la ciencia, con el tipo de razonamiento que les es propio. Este razonamiento no es de índole cuantitativa (porque a partir de este momento no hay nada material sobre lo que razonar). Se trata, por tanto, de un razonamiento abstracto que es capaz de transcender las exigencias del método experimental. Ahora bien, como dice Carreira, la filosofía y la teología nos dicen que la creación de la materia presupone un agente no material, independiente del tiempo y del espacio, además de un poder infinito para crear desde la nada. Tal agente espiritual, Mente infinita, goza de un perfecto conocimiento de todas las ilimitadas posibilidades que se abren a la materia tras su creación dentro del vasto proceso de su desarrollo. En vista de tales posibilidades, este Espíritu infinito elige los parámetros más idóneos a fin de que la materia pueda realizar el plan prefijado en el acto de la creación. Por lo tanto, el universo material procede del Espíritu Infinito, cuya mente comprende todas las posibilidades de desarrollo de las estructuras materiales; cuya voluntad las quiere como camino para ejecutar un plano prediseñado, y cuya libertad las elige. Permítasenos concluir este párrafo con una cita de Leibniz (científico, filósofo y teólogo de autoridad indiscutida) en la que, explicando los atributos fundamentales de Dios (potencia, inteligencia y voluntad), se capta el momento del paso desde el razonamiento científico al filosófico. Las palabras de Leibniz son las siguientes: “Dios es la razón primera de todas las cosas, puesto que aquellas que son limitadas, como todo lo que vemos y experimentamos, son contingentes y no tienen nada en sí mismas que haga necesaria su existencia, siendo manifiesto que el tiempo, el espacio y la materia, unidos y uniformes en sí mismos, e indiferentes a todo, habrían podido hacer propios todos los demás posibles movimientos y figuras, y en un orden completamente diferente. Es necesario, por lo mismo, buscar la razón de la existencia del mundo, que es la reunión completa de las cosas contingentes, precisamente en la sustancia que lleva consigo la razón de su propia existencia y que, por consiguiente, es necesaria y eterna. También es necesario que esta causa sea inteligente. En efecto […] es necesario que la causa del mundo haya tomado en consideración, o se haya puesto en relación con todos estos mundos posibles a fin de determinar uno de ellos. Y esta consideración o relación de una sustancia existente con simples posibilidades no puede ser otra cosa que el intelecto que concibe las ideas de ellas; y determinar una de entre estas posibilidades no puede ser otra cosa que el acto de la voluntad que elige. Y es propio de la potencia de tal sustancia hacer eficaz a la voluntad. La potencia se orienta hacia el ser,

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la sabiduría o el intelecto hacia lo verdadero y la voluntad hacia el bien. Esta causa inteligente debe ser infinita y absolutamente perfecta respeto a la potencia, sabiduría y bondad, ya que se dirige hacia todo lo que es posible […] Su intelecto es la fuente de las esencias, mientras que su voluntad es el origen de las existencias. He aquí, en pocas palabras, la prueba de un Dios único con sus perfecciones, y he aquí también, por medio suyo, el origen de todas las cosas”21. 2. La finalidad del universo Por lo tanto, el universo debe tener una finalidad, si, como se ha demostrado antes, ha sido creado realmente por un Ser espiritual, infinitamente inteligente. En todo lo cual hay que tener siempre presente que tal finalidad, o sentido, no consta ni es percibido por la ciencia. La finalidad, como ya se ha dicho, no es un concepto de naturaleza filosófica. La ciencia no sabe nada de ella, pero la filosofía y la teología saben lo necesario para afirmar su existencia. Sería absurdo, en efecto, que el Agente espiritual infinitamente sabio y potente, que ha dado inicio al universo, no tuviera otro objetivo para esta acción que dar la existencia a estrellas que terminarán por apagarse después de millones de años y a seres biológicos faltos de intelecto, que vegetan o se arrastran sobre la superficie de algún planeta. Y es G.W. LEIBNIZ, Essais de Théodicée, I, 7: “Dieu est la première raison des choses, car celles qui sont bornées, comme tout ce que nous voyons et experimentons, sont contingentes et n’ont rien en elles qui rende leur existence nécessaire; étant manifeste que le temps, l’espace et la matiere, unies et uniformes en elles mêmes, et indifférentes à tout, pouvoient recevoir de tout autres mouvemens et figures, et dans un autre ordre. Il faut donc chercher la raison de l’existence du Monde, qui est l’assemblage entier des choses contingentes: et il faut la chercher dans la substance qui porte la raison de son existence avec elle, et laquelle par consequent est necessaire et eternelle. Il faut aussi que cette cause soit intelligente: car ce monde qui existe, étant contingent, et une infinité d’autres mondes étant egalement possibles et egalement pretendans à l’existence, pour ainsi dire, aussi bien que luy, il faut que la cause du monde ait eu egard ou relation à tous ces mondes possibles, pour en determiner un. Et cet egard ou rapport d’une substance existante à de simples possibilités, ne peut être autre chose que l’entendement qui en a les idées: et en determiner une, ne peut être autre chose que l’acte de la volonté qui choisit. Et c’est la puissance de cette substance, qui en rend la volonté |VI107| efficace. La puissance va à l’être, la sagesse ou l’entendement au vray, et la volonté au bien. Et cette cause intelligente doit être infinie de toutes les manieres, et absolument parfaite en puissance, en sagesse et en bonté, puisqu’elle va à tout ce qui est possible. Et comme tout est lié, il n’y a pas lieu d’en admettre plus d’une. Son entendement est la source des essences, et sa volonté est l’origine des existences. Voila en peu de mots la preuve d’un Dieu unique avec ses perfections, et par luy l’origine des choses”.

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absurdo atribuir una acción absurda (es decir, sin una finalidad) a un Ser infinitamente inteligente. Por tanto – concluye Carreira – la única finalidad lógica de un Creador personal es dar la existencia a otros seres personales (inteligentes y libres) que, siendo conscientes de su deuda de gratitud y amor respecto de Él, participen de la beatitud de la fuente infinita de vida que les invita a compartir su existencia. Volvamos nuevamente a la ciencia. La física no sabe si el universo tiene una finalidad, ya que esta noción no es – como ya hemos observado antes – un parámetro a partir de la cual se puedan aplicar experimentos ni mediciones. Ahora bien, la física sabe que un día todas las estrellas se apagarán y que el universo acabará como una burbuja de vacío, fría y oscura. Es, por lo tanto, bastante lógico que el físico se pregunte – sugiere nuestro autor – ¿a qué fin ha servido el espectáculo del universo y cuál es su sentido? En efecto, el físico como persona humana dotada de razón, tiene todo el derecho de formularse estas preguntas, pese a no poder responderlas según los criterios metodológicos de su ciencia, sino según un nivel de racionalidad superior, de naturaleza filosófica y teológica. Algunos dicen que, quizás, el universo es cíclico y que se contrae y se expande eternamente. Sin embargo, se puede decir como comentaba irónicamente un físico después de asistir a un simposio de astrofísica: “Si es absurdo que un universo tenga un inicio y comience a existir, dando lugar a tantas maravillas, para acabar en la destrucción de todo, más absurdo es hacer todo esto una vez después de otra”22. Si el Agente creador es un Ser espiritual, es decir un ser personal, inteligente y libre, es lógico aceptar que el propósito fundamental de su creación haya sido el de dar la existencia a otros seres espirituales dotados de similares capacidades (si bien a un nivel infinitamente inferior). Pascal, que además de físico y matemático, fue filósofo y creyente apasionado, llegado a este nivel de reflexión, nos habla del “hombre, caña pensante”, el más pequeño frente a los espacios ilimitados del cosmos, pero el más grande porque, con el pensamiento y el espíritu, los domina a todos ellos. La misma idea la encontramos en el salmo 8, que nos habla de la pequeñez física y de la grandeza moral y espiritual del hombre23. Cit. por M. CARREIRA, Cfrc, p. 32. Salmo 8, 2-8: “¡Oh, Yahveh, Señor nuestro, qué glorioso tu nombre por toda la tierra! Tú que exaltaste tu majestad sobre los cielos [...] Al ver tu cielo, hechura de tus dedos, la luna y las estrellas, que fijaste tú, ¿qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán para que de él te cuides? Apenas inferior a un dios le hiciste, coronándole de gloria y esplendor; le hiciste señor de todas las obras de tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies”.

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La capacidad espiritual con la que el hombre ha sido dotado y ennoblecido le hace superar ampliamente los posibles efectos de la materia y sus fuerzas fundamentales. Por lo tanto, ni la conciencia, ni el pensamiento, ni la voluntad libre pueden derivarse de la materia, dice Carreira. Dichas acciones corresponden al sello puesto por el Creador espiritual en la criatura espiritual, que es su imagen. 3. La evolución del universo (o bien, el “principio antrópico”) Hace cuarenta años un científico ruso, Josif Shklovskii, escribió un libro con el título Vida inteligente en el universo en el que sostenía que sólo en la Vía Láctea debían existir millones de planetas poblados de seres vivos inteligentes. Diez años más tarde, el mismo investigador tuvo que reconocer, después de haber estudiado más detalladamente el sorprendente conjunto de coincidencias que habían hecho posible la vida sobre la tierra, que la existencia humana sobre el planeta azul era literalmente un milagro, y que muy probablemente era un caso único en todo el universo. Con todo, a las corrientes culturales, hoy de moda, les gusta decir que el hombre es una especie de primate insignificante que puebla un planeta igualmente insignificante, la Tierra, que es un grano de polvo en medio de un universo de vastas dimensiones. Pero la insistencia sobre aquella insignificancia es, en realidad, indicio de que se trata de un discurso poco científico. Para la ciencia nada es insignificante y detrás de lo que la mirada común puede creer una insignificancia, la ciencia ha descubierto aspectos recónditos llenos de orden y belleza. Pero dejemos de lado ahora si la existencia del hombre es importante o irrelevante. Lo que, en cambio, es mucho más interesante y más riguroso científicamente es que la física y la astronomía han descubierto en estas últimas décadas un hecho sorprendente, a saber, que la existencia humana tiene una relación tan íntima con la estructura, las propiedades y la evolución del universo en su totalidad que, si resultaran alteradas tales propiedades, incluso en un grado mínimo, la vida humana habría resultado imposible. A una mirada filosófica – afirma Carreira – todo indica la existencia de una tendencia teleológica en el cosmos para hacer posible la vida inteligente, es decir, la vida humana. Como ha sido insinuado por un científico moderno, el universo ha estado esperándonos cientos de millones de años. Todo un conjunto de parámetros físicos y cosmológicos ponen de manifiesto esta orientación del cosmos hacia el hombre como a su fin (de donde deriva el nombre de principio antrópico). Los físicos dicen que, si la densidad del universo, o el valor de la fuerza gravitacional, o el valor de la fuerza

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nuclear fuerte, o el valor de la fuerza nuclear débil, o la masa del protón, o la masa del electrón cambiaran de modo significativo, las consecuencias no se harían esperar, de modo que, entre otras, la vida humana habría sido imposible. El principio antrópico, como se ve, en la medida en que postula razonablemente una finalidad en el cosmos, no pertenece a la ciencia, si bien se basa en un número considerable de datos de rigurosa naturaleza científica. Carreira nos informa de los datos científicos más relevantes al respecto. La masa del universo visible es de 1056 gramos. Si su masa fuera de 1055 o bien de 1057 no existiría la vida humana. La fuerza electromagnética (en virtud de la cual los electrones se repelen) es en relación con la fuerza gravitacional (en virtud de la cual se atraen) de un valor 10 42 veces superior. Luego, la fuerza electromagnética es incomparablemente más potente que la fuerza gravitacional. Pero si su valor cambiara de 1042 a 1041 o a 1043 la vida humana habría sido también imposible. Otro tanto ocurre con la fuerza nuclear fuerte, que es 137 veces más intensa que la electromagnética. Un valor sensiblemente diferente de esta fuerza fundamental, haría hecho imposible igualmente la vida humana sobre la tierra. Carreira advierte que son las mismas fuerzas fundamentales de la materia con sus precisos valores numéricos (de los que dependen realidades como la masa del universo; la formación de las galaxias, como efecto de la fuerza gravitacional; la producción de átomos, moléculas y estructuras vivientes, en virtud de la fuerza electromagnética; la formación de elementos base para la vida, como el carbono, el oxígeno, el hierro, el calcio, etcétera, como efecto de la fuerza nuclear) las que sugieren la orientación del cosmos y su evolución hacia la aparición y las necesidades de la vida humana. Añade este autor que también el tamaño de la Tierra, el Sol y la Luna, además de sus distancias recíprocas, hablan en favor de la misma hipótesis. Por ejemplo, una modificación significativa de la masa del sol impediría la vida sobre la tierra. También una tierra sin luna – dice Carreira – no sería habitable. Ahora bien, la causa que dio origen a la luna era altamente improbable. Carreira presenta en este sentido una hipótesis acerca del origen de la luna sugerida por otros científicos. Hace 4.500 millones de años aproximadamente, cuando la tierra ya se había formado, con un núcleo de hierro y con una capa a su alrededor de minerales más ligeros, otro planeta (también él ya diferenciado en estratos), de dimensiones mayores que las de Marte, chocó con la tierra primitiva. El impacto tuvo lugar de tal modo que, el ángulo y la velocidad de la colisión, permitieron la mezcla de los materiales de las capas exteriores de ambos planetas. Sin embargo, des-

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pués del gigantesco impacto una nube incandescente se elevó volatilizada hacia el espacio, dando de esta manera origen a los materiales de los que más tarde se formó la luna, mientras que los núcleos de hierro de los dos planetas se fundieron en uno solo. A consecuencia de esta fusión, resultó que la Tierra llegó a tener una tercera parte de su masa en el núcleo de hierro a la temperatura de 4.000 grados. Este núcleo de hierro fundido, girando rápidamente (como la misma tierra) crea alrededor de la tierra un campo magnético que protege su superficie de los rayos cósmicos (partículas de alta energía que vienen del sol y del espacio externo). Sin la protección de este campo magnético, dichos rayos producirían de modo continuo mutaciones nocivas en los seres vivos. El calor del núcleo, por otro lado, produce la fusión parcial de la capa contigua, de modo que se producen corrientes de roca parcialmente fundida que, ejerciendo presión contra la corteza terrestre rígida, la rompen y dan origen a la formación de las capas tectónicas. El movimiento de estas capas es la causa de fenómenos geológicos como los volcanes, los movimientos sísmicos, pero también de la formación de las montañas y la renovación constante de la superficie terrestre. Sin embargo, en los demás planetas no se conoce un proceso similar. Carreira también nos explica por qué la presencia de la luna es imprescindible para la vida en la tierra. Al principio, la tierra giraba mucho más rápidamente que ahora. Como consecuencia de estos giros demasiado veloces en torno al propio eje, hubo un movimiento general de la atmósfera en forma de corrientes de vientos huracanados paralelos al ecuador. Sin embargo, la atracción de la luna, primero sobre los océanos de lava fundida que cubrían la tierra, y luego sobre los océanos de agua, permitió disminuir la velocidad de su giro y hacer su atmósfera más tranquila y uniforme. Las estaciones se producen porque el giro de la tierra no es perpendicular al plano de su órbita. Algunas veces el hemisferio norte apunta hacia el sol y otras veces el hemisferio sur adquiere esta posición, causando de este modo el alternarse de las estaciones. De este modo, el calor solar se reparte regularmente sobre la superficie de la Tierra. Si el eje de giro de la tierra fuese perpendicular, habría una franja central calcinada por el sol, dos franjas extremas siempre congeladas y otras dos franjas, las zonas centrales, que serían como mundos incomunicados (entre el hielo y el calor extremo). Ahora bien, si no existiera la luna, la inclinación del eje de la tierra cambiaría de manera sistemática de los 0 hasta los 60 grados, con los consiguientes cambios de clima totalmente incompatible con la evolución de la vida. Nuestro satélite, como nos informa Carreira, se comporta por tanto como una balanza que mantiene la inclinación del eje de la Tierra casi

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constante, con un valor de 23’5 grados, cambiando apenas un grado en centenares de millones de años. Veamos ahora, después de conocer estos datos científicos (al conjunto de los cuales se ha convenido en llamar principio antrópico), qué nos puede sugerir la filosofía y la teología en relación con los mismos. Hemos visto que el universo tuvo un inicio radical o que, en términos filosóficos y teológicos, ha sido creado. Cuando el universo hizo su aparición, los parámetros de la materia, no estando determinados por ningún estado precedente, han debido ser elegidos por el Creador en vistas de la finalidad prefijada por Él mismo. A todo lo cual se agrega el hecho que, hallándose el Creador fuera del tiempo, el acto de la elección de las condiciones iniciales de la materia ha sido realizado con perfecta conciencia de todas las consecuencias futuras para el universo creado de este particular modo, “hasta en lo más profundo de la naturaleza de cada partícula y de la cantidad de energía y de su actividad en cada momento de la evolución cósmica”. En realidad no puede admitirse nada inesperado o imprevisible ante aquella Mente infinita que ve toda la historia del cosmos en su eterno hoy. No obstante esto, es necesario distinguir bien entre causalidad primera y causalidad segunda. A la materia, en razón de sus leyes, debe ser atribuida la causalidad segunda, y no al fiat del Creador. Carreira nos dice al respeto, con precisión encomiable, que el acto de la creación no hace que el Creador imponga con su fiat lo que a cada momento hace cada átomo. “Puesto que Él ha creado la materia atribuyéndole propiedades correspondientes a la finalidad propuesta, la materia se comporta según las propias leyes, derivadas de su naturaleza” 24. El espectáculo grandioso del proceso de la evolución cósmica hasta la aparición del hombre se ha realizado según un plan de desarrollo impuesto por el Creador a la materia en el momento de la elección de las condiciones iniciales para que el universo cumpliera su destino, que no es otro que el de servir de morada a aquella criatura racional y espiritual que es el hombre, creado por Dios a su imagen y semejanza, y en el que Dios se ha complacido al ver que la existencia de ésta, su criatura racional, es una cosa verdaderamente buena; para decirlo con las palabras del Génesis, “vio Dios todo lo había hecho, y he aquí que era muy bueno”25. Carreira resume este proceso cósmico orientado hacia el hombre (que es lo que intenta explicar el principio antrópico) con estas palabras. “Des24 25

M. CARREIRA, Sfcp, p. 323. Gen 1, 31.

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de el primer momento del Big Bang hasta hoy, la naturaleza ha desarrollado estructuras que conducen a la síntesis, en estrellas compactas, de los elementos necesarios para la vida con su increíble complejidad. Cuando esta evolución alcanzó el punto en que es posible un ambiente idóneo sobre la tierra, apareció la vida, a pesar de la infinitesimal probabilidad de que tal cosa ocurriera26. Millones de años después, en una imprevisible serie de pequeños cambios y catastróficas extinciones, la materia viviente por fin está en condiciones de ser el partner del espíritu humano en ese único animal racional que es el hombre. Pero, puesto que la materia sólo puede desarrollarse en nuevas formas de materia, ¿cuál es el origen del pensamiento y de la conciencia? 4. La evolución biológica Parece que la vida apareció sobre la tierra hace unos 3.500 millones de años. Si las formas iniciales de vida terrestre, que se limitaban al inicio a microscópicos organismos unicelulares, han dado origen posteriormente a formas biológicas cada vez más complejas, eso sólo puede ser entendido en el sentido de que la evolución es un dato de hecho, que, en cuanto tal, es innegable. Según Carreira, “únicamente una lectura obsesiva de la Biblia, entendida como un tratado literal de geología y biología, que debería ser compatible con una evidente abundancia de pruebas contradictorias, podría conducir a negar la existencia de la evolución”27. Carreira concluye de ello que la evolución es un dato cierto. Pero los problemas en torno a este argumento no radican en el hecho, sino en su interpretación, es decir en los presupuestos añadidos en vista de los cuales es interpretado el hecho mismo. Según Carreira estos presupuestos, de naturaleza filosófica, se reducen fundamentalmente a dos: a) si el dinamismo evolutivo se ha debido a la casualidad (a la que seguiría la sobrevivencia de los más idóneos y la adaptación al ambiente) o, en cambio, procede del impulso impreso por el Creador a partir de un plan teleológico (es decir, de un diseño inteligente) en el cual nada ocurre por ca-

Cfr., J. Barrow - F. Tipler, The Anthropic Cosmological Principle, Clarendom Press, Oxford, 1986, p. 565, cit. por Carreira, p. 321: la probabilidad de configurar, en virtud del azar, un único gen, está comprendida entre 1 sobre 10 109 y 1 sobre 10217. Se piensa que el número de las partículas atómicas del universo son del orden 1090, cerca un trillón de trillones de veces más pequeño. En lo que se refiere a la totalidad del genoma humano, la probabilidad es, incluso, de un orden imposible de imaginar: de 1 sobre 1012 millones. 27 M. CARREIRA, Sfcp, p. 324. 26

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sualidad; b) el modo en el que se entiende la transición de la vida animal a la vida humana y el origen de la inteligencia humana. a) Casualidad o finalidad Nuestro autor nos ha dicho ya que ni la casualidad, ni la finalidad son conceptos de naturaleza científica, dado que no son entidades cuantificables. Más en concreto añade que la casualidad es, dada la limitación y exigua capacidad de la razón humana, “solamente un término elegante para responder a una pregunta para la cual no se tiene respuesta”28. En la realidad física no existe la casualidad. Toda actividad de la materia es una consecuencia necesaria de las propiedades y de las fuerzas presentes en un determinado momento. En la naturaleza no hay espacio para la espontaneidad ni para la creatividad. Si estas disposiciones fueran posibles, la ciencia se convertiría ipso facto en una tarea imposible, puesto que vendría a negarse la objetividad y la reiterabilidad, dos notas fundamentales del procedimiento científico. Si la causalidad no es otra cosa, por tanto, que la limitación del conocimiento humano (“el nombre de la ignorancia humana”, lo llamó Poincaré), en la mente del Creador no puede darse nada semejante a la casualidad. Ante Dios no puede existir el más mínimo aspecto imprevisto de un acontecimiento cualquiera. En cualquier caso, es claro que la disputa sobre la casualidad o el proyecto inteligente está mal planteada tan pronto como es llevada al nivel científico (es decir, biológico), puesto que se trata de algo que pertenece a la filosofía. b) El origen de la inteligencia La otra cuestión de naturaleza filosófica presente en la interpretación del evolucionismo es el origen de la inteligencia humana. Ahora bien, dicha cuestión requiere ante todo precisar bien los conceptos de materia y de inteligencia. La materia en física se define en términos de actividad. Los tipos de actividad de la materia son cuatro y se identifican con las fuerzas fundamentales (gravitacional, electromagnética, nuclear fuerte y nuclear débil) que actúan en el mundo físico. Pero en el caso del hombre es claro que se dan actividades que no proceden de las interacciones de las fuerzas de la materia. Pensamiento, conciencia, voluntad, libertad de elección, etc., son fenómenos inexplicables a la sola luz de la materia. En relación con el mundo meramente animal, la inteligencia humana se manifiesta – sugiere Carreira – cuando encontramos una criatura que se preocupa por cosas 28

M. CARREIRA, Sfcp, p. 325.

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que tienen ningún valor para su supervivencia. Una cueva protege del frío tanto si está o no decorada. Un hacha corta lo mismo independientemente de si su empuñadura es más o menos bella. Y sin embargo, el hombre primitivo pinta las cuevas (sobre todo con un valor mágico-religioso) y adorna las armas de caza, actividades de las cuales no recaba ningún beneficio para su supervivencia. En realidad, el hombre necesita buscar la verdad y la bondad, incluso cuando esta actividad no conlleve ventaja alguna para su vida física. Por otra parte, la confusión del lenguaje desempeña un papel no despreciable en la investigación sobre la inteligencia humana y su origen. Se habla a menudo, de modo muy impropio (es decir, sin haber definido, previamente, qué se entiende por inteligencia) de la inteligencia animal e, incluso de la inteligencia artificial, cuando ésta es atribuida a un ordenador. Pero, como bien dice Carreira, “la inteligencia no es un modo de actuar, ni por instinto, ni por un reflejo condicionado ni por un comando electrónico: es un modo de conocer por medio de conceptos abstractos que la mente no puede alcanzar en virtud de la percepción de los sentidos […] De los teoremas de Euclides en geometría, a la complejidad de la teoría de los Superstrings [supercuerdas], la verdadera inteligencia está bien alejada del reino de las cuatro interacciones de nuestros experimentos” 29. En virtud de la inteligencia, el hombre está en condiciones de captar aspectos de la realidad que no proceden de la experiencia sensible. Se puede agregar, además, que en filosofía conocer quiere decir poder prescindir de la materia. En otras palabras, un sujeto es tanto más cognoscente cuanto más desligado está de la materia y es capaz de ir más allá de sus exigencias. En esto consiste la abstracción, que es la esencia del conocimiento racional. Está claro, por lo tanto, que en el hombre se da un nivel de doble actividad, que presupone dos fuentes diversas (materia y espíritu), aunque unidas estrechamente en la unidad personal del hombre. Es absurdo negar aquello que es material en el hombre, pero no lo es menos negar el espíritu. Todo lo que de más noble hay en nuestra naturaleza y en nuestros actos pertenece al mundo del espíritu. A pesar de ello, los intentos de reducir la inteligencia a la materia son constantes a lo largo de la historia del pensamiento. Hoy se dice (aunque sin la menor prueba) que “cuando la materia en el cerebro está suficientemente estructurada, nace la inteligencia o surge espontáneamente como un nivel ulterior de actividad, sin que se haga

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M. CARREIRA, Sfcp, pp. 328-329.

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presente ningún nuevo elemento”30. Esta afirmación no es ciencia: es simple materialismo. Pero volvamos ahora al origen de la inteligencia. Hemos visto que la inteligencia no puede ser reducida a la materia. Consecuentemente tampoco puede tener su origen en la evolución. Es evidente que si la materia (incluso en su nivel más alto de orden en el cerebro) no está en condiciones de producir el pensamiento, entonces no es posible atribuir el origen de la inteligencia humana a la evolución de monos con un volumen de tejido cerebral siempre creciente. También los elefantes y los delfines tienen más tejido cerebral que el hombre, y no por ello tienen inteligencia. La evolución (cósmica primero, biológica después) puede proporcionar una base material dispuesta para la recepción del espíritu humano, pero no puede producirlo. Materia y espíritu son realidades completamente heterogéneas. Desde el punto de vista de la fe, no hay mayor problema si tal base es arcilla inanimada o tejidos vivientes. Lo que, en cambio, es imprescindible, visto el origen no material del pensamiento, es admitir, como la fe nos exige, que el espíritu humano procede directamente (es decir, es creado) de Dios, Creador espiritual, Causa última de la existencia del universo material y espiritual. III. Conclusión: la armonía entre ciencia y religión 1. Algunos principios Guiados por las reflexiones de Carreira, hemos visto que la ciencia y la religión son formas de conocimiento diferentes, aunque complementarias. A la vista de todo lo anterior podemos concluir proponiendo la relación de algunos principios que rigen la relación existente entre ciencia y religión. 1) Principio de diferencia: ciencia y religión son formas diferentes de conocimiento, tanto en lo que se refiere a sus respectivos objetos (la materia y sus fuerzas y Dios en sí mismo o en el plano de nuestra salvación), a sus métodos (método experimental y fe como aproximación sobrenatural al misterio del Dios vivo) y a sus fines (dominio y control de la naturaleza y consecución de la salvación eterna). 2) Principio de limitación (o bien parcialidad): estas evidentes diferencias sirven para indicar que ciencia y religión son modos limitados y, 30

M. CARREIRA, Sfcp, pp. 329-330.

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por lo tanto, parciales, de conocer una realidad que en su profundidad (incluso al nivel puramente natural) sobrepasa nuestra capacidad de investigación y comprensión. 3) Principio de complementariedad: la limitación de la ciencia y de la religión, por un lado, y las diferencias de objeto, método y fines, por otro lado, son el fundamento lógico de la afirmación de la profunda complementariedad mutua, tal como Carreira, en concreto, nos ha hecho ver hablando acerca del origen, fin y evolución del cosmos. 4) Principio de armonía: diferencia y complementariedad, por otro lado, son los presupuestos necesarios para una relación de armonía. 5) Principio de no conflictividad: la pretensión de un conflicto irremediable entre ciencia y religión ha surgido siempre que, negando las diferencias entre la ciencia y la religión, se ha intentado reducir estas dos formas de conocimiento a una única y forzada forma de unidad (y de metodología), sea en la aplicación a la religión del método experimental y de sus requisitos (como hace el positivismo y el cientificismo en general), sea en la imposición a la ciencia de la interpretación literal de la Biblia (como hace el fundamentalismo bíblico). 6) Principio de unidad originaria y no contradictoria: finalmente, la complementariedad y la armonía entre la ciencia y la religión encuentran una potente garantía en el hecho que la fuente de las verdades de la ciencia (a través de la naturaleza) y de la fe (a través de la revelación) es una y la misma. Se puede decir, en este sentido, que el Autor de las dos revelaciones – una revelación natural, plasmada en el cosmos (el libro de la naturaleza) y otra sobrenatural, consignada en la sagrada Escritura (el libro de la Biblia) – es uno y el mismo. Además, dos verdades, aun cuando se hallen en planos distintos, no pueden contradecirse, ya que ambas son reflejos parciales de la Verdad infinita de Dios, su origen, que nos hablado de diversos modos. Como reiteró el concilio Vaticano I: “No puede existir ningún verdadero disenso entre la fe y la razón [léase, la ciencia], porque el Dios que revela los misterios de la fe y la infunde en nosotros es el mismo que ha infundido la luz de la razón en el alma humana. Dios no puede, por lo tanto, negarse a sí mismo, ni la verdad contradecir la verdad”. 2. Apéndice sobre la razón y la fe en la constitución “Dei Filius” (del concilio Vaticano I). Terminemos este capítulo reproponiendo algunas valiosas afirmaciones, sobre este mismo argumento, contenidas en la constitución dogmática Dei

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Filius, en las que, como se podrá ver, encuentran apoyo los principios anteriormente expuestos. Las dos primeras citas pertenecen al capítulo II (Sobre la Revelación) y las tres siguientes al capítulo IV (Sobre la fe y la razón). 1) Sobre la distinción entre el conocimiento natural (a través de la creación) y sobrenatural (a través de la revelación) sobre Dios: “La mismísima Santa Madre Iglesia profesa y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza con la luz natural de la razón humana a través de las cosas creadas. Las cosas invisibles de Él son conocidas por la inteligencia de la criatura humana a través de las cosas que fueron creadas (Rm 1,20). Sin embargo, plugo a su bondad y a su sabiduría revelarse a Sí mismo y los decretos de su voluntad al género humano por medio de otro camino, sobrenatural éste, según la afirmación del apóstol: «Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo» (Heb 1,1-2)”. 2) Sobre la Revelación sobrenatural: “Se debe a esta divina revelación que todo aquello que de las cosas divinas es de por sí absolutamente inaccesible a la razón humana, incluso en la presente condición del género humano, pueda ser fácilmente conocido por todos con certeza y sin ningún peligro de error. Sin embargo, no debe decirse que sólo por este motivo es absolutamente necesaria la revelación, sino porque en su infinita bondad, Dios destinó al hombre a un fin sobrenatural, es decir, a la participación de los bienes divinos, que superan totalmente la inteligencia de la mente humana. En efecto, Dios ha preparado para aquellos que lo aman lo que ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado jamás, ningún corazón humano ha conocido (cf. 1 Cor 2, 9). Esta revelación sobrenatural, según la fe de la Iglesia universal, también proclamada por el santo Concilio Tridentino, está contenida en los libros escritos y en las tradiciones no escritas recibidas por los Apóstoles de la propia boca de Cristo”. 3) Un doble orden de conocimientos en cuanto a su principio y a su objeto: “El ininterrumpido pensamiento de la Iglesia católica sostuvo y sostiene que existe un doble orden de conocimientos, diferenciados no sólo en lo que se refiere al principio, sino también respecto de su objeto. En cuanto al principio, porque en uno conocemos con la razón natural y en el otro con la fe divina; en cuanto al objeto porque, más allá de las cosas que la razón natural pudiera alcanzar, se nos propone creer misterios escondidos en Dios: misterios que no pueden ser conocidos sin la revelación divina”.

Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía

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4) Entre fe y razón no puede existir disenso: “Pero si bien la fe es superior a la razón, no puede existir un verdadero disenso entre la fe y la razón, porque el Dios que revela los misterios de la fe y la infunde en nosotros es el mismo que ha infundido la luz de la razón en el alma humana. Dios no puede, por lo tanto, negarse a sí mismo, ni la verdad contradecir la verdad. La vana apariencia de estas contradicciones nace sobre todo o porque las dogmas de la fe no han sido comprendidos y expuestos según la mente de la Iglesia o porque falsas opiniones han sido consideradas verdades dictadas por la razón”. 5) Es más, no sólo no se oponen fe y razón, sino que colaboran mutuamente: preambula fidei y teología. Libertad y límites de la ciencia: “La fe y la razón no sólo no pueden estar en contraste mutuo, sino que incluso se ayudan recíprocamente de manera que la recta razón demuestre los fundamentos de la fe e, iluminada por ésta, cultive la ciencia de las cosas divinas; y la fe, por su lado, libere a la razón de los errores, enriqueciéndola con numerosos conocimientos. Por lo tanto, no es verdad de ningún modo que la Iglesia se oponga a la cultura de las artes y de las disciplinas humanas; por el contrario, las cultiva y favorece de muchas maneras. No ignora ni desprecia las ventajas que de aquéllas provienen para la vida humana; es más, declara que éstas, como quiera que provienen de Dios, Señor de las ciencias, conducen al hombre a Dios, con la ayuda de su gracia, siempre que sean debidamente cultivadas. La Iglesia ciertamente no prohíbe que las diversas disciplinas se sirvan de sus propios principios y del propio método, cada una en su propio ámbito. Pero mientras reconoce esta justa libertad, vigila atentamente para que en éstas no se introduzcan errores contrarios a la doctrina divina o que, superando los propios confines, no invadan o desnaturalicen las materias pertenecientes a la fe”.

Traducción de Rodrigo Frías Urrea