Catolicismo

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ÍNDICE

B I B L I O T E C A

D E

A U

L A

CA TOLICISMO CATOLICISMO

PROYECTO CONSIDERADO DE INTERÉS CULTURAL Y EDUCATIVO POR LA

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CATOLICISMO

ÍNDICE

MARCOS ANTONIO RAMOS

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Ilustración de la página anterior: Natividad ·pintura románica española (mediados del s. XII) Pág. 2: Fra Angelico: La Anunciación (hacia 1436)

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1 JESÚS Y LOS INICIOS DEL CRISTIANISMO Antecedentes ........................................................................ Jesús .................................................................................. La Iglesia primitiva .......................................................... Las primeras sectas disidentes ....................................... 1 LA IGLESIA CATÓLICA ANTIGUA Antecedentes ...................................................................... Arrianismo ...................................................................... Otras herejías ................................................................... Monaquismo ................................................................... Los bárbaros .................................................................... Evangelización de Europa .............................................. Grandes nombres del cristianismo ................................

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3 EL CATOLICISMO ROMANO

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Doctrinas .......................................................................... 81 Organización .................................................................... 89 Iglesias orientales ............................................................. 93 Rito maronita: 93 / Rito sirio-oriental: 94 / Rito malabar: 95 / Rito antioqueño: 96 / Rito armenio: 97 / Rito copto: 98 / Rito etiópico: 98

Iglesias bizantinas ........................................................... 99 Rito melkita: 100 / Rito ucraniano: 101 / Rito rumano: 102

El monaquismo ............................................................... 104 Desarrollo histórico del catolicismo ............................. 109 Las Cruzadas ................................................................... 114 El Gran Cisma de Occidente .......................................... 117 El escolasticismo ............................................................. 119 Los albigenses: 124 / Los valdenses: 126 / John Wyclef y Jan Huss: 127 / Savonarola: 129

El Renacimiento .............................................................. Erasmo ............................................................................. La Reforma ...................................................................... La Contrarreforma ......................................................... La Inquisición ................................................................. Las guerras de religión .................................................. Extensión de la Contrarreforma ................................... Nuevas corrientes .......................................................... La Iglesia en el siglo XX .................................................

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4 LA ORTODOXIA Y LAS IGLESIAS ORIENTALES

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Antecedentes ................................................................. Creencias ........................................................................ Organización ................................................................. Desarrollo histórico ...................................................... La Iglesia ortodoxa rusa ............................................... Iglesia copta ................................................................... Iglesia sin cambios ........................................................

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BIBLIOGRAFÍA

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1 JESÚS Y LOS INICIOS DEL CRISTIANIS MO CRISTIANISM

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Ilustración de la página anterior: Cristo, representado como un joven a la manera clásica ·escultura hallada en Roma (s. IV)

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Antecedentes

El estudio del cristianismo, en sus aspectos históricos y doctrinales, presenta una serie de dificultades y complicaciones que impiden su presentación en un solo capítulo. Se trata de la mayor de las religiones si sumamos los miembros y adherentes de todas las Iglesias, y su predominio numérico en el mundo occidental es tan impresionante que limitarse a una sola de las Iglesias cristianas, o a unas pocas, sería inadecuado por completo ya que no cubriría las necesidades del estudiante de religión en Occidente, pues éste tiene que relacionarse diariamente con personas que no pertenecen a una sola Iglesia cristiana, sino a infinidad de iglesias, sectas y denominaciones. Es posible obtener un conocimiento general de las religiones mundiales mediante un resumen. En el caso del

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cristianismo y de sus grandes ramas: la Iglesia católica, las Iglesias ortodoxas orientales, el anglicanismo, las Iglesias protestantes o evangélicas y las sectas cristianas no relacionadas con las anteriores se necesitan, por lo menos, varios capítulos, aparte de una introducción al cristianismo en general. El período de la Iglesia antigua merece por sí solo un capítulo. Las diferencias de interpretación sobre el origen y desarrollo inicial del cristianismo son palpables y fáciles de encontrar. Por ejemplo, la Iglesia católica sostiene firmemente que el inicio del cristianismo es también el inicio del catolicismo. Los protestantes o evangélicos, los ortodoxos orientales y otros grupos cristianos rechazan de plano esta afirmación; a su vez, existen dentro de estos grupos una gran variedad de explicaciones del origen del cristianismo organizado. La figura de Jesús de Nazaret y la labor de sus primeros discípulos sirve de punto de partida para cualquier estudio que se proponga presentar el origen y desarrollo inicial de la religión cristiana, siempre que entendamos al cristianismo no como una Iglesia, sino como un movimiento religioso. El nacimiento de Jesús se produjo en una época en que la Palestina estaba sometida a la dominación

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romana. Los judíos tenían ciertas peculiaridades que veían complicadas por la larga tradición de dominación extranjera de su territorio. La cultura griega era la influencia más reciente, y una de las más profundas en todos los aspectos, cuando se produjo en el siglo I antes de Cristo el ambiente en el cual brotó el cristianismo. En este nacimiento de una nueva religión, la influencia de Roma y su presencia en la región son factores de gran importancia. En la época del nacimiento de Jesús, el rey Herodes el Grande había muerto. Tres de sus hijos recibieron en herencia diversas regiones de la Palestina. Estaban sujetos, por supuesto, a la autoridad imperial de Roma. Augusto César encargó a Arquelao las regiones de Judea, Samaria e Idumea. Filipo se encargó de la región al noreste del lago de Galilea. Herodes Antipas fue puesto al frente de Galilea y Perea. Las debilidades de Arquelao provocaron que su parte fuese entregada a un procurador romano responsable ante el gobernador de Siria. Por consiguiente, Judea era gobernada desde Cesarea, ciudad costera situada al noroeste de Jerusalén, la capital religiosa e histórica de los judíos. El ambiente religioso se caracterizaba no sólo por las concesiones hechas a la cultura griega o la influencia

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política ejercida por Roma, que necesariamente tenían que afectar la composición jerárquica del sacerdocio, más o menos adaptado a la nueva situación o al intenso nacionalismo judío, que se trataba de sofocar y que incluía una gran parte de religiosidad, sino que, además, las sectas discutían y luchaban entre sí. Los fariseos —con sus creencias en doctrinas como la resurrección y con cierta tendencia a mantener de forma legalista las leyes y costumbres tradicionales y nacionales—; los saduceos —más tolerantes con la influencia extranjera y más liberales en algunos asuntos religiosos—; los zelotes —ansiosos de expulsar a los romanos—; los herodianos —al servicio de la dinastía pro-romana de la familia de los Herodes. Además, existían diversos grupos místicos como los esenios. Todo esto se complica con la presencia de una numerosa población de lengua griega, de núcleos importantes de sirios y otros gentiles, sobre todo en Galilea, etc. Los días de Jesús eran días de confrontación étnica, religiosa, política y social. No es posible determinar con precisión absoluta la fecha del nacimiento de Jesús. Los monjes que computaron el año de su nacimiento siglos después, al dividirse la Historia universal en antes y después de Cristo, cometieron un error.

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Por esta razón y por otras, como la muerte de Herodes en el año 4 antes de la era cristiana, se prefiere generalmente la fecha de 4 ó 6 años antes de la era cristiana. Esto, por supuesto, no responde plenamente a las preguntas suscitadas por ciertos datos que se encuentran en los relatos tradicionales, referidos a hechos y personas de la época. Sin embargo, es posible conciliar la información disponible.

Jesús

Las fuentes cristianas tradicionales, y el relato de los Evangelios, señalan a Belén de Judea como el lugar del nacimiento de Jesús y a José y María como sus padres. La creencia cristiana más generalizada es que Jesús nació por «obra y gracia del Espíritu Santo», es decir, María no tuvo relaciones sexuales con José en lo tocante a la concepción de su hijo, el cual nació de

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manera virginal. En cuanto a la virginidad de María, católicos y ortodoxos orientales creen que ésta se mantuvo virgen después del parto. Los protestantes entienden que pudo haber tenido otros hijos, y muchos señalan diversos textos en que se habla de los hermanos de Jesús, los cuales son justificados por otros como primos, para lo cual utilizan diferentes acepciones de las palabras en el idioma original de las Escrituras, o como hijos de José pertenecientes a un matrimonio anterior. Es poco lo que se conoce de la infancia y juventud de Jesús. Los relatos bíblicos se refieren a una huida a Egipto, en los días de su nacimiento, de las iras del rey Herodes; a una ubicación en Nazaret de Galilea; a una visita al templo de Jerusalén, etc. En ellas, se le identifica claramente con el Mesías prometido que cumpliría las profecías del Antiguo Testamento. Se le llama Jesucristo, combinación de un nombre personal (Jesús) y del título de Cristo (o «ungido de Dios»). Jesús quiere decir «Salvador»: Cristo Jesús. Casi todo lo que sabemos acerca de Jesús se halla contenido en los cuatro Evangelios, ya que la literatura judía de la época no hace referencias a su persona. Sin embargo, el importante historiador judío Flavio

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Josefo lo menciona dos veces en su libro Antigüedades de los judíos, escrito en el siglo I. Algunos historiadores diferencian el Jesús histórico que murió en la cruz, del Jesús de la fe que se levantó de entre los muertos el día de la Resurreción, pero los cristianos, a través de los siglos, han creído tanto en el Jesús histórico como en el Jesús de la fe con una misma intensidad y convicción. De más está decir el lugar que ha ocupado en la historia de la humanidad por medio del cristianismo. Ninguna persona ha sido tan reverenciada y aceptada como Jesucristo y la mayoría de los historiadores no han dudado en concederle el puesto preeminente en la historia de la humanidad. Las opiniones acerca de su persona son variadas. Para los musulmanes fue uno de los grandes profetas; para muchos judíos fue un maestro y jefe religioso de su época; para los cristianos es el Hijo de Dios y la segunda persona de la Trinidad. Recibió su formación religiosa del judaísmo. Algunos hasta han afirmado en épocas recientes que pasó algunos años en la comunidad de Qumrán, donde se escribieron los famosos Rollos del Mar Muerto. Algunos lo asocian con los zelotes que se oponían por la fuerza al control romano de Palestina. En su pensamiento teológico, algunos

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estudiosos han encontrado cierto parecido con algunas creencias de las sectas con las que él mismo discutió durante su ministerio público. Se cree que después de haber trabajado como carpintero en Nazaret, fue bautizado en el río Jordán por su pariente Juan el Bautista. A la sazón tendría unos 30 años de edad. Entonces inició su ministerio de predicación por Palestina. Durante 3 años, se dedicó por completo a su misión, anunciando el evangelio o la «buena nueva», sanando enfermos, echando fuera demonios, multiplicando los panes y los peces, anunciando incluso su futura muerte y resurrección, proclamando su carácter divino y llamando a los hombres para que le siguieran. Entre sus seguidores se distinguen dos grupos principales: los 12 apóstoles y los 70 discípulos. Entre los primeros que le siguieron hubo discípulos de Juan el Bautista, quien como precursor había anunciado su venida. Jesús no contrajo matrimonio y llevó la vida de un predicador ambulante. No disfrutó de riquezas ni de poderío. Los Evangelios coinciden con el relato del siervo sufriente presentado en el capítulo 53 del Libro del profeta Isaías. Al demostrar su poder sobre la naturaleza, y aun sobre la muerte al resucitar algunos

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cadáveres, logró atraer multitudes, a las que predicó su mensaje de perdón y de acercamiento a Dios. Su Sermón de la Montaña, que contiene las doce Bienaventuranzas, es uno de los discursos más célebres de toda la historia. Profetizó el fin de la era y la llegada del Reino de Dios, prédica que sus discípulos interpretaron como la restauración de Israel en sus días de gloria y la derrota de sus enemigos. La oposición de las autoridades religiosas judías no se hizo esperar. Trataron de confundirle, sin éxito, y le acusaron. En algunos casos, Jesús les desafió abiertamente, como cuando enseñó que era Uno con el Padre, es decir, con Dios, afirmación considerada blasfema de acuerdo con las creencias y prácticas judías. Finalmente fue detenido, acusado y condenado. Sus últimos días son sobradamente conocidos, es decir, la Última Cena; su comparecencia ante Poncio Pilatos; su Muerte en la Cruz, y su Resurrección. Los relatos bíblicos le presentan resucitado y organizando a sus discípulos, a los que envió a predicar el Evangelio a toda criatura viviente, para que así fundaran la Iglesia cristiana con dimensión universal. Al ascender a los cielos, después de su resurrección y de pasar un período posterior entre sus discípulos, se inicia su presencia

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religiosa incomparable. Él mismo prometió: «Estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Sus seguidores han continuado anunciando este mensaje; así han convertido su religión en la más universal de todas las conocidas por el hombre. Sin embargo, han abundado las controversias. Algunos creen que Jesús nunca existió. Otros afirman que creía en su regreso inmediato desde el más allá, pero que se equivocó. Muchos, que carecen de fe en los elementos sobrenaturales de la vida y obra de Jesús, le reconocen como reformador social y religioso, pero nada más. Para complicar la situación, muchos de los teólogos e historiadores más eminentes del cristianismo como Adolf Von Harnack, Albert Schweitzer o Rudolf Bultman han presentado objeciones serias a las creencias tradicionales de la Iglesia sobre Jesús. Von Harnack con sus enfoques históricos, Schweitzer con su énfasis en lo escatológico del mensaje de Jesús —Éste esperaba, según Schweitzer, establecer su reino literalmente, pero no lo consiguió—y Bultman, con su desmitologización del cristianismo, trataron de echar abajo aspectos esenciales del elemento sobrenatural de las Escrituras. La lista de autores protestantes y católicos que desafían las creencias tradicionales es

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larga. Pero lo mismo entre liberales que entre conservadores, persiste un grado apreciable de fe en el relato de los Evangelios, que va desde una aceptación parcial hasta una creencia literal en los mismos, como es el caso de los fundamentalistas protestantes —y muchos evangélicos no necesariamente fundamentalistas—, de los teólogos ortodoxos orientales y de los católicos conservadores. El libro de los Hechos de los apóstoles relata las primeras experiencias de la naciente Iglesia cristiana. Según el relato, días después de la Resurrección, en la fiesta de Pentecostés, los discípulos reunidos en Jerusalén recibieron el Espíritu Santo y éste les permitió comunicarse en otros idiomas con la multitud congregada, cuando todos les entendieron a pesar de que había muchas personas de diferentes lenguas y culturas.

Pedro y Pablo, según un relieve paleocristiano en piedra

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La Iglesia primitiva

La Iglesia formada en Jerusalén era predominantemente judía. Los apóstoles, temerosos inicialmente, ganaron confianza con la resurrección y los sucesos del día de Pentecostés. Sin embargo, entre los primeros seguidores del Jesús resucitado, se suscitaron controversias sobre si se debía guardar estrictamente la Ley judía y prácticas tan fundamentales para el judaísmo como la circuncisión. Los apóstoles y discípulos continuaron asistiendo a las sinagogas y al Templo. De haber triunfado el partido favorable a mantener a los cristianos dentro del judaísmo, el cristianismo habría continuado siendo simplemente otra secta o grupo judío más. Hombres como Pedro y Santiago (patriarca de la Iglesia de Jerusalén) hicieron concesiones a los que, como Pablo, ponían énfasis en

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la gracia de Dios más que en la Ley, sin rechazar ésta completamente, ni mucho menos. Los cristianos fueron perseguidos, sobre todo por importantes sectores judíos y tuvieron que esparcirse por muchas regiones vecinas. Al convertirse a Cristo, Saulo (Pablo) de Tarso, judío con cultura griega, ciudadanía romana y perseguidor de la naciente Iglesia, se dedicó a la evangelización de los gentiles o no judíos en el mundo conocido entonces, internacionalizando la Iglesia en una escala apreciable para aquella época: el siglo I de la era cristiana. La destrucción de Jerusalén por los romanos y la destrucción del Templo, hechos ocurridos en el año 70 de nuestra era, así como la dispersión de los judíos y el cese de los sacrificos rituales, tuvieron parte en el proceso. Los cristianos fueron identificándose únicamente como tales y no como un grupo judío. La conversión de gentiles aceleró el proceso. Los apóstoles, de los cuales Pedro es el más conocido y el que parece haber tenido mayor influencia, y las figuras más importantes como Santiago, «el hermano del Señor», eran judíos, aunque también surgieron cristianos gentiles que ocuparon puestos de importancia. Los apóstoles y otros cristianos escribieron libros que siglos

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después fueron aceptados como canónicos, es decir, que forman parte de la lista aprobada de libros inspirados por el Espíritu Santo para el uso de la Iglesia. Los cristianos añadieron estas nuevas escrituras al Antiguo Testamento de los judíos, y así surgió progresivamente la Biblia cristiana. Al terminar el siglo I, la Iglesia cristiana, a pesar de numerosas divisiones internas, había empezado a extenderse por Europa, Asia Menor, el norte de África, etc. Había nacido una religión con fronteras ilimitadas. El estudio del cristianismo primitivo es en sí una materia especializada. Gran parte de la información disponible refleja simplemente los posteriores puntos de vista de ciertos líderes cristianos de los siglos II y III, ya que las interpretaciones consideradas heréticas fueron desde muy pronto condenadas y rechazadas por los grupos predominantes; así se perdieron ciertos materiales y textos sobre las controversias, sobre todo en relación con las naturalezas divina y humana de Jesús, lo cual fue frecuente tema de discusión desde muy temprano. En cualquier caso, el cristianismo logró reunir a judíos y griegos, romanos y bárbaros, libres y esclavos, y combinar elementos de la antigua religiosidad judía con el pensamiento filosófico. Las

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Epístolas del apóstol Pablo tuvieron un gran papel en este proceso. Por ello, algunos hasta han llegado a considerarlo como el segundo fundador del cristianismo, como el padre del pensamiento cristiano o como el iniciador de la teología cristiana. El cristianismo primitivo logró grandes éxitos en ciudades donde existían comunidades judías, ya que cierta familiaridad con sus creencias ayudaba al proceso de explicar el significado de Cristo y de su mensaje para los hombres. El rechazo del cristianismo por parte de los judíos, a veces de forma violenta, coincidió con los esfuerzos de los predicadores por extenderlo entre los griegos y otras personas de esa cultura, y finalmente entre todo tipo de habitantes del Imperio romano. A mediados del siglo II, la Iglesia era ya tan numerosa que representaba una amenaza potencial para demasiados intereses, incluidos los de los gobiernos regionales impuestos por Roma, sobre todo en Siria y en el Asia Menor. Como la prédica cristiana rechazaba diversos elementos culturales de los romanos y de otros pueblos, e invitaba a separarse de las cosas de este mundo, los conflictos empezaron a sucederse. El rechazo por parte de muchos creyentes del juramento de fidelidad al «divino» emperador —mayormente por cuestiones

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religiosas—, y la condición de objetores de conciencia de muchos cristianos que rehusaban servir como soldados en las legiones, complicó el asunto. Al ser el cristianismo una religión tan diferente, sus seguidores fueron acusados de todo tipo de misterios y excesos, incluso de ateísmo por no adorar ídolos como los demás. Las persecuciones por parte de los romanos se remontan a una fecha tan temprana como la del año 64, es decir, durante el reinado de Nerón. Los cristianos que rehusaban adorar la imagen del César o prestar ciertos servicios a Roma, fueron condenados a ser devorados por los leones o a ser quemados vivos. En algunos casos, estas persecuciones tenían cierto carácter político velado, aunque no debe descartarse el factor de una devoción y un fervor religioso que impedía a los cristianos utilizar el sincretismo religioso que dominaba en Roma, por lo general tolerante de aquellas religiones que se adaptaban a su sistema. Las primeras estructuras administrativas que desarrolló la Iglesia no son demasiado conocidas, aparte de las mencionadas en los relatos bíblicos y de las que se deducen de ciertos escritos de finales del siglo I. De la organización primitiva que abarcaba a los 12 apóstoles y a los 70 discípulos surgieron otras, y se

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fueron desarrollando ciertas jerarquías. Ya al llegar el siglo II, el obispo o pastor de una iglesia importante recibía mucho reconocimiento y poseía gran autoridad sobre su rebaño, quizá comparable a la ejercida por los apóstoles y los primeros patriarcas como Santiago sobre la Iglesia de Jerusalén. Mientras los católicos afirman que, desde el principio, el obispo de Roma, al que ellos consideran sucesor del apóstol Pedro, supervisaba o tenía jurisdicción sobre toda la Iglesia cristiana —con excepción de los grupos disidentes—, los ortodoxos y protestantes entienden que las Iglesias locales y regionales eran totalmente autónomas y que la primacía del obispo romano sólo se fue aceptando progresivamente debido a la importancia de la capital del Imperio. Este primado era un obispo o pastor como los demás, si acaso primus inter pares («el primero entre iguales»). Esto sólo ocurrió durante el proceso de extensión del cristianismo y no al principio. Como en el asunto de la administración eclesiástica, existen diversas interpretaciones sobre el desarrollo de la doctrina cristiana. Ya al iniciarse el siglo II existían libros aparte del Antiguo Testamento, es decir, escritos que después fueron aceptados como canónicos o aprobados, a los que llamamos el Nuevo

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Testamento, así como otros debidos a líderes y pensadores cristianos como Clemente de Roma, Hermas, etc., llamados los padres apostólicos. Surgieron apologistas o defensores del cristianismo como Justino Mártir y Atenágoras, que trataron de defender intelectualmente la nueva fe usando los argumentos filosóficos aceptados por Grecia y Roma, y el lenguaje de la filosofía. Se preocuparon de demostrar a sus contemporáneos, incluidos los gobernantes, que el cristianismo no era una secta judía o una religion más, sino la Iglesia universal o católica que absorbía otros elementos culturales según se iba desarrollando. La palabra católico («universal») se utilizaba con frecuencia para identificar el cristianismo y distinguirlo de grupos disidentes dentro del mismo. La verdad es que, aparte de las persecuciones romanas, los cristianos tuvieron que enfrentarse a grupos que amenazaban lo que muchos consideraban como la ortodoxia o la verdad. Estas disensiones internas les ocasionaron serios problemas que deterioraron su imagen. Entre estos grupos, puede mencionarse a los gnósticos y los seguidores de heresiarcas como Marción, Tertuliano y otros.

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Las primeras sectas disidentes

Los gnósticos enseñaron inicialmente un dualismo que dividía el espíritu y la materia, y consideraban que el mundo material era vil y degradante. Por lo tanto, el Dios en que creían, impersonal e imposible de conocer, que habita en la luz pura, no podía tener nada que ver con la creación del mundo. Se les conoce como gnósticos por la palabra gnosis, que quiere decir «conocimiento». El conocimiento verdadero estaba reservado, según ellos, para los iniciados en los misterios sagrados. El creador del mundo es hijo de un eón caído, ya que del Ser Supremo emanan eones, manifestaciones de los atributos divinos. El Jehová del Antiguo Testamento es presentado, pues, de forma negativa, mientras que Jesús es uno de los eones preexistentes y no nació realmente ni tampoco sufrió ni murió. Al ver qué mal iban las cosas en la Tierra, Jesús,

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eón lleno de compasión, vino «disfrazado» con un cuerpo y les mostró a los hombres cómo podían alcanzar un alto grado de sabiduría para la mente y liberarse así de la esclavitud del mundo material, ganando al mismo tiempo la inmortalidad al escapar de la carne. Para todo esto se necesitaba someter el cuerpo a una disciplina de tipo ascético. Algunos gnósticos menospreciaban el cuerpo y el placer y practicaban la mortificación de la carne, aunque otros entendían que los poseedores de la gnosis estaban por encima incluso de las reglas morales. Entre sus pensadores y simpatizantes se hallan Basilides, Valentín y Marción. Marción, considerado como cristiano por unos y como gnóstico por otros, tuvo puntos de contacto con el pensamiento gnóstico, pero no se incorporó a ninguna de sus escuelas o sectas, las cuales eran numerosas en Egipto y en el Asia Menor. Marción vivió del año 100 al 165 de la era cristiana y era ciudadano romano. Hacia el año 144 fundó su secta, la cual, imitando a los gnósticos, atacaba al Dios del Antiguo Testamento, e incluso al Libro sagrado. Cristo fue, según él, el primero en revelar al verdadero Dios bueno. Se debía imitar a Cristo y a San Pablo en cuanto a la práctica del celibato y del ascetismo. Se dedicó también a suprimir del

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Nuevo Testamento todo pasaje que vinculara a Jesús con Jehová. Una serie de ideas, derivadas de todo tipo de grupos y religiones, se infiltraron en estas sectas y aun en las Iglesias establecidas o consideradas como ortodoxas, es decir, en parte de la Iglesia católica. En escritos cristianos de la época se encuentra hasta el bajo concepto que se tenía de la vida conyugal y algunos empezaron a criticar a los que se casaban después de haber enviudado. Entre ellos se halla Tertuliano, teólogo cristiano nacido en Cartago de padre romano. Tertuliano vivió del 160 al 220 y se opuso a herejes y paganos predicando una moral muy rigurosa, en la cual se condenaban las segundas nupcias; además, le atribuía cierta corporeidad al alma. Se unió al movimiento montanista, seguidores de Montano, quien rechazó en el siglo II lo que consideraba mundanidad en el cristianismo, el que, de acuerdo con su interpretación, se había apartado de su pensamiento original. La influencia de Tertuliano en círculos cristianos disminuyó al adoptar abiertamente el montanismo, sin embargo, se le considera el padre del latín eclesiástico y fue ciertamente un erudito. Los primeros siglos vieron el nacimiento de sectas y grupos disidentes, al mismo tiempo que surgían

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conflictos entre obispos y sedes cristianas, incidentes registrados en la historia eclesiástica con bastante claridad. Para oponerse a las opiniones consideradas heréticas se levantaron hombres como Ireneo, quien escribió en el 185 su libro Contra las herejías. Entre el 150 y el 175 empezó a usarse el llamado Credo de los apóstoles. Además, hacia fines del siglo II ya se había aceptado un canon o lista de libros aprobados de la Biblia, el cual fue modificado después, pero que sirvió para evitar el que se aceptara una serie de escritos que en ocasiones contenían ideas consideradas heréticas o peligrosas. Mientras tanto, continuaban las persecuciones por parte de Roma, y surgían otras crisis internas en el cristianismo, como son las relacionadas con la actitud de los cristianos hacia aquellos de sus hermanos que habían renunciado, al menos públicamente, a la fe para no perder su vida y posesiones, y que después trataban de conseguir el perdón de la Iglesia. Los historiadores, ante diferentes interpretaciones sobre los inicios del cristianismo, extienden generalmente su período primitivo hasta finales del siglo I o mediados del siglo II. La Iglesia cristiana primitiva da paso históricamente a la Iglesia católica antigua.

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Via crucis o Via dolorosa: la calle de Jerusalén por la que ascendió Jesús en su Pasión, camino del Calvario ·grabado del s. XIX

LA IGLESIA CATÓLICA ANTIGUA 37

2 LA IGLESIA CATÓLICA ANTIGUA

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Ilustración de la página anterior: Cristo y María Magdalena ·de una miniatura de un libro de Enrique II (escuela de Richeneau)

LA IGLESIA CATÓLICA ANTIGUA 39

Antecedentes

Para distinguirse de los grupos considerados heréticos, la Iglesia se identificaba como católica o universal. Era la «Iglesia del todo» y no «de la parte»; no era una secta, sino un cuerpo de creyentes que no se limitaba a un grupo o a un lugar. Cada día era más importante que una iglesia, en cualquier ciudad principal, tratara de probar que en su fundación había intervenido uno de los apóstoles. El elemento apostólico se fue haciendo cada vez más significativo. La lucha contra las llamadas herejías era cada día mayor y se necesitaba una mayor unidad doctrinal y administrativa para enfrentarse a ellas. En el proceso, se distinguieron grandes maestros de la Iglesia. Las Epístolas de Pablo tuvieron como meta resolver problemas específicos de carácter doctrinal o práctico.

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Después de la edad apostólica y del llamado cristianismo primitivo, esta tendencia continuó. Distintos escritores, a los que conocemos como padres apostólicos, continuaron ofreciendo orientación a los cristianos. Clemente de Roma escribió una Epístola a los corintios motivado por problemas parecidos a los experimentados por Pablo. Se difundió la llamada Didache o Enseñanza de los 12 apóstoles, a la que, aunque no fue escrita por ellos, se le dio gran importancia. El Pastor, atribuido por Orígenes a Hermas, también es un docu- mento importante. Ireneo escribió varias obras, de las cuales se conservan dos. Clemente de Alejandría tuvo un gran papel en el proceso doctrinal. Otros, como Tertuliano, terminaron por ser considerados como herejes. Orígenes, uno de los grandes escritores cristianos, considerado como uno de los padres de la Iglesia por los griegos, fue uno de los primeros críticos textuales de la Biblia y también uno de los primeros en hacer una declaración sistemática de fe. Además, fue comentarista bíblico y apologista de gran eficiencia. En algunos asuntos, fue más discípulo de Platón que escritor cristiano, y no todos le han considerado ortodoxo. Entre los maestros cuya influencia no puede ser negada, se han incluido diversos escritores de cultura griega y, posteriormente, también de cultura latina.

LA IGLESIA CATÓLICA ANTIGUA 41

Aunque las persecuciones en época de Domiciano, a fines del siglo I, fueron terribles, la Iglesia disfrutó después de cierta paz, sobre todo en los últimos años del siglo II. Sin embargo, en el siglo III todo cambió. La antigua política moderada del emperador Trajano, que establecía que los cristianos debían ser castigados si rechazaban el culto al emperador y a los dioses, aunque no se les debía buscar sistemáticamente con el propósito de castigarlos, fue aplicada en diversas épocas y regiones, pero Septimio Severo y Decio fijaron otras políticas mucho más estrictas. Aumentaron en- tonces las persecuciones. Éstas se produjeron incluso bajo el gobierno del filósofo estoico Marco Aurelio Antonio, quien también ocupó el trono imperial durante el siglo III. La actitud de los cristianos que evitaron las persecuciones y negaron su fe, conmovió a toda la Iglesia. De nuevo se produjo el enfrentamiento entre los más dados al perdón y los que, como Cipriano, deseaban que se estableciese un procedimiento estricto para recibir en la Iglesia a los que habían caído en falta tan grave. Otros aún más severos, como Novaciano, se opusieron al obispo de Roma Cornelio por entender que estaba siendo demasiado suave con ellos. Muchos incluso criticaron a un obispo de Roma por haber salido de la ciudad en época de persecución.

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En el 303, siendo Diocleciano emperador de Roma, se inició una fortísima persecución para reforzar la unidad imperial y la tradición romana, en peligro por las invasiones de los llamados bárbaros: tribus germánicas que iban estableciéndose en territorios del Imperio. Una sucesión de acontecimientos cambió completamente el cuadro. En el año 312, Constantino, hijo de Elena, devota cristiana, derrotó a sus enemigos en la batalla de Majencio y adquirió así el predominio que le permitió aumentar el poder que había adquirido en el 306, cuando fue proclamado emperador. Constantino había adoptado como emblema, antes de la batalla, el lábaro usado por los cristianos —según relatan fuentes tradicionales— y en el año 313, junto con su cogobernante Licinio, proclamó la tolerancia legal de la religión cristiana mediante el Edicto de Milán. Ese paso permitió gradualmente que el cristianismo fuese no sólo tolerado o permitido, sino también reconocido como la religión oficial, primero en la práctica y luego legalmente. Así terminaba toda una época. La Iglesia de los principios humildes, ya convertida en la poderosa Iglesia católica de la Antigüedad, estaba en camino de adquirir bajo el Imperio romano una grandeza material con la que tal vez nunca soñaron sus fundadores.

LA IGLESIA CATÓLICA ANTIGUA 43

Arrianismo

Tan pronto se convirtió en la religión oficial o predominante, el cristianismo tuvo que enfrentarse a una de sus más duras crisis: la llamada controversia arriana. Poco es lo que se sabe sobre el presbítero Arrio de Alejandría, quien murió alrededor del año 336. La controversia arriana, que se extendió aproximadamente desde el 318 al 381, tuvo gran importancia en el proceso del desarrollo definitivo de la doctrina cristiana. Maestros y escritores como Tertuliano y Cipriano, en África del Norte, y Clemente y Orígenes, en Alejandría, arrojaron mucha luz sobre el significado de diversas doctrinas que tenían su origen en la relación existente entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Estos y otros escritores habían definido aspectos importantes de la autoridad de la Iglesia. Ni ellos ni

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otros maestros o padres de la Iglesia antigua lograron conseguir la unanimidad en todos los temas. Según Arrio, Cristo, el logos o Verbo divino, era una criatura. Esto contradice la creencia de que además de ser el Hijo de Dios y el Salvador, Jesús es la segunda persona de la Trinidad, Dios mismo en forma humana. Arrio decía que Cristo tuvo un principio. El emperador Constantino, quien después de haber promovido la causa, deseaba, por razones políticas, una Iglesia unificada, convocó el Concilio de Nicea, nombre de una ciudad situada en el Bósforo, a corta distancia de Constantinopla. La controversia adquirió proporciones internacionales después de que Arrio y su obispo, Alejandro de Alejandría, tomaron posturas opuestas en una disputa doctrinal. Después del Concilio de Nicea, el teólogo Atanasio hizo una defensa de la eternidad de Cristo que permitió triunfar a la causa considerada ortodoxa sobre la de Arrio, tenida por herética. El Concilio de Nicea estableció que Jesucristo es Uno con el Padre y Dios desde la eternidad. Sin embargo, después del Concilio, el arrianismo se extendió por muchas regiones y fue adoptado como la verdadera versión del cristianismo por pueblos tan influyentes como los visigodos, incluidos los esta-

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blecidos en España, por otras tribus germánicas y por grandes sectores en Oriente y Occidente. El Concilio de Constantinopla, celebrado en el 381, definió las doctrinas con mayor minuciosidad y ratificó el llamado Credo niceno, aunque lo amplió en busca de una claridad que impidiera a los arrianos refugiarse en expresiones vagas que les permitiesen el no ser considerados herejes por los demás. El arrianismo empezó a perder fuerzas, aunque durante cierto tiempo se mantuvo como un poderoso movimiento del cristianismo.

Otras herejías

Otras controversias de carácter cristológico, es decir, sobre la naturaleza de Cristo, tuvieron lugar sobre todo en los siglos IV y V. Después de que el Credo niceno aclarase el dogma de que Cristo no tenía un grado menor de deidad que el Padre, las discusiones se centraron en

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la relación existente entre las naturalezas divina y humana de Jesús. En la iglesia de Occidente se hacía énfasis en la unión hipostática, es decir, las naturalezas divina y humana se unen perfectamente en la persona de Cristo, quien es Dios y hombre al mismo tiempo. En las sedes eclesiásticas de Alejandría y Antioquía se produjeron graves confrontaciones. En Alejandría, la fe cristiana se había interpretado a la luz de la filosofía platónica. Para ciertos teólogos alejandrinos, lo importante acerca de la persona de Jesucristo era su condición de maestro, su función como instrumento de la revelación de Dios. Mediante su humanidad, el Verbo de Dios se comunicaba con los hombres. Por lo tanto, les interesaba la divinidad de Cristo. En Antioquía, prevalecía una interpretación más literal e histórica de la Escritura. No veían la Biblia como una sucesión de alegorías, sino como una narración. Sin que se negara necesariamente la divinidad de Cristo, se hacía énfasis en su humanidad y en su realidad histórica. Antioquía estaba cercana a la Palestina y sus teólogos demostraban tener influencia judía. Para ellos y sus seguidores, lo importante era que Dios se hubiera unido a la humanidad. Nestorio, perteneciente a la escuela de Antioquía y patriarca de Constantinopla desde el 428, fue el eje

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de una gran controversia. Esta sede disfrutaba ya del mismo reconocimiento que Roma en Occidente. Al ascender Nestorio al patriarcado, los alejandrinos se sintieron relativamente menospreciados, ya que se trataba de un triunfo de Antioquía. Surgió una controversia sobre el término theotokos aplicado a la Virgen María. Su significado literal es «paridora de Dios» y se traduce generalmente como «madre de Dios». Sin embargo, no se trataba de una controversia mariana, sino cristológica. Nestorio creía que Dios, en Jesucristo, se había unido a un hombre. Dios es una persona y el ser humano otra. Por consiguiente, en Cristo hay no sólo dos naturalezas, sino dos personas. La persona y la naturaleza humanas nacieron de María, pero no así la divina. Por lo tanto, María es christotokos («paridora de Cristo») y no theotokos («paridora de Dios»). Para Nestorio, la unión entre estas dos personas era una conjunción, un acuerdo o una unión moral. No creía como los otros que las dos naturalezas se confundían en una sola persona. La sede de Alejandría y sus teólogos como Cirilo, entonces patriarca de la ciudad, se opusieron resueltamente a Nestorio y con el auxilio del papa u obispo de Roma lograron hacerle frente. Los emperadores Velentiniano III y Teodosio II convocaron

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un concilio ecuménico, es decir, de obispos de toda la Cristiandad, en el 431. Nestorio fue depuesto y enviado a un monasterio. El Concilio, que se celebró en Éfeso y en el que Cirilo tuvo un papel fundamental, condenó a Nestorio y conservó el título de theotokos para María. Los seguidores de Nestorio mantuvieron sus principios y dieron pie a un movimiento llamado nestorianismo, el cual tomó forma de Iglesia y se extendió por varias regiones, sobre todo gracias a la obra de sus misioneros que lograron llegar hasta el interior de China. Formaron esta Iglesia extendida por el Este aquellos obispos que no aceptaron las decisiones del Concilio de Éfeso. Su centro estuvo en Persia. Se creó el Patriarcado del Este, el que logró agrupar a un número enorme de cristianos, sobre todo en Persia, y alrededor de Bagdad. Las comunidades nestorianas de India, Arabia y Turquestán merecen especial atención. Los nestorianos de la India son conocidos como los cristianos de Malabar. Las Iglesias nestorianas sufrieron mucho durante las invasiones mongoles de los siglos XIII y XIV. Algunos fieles buscaron refugio en el Kurdistán. Se les conoce hoy día como los cristianos asirios, y su número ha disminuido de tal forma que sólo quedan unos pocos miles, mayormente en Irán.

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La condena de Nestorio no acabó con las controversias dentro de la Iglesia. El lector habrá notado que, a partir del Concilio de Nicea en el siglo IV, la Iglesia, ahora respaldada por el poder imperial, se veía obligada a convocar a todos los obispos que estaban en comunión con la Iglesia católica o universal. Era la única forma de resolver las disensiones, aparte del uso del poder secular. En el 444, Dióscoro sucedió a Cirilo como patriarca de Alejandría; su propósito fue consolidar el poder de esta sede sobre Antioquía y Constantinopla. En medio de esta situación, surgió la figura del monje Eutiques, partidario de la escuela alejandrina, aunque residía en Constantinopla. Negaba que Jesucristo existiera en dos naturalezas después de la encarnación y que fuera consubstancial al hombre, lo cual desafiaba los principios aceptados hasta entonces. Ante la oposición del patriarca Flaviano de Constantinopla, el patriarca Dióscoro de Alejandría tomó el partido de Eutiques. El emperador convocó a un concilio que se celebró en Éfeso en el 449, bajo la presidencia de Dióscoro. Las decisiones del Concilio fueron favorables a las ideas de Eutiques, pero el obispo de Roma, el papa León el Grande, logró que se convocara otro concilio, lo cual resultó posible

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gracias a la muerte del emperador Teodosio II, quien favorecía el Concilio celebrado en el 449. Sus sucesores, Pulqueria y Marciano, accedieron a convocar el Concilio de Calcedonia en el año 451. Considerado generalmente como el Cuarto Concilio Ecuménico de la Iglesia, a él asistió un número mayor de obispos que a los anteriores. Reunidos, condenaron a Eutiques y a Dióscoro por sus errores, pero perdonaron a los demás asistentes al anterior Concilio. El papa León escribió una Epístola dogmática, es decir, una carta que defendía la posición ortodoxa rechazada por Eutiques. También se difundió mucho la Definición de fe de los obispos reunidos en Calcedonia. Sin embargo, los partidarios de Eutiques continuaron firmes en su posición de que había una sola naturaleza en Cristo. Fueron conocidos como monofisitas por las raíces griegas de esta palabra que quiere decir «una sola naturaleza». Las Iglesias que rechazaron el Concilio de Calcedonia fueron conocidas a partir de entonces como monofisitas, de igual modo que las que no aceptaron el Concilio de Éfeso del año 431, eran llamadas nestorianas. Otras controversias sobre la persona de Jesucristo afectaron a la Iglesia, sobre todo en la parte oriental del Imperio. En Siria y Egipto, los monofisitas fueron muy poderosos hasta

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la llegada de las invasiones árabes. En el siglo VII, surgió una fórmula de acercamiento entre los monofisitas y sus detractores, llamada monotelismo, palabra que viene de las raíces griegas mono, que quiere decir «uno», y theema, que quiere decir «voluntad». Según ellos, en Cristo había dos naturalezas, la divina y la humana, como enseñó el Concilio de Calcedonia, pero una sola voluntad (concesión hecha a los monofisitas). Aunque esta tesis recibió mucho apoyo en círculos oficiales y eclesiásticos, fue condenada en el Sexto Concilio Ecuménico de Constantinopla (680-681), que reafirmó los principios del de Calcedonia. En el siglo VIII, la Iglesia se enfrentó a otra grave cuestión. El emperador León III de Constantinopla ordenó derribar una imagen de Cristo muy venerada en la ciudad, influido por las ideas de los iconoclastas, es decir, aquellos cristianos que se oponían a utilizar imágenes en el culto y que como mucho las toleraban para decorar los templos, para usos puramente artísticos, y como una especie de «libro de los incultos» para los que no sabían leer, quienes podían aprovechar el mensaje de las imágenes. Por otro lado, los musulmanes acusaban a los cristianos de idolatría. En el 754, el emperador Constantino V, hijo de León III, convocó

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un concilio que prohibió el uso de imágenes en el culto y condenó al patriarca Germán y al teólogo Juan de Damasco, quienes las habían defendido como jefes del llamado partido de los iconodulos (veneradores de imágenes). Los edictos imperiales debían aceptarse en todo el Imperio romano; sin embargo, en Occidente no se aplicaban siempre. La controversia se fue intensificando al seguirse en diferentes regiones una u otra política. En el 787, en el Séptimo Concilio Ecuménico, celebrado en Nicea, se restableció el culto de las imágenes. Este Concilio fue el resultado de la cooperación entre el patriarca Tarasio de Constantinopla y el papa Adriano. Después de un período en el que los iconoclastas regresaron al poder, las imágenes fueron reinstauradas totalmente en el 842. Los iconoclastas no llegaron a tener una influencia real en Occidente. Por lo tanto, esta cuestión sólo afectó a la parte oriental del Imperio romano, es decir, al Imperio bizantino. Estos Concilios tienen una importancia extraordinaria en el desarrollo doctrinal de la Iglesia, pero también hay que considerarlos como de gran valor histórico. Los protestantes aceptan, por lo general, los primeros cuatro; los ortodoxos orientales, los primeros siete. Después se produciría toda una serie de incidentes que

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marcarían las diferencias entre las principales Iglesias. Llegaría un momento, en la Edad Media, en que las de Oriente no continuarían en comunión con las de Occidente; finalmente se produciría la gran ruptura conocido como la Reforma religiosa del siglo XVI.

Monaquismo

Un importante aspecto del desarrollo del cristianismo es el monaquismo que creció rápidamente dentro de la Iglesia, lo mismo en Oriente que en Occidente, sobre todo desde que se consideró al cristianismo como la religión oficial en el siglo IV. Las raíces de este movimiento se hallan en el siglo I y muchos encuentran ciertos fundamentos en los escritos de Pablo que recomiendan la abstinencia sexual y el celibato. Sin embargo, el primer personaje importante del monaquismo posiblemente fuese San Antonio de Egipto

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(251-356). Con figuras como la suya surge en el siglo III, sobre todo en la parte oriental del Imperio romano, la tendencia a aislarse completamente del mundo, de lo cual hay precedentes en otras formas de religiosidad y en el judaísmo. Los anacoretas, o monjes aislados, y los cenobitas, monjes de vida común, tuvieron un importante papel en el cristianismo de finales de la historia antigua y del Medievo. Entre los primeros anacoretas, hubo hombres de gran santidad como Antonio, ya mencionado, y Pablo el Ermitaño. Además del monaquismo anacoreta, se fue formando el monaquismo cenobita. La palabra cenobita se deriva de dos términos griegos que significan «vida común». Entre sus fundadores se encuentra Pacomio, quien le dio forma al monaquismo cenobítico en Egipto. Sus monasterios estaban rodeados por muros con una sola entrada. Todos los monjes se dedicaban al trabajo y a la devoción. Se vendía el producto de sus labores para comprar comida y otros artículos necesarios, y se utilizaba también para obras de caridad. Los sacerdotes de las poblaciones cercanas les daban la comunión el domingo, ya que no estaban ordenados. En las comunidades femeninas se seguía una disciplina parecida a la de los varones. El abad gobernaba a hombres y

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mujeres por igual. Las nuevas reglas que rigieron el monaquismo y le otorgaron una gran variedad, surgieron en la Edad Media y aun después. Entre los más notables promotores del ideal monástico se hallan escritores como Jerónimo, Atanasio, Agustín, etc., quienes supieron elevar el prestigio de esta conducta. El aumento de la influencia política y material del cristianismo, la mundanidad reinante en muchas esferas sociales, incluso religiosas, llevaron a muchos cristianos a refugiarse espiritualmente en la práctica de una vida intensamente religiosa como la monástica. Los cristianos, que tenían en sus filas a figuras tan piadosas como la mayoría de los primeros monjes y monjas, iban asegurándose un lugar en la vida política, cultural y social, por no decir económica, del Imperio romano. Los perseguidos se convirtieron en algunos casos en perseguidores, no sólo de sectas y grupos disidentes, sino también de paganos, quienes en otra época les habían perseguido. La reacción pagana se dejó sentir en época del emperador Juliano, hombre de vasta cultura filosófica y humanística, quien abandonó el cristianismo adoptado por su familia (la de Constantino). Ascendió al trono en el 361. Sus antecesores habían puesto cuanta traba pudieron concebir

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para provocar la caída de los cultos paganos. Juliano trató de reformar el paganismo y de reorganizar su sacerdocio, imitando algunos aspectos administrativos del cristianismo. No decretó la persecución de la Iglesia, pero muchos paganos tomaron la venganza por sus manos. Llamó «galileos» a los cristianos, escribió el libro Contra los galileos y hasta intentó reconstruir el Templo de Jerusalén para echar abajo las creencias cristianas que decían que la destrucción del Templo por los romanos fue el cumplimiento de determinadas profecías. Sus reformas no tuvieron mucho arraigo, y fracasó su intento de resucitar el paganismo. La suerte de Europa estaba echada con el cristianismo.

Los bárbaros

Una serie de acontecimientos ocurridos a fines de la Edad Antigua y en la primera parte de la Edad Media tienen relación directa con la Iglesia católica

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antigua: la división del Imperio en occidental y oriental en el siglo IV, con capitales en Roma y Constantinopla (antigua Bizancio), respectivamente; el fin del Imperio romano de Occidente con su último emperador Rómulo Augústulo (476); y la aparición de los bárbaros, nombre dado a los invasores germánicos que desde allende el Rin y el Danubio llegaron hasta el territorio imperial. A fines del siglo V, el llamado Imperio romano de Occidente ya estaba dividido en diversos reinos bárbaros, que según se iban constituyendo adquirían una nueva religión: la cristiana. Ya algunos conocían el Evangelio desde el siglo IV, gracias a la obra de misioneros cristianos como Ulfilas, quien creó un modo de escribir en lengua gótica y tradujo las escrituras a ella. Ulfilas era arriano como muchos de los misioneros de la época. Por ello, entre los godos y otras tribus germánicas hubo un número elevado de arrianos. Por ejemplo, al tomar los vándalos la ciudad de Cartago en el 439, hicieron de ella su capital; su rey Genserico impuso la religión cristiana en su versión arriana y limitó las actividades de los católicos (los que creían en la doctrina ortodoxa de la Trinidad) y de otros grupos cristianos como los donatistas. Estos últimos se parecían en parte a los montanistas ya mencionados.

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La invasión de los vándalos implicó la presencia de arrianos, católicos y donatistas en una misma región. En el 312, Cecilio, obispo de Cartago, fue criticado como clérigo ya que uno de los obispos que le consagraron había negado la fe durante las persecuciones. La controversia dio origen al movimiento donatista, que tomó el nombre del obispo Donato, uno de sus líderes. Este grupo disidente, opuesto a recibir en su seno a los que habían negado su fe, adoptó prácticas y doctrinas diferentes a las de la Iglesia predominante. La llegada de los vándalos disminuyó su actividad, aunque sobrevivieron hasta la época de las invasiones de los moros musulmanes.

Evangelización de Europa

La expansión arriana finalmente se vio detenida, gracias sobre todo a las conversiones al catolicismo. Muchos jefes arrianos, no siempre por conquista o por razones políticas, se pasaron al catolicismo. En algún

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San Sigfrido (muerto en 1405), obispo de York, llevando el Evangelio a la Suecia vikinga ·estampa populista de F.L. Backstadius (1866)

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caso notable intervino la conversión o el matrimonio con católicos. En el siglo VI, el cristianismo, que ya había logrado llegar a diferentes regiones del Imperio romano, se empezó a extender aún más. Patricio, un celta escocés, evangelizó Irlanda a principios del siglo V, mientras el irlandés Columba hacía otro tanto en Escocia, más o menos por la misma época, o un poco después. Este último predicó en el sur de Alemania, en Suiza, en Francia y en Italia. Los misioneros procedentes de Inglaterra realizaron su misión en Holanda hacia el siglo VII. En el siglo VIII, se destacó Bonifacio como misionero en el norte de Europa. Anscario llevó a cabo su labor en Dinamarca y Suecia. Mientras tanto, las Iglesias orientales del Imperio bizantino realizaron notables esfuerzos de evangelización. Cirilo y Metodio evangelizaron los Balcanes y el este de Europa, al principio, bajo los auspicios de las Iglesias griegas y, después, con el apoyo de la Iglesia de Roma. Dos regiones que ofrecen un interés especial son, sin duda, Francia y España. Su proceso, muy diferente al de otros países, merece que nos detengamos un poco. Durante parte del siglo V, los francos y los borgoñones dominaron las Galias. Los primeros eran paganos y los segundos arrianos. Había, sin embargo, una población

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cristiana leal al concepto de la Iglesia católica que constituía la mayoría. Los primitivos cristianos penetraron en las Galias, la actual Francia, muy posiblemente en el siglo I. Los misioneros y mercaderes procedentes de Italia llevaron el Evangelio a Marsella y así se fue extendiendo. La población de origen romano o griego se sintió atraída por la nueva prédica. No tanto así la de origen céltico. Al llegar las tribus germánicas, se hizo todo lo posible por evangelizarlas. En el siglo V, los arrianos empezaron a pasarse en gran número al catolicismo, uniéndose así a la mayoría de los pobladores del país. También en este siglo, en el año 496, el rey Clodoveo se convirtió al catolicismo; cuando en el 534 los francos conquistaron a los borgoñones, comprobaron que ya eran católicos. También España tenía una población formada en gran parte por cristianos. Su evangelización se inició en el siglo I. Aparte de la población original, predominantemente cristiana, los suevos eran paganos y dominaban el noroeste del país. Se dejó sentir el arrianismo de los visigodos. Parte de los suevos se pasaron al catolicismo y otros al arrianismo; sin embargo, en el 550, su rey Cararico se pasó del arrianismo al catolicismo. Incluso entre las filas de los propios visigodos

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se producían conversiones. En el 589, el rey Recaredo proclamó la fe católica; el arrianismo desapareció gradualmente de este país que había dominado en gran parte. La Iglesia española se convirtió en baluarte del cristianismo. Además del rey, el arzobispo de Toledo era la figura central del reino; la influencia de los concilios de obispos fue extraordinaria. Isidoro de Sevilla, además de obispo de esta sede, fue en el siglo VII la figura de mayor importancia de la cultura española y su erudición es tan legendaria en Europa como su influencia en todos los órdenes de la vida de su país. Presidió el famoso Concilio de Toledo del año 633. Mientras se consolidaban los reinos cristianos en España y Francia, Inglaterra estaba dividida en reinos y pueblos diferentes. Algunos de sus cristianos fueron evangelizados desde Roma y otros desde Irlanda. La Iglesia de los celtas (pobladores de Irlanda y de otras regiones de las Islas Británicas) se vio finalmente absorbida por completo en el Sínodo de Whitby, celebrado en el año 663. En este proceso tuvo un gran papel Agustín de Canterbury, quien además de ser enviado desde Italia por el papa fue también un notable evangelizador. En Italia, los invasores germánicos, de origen pagano, se convirtieron al catolicismo o al

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arrianismo; estos últimos, que llegaron a ser mayoría, se fueron inclinando al catolicismo. Los lombardos se mantuvieron durante mucho tiempo dentro de la fe arriana; sin embargo, el papa Zacarías logró que Bonifacio ungiese a Pepino el Breve como rey de los francos. Éste invadió Italia y sometió a los lombardos, obligándoles a entregar parte de sus posesiones. Carlomagno logró más tarde destruir el reino lombardo y proclamarse «rey de los francos y los lombardos». Antes de que sucedieran estos hechos, el Imperio bizantino fue el que, sobre todo en el siglo VI, salvó al catolicismo de las furias de los reinos ostrogodos arrianos. En definitiva, los paganos cambiaron sus creencias por el catolicismo o se hicieron arrianos; estos últimos se convirtieron más tarde al catolicismo. Europa occidental, con excepción de sus sectas disidentes, llegó a ser una región católica en la que el obispo de Roma, el papa, era la figura principal. En el Imperio romano de Oriente se estableció la unidad religiosa y se mantuvo una especie de comunión teológica con la sede romana, aunque el poder civil y religioso residía en manos del emperador. Esta unidad, la cual se logró de diversas maneras entre pueblos muy diferentes y creencias muy encontradas entre sí, se quebró de

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nuevo en el siglo IX con la rebeldía del patriarca de Constantinopla, Focio; en 1054, la separación total, absoluta y definitiva fue un hecho entre el papado de Roma y el patriarcado de Constantinopla. No duró mucho tiempo un alto grado de unidad religiosa. Aunque la Iglesia católica antigua y la sede romana tuvieron un gran papel en este proceso unificador, la causa de la unidad cristiana, en peligro debido al surgimiento de sectas y grupos diferentes desde los inicios mismos del cristianismo, no parecía llamada a triunfar ni siquiera en la Edad Media. En este período de la Iglesia católica antigua, al que consideran con igual o parecida afinidad los católicos romanos, los ortodoxos orientales, los anglicanos e incluso muchos de los protestantes o evangélicos —al menos en aspectos esenciales— surgieron algunas figuras de monumental importancia en la historia del cristianismo, aparte de los papas y patriarcas notables que serán estudiados en los capítulos dedicados al catolicismo romano y a las Iglesias ortodoxas orientales.

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Grandes nombres del cristianismo

Arrio y Atanasio, rivales en el campo del debate teológico, merecen un lugar destacado. Es difícil para un estudiante moderno comprender que cuando en el siglo IV se decidió la suerte de la Iglesia, existían más o menos las mismas posibilidades de que ésta se mantuviese dentro de la creencia trinitaria o de que se inclinase al arrianismo. En un momento dado, las fuerzas políticas y las autoridades eclesiásticas favorecieron al arrianismo. Atanasio fue la figura principal de la controversia con Arrio, personaje de importancia mucho mayor de lo que generalmente se piensa, quien contó con apoyos tan importantes como el de Eusebio de Nicomedia. El cristianismo floreció en los primeros siglos en Asia Menor. Diócesis enteras desaparecieron después debido a las invasiones musulmanas y a los conflictos bizantinos; sin embargo, de ellas surgió una serie de figuras inmortales de la historia del cristianismo. En

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el siglo IV, se destacaron Basilio de Cesarea, teólogo conocido como Basilio el Grande; su hermano, Gregorio de Nisa, cuyas obras sobre la contemplación mística son consideradas como fundamentales, y Gregorio de Nacianza, amigo de ambos, gran poeta y orador, y autor de himnos que conserva la Iglesia griega entre los de mayor valor. A principios del siglo IV, sobresalió la figura de Eusebio de Cesarea, uno de los mayores eruditos de la época, tanto dentro como fuera del cristianismo. Nació en Palestina, hacia el año 260. Estuvo bajo la influencia de Pánfilo, quien reorganizó la inmensa biblioteca dejada por Orígenes, el gran erudito, en Cesarea. Pánfilo y Orígenes escribieron una Apología de Orígenes, y a Eusebio se debe un libro imprescindible para el estudioso, su Historia eclesiástica. El discurso religioso pronunciado por Eusebio ante Constantino, cuando éste visitó Jerusalén para la consagración de la iglesia del Santo Sepulcro, le convirtió en figura favorecida por el monarca, quien cultivó su amistad. Esta relación dejó su huella en la imagen que se tiene de Eusebio, considerado por algunos como teólogo oficialista. Ambrosio de Milán era gobernador de esta ciudad. En el 373, al morir su obispo, fue elegido para este

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cargo por el pueblo. Existía la costumbre de elegir popularmente al obispo, práctica que subsiste todavía en algunas denominaciones cristianas de gobierno congregacional. Ambrosio fue entonces bautizado, ya que había la costumbre de demorar el bautismo hasta los últimos días de la vida de una persona, aunque se profesara en cierta forma el cristianismo, práctica arraigada entre personas de algún relieve social de la época. Se destacó como orador sagrado y como pastor, y se le conoce, entre otras cosas, por haber exigido al emperador cristiano Teodosio que se arrepintiera de un hecho de sangre sucedido en Tesalónica, cuando éste impuso su autoridad. Después de esto, Ambrosio ganó la amistad y admiración de Teodosio. Aún mayor fama como orador tuvo Juan Crisóstomo, originalmente conocido como Juan de Constantinopla, debido a su santidad y prestigio. El nombre Crisóstomo quiere decir «el de habla dorada». Sufrió persecuciones y críticas por oponerse a la mundanidad prevaleciente. Jerónimo es conocido universalmente por haber publicado la famosa Vulgata, versión latina de las Sagradas Escrituras. Nació en el año 348, en el norte de Italia. Después de recibir una esmerada cultura, se consagró

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al servicio cristiano como ermitaño en Calcis, y continuó sus estudios, entre los que se incluía la filología, ya que hablaba varias lenguas. Su obra monumental, la Vulgata, fue combatida al principio por los que consideraban que la Septuaginta, obra traducida por setenta especialistas, no podía ser modificada ni siquiera por una nueva traducción. Agustín de Hipona es considerado por algunos la figura principal de la teología cristiana de la Iglesia católica antigua. Nació en el 354 en Tagaste, en el norte de África. Su madre, Mónica, era cristiana y su padre un oficial romano de religión pagana. Inclinado a los estudios, llevó, sin embargo, una vida libertina en Cartago, donde se estableció y tuvo un hijo con su concubina. Durante un tiempo, simpatizó abiertamente con la doctrina maniquea, la cual, por la importancia que tenía en la época y la influencia que ejerció sobre Agustín, merece ser explicada. El maniqueísmo era una religión de origen persa fundada por Mani en el siglo III. Mani escribió seis libros y varias cartas que integran el llamado canon maniqueo. Su religión se extendió por el Imperio romano y llegó hasta Persia y China. Según él, los problemas del hombre se deben a la existencia de dos principios dentro de cada

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persona: el espiritual y el material. El espiritual es luminoso; la materia es tenebrosa. Existen igualmente dos principios eternos en el universo: la luz y las tinieblas. La condición humana se debe a la mezcla y confusión de estos dos principios; la salvación se alcanza al separarlos. Mani incluía a Jesús, Buda, Zoroastro y a sí mismo en la lista de profetas que conocieron esta realidad. Entre sus seguidores, muchos eran simples oyentes o simpatizantes, pero los perfectos o elegidos debían privarse de la carne y de la vida sexual. Hoy en día se considera maniquea a una persona que cree que las cosas son o totalmente buenas o totalmente malas, debido, en parte, a la diferencia radical existente entre la luz y las tinieblas. En la época de Agustín, los maniqueos creían en una segunda venida de Jesús, en un reino milenario y en la destrucción de la presente creación cuando triunfase definitivamente la luz. Agustín dejó el movimiento maniqueo; sin embargo, cayó bajo la influencia de la filosofía neoplatónica, popular en aquellos tiempos. Finalmente conoció las prédicas de Ambrosio de Milán, las cuales le atrajeron principalmente por cuestiones retóricas, aunque terminó por interesarse en el contenido de las mismas. De esta forma, venció las dificultades intelectuales que

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le separaban del cristianismo. Estando en la sede de Ambrosio, es decir, en Milán, se dice que escuchó las palabras: «Toma y lee. Toma y lee. Toma y lee», y que rebuscando en un manuscrito que leía, encontró palabras bíblicas de la Epístola a los romanos, de San Pablo, que le llevaron a la fe. En el 391 fue ordenado y 4 años más tarde se convirtió en el obispo de Hipona. Agustín es una figura fundamental de la Iglesia en Occidente. Su teología hace hincapié en la gracia de Dios, gracia irresistible que llega al hombre por iniciativa divina. Agustín se enfrentó a las ideas de Pelagio, quien afirmaba que cada hombre viene al mundo con libertad total para pecar o no, que no existe el pecado original ni la corrupción que las Escrituras atribuyen al hombre, y que, por lo tanto, los niños no tienen pecado. Además de enfrentarse al pelagianismo en su época, Agustín escribió copiosamente. Entre sus obras figuran sus Confesiones, de gran valor autobiográfico y doctrinal, y su libro La Ciudad de Dios, especie de interpretación cristiana de la historia. La teología agustiniana sirvió de fundamento a aspectos importantes del sacramentalismo de la Iglesia católica; sin embargo, sus escritos también fueron usados profusamente por los reformadores evangélicos del siglo XVI, quienes consideraban

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que la Reforma, hasta cierto punto, era un regreso a Agustín. Por ello el obispo de Hipona es una figura aglutinadora dentro del cristianismo. La Iglesia católica antigua es sólo un capítulo de la historia del cristianismo. No debe confundirse con una confesión religiosa, aparte de las que ya conocemos. Su importancia, como ya se ha dicho, radica en que las grandes Iglesias cristianas de hoy, sobre todo la Iglesia católica romana, se consideran continuadoras de su tradición, posterior al cristianismo primitivo, con la cual tomaron sus formas definitivas poderosas instituciones religiosas de Oriente y Occidente que, de no haber sido mencionadas y explicadas, no nos permitirían conocer el futuro desarrollo de la Iglesia en general. Cuando estudiemos el catolicismo romano y la ortodoxia oriental, e incluso el protestantismo y el anglicanismo, trataremos de otros temas relacionados con la Iglesia católica antigua. Al entrar de lleno en la Edad Media, el historiador distingue necesariamente dos enormes estructuras que afirman descender con todos los derechos de la Iglesia antigua: nos referimos a la Iglesia católica apostólica romana y a la Iglesia ortodoxa griega.

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Página anterior: Madonna Alba, óleo de Rafael Sanzio (1511)

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La Iglesia católica apostólica romana es la más poderosa organización religiosa del mundo. No representa a todos los que afirman ser cristianos ni su feligresía constituye, en modo alguno, la mayoría absoluta de la población mundial, pero su presencia se deja sentir por todas partes en la vida social, política y religiosa. Desde el Vaticano, su Sumo Pontífice ejerce una influencia mayor que la de cualquier otro líder religioso. Sus declaraciones sobre cualquier tema llegan a los cuatro puntos cardinales gracias a todos los medios de difusión. De acuerdo con la doctrina de la Iglesia, ésta se remonta a los días de Cristo, ya que según el dogma católico fue Jesús quien fundó la Iglesia católica al reconocer la fe de Pedro y prometerle que levantaría

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sobre él su Iglesia, y entregarle las llaves del reino de los cielos. El catolicismo romano se considera no solamente como una continuación del cristianismo primitivo y de la Iglesia católica antigua, sino también como su legítimo heredero. En otras palabras, para la Iglesia de Roma, el cristianismo primitivo y la Iglesia católica antigua son capítulos de su propia historia. Aunque los historiadores católicos —entre los cuales se cuentan algunos de los más eminentes investigadores e intérpretes de la historia— aceptan que hubo disensión entre los primeros cristianos, y que surgieron sectas desde el inicio del desarrollo del cristianismo, e incluso reconocen que no todos los obispos de la Antigüedad aceptaron la jurisdicción romana, expresan su creencia firme de que a partir de Pedro ha existido una línea ininterrumpida de obispos de Roma, o papas, quienes han tenido jurisdicción pastoral no sólo sobre su diócesis, sino también sobre toda la Iglesia universal. Es más, no aceptan la idea, enseñada por los ortodoxos orientales y algunos protestantes —como los anglicanos— de que el obispo romano era únic mente primus inter pares, es decir, el primado de honor por ocupar la sede situada en la capital del antiguo Imperio romano. El papa es el jefe de toda la Iglesia, el vicario de Cristo

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en la Tierra, y sus enseñanzas ex-cátedra, como afirmó el Concilio Vaticano I, deben ser consideradas infalibles. Para aclarar mejor la posición católica, debe hacerse una distinción entre lo que otros cristianos consideran un desarrollo gradual, cultural y circunstancial de la autoridad del obispo de Roma, y la posición de indiscutible hegemonía espiritual del papa desde los días de Pedro. Es decir, según la pura doctrina católica, Pedro fue el primer obispo de Roma; al morir fue sustituido por Lino, y éste por otro, y así sucesivamente hasta llegar al ocupante del trono pontificio durante la redacción de este libro, Juan Pablo II. La Iglesia pasó de ser una organización perseguida y menospreciada a convertirse en una entidad internacional de gran prestigio, sobre todo a partir de la época de Constantino. Los papas adquirieron, por consiguiente, una aún mayor importancia cuando ejercieron las funciones de árbitros de la política europea, es decir, de los países de la Cristiandad, sobre todo en la Edad Media. El papa ocupaba un lugar superior al de todos los monarcas, quienes recibían, en muchos casos, de manos suyas, la corona: recuérdese a Carlomagno cuando, en el año 800, fue coronado emperador del Imperio romano-germánico. El pontífice romano, al caer el Imperio de Occidente en

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el 476, tenía en el Oeste una autoridad indiscutible, mientras que en el Este, donde prevalecía la cultura griega, el emperador bizantino continuó poseyendo un poder extraordinario, incluso por encima de la Iglesia. El papel representado por la Iglesia católica, y sobre todo por la sede romana, para mantener cierto grado de unidad en una Europa fragmentada por las guerras y las invasiones de los bárbaros, es sumamente importante y trascendental. A partir del siglo IV, la historia europea no puede escribirse sin referirse a la obra importante o a la decisión de algún papa. Por ejemplo, León I (440-461) declaró que debido a que San Pedro era el primero de los apóstoles, la Iglesia que lleva su nombre (léase Roma) debía recibir el primado entre las Iglesias, y se basó para ello en el texto de Pedro y las llaves del reino de los cielos (Mateo 16: 18-19), afirmando además que ese poder no era personal sino que pasaba a sus sucesores. Con León I, la doctrina de la sucesión apostólica, planteada desde muy temprano por determinados escritores cristianos, llegó a su pleno desarrollo. Pues bien, este papa, conocido como León el Grande, evitó la destrucción de Roma en el 452, cuando las tropas de Atila la amenazaban, ya que supo convencer al conquistador para que respetara la

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ciudad. En el 455 logró evitar que los vándalos continuaran matando a la población romana. El papa Gregorio I (590-604), conocido como Gregorio el Grande, realizó una gran reforma monástica: llegó a ser uno de los doctores de la Iglesia; ayudó a transmitir los conocimientos del mundo antiguo al medieval y logró establecer su autoridad política sobre Italia como si fuera una especie de precursor de la unificación italiana del siglo XIX. Defendió su derecho a reinar sobre toda la Iglesia y no sólo sobre una parte. Gregorio VII (1073-1085), conocido también por su nombre, Hildebrando, se enfrentó a los problemas de la simonía y de los matrimonios del clero, y reafirmó el poder papal al desafiar al emperador alemán Enrique IV, a quien sometió a la humillación de Canosa en el 1077, que mencionaremos después. Gran parte del desarrollo doctrinal de las edades Antigua y Media, se debe a la labor de los concilios y de los grandes escritores y maestros de la Iglesia. Los papas han servido no sólo en su función jerárquica, sino que, además, han sido los principales intérpretes de las Sagradas Escrituras, de las decisiones conciliares y de los escritos de los padres de la Iglesia para que su opinión acerca de ellos prevalezca sobre el resto de la grey católica.

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Se les da el nombre de padres de la Iglesia a ciertos maestros y teólogos de gran relieve en la Iglesia hasta finales del siglo VII. Entre ellos pueden mencionarse los llamados antenicenos, que trabajaron antes de que el cristianismo fuera convertido en religión oficial. Pueden distinguirse entre éstos a los padres apostólicos como Clemente de Roma, Policarpo de Esmirna, Ignacio de Antioquía, etc.; a los apologistas griegos como Ireneo, Taciano, Justino Mártir, etc.; a los alejandrinos como Clemente, Orígenes, etc.; a los romanos como Novaciano, Metodio, Gregorio Taumaturgo; a los cartagineses Tertuliano y Cipriano. También se reconoce como tales a los posnicenos, los padres de la Iglesia oriental: Atanasio, Cirilo de Alejandría, Eusebio de Cesarea, Cirilo de Jerusalén, Basilio el Grande, Gregorio Nacianceno, Juan Damasceno, Gregorio de Nisa, Juan Crisóstomo; y los padres de la Iglesia occidental: Hilario de Poitiers, Gregorio Magno, Agustín de Hipona, Jerónimo, León I, Gregorio de Tours, Ambrosio de Milán, Beda el Venerable, Isidoro de Sevilla, etcétera. Los antiguos concilios de la Iglesia fueron convocados por emperadores o por papas. La Iglesia católica reconoce con carácter universal —no regional— a veintiún concilios: primero de Nicea (325), primero de Constantinopla (381), Éfeso (431), Calcedonia (451), segundo de

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Constantinopla (553), tercero de Constantinopla (680), segundo de Nicea (787), cuarto de Constantinopla (869), primero de Letrán (1123), segundo de Letrán (1139), tercero de Letrán (1179), cuarto de Letrán (1215), primero de Lyon (1245), segundo de Lyon (1274), Vienne (1311), Constanza (1414-1418), Basilea (1431), quinto de Letrán (1512-1517), Trento (1545-1563), Vaticano I (1869-70) y Vaticano II (1962). Un buen número de concilios regionales, principalmente de la época final de la historia antigua y de los principios de la Edad Media, tienen también importancia en este estudio, sobre todo en lo referente a Iglesias nacionales importantes que debían pronunciarse sobre asuntos de cierta gravedad o relieve.

Doctrinas

Es imposible afirmar que existe unanimidad de criterio en los escritos de los padres de la Iglesia, ya sean antenicenos o posnicenos; sin embargo, existe en ellos una armonía esencial sobre numerosos asuntos. Por

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otra parte, en los concilios ecuménicos o universales, se han producido graves discusiones que indican hasta una radical disparidad de criterio, aunque sus conclusiones finales han sido aceptadas por la Iglesia e incluso por la mayoría de los que sustentaban las distintas tesis durante las discusiones. Por otro lado, el papa ha definido importantes doctrinas. Según la enseñanza católica, cuando un papa define una doctrina y la proclama universalmente, ésta debe ser aceptada como infalible, lo cual no quiere decir que ésta no existiera antes, como veremos después, sino que ha sido definida claramente en ese momento para toda la Iglesia por el papa, lo cual termina con cualquier discusión anterior. A través del tiempo se han tomado otras medidas importantes, sobre todo en cuestiones de práctica más que de doctrina, mediante las cuales se ha establecido una política que anteriormente no se seguía. Por ejemplo, la Iglesia católica no afirma que el celibato eclesiástico obligatorio proceda de los días de Cristo, sino que fue el resultado de una decisión que se tomó —teniendo en cuenta precedentes bíblicos y la conveniencia de la Iglesia— en un momento dado, aplicable solamente en las Iglesias de rito occidental, pues no incluye a las de rito oriental, en las que, dadas

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ciertas condiciones, los clérigos pueden casarse antes de recibir las órdenes sagradas. Para ilustrar este proceso, digamos que en los primeros siglos los sacerdotes podían casarse y, de hecho, casi todos parecen haberlo hecho en el siglo I, pero en el siglo IV se les prohibió contraer nuevas nupcias en caso de enviudar, y antes de terminar ese mismo siglo se les impuso a los clérigos (obispos, presbíteros y diáconos) el celibato, e incluso la separación de su esposa si ya estaban casados. Esto sucedió en la Iglesia occidental, aunque fue difícil imponer en la práctica una absoluta uniformidad. El celibato sacerdotal ya era una regla aceptada y practicada en el siglo XI. Se trata, pues, de una política eclesiástica, no de una doctrina. El cristianismo tiene sus raíces en el judaísmo. Por lo tanto, el catolicismo romano comparte la gran tradición monoteísta. Dios, el Yavé del Antiguo Testamento, existe en tres personas —doctrina no aceptada por el judaísmo— es decir: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Éstas forman un Dios único, eterno y verdadero, cuya sustancia es indivisible. Cada una de estas personas tiene el mismo poder y gloria. Resulta imposible negar la importancia que tiene la doctrina de la Trinidad para católicos, anglicanos, ortodoxos y protestantes o evangélicos.

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Los católicos profesan en todas partes las mismas creencias. Su unidad en materia de doctrina, liturgia y gobierno es admirable. Sin embargo, en el seno del catolicismo han existido graves controversias, y un número enorme de sus figuras más sobresalientes lo han abandonado formando al mismo tiempo otras iglesias o sectas. Pero la autoridad del papa y los concilios es definitiva y los creyentes deben aceptarla o correr el riesgo de ser excomulgados, es decir, verse separados de la vida de la Iglesia. Los católicos afirman que sus creencias son las de los apóstoles y primeros cristianos, y que la revelación de Dios a los hombres se halla contenida en las Sagradas Escrituras —la palabra escrita de Dios— y en las tradiciones de la Iglesia: conjunto de doctrinas reveladas por Cristo y sus apóstoles que han sido interpretadas a los fieles mediante el magisterio de la Iglesia, Mater et Magistra («Madre y Maestra»), especialmente en los concilios o mediante declaraciones papales como las encíclicas. No se trata, como ya hemos dicho, de doctrinas nuevas, sino de definiciones, aclaraciones y proclamaciones en relación con el tesoro original de la revelación. En cuanto a lo que es puramente doctrinal, la Iglesia no afirma crear nuevas doctrinas, sino

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definir las creencias originales del cristianismo. El católico basa su relación con Dios en su fe en Jesucristo y en las obras que realiza. La salvación es entonces por la fe y por las obras. Los sacramentos canalizan la gracia de Dios hacia el creyente. Siete son los sacramentos: el bautismo, la confirmación, la comunión o eucaristía, las órdenes sagradas, la confesión, el matrimonio y la extremaunción. El bautismo puede ser administrado en caso de emergencia (in extremis) por un laico, pero normalmente el oficiante es un obispo, un sacerdote o un diácono. Con el bautismo se limpia el pecado original. Esta infusión de la gracia santificante se hace más profunda con el sacramento de la confirmación, usualmente administrado por un obispo, y se sostiene por la participación en la misa (oficio religioso católico ofrecido por un sacerdote u obispo) y por la recepción del sacramento de la santa comunión, mediante el cual se recibe el cuerpo y la sangre de Cristo, presentes en el pan y en el vino (doctrina conocida como la transubstanciación). Para recibirlos, el creyente se prepara mediante la confesión de sus pecados, hecha generalmente ante un sacerdote. Este sacramento, conocido también como la penitencia, es de suma importancia para el desarrollo espiritual

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de un buen católico. Otro sacramento, el de las sagradas órdenes que únicamente pueden administrar los obispos, le permite al sacerdote convertir el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, en el acto de la consagración, durante la misa. En el sacramento del matrimonio, la unión conyugal se santifica y se convierte en indisoluble, la cual no puede ser destruida; en todo caso anulada, ya que el catolicismo romano no admite el divorcio eclesiástico. Éste, debido a ciertas causas, es aceptado por los ortodoxos orientales y por la mayoría de los protestantes, o tolerado por la mayoría de estos últimos que reconocen la realidad del divorcio civil al celebrar nuevas nupcias. Mediante el sacramento de la extremaunción, los pecados le son perdonados al creyente y éste se prepara para una buena muerte y para el cielo. Los que mueren sin él van al infierno o pasan por el purgatorio. El centro del ritual y de la devoción católica es la santa misa, un sacrificio propiciatorio en el cual el sacerdote actúa como si fuera otro Cristo, ya que la misa es una representación de su sacrificio, con la diferencia de que se produce de manera incruenta y no como en el Calvario, donde, según la más sagrada de todas las creencias cristianas, Jesucristo murió en la cruz para pagar por los

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pecados de los hombres (expiación). Lo incruento de la misa no disminuye entonces su valor como sacrificio, bien si es ofrecido por un sacerdote en la más modesta capilla o al aire libre, bien si el oficiante es el sumo pontífice en la Basílica de San Pedro de Roma. Un punto importante del catolicismo romano, que lo distingue sobre todo de las Iglesias protestantes o Izquierda: La Anunciación, página de un misal alemán (1250)

Derecha: San Cristóbal ·xilografía (1423) Según la tradición, este santo llevó al Niño Jesús sobre sus hombros, pero su existencia es muy dudosa

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evangélicas, es el culto a María y a los santos, compartido básicamente con los ortodoxos orientales. El culto a la Virgen María es llamado hiperdulia por ser superior al que se ofrece a los santos. María fue concebida, según el dogma de la Inmaculada Concepción, sin pecado original. En el culto a María se reconoce que debe ser reverenciada por encima de los ángeles y los santos debido a su condición de madre de Dios, de la Iglesia, y su participación en la obra de la redención. Según la doctrina de la Asunción de Nuestra Señora, su cuerpo y su alma fueron llevados al cielo al terminar su existencia terrenal. También se la considera como la mediadora de todas las gracias. El culto a los santos o dulia es la veneración que debe rendirse a los santos y a los ángeles que, como María, interceden ante Dios por los hombres. Entre los santos, la Iglesia reconoce a los confesores y mártires del cristianismo primitivo y a las grandes figuras bíblicas y de la historia eclesiástica. El proceso de canonización, por el cual un creyente es reconocido pública y oficialmente por su santidad, incluye que el mismo sea previamente beatificado, es decir, proclamado como beato. Tanto la hiperdulia como la dulia deben diferenciarse de la latría, culto reservado única y exclusivamente a Dios. El número de

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los santos es muy elevado y sus nombres aparecen generalmente en el calendario eclesiástico. Las consideraciones específicas sobre el culto a María y a los santos ocuparían demasiado espacio en una obra de carácter introductorio como ésta. Explicar la liturgia católica, rica y complicada, llena de tradición, y desarrollada en contacto con culturas antiguas y con elementos esenciales de la civilización, es labor de especialistas. Sin embargo, es importante ofrecer una idea adecuada sobre el gobierno de la Iglesia, lo que la caracteriza y distingue en el escenario religioso internacional.

Organización

La cabeza de la Iglesia católica es Jesucristo, pero el papa es su cabeza visible, su vicario, el representante de Dios en la Tierra, al que los católicos consideran el

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sumo pontífice quien, a su vez, es el jefe de Estado del Vaticano o Santa Sede, reconocido diplomáticamente por casi todas las naciones, incluso las de mayoría o tradición protestante o de otras religiones y hasta por estados oficialmente materialistas en su concepción del universo como Cuba o Yugoslavia. Para los católicos, el papa es el jefe supremo de su religión; sin embargo, esta palabra se ha utilizado en el pasado para referirse a ciertos obispos e incluso para identificar al patriarca de la Iglesia copta de Egipto. El grado de reconocimiento universal que el jefe del catolicismo recibe es tal que resultaría difícil encontrar a una persona que no conozca a quién nos referimos al usar esta palabra. Como ya hemos dicho, el papa es infalible en materia de fe y práctica, según la definición del Concilio Vaticano I en 1870. Le corresponde elegir a los cardenales, quienes a su vez eligen a su sucesor. En la Antigüedad, el obispo de Roma, cargo que el papa mantiene, era elegido por los fieles de esa diócesis. El papa cuenta con la colaboración del Sacro Colegio Cardenalicio y de una serie de autoridades y congregaciones que se encargan de atender los asuntos de la Iglesia universal y del Vaticano. También nombra a los obispos de todas las sedes, lo cual ha hecho en oc siones

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teniendo en cuenta los concordatos con ciertos gobiernos, pues si así lo establece este tipo de acuerdo, estos gobiernos también participan en el proceso de elección. Entre las congregaciones que han administrado la Iglesia se hallan las siguientes: la de la Propagación de la Fe, la de los Negocios del Rito Oriental, la del Ceremonial, la de los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, la de la Disciplina de los Sacramentos, la del Concilio, la del Santo Oficio (para cuestiones de herejía), la de los Negocios Religiosos, etcétera. Muchos de los patriarcados de la Antigüedad cristiana no están en comunión con Roma; sin embargo, ésta reconoce históricamente 14 patriarcas: los de Alejandría (2), Antioquía (4), Constantinopla, Jerusalén, Babilonia, Indias Orientales, Cilicia, Lisboa, Indias Occidentales y Venecia. Existen varios cientos de arzobispos —obispos que presiden las diócesis con rango de archidiócesis— y un número muy alto de obispos que tienen una sede episcopal, es decir, una diócesis. Existen además cientos de diócesis titulares que hasta 1882 eran conocidas como in partibus indefidelibus es decir, antiguas diócesis existentes en tierras que fueron conquistadas por los musulmanes. Esos títulos tienen valor pues se dan a obispos y arzobispos que realizan

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determinadas funciones, aunque no tienen a su cargo una diócesis que funcione administrativamente. Algunos de los patriarcados lo son de nombre solamente, como los patriarcados latinos de Antioquía, Jerusalén, Alejandría y Constantinopla. El papa es considerado el patriarca de Occidente. Un arzobispo es un obispo a cargo de una provincia eclesiástica compuesta por varias diócesis. También existen otros títulos, como el de primado, que se da al prelado de mayor jerarquía de un país o región. Los superiores de ciertos monasterios tienen el título de abad y la superiora de ciertas comunidades de mujeres es conocida como abadesa. El encargado de una parroquia es el párroco, es decir, un sacerdote, mientras que otros clérigos, también sacerdotes, son conocidos con diferentes nombres según sea su misión.

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Iglesias orientales

Para entender mejor las cuestiones jerárquicas, es necesario conocer algo sobre las Iglesias orientales que han permanecido en comunión con Roma, o han regresado a su seno, en cuyo caso son conocidas como Iglesias uniatas. En el capítulo dedicado a la ortodoxia oriental, se explica el proceso por el cual muchas iglesias de la parte oriental del antiguo Imperio romano se separaron de Roma. Los católicos romanos, en la mayor parte del mundo, son del rito latino, mientras que los de las Iglesias orientales en comunión con el papa, son de los ritos orientales. Algunas sedes orientales nunca estuvieron en comunión con Roma, ya que no se sometieron a su jurisdicción.

Rito maronita La Iglesia maronita es muy antigua. El monje San Marón vivió a fines del siglo IV o principios del V, cerca

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de Antioquía. Los monjes maronitas pertenecían al patriarcado de Antioquía y eran miembros de la Iglesia sirio-occidental. Afectada por varias controversias religiosas, la Iglesia de Antioquía estaba dividida en ortodoxos conocidos en este sitio como melkitas, monofisitas o jacobitas a quienes ya nos hemos referido en otro capítulo, y maronitas. La sede patriarcal ortodoxa de Antioquía estuvo vacante del 702 al 742; entonces los maronitas decidieron nombrar un patriarca elegido entre ellos mismos. Surgieron tres jerarquías en Antioquía: la de los melkitas, la de los monofisitas o jacobitas, y la de los maronitas. El patriarca maronita emigró a finales del siglo IX al Líbano. La llegada de los cruzados a la región intensificó los contactos con Roma. Desde el siglo XIII, sus relaciones con el papa no se han interrumpido. Es la única iglesia oriental que no tiene un sector separado de Roma.

Rito sirio-oriental La Iglesia sirio-oriental está compuesta por los nestorianos que regresaron a la obediencia romana y son conocidos como caldeos o sirio-orientales. En el 1552, un sector nestoriano «católico» —otro nombre usado

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para designarlo—, no quiso obedecer a su patriarca y eligió a Juan Sulaqa, quien pidió ser confirmado por Roma. Este patriarcado fue confirmado definitivamente por Pío VIII en 1830, como el único para todos los caldeos católicos. En él se usa el título de patriarca de Babilonia. Mientras los maronitas prevalecen en la comunidad cristiana del Líbano, los caldeos o sirioorientales tienen algunos fieles en el Iraq, Siria, Líbano, Irán, Egipto, etcétera.

Rito malabar La Iglesia de los malabares está relacionada con la de los sirio-orientales, ya que el patriarca Sulaqa, quien pasó a Roma en 1553, obtuvo el reconocimiento de su jurisdicción sobre los malabares, cristianos de la India con teología nestoriana. En el 1599 se celebró el Sínodo de Diamper para solemnizar la unión con Roma. Entonces se produjo un proceso de latinización. Los libros de la liturgia fueron traducidos al siriaco, lengua usada por los malabares en sus ceremonias. En el 1653 hubo un cisma. En el 1896 se nombraron obispos indios de rito malabar, y en el 1923, el papa Pío XI creó la provincia eclesiástica de los malabares. Éstos no tienen patriarca.

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De la sede metropolitana de Ernakulam dependen tres eparquías. Esta Iglesia oriental está limitada a la India. El grupo de los malankarenses se había separado de los malabares cuando el proceso de latini- zación; sin embargo, el obispo Mar Ivanios se unió a Roma en 1930, y Pío XI creó en 1932 una provincia eclesiástica para ellos.

Rito antioqueño La Iglesia antioqueña o sirio-occcidental procede de la antigua Iglesia de Antioquía. Entre los miembros del sector jacobita surgió un movimiento de acercamiento a Roma durante el Concilio de Florencia. Después de varios intentos de unión forzada, fue elegido en 1781 como patriarca jacobita Miguel Garweh, quien desde 1774 se había unido a Roma. Los fieles y obispos jacobitas de Mesopotamia ofrecieron unirse a Roma si ésta aceptaba el patriarcado. Al ser elegido oficialmente, éste se radicó en Jardín, en la Mesopotamia. La residencia de ese patriarca sirio de Antioquía está ahora en Beirut, Líbano. Sus fieles radican en Líbano, Egipto, Sudán, Jordania, Iraq, etc. Se les conoce también como antioqueños católicos.

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Rito armenio La Iglesia armenia, tras rechazar el Concilio de Calcedonia, fue considerada como monofisita. Debido a las crisis políticas sufridas en la región, estaba dividida en pequeños patriarcados o catolicatos. En el 1461, se creó un patriarcado armenio, aunque existían prelados en otros lugares desde la Edad Media. Desde los días del Concilio de Florencia, muchos armenios entraron en comunión con Roma y los misioneros religiosos del rito latino realizaron su labor entre ellos. En 1737, se produjo la elección del católicos Miguel, quien fue rechazado por los partidarios de la unidad con Roma. Estos últimos eligieron como católicos o patriarca de Sis a Abraham Ardzivian. Hay que aclarar que la ciudad de Sis, en Cilicia, era la sede principal. Ardzivian tuvo que refugiarse en el Líbano y fue reconocido por Roma. Entre los armenios existe desde entonces una jerarquía católica y otra monofisita. La sede patriarcal católica de los armenios, trasladada al Líbano, se fusionó con el arzobispado armenio de Constantinopla, hasta que, en 1928, el patriarca de Cilicia para los armenios pasó a residir en Beirut. Existen arzobispados en Alepo (Siria), Bagdad (Irak), Beirut (Líbano), Estambul (Turquía)

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y Leópolis (Polonia), y funcionan eparquías en Egipto, Irán, Siria, etc. Cuentan con fieles en otros países como Francia, Grecia, Rumanía, etc., aunque los armenios monofisitas los superan en número.

Rito copto Existe una Iglesia copta en comunión con Roma. Las doctrinas monofisitas prevalecieron en varias regiones de Egipto. Sin embargo, un sector de cristianos coptos se unió a Roma, no como consecuencia de un intento de unión global, sino como resultado de la labor de los misioneros católicos. En 1824, se creó un patriarcado católico copto que no duró mucho tiempo. Éste fue restablecido en 1895 por el papa León XIII. Sus fieles viven en Egipto.

Rito etiópico La Iglesia etíope bajo jurisdicción papal es muy pequeña si se la compara con los etíopes que se mantienen separados de ella. El emperador Susnejos de Etiopía, convertido al catolicistmo en 1622, hizo elegir un patriarca latino para Etiopía, pero éste fue expulsado en 1636.

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Los etíopes que se fueron convirtiendo al catolicismo lograron erigir en 1951 el exarcato católico de Adis-Abeba y también el de Eritrea. Algunos historiadores remontan la actual Iglesia etíope uniata a la conversión de un obispo copto de Jerusalén ocurrida en 1741. El exarcato de Adis-Abeba es ahora una provincia eclesiástica con varias divisiones geográficas y diversos obispos.

Iglesias bizantinas

Las Iglesias de rito bizantino que mencionaremos en los siguientes párrafos tienen un rito común, aunque con algunas variantes, debidas a las diversas lenguas a las que han sido traducidos los libros litúrgicos, originalmente en griego. Hay católicos de rito bizantino que son búlgaros, blancorrutenos, georgianos, italoalbaneses, griegos, yugoslavos, rumanos, melkitas, rusos, eslovacos, rutenos, húngaros y ucranianos.

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En algunos casos, son grupos poco numerosos. Los melkitas, ucranianos y rumanos constituyen las Iglesias más fuertes. Se diferencian de las otras iglesias orientales por su base histórica más cercana a la griega.

Rito melkita Los melkitas de Siria fueron objeto de la atención de la sede romana que buscaba atraérselos. Se formaron algunos grupos de católicos en Damasco y Alepo, y en el siglo XVI intentaron unirse. Varios clérigos se pasaron a Roma y establecieron comunión con esta sede, aunque mantuvieron su relación con los patriarcas no católicos, lo cual en parte tiene explicación debido a las regulaciones gubernamentales de las épocas de dominación árabe o turca, mediante las cuales sólo los enarcas aprobados gozaban de libertad. De la época del patriarca Cirilo VI Tanas (1724-1759), data la clara división entre melkitas católicos y no católicos, ya que estos últimos eligieron entonces su propio patriarca. Los melkitas católicos del patriarcado de Jerusalén y los del patriarcado de Alejandría, quedaron bajo la jurisdicción del patriarca católico melkita de Antioquía, quien asume también los títulos de patriarca de Jerusalén y de Alejandría

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dentro de este mismo rito. Los melkitas tienen varias metrópolis y eparquías en Egipto, Siria, Palestina, Sudán, Líbano, y también tienen fieles en Brasil, Estados Unidos, Francia, Argentina, etc. A pesar de todo, hay más melkitas no católicos que católicos.

Rito ucraniano La Iglesia ucraniana venera la memoria de San Vladimiro (muerto en el 1015), quien unificó los diversos ducados ucranianos al heredar el título de gran duque de Kiev. Vladimiro se convirtió al cristianismo en Bizancio. La ruptura entre Roma y Constantinopla, en 1054, no arrastró a los ucranianos, quienes siguieron en comunión con Roma. Como sucede en el caso de otros grupos eslavos, resulta casi imposible determinar el momento en que la comunión con Roma se rompió, ya que los ucranianos mantenían contactos muy estrechos con Constantinopla, aunque también intentaron conservar el vínculo romano, al menos durante algún tiempo. Por otro lado, las autoridades rusas se oponían a que la Iglesia dependiera de Roma e impusieron por lo tanto jerarquías separadas. Durante una época, parte del territorio de los ucranianos estuvo dentro del

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reino polaco-lituano, lo que les concedió cierta posibilidad de mantenerse dentro de la comunión con Roma. En las regiones controladas por Rusia, esto era prácticamente imposible. La Iglesia ucraniana estuvo unida a los católicos blancorrutenos o rusos blancos con sede en Polock, pero, al pasar esta región a Rusia en el siglo XVIII, los católicos fueron perseguidos. La unión de BrestLitovsk, firmada en el 1596, no fue aceptada nunca por las autoridades rusas. Finalmente la metrópoli católica de Kiev, suprimida por los rusos en 1805, se trasladó a Leópolis en Galizia, territorio que estaba bajo el dominio austriaco; desde este sitio trató de dar dirección espiritual a la minoría ucraniana fiel a Roma. Otros ucranianos católicos viven en Polonia, Canadá, Estados Unidos, Brasil, Francia, Alemania, Inglaterra, Australia, etc., y tienen su jerarquía propia.

Rito rumano Un sector de la Iglesia rumana, mayoritariamente compuesta por ortodoxos, es decir, por cristianos separados de Roma, se mostró partidario de la unión con el papa. Durante los siglos XVII y XVIII, en medio de situaciones difíciles, ya que gran parte del país estaba

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controlado por los turcos, y otras regiones estaban bajo la supervisión de los protestantes calvinistas de Transilvania, el movimiento pro unión con Roma, compuesto por partidarios del famoso Concilio de Florencia y de la unidad, logró establecer su propia jerarquía. En 1927, logró firmar un concordato con la Santa Sede, el que concedió unas mejores condiciones a la Iglesia rumana unida de Transilvania. Esta unión se vio interrumpida por el gobierno socialista en 1948, pues en este mismo año se suprimió la Iglesia rumana unida y sus templos pasaron a manos de la mayoría ortodoxa. Hay católicos rumanos en Estados Unidos, Canadá, Argentina, Brasil, Francia, etc. Tanto los ritos orientales como los bizantinos, son reconocidos dentro de la Iglesia católica con igualdad de condiciones. El derecho canónico reconoce diferencias entre ellos, así como sus propias jerarquías y el derecho a oficiar según sus liturgias. En la mayoría de los casos, sus sacerdotes pueden casarse antes de la ordenación, lo que constituye una diferencia esencial con la práctica de los católicos del rito latino.

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El monaquismo

Otro asunto complementario del estudio de la organización de la Iglesia católica es el relacionado con el monaquismo. En el capítulo acerca de la Iglesia católica antigua tuvimos en cuenta su origen en las iglesias de Oriente y Occidente. De la forma aislada y primitiva conocida como vida eremítica, y del eventual desarrollo del cenobitismo o «vida en comunidad», surgió una serie de órdenes monásticas. La primera fue la de San Basilio, cuyas reglas permanecen intactas en la Iglesia griega. San Atanasio introdujo el cenobitismo en la región occidental dominada por la Iglesia. En el siglo VI, Benito de Nursia logró expandirlo considerablemente y crear una regla que estableció los parámetros del trabajo manual y de los ejercicios intelectuales. Muy pronto, el modelo benedictino creado por él llegó

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a prevalecer en Occidente. El espíritu de estudio floreció en los monasterios, sitios que servían no sólo para la vida religiosa en común, sino también para conservar los manuscritos antiguos, hacer investigaciones, preparar a ciertas personas importantes y darle información al clero. Surgieron también conventos de monjas, algunos de los cuales estaban a la misma altura que tenían las principales instituciones formadas por hombres. De la orden benedictina surgieron otras órdenes. Entre éstas, la orden cluniacense se fundó en 910, y la de los canónigos regulares apareció en el 1060. Esta fecha es importante, ya que los miembros de dicha orden se dedicaron a cumplir deberes sacerdotales y no solamente a la vida religiosa del monasterio. En 1084 surgen los cartujos; en 1098, los cistercienses, etc. En la época de las Cruzadas nacen las grandes órdenes de caballería: de los hospitalarios (1104), de los templarios (1119) y de los caballeros teutónicos (1190). Más conocido todavía es el desarrollo de las cuatro órdenes de frailes mendicantes: franciscanos (1208), dominicos (1215), carmelitas (1219) y agustinos ermitaños (1256). Estos frailes predicaron intensamente y le inyectaron nueva vida a la religiosidad decadente de

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ciertas regiones. Una mayor investigación requiere el caso del monaquismo en Irlanda —asociado con la regla irlandesa de San Columba— que bajo diversas formas floreció desde la primera parte de la Edad Media en esta isla, donde la Iglesia, la de los celtas, estaba organizada de tal modo que coincidía con la estructura de los monasterios. Ni siquiera la Reforma del siglo XVI hizo disminuir la popularidad de ciertas formas de monaquismo. Se organizaron nuevas órdenes, como las de los carmelitas descalzos, los trapenses, los capuchinos, etc. Se permitió

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Página anterior: Abadía benedictina de Weingarten, jjunto al lago Constanza ·grabado en madera (hacia 1723)

Derecha: una de las más antiguas representaciones del Sermón de San Francisco de Asís ·Crónica de Matthieu Paris, manuscrito inglés (h. 1255)

también que los sacerdotes dedicados a las labores parroquiales o misioneras hicieran el voto de monje, aunque pudieran realizar otras obras religiosas. La importancia de la Compañía de Jesús, fundada en 1540 por el español Ignacio de Loyola, es comparable a la de los franciscanos medievales que siguieron el ejemplo de San Francisco de Asís. Los jesuitas se convirtieron, en la práctica, en una especie de ejército de la Iglesia y trataron de rescatar países que, como Hungría, la actual Checoslovaquia, parte de Polonia y regiones enteras de Alemania, se habían echado en brazos de

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la doctrina reformada. Sin embargo, en la Alemania protestante, en Escandinavia, en Suiza y otros lugares, incluida Inglaterra, se les prohibió todo tipo de actividad como peligrosos agentes del catolicismo y al servicio de poderes extranjeros. En cuanto a las monjas, el derecho canónico distingue entre moniales o miembros de órdenes que hacen votos solemnes, y sorores o hermanas de votos simples. Pueden ser de vida contemplativa o dedicarse a diversas actividades. Gracias a las monjas y monjes religiosos dedicados a la obra misionera, como son los jesuitas, entre otros, la Iglesia ha llevado a cabo su expansión misionera. En las órdenes religiosas de tipo monástico, el catolicismo ha encontrado gran parte de los argumentos que utiliza para resaltar la santidad de algunos de sus miembros. Téngase en cuenta que figuras tan importantes de la devoción católica como San Francisco de Asís, San Francisco Javier, Santo Domingo de Guzmán, San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, fueron figuras importantes de sus órdenes religiosas o llevaron una intensa vida devota en sus monasterios o conventos.

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Desarrollo histórico del catolicismo

Después de la era de los grandes concilios, celebrados en los primeros siglos y aceptados por casi todos los grupos cristianos, y de los primeros acontecimientos religiosos de la Edad Media, se comprendió que el papa era una figura de indiscutible preponderancia en Europa. Fueron precisamente varios obispos notables de Roma, como León el Grande, los que redujeron la intensidad de las actividades de los llamados bárbaros y resolvieron disputas territoriales. Este pontífice logró persuadir al huno Atila para que no destruyese Roma. Por otra parte, las relaciones con las Iglesias que preferían mirar hacia Constantinopla, se fueron deteriorando bien pronto. En el 484, un patriarca de esta sede fue excomulgado por Roma y durante 35 años

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no existieron buenas relaciones entre las sedes romana y constantinopolitana. La conversión de los bárbaros al cristianismo contribuyó a solidificar el poder y la autoridad del catolicismo en Europa occidental, mientras los emperadores bizantinos trataban de imponer su voluntad por encima de los patriarcas e incluso del mismo papa. La piedad y la erudición de determinadas Iglesias, como la de los celtas en Irlanda, y la española, a medida que estrechaban cada vez más sus relaciones con Roma, contrastaban con otras actitudes atribuidas a maniobras políticas, en diversas regiones de la Cristiandad. En el 589 se celebró en España el importante Concilio de Toledo. En el período 590-604, el pontificado de Gregorio I Grande o Magno, dejó establecidos el estilo y la forma del Papado de la Edad Media. Se concedió un gran apoyo al monaquismo y al celibato clerical, y se publicaron importantes escritos. El nombre de este papa ha servido para identificar al famoso canto gregoriano. La Iglesia hizo frente a nuevos movimientos considerados heréticos y a la controversia sobre la adoración de las imágenes, que tanto afectó a la Iglesia católica antigua. En el año 754 y también en el 756, Pepino invadió

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Italia para defender al papa de los ataques de los lombardos. Además, les concedió a los pontífices de Roma gran parte del territorio italiano conquistado, hecho conocido como la Donación de Pepino, sobre la que se levanta la base legal de los Estados papales. En aquella época, apareció también el documento conocido como la Donación de Constantino, en el cual se establecía que Constantino había entregado Roma y la parte occidental del Imperio al obispo de esta ciudad al mudar la capital del Imperio al Este. Esta donación fue denunciada como falsa en el siglo XV. En el día de Navidad del año 800, el papa Léon III coronó como emperador del nuevo Imperio romanogermánico a Carlomagno quien, como Pepino, procedía de los reinos de los francos. De esta forma, disminuyó la influencia del emperador bizantino de Constantinopla en la parte occidental del antiguo Imperio, y se fortaleció la autoridad papal. Carlomagno prometió mucho al Papado, aunque también estableció su propia autoridad. Sin embargo, con la ayuda de Alcuino de York, un anglosajón, realizó también reformas educacionales. Los discípulos de este último se convirtieron en dirigentes de las escuelas de los monasterios y catedrales, las únicas instituciones educacionales de

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nivel superior de la época inicial del Medievo. Ese renacimiento carolino contó con el apoyo de importantes figuras de la Iglesia y rescató gran parte de los conocimientos de la Antigüedad clásica, a cuya causa la contribución de la Iglesia católica fue primordial. Esa consolidación de la autoridad papal en Occidente, no coincidió con una situación similar en Oriente, donde las Iglesias que reconocían al patriarcado de Constantinopla con carácter de sede especial empezaron a presentar una serie de objeciones acerca del Papado. En el siglo IX, el patriarca Focio de Constantinopla condenó diversas prácticas de la Iglesia de rito latino (romana), y un concilio celebrado en Constantinopla en el 867 depuso y excomulgó al papa. Focio, que había sido a su vez excomulgado, se convirtió en el símbolo de la oposición a Roma. En el 1054, se produjo el cisma definitivo, conocido como el Gran Cisma, que señaló la separación de las Iglesias griega y romana. Gran parte de la época se caracterizó por serios intentos de reformar el monaquismo, de mejorar la moralidad del clero y de establecer la autoridad papal. A la muerte de Constantino, el papa se convirtió en la figura principal de Occidente; sin embargo, la región tuvo que enfrentarse a diversas crisis políticas y guerras civiles. Por otra

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parte, se inició una larga confrontación entre el poder político del Papado y el de los príncipes alemanes. En el 962, el papa Juan XII coronó al rey Otto como emperador de Occidente, después de que éste salvase a Roma de diversos peligros y enemigos; sin embargo, en el 963, el mismo Otto regresó a Roma e hizo a los romanos prometer que no elegirían a nadie como papa sin contar con su aprobación o la de su descendiente. Convocó un concilio que depuso al papa al acusarle de varios delitos. León VIII fue coronado entonces como nuevo pontífice. No obstante, el poder y autoridad de la sede romana fue recuperándose poco a poco. En el 1077, Enrique IV fue excomulgado y suspendido de Eduardo el Confesor, rey de Inglaterra (1042-1066) ·detalle de un tapiz de Bayeux

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sus poderes imperiales por el papa Gregorio VII. El monarca alemán tuvo que suplicar la absolución papal mediante la llamada Humillación de Canosa, lo cual dejó bien claro que los gobernantes debían tener en cuenta la supremacía papal.

Las Cruzadas

El gran acontecimiento ocurrido al inaugurarse el segundo milenio de la era cristiana (aparte del Gran Cisma), pudo muy bien ser el inicio de las Cruzadas para rescatar la Tierra Santa, es decir, la Palestina, de manos de los musulmanes. La primera Cruzada fue predicada por el papa Urbano II en Clermont, en el año 1095. Los turcos tomaron Jerusalén en 1076. Una multitud de cristianos encabezada por Pedro el Ermitaño fue aniquilada por ellos, pero, con el apoyo papal, un ejército compuesto por señores feudales y sus tropas tomó Jerusalén en 1099, restableciendo el reino latino de Jerusalén.

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La segunda Cruzada, predicada desde 1147 por San Bernardo de Claraval, fracasó al tratar de reconquistar Edesa. La tercera la iniciaron en 1187 los reyes Felipe Augusto, de Francia, y Ricardo Corazón de León, de Inglaterra, tras la destrucción del reino cristiano de Jerusalén por Saladino. A esta Cruzada la esperaba también el fracaso. En el 1204, los componentes de la cuarta Cruzada saquearon la sede cristiana de Constantinopla, apartándose así de su verdadero objetivo. Federico II de Alemania y Sicilia invadió la Tierra Santa en el 1228 y durante unos años gobernó Jerusalén. Esta Cruzada, considerada como la quinta, también fracasó, ya que la ciudad cayó nuevamente en manos musulmanas. Con las Cruzadas sexta y séptima no se logró prácticamente nada. Fueron enviadas por el rey Luis de Francia, canonizado después como San Luis. Estos hechos, en los que se mezclaron la religión, la política y el poder papal de convocatoria con las ambiciones —o a veces la piedad— de los reyes cristianos, fueron motivados en gran parte por el fervor religioso del pueblo, lo cual permitió movilizar naciones y reinos. Mientras que las Cruzadas eran una combinación de fervor religioso, muy al estilo de los «avivamientos» de otras épocas, con actividades poco propias de los

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creyentes cristianos —como el trato cruel a los musulmanes y la guerra—, la llamada cautividad babilónica de la Iglesia dio pie a una situación muchísimo peor y más polémica. En el 1309, el papa Clemente V mudó la sede del Papado, o por lo menos su residencia, a Avignon, en Francia. Una explicación, con bastante fundamento, atribuye esta situación a problemas de seguridad y al deseo de impedir que el Papado quedara sometido a la incertidumbre de la política italiana. Sin embargo, varios patriotas italianos, como los poetas Dante y Petrarca y diversos historiadores ofrecen otra interpretación: en Avignon, los papas pasaron a ser en realidad cautivos de los reyes de Francia. El período de Avignon produjo algunas reformas administrativas y, además, los papas no renunciaron nunca a regresar a la sede romana. De hecho, algunos regresaron temporalmente; en el 1377, el papa Gregorio XI decidió, en parte gracias a las gestiones del cardenal español Albornoz, que el Papado debía regresar definitivamente a Roma.

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El Gran Cisma de Occidente

Sin embargo, del 1378 al 1417, se produjo el llamado Gran Cisma de Occidente: mientras un papa afirmaba serlo, otro prelado aseguraba también que era el verdadero Sumo Pontífice. Aunque ya había existido esta situación, es decir, dos personas que afirmaban ser el papa, fue en este período cuando la Iglesia sufrió con mayor intensidad, debido a esta confusa circunstancia. El Concilio de Constanza (1414-1418) logró deponer a tres pretendidos papas y elegir a Martín V como jefe de la Iglesia. Así se puso punto final, al menos legalmente, a la crisis más dramática de las causadas por los antipapas. Esta palabra es usada dentro del catolicismo, y en textos de historia, para designar a un papa que se opone a otro elegido según las normas tradicionalmente canónicas. Se cree que ha habido

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unas 25 personas que pueden ser consideradas como antipapas en la historia de la Iglesia. Cuando hay crisis como las mencionadas, los concilios de toda la Iglesia son los únicos que pueden realmente resolver el problema, aunque también los monarcas seculares han tomado parte y partido en ellas. En una situación normal, desde la misma Edad Media que consideramos ahora, el Sacro Colegio de Cardenales elige a los papas, cosa que ya se ha dicho. Estos príncipes de la Iglesia usan un título —el de cardenal— que llegó a ser aplicado a los sacerdotes y diáconos de Roma que formaban el consejo asesor del papa. Desde el siglo VIII, el consistorio incluyó a aquellos obispos de sedes vecinas, que recibían también este tratamiento. El papa León IX (1002-1054) fortaleció a los cardenales al organizar a los mismos en forma colegiada con el rango de príncipes romanos y convertirlos en encargados del gobierno de la Iglesia durante aquellos períodos en que el Papado estaba vacante, mientras se elegía a un nuevo pontífice. El número exacto de cardenales ha sufrido variación con varios papas a través de la historia.

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El escolasticismo

Mientras estos hechos, parcialmente políticos, ocurrían en la Edad Media, surgió también el apogeo del llamado escolasticismo, sistema filosófico que se fue desarrollando en la Europa cristiana durante los siglos XII al XIV, mediante el cual se trató de buscar una reconciliación entre la religión cristiana, entendida de forma rigurosamente ortodoxa, y el sistema filosófico conocido como aristotelismo. El nombre procede del título de scholasticus dado a los maestros en las escuelas y universidades de la época. Roscelino (siglo XI) es considerado por algunos como el primero de los escolásticos. Su disputa con San Anselmo sobre los universales —tema de discusión de la filosofía de la época— le dio fama, aunque Anselmo, con su afirmación de que la fe debe preceder

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a la comprensión de un tema y de que la fe mediante la razón puede profundizar en esta comprensión también ha recibido el honor de ser llamado el «primero de los escolásticos». Para complicar el asunto, Juan Escoto Erígena, quien vivió en el siglo IX en su Irlanda nativa y desarrolló su labor en la corte de Carlos el Calvo, rey de Francia, también ha sido escogido, en este caso por otros eruditos, como el primer escolástico, aunque fue anterior al apogeo de este movimiento y más bien su precursor. Fue, tal vez, el último erudito de Europa anterior al Renacimiento; poseía una vasta cultura griega y su filosofía estaba muy influida por el neoplatonismo. En cualquier caso, el escolasticismo contó entre sus grandes figuras con personajes como Pedro Lombardo y Abelardo, quienes aportaron sus ideas e interpretaciones personales. Las obras de ética, metafísica y ciencias naturales escritas por Aristóteles se hallaban a la disposición de los estudiosos europeos gracias a los comentaristas árabes como Averroes y Avicena. San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino, entre otros, se esforzaron por lograr la incorporación de estas ideas a la teología cristiana. Aquino, con sus libros Summa contra gentiles y Summa Theologica hizo una contribución especial. Este clérigo dominico, nacido en Italia

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en 1224, es considerado por muchos como el principal filósofo y teólogo de la Iglesia medieval. Estableció una distinción esencial entre la doctrina sagrada y la filosofía. La primera procede de la revelación dada por Dios, mientras que la filosofía se origina de la información que se halla a disposición de todos los hombres. Prefirió la versión de Aristóteles comentada por Avicena. La línea tomista es considerada como la filosofía oficial de la Iglesia católica, aunque esta postura no se adoptó de inmediato. Después de Aquino, el escolástico más importante para muchos es Guillermo de Occam, discípulo del gran erudito Duns Scoto. Guillermo de Occam nació en Inglaterra y Duns Scoto en Escocia; ambos eran eminentes franciscanos. Occam se opuso a algunos aspectos importantes de la filosofía de Aquino. Para aquél, el conocimiento racional de Dios es equívoco. Para comprender a Dios es necesario separarse intelectualmente del mundo y ver el reflejo o las sombras de Dios en los objetos. Un hombre puede avanzar hacia el encuentro con Dios dentro de sí mismo y experimentar su presencia mediante la gracia divina. Otra variedad dentro del escolasticismo se basaba en el llamado empirismo, el que ayudó a preparar el

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camino de la ciencia moderna. En este movimiento, al igual que en el escolasticismo de tendencias místicas, los franciscanos tuvieron un papel predominante. Dos de los grandes eruditos franciscanos de la Universidad de Oxford, Robert Groseteste y Roger Bacon, hicieron hincapié en diversos principios de la ciencia que hoy día son considerados como fundamentales o seguros, ya que creían en una cosmología científica, opinión sobre el mundo que es consistente con las observaciones de los sentidos; además, recalcaron, entre otras cosas, la necesidad de experimentar. En medio de esta ola, en la que el aristotelismo tuvo un gran papel, hubo prohibición de sus principios como la decretada por la Universidad de París, y como la del Papado, que vetaban el estudio de algunas de las obras de Aristóteles. Aun así, la escolástica llegó a reinar suprema en la Iglesia; su estudio se centró sobre todo en Francia, en España y en sus posesiones durante muchos siglos. La Iglesia dominaba, al terminar la Edad Media, y durante la mayor parte de ésta, toda la vida cultural de Europa occidental y central. La educación estaba casi totalmente en sus manos. La influencia de otros grupos como los judíos y los musulmanes —que tradujeron obras de filósofos griegos antiguos—

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se dejó sentir en menor grado, así como las ideas de algunos pensadores heterodoxos. La Iglesia católica tuvo un gran papel en la fundación de las primeras universidades europeas. La reacción ante la influencia política, económica y social de la Iglesia no se dejó esperar. No todos los cristianos estuvieron de acuerdo con la actuación de ciertos papas que, aparentemente, se movían más bien por razones políticas. Otros fieles no veían siempre con buenos ojos las enormes posesiones materiales de la Iglesia. La piedad de muchos papas y prelados, y los intentos de reforma interna como en el caso de la monástica, sirvieron para aliviar la situación. La comprensión de las naturales debilidades humanas tuvo un gran papel en el proceso, ya que no podía acusarse a la Iglesia de todo, ni mucho menos; tampoco los peores ejemplos procedían necesariamente de círculos clericales. Pero al conjuro de las controversias doctrinales, surgieron movimientos de protesta que combinaron las cuestiones teológicas con objeciones como las anteriores.

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Los albigenses Numerosos son los movimientos considerados heréticos por la Iglesia en la Edad Media. Algunos, ya mencionados, surgieron en épocas inmediatamente anteriores a este período, y continuaron en la primera parte del Medievo. Pocos recibieron la atención dada al de los albigenses. Las Cruzadas habían despertado mucho interés por la Tierra Santa y por la Biblia. En este período de gran agitación, resucitaron también antiguas herejías; algunas ideas de los grupos disidentes cristianos del Oriente volvieron a ser conocidas en Occidente. Las ideas de los bogomilos son parecidas a las de los antiguos maniqueos; contra toda oposición se mantuvieron vivas en Bulgaria y territorios próximos, y se extendieron hasta el norte de Italia y el sur de Francia. En la ciudad de Albi, en Languedoc, se creó un importante centro, del cual surgió el nombre de albigenses, término aplicado a uno de los grupos disidentes de mayor influencia. También fueron llamados cátaros o «puros». Estos predicaban contra la impureza, e incluso contra el matrimonio. El nombre albigense prevaleció en Occidente. Esta concepción dualista de la lucha del Dios de la luz con el de las

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tinieblas, del Dios del Nuevo Testamento y el del Antiguo, les llevó incluso a condenar la procreación. Rechazaban todo tipo de juramentos y hasta se negaban a comer carne. No pueden atribuirse, sin embargo, todas las prácticas al grupo en general, ya que existían variaciones y determinados aspectos solamente formaban parte de las creencias de los más radicales. Los seguidores se dividían en los perfecti, en este caso, el clero albigense, y los credentes o simples creyentes. Su único sacramento era el llamado consolamentum. Para ellos, el infierno era la prisión del alma dentro del cuerpo. A pesar de lo estricto de su prédica, se produjeron flagrantes casos de inmoralidad dentro del grupo. Algunos han visto su consolamentum o «bautismo en el espíritu» como punto de coincidencia con algunos pentecostales y carismáticos de épocas más recientes. Hay que aclarar que aquellos albigenses que lo recibían pasaban a formar parte de los perfecti; por lo tanto, eran sus sacerdotes, practicaban el ascetismo y se les exigía la castidad. Fueron condenados a partir de 1165 por diversos concilios, pero lograron subsistir en pequeños grupos perseguidos hasta el siglo XV, cuando fueron destruidos por la Inquisición. Los albigenses o cátaros, al igual que otras sectas similares, lograron muchos adeptos, que quizá lleg sen

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a ser millones o al menos cientos de miles entre las clases pobres, sobre todo en el sur de Francia. El conde Raimundo IV de Tolosa los defendió. La Cruzada promulgada por Inocencio III, y que contó con el apoyo de nobles del norte de Francia, los masacró. Se produjeron grandes matanzas en toda la región y varias ciudades quedaron completamente destruidas.

Los valdenses Las prédicas de Pedro de Valdo hicieron surgir una nueva secta en el mediodía de Francia, hacia 1170. Este personaje, sobre quien los datos disponibles presentan generalmente cierta confusión, es considerado por algunos como precursor de las órdenes mendicantes como la de San Francisco y sus hermanos menores, quienes durante un tiempo tuvieron también problemas con la jerarquía. La Iglesia, en época de Valdo, no estaba todavía lista para aceptar estos ideales. Bajo la influencia de la leyenda de San Alejo, que había abandonado su hogar para dedicarse a la vida ascética, Valdo se dedicó a la pobreza y a la predicación al mismo tiempo, tras ser un rico comerciante. Muy pronto se les prohibió predicar a él y a sus seguidores; sin

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embargo, al regresar a Lyon, de donde procedían, Valdo y sus discípulos, que habían visitado Roma para apelar la decisión del arzobispo de Lyon, siguieron predicando. En 1184, un Concilio reunido en Verona los condenó. Los valdenses continuaron activos en su predicación y su grupo se vio incremenado con los restos de otro movimiento similiar conocido como el de los pobres lombardos. La persecución contra ellos fue muy intensa, aunque los valdenses lograron subsistir en valles aislados del norte de Italia hasta la llegada de la Reforma protestante del siglo XVI, a la cual se unieron con entusiasmo ya que tenían doctrinas en común.

John Wyclef y Jan Hus Dos controversias teológicas de gran importancia fueron las provocadas por John Wyclef, doctor en teología de la Universidad de Oxford y notable traductor bíblico, además de escritor y teólogo. Este personaje, que vivió de 1329 a 1384, tenía también ideas nacionalistas y favoreció la autoridad del gobierno en cuestiones no admitidas por la Iglesia. Rechazó la doctrina de la transubstanciación o presencia real de Cristo en

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la Eucaristía y otras que después defendieron los protestantes a partir del siglo XVI, entre ellas la creencia en la Biblia como única regla de fe y práctica para el Cristianismo. Fue condenado por las autoridades eclesiásticas, aunque continuó enseñando hasta fallecer de muerte natural en 1384. Entre sus discípulos se halla Jan Hus, reformador bohemio que vivió del 1373 al 1415, quien llegó a conocer bien las ideas de Wyclef, a las que se entregó. Jan Hus, predicador de la capilla de Belén en Praga y rector de la famosa Universidad Carolina de esta ciudad, era profundamente nacionalista y deseaba además reformar la Iglesia. Sus seguidores se rebelaron contra la autoridad que los emperadores alemanes ejercían sobre Bohemia, región que hoy día forma parte de Checoslovaquia. Este personaje, uno de los eruditos de mayor prestigio en su época, fue condenado por herejía en el Concilio de Constanza, mas él se negó a echarse atrás en su actitud o a renegar de sus creencias. Fue quemado vivo y murió cantando los salmos. Sus discípulos llevaron la tierra en que fue quemado hasta Bohemia; el pueblo casi en masa se indignó y rechazó el Concilio de Constanza. Otro reformador, Jerónimo de Praga, fue también condenado y sufrió la misma

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suerte que Hus. El ala radical del movimiento husita, los llamados taboristas, insistían en que lo que no estuviera en la Biblia debía ser rechazado, mientras que los husitas de Praga, más moderados, se contentaban con excluir de la Iglesia lo que fuera expresamente condenado o contradijera las Escrituras. Las llamadas guerras husitas, en las que prevaleció la nota nacionalista, hicieron que la Iglesia católica otorgara concesiones a la Iglesia checa, incluido el uso del cáliz en la administración de la comunión a los fieles. Tanto Wyclef como Hus son considerados como precursores de la Reforma religiosa del siglo XVI; los protestantes llaman al primero «la estrella matutina de la Reforma».

Savonarola Mientras tanto, se producían otros intentos de reforma interna parecidos en lugares tan cercanos a Roma como la misma Italia. Girolamo Savonarola (1452-1498) nacido en Ferrara y conocido monje dominico, se dedicó a predicar contra el lujo y los abusos del clero. Sus seguidores quemaron trajes, joyas y cuadros profanos. Fue acusado de herejía y se negó a comparecer en Roma; fue excomulgado por el papa

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Detalle de un crucifijo alemán de madera ·segunda mitad del s. XII

Alejandro VI. Preso, torturado y estrangulado por sus adversarios, sus restos fueron quemados. Savonarola insistió una y otra vez en su fidelidad al dogma católico. Se oponía a los abusos como la simonía, es decir, la compra y venta de bienes espirituales o temporales, y a la práctica de una vida inmoral por parte de ciertos clérigos. No debemos olvidar que, en aquella época, se concedían nombramientos eclesiásticos a hijos de monarcas y de nobles importantes, aunque sólo contaran unos pocos años de edad. Contra esta situación se levantó Savonarola.

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El Renacimiento

Uno de los acontecimientos que más afectaron la historia del catolicismo, y del cristianismo en general, fue el llamado Renacimiento, época histórica que surgió a finales de la Edad Media, en la cual se despertó un interés extraordinario por la cultura. Este período comprende los siglos XIV, XV y XVI, aunque tiene sus raíces en centurias anteriores. Comenzó en Italia con un interés renovado por el estudio de los clásicos, a lo cual se denominó humanismo, término ambiguo que indica la tendencia a colocar al hombre en el centro del universo, resaltando su valor; también se aplica al estudio de las humanidades, es decir, a las bellas artes, la literatura, etc. Muchos de los llamados humanistas de este período lo fueron en ambos sentidos y, algunos de ellos, por cierta fidelidad a la causa cristiana, pueden

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ser considerados como humanistas cristianos, lo cual puede causar aún mayor confusión, ya que en épocas más recientes se ha asociado el uso de la palabra humanista, en países como Estados Unidos, a la negación de ciertos valores religiosos. Todos estos puntos de vista están sujetos a discusión. Italia fue el centro de este movimiento. Esta nación, dividida en pequeños estados, había sufrido las consecuencias de la «cautividad babilónica» de la Iglesia y del Gran Cisma de Occidente. Se sucedían las guerras entre sus ciudades-estados e incluso entre papas rivales. Distaba mucho de conseguirse la unidad nacional y se resentía el espíritu patriótico. Precisamente en este contexto Nicolás Maquiavelo escribió su famosa obra El príncipe. Este gran patriota florentino anhelaba la unidad italiana. Sin embargo, su fama depende mayormente de algunas sentencias suyas como «El fin justifica los medios». Al igual que Maquiavelo, las clases más cultas se encontraban decepcionadas. La aristocracia intelectual se refugió en la cultura, buscando inspiración en las épocas clásicas de Grecia y de la antigua Roma, anteriores a la era cristiana. El poeta Petrarca se dedicó a escribir en latín en imitación del estilo del orador romano Cicerón. Los pintores,

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arquitectos y escultores buscaban su inspiración, ya no en el arte cristiano, sino en el pagano de otras épocas. Al caer Constantinopla en manos de los turcos musulmanes, muchos intelectuales trajeron a Italia sus manuscritos y dictaron cátedra sobre la Antigüedad griega. En este ambiente de estudio e investigación empezaron a discutirse las ideas. La famosa Donación de Constantino, documento en que el emperador le concedía al papa una amplia jurisdicción sobre el Occidente, fue declarado como espurio por los estudiosos. Se atacó la creencia que decía que el famoso Credo de los apóstoles había sido redactado por éstos. Se inició la llamada crítica textual, método que aplica los recursos de la crítica histórica para llegar al texto original de una obra. La invención de la imprenta pondría pronto a disposición de todos libros como la Biblia, los que serían investigados y discutidos por los más cultos. Este espíritu, que se extendió por diversos países, fue creando una nueva forma de ver las cosas. Después de siglos dedicados a la religiosidad, a una interpretación místico-religiosa de la vida, a la construcción de catedrales, iglesias y monasterios, se produjo una reacción que incluía el arte dedicado a cantar la gloria del hombre, no solamente la gloria de Dios. Artistas

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como Leonardo de Vinci, Rafael y Miguel Ángel, lograron el apoyo de grandes señores; la pintura y la escultura reinaron como meta del interés de muchas figuras eminentes. El espíritu renacentista llegó a influir a prelados y papas, como Eugenio IV, Nicolás V, Calixto III, Paulo II, Pío II, Sixto IV, Inocencio VIII, Alejandro VI, Julio II, conocidos como los papas del Renacimiento por compartir los intereses y las tendencias de la época y no preocuparse solamente de la política que, a veces, los envolvió; promovieron la cultura, las bellas artes y los hermosos templos llenos de preciosas imágenes, frescos y decoraciones que atrajeron la atención de todo el universo. Eva extiende su mano hacia el fruto prohibido del árbol de la sabiduría ·relieve de la catedral de Autun, Francia

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Erasmo

Se destacó en este período la figura de Erasmo de Rotterdam. A pesar de no ser italiano, estaba llamado a representar más que ninguna otra persona el espíritu del renacentismo y del humanismo en lo que concierne al amor por la erudición. Su influencia sobre el mundo de la religión sería, además, incalculable. Nacido en 1466 e hijo ilegítimo de un sacerdote y de la hija de un médico, Desiderio Erasmo fue educado por los hermanos de la vida común. Este grupo, surgido al cobijo de una renovación del misticismo en círculos laicos del cristianismo medieval de los siglos XIV y XV, no era una orden religiosa regular, aunque tomaban votos informales. Se dedicaron a fundar escuelas y de sus filas surgieron humanistas como Nicolás de Cusa y Erasmo, y escritores religiosos como Tomás de Kempis, quien estudió con ellos y escribió Imitación

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de Cristo, obra en la cual se pueden encontrar los elementos que ayudan a entender este tipo de movimiento. Erasmo surgió en este ambiente de piedad y erudición. Para este sabio por excelencia, la vida cristiana es un estilo de vida que combina la decencia, la piedad moderada y la cultura. Quiso dominar las pasiones sometiéndolas a la razón. Dado que la experiencia cristiana se basaba en las enseñanzas de Cristo en los Evangelios, la Iglesia, por lo tanto, necesitaba ser reformada, aunque para él, el aspecto doctrinal era de menor importancia, salvo determinadas doctrinas tan básicas como la de la encarnación de Cristo. Era más importante vivir con cierta rectitud que cuidar de los detalles de la ortodoxia. Su sabiduría y flexibilidad no le hicieron justificar el pecado y la vida disipada de muchos clérigos, a quienes atacó, pero evitaba soluciones radicales. Preparó el camino para la Reforma protestante con sus críticas y su investigación bíblica, pero no quiso salirse de la Iglesia católica ni romper con ella. No se identificó totalmente con los reformadores como Lutero, con quienes rompió en ciertos temas y comulgó en otros, ni apoyó la reacción católica contra el protestantismo. Su figura se agiganta con el tiempo, ya que sectores enteros del catolicismo

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y del protestantismo tratan de refugiarse bajo la sombra de un hombre que estuvo siempre más allá de posiciones dogmáticas y definitivas. Sus libros como el Elogio de la locura; su edición del Nuevo Testamento, en cierto sentido la primera del texto griego; y sus innumerables escritos sobre distintas materias afectaron grandemente a toda Europa; por ellos, sufrió ataques tanto de católicos como de protestantes, y también recibió elogios de ambos sectores. Los protestantes entienden que fue la obra de Erasmo, sobre todo en lo tocante a la investigación de los textos bíblicos, la que permitió en gran parte la posterior labor reformista de Lutero y de sus seguidores. Los intentos de reforma interna, el constante refugio que el monaquismo y el misticismo ofrecían a las almas más piadosas del catolicismo y los casi inagotables recursos de la espiritualidad medieval, no bastaron para detener la llegada de la Reforma religiosa del siglo XVI. El Renacimiento preparó en cierta forma su llegada, anunciada por hombres como Hus y Wyclef, y por movimientos como el de los valdenses y los husitas. Sin los nombres de Lutero y Calvino no se puede escribir la historia del cristianismo como lo conocemos hoy día.

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La Reforma

La llegada del protestantismo fue devastadora para la Iglesia católica. Muy pronto dejó de contar con la mayor parte de Alemania, la totalidad de Escandinavia, los más prósperos cantones de Suiza, las Islas Británicas —con excepción de Irlanda del Sur—, y perdió parte de la población de los Países Bajos y de infinidad de otros, entre los cuales estaban Hungría, la República Checa, Eslovaquia, etc. La Reforma evangélica penetró en regiones de las católicas Austria, Baviera y Polonia y se produjeron intentos parecidos hasta en países tan apegados a la jerarquía católica como España e Italia. En Francia, el protestantismo atrajo a una buena parte de la población y, al igual que en muchas otras naciones, sólo se le pudo contener a la fuerza. Ni siquiera el emperador Carlos V de Alemania y I de España, con maniobras hábiles y ofertas atractivas, logró que Lutero se echara atrás, mientras

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que otros reformistas, más radicales que este último, se ocuparon bien pronto de quemar las naves que les hubieran permitido regresar a Roma. Se imponía una solución, que muchos entendieron con carácter de reforma interna, combinada con una fuerte persecución contra los protestantes.

La Contrarreforma

La Iglesia había hecho con anterioridad serios esfuerzos por reformarse. Por otro lado, la erudición bíblica había atraído algunas mentes provilegiadas del catolicismo, lo que establecía un punto de contacto con los reformadores evangélicos. Hombres notables como el cardenal español Francisco Jiménez de Cisneros, (1436-1517), trataron de introducir ciertas reformas en las iglesias y diócesis bajo su jurisdicción. Este cardenal contaba a su favor con su famosa Biblia

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políglota complutense, gran contribución a la erudición de la época. Pero quedaba todavía mucho por hacer. La Reforma sorprendió a la Iglesia en una situación moral y espiritual que algunos consideraban deprimente. La Contrarreforma fue el movimiento reformista y misionero del catolicismo del siglo XVI. Se puede llamar así al período inmediatamente posterior a la consolidación inicial del protestantismo en Europa. Surgieron nuevas órdenes religiosas, de las cuales la más importante fue la Compañía de Jesús, fundada por el español Ignacio de Loyola y en la que militaron misioneros del calibre de un Francisco Javier y otros. Esta sociedad de sacerdotes intentó que regiones enteras volvieran a Roma y consiguió, con el apoyo de las autoridades seculares, que diversas áreas de Austria, Alemania, Polonia, Hungría, la República Checa y Eslovaquia fueran reconquistadas. Fue la era de Juan de la Cruz y de Teresa de Ávila, unidos por el deseo de reformar el monaquismo. Teresa fue una mística dedicada a la contemplación de Jesús; en 1970, el papa Pablo VI la declaró doctora de la Iglesia universal. Este título le ha sido conferido también a Catalina de Siena. Juan de la Cruz es el autor de Noche oscura del alma. En mayor escala que estos místicos, algunos papas, utilizando su autoridad,

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intentaron introducir diversas reformas; Pablo III convocó el Concilio de Trento, y Pablo IV trató de limpiar la curia romana y encabezó la nueva reforma católica. Pío V también desempeñó un importante papel. El Concilio de Trento fue, en realidad, iniciativa del emperador Carlos V, quien insistió en que se celebrara en territorio bajo su control. Por ello, se escogió la ciudad de Trento, al norte de Italia. Las primeras sesiones fueron poco concurridas. El papa Pablo III se enfrentó a Carlos V y ordenó a los obispos congregados que se trasladaran a los estados papales, lo cual fue prohibido por el emperador. El Concilio, iniciado en 1545, tuvo que ser interrumpido en 1547, y no pudo congregarse de nuevo hasta 1551. La asamblea dispuso que los obispos residieran en su propia sede episcopal y trabajaran en ella, y estableció seminarios para preparar a los nuevos sacerdotes que poseyeran mayor capacidad y devoción. La versión latina de la Biblia, la Vulgata, fue utilizada para las discusiones. El Concilio ratificó el número de sacramentos (7) y defendió el carácter de sacrificio de la misa. Afirmó que, para justificarse ante Dios, el cristiano tiene que creer y hacer buenas obras. No hizo concesiones sustanciales a los protestantes, y éstos participaron solamente en

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algunas conversaciones iniciales; más adelante rechazaron las conclusiones del Concilio. La Reforma católica o Contrarreforma ayudó a mejorar las estructuras de la Iglesia e inspiró a los clérigos y fieles a vivir una vida de mayor dedicación, pero no resolvió el problema doctrinal. La Reforma protestante continuó; y el único medio para contenerla, aparte de lograr conversiones individuales, parecía la fuerza. Los príncipes católicos la utilizaron con gran rigor; las persecuciones aumentaron. Los protestantes contestaron limitando la actividad del catolicismo en las regiones que controlaban y, en algunos casos, erradicaron esta fe casi por completo, a veces por el uso de la fuerza, pero generalmente gracias al acatamiento de los fieles que eran leales a sus príncipes, sobre todo en el norte de Alemania, donde había existido cierto recelo sobre el control del catolicismo ejercido por los prelados del sur de Europa, como fueron casi todos los papas de los siglos anteriores. El protestantismo lograba adquirir cada vez más fieles; para evitarlo, la Inquisición tuvo un papel especial, sobre todo en España e Italia.

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La Inquisición

La Inquisición era un tribunal de la Iglesia encargado de descubrir a los herejes y de juzgarlos, suprimiendo así la herejía. Fue fundada en el Sínodo de Toulouse de 1229, después de la Cruzada contra los albigenses. Los sospechosos eran detenidos e interrogados minuciosamente. Antes que nada era necesario conseguir su confesión; para lograrla se usaban métodos poco recomendables, que incluyeron hasta el uso de la tortura, según muchos historiadores. Los que confesaban y se arrepentían eran condenados a ayunos, azotes o a realizar largas peregrinaciones. Otros eran encarcelados largos períodos de tiempo. Los que no abjuraban, eran entregados al brazo secular, que casi siempre los condenaba a la hoguera. La Iglesia no

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sentenciaba a muerte, ello dependía de los magistrados seculares. La Inquisición fue utilizada en los días de la Reforma por doquier; sin embargo, a partir del siglo XVI su actividad se limitó más bien a Italia y España. Sus enemigos han exagerado su poder y crueldad, que tampoco son defendidos con entusiasmo por muchos historiadores católicos modernos, ya que sirvió para hacer más grande el abismo entre católicos y reformados. Los judíos fueron víctimas frecuentes de ella, sobre todo en España. Una heteróclita amalgama de protestantes, judíos, homosexuales, bígamos, sacerdotes acusados de diversos delitos, librepensadores, autores

Instrumentos de tortura usados por el tribunal de la Inquisición ·grabado alemán de 1508

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de libros prohibidos, etc., poblaba sus prisiones. Con propósitos parecidos a los de la Inquisición se creó el «Índice de libros prohibidos»: Index Librorum prohibitorum, considerado hoy día como una violación de la libertad intelectual. En cuanto a la Inquisición, algunos escritores se han ensañado con España y con la Inquisición española, dando así la impresión de que éste fue el único país donde se persiguió cruelmente a los disidentes religiosos. En realidad, España y el catolicismo no son responsables de todos los prejuicios religiosos ni de la crueldad humana, aunque quizá el inquisidor más famoso de todos fuera el español Torquemada.

Las guerras de religión

Entre los hechos más importantes de los siglos XVI y XVII se hallan las guerras de religión en Francia y otros lugares, y la llamada Guerra de los Treinta Años (1618-1648), que concluyó con la Paz de Westfalia, mediante la cual Europa quedó dividida religiosamente

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al no poder prevalecer de modo decisivo ni los príncipes católicos ni los protestantes. La Iglesia perdió parte de un continente, pero ganó, sin embargo, otro: el Nuevo Mundo. La Corona española, después de la expulsión de judíos y moriscos en 1492, descubrió este mismo año el continente americano, gracias al navegante Cristóbal Colón. Desde el inicio se registró la presencia católica en América. Muy pronto, América del Sur, Central, México y parte de las Antillas se convirtieron en regiones católicas. Se intentó otro tanto en América del Norte, lográndose cierta penetración en la Florida, en el oeste y en el sudoeste de los actuales Estados Unidos. Los españoles dirigieron este proceso de expansión, mientras los portugueses se encargaban de evangelizar el Brasil. El Tratado de Tordesillas (1494) aceptó, en principio, la división de América entre españoles y portugueses, hecha por el papa español Alejandro VI.

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Extensión de la Contrarreforma

Mientras América se evangelizaba, los jesuitas llegaron a Goa, donde fundaron escuelas y desde donde lograron penetrar en algunas regiones del sur de Asia. Francisco Javier llegó en 1549 al Japón, donde fundó una Iglesia que sobrevivió a las persecuciones. Mateo Ricci, otro jesuita, logró entrar en China. La colonia portuguesa de Macao sirvió, a partir del siglo XVI, de puerta a la penetración misionera en China. Otras regiones de Asia y África empezaron a ser evangelizadas en el siglo XVII y sobre todo a partir del siglo XVIII. La Iglesia se proponía mantener el título de católica, es decir, de universal. Sin embargo, el siglo XVIII vio desaparecer gran parte de la recuperación obtenida con la Contrarreforma. En Francia, el rey Luis XIV limitó el poder papal al apropiarse de los ingresos procedentos de los

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obispados vacantes. Los países católicos empezaron a secularizarse. Las minorías protestantes comenzaron a exigir que se les ampliase la libertad religiosa o, al menos, cierta tolerancia, ya que los católicos la habían recibido con bastante anterioridad en las naciones protestantes del norte de Europa (aunque en medio de una discriminación flagrante, como fue el caso de los católicos en las Islas Británicas). Las ideas de la Ilustración y de la Enciclopedia, los avances del racionalismo, los cambios políticos, la decadencia de varias monarquías, etc., marcaron con su huella la Iglesia, la cual empezó a abrirse poco a poco a las nuevas ideas y a aceptar o, en todo caso, admitir, la llegada de gobiernos republicanos, mediante los cuales, a veces, se separaría, sobre todo en el siglo XIX, la Iglesia del Estado. Papas de gran prestigio se ocuparon entonces de hacer lo posible por adaptar la Iglesia a la nueva situación, sin hacer concesiones en el dogma. Desde los inicios del siglo XIX se produjo una reacción conservadora: se promovieron las ideas llamadas ultramontanas, nombre dado a las de aquellos católicos conservadores que creían que la autoridad final debía estar más allá de los Alpes, es decir, en el Vaticano. Aún así, el Papado perdió hasta los estados papales en las luchas por la

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unificación italiana. En 1854, el papa Pío IX proclamó la doctrina de la Inmaculada Concepción de María que dice que la Virgen nació sin pecado original. En 1864, se dio a conocer el Syllabus de errores, en el que se condenaba el racionalismo, el naturalismo, el socialismo, el comunismo, la separación de la Iglesia y del Estado, las libertades de prensa y religión, etc. En 1870, en el Concilio Vaticano I, en medio de grandes discusiones, se proclamó la infalibilidad papal, a la que algunos historiadores católicos se opusieron apoyados por varios obispos. Casi inmediatamente después de esta declaración, el rey Víctor Manuel de Italia se apoderó de la ciudad de Roma, dejándole al papa únicamente el Vaticano y algunos edificios y lugares donde podía ejercer la soberanía papal.

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Nuevas corrientes

Hacia finales del siglo XIX, la tendencia liberalizadora del modernismo se dejó sentir en la Iglesia. Los católicos cultos empezaron a aceptar la crítica bíblica y los descubrimientos recientes de la ciencia moderna. El modernismo católico trató de reconciliar la Iglesia con la ciencia moderna y con las nuevas ideas. Los métodos de investigación bíblica utilizados por los protestantes liberales empezaron a introducirse en el catolicismo. Entre los modernistas se hallan Alfred Loisy, en Francia, y George Tyrrell, en Inglaterra. Pío X condenó el movimiento en 1907; muchos de sus seguidores fueron excomulgados en 1910. Otros católicos se refugiaron en el llamado neotomismo, es decir, la nueva versión del tomismo de la Edad Media, expresada en un lenguaje moderno que

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intentaba resolver temas actuales de entonces. Entre sus dirigentes destaca, sobre todo, Jacques Maritain, ya entrado el siglo XX. Mientras se perdía un sector intelectual y Europa se secularizaba, la Iglesia encontró un nuevo campo de acción en la Norteamérica protestante, ya que, desde el siglo XIX, millones de inmigrantes católicos empezaron a radicarse con sus creencias en Estados Unidos. Los protestantes les permitieron entrar como trabajadores, aunque ejercieron cierta discriminación contra ellos en los niveles altos de la vida norteamericana. «El ron, el romanismo y la rebelión», así como imaginarias y fantasiosas invasiones papales, fueron denunciados en los púlpitos evangélicos. Pero los católicos dejaron de ser una minoría insignificante y se convirtieron en una minoría considerable e influyente en Estados Unidos; así le dieron a la Iglesia una nueva fuente de ingresos, ya que el nuevo país se enriquecía y con él los católicos establecidos. También en Alemania fueron brevemente discriminados, en este caso por las leyes del Kulturkampf o «lucha por la civilización», mediante la cual, durante un tiempo, el poderoso canciller Otto Von Bismark trató de reducir la influencia católica, sobre todo en el sur de Alemania.

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El papa León XIII (1810-1903), pontífice nacido en Italia y educado por los jesuitas, se convirtió en la voz que guiaría a los católicos hacia una nueva etapa. Reinó de 1878 hasta 1903 y en su largo pontificado trató de llegar a un acuerdo con el mundo moderno. Logró enfrentarse y reducir el anticlericalismo alemán producido por la declaración de infalibilidad papal de 1870, utilizada por los partidarios del Kulturkampf, sobre todo de religión evangélica, contra el catolicismo, al que acusaban de reaccionario. En 1892, estableció una delegación apostólica en Washington, capital de un país que no reconoció diplomáticamente al Vaticano hasta la presidencia del protestante Ronald Reagan. Estableció contactos con Rusia y Japón y mejoró considerablemente las relaciones con la anglicana Inglaterra. No pudo hacer, sin embargo, que los clérigos católicos abandonasen el partido monárquico italiano ni recuperar los estados papales, y siguió siendo «prisionero del Vaticano». Sí mejoró las actitudes de los patronos hacia los obreros y atrajo a su vez a éstos a la práctica de la religión. Contribuyó al obrerismo y a los sindicatos con su encíclica Rerum Novarum, promulgada en 1891. Al igual que otros pontífices posteriores, trató de que la Iglesia se adaptara a negociar con gobiernos republicanos. Incluso intentó

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mejorar las relaciones con la Iglesia de Inglaterra; estimuló el estudio de la Biblia y las investigaciones bíblicas y teológicas.

La Iglesia en el siglo XX

Con papas conservadores y papas progresistas, con épocas de más tolerancia del liberalismo o de regreso al conservadurismo, la Iglesia en el siglo XX consolidó gran parte de sus ganancias en el campo misionero, invadido por católicos y protestantes con relativo éxito desde el siglo pasado. El mundo se secularizaba; la Iglesia sobrevivía y avanzaba en algunos países, mientras retrocedía cautelosamente en otros. El papa Pío XII fue un gran líder en los peligrosos tiempos de la Segunda Guerra Mundial y en los inicios de la llamada guerra fría. Durante su pontificado conservador incluso mejoraron las relaciones con otros grupos cristianos.

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Fue Juan XXIII, Giuseppe Roncalli, quien vivió de 1881 a 1963, y ascendió al trono papal en 1958, el que de verdad abrió las puertas y ventanas de la Iglesia mucho más que sus predecesores. Este papa italiano convocó el Segundo Concilio Vaticano y estableció buenas relaciones con el patriarca ecuménico de Constantinopla, Atenágoras, cabeza de las iglesias ortodoxas orientales, y con el arzobispo primado de los anglicanos, el doctor Fisher. Los protestantes repentinamente dejaron de ser «herejes» y se convirtieron en hermanos separados. Así se abrió una era de ecumenismo relativo. Este papa logró algunas concesiones de los países socialistas como, por ejemplo, que permitieran asistir a muchos de sus obispos al Concilio Vaticano. Sus dos encíclicas más conocidas: Mater et Magistra, sobre cuestiones sociales, y Pacem in terris, favorable a la causa de la paz, recibieron una gran atención. Al morir, la Iglesia católica ya era considerada de manera distinta por las otras religiones. El Concilio Vaticano II se inauguró en 1962, pero el papa Juan XXIII falleció al año siguiente, cuando fue elegido en su lugar Giovanni Battista Montini, también italiano, que adoptó el nombre de Pablo VI. Su pontificado continuó, en gran parte, la labor de Juan XXIII a

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favor de la paz, las relaciones con otros cristianos e, incluso, con creyentes de otras religiones, como lo revelan sus encíclicas, de las cuales la primera fue Ecclesiam Suam (1964). Realizó numerosos viajes hasta su fallecimiento en 1978. Las sesiones del Concilio, en el cual participaron los dos papas mencionados, produjeron cambios considerables que afectaron la política y la estructura de la Iglesia. La celebración de la misa en el idioma nativo del pueblo; el mayor reconocimiento del papel de los laicos dentro de la Iglesia; las definiciones sobre el poder de los obispos; la creación de un Consejo permanente de obispos con sede en Roma para compartir el gobierno de la Iglesia universal; el restablecimiento de la orden de los diáconos, compuesta ahora no solamente por personas que van a ser ordenadas sacerdotes, sino también por hombres casados que pueden llevar a cabo ciertas funciones sacramentales donde no haya suficientes sacerdotes; las invitaciones a la unidad cristiana; la nueva política favorable a la plena libertad de religión; las mejores relaciones con otras iglesias de creyentes no cristianos e, incluso, con los grupos no creyentes, convirtieron este Concilio no sólo en uno de los más importantes, sino, además, en el que incorporó a la Iglesia al siglo XX.

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En este ambiente post-conciliar, en que se ha desarrollado el catolicismo de los últimos tiempos, resulta evidente la existencia de una vasta gama de pensamientos teológicos y políticos distintos. Algunos teólogos, como Hans Kung, se han atrevido a desafiar determinadas creencias consideradas como fundamentales por la Iglesia. Otros, como Gustavo Gutiérrez, han creado una teología en la que resaltan aspectos esenciales políticos y sociológicos como es el caso de la teología de la liberación. Por otra parte, muchos católicos se resisten a aceptar los cambios conciliares y tratan de regresar al conservadurismo estricto, de acuerdo con la tradición de los ultramontanos de otros tiempos. La Iglesia posee cientos de universidades y miles de escuelas; sus hospitales, clínicas, dispensarios y leproserías se encuentran repartidos por los cinco continentes. Tiene a su disposición órganos de prensa tan importantes como L’Osservatore Romano, además de infinidad de diarios y revistas, así como emisoras de radio y televisión. Incluso posee bancos y empresas seculares. Sin embargo, en algunos países, como en el mundo socialista, sus actividades se limitan al culto y a la formación de nuevos sacerdotes. Los católicos

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cuentan con hermosas catedrales de valor incalculable, pero también saben practicar su culto en modestas capillas difíciles de diferenciar de las chozas de las aldeas tercermundistas. Los católicos de nuestro tiempo se enfrentan a graves problemas internos. Muchos sacerdotes presentan objeciones al celibato. Muchas religiosas cuestionan las limitaciones a la participación de la mujer en las altas esferas del ministerio eclesiástico, así como su imposibilidad de ejercer el sacerdocio. Hay sectores enteros del catolicismo en países tan importantes para la Iglesia como Estados Unidos que no aceptan con resignación la política papal sobre el control de la natalidad, ni siquiera sobre el tema del aborto. Los problemas nacionales e internacionales se reflejan también en la Iglesia. Sus fieles toman partido según sus inclinaciones, las que no siempre están de acuerdo con la política de la Iglesia. En 1978, al morir Pablo VI, fue elegido como su sucesor Juan Pablo I, quien duró solamente un mes al frente de la Iglesia, ya que murió de un ataque al corazón. Para sucederle, fue elegido el primer papa no italiano desde 1522, el cardenal Carol Wojtila, de Cracovia, Polonia. El nuevo pontífice, que es también

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el primer papa procedente de una nación comunista, y que en honor a su predecesor adoptó el nombre de Juan Pablo II, ha recorrido infinidad de países, más que ningún otro jefe de la Iglesia. Para muchos observadores su postura es más conservadora que la de sus predecesores. La influencia que ejerce su misión religiosa es bastante grande y deja sentir el peso enorme que su Iglesia tiene en el mundo moderno.

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4 LA ORTODOXIA Y LAS IGLESIA S ORIENTALES IGLESIAS

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Página anterior: La ciudad de Nicea, sede del primero de los ÿSiete ConciliosŸ ·xilografía del s. XV

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La religión cristiana nació en la parte oriental del antiguo Imperio romano y, por lo tanto, los fundadores de un buen número de Iglesias que hoy día pertenecen a la familia de las Iglesias ortodoxas fueron los mismos apóstoles o sus discípulos. Más adelante explicaremos la razón por la que no están en comunión eclesiástica con las Iglesias fundadas en la parte occidental del mismo Imperio, a la vez que mencionaremos algunas Iglesias orientales que no siempre se consideran dentro del concepto general de la ortodoxia oriental, aunque se desarrollaron en regiones cercanas.

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Antecedentes

La ortodoxia afirma ser la continuación ininterrumpida de la Iglesia cristiana establecida por el mismo Cristo y por sus apóstoles. En el aspecto histórico, no existe generalmente ninguna duda acerca de la continuidad de muchas de las comunidades cristianas que están en comunión con el Patriarcado ecuménico de Constantinopla, vínculo que facilita la identificación denominacional de este sector del cristianismo. La antigüedad de los patriarcados de Antioquía, Alejandría y Jerusalén no se discute. El de Constantinopla no se remonta, como los otros tres, al siglo I, pero sí al IV y el papel que tuvo en la historia del cristianismo antiguo es innegable. Podríamos hablar también de Iglesias como las de Corinto y Salónica, que formaron parte del cristianismo primitivo y hoy están en comunión con Constantinopla.

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Infinidad de congregaciones desaparecieron durante las invasiones musulmanas del Asia Menor, las de Palestina, Egipto, etc., pero la tradición cristiana de las Iglesias de lengua y cultura griegas es parte del patrimonio histórico de la religión cristiana. El cristianismo llegó también a Roma y la Iglesia romana se convirtió muy pronto en la sede central para gran parte de la Cristiandad; los ortodoxos de hoy día no dejan de reconocerle históricamente la categoría de primus inter pares, pero afirman que su relación con ella no pasó mucho más de este simple reconocimiento en el pasado. Los católicos, por otro lado, afirman que el origen de la ortodoxia oriental es, en cierto sentido, cismático, lo que tiene ciertos visos de veracidad; sin embargo, no pueden negar que en la época anterior al cisma de 1054, la Iglesia griega estaba de todas formas bajo el completo control del emperador de Bizancio y su relación con Roma era solamente sobre ciertas cuestiones. En cualquier caso, el cristianismo floreció en el este del Imperio romano. Gran parte de lo que leemos en el Nuevo Testamento ocurrió en un mundo de cultura griega. Allí tuvieron lugar grandes controversias doctrinales y surgieron numerosas Iglesias disidentes,

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a las cuales se calificaba de herejes, como las de los nestorianos, los monofisitas, etc. Allí también escribieron grandes padres de la Iglesia católica antigua como Atanasio, Basilio de Cesarea, Gregorio Nacianceno, Gregorio de Nisa, Cirilo de Alejandría, etc. Los primeros siglos del cristianismo, y prácticamente el primer milenio de nuestra era cristiana, fueron una época donde los dos grandes sectores geográficos de la Iglesia, el occidental o latino y el oriental o griego, tuvieron un gran contacto. La Iglesia ortodoxa se llama a sí misma la Iglesia de los Siete Concilios. Esos Concilios se celebraron entre el 325 y el 787 y, aceptados generalmente por la mayoría de los cristianos, son los de Nicea (325), Constantinopla (381), Éfeso (431), Calcedonia (451), Constantinopla (553), Constantinopla (680-681) y Nicea (787). En ellos se condenaron como herejías el monofisismo y el arrianismo y se definió la doctrina de la Santísima Trinidad y la naturaleza de Cristo. El Credo niceno y el de Calcedonia son imprescindibles para entender las creencias cristianas de la época, además de ser fundamentales para los ortodoxos. Los Concilios establecieron el orden de prioridad de los cinco principales Patriarcados históricos. Roma tenía entre ellos un lugar de honor; le seguían Constantinopla y después Alejandría, Antioquía y Jerusalén.

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Graves controversias afectaron a las Iglesias occidental y oriental. En los siglos VIII y IX, la disputa sobre la adoración de ídolos, controversia iconoclasta que hemos descrito al estudiar la Iglesia católica antigua, dividió al Este. Para los cristianos que se consideraban a sí mismos como ortodoxos («poseedores de la verdad»), esto tenía gran importancia. En Occidente se permitió la veneración de las imágenes. En la Iglesia ortodoxa se popularizó el culto a los iconos, palabra que quiere decir «imagen», pero que designa en la práctica una pintura, mosaico o bajorrelieve que representa a Cristo, a la Virgen o a un santo. Las esculturas están prohibidas. El icono tiene a veces una cubierta que lo protege del polvo y de la humedad. Como en la Iglesia oriental no se siguieron usando las verdaderas imágenes, se instituyó la práctica de admitir cuadros en vez de esculturas. No deben confundirse los iconos con el iconostasio, mampara colocada en los templos ortodoxos entre la nave y el santuario. Formada por una hilera de iconos, en el centro tiene una puerta flanqueada por imágenes de Cristo y la Virgen María. A pesar de la gran cantidad de prácticas que tienen en común los ortodoxos de la Iglesia oriental y los católicos de la Iglesia occidental, hubo entre ellos, además

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de controversias, numerosos motivos adicionales de tensión. Uno de estos fue la autoridad casi total ejercida por el emperador de Constantinopla o Bizancio sobre la Iglesia griega, mientras el papa aumentaba la suya sobre la Iglesia occidental. Al serle reconocido únicamente un primado de honor, las decisiones del papa no siempre eran respetadas u obedecidas por los griegos. Por ejemplo, el patriarca Focio de Constantinopla (820-895), fue condenado en Roma en el 863 por un Sínodo que reconoció a Ignacio (quien, a su vez, había sido depuesto en Constantinopla) como el verdadero patriarca. Focio convocó otro Concilio en Constantinopla que depuso y excomulgó al papa, condenó determinadas prácticas de la Iglesia latina y, sobre todo, la palabra filioque, utilizada en el credo niceno y que implica que el Espíritu Santo procede igualmente del Hijo y del Padre. Los ortodoxos insisten en que procede del Padre. Aunque Focio perdió el trono patriarcal al ser depuesto por el emperador León VI, y el papa Formoso le excomulgó en el 892, las relaciones continuaron siendo precarias. En ocasiones anteriores ya se habían visto igualmente interrumpidas. Las Iglesias orientales rechazaban la imposición del celibato sacerdotal, lo que causaba constantes fricciones.

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En el 1054, en época del patriarca Miguel Cerulario, se produjo el llamado Gran Cisma que marcó la separación de la Iglesia ortodoxa de la Iglesia romana. Cierto tipo de relaciones fraternales se mantuvo mientras se trabajaba por la unidad, pero en el 1204, Constantinopla fue invadida durante la cuarta Cruzada por ejércitos compuestos por católicos que querían rescatar la Palestina de los turcos. La destrucción y el sacrilegio cometidos por los cruzados hizo que la división entre Este y Oeste fuera aún más profunda y prácticamente definitiva. Las Iglesias orientales se diferenciaban de la romana no solamente por los iconos y ciertos matices diferentes de carácter doctrinal, sino principalmente por la controversia sobre la autoridad papal y porque el monaquismo, nacido en la región, adoptaba en ella formas diferentes. Entre las características de la Iglesia griega estaba también su interés por las misiones. El patriarca Focio envió a Cirilo y a Metodio como misioneros a los eslavos. Los búlgaros y servios se convirtieron al cristianismo en el siglo IX y los rusos en el X. Con la Iglesia griega, la cultura y la civilización griegas llegaron a estas regiones. Por su parte, la Iglesia griega, fundamento de la ortodoxia oriental, estaba bajo el control del emperador

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bizantino, a pesar del papel espiritual desempeñado por el patriarca de Constantinopla. El emperador participaba directamente en los asuntos de la Iglesia. Los historiadores ortodoxos han rechazado el término cesaropapismo (combinación de los poderes eclesiástico y secular), pues entienden que la Iglesia en realidad no estaba sujeta al Estado, sino que ambos laboraban en armonía en esferas diferentes, cosa que no ha logrado convencer a los historiadores de otra tendencia religiosa o secular. Justiniano, por ejemplo, ejerció más influencia sobre la Iglesia que los principales patriarcas que ésta tuvo. En 1453, los turcos atacaron Constantinopla y la ciudad cayó en sus manos. Con esta caída terminaba también el Imperio romano de Oriente, el llamado Imperio bizantino. La Iglesia ortodoxa sobrevivió. Por aquel entonces, la Iglesia rusa, en comunión con la griega, era ya una poderosa fuerza religiosa y Moscú empezó a considerarse como una tercera Roma, con evidentes implicaciones religiosas además de políticas. Para colmo, la sobrina del último emperador bizantino se casó con Iván III de Rusia. Sin embargo, el Patriarcado de Constantinopla siguió siendo el vínculo que uniría a aquellos cristianos considerados ortodoxos y que no comulgaban con Roma, aunque

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se consideraban como pertenecientes a la verdadera Iglesia católica y apostólica, es decir, la continuación de la Iglesia católica antigua y del cristianismo primitivo.

Creencias

Las creencias de la Iglesia ortodoxa son básicamente las mismas que comparten otros cristianos y más específicamene los de la Iglesia católica. Las diferencias entre doctrina y práctica ya se han ido mencionando: los ortodoxos rechazan la pretensión del papa de ser el primado de honor; no aceptan tampoco el filioque del Credo niceno ni el celibato sacerdotal, y prefieren venerar iconos. Por su parte, tienen ritos algo diferentes y muy elaborados. Las diversas ramas de la Iglesia ortodoxa tienen algunas diferencias en cuanto a ritual con la Iglesia griega de la cual proceden: no

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olvidemos que al hablar de Constantinopla nos referimos mayormente a la Iglesia griega y no solamente a la Iglesia ortodoxa, nombre común que cubre diversas ramas. En cuanto al número de sacramentos, hay que decir que es el mismo, aunque con diferencias mínimas, como sucede en el caso del matrimonio: en ciertos casos, se admite el divorcio y nuevas nupcias de los fieles (la Iglesia ortodoxa griega permite hasta dos divorcios a una misma persona). Los sacerdotes pueden contraer matrimonio, pero únicamente antes de su ordenación. Si enviudan, tienen que permanecer célibes. Los monjes practican el celibato y únicamente aquellos sacerdotes célibes pueden ser consagrados como obispos. En su monaquismo prevalece todavía la antigua regla de San Basilio. En muchas iglesias ortodoxas no se permite la música instrumental, aunque se hace hincapié en el canto, en el cual la congregación participa. Florece el culto a María y a los santos y cada Iglesia nacional elige sus propios santos y los canoniza.

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Organización

En cuanto a organización, no tienen una autoridad suprema. La comunión oriental es una federación de Iglesias, igualmente autónomas, que celebran el culto en su propia lengua, según sus propias tradiciones y costumbres. Mantienen una total intercomunión y su vínculo es el Patriarcado de Constantinopla, la iglesia principal, cuyo obispo lleva el título de patriarca ecuménico. Los patriarcados históricos y antiguos son Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén. Tienen el lugar de honor y los jefes de estas Iglesias reciben el título de patriarcas. Otras Iglesias autocéfalas (es decir, «con su propia cabeza») son las rusa, rumana, servia, griega, búlgara, georgiana, chipriota, checoslovaca, polaca, albanesa y sinaítica. Los jefes de las Iglesias rusa, servia, búlgara y rumana tienen el rango de

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patriarcas. El de Georgia es llamado católicos-patriarca, ya que el título eclesiástico de católicos también existe en el Oriente. Por lo general, los jefes de las otras Iglesias son designados como arzobispos o metropolitanos. Además de las Iglesias anteriores, hay otras consideradas autónomas, pero no autocéfalas. Iglesias autónomas son las de Finlandia, China, Japón, las de los rusos exiliados, etc. Existen provincias eclesiásticas que dependen de una de las Iglesias autocéfalas o de las Iglesias rusas de la emigración. Estas provincias están en Europa occidental, América del Norte y del Sur y Australia. La Iglesia ortodoxa es pues una familia de Iglesias que se gobiernan a sí mismas, aunque están unidas por un vínculo en la fe y en la comunión de los sacramentos. El Patriarcado de Constantinopla también las une, pero ello no indica que pueda interferir realmente en los asuntos internos de las otras Iglesias. Cada diócesis se mantiene en comunión con su patriarca, arzobispo o metropolitano, y éstos, a su vez, con el patriarca de Constantinopla. Éste es todo el vínculo. La doctrina es lo que realmente las une.

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Desarrollo histórico

A partir de la caída de Constantinopla en manos de los turcos, las Iglesias ortodoxas sufrieron ciertos cambios debidos, en parte, a que la sede constantinopolitana tendría a partir de entonces serias limitaciones, a pesar de la tolerancia que le concedió el Sultanato turco. La Iglesia griega, en un sentido nacional, es decir, la de Grecia, tendría un papel más apreciable; la Iglesia rusa se convertiría en la más numerosa e influyente. Tanto Grecia como los países eslavos tuvieron períodos prolongados de dominación turca, así como las Iglesias de las regiones del Cercano y Medio Oriente, mientras que la Iglesia rusa permaneció libre, aunque bajo la autoridad del zar de todas las Rusias. El metropolitano de Moscú fue elevado al rango de patriarca en 1589. Ya que Constantinopla, la nueva Roma, había caído, surgía la tercera Roma.

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La Reforma protestante del siglo XVI y la Contrarreforma católica no tuvieron mayor influencia ni en Rusia ni en el resto de la Iglesia ortodoxa. Es cierto que el patriarca de Constantinopla, Cirilo Lucar (siglo XVII), se inclinó abiertamente al calvinismo y publicó una Confesión de fe, pero esto no tuvo mayor efecto después de su época en el trono patriarcal. El Sínodo ortodoxo de Jerusalén, reunido en 1672, repudió el sistema teológico protestante, aunque ciertas relaciones cordiales se sostuvieron a nivel internacional con algunas sedes importantes del protestantismo, según los vaivenes de la política favorecieran o no esta actitud. Gracias a los católicos polacos, sujetos a la esfera de influencia rusa, la Iglesia ortodoxa sostuvo algunos contactos con el catolicismo y hasta se creó una Iglesia uniata en Polonia, en comunión con Roma, aunque mantenía las costumbres de la Iglesia ortodoxa. Esta última logró prevalecer como principal fuerza religiosa en Grecia, parte de los países balcánicos, Bulgaria y Rumanía, a pesar de la presencia turca otomana en estas naciones. El pueblo permaneció sujeto a las tradiciones ortodoxas. Cuando se establecieron naciones independientes o protectorados, se consideró a la ortodoxa como la religión oficial y casi exclusiva, sobre

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todo en Grecia. Las iglesias del Cercano Oriente no se vieron tan favorecidas por los acontecimientos, pero sobrevivieron en parte. Los países donde tradicionalmente se han desarrollado las Iglesias ortodoxas, han estado en los últimos siglos bajo control musulmán y, más recientemente, bajo control comunista y en sociedades socialistas como la Unión Soviética, Bulgaria, Rumanía, Yugoslavia, etc. La ortodoxia, compuesta por Iglesias nacionales, ha buscado formas de adaptarse a las nuevas situaciones. Un problema fundamental para el estudio de la ortodoxia es la gran variedad de Iglesias con doctrinas similares. Esto último alivia el trabajo investigativo, pero lo aumentan las diferencia culturales. La palabra ortodoxo, utilizada por todos los cristianos que se consideran libres de herejía, es la que identifica nominalmente a las Iglesias ortodoxas orientales que pudieran también estar asociadas con la sede constantinopolitana, como la Iglesia griega. Existen también otras Iglesias orientales que ya fueron estudiadas en el capítulo reservado a la Iglesia católica antigua. Éstas también han utilizado en alguna ocasión esta palabra, aunque se las considera como pertenecientes a una

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tradición herética. Nos referimos a los nestorianos, los monofisitas y otros grupos mencionados anteriormente. Aparte de los problemas doctrinales, se diferencian de la corriente principal de las Iglesias orientales por una cuestión cultural. Los ortodoxos tienen un fundamento histórico griego. Los eslavos, por ejemplo, fueron evangelizados por los griegos y mantuvieron, además de la misma doctrina, una comunión eclesiástica con ellos, sobre todo mediante Constantinopla. Los cristianos etíopes, armenios, sirios y nestorianos se separaron del Imperio bizantino, de cultura griega, por razones tanto políticas como religiosas. Entre ellos, algunos cristianos permanecieron fieles a la ortodoxia, mientras que otros mantuvieron sus doctrinas y características peculiares. Algunas de estas Iglesias son consideradas como semíticas para diferenciarlas de las griegas, pero esta distinción no siempre se utiliza. Para complicar la situación, al hablar de Iglesias orientales debe tenerse en cuenta que una serie de grupos, y hasta Iglesias enteras, de tradición ortodoxa u oriental, han pasado a unirse a Roma, lo cual las identifica a veces como Iglesias uniatas o como ritos orientales y bizantinos dentro de la Iglesia católica. A ellas prestamos bastante atención en el capítulo

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sobre el catolicismo romano. Para describir un ejemplo de Iglesia ortodoxa utilizaremos en este capítulo a la Iglesia rusa, en comunión con el Patriarcado de Constantinopla, y para hacer lo mismo con una Iglesia oriental no considerada realmente como ortodoxa, escogeremos a la Iglesia copta.

La Iglesia ortodoxa rusa

Los misioneros cristianos predicaron en Rusia en los siglos IX y X. Alrededor del año 988, el emperador Vladimir fue bautizado y el cristianismo quedó establecido como religión oficial. Llevó entonces a su país a varios sacerdotes del Imperio bizantino, que organizaron la jerarquía eclesiástica con un metropolitano a la cabeza. Desde el principio se utilizó la lengua eslava. Paulatinamente, los clérigos rusos sustituyeron a los griegos. Ya en el 1051, llegaron monjes procedentes

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del monte Athos, de Grecia, quienes crearon un movimiento monástico de gran importancia. En el siglo XII había solamente en Kiev 17 monasterios. La Iglesia rusa experimentó graves dificultades con las invasiones de los tártaros procedentes de Mongolia. Hasta los príncipes perdieron su vida en calidad de mártires. Durante el período de estas invasiones y de otras similares, la Iglesia rusa se convirtió en el alma del nacionalismo. Desde entonces resultó difícil separar la ortodoxia del nacionalismo y de la cultura de Rusia. En la Edad Media tuvieron lugar importantes acontecimientos. Sergio de Radonezk, uno de los santos más venerados del país, reformó el monaquismo ruso en el siglo XIV. De los monasterios salían los obispos, ya que el bajo clero estaba compuesto por los popes, en gran parte casados o con muy poca instrucción. En 1461, la Iglesia quedó dividida administrativamente en dos metropolitanos, el de Moscú y el de Kiev. Resulta interesante destacar el hecho de que el de Moscú era rígidamente fiel a la doctrina ortodoxa y a la cultura rusa, mientras que el de Kiev estaba relativamente más abierto a las influencias externas. A principios del siglo XIV, la sede metropolitana y la capital fueron trasladadas de Kiev a Moscú. Como la Iglesia había participado en

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el Cisma de 1054, se mantuvo bien separada de Roma y rechazó, incluso, el Concilio de Florencia de 1439, cuando se buscó la unión. Cuando la sede de Constantinopla pasó por breve espacio de tiempo a formar parte de la llamada Unión florentina, la Iglesia rusa no lo hizo; en 1448 eligieron un metropolitano de Moscú los obispos rusos sin contar con la jerarquía griega. En la práctica, así se convirtió en una iglesia autocéfala. Mientras tanto, evangelizaba intensamente el sur y el este. La sede de Moscú produjo grandes figuras religiosas de la categoría de Macario y de San Felipe, quien perdió la vida por orden del zar Iván el Terrible. En ésta y en otras épocas surgieron algunos conflictos con el trono. Algunos monjes señalaron la responsabilidad social de los monasterios en cuanto a abrir escuelas, hospitales, orfanatos y ofrecer asistencia social. Otro partido dentro de la Iglesia recalcó los aspectos espiritual y místico y exigió una interpretación estricta del voto de pobreza. Este último, tras tener serios problemas con los zares, fue suprimido. En el reinado de Teodoro, hijo de Iván el Terrible, se creó el Patriarcado de Moscú, lo cual tuvo lugar gracias a la autorización concedida por el patriarca de Constantinopla, Jeremías II, en 1589. El primer

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patriarca es conocido simplemente como Job. En su época, y aun antes, el catolicismo romano sufrió cierta represión por parte de la ortodoxia en los territorios gobernados por Rusia. También los católicos oprimieron a los ortodoxos de Polonia y de Lituania. Algunos ortodoxos aceptaron la unión con el papado en el Sínodo de Brest-Litovsk de 1596, aunque otros, sobre todo los de la sede de Kiev, a pesar de contar con fieles en zonas controladas por los católicos, se resistieron a la unión mayoritariamente. Los polacos trataron de conseguir que un zar católico se sentara en el trono de Rusia, pero fracasaron. En el siglo XVII sobresalió la figura del patriarca Nikón, hombre con tendencias autoritarias que procedió a llevar a cabo la revisión de los libros litúrgicos, reforma iniciada por sus predecesores, entre ellos el patriarca Filaret. Debido a esta situación, no manejada con mucha habilidad, surgió el Cisma de los viejos creyentes, sector de fieles que quiso mantener entonces las antiguas prácticas y ha sobrevivido hasta nuestro tiempo en la Unión Soviética. Ocurrieron nuevos hechos en Rusia en relación con la vida eclesiástica. El zar Pedro el Grande abolió en 1721 el cargo de patriarca y lo reemplazó por el Santo

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Sínodo, que componían clérigos designados por el emperador. El procurador jefe, cargo encomendado a un laico, tenía derecho a asistir a las reuniones y ejercía gran poder sobre la Iglesia. Ésta, sin presentar mayores dificultades, se convirtió en agente de la Corona y promovió la interpretación que favorecía al zar, llamado el padrecito de todos y a quien, incluso, la Iglesia debía respeto y obediencia. En las regiones fronterizas con Polonia, era la Iglesia ortodoxa la que promovía el más estricto nacionalismo, contrastando las grandezas del estado ruso con los peligros del catolicismo polaco. Por ello, la Iglesia católica era vista como un agente extranjero. En 1905, el zar Nicolás II promulgó un edicto de tolerancia religiosa que no se aplicó enteramente a los católicos. Al estallar la Revolución rusa de 1917, la Iglesia sufrió un proceso de reformas moderadas. Un Concilio de obispos, sacerdotes y laicos se reunió en Moscú de 1917 a 1918. La llegada de un nuevo régimen y la salida del zar permitió a la Iglesia restablecer el cargo de patriarca. Ésta fue una de las pocas ventajas que el nuevo orden trajo consigo, por lo menos de momento, para la Iglesia. Las actividades del culto fueron reducidas a los templos y se nacionalizaron las propiedades eclesiásticas con excepción de los templos y de algunos

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monasterios. La temida separación de la Iglesia y el Estado se produjo casi de inmediato. Las sectas no ortodoxas se beneficiaron, en cierto sentido, al cesar su estado de inferioridad en relación con la ortodoxia. Surgió un movimiento cismático ortodoxo, conocido como la Iglesia viviente, pero sus partidarios terminaron por regresar a la Iglesia. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, conocida después en la Unión Soviética como la Gran Guerra Patria, la Iglesia cooperó con el Estado socialista al proclamar las virtudes patrióticas de acuerdo con el estilo de la época de Alejandro Nevski, héroe nacional canonizado por la ortodoxia, que en la Edad Media se opuso a los invasores extranjeros. La Iglesia fue tolerada oficialmente y se abrieron muchísimos templos anteriormente cerrados. La propaganda atea se redujo a partir de esta época. En 1943, fue elegido el nuevo patriarca Sergio. El cargo había estado vacante desde la muerte, en 1925, del patriarca Tijon, elegido en 1918. Con la reapertura de ocho seminarios teológicos y con un buen número de concesiones otorgadas a la Iglesia, ésta llegó hasta contar con dos academias de estudios teológicos avanzados. En 1945, un Sínodo eligió al metropolitano Alexis de Leningrado como

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sucesor de Sergio, quien había muerto en 1944. Un grupo de clérigos, con el apoyo de la jerarquía, se integró en el movimiento de cristianos por la paz y se organizaron congresos internacionales. La Iglesia colabora con el Estado, a pesar de que han existido confrontaciones causadas por la rebeldía de algunos sacerdotes. No obstante la enseñanza oficial del materialismo histórico y dialéctico, gran parte del pueblo soviético se mantiene fiel a la Iglesia. Los exiliados rusos cuentan con su propia jerarquía y han tenido gran poder en sitios como París. Un sector ortodoxo canonizó al último zar Nicolás II.

Iglesia copta

La Iglesia copta data del siglo I de la era cristiana. De acuerdo con el historiador Eusebio, la tradición dice que fue fundada por el evangelista San Marcos. Al igual que la Iglesia de Etiopía, es una rama de la Iglesia que pudiera remontarse al eunuco que servía

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como tesorero a la reina de Etiopía y que, según la Biblia, fue bautizado por San Felipe Diácono. La Iglesia de Egipto fue una de las más fuertes de la Antigüedad; Alejandría es una sede eclesiástica de la categoría de Jerusalén o de Roma. Allí se inició el monaquismo, según muchos autores, y la Iglesia sufrió grandes persecuciones, sobre todo bajo Diocleciano. Las controversias teológicas afectaron esta Iglesia como a pocas. Entre ellas, la monofisita fue muy importante. Después de que el patriarca Dióscoro de Alejandría fuese condenado como hereje en el Concilio de Calcedonia en 451, la Iglesia se convirtió en monofisita y quedó aislada del resto de la Cristiandad. Los ortodoxos o melkitas rechazaron esta doctrina, pero tenían poca base popular. La Iglesia tuvo que sufrir la presencia de poderes extranjeros como los persas, que dominaron en el 616, y los árabes que llegaron en el 642, pero los prefirió a los de la Iglesia considerada ortodoxa, ya que éstos la había condenado por herética. Hubo un período de persecución entre el 996 y el 1021, cuando unas 3000 iglesias fueron destruidas por los musulmaes. Entonces muchos fieles abrazaron el Islam debido a estas circunstancias. La llegada de los británicos en 1882 les dio una verdadera libertad religiosa.

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Se redujo la grandeza numérica de la Iglesia. Su carácter minoritario es evidente después de tantos años de control musulmán de la vida religiosa. Su jerarquía la componen un patriarca, 19 obispos y cientos de sacerdotes y diáconos. El jefe de la Iglesia ostenta además el título de papa. La antiquísima Iglesia de Etiopía o Abisinia es parte del cristianismo copto, aunque tiene su propia cabeza, es decir, es una iglesia autocéfala desde 1959, y disfruta de autonomía total. Con la reciente era de ecumenismo, los coptos de Egipto y Etiopía han mejorado sus relaciones con otras Iglesias, sobre todo con las protestantes y ortodoxas. Son minoría en Egipto, pero mayoría en Etiopía. Muy pocos han decidido sumarse a la pequeña Iglesia copta uniata, fundada según algunos en 1741, cuando el obispo copto de Jerusalén se unió a Roma. Las frecuentes olas de religiosidad musulmana, combinadas con la política, han causado problemas a la Iglesia en Egipto. La instauración de un gobierno socialista en Etiopía ha causado constantes fricciones entre la Iglesia y el Estado. Todavía se utiliza el antiguo idioma copto en los servicios y en la liturgia. Se usa la llamada Liturgia de San Basilio. En los libros litúrgicos empleados en Egipto se incluye una traducción al árabe.

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Iglesia sin cambios

La ortodoxa es hoy día una Iglesia activa, aunque limitada geográficamente. No es una Iglesia universal en el sentido más estricto del término, aunque los movimientos migratorios han llevado a millones de ortodoxos a países donde antes no tenían una gran representación, como Estados Unidos, Australia, Europa occidental e, incluso, Latinoamérica. Desde la formación del Consejo Mundial de Iglesias en 1948, se ha intentado atraerlos para que sostengan una relación más estrecha con otras Iglesias. La Iglesia rusa, al unirse al Consejo en 1961, dio un paso de avance en esta dirección, ya que es la más numerosa de las Iglesias nacionales ortodoxas. Los papas han cultivado la amistad del patriarca ecuménico de Constantinopla, así como la de los arzobispos de Canterbury, primados de la comunión anglicana. Para terminar cualquier estudio acerca de la ortodoxia, hay que recordar que los nuevos movimientos teológicos y litúrgicos no han penetrado de forma apreciable

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en esta federación de Iglesias. Aun en la Unión Soviética, los clérigos que apoyan el sistema socialista allí establecido y cooperan con él, no son, por lo general, de teología liberal sino conservadora. Constantinopla y Moscú están todavía cerradas a la teología verdaderamente liberal y a las nuevas concepciones de la fe y su práctica, características del cristianismo de nuestro tiempo. La catedral de Santa Sofía cayó en manos de los turcos en 1453; sin embargo, ninguna variación teológica apreciable se ha producido desde aquella época, ni entre los ortodoxos que viven en un mundo musulmán ni tampoco en Rusia.

Iconoclasta tapando una imagen religiosa ·ilustración de un ma-nuscrito bizantino

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