Castillos Gervasio

GERVASIO VELO Y NIETO. Nació en Perales del Puerto (Sierra de Gata), el 19 de junio de 1900. Inició sus primeros estudio

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GERVASIO VELO Y NIETO. Nació en Perales del Puerto (Sierra de Gata), el 19 de junio de 1900. Inició sus primeros estudios en el Semi­ nario Conciliar de Coria, y una vez en Ma­ drid, aprobó el bachillerato universitario en una sola convocatoria. Ingresado, por opo­ sición, con uno de los diez primeros núme­ ros, en el Cuerpo General de Policía, del que llegó a ser comisario Principal, cursó con posterioridad la carrera de Medicina, especializándose en Odontología. Comenzó sus actividades literarias en el seminario, siendo todavía adolescente; las continuó durante el servicio militar, época en que obtuvo su primer premio literario. Posteriormente colaboré en los periódicos regionales, principalmente en «Extremadu­ ra»; figurando entre las revistas que se be­ neficiaron de su pluma: «Policía Españo­ la», «Hidalguía», «E l Monasterio de Gua­ dalupe», «Alcántara», «Boletín de la Aso­ ciación Española de Amigos de los Casti­ llos», «Revista de Estudios Extremeños», y otras. En 1947 publicó su primer libro, titulado Coria. Bosquejo histórico de esta ciudad y su, comarca. Entre los que le siguieron a continuación merecen citarse: La Orden de Caballeros de Monfrag, D. Ñuño P érez de Monroy, Coria. Reconquista de la Alta E x ­ tremadura, E l Arco de la. Estrella, etc., y así, hasta más de treinta títulos, entre obras de investigación histórica, monogra­ fías, opúsculos, etc., lo que, en tan relati­ vamente corto espacio de tiempo, constitu­ ye una prueba de actividad que le acredi­ ta como uno de nuestros más fecundos co­ nocedores de la historia medieval de E x­ tremadura. Esta labor de investigación histórica le sirvió para ser elegido Académico Corres­ pondiente de la Real de la Historia, por la provincia de Cáceres, en el mes de abril de 1955. Ingresó en la Asociación Española de Amigos de los Castillos, colaborando con tanto entusiasmo en dicha Institución que mereció verse honrado con sucesivos e im­ portantes cargos en la junta directiva, ha­ biendo contribuido esta feliz circunstancia a que centrase sus investigaciones de los últimos años en el tema de los castillos, destacando entre estos trabajos E l Castillo de Guadamur, E l Castillo de Jarandilla, etcétera; pero su obra culminante es la ti­ tulada Castillos de la Alta Extremadura, constituida por un estudio exhaustivo sobre las vicisitudes históricas de los castillos de la provincia de Cáceres. Su desinteresada labor de cooperación con la Asociación Española de Amigos de los Castillos, le valió el reconocimiento de tan prestigiosa entidad que, como homena­ je postumo, le brindó, el 22 de abril del año 1966, la medalla de plata de la A so­ ciación . PORTADA: Castillo de Trujillo.

CASTILLOS DE EXTREMADURA (TIERRA DE CONQ UISTADORES)

CACERES por el Lic. Gervasio

V elo

y

N ie t o

(El Alcaide de Trevejo) Miembro fundador de la Asociación Española de Historia de la Medicina. Idem, ídem, de la Historia de la Farmacia. Idem, ídem, del Instituto Internacional de Genealogía y Heráldica. Correspon­ diente de la Real Academia de la Historia y de la de Bellas Artes y Ciencias Históricas. Miembro directivo y fundador de la Asociación Española de Amigos de los Castillos, y de la Comisión de Monumen­ tos de la provincia de Cáceres.

Madrid, 1968

Edición de 500 ejemplares patroci­ nada por las Cajas de Ahorros y Mon­ tes de Piedad de Cáceres y Plasencia.

Ese gran estas frases a ¡Gervasio bien, por ¡o i hiera aprendí el libro trunst el autor me h Todo este sigue pracnt variante de i hablara sobre setros. Me hable ra. Aparte d que lo escril las, su autén lo que, por st recido autor, En mi set publiqué lo q *Ha sido ritu, para qu uno de mis Velo y Xieto. Antes me paralizaba m he tardado e cia íntima, fi reas empreñe Velo era

Depósito legal: M. 808.— 1968

Escuelas Profesionales «Sagrado Corazón de Jesús» Juan Bravo, 3.— MADRID

(1) En C< 1947, páe. 8.

PROLOGO

■mtplam patrociflfcfflini y Mori­ era y Plasencia.

Ese gran pensador extremeño que se llama Pedro Caba escribió estas frases al frente del primer libro publicado por Velo y Nieto: «Gervasio Velo es extn ~ ' 7bien, por lo menos, como biera aprendido. Y lo sabría, no sólo por el amor a Extremadura que el libro transmina, sino también por el pudor y la modestia con que el autor me ha hablado de él» (1). Todo esto puedo hoy repetirlo yo —en estas nuevas páginas sigue presente el extremeño enamorado de su tierra—, con la única variante de un doloroso pretérito definitivo en lo que el autor me hablara sobre este otro libro, porque Gervasio Velo ya no está con no­ sotros. Me habló mucho, muchísimo de sus Castillos de Extremadu­ ra. Aparte de lo que me iba diciendo a lo largo de los años en que lo escribiera, este libro fue su último tema en nuestras char­ las, su auténtica obsesión ilusionada, que yo hice mía, publicando lo que, por ser realmente un reflejo histórico ligado a nuestro desapa­ recido autor, quiero reproducir aquí. En mi sección de Recuerdos y con el título ¡Un gran amigo!, yo publiqué lo que sigue: «Ha sido preciso que pase algún tiempo, que se serene mi espí­ ritu, para que cumpla lo que en mí es un deber ineludible: dedicar uno de mis Recuerdos a aquel gran amigo que se llamó Gervasio Velo y Nieto. Antes me ha sido imposible hacerlo, porque la emoción dolorosa paralizaba mi pluma. Su muerte fue para mí un golpe duro, del que he tardado en recuperarme. Han sido muchos los años de conviven­ cia íntima, fraternal; muchos los afanes compartidos; muchas las ta­ reas emprendidas en común... Velo era un carácter abierto y noble, que iba por el mundo con (1) En Coria. Bosquejo histórico de esta ciudad y su comarca. Madrid, 1947, pág. 8.

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la verdad en los labios y el corazón rebosante de cordialidad. Era amigo verdadero de sus amigos e intransigente con los tortuosos y desleales. Cuando su temperamento fogoso se desbordaba ante las injusticias o la falacia, yo veía reencarnar en él la escena de Cristo arrojando del templo a los mercaderes. Pero en lo más hondo estaba siempre latente, con ímpetu también, el perdón bondadoso de la caridad cristiana. Extremeño de nacimiento y de corazón, todo lo que había en él de vocacional y erudito lo consagró a Extremadura. Fue historiador y literato por y para nuestra tierra. Sus libros y trabajos estuvieron fundamentalmente consagrados a temas extremeños. Después de tantos años de íntima convivencia y de compenetra­ ción absoluta, Velo no era para mí un simple amigo, sino el gran amigo, casi el hermano. En el dolor de su ausencia tengo el consuelo de haber sido yo quien le hizo vivir, en sus últimos días, ratos agra­ dables de olvido de preocupaciones y enfermedad. Todo sucedió rápida e inesperadamente. Cuando vine de Madrid a Cáceres a mediados de diciembre de 1965, dejé a Gervasio Velo haciendo su vida normal, sin que nada hiciese suponer que su salud estuviera en grave riesgo. Al volver en los finales de enero a la ca­ pital de España, tuve la primera dolorosa sorpresa, al encontrarlo postrado en su lecho, después de haber sufrido una operación qui­ rúrgica. Fue él quien me dijo, con absoluto convencimiento, la misma versión que piadosamente le habían dado: aquello era una cosa sin importancia, de la que pronto estaría repuesto. Sin embargo, a través de su versión, por una serie de detalles, me di cuenta en seguida de que se trataba de algo muy grave. Lo comenté así con mi fa­ milia y con algunos amigos. Uno de éstos, Pepe Aguilar Alvarez, alar­ mado por mi pesimismo, se puso al habla con el doctor Lozano, tam­ bién amigo nuestro, el cual, desgraciadamente, confirmó mis temores: aquéllo no tenía más solución que el fatal desenlace de la muerte. Convencido de esta terrible verdad y fingiendo todo lo contra­ rio, le acompañé durante muchos ratos. No recibía visitas; pero yo fui la excepción, porque nuestra inti­ midad y las comunes aficiones creaban un clima gratísimo, animado por una charla en la que ponía todo su interés. No olvidaré nunca aquellas horas, para él totalmente felices, pues hasta perdía la no­ ción de encontrarse enfermo. Yo también procuraba ignorar esto, para vivir en toda su grata plenitud aquellos ratos, que eran los últimos que iba a estar junto al gran amigo. Al llegar, solía encontrarlo desanimado y decaído; pero a los pocos momentos era el mismo de siempre, con todo su entusiasmo y todo su vigor. Si alguna vez se sentía fatigado, se limitaba a cam­ biar de postura en el lecho, sin consentir que yo me marchara, para dejarlo descansar. El tema de nuestras charlas fue siempre el mismo: Extremadura,

su historia, s idea central: i Velo era grinó a lo lai nocidos. Tral de/ Amipos o O postumo su i ritos. Ese amor vasio Velo se densarse en vincia de Cá de su vida, i De esta o Deseaba vii-j los extremem último dese:, que se dio homenaje áilusiones. A l eruditos, a k yo desde aho Gervasio 1 cristianóme nt 1 9 66. H e m

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mérito. Yo, i valía y de in A la tisis aclarar que t líos de Exti-ri tan sólo veo bió Gervasio que se publi rosamente ur sagrara muc) fotografías, todo lo contratfue nuestra intigtítimo. animado 9 olvidaré nunca musulmán la m a y o r i js j u n t o a la s m á r g e o.

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mpaña a i r r u m p i r c o n y Guadiana, talar los i las principales plazas ie, no siéndole posible d o disponer de tropas i guarniciones, decidió evada moral a su punto xibian. respectivamen1 leonesa. is mesnadas en Ciudad arraceno toda la parte hermano Sancho en el > hasta Perosín y, des­ ejércitos sobre Coria, a xho la euforia de sus □tes triunfos obtenidos rse de varias fortalezas illos del Portezuelo y a la sazón uno de los v eficazmente por don de varios y muy presrfablemente en la hisx k », positiva y convenria. don Suero, quien is por los representann refieren las crónicas, por estos esclarecidos don Armengol de la lo cauriense. algún tiempo después prieto a la urbe alcanerarse de ella por eny fructífera campaña '■> IX de León — que ez .

pág. 120. ie le Alta Extremadura, . I. págs. 65 y siguientes.

siguió la ruta utilizada por su padre—, bajó a la ciudad de Coria, desde donde avanzó hacia los arrabales de Alcántara y la sometió a estrecho cerco. Resistieron tenazmente sus habitantes los embates del leonés; pero viéndose en inminente peligro, pidieron ayuda a sus hermanos los moros de Cáceres, Montánchez, Medellín, Valencia de Alcán­ tara y Badajoz, quienes les enviaron todos los refuerzos de que podían disponer; mas a pesar de estos socorros, al transcurrir once meses de sitio, y aunque procuraron aumentar las defensas cortando el famoso puente, sucumbieron al fin ante la persistente arremetida de los cristianos, y se vieron precisados a entregar la plaza, que fue dada por el rey Alfonso a la Orden de Calatrava, en pago a su positiva colaboración en todas las operaciones guerreras en que habían tomado parte. Pasado algún tiempo, surgieron algunas diferencias entre los calatravos y sus congéneres, los milites de San Julián del Perero, por razones de límites especialmente; y como, por otra parte, la plaza de Alcántara se halla situada a mucha distancia de la villa de Ca­ latrava, residencia matriz de los caballeros de esta Orden, por no poder atenderla ni defenderla, se llegó a un acuerdo con los del Perero y se les cedió la fortaleza alcantarina, en determinadas con­ diciones, corriendo el año 1218. Los freires de San Julián trasladaron a ella su convento al año siguiente; y desde entonces se llamó al instituto o hermandad que tuvo su origen en 1156, junto a la ribera del Coa, Orden militar y de caballería de Alcántara. A partir de esta época no tuvo que temer ya la mencionada plaza fuerte a la morisma, porque las huestes de Alfonso IX y Fernan­ do III la acosaron constantemente en diversas ocasiones, y obligaron a los muslines a retirarse más allá del Guadiana, quedando por ello libres para siempre del dominio de los hijos del Islam todos los te­ rritorios de la Alta Extremadura. No pudo, sin embargo, la insigne villa, tanto por ser fronteriza como por radicar en ella la casa central de la Orden militar men­ cionada, disfrutar una paz duradera. Las guerras de España con Portugal y otras naciones aliadas suyas, y las intrigas, querellas y cis­ mas que dividían con frecuencia en bandos a los freires y altos dig­ natarios de la Orden, se lo impedían. #

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Se acusa la necesidad, en nuestros días, de un trabajo histórico, voluminoso y apretado de contenido, donde se narren con deteni­ miento las vicisitudes de la legendaria villa de Alcántara; pero esta monografía sobre los castillos cacereños, por su específica índole, no es lugar apropiado para empresa tan interesante y principal. 37

+ E L CASTILLO DE ALCONETAR I S it u a c ió n

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A n t o n in o .

Es, posiblemente, el gran Sertorio, nacido en Nursia, del país de los sabinos, no lejos del Tíber, la figura más atrayente de cuantas surgieron en Lusitania y no dieron tregua ni descanso a las legiones de Roma con su persistente y encarnizado modo de batallar. A pesar de su origen, que le permitió practicar el arte de la guerra al lado de Quinto Servilio Cipión, Mario, Tito Didio y otros gene­ rales, acogió, estando en Mauritania, la embajada que le enviaron los valientes e indomables lusitanos y accedió gustoso pasar a Iberia para capitanear los restos de las partidas de Viriato y otras que habían surgido pujantes, llenas de fe inquebrantable, influidas por el ejemplo del inmortal caudillo, manteniéndose en pie de guerra, en permanente guerra de guerrillas, sin merma de su coraje por el trascendental desastre numantino y otros mil acontecimientos ad­ versos. El año 80 antes de Jesucristo empezó Sertorio su lucha memora­ ble contra los dominadores romanos, derrotando a Tufidio, enviado de Sila y pretor de la España Ulterior. Cruza después la Lusitania y avanza al país de los vetones que 39

a s f t j j —ü en las n sin TOacer las gr 11- : ' sierra< derosas v laberínt su grave dificultac existencia en dicha de unos 200 ldlóme hasta I as picachos c Un año despué cuidado: Quinto C rior, encargado poi Desde Medellír Metelo Pío hasta C romanas enclavada rn sus expedicione estos dichos g( *e nasta quedar trí i» Península, tiemj: E año 95 anter: i- Publio I "• ~ irso de ! Esta \ia militar llegar por el septen var), doade se bifui naba en Astúrica Ai noroeste, b meseta alcanzar C añar Aho En sa trayecto, c tes mangones, toda rario de Antoníno 1 (Casas de don Antón lus (Af a n a r 1. RUst tas de Caparra) y C Es a la tercera c dedicaremos especial castro enclavado en ; cuya base bañan, p Almonte. en el preci de los mencionados otros lados, p a r e l e da la cuenca c-t .r. ai

(1) Historia it i ■ romana», pág. 214 V¿ A lcon etar .— Planta de la cerca y torres

asentaban en las márgenes del Tajo —circum Tagum vetonem —, no sin vencer las grandes dificultades encontradas a su paso hasta llegar a las sierras de Gata y Credos, donde se alzan las más po­ derosas y laberínticas montañas graníticas de toda la región; pero su grave dificultad, la movilización, estaba en parte resuelta por la existencia en dicha comarca de una vía utilizable y muy a propósito, de unos 200 kilómetros de extensión, que conducía desde el Guadiana hasta los picachos de la Carpetovetónica. Un año después, el 79, le salió a Sertorio un enemigo de mucho cuidado: Quinto Cecilio Metelo Pío, procónsul de la España Ulte­ rior, encargado por Sila para hacerle frente y destruirlo. Desde Medellín, pueblo que lleva su nombre, hacía incursiones Metelo Pío hasta Castra Cecilia, Capera, Rusticiana y otras colonias romanas enclavadas en las tierras ocupadas por Sertorio, utilizando en sus expediciones la mencionada vía calzada, que fue reparada por estos dichos generales y ampliada y acondicionada debidamen­ te hasta quedar transformada en una de las principales arterias de la Península, tiempo después, por el emperador Trajano. El año 95 anterior a la venida de Cristo, el pretor romano en la Lusitania, Publio Licinio Craso, había dispuesto el trazado de la mencionada vía, que al ser convertida en calzada amplia y firme en el trascurso de los años, tomó el nombre de Camino de la Plata. Esta vía militar arrancaba de Em érita Augusta (Mérida) para llegar por el septentrión hasta Vicus Coecilius (Baños de Montemayor), donde se bifurcaba. Una rama seguía dirección norte y termi­ naba en Astúrica Augusta (Astorga); y la otra cruzaba, en dirección noroeste, la meseta celtibérica y buscaba el valle del Ebro hasta alcanzar Caesar Augusta (Zaragoza). En su trayecto, desde Mérida a Montemayor, existían las siguien­ tes mansiones, todas de extraordinaria importancia, según el Itine­ rario de Antonino Augusto; Em érita Augusta (Mérida), Acl Sorores (Casas de don Antonio), Castra Coecilia (junto a Cáceres), Ad Túrmulus (Alconétar), Rusticiana (entre Galisteo y Riolobos), Capera (Ven­ tas de Cáparra) y Coecilio Vicus (Baños de Montemayor) (1). Es a la tercera de las estaciones señaladas, Túrmulus, a la que dedicaremos especial atención, después de ocuparnos del imponente castro enclavado en sus proximidades sobre la cima de un montículo, cuya base bañan, por sus costados norte y oeste, los ríos Tajo y Almonte, en el preciso punto de su confluencia; ya que el segundo de los mencionados es afluente muy calificado del anterior. Por los otros lados, por el este y sur, circundan la prominencia menciona­ da la cuenca de un arroyuelo y una profunda hondanada donde debió

(1) Historia d e España, dirigida por R. Menéndez Pidal, t. II, «España romana», pág. 214 (Madrid, 1935),

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excavarse ancho v por arrastres de tiei Todavía en nut ros y soterrados ci lizada por las legú por tierras de Yetoi Son más percep al primer recinto, roeste; y sobre elle o quizá algún tien muro que aún se i vación. Coincide nuestr que hace un histori pués Alconetar, cua utilizadas en Españ tégicos. Dice así: «. tenecer la recia fábi cía del Almonte coi de Alconetar» (2). Resulta, pues, e importante reducto nencia rocosa que 1 muv cerca del lugar a partir de Mérida, en el Rinerario de Ai Al momento de * el referido castro se de barcazas, llamada porte de personas, g; al frente de los dest español, se creyó ot posible, cuantas emj h itantes de las provin Reformó y mejor tara más útil, dispus arrancaba desde los raba el anchuroso T orilla del otro lado. Encargó la gigant maestro Lucio Vivió, ¡aortalizó su nombre ■•portantes de aquel C'Andiosidad. Ibid., pág. 589.

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gran avalancha i m a v tribus, ca­ la comarca los berberiscos los rCnl provincia ca■nobles por na¡gierou los lugares cr; deratos v puntos for-

r tificados que acondicionaron y utilizaron los primeros pueblos in­ vasores y dominadores de nuestro suelo a todo lo largo del cauce del Tajo, aprovechando sus firmes cimientos o paredones semiderruidos, construyeron de nueva planta o reedificaron los nuevos señores, los jerifaltes islámicos, sus amplias alcazabas y sus morunas medinas y aldeas, protegiéndolas con muros y otros ingenios adecuados para la defensa. Dada la posición ventajosa del antiquísimo campamento romano a que venimos refiriéndonos, se dieron pronto cuenta de que era nudo vital de importantes comunicaciones y sitio muy indicado para, fortificado el cerro, poder disponer y asegurar el dominio de una extensa y estratégica comarca; porque poseer aquel lugar suponía tanto como tener en sus manos la llave que cerraba el paso a los ejércitos cristianos en sus posibles y pretendidas arremetidas e in­ cursiones desde la meseta castellano-leonesa.

Sabido es que, a raíz del desastre de Guadalete, se refugió en Mérida un considerable contingente de hispano-visigodos, que aflu­ yeron a dicha plaza maltrechos y dispersos, pretendiendo hacerse fuertes entre sus murallas; pero al caer en poder de Muza, la bella capital de la Lusitania, el día 30 de junio del año 713, huyeron pre­ surosas las diezmadas huestes del rey Rudorico y se parapetaron en las sierras de Gata y Francia (5), con ánimo de rehacerse entre las escabrosidades de aquel intrincado laberinto montañoso. El caudillo árabe descansó durante un mes en la emeritense ciu­ dad; y llamando después a su lugarteniente Tarik, que se le incor­ poró en Almaraz, avanzó con su ejército y cruzó el Tajo por Alconétar, cuya posición quedó desde entonces en su poder, aunque el lugar no tuviera, por el momento, más importancia que la de poseer un puente utilizable. Creemos sinceramente que apenas arribaron los berberiscos a Alconétar, en el año últimamente indicado, procedieron a recons­ truir el fuerte, dotándolo de resistentes muros que cercaban un am­ plio cudrilátero conforme a la traza que todavía se puede apreciar, aunque de manera imprecisa, pues de la primitiva y auténtica for­ taleza sarracena no restan más que pequeños lienzos de muralla sin solución de continuidad, confundidas y revueltas entre la maleza, los arrastres de tierras y los enormes bloques resquebrajados, cuyas ruinas invaden todo el recinto, anegándolos aljibes y subterráneos, cuya existencia se presiente al pisar el moruno solar. Resulta, por tanto, difícil, casi imposible, determinar exactamente el trazado de la fortaleza; y por ello nos limitaremos a consignar que el recinto in(5)

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E . E s c o b a r , Revista d e Extremadura, t. V III, págs. 241 y siguientes.

tenor, cuadrado cias, a juzgar pe aún afloran en el la principal y fu llamaríamos ’hov sadas en el lien; dieiones naturale dos ríos, la tajan hasta el cauce d por el lado merid Al ser liberad lo entregaron, co estos caballeros o yendo de nueva la actualidad ton jante, luciendo su Esta torre, úni za musulmana y mirando hacia el su puerta principa tana y se alza a c sable la escalera i sucede con las d< de labra muy paj Le sirve de ba por el lado más ex sus costados, 13,05. Está construida do los alh existente Tiene varias ve sobre una serie con matacán. Pasando a travi hendiduras para al rantizaba la segurii tenía acceso escalei pasaba a una anchi En las paredes < lo que indica clara corresponde la bóve En el suelo de socavón hecho por 1 tido de su empresa, tender formar galer exterior. El primero punto de arranque d

primeros pueblos inlo lo largo del cauce paredones semiderruiJn los nuevos señores, sus morunas medinas ;enios adecuados para campamento romano [> cuenta de que era muy indicado para, r el dominio de una aquel lugar suponía cerraba el paso a los las arremetidas e in-

daJete, se refugió en >-visigodos, que aflupretendiendo hacerse er de Muza, la bella ño 713. huyeron prec© y se parapetaron o de rehacerse entre o montañoso, en la emeritense ciuin L que se le incoruzó el Tajo por Al­ ai su poder, aunque portancia que la de que deben subirse »chura no excede de podna media docena ]!¿mada de Floripes encía de dos cruces del matacán que as hiladas de piedra

tañados por los ríos de estos murallones ida. que, según referuir el puente en el

ceses, poseían ya los i vez que el llamado el año 800, gobernó es surgió una de las i tiempos, euvo escee de Mantibíe, edifias referencias y aluí. Laborde. Hurtado iin par de la andanJejandría el gigante sus ejércitos, paseó ■- donde uno de sus ►y después de rudo ■ an o n ad o tomo de la

combate, se apoderó del castillo y puente de Alconetar, que se llamó desde entonces Puente de Mantible. El brazo derecho del célebre y celebrado Fierabrás era su gentil hermana Floripes, prototipo de mujer agarena por su donaire y her­ mosura, y posiblemente el más valeroso de los capitanes de su guardia., Fierabrás llevaba siempre en compañía a su hermana, de la que estaba perdidamente enamorado; pero la linda princesa había en­ tregado años antes su corazón a un caballero francés, llamado Guido de Borgoña, pariente del rey y señor de Occidente, uno de los pa­ ladines más distinguidos de su corte y, posiblemente, el más exper­ to estratega, a quien aquella beldad había admirado en batallas y torneos en multitud de ocasiones. Floripes despreciaba con arrogancia el amor incestuoso de su hermano y se sentía feliz al ser correspondida en su acendrado cari­ ño por el noble y distinguido borgoñón. Pero se dio la circunstancia fatal de que, en una acción bélica de graves consecuencias para los cristianos, cayó Guido herido y fue hecho prisionero juntamente con otros varios compañeros de armas; y todos ellos, fuertemente custodiados, quedaron a disposición del feroz musulmán. Aprovecha Floripes la proximidad del amado y, de los naturales coloquios y galanteos, surge la natural intimidad como lógica con­ secuencia de su gran pasión, hasta que el celoso hermano descubre las relaciones y ordena, fulminante y colérico, que el cortesano Guido de Borgoña y los demás prisioneros sean trasladados al castillo de la Puente de Mantible y arrojados en el más oscuro de sus calabozos, donde deberán permanecer hasta el final de su existencia. Presiente la tragedia la enamorada Floripes y no se resigna a los acontecimientos. Acompañada de dos de sus azafatas, las más de­ cididas y voluntariosas, y sobre briosos alazanes, galopan veloces hacia las riberas del Tajo, dispuestas a todo sacrificio. Durante la noche y por riscos y zarzales que retienen jirones de sus vestidos, alumbrándose con teas que ellas mismas empuñan, llegan al pie de la fortaleza, y la gentil amazona, con voz arrogante, exclama: — ¡Ah de la torre! Era a la sazón alcaide del castillo un morazo de terrible aspecto, llamado Brutamonte, sumiso y fiel al coloso Fierabrás, quien, al sen­ tir la llegada de gentes extrañas, se acercó receloso a la poterna; pero al descubrir que la persona que llegaba era la hermana de su amo y señor, no podía negarle hospitalidad y le franqueó la puerta. Entonces la princesa saltó, rápida como un felino, sobre el car­ celero, y le hundió su daga en el corazón, ocasionándole la muerte. Sin perder un solo instante se apodera de las llaves del recinto, abre las puertas, descorre cerrojos y penetra en la inmunda mazmorra, donde yacen resignados y medio exhaustos el intrépido Oliveros, el

infante Guarinos, Ricarte de Normandía y Guido de Borgoña, flor de los Pares de Francia, a quienes la intrépida Floripes invita a tomar armas y caballos, temerosa de que pueda llegar su hermano y los inmole. Y, efectivamente, antes de haber abandonado el castillo los pri­ sioneros, aparece Fierabrás ante sus muros con el semblante descom­ puesto de rabia y coráje; y al encontrar cerrada la puerta de entra­ da a la fortaleza y el cuerpo inerte de Brutamonte caído sobre el tapial, se da cuenta en seguida de que su hermano es la autora de la muerte, al examinar el puñal que desgarra las entrañas del más ser­ vicial de sus subordinados. Se hace cargo rápidamente de la gravedad de cuanto sucede por­ que conoce el valor y entereza de Floripes y teme que, al ser dueña del fuerte amurallado y permanecer todavía en su interior los caba­ lleros franceses, no será empresa fácil poder reducirlos, dada la inexpugnabilidad del castillo; pero ello no obstante, jura tomar ven­ ganza y pone cerco a la fortaleza, dispuesto a rendirla por hambre. La brutal determinación de Fierabrás trae como consecuencia el casi total agotamiento de los sitiados, que, viéndose desfallecer por la carencia de alimentos, convienen salir de aquel calamitoso estado, aunque para conseguirla hayan de arriesgar sus propias vidas. Sortean entre todos para ver quién será el emisario que lleve la noticia al Emperador, y corresponde a Guido salvar el campa­ mento musulmán. Entre tanto, el corazón de la hurí sufre la más terrible de las incertidumbres por los muchos peligros que amenazan a su prome­ tido en la arriesgada aventura; pero todo se resuelve felizmente, el éxito corona la empresa y el batallador emperador de Occidente llega con numerosa hueste, vence a la morisma y apresa mal herido al rey de Alejandría. Rescata seguidamente a sus sitiados vasallos, a las doncellas Irene y Arminda y a la gentil Floripes, que, poco después, entrega su mano al apuesto Guido. Inmediatamente, el victorioso Carlomagno dispuso la destrucción del famoso puente, de cuyo hecho histórico dan fe las siguientes estrofas del poeta: Pues cobré mis caballeros, asegurando la gloria, aquesta fábrica altiva que el paso al Africa estorba, en cenizas se resuelva, para que de todas formas hoy la puente de Mantible tenga fin con tal victoria.

Se cuenta que Fierabrás murió desesperado a consecuencia de este fracaso. Y cuentan también las gentes de la comarca que al­ gunas noches han visto luces misteriosas en los desmoronados to­

rreones del castillo de Alconetar, y oído gritos y lamentos desga­ rradores que salían de entre aquellas peñas, procedentes de los sub­ terráneos del fuerte. Y creen de buena fe que tales quejas las pro­ fieren Fierabrás y Brutamonte, cuyas almas vagan errantes por el contorno, pidiendo venganza de sus desventuras. De igual modo, no falta quien afirme que, al salir el sol el día de San Juan, pueden verse flotando sobre las aguas del gran remanso de Rocafría, o Rochafrida, los barriles que el rey de Alejandría tiró al río al ser vencido, para evitar cayera en poder de sus enemigos, porque en ellos guardaba el célebre bálsam o de Fierabrás, que lo sanaba todo, según la referencia de Cervantes. o s e El mismo silencio que guardan los cronistas en lo referente a Túrmulus, al castro enclavado en sus cercanías y al celebrado puen­ te durante la permanencia de los visigodos en la que fue región de los vetones, se observa durante los primeros años del dominio mu­ sulmán. Sabemos únicamente que los africanos le dieron el nombre de Al-conetera (y de aquí el de Alcontra y el de Alconétar, con que viene siendo conocido). Al-conetera significa segundo puente, y se le llamó así para distinguirlo de Al-cántara, que equivale a el puente. Y dada la situación e importancia de este último monumento, obra de G. J. Lacer, justo es reconocer a Al-eáruara como prim er puente, y a Al-conetera, como segundo. Otros autores son del mismo parecer en lo relativo al prim ero y segundo puentes; pero hallan la relación entre los de Al-conetera y Ál-monte. o

*

#

Resulta indudable que todas las tierras lusitanas bañadas por el Tajo debían depender de Mérida desde el principio de la invasión agarena, pues allí fijaron su residencia los gobernadores cordobeses, entre otros, Abdalah, hijo de Albderramán I, y Rafah; pero al ser des­ armada y desmantelada dicha capital, en el año 868, por el emir Muhamad I, debieron acogerse al gobierno y protección de Aben Merwan, reyezuelo de Badajoz, llamado el Gallego, todos o casi todos los habitantes de entre Tajo y Guadiana; aunque ya en aquel tiempo la mayoría de las tribus berberiscas se habían declarado in­ dependientes para ventilar sus mutuas disidencias y contiendas y no respetaban la autoridad de Córdoba nada más que cuando ésta le enviaba grandes contingentes de tropas para someterlos o cobrar­ les tributo. Tenemos noticia de la utilidad del puente de Alconétar cuando, el año 881, el rey Alfonso III organizó una atrevida incursión que cruzó el Tajo por dicho puente y, después de saquear y depredar 54

s y lamentos desga-

e Alconetar cuando, e\ida incursión que saquear y depredar

a través de un arco de Alconetar visto

anas bañadas por el cipio de la invasión madores cordobeses, ifah: pero al ser desdo 86S. por el emir protección de Aben a llez o . todos o casi aunque ya en aquel liabían declarado incia> v contiendas y iás que cuando ésta someterlos o cobrar-

Alconetar.— El castillo

is en lo referente a v ¿1 celebrado puenía que fue región de ios del dominio mu­ lé dieron el nombre e Alconetar, con que ’gundo puente, y se equivale a el puente. no monumento, obra como prim er puente, n del mismo parecer ro hallan la relación

del derruido

puente

al salir el sol el día del ?ran remanso ey de Alejandría tiró ler de sus enemigos, de Fierabrás, que lo

romano

icedentes de los sub­ íales quejas las proagan errantes por el

los castillos de la tribu berberisca de Nafza, que ocupaban las zonas comprendidas entre Trujillo, Logrosán y Medellín, rebasó el Gua­ diana y llegó hasta la cordillera Mariánica, llevándolo todo a sangre y fuego. Contribuyendo aquella campaña a que al morir Muhamad I, en el año 886, casi todo el país estuviera en completa insurrección y rebeldía contra el gobierno. Muerto Merwan, el gran muladí, en el año 912, le sucedió uno de sus hijos, que siguió siendo amigo de los reyes de León, como su padre, y no obstaculizó la expedición que llevó a cabo en dicho año el rey Ordoño II, quien utilizó también el puente de Alconétar y recorrió toda la comarca, devastando cuanto encontraba a su paso y apoderándose del castillo de Alange, que luego abandonó al regre­ sar a su reino.

III A lco n eta r

y lo s

T e m p l a r io s .

Después de haber reconquistado, en 1167, Fernando II de León la plaza fuerte de Alcántara, que entregó al conde Armengol, se apoderó del castillo y puente de Alconétar; y avanzando desde allí con sus tropas victoriosas, consiguió hacerse dueño de Montánchez y de otras varias fortalezas situadas en la parte meridional de la Transierra. A las pocas fechas, cargado de abundante botín, regresó a tierras de León, cruzando nuevamente el mencionado puente; y en el mes de noviembre de dicho año se encontraba ya en Astorga (7). En sus triunfales correrías le habían ayudado muy eficazmente los freires del Temple; por cuya razón, y pareciéndole poca recom­ pensa la donación de San Juan de Mascoras (Santibáñez el Alto) con que los había premiado su padre don Alfonso, el Em perador, les hizo entrega de varios castillos que había arrebatado a la mo­ risma, y que se alzaban en otros tantos puntos estratégicos y vita­ les de la comarca transerrana. Fueron éstos: Milana (la famosa Torremilanera de junto a Moraleja), Santa María de Sequeros y Peñas Rubias (en la dehesa de Benavente), Portezuelo y Esparragal (cer­ canos a las orillas del Tajo), y la legendaria fortaleza de Alconétar, con su monumental e histórico puente. Dada su situación privilegiada y las extensas y fructíferas tierras que caían bajo su jurisdicción, los Templarios la hicieron cabeza de (7) «Yo pienso que en esta ocasión ganó también el rey don Fernando las villas y fortalezas del Portezuelo y Alconétar, y las dio a los Templarios», dice T o r r e s y T ap ia en las págs. 67 y 68 de su Crónica alcantarilla; y coinciden con su parecer E . Escobar, el P. Coria y la mayor parte de los historiadores de Extremadura.

56

cupaban las zonas n, rebasó el Gua­ ld o todo a sangre morir Muhamad I, leta insurrección y 12, le sucedió uno s de León, como i a cabo en dicho ente de Alconétar nafraba a su paso ibandonó al regre-

□ando II de León ide .Armengol, se nzando desde allí o de Montánchez meridional de la nte botín, regresó iooado puente; y '.traba va en Asiv eficazmente los fole poca recomntíbáñez el Alto) ■o. el Em perador, ebatado a la mo¡tratégicos v vita­ ra la famosa ToSequeros v Peñas Esparragal (cer­ eza de Alconétar, fructíferas tierras icieron cabeza de py don Femando las os Templarios», dice imm; v coinciden con los historiadores de

encom ienda; una de las más pujantes y prósperas de las que poseyó aquella milicia en las riberas del río Tajo, pues rivalizaba en im­ portancia con la de Montalbán, y fue muy útil para la defensa de los intereses de la corona. Reconocidos los Templarios a las mercedes del rey, se sacrificaron una y cien veces en defensa de este castillo, posición clave que defendieron siempre y conservaron hasta la extinción de la Orden, salvo breves períodos de tiempo en que lo perdieron, o hubieron de abandonarlo, por vaivenes de la guerra. El obispo de Coria, don Suero, cooperó con los ejércitos reales en la reconquista de Alcántara y demás plazas fuertes mencionadas, y no debió dar cuenta al Santo Padre de la toma de Alconetar, por­ que se omite su nombre en la bula de Alejandro III, que lleva fecha 7 de agosto de 1168; pero, sin embargo, se cita ya en las de los papas Lucio III y Urbano III, promulgadas en los años 1184 y 1185, res­ pectivamente. Parece ser que el castillo de Alconétar, el puente romano, sus ale­ daños fortificados, las diversas villas y lugares y los extensísimos territorios que integraban la encom ienda de su nombre, pertenecían a los Templarios solamente en lo temporal, y que en lo espiritual dependían de la mitra de Coria. Tal suposición se desprende del hecho siguiente: En 25 de marzo de 1184, estando en su real junto a Cáceres, que se hallaba sometida a estrecho cerco, Fernando II confirmó al obispo cauriense las donaciones que «antes le había hecho en Alconetar» (8). A pesar de haberse perdido Alcántara en 1172, Alconétar continuó en poder de los Templarios, pues en 1182 figuraba don Suerino al frente de la encom ienda de su nombre; pero poco más tarde irrumpe Abu Yacob en Extremadura, recorre en triunfo toda la región situada al norte de la orilla derecha del Tajo y lleva la frontera musulmana hasta tierras de Salamanca, pasando, por consiguiente, en aquella ocasión el castillo de Alconetar a manos de los muslines. Confirma este nuestro parecer la concordia celebrada en 24 de junio de 1185 entre el prelado de Coria y el maestre del Temple, relativa a los diezmos de los pueblos que tenían dichos milites den­ tro del referido obispado, pues entre los que se citaban no figu­ raba Alconetar (9). Los últimos años del siglo xn fueron funestos para la Extremadura cristiana. Las desavenencias y continuas rencillas entre nuestros reyes permitieron repetidas victorias de los sarracenos, quienes se enseñorearon de toda la región y paralizaron los movimientos de los ejércitos y la ansiada Reconquista, a pesar del acreditado valor y (8)

«Alconetar perteneció a los Tem plarios en lo temporal, y al obispo (de

Coria) en lo espiritual», según anota E s c o b a r en el t, V III de la R evista d e E xtrem adura.

(9) Ibid. 57

dotes excepcionales de nuestra gente de guerra. Pero al alborear el siglo xiii , se dibujaban en el horizonte mejores perpectivas, ha­ lagüeñas y prometedoras esperanzas para el triunfo de las armas castellano-leonesas. Y, efectivamente, concertadas paces en Valladolid en 1212, los reyes de Castilla y León, Alfonso V III y Alfonso IX, aparejaron sus respectivas mesnadas y entraron animosos en tierra de moros dispuestos a resarcirse del tiempo perdido, y a vengar las ofensas y los muchos daños de que habían sido víctimas. El cas­ tellano se dirigió hacia la parte de Andalucía, y el rey leonés, de­ seando reconquistar la plaza de Alcántara y todo cuanto se había perdido en tiempos de su padre, avanzó desde Ciudad Rodrigo y coronó felizmente su empresa, con la ayuda de 600 caballeros, ca­ pitaneados por Diego López de Haro y Lope Díaz, que puso a su disposición el monarca castellano. Veamos cómo se consiguió el objetivo: Al ver los moros de Alcántara que no podían resistir el embate de los cristianos ni soportar el estrecho sitio a que los tenían sometidos, rompieron el último arco del puente, por la parte occidental, quitaron las barcas que venían utilizando para cruzar el río Tajo, a fin de impedir o dificultar el paso a sus enemigos, y avisaron a sus her­ manos, residentes en Alconétar, para que procedieran igual que ellos; y más todavía, por estimar insuficiente esta ayuda, apremiaron fuer­ temente a sus compatriotas de los lugares circundantes a fin de que acudieran con fuerzas de socorro; pero todo fue en vano, pues el 17 de enero de 1213, Alfonso IX de León arrolló las defensas de la plaza y penetró en ella al frente de sus milicias, al propio tiempo que el gobernador musulmán de turno, abatido por la desbandada de su gente, presenciaba, desde un montículo próximo a la villa, la entrada triunfal de los cristianos. En aquella ocasión, y cual hi­ ciera siglos más tarde el pequeño Boabdil en trance semejante, el jerifalte alcantarino, mirando a la maravillosa plaza, hubo de ex­ clamar: Alcántara, mi sultana, ¡qué harán de ti los cristianos!

A los pocos días el leonés reconquistó, asimismo, el castillo de Alconétar y lo devolvió a los Templarios, quienes habían tomado parte muy principal en aquella memorable expedición. Un testimonio de que Alconetar era de cristianos en 1217 lo en­ contramos en el documento de donación de la villa de Alcántara a la Orden de Calatrava, expedido en Toro aquel mismo año. Bien entrado ya el año 1225, desde Zamora bajó don Alfonso a la ciudad de Coria con numeroso y escogido ejército, y se encaminó después, acompañado por el maestre de la Orden de Alcántara, hasta el castillo del Portezuelo, cuya guarnición no resistió su acometida.

. Pero al alborear es perpectivas, hannfo de las armas paces en ValladoY III v Alfonso IX, írnosos en tierra de o. y a vengar las ►victimas. El caseí rev leonés, deo cuanto se había r Ciudad Rodrigo 600 caballeros, caiaz. que puso a su 0 se consiguió el asistir el embate de 5 tenían sometidos, c ;:dental, quitaron no Tajo, a fin de [visaron a sus her­ ían igual que ellos; 1 apremiaron fuerantes a fin de que ■en vano, pues el las defensas de la , al propio tiempo por la desbandada ■r ximo a la villa, ocasión, y cual Ju­ anee semejante, el laza, hubo de ex-

smo. el castillo de íes habían tomado lición. nos en 1217 lo en­ tila de Alcántara a lismo año. jó don, Alfonso a la rto. y se encaminó de Alcántara, hasta istió su acometida.

Sujetó fuertemente la plaza y, cruzando el Tajo por el puente de Alconétar, corrió los campos de Cáceres, talando y destruyendo cuanto surgía a su paso; y después de atemorizar y producir toda clase de estragos a la morisma, regresó por el mismo camino a su punto de partida. Aunque en 1227 se le ocurrió al animoso y mencionado monarca preparar una expedición guerrera contra los mahometanos de Ba­ dajoz, no pudo llevarla a cabo; pero, en cambio, se instala en Al­ cántara, y estando allí prepara la atrevida campaña que dio por resultado la feliz y definitiva conquista de Cáceres, y años después la de Mérida, Montánehez y Badajoz. Aunque entonces no pasó el rey por Alconétar, tenemos, como prueba de que era de cristianos, el hecho terminante de que en el fuero dado por el rey a Cáceres en 1229, exime a sus vecinos de ir a las Juntas con los otros Concejos «si no es al puente de Alconeta», hasta que se cobren los castillos de Trujillo, San Cruz, Medellín y otros (10). En 28 de marzo de 1252 se celebró una concordia entre el concejo de Cáceres v los Templarios para que cesasen los robos y muertes, tan frecuentes entre ambas partes cerca del mencionado puente ro­ mano. Intervinieron, en representación del Concejo cacereño, Pedro Xavier y Simón Sánchez, caballeros vecinos de Cáceres; y a instan­ cia del maestre y milites de la Orden, don Lope Pérez, comendador de Capilla, y don Miguel Navarro, que lo era de Alconetar, freires ambos. Fueron testigos por las partes interesadas, don Gil, hijo de don Polo, v don Domingo, hijo de Cerralvo, los dos vecinos de Tru­ jillo (11). En el privilegio expedido por Alfonso X, en Alcalá de Henares, fecha 4 julio 1268, consta que Alburquerque, Galisteo, Granadilla y Alconétar (nombrada allí Alcontra de los Templarios) fueron donados al infante don Fernando de la Cerda; pero el contenido de este aludido documento está en abierta contradicción con el hecho de que, el 7 de noviembre de 1290, Sancho IV confirma a los Tem­ plarios el derecho de portazgo «que la Orden ha de aver en algunos de sus lugares, asicomo en Alconetera e en Benavente de Seque­ ros» (12). La confirmación del rey don Sancho se refuerza por una senten­ cia dada por el mismo el 2 de mayo de 1292, estando en Ciudad Rodrigo, sobre división de límites entre Plaseneia y Alconetar, en la

(10) Ibid. (11) Manuscrito 430 de la Biblioteca Nacional intitulado Privilegios d e la ciudad d e Cáceres. Véase la «Avenencia y composición que hacen el Maestre y freyles del Temple con el Concejo de Cáceres, para que cesen los robos y muer­ tes” que habían entre ambas partes». Fecha en Cáceres, a 28 de marzo, era de 1290 (año de 1252). (12) E s c o b a r , t. V III de la Revista d e Extremadura.

que, entre otras cosas, dice: «sepan quantos esta carta vieren como Nos don Sancho, Rey de Castilla, etc., sobre contienda que es entre el Concejo de Plasencia de una parte, e la Orden del Temple e los Co­ mendadores que están en la Puente de Alconetar, de otra...» (13). Transcurre un siglo sin que apenas encontremos alusiones al mencionado puente, y las referencias al castillo de Alconetar son escasas; pero en 1386, al confederarse el duque de Alencastre y el maestre de Avís contra Juan I de Castilla, una de las capitulaciones consistía en ceder al segundo «la ciudad de Plasencia y su derechura hasta Grimaldo y Cañaveral, Alconetar, Cáceres, Alcuéscar, etc.» (.14). En esta época es cuando encontramos la primera alusión a las barcas de Alconétar. Las crónicas de aquel tiempo detallan las co­ rrerías del condestable portugués Ñuño Alvarez Pereira por tierras de Garrovillas hasta dichas barcas; cuyo hecho evidencia que ya entonces debía estar arruinado e inservible el tan celebrado y regio puente romano (15). Es una prueba más de que no se utilizaba ya dicho puente en el siglo xv la referencia que nos da la crónica de Juan II, donde consta que cuando este rey cruzó el Tajo por Alconetar, para ir a Alburquerque dispuesto a castigar a los infantes de Aragón, se hundió una barca y perecieron 40 personas, entre ellas Pedro de Sandoval, sobrino de Pedro de Castro, Adelantado de Castilla. No es cierto, por consiguiente, que los moros destruyeran el puente en 1228, como afirman Viu y Sande Calderón, ni que tu­ viera lugar su ruina en el remado de Enrique IV, según Ulloa y Golfín. Aparte de la acción del tiempo, hay que atribuir el lamentable estado actual del castillo de Alconetar, y del maravilloso puente que se extiende junto a él, al descuido de los sucesores de los Tem­ plarios encargados de su conservación y custodia, a las luchas en­ carnizadas que sostuvimos con los portugueses en la segunda mitad del siglo xiv y, muy especialmente, a los quince años que precedie­ ron a las correrías de 1397. Desgraciadamente, nadie procuró emular el comportamiento de los Templarios, que se esforzaron por supe­ rarse en cuidados y atenciones hacia la histórica fortaleza en todo lo relativo a la encom ienda de Alconetar. Por albalá de Juan II, que lleva fecha de 16 de enero de 1434, se hizo donación a Enrique de Guzmán, conde de Niebla, de Garro-

(13) (14) (15) te obra.

Ibid. Ibid. Véase el capítulo relativo a Brozas en páginas sucesivas de la presen­

uta vieren como a que es entre el Temple e los Coo tra...» (13). nos alusiones al le Alconetar son ■Alencastre y el as capitulaciones a v su derechura nácar, etc.» (14). ?ra alusión a las detallan las coa d u por tierras videncia que ya c U ia d o y regio

villas y Alconetar, «con el paso de barcas y derechos del castillo de Rochafrida (16), que está sobre las barcas». He aquí el nombre de romance con que se conocía en el siglo xv el célebre castillo que sirvió de escenario a la atrayente leyenda de la bella Floripes.

ra dicho puente e Juan IL donde ooetar. para ir a ; de Aragón, se r ellas Pedro de de Castilla, s destruveran el erón. ni que tuse-jún Ulloa y ■ir el lamentable iravilloso puente ares de los Tema las luchas enb segunda mitad ios que preeediee procuró emular izaron por supefortaleza en todo le enero de 1434, Niebla, de Garro-

*sivas de la presen-

(16) Castillo de Rochafrida (Rochafría o Rocafría) lo llama Hurtado, tomán­ dolo posiblemente de las Ilustraciones de la Casa d e Niebla, de Barrantes Maldonado, donde el insigne alcantarino aplica dos o tres veces tan evocador y poé­ tico nombre al legendario castillo de Alconetar.

LOS CASTILLOS DE LAS ARGUIJUELAS I R e f e r e n c ia lezas

del

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cacereñ o

donde

t ie n e n

a s ie n t o

dos

fo rta ­

QUE LLEVAN DICHO NOMBRE.

Son dos, y magníficos, los castillos de las Arguijuelas: el de Arri­ ba y el de Abajo. Están situados en la orilla izquierda de la carretera que conduce desde Cáceres a la Aldea del Cano, a distancia aproximada de unos cuatro kilómetros de dicho lugar, y a un tiro de arcabuz uno del otro. De factura gótica, fueron construidos ambos en el medievo. Aparece el llamado Arguijuela de Arriba sobre una pequeña loma; y en el reducido valle que se extiende junto al arranque de su base, por la parte del septentrión, está enclavado el que termi­ nó llamándose Arguijuela de Abajo, para poder precisar y distin­ guirlo del otro. Los dos son auténticos castillos-palacios, como diremos en pá­ ginas sucesivas; pero sin fosos y bien torreados. El de Arriba es bastante más antiguo que el que asienta en la hondonada; y a este último se le unió un recinto exterior murado

y almenado en el pasado siglo. Se conservan uno y otro en buen estado, merced a repetidas y acertadas reparaciones que han permi­ tido su habitabilidad en todos los tiempos; aunque esta circunstan­ cia no sea cierta nada más que en parte, porque en la actualidad, si bien el de Arriba está perfectamente restaurado y acondicionado para poder residir en él, el de Abajo, por el contrario, nos ofrece sus paredes desnudas, sus departamentos vacíos, carentes de mue­ bles y demás enseres y útiles indispensables para poder habitarlo. Unicamente la planta baja de la señorial fortaleza está ocupada por la servidumbre encargada de la vigilancia y explotaciones agrícolas de las tierras correspondientes a la productiva dehesa que se ex­ tiende a su alrededor y constituyó, en pretéritos siglos, uno de los vínculos cacereños más saneados. Recibieron nombre estas soberbias mansiones señoriales del que llevó siempre la dehesa en que están emplazados: L a Arguijuela, cuyas fecundas tierras, dedicadas a la siembra de cereales y cu­ biertas en grandes trechos por robustas y centenarias encinas, las cruza, en dirección de norte a sur, la célebre Calzada de la Plata, llamada así desde su construcción en tiempos del emperador Augus­ to. A tan útilísima e importante vía de comunicación, cuyos restos —grandes y firmes trozos empedrados—, aún pueden examinarse en distintos puntos de su trayecto, se le asignó, siglos después, a partir de la Reconquista, el extraño nombre de Calzada de la Guinea (1). En la dicha finca, y próximo a esta calzada, hay vestigios que evidencian la existencia de uno de los muchos vicus romanos que tanto abundan en toda la comarca. En su contorno se localizan tam­ bién multitud de sepulturas excavadas en piedras de granito; son los clásicos y ya populares túmulos que aparecen por doquier en las márgenes del Tajo, en las del Salor (2), Sever, Almonte y en las de casi todos sus afluentes. El aludido vico, pequeño caserío, fue perdiendo poco a poco su vecindario, hasta ser escaso el que sobrevivió a la reconquista de aquellas exuberantes tierras, todas las cuales, juntamente con sus circundantes en extensión considerable, pasaron a pertenecer a la jurisdicción de Cáceres, a raíz de la expulsión de los moros. Durante el reinado de Alfonso X, el Sabio, el común de vecinos cacereños solicitó de dicho monarca la cesión de aquellos predios para poder disponer de pastos donde apacentar sus ganados y de tierras de labrantío donde sembrar sus cosechas. Accedió gustoso a la petición el rey don Alfonso, y libró a tal efecto la oportuna real (1) Alfonso IX, por T. González, pág. 291 (Madrid, 1944). Instituto Jerónimo de Zurita del C. S. de I. C. (2) Junto a la ermita de Nuestra Señora del Salor, entre Torremocha y Torrequemada, se encuentran excavados en las piedras de granito multitud de estos túmulos; algunos de traza muy curiosa y original.

uno y otro en buen kmes que han permioque esta circunstanle en la actualidad, si ¿do v acondicionado contrario, nos ofrece os. carentes de muepara poder habitarlo, eza está ocupada por iplotaciones agrícolas a dehesa que se extos siglos, uno de los es señoriales del que ados: La Arguijuela, ra de cereales y cuMtenarias encinas, las Calzada de la Plata, leí emperador Augusíicacion. cuvos restos «ueden examinarse en ó. siglos después, a r de Calzada de la la. hav vestigios que s cicus romanos que jtdo se localizan tam■dras de granito; son ?n por doquier en las AlmoDte y en las de diendo poco a poco ó a la reconquista de juntamente con sus n a pertenecer a la de los moros. ‘ i í j M » * ■‘¡¡M r * ■h ■ *

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sirvió a don Fernando, el Em plazado, en las diferentes empresas que tuvo. Justo es reconocer, por tanto, como I señor d e Belvís al referido caballero placentino, quien contrajo matrimonio con doña Teresa Alonso Paniagua, y fueron padres de Esteban Fernández del Bote y abuelos de Alonso y Urraca Fernández. Este Alonso Fernández del Bote, II I señor d e Belvís, fundó, el 22 de agosto de 1329, el mayorazgo de Belvís, Fresnedeso, Deleitosa, Casas de Ibor y la Peraleda; y por no tener hijos varones legó su casa, títulos y preeminencias a su hija Teresa, que estaba casada con Juan Alfonso de Almaraz, señor d e Almaraz. A partir de entonces, se fundieron en una sola familia las ramas primogénitas de Botes y Almaraces, y pasaron a pertenecer a la misma persona, Juan Alfonso de Almaraz, los dos señoríos, motivan­ do que en lo sucesivo se titulara señor de Belvís, Almaraz y D elei­ tosa, Aunque el predio de Belvís fue concedido por Sancho IV al ilus­ tre Fernán Pérez del Bote, la población del mismo se confirmó a su hijo Esteban. Los Bote, primeros señores de Belvís, residían habitualmente en Plasencia; y el representante de la cuarta generación, el llamado Alonso, se mandó enterrar en el convento de franciscanos de dicha ciudad en el año 1329, en la capilla de Santa Catalina. He aquí la referencia: «En la capilla, que yo mandé hacer para mí y para mis herederos, que viniesen de mi linaje, y que porque hí el altar de San Francisco, asicomo está dispuesto y ordenado por los frailes de este monasterio, y que hagan hí una sepultura ante el altar, en que me entierren, y mando que canten los frailes por mi alma, etc.» (3). II L

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B e l v ís

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M onroy.

Como ya se hizo constar en páginas precedentes, fue Fernán Pé­ rez del Bote, I señor d e Belvís, el que ordenó la edificación de lo que se llamó entonces casa fuerte de Belvís, ampliada y recons­ truida siglos más tarde hasta quedar convertida en auténtico cas­ tillo, una de las más seguras e interesantes fortalezas de la Alta Extremadura, cuyos muros desafían aún al tiempo y sus incle­ mencias. Según tendremos ocasión de ver, sirvió de escenario a las en­ conadas luchas que sostuvieron Almaraces y Monroyes, miembros (3) «... se mandó enterrar en la iglesia de Santa Catalina, en la casa de los frailes descalzos de San Francisco de Plasencia», dice A lo n so F e rn á n d e z en la pág. 102 de su cit. obr.

•s empresas que ?Icís al referido n doña Teresa idez del Bote y e l vis, fundó, el deso. Deleitosa, arones legó su aba casada con milia las ramas >ertenecer a la iortos, motivanmaraz y D eleiícho IV al ilus“ confirmó a su bitualmente en on. el llamado canos de dicha na. He aquí la mi y para mis hí el altar de k los frailes de íl altar, en que alma, etc.» (3).

DE MOVROY. fue Fernán Pélificación de lo iada y reconsauténtico cas­ ias de la Alta > y sus inclelario a las en>yes. miembros en la casa de los ¡o F ernández en

de dos ilustres familias extremeñas, cuyas andanzas llenaron toda una época y asombraron a sus contemporáneos con sus proezas y continuo batallar. El estado actual de la referida fortaleza es lamentable en extre­ mo; derruidas sus estancias, agrietados sus muros y lleno de casco­ tes y hojarasca su interesante patio, produce congoja contemplarlo; y más al considerar que aquellas históricas ruinas fueron cuna del más valiente y esforzado de los prohombres cacereños en la decimo­ quinta centuria; el ínclito, el sin par don Alonso de Monroy, clavero y maestre de Alcántara, que ocupa lugar destacado en los anales de la Historia de Extremadura. En su recinto, en sus departamentos y en su foso, se batieron, como veremos después, con gran denudo, los partidarios de ambas aludidas familias; pero la incuria de los hombres ha permitido que en la hora presente se confundan ya parte de los altivos y fuertes muros del soberbio castillo con la tierra de su solar. He aquí, no obstante, una somera descripción de la parte que aún se conserva de la histórica fortaleza, algunas de cuyas torres y lienzos de mu­ ralla todavía se mantienen enhiestos y retadores, testimoniando su pretérita grandiosidad. Sobre los peñascos de una eminencia que domina amplia exten­ sión de terreno, no lejos de la margen derecha del Tajo, asienta el mencionado castillo de Belvís, fundado, según dijimos, en el siglo xm. Su planta es irregular y su construcción varia no responde a un sistema uniforme, porque la primitiva fábrica fue ampliada y res­ taurada varias veces, transformando así la auténtica fortaleza de los Bote en mera residencia señorial, cual sucedió con la mayoría de los castillos de entonces. Y en éste, quizá como en ningún otro, se apre­ cian y determinan exactamente las distintas construcciones y estilos, siendo la característica más acusada el fin defensivo a que se le destinó desde un principio por fuerza de las circunstancias y la inse­ guridad y anarquía imperantes. Es una excelente obra de arquitectura militar considerada en con­ junto, que consta de dos recintos, sobresaliendo en el segundo su magnífica torre de Homenaje y otras varias que asientan y destacan por la parte de occidente. La planta del primer recinto es un polígono de nueve lados, que podría sumarse en un pentágono; y el alzado lo constituyen lienzos de muralla y torres semicilíndricas que sobrepujan a las cortinas. Resulta indudable que ésta debió ser la primera obra defensiva realizada en el siglo xm; el armazón de la casa fuerte de los Bote, cuya parte noroeste desapareció y fue reconstruida y modificada con posterioridad; pero todavía conserva su primitiva puerta flanqueada por airosas torres. Sobre este primer recinto destaca el segundo, que se alza y sobre­ sale luciendo majestuosa silueta, «cuyo lado mayor y más occidental 89

es un fuerte de forma regular cuadrada, menos por el lado norte, que avanza en sentido oblicuo enlazando con otro cuerpo de la for­ taleza que cae al noroeste» (4). El valor defensivo de este mencionado cuerpo occidental cua­ drado se pone de manifiesto principalmente por la existencia de des­ tacadas torres cilindricas en los ángulos y en las partes medias de los lienzos de cada lado, cuyo detalle se da y aprecia también en el lado oblicuo correspondiente al noroeste. La torre intercalada en la parte media de occidente es distinta de las demás por su gran tamaño y curioso trazado; es ancha, de forma casi triangular, con ángulos sustituidos por semicilindros y el vértice hacia dentro. Sobrepuja a todo el fuerte por su gran ele­ vación. Por lienzos y torres del edificio corre cornisa de canecillos que completan el bello conjunto de tan magna obra defensiva central que se erigiría cien años después, debiéndose fijar su data en el siglo XIV. En la parte oriental de este importante núcleo de fortificaciones y en la misma línea de la muralla, se alza arrogante la regia torre del Homenaje, enormemente grande, cuadrada, y con su altura im­ ponente domina a todas las demás. Esta dicha torre del Homenaje tiene frente por frente, hacia el oeste, la ya citada torre triangular, y se halla protegida y reforzada por la parte del naciente por dos magníficas torres del segundo re­ cinto que abre su puerta en el lienzo occidental, muy próxima a la torre del ángulo noroeste. Aparece defendida por un matacán y si­ tuada a la izquierda del primer recinto. En el siglo xvi se adosó en el segundo recinto una espléndida y suntuosa casa-palacio señorial, con su correspondiente puerta en arco de medio punto, hoy ya resquebrajado, cuya ruina nos advierte, antes de pasar bajo el dintel, el lastimoso estado de la que fue acogedora mansión y parte muy principal del histórico castillo. Surmontan dicho arco dos expresivos escudos heráldicos; «el primero partido de cas­ tillo y fajas bretesadas (5), y el segundo con dos calderas». En el interior del castillo surgen e impresionan los restos de un curioso patio que tuvo arcadas de medio punto y columnas de orden compuesto, todo de cantería; pero es tal la aglomeración de cascotes, tal la desolación y la ruina, que es difícil determinar exactamente su distribución, su interesante y primitiva traza. Otra puerta, también de arco apuntado, protegida por el indis­ pensable matacán y que debe datar, según Mélida (6 ), del siglo xiv, facilita la comunicación con la parte oriental de la fortaleza, a la (4) (5) (6)

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M élida, Catálogo m onum ental..., t. I, pág. 302. E l escudo del linaje Monroy, según A tie n z a , en su men. obr., pág. 546. En el Catálogo y pág. cit. de M élid a.

>or el lado norte, cuerpo de la foro occidental cuaexistencia de des­ cartes medias de cía también en el idente es distinta ido: es ancha, de senúcilindros y el por su gran elede canecillos que defensiva central ar su data en el de fortificaciones ote la regia torre con su altura imr frente, hacia el egida y reforzada s del segundo renny próxima a la un matacán y siuna espléndida y ile puerta en arco ios advierte, antes pe fue acogedora Surmontan dicho 0 partido de casideias». 1 los restos de un •’umnas de orden ación de cascotes, linar exactamente pda por el indis1 6 '. del siglo xiv, la fortaleza, a la

men. obr., pág. 546.

que no es posible el acceso y recorrido por la abundancia de es­ combros y la desaparición de sus escaleras y muros. En uno de los lienzos del edificio se ve todavía ventana geminada con arco de herradura; y en alguna otra parte se repite el motivo heráldico ya mencionado. La fábrica del castillo es de manipostería y abundante piedra sillar en las puertas, ventanas, cornisas y matacanes. #

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La descripción precedente es resultado de nuestra visita al viejo solar de los Bote en la primavera de 1959, y ha sido completada con algunas notas que nos facilita Mélida; pero con posterioridad, el gran maestro en arquitectura castrense, Uustrísimo Sr. D. Federico Bordejé y Garcés, nuestro querido amigo, nos facilitó un plano le­ vantado por él sobre las ruinas de la referida fortaleza; y por es­ timarlo obra de gran mérito lo publicamos con el presente trabajo y pasamos a explicar los componentes del trazado, según el modo de ver y de interpretar los restos existentes por el mencionado espe­ cialista. Dice Bordejé a este propósito: El plano refleja bastante bien la planta del castillo en cuanto a su trazado y composición exterior; pero lo interior no pudo ser en­ trevisto siquiera, porque aquello es un montón de ruinas confusas, de cimientos, muros, piedras y escombros, que solamente con tiempo y quietud podrían estudiarse. Todo el imponente aspecto que el cas­ tillo guarda aún por fuera, se convierte por dentro en desolación, y obra generosa sería limpiar algo aquellas ruinas, que darían ciertas soluciones sobre la vida y evolución de la fortaleza del mayor de los Monroyes, personaje bastante desdibujado que de tal modo contrasta con su hermano el genial y turbulento Clavero, y con su primo, el otro Hernando de Monroy, figuras ambas mucho más nobles y des­ tacadas. Em plazam iento.—El castillo se emplaza sobre una cima rocosa alargada, alzada y separada del pueblo, al que domina totalmente, situado al sur y a los mismos pies de la fortaleza. Mas por el na­ ciente, y sobre todo por el septentrión, el castillo se eleva extraordi­ nariamente sobre el terreno circundante que, por formar allí una inmensa depresión o dilatada llanura, hace destacarse al castillo desde muy lejos, haciéndolo, además, por esa parte inexpugnable por el rápido descenso de sus laderas. Al poniente, las grandes peñas se continúan algo más, contribuyendo a embellecer la noble estam­ pa del edificio. Las rocas en que descansa parecen haber sido ex­ presamente cortadas o peinadas, aunque la natural erosión del tiem)o haya limado ya bastante esos cortes, hechos para dar mayor uerza a la obra.

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Com posición.—Por lo que se ve, es fábrica cristiana sin género de dudas, posterior, por tanto, a la reconquista de la comarca en el siglo xm. Mas el castillo fue después largamente modificado y al­ terado, distinguiéndose en la actualidad las siguientes partes o di­ visiones, dentro del conjunto de la fortaleza: A) Barrera o recinto exterior que, como se ve, circunda comple­ tamente al castillo. Se asienta sobre un suelo de rocas o peñas y todo parece demostrar que es obra de la primitiva fortaleza del siglo xm, tanto por el trazado de sus torreones como por el modo de su mate­ rial y construcción. Como los frentes más accesibles y vulnerables eran los del mediodía y del naciente, la barrera desarrolla allí su mayor fuerza con una serie de torreones acumulados que por el norte no necesitaba. B) Cuerpo principal del monumento, reconstruido en el siglo xv para darle la presencia o prestancia señorial de que antes debía ca­ recer. Es ahora la parte más noble e imponente del castillo, preci­ samente por esas líneas que quisieron darle, las cuales respondían a los usos constructivos y distinguidos de la época. Los tres altos y esbeltos cubos que la adornan, con los expresivos matacanes que corren y coronan a esos cubos y a los lienzos de este cuerpo, respon­ den casi exclusivamente a esa idea, ya que esos cubos son macizos v obran más bien como elementos de contención de la alta masa del edificio que como defensas, pues para este fin apenas si tenían condiciones. Basta ver el mismo aparejo constructivo de esta parte, por contraste con el resto, para apreciar que, realmente, este cuerpo es una obra nueva respecto a lo demás. Si los torreones hubieran te­ nido que cumplir una misión efectiva, serían mucho más desarrolla­ dos, como se ve en la barrera, mucho más antigua, y es seguro que no serían macizos ni tan estrechos ni altos para aprovechar sus cuerpos en la defensa. Incluso, en los torreones ya internos, junto al Homenaje, se ve que sus cabeceras llevan un simple resalte o línea, cosa muy propia del siglo xv ya bastante avanzado, al que pertenece, repetimos, toda esta obra. C) Por fuera, la parte oriental está constituida aún por el cas­ tillo primitivo, según puede apreciarse en sus torres cuadradas y hasta en su ejecución material. Pero por dentro y en la facha­ da que da al norte, fue asimismo seriamente reconstruido para incrustarle un palacio, acaso bastante suntuoso, que por los arcos que Mélida nos da aún a conocer en su Catálogo Monumental, hoy va totalmente desaparecidos, y por las ménsulas, arranques de las arquerías y otros restos, se ve era un palacio del siglo xvi, induda­ blemente reformado algo después según se aprecia en la fachada de ladrillo interior que el mismo Mélida nos enseña. El descuaje del palacio ha sido completo y, por lo que se dice, intencionado, para aprovechar sus columnas y otras buenas piezas labradas, siendo ya imposible conocer su estructura interna, de no 93

limpiar aquella inmensa escombrera de muros rotos y confusos y suelos realzados irregularmente, en los que seguramente se entierran muchos detalles valiosos de la obra palaciana. En la fachada del norte de esta parte existe la misma ruina o descomposición, pero ayuda allí el dato de unas troneras o cañone­ ras rectangulares, propias del siglo xvi. D) Esta letra señala la torre del Homenaje, la cual, por su planta cuadrada, realmente reducida ante el conjunto del edificio, su colocación e inclusión dentro del recinto formado en el siglo xv (que, como se ve en el plano, constituyó por sí solo un cuerpo ais­ lado del resto), y la posesión todavía de una defensa de cadalsos en su última planta (de los que aún conserva la puerta de salida a los mismos y los canes o garfios de piedra destinados a sostener la ar­ madura de madera de aquellos elementos), puede tenerse por se­ guro que la dicha torre es, asimismo, la de la primitiva fortaleza, cuyo plan o trazado ignoramos. Las obras del siglo xv quitaron mucha fuerza a esta torre, in­ utilizaron esas altas defensas de los cadalsos, que entonces no tenían ya razón de ser, aunque en las torres vascas y cantábricas aún las emplearan a veces; y como remate convirtieron sus almenas en co­ rridos ventanales que, por la altura en que están, podían emplearse en otras cosas, si era necesario recurrir a esos extremos de la defen­ sa. Basta ver su colocación en el plano para apreciar cuanto de­ cimos. E) Mélida describe confusamente a esta torre, presentándola como de planta triangular. Es muy posible que perteneciera tam­ bién, de origen, al castillo primitivo, porque, como aún se ve ahora, la puerta principal de la fortaleza estaba situada a su amparo y, dada la distancia a que está enclavada la del Homenaje, esa puerta exigía una torre mayor. Su planta responde al trazado del muro en este costado que, al estar desviado o inclinado, la obliga a formar por dentro esa forma singular a que alude Mélida. Tuvo tres pisos, pero por fuera fue incluida y revestida en la reconstrucción general, que debió limarle o redondearle sus primitivas aristas para encajarla en el tono o pre­ sencia que se dio a este cuerpo señorial del castillo. En la parte baja parece que poseyó una gran tronera (que hoy está desfigurada en su contorno), y fue, asimismo, dotada de es­ beltos matacanes, a juego con los que coronan a los otros lienzos y cubillos. Explicación d e las partes que indican los números en el plano. 1. Boquete donde debió abrirse la puerta de la barrera, que acaso no fue única, pues en el ángulo noroeste hay un entrante donde pudo colocarse otra, a modo de poterna, para salir al campo 94

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exterior sin que el pueblo lo advirtiera. No quedan restos precisos que indiquen con fijeza la existencia de la puerta; pero todo parece indicar que allí la hubo. 1 bis. Pudo ser, y ello parece casi seguro, la otra salida exterior o poterna a que nos referimos, pues era usual, y hasta necesario, contar siempre con dos salidas diversas en los frentes ya internos respecto a la población, o externos o de directa comunicación con el exterior. 2. Torreón de la barrera de amplias dimensiones, propias del lugar en que se coloca, en la conjunción de los dos frentes y en la puerta o espolón más destacado del recinto. 3. Punta o rediente triangular que constituye uno de los datos más originales y valiosos del castillo. Forma, según se ve, el centro defensivo del frente, al que atiende y recoge con sus dos caras, ju­ gando con el torreón número 1 para defenderlo. Por ello es también amplio y está magníficamente situado. De estos redientes existen muy pocos ejemplares en España, tales como los de Játiva, la Roca del Vallés y pocos más; y es una derivación de las torres pentagonales en su forma más abreviada. 4. Muro de la barrera liso o sin torrear. Posee actualmente una altura de ocho o diez metros sobre el suelo exterior, posiblemente realzado. La situación del castillo sobre este frente, realmente inex­ pugnable, justifica esa ausencia o economía de elementos flanquean­ tes o torres. 5. Puerta principal del castillo, hoy ya completamente desfigu­ rada. Posee en lo alto unos pies de buhera o matacán de forma extraña o acaso reformada, exclusivo para defenderla. 6. Mélida reproduce también una fotografía de esta puerta in­ terior, que lleva sobre ella otro matacán de forma extraña o acaso reformada en lo alto en época posterior. Debajo de esta puerta hay otra ya casi enterrada, que da acceso a la cámara número 7. 7. Cámara alargada que parece fue la capilla del castillo. Lleva una alta bóveda que comprende dos plantas, y es de trazado redondo o de medio punto. Al fondo se abre sobre otra pequeña cámara, hoy convertida en cuadra, cuya salida se hace por unos boquetes abiertos junto a la torre E. Parece tuvo también comunicación directa con el palacio. 8. Entrante existente en el norte con una puerta ya en ruinas, que parece haber sido reformada también posteriormente. Junto a esta puerta se abre la tronera rectangular número 13. 9. Boquete muy amplio en el muro, donde parece debió existir la entrada o acceso directo al patio del palacio. Toda esta parte o frente exterior está muy arruinada, pues en tanto que por el oeste, este y sur, el castillo conserva aún casi enteras sus fachadas, esta del norte, como la más fácil, ha sido completamente destruida para sacar las piedras y materiales desmoronados o arrancados del edi­

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ficio, que por los otros lados no podían, o les costaba más, sacarlos deslizándolos por la mucha altura y escarpados existentes. 10. Ruinas del patio del palacio del siglo xvi. Hoy solamente puede conocerse su estructura por la aludida fotografía dada por Mélida, pues no quedan ya ningún arco ni columna en pie, las cuales parece fueron llevadas a una finca algo lejana. Por esos destro­ zos, el suelo y los muros del patio están totalmente llenos de escom­ bros de todas clases, pudiendo apreciarse únicamente las ménsulas del arranque de los arcos iniciales de las arquerías y algunos otros detalles artísticos labrados. 11. Conjunto de ruinas en las que no se pudo penetrar por falta de tiempo. 12. Otro cuerpo de grandes y confusas ruinas, tampoco vistas por el interior. 13. Tronera rectangular alzada a unos tres metros del suelo de la barrera. Hay dos iguales, la una casi encima de la otra. Servían para flanquear la contigua puerta número 8 y están bellamente for­ madas por dos solas y grandes piedras, finamente labradas en liso y encuadradas por una moldura o resalte. Corresponden al siglo xvx, pues si su ranura es estrecha, tienen un buen campo de deriva y pronunciado derrame. 14. Puerta que comunica lo que fue palacio con el cuerpo cerrado del castillo del siglo xv. Es una puerta pequeña y angosta, que serviría para comunicar los dos patios interiores que debió haber. 15. Cuerpo de dos antiguas torres cuadradas, unidas arriba para constituir una solana o mirador, con puerta abierta en su fondo. Posee aún restos de decoración. La solana o galería lleva una bóveda re­ donda y se ve fue hecha para ver desde el palacio la gran extensión que abarca el horizonte. Obra también del siglo xvi. 16. Boquete o perforación abierto en la roca que sustenta a la barrera. No se pudo ver bien, pero recordamos que en el sitio puesto al castillo para recobrarlo, don Hernando, el Bezudo, mandó hacer una mina, y como el único lugar en que podía hacerse era en este frente, pensamos si este horadamiento puede ser el testimonio de aquel intento y ataque.

Según cálculos aproximados, el edificio posee una longitud total de 63 metros en su eje transversal, incluyendo la barrera, por unos 32 metros de anchura total. La fachada principal del monumento por el sur tiene 46 metros por unos 24 de fondo, y el espesor general de los muros es variable y alcanza de uno a dos metros, según las partes del castillo. Todos los pequeños cubos que rodean a este cuerpo principal son 97

muy delgados y macizos y forman el elemento principal, que da em­ paque y belleza al edificio. La descripción del castillo de Belvís de Monroy, hecha por Mé­ lida, que alcanzó a verle, aun con partes ya desaparecidas, es bas­ tante confusa y contiene algunos errores que, visitándolo, pueden comprobarse a simple vista. Valdría la pena tratar de que el interior fuera limpiado de la enorme masa de escombros que lo inunda, para restablecer sus suelos y dar a luz algunos miembros importantes que deben estar ocultos. La belleza e importancia de estas ruinas y el pasado histórico de la fortaleza lo justifican. III

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En tiempos de Juan I de Castilla, uno de los proceres extremeños de más reconocido valor y prestigio era don Juan Gómez de Almaraz, Señor de las villas de Belvís, Almaraz y Deleitosa, enemigo irrecon­ ciliable del linaje de los Monroyes, pues como ambas familias (Mon­ royes y Almaraces) residían habitualmente en Plasencia, se esforza­ ban unos y otros por mantener la supremacía y surgían con harta frecuencia serias discrepancias, reyertas y auténticas peleas entre los partidarios de las indicadas casas rivales. La actual villa de Valverde de la Vera pertenecía al mayorazgo de Hernán Pérez de Monroy; y cierto día, Juan Gómez de Alma­ raz, señor de Belvís, se propuso someterla a estrecho cerco; pero el bravo Monroy salió a su encuentro y, después de castigar duramente al osado que se había permitido penetrar en tierras de su feudo, consiguió derrotarlo y hacer huir a su gente, que dejó el campo sem­ brado de cadáveres, y entre ellos el del pretencioso Almaraz, «que quiso ser más muerto que vencido». Diego de Almaraz, su hijo, le sucedió en el señorío de Belvís, Almaraz y Deleitosa; y se propuso este caballero, al llegar a edad adulta, vengar la muerte de su padre, de quien había heredado tam­ bién odio irreconciliable a todos los miembros de la familia Mon­ roy, sus eternos rivales. Y, efectivamente, pronto consiguió su propósito, pues en ocasión en que regresaba a su casa de Plasencia, procedente de la Corte, el ya muy anciano Hernán Pérez de Monroy, a quien el de Almaraz creía responsable del fin trágico de su padre, le salió al encuentro con sus mejores criados y otra gente pagada, y, sin respetar sus canas ni reparar en la vileza que suponía para un hidalgo tamaña traición, consiguió aniquilar al pequeño grupo de acompañantes y 98

» afceela lleva energict deroostra r e o H curio de conocer el señor del si consijj con y tr¡ I se oh id * a*«J a sus enemigos, xw en las diversas r de sus extraordjalor, resistencia y su padre, Alonso Orden de Alcán?zas, que en nuesída; pero de cuya ^ de Monroy, hersu hijo Hernando, Hernán, señor de lían frecuentemenorque uno y otro •r consiguiente, los i Media no existía el que más podía r lo que él llamatentan y practican s de las más des­ es y reencuentros ierras extremeñas, «cedían entre los das y los de otras tigiosas, imprimie; de la Historia de endental siglo xv, íe índole diversa, stinos de España, re. se acrecentaba utantes de ambas de destruir a su ira que acudieran juiendo reunir un xm el auxilio de e se le agregaron, )r, maestre de Aí­ ra la aldea y casel Bezudo, y, desla clase de daños, izarro señor y deiroy. que terminó ides.

Después, el maestre don Gutierre se llevó preso a el Bezudo a Belalcázar; pero se vio precisado a ponerlo pronto en libertad por presión del rey Enrique IV. Motivó aquella determinación regia la consiguiente preocupación en el ánimo de los hermanos Hernán y Alonso, quienes supusieron, lógicamente, que, al verse libre su primo, procuraría tomar la revancha por los males y daños que le habían ocasionado; y para evitar, u obtaculizar, al menos, las pre­ tensiones de el Bezudo, reforzaron con todos los medios a su alcance la guarnición del castillo de Belvís y mejoraron sus defensas. En­ tonces el ofendido y audaz Hernando, hábil caudillo y excelente es­ tratega, juntó a los partidarios, amigos y simpatizantes de su causa, y se puso en movimiento, aparentando dirigirse a Monroy para re­ cuperar su feudo; pero a la jornada siguiente varió de rumbo y dio con los suyos sobre Belvís, con buen acierto, pues quiso la fortuna que, por ser noche de Navidad, sorprendiera a sus enemigos, los hermanos Hernán y Alonso, en el preciso momento en que se en­ contraban en la iglesia oyendo maitines; coincidencia que permitió al señor de Monroy, el ínclito, tenaz y esforzado Bezudo, apoderarse del fuerte de Belvís sin el menor impedimento. Y aunque, después del inesperado trance, don Alonso, que ya era a la sazón clavero de Alcántara, y su hermano se esforzaron para castigar la osadía de su pariente y recuperar la fortaleza, de momento fracasaron en su in­ tento. A los pocos días, y habiendo dejado a buen recaudo el castillo de Belvís, partió de él el Bezudo al tener noticia de que la gente de guerra mandada por Arias de Ulloa —capitán nombrado por Hernán para la defensa y retención de Monroy— venía hacia Belvís dispuesto a someterlo a cerco y a recuperarlo nuevamente; y como conocía también las intenciones y movimientos de su adversario, aprovechó la ocasión, y por sorpresa, en una noche propicia, da sobre Monroy, asalta sus murallas, sacrifica a buena parte de la escasa guarnición que lo defendía y, con relativa facilidad, se hace dueño de la que él llamaba su casa, el solar de su legítimo e indiscutible señorío. No estaba satisfecho aún el Bezudo con sus recientes triunfos, y decidió atacar otra vez a sus enemigos en el castillo de Belvís, que habían recobrado recientemente sus propietarios mientras él mar­ chaba sobre Monroy. Y, efectivamente, dispuesto Hernando a tomar la revancha, a resarcirse de los agravios, vengarse de las ofensas y ocasionar a sus parientes toda clase de daños, reunió cuanta gente pudo y atacó por segunda vez reciamente a Belvís; pero convencido pronto de la poca utilidad de su esfuerzo, dadas las magníficas con­ diciones defensivas de la fortaleza, en su calenturienta mente de es­ tratega concibió algo excepcional, algo que parecía irrealizable de momento, y era nada menos que labrar una mina a través de la enorme roca que sirve de asiento al castillo, para poder llevar a

feliz término la realización de su plan. Y fue tanto su empeño y tesón en la obra, que consiguieron, al fin, después de extraordinario esfuerzo, socavar y hacer una galería que abocó al interior del re­ cinto amurallado (7). Los partidarios de ambas parcialidades se batieron bravamente a todo lo largo del pasadizo en tres o cuatro ocasiones; y aunque el valiente señor de Monroy peleó con brío y maravilló con sus actos heroicos a amigos y criados, el hambre y otras privaciones le obliaron a desistir y hubo de regresar a su villa de Monroy, jubiloso e haber infligido duro castigo a sus adversarios, y con el ánimo dis­ puesto a continuar la guerra contra sus primos hasta el último día de su existencia, obsesionado por la idea de su mejor derecho al mayorazgo de sus abuelos, y el tesonero empeño de demostrar a sus parientes que era mejor capitán, más esforzado y valiente caba­ llero que ellos.

f

Sería interesante poder ocuparnos con detenimiento de los más notables y destacados personajes del linaje de los Monroyes, que fueron señores de Belvís al correr de los años; mas como el limitado espacio del presente trabajo imposibilita nuestra pretensión, pasamos a hacer constar solamente que entre los recios y viejos muros del castillo de Belvís —cuya silueta, aunque llena de graves heridas, sorprende y causa la admiración del viajero o turista que acierta a pasar por la carretera en dirección a Trujillo— , nació, entre los muros, repetimos, de aquella imponente fortaleza, un ser extraordinario, el extremeño más representativo de los caballeros de su tiempo: D on A l o n s o d e M o n r o y , clavero y maestre de la Orden de Alcántara. Y a reseñar, muy sintetizadas, las proezas de este coloso de la guerra vamos a dedicar algunas líneas, si bien con perjuicio de otros miem­ bros de la misma familia, con méritos suficientes, y merecedores, por tanto, de que se les preste singular atención.

(7) Aún se aprecia la existencia de un túnel que penetra hasta el interior de la fortaleza. La boca de entrada está frente al ángulo suroeste de la primera cerca; y no se puede precisar su profundidad porque dicha galería subterránea se dedica actualmente a bodega o cochinera, y aparece cerrada con puerta de madera y circundada por pequeño corral. En otros varios puntos del contorno rocoso sobre el cual asienta el castillo, se observan también socavones de más o menos profundidad.

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IV D atos de

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ento de los más Monroyes, que como el limitado tensión, pasamos nejos muros del graves heridas, ta que acierta a entre los muros, ‘xtraordinario, el su tiempo: Don t i de Alcántara, taso de la guerra >de otros miemy merecedores,

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b io g r á f i c o s y s o m e b a r e l a c ió n d e l a s p r o e z a s d e do n

M

A lo n so

onroy.

El clavero y maestre de Alcántara, don Alonso de Monroy, fue el hijo segundo de Alonso de Monroy y de Juana de Sotomayor, se­ ñores de Belvís, Almaraz y Deleitosa. Según el cronista Maldonado, «fue alto de cuerpo, muy mem­ brudo y de grandes fuerzas. Tenía buen rostro y agraciado; los ojos muy grandes y garzos. Era corto de vista y decían algunos que veía más de noche que de día. Animaba tanto a los que consigo llevaba, que las cosas grandes se les hacían livianas, y mucha gente no osaba esperar a la suya, aunque fuere poca, sabiendo que él iba allí. Fue siempre el primero en acometer y el postrero que salía de la batalla. Su cuerpo no se cansaba de ningún trabajo, ni el ánimo era vencido. En el comer y beber era moderado» (8). Eran tan pesadas las armas que llevaba siempre, que sus golpes no podían sufrirlos los contrarios; y aunque tenía la costumbre de ir fuertemente armado, dormía en el suelo con su espada y lanza como si tal cosa. El regatón de su lanza era hierro de otra, y jamás se mantuvo sobre la silla de la cabalgadura el jinete que encontraba con aquélla cuando la llevaba sujeta debajo del brazo. Debido a lo mucho que pesaba su armamento y arreos, se veía precisado a cambiar con frecuencia de cabalgadura, pues se ago­ taban los caballos que montaba, a los que llevaba siempre con dos o tres cinchas. Atribuían a fortuna sus éxitos en la guerra; pero el hecho real es que fue siempre auténtico maestro y consumado paladín en lides bélicas. La mayoría de las veces se enfrentó y peleó con fuerzas supe­ riores a las suyas; y se halló constantemente en batallas, reencuentros, asaltos y graves peligros, de los que salía victorioso por su capaci­ dad y dotes personales en empresas castrenses. Durante cuarenta años sostuvo guerras en León y Extremadura, y en parte de Portugal, donde penetró combatiendo, en más de una ocasión, y causando graves daños en las comarcas fronterizas del país vecino. Al faltarle su padre, y siendo todavía un mozalbete de trece años, pasó al lado de su tío don Gutierre de Sotomayor, maestre de la Orden de Alcántara, quien se holgó mucho de tenerlo junto a él, porque encontró en el joven sobrino gran disposición para las armas, (8) A lo n so M ald o n ad o , H echos d el Maestre d e Alcántara don Alonso de Monroy, con un estudio preliminar de don A n to n io R. M oñino, en Revista de O ccidente, pág. 23 y siguientes (Madrid, 1933).

y porque representaba, por su desarrollo, tener más de dieciocho años. Lo adiestró suficientemente, y con tan eficaz resultado que en todos los ejercicios aventajaba a los demás caballeros. Debido a la positiva labor realizada por el maestre al ser nom­ brado, por Juan II de Castilla, gobernador de Cáceres, Trujillo y su tierra, consiguió del soberano que concediera a su sobrino la Clavería de la Orden y la encom ienda de Ceclavín, que se hallaban vacantes por fallecimiento de Diego de Añaya. Y, seguidamente, le encomendó habérselas con los distintos bandos y disidencias, soste­ niendo fuertes combates y reencuentros con los cabecillas detenta­ dores de castillos y plazas fuertes, mostrándose tan hábil y valiente que asombraba a los suyos por sus aciertos, a pesar de tener tan poca edad. En esta su primera e importante campaña consiguió pacificar los ánimos, y le sirvió de noviciado para lo mucho que después fue, pues seguidamente ayudó a su tío y a su hermano Hernán de Monroy, señor de Belvís, en el cerco de la villa y castillo de Monroy, cabeza del mayorazgo de su primo hermano Hernando de Monroy, el B e­ zudo, como tendremos ocasión de ver. Al fallecer su tío en 1457, le sucedió en el Maestrazgo de Al­ cántara don Gómez de Cáceres y Solís, y sostuvo con él, durante los primeros tiempos, cordial y sincera amistad. Mas al ser depuesto —en Avila y por los nobles, en el mes de junio de 1467—, el rey don Enrique IV, el maestre don Gómez, partidario del infante don Alonso, levantó a sus freires y a otras gentes, con título de capitán general, contra las ciudades y villas de Extremadura que seguían la voz del rey, consiguiendo apoderarse por las armas de Cáceres y Badajoz, cuyas poblaciones retuvo, en nombre del infante, durante algún tiempo. Con ocasión de celebrarse en Cáceres las bodas de una hermana del Maestre, llamada Leonor de Solís, con el trujillano Francisco de Hinojosa, se hicieron fiestas, juegos y torneos en dicha villa, a la que acudió lo más escogido de la nobleza de Extremadura. Los caballeros de entonces eran muy aficionados a los juegos de cañas y el Maestre autorizó éste y toda clase de festejos. El clavero era excelente luchador y siempre lo hacía con una sola mano, llevando la izquierda atada a la espalda; y aun así no halló jamás quien lo derribase. Todos deseaban verlo lancear, dada su mucha fama, mas nadie se atrevió a retarlo, hasta que por fin lo hizo el novio, que pre­ sumía de ser mejor jinete y más hábil paladín. Y como don Alonso no prestara atención al desafío de Francisco de Hinojosa, se levantó don Gómez y rogó al clavero que luchase con su cuñado. Accedió, al fin, pero puso por condición que lo haría según su costumbre, con su mano izquierda atada. Jactancia aparente que molestó mucho a su adversario.

lás de dieciocho iz resultado que leros. sstre al ser nomiceres, Trujillo y a su sobrino la que se hallaban seguidamente, le lisidencias, sosteibecillas detentai hábil y valiente sar de tener tan 2uió pacificar los lespués fue, pues mán de Monroy, ■Monroy, cabeza ? Monroy, el Beaestrazgo de Alxi éL durante los al ser depuesto 467—, el rey don t inte don Alonso, capitán general, ?guían la voz del reres y Badajoz, ■- durante algún de una hermana ano Francisco de dicha villa, a la emadura. s a los juegos de ejos. o hacía con una la: v aun así no fama, mas nadie novio, que prexwao don Alonso >ojosa. se levantó nado. Accedió, al i costúmbre, con tiesto mucho a su Belvís d e Monroy.— Una perspectiva del grandioso castillo de Belvís

Al siguiente día salieron a jugar cañas, y habían colocado unos tablados muy altos para que los caballeros tirasen varas sobre ellos; y después que todos lo hubieron hecho, el clavero tomó una lanza jineta, en lugar de vara, y, poniendo piernas sobre el caballo, la arrojó por encima de los tablados. Causó gran espanto este hecho entre los concurrentes a la fiesta que llenaban los asientos de la plaza, y creció asimismo la enemistad y envidia de los hermanos del maestre y del novio; y este majadero, dispuesto a poner en ridículo a don Alonso, le tiró tres o cuatro cañas, cara a cara, y con tan mar­ cada y mala intención, que faltó poco para que le saltara un ojo. Rápidamente el clavero, convencido del ruin propósito de Hinojosa, salió tras él y le arrojó fuertemente un caña que dio en el casco que llevaba, y abollándolo, penetró en la cabeza y le causó una he­ rida. El golpe fue tan seco y recio que derribó al trujillano del ca­ ballo, y se produjo, como consecuencia, tal alboroto en la plaza, que acudieron los cuñados del accidentado y otros muchos de sus parciales dispuestos a matar a don Alonso, quien se defendió brava­ mente contra todos, hasta que el maestre bajó del estrado y lo hizo prender. Enviáronle bien custodiado al convento de Alcántara, en cuyos calabozos lo tuvieron encerrado hasta que con sus propias manos rompió las fuertes cadenas que le habían puesto, y desquiciando las puertas se salió de la prisión. Al verse en libertad, marchó presuroso a su villa de Robledillo, y desde allí se dirigió al castillo de Trevejo, que escaló y tomó, procediendo seguidamente a reunir a sus deudos y amigos, hasta un número de 80 caballos y algunos peones, con cuya gente empezó a hacer la guerra al maestre y a sus partidarios, en venganza de su inicuo comportamiento, consiguiendo al fin apo­ derarse, por fuerza de armas, de las fortalezas de Azagala y Magacela. Al tener noticia de estos hechos el rey Enrique, escribió al cla­ vero evidenciando su contento y animándole y exhortándole a que no diera sosiego al de Solís, prometiéndole, en recompensa, darle en propiedad el Maestrazgo de la Orden. Y tan en serio tomó las su­ gerencias del soberano el bravo Monroy, que con la ayuda del señor de Belvís y de otros familiares y amigos suyos, juntó hasta 200 ji­ netes y 300 hombres de a pie, y marchó contra la plaza murada de Coria, que la había ganado el maestre en nombre del infante don Alonso, y la tenía su hermano, Gutierre de Solís; y una mañana, antes de amanecer, se apoderó de dicha ciudad. Acudió presuroso el maestre con un numeroso ejército integrado por su gente, la de su hermano Hernán de Solís, señor de Badajoz, v la del conde de Plasencia, y puso cerco a Coria; y no cesó de combatirla día y noche, haciéndolo de la manera siguiente: Durante el día, el maestre mandaba tocar trompetas y luego se juntaban con él los comendadores y caballeros que tenía consigo, 106

n colocado unos ¿ras sobre ellos; tomó una lanza e el caballo, la anto este hecho ■ asientos de la os hermanos del jer en ridículo a y con tan mar; saltara un ojo. ipósito de Hino•dio en el casco e causó una herujillano del ca­ to en la plaza, muchos de sus defendió bravastrado y lo hizo intara. en cuyos ; propias manos Jesquiciando las tarchó presuroso tillo de Trevejo, lir a sus deudos nos peones, con . sus partidarios, rodo al fin apoAzagala y Maescribió al claortándole a que ipensa. darle en rio tomó las su­ m ada del señor itó hasta 200 jifara murada de del infante don v una mañana, ército integrado ñor de Badajoz, i; v no cesó de puente: letas y luego se t tenía consigo,

quienes arrimaban escalas a la muralla y combatían a los sitiados hasta el mediodía, dirigiendo la operación el mismo maestre, que pa­ seaba constantemente entre los suyos montado a caballo y luciendo su bastón de mando, esforzándose por animar a todos. Desde el me­ diodía hasta el anochecer las operaciones corrían a cargo del señor de Badajoz; y durante la noche atacaba Pedro de Hontiveros con las tropas de la duquesa de Arévalo y con otros refuerzos que se le habían incorporado. Los del clavero, aunque vinieran muy apretados y en constante apuro, porque no eran más de 500, como fueran soldados diestros y experimentados, nada les espantaba; y no solamente resistían las arremetidas de sus contrarios, sino que salían con frecuencia de la ciudad, escaramuceaban y daban fuertes golpes de mano en las es­ tancias de los del maestre. Durante aquel cerco de la ciudad cauriense se peleó con mucha dureza, y los prisioneros que hacía el de Solís eran ahorcados sin remisión; pero, por el contrario, el clavero retenía y honraba a los caballeros que apresaba, cual hizo con don Lorenzo de Ulloa, mag­ nate cacereño, a quien sentó a su mesa y le guardó las considera­ ciones propias de su rango y linaje; motivando tal comportamiento que, cuando fue puesto en libertad Lorenzo de Ulloa a cambio de un criado de Hernán de Monroy, señor de Belvís, llamado Juan de Belvís, regresó a Cáceres con otros 50 servidores y amigos suyos, abandonando las filas de la gente del maestre debido a su inhumano e intolerable comportamiento con los prisioneros. En una de esas salidas por sorpresa, tan características del cla­ vero, acometió con sus mejores hombres a los contrarios, cayendo cierta noche sobre ellos; y fue tan certero y eficaz el golpe, que hizo huir del real a sus enemigos; y los hubiera destruido totalmente a no ser la oportuna intervención de su primo Hernando de Monroy, el Bezudo, que militaba en las filas del maestre para resarcirse de los daños y muertes que le habían causado el clavero y su hermano el de Belvís, cuando lo tuvieron sitiado en su castillo de Monroy. Duró el asedio de Coria nueve meses, y el coloso Monroy hizo tantas proezas y se batió con tanta bravura que resultaría prolijo detallar sus heroicidades. Diezmada al fin su gente de armas, faltos de mantenimientos —ya que en verdad los últimos meses sólo se alimentaban de lo que conseguían arrebatar a sus enemigos—, y visto que el rey no podía socorrerlos, se acordó el cese de las hostilidades y se convinieron ciertas condiciones antes de darse a partido, siendo la principal que el maestre se quedase con la ciudad de Coria y que en recompensa le diese al clavero las encom iendas de Piedrabuena y Mayorga con sus castillos. Convenido así, y firmado el oportuno acuerdo en 1466, Gómez de Cáceres y Solís regresó a Cá­ ceres, y don Alonso se encaminó a la fortaleza de Azagala. Poco después el clavero se apoderó de Cáceres y Brozas, en la

forma que se detalla en los capítulos respectivos y referentes a la capital y villa mencionadas. Más tarde, el gran desfacedor de entuertos don Alonso, sabiendo que el duque don Beltrán de la Cueva había perdido el castillo de Alburquerque al usurpárselo un alcaide suyo, juntó 600 hombres de a pie y de a caballo, asaltó por sorpresa aquella plaza, se apoderó de ella y puso cerco a la fortaleza. Desde dicho lugar, y sólo con 200 combatientes, salió al encuentro de un respetable contingente in­ tegrado por gente de don Alonso de Cárdenas, comendador mayor de León y del maestre don Gómez, logrando desbaratarlos, causán­ doles más de 300 muertos y apresando a un centenar. Entregó se­ guidamente Alburquerque al duque, y éste acudió presuroso a ha­ cerse cargo de dicha villa, celebrando el acontecimiento y la suerte de haber podido conocer personalmente a don Alonso de Monroy, cuyo valor y méritos superaban a su fama. Después de este episodio, decidió hacerse dueño primeramente del partido de la Serena, porque rentaba más que el de Alcántara; y resuelto a ello, marchó con su gente a Zalamea, cuya villa atacó, consiguiendo entrar en ella por fuerza de armas; sometió a estrecho cerco a la fortaleza, combatiéndola con tal decisión v brío durante diez días, que terminó rindiéndola a discrección. La dejó bien guar­ necida para que sirviera de base a futuras operaciones, y después con sus fieles y esforzados milites se encaminó hacia la plaza fuerte de Alcántara, dispuesto a reconquistar el castillo y el convento, y hacerse elegir allí maestre. Disponía don Alonso, y llevó a esta empresa, 300 hombres de a caballo y 500 peones, con los que se apoderó fácilmente de la villa alcantarina, por la parte del naciente, que ha sido siempre la más asequible; e inmediatamente, y con soldados de su confianza, bloqueó el famoso puente romano para evitar la entrada de bastimentos y pertrechos destinados al convento y castillo, refugio de sus defen­ sores. Enterado de cuanto sucedía, el maestre don Gómez, habiendo recuperado Zalamea, marchó a Coria para entrevistarse con su her­ mano el conde don Gutierre y pedirle refuerzos, que por cierto le fueron facilitados sin excusa, como asimismo los que solicitó del conde de Alba, don Fernando Alvarez de Toledo, y del arzobispo de Toledo, don Alonso de Carrillo; juntando con todos un ejér­ cito superior a los 4.000 hombres. También el clavero reforzó sus huestes con las milicias que ca­ pitaneaba personalmente su hermano Hernán de Monroy, el Gi­ gante, señor de Belvís, y su primo Hernando de Monroy, el Bezudo, señor de Monroy; y con los que le enviaron el duque de Arévalo y conde de Plasencia, y el gran trujillano Luis de Claves; figurando entre los caballeros placentinos que se le incorporaron, Luis de Car­

ectivos y referentes a la tos don Alonso, sabiendo ía perdido el castillo de o, juntó 600 hombres de fuella plaza, se apoderó ;ho lugar, y sólo con 200 rpetable contingente innas, comendador mayor 0 desbaratarlos, causánn centenar. Entregó seacudió presuroso a hamtecimiento y la suerte Ion Alonso de Monroy, e dueño primeramente is que el de Alcántara; amea, cuya villa atacó, aas; sometió a estrecho lecisión v brío durante ón. La dejó bien guarjperaciones, y después 1 hacia la plaza fuerte tillo y el convento, y *sa. 300 hombres de a fácilmente de la villa i sido siempre la más su confianza, bloqueó ida de bastimentos y refugio de sus defenon Gómez, habiendo revistarse con su heros, que por cierto le los que solicitó del edo, y del arzobispo con todos un ejérlas milicias que ca­ de Monroy, el GiMonroy, e l Bezudo, duque de Arévalo y le Claves; figurando jraron. Luis de Car­

vajal, Alonso de Trejo, Rodrigo de Yanguas, Francisco del Bote y otros varios de los más destacados por su linaje. El inspirado don Alonso, buen estratega, al conocer el elevado nú­ mero de combatientes que marchaban a su encuentro, discurrió un curioso y original ardid que hubo de facilitarle la victoria; y fue el caso que mandó abrir hoyos en el paso obligado que habían de seguir sus enemigos, cubriéndolos con ramas de árboles, disimuladas con hierbas; y apostó en lugar próximo, y a propósito, un grupo escogido de sus hombres, dispuestos a intervenir en el momento pre­ ciso. Los soldados del clavero conocían, en cambio, el sitio seguro y sin peligros por donde podían avanzar al encuentro de los contrarios, y por donde regresar, a su vez, a la villa, cuando el momento y re­ sultado de la batalla lo requirieran. Dispuesto y ordenado todo de la manera dicha, salieron al paso de sus enemigos, y con artimañas consiguieron atraerlos hacia el lugar donde habían hecho los socavones, consiguiendo de esta forma in­ fligirles duro quebranto, pues entre muertos y heridos quedaron sobre el terreno más de 600 hombres. En dicha batalla todos pelearon bien, pero el campo quedó por el clavero al ser vencido el maestre y herido de alguna consideración en el rostro, viéndose precisado a huir a uña de caballo para evitar que lo cogieran prisionero. Tuvo lugar aquel encuentro un sábado por la mañana, correspon­ diente al día 6 de febrero de 1470; y el resonante triunfo, conseguido con sólo 900 hombres fue celebrado públicamente con coplas y ro­ mances alusivos al ingenio y valor personal del invencible clavero. Después, el aguerrido Monroy apretó cuanto pudo el cerco del castillo y convento, que duró tres meses, defendido por partidarios de don Gómez, quienes resistieron tenaces y confiados, porque se hallaban muy bien abastecidos. Volvieron nuevamente el maestre y su hermano, el conde de Coria, con sus milicias y las que les facilitó don Fernando Alvarez de Toledo, sobre Alcántara; y viendo el clavero y los comendadores de su parcialidad —quienes tenían cercada la puente, el convento y la fortaleza—, que venía mucha gente para obligarles a levantar el asedio, ordenó cortar los puentes existentes sobre los ríos Alagón y Tajo por donde se suponía que los enemigos podrían pasar; quemar, asimismo, todas las barcas y colocar guardas en los vados y otros sitios que pudieran facilitar el paso. Como consecuencia de estas medidas, la gente del maestre y los que pretendían auxiliarle, al no poder acercarse a Alcántara, se vieron obligados a regresar a Coria. Al poco tiempo, doña Leonor de Pimentel, que pretendía el Maes­ trazgo de Alcántara para su hijo, niño aún, Juan de Zúñiga, envió 1.600 hombres contra el clavero, el cual, por tener bastante mer­

madas sus tropas como consecuencia de los recientes encuentros, se concertó con la duquesa y acordaron que el castillo de Alcántara quedara en depósito; y como aquella dama, decidida y varonil en extremo, se acercara a dicha villa para entrevistarse con don Alonso, se suspendieron las guerras y se inició un período de paz aparente; y nada más aparente, pues a los pocos días el clavero, con cuatro criados suyos, muy curtidos y voluntariosos, entró en el castillo, se apoderó de él y expulsó del recinto a los que tenían en depósito. Inmediatamente reunió en el convento, que en realidad radicaba en la misma fortaleza, a los religiosos y caballeros cruzados de su parcialidad, y allí, con pocas palabras y ninguna ceremonia, dictaron sentencia declarando privado del Maestrazgo a don Gómez de Cá­ ceres y Solís, y eligiendo para sustituirlo al ínclito clavero don Alonso de Monroy. Y el nuevo y flamante maestre, codicioso y anhelante, se apoderó en breve tiempo de todas las fortalezas de la Orden, excep­ to Magacela, que tenía Francisco de Solís, sobrino del desposeído don Gómez, y de Benquerencia, cuya tenencia ostentaba Diego de Cáceres. En aquel tiempo fue invitado a ir a Sevilla con su hermano el señor de Belvís y su primo el señor de Monroy, en ayuda del duque de Medinasidonia, de cuyo viaje nos ocupamos con detenimiento al tratar del castillo de Monroy y de la biografía de su señor, el gran don Hernando, el Bezudo. Desposeído de su cargo, y estando en Magacela, murió el maestre don Gómez en 1473; y al tener noticia de ello don Alonso, quiso que lo ratificaran en el cargo con nueva elección; y, en efecto, fue nuevamente elegido por gran parte de los caballeros y clérigos de la Orden en la iglesia mayor de Alcántara, siendo aprobado el acuerdo por el rey don Enrique y confirmado por el pontífice Sixto IV. Hallándose el ambiente enrarecido por las continuas guerras, y muy en auge la personalidad del nuevo maestre alcantarino, Fran­ cisco de Solís, hermano de Pedro de Pantoja y sobrino del fallecido don Gómez, quien, según se ha dicho, tenía por atención de su tío la fortaleza de Magacela, la ofreció a don Alonso, a condición de que le diera por esposa a su hija bastarda y 300.000 maravedíes de juro; y que, asimismo, hiciera donación de la encom ienda y casti­ llo de Piedrabuena a su hermano Pedro de Pantoja. El maestre aceptó la propuesta y acudió confiado a la cita de su futuro yerno, el falso e intrigante Francisco de Solís, a pesar de las advertencias y reparos de sus amigos, que se resistían y se esforza­ ban por hacer ver a don Alonso que todo era una estratagema para apoderarse de su persona. El que con más energía se opuso a la entrevista fue el célebre Bezudo; y más al saber que sólo podían acompañarle tres de sus hombres. Pero firme en su empeño, el Maes­ tre fue a Magacela y penetró en el castillo, donde lo recibieron Solís 110

es encuentros, se lio de Alcántara ida y varonil en con don Alonso, de paz aparente; vero, con cuatro en el castillo, se dan en depósito, calidad radicaba cruzados de su •emonia, dictaron i Gómez de Cáivero don Alonso o y anhelante, se la Orden, excep> del desposeído retaba Diego de □ su hermano el ¿vuda del duque detenimiento al su señor, el gran murió el maestre xi Alonso, quiso v. en efecto, fue ; v clérigos de la >bado el acuerdo e Sixto IV. ínuas guerras, y kantarino, Franino del fallecido atención de su eso. a condición 3.000 maravedíes ■om ienda y castio a la cita de su s. a pesar de las ian v se esforzauna estratagema mergía se opuso que sólo podían ■mpeño, el Maes:>recibieron Solís

y sus amigos con el mayor agrado y entusiasmo, esforzándose en disimular sus intenciones. Llegada la hora de la cena, al sentarse a la mesa don Alonso, el primer plato que le sirvieron fue «unos muy fuertes grillos de hierro», entre hermosa vajilla de plata. Seguidamente, cayó sobre él el am­ bicioso Solís seguido de fuerte escolta y lo prendieron y amarraron. Y al verse traicionado el maestre, le dijo: —¿Qué es esto, hijo mío? ¿Es este hecho de hijodalgo, como vos sois? Y respondióle: —Podréis ser vos padre del diablo, que mío no lo seréis. Rápidamente lo arrojaron a un oscuro calabozo y lo cargaron de grillos y cadenas; y sin perder un instante, reunió a algunos comen­ dadores y freires, sus parientes y amigos, y se hizo elegir maestre en la misma fortaleza de Magacela, a pesar de hallarse desposado. Desde aquel momento quiso ser reconocido con el sobrenombre de el Electo. Durante la prisión del bravo Monroy, consiguió la intrigante y resuelta duquesa de Arévalo, con favor del rey Enrique, las opor­ tunas bulas del papa reinante para que su hijo don Juan de Zúñiga fuese elegido maestre. Cuando ya habían transcurrido siete meses de su encierro en Magacela, el animoso don Alonso, que continuaba bien dispuesto y no se arredraba por las adversidades, consiguió en su prisión, cierto día, «una cuerda de ballesta fuerte en las manos y deshízola y tomó todas las cadenas que tenía a cuestas, que seis hombres no las al­ zaran, y se subió a la torre de Magacela, y dando a la cuerda las dobleces que le pareció bastar, la envió la torre abajo, quedándola arriba muy bien atada, y calzóse en las manos los zapatos y atóse dos ladrillos a los pies para dar con ellos junto. Hecho esto, echó las cadenas de la torre, y él asióse fuertemente a la cuerda con los zapatos que llevaba en sus manos; pero todo no valió nada, porque con el peso que llevaba delante, dio muy gran caída con el peso de su cuerpo, que hubiera pocos hombres que no desmayaran viéndose tan mal parados, porque a él le pareció haberse quebrado todos los huesos; y así fue que las piernas ambas se le desconcertaron de ma­ nera que no se pudo levantar y las manos tenía todas cortadas hasta el hueso, de la cuerda, que le pasó los zapatos; la altura era mucha. »Pues viéndose el Maestre en tan mala fortuna, fuese a gatas llevando arrastrando las cadenas hasta un adarve por donde se había de volver a echar. El, con su gran corazón y con el agonía de verse libre de su enemigo, echóse del adarve abajo, que aunque no fue tan gran caída —pero por ser tan fresca la otra grande—, en gran manera fue quebrantado. »Pues salido al campo, las cadenas eran imposibles poderse que­ brar. Vio mucho llano a un cabo y al otro monte, y pensó en sí

que si se iba al monte, que allí le habían de buscar, y no quiso; mas fuese poco a poco (porque amanecía ya) por lo llano y metióse en una mata en mitad del llano, porque no podía andar paso ninguno, por el peso de las cadenas y por el quebrantamiento de sus piernas y cuerpo, si no iba a gatas y como podía». Al tener conocimiento el E lecto de la fuga de don Alonso y ver la cuerda colgando y manchada de sangre, reunió a 150 jinetes y cabalgaron todos hacia la espesura de los montes cercanos, buscan­ do por todas partes sin lograr localizar al herido. Cansados y de mal humor, estuvieron todo el día escudriñando entre la maleza sin dejar de registrar un solo recoveco, una hondonada, la margen de un arroyuelo o cualquiera otro accidente del terreno; y cuando desconfia­ ban de hallar al evadido y empezaba a anochecer, quiso la mala fortuna que un caballero llamado Mosén de Soto localizara al mal­ trecho fugitivo cuando intentaba esconderse entre unas matas del llano. Ebrio de gozo, el E lecto mandó traer una carreta para trans­ portar al herido, y entre tanto, poniendo la lanza sobre el pecho del indefenso Monroy, le afeó su conducta por la traición que suponía haber intentado escapar. A lo que respondió el maestre con ente­ reza: —Yo no hice mal en quererme ir, pues soy preso con la mayor traición que nunca hombre lo fue, y esto vos lo sabéis mejor que yo. Tal contestación predispuso al de Solís a quitarle la vida sin más miramientos; pero Mosén de Soto procuró impedirlo, diciendo que lo dejara confesarse, porque al fin era cristiano; agregando el Electo que quería matarle como a un perro, «pues había de ir con el diablo». Echaron después al maestre en el carro, e iba tan mal parado por los fuertes golpes de las caídas y la mucha sangre que había perdido por las cortaduras de sus manos, que daba compasión verlo; pero el soberbio y déspota Solís, sin que le afectara lo más mínimo el lamentable estado del más valiente, temerario y arrojado caballero de aquel tiempo, lo mandó encerrar en la mazmorra más oscura de la fortaleza, sin permitirle disponer siquiera de una vela de sebo para alumbrarse. Diez meses más tarde, el E lecto se dispuso a recorrer el Maes­ trazgo, que estaba ya en poder de la duquesa de Arévalo; y aunque suponía que no podría recuperarlo todo, confiaba que la Pimentel le concedería «algún buen partido», a cambio de las fortalezas que él hubiera ocupado; y más aún si le ofrecía la vida de don Alonso de Monroy, de quien estaba dispuesto a deshacerse ya definitiva­ mente. Pero, aunque parezca un contrasentido, el E lecto sacó de la prisión a don Alonso y le pidió parecer sobre lo que pensaba hacer, 112

ir, y no quiso; mas llano y metióse en adar paso ninguno, >nto de sus piernas * don Alonso y ver dó a 150 jinetes y 5 cercanos, buscanCansados y de mal la maleza sin dejar nargen de un arrocuando desconfiacer, quiso la mala > localizara al malre unas matas del carreta para trans­ sobre el pecho del aición que suponía maestre con entejreso con la mayor ibéis mejor que yo. irle la vida sin más dirlo, diciendo que igregando el Electo labia de ir con el ba tan mal parado i sangre que había »a compasión verlo; ara lo más mínimo arrojado caballero orra más oscura de una vela de sebo i recorrer el MaesArévalo; y aunque ja que la Pimentel ? las fortalezas que ida de don Alonso ;erse ya definitivaE lecto sacó de la que pensaba hacer,

porque sabía que dicho caballero era el mejor y el más entendido de los capitanes de entonces. Sonriente y complacido en parte el tantas veces vejado prisionero, le indicó la parte más vulnerable de todas y cada una de las fortale­ zas del Maestrazgo, precisándole el lugar por donde debían ser escaladas de noche, asegurándole que así las ganaría; y le animó luego a que partiese cuanto antes, porque las cosas de la guerra exigen presteza si el momento es oportuno. Así lo hizo el de Solís; salió sin perder tiempo con su gente y dejó confiada la guarda de Magacela y del preso a Mosén de Soto, quien por cierto se hacía llamar clavero de la Orden. Poco después, estando Francisco de Solís peleando en Portugal por la parcialidad de los Reyes Católicos, aunque la fortuna se le mostró propicia en un principio, se tornó adversa al fin, y en uno de los encuentros los portugueses desbarataron su ejército; y al ano­ checer le dieron un escopetazo en un muslo, con tan mala suerte que cayó con su cabalgadura junto a un barranco, quedando aprisio­ nada una de sus piernas por el cuerpo del cuadrúpedo. Acertó a pasar por allí uno de sus peones, a quien demandó ayu­ da para salir de aquel atolladero; y al reconocerlo Golondro —que así se llamaba el soldado, y era natural de Descargamaría, lugar per­ teneciente a un señorío de los Monroyes—, recordando agradecido que había sido criado por don Alonso de Monroy, a quien todo lo debía, se acercó al E lecto y, viéndolo tan apurado, desenvainó la espada y de un solo tajo «en el pescuezo le echó la cabeza fuera del cuerpo, diciéndole: — ¡Así pagarás la traición que hiciste a mi amo!». Cuando se enteró el prisionero de Magacela, que llevaba ya dos años en tal estado y había casi perdido la noción del tiempo, del desastre final de su mortal enemigo, se alegró sobremanera y se puso en relación con su guardián, Mosén de Soto, para obtener la liber­ tad. Y como era muy poco o nada lo que a Soto podía ofrecer, porque todo lo había perdido durante su encierro, convinieron al fin en que sería libre si ae antemano le entregaban la fortaleza de Mayorga, que tenía su primo el Bezudo, porque la duquesa no había conse­ guido arrebatársela. Puesto en relación el maestre con su pariente Hernando de Mon­ roy, rogó a éste le cediera Mayorga para poder conseguir su rescate, ofreciéndole, en cambio, doble de cuanto le pedía, si al obtener la libertad podía recuperar su patrimonio y las pertenencias del Maes­ trazgo. Accedió complacido el Bezudo y fue entregada la dicha for­ taleza a Mosén de Soto, que era alcaide de Magacela, y a su hijo. Conseguida al fin la libertad por el maestre en 1476, se encaminó a Montánchez, donde acudieron a verle sus deudos, amigos y otra gente mercenaria, la mayoría de vida dudosa, con quienes juntó un cuerpo de ejército de 200 lanzas y 400 peones; y deseando reeupe113

rar cuanto antes algunas de las muchas fortalezas de que se había apoderado la Pimentel con ayuda de su hermano Hernán, señor de Belvís, Almara y Deleitosa, fue contra ellos, ansiando vengarse de tantas calamidades y vejaciones sufridas, y dispuesto a resarcirse de cuanto le habían arrebatado durante su encierro. Preocupó seriamente a la duquesa la firme decisión de don Alon­ so, que no descansaba un instante, y recorría incesantemente las tie­ rras de su señorío y las del Maestrazgo, robando y arrasándolo todo, sin dar cuartel a los enemigos. Y después de haber causado a los capitanes de dicha señora y a sus intereses toda clase de males, se dirigió cierta noche a Deleitosa, villa importante del mayorazgo de su hermano Hernán, y apenas llegó a los arrabales comenzó a com­ batir la fortaleza. El señor de Belvís, presintiendo que tendría que habérselas con don Alonso, había guarnecido de antemano sus plazas fuertes con los mejores de sus escuderos, permitiendo este hecho que las fuerzas atacantes sufrieran serios quebrantos al dar comienzo las hostilidades. En aquel primer encuentro resultó gravemente herido el alférez más valiente y estimado por el maestre, a quien dieron tan fuerte golpe en la cabeza con un trozo de viga que cayó rodando desde la escala a bajo; y el estandarte que enarbolada fue también al suelo al perder el sentido el bravo soldado. «Visto esto por el maestre, y que le habían muerto y herido mu­ chos de los suyos, paróse como un león bravo y apeóse de su caballo, jurando de jamás se ir de allí hasta haber rendido a aquéllos y tomar la fortaleza. Y luego se apearon con el maestre los más princi­ pales guerreros y esforzados de su gente, y arrimaron muchas escalas, y comenzaron a subir por ellas duramente.» Fue rabiosa, sorprendente, la reacción del maestre al ver su en­ seña por tierra y malherido el mejor de sus capitanes; y si bien los soldados de su hermano eran expertos y valientes, porque habién­ dosele agotado las saetas y pólvora que tenían, peleaban en lo alto de los muros haciendo un supremo esfuerzo, ello no obstante, don Alonso, animando a los suyos y tras vencer serias dificultades, con­ siguió alcanzar la cima de la muralla, seguido de sus más fieles y fanáticos guerrilleros; y arremetiendo a diestro y siniestro, exhor­ taba a grandes voces a su gente para que no dejaran con vida a ninguno de los contrarios. Pero aquel excelso caudillo, cuando se batía con el mayor entu­ siasmo, cuando se sentía embriagdo por el humo de la pólvora y gri­ terío de los contendientes, y se erguía incansable y retador ante sus valientes como un ángel exterminador, auténtico héroe de aquella histórica jornada, depuso su gallarda actitud de manera radical y ter­ minante; y fue la causa darse de cara, cuando saltaba sobre el para­ peto con su espada desenvainada, con un viejo soldado a quien hu­ biera despachado de un solo golpe tajante de no haber tenido tiem­

ts de que se había > Hernán, señor de riando vengarse de puesto a resarcirse >. cisión de don Alon"santemente las tiev arrasándolo todo, iber causado a los clase de males, se del mayorazgo de es comenzó a comque habérselas con azas fuertes con los t»o que las fuerzas izo las hostilidades. :e herido el alférez i dieron tan fuerte ó rodando desde la también al suelo al uerto y herido mu>eóse ae su caballo, idido a aquéllos y stre los más princiarrimaron muchas te.» lestre al ver su entanes; y si bien los es, porque habiénleleaban en lo alto y no obstante, don s dificultades, conle sus más fieles y v siniestro, exhorlejaran con vida a con el mayor entuie la pólvora y griy retador ante sus ►héroe de aquella añera radical y tertaba sobre el parai>ldado a quien huhaber tenido tiem­

po para reconocerlo: se trataba de un ayo suyo, que lo había criado en Belvís cuando era niño, y por el cual sentía singular afecto. El viejo criado, cuando iba a herirle su señor, se postró de rodillas y de­ mandó misericordia, con lágrimas en los ojos, para él y demás de­ fensores de la fortaleza. Fuertemente impresionado por lo patético de la escena y por los gratos recuerdos de su infancia y juventud, ordenó que fueran presos todos los defensores del fuerte y puestos en libertad pocas horas después. Tomó en seguida posesión de Deleitosa y nombró alcaide de la fortaleza a un caballero llamado Arias de Balboa, con la suficiente gente para guarnecerla. A partir del año 1476, y hasta su muerte, acaecida en 1511, don Alonso de Monroy peleó en Portugal en favor de la causa de los Reyes Católicos, y derrotó en Trujilío a los partidarios de la duque­ sa de Plasencia, que se había apoderado de dicha ciudad. Y fueron tantas y tan sobresalientes sus proezas, que lamentamos no poder re­ señar sus hazañas con detenimiento en trabajo de tan limitado espa­ cio como es el presente. Diremos, finalmente, que este personaje, el más vivo y auténtico ejemplar del ambiente de su época, contribuyó con su esfuerzo per­ sonal muy eficazmente a la unidad hispana conseguida en nuestra patria por los Reyes Católicos (9).

(9) Los datos relativos a la egregia figura de don Alonso de Monroy han sido tomados de la ya citada obra de A. Maldonado, y del t. II, de la Crónica d e Alcántara, de T o r r e s y T ap ia, que abundan en pormenores sobre el más coloso extremeño de los del siglo xv.

115

Mayo ra l^ o

E L CASTILLO DE BLASCO MUÑOZ O TORRE D E MAYORALGO I N o t ic ia s

p r e v ia s .

La fábrica de este castillo responde exactamente a la traza predo­ minante en la mayoría de los que construyó la nobleza durante los siglos xii y xm, ya que eran elementos constitutivos de las primeras fortalezas alzadas al iniciarse la reconquista de la Transierra caste­ llano-leonesa; un primer recinto amurallado, siguiendo los contornos del terreno, que cercaba un espacio de mayor o menor amplitud des­ tinado a esparcimiento de la tropa, o de las huestes del Señor en su caso; dentro, el verdadero castillo, compuesto de otro recinto de lienzos murales (cortinas) de unos 10 metros, aproximadamente, de altos, y sus correspondientes torres flanqueantes; un acceso, siem­ pre tortuoso, entre los muros que lo defendían, y una torre principal debidamente acondicionada para vivienda del jefe. En el espacio protegido por el segundo recinto mencionado, que forma la consabida plaza de armas o del ejercicio, en uno de sus lados se levantaban departamentos auxiliares para alojamiento de la 117

guarnición y de la servidumbre, o bien se destinaban estas habita­ ciones a hornos, fraguas, graneros, almacenes, etc.; existiendo también casi siempre un reducido hueco para oratorio o capilla, la que, en opinión de Lampérez, era indispensable —por lo menos a partir del siglo x la tenían todos—, alcanzando en algunos casos categoría de iglesia y edificio espléndido, como en Turégano (1), Cardona y otros reductos. Pero este tipo de castillo que, como decimos, correspondía a los ¡rimeros tiempos de la liberación de las tierras hispanas ocupadas por a morisma, se transforma y completa a partir de los siglos xn y xm, época de la erección del de Mayoralgo; y entonces la modesta y redu­ cida capacidad de la torre principal se ve aumentada con el trazado y acondicionamiento en su interior de varios pisos; una cámara en la parte central y más noble del edificio para vivienda de los señores, otros aposentos auxiliares, entre ellos la capilla, y una sala baja para los servidores. La cámara alta destinada al jefe o señor de la fortaleza solía ocupar toda la anchura de la torre y servía indistintamente de estan­ cia, comedor y hasta de tribunal, si era preciso; y se transformaba en diversos aposentos, con grandes telas o cortinas colgadas. Los indispensables servicios eran simplicísimos; las cocinas esca­ seaban y, si existían, carecían de chimeneas y, por consiguiente, de salida de humos; y en cuanto al retrete, hemos observado que se resolvía el problema haciendo un hueco en uno de los muros conti­ guo a la sala o dependencia principal, con su correspondiente desa­ güe, que solía ser casi siempre un tubo cerámico. Aún se aprecia la existencia de esta clase de letrinas en algún viejo y derruido cas­ tillo, como el de Trevejo, y también en otros más modernos, como el de Villaviciosa de Odón. Resultaba indispensable, asimismo, la adaptación de una sala para habitación de los servidores, y la consabida y útil cisterna. Al llegar el siglo xiv, evoluciona notablemente la torre y castillo, que, según hemos visto, era casi exclusivamente elemento defensivo hasta aquella fecha. La parte destinada a residencia señorial adquie­ re enorme importancia, sin detrimento de cuanto concernía a las de­ fensas y seguridad de la fortaleza, y surge el castillo-palacio, que alcanza en seguida gran auge y apogeo. La razón de este cambio se debió principalmente a que, por haber quedado ya la mayoría de las tierras de España libres del peligro musulmán, estimaron que, en lo sucesivo, sería de menor provecho y utilidad la conservación de los castillos de los primeros tiempos; pero lamentable equivocación, por­ que precisamente aquella centuria y la siguiente fueron pródigas en

f

(1) Véase Turégano y su castillo en la iglesia d e San Miguel, por P lá c id o C e n te n o R o ld á n (Segovia, 1957). Publicaciones históricas de la Excma. Dipu­ tación Provincial.

118

ban estas habitaxistiendo también apilla. la que, en jenos a partir del asos categoría de . Cardona y otros

Blasco M uñoz.— Lado oriental del castillo de Blasco Muñoz

orrespondía a los mas ocupadas por s siglos x i i y x i i i , i modesta y redu­ da con el trazado una cámara en la la de los señores, na sala baja para la fortaleza solía ámente de estanse transformaba 5 colgadas, las cocinas escaconsiguiente, de >bservado que se los muros contifspondiente desaAún se aprecia o y derruido casjodemos, como el :ión de una sala «■ útil cisterna, la torre y castillo, emento defensivo a señorial adquieoncemía a las destillo-palacio, que de este cambio se la mayoría de las imaron que, en lo ínservación de los equivocación, porueron pródigas en M iguel, por P lá c id o de la E xcm a. D ipu-

.m n

*

luchas por el predominio de la nobleza, engrandecida por las mer­ cedes enriqueñas; y como se sucedían rivalidades y revueltas cons­ tantes y enconadas entre los representantes de las distintas casas se­ ñoriales, de apellido Mendoza, Pacheco, Ayala, Alburquerque, Cardo­ na y tantos otros, los poseedores de estos linajes, temiendo por su se­ guridad personal y la de sus intereses, se dieron cuenta de la indis­ pensable necesidad de reformar, cuidar y conservar sus torres fuertes y castillos y los restauraron y acomodaron con todo interés y cuidado para poder competir con las suntuosas residencias de los monarcas de Castilla y Aragón, especialmente, cuyas cortes brillaban ya en aquel tiempo con gran lujo y esplendor.

El monarca leonés que más escaramuceó por la Transierra leo­ nesa fue Fernando II, hijo de Alfonso VII, llamado el Em perador, que se cubrió de laureles en la reconquista de Coria. El rey Fernando vivaqueó y dio jaque en varias ocasiones a los moros que ocupaban los reductos, castillos y plazas fortificadas de la comarca indicada; aunque todo el fruto de sus campañas volvió a poder de los muslines al no serle posible guarnecer y retener en sus manos las enormes extensiones de terreno que les arrebatara en sus frecuentes y triunfales correrías. Su hijo y sucesor Alfonso IX, rey de León, a comienzos del siglo xm examinó concienzuda y detenidamente la política guerrera de su padre y se dispuso a utilizar las mismas rutas seguidas por él en las expediciones que proyectaba, decidido a desalojar a los moros de sus fuertes recintos transerranos y a arrojarles hasta más allá de las márgenes del Guadiana. Firme en su propósito, recabó el auxilio de sus mejores y diestros capitanes, quienes se concentraron en tierras de Salamanca; y con la importantísima ayuda también de los caballeros pertenecientes a las familias más representativas de la nobleza de sus estados de Galicia, Asturias y León, que acudieron presurosos al frente de sus milicias y vasallos de sus respectivas casas, completó numeroso ejército, y, cruzando la Sierra de Gata, irrumpió en la parte septentrional de ía actual provincia cacereña, consiguiendo someter a su obediencia —previos los oportunos tanteos, saqueos y golpes de mano, más o menos afortunados—, toda la amplia y estratégica zona que venía siendo tierra de nadie, y estaba limitada por la cordillera Carpetovetónica, la calzada de la Vía de la Plata (que recibió entonces el nombre de la Dalmacia), la margen derecha del Tajo y la actual frontera portuguesa. Pero era otro y más principal el objetivo que se proponía alcanzar el batallador y voluntarioso rey de León: someter a estrecho cerco las villas de Alcántara y Cáceres, y apoderarse definitivamente de 120

da por las mer• revueltas consistintas casas sequerque, Cardoiendo por su se?nta de la indisrus torres fuertes □terés y cuidado de los monarcas brillaban ya en

Transierra leo> e l Em perador, ocasiones a los ortificadas de la npañas volvió a y retener en sus rrebatara en sus i comienzos del política guerrera seguidas por él lojar a los moros ista más allá de iejores y diestros manca; y con la tenecientes a las ados de Galicia, ie sus milicias y roso ejercito, y, )tentrional de la i su obediencia le mano, más o zona que venía dillera Carpetoibió entonces el 'ajo y la actual roponía alcanzar i estrecho cerco initivamente de

estas importantes y bien situadas plazas, que eran las mejor fortifica­ das de todas las de la región, y cuyo dominio suponía tanto como poder tener a raya, en lo sucesivo, a las avanzadillas de los reye­ zuelos de Badajoz, quienes vieron en peligro su bienestar y segu­ ridad desde que don Alfonso consiguió con éxito rotundo el final de sus campañas. Liberar la antigua Norba Caesariana, la Alcazires sarracena sem­ brada de bellas torres y suntuoso y espléndido alcázar que asentaba sobre la cúspide de un altozano, era la meta que se proponía con­ seguir el insigne don Alfonso; y por cierto que realizó felizmente su propósito después de varias y tenaces tentativas que hubo de reali­ zar echando mano de todos los recursos disponibles, porque la casi inexpugnabilidad de la plaza y el valor y coraje de sus defensores dificultaron extraordinariamente la empresa. Cayó al fin la histórica villa de Cáceres en poder de don Alfonso, y este valiente cruzado entró victorioso en el viejo recinto amuralla­ do con escogida corte de prelados, capitanes, freires de las distintas Ordenes militares y caballeros de la mejor nobleza de sus reinos. Recorrió triunfante las calles de la codiciada urbe, fijó su resi­ dencia en el regio alcázar que con tanta ilusión erigiera el legendario Abu-Al-Mumin, y procedió seguidamente a dictar normas proceden­ tes e indispensables para el buen gobierno y administración de sus nuevos súbditos e intereses. Habían acompañado al rey de León en aquella provechosa jor­ nada, según ya se ha hecho constar, buen número de paladines, ca­ balleros de pro pertenecientes a las más linajudas familias asturgalaico-lonesas; e impulsados éstos por su espíritu patriótico, afán de revancha y gran fe arraigada en sus corazones, cooperaron muy efi­ cazmente al magnífico resultado de la campaña. A ellos, a los varios prelados y a los valientes y casi fanáticos milites de las Ordenes, que tanto habían contribuido a la contunden­ te victoria con el apoyo de su brazo y la directa intervención de sus mesnadas, premió el rey espléndidamente, según costumbre de la época. Además de títulos, cargos, honores y otras mercedes de di­ versa índole, les hizo donación de extensas y pingües propiedades, procediendo al repartimiento entre ellos de buena parte de las enor­ mes parcelas de terreno que habían arrebatado a los moros. Uno de los doce caballeros nobles que más se distinguieron en el cerco y reconquista de Cáceres fue Juan Bázquez (2), y se le asignó, en el reparto de tierras que hiciera el rey leonés, un amplio y productivo lote, un magnífico conjunto de dehesas situadas en (2) P. H u r ta d o en su obra intitulada Ayuntamiento y fam ilias cacereñas, ed. en Cáceres en el año 1915, se ocupa con bastante detenimiento, en las pá­ ginas 71 y siguientes, de la esclarecida familia de los Blázquez y de los des­ cendientes de Juan Blázquez, uno de los más valientes capitanes que contribuye­ ron a la definitiva liberación de la capital de la hoy Alta Extremadura.

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Blasco Muñoz.— Angulo de la muralla donde se abre la puerta principal del castillo, y que aparece cubierta por un arbusto

torno al actual pueblo de Aldea del Cano, conocidas a partir de entonces con el nombre de fincas de Maijoralgo, de más de 10.000 fa­ negas de cabida. A este bloque hay que agregar otras tierras sitas en Santiago de Bencaliz, las del Heredamiento de Seguras y Mogollo­ nes, y las del lugar de Malpartida, además de otros pequeños predios, viñas, huertas y molinos, pudiendo calcularse el total de estas pose­ siones rústicas en una cabida superior a las 15.000 fanegas de marco provincial, porque a las enumeradas hay que sumar el Dehesijo y las varias fincas que integran el Mayoralguillo. Por la calidad y abundancia de la hacienda enumerada podemos deducir cuán importante y decisiva debió ser la cooperación del ca­ pitán Blázquez en la liberación de la villa cacereña; aunque nos queda la duda de si la prodigalidad del monarca leonés en este caso fue debida a móviles de parentesco, a la índole del linaje del caba­ llero favorecido, o a la concurrencia de otros imponderables; porque... ¿quién era este personaje llamado Juan Blázquez?... s

e

9

El insigne Juan Blázquez, que se parangoneaba con los más es­ clarecidos de la villa de Cáceres por los merecimientos de sus pro­ genitores, como veremos a continuación, descendía de Blasco Ximeno, natural de Salas de Asturias, lugar de su residencia el año 1020. Era pariente del ilustre conde Ñuño Rasura, y por esta razón tuvo siempre buena acogida en la corte del monarca don Fernando I, que sentía manifiesta predilección por el referido don Ñuño. El rey Alfonso VI, al recuperar las tierras situadas al norte de la Sirera de Gredos, dio la encomienda de repoblar la ciudad de Avila a un hijo del referido don Blasco, llamado Ximeno Blázquez, que contrajo matrimonio con Menga Muñoz. Era Ximeno Blázquez muy esforzado paladín y dedicó buena parte de su vida a guerrear contra la morisma, laborando insistente­ mente por su total expulsión de la Península, ayudado por sus her­ manos Fernán y Fortún, quienes pasaron años más tarde a la refe­ rida capital; como, asimismo, su única hermana, llamada Ximena Blázquez. El más célebre de los hijos de Ximeno y Menga fue el gran Nalvillos Blázquez, que casó con la mora Axa Galiana, sobrina de Almamún, rey de Toledo, y sucedió a su padre en el gobierno de Avila y jefatura militar, sembrando el camino de su vida de provechosas hazañas llevadas a cabo contra los infieles. De tan linajuda estirpe descienden algunas de las casas aristocrá­ ticas de España y el esforzado y rico infanzón Juan Blázquez, que, siguiendo las huellas de sus mayores, tomó parte en la conquista de Cáceres en 1227, incorporado a las huestes que envió el rey Fernan­ do III de Castilla en auxilio de su padre Alfonso IX de León. 123

Por su brillante y decidida participación en la jornada cacereña añadió a su apellido el de dicha capital, y se llamó Juan Blázquez de Cáceres, como igualmente y en lo sucesivo, todos sus descen­ dientes. Se unió en matrimonio con Teresa Alfón, biznieta del mencionado Alfonso IX y de su manceba Teresa Gil de Soverosa; y esta circuns­ tancia es la que nos obliga a suponer que, por razón de su enlace, sus preeminencias y prerrogativas en la musulmana Cazires (3), donde afincó, fueron grandes. Estando en Fuenteguinaldo su nieto Blasco Muñoz, en compañía de otros nobles cacereños, al servicio de la reina doña María de Mo­ lina, tutora de su nieto Alfonso XI, le concedió el soberano autoriza­ ción para poder fundar mayorazgo; y como lo realizó con fecha 18 de junio de 1320, resulta indudable que fue este vínculo el primero de los de esta clase instituido en la capital de la Alta Extremadura (4). Entre los bienes del mismo figuraban la torre y casa-fuerte de su propiedad (que a partir de entonces se llamó Torre d e Blasco Muñoz, después Torre de M ayoralgo y, en la actualidad, Castillo d e Gara­ bato), estableciendo que el que la heredase «antes que le entreguen la dicha torre, faga omenaje, e juramento en santos avangelios, deje tal recabdo, ante que fine, que entreguen la torre con todo lo al que le perteneciere al mayoralgo, asi como la rescibiere, al que lo oviere de aver» (5). El fundador no dejó sucesión y sus sobrinos se disputaron judi­ cialmente la vinculación, resolviéndose la contienda en favor de Diego García Blázquez, a quien llamaron a partir de entonces Diego el del Mayoralgo; y quedó así y continuó utilizándose este apellido, como si fuera propio, por sus descendientes.

II D

e s c r ip c i ó n d e l c a s t i l l o .

Blasco Muñoz de Cáceres, el fundador del célebre mayorazgo de su nombre, y a quien llamaremos Blasco Muñoz II para distinguirlo de su padre, que llevó el mismo nombre y apellido, incluyó en el vínculo que fundara la fortaleza a que venimos refiriéndonos, y lo hizo con las siguientes palabras: «E otrossi, la torre que yo he que dizen de blasco muñoz, que es en el término de Casceres, cerca de Caffra deffesa del concejo de Casceres, e cerca del aldea del cano, (3) porque (4) (5)

Empleamos indistintamente las palabras Cazires, Alcazires o Cancies, así aparece en las crónicas y demás documentos de la época. H u rta d o , A yuntamiento..., pág. 175. «Fundación d el mayorazgo d e Blasco Muñoz», publicado por M. M uñoz de San P e d ro en la Rev. d e E. E., pág. 275 del t. IV, año 1948.

124

imada cacereña Juan Blázquez ios sus descen-

>z. en compañía i María de Mo?erano autoriza­ do con fecha 18 iculo el primero Extremadura (4). isa-fuerte de su Blasco Muñoz, 2-stillo d e Garaue le entreguen avangelios, deje i todo lo al que il que lo oviere lisputaron judifavor de Diego onces Diego el 3 este apellido,

; mayorazgo de ara distinguirlo !, incluyó en el riéndonos, y lo que yo he que ;eeres, cerca de aldea del cano, azires o Cancies, época. do por M . M uñoz

48.

Blasco Muñoz.— Plano del castillo roquero de su nombre

del mencionado ; y esta circunsn de su enlace, izires (3), donde

con todas las casas, corrales e heredamientos e pastos e viñas e huertas que yo he» (6). El contenido de este párrafo resuelve, a nuestro juicio, de manera terminante, dos extremos que hasta el momento presente no lo han sido satisfactoriamente. Uno de ellos, precisar la fecha aproximada de la fábrica de la torre y el artífice de la misma; y el otro, admitir, como hecho cierto, que el referido fuerte era una simple torre en un principio, y por esta razón se la llamaba así. En cuanto a lo primero, si observamos que Blasco Muñoz II, en una de las cláusulas del vínculo aludido, dice taxativamente que incluye entre las propiedades que lo integran «... la torre que yo he, que dizen de blasco muñoz...», sacamos inevitablemente la con­ secuencia de que, al crear el mayorazgo, existía ya la dicha torre, y que debió ser erigida por su padre Blasco Muñoz I, porque, de no ser así, hubiera hecho constar en el correspondiente documento ins­ titucional que incluía en la vinculación «la torre que yo fize, que lleva mi nombre», o cosa parecida. Deducimos, pues, que la referida fortaleza fue construida por y en tiempos de Blasco Muñoz I, hijo de Juan Blázquez de Cáceres, llamado el Conquistador por su inter­ vención directa en el apoderamiento de dicha ciudad; y como te­ nemos certeza que este personaje ayudó a Sancho IV en la rebelión contra su padre Alfonso X, el Sabio, quien se acercó a la capital extremeña para testimoniar a don Blasco su gratitud en 1287, resulta lógico admitir que la erección de la mencionada torre data de finales del siglo xm, o de primeros de la siguiente centuria. Y el segundo extremo que, repetimos, queda suficientemente acla­ rado, es el hecho indudable de que al principio, en la época indicada, el actual castillo de Garabato se reducía exclusivamente a un solo cuerpo, una airosa y gallarda torre, mejor o peor acondicionada en su interior para ser utilizada como refugio o residencia provisional, toda vez que el documento de fundación y todos los de aquel tiempo aluden únicamente «a la torre que yo he», sin referirse, ni menos precisar, a la existencia de otras dependencias, baluartes o murallas anejos a la misma, que le dieran categoría de auténtica e importan­ te fortaleza. He aquí una breve referencia sobre dicho castillo y sus anexos: «Después de haber caminado algunos kilómetros por la carretera de Cáceres a Mérida, y muy cerca ya de Aldea del Cano, surge ante el viajero, en el lado izquierdo de la carretera y muy próxima a la misma, una vieja y desdentada, pero arrogante y empinada torre, bastante bien conservada, que luce su bella traza sobre un montícu­ lo peñascoso. Un amontonamiento de rocas redondeadas [11], a modo de tronco de una gran pirámide, sirve de asiento a la ingente torre aludida, cuyas defensas se vieron aumentadas por preciosos y (6)

126

Ibid., pág. 274.

stos e viñas e icio, de manera ente no lo han ha aproximada ■1 otro, admitir, pie torre en un seo Muñoz II, itivamente que i torre que yo emente la coni dicha torre, y porque, de no documento ins­ te yo fize, que que la referida [uñoz I, hijo de r por su infer­ id; y como teen la rebelión có a la capital ?n 1287, resulta data de finales íntemente aciaépoca indicada, ente a un solo ondicionada en cia provisional, le aquel tiempo rirse, ni menos rtes o murallas ica e importan►y sus anexos: x>r la carretera ano, surge ante y próxima a la mpinada torre, re un montículeadas [11], a ito a la ingente por preciosos y

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consistentes muros enclavados entre peñas, que circundan la plata­ forma cimera; especialmente por el lado del noroeste, como puede apreciarse en el plano. Integran la fortaleza de Blasco Muñoz dos pequeños recintos, que ocupan alturas diferentes. El principal [14] corona el altozano y se adapta a la topografía del terreno, mira hacia el naciente y en su parte central se eleva la llamada hoy torre del Homenaje [15], auténtica torre de Blasco Muñoz; pieza maltrecha ya e inservible, no nos ofrece otra nota de interés que curiosa y artística puerta de en­ trada a la planta baja [5], formada por tres piedras bien labradas, como puede apreciarse en el segundo de los planos que se pu­ blican. Tenía dicha torre un segundo piso, arruinado ya, sobre cuya te­ chumbre descansaba la terraza o andén, protegido con almenas cua­ dradas; y todavía conserva sus varias ventanas que facilitaban el paso de la luz a la cámara de la segunda planta. El acceso a este principal y alto recinto se efectuaba por una puerta situada al sureste [16], cuyo quebrado boquete ha sido tapia­ do en época reciente, para evitar el paso a los curiosos posiblemente cuando dejó de habitarse el castillo. No se aprecian ya en dicho primer recinto más detalles de interés en torno a la torre que la boca de un aljibe profundo y medio ce­ gado [8], un agujero hecho sobre su bóveda [9] y un segundo ori­ ficio [10], especie de tubo que desciende por el muro y sale al ex­ terior por la parte baja. El otro recinto [3], situado en plano muy inferior, debió ser agre­ gado en época posterior para reforzar las defensas y poder disponer de dependencias auxiliares [13], Lo más interesante de él es una angosta poterna [7] muy acer­ tada e intencionadamente situada, y la rampa de subida [1] a la es­ tratégica puerta principal [2], cubierta en la actualidad por un fron­ doso árbol, y abierta en lugar tan a propósito que resulta fácil su de­ fensa al ser batida desde el adarve de sus muros colaterales, impo­ sibilitando así grandemente las intenciones del enemigo que pre­ tendiera apoderarse del castillo. La parte señalada con el número 12 indica la existencia de muros bajos correspondientes a otra gran torre de traza irregular, ya des­ aparecida en gran parte, pues sólo restan de ella estrechos y altos trozos de sus lienzos, que presumen todavía con algunas de sus al­ menas. Dicho baluarte, cuyo contorno lo integran seis ángulos salien­ tes y uno entrante, debió ser un magnífico ejemplar; y desde su andén y ventanas se batía todo el recinto bajo y se defendía la po­ terna. La escalera [4] que facilita la ascensión desde el recinto bajo al alto está ya destrozada y sólo puede utilizarse con grave peligro de la integridad de quien se atreve a subir por ella. 128

apenas s r qwe evidem

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DE L » 1 X I E ST R O S DIAS

L— Fue I teñ ( L a tu vas ei Perez v muri tos al rev de tres hij llamado t. IL—El // ter dacfao. Blasco NI Fetvjoero de Ca ■arcas que rigiei Femando IV, et ■til a la reina di *e la menor edad siempre de los i Monrov. abad de III.—García el señorío por fal de edad. Este III seño d e T orre Y elasco

Vivió dicho c ron tres hijos: E quedando, por a rama, v hubo de que se hallaba c trimonio naciera YeLaseo. Y aunq mos como cu arte IV.—Diego ( ifc ralgo. consigui de injusto y niíd< Empezó a di dido el oportuno

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De todas formas, observada desde distancia la torre de Blasco Muñoz y sus aledaños constructivos, se nos presenta como un todo arquitectónico armónico y lleno de majestad y belleza. Desde la ca­ rretera apenas se aprecian sus muchas y graves heridas sin resta­ ñar, que evidencian su pronta y total ruina, si Dios y los hombres no lo remedian. III Señ ores de la

T o r r e d e M a y o r a l g o , d esd e su

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N UESTROS DÍAS.

» ya, sobre cuya te0 con almenas cua­ que facilitaban el a. efectuaba por una píete ha sido tapía­ nosos posiblemente ; detalles de interés •fundo y medio cey un segundo orimuro y sale al exior, debió ser agres y poder disponer ma [7] muy acersubida [1] a la esilidad por un fronresulta fácil su de­ colaterales, impoenemigo que prexistencia de muros irregular, ya dest estrechos y altos algunas de sus al­ iéis ángulos salienoplar; y desde su se defendía la poel recinto bajo al 1 grave peligro de

I.— Fue I señor d e la Torre d e M ayoralgo el preclaro Blasco Mu­ ñoz I, a cuyas expensas se edificó. Contrajo matrimonio con Pascua­ la Pérez y murió de edad avanzada, habiendo prestado excelentes servicios al rey Sancho IV y a su esposa doña María de Molina. Padre de tres hijos, Blasco, Ñuño y García, heredó su casa el primo­ génito, llamado también Blasco Muñoz. II.—El II señor d e la Torre d e Mayoralgo se llamó, como hemos dicho, Blasco Muñoz II, fundador del mayorazgo de su nombre. Personero de Cáceres y gran cortesano, sirvió lealmente a los mo­ narcas que rigieron los destinos de Castilla en su tiempo: Sancho IV, Fernando IV, el Em plazado, y Alfonso XI, el d el Salado. Fue muy útil a la reina doña María de Molina, gobernadora del reino duran­ te la menor edad de su hijo Fernando, aunque esta soberana se valió siempre de los consejos del ilustre placentino don Ñuño Pérez de Monroy, abad de Santander. III.-—García Blázquez, hermano segundo del anterior, consiguió el señorío por fallecimiento de su otro hermano, Ñuño, que era mayor de edad. Este III señor d e la Torre d e M ayoralgo titulóse realmente señor d e Torre Velasco. Vivió dicho caballero amancebado con Marina Pérez, y engendra­ ron tres hijos: Elvira, Pascuala y Juan. El varón murió siendo niño, quedando, por consiguiente, extinguida la sucesión masculina de esta rama, y hubo de heredar la primogenitura paterna Elvira Blázquez, que se hallaba casada con Fernán Martínez de Velasco, de cuyo ma­ trimonio nacieron Luis, Pascuala y Diego Blázquez y Martínez de Velasco. Y aunque la referida Elvira poseyó el señorío, considera­ mos como cuarto poseedor del mismo a su hijo Diego. IV.—Diego García de Mayoralgo, IV señor de la Torre d e Ma­ yoralgo, consiguió el vínculo que fundara Blasco Muñoz II después de injusto y ruidoso litigio. Empezó a disfrutar tan pingüe beneficio en 1304, habiendo ren­ dido el oportuno pleito-homenaje, según lo dispuesto por el fundador.

Unido en matrimonio con Juana Pérez de Ulloa, de las más ilus­ tres familias cacereñas, procrearon a Juana Diez, a Leonor y a Luis García de Mayoralgo, que heredó la casa. En su testamento se hace llamar Diego García de Mayoralgo, y al mencionar en el mismo la vieja torre de Blasco Muñoz, escribe (da torre que dicen de Mayoralgo». Fue uno de los prohombres de su tiempo entre la nobleza de Cáceres. V.— Su hijo, Luis García de Mayoralgo, fue V señor d e la torre d e Mai/oralgo. Disfrutó el señorío en unión de su esposa, Marta Mar­ tínez de Orellana, hija de uno de los más fieles servidores de don Pedro, el Cruel. Este matrimonio contribuyó con su peculio y desve­ los a las obras realizadas durante el siglo xv en la iglesia parroquial de Santa María, donde mandaron construir los enterramientos de la Casa de Mayoralgo. Fueron sus hijos: María, que murió sin descendencia, y Diego García, segundo de este nombre, que sigue. VI.—Diego García de Mayoralgo, VI señor d e la torre d e M ayo­ ralgo, contrajo matrimonio en 1443 con Ximena Gómez de Orellana, hija del señor de Orellana la Vieja, y fueron padres de Cristóbal de Mayoralgo —que sucedió en la casa— , de María Mayoralgo y de Juan de Orellana. El referido don Diego fue regidor de Cáceres y capitán de las huestes del Clavero don Alonso de Monroy en las luchas de éste contra su primo Hernando de Monroy, el Bezudo. VII.—Era Cristóbal de Mayoralgo, V II señor d e la torre d e Ma­ yoralgo, personaje de gran relieve y leal servidor de los Reyes Ca­ tólicos; entre otras cosas, recabó de los caballeros cacereños de su tiempo que alzasen pendones por la egregia doña Isabel. A su iniciativa y entusiasmo se debe que la villa se pronunciara en favor de la reina, poniendo en el asunto tanto fervor como el que había demostrado en el servicio de Enrique IV, quien lo autorizó, por privilegio especial, para poder enajenar bienes de su mayorazgo sustituyéndolos por otros. Su espléndida situación económica le permitió adquirir determi­ nadas casas, huertos y tierras que fueron agregadas al vínculo de Blasco Muñoz. Y por su actuación en el Concejo, reunido el Consis­ torio cacereño le hizo donación de un magnífico edificio junto a la torre de la Hierba, el 14 de enero de 1502. Este procer extremeño casó tres veces; pero fue de su tercer ma­ trimonio, con doña Catalina Enríquez, de la Casa condal de Alba de Liste, de quien tuvo, entre otros, un hijo llamado Pablo, heredero de su casa y mayorazgo. Y a partir de esta generación del último matrimonio de don Cristóbal, los descendientes alternaron el ape­ llido de la esposa con el del varón, llamándose en lo sucesivo unas veces Enríquez de Mayoralgo y otras Mayoralgo Enríquez, teniendo

Iloa, de las más ilus)iez, a Leonor y a cía de Mayoralgo, y isco Muñoz, escribe í los prohombres de V señor de la torre esposa, Marta Mar5 servidores de don su peculio y desve­ la iglesia parroquial nterramientos de la tendencia, y Diego ( la torre d e Mayoiómez de Orellana, res de Cristóbal de a Mayoralgo y de s y capitán de las las luchas de éste ie la torre d e Mu­ d e los Reyes Cas cacereños de su Isabel. Ha se pronunciara ervor como el que quien lo autorizó, de su mayorazgo adquirir determilas al vínculo de eunido el Consisdificio junto a la de su tercer maMidal de Alba de Pablo, heredero ación del último temaron el ape­ lo sucesivo unas iríquez, teniendo

en cuenta que doña Catalina pertenecía a la familia de doña Juana Enríquez, madre del rey católico don Fernando. Antes de morir dejó dispuesto lo enterraran en la iglesia de Santa María, en el poyo donde yacía su padre «Señor de Torre Velasco, que dicen torre de mayoralgo». V III.—Don Pablo Enríquez de Mayoralgo, V III señor d e la Torre d e Mayoralgo, casó con Francisca de Andrada y fueron padres de Cristóbal, primogénito, muerto en vida de su padre, de Francisco de Mayoralgo, que sigue, de Juan de Mayoralgo, de Gonzalo de Andra­ da, de Diego Enríquez y de Catalina, Isabel y Leonor. Don Pablo Enríquez fue excelente caballero, figuró entre lo más destacado de la sociedad cacereña e incrementó considerablemente su fortuna. Su devoción a la Corona lo llevó a ser leal y fiel servidor del rey; y cuando el corregidor de la villa tuvo un grave incidente con Francisco de Ulloa, en 1543, acudió a este ilustre procer y en­ contró en él debido apoyo, así como entre los criados de su Casa. IX.—Don Francisco de Mayoralgo y Andrada, IX señor de la Torre d e Mayoralgo, entró en posesión de la casa y heredamientos de su padre contando con la enemiga de doña Catalina, hija de su hermano primogénito don Cristóbal, y de toda la parentela de su esposo, entre los que se contaba la poderosa familia de los Chaves, de la ciudad de Trujillo, que le disputaban la posesión del mayo­ razgo y se disponían a defender sus derechos con las armas. A este respecto, escribe el autor (7) del artículo sobre El m ayo­ razgo de Blasco Muñoz que Gonzalo de Mendoza, Juan de Orellana, Alonso de Sotomayor y Juan de Chávez salieron de Trujillo al frente de una hueste de 120 hombres, entre ellos 60 jinetes, encaminándose en son de guerra hacia las fincas de Blasco Muñoz. En Casas de don Antonio, pueblo de la jurisdicción de Montánchez, próximo a las dichas propiedades, establecieron los belicosos trujillanos su cuartel general y «armados de muchas armas cercaron el castillo de Blas­ co Muñoz y corrieron los campos, robando y dando muerte a los ga­ nados de don Francisco de Mayoralgo». Ya antes de esta incursión de los trujillanos, doña Catalina de Mendoza, viuda de don Cristóbal, había destacado 20 hombres de su casa a las dehesas de Mayoralgo; pero el corregidor de Cáceres, haciéndose cargo de los graves daños que podrían seguir de esta lucha familiar, ordenó a don Francisco que se constituyera preso, y a su disposición, en su propio domicilio. No se resignó este caba­ llero ante el peligro que amenazaba a su hacienda y una noche (7) En el ref. trabajo de M uñoz de San P e d ro , que se publicó en dicho año 1 9 4 8 ; y en la ya cit. obr. de P. H u rta d o , Ayuntamiento y fam ilias cá ce­ tenos, hemos encontrado m aterial abundante para com pletar la lista de todos y cada uno de los caballeros cacereños que detentaron el señorío, que han sido propietarios hasta el momento actual de la m agnífica e interesantísima Torre de Blasco Muñoz.

se fugó y marchó sigiloso a Aldea del Cano, dispuesto a reclutar a sus hombres y emprender desde allí la ofensiva. Afortunadamente, la energía de las autoridades de Cáceres hicieron entrar en razón a los partidarios de uno y otro bando; y, finalmente, una Real Cédula del emperador Carlos, fechada en Aranda de Duero el 15 de diciem­ bre de 1546, dio el golpe de gracia al candente estado de cosas al ordenar a la Justicia de Cáceres que cortara de raíz aquellos des­ manes. A partir de entonces se inició el oportuno pleito por vía legal y fueron reintegradas sus posesiones a don Francisco de Mayoralgo. Casó este caballero con doña Ana de Montalvo y, además de dos hijas, nació un varón, llamado Pablo Antonio, niño aún al fa­ llecer su padre, que quedó bajo la tutela de su madre, y heredó la jefatura, bienes y preeminencias de la casa. X.— Don Pablo Antonio de Mayoralgo, X señor de la Torre de Mayoralgo, sucedió a su padre siendo aún menor de edad, según se ha dicho, y su madre hubo de luchar con algunos familiares de sú difunto esposo, que pretendían arrebatarle la hacienda y demás pertenencias. Fue el más molesto y ambicioso litigante un hermano de don Francisco, llamado Antonio de Mayoralgo, inquieto aventu­ rero que guerreó en Italia y en otras naciones bajo las órdenes del conde de Ayamonte. El pleito sostenido por este personaje fue largo y laborioso; pero se resolvió, finalmente, a favor del joven Pablo Antonio, y se expidió la correspondiente Real Ejecutoria a su favor en Granada, con fecha 12 de enero de 1582. Este caballero era hijo político del célebre don Alvaro de Sande, marqués de Piovera, pues se hallaba casado con su hija doña El­ vira y fueron padres de Francisco de Mayoralgo y Sande, que sigue. XI.—Don Francisco de Mayoralgo y Sande, XI señor de la T on e d e Mayoralgo, excelente militar, un poco calavera, amigo de aven­ turas y exageradamente dadivoso, no se alarmó al ver que su eco­ nomía se resistía notablemente. Casado con Bernardina de Carvajal, de la que no tuvo descenden­ cia, menudearon los disgustos entre ambos cónyuges. En la carrera de las armas fue digno émulo de su abuelo, el fa­ moso general don Alvaro de Sande. Prestó servicios eomo soldado de infantería en Milán, en 1607, y habiendo regresado a la patria se le hizo merced del hábito de Calatrava el año 1623. Es, años más tarde, capitán de la gente de guerra en Montánchez y Ubeda, hasta que se incorpora nuevamente a Milán. Sirve en Lombardía y pasa a Flandes en 1629. Poco tiempo después, en 1640, se le nombra capitán de caballos corazas. Actúa en Cataluña y en el Rosellón, y, al volver a Extremadura, consigue el grado de

ispuesto a reclutar Afortunadamente, entrar en razón a una Real Cédula ro el 15 de diciemestado de cosas al raíz aquellos des¡to por vía legal v i de Mayoralgo. Jvo y, además de o, niño aún al fanadre, y heredó la or d e la Torre de >r de edad, según unos familiares de hacienda y demás gante un hermano >, inquieto aventu­ ro las órdenes del largo y laborioso; iblo Antonio, y se favor en Granada, i Alv aro de Sande, su hija doña Elgo y Sande que señor de la T on e a. amigo de avenil ver que su ecoK) tuvo descendenes. e su abuelo, el fa:ios como soldado resado a la patria 1623. rra en Montánchez i Milán. Sirve en ?mpo después, en Vctúa en Cataluña isigue el grado de

Maestre de Campo, y es nombrado gobernador de la plaza fuerte de Alburquerque, por el marqués de Leganés, en 1645. Como murió sin sucesión, en 1647, en plena guerra con Portu­ gal, heredó el mayorazgo de Blasco Muñoz su hermano de padre don José de Mayoralgo. X II.—Don José de Mayoralgo, XII señor de la Torre de Matjoralgo, era hijo de don Pablo Antonio de Mayoralgo y de su tercera esposa doña Ximena de Ovando. Casó con doña María de Ovando y Saavedra y residió casi siempre en Aldea del Cano, lugar perte­ neciente a su señorío. Y, además de dos hijas, Ximena y Francisca, procrearon también a un hijo varón, Pablo José, que sucedió en la casa. X III.—Don Pablo José de Mayoralgo Enríquez, XIII señor de la Torre de Mayoralgo, caballero de la Orden de Alcántara y esposo de la trujillana doña Juana Josefa de Chaves Villarroel y Orozco, suce­ dió en el mayorazgo de Blasco Muñoz. Fueron padres de diez hijos, y, alegando la existencia de tan po­ derosa prole, solicitó y obtuvo del rey que lo hiciera gobernador de Villanueva de la Serena y capitán de guerra de las milicias de dicha localidad, tomando posesión de estos cargos el 17 de octubre de 1698. Hizo varias donaciones a iglesias, conventos y hospitales. Coope­ ró en la guerra con Portugal, y entregó su alma a Dios el 25 de julio de 1719. Le sucedió su hijo don Joaquín, que sigue. XIV.— Don José Joaquín de Mayoralgo, XIV señor de la Torre de Mayoralgo, uno de los más eminentes proceres cacereños de todos los tiempos, sirvió en la guerra de Sucesión, fue muy caritativo y ostentó cargos de representación en las esferas local y nacional. De su matrimonio con doña Beatriz María Perero y Carvajal nacieron los siguientes hijos: Miguel Pablo, heredero de la casa; Pablo de Mayoralgo, predicador de S. M. y prior del convento de Valvanera; frey Pablo (8), sacristán mayor de la Orden de Alcánta­ ra; frey Manuel, prior del Campo y Santibáñez; José Eustaquio, clérigo de menores; Ignacio, teniente de los batallones de la Real Armada y gobernador de varios lugares en tierras del Cuzco (Perú); Javier, Francisca Hipólita y Rosa María. Fue excelente ciudadano y padre ejemplar. XV.— Don Micael Pablo Enríquez y Perero, XV señor de la Torre de Mayoralgo, desempeñó interesante papel en el gobierno y admi­ nistración de los intereses de la villa, pues como era regidor perpetuo, dado su linaje, intervenía en numerosos pleitos y otros asuntos rela­ tivos al común de los cacereños, por cuyos servicios el Concejo lo

(8) Véase nuestro folleto Caballeros clérigos extremeños del Orden y caba­ llería d e Alcántara, págs. 37 v siguientes (Madrid, 1953).

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premió concediei anexa a la mural rece tendido sobi oriental a dicho majestuosa paln* conjunto. Casó don Mu hijos, José M aría mogénitc de los c XVI.— Don Je ñor d e la Torre i de marzo de 170] de la Torre de titulo del reino. Poco amigo d íjuió Real Cédula niones del Conce] petuo, por derech Todos los hijo v contrajo matrim do v Vera. De es Bibiano, v su hern XVII.— Don J< !■ Torre d e \lay< Vera y Carvajal : Acebedos. En este cabal] Badre: pero, a p prospera, porque lkeral. se sacrífic Cáceres, Siendo va viu< 1V5S XVIII.— Don ! de la Torre d e Ma de de los Acebedo Mana de los Dolo¡ La crítica situ¡ a padre se ai su poca capa salvó todc mavor. qi Se le concedí varios del ocupamos

premió concediéndole la propiedad de la Torre de los Púlpitos (9), anexa a la muralla, a la que se pasaba por un arco que todavía apa­ rece tendido sobre la calle y apoyado en el adarve, dando ambiente oriental a dicho lugar por su curiosa traza, que realza la esbelta y majestuosa palmera centenaria que surge al fondo, embelleciendo el conjunto. Casó don Micael con doña Catalina Golfín y Solís, y de sus tres hijos, José María, Joaquín y Beatriz, le sucedió en el señorío el pri­ mogénito de los citados. XVI.— Don José María de Mayoralgo Enríquez y Golfín, XVI se­ ñor d e la Torre de Mayoralgo, obtuvo Real Despacho de fecha 10 de marzo de 1701, por el que se le hacía merced del título de conde de la Torre de Mayoralgo, convirtiéndose así el viejo Señorío en título del reino. Poco amigo de intervenir en las funciones del Municipio, consi­ guió Real Cédula que lo eximía de la obligación de asistir a las reu­ niones del Concejo, cosa que debía hacer en calidad de regidor per­ petuo, por derecho de familia. Todos los hijos de su primer matrimonio fallecieron antes que él, y contrajo matrimonio nuevamente en 1784 con doña Isabel de Ovan­ do y Vera. De este enlace nacieron el sucesor de la casa, don José Bibiano, y su hermana doña Micaela. XVII.— Don José Bibiano de Mayoralgo y Ovando, XVII señor de la Torre d e Mayoralgo, fue esposo de doña María de la Asunción Vera y Carvajal, natural de Mérida y heredera de los condes de los Acebedos. En este caballero recayeron los mayorazgos de la familia de su madre; pero, a pesar de ello, su situación económica no fue muy próspera, porque se dedicó a la política y, partidario de la causa liberal, se sacrificó mucho por ella y se vio precisado a alejarse de Cáceres. Siendo ya viudo y estando en Brozas, falleció el 14 de mavo de 1838. XV III.—Don Miguel de Mayoralgo v Vera, XVIII y último señor de la Torre de Mayorazgo, III conde de este título y también III con­ de de los Acebedos, nació en Cáceres y contrajo matrimonio con doña María de los Dolores Ovando Ribera y Porres. La crítica situación de la economía de la casa desde los tiempos de su padre se acentuó después, tanto por las luchas civiles como por su poca capacidad y la ineptitud de todos sus hijos varones; pero se salvó todo v se robusteció la hacienda gracias al acierto de su hija mayor, que se unió en matrimonio a uno de los hombres (9) Se le concedió tal merced el 7 de marzo de 1765, y de tan curioso gesto y de otros varios detalles relacionados con la casa de Micael Pablo de Mayo­ ralgo, nos ocupamos detenidamente en nuestra obra sobre El arco de la Estre­ lla, de Cáceres.

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más activos, enérgicos e inteligentes, el cual salvó a toda la familia del naufragio y pudieron seguir figurando entre las primeras casas de la región. Este señor fue el último propietario del mayorazgo íntegro de Blasco Muñoz, del que había tomado posesión sobre las ruinas del castillo, haciendo pleito homenaje en 1838, y cumpliendo todos los ritos ordenados por la tradición y disposiciones del tiempo de la fun­ dación. Mas las leyes desvinculadoras disgregaron el bloque de bienes, que pasó dividido a los hijos habidos en su matrimonio; y ya desde entonces no quedó otro símbolo que nos recuerde el antañón ma­ yorazgo de los Mayoralgo que la quebrada torre y los aportillados muros que construyera Blasco Muñoz; es decir, el típico y popular castillo de Garabato, que aún se alza erguido y retador, recordando al viajero o al turista que aquellas piedras hacinadas y carcomidas son el hito que nos recuerda la existencia de uno de los linajes más antiguos y representativos de Extremadura, detentador de todas aquellas tierras pródigas y dilatadas, que integraban uno de los más codiciados señoríos.

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a toda la familia is primeras casas razgo íntegro de re las ruinas del oliendo todos los iempo de la funloque de bienes, onio; y ya desde el antañón ma' los aportillados típico y popular ador, recordando las y carcomidas e los linajes más atador de todas i uno de los más

EL CASTILLO DE LAS BROZAS I E p is o d io s b é l ic o s a q u e s ir v ie r o n d e e s c e n a r io l a v i l l a de

y

c a s t il l o

B rozas.

El primero de que tenemos noticia es la incursión realizada, a finales del 1397, por el condestable portugués Ñuño Alvarez Pereira. quien, al frente de un crecido número de gente de armas, recorrió, excesivamente confiado, las tierras comprendidas entre los ríos Tajo y Salor, después de su rotundo fracaso ante las fuertes defensas de la villa de Cáceres, que pretendió conquistar. He aquí una sintética referencia de aquella memorable correría: En el indicado año, el maestre de la Orden de Alcántara don Fernando Rodríguez de Villalobos, y el que a la sazón lo era de la de Santiago, don Lorenzo Suárez de Figueroa, penetraron en terri­ torio portugués y vivaquearon por Beja, Moura, Serpa y Campo de Urique, hasta cerca de Alcázar do Sal, saqueando, prendiendo, ma­ tando y produciendo toda clase de estragos. Ante la realidad de los hechos y visiblemente conmovido por las muertes y daños ocasiona­ dos a sus súbditos, el monarca de Portugal, Juan I, deseoso de ven­ gar tantos agravios, ordenó a su condestable Ñuño Alvarez entrase en Castilla sin pérdida de tiempo. Juntó rápidamente don Ñuño 600 lanzas, v con alguna infantería partió desde Yelbes, capitaneando él 137

I

wrémo la vanguj Avis. Dispuesta v i basta los alreded de Arrovo del Pu tratarse de lugar ¡ Al siguiente d cares; v aunque ¡ consiguió su prof no sin antes hab duc-iendo los ma\ Mohíno v ene asentado su real, en parte, por la c Había instalac v estando allí di simes por los pui Brozas, llegando i de Alconetar. qm el Tajo, junto al De los mencio lógico suponer q cotillo —situado belicosa acometk tanto, a escarami termino jurisdicc* La presa cons en extremo cuan ¿añado, piensos, i la ermita de la ^ sombra de cuvos no sin antes habei Cuando se ha fueron sorprendic compañeros, quic gente que traía e cuyos municipes. que les habían ii columna de volui puestos a atacarlc frontera de su pai La tropa de < que se les venía (1) Vid. Hepasa el diario «Extremadu

mismo la vanguardia y conduciendo la retaguardia el maestre de Avís. Dispuesta y ordenada su hueste en la forma señalada, avanzó hasta los alrededores de Alburquerque y sorprendió a los habitantes de Arroyo del Puerco, cuya plaza se rindió con mucha facilidad, por tratarse de lugar abierto. Al siguiente día se encaminó con su gente dispuesto a atacar Cá­ ceres; y aunque así lo hizo y luchó con gran coraje y tenacidad, no consiguió su propósito y hubo de retirarse ante lo inútil del esfuerzo, no sin antes haber arrasado y prendido fuego a sus arrabales, pro­ duciendo los mayores daños que se pueden concebir (1). Mohíno y encorajinado, decidió regresar al Arroyo, donde había asentado su real, cargado de despojos de todas clases y satisfecho, en parte, por la crecida presa y la alta moral de sus vasallos. Había instalado su campamento en un alto cerro cercano al lugar, y estando allí dispuso que algunos grupos volantes hicieran incur­ siones por los pueblos de las cercanías, Aliseda, Herreruela, Navas y Brozas, llegando más allá de Garrovillas y filtrándose hasta las barcas de Alconetar, que utilizaban los naturales de la región para cruzar el Tajo, junto al arruinado puente romano que lleva dicho nombre. De los mencionados pueblos sólo se apoderaron de Aliseda, siendo lógico suponer que los vecinos de las Brozas se refugiarían en el castillo —situado en la parte más prominente—, y frustrarían así la belicosa acometida de sus enemigos, que habían de limitarse, por tanto, a escaramucear y a robar cuanto de provecho hallaran en su término jurisdiccional. La presa conseguida por los portugueses en aquella ocasión fue en extremo cuantiosa, pues se apoderaron de muchas cabezas de ganado, piensos, comestibles y otros productos, que se llevaron hasta la ermita de la Virgen de Áltagracia, patrona de Garrovillas, a la sombra de cuyos muros se dispusieron a descansar y pasar la noche, no sin antes haber saqueado las casas existentes junto al santuario. Cuando se hallaban los portugueses durmiendo tranquilamente, fueron sorprendidos por la llegada del maestre de Alcántara y sus compañeros, quienes aumentaron en seguida sus efectivos con la gente que traía el Concejo de Garrovillas y el Concejo de Cáceres, cuyos munícipes, ansiando vengar los daños y las sensibles pérdidas que les habían infligido los lusos dos fechas antes, prepararon una columna de voluntarios y salieron en persecución de aquéllos, dis­ puestos a atacarlos donde fueren habidos y a obligarlos a repasar la frontera de su país. La tropa de don Ñuño despertó sobresaltada ante la avalancha que se les venía encima y huyeron a la desbandada, abandonando (1) Vid. R epasando nuestra historia: Ñ uño M ad ru ga, artículo publicado en el diario «Extremadura», en mayo de 1950.

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sus caballos, ropa y ganado, y dispersos por el campo, se dirigieron buena parte de ellos al lugar del Arroyo para informar al condesta­ ble del desagradable contratiempo. Al darse cuenta el caudillo portugués del peligro que le amena­ zaba, mandó poner en libertad a las mujeres que tenía en rehenes, se desembarazó de todo el menaje y utensilios y, libre de cuantos im­ pedimentos pudieran entorpecer su marcha, huyó precipitadamente con sus hombres, cansados y maltrechos, dirigiéndose a Valencia de Alcántara; pero ante el temor de ser alcanzado por el maestre de Alcántara y los suyos, se internó en Portugal por Arameña y Marvao. desde donde partió para Villaviciosa, por estar su madre y su hija en dicha localidad. Un cronista portugués nos ha legado referencia de un curioso epi­ sodio sucedido en Arroyo al condestable Alvarez Pereira, durante la.» horas que el mencionado personaje permaneció en dicho lugar. Helo aquí en traducción directa del idioma de Camoens: El condestable «se encaminó después a Arroyo del Puerco y se dispuso a pasar la noche en unas tiendas improvisadas; y al anoche­ cer, entre lobo y can, vieron que pasaban junto al campamento dos escuderos castellanos, que parecían hombres de bien y deseaban hablar con el condestable. Este los recibió con agrado y les pregun­ tó quiénes eran, y le respondieron que eran del reino castellano. Volvió a preguntarles cómo eran tan osados de venir a su real sin seguro de clase alguna, y le respondieron que se atrevían a tanto fiados de su gran bondad y de las muchas virtudes con que Dios lo había dotado. Nuevamente les preguntó el condestable qué deseaban de él. y le insistieron en que únicamente verlo, como ya lo habían visto. Dispuso Pereira que les dieran de comer, pero no quisieron aceptar y, después de despedirse, partieron» (2). «

#

por el maestre de Arameña y Marvao, i madre y su hija en a de un curioso epiPereira, durante la.> ■n dicho lugar. Helo >: >vo del Puerco y se isadas; y al anoeheal campamento dos e bien y deseaban grado y les pregunlel reino castellano, venir a su real sin se atrevían a tanto les con que Dios lo lé deseaban de él. ya lo habían visto. 10 quisieron aceptar

igués por tierras de i las naturales y la­ teo grato caballero, ceñía la corona de ando el prestigioso 1 de caballeros de ue figuraba Martín se encaminó a la ios lugares de aqueares Pereira, por autor 1937). I y siguientes, II, edies Basto (Porto, 1949). Brozas.— Cubo, lienzo de la muralla y garita

lia comarca y lo dispuso todo para dirigirse a Alcántara, donde lo es­ peraba el rey de Portugal; pero entre tanto, mandó que los más avezados y voluntariosos vivaquearan por los pueblos circundantes, haciendo algara, sorprendiendo a los residentes — quienes no espe­ raban que los enemigos penetraran tanto en sus dominios-—, y cau­ sando toda clase de daños y estragos a los extremeños, a fin de re­ bajar su moral con miras a expediciones ulteriores. Don Ñuño y los suyos asentaron más tarde en la ribera de Bo­ tija, comarca fértil y bien provista, donde instalaron el campamento general, y el jefe portugués dividió su tropa en dos columnas para que en otras tantas direccciones, y capitaneados por Martín Alonso y Lorenzo Estévez, corrieran las villas y pueblos de la amplia co­ marca, en tanto que él permanecía en su real, próximo a la mencio­ nada ribera, trazando el plan a seguir en su inmediata campaña. A los dos días, y en el preciso momento de sentarse a la mesa el inquieto y batallador conde, le comunicaron que, al regresar Es­ tévez con abundante botín, iba tras él, dispuesto a atacarlo y a arre­ batarle la presa Juan de Velasco, que llevaba consigo 400 lanzas. Y como si hubiera sido impulsado por un resorte, se levantó rápido, mandó tocar alarma, y, una vez concentradas todas las fuerzas frente a su tienda, dispuso que parte de ellas permanecieran allí; y poniéndose él al frente de las restantes, que eran las más decididas y valerosas, salió en auxilio de Estévez y de su gente; pero a poco de haberse puesto en camino, le hicieron saber que Velasco no se había movido y permanecía a la espectativa de los movimientos de los portugueses, sin pretender otra cosa que averiguar las intenciones y planes del condestable y conocer el número de tropas de que dis­ ponía, para lo cual había comisionado a determinados caballeros muy versados y con gran disposición de ánimo para estos menesteres. Tranquilos ya por las noticias recibidas, Ñuño Alvarez y Lorenzo Estévez regresaron juntos a su cuartel general. Mas no había sido tan afortunado en aquella ocasión el capitán Alonso de Meló, pues al pretender acercarse a la villa de Cáceres le salió al paso, cuando no lo esperaba, el comendador mayor de León, que se dirigía a dicha población con 150 lanzas, y hubo de pelear con él. El choque, entre los componentes de uno y otro bando, fue duro en extremo, y tanto portugueses como castellanos sufrieron sensible quebranto. Reunidos, al fin, con el condestable, Lorenzo Estévez y Martín Alonso de Meló levantaron el campo y se encaminaron con sus mi­ licias a la plaza de Alcántara, donde los esperaba el rey portugués, pretendiendo someterla a estrecho cerco; y como resultaba inútil su empeño por la carencia de medios disponibles, Juan I reclamaba con insistencia la ayuda de sus mejores capitanes con todas las fuer­ zas combativas disponibles, para no verse precisado a desistir de empresa que tanta gloria había de proporcionarles.

antara, donde lo es­ cando que Jos más leblos circundantes —quienes no espedom inios-, y c£u_ men°s, a fin de ren ,a ribera de Boel campamento dos columnas para P°F Martin Alonso > cíe la amplia co>ximo a la menciouata campaña, untarse a la mesa Je> regresar E s­ atacarlo y a arrewsigo 400 lanzas, se levantó rápido, todas las fuerzas canecieran allí; y 1as más decididas f ’ Pero a poco de Masco no se había > vimíen tos de los as intenciones y opas de que discaballeros muy rnenesteres. harez y Lorenzo casión el capitán 'illa de Cáceres dador mayor de nzas, y hubo de "o y otro bando, el lanos sufrieron stévez y Martín ■ron con sus mi1 rey portugués, resultaba inútil Jan I reclamaba 1 todas las fuerlo a desistir de

Ante tan apremiante llamada, don Ñuño y sus tropas caminaron con tal diligencia durante el primer día que, al atardecer, dieron vista a la plaza fuerte de Brozas, a pesar de la considerable dis­ tancia que hay desde Botija hasta la expresada villa; y una vez allí, aposentaron y se dispusieron a descansar. No refieren las crónicas si en aquella ocasión los lusitanos mero­ dearon por los alrededores, ni si robaron ganados e hicieron prisio­ neros. Es lógico suponer que, ante la llegada del enemigo, los brocenses se refugiaran en el castillo, y que los portugueses no tuvie­ ran tiempo de escaramucear, porque la misma noche de su llegada, estando cenando, llegó Rodrigo Alonso con un mensaje del rey, quien, desde Alcántara, les insistía que acudieran presto para sumarse a otros caballeros, cuya llegada esperaba también, a fin de poder com­ batir y reforzar el cerco de Alcántara. Mas como los socorros solicitados por don Juan no acababan de llegar y con las fuerzas disponibles no se podía sostener un asedio estrecho y eficaz, los amigos y capitanes del rey aconsejaron a éste desistiera de la empresa, ante el hecho real de que los alcantarinos salían y entraban con facilidad en la plaza, y no les era posible a ellos —por disponer de poca gente— abrir boquetes en la mura­ lla ni inutilizar y derribar sus magníficas torres defensivas. Y, efec­ tivamente, al tener noticia de que se aproximaban varios contin­ gentes de tropas castellanas que iban en socorro de Alcántara, man­ dados por el condestable de Castilla, don Ruy López Dávalos, el monarca don Juan, su condestable y demás caballeros, levantaron el campo y se retiraron a Portugal, perseguidos de cerca por una compañía de López Dávalos, que se adentró en territorio de-! país vecino y se apoderó del castillo de Peñamacor (4), situado junto a la frontera.

Fue, asimismo, la villa de Brozas escenario de otro acontecimien­ to bélico de extraordinaria resonancia en tiempos del rey Juan II de Castilla. Veamos cómo se desarrollaron los hechos: Conocidas son las andanzas de los infantes de Aragón, don Enri­ que y don Pedro, por tierras extremeñas. Dichos dos caballeros, acon­ sejados y animados por sus hermanos los reyes de Aragón y Nava(4) Cuatro kilómetros al nordeste de Monsanto y muy cerca del Torto, arro­ yo portugués, se alza Peñamacor, sobre roca viva y empinada. De origen árabe, o romano tal vez, don Gualdín de Paes, maestre de los Templarios, reedificó el castillo, ampliando sus fuertes muros y construyendo su torre del Homenaje. Años más tarde hizo también importantes reformas el rey Sancho II; y el ve­ leidoso don Dioniz, en 1300, completó y aumentó las defensas de los muros con torres y barbacanas. Tiene por blasón una espada y una llave. Véase nues­ tra obra Escaramuzas en la frontera cacereñ a..., pág. 16 (Madrid, msgf).

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rra, hacían el mayor daño posible a su primo el monarca castellano y procuraron atraer a su causa al maestre de la Orden de Alcántara. Una vez conseguido su propósito, fueron sobre la villa de dicho nombre, en junio de 1431, saquearon su arrabal, la entraron y se apoderaron de la fortaleza y su convento, que era la casa matriz de la referida Orden; y agrega Zurita a este respecto que, seguida­ mente, «prendieron al doctor Diego González de Toledo, llamado el doctor Franco, y al clavero de Alcántara, que allí estaban por mandato del rey y los llevaron a la villa de Alburquerque. Que de allí a dos días el infante don Pedro fue al lugar de Brozas, que está cerca de Alcántara, y puso a saco el lugar y derribó el castillo y fortaleza del. Después de esto el infante don Enrique con su gente de armas y de a pie fue sobre Valencia de Alcántara y se apoderó de ella, y llevó 300 vacas, etc.» (5). Era por entonces comendador mayor de Brozas frey Gutierre de Sotomayor, sobrino del maestre don Juan de Sotomayor y comenda­ dor de Valencia de Alcántara, frey Gutierre de Raudona, familiar también del referido maestre. Dice Torres y Tapia que la fortaleza que el infante don Pedro mandó derribar fue, según el parecer de algunos, la torre de Belvís, situada a dos leguas de Alcántara, en el camino de Brozas; pero en su opinión era la casa fuerte del Cortijo, que se alzaba a media legua del camino que se dirige a la villa de la Mata; y agrega que «ambas se ven en este tiempo caídas y de sus ruinas se conoce haber sido fuertes». Mientras tuvo lugar esta rabiosa determinación del infante ara­ gonés, el doctor Franco, desde su prisión en el convento del castillo de Alcántara, consiguió hablar con don Gutierre, Comendador mayor de las Brozas, le afeó la conducta de su tío y le hizo ver la grave mancha que había caído sobre el linaje de los Sotomayor por su com­ portamiento con el rey y la parcialidad con los funestos y desacre­ ditados infantes. Insistió con sus consejos y procuró disuadirles y apartarlo de aquel camino, esforzándose por convencerlo para que interviniese con el maestre y así poder arreglarlo todo, ofreciéndole como recompensa la jefatura del maestrazgo, que estaba seguro con­ seguir dada su influencia con el rey de Castilla. Surtieron efectos las advertencias, consejos y filípicas del doctor Franco, y a partir de aquel momento se precipitaron y complicaron los acontecimientos, según se hace constar en la crónica de la Orden (6).

En tiempos de Enrique IV se sucedían con harta frecuencia las guerras en Extremadura entre el maestre de la Orden de Alcántara, (5)

Libr. 14, cap. V II, Anales.

(6)

T o r r e s y T ap ia, C rónica..., t. II, págs. 282-3.

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Brac

monarca castellano •rden de Alcántara. la villa de dicho 1, la entraron y se era la casa matriz jecto que, seguidale Toledo, llamado le allí estaban por urquerque. Que de ;ar de Brozas, que , derribó el castillo >n Enrique con su de Alcántara y se as frey Gutierre de xnavor y comendaRaudona, familiar infante don Pedro , la torre de Belvís, de Brozas; pero en Izaba a media legua agrega que «ambas conoce haber sido ión del infante araconvento del castillo Comendador mayor e hizo ver la grave omavor por su comfunestos y desacre•ocuró disuadirles y «vencerlo para que o todo, ofreciéndole s estaba seguro conla. Surtieron efectos 'raneo, y a partir de los acontecimientos, i).

harta frecuencia las Orden de Alcántara,

Brozas.— Torre del Homenaje y muros circundantes

10

don Gómez de Cáceres y Solís y los partidarios del clavero y política del mencionado monarca. Con ocasión de hallarse el clavero y sus seguidores reunidos en el castillo de Azagala, celebrando con espléndido banquete los re­ cientes triunfos obtenidos sobre sus enemigos —que habían motivado la retirada de los mismos del fuerte de Mayorga—, les llegó noticia, por mediación de un enviado especial, de que los caballeros de Cá­ ceres don Lorenzo de Ulloa y don Juan de Carvajal, representantes de dos de las más linajudas familias de la región, habían conseguido sembrar el descontento entre los vecinos cacereños y empezaban ya a manifestarse en abierta hostilidad contra el maestre y sus partida­ rios; y que para sacar el debido provecho de la situación, se lo hacían saber, interesando su favor y consentimiento, por ser el momento propicio para conseguir su propósito con indudable éxito. Sin pérdida de tiempo, y por estimar deber suyo ineludible hacer que volviera la villa al servicio del rey, dispuso don Alonso aparejar sus milicias y que al siguiente día partieran acaudilladas por él, y a las inmediatas órdenes de sus capitanes, Luis de Chaves, mayo­ razgo de Trujillo; Pedro de Villasayas, comendador de Santibáñez; Raudona, comendador mayor de Alcántara, y otros caballeros, deu­ dos y amigos. Salió de Azagala una entusiasta y compacta hueste integrada por 300 lanzas y 400 peones, y, al apuntar el sol del día siguiente, cayeron sobre los barrios de Cáceres; ocuparon las primeras casas y enton­ ces tuvieron conocimiento exacto de lo crítico del momento, pues les hicieron saber que el descontento imperante había denegerado en alboroto, reyertas y escaramuzas frecuentes en el interior de la villa, y que los amigos del maestre, dueños, al fin, de la situación, obliga­ ban a los pradales del clavero, a los revoltosos en este caso, a re­ fugiarse en las callejuelas extremas en un rincón de la muralla, donde los tenían cercados y los acosaban constantemente. Al saber de la llegada de don Alonso, algunos de sus seguidores, que andaban dispersos o se habían refugiado para librarse de la persecución de los contrarios, salieron a recibirlo y le mostraron el acceso más asequible y conveniente para penetrar en el interior de la población, que resultó ser, precisamente, la llamada puerta de Coria o del Socorro, por estar menos guardada y ser sus defensas más vulnerables. Conocida esta feliz circunstancia, con entusiasmo y brío arremetieron contra dicha puerta, y, después de dar muerte a su guardián, el caballero Gonzalo de Cáceres (7), arrollando cuanto hallaron al paso, irrumpieron en la villa. Si bien es justo reconocer que no fue grande ni tenaz la resistencia que les opusieron. Al enterarse el maestre de que el Clavero había puesto el pie en

(7)

A lonso M aldonado , H ech os..., pág. 60.

*1 clavero y política íidores reunidos en 0 banquete los reíe habían motivado —, les llegó noticia, 5 caballeros de Cáajal, representantes habían conseguido >s y empezaban ya ?stre y sus partidaaación, se lo hacían >r ser el momento ble éxito. yo ineludible hacer ion Alonso aparejar caudilladas por él, de Chaves, mayodor de Santibáñez; os caballeros, deujeste integrada por 1 siguiente, cayeron ?ras casas y entonmomento, pues les bía denegerado en interior de la villa, a situación, obligaen este caso, a ree la muralla, donde e. de sus seguidores, >ara librarse de la i y le mostraron el ir en el interior de llamada puerta de v ser sus defensas ia, con entusiasmo és de dar muerte a . arrollando cuanto es justo reconocer opusieron, ía puesto el pie en

Cáceres, salió huyendo por otra de las puertas del recinto, seguido de sus partidarios más significados. El triunfo de don Alonso de Monroy fue tan resonante que la mayoría de los vecinos de Cáceres se pasaron a sus filas, y pudo así hacerse dueño rápidamente de la situación. Circunstancia que le permitió «poner a la villa al servicio del rey». Normalizada la situación, el ínclito Monroy, batallador e inquieto como siempre, regresó a su castillo de Azagala para desde allí so­ meter a jaque constante al maestre, su mortal enemigo. Luis de Chaves, Pedro de Villasayas y otros caballeros de los más adictos al clavero regresaron a sus casas y sólo continuaron por en­ tonces a su lado treinta de los más fieles y voluntariosos, todos jó­ venes incansables y deseosos de pelea constante, entre los que figu­ raba Ñuño de Chaves, hermano del mayorazgo don Luis. Estando ya en Azagala don Alonso aparejó sus huestes, y una vez avitualladas se propuso hacer algo de provecho en obsequio de uno de sus esforzados capitanes, Raudona, Comendador mayor, que habían perdido sus estados por seguir la bandera del clavero; y a tales efectos, Monroy y Raudona, a los seis días, amanecieron sobre la villa de Brozas, cabeza de la Encom ienda mayor de Alcántara, con 250 lanzas y otros tantos peones que habían llevado a las ancas de los caballos para coger desprevenidos y por sorpresa a los habi­ tantes de Brozas. Y apenas llegaron a las cercanías de dicha villa, se apearon e iniciaron el ataque con gran decisión y furia. Mas como estaban dentro de la población 500 hombres escogidos, casi toJos los vecinos de la misma eran partidarios del maestre, y las defensas fuertes y bien acondicionadas, sostuvieron con entereza la arremetida de los asaltantes sin recibir daño alguno. El ataque a la plaza fuerte de Brozas, en esta ocasión, debió ser posiblemente el más importante, el más duro y feroz de cuantos sufrió dicha plaza en el transcurso de las centurias, porque, conocido el valor y estimación personal del insigne Monroy, capitán de aquella empresa, resulta lógico suponer que debió volcarse materialmente para conseguir su intento; pero visto que «la villa estaba fuerte y bien reparada» (8), determinó, al fin, aunque profundamente con­ trariado, desistir del combate y sí someterla a estrecho cerco. Medi­ da que, por cierto, resultó muy eficaz, porque formó con su gente de a caballo unos grupos volantes que vigilaban y recorrían el campo de los alrededores, y el brócense que cometía la imprudencia de salir del recinto era rápidamente apresado, y aun muerto en el acto, en la mayoría de las ocasiones. Enterado el maestre de la crítica situación de los vecinos de Bro­ zas, determinó dirigirse a dicho lugar con la gente que pudo reunir; y como no consiguió disponer, por el momento, de más de 500 peones (8)

Ihid., págs. 61 y siguientes.

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y reducido número de jinetes, decidió quedarse en Garrovillas para desde allí tantear el terreno y proceder en consecuencia, en armonía con sus disponibilidades. Residía en aquel tiempo en Garrovillas su buen amigo el conde de Alba de Liste, quien le hizo un gran recibimiento y alojó a la tropa en sitio adecuado. Desde allí mandó el maestre a algunos de sus criados para que fuesen a ver al clavero y le dijeran de su parte que, si levantaba el cerco a la villa de Brozas y devolvía a sus ha­ bitantes cuanto les había robado, que él no avanzaría más y regre­ saría a Coria; pero, en realidad, lo que pretendía don Gómez con la visita de sus emisarios era que éstos hicieran labor de espionaje y procuraran averiguar el número de combatientes de que disponía don Alonso, para deducir si le sería o no posible continuar ase­ diando la plaza. Mas el clavero «asaz avisado y diestro en la guerra», dice la cró­ nica, como si adivinara la manera de pensar de su adversario y para no ser sorprendido, tenía colocadas guardas y escuchas en todos los cerros altos más cercanos a su real; y cuando los centinelas divisaron a un grupo de jinetes que se dirigía hacia Brozas, se lo comunicaron; y con la velocidad del rayo ordenó a 30 de sus hombres que salie­ ran montando sus mejores caballos, prendieran a los que llegaban y los trajeran a su presencia, en tanto que indicaba a otro de sus capitanes, llamado Luis de Herrera, se ocultase con 200 lanzas tras un montículo próximo, procurando no ser vistos, y que permanecie­ ra allí alerta y bien escondido para engañar a los que llegaban; que por cierto, conforme a sus presentimientos, eran espías y no mensa­ jeros de paz y concordia, enviados por sus enemigos. Llegados al campamento, llevaron a los prisioneros a la tienda del clavero; éste los recibió bien y, una vez enterado de la misión que traían, los despidió enhorabuena, advirtiéndoles que enviaría la oportuna respuesta a don Gómez con uno de sus criados. Los emisarios insistieron antes de partir en que el maestre dis­ ponía en Garrovillas de 1.500 caballeros y un elevadísimo número de peones; a cuya estupidez, como es lógico suponer, no dieron el menor crédito. Seguidamente don Alonso escribió varios pliegos de su propia mano, haciendo constar en uno de ellos que Brozas se reintegra­ ría a su legítimo dueño, el comendador mayor; y que lo que tenía que hacer el maestre era devolver a don Enrique cuanto le había to­ mado y era de su indiscutible pertenencia. Le hacía, además, otras advertencias de este o parecido tenor, y terminaba diciéndole que, si lo cumplía así, se haría posible la anhelada concordia. Se encargó de llevar la respuesta Alonso Maldonado, autor pre­ cisamente de la crónica que nos refiere aquellos hechos; y el ilustre escritor, escoltado por otros cinco caballeros distinguidos, partió para Garrovillas, donde llegó aquella misma tarde y entregó el consabido

Garrovillas para ‘ncia, en armonía i amigo el conde ?nto y alojó a la itre a algunos de jeran de su parte evolvía a sus hatría más y regreon Gómez con la bor de espionaje de que disponía le continuar ase'rra», dice la cróidversario y para i-has en todos los Qtinelas divisaron ■lo comunicaron; mibres que salielos que llegaban aa a otro de sus a 200 lanzas tras que permanecieue llegaban; que pías y no mensas. leros a la tienda ido de la misión s que enviaría la criados. ? el maestre dis.adísimo número íer, no dieron el os de su propia zas se reintegrajue lo que tenía anto le había to­ ta. además, otras i diciéndole que, relia. nado, autor prechos; y el ilustre tidos, partió para egó el consabido

mensaje a don Gómez, agregando de palabra que procurase cumplir cuanto se interesaba en aquel escrito, porque, de no hacerlo, y si no volvía seguidamente con la contestación para su jefe, había prome­ tido éste acercarse a Garrovillas para exigirlo, y que, por consiguien­ te, podían esperarlo a la hora de la cena, pues era bien seguro que acudiría en el momento preciso para poder sentarse con ellos a la mesa. A su llegada, Maldonado halló al maestre, a su hermano el conde de Coria, a otros comendadores, jerarcas de la Orden y capitanes, haciendo comentarios, regocijándose y frotándose las manos ante la halagüeña perspectiva que les ofrecía la feliz circunstancia de dis­ poner el de Monroy de tan reducida tropa, según le habían infor­ mado los ingenuos y despistados enlaces que pocos momentos antes acababan de regresar de Brozas, alegres y confiados, sin sospechar remotamente que eran víctimas de las artimañas del clavero. Tal era el estado de ánimo de don Gómez por las noticias recibi­ das, tan eufórico y dueño de la situación se creía en aquel instante, que, al pasar a su presencia Maldonado con sus compañeros de misión y entregarle la carta, una vez que la hubo leído montó en cólera y, con arrogancia y altanería, después de pronunciar algunas frases despectivas e improcedentes, se dirigió a los embajadores v les dijo así: —Decid a ese gran ladrón que yo estoy determinado de no parar hasta destruirle por los muchos enojos que me ha hecho (9). Entonces, Maldonado, sin perder la calma, recordó a los presen­ tes no olvidaran que un distinguido invitado los acompañaría a la hora de la cena. Y produjeron tal efecto entre los presentes estas intencionadas palabras, que el colérico maestre perdió totalmente los estribos y empezó a proferir disparates, aplaudido y coreado por sus amigos, quienes halagaban al señor, no por su indiscutible valía, sino impulsados por la envidia ante la prosperidad e incomparables hazañas del ínclito e indomable Monroy, cuya buena estrella brilla­ ba ya en todos los confines de Extremadura. Regresó inmediatamente Maldonado acompañado de su escolta, y en la mitad del camino que separa a Brozas de Garrovillas encon­ tró a don Alonso, que se dirigía a este último lugar capitaneando sus valerosas y curtidas milicias, ansiando habérselas con su eterno rival y dispuesto a darle, otra vez más, un serio escarmiento. Entre tanto, en Garrovillas, por ser tan buenas las nuevas recibi­ das relativas a la situación de Brozas, hicieron grandes fiestas y se dispusieron a celebrarlo con un banquete extraordinario que ofreció el conde de Alba en obsequio de sus huéspedes; y huelga decir que durante el bullicioso ágape las indirectas y frases malsonantes eran

(9)

Ib id ., pág. 64.

auténticos y certeros impactos dirigidos al de Monroy y a los caba­ lleros más notables de su parcialidad. Al terminar la cena, se retiraron todos a descansar, procurando dormir tranquilamente, sin el menor temor por la vecindad de su enemigo, ante la seguridad de que nada podría hacer en serio dadas las escasas fuerzas de que disponía para atreverse a una nueva aven­ tura, conforme al juramento de los espías que lo habían visitado en su campamento pocas horas antes. Mas he aquí que, entre tanto, don Alonso y su gente galopaba, sin haber cenado, a través de los campos y la oscuridad, gozoso de poder sorprender a los confiados enemigos. Llegaron a Garrovillas a las tres de la madrugada, y los más ani­ mosos de sus hombres, agrupados bajo su enseña, se encaminaron al palacio del conde de Alba, donde esperaban sorprender a los capitostes más destacados, ya que en dicho lugar no existía castillo ni casa fuerte alguna que fuera lugar seguro para sus personas. Y, al propio tiempo, Luis de Herrera, con el resto de la tropa, penetró por otro lado y avanzó jubiloso, produciendo la consiguiente alarma entre los vasallos del conde, que corrían y procuraban esconderse llenos de pavor, mientras que Herrera y sus peones se esforzaban por tranquilizarlos diciéndoles a grandes voces que se calmaran, que los tenían por amigos y que sólo querían saciar su saña en los secuaces del maestre fantasmón. Fueron contra sus enemigos tan recio y con tanto ímpetu que «rompieron las guardas» y, al poco tiempo, dieron con todo al traste, al extremo de que no se veían por las calles más que hombres en camisa, que huían aterrados y en confusión. Sin pérdida de tiempo, don Gómez y su hermano don Gutierre, también en paños menores, saltaron sobre dos de los mejores caba­ llos de que disponían y escaparon veloces para refugiarse entre los fuertes muros de Alcántara. Permanecieron dos días en Garrovillas el clavero y sus valientes, celebrando su triunfo, saqueando todas las casas y apoderándose de cuanto hallaban de algún valor o utilidad; hasta el punto de que no quedó un solo peón que no dispusiera del indispensable caballo y la correspondiente coraza, parte principal del abundante botín que habían abandonado los aterrorizados fugitivos. Pretendió el conde de Alba organizar fiestas en honor del clavero, de idéntica manera a como lo había hecho en obsequio del maestre; pero aquél rehusó, alegando que no podía perder el tiempo en baga­ telas, aue no le interesaban las comilonas, jolgorios y agasajos, porque el mucho beber y comer embarazaba el ánimo y entorpecía los mo­ vimientos de quien debía entregarse por entero a la guerra; y que lo mejor que podía hacer en obsequio suyo era disponer que car­ gasen todas las bestias que existían en la villa con vituallas y pien­ sos, porque le era forzoso regresar, apremiar y terminar los asuntos 150

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de Brozas, cuya fortaleza se entregaría pronto al conocer la cobarde fuga de don Gómez y la total desbandada de sus adictos. El conde le entregó toda clase de mantenimientos y, sin detener­ se más de lo indispensable, el de Monroy regresó a las Brozas, cuya villa se rindió en seguida, y él la cedió a Raudona, comendador mayor. Finalmente, satisfecho por el buen resultado de aquella empre­ sa, pero anhelando nuevos triunfos, regresó a su castillo de Azagala dispuesto a proseguir la lucha hasta reducir a la impotencia a su eter­ no rival y conseguir la victoria total sobre sus impertérritos adver­ sarios (10). II E

st a d o d e l a f o r t a l e z a d e l a s

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r o z a s a f i n a l e s d e l s ig l o x v i .

Conforme ya se ha hecho constar repetidamente, fue desde siem­ pre la villa de las Brozas cabeza de la Encom ienda mayor de la Orden de Alcántara y residencia habitual del comendador de tumo, ya que en su término radicaban las propiedades de tan codiciada prebenda. En el año 1608, frey don Felipe de Trejo y Carvajal, visitador y reformador general de la referida Orden, caballero profeso de ella y señor de las villas de Grimaldo, las Corchuelas y el castillo de Almofragüe, hizo la visita reglamentaria, por mandato de S. M., y mostró el consabido título de ser propietario de la misma, desde 1589, don Cristóbal de Mora, virrey y capitán general de Portugal, del Consejo de Estado y Guerra, que había sucedido en el cargo al últi­ mo comendador, ya fallecido, don Fadrique Enríquez de Guzmán. Era a la sazón, cuando efectuó la citada visita el señor de Gri­ maldo, alcaide de la fortaleza de las Brozas y mayordomo de la encom ienda don Juan Muñoz de Montemayor, regidor de dicha loca­ lidad por la clase noble allí residente (11). El estado del castillo o, mejor, del palacio, fortaleza brócense, en la indicada fecha, era el descrito en la referencia que nos legó don Felipe de Trejo y que dice así: «Primeramente, ía dicha casa y fortaleza está a una parte del pueblo, hacia mediodía-poniente, en un cerro alto junto a la iglesia de Santa María. La puerta principal de ella está a la parte de po­ niente. »Item, entrando por la puerta principa] de la dicha casa, a la (10) Muchos y minuciosos datos relativos a estos episodios se hallan conte­ nidos en las mencionadas crónicas de Alonso Maldonado y Alonso de Torres y Tapia. (11) A. H. N., Orden de Alcántara: Encomiendas, leg. 4455, pág. 7.

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mano izquierda está una portada cerrada con arco de cantería apun­ tado, con siete piezas, con sus pies derechos, escarzano, todo de can­ tería labrada. Esta dicha portada tiene sus puertas de madera de pino de la tierra, con clavazón de cabeza redonda, con su cerrojo, cerradura y llave. «Entrando, asimismo, por esta puerta, y también a la mano iz­ quierda, hay dos cerradas y un cañón en medio, todo de cantería, en forma de medio punto, que parece servía de pasadizo, y no tiene puertas. »Más adelante de este pasadizo, sobre la mano derecha, está una portada de cantería con sus pies derechos y toza, escarzano por dentro, con sus puertas de madera de castaño, cerradura y llave. Esta portada tiene cinco pies de ancho y ocho de alto. »Item, por esta portada se entra a una caballeriza que cae arrima­ da a la muralla de la dicha casa. »Esta caballeriza tiene de largo 35 pies; ancho, 15, con sus pe­ sebreras metidas en el grueso de la pared, con vueltas de ladrillo y cal y los parafustes de ellas son de cantería con sus argollas. Esta mencionada caballeriza está cerrada con un cañón de ladrillo tosco por encalar, y tiene para las partes del poniente, en la muralla, tres luces angostas por el lado de afuera y rasgadas por dentro. Estas luces son de mampostería, y el suelo de esta caballeriza está empe­ drado con sus corrientes y desaguadero. »Item, entrando por esta segunda puerta arriba dicha, a la mano derecha, está una escalera de cantería por donde se sube a lo alto de esta caballeriza, la cual tiene 30 pasos hasta una reja que está sobre la muralla, y de allí sube cuatro pasos hasta lo alto de la muralla, de donde se entra sobre la caballeriza por otra portada de cantería de tres y medio pies de ancho y siete de alto, con unas puertas de madera viejas, que tienen cerradura y llave. El suelo que cae sobre la dicha caballeriza es de cal, y la cubierta de ella de madera tosca y teja vana, con sus luces al oriente, revocadas las paredes por dentro, con un ala de pizarra por fuera y sus cordones y bocas de canales. «Entrando por la segunda puerta ya dicha, a la mano derecha, está una pieza que sirve de bodega, abierta a teja vana, con un maderamiento en el tejado, mal reparado y arruinado por muchas partes el tejado de esta referida puerta, la cual tiene de ancho 15 pies y de largo 40. »Esta puerta últimamente citada tiene una ventana a la parte del norte, con una reja de hierro embebida en el suelo de la cantería de ella, la cual tiene de ancho tres pies y de largo siete, con su ante­ pecho y pies derechos, toza, y todo de cantería con su escarzán por dentro. Tiene puertas dicha ventana. »Item, para entrar en dicha bodega hay una portada de cante­ ría con sus pies derechos, toza y escarzán por dentro, también de

de cantería apunzano, todo de can­ as de madera de a, con su cerrojo, ién a la mano izdo de cantería, en adizo, y no tiene ino derecha, está y toza, escarzano cerradura y llave, alto. a que cae arrima15, con sus peueltas de ladrillo sus argollas. Esta de ladrillo tosco n la muralla, tres sor dentro. Estas leriza está empedicha, a la mano sube a lo alto de ja que está sobre to de la muralla, •tada de cantería ■on unas puertas II suelo que cae e ella de madera s las paredes por ones y bocas de i mano derecha, ja vana, con un ado por muchas ■ne ae ancho 15 na a la parte del ie la cantería de •te, con su antesu escarzán por >rtada de cante¡tro, también de

cantería. Tiene la dicha portada de ancho cinco pies y siete de alto, con sus puertas viejas rotas, y con cerradura y llave. La dicha pieza está revocada por la parte de adentro y su suelo empedrado. »Item, entrando por esta segunda puerta, frontero de ella está otra pieza que también sirve de bodega, la que tiene de ancho 12 pies; de largo, 43, revocada, encalada por dentro. Esta dicha pieza está maderada de madera de castaño, con sus vigas, cartones y tabla junta, y con su suelo de ladrillo arriba. »Para entrar en dicha bodega, se entra por una portada de can­ tería cerrada de un arco de medio punto, y aquélla tiene seis por ocho y medio pies, con su escarzán por dentro, todo de cantería. Tiene esta portada unas puertas de castaño buenas, con clavos de cabeza redonda, cerradura, llave y candado con sus argollas. Sobre esta puerta, metidos en la pared, tres órdenes de cantería labrada y tres canes, en la dicha orden, que parece fueron de algún pana­ dero. »Entrando por la puerta principal y dirigiéndose hacia mediodía, está el cuarto viejo de la casa, al que se entra por una portada que está debajo de los corredores; es de cantería, con sus jambas, toza y escarzán, por donde tiene esta portada seis y medio por siete pies. Tiene sus puertas de madera de pino de Arenas, con el clavazón de cabeza redonda, con su postigo, con cerradura y llave por fuera y aldaba por dentro. Por esta portada se entra en una sala grande que tiene 44 por 21 pies, maderada la sala de pino de Arenas, con sus vigas de a tercia y cuarta, con sus cuartones. Esta dicha casa está de por medio con un tabique de ladrillo que lleva una portada de marco de madera, con puerta, cerradura y llave de loba. El tabi­ que está encalado y lucido de blanco. Enlosado de ladrillo el suelo. »En dicha sala hay una chimenea de cantería, con sus pies dere­ chos, toza, respaldo y soleras, todo de cantería. Tiene la chimenea de ancho ocho pies y de hondo en la pared tres, con un cañón todo de ladrillo que sube hasta el tejado de la casa. »Tiene la sala una ventana al mediodía y oriente, de cantería, con antepecho, cambras y toza, todo de cantería, con escarzán de ladrillo; por dentro tiene tres y medio por cinco del antepecho arri­ ba, con sus asientos. Tiene una puerta de pino de Arenas, a medio servicio, con sus encerados y bastidor y su aldaba por dentro. »Desde esta sala se pasa a los corrales por una puerta de can­ tería labrada, con jambas, toza y escarzán por dentro, de ladrillo; mide cinco por ocho pies. »De la sala se pasa a otra habitación interior, de 22 por 22, suelo de pino de Arenas, vigas de tercia y cuarta de grueso, cuartones en­ cima asentados en pie unos de otros y sobre ellos una guarnición de pino de Arenas. En esta habitación hay una ventana rasgada hacia abajo, de cantería labrada, con antepecho, jambas, toza y escarzán de ladrillo, tres y medio por siete y medio por dentro, con su media

reja volada una cuarta fuera, hecha en cuadrados y llana, puertas de madera de castaño entrepañadas, con postigos y aldabas. »Desde esta última pieza, volviendo a mano derecha, al norte, hay otra pieza de 22 por 22, de madera de pino el suelo, y sus vigas y cuartones; hay una ventana hacia mediodía rasgada hasta abajo, de tres y medio por siete y medio, de cantería, con reja volada, etc. »De esta dicha pieza parte el cuarto nuevo, que está al norte, con su portada de cantería, etc. «Arrimado a este cuarto, a la parte norte, está hecho un trance del corredor del patio, que es de cantería labrada. Este corredor tiene en lo bajo, cerrados, cuatro arcos de cantería con sus molduras por la parte de afuera y, por dentro, llanos, los que están fundados sobre columnas de cantería y un pilar cantón con sus medias muestras de columnas que hacen correspondencia a las columnas enteras, las cuales son tres, dos en el trozo y una en la revuelta. Estas colum­ nas tienen de grueso dos pies, de alto diez y medio, con basa y capitel, disminuidas del medio arriba, todo el orden toscano. »En el corredor, a la mano derecha, está la escalera principal de la casa, de siete pies de ancha, con una mesa en medio que tiene 15 pies de largo y siete de ancho. La escalera es de dos trozos, el primero tiene 12 pasos y 12 también el segundo; es toda de cantería, de pasos enteros. Esta escalera sube a los corredores altos, que tienen su antepecho con sus columnas y balaustres y pedestales. En el trance mayor tiene cinco columnas con sus pedestales, entre los pedestales sus balaustres con sus capiteles arriba y de una columna a otra sus sinciles (?) entresobados por la parte de afuera, con sus cornijas arriba, con su moldura que anda por todo, y en la sobre escalera está hecha una nave por el mismo orden dicho, y lo mismo está en el trozo que corresponde a la parte del norte. »Es lo alto del corredor de madera de castaño «de ochava y resma de ancho y grueso, asentados un pie uno de otro y sobre ellos su guarnición». «Entrando en la primera habitación del cuarto bajo arriba dicho, a mano izquierda, está una escalerilla de cantería por la que se sube a una pieza que tiene 16 por 16 pies. Dicha pieza está cerrada de bóveda de ladrillo en forma de caño apuntado, encalado y lucido de blanco. Esta pieza cae en lo bajo de la torre del Homenaje, y en medio está una cisterna de agua que tiene de hueco lo que tiene la dicha torre, cerrada con sus bóvedas de ladrillo en forma de cañón apuntado, todo encalado y bruñido. Esta cisterna tiene un brocal de dos pies de hueco en redondo, hecho de cantería con su alcagión (?) de madera y su candado y llave. «Tiene esta pieza una ventana de cantería con su antepecho, jam­ bas, toza y escarzán dentro. Cae dicha ventana sobre la escalera principal, tiene de hueco cuatro por cuatro pies, lleva reja de hierro embebida en el hueco de la cantería; tiene puertas de madera de

y llana, puertas aldabas. T e c h a , a l norte, íelo, y sus vigas da hasta abajo, reja volada, etc. e está al norte, bo un trance del í corredor tiene ís molduras por fundados sobre lias muestras de ías enteras, las a. Estas columlio, con basa y toscano. i principal de la [ue tiene 15 pies >zos, el primero la de cantería, ores altos, que pedestales. En rtales, entre los le una columna de afuera, con todo, y en la orden dicho, y del norte, ochava y resma ►V sobre ellos jo arriba dicho, la que se sube ?stá cerrada de alado y lucido ?1 Homenaje, y eo lo que tiene ) en forma de tem a tiene un cantería con su mtepecho, jambre la escalera i reja de hierro de madera de

castaño de sobre escalera a medio servicio, con clavazón de cabeza redonda y aldaba por dentro. «Entrando por la escalera principal, al principio de ella y a mano izquierda, está la cocina, con 15 por 18 pies, chimenea a la parte del medio, con sus pies derechos de cantería, sus escarzanes, y su res­ paldo también de cantería de tres hiladas, y de ahí arriba cerrada con su cañón de ladrillo encalado por la pared de dentro. Tiene una ventana al norte, de tres pies de ancho y cinco del antepecho arriba, con su reja de hierro volando de la pared afuera, puerta de madera de castaño y aldaba por dentro. »Se pasa de la escalera a la cocina por una portada de tres y medio por siete pies, con jambas, toza y escarzán, puertas de ma­ dera de castaño, cerradura, llave y aldaba. La cocina está revocada, y el moderamiento de pino «a tabla junta», con suelo de sal encima. »Desde la mesa de esta escalera, a la izquierda, hay una escale­ rilla de cuatro pasos para llegar a un aposentillo que está encima de la cocina, maderado de pino, hacia el norte, arrimado al cuarto viejo donde acaba la escalera principal, y allí hay una portada de cantería por la que se sube a la primera sala del cuarto alto, de 44 por 22 pies, de madera de pino de Arenas. Tiene ventana a oriente y me­ diodía, de cantería, rasgadas hasta abajo, sus medias rejas, cuadra­ das y llanas, voladas una cuarta de la pared. »En el tabique de separación de esta sala de la pieza de la iz­ quierda, hay una chimenea de ocho pies de ancho y tres de hueco, con sus pies derechos de cantería, sus canes encima y su toza de cantería, y con comisa arriba y respaldo de dos hiladas. »En medio de dicha sala hay un tabique de ladrillo que la di­ vide en dos y cae a plomo con el que está debajo, y por un marco, con sus puertas, se pasa de una pieza a otra. Está solada de ladrillo y tiene una portada para pasar a otra sala que hay más adelante. Hay una ventana a mediodía y poniente. De esta pieza se pasa a otra que hay hacia el norte. «Entrando por la puerta principal de la sala, a la mano izquierda, hay una escalerilla de tres pasos por donde se sube a una pieza que cae dentro de la torre del Homenaje, de 17 por 17 pies, ce­ rrada de bóveda en lo alto, con una luz a la parte del mediodía y poniente. La portada por donde se entra es de cantería labrada, con sus jambas despejadas, su troza arriba y su escarzán por dentro. »Más adelante de esta pieza hay otra, 18 por 23, y en el vano de ella están cerrados dos arcos de cantería labrada y de uno a otro maderado de cuartón de castaño. Tiene una ventana al mediodía. »A1 entrar a esta pieza, a la izquierda, hay una escalera de cara­ col por donde se sube a la torre del Homenaje. Es angosta y sólo puede subir por ella una persona; sus pasos de cantería v metida en un cubo redondo.

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«La escalera tiene al final una bovedilla de ladrillo, y con un re­ mate arriba de ladrillo saliendo de ella. «Saliendo de esta escalera, en lo alto, se entra sobre la torre del Homenaje, que tiene el suelo de argamasa puesto en corriente a la parte del oriente, con un parapeto de tres pies de alto, todo hecho de piedra y cal. «Sobre la pared de dicha torre, arrimado al cuarto viejo que cae a las caballerizas, está un caño a donde acuden las aguas de los te­ jados y las del suelo de dicha torre, las cuales, con todas las de la parte de mediodía, van a parar a la cisterna puesta en lo bajo de la torre del Homenaje. «Los tejados del cuarto viejo, que está a poniente y mediodía, v los tejados del cuarto junto a caballerizas, son de madera de pino con sus tijeras y tirantes (12) «DESCRIPCION DE LA OBRA Y ED IFIC IO QUE DE NUEVO ESTA FUNDADO EN LA CASA DE LA ENCOMIENDA MAYOR, ANSI D EL FU ERTE COMO DE ENCASAMIENTO. «La puerta principal de dicha casa y fortaleza es de cantería labrada hecha en arco cerrado a medio punto, con 13 bolsores (?) v una imposta que le sirve de capitel. Tiene 10 por 16 pies con su escarzán por dentro, hecho de cantería labrada capialzado. «Esta portada tiene puertas de madera de pino de Arenas, de sobre escalera, clavadas con clavazón cortada y limitada a manera de veneras, cuatro en cada clavo, con sus abrazaderas de hierro arriba y abajo, con su llamador y su tranca por la parte de adentro. «Los lados de esta puerta están formados por dos cubos, torreo­ nes redondos, de cada parte el suyo. Estos dichos cubos salen de la pared afuera cinco pies, así vuelven a tener 10 pies de grueso con su recogimiento a seis pies de alto, y de ahí arriba, llanos, labrados en redondo1, hechos en manipostería y cal. Estos cubos tienen de alto 22 pies, con su cornisa de cantería en lo alto y por remate una media naranja de ladrillo con pedestal de cantería y un artesón al medio con una moldura abajo y arriba una bola espetada en la punta de una pirámide. «Estos cubos, en el interior, están hechos a cordel con las pa­ redes, y en el bajo de ellas están cerradas unas bóvedas de media naranja que vienen al paso y nivel de la muralla, y por la parte de adentro abiertas sus portadas para servicio de ellas; y en lo alto sobre la muralla lo mismo. No tienen puertas estas portadas. «En estos cubos, por la parte de afuera, están puestos sobre-escudos de armas; en uno de ellos las armas de la Orden y en otro las armas del comendador Mayor, que ahora es don Cristóbal de Mora; v sobre la portada principal un escudo con las armas reales. (12)

A. H. N., Libros manuscritos de la Orden de Alcántara: Visitas (1608).

Encomienda Mayor d e Alcántara, sig. 505-C.

157

»En el lienzo de la muralla, entrando por puerta a la mano iz­ quierda, hay otros dos cubos; el uno está en medio de lienzo y el otro en la misma esquina. Estos cubos están formados en redondo como los demás, y son hechos de mampostería con sus corregimien­ tos, de cinco pies de alto, arriba una cornisa de cantería labrada, por remate una bovedilla de media naranja, con un remate arriba de un pedestal con un artesón, con su moldura arriba y abajo y una bola despejada en una pirámide. Estos cubos tienen sus puertas arriba sobre la muralla para servicio de las bóvedas altas, y el cubo de la esquina es macizo hasta el alto de la muralla. El otro cubo del medio del lienzo es vacío todo y en su bajo tiene cerrada otra bovedilla con su portada de cantería para servicio de ella. Tienen puertas de madera y los cubos están revocados por fuera. «Volviendo sobre la mano derecha, en el lienzo de la muralla del mediodía, otra portada, que es la puerta falsa de la casa, está hecha de cantería labrada, cerrada a medio punto, con 11 bolsores (?) con su escarzán por dentro, hecho de cantería con sus gradas que suben al suelo holladero del corral. Puertas de madera de pino de Arenas, clavos redondos limados, con tranca por dentro. »A los lados de esta puerta otros dos cubos hechos de mamposte­ ría con sus recogimientos, redondos, macizos hasta lo alto de la mu­ ralla, y en lo demás, análogos a los anteriores. «Prosiguiendo por la muralla adelante a dar a la esquina del me­ diodía y poniente, en la dicha esquina hay otro cubo de mampos­ tería, redondo, revocado por dentro, con su recogimiento a cinco pies de alto, macizo hasta la muralla, y en lo demás igual que los otros. «Continuando por la muralla, a la parte del mediodía y norte, hay otros dos cubos; uno está en el ochavo que hace la muralla y otro en la esquina; macizos, redondos, etc. Tienen de alto 22 pies, con su comisa. Estos cubos tienen sus portadas sobre el suelo de la muralla por la que se entra al vano de los cubos. «Y siguiendo, a la parte del norte, hay otros dos cubos; uno está en medio de dicha muralla y otro en la esquina, con recogimiento a cinco pies, y de alto 25, etc. Tenían bóvedas en lo alto y en lo bajo, y las puertas de abajo por dentro. «La muralla que de nuevo está fundada, donde los dichos cubos están embutidos, es de piedra y cal con su mampostería, y los cubos revocados por dentro y por fuera. «La cerca mural tiene siete pies de grueso y 13 de alto por al­ gunas partes, y dos escaleras de cantería por donde se sube a ella. «Comienza la muralla en el cubo de la esquina de caballerizas nuevas dando vuelta a toda la casa hasta terminar en la puerta prin­ cipal de la misma, porque la muralla que hay desde dicha puerta hasta el dicho cubo es vieja, donde están las caballerizas armiñadas. «En la muralla hay tres ventanas de cantería, dos al norte y la otra a oriente. Tienen cinco por nueve pies, con sus antepechos y

rta a la mano izio de lienzo y el lados en redondo sus corregimientería labrada, por nate arriba de un abajo y una bola us puertas arriba , y el cubo de la 0 cubo del medio Ja otra bovedilla 'ienen puertas de 10 de la muralla

de la casa, está on 11 bolsores (?) 1 sus gradas que idera de pino de íntro. ios de mampostelo alto de la mut esquina del meubo de mamposiento a cinco pies íal que los otros, lediodía y norte, la muralla y otro alto 22 pies, con ? el suelo de la ; cubos; uno está 0 recogimiento a alto y en lo bajo, los dichos cubos tería, y los cubos 5 de alto por ale se sube a ella. 1 de caballerizas n la puerta prin>de dicha puerta ?rizas arruinadas, los al norte y la ;us antepechos y

jambas despejadas, y sus tozas arriba con sus escarzanes por dentro, los salmeres (?) de cantería y el medio de ladrillo. No tienen puer­ tas» (13). Se desprende de la descripción precedente que, cuando visitó la fortaleza de Brozas el caballero frey don Felipe de Trejo y Carva­ jal, a principios del siglo xvn, estaba todo el edificio poco más o me­ nos que en la actualidad, pues su detalladísima referencia señala la existencia de varios cubos, de la torre del Homenaje y de recia y bien conservada muralla «que de nuevo está fundada», con grosor de siete pies y trece de altura en algunos de sus lienzos; y nos aclara, además, que la nueva muralla, la recientemente construida, se ex­ tiende «desde el cubo de la esquina de caballerizas nuevas, dando la vuelta a toda la casa hasta terminar en la puerta principal de la misma»; porque «la muralla que hay desde la dicha puerta hasta el dicho cubo es vieja, donde están las caballerizas arruinadas». Esta terminante y clara referencia nos autoriza a afirmar que en­ tonces no había más restos que un pequeño trozo de la fortificación medieval de Brozas, y que los imponentes muros, surcados de cubos, que circundan y protegen la casa fuerte residencia de los respectivos y sucesivos comendadores de dicha villa, fueron construidos a finales del siglo x v i i i , durante las guerras de Sucesión, según creencia muy extendida entre los broeenses. Por otra parte, la existencia de viejos muros medievales y de pujante torre del Homenaje en tiempos del visitador Trejo nos pre­ dispone a suponer: 1.°, que no debieron desaparecer totalmente las fortificaciones primitivas de Brozas cuando la feroz arremetida del infante don Pedro; 2°, que se libraron de las ruinas algunos lienzos de la primitiva muralla y, con toda seguridad, la llamada torre del Homenaje, quizá por su consistente fábrica, y alzada seguramente durante la dominación sarracena; 3.°, que junto a la base de la men­ cionada torre se edificó, en el transcurso de las centurias, el soberbio palacio-fortaleza —fuerte por su construcción, torres, cubos y mura­ llas que lo defendían—, que fue morada y lugar seguro de los varios comendadores mayores de la Orden de Alcántara, que residían en dicha villa; o en su caso, de los respectivos alcaides; 4.°, que al fi­ nalizar el siglo xvi, fue reemplazada la vieja cerca por los consistentes muros que aún se mantienen en pie, a excepción de un pequeño lienzo de la antigua fortificación, que todavía se conservaba seguro en aquel tiempo; 5.° y último, que el interior del palacio, o casa fuerte, de Brozas ha sufrido las naturales y consiguientes recons­ trucciones y reformas indispensables para ir acondicionando su ha­ bitabilidad en consonancia con las necesidades surgidas en el trans­ curso de tres siglos y medio.

(13)

Ibid., pág. 1960.

CACERES

E L CASTILLO Y PLAZA FU ERTE DE CACERES I N o t ic ia s

p r e v i a s r e l a t iv a s a l a f o r t a l e z a d e s u n o m b r e .

Hemos creído siempre que de todos los pueblos de la Vetonia —región comprendida dentro, y en la parte occidental de la an­ tigua Lusitania—, fue la ciudad de Coria la más importante (1). Y como prueba evidente de esta apreciación nuestra, además de al­ gunas otras que pudiéramos alegar, está la preferente atención que le dispensaron los romanos fortificándola fuertemente. En tanto que Alcántara, Trujillo, Cáceres y algún viejo poblado de la dicha co­ marca, no adquirieron rango de villas o ciudades, de auténticas medinas (2), hasta la dominación sarracena. (1) Las fuertes y bien conservadas murallas de Coria, que no tienen igual en la Península Ibérica, y de las cuales nos ocuparemos más adelante, confir­ man nuestra apreciación. (2) «Bajo la dependencia de los em ires se hallaban los walíes o goberna­ dores de ciudades, circunscripciones o provincias. Posiblemente, su autoridad se extendió a una cora o provincia, residiendo en la m edina o cafaba, nombre que se daba a la capital», escribe B a llester o s en su Historia Universal, t. II (Barcelona, 1920). 161

11

Reliriéndon que no tuvo ve primera mitad reconstruir y a indudable de 1 da vía existente: Se esforzare der disponer a del valle del 1 este río hasta Merida v Bada¡

Sorprenden madura, incluv jamás tuvo ca: que la existen» va desaparecid y resistentes m que aún se con a considerar a

de los alcácen de atención p de evidente ut una Jcasión, d reyezuelo que en determinad acierto y con i La índole < razones fácilmi el debido dete vicisitudes de hemos de limi sueltas, los he nar v complet sible.

Mucho se de la palabra tro tiempo, qu C áceres .— Plano de la cerca almohade (3) Entre o) torres de Bujaco

Refiriéndonos concretamente a Cáceres, interesa hacer constar que no tuvo verdadero interés militar, como plaza fronteriza, hasta la primera mitad del siglo xn, época en que los islamitas procedieron a reconstruir y ampliar las defensas de sus primitivas murallas, obra indudable de los hijos del Lacio, según testimonian los vestigios to­ davía existentes (3). Se esforzaron los muslines en mejorar la cerca cacereña para po­ der disponer así de una eficaz atalaya que facilitara la vigilancia del valle del Tajo e impidiera el paso de las tropas leonesas desde este río hasta el Guadiana y las ya entonces populosas urbes de Mérida y Badajoz. a

a

«

Sorprenderá que, al ocuparnos de los castillos de la Alta Extre­ madura, incluyamos el de la capital sin tener en cuenta que Cáceres jamás tuvo castillo propiamente dicho; pero creemos sinceramente que la existencia en tiempos remotos de su egregio alcázar —hoy ya desaparecido—, de sus múltiples torres, de sus casi inexpugnables y resistentes murallas y el indudable carácter castrense de los restos que aún se conservan relativos a su conjunto defensivo, nos autorizan a considerar a la que fue llamada por algunos historiadores Ciudad de los alcáceres como una fortaleza de primer orden, merecedora de atención por su enclave estratégico y su peculiar arquitectura de evidente utilidad guerrera en el medievo, que sirvió, en más de una ocasión, de residencia oficial permanente al walí, gobernador o reyezuelo que regía los destinos de la zona comarcal que constituyó, en determinados momentos, uno de los llamados, con más o menos acierto y con indudable o dudosa autenticidad, reino de taifas. La índole de esta monografía, que no puede ser exhaustiva por razones fácilmente comprensibles, no permite que nos ocupemos con el debido detenimiento de cuanto hace relación a la historia y demás vicisitudes de la mencionada capital extremeña; y, por esta razón, hemos de limitarnos a reseñar, en forma concisa y con pinceladas sueltas, los hechos más fundamentales e indispensables para hilva­ nar y completar la narración con el menor número de lagunas po­ sible. «

*

O

Mucho se ha escrito y comentado sobre el origen y etimología de la palabra Cáceres, siendo la opinión más generalizada, en nues­ tro tiempo, que la voz Cáceres es arábiga, según unos, y, según los (3) Entre otros, la llamada puerta del Arco d el Cristo, y las bases de las torres de Bujaco y Espaderos.

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más, corrupción de «alcáceres», en opinión del sabio alemán Hübner (4). Recientemente, el señor Torres Balbás, académico, ha escrito a este respecto que «da derivación del nombre de la ciudad de la palabra árabe «los alcáceres» —Ál-qusur— es poco corriente»; y que, por el contrario, es «mayor su semejanza con el singular de la misma —Al-qasr— », el alcázar, el castillo. Sin embargo, a pesar de expresarse así, Torres Balbás agrega que le parece más lógico admi­ tir que el nombre Cáceres procede de la última palabra con el que le conocían los romanos: C a e s a r in a (5). Sabido es que, en 1794, se encontró en Cáceres, en el corral de una casa de la puerta de Mérida, al deshacer una parte de la mu­ ralla antigua, un fragmento de piedra, de una vara de ancho y tres cuartos de alto, que tenía escritas, en grandes letras, las siguientes palabras: C o l . N o r b . C a e s a r i n . . . (Colonia Norba Cesarina), siendo muy probable que estuviera empotrada sobre una de las puertas de la vieja ciudad al ocuparla los sarracenos; y que debió permanecer allí hasta la mitad del siglo x i i , en cuya época se reparó y modificó buena parte de las fortificaciones primitivas. No teniendo nada de extraño, por consiguiente, que los invasores siguieran llamándola con su mismo nombre anterior deformado. Según Plinio, cuyo testimonio nos ofrece toda clase de garantías, la Colonia Norba Caesarina cognomine era una de las cinco de la provincia de Lusitania, militares todas. A pesar de las opiniones de escritores de tanta solvencia como el erudito alemán y el académico español mencionados, nuestro mo­ desto y sincero parecer es que la palabra Cáceres deriva de la voz arábiga Al-qasr, que aparece escrita unas veces Al-kassar y otras Al-kasr, el alcázar, y mejor aún, y más exactamente en este caso, el castillo. Y fundamentamos nuestro parecer en la referencia facilitada por A. Herculano, que se expresa así: «Los territorios del Garb esta­ ban formados por tres provincias, a saber: 1.a, la de Al-faghai o de Chenchir, en la que se hallaban situadas las ciudades y castillos de Santa María, Mirtolah, Chelb, Orosnoba, Javira y otros; 2.a, la de Al-kasr, el alcázar, y mejor aún, y más exactamente en este caso, el Iaborah, Marida, Cantarf-al-seilf, Medina Cauria, Beloh, Bajah, Al-kassar y otros muchos castillos y poblaciones, como Jolmanyah y Sheberina, y 3.a, la de Bekatha, cuyos principales lugares eran, Chan(4) «Cáceres, según toda probabilidad, no es otra palabra que la muy conocida arábiga de los alcázares, sin el artículo antepuesto al y con cambio del acento en la pronunciación, causado tal vez por la misma omisión del ar­ tículo». E. H übn eh : «Cáceres en tiempos de los romanos», apud. Revista de Extremadura, t. I, págs. 149-51. Mélida y Floriano admiten el parecer del sabio alemán, fallecido recientemente. (5) Crónica arqueológica de la España musulmana: C áceres y su cerca alm ohade, por L. T orres B a lbá s , pág. 446 y siguientes, publicada en el «Al-Andalus».

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ibio alemán Hübnico, ha escrito a la ciudad de la oco corriente»; y el singular de la bargo, a pesar de más lógico admialabra con el que s, en el corral de i parte de la mui de ancho y tres ras, las siguientes Cesarina), siendo de las puertas de debió permanecer reparó y modificó teniendo nada de in llamándola con lase de garantías, e las cinco de la solvencia como el dos, nuestro moderiva de la voz Al-kassar y otras e en este caso, el herencia facilitada ios del Garb estaie Al-faghai o de des y castillos de otros; 2.a, la de e en este caso, el a. Beloh, Bajah, m í o Jolmanyah y gares eran, Chanalabra que la muy to al y con cambio ana omisión del ar■, apud. Revista de el parecer del sabio C á ceres y su cerca licada en el «Al-An-

Cáceres. — Torre de la Casa Quemada

tarim o Chantareym, Lixbona o Achbuna y el castillo roquero de Chintia o Zintiras» (6). El citado escritor portugués cree firmemente que Al-kassar es la villa de Alcacer do Sal; pero nosotros nos decidimos a admitir que Al-kasr el Felhad, el castillo de la entrada o de la abertura existente en la provincia del Castillo de los hijos de Abu Danés, era la ciudad de Cáceres, y que de dicha voz arábiga derivaron, por consiguiente, los diversos nombres que se le asignaron en el medievo: Cázzeres, Cázeris, Cázzires, Cázires, Cancies, Cánceres, y el actual y definitivo Cáceres (7). *

*

*

Faltan noticias de la capital de la Alta Extremadura durante la dominación visigoda, aunque algunos historiadores suponen «que en ella tuvieron su corte los reyes bárbaros Alace, Rechila y Rechiario, durante las primeras cuatro décadas del siglo v» (8), y que «hacia el año 582, Leovigildo, en su campaña de Lusitania, atacó a Mérida y dos veces a Cáceres, logrando apoderarse de ambas ciudades que seguían el partido de Hermenegildo»; pero quienes tal afirman no aportan, en opinión nuestra, testimonios suficientes e irrefutables. Pasaron varios años hasta que el nombre de Cáceres, sin duda por su poca o relativa importancia, se mencione por los escritores árabes cuyas obras han llegado a nuestros días. Citaremos como más importante la alusión que hace El Edrisi, diciendo que está situa­ da a dos jornadas de Trujillo, y que era una fortaleza en la que se reunían los inquietos y aguerridos berberiscos para ir a recorrer, saquear y devastar el territorio de los cristianos. Es admisible que el rey moro de Coria, el popular y victorioso Zeth, atacara la plaza cacereña (9) y la sitiara por hambre en el año 863; y que después de hecho tan señalado y trascendental se preo­ cupara de acondicionar debidamente sus defensas. Ningún reye­ zuelo de la comarca adquirió tanto renombre y fama como el de Coria. Por ello no resulta disparatado atribuir a este egregio perso­ naje la realización de tan importante obra. Zeth ordenó la construcción del alcázar en la capital cauriense. que era la de sus Estados, aunque es muy posible no llegara a verlo terminado. Cuando lo dejó en libertad el rey de Galicia y León, que lo había hecho prisionero, peleó con los emires de Bada­ joz y se apoderó de Cáceres y de varias villas y lugares del eontor(6) A. H erculano : Historia d e Portugal, II, pág. 170. Impreso na impren­ ta Portugal-Brasil (Lisboa). (7) Insistimos en que nuestra suposición no pasa de ser una más sobre

el particular. (8) (9)

M é l id a : C rónica..., t. I, pág. 217. Así lo afirma M élid a , ibid., pág. 230.

istillo roquero de ue Al-kassar es la ios a admitir que abertura existente nés, era la ciudad por consiguiente, edievo: Cázzeres, tctual y definitivo

adura durante la suponen «que en i-hila y Rechiario, 8), y que «hacia l, atacó a Mérida bas ciudades que s tal afirman no ?s e irrefutables. Sáceres, sin duda Dor los escritores Citaremos como lo que está situaeza en la que se ra ir a recorrer, iular y victorioso tambre en el año ■ndental se preos. Ningún reyeima como el de :e egregio perso■apital cauriense, >le no llegara a ev de Galicia y emires de Badajares del contormpreso na imprenser una más sobre

no, no siendo de extrañar, por tanto, que en algún tiempo se titu­ lara rey de Coria y Cáceres, y se esforzara por ampliar y completar las defensas de esta última ciudad. Nada se vuelve a saber de las vicisitudes por que atravesó la ca­ pital cacereña hasta el año 1142, en cuya fecha Alfonso VII, el Em ­ perador, después de la conquista de Coria, regresó a tierras de Castilla y León para poner en orden sus asuntos de Estado; pero su espíritu decidido y tenaz empeño por aumentar sus dominios mo­ tivó que, en la primavera de 1143, desde Toledo, volviera a la Transierra con escogido y numeroso ejército; y añade el P. Coria «que se le dieron a partido Trujillo, Cáceres, Montánchez y Alcántara, con todas las villas y lugares del contorno» (10). Tal incursión guerrera debió motivarla solamente el deseo de don Alfonso de realizar toda clase de experiencias y tanteos con miras a futuros hechos de armas, porque poco tiempo después hubo de abandonar las poblaciones reconquistadas; en parte, por no poder guarnecerlas y conservarlas, y también porque se rebelaron contra su poder. Hecho real que confirma, entre otros historiadores, el mencionado religioso, cuando escribe: «Que como estas villas toda­ vía quedaban en poder de moros, se le volvieron pronto a rebelar» (11). El más autorizado de los cronistas que se han ocupado de las cosas de Extremadura admite sin reparos la existencia del rey moro Ablhá-el-Gami, en Cáceres, a mediados del siglo xii; y agrega que dicho personaje fue un excelente caudillo que sostuvo frecuentes es­ caramuzas y batallas importantes con los reyes cristianos, destro­ zando sus ejércitos en Alcántara, Montánchez y Valencia de Al­ cántara. Desde 1159, el referido reyezuelo fijó su residencia en Cáceres, y se hizo llamar rey de Cazires, Medina Cauria y Alcántara-el-seif, en cuya empresa le ayudaron Abdelazí, rey de Huelva, y el cabecilla Ibn Casi (Abencasi), que gobernaba en Silves. No existe conformidad de criterio respecto a la duración del reinado de Ablhá-el-Gami; pero, en 1151, se le considera ya como señor de Cáceres, y se supone fue vencido y destronado por los Fratres de Cáceres, antes del año 1170; aunque determinado historia­ dor, que por cierto no nos merece mucho crédito (12), sostiene que cuando Fernando II de León se propuso la conquista de Cáceres en 1184 «era esta ciudad cabeza de reino y ocupaba el trono el mencio­ nado Gami». Si el dicho caudillo moro estuvo el frente de los destinos cacereños durante treinta o treinta y cinco años, nada tiene de particular (10) Manuscrito del P. C oria , existente en la biblioteca del real monasterio-basílica de Guadalupe. (11) Ibid, (12) D íaz y P é r e z , N., en su obra Extremadura, págs. 6 8 4 y siguientes.

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fuera él quien mandara alzar, o al menos reconstruir o ampliar, sus imponentes murallas, edificar su bello alcázar y excavar y acondi­ cionar su magnífico y útil aljibe, pues resulta indudable que, al ser reconquistada la ciudad años más tarde por los reyes de León, la lla­ maron los cronistas oppidinn fortíssimum barbarorum ; evidenciando así que las defensas de la romana urbe eran de mucha consideración en aquel tiempo. No debió ser, sin embargo, muy próspero y tranquilo el reinado de Ablhá-el-Gami, toda vez que en el año 1165 le arrebató la capi­ tal de su pequeño reino el aventurero Giraldo Simpavor; en 1167 la atacó y desmanteló don Fernando de León, y en 1169-70, la recon­ quistó este último rey, conservándola en su poder hasta que, en 1173, cayeron sobre ella las feroces huestes de Abu Jacob (13). El mencionado Giraldo cognominato sine pavore, era un audaz miliciano portugués, de dudosa hombría de bien, que guerreaba por cuenta de don Alfonso Enriques, señor de Coimbra. Este aventu­ rero, a quien con harta exageración se ha llamado el Cid portugués, tenía atemorizadas a las ciudades musulmanas fronterizas, pues capi­ taneando una tropa, mitad guerrilleros y mitad íoragidos, en las noches más tenebrosas por el azote de la nieve, la lluvia v el viento, las asaltaba. Después de haber arrimado a los muros las escalas, Giraldo (14) era el primero en subir por ellas, sorprendiendo al vigi­ lante dormido, y despertándolo lo obligaba a dar el grito acostum­ brado de normalidad. Subían entonces tras él todos sus secuaces, y dando grandes voces penetraban en el interior del recinto, asesinan­ do a cuantos moradores encontraban. Así, desde 1164 a 1168, se apo­ deró de Trujillo, Evora, Cáceres, Montánchez, Serpa, Jurumenha, Santa Cruz y Montfragüe. Aprovechándose de la confusión reinante por las hazañas y turbu­ lencias del intrépido portugués y de las revueltas y guerra civil que (13) Hemos hecho constar aquí el parecer sostenido por Mélida y por Díaz v Pérez de que Adlhá-el-Gami fue señor o reyezuelo de Cáceres, porque — a pesar del escepticismo de Hurtado a este respecto— , la mayoría de los historiadores han venido admitiendo la existencia de este personaje como algo cierto e indiscutible; pero el señor Torres Balbás, en su documentado trabajo sobre Cáceres i/ su cerca almohacle, no alude a dicho jerifalte, y atribuye la erección de las murallas cacereñas a los alarifes de Abu Jacob (1163-1184), por suponerlas contemporáneas de las de Badajoz, que se deben a iniciativa de dicho monarca, según el cronista Ibn Sahib Salat. Mas el profesor Floriano no parece estar de acuerdo con el arquitecto Torres Balbás, y en su reciente y bien documentada publicación que lleva por título Estudios de Historia de Cáceres, afirma, en la pág. 98, que el califa almohade Abu al-Mumin pasó el Estrecho, se apoderó de Badajoz en 1148, y procedió seguidamente a fortificar Santarem, Trujillo y Montánchez, y a rehacer sobre las viejas ruinas romanas de Cáceres la soberbia cerca, el reducto que dio a la villa auténtica categoría de plaza fuerte, a la que se llamó, a partir de entonces, el Alcázar, el Castillo,

la Ciudad fortificada. (14) Estudiamos con más detenimiento a este personaje casi legendario al ocuparnos del castillo de Montfragüe.

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ruir o ampliar, sus excavar y acondiudable que, al ser es de León, la lia­ ram; evidenciando icha consideración anquilo el reinado ; arrebató la capiípavor; en 1167 la 1169-70, la reconler hasta que, en u Jacob (13). ~>re, era un audaz ju e guerreaba por bra. Este aventuel Cid portugués, terizas, pues capiforagidos, en las llu\'ia y el viento, nuros las escalas, Tendiendo al vigiel grito acostum>s sus secuaces, y recinto, asesinan34 a 1168, se apoerpa, Jurumenha, hazañas y turbu• guerra civil que por Mélida y por de Cáceres, porque la mayoría de los jersonaje como algo locumentado trabajo ifalte, v atribuye la ob (1163-1184), por ben a iniciativa de ■1 profesor Floriano s, y en su reciente dio s d e Historia de i al-Mumin pasó el iamente a fortificar ejas ruinas romanas auténtica categoría Alcázar, el Castillo, ■ casi legendario al

C áceres .— Torre del Postigo

dividía a los musulmanes de la Península, en enero de 1167, Fer­ nando II se adueñó de la estratégica villa de Alcántara, cuya pose­ sión supuso una considerable ventaja para el rey de León por tra­ tarse de fortaleza sita junto al Tajo, que hasta entonces había sido foso protector de Cáceres contra las incursiones de los ejércitos que procedían del norte. Al caer Cáceres en poder de Giraldo, la dicha plaza fuerte, casi fronteriza, amenazada desde Alcántara y con Badajoz más al sur en poder temporal de los portugueses, se supone que en aquella fecha sería una especie de enclave guarnecido por monjes-soldados consa­ grados a la guerra santa contra los cristianos. En el año 1170 Fernando II ocupó Cáceres, aunque es probable que pasase a manos del de León más bien por pacto que por con­ quista, lo cual explicaría la falta de referencias documentales respecto a hecho de tal importancia, que sólo lo conocemos por la fundación de la Congregación de Fratres d e Cáceres, el día 1.° de agosto de dicho año, y la cesión que a ésta hizo la ciudad, sin duda para que la defendiera. Refuerza la creencia de que la donación de Cáceres a la naciente Orden no se debió a la ocupación de aquélla por conquista, la circunstancia indudable de que el rey leonés prestara ayuda a los almohades de Badajoz poco tiempo después, lo que evidencia las buenas relaciones existentes entre moros y cristianos. En una de las iglesias de Cáceres (la actual parroquia de San­ tiago), mezquita antes o templo mozárabe, estableció su sede la nueva milicia religiosa, creada tal vez para contrarrestar a los grupos fanáticos de monjes-soldados islámicos, a quienes era preciso oponer guerreros impulsados por fuerte y combativa fe religiosa y sometidos a estrecha disciplina militar. La paz entre don Fernando y los almohades duró hasta el 1.° de agosto de 1172, en cuya fecha el primero de los citados rompió el pacto. En 1173 se había hecho muy crítica la situación de Badajoz y se sucedían las expediciones de socorro a dicha plaza. En este año, Abu Jacob y Abu Mohamed Abdallah salieron de Sevilla con 400 jinetes entre almohades, yundíes, españoles y árabes, protegiendo un comboy de 300 mulos cargados de trigo, harina, aceite, sal, uten­ silio y víveres destinados a los habitantes de Badajoz, donde llega­ ron y lo entregaron al jeque Abu Galib, el que distribuyó esas can­ tidades en almacenes, según las órdenes recibidas. Luego esas fuer­ zas hicieron una algarada contra los leoneses y castellanos devas­ tando las márgenes del Tajo hasta las puertas de Toledo y haciendo lo propio en ambas Transierras, reconquistando Cáceres, Alcántara, Coria, la ciudad de Nadus (que no ha podido ser identificada) y Ciu­ dad Rodrigo, en cuyas proximidades fueron los moros batidos en la batalla de Camates. Esta expedición, rápida y provechosa para los sarracenos hasta las orillas del Agueda, privó a don Fernando de las plazas y cas170

ero de 1167, Ferántara, cuya posede León por traítonces había sido e los ejércitos que plaza fuerte, casi ijoz más al sur en ■en aquella fecha es-soldados consainque es probable icto que por con­ tinentales respecto por la fundación 1.° de agosto de in duda para que lación de Cáceres i de aquélla por ;y leonés prestara después, lo que loros y cristianos, larroquia de San>leció su sede la estar a los grupos ra preciso oponer giosa y sometidos ró hasta el 1.° de litados rompió el ación de Badajoz laza. En este año, ■ Sevilla con 400 ibes, protegiendo aceite, sal, utenjoz, donde llegatribuyó esas canLuego esas fuerastellanos devasoledo y haciendo tceres, Alcántara, mtificada) y Ciuros batidos en la sarracenos hasta las plazas y casC áceres .— Torre del Postigo

tillo que había conseguido con mucho sacrificio, resultando casi nulos los frutos de las victorias alcanzadas en los diez últimos años. Antes de que la villa de Cáceres cayera definitivamente en poder de los almohades en aquella ocasión, ofrecieron heroica resistencia los Fratres de Cáceres en una de las torres de la plaza, que lleva desde entonces el nombre de Bujaco, contracción de Abu Jacob, caudillo de los moros asaltantes. Todos los caballeros santiaguistas murieron defendiendo la torre, y en el santoral español de las Or­ denes militares figura el 10 de mayo de dicho año como la fiesta de los mártires de la Orden, de los milites inmolados por los mu­ sulmanes. A raíz de estos sucesos, el monarca leonés pactó tregua con los moros; pero al caducar ésta en 1183, se dispuso don Fernando a pre­ parar e iniciar la reconquista de Cáceres. Así, el 19 de enero y el 23 de febrero de 1184, firma el rey cristiano varios documentos re­ ferentes a la flamante Orden de Santiago, apu d Cáceres, y otros da­ tados en 12 de marzo, apud C áceres quando obsidebat a rege, en 27 del mismo mes, apud Cazeres quando erat obsesa, y en mayo, in obsidione Cazzeris, lo que demuestra que el asedio se prolongaba. La campaña debió terminar seguidamente, porque a primeros de junio el monarca se encontraba ya en Ciudad Rodrigo, recompensan­ do los servicios que le habían prestado en la reciente expedición contra los moros. Continuó Cáceres en poder de los islamitas, pero Alconétar y Coria volvieron a sus manos. Don Fernando, en unión de su hijo, en octubre de 1184, dio a la iglesia de Oviedo, y a su obispo, varios castillos pro multo et bono servitio qu od mihi fecistis in C áceres et presentim per septuigentis aureis quos mihi dedistis. Cuando declinó el poder almohade después de la derrota de las Navas de Tolosa (1212), Alfonso IX de León, hijo del rey Fernando, se puso de acuerdo con el monarca de Castilla y emprendió activas y repetidas campañas que llevaron la frontera de su reino hasta el Guadiana, suprimiendo la cuña del territorio musulmán que su po­ lítica anterior y la de su padre habían hecho quedase entre el te­ rritorio portugués, muy avanzado hacia el sur, y los dominios menos meridionales de los castellanos. Tras las paces y convenios hechos en 1213 entre los reyes de León y Castilla y el taxativo acuerdo de que fuese «cada uno en hueste sobre moros por su frontera», los leoneses, reforzados con 600 caba­ lleros castellanos, cruzaron la Sierra de Gata por el puerto de Pe­ rales y atacaron y recuperaron la plaza de Alcántara, perdida en el reinado anterior; pero le resultó fallida entonces la pretensión de apoderarse de la fortaleza cacereña. En 1218, organizaron las Ordenes militares, con ayuda de los reyes de Castilla y León y asistencia de tropas gasconas, a cuya frente figuraba Savaric de Mallen —poeta que pasó algún tiempo 172

en la corte leoni sometieron a es cerca de Na vida garon a interrun Creemos que tas (16), cuando quistar las ciudí irimera, confian» rontera del Alg sobre el campo petu, que lo roí atroz matanza. Teniendo de» Alcántara, decidí vamente la recoj se publicara una todo el reino, es] tentes. Así las « Corona, el 23 de de León, e inm< derribaron algún apoderarse de la rruecos, muy hál Alfonso para qu< respetable suma vía la totalidad i nunca más le fu« venida (17). El proceder c ticado, aunque p tación de un ma número de bajas ejércitos. En 1223 repil rior, según se de consta que don I enterrasen en el i fecha de 1223, ci sobre Cáceres. Asimismo, en pero se limitó a e

f

(15) Anales Ta t. X X III, pág. 400. (16) J osé Axtc España, 3.a parte, ca (17) Anales Tol

icio, resultando casi )s diez últimos años, litivamente en poder i heroica resistencia la plaza, que lleva ión de Abu Jacob, alleros santiaguistas español de las Oraño como la fiesta lolados por los muactó tregua con los Ion Fernando a pre‘1 19 de enero y el rios documentos reZáceres, y otros dadebat a rege, en 27 ?sa, y en mayo, in •dio se prolongaba. ue a primeros de rigo, recompensanreciente expedición

I

pero Alconétar y unión de su hijo, a su obispo, varios cistis in C áceres et tis. e la derrota de las del rey Fernando, emprendió activas * su reino hasta el xilmán que su poledase entre el te>s dominios menos los reyes de León da uno en hueste dos con 600 cabael puerto de Pentara, perdida en s la pretensión de x>n ayuda de los gasconas, a cuya asó algún tiempo

en la corte leonesa—, otra cruzada contra la plaza de Cáceres, que sometieron a estrecho cerco desde mediados de noviembre hasta cerca de Navidad; pero en dicha fecha las grandes lluvias les obli­ garon a interrumpir la empresa y levantaron el asedio (15). Creemos que se refiere a esta campaña uno de nuestros arabis­ tas (16), cuando escribe que en 1219 intentaron los cristianos con­ quistar las ciudades de Cazires y Torgiela, y vinieron a cercar la primera, confiando mucho que la entrarían; pero la caballería de la frontera del Algarbe, que estaba sedienta de venganza, vino a dar sobre el campo de los cristianos una alborada, con tan terrible ím­ petu, que lo rompieron y atropellaron, haciendo en los cristianos atroz matanza. Teniendo don Alfonso su frontera en Alburquerque y Valencia de Alcántara, decidió, a principios de verano de 1222, emprender nue­ vamente la reconquista de Cáceres, y a tal fin había dispuesto que se publicara una a modo de cruzada para que acudieran milicias de todo el reino, especialmente de las varias Ordenes militares ya exis­ tentes. Así las cosas, y para dar cumplimiento a lo dispuesto por la Corona, el 23 de junio se encontraban apud C ánceres los ejércitos del de León, e inmediatamente atacaron la plaza con sus máquinas y derribaron algunas torres y otras defensas. Estaban ya a punto de apoderarse de la ciudad, cuando unos mensajeros del rey de Ma­ rruecos, muy hábiles y diplomáticos, consiguieron convencer a don Alfonso para que levantara el cerco a cambio de la entrega de una respetable suma de dinero. Accedió el rey, sin haber recibido toda­ vía la totalidad de los maravedíes ofrecidos, a retirar sus tropas, y nunca más le fue abonada por los almohades la cantidad total con­ venida (17). El proceder del monarca leonés en aquella ocasión fue muy cri­ ticado, aunque parece indudable que procedió como lo hizo en evi­ tación de un mal mayor: las muchas calamidades y el incalculable número de bajas que diezmaba cada día sus ya maltrechos y agotados ejércitos. En 1223 repitieron los leoneses los pasos dados en el año ante­ rior, según se desprende de un documento de la época en el cual consta que don Enrique Fernández dispuso en su testamento que lo enterrasen en el monasterio de Sobrado, si moría en la guerra. Lleva fecha de 1223, cuando Nuestro Señor el Rey iba con su expedición sobre Cáceres. Asimismo, en 1225, exploró y recorrió los campos de Cáceres: pero se limitó a eso, a una correría, arrasándolo y destruyéndolo todo. (15) Anales Toledanos I, en «España Sagrada», del P. E nrique F ló r ez , t. X X III, pág. 400. (16) J osé A ntonio C onde : Historia d e la dominación d e los árabes en España, 3.a parte, cap. LVI, pág. 255 (Madrid, 1874). (17) Anales Toledanos II, pág. 406.

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Organizó nuevamente otra campaña por tierras de moros en 1226 y, dejando a Cáceres a un lado, avanzó hacia el sur, hacia las proximidades de Badajoz. A su regreso estuvo en Sabugal, donde tramitó varios asuntos; y desde allí se acercó a Ciudad Rodrigo, dispuesto a iniciar nuevamente los preparativos para la conquista definitiva de Cáceres (18). Hallándose en dicha ciudad salmantina, el 8 de enero de 1227, fijó los términos de Santibáñez, fortaleza que había entregado a los freires de la Orden de Alcántara, y en dicho acto estaban presentes algunos prelados y caballeros que tomaron parte después en las ope­ raciones contra la mencionada capital, entre ellos don Santiago, obispo de León; don Juan, obispo de Oviedo; don Ñuño, obispo de Astorga; don Martín, obispo de Zamora; don Pelayo, obispo de Salamanca; don Miguel, obispe de Ciudad Rodrigo, y don Pedro, que lo era de Coria; y los prohombres y capitanes, infante don Pedro, mayordomo del rey; Domingo Fernández de Veldome, alférez real; Rodrigo Gómez, teniente de Montenegro, Monteroso y Trastamara; Pedro Pérez, maestro de las escuelas caurienses, canónigo de Compostela y canciller del rey; y algunos más. Después, don Alfonso se dedicó a recaudar fondos para la guerra, recorriendo las ciudades más importantes del reino. Y, finalmente, con la ayuda de algunos castellanos, principalmen­ te caballeros de Calatrava, con sus soldados leoneses y los milites de Santiago y Alcántara, arremetió fuertemente sobre Cáceres en abril de dicho año de 1227 y se hizo dueño definitivamente de ía estratégica y codiciada medina, tan tenazmente defendida por los sarracenos y que tanto dinero, sangre y preocupaciones había cos­ tado a la corona de León, desde el reinado de su abuelo (19). II S o m e r o e s t u d io d e l a c e r c a a l m o h a d e c a c e r e ñ a .

La recoleta y señorial capital de la Alta Extremadura ocupa te­ rreno quebrado en lo alto de una colina enlazada con pequeños cerros de la cordillera que se dirige de oriente a poniente, en la orilla izquierda y a poco más de veinte kilómetros del río Tajo. La cota más alta del solar cercado, asiento de la ciudad vieja, corres­ ponde a la reducida meseta donde está emplazada la iglesia de San Mateo, y alcanza una altura de 450 metros sobre el nivel del f. G o n zá lez : Alfonso IX, págs. 195 y 199. Vid, T udensis : Chronicón Mundi, en Hispania lllustrata, IV , pág. 113. M anuel R isco : Historia d e la ciudad y corte d e L eón y d e sus reyes, I, pág. 378 (Madrid, 1792). G. V e l o y N ie t o : Coria. Reconquista d e la Alta Extremadura, 2.a parte, pág. 157 (Cáceres, 1956). (18) (19)

tierras de moros en > hacia el sur, hacia •o en Sabugal, donde > a Ciudad Rodrigo, i» para la conquista 8 de enero de 1227, abía entregado a los 'to estaban presentes ■después en las opeellos don Santiago, Ion Ñuño, obispo de i Pelayo, obispo de drigo, y don Pedro, s, infante don Pedro, eldome, alférez real; eroso y Trastamara; . canónigo de Comndos para la guerra, ino. lanos, principalmenoneses y los milites i sobre Cáceres en ífinitivamente de ía defendida por los paciones había cosí abuelo (19).

emadura ocupa teada con pequeños a poniente, en la >s del río Tajo. La udad vieja, correszada la iglesia de sobre el nivel del fustrata, IV, pág. 113. sus reyes, I, pág. 378 la Alta Extremadura,

C áceres .— Torre de la Hierba

mar, siendo relativamente suaves las pendientes que la circundan. Por la parte de occidente protegía el recinto una barrancada, no muy honda, tras la que asciende una altiplanicie que llega a alcan­ zar más de los 500 metros. Pero es mayor el desnivel en el lado opuesto, en el oriental, vaguada de un arroyuelo de tan escaso caudal que llega a faltar el agua casi totalmente en algunas épocas del año. En realidad, la posición de esta ciudad no es tan inaccesible ni enriscada como la de otras varias localidades de la región extreme­ ña; y ello se debe a que el lugar no fue elegido por los musulmanes, quienes se limitaron a ocupar lo que antes había sido reducto ro­ mano, y entonces urbe visigoda. Las murallas que la rodean dibujan un cuadrilátero casi rectangu­ lar con el eje mayor, norte-sur, de 383 metros, y otro menor, esteoeste, de 187. El perímetro de la cerca islámica — que, sin duda, fue levanta­ da, en gran parte, sobre la romana, como lo demuestran los restos aún existentes y parece comprobar su forma aproximadamente rec­ tangular y la puerta que se abría en cada uno de los cuatro lados— , mide 1.145 metros y encierra una superficie de 7,74 hectáreas, ocu­ pada durante el lapso de tiempo que va desde el siglo xi al xiii por unas 421 casas y un número que se aproximaba a los 2.500 ha­ bitantes.

Debemos tener presente que durante la dominación sarracena las ciudades extremeñas —situadas en una zona de luchas continuas, y fronterizas con tres reinos cristianos (León, Castilla y Portugal)—, merecieron especial atención por parte de los monarcas almohades, quienes se esforzaban en fortificarlas y acondicionarlas debidamente para la defensa, dado que, además, Extremadura éra la comarca más septentrional y avanzada de sus dominios en la Península, te­ rreno propicio y puerta obligada, y casi única, para el paso de los ejércitos cristianos desde la meseta a los valles del Guadiana, y aun a los del Guadalquivir. Tal hecho real explica suficientemente que los restos más im­ portantes de fortificaciones alzadas en este período se encuentran, además de en Sevilla, capital de la Andalucía almohade, y en Ba­ dajoz, sede de los reyes moros de la dinastía de los Aftasíes, en las villas de Alcántara, Cáceres, Trujillo, Reina y Montemolín. De todas ellas, Cáceres es la situada más al norte, la más expues­ ta a continuos ataques y saqueos; y se imponía, por tanto, la necesi­ dad de atenderla con especial cuidado y acondicionarla con resis­ tentes y eficaces fortificaciones, a fin de que su potente fábrica supliera la carencia de defensas naturales, cuya falta se hacía sentir de manera especial por el lado del poniente, donde, repe176 12

que la circundan, una barrancada, no que llega a alcanlesnivel en el lado e tan escaso caudal aas épocas del año. ; tan inaccesible ni la región extremeor los musulmanes, ía sido reducto roátero casi rectangur otro menor, esteduda, fue levantamuestran los restos oximadamente rec­ ios cuatro lados— , '.74 hectáreas, ocuel siglo xi al xm iba a los 2.500 ha-

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Plano de A M archena. i

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timos, existía un débil foso, una vaguada poco profunda que se prolonga por el otro lado opuesto al que limita con las murallas, formando un montículo de mayor altura. La fortificación medieval, según ya se dijo, descansa, en parte, sobre los cimientos e hiladas de la muralla romana, de sillares gra­ níticos perfectamente visibles en algunos sitios, como en el lienzo interior del lado suroeste, en el ángulo noroeste y en la puerta o Arco del Cristo, que se abre hacia naciente, frontero al arroyuelo mencionado, en el trozo de muro más largo de todo el recinto. La fábrica de las murallas y torres medievales es claramente distinta de la romana, porque los sarracenos construyeron a base de tapias de argamasa y mampostería, de color bermejo, y sus caras y lienzos aparecen surcados por unos mechinales que dejaron los palos de los andamios utilizados en la obra. Existen, asimismo, torres con las esquinas de sillería y los paños intermedios de tapial y mam­ puesto. La cerca almohade cacereña se mantiene casi completa por sus lados este y oeste, habiendo desaparecido la mayor parte en el sur; y conservándose todavía algunos trozos de sus lienzos y torreo­ nes en el norte. De todas formas, si se hicieran desaparecer los muchos aditamentos que la ocultan y aprisionan, como paredes ado­ sadas o superpuestas, casas, corrales, azoteas, etc., aún surgiría un conjunto de mucho interés y de no escaso valor arquitectónico. La anchura de los muros varía de 2,10 a 2,80 metros; pero su adarve no puede ser utilizado ya nada más que en pequeños y con­ tados sitios, por impedirlo edificaciones posteriores, la ausencia casi total de almenaje y el desmoronamiento y poca firmeza de los mate­ riales que coronan la histórica e interesante muralla. Existió, desde siempre, el número de puertas suficientes para fa­ cilitar el acceso al recinto por los cuatro puntos cardinales; y eran éstas la de Coria o del Socorro, al norte, y la de Mérida, al sur, ambas ya desaparecidas; la del Arco de Santa Ana, hoy completamente re­ formada, que mira a poniente; y la más genuina y representativa, de factura romana, bien conservada todavía, llamada puerta del Arco d el Cristo, y abierta en el gran lienzo que protege la ciudad por su lado oriental (20). En el muro del oeste, y para no dar un rodeo hasta la puerta de Coria o la de Santa Ana, se abrió otra puerta de (20) Los cronistas que se han ocupado de la historia de Cáceres, al tratar del recinto amurallado, admiten la existencia de cuátro puertas; la del Arco del Cristo, la de Coria o del Socorro, la del Arco de Santa Ana y la de Mé­ rida; pero algunos creen que solamente fueron tres, la del Arco del Cristo, la de Coria y la de Mérida, y agregan que la del Arco de Santa Ana fue siem­ pre un Postigo. E l profesor Floriano, en cambio, no duda en hacer constar que, además de estas tres puertas últimamente señaladas, existieron otras dos; una entre las torres del Horno y la Hierba, y otras donde se abrió en el siglo xiv o en el xv la llamada puerta Nueva, que fue reemplazada a principios del siglo xvm por el actual Arco de la Estrella.

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escasas dimensiones, un auténtico postigo, seguramente en el siglo xiv; y creemos debió realizarse la obra en dicha fecha, porque a finales de la XV centuria, cuando visitó Cáceres la reina Isabel, se llamaba al mismo Puerta Nueva, nombre que evidenciaba su reciente cons­ trucción. Esta dicha puerta, precisamente por su angostura, se de­ rribó en 1727, y a expensas del procer cacereño y clérigo de meno­ res don Bernardino de Carvajal, conde de la Quinta de la Enjarada, fue reemplazada por el amplio y original Arco de la Estrella, que es en la actualidad uno de los monumentos más populares y representativos de la capital, aunque no sea mucho su mérito arqui­ tectónico. Su característica más acusada es haber sido trazado dicho arco en esviaje (21). El número de torres albarranas, y aun de torres adosadas al re­ cinto medieval cacereño en los tiempos de su mayor pujanza, cuando estaban completas las defensas de la importante plaza fuerte, era muy elevado; pero en la actualidad se observa la desaparición de muchas de ellas. De cada uno de los ángulos suroeste y sureste de la cerca arraii ca un muro que sale y avanza en un trayecto de diez u once metros hasta terminar en dos respectivas torres albarranas, octogonales, y muy destacadas, por consiguiente, del cinturón o muralla circun­ dante. Son macizas en su parte baja; y en tanto que una de ellas, llamada D esm ochada, aparece ya casi derruida, formando un todo terroso y compacto; la otra, la situada hacia el noroeste, conserva sus habitaciones a la altura del adarve, recibe el nombre de R edonda, y es un poco menor que la anteriormente aludida. Desde el adarve se pasa a los departamentos de la torre Redon­ da por una puerta de arco de medio punto, como son todos los de su interior, en el que existen dos pilares; uno de planta T, v en forma de cruz el otro, de los que arrancan arcos que descansan en los muros exteriores por su otro extremo. El conjunto interior de la torre queda así dividido en seis huecos, cuadrado el de ingreso y el que se continúa con él, y en forma de trapecio los cuatro restantes. Los dos primeros están cubiertos con bóvedas vaídas y con medios cañones los otros. Y, finalmente, se conserva la escalera para subir al andén o terraza, que ocupó dos de los tramos señalados; precisamente los del lado sureste. La parte octogonal de ambas torres mencionadas, la Desmochada y la Redonda, descansan sobre base cuadrada, y la transición se efectúa en los ángulos por medio de taludes triangulares. La Redonda aún aparece coronada con almenas cuadradas, y se

(21) En nuestra obra El Arco d e la Estrella, nos ocupamos de los cómicos incidentes, del curioso pleito surgido entre la mitra cauriense y el Concejo ca­ cereño, con motivo de su construcción.

precisan en sus muros «restos de un fingido despiezo hecho con faja de mortero como si fueran sillares de la altura de las tapias» (22). Ya hemos indicado que el muro occidental de la cerca es el mejor conservado, y todavía se alzan ante o junto a él un pequeño cubo, la llamada torre de los Pulpitos y otras cinco albarranas, que reciben, partiendo de norte a sur, los siguientes nombres; de Bujaco, del Horno, de la Hierba, de Santa Ana y del Postigo. Creemos, sin­ ceramente, que esta última denominación es impropia, pues donde está la torre del Postigo no existió jamás brecha alguna en la mu­ ralla, y si toma el nombre de su vecina puerta de Santa Ana, no debemos olvidar que siempre fue postigo o puerta esta abertura. Ade­ más, junto a ella, en su preciso emplazamiento, se levanta altiva y pujante la empinada torre que nosotros no hemos dudado en llamar torre de Santa Ana. El pequeño cubo a que hicimos referencia está junto, y un poco hacia el norte, de la soberbia y airosa torre del Postigo. Siguiendo la trayectoria de la muralla, observamos que ésta ha desaparecido totalmente en la parte sur, y no quedan más vestigios de baluarte en dicho lado que las dos torres octógonas mencionadas. Debió haber, asimismo, en este lienzo otras dos torres cuadradas que flanqueaban la desaparecida puerta de Mérida, cuyo exacto enclave se señala con bastante aproximación. En el gran lienzo que, mirando al naciente, se dirige desde la torre Desmochada hasta el Arco del Cristo, se ven todavía varias torres albarranas y otras pequeñas unidas a la muralla que refuer­ zan extraordinariamente la hermosa cerca por aquel lado, y com­ pletan y embellecen el atrayente conjunto que ofrece la medieval ciudad contemplada desde la Montaña, recubierta de olivares, que se alza frente a ella. Estos dichos bastiones —algunos de ellos cubos ingentes y es­ tratégicamente situados, que avanzan un gran trecho desde la mu­ ralla, aunque permanecen unidos a ella, como la torre de los Pozos— reciben nombres vulgares, cuyo origen se desconoce, como la torre del Gitano o de los Pozos (23), de la Coraja, etc.; y han ser(22) T orres B a lb Ás, obr. cit., pág. 464. (23) El baluarte más importante del muro oriental es, sin género de dudas, la torre del Gitano, llamada también torre de los Pozos, que es cuadrada, albarrana y destaca sobre la roca que desde sus cimientos desciende hacia el valle, formando recio escarpe. Parece ser que esta torre conserva en su exterior esgrafiados árabes o mudéjares poligonales. Se trata de una sólida y bien trazada construcción rectangular, cuyas di­ mensiones son de cerca de 30 metros de frente por 20 de profundidad, cons­ tituyendo una amplia plataforma recia y con almenas, en una de cuyas esquinas se alza la dicha torre esgrafiada. Al tratar de esta torre, dice Floriano que «el rectángulo forma así una gran terraza desde la que se domina, no solamente el valle, sino que, además, se adarvan todas las montañas del frente y las llanuras, al norte, hasta el

iezo hecho con faja las tapias» (22). de la cerca es el :o a él un pequeño ico albarranas, que ombres; de Bujaco, ítigo. Creemos, siniropia, pues donde alguna en la mu­ de Santa Ana, no esta abertura. Adese levanta altiva y dudado en llamar hicimos referencia i y airosa torre del 'amos que ésta ha ?dan más vestigios ;onas mencionadas. ; torres cuadradas •rida, cuyo exacto se dirige desde la •en todavía varias uralla que refuerjuel lado, y com>frece la medieval i de olivares, que >os ingentes y escho desde la mula torre de los desconoce, como a, etc.; y han sersin género de dudas, jue es cuadrada, aldesciende hacia el sgrafiados árabes o etangular, cuyas dii proñindidad, consa de cuyas esquinas ?uIo forma así una sino que, además, al norte, hasta el C áceres .— Torre Redonda

vido de escenario, en el transcurso de las centurias, a curiosas y sugestivas leyendas. La puerta romana llamada Arco d el Cristo, si se examina desde el exterior del recinto, se precisa en ella la existencia de dos torres flanqueantes; rebajada y confundida con el muro la de la parte de la izquierda, y desaparecida casi en su totalidad la que defendía dicho acceso por el lado de la derecha. Y recorriendo, a partir de dicho arco, el trazado natural de la histórica cerca hasta su ángulo noreste, apenas si podemos precisar trozos de lienzos pertenecien­ tes a la misma, maltrechos, derruidos, empotrados u ocultos por edi­ ficaciones anexas, que han venido a reemplazar este gran trecho de la muralla, desaparecido ya casi en su totalidad, según se indica. Entre los ángulos noreste y noroeste, si existe algún lienzo de fábrica almohade o visigoda, no se puede apreciar ni determinar su emplazamiento porque, cuando no derruidos, fueron utilizados como fachadas paredes maestras o tabiques divisorios de las casas y otros edificios construidos siglos más tarde en aquel trayecto mural circundante. Unicamente se localizan todavía los dos cubos cuadra­ dos que flanqueaban la desaparecida puerta de Coria o del Soco­ rro, en la plaza de este nombre; y su existencia pasa desapercibida para el turista o el visitante, porque se han acoplado inmuebles y su altura no rebasa la rasante de los tejados correspondientes a los edificios que los ocultan o disimulan. Creemos, por otra parte, que en los dos extremos de la franja norte de la cerca cacereña debieron existir otras tantas torres octo­ gonales, análogas a las descritas en el lado sur, destinadas las cuatro al flanqueo y defensa de las respectivas esquinas, pues en la del noroeste se ven todavía restos de un torreón circular, de reducido diámetro. Parece ser que se rodeó la cerca de un muro de barbacana como en Sevilla y Badajoz; pero el hecho cierto es que no subsisten restos de él. No se conoce la fecha exacta en que se levantaron las fortifica­ ciones de Cáceres, según ya se hizo constar.

Varios documentos del siglo xv han venido a confirmar el hecho cierto, conocido por la tradición, de que en Cáceres hubo un al­ cázar musulmán situado en la parte más prominente del recinto, Rivero y al sur hasta las Sierras. La torre, de sólidos muros macizos, consta de aposentos para el guardia, cubierto por bóveda vaída y plataforma almena­ da. Este reducto estaba en comunicación directa con el alcázar, del cual formaba parte, viniendo a ser a manera de alcazaba para su defensa. Muy deteriorado a causa del enlucido de obras posteriores y por el desmoche de las almenas de la torre, aún conserva mucho de su primitiva grandeza».

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Olivos restos arquitectónicos han desaparecido totalmente, a excep­ ción del magnífico aljibe que ocupa hoy el subsuelo de la llamada Casa de las Veletas, y antes de los Aljibes. El regio alcázar ocupaba un extenso solar del recinto, que com­ prendía la iglesia de San Pablo, la iglesia y plaza de San Mateo, la de las Veletas, la casa de este nombre y la de las Cigüeñas, ex­ tendiéndose hasta la muralla oriental de la ciudad por donde está la torre albarrana de los Pozos, avanzada sobre el arroyuelo, frente a la fuente del Concejo, cuyo objeto sería facilitar el aprovisiona­ miento de agua en caso de asedio. Y es lógico y natural su situa­ ción porque todos los aleáceres hispano-musulmanes, como asimismo las alcazabas, no estaban jamás dentro de las aglomeraciones ur­ banas, sino adosados a la cerca exterior, para poder salir libremente sin pasar por aquéllas (24). Los cronistas locales afirman que don Pedro I, cuando estuvo en Cáceres en 1367, hizo arrasar el alcázar v mandó decapitar a los (24) Según referencia de Orti Belmonte, consignada en la página 31 de su libro Episcopologio cauriense, ed. por la Diputación provincial de Cáceres en 1959, se conoce la entrada a una galería que va desde el solar del alcázar moro cacereño — ocupado hoy por la casa de las Veletas— , a la parte oriental de la muralla. Existió en su punto de arranque una escalera de caracol para bajar, y después, en rampa muy pronunciada, avanzaba la dicha galería con bóveda de ladrillo de medio cañón hasta abocar a la calle. E l suelo que la cubría ha cambiado de nivel, pero ello no obstante la vía subterránea continúa existiendo, al menos en algunas partes de su trayecto, pues cuando se construyó el con­ vento de las Trinitarias a principios del siglo actual quedó al descubierto; y es más, una mujer de la barriada sufrió un accidente en el aparecido socavón. Termina el soterrado conducto en un boquete que tiene forma de arco de medio punto y que se abre en la muralla junto a la torre del Gitano, cuyo hueco terminal llama la gente la Cueva d e la Mora. Está convertida en cuadra y la cubre una casa edificada recientemente. Tanto la clásica torre árabe del Gitano, como las llamadas de la Coraja, la Burraca y otras que jalonan la muralla por el lado de frente a la Ribera eran baluartes defensivos del regio alcázar, que ocupaba amplísimo solar cuyo contorno no puede precisarse, aunque se ha llegado a suponer que comprendía todo el terreno donde se alzan hoy el convento de San Pablo, la casa de las Cigüeñas, la plaza, la iglesia de San Mateo, e incluso parte del bloque de edificios que se extienden hasta cerca de la casona y anejos que pertenecían a la Compañía de Jesús. Por ocupar, como se sabe, el alcázar moro la parte más prominente del recinto amurallado, dominaba por completo sus alrededores; y el hecho de so­ cavar una galería que terminaba en ancha abertura abierta por romanos o visi­ godos en el muro exterior, permitiendo así la comunicación con el palacio de los reyes y, por consiguiente, con el interior de la villa fortificada independien­ temente de las otras puertas de la cerca, aumentaba las defensas e impor­ tancia militar de la plaza. E l alcázar debió tener, como todos los palacios reales, sus correspondientes jardines, y Orti cree que bien pudieran estar en el lugar que ocupa hov la llamada Huerta del Conde, donde existe la entrada de otra galería «de enor­ mes dimensiones, con bóveda y un pilar de sustentación en el centro, pero llena de agua. La tradición hace llegar esta galería hasta las Veletas».

Giles, nobles caballeros por cuyas venas corría sangre de reyes, tío y sobrino que detentaban la fortaleza con título de alcaide y teniente de alcaide; pero creemos sinceramente que la destrucción no debió ser total, porque si bien es verdad que el viejo edificio estaba rui­ noso a mediados del siglo xv, no es menos cierto que buena parte de él permanecía en pie en dicho tiempo, pues en la parte septentrio­ nal se conservaba un amplio salón, rodeado acaso de otras depen­ dencias de menor importancia, constituyendo un núcleo habitable llamado El Palacio, que desapareció poco más tarde. En 1466, el infante don Alfonso, hermano de Isabel la Católica, concedió al maestre de Alcántara, don Gómez de Solís —que había derrotado en las calles de Cáceres a los partidarios de Enrique IV. acaudillados por el clavero Alonso de Monroy, y acabado de des­ truir el alcázar—, el llamado Palacio de los Reyes, cuyos límites eran «de la una parte, el cimenterio de la iglesia de Sant Mateo, e de la otra parte la iglesia de la madalena, e de las otras partes los dichos solares del Alcázar» (25). Pocos meses después, según una carta del dicho infante don Al­ fonso «D. Gome de Solís hizo gracia e donación pura e perfecta, e non revocable a ... Diego de Cáceres, del palacio que se dice de los Reyes, que está situado en los alcázares del alcázar viejo». Este palacio debió estar situado en el lugar que hoy ocupa la casa y torre de las Cigüeñas, porque ésta fue la construcción erigida más tarde por Diego de Cáceres en dicho sitio y sobre buena parte del solar del alcázar, utilizando parte del material de derribo de la fortaleza mora para terminar su nueva residencia. Casi al mismo tiempo el monarca cedió a Diego Gómez de To­ rres el resto del solar y los aljibes del alcázar viejo, que abarcaban, aproximadamente, la mitad oriental. Sancionaron esta donación en 1476 los Reyes Católicos, autorizando a Gómez de Torres para cons­ truir su casa; pero sin que pudiera fortificarla, e imponiéndole ser­ vidumbre sobre las aguas del aljibe para que fueran aprovechadas por el común de los vecinos. En el referido documento de concesión, dado por don Fernando y doña Isabel, se especifica que el terreno cedido a don Diego Gó­ mez era «el ladrillo e los aljibes del dicho alcázar, fasta dar a la madalena, e fasta casa de carvajal, e del otro lado fasta dar en el muro»; lo que evidencia que el total de los solares de la imponente residencia de los reyezuelos o gobernadores moros, en la medina cacereña, abarcaban toda la extensión que al principio hemos se­ ñalado (26). Lo único que se ha conservado hasta nuestros días del soberbio y (25) Archivo de López Montenegro, según cita de F loriano C umbreño . en su Guía histérico-artística d e Cáceres, págs. 80-82 (Cáceres, 1929). Véase también la ref. crón. arqueológica de T orres B a lbá s , pág. 467. (26) Ibid.

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regio edificio a aljibe, construid el terreno descie La planta e mente, y de 13,4 Los muros s< Lo forman c tud, cubiertas p cuatro series de gruesas columna nolíticas, con ui semejan capiteli y desde él hasta das, algunas de graníticas del j altura es de cinc Adosada a m un barandal de interior del sin ] merced a una o existe abertura a No es fácil j y fuerte, despro realzan su belle existen en Espai traño que, dada y acondicionarai murallas, en la s< Otros aljibes cia, existen en aunque medio d(

Por lo que lie almohade de Cá pie durante más yoría de sus pue das, albarranas y en el medievo a más ingentes, úl fensas como por Estas evident menor reparo, a castillos extreme ceres, la oppidur¡

regio edificio a que venimos haciendo referencia es el interesante aljibe, construido en el subsuelo, menos por el lado oriental, donde el terreno desciende en rápido declive. La planta es rectangular, de 15,40 metros por 13,20 exteriormente, y de 13,40 por 9,90 en el interior. Los muros son de manipostería, y de ladrillo arcos y bóvedas. Lo forman cinco naves de 2,20 metros de ancho y 9,90 de longi­ tud, cubiertas por bóveda de medio cañón y separadas entre sí por cuatro series de otros tantos arcos de herradura (16 en total) sobre gruesas columnas de granito, en número de 12, de cabeza tosca, mo­ nolíticas, con un anillo de resalto en cada extremo del fuste, y que semejan capiteles visigóticos. El pavimento está solado de ladrillo, y desde él hasta la clave de las bóvedas —con perforaciones cuadra­ das, algunas de las cuales se acusan en el pavimento de las losas graníticas del patio, por los que penetra el agua de lluvia—, la altura es de cinco metros. Adosada a uno de los muros existe una escalinata para bajar hasta un barandal de madera desde donde se contempla toda la fábrica interior del sin par monumento reflejándose en las tranquilas aguas, merced a una oportuna y hábil instalación de luz eléctrica, pues no existe abertura alguna que permita el paso a la luz del día. No es fácil precisar la fecha de construcción de esta obra, tosca y fuerte, desprovista de elementos decorativos que, en cierto modo, realzan su belleza. La mayor parte de los aljibes semejantes que existen en España son de los siglos xm y xiv, y nada tendría de ex­ traño que, dada su traza rudimentaria, éste de Cáceres lo excavaran y acondicionaran los almohades al mismo tiempo que levantaron las murallas, en la segunda mitad del siglo xn. Otros aljibes parecidos, pero más pequeños y de menor importan­ cia, existen en los castillos extremeños de Trujillo y Montánchez, aunque medio derruidos ya y llenos de cascotes. #

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Por lo que llevamos dicho, resulta indudable que la cerca romanoalmohade de Cáceres, cuya primitiva fábrica permanece todavía en pie durante más de dos terceras partes de su trayecto, con la ma­ yoría de sus puertas en perfecto estado y sus múltiples torres adosa­ das, albarranas y flanqueantes, dio categoría de auténtica plaza fuerte en el medievo a la vieja Norba, y resultó así una de las fortalezas más ingentes, útiles y codiciadas, tanto por sus completísimas de­ fensas como por su acertada posición estratégica. Estas evidentes circunstancias señaladas nos han decidido, sin el menor reparo, a incluir en este libro, destinado al estudio de los castillos extremeños, una ligera referencia de la fortaleza de Cá­ ceres, la oppidum fortisimum barharonim a que hacen referencia los

cronistas que se ocuparon de reseñar las vicisitudes bélicas subsi­ guientes a la reconquista y liberación d« las tierras del reino de León y la zona de la Trañsierra, la estratégica parte septentrional de la provincia del Garb musulmán.

E L CAS

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Sobre empina parte sur, bordea ya su abundante tiendo beneficios vieja ciudad fun milicia preferida las más lucidas siempre logrado, combativo e indc Arrago y demás nado. Por los lados roñada por la ciu acentúan su prr juicio, lugar indii 186

les bélicas subsidel reino de irte septentrional Tas

COCIA

E L CASTILLO Y PLAZA FU ERTE DE CORIA. I C a u r ia y su c e r c a r o m a n a .

Sobre empinada meseta, cuyo talud más pronunciado, por la parte sur, bordea la margen derecha del inquieto Alagón —cuando ya su abundante caudal se ha tornado tranquilo y discurre, prome­ tiendo beneficios, por anchurosa y plácida vega— , se halla una vieja ciudad fundada por los vetones: C a u r i a , cuna de aguerrida milicia preferida por los romanos para integrar cohortes y formar las más lucidas y valerosas legiones de su Imperio; propósito no siempre logrado, dado el amor a la independencia y el espíritu combativo e indomable de las tribus que ocupaban las riberas del Arrago y demás afluentes del histórico e interesante río mencionado. Por los lados del este y el oeste de la señalada prominencia co­ ronada por la ciudad de Coria, otros tantos cauces de dos arroyuelos acentúan su privilegiada posición estratégica, que es, a nuestro juicio, lugar indicado para asiento de uno de aquellos útiles y so187

88íp»i5&:^ C 0 H I A . PX;_no ’d V T a c á F & í róasan a de C o r i a , ü s c o > i- df. ua - «ui-.i.jiO , ¿ s i d o o - r r e ; id o en ;i a r t s ; o r •. V e lo . í* jí o .

Sxiáieaoiíai

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¿üiüi.. ¿'.'.úSí-íiC!ia. 2 .-C * ¡c Ci .-i'—i —'.'Ai'í-.o u liérid a . 3 .-Q u .a 'ii ll o , 'v ; •, :¡o llo . 5 .de l a 3 u i& .

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y'.-Puanes, fueron maperforadas y vaertas y ventanas nente su belleza el frente externo ?s, en su labra— , ibierto entre las ntica filiación y

ción de fuera a dentro. Sobre este arco se ve una casa moderna que ocupa la parte o cara interior de la puerta. N ota.—Esta puerta de Nuestra Señora de la Guía es de las de la cerca romana de Coria, la que mejor muestra su aspecto original. Aunque algo averiadas, existen las torres flanqueantes con su altura primitiva y con su elevada bóveda o arco exterior, que constituía su grandiosa fachada. Como todas las romanas de esta traza y dimensiones, las torres deberían ser macizas, pero la de la izquierda está también perforada y vaciada, con un balcón que rompe su frente externo y el bello pa­ ramento de sillares, que en esta puerta son mucho más regulares y homogéneos que en la de San Pedro, aunque por su tamaño corres­ pondan también a un gran aparejo auténticamente romano. Dicho balcón debe pertenecer a la casa o habitación construida, por detrás, sobre el mismo paso de la puerta. Como es corriente en Coria, la puerta está flanqueada de casas, adosadas por dentro y por fuera; pero por tratarse de edificios bajos, puede verse aún todo el conjunto de su fachada, sobre todo en sus partes altas. Se abre la puerta en un rincón, al que se llega por unas calles que ascienden en rampa hacia el interior. Para trazar esta planta se han tenido en cuenta las escuetas me­ didas que facilita Mélida, que por cierto se aproximan más a la realidad que las que señala referentes a la puerta de San Pedro. Pero dicho autor se olvidó aquí, igualmente, de la existencia del ras­ trillo, a pesar de la importancia de tal elemento defensivo; y del mismo modo que en la otra puerta aludida, ya no existe aquí la clásica y mencionada por algunos autores plaza interior, pues la puerta aboca por dentro en una calle de la ciudad. P la n ta C

la puerta, comlás tarde, con lales de las torres ros. ■nen ya muy co­ ico metros. Sobre da exterior, está dovelado como Je cuatro metros rampa en direc-

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Explicación: dicha. A.—Puerta propiame B.—Torre del recinto general, hueca en su parte alta, con un balcón. C.—Muros o lienzos de sillares romanos, sin alterar. D.—Muro agrietado y descarnado de su antiguo paramento de sillares. E.—Torre ya desaparecida, y de cuya existencia dan fe los restos existentes. F.— Lienzo del frente sur, que se continúa y protege a los tres edificios principales de la ciudad, situados en línea. Seminario, Ca­ tedral y Palacio. Este muro ha sido recompuesto y alterado en su

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as con la existenana; pero resulta d a una elevada res se conservan imano el académico rmúdez, en la pági-

en perfecto estado, no es el primitivo castillo de la Medina Cauria musulmana a que hacen referencia las crónicas, porque su fábrica patentiza que es obra de la baja Edad Media, de los tiempos de­ cadentes de los últimos Trastamaras. La primera referencia que tenemos del castillo árabe de Coria, interesantísimo ejemplar en su clase, nos la facilita el historiador Conde, cuando da traslado a la tan curiosa como expresiva carta que Omar-ben-Alaftas, rey del Algarbe, dirigió al famoso Jussef-benTaxín, reclamando auxilio para liberar de manos de los cristianos la hermosa perla del Alagón, que había reconquistado en el año 1077 el rey Alfonso VI. El contenido de uno de sus párrafos es del si­ guiente tenor: «En medio de la ciudad hay un castillo de mucha fortaleza, tal que excede a los más fuertes castillos; éste es como el centro de la ciudad, y como el centro es un círculo, señorea todas las partes de la ciudad, y da vista y atalaya a toda la tierra de alre­ dedor; así, a los que están cerca como a los que están apartados y distantes; de manera que no era otra cosa esta fortaleza que como un viento fuerte y tempetuoso en las salidas de los que dentro es­ taban; pero se apoderó de él un traidor enemigo, un soberbio infiel, y si no te das mucha prisa en venir con tus huestes de a pie y de a caballo, no tardará en estar todo lo nuestro en desolación y ruina» (8 ). Del contenido de esta misiva de Ornar se desprende la enorme importancia de la plaza fuerte de Coria durante la dominación sa­ rracena, porque, como veremos, superaba a todas las de la comarca por su ideal posición estratégica y lo bien acondicionado de sus detensas. Confirma esta apreciación el cronista El Edrisi, cuando escribe refiriéndose a dicha ciudad: «La villa de Coria está rodeada de fuertes murallas y es antigua y espaciosa. Es una excelente fortaleza y una bonita población. Su territorio es extremadamente fértil y produce frutos en abundancia, sobre todo uvas e higos» (9). El geógrafo e historiador Madoz, tomándolo posiblemente de Herculano, escribe: «...q u e era Coria parte de lo que llamaban Kasr de los hijos de Abú Danés, o Kasr el Felhal, el castillo de la entrada o de la abertura» (10 ). Pero nada nos queda ya de tan útil e importante fortaleza; v ni aun precisarse puede el lugar de su emplazamiento. Todavía resulta más incomprensible que las crónicas latinas de la Reconquista no faciliten dato alguno relativo a la misma; silencio y más silencio res­ pecto al formidable castillo coriano tan elogiado por el reyezuelo del Algarbe. Unicamente hemos podido encontrar una ligera refe(8) J osé A ntonio C onde : Historia d e la dominación d e los árabes en E s­ paña, 3.a parte, cap. XVI, pág. 179 (Madrid, 1874). (9) M artínez y M artínez (M. R.), en su Historia d el reino d e Badajoz, pág. 322 (Badajoz, 1904), da traslado de cuanto dice El Edrisi en su D escrip­ ción d e España, en relación con Coria. (10) Véase el t. II de la va cit. obr. de Herculano.

rencia, no al fuerte propiamente dicho y sí a una de sus destacadas torres, en la carta que señalaba las donaciones hechas a la Santa Iglesia de Coria por Alfonso VII, el Em perador, a poco de arreba­ tar la ciudad a los moros. Uno de los párrafos de la aludida dice así: «Dono preterea E cclesie B. Marie, et prenom inato epíscopo eis successoribus illam turrim qu e fuit d e Alchaetto maurorum, et solare qu od est ante ipsam turrim in quo siti Domos constituat». Concedo al obispo y a su iglesia de Santa María la torre que fue de Alchaeto y el solar que se encuentra ante dicha torre, en cuyo lugar pueda construir casas (1 1 ). Debió ser, sin duda, esta aludida torre del moro Alchaeto de las más pujantes y destacadas, ya que mereció significada y especial men­ ción en uno de los pocos documentos que se conservan de aquella época. También en uno de los dibujos de Laborde (Alejandro) sobre esta histórica ciudad aparece detrás del actual castillo, y a la al­ tura de la llamada Puerta del Sol, otro torreón que sobresale de la muralla por aquel lado; su presencia nos inclina a suponer se trate de algunos de los baluartes árabes, dada su excesiva elevación, que está en desacuerdo con los demás cubos romanos, porque éstos no rebasan ni rebasaron jamás el límite superior de la muralla. ¿Sería ésta la torre de Alchaeto?... a

#

En opinión de algunos escritores, el actual castillo de Coria, que se alza soberbio y majestuoso sobre el caserío de la ciudad, fue construido por don Gutierre de Solís, I conde de Coria y hermano del maestre de la Orden de Alcántara, don Gómez, durante el tiem­ po que éste ostentó tan prestigioso cargo; pero es nuestro parecer que debió ser construido algún tiempo antes; acaso cuando eran señores de Coria los caballeros tem plarios (12), residentes en Al­ conétar, por ser dicho lugar cabeza de una de sus extensas y flo­ recientes encom iendas. Nos induce a creerlo así la relativa seme­ janza existente entre el castillo cauriense y la torre de Floripes, cuya silueta, según ya se hizo constar, destaca sobre el viejo solar circun­ dado por los ríos Tajo y Almonte. Uno y otra fueron edificados con bloques de granito, tienen contorno pentagonal y la quilla, o artista sobresaliente, mira hacia el sureste en el de Alconétar, y hacia el noroeste en el de Coria. El castillo de Coria, concretamente, tiene forma semejante al ta­ jamar de un puente. Su planta pentagonal es un auténtico cuadra(11) G. V e l o y N i e t o : Coria. Reconquista d e la Alta Extremedura, pá­ ginas 42, 43, 44,,y apéndice III. (12) E l rey Fernando II de León hizo donación a los Templarios, en 1168, del señorío de Coria. Vid. «Coria com postelana i/ tem plaría», en el B. d e la R. A. d e la H„ t. LXII, pág. 346, año 1912. oru



Coria.— Puerta de

na de sus destacadas s hechas a la Santa r, a poco de arrebae la aludida dice así: ato epíscopo eis sucmaurorum, et solare constituat». Concedo que fue de Alchaeto n cuyo lugar pueda aoro Alchaeto de las cada y especial menonservan de aquella de (Alejandro) sobre I castillo, y a la alque sobresale de la a a suponer se trate esiva elevación, que lanos, porque éstos rior de la muralla.

astillo de Coria, que » de la ciudad, fue le Coria y hermano ez, durante el tiem•es nuestro parecer acaso cuando eran I, residentes en Alsus extensas y fiosí la relativa semere de Floripes, cuya ■ 1 viejo solar circuneron edificados con / la quilla, o artista Alconétar, y hacia ma semejante al taq auténtico cuadraAlta Extremedura, pás Templarios, en 1168, i», en el B. d e la R. A. Coria.— Puerta de San Pedro, con sus cubos romanos cuadrados flanqueantes

do, con la adición, por uno de sus lados, de un triángulo, cuyo vértice sobresale del recinto de las murallas. Está situado al norte de la población, en el sitio más prominen­ te que le permite sobresalir y enseñorearse de toda la comarca. La fábrica es de sillería de granito y uno de sus ángulos rectos se nos ofrece achaflanado, para poder alojar mejor su escalera interior, junto a la cual hay una puerta antigua que está cegada desde hace mucho tiempo. En la mitad de cada uno de los cinco lienzos, y en la parte alta de los mismos, destaca una garita o torreoncillo de magnífica labra; y por ellos y por las paredes corre una cornisa de arquillos sobre canes con bolas muy oportunamente dispuestas. Conserva sus almenas en derredor de su andén o terraza; pero han sido repetidamente restauradas. La entrada actual del castillo da a una cámara baja que se comunica con otro departamento medio derruido, desde el que se ascendía al salón alto o principal cubierto con sólida bóveda gótica de crucería, que todavía conserva una hermosa y grande chime­ nea y mechinales para galería corrida, en estado lamentable. Desde este último piso se pasa a la amplia terraza que corona la bella torre (13).

dalos y alanos a acontecimiento, p la alianza y ocupa meses llegaran a Lusitania. A fin de pod< narca suevo, Re< que facilitaba su amplios dominios Los habitante perseguidos por el que se levante las demás región y le sucedió en e y continuó con si Durante el re ticas de la relig: cristiano, no dejí bárbaro. Hasta < el año 456, el hi recorrió en triur así toda la regió

III N o t ic ia s

h i s t ó r i c a s r e l a t iv a s

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c a p it a l d e l

o h is p a d o

c a u r ie n s e .

Ya en la época romana el cristianismo había salido de las ciu­ dades para difundirse por los vicos y villas; y durante la dominación visigoda continuó este proceso. Afirma algún historiador extremeño (14) que, desde el siglo 11, la vieja Norba (Cáceres) y toda la extensa comarca que la circunda profesaba la religión del Crucificado. A los seis o siete años de la irrupción de los bárbaros en España, el rey godo Walia, con el auxilio de los romanos, derrotó a los ván(13) Durante nuestra última visita a Coria hemos encontrado en bastante buen estado el interior del castillo, sus escaleras han sido reconstruidas, aun­ que con ladrillo, y permiten el fácil acceso hasta la terraza, a pesar de la angostura de las mismas. Por estar rodeado de edificaciones no se aprecia la enorme altura de esta gigante torre pentagonal, cuya fábrica exterior se man­ tiene sin una sola brecha. Es extraordinaria su gallardía, la belleza de su regia silueta, que pasa desapercibida para el visitante por los edificios que rodean y ocultan gran parte del grandioso monumento. Desde la esquina del lado noroeste, y casi a la mitad de la altura del cas­ tillo, arranca un muro, formando ángulo, que termina en un torreón, con andén almenado, y que completa las defensas. (14) H u r ta d o : Castillos..., pág. 68.

206

No hay const cualquier otra í Extremadura, ju transcurrido de; hasta el año 58Í torizó la celebra lados de toda 1 bonense que e Coria, quien fin cauriensis suscri¡ A este prela cuya existencia haber acudido í el rey Gundema taginense, y oti Sisenando, c año 633 el IV ( de Elias en el sente en el VI < A la muerte Coria, Juan, qu

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SISEADO CAUEEENSE.

salido de las ciunte la dominación desde el siglo n, a que la circunda rbaros en España, derrotó a los vánrontraejo en bastante > reconstruidas, aunTaza, a pesar de la aes no se aprecia la ica exterior se mana, la belleza de su or los edificios que de la altura del cas□ torreón, con andén

dalos y alanos arrojándolos de Iberia; y al poco tiempo de este acontecimiento, pactó con los suevos, quienes quebrantaron pronto la alianza y ocuparon Mérida y Sevilla; lo que permitió que en pocos meses llegaran a reunir bajo sus dominios la Galicia, la Bética y la Lusitania. A fin de poder controlar y regir sus extensos territorios, el mo­ narca suevo, Rechila, fijó su corte en Cáceres, punto estratégico que facilitaba sus movimientos por ser el centro geográfico de sus amplios dominios, que se extendían desde Galicia a Andalucía. Los habitantes de las riberas de los ríos Tajo y Alagón se vieron perseguidos por Rechila, monarca pagano e intransigente, contra el que se levantó el clero cristiano de Galicia, secundado por el de las demás regiones; pero, poco después, murió, estando en Mérida, y le sucedió en el trono su hijo Reehiario, que abrazó la fe de Cristo y continuó con su corte en la mencionada capital extremeña. Durante el reinado de Reehiario se fomentó el culto y las prác­ ticas de la religión católica; aunque el rey suevo, a pesar de ser cristiano, no dejaba en ocasiones de conducirse como un auténtico bárbaro. Hasta que, derrotado, finalmente, junto al río Orbigo, en el año 456, el hijo de Rechila por el monarca godo Teodorico, éste recorrió en triunfo la Lusitania y se apoderó de Mérida; pasando así toda la región extremeña a poder de los nuevos conquistadores.

No hay constancia de los acontecimientos bélicos, religiosos o de cualquier otra índole en las tierras de la que se llama hoy Alta Extremadura, jurisdicción del obispado de Coria, en todo el tiempo transcurrido desde la muerte de Reehiario, finales del siglo vi, hasta el año 589 exactamente, en cuya fecha el gran Recaredo au­ torizó la celebración del III Concilio de Toledo; y entre los 71 pre­ lados de toda la España goda, de la Galicia y de la Galia narbonense que estuvieron presentes, figuraba Jaquinto, obispo de Coria, quien firma así el acta correspondiente; Jaquintus, episcopus cauriensis suscripsit. A este prelado sucedió en la silla apostólica de Coria Elias, de cuya existencia y dignidad se conservan documentos irrefutables; el haber acudido a Toledo, en el 610, para firmar el decreto dado por el rey Gundemaro a favor de la única metrópoli de la provincia car­ taginense, y otro pro confirm atione de la santa iglesia de Toledo. Sisenando, que se hizo proclamar rey en Zaragoza, convocó el año 633 el IV Concilio de Toledo y a él asistió Bonifacio I, sucesor de Elias en el obispado cauriense. Bonifacio estuvo también pre­ sente en el VI Concilio de la expresada ciudad durante el 638. A la muerte de este purpurado fue elegido titular de la silla de Coria, Juan, quien asistió y confirmó los documentos relativos a los

Concilios VI y VIII, celebrados también en Toledo en los años 643 y 653; y le sucedió en el cargo Donato, que estuvo presente en el concilio provincial celebrado en Mérida. El continuador de la dignidad episcopal en Coria fue Atala, a quien algún tratadista llama Atula; pero en los testimonios de los concilios a que asistió, el X II y el X III de Toledo, figuró con el primer nombre indicado. Bonifa cauriensis aparece en las actas del XVI concilio toledano celebrado en el año 693. Y a dicho prelado le sucedió Pedro, que regía los destinos de la tantas veces citada diócesis cuando la Pen­ ínsula fue invadida por las huestes sarracenas (15). Durante el dominio de España por los hijos de Agar, perteneció Coria a los territorios del Garb, que comprendían las vastas exten­ siones de terreno en que se dividen las provincias portuguesas del Alemtejo y el Algarbe, juntamente con una gran parte de las Extremaduras española y portuguesa, y alguna porción de la provin­ cia de Sevilla. Toda esta superficie constituía los estados de los Benialaftas o emires de Badajoz, que se hacían llamar emires del Garb. El hundirse el reino visigodo español, el walí Muza, celoso de los triunfos de su lugarteniente Tarik, pasó a España y se apoderó de Mérida el día 11 de julio del año 713. Y tal acontecimiento, que sobrecogió de espanto a los habitantes de la vieja Lusitania, motivó el éxodo de grandes avalanchas de cristianos, obispos, sacer­ dotes, labradores, artesanos, mujeres y niños hacia las rocosas e inaccesibles montañas de Asturias. Entre los prelados que huyendo de los moros se refugiaron en la mencionada región, figura el que entonces lo era de Coria. De tal hecho hay conocimiento por las obras de don Pelayo, obispo de Oviedo, en las que incluyó un documento antiguo, una escritura, según afirma, uno de cuyos párrafos dice así: «Ecce scripturas quae d ocet qualiter cum consilio Regis dii Adefonsi, et ejus uxoris Xem enae Reginae, et totius regni potestatum , Dominus Ermenegildus ecclesiae Sedis dedit ut ussent ad suplementum illorum, cum statuo tem pore ad celebrandum Concilio in M etrópolis ovetensis Sedem venissent, a d manducandum et bibendum , nihil eis deficeret. Scilicet, ad Legionensem episcopum Ecclesiam Sancti Juliani sicus flumem Niloni... ad C olum biensem episcopum ecclesiam Sanctae Mariae de Neva, quae est in litore maris Oceani, ad Salmanticum episcopum et ad Cauriensem episcopum ecclesiam Sancti Juliani, qua est in suburbio O vetn (16). Coria.— I

(15) Vid. nuestra obra Coria. B osquejo histórico d e esta ciudad y su co­ marca, págs. 59 y siguientes, y las notas 4, 5, 6, 7, 8, 9. (16) Ibid., pág. 74.

208 14

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’sta ciudad y su co-

14

Se supone fueron varios los obispos de Coria que residieron en Oviedo durante el tiempo que duró en España la dominación mu­ sulmana; pero sólo queda memoria, por las crónicas de Sampiro, el tríense y Ximénez de Rada, de otro llamado Jacobo, quien en el año 876, reinando Alfonso III, el Magno, asistió a la consagra­ ción de la iglesia de Santiago; y en el concilio que poco después ¡e celebró en la capital del pequeño reino asturiano se encontró también Jacobu s cauriensis. Debió vivir muchos años porque per­ dura su nombre en la escritura de Sandoval sobre el monasterio de Sahagún, que lleva fecha del año 905. Creemos, pues, que la pre­ lacia de Jacobo duró más de treinta años; y ello nada tiene de ex­ traño, ya que pontificales de aquella época dan fe de que algunos obispos fueron consagrados a los cuarenta y cinco años. A poco de la invasión islámica, los hispano-visigodos, unidos a los berberiscos de Galicia, Astorga, Coria, Mérida y Tala vera, se su­ blevaron y, formando un considerable ejército, cruzaron el Tajo y chocaron en Guazalete, cerca de Toledo, con las huestes que man­ daban Katan y Omeya, hijos de Abd-el-Melic-ben-al-Katan. El año X III de la Reconquista, 747 de la Era Cristiana, fueron vencidos los árabes de Galicia, Astorga y Salamanca, viéndose pre­ cisados a atrincherarse detrás de las gargantas de la cordillera Carpetovetónica, hacia Coria y Mérida, en el año 36, 753 del nacimiento de Jesucristo. Cuando en el 755 desembarcó Abderramán, descendiente de los Beni-Omeyas, en Almuñécar, Jusset el Fehrí, emir de Córdoba, allegó gente donde pudo y puso en plan de campaña las tribus amigas de Coria, Mérida y otras ciudades, que pagaron cara su ayuda al ya desacreditado jefecillo cordobés. Años más tarde, con ocasión de haberse levantado contra la autoridad de Abderramán, Xofian o Xokia-ben-Abd-el-Wehid, más conocido por el sobrenom­ bre del Fatimí, en tierras de la diócesis de Coria, fue saqueada, in­ cendiada y destruida toda la comarca. En el año 784, Abul Asuad, hijo del destronado Jusset, perse­ guido por las aguerridas huestes del ya citado descendiente de los Beni-Omeyas, se refugió en Coria, entre cuyas murallas permaneció oculto durante algún tiempo, viéndose precisado a huir a los montes de Toledo. Terminó su existencia medio ciego, andrajoso y olvidado, en el pueblo de Alarcón, perteneciente a dicha provincia. La ola de terror por los malos tratos y persecuciones de que eran objeto los hispano-visigodos durante el reinado de Abderramán II y de su hijo Mohamed I, motivó el general descontento y surgieron por doquier protestas y rebeliones de todas clases, siendo la ciudad de Mérida la primera que decidió sublevarse; a tal fin pidió au­ xilio a Ordoño I, y el rey asturiano, después de vencer al walí Mozror, que gobernaba en Salamanca, cruzó la sierra de Gata y cayó en aluvión sobre Coria, cuyos habitantes, sorprendidos y desconcertados,

cerraron las puei comprendiendo c ción. Algunos de par; pero fue he los principales jer Sucedió el ref< Poco tiempo « miada, hijo seguí Tajo, acampó jui pero se le dio a deó sobre las ah del Profeta. Años más tar< el trono en el S6 ( dominios hacia el Albedensi: «Efrn Urbes qu oqu e Bi sensis, atque Lar, riensis, Egitaniei consumptas, usqi truxit. Parvoque / En el 963 aúi cristianos, y cua: Zaragoza, Attagil blón, rey de Nav concertado con , precisado el nav de Castilla, a refu En julio del £ de los musulmán cuando el célebre de Santiago de C< En una de laí nuevamente del ] da la noticia: «£ Curiam Civitaten, A partir de < tendía desde Ati pital a la frontera Rodrigo. Hemos visto < ejércitos de Alfor día en Badajoz, almorávides de . en socorro de Or le unieron proce
nes de que eran ■ Abderramán II :ento y surgieron siendo la ciudad :al fin pidió aur al walí Mozror, Gata y cayó en r desconcertados,

cerraron las puertas de la ciudad y se dispusieron a resistir; pero comprendiendo que era inútil, terminaron por rendirse a discrección. Algunos de los elementos más significados consiguieron esca­ par; pero fue hecho presionero el reyezuelo Zeth, juntamente con los principales jerarcas de la ciudad. Sucedió el referido episodio bélico en el año 860. Poco tiempo después de los sucesos referidos, Almondhir el Onmiada, hijo segundo de Mohamed, dejando atrás el Guadiana y el Tajo, acampó junto a los arrabales de Coria con ánimo de sitiarla; pero se le dio a partido sin apenas resistencia y nuevamente hon­ deó sobre las almenas de la ciudad cauriense el estandarte verde del Profeta. Años más tarde, el rey de Asturias, Alfonso III, que sucedió en el trono en el 866 , se apoderó de la ciudad de Coria y extendió sus dominios hacia el sur. He aquí lo que dice a este respeto el cronicón Albedensi: «Ejus tem pore crescit Ecclesia et Regnum ampliatur. Urbes qu oqu e Bracharensis, Portucalensis, Aucensis, Eminensis, Vesensis, atque Lam acensis a Cristianis populatur. lstius victoria Cau­ riensis, Egitaniensis, et ceteras Lusitaniae limites, gladio et jem e consumptas, usque Emeritam, atque freta maris, cremavit et destruxit. Parvoque procedente tem pore». En el 963 aún continuaba Coria y su territorio en poder de los cristianos, y cuando el emir Alaken hizo alianza con el emir de Zaragoza, Attagibi, y este último, so pretexto de que García el Tem ­ blón, rey de Navarra, había infringido las estipulaciones del tratado concertado con Alaken, volvió contra él y lo hizo huir; viéndose precisado el navarro, juntamente con el conde Vela, que lo era de Castilla, a refugiarse en la ciudad de Coria. En julio del año 997, pasó la dicha ciudad nuevamente a poder de los musulmanes al ser conquistada por las huestes de Almanzor, cuando el célebre caudillo se dirigía con sus ejércitos a la conquista de Santiago de Compostela. En una de las fructíferas incursiones del rey Alfonso VI, la libró nuevamente del yugo sarraceno en el 1077. E l cronicón lusitano nos da la noticia: «Era 1115 m ense Septem bre cepit idem R ez Alfonsus Curiam Civitatem». A partir de entonces la frontera sur del reino cristiano se ex­ tendía desde Atienza y Medinaceli hasta Toledo; y desde esta ca­ pital a la frontera portuguesa pasando por Plasencia, Coria y Ciudad Rodrigo. Hemos visto que con ocasión de la reconquista de Coria por los ejércitos de Alfonso VI, Omar-ben-Alaftas, rey del Algarbe, que resi­ día en Badajoz, pidió auxilio a Jusset-ben-Taxin, príncipe de los almorávides de Africa. El aguerrido Jusset se apresuró a acudir en socorro de Omar y, con las fuerzas que acaudillaba y las que se le unieron procedentes de Badajoz, Sevilla, Granada, Málaga y Al­ 211

mería, se dirigió a Toledo, dispuesto a apoderarse de dicha ciudad; pero le salió al encuentro el rey cristiano y consiguió alcanzarlo en un paraje llamado Zalaca o Sagalias, donde lo acometió con cora­ je; mas la suerte resultó adversa para don Alfonso, que se vio pre­ cisado a huir, herido de una lanzada, y a refugiarse en la ciudad de Coria. La reconquista de Coria por los cristianos no fue duradera en aquella ocasión, pues en 1110, cuando Syr, hijo de Abuquer, se apo­ deró de Badajoz, cundió el desastre por toda la frontera, y por traición de algunos habitantes de la dicha ciudad volvió a caer ésta en poder de los sarracenos (17). Ciñendo sobre sus sienes la corona de Castilla y León, Alfon­ so VII, el Em perador, se dispuso a recuperar la codiciada Medina Cauria; y a tal efecto, en julio de 1138, cercóla con numerosos ejér­ citos; pero la resistencia de sus habitantes y la desgraciada pérdida del mejor de sus capitanes, don Rodrigo Osorio, conde de León, que murió al intentar el asalto a la fortaleza, afectó sobremanera al rey castellano-leonés y decidió levantar el cerco y aplazar la cam­ paña proyectada para liberar las tierras de las márgenes del Tajo. Corría el año 1142, y el emperador se propuso marchar sobre Andalucía; pero como todavía pesaba en su corazón la pérdida del conde Osorio y su fracaso ante los muros de Coria, resolvió apo­ derarse de ella antes de iniciar su campaña hacia las tierras del sur. Al frente de un numeroso y lucido ejército se presentó ante los arrabales e instaló su real junto a la orilla del Alagon; la cercó fuer­ temente y, con auxilio de una torre portátil de madera y otros útiles improvisados para la guerra, la sometió a duros y constantes ataques, con lo que consiguió desmoralizar la los defensores sitiados, que terminaron entregando la plaza sin condiciones (18). El glorioso emperador, con su escogida comitiva de caballeros y prelados, al frente de sus milicias, con multitud de estandartes, banderas y la enseña de la Santa Cruz en alto, penetró en el re­ cinto de la murada villa. Su primer cuidado fue disponer se co­ locaran los estandartes reales y la Cruz en las torres más altas y en los puntos estratégicos de la muralla; disponiendo seguidamente que la mezquita mayor fuera limpiada de inmundicias y se pro-

(17) En nuestras ya citadas obras, Coria. Bosquejo histórico... y Coria. R econquista..., insertamos más amplios y minuciosos datos relativos a este pe­ ríodo de la historia cauriense. (18) Entre los diversos episodios acaecidos al emperador con ocasión, y después, de la conquista de Coria, he aquí uno de los más curiosos que refiere Luis de M ármol en su D escripción d e Africa, fol. 165 (Granada, 1576): «El rey don Alonso, en el año 1142, cercó la ciudad de Coria, y la tomó a partido, y la fortaleció y puso allí su frontera, y andando un día a caza le hirió un ja­ balí en una pierna y de esta causa se retiró aquel año a Toledo para curarse».

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cediera a consaj Santa María (19) Poco despu< obispado de Ce tólica y se eligí rara virtud, cua relación con est Civitas reddita ricae gentis... e mine Navarront Confirma, a: que ocupó el so la histórica ciu Im perator cum tanea dono jur Santae Mariae ordinato episco\ Pertenecen por Alfonso VI fecha 30 de a de la estratégic A partir de e iglesia de C< 1227 —fecha ■ la villa de Cá< cesis cauriense menos cierto q Restableció pado, no se al de doña Sane al morir su pac Fue cercad copal, por el i varez Pereira. por tierras d e ! En el siglo de Alcántara, tre de dicho mero se hizo También < (19) Chron (Valencia, 1913) (20) Vid. n (21) La m muralla de Cori

: de dicha ciudad; guió alcanzarlo en cometió con corao, que se vio pre­ se en la ciudad de

histórico... y Coria. i relativos a este pe-

cediera a consagrarla a Dios y a su bendita madre Nuestra Señora Santa María (19). Poco después, teniendo en cuenta la mucha antigüedad del obispado de Coria, se procedió a la restauración de su Silla Apos­ tólica y se eligió para representarla y regirla un insigne varón, de rara virtud, cual para primera piedra fundamental se requería. En relación con este acontecimiento dice la crónica: «Postquam autem Civitas reddita est Im peratori, mudata est ab inmunditis barbaricae gentis... et ordenaverunt ibi Episcopum virum religiosum no­ mine Navarronem, sicut antiquitus fuerat Sedis Episcopalis». Confirma, asimismo, el hecho de ser Navarrón el primer obispo que ocupó el solio cauriense, después de ser arrebatada a la morisma la histórica ciudad, el siguiente párrafo: «Aldephonsus H ispaniae Im perator cum uxore sua Berengaria grato animo, volúntate espon­ tanea dono jure hereditario eidem Cauriensi E cclesiae sub honore Santae Mariae fundates, D om inoque Navarroni eidem ecclesiae novo ordinato episcopo». Pertenecen estas líneas a la carta privilegio de donaciones hechas por Alfonso VII a la iglesia de Coria y a su obispo Navarrón, con fecha 30 de agosto de 1142, pocos días después de la conquista de la estratégica urbe (20 ). A partir de 1143 continúa en poder de los cristianos la ciudad e iglesia de Coria, pues si bien es verdad que desde entonces hasta 1227 —fecha en que fue liberada definitivamente por Alfonso IX la villa de Cáceres y todos los territorios que pertenecían a la dió­ cesis cauriense— la ocuparon una o dos veces los sarracenos, no es menos cierto que su dominio fue transitorio y sin consecuencias. Restablecida la calma en las ciudades, villas y lugares del obis­ pado, no se alteró nuevamente hasta que Coria se declaró en favor de doña Sancha, partido opuesto a los intereses de Fernando III, al morir su padre Alfonso IX. Fue cercada, sin consecuencias, la mencionada villa y sede epis­ copal, por el rey Juan I de Portugal y su condestable don Ñuño Al­ varez Pereira, durante la feliz campaña que realizó el dicho rey luso por tierras de Salamanca y Ciudad Rodrigo. En el siglo XV, y durante las luchas entre el clavero de la Orden de Alcántara, don Alonso de Monroy, y don Gómez de Solís, maes­ tre de dicho instituto, sufrió Coria duro quebranto, porque el pri­ mero se hizo fuerte en su recinto y ofreció tenaz resistencia (2 1 ). También experimentó sensibles pérdidas durante las guerras de

ador con ocasión, y > curiosos que refiere nada, 1576): «El rey f la tomó a partido, caza le hirió un jafoledo para curarse».

(19) Chron. A def. Imperatoris, trad. A. Huici, págs. 327, 353 y siguientes (Valencia, 1913). (20) Vid. nuestra cit. obr. Coria. R econquista..., apéndice III. (21) La mayoría de las brechas, ya reconstruidas, que se observan en la muralla de Coria datan de aquella época.

> fue duradera en ■Abuquer, se apola frontera, y por lad volvió a caer la y León, Alfoncodiciada Medina >n numerosos ejér?sgraciada pérdida v conde de León, tó sobremanera al V aplazar la camlárgenes del Tajo, iso marchar sobre :ón la pérdida del »ria, resolvió apolas tierras del sur. presentó ante los *on; la cercó fuerdera y otros útiles ronstantes ataques, ores sitiados, que 18). üva de caballeros id de estandartes, penetró en el ree disponer se coorres más altas y ndo seguidamente ndicias y se pro-

Secesión de Portugal, Sucesión a la Corona de España e Indepen­ dencia; singularmente, durante esta última en que fue asesinado por los franceses su ilustre y virtuoso prelado, don Juan Alvarez de Castro (22).

N o t ic ia s

h is t ó f

Durante el la vasta extensii sierra leonesa, 1 y poderío. La p Gata, les ofreei las condiciones franqueable; ci libremente a la y de modo esp muy accidenta< valles y cañada yuelos; tanto, < rrago (1 ) fuera y celebrados po (22) Fue asesinado por los sicarios de Napoleón en la actual casona de la familia Moreno, en el lugar de H o y o s , residencia en aquel tiempo de don Juan de Valencia, casado con una sobrina carnal del infortunado y anciano prelado, donde éste se había refugiado y donde solía pasar temporadas de ve­ rano, dado lo apacible del clima de dicho lugar, circundado de frondosos montes de castaños, y surcado de arroyuelos.

(1) «E o con ao valle de Arras ceres.» Tal es la Pereira, ya c it, p temente el pantaá

rué asesinado por Juan Alvarez de

E L CASTILLO DE LAS ELJAS I N o t ic ia s

h is t ó r ic a s y s it u a c ió n d e l a v i l l a .

Durante el siglo ix, los seguidores del Profeta que dominaban la vasta extensión montañosa y laberíntica llamada, más tarde, Transierra leonesa, habían alcanzado el momento cumbre de su bienestar y poderío. La parte más septentrional de aquélla, la actual Sierra de Gata, les ofrecía refugio seguro, porque toda la comarca, debido a las condiciones naturales del terreno, constituía un baluarte in­ franqueable; circunstancia que permitía a sus habitantes dedicarse libremente a la explotación de las minas, a los cultivos del campo, y de modo especial al fomento de la ganadería en aquellos parajes, muy accidentados, pero con abundantes y sabrosos pastos en sus valles y cañadas y, desde luego, en las márgenes de sus ríos y arroyuelos; tanto, que los forrajes y las hierbas de la zona de Valdárrago (1 ) fueron en todo tiempo preferidos a los de otras regiones y celebrados por su calidad. a actual casona de |uel tiempo de don jrtunado y anciano temporadas de ve­ dado de frondosos

(1) «E o condestavel mandou urna parte de sua gente a buscar forragem ao valle de Arrago, térra mui famosa e de muitos vinhos, na comarca de Cá­ ceres.» Tal es la referencia de la Crónica d el condestavel don Nano Alvares Pereira, ya cit., pág. 187. En este valle de Valdárrago se ha construido recien­ temente el pantano de E l Borbollón.

Era Coria a la sazón residencia oficial y obligada del walí o gobernador, que ejercía jurisdicción en dicha comarca; y toda la planicie que circunda a esta capital —donde la orografía no es muy acentuada, pues sólo destacan las sierras del Portezuelo, Benavente y algunas otras de escasa elevación—, era un vergel cultivado por la morisma con arte y destreza tal que aún en nuestros días pueden apreciarse los bancales que ellos hicieron y restos de las acequias y conducciones de agua que utilizaron, siguiendo en mu­ chos casos la pauta de los primeros pobladores, los romanos, de quienes sin duda aprovecharon cuanto creían conveniente y acer­ tado para su desenvolvimiento y prosperidad; llegando a valerse en ocasiones para sus obras de fortificación y riego de los mismos materiales de construcción que los últimamente citados habían fa­ bricado y utilizado. Quienes conocen la parte norte de la provincia cacereña se re­ sistirán a creer que en tiempo alguno fuera escenario adecuado para que un pueblo o tribu pudiera prosperar, dado lo escabroso de sus montañas intrincadas y las asperezas y peñascos que abundan por doquier; pero que fue en época de moros pródiga en cosechas del campo y que los naturales del país disfrutaban de cómodo bienes­ tar, es algo fuera de toda duda, si hemos de dar crédito a las cró­ nicas y documentos de entonces (2 ), y si, con el ánimo dispuesto, ajenos a toda parcialidad, examinamos con sano juicio cuanto ha llegado a nuestros días como cimientos, paredones y restos de al­ cáceres, mezquitas, residencias particulares, ciudades muradas y de­ fendidas con fuertes torres, almazaras, presas de contención, cister­ nas y otros muchos detalles y vestigios que evidencian el paso de una civilización. Siendo un hecho cierto que los sarracenos explo­ taron dicho suelo de una manera racional y lógica, fomentando el desarrollo de la ganadería sobre todo por ser terreno adecuado para ello y dándonos lecciones de horticultura especialmente, que no han sido aprovechadas por las generaciones posteriores. No abundan, en verdad, tanto como era de desear testimonios que evidencien el período de auge y poderío que disfrutaron los moros durante su dominación en Sierra de Gata; pero los que nos legaron permiten apreciar en su justo valor cuán cómoda y segura se desen­ volvía su vida en aquellos tiempos; y como prueba de que era así, aunque las sierras de Jálama y Gata, que separaban la Ex­ tremadura de entonces de la llamada Transierra, constituían ex­ celente baluarte natural que cubría todo riesgo ante posibles aco­ metidas de los cristianos que asentaban en la meseta, los habi(2) Véase que se guarda en tenido del mismo era extraordinaria tiempos.

el ms. de Martín Santibáñez, a que va hemos hecho referencia, la biblioteca del monasterio-basílica de Guadalupe. E l con­ evidencia que en esta comarca, y aun en la de las Jurdes, la vegetación y muv abundantes los bosques en aquellos

tantes de dicha i y los hogares qu< en aquel rincón a dadera patria—, construcciones m que desde tierra; fecha más o meno El año 860, di Salamántica, baj( según ya se dijo, hubo de soltar la íropas para guar vitales de gobier toda la comarca, tiempo perdido, levantando castil] defensas. Fue ei viejos castros las Zarza la Mayor cia. De buena paj derruidos; pero torres y trozos dí jante y esplendí Bernardo, Benavi vejo, Almenara, ! Atalaya (llamada

Es creencia ; testimonios que construida por nn importante torre al correr de los Laseljes y Eljas, waliato de Cori; siempre alerta e de los cristianos ] Un historiad (3) En las eró grada del P. F l o r e ejus Mezeror ibi c donius Rex proelia: Zeth»^ (4) P aredes i págs. 43 y 64 (Piase

'ada del walí o larca; y toda la orografía no es ’ortezuelo, Benavergel cultivado ?n nuestros días y restos de las guiendo en mu­ los romanos, de reniente y acer­ cando a valerse > de los mismos :ados habían facacereña se re­ tí adecuado para escabroso de sus ue abundan por en cosechas del cómodo bienesrédito a las eróinimo dispuesto, uicio cuanto ha y restos de als muradas y deatención, cistercian el paso de arracenos exploica. fomentando ’rreno adecuado •ecialmente, que riores. testimonios que itaron los moros que nos legaron ¡egura se desen'ba de que era paraban la Ex­ constituían ex­ te posibles acoeseta, los habi> hecho referencia, Guadalupe. E l conla de las Jurdes, sques en aquellos

tantes de dicha región, temiendo perder algún día sus privilegios y los hogares que habían formado o heredado de sus antepasados en aquel rincón acogedor — que era ya por los siglos x y xi su ver­ dadera patria—, decidieron mejorar sus fortificaciones o levantar construcciones más fuertes y capaces de contener la avalancha que desde tierras de León inevitablemente caería sobre ellos en fecha más o menos lejana. El año 860, después de haberse apoderado Ordoño I de la vieja Salamántica, bajó hasta Medina Cauria, la perla del Alagón, y, según ya se dijo, hizo prisionero al reyezuelo Zeth (3). Y aunque hubo de soltar la presa y dejar libre la ciudad por no disponer de ¿ropas para guarnecerla y por tener que atender otros problemas vitales de gobierno, su afortunada y triunfal expedición alarmó a toda la comarca, y sus habitantes se dispusieron a recuperar el tiempo perdido, cercando de murallas las plazas más importantes, levantando castillos y torreones, y acondicionando y mejorando las defensas. Fue entonces cuando se alzaron y reconstruyeron sobre viejos castros las plazas fuertes, castillos y atalayas que van desde Zarza la Mavor hasta Cadalso, formando un arco de circunferen­ cia. De buena parte de ellos no quedan ya más que paredones medio derruidos; pero en otros se mantienen aún enhiestos y retadores torres y trozos de muralla que son mudos testigos de un pasado pu­ jante y esplendoroso; por ejemplo, en Racha Rachel (Peñafiel), Bernardo, Benavente, Salvaleón, Eljas, San Martín de Trevejo, Trevejo, Almenara, San Juan de Mascoras (Santibáñez el Alto), Milana, Atalaya (llamada de Pelayo Vellido) y Xerit.

Es creencia general, aunque no disponemos de documentos o testimonios que lo justifiquen, que el año 890 de nuestra Era fue construida por mahometanos, concretamente por los berberiscos, una importante torre sobre el antiquísimo castro de Eljas, que recibió, al correr de los años, los nombres de Elxas, Heljas, Herjas, Herjes, Laseljes y Eljas, y que era uno de los vigías más destacados del waliato de Coria, una muy útil atalaya, por su excelente posición, siempre alerta en prevención de un posible ataque o infiltración de los cristianos por la parte de la sierra. Un historiador extremeño (4) admite que la palabra Lasaljes (3) En las crónicas A lbedense y Sebastiani, publicadas en la Historia Sa­ grada del P. F ló r ez , se dice a este respecto: «Talamancam proelio cepit: Regem ejus Mezeror ibi captum...»; y «Multas et alias civitates jam saepedictus Ordonius Rex proeliando cepit, id est, Civitatem Cauriam cum Rege sue nomine Zeth».| (4) P aredes y G u ill en , V ic e n t e : Origen d el nom bre d e Extremadura, págs. 43 y 64 (Plasencia, 1886),

viene de Ergastulum, que significa mazmorra, cárcel de siervos en el campo; dando a entender con ello que en los primeros tiempos aquel fuerte, o el castro sobre el cual se edificó, fue mazmorra o prisión de esclavos. El pueblo que circunda, en parte, el emplazamiento de dicha torre y demás fortificaciones, surgió a su alrededor en siglos suce­ sivos; y la posición estratégica de uno y otras fue siempre de ex­ traordinario valor en las guerras entre moros y cristianos, con oca­ sión de las discordias y rivalidades de las Ordenes militares y en nuestras escaramuzas con el país vecino, ya que se encuentra situado a pocos kilómetros de la frontera con Portugal. Fortaleza y pueblo están anclados sobre una colina que des­ ciende por sus lados norte y sur; pero por el naciente los domina una montaña sumamente escarpada y llena de peñascos, combatida en ocasiones fuertemente por el viento. Es un pueblo original y pin­ toresco. formado por casas edificadas, en su mayoría, sobre enormes bloques de granito que originan calles pendientes, estrechas, esca­ brosas, v una plaza muy desigual. Cuando, el año 1166, el rev Fernando II de León partió de Ciudad Rodrigo al frente de sus ejércitos, decidido a apoderarse de la villa de Alcántara (5), al rebasar Perosín (Pedrosín) v el Pavo para lanzarse a la Transierra, debió de hacerlo por dos caminos di­ ferentes a la vez: por la Calzada de la Dalmacia (el llamado Puerto de Gata), y por el Puerto de Santa Clara, ya que, según refieren las crónicas, se apoderó de cuantos castillos v plazas fuertes iba encontrando a su paso, situadas tanto al naciente como en el centro o poniente de la región. Así cayeron en poder del monarca cristiano, entre otras fortalezas, las de San Juan de Maseoras, Almenara, Trevejo, Benavente y Bernardo, que fueron entregadas a los Templarios por su valiosa y decidida cooperación en la empresa. Y si ello fue así, es natural y lógico que don Fernando arrebatara también a la morisma la ataiava de Eljas y la plaza de Salvaleón, por no dejar en su retaguardia núcleos poderosos y aislados en manos de in­ fieles. Así, por consiguiente, debemos admitir que, en el expresado año, los cristianos conquistaron por primera vez la importante y estraté­ gica plaza de Eljas. El cronista de la Orden militar y de caballería de Alcántara dice que fue dicho instituto el que «fabricó el dicho castillo» de Eljas; pero hemos de entender que lo que hicieron los alcantarinos fue acondicionar y ampliar las defensas del primitivo y curioso ba­ luarte, que se arrebató a los infieles definitivamente en 1 2 1 2 por Alfonso IX de León, cuando marchaba sobre Alcántara y demás (5) Expedición guerrera a la cual nos hemos referido al tratar del castillo )■ plaza fuerte de Alcántara.

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rcel de siervos en primeros tiempos , fue mazmorra o amiento de dicha or en siglos suceíe siempre de exristianos, con oca­ les militares y en encuentra situado i colina que desciente los domina fiascos, combatida alo original y pinía, sobre enormes s, estrechas, esca■ León partió de ido a apoderarse drosín) y el Payo r dos caminos di?1 llamado Puerto e, según refieren •lazas fuertes iba ■orno en el centro nonarca cristiano, s, Almenara, Trea los Templarios esa. Y si ello fue ara también a la ón, por no dejar ?n manos de inel expresado año, ortante y estratéría de Alcántara icho castillo» de i los alcantarinos vo y curioso bante en 1 2 1 2 por íántara y demás J tratar del castillo

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interesantes posiciones de la ribera del Tajo. Hacen resaltar los his­ toriadores que en aquella ocasión fue recuperada también por dicho rey la fortaleza de Salvaleón, destruida e incendiada por los sa­ rracenos antes de abandonarla. Después de la triunfal correría del mencionado monarca leonés, tanto él como su hijo Fernando III y su nieto Alfonso X dieron a la ciudad de Coria varios pueblos y aldeas, entre los que figuraba Eljas; y bajo el control de aquélla se acrecentó su población y se procuró su auge y desenvolvimiento económico, llegando a cons­ tituir un saneado señorío, que fue motivo de apetencias, interesando su posesión a los caballeros de la Orden alcantarina, quienes, por haber ayudado en sus conquistas a los reyes de León y a los de León y Castilla, se vieron recompensados espléndidamente en dife­ rentes ocasiones, y fue una de las más provechosas donaciones que recibieron «la aldea de Elxas con su castillo», hecha por el rey Sabio el año 1259; aunque en verdad dicha merced no se hizo efectiva hasta el 13 de noviembre de 1302, fecha en que Fernando IV, el Em pla­ zado, confirmó el oportuno privilegio, estando en Valladolid (6 ). En 1303, el maestre don Gonzalo Pérez, desde su villa de Alcán­ tara, pasó a Coria, presentó el correspondiente privilegio y requirió a la Justicia y Corregimiento de la ciudad para dar cumplimiento a lo dispuesto por el rey. Anduvo muy cortés el Concejo en esta ocasión y le dio una carta de presentación para el de Eljas, orde­ nando que recibieran por su señor al maestre don Gonzalo. Los vecinos así lo hicieron de buen grado, vistas las credenciales que traía de Coria; y desde aquel momento se consideraron vasallos suyos (7). Constaban estos hechos en el oportuno documento público que se extendió con tal motivo y que se conservaba en el archivo del convento de Alcántara. Había sido fechado en Eljas el día 1.° de enero de 1304, y firmaron como testigos varios vecinos de Coria, Badajoz, Salvaleón, Perosín y Acebo, ante el notario de Coria Mar­ tín Martínez. En meses sucesivos se dedicó don Gonzalo a organizar los asun­ tos en su nuevo feudo; concedió diversas mercedes y favores a sus vasallos, renovó el Concejo y dispuso lo preciso para la buena marcha del gobierno y administración local, ya que la aldea de Eljas debía proporcionar bastantes beneficios a la Orden. Marchó desde allí el maestre a Burgos, para entrevistarse con el rey y darle cuenta de que había tomado posesión de Eljas y cum­ plido todos los trámites, de perfecto acuerdo con lo previsto, gracias a la buena disposición de los corianos que facilitaron su gestión. Significó al propio tiempo al rey que había concedido señalados fa(6) (7)

T o rres y T a p ia : C rón ica..., pág. 465 del t. I. Ibid., págs. 481-482.

q resaltar los hisimbién por dicho liada por los sa-

> monarca leonés, fonso X dieron a los que figuraba u población y se llegando a cons­ acias, interesando ina, quienes, por León y a los de damente en difes donaciones que i por el rey Sabio izo efectiva hasta do IV, el Empla^alladolid (6 ). u villa de Alcán.ilegio y requirió lar cumplimiento Concejo en esta 1 de Eljas, ordeon Gonzalo. Los credenciales que ideraron vasallos ?nto público que n el archivo del jas el día 1 .° de ecinos de Coria, o de Coria Marganizar los asun; y favores a sus ’ para la buena que la aldea de 3rden. trevistarse con el de Eljas y cumprevisto, gracias aron su gestión, ido señalados fa­

vores a los aldeanos y que interesaba para ellos la exención de toda clase de pechos, la confirmación de la carta de libertades y cuantas mercedes habían recibido, con anterioridad, de don Sancho, su padre, y de los otros reyes sus progenitores. Satisfizo mucho a don Fernando cuanto le comunicó el maestre y accedió de buen grado a sus pretensiones. Marchó luego don Gonzalo para atender los asuntos de la Orden, y cuando ya había resuelto el grave problema que tenía pendiente con los Templarios, volvió a Burgos para besar la mano al rey y darle cuenta de todo. Fue recibido, como siempre, por los buenos servicios prestados por él y sus caballeros, con visibles muestras de cordialidad, y se le concedieron nuevos favores, siendo el más importante, a nuestro propósito, la confirmación de la donación de Eljas, otorgando para ello el correspondiente documento, que fue firmado en la capital burgalesa por el rey, juntamente con los infantes y caballeros más notables de la Corte, el 16 de octubre de 1308. También en esta ocasión concedió el rey otra merced a don Gon­ zalo, pues le confirió la tenencia de Coria con todos sus derechos y servicios para que la goce «mientras no le paga doscientos mil maravedíes y dos mil doblas de oro que le había prestado» (8 ). No­ ticia que nos da a conocer la buena disposición de el Em plazado, y el hecho real de que seguía con las arcas vacías, como en los tiem­ pos difíciles de su minoría de edad. Después de haber recibido tan señalados favores, el maestre volvió a Coria para poner al corriente de todo a los corianos, reque­ rir de la Justicia y Recaudadores el pago de las tercias, e interesar del Concejo que de nuevo diese su consentimiento y aprobase la donación de Eljas, mediante la oportuna y correspondiente carta, que aquéllos no tuvieron inconveniente otorgar. Transcurre bastante tiempo sin que tengamos noticias de hechos relacionados con Eljas y su castillo hasta la muerte de Pedro I de Castilla, en cuyo momento surgieron nuevos problemas, porque, lejos de aquietarse los espíritus, no faltaron complicaciones graves al fratricida de Montiel en orden a la sucesión a la corona, siendo uno de los pretendientes al trono de Castilla, por considerarse el deudo más cercano de don Pedro, y con derecho a sucederle, el rey Fernando de Portugal (9). De todo lo relativo al castillo de Eljas en dicho período nos ocuparemos al tratar del fuerte de Peñafiel de la Zarza.

(8) (9)

Ibid. Ibid., pág. 127 del t. II.

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Como hemos ú asientan sobre la dicha villa, cuyas < Con mejor vo! precisar el conton en la actuahdad derruidas, escasos tos, cubiertos de e Constaba la 1 rior, con muros cuadrada que se cuarenta hueras i la altura de diez Albergaba di pisos de madera. sobre firme bóv tancia nos predi reconstruida y \ Fernando II de meros balbuceobóveda de refer de arco ligeran suelo; debiendo correspondiente de Peñafiel y en reformadas y ac por los reyes de E l segundo todos los vientí seguramente, g abría la puerta En este pat sobre los lados ron dependenci llerizas, almacé Tocaban en interior, o cas ti vergentes por 1 al segundo re torres intercal; de sus ángulo; mediodía, han

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>, da acceso una suelo, al extremo izan cuatro escai al más alto de singular; en sus te es una puerta trecha garita que puerta en forma más que de una dos huecos hasta lenciando de malicha torre termi, es lógico admi­ se efectuaba diíros del naciente s de los dos hueitivo especial; un ende una pequereemplaza a los a; construida con Tguida, fuerte y desmoronada en notas más caracainel surcado de con señales evio; y las enormes ise firme ha pert aquel lado. Inencantos, ya que ueron sepultados ?ntos directamenrpo bajo se efecirco que aparece erte tronera, que amplio y seguro

foso, que rodeaba toda la fortaleza y que debió estar circundado, a su vez, por un muro exterior más bajo que los anteriores, pero de indudable valor estratégico. Así parecen confirmarlo escasos ci­ mientos, poco perceptibles, que todavía pueden localizarse. Coincide totalmente con cuanto dejamos dicho la siguiente des­ cripción hecha en 1816, con ocasión de pasar la encom ienda de su nombre a depender del Sacro convento de Calatrava. Veámosla: «En la villa de Eljas, a 28 de junio de 1816, el Sr. D. Pedro de Alcántara Barrantes Manuel de Aragón, Caballero Maestrante de la Real de Sevilla, Regidor Perpetuo de N. E. Ayuntamiento de la ciudad de Alcántara y Juez de esta Comisión, con asistencia de Frey M. Carrillo, de la Orden de Calatrava y Apoderado del Sacro convento de ella; de Cayetano Calvo, Prior Síndico general de esta villa; de D. Francisco Tamayo Hernández, escribano. Regente de la Real jurisdicción ordinaria por ausencia de los Alcaldes y Re­ gidores de la villa, según manifiesto; de Angel Asensio, maestro albañil; de Francisco Vega, que lo es en su carpintería y ambos peritos nombrados en esta diligencia; y de mí el presente escribano, paso a efectuar la descripción de la fortaleza o castillo que está situado en el extremo de este pueblo, mirando al poniente, lo que se hizo de la manera siguiente: »E1 dicho castillo o fortaleza está inmediato, y a cosa de una vara de distancia de una casa, y de dos de otra, y pegado a un corral de esta última, que según han expresado los concurrentes, se ha hecho después de la última descripción. »Se entra por la puerta de su foso, que cae mirando al levante, cuyo portado es un arco de cantería labrada, de dos varas de ancho v tres de alto, y el grueso de la pared de una vara escasa. »Dicho foso, de este grueso, es de mampostería de cantería y cal y del cual sólo permanece, aunque aportillado, el lienzo o parte que mira al mediodía y naciente; y por lo que se refiere a los lados del poniente y norte, sólo hay vestigios de los cimientos, habién­ dose ocasionado estas ruinas de inmemorial tiempo en parte, y en otra desde la última descripción acá, porque los vecinos del pueblo, a escondidas y a deshoras de la noche, han sacado algunas piedras. »Desde dicho foso, que rodea la muralla principal de todo el castillo y por el lado del mediodía, se entra en el patio del castillo por su portada de cantería labrada con su arco y escarzano de lo mismo, de dos varas de ancho y dos y media de alto, conociéndose haber tenido puente levadizo por la luz o nueco que hay en la parte superior de dicha portada entre su arco y el escarzano. »EI ancho de toda la pared de esta muralla es de dos varas, la que se halla aportillada hasta su mediación, desde tiempo inme­ morial por algunas partes.

»Toda ella es de cantería labrada, y por el lado que mira al norte tiene otro portado para entrar desde ef foso al patio, de seis cuar­ tos y medio de ancho y tres varas de alto. »En el referido patio no se conoce que haya habido edificación alguna por estar todo lleno de escombros. »La muralla contiene por la parte que mira al naciente dos to­ rres a fábrica de arquitectura, o de cantera labrada, con sus bóve­ das de lo mismo, pero ni almenas ni aun escaleras para subir a la parte superior de ellas, las que con moderamiento, que ya no existe, formaban dos tramos o habitaciones. »Una de dichas torres es redonda y la otra cuadrada; esta úl­ tima con una ventana que mira al norte. En la parte mirando al me­ diodía se conoce haber habido otra torre o baluarte cuadrado, pero en el día se halla arruinado y en el esquinazo que mira entre me­ diodía y poniente existe una garita hasta más de la mitad, cuya construcción, como toda la antedicha muralla, es de cantería labra­ da; su forma redonda a manera de cubo y por dentro macizada de cal y canto, sin hueco alguno, por lo que supone el maestro albañil que habrá sido garita. »Toda esta muralla, según se deja ver por la parte que no ha sido arrumada, sería de alto de seis varas y media a siete, de can­ tería labrada como va dicho y macizada de cal y canto. »Por la parte de naciente y mediodía, y un poco a la del norte, forma con otra muralla, que está interiormente y de que se hará después expresión, el patio que queda referido; y por la de poniente y la mayor que mira al norte sirve también de muralla el otro cuerpo o fortaleza interior. Desde dicho patio se entra por un por­ tado que se halla en otra muralla más interior, el que es de una vara de ancho y siete cuartos, al parecer, de alto, pues no se puede apreciar bien por estar sus cimientos llenos de escombros. »E1 grueso de esta muralla es de dos varas muy escasas, y el centro macizado de cal y canto. »Por dicho portado se entra en el interior del castillo, en cuyo ámbito se conoce ha habido habitaciones o cuadras para la tropa, porque así lo muestran los cimientos y los agujeros de los muros en donde estaban embutidas las vigas; de cuyos edificios, aunque medio derruido, se encuentra en el día uno pequeño a la izquierda conforme se entra por dicho portado, el que se halla descubierto, sin vigas ni maderamientos, y arruinada su esquina, que mira entre poniente y norte. »En el centro de este castillo se halla una torre de cantería cua­ drada con cuarenta hiladas, las que forman su elevación en el día de diez y seis varas poco más o menos. »La parte de esta torre que mira al mediodía se halla parte de ella arruinada, toda la parte superior y amenazando ruina otras canterías. 226

»Se conoce ( meras, que las t ten ni han cono» cubría una bóve a cuatro cachor también enteran y sin almenas ni »No se concx tenía dicha torr ción; pero sugic entrada a la re las cuatro venta ción por todos que daba luz a 1« »Por último, ruina en su foso deramientos de cisternas que no

C

o n q u is t a s

de

l

Dada la índ cuantos datos co tillos cacereños, sodios bélicos q que aconteció ci do alcanzó este Durante la c Trevejo, Eljas y paña y Portugal de la villa de A ganado, y regre: gueses se pusier¡ Era a la saz< cia de la Beira ' neral Francisco sión de los extr Mascareñas, gob formara del resu zado en tiempos a conocer el est£ (10) A. H. X .: legs. 4449 y 4746.

ue mira al norte io, de seis cuarbido edificación naciente dos toi, con sus bóvepara subir a la [ue ya no existe, adrada; esta úlmirando al me■ cuadrado, pero mira entre mela mitad, cuya e cantería labratro macizada de maestro albañil Darte que no ha a siete, de ean0. 0 a la del norte, de que se hará >r la de poniente muralla el otro ntra por un por1 que e s de una lú e s no s e puede ombros. iuy escasas, y el castillo, en cuyo is para la tropa, os de los muros edificios, aunque 10 a la izquierda lalla descubierto, 1, que mira entre de cantería cua■vación en el día >e halla parte de indo ruina otras

»Se conoce que dicha torre tenia tres habitaciones; las dos pri­ meras, que las dividían o formaban maderamientos que ya no exis­ ten ni han conocido los maestros albañil y carpintero, y la última la cubría una bóveda de losa con arcos de cal y ladrillos, que salían a cuatro cachorros o pilastras de cantería, cuya bóveda se halla también enteramente arruinada, por lo que está la torre descubierta y sin almenas ni vestigios de haberlas tenido. »No se conoce, por estar ciegos los cimientos por dos partes, si tenía dicha torre algún portado para entrar en la primera habita­ ción; pero sugiere el maestro albañil que no lo tendría y que la entrada a la referida torre la harían por escalera de mano por las cuatro ventanas que tiene y que dan luz a la segunda habita­ ción por todos cuatro costados; teniendo otra ventana a ponientf que daba luz a la tercera 'o última habitación. »Por último, y como esta fortaleza está mutilada por ser mucha ruina en su foso, murallas, torres y garitas, puertas, ventanas y ma­ deramientos de los que ya no existe un solo palo; encenagadas las cisternas que no dejaría de tener, no se puede valorar» (10). III C o n q u is t a s

de

la

v il l a

y

c a s t il l o

de

E ljas

po r

los

po rtu g u eses.

Dada la índole del presente trabajo, que nos impide aportar cuantos datos conocemos relativos a cada uno de los diferentes cas­ tillos cacereños, nos limitamos a reseñar solamente uno de los epi­ sodios bélicos que tuvieron por escenario la fortaleza de Eljas, y que aconteció con ocasión de nuestras guerras con Portugal, cuan­ do alcanzó este vecino país su definitiva independencia. Helo aquí: Durante la cuaresma de 1642, los habitantes de San Martín de Trevejo, Eljas y Valverde del Fresno cruzaron la frontera entre Es­ paña y Portugal y penetraron en este país hasta legua y media de la villa de Alfayates. Recorrieron amplia zona, apoderándose de ganado, y regresaron al punto de partida antes de que los portu­ gueses se pusieran sobre aviso e intentaran cortarles la retirada. Era a la sazón jefe supremo de todas las fuerzas en la provin­ cia de la Beira y franja fronteriza con Salamanca y Cáceres el ge­ neral Francisco Téllez de Meneses; y al tener noticias de la incur­ sión de los extremeños, mandó llamar al capitán Braz García de Mascareñas, gobernador de la plaza de Alfayates. para que lo in­ formara del resultado de las gestiones y pesquisas que había reali­ zado en tiempos de su antecesor, Alvaro de Abrantes, conducentes a conocer el estado de las defensas de nuestras villas v lugares en(10) A. H. N.: Ordenes militares: Encom iendas d e la Orden d e Alcántara, legs. 4449 y 4746.

clavados junto a la frontera por aquella parte, y de los recursos de que podíamos disponer en caso de ataque. El ínclito Braz García puso a su general al corriente de todo cuanto podía interesar a sus futuros planes, ya que, valiéndose de enlaces y espías pagados, recibía todas las mañanas las novedades del campo enemigo y conocía al detalle las fuerzas combatientes, las reservas, municiones y pertrechos de que disponíamos. Hasta los planos de nuestras plazas fortificadas, como el del castillo de Eljas, llegaron a su poder. Mascareñas era un esclarecido espadachín que, al regresar del extranjero, donde pasó la mayor parte de su vida aventurera, había ofrecido su brazo y su espada al rey de Portugal, Juan IV. Una vez informado el general Téllez del estado de cosas de la comarca y de cuanto interesaba a sus propósitos, ordenó que el referido gobernador regresara a Alfayates; y a los pocos días, deci­ dido a emplear las armas, le mandó recado diciendo que «hia fazer noíte na quella sua plaga», y que procediera a prepararlo todo con­ forme a las instrucciones que le enviaba. E l gobernador Braz, en cumplimiento de las órdenes recibidas, procedió con toda celeridad, y con los recursos disponibles, a le­ vantar atalayas y a acondicionar otros puntos de apoyo en toda la frontera. Realizó este cometido con tal sigilo y habilidad que no se apercibieron los nuestros de lo que tramaban y hacían, a pesar de que durante unos días no dejaron de afluir a la plaza de Al­ fayates gentes de armas procedentes de las villas y poblados portu­ gueses del contorno. En la fecha prevista acudió también a la mencionada plaza, que habían elegido como residencia del cuartel general, el propio Téllez de Meneses; y, entre tanto, el maestre de campo Sancho Manuel, con su compañía —mandada por un alférez— , y las de Manuel Teseira de Macedo y Ñuño de Cunha de Ataide, reforzadas con gente de otras unidades, se concentraron en el lugar de La Nave, donde se incorporaron, asimismo, Antonio de Saldanha y Damián Botello, con hasta 300 infantes, entre los que figuraban, en calidad de aventureros, el sargento mayor Pedro da Vide y los oficiales Juan de Meló, Manuel Feo de Meló, Bernardo Ferreira de Sousa v Juan Correa de Sousa. Una vez reunidos todos, el general organizó en Alfayates un res­ petable ejército integrado por la mayor parte de la infantería dis­ ponible y 150 jinetes, poniendo al frente a un teniente general. Fi­ guraban también en el mismo Lorenzo de Sousa, capitán de la guar­ dia de S. M., que hacía siempre lo posible para tomar parte en todas las empresas, dando pruebas de valor; Alfonso Hurtado de Mendoza, alcalde mayor de Covillán, y otras personas de relieve y calidad, naturales, la mayor parte, de dicha provincia de la Beira. La caballería estaba formada por las compañías del teniente general 228



Elias.— Torre redond

corriente de todo ue, valiéndose de las las novedades zas combatientes, ¡poníamos. Hasta del castillo de >, al regresar del aventurera, había Juan IV. o de cosas de la ordenó que el pocos días, decilo que «hia fazer pararlo todo conrdenes recibidas, lisponibles, a le■ apoyo en toda habilidad que no hacían, a pesar la plaza de Alpoblados portu>nada plaza, que el propio Téllez Sancho Manuel, las de Manuel . reforzadas con ;ar de La Nave, ianha y Damián iban, en calidad ? V los oficiales ?rreira de Sousa Vlfayates un resa infantería dis?nte general. Fi)itán de la guartomar parte en aso Hurtado de ¡onas de relieve icia de la Beira. teniente general Eljas .— Torre

redonda,

utilizada

como

campanario,

con

espadaña

metálica

y esquilón

Juan de Saldanha de Sousa, Cristóbal de Sao de Mendoza, Diego de Tovar y por el regimiento francés del coronel Mahe. Estando ya todo dispuesto y preparado en la forma que se in­ dica, al siguiente día, que era la tercera feira de Semana Santa, partió el maestre de campo, Sancho Manuel, para Alfayates a reci­ bir órdenes del general y saber en concreto qué era lo que se debía hacer. Llamóse a consejo para trazar el plan de la campaña, y se reu­ nieron en el despacho de Téllez el maestre de campo dicho, el te­ niente general, el coronel francés y el gobernador de Alfayates, siendo en principio el parecer de la mayoría que debían dividirse en tres grupos las fuerzas disponibles y efectuar otras tantas en­ tradas por tierras de Castilla, marchando una fracción del ejército sobre Eljas, y, al mismo tiempo, las otras dos sobre El Payo y Alberguería, ya que estos lugares y sus fortalezas estaban muy descuidados y con escasa guarnición. Mas no llegaron a ponerse de acuerdo y se propuso entonces que el general fuera a San Martín de Trevejo, utilizando el puerto de Santa Clara, mientras Sancho Manuel se aventuraba hasta el castillo de Trevejo, y el esforzado Mascareñas caía sobre Eljas. Como no era partidario de este plan el maestre don Sancho, pidió autorización para intentar con sus hom­ bres el asalto a la villa y castillo de Eljas, a cuya propuesta acce­ dió el general en armonía con el criterio de Mahe que se esfor­ zaba por impedir la división de las tropas. Ya hemos visto que la fortaleza de Eljas está en las estribaciones de la sierra de Jálama, ocupando lugar estratégico que dista tres leguas de Alfayates y otras tres, aproximadamente, de Peñamacor, resultando de la unión de estos puntos un triángulo casi perfecto; que el recinto es de forma casi cuadrada y su fábrica al m odo de las antiguas construcciones; que asienta sobre una eminencia frago­ sa, a cuyo pie la villa con 200 moradores; y finalmente, que es lugar bien abastecido y vecino de pueblos de regular importancia, como Valverde del Fresno y San Martín de Trevejo, formando con ellos una comarca fértil, amena y bastante pródiga en productos del campo, lo mismo que el resto de la pintoresca y estratégica Sierra de Gata; si bien es justo reconocer que el término de la villa de Eljas es el más áspero, inaccesible e improductivo, y no resulta fácil ni cómodo el arribo partiendo de Portugal; por lo que hubo de ha­ cerse la acometida merced a un rodeo, como veremos en las páginas siguientes. Entre tanto regresaron a Alfayates los espías y prácticos que marcharan días antes para reconocer el terreno enemigo, y dijeron que «en Eljas no había más que cuatro hombres y algún rebaño de cabras», por lo que interesaba no perder el tiempo y aprovechar lo propicio de las circunstancias. Y a tal propósito se acordó que el maestre Sancho Manuel con su gente tomase el camino más corto 230

y menos frecuen mientras el gene habitantes a la < guirlo, dividió 1¡ bajo el mando di Hurtado de Men Lorenzo da Cos danha, al frente Hurtado; y a n Guiado por t neral a Valverdí dispuso que lo i daba Lobato, c ejército. Rápidamente en tanto que el al monarca lusit daño alguno; p tos del enemig< artefactos de 2 lieron a rechaz. nuedo; mas su mente, ante la contrarios, quia Los portugu yeron en parte, dos tam indón en suas casas se todo «ricos lie tocino, aceite \ el Pósito; asee aproximadamei enviaron la rea Rendidos a de Valverde, s género, a firr extendido por tado Juan de cuantos símbo banderas y va noble señor Ji estrepitosa a e tentar el pres tinuación, ya Sancho. Después S;

lendoza, Diego ihe. rma que se inSemana Santa, lfayates a reci­ ta que se debía paña, y se reux> dicho, el te• de Alfayates, lebían dividirse tras tantas enión del ejército are El Payo y > estaban muy n a ponerse de i a San Martín dentras Sancho y el esforzado de este plan el r con sus homDropuesta acceque se esforis estribaciones que dista tres de Peñamacor, > casi perfecto; ca al m odo de ninencia fragoe. que es lugar ortancia, como ando con ellos productos del xatégica Sierra de la villa de no resulta fácil le hubo de ha?remos en las prácticos que nigo, y dijeron algún rebaño > y aprovechar se acordó que nino más corto

y menos frecuentado, un atajo penoso por lo áspero y accidentado, mientras el general se encaminaba a Valverde para someter a sus habitantes a la obediencia del rey portugués; y dispuesto a conse­ guirlo, dividió las fuerzas en tres grupos, poniendo uno de ellos bajo el mando de Melchor Lobato da Costa, otro a cargo de Alfonso Hurtado de Mendoza y el tercero bajo las órdenes del sargento mayor, Lorenzo da Costa Mimoso. Marchaba en vanguardia Juan de Saldanha, al frente de 150 jinetes, seguido de los hombres de Lobato y Hurtado; y a retaguardia el referido sargento Da Costa. Guiado por el capitán Diego de Fonseca Coutinho, llegó el ge­ neral a Valverde, que contaba a la sazón 400 vecinos; y en seguida dispuso que lo cercara la infantería y caballos del grupo que man­ daba Lobato, completándose el cerco con el resto del cuerpo de ejército. Rápidamente los vecinos del lugar se aprestaron a la defensa, en tanto que el caudillo portugués los invitaba a darse en vasallaje al monarca lusitano, asegurándoles que si lo hacían así no recibirían daño alguno; pero lejos de atender las advertencias y requerimien­ tos del enemigo, los valverdeños, armados de arcabuces y cuantos artefactos de alguna utilidad para la lucha encontraron a mano, sa­ lieron a rechazar a los invasores, batiéndose con gran coraje y de­ nuedo; mas su esfuerzo resultó inútil y hubieron de sucumbir, final­ mente, ante la superioridad numérica y calidad de armas de los contrarios, quienes los arrollaron materialmente. Los portugueses penetraron en el lugar y lo saquearon y destru­ yeron en parte, sin dar cuartel a sus moradores, pues «ouve solda­ dos tam indómitos que entraráo e mataráo perssoas que achaváo en suas casas sem defensáo». Se llevaron cuanto de valor había, sobre todo «ricos lienzos, ropas de todas clases y víveres abundantes; tocino, aceite y vino, más 300 fanegas de trigo que encontraron en el Pósito; ascendiendo el producto de la rapiña a 1.600 ducados, aproximadamente. Cargaron todo este botín en varias caballerías y enviaron la recua a Portugal». Rendidos al fin y sometidos al yugo del rebelde los habitantes de Valverde, se les obligó, con buenas palabras y promesas de todo género, a firmar un documento de entrega del lugar, que fue extendido por un escribano de la localidad; y acto seguido, el exal­ tado Juan de Saldanha, con gesto oseo y fantasioso, mandó abolir cuantos símbolos de nuestra monarquía fueron habidos y «levantó banderas y varas de justicia por el nuevo rey de Portugal», el muy noble señor Juan IV, de la casa de Braganza. Se aclamó de manera estrepitosa a este soberano y se comprometieron los vencidos «a sus­ tentar el presidio del castillo de Eljas» que, como veremos a con­ tinuación, ya había sido rendido por el maestre de campo don Sancho. Después Saldanha mandó demoler las fortificaciones y trincheras,

como si la conquista del lugar fuera definitiva, alardeando de cau­ dillo experto y previsor, sin reparar en que el semblante amable y ri­ sueño de los vecinos de Valverde era la máscara que ocultaba sus verdaderos sentimientos: la ira y coraje contenidos a duras penas en sus corazones. A pesar de la cordialidad y conformidad aparente por el estado de cosas, el general portugués, más perspicaz y positivista, por si los lugareños no cumplían lo preceptuado en el contrato, dispuso quedaran en calidad de rehenes 30 personas de las más prestigiosas y principales de la localidad. Mientras se desarrollaban estos acontecimientos en Valverde, el experto y batallador Sancho Manuel, que quedara en Nave de Sa­ bugal cuando partió de Alfavates el general, había conseguido llegar antes al castillo de Eljas que el otro al referido pueblo. Comenzó a marchar a las cinco de la mañana, después de haber intervenido la mayor parte de la cuarta feira en repartir municio­ nes a su gente y en reconocer personalmente las armas para cercio­ rarse de si podían ser empleadas con provecho en los combates, viendo si las balas ajustaban perfectamente en las bocas de los mosquetes —detalle que si de antemano 110 se tenía en cuenta podría acarrear una calamidad—, y preparando todo lo necesario y conveniente para la empresa que le había sido encomendada. Procedió seguidamente a dirigirles la palabra, y con frases ve­ ladas por la emoción y saturadas de amor patriótico, los exhortó y predispuso para el combate, haciéndoles ver la importancia de la operación bélica que iban a emprender en pro de la justa y sagra­ da causa a que debían darse por entero, sin regatear sacrificios. Teniéndolo ya todo preparado se puso en movimiento el cuerpo de ejército, marchando en vanguardia un escuadrón guiado por el espía y práctico Manuel Teseira de Maeedo. alférez del maestre de campo, que portaba una colosal barra de hierro para forzar puer­ tas y vencer otras obstáculos, y con la orden expresa de que si eran sentidos al llegar a Eljas nc desistieran de sus propósitos, sino que, por el contrario, se acercaran a los muros de la villa y, a voces, dieran a entender a los de dentro que eran castellanos que habían merodeado por el contorno dedicados al pillaje v que portaban magnífico botín. Acompañaban también a este grupo de vanguardia Francisco Ribeiro, soldado práctico, natural de Brasil,' sargento ayudante de Sancho Manuel, Alfonso de Lucena, alférez de la unidad que man­ daba Damián Botello; un alférez de la compañía de Manuel de Avalar Sarmiento, v el capitán del tercio, gente toda decidida y va­ liente con orden expresa de que «arrobaran! as postas do castelo». Seguíale; de cerca el capitán Antonio Saldanha, con 25 arca­

buceros escogidos ayuda a los que m A continuació escuadrón, y el c centro de todas 1: Avanzaron de zaron Nave Mol] de Jálama, muy través de la esp el contacto y ped los soldados, cog comarca, ya qu< objetivo. Vencidas todi zado a amanece preciso momento de vanguardia y i Pasó algún ti des de retaguan rinto montañoso, los guías, quien pugnaban entre grueso de la expe Concentrada, minar, Sancho N que utilizaron d olivar cercano a cían el fuerte y v Acto seguido reros, hombres i encomendó ech frente a un alféi proceder por la abriesen, insta» una magnífica p Al llegar los un perro de gai res; pero éstos, estuvieron quiei dosis de miedo. Penetraron 1 estaba sin guan saron al maestr de tropa y a al¡ cercaran la villí en tanto se proe

deando de caunte amable y ri[ue ocultaba sus i a duras penas te por el estado ositivista, por si ontrato, dispuso más prestigiosas en Valverde, el en Nave de Saanseguido llegar eblo. ?spués de haber ?partir municio­ nas para cercio3 los combates, s bocas de los enía en cuenta > lo necesario v mendada. con frases veico, los exhortó iportancia de la a justa y sagrasacrificios, liento el cuerpo i guiado por el del maestre de ira forzar puerresa de que si propósitos, sino villa y, a voces, nos que habían que portaban a Francisco Rio avudante de lidad que man­ de Manuel de decidida y vapostas do cas- con 25 arca­

buceros escogidos, entrenados y con el ánimo dispuesto para prestar ayuda a los que marchaban en primera línea. A continuación iban los demás oficiales de infantería con su escuadrón, y el capitán Manuel Feo de Meló, que marchaba en el centro de todas las fuerzas, al mando de varios jinetes. Avanzaron de noche con el mayor orden y sigilo posibles. Cru­ zaron Nave Molhada, altiplanicie de las estribaciones de la sierra de Jálama, muy áspera y accidentada, caminando entre tinieblas a través de la espesura, con tales dificultades que, para no perder el contacto y poder cumplir su propósito, hubieron de formar cadena los soldados, cogidos de la mano y guiados por los prácticos de la comarca, ya que de otra manera no les era posible alcanzar su objetivo. Vencidas todas las dificultades, y cuando aún no había empe­ zado a amanecer, llegaron a los alrededores de Eljas; y en aquel preciso momento el maestre de campo se hizo cargo de las fuerzas de vanguardia y mandó hacer alto. Pasó algún tiempo sin que acabaran de incorporarse las unida­ des de retaguardia que habían quedado dispersas por aquel labe­ rinto montañoso, teniendo necesidad de salir en su busca uno de los guías, quien consiguió al fin localizar a los que, desorientados, pugnaban entre la maleza para conseguir abrirse paso y unirse al grueso de la expedición. Concentrada, finalmente, toda la tropa después de trabajoso ca­ minar, Sancho Manuel, que ya había ordenado apagar las mechas que utilizaron durante el trayecto, mandó «cuerpo a tierra» en un olivar cercano a la villa, para no ser sentidos por los que guarne­ cían el fuerte y vigilaban desde sus almenas. Acto seguido dispuso que saliera un grupo escogido de aventu­ reros, hombres todos avezados y duchos en estas lides, a quienes encomendó echar por tierra las puertas del castillo, llevando al frente a un alférez que hablaba nuestra lengua, para que, antes de proceder por la fuerza, pidiese a los que defendían la plaza que les abriesen, instando hacerles creer que eran castellanos y portaban una magnífica presa desde tierras de Portugal. Al llegar los lusos a las primeras casas del lugar empezó a ladrar un perro de ganado y el escándalo que formó despertó a los pasto­ res; pero éstos, al darse cuenta de lo que se les venía encima, se estuvieron quietos y permanecieron callados, con la consiguiente dosis de miedo. Penetraron los portugueses por la puerta de la barbacana, que estaba sin guarnición ni vigilancia, y al comprobar este detalle avi­ saron al maestre Sancho Manuel, quien se apresuró a enviar gente de tropa y a algunos de sus oficiales con órdenes precisas para que cercaran la villa y el fuerte, a fin de impedir la llegada de socorro, en tanto se procedía al asalto. 233

Hallóse la puerta principal de la plaza fuerte en las mejores con­ diciones de seguridad, recubierta de fuerte chapa de hierro que hacía imposible derribarla; pero a pesar de este inconveniente, Al­ fonso de Lucena, ayudado por uno de sus hombres, consiguió meter la punta de la palanqueta en una hendidura de la puerta, y hacien­ do presión logró saltar una bisagra; mas no pudo quebrar las otras y su empeño quedó frustrado, porque lo impedía, además, una viga de regular tamaño, la clásica tranca, que sujetaba por detrás. Este contratiempo enfureció a los portugueses y les hizo perder el control de sus nervios, procediendo ya sin reparo a golpear la puerta, decididos a romperla y a hacer saltar el travesaño; pero con sus golpes no consiguieron más que alborotar y poner sobre aviso a los defensores de la fortaleza, quienes al instante dieron el toque de alarma y pusieron en movimiento a todo el vecindario. Animó el maestre portugués a los suyos para que continuaran forcejeando, ya que la situación se complicaba y se veían precisados a repeler con descargas de mosquetería la agresión de los defensores de Eljas, quienes, al darse cuenta del peligro, desde las ventanas del castillo arrojaban piedras y toda clase de artefactos sobre los que pugnaban por penetrar en el recinto amurallado. Mientras tanto, un pequeño número de soldados lusos empezó a recorrer toda la muralla dando vueltas a su alrededor; y la fortuna les fue propicia, porque descubrieron una de las entradas que, por carecer de puerta, habían intentado tapiar con piedras sin argamasa, pero que todavía no habían logrado cerrar. Por el portillo que que­ daba abierto pasaron Cristóbal de Matos, Pedro de Fonseca y Juan Monteiro Barriga, soldados de la compañía de Botello, el espía Juan Duque y el alférez Antonio da Vide, los que, ayudados por algunos arcabuceros, echaron al suelo gran parte de las piedras y dejaron libre el paso. Pedro de Fonseca y Cristóbal de Matos eran hijos de Gaspar Sarabia de Matos, natural de Villacorva, junto a Meijaofrío. Con ellos estaban en la misma compañía otros dos hermanos, y en al­ guna ocasión estuvo su mismo padre, sirviendo todos a la causa del Braganza con gran entusiasmo; y resultaba, pues, que el tal Sarabia y sus hijos, como estaban todos en la misma compañía, completaban una fila en las formaciones. Dando ejemplo de valor e intrepidez subió Cristóbal a la mura­ lla, donde pudo morir por disparo de sus mismos compañeros al confundirlo con un enemigo; y, al mismo tiempo, su hermano Pedro y otro soldado consiguieron levantar la tranca de la puerta, permi­ tiendo así que pasara el grupo de portugueses que venían forcejeando para irrumpir en el recinto. Entre el revoltijo, que se precipitó arro­ llador, iba Alfonso de Lucena, portando una bandera que desplegó seguidamente, y, enarbolándola, la colocó sobre la almena más alta. Los defensores del fuerte se refugiaron más al interior, prote­ 234

gidos por otra p Mato y otros vai portalón princip camino libre pai Ante lo críti fortaleza —que i retiraron a la tor del rumbo que l que, al tener » acudieran con fi dieron parlamen sas y algunas co tros rindiéndose ] Justo es recoc su general, se al otra clase de da siones a que los rey de Portugal. En seguida V. porque el cura d de rendir vasallí presentarse al gt al alférez Manu la rendición de supo que va se cara de Alfavates Faltó tiempo cuando aún se h temor de una sen a enviar un grup Puesto al cor ante los muros < caldes y persone bre del resto de de Portugal, Ju¿j sucesores en el eljanos, quiso el soldados, númen tecimientos y es bordinados que de esperar que 1 que aparente, m dose que faltaría sentara, dada la belicoso. Y por valor estratégico

las mejores coni de hierro que iconveniente, Alconsiguió meter >uerta, y hacienjuebrar las otras demás, una viga » r detrás. les hizo perder jo a golpear la ■esaño; pero con >ner sobre aviso dieron el toque idario. Animó el forcejeando, ya w a repeler con isores de Eljas, mas del castillo s que pugnaban lusos empezó a or; y la fortuna tradas que, por is sin argamasa, ortillo que queFonseca y Juan o, el espía Juan los por algunos “dras y dejaron ijos de Gaspar kíeijaofrío. Con nanos, y en ala la causa del e el tal Sarabia a, completaban íbal a la muracompañeros al hermano Pedro puerta, permiían forcejeando precipitó arroi que desplegó mena más alta, interior, prote­

gidos por otra puerta chapeada; y entre tanto los cuatro hermanos Mato y otros varios de sus compañeros golpearon tan fuertemente el portalón principal que hicieron saltar los remaches y quedó así el camino libre para que pudiera pasar toda la infantería. Ante lo crítico de la situación, los valerosos guardianes de la fortaleza —que eran ocho en total, siete soldados y un alférez— , se retiraron a la torre del Homenaje y se dispusieron a resistir en espera del rumbo que tomaran los acontecimientos y con la esperanza de que, al tener noticias de lo que sucedía, los pueblos comarcanos acudieran con fuerzas de socorro; pero viendo que no llegaban, pi­ dieron parlamentar con el enemigo, y, después de muchas prome­ sas y algunas concesiones, que nunca llegaron, terminaron los nues­ tros rindiéndose y entregando la plaza. Justo es reconocer que los rebeldes, ateniéndose a lo ordenado por su general, se abstuvieron de desmantelar el castillo y de producir otra clase de daños o agravios, limitando, de momento, sus preten­ siones a que los vecinos de Eljas se redujeran a la obediencia del rey de Portugal. En seguida llegó a Valverde la noticia de lo que pasaba en Eljas, porque el cura de esta villa, acompañado de varios vecinos, después de rendir vasallaje a Sancho Manuel, se acercó a aquel lugar para presentarse al general. A continuación el maestre de campo ordenó al alférez Manuel Andrade de Macedo que comunicara a su jefe la rendición de Eljas; pero al emprender la marcha dicho oficial supo que ya se acercaba Téllez con el cuerpo de ejército que sa­ cara de Alfayates. Faltó tiempo al maestre para salir a su encuentro, a pie y solo, cuando aún se hallaba aquél a media legua de la villa; pero ante el temor de una sorpresa, el sargento mayor Pedro da Vide se apresuró a enviar un grupo de 50 mosqueteros para que le dieran escolta. Puesto al corriente Téllez de Meneses de todo lo ocurrido, llegó ante los muros del castillo y allí recibió homenaje del alcaide, al­ caldes y personas principales, quienes se comprometieron, en nom­ bre del resto del vecindario, a reconocer por rey al que ya lo era de Portugal, Juan IV, rindiendo vasallaje a perpetuidad a él y a sus sucesores en el trono. Entonces, vista la buena disposición de los eljanos, quiso el general dejar allí de guarnición a un capitán y 200 soldados, número suficiente según su modo de interpretar los acon­ tecimientos y estado de cosas. Más pronto le hicieron ver sus su­ bordinados que tal solución podría resultar peligrosa, porque era de esperar que la sumisión de los habitantes de Eljas no fuera más que aparente, motivada por el miedo y las circunstancias, suponién­ dose que faltarían a su palabra en la primera ocasión que se les pre­ sentara, dada la psicología de aquella gente y su temperamento belicoso. Y por tratarse, además, de una posición de reconocido valor estratégico perteneciente a una comarca de fanáticos y vale­

rosos guerrilleros que se sublevarían, sin género de dudas, apenas vislumbraran la primera posibilidad de recibir refuerzos. Comprendiólo así el caudillo portugués y llegó a la conclusión de que conservar la villa y castillo de Eljas, lugar abierto estratégi­ camente situado y con gente levantisca, resultaba una penosa carga y sólo gastos y trastornos podría proporcionar; y pensó que lo más conveniente sería levantar fortificaciones en Valverde y mantener esta plaza con escogido grupo de valientes gastadores, procediendo, en cambio, al saqueo y destrucción de Eljas en justo castigo a las correrías y daños que habían causado en tierras de Portugal. Pero aunque discurría así, no se decidió a abandonar dichar posición y dejó en ella al maestre de campo, ya que tal era su deseo, con 300 hombres y muchos mantenimientos: 100 carneros, 100 cabritos y otras vitua­ llas; 400 fanegas de trigo y 150 de cebada, que sacaron de la CasaPósito. E improvisaron inmediatamente en el interior de la fortaleza dos molinos de mano para conseguir harina y dos hornos para poder cocer pan, encargando de estos menesteres a cuatro mujeres que habían hecho prisioneras en Valverde, trayéndolas consigo. En el mismo día, cuarta feira de Semana Santa, regresó Téllez a Peñamacor con el grueso de las tropas. Y, por cierto, que resultó penosa e inolvidable la jornada, porque era de noche y caía una lluvia torrencial, viéndose precisado a hacer alto en un lugar in­ hospitalario y desierto donde él, sentado sobre la caja de tambor, y sus soldados, recibieron sobre las espaldas el terrible aguacero, agra­ vando su situación un frío intentísimo que los acobardaba y hacía desfallecer (11). (11) Durante el 1950 tuvimos la suerte de localizar, en la sección de ma­ nuscritos de la B. N. — Vario^—, gran cantidad de cartas, partes de guerra, papeles recogidos a enlaces y espías, relaciones de episodios bélicos y otros diversos documentos inéditos, con cuyo material preparamos nuestra publica­ ción, que vio la luz en 1952, y que lleva por título Escaramuzas en la frontera portuguesa con ocasión d e las guerras por la independencia d e Portugal. En este trabajo histórico narramos, con bastante detalle, la ocupación de la villa y castillo de Eljas por el ejército portugués, durante la llamada guerra de Secesión del país vecino; pero con posterioridad a la indicada fecha, la fortuna continuó siéndonos propicia y pudimos traducir y consultar un curioso librito publicado en Lisboa en 1644, del que es autor el Dr. J. Salgado de A raujo , abad de Pera, institulado Sucessos das armas portuguesas en ñas fronteiras despois da Real acclam acao contra Castela, cuyo contenido se nos antojó de tan singular interés, que decidimos preparar una más amplia y detallada re­ ferencia de la ocupación de Eljas por las trppas portuguesas que la que ha­ bíamos publicado en nuestras ya mentadas Escaramuzas; porque, efectiva­ mente, la narración de hechos bélicos acaecidos en aquel tiempo, de los que fue testigo el mencionado abad de Pera, nos ha resultado útilísima por la abundancia de datos, y porque precisa, exactamente, cuántos y quiénes fueron los jefes y oficiales portugueses que tomaron parte activa y directa en aquellos acontecimientos. De la obra del abad y de nuestro libro Escaramuzas hemos tomado los datos para completar lo relativo al castillo de Eljas, lamentando no poder extendernos más, dado que disponemos de material abundante.

236

e dudas, apenas erzos. a la conclusión abierto estratégiina penosa carga ensó que lo más ?rde y mantener res. procediendo, isto castigo a las le Portugal. Pero ar posición y dejó con 300 hombres :os y otras vitua■aron de la Casajr de la fortaleza omos para poder itro mujeres que consigo. a, regresó Téllez ierto, que resultó ioche y caía una en un lugar in?aja de tambor, y e aguacero, agrajbardaba y hacía

Nannqie de Lara

E L CASTILLO Y PLAZA FU ERTE DE GALISTEO n la sección de raas, partes de guerra, dios bélicos y otros nos nuestra publicá­

rnosos en la frontera cia d e Portugal. En cupación de la villa llam ada guerra de ida fecha, la fortuna ir un curioso librito S a lg a d o de A ra u jo ,

js en ñas fronteiras \o se nos antojó de iplia V detallada reesas que la que has; porque, efectivatiempo, de los que ido Utilísima por la tos y quiénes fueron v directa en aquellos

nos tomado los datos no poder extendernos

I N o t ic ia s

h is t ó r ic a s .

Mucho se ha escrito sobre el origen de Galisteo, especialmente por autores contemporáneos; pero la verdad es que aún no se ha po­ dido precisar exactamente en qué tiempo ni quién ordenó la funda­ ción del primitivo poblado que llevó dicho nombre. Algunos historiadores admiten como hecho cierto que la Medi­ na Ghalisyah a que hacen referencia las crónicas (1), es decir, la importante e histórica villa en que descansó Almanzor en el año 997, cuando se dirigía a Galicia, al frente de sus victoriosos ejércitos, es la estratégica población que se alza y luce todavía su grandiosa cerca murada en la margen izquierda del Jerte; mas los que así opi­ nan no aportan testimonios suficientes que sirvan de base indiscu­ tible para justificar su parecer. Se ha esforzado muy reiteradamente el erudito don Eugenio (1)

Véase lo que dice a este respecto P. H urtado en su ref. obr., pág. 146.

Escobar, arcediano de Coria y deán de Plasencia, por demostrar que la fundación de Galisteo fue obra posterior a la liberación de todo el territorio circum Alagum, a poco de iniciarse la reconquista de ambas Transierras; y fundamenta su creencia en que no se nombra a dicha villa en documento público alguno hasta el 28 de marzo de 1217, fecha del privilegio que mandó expedir el rey Alfonso IX de León, haciendo donación de Alcántara y su fortaleza a la Orden de Calatrava; y al señalar en el mismo su término municipal, cita a Galisteo (2), además de otras muchas aldeas, lugares y villas en­ clavadas en la correspondiente demarcación. Pero que existía Galisteo cuando empezó la Reconquista está fuera de toda duda; y es prueba evidente de este nuestro aserto, además de otras muchas que podríamos alegar, la traza y fábrica de su muralla, que debemos admitir como obra de artífices almoha­ des, caso de que no fuera edificada en tiempos anteriores a la es­ tancia y dominio de estos invasores. Se desconoce si fue escenario de luchas trascendentales, y se ignoran también las vicisitudes en torno a Galisteo durante la do­ minación de los berberiscos o de otras tribus islámicas; pero que debió crecer mucho su población y adquirir pronto gran im­ portancia, lo demuestra el hecho indudable de que sus fuertes muros sirvieron de punto de partida a las diversas expediciones que allí se organizaron para vivaquear por toda la comarca circundante, perteneciente hoy a la Alta Extremadura. Debido al auge adquirido, a lo seguro de sus murallas y a lo estratégico de su emplazamiento, en su ingente y suntuoso alcázar —a juzgar por el amplio solar del mismo, que todavía podemos ad­ mirar rodeado de firmes y fuertes muros, y sirviendo de techumbre a laberínticas galerías y pasadizos abiertos en el subsuelo—, en su alcázar, repetimos, firmó el mencionado rey leonés, en 1229, un convenio con los jerarcas de la Orden de Santiago, en virtud del cual donaba a éstos las villas de Castrotoraf y Villafáfila, a cambio de la reconquistada capital cacereña, que pertenecía a dichos lími­ tes desde el año 1170, por haber contribuido muy eficazmente a su liberación del grupo sarraceno en la indicada fecha (3). $

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Resulta indudable que si Alfonso X, el Sabio, hubiera heredado las dotes guerreras y la habilidad de su padre, San Fernando, se habría adelantado en algunos años la empresa de la Reconquista. Mas dicho monarca, muy docto e ilustrado, desde luego, y con un privilegiado ingenio, desempeñó de manera equivocada la goberna(2) E n la pág. 366 de la obr. de M. R. M artín ez, que lleva por título Historia del reino ae Badajoz. (3) Bullarium Ord. mil. S. Jacobi, págs. 150-151.

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, por demostrar la liberación de e la reconquista ne no se nombra el 28 de marzo rey Alfonso IX leza a la Orden municipal, cita ires y villas enleconquista está nuestro aserto, traza y fábrica irtífices almohateriores a la esndentales, y se durante la donicas; pero que •onto gran imjue sus fuertes spediciones que rea circundante, nurallas y a lo untuoso alcázar ía podemos ad> de techumbre bsuelo— , en su s, en 1229, un , en virtud del Fáfila, a cambio i a dichos límiFicazmente a su (3).

ibiera heredado a Fernando, se la Reconquista, uego, y con un ida la gobernae lleva' por título

ción del país por falta de carácter y de constancia en los negocios públicos (aunque en ocasiones resultó ser excesivamente enérgico y acaso cruel), y se dedicó a hacer leyes, retrasando con ello la ex­ pulsión de los mahometanos. El mencionado rey de Castilla tuvo la desgracia de perder pronto a su primogénito y heredero de la Corona, el infante don Fernando, llamado de la Cerda; su hijo bien amado, por quien sentía es­ pecial predilección. Ello no quiere decir que no tuviera también en mucha estima a sus otros hijos, los demás infantes, que tantos sinsabores le proporcionaron; sobre todo don Sancho, de sobrenom­ bre el Bravo, que se rebeló contra su padre, arrebatándole muchas de sus atribuciones y la estimación de buena parte de sus súbditos; circunstancias que amargaron la existencia del insigne monarca du­ rante los últimos años de su vida. La muerte prematura de don Fernando, acaecida el año 1275, motivó las muchas discordias que surgieron entre don Sancho y su padre, por haber dispuesto éste que fueran declarados herederos de la corona de Castilla sus nietos, los infantes de la Cerda, hijos del fallecido don Fernando, y no don Sancho, que era el segundo de los hijos del rey. Ya en vida del primogénito don Fernando, el rey don Alfonso, su padre, le había hecho donación de un espléndido señorío inte­ grado por las villas de Galisteo, Granada (hoy Granadilla), Alburquerque, Alconetar y Montemayor, de cuyo hecho tenemos conoci­ miento por un privilegio otorgado en Alcalá de Henares el día 4 de julio de 1268 (4). Dicho señorío era en extremo importante y codiciado por los muchos beneficios que reportaba a su poseedor, pues, además de las positivas riquezas que le proporcionaban sus tierras, pródigas en pas­ tos y maderas de diversas especies, la situación estratégica de las pla­ zas fuertes que integraban el mismo le daban un valor inestimable. En buena lógica estos Estados, enclavados la mayoría en la co­ marca de la Transierra, debieron pasar a manos de los hermanos don Alonso y don Fernando de la Cerda, al morir su padre; pero de tal hecho no hemos podido encontrar comprobante alguno; y sí, por el contrario, sabemos que dos años después, o sea en 1277, los mencionados nietos del rey Sabio estaban ya presos en el cas­ tillo de Játiva; cuya circunstancia, y la carencia de datos referentes a quién pudiera ser señor de Galisteo y demás villas mencionadas a partir de la muerte de don Fernando, hijo del rey y su primer po­ seedor, nos induce a suponer que volvieron aquéllas a depender de la Corona hasta que el soberano las legó a su tercer hijo, don Pedro, cuando éste contrajo matrimonio con doña Margarita, hija del viz­ conde de Narbona, en 1281; ya que, desde 1282, don Pedro se ti­ (4)

M é l id a : C atálogo..., t. II, pág. 109.

tulaba señor ( mayor, Grana» castillos de la r Por estos a Sancho v don contra su padn ensanchar los i cionadas v otr armas: Salama los pueblos v 1 aspiraciones. Para conseg a don Fernand el mayor núme de guerra toda; debían ser incc en Galisteo su i hombres dispue hueste, excesiva de Gata y Cori; contraba a su p gada por los rí< su mayoría a la ( Esta inesper Roa dio a don C al rey, motivo s< freires y salir al les dio alcance obligó a huir y les hubo arrebal Orden (6). Los milites i obligado a refugi darios de poner sistió de tal emj cosas del reino, t existentes entre el Alcántara, satisfe» Según hemos nes de don Pedn (5) «Estando el en la tierra de su C Casa del Infante do Miranda del Castaña del Coa», dice la C rá (6) Ibid., págs. 4

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cia en los negocios sivamente enérgico ndo con ello la exia de perder pronto inte don Fernando, r quien sentía es10 tuviera también rifantes, que tantos icho, de sobrenomebatándole muchas ■te de sus súbditos; isigne monarca duecida el año 1275, e don Sancho y su ■clarados herederos de la Cerda, hijos |ue era el segundo 1 rey don Alfonso, idido señorío inteGranadilla), Albur­ io tenemos conociHenares el día 4 codiciado por los ues, además de las is, pródigas en pasratégica de las plavalor inestimable, mayoría en la co> de los hermanos rir su padre; pero robante alguno; y és, o sea en 1277, presos en el casle datos referentes lias mencionadas a y y su primer po­ las a depender de er hijo, don Pedro, arita, hija del viz. don Pedro se ti­

tulaba señor de Galisteo, Ledesma, Miranda del Castañar, Montemayor, Granada, Sabugal, Castel-Rodrigo y otros varios pueblos y castillos de la ribera del Coa (5). Por estos años se habían acentuado las discrepancias entre don Sancho y don Alfonso, y el infante estaba ya en abierta rebelión contra su padre; circunstancia que quiso aprovechar don Pedro para ensanchar los límites de sus dominios a base de las ciudades men­ cionadas y otras que se propuso conquistar por la fuerza de las armas: Salamanca, Ciudad Rodrigo y Coria, juntamente con todos los pueblos y fortalezas de la Sierra de Gata, eran la meta de sus aspiraciones. Para conseguirlo, encomendó a un ilustre caballero de su Casa, a don Fernando Gómez de Roa, que con toda diligencia aparejara el mayor número posible de gente de armas y recorriera en plan de guerra todas las tierras de junto a la frontera de Portugal, que debían ser incorporadas a sus dominios. Gómez de Roa estableció en Galisteo su cuartel general y pronto consiguió reunir hasta 3.000 hombres dispuestos a batirse por el infante; y con tan menguada hueste, excesivamente confiado, se metió con ímpetu por la parte de Gata y Coria, molestando, saqueando y destruyendo cuanto en­ contraba a su paso en todos los pueblos de la extensa comarca re­ gada por los ríos Arrago y Alagón, que por cierto pertenecían en su mayoría a la Orden de Alcántara. Esta inesperada y absurda incursión del atrevido Gómez de Roa dio a don Garci Fernández, maestre de Alcántara y muy adicto al rey, motivo sobrado para, con la premura del caso, reunir a sus freires y salir al encuentro de los partidarios de don Pedro; pronto les dio alcance y, después de fustigarlos por ambos flancos, les obligó a huir y a refugiarse en la fortaleza de Galisteo, cuando ya les hubo arrebatado todo lo que habían robado en tierras de la Orden (6). Los milites alcantarinos no querían conformarse con haberles obligado a refugiarse en aquel murado recinto, y los más eran parti­ darios de poner cerco a la plaza de Galisteo; pero don Garci de­ sistió de tal empeño por no complicar más, por el momento, las cosas del reino, harto delicadas ya a consecuencia de los problemas existentes entre el rey y el infante don Sancho; y desde allí regresó a Alcántara, satisfecho del feliz resultado de su expedición. Según hemos hecho constar, no se vieron colmadas las aspiracio­ nes de don Pedro por la oportuna y eficaz réplica que dio a sus (5) «Estando el Maestre en Alcántara, le llegó nueva de la entrada que en la tierra de su Orden había hecho Fernán Gómez de Roa, caballero de la Casa del Infante don Pedro, señor de Ledesma, Castel-Rodrigo, Montemayor Miranda del Castañar, Granadilla, Galisteo, Sabugal y otras villas de la Ribera del Coa», dice la Crónica d e Alcántara, en la pág. 407 del t. I. (6) Ibid., págs. 407-408.

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mesnadas del maestre de Alcántara; pero no se desanimó por ello, ya que el panorama interior del reino se ofrecía propicio para que tuvieran éxito sus pretensiones; su padre, el rey, abandonado por la mayoría de sus vasallos y en descrédito por sus desaciertos; su her­ mano don Sancho, campeando por todo el territorio nacional como si ya fuera rey de hecho, contando en ocasiones con el apoyo de los nobles, abandonado por éstos a veces, y en otras aliándose hasta con sus enemigos seculares; su hermano don Juan, arrimándose al árbol que le daba mejor sombra; y, finalmente, sus sobrinos, los infantes de la Cerda, aunque recluidos en un castillo, no dejaban de tener par­ tidarios que propagaban y defendían sus derechos a la Corona. Este estado de cosas había creado una atmósfera de inseguridad y desconfianza tal, que don Pedro decidió, una vez más, aprove­ charse de las especialísimas circunstancias. Así lo vemos a los pocos meses recorriendo Extremadura y alborotándolo todo; y en esta oca­ sión, aunque decía defender los intereses del rey su padre, porque le había prometido la corona del reino de Murcia, hemos de sos­ pechar que los fines que perseguía eran de horizontes más dilata­ dos; tantear el terreno y procurarse apoyos personales a fin de poder incorporar a sus dominios, en el momento propicio, las villas y for­ talezas que se alzaban en la zona comprendida entre Alburquerque y Salamanca. De tal resonancia fueron estas andanzas de don Pedro, que su hermano don Sancho, alarmado y temeroso de ulteriores complica­ ciones, desde Cáceres subió a Ledesma para entrevistarse con él e interesar cesara en sus actividades, cosa que consiguió a cambio del señorío de Tordesillas y del cargo de canciller mayor cuando heredara la corona de Castilla; no llegando a feliz realización estos proyectos porque don Pedro falleció en 1283, dejando Galisteo, Gra­ nada y demás villas y plazas de su pertenencia al infante don San­ cho, su hijo, que a la sazón contaba poco más de un año de edad y quedaba bajo la tutela de su madre, Margarita de Narbona. Pero no fue, ciertamente, doña Margarita más hábil y afortunada que su esposo en el gobierno de las tierras que heredara su hijo el niño don Sancho, pues, mujer al fin y mal aconsejada, puso en peligro el patrimonio del infante en distintas ocasiones. Es muy posible que dicha señora estuviera dotada de tan irre­ sistible temperamento belicoso que la impulsara a intervenir más de lo debido en los cismas y problemas que sostenía el rey su suegro con los infantes sus cuñados y los ricos hombres de Castilla. Y así debía ser, toda vez que, cuando se quedó viuda, hizo alianza con su hermano político don Juan, con don Lope Díaz de Haro, suegro de dicho infante, y con don Dioniz de Portugal. Liga que se había formado para defender los derechos de los infantes de la Cerda a la corona de San Fernando, que por entonces había pasado ya a las sienes de Sancho IV. 242

Extrañó muchc de su hermano do lidad e intereses, to de habérselas maestre entonces las milicias corre* transerranos, irrur garita en nombre tillos. Fue empresa f infantes y 1.000 ji Sierra de Gata pe eficacia toda la re taban entrenadas deró de Sabugal, que disponía de j La noticia dai damente del uno Margarita; y esta ña Corte, determ nada (hoy Grana< sus enemigos. Así vez más crítica v breve no acudían tugal. Mas como el « la de Narbona t< salvo en su bien ofreció, una vez sus caballeros, a en sus ataques coi Debió ser ésti de escenario la i las centurias, poi y de fuerte y sun Mas, al fin, < fuerzo, huyó cier ra (la vieja Palui cuyos restos apai cerca del Casar de su hijo. En este empi poder pulsar des el curso de ésta vio precisada a < sejeros y nobles

sanimó por ello, •opicio para que andonado por la iaeiertos; su her0 nacional como 1 el apoyo de los indose hasta con nándose al árbol s, los infantes de an de tener par­ la Corona. a de inseguridad ez más, aprove?mos a los pocos o; y en esta ocaiu padre, porque i, hemos de sos>ntes más dilata­ os a fin de poder . las villas y forxe Alburquerque n Pedro, que su eriores complicarevistarse con él nsiguió a cambio ?r mayor cuando realización estos do Galisteo, Grainfante don Sanun año de edad e Narbona. ábil y afortunada heredara su hijo msejada, puso en >nes. tada de tan irreintervenir más de el rey su suegro de Castilla. Y así hizo alianza con : de Haro, suegro jg a que se había i de la Cerda a la pasado ya a las

Extrañó mucho al rey la conducta de la Naborna, y sobre todo la de su hermano don Juan, que siempre había sido afecto a su parcia­ lidad e intereses. Y dejando para ocasión más propicia el momen­ to de habérselas con el portugués, ordenó a don Fernando Páez, maestre entonces de Alcántara, que con los freires de su Orden v las milicias correspondientes de Coria, Plasencia y demás pueblos transerranos, irrumpiera en los territorios que gobernaba doña Mar­ garita en nombre de su hijo, y se apoderara de sus plazas y cas­ tillos. Fue empresa fácil para el maestre organizar un ejército de 3.000 infantes y 1.000 jinetes; y como la mayor parte de los pueblos de la Sierra de Gata pertenecían a su Maestrazgo, recorrió con rapidez y eficacia toda la región réforzando sus huestes; y cuando ya éstas es­ taban entrenadas y bien pertrechadas, cruzó la cordillera y se apo­ deró de Sabugal, villa por aquel tiempo de gran importancia, pero que disponía de poca gente apta para su defensa. La noticia dando cuenta de la pérdida de Sabugal corrió rápi­ damente del uno al otro confín en los dominios que regentaba doña Margarita; y esta señora, aconsejada por los caballeros de su peque­ ña Corte, determinó refugiarse en su bien fortificada villa de Gra­ nada (hoy Granadilla), para resistir en dicha plaza y hacer frente a sus enemigos. Así lo hizo, en efecto, pero su situación se hacía cada vez más crítica y era de temer la pérdida de sus feudos si en plazo breve no acudían en su auxilio el infante don Juan o el rey de Por­ tugal. Mas como el socorro de sus amigos y aliados no acaba de llegar, la de Narbona terminó abandonando Granadilla y logró ponerse a salvo en su bien fortificada villa de Galisteo, tras de cuyos muros ofreció, una vez más, tenaz resistencia al maestre de Alcántara y a sus caballeros, a pesar de que éstos apretaron el cerco y arreciaron en sus ataques con toda dureza. Debió ser éste el episodio bélico más importante a que sirviera de escenario la morisca fortaleza de Galisteo en el transcurso de las centurias, porque, cual hoy, disponía de altas y recias murallas y de fuerte y suntuoso alcázar, muy estratégicamente emplazado. Mas, al fin, convencida doña Margarita de lo inútil de su es­ fuerzo, huyó cierta noche y buscó asilo en su castillo de la Palome­ ra (la vieja Palumbaria, llamada años después castillo de Altamira, cuyos restos aparecen esparcidos en una gran eminencia montañosa cerca del Casar de Palomero), que también pertenecía al señorío de su hijo. En este empinado y seguro refugio permaneció varios días para poder pulsar desde cerca el desarrollo de los acontecimientos; pero el curso de éstos no debió ser muy favorable para su causa, y se vio precisada a escapar nuevamente, acompañada de contados con­ sejeros v nobles adictos a su Casa, consiguiendo, finalmente, llegar

a la villa de Ledesma (la romana Bletisa), donde concentró un cre­ cido número de partidarios para, con la entereza de siempre, seguir guerreando, muy esperanzada en que algún día no lejano llegarían los auxilios que sus aliados le habían prometido (7). El tesón de esta dama, persistiendo en su actitud, induce a supo­ ner que lo hacía porque los infantes de la Cerda habían sido libe­ rados del castillo de Játiva, y era de esperar prevaleciera su justa causa. Pasado algún tiempo, se calmó al fin esta belicosa señora; y aun­ que su conducta, por las intrigas en que había tomado parte, la hicieran merecedora de un ejemplar castigo, Sancho IV de Castilla fue indulgente con ella y bondadoso con su sobrino, disponiendo le fueran devueltas todas las tierras que integraban el patrimonio del niño infante. Años más tarde, en 1301, aún gobernaba doña Margarita, junta­ mente con su hijo don Sancho, las villas y lugares que les legara su difunto esposo, y que con tan poco acierto había sabido admi­ nistrar. En la sección de manuscritos de la Biblioteca Nacional existe copia de una escritura, de cuyo contenido se deduce que era la hija del vizconde de Narbona, señora de Galisteo, Granadilla y otros lugares en el año que se indica. El texto de dicho documento, y de un párrafo al comienzo del mismo, es del siguiente tenoz: «Zamora, 12 de agosto de 1301.—Escritura que otorga doña Mar­ garita, mujer que fue del infante don Pedro, y don Sancho su hijo, en Zamora a 12 de agosto del año sobredicho, en que se obligaron conjuntamente a desembargar y restituir a don Alfonso, obispo de Coria, los heredamientos, diezmos, primicias, montazgos y otro¡f derechos que le habían tomado y embargado en la villa de Mon­ temayor y su término y en las de Granada, Galisteo, la Figalera y sus términos, y ofrecen guardarle todos sus privilegios, franquicias y libertades y ayudarle y defenderle. »Scritura.— Sepan cuantas esta carta vieron, cómo yo doña Mar­ garita, mujer que fui del noble infante don Pedro et yo don Sancho, su hijo, fasemos tal avenencia et tal composición con don Alfonso, por la gracia de Dios obispo de Coria, por las querellas et demandas que aviades contra nos por razón de los heredamientos, et diezmos, et primicias et montazgos et los otros derechos que aviades et deviades a ver en la villa de Montemayor et en su término, et en la villa de Granada et en su término, et en la villa de Galisteo et en su término, et en la Figalera et en su término, que vos nos tomemos, et en larguemos que sepades la verdat de todo lo que vos nos tomemos et en larguemos del tiempo pasado, que vos lo demos, et vos lo entreguemos bien, et cumplidamente, assi como lo nos mejor (7)

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Ibid., pág. 242.

podamos facer, e de venir del día < et prometemos a sobredicho, que i nin recabdar nin vuestros mandam montazgos, deret villas et en los luí lugar de vuestro c na fe sin más eng vilegios et vuestrs tra persona como vos faser más bie rar, ayudar, porqi derechos, assi ec e que nos vos fa dejedes de usar < Sancta Iglesia m; dubda mandaren sellos colgados en

Durante el reú de Galisteo, Grar Catalina, hermans bicioso don Enrk rras de Extrema varias partes de ei La conducta ( bres infantes ara< llano se vio precibienes que entreg sos capitanes de cazmente a exter hijos de don Ferr en peligro las in período de nuestn Sometidos los rey don Juan hiz de 1429, a don G tañeda y señor d« (8) Ms. de don sección correspondiet (9) G. V elo y '

■oncentró un cree siempre, seguir > lejano llegarían d, induce a supohabían sido libealeciera su justa sa señora; y auntomado parte, la 10 IV de Castilla o. disponiendo le ?1 patrimonio de] Margarita, juntaque les legara su ía sabido admiNacional existe duce que era la ?o, Granadilla y licho documento, siguiente tenoz: torga doña Mari Sancho su hijo, que se obligaron Alfonso, obispo ontazgos y otro:) la villa de Mon­ eo, la Figalera y ?gios, franquicias yo doña Mart vo don Sancho, x>n don Alfonso, lias et demandas ntos, et diezmos, e aviades et deérmino, et en la le Galisteo et en os nos tomemos, lo que vos nos vos lo demos, et mo lo nos mejor 10

podamos facer, et más a nuestra voluntad, et por el tiempo que es de venir del dia de hoy adelant que esta causa es fecha. Otorgamos et prometemos a Dios et a Santa María et a vos don Alfonso obispo sobredicho, que non tenemos nin recabdemos, nin mandemos tomar nin recabdar nin embargar por nos nin por otra ninguna cosa de los vuestros mandamientos, nin de los diezmos, et primicias, rentas et montazgos, derechos que non habiedes et debiedes de haber en las villas et en los lugares sobredichos, et en sus términos et en todo otro lugar de vuestro obispado. Mas otorgamos, et prometemos vos de bue­ na fe sin más engaño de vos guardar, cumplir todos los vuestros pri­ vilegios et vuestras libertades, assi las que avedes por razón de vues­ tra persona como las que. avedes por razón de vuestra iglesia. Et pol­ vos faser más bien et más ayuda, otorgamos de vos defender, ampa­ rar, ayudar, porque vos ayudes bien, e cumplidamente todos vuestros derechos, assi como vuestros privilegios, et vuestras cartas dicen e que nos vos fagamos embargo por nos, nin por otro, porque vos dejedes de usar de vuestra jurisdicción, assi con el derecho que la Sancta Iglesia manda. Et porque esto sea firme, et non venga en dubda mandaremos nos endedar esta carta sellada con nuestros sellos colgados en testimonio de verdat» (8).

Durante el reinado de Juan II, era titular y propietaria del señorío de Galisteo, Granada y demás villas mencionadas, la infanta doña Catalina, hermana de dicho soberano y esposa del turbulento y am­ bicioso don Enrique, infante de Aragón, de cuyas andanzas en tie­ rras de Extremadura nos ocupamos con algún detenimiento en varias partes de esta obra. La conducta de don Enrique y de sus otros hermanos, los céle­ bres infantes aragoneses, dejaba mucho que desear, y el rey caste­ llano se vio precisado a confiscar los bienes de su revoltoso cuñado; bienes que entregó seguidamente a determinados nobles y prestigio­ sos capitanes de su parcialidad, que habían contribuido muy efi­ cazmente a exterminar a los seguidores y amigos de los belicosos hijos de don Fernando, el d e Antequera, cuyas actividades pusieron en peligro las instituciones y dieron marcado carácter a todo un período de nuestra historia. Sometidos los infantes aragoneses y dispersos sus partidarios, el rey don Juan hizo merced del señorío de Galisteo, en 4 de marzo de 1429, a don Garci Fernández Manrique de Lara, conde de Cas­ tañeda y señor de Aguilar (9), noble caballero a quien quiso honrar (8) Ms. de don Andrés Santos Calderón de la Barea, que se conserva en la sección correspondiente de la B. N. (9) G. V el o y N ie t o : Señores d e Pasarán, págs. 13 y 14 (Madrid, 1956).

el monarca p Gabriel Maní título de eond bien por sus fue el nieto d Galisteo, III i verdadero fun taneia y de si pués.

E xplicació n ; la plaza n

1.—Puerta emplazada en 2.—Puerta das por el ad piedra que fs campanario. 3.—Puerta muralla, y aps blasón del si;' 4.—Viejos Garci Fernánc solar del alcáz; 5.—Torre < serva bastante en el centro » al que corona sarón de la > Ambas torres, de aquellas ti bidamente p¿ aspilleras el rm 6.—Garita Picotín. 7.—Trozo i (10) «Quien de la vuestra vi Manrique, Daqn llecimiento, e v siempre jama? . de Haro en su í (Madrid, 1622

el monarca por sus positivos servicios; y al segundo de sus hijos, Gabriel Manrique, comendador mayor de Castilla, le concedió el título de conde Osorio, y en 1451 el de duque de Galisteo (10), tam­ bién por sus servicios, que fueron muchos y muy calificados; pero fue el nieto de este procer, Garci Fernández Manrique, IV señor de Galisteo, III duque del mismo nombre, y III conde de Osorno, el verdadero fundador del Estado d e Galisteo, de cuya mucha impor­ tancia y de sus varios y legítimos poseedores nos ocuparemos des­ pués. II E

x p l ic a c ió n

de

la s

pa rtes

p r in c ip a l e s

que

in t e g r a n

el

plan o

de

LA PLAZA FUERTE DE GALISTEO.

1.—Puerta llamada de La Villa. Muy estratégica por haber sido emplazada en ángulo. 2.—Puerta de Santa María, cuyas defensas se vieron aumenta­ das por el adosamiento, en el muro interior, de la doble escalera de piedra que facilita el acceso a la espadaña que se utiliza como campanario. 3.—Puerta del Rey, que se abre en un amplísimo lienzo de la muralla, v aparece surmontado por un curioso y apenas perceptible blasón del siglo xvi. 4.—Viejos muros del castillo-palacio que mandara construir don Garci Fernández Manrique de Lara, III conde de Osorno, sobre el solar del alcázar sarraceno. 5.—Torre del Homenaje del dicho palacio-fortaleza, que se con­ serva bastante bien y ofrece la singular característica de presentar en el centro de su andén o terraza un original pináculo, idéntico al que corona el curioso campanil o torre extraria de la villa de Pa­ saron de la Vera, perteneciente al señorío o Estado de Galisteo. Ambas torres, construidas por los cristianos a raíz de la liberación de aquellas tierras del yugo musulmán, fueron acondicionadas de­ bidamente para la defensa, restaurando sus almenas, ventanas y aspilleras el mencionado conde. 6.—Garita o torreón que llaman los habitantes de la villa El Picotín. 7.—Trozo derruido de la primitiva cerca almohade que circunda (10) «Quiero que de aquí adelante para en toda vuestra vida seades Duque de la vuestra villa de Galisteo, e seades llamado, e vos llamades don Gabriel Manrique, Duque de Galisteo, e Conde de Osorno, e después de vuestro fa­ llecimiento, e vuestra Casa e mayorazgo ovieren de aver, e hereden para siempre jam ás...», dice la correspondiente provisión real que publica L ópez de H a r o en su Nobiliario genealógico d e los reyes y títulos d e España, pág. 3 2 0 (Madrid, 1622).

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y protege la casi legendaria capital del Estado de Galisteo. Ha sido reconstruido con tan poca habilidad y pericia, que desentona so­ bremanera, y es auténtico pegote en los lienzos de tan interesan­ tísima muralla. 8.— Otro boquete, rehecho, asimismo, de manera tosca e inad­ misible, que ofende a la vista y desprecia la importancia arquitec­ tónica de la más bella y completa muralla de las plazas fuertes de Extremadura. 9.— Sección de la puerta de Santa María, donde se aprecian al­ gunos de sus muchos e interesantes detalles. 10.— Sección de la puerta del Rey. 11.—Sección de la puerta de La Villa. 12.—Puerta de entrada al castillo-palacio de los Manrique de Lara, convertido hoy, según se dijo, en inmenso corralón, por haber desaparecido todos los elementos constructivos de la espléndida, recia y suntuosa residencia de los que fueron señores, condes y du­ ques de Galisteo. Galerías y cámaras subterráneas, con sus accesos obstruidos, son el único testimonio de la grandeza del edificio. 13.—Iglesia parroquial, con capillas de estilos y épocas diferen­ tes. Es amplia y poco armónica, destacando al exterior el ábside de su presbiterio, obra mudéjar cuya fábrica sorprende e interesa sobremanera al visitante. En uno de sus altares colaterales se ve­ nera artística imagen de la Virgen de la Fuensanta, titular del santuario de dominicos de aquel nombre, y trasladada a la villa para salvarla de los sicarios de Napoleón, quienes destruyeron e in­ cendiaron la mencionada casa de oración, surcada de enterramientos, donde reposan todavía las cenizas de algunos de los más esclarecidos y prestigiosos miembros del linaje de los señores de Galisteo. 14.—Poste de un crucero, que bien pudo ser rollo o picota, ya que en el primero de los casos ha desaparecido la cruz. III E

st a d o d e

G a l is t e o .

Garci Fernández Manrique de Lara y Toledo, III conde de Osorno y señor de Galisteo, era biznieto de otro Garci Fernández Manrique, casado con Aldonza de Castilla, I conde de Castañeda y señores de Aguilar, quienes al morir dejaron dos hijos varones y una hembra. El primero de éstos, llamado Juan Manrique de Lara, fue II conde de Castañeda, señor de Aguilar, Izar, Villanueva, Santillana, etc., y capitán general de la frontera de Cádiz. El segundo, Gabriel Manrique de Lara, I conde de Osorno, comendador mayor de Castilla, trece de la Orden de Santiago, señor 248

disteo. Ha sido desentona so­ tan interesantosca e inadancia arquitecLzas fuertes de

Manrique de lón, por haber la espléndida, condes y du»n sus accesos edificio, pocas diferenrior el ábside ide e interesa terales se vea, titular del ida a la villa truyeron e innterramientos, is esclarecidos alisteo. ' o picota, ya

I I conde de ci Fernández le Castañeda hijos varones fue II conde illana, etc., v de Osorno, ntiago, señor

G alisteo.— Almenas de bella traza que coronan el recinto morisco

>e aprecian al-

de Maderuelo, Villasirga, San Martín del Monte, Valle de Gama, Población y Albalá, heredó de su padre el mayorazgo de las villas de Galisteo y Fuenteguinaldo, que fundara para el segundo de sus hijos, como hacía constar en su testamento expedido en Alcalá el 17 de mayo de 1436, una de cuyas cláusulas decía así. «Otro sí, mando al Comendador, mi hijo, las villas de Galisteo y Fuente­ guinaldo con sus tierras y términos, e Prados e Pastos, e Montes e ríos, con la juridicción alta y baja, civil y criminal, e mero mixto imperio, e con dichos e derechos a ellas pertenecientes, lo cual mando por mayorazgo para que lo haya y hereden después de sus días sus hijos y nietos...» (11)., El comendador don Gabriel casó dos veces; la primera con María Dávalos, hija del condestable Ruy López Dávalos, señor de Osorno. Aunque por razones de consanguinidad hubo de separarse de su esposa, como era de la primera nobleza española y del Consejo de S. M., con tacto y diplomacia consiguió que el rey Juan II le hiciera merced del Condado de Osorno; y aún hubo más, pues es­ tando el soberano en Ocaña, en 1451, le concedió también el tí­ tulo de duque de Galisteo, cuyo mayorazgo, como hemos visto, poseía por voluntad de su padre. Su segundo enlace fue con Aldonza de Vivero, hija de Alonso Pérez de Vivero, contador mayor de Castilla, y procrearon los si­ guientes hijos: Pedro, Juan y Beatriz Manrique de Lara. Sucedió en la Casa don Pedro, el hijo primogénito, II conde de Osorno y II duque de Galisteo, ricohombre de Castilla, uno de los magnates que firmaban los privilegios reales. Era tan diestro y va­ leroso en las armas, que siendo muy joven acompañó a su padre en la tala de la Vega de Granada. Caballero de la Orden de San­ tiago, fue también comendador mayor de ella. Casó con Teresa de Toledo, prima hermana del rey Católico, e hija de Garci Alvarez de Toledo, I duque de Alba. Heredó su Casa y mayorazgos, por ser el hijo mayor, el mencio­ nado don Garci Fernández Manrique de Lara y Toledo, III conde de Osorno, verdadero señor y fundador del Estado de Galisteo, ya que, si bien es verdad que existía este señorío desde los tiempos de Alfonso X, el Sabio, quien en 1268 lo donó a su hijo don Fer­ nando de la Cerda, y pasó años más tarde a poder del turbulento in­ fante don Enrique de Aragón, para recaer, finalmente, en el referido Garci Manrique de Lara, I conde de Castañeda, no es menos cierto que fue el III conde de Osor-no quien acrecentó con nuevas adquisiciones los mayorazgos (12), cultivó las tierras y levantó en (11) A. H. N.: P leitos..., leg. 34672, ejec. 1456, pág. 35. (12) «Compró el Conde de diversas personas mucha renta de yerva, here­ dades y posesiones cerca de sus villas, para dejarlas en el mayorazgo con este beneficio. Aldonza de Monroy, viuda de Juan de Cabrera, Comendador de la Oliva y vecino de Trujillo, íe vendió las tierras de pan llevar que tenía en

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Galisteo la su nuestros dias. habitual, so r ostentaban los de otros mucl bién de preben He aquí al Manrique de Galisteo y sew Martín del Me rón y Tórreme Rivera y Moni Indias, asisten* armas de las G Casó tres % tres y prestigie con Juana En Bañoz, Graner la segunda co la tercera, esta de Luna, hija pero mayor d» fijosdalgo de C de Santiago, y hermana de 1¿ siguientes hija Catalina. Fue fervier mismo nombre recibió el hábit Hallábase e Felipe I, el H tomaron aquel reino. el lugar de Hoh Señores de Monr de Mari García siones, mejoró y i Historia geneah _ (13) La peqi encom ienda ael de bulas que le « jenar 4.000 duca dicha milicia la i mos, vasallos, reí posesión de ella, na. Ibid., y en b guientes.

s, Valle de Gama, >razgo de las villas el segundo de sus ?dido en Alcalá el ecía así: «Otro sí, Galisteo y FuentePastos, e Montes e inal, e mero mixto ntes, lo cual mando ?spués de sus días primera con María >, señor de Osorno, le separarse de su ola y del Consejo el rey Juan II le iu bo más, pues es•dió también el tícomo hemos visto, ■ro, hija de Alonso procrearon los sie Lara. rénito, II conde de bastilla, uno de los a tan diestro y vampañó a su padre ■ la Orden de San^asó con Teresa de i de Garci Alvarez » mayor, el mencioToledo, III conde ido de Galisteo, ya desde los tiempos a su hijo don Ferr del turbulento inlente, en el referido eda, no es menos recentó con nuevas ierras v levantó en i renta de yerva, hereel mayorazgo con este, Ta, Comendador de la n llevar que tenía en

Galisteo la suntuosa casa-palacio, cuyas ruinas han llegado hasta nuestros días. Fue dicha morada, a partir de entonces, residencia habitual, solar auténtico de la rama de los Manrique de Lara, que ostentaban los títulos de conde de Osorno y duque de Galisteo; y de otros muchos miembros de la misma familia poseedores tam­ bién de prebendas y dignidades. He aquí algunos datos biográficos del insigne Garci Fernández Manrique de Lara y Toledo, III conde de Osorno, III duque de Galisteo y señor de esta villa y de las de Villasirga, Villavieco, San Martín del Monte, Arguillo (13), Bañoz, Vegas de Ruy Pone, Pasa­ ron y Torremenga, trece de la Orden de Santiago, comendador de Rivera y Monreal, presidente del Consejo de dicha Orden y del de Indias, asistente y capitán general de Sevilla, capitán de hombres de armas de las Guardas y del Consejo de Estado. Casó tres veces este esclarecido personaje, uno de los más ilus­ tres y prestigiosos, sin duda, de la familia de los Laras; la primera con Juana Enríquez, su tía, señora de las villas de Ruy Ponce, Bañoz, Graneras y de las Casas de Hitos, Gigondo y Quintanilla; la segunda con Juana Cabrera, hija del I marqués de Moya; y la tercera, estando sin sucesión de sus primeras esposas, con María de Luna, hija de don Alvaro de Luna, señor de Fuentidueñas, copero mayor del rey, alcalde de Loja, capitán de los Ciencontinos fijosdalgo de Castilla, comendador mayor de Montalván en la Orden de Santiago, y de Isabel de Bobadilla, dama de la reina Católica y hermana de la marquesa de Moya. De dicho enlace nacieron los siguientes hijos: Pedro, Alonso, Juan, María Magdalena, Isabel y Catalina. Fue ferviente admirador del duque de Alba, su abuelo, cuyo mismo nombre llevaba; y siguiendo la tradición familiar, en 1497 recibió el hábito de la Orden de Santiago. Hallábase en Burgos en 1506 cuando, el 24 de septiembre, murió Felipe I, el Hermoso, siendo uno de los testigos del acuerdo que tomaron aquel mismo día los grandes sobre la gobernación del remo. el lugar de Holguera; y Antonio de Monroy y María de Vargas, su mujer, Señores de Monroy, le vendieron, en 1534, yerva en la dehesa de las Cabezas de Mari García; y de este modo fue mucho lo que en censos, yervas y pose­ siones, mejoró y aumentó los bienes de su mayorazgo». Vid, S alazar y C astro : Historia genealógica d e la casa d e Lara, t. I, pág. 631 (Madrid, 1696). (13) La pequeña villa del Arco, llamada comúnmente El Arguillo, era de la encom ienda del Portezuelo, en la Orden de Alcántara; y Carlos I, en virtud de bulas que le concedieron los pontífices Julio III y Clemente V III para ena­ jenar 4.000 ducados de las Mesas maestrales y encom iendas, desmembró de dicha milicia la mencionada villa y la vendió a Garci Manrique, con sus diez­ mos, vasallos, rentas, pechos y derechos; y en 10 de mayo de 1542, tomó posesión de ella, en nombre del III conde de Osorno, don Bernardino Guadia­ na. Ibid., y en la R. de E. E., de Badajoz, t. V III, año 1934, págs. 335 y si­ guientes.

En 1511 era comendador de Rivera; y al año siguiente acompa­ ñó a don Fadrique de Toledo, duque de Alba, su pariente, en las guerras de Navarra, donde fue capitán de gente de armas. Estuvo sitiado en Pamplona cuando el rey Juan de Albret, auxiliado por los franceses, puso cerco, sin resultado positivo, a dicha capital. Sucedió a su padre en la Casa de Osorno en 1515, fecha en que lo nombró Fernando, el Católico, gobernador de la Orden de San­ tiago en la provincia de León, la cual comprendía, entre otras, las ciudades de Mérida, Llerena, Jerez y cuantas villas y tierras tenía la expresada milicia en Extremadura y Andalucía. El referido cargo estaba en relación con su elevado rango de procer esclarecido y pres­ tigioso. Los Reyes Católicos le dieron también la administración de la mencionada Orden; y en 1517, estando en Bruselas, el emperador prometió darle el hábito de Santiago para el mayor de sus hijos, en el primer capítulo que se celebrara. Intervino muy directamente en todos los graves problemas de las Comunidades, tanto en Medina de Rioseco como en Valladolid, donde entró después del desastre de Villalar vestido de «librea verde con la caballería de sus gentes de armas, y vestidas de la misma librea». Fue este conde don Garci uno de los gobernadores de provincia que acudieron a Logroño con las milicias de su Casa, en 1521, cuan­ do los franceses pretendieron apoderarse de dicha capital después de la toma de Pamplona, Estella y otras plazas de Navarra; y tan satisfecho quedó el emperador de su cooperación, que lo nombró asistente y capitán general de Sevilla y su tierra, empleo de los más codiciados por la nobleza de aquel tiempo. Sus positivos y relevantes servicios a la Corona contribuyeron a que poco tiempo más tarde, en 1523, exactamente, se le hiciera merced de la dignidad de trece de la Orden de Santiago; decidién­ dose, seguidamente, a hacer renuncia en manos de S. M., de la encom ienda de Rivera, a fin de que recayera dicha prebenda en su hijo mayor Pedro Manrique, llamado a ser IV conde de Osorno. Y, efectivamente, a últimos del expresado año, estando en Granada el emperador, firmó el nombramiento y dio, a su vez, al señor de Galisteo, la Presidencia del Consejo de la Orden de Santiago; lo que no impidió, a pesar de las muchas exigencias de este cargo, que el referido conde pasara a Italia acompañando a don Carlos cuando acudió a Bolonia para recibir de manos del pontífice la corona del Imperio Romano. Al tratar de este asunto, dice Sandoval, que el señor de Galisteo y Osorno era de los magníficos ca­ balleros castellanos que con gran boato y ostentación de sus dig­ nidades y prerrogativas integraban la comitiva del soberano. Su viaje a Italia contribuyó a que se aficionara por el Renaci­ miento italiano, tan en boga en aquel tiempo; y al regresar a la 252

uiente acompa>ariente, en las armas. Estuvo auxiliado por cha capital, i, fecha en que Orden de Sanentre otras, las y tierras tenía referido cargo arecido y pres-

problemas de en Valladolid, do de «librea vestidas de la ■s de provincia en 1521, cuanapital después Navarra; y tan |ue lo nombró leo de los más contribuyeron , se le hiciera iago; decidiénS. \1., de la rebenda en su le de Osorno. lo en Granada z. al señor de e Santiago; lo ie este cargo, a don Carlos ‘1 pontífice la >, dice Sandonagníficos can de sus digtberano. x>r el Renaciregresar a la

G alisteo.— Puerta de Santa María

istración de la el emperador r de sus hijos,

patria aquel mismo año decidió dar comienzo a tres colosales obras que rivalizan en belleza y suntuosidad. Eran éstas: el palaciofortaleza de los condes de Osorno en Galisteo, el monasterio de Nuestra Señora de la Fuensanta o Fuente Santa extremuros de dicha villa, y la casa-palacio de Pasaron, residencia preferida por descendientes de su hijo don Alonso, señor de Graneras, progenitor de la segunda rama de los Fernández Manrique de Lara que se perpetuó por varonía hasta mediados del siglo xvm. La casa-fuerte o palacio-fortaleza, mandada construir por el in­ signe don Garci Fernández Manrique, III conde de Osorno y señor de Galisteo en la villa cabeza de su señorío era de trazos monu­ mentales, digna de los señores que la habitaron. He aquí algunos detalles de su arquitectura recogidos y anotados por el viajero Ponz (14) a finales del siglo xvm, cuando ya había perdido, sin duda, parte de su fisonomía por aditamentos y revocos posteriores, que transformarían, al menos en parte, la primitiva fábrica. Opina Mélida que, adosado a las murallas de Galisteo, levanta­ ron los árabes un soberbio alcázar que se transformó en castillo du­ rante o a partir de la Reconquista; y que sobre sus cimientos erigió el mencionado conde de Osorno su gran palacio fuerte, que resul­ taba difícil conquistar por estar circundado de murallas y situado sobre una eminencia junto al río Jerte. El patio de tan regia morada estaba adornado con columnas que sostenían las galerías alta y baja. Eran de piedra berroqueña, muy altas, y de una sola pieza cada una. Tanto en el interior como en el exterior de las dichas galerías, y a lo largo de todo el piso, apa­ recían medallones con cabezas esculpidas; precioso ornato que contribuía a admitir, sin duda alguna, que se trataba de una obra del siglo xvi; suposición corroborada por la existencia de capiteles compuestos. La escalera principal del edificio, formada por tramos de una sola pieza, era grandiosa en extremo; disponiendo también el con­ fortable y majestuoso palacio de una puerta con arco escarzano para comunicar con la villa, y que todavía luce su bello trazado. Las columnas de la galería, 30 entre las dos, sólo ocupaban tres lienzos del patio, pues el cuarto correspondía a un lado de la ori­ ginal torre que aún se conserva perteneciente al viejo castillo, obra de los tiempos en que tuvieron lugar las luchas de los infantes de Aragón y los maestres de Alcántara. A dicha torre —que es de si­ llería, rectangular, con pequeñas y curiosas ventanas, aspilleras y cuatro matacanes derruidos, uno a cada lado, en lo alto— , «le falta el almenaje y de en medio de ella se alza un capitel octógono, piramidal, de argamasa, sobre un cuerpo de ladrillos con arcos de (14) A ntonio P onz : Viaje d e España, ecl. Aguilar, t. V III, carta 1.a, pá­ gina 683 (Madrid, 1949).

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medio punto» (I miento que osten Desde ella se dív Mucho intere e importante obi de Osorno en la mencionado mon teón del fundad* Se alzó este villa, a poco mi taba a las norma sistía en dos arci al pórtico; v bu< dallas y estatuas El interior d construida, fue posteriores; perc nada corriente, muy pequeños, presentando ur,¿ bricado con bal obra de mano m¡ Al subir la Miguel, hecha c alta, y algunos mejor gusto y* d irocedencia v t ama de la loza 1 E l monaster Predicadores, y tantas veces cité

f

(15) M é l i d a : (16) He aquí. «Don Alonso cláusula de su tes ser enterrado «en listeo, e donde e Lara y María de L Don Pedro F e y casado con Lee en dicha villa el la Santísima Trii caballero del hábi y pie de monte Plasencia... mand Señora de la Fu» teo...». A. H. X .:

colosales obras is: el palaciomonasterio de extremuros de preferida por Tas, progenitor e Lara que se truir por el inOsomo y señor ; trazos monue aquí algunos por el viajero dido, sin duda, osteriores, que ca. ilisteo, levantaen castillo du•imientos erigió ?rte, que resulallas y situado i columnas que ■rroqueña, muy terior como en lo el piso, apaso ornato que >a de una obra ■ia de capiteles tramos de una ambién el conescarzano para trazado, ocupaban tres lado de la orio castillo, obra los infantes de —que es de sias, aspilleras y lo alto—, «le ipitel octógono, 6 con arcos de [II, carta 1.a, pá-

medio punto» (15); es dominante y fuerte, y el peregrino corona­ miento que ostenta denota haber sido construida durante el siglo xiv. Desde ella se divisa y protege el paso del puente sobre el Jerte. Mucho interés ofrece también a nuestro propósito otra acogedora e importante obra que mandara edificar y patrocinara el III conde de Osorno en la expresada villa de Galisteo. Nos referimos al ya mencionado monasterio de la Fuensanta, erigido con destino a pan­ teón del fundador y sus descendientes (16). Se alzó este refugio de religiosos dominicos extramuros de la villa, a poco más de una legua; y aunque su fachada no se suje­ taba a las normas del gótico puro, no estaba exenta de mérito. Con­ sistía en dos arcos con cabezas de serafines, que permitían el acceso al pórtico; y buena parte de la fachada aparecía adornada con me­ dallas y estatuas labradas en mármol de muy regular factura. El interior de la iglesia, del más depurado estilo gótico al ser construida, fue retocado y desfigurado con añadiduras en épocas posteriores; pero lo que ofrecía nota muy singular, y característica nada corriente, era el empedrado del claustro, de guijarros negros muy pequeños, recogidos en las márgenes del Jerte y del Alagón, presentando una superficie tan igual y lisa como si hubiera sido fa­ bricado con baldosas; tenía, además, algunos dibujos intercalados, obra de mano maestra. Al subir la escalera había un altarcito con la imagen de San Miguel, hecha de loza de Talavera y de poco más de una vara de alta, y algunos ángeles y otras figuras de la misma cerámica, del mejor gusto y dibujo, las cuales, con otros muchos detalles de igual irocedencia y fabricados por artífices expertos, contribuyeron a la ama de la loza talaverana en otros tiempos. El monasterio de la Fuensanta fue entregado a la Orden de Predicadores, y se fundó conforme a lo convenido entre el conde, tantas veces citado, su esposa doña María de Luna y fray Bartolomé

f

(15) MÉlida : C atálogo..., t. II, pág. 111. (16) He aquí, entre otros, algunos testimonios de este aserto: «Don Alonso Fernández Manrique de Lara, esposo de Inés de Solís, en cláusula de su testamento, fechado el 13 de febrero de 1577, dice que desea ser enterrado «en la bóveda del convento de la Fuensanta, que está junto a Ga­ listeo, e donde están enterrados sus padres, Garci Fernández Manrique de Lara y María de Luna». Don Pedro Fernández Manrique de Lara, Luna y Solís, nacido en Galisteo y casado con Leonor de las Infantas, dejó dicho en su testamento, extendido en dicha villa el 22 de noviembre de 1608, lo siguiente: «En el nombre de la Santísima Trinidad... Sepan..., cómo yo don Pedro Manrique de Solís, caballero del hábito de Santiago, Maestre de Campo del Tercio de Lombardía y pie de monte del Consejo del rey nuestro señor, vecino de la ciudad ae Plasencia... mando que mi cuerpo sea enterrado en la Capilla de Nuestra Señora de la Fuensanta, convento de Santo Domingo, en la villa de Galis­ teo...». A. H. N.: Orden d e Santiago, leg. 4835, pág. 36 v.°

de Saavedra, provincial de aquella religión, con residencia en Va­ lladolid, el día 1 de julio de 1529. Poco tiempo después, el 25 de febrero de 1530, el conde, estando en Galisteo, entregó a fray Fernando de Lucio, vicario de la Fuen­ santa, imágenes, joyas, libros, ornamentos y cuantos elementos fueron precisos para completar el ornato de varios retablos. Le hizo tam­ bién donación de dos privilegios de juro; uno sobre los lugares de la merindad de Carrión, despachado por renuncia suya a nombre del prior y frailes de la Fuensanta; y otro a favor del monasterio, cuyas rentas se sacarían de las alcabalas de Gata. Les dio, asimismo, varias escrituras renunciando, a su favor, la propiedad de las viñas, huertas y olivar que poseía junto al río Jerte, termino de Galisteo; y les hizo merced a perpetuidad de 200 fanegas de trigo y 25 de cebada por cada un año, situadas sobre los con­ cejos de Galisteo, Montenermoso y Aldeahuela; y de 18 arrobas de aceite por año. Les entregó otras dos escrituras referentes, la primera a las tierras que Fernando de Trejo dio a la Fuensanta; y la segunda, de cuanto debía pagarle cada año la cofradía del Santísimo Sacramen­ to de Galisteo. Con lo cual, y las múltiples atenciones que tuvieron con aquella Santa Casa durante toda su vida tanto él como su espo­ sa, quedó la misma suficientemente dotada. Fueron tantos los beneficios recibidos por los dominicos que, en 1533, fray Juan de Fenario, general de la Orden de Predicadores, concedió a don Garci Manrique, a la condesa María de Luna, su mujer, a sus hermanos, hijos y nietos, participación de los sufragios, privilegios y buenas obras de aquella religión; y el mencionado padre general, al hacer referencia a caballero tan benemérito, lo llama Ilustrísimo Domino Garsiae Manrique Comiti d e Osorno Praesidi Consilii Indiarum, ac O rdinum..., tratamiento que se aplicaba, rara vez, en aquel tiempo, y que evidenciaba la categoría social de dicho conde, a quien había hecho también merced el emperador de la presidencia del Consejo de Indias, empleo de los más destacados y apetecidos, lo que permitió ser considerado por sus contemporáneos como uno de los privados y favoritos de Carlos I de Gante, según se desprende del contenido de documentos de la época. Sus preocupaciones y desvelos por el mejoramiento de su Es­ tado de Galisteo, no impidieron que' atendiera debidamente sus intereses en la villa de Osorno. Otra de las obras que ha hecho inolvidable a tan insigne bene­ factor es el magnífico puente de piedra que cruza el Jerte, junto a la villa de Galisteo, capital de Estado de su nombre. Tiene siete ojos y sus servicios han resultado muy útiles a todos los habitantes de la comarca. En la parte central del mismo se alza una especie de paredón con la inscripción siguiente: 256

i residencia en Va0, el conde, estando vicario de la Fuenos elementos fueron iblos. Le hizo tamabre los lugares de cia suya a nombre iOT del monasterio, ido, a su favor, la a junto al río Jerte, dad de 200 fanegas das sobre los conv de 18 arrobas la primera a las ^ y la segunda, de ntísimo Sacramen¡ones que tuvieron ) él como su espo-

V *

.

dominicos que, en i de Predicadores, [aria de Luna, su a de los sufragios, mencionado padre emérito, lo llama ■ Osorno Praesidi se aplicaba, rara ía social de dicho emperador de la más destacados y s contemporáneos ? Gante, según se liento de su Esdebidamente sus an insigne beneel Jerte, junto a . Tiene siete ojos os habitantes de una especie de G alisteo .— Torre llamada E l Castillo 17

D. GARCIA FERNANDEZ MANRIQUE, COMES OSORNI, HUJUS, AC CASTRI DOMINVS CVM DOMINA MARIA DE LUENA EIU S CONIUGE, ANNO A NATIVITATE CH RISTI DOMINICI MDXLVI, GRATIAE REDDANTUR DOMINO. Q. O. F. S. 1546.

Encima aparece un escudo, labrado en piedra, con las armas del señor que sufragó la fábrica, coronado todo por una ornacina con la estatua de dicho caballero, el referido don Garci Fernández Man­ rique de Lara y Toledo, III conde de Osorno, duque y señor de Ga­ listeo, que consagró parte de su vida a mejorar sus mayorazgos y a favorecer a sus colonos y protegidos. *

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II señor d el Estado de Galisteo.—Don Pedro Fernández Manri­ que de Lara y Luna, IV conde Osorno, IV duque y señor de Ga­ listeo y de Villasirga, Valle de Gama, San Martin, Villalba, el Ar­ quillo, Villavieco, Pasaron y Torremenga, trece de la Orden de San­ tiago y comendador de las de Rivera y Monreal. Desde 1546 a 1569. Casó por primera vez con Elvira Enríquez de Córdoba y por se­ gunda con María de Velasco; reunió de ambos matrimonios dieci­ siete hijos, y dejó dispuesto que al morir fuera enterrado en la Fuensanta. III señor del Estado d e Galisteo.— Don Garci Fernández Man­ rique de Lara, V conde de Osorno, V duque y señor de Galisteo, Valle de Gama, Pasaron y Torremenga, Villasirga, Villavieco, San Martín y Bañoz, Caballero de Santiago. Murió de una coz de ca­ ballo estando en Madrid y fue enterrado en el monasterio de la Trinidad de Burgos. Había casado con Teresa Enríquez, hermana del IV conde de Alba de Liste, y tuvieron siete hijos. IV señor d el Estado de Galisteo.—Don Pedro Fernández Manri­ que de Lara, VI conde de Osorno, VI duque y señor de Galisteo, de Arquillo, Bañoz, Pasaron y Torremenga, etc. Heredó sus Esta­ dos en 1584, cuando ya tenía treinta años. Murió en Galisteo el 1.° de abril de 1589 y fue enterrado en la Fuensanta. Estuvo casa­ do con Catalina Zapata, dama de las infantas doña Isabel Clara y doña Catalina Micaela, hijas de Felipe II. Al morir dejó dos hijos. V señor del Estado de Galisteo.—Don Garci Fernández Manrique de Lara y Zapata, V II conde de Osorno, VII duque y señor de Ga­ listeo, de Pasaron y Torremenga y de los demás señoríos de su padre. Fue alguacil mayor de la Real Chancillería de Valladolid y guarda mayor de la Inquisición en dicha ciudad. Es de los pocos condes de Osorno que emplearon el título de duque de Galisteo.

Al morir, sin si prima hermana Mor ata y Nava V III condesa de don Alonso Mí Osorno, falleeidi en Madrid el di lonia los títulos ferido don .Alón tera, con las tiei VI señor d el Infantas, IX sei menga, nieto de las Graneras v Santiago, herma] de de Osorno. 1 tas, nació en P su padre. Herec que fundare® s rremenga. Baño tierras y lugares deobispo, H ol; tuna, con las de gos; el patronal de Osomo poseí de Solís. V II señor de. rique de Lara S Fuensaldaña. vi Torremenga v E Campilluela. He Aldonza de Vive pensar a los M Osomo, hizo m hermoso, une dt ya caballero de Carvajal v Luní siendo entenado Debía hered hermano Pedro, pero como habí (17) E l día 8 i y Vivero, V coodt Montehermoso: su nieto, Francisco

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11, O. on las armas del na ornaeina con Fernández Man; y señor de Gais mayorazgos y

ímández Manriy señor de GaVillalba, el Art Orden de San­ íde 1546 a 1569. doba y por seitrimonios dieciínterrado en la remández Manior de Galisteo, Villavieco, San una coz de cáonasterio de la íquez, hermana os. mández Manriior de Galisteo, ;redó sus Estaen Galisteo el a. Estuvo casaIsabel Clara y dejó dos hijos, indez Manrique y señor de Gaseñoríos de su le Valladolid y s de los pocos íe de Galisteo.

Al morir, sin sucesión, en 1635, pretendió heredar sus Estados su prima hermana doña Ana Polonia Manrique de Luna, condesa de Morata y Navalmoral, marquesa de Malpica, que se hizo llamar V III condesa de Osorno y duquesa de Galisteo; pero le puso pleito don Alonso Manrique y de las Infantas, tio del V II conde de Osorno, fallecido, y, por sentencia de tribunal competente, dictada en Madrid el día 4 de noviembre de 1642, pasaron a doña Ana Po­ lonia los títulos de conde de Osorno y duque de Galisteo; y al re­ ferido don Alonso Manrique, los señoríos de Galisteo, Pasaron, etcé­ tera, con las tierras que integraban los correspondientes mayorazgos. VI señor del Estado d e Galisteo.—Don Alonso Manrique y de las Infantas, IX señor de Galisteo, Bañoz, Arquillo, Pasaron y Torremenga, nieto de don Alonso Fernández Manrique de Lara, señor de las Graneras y comendador de Aceuchal y Rivera en la Orden de Santiago, hermano segundo de don Pedro Manrique de Lara, IV con­ de de Osorno. El IX señor de Galisteo y de la Casa de las Infan­ tas, nació en Plasencia, y sólo tenía cuatro años cuando falleció su padre. Heredó de su sobrino los bienes del segundo mayorazgo que fundaron sus bisabuelos, es decir, las villas de Pasaron, Torremenga, Bañoz, el Arquillo y el Estado de Galisteo, con sus tierras y lugares, a saber: Montehermoso, el Guijo, Malpartida, Valdeobispo, Holguera, Carcaboso, Aldehuela, Pozuelo, Riolobos y Acei­ tuna, con las dehesas del Rincón, Navasmojadas, Casillas y Portaz­ gos; el patronato de la Fuensanta y los demás que los IÍI condes de Osorno poseían en Galisteo y su comarca. Casó con María Manuel de Solís. V II señor del Estado d e G alisteo.— Don Alonso Fernández Man­ rique de Lara Solís y Vivero, I conde de Montehermoso (17), V de Fuensaldaña, vizconde de Altamira, señor de Galisteo, de Pasaron, Torremenga y Bañoz, poseedor de los mayorazgos de Segrejas y la Campilluela. Heredó el Condado de Fuensaldaña por descender de Aldonza de Vivero, de quien era quinto nieto. Felipe IV, para com­ pensar a los Manrique de Lara por la pérdida del Condado de Osorno, hizo merced a este don Alonso del Condado de Montehermoso, uno de los lugares de su Estado de Galisteo. En 1626 era ya caballero de la Orden de Santiago. Casó con María Enríquez de Carvajal y Luna, dama de la reina; y murió sin sucesión en 1683, siendo enterrado en la Fuensanta. Debía heredar a este caballero, por no tener descendencia, su hermano Pedro, señor del Arquillo, casado con Antonia de Silva; pero como había fallecido antes que don Alonso, recayeron los tí(17) E l día 8 de julio de 1658 se concedió a don Alonso Manrique de Solís y Vivero, V conde de Fuensaldaña y caballero de Santiago, el Condado de Montehermoso; y el real despacho fue expedido en 7-12-1770, a nombre de su nieto, Francisco Lasso de la Vega. Vid, leg. 11716 de Consejos (A. H. N.).

tulos y mayorazgos de la Casa en su sobrino Marcos, hijo de don Pedro y sobrino de don Alonso, I conde de Montehermoso. V III señor d el Estado d e Galisteo.—Don Marcos Fernández Man­ rique de Lara Solís y Vivero, II conde de Montehermoso, VI de Fuensaldaña, X vizconde de Altamira, señor de Galisteo, Pasaron, Torremenga, Baños, el Arquillo, Barcial de Lomas, Sagrejas, Malpartida, la Campilluela, San Miguel de Negredas, feligresías de Paldo, Juanses, Estebos, el Valle y otras de Galicia «que no sólo fue el pariente mayor de las tres Casas de Solís, Vivero e Infantas», sino también que tuvo el honor de ser en su tiempo, en España, el primer varón legítimo de toda la esclarecida familia de los Laras. Casó en 1685 con Mariana de Carvajal y Vivero, hija de Juan de Carvajal y de Sande, I conde de la Quinta de la Enjarada, de Cá­ ceres, y de María de Vivero y Moctezuma, sexta nieta del empera­ dor de Méjico. Fueron padres de Juan Fernández Manrique de Lara. IX señor del Estado d e Galisteo.—Don Juan Fernández Manri­ que de Lara y Carvajal Solís Vivero Silva y de Sande, III conde de Montehermoso, VII de Fuensaldaña, señor de Galisteo, Pasaron (18), Torremenga y el Arquillo; y propietario de todos los títulos, señoríos y mayorazgos de las Casas de Solís, Vivero y las Infantas. Murió sin descendencia y le sucedió su tío don Alonso, hermano de su padre. X señor d el Estado d e Galisteo.—Don Alonso Fernández Manri­ que de Lara Silva Solís Luna Vivero Infantas Toledo y Mendoza, caballero del Toisón de Oro, del hábito de Santiago y de la Orden de Santi Spíritus, comendador de la de Valencia del Ventoso, duque de Arco, señor de la villa y Estado de Galisteo, IV conde de Mon­ tehermoso, de Montenuevo, de la Puebla del Maestre y de Fuen­ saldaña, marqués de Vacares, vizconde de Altamira, señor de Pa­ saron, Torremenga, Lobón, Barcial de Lomas, Valdesandinos, Gérgal, Belifique y Febey, y de las merindades de Galdo, Villajuán y Ri­ veras del Sol; caballerizo, montero, cazador y ballestero mayor de S. M., gentilhombre de Cámara y alcaide de los reales sitios del Pardo, la Zarzuela y Torre de la Parada, etc., quien estaba casado con María Ana Enríquez y Cárdenas, y murió sin sucesión. Heredó sus Estados y títulos su sobrino Luis Lasso de la Vega, hijo de su hermana María Fernández Manrique de Lara, nacida en Pasaron. XI señor d el Estado d e Galisteo.—Don Luis Lasso de la Vega Córdoba Lasso de la Vega y Solís, señor de la Casa de Solís, II duque del Arco, V conde de Montehermoso, de Puertollano, y marqués de (18) La bien conservada cárcel de Pasaron de la Vera es obra del X II señor del Estado de Galisteo, don Juan Fernández Manrique de Lara y Carvajal. Lo testimonia la siguiente inscripción, que aparece sobre el dintel de su única puerta: «Hízose esta carzel a horden del Excmo. señor do Juan Frnz Manrique de Lara, señr d esta villa, execvtola D. Fmco. cav. al de hordinario della, en este año de 1720».

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Miranda de An Santiago y del R< con ejercicio, y s don Tomás Lass dama de la rein X señores de Gal Casó este nol fue señor de tod XII señor de Vega y Sarmiem de Monhermoso y Estado de GaL la población de síndico de la cii España, caballer de Cámara de S anterior. X III señor di la Vega, IV duq tehermoso, marc sarón y Torren Alejo de Solís v adelantado mavi mont, marqués ( duque de Areml perio, etc. XIV señor di y Vignancourt, < tiérrez de los B duques del Arct Montehermoso, i de Anta, Castil y castillos de A teo y sus tierras. XV señor del rrez de los Ríos ñez, con grande cayo, condesa c Alameda y señe sarón y Torreni lipe María Osoí caballero Gran e hijo del conde XVI señor i reto y Osorio y y Fernannúñez

reos, hijo de don hermoso. Fernández Manehermoso, VI de Galisteo, Pasaron, s, Sagrejas, Malis, feligresías de cia «que no sólo ¡vero e Infantas», 50, en España, el lia de los Laras. hija de Juan de Enjarada, de Cáíieta del empera[anrique de Lara. Fernández Manriíde, III conde de teo, Pasaron (18), s títulos, señoríos Infantas. Murió hermano de su remández Manriledo y Mendoza, ;o y de la Orden 1 Ventoso, duque J conde de Mon?stre y de Fuenra, señor de Pa“sandinos, Gérgal, , Villajuán y Riballestero mayor s reales sitios del en estaba casado sucesión. Heredó Vega, hijo de su cida en Pasaron, .asso de la Vega le Solís, II duque 10, y marqués de s obra del X II señor e Lara y Carvajal. dintel de su única luán Frnz Manrique le hordinario della,

Miranda de Anta, grande de España, caballero de la Orden de Santiago y del Real de San Genaro, gentilhombre de Cámara de S. M., con ejercicio, y su montero mayor; era hijo del conde de Puertollano don Tomás Lasso de la Vega, y de doña María Manrique de Lara, dama de la reina y hermana de don Marco y don Alonso, V III y X señores de Galisteo, respectivamente. Casó este noble caballero con doña María Francisca Sarmiento, y fue señor de todas las villas y lugares del Estado de Galisteo. X II señor del Estado d e Galisteo.—Don Francisco Lasso de la Vega y Sarmiento, III duque del Arco, conde de Puertollano y VI de Monhermoso, marqués de Miranda de Anta, señor de la villa y Estado de Galisteo, de Pasaron y Torremenga, vizconde y señor de la población de Colmenar de Málaga, alguacil mayor y procurador síndico de la ciudad de Badajoz y su arrabal de Telena, grande de España, caballero Gran Cruz de la Orden de Carlos III, gentilhombre de Cámara de S. M. y su montero mayor, etc.; hijo primogénito del anterior. X III señor d el Estado d e Galisteo.—Doña María Andrea Lasso de la Vega, IV duquesa del Arco, condesa de Puertollano, VI de Mon­ tehermoso, marquesa de Miranda de Anta, señora de Galisteo, Pa­ saron y Torremenga, quien contrajo matrimonio con don Alonso Alejo de Solís y Viznacourt, Frolh de Córdoba, duque de Montellano, adelantado mayor de Yucatán, conde de Saldueña, Frigiliana, Egremont, marqués de Castilnovo, Pons y Plandogan, vizconde de Dawe, duque de Aremberg, príncipe de Barbazón y del Sacro Romano Im­ perio, etc. XIV señor d el Estado d e Galisteo.—Doña María Vicenta de Solís y Vignancourt, quien contrajo matrimonio con don Carlos José Gu­ tiérrez de los Ríos y Fernández de Córdoba. Fueron estos señores duques del Arco, Montellano y Fernannúñez, condes de Puertollano, Montehermoso, Barajas, Saldueña y Frigiliana, marqueses de Miranda de Anta, Castilnovo, Pons y de la Alameda, señores de las villas y castillos de Abecaliz, la Morena e Hijas, y del Estado de Galis­ teo y sus tierras. XV señor d el Estado d e Galisteo.—Doña Francisca de Asís Gutié­ rrez de los Ríos y Solís, duquesa del Arco, Montellano y Fernannú­ ñez, con grandeza de España de primera clase, marquesa de Moncayo, condesa de Molina de Herrera, de Barajas, marquesa de la Alameda y señora de Galisteo, de la Higuera de Vargas y de Pa­ saron y Torremenga, etc., quien contrajo matrimonio con don Fe­ lipe María Osorio de Castelví y de la Cueva, conde de Cervellón, caballero Gran Cruz de la Orden de Carlos III, natural de Madrid e hijo del conde de Cervellón y marqués de Nules. XVÍ señor del Estado d e Galisteo.—Doña María del Pilar Loreto y Osorio y Gutiérrez de los Ríos, duquesa del Arco, Montellano y Fernannúñez, condesa de Saldueña, Frigiliana, Montehermoso,

Puertollano, Molina de Herrera, Barajas, Anua, Cervellón, Elda, Pezuela de las Torres, Siruela, marquesa de Pons Castilnovo, Miranda de Anta, Castelmoneayo, de la Alameda, Mina, Nules y Villatorts, señora del Estado de Galisteo, de la Higuera de Vargas, de Pasaron y Torremenga. #

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Vivía esta última señora del Estado de Galisteo (19), y era menor de edad, a mediados del siglo xix, en cuya fecha enajenaron el pa­ lacio y algunas tierras de Pasaron; y a partir de entonces, sus des­ cendientes de las Casas nobles de Montellano y Fernannúñez, al extinguirse los señoríos, vendieron a particulares la suntuosa casafuerte que con tanta ilusión alzaron en Galisteo los III condes de Osorno, y ello motivó el lamentable y total estado de ruina en que hoy se encuentra el regio edificio.

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(19) Vid, Títulos del reino y Grandezas d e España (A. H. N.), legs. 8982, 8985, números 143 v 284.

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(1) «Locum multa mala» (Cri trematura Civitat su R egesta d e Fei

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(19), y era menor ?najenaron el pantonces, sus desFemannúñez, al a suntuosa casa>s III condes de de ruina en que

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E L CASTILLO Y LA PLAZA FU ERTE DE GRANADILLA I F

u n d a c ió n y s it u a c ió n d e l a v i l l a d e e s t e n o m b r e .

No satisfecho todavía el rey de León, Fernando II, con haber repoblado los viejos municipios de Miróbriga (Ciudad Rodrigo) y Rletisa (Ledesma) (1), en 1161, para adelantar sus fronteras y poder penetrar sobre seguro en tierra de moros, decidió fundar y fortificar una pequeña villa en escogido y estratégico lugar, a fin de que sir­ viera de muro de contención y evitar así posibles avances de los infieles, que asentaban y dominaban toda la parte meridional de las Transierras leonesa y castellana. El sitio elegido para edificar la nueva población fue el noroeste de la actual provincia de Cáceres, junto a la histórica Calzada de

ET. X.), legs. 8982,

(1) «Locum optimum qui dicitur Civitas Rode multa mala» (Crónica de Jiménez Rada, cap. XIX). «Populavit siquidem in Extrematura Civitatem et Letesmam» (Tudensis, IV, 106), según J. G on zález en su Regesta d e Fernando II, pág. 45.

la Plata que, según ya se ha hecho constar, recibió el nombre de Vía, Calzada o Camino de la Guinea en el medievo, al iniciarse la reconquista de la extensa comarca limitada por los picachos de la Carpetovetónica y la margen derecha del Tajo. En 1170, don Fernando llevó a efecto la fundación de la villa de Granada (2), cuyo nombre conservó hasta que los Reyes Católicos arrebataron a la morisma su homónima, la capital del legendario reino granadino. A partir de entonces, y para evitar confusiones, se llamó Granadilla a la población extremeña que mandara erigir el mencionado rey de León. Existe disparidad de criterio entre los historiadores respecto a la fundación de Granadilla, pues mientras unos afirman que fue man­ dada construir, desde sus cimientos, por el rey leonés don Fernando, otros admiten la existencia de una aldea en el mismo lugar desde bastantes años antes; y remontan su origen al siglo ix, antes que Alfonso VII, el Em perador, diera comienzo a la liberación de los territorios transerranos. Don Romualdo Martín Santibáñez, que fue notario del Casar de Palomero al finalizar la anterior centuria, y un discreto historiador de la comarca jurdana, nos ha legado curiosa leyenda que viene a confirmar la creencia sostenida de que el origen de Granada data, por lo menos, del siglo xi, cuando regía los destinos de Castilla y León el rey Femando I. En aquel tiempo, y más concretamente en el año 1050, viva­ queó dicho soberano por la región de las Jurdes y sus cercanías, cuando iba en pos de Coimbra; y con posterioridad a estas fechas es cuando tuvo lugar el interesante episodio recogido por el ilustre notario citado, cuyo contenido es del siguiente tenor: En las Casas de Palomero (próximas al castillo de romance que coronaba la sierra de Altamira, y que se llamó desde siempre de las Palomas o de la Palomera), residía el cadí de la comarca jur­ dana, que era muy rica y productiva, pues el dicho lugar constituía un verdadero vergel. La villa de Granada, que era plaza fuerte de los cristianos, estaba al mando de un gobernador, padre de una her­ mosa joven de la que se hallaba locamente enamorado el cadí del Casar, pues como había paces entre moros y cristianos, se comu­ nicaban unos con otros y había muy buena relación entre ambas poblaciones. Cuenta Santibáñez que el padre de la bella accedió a otorgar al cadí la mano de su hija, siempre que éste abasteciese a Granada con las aguas de la fuente de la Helechosa y del chorro de la Mean(2) En el cap. CLXXXIV, de la cit. crón. de J. de R ada, traducida por el obispo de Burgos don Gonzalo de Mendoza, puede leerse lo siguiente: «... E otrosy, en tierra de Salamanca (el rey Fernando II) pobló otro lugar que dicen Ledesma, e pobló otro lugar que dicen Granada en tierra de Coria, e pobló Benavente, e a Mamilla, e a Mayorga...».

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cera; y que el ca< trucción de un a falleció la linda c Dice el narrad tes en un trayecto y que todavía se Martín San tibí cuenta que Gran; que lo tiene bien truirse para el Ca Dejando a un auténtica base his sarracenos fundan factura árabe las población. E l argumento como prueba histc edificada Granadi señalada, y dos ¡ en 1172, según C plazas enclavadas Toledo, pasara Gi rallaran y fortifica Por si este ra constar que, adei cuando se apodei cruenta y devasta Abu Jacob Almai llegó con sus iní crónicas sólo enu pasaron a su pod Montánchez, Mir¡ las villas, lugares el estandarte ven Granadilla fue, ] de su fundación; dan apreciar en fortificaciones ára que permaneció e su recinto y acond (3) Vid. la ref. d el reino d e B adajo (4)

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cera; y que el cadí, aceptando la condición, puso por obra la cons­ trucción de un acueducto, que no se terminó porque entre tanto falleció la linda cristiana que fue causa de tantos afanes. Dice el narrador que las señales del acueducto están aún paten­ tes en un trayecto de más de tres leguas, con algunas interrupciones, y que todavía se ven puentecillos, unos caídos y otros enhiestos. Martín Santibáñez, prescindiendo de los amores y teniendo en cuenta que Granada podía abastecerse con las aguas del Alagón, que lo tiene bien cerca, presume que este acueducto debió cons­ truirse para el Casar, y es lógico pensar que así fuera (3). Dejando a un lado estas narraciones fantásticas, por carecer de auténtica base histórica, los que opinan que Granadilla fue obra de sarracenos fundamentan su creencia en el hecho cierto de presentar factura árabe las murallas que integran el recinto de la expresada población. El argumento es poderoso; pero no lo suficiente para admitirlo como prueba histórica irrefutable, porque lo más lógico es que fuera edificada Granadilla por mandato del rey don Fernando en la fecha señalada, y dos años más tarde, al caer en manos mahometanas, en 1172, según Conde, las villas de Alcántara y gran parte de las plazas enclavadas en toda la extensa zona comarcal hasta cerca de Toledo, pasara Granadilla a poder de los muslines y éstos la amu­ rallaran y fortificaran convenientemente. Por si este razonamiento no fuera suficiente, hemos de hacer constar que, además de la correría llevada a cabo por Abu Jacob cuando se apoderó de Cáceres, tuvo lugar, poco después, la más cruenta y devastadora incursión de aquellos tiempos: la que realizó Abu Jacob Almanzor en 1196, a raíz de la rota de Alarcos. Jusuf llegó con sus insaciables huestes hasta Salamanca; y aunque las crónicas sólo enumeran los pueblos y fortalezas importantes que pasaron a su poder, como Cáceres, Alcántara, Trujillo, Santa Cruz, Montánchez, Mirabel, Al-mofrag y Plasencia, es indudable que en las villas, lugares y castillos de toda la región transerrana hondeó el estandarte verde del Profeta durante cerca de treinta años (4). Granadilla fue, por tanto, mora casi todo ese tiempo, a partir de su fundación; y no es de extrañar, por consiguiente, que se pue­ dan apreciar en dicha villa evidentes y considerables vestigios de fortificaciones árabes fabricadas por éstos al recuperar la plaza, ya que permaneció en su poder el tiempo preciso para poder construir su recinto y acondicionar debidamente sus defensas. (3) Vid. la ref. obr. de M a rtín e z y M a rtín e z (M. R.), intitulada Historia del reino d e Badajoz, págs. 447-448, apéndice XVLIV (Badajoz, 1904). (4) E l m arqués de l a F u e n s a n ta d e l V a l l e : C olección d e documentos inéditos para la historia d e España, t. 105 (Madrid, 1893), pág. 457, donde se hace constar que en aquella ocasión estuvo el rey moro en Palomero (en el castillo de la Palomera o Palumbaria), junto a Granadilla.

No obstante que Granadilla a una aldea in de S. S. Lucio pado de Coria i menciona los lu¡ de Pelayo Velli año siguiente, e en ella figura v

Som ero

l a ¿ la n a d a * u e r - j t i de l a V i l l a o' de B a ja r .

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P u e r ta l e * l a b a rb a ­ cana, fa c ilita el a c c e s o p.?u-= pes duques de Alba ellidado Chamorro.

5

doña

M a rg a rita

;dentes relativas al on Pedro —hermatnadilla, Galisteo y de poco más de un nadre doña Margaió el desacierto de don Lope Díaz de : de Portugal. Liga os derechos de los io, que ya por entV, él Bravo. ís por la conducta 3 al maestre de la n los caballeros de Plasencia y demás regular ejército e Margarita en nomistillos.

Resultó empresa fácil para el maestre alcantarino reunir consi­ derable hueste integrada en su mayor parte por gente de los pue­ blos de Sierra de Gata que caían bajo la jurisdicción del Maestrazgo; y cuando ya tenía a sus hombres entrenados y pertrechados para su proyectada correría, cruzó la cordillera y se apoderó de Sabugal; villa de gran importancia, pero que a la sazón disponía de poca gente de armas para la defensa. La pérdida de la plaza de Sabugal cayó como una bomba y des­ moralizó a los habitantes de los territorios que regentaba doña Mar­ garita; y ante el cariz de los acontecimientos, aconsejada por los caballeros de su parcialidad, decidió refugiarse en su fortificada villa de Granadilla, para resistir y hacer frente a sus enemigos, en tanto acudían en auxilio suyo el infante don Juan o el rey de Por­ tugal. Mientras llegaban los socorros ofrecidos, la ilustre dama, mujer de porte majestuoso y belleza singular, no exenta de bravura y en­ tereza, velaba el sueño de su pequeño hijo en la cámara de su al­ cázar; y, en ocasiones, desde las ventanas de su residencia observa­ ba con angustia la forma en que el maestre de Alcántara iba to­ mando posiciones con sus guardias en las cercanías de su querida Granada, y apretando el cerco de la villa. Confió la defensa al alcaide Men Rodríguez, servidor incon­ dicional; pero era el tal caballero de edad muy avanzada, y se pre­ cisaba un capitán joven, valiente y prestigioso que se pusiera el frente de los desalentados defensores de su señorío y consiguiera, con su ejemplo y capacidad, animar y preparar a los sitiados para seguir resistiendo y poder pasar a la ofensiva en el momento opor­ tuno. De indudable hermosura, pero de modales resueltos y gran de­ cisión para resolver los graves problemas de sus Estados, la de Nar­ bona revisaba las defensas acompañadas del fiel alcaide y exhortaba a los suyos a resistir, prometiéndoles, como recompensa, grandes beneficios para después de la victoria, que no dudaba conseguirían con el auxilio de los demás príncipes confederados. Confiaba doña Margarita en que pronto acudiría el infante don Juan y atacaría por retaguardia a los ejércitos del maestre. Y entre tanto, para hacer más eficaz la resistencia, hizo llamar al extremeño don Alvar Núñez de Castro, esclarecido capitán que, en diferentes ocasiones, se había batido al lado del difunto esposo de la dama con gran coraje y denuedo, sobresaliendo siempre por su valentía y destreza, tanto en lides de guerra de alguna importancia como en escaramuzas y torneos. Acudió presuroso el caballero don Alvar, dispuesto a prestar ayu­ da a la egregia señora, al frente de un crecido número de aguerri­ dos extremeños; y una noche tenebrosa, mientras arreciaba el fragor de la lucha, el prestigioso capitán y sus veteranas milicias consi­

guieron penetrar en la fortaleza, no sin haber experimentado sensi­ bles pérdidas. El insigne don Alvar era en extremo gentil, apuesto y galante con las damas; y como sus dotes de soldado eran, asimismo, excep­ cionales, unas y otras cualidades le proporcionaron bien cimentada fama. En sus años mozos había sido el de Castro paje en la Corte, y desde entonces sentía tal veneración por doña Margarita, que llegó a creer no tenía razón de ser su existencia si no era correspondido por la hermosa dama. Estaba siempre pendiente de sus deseos, se esforzaba por atenderla y complacerla con todo respeto y diligencia, y soñaba, ilusionado, con acaparar títulos y méritos para hacerse digno de su cariño. Transcurrían los años, y en tanto que el extremeño se transforma­ ba de paje adolescente, simpático y servicial, en caballero apuesto y de seguro porvenir, la de Narbona, que brillaba con luz propia por su belleza y dotes personales, era solicitada por los más linaju­ dos personajes de la Corte. Siempre esperanzado don Alvar y luchando con la pasión que abrasaba su corazón y atenazaba su cerebro, ocultaba resignado sus sentimientos en espera de ocasión propicia en que sería correspon­ dido su cariño y lograría liberarse de aquel tormento. Hasta que un día los encantos de la bella subyugaron al infante don Pedro, su señor, y se unió en matrimonio con ella, causando la desesperación de don Alvar, que tantos años la venía sufriendo y conteniendo sus impulsos amorosos. Tan fuertemente impresionó el ánimo del ex­ tremeño aquel acontecimiento, que huyó de la Corte; y deseando morir como único remedio a sus desventuras, se ofrecía para las más arduas empresas y se le veía siempre en vanguardia y en los sitios de mayor peligro en cuantos episodios bélicos tomaba parte. Se acrecentó extraordinariamente la fama del paladín extremeño, y algún tiempo más tarde, al fallecer el infante don Pedro, creyó llegado el momento de dar satisfacción plena al impulso amoroso de toda su vida; y cuando tuvo conocimiento de que había sido cercada la villa de Granada en ocasión de encontrarse dentro doña Margarita, acudió presuroso en auxilio suyo, dispuesto a no separarse de ella, a ofrecerle su brazo vigoroso y a sacrificar su propia vida. Una vez don Alvar dentro de la plaza, sujetando con las manos los latidos de su corazón, se apresuró a buscar a doña Margarita. La escena que se desarrolló entre ambos personajes y los aconteci­ mientos que se sucedieron constituyen una interesante y amena le­ yenda de fondo histórico, que ha llegado hasta nuestros días a través de la tradición y las crónicas. Un hábil historiador ha narrado este brillante episodio, y como no podemos mejorar su pericia en la 274

esto y galante con asimismo, excepn bien cimentada

?ño se transformacaballero apuesto ta con luz propia or los más linajuon la pasión que aba resignado sus e sería correspon­ do. Hasta que un te don Pedro, su > la desesperación y conteniendo sus el ánimo del ex­ horte; y deseando ofrecía para las iguardia y en los x>s tomaba parte, aladín extremeño, don Pedro, creyó impulso amoroso í que había sido rarse dentro doña sto a no separarse ir su propia vida. do con las manos doña Margarita, es y los acontecí­ ante y amena lestros días a través r ha narrado este su pericia en la

Granadilla.— Panorámica del castillo y del recinto murado

ije en la Corte, y irgarita, que llegó era correspondido de sus deseos, se ¡peto y diligencia, itos para hacerse

forma de exponer, a continuación damos traslado de algunos párra­ fos de la notable narración (8): «Gozoso Alvar estaba al lado de doña Margarita, su más caro ideal. Sin descansar de la fatiga de la batalla en el campo de Membrillores, se hizo anunciar a la Narbona. Esta lo recibió con el mayor contento. Su fama de diestro y arrojado eran una garantía para la atribulada dama, que contaba con escasas fuerzas para contrarrestar el asedio. »Como Alvar no la veía hacía algún tiempo, quedó maravillado de su hermosura, pues las tocas de viuda, la palidez por tantas preocu­ paciones, la hacían parecer más bella. »—Cuánto os agradezco, Alvar, vuestra venida. Bien hizo mi es­ poso en confiar en vuestra lealtad y valor —dijo doña Margarita— . »— ¡Señora!... Por socorreros he arriesgado mi vida, y cien vidas que tuviera. »E hincó una rodilla en tierra y besó la mano que le tendiera. »—Lo sé, Alvar, y por eso acudí a vos en demanda de socorro. »—Cumplo sólo mi deber. »—Retiraos a descansar, que bien lo necesitáis. »—Ya para mí no hay descanso hasta ver el modo de salvaros. »—Es imposible, por la superioridad de enemigos. Si fuera yo sola, podría huir; pero, ¿y mi hijo?... »—Ya veremos. Con su permiso, voy a requisar las defensas. »— Sí, id presto y poneos de acuerdo con Men Rodríguez, buen servidor, leal, y que os servirá mucho. Yo, mientras pediré a Dios que me conceda la victoria. »Men Rodríguez, anciano hijodalgo, alcaide de Granada y su castillo desde hacía muchos años. Muy fiel, jefe militar de la plaza hasta que llegó Alvar, a quien resignó el mando y se dispuso a obedecer. »Juntos recorrieron la villa, y de acuerdo organizaron las defen­ sas, encargándose Men Rodríguez de la puerta de Coria, que está al sur, y Alvar de la de Béjar y el castillo. »Los signos de asedio eran cada día mayores; por dos veces ha­ bían intentado el asalto los del maestre por el sur, pero ambas fueron rechazados valientemente por Men. »Alvar, cada día más enamorado, no pensaba más que en prepa­ rar la huida; sabía que la villa sucumbiría, pues el maestre, resuelto a tomarla, lo conseguiría. Ellos no podían recibir refuerzos, pues don Dionís, partidario de los de la Cerda, a quien habían avisado, se hallaba peleando en la ribera del Coa contra las tropas reales y no podía acudir. E l castillo tenía una salida subterránea que desembo­ caba cerca del río; vadeando éste y con buenas monturas, no les sería difícil llegar en poco tiempo a la fortaleza de la Palomera, y (8)

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Revista d e Extremadura, pág. 415 del tomo correspondiente al año 1908.

desde allí intem. preparando este ] »No le hubiei Margarita y su 1 rarse de ella? ¿I ción? No. Antes 1 »Aquella pas; petuosamente, a »Una noche, tillo, penetró en todo por el todo. »— ¡Señora! es cada día más en poneros a s; con buenos eaba y desde allí, es< giaros en Portugí »—Pero ¿eón »—Ese es m haceros una reve »—Hablad, q »Entonces AJ alma; describió s historia de aqut acrecentada con Margarita, le dij< »—Señora, d mil veces. Por < incluso a conde hizo de mí un h »Sorprendida las cuales produ »Con las ma despidiendo sus »—Mal caba dama? ¡Sois un puede atreverse ¡Cuando me ha hijo peligran; p que acceder a v da; marchad, id fuerzas para lucí »—Saldré de ( en mi poder y i me seguiréis. —

de algunos párrairita, su más caro 1 campo de Mem:ibió con el mayor i garantía para la para contrarrestar dó maravillado de x>r tantas preocuBien hizo mi esioña Margarita— . rida, y cien vidas » que le tendiera, íanda de socorro. nodo de salvaros, igos. Si fuera yo sar las defensas. Rodríguez, buen is pediré a Dios e Granada y su ilitar de la plaza y se dispuso a izaron las defen'oria, que está al or dos veces ha¡ur, pero ambas ís que en prepatnaestre, resuelto uerzos, pues don bían avisado, se spas reales y no a que desembononturas, no les ■ la Palomera, y diente al año 1908.

desde allí internarse en Portugal. Desde que llegó a Granada estaba preparando este plan. »No le hubiera sido difícil poner en salvo por este camino a doña Margarita y su hijo, antes que el peligro arreciara; pero ¿cómo sepa­ rarse de ella? ¿Después de tan larga ausencia consentir una separa­ ción? No. Antes la muerte. »Aquella pasión, por tanto tiempo contenida, se desbordó intempetuosamente, como agua depositada cuyo dique se rompe. »Una noche, al sonar el toque de queda en la campana del cas­ tillo, penetró en la cámara de doña Margarita resuelto a jugar el todo por el todo. »— ¡Señora! —le dijo— . Los defensores mermados, la resistencia es cada día más difícil; el enemigo, tenaz; es necesario que penséis en poneros a salvo; nuestra fortaleza de Palomera está próxima; con buenos caballos, en poco más de una hora podéis llegar a ella, y desde allí, escoltada por nuestra gente, no os sería difícil refu­ giaros en Portugal. »—Pero ¿cómo romper el cerco? —dijo doña Margarita. »—Ese es mi secreto —contestó Alvar— ; pero antes tengo que haceros una revelación. ¿Me lo permitís? »—Hablad, que atenta os escucho. »Entonces Alvar pintó con los colores más vivos el estado de su alma; describió sus ansias y afanes por tanto tiempo reprimidos; hizo historia de aquella pasión nacida en los albores de su juventud y acrecentada con la ausencia; y, cayendo de rodillas a los pies de doña Margarita, le dijo: »—Señora, devorando esta pasión en silencio arrostré la muerte mil veces. Por conseguir vuestro amor me hallo dispuesto a todo, incluso a condenarme eternamente. La pasión que me inspirasteis hizo de mí un héroe; no consintáis que me convierta en un réprobo. »Sorprendida escuchó la de Narbona las manifestaciones de Alvar, las cuales produjeron en su alma profunda indignación. »Con las manos fuertemente apretadas, el entrecejo fruncido y despidiendo sus pupilas metálicos reflejos, le dijo con voz sibilante: »—Mal caballero. ¿No os merece más respeto el dolor de una dama? ¡Sois un cobarde! Unicamente un ser adyecto y despreciable puede atreverse a hablarme como vos lo hacéis. ¡Y en qué ocasión! ¡Cuando me hallo cercada por mis enemigos! Mi vida y la de mi hijo peligran; pero no importa. Ambas las sacrificaré gustosa antes que acceder a vuestras villanas pretensiones. Salid pronto de Grana­ da; marchad, id presto a uniros con mis contrarios; Dios me dará fuerzas para luchar contra todo. »—Saldré de Granada —dijo Alvar—, pero no será sin vos. Os tengo en mi poder y no quiero volver a perderos; de grado o por fuerza me seguiréis. —Y le rodeó fuertemente el talle con su brazo robusto.

»— ¡Socorro!... ¡A mí! ¡Favor!... ¡Socorro!... —gritó doña Marga­ rita, hasta quedar desvanecida en los brazos de Alvar. »Estos gritos fueron apagados por el ruido estruendoso del com­ bate que comenzaba a entablarse en las murallas, las voces de alar­ ma de los centinelas y los ayes de los moribundos. »Preocupado Alvar con sus amores, tenía descuidada la vigilan­ cia de las defensas a él encomendadas. Todos los asaltos se habían dirigido hasta entonces hacia la parte sur, siendo rechazados con denuedo por la gente de Men Rodríguez. Aquella noche los sitiado­ res asaltaron la villa por dos puntos a la vez; pero los de la puerta sur fueron rechazados nuevamente. La escasa vigilancia favoreció los planes de los asaltantes de la parte norte; éstos sorprendieron a un centinela dormido y no se apercibió del escalo que se verificó en un punto próximo; protegidos por las sombras de la noche subieron a la muralla buen golpe de la gente del maestre, dando muerte al cen­ tinela en el momento en que Alvar declaraba su pasión a doña Mar­ garita; la campana del castillo empezó a tocar alarma y Men Ro­ dríguez acudió con el fin de proteger a su señora, penetrando en la cámara en ocasión que Alvar, sosteniéndola en sus brazos, trataba de ganar el subterráneo que conducía a las márgenes del río, donde tenía dispuesto su caballo para la fuga, llegando a sus oídos las voces, pidiendo socorro, de la dama. Men Rodríguez creyó al pronto que los enemigos habían penetrado en la fortaleza, mas al conocer a Alvar se lanzó contra él y, cortándole el paso, le dijo: »—¿De este modo defiendes la villa? ¿Así cumples la misión que te encomendaron? Atrás, mal caballero; defiéndete si no quieres morir como un perro. »—Dejadme pasar, buen anciano, no me obliguéis a tener que mataros, »—O te defiendes o te atravieso con mi espada. Presto, que por tu culpa entró el enemigo en la villa y hago falta en otra parte. »—Puesto que lo quieres, sea — dijo Alvar— . Y dejando a la Narbona con cuidado sobre el lecho, desenvainó su acero, ponién­ dose en guardia. »La lucha fue rápida. Alvar, más fuerte, más joven, más ágil, atra­ vesó el pecho del alcaide con su espada a poco de comenzar el en­ cuentro. Este abrió los brazos y cayó pausadamente sobre el pa­ vimento; pero, aunque débilmente, pronunció las siguientes palabras, que llegaron como un eco fúnebre a los oídos de Alvar: »— Que Dios castigue su culpa como se merece. »Perplejo quedó en medio de la estancia, sin saber qué partido tomar, mirando alternativamente el cadáver del fiel servidor y el cuerpo inanimado de doña Margarita; parecía como si una fuerza sobrenatural hubiera clavado sus pies en el suelo. Entre tanto, en las calles continuaba el rumor del combate, cada vez más intenso y ensordecedor; los gritos de la soldadesca llegaban a los oídos de 278

Alvar, penetran Sancho IV!», gi mezclaban con güenza! ¡Y todc »Por fin ta dama, la cogió to, volvió de su la daga que Al el cuello, al pri a grandes voces »Núñez de desprendió de cámara. Al vei fensores del ca: contiguas, se p terráneo, no si y arrastrándosí bailo; a duras ridad de la n o lograba llegar donde pensaba »E1 noble 1 tenía fuerzas p de Abadía ene de los Angeles convento) (9) a braba la imagei »Amanecía del santuario, caballo golpeó pertó y, abrien< »—¿Quién 1 »Abrid, her asilo y confesió »E1 cenobit de su alma, se lo colocó en s mucha sangre miento con los «—¿Quién: (9) En el m Nuestra Señora c 1609, el conven) Bienparada, va o del folleto Diiisi blicado en 1959 j

—gritó doña Marga,ar. truendoso del coml, las voces de alarcuidada la vigilans asaltos se habían do rechazados con i noche los sitiadoios de la puerta sur meia favoreció los sorprendieron a un e se verificó en un loche subieron a la ido muerte al cenlasión a doña Mardarma y Men Ro, penetrando en la rus brazos, trataba ■nes del río, donde o a sus oídos las ez creyó al pronto , mas al conocer a >: pies la misión que ete si no quieres ruéis a tener que i. Presto, que por n otra parte. Y dejando a la su acero, poniénen, más ágil, atra; comenzar el en•nte sobre el paruientes palabras, Alvar: aber qué partido iel servidor y el no si una fuerza Entre tanto, en ez más intenso y i a los oídos de

Alvar, penetrando por los abiertos ventanales. «¡Granada por el rey Sancho IV!», gritaban los invasores. Y los lamentos de los heridos se mezclaban con las voces de triunfo de los vencedores. «¡Qué ver­ güenza! ¡Y todo por mi causa!», decía Alvar. »Por fin tomó una resolución y, dirigiéndose donde estaba la dama, la cogió suavemente entre sus brazos. Esta, en aquel momen­ to, volvió de su desmayo y, dándose cuenta de la situación, arrancó la daga que Alvar llevaba al cinto y, rápidamente, se la hundió en el cuello, al propio tiempo que empezó a pedir socorro nuevamente a grandes voces. »Núñez de Castro vaciló al sentirse herido; doña Margarita se desprendió de sus brazos y, con veloz carrera, ganó la salida de la cámara. Al verse herido, y temeroso de caer en poder de los de­ fensores del castillo, cuyos pasos se percibían ya en las habitaciones contiguas, se precipitó por la puerta secreta que conducía al sub­ terráneo, no sin antes dejarla cerrada para evitar la persecución; y arrastrándose con gran trabajo, llegó hasta donde estaba su ca­ ballo; a duras penas pudo subir al arzón y, favorecido por la oscu­ ridad de la noche, se dirigió hacia la parte del naciente por ver si lograba llegar a la fortaleza que los templarios tenían en Abadía, donde pensaba refugiarse. »E1 noble bruto caminó guiado por su instinto, pues Alvar no tenía fuerzas para hacerlo, en la dirección indicada; y al llegar cerca de Abadía encaminó sus pasos hacia la ermita de Nuestra Señora de los Angeles (que existía en el mismo lugar que hoy ocupa el convento) (9) atraído, sin duda, por la luz de la lámpara que alum­ braba la imagen. »Amanecía el día cuando caballero y caballo llegaron al portalón del santuario, a cuyo servicio se hallaba un anciano anacoreta. El caballo golpeó con sus férreos cascos la puerta; el ermitaño se des­ pertó y, abriendo un ventanillo, preguntó: »—¿Quién llama a estas horas?... »Abrid, hermano; soy un caballero gravemente herido que pide asilo y confesión —dijo Alvar, con angustia. »É1 cenobita, en cuyo venerable semblante se retrataba la bondad de su alma, se apresuró a salir, y ayudando al herido a desmontarse, lo colocó en su camastro. Este quedó desvanecido a causa de la mucha sangre que había perdido. Una vez que recobró el conoci­ miento con los auxilios del monje, éste le preguntó: «—¿Quién sois?... (9) En el mismo lugar donde existió, desde tiempos remotos, la ermita de Nuestra Señora de los Angeles (cerca de la Abadía o Sotofermoso), se alzó en 1609, el convento de P. P. Franciscanos llamado de Nuestra Señora de la Bienparada, ya convertido en ruinas. Véase a este respecto la nota 4, pág. 333, del folleto División bipartita d e la Provincia Franciscana d e San Miguel, pu­ blicado en 1959 por el P. Arcángel B arrado, O. F. M.

»—Soy un pobre pecador que, arrepentido de sus culpas, os pide que lo absolváis de sus pecados. Estoy gravemente herido, he perdido mucha sangre y me siento desfallecer; no quisiera morir sin antes haber confesado mis culpas. Tan enormes son, que temo que Dios me niegue su perdón. »—No desmayéis, confiad en la misericordia divina. »Alvar hizo al monje confesión de sus pecados refiriéndole la de­ tallada historia que antecede, y le rogó que a su fallecimiento, que lo presentía próximo, su cuerpo fuera enterrado junto al ara de la ermita, para que el sacerdote oficiante pisara sobre su cuerpo. »—Otro ruego tengo que haceros —continuó Alvar. »—Ya os escucho —contestó el anciano. »— Si curo de mi herida, quiero acabar mis días retirado del mundo, consagrando a Dios el resto de mi vida, por ver si consigo su perdón; para ello dedicaré todos mis bienes a la fundación de un monasterio en este mismo lugar. Pero como temo que Dios no me conceda la vida necesaria para llevar a término mi obra, en este caso dejaré escrita esta mi última voluntad, de cuyo cumplimiento quedaréis vos encargado. Deseo que esta pobre ermita se convierta en un templo suntuoso, y que una comunidad de religiosos se encar­ gue del culto. Cuando ocurra mi muerte, hallaréis en mi escarcela una cajita de madera la cual os ruego depositéis en mi tumba. Con­ tiene una reliquia que heredé de mi madre, y no quiero separarme de ella. »—Seréis complacido —dijo el ermitaño—. Y ahora, vamos a re­ conocer esa herida para poder apreciar su gravedad. En mi juven­ tud fui soldado como vos, y me acostumbré a estos menesteres. »Por la herida no cesaba de fluir sangre en regular cantidad. Exa­ minó con un dedo la profundidad y no pudo ocultar un gesto de disgusto. Aplicó un tópico astringente, comprimiendo fuertemente la región y administró al paciente un cordial, recomendándole el mayor reposo. »En este estado permaneció Alvar por espacio de algunos días, durante los cuales escribió su última voluntad. La hemorragia cesó por completo, pero la herida empezó a supurar y la fiebre, que se inició a los pocos días, fue en aumento. »Por fin, después de un mes de grandes sufrimientos, exhaló el último aliento una tarde de los postreros días del mes de octubre; una de esas tardes melancólicas del tibio otoño extremeño, en que los rayos del sol poniente adquieren tintes amarillentos, tan seme­ jantes a los reflejos del oro, que parece como si el disco luminoso se hallara formado por ese precioso metal».

N o t ic ia s

p r e v ia s

La antigua i Jarandilla fue, si tierra de María relativas a la mi término jurisdict no—, de varias Cielos, bajo ad\ la región de la 1 Blanca, del R osj En cuanto a están de acuerd< fueron los conviene en ac minación román; riachuelos Jaran (1)

G a b r ie l A

creos d e la Proviru ceres, 1951).

■rido, he perdido morir sin antes temo que Dios i. firiéndole la deUecimiento, que ito al ara de la cuerpo. ías retirado del •r ver si consigo Hindación de un [ue Dios no me d obra, en este 0 cumplimiento lita se convierta igiosos se encar­ en mi escarcela mi tumba. Conuiero separarme >ra, vamos a re1. En mi juvennesteres. r cantidad. Exaar un gesto de 1 fuertemente la índole el mayor le algunos días, íemorragia cesó i fiebre, que se ?ntos, exhaló el íes de octubre; emeño, en que titos, tan semedisco luminoso

-Aívárez de Toledo

E L CASTILLO DE JARANDILLA N o t ic ia s

p r e v ia s .

La antigua y en otros tiempos populosa y floreciente villa de Jarandilla fue, sin género de dudas, y es en la actualidad, auténtica tierra de María Santísima, pues examinando algunas publicaciones relativas a la misma, hemos podido comprobar la existencia —en el término jurisdiccional, extramuros o bien dentro de su casco urba­ no—> de varias ermitas y templos consagrados a la Reina de los Cielos, bajo advocaciones que alcanzaron gran celebridad en toda la región de la Vera de Plasencia; entre otras, Nuestra Señora de la Blanca, del Rosario, de la Berrocosa, del Cincho y de Sopetrán (1). En cuanto al origen del primer poblado llamado Jarandilla no están de acuerdo los historiadores, pues mientras alguno admite que fueron los griegos procedentes del Epiro los fundadores, la mayoría conviene en admitir como hecho cierto que en tiempos de la do­ minación romana existía, en la confluencia de las gargantas de los riachuelos Jaranda y Jarandilleja, un pequeño lugar, municipio, tal (1) G a b r ie l A zedo de B errueza y P orras : Amenidades, Florestas y R e­ creos d e la Provincia d e la Vera Alta y Baja, en la Extremadura, pág. 40 (Cá­ ceres, 1951).

vez, que debió ser arrasado durante la irrupción de los bárbaros; y que los supervivientes de aquel catastrófico acontecimiento le­ vantaron después, en el sitio que hoy ocupa, la que en el transcurso de las centurias, y sobre todo a partir de la Reconquista, llegó a ser pujante y codiciada villa por su estratégica situación, abundan­ cia de aguas, prodigalidad de sus tierras y excelente clima. Nos parece más lógico creer que serían los romanos los fundado­ res de la primitiva aldea o municipio a que hemos hecho referencia, dado que en toda la comarca verata se encuentran todavía abundan­ tes vestigios que evidencian el paso y permanencia de aquellas le­ giones invasoras, procedentes de la ribera del Tíber, que se enseño­ rearon de Iberia. Una de las pruebas que aducen los naturales de tales latitudes es que la antiquísima ermita donde se venera Nuestra Señora de la Berrocosa, sita en el camino que conduce a Losar, fue un clásico templo erigido y dedicado a la diosa Palas; alegando tam­ bién que en sus tierras circundantes existen algunos sepulcros ta­ llados en piedra que testimonian sobradamente su data de tiempo de los gentiles, de años muy remotos desde luego. Se desconocen las vicisitudes por qué atravesó Jarandilla duran­ te el dominio de visigodos y sarracenos; pero resulta indudable que el nombre Jarandiella con que aparece en algunas crónicas y refe­ rencias medievales es de auténtica factura árabe, como Jaraíz, Jerte y otros varios de la comarca. Llegado el momento de la liberación de aquellos territorios del yugo musulmán, Jarandilla fue aldea de Plasencia (2) desde el mo­ mento en que el rey Alfonso VIII, llamado el N oble, fundó y señaló término jurisdiccional a esta importante y floreciente ciudad. El dicho monarca castellano debió entregar la aldea de Jarandilla a los milites del Temple, quienes construyeron en ella una casa mo­ nacal fortificada para defenderse y defender las tierras de la comar­ ca de posibles enemigos. Del primitivo edificio de los freires templarios sólo permanece en pie una especie de torre o castillo muy fuerte, que tiene la cabeza de la iglesia parroquial, llamada por esta razón de Santa María de la Torre. Dicho castillo o torre fue aprovechado en época posterior para construir, alojándolo entre sus muros, un vulgar templo que está destinado al culto en la actualidad; y resulta todo el conjunto del edificio en extremo curioso. La torre en cuestión, a la cual corresponde el ábside, es «semicilíndrica, de mampostería y sillería, con torreoncillos cuadrados, destacados, con dos ventanas gemelas, muy rasgadas, con sus mai­ neles, una a cada lado, como a la mitad de altura. Esta torre, pro­ longada por muros paralelos, se destaca de un cuerpo mayor de la (2) F ray Alonso F ernández : Historia y Anales d e la ciudad y obispado d e Plasencia, libr. I, cap. IV (Madrid, 1627).

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|

/S

ie los bárbaros; ontecimiento le­ en el transcurso «quista, llegó a [ación, abundane clima. nos los fundadolecho referencia, odavía abundande aquellas le. que se enseñó­ los naturales de ; venera Nuestra tice a Losar, fue s; alegando tam­ os sepulcros tadata de tiempo arandilla durana indudable que crónicas y refeimo Jaraíz, Jerte >s territorios del [2) desde el mo, fundó y señaló te ciudad, lea de Jarandilla lia una casa mo­ ras de la contar­ lo permanece en ene la cabeza de nta María de la ca posterior para :emplo que está el conjunto del ibside, es «semilillos cuadrados, as, con sus maiEsta torre, prorpo mayor de la ciudad y obispado

Tertttt»

fortificación de planta trapecial, correspondiendo la base del tra­ pecio a lo que hoy son los pies de la iglesia» (3), donde, en el medio y dentro, está la torre propiamente dicha de la iglesia, o sea, el campanario, que supera en altura a la anterior; es cuadrada y ori­ ginariamente debía ser la del Homenaje de la fortaleza de los ca­ balleros templarios. Tanto la torre-campanario, como el referido baluarte semicilíndrico señalado, conservan sus almenas cuadradas, sobre las que descan­ sa la cubierta de la iglesia (4). Tiene el edificio dos buenas portadas, laterales, góticas y con archivoltas, posteriores a la primitiva fábrica de tan original forta­ leza, que debe datar del siglo xm o xiv, y se alza sobre una eminen­ cia peñascosa en la que aparece labrada a pico una escalinata, que facilita y permite el acceso al templo. En 1311, al ser disuelta la Orden del Temple, aldea y castillo, dentro de la jurisdicción placentina, revertieron a la Corona, reinando Fernando IV, el Em plazado; mas en el siglo xiv, durante las ban­ derías fratricidas de sus nietos Pedro I de Castilla y Enrique II de Trastamara, este último rey, llamado el d e las M ercedes, que tanto desmembró el patrimonio real para ganar adeptos, creó el Señorío de Jarandilla y lo entregó al maestre ae Santiago, don García Alvarez de Toledo, a cambio de su renuncia a la jefatura de dicha Orden, como veremos a continuación. II D

a t a d e l s e ñ o r ío d e

J a r a n d il l a

y

p r i m e r o s s e ñ o r e s d e d ic h a v i l l a .

En el año 1359 fue elegido maestre de la Orden de Santiago don García Alvarez de Toledo, caballero de muchos méritos y gran destreza en el arte de la guerra, que había llegado a captarse la voluntad del rey Pedro I; y en premio a sus personales merecimien­ tos, el soberano le nombró también mayordomo mayor de su hijo el infante don Alfonso, nacido de doña María de Padilla. I señor d e Jarandilla.—Al morir don Pedro, su hermano y suce­ sor Enrique II interesó de don García que renunciara al Maestrazgo en favor de don Gonzalo Mejía, que era uno de sus más adictos y fíeles vasallos; y, efectivamente, en 1366, cedió la jefatura de dicha (3) M élid a : C atálogo..., t. II, pág. 239, núm. 931. (4) Según el ms. núm. 20263 que se conserva en la sección correspondiente de la B. N., después de la liberación de las tierras de la Vera por los cristiano^ existían cuatro castillos en la villa de Jarandilla, a saber: la iglesia parroquial que fue fortaleza de Templarios; el de los Toledo, señores de la villa; el de Pamomira (?), que se alzaba en el cerro de este nombre; y el llamado e l Cas­ tillete, que se encontraba a la puerta de la población.

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Orden y recibió díes, más las vil señorío de Valde tiempo; pasando de Jarandilla, si I I señor d e ) disfrutó de los b tablementeT en Loaysa; y al falle nando Alvarez de Este ilustre p fue digno suceso otros méritos, pt tervino, en 1377, de Portugal, qui relativas a los ca< con derecho a 1 Montiel. Por sus cargt parte, asimismo, i tugués, con Juan 1 Contrajo matr de Ayala, hija d Villalba (5), Dieg padres de Garcú Diego López dé Suárez de Toledc rez de Toledo, ma III señor d e Ji bañas, Tornavaca segundo de este i que III, según se cuyas cláusulas se soberano confirn» entonces, empezó Sirvió siempre viniendo en los g nobleza de su cas la general estimac Se unió en mal (5) J erónimo Lc Catálogo menumentc ledo, 1959). (6) Fue de los | lavera — donde lo re de Aragón— , hasta q

la base del trande, en el medio iglesia, o sea, el cuadrada y oriíaleza de los caarte semicilíndri: las que descans, góticas y con .n original forta>bre una eminena escalinata, que aldea y castillo, Corona, reinando durante las bany Enrique II de cedes, que tanto •eó el Señorío d e i García Alvarez de dicha Orden,

; DE DICHA VILLA.

de Santiago don méritos y gran lo a captarse la des merecimienayor de su hijo dilla. íermano y sucea al Maestrazgo is más adictos y 'fatura de dicha

ión correspondiente i por los cristiano^ i iglesia parroquial de la' villa; el de el llamado el Cas-

Orden y recibió en recompensa por juro de heredad 50.000 marave­ díes, más las villas de Oropesa y Jarandilla, entre otras, y el gran señorío de Valdecorneja, que era uno de los más codiciados de aquel tiempo; pasando a ser, por tanto, el mencionado caballero I señor de Jarandilla, si bien usó siempre el título de I señor de Oropesa. II señor d e Jarandilla.—A partir de entonces, el flamante señor disfrutó de los beneficios de sus extensos dominios y los mejoró no­ tablemente, en perfecta armonía con su esposa doña María de Loaysa; y al fallecer, heredó sus feudos su hijo primogénito, don Fer­ nando Alvarez de Toledo. Este ilustre personaje, II señor de Jarandilla, Oropesa y su tierra, fue digno sucesor de su padre, a quien igualó en valor, grandeza y otros méritos, pues por ser de los más distinguidos cortesanos in­ tervino, en 1377, en la firma del tratado de paz con el rey Fernando de Portugal, quien, como podemos ver en las partes de esta obra relativas a los castillos de Eljas, Peñafiel y Salvaleón, se consideraba con derecho a la Corona de Castilla clespués del fratricidio de Montiel. Por sus cargos y personalidad, el II señor de Jarandilla tomó parte, asimismo, en el casamiento de doña Beatriz, hija del rey por­ tugués, con Juan I de Castilla. Contrajo matrimonio don Fernando Alvarez de Toledo con Elvira de Ayala, hija de los señores de la villa de Cebolla y castillo de Villalba (5), Diego López de Ayala y Teresa de Guzmán, y fueron padres de García Alvarez de Toledo, que sucedió en la Casa; de Diego López de Ayala, que llegó a ser señor de Cebolla; de Pedro Suárez de Toledo, señor de la villa de Pinto, y de Fernando Alva­ rez de Toledo, maestrescuela del cabildo de Toledo. III señor d e Jarandilla.—El III señor de Jarandilla, Oropesa, Ca­ bañas, Tornavacas y Horcajo, fue don García Alvarez de Toledo, segundo de este nombre, que se crió y creció en la cámara de Enri­ que III, según se colige del contenido de su testamento, en una de cuyas cláusulas se le asigna la cantidad de 15.000 maravedíes. Dicho soberano confirmó sus señoríos y fue el primero que, a partir de entonces, empezó a utilizar el título de señor de Jarandilla. Sirvió siempre con gran diligencia y lealtad al rey Juan II, inter­ viniendo en los grandes negocios del reino (6), por cuya razón —la nobleza de su casa y otros méritos y virtudes personales— gozó de la general estimación de los cortesanos y demás nobles de su tiempo. Se unió en matrimonio con Juana de Herrera, hija de García Gon(5) J erónimo L ópez de Ayala y Alvarez de T oledo , conde de C e d il l o : Catálogo menumental d e la provincia d e T oledo, notas de la pág. 56 (To­ ledo, 1959). (6) Fue de los grandes que acompañó a Juan II en su huida desde Talavera — donde lo retenía contra su voluntad su primo el infante don Enrique de Aragón— , hasta que pudo refugiarse en el castillo de Montalbán. Ibid.

zález de Herrera y de María de Guzmán, preclaros señores de Pedraza; y fueron sus hijos Fernando Alvarez de Toledo, primogénito y heredero, y Pedro Suárez de Toledo, que llegó a ser señor de Gálvez, IV señor de Jarandilla.—Don Fernando Alvarez de Toledo, IV señor de Jarandilla, Oropesa, Cabañas, Tornavacas y Horcajo, fue gran señor y muy fiel servidor del rey Enrique IV, como lo de­ muestra el haber tomado parte en todas las ocasiones en cuantos hechos de guerra y de paz se sucedieron en su tiempo, por cuyos servicios y los de sus mayores, que fueron muchos y extraordinarios, le honró el rey, de su liberal mano, con el título de conde de Oropesa (7). Contrajo nupcias dos veces: la primera con doña Mayor Carrillo de Toledo, hija de Fernando Alvarez de Toledo, I conde de Alba de Liste, señor de Pasaron y Garganta de Olla (8), con otras tierras y vasallos, de quien tuvo tres hijos: García Alvarez, que murió joven; Francisca, esposa de don Gutierre de Solís, conde de Coria, y Elvira, que casó con Pedro Dávila, II conde del Risco y señor de las Navas y Villafranca, En segundo matrimonio se unió con Leo­ nor de Zúñiga, hija de Pedro de Zúñiga, conde de Ledesma y Plasencia, y de su mujer, Isabel de Guzmán, que estaba a la sazón viuda de Juan de Luna, conde de Santisteban, hijo del condestable de Castilla y maestre de Santiago don Alvaro de Luna. Tuvo de esta su segunda esposa otros tres hijos: Fernando Alvarez de To­ ledo, que Ye suncedió; Catalina, que contrajo nupcias con Juan de Silva, II conde de Cifuentes, y María, que casó con Alfonso de Fonseca, señor de Coca y Alaejos. V señor d e Jarandilla.—Fernando Alvarez de Toledo, V señor de Jarandilla, Cabañas y otras tierras, II conde de Oropesa, hijo postumo y sucesor de su padre, sirvió a los Reyes Católicos con toda lealtad en cuantas ocasiones se presentaron. Contrajo matrimonio dos veces: la primera, con María de Mendoza, hija del conde de La Coruña, de quien no tuvo sucesión, y la segunda, con María Pacheco, hija de Juan Pacheco, marqués de Villena y maestre de Santiago, y de la marquesa doña María Portocarrero, señora propietaria del Estado de Maqueda, y fueron sus hijos: Francisco Alvarez de Toledo, que sucedió en la casa; Luis Toledo Pacheco, Cristóbal de Toledo, Diego de Toledo, Juana de Toledo, que casó con el conde de Orgaz, y (7) Instituto Internacional de Genealogía y Heráldica: In dice Nobiliario Español, ed. en 1955, pág. 138: «OROPESA (Conde de).— 1475, por don En­ rique IV de Castilla, a don Fernando Alvarez de Toledo, IV señor de Oropesa y Jarandilla. Grandeza de España, en 1689, al V II conde, don Duarte Fer­ nando Alvarez de Toledo y Portugal, conde de Deleitosa y Alcaudete, marqués de Jarandilla y de Frechilla y Villarramiel». (8) Véase nuestro artículo publicado en el núm. 10 (mayo-junio, 1955), de la revista Hidalguía.

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s señores de Peedo, primogénito a ser señor de

a Mayor Carrillo [ conde de Alba con otras tierras arez, que murió onde de Coria, y \isco y señor de e unió con Leode Ledesma y ■staba a la sazón i del condestable Luna. Tuvo de Alvarez de To­ nas con Juan de Alfonso de Fonledo, V señor de esa, hijo postumo con toda lealtad monio dos veces: le La Coruña, de Pacheco, hija de ¡antiago, y de la taria del Estado : de Toledo, que Je Toledo, Diego ide de Orgaz, y : Indice Nobiliario -1475, por don EnV señor de Oropesa ■, don Duarte FerAlcaudete, marqués (mayo-junio, 1955),

Jarandilla.— Panorámica total del palacio-fortaleza

i de Toledo, IV ; y Horcajo, fue [V, como lo deones en cuantos empo, por cuyos f extraordinarios, e conde de Oro-

María de Toledo, que fue, con otras tres hermanas, monja en el convento de la Concepción de Oropesa. V i señor d e Jarandilla.—Francisco Alvarez de Toledo, VI señor de Jarandilla, Cabañas y otras villas, y III conde de Oropesa, tomó por esposa a María Manuel de Figueroa, hija de Gómez Suárez de Figueroa, II conde de Feria y de la condesa, su mujer, María de Toledo, y fueron padres de Fernando Alvarez de Toledo, sucesor en todas las preeminencias y mayorazgo de la casa, Juan de Figue­ roa, comendador de Santiago, embajador en Roma y castellano de Milán; el gran don Francisco de Toledo, virrey del Perú (9), y fi­ nalmente, María de Figueroa, mujer de Francisco Payo de Rivera, señor de San Martín, Valdepusa y otros lugares, de quien descen­ dieron los marqueses de Malpica. V II señor d e Jarandilla.—El muy insigne caballero don Fernando Alvarez de Toledo y Figueroa, V ÍI señor de Jarandilla, Cabañas, Tornavacas y otros vasallos, IV conde de Oropesa, casó con Beatriz de Monroy y Ayala, condesa de Deleitosa, señora de las villas de Belvís, Almaraz, Cebolla, Cerbera, Mejorada, Segurilla y del castillo de Villalba, que se alza junto al río Tajo próximo a Malpica. Esta señora era hija de Francisco de Monroy, conde de Deleitosa, señor de Belvís y Almaraz, y de su esposa la condesa doña Sancha de Ayala, señora propietaria del Estado de Cebolla. Fueron sus hijos: Francisco, primogénito, que falleció sin heredar la casa; Juan Alvarez de Toledo y Monroy, que le sucedió; Juana, que casó con Francisco Pacheco, duque de Escalona, marqués de Villena y conde de Santisteban; Ana de Toledo, que fue mujer de Gómez Dávila, marqués de Velada, y Juliana, que profesó como religiosa en el mencionado convento de la Concepción de Oropesa. Este Fernando Alvarez de Toledo, IV conde de Oropesa, era señor de Jarandilla cuando Carlos de Gante decidió alojarse en el castillo-palacio que poseía dicho caballero en la mencionada villa, y quien desempeñó un importante papel junto al emperador, tanto du­ rante el tiempo que permaneció en su casa como cuando residía en Yuste, pues fue de las contadas personas que estaban al lado del so­ berano a la hora de su muerte. Vamos a ocuparnos con algún detenimiento de la estancia de don Carlos en el palacio del conde de Oropesa, en dicha villa, por estimar fue el episodio más trascendental y merecedor de figurar en los anales de su historia, pues, en verdad, todas las demás vi­ cisitudes y acontecimientos relativos a dicha localidad resultan pá­ lidos al lado de lo que significa, aun en nuestros tiempos, aquella regia visita. (9) Biografía de Don Fernando d e Toledo, Supremo organizador (Virrey) del Perú, por R oberto S e v il l ie r (1515-1582), ed. E spasa-Calpe (Madrid, 1936).

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En el último Carlos de Gante de las jomadas asomó, acompaii desde cuya eim; y anchuroso valí lejos, se alza, ai la segunda, por tiempo por firro roñada por su ini En aquel pn tigiosos y repres Avila y Zúñiga. do, conde de Oí soberano, y, des en su presencia, sus fuertes pala Jarandilla, para de construir v < monasterio jerón to de aquellos si pero la menor d cana a Yuste, me el de Oropesa en Después de j rico año de 1556 Oropesa desde ] antepasado Garci cortejo imperial litera y a ratos e vacas y el Guijo recién abierto, r arbustos y male partir de entonce del Emperador. . extasiado el gigai región de la Vers graban, allá, a lo anexas, medio oc «No pasaré ya o es mucho que tie de alcanzar».

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mas, monja en el Toledo, VI señor de Oropesa, tomó Gómez Suárez de mujer, María de e Toledo, sucesor a, Juan de Figue1a y castellano de leí Perú (9), y fi> Payo de Rivera, de quien descen­ tro don Fernando randilla, Cabañas, , casó con Beatriz i de las villas de xilla y del castillo d a Malpica. Esta e Deleitosa, señor doña Sancha de Fueron sus hijos: :asa; Juan Alvarez asó con Francisco y conde de San; Dávila, marqués en el mencionado de Oropesa, era dió alojarse en el encionada villa, y perador, tanto ducuando residía en ian al lado del so­

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En el último viaje que realizó en su vida, en dirección a Yuste, Carlos de Gante, el gran rey y emperador, hallándose ya casi al final de las jornadas y después de abandonar la provincia de Avila, se asomó, acompañado de su cortejo, al imponente y grandioso puerto desde cuya cima se descubre el lugar de Tornavacas y el alargado y anchuroso valle del Jerte, en cuya margen derecha, allá abajo, a lo lejos, se alza, arrogante y majestuosa, la regia y señorial Plasencia, la segunda, por su importancia, urbe cacereña, rodeada en aquel tiempo por firme y segura muralla con recios cubos adosados y co­ ronada por su ingente y suntuoso alcázar. En aquel preciso instante, dos insignes caballeros, los más pres­ tigiosos y representativos señores de la tierra de Plasencia, Luis de Avila y Zúñiga, marqués de Mirabel, y Fernando Alvarez de Tole­ do, conde de Oropesa y señor de Jarandilla, comparecieron ante el soberano, y, después de haber besado su mano, todavía de hinojos en su presencia, uno y otro le ofrecieron sus viejas casonas solares, sus fuertes palacios situados, respectivamente, en Plasencia y en Jarandilla, para que el césar residiera en ellos en tanto se acababa de construir y acondicionar su palacete, adosado a los muros del monasterio jerónimo de Yuste. El desinteresado y sincero ofrecimien­ to de aquellos sus fieles vasallos y amigos hace dudar a don Carlos; pero la menor distancia que los separa desde allí a Jarandilla, cer­ cana a Yuste, motiva su preferencia por el castillo-palacio que posee el de Oropesa en la expresada villa. Después de pasar la noche del 10 de noviembre de aquel histó­ rico año de 1556 en Tornavacas, que era también señorío del conde de Oropesa desde 1407, en cuya fecha fue donado dicho lugar a su antepasado García Alvarez de Toledo, a la mañana siguiente inició el cortejo imperial la marcha, llevando a don Carlos unas veces en litera y a ratos en silla de mano, que portaban labriegos de Tornavacas y el Guijo, a través de un camino, mejor aún, de un puerto recién abierto, rodeado de vericuetos, barrancadas y espesura de arbustos y maleza, para que pasara el regio peregrino, y que, a partir de entonces, se ha conocido siempre con el nombre de Puerto del Emperador. Al llegar a la cumbre, el ilustre viajero contempló extasiado el gigante pico de Almanzor y las espléndidas tierras de la región de la Vera; y al fijar su mirada en el pardo caserío que inte­ graban, allá, a lo lejos, el legendario monasterio y sus dependencias anexas, medio oculto por exuberante vegetación, hubo de exclamar: «No pasaré ya otro puerto en mi vida sino el de la muerte. Y no es mucho que tierra tan buena y sana como la de Yuste cueste cara de alcanzar». 289

Costaba gran esfuerzo a los hombres del Guijo sostener y llevar la silla en que conducían al emperador por aquellos pedregosos y empinados caminos, y en más de una ocasión han de sobrepo­ nerse a las dificultades para no despeñarse por los precipicios; pero, al fin, después de un fatigoso caminar, tanto el noble señor como sus criados y vasallos, maltrechos, desasogados y con fuerte emo­ ción en sus ánimos, arriban a Jarandilla, donde son recibidos por el vecindario con grandes muestras de alegría y marcado acatamiento a la egregia persona del emperador. Todos los habitantes de la villa, acompañados de multitud de forasteros que han acudido para pre­ senciar y tomar parte en el feliz acontecimiento, salen al encuentro de la real comitiva, con el conde Fernando al frente; y expresando su contento con gritos y aclamaciones, dan la bievenida al ilustre y fatigado visitante, que se esfuerza, sonriente, en demostrar su sa­ tisfacción y agradecimiento por aquellas espontáneas e inequívocas muestras de cariño y regocijo. Seguidamente, don Femando, señor de Jarandilla, dispone que don Carlos sea llevado a su palacio, y una vez allí le ofrece el mejor de sus aposentos, amueblado con todo lo indispensable para hacerle grata la estancia, y con la suntuosidad que le permite su saneada ha­ cienda, que es mucha y próspera para poder sostener su prestigio y el que habían logrado los fundadores de su casa. Desde el primer instante quedó gratamente impresionado el césar de la campiña que rodeaba su residencia, y de la distribución, mue­ blaje, adornos y otros utensilios de su cámara y demás dependen­ cias del castillo. Contempló complacido cuanto le rodeaba, e ima­ ginó en su fuero interno que sería muy de su agrado permanecer allí en tanto se terminaban las obras de la que había de ser su definitiva morada, junto a los muros de la iglesia monacal de Yuste. Efectivamente, una vez recuperadas con el descanso sus fuerzas decaídas por el largo y fatigoso viaje, notó un indudable y positivo alivio de sus achaques y se le despertó su proverbial apetito, según testimonio del fiel don Luis de Quijada, que escribió a este res­ pecto: «Estaba de buen color y comía y dormía perfectamente». La primera noche que estuvo el monarca en Jarandilla cenó unas exquisitas truchas que le había mandado su hija doña Juana desde Valladolid; y tuvo en ello gran placer, pues conocido es de todos que la mayor debilidad de aquel genio de la guerra era una mesa servida con buenos manjares; y en verdad que durante los últimos años de su vida, tanto en Jarandilla como en Yuste, no le faltaron las más sabrosas viandas y vinos selectos, que le enviaban con mucha frecuencia sus familiares, cortesanos, los monjes de Guadalupe, los freires de Alcántara y los nobles y plebeyos de las villas del contorno. El conde don Fernando Alvarez de Toledo permaneció durante 290

) sostener y llevar [uellos pedregosos han de sobrepoprecipicios; pero, noble señor como con fuerte emon recibidos por el reado acatamiento itantes de la villa, acudido para pre¡alen al encuentro nte; y expresando evenida al ilustre i demostrar su saeas e inequívocas lilla, dispone que le ofrece el mejor ¡able para hacerle ite su saneada hatener su prestigio resionado el césar distribución, muédemás dependen■ rodeaba, e ima­ nado permanecer había de ser su lesia monacal de canso sus fuerzas udable y positivo iial apetito, según ?ribió a este resFectamente». andilla cenó unas loña Juana desde icido es de todos rra era una mesa irante los últimos te, no le faltaron daban con mucha ; de Guadalupe, de las villas del

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rmaneeió durante Jarandilla.— Una vista parcial del castillo

los primeros días junto al emperador en Jarandilla, tratándole como a un huésped; pero al considerar que la estancia del regio perso­ naje se prolongaría por algún tiempo, decidió regresar a su cas­ tillo de Oropesa para seguir atendiendo los asuntos de su casa, y permitir así que don Carlos y su servidumbre se desenvolvieran con más holgura, pues el edificio resultaba pequeño y no podían, ni pudieron alojarse en él, en lo sucesivo, todos los que lo acompaña­ ban; y tan era así, que algunos criados, los nobles y otras personas que acudían a visitarlo, se veían precisados a buscar acomodo en las casas de los hidalgos, en las posadas y en determinados hospe­ dajes de la localidad. El más auténtico cronista de Jarandilla nos describe, en el siglo xvn, la traza y estado del castillo de dicha villa, que servía de residencia, por temporadas, al señor de la misma; y creemos since­ ramente que cuando escribió Acedo debía conservarse en muy pare­ cida forma a como se encontraba cuando lo habitó don Carlos. Y lo creemos así, porque aún en nuestros días, a pesar de haber transcurrido varios siglos, el dicho castillo-palacio se mantiene casi igual en sus elementos constructivos principales; permanece en pie la mayor parte de su primitiva fábrica, como veremos después, y únicamente se han modificado sus cámaras y departamentos interio­ res, ha desaparecido casi totalmente su cerca exterior, como asi­ mismo sus preciosos jardines, huertas y otros anejos a la finca, que habían convertido a las tierras circundantes en auténtico vergel. He aquí la descripción que inserta en su ya mencionada obra geográfico-histórica el mencionado cronista local: «Está sito este famoso castillo en lo más eminente de la villa, algo apartado, aunque poco distante de ella, pues sólo la media, aunque con subida levantada, un espacio llano que tiene con dos ordenadas carreras de frondosos castaños, que le hacen calle y hermosean. «Entrase en el castillo por su puente levadiza, que tiene sobre una profunda cava, con sus dos puertas de hierro que le cierran y al arrimo de cada quicio un fuerte cubo de argamasa cantería, con sus troneras que tiene para tiros. Y subiendo a la puerta prin­ cipal, está una placeta con su barbacana repechada, que, coronada de tiros, es defensa incontrastable. »Lo hermoso de su fachada es más para visto que para alabado, pues dejando aparte su mucha fortaleza y hermosura, la acompañan y costean dos almenadas torres, que abrazan por una y otra parte; y son tan altas, que descubren, sin embarazo ninguno, todo lo que la vista se puede extender. De torre a torre, que es lo que coge toda la fachada del castillo, adonde está la puerta principal, hay un pa­ sadizo almenado, que hace cara, como también las torres, con la villa y con el famoso y antiguo castillo de Santa María de la Torre, que hoy es la principal parroquia de la villa, desde donde el uno y el otro hermanablemente se correspondían y ayudaban. 292

»Así como s< vamos tratando, pañada de altos y unos hermosos »Tiene mueh, parte septentrior mucha pesca qu Juan Alvarez de ba y favorecía a mosnero. «También po cisco y se admir Jaranda, poblada boles que, desde de un matizado >Y volviendo castillo, se descu río Tiétar; y en dar vista al afai Casas del Puertc puente de Alba! alcanza ver la vil! Tiene el mar diñes y grandios; llevan regalados muchos y divers versidad de cua verdes murtas, ol y odoríficas hier madas con las di que las riegan. »En medio d cenador en medi se entretienen su y allí pescan y i calles que le cir frondosos árbole? el apetitoso ceotí mosos claveles, 1 peonía, el alhelí, rosas. Tienen for hay en ellos, mi unos meten hom al arrimo de la tí que ella misma, ! y a no conocer q

la, tratándole como ia del regio persoregresar a su casntos de su casa, y desenvolvieran con o y no podían, ni que lo acompañaes y otras personas mscar acomodo en eterminados hospe>s describe, en el villa, que servía de i; y creemos since­ rarse en muy pareíabitó don Carlos, a pesar de haber 3 se mantiene casi permanece en pie eremos después, y artamentos interio‘xterior, como asijos a la finca, que téntico vergel, ncionada obra geoíte d e la v illa , a l g o la m e d i a , a u n q u e con d os o rd e n a d a s e y h e rm o se a n , i, q u e t ie n e s o b r e q u e le c i e r r a n irg a m a s a c a n te ría ,

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* a la puerta prinda, que, coronada que para alabado, ira, la acompañan una y otra parte; juno, todo lo que ; lo que coge toda icipal, hay un pa­ las torres, con la .laría de la Torre, le donde el uno y >an.

»Así como se entra en la puerta principal del castillo de quien vamos tratando, se descubre una hermosa y espaciosa plaza, acom­ pañada de altos y famosos cuartos de casa, con buen pozo que tiene y unos hermosos naranjos que le adornan. »Tiene mucha vivienda y famosos terrados, desde donde, por la parte septentrional, se descubre un grande y famoso estanque, con mucha pesca que tiene de anguilas y tencas, que hizo el señor don Juan Alvarez de Toledo, de eterna memoria, por lo mucho que ama­ ba y favorecía a sus vasallos, siendo para los pobres un perpetuo li­ mosnero. »También por esta parte se descubre el convento de San Fran­ cisco y se admiran aquellas altas y hermosas sierras de la canal de Jaranda, pobladas todas de una grande frondosidad de crecidos ár­ boles que, desde su falda hasta lo empinado de su altura, a modo de un matizado y hermoso ramillete, suben empinados a la cumbre. »Y volviendo por la parte meridional hacia la puerta principal del castillo, se descubren los prados de Val-Caliente, hasta dar vista al río Tiétar; y en su consecución, todo el Campo de Arañuelo, hasta dar vista al afamado pico de Miravete, que está por cima de las Casas del Puerto y dos leguas y media más adelante de la famosa puente de Albalá, que el emperador Carlos V hizo; y también se alcanza ver la villa de Oropesa. Tiene el marqués dentro de su castillo y palacio hermosos jar­ dines y grandiosas huertas con mucha diversidad de arboledas, que llevan regalados frutos. Son los jardines muy entretenidos por los muchos y diversos surtidores que tienen de burlescas aguas y di­ versidad de cuadros enlazados y entretejidos unos con otros de verdes murtas, olorosos arrayanes y de otras muchas y diversas flores y odoríficas hierbas, que la generalidad de la tierra produce, ani­ madas con las dulces y regaladas aguas de las alabastrinas fuentes que las riegan. »En medio de estos jardines está el referido estanque, con su cenador en medio de las aguas, adonde los señores muchas tardes se entretienen surcando las aguas de una parte a otra con su barco, y allí pescan y meriendan. Sus márgenes, por defuera, son cuatro calles que le circundan y todas pobladas y adornadas de muchos frondosos árboles. Allí se topa el oloroso limón, la hermosa cidra, el apetitoso ceotí, las dulces limas y hermosas toronjas. Allí los her­ mosos claveles, las castas azucenas, las minutisas, los tulipanes, la peonía, el alhelí, con otras muchas diversidades de plantas, flores y rosas. Tienen formados en sus calles, de la murta y arrayanes que hay en ellos, muchos mostruos y animales que, a la primera faz, unos meten horror y otros causan mucha alegría. Está una sierpe, al arrimo de la testera del dicho estanque, como mirando sus aguas, que ella misma, si se mirara, tuviera miedo de sí misma, si se viera; y a no conocer que era aborto de una rama, cualquiera la temiera;

tal es su fingimiento y ferocidad. Está puesta en carrera y a los alcances de un oso que, amedrentado, huye al sagrado de su cueva, y a cualquiera engaña» (10). #

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Desde su mansión en Oropesa, don Fernando, con los mejores tiradores de sus tierras, se dedicaba a la caza para que no faltaran aves frescas al emperador; y en varias ocasiones, cuando lucía el sol y la temperatura se ofrecía propicia, don Carlos, armado de arca­ buz, acompañaba al conde y tiraban a algunas piezas con más o menos fortuna. El señor de Jarandilla se esforzaba cuanto le era posible por atender y honrar a su huésped, a quien visitaba, desplazándose desde Oropesa, con mucha frecuencia, unas veces solo y otras acompa­ ñado de sus hermanos; y siempre veía complacido que el preclaro señor se hallaba satisfecho y se había acomodado a su gusto eli­ giendo una confortable habitación, en la parte baja y lado izquierdo del palacio, a partir de la puerta principal, que da a un lado del jardín y dispone de útil y bien emplazado mirador que le permitía admirar la bella lejanía; y en esta cámara, donde permanecía más tiempo, para mitigar el frío y la destemplanza del ambiente, mandó construir una confortable chimenea. Y desde aquel grato refugio, desde aquella solanera oteaba el horizonte, y allí se entregaba a sus soliloquios y meditaciones (11). En los días plácidos, suaves y de buena temperatura, paseaba solo por los amenos jardines o salía del palacio y caminaba pensa­ tivo a través de los floridos campos del alrededor, saturados del aroma de las plantas, árboles y arbustos que se prodigaban por doquier, o se entraba silencioso por las callejuelas de la villa y, según su estado de ánimo, iniciaba a no conversación con los hidal­ gos de Jarandilla y con los villanos que salían de sus casas, o cruza­ ban a su lado, dedicados a sus menesteres. Insistimos en que durante la permanencia del césar en Jarandilla, en los días de invierno, permanecía en la solana de su aposento, bien abrigado con la bata que le hicieron con la colcha que le mandó su hija, y teniendo sus delicadas manos —hinchadas casi constantemente por la gota que padecía—, cubiertas con unos con­ fortables guantes que le enviara la duquesa de Frías. En aquel apartado recinto recibía casi a diario las noticias, favorables o ad­ versas, que llegaban en las carteras o zurrones de los emisarios; las nuevas que le llegaban embargaron su ánimo en más de una ocasión,

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(10) A zedo de B er r u e z a : A m enidades..., cap. XV. (11) Todavía, en nuestro tiempo, se conserva en el castillo-palacio de Ja­ randilla el aposento que prefirió don Carlos, y su acogedor y artístico mirador. Jarandilla.— Parte

en carrera y a los tgrado de su cueva,

lo. con los mejores ira que no faltaran cuando lucía el sol s, armado de arcapiezas con más o le era posible por esplazándose desde > y otras acompa­ ño que el preclaro do a su gusto eli­ ja y lado izquierdo da a un lado del or que le permitía e permanecía más I ambiente, mandó |uel grato refugio, se entregaba a sus iperatura, paseaba ■ caminaba pensalor. saturados del e prodigaban por las de la villa y, non con los hidal¡us casas, o cruzaésar en Jarandilla, i de su aposento, la colcha que le —hinchadas casi tas con unos conFrías. En aquel favorables o ad­ iós emisarios; las ís de una ocasión,

istillo-palacio de Jav artístico mirador. Jarandilla.— Parte del patio, galería, terraza y torre del castillo-palacio de los Condes de Oropesa

lo entristecían grandemente y le quitaban el sosiego y la tranqui­ lidad. A poco de su llegada a Jarandilla hacía un sol espléndido, diá­ fano, y sus criados, los soldados de su escolta, los nobles de su cor­ tejo, y sobre todo los flamencos que lo habían acompañado desde Bruselas y que permanecían a su lado hasta que se recluyera en Yuste, estaban maravillados por la bonanza del tiempo, la pureza del sol y los distintos tonos de verdor que cubrían, a modo de tapiz, de diversos coloridos, la vecina serranía, las gargantas de los arroyuelos, las huertas y los prados. Resultaban sorprendentes para ellos las bellezas mil con que Dios dotaba a aquellos campos, aquella pri­ vilegiada Naturaleza. Y si a esto añadimos los excelentes vinos, los sabrosos jamones y embutidos, y los aromáticos y deliciosos frutos de aquella tierra, comprenderemos fácilmente que los vasallos y criados de don Carlos se hallaban satisfechísimos y bendecían la abundancia de dones con que el Creador premió a los habitantes de la Vera. Mas pasó la bonanza, llegaron días fríos y lluviosos con tristes atardeceres, interminables noches, y los inconvenientes consiguien­ tes a la estación invernal; y como, por otra parte, se prolongaba la estancia del soberano y era muy crecido el volumen de vituallas que consumía diariamente la servidumbre y acompañantes, nació la desconfianza y el temor entre los vecinos de Jarandilla, y a partir de entonces surgió el descontento y miraban con recelo a los foras­ teros, temiendo se avecinaran momentos de escasez, porque ya la había, aunque no muy grande, de víveres, alojamientos, papel, ves­ tidos, dinero y otras muchas cosas indispensables y precisas para el normal sostenimiento y convivencia social de los vecinos de Jaran­ dilla. De todas maneras, el emperador nunca tuvo conocimiento de este estado de cosas, y si bien tenía siempre graves preocupaciones por las noticias que llegaban de diversas partes del reino y de la marcha de los negocios en determinados países incluidos en sus dominios, disfrutaba, sin embargo, en Jarandilla de excelente salud; y en vista de ello decidió acercarse a Yuste para conocer la fábrica del alojamiento que se le preparaba, el estado de las obras, y poder determinar con tiempo si era preciso alguna variación en los planos, ampliando o reformando la traza del edificio. Halló gran oposición, como le había pasado siempre, a su de­ cidido empeño de recluirse en Yuste; pero no pudieron hacerle de­ sistir de su propósito, como evidencian las lamentaciones de Quijada, cuando escribe que «su majestad determinado estaba de no hacer mudanza de ello, aunque se juntara el cielo con la tierra». Antes de acercarse a Yuste, don Carlos hizo ir a Jarandilla al general de los Jerónimos, P. Tofiño y al P. Ortega, encargado de las obras que se estaban realizando en el monasterio, que sostuvie­ 296

ron con él varis religiosos que 1 un definitivo ac pectivas residen< Estando en día 25 de novie se hallaba de gr ques, y disfruta Jarandilla y se « nidad y operari< En seguida pase debía residir v Salió en extremo detenimiento, pi cuenta exacta d< en su ánimo el f los últimos años c Dispuso que afectaban al tra2 Jarandilla conter, ción; y los que a quedaron defrauc visto y se consic cenobio, tan prop total a las cosas d Mucha parte t satisfecho y dab importancia a las y pensaba más i gado a sus devo< quilidad de su co y socorriendo a ces decidió firmi más tiempo posit sabiamente sus pn En aquel tiem Trejo, el P. Franc había alcanzado ¡ acierto los cargos tero de la empera y marqués de Loe además, por su p ducho en el arte c por su excelente ti (1 2 )

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;o y la tranquiespléndido, diáobles de su cornnpañado desde se recluyera en >mpo, la pureza modo de tapiz, itas de los arrolentes para ellos pos, aquella prilentes vinos, los deliciosos frutos ■ los vasallos y y bendecían la os habitantes de iosos con tristes ntes consiguien;e prolongaba la len de vituallas ipañantes, nació idilla, y a partir celo a los forasz, porque ya la □tos, papel, vesprecisas para el ?cinos de Jarancimiento de este ocupaciones por >y de la marcha n sus dominios, ite salud; y en ■r la fábrica del obras, y poder »n en los planos, ?mpre, a su deeron hacerle deMies de Quijada, ba de no hacer ierra». a Jarandilla al i, encargado de io, que sostuvie­

ron con él varias entrevistas sobre quiénes y cuántos debían ser los religiosos que le acompañarían en su retiro. Y habiendo llegado a un definitivo acuerdo, los monjes mencionados regresaron a sus res­ pectivas residencias. Estando en tal estado las cosas, amaneció diáfano y soleado el día 25 de noviembre de aquel año de 1556; y como el emperador se hallaba de gran talante sin que le molestaran sus continuos acha­ ques, y disfrutaba de buen humor, montó en su litera, abandonó Jarandilla y se encaminó a Yuste, donde fue recibido por la Comu­ nidad y operarios con grandes muestras de regocijo y acatamiento. En seguida pasó a visitar el monasterio, la iglesia, el palacio donde debía residir y los departamentos destinados a su servidumbre. Salió en extremo complacido de cuanto había visto y examinado con detenimiento, pues sus observaciones fueron minuciosas y se dio cuenta exacta de todo, motivando este hecho que se afianzara más en su ánimo el firme propósito de pasar en aquella casa de oración los últimos años de su vida (12). Dispuso que se efectuaran algunas rectificaciones que apenas afectaban al trazado general de las obras, y por la tarde regresó a Jarandilla contentísimo y satisfecho de su viaje y visita de inspec­ ción; y los que aún confiaban en que desistiría de residir en Yuste, quedaron defraudados al ver que don Carlos elogiaba cuanto había visto y se consideraba feliz con poder recluirse en aquel recoleto cenobio, tan propicio para su descanso, sus meditaciones y su entrega total a las cosas del espíritu. Mucha parte del tiempo que el césar pasó en Jarandilla se sentía satisfecho y daba constantes muestras de ello. Procuraba no dar importancia a las noticias desagradables que le llegaban desde fuera y pensaba más en sí mismo, en la salvación de su alma, entre­ gado a sus devociones, a ejercicios piadosos y a procurar la tran­ quilidad de su conciencia, visitando las iglesias y ermitas de la villa y socorriendo a los necesitados en hospitales y conventos. Enton­ ces decidió firmemente elegir un confesor, que permaneciera el más tiempo posible a su lado para orientar su espíritu y encauzar sabiamente sus problemas. En aquel tiempo se hallaba en Plasencia, en casa de la familia Trejo, el P. Francisco de Borja, personaje que antes de ser religioso había alcanzado gran relieve en la Corte, donde desempeñara con acierto los cargos palaciegos de caballerizo del emperador y mon­ tero de la emperatriz. Duque de Gandía por herencia de su padre y marqués de Lombay por merced real, había conseguido sobresalir, además, por su prestancia personal y su galantería; caballero muy ducho en el arte de las armas y de la política, se distinguía también por su excelente trato y su amor a las ciencias y a las letras, que cul(12)

P. Sigüenza : Historia d e la Orden d e San Jerónim o, parte 3.a, cap. 38.

tivaba con éxito. Había acudido a Plasencia a ruego del obispo Gutierre de Carvajal, su buen amigo, con el propósito de fundar en dicha ciudad una casa convento para la Compañía de Jesús, a la cual pertenecía (13). Cierto día del mes de diciembre llegó a Plasencia, procedente de Jarandilla, el duque de Medinaceli, llevando una carta de don Fer­ nando Alvarez de Toledo, conde de Oropesa, para el P. Francisco; en ella le decía el señor de tantas tierras de la Vera Alta y del Valle, que don Carlos tenía verdaderos deseos de entrevistarse con él; y ante esta indicación se apresuró el jesuíta a trasladarse a dicha villa, e hizo el viaje a pie, acompañado de los PP. Bustamante y Herrero, y del H. Marcos. Al conocer su llegada «S. M. se holgó mucho», y ordenó a don Luis de Quijada, su mayordomo, que lo aposentara en el palacio, señalándole él mismo las habitaciones que debía ocupar y el modo de amueblarlas y hacerlas confortables. Algún tiempo antes, la princesa doña Juana había dicho al duque que su padre estaba admirado y sorprendido porque él hubiera pre­ ferido la Compañía de Jesús a otras Ordenes religiosas más antiguas y probadas; y que tenía pensado aconsejarle, la primera vez que lo viera, que dejara el hábito e ingresara en la de San Jerónimo «o en otra religión digna de quien él era», «porque la Compañía no tenía el crédito que la gente de Dios merecía y estaba dudoso de que el P. Borja viviese acertado». Llegó el fraile a besarle la mano puesto de rodillas y el emperador no se la quiso dar. Mandóle levantar y sentar; pero el jesuíta le rogó le permitiera permanecer así. Nuevamente don Carlos insistió en que se levantara, y entonces el virtuoso religioso hubo de contestar: —Suplico a V. M. humildemente me deje estar de rodillas, porque estando delante de su acatamiento me parece estoy ante el de Dios; y si V. M. me da licencia, deseo tratar de mi persona, mudanza de vida y religión y hablar con V. M. como si hablara con Dios Nuestro Señor, que sabe diré verdad en todo. Díjole el emperador: —Pues vos lo queréis, sea así. Yo me holgaré mucho de todo lo que acerca de esto dijéredes. —Yo, señor —dijo el padre—, fui gran pecador, pues desde mi niñez di mal ejemplo al mundo con mis actos y con mi conversación. De algo de esto tiene conocimiento V. M., por cuanto hice en el tiempo que estuve en vuestra imperial Corte y servicio. Plugo a la Divina Bondad abrir mis ojos, permitiéndome conocer algunas de mis culpas, y entonces decidí, con la gracia del Señor, corregir mis pecados y hacer enmienda de la vida pasada, entrando en al­ guna religión donde con más eficacia pudiera conseguir mi intento. (13)

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Vid, H.a ij A nales..., de A. F ernández , libr. II, cap. 26. Jarandilla.— M irad

ruego del obispo opósito de fundar «npañía de Jesús, cia, procedente de carta de don Fera el P. Francisco; Vera Alta y del ■ entrevistarse con rasladarse a dicha PP. Bustamante y i «S. M. se holgó ayordomo, que lo i habitaciones que is confortables. áa dicho al duque ae él hubiera preosas más antiguas rimera vez que lo n Jerónimo «o en ompañía no tenía dudoso de que el as y el emperador pero el jesuíta le on Carlos insistió ?ligioso hubo de e rodillas, porque ■ante el de Dios; ona, mudanza de con Dios Nuestro ■ mucho de todo r, pues desde mi mi conversación, uanto hice en el vicio. Plugo a la íocer algunas de l Señor, corregir entrando en aleguir mi intento.

Jarandilla.— Mirador de las habitaciones que ocupó Carlos de Gante durante su estancia en Jarandilla

Supliqué a Nuestro Señor me encaminara a la religión que fuere más de su agrado, y puse de mi parte, para conseguirlo, todos los medios que estaban a mi alcance, ofreciéndole singularmente el fruto de las muchas misas que se dijeron a mi intención; y en tanto que la Divina Providencia me señalaba el camino que debía seguir, yo sentía inclinación por el hábito de San Francisco de Asís, tanto por su antigüedad y prestigio universal como por la devoción de mis padres hacia dicha regla; pero cada vez que me proponía decidir en este sentido sentía en mi corazón una sequedad y desconsuelo tan grande, que me causaba admiración, porque no acababa de entender cómo deseando toda mi alma una cosa tan santa, y que a mi ver me estaba muy bien, la misma alma hallaba dentro de sí tantos desvíos y embarazos en la determinación y ejecución de ella, que la hacían no querer lo que quería, ni poner por obra lo que deseaba. Estos mismos efectos, y aun con más fuerza y claridad, sen­ tía cuando meditaba sobre la posibilidad de entrar en las demás Ordenes religiosas, tanto monacales como mendicantes; y por el contrario, cuando mi pensamiento volaba hacia la Compañía de Jesús, cuando conversaba con algunos de los que hoy son mis hermanos, regalaba Dios mi espíritu con tal bienestar y dulzura, que me sentía feliz y vencía la primera y extraña sensación a que he hecho referencia. Y como esto me ha sucedido durante un largo período de tiempo, he meditado mucho y atentamente sobre el asunto, sacando la conclusión de que la indudable voluntad del Altí­ simo era señalarme el camino de mi nueva vida; y no porque yo entendiera que la Compañía era más santa y perfecta que las demás religiones, sino porque el Señor estimaba que lo serviría mejor en ella que en las otras. Con su misericordia y ardiente deseo, Dios me indicaba el modo más conveniente para huir de la honra y gloria del siglo, de buscar y abrazarme con el menosprecio y la bajeza. Yo temía que si entraba en alguna otra Orden religiosa sería tenido en algo, porque casi seguro que hallaría en ella pre­ cisamente aquello de lo cual iba huyendo, y sería honrado, como lo han sido otros, sin querer serlo, en el siglo. Esto, sin embargo, no podría tenerlo ingresando en la Compañía, por ser su fundación muy reciente y no conocida ni estimada; y más todavía, criticada y aborrecida de muchos, como sabe V. M. A pesar de que las ra­ zones alegadas y otras parecidas me forzaron a mi determinación, no quise fiarme de mí mismo en asunto tan grave hasta consultar­ lo una y muchas veces con diferentes varones doctos y prudentes, como prestigiosos padres de la Iglesia, auténticos siervos de Dios, quienes, enterados de mis alegatos e íntimas razones, aplaudían y aprobaban mi entrada en la Compañía. Y puedo afirmar a V. M. que siempre me ha hecho el Señor mucha misericordia en ella, que me ha tenido y me tiene muy contento y consolado, obligándome a darle infinitas gracias y alabanzas, y mil vidas que tuviera por su amor. 300

El emperad' con alegre semb —Mucho m me habéis dicb negar que me c ción, cuando m recía que una j religiones antig curso de los ai y de la que se —Sacra M aj tan aprobada qu Es más, la expei aun del mismo 1 más fervorosos ción y santidad indiferencia y n cosas falsas e ii crédito a los qu de lejos y murni si yo supiera d< fecta religión, m hecho lo supien hubiese dejado i todo de buena < tro Señor no fuer —Yo lo cret siempre hallé e lo que se dice < no se ven canas e —Señor —dij sean viejos los hij Lo que preg entonces tenía y acompañaban oti Buenaventura de ingresado de nov allí, lo mandó lia con él negocios c terminada comisi Más de dos h najes, a la que c mucho de haber ser así, y que au de la Compañía ¡ su testimonio fu»

religión que fuere iseguirlo, todos los singularmente el :encion; y en tanto •que debía seguir, isco de Asís, tanto or la devoción de ie proponía decidir lad y desconsuelo ie no acababa de tan santa, y que liaba dentro de sí ejecución de ella, r por obra lo que •za y claridad, sentrar en las demás licantes; y por el la Compañía de que hoy son mis mestar y dulzura, a sensación a que ■durante un largo itamente sobre el voluntad del Altí; y no porque yo cta que las demás serviría mejor en liente deseo, Dios ir de la honra y menosprecio y la a Orden religiosa laría en ella preía honrado, como ]sto, sin embargo, • ser su fundación xlavía, criticada y ir de que las rami determinación, e hasta consultar­ l o s y prudentes, ; siervos de Dios, »nes, aplaudían y irmar a V. M. que i en ella, que me ligándome a darle iera por su amor.

El emperador escuchó atento los razonamientos del P. Borja, y con alegre semblante respondió: —Mucho me he holgado de saber de vos mismo todo lo que me habéis dicho de vuestra persona y estado, porque no os quiero negar que me causó admiración y sorpresa saber vuestra determina­ ción, cuando me escribisteis desde Roma a Augusta, ya que me pa­ recía que una persona como vos en la elección debía anteponer las religiones antiguas, que están ya aprobadas con la experiencia y curso de los años, a una religión nueva que carece de prestigio y de la que se habla con desconsideración y diferentemente. — Sacra Majestad —dijo el duque—, ninguna hay tan antigua ni tan aprobada que en algún tiempo no haya sido nueva y no conocida. Es más, la experiencia nos enseña que los principios de las religiones, aun del mismo Evangelio y Ley de gracia, han sido los más floridos, más fervorosos y más abundantes de varones ejemplares en devo­ ción y santidad. Bien sé que muchos hablan de la Compañía con indiferencia y menosprecio y que (por alguna pasión) nos achacan cosas falsas e impertinentes; pero estimo que se debía de dar más crédito a los que vivimos en ella que a los de fuera, que la miran de lejos y murmuran lo que no saben. De mí, aseguro a V. M. que si yo supiera de la Compañía cosa mala, indigna de santa y per­ fecta religión, nunca pusiera los pies en ella; y si ahora que lo tengo hecho lo supiera, luego me saldría; porque no fuera justo que yo hubiese dejado esta miseria que dije y el mundo (pudiendo poseer todo de buena conciencia) por entrar en una religión donde Nues­ tro Señor no fuera bien servido y glorificado. —Yo lo creo por cierto —respondió el emperador—, porque siempre hallé en vuestra boca verdad. Mas ¿qué responderás a lo que se dice que todos sois mozos en vuestra Compañía y que no se ven canas en ella?... — Señor —dijo—■, si la madre es moza, ¿cómo quiere V. M. que sean viejos los hijos? Lo que preguntó don Carlos no era exactamente cierto, pues entonces tema ya el duque cuarenta años, y en aquella ocasión le acompañaban otros sacerdotes de bastante edad, entre ellos el Padre Buenaventura de Bustamante, hombre docto y virtuoso, que había ingresado de novicio; y al enterarse el emperador que se encontraba allí, lo mandó llamar y, al reconocerle, le recordó que había tratado con él negocios de importancia en Nápoles, cuando fue allí con de­ terminada comisión del cardenal don Juan de Tavera, su amo. Más de dos horas se prolongó la charla de ambos ilustres perso­ najes, a la que dio fin el emperador diciendo «que había holgado mucho de haber oído de él todo lo que había dicho, que él creía ser así, y que aunque estaba dudoso y con alguna sorpresa acerca de la Compañía por lo que había oído hablar de ella, que ahora con su testimonio fundado quedaba muy satisfecho de la virtud y verdad 301

que en la misma había, y que de allí en adelante la favorecería, tanto por servir al Señor como por pertenecer a ella tan preclaro caballero. A continuación, agregó el César. —¿Acordáisos que os dije el año 1542, en Monzón, que había de retirarme y hacer lo que he hecho? -—Bien me acuerdo, señor —respondió el P. Borja. ■—Sabed cierto —repuso el emperador— que no lo dije más que a vos y a otra persona. Y el P. Francisco le respondió: —Bien entendí el favor que V. M. me hacía en decirme lo que entonces me dijo. Por eso guardé el secreto. Preguntado después sobre sus oraciones y penitencias, al enterar­ se don Carlos que el jesuíta dormía vestido, se lamentaba de no poder él hacerlo así; y a esta manifestación contestó animoso el in­ signe Borja: —Señor, las muchas noches que V. M. veló armado ha sido causa de que ahora no pueda dormir vestido; y como empleó su tiempo defendiendo la fe de Cristo, es mayor su mérito que el de muchos religiosos que cuentan las horas en su celda rodeados de cilicios. Terminado el coloquio, permaneció todavía al lado de don Car­ los el P. Francisco. Pidióle después licencia para irse, y el empe­ rador accedió gustoso a su ruego, encomendando a don Luis de Quijada que le entregara 200 ducados de limosna sin admitir ex­ cusa alguna para no tomarlos (14). Es muy posible que en esta ocasión pidiera el César al de Gan­ día que se encargara de la dirección de su conciencia; y en caso de que así fuera, el P. Francisco eludió el compromiso con tal tacto y diplomacia que al despedirse siguieron siendo buenos amigos, como lo demuestra el hecho real de que el santo jesuíta visitó más tarde al Solitario de Yuste en otras dos ocasiones por lo menos. Habían llegado a oídos del emperador, durante su permanencia en Jarandilla, referencias muy halagüeñas relativas a la persona y virtudes de un pobrecito fraile franciscano, llamado Pedro Garabito, que años más tarde fue elevado a los altares, hoy lo venera toda Extremadura y muy especialmente los cacereños de la diócesis de Coria, de la que es patrón bajo la advocación de San Pedro de Al­ cántara, por haber nacido en la villa de este nombre. En aqus.¡ tiempo se hallaba también en Plasencia el P. Pedro; y en una visita que hizo a Jarandilla el marqués de Mirabel, don Luis de Avila y Zúñiga, hizo tales elogios del franciscano alcantarino al empera­ dor, que lo llamó a su lado; y absorto ante su figura de penitente, su docta palabra y la aureola de santidad que sublimaba su perso­ na, le rogó fuera su confesor. Pero el humilde fraile respondió al (14) de la B. N.

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E l p erfecto desengaño, por el M arqués

de

V alparaíso , ms.

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soberano que p; sacerdotes y reli podría resolver « le presentaran p ración. —Haced lo q que sois vos qu píritu. —Veo tan dil miendo a la volu retirarme con vu videncia dispone sona. De hinojos ar inclinándose, sali< característica y su Repuesto de s «Decididamente, este mundo».

E l resultado de podía continuar, i casen un director < Se pensó en fr dilla y se pusiera imaginó de qué s medad y otras raz Entonces sus supe más remedio que Al declinar el la personalidad d y fray Juan de Reg lo grave y delicadi de la misión que 1 por los jerarcas de recibir de la Coron; Ya tiene confes< allí en Jarandilla, •< a las de su alma. Se aproxima el por su mayordomo criados, en amigab que ha de conviví] que deben regresai sos ya los compon» de su servidumbre. Pasa don Cario*

favorecería, tanto >reclaro caballero. jnzón, que había i. 0 lo dije más que n decirme lo que encías, al enterarlamentaba de no stó animoso el inlado ha sido causa empleó su tiempo que el de muchos leados de cilicios, lado de don Car1 irse, y el empe­ lo a don Luis de na sin admitir ex. César al de Ganncia; y en caso de m ís o con tal tacto lo buenos amigos, > jesuíta visitó mas nes por lo menos, ite su permanencia as a la persona y do Pedro Garabito, loy lo venera toda de la diócesis de : San Pedro de Alnombre. En aqut-i Iro; y en una visita don Luis de Avila intarino al emperaigura de penitente, ublimaba su persofraile respondió al V a l p a r a ís o ,

m s.

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soberano que para asunto tan importante y delicado había otros sacerdotes y religiosos más dignos y preparados que él, y que no podría resolver con acierto y eficacia los graves problemas que se le presentaran por ser escasas sus fuerzas y por su poca prepa­ ración. —Haced lo que os digo — agregó el césar—, pues sé muy bien que sois vos quien me conviene para orientar y consolar mi es­ píritu. —Veo tan difícil el problema, que no puedo decidir y lo enco­ miendo a la voluntad de Dios; si El lo dispone así, hágase. Voy a retirarme con vuestra venia, y si no vuelvo, en que la Divina Pro­ videncia dispone que no conviene y no quiere valerse de mi per­ sona. De hinojos ante don Carlos, besó su mano, y puesto en pie e inclinándose, salió silenciosamente de la estancia, con su humildad característica y sus brazos cruzados sobre el pecho. Repuesto de su sorpresa, el césar se hizo la siguiente reflexión: «Decididamente, este religioso, siempre absorto, no es persona de este mundo». El resultado de la entrevista fue seguir sin confesor; y como así no podía continuar, recurrió a los jerónimos de Yuste para que le bus­ casen un director de conciencia idóneo. Se pensó en fray Juan de Regla, y se le indicó acudiera a Jaran­ dilla y se pusiera a disposición del soberano; pero como el P. Juan imaginó de qué se trataba, se hizo el remolón, y alegando enfer­ medad y otras razones inconsistentes, se negó a visitar a don Carlos. Entonces sus superiores se lo ordenaron y, por obediencia, no tuvo más remedio que aceptar la delicada e importante encomienda. Al declinar el desempeño de cargo de tanta honra, se agiganta la personalidad de Francisco de Borja, fray Pedro de Alcántara y fray Juan de Regla, humildes y virtuosos frailecillos que anteponían lo grave y delicado del asunto a las vanidades del mundo, al honor de la misión que le confiaban; misión considerada en aquel tiempo por los jerarcas de la Iglesia como la mayor distinción que podían recibir de la Corona. Ya tiene confesor don Carlos, y sin excesivas finezas ni protocolos, allí en Jarandilla, además de a la salud de su cuerpo, podía atender a las de su alma. Se aproxima el día de su marcha definitiva a Yuste, y ayudado por su mayordomo Luis de Quijada, el más fiel y querido de sus criados, en amigable charla van completando la lista del personal que ha de convivir con ellos en el monasterio, y eliminando a los que deben regresar a sus casas, pues en Yuste no se le serán preci­ sos ya los componentes de la escolta, ciertos nobles y buena parte de su servidumbre. Pasa don Carlos en Jarandilla las fiestas navideñas y dispone se 303

celebren todas las ceremonias y ritos tradicionales, tanto eclesiásticos como profanos; y seguramente por haber abusado aquellos días de los manjares fuertes, caza, salazones, frituras y dulces, el 27 de di­ ciembre le aquejó un fuerte ataque de gota, que lo retuvo ocho días postrado en cama, con agudos dolores en las articulaciones de sus miembros, que se extendían a modo de reflejos y se acentuaban en la espalda. A consecuencia de aquellos achaques quedó el pro­ verbial comilón hecho una lástima, hasta que llegó un célebre ga­ leno, llamado Giovanni Andrea Mola, que procedía de Milán y se había acercado a Extremadura para ocuparse exclusivamente del es­ tado de salud de don Carlos; empresa nada fácil, dado que ordenó se suprimiera la cerveza al enfermo y se redujera la ración de co­ mida, a lo que replicó el interesado que aquella medida era exce­ siva, como todas las exigencias del famoso médico italiano; motivan­ do esta apreciación que fracasaran todos los tratamientos, porque era, además, evidente la rebeldía del paciente y su poca fe en los me­ dicamentos que le prescribían. Independientemente de sus corrientes y ya crónicas dolencias y de los esporádicos ataques de gota que sufría el ilustre enfermo de cuando en cuando, su estancia en el castillo de Jarandilla le re­ sultaba en extremo grata, aunque amargaban en parte su existencia los correos que llegaban unas veces ae Portugal; de Valladolid, otras, con noticias sobre las intrigas y cabildeos relativas a su her­ mana doña Leonor, viuda de dos reyes, Manuel de Portugal y Fran­ cisco I de Francia, a su hijo don Felipe, a su sobrina la princesa portuguesa doña María, y a Juan III de Portugal, a través del em­ bajador del reino vecino en Valladolid, Duarte de Almeida, y del español en Lisboa, Juan de Mendoza. Estando en Jarandilla don Carlos, envió a Portugal a don Sancho de Córdoba, como emisario para negociar y aclarar ciertos enredos; pero ni éste, ni Lorenzo Pires, embajador de Portugal, que llegó a Jarandilla el 14 de enero de 1557, y era muy celebrado por su tacto y diplomacia, pudieron conseguir nada en concreto. Todos estos líos de familia complicaban seriamente la tranquili­ dad del emperador y amargaron su existencia, motivando la exacer­ bación de sus dolencias y que se apoderara de su ánimo cierto ma­ lestar, que se agravó notablemente al conocer la tregua pactada entre el duque de Alba y el pontífice, confabulado con sus mortales ene­ migos el turco y el francés. Tan hondamente le afectó la dicha de­ terminación del general de sus ejércitos, que a partir de entonces determinó dedicarse más de lleno a los asuntos políticos y militares de los reinos. Aquel mes de enero de 1557 que pasó el césar en Jarandilla, le llegó desde Sevilla la pensión anual que se había reservado, 26.000 ducados en total, para el mantenimiento de su casa y obras de ca­ ridad y beneficencia. Con parte de este dinero pagó las soldadas

y aposentamien de partir, y gr; día de San Bla del castillo-pala sus alabarderos, ante la confortal llena de gente. 1 gia figura del e lleros, todos los nos lloriqueaban de los que no 1 traciones de am entereza, subió i y la rigidez proj última vez en J y cuando salió compungidos aqi lias que habían s Jamás olvidó que el coloso d más grande sob vieja villa, y co diestra al esclare Toledo, se encai muros con los n la vida eterna.

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les, tanto eclesiásticos msado aquellos días V dulces, el 27 de di­ que lo retuvo ocho las articulaciones de lejos y se acentuaban taques quedó el prollegó un célebre ga■cedía de Milán y se xclusivamente del escil, dado que ordenó jera la ración de co­ lla medida era exceico italiano; motivanamientos, porque era, i poca fe en los mea crónicas dolencias ía el ilustre enfermo ) de Jarandilla le ren parte su existencia ngal; de Valladolid, >s relativas a su herde Portugal y Frani sobrina la princesa gal, a través del eme de Almeida, y del

y aposentamiento de sus servidores, indemnizó a los que habían de partir, y gratificó a los que debían continuar a su lado. Y el día de San Blas, 3 de febrero, ya estaba ante la puerta principal del castillo-palacio de Jarandilla una cómoda litera, custodiada por sus alabarderos. Eran las tres de la tarde, y toda la ancha plaza sita ante la confortable y recia mansión del conde de Oropesa se hallaba llena de gente. Al instante apareció ante la entrada principal la agregia figura del emperador, rodeado de sus criados y algunos caba­ lleros, todos los cuales revelaban tristeza en sus semblantes, y algu­ nos lloriqueaban o gemían con desconsuelo. Don Carlos se despidió de los que no le seguirían a Yuste con buenas palabras y demos­ traciones de amor; y, seguidamente, con porte majestuoso y grave entereza, subió a la litera, al tiempo que la escolta, con aire marcial y la rigidez propia de la milicia de entonces, le rindió honores, por última vez en Jarandilla. Cruzó el carruaje entre los alarbarderos, y cuando salió de las filas, tiraron las armas al suelo, agregando compungidos aquellos fieles servidores que nunca usarían más aque­ llas que habían sido empleadas en servicio de tal señor. Jamás olvidó Jarandilla aquel día memorable, aquella fecha en que el coloso de la guerra, el incomparable Carlos de Gante, el más grande soberano de la tierra en aquel tiempo, abandonó la vieja villa, y con el corazón henchido de gozo, y llevando a su diestra al esclarecido conde de Oropesa, don Fernando Alvarez de Toledo, se encaminó hacia Yuste, dispuesto a recogerse entre sus muros con los monjes jerónimos y a prepararse para el tránsito a la vida eterna.

jrtugal a don Sancho larar ciertos enredos; 5ortugal, que llegó a ílebrado por su tacto to. iamente la tranquilimotivando la exacersu ánimo cierto matregua pactada entre on sus mortales ene? afectó la dicha dea partir de entonces políticos y militares césar en Jarandilla, bía reservado, 26.000 casa y obras de ca•o pagó las soldadas 305 20

V -------Mogollen LOS CASTILLOS DE LAS SEGURAS Y LOS MOGOLLONES I D

iv a g a c io n e s e n t o r n o a s u o r ig e n y d e n o m in a c ió n .

Conforme se desprende del enunciado, son dos los castillos —mejor aún, un castillo y una torre—, de que vamos a ocuparnos en esta parte de la presente obra; e incluimos a ambos en el mismo epígrafe porque las grandes, por su mucha extensión y arbolado, dehesas en que están enclavadas dichas fortalezas se han conocido siempre con el nombre de H eredam iento de las Seguras y M ogo­ llones, constituyendo un todo, una sola propiedad integrada por varias y distintas fincas rústicas, con sus correspondientes e indis­ pensables caseríos. Extraña sobremanera el nombre de Las Seguras — así, en plural—, aplicado a uno de los más importantes predios que forman dicho heredamiento; y hemos de confesar que el conocimiento exacto de su etimología y origen escapa a nuestra perspicacia. No nos sa­ tisface, ni mucho menos, la explicación facilitada por el cronista local Hurtado (1), y creemos sinceramente que sus argumentos ca(1)

H urtado : Castillo, torres..., pág. 306.

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recen de verdadera consistencia. Por esta razón, nos decidimos a admitir como hecho más probable que el útil y frecuente empleo de el segurón y la segure ja para derribar y podar las robustas y viejas encinas que pueblan aquellas campos, pudieran motivar el origen y aceptación del referido nombre, pues sabido es que en algunas zonas de la provincia cacereña recibe el nombre de selirón la popular herramienta llamada hacha, que emplean los leñaores en sus faenas de corta de leña; y el de segureja, cuando es pequeño dicho artefacto y de más fácil manejo. También pudiera haber motivado el referido nombre el hecho cierto de que en la dehesa llamada Las Seguras existían ciertos iuntos, determinadas zonas estratégicamente situadas, debidamente ortificadas, y, por tanto, más seguras y propicias para la defensa. Pues si bien es verdad que la mayor parte de aquellas tierras son llanas y abiertas, no es menos cierto que culminan algunos montícu­ los, algunas prominencias escarpadas y recubiertas de peñas y ma­ leza, donde se aprecian todavía ligeros indicios de pretéritas y ru­ dimentarias fortificaciones, cuya importancia no puede determinarse exactamente, pero que evidencian haber existido allí, desde tiempos prehistóricos, como tendremos ocasión de ver, algún reducto o pa­ redón seguro y apto para la defensa. Antes de ocuparnos con detenimiento de la descripción de dichas fortalezas y de los contados episodios bélicos e históricos acaecidos en torno a las mismas, queremos dejar constancia de las curiosas observaciones llevadas a cabo en todas aquellas latitudes por el eru­ dito cacereño don Juan Sanguino, quien recorrió y examinó dete­ nidamente la extensión que fue, según pudo demostrar, solar y es­ cenario de las primeras tribus que acamparon allí y se enseñorearon de la amplia comarca que circunda a Cáceres por sus partes sur y oeste. Deambulando por dichos lugares localizó y precisó Sanguino la existencia de una enorme peña ligeramente inclinada y situada a flor de tierra, recubierta de ligerísima capa de césped, auténticos li­ qúenes que disimulaban las cavidades y canales trazados en la misma; y sospechando que pudiera tratarse de un altar de sacrifi­ cios, precedió a la limpieza del musgo y comprobó cuanto había supuesto; esto es, allí se habían sacrificado animales, o acaso seres humanos, ofrendados a alguna divinidad pagana. El hecho resultaba indiscutible dada la traza y demás características de aquel gran bloque granítico, en derredor del cual se podía determinar todavía una hilera de piedras que limitaba el recinto sagrado (2). Gratamente sorprendidos por el referido hallazgo que evidencia­ ba la antigüedad de poblados en ruinas, trascendió la noticia, y los

f Í

(2) J uan Sanguino: Piedras d e sacrificios y antigüedades d el MayoralguiUo d e Vargas, en el t. LXX, pág. 312, del B. d e la R. A. d e la II., año 1917.

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in, nos decidimos a

y frecuente empleo •odar las robustas y pudieran motivar el s sabido es que en ? el nombre de se­ je emplean los leñasegureja, cuando es lo nombre el hecho uras existían ciertos tuadas, debidamente rías para la defensa, aquellas tierras son an algunos montícurtas de peñas y ma; de pretéritas y rupuede determinarse > allí, desde tiempos algún reducto o palescripción de dichas históricos acaecidos acia de las curiosas latitudes por el era­ rio y examinó deteímostrar, solar y eslí v se enseñorearon por sus partes sur y precisó Sanguino la clinada y situada a résped, auténticos li­ des trazados en la un altar de sacrifiprobó cuanto había oíales, o acaso seres . El hecho resultaba icas de aquel gran determinar todavía Errado (2). azgo que evidenciaidio la noticia, y los iad es d el Mayoralguillo t la H ., año 1917.

estudiosos que se interesaban entonces por estos problemas —en un período en que se incrementó el acervo cultural cacereño, momento floreciente que adquirió gran auge durante los primeros treinta años del siglo actual—, decidieron apurar el conocimiento de tales lugares y puntualizar en lo posible cuantos detalles pudieran aportar los más entendidos o los especializados. Para el indicado fin, se encomendó la tarea a otro erudito de Cáceres, propietario a la sazón de la mayor parte de aquellas inmen­ sas dehesas, el cual, previos los reconocimientos indispensables en tales casos, se apresuró a emitir informe de cuanto había visto y examinado; y el contenido del mismo decía así: «Es indudable la existencia en aquellos lugares de dos impor­ tantes núcleos de población que se remontan, por los restos hasta ahora estudiados, al plenoneolítico, y que estuvieron emplazados: el uno, en el cerro donde hoy se encuentra la casa de labor de la dehesa Mayoralguillo; y el otro, como a un kilómetro de distancia en dirección al oeste, frente a la actual casa de la dehesa Casa del Aire. «Estos pueblos tuvieron una vida no interrumpida desde el pe­ ríodo mencionado hasta la dominación romana, en cuyos días edi­ ficóse un nuevo pueblo inmediato al oeste del segundo; cuyos restos ocupan el cerro llamado de San Salvador, en tierra de la dehesa La Segura. »Todos los vestigios de esas civilizaciones, que abarcan vastísimo número de siglos, están situados a la izquierda de la carretera que va de Cáceres a La Roca, sin que nada se descubra de ellos a la derecha de dicha carretera; pero la constitución geológica y topo­ gráfica de la Mogollona, dehesa situada en dicha parte con sus gran­ des rocas, formando cuevas, oquedades y abrigos, hace pensar en un probable solar paleolítico o protoneolítico de aquellos habitan­ tes primitivos, que bien pudieron después avanzar en dirección del naciente, siguiendo, aguas arriba, el curso del río Salor, y en sus inmediaciones acampar en cabañas de palo y ramaje para construir después aquellos pueblos de cuyos restos nos ocupamos. »De estos importantes monumentos sólo habían sido estudiados, como dijimos, un altar de sacrificios y varios sepulcros tallados en roca. Yo he descubierto otro altar más, de igual forma que aquél, aunque más imperfecto, acusando mayor antigüedad. »En cuanto a los sepulcros en roca, los señores Mélida y San­ guino aseguran haber visto ocho y cinco, respectivamente, en Ma­ yoralguillo, y algunos en Las Seguras; yo puedo afirmar que he con­ tado en aquellos parajes más de cuarenta, pero sin formar una agrupación en plan de necrópolis, por lo cual creo inadecuado el nombre de cementerio con (pie se ha designado la reunión de unos cuantos, pues su área de dispersión es, según mis cálculos, de unos tres kilómetros cuadrados. 309

»Estos sepulcros (que los hay de muchos tamaños, incluso de niños muy pequeños) son de dos tipos; uno de forma trapezoidal o de ataúd, con los ángulos redondeados; y otro más perfecto, que, dentro de las líneas del anterior, marca el perfil de la cabeza y los hom­ bros. La época de su construcción es, sin género de dudas, la edad de los metales, seguramente la del bronce; estando, a mi juicio, reservados para las personas de cierto relieve social. Hipótesis que apoyan, de una parte, su corto número con relación al núcleo social y al lapso de tiempo, y de otra, el descubrimiento hecho hace unos años por unos gañanes, que, al labrar aquellos campos, encontraron sepulcros en la tierra, con pequeñas piedras, de aquella misma época, a juzgar por lo en ellos encontrado. «Estudiando los restos de los dos poblados prehistóricos a que nos referimos, o sea los de Mayoralguillo y Casa del Aire, hago constar que son los mayores y mejor conservados, siendo causa de esto el que los últimos constructores aprovecharían los materiales de los primeros, destruyendo sus toscas piedras labradas. »Descúbrese muy bien en ambos poblados la planta de las casas; son éstas de pequeñas dimensiones y de forma rectangular, forman­ do algunas un rectángulo perfectísimo; sus paredes están hechas con grandes piedras graníticas y estuvieron, indudablemente, cu­ biertas de palos y ramaje. Dentro de estas viviendas vense pilas y rebajes labrados en las piedras que fueron destinadas por sus mo­ radores a usos domésticos. »Los restos de las casas se agrupan obedeciendo perfectamente a la idea de un poblado, distinguiéndose en el de Mayoralguillo el muro que limitaba el recinto de la ciudad. »Inmediato a este muro, está por el naciente el primitivo recinto sagrado y altar de sacrificios; y muy próximo a la dicha muralla, se encuentra en el lado opuesto, al oeste, el otro altar por mí des­ cubierto. »Estos altares fueron labrados aprovechando las superficies incli­ nadas de dos rocas en las que hicieron un rebaje circular, con canal en el centro para salida de la sangre de las víctimas, y un resalte en la parte opuesta, sin duda para colocarse el sacrificador. Como dice el señor Mélida, no hay que dudar del empleo de estos monumentos dedicados a sacrificios cruentos, tan corrientes en nuestros remotos antepasados, según puede verse en el dibujo la­ brado en el abrigo del valle de Valzovira, y en las descripciones de Estrabón y otros antiguos historiadores. »Otro monumento, hasta hoy no descubierto ni estudiado, es una interesantísima roca, que se encuentra a nivel del suelo, próxi­ ma a la entrada de la cerca de la Casa del Aire. Es de gran tamaño y en su superficie superior, completamente horizontal, tiene un pequeño resalte, que la bordea en toda su extensión; el centro está 310

Drehistóricos a que isa del Aire, hago s, siendo causa de n los materiales de as. planta de las casas; ?ctangular, forman•edes están hechas dudablemente, a t­ iendas vense pilas inadas por sus mo?ndo perfectamente le Mayoralguillo el el primitivo recinto 1 la dicha muralla, j altar por mí deslas superficies incliebaje Qircular, con las víctimas, y un arse el sacrificador. leí empleo de estos tan corrientes en se en el dibujo laas descripciones de o ni estudiado, es reí del suelo, próxiEs de gran tamaño orizontal, tiene un isión; el centro está

Las Seguras.— Vista, desde el poniente, del palacio fortificado de Las Seguras

maños, incluso de na trapezoidal o de ■rfecto, que, dentro cabeza y los homlero de dudas, la stando, a mi juicio, cial. Hipótesis que ón al núcleo social 0 hecho hace unos impos, encontraron de aquella misma

rebajado y pulimentado. Sin un estudio más detenido no me atrevo a opinar sobre el empleo a que fue destinada. »Por último, he recogido en aquellos lugares hachas de piedra, molinos de mano, puntas de lanza y otros utensilios, todos intere­ santes para fijar edades y hacer estudios comparativos de tan im­ portantes restos» (3). He aquí una ligera idea de lo que fueron Las Seguras y Los Mogollones en los primitivos tiempos, cuyos caseríos y fortificaciones destruyeron los bárbaros d el norte, aquellas tribus salvajes e impe­ tuosas que, en el siglo v de la Era de Cristo, penetraron en Iberia, y, al trasponer la Carpetovetónica y descender por las calzadas ro­ manas a la que más tarde se llamó Transierra, arrasaron cuantos poblados encontraron en su camino, como Trasgas, Cáparra, Túrmulus, la Arguijuela, Ad Sorores, la inmortal Sansueña (4) cantada por el más insigne de nuestros vates, y otros muchos municipios enclavados en la actual provincia cacereña. Desolada y casi desértica quedó esta amplia región, y se man­ tuvo con escasos núcleos poblados durante varios siglos; si bien hemos de admitir que algunos de los existentes resistieron la em­ bestida de los bárbaros y fueron más tarde reconstruidos, o edi­ ficados de nueva planta, durante las sucesivas invasiones de visigo­ dos y sarracenos; sobre todo durante el dominio de los últimos, que se esforzaron por acondicionar debidamente determinadas medinas, plazas fuertes, lugares y aldeas, consiguiendo que resultaran útiles y adecuadas para la defensa de sus propiedades y demás intereses. Pero liberadas al fin ambas Transierras del yugo agareno, que­ daron Las Seguras, Los Mogollones y otras tierras del contorno com­ prendidos en el extenso perímetro señalado por el rey conquistador Alfonso IX de León. II O r ig e n

del

l in a je

h e r e d a m ie n t o d e

ca cereñ o

L

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de

Seg u ra s

a p e l l id o y

Los

M

M

og o lló n .

Señ o r es

del

o g o llo n es.

El solar originario de los caballeros cacereños que llevaron este apellido estaba en un lugar del Ayuntamiento de Oya, perteneciente al partido judicial de Tuy, llamado Mogollón. Algunos miembros de esta familia contribuyeron con las huestes (3) Trabajo publicado por M uñoz d e San P edro en los números 7289 y 7291 del periódico cacereño E l Noticiero, correspondiente al mes de julio de 1917. (4) Véase el art. publicado por J osé M aría de C ossío en el diario A B C , relativo a Sansueña, en 1959, y en el cual hace referencia a una monografía de los eruditos Jiménez Navarro y Fernández Oxea.

312

leonesas a la reo y positiva ayuda musulmán, el re) ciéndoles entrega la morisma, segur sabido es que, al licas, los respecti parto de los territ de sus mesnadas cedentes de sus < cazmente en la en Muy importan pitán, o varios. d< reña el día 23 dt de la tradición o fue el primer Me conquista,' uno dí la localidad; y es torizaron enlazar más nobles y pud fue el infante den so IX y de su ilus E l primer Mo{ tablecido en Cáct do precisar con ea ramente, que éste ración de la villa Gil, hija del menc Pedro anteponía < aquél de estirpe re Por cuanto ant en 1320 cuando ap En vida de es llones en la finca i ricos según ya se < tas, Espaderos, P. Blázquez y otras ili Los Mogólleme se les enterraba e Evangelio; mas la ser también lugar porque aún en nu< granito con blasón (5) Según notas i archivo.

üdo no me atrevo hachas de piedra, lios, todos intereativos de tan imis Seguras y Los * y fortificaciones ; salvajes e impeetraron en Iberia, r las calzadas roirrasaron cuantos is, Cáparra, Túr;ueña (4) cantada uchos municipios egión, y se man« siglos; si bien esistieron la emnstruidos, o ediisiones de visigolos últimos, que ninadas medinas, esultaran útiles y demás intereses. 50 agareno, queel contorno comrey conquistador

jn .

Se ñ o r es

d el

ue llevaron este a. perteneciente con las huestes s números 7289 y al mes de julio •n el diario A B C , a una monografía

leonesas a la reconquista definitiva de Cáceres; y por su destacada y positiva ayuda en la liberación de las tierras transerranas del yugo musulmán, el rey Alfonso IX los recompensó espléndidamente, ha­ ciéndoles entrega de grandes parcelas de las tierras arrebatadas a la morisma, según costumbre ya tradicional en aquellos tiempos, pues sabido es que, al finalizar las grandes y fructíferas expediciones bé­ licas, los respectivos reyes cristianos de León y Castilla hacían re­ parto de los territorios conquistados entre los caballeros que, al frente de sus mesnadas —integradas por familiares, amigos y criados pro­ cedentes de sus Concejos y señoríos—, habían cooperado más efi­ cazmente en la empresa. Muy importante y señalada debió ser la participación de un ca­ pitán, o varios, de apellido Mogollón en la toma de la capital cacereña el día 23 de abril de 1127, y territorios anejos, pues, además de la tradición oral, existen testimonios suficientes que evidencian fue el primer Mogollón que afincó en Cáceres, después de la re­ conquista, uno de los personajes más hacendados y prestigiosos de la localidad; y estas circunstancias personales le permitieron y au­ torizaron enlazar en seguida con la familia de los Gil, una de las más nobles y pudientes de entonces, porque el tronco de la misma fue el infante don Gil Alfón, nieto del propio conquistador Alfon­ so IX y de su ilustre manceba Teresa Gil de Saverosa (5). El primer Mogollón de quien se tiene noticia que se hallaba es­ tablecido en Cáceres es Pedro Gil Mogollón; pero no se ha logra­ do precisar con exactitud si lo hizo en 1260 ó 1320. Creemos, since­ ramente, que éste era hijo del capitán que tomó parte en la libe­ ración de la villa mencionada, quien contrajo matrimonio con una Gil, hija del mencionado Gil Alfón, nieto del rey; y que el llamado Pedro anteponía el apellido de su madre al de Mogollón, por ser aquél de estirpe regia. Por cuanto antecede se puede admitir como más seguro que fue en 1320 cuando aparece avecindado en Cáceres Pedro Gil Mogollón. En vida de este personaje existía ya el castillo de Los Mogo­ llones en la finca que debió tomar nombre de sus propietarios, muy ricos según ya se dijo, y que emparentaron pronto con Ulloas, Acostas, Espaderos, Pizarros, Cáceres, Orellanas, Figueroas, Ovandos, Blázquez y otras ilustres familias cacereñas. Los Mogollones eran feligreses de la parroquia de San Mateo, y se les enterraba en la primera capilla que allí existe al lado del Evangelio; mas la parte exterior de la iglesia, junto al muro, debió ser también lugar de enterramiento para los miembros de esta casa, porque aún en nuestros días, y en plena calle, existe una lápida de granito con blasón correspondiente a persona que llevó aquel ape(5) archivo.

Según notas facilitadas por el conde de Canilleros, procedentes de su

llido. Esta losa sepulcral está partida y empotrada en el suelo cerca de la pared del templo que corresponde a la capillita interior donde reposan los restos de los fundadores del linaje (6 ). Su primitiva residencia, o casa solar en Cáceres, debió ser gran­ dísima, de proporciones poco corrientes, pues asentaba en el gran perímetro que ocupan hoy los edificios existentes en la plazuela de Santa Ana, frente a la puerta de la muralla llamada El Postigo; y muy próximo a ella, adarve abajo, hay otra enorme casona, tam­ bién de los Mogollones, que es suntuosa y auténtica fortaleza, con vieja torre rebajada, garitón de tambor aspillerado, curiosa barba­ cana, que se utilizó como plaza de armas y de festejos, y blasones nobiliarios; todo lo cual evidencia su mucha antigüedad, a pesar de que parte de la fábrica del primitivo edificio fue reedificada en el siglo xv. Es, posiblemente, una de las más antañonas moradas de la hidalguía cacereña (7). La rama de los Mogollones que habitaba en este inmenso edifi­ cio enlazó con el linaje de los Ovando, y uno de sus descendientes, Francisco de Ovando y Mogollón, hermano del notable y prestigio­ so capitán Diego de Cáceres y Ovando, el de la Torre de las Ci­ güeñas, reformó la referida casa fuerte en la época señalada. Otra fusión de los Mogollones fue con una de las más principales familias de la localidad, los Figueroas; surgiendo así un nuevo blasón con las armas de ambos linajes, que están representadas en el dete­ riorado escudo que aparece incrustado bajo una ventana en ruinas de la que fue mansión de los Figueroas-Mogollón, sita en la Cuesta del Marqués, junto a la Puerta del Cristo, y cuyo inmueble pasó a engrosar hace muchos años el patrimonio de los Golfines. Los Figueroa-Mogollón vivían y sobresalieron durante el siglo xm; dato que evidencia sobradamente la mucha antigüedad de su re­ sidencia, siendo, por tanto, el enlace de ambas familias uno de los primeros que efectuaron los Mogollones. El ya citado Pedro Gil Mogollón, representante principal de la casa en 1320, contrajo matrimonio con una dama llamada María Ximeno, y debió alcanzar los reinados de Alfonso X, Sancho IV y Fernando IV. Fueron padres de Pedro Gil Mogollón II y de María Gil Mogollón, esposa de Juan Alfón de la Cámara, señor de Orellana la Vieja, que perteneció a la servidumbre del rey Alfonso XI. En el siglo xv fueron varios los caballeros, miembros de esta fa­ milia, que desempeñaron en Cáceres cargos relevantes, entre otros, Alfón Mogollón, escribano en 1424; Alfón Gil Mogollón, regidor que se halló presente en la entrega que hizo el rey de la villa al prín(6) A los visitantes de la ciudad, y a los turistas, sorprende la existencia de esta lápida sepulcral de granito, con el escudo del linaje de los Mogollones, en plena calle. (7) Es la llamada actualmente Casa d e la Generala.

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debió ser grantaba en el gran n la plazuela de la El Postigo; y ne casona, tam:a fortaleza, con >, curiosa barbatejos, y blasones ?dad, a pesar de eedificada en el is moradas de la :e inmenso edifiís descendientes, able y prestigioI'orre de las Ciseñalada. i más principales un nuevo blasón tadas en el detesntana en ruinas sita en la Cuesta j inmueble pasó ; Golfines. -ante el siglo xm; iiedad de su renilias uno de los ? principal de la i llamada María X, Sancho IV y in II y de María eñor de Orellana dfonso XI. obros de esta fantes, entre otros, ilion, regidor que la villa al prínprendte la existencia ■ de los Mogollones,

Las Seguras.— La primitiva y recia torre con sus edificaciones anexas

■n el suelo cerca a interior donde

cipe don Enrique en 1445; Juan García Mogollón, regidor también en 1447; Fernán Gil Mogollón, y su hijo Diego Fernández Mogo­ llón, que era poseedor de una inmensa fortuna, pues integraban su patrimonio los castillos y heredades de las Arguijuelas, Seguras, Mo­ gollones, Hijada de Vaca, el Parrón, Mayoralguillo, Jaquesones y Pa­ lacio Galindo, según consta en su testamento, otorgado en 1492; Diego Gil Mogollón, y Juan y Lorenzo Mogollón (1477), todos per­ sonas pudientes. Estos dos últimos hidalgos fueron sorteados para la formación del Ayuntamiento que puso en el citado año la Reina Católica, y excomulgados luego por el Santo Padre por no reconocer como maes­ tre de Alcántara al placentino don Juan de Zúñiga y Pimentel, hijo de la varonil e intrigante duquesa de Arévalo y Plasencia, doña Leonor. Destacaron también el bachiller don Hernando Mogollón, que fue quien, el 30 de junio de 1477, y bajo la Puerta Nueva, requirió a la reina doña Isabel para que jurase, como lo hizo, guardar y re­ vocar los fueros, privilegios, libertades, franquicias, buenos usos y costumbres de la villa. Y también en 1583, entre la comisión de hidalgos que acudieron a recibir a Felipe II, cuando regresaba de Portugal y descansó en el Palacio de la Quinta de la Enjarada, figura un caballero cacereño llamado Sancho Mogollón. En el siglo xvi se había verificado ya el reparto del heredamien­ to, cuyas fincas hemos mencionado y que poseía algunos años antes Diego Fernández Mogollón. Aquel considerable patrimonio fue di­ vidido, por herencia, en cuatro partes principales, correspondiendo una a los Ovando, otras a los Torre y a los Ulloa, y una cuarta a una línea menor, que conservó el apellido Mogollón y continuó poseyendo el castillo de Las Seguras y la dehesa el Galindo. Esta última rama avecindóse en Malpartida de Cáceres y de ella era jefe, a comienzos del siglo xix, don Fernando Mogollón Plano, empadronado como noble y regidor de aquel municipio, el cual se­ guía siendo dueño del castillo-palacio y dehesa citados. Contrajo matrimonio este caballero con doña Isabel Flórez, y una hija suya, heredera de las indicadas fincas, casó con don Juan Higuero y Chaves. Hijo y sucesor de este matrimonio y, por consiguiente, señor del castillo de Las Seguras, fue don Miguel Higuero Mogollón, marido de doña Teresa de Jesús Yáñez de Alcántara y Javato Sanguino, cuyo heredero, don Eusebio Higuero, contrajo nupcias con doña Trinidad Cotrina y Ortiz; y fue, por esta razón, doña Beatriz Hi­ guero y Cotrina, condesa viuda de Canilleros, hija de dichos seño­ res, propietaria del castillo de Las Seguras. La dicha doña Beatriz estuvo casada con don García Muñoz de San Pedro y Torres-Cabrera, IX conde de Canilleros, fallecido hace pocos años. En la actualidad,

es dueño del cí de este matrimo

Al enlazar la a la rama que j y dehesa de Los Estos Torres Castilla, Alfón c dor de Valverde fue, asimismo, < Diego Gome nieto de Alfón reyes y señor de bastante joven, su hermano Pet batalla de la veg A este insig que IV para qu del viejo aleázai te las contienda infante don Aloi Surgió así « propiedad partit del aljibe labrac los reyezuelos y Hijo del refí y virtuoso cabaü hizo fraile franc mejores mavora cienda que lo in a los Cáceres, i guíente, a la de ] A estos sus Los Mogollones Higuero Cobrin: castillos, Las Se triz y don Marc La dicha doña B (8) Doña Frai Joaquina, Ana, Br. Montellano v Fer Castelví, de la C » quien, a partir d« duque de Femamii

in, regidor también Fernández Mogopues integraban su uelas, Seguras, Mo­ lí, Jaquesones y Paotorgado en 1492; i (1477), todos perpara la formación Reina Católica, y onocer como maesy Pimentel, hijo de •ncia, doña Leonor, ido Mogollón, que •ta Nueva, requirió hizo, guardar y re­ ías, buenos usos y Igos que acudieron u y descansó en el caballero cacereño to del heredamienalgunos años antes patrimonio fue dis. correspondiendo >a, y una cuarta a gollón y continuó el Galindo. Cáceres y de ella 0 Mogollón Plano, nicipio, el cual seitados. 1 Isabel Flórez, y asó con don Juan iguiente, señor del Mogollón, marido Javato Sanguino, nupcias con doña doña Beatriz Hia de dichos señoicha doña Beatriz V Torres-Cabrera, En la actualidad.

es dueño del castillo el conde de Canilleros y de San Miguel, hijo de este matrimonio.

Al enlazar la familia Mogollón con la de los Torres, correspondió, a la rama que representaba la unión de ambos apellidos, el castillo y dehesa de Los Mogollones. Estos Torres cacereños eran descendientes de los mariscales de Castilla, Alfón de Torres, teniente del alcázar de Cáceres y comenda­ dor de Valverde en la Orden de Santiago, y Francisco de Torres, que fue, asimismo, comendador de la expresada Orden. Diego Gómez de Torres, hijo de Alfón de Torres, el mariscal, y nieto de Alfón de Torres, el doncel de Juan I, fue vasallo de los reyes y señor de la dehesa y castillo de Los Mogollones; y siendo aún bastante joven, tomó parte muy activa y principal, acompañado de su hermano Pedro, en la guerra contra los moros, en la victoriosa batalla de la vega de Granada. A este insigne caballero fue a quien dio facultad el rey Enri­ que IV para que pudiera edificar casa fuerte sobre las ruinas y solar del viejo alcázar, que había sido destruido poco tiempo antes, duran­ te las contiendas entre dicho monarca y su malogrado hermano el infante don Alonso. Surgió así con el tiempo la hoy llamada Casa de las Veletas, de propiedad particular, pero reservándose el vecindario el uso del agua del aljibe labrado en el subsuelo de la regia mansión que habitaron los reyezuelos y gobernadores moros cacereños. Hijo del referido don Diego fue Alfón de Torres III, esclarecido y virtuoso caballero, que, después de haber perdido a sus hijos, se hizo fraile franciscano, y fundo con sus bienes, en 1517, uno de los mejores mayorazgos de esta familia; pasando por entonces la ha­ cienda que lo integraba a los Porcallos, después a los Ulloa, de éstos a los Cáceres, y, finalmente, a la casa de Cervellón, y, por consi­ guiente, a la de Fernán Núñez (8 ). A estos sus últimos propietarios compró el castillo y dehesa de Los Mogollones, en el presente siglo, su dueño actual don Marcial Higuero Cotrina; resultando, por tanto, que pertenecen uno y otro castillos, Las Seguras y Los Mogollones, a los hermanos doña Bea­ triz y don Marcial Higuero Cotrina, hijos de don Eusebio Higuero. La dicha doña Beatriz ha fallecido recientemente. (8) Doña Francisca de Asís, María del Rosario, Carlota, Vicenta, Josita, Joaquina, Ana, Bruna y Caela Gutiérrez de los Ríos y Solís, duquesa del Arco, Montellano y Femannúñez, contrajo matrimonio con don Felipe María de Castelví, de la Cueva, conde de Cervellón, caballero Gran Cruz de Carlos III, quien, a partir de entonces y por derecho de consorte, ostentó el título de duque de Femannúñez. Vid. A. H. N., exp. 196 de la Orden de Carlos III.

317

III E

p is o d io s

b é l ic o s

a que

s ir v ie r o n

de

es c e n a r io

lo s

c a s t il l o s

m en ­

c io n a d o s .

Vamos a ocuparnos a continuación de las varias ocasiones en que sirvieron de escenario a otros tantos episodios de guerra las forta­ lezas a que venimos refiriéndonos; y lo haremos sin poder precisar exactamente los hechos que en los mismos, o en su contorno, tu­ vieron lugar en las fechas que se señalan. Ocupó lugar preferente en los anales de la historia regional cacereña la incursión llevada a cabo, en el año 1397, por el condes­ table de Portugal Ñuño Alvarez Pereira (9), quien, al frente de sus milicias, penetró en la fecha señalada por las tierras extremeñas comprendidas entre Tajo y Guadiana, y vivaqueó por ellas, consi­ guiendo alcanzar los arrabales de Cáceres y poner cerco a dicha murada ciudad. Aquella fracasada incursión portuguesa interesó hace algún tiem­ po nuestra atención y decidimos narrarla en un artículo periodístico, que vio la luz pública en el diario Extremadura (10). El contenido del mismo, sintetizado, es del siguiente tenor: El noble y fiel cortesano Alvarez Pereira, el gran don Ñuño, ínclito condestable de Portugal, cuyas heroicas hazañas han ser­ vido de tema a trovadores y romanceros del país vecino, tenía aún clavada la espina de su fracaso ante los muros de la romana Cauria, cuando se vio precisado a abandonar su retiro en la ciudad de Evora para replicar a las huestes de Castilla, que se movían frente a la frontera, llegando a penetrar en los dominios de Juan I de Portugal, sin que pudiera oponérseles seria resistencia por no contar más que con 250 lanzas el fronterizo Martín Alonso de Meló, de­ cidido capitán, fiel guardián de las tierras situadas al sur del Tajo por designación del condestable. Contrarió mucho a don Ñuño aquella fructífera correría de los castellanos que actuaron a las órdenes del maestre de Santiago, don Lorenzo Suárez de Figueroa, personaje batallador y tornadizo, el cual, aprovechando la ausencia del caudillo portugués, estimó la ocasión propicia para estragar los campos, efectuar leva de ganados y obtener buen número de prisioneros. Mas no era de esperar que quedara sin réplica aquella riza (9) M élid a , en su folleto intitulado Tesoro d e Aliseda (Madrid, 1921), es­ cribe a este respecto en la pág. 8 que, situadas las tierras noroeste de Cáceres cerca de la frontera portuguesa, fueron siempre blanco de las acometidas ene­ migas, siendo las que más estragos causaron las guerras sostenidas por don Juan I de Portugal en 1386 y 1397. (10) E l dicho artículo se tituló «Ñuño M adruga», y fue publicado el 30 de mayo de 1950, en el diario cacereño mencionado.

318

sorprendente, qu zara el ilustre F: estrella de prim paró la revancha ros de la zona campaña que se Eligió Villavi aquel histórico v y algunos volunt por un lucido p las más linajudas Reunió un sel ponentes de bati patriótica y pro equipados como trompeta, les hizi después de víspe para pasar la n< ciudad de Elvas. sus fuerzas de c acción sería el s Avís en retagua] buen número de dos grupos, se ck las villas, lugares, se extiende desd< de Cáceres, arra podían, y apresan paso. En esta fui 1397, causaron lo de Las Seguras v primitivas construí En lugar proxi ble después ae b repusieran; mas si cha hacia la capil en el camino que murallas de la refe Entre tanto, le canias, alarmados rosos de ser apn formando numero en avalancha, a i estar seguros; aun avanzadillas del p La indefensiót

LOS CASTILLOS MEN-

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■ 1

era correría de los lestre de Santiago, llador y tornadizo, portugués, estimó efectuar leva de éplica aquella riza ia is le is

(Madrid, 1921), esnoroeste de Cáceres las acometidas enesostenidas por don

/ fue publicado el 30

sorprendente, que con tanta habilidad y positivos resultados reali­ zara el ilustre Figueroa; y a tales efectos, el prohombre portugués, estrella de primerísima magnitud en el firmamento lusitano, pre­ paró la revancha llamando a su lado a cuantos caballeros y escude­ ros de la zona fronteriza pudieran cooperar al buen éxito de la campaña que se proponía emprender sin pérdida de tiempo. Eligió Villaviciosa para concentrar sus tropas; y estando en aquel histórico y pintoresco lugar, se le incorporó, con sus milites y algunos voluntarios, el maestre de Avís, quien acudió escoltado por un lucido plantel de caballeros y capitanes pertenecientes a las más linajudas familias de Portugal. Reunió un selecto y considerable ejército y dotó a todos sus com­ ponentes de bacinete, lanza y caballo; y después de una perorata patriótica y prometedora dirigida a sus soldados, dispuestos y equipados como si fueran a conquistar un reino, previo toque de trompeta, les hizo saber el objetivo que perseguían; y cierta tarde, después de vísperas, abandonaron Villaviciosa y fueron a acampar, para pasar la noche, en las proximidades de la bien fortificada ciudad de Elvas. Allí, junto a la frontera, reorganizó don Ñuño sus fuerzas de combate, disponiendo que el orden de marcha y acción sería el siguiente: él iría en vanguardia y el maestre de Avís en retaguardia, pero independientemente de estos cuerpos buen número de caballeros, con criados a sus órdenes y formando dos grupos, se dedicarían a recorrer y a producir alarma en todas las villas, lugares, aldeas y castillos existentes en la gran área que se extiende desde la ribera del Tajo hasta los muros de la plaza de Cáceres, arrasándolo todo, saqueando y destruyendo cuanto podían, y apresando a la gente y al ganado que encontraban a su paso. En esta funesta incursión, efectuada en el mencionado año 1397, causaron los portugueses toda clase de daños en los castillos de Las Seguras y Los Mogollones, arruinando la mayor parte de sus primitivas construcciones. En lugar próximo a dichas fortalezas instaló su real el condesta­ ble después de tres días de marcha, a fin de que los soldados se repusieran; mas sin permitirles el descanso preciso, dispuso la mar­ cha hacia la capital cacereña, la vieja Norba, y ordenó acamparan en el camino que conduce a Arroyo del Puerco, dando vista a las murallas de la referida ciudad. Entre tanto, los pacíficos habitantes de los pueblos de las cer­ canías, alarmados por las correrías funestas de los lusitanos, teme­ rosos de ser apresados, abandonaban sus hogares y ganados, y, formando numerosos y compactos grupos, se dirigían presurosos, en avalancha, a refugiarse tras la cerca almohade cacereña para estar seguros; aunque la mayoría eran hechos prisioneros por las avanzadillas del portugués antes de conseguir su propósito. La indefensión y mal trato que recibían los lugareños que

acudían a la c ceres, quienes Hado el rumbo con odio v coi plaza y atacabi apretaban el ce Visto lo inúi destruido y que rededores de L Ñuño, llevando trado su intent Marvao y Portu y despectiva frs júbilo los cacei ■cateo nada voso Según Hurta la sucesión de P heredamiento d Juan IV de Bra fortalezas; alguri de diciembre de y con ánimo re rindió la atalayi pocos meses an estragaron en buena se sucedieron ai en las Arguijuel 1Iones y otras f( plazas de Valen tan frecuentes i dos últimos casi cidas a sus respe

E

st a d o a c t u a l di

Una simple o cierto que el ad meros tiempos a p irtamentos par los propietarios < ridad que ofreció La primitiva 1

acudían a la capital enardeció los ánimos de los vecinos de Cá­ ceres, quienes presenciaban desde las torres del recinto amura­ llado el rumbo de los acontecimientos; y en más de una ocasión, con odio y coraje mal contenidos, abandonaban el interior de la plaza y atacaban a los portugueses en los arrabales, desde donde apretaban el cerco, ocasionándoles graves y sensibles pérdidas. Visto lo inútil de sus pretensiones, y después de haber robado, destruido y quemado cuanto de alguna utilidad hallaron en los al­ rededores de la inexpugnable plaza extremeña, el arrogante don Ñuño, llevando consigo muchos rehenes de toda la comarca, frus­ trado su intento, se internó en Portugal, pasando por Arameña, Marvao y Portugalete, en tanto que martilleaba sus oídos la jocosa y despectiva frase que desde el adarve de la muralla repetían con júbilo los cacereños, recordándole su evidente fracaso: Nam vos vafeo nada voso madrugar, Nuno Madruga. Según Hurtado, también en 1648, con ocasión de las guerras por la sucesión de Portugal, merodearon por las tierras pertenecientes al heredamiento de Las Seguras y Los Mogollones los ejércitos de Juan IV de Braganza, causando grandes estragos y ruinas en estas fortalezas; algunos años más tarde, exactamente en los días 13 y 14 de diciembre de 1653, una patrulla de portugueses, bien equipados y con ánimo resuelto, cruzó el Tajo por la parte de Alcántara y rindió la atalaya llamada Ballesteros, que había sido reconstruida pocos meses antes; demolieron el referido fortín y recorrieron y estragaron parte de la comarca regada por el Salor, suponiéndose, en buena lógica, que en aquella ocasión, y en otras varias que se sucedieron antes de firmarse la paz, causaron numerosos daños en las Arguijuelas, Torre de Mayoralgo, Las Seguras, Los Mogo­ llones y otras fortalezas y casas de labor comprendidas entre las plazas de Valencia de Alcántara y Cáceres; resultando de tantas y tan frecuentes incursiones del enemigo la ruina casi total de los dos últimos castillos mencionados, cuyas fábricas quedaron redu­ cidas a sus respectivas torres del Homenaje, o poco más. IV E

s t a d o a c t u a l d e l c a s t i l l o -p a l a c i o .

Una simple ojeada al edificio nos autoriza a admitir como hecho cierto que el actual castillo de Las Seguras se reducía en los pri­ meros tiempos a fuerte y hermosa torre, con los indispensables de­ partamentos para habitarla temporalmente y servir de refugio a los propietarios de la finca en momento de peligro, dada la segu­ ridad que ofreció siempre su consistente fábrica. La primitiva torre, aún en pie arrogante y suntuosa, ha sido res321 21

taurada reciente que semeja muí ras. Todavía es una de sus esqi Baonian la existe En época pe que fue erigida el hermoso edifi traza sorprende cruza ante sus i Transformad tificado que se pietarios han r nientemente pai dencia. He aqui demás dependa PLANT 1. % 2 & 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14.

Puerta prin Gabinete. bis. Desp Cuarto de e Dormitorio dumbre. Grupo ele< luz al cast Dormitorio dumbre. Dormitorio dumbre. Dormitorio dumbre. Zaguán en ció. Bodega. Bodega. Cocina de Descanso pal. Zaguán en

En tomo al ra con cubos e

taurada recientemente y coronada con recio almenaje aspillerado, que semeja muro continuo, en torno al andén, con escasas abertu­ ras. Todavía este famoso baluarte conserva en la parte alta de una de sus esquinas tres ménsulas en dos de sus caras, que testi­ monian la existencia de un viejo matacán y su mucha antigüedad. En época posterior —que no puede precisarse— , a aquella en que fué erigida la referida torre, se procedió a erigir junto a ella el hermoso edificio, el magnífico palacio cuya grandiosidad y bella traza sorprende gratamente a quienes transitan por la carretera que cruza ante sus muros en dirección a Badajoz. Transformado hoy ya todo el conjunto en auténtico palacio for­ tificado que se alza majestuoso sobre la llanura, sus actuales pro­ pietarios han restañado sus heridas y lo han amueblado conve­ nientemente para pasar temporadas en tan cómoda y señorial resi­ dencia. He aquí la acertada distribución de las cámaras, salones y demás dependencias que albergan el histórico y torreado edificio: PLANTA BAJA

PLANTA ALTA

1.

1.

2. 2

2.

Puerta principal. Gabinete. bis. Despacho. 3. Cuarto de estar. 4. Dormitorio de le servidumbre. 5. Grupo electrógeno p a r a luz al castillo. 6 . Dormitorio de la servidumbre. 7. Dormitorio de la servidumbre. 8 . Dormitorio de la servidumbre. 9. Zaguán entrada del servició. 1 0 . Bodega. 1 1 . Bodega. 12 . Cocina de campo. 13. 14.

Descanso escalera principal. Zaguan entrada principal.

3. 4.

Ventana con parteluz. Gabinete d e l dormitorio número 14. Dormitorio. Dormitorio.

5.

Salón.

6.

7.

Descanso escalera princi­ pal. Cuarto de baño.

8.

Comedor.

9.

Dormitorio.

10 . 11. 12. 12

13.

Dormitorio. Dormitorio. Cocina. bis. Despensa. Sala.

14.

Dormitorio.

En torno al castillo-palacio se ha levantado una primera barre­ ra con cubos en tres de sus esquinas y amplia puerta de medio

punto, que permite el paso de carruajes, completando así las defensas y embellecimiento de todo el conjunto, que resulta en verdad armónico y perfecto en esta clase de monumentos, como puede apreciarse por los planos y fotografías que publicamos.

P eq u eñ a

h is t o r i

La calzada r( cia de Cáceres término jurisdicx rios, hay un pa supone fue abre durante su domi En una altur las Brujas, se pi ticiana, mansión metro y medio, aparece hoy con La dicha vía hesa boval de F (1)

324

P aredes

y

pág. 28 (Plasencia, ]

npletando así las o, que resulta en nonumentos, como lie publicamos.

Z uñ í^ a

EL CASTILLO DE MIRABEL I P eq u eñ a

h is t o r ia d e

M ir a b e l

d e s d e t ie m p o s r e m o t o s .

La calzada romana llamada Vía de la Plata, que cruza la provin­ cia de Cáceres de norte a sur, pasa cerca de Galisteo; y en el término jurisdiccional de esta villa, al límite de la heredad de Larios, hay un pantano que lleva el nombre de Trampal, y que se supone fue abrevadero construido por gentes procedentes del Lacio durante su dominio y permanencia en tierras de Iberia. En una altura inmediata, conocida con el nombre de Cerro de las Brujas, se pueden apreciar todavía vestigios de la antigua Rusticiana, mansión de la legendaria calzada, y que asienta a kiló­ metro y medio, por el lado oriental del empinado montículo que aparece hoy coronado por la villa de Galisteo (1). La dicha vía romana se dirige al sur formando linde de la de­ hesa boval de Riolobos, y deja a su izquierda, y no a mucha dis(1) Paredes y G u ille n , V ic e n te : Origen del nombre d e Extremadura, pág. 28 (Plasencia, 1886).

tancia, los pueblos de Mirabel y Grimaldo, y a la derecha los de Holguera y Cañaveral; encaminándose después hacia las riberas del Tajo, cuyo río cruza a través del puente de Alconétar. Dado su emplazamiento en las proximidades del camino de la Plata, cabe admitir como hecho cierto que en las cúspides de los prominentes cerros en que se alzan hoy la villa murada de Galisteo y el castillo de Mirabel existieron en tiempos de la dominación romana, o acaso antes, otros tantos castros recios e inaccesibles, que se enseñoreaban de todo el contorno; y en las laderas de los elevados pináculos montañosos que les servían de asiento, junto a su pie o en las altiplanicies de los mismos, surgieron otras tantas aldeas, municipios tal vez, fundadas por los romanos al amparo de los referidos recintos fortificados. No puede, pues, ponerse en duda el origen de Galisteo y Mi­ rabel; y que es obra de romanos esta última villa y los cimientos o fortificaciones que sirvieron de base a la fortaleza mirabeleña —que aún se mantiene enhiesta con pretensiones de querer alcan­ zar el cielo su quebrada torre y los muñones carcomidos de sus muros—, lo confirma una lápida hallada en dicho lugar, cuyo texto latino fue leído, interpretado y traducido así (2): D. M. S. VIBIA. FELICITAS SATURIO BASILIO. CONIV GI. CVM. QVO. VI XIT. ANNIS. XI. B. M. F. D (is) M(anibus) s(acrum). Vibia Felicitas Saturio Basilio coniugi, cum quo vixit annis XI, b(ene) m(erentis) f(ecit). «Consagrado a los dioses Manes. Vibia Felicitas hizo este mo­ numento a su benemérito esposo Saturio Basilio, con el cual vivió once años.» La inmensa altura de la escarpada montaña que discurre casi paralela a la vía del ferrocarril, por la parte del naciente, durante varios kilómetros antes de alcanzar la estación de Mirabel, partiendo de Plasencia-Empalme, culmina en su último tramo en elevadísimo promontorio cónico, cuya cima gallardea y presume al estar co­ ronada por el castillo de Mirabel, que se agiganta observado desde distancia, pues se nos presenta suntuoso y lleno de majestad, sin que desde lejos puedan apreciarse las graves heridas de su impo­ nente fábrica, que motivan su actual estado lastimero. (2) M é l id a : C atálogo..., t. II, pág. 182. C eán B ermtjdez : Sum ario..., pág. 414. Viú, A ntigüedades..., pág. 179.

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la derecha los de hacia las riberas Alconétar. del camino de la as cúspides de los mirada de Galisteo de la dominación ios e inaccesibles, las laderas de los de asiento, junto gieron otras tantas >manos al amparo de Galisteo y Mi­ lla y los cimientos rtaleza mirabeleña > de querer alcancarcomidos de sus > lugar, cuyo texto

io Basilio coniugi, ) f(ecit). ¡tas hizo este mocon el cual vivió que discurre casi naciente, durante Mirabel, partiendo no en elevadísimo ¡ume al estar coi observado desde de majestad, sin ridas de su impomero. bmÚdez: Sum ario...,

Sorprenden al viajero, apenas se vislumbran allá en lotananza, las azuladas rocas enclavadas en la cresta, en la espina dorsal de aquella ingente cordillera que se dirige al sur de la provincia, y que, después de quebrarse y dar paso a la carretera de Serradilla, reaparece nuevamente constituyendo una gran mole providencial­ mente situada; tanto que, aun a falta de testimonios y hasta de in­ dicios, podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos, que el es­ tratégico y sin par lugar tuvo que servir de asiento a un muy útil v acogedor castro, o a cualquiera otra fortificación primitiva, que, en caso de invasión, guerras u otras perturbaciones, sirviera de re­ fugio, de lugar seguro, a los miembros de las tribus residentes en aquellas cercanías. No escapó a la perspicacia de los berberiscos que acompañaron a Tarik y ocuparon aquellas tierras la ventajosa posición del rudi­ mentario pero seguro recinto edificado por alguno de los primeros invasores de Hispania que afincaron en aquella comarca; y aun­ que apenas existen pruebas de que aprovecharon sus cimientos y piedras los mahometanos, nos decidimos a admitir como hecho muy probable que éstos construyeron sobre aquel privilegiado solar alguna atalaya o cualquiera otro ingenio, cuyos medios defen­ sivos acondicionaron y aumentaron con muros resistentes o simÍ>Ies cercas de piedras secas, consiguiendo así una positiva fortaeza cuyo valor estratégico lo completaban los inaccesibles escar­ pes naturales que la circundan, sobre todo por el lado que mira ha­ cia la salida del sol, donde una canchalera cortada a pico la hacía inexpugnable. Algún historiador, de los pocos que se han ocupado del castillo de Mirabel aportando escasísimas noticias, afirma sin vacilar que el aludido fuerte es obra de los primeros reyes de Castilla, a raíz de haber sido liberadas aquellas tierras del yugo musulmán, aunque admite que existen algunos indicios de su factura mudéjar; pero no ha habido quien se atreva a negar que los hijos del Islám edi­ ficaron y dispusieron de un recinto fortificado, enclavado en tan ventajoso sitio, que culminaba y oteaba un amplísimo horizonte (3). No hemos conseguido noticias ciertas relativas al castillo de Mirabel durante el tiempo que permaneció bajo el caudillllaje sarraceno; solamente tenemos conocimiento de cierta leyenda, ba­ sada sin duda en un hecho real que desfiguró la fantasía popular, y ha sido transmitido de generación en generación. Es un episodio histórico con visos novelescos, que tuvo por escenario la fortaleza (3) «Desde el castillo de Mirabel se ve otro al poniente, a cuatro leguas sobre la sierra de la villa del Portezuelo. Otro se descubre al oriente, a distan­ cia de tres leguas sobre otro peñón a un ribazo del Tajo, cerca de Serradilla, que se llama el castillo de Montfragüe. Y también desde Mirabel se avista otro castillo en la misma sierra, a cuatro leguas hacia el naciente, y se llama el castillo de Miravete». Véase el ms. 20241 en la B. N.

327

mirabeleña cuando los moros se enseñoreaban de ella. He aquí su narración: El origen de la leyenda se remonta a los tiempos de la Recon­ quista. Hallándose la famosa fortaleza en poder de los cristianos, fue atacada con gran ahínco y coraje por los moros; pero fracasó la arremetida de los infieles al estrellarse sobre los recios muros, dado lo inexpugnable del emplazamiento, pues resultaba dificilísimo de escalar el viejo baluarte, que presumía de fiero y seguro, anclado entre rocas, en lugar prominentísimo y circundado de escarpas na­ turales que dificultaban e imposibilitaban el acceso hacia aquel co­ loso de piedra. Ante la imposibilidad de vencer tan serias dificultades, decidió la morisma someter al castillo a tenaz y estrecho cerco, al tiempo que hacía saber a los sitiados su firme propósito de continuar el asedio hasta que se rindieran y entregaran sin condiciones, ase­ gurándoles, además, que no influiría en su firme decisión ni el tiempo preciso para lograr su intento, ni las adversidades que pu­ dieran surgir. Efectivamente, pasaban los días, y la situación de los cercados, de aquel grupo de valientes parapetados entre los muros de la in­ gente fortaleza, se hacía insoportable por su larga duración y ca­ rencia casi total de medios para continuar resistiendo, pues como llegaran a agotarse las vituallas, se racionaron hasta el límite los escasos víveres de que disponían, y empezaron a sentir los efectos del hambre, agravando este hecho sus otros padecimeintos por no disponer de medios precisos, aunque fueran elementales, para aten­ der a los heridos y enfermos y facilitar a los más débiles, ancianos y niños principalmente, lo indispensable para sobrevivir en aquel ambiente de tragedia y desesperación. Llegó un momento en que los sitiados no disponían ya más que de trece panes, único alimento que debía repartirse entre todos; y al conocer la triste realidad, los que hasta aquel preciso momento se habían comportado entre sí como hermanos, como auténticos hé­ roes dispuestos a toda clase de sacrificios, a sucumbir inclusive antes de entregar el fuerte a sus enemigos, se amotinaron, y, aco­ bardados por el fantasma del hambre, con sus nervios deshechos, llegaron a las manos y se acometieron encarnizadamente por la posesión de aquellos trece únicos panecillos que se hallaban en poder del jefe de la guarnición. Entonces, viendo el giro que to­ maban los acontecimientos, y considerándose impotente para reducir a los hambrientos, el gran adalid, alcaide o capitán de la fortaleza, inspirado sin duda por la Providencia, en el preciso momento en que llegaban ante su cámara los revoltosos en actitud tumultuosa y amenazadora, demandando la entrega de los panecillos, los tomo en sus manos y, sin que pudieran evitarlo, los lanzó al campo donde 328

ella. He aquí ► s de la Reconcristianos, fue pero fracasó la os muros, dado dificilísimo de seguro, anclado le escarpas nahacia aquel co-

le los cercados, nuros de la in­ duración y cado, pues como a el límite los ntir los efectos neintos por no des, para aten?biles, ancianos ■vivir en aquel an ya más que ¡e entre todos; •eciso momento •auténticos héimbir inclusive inaron, y, aco­ dos deshechos, ámente por la e hallaban en ■1 giro que to­ te para reducir Je la fortaleza, omento en que tumultuosa y ¡líos, los tomó I campo donde

M irabel.— Muro interior del castillo

dtades, decidió erco, al tiempo le continuar el ►ndiciones, asedecisión ni el idades que pu­

se alzaban las tiendas del enemigo a través de una ventana de su aposento, quedando asombrados y estupefactos cuantos presencia­ ron aquel gesto decisivo y trascendental. También se sorprendieron fuertemente los moros al ver la lluvia de panes que caía sobre ellos; y, como es consiguiente, aquel cu­ rioso e inesperado alarde de los cristianos motivó comentarios e in­ terpretaciones diversas, y sacaron la conclusión de que el hecho de haberles arrojado parte de sus reservas alimenticias era prueba evi­ dente de que en el interior del castillo disponían de víveres para resistir cuanto tiempo fuera preciso, hasta que llegaran los re­ fuerzos cristianos que desde días ha estaban esperando. Y es indudable que los moros debieron creerlo así, pues cundió el desaliento entre ellos y algunas horas después levantaron sus tiendas y desistieron de su empeño, temerosos de que acaso un día, no muy lejano, llegaran los socorros solicitados y los atacaran por retaguardia. Al ver que de improviso la morisma abandonaba el campo, los sitiados no sabían a qué atribuir la determinación de sus enemigos, que se alejaron a marcha forzada y desaparecieron en la lejanía. Seguidamente los defensores del reducto de Mirabel salieron jubilo­ sos, entonando cánticos y dando gracias al Altísimo por la feliz e inesperada solución que había tenido la tragedia que se cernía sobre sus cabezas, pues en verdad que ninguno de ellos esperaba escapar con vida de aquel apurado trance. Más tarde, y como es tradicional en estos casos, el alcaide o jefe de los defensores del castillo de Mirabel fue premiado con toda clase de honores por la Corona y respetado y aplaudido por sus vasallos; y algún tiempo después, don Alvaro de Zúñiga y Guzmán, descendiente de aquel esclarecido y valiente capitán, fue honrado con el título de conde de Plasencia, con los fueros que el feudalismo otorgaba a los detentadores de tales prebendas. Tenien­ do en cuenta sus muchos y relevantes servicios, los Reyes Católicos le concedieron, en 1476, el de duque de aquella ciudad; y a uno de sus hijos, llamado Francisco de Zúñiga y Sotomayor, dichos reyes le hicieron merced del señorío de Mirabel, que se transformó en Marquesado en tiempos de don Fadrique de Zúñiga, II señor y I marqués de Mirabel, primogénito de don Francisco. En memoria del célebre episodio de los panes, y en el transcurso de las centurias, los marqueses de Mirabel han venido concediendo a trece pobres de la villa cabeza de su señorío, en el aniversario de aquel inolvidable hecho, trece panes y otros recursos para cubrir siquiera parte de sus necesidades. Desde mucho tiempo ha, los marqueses crearon, con carácter permanente, la Institución del Pan, siendo diario y vitalio el socorro de dos libras de pan a cada indigente, tal y como se practicaba hasta el primer decenio del siglo actual, en que desapareció tan 330

eficaz y curiosí de la esclarecid Aun en nue han percibido Casa marquesa] tada, pues hube viudas, huérfan bir un memoria sidades. El doc cales, que por < cía el menesterc el pan diario pai Corrientemei gentes, alguno i pan de excelente Los criados ) y cuando ya n< generosa del no días un kilo de sión en metálico vida de los alin aparecido tan he Las gentes di plendidez de los tiempos; y para los panes, señal clave de las do\ de una casona. < procuran que el en él figuran tre ver e interpretar gonan la tradick queses de socorr -señorío de Mirab

Un historiade en manos de AHI derramó su ejercí reconquistó los c í dades del Tajo, i (4) (5)

Revista d e ¡ N a ra n jo Ai

hijos y monumentos.

na ventana de su mantos presencia­ os al ver la lluvia juiente, aquel cucomentarios e in: que el hecho de is era prueba evii de víveres para llegaran los rerando. > así, pues cundió és levantaron sus que acaso un día, los atacaran por iba el campo, los de sus enemigos, -on en la lejanía. >el salieron jubilosimo por la feliz ha que se cernía de ellos esperaba isos, el alcaide o ue premiado con y aplaudido por Je Zúñiga y Guz>nte capitán, fue los fueros que el rebendas. Teniens Reyes Católicos udad; y a uno de ivor, dichos reyes se transformó en miga, II señor y seo. v en el transcurso nido concediendo el aniversario de ursos para cubrir ron, con carácter vitalio el socorro mo se practicaba desapareció tan

eficaz y curiosa obra de caridad, que honraba a los descendientes s de Cáceres» (6). que llevó el nomen el mencionado e de extraño que, ianos a finales del ?riales de la vieja efiriéndonos; pero rtruirlo, restañando Sánchez Rodrigo en ha de 20 de mayo de

sus graves heridas, pues, de completo acuerdo con el parecer de C. Naranjo, resulta indudable que, al ser liberado Mirabel, disponían los moros de un reducto, más o menos fuerte e importante, anclado en la cúspide del elevado montículo que domina y protege dicha villa, y desde cuyas almenas se oteaba una amplísima extensión de terreno y buena parte de la escarpada y próxima sierra. Sin embargo, creemos que la actual fábrica de la fortaleza de Mirabel es de época posterior; y por ello y por cuanto hemos indi­ cado sobre el particular, su proceso y vicisitudes constructivas po­ demos sintetizarlas así: Durante la permanencia de los romanos en Lusitania, estos invasores edificaron allí uno de sus muchos castros, y sobre el mismo alzaron siglos más tarde los agarenos un fuerte que debió ser ya más recio y seguro. Al reconquistar la comarca los ejércitos del rey de Castilla, se apresuraron a consolidar, recons­ truir y modificar en parte la fortaleza mora con materiales proceden­ tes de Migneza, realizándose las obras durante los reinados de Al­ fonso V III y Fernando III; pero durante los siglos xv y xvi, los pri­ meros señores de Mirabel rehicieron casi totalmente el castillo, si bien aprovecharon cimientos, algunos muros, sótanos, aljibe y sub­ terráneos —que no han podido ser explorados por hallarse en ruinas y llenos de cascotes—, de la primitiva traza que tuvo el edificio. El castillo de Mirabel fue escenario de contados, casi nulos, epi­ sodios bélicos, pues sólo se tiene noticia de que en tiempos del noble y conquistador Alfonso V III de Castilla, después del desastre de Alarcos, en la correría que efectuó el emir Jacob Almanzor, al­ canzó la actual provincia cacereña y tomó y arrasó Mirabel, como hizo con Trujillo, Plasencia y otros lugares y fortalezas. No tardó mucho tiempo en ser recuperado y reedificado el gigan­ tesco castillo por el rey Femando III; y desde entonces quedó co­ mo aldea perteneciente a la jurisdicción de Plasencia. Junto a Mirabel se libró la única batalla que mereció el título de tal de las acaecidas en la provincia de Cáceres, entre los Comu­ neros y los ejércitos imperiales, saliendo éstos victoriosos del en­ cuentro; y ello aconteció cuando eran ya señores de la villa y de la fortaleza la familia de los Zúñiga, duques de Plasencia. En premio a su ayuda, Carlos de Gante, rey y emperador, confirmó a don Luis de Avila y Zúñiga, III señor de Mirabel, el Marquesado de dicho nombre, que correspondía a su esposa doña María de Zú­ ñiga, por herencia de su padre don Fadrique de Zúñiga, primer caballero a quien se hizo merced de este dicho título.

333

S o m era

d e s c r ip c k

Según ya se h Mirabel, llamado y sin igual, pues de un elevado prc y recortada siluet. traza, proyectándi extremeño, o desp Febo inciden en las talladas y reí quebrajados que firmamento, y of górico. El actual est no resta ya de si ñalan su exacto muros aportillado su más alta, curi< azuladas rocas q fundo e inaccesil prenderse y lucei situada en el áng la derecha la qu numetal edificio. Consta el fue: tangular, de 55 m en dirección esten Un tabique in dos naves, subdiv por muros trasve rios departamenti la que existen vt visión no se puec recido totalmente Un solo reeint y cada día con la la colosal fortalez circunda, las enoi mente por algun< otros ingenios ar haberse construid des de mampostei El lienzo nortf

II S o m e r a d e s c r ip c ió n d e l a s r u in a s d e l c a s t i l l o d e M i r a b e l .

Según ya se ha hecho constar, la situación del castillo roquero de Mirabel, llamado también de la Peña d el Acero, es algo sorprendente y sin igual, pues la gran mole arquitectónica descansa sobre la cima de un elevado promontorio, destacando en el horizonte su majestuosa y recortada silueta, aureolada, en ocasiones, con nubes de caprichosa traza, proyectándose otras veces todo el conjunto sobre el limpio cielo extremeño, o despidiendo destellos solares cuando los rayos del Padre Febo inciden en las rocas brillantes que sostienen al coloso, o en las talladas y relucientes almenas de sus muros carcomidos y res­ quebrajados que ascienden retadores pretendiendo alcanzar el firmamento, y ofrecen en días de tormenta un aspecto fantasma­ górico. El actual estado del castillo de Mirabel es desolador, pues no resta ya de su fábrica primitiva más que los cimientos que se­ ñalan su exacto contorno, grandes y consistentes pedazos de sus muros aportillados y salpicados de grandes agujeros, buena parte de su más alta, curiosa y estratégica torre principal —enclavada entre azuladas rocas que descienden formando un escarpe natural pro­ fundo e inaccesible—, y maltrechos lienzos —que amenazan des­ prenderse y lucen todavía algunas de sus almenas— , de otra torre situada en el ángulo suroeste de la fortaleza, y que flanqueaba por la derecha la que bien pudo haber sido puerta principal del monumetal edificio. Consta el fuerte de Mirabel de un solo recinto de forma rec­ tangular, de 55 metros de longitud por unos 15 de anchura, alargado en dirección este-oeste. Un tabique interior, casi simétricamente situado, divide aquél en dos naves, subdivididas, a su vez, especialmente la más meridional, por muros trasversales que motivan el acondicionamiento de va­ rios departamentos en la baja, primera y principal planta, sobre la que existen vestigios de un segundo piso, cuya amplitud y di­ visión no se puede ya determinar con exactitud por haber desapa­ recido totalmente sus elementos constitutivos. Un solo recinto, cuyos lienzos van confundiéndose poco a poco y cada día con la tierra de su planta, era suficiente para defensa de la colosal fortaleza, porque la disposición natural del terreno que la circunda, las enormes rocas de su alrededor, descienden profunda­ mente por algunos de sus lados, y su utilidad defensiva supera a otros ingenios artificiales, a otras cercas exteriores que pudieran haberse construido en torno a aquel gigante de piedra, de pare­ des de manipostería y argamasa muy dura de tierra y cal. El lienzo norte, que mira al pueblo, es el más alto y visible, y el

acceso al mismc altura varias vei arcos escarzanos der a la época e cieron habitable. Debajo de e< mara subterráne parte septentrión muy bien conser que asientan en extremo oriental en forma de cruí La parte occ con dos bocas ca suelo, por ser al principal. La más impo Homenaje, es la intercalada en el o departamento i tos de la corresp< Por las ruina abriría la puerta mientras Mélida de más fácil arril que debía estar hacia Portugal. Los habitante man a este castil brillo metálico, c una enorme peña taleza cuyos cimii fueron escogidos lia de los Zúñiga representativos d
r derecho de con­ des don Esteban de lisco y hermano de 533, y de don Franió en la ciudad de xeencia en el verso te plácito nitidoque », pues en 3 de abril alzadilla una provi»n la expresada Or­ os I, en 6 de diciemdon Luis de Avila, Fadrique de Zúñiga s villas de Mirabel, Zúñiga, I señor de navorazgo (9), dando ; v señor, don Franís títulos y bienes a mación otorgada en e consta que «siendo a doña Inés de Zúsoltera, no obligada tal licencia, don Fai de cuyas cláusulas i de Zúñiga y Mai m i. Panhormi, 1575, de las Navas, cajón 38,

nuel, os mando y lego la dicha donación y mayorazgo de las villas de Mirabel, con su fortaleza, dehesas y alcabalas, y censos y tri­ butos y jurisdicción que en ella tengo, y todas las otras cosas, y huertas, y viñas y heredades que me pertenecen; y de las villas de Valentevilla y Torisio y Ereña, con todas sus aldeas y términos, y rentas y censos y alcabalas, y fortalezas y casas y triujal (s¿c), y con la jurisdicción alta y baja, mero et mixto imperio que en ellos y en cada uno de ellos yo tengo, y me pertenecen, y ansi mismo vos hago donación de la mi dehesa de San Benito de Roble Alto, que es en el Campo de Arañuelo, toda redonda, con todos los términos, prados, fuentes, montes y alrededores, rentas y aprovechamientos de ella, y según como mejor y más cumplidamente yo lo tengo y me pertenece...». Y en la cláusula 6.a se hace constar que doña María hereda el señorío de Mirabel y todo lo perteneciente al mayorazgo «con la condición, que vos doña María de Zúñiga y Manuel, mi hija mayor, os desposéis y caséis, habida primera dispensación de nuestro muy Santísimo Padre, con el señor don Luis cíe Zúñiga, mi sobrino, hijo de los magníficos señores don Esteban de Avila y doña Elvira de Zúñiga, mi prima hermana». En lo referente a las armas dispone en la cláusula 10: «La dicha doña María de Zúñiga y Manuel, e quien con ella se casare, e sus hijos e descendientes, para siempre jamás, y quien en la dicha casa e bienes subcediere, se llame de Zúñiga y Manuel, y las armas de Zúñiga anden siempre a la mano derecha por armas principales, e no puedan poner ni mezclar otras con ellas». En las cláusulas 31 y 32 excluye de la sucesión a los curas y demás personas eclesiásticas, a los mentecatos, locos e incapaces, lla­ mando al siguiente en orden a suceder; pero con la obligación de que ha de alimentar a los tarados. Promete (cláusula 34) a su hija doña María dote de 40.000 du­ cados de oro y justo precio, siempre que se lleve a efecto su ma­ trimonio con don Luis de Avila y Zuñiga. A pesar de los buenos deseos de don Fadrique y de lo mucho que favorecía a su hija María, deseando se casara cuanto antes con su sobrino, el matrimonio se retrasó hasta principios de 1542, pues el 2 de febrero de dicho año le escribía el rey y le decía: «Holgado he con vuestra letra e de saber la determinación que ha­ béis tomado de casaros, que aunque no tuvieredes tan justas causas, me pareciera bien; y así a padres e hijos os doy la enhorabuena. Plegue a Dios que os gocéis como deseáis. Lo que habrá pasado de las bodas espero saber de vos, que bien sé que no faltará algún buen cuento. »En lo que el comendador mayor de León me habló sobre lo que os toca, tened por cierto que yo tengo la voluntad que es razón para 340

haceros merce merecen» (10). No debe « II señor y i n María casara < de aquel tiemp t gran favorito Del conten ínclito cesar y siempre uno d ro. v que el ei confiándole la Don Luis f don Felipe en Sostenía Zú le- agradecía si de septiembre cribis. ya pro con el serenísir •No respoi s i r . ..» (11).

En otra epi caitas, a que Deja las p •estando ya lo d os que Uegc cnbto» Don Luis a el principe de v al atravesar ta ta lia de Pa' detuvo y fue b El señor d< don Carlos de ndor. fechada al que ya er caitas que últi «■tender por '

. Y t

el pr 110* Carta ■ancas: Etíadi 111) R. A. d (12’ •Don i el BuZetir, Hi

razgo de las villas s. y censos y trilas otras cosas, y i; y de las villas aldeas y términos, s y triujal (sic), y jerio que en ellos y ansi mismo vos Roble Alto, que es xlos los términos, rovechamientos de yo lo tengo y me i María hereda el íavorazgo «con la leí. mi hija mayor, n de nuestro muy i. mi sobrino, hijo v doña Elvira de nía 10: «La dicha la se casare, e sus uien en la dicha anuel, y las armas armas principales, ;ión a los curas y ys e incapaces, 11ai la obligación de ote de 40.000 due a efecto su maíe y de lo mucho sara cuanto antes irincipios de 1542, ?1 rev y le decía: rminación que ha; tan justas causas, v la enhorabuena, e habrá pasado de ■ no faltará algún habló sobre lo que que es razón para

haceros merced y que será como vuestra persc~a e servicios lo merecen» (10). No debe extrañarnos el manifiesto interés de don Fadrique, II señor y I marqués de Mirabel, en que su hija y heredera doña María casara con don Luis, uno de los caballeros más prestigiosos de aquel tiempo; gentilhombre de cámara del emperador don Carlos y gran favorito por sus méritos personales y capacidad. Del contenido de la frecuente correspondencia cruzada entre el ínclito césar y el ilustre Zúñiga, se desprende que este último fue siempre uno de los magnates castellanos que mejor sirvió al prime­ ro, y que el emperador lo distinguía y estimaba con sincero afecto, confiándole las misiones más delicadas y trascendentes. Don Luis formó parte de la comitiva que acompañó al príncipe don Felipe en viaje desde España a sus tierras de la Baja Alemania. Sostenía Zúñiga correspondencia constante con el emperador, que le agradecía sus noticias; y así, en carta fechada en Bruselas el 29 de septiembre de 1548, le decía don Carlos: «Según lo que me es­ cribís, ya pronto estaréis en Barcelona para embarcaros a pasar con el serenísimo príncipe, mi hijo...». «No respondo a vuestra carta, pues tan presto habéis de ve­ nir...» (11). En otra epístola de 20 de octubre le avisaba de la llegada de sus cartas, a que respondía, y del duplicado por la vía de Génova. Deja las particularidades para cuando se vean, que será presto «estando ya lo de la partida a punto, y el príncipe que debe haber días que llegó a Barcelona, según lo que últimamente se me es­ cribió». Don Luis acompañó a don Felipe a Alemania y Flandes, saliendo el príncipe del puerto de Rosas el primero de noviembre de 1548; y al atravesar la comitiva la famosa llanura donde se había dado la batalla de Pavía, le mostró Zúñiga el sitio en que Francisco I se detuvo y fue hecho prisionero (12). El señor de Mirabel, durante el viaje, debió tener al corriente a don Carlos de cuanto sucedía; así se desprende de una del empe­ rador, fechada en Bruselas el 1.° de febrero de 1549, en la que dice al que ya era entonces comendador mayor de Alcántara: «Las cartas que últimamente me escribistes recibí y he holgado mucho de entender por ellas las particularidades que decís de lo que allí ha pasado... Y en lo de vuestra venida acá, llegando a Baviera, e dándoos el príncipe, mi hijo, licencia, os podéis adelantar, que yo (10) Carta firmada en Sanlúear de Barrameda el 20 de abril de 1542. Simancas: Estado, leg. 56, fol. 97. (11) R. A. de la H.: Salazar..., A. 51, fol. 71. (12) «Don Luis, su comentario y los italianos», de E. Mele, publicado en el Bulletin Hispanique, 1922, XXIX, 100.

habré placer en ello. Y así no quedo que deciros, si no que a Dios gracias me hallo bueno y la convalecencia va adelante» (13). Desde Bruselas fue enviado el comendador Zúñiga a visitar al Papa Julio III (1550-1555) para felicitarle por su exaltación a la sede pontificia, con un escrito cfel emperador, en que declaraba su ánimo enteramente dispuesto para la defensa de la iglesia; y el Santo Padre recibió la embajada extraordinaria el 15 de marzo de 1550, hol­ gándose y acogiéndola con afecto paternal (14). Y terminada feliz­ mente su misión, regresó don Luis al lado del césar. Uno de los historiadores del emperador, monseñor Paulo Giovio, en carta dirigida el 10 de diciembre de 1546 al duque Octavio Farnesio, le rogaba que recomendase un asunto (pie le interesa a suo antico patrone el signor don Luis d e Aival, y agregaba que el dicho comendador era digno de una tira d e brocado sobre terciopelo en nuestra historia (15). Existe alguna correspondencia cursada entre don Luis y el rey de Portugal en las fechas que van del 17 de octubre de 1551 al 4 de mayo de 1553. En las cartas del portugués, éste se interesa por la salud y negocios del emperador. Eran también muy útiles a don Felipe los servicios del señor de Mirabel. Cuando el príncipe regentaba el gobierno de España, y estando en Monzón, con ocasión de una reunión de Cortes, es­ cribió una carta al referido comendador, el 6 de octubre de 1552, cuya misiva es una de las pocas que presenta a don Felipe exal­ tado y perdida la paciencia. Uno de sus párrafos dice así: «Vues­ tras cartas he recibido y holgado mucho de ellas, como lo suelo hacer siempre que me escribís. Son ya tan viejas que no tengo que res­ ponder a ellas ni que decir, sino que estoy desesperado y en la mayor confusión que nunca nadie tuvo por haber tanto tiempo que no tengo carta de S. M., ni orden de lo que tengo que hacer, etcé­ tera». Y sigue la carta en idéntico tono. Era ilimitada la confianza que le dispensaban don Carlos y don Felipe, y el primero le dio el cargo de general de la caballería ligera cuando fue contra Enrique II de Francia hacia Metz (16). Don Luis de Zúñiga debió estar casi siempre al lado del empe­ rador hasta que éste decidió retirarse a Yuste. Estando en Londres don Felipe escribió, el 22 de enero de 1555, a su hermana la princesa de Portugal, rogándole se interesara por el pleito que sostenía don Fadrique de Zúñiga, suegro de don Luis, contra doña Francisca, esposa de Juan de Sotomayor, sobre el lugar (13) (14) (15) González (16) 1914).

342

Salazar : Ibid., pág. 70. P asto r : Historia a e los Papas, ed. esp., vol. X III, pág. 92.

Archivo di Stato de Firenza, Carte Stroziane, núm. 353, c. 23, según Palencia. N . A lonso C o r t é s : Don Hernando d e Acuña, pág. 73 (Valladolid,

M irabel.— Restos

si no que a Dios ,‘lante» (13). iúñiga a visitar al saltación a la sede eelaraba su ánimo - y el Santo Padre rzo de 1550, holí terminada feliz■ñor Paulo Giovio, il duque Octavio que le interesa a ' agregaba que el o sobre terciopelo Ion Luis y el rey ibre de 1551 al 4 se interesa por la icios del señor de emo de España, in de Cortes, esoctubre de 1552, don Felipe exaldice así: «Vuesmo lo suelo hacer io tengo que resísperado y en la tanto tiempo que i que hacer, etcélon Carlos y don t caballería ligera ■tz (16). 1 lado del empe­ le enero de 1555, interesara por el jro de don Luis, >r. sobre el lugar pág. 92. 3 S J, c. 23, según

l

ág. 73 (Valladolid,

M irabel.— Restos de los muros y torre que asientan la auténtica Peña del Acero

de Zainos: «E porque por lo mucho que el dicho comendador ha servido e continuamente sirve a S. M., deseo hacer merced, como es razón...» (17). A partir de entonces, don Luis debió vivir en Plasencia, pues doña Leonor, reina de Francia e infanta de España, le escribió desde Jarandilla, el 30 de noviembre de 1557, pidiéndole que se acerque para acompañarla a Badajoz (18). Y termina así la referida carta: «Yo estoy tan confiada de vos, que me prometo que de buena vo­ luntad haréis lo que os pido...» (19). Fue el III señor de Mirabel de los pocos que estuvieron a la ca­ becera del lecho del emperador a la hora de su muerte. La princesa le daba las gracias en sentidísimos términos: «Por las cartas que desde Yuste se me escribieron últimamente he entendido con la voluntad que vinisteis a hallaros en el trabajo que se pasó en el fallecimiento del emperador, mi señor, que haya gloria, de que yo he tenido mucho contentamiento y assi os doy muchas gracias por ello, que lo habéis hecho como de quien vos sois se esperaba, siendo tan antiguo y familiar criado de S. M. E yo le escribiré al serenísimo rey, mi hermano, para que según el cuidado que desto tuvisteis, que yo sé se terná de ello muy servido». He aquí dos de las varias octavas reales que compuso el señor de Mirabel a la muerte de don Carlos: El pie del sacro túmulo onoroso donde reposa el cuerpo del gran Cario, cuyo valor y brazo poderoso, pudo vencer al mundo y sojuzgarlo. ILA. Pastor, con rostro muy lloroso que movía a llorar solo en mirarlo con suspiro ardiente deshacía su alma y corazón, y así decía: — ¡Basta, oh mi Señor y mi bien cierto que desta baja tierra al alto cielo y del furioso mar al dulce puerto te fuistes y me has dejado sin consuelo! Vivo eres tú, yo soy el muerto pues no hay vida sin ti, mas llanto y duelo, porque el vivir sin quien yo tanto he amado morir es con dolor, pena y cuidado.

o

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o

Doña Jerónima, hija mayor de don Luis, casó con Alonso de Zú­ ñiga, llamado otras veces Alonso de Córdoba, gentilhombre de la (17) (18) (19)

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B. R. A. de la H.: Salazar , A. 51, pág. 70. Simancas Contaduría Mayor, Juros, 19, Sa la za r : Ibid., p ág. 88. Ac. Hist. A. 51, fol. 88.

lo, ido

>n Alonso de Z ú itilhombre de la bid., pág.

cámara de S. M., hijo de Pedro de Avila, marqués de las Navas, y, por tanto, sobrino de don Luis, y primo hermano de su mujer (20). El rey, estando en El Escorial, pidió al papa, en 25 de mayo de 1562, por mediación de su embajador don Luis de Recasens, dispensa de parentesco; y el comendador mayor de Alcántara daba cuenta a S. M. del casamiento por carta fechada en Plasencia en 30 de enero, en la que, entre otras cosas, le decia: «Don Alonso va a servir a Vuestra Majestad más tarde de lo que quisiera, aunque más presto de lo que permite la licencia de recién casado. »Suplico a V. M. si no ir antes ha errado, se lo perdone, pues los yerros por amores dignos son de perdonar, etc.» Doña jerónima era llamada a ser heredera en el mayorazgo y marquesado de Mirabel; y fue, efectivamente, IV señora y III mar­ quesa de dicho título. Elvira de Zúñiga, hija segunda de don Luis, casó con Francisco de Monroy, señor de las villas de Monroy y las Quebradas, vecino también de Plasencia. Con fecha 13 de octubre de 1562 otorgó don Luis poder a su esposa doña María para que tratara del asunto del matrimonio y dote con el señor de Monroy, porque él salía para una embajada que le habían comisionado en Roma. La tercera hija, Isabel de Zúñiga, casó con Antonio de Meneses y Sotomayor. Y la última, María, contrajo matrimonio con don Francisco de Vera y Vargas, señor de la villa de Sierra Brava, alférez mayor de Mérida, corregidor de Jerez y gobernador y capitán general, después, del reino de Murcia. Fue el II marqués de Mirabel buen poeta y un magnífico cro­ nista, pues escribió una gran obra que lo hizo pasar a la posteridad con fama de historiador: «Comentario del / illustre señor don Luis de Avila y Zúñiga, co­ mendador mayor de Al / cántara: de la guerra de Alemaña / hecha de Carlos V. Máximo / Emperador Romano / Rey de España. / En el año de MDXLVI. / Con privilegio.» El colofón reza: «Fue impreso el / presente comentario en la ínclita / Ciudad de Venetia, en el año del / Señor de M DXLVIII / a instancia de Thomás de Qorno / ca. Por la cesarea, catholica / Magestad en la / misma Ciudad. Con gracia y privilegio (motu proprio) de su San / ctidad: que manda: que otro algu / no lo imprima en la Christiandad / so la pena y Censuras en el Breve / de su Sanctidad contenidas. Y / con Previlegio de la Illustrissima / Señoría de Venetia; y del lllustríssimo y Excellentíssimo Señor Duque de Florencia; y de otros / Príncipes de Italia: por / diez años.» (20) A. H. N.: Consejo d e Castilla, leg. 24306, núm. 12, pieza 2.a, fols. 104 y siguientes.

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La primera edición se imprimió en Venecia, 1548, por Thomás de Qorno§a, como hemos visto. Tuvo tal aceptación entre el público, que se reimprimió muchas veces en pocos años. En 1549 aparece en Toledo la edición de Juan de Avala, en Sa­ lamanca la de P. de Castro, en Amberes la de Steelsio; en 1550 sale la de Steelsio en Amberes, que parece tuvo dos tiradas distintas, y la de Esteban de Nájera en Zaragoza; en 1552 se publicaron la de Sevilla y la de Venecia por Francisco Marcolini, que se reproduce en el siguiente año 1553, aunque parece que es una sola edición con dos fechas diferentes. La de Steelsio en Ambares, 1550, fue re­ producida por Francisco Javier García, en Madrid, 1567, y de ésta deriva la que figura en el tomo XXI de la B iblioteca d e Autores Españoles, de Rivadeneyra, págs. 409 y 449. El interés de los hechos narrados y su repercusión en la polí­ tica europea de su tiempo fueron causa de las nuevas versiones del Comentario. En el mismo año 1548, se hizo la traducción italia­ na por F. Marcolini; y el mismo volvió a reimprimirla en 1549, 1552 y 1553. En Amberes, en 1550, la tradujo al francés Matthien Vaulchier, y la imprimió Nicolás Torcy. En París salió otra ed. en 1551, hecha por Gil Boillean de Buillón, de la cual se conservan dos ejempla­ res con otra portada y con el nombre del editor Chrestien Wechel. Se imprimió en París, chez Guillaume de Luyne, 1672. El Comentario fue puesto en latín a Gulielmo M alinaeo Brugensi latini redditi, Amberes, Juan Steelsio, MDL. Hay también edición inglesa por John Wilkurson, que salió en Londres en 1554. Holandesa, hecha en Amberes en 1550, y ale­ mana, en Berlín, 1853. Don Luis de Avila, señor de Mirabel, pasó los últimos años de su vida en Plasencia y vivió allí retirado de los negocios públicos, aunque mantenía correspondencia con el rey. Cuando la muerte del príncipe don Carlos, escribió a don Felipe, y éste le contestó afec­ tuosamente desde El Escorial, en 23 de noviembre. Después del año 1568, y antes de noviembre de 1571, debió morir don Fadrique de Zúñiga, su suegro, a quien se había otorgado el título de marqués de Mirabel en 1535. Por derecho de consorte he­ redó don Luis dicha merced nobiliaria, y así, al darle las gracias el rey por su felicitación con motivo del resultado de la batalla de Lepanto, en carta fechada el 12 de noviembre de 1571, lo llamaba m arqués pariente, en lugar de comendador mayor y demás títulos que antes solía emplear. En cosas graves de gobierno consultaba muchas don Felipe al antiguo general de su padre; y así, en comunicación fechada el 2 de septiembre de 1572, pedíale noticias de los caballos y armas de que podía disponer; e interesaba, asimismo, información sobre 346

1S, por Tliornás ■ntre el público, e Avala, en Saío; en 1550 sale idas distintas, y lublicaron la de íe se reproduce na sola edición ?s, 1550, fue re1567, y de ésta teca d e Autores sión en la políluevas versiones raducción italiala en 1549, 1552 thien Vaulchier, . en 1551, hecha an dos ejemplairestien Wechel. alinaeo Brugensi xi, que salió en en 1550, y aleultimos años de egocios públicos, do la muerte del le contestó afecL571; debió morir abía otorgado el > de consorte hedarle las gracias de la batalla de 1571, lo llamaba y demás títulos as don Felipe al ión fechada el 2 caballos y armas □formación sobre

los gitanos y delincuentes que había en las cárceles, para mandarlos a galeras. En 20 de septiembre de 1573, en Plasencia, otorgó el III señor de Mirabel, en unión de su esposa María de Zúñiga, una escritura de mayorazgo, y arregla la legítima que correspondía a cada una de sus hijas. Prohíbe que suceda en este mayorazgo persona de título y que no lo pueda heredar, por tanto, quien sea duque, marqués o conde. Don Luis de Avila y Zúñiga, señor de Mirabel, murió en Pla­ sencia el 24 de septiembre de 1573, según consta por la diligencia de apertura de su testamento, en el que dispone ser enterrado en la parroquia donde muera y que después sus huesos sean llevados al convento de San Vicente de Plasencia. Pero si muriere en algún lugar de la Orden que se le enterrase en el convento de San Benito de Alcántara; y si no tuviere derecho a ello, que trasladen su cadá­ ver a la referida iglesia de San Vicente. Determina cómo ha de ser su entierro, y manda edificar un hospital en la villa de Mirabel. Por el testamento de doña María de Zúñiga y Manuel se sabe que don Luis está sepultado en la capilla del Rosario (21), en la re­ ferida casa conventual de San Vicente de Plasencia. Doña María de Zúñiga hacía, el 5 de septiembre de 1579, agre­ gaciones al mayorazgo de Mirabel, y en la escritura correspondiente decía que don Luis y ella habían fundado cuatro mayorazgos; mas para evitar que hubiera cuatro escrituras, y conocedora de los deseos de los fallecidos don Fadrique y don Luis, reducía a uno los cuatro existentes. Alude a los mayorazgos de don Fadrique en 1435 y 1445, a la incorporación posterior de la jurisdicción criminal de la villa de Mi­ rabel, que había comprado a Felipe II, y al alferazgo de Plasen­ cia, según escritura de 12 de octubre de 1559. Entre los bienes incluidos en el mayorazgo que lega a su hija doña Jerónima figuran; «Primeramente, la fortaleza de la dicha ciudad de Plasencia, que está dentro de la cerca de ella, con todas sus tierras, alcáceres, machos, municiones de tiro, ballestas, alabar­ das e otras armas...». Las fortalezas de Miravete y Segura, a esta fortaleza principal anejas, con todos sus alcáceres, tierras, pastos, prados, huertas, per­ trechos, etc. (21) «En la capilla de Nuestra Señora del Rosario, del convento de San Vicente, colateral, en el crucero, a la parte del evangelio, están enterrados don Francisco de Zúñiga, señor de Mirabel, hermano de padre del cardenal don Juan de Zúñiga, y su hijo don Fadrique de Zúñiga, primer marqués de Mi­ rabel, y don Luis de Avila y Zúñiga, segundo marqués de Mirabel, comendador mayor de Alcántara, que casó con María de Zúñiga, hija del marqués dor, Fadrique, el cual alcanzó del pontífice Pío IV, en 1562, un jubileo plenísimo para esta capilla del Rosario». Vid. A. Fernández, Historia y A nales..., pág. 187.

E L CASTILLO ROQUERO DE MONTFRAGÜE I P

r iv il e g ia d a s it u a c ió n d e e s t a f o r t a l e z a .

Monsfragorum, monte fragoso, llamaron los antiguos a un colosal picacho que se confunde con las nubes contemplado desde distan­ cia, en la margen izquierda del proceloso Tajo —cuando éste atra­ viesa va la provincia de Cáceres—, al sitio preciso en que su caudal se desliza por la llamada portilla d e Montfragüe, no lejos de la his­ tórica y hoy desaparecida aldea de las Córchelas, que fue cabeza de señorío en tierras pertenecientes a la jurisdicción de Torrejón el Rubio. Sobre tan empinada cumbre, monstruo gigante en cuya cima anidan las águilas, cubierta de arbustos y plantas silvestres que adornan su pintoresco ropaje, salpicado de lentiscos, madroñeras, cornicabras, encinas, robles, acebuches, jaras, zarzas y tomillos (1), existió desde tiempo inmemorial un soberbio baluarte destinado, en el transcurso de las centurias, a vigilar y defender el paso del río. Se desconoce la época exacta en que fue construido; pero dado (1) P onz, A ntonio : Viaje d e España, t. V III, carta V II.a, pág. 637 (Ma­ drid, 1947)

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lo estratégico de la posición y los vestigios de edificios arcaicos que afloran por doquier, resulta lógico admitir que en la antigüedad existió en dicho lugar alguno de los castros o citanias que tanto abundaron en dichos parajes; y que sobre sus cimientos alzaron los árabes, siglos después, alguna atalaya o fuerte torre cercada de muros y otras defensas, aumentando con ello el valor y utilidad de la legendaria fortaleza de Al-mofrag, a que hacen referencia las cró­ nicas musulmanas y las cristianas de la Reconquista (2). Los muros de este fuerte asientan sobre enormes bloques de piedra, y la traza de dichos lienzos y la de las torres que todavía se mantienen en pie evidencian sobradamente que fue ocupada esta mansión fortificada por las distintas y sucesivas razas que irrumpie­ ron en nuestro suelo: romanos, visigodos y sarracenos. Presumién­ dose, con fundamento, que por su privilegiada situación y la amena y ubérrima campiña que lo circundaba, en tiempo de moros, debió ser residencia del valí o reyezuelo que era dueño y señor de los lugares y tierras de la comarca. Todos los habitantes de esta magnífica fortaleza, ingente y señera sobre la planicie del arrogante y retador monte fragoso, dejaron huellas de su paso al restañar las heridas que ocasionaron las incle­ mencias del tiempo o las incidencias y furores de la guerra, y al ampliar y mejorar las defensas. Pero dicho fuerte debió quedar perfectamente acondicionado y alcanzar el momento esplendoroso de su mayor prestigio y pujanza en los últimos años de la domina­ ción musulmana, cuando ya empezaba a declinar en España la buena estrella de los hijos del Profeta y presentían que era llegado el momento en que serían arrojados del lugar donde nacieron. Entonces, el codiciado castillo llamado de Al-mofrag, con sus aledaños, que, según veremos después, formaba un recinto alargado, con cinco torres almenadas y dos recintos bien defendidos por só­ lidas y peñascosas irregularidades del terreno, a modo de barbaca­ nas, y algún torreón o puesto avanzado hoy ya desaparecidos, se alzaba desafiante, destacando su esbelta y majestuosa torre del Homenaje, que aún en nuestros días resiste, tenaz y medio desga­ jada, a los embates de la Naturaleza, alardeando de su sorprendente y privilegiado enclave (3). Desde su emplazamiento se mira en el río Tajo que, formando recodo en aquellas latitudes, discurre a través de perezoso y tran­ quilo remanso. (2) E l castillo de Montfragüe recibió en el trascurso de los siglos diversos, nombres, si bien todos tienen el mismo origen y significado. Se citan, entre otros, los siguientes: Monsfragorum, Montefragoso, Ál-Mofrag, Almofragüe, Montfrag, Monsfrag, Monfrag, Monsfrac, Mofrag, Monfragüe y Montfragüe, que es el que lleva en la actualidad. (3) J. R. M élid a , en su Catálogo monumental, y P. H urtado en sus Cas­ tillos, torres ¡/ casas fuertes, tratan este tema con alguna extensión.

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cios arcaicos que ■n la antigüedad tañías que tanto entos alzaron los orre cercada de lor y utilidad de eferencia las cró-

2 ). rmes bloques de ?s que todavía se ue ocupada esta as que irrumpieenos. Presumiénación y la amena de moros, debió > v señor de los ingente y señera fragoso, dejaron ionaron las incleí la guerra, y al te debió quedar nto esplendoroso os de la dominair en España la i que era llegado le nacieron, -mofrag, con sus recinto alargado, ?fendidos por sólodo de barbacadesaparecidos, se ístuosa torre del : v medio desga? su sorprendente jo que, formando perezoso y trail­

le los siglos diversos Se citan, entre otros, mofragüe, Montfrag, agüe, que es el que [c r ta d o en sus Cassió n .

La topografía del Monsfragorum es de una belleza impresionan­ te. Hemos de insistir sobre ello, ya que asombra al visitante por su aspecto extraño y fiero y la enorme altura de la prominencia en que fue entronizado el moruno fortín. Todo en la cumbre es sumamente pintoresco e interesante, a fuei de ser enmarañado y salvaje. Se embarga el ánimo al mirar allá, hacia lo alto, y admirar el sorprendente espectáculo que ofrecen las escarpadas rocas confun­ diéndose con las torres desmochadas, en tanto que, sobre enorme peñasco, se destaca la silueta del águila, tranquila v escrutadora, pero ociosa e indiferente ante los que discurren por las laderas y as­ cienden a la colina, bien segura de que no han de alcanzar el rinconcito donde guarda su nido y sus polluelos. Ya en la cima del Montfragüe, el observador se queda perplejo ante el espectáculo que ofrece tanta ruina, ocasionada por la indi­ ferencia de los hombres y el azote implacable de los elementos, a medida que pasan los años. Allí se descubren viejos sillares carco­ midos y firmes cimentaciones que nos permiten precisar, al menos de manera aproximada, el contorno de los primitivos edificios y de otras diversas construcciones; muros derruidos, pero fáciles de re­ conocer, y abundantes escombros mezclados con peñas, zarzas y hojarasca. Tan desolado panorama oprime el pecho y produce angustia; mas al dirigir la vista al horizonte, se experimenta una intensa satisfac­ ción cuando se contempla la campiña circundada de sierras y picos que a distancia le sirven de marco y que, elevándose suave o brus­ camente, prestan al cuadro variados y amenos tonos bajo un cielo limpio y espléndido, al tiempo que en la azulada y radiante atmós­ fera se mecen los cuervos. Abajo, en el ribazo, hoy casi desprovisto de vegetación, en otras edades crecieron alisos y fresnos que facilitaban sombra bienhechora y permitían a los naturales de las cercanías disfrutar plácidamente de la agradable temperatura de aquellas hondonadas. Desde la fortaleza al río existió un camino subterráneo que per­ mitía conseguir agua en caso de asedio; de este modo se abastecían los señores del castillo y los vecinos del caserío que asentaba en su contorno, desde tiempo inmemorial, para vivir al amparo y librarse de las asechanzas de los bandoleros que infestaban la comarca; pues sabido es que las riberas del Tajo fueron en todo tiempo tierras de revueltas y bandidaje, de contrabandistas y ladrones, guerrille­ ros y gentes sin más ley que la suya, quienes, actuando individual­ mente o en pandillas reducidas, realizaban frecuentes y provecho­ sas rizas. Sabemos que la avalancha de sarracenos que irrumpieron en Iberia en tiempos del último rey godo era un conglomerado de in­ dividuos de varias castas, y que en porcentaje muy elevado figura-

f! O x e a

BE MONTFRAGÜE

Jo je R a m ón u •regún

PLANO BEL CASTILLO

ban entre aquel] e inquieta, que ' tentrional de la derado de buena De berberisc toda la comarca valientes e indi daderas razzias, Al-cazires, Medi perar, por tanto, día en derredor por sus jeques, de botín, que se e inexpugnable, lugar se dedicab faenas de artesa] los invsores isma


D e s c r ip c i ó n M

de j

o n tfra g ü e.

Algunos histo fortaleza tuvo de confirman a estí precisar hoy el t duce a suponer fuertes lienzos d< camente por los en otros muchos gigantes espolom robustecen y con cesos y sitios mi Lo que sí pui las torres que pi triz, en el siglo 3 extremeña: la Orí En nuestros d rebajados y sin 1 luartes: la torre (4) Cronicón A pág. 66 y nota 22 paña, por Aben Abi drid, 1901).

ban entre aquellos invasores los berberiscos, raza indomable, rebelde e inquieta, que tomó carta de natural precisamente en la parte sep­ tentrional de la llamada Transierra, al poco tiempo de haberse apo­ derado de buena parte del solar hispano. De berberiscos estaba integrada la tribu de Nafza, que dominó toda la comarca de Trujillo; y como eran levantiscos por naturaleza, valientes e indisciplinados, se dedicaban a hacer incursiones, ver­ daderas razzias, por toda la región, llegando hasta Alcántara-as-seilf, Al-cazires, Medina Cauria, Ambrozi y Montanges (4); siendo de es­ perar, por tanto, que los moros habitantes del poblado que se exten­ día en derredor de Al-mofrag eran de esta calaña, y que, guiados por sus jeques, merodearían por la serranía circundante en busca de botín, que se repartirían más tarde en su refugio, bien protegido e inexpugnable. En tanto que los niños, ancianos y desvalidos del lugar se dedicaban al pastoreo, a trabajar en las alfarerías y a otras faenas de artesanía en las que eran tan duchos los descendientes de los invsores ismaelitas. II D e s c r ip c i ó n d e l o s M o n tfra g üe.

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Algunos historiadores de nuestro tiempo opinan que esta colosal fortaleza tuvo dos recintos murados; pero las crónicas antiguas nada confirman a este respecto, ni los vestigios existentes nos permiten precisar hoy el contorno de la cerca exterior; circunstancia que in­ duce a suponer que el primer recinto debió reducirse a grandes y fuertes lienzos de murallas empotrados entre prominentes rocas, úni­ camente por los lados más vulnerables, como era norma corriente en otros muchos castillos de nuestro país enclavados en lo alto de gigantes espolones y circundados de fuertes escarpes naturales que robustecen y completan trozos de murallones incrustados en los ac­ cesos y sitios más peligrosos, por su menor garantía de seguridad. Lo que sí puede admitirse como hecho cierto es que eran cinco las torres que protegían y adornaban el histórico recinto, casa ma­ triz, en el siglo x i i , de una Orden militar y de caballería netamente extremeña: la Orden de caballeros de Monsfrag. En nuestros días, sin embargo, sólo se mantienen enhiestos, pero rebajados y sin las almenas que los coronaban, dos de dichos ba­ luartes: la torre del Homenaje de forma pentagonal, como las de (4) Cronicón A lbeldense, núm. 64. M a tía s R. M a rtín e z , en su H istoria..., pág. 66 y nota 22 de la m ism a; y en las págs. 71 y 128. Descripción d e E s­ paña, por Aben A b d a lla Mohamed, E l Edrisi, trad. de Blázquez, cap . III (Ma­ drid, 1901).

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Almenara, Trevejo y Alconétar, y otra casi cilindrica que ocupa el ángulo noreste del alargado recinto aún existente; y por cierto, que en estado lamentable. Aparece hoy esta torre con bastante menos elevación que la que debió tener cuando estaba completa, ya que a los dos metros, apro­ ximadamente, del piso actual hay varios huecos en sus lienzos, indu­ dables mechinales, que debieron servir para alojar los extremos de las vigas que sostenían la cámara o departamento superior. Toda su fábrica es de mampostería a base de cuarcita sujeta con argamasa; y su emplazamiento, muy indicado y provechoso, pues se alza en el punto preciso para proteger la puerta ae entrada al fuerte, en el sitio que resulta de mayor utilidad por ser el más vulnerable y peligroso ante posibles arremetidas del enemigo. Ya hemos indicado que la gran torre del Homenaje es de forma pentagonal en su exterior; pero en el interior su traza es casi cua­ drada, sirviendo el triángulo de sus gruesas paredes, que mira hacia el lado del naciente, para alojar la curiosa escalera de cara­ col que facilitaba la subida a los pisos o dependencias superiores. Los fuertes y anchos muros de esta torre, cuyo espesor es de 2,20 metros, fueron fabricados con piedra de sílex y cuarzo mezclados con argamasa; consiguiéndose así recia mampostería que se sujeta en los extremos por esquinazos de ladrillo. «La parte baja, de gran elevación, sólo tiene una puerta de acceso, hecha toda ella de ladrillo. El arco fue de herradura, en el exterior, y de ojiva muy apuntada y terminada, en el interior, estando bár­ baramente destrozado. También fue de herradura el arco de arran­ que de la escalera de caracol en la que se abre una gran saetera. »E1 pavimento de la planta baja está muy excavado por obra de los buscadores de tesoros. Se cubre esta pieza con bóveda de cañón, un tanto ovalada, cuyo eje va en dirección de naciente a po­ niente. Sobre ella asienta aí piso de la segunda planta, a la que se sube por la citada escalera, que desemboca mediante un arco apun­ tado con dovelaje de ladrillo. Contaba esta sala con tres ventanas de 1,10 de ancho, y el arranque del segundo tramo de la escalera, que se conserva, demuestra la existencia de otra planta superior, o terraza, quizá, que daría mayor esbeltez y visualidad a esta torre...» (5). Por sus características parece ser obra almohade, lo que no quiere decir que antes no hubiera allí otra fortaleza de fábrica más antigua, e incluso que se aprovecharan parte de los muros primi­ tivos. En el ángulo noreste, que está sobre la llamada vulgarmente Por(5) J osé R amón y F ernández O x e a : E l castillo d e M ontfragüe, ed. por el Seminario de Arte y Arqueología de Valladolid, pág. 4, año 1950.

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Irica que ocupa el ; y por cierto, que ■vación que la que ; dos metros, apro1 sus lienzos, induir los extremos de ito superior, cuarcita sujeta con rovechoso, pues se : entrada al fuerte, el más vulnerable lenaje es de forma traza es casi cualaredes, que mira escalera de caraiencias superiores, espesor es de 2,20 cuarzo mezclados ería que se sujeta i puerta de acceso, ura, en el exterior, ?rior, estando bárel arco de arrangran saetera, xcavado por obra ta con bóveda de de naciente a po­ danta, a la que se nte un arco apuncon tres ventanas no de la escalera, planta superior, o visualidad a esta )hade, lo que no za de fábrica más los muros primii vulgarmente Porontfragüe, ed. por el ño 1950.

M ontjragüe.— Nuestra Señora Santa María del Montfragüe

tilla y tiene en frente el Pico del Fraile, se advierten restos de muros pertenecientes a otra torre que allí debió existir. De los dos posibles recintos referidos, solamente se conserva, muy aportillado y confundiéndose sus piedras con los cimientos, el más interior, con su puerta de entrada abierta en el lienzo norte, pero mirando hacia naciente, y a través de la cual se penetra en la for­ taleza utilizando suave rampa doblada en ángulo recto para pasar por el único arco de medio punto existente, que lleva el nombre de Cambrión, y que debió ser el marco de la puerta de la forta­ leza. Entre los viejos y derruidos muros, que caen sobre el lado de la Portilla y la torre del Homenaje, se acomoda la pequeña ermita de Santa María de Montegaudio, llamada por sus devotos de los pueblos circundantes Nuestra Señora de Montfragüe. En un re­ ducido templo, con ligero ensanchamiento en su parte central, donde se alzan dos columnas para sostener la techumbre, y tiene tejado a dos aguas entre la nave. En dirección al mediodía, aparece adosada a este santuario una pequeña habitación destinada a sacristía. Existe en el interior un solo retablo, trono de la Santísima Virgen, de muy escaso mérito; es de estilo barroco popular de finales del siglo xvii, y debió ser dorado y terminado a principios del siglo xix, si hemos de dar crédito a las inscripciones de los romeros de los pueblos de las cercanías, Tejeda de Tiétar, Malpartida de Plasencia y Torrejón el Rubio, entre otros. Dichos letreros, que aún se pueden leer, pregonan las aportaciones económicas de aquellos para la res­ tauración de la ermita y su acendrado amor a la excelente Señora, Patrona de varias villas, lugares y aldeas de aquella serranía. Es de algún interés decorativo y arquitectónico el curioso frontal de azulejos de Talavera, adosado al altar, cuyo importe fue su­ fragado con limosnas de los peregrinos y devotos hijos de la casi legendaria Virgen de Montegaudio. Y decimos casi legendaria, porque, efectivamente, el origen de esta sagrada imagen de María, que es, a nuestro juicio, uno de los ejemplares más bellos de la iconografía mariana extremeña, apare­ ce envuelto en el misterio; mejor aún, se carece de pruebas y tes­ timonios fehacientes respecto al artífice que talló la imagen, época de su ejecución y lugar donde se realizó la interesante y preciosa obra. Mas, ello no obstante, en páginas sucesivas daremos a conocer nuestra opinión sobre el asunto, que parece estar de acuerdo con la de algunos otros cronistas e investigadores que se han ocupado, aun­ que un poco a la ligera, de este problema, que entraña indudable interés local y regional.

dvierten restos de stir. lente se conserva, n los cimientos, el 1 lienzo norte, pero penetra en la fory recto para pasar e lleva el nombre juerta de la fortasobre el lado de la la pequeña ermita nos devotos de los fragüe. En un reiarte central, donde ore, y tiene tejado este santuario una a Santísima Virgen, ular de finales del ripios del siglo xix, los romeros de los artida de Plasencia que aún se pueden juellos para la resa excelente Señora, ella serranía, o el curioso frontal 0 importe fue suos hijos de la casi lente, el origen de » juicio, uno de los 1 extremeña, apare■ de pruebas y tesó la imagen, época eresante y preciosa daremos a conocer •de acuerdo con la 1han ocupado, aunentraña indudable

III Noticias históricas.

A pesar de nuestra insistencia y buen deseo por conocer hechos concretos relacionados con el coloso picacho de Montfragüe y las fortificaciones que se enseñorearon de su cima en todos los tiempos, hemos de confesar que fracasamos en nuestro intento, que nuestras investigaciones dieron escaso resultado, y que la fortuna no nos deparó noticias ciertas relativas al mismo hasta mediado el siglo x ii . Helas aquí: Un historiador extremeño (6) se decidió a admitir, aunque con reservas, que el primero que arrebató el castillo de Al-mofrag a los sarracenos fue el rey de León, Fernando II, en 1169, y que lo cedió después, en 1171, a la Orden militar de Santiago (7), fundada en Cáceres el año anterior. Pero esta suposición debe desecharse por errónea, porque nuestra búsqueda y comprobaciones posteriores nos permiten demostrar que el parecer del mencionado escritor no se basa en testimonios autén­ ticos. Sin tener en cuenta la posibilidad de que los reyes de Castilla y León, Ordoño II y Ordoño III, Alfonso III, el Magno, y aun el mismo monarca castellano Fernando I, pudieran haber llegado y hasta conquistado esta fortaleza en sus incursiones guerreras por tierras de moros, es evidente que mientras Fernando II de León incorporaba a su corona los territorios de la Sierra de Gata y los enclavados en una y otra de las riberas del Tajo —cuando llegó, en 1167, a la Cabeza de Esparragal (8), después de haber conquistado la villa de Alcántara—, un aventurero portugués, que tenía más de jefe de pandilla de facinerosos que de capitán de milicias, penetró con sus secuaces en la comarca comprendida entre Tajo y Guadiana y, con gran arrojo y temeridad, realizó varias rizas y se apoderó de diversas ciudades importantes, como Trujillo, Santa Cruz y Monsfragüe. El guerrillero portugués, autor de tan provechosa ha­ zaña, se llamó desde entonces Giraldo Simpavor: cognominato Sinepavore, por razón de que tan extraño y arriesgado personaje no co­ nocía el miedo, y su falta de escrúpulos y su decisión lo impulsa­ ban a emprender las más fabulosas y disparatadas aventuras. El testimonio indiscutible que garantiza las correrías del picaro Giraldo y sus seguros éxitos al apoderarse de las plazas fuertes mencionadas lo hallamos en la Crónica latina número 10, donde (6) P. H urtado : obr. cit., p ág. 176. (7) Véase el apéndice IV de nuestra obra L a Orden d e caballeros d e Monfrag (Madrid, 1950). (8) T orres y T a p ia : C rónica..., t. I, pág. 68 y la nota V de la misma.

se refiere taxativamente que, al acudir el rey de León, don Fer­ nando, en 1169, en auxilio de los habitantes de Badajoz (9), vasallos suyos, para evitar que dicha capital y toda su comarca cayera en manos de Alonso Enríquez, que lo había puesto en grave aprieto, derrotó a éste y lo apresó, juntamente con buen número de capita­ nes, condes, prelados y otros caballeros que iban al frente de los ejércitos de Portugal. Hemos dicho que entre los prisioneros estaba el célebre Giraldo, el más formidable peón de brega en las huestes del rey lusitano; pero al quedar el extraño personaje Simpavor reducido a la impo­ tencia, solicitó su libertad poniendo en juego para conseguirla cuan­ tos medios y recursos estaban a su alcance; y le fue concedida por el insigne leonés, Fernán Rodríguez, el Castellano, «a cambio de la entrega de Montánchez, Trujillo, Santa Cruz y Montfragüe». De donde se deduce que el primero que arrebató a los moros la referida plaza fue el ínclito Giraldo, señor en aquel tiempo del dicho castillo y de otras fortalezas de la región; y que el baluarte referido pasó a poder de Fernando II no por conquista directa de este so­ berano, y sí por cesión voluntaria del guerrillero y cabecilla luso. « * e Uno de los más nobles y prestigiosos caballeros de la corte de Alfonso VI —el que conquistó Coria y llegó con sus vanguardias hasta las tierras meridionales de las Extremaduras leonesa y lusi­ tana—, fue un magnate gallego llamado Rodrigo Velar, conde de Sarria, que debió gozar de gran predicamento, a juzgar por los privilegios que firmó (10). A este señor sucedió en su casa y condado su hijo Alvaro (11), que desempeñó relevantes cargos por lo esclarecido de su linaje y el hecho de haber contraído matrimonio con la infanta doña Sancha, hija del insigne y batallador monarca mencionado (12). (9) G on zález , J.: R egesta,.., pág. 81 (Madrid, 1943). (10) «El conde don Rodrigo de Sarria fue hijo del conde Alonso Rodrí­ guez y de la condesa infanta doña Sancha, fundadora del monasterio cisterciense de Meyra; y nieto del conde Rodrigo Velar de Sarria, que sirvió al rey Alfonso VÍ y a su nieto el Emperador hasta 1144, que consta haber muer­ to», se puede leer en la pág. 238 de la Vida d el venerable fundador d e la Orden d e Santiago, por L ó p ez A r g uleta . (11) «El más antiguo y principal solar de los Alvarez radicó en el Concejo de Navia, de Asturias, y Ñuño Alvarez de Amaya, quien floreció por los años del 900, fue uno de los primeros Alvarez y fue conde y ricohombre. De Ñuño Alvarez procedió Alvaro Alvarez, de él, Rodrigo Alvarez, y de él otro Rodrigo Alvarez, primogénito, el que se casó con Sancha, hija de Alfonso IV ». P if e r r e r , t. IV, pág. 180. (12) Julio González no parece estar de acuerdo con el P. Flórez ni con Piferrer, que hacen a doña Sancha hija de Alfonso VI. Para dicho historiador, doña Sancha era hija del conde gallego don Fernando Pérez de Trava. Véase en R egesta..., págs. 19 y 22,

el célebre Giraldo, s del rey lusitano; ■ducido a la impoi conseguirla cuanfue concedida por ino, «a cambio de Montfragüe». lz y >ató a los moros la ?1 tiempo del dicho ?1 baluarte referido directa de este soo v cabecilla luso.

ros de la corte de o sus vanguardias ras leonesa y lusio Velar, conde de a juzgar por los ¡jo Alvaro (11), que de su linaje y el anta doña Sancha,

12). conde Alonso Rodríiel monasterio cisterSarria, que sirvió al le consta haber muerrable fundador d e la radicó en el Concejo floreció por los años ricohombre. De Ñuño v de él otro Rodrigo lfonso IV». P lF E R R E R , el P. Flórez ni con ‘ara dicho historiador, érez de Trava. Véase

M ontfragüe.— Torres desmochadas del coloso Al-mo-frag, orgullo de la morisma

le León, don Feradajoz (9), vasallos comarca cayera en ►en grave aprieto, número de capitam al frente de los

La referida infanta era hermana de la que, años más tarde, fue reina de Castilla y León; la poco afortunada doña Urraca, tan criticada por su conducta dudosa y los desaciertos que cometió en el gobierno de sus Estados durante la minoría de edad de su hijo don Alfonso, futuro Emperador. Era, por tanto, el ilustre don Alvaro II conde de Sarria, dos veces cuñado de la reina Urraca; la primera, por haberse casado con la infanta doña Sancha, y la segunda por ser hermano del conde don Pedro González de Lara, tercer esposo de dicha reina (13). Aunque en uno de nuestros trabajos históricos nos ocupábamos de este esclarecido cortesano con algún detenimiento, nos limitaremos en el presente a hacer constar que se le dispensaron en vida todos los honores, que desempeñó todos los cargos más relevantes, y que, antes de fallecer, puso en contacto con el grupo de caballeros más escogidos de la nobleza de aquel tiempo a su hijo Rodrigo; per­ sonaje éste que destacaba ya entonces por llevar sangre real en sus venas y por sus propios méritos; circunstancias que le autorizaban pretender alcanzar los más altos puestos y realizar las empresas más osadas y peligrosas, dado también su natural espíritu decidido y aventurero. Tanto debía ser su prestigio y reputación, que el rey Fernando II le concedió todos los honores y preeminencias que disfrutaba su padre, y no tuvo reparo en permitirle que se uniera en matrimo­ nio con su propia hermana, la infanta llamada también doña Urra­ ca (14), con la que aparece casado por lo menos desde el 27 de sep­ tiembre de 1163. Fue este don Rodrigo, III conde de Sarria, caballero de tempe­ ramento inquieto, quizá un poco libertino y, desde luego, muy em­ prendedor, aguijoneado tal vez por su insaciable deseo de aven­ turas. Se dice de él que, para satisfacer sus impulsos, marchó como cruzado a Palestina y allí guerreó y se batió denodadamente con los infieles, adquiriendo tal renombre que le valió el título de paladín de la fe y de caballero valiente y esforzado. En aquellos tiempos, mediados del siglo xn, hacía poco que se había fundado en Tierra Santa la Orden de la milicia del Temple, con una misión perfectamente definida: limpiar de maleantes los caminos que conducían a Jerusalén y pelear contra los beduinos y (13) «La celebridad de aquel señor (se refiere al conde don Pedro Gon­ zález de Lara) era tan alta, que no podía mirarle con desvío la reina. Una hermana suya, doña Sancha, casó con el hermano segundo del referido conde.» f P. E nrique F l ó r ez , en Reinas d e España, t. I, pág. 345 de la ed. Aguilar (Madrid, 1945). (14) El citado J. G o n zález , en su Regesta, pág. 72, es quien hace referencia que don Rodrigo Alvarez estaba casado con doña Urraca, hermana de Femando II de León.

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años más tarde, doña Urraca, tan s que cometió en edad de su hijo ■Sarria, dos veces rse casado con la no del conde don ?ina (13). nos ocupábamos o. nos limitaremos en vida todos los elevantes, y que, le caballeros más ijo Rodrigo; perangre real en sus ne le autorizaban las empresas más píritu decidido y 1 rev Fernando II |ue disfrutaba su iera en matrimonbién doña Urra“sde el 27 de sepballero de tempe? luego, muy em1 deseo de avenos, marchó como adamente con los título de paladín acia poco que se licia del Temple, de maleantes los ■a los beduinos y de don Pedro Gonesvío la reina. Una del referido conde.» 5 de la ed. Aguilar 72, es quien hace ña Urraca, hermana

otros indeseables que impedían, atacaban y despojaban a los pere­ grinos que por devoción, o a los viajeros que, por curiosidad, se dirigían a los Santos Lugares. El conde don Rodrigo, con varios compatriotas y un grupo de caballeros nacidos en otros países, pero de su mismo temple y coraje, peleó sin descanso en las tierras regadas por el Jordán, siempre que para ello se presentaba ocasión propicia. #

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Después que Godofredo de Bullón reconquistó los lugares que constituyen la cuna de Cristiandad, los custodios y defensores de aquel patrimonio sagrado empezaron a edificar sobre un montículo, que hay cerca de Jerusalén, un lugar habitado que recibió el nom­ bre de Monte Gaudio (15), Monte d el Gozo, porque, al ascender a él los cristianos peregrinos de occidente, podían admirar las belle­ zas y grandiosidad de la ciudad santa; y al contemplar tanta mara­ villa, se inundaban de gozo sus corazones y se reanimaba su espí­ ritu decaído por el cansancio y el lento y pesado caminar durante tantas jornadas. No satisfecho el conde de Sarria con los lauros que venía cose­ chando, pidió a Balduino, rey de Jerusalén, que cediera a él y a sus compañeros, amigos y compatriotas, la atalaya de Montegaudio para fundar allí una Orden de Caballería. Le expuso sus proyectos con todo detalle, y el soberano accedió gustoso a sus pretensiones, permi­ tiendo este hecho que el ínclito noble gallego instituyera en dicho lugar la llamada Orden militar y de caballería de Nuestra Señora de M ontegaudio, que tanto renombre alcanzó en años sucesivos, y a la que el referido monarca jerosimilitano concedió sus preferencias y dotó espléndidamente. Sus milites realizaron auténticas proezas en el corto espacio de su existencia, porque pronto el gran Saladino se apoderó de Tierra Santa y los milites de Monteagaudio hubieron de abandonar la sede de su institución y regresar precipitadamente a Europa. (15) «Después que Godofre de Bullón conquistó Tierra Santa, se fundaron en las cercanías de Jerusalén dos ciudades; la primera, que no estaba muy lejos, en la cima de un monte, desde donde los peregrinos que acudían a visitar los Santos Lugares podían descubrir Jerusalén; y la otra, a dos leguas de dis­ tancia, también situada en un monte cerca de Belén y de la torre de Ader, desde donde los peregrinos veían esta ciudad. Estas dos ciudades fueron lla­ madas Montegaudio, tal vez a causa del gozo que manifestaban los peregrinos cuando descubrían desde estos montes los Santos Lugares.» Ordenes militares en estampas, en la B. N. «El nombre de su institución se debe al lugar que eligieron para residencia, cerca de Jerusalén, y sus estatutos fueron aprobados en 1180, ocupando la silla apostólica Alejandro III, y siendo Emperador de las regiones de Oriente, Alejo Comeno, el Joven.» Historia d e las Ordenes militares, por I ñigo, pág. 82 del t. II.

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No se puede poner en duda que fue don Rodrigo de Sarria el fundador de dicha Orden; así lo atestiguan con toda claridad los do­ cumentos de la época (16). Lo que no resulta tan claro es afirmar que, al huir de aquellas tierras y refugiarse en nuestra patria, tra­ jera consigo la interesante y bella imagen de María, que bajo la advocación de Montegaudio veneraban en Palestina los freires de dicha congregación religioso-militar en la capilla de su casa matriz. Pero aunque recogemos esta precedente referencia con algunas reservas por no disponer de documentos demostrativos de tal aser­ to, decidimos hacer constar que son muchas las probabilidades apa­ rentes de que es una y la misma la imagen de la Santísima Virgen venerada por los cruzados montegaudenses allá en Oriente y la que tiene en la actualidad su trono en la ermita adosada al castillo de Montfragüe, ya que su factura románica es indiscutible y su belleza y méritos escultóricos extraordinarios. Y no tenemos reparo en afir­ mar, conforme a nuestro personalísimo criterio, que se trata de una talla auténtica del siglo xn. O

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Al regresar de tierras orientales don Rodrigo, estaba en su apogeo la empresa de la Reconquista de España; y debido a los altos cargos que desempeñara su padre en la corte de León, a su ascendencia real y a la aureola de prestigio de que había sabido rodearse por su eficaz intervención como cruzado en las revueltas de Tierra Santa, el caso es que fue acogido con aplauso por la nobleza y pronto em­ pezó a figurar al lado del rey, que le dispensaba singular predi­ lección y Te confiaba comisiones harto delicadas y difíciles. Prescindiremos de sus intervenciones en los actos de la corte, re­ señados en nuestro libro sobre la Orden de Monsfrag, y nos limi­ taremos a señalar que su nombre figura entre el grupo de nobles que se agruparon en Cáceres, el año 1170, y decidieron dar forma legal a la que se llamó seguidamente Orden de Santiago o de la Espada; siendo él uno de los primeros miembros de la misma, pues aparece en unión del que es considerado como primer maestre (17), don Pedro Fernández de Fuentencalada, y de los caballeros don Pe(16) E go Rodericus Alvarez quondam C om es m odo magistro militum Mon­ tas Gaudii, decía un documento existente en Santa María de Nuria, según consta en el cajón n.° 232 del A. H. N.— Dilectis filiis Roderico Domus Sanctae Mariae Montis Gaudii d e Jerusalen ejusque fratribus... se lee en una bula, que lleva fecha 23-11-1180, promulgada por Alejandro III, y que aparece en el apén­ dice V III de nuestra referida obra, L a Orden d e caballeros d e Monfrag. (17) «Nuestro don Pedro consiguió tener en el conde don Rodrigo un hijo, compañero en fundación de la Orden de Santiago, primer comendador de Monsanto y Abrantes, en Portugal; un insigne fundador de nueva Orden, un sucesor para su castillo de Monsfrag, titulándose Orden de Monsfrag su milicia en Castilla». L ó pez A r g u l et a : obr. cit., pág. 196,

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irigo de Sarria el la claridad los do1 claro es afirmar uestra patria, tra­ baría, que bajo la ina los freires de le su casa matriz. ?ncia con algunas itivos de tal aserrobabilidades apaSantísima Virgen Oriente y la que ada al castillo de itible y su belleza os reparo en afirle se trata de una

taba en su apogeo a los altos cargos a su ascendencia o rodearse por su de Tierra Santa, leza y pronto em1a singular predidifíciles. i>s de la corte, resfrag, y nos limigrupo de nobles dieron dar forma Santiago o de la le la misma, pues mer maestre (17), aballeros don Peigistro militum MonNuria, según consta Domus Sanctae Mae en una bula, que aparece en el apén■Monfrag. le don Rodrigo un )rimer comendador e nueva Orden, un Monsfrag su milicia

J

M ontfragüe .— Torre almohade

dro Arias, don Pedro Muñoz, don Fernando Odoarez, don Arias Fumar y don Suero Rodríguez, indudables fundadores de dicho instituto. Vemos, pues, al conde Rodrigo figurar entre los personajes que echaron los cimientos de la nueva Orden militar, cuya necesidad tanto se hacía sentir en la Transierra de León; y por ello no nos pa­ recerá extraño que al poco tiempo se le hiciera merced de la en­ com ienda mayor, una de las más codiciadas y representativas de la Orden. La consecución de tal merced fue muy celebrada por sus conmílites, porque suponía una prueba de gran distinción y estima por parte cíe su cuñado don Fernando II de León. A ella se unió otra, que recibió poco después, del rey don Alonso de Portugal, quien hizo donación a la Orden de Santiago de los castillos de Abrantes y Monsanto, en los años 1171 y 1172, respectivamente, con la expresa condición de que los había d e poseer el com endador don Rodrigo y no otro alguno.

En la segunda mitad del siglo x i i había en la curia romana mu­ chos asuntos concernientes a los reinos de España, y para resolver­ los determinó el Santo Padre enviar personalmente a nuestro país, en 1172, como delegado extraordinario, al cardenal Jacinto, que llegó acompañado de una lucida comitiva de clérigos y familiares, entre otros su hermano Bonón, Raimundo de Capella, subdiácono de la iglesia romana, Maibrardo, y su notario Juan Jorge, también subdiá­ cono de la misma iglesia (18). Durante la estancia en España y Portugal del delegado pontifi­ cio, debido seguramente al decidido apoyo y cordialidad con que acogía todo lo relacionado con los freires de la Espada, el caso es que le acompañó constantemente el comendador Mayor de dicha congre­ gación, quien se captó las simpatías de monseñor Jacinto; y como prueba de ello, éste lo distinguió y le profesó, desde el momento de conocerle, singular estimación, influido seguramente por su gran personalidad y prestigio dentro de la Orden y por ser pariente pró­ ximo del rey de León. No obstante los títulos y prebendas que ya disfrutaba el conde de Sarria, creyéndose quizá con capacidad y méritos suficientes para desempeñar cargos más relevantes y representativos, o inspirado tal vez por la bendita imagen de María, reliquia sagrada que con tanta devoción y cariño trajera de Tierra Santa, el resultado fue que con­ cibió el decidido propósito de establecer en tierras de Hispania la congregación religioso-militar de caballeros de Montegaudio, que (18) A. B lá zq u ez : «Bosquejo histórico d e la Orden d e Montegaudio, p á­ gina 142, publicado en el B. d e la R. A. d e la H., año 1917, núm. 2.

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con tanta ilusió canias de Jerus Firme en su cardenal la aut dedicarse entera bros de su Henr Accedió coir voroso cruzado gloria y espíen* dejado de existí quedó desartic-u cia para proced prodigar abund sus comienzos. No se sabe o de la primera é gimiento de la pero repasando dor, don Rodrii años 1170-71. E: de Montegaudio el conde de San estuvieron siemp reino de León a nobles y destacs Ximénez, Munio litando en la misi La bula de fecha del año II cionada publica* resurgimiento d< tierras de Iberia i E l escollo m precisar el lugar matriz y destinar han soslayado lo toriadores; mas 1 nación del casti Portugal en 1171 (19) «Doña Pii de Santiago, y con Castrovide, XV dú B lá zq u ez : obr. cit., (20) Véase el balleros de Monfrae. (21) Ibid., apén

Moarez, don Arias □dadores de dicho los personajes que ar, cuya necesidad por ello no nos pamerced de la enpresentativas de la celebrada por sus distinción y estima íón. A ella se unió lonso de Portugal, de los castillos de 2. respectivamente, ¡eer el com endador

cuna romana mu­ ía, y para resolver: a nuestro país, en Jacinto, que llegó y familiares, entre subdiácono de la ;e, también subdiáI delegado pontifi>rdialidad con que ada, el caso es que r de dicha congre► r Jacinto; y como ;de el momento de ente por su gran r ser pariente próisfrutaba el conde os suficientes para os, o inspirado tal ada que con tanta Itado fue que conas de Hispania la Montegaudio, que d e Montegaudio, pánúm. 2 .

con tanta ilusión y a costa de tantos sacrificios fundara en las cer­ canías de Jerusalén, en momentos críticos e inolvidables. Firme en su propósito, el inquieto conde solicitó de su amigo el cardenal la autorización precisa para dejar el hábito de Santiago y dedicarse enteramente a agrupar en nuestro país a los antiguos miem­ bros de su Hermandad. Accedió complacido el legado de Su Santidad y el valiente y fer­ voroso cruzado dio impulsos en tierras de León a su obra, que tanta gloria y esplendor alcanzara antaño, y que en realidad no había dejado de existir, sino que, al huir sus componentes de Palestina, quedó desarticulada, como en suspenso, en espera de ocasión propi­ cia para proceder a su reorganización y dejarla en condiciones de prodigar abundantes frutos, pues prometió siempre mucho desde sus comienzos. No se sabe con seguridad quiénes fueron los freires supervivientes de la primera época que colaboraron con don Rodrigo en el resur­ gimiento de la Orden que él fundara en las colinas de Jerusalén; pero repasando bularios y privilegios aparece, al lado del funda­ dor, don Rodrigo González (19), alférez del rey de León en los años 1170-71. Este caballero fue lugarteniente o comendador mayor de Montegaudio y se encargó de su gobierno y dirección al fallecer el conde de Sarria, lo que nos induce a suponer que fue de los que estuvieron siempre al lado de maestre y fundador, y le ayudó en el reino de León a reorganizar dicha milicia, en unión de otros varios nobles y destacados caballeros: Juan García, Velasco Ortiz, Pedro Ximénez, Munio Fernández y García Garcés, que continuaron mi­ litando en la misma hasta su extinción (20 ). La bula de confirmación de la Orden de Montegaudio lleva fecha del año 1180; pero como hacemos constar en nuestra ya men­ cionada publicación sobre la Orden y caballeros de Monsfrag, el resurgimiento de la misma o comienzos de su segunda etapa en tierras de Iberia debió ser anterior a 1173. El escollo más difícil de aclarar a este respecto ha sido poder precisar el lugar elegido por don Rodrigo para establecer su casa matriz y destinarla a albergue de sus freires. Es éste un extremo que han soslayado los tratadistas y no han conseguido resolver los his­ toriadores; mas la clave nos la da el epígrafe del privilegio de do­ nación del castillo de Monsanto (21), promulgado por el rey de Portugal en 1171, que dice así: «Donatio castelli de Monsanto nun(1 9 ) «Doña Pinel de Suso a don Pedro Fernández, Maestre de la Orden de Santiago, y confirma Rodericus González, Alfieriz Regis. Facta Charta in Castrovide, XV dies julíi, era MCCIII». Bullarium mil. S. Jacobi, pág. 3, B l á z q u e z : obr. cit., pág. 1 4 1 y apéndices. (20) Véase el apéndice X de nuestro mencionado trabajo sobre los ca­ balleros de Monfrag. (21) Ibid., apéndice V.

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cupati a rege Portugaliae jacta in manibus D. P. Ferrandi magistri et comitis Roderici jratis tune Ordinis postmodum vero magistri militiae de M onteguadio seu d e Monsfrag». Es decir, el rey portugués da el castillo de Monsanto al maestre don Pedro Fernández y al conde Rodrigo, el cual entonces era hermano (freire) de la Orden (de Santiago), y después ju e m aestre de la M ontegaudio o de Monsfrag. Y si fue don Rodrigo maestre de Montegaudio o de Monsfrag, no resulta ilógico admitir que dicha Orden se llamó de Montegau­ dio en Palestina y en Castilla de Monsfrag, por ser éstos los lugares donde tuvo comienzo en dos épocas diferentes (2 2 ). Admitiendo este hecho como cosa real fundamentado en el docu­ mento precedente, admitimos sin el menor titubeo que los ínclitos guadenses fijaron su residencia en el privilegiado monte rocoso que desde tiempos remotos se denominaba Monsfragorum; es decir, en el poderoso castillo que corona su cima, cuyas torres destacadas vi­ gilaban la útil vía que cruza el caudaloso Tajo y que era paso obli­ gado que permitía la comunicación de los reinos cristianos con las tierras meridionales ocupadas por la morisma. Y aunque pudo el de Sarria elegir para sede de sus caballeros algún otro castillo, villa o monasterio de su propiedad, se decidió por el coloso Monsfrag por sus excelentes medios de defensa y por las ventajas de su privilegiada posición, tan a propósito para el logro de sus fines. La aludida bula de confirmación, que señala las propiedades de la Orden en aquel tiempo, ofrece la particularidad de no citar otros donantes que el rey Balduino de Jerusalén y el leonés don Fernan­ do. Hecho que confirma una vez más que fue en los dominios de este monarca donde la asociación de caballeros capitaneada por el conde de Sarria echó sus cimientos. Se ha supuesto que la jurisdicción espiritual de esta institución de milites de Monsfrag correspondió desde un principio al abad de Moreruela; pero precisarlo exactamente resulta difícil y confuso. Y merece tenerse en cuenta que no precisaban aquellos ilustres cru­ zados, pocos en un principio, buscar fuera de su recinto roquero lo que tenían en su propia casa; y era que, adosada a los muros del (22) «Campomanes, autor de la crónica de los Templarios, no duda que en Castilla hubo una asociación religioso-militar con el nombre de Caballeros de Monfrag, y en Valencia y Cataluña con el de Mayorga, equivalente a Mon­ tegaudio, aduciendo, para corrobar este parecer, la cláusula de cierta donación citada por Mascareñas, en la que se dice: «A vos don Rodrigo González, maes­ tre de Monsfrag, de la Orden de Montegaudio». Véase la ref. obr. de I ñigo , pág. 82. Tratando de estos caballeros, se hace constar en la obra Ordenes militares en estampas: «Alfonso V III, rey de Castilla, recompensó los servicios que hi­ cieron al Estado consignándoles rentas considerables. También les dio el castillo de Monfrag, de quien tomaron el nombre en Castilla, conservando el de Mon­ tegaudio en Valencia y Cataluña».

Ferrandi magistri cero mi, magistri o el rey portugués Fernández y al iré) de la Orden mtegaudio o d e o de Monsfrag, de Montegauéstos los lugares

baluarte, habían levantado pocos meses antes los caballeros santiaguistas la reducida, pero acogedora ermita a que hemos hecho referencia en páginas anteriores, existen aún en nuestros días, y cuya autenticidad está patente en una piedra de mármol colocada sobre la puerta donde campea un escudo maltrecho con las veneras de los caballeros de Santiago o de la Espada. En dicha capilla entronizó don Rodrigo la Santísima Virgen de Montegaudio, y en ella podían los freires dar satisfacción a las necesidades del espíritu.



itado en el docuque los ínclitos aonte rocoso que um; es decir, en es destacadas viue era paso obliaistianos con las aunque pudo el >tro castillo, villa >so Monsfrag por le su privilegiada > propiedades de de no citar otros inés don Fernanlos dominios de pitaneada por el í esta institución cipio al abad de ifíeil y confuso, dios ilustres cruícinto roquero lo a los muros del irios, no duda que ubre de Caballeros equivalente a Mon­ de cierta donación go González, maesref. obr. de I ñigo , i Ordenes militares >s servicios que hin les dio el castillo rvando el de Mon-

El castillo de Monfragüe era entonces propiedad de la corona, bajo el reinado de Alfonso VIII, apellidado el N oble; pues aunque por donación de Fernando II de León pasó a la Orden de San­ tiago (23), según se dijo, y los caballeros de esta milicia lo entre­ garon al conde don Rodrigo y a sus partidarios, en 1172, para que sirviera de residencia principal a su reorganizado instituto, fue re­ conquistado por Abu Jacob años más tarde, y los gaudenses tuvie­ ron que abandonarlo y trasladarse a Valencia, Aragón y Cataluña, donde fundaron otros monasterios y residencias principales. El castillo debió permanecer en poder de los infieles algún tiem­ po; pero en 1180, al fundar Plasencia don Alfonso de Castilla (24), llevó a feliz término una incursión guerrera y se hizo dueño de gran extensión de tierras y de las villas y lugares fortificados de la co­ marca, entre los que se hallaban Monsfrag y sus aledaños. Continuaba en 1189 el monarca castellano siendo dueño y señor del dicho baluarte, y por esta razón, en el privilegio de fundación y señalamiento de términos que dio en la expresada fecha a los placentinos, se indicaban los lugares habitados y las fortalezas que pasaban a poder de aquéllos; y al hacer referencia a Monsfrag, se decía expresamente que la aldea de este nombre se incorporaba a la ciudad de Plasencia, pero reservándose la corona la propiedad del castillo (25). Asimismo, en la bula promulgada pocos meses después por el pontífice Clemente III erigiendo la silla episcopal de Pla­ sencia, se hace constar que tendría jurisdicción en las ciudades y aldeas señaladas en la carta-privilegio de fundación que diera el rey a los placentinos, y en las agregadas de Trujillo, Santa Cruz, Mons(23) Apéndice IV de nuestra cit. obr. sobre los fratres de Monsfrag. (24) «La campaña no terminó aquel año 1180, sino que, derramando su ejército por el territorio placen tino, casi despoblado, tomó los castillos que los moros tenían en las proximidades del Tajo, como Albalat, junto al puente de Almaraz, Montfragüe, que aunque años antes había caído con Cáceres en poder de Fernando II de León, había vuelto a poder de los moros; y Mirabel, fundando su castillo con los restos de la arruinada villa de Migneza, que tuvo mucha celebridad en siglos anteriores». C. N aranjo : Trujillo, 2.a ed., págs. 59 y 60. (25) F ray A. F ern ández : Historia y A nales..., pág. 10.

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frag y Madellín. De donde resulta, indudablemente, que en la fecha señalada era la fortaleza de Montfragüe de la corona de Castilla. ¿Entregaría don Alfonso de Castilla la aldea de Monsfrag a los vecinos de Plasencia y se reservaría el castillo que había pertenecido a los de Montegaudio por donación de Fernando II, por si éstos los reclamaban?... Tal suposición parece verosímil, si tenemos presente que, al abandonar los caballeros gaudenses, años más tarde, sus haciendas y demás propiedades, en tierras de Aragón y Cataluña, en manos de los milites del Temple, y regresar al reino de León para no ser absorbidos por aquella importante milicia, entonces, repetimos, el rey castellano les entregó sin demora la fortaleza y en ella se esta­ blecieron nuevamente, reanudando sus actividades y disponiéndose a seguir, a pesar de todos los obstáculos, el pleito iniciado con los templarios para hacer valer sus derechos a los intereses que en tierras de Levante aquéllos les habían arrebatado. Volvieron, pues, a fijar su casa matriz en Monsfragüe, cuna de reyezuelos en tiempos de moros y solar de preclaros paladines que se batieron por su fe y el engrandecimiento de sus instituciones, los ilustres y aguerridos discípulos y tenaces seguidores de la gran obra que diera comienzo, años antes, allá en Palestina, el esclarecido e incansable caballero don Rodrigo Alvarez, III conde de Sarria. El roquero castillo, vivo recuerdo de tiempos pasados, atrajo nue­ vamente a los insignes cruzados porque constituía parte indispensa­ ble de su existencia. Allí estaba para recibirlos el viejo reducto que fue escenario en los pasados tiempos de épicas hazañas, ocupando, según se dijo, la cima de un terreno accidentado, alardeando de po­ derío su fábrica imponente. En él se refugiaron por segunda vez los defensores de la fe y de allí partieron, en muchas ocasiones, a in­ corporarse a los ejércitos cristianos para reconquistar los territorios sometidos por los seguidores del Profeta... Desde su vuelta al Monsfragorum, en 1192 exactamente, ya no se llamó a aquella congregación de caballeros cruzados, Orden o mi­ licia ele M ontegaudio, y sí Orden d e caballeros de M onsfrag, en atención al histórico lugar que le servía de sede, y porque preten­ dían aumentar el número de militantes, dándole un carácter propio que les permitía emular y, hasta, si cabe, superar sus glorias. Pero el mucho auge y poderío alcanzado ya entonces por las Or­ denes de Santiago, Alcántara y Calatrava, impedía el desarrollo nor­ mal y aumento esperado de los militantes de Monsfrag, quienes —aunque se esforzaban por subsistir con personalidad acusada—, por su corto número y escasos recursos, no lograron prosperar, vién­ dose precisados a incorporarse definitivamente a la Orden de Ca­ latrava (26) en el año 1 2 2 1 , reforzando sus cuadros y aportando (26)

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«Pero habiendo perdido esta Orden en lo sucesivo mucho esplendor,

?nte, que en la fecha i corona de Castilla, a de Monsfrag a los ue había pertenecido lo II, por si éstos los os presente que, al tarde, sus haciendas Cataluña, en manos de León para no ser tonces, repetimos, el za y en ella se estatdes y disponiéndose ¡eito iniciado con los ios intereses que en VIonsfragüe, cuna de ■claros paladines que sus instituciones, los lores de la gran obra ina, el esclarecido e onde de Sarria. ; pasados, atrajo nueuía parte indispensael viejo reducto que > hazañas, ocupando, o, alardeando de poon por segunda vez ichas ocasiones, a inrjuistar los territorios exactamente, ya no ruzados, Orden o miros de Monsfrag, en ie, y porque pretene un carácter propio rar sus glorias, entonces por las Ordía el desarrollo nore Monsfrag, quienes sonalidad acusada—, aron prosperar, viéna la Orden de Ca;uadros y aportando cesivo mucho esplendor,

cuanto constituía su patrimonio, conforme a lo dispuesto por el insigne monarca que regía en aquel tiempo los destinos de Casti­ lla; Fernando III, el Santo, feliz continuador de la gran obra de la Reconquista. Así terminó en Extremadura aquella hoy ya casi legendaria Or­ den militar y de caballería que se cobijara en Monsfrag bajo la advocación de Montegaudio, nombre primitivo de Santa María del Montfragüe, que aún es Reina y Señora de una gran comarca bañada por las aguas del proceloso Tajo.

Al ingresar en bloque en la Orden de Calatrava los caballeros de Monsfrag, fue reintegrado el castillo a la corona, y en tiempos de Sancho IV dio dicho monarca la aldea y fortaleza mencionadas al noble placentino Pedro Sánchez de Grimaldo, para recompensar en parte sus muchos méritos personales y los buenos servicios que le prestara en las correrías por la Alta Extremadura durante los prime­ ros años de su reinado, motivadas como consecuencia de su discu­ tido derecho a la sucesión, que fue tan obstaculizado por los par­ tidarios de los infantes de la Cerda. Incrementó su señorío el referido magnate placentino con las donaciones de otros lugares y tierras que le hiciera asimismo el rey don Sancho; entre ellas la aldea de las Corchuelas, con todo tér­ mino que caía bajo su jurisdicción. Pasó, algún tiempo después, el pingüe señorío a la familia de los Bermúdez de Trejo, porque de Pedro Sánchez de Grimaldo descendía Pedro Bermúdez de Trejo, señor de la villa y castillo de Almofragüe, de las Corchuelas y de Grimaldo, que fue padre de Gonzalo Bermúdez de Trejo, quien contrajo matrimonio con Violante Gutiérrez de la Cerda y Valverde, y fueron padres de Pedro Bermúdez de Trejo, muerto sin sucesión, heredando el señorío de las villas y aldeas citadas su hermano Luis Bermúdez de Trejo. Siguieron después todas aquellas propiedades en poder de los Trejo hasta que, por herencia también, pasó el mayorazgo a la familia de los Vargas, señores de la Oliva de Plasencia, cuya úl­ tima poseedora, la gentil y rica hembra doña Inés de Vargas Camacho Trejo y Carvajal, se unió en matrimonio al célebre minis­ tro y privado de Felipe III don Rodrigo Calderón, conde de la y disminuyéndose más y más el número de sus caballeros, don Fernando, para no dejarla extinguir enteramente, la incorporó a la de Calatrava en 1221, y dio a don Gonzalo Yáñez, Gran Maestre de Calatrava, el castillo de Monsfrag, que pertenecía a la Orden y caballeros de Monsfrag». Ordenes militares en es­ tampas, B. N. Después, según el Bularlo d e Calatrava, pág. 82, en 1245, el mismo rey don Femando III permuntó el castillo de Priego pro castris d e Montfrag, Belm es, Curna, Elada, ac turre d e Cañete.

369 24

Oliva y marqués de Sieteiglesias, que fue degollado en la plaza Mayor de Madrid en 1621. Debido posiblemente a las muchas cargas y otras trabas e incovenientes impuestos a los residentes en tierras de dicho señorío, los vecinos de Montfragüe se vieron precisados a abandonar el solar de sus mayores y emigraron a otras regiones donde su es­ fuerzo fuera mejor recompensado. Y ante disminución tan alar­ mante del vecindario, el señor de aquellas villas dispuso, en el siglo xvm, que los escasos residentes en el viejo Almofrag se tras­ ladaran a la aldea de las Corchuelas, que asentaba en aquellas in­ mediaciones, sin imaginar que esta última estaba, asimismo, lla­ mada a desaparecer en fecha no muy lejana. En la guerra de Sucesión a la corona de España por muerte del último Austria, el rey Carlos II, la fábrica del castillo de Mont­ fragüe y caserío que reposaba junto a sus muros sufrió daños con­ siderables, debido a que, por su ideal emplazamiento estratégico, los jefes de ambos ejércitos beligerantes fijaron allí, en distintas oca­ siones, sus respectivos cuarteles generales. También afectaron mucho a su integridad las andanzas y co­ rrerías de las tropas por aquellos contornos durante la guerra de la Independencia, ensañándose con la fortaleza hasta el extremo de originar la casi total ruina de los fuertes e históricos muros. Y fue el azote de tal intensidad que no sólo Montfragüe, sino también la aldea de las Corchuelas, quedó reducida a escombros y, por consiguiente, despoblada, viéndose obligado su escaso vecindario a refugiarse en Torrejón el Rubio, Malpartida de Plasencia y Serradilla. Al ser, años más tarde, desecha la vinculación señorial de Montfragüe, Grimaldo y las Corchuelas, que poseían los Vargas Zúñiga, fueron adquiridas casi todas las propiedades por el procer cacereño conde de Trespalacios, en cuyos descendientes conti­ núan hoy hacienda y demás pertenencias, enclavadas todas en el término jurisdiccional de Torrejón el Rubio.

liado en la plaza v otras trabas e 'de dicho señorío, 5 a abandonar el mes donde su esíinución tan alar­ ías dispuso, en el Almofrag se trasba en aquellas inba, asimismo, 11aispaña por muerte 1 castillo de Mont; sufrió daños con­ miento estratégico, lí, en distintas ocaas andanzas y co­ rante la guerra de iasta el extremo de iricos muros. Y fue igüe, sino también escombros y, por escaso vecindario la de Plasencia y ilación señorial de poseían los Vargas lades por el procer escendientes contiavadas todas en el

Monroy

E L CASTILLO DE MONROY

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Al ser disuelta y extinguirse para siempre la Orden del Temple, gran parte de sus bienes pasaron a poder de las otras Ordenes mi­ litares; pero la mayoría revertieron a la Corona de Castilla. Este hecho real y trascendente permitió a Fernando IV el Em ­ plazado disponer libremente de abundantes tierras y saneados pre­ dios, con los que formó varios y codiciados señoríos, algunos de los cuales repartió después entre los caballeros más notables de la Corte, e hizo merced de otros a determinados personajes que le sirvieron fielmente, o que habían conseguido sobresalir por sus méritos y lealtad (1). (1) Fernando IV, su hijo y nieto, tomaron los bienes de los Templarios, y aunque entregaron algunos a las diversas Ordenes militares existentes entonces, «la mayor parte quedó en la Corona; otros, por donación real, pasaron a par­ ticulares y constituyeron importantes señoríos». Véase Disertaciones históricas d el Orden y caballería de los Templarios, por el Lic. don P e d ro R odrígu ez de Campomanes, pág. 152 (Madrid, 1747).

371

La floreciente encom ienda de los Templarios, cuya cabeza radi­ caba en Alconétar (2), comprendía dentro de su jurisdicción multi­ tud de territorios que se extendían por el sur hasta cerca de Cáceres y por el norte hasta más allá del ameno valle de Sotofermoso (hoy La Abadía), regado por el río Ambroz; y eran, por consiguiente, parte integrante y muy principal de la encom ienda referida (3). Algún historiador (4) ha señalado que las tierras pertenecientes en la actualidad al lugar de Monroy integraban, a principios del siglo xiv, el cortijo llamado Monteroy (Monte del Rey), por ser aquellos montes y dehesas propiedad de la Corona, que los ha­ bía adquirido al desaparecer la Orden del Temple. Ya hemos visto que entre los cortesanos que desempeñaban cargos de confianza en torno a la reina gobernadora doña María de Molina, figuraba el prohombre plancentino Hernán Pérez de Monroy, copero mayor, hermano y heredero del célebre abad de Santander don Ñuño Pérez de Monroy; pues bien, a este caballero hizo donación el rey Fernando IV, en 1309, de su cortijo de Mon­ teroy, otorgándole, además, privilegio para aumentar la población hasta cien vecinos y edificar en él un castillo. De cuyo hecho histórico se colige cuándo fue fundado el lugar de Monroy y edi­ ficada su fortaleza, cuya propiedad confirmaron a los sucesivos descendientes de don Hernán los monarcas posteriores. No existe conformidad de criterio respecto a si Monroy, nombre que llevó siempre la mencionada villa carereña, se debe a corrup­ ción de la palabra Monteroy, o a haberlo tomado del segundo ape­ llido de su primer propietario, don Hernán Pérez de Monroy I, cuyo linaje era de los más esclarecidos de aquel tiempo. Nosotros

(2) Según el P. M ariana (libr. 15, cap. X, Hist. Hispan.), la Religión de los Templarios poseía mucha hacienda y vasallos, extremo que pudo confirmar él, examinando los fondos existentes en el archivo de la catedral de Toledo. Enumera las propiedades de aquellos freires en Castilla, y entre ellas señala las que poseían en Extremadura, y que eran, «a la raya de Portugal, Va­ lencia (de Alcántara), Alconétar, Xerez de Badajoz, Fregenal o Nertóbriga, Capilla y Caracuel». (3) Repasando las citaciones a los caballeros templarios, que se conservan en los archivos de Toledo, el P. M ariana sacó la conclusión de que en Castilla poseían aquellos milites 24 Bailías o Encomiendas. Las cita a todas y entre ellas figuran la de Alconétar, agregando a continuación lo siguiente: «a cuyas bailías debían estar incorporadas otras posesiones, que les estaban anexas y unidas». Es decir, que las señaladas encom iendas de los Templarios, además de los lugares donde radica la casa matriz de las mismas, estaban integra­ das por otros muchos pueblos y territorios. La de Alconétar, concretamente, extendía su jurisdicción hasta más al norte de la ciudad de Plasencia, según ya se hizo constar. (4) A lonso M aldonado, en sus H echos d el M aestre d e Alcántara don Alonso d e Monroy, ed. de la R.a de O ., pág. 8; y también F lorián de O campo en su ms. de la B. N., que trata de la genalogía de los Monroyes.

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6, cuya cabeza radiu jurisdicción multista cerca de Cáceres de Sotofermoso (hoy n, por consiguiente, mienda referida (3). ierras pertenecientes an, a principios del ; del Rey), por ser borona, que los haple. que desempeñaban madora doña María o Hernán Pérez de leí célebre abad de ien, a este caballero ■su cortijo de MonTientar la población lo. De cuyo hecho r de Monroy y ediron a los sucesivos steriores. si Monroy, nombre i, se debe a corrup­ to del segundo ape’érez de Monroy I, leí tiempo. Nosotros

aspan.), la Religión de no que pudo confirmar la catedral de Toledo, a, y entre ellas señala raya de Portugal, VaFregenal o Nertóbriga, irios, que se conservan sión de que en Castilla s cita a todas y entre lo siguiente: «a cuyas ae les estaban anexas los Templarios, además ismas, estaban integraconétar, concretamente, id de Plasencia, según le Alcántara don Alonso LO RIA N

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nos inclinamos por el segundo parecer; y lo creemos así porque es lógico que se conociera la extensa donación real con el nombre de su legítimo dueño: Cortijo d e Monroy en su principio, y después y sucesivamente, A ldea y villa d e Monroy. Fue tanta la importancia que esta aldea y sus dominios llegaron a alcanzar en la Edad Media, que las ciudades de Plasencia y Trujillo sostuvieron grandes y ruidosos pleitos sobre a cuál de las dos jurisdicciones concejiles pertenecía. Al ocuparnos del castillo de Belvís de Monroy hemos apuntado algunos datos genealógicos referentes a don Hernán Pérez de Mon­ roy I, señor de Monroy, Talaván, Valverde (hoy Valverde de la Vera) y las Quebradas, y a los descendientes suyos que poseye­ ron dichos señoríos; por esta razón vamos a limitarnos a enumerar simplemente cuántos y quiénes fueron dichos señores, lamentando no poder tratar con la extensión que merece todo cuanto se re­ laciona con los ilustres Monroyes, miembros de una de las fa­ milias que más destacaron en Extremadura durante los siglos xiv y xv, especialmente. Los nobles caballeros cacereños de apellido Monroy eran do­ minantes, exaltados y batalladores; y como los demás señores co­ marcanos no tenían temperamento a propósito para tolerar sus imposiciones y alardes de superioridad, siempre estaban a la greña con ellos; pero el notorio valor e intransigencia de éstos motiva­ ba que constantemente surgieran graves diferencias entre las dis­ tintas parcialidades, que degeneraban en escaramuzas frecuen­ tes, guerrillas constantes y dañosos encuentros, porque los Monroyes, en ocasiones solos, y en otras muchas unidos los distintos miem­ bros de la familia codo con codo, arremetían, furibundos y tena­ ces, contra los que intentaban hacerles sombra, e incluso contra los mismos reyes. De entre los destacados paladines de esta familia destacó de manera notable el gran don Alonso de Monroy, clavero y maes­ tre de la Orden de Alcántara, cuya fama y prestigio no fue supe­ rada ni igualada por otro caballero de su tiempo; pero se aproximó mucho a él en resistencia física, espíritu batallador y méritos perso­ nales su primo hermano Hernando de Monroy, el Bezudo, IX señor de Monroy y las Quebradas; y al exponer, aunque de manera sinté­ tica, las hazañas de este coloso de la guerra, de este noble persona­ je, valiente cual ninguno y de gran corazón, vamos a dedicar parte de este nuestro trabajo, porque él simboliza el genio de los Mon­ royes, la perfección y defectos constitucionales de los bravos capi­ tanes de tan ilustre linaje, orgullo de Extremadura. Conozcamos antes algunos datos de sus ascendientes: Fue hijo y heredro del mayorazgo que fundara Hernán Pérez de Monroy, el hermano del abad de Santander, su hijo primogé­ 373

nito, llamado también Hernán Pérez de Monroy II, que tuvo va­ rios hermanos y hermanas (5). Sucedió a éste su hijo mayor, llamado Ñuño Pérez de Monroy, como su tío abuelo el abad, y que también, como él, se consagró al servicio de la Iglesia; pero como falleció siendo muy joven, here­ dó la casa y hacienda de la única hija de Hernán Pérez de Mon­ roy II, que se llamaba Catalina Alonso de Monroy. Esta dama contrajo matrimonio con un caballero francés, cama­ rero mayor del rey de Francia (6), y fueron padres de Hernán Pérez de Monroy III, IV señor de Monroy, Talavan, Valverde y las Que­ bradas, que tuvo solamente dos hijas: Estefanía y María de Mon­ roy. La primera casó con el mariscal don Garci González de He­ rrera, que fue V señor de Monroy por derecho de consorte, y la segunda, con un noble caballero de Salamanca llamado Juan Ro­ dríguez de las Varillas. Y como doña Estefanía no tuvo descenden­ cia, al fallecer ella y su esposo, Garci González, éste dejó única­ mente el señorío de Monroy y algunas otras, pocas, tierras y dehe­ sas al mayor de los hijos de su cuñada María de Monroy, llamado Hernán Rodríguez de Monroy, que vino a ser el VI señor de Monroy. Contrajo matrimonio este caballero con Isabel de Almaraz, que heredó el mayorazgo de Belvís, Almaraz y Deleitosa, y engendraron cuatro hijos y siete hijas, y se llamaron, los varones, Diego, Alvaro, Alonso y Rodrigo. Y como el mayor de ellos, Diego, murió pronto, peleando con la morisma, y el segundo, Alvaro, se hizo sacerdote y renunció a la herencia de sus padres, donó el mayorazgo de Belvís a su hermano Alonso, y el de Monroy a su hermano Rodrigo. Surgieron graves dificultades entre dichos caballeros, porque Rodrigo de Monroy, V III señor de Monroy y las Quebradas, ale­ gaba su mejor derecho al señorío de Belvís; y, en cambio, Alonso argumentaba que era suyo, por dos razones indiscutibles: ser el hermano mayor y haberle hecho merced de él el presbítero don Alvaro, El odio que germinó en los corazones de ambos hermanos por sus respectivas apreciaciones y derechos sobre los mayorazgos de Belvís (5) «Este don Hernán Pérez de Monroy murió en su villa de Monroy; queriendo cabalgar en un caballo muy áspero, volvióse de ancas y dióle de coces, de que de ahí a pocos días murió», escribe A. M aldonado en la pág. 9 de su cit. crónica. (6) A este caballero hizo el rey merced de la villa de Robledillo y de las de Descargamaría y Puñoenrostro, sitas en las márgenes de Valdárrago, parte más oriental de la Sierra de Gata. En 1571 (según B enavides C h ec a , en su Fuero d e Plasencia, pág. 182), pertenecía el señorío integrado por los tres lu­ gares mencionados a don Francisco de Monroy; y tenía el primero de los ci­ tados 203 habitantes, 125 el segundo y 48 Puñoenrostro, pueblo este último ya desaparecido en la actualidad, y cuyo nombre conserva la dehesa en que estaba enclavado el viejo caserío.

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y Monroy se trasmitió a sus descendientes, y fue causa de graves males, como tendremos ocasión de ver. Alonso de Monroy, señor de Belvís, contrajo matrimonio con Juana de Sotomayor, hermana de don Gutierre, maestre de la Orden de Alcántara, y tuvieron dos hijos: Hernán de Monroy, llamado el Gigante, que fue señor de Belvís, y Alonso de Monroy, el inven­ cible clavero y maestre alcantarino. Rodrigo de Monroy, V III señor de Monroy, fue padre, asimismo, de dos hijos: Hernando de Monroy, el Bezudo, IX señor de Mon­ roy y las Quebradas, y Rodrigo de Monroy, que fue el mejor auxi­ liar de su hermano en cuantos hechos bélicos intervino. a

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Según ya hemos hecho constar, nos ocuparemos con algún de­ tenimiento" en la última parte —después de haber descrito el castillo de Monroy—, de la extraordinaria personalidad de Hernando de Monroy, el Bezudo, por ser el prototipo de los señores de Monroy y las Quebradas. E

m p l a z a m ie n t o

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PARTES QUE INTEGRAN SU FABRICA.

Se emplaza en llano sobre la plaza del pueblo y al mismo nivel de su suelo. Por la parte del sur o posterior da al campo, con una extensa huerta anexa al edificio. Tal emplazamiento obligó a los constructores del castillo a dotarlo de fuertes defensas, la mayo­ ría de las cuales ya han desaparecido, dada la historia militar y movida de tan interesante monumento. En general el castillo medieval quedó sumergido dentro de una gran reconstrucción del siglo xvi y después, en que se transformó en vasto y, por los bellos restos que aún se ven, muy suntuoso pa­ lacio. Antes de esa reforma el edificio debió ser armado con ciertos elementos, también del siglo xvi, según lo evidencia el recio muro número 3, con las tres amplias cañoneras rectangulares, y, en cierto modo, acasamatadas para piezas bastante regulares, colocadas, precisamente, en su punto más vulnerable, frente al pueblo, pudiendo ser estas raras defensas de los tiempos que siguieron a las Comunidades, en que los nobles artillaron en forma muchas de sus fortalezas, contra unas nuevas posibles sediciones de los pueblos. Más tarde debió acometerse ya la obra del palacio, abandonan­ do la primitiva entrada de la barrera que aún existe, cegando se­ guramente amplia parte de los fosos y alterando todo el sistema de accesos y comunicaciones, para lo cual, por entonces o algo des­ pués, levantaron de planta la actual puerta con torreones que hoy constituye su entrada; obra que, pese a sus líneas, torreones y

m u r o s a lm e n a d o s d e p r e s e n c i a luje s ig lo XVI.

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x p l ic a c ió n

del

1.—Puerta de ser obra de la gi aun posterior. Igi 2.—Esta entra trar lo mismo que 3.—Es el mui rasantes y de gr; y por dentro, co una verdadera b< te tenía su partí ponder también i revueltas comune dicha del palacio. 4.—Amplio bi Su posición es ir pudiera pertenecí 5.—Torres an¡ des, pero de esca segunda torre alr bien ese frente \ siciónj 6.—Gran pati< cine de verano. 7.—Torre del plataforma, toda\ adarves contiguo aristas. Domina, c 8.—Puerta dei pertenecer al ca¡ puerta antigua est 9.—Patio del c 10.—Pequeño 11.—Puerta di otra hermosa pu« numento. 12.—Habitacic ahora ahogan al capacidad, habiei aparecen hoy sob

muros almenados, no tiene nada de medieval y es sólo un aparato de presencia lujosa, al estilo y uso del tiempo y de los nobles del siglo xvi. II E

x p l ic a c ió n

del

plano.

1.—Puerta de entrada, de origen relativamente moderno. Pudo ser obra de la gran reconstrucción del siglo xvi y acaso de tiempo aun posterior. Igual ha de decirse del contiguo muro almenado 1 bis. 2.—Esta entrada no es admisible tal como está, y viene a demos­ trar lo mismo que la anterior. 3.—Es el muro más grueso del castillo, con tres cañoneras casi rasantes y de grandes dimensiones, de traza rectangular por fuera y por dentro, con unas amplias y altas bóvedas, hoy muradas. Es una verdadera batería dirigida contra el pueblo, por donde el fuer­ te tenía su parte más frágil y vulnerable. Esta obra debe corres­ ponder también a los primeros tiempos del siglo xvi, luego de las revueltas comuneras, pero antes de la reconstrucción propiamente dicha del palacio. 4.—Amplio brocal de pozo, de cerca de dos metros de diámetro. Su posición es muy rara, por tratarse de una obra antigua. Acaso pudiera pertenecer a una cisterna o aljibe. 5.—Torres angulares del recinto primitivo del castillo. Son gran­ des, pero de escasa altura en su primer cuerpo, y encima llevan otra segunda torre almenada, a modo de caballero para dominar y batir bien ese frente y flanquear los laterales, razón de su singular po­ sición; 6.—Gran patio de armas del castillo, hoy utilizado a veces como cine de verano. 7.— Torre del Homenaje. Parece tener tres plantas, más su alta plataforma, todavía almenada. A partir de la línea de los antiguos adarves contiguos, lleva achaflanadas en muy pequeña parte sus aristas. Domina, como le cumplía, a todo el edificio. 8.—Puerta del patio del palacio. El muro en que se abre pudo pertenecer al castillo medieval y pudiera haber sucedido que la puerta antigua estuviera allí mismo colocada. 9.—Patio del castillo, bastante reducido. 10.—Pequeño pozo cuadrado con buena y abundante agua. 11.—Puerta de entrada o principal del palacio. Al interior hay otra hermosa puerta plateresca, que es de lo más antiguo del mo­ numento. 12.—Habitaciones y dependencias del palacio del siglo xvi, que ahora ahogan al primitivo castillo. Tiene dos plantas y es de gran capacidad, habiendo desbordado al cuerpo medieval, cuyas torres aparecen hoy sobre los tejados. El largo cuerpo del sur que da a la 377

huerta parece estar construido sobre las antiguas lizas o espacio que separaba el recinto interior de la fortaleza y la barrera. 13.—Torre de la Atalaya. Tiene tres plantas más la plataforma, accesibles por escaleras embutidas dentro de los muros. Es de cons­ trucción muy tosca, a base de cal y canto. Su plataforma está co­ ronada por tres torrecillas angulares de dimensiones excesivas, tam­ bién muy toscamente construidas o hechas con el citado y basto material. 14.—'Torre llamada del Martirio. Es igual a la anterior, salvo que en su plataforma hay dos torrecillas sobre los ángulos exterio­ res que en tiempos daban sobre la barrera, las cuales resultan muy singulares por sus desproporcionadas dimensiones y sus toscas líneas y desgraciada ejecución, a base del referido material de mampuesto de cantos y guijarros. Dichas torrecillas son curiosísimas y dan cier­ ta originalidad a esta torre y casi a todo el edificio, dada su especialísima traza. Tales torrecillas se alzan demasiado sobre las pla­ taformas y afean todo el conjunto. En el interior de esta torre y en su tercera planta se conservan restos de decoraciones murales, ya muy estropeadas, propias, al pa­ recer, de una capilla. 15.—Galería o arcada compuesta por tres altos arcos con co­ lumnas. Puede ser obra de fines del siglo xv o del xvi, pero eviden­ cia que en su tiempo todavía se utilizaba la puerta de la barrera, que era la verdadera entrada al castillo. 16.—Puerta de la barrera, flanqueada por dos torreones y blasona­ da en su frente. Debió poseer puente o pasarela levadizo. Fue, in­ dudablemente, la entrada exterior y principal de la fortaleza, abando­ nada seguramente al reconstruir el palacio plateresco y crear la actual entrada aparatosa, pero falsa, número 1. Esta aludida anti­ gua está tapiada e inutilizada, y es milagro que se conservara al desviar por completo el eje del palacio. 17.—Gran puerta con su rampa, obra relativamente moderna, para la entrada de coches y animales. 18.—Foso tallado o excavado expresamente en la roca. Frente a la puerta de la barrera tiene un resalte que avanza para la caída del puente levadizo o pasarela. La existencia de este foso, así tan expresamente cortado, evidencia que el castillo hubo de tenerlo por casi todos sus frentes, pues, dada su llana posición, le era absoluta­ mente indispensable. Con la puerta de la barrera y las torres, este foso constituye el recuerdo y testimonio más valioso de la fortaleza medieval. 19.—Salida actual del palacio hacia la huerta. Este muro en que se abre debe cimentarse sobre el de la antigua barrera. 20.—Restos del antiguo foso, pero canalizado, revestido y se­ guramente reducido en sus dimensiones, pues tiene cuatro metros de 378

as lizas o espacio la barrera, más la plataforma, muros. Es de cons)lataforrna está co­ nes excesivas, tamel citado y basto la anterior, salvo os ángulos exteriouales resultan muy y sus toscas líneas ■rial de mampuesto isísimas y dan cierieio, dada su espe­ jado sobre las plailanta se conservan las, propias, al pa­ ltos arcos con co*1 xvi, pero evident de la barrera, que orreones y blasona. levadizo. Fue, ini fortaleza, abandoterésco y crear la Esta aludida antiie se conservara al ivamente moderna, en la roca. Frente anza para la caída ? este foso, así tan ubo de tenerlo por ón, le era absolutaa y las torres, este íoso de la fortaleza rta. Este muro en barrera. lo, revestido y seíe cuatro metros de

ancho por tres de fondo. Continúa por debajo de la explanada número 21. 21.—Plataforma o explanada alzada sobre el antiguo foso. Da sobre la antigua huerta, y se ve sirvió para la vida de descanso señorial, por las perspectivas que tiene. Corresponde, por tanto, a la obra del palacio que por esta parte modificó y desfiguró total­ mente la obra militar del castillo. 22.—Muro almenado que corre delante de la escarpa rocosa del foso para ocultarlo, así corno a la antigua barrera y su puerta. Obra, por lo mismo, de la reconstrucción del siglo xvi o acaso de época posterior. Este muro tuerce al acabar el foso y se apoya en unos contrafuertes internos. En correspondencia con el del otro lado, desciende hasta muy bajo y rodea totalmente a la huerta, que es muy grande, situada en pendiente suave, pero larga. El palacio está, pues, incluido o rodeado de un recinto completo que lo aísla del pueblo. Al final, y muy abajo, se ha descubierto una especie de al­ jibe con una boca circular muy ancha —unos dos metros de diá­ metro— , lo que puede hacer pensar también si por esta parte exis­ tió otro recinto del antiguo castillo, a modo de albacar, porque esa boca y cisterna se ve son obras muy antiguas. 23.—Cercado o jardín interior del palacio llamado vulgarmente El Jardín del Moro, con su mesa de piedra, situado entre el castillo y la antigua barrera. Es cosa muy extraña que esta barrera no po­ sea ya otras torres flanqueantes y angulares que las del frente de la plaza del pueblo número 5. Es probable y casi seguro que las tendría. 24.—A partir de aquí el terreno baja, como se ha indicado, en suave pero muy continua pendiente, hasta el final de la huerta. Nota final.—A pesar de la complicación de la actual planta en su conjunto, se ve dibujarse bastante bien la primitiva estructura del castillo de Monroy, compuesto de un cuerpo interior de planta rectangular al que posiblemente falta otra gran torre en el ángulo noroeste, rodeado de otro amplio recinto exterior o barrera, a su vez flanqueada por otras grandes y recias torres (como la número 5), de las que solamente deben quedar las del norte o de frente del pueblo. Extraña mucho su llana posición, que le hacía muv vulnerable, y, dados los conocimientos que se tiene de su pasado, hay que pensar que la fortaleza del noble y simpático Bezudo poseería seguramen­ te alguna otra defensa mucho más fuerte y recia, pues hasta el mismo material constructivo contribuye a asegurar que este solar de los Monroyes era principalmente un fuerte militar muy palaciano. Una simple comparación con Belvís hará ver las grandes diferencias en cuanto a sus obras y condiciones defensivas, y no es de creer que este de Monroy fuera tan débil. La poca seguridad consiguien­

te a su extraño emplazamiento en terreno llano tuvo que estar ne­ cesariamente compensada por elementos hoy desaparecidos. III H ernando de M onroy , «e l B ez u d o », se ñ o r d e M on ro y .

Este caballero fue de los mejores de su tiempo, el más notable y valiente de cuantos detentaron el señorío de Monroy y las Que­ bradas; tanto, que de los de su linaje sólo fue superior a él su primo hermano don Alonso, el ínclito y sin par clavero y maestre de ía Orden de Alcántara, personaje que destacó sobremanera y dio ca­ rácter a toda una época de la historia regional extremeña, pues en torno a la figura de este coloso paladín giraron todos los aconte­ cimientos bélicos, políticos y locales de Extremadura durante la se­ gunda mitad del siglo xv. Y como ya nos hemos ocupado de él, aun­ que muy de pasada, al tratar del castillo de Belvís, vamos a reseñar someramente la personalidad y asombrosas hazañas de su pariente Hernando, el señor de Monroy, llamado el B ezudo por tener los pó­ mulos muy pronunciados, como su abuelo paterno. Exigencias de espacio nos impiden ocuparnos, con el deteni­ miento que merece este personaje, de quien hay tanto que decir, que, «si hubiéramos de contar lo que hizo, era menester escribir una historia, y para evitar proligalidad, no tocaré más que aquello que a nuestro propósito conviniere». Así escribió el cronista A. Maldonado en armonía con nuestro criterio, refiriéndose a este caballe­ ro. Hemos, pues, de limitarnos a exponer, a la ligera, algunos de los episodios bélicos y de índole diversa en que tomó parte muy principal. Tanta era su fama, y tan a pulso ganada, que como el rey don Fernando el Católico tuviera conocimiento del excepcional valor de este prohombre extremeño, por las cosas que le veía hacer en las operaciones previas que motivaron la toma de Granada, hubo de decir, ensalzando su personalidad, valor y méritos, «que tal había de ser el moro que con el Bezudo se igualare» (7). En aquel tiempo se hacían guerra sin cuartel Hernán de Mon­ roy, señor de Belvís, y Hernando de Monroy, señor de Monroy, por­ que ambos se creían con mejor derecho a la total o mejor parte de la herencia de sus abuelos; y como entonces no existía otra ley que la de las armas, por la falta de capacitados y dignos represen­ tantes de la justicia, y debido al caos imperante en un país donde la Corona no asentaba sobre cimientos firmes, el lamentable es­ tado de la situación motivó que se rompieran las hostilidades entre dichos señores y se sucedieran peleas encarnizadas y toda clase de (7 )

A.

M a ld o n a d o ,

Hechos...,

pág. 2 3.

381

muertes y robos entre los seguidores de uno y otro contendiente, «con tanta enemistad como si no fueran de la misma sangre». Hernán de Monroy, firme en su propósito de destruir a su primo el Bezudo, llamó a sus partidarios y vasallos y reunió cuanta gente pudo en su castillo de Belvís, suministrándoles vituallas y toda clase de pertrechos de guerra. Inmediatamente informó de sus pro­ pósitos a su tío don Gutierre de Sotomayor, maestre de la Orden de Alcántara, por mediación de su hermano Alonso, clavero de dicho instituto religioso militar, que se hallaba con él. Don Gutierre reunió sus huestes, integradas con gente de a pie y de a caballo, y se encaminó hacia Belvís, dispuesto a ayudar a su sobrino Hernán; y desde dicho lugar, el maestre alcantarino, acaudillando el poderoso ejército que allí se había concentrado, cu­ yas compañías mandaban los hermanos Hernán y Alonso, se diri­ gió hacia Monroy, donde se había parapetado el Bezudo; e iba don Gutierre dispuesto a cercar dicha aldea y castillo. Como ya tenía conocimiento Hernando de Monroy, señor de Monroy y las Quebradas, de que se dirigían a su feudo sus eternos e irreductibles enemigos, determinó refugiarse en la fortaleza con el escaso número de parciales de que podía disponer por el mo­ mento, y dispuesto a esperar el desarrollo de los acontecimientos. La gente de el Bezudo le aconsejaba insistentemente que no de­ bía esperar «en casa tan flaca» a los contrarios (8), que venían muy decididos y poderosos; que les parecía manifiesta locura resis­ tir sus embestidas con tan poca gente capaz para la defensa y sin remota esperanza de recibir socorro de sus amigos, y que lo mejor que podían hacer era «poner por el suelo todo el castillo e irse ellos a otra parte, porque ya que viniesen no hallasen nada». Pero el resuelto y tozudo Monroy, joven y bien dispuesto, sin­ tiéndose con energías para toda clase de empresas por muy com­ plicadas y arriesgadas que se presentasen, discrepó del parecer y consejo de sus capitanes, y les respondió «que para sacar un hom­ bre muerto de su casa eran menester cuatro hombres vivos; que para sacar uno vivo, y por fuerza, serían menester ocho, y que las paredes de su casa pelearían por él». Tal fue su brava y arrogante respuesta, sin meditar ni apreciar en su justo valor la gravedad del aprieto en que se encontraba. Entre tanto, llegaron el maestre y sus dos sobrinos y sometie­ ron a estrecho cerco la aldea y el reducto en donde se había en­ castillado el temerario Hernando, firmemente decidido a defender (8) El castillo de Monroy tiene actualmente bastantes y bien completas sus defensas; y aunque en el siglo xv el castillo primitivo era más reducido, care­ cía de recinto exterior y de algunas torres y otros ingenios, no era tan poco fuerte como para considerarlo «casa tan flaca» como dice la crónica. A nues­ tro juicio, la aludida flaqueza consistía en estar situado en llano y poder por ello ser sometido fácilmente a riguroso y estrecho cerco.

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otro contendiente, lisma sangre», lestmir a su primo ■unió cuanta gente ; vituallas y toda iformó de sus proestre de la Orden Llonso, clavero de él. •n gente de a pie y >uesto a ayudar a laestre alcantarino, ía concentrado, cuv Alonso, se diriBezudo; e iba don Monroy, señor de i feudo sus eternos ;n la fortaleza con isponer por el moos acontecimientos. :emente que no dé­ os (8), que venían íifiesta locura resisra la defensa y sin *os, y que lo mejor ío el castillo e irse aliasen nada», bien dispuesto, sinesas por muy com:repó del parecer y para sacar un homnombres vivos; que ster ocho, y que las ai brava y arrogante alor la gravedad del sobrinos y sometiedonde se había endecidido a defender ites y bien completas sus era más reducido, careígenios, no era tan poco dice la crónica. A nuesdo en llano y poder por

Monroy.— Foso encenagado y cubierto de arbustos, que se salvaba con puente levadizo

ferozmente el solar que lo vio nacer y los hogares de sus subordi­ nados y vasallos. Con gran diligencia y rapidez los atacantes pusieron «tres es­ tancias» junto al castillo; de la primera se encargó don Gutierre; se puso al frente de la segunda Hernán, el señor de Belvís, y ca­ pitaneaba la tercera su hermano Alonso, el infatigable y prestigio­ so clavero. Dedicaron varios días, antes de iniciar el ataque a la fortaleza, a abrir cavas, construir parapetos y otros reparos para reducir el posible peligro y garantizar el éxito de lo operación bélica, al tiempo que guarnecían cada una de dichas estancias 800 hombres, bien dispuestos para la lucha. El maestre y sus lugartenientes abrieron las hostilidades arre­ ciando con coraje desde el principio y utilizando en la arremeti­ da toda clase de pertrechos; y como los combates se sucedían du­ rante el día y la noche, sin tregua ni descanso, era cosa sorprenden­ te que pudieran resistir los del interior del fuerte, debido especial­ mente a que, además del constante machaqueo a que los tenían so­ metidos, disponían de dos torres de madera «cabe los muros», y desde ellas les arrojaban bombas y «cuartagos e ingenios; y ordina­ riamente les echaban dentro del castillo pelotas de piedra muy gran­ des, con que mataban a muchos...»; pero los sitiados no desfallecían ni se arredraban por las bajas que sufrían ni por los demás incovenientes. El animoso Bezudo, despreciando el peligro y ansiando el des­ quite por las pérdidas que experimentaban los suyos, abandonaba muchos días su refugio y salía al encuentro de los enemigos, sor­ prendiéndoles en ocasiones, combatiéndoles de frente en otras e infligiéndole casi siempre duros quebrantos, si bien otras veces regresaba a la fortaleza con su gente muy diezmada y maltrecha, después de haberse batido como leones. Y como el asedio se prolon­ gaba y los combates se sucedían cada día con más encarnizamien­ to, el esfuerzo era cada vez mayor, y mayor también las privaciones y vigilias sufridas, llegando a padecer tanta hambre que tuvieron que comerse los caballos, sin conseguir evitar el aumento de bajas por muerte y heridas. Al ver que disminuían las defensas y los medios indispensables para continuar resistiendo, el Bezudo se multiplicaba y acudía a todas partes, a pesar de estar «herido de tres heridas», y éstas de tal importancia que cualquiera otro que las tuviera no podría soste­ nerse en pie; mas ello no obstante, firme en su propósito y ante el asombro de sus parciales, «cada noche salía a dar en una de las es­ tancias, y harto daño recibían los de afuera con esto». El constan­ te ajetreo, aquellas arremetidas y atrevimientos nos obligan a re­ conocer que el bizarro Hernando, el popular Bezudo, señor de Monroy, tenía la piel del diablo y era un caudillo excepcional, do­ 384

tado de tal coraj parangonarse co: clavero. Como habían el cerco, las rep< a influir en el án lucho que sacah brecha antes que tituía su único v ] Confiado en hacía esfuerzos 5 ríos. Admirando 1 líente le habían las heridas que 1 con el encargo d respetada su vida y lo protegería co Aunque agofc una vez más par; ponder que únic que juraba que hi y que, a pesar de Se engañaba aquella ocasión, ] y se creía con fu era deplorable, a tas heridas por el incansable, vo] se había converti miseración, donde Impotente al de los pocos valie al sacrificio si él to acontecía a su liares, amigos y \ tal asistencia, dec ros de Cáceres q dolor de su corazi (9) Todas las p presente capítulo re) nica d e la O rd en de d el Maestre d e la C n a d o ; pues h e m o s 1 los datos b io g r á f ic o » Monroy,

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•es de sus subordipusieron «tres esargó don Gutierre; i>r de Belvís, y catigable y prestigioue a la fortaleza, a >s para reducir el peración bélica, al ncias 800 hombres, ¡ hostilidades arre­ do en la arremeti:es se sucedían du­ ra cosa sorprenden­ te, debido especiali que los tenían so;abe los muros», y ingenios; y ordinae piedra muy granidos no desfallecían •or los demás incoy ansiando el dessuyos, abandonaba los enemigos, sorfrente en otras e i bien otras veces miada y maltrecha, el asedio se prolonmás encarnizamienbién las privaciones imbre que tuvieron 1 aumento de bajas ?dios indispensables plicaba y acudía a íeridas», y éstas de era no podría sostepropósito y ante el ir en una de las es1 esto». El constan; nos obligan a reBezudo, señor de illo excepcional, do­

tado de tal coraje y extraordinaria resistencia física que le permitía parangonarse con su primo Alonso, el incomparable y batallador clavero. Como habían transcurrido ya siete meses desde que se iniciara el cerco, las repetidas hazañas del asediado y coloso habían llegado a influir en el ánimo del maestre, y éste tuvo lástima del noble agui­ lucho que sacaba fuerzas de flaqueza y prefería sucumbir en la brecha antes que sus adversarios pudieran apoderarse de lo que cons­ tituía su único y legítimo patrimonio. Confiado en su valor y en la razón indiscutible que le asistía, hacía esfuerzos sobrenaturales y mantenía en jaque a sus adversa­ rios. Admirando tanta proeza don Gutierre, y enterado de que al va­ liente le habían dado otro saetazo en una pierna y eran ya cuatro las heridas que padecía, determinó salvarle y le envió un emisario con el encargo de que entregase la plaza, garantizándole que sería respetada su vida y la de sus fanáticos partidarios, lo llevaría consigo y lo protegería contra toda clase de peligros. Aunque agotado materialmente el Bezudo, procuró superarse una vez más para seguir manteniéndose en pie, y no vaciló en res­ ponder que únicamente se entregaría «constreñido por el hambre, que juraba que hacía dos días y medio que no comían ni bebían» (9), y que, a pesar de ello, no saldría de su casa. Se engallaba a sí mismo el aguerrido y valeroso Monroy en aquella ocasión, pues si bien es cierto que no desfallecía su ánimo y se creía con fuerzas para continuar en la brecha, su estado físico era deplorable, con la agravante de no poder restañar sus sangrien­ tas heridas por carecer de elementos precisos; debido a lo cual, el incansable, voluntarioso y jamás hasta entonces vencido capitán, se había convertido en una piltrafa humana, en algo digno de con­ miseración, donde alentaba un espíritu indomable. Impotente al fin por las causas expuestas, y ante las súplicas de los pocos valientes que todavía se mantenían a su lado, dispuestos al sacrificio si él lo pedía así, y afectado, por otra parte, por cuan­ to acontecía a su alrededor, al ver a sus más fieles partidarios, fami­ liares, amigos y vasallos famélicos, maltrechos y sin la más elemen­ tal asistencia, decidió «darse al maestre, con todos los otros caballe­ ros de Cáceres que estaban con él»; pero debió hacerlo con gran dolor de su corazón; tanto, que resultaría interesante poder apreciar (9) Todas las palabras, frases o párrafos entre comillas o subrayados del presente capítulo relativo al castillo de Monroy, han sido tomados de la Cró­ nica d e la Orden d e Alcántara, de T o r r e s y Tapia, o de la intitulada H echos d el Maestre d e la Orden d e Alcántara don Alonso d e Monroy, de A. M aldonado; pues hemos utilizado ambas publicaciones para, sintetizándolas, reunir los datos biográficos más sobresalientes relativos al ínclito Bezudo, señor de Monroy,

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en su justo valor la violencia que supondría para el tenaz malheri­ do Bezudo tomar tamaña determinación. Inmediatamente pasó el castillo al señor de Belvís, y procedió a repararlo, a abastecerlo con buena cantidad de vituallas y a guar­ necerlo con gente de su confianza, por temor a ulteriores com­ plicaciones. Poco después, don Gutierre puso en libertad a todos los prisio­ neros, y se llevó con él a Belalcázar al señor Monroy. Al tener conocimiento el soberano de cuanto había sucedido en Monroy, y de la epopeya que había tenido por escenario el castillo y sus aledaños, y asombrado también por las heroicas hazañas de Hernando de Monroy y de sus fieles seguidores, ordenó seriamente al maestre que lo pusiera en libertad. Así lo hizo el jerarca alcantarino, pero no sin haberlo retenido preso durante algún tiempo; el indispensable, posiblemente, para que sus sobrinos tomaran las me­ didas necesarias para evitar la revancha. Al ser libertado el Bezudo, todos temían que se apresurara a vol­ ver sobre su castillo de Monroy a fin de sacarlo del poder de su primo, quien, en evitación de tal contingencia, había acondiciona­ do debidamente las defensas, según ya hemos hecho constar; pero el señor de Monroy, que además de valiente era un buen estratega, reunió a los suyos y dio a entender que avanzaba sobre Monroy, y cuando le pareció oportuno, dio media vuelta y se encaminó sobre la fortaleza de Belvís, donde se encontraban a la sazón los herma­ nos Hernán y Alonso, sus consanguíneos e irreductibles enemigos. Con esta estratagema sorprendió a sus parientes y se apoderó de Belvís y su fortaleza, según hemos hecho constar al ocuparnos del castillo de Belvís. Pero poco más tarde volvió dicho fuerte a poder de sus legítimos dueños, quienes poco más tarde, con ayuda de las fuerzas de Arias de Ulloa, capitán de Hernán de Monroy, que había sido encargado por éste de la guarda y defensa del castillo de este nombre, después de quitárselo a su primo. Como Arias de Ulloa hubo de acudir a Belvís para auxiliar a su señor, entonces el Bezudo, viendo que su aldea y casa-fuerte de Monroy quedaban con poca guanición, fue sobre ella y, en una noche propicia, la asaltó antes del amanecer, cogiendo prisioneros a los pocos hombres que la guarnecían y apoderándose ya definitiva­ mente del viejo solar que le habían arrebatado a costa de tantos sacrificios. A pesar de hallarse ya en posesión de sus respectivos castillos Hernán de Monroy, señor de Belvís, y Hernando de Monroy, señor de Monroy, no cesaron las discordias y las peleas entre ellos, «pues como tuvieran los corazones llenos de indignación el uno contra el otro», no tenían momento de descanso en su continuo batallar. Así, el insaciable Hernán volvió nuevamente sobre Monroy, y, aunque atacó fuertemente el castillo con numerosa hueste de escogidos ji­ 386

i el tenaz malheriBelvís, y procedió vituallas y a guara ulteriores coma todos los prisio»v.

había sucedido en escenario el castillo leroicas hazañas de , ordenó seriamente a el jerarca alcantate algún tiempo; el ios tomaran las me­ se apresurara a volrlo del poder de su había acondicionahecho constar; pero a un buen estratega, iba sobre Monroy, y y se encaminó sobre la sazón los hermaeductibles enemigos, ntes y se apoderó de tar al ocuparnos del dicho fuerte a poder de, con ayuda de las e Monroy, que había a del castillo de este lelvís para auxiliar a i aldea y casa-fuerte sobre ella y, en una •ogiendo prisioneros a rándose ya definitivado a costa de tantos s respectivos castillos ido de Monroy, señor leas entre ellos, «pues ición el uno contra el su continuo batallar, bre Monroy, y, aunque meste de escogidos ji­

netes y gente de a pie, y arrasó toda la tierra, robó cuanto pudo e hizo bastantes prisioneros, no consiguió apoderarse de la forta­ leza, que fue defendida desde dentro, en aquella ocasión, por un hermano de Hernando de Monroy, quien tuvo a raya a sus adver­ sarios, los obligó a desistir e hizo fracasar en su intento. Tan frencuentes y continuadas eran las guerras entre ambos pri­ mos, que en 1465 el señor de Belvís no pudo auxiliar a su hermano Alonso cuando marchó sobre Coria; mas algún tiempo después, es­ tando el clavero cercado entre los muros de dicha ciudad por las armas de don Gómez de Cáceres y Solís, que ostentaba a la sazón el Maestrazgo de Alcántara, el Bezudo ayudó muy eficazmente al maestre, procurando resarcirse así del mucho daño que le había oca­ sionado su pariente, tanto en Belvís como en Monroy. En una de las embestidas del clavero, los del maestre retrocedie­ ron y empezaron a huir; y de no haber acudido el Bezudo con sus bravos milites en aquella ocasión, hubieran sido deshechas las huestes de don Gómez con gran mengua y descrédito. Y fué el caso que, como el señor de Monroy «viera las cosas puestas en tanto terror y espanto, y fuera caballero tan esforzado que ninguno pudiera echar el pie delante», juntó a sus guerrilleros y «a otros hombres de vergüenza que de ver su esfuerzo se le llegaron», y todos reunidos «no mirando por ellos sino por su honra y lo que debían hacer a fuer de buenos, fueron a herir con gran velocidad en los del clavero». Tanto y tan velientemente peleó entonces el Bezudo y su gente para evitar un seguro descalabro, que, corridos y avergonzados los del maestre volvieron anhelantes al real y los ayudaron con tal eficacia que, aterrorizados los soldados de don Alonso de Monroy, huyeron precipitadamente y se refugieron tras los muros de la ciudad cauriense. Cierto día llegó el señor de Monroy a la urbe placentina para re­ solver negocios particulares con ocasión en que los duques de Pla­ sencia habían marchado a Arévalo, cabeza de otro de sus señoríos. Sabido esto por el conde de Coria, hermano del maestre de Al­ cántara, envió 120 de a caballo, al mando de su capitán Pedro de Carvajal, para hacer una corría por las tierras bañadas por el Jerte. En aquella incursión Carvajal robó muchas cabezas de ganado a los vecinos de Plasencia, originando el consiguiente e inevitable revuelo; y los perjudicados hubieron de acudir en queja al bachi­ ller Camargo, al justicia mayor del duque, y a Juan de Arias, alcaide de la fortaleza; pero como la gente principal se había marchado con los señores, poco o nada por el momento se podía hacer en obsequio de los perjudicados. Al tener conocimiento de lo sucedido Hernando de Monroy, llevado de su gran corazón, dijo al alcaide que reuniera cuantos qui­ GS7

sieran salir con él para castigar al osado capitán y para arrebatarle la presa. Juntó a 70 de a caballo, y antes de una hora salió en persecución de Carvajal; y tan de prisa anduvo, que aunque lejos, consiguió alcanzar a los que huían. Al darse cuenta de la maniobra los del conde de Coria, se aprestaron para hacerles frente; y encontrándose, los voluntarios placentinos capitaneados por el Bezudo arremetieron a los contrarios con tal ímpetu, que los obligaron a dispersarse, no sin antes haber­ les infligido sensibles pérdidas, pues dejaron sobre el campo 20 muer­ tos y se llevaron consigo a Plasencia a 18 prisioneros y todo el ganado que les habían robado. Antes de esta curiosa y feliz aventura, unos labradores del pueblo de Serradilla dijeron al señor de Monroy que el maestre de Alcántara tenía concentradas sus fuerzas en las Corchuelas —una dehesa con caserío junto a la ribera del Tajo— , y se dis­ ponía a salir en socorro de Alcántara, cercado por el clavero; y «como éste era primo suyo, aunque su enemigo (que, como decían, la sangre sin fuego hierve)» estando en la expresada ciudad reunió hasta 30 caballeros principales para ir contra el maestre Solís. Y fue tal la intervención del B ezudo en aquella jornada, según se hace constar en el capítulo relativo al castillo de Alcántara, que el cro­ nista Maldonado llegó a escribir: «Hernando de Monroy, el B e­ zudo, hacía tales cosas, que se señalaba bien donde llegaba, que desde quebró la lanza, con su espada derrocó cuatro juntos, que la traía tinta de sangre hasta la mano.» Durante la refriega vio con asombro el maestre cómo blandía su espada el de Monroy, quien dio un recio golpe a Antón Galíndez sobre su manga de malla y le cortó ésta y medio brazo; y aprove­ chando la confusión del momento, cargó él sobre el Bezudo y le dió dos mandobles sobre las armas. Al instante se apercibió Her­ nando de quién era el que lo atacaba dado lo crítico de las cir­ cunstancias, y revolviéndose bravo como un león arremetió a su contrincante dispuesto a exterminarle; pero se interpusieron los de la escolta de Solís y surgió un momento de peligro, porque el caballo del Bezudo, sangrando por sus muchas heridas, perdió fuer­ za, no arrancó para alcanzar a don Gómez y cayó muerto en tierra arrastrando a su jinete con él. Rápidamente el de Monroy se liberó de las ancas y del peso del noble bruto y se puso en pie, al tiempo que acudían en su auxilio dos deudos suyos, Rodrigo y Añaya de Monroy, que jamás lo perdían de vista, ni aun en lo duro de los combates, y le facilitaron otra cabalgadura. Finalmente, deshechas las huestes del maestre, el clavero fué a ver a su primo por estimar que a su intervención personal se debía la victoria, y también porque le dijeron que tenía algunas heridas de consideración, una en el rostro y otra en la pierna. Y al acer­ carse don Alonso para darle las gracias por lo que había hecho 388

y para arrebatarle una hora salió en que aunque lejos,

ios labradores del ov que el maestre en las Corchuelas Tajo—, y se dispor el clavero; y (que, como decían, sada ciudad reunió ?1 maestre Solís. Y lada, según se hace ántara, que el erode Monroy, el fíedonde llegaba, que aatro juntos, que la tre cómo blandía su i a Antón Galíndez lio brazo; y aprovebre el Bezudo y le e se apercibió Her> crítico de las cireón arremetió a su ,e interpusieron los ? peligro, porque el heridas, perdió fuerivó muerto en tierra de Monroy se liberó iso en pie, al tiempo ¡, Rodrigo y Añaya aun en lo duro de ?stre, el clavero fué ión personal se debía enía algunas heridas a pierna. Y al acerlo que había hecho

Monroy.— Fachada del castillo frente a la plaza del lug¡

>nde de Coria, se los voluntarios pia­ ra a los contrarios ío sin antes haberel campo 20 muerrioneros y todo el

aquel día en favor suyo, el bravísimo caballero y señor legítimo e indiscutible de la aldea y castillo de Monroy, le respondió: —Señor primo, tan Mahorna como antes. Respuesta lapidaria, expresiva en extremo, que evidencia la ener­ gía, altivez, nobleza y conocimiento exacto y real de las cosas y de los hombres; pues sin género de dudas, Hernando de Monroy, el Bezudo, señor de Monroy y las Quebradas, era todo un tempe­ ramento, un ser físicamente privilegiado y algo por todos concep­ tos excepcional, entre los caballeros de su tiempo. Después que el clavero, siendo ya maestre de la Orden, había arrebatado la villa de Alcántara, valiéndose de toda clase de ar­ dides, a su hermano Hernán, que la tenía en nombre de la duquesa de Arévalo, hicieron una alianza el desposeído maestre don Gómez de Cáceres y Solís, el duque de Alba y el maestre de Santiago (éste por recobrar la plaza fuerte de Montánchez, que don Alonso tenía por suya); y seguidamente el insigne Monroy, auxiliado por su hermano y por su primo el Bezudo, abandonó Alcántara y mar­ chó contra ellos con 350 lanzas y 500 peones, dejando la capital del Maestrazgo en manos del capitán Aldana, que era persona de su confianza. Después puso guarniciones en las otras fortalezas y se dirigió hacia Montánchez. Suponiendo entonces don Alonso que iban a surgir graves compli­ caciones, dado el general estado de cosas, y que sería muy útil la ayuda de su pariente el señor de Monroy, le escribió desde Mon­ tánchez con el ruego de que acudiese a su lado con el mayor nú­ mero posible de soldados, ofreciéndole en recompensa dos enco­ miendas para sus hijos. Sin pérdida de tiempo se incorporó a Montánchez el Bezudo, llevando consigo 60 jinetes y un centenar de peones, y ambos primos acordaron hacer primero la guerra a la condesa de Medellín, porque protegía notoriamente a Francisco de Solís y a Pedro de Pantoja, so­ brinos del anterior maestre don Gómez. Una vez combatida la condesa, pusieron cerco a tres fortale­ zas, entre ellas la de Zalamea, y se encargó el Bezudo de sostener el asedio. Consiguió este capitán apoderarse de dicha plaza fuerte y puso por alcaide de ella a su teniente Andrés Cambero, quien la retuvo en sus manos, y la acondicionó y avitualló de manera tal, que desde allí y de todas partes se hacía constantemente la guerra al maestre de Santiago y a sus aliados. En aquel tiempo era tal la fama de valientes, la aureola de ser capitanes excepcionales los ya curtidos en mil combates, Hernán de Monroy, señor de Belvís; Alonso de Monroy, maestre de Alcántara y Hernando de Monroy, señor de Monroy, que el duque de Medinasidonia, eterno rival del marqués de Cádiz, cansado ya de guerrear con este adversario, determinó exterminarlo de una sola vez y para siempre, y pidió a los tres famosos Monroyes que acudieran a Se­

señor legítimo e spondió: ívidencia la ener1 de las cosas y mdo de Monroy, i todo un tempeior todos concepla Orden, había oda clase de ar>re de la duquesa lestre don Gómez ?stre de Santiago , que don Alonso oy, auxiliado por Alcántara y mar□do la capital del ra persona de su is fortalezas y se gir graves complisería muy útil la ribió desde Moncon el mayor núnpensa dos enconchez el Bezudo, s, y ambos primos Medellín, porque 1ro de Pantoja, so­ co a tres fortaleudo de sostener el ha plaza fuerte y tambero, quien la ló de manera tal, temente la guerra la aureola de ser combates, Hernán testre de Alcántara duque de Medinado ya de guerrear ía sola vez y para e acudieran a Se­

villa el día 1 de mayo para ayudarle en tan decisiva empresa. Y de­ seosos los ilustres paladines extremeños de ganar honra y nuevos lauros, le anunciaron que no faltarían a la cita en la indicada fecha. A pesar de estar desmoralizados los adversarios de don Alonso por los descalabros sufridos en los últimos encuentros, el Bezudo le dijo que no fuera a Sevilla por temor a que se perdieran las cosas de Extremadura si no estaban en sus manos, y que él se comprome­ tía a bajar a Andalucía para tomar a su cargo el negocio que le había propuesto el de Medinasidonia, ya que disponía para ello de dos eminentes auxiliares: Rodrigo de Monroy y Luis de Herrera, va­ lientes cual ningún otro, con cuya ayuda pensaba salir airoso y triun­ fante del compromiso; pero el maestre le respondió que no quería poner su honra en brazos ni corazón ajenos, y sí en los suyos. Marcharon los tres Monroyes dispuestos a dejar bien sentado su pabellón; mas quedó todo sin efecto debido a la intervención del rey Enrique, quien consiguió que depusieran su actitud ambos nobles referidos, y se concertara una tregua. El duque de Medinasidonia recibió a don Alonso con gran al­ borozo y lo abrazó efusivamente, diciéndole que una de las mayores ilusiones de su vida era poderlo conocer personalmente. Hecho his­ tórico que confirma una vez más cuál era, entre los caballeros de entonces, la fama del sin par maestre don Alonso de Monroy, que es, a nuestro juicio, el más destacado y representativo extre­ meño de la segunda mitad del siglo xv; si bien podían parangonarse con él Hernán y Hernando de Monroy, su hermano y primo respec­ tivamente; y tan lo reconocían así los prohombres de aquel tiempo, que, al tener conocimiento de la marcha de los tres Monroyes a Sevilla, el maestre de Santiago manifestó públicamente lo extraordi­ nario y difícil que era escoger tres caballeros del mismo linaje tan capaces para intervenir con éxito en aquel litigio. Cuando Francisco de Solís, llamado el Electo, sobrino del antiguo maestre de la Orden de Alcántara, don Gómez de Cáceres y Solís, pretendió, con engaño, atraer al maestre don Alonso al castillo de Magacela, de acuerdo con la condesa de Medellín, doña Beatriz Pacheco, y del maestre de Santiago, Hernando de Monroy, el Bezudo, aconsejó a su primo que rechazase la invitación, por esti­ marla una estratagema de sus enemigos para apoderarse de su persona, y que despreciara con dignidad el falso ofrecimiento del de Solís, que había prometido unirse en matrimonio con una hija bastarda de don Alonso. Y visto por el señor de Monroy que no podía hacerlo desistir, le dijo que él se quedaría fuera de la plaza, en lugar próximo, en espera del desarrollo de los acontecimientos, ple­ namente convencido de que no eran claras ni nobles las intenciones de sus enemigos. Otros caballeros de los más adictos al maestre tam­ bién lo creyeron así, y alegaron enfermedad u otros pretextos para no acompañarle. 391

Efectivamente, durante la comida que dieron en el interior de la fortaleza de Magacela al confiado don Alonso, el joven Solís y sus secuaces cargaron de cadenas al temerario maestre y lo arro­ jaron a un calabozo oscuro, de manera tan despiadada y con tal ensañamiento y desprecio hacia el noble Monroy, que no existen antecedentes de atropello semejante. El sagaz y avispado Bezudo, presintiendo cuanto sucedía dentro del recinto de Magacela, salió a uña de caballo para Zalamea,, se­ guido muy de cerca por Juan Guerra, a quien el E lecto había pro­ metido la fortaleza últimamente citada si era capaz y conseguía eliminar al Bezudo. Juan Guerra, llevando con él 200 hombres, perseguía sin des­ canso al huido, ansiando alcanzarlo y darle muerte; y al amanecer del siguiente día, cuando ya se aproximaba a Hernando, que esca­ paba completamente solo y sin más armas que su lanza y adarga, el perseguidor, seguido de cerca por los suyos, insultaba al de Mon­ roy y le gritaba diciendo: —Esperad, que yo os pagaré lo que vos merecéis, que vuestro compañero ya está en sal. Al volver la cabeza el Bezudo y darse cuenta de cuántos iban en pos de él, picó el caballo y corrió presuroso hacia Zalamea, sin querer hacer frente al insolente que lo insultaba y perseguía hasta que se hallara cerca de la fortaleza, porque si peleaba con él y tenía Guerra la suerte de matarle el caballo, se quedaría a pie y sin po­ sibilidad de huir en medio de sus enemigos. Al aproximarse a la dicha plaza, el Bezudo volvió el caballo que montoba contra su perseguidor, que corría confiado y eufórico profi­ riendo insultos y palabras malsonantes, y, cubriéndose con su adarga, enarboló la espada y arremetió al engreído charlatán cuando los se­ paraban escasos metros de los otros jinetes; pero la partida se deci­ dió en unos instantes, porque el señor de Belvís encontró a Guerra con tanto acierto, y tan fuerte, que no le sirvió la armadura que llevaba puesta «porque le pasó con la lanza el adarga y le echó una braza de lanza de la otra parte del cuerpo», terminando así y entregando su alma no sabemos a quién el engolado y pretencioso Juan Guerra. Y aunque también fué herido en la cabeza el caballo del gran adalid don Hernando, con soltura y rapidez se deshizo de él y a pie, corriendo cuanto pudo, se metió en la plaza de Zala­ mea, antes que consiguieran darle alcance sus contrarios. Burladas una vez más por el Bezudo las asechanzas de sus ene­ migos, acudieron presurosos los hermanos del maestre de Santiago a cercar la fortaleza; y lo pusieron en grave aprieto, porque, por haber sido bastante mala la cosecha de aquel año, carecían de los indispensables avituallamientos. Durante el cerco de Zalamea, el superdotado e incansable señor de Monroy hizo tales prodigios, que sus salidas y golpes por sorpre­ 392

en el interior de o, el joven Solís íaestre y lo arroiadada y con tal , que no existen to sucedía dentro tara Zalamea, seEle d o había pro­ paz y conseguía erseguía sin dese; y al amanecer nando, que escai lanza y adarga, Jtaba al de Mon­ eéis, que vuestro de cuántos iban acia Zalamea, sin f perseguía hasta iba con él y tenía a a pie y sin poió el caballo que i y eufórico profi>se con su adarga, án cuando los sei partida se decincontró a Guerra la armadura que idarga y le echó terminando así y ido y pretencioso cabeza el caballo lez se deshizo de a plaza de Zalararios. inzas de sus ene?stre de Santiago ieto, porque, por >, carecían de los incansable señor 'olpes por sorpre­

sa, sus arremetidas inesperadas y proezas mil, asombraban a los mantenedores del cerco y desarticulaban sus planes, ya que sola­ mente con 30 jinetes y 40 peones escogidos peleaban de día y de noche sin darles momento de reposo; y era tan eficaz su es­ trategia, que confundían a sus adversarios, y durante los catorce meses que duró el asedio consiguieron arrebatarles los mantenimien­ tos precisos para continuar existiendo. Los familiares del maestre de Santiago, expertos capitanes que, como hemos dicho, dirigían el cerco de Zalamea «estaban espanta­ dos de la valentía del B ezu do», y molestos y disgustados por la ineficacia de sus esfuerzos, comisionaban a algunos de sus mejores hombres para que se acercaran a las puertas del recinto e insul­ taran y desafiaran a los cercados. El Bezudo respondía siempre a las bravatas y retos de sus enemigos saliendo veloz de la fortaleza, y como algo sobrenatural e inesperado, caía sobre los retadores, y, con ímpetu y habilidad sorprendentes, eliminaba con su mando­ ble a los más, hería gravemente a muchos otros, y se refugiaba se­ guidamente entre los muros de la plaza. Indignados por tanta osadía los hermanos del maestre, eligie­ ron al más destacado de sus hombres, un determinado alférez que gozaba fama de valiente, para que desafiara al intrépido Monroy; y dicho caballero, seguro de antemano de que su rival aceptaría el reto, se situó en la cima de un cerro próximo y ocultó a otro com­ pañero para que lo pudiera auxiliar. Confiado el Bezudo en que sólo tenía que habérselas con el jactancioso alférez, salió a su en­ cuentro y, al verse ante dos contendientes, no desanimó, sino que, por el contrario, superándose una vez más, se batió con ambos, mató pronto a uno de ellos, y el otro hubiera quedado también ten­ dido sobre el barbecho de no haber huido precipitadamente, y acobardado, hasta que se halló seguro entre sus compañeros. Como uno y otro día, sin desmayos ni merma de facultades, salía a dar contra sus enemigos, el capote del Bezudo era más conocido entre ellos que los suyos propios. Cierto día se dieron cuenta, desde el adarve de la muralla, que con dirección a la estancia de los encargados del asedio llegaba un gran hato de cabras para abastecerlos; y sin prever ni temer las consecuencias que pudieran surgir, el Bezudo, con 40 hombres, salió a su encuentro; atacó y eliminó a algunos de los pastores y guardadores del ganado, huyeron los demás espantados, y les arre­ bató 200 cabras, que ya estaban dentro de los muros de Zalamea cuando los del real se dieron cuenta y acudieron presurosos para impedirlo. Visto por Alonso de Cárdenas, comendador mayor de León, y por Alonso Pacheco, hijo del maestre de Santiago, encargado de dirigir el cerco, que no conseguirían nada práctico ni reducirían al señor de Monroy, decidieron cambiar de sistema y trazar nuevos planes; 393

y para llevarlos a feliz término, empezaron por abrir una gran cava en torno al castillo, algo desviada de los cimientos, y de tal manera «que una mosca no pudiera salir ni entrar». No se hizo esperar el resultado de las nuevas medidas toma­ das, pues al no poder salir ya los defensores de Zalamea, empezaron a sentir los efectos del hambre, y en tal proporción que tuvieron que comer «caballos, gatos y otras cosas no acostumbradas». Cundió además el desaliento, y aunque el gran Hernando se esforzaba para infundir ánimo a los suyos, era tan evidente el desfallecimiento por falta de energías, que se vio precisado a pedir socorro al conde de Frías y a los demás amigos del maestre de Alcántara, su pariente; pero a éstos no les fué posible acudir en su auxilio, y entonces el Bezudo, viendo sucumbir a su gente de inanición y no por las heridas y trabajos sufridos, decidió entregarse sin condiciones, con­ forme a las exigencias de Cárdenas y Pachaco. Pero antes ae pasar a la entrega de la plaza quiso la fortuna que doña Leonor de Pimentel, la enérgica duquesa de Arévalo, ter­ ciara a su favor en circunstancias tan críticas; y fue el caso que dicha señora pidió al maestre de Santiago que ordenara levantar el cerco de Zalamea; y al no ser complacida en su ruego, montó en cólera y envió a don Pedro de Zúñiga, hermano bastardo del du­ que su marido, con 600 de a caballo y crecido número de peones; y ante la llegada de tan considerable ejército, los lugartenientes del maestre Pacheco, por temor al enojo de la Pimentel, que era radi­ cal y tajante en sus decisiones, levantaron el campo e iniciaron la retirada, viéndose así el Bezudo y su gente libres del agotador y prolongado encierro, que, de continuar con aquella dureza algunos días más, hubiera terminado asfixiándolos. La determinación de la duquesa se debió al egoísmo, que inspi­ raba casi siempre sus actos, pues su cuñado Zúñiga era portador de una orden conminatoria del rey don Enrique para que el señor de Monroy entregara seguidamente la plaza de Zalamea al duque de Arévalo, gobernador de los intereses de su hijo, don Juan de Zú­ ñiga, que había sido nombrado maestre de Alcántara recientemente, con menosprecio de la persona y derechos de don Alonso de Mon­ roy, el célebre clavero y luego maestre de dicha Orden. El Bezudo dio cumplimiento a lo dispuesto por el soberano y regresó a Monroy, después de haber estado cercado durante nueve meses. Tenía también por entonces Hernando de Monroy la fortaleza de Mayorga, y, a pesar de todos los intentos y fuertes presiones, la duquesa no consiguió arrebatársela, y la entregó de buen grado a mosén de Soto, alcaide de Magacela, para que fuera puesto en liber­ tad su primo don Alonso, que llevaba encerrado en dicha fortaleza cerca de dos años. Cuando la inquieta e intrigante Pimentel tuvo ocupada la ciudad 394

i

u n a g ra n ca v a

V d e ta l m a n e ra

medidas tomaimea, empezaron jue tuvieron que bradas». Cundió e esforzaba para Fallecimiento por >rro al conde de ara, su pariente; io, y entonces el m y no por las condiciones, con­ quiso la fortuna de Arévalo, terfue el caso que rdenara levantar su ruego, montó bastardo del dumero de peones; os lugartenientes itel, que era radipo e iniciaron la 5 del agotador y a dureza algunos oísmo, que inspit era portador de que el señor de nea al duque de ion Juan de Zu­ ra recientemente, Alonso de Mon­ eden. or el soberano y lo durante nueve ■nroy la fortaleza ?rtes presiones, la de buen grado a a puesto en libern dicha fortaleza >cupada la ciudad

de Trujillo por el rey de Portugal, el prestigioso don Alonso de Monroy, ya recuperado de cuanto había sufrido durante su prisión en Magacela, de acuerdo con el esclarecido trujillano Luis de Chaves, y por una puerta de la ciudad cuyo paso le facilitó este último caballero, penetró en el recinto amurallado y atacó con dureza y bravura a los partidarios de la duquesa, a quienes, según se dijo, capitaneaba el valeroso Juan Ternero; y cuando éste peleaba en una de las calles de la ciudad sirviendo de escudo a su gente, vino contra él el Bezudo y le arremetió con tanto ímpetu y coraje, que le causó grandes estragos. Al reconocer Ternero a su contrin­ cante, se fué hacia él y se entabló un duelo sin cuartel entre ambos personajes. Ternero dió un tajo al de Monroy y le cortó casi toda la adarga, hiriéndole levemente en un brazo; pero la reacción del Bezudo fue violenta y eficacísima, pues cayó sobre su adversario y de un sólo golpe que le dio en el cuello, bastante grueso por cierto, le separó la cabeza del cuerpo, saliendo despedida a bastante distan­ cia «con un pedazo de gorjal de malla cortado»; siendo el resultado de aquel personal encuentro que quedara Trujillo por los Reyes Católicos. En la toma del castillo de Alegrete, en Portugal, intervino tam­ bién el señor de Monroy a favor de las armas de don Fernando y doña Isabel, capitaneadas por su primo don Alonso; y lo hizo con tanto acierto, que destacó sobremanera derrocando con su lanza a muchos enemigos desde el adarve. Y tomó asimismo parte muy principal en la batalla de Guadalpero, cerca de Olivenza, contra los portugueses.

E L CASTILLO DE MONTANCHEZ I O r ig e n ,

s it u a c ió n y v i c is it u d e s e n t o r n o a e s t a f o r t a l e z a .

En la parte sureste de la provincia de Cáceres, al pie de una es­ tribación de la cordillera Oretana, asienta la villa de Montánchez; y ocupando la cima del pronunciado montículo que se alza junto a ella, luce su bella silueta, con sorprendente majestad —observado desde distancia, sobre todo por el lado de la carretera de Alcuéscar—, la imponente mole del castillo de aquel nombre. Se admite por los tratadistas la existencia de poblados romanos en el actual solar de Montánchez y en sus alrededores; y refirién­ dose a la eminente cúspide sobre la que se mantienen pujantes y retadores algunos lienzos y torres del castillo, el cronista local Lozano Rubio (1) precisa que allí tuvo su asiento un clásico vicus, (1)

T irso L ozano es autor de la Historia d e M ontánchez, vol. de 3 4 3 págs.

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que debió ser sin duda la primitiva y más segura fortificación de toda la zona circundante (2). Justifica su parecer con el examen que realizó, en lugares pró­ ximos a la actual villa, de diversos y esparcidos vestigios romanos, y agrega a este respecto: «un perjuicio inmenso para poder ilustrar la antigüedad histórica de Montánchez, se ha causado por la acción destructora de los tiempos y por la ignorancia e incuria, ya de los que los que desenterraron varias piedras que existían en el sitio del palomar, ya de los poseedores de la finca, que, sin previsión ni cui­ dado alguno, las han destinado para construir el suelo de una era de trillar. »En las referidas piedras, se ve por lo menos que contienen ins­ cripciones antiguas enteramente ilegibles; y en tres se llega a dis­ tinguir con claridad letras sueltas, que por sí solas no suministran al curioso anticuario pie ni fundamento suficiente para tomar el hilo al sentido que pudieran formar dichos caracteres; ni para sospe­ char o columbrar las palabras completas en las cuales pudieron entrar en composición.» Da algunas noticias de una piedra con epígrafe que se conserva al sitio de Valdemorales, empotrada en la pared lateral del portal de una viña, camino de Valdefuentes; y transcribe la inscripción de este modo: CAECILIA Q-P-TVSCA CVM-COL ¡VGE-SVD H. S. E. T. T. L. Hace referencia después a un sepulcro que se encontró en una finca «sita en la Cacha, en donde se ven todavía las paredes latera­ les y un trozo de bóveda»; y de otro que se halló al construir el molino de Santana, que tenía la misma forma que el anterior. Vuelve a ocuparse del sitio del Palomar, a la bajada en direc­ ción a Valdefuentes, y añade que «allí se descubren enormes y anchos cimientos que ostentan la grandeza de los edificios que en otro tiempo sustentaron». Y en su buen deseo de aportar el mayor número de testimonios que corroboren la verdad histórica, agrega que «existen esparcidos acá y acullá infinidad de piedras sillares, muy bien labradas, con algunos dinteles, parecidas en todo a las que usaban los romanos en sus construcciones y monumentos»; y hace constar que solamente en la era de Josefa Galán hay más de cien de estas piedras talla­ (2)

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Revista d e Extremadura, pág. 464, t. I, año 1899.

das, de gran tam. paredes, y las emj Con el parece están de acuerdo cuales suponen q Montánchez, o en tamente, un muni o Mons Anees; y i días, y se le daba ■ Y teniendo er décadas subsiguie perimentó un grai ínsula Ibérica de 1 y fortificaciones c paron la Lusitanií del rey Eurico (4). Unicamente p fundamento, puelas no suministran al ? para tomar el hilo eres; ni para sospelas cuales pudieron rafe que se conserva ed lateral del portal scribe la inscripción

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das, de gran tamaño, además de las que aparecen colocadas en las paredes, y las empotradas en el portal (3). Con el parecer y testimonios aportados por el referido cronista están de acuerdo la mayoría de los historiadores, buena parte de los cuales suponen que existió, en el lugar que ocupa hoy la villa de Montánchez, o en lugar próximo que no ha podido precisarse exac­ tamente, un municipio romano que llevó el nombre de Monstances o Mons Anees; y que de este nombre derivó el que lleva en nuestros días, y se le daba ya en la Edad Media musulmana. Y teniendo en cuenta las vicisitudes de aquella región en las décadas subsiguientes, se admitía como hecho seguro que todo ex­ perimentó un gran cambio a consecuencia de la irrupción en la Pen­ ínsula Ibérica ae los bárbaros del norte, que motivó el paso de plaza y fortificaciones del poder de los romanos al de los alanos que ocu­ paron la Lusitania, a los que se los arrebataron los godos en tiempos del rey Eurico (4). Unicamente por suposiciones, por conjeturas con más o menos fundamento, puede admitirse que los árabes, capitaneados por Muza en el año 713, se apoderaron de Montánchez, después de haber so­ metido éstos a Mérida, de cuyo waliato fue siempre dependiente. Durante la dominación sarracena afectaron a esta villa las in­ numerables revueltas que con harta frecuencia surgían, tanto du­ rante los brillantes momentos de apogeo y esplendor del califato de Córdoba, como en tiempos de los reyes de Taifa, dada la obligada dependencia a que nos hemos referido. Y como la mayor parte de los invasores que afincaron en la provincia cacereña eran berberiscos netos, y su condición inquieta, levantisca y revolucionaria, resultaba lugar propicio y adecuado para que acudieran allí todos los san­ tones, resentidos, facinerosos y malquistos con el gobierno central, para evitar sanciones o recabar adeptos y tener siempre en jaque, o preocupados al menos, a los emires y jerifaltes musulmanes. Se ha dicho (5) que durante la gran tarea reconquistadora, el primer soberano de León que llegó junto a los muros de Montánchez fué Ordoño II; que se apoderó de dicha villa en el año 918, des­ pués de su ruidoso triunfo en San Esteban de Gormaz; y que des­ manteló la fortaleza y pasó a cuchillo al vecindario, causando tal pánico en los jeques y otros cabecillas extremeños, que éstos termi­ naron haciéndose tributarios; y pasado el peligro, el monarca leonés, excesivamente alejado de su reino, regresó a él, y los mahometanos volvieron a recuperar la estratégica plaza. Quien tal afirma no justifica suficientemente la realidad de esta (3) Ibid. (4) Tal es la referencia que nos facilita H urtado . Véase su obra Castillos, torres..., pág. 163. (5) Es Hurtado quien presenta este hecho como real; aunque, como es norma corriente en sus escritos, no aporta testimonios.

noticia, que hemos de tomar por tanto con la consiguiente preven­ ción, porque el hecho real es que la mención más antigua que tene­ mos de Montánchez se debe a un cronista árabe del siglo x i i , que escribe Montanjes, y la de los documentos de la Cámara leonesa de la misma época, que nombran a dicha villa Montanches; siendo esta última la forma con que la denominaban siempre moros y cris­ tianos, ya que se trata, sin duda, de uno de esos tópicos heredados, con más o menos desfiguración, de los idiomas hispanos antiguos, que a través de las dominaciones romana, visigótica e islámica se han transmitido a la posteridad (6). Durante la fructífera incursión que realizó Alfonso VII, el Em ­ perador, por tierras situadas más al sur de la margen izquierda del Tajo, fueron recuperados la villa y castillo de Montánchez, des­ pués de la conquista de Coria en 1142; pero dicha plaza fuerte, del mismo modo que Cáceres, Alcántara, el castillo de Esparragal y muchos otros lugares, villas y fortalezas, volvieron pronto a poder de los mahometanos por no poder guarnecerlos y, por consiguiente, conservarlos el batallador rey de León. Se alude en los Anales Toledanos a la toma de Montánchez en 1167 por el rey de Marruecos (7), y se señala, asimismo, que, en 1184, se volvió a ganar dicha plaza por un hijo de Abu Jacob; pero la verdad es que se desconoce cuándo pasó la misma, una y otra vez, a manos de los sarracenos, para así haber podido ser liberada en las señaladas fechas. Exactamente igual sucede con otras reconquistas mencionadas por Ferreras, que tuvo lugar, según hace constar, en 1196; pues aunque se admite como hecho cierto que la ocuparon los moros a raíz del desastre de Alarcos, falta conocer desde cuándo dominaban en ella los ejércitos cristianos. Es decir, que para que la ganasen los sarracenos en las tres etapas mencionadas, era pre­ ciso que la hubieran recuperado los castellano-leoneses en otras tan­ tas ocasiones. Admitido que, después del desastre de Alarcos, se apoderaron los moros de Montánchez — en 1196 según unos historiadores, y en 1197 según otros— , es el caso que en 1210 el rey Alfonso V III de Castilla, por consejo y con auxilio de sus capitanes, decidió unirse a su pariente Alfonso IX de León, y ambos monarcas se propusieron el desmoronamiento total de los muslines con las jomadas de Cór-

(6) M atías R. M artín ez , en su artículo sobre Montánchez, publicado en la Revista d e Extremadura, pág. 457. (7) Según Hurtado, pág. 163: «In Iumada the second of 560 he surprised the city o í Truxillo, aud Dilkadah of the same year did same vith Iebura. He also took Cazeres in Safar 561, aud castle Muntajest in Iumada the first Severina...», Aben Sahibis Salat, texto en inglés por P. G ayangos, en apéndice de a Almakary, II, pág. 522. Véase, asimismo la pág. 228 de la tanta veces citada obra de M. R. M artín ez .

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c o n s ig u ie n te p re v e n -

ás a n t i g u a q u e t e n e b e d e l s ig lo x i i , q u e ■ la Cámara leonesa Montanches; siendo iempre moros y cris>s tópicos heredados, ispanos antiguos, que a e islámica se han

M ontánchez.— Cruz de término y el castillo al fondo

Alfonso VII, el Emnargen izquierda del le Montánchez, des­ cha plaza fuerte, del lio de Esparragal y m i pronto a poder de v, por consiguiente, a de Montánchez en t, asimismo, que, en ■de Abu Jacob; pero dsma, una y otra vez, lo ser liberada en las >n otras reconquistas pin hace constar, en ►que la ocuparon los >nocer desde cuándo decir, que para que íencionadas, era preeoneses en otras tanarcos, se apoderaron unos historiadores, y ) el rey Alfonso VIII titanes, decidió unirse narcas se propusieron las jomadas de Cór-

[ontánchez, publicado en x>nd of 560 he surprised r did same vith Iebura. ijest in Iumada the first . G ayangos, en apéndice ' 228 de la tanta veces



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doba y Sevilla, una vez roto el extremo más duro de ambos reinos: Mérida y Trujillo. La primera ruptura de las armas castellanas se efectuó por la parte de Toledo, donde penetraron; y desde allí se dirigieron al terri­ torio de Montánchez y Trujillo, aprovechando la circunstancia de estar entretenidos los moros en el asedio de Salvatierra. Era entonces miramamolín, o jefe de los almohades, un digno su­ cesor de Abu Jacob, valeroso y audaz, pero con menos fortuna que su predecesor; y mientras Alfonso V III dispuso de un aguerrido capitán, su propio hijo el infante don Fernando, joven de veinte años, que representaba toda la inquietud, ansias de reconquista y bizarría de las armas de Castilla. Este caballero fué precisamente el encar­ gado de recorrer en fonsado las tierras de la comarca trujillana, según refieren los Anales Toledanos, donde se hace constar que «Estando el rey don Alfonso e el infant con todo su reyno en la Sierra de Sant Vicent, fué el infant don Fernando, en fonsado con todas las gientes a Trujillo e Montagnes e tornó de aquel fonsado a su padre en el mes de agosto, era M. C. C. X. L. I. X. (año 1211 de Jesucristo)» (8). Y el resultado de aquella campaña fué que se perdió Salvatierra definitivamente, pero el infante, aunque acudió un poco tarde, castigó duramente a los habitantes de aquellas villas y aldeas y regresó con rico y abundante botín de víveres y ganado (9). Murió poco después el infante don Fernando, y ya anciano y achacoso Alfonso VIII, llamado el N oble, triunfó rotundamente sobre los almohades en la trascendental batalla de las Navas de Tolosa, aumentando con este triunfo bélico su prestigio y reputa­ ción. El fallecimiento del soberano de Castilla, acaecido dos años más tarde, motivó que las riendas del trono castellano pasaran a su hija doña Berenguela, como tutora de su hermano el infante don En­ rique, que vivió solamente tres años a partir de entonces. Quedó, por tanto, la corona en manos de la dicha doña Berenguela, esposa de Alfonso IX de León; y por esta razón, años más tarde llegó a ser soberano de ambos reinos don Fernando III el Santo, nacido de este matrimonio. Entre tanto se sucedían en Castilla estos episodios, el leonés Al­ fonso IX había ensanchado sus fronteras en Extremadura con la conquista de Cáceres, Montánchez, Mérida y Badajoz; y sólo que­ daba de toda la región en manos de los infieles la bien cercada y pujante plaza de Trujillo. Por los excelentes y positivos servicios que los milites de Santiago habían prestado al rey de León en aquella empresa, don Afonso

(8)

Anales Toledanos. Rodrigo d e Toledo, libr. V II, caps. XXXIV y XXXV.

(9)

C lodoaldo N aranjo : Solar d e conquistadores, págs. 8 3 -8 4 .

hizo donación de la villa y castillo de Montánchez (10) al maestre de dicha Orden, don Pedro González Mengo, el cual formó con esta plaza fuerte y sus tierras y aldeas del contorno una de las más prósperas y solicitadas encom iendas, que adquirió pronto ex­ traordinaria importancia por sus riquezas y la seguridad que ofre­ cían los muros de su fortaleza; al extremo que en la misma solía guardarse el tesoro de la referida Orden, y allí se celebraron algunos capítulos generales. Se supone, por tanto, que debía ser muy codiciada la posesión de aquella encom ienda, por disponer su titular de un casi inexpugna­ ble baluarte y de los recursos económicos de la Orden, tan precisos y útiles en determinados momentos; sobre todo en los períodos de discordias, y aun de luchas, que eran tan frecuentes entre los mili­ tantes de estos Institutos. El cronista local de Montánchez (11) nos ha legado relación, aunque incompleta, de los comendadores que detentaron dicha pre­ benda. He aquí los que la poseyeron en las fechas que se indican:

(10) Bullarium Ord. mil. S. Jacobi, pág. 143 (Matriti, anno 1719). En el A. H. N., Orden de Santiago: Encom iendas, sig. 211, se guardan los siguientes documentos: a) Privilegio del rey don Alfonso V III donando la mitad de las tercias de Trujillo a la Orden de Santiago. Año 1186. b) Una copia del anterior. c) Privilegio del rey Alfonso V III por el que dona los diezmos de pan y vino y ganado real de Trujillo a la Orden de Santiago. Año 1189. d) Copia del anterior. e) Privilegio de Alfonso IX haciendo donación de la villa de Montánchez a la Orden de Santiago. Año 1230. f) Bula del Papa Inocencio IV, en la que aparece inserto y confirmado el privilegio anterior. Año 1245. g) Privilegio del Santo rey don Fernando, en el que se inserta y confirma otro de don Alonso, su padre, donando la villa de Montánchez a la Orden de Santiago. Año 1234. h ) Copia del anterior. i) Concesión hecha por la Orden de Santiago al Concejo de Montánchez, del Fuero de Cáceres y de parte de los términos y villa de Montánchez. Año 1236. /') Mandamiento de don Fernando, el Santo, para que al comendador de Montánchez no se le embarguen sus bienes. k) Amojonamiento y apeo de los términos de Montánchez y los de Cáce­ res. Año 1241. Z) Amojonamiento y apeo de los términos de los Concejos de Montánchez y Trujillo. Año 1250. II) Privilegio del rey don Alfonso, el Sabio, confirmando otros cuatro pri­ vilegios y concordias a la Orden de Santiago; entre ellos, el de la concesión de Montánchez. Año 1254. m) Amojonamiento y apeo de los términos de los Concejos de Montánchez y Medellín. Año 1304. n) Copia del documento a que se refiere la letra k). Año de 1320. (11) E l ref. don T irso L ozano R ubio en su Historia d e M ontánchez.

Don Don Don Don Don Don Don Don Don Don Don

Pedro Iñiguez, en 1235. Gómez Fernández, en 1242. Pedro Veláiz, también en 1242. Rodrigo Alcil, en 1250. Pedro Fernández Mata, en 1282. Vasco López, en 1330. Pedro Ruiz de Sandoval, en 1383. Pedro Fernández, en 1384. Alonso de Portocarrero, en 1489. Alonso Enríquez, en 1494. Luis Portocarrero, en 1499. #

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Corría el año de 1295, y los infantes de la Cerda habían con­ seguido formar un partido poderoso y capaz, decididos a poner en peligro la corona de Fernando IV el Em plazado. Y hubieran con­ seguido su propósito a no surgir la intervención de la madre del rey, la egregia señora doña María de Molina, mujer de extraordi­ narias dotes de gobierno y diplomacia, que pudo conjurar el peligro y salvar los derechos de su hijo con el asesoramiento de su fiel y experto consejero, don Ñuño Pérez de Monroy, abad de Santander. De todas formas, fué aquella una época calamitosa en que la indisciplina, robos e inquietudes eran constantes, hasta entre la nobleza, pues parecía zozobrar toda la nación por el desconocimiento o desprecio del derecho, y el abuso del empleo de las armas; única ley que imperaba entre las clases que más debían contribuir al so­ siego y al orden del país. Se alude con frecuencia en los documentos de aquel tiempo a unos caballeros que fueron terror y continuo sobresalto en la región cacereña colindante con la actual provincia de Toledo, a quienes se les conocía con el nombre de Golfines. Y era tal el pánico que infundía su presencia a los naturales de aquella comarca, que casi todos los privilegios y cartas de fundación y población se con­ cedían para ver de contener las rapiñas y alteraciones de estos fa­ mosos salteadores, nobles más tarde al arrepentirse de sus fechorías cuando ya se habían hecho inmensamente ricos. La fundación de una casa fuerte en Miajadas, la de otra en Jaraicejo, la que ocupaba el solar donde hoy asienta el castillo de Belvís, según se dice en el correspondiente lugar de esta obra, y las de otros muchos poblados, obedecen a la causa señalada. Motivando este hecho real que las tierras de la mitad de la que es hoy provincia de Cáceres —especialmente la capital, Plasencia, Mon­ tánchez, Trujillo y Medellín, con sus extensos dominios—, fueran territorio infestado de Golfines; y para quedar al margen de sus rizas y zarpazos, los habitantes de Montánchez y demás plazas 404

ie aquel tiempo a ■esalto en la región Toledo, a quienes tal el pánico que comarca, que casi población se con­ dones de estos fa­ se de sus fechorías las, la de otra en asienta el castillo Ligar de esta obra, la causa señalada, nitad de la que es al, Plasencia, Monlominios—, fueran al margen de sus i y demás plazas

M ontánchez.— Panorámica del magnífico castillo

Cerda habían concididos a poner en J. Y hubieran con­ de la madre del Qujer de extraordiconjurar el peligro liento de su fiel y ibad de Santander, amitosa en que es, hasta entre la el desconocimiento le las armas; única m contribuir al so-

fuertes de la comarca se vieron precisados entonces a mejorar y ampliar las defensas de sus castillos; único lugar seguro contra la constante amenaza de aquellos envalentonados y temibles aventu­ reros.

En tiempos del rey Juan II de Castilla, cuando su primo el intrigante y ambicioso don Enrique, infante de Aragón, contrajo matrimonio con su hermana doña Catalina, a instancia del con­ destable don Alvaro de Luna se negó al aragonés la entrega del marquesado de Villena, que había solicitado como parte de la dote de su esposa; y en cambio se le dió la ciudad de Trujillo, una fuerte indemnización en dinero y algunas otras plazas con for­ talezas, como Galisteo, quedando así satisfecho, como igualmente sus hermanos que tenían posesiones por su madre la reina doña Leonor, en Castilla, y sobre todo en Extremadura, donde contaban con Granadilla, Pasaron, Jarandilla, Alburquerque, Montánchez y otras. Dueño y señor don Enrique de la gran urbe murada de Trujillo y de su ingente y bien conservada fortaleza, puso al frente de ella a Pedro Alfonso de Orellana y a su escudero Garci Sánchez de Quincoces, muy fieles y adictos a su persona. Pero poco después estalló la guerra entre Castilla y Aragón, y los infantes alternaron el interior del reino con robos y violencias, desde sus feudos extre­ meños; sobre todo desde Trujillo, donde los aragoneses habían establecido su cuartel general, a pesar de que los trujillanos reci­ bieron con recelo y descontento a su nuevo señor. Visto el rumbo de los acontecimientos, don Alvaro de Luna recabó la Capitanía General de Extremadura, y con los caballeros de Al­ cántara y Calatrava, y las huestes del conde de Benavente, del ade­ lantado de Andalucía, del de Cazorla, del valeroso señor de Cigales, Pero Niño, y de otras tropas extremeñas, fué sobre Trujillo, donde estaban bien pertrechados los infantes hermanos don Enrique y don Pedro; y si bien decidieron hacerle frente en un principio, no tuvieron valor o no disponían de las fuerzas necesarias para resistir la embestida del condestable, y antes de que llegara huyeron a Montánchez, lugar más seguro por lo inexpugnable de su fortaleza. Se detuvo algún tiempo don Alvaro hasta apoderarse y consoli­ dar la plaza de Trujillo; y al siguiente año, en 1429, partió hacia Montánchez, en persecución de los infantes, quienes consiguieron chasquearlo nuevamente, pues cuando el condestable llegó a esta villa ya habían escapado los aragoneses hacia el castillo de Al­ burquerque, a donde acudió seguidamente don Alvaro dispuesto a exterminarlos, para liquidar de una vez su partido de revueltas, que ensangrentaban los reinos de Castilla y Aragón. 406

En 1478 se i las pretensiones descontento por so de Cárdenas Monroy, debido había concedido la condesa de ' Católicos por la unieron al grup< gún esfuerzo ni Trujillo estaba ] podía declarars< estar cerca de li tarse de la más marca (12). Las tropas re del maestre de ! nando y doña I raciones, dejand bales y lugares p Los monarca el más adicto d ció la guerra, t y estar a la expe fortuna, el mae en Albuera, y r relativa, ya que Mérida, Medellí morchón, Deleit ocuparon por o rey portugués. La villa de Alonso de M a don Alonso Poi al célebre clav» cesidad, como v Firmada la ] merced a la ii el tiempo que I a Trujillo, hast fué para la sol de los seguidoi guerrillero, con distraer desde (1 2 )

N a r a n jo

En 1478 se recrudeció la guerra con Portugal, y se unieron a las pretensiones de su rey Alfonso V el duque de Medina Sidonia, descontento por haberse dado el Maestrazgo de Santiago a don Alon­ so de Cárdenas; el maestre electo de Alcántara don Alonso de Monroy, debido a que, en lugar de confirmar su elección, se había concedido la jefatura de la Orden a don Juan de Zúñiga; la condesa de Medellín, que siempre tuvo recelos de los Reyes Católicos por la seguridad de sus Estados; y otros más, que se unieron al grupo de descontentos por algún agravio recibido o al­ gún esfuerzo no recompensado. Y entonces, como la ciudad de Trujillo estaba puesta en tercería contra el marqués de Villena y podía declararse a su favor en esta ocasión, los reyes quisieron estar cerca de la frontera portuguesa y se trasladaron allí, por tra­ tarse de la más fuerte y bien abastecida fortaleza de toda la co­ marca (12). Las tropas reales llegaron a Trujillo en agosto de 1478 al mando del maestre de Santiago, y el 20 de noviembre lo hicieron don Fer­ nando y doña Isabel, cuando ya Cárdenas había iniciado las ope­ raciones, dejando de reserva 300 lanzas y aposentando en los arra­ bales y lugares próximos otras 1.000. Los monarcas se hospedaron en el alcázar de Luis de Chávez, el más adicto de sus partidarios; y como seguidamente se recrude­ ció la guerra, tuvieron que atender con todo cuidado sus asuntos y estar a la expectativa del desarrollo de los acontecimientos; mas por fortuna, el maestre de Santiago se apuntó el éxito de su victoria en Albuera, y renació un poco la tranquilidad, aunque de manera relativa, ya que al propio tiempo los enemigos se apoderaron de Mérida, Medellín, Castilnovo, Magacela, Zalamea, Benquerencia, Almorchón, Deleitosa y Montánchez. Estas plazas, sin embargo, no las ocuparon por conquista, sino por ser propias de los partidarios del rey portugués. La villa de Montánchez era, a la sazón, de la hermana de don Alonso de Monroy y detentaba aquella encom ienda su cuñado don Alonso Portocarrero, que auxilió y acogió siempre con agrado al célebre clavero y maestre alcantarino, cuando de ello tuvo ne­ cesidad, como veremos después. Firmada la paz entre España y Portugal el 30 de agosto de 1479, merced a la intervención de la infanta portuguesa doña Beatriz, el tiempo que transcurrió desde marzo, en que regresó doña Isabel a Trujillo, hasta septiembre de dicho año, en que se ultimó todo, fué para la soberana de grandes preocupaciones por las correrías de los seguidores de don Alonso de Monroy, ya que este insigne guerrillero, con su espíritu inquieto y descontentadizo, consiguió distraer desde Deleitosa, y principalmente desde su fuerte reducto (12)

N a r a n jo :

obr. cit., cap. X V III.

de Montánchez, las fuerzas defensoras de la plaza de Trujillo y las de don Alonso de Cárdenas, a pesar de que éste, en extremo activo, acudía a todas partes. El bravo y sin par Monroy, desde su refugio de Montánchez, vivaqueaba por todas partes y tenía acobardados a los habitantes de los pueblos comarcanos, especialmente a los de Trujillo, encarjados de la defensa de la ciudad y de la guarda de la reina, quienes legaron a pasar graves apuros porque les faltaron los mantenimien­ tos precisos; pero doña Isabel dió grandes pruebas de serenidad y rechazó las indicaciones de los que insistían en que abandonara la ciudad por insegura. Logró al fin Alonso de Cárdenas algunas ventajas sobre Monroy y su gente; y como se le diera a partido al mismo tiempo la condesa de Medellín y el propio don Alonso —con quien tuvo doña Isabel toda la clemencia que cabía en su corazón— , terminó encauzán­ dose el lamentable estado de cosas.

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Según hemos hecho constar en páginas precedentes, A. de Portocarrero, casado con una hermana de don Alonso de Monroy, clavero y maestre de la Orden militar y de caballería de Alcántara, a quien tantas veces hemos hecho referencia, era titular de la encom ienda de Montánchez; y todo el tiempo que disfrutó dicha prebenda y sus pingües beneficios, coincidió con el más agitado período de la vida de don Alonso. Por el mucho afecto que se profesaban am­ bos personajes —ya que el dicho comendador era admirador fa­ nático de su cuñado—, porque la gente de Portocarrero estuviera siempre a disposición del maestre de Alcántara, o bien porque este úl­ timo considerara el castillo de Montánchez lugar propicio para para­ petarse con sus amigos, dada la inexpugnabilidad del mismo, el caso es que el temido, astuto y excepcional capitán don Alonso procuró en­ rocarse, en los momentos de peligro, en la fortaleza de Montánchez, con preferencia a cualquiera otra de las pertenecientes a la Orden de Alcántara. Cuando se veía acosado, en malos trances, dispuesto a descansar, o decidía reunir o reforzar sus mesnadas, se recogía en Montánchez, donde cavilaba y meditaba sobre sus futuros pla­ nes; y en vez de acudir a Belvís de Monroy, fortaleza también muy segura y estratégicamente situada, cabeza del mayorazgo de los Monroyes, confiaba más en los muros de Montánchez, en la cordial acogida de sus hermanos, señores de aquellas tierras. Podemos, por tanto, considerar a la fortaleza de Montánchez como la auténtica morada, de hecho, del famoso Monroy; su escon­ drijo seguro y preferente, y base de sus andanzas y operaciones bélicas. Y por esta razón creemos sinceramente que los maltrechos paredones que se alzan todavía, ingentes y retadores, merecen 408

de Trujillo y las i extremo activo, de Montánchez, a los habitantes Trujillo, encarla reina, quienes os mantenimiende serenidad y e abandonara la is sobre Monroy empo la condesa uvo doña Isabel minó encauzán-

tes, A. de PortoMonroy, clavero cántara, a quien ? la encom ienda cha prebenda y ado período de profesaban ama admirador fa?arrero estuviera n porque este úl>picio para para■1 mismo, el caso onso procuró en­ de Montánchez, es a la Orden de ces, dispuesto a idas, se recogía sus futuros pla•za también muy izgo de los Monz, en la cordial de Montánchez onrov; su escons y operaciones e los maltrechos adores, merecen M ontánchez.— Restos de la gran fortaleza que fue cabeza de una de las en co­ m iendas de Santiago

ser admirados y conservados por las sucesivas generaciones; son reliquia sin par, porque entre los mismos se fraguaron episodios importantísimos de la historia regional extremeña, y en sus aposen­ tos reposó y se reconfortó en momentos decisivos el ánimo del es­ clarecido capitán cacereño, el gran aguilucho, que más sobresalió, según reiteradamente hemos indicado, durante la segunda mitad del episódico y casi legendario siglo xv; período de sumo interés. Y debido a la señalada preferencia del clavero de Alcántara, o del maestre cuando ya había alcanzado tal dignidad, por dicha forta­ leza, vamos a ocuparnos de algunas de las muchas veces que en ella residió, y de las que partió de la misma en busca de éxitos y resonantes aventuras: Cuando don Alonso de Monroy «quebrando unas cadenas con sus manos y desquiciando puertas», huyó de la plaza fuerte de Alcántara, donde se hallaba preso por mandato del maestre don Gómez de Cáceres y Solís, después de refugiarse en su feudo de Robledillo de Gata y de haberse apoderado del castillo de Trevejo, se dirigió a Montánchez confiado en que sería acogido favorablemente por su cuñado Portocarrero, titular, según se dijo, de la encom ienda de aquel nombre. Pensaba, asimismo, recibir fuerte socorro de gente de armas para combatir al maestre, a sus partidarios, y para resarcirse de los malos tratos y vejaciones sufridas; pero ni el comendador de Mon­ tánchez, ni su propio hermano Hernán de Monroy, señor de Belvís, Almaraz y Deleitosa, accedieron a sus pretensiones, porque su in­ tuición les hacía prever «que esta guerra se caería luego, y tam­ bién porque el maestre estaba tan gran señor y poderoso en la tierra que no podían durar ni valerse con él, y también muchos enten­ dían en las amistades». Máá don Alonso no desanimó por este exceso de previsión y tacto de sus familiares y reunió al fin una fracción numerosa y bien dispuesta, que le fué muy útil en andadas y correrías suce­ sivas. Algún tiempo después, y merced a la intervención del rey Enri­ que IV, se reunieron en Trujillo el dicho don Gómez, maestre alcantarino y su eterno rival el tozudo e incorregible Monroy, consi­ guiendo el soberano, en apariencia por lo menos, que hicieran las paces ambos personajes; pero como entonces se concedió el Con­ dado de Coria a Gutiérrez de Solís, hermano del maestre, no disi­ mulando con esta determinación don Enrique su apoyo y simpatía por el partido acaudillado por los dos referidos hermanos, y con­ vencido a su vez de que iban en auge los intereses y prestigio de sus enemigos, el clavero se retiró de Trujillo mostrando conformidad, pero receloso en el fondo y dispuesto a conseguir los medios y poder necesario para, en su día, ir contra los que se oponían a sus pre­ tensiones, hasta reducirlos a la impotencia. Firme en su propósito, regresó a Montánchez y permaneció en di­ 410

generaciones; son aguaron episodios , y en sus aposen; el ánimo del es­ líe más sobresalió, la segunda mitad ; sumo interés, le Alcántara, o del , por dicha forta­ chas veces que en busca de éxitos y as cadenas con sus uerte de Alcántara, re don Gómez de j de Robledillo de evejo, se dirigió a rablemente por su com ienda de aquel de gente de armas a resarcirse de los lendador de Mony, señor de Belvís, íes, porque su in?ría luego, y tamderoso en la tierra íén muchos entenso de previsión y eción numerosa y i v correrías suceición del rey Enrirz, maestre alcantale Monroy, consis, que hicieran las concedió el Con•1 maestre, no disii apoyo y simpatía hermanos, y con?ses y prestigio de •ando conformidad, los medios y poder jponían a sus prepermaneció en di­

cha villa durante más de un año; el tiempo que estimó preciso para organizar sus mesnadas y adiestrarlas suficientemente, pues se dedicó casi en absoluto a ejercitar a sus hombres y a instruirlos para la guerra, a fin de que triunfaran siempre en cuantas bata­ llas, torneos y otras fiestas tomaran parte. En Montánchez se encontraba también, y de allí partió con 200 lanzas hacia el castillo de Piedrabuena en otra ocasión. Y por cierto que en aquella expedición pasó toda clase de peligros y cala­ midades, por haber escogido, para realizarla, el momento más crí­ tico de un crudo invierno, creyéndolo el más propicio para des­ pistar a sus contrarios. Llegó a Piedrabuena cierta noche antes de amanecer y sorprendió a los soldados del maestre, que estaban confiados, ajenos al peligro que se les venía encima, durmiendo o haciendo comentarios junto a una gran fogata. Permaneció don Alonso agazapado con su gente en un lugar próximo, y al romper el alba los acometió con dureza. Aunque pretendieron hacerle frente y procuraron defenderse utilizando sus caballos, como no los te­ nían dispuestos ni eran duchos en la maniobra, se espantaron los animales y huyeron en distintas direcciones. Entonces los del clavero aprovecharon la confusión del momento para dar, ahora en un grupo, después en otro, y terminaron desbaratando el resto, matando a la mayor parte y apoderándose de cuanto poseían de alguna utilidad. Después que el valiente Monroy se apoderó de Alcántara, merced a la curiosa estratagema que con toda clase de detalles relata el cro­ nista (13) Maldonado, dejó al frente de dicha plaza a un caballero de su confianza, al capitán Aldana, y regresó seguidamente a Mon­ tánchez con 350 lanzas y más de 500 peones, porque habiéndose en­ terado que la duquesa de Plasencia y sus otros enemigos naturales se habían aliado contra él, le resultaba conveniente concentrar a los suyos en Montánchez por estar más cerca de la Serena y poder atacar las varias fortalezas que el maestre poseía en aquella zona; y para no perder de vista a don Gómez de Solís, que residía a la sazón en Magacela. Entendiendo don Alonso que en su proyectada incursión bélica le sería muy útil el auxilio de su primo Hernando de Monroy, el Bezudo, señor de Monroy y las Quebradas, le escribió desde Mon­ tánchez exponiéndole su plan, rogándole acudiera con su gente y pro­ metiéndole en recompensa por su ayuda la entrega de dos encom ien­ das para sus hijos; y así lo hizo después, si bien solamente a me­ dias, pues sólo entregó a uno de ellos la de Mayoraga. El animoso Bezudo se le incorporó apresuradamente con 60 de (13) Para referir las andanzas del ínclito maestre y popular clavero de la Orden de Alcántara don Alonso de Monroy en relación con el castillo de Mon­ tánchez, hemos utilizado la cantera de datos que nos facilita la crónica de A. Maldonado.

sus mejores jinetes y más de un centenar de peones; y capitaneando ambos una fiel y voluntariosa hueste, rompieron las hostilidades con­ tra la condesa de Medellín, la célebre doña Beatriz Pacheco, por no ocultar sus simpatías y ser decidida protectora de los her­ manos Francisco de Solís y Juan de Pantoja, sobrinos de don Gó­ mez. Al ser elegido maestre de la Orden de Alcántara el ya tan sig­ nificado y batallador clavero don Alonso de Monroy, por haber fallecido don Gómez de Cáceres y Solís en la fortaleza de Magacela, derrotó fulminantemente en tres batallas a los partidarios de la condesa de Medellín; y se hubiera apoderado de la villa de este nombre de no haberse hallado al frente de las defensas de la misma persona tan sagaz y capacitada como la varonil y enérgica doña Beatriz, dama superdotada y muy ducha en estas lides. Se hallaba también en Montánchez el maestre don Alonso cuando fué invitado por Francisco de Solís, sobrino, como dijimos, del desaparecido maestre, para visitarle en Magacela, cuya for­ taleza le había entregado su tío; y confiado en su buena estrella y en la eficacia de sus puños, partió de aquella villa y acudió a reunirse con el intrigante Solís, que le había insinuado tomaría por esposa a una hija suya bastarda. Aunque sus parciales y amigos habían procurado disuadirle y le aconsejaban que aquella visita era una temeridad, porque lo que pretendían sus enemigos era apoderarse de su persona, a pesar de aquellos consejos y advertencias no lograron nacerle desistir; y acompañado de 200 hombres se presentó en Magacela, donde le permitieron la entrada acompañado solamente de dos de sus ca­ balleros. Fué consecuencia de aquella aventura la vil y traidora prisión del maestre durante un período de tiempo que rebasó los dos años. Al salir de su encierro del fuerte de Magacela, en 1476, el maes­ tre marchó seguidamente a su refugio de Montánchez y «fué tanta la alegría de aquellos sus criados y abogados, que no les pareció sino que había resucitado, que no pensaban verle jamás». Acudió muchísima gente a visitarle a Montánchez, y además de familiares y amigos se les presentaron algunos elementos de vida dudosa y fugitivos de otras partes, conjuntando pronto con todos ellos una hueste integrada por 200 lanzas y 400 peones. Y fué tanta la alegría de sus partidarios y de sus vecinos y residentes en los pueblos comarcanos, que compusieron coplas y romances para ce­ lebrar el regreso del ilustre Monroy, el más temido, pero también el más querido y respetado de los paladines de entonces. Después que los hombres del maestre y los de su primo el B ezudo derrotaron en las calles de Trujillo a los militas de la du­ quesa de Plasencia, que estaban dirigidos y capitaneados por el 412

resuelto y esforz caballos como di contrarios, qued. entregaron al m muy diestro en 1 Al poco tien Montánchez, y c constitución y su hacer la güeña ¡ nica, que dice ai cosas grandes v pensallas, salió guerreros muy esi Como desput gueses no tu vien a Montánchez, pí descanso; pero n Luis de Chaves encontraba en la ponerlo al corrie apremiante de qi de fuerzas dispon La gente de 1 se enseñoreaba c al ver que Chave —Ahora veren Sabían los de sus valientes gue de 100 lanzas) pí cuyo hecho perno decidiera tomar 1 suceder así las < de Chaves para v cer lo peligroso ( Enterado de al emisario de C1 acudiría en socoi de refresco y con placentinos. Así carta que entregó se conformó con chez los espías d plaza principal d pasar desapercibí órdenes a los cap dolos al mismo ti»

eones; y capitaneando q las hostilidades con>ña Beatriz Pacheco, jrotectora de los hersobrinos de don Gó■ántara el ya tan sigMonroy, por haber i fortaleza de Magaa los partidarios de lo de la villa de este defensas de la misma mil y enérgica doña lides. naestre don Alonso brino, como dijimos, Magacela, cuya for*n su buena estrella íella villa y acudió a insinuado tomaría curado disuadirle y meridad, porque lo su persona, a pesar on hacerle desistir; Magacela, donde le de dos de sus cal y traidora prisión [ue rebasó los dos i, en 1476, el maesnchez y «fué tanta que no les pareció e jamás». tánchez, y además elementos de vida pronto con todos >eones. Y fué tanta ' residentes en los romances para cetido, pero también tonces. s de su primo el militas de la dupitaneados por el

resuelto y esforzado Juan Ternero «hobieron muy gran robo, asi de caballos como de armas y atavíos y dinero», pusieron en fuga a los contrarios, quedando la ciudad por los Reyes Católicos, quienes la entregaron al más fiel de sus vasallos: el ínclito Luis de Chaves, muy diestro en las armas y gran servidor de la Corona. Al poco tiempo el maestre regresó a su residencia-refugio de Montánchez, y como no podía permanecer inactivo dada su natural constitución y sus anhelos de triunfo, decidió pasar a Portugal para hacer la guerra al soberano de dicho país, según testimonia la cró­ nica, que dice así a este respecto: «porque como él fuera amigo de cosas grandes y de empresas que parecían imposible tan solamente pensallas, salió de Montánchez con 400 lanzas, todos caballeros guerreros muy escogidos». Como después de combatir y castigar duramente a los portu­ gueses no tuviera ya qué hacer don Alonso en aquel país, regresó a Montánchez, para pasar el invierno y disfrutar de un bien merecido descanso; pero no pudo tranquilizar mucho tiempo porque al saber Luis de Chaves que había regresado victorioso de Portugal y se encontraba en la fortaleza montanchega, le envió un emisario para ponerlo al corriente de lo crítico de su situación y con el ruego apremiante de que acudiera en socorro suyo con el mayor número de fuerzas disponibles. La gente de la duquesa de Plasencia, Leonor de Pimentel, que se enseñoreaba de Trujillo, sorprendió al correo, abrió la carta y al ver que Chaves demandaba auxilio, lo dejaron marchar diciendo: —Ahora veremos qué hará el ciego. Sabían los de la duquesa que el maestre había perdido parte de sus valientes guerreros en Portugal, y dejado allí otras tropas (más de 100 lanzas) para guarnecer y sostener la plaza de Alegrete, por cuyo hecho permanecían tranquilos y sin miedo a que el maestre decidiera tomar las armas y marchar contra ellos; pero a pesar de suceder así las cosas, enviaron espías tras el mensajero de Luis de Chaves para ver cuál era la reacción del bravo Monroy al cono­ cer lo peligroso de la situación de su amigo. Enterado de cuanto acontecía en Trujillo, el maestre encargó al emisario de Chaves dijera a su señor que de allí a veinte días acudiría en socorro suyo, pues para entonces dispondría de gente de refresco y conseguiría con toda seguridad destruir a los osados placentinos. Así se expresó don Alonso y así lo hizo constar en carta que entregó para su amigo, el noble caballero trujillano. Y no se conformó con esto, porque sabiendo que estaban en Montán­ chez los espías de la Pimentel, salió del castillo y, al bajar a la plaza principal de la villa, reconoció a los que se esforzaban por pasar desapercibidos; disimuló con ellos, y en su presencia dió órdenes a los capitanes para que licenciaran a su gente, convocán­ dolos al mismo tiempo para que se encontraran nuevamente dentro

de veinte días en empresa muy pro duquesa, regresare habían oído y pres Seguidamente confianza que se sando que de su aquella misma nex iría aquella noche y, efectivamente, s« y poniéndose al fr< prendió a sus enei cansando, confiadc derrotó, tomó la ( las calles de Trujil reando a los reyes Y ... como si si rodeado de sus an montando brioso c que le habían proj doña Leonor de Pir

B r e v e e x p l ic a c ió n

A. Cuerpo alte conventual de la i y fuerte, y poseía de B. Cuerpo que Su suelo desciende mero 5, que está y indicadores de que secundarios del cas terior. Tuvo tambiéi C. Patio inicia está cerrado y bati torreón del aljibe, ¡ además de los mun D. Recinto exte vo por la puerta 3. grandes rocas y peñ; E. Recinto exte car (es la Villa Vie comunicaciones con

de veinte días en aquel mismo lugar, dispuestos a cooperar en una empresa muy prometedora. Visto lo cual por los emisarios de la duquesa, regresaron jubilosos para informar a sus jefes de cuanto habían oído y presenciado. Seguidamente el maestre encomendó a un caballero de su confianza que se entrevistase en secreto con sus capitanes, intere­ sando que de su parte, y sin excusa alguna, juntaran la gente aquella misma noche en el sitio que él mismo les señaló, «que él iría aquella noche con ellos y que habían de ir a cierta parte»; y, efectivamente, se concentraron 300 lanzas en el lugar que se indicó, y poniéndose al frente don Alonso, se encaminó hacia Trujillo y sor­ prendió a sus enemigos —la mayoría de los cuales se hallaban des­ cansando, confiados, y hubieron de huir en paños menores—, los derrotó, tomó la ciudad y saboreando la victoria recorrió jubiloso las calles de Trujillo al frente de sus bravas y bizarras huestes, vito­ reando a los reyes don Fernando y doña Isabel. Y ... como si su acto heroico careciera de importancia, regresó, rodeado de sus amigos y soldados, a su residencia de Montánchez, montando brioso corcel y comentando las incidencias de la paliza que le habían propinado a los vasallos de la ambiciosa e intrigante doña Leonor de Pimentel.

II B r e v e e x p l ic a c ió n d e l p l a n o d e l c a s t il l o d e M o n t á n c h e z .

A. Cuerpo alto del castillo, que debió destinarse a residencia conventual de la encom ienda de Santiago. Es la parte más alta y fuerte, y poseía dos plantas, más los adarves. B. Cuerpo que con el anterior formaba la verdadera fortaleza. Su suelo desciende en pronunciada pendiente hasta la poterna nú­ mero 5, que está ya muy baja. Se ven restos de muros y cimientos indicadores de que allí se alzaban ciertas dependencias o servicios secundarios del castillo, cuyo reducto o cuerpo principal era el an­ terior. Tuvo también dos plantas. C. Patio inicial de la entrada principal del castillo. Por ello está cerrado y batido por el doble escalón formado por el muro y torreón del aljibe, número 9, y la plataforma del cuerpo superior, además de los muros de las puertas, número 2, que lo cierran. D. Recinto exterior del Oeste. Innaccesible desde el exterior, sal­ vo por la puerta 3, por su alto y dificultoso emplazamiento sobre grandes rocas y peñas que descienden hasta muy bajo. E. Recinto exterior del Noreste, que formaba un verdadero albacar (es la Villa Vieja de la Relación topográfica de 1604), por sus comunicaciones con el pueblo y su extensión; aparte de estar domi­ 415

nado por el castillo e independiente del mismo. Alzado igualmente sobre altas y profundas rocas. F. Iglesia y dependencias de Nuestra Señora del Castillo, patrona hoy de Montánchez. Debió ser posible iglesia o capilla de la encom ienda. G. Grandes rocas de escaso relieve o altura que afloran a la superficie de este recinto, cuyo suelo desciende del castillo a los muros, y estos declinan progresivamente, a su vez, de poniente a na­ ciente, formando el acceso o camino de comunicación con el pueblo, situado al noreste de la fortaleza. #

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1. Puerta principal del recinto exterior del castillo. Se abre en un lienzo de sillares romanos, señalados por Mélida. 2. Puerta de comunicación del patio de la entrada con los dos recintos exteriores de los lados este y oeste. 3. Puerta falsa o de escape para salir al campo. Es una puerta ojival, seguramente la más antigua del castillo, porque las demás se ve fueron reconstruidas en el siglo xvi, o acaso más tarde. El acceso a esta puerta de ojiva es muy dificultoso por el lugar de su emplazamiento. 4. Puerta principal del castillo con grandes arcos de medio punto, obra del siglo xvi, o después. Es el único resto señorial y artístico que queda hoy en estas grandes ruinas. 4 bis. Boquete, acceso nada claro, aunque por dentro parece apreciarse que fué una entrada destinada posiblemente a los servi­ cios auxiliares, secundarios. El paso por ella es difícil por estar alzada por fuera sobre altas rocas. 5. Arco dovelado, de medio punto, que era la entrada del cuerpo principal. Es un bello arco, pero está ya suelto y en peligro de pronta desaparición. Yace medio enterrado por los escombros y realce del suelo. Por sus líneas carresponde a la misma traza de la gran puerta principal número 4. 5 bis. Poterna de escape, estratégicamente situada por estar muy bien disimulada y dar sobre unas altas rocas inaccesibles y bien batidas. Sale a bastante profundidad del suelo interior del castillo, y poseé también un pequeño recinto interior, que la resguarda y disimula por dentro. 6. Puerta pequeña de salida del castillo al gran recinto exterior del sur o del albacar. 7. Puerta extraña que comunica con el interior de un pequeño cuerpo añadido o adosado al castillo. Este cuerpo parece tuvo dos plantas y en la alta se abrían una puerta y una ventana que dan a los dos cuerpos del castillo. 8. Boquete roto por el que hoy puede pasarse únicamente al

i. Alzado igualmente ora del Castillo, pa­ resia o capilla de la

M ontánchez.— Cuerpo principal de la magnífica fortaleza

ira que afloran a la le del castillo a los ?z, de poniente a na­ tación con el pueblo,

castillo. Se abre en da. entrada con los dos impo. Es una puerta >, porque las demás acaso más tarde. El 0 por el lugar de su des arcos de medio oico resto señorial y e por dentro parece blemente a los servies difícil por estar la entrada del cuerpo en peligro de pronta hombros y realce del iza de la gran puerta situada por estar muy ; inaccesibles y bien 1 interior del castillo, que la resguarda y gran recinto exterior :erior de un pequeño ?rpo parece tuvo dos ina ventana que dan asarse únicamente al

27

recinto en que se halla el aljibe musulmán, descrito y situado por Mélida. 9. Aljibe árabe, en la actualidad casi lleno de escombros. A tra­ vés de su boca y de los dos agujeros de la bóveda se ven sus naves y arcos. La situación de este aljibe y su falta de comunica­ ciones con el resto de la fortaleza resulta hoy un verdadero enigma, pues, dado su objeto, era obligado que tuviese accesos rápidos y cómodos para poder ser utilizado por la guarnición. A veces puede pensarse que este aljibe fué abandonado cuando se construyó el aljibe número 10 en el interior del castillo, a causa de su traza y origen, pues los muros y el torreón que hoy lo limitan son obra cristiana. Desde luego el aljibe está bastante alto respecto al pa­ tio C. 10. Aljibe abovedado, con dos bocas, abierto en el interior del cuerpo alto y principal del castillo. Unas referencias dadas pretenden haber en este aljibe un pozo que da mucha agua y buena; lo que no pudimos comprobar y nos pareció algo extraño. 11. Torreón del recinto exterior del sur, llamado Torreón de don Rodrigo, porque el marqués de Sieteiglesias estuvo encerrado en este castillo en el siglo x v ii , antes de su trágico proceso y fin. Esta atribución es falsa por el enclave de dicho torreón —fuera realmente del castillo, que era la verdadera prisión—, y su difícil habitabilidad y vigilancia para preso tan importante. Con todo, este torreón es el único que posee dos cámaras o plantas interiores, de las cuales la más baja está ya llena de piedras. La planta alta se cubre con una bóveda de medio punto en la que se abre una especie de buhera (¿encalada?) que sale a la plataforma. Es la única torre hueca de todas las exteriores del castillo y, por consiguiente, la única habi­ table, aunque con estrecheces, pues los restantes torreones son ma­ cizos; y a la existencia de sus cámaras, aunque reducidas e incó­ modas, se debe atribuir la creencia de que fuera prisión del desventu­ rado don Rodrigo Calderón. Dicho torreón asienta sobre una base triangular. 12. Amplios torreones angulares del recinto del sur, converti­ dos hoy en miradores y provistos de escalones que ascienden hasta sus plataformas. Como antes se hace constar, todos los torreones de los recintos exteriores, aunque arrancan y salen sobre las rocas bajas que ro­ dean a sus muros, son macizos por el poco desnivel existente entre el suelo exterior y el interior de los recintos. Como resumen general ha de señalarse la pobreza y tosquedad de esta gran construcción hecha a base de un rudo aunque fuerte mampuesto de piedras grises y oscuras, sin que pueda señalarse en las ruinas de la fortaleza ningún signo expresivo de arte. Ello con­ trasta con la gran importancia que alcanzó como encom ienda de la Orden de Santiago. 418

e escombros. A trabóveda se ven sus falta de comunicaverdadero enigma, accesos rápidos y ion. A veces puede lo se construyó el lusa de su traza y > limitan son obra Ito respecto al pa> en el interior del as dadas pretenden a y buena; lo que do Torreón de don tuvo encerrado en proceso y fin. Esta i —fuera realmente lifícil habitabilidad , este torreón es el s, de las cuales la t se cubre con una especie de buhera ica torre hueca de ite, la única habitorreones son mareducidas e incó•isión del desventuta sobre una base del sur, convertile ascienden hasta íes de los recintos teas bajas que rovel existente entre breza y tosquedad ido aunque fuerte >ueda señalarse en de arte. Ello conencom ienda de la

M ontánchez.— Rocas, muros, torre y entrada principal a la fortaleza y espadaña de la ermita de la Virgen del Castillo

crito y situado por

Como fortaleza era realmente inaccesible por su emplazamiento y estructura. De su origen musulmán no conserva más que su valioso aljibe, aunque en su trazado pudieran hallarse ciertos rasgos de la primi­ tiva alcazaba, que fue refundida y modificada después por la Orden, a la que, desde luego, corresponden los dos recintos exteriores. Una cosa muy extraña es que, según la visita reglamentaria de la Orden de Santiago en 1604, este castillo tuviera torre del Homenaje, porque tal como hoy se presentan las ruinas es muy difícil ver en qué parte del cuerpo del castillo interior pudo alzarse. Es otro de los problemas difíciles de resolver, pues no puede precisarse el lugar de emplazamiento de esa aludida torre mayor.

r su emplazamiento le su valioso aljibe, rasgos de la primispués por la Orden, tintos exteriores, reglamentaria de la orre del Homenaje, iv difícil ver en qué rse. Es otro de los precisarse el lugar

E L CASTILLO DE PEÑAFIEL DE LA ZARZA

C a m in o

de la fo rta leza .

Finalizaba el año de 1956, y al sonar la última campanada de las diez en el reloj del Ayuntamiento, en una mañana insegura y desapacible que apenas permitía otear el horizonte, erizado de nubarrones, precursor de abundante aguacero, partíamos de la se­ ñorial e histórica ciudad de Cáceres, fa hidalga capital de la Alta Extremadura, seis caballeretes, émulos de Alonso Quijano. Y lo ha­ cíamos encaramados en el más incómodo artefacto móvil de los ac­ tuales tiempos: el trepador y resistente «jeep» que, por caminos de carril, trochas y vericuetos, áebía trasladarnos a uno de los rincones menos visitados de la provincia cacereña: los escarpados riscos cuyos cimientos baña el Eljas, frente a fronteira portuguesa, asiento del le­ gendario e interesante castillo de Peñafiel, la más genuina y repre­ sentativa fortaleza del medievo, que se alza majestuosa coronando la cima de una prominencia peñascosa y resquebrajada. Más que deslizarse, marchaba trepidante y confiado en alcanzar la meta el original locomóvil que habíamos elegido para el logro de nuestro propósito, no exento de dificultades ciertamente, pero impul­ sado por alicientes insospechados y prometedores, que habían de sa­ tisfacer, al menos en parte, nuestros fervientes deseos de contemplar por primera vez, y en lugar apartado de las rutas normales, una

vieja reliquia valiosa, testimonio de nuestro sin par y glorioso pa­ sado; un solar murado, cabeza de encomienda perteneciente a aque­ llos paladines de pro, cruzados en la Orden extremeña por excelen­ cia, la de Alcántara, que asombraron a los contemporáneos con sus bélicas empresas y el éxito de sus hazañas coronadas con el laurel de la victoria; hazañas con caracteres de triunfos resonantes, llevadas siempre a feliz término por aquellos esclarecidos milites sedientos de lauros y de fama, ligados por los fuertes lazos del honor, del juramento al armarse caballeros y del respeto a sus blasones, que preferían sucumbir a deshonrarse. ¡Ahí es nada! Ibamos —entusiastas, parlanchines y bienhumorados—, a saborear con unción uno de los santuarios de la raza de más raigambre y sabor ancestral; el castillo roquero de Peñafiel, erguido y señero, altivo y pujante, que aún desafiaba al tiempo y sus inclemencias. Y guiados por este deseo, por este noble impulso nacido en lo más íntimo de nuestros corazones, cruzábamos veloces, y sin apenas parar mientes, a través de los lugares y villas que surgían a nuestro paso; Arroyo de la Luz, Brozas, Alcántara y Pie­ dras Albas, entre otros, nos brindaban los tesoros de sus obras de arte, de su historia y de su topografía; pero nuestro pensamiento, nuestro gran anhelo no se satisfacía, hasta que, por fin, rebasada Piedras Albas, pudimos percibir allá, a lo lejos, entre laberíntica y gigantesca encrucijada montañosa, la esbelta y recortada silueta de la torre y castillo de Peñafiel, figura fantasmal que parecía re­ torcerse e intentaba cubrir su esqueleto carcomido con las nubes que lo envolvían, al par que lanzaba alaridos por el choque vio­ lento sobre sus piedras de los vientos veloces que procedían de allende la frontera... Al contemplarlo, desde lejos, se desbordó nuestra fantasía, y ce­ rrando los ojos martilleó nuestra mente parte de la referencia que hicimos de él en una de nuestras publicaciones, y que, letra por letra, dice así: «En los sombríos atardeceres de invierno, cuando, al iniciarse el crepúsculo vespertino, empiezan a faltar las caricias del sol porque se oculta y protege tras las crestas montañosas del país luso, el casti­ llo de Racha Rachel, nuestro romántico y señero Peñafiel, de junto a Zarza la Mayor, se estremece de frío, se cubre con su túnica raída formada de plantas prasásitas, hojarascas y telarañas, y se pone triste, muy triste, al observar impotente que la carcoma implaca­ ble, lentamente, en silencio, va minando su existencia..., y se siente desfallecer... Teme a cada momento esa fatídica hora, muy frecuente para su mal, en que pierde alguna de sus mejores galas: el blasón que ha venido ostentando con orgullo, adosado a su es­ belta silueta, el ajimez que sirvió de atalaya a la princesa mora en horas de melancólica ansiedad, o la más rutilante y destacada de sus almenas. Tiembla, repetimos, y llora sintiendo próximo su fin; 422

pero a veces conf méritos; y el valo de los tiempos k pronto quizá, se rán a restañar sus labradas se despk infunde pánico ct que le consuela ei se horroriza al p< Momento crucial como su vecino, lusitanos (1)». Al poco tiem] romana Elbocori expresivo nombre tones de cuarcita arribamos a la vi lleros y soldados. Desde Zarza, un sabroso yanta callejuelas, salta» eos, avanzamos g mole de Peñafiel, tro esfuerzo.

A n t e e l c a s t il l o

Se halla sitúa a unos tres kilón ción a Portugal— separa de aquel Eljas. Estratégica e taleza, por haber terreno para saca] En agreste so! ras que ofrece el (1) G. V e lo y b re v es n o tic ia s d e 1 g uía, n ú m . 2 5 , n o v ie N o t a . — S ó lo v á l la d e n o m in a ció n dad

ir y glorioso pa­ deciente a aqueteña por excelenporáneos con sus das con el laurel ¡onantes, llevadas milites sedientos s del honor, del us blasones, que íes y bienhumoios de la raza de íero de Peñafiel, a al tiempo y sus e noble impulso izábamos veloces, ires y villas que Alcántara y Piede sus obras de stro pensamiento, por fin, rebasada atre laberíntica y recortada silueta 1 que parecía re­ to con las nubes >r el choque vioiue procedían de xa fantasía, y ce­ la referencia que y que, letra por do, al iniciarse el as del sol porque país luso, el casti?ñafiel, de junto a n su túnica raída rañas, y se pone carcoma implacaristencia.. y se itídica hora, muy us mejores galas: adosado a su esprincesa mora en destacada de sus próximo su fin;

pero a veces confía en la bondad de los hombres y en sus propios méritos; y el valor de lo que fué y lo que significa en la historia de los tiempos le hace concebir la esperanza de que algún día, pronto quizá, se compadecerán de su estado lastimero y acudi­ rán a restañar sus heridas, antes que su robusto armazón de piedras labradas se desplome y confunda con la tierra de sus cimientos. Le infunde pánico contemplar el estado actual de Peñamacor, y aun­ que le consuela en parte su mejor suerte hasta el momento presente, se horroriza al pensar que está próximo el final de su existencia. Momento crucial en que aparecerá tan desolado y desmantelado como su vecino, que rué en otro tiempo orgullo de sarracenos y lusitanos (1)». Al poco tiempo de haber contemplado desde la carretera la romana Elbocoris, bautizada en nuestro siglo con el lindo y expresivo nombre de Piedras Albas, piedras blancas, por los cres­ tones de cuarcita de dicho color que asientan en lugar cercano, arribamos a la villa de Zarza la Mayor, cuna de inmortales guerri­ lleros y soldados. Desde Zarza, y después de haber hecho los debidos honores a un sabroso yantar, satisfechos y eufóricos, a través de senderos y callejuelas, saltando paredes y deslizándonos por trochas y barran­ cos, avanzamos gozosos hasta que surgió ante nuestros ojos la gran mole de Peñafiel, cuyo bello espectáculo premió sobradamente nues­ tro esfuerzo. II

A n t e e l c a s t il l o d e P e ñ a f i e l . S it u a c ió n y o r ig e n d e l m is m o .

Se halla situado en la parte oeste de la provincia de Cáceres, a unos tres kilómetros de distancia —casi en línea recta en direc­ ción a Portugal—, de la villa de Zarza la Mayor, y únicamente lo separa de aquel país el cauce fronterizo por donde discurre el Eljas. Estratégica e interesante en extremo es la situación de esta for­ taleza, por haber sido aprovechadas las disposiciones naturales del terreno para sacar de él la mayor utilidad posible. En agreste soledad, entre riscos y cerros abocados a las angostu­ ras que ofrece el mencionado río por aquel lado, se alza el castillo (1) G. V e l o y N i e t o : Castillos d e la Alta Extremadura: Peñafiel (con breves noticias de la encom ienda de su nombre). Separata de la revista H idal­ guía., núm. 25, noviembre y diciembre de 1957. N o t a .— Sólo válida para los familiares del autor. De aquí ha debido nacei la denominación dada por Canilleros.

423

sobre pedestal rocoso, ofreciendo al curioso visitante algo original e insospechado: la silueta de su mole altiva reflejando su ya abatido orgullo transformado en monumentales ruinas y añorando un glorioso e histórico pasado. Los altos muros y torres, desde donde se otea gran extensión de la comarca, sólo son vulnerables por la parte del naciente, y no sin grandes dificultades, debido a lo accidentado del terreno, que desciende en ondulantes declives formando inaccesibles escarpas na­ turales.

a

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Cuál sucede con la mavor parte de las fortalezas españolas, se desconoce la fecha exacta en que fue construida, siendo la refe­ rencia más antigua que poseemos acerca de su origen la facilitada por un cronista aleantarino que admite, en uno de sus libros, la creencia general de que en tiempo de moros se edificó en el alto­ zano del gigante peñasco una elevada torre que atalayaba hasta la lejanía; y debido a su estratégico emplazamiento sobre la ingente roca, recibió el curioso y expresivo nombre de Racha Rachel. He aquí, transcrito, el párrafo aludido: «Y porque es cosa tocante al territorio de Alcántara y lugares cercanos en olvido, es de notar, que según la tradición se tiene, antes que se ganase Alcántara de ellos (de los moros), los de la villa de Ceclavín (distante de ésta no más de tres leguas, y sujetos en aquel tiempo a los reyes de León), eran vecinos y fronterizos de un castillo de moros, que se llamaba el castillo de Racha Rachel; con éstos tenían continua guerra los de Ceclavín (que entonces se llamaba Celia Vinaria por las muchas bodegas de vino que allí siempre hubo), y por los grandes servicios que hacían a los Reyes de León, a quien estaban sujetos, en depender de los enemigos de la frontera; uno de ellos, que se entiende era el rey don Alonso el Nono, les dirigió un privilegio, en que en sustancia les dice: A vos­ otros los míos Egipcios de la villa de Celia Vinaria, os hago tales mercedes (que allí se expresan) por lo bien que me habéis servido contra los moros del castillo de Racha Rachel... Este castillo de Racha Rachel se imagina por algunos ser el que hoy llaman Peñafiel, que es muy antiguo, con rastros de edificios que lo son, y está hoy casi entero, y distante de Ceclavín no más de dos leguas y media, y por estar fundado sobre peña, se llamó por los nuestros Peñafiel, nombre correspondiente al de Racha Rachel, que según parece es arábigo, y alude a roca que es lo mismo que peña... (2)». Debió interesar mucho a los sarracenos la posesión del fuerte (2) c in t o

Vid. Antigüedades y santos d e la villa d e Alcántara, por el Lic. J a ­ líbr. 2.°, cap. II, fol. 108.

A r ia s d e Q u in ta n a d u eñ a s ,

de Racha Rachel, por ser vigía útilísimo que avizoraba los mo­ vimientos de sus enemigos al iniciarse, al principio del siglo x i i , la obra de la Reconquista en la Transierra leonesa. Y creemos sin­ ceramente que fué mucha su importancia porque completaba el * sistema defensivo de las otras torres fronterizas, Trevejo, Eljas, Ber­ nardo y Benavente, auténticos centinelas permanentes, protectores de la capital de la región, la morisca Medina Cauria, por el flanco de la derecha. Cuando, en 1166, el rey Fernando II de León se lanzó con sus ejércitos, como ya hemos dicho, desde Ciudad Rodrigo, dispuesto a arrebatar a los moros la plaza de Alcántara, cruzó la Carpetovetónica, liberó las tierras de la actual Sierra de Gata y se apoderó de cuan­ tos reductos fortificados halló a su paso, siendo uno de ellos Racha Rachel, que reconstruyó y mejoró seguidamente cercándolo de mu­ rallas y ampliando sus medios defensivos hasta convertirlo en se­ guro castillo fuerte, según se desprende de la siguiente referencia contenida en un memorial que los zarceños elevaron a la reina doña Mariana de Austria, después del fallecimiento de su caro esposo, el hechizado don Carlos. Dice así: «La villa de Qarza, a quien S. M. que Santa Gloria haya (por particulares servicios), se sirvió dar el nombre de Mayor, es po­ blación de más de 700 as (años) de antigüedad en el sitio de Peñafiel, distante como dos tiros de mosquete o poco más del que ahora tenía, y a quien el Señor Rey don Fernando, qe. ganó aquella tierra, fortificó con el castillo, aun hoy se ve qe. enfrenase como lo hizo siempre por aquella parte, primero el orgullo de los moros y después el de los portugueses que para defenderse de sus armas y continuas correrías obligaron al rey don Juan I edificase en oposición el castillo de Salvatierra, una de las buenas fuerzas de Portugal, a tiro de cañón de la Qarza antigua. Lo cual consta si de muchos privilegios qe. los maestres de la Orden de Alcántara, por sus muchos servicios, concedieron a esta villa... (3)». III D e s c r i p c ió n d e i ,a f o r t a l e z a .

Surge la fortaleza de Peñafiel ante el curioso visitante como una de las mejor conservadas de la provincia cacereña, sin que ello quiera decir que está en condiciones de habitabilidad ni mucho menos, pues sus ruinas son muy considerables y afectan a los ele(3) A n t o n io d e l S o l a r y M a r c e l o L ó p e z d e A l b a : Zarza la Mayor. Im ­ presiones y recuerdos, págs. 87-88, ed. de la Tipografía Minerva Extremeña (Badajoz, Í928).

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•n). Peñafiel d e la Zarza.— E l castillo con su puerta principal, torre y cubos flanqueantes

1496. Fernando de Guzmán, que fué el primero que se tituló co­ mendador de Peñafiel y la Zarza. El primer comendador de Peñafiel de quien tenemos noticias se llamaba, como hemos visto, Pedro Vázquez, y hace referencia a él el cronista Torres y Tapia (6) en el año 1316. El 20 de abril de 1342, el maestre don Ñuño Chamizo dispuso que los ganaderos de Gata no pagasen montazgo alguno cuando pasasen por tierras de la encomienda de Peñafiel y dehesa de Benavente, ni en todo el resto de los territorios de la Orden; agre­ gando que Fernando González, clavero; Pedro Neyra, comendador de Peñafiel, y «los que después de ellos fuesen, así lo guarden y cumplan». Estando en Villasbuenas, el 28 de junio de 1346, el maestre don Fernando Pérez Ponce de León, acudió una comisión del Con­ sejo de Peñafiel a interesar la confirmación del privilegio que les había concedido don Suero Pérez, cuyo documento contenía sus fueros y otras mercedes. Accedió el maestre a su ruego y ordenó expedir la correspondiente carta, en la indicada fecha. En tiempos de don Suero Martínez, maestre alcantarino, y en 1356 exactamente, se hallaba ya totalmente despoblada la Zarza; y deseando aumentar en todos sentidos cuanto redundaba en bene­ ficio de su maestrazgo y «que antes se hiciesen pueblos nuevos que se disminuyesen», mandó volver a poblar dicha villa, señalán­ dole términos en esta forma: «Como parte el (término) de Peñafiel con la Alberguería, aldea de Alcántara, y el que fué de Valdecaballos, aguas vertientes contra Peñafiel, e como va a ferir en la ribera de Elja, e va la ribera de Elja arriba, e va a ferir como parte de Peñas Rubias e con Benavente de Sequeros, como va a ferir en Alagón la ribera ayuso, fasta do entra el arroyo de Rodrigo en esta ribera mesma de Alagón; e como viene este arroyo de Rodrigo a ferir en la Carrera que va de la Zarza para la Alberguería». «Y otorga todo este territorio a la villa de la Zarza para que todos sus vecinos puedan labrar y criar en él. Otrosí, tiene por bien que las personas o sus herederos que en la Zarza tuvieren casas o suelos de ellas, u otras en que ellos o sus padres o madres solían vivir, y se quisiesen venir a morar, que pudiesen poblar y morar en ellas, así como las tenían antes de que de ay se fuesen, y todos los que no tuviesen heredades, ni casas, ni suelos para po­ blar, que se le señalasen; y nombra para que hagan esto a Al­ fonso Yáñez, Domingo Domínguez y Juan Yáñez, moradores en Peñafiel, y que lo que éstos señalasen sea para labrar y plantar viñas y hacienda propia de aquellos a quien se diese» (7). (6 )

(7)

436

T o r r e s y T a p i a : C rónica..., 1 . 1, p á g . 504. Ihid., t. II, págs. 84-85.

La fecha de mentó crucial de el apogeo y aum to culminó en lo fecha de la dema fiel, hasta su tot del casti:o, ya qi comendadores (8).

Transcurren b relacionados con de Castilla, en c lejos de aquietar ves al fatricida c siendo uno de los más cercano a d nando de Portuga] Al alcanzar, p de Alcántara don tidario del rey pe fuertes y castillos hecho sorprendió de Alcántara en v bajo la bandera i la batalla de Náj< muy directa a f¡ Tan fiel y adicto ceñir éste la cora que le había pre< de aquella milicií sejaban al maest maestrazgo y elig Así se hizo, ei prosperidad para con la más vil d< tugués y siguiera como Alcántara, S do con su decisión Mas no todos pío de don Melé se opuso a sus pj hicieron fuertes ei (8)

Ibid., págs. 1

La fecha de este deslinde de términos de la Zarza fué el mo­ mento crucial de su existencia, pues a partir de entonces se inició el apogeo y aumento de población de esta villa, cuyo florecimien­ to culminó en los siglos xviii y xix; en tanto que en la indicada fecha de la demarcación empezó la decadencia del pueblo de Peñafiel, hasta su total desaparición y abandono, que originó la ruina del casti:o, ya que a partir del siglo xvi rara vez lo habitaron sus comendadores (8). #

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Transcurren bastantes años sin que tengamos noticias de hechos relacionados con Peñafiel y su castillo hasta la muerte de Pedro I de Castilla, en cuyo tiempo surgieron nuevos problemas, porque, lejos de aquietarse los espíritus, no faltaron complicaciones gra­ ves al fatricida de Montiel en orden a la sucesión de la corona, siendo uno de los pretendientes al trono, por considerarse el deudo más cercano a don Pedro Jy con derecho a sucederle elJ rey Fernando de Portugal. Al alcanzar, pocos meses más tarde, la jefatura del maestrazgo de Alcántara don Melén Suárez, hombre tornadizo, se declaró par­ tidario del rey portugués y alzóse con la mayor parte de las plazas fuertes y castillos de la frontera que pertenecían a la Orden. Este hecho sorprendió extraordinariamente porque don Melén, clavero de Alcántara en vida del rey don Pedro, lo había combatido siempre bajo la bandera del pretendiente don Enrique, distinguiéndose en la batalla de Nájera (donde fué hecho prisionero), y tomando parte muy directa a favor del Trastamara en el episodio de Montiel. Tan fiel y adicto fué siempre al partido de don Enrique, que al ceñir éste la corona, y para pagar a don Melén los buenos servicios que le había prestado, le escribió al prior, comendadores y freires de aquella milicia diciendo que se daría por bien servido si acon­ sejaban al maestre don Pedro Alonso que hiciese renuncia del maestrazgo y eligieran en su lugar al clavero don Melén. Así se hizo, en efecto. Y cuando era de esperar un período de prosperidad para la Orden, el nuevo maestre pagó el favor real con la más vil de las ingratitudes. Se declaró partidario del por­ tugués y siguieron su voz muchas villas y lugares de la frontera, como Alcántara, Santibáñez, Eljas, Almenara y Salvaleón, ocasionan­ do con su decisión el consiguiente cisma. Mas no todos los comendadores y caballeros siguieron el ejem­ plo de don Melén; antes por el contrario, buen número de ellos se opuso a sus pretensiones de anexión al reino de Portugal y se hicieron fuertes en el castillo casi inexpugnable de Peñafiel. Acudió

el maestre a sitiarlos y combatirlos en dicha fortaleza, pero sin re­ sultado positivo, viéndose obligado a regresar a Alcántara para afianzar la posesión de esta villa; y después de inspeccionar las men­ cionadas plazas fuertes de Sierra de Gata, que lo apoyaban y obedecían, pasó a Valencia de Alcántara, Mayorga, Herrera y Es­ parragal, adictas a su causa, con el propósito de reunir el mayor número posible de partidarios y hacerse nuevamente con todo el maestrazgo. Mas no anduvo muy acertado en sus gestiones e intri­ gas; la fortuna se le volvió adversa y fué derrotado por el clavero don Diego Martínez, que «con la más gente que pudo juntar, así vasallos de la Orden como de otros pueblos», fieles al rey don En­ rique, peleó con él v los suyos y los echó de Alcántara y demás villas del maestrazgo, viéndose precisado a refugiarse en Portugal, donde terminó sus días. En tiempos ya del rey don Juan II, el maestre don Juan de Sotomayor acompañó al infante don Fernando en la batalla de Ante­ quera con ochenta caballeros y vasallos de la Orden pertenecientes a los partidos de Alcántara v la Serena, además de otras gentes de la villa de Morón. Finalizada la campaña, regresó el maestre a Alcántara en el año 1410, y desde allí pasó a la villa de Ceclavín para resolver un pleito que sostenían los ceelavineros y los comendadores de Pe­ ñafiel. Pretendían aquéllos que sus ganados pudieran pasar el río Alagón, beber sus aguas v pacer las hierbas de sus riberas, dentro ya del término de Zarza, de idéntica manera a como venían ha­ ciéndolo desde tiempo inmemorial, ya por tolerancia o bien autoriza­ ción expresa de los comendadores que se habían sucedido en el cargo. Para resolver en justicia, consultó el caso con varios hombres buenos de los lugares circundantes, y una vez conocidas sus diver­ sas opiniones sobre el particular, encargó la resolución del asunto a Juan Fernández de Trujillo, bachiller en Leyes, que revisó los autos y «mandó amparar a los ceelavineros en la posesión de que probaron estar», disponiendo a su vez que los vecinos de Peñafiel y la Zarza disfrutasen de idénticos beneficios en término de Ceclavín, «aco­ tando determinadas tierras v señalándoles hasta dónde podían en­ trar». Más tarde el Concejo de Alcántara pidió al mencionado maes­ tre, en el año 1424, que autorizase a los vecinos de la villa para que pudiesen cortar leña con destino a sus necesidades en las casas, aceñas, molinos y faenas del campo, en los montes de todas las encomiendas y sitios y lugares del maestrazgo. Accedió gustoso don Juan a sus deseos y otorgó el oportuno privilegio en el que se or­ denaba a frey Alonso de Peñaranda, comendador de Peñafiel, y a los demás caballeros que poseían las restantes encomiendas, que no impidiesen ni cobrasen portazgo a los vecinos de Robleda que tra­ jesen maderas para vender en Alcántara y «que las comprasen so 438

pena de desob el día 24 de dici Diez años d Gutierre de Se el pleito plante; nombre actuab; lazar, comenda< de la aduana ] de Portugal, a 1 de la encomieni tes su mejor d< partes, el dicta; Mesa Maestral» como testigos < Fernández de pasó ante Fema El cronista tancia de episc mente, con el comendadores, < tierre de Cácer Piedrabuena, di acudieran con dos y vecinos q También fu* 1469, teatro de del clavero don porque el prim< derla contó coi Bezudo, de Lu hermano Hema caballeros, que «muy lucida ge el arzobispo de viño. Igualment el Bezudo, cuai pariente, capita familias de la vajal, Alonso d< cisco del Bote \ Cuando el ai levantaron con hubieron de en en tal ocasión s y Acehuche el t del ya fallecido

eza, pero sin reAlcántara para eccionar las menlo apoyaban y a. Herrera y Es­ reunir el mayor ?nte con todo el gestiones e intrilo por el clavero pudo juntar, así s al rey don Encántara y demás arse en Portugal, don Juan de Sobatalla de Ante­ en pertenecientes de otras gentes Alcántara en el para resolver un ndadores de Pe?ran pasar el río is riberas, dentro como venían hai o bien autorizai sucedido en el n varios hombres locidas sus diverución del asunto íe revisó los autos de que probaron íñafiel y la Zarza 1 Ceclavín, «acolónde podían eníencionado maesde la villa para ades en las casas, ites de todas las •edió gustoso don en el que se or? Peñafiel, y a los miendas, que no Robleda que tra­ ías comprasen so

pena de desobediencia». Fué fechado dicho privilegio en Cáceres, el día 24 de diciembre de 1425. Diez años después, estando en Alcántara el nuevo maestre don Gutierre de Sotomayor, dictó sentencia, el día 2 de octubre, en el pleito planteado entre el prior del convento, frey Alonso, en cuyo nombre actuaba frey Juan Enrique de Torres, y frey Pedro de Salazar, comendador de Peñafiel, sobre la posesión de los devengos de la aduana por las cosas que entraban en Castilla procedentes de Portugal, a través del puente sobre las Eljas, situado en término de la encomienda de Peñafiel. Alegaba cada uno de los contendien­ tes su mejor derecho a percibir tales impuestos; pero oídas ambas partes, el dictamen de don Gutierre fué «que debían revertir a la Mesa Maestral», y, por consiguiente, al prior y convento. Figuraron como testigos en esta diligencia Gonzalo Sánchez Topete, Alonso Fernández de Braceros, Martín Martínez y Alonso de Zamora; y pasó ante Fernando López, escribano. El cronista alcantarino tantas veces citado ha dejado cons­ tancia de episodios o hechos relacionados, más o menos directa­ mente, con el castillo de Peñafiel o su tierra, y también con sus comendadores, como el acaecido en 1469, cuando el maestre don Gu­ tierre de Cáceres y Solís, que tenía su gente sobre el castillo de Piedrabuena, dispuso que varias villas y Tugares, entre ellos Zarza, acudieran con sus sobrantes de trigo para avituallar a los solda­ dos y vecinos que sostenían el cerco de dicha fortaleza. También fueron las tierras de la encomienda de Peñafiel, en 1469, teatro de las correrías y luchas frecuentes entre las huestes del clavero don Alonso de Monroy y las del maestre don Gutierre, porque el primero se había apoderado de Alcántara, y para defen­ derla contó con la ayuda de su primo Hernando de Monroy, el Bezudo, de Luis de Chaves, de Pedro Lasso de la Vega, de su hermano Hernando de Monroy, señor de Belvís, y de otros muchos caballeros, que dieron jaque a los hombres del maestre y a la «muy lucida gente» que le había proporcionado el duque de Alba, el arzobispo de Toledo, el almirante de Castilla y el conde de Treviño. Igualmente merodeó junto a Peñafiel el dicho don Hernando el Bezudo, cuando se dirigía a Alcántara para prestar auxilio a su pariente, capitaneando treinta escogidos caballeros de las mejores familias de la provincia, entre las que figuraban Luis de Car­ vajal, Alonso de Trejo, Diego Pizarro, Rodrigo de Yanguas, Fran­ cisco del Bote y el regidor de Plasencia, Pedro de Ahumada. Cuando el año 1477 fue preso el clavero Monroy en Magacela, se levantaron con las fortalezas de la Orden diversos caballeros que hubieron de entregarlas al nuevo maestre don Juan de Zúñiga; y en tal ocasión se apoderó de las villas de Peñafiel, Zarza, Ceclavín y Acehuche el trujillano Francisco de Hinojosa, cuñado y partidario del ya fallecido maestre don Gutierre de Cáceres. Y agrega la eró-

nica que estaban con el usurpador en el castillo de Peñafiel Al­ varo y Gómez de Hinojosa, Diego de Tapia, Argüello, Francisco Trompeta, Villegas, Alonso, Francisco y Antón Solano, Salgado y Saavedra. El comendador de Peñafiel, Fernando de Guzmán, hijo del alcaide de la fortaleza de Alcántara, don Diego, en unión de otros caba­ lleros y freires, se halló presente, el 20 de enero de 1493, en el acto de toma de posesión del solar que Bartolomé de Oviedo había do­ nado a los franciscanos para que fundaran un convento bajo la advocación de su santo titular, en la mencionada villa. E l dicho comendador, apellidado Guzmán, debió ser un caballe­ ro hacendado y prestigioso, pues en la última galería del claustro del convento de Alcántara hay unos antepechos de piedra berro­ queña con balaustres cuadrados y redondos, que alternan con cla­ ros, y «en la lámina de afuera está en el medio un escudo con las armas de los Guzmán, al lado derecho, y al izquiedo de los Zúñiga, y este epitafio: «Frater Fernandus Guzman Comendatarius de Pe­ ñafiel lioc conditur. Obiit anno 1545». También en el claustro y en su ángulo tercero existió un altar dotado por este mismo comendador, y junto al pie, su sepultura, con una lápida en que se grabó el escudo de los Guzmanes y la siguiente inscripción: «Aquí yace el magnífico caballero Frey Fer­

nando de Guzmán, Comendador que fué de la Zarza y Peñafiel. Murió a treinta de enero, año de 1545». Tenía dicho altar un descendimiento de piedra, pero poco de­ cente y mal tratado, por cuya razón, en la visita que realizó al con­ vento, en 1599, don Juan Rodríguez Villafuerte y Maldonado, lo mandó quitar, y fue sustituido años después por un retablo con la imagen de San Pedro de Alcántara. El comendador Guzmán «dotó una memoria de misas», y en su virtud se le aplicaban veintiséis por año y una en el día de su fa­ llecimiento.

ie Peñafiel Aliello, Francisco ano, Salgado y hijo del alcaide de otros cabaL493, en el acto .iedo había dotnvento bajo la ser un caballe­ ría del claustro e piedra berroteman con claescudo con las i de los Zúñiga, datarius de Peexistió un altar e, su sepultura, Guzmanes y la

llero Frey Ferirza y Peñafiel. pero poco de; realizó al conMaldonado, lo i retablo con la misas», y en su ?1 día de su fa-

E L CASTILLO Y PLAZa FU ERTE DE PLASENCIA I R e f e r e n c ia d e l r e c in t o a m u r a l l a d o y d e l a l c á z a r q u e c o r o n a b a l a CIUDAD DE PLASENCIA.

La muralla .—Cuantos testimonios han alegado geógrafos, cronis­ tas e historiadores, durante el paso de los años, para demostrar la existencia de la legendaria Ambracia (1) en el lugar preciso que hoy ocupa y ocupó siempre la bella ciudad regada por el Jerte, la acogedora, espléndida y monumental Plasencia, carecen, a nuestro (1) F r a y A l o n so F e r n á n d e z , autor, según ya se ha repetido, de la Historia y Anules d e la ciudad y obispado d e Plasencia, entre otros, afirma, al dar co­ mienzo su obra, en el cap. II, t. I, pág. 19, que «donde ahora está la ciudad de Plasencia, es donde antiguamente estuvo una gran ciudad de griegos, lla­ mada Ambracia, fundada por gentes de Macedonia y Ambracia, que le pu­ sieron el mismo nombre que tenía la ciudad de donde partieron». (*) E l curioso y detallado dibujo, que publicamos, relativo a Plasencia, es copia sólo uno del siglo xvi. Nos la ha facilitado el ilustre galeno y meritísimo publicista don Marcelino Sagans, nuestro querido amigo, colega y paisano, a quien reiteramos nuestro agradecimiento.

P K / ^ d » .

juicio, de sufiei recer, admitimo la reconquista c su clásica siluetí narse con exacti urbe—, la tan c nión de los tratí señoreó de aque el siglo vm, hast a finales de la d Al liberar to batallador v ese insigne con sens exuberante vege aquellas tierras, tégico y acondic pulosa, amena y fué tal el proprá nar el privilegio propter ego alde ceat et hominibu cación de una c

a los ojos de Dios

Y si tales e es lógico suponei indispensables v dad; procediendo murallas recias que sirviera de r incursiones de le organizar mesnad como punto de pa

(2) En el priv el lugar que antigu* nombre de Plasencia halla inserto en otro 18 de junio de 12 M a t í a s G i l en la j Alfonso VIII. ed. en En el referido pi se señala el sitio ei han tenido reparo e mismo que se Uamó siendo el ingenio n Entre otros, F r a y L fil. 8, escribe a esti junto a una torre qi broz, por los años 11< Plasencia.— Plano de la cerca de la ciudad y del alcázar. Este último, según interpretación de Díaz y López

a

juicio, de suficiente fuerza probatoria; y siendo éste nuestro pa­ recer, admitimos solamente como hecho probable que antes de la reconquista de la Transierra por los reyes de Castilla, alzaba su clásica silueta en algún sitio que todavía no ha podido determi­ narse con exactitud —correspondiente al viejo solar de la mentada urbe—, la tan cacareada torre de Ambroz (2), erigida, según opi­ nión de los tratadistas, por la gente del Islam, que ocupó y se en­ señoreó de aquella tierra desde su arribo a las costas de iberia, en el siglo viii, hasta su expulsión definitiva por las huestes cristianas a finales de la duodécima centuria y principios de la siguiente. Al liberar toda la parte oriental de la comarca transerrana el batallador y esclarecido monarca castellano Alfonso VIH, cruzado insigne con sensibilidad de artista, debió quedarse prendado de la exuberante vegetación, abundancia de agua y excelente clima de aquellas tierras, y decidió, complacido, elegir el punto más estra­ tégico y acondicionado de todo el valle para fundar en él una po­ pulosa, amena y floreciente población. Y la prueba evidente de que fué tal el proprósito del referido soberano, la encontramos al exami­ nar el privilegio fundacional, uno de cuyos párrafos dice así: «Quapropter ego aldefonsus... urbem edifico, cui Placentia (ut Deo placeat et hominibus) nomem imposui...». Es decir, dispongo la edifi­ cación de una ciudad, tan magnífica y perfecta que resulte grata

a los ojos de Dios y a los hombres. Y si tales eran los pensamientos y deseos de Alfonso el Noble, es lógico suponer pretendiera rematar su obra y dotarla de medios indispensables y precisos para su desenvolvimiento, auge y prosperi­ dad; procediendo seguidamente a la construcción de un recinto de murallas recias —digno marco del gran tesoro que guardaban—, que sirviera de refugio seguro a los placentinos ante las frecuentes incursiones de los sarracenos; y también de lugar adecuado para organizar mesnadas, concentrarlas allí y utilizar después dicha base como punto de partida en sus expediciones guerreras. (2) En el privilegio fundacional de la ciudad se dice textualmente: «... en el lugar que antiguamente se llamó Ambroz, edifiqué la ciudad a que puse el nombre de Plasencia ut placeat D eo et hom in ibu s...». Dicho privilegio, que se halla inserto en otro de Alfonso, el Sabio, fue expedido en Segovia el domingo 18 de junio de 1273, según hace constar el cronista placentino A l e j a n d r o M a t ía s G i l en la página 17 de su obra L as siete centurias d e la ciudad de Alfonso VIII, ed. en Plasencia en 1877. En el referido privilegio no se alude a la torre de Ambroz y, mucho menos, se señala el sitio exacto donde estuvo situada; pero algunos historiadores no han tenido reparo en admitir como hecho cierto que el citado baluarte es el mismo que se llamó después torre del Homenaje del alcázar placentino; y que, siendo el ingenio más fuerte, se enseñoreaba de éste y de toda la ciudad. Entre otros, F r a y L u is d e A r iz a , en su Historia antigua d e Avila, parte 1.a, fil. 8, escribe a este respecto: «... que la población que hubo en Plasencia, junto a una torre que ahora está en la Fortaleza, y se llama la torre de Am­ broz, por los años 1101 perteneció al obispado de Avila...». ir. Este último, según

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Cuanto dejamos consignado permite admitir, como hecho cierto, que fué el mencionado rey el artífice de la cerca murada que en­ vuelve y protege la hermosa capital de la Vera y el Valle; supo­ niéndose que debieron dar comienzo las obras inmediatamente des­ pués de haber sido liberadas aquellas tierras del yugo musulmán. A iniciativa, por consiguiente, del rey fundador, se procedió se­ guidamente a la erección de la muralla y del soberbio alcázar, situan­ do a éste en la parte más prominente de la colina que servía de asiento a la mencionada urbe. El alcázar estaba unido a la cerca y eran uno y otra partes integrantes y fundamentales de la más segura y magnífica fortaleza de la región en aquel tiempo, sin gé­ nero de dudas. Las obras de fortificación comenzadas al poco tiempo de ser reconquistadas aquellas tierras (en 1178 exactamente) (3), debieron suspenderse en 1195, porque, como consecuencia de la derrota de Alarcos, cundió el pánico en ambas zonas de la Transierra, fallaron las defensas, se hundió el frente de los cristianos, y, al siguiente año, los muslines irrumpieron por toda la parte septentrional de la actual provincia cacereña; penetraron hasta Maqueda y llegaron a alcanzar los arrabales de Toledo, cayendo, con tal motivo, una vez más en poder de los moros la codiciada Plasencia y su fértil cam­ piña (4). Pero tal estado de cosas no fué duradero, porque, reorganizadas las milicias del rey castellano y elevada su moral, atacaron con brío y coraje a los infieles y los arrojaron más allá del Tajo, de ma­ nera fulminante, total y definitiva, en los últimos meses de 1196 (5). (3) Algunos opinan, y acaso con fundamento (escribe M a t ía s G i l en el fol. 24 de su cit obr.), que la gran cerca se edificó en los primeros tiempos, a raíz de levantarse la ciudad. (4) En 1196 «hace nuevas irrupciones Aben juset, vencedor en Alarcos, cerca de Toledo, a Talayera y Maqueda, cuyos olivos tala, destruye a Santa Olalla, y, pasando adelante gana a Plasencia, qu e no podía estar muy fortifica d a », según asegura M a t ía s G i l en la página 25 de sus Centurias; y según afirman el P. M a ria n a en la pág. 18, cap. XIX del libr. 11 de su Historia; F r a y J a im e B l e d a en la pág. 389 de su Crónica d e los moros; Luis d e A r i z a , pág. 11 de la 3.a parte, en su Historia d e las grandezas d e la ciudad d e Avila; M . M o r a y t a , pág. 333, cap. IV, libr. II, Historia General d e España, y J o sé A n t o n io C o n d e , cap. LUI de la 3.a parte de su Historia d e la dominación d e los árabes en España (Madrid, 1874). (5) Así lo afirma M. G i l en la pág. 3 2 de su men. libr., donde dice «que a los pocos días (después de 1 1 9 6 ) levantó gente el rey don Alfonso... conquistó la ciudad y muy de propósito la fortaleció y reedificó, levantando los muros que ahora tiene, y los lugares de Mirabel y de Segura, hasta el año 1 2 0 0 , fa­ bricando los muros en los años 1 1 9 8 a 1 1 9 9 » . No aparece muy claro cuanto dice el referido cronista placentino respecto al momento en que se levantaron los muros que integran la cerca de Pla­ sencia; y es nuestro parecer que al fundarse la ciudad en 1178, empezaron a construirse seguidamente las murallas del que estaba llamado a ser un presidio muy útil, un campamento, una gran plaza fronteriza; que al caer en poder de los muslines en 1196, diecisiete años después, no estaba aún terminado el

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, donde dice «que Ifonso... conquistó mtando los muros 1 el año 1200, fa>lacentino respecto la cerca de Pla178, empezaron a a ser un presidio al caer en poder aún terminado el

Sayans, Marcelino don por facilitado de Plasencia, placentino alcázar y ciudad erudito y publicista muralla, la

icedor en Alarcos, destruye a Santa estar muy fortifiCenturias; y según 11 de su Historia; os; Luis d e A r iz a , a ciudad d e Avila; le España, y J o s é d e la dominación

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M a t ía s G i l en el p rim ero s tie m p o s,

antiguo

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Dibujo

> tiempo de ser te) (3), debieron le la derrota de insierra, fallaron y, al siguiente )tentrional de la da y llegaron a motivo, una vez y su fértil cam-

Plasencia.

mo hecho cierto, murada que enel Valle; supoediatamente des­ yugo musulmán. , se procedió se0 alcázar, situana que servía de mido a la cerca tales de la más tiempo, sin gé-

No se sabe con certeza si los sarracenos prosiguieron las obras del alcázar, murallas y torres placentinas durante el corto período de su dominación, después del desastre de Alarcos; pero lo que sí resulta indudable es que, al recuperar los cristianos todo el terreno perdido, el noble don Alfonso dió cima a la proyectada fortificación y al embellecimiento de la ciudad; y es, por tanto, indiscutible que la mayor y principal parte de la pujante y bien compuesta fortaleza a que venimos refiriéndonos, fué edificada en los últimos años del siglo x i i , y rematada en su totalidad durante el primer tercio de la décimotercera centuria; aunque fueron muchas las ampliaciones, re­ paros y modificaciones que se realizaron después en varias partes de su fábrica. El recinto amurallado de Plasencia forma casi un rectángulo irre­ gular, que se extiende desde naciente a la parte de poniente, y en su ángulo noreste, que corresponde a la eminencia de un cerro, asen­ taba el alcázar, enlazado con la muralla y completando las defensas de la vieja cerca. Cronistas e historiadores han insistido en que eran dos los cin­ turones fortificados; es decir, que había doble línea de murallas; pero el hecho real es que en la actualidad son escasos, casi nulos podría­ mos decir mejor, los testimonios fehacientes de tal supuesto, ya que los vestigios encontrados y localizados igual pueden haber per­ tenecido al recinto exterior a que se hace referencia que a baluartes aislados o a cualquiera otra fortificación medieval. Acopladas a la cerca mural había 68 torres, más un cubo cua­ drado que todavía se conserva, y ocho en el alcázar, parte principal de aquélla; y las varias puertas de acceso a la plaza fuerte estaban flanqueadas, cada una, por dos de las referidas torres o cubos. He aquí la distribución de las mismas: Por la parte noroeste, desde el alcázar hasta el postigo del Salvador, diez, y ocho más desde este punto hasta la puerta de Berrozana; en la parte oeste, nueve desde dicha puerta a la de Coria; por el sur, diez desde la de Coria a la de Trujillo; once desde ésta a la de Tala vera, más otras once desde ella a la del Sol; , finalmente, en el lado oriental de la muralla, nueve torres desde l a puerta del Sol al cubo llamado Lucía (6). Vemos, pues, que además de las cinco puertas señaladas, existía el postigo del Salvador; pero en realidad las puertas eran seis; las fuerte recinto; y que, al recuperarlo aquel mismo año los cristianos, proce­ dieron sin pérdida de tiempo — desde 1196 a 1200 ó 1201— , a reparar, re­ construir y terminar la gran cerca, y a adosar a sus lienzos las ingentes torres que completaban y robustecían la fortaleza de la plaza, al propio tiempo que daban comienzo las obras para la erección del soberbio alcázar. (6) Existe disparidad de criterios entre los historiadores en cuanto a las torres del recinto y alcázar de Plasencia, pues mientras nosotros admitimos que eran 77, Alonso Fernández dice que fueron 72, y Matías Gil, 78.

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cinco enumeradas que estaba junto María, abierto m que recibía el not de Puerta Nueva. Toda la mural rejos toscamente 1 ñas intercaladas t tierra y cal. Presenta al exl semejantes a la c semicilíndricas ad de las respectivas algunas partes sus mide cuadrangulai De idéntica m se puede apreciar recinto, porque so ocultan y desfigui sibles ciertos trozc las múltiples y d el exterior y junto percibe ni una p debido a los muc diversas casas sol conventos y modí murallones o cons visibilidad de cuai que es maciza tant del adarve, como adarve se aprecia t Las fortificacioi reconstruidas en al apoyadas en la mi de ellas en torres como la que existe Reconstruidas ¡ tienen todavía, aui pero no los arcos dio punto de labra El dovelaje v t aserto. En su clave ap oval, la imagen de] una cruz. Encima, está el escudo de

cinco enumeradas y la llamada de San Antón, ya desaparecida, y que estaba junto al alcázar. Existió, además, el postigo de Santa María, abierto mucho después de la construcción del recinto y que recibía el nombre, por dicha causa y desde mucho tiempo ha, de Puerta Nueva. Toda la muralla es de mampostería, fabricada a base de sillarejos toscamente labrados, algunos cantos rodados y piedras peque­ ñas intercaladas en los intersticios; y sujeto todo con mortero de tierra y cal. Presenta al exterior la cerca placentina un aspecto y estructura semejantes a la que circunda la ciudad de Avila, con sus torres semicilíndricas adosadas y que sobrepasan en un tercio la altura de las respectivas cortinas. Tanto aquéllas como éstas conservan en algunas partes sus clásicas almenas cuadradas o en forma de pirá­ mide cuadrangular. De idéntica manera a lo que sucede en Coria, en Plasencia no se puede apreciar la hermosa perspectiva de su bello e incomparable recinto, porque son muchos los edificios adosados al mismo que lo ocultan y desfiguran. Por algunos de los lados, no obstante, son vi­ sibles ciertos trozos de los lienzos que sobresalen de las casas y de las múltiples y diversas construcciones que se han levantado en el exterior y junto a ello; pero desde el interior de la ciudad no se percibe ni una pequeña porción de la parte alta de los muros, debido a los muchos palacios y casonas existentes; mejor aún, las diversas casas solariegas de los hidalgos placentinos, las iglesias, conventos y modernos y suntuosos edificios pegados a los fuertes murallones o construidos sobre los mismos, impiden totalmente la visibilidad de cuanto aún se conserva de la primitiva fortificación, que es maciza tanto en las cortinas, cuyo espesor determina el ancho del adarve, como en las torres. La subida a éstas desde el dicho adarve se aprecia todavía en algunos sitios. Las fortificaciones de Plasencia, como ya se ha indicado, han sido reconstruidas en algunos puntos, y las torres cilindricas escalonadas y apoyadas en la muralla, también; habiéndose transformado algunas de ellas en torres cuadradas que conservan restos de habitaciones, como la que existe en la parte oriental cercana al solar del alcázar. Reconstruidas aparecen, asimismo, las puertas del recinto, que tienen todavía, aunque no todas, sus primitivos cubos flanqueantes; pero no los arcos originales, siendo en general los actuales de me­ dio punto de labra menos vieja. Él dovelaje y enjutas de la puerta Berrozana evidencia nuestro aserto. En su clave aparece esculpida en relieve, dentro de una aureola oval, la imagen del arcángel San Miguel, con su consabida espada y una cruz. Encima, grabado en dos losetas y dentro de un recuadro, está el escudo de los Reyes Católicos sustentado por el águila de

San Juan y llevando en sus respectivos lados el yugo y el haz de flechas característicos. Más abajo, y a ambos costados del arcángel, hay dos lápidas en las que aparece, con caracteres góticos, la ins­ cripción que nos permite saber «se edificó esta puerta de los pro­ pios de la ciudad. Año 1571». Las otras puertas de la plaza conservan análogos escudos e ins­ cripciones. La llamada puerta de Trujillo está muy desfigurada, porque sobre la misma se construyó una capillita para colocar la Virgen de la Salud. Sus correspondientes torres flanqueantes desaparecieron, y en el solar de la de la derecha se edificó después una casa. Esta puerta está perfilada en medio punto, del que arranca bóveda de cañón, asiento de la mencionada capilla, y nos muestra un dovelaje coronado por el escudo de los Reyes Católicos, surmontando una inscripción que permite conocer el origen de los aludidos blaso­ nes existentes en todas las puertas de la ciudad. #

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El alcázar .— Según se ha indicado, el gran monarca Alfonso VIII, fundador de la bella ciudad de Plasencia, al propio tiempo que la muralla, mandó levantar, en la parte más prominente del solar aco­ tado para asiento de la naciente población, el magnífico alcázar que sirvió de residencia accidental, en diversas y frecuentes ocasio­ nes, a cuantos reyes, infantes y caballeros de calidad visitaban aque­ llas tierras pertenecientes al reino castellano. Hasta que ocupó el trono de Castilla don Juan II, lo habitaron de manera permanente varios y sucesivos alcaides nombrados por la corona o por los propietarios de la floreciente urbe, dado que Plasencia y sus aledaños constituyeron durante tiempo un importante señorío. Y fue uno de sus más prestigiosos detentadores la insigne reina doña María de Molina (7), de grata memoria por sus dotes de (7) Desde su fundación, Plasencia fue ciudad realenga, y así se hace constar en el núm. 703 de su Fuero, al decir «con plazer de su Señor el Rey»; pero se constituyó pronto en señorío, y fue su primer poseedor doña Yolant, infanta de Aragón y esposa de Alfonso X, al contraer matrimonio en 1248. Las arras de doña Yolant eran copiosas, pues se le hizo merced de Plasencia, Valladolid, San Esteban de Gormaz, Astudillo, Ayllón, Curiel, Béjar y otros lugares, de cuyas villas se apoderó después su hijo don Sancho por la insconstancia de la reina cuando, estando ya viuda, en 4 de abril de 1284, fomentó las pretensiones de su hijo don Juan. De los dichos señoríos, Plasencia y Valladolid pasaron a la reina doña María Alonso de Molina y Meneses, mujer del bravo don Sancho, que fue, por tanto, la II y gran señora de Plasencia (1284-1321). Era hija del infante don Alfonso, hermano de San Fernando, y biznieta, por tanto, del rey fundador de Plasencia. La biografía de esta gran señora, escribe Benavides Checa, como hija, es­ posa y madre, su prudencia y dotes especiales de gobierno, de que tan re-

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vugo v el haz de ados del arcángel, ■es góticos, la inspuerta de los progos escudos e insrada, porque sobre r la Virgen de la desaparecieron, y una casa. jue arranca bóveda muestra un doveicos, surmontando los aludidos blaso-

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Plasencia.— Lienzo v cubo de la muralla 29

gobernadora y sus muchas virtudes; si bien hemos de insistir en que la mayoría de sus aciertos se deben al hecho real de tener siempre a su lado al más ilustre de los placentinos, don Ñuño Pérez de Monroy, abad dé Santander, consejero y confesor de la soberana; y a los también hijos de Plasencia Diego Velasco, escribano de cámara; Pedro Sánchez de Grimaldo, señor de Grimaldo y las Corchuelas; Fernán Pérez del Bote, criado del infante don Felipe; Vidal Yagüe, criado de la reina; Pedro Martín, escribano de Fernando IV; Diego García, mayordomo del rey, y a otros varios caballeros a quienes confió importantes cargos en la Corte y puso al frente de arduas empresas, tanto ella como su esposo e hijo. El dicho alcázar, que era sin duda el más interesante baluarte de toda la fortificación, formaba parte del recinto amurallado y se alzaba suntuoso y dominante en el ángulo noreste; y en torno a su fábrica se conservaron durante muchos años vestigios de su cerca o recinto exterior, ya que eran tres, según podía apreciarse, las líneas de defensa del antañón y residencial castillo. Como la mayoría de las de entonces, tenía esta fortaleza planta cuadrangular, y sus cortinas aparecían defendidas por torres cilin­ dricas empotradas en cada uno de sus ángulos y otras en la mitad de cada lienzo, tres de ellas semicirculares y la cuarta de forma rectangular, como cuerpo saliente frente al naciente, de 14 metros de altura y cuatro fuera del muro. Esta recibió desde siempre el nombre de torre del Homenaje. Hasta principios del siglo actual se conservaban todas las to­ rres, menos la correspondiente a la esquina sureste y la de la mitad del lienzo que miraba al sur. levantes pruebas dio en los reinados de su esposo Sancho IV, en la menor edad de su hijo Fernando IV, y de Alfonso XI, su nieto, no pueden contenerse dentro de una nota. Para Plasencia, más que señora fue doña María cariñosa y verdadera madre, pródiga y augusta soberana. Fue entonces cuando Plasencia llegó a la meta de su grandeza y gloria, a la cumbre de su poder y señorío, cuando los nobles dacentinos e ilustre Concejo intervinieron en todos los acontecimientos poíticos y convulsiones populares tan frecuentes en los turbulentos remados de Sancho IV, y de su hijo y su nieto. Después del fallecimiento de doña María de Molina, Plasencia volvió a in­ corporarse a la Corona. La III señora del Plasencia fue doña Leonor, infanta de Aragón, desde el 18 de julio de 1375 que contrajo matrimonio con don Juan, después rey de Castilla, I de este nombre. En 30 de agosto de 1380, Juan I concedió al obispo don Pedro y al Ca­ bildo la parte de portazgo que este monarca tenía en Plasencia y su término. A partir de 1382, en cuyo año falleció doña Leonor, nueva incorporación del señorío a la Corona, que ya no se concede más a reina alguna, y sí a un tirano, a don Pedro de Zúñiga, que inició un lamentable período para Pla­ sencia, cuando le concedió tan señalada merced el rey Juan II. Heredó a don Pedro su hijo Alvaro, y a éste le sucedió un joven llamado también Alvaro, biznieto del primero. ¡Cuarenta y seis años de esclavitud para Plasencia!, exclama el chantre Benavides Checa.

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de insistir en que ! de tener siempre n Ñuño Pérez de le la soberana; y a ribano de cámara; y las Corchuelas; lipe ; Vidal Yagüe, ■mando IV; Diego balleros a quienes frente de arduas teresante baluarte > amurallado y se reste; y en torno >s vestigios de su podía apreciarse, istillo. :a fortaleza planta s por torres cilínotras en la mitad cuarta de forma nte, de 14 metros desde siempre el ban todas las to? y la de la mitad bo IV, en la menor 10 pueden contenerse i y verdadera madre, icia llegó a la meta ¡o, cuando los nobles acontecimientos pobulentos reinados de *lasencia volvió a ina de Aragón, desde fuan, después rey de don Pedro y al Ca­ dencia y su término, nueva incorporación la alguna, y sí a un e período para Pla-

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ió un joven llamado >s de esclavitud para

La entrada a la fortaleza estaba hacia la parte de la ciudad; y allí, bastante destruida y en el recinto exterior o primera línea de defensa, se encontraba la puerta, flanqueada por dos torres muy salientes y semicirculares por sus frentes; pero dicha puerta no fué abierta en el medio de la pared, sino en el lado derecho. Franqueado este acceso y continuando por el angosto paso que existía entre los dos cuerpos salientes de las torres, se llegaba a la puerta del segundo recinto, o alcázar propiamente dicho. Su interior, en los primeros años del siglo actual, era un corralón dispuesto y acondicionado para celebrar en él corridas de toros. Se trataba de un espacio cuadrado de unos 30 metros por lado, aproximadamente; y por las señales y restos del piso y de los muros, se ha podido pre­ cisar que fué, sin duda, un patio central rodeado de columnas y arcadas que constituían un todo armónico, con cuatro galerías abier­ tas y bien dispuestas que se claustraron en dos pisos; y entre estos y los muros, cuatro crujías. Todavía no hace mucho se conservaba en el del lado sur una bóveda de ladrillo de cañón seguido. Por la parte oriental, sitio que corresponde al mencionado ba­ luarte saliente y rectangular o torre del Homenaje, existían restos de un aljibe, cuyos ruinosos arcos habían sido destruidos en época reciente. Fué obra de artífices mudéjares, según se desprendía del examen de aquel socavón de escombros. He aquí una más completa referencia de un historiador de nues­ tro tiempo, que confirma parte de la anterior descripción: «Para llegar al interior del castillo hay que pasar un pasadizo oscuro. »E1 interior del monumento es otra desolación. Tiene un patio rectangular de unos 30 metros de longitud, con arcos sobre co­ lumnas, dos piezas con galerías, aljibes y obras arruinadas de otras épocas, desde la más remota antigüedad. »Por cierta cuenta de reparaciones hechas en la fortaleza se sabe que, entre otras dependencias, tenía las siguientes: salas ba­ jas, entresuelos y corredores, salas de armas, cámara de armas y cuadra contigua a ella, un cubo ochavado y otro redondo, sala real y cámara contigua, aljibes, azoteas, tejados, torre de Ambroz, la de la Reina y otras, caballerizas, puerta principal, la del Rebellín y la Redonda, de acceso al patio, más otras dos que caían a la barbacana de las redondas. Por un corredor, desde el patio, se en­ traba a la ancha sala real, pieza principal, muy dorada y adornada de talla, con artesonado dorado también, y el techo de dicho co­ rredor pintado y dorado con rosas y cintas. Hubo un cuarto con dos chimeneas. La torre del Homenaje, blasonada con las armas de la ciudad, era antiquísima y abovedada interiormente. Tuvo cubos regulares, murallas, barbacanas y ancho foso con abundancia 452

de agua. La ar de grueso, por < Por la simp cázar, las muí mampostería, a] y cal; pudiendo fecha en que se lógicamente, su ñar las consigu rra, la acción d que han ido trai Por el extern se veían las m viva de aquella El lienzo de la general que recto, dando fr* que recibe el no Por la dicha las defensas de ciertamente la < También se indicios de un procedente de 1( A fin de fací el gran obstácu existencia del ñ Dada la priv torres se domin; ñas que circun< espléndida vega Las pujante dicho, con las m ta llamada de interior de Pla< cuadrados subsi

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de agua. La antedicha torre de la Reina era muy fuerte, teniendo de grueso, por sus tres esquinas, 30 pies (8)». Por la simple observación se apreciaba que la fábrica del al­ cázar, las murallas y las torres o defensas exteriores eran de manipostería, alternando con algunos trozos de sillería de mortero y cal; pudiendo afirmarse que la obra databa de finales del siglo x i i , fecha en que se alzó y completó toda la fortificación placentina que, lógicamente, sufrió después las naturales reparaciones para resta­ ñar las consiguientes heridas ocasionadas por los avatares de gue­ rra, la acción de los elementos e incuria de los hombres, a medida que han ido transcurriendo los años. Por el exterior, y concretamente por la parte norte, este y sur, se veían las murallas del primer recinto asentadas sobre la roca viva de aquella elevada y accidentada meseta. El lienzo de la muralla que miraba hacia poniente uníase con la general que envolvía y protegía la ciudad; y lo hacía en ángulo recto, dando frente, como la puerta fortificada, a un gran espacio que recibe el nombre de Plaza de los Llanos. Por la dicha parte, que daba frente a la población, se aumentaban las defensas del alcázar con ancha cava o foso, como lo indicaba ciertamente la depresión del terreno que allí se observaba. También se apreciaban en dicho lugar, a la izquierda del muro, indicios de unos conductos para alimentar el foso con el agua procedente de los aljibes. A fin de facilitar y permitir la entrada a la fortaleza y para salvar el gran obstáculo que suponía el mencionado foso, cabe admitir la existencia del indispensable y correspondiente puente levadizo. Dada la privilegiada situación del alcázar, desde el adarve de sus torres se dominaba la llanura, los inmediatos cerros, las altas monta­ ñas que circundan en parte la señorial ciudad y su término, y la espléndida vega del valle por donde discurren las aguas del Jerte. Las pujantes torres de esta fortaleza enlazaban, según se ha dicho, con las murallas integrantes del gran recinto urbano; y la puer­ ta llamada de San Antón, que permitía y facilitaba la entrada al interior de Plasencia por lugar próximo a los mencionados cubos cuadrados subsistentes en aquella línea, desapareció ya hace tiempo.

Hemos procurado reseñar, aunque muy a la ligera, por la ín­ dole de este trabajo, los elementos esenciales y constitutivos de la fortaleza placentina, haciéndolo en tiempo pretérito; y ello se debe a que, si bien las torres y fuertes muros del alcázar — aunque desmo(8)

C a rlos S arth ou C a r r e r e s :

(Madrid, 1943).

Castillos d e España, pág. 279 y siguientes

chados y ofrecii tos y retadores, duras hasta el ] los munícipes qi tinos de Plasen< absurda y fatal i hasta sus cimiei la histórica forta se destruyó y a tectónica más ir con tanta ilusiói capacitados sotx Por esta razc algo que existió y hemos aportac mentó para que tencia, y no se 1

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chados y ofreciendo aspecto lamentable—, se mantuvieron enhies­ tos y retadores, presumiendo airosos con sus muñones y quebra­ duras hasta el pasado año de 1937, en dicha fecha, un bando de los muníeipes que integraban entonces el Concejo y regían los des­ tinos de Plasencia, sorprendió a sus habitantes con la inesperada, absurda y fatal noticia de que se procedería seguidamente a demoler hasta sus cimientos cuantos restos continuaban todavía en pie de la histórica fortaleza. Y, efectivamente, sin reparo ni pretexto alguno, se destruyó y arrasó todo, hasta convertir en solar la joya arqui­ tectónica más interesante y representativa de la gran ciudad, que con tanta ilusión y decidido empeño fundara uno de nuestros más capacitados soberanos: Alfonso V III de Castilla. Por esta razón nos hemos ocupado del célebre alcázar como de algo que existió, y cuya desaparición lamentamos profundamente; y hemos aportado los datos que poseemos relativos a dicho monu­ mento para que quede, en un trabajo más, constancia de su exis­ tencia, y no se borre su recuerdo en las sucesivas generaciones.

Explicación del plano del alcázar placentino: En el número 7 de la revista Plasencia, correspondiente al año 1959, el escritor señor Díaz López (9), publica el plano del desapare­ cido alcázar de la bella ciudad, que asienta en las márgenes del Jerte, capital de la Vera y del valle, según ya se hizo constar. Lleva es­ cala 1:500, con una pequeñísima regla de 10 metros; pero no figura en él fecha, oriente, ni otra explicación que la de señalar la torre del Homenaje y las rondas del Salvador y de la Avenida; fal­ tando elementos tan principales como son precisar el enclave del indiscutible foso e indicar la situación de la Plaza del Llano, parte de la cual ocupaba la referida fortaleza. Según manifestaciones del señor Díaz, el aludido plano fué levan­ tado por él y algunos otros entusiastas, placentinos todos y amigos de las bellezas arquitectónicas de la ciudad que los vió nacer. Y en verdad que estuvieron muy inspirados al tomar tal determi­ nación, pues parece presentían que los ya ruinosos y confusos restos del viejo alcázar estaban predestinados a desaparecer totalmente en fecha no muy lejana a aquella en que decidieron trasladar al papel los testimonios irrefutables de su existencia. Nuestro espontáneo y sincero aplauso a quienes nos legaron la traza de tan interesante, histórico y hoy ya desaparecido monu­ mento. En nuestra última visita a la hidalga Plasencia pudimos ha­ blar detenidamente con el autor del mencionado plano y le exPlasencia, revista editada por la Asociación cultural placentina. P e d r o Artículo que lleva por titulo «Perfil d e una ciu dad», publicado en el número 7 de dicha revista, correspondiente al mes de junio de 1959. de

(9 ) T r e jo .

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pusimos nuestro criterio sobre la interpretación del mismo; cri­ terio no coincidente en su totalidad con cuanto él hace figurar en dicho trabajo, si bien reconocemos su mérito y lo útil que nos ha resultado para conseguir nuestro propósito y para que nuestra pre­ tensión se aproxime un poco más a la realidad. Y hemos dicho pretensión porque, ciertamente, no disponiendo en la actualidad más que del amplio solar donde mandó alzar el rey Alfonso VIII de Castilla la recia y majestuosa fortaleza, no nos sería posible de­ terminar exactamente el auténtico trazado de su armónica fábrica, y aspiramos solamente a aproximarnos lo más posible a la verdad, según nuestro modesto modo de ver, examinar e interpretar los es­ casos medios de que disponemos para nuestro fin, que es, en sín­ tesis, ofrecer un plano que responda a la lógica y a las normas ar­ quitectónicas de los tiempos en que se construyó el edificio. He aquí nuestro punto de vista sobre el particular: Llama la atención, en primer lugar, dado el extenso recinto de Plasencia y su interesante historia, que el alcázar presente una planta o forma tan regular, propia de un edificio señorial del si­ glo xiv, como máximun, pues no parece mayor su antigüedad. Otros varios detalles refuerzan este nuestro parecer, pues sería lo más natural que una fortaleza de tal importancia fuese más variada en su evolución, ya que en el plano aludido aparece como si hubiera sido construida, en su origen, de una sola vez, sin posteriores adita­ mentos o transformaciones. Existen, además, otros pormenores que pasamos a explicar, se­ ñalándolos con letra, de la manera siguiente: A. Torre del Homenaje (llamada también torre de Ambroz). El plano publicado la presenta partida en dos y atravesada por el lienzo de la muralla; y aunque el autor asegura haber visto en ella unos muros interiores —que, desde luego, pudieron existir—, la dicha torre y fuerza principal del castillo tuvo que ser, y es casi seguro que lo sería siempre, hecha de un bloque de rigurosa unidad, aislada del resto o conjunto de edificaciones. Los referidos muros interiores fueron seguramente la divisoria de dos o más cámaras existentes en la planta baja de la antañona y gran torre del Ho­ menaje. B. Puerta que, por su posición, sería la entrada principal del cuerpo del castillo. Posiblemente hubiera estado mejor en el frente del Homenaje y al amparo directo y próximo de este baluarte, como era uso y norma en plantas tan regulares; pero el plano publicado la sitúa en el indicado sitio. C. Otra entrada, que sería quizá puerta falsa o poterna. D. Torre un poco mayor que las otras de análoga situación y ca­ racterísticas. Fué seguramente la llamada torre de la Reina, a que hacen referencia los cronistas. Su enclave sobre el frente exterior abona esta suposición. 456

E. Barrera cierra en el áns rodeo o liza del porque así dichí tenía que estar tinaba el constn Sorprende q duce a suponer del muro sobre Por otra pai rrera abierta se es poco admisil rior de la ciudai la colocación de F. Puerta t en el plano que que no respondí de existir forzo agua, de cuva ex G. Foso qui se han ocupado man que por on estuviera siempre H. Dado qi tener necesariam que el autor de escarpa y contri en aquellos frenti I. Murallas cinto interior o fortaleza de esta caso de rebelión es casi único; v del siglo xv. Las murallas recinto exterior d de aquéllas. J. Este es el de la ciudad, a 1 sición puede adn pero resulta extr; tampoco tuviera t

del mismo; crihace figurar en útil que nos ha que nuestra preY hemos dicho en la actualidad rey Alfonso VIII sería posible deirmónica fábrica, ible a la verdad, nterpretar los es. que es, en sína las normas ar1 edificio, lar: rtenso recinto de ar presente una > señorial del si• su antigüedad, pues sería lo más í más variada en como si hubiera posteriores adita>s a explicar, serre de Ambroz). itravesada por el i haber visto en udieron existir—, jue ser, y es casi ' rigurosa unidad, ; referidos muros , o más cámaras m torre del Ho-

ida principal del íejor en el frente te baluarte, como plano publicado poterna. ga situación y ca­ la Reina, a que el frente exterior

E. Barrera exterior del castillo. Véase que en el plano no se cierra en el ángulo superior derecho, dejando abierta la entrada del rodeo o liza del cuerpo del monumento. Es dudosa esta suposición, porque así dicha barrera era como si no existiera en su mayor parte, y tenía que estar cerrada y completa para cumplir el fin a que la des­ tinaba el constructor. Sorprende que esta barrera no llevara algún torreón, y ello in­ duce a suponer que el artífice debió confiar la defensa a la posición del muro sobre el terreno, cosa frecuente en aquella época. Por otra parte, en los frentes del sur y de la derecha, esa ba­ rrera abierta se hace siga duplicada con otra más exterior, lo que es poco admisible, dado que esos frentes corresponden ya al inte­ rior de la ciudad y estaban protegidos por el foso. Es un poco rara la colocación de ese doble muro en todo aquel trayecto. F. Puerta exterior de la barrera. A simple vista se aprecia en el plano que el dibujo de los torreones de la puerta es trazado que no responde exactamente a la realidad. En esta entrada hubo de existir forzosamente puente levadizo para salvar el foso con agua, de cuya existencia no podemos dudar. G. Foso que no figura en el plano; pero los historiadores que se han ocupado de ello lo sitúan sobre la plaza del Llano, y afir­ man que por orden del rey la ciudad cooperaba para que este foso estuviera siempre con agua. H. Dado que el foso era de los que se llenaban, había de tener necesariamente una contraescarpa; y es muy posible, por ello, que el autor del plano tomara los correspondientes cimientos de escarpa y contraescarpa como dos barreras o muros superpuestos en aquellos frentes. I. Murallas de la ciudad. El plano las hace arrancar del re­ cinto interior o cuerpo del castillo, y ello no se concibe en una fortaleza de esta clase, porque era muy peligroso para el alcázar en caso de rebelión interior o caída de la ciudad. El ejemplo de Coca es casi único; y además, Coca es castillo poco elevado y de fines del siglo xv. Las murallas de Plasencia no podían partir más que desde el recinto exterior de la fortaleza, dejando a ésta libre e independiente de aquéllas. J. Este es el muro exterior que reforzaba el recinto principal de la ciudad, a la que rodeaba en casi todo su trayecto. Tal supo­ sición puede admitirse considerándolo como barrera de ese recinto; pero resulta extraño que, siendo la parte más avanzada al exterior, tampoco tuviera torres.

E p is o d io s e n t o r n o a P l a s e n c ia y s u f o r t a l e z a .

En realidad, la plaza fuerte de Plasencia fué realenga desde su fundación, porque, aunque constituida en cabeza de señorío, éste dependió de la Corona en tiempos de Sancho IV y demás reyes sucesores suyos; y a la gran reina doña María de Molina se la considera como auténtica señora de esta ciudad, según ya se hizo constar. La importancia de toda índole de Plasencia, desde Alfonso VIII hasta el reinado de los Reyes Católicos, merece ocupar lugar desta­ cado en los anales de la historia regional extremeña, debido al pres­ tigio de muchos de sus hijos que desempeñaron cargos de represen­ tación y muy principales en las cortes del reino, sirvieron a la iglesia en los puestos de más relieve y responsabilidad y ofrecieron su brazo y espada a la patria, organizando mesnadas y capitaneando milicias en los momentos más difíciles, decisivos y trascendentales. Los esclarecidos caballeros placentinos, hidalgos de indiscutible y rancio abolengo, apellidados Trejo, Carvajal, Quirós, Loaisa, Viílalva, Monroy, Nieto, Valencia, Almaraz, Bote, Zúñiga, Grimaldo, Dávila, Camargo, Jerez y muchos otros, sobresalieron por sus mé­ ritos personales en el transcurso de las centurias y dieron carácter a todo un período de la baja Edad Media con sus triunfos, discor­ dias, escaramuzas y aventuras. Narrar detenidamente los diversos acontecimientos a que sirvió de escenario la floreciente y señorial Plasencia, o reseñar las andanzas de sus preclaros hijos, nos lleva­ ría demasiado lejos. Por esta razón hemos de limitar el presente trabajo, una vez apuntados algunos extremos relativos al alcázar, torres y cerca que circunda la ciudad, a historiar escuetamente dos trascendentales epi­ sodios en los que actuó como protagonista el rey Fernando, el Ca­ tólico; y a referir una pintoresca escena, en la que intervienen dos frailes, y que se desarrolló ante las puertas de la fortaleza. En 1442, el rey Juan II hizo merced de Plasencia a don Pedro de Zúñiga, conde de Ledesma, a pesar del descontento y franca opo­ sición de la mayor parte de los nobles placentinos, algunos de los cuales llevaron tan a mal la determinación del rey, que abandonaron para siempre la ciudad y se retiraron a los pueblos cabezas de sus señoríos; haciéndolo, entre otros, el señor de Oropesa y Jarandilla, el de Monroy y el de Belvís y Deleitosa. Don Pedro de Zúñiga, que fué durante más de doce años señor y conde de Plasencia, legó al morir su casa y hacienda a su hijo don Alvaro, quien vino a ser, por ello, señor de Plasencia, II conde primero y I duque después de dicha ciudad. Este ilustre magnate, varón de gran ánimo, muy notable y vir-

?alenga desde su de señorío, éste y demás reyes de Molina se la ¡egún ya se hizo sde Alfonso VIII ipar lugar destal debido al presrgos de represenieron a la iglesia recieron su brazo taneando milicias entales. s de indiscutible lirós, Loaisa, Viúñiga, Grimaldo, ■ron por sus mér dieron carácter i triunfos, discor?nte los diversos cíente y señorial hijos, nos llevatrabajo, una vez rres y cerca que scendentales epiFemando, el Ca■ intervienen dos fortaleza, t a don Pedro de to y franca opoalgunos de los jue abandonaron s cabezas de sus esa y Jarandilla, doce años señor cienda a su hijo isencia, II conde iv notable y virPlasencia.— Puerta de Berrozana

tuoso (10), consiguió lo que pocos grandes de Castilla: tener, en dos de sus hijos, el maestrazgo de la Orden de Alcántara y el priorato de la Orden de San Juan de los reinos de León y Castilla. Contrajo nupcias dos veces; la primera con doña Isabel Manrique, y fueron padres de don Pedro (señor de Ayamonte), don Diego (señor de Villora), don Alvaro (prior de San Juan), don Francisco (señor de Mirabel) y doña Elvira (condesa de Benalcázar); y la se­ gunda, con doña Leonor de Pimentel, de la cual tuvo a don Juan de Zúñiga (maestre de Alcántara, arzobispo de Sevilla y cardenal), a doña Isabel de Zúñiga y Pimentel (II duquesa de Alba por su matri­ monio con don Fadrique de Toledo), y a doña María de Zúñiga, que se unió en matrimonio con su sobrino don Alvaro de Zúñiga, hijo de su hermano paterno don Pedro, y que fué duquesa de Plasencia y Béjar. El hijo primogénito de don Alvaro de Zúñiga, II conde y I du­ que de Plasencia, se llamó, según hemos dicho, don Pedro, y por haber muerto este caballero en vida de su padre, heredó los títulos y mayorazgos de la casa uno de sus hijos, llamado también Alvaro, como el abuelo; el cual, según ya se ha hecho constar, se había casado con su tía doña María de Zúñiga. La determinación testamentaria del I duque contrarió sobre­ manera a don Diego, segundo de los hijos de su matrimonio con doña Isabel Manrique, por considerarse con más derecho a la su­ cesión que su sobrino Alvaro, II duque e hijo de su fallecido her­ mano, el referido don Pedro. Los tiempos en que vivió el II duque de Plasencia coincideron con aquellos otros, tan trascendentales en la Historia de España, en los que los Reyes Católicos se propusieron terminar para siempre con el feudalismo; y a tales efectos empezaron a sujetar y a mermar las atribuciones de los más destacados y bulliciosos elementos de la nobleza. Firme en su propósito y dispuesta a llevar a feliz tér­ mino su programa, la reina Isabel se puso en contacto con algunos de los caballeros principales de la ciudad de Plasencia, trató con ellos y se esforzó en conseguir que se apartaran de la obediencia del nuevo duque don Alvaro; interesando que, después que se hicieran con Plasencia, la entregaran a la Corona y quedara bajo la protección y favor real. Pareció factible y conveniente a los hidalgos extremeños las sujerencias y pretensiones de la soberana y empuñaron las armas por ser la ocasión propicia, dadas las discordias y disgustos frecuentes entre el duque don Alvaro y sus tíos Diego de Zúñiga, «eñor de Ayamonte, y Francisco de Zúñiga, señor de Mirabel, quienes se consideraban perjudicados en sus intereses y prebendas por haberse (10)

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En opinión del cronista Fray A. Fernández.

alzado con todo del deán don Die Organizó y ca de Torrejón, auri. Garci López de ( vez previsto todo rarse de la ciudac Iniciaron la ei junto a la puerta de Torrejón, pan Fernando, que est Holgóse mucl el emisario, aplau tentó por cuanto para las ciudades ceres y Badajoz, de cuanto sucedí recibían aviso ac podía acontecer q alcázar y ofreciei corro, especialmei Zúñiga, tío del du Seguidamente cia, habiendo pre\ hicieran correr la ’ ciguar las discordi placentina. Entre tanto, k mientos de la ma Fuentidueñas Juan con un grupo de ! orden de su padre, y aliados de sus b mado Gutierre ter Carrascal, y en ellí tes y animosos, a k tefactos análogos, \ de Trujillo, que se temente por mane arremetió contra di seguidamente por i Sande. E l grupo de a vecinos que seguía] dos y en son dé gt torio, vociferando

illa: tener, en dos tara y el priorato bastilla. : Isabel Manrique, onte), don Diego □), don Francisco íalcázar); y la setuvo a don Juan illa y cardenal), a Uba por su matriía de Zúñiga, que o de Zúñiga, hijo [uesa de Plasencia II conde y I dudon Pedro, y por heredó los títulos o también Alvaro, constar, se había ; contrarió sobreu matrimonio con derecho a la sus su fallecido hersencia coincideron istoria de España, tiinar para siempre ¡ujetar y a mermar osos elementos de llevar a feliz tércto con algunos de a, trató con ellos y ediencia del nuevo íe se hicieran con ajo la protección y extremeños las suaron las armas por ¡isgustos frecuentes ; Zúñiga, señor de lirabel, quienes se oendas por haberse

alzado con todo su sobrino, merced a las intrigas y asesosamientos del deán don Diego de Jerez. Organizó y capitaneó la conjura don Francisco de Carvajal, señor de Torrejón, auxiliado por su hermano don Gutierre, hijos del doctor Garci López de Carvajal, y por otros aliados y deudos suyos. Y una vez previsto todo convenientemente, decidieron con firmeza apode­ rarse de la ciudad, dispuestos a entregarla al rey. Iniciaron la empresa enviando a Hernando de Carvajal, que vivía junto a la puerta de Berrozana, y era pariente próximo del señor de Torrejón, para que se entrevistase e informara de todo al rey Fernando, que estaba a la sazón en Valladolid. Holgóse mucho el soberano por las referencias que le facilitó el emisario, aplaudió el gesto de los placentinos y manifestó su con­ tento por cuanto tramaban. Despachó al punto correos de confianza para las ciudades de Salamanca, Toro, Ciudad Rodrigo, Trujillo, Cáceres y Badajoz, para que informaran a los respectivos Concejos de cuanto sucedía, interesando al propio tiempo de ellos que si recibían aviso acudieran presurosos con gente de armas, porque podía acontecer que el duque y sus partidarios se refugiaran en el alcázar y ofrecieran resistencia en tanto llegaban fuerzas de so­ corro, especialmente la ayuda eficaz del poderoso don Juan de Zúñiga, tío del duque y maestre de la Orden de Alcántara. Seguidamente el rey partió por la posta en dirección a Plasen­ cia, habiendo prevenido a los componentes de su comitiva para que hicieran correr la voz de que acudía a Extremadura dispuesto a apa­ ciguar las discordias y alborotos surgidos en la bien fortificada urbe placentina. Entre tanto, los partidarios del rey habían iniciado los movi­ mientos de la manera siguiente: Cierta noche llegó a la villa de Fuentidueñas Juan de Sande y Carvajal, hijo del señor de Torrejón, con un grupo de 50 jinetes escogidos que traía desde Cáceres, por orden de su padre, y a ellos se unieron otros muchos deudos, amigos y aliados de sus hermanos Francisco y Gutierre de Carvajal. E l lla­ mado Gutierre tenía una hermosa casa de labor en la dehesa del Carrascal, y en ella reunió, de entre sus criados, 20 campesinos, fuer­ tes y animosos, a los que facilitó hachas, trancas de hierro y otros ar­ tefactos análogos, y, poniéndose al frente, se encaminaron a la puerta de Trujillo, que se cerraba todas las noches y se vigilaba convenien­ temente por mandato del receloso duque. La gente de Carvajal arremetió contra dicha puerta y la hizo saltar en pedazos, penetrando seguidamente por ella los sublevados que capitaneaba don Juan de Sande. E l grupo de asaltantes se vió pronto aumentado por muchos vecinos que seguían en secreto la voz del rey, y, fuertemente arma­ dos y en son de guerra, pugnaron por alcanzar la plaza del Consis­ torio, vociferando enardecidos y lanzando a los cuatro vientos la 461

ritual consigna: ¡Plasencia, Plasencia por los reyes don Fernando y doña Isabel! Aquella primera noche consiguieron apoderarse de la mitad sur de la ciudad, llegando hasta los confines de la plaza Mayor; y a la mañana siguiente, como la fortaleza era un seguro y fortísimo presidió, Sande Carvajal, con sus valientes caballeros y partidarios, tuvo una feliz visión de los acontecimientos y se adelantó a cercar el castillo, impidiendo así que pudieran refugiarse en él y hacerse fuertes otros elementos del bando contrario. Con tan sabia y radical determinación consiguió, efectivamente, evitar que se uniera a los parciales del duque el maestre de Alcán­ tara, don Juan de Zúñiga, que a toda prisa había partido de Béjar con mucha gente armada para entrar en Plasencia por uno de los postigos de la muralla y unirse a su sobrino, que se había refugiado en el alcázar; pero el de Sande prendió al maestre y lo llevó consigo hasta uno de los palacios más seguros, donde lo puso a buen re­ caudo. Se prolongó durante tres días la resistencia, y en todo ese tiempo se multiplicaron las reyertas y sangrientos encuentros en la plaza, en las calles adyacentes y en otros varios lugares del recinto. Los partidarios de una y otra parcialidad llegaron a las manos en mu­ chas ocasiones, pelearon con gran porfía, y se acometieron con tena­ cidad y ensañamiento, hasta que, acobardados los partidarios del duque, y fuertemente impresionados por oír constantemente el nom­ bre del rey, a quien los contrarios apellidaban, proclamando habían empuñado las armas en defensa de la Corona, terminaron por ren­ dirse a discreción. El duque y muchos de sus amigos se defendieron algún tiempo más por ser recia y difícil de asaltar la fortaleza donde se habían refugiado; pero al enterarse don Alvaro que habían apresado a su tío, único socorro eficaz que podía recibir en tan grave contingencia, se entregó a la parte del rey, por estar convencido de que don Fer­ nando haría lo imposible para reducir Plasencia a la Corona. Inmediatamente don Alvaro salió de la ciudad y hubo de con­ tentarse con residir en la villa de Béjar, cuyo estado y título de duque había concedido el rey Juan II, a trueque de Ledesma, a su bisabuelo don Pedro de Zúñiga. Llegó el rey a Plasencia el día 20 de octubre, y ese mismo día tomó posesión de la plaza, acompañado de la nobleza, regidores y es­ tado llano, quienes lo recibieron con aclamaciones y pruebas de contento. Pasó después la comitiva regia a la catedral, donde espera­ ba el deán, cabildo y toda la clerecía; y en el acto que allí se ce­ lebró, la ciudad, regidores, caballeros y capitulares pidieron al rey juramento solemne de no enajenar, ni sacar la ciudad de la corona real, como asimismo guardarla con todos sus fueros, privilegios y li­ bertades.

» don Femando de la mitad sur aza Mayor; y a juro y fortísimo os y partidarios, delantó a cercar en él y hacerse », efectivamente, aestre de Alcánpartido de Béjar por uno de los había refugiado lo llevó consigo mso a buen re­ todo ese tiempo ros en la plaza, del recinto. Los s manos en mu­ yeron con tenai partidarios del temente el nomlamando habían ninaron por ren­ on algún tiempo donde se habían n apresado a su ive contingencia, de que don Feri Corona, v hubo de con­ tado y título de e Ledesma, a su

v ese mismo día a, regidores y es■s y pruebas de al, donde esperay que allí se cei pidieron al rey lad de la corona . privilegios y liP lasen cia.— Torreón cuadrado del viejo recinto

Cuanto entonces sucedía en Plasencia no era un acontecimiento aislado, un hecho esporádico más de los diversos que surgían en­ tonces en los distintos meridianos de la Península Ibérica; no era un episodio que señalara el carácter destructivo de los turbulentos y anárquicos tiempos medievales. El enfrentamiento de la gente del duque y los parciales del rey era el choque violento y rudo de dos civilizaciones opuestas, una que nace y la otra que muere; era que la sociedad entraba en un nuevo período de su existencia, y en su nueva fase evolutiva y providencial el sistema, la idea antigua apuraba los restos de su arcaica vitalidad y en sus últimos coletazos venía a estrellarse contra el enérgico y vigoroso empuje de nuevas ideas, de nuevos pensamientos, de moral distinta y de un modo de ser desconocido hasta entonces. La lucha, durante tres días, en las calles de Plasencia, tuvo gran trascendencia porque indicaba había sonado la hora del re­ nacimiento y la caducidad de la Edad Media, con el hundimiento del feudalismo, representado en Plasencia por el duque, con sus privilegios, sus fortalezas y su bárbaro derecho del más fuerte. El historiador local Matías Gil (11), escribe a este respecto que aquel era el momento en que «a los antiguos reinos sucedía la mo­ narquía; a la división de estados, la unidad nacional, verdadera federación entonces, representada por los reyes, bajo cuya autoridad se agruparon los Concejos con sus fueros, privilegios, franquicias e inmunidades; firmes e imperecederos baluartes como siempre, sos­ tén y apoyo de doña Isabel y don Fernando, en su elevado pensa­ miento de asimilación y unidad, abatiendo el orgullo de la despótica y turbulenta nobleza». Al feudalismo sucedió entonces en Plasencia la libertad civil; y aunque en lo político no fue esta ciudad más que una de tantas nómadas que entraron a formar el reino de Castilla, lo cierto es que el Concejo seguía con su tierra, sus franquicias y sus intereses, ma­ teriales, con su amplio régimen municipal, sin centralización, tutela, ni vasallajes (12).

Corría el año 1515 y los placentinos tuvieron ocasión de demos­ trar su contento y evidenciar su agradecimiento a la persona del rey católico don Fernando, por haberles favorecido de manera muy singular, quitando al duque de Béjar la jurisdicción de Plasencia y reintegrándola a la corona, según hemos hecho constar. Y como reconocer los favores recibidos y corresponder a las atenciones es (11) M a t ía s G i l : Las siete centurias..., pág. 112. (12) Notas tomadas de las versiones sobre este tema facilitadas por los historiadores de Plasencia, A. Fernández, Paredes y Guillén, Matías Gil y Benavides Checa.

cualidad innata monarca con gn ocasión de la v del expresado añ( Al acentuar ! pretendían darle había complacido Existía, ademi to fuera cordial ; que llegaba a Exi deseando vivir al puro, que refrescrecida de la Cort< En Plasencia j y torneos celebra caído y le propoi se celebraron cor Aragón, que en t Pérez de Guzmán lar y caprichosa, bil, y, por lo men trastornado. Xo ol secuencia de la rey se sintió rean a Trujillo y pueb tracción favorita, rajes. Mas antes de < lebrada finca de llamado la Abadí; y ser él muy afic pasatiempos». En la Abadía circundado por ui teriores este amer rencia —cuando s de sus alrededores de Castilla, quien cenario, olvidaron vinieron una paz di En la Abadía ¡ sus dos nietos, don el duque de Alba, mayordomo y mucl dicha finca, a pesa diciembre la concoi

464 30

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cualidad innata a los espíritus nobles, los placentinos recibieron al monarca con grandes festejos y sinceras muestras de alborozo con ocasión de la visita que les hizo durante el mes de noviembre del expresado año. Al acentuar su entusiasmo los hijos de la muy noble ciudad, pretendían darle a entender lo mucho que aquella medida los había complacido y satisfecho. Existía, además, otra razón poderosísima para que el recibimien­ to fuera cordial y apoteósico; el estado de salud del rey castellano que llegaba a Extremadura casi extenuado, respirando con dificultad, deseando vivir al aire libre en bosques y valles saturados de oxígeno puro, que refrescara sus pulmones intoxicados por la atmósfera enra­ recida de la Corte y la baraúnda de los núcleos de población. En Plasencia permaneció don Fernando algunos días, y las fiestas y torneos celebrados en su honor levantaron un poco su ánimo de­ caído y le proporcionaron horas de contento; especialmente las que se celebraron con motivo de las bodas de su nieta, doña Ana de Aragón, que en dicha ciudad se unió en matrimonio a don Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medinasidonia. Boda, por cierto, irregu­ lar y caprichosa, porque el noble Guzmán era un mequetrefe inhá­ bil, y, por lo menos en apariencia, daba muestras de tener el juicio trastornado. No obstante lo cual y su estado de gravedad, como con­ secuencia de la hidropesía que venía minando su organismo, el rey se sintió reanimado y decidió ponerse en camino con dirección a Trujillo y pueblos del contorno, dispuesto a entregarse a su dis­ tracción favorita, la caza, que era muy abundante en aquellos pa­ rajes. Mas antes de dirigirse a Trujillo se acercó a la pintoresca y ce­ lebrada finca de recreo que el duque de Alba tenía en el lugar llamado la Abadía, por haber allí «muy buenos vuelos de garzas y ser él muy aficionado a la caza de aves, sobre todos los otros pasatiempos». En la Abadía existía un palacio primorosamente ornamentado, circundado por un jardín de ensueño. Ya fué célebre en siglos an­ teriores este ameno lugar y en él celebraron una histórica confe­ rencia —cuando se llamaba Sotofermoso por las bellezas naturales de sus alrededores—, los reyes Fernando II de León y Alfonso VIII de Castilla, quienes, gratamente influidos por el ambiente del es­ cenario, olvidaron antiguas discordias, suavizaron asperezas y con­ vinieron una paz duradera. En la Abadía acompañaron al vacilante y desfallecido monarca sus dos nietos, don Femando de Austria y don Fernando de Aragón, el duque de Alba, el almirante de Castilla, el marqués de Denia, su mayordomo y muchos grandes, caballeros, ministros y prelados. Y en dicha finca, a pesar de su estado de agotamiento, suscribió el 11 de diciembre la concordia con su yerno el rey de Inglaterra en presencia

del obispo de Cosenza, Juan Rufo y Nicer Galeazos, nuncios del pontífice, don Bernardo de Rojas, marqués de Denia y don Fernan­ do de Toledo, comendador mayor de León. También en la mencio­ nada residencia señorial recibió al embajador del príncipe don Car­ los, el célebre deán de Lovaina, Adriano de Utrech, y firmó con su nieto un definitivo acuerdo de unión y perfecta armonía. E l de Utrech venía con plenos poderes para hacerse cargo de la regencia del Reino en el caso de que don Fernando falleciese; y aunque di­ simulaba su ambición y cometido, no pasó desapercibida su intención y conducta tortuosa. Desde la Abadía, decidido ya el insigne soberano a marchar a Trujillo para llegar hasta Guadalupe y pedir a la Santísima Virgen que levantara su espíritu y aliviara las dolencias de su cuerpo, re­ gresó nuevamente a Plasencia; y estando en esta ciudad recibió la funesta noticia del fallecimiento del Gran Capitán, Gonzalo de Cór­ doba, que había cubierto de gloria las armas españolas. No quiso detenerse ni una fecha más, y el día 15 salió de Plasen­ cia y fué llevado en andas y con gran fatiga a Jaraicejo, a través del puente del Cardenal. Entre tanto, su nieto don Fernando seguía hacia Guadalupe acom­ pañado del deán de Lovaina. Desde Jaraicejo reanuda su jornada la comitiva regia en direc­ ción a Madrigalejo; pero al llegar a la Cruz de los Barreros, en una casa rústica llamada de Santa María, cerca de dicho lugar, hay que detenerse porque el rey se ha agravado de manera alarmante. Al enterarse de este contratiempo el deán, regresó apresurada­ mente, deseando estar al lado del monarca a la hora de su muerte; y al saber que aún vive, intenta hablar con él; pero don Fernando, indignado, se negó a recibirlo y dijo a sus criados; «No viene sino a ver si me muero. Decidle que se vaya»; y ordena que vuelva a Gua­ dalupe, a donde irá él en seguida para reunirse con los caballeros de Calatrava. Y mientras, don Fernando se debilita cada vez más. La hidro­ pesía lo estrechaba para ahogarle, hasta que, finalmente, el día 23 de enero de 1517, entrega su alma al Todopoderoso, a las dos de la ma­ drugada del día de San Ildefonso, después de haber otorgado testa­ mento y recibido el Santísimo y la Santa Unción. Desde muchos horas antes, en la iglesia de Madrigalejo no cesa­ ban las preces de los frailes jerónimos; pero la Parca se llevó al Gran Rey, encontrándolo ya vestido con el humilde hábito de la Orden de Santo Domingo (13).

(13) G. V e l o y N i e t o : Artículo publicado en la revista de ferias Plasencia, correspondiente al año 1950.

En 1544 res endenciero y f abía hecho me más codiciadas sobremanera a creyera el per. permitía mirar entonces. Y cuentan le monjes jerónime mienda de res< de comunidad; recorrido deteni el tiempo y ct urbe— visitar la Firmes en si aproximarse a 1 cipal, salió a su de gran señor, concedido por de bravucón y respetuoso con iglesia; y al teñe en cólera, soltó blante descomp cabuz. ¡Cuerpo yanse a sus mon¡ Ante tan ine religiosos, confi llenos de espant se retiraron en ¡ pararse a hacer didos por el ce obligado a com¡ cipal y represent Poco tiempo influyó de man los designios d< fray Juan de J < hijos de San Jer de Yuste. Y fué i del castillo de un preso para c lancia sobre el i niñeada; pero q del encierro, y

E

azos, nuncios del lia y don Fernanién en la mencioDríncipe don Carh, y firmó con su . armonía. El de go de la regencia ese; y aunque diibida su intención serano a marchar Santísima Virgen de su cuerpo, re­ ciudad recibió la Gonzalo de Córiolas. .5 salió de Plasen[araicejo, a través Guadalupe acom’a regia en direclos Barreros, en ? dicho lugar, hay lanera alarmante, gresó apresuradaora de su muerte; ■ro don Fernando, «No viene sino a jue vuelva a Guacon los caballeros “z más. La hidroíente, el día 23 de las dos de la ma•er otorgado testatdrigalejo no cesaParca se llevó al lilde hábito de la

a de ferias Plasencia,

En 1544 residía en Plasencia, lugar de su naturaleza, un tipo pendenciero y fantasioso llamado Juan de Jerez, a quien la Corona había hecho merced de la alcaldía de la fortaleza, prebenda de las más codiciadas en aquellos tiempos, y cuya posesión contribuyó sobremanera a que el bravo y altanero caballerete mencionado se creyera el personajillo más influyente y representativo, que se permitía mirar por encima del hombro a todos los placentinos de entonces. Y cuentan las crónicas que, cierto día, llegaron a Plasencia dos monjes jerónimos, procedentes del cenobio de Yuste, con la enco­ mienda de resolver asuntos particulares relativos a los intereses de comunidad; y que una vez hubieron dado fin a sus gestiones y recorrido detenidamente la población, decidieron —para aprovechar el tiempo y conocer las bellezas arquitectónicas de la suntuosa urbe— visitar la fortaleza. Firmes en su propósito, se encaminaron hacia el castillo, y al aproximarse a la explanada que se extiende ante la puerta prin­ cipal, salió a su encuentro el fanfarrón y poseído alcaide, con ínfulas de gran señor, alardeando de su privilegiado cargo que le habían concedido por su valor personal indiscutible y su retadora facha de bravucón y pendenciero, sin reparar en su trato soez y poco respetuoso con todo lo referente a los problemas y asuntos de la iglesia; y al tener conocimiento de la pretensión de los frailes, montó en cólera, soltó varios tacos, y, con ademán amenazador y el sem­ blante descompuesto, vociferó: «Mozo, mozo..., echa acá un ar­ cabuz. ¡Cuerpo de Dios con los frailes! ¿Fortalezas queréis? ¡Vá­ yanse a sus monasterios!» Ante tan inesperada salida y tal sarta de exabruptos, los pobres religiosos, confusos y ruborizados, inclinaron sumisos la cabeza, llenos de espanto por el recibimiento brutal de aquel energúmeno, y se retiraron en silencio, regresando seguidamente a su convento sin pararse a hacer comentarios, debido a su estado de ánimo, sorpren­ didos por el comportamiento del altanero alcaide a quien creían obligado a comportarse correctamente por razón del cargo tan prin­ cipal y representativo que ostentaba. Poco tiempo después aconteció un curioso episodio cuyo resultado influyó de manera decisiva en la vida y porvenir del que, según los designios de la Providencia, estaba llamado a ser y llamarse fray Juan de Jerez, lego, varón virtuosísimo y ejemplar entre los hij os de San Jerónimo que hicieron vida en común en el monasterio de Yuste. Y fué el caso que, estando aún Jerez al frente de la alcaldía del castillo de Plasencia, el famoso alcalde Ronquillo le entregó un preso para que lo custodiara, recomendándole extremar la vigi­ lancia sobre el recluso por tratarse de persona peligrosa y muy sig­ nificada; pero quisieron los hados que el detenido consiguiera huir del encierro, y tal hecho motivó el temor consiguiente a que se

exigiera responsabilidad al alcaide Jerez, encargado de la guarda de la fortaleza. Temiendo, pues, las consecuencias de la fuga del preso, se vino abajo toda la arrogancia y presunción del, en otro tiempo, soldado valeroso y esforzado, y, lleno de miedo, abandonó su puesto y huyó a refugiarse entre los muros de Yuste, donde precisamente, según hemos indicado, hacían vida conventual aquellos dos pobrecitos monjes a quienes trató de manera tan desconsiderada, cuando, es­ tando en Plasencia, pretendieron visitar la fortaleza; y sorprendidos porque el arrogante prohombre reclamaba hospitalidad y protec­ ción para su persona, surgieron los consiguientes comentarios; mas los jerónimos lo recibieron al fin complacidos, y, sin pasar mucho tiempo, tomó el hábito, haciéndolo de manera tan fervorosa y es­ pontánea, que edificó a todos los componentes de la comunidad al pronunciar estas palabras: «Que no quería servir en el convento sino como un esclavo, y de lo que servía un hermano lego». Desde el primer día en que pasó a formar parte de la comuni­ dad, dió pruebas inequívocas de sincero arrepentimiento y de su gran disposición y dedicación a la vida religiosa, comportándose siempre como un auténtico y fervoroso penitente, practicando la caridad y todas las virtudes, y confundiendo a sus compañeros con sus actos de humildad. En distintas ocasiones hizo constar «que tenía más miedo cuando iba al capítulo, que jamás había tenido viéndose frente a frente con las escuadras y ejércitos franceses». El lego fray Juan de Jerez, terror en otros tiempos de amigos y enemigos, vivió solamente dos años desde su reclusión en Yuste, pues entregó su alma al Señor en 1546; e insisten los cronistas en que pasó los últimos años de su vida tranquilo, y murió santa­ mente (14).

(14) turias.

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Narración que nos facilita M a t ía s G i l en la p á g . 166 de sus Cen­

J-tU G A R D E E M P L A Z

Algunas ram dirección suroesl a formaciones n lebradas Villuen desprenden de izquierda del ca ricos y legendari fragüe. Desde el el mencionado ] surgir diversos ; dilla, Mirabel v de los Castaños, y el Portezuelo, e Es la de Poi estratégico de si rretera que va c trazado con la d mulus (Alconetaj sin par Miróbrij

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g . 1 6 6 d e sus

Cen-

E L CASTILLO DE PORTEZUELO I L u g a r d e e m p l a z a m ie n t o .

Algunas ramificaciones de la cordillera Oretana, al avanzar en dirección suroeste y penetrar en la provincia de Cáceres, dan lugar a formaciones montañosas de bastante consideración, como las ce­ lebradas Villuercas junto a Guadalupe y otras estribaciones que se desprenden de éstas y se continúan y orientan hacia la margen izquierda del caudaloso Tajo, coronando sus eminencias con histó­ ricos y legendarios castillos, como los de Cabañas, Miravete y Montfragüe. Desde el lado derecho del profundo cauce por donde discurre el mencionado río, al bañar tierras de las Corchuelas, vuelven a surgir diversos accidentes orográficos que culminan en la Serradilla, Mirabel y Santa Marina, hasta alcanzar el pintoresco puerto de los Castaños, donde comienzan a su vez las sierras del Pedroso y el Portezuelo, enfiladas al oeste, hacia Portugal. Es la de Portezuelo curiosa e interesante por demás, dado lo estratégico de su emplazamiento. Junto a su base serpentea la ca­ rretera que va desde Ciudad Rodrigo a Cáceres, confundiendo su trazado con la maltrecha calzada romana que se separaba en Túrmulus (Alconetar) de la histórica Vía de la Plata, y se dirigía a la sin par Miróbriga (Ciudad Rodrigo), cruzando Cauria (Coria), la

bien cercada (1), y la acogedora Cattóbriga (Gata) (2), que asienta sobre frondosa ladera de la Carpetovetónica, y que fué muy principal bajo el dominio de los vetones, aguerridos milites de la invicta Lusitania. Este camino romano ciñe en parte la empinada sierra de Porte­ zuelo a través de angosta cañada, que recibió desde siempre el nombre de el Portillo. Fué de gran utilidad durante la dominación sarracena y en los tiempos que siguieron a la Reconquista, por ser paso obligado para bajar desde la meseta a la comarca más meri­ dional de la Transierra leonesa; porque, efectivamente, la mencio­ nada vía, llamada en las crónicas del medievo Calzada de la Dalmacia (qui dicitur Dalmazay) (3), era la senda utilizada por los reyes de León en sus incursiones para reconquistar las plazas de Medina Cauria, Al-kantara y Al-cáceres, y más tarde para enlazar las tierras leonesas con la imponente fortaleza reedificada por los Templarios junto a la vieja Túrmulus, cuyas ruinas evocadoras se alzan sobre un cerrillo en la ribera derecha del Pater Tagus, junto al puente de Alconétar, en uno de los escasos sitios favorables para cruzar el escabroso y difícil río en la provincia de Cáceres. La mencionada cañada o desfiladero era la más a propósito para cerrar el paso al valle del Tajo, y la mente sarracena concibió el feliz acierto de erigir una fortaleza sobre los picachos flanquean­ tes de la sierra del Portezuelo. Y no es posible dudar que este castillo fué edificado por los hijos del profeta, porque así lo atestiguan los materiales y dispo­ sición de su fábrica, como veremos después. Lo que resulta más difícil es precisar la época de su erección, debiéndose admitir como buena los comienzos del siglo x, cuando los berberiscos se enseño­ reaban de toda la comarca y construyeron de nueva planta o reedi­ ficaron los viejos castillos y atalayas que cubrían los flancos de la calzada romana: Alconétar, Portezuelo, Coria, Milana (4), Santibáñez y Almenara, por no citar más que algunos de los que conservan todavía enhiestos muros y torres; además de los diversos torreones y torrecillas enclavados entre aquellos baluartes, que permitían co­ municar entre sí por medio de fogatas u otros procedimientos conve­ nidos y conducentes a idéntico propósito. (1) «De las grandes rutas, cada una tenía su carácter. En su mayoría eran las hispanorromanas, salvo pequeñas derivaciones. De Salamanca partía L a Colimbriana, la cual, pasando por Ciudad Rodrigo, se dirigía a Coimbra. De Ciudad Rodrigo salía otra, L a Dalmacia, que llegaba a Coria y se unía a la de L a Guinea, en Alconétar», escribe J. G o n z á l e z en la pág. 291 de su Alfon­ so IX (Madrid, 1944). (2) Véase la cit. obr. de M a h t ín e z , M . R.: H istoria..., pág. 462. (3) En los privilegios contenidos en las págs. 26 y 27 del Bulario d e la Orden d e Alcántara, se da el nombre de L a Dalmacia a dicha vía. (4) La legendaria Torremilanera que realzaba pujante y recia sobre un pequeño montículo cerca de la confluencia de la ribera de Gata y el río Arrago, junto a Moraleja del Peral (Cáceres).

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No están de acuerdo investigadores y publicistas referente a quiénes fueron los primeros pobladores de aquel lugar o de sus alrededores; pero es un hecho cierto que el término del Portezuelo estuvo habitado en la Edad prehistórica, como lo evidencia la exis­ tencia de algunos dólmenes en sus cercanías y la gruta del período neolítico llamada Cueva de la Columna o Cancho de la Gulera, abier­ ta en el corte tajante de un peñasco, en la parte sur de la actual villa. Consta de dos estancias situadas una encima de otra, que comunican entre sí por una abertura natural, no pudiéndose penetrar en ellas más que por los costados del peñasco. En la parte supe­ rior se puede permanecer sentado, y en ella aparece, bien conser­ vada, una columna de forma singular, tallada posiblemente al hora­ dar la roca, y que sirve de apoyo a la bóveda (5). En Perales de Tajuña hay otra gruta parecida, en la que fueron hallados hachas y algunos otros vestigios del neolítico. Como hecho muy posible, y abandonando el campo de la pre­ historia, podemos hacer constar que fueron los romanos los prime­ ros que afincaron, o deambularon al menos, por aquellos con­ tornos. En sitios próximos a la villa de Portezuelo, dos kilómetros ha­ cia el norte, se encuentran las llamadas Fraguas y F erre rías; son parcelas de terreno cubiertas totalmente de escorias de hierro, y en tal proporción, que al meter la reja del arado no aparecen más que residuos de dicho metal, no se pisa otra cosa en una extensión considerable (6). Este hecho real y la circunstancia de haber apa­ recido algunas monedas romanas durante el año 1851, en aque­ llas cercanías, han hecho surgir la creencia general de que los ro­ manos establecieron allí un campamento para explotar las industrias del hierro y cubrir las necesidades que de este metal pudieran tener las colonias situadas a todo lo largo de la popular e interesante (5) He aquí cómo describe la expresada gruta F r a y F r a n c isc o A r ia s en un ms. que se guarda en la biblioteca de Barrantes del real monasterio-basílica de Guadalupe: «Es una notabilidad natural que se halla a la derecha del Puerto, al mediodía de la población. Tal es levantarse al pie de aquel pro­ montorio de peñascos uno de forma piramidal, que acaso tenga sus 20 varas de altura, al cual sólo se puede subir, aunque con trabajo, por sus dos costados, por ser el frente perpendicular y como cortado a navaja. »En esta columna natural, que así quiero llamarla, hay dos puertas forma­ das por la naturaleza, que dan entrada a dos estancias interiores. En la su­ perior se puede estar sentado, y bien. En medio de ésta hay una columna natural, que parece formada para sostener la bóveda, y una abertura por donde se baja a la inferior, que suele estar llena de agua por las filtraciones.» E l Padre Arias, franciscano exclaustrado, era natural de Portezuelo, y, a instancia de la Comisión de monumentos artísticos e históricos de Badajoz, le remitió unas cuartillas intituladas Apuntes históricos del Portichuelo o Portezuelo, cuyo ori­ ginal es el que se conserva en Guadalupe. (6) M a d o z : D iccionario..., t. X III, pág. 163; y R e a ñ o O suna , en su tra­ bajo sobre el Portezuelo publicado en la Revista d el Centro d e Estudios Extre­ meños, pág. 325, t. V III del año 8 (Badajoz, 1934).

Vía de la Plata y sus ramales secundarios. También pudo existir en dichos sitios alguna de las llamadas población Contributa, que eran conglomerados, sin autonomía ni magistrados, próximos a la verdadera colonia para contribuir a su sostenimiento y progreso. Aunque no aparezcan cimientos ni vestigio alguno de edificacio­ nes, pudo haber allí alguno de los llamados Castra, esto es, antiguos campamentos romanos (que debían asentar necesariamente junto a las principales vías), en los cuales, después de haber sido abando­ nados por la guarnición, residían todavía por mucho tiempo conside­ rable número de vecinos que habían seguido al ejército, y quienes, como en este caso, continuaban después cultivando el campo, ex­ plotando los yacimientos minerales y practicando la forja y demás industrias relacionadas con los mismos. #

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Dejando a un lado las conjeturas por carecer de testimonios au­ ténticos, pasemos a examinar las pruebas fehacientes que se han en­ contrado en la dominación visigoda, para sentar como hecho cierto que familias de este pueblo invasor tomaron carta de naturaleza en las proximidades del actual Portezuelo. Evidencia nuestro aserto el hallazgo casual, en 1907, de varias sepulturas antiguas en la dehesa llamada Valdíos, de que se dió cuenta a la Academia de la Historia (7). Esta institución comisionó a uno de sus miembros, al señor Mélida, para que efectuara la opor­ tuna retrospección de aquella heredad y sus alrededores, y el ilustre académico llegó a precisar, en la denominada Hoja de Santa Ana, la existencia de una ciudad de la época visigoda, por los restos de sillarejos y cantos que recogió, como espadas, brazaletes de bronce, aretes, cadenillas de cobre, fragmentos de pinzas y otros utensilios. El estudio de tales accesorios y la pobreza y tosquedad de los enterramientos encontrados le llevaron a la conclusión de que el poblado perteneció a un período histórico decadente, pues aunque algunas de las tejas halladas eran de los tipos empleados por los romanos, como la seguía (plana) y la umbrex (semicilíndrica), llegó a suponer que estos modelos siguieron fabricándose y utilizándose en los primeros tiempos de la Edad Media, con evidente degenera­ ción de los sistemas romanos. Veinte años después se localizaron en la dehesa del Prado, junto a la de los Valdíos, más restos de viejas construcciones en las que abundaban, asimismo, ladrillos y tejas, aunque enteros y de mayor tamaño que los corrientes. También apareció un sepulcro casi destro­ zado y de iguales características y proporciones a los examinados por el referido arqueólogo. Todo ello se encuentra en el cerro 11a(7) B. d e la R. A. d e t. I , p á g . 2 2 1 (M a d rid , 1 9 2 4 ).

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mada Macadla, donde existían, además, trozos murales de cantería que alcanzaban en algunos sitios la altura de un metro y que pa­ recían pertenecer a un recinto murado de regular extensión. Desde él se desprendía otro largo paredón que se continuaba por la espina dorsal del referido montículo o cerro, y que, a medida que se sepa­ raba del punto de origen, aparecía más derruido, terminando por desaparecer antes de alcanzar el valle (8). La analogía y características comunes de los vestigios hallados en uno y otro sitio y la circunstancia de estar muy próximas las dehesas de los Valdíos y del Prado, induce a pensar que tenía más perímetro de lo que supuso Mélida la población visigoda que inspeccionara; pero también entra dentro de lo posible creer que otros invasores, tal vez los berberiscos, no quisieran o no pudieran habitar lo que había sido residencia de los visigodos y levantaran, aprovechando parte del material de los viejos edificios existentes, una nueva ciudad en el cerro de Macadla, nombre evocador de su origen mahometano. Por creerlo así, ante la existencia de estos restos de construc­ ciones y el examen de los diversos objetos encontrados, nos inclina­ mos a admitir, de acuerdo con Mélida, que el poblado de los Val­ díos perteneció a los visigodos; mas, por el contrario, fueron los in­ quietos guerrilleros de Tarik, mejor aún, sus descendientes, los que alcanzaron el montículo de Macadla y fundaron en él una de las primeras poblaciones de aquella comarca; poblado de escaso número de habitantes posiblemente, y de ahí su corta vida, escasa importan­ cia y nula trascendencia. Lo que antecede nos lleva, como consecuencia lógica, a su­ poner que fueron los habitantes de Macadla los que, al erigir sobre la cima de la sierra próxima la magnífica fortaleza que defendía y cerraba el paso de la vieja calzada en el sitio llamado el Portillo, abandonaron su primitiva residencia y se acomodaron junto al pu­ jante y protector baluarte, dando origen al actual pueblo de Por­ tezuelo. II E stado a c t u a l d e l a f o r t a l e z a .

Como ya se ha indicado, el castillo de Portezuelo se asoma al desfüadero desde la cima del bastión oriental, cuyas laderas son de muy agria pendiente por norte y poniente, estando cubiertas de en­ cinas entre masas rocosas, que continúan hacia oriente formando el espinazo abrupto de la pequeña sierra; la ladera meridional es más suave o, mejor dicho, menos trabajosa para la ascensión. (8)

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R e a ñ o O su n a , p á g . 3 3 0 d e su

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La fortaleza constituye magnífico punto de mira, pues desde su altura pueden otearse a la redonda grandes extensiones de terreno, y mediante señales hechas con humo podía comunicarse con el cas­ tillo de Alconétar e incluso con el bastante lejano de Coria, oculto por varias eminencias intermedias, en las cuales existió, sin duda, al­ guna atalaya o torre de vigía sirviendo de enlace, como, por ejem­ plo, en Torrejoncillo, cuyo pueblo tiene un nombre muy significativo, si no fuera bastante el adecuado emplazamiento del mismo. Como ya se ha hecho constar, sirven de cimientos al castillo de Portezuelo altas y ariscas rocas de pizarra, que ya le procuran una fortaleza natural enorme, hasta el punto de no ser en él necesario recintos exteriores de refuerzo, excesivo espesor de muros ni poten­ tes torreones esquineros. Esta casi inexpugnabilidad natural explica en parte la sencillez extrema de la fortificación, comprobable en las fotografías y plano que ilustran este capítulo (9). Tiene el castillo de Portezuelo planta irregular por exigencias de emplazamiento; pero cabe identificarla a un paralelogramo alar­ gado de oriente a occidente, con el ángulo noreste achaflanado, os­ tentando en el noroeste un robusto cubo, así como otro más avanza­ do casi al promedio del muro oriental. En su interior medirá la fortaleza poco más de cuarenta metros de longitud por veinticinco escasos de anchura, y entre sus anoma­ lías destaca la de no llevar torreones esquineros conforme era uso corriente en los castillos medievales, e incluso los dos cubos ante­ dichos fueron añadidos tardíamente; la rareza se justifica aquí, en parte, porque esos elementos defensivos no eran precisos en esta for­ taleza roquera de traza muy primitiva. Las paredes no tienen gran espesor, pues si pasan del metro, no llegan al metro y medio. En cambio, son de gran solidez y las forma un ánima de dura argamasa revestida intus et extra con buena mampostería, denotándose que fueron hechas a la manera de ta­ pial, formándose en todo el contorno longadas o anchas bandas ho­ rizontales superpuestas. Venimos refiriéndonos al castillo primitivo o recinto principal, cuyos muros carecen de saeteras y otros huecos de luces, salvo contadísimos, abiertos tiempo adelante en la parte alta de la mitad oriental, donde casi por completo faltan las almenas, subsistentes, en cambio, coronando el lienzo norte y el esquinazo noroeste, siendo prismático-cuadrangulares con remates piramidales. El murallón del sur, partiendo de oriente, sigue recto hacia oc­ cidente, hasta la mitad del camino poco más o menos; pero llegando aquí, se adelanta en ángulo muy abierto, dando la sensación de que con ello quisiera disponerse un violento recodo con la pared prove­ niente de la otra esquina, para alojar la puerta de entrada, que, de (9) Este plano nos lo ha facilitado nuestro buen amigo el ilustre cronista alcarreño Layna Serrano.

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tal modo, quedaba semioculta y mejor defendida. Esto sólo cabe suponerlo con muchísimas probabilidades de acierto, porque el resto del murallón se derrumbó y los trozos caídos no permiten compro­ barlo. A este edificio cuadrilongo, que sin torreones de ninguna clase constituyó indudablemente el castillo primitivo, se le añadió tiempo adelante una barbacana que lo contornea y forma un recinto exte­ rior para refuerzo defensivo, y cuyo camino o paso de ronda es es­ trechísimo por norte y poniente, hasta el punto de que el peñasco lo interrumpe en la esquina suroeste. Los muros de esta barbacana, en gran parte desmochados, son fuertes y perdieron las almenas, y el que corre por el lado oriental y forma un brusco recodo al terminar, recodo que aloja la puerta de entrada, a la que se llega por una rampa cuya existencia hace pensar que el acceso a la fortaleza era por la cuesta meridional, más suave, si bien infunde dudas la existencia de una ancha cor­ tadura, a manera de foso abierto a pico, cortando el espinazo como si se quisiera facilitar la entrada desde la cuesta del norte. La puerta de este recinto exterior no es de piedra, a pesar de haber tanta, sino de ladrillo rojo; la constituye un arco ojival, cuyas jambas están muy melladas, y tras el que hay otro, también de la­ drillo, bastante más alto que el exterior y algo más ancho, para alojar cómodamente el viejo portón de tableros de encina, con sus trancas de refuerzo. Pasada la puerta, queda un patinillo largo que se estrecha progresivamente y conducía hasta la entrada de la fortaleza, completando así el recinto exterior. Mencionamos dos torreones, que parece son obra posterior al castillo primitivo, añadimos a fin de favorecer la defensa del flanco mediante esas obras saledizas; que sólo fueron construidos con tal finalidad lo demuestra el ser macizados, según cabe colegir por no tener saeteras, huecos de luces ni entrada advertible, ya que no puede subirse hoy hasta su plataforma; que son un añadido, se ad­ vierte además porque el del ángulo noroeste abraza el esquinazo de la primitiva construcción sin suprimirlo, conforme puede verse desde el interior, y porque examinándolos cuidadosamente se ve que no encajan en el muro, sino que están adosados. El interior de la fortaleza ofrece triste aspecto de desolación y ruina, hasta el punto de no ser posible juzgar sobre el número, ta­ maño y disposición de sus estancias. Entre montones de escombros afloran escasos y discc " 1 lo que se puede mucho detenidiscernir recorriendo miento cuantos indicios puedan guiarnos. Desde luego, puede afir­ marse que el castillo de Portezuelo constaba interiormente de dos partes casi iguales, divididas por un muro de separación que, al aproximarse al septentrional, deja estrecho pasillo todo a lo largo del mismo. La mitad izquierda constituye un patio de armas, en 476

isto sólo cabe jorque el resto miten comproninguna clase añadió tiempo n recinto exte­ le ronda es esjue el peñasco mochados, son ?1 lado oriental aloja la puerta existencia hace sta meridional, una ancha corespinazo como norte. Ira, a pesar de co ojival, cuyas también de laás ancho, para encina, con sus patinillo largo i entrada de la >ra posterior al rensa del flanco rtruidos con tal colegir por no ble, ya que no añadido, se adel esquinazo de ede verse desde ; se ve que no de desolación y ; el número, ta­ is de escombros lo que se puede mucho deteniego, puede afirormente de dos laración que, al todo a lo largo o de armas, en

el que subsiste íntegro un gran aljibe con dos lucernas o brocales que hacen pensar en dos compartimientos; pero al asomarse por una de ellas se ve la luz que penetra a través de la otra, y de ahí que se piense razonablemente en un sólo depósito de agua pluvial, cu­ bierto por bóveda probablemente de medio cañón. En esta parte del castillo no se ven restos de sus dependencias y sí el detalle curioso de que, sobre los muros del ángulo suroeste —también con pos­ terioridad a la erección del castillo— construyeron un casquete de bóveda apoyada en un arco de medio punto, de ladrillos, que corta dicho ángulo. Opinamos que, al mejorar la fortificación con las dos torres cilindricas mencionadas, como por culpa de los peñones casi tajados, no fué posible construir otra de refuerzo en esa esquina, a fin de dotarla de una plataforma desde la cual un grupo de de­ fensores atacara con proyectiles de mano (simples piedras allí alma­ cenadas) a los atacantes, se resolvió el problema de esta manera. En la mitad oriental del castillo puede afirmarse que estuvieron las habitaciones destinadas a la guarnición y a los señores, pues existen restos de varios muros divisorios paralelos, entre dos de los cuales parece adivinarse que hubo una escalera conducente al piso superior. Que las estancias estaban ordenadas en dos pisos, lo de­ muestra el hecho de verse a adecuada altura las hiladas de agujeros para enjarjar el maderamen, y que en el muro del norte queda una ventana provista de los típicos bancos laterales y otra semejante en el muro meridional; sin duda, correspondían a dos habitaciones de respeto. Y también debemos consignar que hacia la esquina suroriental quedan restos de otra habitación, así como también sobre el to­ rreón de la esquina noroeste sobresalen del desaparecido almenaje otros restos de una habitación provista de ventanas y alzada sobre el ángulo de la construcción primitiva. En la parte del castillo destinada antiguamente a vivienda, el es­ pesor de la capa de escombros es mucho mayor que en el patio de armas; hacia el centro de la misma debía de haber un patinillo, y probablemente otro aljibe o estancias subterráneas, pues esto hace pensar en una bóveda advertible en el suelo y quizá perforada por algún buscador de imaginarios tesoros, que no prosiguió la tarea al ver que los cascotes rellenaban el hueco. Después de describir con el máximo detalle posible cuanto resta del castillo de Portezuelo, antes de facilitar al lector algunas noti­ cias históricas, nos parece conveniente ponerle de manifiesto las con­ clusiones que pueden establecerse, tras examinar con detenimiento esta fortaleza y reflexionar acerca de sus características y anomalías. Lo haremos con brevedad. Admitido que existía este castillo antes de la Reconquista, ese detalle contribuye a sentar como definitiva la impresión de que esta fortaleza, en su parte primitiva, esto es, sin torres ni recintos exte­ riores, es la misma construida por los árabes conforme al tipo de 477

alcazaba, o sea un recinto fortificado gracias a poderosos muros de cerramiento coronados de almenas, y dentro de los cuales se agruparon, en torno a un patio central, los sencillos tinglados para alojar caballerías, los bastimentos y la guarnición. El acceso, difícil por la agria cuesta, y el emplazamiento del castillo sobre grandes masas de roca que impedían acercarse para batir los muros y socabar sus cimientos, hacían innecesarias las torres saledizas para defensa del flanco, o la barbacana exterior para conte­ ner al asaltante. En las alcazabas morunas no había torre de Home­ naje como vivienda señorial, y por eso no se echa de menos en esta construcción primitiva; pero pasó el tiempo, se reconquistó definitiva­ mente la región, Portezuelo fué confiado, como otros muchos cas­ tillos extremeños, a la Orden militar de Alcántara; la poliorcética y la castramentación adelantaron en interminable pugna que continúa en nuestros tiempos, y los caballeros del instituto militar citado creye­ ron conveniente mejorar el castillo de Portezuelo, erigido en cabeza de encomienda con extensa jurisdicción, atendiendo no sólo a pro­ curarle más poderosas defensas, sino también a que tuviera mejores condiciones de habitabilidad; y fué seguramente ya en el siglo xm, como se colige de las construcciones sobreañadidas y especialmente de la puerta del recinto exterior, cuando se hiz éste con su barbacana contorneando la obra primitiva, aunque en muchos sitios sólo pudo disponerse de estrechísimo camino de ronda; cuando se reforzó la esquina noroeste forrándola con un torreón cilindrico macizo provis­ to de su terraza almenada para mejor defensa de flanco; cuando se resolvió el problema de la otra esquina inmediata mediante una bó­ veda, y, finalmente, cuando fué alzado en el extremo oriental, de mo­ do que dominara el foso o camino cubierto, abierto en el peñasco atravesando la cresta del cerro, otro torreón saledizo, según todas las probabilidades, amacizado con hormigón; lo extraño es que no lo edi­ ficaran con las características propias de la torre señorial llamada del Homenaje, y que no falta en ninguna de las fortalezas cristianas medievales. También en esta época debió de construirse el aljibe que queda en el patio de armas y distribuirse en habitaciones la mitad oriental del fuerte, pues en ella se advierten algunas obras parciales posteriores, quizá de cuando el castillo de Portezuelo ha­ bía perdido ya toda su importancia militar (10). (10) He aquí, en síntesis, la descripción de este castillo, hecha el 25 de julio de 1784, cuando era comendador del mismo don Luis de Urbina, caba­ llero de Alcántara, teniente general de los Ejércitos y fiscal mayor del Supremo Consejo de Guerra: «Está en la eminencia de la sierra a la embocadura del Portezuelo y su Puerto, mirando al Mediodía, es obra muy antigua y sólo se mantienen sus paredes principales, por todas las cuatro bandas de piedra de gorrón y tapia de cal muy altas, y una torre, la mitad fabricada a modo de cubo, y lo restante a cuatro esquinas de cantería, con su ventana, que uno y otro miran al norte, hacia cuya parte tienen dichas paredes dos boquerones, y por la del mediodía otro, y los cimientos defalcados, con la continuación del

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III N o t ic ia s h is t ó r ic a s .

Aunque no es mucha la importancia histórica de esta fortaleza, no dejaron de acaecer junto a sus muros episodios de singular in­ terés, directamente relacionados con diversos acontecimientos bélicos y de toda índole en la comarca, tanto en tiempos de moros como a partir de la Reconquista, por ser Portezuelo, según ya se ha dicho, cabeza de una de las más ricas encomiendas de la Orden de Alcán­ tara (11), cuya congregación restauró los medio derruidos paredones del viejo baluarte y lo acondicionó debidamente con propósitos y fi­ nes utilitarios, dado lo estratégico de su emplazamiento. A mediados del siglo ix, cuando estaba al frente de los destinos del pueblo en la provincia de Al-Kasser Ibn abu danés, incluida en los territorios del Garb, el rebelde y simpático guerrillero emeritense Aben Merwan, llamado el Gallego porque había concertado un pacto de alianza con el rey cristiano Alfonso III, cada una de las diversas coras que caían bajo su jurisdicción estaba regida por un gobernador o reyezuelo que disfrutaba de cierta autonomía, sin ape­ nas dependencia ni relación con el referido caudillo, ni mucho me­ nos con el califa de turno en Córdoba, cuyo trono vacilaba a medida que se extendía la anarquía en su territorio. Ya por entonces las comarcas de Toledo, Aragón, Granada y Málaga, se habían independizado del califato, acaudilladas por va­ lientes y decididos españoles insurrectos, y nada tenía de extraño, por consiguiente, que las inquietas tribus berberiscas que ocupaban las comarcas de Coria, Cáceres, Alcántara, Trujillo y Medellín, apro­ vecharan el anormal estado de cosas y procuraran arreglarse por sí solas; aunque no se conservan testimonios de quiénes fueran sus go­ bernantes; únicamente sabemos que en el año 860 era caudillo su­ premo de Coria, a cuya jurisdicción pertenecía Portezuelo, cierto per­ sonaje que recibía el título de rey, llamado Zeth (12). Aprovechando este período de confusión y revueltas, don Alfonmucho tiempo y las aguas, todo lo interior del castillo-fortaleza está destechado, desmantelado e inhabitable, y sus cisternas enteramente confundidas, como otras muchas obras que hoy no se conocen y sirven para refugio de ganado, ni se encuentra ya en él armamento alguno, de modo que sólo permanece para memoria». A. H. N.: Encom iendas d e Alcántara, sig. 5749. (11) Era cabeza de encom ienda de la Orden de Alcántara y servía en la guerra con cuatro lanzas. Entre sus comendadores figura don Gutierre de Sotomayor, que fue maestre de Alcántara, y don Gutierre de Solís, conde de Coria. En esta importante fortaleza celebró capítulo el 17 de enero de 1486, el último maestre, don Juan de Zúñiga; lo que hace suponer que en la indicada fecha se encontraba en buen estado de conservación. (12) Véase el Cronicón de S e b a s t i á n S a l m a n t i c e n s e , inserto en la España Sagrada del P. F l ó b e z .

so III bajó de la tándola con estre Portezuelo acudió esfuerzo a que lo más hacia el sur. tregándose al saqi la tribu berberisca tre Trujillo, Medel La fase final refieren las crónic bélico de que tei* tantes de Portezue Al morir Muh« pleta insurrección mondir y Abdalá a los rebeldes v t íes ambicional ían levantado nic, al frente de la jillo, y Aben Tala riscos de la tribu de la parte septent su dominio las pl como Alconétar, A No conocemos Ordoño II realizó to encontraba a su comarca de Mérid ce la crónica; perc demás que jalonal sitable para las h quebranto al pret< del ejército leonei Portezuelo a pode 997, cuando el aguí te de Alconétar y a renegados, berberí; taba bajo el domii actual provincia ca

a

(13) Página 71 di donde hace un trasladi (14) A b e n a y a x , p (15) D o z y , R a n d Calpe, t. III, pág. 205

480 31

? esta fortaleza, de singular inimientos bélicos s moros como a va se ha dicho, jrden de Aleánuídos paredones propósitos y fi0. de los destinos danés, incluida uerrillero emeriabía concertado [I, cada una de ía regida por un jnomía, sin ape1, ni mucho me­ diaba a medida *ón, Granada y dilladas por va?nía de extraño, 5 que ocupaban Medellín, aproirreglarse por sí s fueran sus goera caudillo sú­ melo, cierto per?ltas, don Alfonza está destechado, confundidas, como ugio de ganado, ni lo permanece para tara y servía en la i Gutierre de Sotois, conde de Coria, enero de 1486, el que en la indicada iserto en la España

so III bajó de la meseta, el año 877, cayó en alud sobre Coria, suje­ tándola con estrecho cerco. Entonces la guarnición del castillo de Portezuelo acudió en auxilio de los sitiados y contribuyó con su esfuerzo a que los cristianos desistieran de su empeño y avanzaran más hacia el sur, cruzando el Tajo por el puente de Alconétar y en­ tregándose al saqueo y depredación de los castillos pertenecientes a la tribu berberisca de Nafza, que ocupaba la zona comprendida en­ tre Trujillo, Medellín y Logrosán. La fase final de esta campaña acontecía en el año 881, según refieren las crónicas (13), siendo el cerco de Coria el primer episodio bélico de que tenemos noticia relacionado con la guarnición y habi­ tantes de Portezuelo. Al morir Muhamad el año 886, casi todo el país estaba en com­ pleta insurrección contra el califato de Córdoba. Sus sucesores Almondir y Abdalá se esforzaron en sostener el cetro y hacer frente a los rebeldes y descontentos; pero todo inútil, porque los valíes y jeques ambicionaban mucho y eran ya varios los cabecillas que se hab ían levantado y declarado independientes, como los Beni-Farenic, al frente de la mencionada tribu de Nafza en la comarca de Tru­ jillo, y Aben Takit, que entró en Mérida peleando con los berbe­ riscos de la tribu de Ketama y terminó declarándose dueño v señor de la parte septentrional de la provincia de Al-Kassar, poniendo bajo su dominio las plazas fuertes y castillos enclavados en la misma, como Alconétar, Alcántara, Portezuelo, Coria, Santibáñez y otros (14). No conocemos las vicisitudes de Portezuelo cuando, el año 914, Ordoño II realizó una incursión por tierra de moros arrasando cuan­ to encontraba a su paso. En esta ocasión recibió el más duro azote la comarca de Mérida: totam provintiam horrifero ímpetu vastaret, di­ ce la crónica; pero nos inclinamos a suponer que dicho fuerte y los demás que jalonaban la calzada de la Dalmacia, único paso tran­ sitable para las huestes del rey Ordoño, debieron de sufrir duro quebranto al pretender impedir, o entorpecer al menos, la marcha del ejército leonés. En dicha expedición guerrera debió de pasar Portezuelo a poder de los cristianos, porque en el mes de julio del 997, cuando el aguerrido caudillo sarraceno, Almanzor, cruzó el puen­ te de Alconétar y a través de Coria (15) avanzó con jarea de valientes, renegados, berberiscos y muslines, hasta Santiago de Compostela, es­ taba bajo el dominio de la corona de León toda la parte norte de la actual provincia cacereña.

(1 3 ) Página 71 de la cit. obr. de M a r t í n e z , M . R ., y la nota de la pág. 72, donde hace un traslado del Chron. Albedense. (14) A b e n a y a n , págs. 18 y 99, según M a r t í n e z , pág. 74, nota núm. 1. (15) D o z y , R a n ie r o : Historia d e ¡os musulmanes en España, ed. EspasaCalpe, t. III, pág. 205 (Madrid, 1941).

A mediados del siglo x i i , exactamente cuando finalizaba el año 1166, Femando II de León se dirigió con sus mesnadas hacia la plaza de Alcántara, y apareció ante sus murallas en los primeros días del siguiente mes de enero. Alcántara era por entonces «el presidio de mayor importancia que tenían los Moros en el Reyno de León». Al llegar el monarca leonés «asedióla, hallóla poco abas­ tecida, y falta de gente y bastimentos, y quiso el Cielo que a pocos asaltos se le rindiera...». Al regresar de esta triunfal y gloriosa expedición, el ínclito don Fernando se apoderó de cuantas fortalezas encontraba a su paso, y se le dieron a partido Portezuelo, Alconetar y la Cabeza de Es­ parragal, que se apresuró a entregar al maestre de la Orden del Temple por el decidido y eficaz apoyo que sus milites le prestaron en aquella ocasión. No estuvo mucho tiempo el castillo de Portezuelo en poder de los cristianos, pues en 1196 el emir almohade Abu Jacob, triunfante en Alarcos, en una fácil correría que realizó por las riberas del Tajo, sin resistencia, se apoderó de buen número de lugares forti­ ficados, entre ellos Portezuelo. El mencionado caudillo musulmán paseó victorioso toda la comarca y llegó hasta las puertas de Toledo; mas como su único propósito era el saqueo, aprovechando la bajo moral de los vencidos regresó a Andalucía cargado de abundante botín, después de haber dejado imborrables huellas de sus zarpazos. En 1212, el rey Alfonso IX se propuso incorporar a sus Estados la amplia zona de la Transierra, que en realidad era tierra de nadie, ya que los mahometanos ocupaban únicamente algunos pun­ tos aislados; concentró fuerzas en los alrededores de Zamora, em­ prendió la ruta que siguiera su padre en 1166, y arrebató a los in­ fieles, ya de manera defintiva, la codiciada y pujante fortaleza de Alcántara. En esta expedición hubo que destruir algunos focos de resistencia que halló a su paso, para no dejar padrastros a su retaguardia, y fué la guarnición de el Portillo (Portezuelo), la que se defendió con más tenacidad, hasta el extremo de que, viendo el rey de León que los defensores no se entregaban a pesar de te­ nerlos apurados con estrecho cerco, dispuso arreciaran los ataques, dando por resultado la reconquista de la fortaleza y la captura de 200 moros, los más fanáticos y valientes. Es posible que entonces quedara muy maltrecho el referido ba­ luarte, porque los muros que aún se conservan denotan, como ya se ha dicho, estar restañados en épocas posteriores. Insistimos una vez más en que debieron ser los maestres de la Orden de Alcántara los que procedieron después a su reconstruc­ ción y acondicionamiento, pues fue a los militantes de este instituto a quienes lo donó en aquella ocasión el rey Alfonso por sus mé­ ritos y ayuda eficaz en la reconquista de Alcántara, con evidente 482

perjuicio de los sivos y hasta la en varias ocasú lenta con troven sión de dicho t meros alegaban donación espont en páginas antei A partir de mienda floreeiei diendo con las comendadores 1í la, ya que el ti más apetecidos ¡ tro de la Orden. Cuando Alfc de Lara, y el m llero aliado suv llano-leonés ordi freires y las mi lio, Coria y dei de la capital di la encomienda i zas con que teñí; También los Juan I de Port de merodear po apareció ante Ioí derarse de ella: muros y la heroi Es mucha 1j zuelo y mucho ¡ la Mesa maestra de ella; mas po trabajo ocupamc curso de los tien dores de más re Gonzalo Roe den del Temple. Rodrigo Gut instituto, de la de Santiago, Cali (16) En la páj t. II de la Crónica
rar a sus Estados lad era tierra de ente algunos pun; de Zamora, emarrebató a los injante fortaleza de Liir algunos focos ir padrastros a su ’ortezuelo), la que o de que, viendo >an a pesar de te­ diaran los ataques, leza y la captura

perjuicio de los Templarios, sus antiguos poseedores. En años suce­ sivos y hasta la supresión de la Orden del Temple en 1310, se suscitó en varias ocasiones entre los freires templarios y uicantarinos vio­ lenta controversia, que degeneró en ruidoso pleito, sobre la pose­ sión de dicho castillo y otros varios de la región, porque los pri­ meros alegaban su mejor derecho, ser auténticos propietarios por donación espontánea del rey don Fernando, según hemos consignado en páginas anteriores. A partir de entonces, esta vieja fortaleza, casa matriz de enco­ mienda floreciente y codiciada, alcanzó su máximo esplendor coinci­ diendo con las centurias decimoquinta y decimosexta. Prestigiosos comendadores la usufructuaron y se mostraron orgullosos de poseer­ la, ya que el título de comendador de Portezuelo era uno de los más apetecidos galardones, una de las más saneadas prebendas den­ tro de la Orden. Cuando Alfonso XI cercó en Lerma al magnate Juan Núñez de Lara, y el monarca portugués, en represalia por ser dicho caba­ llero aliado suyo, puso sitio a la ciudad de Badajoz, el rey castellano-leonés ordenó a Rui Pérez, maestre de Alcántara, que con sus freires y las milicias de los concejos de Cáceres, Plasencia, Truji­ llo, Coria y demás lugares de su jurisdicción, acudiera en socorro de la capital de la Baja Extremadura. En esta campaña cooperó la encomienda de Portezuelo con 10 hombres, además de las lan­ zas con que tenía obligación servir al rey. También los de Portezuelo prestaron auxilio a Coria cuando Juan I de Portugal penetró en tierras de Salamanca, y, después de merodear por los alrededores del castillo de Santibáñez el Alto, apareció ante los arrabales de la ciudad cauriense pretendiendo apo­ derarse de ella; pero fracasó en su intento por lo recio de sus muros y la heroica resistencia de sus defensores (16). Es mucha la importancia que tuvo la encomienda de Porte­ zuelo y mucho su valor real, que redundó siempre en provecho de la Mesa maestral y de los caballeros freires que estuvieron al frente de ella; mas por estimar que no encaja totalmente en el presente trabajo ocuparnos de su descripción y desenvolvimiento en el trans­ curso de los tiempos, nos limitamos a citar algunos de sus comenda­ dores de más reputación y prestigio. Entre otros, los siguientes:

•ho el referido banotan, como ya se

Gonzalo Roco, que sirvió de árbitro en los litigios con la Or­ den del Temple.

finalizaba el año lesnadas hacia la en los primeros por entonces «el >ros en el Reyno lallóla poco abasÜielo que a pocos ón, el ínclito don itraba a su paso, la Cabeza de Esde la Orden del ílites le prestaron uelo en poder de Jacob, triunfante >r las riberas del i de lugares fortiaudillo musulmán i las puertas de ieo, aprovechando lucía cargado de rrables huellas de

los maestres de la s a su reconstruc?s de este instituto Eonso por sus métara, con evidente

Rodrigo Gutiérrez, firmante, en 1313, en representación de su instituto, de la Carta de Hermandad entre las Ordenes militares de Santiago, Calatrava y Alcántara. (16) En la pág. 334 del cit. trabajo de R e a ñ o O su n a ; y en la pág. 185, t. II de la Crónica d e don Juan I, de Ferrao Lopes (Oporto, 1949).

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Fernando de Pan toja, hermano del maestre Pedro Alonso de Pantoja. Andrés López del Castillo, poseedor al mismo tiempo de la dignidad de clavero. Gutierre de Sotomayor, quien fué más tarde maestre de dicha Orden. Fernando Carrillo, a quien despojó del cargo el maestre Gómez de Solís, para entregarlo a su hermano don Gutierre, conde de Coria. Gómez Suárez de Moscoso, nombrado definidor en el capítulo general que celebró la Orden en Sevilla, en 1511, bajo la presiden­ cia de frey Nicolás de Ovando y con asistencia del rey. Y, finalmente, el conde de Haro, don Domingo Fernández de Velasco, don Fadrique Enríquez de Guzmán, el marqués del Fres­ no, el marqués de Salas, duque de Montealegre y otros proceres más o menos preclaros; la mayoría de los cuales, sobre todo du­ rante los siglos x v i i y xvm, no se preocuparon más que de recoger las rentas provenientes de los frutos y demás bienes de la dicha encomienda; rentas tan considerables en aquellos tiempos que as­ cendían a 40.000 ducados, de los que 20.000 pasaban directamente al comendador de turno y los restantes a la Mesa maestral. Por ser tan elevados los ingresos que proporcionaba esta pre­ benda alcantarilla, no tuvo inconveniente el emperador Carlos I, en 1541, en desmembrar de ella la villa de Arquillo y entregarla al duque de Osorno, señor de Galisteo, reduciendo así los beneficios en 2.763 maravedíes (17). La cómoda postura de los comendadores en las últimas centurias, que, según hemos dicho, limitaban su gestión al percibo de las ren­ tas y ni siquiera se molestaban en visitar su pródigo feudo, cuya administración encomendaban a hombres más o menos probos y capaces, contribuyó principalmente a que las iglesias, casas fuertes V castillos se arruinaran casi totalmente, y ello con infracción mani­ fiesta de lo preceptuado en las definiciones de la Orden, que seña­ laban taxativamente el ineludible deber de destinar parte de los ingresos al cuidado, conservación y reparación de los inmuebles (17) En la carta de donación dice el emperador que, en compensación y para satisfacer a los de Portezuelo, se le donan «rentas e otras cosas»; y, efec­ tivamente, concedió a dicha villa el privilegio de poder examinar y entregar su correspondiente título a los maestros de cualquier oficio mecánico, pudiéndolo ejercer en todos los pueblos del reino e impidiendo que otros lo ejerzan si no tenía igual autorización». M adoz: D iccionario..., referencia, Portezuelo.

484

Portezuelo.__Otra p
tiempos que asiban directamente i maestral. ■cionaba esta preperador Carlos I, Uo y entregarla al así los beneficios últimas centurias, tercibo de las renxligo feudo, cuya i menos probos y ‘sias, casas fuertes n infracción maniOrden, que señainar parte de los de los inmuebles *, en compensación y otras cosas»; y, efecexaminar y entregar io mecánico, pudiénue otros lo ejerzan erencia, Portezuelo.

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Portezuelo.— Otra panorámica tomada desde la carretera de Coria a Cáceres

pertenecientes a la encomienda de que se trate, y acaso de manera más clara y terminante, a realizar cuantas obras fueren precisas para mantener la fortaleza en perfecto estado. Mas el castillo de Portezuelo no tuvo esa suerte, y a mediados del siglo xvm empezó a desmoronarse, hasta llegar al estado de abandono y desolación en que se encuentra en la actualidad. IV L e y e n d a d e l a b e l l a M a r m io n d a .

Los habitantes de la villa de Portezuelo dan a su castillo el nombre de Marmionda, nombre legendario y evocador, en recuerdo de cierta doncella llamada así, hija de uno de los alcaides de dicha fortaleza durante la dominación sarracena. La bella Marmionda fué protagonista de romántico y trágico suceso que permitió se forjara en torno al histórico castillo la más curiosa y atrayente de las leyendas. Nosotros la recogimos de la tra­ dición oral, y, sintetizada, la transcribimos a continuación: De la época en que se desmembró el califato de Córdoba data la leyenda de Marmionda, la gentil doncella mora, asombro de toda la comarca por su singular hermosura y las excelentes dotes per­ sonales que la adornaban. Su padre, alcaide de la fortaleza de Por­ tezuelo, puso siempre decidido empeño en que su hija fuera un de­ chado de virtudes y el prototipo de las mujeres de su raza. Era frecuente en aquellos tiempos infiltrarse y realizar razzias por sorpresa en tierra de cristianos; golpes audaces que en la ma­ yoría de los casos resultaban muy beneficiosos; y en una de estas incursiones llevada a efecto por el jefecillo de Portezuelo con un grupo de sus más adictos y voluntariosos subordinados, penetró hasta cerca de Sabugal, en la ribera del Coa, y, realizado su propósito, con el fruto de sus rapiñas regresó nuevamente a sus dominios. Estas correrías sucedíanse con mucha frecuencia, tanto por parte de moros como de cristianos. Durante una de ellas, el referido alcaide sorprendió e hizo prisionera una vanguardia de soldados leo­ neses y extremeños que había perdido el contacto con el grueso de su ejército, y, despistados, sus componentes se habían metido en la encrucijada de la serranía; y fueron apresados y llevados como rehenes al castillo de Portezuelo, donde los encerraron en lugar se­ guro. Al tener conocimiento de que entre los prisioneros se hallaba un caballero muy principal, noble de rancio abolengo, que gozaba de gran prestigio en la corte leonesa, se propuso su rescate sin pérdida de tiempo. Mas quiso la fortuna que entre tanto que se realizaban las gestiones propias del caso, el ilustre y linajudo procer leonés tuviera ocasión de apreciar la excepcional hermosura de la dulce Marmionda y quedó rendidamente enamorado de sus en­

cantos; y como tí figura del insigi nuaciones, se me amor. El idilio de a metiéndose etera gresó con el imj al reino de León: en libertad y aul conveniente. Debió ser de cuya pasión se 1 signarse de morro za de que en fe luble lazo y dis ocasiones se hafc Partió al fin < tadísima; vivía e taba interminable ausencia del ama Pasaban los cumplir cuanto ] que desconocía por el aspecto d pretando a su i poso digno entre waliatos y alcaide La triste ena su progenitor, p dando tiempo a ausencia se prole al fin, y se cone dientes. Entre tanto > para que inform evadir el compro esponsales. Era el día fi princesa, y va d gentío inmenso ] castillo. Y mient de todas partes ] azafatas, se halla ves del lindo ají descendía de tier y sin perder las

acaso de manera ren precisas para :e, y a mediados 'ar al estado de ictualidad.

a su castillo el idor, en recuerdo dcaides de dicha lántico y trágico 0 castillo la más ogimos de la tra­ ición: de Córdoba data asombro de toda lentes dotes perfortaleza de Porhija fuera un desu raza. y realizar razzias ?s que en la maen una de estas ortezuelo con un ios. penetró hasta ado su propósito, sus dominios, encia, tanto por ? ellas, el referido 1 de soldados leocon el grueso de íabían metido en v llevados como aron en lugar se­ queros se hallaba ?ngo, que gozaba so su rescate sin itre tanto que se y linajudo procer tal hermosura de lorado de sus en­

cantos; y como también resultó grata a los ojos de la bella la apuesta figura del insigne prisionero, correspondió a sus galanteos e insi­ nuaciones, se mostró complaciente, y terminó correspondiendo a su amor. El idilio de ambos jóvenes se mantuvo en el mayor secreto, pro­ metiéndose eterna felicidad, hasta que, pasados algunos meses, re­ gresó con el importe del rescate el mensajero que habían enviado al reino de León; y desde aquel instante el noble enamorado quedó en libertad y autorizado para regresar a su país cuando lo estimara conveniente. Debió ser dolorosa en extremo la despedida de los amantes, cuya pasión se había acrecentado más y más; pero era preciso re­ signarse de momento y tener confianza en el destino, con la esperan­ za de que en fecha no lejana podrían unirse en estrecho e indiso­ luble lazo y disfrutar mutuamente de la felicidad que en tantas ocasiones se habían prometido. Partió al fin el apuesto galán y la linda Marmionda quedó afec­ tadísima; vivía en continuo sobresalto; el paso del tiempo le resul­ taba interminable y ansiaba poner fin a su calvario, motivado por la ausencia del amado. Pasaban los meses, y el doncel caballero no regresaba para cumplir cuanto prometiera, y entre tanto el padre de la doncella, que desconocía la existencia de los amores de su hija, alarmado por el aspecto de aquella criatura, única ilusión de su vida, inter­ pretando a su manera las apariencias, determinó elegirle un es­ poso digno entre los muchos aspirantes a su mano de los diversos waliatos y alcaiderías de la comarca. La triste enamorada no podía oponerse a las pretensiones de su progenitor, pero hacía lo imposible por demorar sus planes, dando tiempo a que regresara su prometido; mas al ver que la ausencia se prolongaba y no recibía noticias de él, hubo de acceder al fin, y se concertó la boda con uno de sus esclarecidos preten­ dientes. Entre tanto Marmionda mandó un emisario a la corte de León para que informara de cuanto sucedía y de que ya le era difícil evadir el compromiso ni retardar por más tiempo la celebración de esponsales. Era el día fijado para la boda de la bella cuan desgraciada princesa, y ya desde las primeras horas de la mañana bullía un gentío inmenso por el patio de armas y demás dependencias del castillo. Y mientras se hacían los últimos preparativos y acudían de todas partes los invitados a la ceremonia, la novia, rodeada de azafatas, se hallaba en su cámara transida de pena, mirando a tra­ vés del lindo ajimez de su aposento hacia la amplia calzada que descendía de tierra de cristianos, sujetando los latidos de su corazón y sin perder las esperanzas de que su sacrificio sería evitado. 487

PORTEZUELO

*>£: castillo

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Efectivamente, antes que el atalaya de turno oteara el arribo de un grupo de jinetes que avanzaban en dirección al castillo e hi­ ciera sonar el cuerno dando la señal de alarma, ya la afligida Mar­ mionda se había dado cuenta de que un crecido número de caba­ lleros, al piafar de sus corceles y en algarada tumultosa, envueltos por nubes de polvo, se dirigían a la fortaleza; fortaleza donde tan feliz había sido durante su infancia y ahora le resultaba horrenda prisión. Confusos y alarmados los del castillo, rápidamente cursaron las órdenes precisas y todos se dispusieron para la defensa y para resistir el ataque de los cristianos que hacia el baluarte se enca­ minaban. Marmionda había descubierto ya a su amado entre un grupo de jinetes que se había estacionado en lugar próximo a la fortaleza e intentaba parlamentar con su padre. Se hizo saber al alcaide que no venían en plan de guerra y sí a solicitar la mano de su hija para el esclarecido capitán que en otros tiempos había sido su prisionero; mas el orgulloso sarraceno, al oír esta demanda, montó en cólera y despidió a los emisarios sin la menor consideración, diciéndoles que sucumbirían él y sus invitados antes de entregar su hija a un perro cristiano. Vista la terquedad del moro y su conducta improcedente, el no­ ble leonés y la gente que capitaneaba atacaron con saña la for­ taleza dispuestos a apoderarse por la fuerza de la gentil Marmionda. Arreciaron en sus acometidas y, cuando mayor era el fragor de la contienda, la dulce enamorada, que observaba las alternativas de la refriega desde el departamento donde se encontraba en una de las torres, se dió cuenta de que el valiente paladín que era toda su vida, y cuyos movimientos seguía sin perderlo de vista, caía pesadamente del caballo, mortalmente herido al parecer; y cre­ yéndolo así, al considerar que había perdido para siempre la única razón de su existencia, se lanzó al espacio desde su cámara v su cuerpo fué a estrellarse sobre las rocas en que se apoyaban los cimientos de la fortaleza. Mas sucedió que el caballero cristiano había caído de su cabal­ gadura al recibir un fuerte golpe en la cabeza de uno de sus ad­ versarios, golpe que le hizo perder el conocimiento y permanecer en tierra durante unos minutos sin darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor; pero al recobrar el sentido y conocer la trágica resolución de su amada, cuyo cuerpo yacía destrozado junto a sus pies, loco de espanto por aquella terrible visión, ascendió rápido a uno de los más elevados picachos que rodean al castillo, y, sin reflexionar en la fatal determinación que tomaba, se arrojó desde aquella emi­ nencia escarpada. Rebotando de peña en peña fué a parar, horrible­ mente mutilado, junto al cadáver de la que tanto amó en vida y fué, como él, protagonista de amores tan desgraciados. 489

EL CASTILLO DE SALYALEON I

O r ig e n y s it u a c ió n d e l a r o m a n a I n t e r a n n ia .

Desde que dio comienzo nuestra dedicación a la búsqueda, lec­ tura e interpretación de libros y papeles viejos alusivos a la pequeña historia, y más concretamente a la historia regional extremeña, lla­ maron nuestra atención las publicaciones y documentos que, aun­ que muy de pasada y de manera sintética, hacían referencia a la existencia, en tiempos pretéritos, de la vieja ciudad de Salvaleón, hoy ya desaparecida; p 'amos debió estar enclavada en laberíntica comarca conocida algún apartado rincón en la actuadidad con el nombre de Sierra de Gata. Cuando nos esforzábamos por localizar y precisar el lugar exacto de su emplazamiento, llegamos a tener noticias de que jun­ to a las riberas del Eljas —riachuelo cuyo cauce, y en largo trecho, determina nuestra frontera natural con el vecino reino portu­ gués (1)—, había vestigios que evidenciaban suficientemente la (1) E l cauce del río Eljas es el límite natural entre España y Portugal, en toda la parte de frontera que se extiende desde la confluencia del Basadega y el Eljas hasta el punto exacto en que este último río desemboca en el Tajo, cerca de la villa de Alcántara.

existencia de un aquel momento vestigar, en lo j más vicisitudes tan te. fué para de Salvaleón; v terminar su orígi nuestra creencia.

5 A L V A L E O N

Plano de I os cim ien ta s d e ! casi,!io, c a s i ú n icos restos e x is ten tes

seytss? &>Vé»/o.

E x p /ic a c ió n i P u e r ta p rin cip a l, a /a f u e se fieya p o r ana c a ir o do en rampa. % fit?erta a in o r e s t e . 3

P o r tH b dande, det>i