Cartas Gilberto Owen

GILBERTO OWEN CARTAS A CLEMENTINA OTERO Instituto Nacional de Bellas Artes México 1982 Edición a cargo ae MARINELA B

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GILBERTO OWEN

CARTAS A CLEMENTINA OTERO

Instituto Nacional de Bellas Artes México 1982

Edición a cargo ae MARINELA BARRIOS

Prólogo

D.R.© 1982 Clementina Otero Impreso eh México

Instituto Nacional de Bellas Artes

G. O. ..."Es que lo recuerdo olvidado" (como él mismo diría en una de sus cartas) y lo recuerdo de vidrio, transparente, retorcido, como ese vidrio de nuestros artesanos mexicanos. Su boca era lo más importante en su rostro y de la herida delgada de su boca brotaban las palabras que caían retóricamente como un hilo de miel, formando arabescos, figuras; realmente era Schoquer el vidriero de Orfeo de Cocteau, escribiendo su poesía en el aire impalpable que lo rodeaba. Había que hacer malabarismos para entender el transmundo de sus poemas y para entrar en esa vehemente agonía amorosa en la que vivía la vida palpando la muerte. Era sincero y vivido en todos sus momentos, amaba y odiaba en un mismo instante, aunque más amaba que odiaba a los amigos. Sus manos acompañaban y enmarcaban sus palabras. Las dibujaba y por ellas se escapaba diluido y enroscado siempre; como si quisiera exprimir su cuerpo o sus sentidos hasta la última gota de sangre irlandesa que irremediablemente llevaba en sus venas. (Me miraba enternecido y yo, adolescente casi, me hundía en un pozo de dudas y temores.)

TRES Amaba su poesía, amaba al poeta, más no al hombre y, sin embargo, más tarde, empecé a necesitar sus cartas, las esperaba con ansiedad, acaso con cierta ilusión. Mas no estaba segura de que fuera ¿amor?, ¿amor? "Por siempre jamás. La adora G. O. ": fueron sus últimas palabras en su última carta. Se fue y no llegué a su vida. ¿Se fue huyendo de mi desamor? No lo supe: sólo sé que en su última carta se sentía culpable, tal vez por haber encontrado otros amores, o por haber perdido la esperanza de esperarme. Clementina Otero

G I L B E R T O O W E N perteneció al g r u p o de la revista Contemporáneos(1928-31)en la q u e publicó t r a d u c ciones y poesías y p r o s a originales. Nació en El R o s a r i o (Sinaloa), el 4 d e f e b r e r o de I 9 0 5 , s i e t o d e un minero irlandés. En la P r e p a r a t o r i a se hizo a m i g o d e J o r g e Cuesta y, p o c o m á s tarde, de la m a n o d e Villaurrutia, se dió a c o n o c e r c p m o poeta en la revista Ülises (1926-28). Fue a c t o r del g r u p o teatralUlises, y allí conoció a la actriz C l e m e n t i n a O t e r o (1926). Sirvió en el c u e r p o d i p l o m á t i c o m e x i c a n o en Estados Unidos, Ecuad o r , Perú y C o l o m b i a . S i e n d o vicecónsul en Filadelfia, m u r i ó allí el 9 de m a r z o d e 1952. Sus Obras Completas han sido e d i t a d a s por el F o n d o d e C u l t u r a Económica (1981). C L E M E N T I N A O T E R O c o m e n z ó m u y j o v e n su vida de actriz en el g r u p o teatral Ulises. b a j o la dirección de N o v o , Villaurrutia y Celestino Gorostiza. Estrenó, c o m o principal figura femenina, o b r a s d e Lenorm a n d , Vildrac, L o r d D u n s a n y , C o c t e a u , O'Neill y Xavier Villaurrutia. Prosiguió su carrera artística en el T e a t r o O r i e n t a c i ó n . En 1945 inició u n a intensa labor pedagógica p a r t i c i p a n d o en la creación de la Escuela d e Arte T e a t r a l e i m p a r t i e n d o clases en la Escuela de Arte D r a m á t i c o del 1NBA. En los a ñ o s cincuenta realizó una a m p l i a labor c o m o directora d e teatro. A c t u a l m e n t e vive retirada en el Distrito Federal.

POEMAS*^"—

POEMA EN QUE SE USA MUCHO LA PALABRA AMOR

Comienza aquí una palabra vestida de sueño más música L levas puñados de árboles en el viento de Orfeo E n los ojos menos grandes que el sol pero mucho más vírgenes M añanas eternas y que llegan hasta París y hasta China E se otro ojo azul de párpados de oro en el dedo N o sabrías sin el Niágaras a tu espalda de espuma T ampoco el sueño duro en que nada cabría como nada en el huevo I ba el sabio bajo la fábula y volvió la cabeza Nadie sino él mismo recogía las yerbas desdeñadas Así me lloro vacío y lleno de mi pobreza como de sombra O acabo de inventar la línea recta T odo el horizonte fracasa después de sus mil siglos de ensayos E 1 mar no te lo perdonará nunca ni Dionysos R ecuerda aquella postura en que yo fui tu tío que ha eternizado O tra fotografía desenfocada por un temblor de tierra en la luna Creo que abril de mil novecientos y tantos

LA

INHUMANA

Encienda la ventana de ese asfixiado interior impresionista La robaré a esa noche que mella sueño a sueño su contorno Aguda pero afuera Sea el brillo rígido ya de un litoral de sólo proas afuera Dibujo de palabras de menta que cuelga un frío del mediodía' Todos cabalgando sus sombras y ella diáfana y ella sí libre Sin más que un iris a sus pies de vidrio tatuada de sonrisa Sin Narciso afuera Usted o mi poesía. Pero no se lo diga a nadie, ni a PA TROCIO.

Gilberto Owen

ESCENA

DE

MELODRAMA

La miro perderse, nacida de mi mano, por un paisaje urbano que mis ojos sacuden para limpiarlo de nubes o de polvo. Es que la recuerdo olvidada. Dura, sale virgen del día, pero ya no del todo blanca. Su hermana, gris, va marcando con una señal imperceptible las casas en que habrá, al día siguiente, escenas desgarradoras. Me encantaría que vivieran en la casa de enfrente. Acaso tienen secretos. Mi sombra encuentra fácil saltar por el balcón, silenciosa. El código no es muy severo en este punto. ¿El primer electricista lo sabía? Se hubiera ahorrado tantas escenas de celos el Olimpo. Una lluvia de oro es demasiado rastacuera, se llama el sistema capitalista y todos lo saben. Los cisnes hacen demasiado fuido golpeando el agua retórica. Los toros se prestan a alusiones demasiado fáciles. Pero una sombra...Más sabia su esposa, que se daba vestida de nube. Como no quedan huellas, casi no es pecado. Y mis palabras tienden del mío a su balcón un puente. Tan frágil, que sólo se aventuran por él pensamientos sonreídos como niños. Por él llega hasta mi cuarto su hermana, que no existe. Se recarga, gris, en el muro. Inmensa y gris. Y

mm^ma^a^^ cantamos la misma voz. Cantamos alargando desesperadamente, como sombra en el muro, las palabras. Porque nos parece que enfrente hay alguien que sólo espera el desenlace de nuestra canción para suicidarse. Y queremos salvarle la vida, pues ¿porqué lo hace, si una sombra no deja, casi, huellas? 27 de abril,. 1928

*

Estos tres p o e m a s , q u e f i g u r a n en las Obras Completas d e G i l b e r t o O w e n . y en m u c h a s a n t o l o g í a s f u e r o n originalmente c a r t a s e n v i a d a s a C l e m e n t i n a O t e r o .

cartas

(sin fecha) Dionisiosea esta hora mi novia y máteme la voz. Al sur del sueño tiento unas palabras que yo sabía pronunciar sin ruido. Se me quedaron sin empleo de no amar a nadie. En mi pueblo es la señorita más linda la que se queda soltera. Son cinco. Pero el meñique es tan leve que casi nada significa, o, al contrario, significa tanto casi como la palabra nada. Amar no es nada. Lo que importa es saber que se ama. Bueno ¿y la parábola? Es una seda el hilo del discurso. ¿Qué frase lo puede, sin nada todas después de todo? Me dejo ir mejor mi voz a su alma. No la bese usted tanto, se va a morir. Es la tragedia del gato, con los pies de trapo, y los ojos al revés. Era un gato, como todos, introspectivo. Como ven de noche, veía en su alma. Se llamaba Narciso Negro, y sabía mis palabras y uno de mis sueños. El llamado línea. Murió de línea, el día que quemé Desvelo.2 Todo es ahora un problema, su recuerdo me espina, estoy enamorado. Yo no lo entendí hasta que perdí la línea, aquel día de usted enferma. ¿Cómo será usted con las palabras que no me dejó nunca decirle, y que van a estar rondándola sin descanso, y usted sin abrirles, y mi amor con ellas, y usted sin abrirle al suyo, y todo lo que pasa cuando los temblores de cielo desenfocan el sueño? Un beso de Gilberto.

México, Abril ? ¿ Q u i e r e c o n t a r m e un p o c o de su vida, h a b l a r m e más directamente de usted en sus cartas? ¿Prefiere un c u e s t i o n a r i o ? D í g a m e t o d o un día suyo, ¿quiere? Quisiera enviarle sus lecturas, pero prefiero tenerlas. E s c r í b a m e un s u e ñ o s u y o . Ya vé que no puedo más, por mi parte, hacerlo. ¿No podré? La otra noche quise escribirle a Celestino. No se me ocurría nada. No pude casi hacerlo. ¿Me ama? Le besa la mano, G.O.

Clementina: La odio y no me importa que a usted no le importe. Mi odio es gratuito y absoluto; y es de cien días por cada segundo de anoche. Y no me importa que me crea usted loco, y que esto sea ridículo y que haga esfuerzos por reírse leyéndolo. Y no necesito ya nada de usted que ser usted el objeto, la cosa, el blanco negro de mi odio. Y este odio me salva y me llena y me basta y sólo sería mayor mi alegría si la supiera a usted más miserable que yo mismo. Gilberto

i Dionisia o Denise. N o m b r e del p e r s o n a j e f e m e n i n o , r e p r e s e n t a d o p o r C l e m e n t i n a O t e r o , en la obra El peregrino, d e Charles Vildrac, en la q u e O w e n tenía el papel d e tío d e la p r o t a g o n i s t a . La f o t o g r a f í a de la página 6 c o r r e s p o n d e a una escena d e esa o b r a . 2

Desvelo. T í t u l o del primer libro de versos d e Gilberto O w e n .

México, Junio 10 Ya sé (y lo sospechaba de antemano) que el tratar de conocerla me separó de usted inefablemente. Cada movimiento mío para explicármela, me aleja más y más de usted porque yo trato de ganar hacia adentro en profundidad lo que siento imposible abarcar en extensión. Y me alejo de usted al adentrarme en su vida, porque usted está sólo en su superficie, por más que diga (o mejor, que no diga) y me mira, sin mover un dedo para detenerme, creer en fin en usted sin fondo. Una vez hablamos de intentar yo conocerla, no teniendo llave de amor suyo, por el ojo de cerradura de amor mío nomás. Y esto que era innoble, yo lo acepté creyendo que usted lo toleraba. Y cuando después estaba espiando, usted de otro lado cogió un largo alfiler para pincharme un ojo. Me refiero así, a que todas las veces que he tratado de abordarla anunciándoselo, usted se ha defendido contra mi ternura mañosamente. Tuve así que preferir entrar por la ventana, y como soy poco ágil, me he caído y seguiré cayendo en usted no sé cuanto. A veces me sorprendo mirándola enternecido; luego vuelve usted el rostro y me mira así, y como ya

sé bien que es eso precisamente lo que la molesta, me improviso un gesto impertinente y le digo una tontería odiosa, que usted ve en mi boca y en mi rostro naturales y por eso no la molestan. Porque es eso, el pensar que la delicadeza, la ternura, la nobleza son en mí postizas, lo que las hace ofensivas para usted, y es también el haberme pensado siempre una gente desagradable lo que hace que mis a ristas las vea naturales y no la irriten ya, disculpándolas casi. Lo terrible es que ni usted ni yo podremos encontrar nunca, los gusanos llenos de manzana, usted por desconfiada, yo por amargado. Alguna vez me he puesto a pensar angustiado, en lo espantoso, en lo monstruoso que sería un noviazgo entre nosotros. Cruzo los brazos y la toco excesivamente dura y en punta, y yo tan blando que la vergüenza me golpea en lo único firme, mi amor a usted; cierro los ojos y la veo de luz de acero para cortar mi sombra, y me tapo los oídos para la cruel risa de su silencio clavada, en cada una de mis palabras que nacen como del suelo, y en mi boca su dulzura para los otros me amarga sangre de mi lengua mordida, Dionisia, y me dan ganas de odiarla, y solo consigo odiarme en blandura y penumbra e insabor. Y es unir todo esto lo que me parece monstruoso y horrible, y sentirlo así, me hace empeñarme en decirle a usted mis palabras más agrias, y ser sin verdad rasposo y en filo para su mano y alejarme de usted infinitamente. Y sólo me consuela no deberle nunca ninguna felicidad. Me parece que si no acabo voy a llorar muy cursi.

México, junio 11 Clementina: ¿Porqué lo hace usted? ¿Cree deveras que haya necesidad de herir continuamente a las personas que nos aman? Me parece usted dura. Siempre me lo ha parecido. Y la arista que más me rasga, el ángulo suyo que se me clava más adentro, es sospechar que otras gentes la crean a usted blanda y suave. Puede haber personas que sean más fuertes que usted, por no amarla, Xavier por ejemplo, a las que su dureza no pueda vulnerar. Pero será de veras fuego para ablandarme el amor, como repiten los tontos, y yo estoy sin cáscara y sin nada más que mi sangre para que me hunda usted la mano o la sonrisa. Me parece usted dura, y no la odio y me odio por ello. Sus heridas me duelen en mi carne, y, en mi torpeza de no haber sabido evitarlas, mucho más. Sus heridas me las siento dadas por mí a mí y me desesperan como un vicio infame que no hubiera tenido voluntad de matarme. Me parece usted falsa. Traicionando cada instante la imagen, la teoría que el instante anterior había yo construido de usted, obligándome a pensarla de nuevo enteramente, desde el

primer principio, para borrarme la frase antes aun de haber acabado de escribirla en mi pizarra de sueño. Y entonces no la odio por inconstante, y me odio por mi poca agilidad en seguirla, distinta a cada pulsación, y en adivinarla, y en conocerla en fin. Me acuerdo que en Montaigne el conocimiento era imposible al hombre, y tratar de tomarlo era coger puñados de agua. Tratar de saberla a usted me es coger, o menos aún, puñados de aire. Ahora estoy muy amargo entre mis cosas, que no la conocen sino de verla en mis ojos, azul en el derecho y negro en el otro. Y sólo de parpadear ya la verán en ellos distinta, infinitamente. Ahora voy a cerrar los ojos para imaginarla, y usted tiene el rostro de ese cuadro o es usted enteramente como ese libro, o me parece otra vez la sombra mía en el muro. Y yo enloquecería, no de que usted no me ame, sino de no amarla a usted, precisamente, porque no sé cual es usted y tengo miedo de amarme en mi teoría de usted, a cada momento más falsa. En usted obscura. O no, sino obscureced ora. Y yo, que estaba diciéndole hace un momento a Dios, agradecido, que no merecía la fortuna de amarla como la amo, me hallo de pronto sin nada, sin saber lo que amo, sin saber si amo, con las manos vacías de haber querido apretar puñados de aire. Y yo me odio profundamente. Gilberto

México, junio 12

Clementina: Además, físicamente no es usted el tipo de mujer de la que yo deseaba enamorarme. Me parece usted hermosa, y ahora tengo que empeñarme naturalmente en encontrarle nuevos atractivos cada día. (En honor a su realidad, diré que es tarea fácil.) Pero no, no es usted como yo me la hubiera imaginado la hora anterior a nuestro encuentro. Luego hubo un momento en que usted me habría atraído por su apariencia de salud saludable, yo tan enfermo; pero cuando he descubierto que usted lo está tanto como yo, y a pesar de ello he seguido enamorado, he tenido que ponerme a buscar por otro lado. Mi tipo de mujer sigue siendo otro, acaso el opuesto a usted. Y me maravilla no odiarla, y no habérseme ocurrido ni ahora, reprocharle el ser como es. Sí me siento un poco defraudado por ello, y sí me irrita haber tenido que borrar la imagen imaginada para llenarla con la imagen de usted y gustar su manera de belleza. Ya ve que, aun aquí, yo soy el débil y el derrotado. Gilberto

México, junio 16 de 1928 Clementina: Me encantaría que fuera usted más tonta que yo, o, mejor, (sin hipocresía) menos inteligente que yo. No por llevarle alguna ventaja en ello, pues mi ventaja prefiero que sea el amor, que sólo aparentemente es desventaja. Era rabia contra la mala suerte suya de estar fría lo que me arrastró a las tonterías de anoche. Me molestaba, me dolía en usted que usted, más débil que yo, me hiriera volviendo contra mí el escudo de modestia que había yo alzado al decirle aquella vez que no tomara en cuenta mis cartas. Era sólo modestia, y usted fue mala porque comprendiéndolo, me quiso hacer sentir que no era la modestia lo que me hace verme tan abajo, sino el hecho de que en realidad estoy yo tan abajo que mis cartas la dejan vacía de comentarios. Es usted agresiva y es su desventaja. Es usted cruel y es su desventaja. Es usted helada y razonable. Yo estoy negro y puedo parecerle, amargado, el poeta Gilberto; pero entonces hay que admitir que también para el poeta Gilberto era espejo Elvira, y de aumento Y que usted es demasiado Elvira.

Es peor lo suyo infinitamente; puede ser que yo mire negro lo blanco, que sienta malo lo bueno; es un defecto de perspectiva y mis sentidos son los culpables. Pero usted ve blanco lo blanco, y bueno lo bueno, y sin embargo se pone luego a ennegrecerlo, y no se engaña pero no se queda satisfecha hasta ennegrecerlo, hasta falsear lo bueno y hacerlo negro y malo. Y eso sólo para darse el pobre gusto de demostrarme que es más inteligente que yo. Además de que eso no tiene ningún valor (yo enamorado y usted inhumanamente, casi divinamente helada, no es extraño), a mí me encanta mi lucidez irrazonable, gusto mejor mi instinto que su razón, me llena más de Dios mi locura que a usted su cordura. Así que no le envidio esa supuesta ventaja, y no por vanidad ni por deseo de ella (ni siquiera porque me ame usted, ya que no lo deseo) me encantaría que fuera usted menos inteligente, o que al menos no lo ostentara tan ofensivamente. Suyo Gilberto

México, junio 23

Clementina: He ensayado inútilmente formular precisas las preguntas que me muerden sobre lo que me interesa mas que mi vida mía, mi vida suya, Dionisia. Sólo acierto a dar forma a las que se refieren a mis cosas en relación a usted; las otras están en un desorden que me desespera y me ahoga. Nadando en él quiero intentarlo otra vez: 1 Me dijeron que usted se disculpaba la otra tarde, diciendo que como nunca en la vida ha hablado como tiene que hablarme en la comedia que estamos ensayando, no sabía sentir en su boca esas palabras de ternura, a) ¿esto lo cree usted natural, naturaleza en su corazón, seco? b) ¿o es precisamente el no tener seco el corazón que la hace temer el amor muy doloroso? c) ¿o es, en fin, no haber encontrado a quien amar, o pensar que la persona a quien empiece usted a amar no sea digna de usted? 2 Como no es ni física ni espiritualmente posible una tal ausencia de vida erótica, tengo que preguntarle temblando si no es que ama usted a alguien ya, o si es haber amado

con una pasión reprimida, que no se ha confesado usted ni a sí misma, lo que le da esa apariencia de frialdad. 3 ¿Qué opinión sentimental tiene de mí?, y 4 ¿Porqué no me ama usted? Me parece que la adora y le anticipa su gratitud, siempre Gilberto

México, junio 28 Clementina: No me sospechaba esta riqueza de amarla como la amo, Dionisia, y me ha amanecido una felicidad desolada, sin nadie más que mi alma haciéndose más y más grande, inmensa de avaricia, para amarla con mi más doloroso desinterés, en amor puro, gratuito, poesía pura y vida pura no más. Me sorprende una voluntad íntegra de todos mis momentos llenos de usted ausente, más ausente aún cuando sólo su presencia material está junto a mí para decirme con un gesto, con una palabra, con un silencio también, que nunca estaré yo en su vida, que usted no va a querer nunca vivir un instante en la mía. Antes me irritaba este alejarse usted de mi sueño que, todavía un poco enamorado de mi vanidad, me dolía herida que usted me hiciese de mala fé, con maldad inocente de mujer naturalmente dura. Pero desde anoche que no la vi sufrir y la adiviné sufriendo, y me di cuenta de que su dolor estaba doliéndome en carne de mi alma, ya no sufría de verla que se me iba de mi vida, y sí, mucho, agarrado a su estela con toda mi voluntad, el arrecife que la hería y no me ma-

taba, injusto. No me perdono las palabras vacías que he escrito antes. No me perdono las preguntas tontas que mi carta última le hacía. Me parece justo que no las haya contestado usted, me parece natural que, vacías todas, la hayan dejado siempre vacía usted de comentarios. Yo no he hecho nada para merecer una palabra suya, y como amarla no es ningún mérito, y es ya una dicha en sí, e inmerecida, ya no me hiere, Romée 3 , su indiferencia. Antes me importaba, y ahora no, más que amarla, la elegancia de sufrir amándola, la amaba yo en el sufrimiento que me causaba. Ahora puedo amarla ya en su dolor suyo, y esta nobleza que ya no me sospechaba me hace una felicidad seria, austera, como va a ser para siempre mi vida. Tendré un sueño de usted nunca mía, pero tan amado por mí, y mi sueño será un paisaje sin nadie y sin árboles, artificial, como hecho todo por mí, y en mi paisaje muerto la alegría única, sin sonrisas, será poder escribir mi firma. ¿Tengo que decirle, ahora que la amo como nunca, mi ofrecimiento de no seguirla ya, usted fugitiva? Ya sé cuánto me costará cruzarme de brazos para mirarla írseme, pero todo es poco para agradecerle, Clementina, la gracia infinita que me ha hecho usted sólo con ser,con estar, para mi amor, un momento, sobre el cristal de mis ventanas. Tengo por usted quince años y el mundo es tan joven como yo. Soy, y ya no me avergüenza, romántico y tonto para usted, y la amo más que a mi vida, a la que por usted comprendo amable. Y estoy pidiéndole a todas mis supersticiones, Dionisia, que la hagan feliz, y que yo me

muera si se paga así su salud, y que pronto se enamore de quien la merezca como no ha sabido su leal Gilberto Ultima carta que la mortificará; el 27 de junio de 1928. P.D. Al día siguiente de la representación, que por usted deseo lo más pronto posible, he de irme de México por mucho tiempo, no sé todavía. ¿Sería excesivo pedirle que me regale algo que allá, en el verdadero desierto a que me voy, me ayude a recordarla? Soy suyo G. Owen

3

R o m é e . P e r s o n a j e f e m e n i n o , i n t e r p r e t a d o por C l e m e n t i n a Otero, en la obra El tiempo es sueño, d e Lenorm a n d . en la q u e Gilberto O w e n r e p r e s e n t a b a el papel de p r o m e t i d o de la p r o t a g o n i s t a .

Me parece que en el infierno, 12 de julio/28 Adorada

Romée:

La recuerdo constantemente. ¿No me ha olvidado por su parte? Tengo que estarme aquí en Laredo hasta mañana. Me voy a Saint Louis en aeroplano. Si no me caigo le escribo de allá. En el tren empecé a escribirle, pero la jaqueca no me dejó acabar. Le mando el principio de la carta. La quiero mucho ¿cuando voy a casarme con usted? ¿nos casamos por poder? Le voy a ser fiel un año. Al año me enamoraré de la muerte y me pegaré un balazo. Estoy desolado de no verla. Saludos a su mamá y dígale que se vaya acostumbrando a suegra mía. Voy a ver si puedo comer. La adalina no da resultado. Saludos a Goroceli y a Celesara? y a Lupe y a todos. Muy suyo Gilberto

4

Celesara/ Goroceli. F o r m a festiva para referirse a Celestino G o r o s t i z a , director del t e a t r o Ulises, y a su esposa Araceli Otero, h e r m a n a de Clementina.

Todavía El Infierno, julio 2/1928 Clementina: Dentro de media hora voy a volar a St. L. Anoche me llevó el Cónsul a una serenata de mexicanos, y tocaron la pieza única que le he oído tocar a usted. Luego, en un baile, la tocaron también. Es horrible no verla sino en mi memoria despierta. ¿Ya me ama un poquito? No, mejor, cuando me ame, que sea mucho. Ahora comprendo muy bien la frase de la comedia, y la amo hasta la angustia. No me olvide. Saludos a los que me recuerden con cariño. La adora Gilberto

(San Antonio, Texas), julio 2 de 1928 Querida

Clementina:

En los barcos nunca sucede nada. Tampoco en los hoteles. Menos en los aeroplanos. Sin embargo, a mí me sucedió, hermoso, pensar mucho en Dios y en usted. Hasta luego, qué injusto, en mi madre. El aeroplano, que yo creía que me llevaría a St. Louis sólo hasta aquí había sido contratado y aquí me dejó. En el Sunshine de mañana le escribo. La adora Gilberto.

Julio 3 de 1928 Clementina: Me estoy muriendo de calor y de no verla. Este país es endemoniado. Dentro de tres días estaré en New York y le escribiré muy largo. Voy a ver a su hermano en cuanto llegue, y si me simpatiza le voy a contar luego luego, para que después no se llame a engaño, que estoy enamorado de usted y que es muy posible (¿verdad?) que nos casemos. Es necesario que me quiera usted mucho y que me conteste mucho y que me recuerde mucho. Muy suyo Gilberto

(New York), julio 5 de 1928 Acabo de llegar, Clementina querida, y quiero que me sepa suyo, inmensamente y siempre. Estoy lleno de usted, y me pregunto si esta riqueza no va a írseme de las manos, pues no creo haber hecho nada para pagar el amarla tanto. Cuando usted me quiera así (lo esperaré un siglo) comprenderá lo que le agradezco humilde el amarla. No me olvide siquiera. ¿Voy en diciembre a casarme con usted? La adora Gilberto escríbame, o m e m a t o .

(New York), julio 6 de 1928

Clementina: Escríbame, me muero de "sin usted". Nadie la ha querido, nadie la querrá nunca como yo. Me duele no quererla más, que no sea posible quererla más. Ahora se me ha ido el día en un montón de cosas. No pude buscar la calle donde vive su hermano. Mañana lo haré. No me olvide. La adora y ya quiere volver a México a besarle la mano, suyísimo Gilberto Salúdeme a su mamá y dígale a Araceli que en cuanto me ponga en orden le escribirá mucho G. O.

(New York), julio 8 de 1928 Clementina: No podré nunca dejar de quererla, y no quiero intentarlo. Escríbame una palabra apenas que me consuele de no verla, sí presente en mi memoria más que todas estas gentes que no son de mi raza, que apenas me entienden, que, ellas sí, no me amarán nunca. Todo Gilberto

(New York), julio 10 de 1928 Clementina: Como de su hermano sólo tengo la dirección de la casa en que trabaja, y coinciden nuestras horas de trabajo, no he podido verlo. Le envié su carta por correo, con otra mía en que le explicaba eso y le rogaba decirme dónde puedo encontrarlo. Estoy esperando, pues, que me hable por teléfono luego, o que me ponga una tarjeta, para charlar con él y poder decirle, a usted, la impresión que me produzca. No se imagina qué alegría me dió hace un momento al recibir sus palabras lindas. Me estoy haciendo fuerte, Clementina, y digno de usted. He aumentado 5 libras de peso. La otra tarde soporté sin desmayo un viajecito en la más grande montaña rusa que usted haya imaginado. Testigo Pancho Agea, que se mareó y yo no. Ya empiezo a entender los pedacitos de inglés que hablan estos pobres, estos lamentables neoyorkinos. No dejo de pensar ni un momento en usted. Mis impresiones del viaje, tan desordenadas en este momento, no podría resumírselas en una carta. Estuvo lleno de su recuerdo. Estoy

ordenándolas en dos momentos, un "adiós al Valle de México", y una "plegaria en el subway". Se las enviaré en cuanto las termine. Mañana voy a escribirle una carta muy grande, muy llena de la palabra tú y de mi amor a usted, tan firme (New York), julio 22 de 1928 Gilberto Owen Adorada

Clementina:

Me resigno a que no se case conmigo todavía, me resigno a que no me ame, pero míreme cosa suya, Clementina, dulce de estar entre sus dedos, suave de limarme su dolor, tan áspero. Pasajero ese dolor y todos, ya iré una tarde precisamente amarilla a buscarle el corazón, como no supe aquella vez que estaba yo, muy feliz, arrojándoles fuego a los árboles, desde su ventana. Ahora iría, desde los árboles, por su ventana, a usted, con unas palabras muy buenas que se me quedan sin empleo, aquí, porque los árboles son de cemento y el viento no sopla al sur para que se las llevara. Su retrato, aquí enfrente, no me ayuda a recordarla, más usted en mi memoria despierta para usted en todos los segundos, pero me es como un espejo de mi memoria, parcial y desleal como todos, y amado. Hágame más azul, y quíteme el egoísmo, y suavíceme más, para ser más cosa suya todavía. Está usted en su sillón, esclava, ¿y yo entre sus manos? Que éste que habla un inglés demasiado correcto, ininteligible, que vive la vida de seis millones de almas apresuradas, no es nada

mío, a lo sumo un "cajero dado por la naturaleza". ¿Me deja besar su mano? Todo Gilberto

saré el martes y le escribiré de allá. (¡Caray, cómo la amo!) (Si se casa conmigo se alivia, pregúntele al médico). Estoy muy nervioso y muy triste. La adoro G. Owen

P.D.- No m